Las Ideas Estrategicas para Tercer Milenio
Las Ideas Estrategicas para Tercer Milenio
Las Ideas Estrategicas para Tercer Milenio
Las ideas contenidas en este trabajo son de responsabilidad de sus autores, sin que
refleje, necesariamente, el pensamiento del IEEE, que patrocina su publicación.
SUMARIO
Página
RECENSIONES:
Stefan T. Possony. El poder aéreo estratégico; las normas para la
seguridad dinámica .......................................................................... 25
Robert E. Osgood. Guerra limitada..................................................... 35
Saul Bernard Cohen. Geografía y política en un mundo dividido ...... 43
Léo Hamon. Estrategia contra la guerra .............................................. 53
Jean Paul Charnay. Ensayo general de estrategia ............................. 61
Michel Howard. La guerra en la historia europea ............................... 71
Aníbal Romero. Estrategia y política en la era nuclear....................... 79
Lawrence Freedman.La evolución de la estrategia nuclear ............... 91
William H. McNeill. La búsqueda del poder: tecnología, fuerzas
armadas y sociedad desde el 1000 D.C. ......................................... 101
Eduardo Munilla López. Introducción a la estrategia militar española... 109
Lucien Poirier. Las voces de la estrategia .......................................... 117
Pierre Lacoste. Estrategias navales del presente ............................... 127
Paul M. Kennedy. Auge y caida de las grandes potencias ............................. 139
Edward N. Luttwak. Estrategia, la lógica de guerra y paz.................. 147
Barry Buzan. Introducción a los estudios estratégicos: tecnología
militar y relaciones internacionales .................................................. 155
Miguel Alonso Baquer. Estrategia para la defensa. Los elementos
de la situación militar en España ..................................................... 167
Pierre M. Gallois. Geopolítica. Los caminos del poder ....................... 177
Robin Wright y Doyle MacManus. Futuro imperfecto........................ 187
Francis Fukuyama. El fin de la historia y el último hombre................ 197
Alvin y Heidi Toffler. Las guerras del futuro ....................................... 207
Alain Minc. La nueva edad media. El gran vacío ideológico............... 219
— 7 —
Página
Henry A. Kissinger. Diplomacia .......................................................... 231
Samuel P. Huntington. El choque de las civilizaciones y la reconfi-
guración del orden mundial .............................................................. 239
Zbigniew Brzezinski. El gran tablero de ajedrez ................................ 249
Carlo Jean. Guerra, estrategia y seguridad ......................................... 257
— 8 —
EL ESTADO DE LA CUESTIÓN
EL ESTADO DE LA CUESTIÓN
— 11 —
La tercera aproximación vinculaba en un libro del Servicio de Publicacio-
nes del EMC, las dos experiencias anteriores, el apoyo a la enseñanza
militar del Ciclo Teórico y la aplicación al caso de España del texto sobre
los pronunciamientos. Aquí en este libro, se insistía en el concepto de pre-
ferencia estratégica. Las preferencias estratégicas del militar español
(1985) daban una visión de conjunto respecto al arte de maniobrar todavía
atenta a una educación de la mente de los jóvenes oficiales de E.M.
— 12 —
Toda esta trayectoria personal al servicio de los «estudios estratégicos» se
explica, primero, por la naturaleza de los destinos de carácter militar que
he venido ocupando después de 1975 y, segundo, por los imperativos de
una vocación estudiosa. Naturalmente que las citas bibliográficas y las
notas a pie de página de todas y cada una de las publicaciones, -incluso
de las obras inéditas- le dan oportunidad al lector para conocer con cierto
detalle a los autores que han sido mejor considerados y a los libros que
han sido preferidos para inspirar el propio pensamiento.
— 13 —
reunir dentro de los límites de la civilización occidental. En estas obras
seleccionadas se nos revela lo que va a ser la estrategia para los europeos
y americanos, al menos durante las primeras décadas del tercer milenio.
Los cinco redactores de las síntesis bibliográficas son jóvenes profesores
altamente acreditados en el ámbito de la enseñanza militar. Su actitud
estudiosa corrige una tendencia bastante frecuente en tiempo pasado en
los tratados sobre estrategia: la de privilegiar a los padres fundadores
sobre los grandes maestros y a éstos sobre los notables teóricos de fina-
les del siglo XX. En esta ocasión, contrariamente, los beneficiados de la
primera atención están siendo los escritores próximos a la coyuntura que
les envuelve a ellos mismos, que no es otra que la de la superación de los
dictados de la guerra fría. El horizonte donde convergen los veinticinco
libros seleccionados para su crítica es, en definitiva, una estrategia de ins-
piración política actualmente ayuna de referencias directas a la táctica.
Esta estrategia es hoy la que predomina en los textos.
Los veinticinco escritores contemporáneos que figuran en el Indice del
Cuaderno de Estrategia no partieron de cero en sus reflexiones. Vienen de
una tradición que no puede ser otra que el reflejo de la situación concreta
que encontraron en los años básicos para su formación teórica. Nuestros
escritores son hombres que se formaron en la primera mitad del siglo XX.
Su primera madurez incluye las dos fechas más significativas, -1914 al
comienzo de la Gran Guerra y 1945 en el desenlace de la Segunda Gue-
rra Mundial. Se trata de los treinta años donde la civilización occidental se
encontró a sí misma más exaltada por la incidencia brutal del fenómeno
bélico. El pensamiento propio de aquellos momentos venía determinado
primariamente por los grandes maestros de la geopolítica, de la estrategia
global y de la estrategia total. Sólo secundariamente se prestaba atención
a los notables teóricos de la estrategia general o conjunta. Aunque cada
vez más, pero sólo incidentalmente, se aludía a una estrategia operativa
conducida por militares de carrera.
El contraste de lo actualmente preferido con las obras del siglo XIX no ha
dejado de pronunciarse desde los años centrales del XX. Se ha producido
el abandono de la estrategia militar en cuanto tal, es decir, de la estrategia
que sigue atenta al nivel de conducción de las operaciones militares (la
que demanda a grandes dosis el acierto en la táctica y en la logística de
campaña). Se ha demandado la reforma de la orgánica y de la adminis-
tración de los ejércitos y de las flotas navales o aéreas. Se trata de una
situación frente a la cual conviene tener los ojos abiertos, sin precipitarse
en considerarla buena o mala.
— 14 —
Para percibir la envergadura del contraste me voy a permitir una rápida
referencia a los textos que fueron mejor valorados en aquellos momentos,
es decir, en los decenios centrales del siglo que está a punto de concluir.
GEOPOLÍTICA
ESTRATEGIA GLOBAL
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alguno de los libros más veteranos entre los reseñados en el presente
Cuaderno de Estrategia. Aquí los entendemos como notables teóricos de
una estrategia con pretensiones de globalidad. Y se les nombra según un
ordenamiento que va desde los libros más lejanos hasta los más próximos
a la coyuntura finisecular que Occidente está atravesando en nuestros
días.
1.- Ivan Bloch.-La guerra futura (1898).
2.- John Colin.-Las transformaciones de la guerra (1911).
3.- Camile Vallaux.-Las ciencias geográficas. El suelo y el estado (1914).
4.- Jacques Ancel.-Geopolítica (1938).
5.- Hans W. Weigert.-Geopolítica. Generales y Geógrafos (1943).
6.- Jaime Vicens Vives.-Tratado general de geopolítica
(2ª ed. On., 1956).
7.- Pierre Celerier.-Geopolítica y estrategia (1961).
8.- Saul B. Cohen.-Geografía y políticas en un mundo dividido (1963).
9.- Herman Khan.-El año 2000 (1965).
10.- Ives Lacoste.-La geografía un arma para la guerra (1977).
11.- Eliseo Álvarez-Arenas.-Teoría bélica de España (1978).
12.- Paul Kennedy.-Auge y caída de las grandes potencias (1987).
13.- Colín S. Gray.-Geografía y Gran Estrategia (1991).
14.- Pierre Gallois.-Geopolítica. Los caminos del poder (1990).
15.- Inmanuel Wallerstein.-Geopolíticas y Geocultura. Ensayo sobre
el cambio del sistema mundial (1991).
16.- Francis Fukuyama.-El fin de la historia y el último hombre (1992).
17.- Alain Minc.-La nueva edad media (1993).
18.- Alvin Tofler.-Las guerras del futuro. La tercera ola (1993).
19.- Samuel P. Huntington.-El choque de las civilizaciones y la recon -
figuración del orden mundial (1993).
20.- Carlo Jean.-Geopolítica (1995)
ESTRATEGIA TOTAL
— 16 —
Se trata quizás del bloque de autores que más cerca se situó de las ideo-
logías totalitarias, aunque fuera en la mayoría de los casos para desauto-
rizarlas. Se les incluye -exclusivamente, una obra por autor- con el propó-
sito de poner por delante de las recensiones de este Cuaderno de
Estrategia lo que vale como antecedente de los modos actuales de pen-
sar. La lista -con cierta dosis de ironía por nuestra parte- aparece encabe-
zada por el lejanísimo autor que más veces se cita para oponerlo a Clau-
sewitz -el chino Sun Tzú. Y no se olvida otro texto significativo El arte de
la guerra de Maquiavelo, aparecido hace medio milenio.
1.- Sun Tzú.-Los trece artículos del Arte de la Guerra.
2.- Nicolás Maquiavelo.- El arte de la guerra.
3.- Carl Clausewitz.-De la guerra.
4.- Francisco Villamartin.-Nociones de arte militar.
5.- Arnold Toynbee.-Guerra y civilización.
6.- Carl Schmitt.-Teoría del partisano.
7.- Eric Lüdendorff.-La guerra total.
8.- Roger Caillois.-La cuesta de la guerra.
9.- J.M. Collins.-La gran estrategia.
10.- Hermann Khan.-La escalada.
11.- Raymond Aron.-Paz y Guerra entre las naciones.
12.- Gaston Bouthoul.-Tratado de Polemología.
13.- Mao Tse Tung.-La guerra prolongada.
14.- André Fontaine.-Historia de la guerra fría.
15.- Robert Strausz Hupe.-Geopolítica. La lucha por el espacio y el
poder (1945).
16.- Alfredo Kindelán.-La próxima guerra.
17.- Otto Miksche.-El fracaso de la estrategia atómica.
18.- Carlos Martínez Campos.-¿Otra guerra?.
19.- Raymond Aron.-Un siglo de guerra total. Guerras en cadena.
20.- Bernard Brodie.-Guerra y Política.
21.- Liddell Hart.-¿Disuasión o Defensa?
22.- André Beaufre.-Disuasión y Estrategia.
23.- Robert Mac Namara.-La esencia de la seguridad.
24.- Pierre Gallois.-Paradojas de la paz.
25.- Henry Kyssinger.-Armas nucleares y política internacional.
26.- Raymond Garthoffs.-Política militar soviética.
27.- Lawrence Freedman.-La evolución de la estrategia nuclear.
28.- Brams S.T. y Kilgour M.-Teoría de los juegos y seguridad nacio -
nal.
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ESTRATEGIA GENERAL O CONJUNTA
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24.- Juan Cano Hevia.-De la guerra y la paz.
25.- Edward Luttwak.-La lógica entre la guerra y la paz.
26.- Aníbal Romero.-Estrategia y política en la era nuclear.
27.- Lucien Poirier.-Las voces de la estrategia.
28.- Zbingiew Brezinski.-La gran transformación.
29.- Franco Cardini.-La cultura de la guerra.
ESTRATEGIA OPERATIVA
— 19 —
19.- Otto Miksche. Capitulación sin guerra (1970-1980).
20.- L.M. Chassin. Historia Militar de la Segunda Guerra Mundial.
21.- J.F. Fuller. La dirección de la guerra.
22.- Liddell Hart El otro lado de la colina.
23.- John Keegan. Barbarroja: la invasión de Rusia en 1941.
24.- Pierre Lacoste. Estrategias navales del presente.
25.- Camile Rougeron. Las enseñanzas de la Guerra de Corea.
26.- André Beaufre. La expedición de Suez.
27.- Jean Lacouture. Vietnam. Betwen Two Truces.
28.- Eduardo Munilla Gómez. Introducción a la estrategia militar
española.
29.- Stefan Possony. El poder aéreo estratégico .
30.- Bernard Brodie. Guía para la estrategia naval.
31.- Jean Larteguy. Las guerrillas.
32.- Robert Moss. La guerrilla urbana.
33.- Roger Trinquier. La guerra moderna y la lucha contra las guerrillas.
34.- Carlos Martínez Campos. España Bélica.
35.- Bernard Brodie. La estrategia en la era de los misiles.
36.- Gabriel Kolko. Políticas de guerra.
37.- Winston Churchill. La Segunda Guerra Mundial.
38.- Liddell Hart. Historia de la Segunda Guerra Mundial.
39.- Dwigth Einsehower. Cruzada en Europa.
40.- Charles De Gaulle. Memorias de guerra.
41.- Ramón Salas Larrazábal. El Ejército popular de la República.
42.- Michael Howard. La estrategia mediterránea en la Segunda
Guerra Mundial.
43.- Noam Chomski. La guerra de Asia.
44.- Robert E. Osgood. La guerra limitada.
45.- F. Kitson. Operaciones de baja intensidad .
46.- Zbigniew Brezinski. El gran fracaso.
47.- Miguel Alonso Baquer. Estrategia para la defensa.
48.- John Hackett. La III Guerra Mundial.
49.- David M. Glauter. La conducción soviética de la maniobra táctica
(1991).
50.- Franco A. Casadio. La conflictividad internacional desde 1945
(1983).
51.- Gérard Chaliand. Estrategias de la guerrilla.
52.- Miguel Alonso Baquer. Las preferencias estratégicas del militar
español.
53.- Andrés Casinello Pérez. Operaciones de guerrillas y contrague -
rrillas.
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Las veinticinco recensiones reúnen una virtud: son recensiones forjadas
por un equipo donde jóvenes jefes y oficiales de los tres ejércitos -el Ejér-
cito de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire- se han preocupado por sos-
tener el acuerdo intelectual y moral, entre ellos. Es de esperar que, tras
esta primera aportación al estado de la cuestión, se produzca otro ensayo
valorativo de las obras de quienes fueron en su día para el saber estraté-
gico padres fundadores, grandes maestros o notables teóricos. En defini-
tiva, la vocación para servir en las instituciones militares quedaría con ello
mucho mejor fundamentada.
Una última advertencia nos ayudará, pienso yo, a comprender el verda-
dero estado de la cuestión. Los notables teóricos de una estrategia que
merezca el calificativo de estrategia operativa incluidos en estas veinti-
cinco recensiones siguen impresionando a las gentes de hoy con sus
reflexiones sobre el empleo de la fuerza armada para la adecuada resolu-
ción de los conflictos. Pero no sería justo identificarlos ni confundirlos con
los grandes maestros de superior ambición o rango que les precedieron.
En los reglamentos tácticos y en la doctrina estratégica actualmente en
curso se habla del arte operacional cuando se quiere abarcar todo lo que
venimos denominando tanto estrategia de inspiración táctica como estra-
tegia de las operaciones militares en cuanto tales. Es preciso caer en la
cuenta de que al pensar de este modo nos ponemos sobre un plano que
se encuentra académicamente en crisis.
No obstante, el lector de las veinticinco recensiones incluidas en este Cua -
derno de Estrategia no deberá decepcionarse por ello. El criterio pragmá-
tico que se le aconseja utilizar no puede ser más simple: lo escrito, escrito
está. Los veinticinco autores seleccionados aquí podrían haberse situado
más cerca de la ejecución de las operaciones de guerra abierta; pero han
preferido alejarse de ellas. Nadie puede asegurar que no tengan la razón
de su parte. Lo prudente es seguir creyendo, en aras del futuro de la civi-
lización occidental, que el hecho de hacer bien las cosas, -el hecho de con-
ducir correctamente la fuerza armada hacia el objetivo decisivo- seguirá
siendo una cuestión de vida o muerte en las próximas décadas para cuan-
tos militares de carrera tengan que asumir la responsabilidad del mando.
— 21 —
RECENSIONES
STEFAN T. POSSONY
——————————
— 25 —
Desde que un aeroplano surcó los cielos por primera vez, los militares de
todo el mundo se afanaron en conocer más y mejor las posibilidades del
entonces naciente, o mejor dicho, del por aquellas fechas intuido poder
aéreo, y usar cada vez mejor este arma única para derrotar a un enemigo.
— 26 —
progresa tan rápidamente que cuanto se escribe sobre ella está anticuado
antes de que se seque la tinta».
— 27 —
de superficie exigirá un dominio, en el mayor grado posible, en este ele-
mento, habiéndose establecido, tal y como destaca el autor, tras la finali-
zación de la 2ª Guerra Mundial el concepto de operación conjunta, tanto
en su concepción aeroterrestre como aeronaval.
En una gran proporción, la batalla por el dominio del aire se está deci-
diendo durante la paz que precede a una guerra, en un momento en que
muy pocos ciudadanos pueden comprender que su país está en peligro.
«La defensa nacional ya no debe ser un lujo tolerado por el contribu -
yente, debe convertirse en la preocupación primaria de los estadis -
tas. Aún en la Edad Atómica ha de sobrevivir el viejo Adán. E igual -
mente sobrevivirán sus utensilios, sus costumbres, sus deseos, sus
pecados y sus virtudes. La edad de la razón y de la tolerancia no ha
amanecido con la llamarada de las explosiones atómicas».
— 28 —
ción biunívoca entre cada poder y su empleo predominante; de este modo,
la estrategia terrestre fue bautizada como de ocupación, la naval como de
bloqueo o aislamiento y la aérea como de destrucción (acerca de estas
denominaciones pueden consultarse los artículos publicados por el Cor.
E.A. D. Domingo Galdón Domenech en Cuadernos de Estrategia). La des-
trucción máxima, en 1.951, estaba representada por el empleo de la
bomba atómica, tratando Possony de hacer llegar a todo lector el hecho de
que la supremacía aérea es un requisito previo indispensable para el uso
de este tipo de bombas. La aparición de esta bomba agregó una función
esencial a la misión de las fuerzas armadas: en tanto que hasta su crea-
ción su objetivo era el de ganar la guerra, deberían en lo sucesivo poner
también la capacidad necesaria para adoptar represalias contra cualquier
ataque atómico.
Tras casi medio siglo de experiencia en el desarrollo de este tipo de arma-
mento se sabe que la bomba atómica fue una mejora evolutiva de des-
tructividad, antes que un cambio revolucionario en la forma de llevar a
cabo la guerra. Son pocos los países que han conseguido el desarrollo de
este armamento, al depender su consecución de al menos tres factores:
materias primas, potencial industrial y el momento en que se libre la gue-
rra. Lo enunciado hace pensar que tan importante como el tener arma-
mento de estas características es poseer la capacidad de situarlo en el
momento y en el lugar oportuno, lejos de la línea del frente, donde más
posibilidad se tenga de doblegar la voluntad del adversario con el mínimo
esfuerzo («centros de gravedad» de Clausewitz), de lo que se podría
deducir que el mejor sistema de armas estaría formado por el bombardero
adecuado y por un arma atómica, razonamiento ya enunciado por el autor
de la obra en la década de los 50.
El empleo del armamento atómico hizo temblar los pilares, hasta entonces
claramente diferenciados, de la doctrina militar en el sentido de poder
separar y distinguir qué tipo de misiones podían considerarse predomi-
nantemente tácticas y cuáles estratégicas:
«Existe una relación directa entre táctica, estrategia y planificación,
puesto que la guerra es ganada o perdida por el conocimiento e intui -
ción de los Comandantes; el mayor poder aéreo es de poco valor si
se utiliza de acuerdo con una estrategia imperfecta. Este poder
puede ser utilizado en apoyo del poder terrestre o del poder marítimo
o la victoria aérea puede ser el objetivo principal al cual están subor -
dinadas las operaciones terrestres o navales. La elección depende
de las circunstancias».
— 29 —
La mayor parte de los tratadistas militares están de acuerdo en cuál es el
objetivo final que se busca en cualquier conflicto militar. Este objetivo no
es otro que provocar «un cambio en la conducta del gobierno del país ene-
migo». Para que este cambio se produzca se puede recurrir a dos vías:
derribar al gobierno enemigo por medio de una revuelta popular u otra
acción interior y sustituirlo por un grupo afín a nosotros, u obligar al
gobierno enemigo a cambiar su actitud y objetivos molestos para nosotros.
— 30 —
guerra. Los factores psicológicoespirituales se describen a menudo
sumariamente por medio de la expresión algo ambigua de
moral...Una nación con una elevada moral es más poderosa de lo
que indicaría su potencial de guerra...potencial de guerra por moral
es igual a poder militar».
Partiendo de las mismas hipótesis de trabajo, Fuller, en su libro «Los
cimientos de la ciencia de la guerra», se propone examinar la naturaleza
de la guerra como ciencia, introduciendo el concepto del triple orden: al
igual que el hombre se compone de cuerpo, mente y alma, las guerras
como actividades del hombre deben estar sujetas a una constitución simi-
lar. Por tanto, considera el mismo estratega, que la paralización (o aniqui-
lación) de un adversario consta de tres dimensiones: física, mental y moral.
La tecnología es un elemento crucial en el desarrollo de nuevas estrate-
gias. El progreso tecnológico tiene la desconcertante costumbre, afortuna-
damente para la Humanidad, de hacer cada vez más costoso matar en las
guerras. Tres han sido los parámetros clave que han hecho evolucionar los
conflictos armados: alcance, velocidad y mortalidad. Sin embargo, cuanto
más se avanzó en la capacidad de destrucción del armamento mayor fue
la conciencia de defensa de las sociedades y de los estados-nación. Hay
muchos problemas técnicos de protección industrial y urbana (capítulo
desarrollado en el libro con gran profusión de pensamientos y casos prác-
ticos) que esperan solución, inclusive contra impactos directos de bombas
muy pesadas o bombas atómicas (refugios, hangares, etc.).
Siendo un defensor a ultranza del bombardeo aéreo, Possony llega a la
conclusión de que:
«difícilmente habrá duda alguna acerca de que en un futuro previsi -
ble el cohete ha de complementar las operaciones de los bombarde -
ros y lanzará explosivos sobre países enemigos distantes».
Era precursor con su pensamiento del empleo de misiles y «armamento
inteligente» del tipo ICBM (Intercontinental Ballistic Missile). Una moderna
Fuerza Aérea ya era concebida como un conjunto sinérgico de una gran
variedad de aviones. Debe estar integrada por aeronaves, cohetes, misi-
les y armamento inteligente. Sus instrumentos serán cada vez más nume-
rosos y precisos, pero el bombardero pesado es, y probablemente seguirá
siendo, la base del poder aéreo. No le faltaba razón al autor al realizar esta
aseveración pero quizá estuvo falto de intuición, dado que los últimos con-
flictos han permitido apreciar el «relevo» entre el factor masa (aviones más
grandes, en mayor número, con mayor capacidad para transportar ingen-
— 31 —
tes volúmenes de bombas) y el factor sorpresa tecnológica (nuevo arma-
mento, más preciso y eficaz para alcanzar los objetivos propuestos).
Hasta este momento de la recensión del libro ni siquiera ha sido tema de
debate la preponderancia de la Fuerza Aérea sobre los otros componen-
tes del instrumento militar de la gobernabilidad, el terrestre y el naval; pero,
sin ceder al pensamiento «aéreo» presente en todo el documento, se aco-
mete el estudio de la abolición de estos dos últimos.
Es opinión de Stefan T. Possony el que las fuerzas terrestres se necesitan
para la protección contra los ataques terrestres, aunque deben contar con
una gran cantidad de aviación, incluyendo bombarderos, pero su función
principal debe ser la de combatir en tierra con el fin de obtener o mantener
el control sobre los territorios. Del mismo modo, expone que el ataque
aéreo puede ser considerado como una inversión, pero los beneficios que
produce solamente pueden obtenerse por medio de la ocupación (¿pen-
sará lo mismo la comunidad serbia tras apreciar como puede doblegarse
una voluntad política sin que su territorio sufriera una sola «pisada» de las
fuerzas enfrentadas?). En lo relativo a la Armada, la historia de los últimos
veinte años ha demostrado que las armas nuevas y revolucionarias, si son
utilizadas debidamente, aumentan el poder de las armas más antiguas.
Del poder naval puede decirse con certeza que la moderna tecnología,
lejos de eliminar a las armadas de los mares, hizo que la guerra naval
fuera más efectiva que nunca, en el sentido de que hizo posibles victorias
navales mucho más concluyentes.
Es pues obvio que se necesitan las capacidades y formas de actuación
que constituyen la idiosincrasia particular de cada ejército para alcanzar la
victoria optimizando el binomio coste-eficacia. No obstante, la estrategia
genética o de consecución de medios a que se hace mención al estudiar
estos temas, está claramente dirigida a aquellas naciones que poseen un
nivel económico muy elevado y que les permite ocupar posiciones «de
cabeza» en el entorno geopolítico internacional, dado que no muchos paí-
ses podrán mantener un ejército de tierra o una armada con un compo-
nente aéreo tan importante o más que el ejército en el que se encuentra y
del que forma parte.
La última parte del libro es dedicada a dos cuestiones que fueron intere-
santes en el momento de ser tratadas, son importantes en la actualidad y,
de momento, no han sido acometidas para su resolución en las organiza-
ciones de defensa más destacables: la organización de una Fuerza Aérea
Internacional y el empleo del poder aéreo en las operaciones de paz.
— 32 —
La esperanza de la Humanidad es la de asegurar la paz con un mínimo
esfuerzo. A través de la historia esta esperanza ha resultado vana, pero
renace en cada generación bajo un distinto disfraz. Se preveía en aquellos
días que:
«Puede suponerse con toda seguridad que un futuro gran agresor
atacará solamente siempre y cuando sea capaz de adoptar adecua -
das precauciones contra todas las armas modernas, incluyendo las
bombas atómicas».
Nacía de esta forma la necesidad de alcanzar pactos, firmar tratados y
constituir organizaciones de defensa que fueran capaces de lograr lo
expresado anteriormente.
La formación de una Fuerza Aérea Internacional es quizá más interesante
en nuestros días que en aquellos en que fueron escritas las opiniones de
Possony, y esto es debido básicamente a dos razones: en primer lugar
todos los países se hallan sometidos a reducciones drásticas del presu-
puesto asignado a los Departamentos de Defensa correspondientes, con-
secuencia de los «dividendos de la paz» (un largo periodo de tiempo sin
conflictos destacables y desconocimiento sobre la existencia de nuevas
amenazas por parte de los ciudadanos occidentales), lo que ocasiona el
que deban reestructurarse sus fuerzas armadas, tanto en cantidad como
en calidad de sus sistemas de armas; en segundo lugar, es difícil mante-
ner un poder aéreo polivalente («multirol»), capaz de hacer frente a todas
las amenazas, por lo que los países se ven obligados a la constitución de
coaliciones para acometer la resolución de conflictos nuevos (limitados,
narcoterrorismo, medioambientales, etc.).
En lo referente a la actuación del arma aérea en la contribución a la paz,
poca era la experiencia que se poseía al escribir aquellas líneas; por
supuesto, hoy nadie duda de la gran incidencia que puede tener en un
entorno de disuasión, convencional o nuclear, el empleo de la aviación de
combate. Desgraciadamente, desde el año 1.981 el entorno político inter-
nacional ha tenido sobradas ocasiones para probar lo que se afirma más
arriba, sobre todo en lo que respecta al empleo del poder aéreo en opera-
ciones correspondientes a los títulos 5 y 6 de la Carta de las Naciones Uni-
das (conocidas como operaciones de mantenimiento de la paz).
Podría afirmarse que el trabajo objeto de la presente recensión es un pro-
fundo estudio del empleo eminentemente estratégico del arma aérea,
basado firmemente en datos provenientes de los conflictos armados desa-
rrollados en épocas próximas a la finalización del libro, con gran fuerza de
— 33 —
convencimiento al aportar datos que basan las opiniones y las hacen casi
irrefutables y una clara dirección argumental: el poder aéreo debe ser
tenido en cuenta en el desarrollo de cualquier conflicto, constituyéndose el
bombardeo en razón principal del mantenimiento de una Fuerza Aérea
potente, aún sin desestimar la gran importancia de la coordinación y con-
junción de todas las fuerzas armadas de una nación para alcanzar y man-
tener los objetivos nacionales.
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ROBERT E. OSGOOD
GUERRA LIMITADA
——————————
— 35 —
America’s Foreing Relations» (1953) el autor puso las bases para un
nuevo pensamiento estratégico que fue desarrollando en otras obras pos-
teriores como «Alliances and American Foreign Policy» (1968), «America
and the World; From Truman Doctrine to Vietnam» (1970), «Conteinment,
Soviet Behavior, and Grand Strategy» (1981), «Arms Control» (1986) o
«The Nuclear Dilemma in American Strategic Thought» (1988).
En su obra el autor aporta una base teórica e histórica para abordar un pro-
blema práctico y urgente de la política exterior norteamericana de enton-
ces, presenta los principios generales y los requisitos básicos de una
estrategia nacional sin la cual el mejor de los planeamientos no podía pro-
ducir una política militar coherente y eficaz. Osgood pretendía de este
— 36 —
modo facilitar un empleo racional del poder militar como instrumento de la
política exterior en un momento en que el potencial aniquilador de la gue-
rra había llegado a exceder todo propósito racional.
La necesidad práctica del poder militar era obvio para los americanos de
entonces, pero no era tan obvio, sin embargo, que el empleo del poder
militar no se traduce automáticamente en seguridad nacional. Osgood
insiste por tanto que, aun siendo contrario a la tradición nacional, hay que
aceptar los cálculos fríos que permiten emplear el poder militar como ins-
trumento racional de la política. Este proceso debe ponderar fines y
medios, coordinar medios militares y no militares y buscar el plan estraté-
gico más eficaz que permita alcanzar los objetivos de la política nacional.
Para que la destrucción y violencia de la guerra pueda ser racionalmente
dirigida hacia fines legítimos de la política nacional, las operaciones milita-
res han de ser conducidas a alcanzar unos objetivos concretos, limitados
y alcanzables.
«En la práctica la limitación de la guerra es moral y emocionalmente
repugnante para el pueblo americano.... Cuando uno busca una
explicación de la percepción americana de la guerra y el poder mili -
tar, el hecho central emergente es que durante la mayor parte de su
historia nacional el pueblo americano no se ha tenido que enfrentar
al difícil problema de combinar poder militar y política exterior».
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Los americanos no se han visto forzados históricamente a buscar un equi-
librio entre poder militar y objetivos políticos porque, gracias a una privile-
giada posición geográfica, las consideraciones militares y políticas pare-
cían estar en perfecta armonía. La estrategia americana empezaba y
acababa con el objetivo primordial de la seguridad continental, concebida
en la imagen de primero adquirir y después proteger una vasta fortaleza
del asalto enemigo. Esta concepción simple y atrayente mantenía una
asombrosa analogía con el hombre de la milicia que coge su arma de la
pared cuando el enemigo se acerca, devolviéndola a su sitio cuando ha
pasado el peligro.
La Segunda Guerra Mundial destruyó la sensación americana de aisla-
miento geográfico y produjo una amplia conciencia de que la seguridad
americana podía ser seriamente comprometida por los trastornos en la dis-
tribución del poder nacional al otro lado de los océanos. No obstante, esta
última gran guerra fue combatida según el modelo tradicional americano
de enfocar los objetivos militares siguiendo el ciclo de falta de preparación,
movilización, ofensiva arrolladora, victoria total y desmovilización, pres-
tando poca atención a los objetivos políticos concretos.
«Es precisamente la Guerra Fría la que está transformando el enfo -
que tradicional americano de relación entre poder y política; ya que
la Guerra Fría confrontó a la nación con la necesidad práctica de
equilibrar medios militares con fines políticos -como la 2ª GM nunca
hizo- dentro del contexto de la estrategia naciona».
La gran ventaja del bloque comunista en su pugna estratégica con el
mundo occidental era que el uso de la fuerza no planteaba allí ningún
dilema moral ni existía la tendencia de disociar acción militar y acción
política.
En la segunda parte del libro Osgood desarrolla lo que ha sido la guerra
total y la guerra limitada desde la guerra de los Treinta Años. La guerra
limitada se impuso en los períodos 1648-1792 y 1815-1914. El detalle dis-
tintivo de aquellos períodos no es la incidencia de la guerra, sino su rela-
tiva moderación comparada con la beligerancia de otros períodos. Durante
el siglo XVIII había importantes factores sociales, económicos y culturales
o morales que ayudaban a limitar las guerras, pero la guerra limitada era
principalmente un reflejo de los fines de la guerra, de los medios disponi-
bles para alcanzar tales fines y sobre todo de la interacción entre ambos.
La democratización de la sociedad destruyó el sistema social y político en
el cual un grupo homogéneo de gobernantes conducía la guerra y la polí-
— 38 —
tica en función de unos objetivos limitados y prosaicos que podían ser jus-
tificados por la razón de Estado. Pero si durante el siglo XVIII la escasa
capacidad de los medios había facilitado la limitación de la guerra, a partir
de mediados del XIX las capacidades de destrucción creciente de los
medios militares hizo la guerra cada vez más difícil de limitar. La limitación
de la guerra durante aquel período hasta el desencadenamiento de la 1ª
GM fue debida en gran parte a las habilidades diplomáticas.
— 39 —
gar a implicarse de tal manera que los EEUU quedaran incapacitados para
responder a otra agresión en alguno de los conflictos potenciales de enton-
ces. Osgood es muy crítico con el modo de actuar de McArthur.
«Mientras la administración, operando implícitamente según la con -
cepción clausewitsiana, imponía restricciones concretas al esfuerzo
militar a la luz de consideraciones políticas superiores, McArthur era
temperamentalmente incapaz de tolerar estas limitaciones si entra -
ban en conflicto con su firme determinación de alcanzar una victoria
militar incontestable».
A pesar de que la guerra de Corea, aún cuando fue combatida desde la
improvisación, supuso una opción estratégica acertada en las difíciles cir-
cunstancias del momento, la nación norteamericana rechazó psicológica-
mente una estrategia que con un coste alto en vidas humanas daba una
impresión poco resolutiva. Para Osgood los EEUU se vieron forzados a
cambiar una estrategia correcta a causa de la incapacidad de sus líderes
para respaldarla ante su pueblo.
La solución estratégica a elegir tenía que ser más barata al contribuyente
y evitar otro baño de sangre. Eisenhower ganó las elecciones prometiendo
mayor rigor frente al comunismo y al mismo tiempo reducir los compromi-
sos económicos y militares. La forma elegida para conciliar unos propósi-
tos contradictorios fue la respuesta masiva que descansaba principal-
mente en una fuerza aérea con gran capacidad de represalia.
Frente a la política entonces vigente, Osgood proponía un aumento del
esfuerzo económico y militar como alternativa y definía la estrategia a
seguir en términos de una inequívoca contención de la esfera de control
comunista capaz de oponerse a toda agresión con una gran variedad de
medios y en circunstancias muy diversas. La respuesta masiva no podía
ser eficaz en zonas periféricas, aumentaba el peligro de la mutua destruc-
ción y restaba a los EEUU toda flexibilidad en la acción militar.
«Del modo más general, podemos contestar a la cuestión de los
medios a emplear diciendo que la contención requiere de capacidad
para llevar a cabo tanto guerra total como limitada. La capacidad para
llevar a cabo un tipo de guerra es insuficiente sin la capacidad para
llevar a cabo el otro».
La capacidad de los EEUU para la guerra total se proponía de modo que:
disuadiera a los comunistas de realizar agresiones en áreas esenciales
para la seguridad de los EEUU, les disuadiera a su vez de tomar medidas
que fueran incompatibles con la guerra limitada y, si la disuasión fallaba,
— 40 —
combatir una guerra a gran escala de modo que se maximizaran las opcio-
nes norteamericanas de alcanzar unos objetivos básicos de seguridad al
final de la guerra.
Así como el mantenimiento de unas fuerzas nucleares estratégicas ade-
cuadas era el elemento clave para la guerra total, el incremento de las
fuerzas terrestres era esencial para una adecuada respuesta a las contin-
gencias de la guerra limitada. Visto desde la perspectiva de entonces,
Osgood entendía que los EEUU estaban en situación de mantener una
adecuada capacidad para la guerra total y que los comunistas continuarían
desarrollando una política exterior racional y cauta diseñada para alcanzar
sus fines expansionistas a través de acciones indirectas y limitadas en vez
de asaltos militares masivos. En tal situación la misión principal de la capa-
cidad norteamericana para la guerra total era mantener la guerra limitada
y reforzar la acción diplomática frente al chantaje que un poder fuerte y sin
escrúpulos podía ejercer.
«En cualquier caso, el cumplimiento de esta función no será sufi -
ciente para el propósito de la contención a no ser que vaya acompa -
ñado de una decidida preparación para resistir agresiones menores
con guerra limitada. De lo contrario, los comunistas pueden confron -
tarnos con la elección entre guerra total, no resistencia o resistencia
ineficaz; y el resultado de tal situación sería probablemente una
expansión comunista de poco en poco, la paralización de la diploma -
cia occidental y la posterior pérdida de influencia sobre los pueblos
no implicados en la confrontación».
La guerra limitada necesitaba ser planeada de un modo concienzudo y sis-
temático y no ser dejada a la improvisación. Además debía ser tenido en
cuenta que al desarrollar la capacidad para la guerra limitada los EEUU se
estaban preparando para la más probable de las contingencias.
Las necesidades específicas de una estrategia que permitiera a los EEUU
y sus aliados combatir y disuadir guerras limitadas tenían que ser determi-
nadas teniendo en cuenta las múltiples formas que ese tipo de guerras
podía tener y considerando la gran variedad de circunstancias bajo las que
éstas se podían desarrollar. Estas guerras podían ser desde acciones gue-
rrilleras hasta un choque masivo de armas modernas.
«Se puede bien imaginar los diferentes medios con los que habría
que combatir guerras limitadas en los estrechos de Formosa, las jun -
glas y pantanos del Sur-este asiático, las montañas de Afganistán o
los desiertos de Oriente-Medio».
— 41 —
Para mantener la limitación de objetivos y medios el autor consideraba
esencial que el objetivo político específico para el cual los EEUU tenían
que estar preparados para combatir guerras limitadas no supusiera cam-
bios radicales en el status quo. El hecho de que una guerra se mantuviera
limitada a pesar de que los beligerantes eran físicamente capaces de
imponer una escala superior de destrucción, partía de la asunción de que
los objetivos de los beligerantes no suponían una amenaza lo suficiente-
mente grave para dicho status quo que forzara a expandir la dimensión de
la guerra o incluso a correr el riesgo de precipitar la guerra total.
El autor hace también un interesante análisis de las limitaciones geográfi-
cas de la guerra. Frente a los más pesimistas que defendían que era impo-
sible defender una Línea Maginot de 20.000 millas, él defendía que no
había razones para pensar que los comunistas estuvieran en mejor posi-
ción que los EEUU para combatir más de una guerra de ciertas dimensio-
nes a la vez; teniendo en cuenta la ventaja norteamericana de superior
movilidad, posición geográfica y ventajas logísticas.
Las tesis defendidas por Osgood en su libro quedaron confirmadas por los
acontecimientos posteriores y muy especialmente la amarga experiencia
norteamericana en Vietnam. Muchas de sus propuestas, como la clara
definición de un objetivo alcanzable por parte del nivel político, han sido
recogidas en los nuevos planteamientos estratégicos que surgieron como
reacción a Vietnam e hicieron posible el gran éxito militar y estratégico de
la guerra del Golfo.
— 42 —
SAUL BERNARD COHEN
——————————
— 43 —
graciado asesinato de John Fitzgerald Kennedy, trigésimo quinto presi-
dente de EE.UU. y primer presidente católico, en Dallas; ofrecía una expo-
sición razonada del equilibrio geopolítico global tal como se ve desde una
perspectiva americana en particular, y desde una perspectiva del mundo
marítimo, en general. Diez años más tarde se publica la segunda edición
americana y Ediciones Ejército lleva a cabo la edición española en 1.980.
La obra de Bernard Cohen es, básicamente, un estudio de geografía polí-
tica o política geográfica, intentando dar un enfoque espacial a los asuntos
internacionales. Así, aún cuando la geografía política tiene mucho en
común con la política internacional, en función de su interés por las rela-
ciones entre estados y otras entidades políticas, se diferencia en su
método de evaluación y análisis. El libro se presenta como un tratado de
geografía, aludiendo a que:
— Si interesante es, para un militar, el estudio de la historia, no lo es
menos el de la geografía, puesto que es escenario, y a veces la causa,
en el cual la historia se ha inscrito (no geografía clásica, sino «una geo -
grafía móvil de lo social»).
— Se realiza una prospección basándose en los factores económico,
demográfico y de capacidad para producir material bélico y desde el
punto de vista de que este mundo está organizado políticamente de
forma racional, no al azar; por lo tanto, se parece a un diamante, no a
una hoja de vidrio, en el sentido de que sus líneas de fractura pueden
preverse a lo largo de líneas específicas, más bien que al azar.
El libro consta de tres partes: la primera expone los fundamentos geopolí-
ticos de la Tierra, la segunda trata de los principales núcleos de poder
(haciendo especial hincapié en las cuatro potencias más fuertes del tiempo
en que fue escrito: EE.UU., la URSS, China Continental y Europa Marí-
tima), y la tercera estudia los «Cinturones de Quiebra» de Oriente Medio y
Sudeste de Asia.
El libro es imprescindible para tener un conocimiento profundo de las
bases del pensamiento geopolítico norteamericano en cuestiones de
«dominio mundial». Por su profuso empleo de términos específicos del
campo de aplicación de la política se sugiere su lectura a los estudiosos
de la materia, así como a aquellos profanos que, pacientemente, quieran
iniciarse en estos estudios de geografía política.
El mundo está dividido políticamente y las sociedades están localizadas
territorialmente, por lo que los bordes de este sistema sinérgico son lími-
tes políticos. A lo largo de la historia, el mundo se ha dividido en diferentes
— 44 —
entes funcionales y con plena soberanía reconocidos internacionalmente,
pasando de los estados nacionales desde finales del siglo XVI hasta la pri-
mera guerra mundial, continuando con dos nuevas formas de unidad polí-
tica, la Comunidad Británica de Naciones y la Unión de Repúblicas Socia-
listas Soviéticas para desembocar, tras la segunda guerra mundial en la
creación de otras unidades multinacionales, tales como la OTAN, el Pacto
de Varsovia, la CEE, la OEA, la OPEP, etc.
La reagrupación de estas unidades políticas con una base regional o
nacional no parece tener lugar al azar. Los procesos regionales son los
más fuertes dentro de las partes del mundo geopolíticamente más madu-
ras. Los procesos nacionales son los más fuertes en las extensiones desa-
rrolladas. Cohen mantiene la postura de que las divisiones políticas son
cada día más confusas:
«La clara división que existía después de la segunda guerra mundial
entre los mundos libre y del Telón de Acero ya no existe. Generalmente
hablando, ahora hay una triple división, occidental, comunista y neutral»
Los propósitos de las unidades políticas se extienden desde lo estratégico
hasta lo económico e ideológico, constituyéndose en un factor decisivo de
la remodelación del mapa político la innovación tecnológica y el fermento
ideológico.
Las agrupaciones regionales o económicas de países para alcanzar obje-
tivos e intereses compartidos están influenciadas por el valor de la zona
estratégica que cada uno de ellos ocupa. A su vez estas relaciones influ-
yen sobre este valor. Se puede considerar la importancia estratégica de las
partes de la superficie de la Tierra en función de tres parámetros: espacio
territorial (recursos naturales y vías de comunicación próximas o interio-
res), tiempo (influencia de la innovación tecnológica) y puntos de superio-
ridad nacional (la importancia estratégica de una zona no puede determi-
narse en función de las necesidades de un sólo núcleo de poder, sino que
estarán implicadas dos, y con frecuencia más, partes).
Como quedó mencionado al principio de esta recensión, la geografía, ade-
más de en el título, estará presente en todo el estudio minucioso y deta-
llado llevado a cabo por el autor; es, pues, opinión de éste el que:
«Los geógrafos buscan subdivisiones dentro del medio ambiente
físico (clima, suelos, vegetación y forma del terreno) y subdivisiones
en el medio ambiente cultural o producido por el hombre. Finalmente,
buscan correlaciones entre los dos conjuntos de modelos de medio
ambiente y dentro de ellos mismos».
— 45 —
Mantiene en todo el texto como premisa básica el que con frecuencia las
diferencias o semejanzas entre los países, o entre los pueblos dentro de
los mismos, pueden explicarse como relaciones de causa-efecto que ema-
nan del estudio de relaciones geográficas por lo que establece que la geo-
grafía política debe entenderse como aquellas consecuencias espaciales
de los procesos políticos y enumera seis métodos para el estudio de esta
rama de la geografía tradicional: análisis del poder, histórico, morfológico,
funcional, estudio del comportamiento y sistemático (los cuatro primeros
fueron concebidos en su momento por Hartshorne).
El método del análisis del poder divide el poder nacional en cinco elemen-
tos (factores clásicos): geográfico, económico, político, sociológico y mili-
tar. La geografía política histórica tiene como objetivo el pasado, tanto para
conseguir un mejor conocimiento como para analizar los problemas nor-
males. El método morfológico estudia las zonas políticas de acuerdo con
su forma, es decir, sus modelos y características estructurales. El método
funcional se refiere al funcionamiento de una zona como unidad política,
ya que para que el Estado funcione adecuadamente ha de tener unidad,
siendo las exigencias básicas para esta: homogeneidad, coherencia y via-
bilidad. La geografía política de comportamiento trata de los casos en que
el espacio puede identificarse como una variable independiente. El método
sistemático se deriva de la teoría general de los sistemas, considerando
todos los factores como un conjunto de objetos relacionados recíproca-
mente (siendo estos objetos personas o cosas) que interaccionan y hacen
fluir el funcionamiento interno.
— 46 —
puede fijar en los «mundos» islámico y griego anteriores al nacimiento de
nuestro Señor. No obstante, la primera perspectiva geopolítica global se le
asigna a Emmanuel Kant, quien sostenía que la naturaleza: 1) proveía
para que el hombre pudiese vivir en todas las partes del mundo; 2) espar-
cía a los habitantes por medio de la guerra para que pudiesen poblar las
regiones más habitables; y 3) por los mismos medios, les obligaba a hacer
la paz a unos con otros.
Los medios asociados a los distintos poderes han tenido fervorosos defen-
sores a lo largo de la historia; en el medio del poder terrestre se han des-
tacado Ratzel-Mackinder y Haushofer; del mismo modo en el medio del
poder naval pueden ser destacados Alfred T. Mahan (quien trató siempre
el «poder transportado por el mar») y Nicholas Spykman; en lo relativo al
poder aéreo sobresalen Renner y De Seversky, quien introdujo el concepto
de visión global del aviador.
— 47 —
«El medio geográfico, tanto lo que es fijo como lo que es dinámico,
nos proporciona una base para comprender el mapa político actual y
para prever cambios. Por tanto, el mapa geopolítico está más estre -
chamente acorde con la realidad que el mapa político».
En la segunda parte lleva a cabo un estudio en profundidad de las áreas
que considera más importantes en el momento de escribir la obra. Tiene
una gran visión prospectiva, lo que queda corroborado en ideas presenta-
das a lo largo del libro como la suburbanización de las principales ciuda-
des americanas, el desarrollo de los ferrocarriles, el devenir de nuevas
fuentes de mano de obra en las Antillas, Hong Kong, el África Negra y el Sur
de Asia, la elección de Bruselas como capital de una Europa Unida, etc.
La dificultad del estudio geopolítico de los EE.UU. radica en que este país
está compuesto por países más pequeños que difieren unos de otros fisio-
gráficamente, climatológicamente, agrícolamente, culturalmente, en su
grado de autosuficiencia y en su nivel de urbanización.
«También aceptamos la urbanización como una medida del poder
nacional. Y es así, porque la urbanización refleja normalmente una
mayor cohesión nacional, más autoridad eficazmente centralizada, y
mayor productividad por hombre. Las sociedades altamente urbani -
zadas son ahora más estables políticamente, mostrando, por ejem -
plo, una menor proporción de revoluciones».
Aspectos interesantes a estudiar son la distribución de la población, su
evolución, la industria y recursos, la creación de una red global de alianzas
militares y políticas, la acumulación de materiales estratégicos y la inver-
sión de capital. No estaría completo el estudio sobre esta gran potencia
(¡ya en aquel tiempo!) sin referenciar la situación estadounidense al resto
de las regiones en que se hallan representados los intereses de esta
nación, asunto cada día más en boga y, sin lugar a dudas, imprescindible
para el desarrollo de la Política Exterior americana en los últimos años del
presente siglo (viaje del Presidente Clinton al África Subsahariana, al
sudeste asiático, etc.).
Así como Asia es el más antiguo histórica y culturalmente de los continen-
tes, Europa Marítima es el más antiguo política y tecnológicamente. La
Europa Marítima es tratada como diferente de los otros dos superpoderes
de aquel tiempo, EE.UU. y la URSS, así como del cuarto poder mundial,
China Continental; no se le trata como superpoder porque carecía de uni-
dad política (¿o se debería decir carece, a pesar de los últimos intentos en
la Cumbre de Amsterdam?), de territorios nacionales efectivos (amplias
— 48 —
zonas dedicadas a cultivos intensivos o industrias extractivas) y de espa-
cios vacíos (comarcas enormes de tierras estériles, despobladas).
«Europa no es un continente claramente definido; es una parte de la
masa terrestre eurasiática. Además, sus lazos hacia el sur, a través
del Mar Mediterráneo, la han llevado a una estrecha asociación con
el litoral norteafricano...Europa es un lugar, pero es también civiliza -
ción, historia, utilización del terreno, modelos urbanos, comercio y,
sobre todo, pueblo».
— 49 —
En el sentido regional cabe destacar que este fue un período en el que los
chinos se encontraron con otros mundos; este período se caracterizó tam-
bién por la consolidación y la unificación. El sentido global del espacio
comenzó a desarrollarse por los modernistas de principios de siglo XX,
para los cuales la Occidentalización era un medio de salvar a China.
El espacio nacional chino sigue estando claramente ligado al concepto de
cultura. Cultura y civilización se tratan como términos unidos a los con-
ceptos de territorialidad. Entre los chinos y los rusos las diferencias de cri-
terio en la visión del mundo eran profundas y poco han evolucionado
desde la época de la escritura del libro: los chinos han tomado la posición
de que la revolución mundial puede ganarse por la extensión del socia-
lismo a través de las zonas rurales, conservando los rusos la noción tradi-
cional marxista de que la revolución ha de ganarse por medio del proleta-
riado industrializado urbano.
La última parte del libro se dedica al estudio de los Cinturones de Quiebra:
«Gran región situada estratégicamente, que está ocupada por cierto
número de estados conflictivos y atrapada entre los intereses opues -
tos de las Grandes Potencias. Buenos ejemplos de los mismos son
el Oriente Medio, el Sudeste de Asia y Sudamérica».
Muchas razones confieren a las zonas enunciadas el nombre asignado.
Dentro del Oriente Medio se encuentra el mayor almacén de petróleo mun-
dial; el Oriente Medio es el punto focal para el Islam y un posible puente
entre los musulmanes de Asia y África, como puede observarse, desde
hace ocho años, por las luchas fratricidas existentes en regiones como
Kosovo, las repúblicas de la antigua Yugoslavia, las repúblicas del Cau-
caso, Sudán y África Subsahariana, etc. África es un continente grande,
pero lo mismo que Sudamérica, gran parte del mismo no es apropiado
para la colonización en masa. La falta de lluvias, las enfermedades, los
matorrales y el aislamiento, son la causa de los espacios vacíos de África.
Al igual que en Oriente Medio, un segundo problema básico con el que se
enfrenta este continente es la pugna entre el Islam y la Cristiandad por la
influencia en todo el África, ya sea en la cuenca sur del Mediterráneo como
en el Subsahariana.
El sudeste de Asia empezó a emerger en 1.960 como nuevo foco de inte-
rés en el mapa regional del mundo. Antes de la Segunda Guerra Mundial
sólo existía allí un estado soberano: Tailandia. Lo que constituía en las
décadas de los 60 y 70 el sudeste de Asia era una mezcla de colonias con
poco sentido de identificación interna.
— 50 —
Sudamérica es un triángulo situado frente al mar, con dos características
físicas de gran importancia que han influido profundamente en el mapa
político: los Andes y el Amazonas. Los Andes, con sus bosques y desier-
tos contiguos, separan la Sudamérica occidental de la oriental. El Canal de
Panamá ha reforzado esta disposición de separatismo, porque ha hecho
más fácil para Sudamérica occidental comunicarse por agua con el Caribe
y el Atlántico Norte, que por tierra con sus vecinos sudamericanos. El Ama-
zonas actúa como barrera eficaz entre América del Sur y América Media,
y refuerza la división andina entre el Este y el Oeste.
Se puede afirmar que el mundo dividido es una realidad geopolítica. Igno-
rar las consecuencias políticas de las diferencias físicas y del medio
ambiente cultural sería ignorar un hecho. Ninguna forma de gobierno inter-
nacional es probable que pueda llenar todas las necesidades de los diver-
sos estados nacionales y asociaciones regionales, desde sus puntos de
vista especializados. Una mejor comprensión del medio geopolítico pro-
porciona la base para una visión geopolítica contemporánea del mundo
dividido.
Pocas veces nuestra generación ha tenido la sensación de que la historia
se dividía en un antes y un después como durante los acontecimientos en
la Europa del Este de finales de los ochenta y la crisis del Golfo Pérsico,
donde las fronteras, la política y la geografía han seguido jugando no ya un
papel importante sino, como por todos es sabido, un papel fundamental.
Tras la lectura de este libro se puede concluir que nadie está obligado a
creer en nada, salvo que desee seguir manteniéndose en pie junto a la his-
toria y en lucha por un mejor presente-futuro. Para eso, a veces la razón
no es suficiente, no lo explica todo. Cuando no conduce a callejones sin
salida. Sin embargo, no se puede renunciar a mentes tan claras como la
del autor, Saul Bernard Cohen, y a ideas tan originales y prospectivas para
dar algo de luz a esos dilemas que, a primera vista, se nos antojan difíci-
les de entender cuando no imposibles de comprender según los cánones
más lógicos establecidos.
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LÉO HAMON
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Entre sus obras más importantes se pueden destacar: Acteurs et données
de l´Histoire (1971), Du jansénisme á la laicité. Le jansenisme et les origi-
nes de le déchristianisation, Le role extra-militaire de l´année dans le tiers
monde (1966), socialisme et pluralités (1976), Les républicains sans le
Second Empire y La région de De Gaulle à nos jours.
— 54 —
La otra coordenada a considerar, es que en esa época Francia acababa de
formar parte de los Estados que disponían de arsenal atómico y por tanto,
intentaba desempeñar el papel internacional de acuerdo con el status quo
adquirido mediante dicha arma. A lo largo de la obra, el autor francés
intenta justificar la actitud de Francia en sus relaciones con las otras poten-
cias nucleares, especialmente con los Estados Unidos. Igualmente, aun-
que de forma indirecta, explica el nuevo status del país galo en el seno de
la OTAN; no obstante, Hamon fue miembro del gabinete de Pompidou.
La guerra, como cualquier otro fenómeno social, está sometido a los cam-
bios y vaivenes que experimenta la propia sociedad, ya sea por razones
políticas, económicas, sociales, tecnológicas o de cualquier otra índole. La
evolución de la guerra se ha caracterizado por una amplitud progresiva en
todas sus magnitudes. La guerra hasta la Revolución francesa llevaba una
vida separada del conjunto de la sociedad. La guerra moderna, por el con-
trario, se ha transformado, según Hamon, en un fenómeno de masas,
donde retaguardia y vanguardia tienden a confundirse; donde las pérdidas
en vidas humanas no discrimina entre combatientes y no combatientes; y
donde el respaldo técnico, industrial y económico, son aspectos claves en
el desarrollo de este fenómeno. Por eso, la guerra moderna afirma el autor:
«Exige pues, una movilización psicológica que persuada a la nación
entera de la necesidad vital de aceptar estos sacrificios para evitar
males mayores. Nadie ha de ignorar que concierne a todos».
— 55 —
En el terreno económico, entre otros efectos, se puede citar la aceleración
de la industrialización. Al referirse a Francia, señala que el desarrollo de la
industria pesada, la creciente intervención del Estado y la aceptación
común de su papel económico provienen de la Primera Guerra Mundial.
Todos los fenómenos que llevan implícitos la guerra justifica para Hamon
la creación de una ciencia de las guerras, al igual que abogaba Gaston
Bouthoul en su libro «Le phémomene de la guerre».
— 56 —
preponderante; pues, otras estrategias como la psicológica, la diplomática
o la económica, se seguirán combinando con la militar para alcanzar el fin
perseguido.
Dentro de los distintos elementos que influyen a la hora de determinar una
estrategia, tanto en paz como en guerra, existe uno que el autor destaca
como determinante, aunque no siempre bien ponderado, «el sentimiento
colectivo». Ese sentimiento comprende: las pasiones de una nación, sus
inclinaciones sentimentales, su tradición, etc. A esa influencia pasional «se
puede ponerle freno, nunca eliminar». Frente al elemento emocional existe
la influencia racional que limita los objetivos de acuerdo a las posibilidades
propias y del adversario. La confluencia de ambas determina la estrategia
a aplicar, ya sea militar, económica, diplomática o una combinación de
ellas.
La elaboración de las distintas estrategias se ha ido haciendo cada vez
más compleja, especialmente cuando la técnica avanza a velocidad de
vértigo. La revolución estratégica es fruto de la técnica, la creación del
arma nuclear es prueba de ello. La técnica siempre ha sido determinante
en la configuración de la estrategia a seguir, la diferencia del presente res-
pecto del pasado, es que la técnica hoy es inestable, antiguamente era
estable e igualmente compartida por las partes.
Para el autor francés ese progreso técnico incide en la estrategia de varios
modos. En primer lugar, en un incremento del coste humano y financiero
de la guerra. Respecto al número de bajas, desde la guerra de 1870,
donde murieron más hombres luchando que por enfermedad, el número de
víctimas ha ido aumentando sucesivamente. Igualmente los gastos finan-
cieros de la guerra, debido a esa técnica, han ido creciendo continua-
mente. Existe otro efecto todavía más importante que acarrea la técnica y
que incide en la estrategia, la necesidad de que todas las partes manten-
gan actualizadas sus fuerzas desde el punto de vista tecnológico o, de lo
contrario, quedan eliminados de la posibilidad de alcanzar el éxito militar.
Segundo, eleva el nivel de los recursos necesarios para buscar la supervi-
vencia, por tanto se requiere un mayor respaldo industrial, así como un
mayor nivel de sacrificios de las respectivas poblaciones. El mayor des-
gaste que supone la guerra provoca también, sobre todo en el bando
derrotado, consecuencias políticas y sociales profundas.
Tercero, en la propia concepción de la estrategia militar. Así los avances
técnicos han supuesto, entre otros, la unión del movimiento con el fuego,
que a su vez ha modificado la relación entre capacidad ofensiva y defensiva.
— 57 —
En definitiva, la innovación tecnológica se ha instalado como variable indis-
pensable a considerar en la formulación de las distintas estrategias, espe-
cialmente cuando se incluyen las armas nucleares.
El sentido común, en opinión del autor, nos dice que una guerra nuclear es
demasiado terrible para ser provocada, por tanto, plantea la utilidad del
arma atómica y los requisitos que debe reunir para que ejerza su verda-
dera finalidad, la disuasión. La idea de disuasión no está ligada exclusiva-
mente al arma nuclear, lo que sí es verdad que antes, con el empleo de las
armas convencionales, la disuasión era una de las diferentes alternativas,
hoy, con las armas nucleares, es la única conducta razonable.
— 58 —
sen potencias mundiales. Los nuevos países que obtuviesen estas armas
dispondrían de una cierta capacidad de disuasión, pero nunca podrían
conseguir un dispositivo suficiente para eliminar las armas del adversario.
Por el contrario, la adquisición de armamento de este tipo, además del
gran gasto financiero que supone, va a tener que soportar las presiones y
seducciones que ejercerán sobre él otros Estados para obligarle a aban-
donar tal empresa. ¿Por qué, entonces un Estado, a pesar de esos incon-
venientes, quiere ser potencia nuclear? La respuesta del autor a su propio
interrogante lo hace pensando en el caso francés y lo viene a resumir
diciendo:
«Su decisión de hacerlo obedecerá a su voluntad de ocupar un lugar
preferente en el mundo. Además, debe considerar su situación, sus
riesgos, sus instituciones, a la vez que su capacidad de resistir a la
presiones para obligarle a abandonar o a incorporarse a una partici -
pación colectiva. Se impone, pues, la existencia de una ambición
nacional y la capacidad de realizar tal ambición».
— 59 —
Concluye Léo Hamon indicando que frente al arma nuclear se pueden
adoptar tres posibles actitudes. La primera es inclinarse por la anulación
de la innovación nuclear, actitud pesimista, que ni es satisfactoria ni eficaz,
y se pregunta: «¿Por qué razón el pacifismo, excluido el terror nuclear, iba
a ser más eficaz ahora que antaño?».
La actitud inversa consiste en hacer eficaz un empleo efectivo de la téc-
nica nuclear, trivializándola y fragmentándola para despojarla del horror
que inspira, permitiendo así su uso efectivo o una disuasión más fuerte.
«Tal actitud nos expondría a la catástrofe o nos conduciría a una domina -
ción mundial».
La tercera actitud, de optimismo técnico, desea no a través del medio
nuclear hacer una guerra más terrible, sino la manera de evitarla. Aunque
el autor se alinea con esta tercera opción, advierte que para que el arma
nuclear pueda cumplir su papel:
«Es, pues, deseable que el arma nuclear conserve su terrible poten -
cia y que existan varios poseedores, dueños de tal potencia, siempre
que sepan conformarse a la reglas del juego».
— 60 —
JEAN PAUL CHARNAY
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— 61 —
durante siglos como el arte del mando. Si concebimos la estrategia como
un arte encaminado a diseñar acciones para la consecución de un fin en
un futuro más o menos próximo, más que de principios sintetizados que
admiten interpretaciones o explicaciones en ocasiones complejas y discu-
tibles, procedería hablar de máximas, sentencias o pensamientos cuya
validez y acierto quedarían de manifiesto a lo largo de la historia si las cir-
cunstancias presentes se mantuviesen inamovibles.
— 62 —
El autor establece el campo de trabajo de la búsqueda de sus argumentos
sobre la estrategia en:
«Las dos ramas que se interfieren a menudo y que se incardinan en
el desarrollo de la misma. En primer lugar las obras literarias consa -
gradas al arte de la guerra y la estrategia: los clásicos militares y
revolucionarios; la segunda rama que constituye el desarrollo de la
estrategia está constituida por las formas de guerra efectivamente
practicadas».
Cuando el término estrategia hace su aparición en Europa o, más exacta-
mente, cuando es adoptado en el lenguaje cotidiano hacia finales del siglo
XVIII, designa esencialmente el «arte del general», la conducción de los
ejércitos o, según la acepción de Littré, quien libera el estado de la lengua
a principios del siglo XIX: «El arte de presentar un plan de campaña, de
dirigir un ejército a los puntos decisivos o estratégicos, y de reconocer los
puntos sobre los cuales hace falta, en las batallas, llevar la mayor cantidad
de efectivos para asegurarse el éxito».
Después de diversas teorías desarrolladas durante los siglos XIX y XX,
Liddel Hart, en su libro «Estrategia de la Aproximación Indirecta», define la
Gran Estrategia como el hecho de coordinar y dirigir todos los recursos de
la nación, no únicamente los militares, hacia un objetivo que previamente
ha sido señalado por la política. Al comienzo de los años setenta el norte-
americano John H. Collins, en su obra «La Gran Estrategia», la define
como «el arte y la ciencia de emplear el poder nacional en todas las cir -
cunstancias, para ejercer los tipos y grados deseados de control sobre el
oponente a través de la fuerza, amenazas, presiones indirectas, diploma -
cia, subterfugios y otros medios posibles de imaginar, a fin de satisfacer los
intereses y objetivos de la seguridad nacional».
La estrategia, cuya meta principal es alcanzar la victoria en la guerra (a
comparación de la táctica, que se preocupará de ganar cada batalla) ha
cambiado de forma tremenda a lo largo de la historia de la Humanidad,
desde el concepto de la guerra circunscrita, claramente y limitada en todos
los factores que en ella intervienen, hasta el momento actual en el que el
vencedor no es reconocido por gran parte de las sociedades modernas
(las cuales no aceptan las victorias a cualquier precio ni las «guerras» por
la defensa de intereses particulares nacionales).
Muy esquemáticamente se puede considerar que, en Europa, desde el
final del Imperio de Occidente, dos tipos de guerra alternan con una cierta
regularidad su aparición. Por una parte, las guerras relativas a la defensa
— 63 —
y ampliación del territorio, en la competición económico-política entre
poderes de esencia relativamente parecida. Por otra parte, las guerras
basadas en distorsiones ideológicas y sociales; estas últimas guerras son
más cortas pero más violentas.
— 64 —
gente. Todos los avatares acaecidos en los dos últimos siglos, han hecho
concluir a los gobiernos nacionales que el concepto de seguridad y
defensa ha evolucionado:
«La defensa no tiene pues ya como único fin el garantizar la integri -
dad del territorio, la supervivencia de la población o la solidez de un
régimen; debe asegurar la continuidad de una civilización, la ade -
cuación de los modos de vida a la evolución industrial, la maduración
y la renovación de actitudes sobre pensamientos seculares o, si se
prefiere, de la estratificación social de la que proceden estos modos
de vida, estas disposiciones del pensamiento y el régimen econó -
mico-político que la sostiene».
— 65 —
todos los conocimientos humanos; sirven de ayuda y de guía a los prime-
ros que son las tropas, las armas y las máquinas. De este modo aparecía
la estrategia como una ciencia de las combinaciones, el clásico ordena-
miento social al más alto nivel pero trasvasado al dominio del pensamiento
puro. En efecto, las posiciones respectivas de la estrategia y de la táctica
quedan definidas por el grado de intensidad de la racionalidad que puedan
soportar.
En la práctica, la construcción de tácticas nuevas mezcla íntimamente téc-
nicas «extranjeras» (invención de material militar, psicoquímica y reestruc-
turaciones socio-económicas para la guerra subversiva; instrumentos para
la transmisión de pensamientos y de propagandas y psicología colectiva,
etc.) y puede ser que tienda a restablecer una cierta unidad en la estrate-
gia, que, de momento, es heterogénea en esencia: el signo aparece en la
actual (y sin duda contingente) distinción entre los modos principales:
estrategias de disuasión y convencional, directa e indirecta, postulando al
mismo tiempo multiplicidad y paralelismo (o reemplazamiento) de acciones
en los ámbitos de actuación y por los medios materialmente irreductibles a
la unidad. Para sobrepasar esta heterogeneidad, resultado total de la mez-
cla de accidentes históricos (decrecimiento de la supremacía blanca, del
capitalismo burgués), de movimientos socio-políticos (luchas de clases,
guerras de independencia), de elaboraciones ideológicas y avances técni-
cos, la estrategia se proyecta en una huida hacia adelante, de la que se
desprende una crisis semántica.
La gran cantidad de variables estratégicas que deben tenerse en cuenta y,
muy a menudo, su heterogeneidad, al mismo tiempo que la manifestación
de sus cantidades (de efectivos y de materiales, personas y cosas) y de
sus potencialidades, exigen un esfuerzo profundo de abstracción para
reducirlos a los diversos elementos de un juego lógico de inteligencia y de
voluntad. De forma empírica, pueden ser enumerados varios procedimien-
tos de elaboración de las distintas estrategias:
— Optimización de los antiguos procedimientos ya experimentados, lo
que cuenta con la faceta positiva de la comparación planeamiento-
desarrollo-producto-resultado.
— Respuesta imprevista, el adversario constriñe su acción a un estilo
estratégico ya dado, por lo que se trata de descubrir una forma de
acción que no esté preparada con anterioridad.
— Yuxtaposición de diversas formas de guerra y de estrategias, es el caso
más corriente, y es favorecido por el desarrollo continuo del arma-
mento, de la piedra al átomo o a las radiaciones y a los virus.
— 66 —
Hay muchos autores que toman en consideración esencialmente los ele-
mentos materiales, algunos de entre ellos han descrito un movimiento pen-
dular entre periodos blindados y no blindados. Otros, en cambio, en con-
tra de esta alternancia tan irritante, han preconizado la búsqueda del arma
dominante:
«Se evolucionaría de este modo, en grandes fases, por la armadura,
la catapulta, la fortificación (el castillo defensivo, posteriormente la
muralla y el foso), el fusil, el cañón, la ametralladora, el arma atómica
o la propaganda».
Inversamente, una forma más desarrollada de la teoría del arma domi-
nante junto a la consideración de la técnica es la elaboración del estado
socio-político de los adversarios; se llega, pues, a una división de las estra-
tegias y de las guerras en guerras relámpago y guerras de desgaste, lo
que introduce el factor temporal y le hace preponderante. Otros autores
prefieren definir las diversas formas de guerra por referencia a, e incluso
por la integración con, alguna de las teorías generales del movimiento de
las sociedades, sea éste cíclico (los antiguos griegos), evolutivo (ley de los
tres estados de Comte, historicismo alemán), bien dialéctico (Hegel, Marx).
La búsqueda de la gestión de los medios necesarios para establecer todo
lo anteriormente expuesto, ha conducido a un último grupo de autores al
estudio de las combinaciones posibles entre algunos elementos cuya mez-
cla determina los comportamientos estratégicos.
En el pensamiento estratégico pueden diferenciarse distintas etapas,
siempre en opinión de Charnay y, en ocasiones, en contra de otros auto-
res clásicos del pensamiento estratégico, que constituyen el que podría ser
denominado «el ciclo lógico». En efecto, en el movimiento interior de la
estrategia se pueden distinguir cuatro fases (es necesario precisar que
estas fases no son en ningún modo presentadas como una nueva teoría
cíclica del arte de la guerra, sino una construcción lógica de la formación
de las doctrinas estratégicas):
— El avance técnico y táctico: la observación y el estudio de los conflictos
muestra que las armas destinadas a modificar profundamente las con-
cepciones estratégicas sólo son integradas, al principio, en el nivel téc-
nico. Las armas y las técnicas preceden, pues, a la estrategia.
— Los crecimientos y evoluciones inciertos: en efecto, la búsqueda de las
múltiples aplicaciones técnicas y tácticas posibles, la variación de las
formas de la guerra en función de los componentes geográficos o socio-
políticos, llevan consigo una renovación del pensamiento estratégico.
— 67 —
— La «suerte de la fruta madura»: exige una concomitancia, raramente
realizada, entre tres elementos, la maduración técnica y táctica, la efer-
vescencia de las nuevas ideas en los últimos años y, por fin, una ade-
cuación entre el instrumento -la forma de guerra- y la naturaleza del
terreno en que va a desarrollarse.
— Los estereotipos: numerosos factores se combinan para transformar la
síntesis realizada y el método adelantado o venidero («Los hombres
crean su historia, pero no lo hacen libremente»).
Otro factor que interviene en la elaboración de las estrategias es la demo-
grafía. La progresión demográfica determina amplias consecuencias sobre
la evolución de las estrategias. El volumen de la masa demográfica influye
sobre los motivos y las conductas de los conflictos guerreros o revolucio-
narios: desde Malthus a Gaston Bouthoul, numerosas teorías han sido per-
geñadas para este propósito.
«Todo cruce de las tasas de natalidad y las correspondientes de mor -
talidad conmueve los equilibrios sociales y ecológicos; la población,
al igual que un gas comprimido, acumula energías latentes, que al
final se liberan. Lo biológico favorece lo conflictivo».
Volviendo a la reacentuación de las energías dominantes, la noción de
energía, en efecto, corresponde menos a la de cantidad (adición y discon-
tinuidad) que a la de campo de fuerza. Profundizando un poco más, la
noción de energía dominante marca el ritmo de las grandes fases estraté-
gicas. La naturaleza bruta constituye, en un principio, un medio cualitati-
vamente apreciado. Posteriormente el descubrimiento de las leyes físicas
y naturales permite medir y utilizar la intensidad variable de las fuerzas, de
las energías: de este modo se ha pasado de la energía muscular, después
animal, a continuación a las energías cinética (movimiento de los ejércitos
y de las flotas considerados como unidades) y química (potencia de
fuego), para llegar a las energías «psíquica» y nuclear.
Toda estrategia se desarrolla en un medio dado: político, socio-económico,
técnico e ideológico. No parece, sin embargo, que el puro pensamiento
filosófico influya en gran medida sobre la constitución de las doctrinas
estratégicas. En verdad, los autores más brillantes intentan conducir su
pensamiento de acuerdo con lo cambiante de la filosofía, no el que esté a
punto de constituirse, sino la estrategia precedente, difundida con anterio-
ridad en el conjunto de la sociedad.
Define el autor un nuevo concepto en las «divisiones» de la Estrategia,
denominándola «Estrategia Diferencial». Esta estrategia se distingue de la
— 68 —
clásica estrategia comparativa al enfrentarse entre ellas las doctrinas, las
formas de guerra, los procedimientos estratégicos e incluso, de una forma
global, por una disociación suficientemente expuesta y sin tomar en consi-
deración los medios en los cuales estas doctrinas, formas de guerra o pro-
cedimientos se aplicaban, y de los hombres que fueron sus actores.
Cada guerra, cada doctrina, cada conjunto de operaciones o de conflictos
oponen un «todo» teniendo sus características extrínsecas y sus arquitec-
turas internas. Como toda acción humana, y más generalmente como todo
proceso que se desarrolla en el Universo, la acción estratégica está con-
tenida en la aplicación de una doctrina más o menos librada empírica-
mente, inscribiéndose en un tiempo determinado. No obstante, la noción
de tiempo es múltiple. Ya para Clausewitz, el tiempo de la táctica no es el
de la estrategia, constatación efectuada a propósito del desarrollo de las
diversas fases de una guerra sinrazón. Napoleón y Jomini estimaban, en
materia de establecimiento de las doctrinas de empleo, que los sistemas
tácticos no sobrepasan jamás la década (duración aún válida en nuestros
días) y eran función directamente proporcional del armamento y de la com-
posición de las tropas. Pero concluían, sobre todo Jomini, que existía
perennidad en los principios estratégicos fundamentales.
«Dado que el pensamiento no puede arbitrariamente separarse de
quien lo elabora, desde el punto de vista individual, la «psicoestrate -
gia» aportaría útiles indicaciones sobre las causas (voluntarias o no)
de las imprevisiones que surgen entre las doctrinas racionalmente
analizadas y sus aplicaciones contingentes».
Otro aspecto considerado por Jean Paul Charnay es la dinámica de la
estrategia, que supone la consideración de las variaciones entre la función
y el modo estratégicos. La estrategia prepara la solución política, pero no
la concluye; se desarrolla en dos dimensiones principales y combinadas:
constitución de un sistema de pensamiento coherente con el fin de aplicar
lo mejor a los múltiples procedimientos de negación y el sistema más
fuerte, pero no el único, la guerra.
Cada sistema socio-económico global declara a cualquier otro (u otros)
perturbador de su propio orden social. La unidad estratégica es a menudo
la nación, puede sin embargo ser más importante o menos (de mayor o
menor incidencia internacional, regionalismos, áreas de interés, etc.).
La estrategia no coincide ni con la política ni con la interpretación general
de la historia. Su objeto no es en absoluto la búsqueda de un principio de
explicación global del futuro de las sociedades y de sus antagonismos
— 69 —
internos y externos. De este modo, si los términos y variaciones de la
intensidad estratégicos se constituyen en dialéctica para incardinaciones
sucesivas, se comienza un juego indeterminado, del cual deben conocerse
las reglas, el tablero de juego y las metas a alcanzar para ganar.
El pensamiento estratégico supone, pues, una doble interpretación: sepa-
ración de las diversas categorías ya enunciadas y proyección prospectiva
de estas disociaciones, las cuales resultan comprometidas no tan solo en
su estudio, sino también en su diseño y puesta en acción.
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MICHAEL HOWARD
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Sin embargo, no debemos esperar una obra perfectamente regulada y sis-
temática, con un guión definido para cada capítulo. Los episodios se sola-
pan, pero sólo con una motivación clarificadora.
El libro está dividido en siete capítulos más un epílogo, sumando unas 150
páginas. La división obedece a los principales actores de la guerra en el
periodo estudiado. Así, empieza por las guerras de los Caballeros, para
continuar con las de los Mercenarios, los Mercantes, los Profesionales, las
guerras de la Revolución, de las Naciones, de los Tecnólogos y terminar
con la Era Nuclear.
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El soldado mercenario necesitaba de una continua atención. Si los recur-
sos fallaban, desertaba. En ninguna época se cumpliría mejor el dicho:
«pecunia nervus belli» o «pas d´argent, pas de suisses». Por otro lado, la
artillería que derribó fácilmente los castillos urgió el desarrollo rápido de la
fortificación priorizando la defensa en profundidad. Es más, «la fortificación
de este tipo se esparció por toda Europa más como un hecho de prestigio
civil que como una necesidad militar». Este desarrollo espectacular de
líneas, ciudadelas y plazas fortificadas propició un nuevo tipo de guerra.
«Este tipo de guerra de trincheras, tediosa, peligrosa, mortalmente insana,
llegó a ser la forma usual para el soldado europeo durante 200 años».
— 73 —
La posición geopolítica determinaría unas características y un uso dife-
rente para cada uno de ellos. Así, Inglaterra, dominadora en el mar, man-
tendrá el ejército como una opción no esencial. Prusia hará de él su espina
dorsal; citando a H. Delbrück, «La historia de la formación del ejército...es
simultáneamente la historia del estado prusiano». Federico Guillermo I
integrará a la sociedad en su modelo de ejército, asignando al cuerpo de
oficiales la nobleza y los campesinos, los sin ocupación y los extranjeros,
para nutrir sus filas. Este ejército, instruido y muy disciplinado, evolucio-
nará en el campo de batalla como una máquina perfecta («they performed
like automata»).
Las ricas Provincias Unidas se permitirán mantener, regularmente pagado,
un ejército eficaz, basado en la disciplina y su capacidad de instrucción
(«dig and drill»), conocedores de que su esfuerzo principal se realizaría en
el mar. Mauricio de Orange fue el primero que advirtió la primacía del fuego
y adecuó a él sus formaciones y procedimientos.
El rey sueco Gustavo Adolfo creó un ejército nacional, en el que servía un
hombre de cada diez durante doce años, contribuyendo el resto con sus
impuestos para proporcionar los equipos militares. A medida que fueron
aumentando sus necesidades fue contratando extranjeros, hasta formar
un ejército de 140 mil hombres, de los que sólo el 10% eran suecos, man-
tenidos en guarniciones propias y no pagados. Con un interés inicial cen-
trado en el Báltico, fue extendiendo sus expediciones militares hacia Ale-
mania sin una finalidad estratégica definida. En el aspecto táctico fue un
maestro en la cooperación interarmas. Su artillería ligera de campaña y la
infantería formada en filas con seis hombres en profundidad, proporcio-
nando un fuego contínuo, propiciaba la carga decisiva con arma blanca de
la caballería en compacta formación.
La importancia del número se hizo sentir cada vez más. Luis XIV de Fran-
cia, en 1680, mantenía un ejército de 300 mil hombres, lo que originó la
creación de la intendencia para satisfacer sus necesidades.
Ejércitos numerosos, recursos limitados...hizo que las campañas se pla-
neasen para el final de la primavera y que el secreto de la guerra radicase
en que el enemigo muriese de hambre.
«Las guerras eran las guerras de los reyes», inconclusas y limitadas pero
en las que sobresalieron grandes conductores militares: Turena, Eugenio
de Saboya, el Duque de Malborough, Federico el Grande...los cuales
experimentaron el mismo rechazo hacia las batallas sangrientas que lo
hicieran sus predecesores mercenarios dos siglos antes.
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La guerra, que «la Ilustración rechazaba como el necesario destino de la
humanidad», tendría durante el s.XVIII un carácter limitado.
Las guerras de la Revolución. Este periodo breve e intenso, a diferencia
de los anteriores está muy bien delimitado:transcurre entre 1792 y 1815. A
él fluyen una serie de esfuerzos diversos y que convergerán en un hom-
bre: Napoleón Bonaparte.
Las experiencias militares de finales del s.XVIII van a desembocar en un
periodo revolucionario. Los armamentos serán muy similares a aquellos
utilizados por Federico el Grande, pero se empezará a usar el modelo
orgánico de las divisiones, lo que facilitará la utilización simultánea de dis-
tintas rutas; el uso de tiradores irregulares, adelantados a las formaciones
y camuflados en el terreno; el combate de reconocimiento y el uso de la
descubierta (caballería ligera a vanguardia)...
En el orden táctico, las preferencias durante el s.XVIII oscilarán entre el
orden lineal prusiano, el orden profundo defendido por Folard y el orden
mixto de Guibert. La columna de ataque será el orden preferido por el ejér-
cito revolucionario.
La nueva composición orgánica propiciará el llamado sistema divisionario,
ideado por Bourcet en 1775 en sus Principios de las guerras de montaña,
y que consiste en marchar separados pero mutuamente apoyados para
posteriormente converger sobre el enemigo.
Las reformas en la Artillería hicieron posible la homogeneización de sus
materiales, ganando en mobilidad y precisión (Gribeauval). Su aplicación
en masa, unida a la acción de la infantería «en el punto donde deseamos
romper al enemigo..., da resultados decisivos» (Jean y Joseph du Teil).
Los aspectos arriba indicados formarán en la mente de Napoleón un sis-
tema de operaciones en un hombre capaz de «visualizar una campaña
como un todo». De formación como artillero, expresará así su idea: «Los
planes estratégicos son como los sitios; concentra el fuego contra un único
punto. Una vez conseguida la brecha, el equilibrio salta por los aires y todo
lo demás resulta innecesario».
Para sus victorias ideó dos esquemas estratégicos: desde la posición cen -
tral, utilizado en Italia en 1796 y en Waterloo, y hacia la retaguardia, prac-
ticado en Ulm en 1805.
Para sus operaciones confiaba en que las tropas se alimentaran directa-
mente del terreno.
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En otro orden de cosas, el bloqueo británico, exponente definitivo de una
guerra económica, resultó decisivo en el resultado de la guerra.
Pero el elemento más extremo de la reforma militar fue presentado por un
civil, Lazare Carnot, organizador del ejército revolucionario en el que aglu-
tinó cerca de un millón de hombres: «No más maniobras, no más arte mili-
tar, sino fuego, hierro y pratiotismo». O con una expresión muy próxima a
la guerra total, a la que también contribuyó con su leva en masa: «La gue-
rra es de condición violenta...Debemos exterminar, (exterminar hasta el
final!».
Las guerras de las Naciones. Pero después de la tempestad revolucio-
naria los ejércitos volvieron a los viejos usos del s.XVIII: oficiales aristo-
cráticos y tropas profesionales en la defensa de la nación.
Sin embargo, una corriente de estudio y formación militar se está abriendo
paso. Se crean las principales escuelas militares: el Royal Military College
(1802), la de St. Cyr (1808), la Kriegskademie (1810), la Academia Impe-
rial Militar rusa (1832), y aparecen las obras sobre pensamiento y arte mili-
tar inspiradas en Napoleón y las guerras de la Revolución. Son textos emi-
nentemente didácticos y sus autores, Jomini, Willisen, Clausewitz..., serán
estudiados en las citadas academias.
Por otra parte, desde 1815 hasta 1914, así como la revolución en las
comunicaciones iba a transformar la estrategia, la revolución en el arma-
mento transformaría la táctica. La máquina de vapor, el ferrocarril, permiti-
ría a los franceses en 1859 concentrar en 11 dias 120 mil hombres, que de
otro modo hubieran tardado 2 meses. Los fusiles de aguja Dreyse, Chas-
sepot, los nuevos cañones Krupp, los explosivos y las ametralladoras ele-
varían la mortandad del campo de batalla.
Las anteriores experiencias fueron aplicadas magistralmente por los pru-
sianos en 1871, de tal manera que sus «instituciones, el servicio militar
obligatorio, los ferrocarriles estratégicos, las técnicas de mobilización y,
sobre todo, el Estado Mayor General, fueron copiados por todos los esta-
dos en el continente europeo».
Las guerras posteriores demostraron el número insoportable de bajas que
las nuevas armas producían. Algún observador, como Ivan Bloch en su
libro La guerra del futuro (1898), concluyó diciendo: «ya que ahora era
estadísticamente imposible para los atacantes triunfar, la guerra ya no
sería por más tiempo un instrumento viable de la política». Sin embargo,
cuando los prusianos abandonaron la política de Bismarck y Francia firmó
con Rusia la Entente en 1891, la guerra ya sólo era cuestión de tiempo.
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Militarismo, nacionalismo, socialismo, pacifismo...todos ellos convivirían
en este final de siglo. El primero como una aceptación de los valores del
estrato militar como los valores dominantes de la sociedad, por ejemplo, el
sistema jerárquico y la subordinación a la organización. «Hacia el final del
s.XIX la sociedd europea estaba militarizada en un alto grado...Las fuerzas
armadas estaban consideradas, no como parte de la corona, sino como la
encarnación de la nación». Fueron estas sociedades las que arrojaron sus
vidas en la guerra del 14, en el despertar de la guerra total.
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En el combate terrestre, los cambios tecnológicos fueron más difusos.
Para evitar la masacre, las unidades se fraccionaron y utilizaron la infiltra-
ción («storm groups» alemanes) e idearon el carro de combate como ele-
mento de protección. Posteriormente, pensadores como Fuller, Liddell
Hart, De Gaulle, Guderian, Tukhachevski, especularon sobre el uso inde-
pendiente o coordinado del arma acorazada que unido a las posibilidades
que proporcionaban las comunicaciones por radio, posibilitaron un tipo de
guerra móvil para superar el estancamiento de la 1.ª Guerra Mundial.
El libro finaliza con un breve epílogo sobre La Era Nuclear, enfatizando
que su tenencia otorga al que la posee «un grado de prestigio internacio-
nal». Asímismo, el final de la 2ª Guerra Mundial ha abierto un nuevo campo
en la guerra revolucionaria, que se ha extendido a tenor de la descoloni-
zación y del comunismo.
El libro concluye afirmando: «Nada ha ocurrido desde 1945 que indique
que la guerra, o su amenaza, no es un instrumento todavía efectivo de la
política. Contra pueblos que no estén preparados para defenderse por sí
mismos, podría ser, incluso, muy efectivo».
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ANÍBAL ROMERO
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puede ser considerada como un acto aislado, es el resultado del conflicto
entre Estados y un «instrumento racional de la política nacional». La pro-
pia existencia de Estados soberanos, sin leyes que regulen las relaciones
entre ellos, y la ambición de poder, que es una de sus metas fundamenta-
les, propicia la existencia de conflictos entre esos Estados. Como dice
Romero:
«La guerra es la política con violencia, y su objetivo es el poder. La
política, por otra parte, es la guerra sin violencia armada».
Una vez definida la relación entre la guerra y política, el autor trata de esta-
blecer, siguiendo también a Clausewitz, la relación entre la política y la
estrategia. Según el General, la política debe decidir y debe hacerlo mar-
cándole objetivos militarmente alcanzables a la estrategia, de hecho, ese
objetivo político debe ser la más alta consideración de la conducción de la
guerra, y debe estar presente en todas las fases del proceso bélico: en su
planificación, en la ejecución y en la conclusión. Esa conexión entre polí-
tica y estrategia debe, además, estar presidida por una relación de corres -
pondencia y armonía. Por ello, resulta grave que ocurra una ruptura entre
ambas. Si se produce la supremacía de la estrategia sobre la política, nos
encontraremos que la guerra ha perdido su finalidad política convirtién-
dose en un enfrentamiento militar de violencia ciega. Si lo que se produce
es el abandono de las razones estratégicas por la política, nos encontra-
mos con una ruptura entre los fines y los medios, con lo que difícilmente
podrán llevarse a cabo los objetivos políticos sin la herramienta que los
haga efectivos. La falta de armonía entre política y estrategia, puede sur-
gir de una incorrecta posición de la política, pues como indica Clausewitz,
si la política produce confusión en el objetivo de la guerra quiere decir que
sus contenidos son incorrectos y será necesario revisarlos.
Según el autor, hay tres aspectos de la relación política-estrategia que es
necesario destacar en la obra de Clausewitz: la noción del punto culmi -
nante de la victoria, o momento en el que uno de los beligerantes percibe
que ha obtenido la máxima ventaja y que de continuar la lucha las pérdi-
das serán muy difíciles de justificar con los beneficios, aumentando ade-
más, desde ese momento, los riesgos de la derrota; la noción del centro
de gravedad del enemigo, que puede ser tanto militar como de otro tipo, lo
define como aquella área de intereses que es fundamental para el adver -
sario, y cuya dislocación aseguraría su derrota; y la relación entre la ofen -
siva y la defensiva, cuya disimetría permite equilibrar la balanza entre el
fuerte y el débil, pues según Clausewitz, la defensiva es en sí misma más
fuerte que la ofensiva.
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Los ejemplos que el autor extrae de la historia moderna vienen a justificar
sus argumentos. En la I Guerra Mundial, ambos bandos intentaron una vic-
toria rápida que al no lograrse paralizó los frentes de lucha. Era pues nece-
sario adoptar medidas políticas, pero los líderes se obsesionaron por la
victoria militar, lo que provocó un «abismo» entre la política y la estrategia,
y la prolongación de los enfrentamientos. Por el contrario en la II Guerra
Mundial, y como indica Romero, Churchill, en contra de la opinión de
muchos líderes políticos y militares americanos, adoptó el punto de vista
de Clausewitz, según el cual los objetivos políticos deben determinar los
planes estratégicos.
Como parte final del análisis de la guerra como instrumento político, Aní-
bal Romero, estudia el sistema internacional y la limitación de la guerra, y
lo hace apoyándose de nuevo en Clausewitz y en el escritor francés Rous-
seau. El General basa las relaciones internacionales sobre una situación
de anarquía y según el siguiente esquema: el Estado es soberano; los inte-
reses de los Estados están siempre en conflicto; las crisis y disputas se
resuelven en muchas ocasiones por medio de la fuerza. La visión de Rous-
seau, que también considera la presencia de la anarquía en el contexto de
las relaciones internacionales, se centra en justificar la existencia de la
guerra como consecuencia de la ausencia de una autoridad superior que
regule las relaciones interestatales, ante los inexorables conflictos de inte-
reses que se producen entre los Estados soberanos.
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poseedores la capacidad para desarrollar la guerra total o ilimitada –I y II
Guerra Mundial- y sin embargo, ese potencial se ha convertido en algo irra-
cional para ser empleado como instrumento político, por lo que no resulta
válido para la guerra total. La posibilidad de emplear el armamento nuclear
se convierte en el último recurso, cuando la «supervivencia nacional» se
ve amenazada. En este sentido, resulta fundamental conocer cuáles son
esos intereses vitales, que no pueden ser vulnerados para no desencade-
nar la dinámica nuclear.
De lo dicho pudiera desprenderse que la guerra total como instrumento
político ha sido eliminada; ni las guerras totales, ni mucho menos las gue-
rras limitadas han desaparecido, no obstante, como indica Romero, la
posibilidad de su ejecución, por las consecuencias ya citadas, ha perdido
credibilidad. Así, esa falta de credibilidad de la guerra total para llevar a
cabo objetivos políticos, es la que ha devuelto a la guerra limitada su capa-
cidad para alcanzarlos.
Los tres aspectos determinantes que según Clausewitz relacionan política
y estrategia: el punto culminante de la victoria, el centro de gravedad del
enemigo, y la relación ofensiva y defensiva, van a quedar condicionados
con la aparición de la energía atómica. El nuevo balance estratégico se va
a establecer, por un lado, sobre la vulnerabilidad de determinados objeti-
vos que ambos bandos consideran vitales, y por otro, en la invulnerabili-
dad de parte de las fuerzas ofensivas, lo que va a garantizar la adopción
de represalias.
Antes de entrar en detalle sobre algunos de los aspectos tratados, el autor
resume los antecedentes estratégicos posteriores a la I Guerra Mundial.
Del período entre guerras destaca las tres escuelas de pensamiento que
se generan: la primera, trata de reemplazar la parálisis estratégica a la que
condujo el desarrollo de la I Guerra Mundial, sus doctrinas defienden la
movilidad de la ofensiva y el ataque por sorpresa, siendo su máximo repre-
sentante Liddell Hart; la segunda, pretende demostrar la eficacia de los
medios propagandísticos y la subversión como medida previa a los com-
bates decisivos, siendo los nazis verdaderos maestros en su aplicación; la
tercera y última, responde a las teorías que destacan el gran potencial del
poder aéreo, que reduce las operaciones bélicas a ataques contra la
población civil del enemigo. Su pensador más representativo es el Gene-
ral italiano Giulio Douhet.
Del período posterior a la II Guerra Mundial, el autor, destaca una primera
etapa de la era nuclear (1945-1953) que se caracteriza por el monopolio
— 82 —
nuclear americano que podía amenazar con el uso del arma sin que nadie
pudiera hacerle sombra. A partir de 1949, cuando la URSS realiza su pri-
mera explosión nuclear, si bien EEUU puede amenazar a la Unión Sovié-
tica con sus armas nucleares, la URSS puede hacer lo mismo con sus alia-
dos europeos. En esa época los americanos, cuya política de defensa iba
encaminada a contener el expansionismo soviético, consideraban que la
futura guerra sería total, con el arma nuclear como parte de los medios
militares. Mientras la URSS insistía en la importancia y el carácter deter-
minante de las fuerzas convencionales.
Poco antes de la tercera etapa (1960-1972), y una vez que los soviéticos
adquieren cierta capacidad contra el territorio de los EEUU, los america-
nos intentan asegurar la invulnerabilidad de parte de su fuerza nuclear
para afrontar una eventual acción de represalia, y tratan de minimizar las
pérdidas sobre su territorio. Surge la doctrina de la respuesta flexible o
controlada que indicaba que el daño potencial de una guerra total podía
ser limitado actuando sobre los medio militares soviéticos, manteniendo al
tiempo la capacidad de devastar a la URSS. Bajo el concepto de respuesta
nuclear controlada, los americanos se reservaban la posibilidad de utilizar
sus armas nucleares de forma limitada sin tener que llegar al uso masivo
y total.
Los soviéticos, que ante un hipotético ataque sobre sus fuerzas nucleares
se veían incapaces de garantizar la contradisuasión, buscaron el equilibrio
estratégico y forzaron la crisis de los misiles de Cuba. El final de la crisis
tuvo diversas consecuencias: los soviéticos incrementaron sus ICBM y sus
fuerzas invulnerables; se debilitó la alianza entre los americanos y sus alia-
dos europeos; y los EEUU comenzaron a hablar de una nueva postura
estratégica conocida como la destrucción mutua asegurada. La posibilidad
— 83 —
de un ataque con éxito contra la URSS se había convertido en una misión
imposible. Empezó a rechazarse el concepto de disuasión mínima basado
exclusivamente en una capacidad de represalia, y lo que se adoptó fue
una doctrina que complementaba las fuerzas de represalia con aquellas
otras capaces de atacar las fuerzas soviéticas en sus bases.
Según Romero, «la guerra limitada» que surge tras el final del último con-
flicto mundial, nace como consecuencia de las profundas transformaciones
tecnológicas que han conducido a la inutilidad de la guerra total como ins-
trumento político que dé solución a los conflictos de intereses. El punto
clave de la guerra limitada presente, es su contenido social y político, ya
que de él se obtendrán tanto los objetivos, como los efectos en el sistema
internacional. Para Aníbal Romero, y según ese contenido, las guerras
limitadas actuales se pueden encuadrar en las siguientes categorías: gue-
rras entre Estados, guerras civiles, guerras de liberación o anti-imperialis-
tas, y revolucionarias. Romero destaca las últimas, por su carácter deci-
sivo, ya que de ellas se pueden desprender enormes resultados políticos.
Por el contrario, las guerras limitadas entre Estados, especialmente si
entran en la esfera de influencia de las dos grandes potencias, carecen de
esa determinación política que poseen las de carácter revolucionario.
— 84 —
Un ejemplo de guerra limitada por los medios empleados, fue para los
EEUU, el conflicto coreano y puso de manifiesto que la amenaza de la
guerra total sólo era de utilidad para evitar ese enfrentamiento. Además,
evidenció la necesidad de modificar la estrategia empleada para contener
el comunismo, dando de nuevo valor a la guerra limitada como instrumento
político. La nueva estrategia americana debía: «Recobrar la utilidad polí -
tica de la guerra estableciendo el mayor número de etapas entre la rendi -
ción y la guerra nuclear».
— 85 —
Las guerras revolucionarias en el continente iberoamericano, tienen un
resultado bien distinto. El modelo triunfante de la revolución cubana trató
de exportarse al resto del continente con muy malos resultados. El desen-
lace negativo surge de una concepción errónea del proceso revoluciona-
rio. Al contrario de lo sucedido en Africa y Asia donde los aspectos milita-
res quedaron subordinados a los políticos, en Iberoamérica, primó lo militar
sobre lo político.
Seguidamente, el autor, analiza las alianzas en Europa, para lo que consi-
dera necesario conocer lo acaecido durante la II Guerra Mundial, siendo el
problema alemán el aspecto que se erigió como un elemento decisivo,
pues ambos bloques querían contar con ese potencial de su parte. La
Unión Soviética, para garantizarse una franja de seguridad en toda Europa
Oriental, y Occidente, porque necesitaba a Alemania como «baluarte» y
freno anti-soviético. Finalmente, cuando los dos bloques admitieron la divi-
sión alemana se inició el período de coexistencia pacífica.
La importancia que el viejo continente tiene para las dos alianzas se pone
de manifiesto en los despliegues de los medios militares realizados, lo que
obliga a cuestionar la posibilidad que una de las partes salga derrotada en
una guerra limitada sin poner antes de su parte todos los medios a su
alcance, incluidas las armas nucleares. De esta manera, en Europa más
que en ninguna otra parte, son mayores las posibilidades de que un con-
flicto limitado se extienda hasta una guerra total. Por eso, como subraya el
autor, no parece realista pensar que ante la eventualidad de una Tercera
Guerra Mundial en Europa, ésta se desarrolle con medios exclusivamente
convencionales.
La dificultad de la Alianza Atlántica para equilibrar el nivel de fuerzas con-
vencionales con los soviéticos, provocó el despliegue por parte americana
de armas atómicas tácticas, que quedaron bajo el control de los EEUU,
aumentando la dependencia de la seguridad europea de sus aliados tran-
soceánicos y creando tensiones políticas en el seno de la OTAN. De esta
manera las armas atómicas adquirían un papel relevante en la defensa del
territorio europeo y dejaban como única alternativa a un ataque conven-
cional soviético, la guerra nuclear.
La doctrina de la respuesta flexible, provocó desasosiego en los aliados
europeos que la consideraban un debilitamiento del compromiso de los
EEUU con Europa. La nueva filosofía que podía ser interpretada como una
disminución de los riesgos que los americanos estaban dispuestos a
soportar en defensa de sus aliados, continuaba aceptando el valor de las
— 86 —
armas atómicas, pero consideraba que éstas no podían reemplazar las
fuerzas convencionales. Se trataba de un intento de encontrar posiciones
intermedias entre la rendición o el holocausto nuclear. Según el autor, y
aunque el compromiso de seguridad no había perdido fuerza, los ameri-
canos buscaban separar sus fuerzas nucleares estratégicas de la defensa
europea, al tiempo que intentaban acotar a los lindes del continente euro-
peo un posible enfrentamiento con la URSS. Para Aníbal Romero, la res -
puesta flexible es el producto de un análisis erróneo, pues la importancia
que para EEUU tenía Europa, disminuía la posibilidad de un ataque limi-
tado soviético.
— 87 —
Nuclear (TNP). El Tratado ha recibido críticas por su asimetría política, ya
que impone distintas obligaciones, pues las medidas para el control de
armamentos que se imponen a los nucleares no se corresponden con las
estrictas medidas y discriminaciones que se reserva para los no-nucleares.
En cualquier caso, para Romero, la vigencia del Tratado, resulta positiva.
El autor hace asimismo referencia a los acuerdos sobre Limitación de
Armas Estratégicas, hoy en día ya superados, por tratados posteriores.
Trata y analiza el Tratado de Tlatelolco cuyo objetivo es convertir el área
de Iberoamérica en una zona libre de armas nucleares.
— 88 —
elitas con el imperialismo colonialista, lo que alejó aún más las posibilida-
des de diálogo con el mundo árabe; el saldo final para británicos y france-
ses fue una pérdida de influencia en la zona, en beneficio de los america-
nos que finalmente se opusieron a las intenciones de la coalición. En
definitiva, el gran error de la operación consistió en la ausencia de una
cobertura política sólida, pues pretendía resolver problemas políticos por
procedimientos exclusivamente militares.
— 89 —
socialista en Vietnam, se edificaba sobre un gobierno sin suficiente legiti-
midad. Pero sin duda la clave del éxito de los vietnamitas fue que condu-
jeron la guerra siguiendo «la más pura lógica Clausewitziana»: los factores
políticos tuvieron un papel predominante con una precisa definición de los
objetivos de la lucha; una relación eficiente entre la ofensiva y la defensiva;
una definición precisa del centro de gravedad adaptado a cada momento
de la lucha; y una actuación prudente para no sobrepasar el punto culmi -
nante de la victoria. La estrategia vietnamita, tanto contra Francia como
contra EEUU, estaba fundamentada en el análisis adecuado de los facto-
res de fuerza y debilidad propios y del enemigo, tanto políticos como mili-
tares, que conducían a una estrategia aceptada de «resistencia prolon -
gada» frente a la que adoptaría el enemigo de «una acción rápida para una
decisión rápida».
— 90 —
LAWRENCE FREEDMAN
——————————
— 91 —
La obra consta de 522 páginas, distribuidas en 8 partes cronológicas y 26
capitulados. Los argumentos principales son debatidos constantemente a
lo largo del libro. La aparición del arma nuclear (AN) es el elemento inicia-
dor, asociado a impacto, shock y conmoción estratégica.
Ante la desorientación estratégica inicial, se escudriñó en los postulados
teóricos para determinar los ingredientes de una doctrina del uso del AN,
que de inmediato fue relacionada con la disuasión. Se identificó al enemigo
potencial, la Unión Soviética, se estableció que las ciudades eran los úni-
cos objetivos adecuados y se enfatizó el decisivo valor de la sorpresa.
Pero pronto surgieron críticos; Bernard Brodie argumentaba que el ele-
mento sorpresa podía ser menos importante de lo que generalmente se
creía. Si había que aceptar las represalias, ninguna victoria valía la pena.
Los axiomas básicos fueron, pues, rápidamente identificados: la imposibi-
lidad de defensa, la desesperante vulnerabilidad de las ciudades, el atrac-
tivo de un ataque inesperado y la necesidad de represalia.
El AN resucitó las teorías del bombardeo estratégica de Douhet y la pre-
ponderancia del factor ofensivo, pero, una vez más, Brodie señaló un
camino inesperado:
«Hasta ahora, el propósito principal de una Institución militar ha sido
ganar guerras. A partir de ahora su principal propósito debe ser evi -
tarlas»
El hilo central de la obra, como ya hemos indicado, es el debate estraté-
gico. La introducción de la bomba atómica, la evolución de la Guerra Fría
y, en consecuencia, la búsqueda de una estrategia era una tarea compleja.
Quizá un primer elemento clarificador lo señaló Truman, «tienes que com -
prender que esto no es un arma militar». Desde entonces, se hizo evidente
que la bomba tenía límites respecto a su valor político y militar.
El debate se movía entre polaridades. Si se asumía que el AN constituiría
forzosamente el elemento central de la estrategia norteamericana, se
debía precisar si era un arma de primer o último recurso, de propósito
ofensivo (someter al enemigo) o defensivo (impedir una invasión de
Europa Occidental), de valor político o militar. Esta indefinición acompa-
ñará a la estrategia nuclear en todo su recorrido. El debate se ampliaría;
objetivos contra ciudades o contra fuerzas, guerra nuclear total o limitada,
sorpresa o seguridad ... En los 35 años que cubre el estudio van superpo-
niéndose ideas, doctrinas, estrategias, nunca bien definidas y en ámbitos
inciertos. Freedamn los recoge y los ordena, y a grandes rasgos nos habla
— 92 —
de una estrategia del monopolio atómico (por parte de los Estados Uni-
dos), las represalias masivas, la guerra nuclear limitada, la disuasión gra-
duada, la respuesta flexible, la estrategia del conflicto estable, la destruc-
ción asegurada, la suficiencia, la paridad y las opciones selectivas.
Durante estas etapas y procesos, las ideas fluyen, avanzan y retroceden,
pronostican y se retractan... Esta diversidad nos manifiesta el carácter pro-
fundamente psicológico de la estrategia nuclear.
Así, es fundamental resaltar el doble aspecto psicológico y cuantitativo de
la estrategia nuclear. La percepción de la voluntad y las ideas sobre el uso
del AN por el potencial adversario genera un campo inagotable de espe-
culaciones. Por otra parte, la tecnología y la carrera de armamentos for-
man el esqueleto cuantitativo de la rivalidad estratégica.
En este punto, propongo agrupar en dos líneas de trabajo el libro de Fre-
edman. Una, el debate estratégico en los Estados Unidos. Dos, el debate
de las otras potencias, para finalizar con unas breves consideraciones.
La desorientación estratégica arranca de las ideas generadas en la
Segunda Guerra Mundial. La guerra total suponía que la victoria dependía
de la utilización efectiva de todos los medios disponibles. Las ciudades
eran objetivos legítimos y el bombardero de largo alcance un instrumento
más de desgaste.
Pero la bomba atómica no era sólo «otra arma», tenía repercusiones y
ramificaciones que iban más lejos de las experiencias militares conocidas
hasta entonces.
Ya en los primeros años del monopolio nuclear americano surgió el con-
cepto de represalia y una idea asociada sobre el uso del AN:
«Para un posible agresor debe quedar bien claro que un ataque a los
Estados Unídos sería seguido de un contraataque de dimensiones
devastadoras.
Nuestra primera línea de defensa es la capacidad de devolver un
golpe incluso después de haber recibido el golpe más fuerte que el
enemigo pueda asestar». (General Arnold, 1946)
En el pensamiento estratégico de la posguerra anidaba la certeza de la
inevitabilidad de un ataque masivo por sorpresa como principio de cual-
quier guerra. La agresión suponía realizar el primer movimiento militar. El
AN era un arma de «agresión y de terror» y la sorpresa alcanzaba un valor
supremo. No obstante, el ataque sorpresa no se relacionaba con el estilo
— 93 —
americano de hacer la guerra, ni con su cultura social y estratégica, aun-
que no se renunciaba a su uso (la crisis de Berlín de 1948 fue determi-
nante).
Con el acceso soviético al AN las ventajas se nivelaron y se buscó una
forma de solventar el emparejamiento atómico. Se trató de conseguir
superioridad con la bomba H (la «super») o de buscar estrategias alterna-
tivas mediante las armas nucleares tácticas (ANTs), tratando de devolver
la batalla al campo de batalla. Los Estados Unidos redactaron el docu-
mento NSC-68 (1950), definido como política de contención ante lo que
consideraban como una agresión expansionista soviética. No se renun-
ciaba al primer uso nuclear. No obstante, en la primera oportunidad bélica
(Corea 1950), el AN quedó apartada de los planes de guerra de los
aliados.
En 1954, J. F. Dulles anunciaba la doctrina conocida como «Represalias
Masivas». Se basaba en una amenaza indiscriminada a cualquier agresión
de signo comunista. La esencia de esta doctrina descansaba en la ambi-
güedad y la incertidumbre. «Un agresor potencial debe saber que no
puede establecer siempre las condiciones de batalla que a él le conven-
gan...». Se trataba de: «Disponer de una gran capacidad de represalia
inmediata, con medios y en lugares a nuestra elección»
El estancamiento nuclear y el miedo a las represalias abrió el camino a la
posibilidad de una Guerra Limitada. Liddell Hart sostenía que la guerra
total significaba que el objetivo, esfuerzo y grado de violencia eran ilimita-
dos. Con las ANs esto conduciría al suicidio mutuo. Por lo tanto, la mode-
ración debía imponerse ante las nuevas realidades. La credibilidad sólo se
conseguiría cuando los medios de disuasión fueran proporcionados a los
objetivos en juego (R. Osgood). H. Kissinger también descartó los con-
ceptos de guerra total y victoria total. Los objetivos debían ser moderados,
ya que no era posible una rendición incondicional a coste aceptable. La
política debería regir más que nunca el curso de la guerra.
La condición previa para una política de guerra limitada es introducir de
nuevo el elemento político en nuestro concepto de guerra y descartar la
noción de que la política termina cuando empieza la guerra o que la gue-
rra puede tener propósitos distintos de los de la política nacional.
Kaufmann citaba:
«La suposición esencial de este tipo de conflictos, que parece corres -
ponderse exactamente con la realidad en las condiciones existentes,
es la pretensión de un individuo calculador con una multiplicidad de
— 94 —
valores, consciente del coste, del riesgo y de la ventaja y capaz de
obtener deducciones significativas de actos simbólicos».
— 95 —
La esencia de la estrategia era que cualquier uso o amenaza de uso de
ANs debía considerarse como un acto esencialmente político, reducién-
dose la importancia de las consideraciones puramente militares. La situa-
ción se concebía como de empate, consagrándose una estrategia de con-
flicto estable. Esta situación favoreció la aparición de una literatura brillante
y cautivadora sobre sistemas de conflicto, investigación operativo y teoría
de juegos, concebida como un medio para reducir problemas estratégicos
a una forma gestionable.
La estrategia del conflicto estable abrió los campos del control de arma-
mentos y la negociación. En consecuencia, se introdujo una premisa
básica, el antagonismo incompleto, esto es, las superpotencias no debían
llevar sus diferencias ideológicas e intereses geopolíticos demasiado lejos.
La innovación tecnológica y la creación de una amplia gama de armamen-
tos avivó el concepto de proporcionalidad, entendido como una fuerza mili-
tar suficiente para la agresión y el castigo correspondiente al crimen. A su
vez, esta gama de opciones sugirió en H.Kahn la idea de escalada. Exis-
tía la posibilidad de competir en distintos niveles de violencia y Kahn repre-
sentó gráficamente esta competencia en una escalera de 44 peldaños, el
último correspondiente a la guerra espasmódica. El dominio de la escalada
se definía como la capacidad de disfrutar de ventajas notables en una
región dada de la escalera. La esencia del mensaje de Kahn era que patro-
nes de comportamiento controlados y discriminatorios continuaban siendo
válidos incluso durante el conflicto. La escalera no equivalía a una predic-
ción sobre el desarrollo del conflicto, sino a un modo de reflexión sobre el
mismo. Durante su curso, una asimetría podría darse si uno de los adver-
sarios gozase de ventaja en un peldaño más alto o tuviera una actitud dife-
rente ante el conflicto.
La gestión de McNamara a mediados de los 60 introdujo nuevos concep-
tos: destrucción asegurada, limitación de daños y respuesta flexible.
La destrucción asegurada la definía como una capacidad clara e inequí-
voca para infligir un grado de daños inaceptable, incluso tras haber sufrido
un primer golpe sorpresa. Estos daños se cuantificaron de un 20 a un 33%
de la población y un 50 a un 75% de la capacidad industrial para la Unión
Soviética.
La limitación de daños la dio a entender en su conocida declaración de Ann
Arbor en 1962:
«Los objetivos militares principales... serian la destrucción de las
fuerzas militares del enemigo, no de sus poblaciones... estamos
— 96 —
dando al posible adversario el mayor Incentivo posible para que no
destruya nuestras propias ciudades».
Hacia 1971, y cuando el equilibrio del terror era más evidente que nunca,
cuando los arsenales atómicos habían alcanzado cifras espectaculares,
Kissinger trató de introducir un elemento de moderación, lo «suficiente».
«En su sentido militar más estricto, significa fuerza suficiente para
infligir un nivel de daño a un agresor potencial suficiente para disua -
dirle de atacar... En un sentido político más amplío, lo suficiente sig -
nifica el mantenimiento de las fuerzas adecuadas para evitar que
nosotros y nuestros Alíados podamos ser coaccionados»
— 97 —
La paridad, la suficiencia, el conflicto estable no fueron unánimemente
aceptados por los críticos nucleares. Las nuevas tecnologías, con las
mejoras en movilidad, precisión y mando y control, deterioraron el con-
senso; sería posible retomar la guerra nuclear limitada evitando la MAD.
«Las nuevas tecnologías permitirían realizar ataques precisos y dis -
criminativos contra los objetivos militares, Industriales Y de transporte
que constituyen el nervio y el músculo del gobierno que desencadena
la guerra». (Fred Iklé)
Panofsky, por el contrario, argumentaba: «La situación de ser los adversa -
rios rehenes uno del otro constituye un hecho objetivo perfectamente ine -
lástico a todo cambio de la estrategia política».
En este punto, Schlesinger citaba los cuatro requisitos para una disuasión
nuclear creíble: capacidad de represalia, equivalencia esencial, variedad
de opciones limitadas y gama y magnitud de capacidades para que todos
perciban que somos iguales a nuestros competidores más fuertes.
Suficiencia estratégica, equivalencia esencial, opciones selectivas, incluso
la propuesta de Carter de guerra limitada y prolongada (PD-59 de 1980),
todos constituían variaciones de la estrategia flexible, diseñadas bien para
la planificación militar o para el usoen caso de que la disuasión fracasase.
Sin embargo, a principios de los 80 la situación estaba cambiando. Se
identificaron nuevos objetivos (la cultura política y estratégica soviética y
sus dirigentes) y se argumentó sobre la superioridad estratégica, aunque
autores como Kissinger se mostraron escépticos:
«¿Cual es su significado político, militar y operativo a estos niveles
de cifras?. Cada aumento de poder no representa necesariamente un
aumento de fuerza política utilizable».
Los más entusiastas, como Colin Gray escribían «Victory is possible»,
abriendo el camino a una estrategia donde se pusiera en entredicho
el antagonismo incompleto, la aceptación de intereses geopolíticos e
ideológicos ...
El libro recoge, con menor intensidad, el debate estratégico de las otras
potencias y sus implicaciones en el debate estadounidense. Señalaremos
aquí la línea argumental más significativa de cada una de ellas.
En el debate de la Unión Soviética destacaremos el cambio espectacular
que se produjo a mediados de los 50. La doctrina stalinista estaba funda-
mentada en los «factores operativos permanentes», esto es, la fuerza de
— 98 —
la retaguardia, la moral del ejército, el número y calidad de la divisiones, el
armamento del ejército y la capacidad organizativa de los mandos. El
rasgo principal era el volumen y la cantidad. La sorpresa estratégica era un
factor transitorio. El punto central de la estrategia era la batalla terrestre.
Las reformas vendrían de la mano del general Talensky (1953) y Soko-
lovsky (1962). La estrategia soviética se movió hacia la tecnología y la sor-
presa. El ICBM surgió como el arma emblemático de la nueva estrategia.
Se tenía la certeza de que era posible luchar y ganar una guerra nuclear.
A la ventaja de los arsenales se sumaban otras no específicamente nucle-
ares: los recursos humanos, el secreto y la convicción ideológica.
Mao definió en 1946 la bomba atómica como tigres de papel, con posibili-
dades muy inferiores a las ofrecidas por la guerra popular. Aun así, a
mediados de los 60 desarrolló una modesta capacidad nuclear orientada
hacia la Unión Soviética.
El Reino Unido descartó la posibilidad de un desarrollo independiente del
arma nuclear y se sumó a los programas americanos. Los mismos estra-
tegas nucleares británicos quedaron en inferioridad frente a la competen-
cia técnica y los recursos desplegados por los norteamericanos y acepta-
ron, complacidos, formar parte del «segundo centro de decisión».
El debate en Francia fue mucho más rico. Gallois y la disuasión proporcio-
nal, Beaufre y la disuasión multipolar, Ailleret y la defensa «tous azimuts»
sentaron los fundamentos teóricos de la política nuclear gaullista.
La OTAN, finalmente, aceptó los condicionantes nucleares norteamerica-
nos. Los intentos para crear una fuerza nuclear independiente nunca fue-
ron satisfechos:
«En lo más profundo del pensamiento alemán, la FML (Fuerza Multi -
lateral) se ha concebido y todavía se concibe como el equivalente
alemán a la disuasión independiente británica y francesa». (Alastair
Buchan, 1964)
Como últimas consideraciones diré que rica, profunda e indispensable; así
es la obra de Freedman para aquellos que deseen investigar la estrategia
nuclear y especialmente el debate estratégico en los Estados Unidos. Un
apéndice, que su final la presente obra entrevea, completaría el periodo de
la Guerra Fría como tal.
En este apartado traeremos algunas reflexiones del autor sobre aspectos
teóricos de la estrategia nuclear.
— 99 —
Freedman acepta la definición de L. Hart: «Estrategia es el arte de distri -
buir y aplicar medios militares para alcanzar objetivos políticos». Freed-
man reconoce que debido a la preocupación y a la fascinación por los nue-
vos medios (ANs), se han olvidados los fines para los que se podían usar.
«La estrategia se separó de la diplomacia y del análisis de Intereses, valo -
res y motivos».
Otro aspecto que el autor resalta es la confusión existente entre estrategia
y táctica cuando del ámbito nuclear se trata. El AN, por su alcance y des-
trucción, era considerada como un arma estratégica. La estrategia se
refiere a la relación general entre los medios militares y los fines de la polí-
tica, mientras que la táctica se relaciona con la aplicación específica de los
medios militares. Debemos ser cuidadosos con la denominación de armas
nucleares tácticas, alcance estratégico, etc... que pueden resultar inexactos.
Otro punto interesante ha sido la convicción generalizada de que la tecno-
logía era determinante en la estrategia, que la tecnología aportaba la prin-
cipal fuente de inestabilidad y que todo progreso tecnológico se traducía
en un adelanto correlativo en el arte de la estrategia. La misma tecnología
nos ha conducido a un interés creciente y desorbitado por el aspecto cuan-
titativo y, de nuevo, de los medios.
Sin embargo, las percepciones, el valor intrínseco de la amenaza, las
especulaciones sobre el comportamiento del contrario, la línea abierta de
negociación y entendimiento, no han quedado oscurecidos por el impacto
tecnológico.
Esta correlación de ideas: medios-fines-política-estrategia-táctica, tecnolo-
gía-componente psicológico, conforman el fundamento profundo de la
estrategia nuclear en el entorno de la Guerra Fría que, aun sin tener el pro-
tagonismo de antaño, continúa vigente como bagaje intelectual y herra-
mienta de análisis en las relaciones internacionales y el estudio moderno
de la conflictividad.
— 100 —
WILLIAM H. MCNEILL
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«La búsqueda del poder. Tecnología, fuerzas armadas y sociedad desde el
1.000 d.C.» es una obra bien estructurada y minuciosamente explicada
que permite a cualquier lector abordar un tema trascendental para la com-
prensión global de los mecanismos de la historia humana y dentro de ésta
de la importancia del fenómeno de la guerra. Además es una obra impres-
cindible para todo estudioso de la historia militar que quiera tener una
visión completa sobre la evolución de la capacidad de las sociedades para
generar y sostener fuerzas armadas (estrategia genética).
El autor analiza las transformaciones que se producen en los siguientes
parámetros y los complejos vínculos que se establecen entre estos: tec-
nología civil, capacidad de producción del armamento, métodos de adqui-
sición de los recursos militares, modelos de organización militar y política,
demografía, disponibilidad de recursos sobrantes, capacidad de transporte
y desplazamiento, capacidad de innovación, adiestramiento de la fuerza y
control político de los ejércitos. Son especialmente interesantes sus consi-
deraciones sobre los aspectos psicológicos del hombre dedicado a la acti-
vidad militar y su repercusión en la actitud de innovación y cambio.
Para McNeill, las alteraciones en el armamento se parecen a mutaciones
genéticas de microorganismos en el sentido de que pueden, cada cierto
tiempo, abrir nuevas zonas geográficas de explotación o destruir antiguos
límites mediante el ejercicio de la fuerza dentro de la propia sociedad que
los cobija. No obstante, aunque el autor centra su atención en la dimensión
material y económica de los procesos, así mismo reconoce:
«que también las ideas influyen en los acontecimientos humanos y
pueden a veces afectar decisivamente al equilibrio de fuerzas, hasta
el punto de definir modelos humanos perdurables y fundamentales».
Frente a la historiografía marxista que considera que la supremacía del
mercado y del nexo pecuniario es una característica permanente de la
sociedad humana, McNeill mantiene una tesis claramente diferenciada:
«Podemos hacernos una idea más justa de la notable aventura euro -
pea en lo que respecta a la soberanía del mercado tanto en la admi -
nistración militar como en otros tipos de administración reconociendo
en ella una excéntrica desviación de la norma humana de comporta -
miento basado en el mandato: el tipo de comportamiento que preva -
leció antiguamente y que se reafirmó con notable poder a partir de la
década de 1880».
La industrialización de la guerra nace con la introducción de la metalurgia
del bronce en Mesopotamia hacia el año 3.500 a.C. La primera gran revo-
— 102 —
lución vino con el descubrimiento del hierro hacia el año 1.400 a.C., el
metal se abarató enormemente y una gran parte de la población masculina
pudo dotarse de eficaces armas y armaduras; en consecuencia el fenó-
meno bélico se expandió. Los reyes asirios fueron los que con mayor éxito
practicaron el arte del gobierno burocrático de las fuerzas armadas en los
primeros tiempos de la edad del hierro.
«No parece exagerado sostener que los dispositivos administrativos
fundamentales para el ejercicio del poder imperial, que siguieron
siendo habituales en la mayoría del mundo civilizado hasta el siglo
XIX d.C., fueron inequívocamente definidos por los asirios entre los
años 935 y 612 a.C.».
Antes del año 1000 d.C., la preponderancia de los sistemas de mandato
para movilizar recursos humanos y materiales en empresas a gran escala
nunca se puso en duda. Las relaciones de poder a través de las fronteras
políticas tenían el mismo carácter, con la diferencia de que los intermedia-
rios que se desplazaban a uno u otro lado de las líneas de jurisdicción
podían buscar el beneficio material al margen de las estructuras de man-
dato político-militares. Pero semejante conducta tenía sus límites. Cual-
quiera que acumulase grandes riquezas se enfrentaba al problema de con-
servar lo que había ganado. Lograr una protección eficaz era sin duda muy
costoso, tanto como para inhibir una acumulación a gran escala de capital
privado.
Por lo tanto, el comercio y el comportamiento regulado por el mercado,
aunque presentes desde épocas muy tempranas, siguieron siendo margi-
nales y subordinadas en las sociedades civilizadas antes del año 1.000
d.C. La mayoría de la gente vivía sin responder en absoluto a los incenti-
vos del mercado. Conseguir lo suficiente para comer era la principal tarea
de la vida. Las costumbres y la rutina inmemorial servían de guía precisa
en casi todas las circunstancias vitales. Cuando se producían cambios a
gran escala en la conducta humana estos respondían la mayoría de las
veces a los mandatos de algún superior social.
La comercialización de la guerra, seguida a su debido tiempo por su indus-
trialización, sólo comenzó a tomar forma, en el sentido más significativo a
partir del siglo XI. La transformación fue lenta al principio, y no adquirió una
velocidad galopante hasta siglos muy recientes.
La nación que inicialmente lideró este proceso de múltiples transformacio-
nes fue China. El 2º capítulo explica el proceso que permitió a la sociedad
china por medio del mercado liberar las energías necesarias para desa-
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rrollar y después producir en cantidades significativas nuevas armas y
medios de expansión militar. Sin embargo, los éxitos chinos en la fundición
de hierro y en la navegación, que se anticiparon a los posteriores triunfos
técnicos europeos, fueron absorbidos en la progresiva realidad imperial
china. El comportamiento basado en el mercado y el ánimo privado de
lucro sólo podía funcionar dentro de límites fijados por las autoridades polí-
ticas que desconfiaban de la autonomía de los empresarios privados;
quién acumulaba una fortuna atraía la atención oficial.
— 104 —
La aparición de la ballesta en Europa dotó a los ejércitos de las ciudades
de un eficaz arma ofensiva de sencillo manejo. El arte de la guerra se fue
haciendo más complejo, el simple valor personal, reproducido en las fami-
lias de caballeros a lo largo de generaciones, ya no bastaba para ganar
batallas o mantener el predominio social. Las ballestas y las picas tenían
que ser completadas por la caballería para la protección de los flancos y la
persecución de un enemigo ya derrotado. Alguien tenía que ser capaz de
coordinar y adiestrar el conjunto.
En general, la complejidad del nuevo arte de la guerra reforzó el localismo
en relación con unidades territoriales más antiguas, lo que llevó al hundi-
miento de la estructura imperial en el siglo XIII. La Cristiandad permaneció
dividida en estructuras políticas locales divergentes, constantemente
enfrentadas entre sí e infinitamente complicadas por las reclamaciones
territoriales y jurisdiccionales supuestas. Esta situación política, a diferen-
cia de las estructuras imperiales chinas, permitió que una notable fusión
entre los comportamientos mercantiles y militares echara raíces y flore-
ciera en los centros comerciales más activos de Europa occidental. La
comercialización de la violencia organizada comenzó a destacar enérgica-
mente en el siglo XIV, cuando los ejércitos mercenarios se hicieron habi-
tuales en Italia. Después de ello, las fuerzas y las actitudes mercantiles
comenzaron a afectar a la acción militar como rara vez antes lo habían
hecho.
Los avances en la arquitectura naval dieron un gran impulso al comercio,
al abrir nuevas rutas comerciales y aumentar la seguridad de los transpor-
tes aun en condiciones climáticas adversas.
Las mejoras en la artillería, que fueron posibles gracias a los progresos de
la metalurgia, variaron drásticamente el panorama militar. La invención
francesa y borgoñona de los cañones de asedio móviles hizo que las forti-
ficaciones entonces existentes resultaran inútiles. Este factor dio la prima-
cía militar a los nuevos estados incipientes que eran los únicos capaces de
pagar los altos costes de estas armas. Primero Francia y después España
dominaron las ciudades italianas y terminaron configurando un modo dis-
tinto de concebir la actividad militar. Los tercios españoles emergieron de
las guerras italianas de (1499-1559) como las más formidables fuerzas
armadas de Europa.
El cañón fue también el arma que dio a las marinas europeas una supe-
rioridad sin rival en todos los mares del mundo. Los cañones, barcos y
ejércitos del siglo XVI necesitaban ser respaldados por una actividad eco-
— 105 —
nómica, técnica y organizativa sin precedentes. En el mar, la mezcla de
intereses militares y comerciales fue siempre estrecha. El valor estaba fir-
memente subordinado a las finanzas, puesto que antes de que el barco
zarpara tenía que ser equipado con un surtido bastante complejo de per-
trechos que solo podían conseguirse pagando en efectivo. En tierra, los
gastos en que incurrían los ejércitos no eran menos reales, pero los sumi-
nistros no se dividían tajantemente entre los costes de equipar diferentes
unidades para distintas empresas.
En parte la dificultad radicaba en que a los hombres que tomaban la deci-
sión de reclutar ejércitos y planear campañas no les gustaban en absoluto
los cálculos pecuniarios. La guerra era cuestión de honor, prestigio y auto-
afirmación de heroísmo. El modelo tenía perfiles claros de un sistema de
mandato y un Rey como Felipe II encajaba perfectamente con ese estilo
de gobierno. Los motines de las tropas fueron el talón de Aquiles del
modelo militar correspondiente, el desafortunado historial financiero del
monarca la causa de dichos motines.
Para desgracia del principio de mandato, buena parte de lo que Felipe II
necesitaba para sus ejércitos no se podía conseguir en la España penin-
sular. Era precisamente en aquellos lugares donde la voluntad del rey no
era soberana donde se concentraba la actividad económica y la produc-
ción de armas. La iniciativa privada establecía sistemáticamente las
empresas a gran escala allí donde los impuestos eran bajos. Así, en el
siglo XVI, hasta las más poderosas estructuras de mandato europeas lle-
garon a depender del mercado internacional de dinero y crédito para la
organización militar y otras empresas importantes.
No es de extrañar que el nuevo modelo militar emergente naciera en un
país de comerciantes, que pagaba a sus tropas e infundía en sus ejércitos
principios y procedimientos más en consonancia con el mundo del mer-
cado. De ese modo, los holandeses introdujeron importantes mejoras en la
administración y la rutina militar. Descubrieron en especial, que largas
horas de instrucción no solo mejoraba la eficacia en el combate sino que
además daba un notable esprit de corps a la tropa.
Durante los dos siguientes siglos los ejércitos y las marinas siguen evolu-
cionando siguiendo las pautas de unas sociedades cada vez más mer-
cantilizadas. Las décadas que precedieron a la revolución vieron en Fran-
cia un intenso debate sobre cuestiones militares que rompió las
limitaciones que hasta entonces habían condicionado el volumen de la
actividad militar e hizo posible los espectaculares logros militares de la era
— 106 —
napoleónica. Las mejoras en las carreteras de centroeuropa, los avances
en cartografía, las órdenes escritas y la invención de la división abrieron la
puerta al empleo de unos ejércitos masivos. El autor establece además
una interesante relación entre las alteraciones causadas por las revolucio-
nes francesa e industrial y el rápido crecimiento demográfico.
Gribeauval fue quizás la figura más interesante de aquellos años anterio-
res a la revolución. Introdujo el concepto de tecnología por encargo, que
trataba deliberadamente de crear un nuevo sistema de armas que sobre-
pasase las posibilidades existentes.
«Los artilleros franceses que respondieron con tanto éxito a las direc -
trices de Gribeauval merecen ser considerados como los pioneros de
la carrera tecnológica de armas actual».
Desde mediados del siglo XIX los avances en el campo de la tecnología
militar tanto naval como terrestre empiezan a acelerarse a un ritmo vertigi-
noso. Muchas de las innovaciones se produjeron llevando la tecnología
militar al nivel de la ingeniería civil que se había adelantado en su evolu-
ción. Es además asombroso que como consecuencia de estos cambios
incluso pequeños destacamentos de tropa, equipados al estilo europeo
moderno, podían derrotar a Estados africanos y asiáticos con facilidad. Las
potencias imperiales cayeron además en la cuenta de que las acciones
armadas a lo largo de la periferia de sus respectivos imperios no les cos-
taban casi nada. De este modo, se facilitó la dinámica imperialista que pro-
dujo entre los estados europeos grandes tensiones.
Así como la industrialización de la guerra puede ser fechada en la década
de 1840, cuando los ferrocarriles y la producción en serie semiautomati-
zada, junto con los fusiles de retrocarga prusianos y los esfuerzos france-
ses por explotar el vapor en detrimento de la supremacía naval británica,
comenzaron a transformar las instituciones militares preexistentes, así
también es posible datar la intensificación de la interacción entre los sec-
tores industrial y militar de la sociedad europea en la alarma naval que tuvo
en Gran bretaña en 1884. En el fondo estaba la cuestión de la difusión de
las técnicas industriales de las islas británicas a otros países, medidas que
las propias empresas privadas de armamento británicas tuvieron que
tomar para seguir siendo competitivas y rentables económicamente.
El alarmismo británico encontró un excelente aliado en la campaña fran-
cesa de 1888 de construcción naval a gran escala. Se puso en marcha una
verdadera carrera de armamentos naval que dinamizó extraordinariamente
las múltiples relaciones e intereses que participaban en el proceso.
— 107 —
Lo que distinguió a la situación creada a partir de 1884 fue no tanto una
novedad absoluta como el alcance la envergadura y las ramificaciones de
la nueva versión naval de la tecnología por encargo. De hecho, durante los
treinta años siguientes creció como un cáncer dentro de los tejidos de la
economía de mercado mundial, que con anterioridad había parecido tanto
inmortal como invencible.
McNeill considera que la necesidad de movilizar la totalidad de los esfuer-
zos nacionales durante las guerras mundiales marcaron un retorno a las
economías y sociedades de mandato, poniendo fin a un experimento de
mil años en la organización del esfuerzo humano a gran escala a través
del mercado.
— 108 —
EDUARDO MUNILLA LÓPEZ
——————————
— 109 —
Los autores más citados por el General Munilla son los geógrafos Díaz de
Villegas, Vila Valenti, el historiador Vinces Vives y los militares Beaufre y
Galdón.
El libro consta de 241 páginas, dividido en dos partes: Conceptos Básicos
y la Estrategia militar, sumando 10 capítulos en total.
Está recomendando para todos los profesionales militares como una pri-
mera y sencilla aproximación a la estrategia militar española, aunque foca-
lizada en ese momento decisivo de la incorporación de España a la
Defensa Occidental.
Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que el objetivo principal del
libro es presentar diferentes opciones de seguridad para España (capítulo
9) y recomendar la que en opinión del autor era coherente con la tradición
y las necesidades defensivas españolas de entonces.
El autor, a través de los capítulos 2 (Las relaciones de la estrategia) y 3
(Estrategia general), indaga en los conceptos teóricos en torno a la estra-
tegia y, creo que con acierto, encuentra en la Seguridad el elemento aglu-
tinante de las definiciones; y ésto tiene un innegable mérito cuando el ter-
mino Defensa Nacional o Defensa rivalizaba en importancia en los círculos
estratégicos.
«Tres son los pilares fundamentales sobre los que se sustenta la
Estrategia: la Política de Defensa, la Seguridad Nacional y la Defensa
Nacional».
Aunque de inmediato reconoce que la Defensa Nacional (DN) es la fórmula
que se arbitra para garantizar la Seguridad Nacional (SN) y ésta, a su vez,
es el objeto final de la Política de Defensa.
La SN la define como una situación de protección garantizada y, enfatiza,
que no parezca un sistema o dispositivo, más bien un criterio de acción,
realzando sin duda su carácter activo y dinámico.
La relación Política General-Política de Defensa y Política Militar, es expli-
cada mediante una sugestiva (y ya conocida) figura de círculos concéntri-
cos.
También la DN, definida en la Ley 6/80, es dividida en sus componentes
civil, militar y económico.
Sobre las definiciones de Estrategia se inclina sobre la de Beaufre, «el arte
de la dialéctica de las voluntades que emplean la fuerza para resolver el
— 110 —
conflicto». Dedica, asimismo, unos breves comentarios a la Geografía Mili-
tar, a la Geoestrategia y a la Geopolítica, esta última como rama desgajada
de la Geografía Política, aceptando una definición ratheliana de López
Muniz. Afirma que la mesa estratégica se sostiene sobre la Geografía, la
Ciencia Militar, la Política y la Economía, sin olvidar la Geopolítica. Finaliza
diciendo que: «En nuestro concepto, la Estrategia Militar de España,
quiere decir tanto como Estudio estratégico de la Geografía Militar de
España».
Y este pensamiento y sus repercusiones estratégicas, sin duda restrictivas,
van a acompañar el desarrollo conceptual del libro.
El capítulo de «Las características generales de España» (cap. 4) recoge
ideas geográficas de nuestra posición que son aún hoy moneda común.
Así, «las cuatro fachadas» peninsulares; o el puente que une o el foso que
separa; su posición como centro de gravedad del mundo habitado; encru-
cijada estratégica. Y dentro del territorio peninsular cita la Meseta como el
núcleo primitivo y fundamental de todo el territorio, aunque se lamenta de
que no exista una autentica estrategia ibérica integrada, que tan impor -
tante resulta en el momento actual.
De la clara compartimentación geográfica peninsular define lo que
entiende como lo que han de ser los Teatros de Operaciones, tanto natu-
rales como históricos, adoptando el criterio de Díaz de Villegas, esto es:
a) Los fronterizos: el pirenaico y el confín con Portugal.
b) Los periféricos: el cántabro-galaico, el levantino y el andaluz, y
c) El interior de la región central.
En este punto, Munilla se mueve regido por un criterio terrestre y tradicio-
nal, herencia de los estudios militares del último siglo.
Después de un breve estudio de las características humanas, sociales y
económicas de España deduce unas consideraciones estratégicas, desta-
cando la necesidad de una potenciación de la industria y la investigación
de Defensa, el estudio de la movilización y las reservas de guerra, sin duda
pensando en una guerra convencional generalizada y duradera.
En el capítulo 5 «Síntesis histórica», último de esta primera parte, el autor
establece tres grandes períodos en la historia española:
1. Las Invasiones, donde básicamente jugamos un papel pasivo.
2. La Expansión, período que comprende desde la Reconquista hasta el
sXVIII, con rol activo, y
3. El Aislamiento, del que ahora empezamos a salir.
— 111 —
El período expansivo es fruto de la labor impulsora de tres grandes
núcleos: el galaico-portugués, el catalano-aragonés y el castellano.
— 112 —
Las puntualizaciones iniciales sobre las características del espacio espa-
ñol resultan muy interesantes. La discontinuidad territorial, la propia divi-
sión de la Península en dos Estados, la proyección del litoral levantino, los
Pirineos, la importancia del Estrecho, el reducto central (la Meseta), la
compartimentación periférica (peligro de balcanización), el eje estratégico
Baleares-Estrecho-Canarias y la proyección atlántica.
Enfatiza el valor del eje estratégico como un colosal espetón que ensarta
y que une a los distintos espacios terrestres que componen España. Es la
falla estratégica que separa al norte el teatro europeo y deja al sur la ines-
tabilidad africana. El otro espacio de interés es el pirenaico, definido como
frontera-zona, que debe garantizar un glacis defensivo a vanguardia y
diversas líneas de profundidad.
Los espacios marítimos y aéreos son tratados con una concepción terres-
tre. Aquél, relacionado con el límite del mar territorial y la Zona Económica
Exclusiva (como una proyección de tierra firme). Éste, relacionado con la
defensa aérea y el control del espacio aéreo de soberanía.
En los «Espacios estratégicos exteriores» evalúa sucintamente la situación
del mundo actual y la relación con los países y zonas de nuestro entorno.
Lo presenta como un panorama difícil y sombrío, con dos amenazas defini-
das provenientes del flanco sur y de la llanura centroeuropea. Desconfía de
las intenciones del pacto de Varsovia, fortalecida con el despliegue de los
SS-20, y nos trae la cita de Narciso Carreras: Creen en la posibilidad de una
guerra nuclear... y en su capacidad de salir victoriosos. Debido a su debili -
dad social y económica y su gran fortaleza militar, la hace más peligrosa,
(un desequilibrio que el mismo Gorbachov reconocería).
De sus razonamientos, se extrae que en una posible adhesión a la OTAN,
España aportaría profundidad estratégica, capacidad de refuerzo (base
logística) y una línea de resistencia (los Pirineos). Ahora bien, no todos los
espacios españoles tendrían el mismo valor y podríamos hablar de una
especialización:
— El área del Estrecho, en relación con la protección del flanco Sur.
— El frente pirenaico, con lo que se refiere a las acciones que puedan pro-
ceder de la gran llanura centro-europea.
— El chaflán Noroeste, en lo que atañe a la llegada de refuerzos y al
apoyo logístico.
— Y los espacios insulares, en lo que afecta al control de las comunica-
ciones.
— 113 —
El capítulo 8 lo titula «España ante los distintos de estrategia» aunque
tiene más un carácter descriptivo que analítico de cada una de ellas.
La Estrategia clásica o convencional es la preferida del estudio militar y la
que esta más a nuestro alcance. La guerra militar clásica se ha situado
siempre en el marco de la guerra total, cita Beaufre. Munilla especula y se
muestra poco confiado en las tecnologías emergentes.
La Estrategia nuclear está nutrida de un valor psicológico y otro real o
cuantitativo (la aritmética exterminadora). No duda que España sea obje-
tivo de los proyectiles nucleares del PAV y somete a estudio la adquisición
de armas nucleares por nuestro país.
La Estrategia psicológica ejerce su acción fundamental en el campo polí-
tico. Su medio principal es la propaganda, que trata de influir en las opi-
niones, actitudes y conductas de determinados grupos sociales.
La Estrategia subversiva es la forma barata de estrategia, que requiere
pocos medios, de duración considerable y que puede producir excelentes
resultados. Muy utilizada por los países del PAV. Tiene en el terrorismo, la
guerra de guerrillas, la huelga revolucionaria diferentes formas de acción.
España tampoco está a salvo de su acción.
La Estrategia económica utiliza el factor crucial de comercio-mercados. El
autor plasma una idea de gran actualidad hoy en día: la búsqueda de mer-
cados sin ocupación física. Valora esta estrategia como sumamente peli-
grosa y complicada, válida tanto en tiempo de paz como de conflicto.
Finalmente, la Estrategia total, en la que reconoce que no existe acuerdo
entre los diferentes autores. Unos la identifican como el estadio superior
de la estrategia; otros la relacionan con la guerra total. De cualquier modo,
las estrategias psicológicas y económicas siempre encuentran aquí un
espacio para desarrollarse. Las otras tres tienen un cierto sentido exclu-
yente.
Concluye que España debe hacer frente, en todo caso, con probabilidad a
una estrategia de corte clásico, concurrente con la psicológica y la econó-
mica.
Y así, Munilla llega al planteamiento de las opciones de seguridad para
España (cap. 10). Cita que las amenazas pueden ser bien particulares o bien
las relacionadas con Europa Occidental. Geográficamente provenientes del
norte, vigilante en los Pirineos o del sur, en la zona del Estrecho o por la ines-
tabilidad norteafricana. Alas dos anteriores hay que sumar la amenaza interior.
— 114 —
Una vez identificadas las amenaza, revista las opciones de seguridad:
neutralidad, no alineación, la basada en pactos multilaterales, bilaterales o
mixtos.
Los tratados biliterales, en este momento con los Estados Unidos, Francia
y Portugal, en caso de ser heteropotenciales producen una gran depen-
dencia y son frágiles.
Sin decirlo con claridad, parece inclinarse hacia una opción Mixta, com-
pletando con acuerdo bilaterales en otras áreas (Magreb, Iberoamérica), la
evidente necesidad de sumarse a la OTAN.
— 115 —
7. Aunque es previsible que disminuya progresivamente el peso de los
Estados Unidos en Europa, su presencia en el continente sigue siendo
imprescindible.
8. España no debe descuidar sus amenazas particulares.
9. Europa y España deben reforzar su rearme espiritual y su Voluntad de
Defensa por todos los medios. Nos va en ello la supervivencia.
Como comentario final se puede decir que la obra de Munilla es una
amena y sencilla aproximación a la Estrategia Militar Española, con un
fuerte componente geográfico y terrestre. Prueba de ello, concede a la
Meseta una función catalizadora de la Unidad de España. Sin duda,
influenciado por anteriores estudios sobre la Estrategia española, López
Muniz, Díaz de Villegas, Martínez Campos..., otorga a la conservación del
territorio un valor fundamental.
Así, el general Munilla combina, a lo largo del libro, dos elementos estra-
tégicos: la singularidad de la Península Ibérica y nuestro decidida aporta-
ción a la OTAN, pero siempre entendida con un criterio introspectivo:
España como base logística y la defensa a ultranza del territorio. Al mismo
eje Baleares-Estrecho-Canarias le da un márchamo terrestre, como espe-
tón que une territorios soberanos.
No se adivina en ningún caso, por otro lado difícil de predecir en este
periodo de la Guerra Fría, la proyección estratégica.
Obra interesante, sin duda.
— 116 —
LUCIEN POIRIER
——————————
— 117 —
ción estratégica y sus vinculaciones con la política, y la distinta percepción
del problema según que la persona que lo acometa sea un teórico de la
estrategia o alguien que ha de considerarla desde el punto de vista prác-
tico.
«Se acepte o se rechace, la guerra es la referencia constante del
pensamiento político; la catástrofe entronizada, como un posible
jamás improbable, en el horizonte de las decisiones de los que con -
ducen la empresa político-estratégica, y hacia la que los dirigentes no
cesan de ser atraidos por la fuerza misma de sus proyectos respecto
al futuro disputado».
— 118 —
este hecho los que han cambiado con el fluir del tiempo. Pero no se había
teorizado, hasta este momento, sobre los modos de acción virtuales, aque-
llos que están presentes en las decisiones de los estrategas prácticos sin
estar plasmados en ningún manual ni documento: hasta la toma de con-
ciencia de la sinrazón nuclear, el estratega militar no intervenía más que
después del comienzo de las hostilidades. Su trabajo (el de los prácticos
en oposición a los teóricos o teorizantes), productor de efectos específicos
fuera de lo común, no comenzaba más que con la guerra declarada, al
ceder la iniciativa al lenguaje diplomático el paso al lenguaje de las armas.
En la evolución de una parte importante de la estrategia, como es la de
medios, tiene gran incidencia la consecuencia de la nueva revolución tec-
nológica producida por los fulgurantes progresos de la electrónica y de la
informática integradas en los sistemas de armas. Esta evolución ha provo-
cado el cambio, incluso, de los parámetros en que ha de fundamentarse la
estrategia de las Fuerzas Armadas, cambiando de los factores predomi-
nantemente tácticos al predominio de las innovaciones que aportarán
velocidad, letalidad y alcance (el único factor constante en el aspecto tác-
tico-técnico es...la variación). Armarse para dar miedo, pero organizarse y
defenderse contra el miedo es uno de los fundamentos que han sobrevi-
vido al aplastante avance de los tiempos, quedando como uno de los prin-
cipios de la metamorfosis de las fuerzas.
«Buen consejero, el miedo obliga a dirigentes y ejecutantes a inven -
tar modos de acción que reduzcan los riesgos. Las recientes meta -
morfosis de las fuerzas esbozan soluciones que sin duda tienen lagu -
nas, pero son indicativas de una nueva bifurcación en el pensamiento
político-estratégico: los dirigentes superpotentes comprenden que,
bajo ciertas condiciones, la sublimación de la violencia puede actuar
con un rendimiento político superior al del empleo efectivo de las
fuerzas».
Sin embargo, y es fiel reflejo de su pensamiento el testimonio escrito
dejado por el autor, al igual que en nuestros días en los que se ha resta-
blecido la importancia del binomio hombre-máquina que estaba decantán-
dose día a día a favor de la importancia del arma y del menosprecio a la
preparación del combatiente, debe tenerse en consideración que la ener-
gía humana, corporal y física, que es la más inmediata, sigue siendo fun-
damental: el combatiente individual no fue más que la primera transforma-
ción del binomio, elemento básico en todos los sistemas militares. Se han
multiplicado las posibilidades de trabajo humanas por su integración en
sistemas cada vez más complejos, a lo que es preciso unir otro factor mul-
— 119 —
tiplicador de la energía humana: la aptitud de los individuos y de los gru-
pos para renovar los armamentos, realizarlos y emplearlos. El genio mili-
tar, que no se manifiesta solamente en el arte de la guerra, sino también
en la invención técnica y en la imaginación teórica, siempre fue uno de los
primeros factores de la evolución estratégica. Puede destacarse que a lo
largo de la historia ha bastado que una mutación afecte a uno de los ele-
mentos del «binomio» o del sistema estratégico, o a una relación entre sus
factores, para que la memoria genealógica sugiera analogías entre los vie-
jos problemas y los nuevos; para que el estratega practicante encuentre
situaciones similares a las suyas en el espesor de la historia sedimentada
y en las preocupaciones de lejanos predecesores.
Por encima de una evolución ensalzada por todos los autores posteriores
al siglo XVIII, que servía de fundamento al desarrollo de nuevas estrate-
gias, todas las estrategias militares, la guerrilla, el bloqueo, la guerra limi-
tada o total, clásica o nuclear, las disuasiones nucleares y clásicas, todas
las formas de la estrategia indirecta y de la guerra psicológica pueden pre-
sentarse aquí o allá. Ninguna es nunca improbable y algunas pueden ser
concomitantes. Unas son nuevas, otras reaparecen y rejuvenecen con los
procedimientos y los medios actuales.
— 120 —
del estratega práctico en cualquier nivel que opere, es el lugar donde se
cruzan sin cesar estas diversas dinámicas: es transformante y es transfor-
mada.
«Las relaciones entre el teórico de la estrategia y el que la practica
necesariamente son difíciles. Su evolución y sus razones se derivan
de la genealogía: ésta se desarrolla por las interacciones entre el
saber de uno y el poder del otro. El deber aísla al segundo del pri -
mero, aunque ninguna teoría puede concebirse si no está referida a
la acción que la requiere y la justifica».
— 121 —
legio de denunciar lo que resulta oscuro para la mayor parte; le concede el
don de imaginar los desenlaces de situaciones inextricables, en las que
los más clarividentes no saben deslindar lo que vivirá de lo que está
condenado.
«Levantó la voz contra la ignorancia de su tiempo y no fue escu -
chada. Este es el destino de casi todos los hombres geniales. Llegan
a la verdad mucho tiempo antes que su siglo. Felices, todavía,
cuando al borde de su tumba, tienen el consuelo de ver que alguien
sigue tras sus huellas».
En sus obras muestra una visión que se anticipa en cincuenta años a la de
Clausewitz, articulando su marcha en torno a la relación fundamental entre
política y guerra. En su tratado «Essai general de tactique» destaca (¡en
aquellos años!) la necesidad de apoyar a la fuerza pública con otras fuer-
zas accesorias: ¿cuáles son estas fuerzas? La opinión pública, la «inteli-
gencia» y las costumbres; sin su concurso, la fuerza pública no será sufi-
ciente y la libertad no será duradera. Por primera vez en la historia aparece
en su plena acepción la expresión fuerzas morales: «Estas fuerzas mora-
les son la opinión, la «inteligencia» y las costumbres públicas. Al analizar-
las se ve que son tres géneros de fuerzas muy distintas; pero es preciso
que el legislador las combine y las cambie sin cesar de sentido para
aumentar la acción de una con la de la otra y para no hacer de ellas más
que una sola y de una potencia mayor».
A partir de Guibert aparece la dicotomía entre táctica y gran táctica; la gran
táctica a la que Guibert se referirá después como la «estrategia o táctica
de los ejércitos», comprende lo que nosotros entendemos hoy por estrate-
gia militar operativa, estrategia que está reservada en adelante a un orden
de pensamiento y de acción más extenso. Guibert tiene necesidad de una
categoría intermedia para sacar todo el partido posible de la continuidad
de ejecución entre estrategia y táctica elemental; para facilitar la delimita-
ción que debe existir entre la táctica practicante y la estrategia conceptual
establece una serie de axiomas que contempla como imprescindibles a la
hora de pergeñar cualquier estrategia en un futuro.
— Axioma de eficacia: Guibert asocia a la eficacia la noción del coste del
conflicto; punto de anclaje de la problemática tratada por este autor, el
axioma de eficacia -muy general puesto que asocia costes y resultados-
gobierna la heurística teórica. En definitiva, los valores comparados de
los daños materiales producidos por los antagonistas son lógicamente
erigidos en patrón para medir la eficacia para el conjunto del duelo.
— Axioma de sencillez: la primera condición de una guerra eficaz es la
— 122 —
sencillez en su concepción y en las operaciones militares. La sencillez
no es condición suficiente, pero sí necesaria para su buena economía
interna, así como para su concordancia con los fines políticos.
— Axioma de complementariedad: el análisis lógico dice que las funcio-
nes complementarias deben recogerse en la unidad de una táctica que
asuma a ambas, porque son complementarias e igualmente necesa-
rias. El pensamiento las pone de acuerdo, dado que las considera
sucesivas en el tiempo.
— Axiomas de coherencia teórica y de continuidad práctica: el principio de
complementariedad es un corolario del principio de eficacia. El fin
estratégico global -la batalla decisiva- somete a la totalidad de las ope-
raciones que a ella conducen a un principio de continuidad que deter-
mina a cada una entre ellas y su encadenamiento lógico.
Conforme a sus axiomas de eficacia y de continuidad, Guibert quiere que
la entrada en campaña se efectúe con la mayor celeridad. Las operacio-
nes no deben dilatarse -la guerra es onerosa («Ningún pueblo se ha bene-
ficiado nunca de una guerra prolongada», Sun Tzu)- y la organización mili-
tar debe ser capaz de reducir al mínimo estricto el inevitable tiempo muerto
que separa el tiempo de paz del tiempo de guerra. Más allá de las diver-
gencias de opinión sobre la función estratégica de la batalla se percibe un
desacuerdo más profundo que se acentuará más tarde y cristalizará en
dos escuelas: la de la estrategia directa que busca la decisión por la vía
rápida y radical de la guerra decisiva y, si es posible, de aniquilación, y la
de la estrategia indirecta a la que repugnan las confrontaciones costosas
y que especula sobre los efectos diferidos y acumulativos de acciones mul-
tiformes y más matizadas.
Concluye el libro de Poirier con una tercera parte dedicada a la valoración
del pensamiento de Jomini y a la búsqueda e interpretación de sus discre-
pancias con Lucien Poirier. Nacido treinta y siete años después de L´ Essai
Général de tactique, de Guibert, asiste al triunfo de los vaticinios líricos del
mismo; primero en Francia y luego contra ella (Napoleón dijo de él que «lo
que deja atónito en el funcionamiento del cerebro del genio es que puede
defender una postura y la contraria sin el menor embarazo, y sin que dude-
mos ni un instante de sus excelentes razones. Naturalmente, esto no tiene
nada que ver con las palinodias de los aficionados a los que falta, preci-
samente, la visión de conjunto que permite dominar las posturas contra-
rias»). Observa cómo fue engendrado y cómo se afirma, en la idea y en la
acción, el concepto de guerra absoluta; cómo una variedad estratégica, la
estrategia de aniquilación, alcanza el «status» ilegítimo de paradigma;
— 123 —
cómo la idea sobre la guerra se organiza y cómo se propaga como metás-
tasis en el cuerpo sociopolítico.
«¡Se dice que el siglo no va! He aquí a un joven jefe de batallón, y
además suizo, que nos enseña lo que mis profesores no me ense -
ñaron nunca y muy pocos generales comprenden...¿Cómo Fouché
ha dejado imprimir semejante libro? <referencia al Traité des grandes
opérations militaires> Pues es enseñar todo mi sistema de guerra a
mis enemigos; es preciso recoger este libro e impedir que se propa -
gue». Comentario de Napoleón a Maret poco después de desarro-
llarse la batalla de Austerlitz.
Si teorías como las de Jomini han escapado al desgaste del tiempo, es, en
primer lugar, por haber sabido tratar la complejidad del material estratégico
seleccionando y reorganizando, en un razonamiento incompleto pero
coherente, fragmentos del saber común y trivializado para ser entendible.
¿Quién era Antoine Henri Jomini tan importante como para excitar la aten-
ción de un Napoleón y tan insignificante en el mundo militar como para no
hacer vacilar las ideas existentes? Había nacido en Payerne, en el cantón
de Vaud, el 6 de marzo de 1.779, en el seno de una familia burguesa de
origen italiano. Hacia los doce años de edad, dotado para el cálculo y para
la geografía, atraído por las armas, se prepara para su admisión en la
escuela militar del príncipe de Wurtemberg, en Montbéliard. Al ser transfe-
rida la escuela a Stuttgart, se abandona el proyecto. Al no poder comprar
un puesto de cadete en el regimiento suizo de Vatteville, entonces al ser-
vicio de Francia, a causa de la Revolución, Jomini prepara una carrera
comercial en Aarau.
— 124 —
En la situación en que se desenvuelven los métodos de estudio de la
época (y perfectamente aplicables en nuestros días), ninguna teoría pare-
cía abarcar el todo de la empresa político-estratégica en un razonamiento,
a la vez, descriptivo y normativo; capaz de hablar de una acción que tenga
lugar simultáneamente, y no ya según una relación de la causalidad inteli-
gible, en las dos dimensiones de lo político y de lo estratégico. Se puede
deducir de una lectura detallada de las obras de este autor que solamente
un mismo hecho conflictivo puede ser interpretado según estos dos len-
guajes, a partir de dos puntos de observación de los que cada uno pro-
porcionará una lectura pertinente, un sentido. El político da las razones de
su aparición en el sistema de relaciones entre los dirigentes, las variacio-
nes de situaciones conflictivas que provoca, sus efectos sobre los proyec-
tos y los deseos de cada uno ante los demás, las modificaciones que intro-
duce en la concepción y la conducción general de la empresa. El
estratégico piensa y utiliza este hecho conflictivo como información que
afecta a la acción empeñada, modificando los intercambios y conversiones
energéticos en el seno de su propio sistema de ejecutantes y con los eje-
cutantes.
Como conclusión al presente comentario sobre la obra «Las voces de la
Estrategia» puede añadirse el hecho de que sería recomendable una lec-
tura detenida de todos y cada uno de los aspectos que en él son tocados
ya que proporcionan un recorrido por la historia de algunos de los estrate-
gas que más han incidido en el pensamiento actual, y que han provocado
el nacimiento de un tan gran número de acólitos que han permitido el
seguir trabajando con los conceptos definidos por pensadores teóricos y
prácticos de una rama del arte militar tan conocida y aplicada como mal
entendida e interpretada.
— 125 —
PIERRE LACOSTE
——————————
— 127 —
originan derivados de las innovaciones de los sistemas y armas. No obs-
tante, si el lector espera un texto de conceptos estratégicos comprobará
que el Almirante hace extensas incursiones al mundo de la táctica, eso sí,
con un tratamiento claro, entretenido y muy expresivo, en el que abundan
los gráficos y viñetas explicativas. Este tratamiento fácil y sencillo del
mundo naval hace el libro apto para cualquier tipo de lector, incluso para
los no versados en estos temas.
Pierre Lacoste, toma como pensadores de referencia para su trabajo a
Mahan, Mackinder, y Castex. De Mahan, destaca su análisis del grupo de
factores que determinan la potencialidad marítima de una nación: una
posición geográfica favorable, unos factores económicos propicios, y unos
factores políticos que empujen a los dirigentes a desarrollar una política
naval. De Mackinder, resalta la división que hace de la tierra en varios ani-
llos, entre los que sobresale uno: «la zona continental», corazón de la tie-
rra. En un mundo de espacios concéntricos, los océanos adquieren el
papel bien de paso entre las zonas correspondientes o bien de foso infran-
queable para las naciones que no disponen del dominio del mar. De Cas-
tex, destaca su teoría según la cual, en cualquier época, el conflicto va a
enfrentar a la potencia continental dominante con la potencia marítima
dominante. En las «zonas de contacto», que se encuentran sometidas a la
doble influencia de la Zona Continental y la Marítima, las naciones bascu-
lan en sus políticas en uno u otro sentido.
Según el autor, el comportamiento de los países, va a quedar condicionado
por su carácter marítimo o continental. Las potencias marítimas van a
intentar mantener siempre el mismo objetivo estratégico que no es otro
que el ejercicio de la libertad de los mares, por ello, su fuerza naval oceá-
nica resultará determinante. La visión estratégica de la potencia continen-
tal es radicalmente diferente y su objetivo estratégico se dirige más hacia
el ataque al tráfico marítimo y comercial que a destruir el grueso de las
fuerzas navales del enemigo. Las estrategias de los países que se encuen-
tran en la zona de contacto variarán según los condicionantes del
momento.
Pero, ¿qué entiende Pierre Lacoste por Estrategia?. El Almirante define
este concepto como: El arte de tener en cuenta los datos de la situación
del momento, y de utilizar mejor los medios de los que se dispone, para
alcanzar los objetivos fijados.
En su opinión, al político le corresponde determinar los objetivos y fines a
alcanzar. Según esa concepción, el político se encuentra en un nivel jerár-
quico superior al del estratega, de alguna manera el primero se proyecta
— 128 —
en el futuro mientras que el segundo se mueve en el presente. Así la polí-
tica naval debe: Concebir y definir a medio y a largo plazo, los objetivos de
la marina y los medios necesarios para alcanzarlos.
— 129 —
agresión. Es en ese segundo golpe donde intervienen los submarinos
nucleares que ocultos en los océanos siempre estarán en disposición de
contestar.
La estrategia de la acción, sobre una actitud menos dramática que la vio-
lencia nuclear, debe demostrar, sobre la base de la eficacia, la firme volun-
tad de defensa de los intereses nacionales, y de apoyar a la política gene-
ral frente a las amenazas o las agresiones que provengan de la sociedad
internacional. En definitiva y como dice Pierre Lacoste, es necesario mos-
trar la fuerza para no tener que servirse de ella.
¿Qué entiende el Almirante por eficacia?. En relación con las fuerzas nava-
les los criterios de eficacia serían: disponer de una flota equilibrada, com-
puesta por un conjunto coherente de medios –superficie, submarinos,
aéreos, costeros etc-; una marina de alta mar, lo que debe permitir a esos
medios operar en mar abierto en todas las condiciones; prioridad de las
armas ofensivas, se trataría de dar prioridad a la ofensiva sobre la defensiva,
dada la actual «disimetría» favorable a las primeras sobre las segundas.
Sin embargo, las fuerzas navales con una actividad que no se constriñe
sólo al tiempo de guerra, contribuyen además de manera fundamental en
la conducción de la crisis. Para Pierre Lacoste las marinas tienen también
un importante cometido que jugar en las estrategias indirectas de tiempo
de paz y todavía más en caso de crisis internacional.
Las fuerzas navales en tiempo de paz tienen un importante cometido. El
valor de la potencia naval se extiende más allá de las misiones bélicas y
su influencia se alarga sobre áreas económicas, políticas, y culturales.
Entre esos cometidos se encuentra la presencia no violenta, lo que se
conoce como «mostrar el pabellón». Presencia, asimismo, en la realiza-
ción de misiones similares a lo que sería una fuerza internacional para el
mantenimiento del orden, con el derecho de realizar misiones de carácter
policial. Además, presencia, con fines coercitivos y disuasorios.
Las fuerzas navales en tiempo de guerra proporcionan al que posee la
fuerza militar suficiente, la garantía «del dominio del mar», es decir «la
facultad de poder usar el mar en su provecho y de prohibir el uso a sus
adversarios». Como indica el autor, esta garantía permite al beligerante el
transporte marítimo de todo tipo de recursos humanos y materiales; la dis-
ponibilidad de realizar maniobras estratégicas, mediante la fijación de fuer-
zas en falsos ataques o bien mediante la apertura de nuevos frentes; la
posibilidad de realizar el bloqueo del enemigo impidiendo sus refuerzos y
aprovisionamiento.
— 130 —
El dominio del mar ha tenido especial incidencia en guerras de duración
prolongada, siendo su influencia mucho menor en conflictos de corta dura-
ción. No obstante, se ha mostrado incapaz cuando se trataba de contener
intensas y feroces ofensivas. Lo que sí se puede indicar, es que si bien el
poder naval ha sido una «condición necesaria» para poder alcanzar la vic-
toria, no ha sido una «condición suficiente».
«Pues es en tierra donde se encuentran los grandes intereses, los
territorios, las riquezas y las poblaciones que se disputan ambos
adversarios; y es en tierra, a fin de cuentas, donde se dan las bata -
llas decisivas».
— 131 —
De la guerra de las Malvinas, que el autor califica como «el primer conflicto
naval de la era electrónica», extrae tres enseñanzas fundamentales:
— El submarino de ataque de propulsión nuclear ha sustituido al portaa-
viones como buque esencial. La sola presencia de una de estas uni-
dades, puede forzar a toda una fuerza naval como la argentina, a per-
manecer en puerto ante los elevados riesgos a los que se expone.
— La guerra electrónica se ha convertido en un elemento capital al inter-
venir en múltiples áreas.
— La primacía de los medios de ataque sobre los medios defensivos y de
protección. En el eterno duelo entre el cañón y la coraza, hoy se
impone el primero debido a la eficacia de los misiles y otras armas de
carácter «inteligente».
De otros conflictos posteriores extrae las siguientes enseñanzas: la capa-
cidad de las marinas para realizar misiones por períodos prolongados sin
el apoyo de las bases propias; el papel decisivo que juegan las fuerzas
navales en situaciones de crisis y conflictos de baja intensidad; la impor-
tancia disuasiva de los submarinos nucleares ocultos en la inmensidad del
océano.
Uno de los factores que analiza el Almirante, es el escenario estratégico en
el que se van a desarrollar las acciones navales. Según él, ese escenario
se encierra en cuatro dimensiones: la superficie, la submarina, la aérea, y
la dimensión espacial. En ese marco de actuación intervienen además una
gran variedad de móviles y de elementos que pueden entrar en colisión y
mutua interferencia, lo que dificulta en gran medida el empleo de las
modernas fuerzas navales.
El medio en que se desarrolla la estrategia es la alta mar o como lo deno-
mina el Almirante y los marinos, la superficie. La alta mar tiene unas carac-
terísticas estratégicas muy particulares porque carece de fronteras, no se
invade, existe libertad de circulación y tránsito sin que la geografía condi-
cione una ruta o derrota determinada, y sin embargo, en ese espacio debe
entablarse el combate naval. En ese entorno, los buques tienen la gran
ventaja de la permanencia y desde el punto de vista comercial, la rentabi-
lidad en el transporte de los grandes tonelajes de mercancías. En otro
tiempo, la posibilidad de detección de los buques en este gran espacio era
muy baja, en nuestros días, los adelantos técnicos han propiciado un sus-
tancial aumento de esa posibilidad.
La dimensión submarina se caracteriza por su inaccesibilidad. En efecto,
en ese mundo el submarino permanece fuera del alcance de las ondas
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radio, radar, infrarrojas o láser y sin embargo escucha y aprovecha las
franjas infra y ultrasonoras del espectro de vibraciones acústicas, lo que le
proporciona una extraordinaria ventaja táctica.
Pierre Lacoste dedica una de las partes del libro a estudiar los distintos
combatientes que intervienen en ese complejo marco de cuatro dimensio-
nes y lo hace según las cuatro funciones del combate: la movilidad, la vigi-
lancia, el ataque o la defensa, y la coordinación. Divide a esos combatien-
tes en cuatro grupos: grandes navíos de superficie, submarinos,
portaaviones y aviación embarcada, y aviones de patrulla marítima.
— 133 —
En la guerra submarina, el autor sólo considera las acciones de los sub-
marinos de ataque y excluye a los submarinos nucleares estratégicos al
ser la disuasión su principal cometido. El Almirante valora el gran gasto
que la mera presencia de submarinos obliga a realizar al adversario en
misiones de protección. Considera que estas unidades disfrutan de tres
importantes ventajas: la discreción, la obtención de información adelan-
tada, y la contundencia de sus ataques con misiles y torpedos. Por último,
afirma su gran valor ofensivo, como se puso de manifiesto durante el con-
flicto de las Malvinas
En la guerra antisubmarina, el autor defiende, frente a los que la cuestio-
nan, la protección del tráfico mercante mediante convoyes, pues los estu-
dios matemáticos avalan que las pérdidas de mercancías son menores
que en la navegación independiente. Para Pierre Lacoste, la defensa en
profundidad es la mejor manera de combatir esta amenaza. En un futuro,
es de prever que las armas ofensivas de los submarinos avancen más que
la detección de los escoltas, lo que lleva al autor a considerar al sumergi-
ble como el mejor medio para combatir al submarino enemigo.
Las fuerzas del mar en el asalto a tierra, lo que conocemos como la pro-
yección del poder naval sobre tierra, tiene dos formas de manifestarse:
mediante los ataques sin invasión y las operaciones de desembarco. En la
primera de esas manifestaciones se incluiría tanto los ataques sobre tierra
de la aviación embarcada, como los ataques de artillería mediante los misi-
les balísticos y los misiles crucero. Con la aparición de los submarinos
nucleares estratégicos nos encontramos, como opina Lacoste, ante la
manera más inédita y eficaz de proyectar el poder naval. En la segunda
manifestación, se contempla fundamentalmente las operaciones anfibias.
Como es generalmente aceptado, el Almirante defiende la necesidad de la
sorpresa, la superioridad local y especialmente la superioridad aérea,
como requisitos para poder emprender con éxito una operación de esta
envergadura.
En este asunto, la pregunta central del debate estratégico se situaría en
cómo nos defendemos ante ese ataque. La respuesta tiene dos versiones
bien distintas según se trate de la mentalidad continental, que intentaría
defenderse a lo largo de la línea de costa –las antiguas fortificaciones-, o
bien la marítima, que trataría de hacerlo basándose en los medios navales
y aéreos.
Para confeccionar la marina del mañana es necesario efectuar un ejercicio
de prospectiva. En este proceso deben intervenir los técnicos, los estrate-
— 134 —
gas y los políticos. Los primeros, oficiales de marina e ingenieros, deben
prever las innovaciones tácticas y técnicas; los estrategas, deberán dibu-
jarnos el futuro escenario estratégico; los políticos, tendrán que fijar los
intereses que deben ser defendidos y determinar prioridades repartiendo
los recursos.
Las perspectivas tácticas y técnicas, indican que todo «irá más fuerte, más
rápido, más lejos, y con más seguridad». En la guerra de superficie, los
misiles mejorarán sus prestaciones progresando paralelamente las armas
antimisil y las defensas electrónicas. En la lucha antisubmarina, con el pro-
tagonismo del submarino nuclear, los avances en escucha pasiva adquiri-
rán más relevancia. En la proyección del poder naval sobre tierra y ante la
posible vulnerabilidad de los misiles balísticos, aparece con fuerza el misil
crucero mucho más difícil de atacar. En el caso de las operaciones anfi-
bias, el dominio de los espacios aéreos y marítimos, a mayores distancias,
resultará como en épocas pasadas fundamental.
De todos los análisis, Pierre Lacoste obtiene las mismas conclusiones que
se derivaban del propio conflicto de las Malvinas: el submarino nuclear de
ataque es el nuevo «rey del mar», pues en las condiciones actuales es
muy improbable que se llegue a controlar esta amenaza; la guerra elec -
trónica y las aplicaciones especiales se imponen, esta implicación afectará
a todos los ambientes y en todas las funciones del combate, así como a
los diferentes niveles, desde el estratégico hasta el nivel táctico de la uni-
dad más elemental; la disimetría ataque-protección, en la eterna lucha del
cañón y la coraza esta última pierde terreno.
— 135 —
entre la potencia marítima y la potencia continental, alguna de las opinio-
nes prospectivas del autor. Para la OTAN, la libertad de los mares seguirá
siendo un factor esencial tanto desde el punto de vista económico como
estratégico. La estrategia naval americana se continúa definiendo en lo
mismos términos «conservar el dominio del mar por la destrucción de las
fuerzas navales del adversario». Por contraposición, la estrategia soviética
seguirá con sus objetivos de «proteger el territorio contra los ataques veni-
dos de la mar y atacar las vías de comunicación enemigas».
— 136 —
Las acciones navales admiten en esas situaciones una perfecta gradación,
desde las meramente diplomáticas a las acciones amenazantes realizadas
mediante maniobras o ejercicios. Y es que, como se indicaba anterior-
mente, la capacidad de desplegarse en un espacio internacional próximo
a las zonas en conflicto sin «violar fronteras», ni arriesgar directamente «la
vida de las poblaciones civiles» y el carácter tanto «progresivo como rever -
sible» de la presencia naval, hace que las marinas puedan aportar un
papel importante en la resolución de crisis.
La aparición de nuevas fuentes de riqueza en el mar, como el petróleo o
los depósitos de nódulos metálicos, a añadir al tradicional recurso de la
pesca, y la tendencia a aumentar el espacio marítimo de control de los
recursos marinos, representan nuevos focos de litigios y confieren a las
fuerzas navales un campo adicional de actuación en defensa de los inte-
reses nacionales. Además, en muchos países, las marinas asumen misio-
nes similares relacionadas con: la vigilancia de pesca, la policía de la nave-
gación, la administración de asuntos marítimos, la hidrografía y
oceanografía, la meteorología marítima o los faros y balizas.
Por todo lo indicado, las perspectivas de futuro de las marinas no se detie-
nen, sino que experimentan un impulso renovado, pues como indica Pie-
rre Lacoste citando al General De Gaulle:
«La marina se encuentra ahora, y sin duda, por primera vez en la his -
toria, en primer plano de la potencia guerrera de Francia, y esto será
en el futuro, cada vez más, un poco más verdadero».
— 137 —
PAUL M. KENNEDY
— 139 —
En su última gran obra «Preparing for the Twenty-first Century» (1992) el
autor cambió, no obstante, la perspectiva con que contemplaba la realidad
internacional hacia un enfoque más interdependiente y prospectivo. En
ese libro P. Kennedy abordó con agudeza intelectual y exhaustivo conoci-
miento del tema las nuevas fuerzas transnacionales con que han de
enfrentarse los Estados durante las próximas décadas.
Su libro «Auge y caída de las grandes potencias» está escrito desde la
perspectiva historicista de sus primeras obras y refleja una preocupación
geopolítica esencial de los EEUU de finales del siglo XX: ¿Cómo evitar que
los EEUU, al igual que todas las grandes potencias que le precedieron, ter-
minen cediendo su posición de privilegio? Se puede establecer, por tanto,
un cierto paralelismo con la famosa obra de Mahan «The influence of Sea
Power upon History», en ésta se trataba de definir los pasos a dar para que
los EEUU alcanzaran el rango de gran potencia; en la obra de Paul Ken-
nedy se trata de conocer la línea estratégica a seguir para no dejar de
serlo.
La obra no da por sabidas cuestiones básicas para un estudioso de la his-
toria y la estrategia y, por ello, es de interés para un amplio sector de lec-
tores, desde aquellos que se inician en el conocimiento de temas estraté-
gicos hasta aquellos que precisan una información exhaustiva y un análisis
profundo. Tal como el autor afirma en la primera frase de la introducción:
Este libro se ocupa del poder nacional e internacional en el período
«moderno», es decir, del posrenacimiento. Procura rastrear y explicar
cómo han ascendido y caído las diversas grandes potencias, interre -
lacionadas, durante los cinco siglos que van desde la formación de
las «nuevas monarquías» de Europa occidental hasta el inicio del sis -
tema de Estados global y transoceánico».
El estudio se centra en la interacción entre economía y estrategia a medida
que los Estados punteros del sistema internacional luchaban por aumen-
tar su riqueza y su poder, por llegar a ser (o por seguir siendo) ricos y fuer-
tes. Por lo general el triunfo o colapso de cualquier gran potencia ha sido
la consecuencia de prolongadas luchas de sus fuerzas armadas, pero tam-
bién de la utilización más o menos eficiente de los recursos económicos
productivos del Estado en tiempo de guerra. No obstante, como las rela-
ciones de riqueza y poder militar de los distintos actores del escenario
estratégico no permanecen constantes, es además esencial conocer la
forma en que la economía de dichos Estados ha ido variando en relación
con las otras naciones líderes durante las décadas de paz que precedie-
ron a los períodos de lucha.
— 140 —
La obra de Paul Kennedy parte de una afirmación:
«En el año 1500 para los habitantes de Europa no era en absoluto
evidente que su continente estuviera destinado a dominar gran parte
del resto de la Tierra».
— 141 —
Las otras grandes potencias europeas también sufrieron mucho en estas
guerras prolongadas, pero se las arreglaron mejor para mantener el equi-
librio entre sus recursos materiales y su poder militar. La pugna, que fue-
adquiriendo una dimensión cada vez más generalizada, hay que enten-
derla además bajo la influencia de la reforma que fracturó la Cristiandad en
dos y dio a la confrontación un carácter más intenso e ideológico.
«Los otros Estados —Francia, Inglaterra, Suecia e incluso el Imperio
otomano— disfrutaron de algunos períodos de paz y recuperación. El
destino de los Habsburgo, y más especialmente de España, consis -
tió en tener que salir de una lucha para volverse inmediatamente con -
tra otro enemigo».
Para el autor el bloque Habsburgo, con su extensa y compleja composi-
ción territorial proporciona uno de los mejores ejemplos históricos de exce-
siva extensión estratégica, pues el precio de poseer tantos territorios era
la existencia de numerosos enemigos.
El tercer capítulo trata de las luchas que tuvieron lugar entre 1660 y 1815.
En este complicado período, que no puede reducirse tan fácilmente a una
contienda entre un gran bloque y sus muchos rivales, emergieron de modo
insistente cinco grandes Estados: Francia, Gran Bretaña, Rusia, Austria y
Prusia. Otras grandes potencias anteriores como España, los Países
Bajos y Suecia pasaron a segunda fila. Fue una época en la que Francia,
primero bajo Luis XIV y después bajo Napoleón, estuvo relativamente
cerca de controlar Europa, pero sus esfuerzos siempre tropezaron, al
menos en última instancia, con una combinación de las otras grandes
potencias.
Como a principios del siglo XVIII el coste de los ejércitos regulares y las
flotas nacionales había pasado a ser enormemente elevado, un país que
pudiera crear un sistema avanzado de banca y crédito, como fue el caso
de Gran Bretaña, disfrutaba de una gran ventaja sobre los rivales finan-
cieramente atrasados. El factor de su posición geográfica influyó también
en el destino de las potencias. Tanto Gran Bretaña como Rusia mantenían
la capacidad de intervenir en las luchas europeas, al tiempo que estaban
geográficamente protegidas de ellas. Ambas pudieron expandirse por el
mundo extraeuropeo e intervenir en las disputas de las demás potencias
lo necesario para mantener el equilibrio continental.
La Revolución industrial, al iniciarse en Gran Bretaña en las últimas déca-
das del siglo XVIII, dio a este Estado los recursos necesarios para poder
frenar la ambición napoleónica de dominar Europa, a la vez que potenció
notablemente su capacidad para la colonización transatlántica. Las gue-
— 142 —
rras napoleónicas concluyeron situando a Gran Bretaña en una posi-
ción privilegiada tal como recoge el autor en cita del General prusiano
Gneisenau:
«Gran Bretaña no tiene que estar a nadie más agradecida que a ese
rufián (Napoleón). Pues gracias a los sucesos provocados por él, la
grandeza, prosperidad y riqueza de Inglaterra se han elevado a gran
altura. Ella es dueña del mar y, ni en este dominio ni en el comercio
mundial, tiene ahora un solo rival al que temer».
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1880. El ambiente internacional propició un número creciente de carreras
armamentísticas primero en el mar y luego en tierra, así como la creación
de alianzas militares sólidas incluso en tiempos de paz.
Pero el cambio más significativo fue producido por el formidable creci-
miento económico de las nuevas potencias no europeas: EEUU y Japón.
Rusia, con su doble dimensión euro-asiática, gracias a su enorme tamaño
y a pesar de la ineficacia del Estado zarista también estaba aumentando
su peso específico. El sistema de poder mundial estaba dejando de ser
esencialmente eurocéntrico.
«Entre las naciones europeas occidentales, tal vez sólo Alemania
tenía la potencia necesaria para abrirse paso en la selecta liga de los
futuros poderes mundiales».
La Primera Guerra Mundial, en un pulso de desgaste, puso a prueba la
solidez de los Estados y el acierto de sus alianzas: Austria-Hungría desa-
pareció, Rusia padeció una revolución, Alemania quedó derrotada y los
vencedores Francia, Italia y hasta la propia Gran Bretaña habían sufrido
demasiado para alcanzar la victoria. Los grandes beneficiados fueron
Japón, que mejoró aún más su posición en el Pacífico y, por supuesto,
los EEUU que tras la Gran Guerra se convirtieron en la primera potencia
mundial.
Ahora bien, el repliegue norteamericano hacia posiciones aislacionistas en
cuestiones internacionales después de 1919 y la posición de rechazo y ais-
lamiento del régimen soviético configuraron un sistema internacional atí-
pico donde el potencial económico no estaba en relación con la presencia
internacional. Gran Bretaña y Francia seguían en el centro del escenario
diplomático y en la década de los 30 su posición empezó a ser discutida
por Japón, Italia y sobre todo Alemania.
«Sin embargo, en un segundo plano los EEUU seguían siendo, de
lejos, la nación industrial más poderosa del mundo, y la Rusia de Sta -
lin estaba transformándose rápidamente en una superpotencia indus -
trial. En consecuencia, el dilema de las potencias «medianas» revi -
sionistas era que tenían que expandirse pronto si no querían quedar
eclipsadas por los dos gigantes continentales».
Francia y Gran Bretaña no podían enfrentarse a Japón y Alemania sin
correr el riesgo de debilitarse. El enorme desequilibrio de recursos pro-
ductivos impedía que las naciones del Eje pudieran imponerse a largo
plazo. La Segunda Guerra Mundial confirmó las vulnerabilidades de las
potencias de dimensiones menores frente a los dos colosos territoriales.
— 144 —
Los éxitos iniciales del Eje produjeron el declive francés y el debilitamiento
irreparable de Gran Bretaña. El resultado final fue un mundo bipolarizado
donde el equilibrio militar estaba de nuevo de acuerdo con la distribución
global de recursos económicos.
En los dos últimos capítulos «Economía y Estrategia de hoy y mañana» el
autor presenta la Guerra Fría como un modelo de sistema internacional
totalmente distinto a los de los siglos anteriores. El papel de las dos poten-
cias hegemónicas pareció reforzarse con la llegada y el posterior desarro-
llo de las armas nucleares. En el terreno militar ambas potencias mantu-
vieron un rango radicalmente superior al resto de los Estados hasta la
década de los 80 (en que el libro fue escrito). Y de hecho, tanto los EEUU
como la URSS interpretaban la dinámica estratégica en términos casi
exclusivamente bipolares e incluso maniqueos. La consecuencia del bipo-
larismo irreconciliable fue una escalada armamentística continua que
acentuaba las diferencias militares y los esfuerzos económicos de la
defensa.
«Y sin embargo el proceso de auge y caída de las grandes potencias
-de diferencias en índices de crecimiento y cambio tecnológico que
conducían a cambios en los equilibrios económicos mundiales, los
cuales a su vez influían en los equilibrios político y militar- no habían
cesado».
Durante aquellas décadas los balances productivos globales se alteraron
a un ritmo mayor que en épocas anteriores. La participación del Tercer
Mundo en el producto industrial total y en el PNB se expandió de forma
notable. La Comunidad Económica Europea se convirtió en la unidad
comercial más grande del mundo. La República Popular China inició un
proceso de crecimiento y desarrollo acelerado. El crecimiento económico
de la posguerra en Japón fue tan destacado que a principios de los 80
había superado a Rusia en PNB total.
«Por el contrario, los índices de crecimiento tanto rusos como esta -
dounidenses se han ido retrasando y su participación en la produc -
ción y riqueza globales ha disminuido de manera espectacular desde
la década de los 60.... Es evidente que ya existe un mundo multipo -
lar otra vez, aunque sólo se midan los índices económicos».
La opción estratégica que Paul Kennedy propone para los EEUU se hace
evidente a lo largo de todo el libro; no obstante, él la plantea al final del
último capítulo de la siguiente manera; los EEUU deben forzosamente
someterse a las dos pruebas de que depende la longevidad de una pri-
— 145 —
mera potencia: 1) Conservar en el ámbito militar-estratégico un equilibrio
razonable entre las percibidas exigencias de la nación y los medios que
posee para atender estos compromisos y 2) como cuestión íntimamente
relacionada con la anterior, librar a las bases tecnológicas y económicas
de su poder de erosión relativa frente a las pautas siempre cambiantes de
la producción mundial.
Esta prueba de la capacidad norteamericana será tanto más fuerte cuanto
que, como la España imperial de 1600 o el Imperio británico de 1900, los
EEUU han heredado toda una serie de compromisos estratégicos contraí-
dos décadas antes cuando su parte en el PNB, la producción manufactu-
rera, los gastos militares y el personal de las fuerzas armadas de todo el
mundo era mucho mayor que en el momento de escribirse el libro.
— 146 —
EDWARD N. LUTTWAK
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En efecto, el autor nació en Arad en 1942. Emigró a los Estados Unidos y
se doctoró en filosofía en la Universidad de John Hopkins. Ha sido asesor
en el Gabinete del Secretario de Defensa, del Consejo Nacional de Segu-
ridad y del Departamento de Estado de los EE.UU. Profesor en las univer-
sidades de John Hopkins y Georgetown. Ha impartido lecciones en los
principales centros militares de los EE.UU., así como en sus homólogos de
Argentina, Canada, Bélgica, Francia, India, Israel, Italia, Japón, Países
Bajos, Noruega, Taiwan y Reino Unido. En la actualidad, mantiene un des-
pacho permanente en el Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos
de Washington, del que fue director del programa de geoeconomía.
— 148 —
La estrategia, como ya hemos sugerido, abarca la conducta y las conse -
cuencias de las relaciones humanas en el contexto de un conflicto armado
real o posible. Pero lo extraordinario de la estrategia es su carácter para-
dójico (si vis pacem, para bellum), que hace tan difícil su comprensión:
«Todo el reino de la estrategia se halla inmerso en su propia lógica
paradójica, que se opone a la lógica lineal común...hasta inducir la
reunión y hasta la inversión de los opuestos».
El pensamiento de Luttwak está impregnado conscientemente de la refle-
xión clausewitziana de la guerra. Cuando en su primera parte examina la
naturaleza de la guerra y la idea rectora de la estrategia las referencias al
pensador prusiano son constantes.
Así, reconoce que la fricción es el medio fundamental en que se desarro -
lla la estrategia. Ante esta realidad, podemos optar por una línea de
mínima expectativa mediante la acción paradójica, incrementando el
riesgo organizativo y favoreciendo, por otra parte, la sorpresa. Ésta, es
más que un mero factor de ventaja; equivale al soporte, aunque breve y
parcial, de todo predicamento estratégico. Esta orientación puede caracte-
rizar el estilo nacional de hacer la guerra, como ocurre con Israel.
La otra opción es la que basándose en fuerzas superiores encuentra justi-
ficado menospreciar la sorpresa y rebaja al mínimo el riesgo de organiza-
ción. Es el caso paradigmático de la postura de los aliados en los meses
finales de la 2ª Guerra Mundial, donde la lógica de la estrategia ya no
importaba demasiado.
Otro fenómeno interesante, y siempre dentro del conjunto, es la eficiencia
y «el punto culminante del éxito», que da lugar a un proceso de culmina-
ción e inversión. Son varios los ejemplos ilustrados por el autor. En la lucha
del torpedo autopropulsado contra el acorazado, situandonos en el cambio
de siglo, apreciamos el ascenso por la curva del éxito del primero, que
alcanza resonancia con las acciones brillantes de las lanchas torpederas
japonesas en Puerto Arturo. Pero en ese momento, ya se había alcanzado
el punto culminante de su éxito, y los acorazados, con los cañones de tiro
rápido, los proyectores, las redes metálicas y la protección de los destruc-
tores, habían superado la doctrina que la Jeune École francesa trataba de
imponer con la primacía del torpedero.
El ejemplo anterior nos plantea otro interesante debate: la posibilidad de
que novedosas armas específicas puedan vencer a sistemas versátiles
mucho más sofisticados y costosos. Tal es el ejemplo del misil y el portaa-
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viones. Luttwak justifica el cómo para hacer frente a la amenaza, los gru-
pos de portaaviones están tan preocupados en su auto protección contra
ataques aéreos y submarinos, que sólo disponen de una fracción de su
poder positivo original (en este caso de 34 aviones sobre 90), una vez ase-
gurada su defensa.
Un último punto antes de adentrarnos en el edificio de los niveles, es lo que
el autor denomina «fracaso del éxito» y la «conjunción de los opuestos».
El caso más famoso puede ser Verdún (1916):
«La masacre (420 mil muertos, dos tercios de los cuales eran fran -
ceses), estaba todavía en sus etapas iniciales cuando quedó claro
que los fuertes podían ser abandonados ventajosamente...Pero ya
era demasiado tarde; los fuertes se habían convertido en un símbolo
más allá de toda disposición estratégica. En tales casos, la defensa
exitosa persiste a un costo que puede emerger en futuros fraca -
sos...El efecto Verdún estaba todavía presente en la fatal destrucción
del ejército francés en la 2ª G.M».
La «conjunción de los opuestos» es un proceso de la lógica paradójica,
que puede suscitarse en todos los niveles de la estrategia. En el campo
operacional o de teatro, son bien conocidas las victorias relámpago de la
blitzkrieg. Sin embargo, en el otoño de 1941, las fuerzas alemanas habían
alcanzado su punto culminante de la victoria cuando Moscú distaba aún
100 kilómetros de sus líneas más avanzadas. Los soldados alemanes,
agotados, estaban desmoralizados por su mismo triunfo, y obtuvieron
como resultado final, el fracaso. Si en el momento crucial no opera un cam -
bio exógeno en la situación, la lógica introducirá una autonegación que
puede alcanzar el extremo de la inversión absoluta, anulando la victoria.
Aquí el autor advierte que si quien prevalece en la guerra es una coalición,
su misma victoria la debilitará, al reavivarse las disputas suprimidas. Según
la inexorable paradoja, una victoria total destruiría totalmente una coalición.
Considerando las dos dimensiones ya citadas de la estrategia, Luttwak nos
describe, a lo largo de este apartado, los diferentes niveles verticales y lo
que es más importante, cómo interactúan entre ellos.
En el nivel inferior sitúa el aspecto técnico de la estrategia. Narra el cono-
cido proceso de la influencia de la innovación tecnológica en los niveles
superiores. Normalmente, un arma innovadora produce efectos beneficio-
sos en los niveles táctico y operacional, tal es el caso del radar. Sin
embargo, esta innovación puede ser abortada, como fue el caso de la
— 150 —
mitrailleuse, la ametralladora adoptada por el ejército francés en 1869, en
vísperas de la guerra contra Prusia. Al comenzar la guerra, los artilleros
franceses la emplearon como una pieza más, situada a retaguardia de las
líneas de la infantería propia, fuera del alcance de sus blancos y vulnera-
ble al fuego de contrabatería enemigo. Cuando pudo demostrar su valía
como arma de primera línea, en la batalla de Gravelotte (18 de agosto de
1870) contra una penetración de la infantería prusiana causándole más de
20 mil bajas, nadie se apercibió del carácter decisivo que tendría en los
años posteriores.
Así como las armas interactúan a nivel técnico, y las fuerzas directamente
enfrentadas combaten a nivel táctico, en el nivel operacional encontramos
la pugna entre mentes dirigentes, que se expresa mediante métodos con-
ceptuales de acción, (por ejemplo, blitzkrieg, defensa en profundidad,...).
La demarcación entre táctico, operacional y estratégico requiere la pre-
sencia de cierta magnitud y variedad de medios; ambas, son condiciones
necesarias pero no suficientes.
— 151 —
El costo y el riesgo, como resulta evidente, son inversos en ambos estilos.
Como cita el autor, los estilos nacionales no surgen de rasgos permanen-
tes de los países, ni están confinados al nivel operacional. Incluso, pueden
estar caracterizados por la diversidad, Así, por ejemplo, los Estados Uni-
dos mantienen un método operacional para el ejército de maniobra corre-
lativa (frente al enemigo soviético), mientras que la infantería de marina, la
fuerza aérea y la armada prefieren una maniobra de desgaste.
Es aquí cuando Luttwak, al final del capítulo, hace una llamada de atención:
«Ya no podemos continuar viendo solamente la dimensión horizontal
de la estrategia como un mar encrespado en que las olas en opues -
tas direcciones de la lógica tienden a anularse entre sí. Tampoco
podemos ver la estrategia como un edificio de múltiples pisos que
ofrezca una verdad diferente en cada uno de ellos. Debemos adap -
tarnos mentalmente a la compleja combinación de ambas imágenes:
los pisos ya no son sólidos, sino que se agitan a veces hasta irrum -
pir uno dentro de otro; asimismo, en la dinámica de la realidad del
conflicto las interacciones de los niveles verticales se combinan y
colisionan con la dimensión horizontal de la estrategia».
El siguiente nivel se eleva a la estrategia de teatro, cuya lógica determina
la relación entre poder militar y territorio. En teoría, debe ignorar el carác-
ter político, económico y moral del mismo, pero las interacciones entre los
niveles producen correcciones. Así, por ejemplo, el esquema de «defensa
flexible», en Corea del Sur o Alemania, muy apto desde la óptica de la
estrategia de teatro, se hace insostenible por el condicionamiento político,
que impondrá forzosamente una estrategia adelantada.
En ocasiones, la estrategia de teatro es capaz de imponerse a las estrate-
gias inferiores. En la Primera Guerra Mundial, la conjunción de los teléfo-
nos de campaña, con los ferrocarriles y la motorización, hizo que la ven-
taja de la concentración defensiva desvaneciese los intentos tácticos y
operacionales para romper el frente lineal del teatro occidental. Esta con-
cepción desembocaría en la creación de la Línea Maginot, consecuencia
de una compulsiva lógica lineal. Sin embargo, por la usual paradoja de la
estrategia, la Línea Maginot fracasó en la defensa de Francia porque tuvo
demasiado éxito, ya que disuadió al enemigo de cualquier intento para for-
zarla.
Atendiendo a esta consideración espacial, Luttwak niega que se pueda
hablar de una estrategia propiamente naval, aérea o nuclear, a las que
— 152 —
denomina antiestrategias. Más bien, reconoce cierta autonomía a nivel téc-
nico, táctico u operacional, y que incluso hay un determinado interés en pro-
mocionar determinadas políticas. Pero para que una estrategia pueda ser
justificada como autónoma debe ser decisiva por sí misma, y este no es el
caso de ninguna de ellas. Ni Mahan con el predominio del poder naval, ni
Douhet con la victoria mediante el poder aéreo, ni el carácter absoluto del
arma nuclear, confieren a estas antiestrategias el privilegio de ser definiti-
vas. La necesidad de una política de equilibrios, las vulnerabilidades del
medio aéreo y el carácter subversivo de la lucha, las inhibiciones y el temor
a las represalias, han dinamitado sus aspiraciones absolutas.
La gran estrategia es el nivel concluyente, donde todo lo que ocurre en las
dimensiones vertical y horizontal se reúne finalmente para adquirir un sig-
nificado definitivo. Pocos son los países que participan en la política inter-
nacional y disponen de una gran estrategia propia bien elaborada. Es en
este nivel donde se mueve la diplomacia, la propaganda, el engaño y la
voluntad nacional.
Es en este apartado donde se define el término «disuasión armada», como
el poder de los Estados que deriva de su fuerza militar. Tiene dos compo-
nentes de signo diverso: la «disuasión», como forma negativa, y la «per-
suasión», de signo positivo. La disuasión, a su vez, abre dos nuevas posi-
bilidades; la negación, como defensa, como fuerza que impide una
ocupación, y la represalia, como castigo. Con todos los defectos que la
disuasión nuclear de represalia tiene, la negación, eminentemente no
nuclear, puede provocar en el agresor la convicción, correcta o errónea, de
que puede ganar. Por ello, argumenta el autor, por las desconcertantes
incertidumbres de una y la desconfianza de la otra, la Alianza decidió a
partir de 1967, combinar ambas.
Hasta ahora, hemos observado que no existe una armonía natural entre
los niveles verticales de la estrategia. Veamos ahora las implicaciones de
la desarmonía. En un ejemplo anterior, el caso de la mitrailleuse, ya pudi-
mos apreciar lo que ocurría cuando la innovación tecnológica y el cambio
organizativo marchaban a diferente ritmo.
El ejemplo de la actuación de Rommel en el Norte de África es muy clari-
ficador. Aun siendo enorme su ventaja operacional sobre los británicos, no
sobrepasó completamente el efecto condicionante de los factores espa-
ciales a nivel de estrategia de teatro...Es evidente que nunca hubiera
podido penetrar hasta el nivel de gran estrategia para lograr una victoria
decisiva.
— 153 —
De nada sirven las victorias resonantes en los niveles verticales cuando se
ha consumado el fracaso en la dimensión horizontal de la gran estrategia;
y este es el caso de Hitler como estadista en la 2ª G.M. El Eje sólo podía
beneficiarse del éxito exclusivamente militar cuando lo empleaba como
sustituto del arte del estadista, como ocurrió con Polonia, Bélgica y Fran-
cia, obligándolas a abandonar la guerra y modificando de ese modo la
situación en la dimensión horizontal. Por supuesto, la conquista total de la
Unión Soviética hubiera compensado con creces el gran error de Hitler en
su decisión.
También podemos considerar que los estadounidenses fracasaron en la
dimensión horizontal de la gran estrategia durante la Guerra del Vietnam.
Sin embargo, los norvietnamitas ganaron su guerra justamente en esa
dimensión, mediante modestos triunfos en la dimensión vertical, explota-
dos en la horizontal por propaganda y diplomacia guiadas por una buena
inteligencia.
La ofensiva egipcia en la Guerra del Yon Kippur ilustra, como pocas, la
búsqueda de la armonía en la estrategia. Conocedores del potencial isra-
elí, los egipcios se procuraron el apoyo, en la dimensión horizontal, de los
países árabes y de la diplomacia soviética, y se trazaron un objetivo limi-
tado ante la esperada reacción norteamericana. Pero para hacer frente a
los carros y los aviones israelíes idearon soluciones en la dimensión verti-
cal. A nivel técnico, las armas contracarro y misiles antiaéreos; a nivel tác-
tico, los equipos cazacarros; en el operacional, la combinación de unida-
des motorizadas y a pie, evitando el enfrentamiento de carros; en la
estrategia de teatro, con la dispersión de puntos de paso que hacía poco
rentable la interdicción aérea. En el ascenso de la curva del éxito, forzaron
la fortuna de la guerra, actuando la paradoja hacia la unión de los opues-
tos.
En definitiva, aun sin estar en su ánimo dar definiciones, la brillantez de los
conceptos de:
— La guerra, como el reino de la incertidumbre y la indefinición;
— La estrategia, el dominio de la ironía, la paradoja y la contradicción.
— La armonía que debe imperar entre los niveles de la estrategia y la
dimensión horizontal en el nivel de la gran estrategia, la de los resulta-
dos finales.
constituye un legado sencillamente magnífico de este gran pensador.
— 154 —
BARRY BUZAN
——————————
— 155 —
parte vital de una disciplina superior, las Relaciones Internacionales. Para
Barry Buzan, resulta difícil delimitar los Estudios Estratégicos de las Rela-
ciones Internacionales por sus connotaciones e implicaciones en ese área
superior. Los conceptos fundamentales que contempla son: carrera de
armamentos, proliferación nuclear, defensa, disuasión, control de arma-
mentos y desarme. No incluye el autor otros conceptos relevantes como
seguridad, guerra, paz, alianzas, terrorismo, y crisis que al apoyarse en la
estructura política entrarían más en el ámbito de las Relaciones Interna-
cionales, si bien, al tratar los anteriores se analizan con más o menos
intensidad. Con ello se pone de manifiesto que una separación entre
ambas disciplinas puede llegar a falsear el estudio, debido a la interde-
pendencia que existe entre las citadas disciplinas.
El autor divide el libro en cuatro partes. En la primera analiza el papel de
la tecnología militar, en la segunda nos introduce en la dinámica de los
armamentos, en la tercera desarrolla la disuasión y en la última se detiene
en los principales conceptos surgidos como respuesta a la tecnología
nuclear.
En la primera parte, tecnología militar y estrategia, Barry Buzan comienza
por exponer la relación que existe entre ellas. En tiempos pasados la evo-
lución de la tecnología era muy lenta, por lo que los cambios apenas si
tenían incidencia en la estrategia y las victorias militares. A partir de media-
dos del siglo XIX, con la Revolución Industrial se produce un continuo y
rápido avance en el campo de la tecnología militar, que va a repercutir con
«continuas sacudidas» en la estrategia militar. Como consecuencia de esa
rapidez de avance, el autor considera que los conflictos futuros no tendrán
mucho que ver con los presentes, por lo que la estrategia militar se va a
ver envuelta en una permanente revisión.
Para Buzan, los aspectos sobre los que va incidir esa revolución tecnoló-
gica están íntimamente relacionados con el desarrollo de la tecnología del
sector civil. El empleo de técnicas de doble uso en el campo de las comu-
nicaciones, los móviles, o la inteligencia, resaltan el carácter unitario de la
Revolución Industrial. Se puede así indicar, que toda sociedad industriali-
zada mantiene también un potencial militar, gracias a los conocimientos,
recursos materiales, humanos, y financieros, desarrollados. De ahí tam-
bién, la dificultad de separar las aplicaciones civiles de la tecnología
nuclear de su empleo para uso militar.
Resulta así apropiado unir la evolución del pensamiento estratégico con la
evolución de la tecnología militar. Con la Revolución Francesa, comienza
— 156 —
la transformación de la guerra que con la movilización afecta a toda la
nación. Los increíbles avances técnicos transforman el panorama estraté-
gico y las doctrinas en vigor, impulsando a un primer plano los factores tec-
nológicos y modificando la concepción de la guerra. Así, con una increíble
capacidad destructiva, los daños sufridos por los beligerantes harán ini-
maginable la concepción victoriosa de alguno de ellos. La guerra que ya
no sirve a unos intereses económicos, va a destruir más riqueza que la que
pueda arrebatar al enemigo, su única justificación se encuentra en la
misma garantía de la supervivencia nacional. En la II Guerra Mundial, los
europeos confirmaron, aún sin el empleo del arma nuclear, la lección de la
Gran Guerra que «no sería posible una guerra entre las potencias euro -
peas que no empobreciera física y políticamente a sus pueblos, llegando
tal vez incluso a destruirlos». La aparición de la guerra atómica vino a rati-
ficar la irracionalidad de la guerra, de manera que como dice el autor
citando a Bernard Brodie:
«Hasta ahora el fin del estamento militar era ganar guerras, de ahora
en adelante será evitarlas. Casi no existe otro fin útil»
— 157 —
En la segunda parte, Buzan nos introduce en la dinámica de armamentos.
Una de las manifestaciones de los avances de la tecnología militar es la
carrera de armamentos que define, según el denominador común de dis-
tintos pensadores, como una manifestación de unas relaciones anormal-
mente intensas entre dos países, bien como consecuencia de una rivali-
dad política o por el temor al potencial militar del adversario, o ambas
cosas a la vez. El problema que se le plantea al autor es como distinguir
entre lo que serían unas relaciones normales, con unos presupuestos
defensivos equilibrados, destinados a reponer o actualizar el material
obsoleto, o bien esas relaciones anormalmente intensas, que pueden lle-
gar a derivar en una carrera de armamentos.
Para estudiar esa carrera y los procesos, tanto internos como externos,
que la potencian, el autor recurre a tres modelos: el primero, es el tradi-
cional de acción y reacción, el segundo, es el que él denomina modelo de
estructura nacional, y el tercero, al que dedica un tratamiento diferenciado,
lo designa como imperativo tecnológico.
En el modelo de acción/reacción, la carrera de armamentos la impulsan
factores externos. Los Estados refuerzan sus potenciales militares cuando
se sienten amenazados o para alcanzar determinados objetivos políticos
que requieren el uso de la fuerza. El rearme puede llevar a otros países a
sentirse intimidados, lo que realimenta el proceso. Para el autor, el fenó-
meno también trabaja de manera inversa, cuando un país reduce su capa-
cidad bélica puede inducir en los vecinos acciones similares. El problema
puede venir de la confusión de seguridad con poder, y del equívoco de las
apreciaciones, pues una acción encaminada a la autodefensa puede ser
interpretada por el posible adversario, como un intento de modificar el
«statu quo».
En el modelo de estructura nacional, que complementa al anterior, la
carrera de armamentos la mueven factores internos. Sus defensores seña-
lan que la dinámica de armamentos se ha institucionalizado, impulsada por
las propias necesidades nacionales. Barry Buzan analiza el caso ameri-
cano y llega a la conclusión que la institucionalización de la investigación
y el desarrollo militar (I+D), tienen una importancia definitiva en el modelo
de la estructura nacional. La necesidad de las superpotencias de mante-
nerse en vanguardia, obliga a crear y fomentar un sistema de I+D en per-
manencia. Paradójicamente, estos sistemas aumentan el nivel de gasto y
complejidad al elevar al avance tecnológico, que a su vez convierte pronto
en obsoletas las armas actuales, convirtiendo la dinámica de armamentos
en un proceso de anticipación, continuo y realimentado. Este proceso goza
— 158 —
del respaldo de los gobiernos que apoyan a las industrias de defensa, lo
que obliga a conservar las instalaciones y la capacidad de unos obreros
especializados. Según Buzan:
«La existencia de una antigua rivalidad justifica la necesidad de man -
tener una I+D así como una capacidad de producción militar sustan -
cial. El mantenimiento de esta capacidad requiere una producción de
armas continua y un proceso institucionalizado de innovación tecno -
lógica fomentada por el estado»
El tercer modelo, el imperativo tecnológico, es consecuencia de la revolu-
ción tecnológica. Este modelo, trata de diferenciar la evolución cualitativa
de la técnica como un factor independiente de la dinámica de armamen-
tos, que no se manifiesta plenamente en ninguno de los otros dos:
acción/reacción y estructura nacional. Se trataría de distinguir lo que
supone el ritmo normal de avance tecnológico, del establecimiento de una
carrera cualitativa específica que a modo de desafío, destinase importan-
tes recursos extraordinarios en la investigación y desarrollo de aspectos
exclusivamente militares.
En la tercera parte, el autor desarrolla el concepto de la disuasión. Para
explicarlo, comienza analizando la relación entre ésta y la defensa. En la
definición de disuasión, el autor, se apoya en la distinción que hay entre las
estrategias militares de la represalia y la negación. La primera, supone la
aplicación de un escarnio al adversario en caso de agresión. La segunda,
representa una resistencia directa al ataque sobre nuestros territorios o
áreas de control. La aplicación de este concepto supone el empleo de
medios y fuerzas para impedir el avance del enemigo.
Desde el punto de vista militar negación y defensa son conceptos simila-
res. Para aquellos analistas que identifican como alternativas la disuasión
y la defensa, están asimilando el concepto de disuasión al ya definido de
represalia. Esta equiparación de términos, es desde el punto de vista del
autor, cuestionable, puesto que:
«La esencia de la disuasión radica en la creación de amenazas mili -
tares que impidan a los demás actores realizar acciones de agre -
sión».
Según lo dicho, la disuasión pretende evitar el ataque antes que tenga
lugar, luego no hay que limitar esa «creación de amenazas militares» sólo
a represalias. La existencia de una amenaza militar fuerte conduce, de
forma inexorable, a la capacidad de represalia y negación, así pues el con-
cepto de disuasión abarca ambos aspectos.
— 159 —
La II Guerra Mundial con su gran destrucción, evidenciaba que la opción
bélica había dejado de ser racional para alcanzar objetivos políticos, salvo
el de la propia supervivencia nacional. Esa nueva situación, casaba con la
capacidad que empezaban a tener las armas nucleares de ser un instru-
mento para evitar la guerra, en un nuevo campo de acción, su uso como
amenaza. El objetivo de la estrategia de la disuasión, se sitúa así en impe-
dir que el adversario aplique la fuerza en vez de tratar de repeler un ata-
que ya iniciado. Toda esta orientación conduce a que la estrategia nuclear
tenga un marcado carácter político, pues se centra más en el nivel de deci-
sión que en aquél donde se decide la suerte de la batalla. En la Unión
Soviética, con los militares dominando la estrategia de la disuasión, nunca
consiguieron diferenciar la prevención de la guerra de la preparación para
el combate, lo que les llevó a no considerar la disuasión como un concepto
estratégico independiente.
Buzan, siguiendo lo establecido por Gray, define tres etapas en la evolu-
ción de la disuasión: la Primera Oleada, la Era Dorada, y la Tercera Ole -
ada. En la época de la Primera Oleada, EEUU, aunque no dispone de
muchas cabezas, posee el monopolio nuclear, con el que puede amenazar
con un enorme potencial destructor a la URSS y disuadirla de cualquier
intento de agresión.
Al inicio de la Edad Dorada, los soviéticos, aún dentro de una manifiesta
inferioridad, se hacen con armamento nuclear. Con el equilibrio surge la
teoría de la disuasión. Inicialmente la teoría americana de la «represalia
masiva», pretende paliar, empleando su superioridad nuclear, la ventaja
soviética en fuerzas convencionales en Europa y Asia. El incremento pos-
terior que experimenta la URSS en su potencial nuclear y la mejora cuali-
tativa, en especial con la aparición de los ICBM, modifica las condiciones
existentes, al tener la Unión Soviética capacidad de asestar un golpe en el
mismo territorio americano. Esta situación que determina la vulnerabilidad
de los dos actores, obliga a proteger las fuerzas nucleares mediante ente-
rramientos de los misiles en silos blindados y a ocultarla en despliegues
submarinos. De esta manera, ambas potencias disponen de fuerzas segu-
ras para contraatacar después del primer asalto, con lo que garantizan una
respuesta brutal que lleve a la destrucción mutua asegurada (MAD). Acep-
tada la MAD por ambos países, y ante las pérdidas devastadoras que
incluso el que lance el primer ataque puede recibir, se abren posibilidades
de cooperación en el control de armamentos.
No obstante, los compromisos americanos van más allá de su propio terri-
torio al adquirir obligaciones con la seguridad de sus aliados. Surge así el
— 160 —
problema de la disuasión extendida que compromete el territorio de los
EEUU por la defensa de Europa. Dado que ni europeos ni americanos
podían permitirse el garantizar la seguridad del viejo continente mediante
el aumento de fuerzas convencionales, se hacía necesario preservarla con
el paraguas nuclear. Esta situación era fácil y poco comprometida cuando
EEUU disponía del monopolio nuclear. Al alcanzarse la paridad atómica y
establecerse la lógica MAD, la situación podía llegar a romper la simetría
que ha establecido esa filosofía. Al final, siempre quedaría la duda de si las
grandes potencias se expondrían por lo que no son sus intereses vitales.
Según Buzan, desde la aparición de la bipolaridad esta cuestión no se ha
resuelto satisfactoriamente.
— 161 —
si hay algo que va a modificar profundamente el panorama de la disuasión
será la multipolaridad, que en un plazo relativamente corto, va a obligar a
reconsiderar toda la estrategia nuclear.
En relación con el análisis de riesgos y posibilidades, Buzan analiza dos
tipos de pensamientos: la escuela de la sencillez y la de la dificultad. El
pensamiento de la escuela de la sencillez entiende que considerando los
infinitos daños que el arma nuclear puede producir, no procede el análisis
de los riesgos y posibilidades de su uso, por mínima que sea la posibilidad.
Los seguidores de la escuela de la dificultad entienden que en los cálculos
del agresor intervendrían no sólo el estudio de las ganancias y pérdidas
sino también las posibilidades de que se produzca el ataque. De esta
manera, aunque se asume que las pérdidas no van a compensar las
ganancias, si la posibilidad del ataque es remota, se va a modificar la situa-
ción previa. Se puede sintetizar que los defensores de la sencillez basan
su idea de la disuasión en la incertidumbre y su lógica es la represalia,
mientras los que defienden la dificultad lo hacen en la casi certeza de res -
puesta, y su lógica es la negación.
En relación con la disuasión extendida, el autor considera que conseguida
la MAD, entre dos países, si ambos tratan de ampliar los objetivos que
queden al amparo de la disuasión, disminuye su credibilidad. Por ello y
ante las dudas que se plantean, la mejor manera de garantizarla es
mediante una capacidad de negación adecuada contra el disuadido. Ante
todo es necesario aumentar la credibilidad de actuación, por lo que el
disuasor deberá aportar nuevas medidas, en este caso, un amplio espec-
tro nuclear que incremente la capacidad de intervenir. Todo lo anterior
incluye a la disuasión extendida dentro de la esfera de la lógica de la difi -
cultad, mediante el incremento de la credibilidad por el aumento de las
posibilidades de la represalia.
Según Buzan, este proceso abre un amplio abanico de posibilidades lo que
aumenta la credibilidad de un combate que en sus etapas inferiores inclui-
ría el enfrentamiento convencional o la guerra nuclear limitada y que ten-
dría como punto final y respaldando las etapas iniciales, el intercambio
nuclear estratégico. De esta manera la disuasión extendida podría condu-
cir a una escalada controlada.
Como ya se indicó, la lógica de la disuasión, se mueve desde la sencillez
hasta la dificultad, de la misma manera, la política de la disuasión se puede
establecer desde un mínimo a un máximo, hablando en términos de tipo y
cantidad de fuerzas necesarias para su aplicación. La política de disuasión
— 162 —
mínima y máxima procederán respectivamente de la aplicación de la lógica
de la sencillez y de la dificultad. La política de disuasión mínima se diferen-
cia de la máxima en que, los adversarios no incrementan sus fuerzas nucle-
ares para responder a los daños que la capacidad de destrucción asegu-
rada del oponente puede infringir. Por otro lado, la política de disuasión
máxima, no sólo procede de la lógica de infringir al enemigo un alto grado
de daños, sino también, con un alto grado de probabilidad. Entre estas dos
opciones existen todas las posturas intermedias que se quieran adoptar.
Ante la gran confusión que rodea la lógica de la disuasión, el concepto de
la «disuasión existencial» ha aportado serenidad al debate, el autor cita a
Jervis, para indicar que la disuasión existencial hace referencia al hecho
que «lo que hoy en día disuade es el temor que infunde el coste abruma -
dor de tomar parte en un proceso de violencia a gran escala».
En la cuarta parte, Barry Buzan analiza los medios militares como pro-
blema de seguridad. Tras la aparición del armamento nuclear estos medios
han sido objeto de crítica por algunos al entender que crean más proble-
mas de los que resuelven. En opinión del autor, el problema de los medios
militares no puede afrontarse desde un punto de vista exclusivamente mili-
tar, como si se tratara de un problema independiente, pues mientras el sis-
tema anárquico internacional continúe dividido en Estados soberanos e
independientes, el poder seguirá siendo un factor determinante en sus
relaciones, por lo que intervendrán los factores políticos.
Los países de la estructura internacional, celosos de su soberanía, impi-
den la formación de un gobierno mundial. Mientras continúe esa estruc-
tura, los Estados querrán seguir disponiendo de sus fuerzas armadas que
les garantizan la seguridad en sus relaciones con otros Estados. Para el
autor, no existen soluciones al problema de los medios militares, ya que
éstos están determinados por estructuras políticas y tecnológicas fuerte-
mente enraizadas.
La controversia que se plantea es si comenzar con los factores militares, o
con los políticos, la disyuntiva no resulta fácil de resolver. Por un lado y en
virtud de esa estructura internacional, algunos analistas sostienen que el
problema de los medios militares es fundamentalmente político. Por otra
parte, los que defienden que se trata de algo específicamente militar adu-
cen que la carrera de armamentos genera temor entre los Estados, por lo
que, mientras los arsenales se mantengan en niveles desproporcionados,
no podrá establecerse una relación armónica, impidiendo la reconciliación
política. Este doble razonamiento nos coloca en un callejón sin salida.
— 163 —
Afrontando el problema desde los factores militares, el autor analiza pri-
mero el desarme, para seguir con el control de armamentos, y la defensa
no provocativa. Cada uno de esos factores militares los va a estudiar
desde la lógica militar, económica y política.
— 164 —
El siguiente medio militar que analiza el autor es el control de armamen-
tos. A diferencia del desarme, que avanza en sentido contrario a la diná-
mica armamentística, intenta dirigir esa dinámica para ponerle freno, y en
vez de contradecir la lógica de la disuasión, trata de reducir las inestabili-
dades para facilitarla. Así, lo que intenta el control de armamentos es man-
tener el statu quo militar al nivel más bajo posible. Con el establecimiento
de la estrategia de la negación, el apoyo político al control de armamentos
desapareció, aunque como concepto continúe vigente. Según Buzan, el
atractivo del control de armamentos se encuentra en que se sitúa por
encima de las rivalidades políticas, además de permitir a los Estados man-
tener su potencial militar.
— 165 —
contendientes. En relación con la estructura nacional, la defensa no pro-
vocativa no aboga por su eliminación sino por su transformación, pues los
Estados seguirán necesitando armamentos y fuerzas armadas. Tampoco
intenta resistirse al imperativo tecnológico, como hace el desarme, sino
reconducirlo hacia sus propios intereses tratando de mejorar la capacidad
de su fuerza defensiva. Entre los inconvenientes hay que mencionar que
en caso de fracaso, todo el daño que produzca el conflicto lo será en pro-
pio territorio, lo que podría atraer a un potencial enemigo con alta motiva-
ción, al tiempo que se disminuyen las opciones en la defensa. Además, las
grandes potencias quedan aisladas en su participación y apoyo al orden
internacional.
En lo económico, no hay ventaja alguna puesto que una defensa eficaz ori-
gina un gasto importante. Como en los otros casos, la lógica política está
muy unida a la lógica militar, si bien, su relación no provoca tantas contra-
dicciones; además, de los tres enfoques, la defensa no provocativa es el
que tiene más posibilidades de romper con el dilema de si empezar pri-
mero por los factores políticos o por los militares. Este sistema comienza
con los factores militares, sin asumir riesgos excesivos ni necesitar de una
distensión previa. aunque requiere la existencia de un Estado estable y
unido.
— 166 —
MIGUEL ALONSO BAQUER
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— 167 —
miento sobre estos temas, es invitado a un sinfín de seminarios, mesas
redondas y foros de discusión tanto a nivel nacional como internacional.
Ha ocupado la Secretaría Permanente del Instituto Español de Estudios
Estratégicos desde el año 1987 hasta diciembre de 1997.
En vista de los aspectos sombríos de nuestros días, desgraciadamente no
se puede decir que vivamos en una época ilustrada y humana con una paz
garantizada. La globalización, ese factor que parece emerger por encima
de las tan importantes iniciativas nacionales en un pretérito cercano, ha
provocado el que el pensamiento específico en campos tan particulares y
propios como la seguridad de las Naciones haya sido en primer lugar imbri-
cado y en último extremo sustituido por alianzas y pactos en los que la
soberanía nacional deja un resquicio de duda en su acepción originaria de
expresión única y exclusiva de la voluntad de cada pueblo.
«Nos encontramos en una coyuntura internacional bastante consoli -
dada como para que podamos soñar en la vuelta a situaciones ante -
riores. Se ha mundializado la economía, la escena diplomática se ha
hecho tan amplia como el globo y el flujo de los servicios intercam -
biables se ha intensificado por todo el planeta. Estamos inmersos en
el fenómeno general de la interdependencia de las naciones».
A la hora de juzgar los hechos, el nombre desempeña un papel muy impor-
tante; de ahí que deba recibir un trato especial y profundamente meditado
el término situación al que se alude en el título del libro. Podría definirse
como «el conjunto de las realidades cósmicas, sociales e históricas en
cuyo seno ha de ejecutar un hombre o una sociedad (comunidad política
de hombres libres) los actos de su existencia». Es pues la situación, si no
el factor más importante en la elaboración de una estrategia, el que más
puede delimitar el entorno del pensamiento de esta rama del arte militar,
sin desestimar los otros dos pilares en que debe asentarse constante-
mente, como son la Doctrina y la Misión de los Ejércitos.
«Creemos que el arte de la utilización de las situaciones, que llama -
mos estrategia, puede contribuir a debilitar la tensión haciendo jugar
tres tipos de prevenciones: la prevención del factor sorpresa, la pre -
vención del factor superioridad y la prevención del factor intriga».
Los elementos particulares de la situación estratégica de España -coyun -
tura internacional, momento militar y capacidad operativa, a juicio del
autor- tienen un ingrediente de fugacidad que falta en los elementos gene-
rales que gravitan sobre su posición. Sólo ellos tienen opción para dictar
comportamientos. De la coyuntura internacional realmente atravesada, del
— 168 —
momento militar ciertamente vivido y de la capacidad operativa rigurosa-
mente calibrada es de donde nace la confianza en la resolución del posi-
ble conflicto. Para nuestro país caben definir a título de base de asenta-
miento de las ideas estratégicas que han de concebir el marco de
actuación de nuestros ejércitos, cuatro diagonales indicativas del posible
punto de aplicación del esfuerzo bélico: a) Barcelona-Génova; b) Carta-
gena-Argel; c) Cádiz-Canarias y d) El Ferrol-Londres, las cuales cumplen
una función sugerente -europea, mediterránea, española o atlántica- para
las previsiones de proyección de poder.
Muchos son los puntos de vista que pueden adoptarse a la hora del estu-
dio de la situación de las Fuerzas Armadas en los momentos tan «sensi-
bles» en que fue escrita la obra, sin embargo, el adoptado por el autor se
atiene rigurosamente a una perspectiva profesional algo más amplia de lo
que las Ordenanzas llaman razón de ser de las Fuerzas Armadas -defi-
niendo la misión de nuestros ejércitos, la defensa militar de España-, pero
no tan omnicomprensiva como la que sugieren algunos pensadores que
emplean la trascendencia con el filo de sus plumas. Será un punto, desde
la crítica humilde y constructiva de quien escribe, acertado por ubicar el
pensamiento en el entorno de la observación escenográfica, ubicando
nuestro pensamiento en un punto del espacio exterior desde el que puede
obtenerse una concepción global y completa de la cuestión tratada,
dejando la posición egocéntrica del observador táctico, que sería poco
aceptable en un estudio estratégico que se precie.
— 169 —
La estrategia general, la política de defensa y la estrategia operativa para
la defensa de España que en este libro se toman en consideración se atie-
nen, como una regla de conducta para el autor, rígidamente a estas tres
limitaciones.
— 170 —
ción indirecta) y el grupo de modelos de la estrategia para la disuasión que
aparecen en los tiempos modernos como consecuencia de la realidad
existencial de hostilidades profundas no declaradas: la agresión indirecta,
la disuasión con medios convencionales, la insurrección armada y la disua-
sión nuclear. Cada modelo de los enunciados es ilustrado con ejemplos de
la historia reciente de la Humanidad y facilita el establecimiento del marco
de trabajo en el que se inscribirá la situación militar española actual.
Las Fuerzas Armadas Españolas, en opinión vertida por el autor, están
concebidas para actuar cumpliendo tres exigencias cada día más inexora-
bles: la exigencia de profesionalidad, la exigencia de integración social en
la comunidad política (a la que llamamos España) y la exigencia de moder -
nidad, tanto en lo técnico como en lo orgánico y moral.
La ubicación de España en el contexto internacional es una realidad, una
posición que nos ha venido dada a los españoles contemporáneos de una
vez y para siempre, y que no puede obviarse a la hora de reflejar el pen-
samiento de defensa ni la concepción que del mismo se tiene en el colec-
tivo de hombres libres que constituye nuestra Nación. Será, por lo tanto,
un aspecto de grave consideración a la hora de ponerse a deliberar sobre
la importancia que para los países de nuestro entorno puede tener nues-
tra posición espacial.
«Los tres elementos generales que expresan lo que da de sí la refle -
xión estratégica, cuando se hace en términos exclusivamente posi -
cionales, son la posición geográfica, el significado histórico y la fun -
ción geopolítica...Para romper la rigidez estratégica, que identifica el
significado histórico con una concreta función geopolítica dictada por
el territorio, no queda otro camino que la toma de conciencia de los
elementos particulares de la situación».
Otorga el autor, con gran maestría, un espacio especialmente restringido a
nuestro País aunque se ha de decir que también particularmente intere-
sante en su definición, con una claridad de pensamiento difícilmente igua-
lable. Cree que una mirada dirigida hacia el conjunto de la Península Ibé-
rica nos transmitirá un mensaje similar, también de larga duración,
compuesto de estas cuatro advertencias orientadoras:
— Los españoles y portugueses formamos una parte peculiar de una rea-
lidad llamada Europa Occidental. Somos un apéndice de Europa.
— Compartimos la península más atlántica y meridional del Mediterráneo.
Estamos en un flanco del Mediterráneo.
— 171 —
— Nos encontramos en la más acusada de las proximidades a los pro-
blemas y vicisitudes del Norte de África. Vivimos en la puerta de
África.
— Disponemos de amplias costas bañadas por el Océano Atlántico en sus
latitudes medias, que son las más propicias para el intercambio civili-
zador con el continente americano. Somos un puente para América.
La Península Ibérica está, por su posición, mucho más abierta de lo nor-
mal a los apetitos de todos los poderes envolventes. Pero por su configu-
ración sólida y por estar surcada de cadenas montañosas puede quedar
naturalmente protegida de todas las invasiones que no sean técnicamente
irresistibles (postura contenida del mismo modo en el pensamiento de
Mackinder y de Possony). Puede decirse, pues, que tiene una configura-
ción cerrada y que la misma va a constreñir continuamente el pensamiento
estratégico español.
«El término geografía descarta espontaneamente del pensamiento la
idea de una ruptura con el pasado para sustituirla por la noción de
una modificación progresiva...porque, como ya decía J. Gottmann en
La Politique des Etats et leur géographie: de todos los caracteres de
un territorio, el más importante es su posición, ya que expresa el
papel de dicho territorio en el sistema de relaciones
que determina su personalidad política al igual que su situación
geográfica».
No obstante, e intentando ajustar la posición española a un determinado
modelo de estrategia a concebir, puede añadirse que la alternativa válida
es aquella que se ajusta a la situación verdaderamente dada y no a los
grandes rasgos de una reflexión que se apoye única y exclusivamente en
un mapa del Mundo. España puede elegir su postura a partir de cuatro
consideraciones estratégicas: 1) como miembro de la Comunidad Euro-
pea, debiendo volcar su empeño en la consecución de una Identidad de
Seguridad y Defensa Europea (IESD o ESDI en sus siglas inglesas); 2)
como componente de la Comunidad peninsular (y por tanto línea de inter-
cambio de ideas y culturas con el Norte de África y la comunidad subsa-
hariana); 3) como parte de un Pacto bilateral con los Estados Unidos
(debiendo suscitar un equilibrio adecuado entre lo que pueda aportar este
país a nuestra seguridad y lo que se le pueda asignar como «apoyo» a su
política exterior); 4) como socio europeo de la Alianza Atlántica (compro-
metido, por lo tanto, en la seguridad de la zona comprendida en el artículo
5 del Tratado, sin olvidar aquellos territorios nacionales que siguen siendo
considerados, aún después de la plena integración el año pasado, «fuera
de zona» para la Alianza).
— 172 —
A la concepción actual de seguridad y defensa se ha llegado tras una larga
evolución del pensamiento europeo, a través de grandes pensadores que
volcaron toda su imaginación en la existencia, en un futuro, de una gran
Europa unida no tan sólo por sus intereses comerciales, sino también por
sus voluntades defensivas y existenciales. De este modo, se han conver-
tido en Intereses Nacionales de todos los países de nuestro entorno occi-
dental la seguridad, la justicia, la libertad y el bienestar de los ciudadanos,
tal y como puede observarse en la redacción de las Cartas Magnas de las
distintas Naciones (puede comprobarse en la redacción del preámbulo de
nuestra Constitución).
«El florentino Maquiavelo, obsesionado con la seguridad italiana, el
bretón Montesquieu, atento hacia las libertades de Francia y el
renano Marx, inquieto por la realización de la justicia, van a sentar las
bases para la elaboración de lo que, aquí y ahora, vamos a llamar los
tres paradigmas europeos de defensa, a partir de bases sociocultu -
rales diferentes entre sí y todas distantes del paradigma hispánico de
la defensa elaborado por mentes castellanas».
Dentro del concepto seguridad, para España hay tres cuestiones abiertas,
la táctica del Peñón de Gibraltar (tan acertadamente tratada y defendida
por nuestro antiguo representante ante las Naciones Unidas el Embajador
Casinello) en diálogo con Inglaterra; la estratégica del Estrecho en diá-
logo con la OTAN (y que ha motivado la ubicación de un Cuartel General
en nuestro territorio y de la desaparición de los Cuarteles Generales de
cuarto nivel en la estructura militar integrada) y la política de los Accesos,
en diálogo con los Estados Unidos (la problemática del aseguramiento del
libre tránsito desde o hacia el Atlántico hacia o desde el Mediterráneo, así
como el libre paso de tropas y apoyos por territorio nacional).
Aprobada la última Directiva de Defensa Nacional (DDN 1/96) en la que se
contempla lo beneficioso que sería el que los españoles se acercaran más
a los medios con que cuenta su ejército y la necesidad de incrementar el
espíritu de la defensa que debe emerger de la propia soberanía del pueblo
español, no podemos desestimar el que nuestra política de defensa, como
ya defiende el autor en las páginas de este libro, está moralmente obligada
a encontrar ese margen de libertad de acción que posibilite a nuestros diri-
gentes ejercer la plena soberanía en un entorno cada vez más cerrado de
colaboraciones, tratados y alianzas, sabiendo defender nuestros intereses
y objetivos nacionales sin entrar en debates innecesarios sobre la peculiar
situación que a España le ha tocado en suerte en este Planeta Azul. Los
sacrificios que les sean pedidos a los españoles en aras del bien común tie-
— 173 —
nen que venir acompañados de públicos reconocimientos de sus servicios,
sin excluir los que ya han tenido lugar en las tres últimas décadas y en
momentos muy críticos y delicados para la defensa de Occidente. Se trata
de una condición previa de incalculables efectos morales.
La relación entre el estamento político y el militar también es tratada en
esta obra; se nos sugiere el hecho de que el debate estratégico de los
años sesenta resultó lleno de matices y hasta de precisiones académicas.
Pero lo que no puede negarse es que ese debate sigue vivo y que en nues-
tros días son muchas las organizaciones y organismos, tanto en el ámbito
militar como en el civil, que se preocupan del establecimiento de lo que
serían los cánones de un pensamiento adaptado a la sociedad actual y
que se sumerge en la situación que cubre a las Fuerzas Armadas de los
países del occidente europeo, entre los que se encuentra España. El
General Alonso Baquer, si por algo se ha destacado, ha sido por su gran
empeño en introducir una línea de pensamiento estratégico en las Fuerzas
Armadas españolas; su voluntad férrea le ha llevado a capitanear empre-
sas ambiciosas y arriesgadas. Es partidario del pensamiento de acción
(estratégico) frente al pensamiento puro (táctico) dentro de los ejércitos, y
defensor a ultranza de la obligada reflexión por parte de los mandos mili-
tares que son quienes ostentan las características y peculiaridades más
apropiadas para la confección de doctrinas, misiones y situaciones que sir-
van de base al edificio que ha de contener a la política de defensa nacio-
nal. A pesar de su claro criterio, no obvia el hecho de que la mala inter-
pretación de la aportación de pensamientos novedosos puede suscitar, de
igual modo, envidias y falsas lecturas que motivarán o motivarían el des-
prestigio de quien dedica sus estudios al perfeccionamiento de lo estable-
cido más que a la amputación o denigración de lo existente.
«Las cautelas a favor de la homogeneidad de la opinión de los man -
dos militares siempre han tenido su razón de ser. Pero si hoy algu -
nos países ofrecen una riqueza de razonamientos estratégicos admi -
rables es por haber permitido un margen de heterodoxia. Gracias a
este talante se han abierto en abanico las obras sucesivas de los
grandes responsables de la política militar».
Extrapolando las ideas del autor desde la fecha en que fueron escritas
hasta la que acoge este comentario, siendo igualmente válidas a pesar del
intervalo de diez años transcurrido desde entonces, se puede afirmar que
el momento militar español, en una situación de constantes cambios en el
panorama estratégico mundial y de focos de conflictividad emergentes en
los cuatro puntos cardinales del globo, debería ser medido directamente
— 174 —
por la capacidad de las Unidades para la resolución de conflictos con el
mínimo de daño y el máximo de razón y por el conocimiento de los modos
de irrupción de estos conflictos propios de la contemporaneidad que
demuestran los mandos militares de más alta graduación.
Emerge de la lectura reposada de las páginas de este libro el concepto de
que nuestros ejércitos deben escoger el buen camino que lleva a la profe-
sionalización de las Fuerzas Armadas, a su modernización y a la conse-
cución del más absoluto apoyo popular para llevar las acciones, para las
que se instruyen y preparan, allá donde la voluntad de nuestro pueblo lo
requiera. Esto, fácil de escribir y que ha servido como frase hecha a muchí-
simos disertadores cuyo conocimiento no es otro que el que reciben de
mentes mucho más preparadas que las suyas, sirve de tesis al General
Alonso Baquer para apoyar la postura de que no debe pergeñarse una
fuerza sin tener un profundo y cuidadoso conocimiento de la situación en
la que nos hallamos inmersos en la actualidad. El orden mundial ha cam-
biado y, como parte importante del mismo, Europa se sostiene en unos
pilares de paz, estabilidad y seguridad que no pueden ser amenazados por
refriegas ni convulsiones nacionalistas; es por ello que nuestros intereses,
como nación soberana, como comunidad con voluntad europea y como fiel
y comprometido país participante en la Alianza Atlántica, deben ser defen-
didos allá donde se vean amenazados, amén de participar, en la forma que
oportunamente defina nuestro Gobierno, en aquellos conflictos que requie-
ren de nuestra presencia en un foro internacional de apaciguamiento de
las partes o estabilización de una efímera paz.
El libro objeto de la presente recensión se podría considerar de lectura
obligada para toda aquella persona que quiera obtener un profundo cono-
cimiento de lo que la situación significa para el establecimiento de una
estrategia acertada. Su contenido lo hace asequible y fácilmente com-
prensible, y su estructura porta al lector por los distintos factores que com-
ponen un detallado estudio elaborado por alguien que como reza en la
contraportada «piensa que los hombres de España deben ser ayudados
por los tratadistas militares en el sentido de darles a conocer entre qué
modelos de estrategia se está eligiendo».
— 175 —
PIERRE M. GALLOIS
——————————
— 177 —
La obra es especialmente recomendada a todos aquellos que tienen un
conocimiento previo de las principales teorías estratégicas y geopolíticas,
y a los que se interesen por el análisis retrospectivo y prospectivo del
mundo desde el punto de vista de la Geopolítica. La alusión constante a
diferentes pensadores en el campo de la política, de la geografía, así como
de otras ramas del conocimiento científico, requiere una cierta familiariza-
ción con este campo del saber.
La Geopolitik cayó en desprestigio con la desaparición del III Reich. Gran
parte de su fracaso se debió a que ciertas teorías expuestas por diferen-
tes científicos y pensadores se modelaron y se pusieron al servicio de
determinados intereses políticos. Sin embargo, en la sociedad mundial se
impone la necesidad de una herramienta, que desde el punto científico,
sirva para estudiar las interacciones de la geografía y de la ciencia política,
es decir, la aplicación de los conocimientos geográficos a los asuntos mun-
diales. Es por eso, que la Geopolítica sigue siendo válida en todos sus
contenidos, aunque todavía está marcada por el estigma de su predece-
sora, la Geopolitik.
Pierre Gallois en esta obra intenta llevar a la conciencia de los lectores que
la Geopolítica es una ciencia dinámica, puesto que relaciona factores
políticos, económicos, sociales, demográficos, científicos, etc., todos ellos
activos y cambiantes con el entorno físico, para evaluar la situación y
deducir las consecuencias que de ella se derivan. Por tanto, al contrario
que la Geopolitik, no deben existir teorías ni mesiánicas ni mucho menos
inmutables en el tiempo.
El entorno físico, según el autor, ha condicionado y sigue condicionando la
vida y la organización de los seres humanos, pero también es verdad que
los avances técnicos han provocado que el comportamiento de la Huma-
nidad sea menos dependiente del medio físico. Durante mucho tiempo la
Geopolítica, especialmente la Geopolitik, ha sido determinista, pues según
posiciones geográficas de los Estados eran argumentos suficientes y úni-
cos para asignarles un papel providencial en el mundo. La principal apor-
tación del trabajo de Pierre Gallois es que para que la Geopolítica continúe
siendo una herramienta útil tiene que adaptar sus teorías a los nuevos con-
dicionantes mundiales.
Hoy, ciertas variables han perdido valor a la hora de analizar, desde la
óptica de la Geopolítica, la posición de un Estado o Estados en el concierto
mundial. Así, la Geopolitik condicionaba el poder a la extensión. El espa-
cio era la causa de la grandeza de los Estados, en la actualidad esto es
— 178 —
muy discutible. En este sentido, el autor cita algunos ejemplos concluyen-
tes. La energía es un recurso indispensable en una sociedad industrial, los
Estados que disponen de abundantes fuentes de energía tienen un impor-
tante poder con independencia de la extensión de sus territorios. Ciertos
Estados de Oriente Medio, si hubieran existido hace apenas un siglo no
hubieran tenido ninguna relevancia mundial debido a su extensión territo-
rial. La calidad de la población de un Estado también es actualmente un
importante elemento de poder, pues asegura la superioridad científica,
industrial y comercial sobre las naciones o conjunto de naciones.
Pero si algo ha conseguido minimizar el factor espacio han sido los avan-
ces en el armamento.
«Bien se trate de armamentos o de desplazamientos, hoy día, la velo -
cidad hace que las distancias se contraigan cuando éstas se relacio -
nan con tiempo. Militarmente, a partir de un punto cualquiera del
globo, es posible alcanzar su antípoda en menos de dos horas....
El dominio de las grandes velocidades y el recurso a la satelización
parcial trastornarán completamente las nociones tradicionales de
distancia».
La aparición del armamento atómico, unido a la capacidad de desplaza-
miento del mismo, ha limitado, sino anulado, la extensión territorial de los
Estados como baluarte defensivo y la importancia de su clima (recordemos
los fracasos de Napoleón y Hitler en conquistar Rusia debido a las condi-
ciones climáticas).
En definitiva, el autor quiere demostrar que la Geopolítica es una disciplina
útil para comprender la interacción de los factores políticos y geográficos,
para ello se requiere previamente abandonar preceptos obsoletos y adap-
tarla a las nuevas realidades emergentes. La diferencia entre el pasado y
el presente en el análisis geopolítico, estriba en que ayer la Geopolítica se
esforzaba en explicar la sociedad y su comportamiento, principalmente por
medio de la influencia del medio físico. Actualmente, los cambios que el
hombre ha hecho del medio físico, el aumento de la población, el agota-
miento de los recursos, la polución, la urbanización de la población, la pro-
liferación indiscriminada de armas de destrucción masiva, etc., son otros
tantos factores a integrar en el análisis geopolítico contemporáneo.
Otra característica básica que distingue a la Geopolítica contemporánea
de la Geopolitik, desde la perspectiva del autor, es el objeto del análisis.
Antaño el centro de atención era el Estado-nación. «Se trataba de analizar
las causas por las que el Estado, identificado con la Nación, formando un
— 179 —
bloque con ella, marchaba hacia la gloria o estaba en decadencia». En la
actualidad, aunque el Estado sigue siendo el principal actor internacional,
se cuestiona la convergencia entre Estado y Nación. Los Estados son enti-
dades cada vez menos autónomas para dar respuesta a los problemas
que tienen planteadas las respectivas poblaciones, proliferando las orga-
nizaciones internacionales como medio de solventar los problemas comu-
nes a los gobiernos. Además, en esos análisis, en el pasado, no se valo-
raba suficientemente a la población. Se sobreentendía que las poblaciones
estaban en armonía con los gobernantes que habían escogido o que les
habían impuesto. Sin embargo, el escenario presente se ha hecho más
complejo, el poder se ha difuminado entre los distintos actores internacio-
nales. La opinión pública, gracias a los medios de información, juega un
papel clave para entender la política dentro de un determinado ámbito geo-
gráfico.
El general Gallois para demostrar la tesis de partida ha estructurado el libro
en 19 capítulos enmarcados en tres partes principales. En la primera parte
se estudia cómo los cambios sociales, políticos y tecnológicos han modifi-
cado, desde el punto de vista de la Geopolítica, la importancia del espacio,
las fronteras, el Estado y la población. Una segunda parte está dirigida a
examinar cómo ha ido evolucionando la Geopolítica mediante de las apor-
taciones de los distintos pensadores. La última parte del trabajo, intenta
demostrar de una manera más práctica, cómo la Geopolítica puede ser
también válida para llevar a cabo prospectivas de futuro. Esta obra resalta
la importante incidencia que ha tenido en el análisis geopolítico los avan-
ces en armamento, especialmente desde la aparición del arma nuclear.
Como la mayoría de los autores que escriben sobre aspectos de la Geo-
política, Gallois no se resiste a dejar de elaborar una definición propia de
esta disciplina. La importancia de estas definiciones consiste en que dela-
tan cuál es la visión de los distintos pensadores e investigadores en este
campo. Este autor francés considera que la Geopolítica es:
«El estudio de las relaciones que existen entre la conducción de una
política de poder en el plano internacional y el cuadro geográfico en
el que se ejerce».
Detrás de esta definición subsiste el argumento principal del autor, el
carácter dinámico que tiene que poseer cualquier análisis geopolítico para
que pueda cumplir el fin que justifica esta disciplina.
Mediante el estudio de tres factores habituales en el campo de la Geopo-
lítica: el territorio, las fronteras y el frente, y el Estado, el autor quiere resal-
— 180 —
tar la perspectiva dinámica de esta ciencia. El concepto del espacio, enten-
dido tanto como extensión territorial como en el sentido de distancia, ha
cambiado su apreciación como consecuencia de la evolución de los avan-
ces científicos. Ontológicamente, el espacio siempre ha suscitado la refle-
xión de los más importantes pensadores. Raymond Aron afirmaba que:
«Todo orden internacional; hasta nuestros días; ha sido esencialmente
territorial...». Tradicionalmente la posesión de grandes extensiones territo-
riales por parte de los Estados aseguraba los recursos necesarios para la
supervivencia y concedía ventajas militares frente a posibles atacantes.
Sin embargo, la mejora de los vectores que transportan armas a gran velo-
cidad, especialmente los misiles, ha reducido la importancia de la distan-
cia, pues el tiempo que se tarda en recorrer la trayectoria hace casi impo-
sible la reacción del adversario antes de alcanzar el objetivo. El autor
considera que la posición geográfica ventajosa o desventajosa, en térmi-
nos militares, se ha amortiguado con la existencia del arma nuclear al no
afectarles las barreras orográficas.
Este militar galo aprecia que los espacios activos (aquellos cuyo suelo y
subsuelo producen mercancías y bienes universalmente buscados) han
perdido, con el paso del tiempo, en dimensión espacial pero han ganado
en importancia. Así, la jerarquía de los Estados ya no se mide con criterios
principalmente de extensión territorial, otros factores, como la posesión de
recursos energéticos o de materias universalmente buscadas, son más
determinantes a la hora de valorar los Estados por encima de los condi-
cionantes territoriales.
Otro concepto que ha sido afectado por los grandes fenómenos políticos,
económicos, sociales y militares, es el de frontera. Las fronteras, a juicio
de Gallois, son un claro ejemplo de la interacción entre política y geogra-
fía. Éstas nunca deben poseer un valor absoluto, aunque no siempre ha
sido así, pues «los trazados fronterizos son las manifestaciones tangibles
inscritas en el terreno de la política de los Estados». En unos casos las
fronteras, como ocurrió en la Revolución Francesa, han sido el límite de
separación entre concepciones políticas y sociales diferentes. En otros
para separar ideologías enfrentadas, como el muro de Berlín durante la
guerra fría. En la medida que la sociedad se ha ido globalizando, las fron-
teras se han flexibilizado y en algunos casos difuminado, como es el pro-
ceso de integración que se experimenta actualmente en la Unión Europa.
Cuando el alcance de las armas era limitado, las grandes potencias solían
buscar fronteras «pretextos» (aquellas que una vez violadas, aunque
— 181 —
estén fuera del espacio de soberanía, da razones para responder a la
agresión), USA ha tenido a Europa Occidental como tal frontera durante la
guerra fría. A medida que los avances técnicos han aumentado el alcance
y la precisión de los ingenios balísticos, estas fronteras han ido perdiendo
progresivamente su valor, al superar la técnica la finalidad que perseguían.
— 182 —
La explosión demográfica que ha experimentado la Humanidad, desde
mediados del siglo XVIII hasta nuestros días, está afectando no sólo a los
aspectos políticos, económicos y sociales, sino también al entorno físico.
Muchos de los comportamientos que tendrán los gobiernos estarán basa-
dos en claves demográficas.
— 183 —
potencia. Paul Kennedy (The Rise and Fall of de Great Powers, 1986)
viene a afirmar que la búsqueda de espacio no refuerza a los Estados, sino
por el contrario, la expansión conduce a la decadencia.
En opinión de Pierre Gallois todas las teorías, de las cuales algunas se han
mencionado en el párrafo anterior, han podido tener unos fundamentos
muy sólidos en un momento concreto, pero los avances científicos han
revalorizado o devaluado unas u otras. El cambio del valor estratégico ha
venido principalmente por la aparición de nuevas armas, por tanto el arma-
mento es otra variable a incluir en el análisis geopolítico.
Las armas atómicas, según el autor galo, han incidido tanto en la estrate-
gia como en la propia Geopolítica. Durante el período de la guerra fría, las
poblaciones de los Estados eran conscientes que un eventual uso de estas
armas de destrucción masiva no excluía a las poblaciones de los belige-
rantes. Esto dio origen a una opinión pública muy sensible a la amenaza y
al uso de este tipo de armas. En las democracias occidentales gran parte
de su política de defensa ha sido condicionada cada vez más a las actitu-
des de sus respectivas poblaciones, ante el temor de escalar a un conflicto
nuclear. Por eso, Pierre Gallois considera que la opinión pública es otra
variable importante de la ecuación estratégica.
«Tal comportamiento de las poblaciones no deja de pesar sobre los
planes, la autoridad y la acción de los dirigentes, muy particularmente
en las democracias. Según el grado de evolución social y política de
las naciones, la conducción de los asuntos del Estado se encuentra
subordinada a las cortapisas de la opinión».
— 184 —
«La población, su crecimiento, y la influencia que ejerce sobre el
medio físico y sobre la evolución de las sociedades, las instituciones,
las consecuencias de innovación científica acelerada, las transfor -
maciones de la economía, la generalización de la comunicación bajo
diversas formas, la apropiación del espacio y las condiciones de uti -
lización, los conflictos y los elementos humanos en la ecuación estra -
tégica futura».
— 185 —
ROBIN WRIGHT y DOYLE MacMANUS
FUTURO IMPERFECTO
——————————
— 187 —
ameno y de fácil lectura, aunque en algunas partes de la obra se hecha de
menos explicaciones más exhaustivas que expliquen las causas últimas
de los acontecimientos que dichos autores están describiendo.
Aunque son muchos los que proclamaron un «nuevo orden mundial» des-
pués del final del sistema bipolar, Wright y MacManus sostienen la tesis
que el debate internacional acerca del «nuevo mundo» ha sido confuso y
poco convincente.
«El nuevo orden mundial ha sido empleado para definir el nuevo
equilibrio de potencias, para establecer una nueva paz, sino también,
implícitamente, nuevas democracias, nuevas economías de libre
mercado, nuevas libertades de expresión y culto, y nuevo desarrollo,
tecnología y progreso».
— 188 —
rrecto hablar de «nuevo orden mundial», ya que la observación de los
acontecimientos acaecidos a lo largo de la historia demuestra que el adve-
nimiento de los diferentes órdenes mundiales no ha sido de forma inme-
diata. La transición de la Edad Media a la Era Moderna duró dos siglos. La
siguiente transición, la era de las revoluciones, que comenzó en 1776 se
alargó tres cuartos de siglo. Aunque es evidente que en el presente los
cambios sociales, políticos y económicos son más rápidos que en el
pasado, la transición del anterior orden mundial, el bipolar, a otro nuevo
puede continuar hasta bien comenzado el siglo XXI.
Las euforias desatadas ante el colapso del comunismo y el fin de la con-
frontación Este-Oeste, fueron, según ambos autores, fragmentadas por la
primera gran crisis de la transición, la guerra del Golfo. Este conflicto vino
a decir que el mundo de la posguerra fría «no era un mundo de armonía,
sino de creciente desorden». La guerra del Golfo era la primera de la tran-
sición y probablemente, como luego se demostró, no la última.
La guerra del Golfo puso al descubierto ciertas fuentes de trastornos que
marcarán, y de hecho está siendo así, la transición hacia ese nuevo orden.
En primer lugar, este conflicto reveló que el poder en el mundo de la pos-
guerra fría se estaba difuminando. Los Estados por sí solos no son capa-
ces de solventar los conflictos presentes ni venideros, por eso «la seguri -
dad colectiva se ha convertido no en un ideal deseable sino en una
necesidad». El poder militar no es suficiente para imponer la voluntad, los
factores económicos adquieren cada vez un mayor peso a la hora de lle-
var a cabo decisiones políticas dentro de la sociedad internacional.
En segundo lugar, la proliferación de las armas de destrucción masiva,
especialmente la biológica y la química, en manos de los países más diver-
sos, han convertido a cualquier estado, con independencia de su tamaño,
en una importante amenaza militar. La proliferación de armas no conven-
cionales ha representado un desafío sin precedentes prácticamente a
todos los Estados, al hacer más vulnerable que nunca a la población civil
ante un ataque a gran escala.
En tercer lugar, la guerra también demostró que el mundo, al contrario de
lo que piensa Fukuyama en el «fin de la historia», está muy lejos de alcan-
zar la revolución democrática que comenzara en los años ochenta. El que
todavía muchas naciones se encuentren bajo el arbitrio de un solo hom-
bre, partido o una sola familia es un elemento de inestabilidad.
En cuarto lugar, las consecuencias de la guerra: los refugiados y los inmi-
grantes de docenas de países, el trauma de los rehenes de otros tantos y
— 189 —
la crisis económica mundial, pusieron de manifiesto la profundidad de la
interdependencia mundial y, al mismo tiempo, su vulnerabilidad. La crisis
del Golfo tuvo sus efectos a miles de kilómetros del epicentro. Los autores
creen que la principal consecuencia de todo ello es que las crisis regiona-
les habían dejado de tener efectos sólo y exclusivamente en el área en
cuestión.
El «Futuro imperfecto» estudia las principales cuestiones que afectan a la
sociedad mundial surgida después de la disolución del orden bipolar y los
posibles factores de inestabilidad de la próxima Era.
Una de las primeras paradojas que se puso al descubierto al final de la
guerra fría, con ocasión de la crisis ya mencionada del Golfo, era que la
desintegración de uno de los polos, la URSS, del sistema dual que sus-
tentaba el equilibrio mundial establecido después de la Segunda Guerra
Mundial, no había supuesto la supremacía de los Estados Unidos en todos
los órdenes. Washington necesitó para llevar a cabo acciones contra
Sadam Hussein el apoyo político, militar y sobre todo económico de los
aliados.
En opinión de los autores, ello fue debido a que:
«El final de la guerra fría significó mucho más que un simple alivio
respecto al peligro de una espantosa y final guerra nuclear. El súbito
desmoronamiento del comunismo a finales de los años coincidió con
una oleada de cambio económico y tecnológico a nivel mundial»
Todos estos cambios afectaron a la dinámica del poder mundial, a juicio de
Wright y MacManus, de diferentes formas. La primera indica que el poder
ya no se fundamenta exclusivamente en la fuerza militar, sino que cada
vez se centra más en factores económicos. El poder económico está
ganando en importancia al militar.
«La era de las superpotencias acabó debido en parte al tipo de poder
que poseían: el poder que les hacía «super» (arsenales de armas
nucleares) fue poco a poco perdiendo importancia».
Ante esta nueva situación los propios ciudadanos y políticos pueden con-
siderar una carga alcanzar el «status de superpotencia», pues supone
detraer grandes recursos económicos en mantener un fornido músculo
militar, mientras otras naciones invierten esos recursos en desarrollo eco-
nómico. Así sucedió durante la década de los ochenta, EE.UU. gastaba en
defensa el 7% del PNB, cuando Japón, por ejemplo, apenas alcanzaba el
1% de su PNB.
— 190 —
La supremacía del poder económico ha supuesto nuevas incertidumbres,
ya que ese poder económico es más impersonal e incontrolable. Este
hecho está produciendo un cambio importante en las relaciones entre los
Estados, al descubrir que el incremento del comercio y el flujo financiero
en el globo afecta a la capacidad de decisión de los Estados. Esta realidad
incide directamente en las relaciones internacionales, apareciendo nuevos
puntos de colisión entre Estados donde antes predominaba la armonía.
Como señalan ambos autores:
«Paradójicamente, el ocaso de la Unión Soviética y la nueva difusión
del poder han convertido a los victoriosos aliados de la guerra fría en
adversarios, al menos en los asuntos económicos».
Segunda paradoja, el poder se ha difundido más que nunca. Un mundo
multipolar no es nuevo en Occidente; a lo largo de la historia, desde el siglo
XVI hasta la Segunda Guerra Mundial, fueron varios los períodos en los
que se dio tal situación. Sin embargo, este mundo multipolar, según los
autores, es marcadamente distinto a los predecesores por razones dife-
rentes. Una, debido a que la diferencia de poder militar utilizable entre los
países grandes y pequeños se ha reducido a efectos practicables. Otra,
porque han aparecido más actores internacionales: organizaciones inter-
nacionales, gubernamentales y no gubernamentales, empresas, etc. Una
tercera, por la pérdida de soberanía de los estados-nación, al no ser capa-
ces de controlar cualquier fenómeno que ocurre dentro o fuera de sus fron-
teras, sea económico, social, medio ambiental o tecnológico. Esto ha lle-
vado a los Estados, principalmente los occidentales, a renunciar a parte de
su poder político en beneficio de organizaciones supranacionales como
medio de competir en mejores condiciones por la riqueza e influencia en el
mundo.
Por último, esa nueva redistribución de poder no ha traído una mayor
armonía, más bien incipientes inestabilidades. La amenaza, al igual que el
poder, se ha difuminado. La reestructuración del equilibrio de poder ha
aumentado las diferencias entre los países desarrollados y subdesarrolla-
dos. Robin y Doyle creen que al haber desaparecido la lucha permanente
por ganar mayor influencia entre los Estados Unidos y la Unión Soviética,
los países subdesarrollados han dejado de ser importantes para las super-
potencias. Este abandono por parte de los países desarrollados está
dando lugar a una serie de problemas a los gobiernos locales de los paí-
ses del Tercer del Mundo. Esos problemas tarde o temprano afectarán a
los países ricos. Por tanto, las diferencias entre el Norte y el Sur son un
foco de inestabilidad en el futuro si no se toman medidas en el presente.
— 191 —
Otro fenómeno característico del siglo XX es el resurgimiento del naciona-
lismo por encima de la concepción del Estado. Según Wright y MacManus:
«Al fin del siglo XX las pasiones étnicas, nacionales, y religiosas
hacen resurgir, con fuerza de un huracán, explosivos movimientos
que desafían las premisas del estado moderno, tanto en oscuros rin -
cones del mundo como en sus principales potencias».
— 192 —
«Las décadas venideras podrían ser testigos de choques entre
superpotencias y monstruos más pequeños, como Iraq, que ellas
mismas han ido creando, como también de enfrentamientos con
otros agresores bien equipados. Pero el coste y el impacto serán
igualmente elevados».
Las guerras del futuro con respecto al pasado presentarán diversos cam-
bios. Primero, los factores que contribuirán a los conflictos serán más varia-
dos en origen, tácticas y objetivos; por tanto, tendrán efectos más desesta-
bilizadores sobre todo en el mundo en su conjunto. Segundo, la adquisición
de armas por países del Tercer Mundo, especialmente las de destrucción
masiva, incluida la nuclear, harán más probable la guerra y, además, una
vez iniciado los enfrentamientos se requerirá la acumulación de importan-
tes recursos materiales y humanos. Una vez más, Iraq está presente en las
mentes de los autores al describir ese hipotético futuro. Tercero, mientras
en los países occidentales se está teniendo éxito en llegar a acuerdos de
control de armamentos, nuclear y convencional, estos intentos están fraca-
sando en el Tercer Mundo. Además, la disminución de la capacidad de
influencia política de las grandes potencias en los países en vías de desa-
rrollo lleva a pensar que los conflictos serán más probables en el siglo XXI.
Cuarto, las guerras de las décadas futuras serán mayoritariamente conflic-
tos de «baja intensidad» entre milicias y bandas equipadas con armas con-
vencionales. Las guerras estarán cada vez más circunscritas en el interior
de los estados y las causas fundamentales serán pugnas por alcanzar el
poder, la redefinición del estado-nación y rivalidades étnicas, nacionalistas
y religiosas. Predominará lo que los autores denominan «el efecto libaniza-
ción», es decir, la disgregación de los Estados.
Otro fenómeno social que condiciona cada vez más la política internacio-
nal y también la de los propios Estados son los movimientos migratorios.
Los autores subrayan que esto no es un hecho nuevo en la sociedad, pero
sí creciente:
— 193 —
«La Edad Moderna es la primera que se convierte en sinónimo de
traslado masivo a escala mundial: la dispersión de la humanidad para
colonizar o establecerse en «nuevos» continentes; el embarque de
esclavos de África y el trabajo contratado de asiáticos para construir
el sueño del hombre blanco; las huidas de las pestes, hambres o pla -
gas; el reclamo de las oportunidades de la Revolución Industrial; los
desplazamientos durante las grandes guerras y los nuevos estable -
cimientos posteriores. Pero se calcula que las nuevas migraciones
van a sobrepasarlas a todos».
— 194 —
de comunicación, los ciudadanos bajo regímenes autoritarios asociaban
de forma biunívoca democracia y prosperidad. La práctica ha demostrado
que la transición a la democracia e incluso una vez en ella, no necesaria-
mente traía consigo un mayor nivel de vida. Esta realidad ha provocado cri-
sis de legitimidad en Estados con democracias nacientes, entre otros se
puede citar a Bulgaria, Rumania o Albania a principios de los noventa.
Otras veces, como destacan Wright y Mac Manus:
«En los países ajenos a la tradición cultural occidental, las ideas esta -
dounidenses y europeas de pluralismo y diversidad han chocado a
veces con doctrina sociales y políticas desconocidas»
En lugares como Oriente Medio con tradición islámica, o en el Este de
Asia, con base confucionista, la implantación de la democracia ha tenido
importantes desviaciones respecto a la concepción de la democracia libe-
ral. La democracia, pues, estará en crisis donde predomine la pobreza, ya
que si la autoafirmación de ésta no va acompañada de mejores medios de
subsistencia, existirá siempre la tentación de volcarse a otras formas de
gobierno.
En definitiva, de todo lo expuesto, los autores de esta obra quieren hacer
llegar a los lectores que nos encontramos en una fase de transición entre
el orden bipolar y el que ha de venir. Este período, al contrario de las espe-
ranzas iniciales depositadas, no se caracteriza por el orden, más bien por
la diversidad.
«La nueva estructura del orden es cada vez menos jerárquica; reco -
noce la legitimidad y los derechos, tanto de los individuos como de
las naciones en ambos extremos de la escala. En consecuencia, el
poder para dirigir el destino del mundo ya no está sólo en manos de
unos pocos, sino que gradualmente se está repartiendo entre los
muchos jugadores mundiales. En un sentido, la nueva idea de orden
es la extensión del pluralismo democrático a escala mundial».
— 195 —
FRANCIS FUKUYAMA
——————————
— 197 —
Tanto para Hegel como para Marx, la evolución de la sociedad universal no
era infinita, sino que acabaría cuando la humanidad hubiese alcanzado
una forma de sociedad que satisficiera sus anhelos más profundos y fun-
damentales. Para Hegel, el fin de la historia llegaría cuando en la sociedad
no existieran contradicciones, es decir, cuando se alcanzara la democracia
liberal; mientras que para Marx ese fin era una sociedad comunista. Sin
embargo, para Nietzsche la historia termina más bien en un profundo
gemido, puesto que el fin de la historia sumirá al mundo en un violento
caos de guerras mundiales del que acabará surgiendo un nuevo sentido.
Por tanto, el «fin de la historia» debe entenderse como el último estadio de
la evolución de la sociedad.
Francis Fukuyama volvió a plantear esta vieja cuestión en 1989, una vez
que el comunismo había caído, en un artículo publicado en la revista The
National Interest, origen de este libro. En él, se argüía que la democracia
liberal podía constituir «el punto final de la evolución ideológica de la
humanidad», la «forma final de gobierno», y que como tal marcaría «el
fin de la historia».
— 198 —
Para dar respuesta adecuada al planteamiento de partida, el libro lo divide
en cinco partes. La primera analiza las razones que han llevado a la huma-
nidad, en este presente siglo, a ser más pesimista en términos históricos y
por qué ahora se puede volver a plantear de nuevo la posibilidad de estar
desembocando en una historia universal.
Por eso, en la tercera parte presenta una segunda interpretación del pro-
ceso histórico, paralela a la segunda, pero dando un mayor protagonismo
al hombre entero y no sólo a su lado económico. El centro de su argumen-
tación va a ser el «reconocimiento». El deseo de reconocimiento por parte
del hombre en general y de las distintas sociedades en particular, ha sido el
origen de la tiranía, del imperialismo y del dominio. Fukuyama demuestra
que la democracia ha sabido transformar el reconocimiento personal, fuente
de conflicto, en un reconocimiento universal, mejorando la convivencia de
la sociedad en general. Es por ello que la democracia liberal es el fin de la
historia, pues ha conseguido erradicar las contradicciones.
— 199 —
yendo a los sistemas totalitarios de la época. Pero esas esperanzas se
hicieron trizas con el advenimiento en el siglo XX de las dos conflagracio-
nes mundiales. Las guerras crearon una desconfianza y un hondo pesi-
mismo, especialmente en Europa. Estas crisis plantearon los primeros
interrogantes, ¿hay realmente un progreso histórico -lo que significa que la
humanidad progresa en una determinada dirección- o más bien la historia
es cíclica? La ciencia, unos de los pilares del progreso, demostró que tam-
bién tenía su cara maligna, al poder producir graves daños a la humani-
dad, si no estaba sustentada por un progreso moral paralelo al hombre. La
democracia liberal, el otro pilar, estaba siendo desafiada por los totalitaris-
mos y como afirma Fukuyama:
«En nuestro tiempo, una de las manifestaciones más claras de pesi -
mismo fue la casi universal convicción de la permanencia de una
vigorosa alternativa comunista-totalitaria a la democracia liberal occi -
dental».
— 200 —
través del desarrollo industrial. La industrialización es una consecuencia
de la aplicación de las distintas tecnologías, pero esa industrialización ha
producido ciertas transformaciones sociales en todas las sociedades,
como la división del trabajo o la propia urbanización. Es por eso que el
autor afirma que:
«Si el dominio de la ciencia natural moderna es progresiva e irrever -
sible, entonces la historia es direccional y las demás y diversas con -
secuencias económicas, sociales y políticas que fluyen de la misma
son también irreversibles, en cualquier sentido fundamental que se
las tome».
Fukuyama considera que la ciencia conduce, de modo necesario, al capi-
talismo. Los avances tecnológicos requieren del sistema flexibilidad, o lo
que es lo mismo, capacidad de adaptación ante la aparición de nuevos
acontecimientos. La descentralización en la toma de decisiones y la inicia-
tiva personal son básicas para mantener la competencia, para recibir y
enviar la adecuada información, o para cambiar los procesos de produc-
ción. Las economías de planificación centralizada han carecido de una
atmósfera de libertad para pensar y comunicar y por tanto, para innovar.
También este tipo de economía ha destruido el incentivo del capital
humano para progresar. Prueba de lo anterior ha sido el fracaso de la
URSS, al no poder mantener el mismo ritmo de crecimiento económico de
los Estados capitalistas, dando lugar a la transición de una economía cen-
tralizada a otra capitalista. También es el caso de China y de los países de
la Europa del Este. Hoy se observa, que tanto el Primero, Segundo y Ter-
cer Mundo, y con independencia de sus respectivas culturas, se está
creando una cultura universal económica: «el capitalismo», por ser la
que mejor se adapta al progreso científico.
Aunque el capitalismo contribuye a que, en lo político, se implante la demo-
cracia liberal, no es por sí sola razón suficiente. Las interpretaciones eco-
nómicas de la historia son incompletas e insatisfactorias, pues el hombre
no es simplemente un animal económico. El hombre no sólo se mueve por
instintos naturales, sino que como ser social, también busca el «reconoci-
miento» (lo que comúnmente se llama autoestima) de los demás miembros
de la sociedad. En ocasiones, la búsqueda de reconocimiento le hace con-
travenir sus instintos naturales. El arriesgar la vida para alcanzar una
hazaña es un claro ejemplo de subordinar el instinto de conservación de la
vida por el deseo de prestigio. El reconocimiento pues es el segundo motor
de la historia que explica la evolución de la sociedad hasta alcanzar la
democracia liberal.
— 201 —
« El problema de la historia humana puede verse, en cierto sentido,
como la búsqueda de la manera de satisfacer el deseo de reconoci -
miento mutuo e igual de señores y de esclavos; la historia termina
con la victoria de un orden social que alcanza esta meta».
Partiendo del «primer hombre» de Hegel, el autor muestra como el reco-
nocimiento ha impulsado la evolución de la historia. El deseo de reconoci-
miento tiene dos manifestaciones, la «megalothymia» o deseo de ser reco-
nocido el mejor o el superior respecto a los demás, y la «isothymia» o
deseo de ser reconocido como igual con relación a los otros ciudadanos.
La megalothymia es una pasión que puede crear grandes problemas en la
vida política y de hecho así ha sido.
A lo largo de la historia, la megalothymia ha tenido diferentes manifesta-
ciones. En la sociedad estamental, unos pocos, la nobleza, materializaban
el deseo de superioridad dominando a los plebeyos y a los esclavos. El
imperialismo estaba impulsado por la búsqueda de una posición de supe-
rioridad de una nación frente a otras, las conquistadas. Este deseo tam-
bién ha servido para comprender el comportamiento de determinados per-
sonajes históricos como Stalin o Hitler.
Las diferentes sociedades estamentales, imperialistas o despóticas no
podían ser el fin de la historia porque tenían contradicciones en su seno.
Tanto los que ocupaban una posición de dominio como los esclavos esta-
ban insatisfechos, porque:
«El señor desea el reconocimiento de otro ser humano, es decir, el
reconocimiento de su valor y dignidad humana por otro ser que posea
valor y dignidad: pero al vencer en el combate por el prestigio, se
encuentra reconocido por alguien que se ha convertido en esclavo...
El esclavo está también insatisfecho porque no goza de reconoci -
miento. Pero esta total ausencia de reconocimiento es lo que con -
duce al esclavo a desear cambios».
Siguiendo el pensamiento hegeliano, la democracia liberal es la única
forma política que ha conseguido evitar esas contradicciones. Tres son las
razones que destaca Fukuyama para significar que la democracia liberal
es el último estadio de la historia. Primero su racionalidad porque recon-
cilia la exigencia de reconocimiento del individuo como ser humano.
Segundo su universalidad porque reconoce a todos los miembros igua-
les, con independencia de la ideología, raza o creencia. Tercero su homo -
geneidad porque crea una sociedad sin clases. Las dos fuerzas motrices
que hacen avanzar hacia el final de la historia son la ciencia natural
moderna y la lucha por el reconocimiento.
— 202 —
El deseo de reconocimiento, pues, es el eslabón perdido que permite rela-
cionar la economía liberal y la política fundamentada en la democracia libe-
ral; ya que el desarrollo económico favorece las condiciones más adecua-
das para que las personas no sólo encuentren cubiertas sus necesidades
básicas, sino también el reconocimiento que desean como seres humanos.
El autor a continuación analiza por qué la democracia liberal, a pesar de
ser la máxima expresión del desarrollo humano, no ha alcanzado la uni-
versalidad y no ha permanecido estable una vez instalada en el poder en
determinados Estados. El éxito y la estabilidad de la democracia liberal
requieren un cierto grado de conformidad de los pueblos en donde se
quiere implantar. La cultura puede llegar a ser un obstáculo cuando ciertos
valores son contrarios a la democracia; el nacionalismo es otro impedi-
mento, pues proclama la superioridad de unos sobre otros; también ciertas
religiones pueden ser incompatibles con la democracia liberal, como la
islámica, que si bien, a diferencia del nacionalismo, reconoce la igualdad
universal, es remisa a la libertad en todas sus facetas.
Aunque, según el autor, todos los Estados terminarán alcanzando la demo-
cracia liberal, pero debido al grado dispar de desarrollo económico en el
mundo, el fin de la historia será conseguido en distintos momentos, hasta
entonces:
«...., el mundo estará dividido entre una parte poshistórica y una parte
todavía aferrada a la historia. En el mundo poshistórico, el eje princi -
pal de interacción entre los Estados será económico.... Por otro lado,
el mundo histórico estará todavía fisurado por una diversidad de con -
flictos religiosos, nacionales e ideológicos, dependiendo del grado de
desarrollo de cada país, un mundo en el cual seguirán aplicándole las
viejas reglas de la política de poder».
El mundo poshistórico es el mundo donde reina la democracia liberal. Las
relaciones internacionales predominantes serán de cooperación, especial-
mente en términos económicos. En estas sociedades es poco probable
que surja la guerra como medio para resolver los posibles puntos de con-
flicto. Ello es debido a que las sociedades liberales desarrolladas han
sabido canalizar las energías que anteriormente invertían en satisfacer la
megalothymia en el desarrollo económico, quedando poca fuerza y dispo-
sición al conflicto bélico.
En el mundo histórico, que comprende a los países que no han conseguido
estabilizar la democracia liberal en sus sociedades, el conflicto y la guerra
serán habituales para dar solución a las crisis que puedan surgir entre los
estados.
— 203 —
Estos dos mundos, el histórico y el poshistórico, «mantendrán existencias
paralelas pero separadas, con relativamente poca interacción entre ellos».
Sin embargo, ciertos aspectos pueden dar origen a colisiones entre esos
mundos. El primero es el petróleo, pues es un arma política que dispone
el mundo histórico frente al poshistórico. El segundo la inmigración, el flujo
de personas del Tercer Mundo hacia las sociedades desarrolladas, garan-
tiza que los países democráticos sigan interesándose por el mundo histó-
rico, bien para contener esa corriente migratoria hacia los respectivos paí-
ses poshistóricos, bien para buscar la integración de los inmigrantes en
sus respectivos Estados. Y el tercero la adquisición de tecnologías por los
países del Tercer Mundo para aplicarlas al campo militar, especialmente
las armas nucleares, bactereológicas y químicas, es considerada por los
países democráticos una amenaza para la paz mundial, por eso existe un
interés común en impedir o al menos controlar la proliferación de este tipo
de armas. En este mismo sentido, existe un deseo de facilitar el paso de
esos Estados a formas políticas democráticas como mejor medio de ase-
gurar la estabilidad de los mismos y por consiguiente del orden mundial.
En definitiva, el autor considera que:
«La relación entre democracias y no democracias seguirá caracteri -
zándose por la desconfianza y el miedo mutuos, y a pesar de un cre -
ciente grado de interdependencia, la fuerza continuará siendo la
ultima ratio en sus relaciones mutuas».
— 204 —
En la última fase de la evolución de la historia universal, la democracia
liberal encuentra su principal amenaza para su permanencia en el propio
individuo que habita en él, si no se tiene en cuenta que el reconocimiento
universal no debe defender el igualitarismo a ultranza, pues los hombres
no son iguales en potencialidades y características. De ahí que la socie-
dad democrática y liberal deba mantener una cierta dosis de megalothymia
como forma de superación de los ciudadanos, si bien dentro de los valo-
res y aspiraciones legitimados por el propio sistema. El capitalismo, por
ejemplo, habría desaparecido si no existiera una forma de megalothymia
regulada y sublimada en el esfuerzo para ser mejor que los rivales en el
mundo de los negocios.
Después de la guerra fría se ha recuperado al hombre en su integridad.
Esto sólo ha sido posible por el hundimiento del comunismo y el triunfo de
la democracia liberal. Aunque la democracia liberal es la forma política más
avanzada de la sociedad humana, ésta no está exenta de obstáculos para
su implantación y permanencia. Sin embargo, al no poseer en su seno
contradicciones fundamentales, está llamada a extenderse por todo el
mundo. El comunismo, por el contrario, fracasó, además de ser incapaz de
adaptarse a los cambios tecnológicos, por no otorgar el reconocimiento
que necesitaba el individuo para sentirse satisfecho.
— 205 —
ALVIN y HEIDI TOFFLER
——————————-
— 207 —
Para poder explicar su propia tesis, losToffler recurren a los argumentos de
su libro «La tercera ola». Según esa obra la humanidad ha pasado por
unas transiciones críticas que han determinado nuevas civilizaciones. El
autor designa esas crisis o transformaciones como «olas».
El problema consiste en que a pesar de estar en los umbrales del siglo XXI
y que se podría pensar que avanzamos hacia un mundo sin guerras, lo
cierto es que no se vislumbra una situación estable. Las esperanzas y el
«júbilo insensato» que el fin de la «guerra fría» introdujo en la panorama
mundial, no nos puede hacer caer en la tentación de pensar que estamos
libres de conflictos, ni que el mero hecho de vivir en estados democráticos
nos va a preservar de los horrores de la guerra. Tampoco podemos pen-
sar que los conflictos quedarán confinados en remotos y pequeños esta-
dos sin recursos.
Para aportar soluciones que pongan fin a esas guerras futuras, se hace
necesario conocer a fondo su génesis. No parece que esas soluciones
pasen por las típicas proclamas moralistas de «discursos, oraciones, ni
sentadas pacifistas». Tampoco parece que la solución sea dar rienda
suelta a estados emotivos de llanto y dolor.
— 208 —
conflicto con procedimientos de la segunda ola. Es necesario adoptar
acciones revolucionarias en la búsqueda de la paz. Para ello, hay que
comprender que las transformaciones que experimenta el poder militar y la
tecnología bélica, corren de manera paralela a las transformaciones eco-
nómicas y sociales. Para evitar el conflicto, será necesario adoptar una
estrategia actualizada de la «antiguerra».
El tratamiento que hace el matrimonio Toffler sobre los aspectos del cono-
cimiento, resulta especialmente relevante, lo que en el tratamiento global
de la guerra y la «antiguerra» no podía permanecer ignorado.
— 209 —
cían dos sociedades: una dominante y avanzada de la segunda ola, y otra
dominada y más atrasada, reducida a grupos y espacios confinados de la
primera.
Así pues, en la teoría del conflicto de olas, los cambios más radicales en
los campos estratégico y económico, no se sitúan en un desplazamiento
de los centros del poder de una zona geográfica a otra, ni de un grupo
étnico a otro, ni de una religión a otra. La transformación más importante
queda determinada por la existencia simultánea de tres civilizaciones dife-
rentes, cada una, distinta de la precedente y con grandes posibilidades de
fricción.
— 210 —
«Mientras que poetas e intelectuales de regiones económicamente
atrasadas escriben himnos nacionales, los poetas e intelectuales de
los países de la tercera ola cantan las virtudes de un mundo sin fron -
teras. Las colisiones resultantes, reflejo de las agudas diferencias
entre las necesidades de dos civilizaciones radicalmente diferentes,
podrían suscitar en los próximos años un derramamiento de sangre
de la peor especie».
Cada uno de los choques de las olas origina cambios revolucionarios que
modifican el comportamiento de la sociedad. Como no podía ser de otra
manera, el estamento militar se ve caracterizado e influenciado por cada
transformación. Con la tercera ola, alcanzan sus límites extremos tres
parámetros distintos de la evolución militar: el alcance, la velocidad y la
letalidad. Se producen de esta manera cambios espectaculares y fantásti-
cos en la conducción de la guerra.
Estamos pues en presencia de una revolución militar que se inicia cuando
se da ese choque entre olas o civilizaciones, lo que obliga a cambiar la
estrategia, la táctica, las organizaciones, la doctrina y el adiestramiento.
Para analizar las características de cada una de las formas de hacer la
guerra en las distintas civilizaciones hay que tener en cuenta la tesis de los
Toffler según la cual:
«A lo largo de la historia, el modo en que los varones y las mujeres
hacen la guerra ha constituido un reflejo del modo en que trabajan».
En el método de crear riqueza de la primera ola, caracterizada por la revo-
lución agrícola, el hombre trabaja la tierra con útiles y aperos de labranza
manuales y rudimentarios, el desarrollo de su trabajo manual lo realiza
mediante la fuerza bruta, la producción es baja y la necesidad de mano de
obra esencial. Consecuentemente los ejércitos de la primera ola emplean
armas desiguales y primitivas, el combate es cuerpo a cuerpo, la capaci-
dad de destrucción muy limitada y la necesidad de hombres para garanti-
zar el éxito en la lucha es asimismo decisiva.
En resumen, se puede decir que las guerras de la primera ola se corres-
ponden fielmente con las sociedades agrarias que las originaron.
El método de crear riqueza de la segunda ola se caracteriza por la pro-
ducción en serie, por las grandes masas de obreros, la estandarización, o
la división en el trabajo. Todo ello en plena correspondencia con la activi-
dad militar de la destrucción en masa, la movilización y el reclutamiento, la
uniformidad, o con las especialidades militares.
— 211 —
No cabe duda que con la civilización de la segunda ola, la guerra alcanzó
su máximo potencial destructivo y su carácter absoluto al afectar a toda la
nación, «descubriendo el terrible potencial destructivo de la industrializa -
ción de la muerte».
Las guerras de la tercera ola reflejan y reflejarán, como no podía suceder
de otra manera, su propia civilización. El método de crear riqueza de esa
civilización se caracteriza por los siguientes factores: el conocimiento
como factor esencial en la producción; la desmasificación de la producción
en serie; la necesidad de mayor cualificación para acceder a los puestos
de trabajo, lo que imposibilita el intercambio laboral; la innovación continua
para poder competir; el tamaño reducido y diferenciado de los equipos
laborales; la desaparición de la uniformidad burocrática; la aparición de
nuevas formas de dirección y de «integración sistémica»; la integración
mediante redes electrónicas; y por último la gran velocidad y aceleración
en todo tipo de transacciones.
Todos esos parámetros, exponentes de la forma de hacer riqueza de la ter-
cera ola, son también propios de la forma de desarrollar su modo de gue-
rrear específico, que va a tener sus propias características diferenciadoras
de la actividad bélica en épocas precedentes. Al igual que en las socieda-
des avanzadas coexisten economías de la segunda y tercera ola, en las
guerras actuales se presentan formatos bélicos que combinan los modos
y maneras de civilizaciones anteriores.
Entre las características que definen el formato de la tercera ola, la más
significativa es que el frente ya no define el lugar donde se desarrolla la
batalla principal, porque el combate se ha extendido, se ha alargado en
todas las dimensiones: distancia, altura, y tiempo. Ahora el frente se
encuentra tanto en la vanguardia como en la retaguardia, y ésta es mucho
más profunda. En ella, se incluyen los centros de mando, control y comu-
nicaciones del enemigo, su cadena de apoyo logístico, y su sistema de
defensa aérea.
En esta nueva forma bélica, el conocimiento es el recurso crucial de la
capacidad de destrucción; la iniciativa, la información, la preparación y la
motivación en los soldados es más importante que su puro número; los
daños serán selectivos disminuyendo los colaterales; las armas inteligentes
van a requerir soldados inteligentes; los nuevos sistemas bélicos necesitan
menos dotación de personal y disponen de mucha más potencia de fuego;
la gran complejidad militar necesita de la integración de sistemas; la infra-
estructura es cada vez más profunda y extensa; y por último, las operacio-
nes se llevarán a cabo con extraordinaria velocidad y aceleración.
— 212 —
Cada civilización libra sus contiendas con características diferentes; en la
nueva doctrina se pone en tela de juicio el concepto de «masa», los ata-
ques por sorpresa se deberán concentrar en el punto más débil, en vez de
tratar de atacar el punto decisivo. Las nuevas operaciones deberán ser
capaces de proyectar potencia y fuerzas a gran distancia y se insiste en la
necesidad de realizar operaciones combinadas y conjuntas, así como, en
la realización de ataques simultáneos sincronizados y controlados en
tiempo real.
En un ejercicio prospectivo, y todavía dentro de la civilización de la tercera
ola, los autores, advierten que se seguirán produciendo cambios tecnoló-
gicos importantes que van a modificar los planteamientos de las guerras y
las «antiguerras», lo que obligará a nuevos desarrollos mentales de los
pensadores de esas guerras y «antiguerras».
La guerra total y la destrucción masiva, producto del enfrentamiento
nuclear entre las grandes potencias se aleja del horizonte de los conflictos
de la tercera ola, sin embargo afloran infinidad de «amenazas autóno -
mas»: luchas separatistas, disputas fronterizas, conflictos étnicos y religio-
sos, terrorismo... que se extienden por todo el planeta. Lo que a primera
vista parecen disputas lejanas o insignificantes para el mundo occidental,
adquieren una influencia decisiva en cualquier lugar de la tierra ante la
existencia de una economía global cada vez más interconectada.
En ese escenario surgen múltiples proyectos de tecnología avanzada que
van dirigidos hacia «la actividad bélica autónoma», sembrando la duda y
la incertidumbre en el ámbito geopolítico y social. Los autores consideran
que hay que afrontar esta situación:
«Quienes sueñan con un mundo más pacífico deben olvidar las vie -
jas pesadillas del invierno nuclear y empezar a usar ahora mismo su
imaginación para pensar en la política, la moral, y las realidades mili -
tares de la actividad bélica autónoma en el siglo XXI».
Las innovaciones tecnológicas pasarán por un aumento de la actividad
espacial. El espacio se ha convertido para la guerra en «una cuarta dimen -
sión», ya sea para la detección y vigilancia bélica, como lugar de lanza-
miento de armas, o para fines pacíficos en la supervisión de los acuerdos
de convenios y tratados.
Otras innovaciones que caen en la actividad bélica de la tercera ola, inclu-
yen el empleo de robots con fines militares. Su uso como mano de obra
resulta más barato, son inmunes a las armas biológicas y químicas, y sus
— 213 —
bajas en el campo de batalla serán mucho más aceptables a los ojos de
una sociedad y una opinión pública, que cada vez influyen más en las deci-
siones de los gobernantes.
— 214 —
Cada una de estas funciones tiene su propia correspondencia en el mundo
civil. Como síntesis de las ideas renovadoras que sobre ellas tienen los
autores, merece la pena destacar: la necesidad de modificar los procedi-
mientos de obtención de información y los servicios que se dedican a ello;
la privatización de parte de esos servicios; la importancia de seleccionar la
información para evitar la saturación; la exigencia de poner un mayor énfa-
sis en la calidad sobre la cantidad; la conveniencia de no proteger la infor-
mación salvo la que sea imprescindible.
— 215 —
determinar el presupuesto militar, la contradicción surge en las circunstan-
cias actuales, donde es el presupuesto el que condiciona la estrategia y
además esta circunstancia se agrava ante las presiones políticas locales y
las rivalidades y disputas entre los diferentes ejércitos. El resultado final es
que el presupuesto no se ajusta a las verdaderas necesidades.
Otro factor de riesgo que es necesario analizar, es el de las tecnologías de
doble uso. En el período final de la civilización de la segunda ola, los gru-
pos pacifistas influyeron en el desmantelamiento de las industrias bélicas
y su transformación en industrias de uso civil. Esas industrias producían
armas concebidas específicamente para matar, si bien, también existían
algunos artículos de uso dual. Actualmente con la diversificación de pro-
ductos para atender un mercado desmasificado de la tercera ola, la mayo-
ría de esos productos adquieren la capacidad de doble uso. Los ejércitos
de esta última civilización se encuentran inmersos en la misma tecnología
civil.
El problema se complica, pues la asociación de las destructivas armas de
la segunda ola, con las inteligentes y precisas de la tercera, forman una
combinación explosiva. Si a la situación estratégica actual superponemos
la anterior capacidad de infringir daños, el sistema global que se avecina
aparece con una «apariencia cada vez más siniestra».
Otro riesgo importante es la proliferación nuclear, pues mientras esas
armas permanecieron en poder de regímenes estables, resultó posible su
control. La desintegración de la URSS y el contrabando nuclear han propi-
ciado una situación bien distinta. Además, con la llegada de la civilización
de la tercera ola, la explosión de la información, la globalización y la exten-
sión del conocimiento de tecnologías avanzadas, la capacidad para desa-
rrollar armamento nuclear se extenderá de manera inexorable. El pro-
blema más grave de esta situación es que ese armamento puede caer
fuera del control de las Naciones-Estado, lo que hará inútil el concepto de
disuasión. Como dice Builder:
«No cabe disuadir a un adversario con la represalia atómica sino
existe una sociedad definible a la que amenazar, con lo que nos
aguarda una asimetría aterradora».
Otro factor de riesgo tratado por los Toffler sería la dudosa eficacia sobre
la que se apoya el actual entramado de seguridad: el desarrollo económico
y la interdependencia que genera el sistema global, no es suficiente para
garantizar la paz al complicarse y ramificarse las relaciones entre países,
haciéndolas imprevisibles; las organizaciones internacionales que aporta-
— 216 —
ban estabilidad, van a asumir un papel menos eficaz y reducido, en un
mundo de la tercera ola controlado por agentes no nacionales; la antigua
inviolabilidad de las fronteras, será perforada por una economía que atra-
viesa los límites nacionales existentes y por la pérdida de soberanía de las
Naciones-Estado, tanto por arriba, con organizaciones supranacionales,
como por abajo, por grupos nacionalistas y autonomistas.
Es también necesario analizar los nuevos puntos de fricción que se multi-
plican y ensanchan: las recientes ansias secesionistas de minorías ricas
en zonas de recursos limitados como Rusia, China, Brasil o India; la apa-
rición de barreras aduaneras y división en bloques comerciales como reac-
ción a una economía cada vez más global; el fanatismo religioso, que se
opone al secularismo de la segunda ola y que se apoya en el resurgir de
nuevos fervores religiosos producto del desengaño marxista y fracaso
socialista.
En la próxima década, coexistirán civilizaciones de la primera, segunda y ter-
cera ola, cada una con sus propios intereses y proyectos, lo que puede pro-
piciar el enfrentamiento. Al igual que hemos inventado un forma de guerra de
la tercera ola, será pues necesario la invención de una nueva forma de paz.
Para desarrollarla los autores proponen una serie de iniciativas en un
entorno difícil por la pérdida de influencia de la Nación-Estado, ante tec-
nologías de doble uso que hacen inútil el desmantelamiento del complejo
industrial-militar, y con una ONU anclada en el pasado. Es necesario apor-
tar ideas innovadoras.
El matrimonio Toffler propone las siguientes iniciativas: la necesidad de
establecer estrategias coherentes del conocimiento de la paz; el estableci-
miento de una fuerza armada apolítica y profesional constituida de volun-
tarios de muchas naciones; el apoyo de información de inteligencia que
provenga del interior; la apertura de nuevas áreas informativas como
pudieran ser las postura de grupos y personajes políticos, presiones
estructurales, y los alicientes o limitaciones en que se fundamentan las
tomas de decisiones; el establecimiento de recompensas para aquellos
que delaten el contrabando nuclear; el control de las fuentes del conoci-
miento evitando la fuga de cerebros; o el empleo de propaganda pacifista.
Para los autores:
«Resulta inexcusable que no se desarrollen estrategias sistemáticas
utilizables. La transparencia, la vigilancia, el control de armamentos,
el empleo de tecnología de la información, los servicios informáticos,
la interdicción de servicios de comunicación, la propaganda, el paso
— 217 —
de las armas letales a las de letalidad baja o nula, el adiestramiento y
la educación son todos ellos elementos de una forma futura de paz».
«El antiguo orden mundial, construido a lo largo de siglos de indus -
trialización, ha quedado hecho añicos. La aparición de un nuevo sis -
tema de creación de riquezas y de una nueva forma bélica exigen
una nueva forma de la paz, pero a menos de que ésta refleje con pre -
cisión las realidades del siglo XXI, resultará quizás no sólo irrelevante
sino además peligrosa».
— 218 —
ALAIN MINC
——————————-
— 219 —
conforman un estado que Alain Minc titula «La nueva Edad Media». Sur-
gen lo que el autor denomina «zonas grises», por el debilitamiento del
orden constituido, la pérdida de la razón como fundamento rector y la
desaparición de un universo ordenado; al tiempo, aparecen nuevas zonas
y elementos de crisis. Se hace pues necesario volver a poner en función
todo un sistema que equilibre el complejo mundo de las relaciones inter-
nacionales.
El autor divide su obra en tres partes: la primera la denomina «la era de la
confusión»; la segunda «la era de los espasmos»; y la tercera «la bús -
queda de un orden».
En esa primera parte, Minc tacha de ingenuas las iniciativas y aspiracio-
nes, que tras la caída del muro de Berlín, consideraban que el estableci-
miento de la paz universal era algo evidente. El autor, inicia el análisis
sobre la confusión, con el estudio de la situación europea. Las incidencias,
tanto económicas, como demográficas e ideológicas que puedan afectar a
los antiguos satélites de la URSS, tendrán repercusión en los países del
oeste europeo generando inestabilidad. Menciona también a Rusia, que a
pesar de sus enormes problemas económicos, sociales y políticos, conti-
núa manteniendo un cierto status de potencia, aunque sólo sea, como dice
Minc, por el peso de la historia y el poderío nuclear que todavía almacena.
Además, nada nos permite garantizar que Rusia haya renunciado a su
carácter imperialista. Por ello, occidente corre el riesgo de despertar al
gigante dormido harto de tanto desprecio y humillación.
Ante la desaparición de los mecanismos que garantizaban la estabilidad,
surgen los desordenes de la nueva Edad Media. En Europa, esos desor-
denes se manifiestan en los regionalismos, que aparecen con más fuerza
que nunca, como un «viejo demonio», precisamente cuando las ideas de
un federalismo europeo pierden protagonismo. Otro factor que contribuye
al desorden, es la inevitable retirada americana del continente europeo,
pues la razón de su presencia no fue otra que el expansionismo soviético
y por tanto, no regresarán, salvo que surja un «drama que tenga a Rusia
como actor principal». Actualmente, sus focos de interés se encuentran en
América del Sur y al otro lado del Pacífico.
Se está gestando una nueva Europa, que según el autor, ya no es en sí
misma sinónimo de paz. Y ante ese nuevo reto los europeos han preferido
cerrar los ojos.
«Una nueva Europa que surge, entre otras cosas, por la desaparición
de un tabú que, durante casi medio siglo, ha garantizado la paz en el
continente: la intangibilidad y la inviolabilidad de las fronteras».
— 220 —
Con la caída de la Unión Soviética, desaparece el mecanismo regulador
que garantizaba la estabilidad y el enemigo que aseguraba la cohesión de
los distintos países europeos. Nos hemos quedado sin referencia; caren-
tes de «chivo expiatorio», los europeos se encuentran también faltos de un
director de orquesta ante el vacío dejado por los EEUU. Esa hipotética
nación capaz de dirigir el futuro destino de Europa pasa, en opinión del
autor, por Alemania. Sin embargo, los germanos mantienen un «rechazo
activo» a convertirse en los líderes del nuevo orden europeo. Los restan-
tes actores: franceses, ingleses o rusos, no gozan del prestigio suficiente
para tal empresa.
Para Alain Minc, no se trata de añorar la época de rivalidad de las dos
grandes potencias, sino del equilibrio que impulsaban entre los países
sobre los que ejercían su influencia. Se trataría, en su opinión, de reinter-
pretar el concierto de las naciones para mantener el orden, obligando a
esos países menores a comportarse de manera adecuada.
A Europa le «pesa» demasiado la historia, pero el problema no es ya el
imperialismo alemán, ni las relaciones franco-germanas, ni el nazismo. El
pasado no va a determinar el futuro. El problema radica en los nuevos ries-
gos que amenazan en el horizonte, «la caldera ideológica con ingredien -
tes de populismo, nacionalismo, tribalismo, pero también de ecologismo e
individualismo». La incertidumbre que hoy planea sobre Europa, se debe
a que las fronteras económicas, políticas y estratégicas, no coinciden,
mientras que durante la guerra fría la coincidencia era absoluta.
La actual situación económica no respeta fronteras. En el mapa político, y
a largo plazo, esas fronteras, en modo alguno, parecen definitivas. Ade-
más, se está conformando un «puzzle» que el autor califica de extraño; por
un lado, naciones en sus Estados, por otro, ciudades Estado coexistiendo
con los antiguos Estados nación, lo que aproxima cada vez más ese caó-
tico mapa político al existente en la Edad Media. Por ello, en este nuevo
espacio carente de armonía, podemos encontrarnos, en el peor de los
casos, en el continente del caos, y en el mejor, en el de la complejidad.
El análisis que el autor realiza sobre el resto del mundo, no resulta más
optimista. La influencia de la retirada de los americanos no se constriñe
sólo a Europa, sino que tiene dimensión universal. El liderazgo americano
es ambiguo y vacilante, y en estas condiciones no es posible ser el guar-
dián mundial. Estados Unidos, no parece muy dispuesto a comprometerse
en costosas intervenciones, salvo que afecten a sus intereses nacionales.
Pero el mundo tiene necesidad de líderes enérgicos y la caída del comu-
nismo es un hecho de tal magnitud que habría merecido un liderazgo refle-
xivo que debió ser asumido por el país americano.
— 221 —
Para Minc, la incapacidad de EEUU para asumir ese papel director, pro-
voca que las tres zonas en las que divide el mundo –la gran América, Asia,
y la gran Europa- profundicen en su propia autonomía. Ante esta nueva
situación cabe preguntarnos ¿cómo serán las relaciones de fuerza entre
las tres zonas?. En la batalla que se acerca, Estados Unidos y por exten-
sión la gran América, parten en situación de ventaja. El mundo al que nos
dirigimos, estará marcado por «tres enormes economías-continente», el
resto del mundo o bien serán áreas sometidas a la influencia de alguna de
las tres zonas principales o bien zonas «desheredadas». En ese sentido,
la tragedia en todo el Africa central es algo más que previsible.
Por otro lado, las relaciones económicas entre esas tres grandes poten-
cias, no serán equilibradas. Sin un líder carismático, por el vacío dejado
por los EEUU, ante la ausencia de un enemigo que aglutine las volunta-
des, y frente a la falta de un sistema organizativo que regule las relaciones
internacionales, el mundo, con una presencia obsesiva y predominante de
la economía, se enfrenta a la posibilidad de grandes tensiones económi-
cas y guerras monetarias entre las tres regiones continentes. En tal situa-
ción, será imposible buscar un orden y una relación armónica en la bús-
queda de una gran economía mundial, a la que conduciría la unión de las
tres economías-continente. A lo más que podemos aspirar es al estableci-
miento de relaciones bilaterales.
Pero, para Alain Minc, no hay nada que nos acerque más hacia la Edad
Media que la extensión de las zonas sin autoridad legal, lo que él deno-
mina «el triunfo de las sociedades grises». El orden que teníamos no
cesaba de progresar, incluso hasta llegar a ser una amenaza por un
exceso de control. Sin embargo, ahora, la amenaza es bien distinta, la
vuelta a ley de la selva. La ilegalidad se ha instalado en el seno de las
democracias.
— 222 —
Por todas partes progresa lo «gris», la diferencia entre lo prohibido y lo per-
mitido se estrecha hasta casi desaparecer. Ante esta situación, las institu-
ciones y organizaciones, estáticas e incapaces de reaccionar, van per-
diendo el control de la sociedad y cada vez, una parte menor de esa
sociedad, obedece al principio del orden. Es una situación en que todo
está permitido, sin más limitaciones que la fuerza que a esos deseos pre-
senta el oponente. ¿Cómo se explican esos nuevos comportamientos?.
Para Alain Minc, las razones son muchas y complicadas: la liberación de
los mercados y la explosión financiera, el individualismo egoísta, el hundi-
miento de las grandes instituciones, la adoración al dinero y la pérdida de
los contrapesos morales y religiosos, la aparición de individuos de dudosa
moralidad, el sentimiento de impunidad, en definitiva, un irreversible clima
social.
Pero como indica Minc, la nueva Edad Media no se manifiesta sólo en esa
pérdida de las estructuras del orden, ni en la aparición de las denomina-
das zonas grises, sino básicamente en el repliegue de la razón. Este retro-
ceso se identifica con la aparición de señales propias de épocas ya supe-
radas de la historia. Reaparecen los miedos, los extremismos, la pérdida
de los valores tradicionales, mientras germina una variedad de peligrosas
ideologías.
— 223 —
provocar el miedo al otro; y miedo al retorno de las grandes epidemias.
Pero además del miedo, el pesimismo avanza por todas partes. Los extre-
mistas ganan la batalla y la razón retrocede. La religión que se había reple-
gado sobre lo espiritual abandonando las intervenciones en lo temporal, se
radicaliza hacia dogmatismos intransigentes, siendo arrollada por minorías
reaccionarias y proselitistas. La vuelta hacia épocas turbulentas se mani-
fiesta también con la reaparición del tribalismo y la expansión de las sec-
tas. En el campo económico, aparecen los fantasmas proteccionistas. Ni
los miedos, ni el pesimismo, ni el tribalismo, ni el proteccionismo, facilitan
las complejas relaciones de la democracia, y es que en efecto, esta situa-
ción no es favorable. Como dice el autor:
«El vértigo de lo desconocido alienta el retorno de las ideologías sim -
ples... El mundo de antes precisamente porque era estable, alentaba
las ideologías complejas».
Así pues, como ya se ha dicho, nuestra amenaza de hoy no es el nazismo,
sino lo que Alain Minc denomina el movimiento «ecolo-populo-naciona -
lista». La ecología en su aspecto reaccionario y en su «viejo atavismo con -
servador»; las nuevas fuerzas populistas de carácter regionalista, que
intentan debilitar el Estado central con su discurso antielites y antiinstitu-
ción. Frente a estos movimientos, las fuerzas democráticas permanecen
sin ideas ni iniciativa.
En la segunda parte del libro, «la era de los espasmos», el autor analiza
los riesgos a los que se enfrenta la civilización actual. Según Alain Minc,
esos riesgos, más peligrosos que los del medievo por la globalización de
nuestra sociedad, no deben llegar a ocasionar un estado de caos, salvo
que se produzcan de forma simultánea. No obstante, nuestra civilización
no es consciente de esa realidad. De la época de la Guerra Fría, mantiene
la percepción de que el orden está garantizado, y desde la caída del comu-
nismo, de que no existe un enemigo importante. Esas sensaciones se han
instalado en la sociedad y han contagiado a la clase dirigente que man-
tiene la política del avestruz. Nada más erróneo. De hecho, el admitir y
conocer los riesgos actuales,es ya una forma de conjurarlos.
¿Cuáles son esos riesgos?. El primero que cita el autor, es la posibilidad
de conflictos en Europa: el problema ruso-ucraniano; una explosión en los
Balcanes, con la extensión del conflicto a Macedonia y la implicación de
griegos, turcos y búlgaros; una crisis grave entre Rumanía y Hungría; la
alta posibilidad de un enfrentamiento turco-iraní y la desestabilización
argelina. Todos esos conflictos resultan especialmente graves si conside-
— 224 —
ramos las consecuencias en cadena que se pueden producir, y para los
que el mundo actual y sus distintos organismos internacionales, no están
preparados.
Detrás de lo anterior, y como un agravante a considerar, aparece el pro-
blema nuclear, especialmente delicado por la escalada y proliferación que
origina el desorden mundial. Para el autor, ese riesgo se vería agravado si
se emplearan las armas nucleares tácticas, pues podría provocar la pér-
dida del miedo atómico.
El riesgo económico y monetario ante las tentaciones proteccionistas, o en
el polo opuesto, los estragos del libre comercio, lo que obliga a plantearse
la necesidad del establecimiento de ciertas contenciones entre las tres
grandes zonas del mundo.
Otro factor de riesgo importante, es la cuestión demográfica. Pero no la
que se produce gota a gota, que es considerada por el autor como «razo -
nablemente controlable», sino aquélla que puede originarse como una
hecatombe, por guerra o accidente grave, provocando desestabilizantes
desplazamientos de población. Este problema demográfico, a pesar de su
gravedad, es ignorado por la sociedad y sus dirigentes.
Por último, otro factor de riesgo es «la quiebra inevitable de las socieda -
des occidentales». Hasta ahora, la sociedad acomodada vivía con un sen-
timiento de impunidad, pero todo parece indicar que esa cómoda situación
se está acabando y que por primera vez, la crisis puede afectar a todos los
estratos sociales. El problema radica en que la comunidad no parece muy
dispuesta a actuar ante determinados desafíos: la necesidad de intervenir
fuera de nuestras fronteras para restablecer el orden; la lucha contra la ile-
galidad; el gasto que habría que emplear para reconquistar ciertas zonas
sin ley; los sacrificios que debe hacer la Europa rica ante las demandas del
este; o los esfuerzos económicos necesarios para actualizar el aparato
militar que permita afrontar la amenaza del desorden.
Nos ha tocado vivir un momento en que la opinión pública es un importante
actor político que condiciona las decisiones de los líderes y las políticas de
los gobiernos. Por ello como dice el autor:
«Cuanto más inestable y frágil sea la sociedad, menos coherente
será la opinión pública y menos posibilidades tiene de convertirse en
ley el imperio de la necesidad».
Ante este panorama, el autor considera que vuelve la revolución a la
Europa occidental. Una manifestación es la actual situación italiana, pri-
— 225 —
mera revolución en occidente desde 1848, donde toda la «nomenklatura»
se viene abajo con gran escándalo y en un complicado estado interno, por
la fuerte presión secesionista ejercida por la Liga Norte.
Para la Europa occidental, el problema italiano no parece contagioso en su
forma actual, pero en sus últimas consecuencias representa un importante
cambio en el equilibrio de poderes, que aunque en menor escala, afectará
hasta el último lugar. La «trinidad jueces/opinión pública/medios de comu -
nicación» es, como dice el autor, irresistible, y los demás poderes deberán
rendir cuenta ante ellos.
En otros lugares, la revolución toma forma con el resurgir de nuevos Esta-
dos. Un ejemplo claro de esta revolución es el «divorcio de terciopelo entre
Praga y Bratislava». Como dice Alain Minc «han saltado los frenos», ya no
hay poderes que contengan el desarrollo de los acontecimientos. No sólo
se ponen en entredicho las fronteras de 1919, sino aquellas que se arrai-
gan en el siglo XIX. ¿Hasta dónde proliferarán los micro Estados?. En una
economía global donde las transacciones económicas y monetarias se
resuelven al nivel mundial, ¿tiene importancia el tamaño o la población
mayor o menor de un Estado?. Ciertamente la soberanía parece al alcance
de cualquier tribu.
El retorno de las revoluciones aporta varias lecciones: primera, ningún
Estado puede estar seguro indefinidamente de sus fronteras; segunda, no
hay estructura social por sólida o antigua que sea que tenga carácter per-
manente; tercera, en la actualidad, revolución no es sinónimo de subver-
sión, sino de descomposición; cuarta, la fuerza revolucionaria ya no perte-
nece a las minorías comprometidas, sino a la opinión pública, los medios
de comunicación social, y la justicia; y quinta lección, la revolución sigue
siendo una invención europea.
Otro aspecto que a la sombra del holocausto nuclear ha estado ausente, ha
sido la crisis. Salvo en dos o tres ocasiones, el enfrentamiento bipolar impi-
dió que se gestasen crisis de importancia. El antiguo orden se construyó
sobre la base inmovilista siguiente: la división del mundo en dos grandes
zonas de influencia que impedía que cualquier incidente entre naciones
protegidas, pudiese llegar a adquirir dimensiones tan preocupantes, como
para poner a las dos grandes potencias en peligro de enfrentamiento; la
política de la «no intervención» en los asuntos internos de otros Estados; la
intangibilidad de las fronteras que convertía el equilibrio mundial como eje
fundamental de la actividad internacional; y el propio inmovilismo de orga-
nismos como la ONU que había asumido el papel de policía mundial.
— 226 —
No obstante, y como indica Minc, tras la guerra fría la crisis se ha vuelto a
instalar entre nosotros y el conflicto de los Balcanes pone de manifiesto la
ineptitud de la comunidad para gestionarla. El autor discrepa de aquellos
que piensan que las crisis sólo se arreglan en caliente, pues en nuestros
días, los acontecimientos se desarrollan a tal velocidad que es necesario
actuar de forma preventiva. En el caso de Europa, los mecanismos de
cooperación política, retrasan todavía más la toma de decisiones. Por ello,
para poder atacar la crisis con éxito, no podemos esperar milagrosas ges-
tiones diplomáticas, es necesario realizar una adecuada prevención de
conflictos, o al menos, una reflexión anticipada.
Para el autor, prevenir es conocer los peligros -la «Biblia» de los riesgos-,
es también reflexionar anticipando y preparando crisis ficticias que nos
permitan predecir soluciones y los problemas para ponerlas en práctica.
Además, hay que salir del inmovilismo, hay que reflexionar sobre «la satá -
nica doctrina de la no intervención» en asuntos internos de otros países,
hay que tener en cuenta a las minorías y reconsiderar los santuarios nacio-
nales producto de la intangibilidad de las fronteras.
Según Minc, no hay prevención sin la debida reflexión, pero tampoco sin
el respaldo del instrumento militar. Sin la adecuada fuerza militar y su
voluntad de uso, la prevención será una utopía. El problema es que en la
actualidad ninguna potencia europea posee esa fuerza en la forma ade-
cuada, pues carecemos de la necesaria capacidad de proyectarnos lejos
de nuestras fronteras. El esfuerzo presupuestario se debe reorientar para
potenciar las armas convencionales, y a su vez, los ejércitos tienen que
cambiar desde la concepción estática de contención de la antigua URSS,
hacia fuerzas móviles, capaces de actuar siguiendo las directrices marca-
das por la política de prevención.
El conflicto yugoslavo ha puesto de manifiesto el fin del mito de Europa
como continente de paz. Hay que modificar nuestro aprendizaje realizado
sobre los textos de la guerra fría, recordando que ya no sirven las reglas
fijas del conflicto y que es necesario adaptarse a las nuevas, imprevistas,
difusas y cambiantes situaciones que acompañan al desarrollo de la crisis.
En la tercera parte del libro, y a la vista de los factores analizados, el autor
insiste en la necesidad de alcanzar un nuevo orden, en el que Europa,
debe asumir un papel protagonista. Pero el viejo continente presenta
aspectos sombríos, el sueño de la Europa federal se desvanece y surgen
nuevos obstáculos que demandan mayor organización: fronteras inciertas,
minorías, discutibles separaciones territoriales y étnicas y frente a esa
— 227 —
necesidad de orden, sólo aportamos una estructura imprecisa y en oca-
siones, con menor solidez que en la antigua Edad Media. Para el autor,
resulta imposible comprometerse con ideas complejas sobre Europa,
cuando no hemos sido capaces de parar una guerra en nuestro mismo
continente y cuando la presión constante de los nacionalismos nos aboca
a lo «informal e imprevisible» y nos conduce hacia la nueva Edad Media
en peores condiciones que su antecesora.
Sin embargo, como indica Minc, «nos acercamos al cero ideológico». Las
ideas tradicionales han ido desapareciendo y con ellas el mundo del orden.
La caída del comunismo arrastró, tanto al socialismo, borrando las ideas
que preconizan una evolución de la sociedad en nombre de una espe-
ranza, como al liberalismo. Esta última ideología, se ve afectada al
haberse desarrollado como reacción al comunismo, con lo que ha perdido
su estímulo, apoyo y referencia. Paradójicamente, su punto débil se sitúa
en el monopolio ideológico, al ser el chivo expiatorio de todos los males
que afligen a la humanidad.
— 228 —
Para el autor, la nueva Edad Media requiere de una ideología de varias
dimensiones, con profundidad histórica y con capacidad para comprender
la complejidad. Esa nueva Edad Media, surge sobre la antigua con pro-
blemas añadidos derivados de un desarrollo desordenado, lo que nos sitúa
ante unas perspectivas poco esperanzadoras, especialmente, por carecer
de la necesaria «armadura intelectual o ideológica». El soporte y respaldo
de la fe, propio de la antigua Edad Media, no se llena ni con nacionalismos
exacerbados, que han cambiado la razón por la belicosidad, ni con las
nuevas religiones, donde «Dios vuelve en forma de fanatismo e de irracio -
nalidad», más bien al contrario representan nuevos focos de desorden.
En el entorno en el que nos movemos no resulta fácil ver la luz para aque-
llos que buscan una nueva ideología. La sociedad actual no premia las
posturas e ideas originales, esclava como se encuentra de la nueva fuerza
motriz que es la opinión pública, a la que temerosa de salir derrotada,
hasta las clases dirigentes se someten a su imperio. Pero como subraya el
autor:
«Con su tendencia a reducirlo todo al mínimo común denominador,
nuestra sociedad empuja hacia los pensamientos débiles, las ideas
tranquilizadoras y las filosofías del statu quo. Son las minorías com -
prometidas, las visiones proféticas y los golpes de suerte políticos los
que hacen moverse al mundo y no las encuestas y los sondeos de
opinión, que, por lógica, expresan el punto de vista medio... las socie -
dades contemporáneas prohiben la desviación, la originalidad y la
creatividad».
Parece pues evidente que lo que Minc denomina el fin de los Tiempos
Modernos, no va a dar lugar a un progreso intelectual del que salgan las
nuevas ideologías. Los síntomas son más bien al contrario. Por ello, es
necesario construir lo que Alain Minc denomina, una caja de herramientas
conceptuales, con los siguientes preceptos básicos: racionalizar el mer-
cado; conocer las constantes que fabrica la historia para poder prevenirlas;
las elites deben asumir y afrontar las nuevas áreas que se salen de su
radio de acción; adoptar políticas activas, pues las situaciones inestables
tienden a degenerar por naturaleza; no buscar el apoyo en principios sóli-
dos de cohesión que la sociedad actual no posee.
— 229 —
«Lo que resulta es, pues, un arte extraño hecho de firmeza y de fle -
xibilidad, de rigidez y movilidad, en perpetuo movimiento y, al mismo
tiempo, inflexible sobre algunos puntos fundamentales. Tiene que
hacer suyo un doble imperativo… imaginación y riesgo»
— 230 —
HENRY A. KISSINGER
DIPLOMACIA
——————————
— 231 —
ración civil que se concede en EEUU) y Medalla de la Libertad 1986. Entre
sus obras destaca «Nuclear Wepons and Foreing Policy» (1957) que fue
bestseller durante catorce semanas y con el que ganó el premio Woodrow
Wilson. Esta obra fue libro de texto de política nuclear y encumbró al autor
como autoridad en estrategia norteamericana. En otra obra posterior «The
Necessity for Choice» (1961) Kissinger limitaba el concepto de respuesta
flexible al campo de las armas convencionales. «A World Restored» (1964)
recoge su tesis doctoral y presenta una analogía entre la década del Con-
greso de Viena (1812 a 1822) y el período posterior a la 2ª Guerra Mun-
dial. Las conclusiones que extrajo del modelo de equilibrio de poder entre
las cinco potencias europeas postnapoleónicas determinarán en gran
medida su concepción internacional. En «Troubled Partnership» (1965)
procedió a revisar cuestiones de la Alianza Atlántica. Los tres ensayos
recopilados en «American Foreing Policy» (1969) analizan la cuestión del
liderazgo y la sociedad internacional.
Tras su paso por la Casa Blanca escribió el primer volumen de sus memo-
rias «White House Years» (1979) que constituye una exposición pormeno-
rizada de sus creencias y un repaso a las negociaciones que dirigió como
asesor presidencial. En su obra «For the Record» (1981) el autor recopila
los principales artículos de prensa y textos de conferencias que había
escrito con anterioridad. La segunda parte de sus memorias «Years of
Apheaval» (1982) recoge sus experiencias como Secretario de Estado.
— 232 —
gantes. La obra está dirigida a personas iniciadas en el estudio de la estra-
tegia y las relaciones internacionales, y requiere un conocimiento previo de
la historia política del siglo XX.
— 233 —
«Vacilante ya el concepto de unidad, los nuevos Estados de Europa
necesitaron algún principio que justificara su herejía y regulara sus
relaciones, y lo encontraron en los conceptos de raison d’état y de
equilibrio del poder.... La formulación primera y más general de este
nuevo enfoque llegó de Francia».
Kissinger considera que Europa no ha elegido el modelo de equilibrio de
poder como medio para regular sus relaciones, dominadas por una belico-
sidad innata o por un amor a la intriga. Y si la insistencia en la democracia
y en el derecho internacional fue producto del sentido norteamericano de la
seguridad, la diplomacia europea se forjó en la escuela de los duros golpes.
Para el autor es esencial comprender de que modo el concepto de equili-
brio de poder, asociado a una visión geopolítica de las relaciones interna-
cionales, produce rechazo en la mentalidad idealista norteamericana.
«Siempre que los norteamericanos han reflexionado sobre la política
exterior han llegado a la conclusión de que las congojas de Europa
han sido causadas por el sistema de equilibrios de poder».
Frente a la visión realista, maquiavélica, de las relaciones internacionales
el autor describe una visión estadounidense claramente diferenciada que
se explica desde su propia experiencia histórica. Así, la excepcionalidad
norteamericana, el sentimiento de pertenecer a una nación de rango ético
superior y la convicción apasionada de que sus propios valores han de
tener aplicación universal, nace del hecho de que ninguna otra república
fue creada conscientemente para encarnar la idea de libertad.
«Las singularidades que los EEUU se han atribuido durante toda su
historia han dado origen a dos actitudes contradictorias hacia la polí -
tica exterior. La primera es que la mejor forma en que los Estados
Unidos sirven a sus valores es perfeccionando la democracia del pro -
pio país, actuando así como faro para el resto de la humanidad; la
segunda, que los valores de la nación le imponen la obligación de
defenderlos en todo el mundo, como si de una cruzada se tratara».
Ambos enfoques el aislacionista y el misionero, tan contradictorios en apa-
riencia, reflejan una creencia común subyacente: la supremacía incuestio-
nable de los valores propios que se derivan de la democracia, el libre
gobierno y el derecho internacional. Sin embargo, desde el fin de la 2ª
Guerra Mundial han dominado las realidades de la interdependencia que
han obligado a los Estados Unidos a afrontar situaciones contradictorias.
A partir del capítulo quince, Kissinger trata la última reincorporación de los
Estados Unidos al gran escenario internacional de la mano del presidente
— 234 —
Franklin Delano Roosevelt. Tras la derrota alemana en Stalingrado, los
jefes aliados, Churchill, Roosevelt y Stalin, pudieron empezar a pensar en
la victoria y en la futura configuración del mundo; cada uno según su pro-
pia experiencia histórica:
«Churchill deseaba reconstruir el tradicional equilibrio de poder en
Europa, lo que significaba rehacer Gran Bretaña, Francia y hasta la
vencida Alemania para que, junto con los Estados Unidos, estos paí -
ses pudieran servir de contrapeso al coloso soviético del Este. Roo -
sevelt pensaba en un orden de posguerra en que los tres vencedo -
res, junto con China, actuarían como un consejo de dirección
mundial, imponiendo la paz contra cualquier potencial malhechor,....
El enfoque de Stalin reflejó su ideología comunista y, a la vez, la tra -
dicional política exterior rusa. se esforzó por capitalizar la victoria de
su país extendiendo la influencia rusa por Europa central».
El modelo de Roosevelt, que era conocido como «el de los Cuatro Poli-
cías», no pudo aplicarse porque había una profunda brecha ideológica
entre los vencedores y porque Stalin una vez liberado de la amenaza ale-
mana, no tuvo ningún problema en favorecer los intereses ideológicos y
políticos soviéticos, aun al precio de una confrontación con sus antiguos
aliados. Para Stalin en la consecución de los últimos objetivos del Estado
soviético tan enemigos eran Alemania como Gran Bretaña o los Estados
Unidos, ideológicamente todos ellos eran modelos políticos contrarios a
los fines de la revolución. Las alianzas y pactos respondían exclusiva-
mente a necesidades temporales dentro del frío juego geopolítico,
mediante el cual la Unión Soviética habría de alcanzar la supremacía y la
victoria final del comunismo.
Churchill había comprendido desde el principio los designios estratégicos
de Stalin y proponía una posición de resistencia a las pretensiones del dic-
tador soviético. En los Estados Unidos, sin embargo, hasta el despertar de
la ilusión de un entendimiento posible con la URSS que supuso la política
de contención, la posición del líder occidental europeo se veía con la tra-
dicional desconfianza.
«La idea de que el jefe del Kremlin era, en lo más hondo de su cora -
zón, un hombre moderado y pacifista, necesitado de ayuda para
superar a sus intransigentes colegas, siguió siendo un elemento
constante de los estudios norteamericanos, cualquiera que fuese el
dirigente soviético en el poder. En realidad, estas evaluaciones
sobrevivieron hasta el período poscomunista, cuando fueron aplica -
das primero a Mijaíl Gorbachov y luego a Boris Yeltsin».
— 235 —
A lo largo de los siguientes quince capítulos, Kissinger explica los avatares
estratégicos de la Guerra Fría junto con una profusión de minuciosas y ori-
ginales observaciones sobre las negociaciones secretas, los detalles téc-
nicos y las reacciones de los líderes que dan una visión completa y muy
humana de aquellas transcendentales décadas.
Cuando la posición internacional norteamericana se hallaba en un pro-
fundo pozo, el comunismo empezó a descomponerse. En cierto momento,
a comienzos de los años ochenta, pareció como si el impulso comunista-
pudiera arrollarlo todo. Como los gobernantes británicos Palmerston y Dis-
raeli en el siglo XIX, también los líderes norteamericanos veían a Rusia
avanzar por doquier.
«Jruschov y sus sucesores llegaron a la conclusión de que podían
superar la labor realizada por el tirano. En lugar de dividir al mundo
capitalista, que fue la estrategia básica de Stalin, ellos se proponían
derrotarlo gracias a los ultimatums de Berlín, los misiles de Cuba y su
aventurismo por todo el mundo en desarrollo. Sin embargo, ese
esfuerzo rebasó tanto la capacidad soviética que el estancamiento se
convirtió en desplome».
Gorbachov, encumbrado gracias a las brutales luchas de la jerarquía
comunista, estaba decidido a revitalizar la ideología soviética, que consi-
deraba superior. Reagan y Gorbachov cada uno por su parte, creían en la
victoria final de su propio bando. No obstante, había una diferencia abis-
mal entre estos dos inesperados colaboradores: Reagan comprendía bien
los profundos sentimientos de su sociedad, mientras que Gorbachov había
perdido todo contacto con la suya.
La actuación de Reagan fue asombrosa y, para los observadores acadé-
micos, poco menos que incomprensible. Reagan casi no sabía nada de
historia, y lo poco que sabía lo adaptó en favor de sus bien arraigados pre-
juicios. Además, los detalles de política exterior le aburrían.
«Un presidente con el más pobre currículum académico aplicaría una
política exterior de extraordinaria congruencia y oportunidad. Es posi -
ble que Reagan sólo tuviese unas cuantas ideas básicas, pero éstas
resultaron ser las cuestiones centrales de la política exterior de su
época, lo que demuestra que los principales ingredientes del liderazgo
son el sentido de la dirección y la fuerza de las propias convicciones».
Reagan rechazó el complejo de culpa que identificó con el gobierno de
Carter, de este modo,pasó por encima de la tradicional prudencia diplo-
mática, y simplificó las virtudes norteamericanas en busca de la autopro-
— 236 —
clamada misión para convencer al pueblo norteamericano de que el con-
flicto ideológico entre el Este y el Oeste era importante. Esto supuso inevi-
tablemente el fin definitivo del período de détente. Reagan estaba resuelto
a convencer al Kremlin de los riesgos del expansionismo continuado y no
buscaba un acercamiento gradual, sino un resultado final: una contraofen-
siva victoriosa.
«Por una vez, la fe de las democracias no resultó tan ilusoria».
— 237 —
Kissinger fiel a sus más profundas convicciones teóricas recuerda que el
sistema internacional que más tiempo duró sin una gran guerra fue el que
siguió al Congreso de Viena. Combinó la legitimidad y el equilibrio, los
valores compartidos y la diplomacia del equilibrio del poder. Unos valores
comunes redujeron las demandas de las naciones, mientras el equilibrio
limitaba la capacidad de insistir en ellas.
«En el siglo XX, los Estados Unidos han intentado dos veces crear un
orden mundial basado casi exclusivamente en sus propios valores.
esto representa un esfuerzo heroico, al que se puede atribuir mucho
de lo bueno que hay en el mundo contemporáneo. Pero el wilsonismo
no puede ser la única base para la época posterior a la Guerra fría».
— 238 —
SAMUEL P. HUNTINGTON
——————————
— 239 —
Cuando se aproxima el final de un milenio se suscita habitualmente el
debate geopolítico sobre dónde se encuentra y hacia dónde avanza la
sociedad internacional. El final del siglo XX, donde nos hallamos, no es
una excepción, pero además, ciertos acontecimientos, como el fracaso de
las ideologías marxistas o la reunificación de Alemania, han avivado toda-
vía más ese discurso.
¿Quiénes serán en el próximo siglo los principales actores internaciona-
les?¿Qué tipo de relaciones predominarán, de cooperación o de con-
flicto?¿Cómo se estructurará el poder mundial? ¿Cuáles serán las causas
y orígenes de los próximos conflictos? ¿Cuál será, en definitiva, el orden
mundial? Son cuestiones, todas ellas, que se someten al estudio y consi-
deración de intelectuales y pensadores. Así, en los últimos años se apre-
cian dos posiciones a la hora de responder a estos interrogantes. La visión
optimista está encabezada por Francis Fukuyama, manifestada por media-
ción de su obra «El final de la Historia». La perspectiva pesimista se
encuentra representada por Samuel Huntington cuya tesis, expuesta en «el
choque de las civilizaciones», intenta socavar los argumentos optimistas.
En 1993, Samuel Huntington publicaba en la revista Foreing Affairs un artí-
culo titulado «The Clash of Civilizations?» («El choque de las civilizacio-
nes»). Dicho artículo levantó las reacciones y los comentarios más diver-
sos a favor y en contra de las tesis allí vertidas por el autor. Dado el interés
suscitado, Huntington decidió escribir el presente libro para dar una argu-
mentación más completa y documentada a los juicios expresados en aquel
artículo.
El tema central de la obra de Huntington es que:
«Las identidades culturales, que en su nivel más amplio son las civi -
lizaciones, están configurando las pautas de cohesión, desintegra -
ción y conflicto en el mundo de la posguerra fría».
A juicio del autor, los conflictos en el futuro no tendrán como principal
causa raíces ideológicas o económicas, sino más bien culturales.
«El choque entre las civilizaciones dominará la política a escala mun -
dial; las líneas divisorias entre las civilizaciones serán los frentes de
batalla del futuro».
A medida que la gente se vaya definiendo por su etnia o religión, Occidente
se encontrará más y más enfrentado con las civilizaciones no occidentales
que rechazarán frontalmente sus más genuinos ideales y valores. Para
Huntington, los conflictos que han de venir estarán localizados en las
líneas de separación de las diferentes civilizaciones.
— 240 —
Para demostrar su tesis, el autor divide el libro en cinco partes. En la pri-
mera parte, Huntington quiere llevar al lector a la convicción de que des-
pués de la caída del comunismo, y a pesar de la creencia generalmente
extendida, no se está produciendo en la sociedad internacional una occi-
dentalización de la misma, ni tampoco ninguna civilización reúne los requi-
sitos básicos para convertirse en universal; más bien la sociedad actual
tiene, cada vez más, un carácter multicultural y multipolar. En la segunda
parte, analiza cómo se está realizando un cambio de equilibrio de poder
entre las civilizaciones y los efectos desestabilizadores que tal proceso ten-
drá en el orden mundial a largo plazo. En la tercera parte se encuentra la
argumentación central de la tesis inicial: el nuevo orden mundial basado en
las civilizaciones condiciona las relaciones entre los actores internaciona-
les. Los que comparten afinidades culturales tenderán a una mayor coope-
ración; por el contrario, la cooperación entre sociedades de civilizaciones
distintas será más turbulenta. En el cuarto capítulo, estudia cómo las pre-
tensiones de los estados centrales de occidente en convertir su civilización
en universal provocará cada vez más conflictos con otras civilizaciones. Las
guerras, a juicio de Huntington, tendrán lugar principalmente en las líneas
de fractura (líneas de división) de las civilizaciones. En el quinto y último
capítulo, afirma que una nueva guerra mundial sólo se podrá evitar si los
líderes mundiales aceptan la naturaleza de ese nuevo orden mundial.
El desplome del sistema bipolar ha supuesto, según el autor, que las dis-
tinciones ideológicas y políticas que unían o separaban a los pueblos
hayan perdido sentido; por otro lado, el derribo de las barreras ideológicas
ha acelerado el fenómeno de la globalización debido a la técnica, a las
comunicaciones, a la producción y al comercio. Todo ello ha contribuido a
una crisis de identidad en el mundo como reacción a esa globalización. La
gente necesita tener un marco de referencia, una identificación, por eso se
vuelven a buscar las raíces religiosas, culturales y familiares. Como Hun-
tington afirma:
«Las personas definen su identidad por lo que no son; a medida que
el incremento de las comunicaciones, el comercio y los viajes multi -
plican las interacciones entre civilizaciones, la gente va concediendo
cada vez más importancia a su identidad desde el punto de vista de
la civilización».
La entidad cultural más amplia es la civilización. Aunque todas las civiliza-
ciones se caracterizan por tener en común unos valores, costumbres, ins-
tituciones e historia, la religión es la característica definitoria básica de las
civilizaciones. Cristopher Bawson apoya esta afirmación, al observar que
— 241 —
las grandes religiones son los fundamentos sobre los que descansan las
grandes civilizaciones. Por eso el resurgimiento religioso está aparejado al
auge de las civilizaciones. De las cinco religiones mundiales que distinguía
Max Weber, cuatro (cristianismo, islam, hinduismo y confucionismo) son
grandes civilizaciones.
Como este autor, otros afirmaban que estábamos siendo testigos, al final
del siglo XX, del nacimiento de una civilización universal y ésta no podía
ser otra que la civilización Occidental. Huntington es reticente a aceptar la
implantación de una civilización única en el mundo y mucho menos a que
hipotéticamente pudiera ser la Occidental. Considera que:
«Las distintas sociedades compartan ciertos valores básicos, como
que el asesinato es malo, y ciertas instituciones básicas, como
alguna forma de familia, no significan que se avanza hacia una civili -
zación universal, ya que esas características comunes son propias
de la humanidad, de la naturaleza del ser humano. Si el término civi -
lización se eleva y restringe a lo que es común a la humanidad como
un todo, o hemos de inventar un nuevo término para referirnos a los
agrupamientos culturales más amplios, pero inferiores a la humani -
dad global, o tenemos que dar por sentado que esos vastos agrupa -
mientos de amplitud inferior (civilización, nación, tribu, etc.), a la
humanidad se están esfumando».
— 242 —
El autor plantea una de las partes más controvertidas de su tesis, demos-
trar que no se está produciendo una «occidentalización» en la tierra. Para
ello subraya la diferencia entre valores culturales, modernidad y formas
políticas.
— 243 —
La modernización, por el contrario, desde el punto de vista del autor, for-
talece esas culturas y reduce el poder relativo de Occidente. Y agrega que
«en muchos aspectos, el mundo se está haciendo más moderno y menos
occidental». Pone como ejemplo que, además de Japón, Singapur, Taiwán,
Arabia Saudí y, en menor grado Irán, se han convertido en sociedades
modernas sin hacerse occidentales. Sin embargo, Japón culturalmente no
pertenece al Oeste, y difiere de Singapur, Arabia Saudí y especialmente de
Irán por tener un sistema político basado en una democracia liberal. Esto
no significa que los occidentales se sientan como en casa dentro de la
sociedad japonesa y viceversa. Adoptar una determinada forma política,
en este caso una democracia liberal, tampoco significa occidentalización,
pues por eso no se quebranta su cultura. En sentido contrario, tampoco
significa que los norteamericanos, que en la década de los setenta y
ochenta, consumieron millones de coches, televisores, cámaras y artilu-
gios electrónicos japoneses se «niponizaron», es más, se volvieron consi-
derablemente más hostiles respecto a Japón. Concluye con otro ejemplo
clarificador:
«En un lugar cualquiera de Oriente próximo u Oriente medio, media
docena de jóvenes podrían perfectamente vestir vaqueros, beber
Coca-Cola, escuchar rap y, entre inclinación e inclinación hacia La
Meca, montar una bomba para hacer estallar un avión estadouni -
dense de pasajeros».
— 244 —
Aplicando los mismos criterios de identificación cultural, se puede enten-
der el comportamiento de la OTAN a la hora de incluir en una primera
ampliación a países que tradicionalmente han sido parte de la cristiandad
occidental (Polonia, Hungría y la República Checa). Sin embargo, no se ha
invitado a Bulgaria o Rumanía, países que pertenecen al mundo ortodoxo.
En clave también civilizacional se puede interpretar la falta de entusiasmo
de los Estados parte de la Unión Europea para que Turquía ingrese en la
Unión. A pesar de que este país islámico ha sido un importante bastión de
la OTAN durante la guerra fría, es improbable que en un escenario donde
imperan los valores culturales, ingrese Turquía en una organización emi-
nentemente occidental como la UE. El caso que aparentemente rompe la
tesis del libro es Grecia, pero según el autor, esta Nación ha sido la patria
de la civilización clásica y, a diferencia de los turcos, los griegos se han
considerado a lo largo de la historia vanguardia del cristianismo.
— 245 —
«En el plano particular o micronivel, los conflictos de línea de fractura
se producen entre Estados vecinos pertenecientes a civilizaciones dife -
rentes, entre grupos de diferentes civilizaciones dentro de un Estado...
En el plano mundial o universal, los conflictos de Estados centrales se
producen entre los grandes Estados de diferentes civilizaciones».
El primer gran conflicto entre civilizaciones de la posguerra fría ha sido la
guerra del Golfo, con anterioridad la guerra soviético-afgana. Los diferen-
tes conflictos acontecidos en la antigua Yugoslavia también han sido con-
flictos de línea de fractura. Si bien, las guerras entre diferentes clanes, tri-
bus, grupos étnicos, comunidades religiosas y naciones no son una
novedad, ya que han predominado en todas las épocas.
Este tipo de guerras tiene en común con las guerras colectivas en general,
que son conflictos prolongados; son difíciles de resolver mediante nego-
ciaciones y compromisos; son guerras intermitentes con períodos de gran
violencia, alternados con otros de baja; y tienden a producir altas cifras de
muertos y refugiados. Por el contrario, se diferencian de las guerras colec-
tivas, en que las guerras de líneas de fractura se producen casi siempre
entre pueblos de religiones diferentes; y en que estas guerras son, por
definición, entre grupos que forman parte de entidades culturales mayores,
siendo propensas a la internacionalización.
Algunas civilizaciones son más propensas al conflicto que otras. En el
ámbito local, los musulmanes son, en la última década, la civilización más
belicosa con sus vecinos no musulmanes. Aproximadamente de dos ter-
ceras a tres cuartas partes de las guerras entre civilizaciones eran entre
musulmanes y no musulmanes. Además, los Estados musulmanes han
sido muy adictos a recurrir a la violencia en crisis internacionales, em-
pleándola para resolver 76 de 142 crisis en que estuvieron implicados
entre 1928 y 1979. Estos datos le llevan a concluir que:
«La belicosidad y violencia musulmanas son hechos de finales del
siglo XX que ni musulmanes ni no musulmanes pueden negar»
Las razones de esta agresividad se sintetizan en razones históricas; en las
pautas demográficas seguidas por los países musulmanes que producen
presiones políticas, económicas, sociales y en ocasiones conducen a
medidas militares en las líneas de fractura del islam; y en la falta de inte-
gración, por un lado, de las minorías musulmanes en civilizaciones no
musulmanas, y en la falta, por otro lado, de voluntad de los mismos musul-
manes en incorporar a las minorías no islámicas residentes en sus territo-
rios.
— 246 —
A nivel mundial, los enfrentamientos más intensos tienen lugar entre socie-
dades musulmanas y asiáticas, especialmente la sínica, por una parte, y
Occidente, por otra. Aunque las civilizaciones islámica y sínica difieren en
puntos fundamentales desde el punto de vista de la religión, la cultura, la
estructura social, las tradiciones, la política y los supuestos básicos que se
encuentran en las raíces de su forma de vida, sin embargo, ambas consi-
deran que Occidente es el enemigo a batir, pues la civilización occidental
intenta exportar su modelo de vida para mantener su imperialismo. La lucha
de Occidente para frenar la proliferación de armas, especialmente las de
destrucción masiva, es visto por estas civilizaciones como un medio occi-
dental para seguir manteniendo su superioridad militar. La promoción de los
valores democráticos y los derechos humanos, dentro de Estados que
están teniendo grandes éxitos económicos, son considerados intromisiones
en asuntos internos, dirigidos para combatir su expansión económica. Ade-
más, el éxito económico aumenta la confianza en los valores propios, espe-
cialmente en el caso confucionista, lo que les hace más inmunes a los valo-
res occidentales y produce rechazo, por parte de estas civilizaciones, ante
cualquier presión que intente convertirlos al occidentalismo. Finalmente, la
emigración hacia los países occidentales está originando grandes desequi-
librios étnicos en los Estados más desarrollados del mundo libre. Esta situa-
ción es vista por Occidente como un problema de seguridad. La xenofobia
de los pueblos hacia los inmigrantes no occidentales junto con las políticas
de inmigración restrictiva, crea resentimiento en las civilizaciones que
exportan emigrantes, especialmente en la islámica.
Todas estas razones son las que llevan al autor a deducir que la conflicti-
vidad con Occidente aumentará en el futuro, siempre y cuando Occidente
no maneje las estrategias apropiadas para minimizar esas diferencias.
Una conflagración mundial entre las principales civilizaciones, bajo los
auspicios de los Estados centrales, es improbable pero no imposible. Los
conflictos serán locales en las líneas de fractura de las civilizaciones, que
se podrán ir ampliando según los diferentes Estados apoyen a sus homó-
logos «civilizatorios».
Estos conflictos podrán ser aminorados según la capacidad de compren-
sión y cooperación de los líderes políticos e intelectuales de las principa-
les civilizaciones del mundo. Huntington termina su tesis afirmando que:
«En la época que está surgiendo, los choques de civilizaciones son
la mayor amenaza para la paz mundial, y un orden internacional
basado en las civilizaciones es la protección más segura contra la
guerra mundial».
— 247 —
ZBIGNIEW BRZEZINSKI
——————————
— 249 —
El doctor Brzezinski ha desarrollado además una importante carrera polí-
tica. Fue director de la Comisión Trilateral (1973-76) y consejero de segu-
ridad nacional del presidente Carter (1977-81). Es consejero del «Center
for Strategic and International Studies» y miembro de la dirección del
«National Endowment for Democracy». En 1981 recibió la Medalla Presi-
dencial de la Libertad por su participación en la normalización de las rela-
ciones chino-norteamericanas y su contribución a la política de los EEUU
en materia de derechos humanos y seguridad nacional.
— 250 —
En el primer capítulo Brzezinski analiza los principales imperios hegemó-
nicos que ha conocido la historia y llega a la conclusión de que ninguno
antes había disfrutado de una dimensión tan planetaria y de una preten-
sión tan universal de sus dogmas como los EEUU en la actualidad.
«La supremacía mundial de los EEUU es única tanto por su dimen -
sión como por su naturaleza. Se trata de una hegemonía de un tipo
nuevo que refleja, en muchos aspectos, el sistema democrático ame -
ricano: es pluralista, permeable y flexible».
La influencia de Roma descansó sobre la superioridad de su organización
militar y sobre la aureola de su cultura. La dominación china se apoyó en
una burocracia eficiente capaz de administrar un imperio fundado sobre
una identidad étnica común y reforzado por una marcada conciencia de su
superioridad cultural. El poder del Imperio mongol combinaba unas tácti-
cas militares inéditas con una tendencia a la asimilación de lo mejor de los
pueblos conquistados. Las potencias europeas plantaron sus banderas allí
donde consiguieron abrir rutas comerciales y utilizaron la superioridad de
su organización militar y de sus recursos culturales para asentar su poder.
El más extenso de estos imperios fue el mongol que llegó a abarcar casi
la totalidad de Eurasia. Los imperios europeos, consiguieron dominar gran-
des extensiones de ultramar, pero no llegaron a tener un control global del
propio territorio europeo. Con el desmoronamiento de la URSS, se ha pro-
ducido una situación sin precedentes: por primera vez una potencia exte-
rior al continente europeo se ha constituido en árbitro de las relaciones
entre los estados de Eurasia y además en potencia global dominante. Los
EEUU se han convertido en la primera potencia a la que se le puede deno-
minar con toda propiedad como potencia mundial.
«El poder global al que han llegado los EEUU es por tanto único, por
su envergadura y su ubicuidad. América controla no solamente la
totalidad de los océanos y mares sino que además dispone de fuer -
zas anfibias que le permiten intervenir en todas partes. Sus «legio -
nes» ocupan posiciones seguras en los extremos este y oeste del
continente euroasiático, y controlan también el Golfo pérsico. Sus
vasallos y tributarios están repartidos por todos los continentes».
El dinamismo de la economía norteamericana, su nivel tecnológico y su
capacidad militar explican su primacía global. También hay que considerar
la importancia de la dominación norteamericana sobre las comunicaciones
globales, la cultura y los espectáculos de masas. A medida que el modelo
democrático de inspiración norteamericana y su sistema liberal de mer-
cado ganan terreno en el mundo, se crea un contexto propicio al ejercicio
indirecto y aparentemente consensuado de la hegemonía norteamericana.
— 251 —
Para Brzezinski es evidente que ninguna potencia puede rivalizar hoy en
día con los EEUU en los cuatro dominios clave -militar, económico, tecno-
lógico y cultural- que hacen que una potencia sea global. Desde la pers-
pectiva actual parece razonable pensar que tienen que pasar como
mínimo dos décadas antes de que pueda surgir otra potencia que rivalice
con los EEUU.
En el segundo capítulo el autor presenta una actualización de los princi-
pios básicos de una geopolítica mundial. Hoy ya no se trata de identificar
la zona geográfica de Eurasia que puede servir de base para dominar el
continente, ni de comparar las ventajas relativas del poderío terrestre y
naval.
«Pasando de la escala regional a una aproximación planetaria, la
geopolítica postula que la preeminencia sobre el continente euroa -
siático sirve de punto de anclaje de la dominación global. Los EEUU,
potencia exterior a Eurasia, disfrutan de la primacía internacional gra -
cias a su presencia directa sobre tres zonas periféricas del conti -
nente, posiciones que extienden su radio de acción hasta los Estados
del hinterland continental».
Para Brzezinski en el nuevo mapa político de Eurasia se pueden identifi-
car cinco actores geoestratégicos: Francia, Alemania, Rusia, China y la
India, y cinco pivotes geopolíticos: Ucrania, Azerbaiyán, Corea, Turquía e
Irán.
En los capítulos tres al seis, el autor describe en detalle el tablero de aje-
drez y propone el modo como los EEUU deben posicionar sus fichas. Was-
hington deben desplegar de un modo selectivo sus recursos sobre el
gigantesco tablero euroasiático, y, puesto que la potencia sin precedentes
de que disfruta está llamada a declinar con el paso del tiempo, la prioridad
geoestratégica debe ponerse en evitar la emergencia de nuevas potencias
con aspiraciones mundiales. Para ello, a corto plazo, es de interés para los
EEUU consolidar el pluralismo geopolítico que domina el mapa eurasiático
y evitar con maniobras políticas la formación de una coalición hostil.
A medio plazo, los EEUU deben propiciar un sistema de seguridad tran-
seuroasiático en estrecha relación con las potencias emergentes. Como
objetivo específico Washington debería favorecer una Europa más unida y
políticamente mejor definida con la que poder asociarse en paridad; debe-
ría también colaborar con una China predominante a nivel regional y con
una Rusia vuelta hacia Europa así como con una India democrática que jue-
gue un papel estabilizador del área meridional. En caso favorable, a largo
— 252 —
plazo, la situación puede evolucionar hacia la creación de un núcleo mun-
dial de responsabilidad verdaderamente compartida en materia política.
«Las ampliaciones de Europa y de la OTAN servirán tanto a los obje -
tivos a corto como a más largo plazo de la política americana. Una
Europa más vasta permitiría reducir el alcance de la influencia ame -
ricana sin crear al mismo tiempo una Europa tan integrada política -
mente que pudiera competir con los EEUU en las regiones importan -
tes para ellos, como Oriente Medio».
— 253 —
Todo el bajo vientre ruso hace hoy frontera con una área de poder vacante
y particularmente rico en recursos energéticos que el autor denomina el
«Balcán euroasiático» y que se caracteriza por una multiplicidad confusa
de conflictos étnicos y religiosos y por rivalidades regionales de gran
envergadura. De forma oblonga esta área se extiende por todas las repú-
blicas exsoviéticas de Asia central y el Cáucaso meridional además de
Afganistán y amplias zonas fronterizas de Turquía, Irán, China y la misma
Rusia.
— 254 —
La India juega un papel clave para oponerse a la tesis de que los derechos
humanos y la democracia son valores occidentales. Una derrota geopolí-
tica de este país daría un tiro de gracia a las perspectivas democratizado-
ras en Asia y eliminaría del tablero euroasiático una potencia que es factor
equilibrador primordial, sobre todo una vez que China acceda a una posi-
ción dominante.
A largo plazo, el autor afirma sin titubeos que China es la potencia que ha
de requerir la máxima atención estratégica por parte de los EEUU. Es la
nación que reúne las mejores condiciones para disputar la hegemonía a
los EEUU y al mismo tiempo existen intereses comunes que pueden favo-
recer fuertes vínculos entre ambos Estados.
«Tomada Eurasia en su conjunto, solo una profundización de la
entente estratégica entre los EEUU y China podría enraizar el plura -
lismo. En consecuencia, la política dirigida a incluir esta última en un
diálogo estratégico serio -incluso tripartito, si se incluye a Japón-
representa la primera etapa necesaria para incitarla a interesarse por
una entente con América».
Incumbe a los EEUU borrar toda incertidumbre respecto de su posición
favorable a una China única, si no se quiere que el problema taiwanés se
agrave. Al mismo tiempo, a China le interesa que esta reintegración sirva
como prueba de que una Gran China puede tolerar y garantizar más diver-
sidad en política interior. Un siguiente paso sería aceptar a China como
potencia regional y tratarla de modo simbólico como un actor esencial en
el gran escenario mundial. De ese modo se atraería a China hacia un
modelo de cooperación internacional y se frenarían sus ambiciones más
peligrosas.
Japón tiene limitada su capacidad para desarrollar un importante papel
regional debido a la profunda aversión que suscita en sus vecinos asiáti-
cos. No obstante en el ámbito internacional puede y debe canalizar la legí-
tima aspiración de la nación de tener un protagonismo acorde con sus
capacidades.
«De hecho es crucial que los esfuerzos desplegados por los EEUU
para desarrollar sus relaciones estratégicas con China se fundamen -
ten sobre el reconocimiento objetivo de que Japón, país democrático
y modelo de éxito económico, constituye el aliado principal y el socio
mundial clave de América en el Pacífico».
Después de haber presentado una visión fría y geopolítica del mundo y sus
relaciones de poder, el libro concluye en un tono moralista que refleja, no
obstante, las convicciones más profundas del autor.
— 255 —
Parece evidente que a largo plazo la política global tienda a ser cada vez
menos propicia a la concentración de un poder hegemónico en las manos
de un solo Estado. El conocimiento, condición del poder, se hace más
difuso, está más distribuido y se resiste a los límites fronterizos. El poder
económico vive también un proceso de dispersión. En consecuencia Amé-
rica no es solo la primera superpotencia global sino que será probable-
mente la última.
— 256 —
CARLO JEAN
——————————
Las obras recientes de Carlo Jean hay que considerarlas en la trilogía que
forman «Geopolítica» (1995), «L´uso della forza» (1996) y «Guerra, stra-
tegia e sicurezza» (1997). De esta manera, el autor se mueve desde el
nivel superior de la estrategia hasta las implicaciones del nivel inferior del
uso de la fuerza. El conjunto combina aspecto teóricos, procesos históri-
cos de doctrinas y escuelas geopolíticas y de pensamiento, y su aplicación
y vigencia en el mundo actual; en última referencia siempre aparece la apli-
cación al caso de Italia.
Carlo Jean nació en Mondoví en 1936. Es oficial alpino y profesor de estu-
dios estratégicos en la LUISS y presidente del Centro de Altos Estudios de
la Defensa. Colabora en diversas publicaciones, entre ellas «Limes.
Rivista italiana di Geopolitica». Ha publicado y dirigido la redacción de
diversos libros desde mediados de los ochenta, relacionados con los estu-
dios estratégicos, la defensa y la historia de las fuerzas armadas. En defi-
nitiva, es un autor que está tratando de recuperar la tradición italiana de los
estudios estratégicos.
— 257 —
Su trabajo está recomendado para aquellos lectores interesados en las
disciplinas de la geopolítica y la estrategia.
Los estudiosos de geopolítica, según el autor, no son nunca neutrales, sino
que siempre están comprometidos. «la geopolítica, en definitiva, no es
más que la geografía del príncipe,...una reflexión que precede a la acción
política».
Hoy asistimos a una recuperación del término y, así, el concepto de pan-
región en un mundo multipolar, como aquél descrito por Kissinger, está
muy próximo a los dibujados por los geopolíticos de primeros de siglo. La
revisión de la teoría de Spykman, según la cual el centro propulsor de la
conflictividad mundial está en el rimland y que la Unión soviética es el
aliado natural de los EE.UU. en oposición a la unificación del anterior, con-
cuerda con la actual política de «Rusia first». Incluso la rivalidad, basada
en criterios de cooperación y competencia de las organizaciones econó-
micas regionales, suscita de nuevo el interés por su estudio.
En la actualidad, la victoria occidental en la Guerra Fría parece abrir tres
atractivos escenarios muy diferentes entre sí: Por un lado, el definido por
Inmanuel Wallerstein, que pronostica que el fin del comunismo producirá,
a su vez, el desmoronamiento del capitalismo. Por su parte, Francis Fuku-
yama declara con «El fín de la historia» el triunfo incontestable de la demo-
cracia y del liberalismo. Finalmente, Samuel Huntington preve un mundo
conflictivo, con enfrentamientos étnicos a nivel «micro» y choque entre
civilizaciones a nivel «macro».
El autor, en este sentido, tampoco es optimista. y así argumenta:
«La tendencia a reducir la geopolítica a la sola dimensión geoestra -
tégica y ésta a la sola dimensión tecnológica, ha sido recurrente
durante la Guerra Fría por la centralidad de la disuasión nuclear».
Sin embargo, la garantía de la ventaja tecnológica tendrá un final, dado
que a largo plazo las únicas victorias que cuentan son aquellas demográ-
ficas: «la historia enseña que la demografía determina la suerte de las civi-
lizaciones». Por eso, Jean deja entrever que entre dos modelos estratégi-
cos opuestos, el de asimilación de Roma y el de fortaleza de Bizancio, es
preferible aproximarse al segundo.
Ahora bien, las nuevas tecnologías militares han erosionado una de las
principales funciones del estado territorial que es la defensa de sus fronte-
ras «naturales», garantizando a sus ciudadanos protección y seguridad. Si
estas ya no son defendibles, la única defensa posible es el ataque estra-
— 258 —
tégico...lo cual es válido también en el campo geoeconómico; y es que
Jean hace suya la afirmación de Luttwak (autor muy citado) de que la geo-
economía ha sustituido a la geopolítica y la geoestrategia en el mundo
occidental. De hecho, la «terciarización» de la economía ha provocado que
la importancia del espacio se haya atenuado. Si a esto sumamos que, ade-
más, estamos ante una creciente aportación de tecnología civil al campo
militar, la conclusión es que:
«Las potencias sólo geoeconómicas, como Alemania o el Japón, no
podrán permanecer por más tiempo exclusivamente como tales.
Tarde o temprano, se transformarán en potencias también militares,
aunque no lo quieran».
— 259 —
Conforma unas características de los conflictos modernos que son:
— La absoluta imprevisibilidad del fenómeno de la guerra, su carácter
mutable y su inestabilidad estructural, parafraseando a Clausewitz, «La
guerra es como un camaleón».
— Carece de un carácter lineal (causa-efecto).
— Existe una adecuación racional entre objetivos, costes y riesgos.
— La secuencia de la decisión comporta una interacción político militar.
— El proceso estratégico debe ser considerado en su globalidad.
Por todo ello, la guerra, superada la Guerra Fría, permanece como un fenó-
meno complejo, donde la estrategia se ha politizado y la política y la diplo-
macia se han militarizado. En occidente se busca un sistema de guerra «a
cero muertos», lo que Luttwak ha denominado una «guerra post-heróica».
El autor incide en los dos componentes de la guerra; esto es, en la lucha
de voluntades y en la prueba de fuerza. La primera es de naturaleza psi-
cológica. Su ideal es conquistar sin combatir. El enfrentamiento puede ser
directo, mediante la disuasión, la amenaza, entendido en su conjunto
como «diplomacia de la violencia». Las voluntades pueden ser minadas
indirectamente a través de una destrucción parcial de la fuerza.
La segunda es propiamente el combate. Aun así, existe una dialéctica
entre ambas. Cada ataque es a la vez, una amenaza de ataque sucesivo
y, al mismo tiempo, un gesto implícito que invita a la negociación.
La estrategia, «que no existe en la naturaleza sino sólo en la literatura,es
un catalizador de campos diversos». Tiene dos concepciones contrapues-
tas, una clausewitziana, de continuidad entre la guerra y la paz, y la polí-
tica y la estrategia, y una de la «escuela militarista» (Alemania 1871), con
una suspensión de la política en caso de guerra, postergándola a su ser-
vicio. Es la política, no muy lejana, del «victory first».
El autor desarrolla aspectos conocidos sobre las dimensiones, el edificio
de la estrategia, los modelos, los dilemas de la elección estratégica, la
naturaleza, la dimensión espacial y temporal, la defensa y el ataque.
Sobre la elección estratégica advierte que está condicionada por unos cos-
tes y unos riesgos necesariamente bajos, lo que condicionará la ambición
de los objetivos. En la naturaleza estratégica coexisten factores racionales
(la lógica), irracionales (la emoción, el miedo y la violencia) y arracionales
(la fricción). Incide, decididamente, en la importancia creciente del tiempo:
«La sorpresa puede ser conseguida sólo con una extrema compren -
sión del tiempo...La nueva Revolución en los Asuntos Militares
— 260 —
(RMA.) está basada en la reducción de los tiempos informativos y
decisionales más que en la extensión de los ataques desde el inicio
sobre toda la profundidad del teatro de operaciones».
La guerra es el arma del defensor...La capacidad de absorber pérdidas
tiene, en guerra, una importancia igual si no mayor que la entidad de la
fuerza empleada. La dialéctica entre la defensa y el ataque refleja la dia-
léctica típica de la lucha entre los dos adversarios que se desarrolla en el
tiempo y en el espacio.
Retomando, como ya advertimos, el tema de la cultura, Carlo Jean formula
unas reflexiones muy interesantes.
«A propósito, sólo recientemente se ha reconocido la importancia de
la cultura estratégica en la concepción de las doctrinas militares y
sobre el modo de hacer la guerra...La cultura estratégica, en fín,
influye el modo en que son conducidas las operaciones militares...»
«La estrategia, como la política, no se elabora en el vacío, sino es el
reflejo de la cultura de cualquier pueblo...Sólo la comprensión de la
cultura estratégica puede hacer comprensible las razones de deter -
minadas elecciones o preferencias...»
Y así ilustra con ejemplos como el de la Doctrina Truman y su relación con
el «Destino Manifiesto», o la concepción de una estrategia «contravalor»,
contra las sociedades y sus recursos, generada durante la Guerra Civil
Norteamericana en 1864.
En los siguientes capítulos va conformando su estudio sobre la estrategia.
En el octavo, Estrategia, geografía y tecnología, afirma que por el influjo de
la geografía, hoy, toda estrategia es una geoestrategia. Hace un repaso de
los grandes nombres de la geopolítica y la estrategia y su principal aporta-
ción. Así son mencionados: Lacoste, Cohen, Corbett, Liddell Hart, Michael
Howard, Paul Kennedy, Mahan, Tirpitz, Ratzel, Castex, Douhet, Mitchell,
Trenchard, Seversky, Gengis Khan, los Toffler...que complementa la lista
de los autores tratados en su libro de «Geopolítica».
En el capítulo noveno va De la estrategia nuclear a la defensa no violenta,
estudiando formas como el terrorismo, la guerrilla, la guerra del pueblo,
hasta el mismo modelo de Gandi, que no es otra cosa que una elección
estratégica meditada y que el autor no relaciona con los modelos estraté-
gicos clásicos que él mismo ha adoptado anteriormente, (nos referimos a
la estrategia directa e indirecta según la importancia dada al uso de la
fuerza militar).
— 261 —
En la Planificación de la fuerza (cap.10), esquematiza los parámetros de la
misma; esto es, la misión, los riesgos, la estrategia y los objetivos de
fuerza y propone una metodología que bien puede estar basada en la
amenaza, en la misión, en el techo presupuestario, en los escenarios, en
la tecnología, en las capacidades o en los objetivos.
Sobre los Conflictos étnicos y de identidad (cap.11), sitúa el control del
territorio como centro de gravedad de la estrategia.
«En este contexto, resulta fundamental la capacidad de la población
de manifestar una fuerte actitud guerrillera, antes que militar...Esto
hace hace potencialmente más aptos para los conflictos de base
étnica aquella población que tiene un mito fundacional y una autoper -
cepción basada en una identidad guerrillera, (ejemplo, la Krajina)».
En el capítulo duodécimo, el autor examina el Pacifismo, el desarme y el
control de armamentos, y justifica de forma razonada la tradición europea
del pacifismo, desde principios de siglo, reforzado por el Pacto Briand-
Kellog (1928), confirmado en los Acuerdos de Munich (1938) y que hoy
abandera el disfrute de los dividendos de la paz. Según el autor, han sido
las posiciones de fuerza, como aquella de Reagan, y no las de debilidad,
recordando a Carter, las que han propiciado la paz.
Carlo Jean, asimismo, revisa la doctrina de la guerra justa y califica el con-
trol de armamentos como un componente esencial en la política de segu-
ridad actual.
Los dos últimos capítulos están redactados tomando los conceptos más
vigentes y cotidianos de Operaciones de apoyo a la paz y gestión de crisis
(cap.13) y el de Realidad y prospectiva de la seguridad en el mundo post-
bipolar, (cap.14)
En el primero, nos dice que «hoy, las crisis, son fases intermedias entre la
paz y la guerra, y ya no son gestionables con señales, sino sólo con inter-
venciones efectivas». Y es que las «señales militares» como la puesta en
alarma de la fuerza nuclear estratégica americana durante la Guerra del
Yon Kippur, tenían, antaño, una eficacia inmediata y era suficiente para
resolver la crisis.
Hemos pasado de una concepción de la fuerza como último recurso a una
de fuerza en presencia, esto es, de la fuerza entendida como un instru-
mento orgánico de la diplomacia, como lo fue en el tiempo de la Pax britá -
nica y que hoy tratan de conseguir los EE.UU. con la Revolución en los
Asuntos Militares (RMA.)
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El requisito esencial de la intervención militar debe ser la intensidad (la
tempestivitá), con superioridad y una aplicación masiva de la fuerza militar,
teniendo la masa un significado distinto al del pasado, más virtual que real,
ilustrado perfectamente en los ataques de la OTAN ejecutados en la ex-
Yugoslavia en el verano de 1995. En este sentido, debemos retener que:
«Un éxito militar no determina la solución de un conflicto interno, mas
bien crea una gama de opciones, desbloqueando una situación sin
salida».
En el último capítulo teoriza sobre la seguridad y la defensa, aquella de
carácter global, ésta de una única dimensión militar. La defensa, la seguri-
dad nacional y la defensa colectiva son coherentes con el paradigma rea-
lista; la seguridad colectiva se refiere al paradigma de Kant, mientras la
seguridad común está ligada a la comunidad internacional y a la idea de
«aldea global». La seguridad es, según esta última aproximación, un bien
público mundial. Tal concepción sienta la base del derecho-deber de inje-
rencia humanitaria, ligado al criterio de la indivisibilidad de la paz.
En definitiva, nos movemos entre polos opuestos de globalización y frag-
mentación, de realismo e idealismo, entre modelos de seguridad colectiva
de «concierto de las potencias», con un núcleo duro de estados con mayor
peso, y de «seguridad común». De igual manera, el actual sistema inter-
nacional camina entre el orden y el caos, éste último pronosticado por pen-
sadores como Alain Minc en «la nueva edad media» (1993) o Robert
Kaplan en «La anarquía que viene» (1994).
La respuesta más probable parece estar en la regionalización, que nos
trae un resurgimiento de la geopolítica, donde debemos definir el papel de
las naciones en el campo de la colaboración y la competencia geoeconó-
mica, y que nos abre una época «post-estratégica», en la que el poder mili-
tar no constituirá por más tiempo el paradigma ordenador de los equilibrios
mundiales.
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COMPOSICIÓN DEL GRUPO DE TRABAJO
— 265 —
D. VICENTE HUESO GARCÍA
Comandante. Escala Superior. Cuerpo General del Ejército
del Aire.
Diplomado de Estado Mayor.
Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración y en
Sociología.
Profesor titular de Estrategia de la Escuela Superior del Aire.
— 266 —
INDICE
Página
SUMARIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
EL ESTADO DE LA CUESTIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Por Miguel Alonso Baquer
STEFAN T. POSSONY . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
El poder aéreo estratégico; las normas para la seguridad dinámica.
El arma aérea: liderando las tres dimensiones.
Por Juan A. Toledano Mancheño
ROBERT E. OSGOOD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Guerra limitada.
¿Cómo evitar la parálisis estratégica en la era atómica?.
Por José Mª Pardo de Santayana Gómez de Olea
LÉO HAMON . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
Estrategia contra la guerra.
Las implicaciones del arma nuclear.
Por Vicente Hueso García
— 267 —
Página
JEAN PAUL CHARNAY . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
Ensayo general de estrategia.
Una concepción estratégica: juego, arte y ciencia.
Por Juan A. Toledano Mancheño
MICHAEL HOWARD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
La guerra en la historia europea.
Una historia sencilla de la guerra en Europa en el último milenio.
Por José Mª Romero Serrano
ANÍBAL ROMERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
Estrategia y política en la era nuclear.
La guerra como instrumento racional de la política nacional.
Por F. Javier Franco Suanzes
LAWRENCE FREEDMAN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
La evolución de la estrategia nuclear.
Un clásico del debate estratégico sobre el arma nuclear.
Por José Mª Romero Serrano
— 268 —
Página
PAUL M. KENNEDY . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
Auge y caída de las grandes potencias.
¿Cómo y porqué cambia el centro de gravedad del mundo?.
Por José Mª Pardo de Santayana Gómez de Olea
— 269 —
Página
ALAIN MINC . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221
La nueva edad media. El gran vacío ideológico.
Una sociedad sin rumbo.
Por F. Javier Franco Suanzes
INDICE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269
— 270 —
CUADERNOS DE ESTRATEGIA
Nº TÍTULO
— 271 —
N.º TÍTULO
— 272 —
N.º TÍTULO
— 273 —
N.º TÍTULO
— 274 —
Nº TÍTULO
— 275 —