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La Cimarra de La Cordura

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La Cimarra de la Cordura 1

Roberto Flores Salgado

LA CIMARRA DE
LA CORDURA
UN ENSAYO EMOCIONAL DE ROBERTO FLORES SALGADO



La Cimarra de la Cordura 2
Roberto Flores Salgado

La Cimarra de la Cordura ©
Todos los derechos reservados
Propiedad Intelectual en trámite.
[email protected]
La Cimarra de la Cordura 3
Roberto Flores Salgado

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN …………………………………….. 4

CAPÍTULO 1:

POR QUÉ UNO ESTUDIA PEDAGOGÍA …… 10

CAPÍTULO 2:

EVIDENCIANDO LAS OBVIEDADES ……….…… 21

CAPÍTULO 3

LA METAMORFOSIS DEL SUJETO …………… 29

CAPÍTULO 4

LA CULTURA DE LA BASURA ………….… 47

CAPÍTULO 5

LA DICOTOMÍA PERVERSA …………… 63

CAPÍTULO 6

MENDIGOS DURMIENDO ……………….. 72


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Roberto Flores Salgado

CAPÍTULO 7

AUTORIDAD VERSUS LIDERAZGO …………….. 80

CAPÍTULO 8

LA CRISIS DE LO COLECTIVO ………………….. 90

CAPÍTULO 9

¿Y QUÉ ES LA VERDAD? ………………….…..103

CAPÍTULO 10

LA CIMARRA DE LA CORDURA ……………... 118


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Roberto Flores Salgado

INTRODUCCIÓN

En una de las clases de posgrado con Emma Salas,

destacada orientadora, di una ojeada a uno de sus libros. En

las páginas finales, la profesora compartía algunas

fotografías de su archivo personal. Hubo una de ellas que

observé con especial atención y que fue motivo de

constante recuerdo las semanas siguientes. Aparecía un

afiche de los años veinte con la invitación:


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Roberto Flores Salgado

NO CONDENE A SU HIJO A LA IGNORANCIA.

MATRICÚLELO EN UNA ESCUELA PÚBLICA. NO LO

PRIVE DE LA FELICIDAD DE EDUCARSE.

La sentencia me conmovió. Quizás porque imaginaba

a las masas trabajadoras que emigraban del campo a la

ciudad, conocedoras de la más cruda miseria, que podían

ver en la educación no sólo la adquisición de conocimientos

sino también el mejoramiento integral de sus existencias a

través de ella.

Me pregunto si es que dicho texto tendría la misma

lectura en la actualidad o si pudiese ser percibido con el

mismo tono capital de entonces. Seguramente no, puesto

que los contextos han cambiado, sin lugar a dudas. No

obstante, he tratado de encontrar alguna declaración que

sintetice con esta fuerza el objetivo de lo que queremos

lograr en la educación del Chile de hoy y se me hace difícil

encontrar alguna, pese a leer con buena voluntad a quienes

se levantan como líderes del área.

¿Hemos visto el mejoramiento de la calidad de la

educación con la misma imperiosa necesidad que en el

pasado? ¿Cuál es el enemigo a enfrentar ahora, los malos


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Roberto Flores Salgado

resultados, la mediocridad, el tercermundismo, una frustrada

elección?

¿Tiene nuestra educación ese componente redentor

que caracterizaba a la educación del pasado, o esa

connotación ética, si es que ambos aspectos están

disociados?

¿Están claros los objetivos de por qué queremos

mejorar la educación y éstos son coherentes con nuestro

concepto de nación, de grupo social, de familia?

En esto los profesores tenemos un tanto de

responsabilidad. Hemos, de pronto, sido eco del

negativismo del ambiente; toda labor en la vida, toda

vocación, requiere el espacio vital para creer que las cosas

pudiesen ser mejor, que podrían cambiar. Pero en nuestros

labios el discurso no lo demuestra y nuestras invectivas

suelen ser cíclicas.

Si hay algo que me causa profunda desazón es

escuchar, toda vez que participo en encuentros docentes,

las mismas críticas de siempre: “es que no se puede con

cuarenta y cinco alumnos por sala”, “es que deberían

mejorar los salarios”, “es que deberíamos tener la mitad del


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Roberto Flores Salgado

horario para planificar y la otra mitad para hacer clases en

aula” y otras razones que bordean los límites de lo que

conocemos como excusa. Sé que estas sentencias, dentro

de sus contextos pueden tener absoluta razón, no obstante,

el pecado imperdonable de parte del gremio no es el

expresar estas peroratas, sino el hacerlas en escenarios en

los que no se encuentran aquellos que tienen la prerrogativa

de modificar, dictaminar o corregir a nivel macro el sistema

en el que estamos inmersos.

Pero también otro error: he hablado de la visión que

caracterizó a la educación antigua, aquella que poseía más

contrariedades que oportunidades. Los recursos no

sobraban y se trataba de hacer todo con lo que se tenía.

Hoy pareciera que esa dinámica funcionara de modo

inverso: se espera tener para hacer.

Podríamos pensar que es urgente actuar con los

recursos que tenemos, pues la espera posterga todo

esfuerzo por una redención del sistema que, a mi modo de

ver, empieza en el aula. Precisamente cuando el gran

personaje histórico decía que la religión era el opio del

pueblo, lo expresaba a propósito de que la actitud


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Roberto Flores Salgado

presuponía una postergación de la urgencia, un “no importa

que estemos mal ahora porque al final llegaremos a un cielo

donde fluye leche y miel” o algo parecido. Y no podemos

posponer la tarea, así como no podemos posponer la

felicidad. Nunca llegará el momento, si es que nosotros no

lo preparamos. Y ahora.

En la generación anterior, nuestros padres nos

decían “cabros, estudeen” (sic). Tenían la actitud correcta –

la de la urgencia del estudio- pero la palabra incorrecta.

Pareciera ser que hoy ocurre lo inverso. Los padres

podemos decir “hijo, estudia”, con la expresión

gramaticalmente correcta sin conocer siquiera la actitud

adecuada, pues no tenemos las razones para decirles a

nuestros estudiantes por qué la educación y la preparación

son valiosas y urgentes.

¿Hacia dónde vamos? ¿Para qué queremos tener

una mejor educación? ¿Para mostrar en nuestras salas

diplomas de distintos colores y formas? ¿Para validar lo que

hacemos y decimos? ¿Para dar mayor prestigio a nuestros

colegios y, de este modo, atraer matrículas, dinero y

recursos?
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Roberto Flores Salgado

En las páginas que siguen pretendo regurgitar

reflexiones parecidas a estas y otras que han surgidos en mi

práctica del ejercicio docente. Este texto no pretende ser un

estudio (hay muchos y extraordinarios) una tesis o un

panfleto. Es básicamente un ensayo sobre una de entre

millones de percepciones frente a un objeto tan abordado

como desconocido: la educación en Chile. Mi objetivo es

identificar el pensamiento de los profesores que trabajan en

establecimientos particulares subvencionados o

municipalizados, habiendo conocido ambas realidades en

estos doce años de docencia. Siento que uno guarda tantas

disquisiciones en el ejercicio de la profesión y nunca los

canales son los apropiados para expresarlos. Es

lamentable, que quienes los poseen escriban desde la

comodidad de sus altos puestos, no conociendo los rayones

de plumón en la camisa o los bíceps hechos a punta de

cargar pruebas del colegio a la casa.

Como planteo un análisis algo transgresor al sistema,

me permitiré usar en algunos pasajes un tono cotidiano - el

de la plática tomando un café-, cuyo propósito no es más

que el del sugerir el inicio de un debate en el que todos los


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Roberto Flores Salgado

actores involucrados puedan participar y aportar al

mejoramiento de la educación en Chile.


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CAPÍTULO I: POR QUÉ UNO ESTUDIA PEDAGOGÍA

El primer día de clases en la universidad estuve

bastante nervioso. Amén del peligro que podía representar

un violento mechoneo, mis temores radicaban en el ritmo de

estudio de la nueva etapa, en lo novedoso que podía

representar para mí ese nuevo sistema.

Estudié ocho años en una escuelita pública, hasta

que obtuve una beca obsequiada por el general Pinochet

(allá los comentarios diversos) y cursé tres años de

educación media en la escuela de música de La Serena. De

un promedio seis cinco, pasé a un cuatro seis. Casi repito

de curso. La experiencia fue traumática. En segundo subí a

un cinco seis y tercero bajé a un cinco uno (si la memoria

me acompaña). Volviendo a mi ciudad, entré de nuevo al

sistema público y obtuve en cuarto de secundaria un seis

tres de promedio.
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Roberto Flores Salgado

Recuerdo con tristeza esos días en que era el mal

estudiante, habiendo sido en el sistema público uno

destacado. Nunca me pusieron orejas de burro, ni mucho

menos, pero bastaba una mirada o un gesto, para saber que

uno era considerado “distinto” – por decir un término

eufemístico- por los docentes. Sin embargo, en otras áreas,

por ejemplo en música, me destacaba notablemente: en

pocos meses llegué a ser el mejor guitarrista del colegio y

eso me llenaba de orgullo. Mis compañeros mateos, me

empezaron a decir “poeta” (como Alberto, el protagonista de

La Ciudad y los Perros de Vargas Llosa) y trazaba desde ya

una temprana vocación literaria.

Aprendí al menos dos enseñanzas: las calificaciones

son, en rigor, una circunstancia. Nunca van a reflejar todo lo

que sabe un estudiante y, por otro lado, lo que se iba a

proyectar más adelante con el estudio de las inteligencias

múltiples. El colegio generalmente iba a exaltar sólo una de

ellas: la que tenía relación con la lógico - matemática.

La profesora de Gramática Española I, el mismo día,

nos formuló la pregunta a los cuarenta y ocho que

colmábamos la sala de universidad: ¿cuántos de los que


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están aquí ingresaron a la carrera porque querían ser

profesores de castellano? Miré hacia atrás – siempre ocupé

la segunda fila del lado izquierdo de cada sala- y con

sorpresa me percaté que sólo otros cinco levantaron sus

brazos. Seis, de un total de cuarenta y ocho.

Como en la vida suele cumplirse la ley de la

naturaleza – aunque en algunos contextos que detallaré

más adelante no- de lo que recuerdo, tres de mi generación

efectivamente terminaron los estudios de pedagogía en

castellano, una decena se cambiaron a pedagogía básica y

otros optaron en segundo o tercer año por una carrera

técnica o por la vida laboral.

Podríamos hablar de una crisis en la vocación,

posiblemente, pero creo que sería incorrecto circunscribirla

sólo al campo de la pedagogía. Si es que el “buen trato” o el

amor al trabajo es un reflejo de la vocación, veríamos que

en nuestro país los dependientes de tienda, los paramédicos

de los hospitales públicos y los micreros – por nombrar

algunos- estarían más que conflictuados por su llamado de

vida, aquello que llaman vocación y que, por supuesto,

existe y es el fundamento del sistema.


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Roberto Flores Salgado

En una sociedad en que el prestigio se mide por el

éxito y éste por la cantidad de patrimonio que uno pueda

alcanzar, hablar de vocación puede resultar retrógrado o

idealista, un asunto romántico de los años sesenta. Pero

bien haríamos con detenernos en este aspecto, pensando

que alguien que dedica su vida a ejercer ese llamado

interior, debería, asimismo, estar grato con la labor y

demostrar frutos de aquélla.

No dudo que quien acepta el llamado a estudiar

pedagogía lo haga, en la mayoría de los casos, por

vocación. Hablo en la mayoría de los casos por el aspecto

que mencioné más arriba, el de los “filtros”. Los estudios de

pedagogía no son gratuitos, se requiere un puntaje mínimo

de 450 – hablamos de alrededor de 67% según el Demre,

luego de esto completar un cupo, aprobar

aproximadamente cuarenta cursos, escribir un seminario,

realizar una práctica profesional. Terminar una carrera,

hablo de diez semestres académicos, es asunto de gente

exitosa, que ha sorteado muchas vallas para obtener su

diploma.
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Roberto Flores Salgado

Por eso hablo de una especie de selección natural,

que se vulnera lamentablemente si es que nos referimos a

los denominados programas especiales de titulación, por

mencionar una de las caras del proceso de formación de los

profesores en la actualidad.

Existen universidades que dan la facilidad –

entendiendo que no lo hacen por ser entidades de

beneficencia, sino por lucro- de presentar un escrito de

alguna autoridad de un plantel educativo que señale que un

sujeto ha trabajado en el área educacional por algún tiempo.

Luego de la postulación y el cumplimiento de un programa

académico, pueden obtener un título de pedagogía,

asistiendo tres veces a la semana por algunas horas. Esta

rutina – que ya resta tiempo si es que comparamos con los

estudios tradicionales- se cumplimenta no en diez

semestres, sino en cinco. Es decir, carreras express. No

estamos hablando de profesionales de diversas áreas que

quieran estudiar pedagogía (lo que sería una especie de

posgrado) sino de personas que pudieran poseer nada más

que cuarto medio. En otros tiempos en que la cobertura

educacional era mínima bien podría haberse justificado, no


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Roberto Flores Salgado

obstante, en la actualidad el asunto es, desde mi punto de

vista, impresentable. Estamos hablando de una

flexibilización de los filtros y, también, de un acortar camino.

La labor de las Ues tradicionales – realizando estos

programas especiales- transgrede claramente con los

propios fundamentos de su existencia: la presencia de los

colegios universitarios para extender la cobertura de la

educación superior en el país. Su “retorno” a la capital no

tiene sentido, si entendemos que en ésta hay planteles

suficientes para satisfacer la necesidad de los egresados de

la educación secundaria.

Sin desmerecer a quienes han pasado por estos

programas, debo señalar conocer casos de auxiliares de

aseo que en dos años y medio llegan a ocupar la vacante de

un profesor. Uno no se opone a la idea de la movilidad

social – yo mismo vengo de un hogar muy pobre-, pero si

hablamos de las mismas oportunidades para todos, también

hablemos de las mismas exigencias para todos.

El tener vida universitaria es, además, otro plus que si

bien no se explicita en la entrega de contenidos, sí pesa a la

hora de entender las relaciones, tener una perspectiva de la


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realidad, un nivel de conversaciones distintas al resto de los

seres humanos. Hay que entender que en las universidades

fluye el conocimiento y se prepara a los líderes de una

sociedad. Los seres que forman a los ingenieros, médicos,

abogados, pedagogos, científicos en sus primeros años,

deben tener la apostura que da el haber pasado por una

institución universitaria.

Sobre las exigencias, observo con especial interés el

proceso que viven las escuelas de educación de las

universidades privadas. El recorrido de un estudiante por

dichas instituciones se asemeja a los docentes preparados

en los planteles fiscales, con profesores que en muchos

casos imparten clases en dichas dependencias, pero cuya

diferencia radica en los procesos de selección de una y otra.

En algunos planteles privados no exigen un puntaje mínimo

de PSU o alguna prueba de admisión. Algunas veces,

conversando de modo informal, he preguntado a mis ex

estudiantes cuán distinta es la vida universitaria privada con

la escolar. Me he asombrado con respuestas como “es casi

igual” o “el primer año lo pasaron casi todos”, situación que

me consta no ocurre – desde mi experiencia- en


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Roberto Flores Salgado

instituciones públicas. La misma Gramática Española I –

asignatura de la que hablé al inicio del texto- sólo dos

estudiantes, de un total de cuarenta y ocho, aprobamos. Era

una de la asignatura “cortacabezas”.

Hay que entender que las universidades privadas

son, en rigor, instituciones con fines de lucro. Reconozco

que hablo de modo muy particular, recurriendo a este parcial

y solapado “sondeo”, sin embargo, cada quien reconocerá

que, prácticamente sin filtros de selección, se haría difícil

que estudiantes que pagan onerosamente por una

mensualidad, reciban como compensación una nota

reprobatoria. A una empresa no le interesaría perder un

cliente para el próximo año.

Creo injusto que se juzgue tan livianamente al

profesorado cuyo grueso constituye no los profesores

“Marmicoc”, ni los egresados de universidades privadas,

sino aquellos que han obtenido su título en universidades

públicas. Nadie estudia cinco años, aprobando tres pruebas

por asignatura – de cuarenta y cinco- con un promedio de

bibliografía de trescientas o más páginas. No estamos

hablando de controles verdadero o falso, hablamos de


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Roberto Flores Salgado

instrumentos diseñados por posgraduados de casi nula

vocación filantrópica, que rajan a quienes no les simpatizan,

por mencionar sólo una de las vallas. O que deberá al

terminar realizar una práctica profesional (el enfrentamiento

con los leones) y redactar una memoria con otros

compañeros, de unas ciento cincuenta páginas de aporte a

la educación. Y quizás la más infranqueable de todas: el

saber que con la pedagogía no se será millonario – aunque

tal vez sí, probablemente escribiendo un libro como éste- y

que el prestigio social que se conseguirá no será el mejor.

Un simple pensamiento de bienestar no se sostiene

en cinco años de madrugadas de estudio, a punta de café y

Coca Cola. Para eso mejor se juega al Quino, se sigue una

carrera técnica – que a veces es más rentable- o bien se

dedica uno al comercio (vaya a saber uno de qué).

Se estudia por vocación. Ese llamado que uno lleva

adentro y que a veces se resiste, porque suele suceder que

no es lo más grato, pero lo que a uno lo hace feliz. Qué

grande contradicción.

Muchas veces me he preguntado también cuántos

docentes deambulan con desencanto de trabajo en trabajo


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Roberto Flores Salgado

pensando que la educación no representa el llamado que

pensaban, simple y llanamente porque su experiencia

primera en el sistema no fue grata, porque el estilo de

liderazgo no calzaba con la concepción propia, en fin, por

una serie de factores. Asimismo, quizás algún profesor, al

leer estas líneas cuestionará su vocación pues siente que el

esfuerzo en el aula ha resultado infructuoso o que debe

impostar la figura que no es para agradar a sus directivos,

pero no disfrutan de la labor que una vez soñaron

ejercerían. Y es que uno debe buscar su lugar. Sí: hacer

esfuerzos por encontrar el espacio apropiado en el que uno

se siente a gusto, en que el contexto podría potenciar las

capacidades propias como docente. No hablo que uno debe

buscar el lugar paradisiaco – porque nunca lo encontrará- ni

echarle la culpa al empedrado, exculpándose de todo yerro.

Mi posición es que en determinados contextos uno, por su

estilo, potenciaría más sus capacidades y debe buscar ese

tipo de espacios. Asimismo, los directivos de colegios

deberían promover aquel contexto apropiado, no pidiéndole

a los docentes que paguen los platos rotos de malas

decisiones cometidas por ellos. Lo digo mencionado un


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Roberto Flores Salgado

ejemplo: cuando un estudiante tiene tres hojas con

anotaciones negativas, debe entenderse que las decisiones

sobre su futuro dependen del consejo de profesores y el

inspector que debe tomar una decisión al respecto. Si no se

hace, quien pagará los platos rotos es el docente, siendo

éste el que en muchos casos deberá cargar el peso de las

malas decisiones de arriba.

El explicitar cuáles son los roles objetivos, qué es lo

que uno tiene que hacer y no hacer, tienen relación con el

llamado, pero muchísimo más con el asunto de las

obviedades, tema del que tratará el siguiente capítulo.


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CAPÍTULO 2: EVIDENCIANDO LAS OBVIEDADES

Más de alguna vez, dentro de mis mensuales

reuniones de apoderados me ha tocado referirme a

cuestiones perogrullescas y, por lo tanto, generan algo de

risas. “No somos párvulos, ni marcianos”, parecieran

expresarme los padres con sus gestos. También les he

referido a que existen asuntos que parecen obvios pero no

lo son tanto, en la práctica.

Una de las obviedades es que al colegio se va a

estudiar.

No ganaré el Pulitzer con esta declaración, pero ésta

me servirá de excusa para desembocar en el punto al cual

me quiero referir: muchas declaraciones realizadas por el

común de la gente, para entregar soluciones sobre el

sistema, dan por sentado situaciones que en la práctica no

son necesariamente ciertas.


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Roberto Flores Salgado

Es quizás el primer argumento esgrimido para

achacar la culpa de la mala calidad de la educación a los

docentes. “¿Y por qué no hacen bien su trabajo? ¿Por qué

no enseñan como debieran y mejoran el nivel educacional

de las futuras generaciones?”

Me imagino que piensan en el profesor frente a

cuarenta y cinco alumnos, cada uno con sus cuadernos y

útiles, ávidos de aprender, que se quedan muy callados

escuchando la explicación del docente, siguiendo todas las

instrucciones y realizando todas las tareas escritas por el

profesor en la pizarra. Ninguno de ellos se para de su

puesto, aman el silencio monástico, caminan

ordenadamente hacia el patio cuando tocan la campana de

recreo.

Creo que mucha gente piensa que eso es lo obvio. Y

por eso se preguntan cómo los profesores no son capaces

de ejercer bien su labor.

Pues bien. Es posible que esto se dé en algunos

contextos, precisamente en los que logran alcanzar más de

trescientos treinta puntos en el Simce. Pero diré que en el


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resto de establecimientos, esta imagen paradisiaca cuyo

protagonista es discípulo argivo, no se da para nada.

En mi primer año de ejercicio, debía siempre controlar

a unos chicos de sexto básico que en plena clase de

lenguaje jugaban a luchar como Dragon Ball Z en la parte

trasera de la sala. Con otros tratábamos de trabajar, en

tanto uno acusaba que le había escondido la goma, el otro

rayaba el cuaderno del compañero, y los menos copiaban

los contenidos de la pizarra. Era un curso esquizofrénico y el

profesor debía, también, ser múltiple.

En educación media, las obviedades sucumben ante

prácticas como alisarse el pelo, maquillarse, sacarse las

cejas, pintarse las uñas, escuchar música, dormir, comer,

acciones que son, en la mayoría de los casos – con

excepción de la última- excluyentes. Para qué decir de la

acción de conversar. Es así que el colegio se transforma en

salón de belleza, pub – discoteque, dormitorio, club social.

Las prioridades de algunos estudiantes se revuelven en una

mezcolanza anárquica que los profesores tratan de aclarar,

pero en algunos casos es imposible de dominar por el peso

de la costumbre – la cultura, en rigor- o por la fuerza de la


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mayoría. Y, la iniciativa de estudiar, atosigada por otras

tantas hedonistas, se ve relegada a un rincón, a la última

prioridad de la pirámide. Y dentro del mismo templo del

saber.

Sin embargo, la actitud es la proyección de esa

pérdida del objetivo que se mencionó en las páginas

iniciales. El pensar, de pronto, que el educarse es una labor

que se cumplimenta para sacarse una buena nota – es

decir, de modo funcional- y no porque es un acto

eminentemente ético, que demuestra el compromiso del ser

humano con su grandeza.

Otra de las obviedades es pensar que en el colegio

se aprende todo lo que un estudiante debería saber. Si el

muchacho no sabe guardar compostura en la mesa, a la

hora de almorzar, la mamá le dice “¿Y en el colegio no te

enseñan a sentarse?” o si se le escapa una grosería “¿y en

el colegio no te enseñan a hablar?” o si escucha

conversaciones de grandes “¿y en el colegio no te han

enseñado que eso no se hace?”, y el común de la gente

piensa que es una especie de reformatorio o guardería

infantil y, lo que es peor, algo parecido a una máquina para


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hacer fardos: uno pone contenidos, valores, saberes,

experiencias y de modo automático, tras pasar por una serie

de poleas, sale el producto y de primera selección.

Hay aspectos de la vida que se han de aprender en la

casa, con modelos que guardan coherencia entre el

discurso y la acción, la disciplina y la autoridad. Cómo le

enseñamos a decir la verdad a un niño, si cuando viene el

cobrador le decimos: “dile que salí a hacer un trámite”. O a

ser honesto si le regalamos un celular que compramos en

una “movida”.

Me ha llamado profundamente la atención un

reportaje del programa “Informe Especial”, presentado hace

pocos días. En él cuatro profesoras de la comuna de La

Pintana presentaron sus casos ejemplificando que la

educación no es sólo una problemática de carácter

cognitivo, sino, entre las muchas, también social. Las

docentes se veían sobrepasadas por chicos que carecían de

las mínimas conductas que esperaría uno como profesor.

He realizado clases en contextos muy similares a los de las

profesoras y sé que es muy desmotivador para un

profesional de la educación hacer clases en dichas


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condiciones. Uno estudió para enseñar en el aula, no para

ser gendarme o carabinero.

Hago el comentario para detenerme específicamente

en el primer caso, el que se suponía iba a ser apoyado por

una actriz del grupo “Pleimovil”.

Cuando le llevaron videos para que los analizara, se

mostró muy segura, todo un espectador en el estadio.

Realizo la analogía pues es básicamente lo mismo. En las

graderías uno grita: “tírala rápido, céntrala, no seai comilón,

mira al lado, por qué no la soltaste, etc”. Es fácil, cuando no

se tiene el sol pegando con toda furia, luego de no haber

corrido una hora por una cancha de pasto, cuando no se

tiene una panorámica amplia de todo el campo de juego,

cuando se tiene a dos tipos musculosos que le disputan la

pelota pegando combos y patadas.

La mencionada actriz achacó la culpa de la

desconcentración de los estudiantes, o más bien el

desorden en el aula, a que no estaban motivados. Lo

expresó de modo muy convincente, con una seguridad que

parecía provenir de poseer autoridad. “Es porque están

aburridos (…) no tienen ganas de estar ahí. No hay nada


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que los motive estar ahí”. Y tiene la cara para aconsejar a la

docente: “tiendes a caer en el juego del individuo” y otras

cosas por el estilo. ¿Había hecho clases alguna vez?

¿Tenía razón en la práctica?

Existen muchos individuos que poseen la tribuna para

hablar de la educación, de qué mejorías debería

experimentar el sistema, cómo deberían ser las clases, qué

responsabilidades le incumben al profesorado y una lista

interminable de aspectos. Pero nunca han hecho clases. No

estoy hablando que esos señores que son columnistas de El

Mercurio o la Tercera y que escriben los días domingo no

tengan derecho a opinar sobre el tema del cual somos

protagonistas. El equívoco radica en que lo hacen de un

modo capital, absoluto y a veces hasta ofensivo. Aplastan

años de estudios, esfuerzos sobre humanos y valiosa

experiencia en terreno. Como docentes sabemos que una

palabra puede matar a un individuo, así como también

puede provocar la resurrección de un Lázaro cualquiera.

En educación se han dado por sentado, vuelvo a

reiterar, ciertas medias verdades o falsedades de frentón. Y

se construye sobre la base de ellas. El asunto que urge es


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que se derriben dichos mitos, que se expliciten las

obviedades, que se vuelva a analizar desde la tapa del

silabario hasta el máximo decreto universitario. Esto sólo es

posible lograrlo con la disminución del tono capital, pero

también con entender que la experticia en la educación

requiere un conocimiento que parta en el aula y que se

extienda a los dominios filosóficos de la pedagogía.

Los teóricos no pueden prescindir de la experiencia

de los docentes, éstos, asimismo, no pueden bloquearse al

aporte que desde su dominio puedan ejercer aquéllos. Esta

convicción respalda un principio que he visto cumplirse a lo

largo de mi carrera docente el cual vi refrendado en el

programa de TV que mencioné: no existe un caso en la

escuela que sea imposible. Toda puerta puede abrirse,

aunque el manojo de llaves es grande. Quienes se

enfrentan a la problemática pueden encontrar en ese

adminículo una de las llaves, la única. Quienes teorizan

entregarán las herramientas, la visión holística, los

profesores la perspectiva fina.


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CAPITULO TRES: LA METAMORFOSIS DEL SUJETO

El estudiante de la actualidad no es el mismo que el

de hace treinta años atrás. Me pregunto si su nuevo carácter

podría empujar bien a la resemantización del término, bien a

la creación de uno nuevo. Empero para no empantanarnos

en el punto, trataré de caracterizar al sujeto – alumno de la

actualidad, entendiendo que la eficacia de los aprendizajes

radica en gran parte en el conocimiento de éste como

estrategia de acción.

Durante años se nos dijo que debíamos estudiar en

una mesa, alejados de toda bulla, con la tele apagada, con

una temperatura apropiada y, lo que era más importante:

con luz precisa, de tal modo de no dañar nuestras vistas, de

lo contrario terminaríamos usando anteojos “poto de

botella”.
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Roberto Flores Salgado

Podríamos detenernos en la opinión de expertos que

nos dirán cuáles son las mejores estrategias de estudio, sin

embargo, no podemos desconocer que en la práctica, la

cultura escolar ya posee su propia posición respecto al

punto. En pleno siglo XXI, con un imaginario particular, muy

o demasiado distinto al decimonónico o al del siglo pasado,

no podemos negar que el pensamiento y la forma de

abordarlo, han cambiado. Hay chicos que leen o estudian

escuchando grupos Hardcore, a un nivel de decibeles

bordeando el máximo, acostados en su cama o en el sillón o

que leen en sus computadoras, mientras revisan tres o

cuatro ventanas en internet.

Uno mismo: mientras escribo estas líneas leo el

cuerpo de reportajes de un diario, preparo un video

educativo y escucho música de los ochenta.

Esta fragmentariedad es parte del imaginario actual,

en contraposición a la linealidad del pasado. Basta verlo

reflejado en los textos de estudio. Es cosa de comparar un

Rubi Carreño con un Montes - Orlandini. Para qué hablar

de las técnicas narrativas, del video clip, de la música los

famosos “feat” (canciones rearmadas, en que un nuevo


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autor rearma una composición), la publicidad, por nombrar

algunos.

Esto no significa el avalar hacer mal varias cosas a la

vez, que una, pero bien, sino entender la forma de pensar

de los jóvenes del siglo XXI. Esas estructuras son distintas a

las nuestras, corresponden a un nuevo imaginario con el

que debemos interrelacionarnos. Si deseamos generar

aprendizajes verdaderamente significativos, debemos

considerar como un punto, sino fundamental, al menos más

que relevante.

Aparte de la forma de pensar, nos encontramos con

el propio pensar. Me he percatado que a diferencia de

nosotros los grandes que crecimos separando el mundo en

dos (esa esfera que giraba en torno a USA y aquella que

satelitaba alrededor de la URRS o la derecha pinochetista y

la izquierda, por nombrar esa estructura dual de

pensamiento), los chicos – que han crecido en democracia-

realizan una taxonomía diferente, de acuerdo a su

enciclopedia o a su ética propia. Ellos entienden la amistad

de otro modo: los amigos pasan más tiempo con él que sus

propios padres y la presencia de ellos es personal o virtual


La Cimarra de la Cordura 34
Roberto Flores Salgado

(a través de MSN). Además se han abierto a una afectividad

distinta, rompiendo los moldes también duales de la

masculinidad y la femineidad. Hubiera sido muy mal visto en

nuestra generación darle un beso en la mejilla a algún

amigo. Hoy, sin embargo, es algo de lo más natural, así

como permitirse estar en la búsqueda de su propia

sexualidad. Aún el lenguaje – que brillantemente Maturana

define como coordinación de coordinaciones conductuales

consensuales- ha sido enriquecido por ellos, abriendo

nuevas dimensiones relacionales. Claro está aportan al

lenguaje, por un lado, pero por otro – que más tarde

trataremos de explicar- lo escinden y banalizan.

Ya no hablan de tío para designar al hermano de la

madre o del padre, o para la pareja de aquéllos, sino para

referirse a todo ser mayor, otorgando, por consiguiente

cierto lazo afectivo. Se permiten separar el contacto por un

beso, según un criterio carnal o sentimental (poncear o

tirar).

No piensan igual que cuando nosotros éramos

jóvenes, menos caben dentro de esa clasificación que

hiciera Papalia hace ya unos buenos años, cuando esos


La Cimarra de la Cordura 35
Roberto Flores Salgado

libros que digeríamos de madrugada ya poseían olor a

naftalina y colonia inglesa. El rock para ellos es música de

viejos, el axé – como para nosotros la música del ochenta-

su música del recuerdo. Ya conocen trucos para la caña, ya

saben cómo terminar con el pololo sin terminar destrozados

en el acto.

Hablamos de seres humanos valiosos, pero también

de ogros malformados en aquellos invernaderos

contemporáneos cotizados en Uefes.

No hablaremos aquí qué es disfuncional o no, sino lo

que pudiesen ser las familias en la actualidad, configuración

que dista, por cierto, de aquellos núcleos en los que vivieron

nuestros padres, que tenían ocho o nueve hermanos,

disciplinados a charchazo limpio – cuando aún no eran tan

famosos o indispensables los psicólogos- con una madre

omnipresente que corregía y amaba al mismo tiempo, tan

sólo con una mirada o una palabra contundente. Y cuando

no, recurría a la escoba o a una manguera para disipar

cualquier escaramuza de rebeldía.

Enfrentamos un panorama social distinto al del

pasado, en el que existía vida en comunidad, en la que los


La Cimarra de la Cordura 36
Roberto Flores Salgado

productos se compraban a granel y, cuando faltaban, uno

pasaba sin pedir permiso a la casa de la vecina para

solicitar el préstamo de una taza de azúcar.

Esa misma concepción de solidaridad y disciplina

correccional se manifestaba en las palabras de la mamá

cuando iba a dejar a su pupilo el primer día de clases:

“Profesora, si se porta mal, péguele no más”. Frente a esto

recuerdo como si fuera ayer al papá de Jorge, que era

carpintero, trayendo a la profesora un puntero de madera.

Todos sabíamos que dicho utensilio no era precisamente

para apuntar las consonantes escritas con tiza en la pizarra,

sino para aforrarnos en las piernas toda vez que nos

portáramos mal. La estrategia estaba validada; los

profesores eran autoridad; su palabra sonaba imponente y

con efectos especiales en cada sala – eco, reverb, el cielo

abriéndose, con sables de luz -. Los profesores castigaban

haciendo escribir cien veces, dejándonos sin recreo,

tirándonos las patillas.

Antes los profesores castigaban a los alumnos. Hoy

los alumnos castigan a los profesores.


La Cimarra de la Cordura 37
Roberto Flores Salgado

Siento que dichos monstruos han crecido alimentados

por la impronta de las sanciones pueriles que llevamos

dentro. Sufrimos tanto el período que no queremos que

nuestros hijos vuelvan a vivir lo que nosotros vivimos. La

gravedad es que asimilamos la palabra “castigo” (físico,

preponderantemente) con “disciplina” y, descartando la

primera, hemos obviado crasamente la segunda.

Otra de las fisuras en nuestra autoridad radica en que

nos hemos formado en el rol de padres trabajólicos,

restándoles el tiempo que ellos pudiesen requerir. El asunto

es que realizamos una especie de comparación con el

modelo que poseemos y, conscientes de la recursiva

ausencia, – que sublimamos con ostentosos regalos-

cargamos un peso de culpa que es usado por dichos

monstruos para conseguir todo lo que ellos desean.

La configuración de la familia ha sufrido, sin lugar a

dudas, modificaciones sustantivas, las cuales se pueden

manifestar en el rol de los abuelos. Ya no hablamos de esos

viejitos decrépitos que miran sentados en el antejardín

tejiendo chalecos de lana por las tardes. Nuestros abuelos

tienen cuarenta y cinco o cincuenta años, están aún


La Cimarra de la Cordura 38
Roberto Flores Salgado

saludables y lúcidos. Tienen un rol más que protagónico en

la formación de sus nietos por cuanto en muchos casos han

debido cuidarlos de pequeños por la incipiente llegada de

ellos o por los compromisos laborales o escolares de sus

padres. Hablamos que se ha roto, en su mayoría, la

tradición del enamorarse, salir de casa, casarse, tener hijos.

Los chicos viven los primeros años en casa de sus abuelos

– pues sus padres todavía no se independizan- hasta que

éstos deciden formar una nueva familia y emanciparse

físicamente. Sin embargo es probable que perviva la

relación simbiótica, la del eterno adolescente cuyo hijo es

una especie de “hermano consentido” de sus propios

padres, los abuelos querendones que no se hacen mala

sangre con los chicos, reafirmando la tradición popular que

“se quiere más a los nietos que a los hijos”.

No sería un problema – la sobreabundancia de afecto

nunca es perjudicial- salvo por la existencia de vacíos o

conflictos de autoridad, desacreditaciones a las estrategias

de disciplina, que claramente se proyectan en las aulas.

Hablé antes del concepto que poseían los padres

antiguos frente a los profesores y, respecto al párrafo


La Cimarra de la Cordura 39
Roberto Flores Salgado

anterior diríamos que es uno de los cambios producidos. La

actitud de los nuevos padres, cuando me ha correspondido

citarlos por problemas de conducta o pedagógicos es

ubicarse en el rol de hermano o el de amigo. Pero muy

pocas veces en la posición que debieran asumir.

Esto se traduce en la defensa del muchacho, el

desconocer que éste es un individuo que surge de un modo

en determinado contexto – el problema de las “químicas” -,

que suele actuar de manera diferente en el interior del aula

o en el colegio, a veces de un modo dual o paralelo, casi

esquizofrénico. Si tiene la duda compruébelo observando a

su hijo sin que éste se percate, ya sea en el parque o en el

patio de la escuela.

Pasa lo mismo con agentes externos que llegan a

una sala. La respuesta previsible de los estudiantes será

guardar silencio, poner atención. Por eso cuando el ministro

de educación u otra autoridad visita algún colegio y se dirige

a los estudiantes griegos-filósofos-matemáticos-beatos,

aquéllos no entienden por qué #@¡% los profesores no

hacen bien su pega.


La Cimarra de la Cordura 40
Roberto Flores Salgado

Bueno, la razón señor ministro y autoridades es ésa.

Hablamos del don de la mímesis del estudiante: permear

sus características según el contexto en el que se mueve.

Bastará que los nuevos docentes interactúen de modo más

lato con los estudiantes, que estos se muestren tal cuales

son, y se dará cuenta que la atención - primer componente

crucial para lograr aprendizajes significativos- es una joya

que no se consigue fácilmente, es más, es casi la utopía de

la tierra de promisión en el recorrido docente.

El uso del lenguaje, como proyección de lo interno y

el pensamiento de los adolescentes, es otro detalle

importante a considerar en la configuración del sujeto actual.

Vivimos la fragmentación y síntesis de la oración, el paso

del grafema al ideograma, la destrucción de la morfología, la

parquedad en su mayor expresión. La prontitud y rapidez

han empujado a la producción verbal a un ejercicio de

simplificación extrema que se da en la escritura del mensaje

de texto y en el chat. La comunicación con estas

características claramente influye en el aspecto relacional –

lenguaje y relación son interdependientes-: no se sienten

ofendidos cuando el amigo está conectado y no les


La Cimarra de la Cordura 41
Roberto Flores Salgado

responde, un comodín lingüístico es el XD (emoticono que

se traduce como “qué simpático” o algo parecido), y

sostienen una conversación larguísima a punta de

monosílabos reformados.

Lo que parecería gravísimo desde el punto de vista

ontológico – si nos apropiamos del lenguaje como

proyección del mundo interno de los jóvenes- bien podría

ser interpretado de otro modo: la capacidad de síntesis es,

en rigor, una etapa que se escapa del conocimiento y de la

comprensión, ubicándose en un estadio más avanzado en el

proceso de aprendizaje, según Bloom lo señalara en su

taxonomía. No hablamos precisamente de simpleza, sino de

pragmatismo.

Para que el estudiante se maneje en temas

informáticos requiere ciertas destrezas; no es un asunto

simple desde la vereda de la otra generación. No hablo que

la actual generación no tenga problemas con el

conocimiento y el verbo: ya hemos mencionado su

construcción de nuevos semas para expresar realidades en

lo afectivo. Sólo quiero sugerir que ese imaginario propio, la


La Cimarra de la Cordura 42
Roberto Flores Salgado

síntesis, el fragmentarismo sean oportunidades y no

problemas.

Lo que es preocupante es el uso de la coprolalia, lo

cual no es síntesis, claramente sino dilución, sucedáneo,

agua de calcetín de la palabra. Con un “huevón” los chicos

reemplazan una treintena de sustantivos, verbos, aun

adjetivos y lo peor de todo es que los medios de

comunicación parecen reforzar la costumbre1. Reitero, la

coprolalia idiotiza el idioma, lo hace troglodita, a diferencia

del uso de otras expresiones usadas por los jóvenes que

resumen en uno o dos signos ideas que pudiesen ser

amplias semánticamente hablando.

La salida es, a mi modo de ver, no prohibir el uso de

la coprolalia – que tiene también que ver con una

problemática moral y ética- sino enseñar que dichas

expresiones deben ser usadas, necesariamente, en

determinados contextos. Mientras pueda obtener un gran

espectro de herramientas para usarlas en diversas

situaciones y salir de ellas con amplia victoria entonces el

1
Nótese el cambio de la costumbre antigua, el pito para censurar por el actual
“silencio”. El primero ostensiblemente castigador, el segundo más relacionado
con la indiferencia de quien regula.
La Cimarra de la Cordura 43
Roberto Flores Salgado

objetivo estará cumplido. El problema está cuando los

chicos tienen un reducido pack de recursos y con ellos,

enfrentan en el fracaso cada proceso de comunicación. No

puede concebirse el lenguaje sin su dependencia del

pensamiento.

Otro problema del sujeto – estudiante es el

bilingüismo, situación que se da en la clase social baja, pero

no en toda ella sino en la que está desvinculada con la

cultura “canónica”, por recurrir a un concepto literario. Me

refiero a que maneja un dialecto suyo, cultural, con el cual

nació y con el que también “lenguajea” con sus padres y

grupo social. Al llegar a un colegio se le enseña en otro

idioma, se le exige hablar otro idioma, se le acerca también

otra cultura distinta a la cultura propia, aquella conformada

por costumbres, ideales, valores, entre otros. Quizás aquí la

génesis de la brecha entre pobres y ricos, más que,

precisamente, los recursos. Pena aquí el tema de las

oportunidades: éstas están más cercanas a los últimos pues

se “redactan” en el código de éstos.

Si se hiciera una prueba Timms o Simce sobre cómo

sobrevivir en la calle, cómo viajar de una comuna a otra por


La Cimarra de la Cordura 44
Roberto Flores Salgado

cien pesos, cómo soportar una ducha de agua helada en

pleno invierno, seguramente los chicos de sectores

marginales romperían el record de puntaje. Si el mundo

fuese gobernado por ellos, los “niños bien” serían los que

tendrían que prepararse todos los sábados y en asignaturas

“menores” para rendir Simce o PSU, los establecimientos de

curas o de universidad tendrían que ser focalizados para

mejorar sus resultados.

Los héroes de la cultura periférica no son los mismos

que los de la cultura docta; son distintos los valores, los

ideales, las relaciones humanas, inclusive. Reafirmo: este

no es un asunto de aprendizaje de contenidos, sino de una

culturización del individuo de los márgenes sociales.

El proceso de enseñanza – aprendizaje no representa

lo mismo para el sujeto de la periferia que para el sujeto

sistémico. Lo lamentable es que tanto los planes,

programas, metodologías, evaluaciones son estandarizadas

y no consideran este punto central, la problemática social de

la educación, uno de los tantos aspectos – no el único- de

los que se deben tener en cuenta para transformar la

educación.
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Roberto Flores Salgado

Podría detallar con mayor precisión este gran retrato

de carácter del estudiante del siglo XXI, es más, suponer

que en esta área tenemos la carrera perdida, sin embargo

convergemos en ver que la escuela es un ambiente

formador y, por qué no decirlo, redentor, a diferencia de

otras instituciones sociales existentes. Toda una generación

puede ser envenenada o positivamente transformada en las

aulas y es algo que a veces como profesores hemos

olvidado.

El reconocer el cambio experimentado en el

estudiante es parte de la flexibilidad que tanto requiere la

profesión, la capacidad de diagnosticar la realidad para

cambiarla de plano. Un docente no puede tener una

concepción helénica o calvinista de ella: si hemos optado

por la profesión es porque creemos que el cambio, aunque

en ciertos contextos parezca difícil, es posible.

Quizás muchos profesores que leen estas líneas se

pregunten, luego de toda esta descripción, entonces ¿cómo

lo hacemos? O ¿cómo llevamos a la práctica esta

concepción, si es que tiene un correlato en lo concreto?


La Cimarra de la Cordura 46
Roberto Flores Salgado

El asunto es simple: evidenciando. La verdad nos

hace libres. Es un poco lo que realizan los psicólogos en su

consulta. Ellos no nos entregan una vara mágica para que

lleguemos a la casa y toquemos con ella a nuestra esposa o

a nuestros hijos y asunto arreglado. Dichos profesionales

nos ayudan a desenredar la madeja de pensamientos que

tenemos en nuestra mente, a entregarnos una visión

externa pero válida que clarifica los acontecimientos por los

que atravesamos.

Hay que aprender a visualizar los contextos y a los

actores de dichos escenario. Pararse frente a ellos con aires

nuevos, cambiando de perspectivas y luego, mudando la

estrategia.

¿Por qué es tan importante el asunto de la formación

de este individuo? ¿Por qué la caracterización como eje

estructurante de la revolución de las aulas? Simple y

llanamente porque si no tenemos buenos estudiantes

tampoco tendremos buenos profesores.

El buen estudiante pregunta. Eso obliga al profesor a

estar preparado. El buen estudiante llega temprano. Eso

obliga a que el profesor llegue antes de la hora. Un mal


La Cimarra de la Cordura 47
Roberto Flores Salgado

profesor no soporta a un buen alumno. Un mal alumno

quizás tampoco a un buen profesor.

El problema es que no nos hemos detenido a pensar

en este núcleo, en la célula misma del organismo. La visión

por lo general es holística, estructural, pero no nuclear.

Estamos preocupados en cómo mejorar los resultados

nacionales, pero no en mejorar a quienes obtienen dichos

resultados.

Por eso he hablado del nuevo estudiante, del sujeto

del siglo actual, distante en conocimiento del individuo del

siglo XX, que recibe oleadas de informaciones que

constantemente se renuevan, de la técnica que en pocos

meses queda obsoleta, distante de la época pasada en que

el conocimiento parecía renovarse cada cincuenta años o

más.

La avalancha de conocimiento, la monstruosidad de

información – mucha de la cual es simple y llana basura-

nos empujan a la lectura activa, esa es quizás la

oportunidad que nos entrega el contexto. Otra es la

coyuntura de apoyo cercano a través de los medios de

comunicación.
La Cimarra de la Cordura 48
Roberto Flores Salgado

Este nuevo sujeto también requiere la presencia de

un nuevo profesor, formado con la base del paradigma del

antiguo: aquél que posee autoridad. Ésta no la hace el título

sino la postura y, tras de ésta el acervo, la experiencia, la

sabiduría. Y de lo nuevo la capacidad para adaptarse al

cambio y, también, ser un agente de él.

No es algo difícil: quizás lo hemos logrado, pero no estamos

conscientes de aquello.
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Roberto Flores Salgado

CAPÍTULO CUATRO: LA CULTURA DE LA BASURA

Creo que en esa ocasión leíamos un fragmento de

una obra dramática barroca. Cada tres o cuatro minutos los

alumnos del colegio en la comuna de Pudahuel irrumpían

en risas. Era extraño pues leíamos un drama nada más

grave de la alta literatura.

La razón: las acepciones “dobles” de los términos

“niño”, “larga”, “corta”, “cogerla” y otras por el estilo, re -

semantizadas por programas nocturnos, series de televisión

o humoristas famosos.

El episodio aún me sigue dando vueltas en la mente,

pese a que han pasado cerca de diez años de que ocurriera.

La reflexión es a propósito de que en ocasiones uno hace

esfuerzos sobrehumanos en la sala de clases – en este

caso puntual en el lenguaje- los cuales a veces son tirados a

la borda porque la sociedad, a través de los medios de


La Cimarra de la Cordura 50
Roberto Flores Salgado

comunicación, su aparataje político y burocrático, en vez de

reforzar aquellas enseñanzas, la desacreditan, ignoran o la

aplastan de frentón.

Tratamos de enseñar a hablar bien, mientras la

sociedad entera – salvo honrosas excepciones - privilegian

el simplismo, la acción sobre el pensamiento, el sucedáneo

por sobre la materia prima.

La crítica es que la sociedad no refuerza lo que

debiera reforzar; la sociedad lejos está de apoyar en la labor

docente en este aspecto. Y no sólo eso. Bien pudiese mirar

con indiferencia, lo cual no perjudicaría lo aprendido en las

aulas, sino que en muchos casos deseduca al estudiante,

menospreciando lo que él adquiere dentro de la escuela.

Es difícil hablar al estudiante de que se eduque, si

sus ídolos de fútbol, que con suerte terminaron estudios

medios, son considerados “exitosos” y ganan millones de

pesos mensualmente. El error de la sociedad no es premiar

a los buenos deportistas, sino entregar la señal que eso es

el éxito, la consagración.

Con estupor veo cómo algunos matutinos pueden

ceder una portada a un jugador que mete un gol un día


La Cimarra de la Cordura 51
Roberto Flores Salgado

domingo, o a una mujer que se gana la vida como scort, a

una chiquilla que baila en un programa juvenil y que peleó

en una disco, o ceda espacio para cubrir la última curadera

de un personaje de reality. Está bien: son dueños de los

medios y hacen lo que quieren. Lo que está mal, es que

sugieran que eso es el éxito, y que estos personajillos son

los modelos que la juventud debiera seguir.

El asunto se relaciona a la pregunta que hiciera al

comienzo de este texto, ¿para qué estudiamos?

Más de alguna vez he escuchado a los colegas decir

haberse enfrentado con muchachos de sectores

vulnerables, quienes, al ser increpados por los profesores a

tomar una actitud más comprometida con sus estudios, les

responden: “¿y pa qué? Si mi viejo llegó hasta la básica,

pero traficando tiene tres casas, dos autos nuevos, no como

usté que se viene a pata pal colegio”.

Es urgente que la sociedad toda pueda uniformar su

visión respecto a cuál es el perfil que requiere de ciudadano

para, de esta forma, aquélla se consolide bajo los principios

de la democracia, el respeto y la dignidad de las personas.

No basta que la sociedad sea una mera espectadora del


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Roberto Flores Salgado

proceso de enseñanza aprendizaje que están ocurriendo al

interior de las aulas. El contexto debe ser una especie de

aula extensiva que refuerce lo que dentro de la escuela se

está enseñando, de tal modo que los aprendizajes sean

doblemente significativos y representen la adquisición de

prestigio para el estudiante.

Se ha presentado como argumento, de parte de

algunos medios masivos de comunicación de que la

farándula, por ejemplo, es lo que consume la gente, es

decir, la pauta de los programas de televisión surgiría no de

los creativos de cada medio de comunicación, sino del gusto

de la gente. El argumento se quiebra, no obstante, por la

aparición de productos televisivos sui generis como “31

Minutos”, “Los Ochenta”, “Los Improvisadores” que, sin

poseer parangón alguno en la TV chilena, son capaces de

generar un gusto, de modo talentoso y creativo. Reiterar los

esquemas banales, con contenidos superficiales es lo más

fácil, lo más lucrativo siguiendo la ley del mínimo esfuerzo.

El panorama es nefasto, si es que consideramos lo más

inmediato, aquello que está al alcance. Creo que es un

espejismo, en todo caso, considerar con un dejo de


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Roberto Flores Salgado

pesimismo todo este estado de cosas. Los juicios de valor

desde la propia perspectiva pueden estar errados en el

sentido de que hacemos crítica de lo que vemos, oímos y

leemos.

Recuerdo una discusión dentro de un grupo de

profesores que seguíamos estudios de posgrado. Uno de

ellos afirmó que la juventud actual era superficial, que

pensaba en tonteras. Yo le pregunté por qué llegaba a esa

conclusión, y él replicó que era por lo que había visto en la

televisión, específicamente en el “Diario de Eva”.

Es cierto: no se puede emitir un juicio de cómo es la

sociedad, sólo considerando sólo lo que de ella consignen

los medios de comunicación masiva; caeríamos, entonces,

en la trampa totalizadora de la pantalla: decir, por ejemplo

“en Concepción están saqueando los supermercados”,

cuando en rigor, dichos actos tras el terremoto, ocurrieron

sólo en algunos puntos del centro de la ciudad o pensar que

el Transantiago funciona, únicamente porque no se

manifiesta lo contrario en las noticias.

Hablo de los medios masivos de comunicación ya

que son una poderosa herramienta para educar, no tan sólo


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Roberto Flores Salgado

a los niños y jóvenes, sino a la sociedad en general. Esa

cuasi omnipotencia heredada y refrendada por la atención

de millones, que pudiese representar una grandiosa

bendición o una grandilocuente fatalidad. No digo que

aparezca tras un micrófono un profesor cada media hora o

un cura que enseñe los valores usando una pizarra con

plumones de colores. Me refiero a que todo, al igual que en

el aula, sea visto como una oportunidad para educar y que

esta acción sea parte de nuestra cultura.

Una vez realizamos con mi familia un viaje a la ciudad

de Arica en auto. Recuerdo que constantemente, en medio

del recorrido – son poco más de dos mil kilómetros-

comentábamos con mi esposa (también es profesora) sobre

la geología, la historia, el clima y un sinnúmero de detalles

que se presentaron en el camino. Nuestro hijo iba haciendo

preguntas, mi señora se las respondía. Aparte de sentirme

conmovido de la particular belleza del norte – valga la

subjetividad por haber nacido allá- el trayecto fue una

especie de aprendizaje, proceso que estoy seguro que no

olvidaré.
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Roberto Flores Salgado

El asunto es que no se necesita ser docente para

formar una sociedad docente, ambiente propicio para el

crecimiento intelectual de la nueva generación.

Rogaré me excusen si soy demasiado auto referente,

pero creo que lo que voy a contar de mi padre cabe en este

punto.

Mi querido viejo nació en un pueblito altiplánico, hace

siete décadas. Sólo pudo cursar hasta segundo básico. Por

esto junta con mucha dificultad las letras y no pudo acceder

a las oportunidades que posibilitan los estudios formales. En

el servicio militar aprendió el oficio de la peluquería y con

aquél pudo mantener a nuestra familia, sobre la base de

mucho esfuerzo.

A la hora de ayudarnos, junto a mi hermano, en las

tareas, seguro no podía hacerlo y de hecho ni siquiera

nunca lo intentó, salvo lo que recuerdo en el kínder, que me

hacía puntitos para unir una línea y otra. Sin embargo,

cuando crecimos, siempre estaba pendiente si teníamos que

llevar algún material, y juntaba las pocas monedas que tenía

para hacerlo. También muchas veces lo vi forrando los libros

– aunque apenas juntaba las letras- y estoy seguro de que


La Cimarra de la Cordura 56
Roberto Flores Salgado

fue él, el que puso una funda con cinta adhesiva a la

primera novela que publiqué y envié por correo de obsequio

para la familia. Quién forra un libro a estas alturas, sin

embargo, él así lo hizo.

Estoy hablando de esa preocupación. Mi madre

terminó su enseñanza media en un liceo nocturno en tanto

su educación básica la realizó en un internado rural de la

región del Bío Bío. El verla estudiar de noche, muerta de

cansada, el pegar a motu proprio poemas de autores

españoles en un cuaderno de composición. Cuando yo

tenía una tarea de vocabulario, nada más preguntaba las

palabras a ella, y las anotaba en el cuaderno. Cada semana,

mis padres, apartaban del dinero escaso en tiempos de

dictadura para comprar las colecciones de las revista Vea y

Ercilla con la Historia de Chile de Encina, Grandes obras de

la Literatura Universal, Libros de lectura (tapa roja con

resumen y análisis). No era raro que con mi hermano nos

peleáramos por saber quién se quedaba con el puzle de la

revista para resolverlo.

La sociedad educa cuando, olvidando las diferencias

ideológicas, todos sus actores se unen para rescatar con


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Roberto Flores Salgado

vida a 33 mineros; deseduca cuando planifica fallidamente

un sistema de transporte, y los cerebros del mamotreto

deambulan libres de polvo y paja; educa cuando recibe con

vítores a un top one del tenis en la Moneda, pero deseduca

cuando hace parafernalia a un equipo de fútbol que en un

mundial gana dos partidos y pierde dos (y con boleta),

recibiéndolo con delirio casi surrealista. La sociedad educa

cuando los aparatos del estado funcionan con eficacia,

cuando los carabineros cumplen su labor de orden y

seguridad, deseduca cuando éstos mismos reprimen con

bestialidad a los secundarios y, cosa curiosa, con la energía

que pudiesen necesitar para aprehender a un asaltante.

Educa cuando se sentencia con justicia a quienes

transgreden las leyes; deseduca cuando hace creer que el

procesamiento judicial es, per sé, un castigo y denomina

presidio remitido a una libertad casi total, con la

condicionante de un autógrafo semestral.

Hablamos de seres en formación, extremadamente

permeables y agudos, que perciben cualquier fisura entre el

decir y el hacer, que manifiestan las incoherencias entre

ambas acciones, pero muchas veces que se quedan en


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Roberto Flores Salgado

silencio evidenciándolas en las relaciones humanas que

establecen. No son una tabula rasa, pero sí sensibles,

moldeables en el buen sentido de la palabra,

alegóricamente un tierno árbol cuya responsabilidad nuestra

es que crezca sano y derecho. Esto, de producirse,

generará una sociedad mejor de la que recibimos, la copia

feliz del Edén con la que soñaron los próceres del pasado.

Pero para que esto suceda tiene que haber un cambio

cultural y aquello, por decirlo menos, es un proceso de largo

aliento.

Es probable que esta llana reflexión suene como la

excusa típica en la que se quedaron todas las peroratas, la

magnánima roca en el sendero cuya presencia nos

desanima hasta la rendición.

Aquí de nuevo salen a relucir tres instituciones

poderosas para el cambio en la sociedad: la familia, la

escuela y los medios de comunicación masiva. Hay

ejemplos específicos que me hacen creer que el crear una

nueva cultura es factible; éstos posiblemente no sean casos

en el plano de lo positivo, pero al menos demuestran la tesis

expuesta. Hablo de casos como la llegada de la fiesta de


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Roberto Flores Salgado

Halloween a nuestra idiosincrasia, por nombrar alguno. El

hecho es que no podríamos señalar que dicha costumbre la

trajeron los norteamericanos dueños de las salitreras,

precisamente, sino que fue permeándose a través de los

productos audiovisuales que llegaron desde Estados

Unidos. Podríamos ponderar esta adquisición cultural, como

asimismo la amplia apertura a la música en inglés – y

consideramos imposición la obligatoriedad de la música

chilena-; sin embargo, en esta ocasión he de referirlas para

graficar que los medios tienen el poder de sugerir – por

designar un término grácil- conductas. Es lo que sucedió,

también, con la conducta de los niños en las fiestas de fin de

año. Las autoridades, asistidos por medios de prensa,

radiales y televisivos, han apoyado en la campaña para

prohibir el uso de fuegos artificiales y pareciera ser que esto

ha resultado, ya que claramente no es como en la infancia

de uno que podía comprar en cualquier boliche petardos,

viejas, estrellitas y esas fantasías tan bonitas, pero tan

peligrosas que aguaban nuestras fiestas con tan dolorosas

ampollas en las manos o el retumbar de un estruendo en los

oídos.
La Cimarra de la Cordura 60
Roberto Flores Salgado

Nuestra cultura ha cambiado también en el tema de la

planificación familiar. Sabemos que la filosofía de que “los

hijos vienen con la marraqueta bajo el brazo” es, desde una

perspectiva nada más, válida y nuestras familias, a

diferencia de la de nuestros abuelos, cuentan con uno o dos

integrantes vástagos, muy por debajo de los nueve o diez

que caracterizaban a la prole de los años cincuenta. La

misma relación entre los padres ha cambiado; el uso de la

fuerza para el castigo, como señalábamos en las primeras

líneas de este texto.

Es importante entender que estos cambios no son

naturales, que en realidad son producto del libre arbitrio de

una y otra y otra voluntad, luego de millones, hasta alcanzar

una transformación de carácter estructural. Son posibles si

es que trabajamos en un clima de consenso y unidad. Pero

ésta no se da si no hay un norte, si hay una dispersión de

propósitos u objetivos. Es dificultoso si se enseña en el aula

y se desmiente en el contexto, o si la familia desacredita la

labor docente o la cuestiona constantemente.

El actual panorama no hace otra cosa sino crear

desconfianzas mutuas que dejan en un peligroso limbo al


La Cimarra de la Cordura 61
Roberto Flores Salgado

estudiante, dándole una pésima señal de “no saber para

dónde va la micro”. Los estudiosos señalan que la mala

calidad de la educación es responsabilidad de los

profesores y éstos dicen que del ministerio, los estudiantes

achacan la culpa al sistema educativo y éste, a la sociedad

y así, una larga cadena de resquemores, desconfianzas y

divisiones. El único imprescindible argumento para construir

es la unidad; como país podemos perdonarnos estar

divididos en muchos aspectos, pero no en una de las

prioridades cual es la educación.

Es probable que los chilenos seamos impuntuales,

parcos, chaqueteros, dejamos todo para última hora,

amantes de lo ajeno, usamos un alambre para arreglar

cualquier cosa; seguramente hay razones históricas que

explican esta suma de comportamientos que implica la

configuración de una cultura. Por ejemplo, la mala

costumbre de tomar lo que no nos pertenece, el traerse un

martillo del trabajo, quedarse con tres bolsas de vienesas de

la completada del colegio, llevarse con los cojines del bus

interurbano, acciones pequeñas, pero no menos graves, que

se proyectan en otros niveles como quedarse con fondos


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Roberto Flores Salgado

públicos, cambiar el uso de suelos habiendo comprado a

precio de huevo unas hectáreas de eriales, recibir recursos

de proyectos que nunca se realizan, entre otros. Esto puede

deberse al pensamiento traído por los colonos españoles

que llegaron desde las cárceles a la tierra más inhóspita de

Sudamérica, este apéndice del planeta; la adquisición es tan

profunda que nuestra imagen en el mundo, entre otras

características toma este punto.

Es probable que hayamos hablado infinitamente del

hurto como maldición que nos impide pasar a estadios de

desarrollo más avanzado, sin embargo, hemos olvidado un

detalle capital del proceso de redención del mal acto: la

restitución. Es, también, parte del proceso del perdón,

aquella palabra que tanto ha visitado las pláticas de

nuestros dignatarios y eclesiásticos actores. Cuando yo robo

un martillo y me arrepiento, no sólo pido disculpas. También

es preciso que vaya a mi casa, tome el martillo y lo

devuelva. Idéntica cosa con el robo y no tan solo con esta

infamia, sino, también con todas aquellas que cometemos.

La impuntualidad hemos de aprenderla desde el aula,

entendiendo que el tiempo es un aliado perfectamente


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domable, sin embargo una insufrible excusa que no tiene

asidero. Un “no tuve tiempo” es, en rigor “no quise hacerlo”

porque siempre tenemos tiempo para hacer lo que

queremos hacer. Tiene, a mi modo de ver, más relación con

el pensamiento que con la acción; quien es impuntual

deslegitimiza al otro, lo considera menos importante. Nunca

llegamos tarde a un partido de fútbol, ni a una función de

cine, salvo que nos dé lo mismo o nos hayan regalado las

entradas.

La cultura de la infamia, por titular a esa parte de

nosotros que nos impide avanzar y crecer, posee relación,

desde luego, con lo valórico y esto - sin pretender

entramparme en aparcerías relativas a lo filosófico – con el

pensamiento y lo relacional. Parece raro que los partidos

políticos hablen tan poco de doctrina, que no se hable a

menudo de “filosofía de vida” y que nuestra religiosidad se

vea acotada sólo a rituales y ejercicios básicos de

solidaridad (me refiero en lo general). He aquí otro factor

que configura nuestra pérdida de la devoción por la

educación, reflejo, reitero de nuestra aversión por lo


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Roberto Flores Salgado

intangible, antítesis de la odiosa pleitesía a lo concreto y lo

comprobable.

Desde esta perspectiva, la educación será valorada

sólo si permite que yo mejore Simce, PSU, que llegue a los

primeros lugares en la universidad y que me gradúe con

máxima distinción. También si logro obtener un buen puesto

de trabajo, con una buena remuneración que me permita

vivir bien. Si no, la educación que recibí no valió la pena.

Resultados, resultados, resultados. Como en una

operación matemática. Quizás, más en concordancia con la

naturaleza debamos hablar en términos de “frutos”, como la

finalización de todo proceso, pero dentro de una vida cíclica.

Y estoy consciente de que la mayoría de quienes leen estas

líneas estarán de acuerdo que no educamos solo para

obtener buenos puntajes. Eso puede ser cierto, pero no en

su totalidad.

Si queremos cambiar nuestro vivir, debe cambiar

nuestra manera de pensar.


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Roberto Flores Salgado

CAPITULO CINCO: LA DICOTOMÍA PERVERSA

Existe dentro del sistema educativo un divorcio feroz

entre teoría y práctica. Los profesores de las escuelas de

pedagogía alguna vez hicieron clases en aulas primarias y

secundarias y otros, nunca pisaron aquéllas, sino sólo para

supervisar la clase de algún practicante a punto de culminar

con sus estudios de pedagogía. En realidad dichos

académicos saben mucho, pueden citar estudios, casos de

éxito o fracaso en distintos sistemas educativos del mundo,

recurrir a la información proporcionada por otros

investigadores enclaustrados, sin embargo, carecen del

cable a tierra, del complemento que posee la teoría: la

práctica. Con esto no señalo que la función de ellos sea

inválida: muy por el contrario, de verdad son un eslabón

importante en el sistema. Afirmo, al igual que mencionara

más arriba en este texto, que no son la única voz que oír,
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Roberto Flores Salgado

que la revolución se hará cuando la suma de voces haga la

verdad, el logos rector a seguir. Por lo tanto este estamento

se resta de algo que podría contextualizar de mayor modo,

inclusive enriquecer, los saberes que transmiten desde las

facultades de educación de las universidades del país.

Cuando hablamos de investigación alguien podría

afirmar que ahí podría existir el cable a tierra del sistema

para fundamentar la teoría. Es cierto, pero podríamos

indicar, al mismo tiempo, que las verdades que se extraen

de aquélla pudiesen diluirse a través de fisuras provocadas

por la interpretación de dichos resultados (en el proceso de

lectura del investigador participa la “enciclopedia” de éste,

una instancia que, en su caso, carece de pragmatismo) y,

por otro lado, las investigaciones utilizan técnicas que no

son infalibles completamente. Todos los profesores de aula

sabemos que la presencia de un agente externo en el aula

resta naturalidad al ambiente y éste no es reflejo de la

normalidad en que los cursos se mueven en la

cotidianeidad.

He aquí un nuevo espejismo: las intervenciones de

supervisores, docentes externos u otros actores en el aula,


La Cimarra de la Cordura 67
Roberto Flores Salgado

no son – y creo que tampoco pudieran serlo, por factibilidad

- sostenidas en el tiempo. La percepción a la que ellos

desembocan es, en este sentido, parcial, una fotografía de

un momento, a veces una imagen “photoshopeada” –

voluntaria o involuntariamente- de la realidad de un curso,

sus integrantes y del docente aula. Desde aquí se configura

el diagnóstico, luego el plan cuyo propósito es modificar el

estado de cosas. Sin embargo, muchas veces el trabajo se

diluye con el tiempo; difícilmente se le dará con “el palo al

gato” si la primera parte del proceso está errada o

descentrada del foco mismo.

La disociación entre teoría y práctica se ve

claramente reflejada en la clase universitaria misma:

profesores de pedagogía que dictan su clase sentados o

usando sólo pizarra y plumón. Lo hablo de la experiencia de

haber pasado por una carrera de pregrado y dos de

posgrado, más media docena de cursos de actualización. Es

parte de la disociación de la que hablamos, las

incoherencias que no soporta el proceso de aprendizaje,

pues sino, no es efectivo. Decíamos que no podemos

enseñar honradez, si le regalamos un celular a nuestro hijo


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que compramos en una “movida”. No podemos enseñar

didáctica si es que en las clases nos sentamos en un rincón

de la sala y hablamos, hablamos y hablamos por una hora y

media sin interrupciones. Es hora de cambiar el

pensamiento que la didáctica, el color, las tijeras, la

cartulina, el pasearse por la sala son una cuestión infantil, y

sepultar el pensamiento que lo académico debe ser grave,

formal y odiosamente sacro.

El caso se relaciona con concebir a la pedagogía

como sólo un mero ejercicio de instrucción. Creo que en el

discurso todos los actores involucrados en el proceso

educativo estamos conscientes de la diferencia; que no es la

mera transmisión de contenidos, no sólo la exposición de

éstos, que el ejercicio va mucho más allá, es generar

aprendizajes significativos, que sean capaces de internalizar

y poner en práctica. Sin embargo, en lo concreto, el sistema

contradice dicho discurso al creer que todo personaje que

es experto en un ámbito del saber, al pararse frente a un

curso a exponer sus conocimientos, logrará que los

estudiantes aprendan y mejoren sus calificaciones.


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Roberto Flores Salgado

Si fuese esto cierto, Dewey, Montessori y Freire – por

nombrar algunos- estudiaron vanamente durante años; si el

sólo saber conocimiento y entregarlo a quienes escuchan es

la “buena educación”, entonces no necesitamos formar

pedagogos. Formemos Licenciados en cada una de las

disciplinas y asunto arreglado. O algo que saldría más

barato: condensemos todo el saber en textos y hagamos

que los chicos los lean y les tomamos exámenes de aquello.

Sin embargo eso no es la educación; no precisamente la

transmisión de contenidos sino el buscar herramientas para

saber mediarlo, con ejemplificaciones, con refuerzos, en

colaboración con otros pares, con técnicas que permitan

que los saberes no pasen sino que se internalicen en los

estudiantes, recibiendo preguntas, contestándolas, con

herramientas que permitan evaluar el avance del educando.

Aquí la defensa del profesorado, del pedagogo, del

educador: una formación que en las facultades contempla

filosofía general, de la educación, sociología de la

educación, psicología del adolescente, fundamentos

biológicos del aprendizaje, didáctica de la especialidad,

psicología del aprendizaje, metodología de la especialidad,


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evaluación, entre otras asignaturas. Quienes piensan que es

llegar y hablar de educación, que es entrar al aula y hablar

los contenidos, se equivocan en este punto. Eso no es

educar. Quizás es instruir, transmitir contenidos. Tal vez,

pero educar contempla toda esa formación y el “muñequeo”

que uno aprende en el aula misma, conociendo el contexto,

adaptándose a la personalidad de cada alumno y al

comportamiento de cada curso.

Por eso me llama la atención que el decano de una

prestigiosa facultad de educación de una casa de estudios

sea un físico, o que la anterior ministra de educación haya

sido asistente social, o que el actual ministro de la cartera

un economista, que el líder de Educación 2020 un ingeniero,

por nombrar algunos casos; de nuevo el divorcio de

visiones, de nuevo la necesidad imperiosa de aunar

perspectivas.

El hacer clases en universidades, frente a gente que

está por interés en dicho lugar, que tiene la madurez frente

al estudio, que más encima paga por estar ahí – y

obviamente no tiene la intención de desperdiciar el dinero-

no da una visión completa de lo que es la educación y, por


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lo mismo, basarse en esa experiencia para elaborar planes

capitales, pudiese ser ambicioso.

Por eso me parece apresurado y hasta precipitado el

enjuiciar a la educación desde ese sitial. Es como si yo

pretendiera desde mi visión como profesor aula, dar una

receta de cómo se puede lograr un cambio desde la

estructura, si nunca he ocupado un puesto de nivel macro.

Sin embargo, esta visión, aunada con la de los actores que

mueven los hilos del sistema, puede enriquecerse y ser más

efectiva o realista. La revolución está en la colaboración, en

la unidad.

Una de las formas en que la mixtura entre la teoría y

la práctica pudiesen ser extremadamente provechosas es

que los profesores puedan hacer investigación dentro de

sus propios contextos. Es decir, que los profesores aula, al

igual que los docentes universitarios, puedan tener espacio

para el estudio de sus propios contextos y busquen, como

objetivo, subsanar las problemáticas surgidas con

fundamentos teóricos atingentes, aterrizados. El tipo de

investigación ad hoc es el de modalidad Investigación –

acción, cuyo objetivo es eminentemente práctico: buscar


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Roberto Flores Salgado

soluciones a problemas reales de la escuela. No sería

nuevo dentro de la historia de la educación en Chile; las

experiencias tendrían su asidero en al menos las dos

décadas anteriores a la reforma educacional de 1965.

Hablo de los denominados liceos experimentales; en estos

se vinculaban tanto los profesores del propio plantel y

facultades de educación de diversas casas de estudios

superiores. Se sometían a un diagnóstico, se ensayaban

distintas metodologías educativas a un curso que servía de

grupo control, frente a otro que era sometido a dicha

intervención. Las conclusiones de estos estudios servían

para proyectar cambios, no sólo a nivel de la misma unidad

educativa, sino también para replicar dichas experiencias en

otros liceos. De este modo se promovía un cambio gradual

del sistema, aspecto que sirvió de precedente poderoso

para recibir la reforma de los años sesenta como un cambio

hilvanado y coherente. De este modo la sima entre las dos

instituciones se veía disminuida de modo ostensible, y los

resultados en un y otro nivel hacen que veamos a la

educación de esa época como un modelo a seguir; partir del


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Roberto Flores Salgado

pasado para afrontar el futuro. Es parte de la vuelta a la

cordura requerida.

Sé que puede parecer demasiado utópico opinar que

los profesores debieran asumir labores de investigación,

como lo sugería desde su concepto de educación el gran

John Dewey, más aún si con suerte alcanzan a corregir los

fajos de pruebas que llevan a sus casas los fines de semana

o los cuadernos de sus chicos en las escasas horas de

colaboración. Sin embargo, más de algún profesor puede en

esta simple proposición encontrar la llave que durante

mucho tiempo estaba buscando. No se pueden tomar

decisiones sobre acciones efectivas, si antes no hay un

diagnóstico; no hay diagnósticos válidos si no hay rigor. Si

no hay acciones no habrá cambios, y si estos no ocurren, la

escuela seguirá marcando el paso, acoplada a su

circunstancia. O a nivel más específico: si no se toman

acciones en tu curso, puede que pierdas la batalla y, lo que

es peor, pierdas el disfrute de lo bello que es la pedagogía.

Aquí sale a relucir la dicotomía que unida puede hacer

milagros; teoría y práctica debieran ir de la mano.


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CAPÍTULO SEIS: MENDIGOS DURMIENDO SOBRE

POZOS DE PETROLEO

La historia dice así: había una pareja de indigentes

que vivía en una casucha muy mísera. El sitio era un yermo

sin atractivo alguno; la desdicha se respiraba a varios

metros a la redonda.

Un mal día la pareja de mendigos falleció. Un grupo

de pobladores ingresó a la humilde casa y encontró

elementos sucios, muebles viejos y a los dos tirados en la

cama. La pobreza en que vivían era dramática.

Tiempo después, un señor adquirió el terreno y, al

perforar en busca de agua, encontró petróleo.

La reflexión que hizo el pueblo es que, si los

indigentes hubiesen sabido que habitaban en un sitio

valioso, podrían haber salido de su miseria.


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Roberto Flores Salgado

Escribo la historia a propósito de dos puntos: por un

lado la tendencia a mirar el vaso medio vacío cuando

hablamos de educación chilena y también para referirme a

que como nunca el sistema educativo posee recursos

enormes que, con la predisposición pesimista del ahora,

somos incapaces de observar para mejorar el panorama.

Hablo de una cobertura educacional de educación

básica de casi un cien por ciento y en educación media

cercana a un noventa por ciento. No tenemos el problema

que nuestros niños y jóvenes no puedan acceder a la

educación. Es cierto, el problema ahora no es la cobertura,

sino la calidad. Pero hay un avance. Los recursos para

educación están. Que a veces la burocracia los retrasa, que

en uno de los eslabones se “pierden” o que dentro de los

colegios dichos recursos no son usados estratégicamente,

es otro cuento. No podemos quejarnos que faltan pizarras,

tizas, cuadernos. Con mayor rigor, cuidado y

responsabilidad en el cuidado de aquéllos la historia podría

cambiar.

Los chicos pueden ingresar a la universidad. Es cierto

que con mucho esfuerzo, a veces con sacrificio


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Roberto Flores Salgado

sobrehumano, pero es posible. En otras épocas la puerta

era extremadamente estrecha y la selección era brutal, pero

hoy no. Lo ideal es que fuese gratuita, probablemente; no

podemos negar que las facilidades de ahora son mayores

que hace veinte años atrás. Estudié en la universidad con

dos becas: la Mineduc y la de la Conadi. Sé de lo que hablo;

las oportunidades no lo buscan a uno, uno es el que tiene

que ir a golpear puertas, caminar y sacar fotocopias,

quedarse hasta tarde estudiando. Para aquellos que se

sacan la mugre hay opciones.

He tenido la oportunidad de ser profesor examinador

en tres procesos de admisión y con tristeza he visto cómo

las becas otorgadas por el Mineduc para rendir la PSU no

son bien aprovechadas. Datos del Consejo de Rectores de

las Universidades Chilenas acusan un ausentismo de un

12% siendo éste mayor en segmentos que han sido

beneficiados con becas. En rigor son unos tres o cuatro

muchachos por sala. Me pregunto si la educación

universitaria fuese gratuita, cuántos terminarían, cuántos se

cambiarían de carrera, cuántos restarían un cupo a alguien


La Cimarra de la Cordura 77
Roberto Flores Salgado

más interesado que ellos en culminar con sus estudios. El

tema será más extensamente analizado el próximo capítulo.

Cada región tiene una universidad, eso es, también

un gran avance, sobre todo si la reflexión la hacen aquellos

que tenían que emigrar de provincia para proseguir estudios

superiores en la capital. Las universidades privadas han

hecho lo propio y pueden abrir los espacios para que los

jóvenes que por diversos motivos no pueden acceder a un

plantel estatal puedan seguir estudiando y culminen con un

título profesional.

La obra gruesa está lista, falta el detalle, la labor fina;

no podemos decir que el panorama es adverso y

desesperanzador. Hay una preocupación social por el tema,

inclusive en aspectos como lo tecnológico; de acuerdo a

Enlaces, el año 2000 había un computador por cada 76

estudiantes. Hoy la cifra es de 13 alumnos por computador;

en el país son 10.800 aproximadamente los planteles con

conectividad de banda ancha. Lo ideal es que se llegue a

todos y de modo excelente, pero lo actual es un buen piso.

Hay oportunidades inigualables para empezar un gran

cambio.
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Roberto Flores Salgado

En este año se destinarán recursos económicos al

sector más que ningún año en la historia del país. Pronto el

gobierno despachará al congreso una ley que plantea

alcanzar una revolución educativa; el que sea buena o

favorable, es asunto de otro costal. Está la voluntad; es justo

el momento de alzar la voz y entregar nuestra opinión

certera.

Cuando hablo de recursos no hablo sólo de dinero;

ellos aparecen en esta altura del discurso pensando en que

nuestras fuerzas y tiempo son parte de aquellos y si no

logramos entender que el avance que produce cambios

sucederá cuando hagamos más con menos esfuerzo,

terminaremos “fundidos” y, al mismo tiempo, fracasados.

Creo que no es pueril hablar de esta verdad usando

un ejemplo de la naturaleza: si las aves migraran de a una

por una, seguramente terminarían exhaustas a mitad de

camino. La naturaleza es sabia para empujar su instinto al

trabajo colaborativo; el volar en bandadas permite que el

trabajo de cada uno ayude a que la labor del grupo sea más

llevadera y, de este modo cada integrante renueve fuerzas

para afrontar un viaje de miles de kilómetros.


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Roberto Flores Salgado

Creo que la estrategia en muchas escuelas es lo más

contrario a este ejemplo extraído del mencionado ámbito.

Cada profesor vive enclaustrado en su aula, con un recelo

único a compartir lo que pasa al interior de ella; la actitud

puede que no sea gratuita: las medidas punitivas de las

direcciones, la política de “dividir para gobernar”, los orgullos

personales, provocan este exilio interno que es perjudicial

para el docente. Si los docentes fuesen capaces de generar

material y compartirlo de modo equitativo, trabajarían la

mitad; si el docente fuese ordenado, el mismo material de

un año – ya testeado para su uso, con ligeras

modificaciones- podría ocuparlo al siguiente, y ahorraría

tiempo. Si planificara una vez y aquella planificación la

perfeccionara, entonces descansaría un poco. Si los

profesores de lenguaje de distintos colegios compartieran su

material, entonces el esfuerzo y el tiempo en producirlo,

podría ser destinado para otras labores no menos

importantes en el proceso. Si el profesor invirtiera sólo un

poco más de horas en un buen instrumento evaluativo, se

ahorraría mucho más tiempo en corregir.


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Roberto Flores Salgado

He aquí algo extremadamente clave para la labor y

para explicitar las relaciones entre docentes: la

colaboración. Esto, en contraposición a la competencia.

Queremos premiar a los mejores, a los profesores de

excelencia; el sistema propone designar profesores

“básicos”, “competentes” y “destacados”, que es como

volver a la costumbre retrógrada de poner “orejas de burro”

al estudiante más flojo de la clase. ¿Qué pasaría si a mis

alumnos les pusiera un papelito en la frente con las

inscripciones: “alumno malo, alumno normal, alumno

sobresaliente”?

Estas designaciones promueven la competencia, las

odiosas comparaciones, el asesinato a la colaboración. Es

decir, cauteriza el valioso relacionamiento entre docentes,

el elemento clave que permite redimir hasta el más pequeño

recurso en beneficio de los aprendizajes de los estudiantes.

Dentro de este tema, no es menos importante la figura de

los organizamos capacitadores, cercanos en presencia, pero

lejanos en objetivos y atingencia. Está la posición de ellos.

Este aspecto es clave; cuando llegan a un centro de

estudios se ubican frente al profesor. Eso es toda una


La Cimarra de la Cordura 81
Roberto Flores Salgado

alegoría. Al instalarse en dicha posición se transforman en

una valla, un obstáculo; puede que los docentes observen

inclusive como un enemigo. Distinta cosa sería si éstos se

ubicar al lado del profesor. Cambiaría el discurso del “yo

tengo lo que tú necesitas” por un “tú sabes lo que hacer, yo

vengo a ayudarte”. El mal llamado capacitador sería un par,

alguien que tiene la misma perspectiva del docente y se

transformaría en un real apoyo para él.

El llamado es a recuperar la confianza. Y ésta

mediante la verdad, subsanando las diferencias.


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Roberto Flores Salgado

CAPÍTULO SIETE: AUTORIDAD VERSUS LIDERAZGO

Es probable que el liderazgo esté en crisis desde el

momento en que dejamos de hacer reflexión de él y

consideramos que los puestos de jefaturas son validados

por la confianza del jefe máximo y que el mérito es algo

secundario. Pero también, que este último punto no es el

único requisito: gente de muchos logros bien pudiese actuar

con despotismo, inhumanidad y ser una ofensa a la imagen

del buen líder. El tema es de interés reflexivo por cuanto el

profesor debe necesariamente ser un líder en el aula y está

llamado a liderar los procesos fuera de ella; no se

equivocaba Pedro Aguirre Cerda cuando decía “gobernar es

educar”.

Contemplo con especial interés el liderazgo en el

fútbol como ejemplo concreto que pudiese proyectarse a

todo nivel y, con ostensible similitud, en el colegio.


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Roberto Flores Salgado

Cuando un equipo de fútbol gana, es común decir

“ah, es que los jugadores son muy buenos, talentosos, tocan

muy bien el balón”, entre otros elogios; pero bastará que el

equipo pierda – como en todo juego- para que los reclamos,

pullas y sarta de expresiones coprolálicas, descansen

ahora, no en los “pupilos”, sino extrañamente en el

entrenador. Todo equipo que tiene una mala campaña, opta

por culpar al líder de su condición desmejorada y es común

ver el escarnio público de éste en los espacios deportivos de

los noticiarios; es parte de nuestra cultura. Pero en otras

condiciones se da la contradicción: bastará que triunfe para

que los “chaqueteros” de siempre, cuestionen sus logros y

ponderen como excesos, excentricidades o buena suerte lo

que consiga mediante el trabajo.

Me temo que esa dinámica también se da en la

educación y los ejercicios de envidia, codazos y juegos

competitivos dominan el imaginario, lo cual, sin lugar a

dudas más que engrandecer el área, generan divisiones que

restan fuerza al trabajo, desmoronando lo construido por

años.
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Roberto Flores Salgado

El liderazgo, seguramente, se verá marcado por el

tema de la competencia. Se podría deducir que el que está

arriba, es decir, el director o el jefe de departamento están

ahí por haber ganado “la carrera”, son los mejores, sus

méritos los avalan. Creo que es nocivo pensar en esa

dinámica, que es de un área propia del deporte y un matiz,

pero no total, de lo que conocemos como “juego”. En rigor

éste originalmente surge como la participación lúdica y por

la entretención, no por conocer quién es el mejor. Este

detalle torna todo ejercicio colaborativo desinteresado en un

acto egoísta y, esta actitud, no es la predisposición de la

naturaleza, que aúna a sus especies en la constitución de

procesos mancomunados para dar frutos estables. Esto

refuerza esa idea de la desconfianza, de profesores que se

cierran ante la posibilidad de ser evaluados precisamente

por eso, porque la competencia es, también, una base para

la punición, el control, el desconocimiento de las diferencias

individuales que en un sistema colaborativo complementan

más que dificultan un proyecto.

Provengo de un hogar cristiano y desde pequeño fue

inculcado en los valores de esta fe. En mis primeros años de


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Roberto Flores Salgado

camino noté una ligera diferencia entre el liderazgo de la

comunidad y el de fuera. Básicamente estaba dado en los

propósitos. Pero en realidad no dejaba de ser el mismo:

dirigentes impuestos por un sínodo, estos dirigentes

presidían una asamblea que escogía democráticamente a

sus líderes de cada departamento y así, finalizando cada

año. Aunque hablábamos de un sistema por definición

distinto del relativo a cualquier organización, la retreta se

cumplía con injusta similitud: cuando las cosas no

resultaban, cuando no había “frutos”, entonces el pastor

tenía la culpa y luego, se lo cambiaba. Pero cuando las

cosas eran distintas todos los créditos se los llevaban los

otros líderes, las bases; las felicitaciones eran para todos,

menos para él.

Sin embargo, luego de una experiencia espiritual

profunda, alrededor de los dieciocho años, conocí grupos

que funcionaban de otro modo, entendiendo el liderazgo

como un asunto más cercano a la cepa de las relaciones

humanas primigenias. En dichos núcleos el liderazgo tenía

vinculación estrecha con el concepto de autoridad y la

autoridad no era un asunto impuesto, sino adquirido. Se


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Roberto Flores Salgado

conseguía con lo que se conocía en el dialecto de aquel

ámbito como “vida”. Era como una especie de perfume, aura

o algo parecido. El portador de esta autoridad no era el que

hablaba más golpeado, ni el de verborrea prodigiosa, ni el

de mayor talla o atractivo. Se conseguía con oración, ayuno

y lectura de la Biblia. Me imagino que posee vinculación

con el liderazgo de grupos informales, de filosofía telúrica o

cósmica.

Con el ejemplo no quiero decir que debemos

transformar a la escuela en un centro místico – caeríamos

en la negación de lo concreto como inmediato y urgente; la

educación requiere pragmatismo- sino en una disciplina

eminentemente humana cabe, con urgencia, volver a los

rudimentos del afecto, la solidaridad y los valores

esenciales.

En esta tarea es urgente extirpar del lenguaje

directivo el “dividir para gobernar”, que el liderazgo es un

asunto de perfiles más que de capacidades, que los

lineamientos del sistema post neoliberal no poseen la misma

utilidad en esta área, pues hablamos de personas y su


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Roberto Flores Salgado

formación, no de meros factores que de ser bien manejados,

pueden generar un producto.

Quizás el recuerdo que tenemos de los viejos

profesores era su preparación global, su amor por el

conocimiento, su cercanía con la gente. Quizás porque el

chileno campesino llegado a la urbe se recordaba a esa

persona que asistía los partos, que sabía de semillas, que

asesoraba en leyes a los obreros analfabetos, que ayudaba

a organizar a los sindicatos. En ese amor por el

conocimiento - nótese, no un mero academicismo- generaba

un espontáneo reconocimiento de autoridad, pero también

estaba la disposición, el ideal de poder cambiar el mundo.

No era un mero especialista; en él confluían los saberes. El

componente ético de su figura era fundamental.

Hay muchas lecturas – inclusive políticas- que

pueden explicar el descrédito de ese prototipo. El entender,

por ejemplo, que el saber es una especie de poder que

puede ser utilizado someter a un otro. Y para terminar esa

coacción, entonces, el ocaso del otorgar autoridad a un “tú”.

O tal vez otra lectura algo posmoderna consideraría el fin de

la cultura canónica, la caída de los muros de la biblioteca, el


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Roberto Flores Salgado

acceso libre de todos al saber, el fin del agente intercesor.

En otra lectura, el fin de las utopías, de los sueños, una

especie de existencialismo tardío, el creer en un mundo

mejor (construido con las armas del aprendizaje) podría

representar un objetivo fuera de foco en medio de contextos

nada más alejados del “romanticismo” de las quimeras

contemporáneas.

Lo cierto es que cada una de ellas mina uno de los

aspectos clave para el reconocimiento de la autoridad: la

confianza. Ésta es una especie de predisposición, el “prestar

buena voluntad” al otro. Si desconfiamos del otro

difícilmente lo consideraremos inspirador para nuestras

vidas.

He aquí un aspecto que no deja de ser importante. La

autoridad depende del formador, de sus cualidades

inherentes y adquiridas, pero también del receptor, del

estudiante, de los ciudadanos. Si nos sentamos en un aula y

partimos con la predisposición de que el tipo que está

enfrente es un “chanta”, entonces, nuestra confianza se

quebranta, la atención se desvía y, tras esto, decae la

motivación, nuestros esfuerzos por adquirir conocimientos,


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Roberto Flores Salgado

asimilarlos y aplicarlos. Se rompe toda una cadena, el

círculo virtuoso.

Sé que la actitud mencionada en el párrafo anterior

muchos de los que leen estas líneas la considerarán

válida.”Claro, no estoy para perder el tiempo asistiendo a un

curso dictado por un tinterillo que dice ser profesor”, podrán

decir, es comprensible desde un punto de vista. El error está

en que en dicha aseveración fundamental y categórica

perdemos más de lo que podríamos ganar que si dijéramos

“no importa, voy a aprender, siempre hay excusas para

hacerlo”. Esto no significa validar a todo personaje que se

pare frente a un curso a rayar cualquier barbaridad con un

plumón en la pizarra – allá la responsabilidad de los

directivos de las entidades capacitadoras, colegios y liceos-,

sino instaurar una cultura de discipulado (por recurrir a un

término cercano) en nuestra sociedad, parecida a la que

tenían nuestros abuelos y padres en el pasado quienes

otorgaban a los profesores ciega autoridad, considerándolos

una especie de vicarios de la sabiduría en el mundo

concreto.
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Roberto Flores Salgado

Aún retumba en mis oídos la expresión “la palabra del

profesor es ley”, tan repetida por nuestros mayores en los

tiempos pasados que, lejos de ser una peligrosa hipoteca a

la voluntad propia constituía una filosofía bendita del

“aprender de cada acción, cada contenido, cada

circunstancia”, no importando el caris, la forma, el método

ni el profesor. De nuevo dicho pensamiento, de nuevo la

necesidad de ver el aprendizaje no sólo dentro del aula, sino

como una acción vital, casi tan necesaria como el respirar o

el comer.

Si pensamos de este modo, dejaremos de endosar

toda la responsabilidad al docente o a la institución

educativa y asignaremos aquella al propio estudiante quien

es, en rigor, el protagonista de su propio aprendizaje.

Como se puede deducir, no hay personaje principal sin

responsabilidad y uno de los componentes de su

pensamiento sobre la propia educación es la confianza en

su maestro. Pero es la actitud que debe tener este último

frente a cada experiencia de aprendizaje; este ejercicio le

proporcionará empatía, otro factor relevante en la formación

del estudiante.
La Cimarra de la Cordura 91
Roberto Flores Salgado

Me pregunto si los burócratas que se alzan con las

ardientes críticas a la labor docente poseen esa concepción

antigua del aprendizaje, la de la original confianza, más aun

si consideramos que muchas veces los procesos de

evaluación, parten del opuesto y se agregan a ello otros

elementos como la punición, la soberbia y la rivalidad.

Es más que relevante partir de la confianza para

solidificar lo que conocemos con el nombre de liderazgo; sin

embargo no es un proceso gratuito, la confianza requiere un

trabajo colaborativo, silencioso y sostenido, donde todos los

actores involucrados ceden algo de sí para constituirla. Se

entenderá que el panorama actual no es ése. Lo positivo es

entender que el paso a los cambios depende

exclusivamente de nosotros y eso es, por decirlo menos,

esperanzador.
La Cimarra de la Cordura 92
Roberto Flores Salgado

CAPÍTULO OCHO: LA CRISIS DE LO COLECTIVO

Durante cerca de dos décadas, en pleno proceso de

formación, miles de niños y jóvenes escucharon de su

gobernante el discurso que denostaba la palabra igualdad,

que daba señales de la inutilidad de concentrar el poder en

el estado, que exaltaba y privilegiaba la capacidad de los

privados para manejar los recursos y, por ende, el poder. El

fisco sería sólo un ente rector, una especie de contralor de

lo que pasaba en el mercado. El discurso parecía coherente,

más aún cuando la mitad del planeta se ajustaba a ese

pensamiento. Los grupos de poder de los países

desarrollados se hicieron multimillonarios prestando dinero y

cobrando intereses usureros, “acogotando” a las naciones

en vías de desarrollo con la famosa “deuda externa”,

generando frente a este panorama una ética deleznable,

criminal, que acentuaba las diferencias entre clases, que


La Cimarra de la Cordura 93
Roberto Flores Salgado

justificaba la transacción injusta, la coacción en ellas, el

abuso al pobre. “Nos robaban la harina y luego nos vendían

el pan”, como dijera un famoso dicho popular.

Fue el tiempo en que las empresas estatales

sucumbieron frente al sistema, siendo primero

desacreditadas por los gobernantes con su irrespeto a los

sindicatos de trabajadores – tildando, a razón de ilegal, toda

huelga, por considerarla una afrenta para el país-, por su

perorata de que las empresas estatales generan más

pérdidas que utilidades, que era mucho mejor para el estado

deshacerse de ellas y luego recibir las utilidades que

generara su venta y los impuestos que tributaran a

posteriori. Fue así como se vendieron a precio de huevo,

siendo adquiridas por empresarios, mucho de los cuales son

parte de esta “nueva forma de gobernar”.

Es indudable que la reiteración por televisión, radio,

prensa escrita y el contexto, marcaran un surco en nuestras

conciencias de pequeños. Los profesionales de treinta,

cuarenta y cincuenta años seguramente poseemos en

nuestra conciencia esa enseñanza. Tenemos un

distanciamiento – por recurrir a un término suave- con el


La Cimarra de la Cordura 94
Roberto Flores Salgado

estado, es probable que hasta un peligroso irrespeto.

Seguramente no es gratuito. No hay respeto por la salud

pública, de los que atienden ni los atendidos (seguramente

con recursos, la gente preferiría una clínica de frentón), por

la educación escolar pública, por el estado mismo. Basta

recordar de los fraudes en Chiledeportes, en Ferrocarriles

del Estado, en el Ministerio de Obras Públicas, por nombrar

algunos. Y lo que es peor: los procesamientos que, en el

común de la gente, son vistos como “acciones punitivas”,

para desembocar en sobreseimientos o penas en presidio

remitido. Hoy gran parte de quienes han defraudado al fisco

caminan por nuestras calles, con los bolsillos atiborrados,

así como otros en otro tiempo, sin haber recibido castigo por

cometer graves violaciones a los derechos humanos.

Es difícil determinar qué es causa y qué

consecuencia. Por un lado podríamos asegurar que existe

un grupo de poder que es más que favorecido con este

pensamiento: en tanto el estado decrece, sus empresas

bien pueden, siendo proveedoras del mismo, crecer a pasos

agigantados o, por otro lado, aseverar que la conducta de

irrespeto podría generar que el Estado, en su descrédito, se


La Cimarra de la Cordura 95
Roberto Flores Salgado

vea en la obligación de desligarse de las operaciones que

bien pudiesen considerarse como lucrativas, en

contraposición a su rol “caritativo” o de bien común. Lo

cierto es que en este contexto, en este río revuelto, hay

ganancia para algunos pescadores, esto es, los mismos

grupos de siempre.

Uno de los hechos que me retumba en la mente es el

acontecido la fatídica noche del 27 de febrero de 2010,

donde una parte extensa de la nación sufrió la furia de un

terremoto y tsunami. Ha sido una de las noches más tristes

que recuerde de la historia reciente del país y, a la aflicción

se suma el accionar de distintos organismos estatales que,

con la distancia de los meses, podríamos aseverar no

estuvieron a la altura de lo que el país requería en el

instante. Es, por lo demás, en esos trances, cuando se

comprueba el temple de los líderes que el pueblo escoge

democráticamente.

Uno de los hechos de los que hablo es el que decía

relación con las comunicaciones entre la entonces

presidenta y las oficinas regionales de emergencia: los

celulares no funcionaron.
La Cimarra de la Cordura 96
Roberto Flores Salgado

El hecho puede ser leído de modo alegórico: todo el

aparataje comunicacional del estado dependiendo de un

canal manejado por privados, que en el momento más

urgente no funciona.

Lo aterrador vendría al siguiente día. Hordas

desesperadas saqueando parte del centro de la ciudad de

Concepción, sin una comunicación oficial, en un limbo o

anarquía, en ausencia de una autoridad que les señalara

qué hacer. La ex presidenta luego saldría al paso de las

críticas con un “es difícil saber qué hay que hacer, cuando

es un terremoto de estas características”, desconociendo

que desde que Chile es nación – incluso antes- tenemos

una tradición de país sísmico. Entonces, para sintetizar, no

hemos aprendido nada de nuestra propia historia.

El irrespeto o la desautorización al estado también

provienen de la base de la sociedad, del común de la gente.

Muchas veces se cree que el fisco es una especie de “Viejo

Pascuero” o entidad de beneficencia que debe socorrernos

en cualquier momento que lo precisemos. He oído a

personas en televisión que se le incendia la casa, le chocan

el auto, o pasa alguna calamidad similar, que exige que las


La Cimarra de la Cordura 97
Roberto Flores Salgado

autoridades respondan, que el alcalde o el presidente se

apersone para arreglar la situación; del mismo modo, se

pide que la educación sea gratuita y que la salud también

haga lo propio a modo de exigencia, como si fuese una

imposición por sí misma, una característica propia de

cualquier estado para serlo. No digo que no sea así, o no

pudiese ser así, pero no es el tono. El estado no es nuestro

siervo o genio de una lámpara, sino nosotros somos quienes

debemos estar a su servicio. Si nosotros mismos no lo

fortalecemos, será la instancia agónica, el árbitro desnutrido

del sistema.

Independientemente de cuestionarnos cuál es la

causa o el efecto del descrédito del estado, sé que esta

figura se fortalecerá cuando la ciudadanía en su conjunto de

pasos concretos, cambie su modo de pensar y actuar.

Sé que sería ideal que la educación pública retornara

de manos municipales al estado. Que en el área de salud

ocurriera lo mismo. Pero debemos pensar si realmente

estamos preparados para que esto ocurra, si la ciudadanía

en su conjunto cambiaría el swich de las malas prácticas

frente a la colectividad. Si los empleados públicos dejaran


La Cimarra de la Cordura 98
Roberto Flores Salgado

de tratar como “allegados” a los usuarios, si el personal de

los hospitales viera con humanidad a sus pacientes, si

algunos docentes de la educación municipal tomaran sus

cursos a tiempo luego del recreo, si los representantes de

cada gobierno actuaran como verdaderos servidores

públicos y no como proxenetas del fisco.

Recuerdo con estupor cuando era pequeño, que

muchas veces vi usar leche entregada en consultorios como

tiza para demarcar canchas de futbol. He ahí botar los

recursos del estado. No aprovechar la beca Junaeb para

rendir la PSU. He ahí arrojar a la basura 700 millones de

pesos. No devolver el viático no ocupado en el viaje pagado

por el municipio. Otro robo al estado. Y así, sucesivamente.

El amor a la vida colectiva creo, no es ni debiera ser visto

como un asunto utópico, menos impositivo. Surge, a mi

modo de ver del reconocimiento de la necesidad del otro

para la subsistencia; la ley de la colaboración, de la cual

hablábamos más arriba. Si fortalecemos al estado, en rigor,

fortalecemos nuestras propias existencias, podríamos vivir

en perfecto bienestar y conseguir el acceso a las

necesidades básicas de modo excelente. Pero es también


La Cimarra de la Cordura 99
Roberto Flores Salgado

un compromiso ético, así como lo es la educación, un

asunto que no depende de cuántas utilidades personales o

individuales voy a obtener. Me atrevería a afirmar que la

conciencia de lo colectivo se fortalece en la educación y es,

la educación, la que nos hace más humanos y nos enseña a

considerar al otro como un “legítimo otro”.

Sé que los detractores de esta idea tendrán más de

algún resquemor, un par de buenos argumentos para no

adherir a ella. Creo que la crítica es a propósito de la

tendencia asistencialista del estado, en el que ciertos

sectores de la sociedad siempre deben “ponerse”, en tanto

otros sectores “profitan” (por usar un barbarismo)

transformándose en perpetuos “parásitos”.

Recuerdo que en el mes de diciembre de 2004,

acompañé a un grupo de chicos del centro de estudiantes

del plantel en que trabajo, a una actividad navideña que se

realizó en un campamento ubicado en la comuna de Puente

Alto. Los alumnos se prepararon durante dos semanas

recolectando dinero y juguetes para preparar un desayuno

de navidad destinado a pequeños en situación de

marginalidad. Fue una actividad muy hermosa para todos,


La Cimarra de la Cordura 100
Roberto Flores Salgado

hasta que llegó el momento de la entrega de simples pero

significativos regalos. Los chicos habían calculado mal el

número de niños del campamento, por lo que faltaron dos

obsequios. La mamá de los pequeños se enojó tanto porque

sus chicos no habían tocado regalos, que increpó

duramente a la estudiante encargada de la actividad, tras lo

cual ésta quedó llorando. Fue bastante incómodo para los

estudiantes y el grupo de profesores el haber estado en

dicha situación, porque consideramos que esa señora exigía

con prepotencia algo que no era obligatorio darlo. Desde

ese momento, toda la ayuda solidaria que se genera en

actividades del colegio se canaliza hacia los miembros de la

misma comunidad que pasan por un trance difícil.

Hay varias lecciones que podemos extraer de este

caso verídico. Por un lado, dejar de considerar como

sinónimos las palabras “pobreza” y “humildad”, las cuales en

ocasiones usamos indistintamente. Por otro, la ayuda social

no sólo la requieren ciertos grupos, sino, en ocasiones,

personas que son de nuestra misma condición, que pasan

por momentos difíciles. Por último, algo mucho más

complejo, que cabe dentro de nuestro pensamiento como


La Cimarra de la Cordura 101
Roberto Flores Salgado

país, incluso hasta parte de la propia doctrina (para quienes

profesan el cristianismo).

Se nos bombardea con el “aprendizaje del dar”. Se

cita a la Biblia con el “más bienaventurado es dar que

recibir” (que algunos han interpretado como la máxima de

un boxeador), se nos enseña que “hay que dar hasta que

duela”, que Jesucristo dio su vida por nosotros y nosotros

tenemos que hacer lo mismo y sentencias de la sabiduría

popular tales como “hoy por ti mañana por mí”. Esto es

cierto, pero de modo parcial. No se ha enseñado que el

mensaje completo es que “todo tiene su tiempo… tiempo de

abrazar y tiempo de dejar de abrazar”, que también en la

parábola de los talentos el patrón confió equis talentos los

cuales debían ser trabajados por los siervos, esto es, que

uno tiene que aprender a recibir, no tan solo dar. Y que, en

la parábola de las bodas, las novias se negaron a dar de su

aceite, preocupándose de su responsabilidad primera que

representaba su propio buen desempeño. El paradigma

equivocado se quiebra al decir que la viuda pobre, citada

por Jesús como ejemplo de la buena ofrenda, dio todo lo

que tenía, no importando su condición social. La mala


La Cimarra de la Cordura 102
Roberto Flores Salgado

enseñanza (en el fondo la “mala costumbre”) es pensar que

sólo los ricos tienen que dar y los pobres tienen que recibir.

Todos tenemos que dar, y todos también tenemos que

aprender a recibir. Eso es igualdad, el mismo deber y el

mismo derecho para todos, no que los unos vivan a la

expensas del esfuerzo de los otros.

Sé que toda familia pobre y con decencia no espera

que se le dé sino que se la ayude, que se la apoye para

surgir. Es un poco el principio que sirvió a Muhamad Yunnus

para crear su célebre Banco de los pobres. Estos

necesitaban un pequeño capital para surgir. No deseaban

una limosna, sino un préstamo suficiente con el cual

empezar una mini empresa y dejar de ocupar el escaso

dinero pagado por sus clientes que por sus artesanías

pagaban un monto mínimo. Se dio cuenta que los bancos

tradicionales actuaban con prejuicio al negar préstamos a

estos artesanos pues suponían que por pobres no pagarían

sus obligaciones crediticias. Comprobó en la práctica que

los montos prestados eran devueltos por la mayoría de los

acreedores en los tiempos asignados. La iniciativa de

Yunnus es reconocida a nivel mundial; reafirma que los


La Cimarra de la Cordura 103
Roberto Flores Salgado

pobres, salvo excepciones deleznables, son un sector digno

cuyo objetivo no es parasitar del sistema sino recibir

oportunidades para salir del estado en el que se encuentran.

La educación tiene la clave para enseñar a pescar, no sólo

para regalar un pez, como dice el conocido refrán.

No podemos pretender construir un estado igualitario

si es que no existe el concepto de igualdad de deberes o si

poseemos conflictos semánticos con el término “justicia”,

que algunos acomodan solo al beneficio de ellos. Aquélla

que castiga a los ciudadanos honrados cuando se los multa

por no instalar la bandera, por no tener una tercera luz de

freno en su automóvil y premia a los delincuentes que con

una mínima fianza vuelven a delinquir a vista y paciencia de

todos. La medida no es dejar de sancionar por esas

pequeñas faltas, sino tener la misma premura en uno y otro

caso sino la justicia será - como en todo retrato que tiene

un aspecto exagerado- una caricatura de ella.

Volviendo al punto central de este capítulo, los

conceptos de colectividad y estado, no debiésemos pedir la

vuelta de la educación y la salud a las manos del estado, si

es que éste apenas los pudiese sostener con sus actuales


La Cimarra de la Cordura 104
Roberto Flores Salgado

brazos anoréxicos. La tarea es, entonces, fortalecer y

reformular positivamente aquél. Después, seguro, lo que

soñamos todos: la vuelta de la educación a manos del

estado.
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Roberto Flores Salgado

CAPITULO OCHO: ¿Y QUÉ ES LA VERDAD?

La confianza se ha de construir mediante la verdad y

ésta, de acuerdo a nuestra cultura, es posible que no sea

entendida por todos como lo mismo.

En nuestra niñez se nos habló de una verdad, por

cierto parcial, del pasado, lo cual marcó nuestras vidas con

surcos casi imborrables. Pero en la misma época, aquella

también fue matizada con falsedades de frentón, montajes,

manejo de la información y conductas lesivas que

involucraron al aparataje de gobierno en concomitancia con

los medios masivos. La misma historia de Chile presentaba

a los hechos y sus protagonistas desde una posición

denominada “oficial”, la cual debía ser aceptada como un

dogma. Felizmente el estudio de la Historia ha cambiado y a

las versiones oficiales se han agregado aquellas que

recurren a textos de épocas, crónicas de prensa, escritos


La Cimarra de la Cordura 106
Roberto Flores Salgado

diversos que nos muestran un acontecer más completo,

más realista, menos sacro del pasado. Logramos entender

que nuestros próceres eran seres como nosotros, con

defectos, pasiones y yerros, que tuvieron la virtud de ir un

paso adelante que sus contemporáneos, a veces por amor a

la patria, otras tantas por intereses personales.

Muchas veces me ha tocado atender a apoderados

que llegan furibundos al colegio, pidiéndome una entrevista

urgente con el propósito de recibir una explicación por algún

incidente en el que su pupilo ha estado involucrado. He

escuchado con atención. En ocasiones es debido a que,

según lo expresado por sus hijos, éstos se han sentido

víctimas de injusticias por parte de algún profesor de

asignatura. De acuerdo a la versión, uno tiende a adherir al

sentimiento de la víctima casi de modo inmediato, pero la

cordura insta a que antes de tomar cualquier decisión, uno

converse con la contraparte para recabar la otra parte de la

“verdad”. El ejercicio más sano es triangular la información

estando los involucrados frente al padre y el profesor jefe.

En innumerables ocasiones nos hemos caído de espaldas al

conocer que una de las versiones – y no tan sólo la de los


La Cimarra de la Cordura 107
Roberto Flores Salgado

alumnos- faltan a la verdad o cuentan los fragmentos de ella

que resguardan sus intereses.

En una de mis jefaturas de curso, hace unos cuatro

años atrás, viví junto al inspector general del

establecimiento un acontecimiento que cabe justo dentro de

esta reflexión.

Uno de los estudiantes que había llegado ese año,

fue denunciado por algunos compañeros que no quisieron

identificarse, como el responsable de media docena de

robos al interior del curso. Si me hubiesen preguntado si

tenía “pinta” de malandra, seguro que yo podría afirmar que

no. Era un chico de una familia de clase media, decente, no

tenía malas notas y se expresaba relativamente bien.

Cuando las denuncias concretas arreciaron, cité, en

colaboración con el inspector, a su apoderada quien, se

espantó y tomó nuestras palabras como una verdadera

ofensa. Llamamos al chico a la oficina y le hicimos las

preguntas de rigor, frente a las cuales reaccionaba como si

fuesen juicios infundados y calumniadores. Le citamos el

caso del robo de un celular. Una compañera decía haberlo

visto trajinando en una mochila, e incluso sacar el aparato,


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Roberto Flores Salgado

justo en hora de recreo, cuando la mayoría de los

estudiantes se encontraba en el pasillo o en el patio. La

madre, antes de que él pudiese defenderse, puso el grito en

el cielo, señalando que cómo era posible que a su hijo se lo

acusara de eso, que él no era un delincuente, que en su

casa poseía todo lo que un niño de su edad pudiera aspirar,

que no tenía necesidad alguna de estar hurtando. Le dijimos

a la señora que se calmara, que escucháramos a su pupilo

para que él explicara los detalles de esa acusación en su

contra. Como era lógico, negó todo, exigiendo la presencia

de la chica que lo inculpaba del delito.

Minutos después llegó la joven, que en desplante no

se quedaba atrás. Si era medio “parada” con los profesores,

esta vez ese defecto ayudó para defender su verdad y, de

este modo, solucionar el embrollo.

Escuchamos su versión; era básicamente la misma

que había referido el inspector instantes atrás. El muchacho

dijo “eso es mentira”, ante lo que la chica con asertividad

única señaló “¿cómo que es mentira, si tú mismo cuando

estabas sacando el celular y me cachaste, me dijiste que

nos fuéramos mitad y mitad?”. Bastó que terminara su


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Roberto Flores Salgado

exposición para que la mamá, se desplomara en su sillón,

llorando, a punto de perder la conciencia. El joven se tomó

las manos, entrelazó los dedos y quedó rojo mirando el

suelo. La chica pidió permiso y retornó a su sala.

La verdad había sido expuesta; ésta nos sirvió de

base para tomar las correctas decisiones disciplinarias

sobre el joven.

Está claro que la verdad y las decisiones no pueden

andar divorciadas dentro de nuestras aulas, tampoco en el

sistema. Pero el mediador de aquélla, cual es la

información, en ocasiones, contiene datos parciales,

sesgados, errados o, de frentón, mendaces, que hacen

equívocas las decisiones y, por lo tanto, ineficaces las

políticas.

Ya hablé de las fisuras sobre la veracidad que podían

contener los estudios estadísticos realizados al interior de

los colegios; se diferencian de los últimos en que en éstos

prima la voluntad, la conciencia.

Quisiera equivocarme pero en el sistema completo

existe un espíritu extraño, motivado por los intereses

individuales de ciertos grupos, que ha instaurado una


La Cimarra de la Cordura 110
Roberto Flores Salgado

política que mal podríamos llamar “desinformación”, aunque

pareciera ser ésta otra de las estrategias, para el empleo, el

trajín, el “sobajeo” de la información, con fines particulares.

Mencionarlo así pudiese representar para algunos lectores

mi subestimación a la inteligencia del ciudadano común;

me refiero, no obstante, a estrategias sutiles que mediante

el sesgo y a mecanismos que bordean lo subliminal intentan

conseguir sus propósitos propuestos.

No quiero alarmar a los lectores, tampoco generar

una epidemia de paranoia pero es tiempo que entendamos

que los medios de prensa, el gobierno, las voces “oficiales”

nos hablan desde “su objetividad”, no desde “la objetividad”

que pudiésemos entender como “verdad”. Creo que era a

propósito de esta diferencia que Maturana hablaba de la

(objetividad) así, usando paréntesis, para señalar que cada

uno habla de su verdad, esto es, de su experiencia

concreta, o su “circunstancia” en términos de Ortega y

Gasset.

Da la impresión que son los intereses de diversa

índole (en algunos casos eminentemente económicos) los

que empujan esta conducta. Eso es al menos lo que


La Cimarra de la Cordura 111
Roberto Flores Salgado

desearía pensar. Esto nos lleva a ser lectores y auditores

activos a no quedarnos con la información de un medio sino

comparar, contrastar, verificar. Es un ejercicio por lo demás

positivo. No hablo de un espíritu crítico puesto que esta

expresión tiene connotaciones equivocadas. Se habla de

alguien crítico como el amargado, el reaccionario, no el tipo

propositivo o el que con afecto expone lo que considera los

aspectos flacos para mejorar. Muchos de esta prosapia,

escudados en la “crítica” dejan permear su veneno, sus

frustraciones para hundir a quienes se atreven hacer algo.

La aspiración por la búsqueda de la (objetividad)

puede ser ejemplificado en la cinta de Michael Moore,

Farenheit 9/11 la cual habla de la manipulación de los

medios masivos de comunicación en lo que respecta a los

ataques de las Torres Gemelas y la posterior incursión

norteamericana en Irak, existiendo en la actualidad un

movimiento positivo de documentalistas independientes que,

lejos de los grandes consorcios periodísticos, se han

propuesto mostrar el lado B de los acontecimientos

recientes y sus trabajos circulan en Internet, festivales de

cine y en canales de televisión por cable. En tanto existan


La Cimarra de la Cordura 112
Roberto Flores Salgado

vías para enriquecer la visión sobre la realidad, que

permitan contrastar los puntos de vista, tendremos una

concepción más cabal de la realidad, la cual será útil para

tomar decisiones atinadas a cualquier nivel.

Sobre la información y la verdad, no puedo

sustraerme reflexionar en torno a un acontecimiento que

me llenó de pavor, oyendo mínimas voces de alerta en el

transcurso del tiempo, las cuales me logran reconfortar,

pensando que no soy el único que logra visualizar excesos

en las prácticas de algunos medios masivos.

En el año 2008 fuimos testigos de la muerte del

general José Bernales, oficial de carabineros que había

asumido el cargo tres años antes. Su deceso se produjo en

una visita protocolar que realizara con su esposa a Panamá.

En ese lugar, el helicóptero que le transportaba perdió

altura, estrellándose contra un centro comercial.

El extra informativo se realizó durante la transmisión

de un partido de fútbol, específicamente en la final del

latinoamericano sub 23. Al término de la misma, la

transmisión de Televisión Nacional de Chile (y


La Cimarra de la Cordura 113
Roberto Flores Salgado

posteriormente los demás canales de TV) reformuló su

programación, todo en función de la noticia.

Durante tres o cuatro días se transmitió la llegada del

cuerpo del infortunado general, las declaraciones de los

miembros del gobierno y el parlamento, las imágenes de su

vida, las misas en su honor; un bombardeo informativo en

torno a la figura. El periodista Pedro Santander, de la

Universidad Católica de Valparaíso, escribe con loable

precisión un artículo en el que coteja el caso con el de la

muerte de Lady Di. Las transmisiones televisivas habrían

creado un personaje “mediático”, distinto al real. Claramente

el cansancio– ocupado como arma para el control de

acuerdo a los estudiosos de movimientos sectarios- provocó

esa adhesión irrestricta, esas miles de personas en las

calles, los ataques de histeria o los lamentos de gente

común y corriente. Así la reacción de un país, frente a un

general casi desconocido meses antes, tras los “chicotazos”

de los medios, fue hasta caricaturesca. Se puede esperar

eso de las exequias de Augusto Pinochet (hablando de

modo “objetivo”), de una Gabriela Mistral, de Gladys Marín,

de un Gato Alquinta, del Cardenal Silva Henríquez, pero no


La Cimarra de la Cordura 114
Roberto Flores Salgado

de un general de bajo perfil, cuyos méritos si bien es cierto

no son menos, no superan lo realizado por otros grandes

generales que vivos aún, ni siquiera son mencionados o

reconocidos por los medios de comunicación. La trayectoria

del general Bernales tiene luces, así como sombras; el caso

es que la exposición mediática de su fallecimiento ocasionó

un fenómeno que me atrevería a situar dentro de lo que se

conoce como manipulación psicológica, con estructuras

parecidas al funcionamiento de las denominadas psicosis

colectivas, esta vez con la adhesión a la exaltación y no al

miedo como fin último.

Son comunes conocer casos de fakes o

informaciones falsas que a veces son entregadas por los

medios informativos, a veces burlando el rigor de los

editores periodísticos. Se cuentan por decenas los casos en

que, mediante Photoshop se han divulgado fotografías

acompañadas de información errada que al ser,

evidentemente impactantes, generan de por sí el interés

público, característica relevante de una buena noticia. Pero

a costa de una mentira no desvelada. Está el caso del

retoque digital a la fotografía de Bush quien escucha la


La Cimarra de la Cordura 115
Roberto Flores Salgado

lectura de una escolar en el preciso momento en que le

avisan que su nación está siendo atacada, el 11 de

septiembre de 2001. El libro que sostiene está al revés,

esto, me imagino, para cuestionar su capacidad intelectual.

También están los retoques a una imagen de la agencia

Reuters en que se muestra humo de explosivos sobre

Beirut, en los ataques de Israel en el verano de 2006; en

julio de ese mismo año se modificó una foto que mostraba el

disparo de tanques iraníes que se encontraban en ejercicios

militares. Dicha modificación, según se afirma, se hizo a

propósito del retraso del último detonar; esta imagen trucada

fue mostrada en “Financial Tribune”, “The Angeles Time” y

“Chicago Tribune”, entre otros medios.

Es innegable que estos casos, entre otros, deben ser

considerados como errores; en las actividades humanas nos

encontramos con éstos recurrentemente. El asunto está en

que muchas veces el equívoco, la intencionalidad, o la

mentira no son desmentidas con el mismo énfasis. Los

espacios de las “aclaraciones” son ínfimos, comparados con

los asignados a información original.


La Cimarra de la Cordura 116
Roberto Flores Salgado

Me imagino que este miedo a reconocer los errores

propios es también cultural. Nadie quiere, a cada rato,

desmentirse de lo que dijo, porque claro, el prestigio en esas

circunstancias caería fácilmente en el descrédito. No

obstante no podemos desconocer que en esa actitud

construimos una realidad disfrazada, lejana a lo “verdadero”.

Uno de los derechos del ser humano, según Maturana, es el

que tiene relación con el equivocarse. ¿Por qué fustigamos

a Vargas Llosa por transitar del marxismo a la derecha?

¿Por qué atacamos a Cardoen si en los ochenta fue

fabricante de armas y ahora se preocupa del patrimonio

cultural de la región en que vive? ¿Por qué tratar de

Pinochetistas a quienes tras reconocer las maldades del

régimen de facto intentan resarcir su participación en aquél

con su concurrencia en el actual servicio público?

¿Es que acaso no solemos equivocarnos, es que

acaso somos perfectos?

He ahí, de pronto la génesis de no reconocer los

errores: el miedo a perder el estatus. Pensamos que la

autoridad y el prestigio no se logran reconociendo errores y

ahí, paradójicamente, está nuestro error.


La Cimarra de la Cordura 117
Roberto Flores Salgado

Relacionado con el mismo tema, recuerdo en una

oportunidad en que participábamos en una dinámica grupal

con una veintena de docentes incluidos los miembros de la

dirección del establecimiento en el que trabajaba hace unos

ocho años atrás. El juego consistía en que la persona que

era escogida pasara al frente y debía responder a cuatro

preguntas: ¿Cuál fue tu mejor decisión en este año? ¿Cuál

tu peor decisión? ¿Cuál es tu mayor virtud? ¿Cuál tu mayor

defecto? Varios profesores salimos al frente y, por azar, dos

representantes del equipo directivo, la directora y la Jefa de

la Unidad Técnico Pedagógica. Una de las costumbres que

me llamó la atención de algunos profesores es que al

momento de decir su defecto, nombraban una virtud

superlativa. La directora, por ejemplo, dijo: “mi defecto es

ser demasiado tolerante”. Las exposiciones de los

profesores no distaban en espíritu de estas últimas

declaraciones: “mi gran defecto es ser muy paciente, ser

blando en exceso” y cosas parecidas. La guinda de la torta,

sin embargo, fue la participación de la jefa de UTP (que en

la actualidad es directora de un colegio) que al momento de


La Cimarra de la Cordura 118
Roberto Flores Salgado

decir su defecto simplemente se hizo “la loca”, dejando paso

de nuevo al moderador.

La perfección es también reconocer lo malo en

nosotros, ser honestos y sinceros, en otras palabras, decir la

verdad. Si los grupos seguidores de Arturo Prat, nos

mostraran al prócer tal y como fue, seguramente creeríamos

más en él; hasta ahora es una especie de parodia del

heroísmo, un personaje que es ubicado casi a la altura de

un apóstol. No es la idea: reconocer a alguien implica saber

que un sujeto, pese a los aspectos magros de su vida, dejó

que la virtud fuese más fuerte que lo negativo en su vida y,

por eso, lo honramos.

Es tiempo de extirpar de entre nosotros la mentira, la

verdad acomodaticia, o la verdad como instrumento de

nuestros egoístas intereses. Tal acción provocará en

nosotros vivir en una dimensión liviana, pacificadora,

dichosa. “La verdad nos hace libres”, dice una máxima

bíblica y la libertad nos lleva a la alegría, al descanso, a la

paz duradera. Sé que muchos esperan que otros digan su

verdad para luego manejarlos, pues el que sabe sobre

alguien puede poseer cierto grado de poder sobre él. No


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Roberto Flores Salgado

obstante, lo anterior, la actitud nos empuja a una nueva

dimensión: vivir “en” la verdad, entendiendo que ésta no se

refiere única y exclusivamente a una producción lingüística,

sino a la conducta misma.


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Roberto Flores Salgado

CAPÍTULO DIEZ: LA CIMARRA DE LA CORDURA

Las primeras veces que en el ejercicio de la profesión

docente me correspondió anotar a un estudiante por hacer

“la chancha”, tuve el dilema de qué vocablo utilizar para

consignar tal actitud en la hoja de vida del estudiante. De

acuerdo a la RAE es similar a la expresión usada en otros

países “hacer novillos”, locución verbal también coloquial

que significa “dejar de asistir a alguna parte contra lo debido

o acostumbrado”. En realidad, dentro de nuestro idioma y en

el uso concreto, no había otra palabra que sintetizara esta

acción, por lo que opté desde esa ocasión en ocuparla,

contra la formalidad requerida en dichos casos.

El hacer la cimarra es, en el fondo, una conducta

lesiva que perjudica al estudiante. Es hacer como que se va

al colegio y luego irse a otro lugar. Seguro hay casos de

cimarras por montones; a veces faltan a clases


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Roberto Flores Salgado

precisamente quienes son muy amigos, un grupo completo y

claro, luego de que el inspector llama a las casas se da

cuenta de que los apoderados juran ese día que sus pupilos

asistieron al colegio.

Recuerdo bien un caso de cimarra que me causó

mucha gracia: dos estudiantes esperaban micro en un

paradero, se suponía que en dirección opuesta al colegio, y

como a las ocho quince de la mañana. Justo pasaba por ahí

en automóvil un inspector de pasillo con el inspector general

y se detuvieron delante del paradero. Los estudiantes al ver

a ambos, con miedo extremo, huyeron rápidamente del

lugar, despavoridos, así como si hubiesen visto a la policía.

En la actualidad es sabido que muchos chicos de

distintos establecimientos de la región metropolitana hacen

la cimarra y se van al Parque Almagro a hacer vida social o

se dirigen a las bacanales espontáneas que se llevan a

cabo a los pies del Cerro San Cristóbal.

De acuerdo a la experiencia, la cimarra puede tener

motivos diversos. Muchas veces el estudiante tiene una

evaluación en dicho día y, por no haberse preparado no

asiste, posponiendo el compromiso evaluativo. Así luego se


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Roberto Flores Salgado

da unas vueltas en un lugar X, para llegar a su casa a la

hora más o menos similar a la que le tomaría si es que

hubiese ido a su colegio. También se puede dar en casos en

que el chico no lo esté pasando bien en el establecimiento,

debido a ser víctima de bullying y/o violencia escolar. En

algunas ocasiones, sobre todo en que los padres salen más

temprano que él de su casa, se puede producir la cimarra

sin que el joven salga de su hogar. Hablemos, entonces de

“Cimarra segura”, dejando claro que no por esto se valida o

justifica dicha opción.

Felizmente, si esta acción es algo recurrente en

nuestros establecimientos educacionales, debemos señalar

que no es una problemática grave. En un estudio realizado

por la Conace a mediados de año, sin embargo, se muestra

que existe una correlación entre el consumo de drogas, la

cimarra y las bajas calificaciones.

Me he referido a esta mala práctica a propósito de

explicar la alegoría que implica el título de este ensayo y

que es, coincidentemente, el mismo que el presente

capítulo.
La Cimarra de la Cordura 123
Roberto Flores Salgado

Cuando hablamos de cordura, en rigor nos referimos

al estar sanos, cuerdos, con nuestros cinco sentidos pero, a

la vez, aludimos al ejercicio de hacer reflexión, de meditar.

También a la actitud de ser prudentes, esto es, de andar con

cuidado evitando posibles daños futuros.

Al decir que la cordura hizo cimarra o acostumbra a

hacer cimarra, me refiero a que este aspecto tan importante,

ese cruce de reflexión, lucidez y prudencia han estado

exiliados de nuestras pláticas y debates sobre educación,

también de las políticas macro en el área y a veces en

nuestro propio ejercicio de la profesión docente.

La meditación es a veces atosigada por el ejercicio

de completar papeles, por la labor burocrática de revisar

fichas o por la nociva actitud del mucho hablar y el poco oír,

tan común en nuestros consejos de profesores. El discurso,

como mencionaba en la introducción es repetitivo, pero en

ocasiones no solemos ir más allá en el análisis, en las

causas profundas, en la interpretación de los elementos que

conforman el contexto.

La lucidez sucumbe frente a la mirada acostumbrada,

a la nula capacidad de extrañamiento o de tratar de ver las


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Roberto Flores Salgado

cosas desde afuera, con nuevos ojos para poder actuar de

modo distinto frente a los requerimientos que exigen los

nuevos tiempos. Cual enfermos depresivos nuestros

pensamientos sobre lo negativo, sobre los problemas son

recursivos, reiterativos y cíclicos; aquéllos minan nuestra

perspicacia, la cual es indispensable para atacar los

problemas que enfrentamos como agentes del sistema

educativo en el nivel en el que nos encontramos.

Lejos de nuestra práctica, huyendo como esos

estudiantes que hacen la cimarra, está la prudencia, esa

moderación necesaria para caminar despacio, firme,

tomando todas las precauciones del caso con el propósito

de dar directrices acertadas y sabias que cambien nuestras

líneas de futuro. Así como es imprudente el que toma un

préstamo no teniendo contrato a plazo fijo, como el que

pasa un cruce sabiendo que viene en la perpendicular un

automóvil a toda velocidad, o se toma una copa en tanto

aún se encuentra en tratamiento con antibióticos, es

imprudente aquel que toma decisiones no debatidas y

apresuradas con respecto a la educación.


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Roberto Flores Salgado

Hablemos de la cordura en estas tres potentes

dimensiones, la de la reflexión, la de la precaución y la que

agrega la acepción de la palabra, el cuidado al hablar. Así

también la palabra tiene su original significado en el hecho

de poseer juicio, estar en sus cabales o el demostrar

lucidez. El trajín es tan intenso, el bombardeo de “verdades”

tan extenuante, la vida citadina tan estresante que es

probable que la cordura esté destemplada, peligrosamente

amenazada por el sistema, más aun si éste no promueve

espacios para la espiritualidad, por ser estos contrarios al

pragmatismo del pensamiento científico.

Mientras escribo estas características me viene a la

mente un término recurrente del pasado, que pareciera

haber sido expatriado de nuestras pláticas y debates, aun

de nuestra vida intelectual: la palabra sabiduría. Si los

griegos la buscaron con urgencia, si los antiguos libros

sagrados nos hablan de ella como un bien preciado, si los

gobernantes del pasado eran exaltados por esta

característica, bien podríamos reparar en aquélla,

invitándola a formar parte de nuestros proyectos, de nuestra

vida. La cordura es una propiedad de la sabiduría y si


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Roberto Flores Salgado

pudiésemos tan solo procurar estuviese presente en el

proceso global de transformación de la educación que

deseamos con urgencia, siento que las cosas

verdaderamente cambiarían.

Frente a respuestas sabias todos quedan conformes.

Frente a acciones sabias, no hay otra cosa que aplaudir,

pues el guarismo encierra también la carga semántica de

ecuanimidad. En un ambiente en que los intereses

personales, el obsesivo refrendar con el reconocimiento

nuestros esfuerzos, en rigor el egoísmo y la exaltación de

nuestras diferencias, nuestras camisetas, nuestros títulos,

hablar de lo equitativo es, por decirlo de un modo, “hablar en

chino”. Seguro cada sector tenderá a interpretar de modo

distinto la expresión y lo que es ecuánime quedará

supeditado a la comprensión subjetiva de quien toma las

decisiones.

Por alguna extraña razón hemos provocado, entre

todos, que la cordura no desee venir a nuestras aulas, a las

salas de profesores, a las oficinas provinciales, a las

seremías, a los salones del Ministerio de educación. La

cordura ha estado sistemáticamente haciendo la cimarra. Si


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Roberto Flores Salgado

dijimos que lenguaje y pensamiento van de la mano, no

señalamos que los que hablan mucho sean grandes

“pensadores”, precisamente. He ahí la diferencia entre

inteligencia verbal y labia. Y hay un sinnúmero de hablantes

y escribidores que opinan sobre educación, pero hemos

olvidado que a veces en la vida es necesario los hiatos, los

silencios para reformular, para hacer catarsis y para

empezar de nuevo.

Este puede ser el momento de un nuevo punto de

partida. Considerar la opinión de los profesores aula,

conocer esta otra realidad, distinta a aquella que arrojan los

resultados y estadísticas. Detrás de ellas hay rostros de

jóvenes que esperan en nuestro debate y decisiones las

políticas correctas que les garanticen una vida feliz, un país

mejor, un lugar ideal en que, superando las diferencias,

podamos ser más humanos.

Los recursos están, las manos están, también los

beneficiarios que son las nuevas generaciones. Si

aunásemos las voluntades podríamos encender la chispa de

la revolución que todos queremos. Aquello depende

exclusivamente de nosotros.
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Roberto Flores Salgado
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Roberto Flores Salgado

Roberto Flores Salgado (Arica, 1974) ha sido


profesor aula durante doce años, en reparticiones
municipales y particulares subvencionadas. Es
licenciado en educación y profesor de castellano
por la Universidad de Tarapacá, Magister en
Educación, mención Consejería y Orientación por
la UMCE y Magíster en Literatura, por la
Universidad de Chile. Paralelamente a su labor
educativa se ha dedicado a la producción literaria
publicando dos novelas y dos libros de cuentos, en
espera de publicar en papel otros tres volúmenes.

En 2010 obtuvo el primer lugar nacional en el


concurso de Red de Profesores Innovadores
(Microsoft – Educar Chile) por su trabajo en torno a
plataformas virtuales.

Contacto: [email protected]

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