MAGNIFICAT, Comentario

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EL "MAGNÍFICAT".

“EL PODEROSO HA HECHO OBRAS GRANDES POR MÍ".


(Lc. 1, 46-55)

Felipe Fernández Caballero

INTRODUCCIÓN

Por el mensaje del Ángel en la Anunciación, por las palabras de Isabel llena
del Espíritu Santo y por la Sagrada Escritura, a la que ambos se refieren, María
reconoce que el Señor ha hecho en ella obras grandes. Sus palabras son un himno
a la acción salvífica de Dios, que alcanza ahora su consumación.

Con himnos semejantes cantó también la Iglesia naciente las grandes obras
de Dios (Hch 2, 46s y Ef 5, 18). Y la comunidad cristiana, al incluir el himno de María
en su oración vespertina, no hace otra cosa que expresar, con su alma y con su
espíritu, el gozo mesiánico que penetró las profundidades de María.

Quien capte el dulce encanto del Magnificat se sentirá llamado también por el
Espíritu al abandono absoluto en las manos del Señor que caracterizó toda la
existencia de María de Nazaret.

I. EL CONTEXTO

Su encuadre en el relato de la Visitación

Lucas sitúa el relato de la visitación (1,39-56) tras las dos escenas de


anunciación a Isabel y María (1,5-22 y 1,26-38). Abunda en alusiones a la situación
particular de las dos mujeres y sobre todo a los dos niños de los que son
portadoras: «el niño saltó de gozo en el seno» de Isabel» (v. 41); «bendito el fruto de
tu vientre» (v. 42); «la madre de mi Señor» (v. 43); «el niño saltó de alegría en mi
vientre» (v. 44). Las dos madres se muestran como creyentes maravilladas,

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anhelantes de referir a Dios lo que les ha ocurrido: Isabel bendice a María (1,42-45);
y María a su vez bendice a Dios: es el Magníficat.(1,46-55)

La oración de María empalma con las palabras precedentes de su prima Isabel.


La proclamación del v. 48b: "en adelante todas las generaciones me llamarán
bienaventurada", es un eco de la felicitación de Isabel en el v. 45: "Dichosa tú que has
creído, porque lo que se te ha dicho de parte del Señor se cumplirá". Y cuando oímos
decir a María: "Mi espíritu exulta en Dios mi Salvador” (v 47), se nos viene a la
memoria la exclamación de Isabel, tres versículos antes: "el niño ha exultado de
alegría en mi seno".

Sus afinidades con el relato de la Anunciación

Son evidentes las afinidades del Magníficat con el relato de la Anunciación.


La respuesta de María al Ángel. "He aquí la esclava del Señor" ¿no se convierte en
oración agradecida cuando María reconoce que Dios "ha puesto sus ojos en la
humildad de su esclava"?. Así también, "El poderoso ha hecho obras grandes por
mí" guarda estrecha relación con "El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (1,
35) y con "nada hay imposible para Dios".

Su inspiración en el Antiguo Testamento

Visto en su conjunto, el cántico nos sitúa además en la tradición profético-


orante del Antiguo Testamento (cfr 1Sam. 2,1; Hab 3, l8). La fórmula inicial: "Mi alma
engrandece al Señor" evoca el comienzo del salmo 103: "Alma mía, bendice al
Señor". Las palabras: "Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre los que le temen" es una cita casi literal del v. 11 de este mismo salmo. Por
último, las palabras de María: "y santo es su nombre" son también un eco de aquella
fórmula inicial antes referida del mismo salmo.

La primera parte del v. 51: «hace proezas con su brazo», tiene una evidente
orientación veterotestamentaria. La imagen del «brazo divino» se refiere, excepto
en algún caso que trata de la justicia individual, al poder demostrado por Dios
en la creación, en la ulterior dirección y conservación del pueblo de Dios y en la
aportación de la salvación escatológica Pero las menciones más frecuentes del
«brazo de Dios» lo son en cuanto artífice de las grandes gestas exílicas. La
frase estereotipada, que hace referencia en todo el Antigu Testamento a la
redención del pueblo israelita en Egipto es: «con mano fuerte y brazo
extendido». Esta nomenclatura llegará hasta el Nuevo Testamento
La expresión, poco frecuente, del v. 49a, «el Poderoso ha hecho
grandes cosas por mí», evoca de manera preferencial las hazañas realizadas
por Dios para liberar a su pueblo de la esclavitud de los egipcios (Dt 10,21)
Ahora bien, el v. 51 tiene contactos literarios con el v. 49a, lo que inclina a
pensar que la afirmación de este último aparece recogida en v. 51a y que, en
consecuencia, persiste el significado referido a la intervención de Dios para
sacar a su pueblo de Egipto.
De este modo, mediante la evocación del acontecimiento salvífico del

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éxodo, se traza un paralelismo entre la primera liberación del pueblo elegido y
la que inaugura el misterio de la Anunciación. La liberación primera estaba
destinada a quienes eran incapaces por sí mismos de salvarse, liberándose de
su esclavitud, humillación y opresión. La salvación de la que se hace eco el
Magnificar está dirigida a los «fieles del Señor» (v. 50), que son los débiles, los
pobres, los humildes. Pero la fuerza de Dios que se manifiesta salvando a los
«anawim», inevitablemente entrará en conflicto con los arrogantes y potentes
de este mundo.

Su relación con las Bienaventuranzas

El relato de las bienaventuranzas de Mateo pone el acento en la disposición


de los creyentes (los "pobres de espíritu", Mt 4,3) respecto de Dios. Lucas, sin
embargo, acentúa las disposiciones de Dios en relación con los creyentes (Lc 6,20).

La intervención de Dios en favor de María es, a los ojos de Lucas, una


ilustración de lo que Jesús proclamará luego que constituye la felicidad de los
pobres: su pertenencia al Reino de Dios. María se cuenta entre los de humilde
condición, los pequeños y los pobres, a quienes profetas y salmos prometen con
frecuencia la salvación. «Que no ha de ser dado el pobre a perpetuo olvido, no ha
de ser por siempre fallida la esperanza del mísero» (Sal 9,19). «Porque así dice el
Altísimo, cuya morada es eterna, cuyo nombre es santo: Yo habito en la altura y
en la santidad, pero también con el contrito y humillado, para hacer revivir los
espíritus humildes y reanimar los corazones contritos» (Is 57,15). «Tú eres el Dios
de los humildes, el amparo de los pequeños, el defensor de los débiles, el refugio
de los desamparados, y el salvador de los que no tienen esperanza» (Jdt 9,11)

Jesús, en sus bienaventuranzas, recoge esta promesa: «Bienaventurados


los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3). .

Las generaciones venideras reconocerán en María el tipo de los


bienaventurados según el Evangelio. Cuando ella dice: "me llamarán dichosa", se
siente beneficiaria de esa dicha que, según Jesús, alcanzará a los pobres en el
Reino de Dios. No olvidemos también que el Magníficat pone la felicidad de los
pobres y de los hambrientos en oposición con la desgracia de los ricos y saciados.
Es la misma oposición que Lucas establece entre la dicha de los pobres,
destinatarios de sus cuatro bienaventuranzas, y la maldición de los ricos y los
satisfechos, de los que ahora ríen y de aquellos de quienes todos hablan bien, que
ya han recibido su recompensa.

II. ESTRUCTURA DEL CÁNTICO

Visión de conjunto:

EL evangelio hímnico de María,

- es un cántico de alabanza al Dios poderoso, santo y misericordioso (1, 46-49);


- que propone las leyes fundamentales de su acción salvadora (1, 51-53);

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- y ensalza la fidelidad de Dios a sus promesas (1 .54-5)

Podemos dividirlo en tres partes:

- En la primera, María proclama las grandes cosas que Dios ha hecho en su favor (v
49); expresa los sentimientos de alabanza, de júbilo y de humildad que suscitan en
ella (v 46-48), y subraya los rasgos más luminosos de la imagen de Dios en el
Antiguo Testamento: su poder, su santidad y su misericordia.

En este primer movimiento del cántico mariano (cf. Lc 1,46-50) cabe destacar,
de hecho, cómo resuena constantemente la utilización de la primera persona: «mi
alma [...], mi espíritu [...], mi Salvador [...], me felicitarán [...], ha hecho obras
grandes por mí [...]». El alma de la oración es, por tanto, la celebración de la gracia
divina que ha entrado en el corazón y en la existencia de María, haciendo de ella la
Madre del Señor. Escuchamos la voz de la Virgen hablando así de su Salvador,
que ha hecho cosas grandes en su alma y en su cuerpo.

-En la segunda se habla de la humillación que Dios infligirá a los soberbios y a


los poderosos (v.51); y en forma de paralelismo antitético se anuncia la suerte
de los potentados y de los humildes (v. 52), la de los hambrientos y los ricos
(v. 53)

Aquí se revela especialmente la espiritualidad de los «anawim» bíblicos, es


decir, de aquellos fieles que se reconocían «pobres» no sólo por el desapego a toda
idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la humildad profunda del
corazón liberado de la tentación del orgullo y abierto a la gracia divina salvadora.
Todo el Magníficat se caracteriza por esta «humildad», en griego «tapeinosis», que
indica una situación de concreta humildad y pobreza.

- En la tercera se tiene en cuenta al pueblo de «Israel, su siervo», es decir, la


comunidad del pueblo de Dios que, como María, está constituida por quienes son
«pobres», puros y sencillos de corazón.

Se pone aquí de relieve el claro mesianismo de este pueblo, con un


marcado carácter universalista. Las características de este mesianismo son
muy relevantes: el auxilio de Dios a su pueblo (v. 54); la manifestación del amor de
Dios «acordándose (= mnestenoi) de su misericordia», que aquí tiene el sentido
de «realizar, cumplir» la misericordia y la fidelidad prometidas por Dios a Israel
en la revelación veterotestamentaria, tanto en los hijos como en los padres
(Abrahán y su descendencia) (v 55-56).

Las tres partes del poema presentan, pues, una clara conexión y unidad: la parte
primera queda sintetizada en la expresión «hizo en mí grandes cosas»; y la
segunda y tercera son el cumplimiento mesiánico de las promesas en aquel
que María lleva en su seno.

III. ASPECTOS ESENCIALES DE SU MENSAJE

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A.- El DIOS DE MARÍA

Saliendo de sí misma, María se abre en su cántico al Señor que es grande y


debe ser engrandecido; y, a la par, volviendo sobre sí misma, se sumerge en la
alegría de Dios como Salvador.

María expresa el ser de Dios en tres gestos fundamentales:

a) mira de una forma explícita a María e implícitamente a todos los hombres;


“Ha mirado la humillación de sus esclava “(1,48)

b) actúa en María (1,49) y en los hombres (1,51), en un despliegue que se


expresa en las tres grandes inversiones de la culminación humana expresadas en
1,51-53;

c) acoge explícitamente a Israel y en Israel a todos los hombres (1,54).

Este Dios que mira,actúa y acoge, ha venido a expresarse en tres títulos:


poderoso (1,49a), santo (1,49b) y misericordioso (implícitamente en 1,50).

La unión de esos títulos y especialmente la correlación entre santidad y


misericordia definen el sentido de su presencia entre los hombres. Se trata,
finalmente, de un Dios que cumple, es decir, que recuerda su palabra de
misericordia, estableciendo una historia de fidelidad (cf. 1,54-55).

Todos estos gestos y títulos de Dios se explicitan en nuestra estrofa a


través de dos palabras clave: Kyrios, es decir, Dios como exaltado, poderoso,
grande, santo, y Soter (Salvador), El Dios grande y santo es un Dios cercano y
misericordioso que acoge a los hombres y transforma la historia.

María engrandece al Kyrios. En el original griego del Evangelio de Lucas


nos encontramos con siete verbos en aoristo, que indican otras tantas acciones
que realiza el Señor de manera permanente en la historia: «Hace proezas [...],
dispersa a los soberbios [...], derriba del trono a los poderosos [...], enaltece a
los humildes [...], a los hambrientos los colma de bienes [...], a los ricos los
despide [...], auxilia a Israel». En las acciones de Dios, María ha descubierto su
grandeza y por eso le canta, le engrandece. Es la sierva del Señor (cf. 1
38.48) y como tal se pone en sus manos.
Pero María no ha encontrado sólo al Kyrios. Si así fuera, el Magnificat
sería simplemente una expresión de vasallaje. El Señor es, a la vez Soter,
salvador que está cercano, que es amigo que mira, acoge, ayuda y transfigura.
La revelación de la grandeza de Yahvé va siempre unida al descubrimiento
de su cercanía y misericordia. Por eso al movimiento de salida (engrandece mi
alma al Señor...) sucede la alegría del orante que se pone en manos del Señor
que se desvela comomi Salvador. Sólo en la convergencia de las dos líneas de
santidad-misericordia (1,49b-50a) y de señorío-salvación (1,46b-47) encuentra
el Magnificat su sentido y equilibrio.

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B.- EL DIOS DE LOS HUMILDES

En las siete obras divinas antes mencionadas queda patente el «estilo» en el


que el Señor de la historia inspira su comportamiento: se pone de parte de los
últimos. Con frecuencia, su proyecto queda escondido bajo el terreno opaco de
las vicisitudes humanas en las que triunfan «los soberbios», «los poderosos» y
«los ricos». Al final, sin embargo, su fuerza secreta está destinada a manifestarse
para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios: los «fieles» a su
Palabra, «los humildes», «los hambrientos»,

Los vv. 50- 53 nos presentan tres antítesis que caracterizan, por contraste, la
conducta de Dios con las diversas categorías de personas:

- los que temen a Dios, por oposición a los orgullosos (v. 50, 51)
- los poderosos, por oposición a los humildes (v. 52)
- los hambrientos, por oposición a los ricos (v. 53)

Estas tres antítesis se sitúan en tres perspectivas diferentes:

1.- El creer o la perspectiva religiosa. “Él hace proezas con su brazo:


dispersa a los soberbios de corazón”

Esta dimensión religiosa es clara respecto de los "temerosos de Dios”.


Pero es también evidente respecto de los "orgullosos".

El término «soberbia» y sus afines, como orgullo, arrogancia, presun-


ción, insolencia, etc, son utilizados con profusión en el A. Testamento. Para la
Biblia, el orgulloso es el que se pone por encima de Dios; al revés de los que temen
a Dios, se concede mayor importancia a sí mismo y a su universo que a Dios.

En la Biblia hunde también sus raíces Lc 1,51, que expresa la reacción de


Dios dirigida a devaluar las pretensiones del orgullo humano, por una parte, y a
buscar el reconocimiento de su propia majestad, por otra.

Su primera parte refleja la potencia misericordiosa de Dios en favor de los


pobres y humildes, en favor de sus fieles (v. 51a) y, aunque en el Magnificat la
fuerza de Dios actúa en el mismo sentido que la misericordia, es cierto también
que Dios no puede poner su fuerza al servicio de su misericordia en favor de
los humildes y débiles sin que esta fuerza entre en conflicto con la de los
grandes de este mundo.

La segunda parte (v. 51b) recoge el resultado de este conflicto, pero


contiene también un acto de misericordia: lograr la victoria sobre los soberbios
supone hacerles reconocer su impotencia ante Dios y devolverlos a la humildad
de corazón, porque sólo de esa manera podrán emprender el camino de la
salvación, acogiendo a Dios como su Señor y Salvador.

El temor de Dios y la humildad sitúan al hombre en actitud de apertura y

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disponibilidad. El prototipo de esta actitud es para Lucas la Madre del Señor. El
término “humillación” que ella se aplica a sí misma hace referencia a su condición
social de pobre, unida a una profunda religiosidad manifestada en su inquebrantable
fe y confianza en el Señor

2.- El poder, o la perspectiva política: “Derriba del trono a los poderosos y


enaltece a los humildes”

La tradición bíblica distingue el poder anclado en criterios humanos del


poder tal como Dios anima a ejercerlo. De hecho, Yahvé se muestra como un
Dios poderoso que invita a compartir su fuerza para instaurar en el mundo su
reino escatológico. Por otra parte, se enfrenta a los poderosos, cuyo
engreimiento pretende bloquear la dinámica divina. Y así es cómo las
intervenciones divinas sirven para ir delimitando los horizontes de ese «poder»
constructivo, de todo punto necesario para implantar en el mundo el reino de la
paz, la justicia y el amor. Se impone en consecuencia mostrar cómo la fuerza
(“dynamis”) de Yahvé se opone al poder mundano, el cual va recibiendo su
golpe de gracia conforme Dios estimula a quienes encarnan esa fuerza
realizante, cuya expresión más lograda ha de buscarse en Jesús de Nazaret.

Dios hunde siempre a los altivos (Is 2, 11-16), mientras estimula a los
humildes (Sal 113, 7-9).Y esto es precisamente lo que ocurre en el cántico de María
("derribó a los poderosos de sus tronos y ensalzó a los humildes”, v 52 ), que en
este caso halla su más claro paralelismo en Eclo. 10,

Esto es lo que proclama audazmente María: Dios no valora a las gentes con
los criterios de los hombres. La cima del éxito humano, la subida a la cumbre del
poder, no confiere ningún privilegio en el orden de los favores de Dios. Estos, por el
contrario, privilegian a los humildes, a los que carecen de poder, a las personas sin
importancia a los ojos humanos.

La vida del creyente ha de inspirarse en la actitud humildad de María ante la


presencia mesiánica de Jesús. Tal es, en realidad, el contenido más hondo del
mensaje evangélico, donde el desvalimiento humano se erige en la expresión
más lograda de un poder capaz de liberar al mundo de todo resabio de opresión.
La tradición bíblica intentó alimentar entre el pueblo una esperanza firme de que
dicha meta podría ser alcanzada algún día por el hombre. Para ello era preciso
apoyarse, no en el esfuerzo personal, sino en el poder de Dios. ¿No es esto lo
que manifestó también la intervención de Dios en María: "Puso los ojos en la
humildad de su esclava" (1, 48a)?

3.- El tener, o la perspectiva económica: “A los hambrientos los colma de


bienes y a los ricos los despide vacíos”

El Magnificat recoge aquí la alabanza, transmitida a lo largo del A.


Testamento, del Dios que en su misericordia sacia a los hambrientos y a los hu-
millados que le temen (Lc 1,53). Jesús proclamó también la dicha para los
hambrientos en las bienaventuranzas (Lc 6,21; Mi 5,6).

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En la primera .bienaventuranza son los "pobres" los que figuran en contraste con
los "ricos". Aquí se hace referencia a "hambrientos", de los que se afirma que son
saciados de bienes, en oposición a los ricos, que son despedidos con las manos vacías
(1,59). La referencia a la situación económica es patente: si uno pasa hambre es
porque carece de lo necesario para procurarse alimento, porque es pobre.

Los «hambrientos» son aquellos que están dolorosamente privados de


todo aquello que, exterior o interiormente, es necesario para una vida según la
voluntad de Dios, ya que el hambre es algo que Él no quiere. Estos
hambrientos y empobrecidos, al no poder ayudarse ellos mismos, se vuelven a
Dios y esperan en él, en virtud de su promesa. Sólo ellos son quienes hallan en
Jesús la ayuda del Dios vivo. Ignorantes, despreciados, excomulgados,
pecadores, desesperados... A ellos acogía y con ellos comía (Lc 15,1-2).

Esta palabra de dicha, ya prometida en los salmos y en los profetas,


empieza a salvar a partir del momento en que es pronunciada, escuchada,
acogida y obedecida. Los «hambrientos» a quienes Dios sacia, según María en
el Magnificat, y a quienes Jesús llama «bienaventurados», son los «creyentes»,
que ante la propia debilidad buscan en Jesús la ayuda que Dios les alarga.

Esta hambre, que va a ser saciada, no indica el esfuerzo por llegar a un


comportamiento, conducta o actitud justas, sino el deseo ardiente de hacer la voluntad de
Dios. En Jesús viene el reino de Dios, de ahí que en Él sea saciada esta hambre y privación.

Las tres antítesis del Magníficat que hemos analizado tienen algo de
revolucionario: van contra las escalas de valor que prevalecen en la vida social. Es
cierto que ante Dios todos los hombres tienen su oportunidad; y que para ser
privilegiados, también los pobres tienen que abrirse a la salvación. El que se abre a
ella se hace rico, "colmado de bienes", aunque sea pobre; el que se cierra a ella se
ve despedido "con las manos vacías”, aunque sea rico. La apertura a Dios, la actitud
religiosa del hombre, domina por tanto todas las antítesis. La salvación de Dios es
para los que le temen, sea cual fuere su condición.

C.- EL DIOS DE ISRAEL

La gran hora de María es también la gran hora de su pueblo. Al


comienzo de su cántico habló María de la salud que Dios le había preparado,
al final habla de la salud que alborea para su pueblo. Lo que sucedió en María
se realiza en la Iglesia de Dios. En María está representado el pueblo de
Dios.

El siervo de Dios es el pueblo de Israel. «Pero tú lsrael, eres mi


siervo; yo te elegí, Jacob, progenie de Abraham, mi amigo. Yo te traeré de
los confines de la tierra y te llamaré de las regiones lejanas, diciéndote: Tú
eres mi siervo, yo te elegí y no te rechazaré» (Is 41,8s). Ahora va a tener
cumplimiento la misericordia de Dios y la fidelidad a las promesas. María se
reconoce una con el pueblo de Dios. La historia de su elección termina en la
historia de su pueblo, y en la historia de su pueblo llega a la perfección de su

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propia historia.

La promesa de la salud se hizo a a Abraam y a su descendencia(Gn


12,2). Abraham recibió la promesa, María toma posesión de la realización, el
pueblo de Dios recibirá los frutos. María, con el fruto en su seno, es el
corazón de la historia de Israel.

En la escena de la anunciación, después de decir el ángel a María que iba a


tener un hijo, le indicó también lo que este acontecimiento iba a suponer para Israel:
"El Señor Dios le dará el trono de David, su padre. Reinará en la casa de Jacob para
siempre y su reino no tendrá fin" (Lc 1, 32). Lo mismo hace el Magníficat: después
de haber cantado las maravillas hechas por Dios en María, indica lo que este
acontecimiento representa para Israel: interviniendo en María, Dios ha venido a
socorrer a su pueblo y ha manifestado que se acordaba de sus promesas.

En María todos los humildes han sido ya de alguna forma tocados por Dios,
ya que Dios ha manifestado a través de ella el interés que tiene por ellos y cómo
son sus predilectos. La intervención maravillosa de Dios con María marca, por tanto,
el cumplimiento decisivo de la salvación y de las promesas en favor de Israel.

CONCLUSIÓN

Las palabras de María en su himno de alabanza a Dios nos sitúan en el


corazón mismo del Evangelio: la confianza absoluta en Dios y la búsqueda, por
encima de todas las cosas, del Reino de Dios y su justicia; lo demás se nos dará por
añadidura. Confiar en el Padre es también la gran certeza que el mundo necesita
para poder sobrevivir a la caída de sus falsas seguridades: la confianza en sí
mismo, la búsqueda del poder y la ambición del tener. Sólo desde la actitud
espiritual de María, reflejada en sus palabras, podremos superar las grandes
tentaciones del hombre de todos los tiempos y ser, de verdad, adoradores del Dios
único, aquel al que María abrió su seno y su corazón como expresión de su total
disponibilidad.

Bibliografía: Alois Stöger, El evangelio según san Lucas, Editorial Herder 1970.- Michel Gourgues, Rezar los
himnos del Nuevo Testamento, CB 80, Edit. Verbo Divino.- Autores Varios, El Magníficat, Escuela Bíblica, 2.7.-
Vísperas con el Papa, Biblioteca de Autores Cristianos.

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