Revista Bajo los Hielos N°21
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Sergio Meier:
Retazos de una vida plena y singular
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Rooaa))
(Fotografía de Sergio Meier. Propiedad de Isabel Meier)
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El año 2009 una pérfida sombra cubrió el cada vez más famélico y usurpado ámbito
espiritual y cultural chileno.
Tres pérdidas. Todas significativas para el alma nacional. Irrecuperables.
Primero, el 28 de Febrero deja su cuerpo físico el notable escritor Miguel Serrano,
prosista de esta tierra austral, creador de universos y trovador del A-mor Mágico.
Segundo, a inicios de Agosto fallece Sergio Meier, a quien rememoraremos en
esta oportunidad.
Por último, durante Octubre, sigue los pasos de los anteriores literatos, doña
Giuseppina Grammatico, quien fuera Directora del “Centro de Estudios Clásicos de la
UMCE”. Grácil dama que, venida desde Italia, dio a generaciones la sabia luz de Grecia
y Roma, enamorando a muchos de las letras clásicas y del poder del Verbo.
Pude intercambiar ideas con todos ellos; y tener el privilegio de establecer
amistad con los dos primeros.
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Hoy quiero plasmar mis recuerdos en torno al ser profundo que moró en el
nombre de Sergio Meier.
ENCUENTRO
Debe haber sido el año 1991 cuando conocí a Sergio Meier. El momento providencial se
lo debo a Luis Saavedra, uno de los prohombres de la ciencia-ficción chilena, con quien
años después editamos el libro “Poliedro I”1 (del cual Meier con gran generosidad dijo:
“Los autores de Poliedro son algunos de los más destacados representantes de la
narrativa fantástica nacional”). Yo había fundado en 1990, y curiosamente en
Providencia (comuna de Santiago que trae a la mente la ciudad de Providence, donde
viviera Lovecraft), el año que se celebraba el primer centenario del nacimiento del
escritor de fantasía y horror H. P. Lovecraft, “La Liga Lovecraftiana”2. Debido a ello se
publicó una información al respecto en el diario “El Mercurio”, lo que me dio la
posibilidad de establecer algunos contactos con gente de la ficción literaria. Entre ellos,
Saavedra. Luego de ilustrarme sobre el ambiente y recomendarme algunos autores
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http://www.grupopoliedro.org/
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chilenos que habían explorado la temática de horror, me habló de Patricio Alfonso y
Sergio Meier.
Conseguí el número telefónico de Sergio Meier y, como era esperable entre dos
adeptos de lo misterioso, conversamos extensamente sobre nuestro recíproco aprecio de
la obra lovecraftiana. Me comentó algo sobre su novela “El color de la amatista”, la cual
estaba basada en algunas ideas lovecraftianas; me habló de Quillota – su Providence -;
me preguntó qué joyitas poseía del Maestro; y de otros asuntos menores. Pero lo
importante es que determinamos contactarnos prontamente en Santiago.
Y así fue. De inmediato, al solo verlo, una simpatía me invadió. Se trataba de una
persona vivaz, amable, sencilla, con mucho de estética antigua. Y luego comprendería
que además era un continente de saber. Me sorprendió su habilidad en el arte de la
conversación, en la pureza de gestos, y su contundencia en la representación de ideas.
Meier podía dar un salto de los mitos nórdicos a Kepler, y luego pasar al cyberpunk o
analizar la poesía esotérica de Yeats. Era ávido en conocimiento.
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http://lovecraft.orgfree.com
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Recuerdo una ocasión en que juntos fuimos a una librería de Santiago… ¡Cómo
devoraba con sus ojos y manos los últimos libros de ciencia ficción que habían llegado!
Y por cierto los ya clásicos. Raudo comentaba sus autores, explicaba los textos anteriores
de éstos, bebía las portadas. Resaltaba la importancia de la novela “Aegypt” de John
Crowley y recomendaba vivamente “El hombre en el castillo” de Philip K. Dick.
Mantenía en su ser la pureza del niño que se asombra ante cada cosa novedosa. (Virtud
extraña en estos días).
Mantuvimos por tres años, o algo más, una comunicación fluida. Personalmente
o por teléfono. Me ayudó mucho a realizar las primeras actividades de la “Liga
Lovecraftiana”. Por ejemplo, una charla que dimos en la Universidad La República. Allí,
como siempre, Meier se lució. No necesitaba apuntes y si los llevaba eran solo mero
adorno, pues él podía mantener cautiva la atención de los auditores por media hora, una
hora, y más si se lo proponía. También colaboró a través de trabajos sobre Lovecraft y
Tolkien en los primeros números del fanzine de nuestra cofradía. Me dio copias de unas
traducciones que él hizo de Dirk Mosig, erudito en Lovecraftiana, e intercambiamos
fotocopias de libros que nos interesaban.
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A Meier le gustaba la reflexión, la buena conversación, los datos menores que sin
embargo abrían nuevos horizontes. La posibilidad que August Derleth haya mal
comprendido la filosofía de su maestro Lovecraft o que - como decía Fritz Leiber - H. P.
L. fuera un “Copérnico literario” (ello debido a que Lovecraft sería el primer escritor en
sacar del centro narrativo al hombre, para privilegiar el ambiente) eran asuntos que
estimaba centrales de resolver.
QUILLOTA
Patricio Alfonso me había advertido al igual que Luis Saavedra sobre las extrañas
semejanzas entre Meier y su admirado Lovecraft. No sólo pude comprobar ello en
cuanto a ese dual interés lovecraftiano: mundo antiguo- mundo moderno; magia y
ciencia; mitología y física. Sino que además en la especie de reclusión voluntaria en que
vivieron H. P. L. y Meier. La razón de esta reclusión no hay que buscarla en la apatía, o
en la enemistad por los demás. Por ello me parece conducente a equívocos el título del
ensayo de Michel Houellebecq: “H.P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida”. Se
conoce el valor que Lovecraft asignaba a la amistad, a la belleza, a la armonía, a la
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cultura, a la Patria. Esta especie de imán que atraía a sus respectivas ciudades tanto al
caballero de Providence como al de Quillota (una ciudad ubicada en el Chile central, en
una zona poblada desde al menos trescientos años antes de la era cristiana, y con cierta
importancia arqueológica a nivel nacional; con una población comunal de cerca de
75.000 personas hacia el 2002), tenía que ver con un retorno a lo primordial, a los
iniciales recuerdos, a la fuente generadora de las primeras imágenes. También a esa paz
provincial, ajena al delirio de las grandes urbes.
Si el epitafio de Lovecraft reza “Yo soy Providence”, el de Meier perfectamente
podría haber sido “Yo soy Quillota”. Pienso que la auténtica avidez del chileno por el
conocimiento hundía sus raíces en el haber vivido y habitado en un medio como dicha
ciudad. Allí podía pasear hasta altas horas de la noche con seguridad, disfrutar de las
leyendas locales, no ser molestado por el mundanal grito de las ciudades mayores.
Además en Quillota aun quedaba la cordialidad de la gente sencilla, que se saluda en la
calle, incluso sin conocerse.
Con espanto Meier me comentó que un amigo de él, un sociólogo si mal no
recuerdo, le había dicho que la ola de delincuencia que empezaba a llegar a Quillota era
positiva, pues era señal de progreso. Y ello, según el interlocutor, porque mientras más
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riqueza había en un lugar, más delincuencia se presentaba. Meier estaba aterrado.
¿Cómo podían ser esos los criterios de avance social? Su tranquila y límpida Quillota se
trasformaría en una ciudad acelerada y violenta…
Habíamos recibido su invitación. Junto a un amigo por fin cumplimos el deseo de
ir a la casa de Meier. Fue un día grato, cálido. Nos recibió una ciudad con un
movimiento que se agotaba en la plaza de armas. Luego llegamos al hogar de Sergio.
Una casa grande se presentaba ante nuestros ojos. La empleada nos recibió. Apareció
Sergio Meier, repleto de afabilidad. Conversamos durante horas. Pude descubrir que no
sólo era buen escritor sino que también hábil dibujante. En el living de su hogar aprecié
una imagen fantástica femenina de atributos sensuales que Meier había plasmado. Nos
habló del cyberpunk, de su amor por la era victoriana, por las teorías de Leibnitz, por su
amor a los libros. Nos llevó a su dormitorio, donde los libros salían desde todas partes.
Al igual que yo en los tiempos que moré con mis padres, los había incluso debajo de la
cama. Todo espacio debía aprovecharse para contener letras, millones de letras, miles de
páginas. Y no solo libros; también revistas. Por ejemplo, la colección de “Nueva
Dimensión”, sin duda la más querida revista de fantasía que se ha editado en lengua
española. Él también amaba a los clásicos, tanto en literatura como filosofía, los cuales se
hallaban en las estanterías, en buenas ediciones.
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En la tarde fuimos a la plaza de la ciudad y seguimos la tertulia. O quizás la
oratoria, pues a Meier simplemente había que escucharlo. ¡Tenía tanto qué decir! Era un
gran cofre con ideas y saberes. Uno quedaba extasiado y parecía impertinente
interrumpir sus palabras.
Demasiado luego llegó el momento de retornar a la capital. Acordamos que Meier
nos visitaría allá en unas semanas. Empezó a oscurecer y retornamos en un bus con la
sensación de haber estado en Providence con Lovecraft.
En algún momento perdí el contacto con Meier. El estudio en la universidad, la
necesidad imperiosa de sumarse al mundo laboral, y mi participación en revistas de
estudios sobre religiones comparadas y esoterismo ocuparían ahora y en el porvenir
prácticamente toda mi atención.
RE-ENCUENTRO
Fue una sorpresa verlo allí. Jamás lo podría haber imaginado.
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Celebrábamos el 2008 un nuevo aniversario de la revista “Ciudad de los Césares”
(tal vez el único baluarte chileno y americano de aquel ejercicio hoy tan urgente que se
llama disenso), siendo oradores el poeta Armando Roa; el pedagogo Pedro Godoy;
Renato Carmona, quien fue editor de Jorge Luis Borges, Miguel Serrano, y otros
importantes literatos; Erwin Robertson, Director de la revista; y quien escribe. Pero, sin
que yo lo supiera, se esperaba otra voz. La de una joven promesa de la ciencia-ficción.
Era Sergio Meier, quien llegaba enérgico y vital.
Puedo asegurar que supo conquistar al público. Sí, como siempre lo hizo. Nos
sedujo con su teoría del retro-futurismo, que me recordó inevitablemente el arqueo-
futurismo de Guillame Faye. Se trataba de unir lo prodigioso del mito con la ciencia, la
magia con el saber de avanzada. Todo ello en la literatura, pero también en la vida.
Terminados los discursos, nos saludamos con gran afecto. Después de muchos
años en que perdimos la comunicación, el destino nos volvía a unir, en otro auditorio,
con otras personas. No fue mucho lo que pudimos conversar. Meier tenía otro
compromiso. Pero fue suficiente para poder delinear nuestras búsquedas, nuestros
actuales objetivos y así, por ejemplo, pude contarle que había dejado de lado al menos
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en el plano público el tema de la literatura fantástica, para reunir, concentrar, energías
en preocupaciones de orden espiritual. Se mencionó el Sufismo y la Kabbalah; pero
también incursionamos con brevedad sobre la narrativa chilena actual y el steampunk,
que Meier cultivaba. Físicamente era él mismo. Anímicamente también. No percibí en él
cambios. Era un auténtico alquimista.
Luego nos enviamos dos mensajes por e-mail. En el primero de ellos, el 16 de
Septiembre de 2008, me decía: “Estimado Sergio: Me alegró mucho el reencuentro en el
lanzamiento del último número de Ciudad de los Césares. Vinieron a mi memoria
nuestras interesantes charlas y actividades juntos con Lovecraft... Muy interesantes tus
sitios, los revisé con atención. Espero que tengamos la oportunidad de intercambiar
ideas sobre los temas herméticos que tenemos en común”.
Menos de un año después, supe por mi amigo Patricio Alfonso que Meier había
muerto. Ese fin de semana fue extraño, incómodo, ominoso. Le di mis condolencias a su
señora, Isabel, y ella me habló del gran apoyo y cariño de sus amigos. Isabel estaba
tranquila, serenísima. Me habló que durante mucho tiempo mi amigo soportó
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estoicamente la enfermedad, el maldito cáncer. Era además un hidalgo que ocultó el
sufrimiento para no causar preocupación en sus amistades.
Me costaba imaginar que alguien como Meier desapareciera. Siempre lo tuvimos
cerca. Era un ser querido, respetado, admirado. En una palabra: necesario. Y ello no sólo
por tratarse de un ser humano, sino que porque era un signo distinto, un camino
independiente.
GLORIA
¿Qué ha de permanecer de Meier? ¿Qué recuerdo debemos pulir en nuestras mentes
para inmortalizarlo? Tal vez, muchos. Pero hay algunos que no se han de callar. Por
ejemplo, el ser cultor de la conversación inteligente. Nunca le escuché una mala palabra,
ni tampoco una innecesaria. Tampoco percibí envidia, ni interés por saber de la vida
privada de otros. Era un caballero.
También, su naturaleza culta. Él sabía que ello no implica sólo leer o poseer miles
de libros. Ser culto es poder comprender que la historia de la humanidad tiene hitos y
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que éstos han de estudiarse. Él podía captar lo esencial de un libro; resumir ideas
complejísimas. Amaba el pasado como una manera de entender el presente y acercar el
futuro. No le gustaba encasillarse, pues sabía que hay belleza en muchas cosas; por ello
no descartaba la física ni la poesía anglosajona como tampoco el cómic y la literatura
pulp.
Hoy Sergio Meier está en la gloria, su gloria. Se ha ido de este plano, pero pudo
cosechar con habilidad de artesano el amor, amigos, y urdir una leyenda. Pues hay
voces que en la noche rememoran a aquel ser de estampa victoriana rodeado de naves
espaciales y manuscritos de saberes ominosos, en su Providence, en su Quillota amada.
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© Sergio Fritz Roa y revista Bajo los Hielos por la edición virtual
Para citar este trabajo, se ruega indicar la siguiente URL:
http://www.bajoloshielos.cl/21fritz.pdf
Más textos sobre Sergio Meier, aquí:
http://www.bajoloshielos.cl/21.htm
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