Imagen Literaria Del Cristo de Luren
Imagen Literaria Del Cristo de Luren
Imagen Literaria Del Cristo de Luren
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2. Escritura y religiosidad
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el propósito de mostrar una imagen literaria generada a
partir del culto al Señor de Luren.
Antes, queremos confesar que esa intención nuestra
afronta problemas de orden concepcional pues cada
escritor en su texto literario asume una determinada
filosofía habitual, una peculiar concepción de vida, que
fluctúa entre el realismo extremo y el subjetivismo
religioso. Nos mantendremos al margen de ella para
lograr una interpretación exacta de la magnitud de su
intencionalidad creativa.
En el espacio literario infinito de la literatura iqueña
conoceremos la diversidad de enfoques creativos que han
primado para narrar o poematizar la realidad religiosa
iqueña.
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protagónico de la novela corta Yerba Santa (1); frase que
se ha convertido en una metáfora que relaciona la bondad
con la semana santa iqueña.
Un párrafo del capítulo VII de la citada novela nos
remonta, vía textual, al año 1904; se describe así la fiesta
religiosa:
Recuerdo vagamente, como se recuerda un sueño,
el día de Jueves Santo. Era el día del Señor de
Luren, el patrón de mi pueblo. Durante muchas
semanas antes empezaban a llegar a Ica las
ofrendas de todos los pueblos comarcanos; de los
hacendados esplendidos de ese y otros valles. Los
ricos hombres de Cañete solían llevar, en
persona, haciendo luengas caminatas, el presente
de sus corazones agradecidos al Señor.
Caballeros en potros briosos, brillantes,
ricamente aperados, llegaban los señores dueños
de grandes haciendas; y desfilaban por las calles
montados en caballos de paso de grácil andar
femenino: larga y peinada crin, vibrantes ijares,
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ceñida cincha, negro y lustroso pellón, riendas
lujosas de plata; e iban con sendos sombreros de
ala curva y extensa, y ponchos de finos pliegues y
pañuelo al cuello con anillos de oro, y espuelas
alegres de argentino sonar; y cabriolaban las
caballerías levantando nubes de polvo con gran
asombro y desconcierto de la bulliciosa
chiquillería,. Mientras los fieles, enlutados,
cruzaban la caldeada acera llevando flores, o
sahumadores de filigrana, o cirios gruesos y
decorados, o ramos grandes de albahaca.
Sonaban a muerto las campanas, y chirriaban a
ratos las matracas, y oíase el singular sonsonete
de los vendedores que ayuntados, de dos en dos,
cargaban balaes tejidos con carrizo, forrados en
pellejo de cabritillo, y anunciaban su apetitosa
mercancía en tono musical:
-¡Pan de dulce, pan de dulce! ¡A la regala! ¡Pan
de dulce! (…)
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El día de la procesión, las gentes más
distinguidas del lugar la presidian. A las nueve de
la noche, con extraordinaria pompa salía el
cortejo de la iglesia, en cuya plaza y alrededores
esperaba el pueblo, para acompañarlo. Salían las
andas con sus santos y santas, pomposos sus
trajes de oro y plata relumbraban a las luces
amarillas de los cirios. Las señoritas iban
adelante, rodeando a “la cruz alta”; hacía calle
el pueblo en dos hileras; cada persona llevaba en
la mano un cirio encendido, en cuyo cuello se
ataba una especie de abanico para protegerlo del
viento. Grandes ramos de albahacas olorosas y
flores de todo clase, traídas muchas de comarcas
lejanas, eran arrojadas al paso del Señor de
Luren que pasaba en hombros de gentes creyentes
y distinguidas, envuelto en las nubes aromáticas
de sahumerio que hacían en su sahumadoras de
plata, las niñitas y las damas que iban delante;
las luces, el sahumerio, el perfume suave y
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exquisito de las albahacas, el singular olor de los
cirios que ardían. La marcha cadenciosa y
lamentable de la música, que desde la capital era
enviada especialmente y el contrito silencio de las
gentes, daban a ese desfile religioso, admirable,
amado y único, un aspecto imponente y
majestuoso.
Se colige, entonces, que la devoción y la fe, en el
hombre iqueño, vienen de antaño y se expanden en el
tiempo como reguero de luz y esperanza.
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Señor de la Paraca,
Señor del Pallar
Señor de la Vendimia,
Señor del Pisco y la Cachina,
Señor de la Achirana
Señor de la Sequía y de las inundaciones,
Señor de los Espasmos de la tierra
y sus temblores y sus cataclismos,
Señor de los incendios,
Señor del Arenal y de los Espejismos,
Señor de la Fauna Capturada
en la Piel de los Huacos y las Pampas,
Antiguo Señor de los Huarangos!
Oh, Iqueño Señor!
y de Luren también Señor!
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capturada en la piel de los huacos y las pampas, está
ubicándonos en un contexto pre – inca (paracas, nazca);
esta intencionalidad de trabajar con lo intemporal se
aprecia en el verso siguiente: Antiguo Señor de los
Huarangos!, expresando con ello la raigambre
inmemorial del árbol tutelar de nuestra tierra. Luego nos
trae a un tiempo más cercano, diríase actual, cuando
redondea el periplo pasado/presente y concluye el poema
con estos versos: Oh, Iqueño Señor! / y de Luren
también Señor!
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6.1. La primera: más tradición y leyenda que
historia
El Dr. Mauricio Mayurí, sacerdote ejemplar, antiguo
párroco de Hanan, recogió del pueblo la tradición del
venerado Cristo de Luren, que el Dr. Alberto Casavilca
Curaca publicara el año 1923, en la Revista Juventud
Iqueña (3) He aquí el relato:
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(1533-1560) según otros, un caballero inglés, que
había adquirido esta escultura en un lugar que no
es posible precisar, la ocultó en un subterráneo
para liberarla del furor de los Protestantes. Fue
entonces que habiéndose hospedado otro
caballero español en casa del dueño de la
escultura, fue rogado por este para que la llevara
a España, a fin de ponerla fuera de todo peligro.
Este Hidalgo español se embarcó para América y
se trajo el Cristo para regalarlo en la ciudad de
Lima; pero como hizo el viaje por Magallanes,
causas ignoradas lo obligaron a desembarcar en
Paracas y encaminarse a Ica por tierra. Más en
el camino se perdió la mula en que venía cargada
la adorada imagen en piezas entre los
huarangales que existían en lo que hoy es la
ciudad, pues la población estaba situada más al
sur; la acémila fue hallada en el lugar que hoy
ocupa el templo donde armaron la efigie y le
edificaron la iglesia que llamaron de Luren,
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palabra que significa abajo o “lugar bajo”. La
efigie del Señor Crucificado es la escultura más
hermosa hecha por el hombre: La emoción
religiosa fue tal que los testigos del magro
acontecimiento, atribuyeron su aparición como
un milagro.
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sazón en Lima, se les acercó y concertaron la
venta en Mil doscientos reales o sea Doscientos
cincuenta pesos. Queda, pues, en pie la esencia
de lo tradicional. La escultura de origen
ignorado, recogida de lo tradicional, recogida de
las aguas, se vendía en Lima sin encontrar
comprador. No hay duda que estaba destinada a
Ica. Desdeñada por los franciscanos del
Convento de Lima, sin siquiera verla, es un pobre
Cura de pueblo, quien pese a los escrúpulos de
sus hermanos, está pronto a adquirirla. Esto
sucedía allá por al año 1570.
Estas son pues las dos tradiciones del Señor de
Luren de Ica. La imagen de notable factura, que
desde su aparición se adentró en el alma de los
fieles y vive sosteniendo en ellos la fe desde hace
más de tres siglos. No hay etapa del desarrollo
histórico de Ica, que no esté vinculada con ella.
Desde ese entonces la imagen se posesionó del
corazón de todos los iqueños que la amaron y
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reverenciaron por ser la efigie del hijo de Dios
hecho hombre.
Ambas versiones llevadas al texto literario por dos
escritores iqueños: Alberto Casavilca Curaca Y Julio
Ezequiel Sánchez Elías,(4) parten del hontanar del
sentimiento religioso, pero observan una diferencia
sustancial: la primera está inscrita en el marco de la
realidad ficcional, pues el autor ha recreado la tradición
oral; la segunda al partir de documentos y testimonios de
un testigo, forma parte de lo que se llama literatura
vivencial.
En cuanto a los autores de las versiones existe una
diferencia de estilo y modalidad escritural. Lo real de
todos es que de ellas se colige lo siguiente: lo místico, lo
religioso, lo legendario, supera largamente el ámbito
histórico, y se interna en los caminos de lo desconocido;
en ese rasgo encontramos el carácter milagroso del Cristo
de Luren
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Francisco Caso, que fue uno de los restauradores de la
efigie después del incendio de 1918, en su obra Tres
Hermanos (5) en el capítulo IX, El Crucificado del Luren,
nos entrega su versión; del mismo, interpolaremos
algunos párrafos:
En casi todos los pueblos del Perú, existe una
imagen venerada y milagrosa, siendo difícil
convencerse si ésta o aquella lo es más. Para las
gentes de Lima no se sabe si el Cristo Pobre o el
Señor de los Milagros atiende mejor una rogativa.
De ambos se cuentan maravillas y, naturalmente,
se disputan el favor público.
A mi juicio es mejor el de los milagros por
aquello de los turrones de “Doña Pepa” que son
deliciosos.
En España se ignora, igualmente, si la Macarena
o la Virgen del Pilar es más milagrosa. (…)
Asimismo, aquí, por varias centurias, el Cristo de
Luren fue el paño de lágrimas de la piedad
iqueña.
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Era conducido al río en los años escasos de agua,
y seguramente, ésta venía a torrentes.
Él, con el romero que llevaba a la espalda curaba
ciertas enfermedades, así como los algodones con
que limpiaban el polvo del miércoles Santo, antes
de la procesión. Protegía decididamente a los
malhechores que cargaban sus andas en Jueves
Santo, y efectivamente el bandidaje se prestigiaba
con la impunidad. Para que una imagen fuera
milagrosa había que rodear su origen de misterio.
Unas aparecieron en un lugar determinado, se
hicieron las pesadas, no se les pudo mover, y se
les erigió allí una capilla. Otras sobrevivieron a
terremotos o a incendios. (…)
Por su parte el Señor de Luren apareció en
tiempos de la Colonia, y tres ángeles lo armaron
pues ningún mortal pudo hacerlo.
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¡Fecha aciaga para Ica! Yo recuerdo que en los
pocos años que tenía de vida, haber sido
conducido por mi madre, llorosa y desconsolada
como toda la población de Ica. A presenciar el
voraz incendio que devoraba la casa de nuestro
Dios y con ella la invalorable reliquia que
guardaba en su seno. Recuerdo la lucha titánica
del pueblo para abrir la puerta principal del
templo y pretender apagar el incendio con
pequeños baldes que sacaban de un pozo que
había en la plazuela (el fuego) se consumió
rápidamente los pozos de todos los alrededores.
Lucha, inútil, todo fue consumido; cuando el
fuego envolvía totalmente la iglesia, entre
exclamaciones del dolor del pueblo, un indígena
de Comatrana cuyo nombre se ignora, envuelto
en costales húmedos, penetró en el templo y
recogió el cuerpo semi-carbonizado de Cristo y lo
depositó en el suelo; luego se perdió en la
muchedumbre; según se dice, éste anónimo
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personaje murió a consecuencia de las horribles
quemaduras. El párroco de la Iglesia Dr
Domingo Pacheco contemplaba la tragedia
lloroso e inconsolable.
¡Dolor! ¡Duelo! Ica ya no tenía su Cristo de
Luren. Sólo quedaban sus restos carbonizados.
¿A quién confiarían sus penas? ¿Quién les daría
consuelo? Esta era la realidad.
Era de ver la desolación de las almas pintadas en
los rostros compungidos en toda una multitud de
la ciudad y del campo. Pero el tiempo que todo lo
cura, dio al pueblo resignación ante tamaña
pérdida.
8.1. La Reconstrucción
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Señor de Luren; y fueron Francisco Caso, Jesús
Silva y Alberto Cierra Alta, tres iqueños los que
tomaron sobre sus hombros la responsabilidad de
esculpir la nueva imagen del Señor de Luren,
porque sólo los iqueños lo tenían en su mente,
como para reproducirlo. En el taller artístico de
Jesús Silva, en la segunda pieza se dio comienzo
a la obra. Muchas veces fui conducido de la mano
por mi tío Francisco Cabezudo Cabrera y pude
presenciar cómo se reconstruía el Cristo iqueño;
Cierra Alta despojaba lo carbonizado y acoplaba
madera de cedro de Nicaragua que después
tallaba dándole la forma anatómica del cuerpo
humano. Silva pulía y empastaba la efigie;
mientras que modelaba el Rostro del Señor del
Luren. El Señor Valle servía de modelo, parado y
con los brazos en alto. Desparramadas muchas
fotografías del Señor de Luren antiguo que
servían de canon para hacerlo lo más fiel posible.
La casa de la Calle Lima, situada en lo que hoy
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es el garaje de la Prefectura -Taller de Jesús
Silva- fue el escenario donde se le devolvió la fe
al pueblo iqueño al darle su nuevo Señor de
Luren.
Y fue así como ejecutaron la obra y con tal
acierto, que casi en nada se diferencia del Señor
de Luren antiguo.
En octubre del mismo año 1918 se celebró la
fiesta y paseo la nueva imagen que durante varios
siglos recorrió las Calles de Ica (6)
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Mostramos una secuencia de ellos. Glosando textos
breves y señalando autores. Nos esforzaremos en
mantener un ordenamiento cronológico, en base a los
diferentes planos del acontecer de la imagen del Cristo de
Luren.
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Los rezos y suplicas del pueblo iqueño han
logrado que el Cristo de Luren aplaque la ira de
la naturaleza. (7)
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misas especiales o rogativas se sucedían sin que
se produjera el advenimiento de agua nueva.
El Chino Peña estuvo en Ica, había ido desde
Pueblo Nuevo, precisamente para asistir a la
procesión que con el mismo fin había solicitado la
Asociación de Pequeños Agricultores.
Aquel día amaneció triste pero con coraje. Las
casas de la ciudad acostumbradas al leve
bullicio matutino se saturaron de un mayor ruido
ocasionado por el gentío que con el párroco a la
delantera, llevaban al Señor de Luren hasta el
puente del río Ica.
Un río humano, de campesinos principalmente,
corría entre las hileras de casas que eran mudos
testigos de la tristeza del pueblo.
Al llegar al río situaron la milagrosa imagen en el
centro del puente de arcos metálicos que parecían
ruedas gigantes.
Mientras los cargadores inclinaban la imagen del
Señor de Luren, simulando una venia, los
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acompañantes rezaban fervorosos, suplicando
que llegase el agua.
¡Y rezaron varios días! (...)
El agua nueva, hija de la naturaleza, de las nubes
y las lagunas, nacía ya en los altos picos de la
sierra ayacuchana; mientras en Ica, la gente
imploraba.
El agua nueva, pequeño alud de barro, que
después de deslizarse por las pampas se refugia
en los cauces, desde la lejanía, amenazaba con
arribar, mientras que la gente imploraba.
Hasta que llegó a estas tierras un día que nadie la
esperaba. Cuando la gente agotó sus plegarias y
se abatió ante la desgracia. El agua nueva visitó,
intrusa, el valle iqueño.
Agua nueva hija de la naturaleza (…)
¡Aguaaa! Se escuchó un grito en la noche. Además
se sintió el trote de un caballo, troc, troc, Aquella
noche el agua nueva llegaba zigzagueante a la
toma La Pongo. (…)
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La naturaleza había abierto sus compuertas y el
valle iqueño recibía agua como augurio de un
buen año de cosecha.
Las pozas amanecieron colmadas de agua.
Y en su fiero corcel se alejó cabalgando la sequía.
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Esta situación creó un malestar general y
creciente entre los devotos y el pueblo llegó a
tomar actitudes de extrema rebeldía. (…)
Muchos fueron los que cayeron bajo las balas
asesinas, cuando trepaban las torres de la iglesia,
para alcanzar los campanarios y sacudir con
fuerza los badajos y de esta manera incitar al
pueblo a la lucha y así sacudirse del yugo
opresor. (…)
Los iqueños empezaron a hostigar en todas las
formas posibles al enemigo. Envenenaban los
alimentos y el agua.
Cuando ingresaban a las bodegas para llevarse
las cosechas de vinos y aguardientes, sólo
encontraban emboscadas o mujeres que
aparentaban querer divertirse con ellos para
luego ser muertos por los patriotas.
Las situación de estos hombres era cada vez más
incierta y peligrosa.
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Y cuando las tropas chilenas se vieron obligadas
a emprender la retirada de nuestros valles
quisieron llevarse entre otros tesoros y reliquias
la sagrada imagen del Señor de Luren y para tal
fin confeccionaron una caja cómoda y del tamaño
del Crucificado.
Pero, y esto se interpreta como uno de los muchos
milagros, la imagen parecía agrandarse más y
más, haciendo inútiles los esfuerzos desplegados.
Cuenta la tradición que los chilenos en su
terquedad de llevarse la imagen llegaron a
construir, sin advertirlo, una descomunal caja que
llegó a medir 10 metros de largo por dos de
ancho y un metro de alto pero la imagen era más
alta. (…)
Los oficiales chilenos exasperados por el trabajo
que les daba la imagen. Intentaron su
destrucción.
Se ordeno que los soldados hacha en mano se
dieran a la labor de destrucción.
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Muchos de ellos retrocedieron espantados: temían
cometer sortilegio.
Pero algunos soldados, los más temerosos
acometieron con furia contra la imagen para dar
cumplimiento a la orden, en su profana obra.
Pero se estrellaron contra la voluntad divina de la
imagen.
Las hachas al tomar contacto con el cuerpo de la
imagen, volaban en mil pedazos, cual frágiles
cristales, (sin que ésta sufriera) el menor
deterioro.
Finalmente los chilenos ante tanta evidencia,
dejando la imagen tendida en el piso de la nave,
huyeron despavoridos, abandonando para
siempre como invasores, nuestro suelo acogedor.
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10. Danos el consuelo de ver la luz.
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He aquí su oración:
Señor de Luren (10)
(Oración)
Señor de Luren
Llena nuestros días
Con tu imagen de amor.
Siembra en nosotros
Como una llama perpetua la paz.
Haz que nuestras manos
Sirvan para amarnos
Y que juntos
Podamos mirar un despertar
Y una vida mejor.
Señor de Luren
Alimentémonos cada día
Con el pan de la humildad
Haz que nuestros días conozcan la alegría
Y el entusiasmo de dar
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Señor de Luren
Bendice el esfuerzo del trabajo
Y el afán del que se entrega por alcanzar
Los sueños de un ideal
Señor de Luren
Bendícenos
Derrama tu bondad y gracia infinita
Sobre nosotros.
Danos el consuelo de ver la luz
Que en ti buscamos.
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Los acontecimientos y milagros de nuestro Cristo de
Luren, trasladados por autores iqueños al texto
poemático o narrativo, que en suma constituyen su
imagen literaria, nos orilla a la siguiente afirmación final:
el Cristo de Luren siempre estará en el camino del pueblo
iqueño, viajando hacia la lejanía del tiempo.
Una lejanía infinita porque se sucederán las generaciones
y el culto se proyectará más allá del amor y la pasión
religiosa que genera la imagen.
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Referencias Bibliográficas
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(9) TELLO PÉREZ, Rolando- Legendario Cristo de Luren. Edición del autor.
Ica, 1982. pp. 105-107.
(10)SEVILLANO DIAZ, Miguel. Señor de Luren (inédito), obra en los
archivos del autor.
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