La Expedición Marítima de Tupac Yupanqui
La Expedición Marítima de Tupac Yupanqui
La Expedición Marítima de Tupac Yupanqui
El autor:
Al llegar los españoles al Perú escucharon de los indios, tanto de la Sierra como
de la Costa, reiteradas versiones sobre la existencia de islas a Poniente. Estas versiones
fueron recogidas por varios cronistas y de ellas se dará cuenta más adelante, en este
capítulo. Decían, casi sin mayor variante, que existían grupos insulares en la lejanía y
que de ellos, en otro tiempo, antes de ser espantados por los blancos recién llegados,
arribaban periódicamente a la costa de Perú, en sus barcas, mercaderes portando ricas
mercaderías, que cambiaban por los productos de acá.
Por lo que parece, con el establecimiento de los españoles en el Perú, estos viajes
quedaron definitivamente cortados y de los mercaderes no se tuvo ninguna otra noticia.
Quedaron en el misterio, envueltos por el ropaje de la leyenda.
Con los descubrimientos geográficos realizados en la segunda mitad del siglo
XVI, y que continuaron en la centuria siguiente, quedó en evidencia que las mentadas
islas a Poniente, a distancia que habría hecho posible el comercio regular y frecuente,
eran pura fábula1. La versión se convirtió en cuento; pero, para las mentes afiebradas de
los capitanes y soldados de la Conquista—bruscamente frenadas por los programas
ordenadores de la Pacificación de La Gasca—, el cuento tuvo por mucho tiempo
decisiva fuerza convincente, la bastante, por lo menos, para, por un lado, mantenerse en
la tradición con todo su inicial vigor, y, por otro, lanzar, andando los años, a más de un
osado por las peligrosas rutas de la aventura marina, en busca justamente de las islas
perdidas de Poniente, las de los mercaderes de otro tiempo.
Pero, de todas las versiones que ha recogido la posteridad, ninguna supera en
fuerza dramática, en magnitud y proyecciones, y ninguna tiene mejores puntos de apoyo
históricos y ninguna, por fin, ha atraído tanto la atención de los investigadores de todos
las épocas y de todos los países, que la que refiere, con algún lujo de detalle aunque al
propio tiempo con la vaguedad necesaria para rodear los hechos de una impenetrable
envoltura de misterio, el viaje del gran Conquistador Túpac Inca Yupanqui a dos islas
situadas muy lejos, de las que de vez en cuando —dice la versión llegaban comerciantes
con sus cosas para mercar; tan lejos situadas que en el viaje de ida y vuelta echó el
famoso guerrero nueve meses.
Dos cronistas, serios y fidedignos, entre los mejores por la calidad de sus
contribuciones, independientemente uno del otro, sin contacto, y escuchando de
añadidura fuentes distintas, separadas cientos de kilómetros, han contado el fantástico
viaje. Son Pedro Sarmiento de Gamboa y el Padre Miguel Cabello de Balboa.
LA VERSION DE SARMIENTO
Tras exponer las versiones prístinas del gran viaje, el primer problema que se
plantea es el de su realidad histórica. Algunos historiadores han dudado al respecto,
muy pocos han dicho que es un cuento fabuloso y la gran mayoría se inclina por
declarar la aventura en el mar de Túpac Inca Yupanqui como un hecho histórico.
En el siglo pasado, Sebastián Lorente, no bien informado en este episodio de la
historia de los Incas, se mostró desafecto a su incorporación a la trama de los hechos
verosímiles. Dejó dicho con claro tono dubitativo: “Balboa refiere una larga navegación
hecha por Túpac Yupanqui a islas desconocidas antes de retirarse al Cusco; pero, ese
viaje, de que ningún cronista da cuenta, no se concilia con haber dejado impunes a los
huancavilcas, cuyo castigo no habría diferido si hubiera bajado a la costa de Guayaquil
para embarcarse, según se supone, en una gran flota con victoriosa hueste. Lo más
probable es que el padre de Huaina Cápac, abandonados los cuidados de la guerra a su
hijo, pasó sus últimos días, que no fueron muchos, embelleciendo la corte imperial con
obras monumentales...” 6.
Los argumentos de Lorente son inconsistentes y no demuestran lo que el autor,
por mera inclinación para ver las cosas, pretende demostrar. En nuestros días, un
escritor muy difundido se ha resistido, también, a admitir la posibilidad del viaje a islas
lejanas, partiendo de la idea, ya ampliamente superada, de que el nivel de los antiguos
peruanos en materia de navegación marítima fue muy bajo, casi nulo. Sostiene que la
única navegación que prosperó fue la de cabotaje, nunca la de alta mar, y no cree, por
consiguiente, en la expedición a las islas lejanas de Ahua Chumbi y Nina Chumbi. Para
este autor, la versión de Cabello de Balboa sobre la citada expedición sólo se puede
aceptar “a título informativo y de curiosidad”. Considera que el viaje se produjo pero
con destino a islas de cercana ubicación. Y, sin embargo, él mismo, contradiciéndose, se
declara un firme creyente de la realidad histórica de la expedición de Naymlap y de
otras procedentes de la lejana Centroamérica, hacia los valles de la costa peruana, a
cuyos ejecutantes sí atribuye, arbitrariamente, cualidades náuticas que infundadamente
niega a los peruanos. La crítica, por lo tanto, de Hermann Leicht, a las versiones de
Sarmiento y Cabello, carece de fundamento7.
Las dudas pueden estar —y de hecho están— en el destino de la expedición, vale
decir, en la ubicación de las citadas islas Ahua Chumbi y Nina Chumbi, problema sobre
el cual se trata in extenso más adelante; pero, respecto a la realidad histórica del viaje, es
decir, a si fue un hecho real y no un dorado producto de la fantasía que los cronistas se
encargaron de abultar, parece haber un acuerdo casi unánime entre los investigadores
más acuciosos, más serios y mejor informados, con mayor dominio de la materia: el
viaje de Túpac Inca Yupanqui es un hecho, una realidad indiscutible, que se yergue en
el cuadro de la historia final de los Incas con caracteres verdaderamente extraordinarios.
Como hace notar Jiménez de la Espada, fue Cabello de Balboa el primero que
entornó la puerta para que se insinuara la duda respecto a la verdadera ubicación de las
islas, pero, al margen del destino de la expedición, sostuvo enfáticamente que el viaje
fue un hecho, un hecho que se produjo, un hecho por consiguiente histórico, veraz. En
todo esto —dijo el cronista— “lo que hay de cierto es que [el Inca] volvió victorioso de
su expedición marítima” 8.
El gran polígrafo español arriba citado, hombre eminente en las letras y en la
historia, prolijo y sabio, fue de los primeros en declararse partidario del viaje, de los
primeros en admitirlo, no por mera simpatía sino por los rasgos de verosimilitud que
presenta la empresa: osada, temeraria, increíble pero factible. Su punto de partida para
emitir juicio, fue el de la capacidad de navegación de los antiguos peruanos (y sus
observaciones en este sentido habrían sido de suma utilidad al moderno Hermann
Leicht, cuyo parecer desacertado ha sido expuesto). “Las embarcaciones en que pudo
efectuar [el Inca] la travesía son las llamadas balsas en castellano y xangadas
[jangadas] en portugués y brasilero...”. Pues bien —agrega Jiménez de la Espada—: las
balsas de la época de la Conquista, como la que vio Bartolomé Ruiz de Estrada, piloto
de Pizarro, en 1525, poco después de haber cruzado la equinoccial, “eran cómodas,
grandes, bien construidas y estaban provistas de amplias velas cuadradas y mástiles
dobles o pareados muy recios”9. Con ellas se podía perfectamente practicar navegación
de altura y emprender travesías largas por mares duros; resistían los embates y las furias
del aire; cabalgaban bien sobre los tumbos, sin aflojarse, dada la firmeza como estaban
sujetos los troncos con cuerdas de bejucos; y eran harto marineras, hasta más seguras
que los buques de los europeos. Entonces —concluyó Jiménez de la Espada— la
empresa es verosímil. Dijo, abundando en consideraciones: “La tradición o leyenda del
viaje de Túpac Inca Yupanqui... llegó a los primeros españoles... en la forma propia de
estos fenómenos psicológicos: un núcleo envuelto en una atmósfera más o menos densa,
más o menos turbia de ficciones que generalmente no dejan percibir con claridad el
núcleo. Sin embargo, en el caso presente, aunque la tradición tuvo que pasar del pueblo
donde se engendró a otro tan incompatible con él como el nuestro en ideas, lenguaje,
aspiraciones, fantasías y hasta en caracteres físicos, y en ese paso su envoltura
naturalmente experimentara algún aumento extraordinario, con todo eso, quedó con la
transparencia y tenuidad bastante para que hoy podamos distinguir a través de ella la
verosimilitud de la empresa marítima que constituye su fundamento.,.”. Y para
reafirmar su creencia en el viaje, concluyó: nada impide que “veamos a un Inca o a un
Chimú, soberano o simple curaca, que por nuevas ciertas y positivas, o sólo por
barrunto, tiene noticias de unas islas no lejos de la costa de su tierra, y por curiosidad o
por ambición, determina lanzarse a descubrirlas. Un balsero engolfado y arrojado contra
algunas de ellas por las corrientes y los vientos que logró volver, pudo informar como
testigo de vista. Una lluvia de cenizas volcánicas, una bandada de avez bobas, acosadas
por un fuerte poniente hasta las costas fronteras, pudieron anunciarle o revelarle la
existencia de tierras hacia ese rumbo...”.
Una eminencia en Etnología, de comienzos de este siglo, creyó también en el
viaje, o, más que en el viaje, en su posibilidad, basándose justamente, como Jiménez de
la Espada, en la capacidad de los antiguos peruanos en materia de navegación. Frie-
derici10 admitió que el Inca disponía en el mar de inmensas flotas de balsas, las cuales
fueron vistas y admiradas por los españoles. Esas balsas, por la versión de los
conquistadores, eran capaces de largas travesías.
Inicialmente, teniendo en cuenta que las islas Galápagos (mencionadas como meta
del viaje por algunos autores, como se verá más adelante) se hallan a setecientas millas
del continente, distancia muy grande para embarcaciones típicamente de cabotaje,
Clemente R. Markham expresó sus dudas respecto a si la flota de balsas de la mentada
expedición había podido llegar allí, y hasta puso en duda el evento mismo. Esta duda la
expresó en 1871, en una nota de pie de página de su traducción de Garcilaso. Sin
embargo, más tarde cambió de opinión, y primero en 1907, en una nota de pie de página
de su edición de Sarmiento de Gamboa, y luego en 1915, en una carta dirigida a Ph. A.
Means, de la que éste da cuenta11, se inclinó decididamente por la “realidad histórica
del viaje”.
En cuanto al mencionado Philip Ainsworth Means, aunque recalca en su conocido
estudio sobre la navegación precolombina, tantas veces citado en el capítulo décimo12,
que la pobreza de términos náuticos que sufre el idioma quechua “es un reflejo de la
general ineptitud del pueblo para todo lo ligado con el mar y la navegación...”, termina
por admitir la factibilidad del viaje. Dice que la historia de la expedición de Túpac Inca
Yupanqui, en flota de balsas, no puede ser descartada por fabulosa ya que hay dos
crónicas que la relatan. En su libro de 1931 sobre las antiguas civilizaciones andinas,
que es una obra clásica entre las de su género, dio cuenta pormenorizada de la
expedición, considerándola como “una de las más pintorescas hazañas de los Incas” 13
pero no negándola. Incluso, abundó en algunos detalles, sí, de carácter verdaderamente
legendario, como el de la intervención de Antarqui, el “nigromante en jefe... hábil en au-
gurios y magia”, quien “después de una dosis adecuada de birlibirloques, informó al
Inca que las islas (referidas por los mercaderes) existían” y lo empujó a la empresa.
Posteriormente, en su estudio arriba aludido sobre la navegación prehispánica, terminó
por aceptar tanto la expedición en sí como la lejanía de la meta, esto último por el
tiempo que echó la flota en ir y volver, nueve meses o un año, como dijo Sarmiento.
Entre los peruanos, la posición de Riva Agüero es resuelta: la expedición se
realizó y en ella participó una gran fuerza. Las balsas empleadas fueron aquellas de
“doble mástil y vela cuadrangular que usaban los naturales de aquellas costas (Norte
del Perú y Manta) y en las que comerciaban con Panamá y Centroamérica” 14.
Por su parte, Valcárcel, basándose en “el comercio de perlas y caracoles por oro y
vestidos” que había desde el tiempo de Pachacútec entre los pueblos de la costa peruana
y la siguiente del Norte, y guiándose, sobre todo, por la versión que da Murúa, admite
también el viaje, con las salvedades y circunloquios que caracterizan todos sus
asertos”15.
Para otro estudioso peruano, la expedición de Túpac Inca Yupanqui “es una
Odisea americana, en la que los expedicionarios navegan algún tiempo por un mar
desconocido y encuentran muchas islas y vuelven cargados de tesoros... Odisea
preparada, breve y triunfal...; viaje perfectamente verosímil desde el punto de vista
histórico pues está probado que los indios conocieron el arte de navegar, por lo que no
hay duda que en sus balsas se aventuraron en las tranquilas aguas del Pacífico” 16.
Roberto Levillier ha incorporado a su narración de los hechos de los Incas,
cuidadosamente cernida con estricto criterio histórico y prolija revisión de las fuentes, el
viaje famoso, dándolo por cierto. Señala que después de las campañas con los cañares y
los quitos, que ganó a los caudillos Pisar Cápac y Pillaguasco, Túpac Inca, todavía
príncipe, fue hasta la costa y venció en los alrededores de Tumbes y Guayaquil a los
huancavilcas de Manta y la Puná, “navegando después y descubriendo las islas Aya-
chumbi y Niñachumbi, que Sarmiento de Gamboa reconoció en 1567, por orden del
Gobernador Lope García de Castro”17, parte esta última en la que el autor, siempre tan
cuidadoso, comete lamentable descuido porque ninguna isla reconoció Sarmiento en las
circunstancias por él fijadas.
Por ultimo, es interesante para cerrar este breve recuento de opiniones sobre la
realidad histórica del viaje famoso, consignar la del discutido Heyerdahl, tan dado
siempre a sostener viajes por el Pacífico y a reconocer la capacidad marinera de los anti-
guos pueblos de esta parte del continente. Esta vez, desacostumbradamente moderado,
dice: el viaje no debe considerársele imposible; quizá sólo deba considerársele
improbable; juego de palabras ingenioso con el que el fecundo escritor, gran polemista
y temerario deportista se pone bien con las dos partes en litigio.18
Dibujo de una embarcación inca. Compartimentos: 1) Palos de balsa. 2) Amarre con sogas de bejuco. 3) Popa
para carga y comando de remeros. 4). Sitio de los remeros. 5) Vela de tela de algodón. 6) Velamen en forma de
T. 7) Cordel para orientar la vela. 8) Camarote y bodega. 9) Lugar de la capitanía o timonel mayor. 10) Timón
principal.
¿Y EL AGUA?
Tras lo expuesto: vista la opinión de los historiadores cuya seriedad más fe nos
inspira, en el sentido de que el viaje en balsa de Túpac Inca Yupanqui debe ser
considerado como un hecho histórico indudable y cierto, y retirado del camino el
estorbo, antes insalvable, que se escudaba en la pregunta ¿cómo resolvieron los antiguos
navegantes el problema del aprovisionamiento de agua durante la travesía, cuando ésta
era larga y sobre mares tropicales que provocaban una rápida y mortal deshidratación
del organismo humano?; visto y aclarado esto y aquello, ha llegado el momento de
abordar el problema principal, que ha preocupado y sigue preocupando a los
investigadores, en torno a la hazañosa empresa del príncipe (o del Inca, como quieren
algunos): el destino del viaje, la meta; en otros términos, la ubicación, exacta o
aproximada, de las hasta ahora misteriosas islas Ahua Chumbi y Nina Chumbi
(escríbaselas así o con otra ortografía, que la variación no tiene importancia).
¿A dónde fué Túpac Inca Yupanqui con sus veinte mil guerreros (que pueden ser
menos) en su inmensa flota de balsas (que puede también ser una flota reducida)? No se
discute ni el número de participantes en la travesía ni el número de balsas (aunque es
lógico suponer, por las razones que en una oportunidad expuso Jiménez de la Espada,
que en las versiones de Cabello y Sarmiento hay exageraciones, y gruesas; mas eso,
repetimos, no tiene importancia).
Tocante a la partida, no hay problema. Todos los autores, antiguos y modernos,
desde Cabello y Sarmiento, que recogen las versiones del viaje (segunda mitad del siglo
XVI), hasta los más recientes (Clinton R. Edwards, por ejemplo, de la Universidad de
California, Estados Unidos, que ha hecho un magistral estudio sobre la navegación
prehispánica en la costa occidental de Sudamérica), están contestes en señalar la costa
de Manta, en Ecuador, como el punto de partida de la expedición. El lugar de embarque,
dice Edwards, resumiendo trabajos de muchos autores y revisando, como ninguno lo ha
hecho, las fuentes informativas más depuradas, “fue la costa de Manabí”22. En la famo-
sa expedición, añade el experto norteamericano, se utilizaron embarcaciones locales y
“marinos locales familiarizados con la navegación en balsas”.
La meta, sí, es un problema; un problema que ha dado mucho que discutir y que,
por la insuficiencia de los datos documentales y el escaso aporte de la arqueología,
mucha leña todavía arrojará al fuego de la discusión. No se vislumbra una solución que
pueda considerarse definitiva o que merezca el aplauso de todos los grupos enfrascados
en el debate.
La primera solución que se propone al problema es la de las Islas Lobos. La
representa en nuestros días un escritor que goza de popularidad: Hermann Leicht, pero
fue sugerida en 1918 por Buchwald. Este, para la identificación, se basó principalmente
en el testimonio lingüístico, al traducir los nombres de Auh Chumbi y Niña Chumbi del
idioma mochica septentrional, hablado por los huancavilcas de la costa ecuatoriana.
La idea de Buchwald gozó pronto del favor de muchos autores que la acogieron.
Estos, a las razones lingüísticas aducidas por el iniciador, agregaron las geográficas, que
son, en verdad, convincentes23.
El grupo de las Lobos de Afuera, a los 80º 40’ de long. Oeste y 6º 55’ de lat. Sur,
aproximadamente, se compone de “dos islas grandes orientadas en dirección Norte-
Sur..., y dos islas pequeñas, que junto con las grandes encierran una bahía tranquila y
muy acogedora”, de extraordinario encanto. Alrededor hay rocas, escollos e islotes en
los que rompe el mar. El otro grupo, Lobos de Tierra, a los 80º 50’ de long. Oeste y 6º
25’ de lat. Sur, se compone de una isla principal, de once kilómetros de largo, ancha
hacia el Sur y afinada hacia el Norte, que termina en una punta con dirección al
continente. Los dos grupos carecen de agua. Su aspecto es desértico24.
Lobos de Afuera dista de tierra firme, en línea perpendicular a la costa (Pampa del
Salitre), 65 kilómetros: Lobos de Tierra, sólo 20 kilómetros de las playas meridionales
de la Península de Illescas. Por consiguiente, están frente a la costa, a la altura más o
menos de la línea demarcatoria de los departamentos de Piura y Lambayeque. Hoy son
frecuentadas por los pescadores de las caletas próximas, incluso por los que incursionan
en la mar no en lanchas sino en balsas.
El arriba citado Hermann Leicht defiende la tesis de las Islas Lobos. Dice que la
expedición de Túpac Yupanqui no es un cuento con dorados giros de leyenda, sino una
realidad, un hecho histórico veraz; pero que, dada la ineptitud general de los balseros
peruanos, que sólo pudieron, en el mejor caso, practicar una navegación de cabotaje,
nunca de altura, la expedición no fue a las Galápagos ni a ninguna otra isla distante sino
simplemente a las citadas Lobos25. Admite que en recorridos de cabotaje los balseros
peruanos llegaron muy lejos, pero siempre —subraya—, por el carácter restringido de
su navegación, a la vista de tierra26. Dentro de esta pauta general de navegación, la
llegada a las islas Lobos de Afuera, considerablemente alejadas de la costa, constituye,
para Leicht, una proeza digna de recuerdo.
Schweigger, en El litoral peruano, ofrece puntos de vista valiosos para el
enjuiciamiento tanto de la tesis de las Galá pagos, que se verá en seguida, como de la
tesis de las Lobos. Al estudiar las corrientes del Pacífico oriental, que incluye el mar
peruano, y, particularmente, el límite Norte de la Corriente Peruana, observa que, a la
altura de Manta, de donde, como se ha dicho, partió la expedición de Túpac Inca
Yupanqui, la corriente del gran giro circumpacífico se presenta muy alejada del
continente, por su dirección marcadamente NO y, mejor, ONO. Deduce que, si el
caudillo cusqueño partió de Manta (“costa de Manabí”), no habría podido, en ninguna
circunstancia, coger la corriente que enrumba a las Galápagos. Este argumento, de suyo
muy importante por cuanto procede de la oceanografía, se alza contra la tesis de las
Galápagos. En cambio, dice Schweigger que una potente penetración de la contra-
corriente ecuatorial, con el apoyo de la corriente del Niño, que eventualmente se
juntan, habría podido llevar al Inca hacia el Sur: primero, por Santa Elena, después por
la ancha boca del golfo de Guayaquil, más adelante por el litoral de Piura (bahía de
Paita y Sechura) y, finalmente, por la costa saliente de Illescas, hasta alcanzar uno de los
grupos de las islas Lobos: o el pegado a la costa (Lobos de Tierra) o el alejado (Lobos
de Afuera). El regreso, naturalmente, no habría sido hasta el mismo punto de partida,
prácticamente inalcanzable, sino a Colán, pueblo de muy antiguas tradiciones
pesqueras, de eficientes y arriesgados balseros (aún hoy), en la bahía de Paita; o quizá a
Tumbes, más al Norte, una de las bases entonces de la dominación imperial de los
llanos; o quizá también a la Puná.
Estas ideas de Schweigger son muy sugestivas y deben ser tenidas en cuenta en el
planteamiento del problema y en la búsqueda de solución al mismo.
Balsa Tallán
La tercera hipótesis que se formula es la que señala como destino del viaje de
Túpac Inca Yupanqui las islas o el litoral del Norte, más allá de Manta.
Ya se vio que Means, en su estudio sobre la civilización de los Andes, de 1931, se
declaró resueltamente en contra de la tesis de las Galápagos. Propuso, como meta de la
aventura, las islas Gorgona o La Plata, la primera frente a la costa colombiana, la otra
frente a la ecuatoriana Lothrop fue igualmente cáustico contra los sostenedores de la
debatida teoría de las islas Encantadas. Les enrostro un descuido imperdonable: no
haber reparado en que es imposible llegar a ellas sin instrumentos precisos de
navegación. “La posibilidad —dijo— de hallar las islas Galápagos sin poseer
instrumentos de navegación, debe ser considerada mínima”57 Reafírmó la condición de
deshabitadas que para las Galápagos señalan casi todos los arqueólogos, pero, a con-
tinuación, cometió un error (disculpable por la falta de experiencia que al respecto se
tenía entonces): considerar que la navegación larga, en el mar, en balsa, era imposible.
Heyerdahl, en 1947, se encargaría de desvirtuar a Lothrop. Este dijo: “Más importante
aún, quizá, para interpretar el destino de esa famosa expedición, es considerar la real
capacidad de la balsa para permanecer en alta mar todo el tiempo que habría exigido ese
viaje. Dudamos de que las balsas puedan permanecer nueve meses a flote porque la
madera de balsa, si bien es de muy alta flotabilidad absorbe en cambio agua con rapidez
y pierde, por ende, su capacidad de flotación por completo después de unas cuantas
semanas. Debido a esta característica inherente a la madera, era necesario desarmar la
jangada periódicamente, llevar los troncos a tierra y allí dejarlos secar totalmente”,
según cuenta —dice el propio Lothrop— el viajero George Byam, que visitó la región
del Guayas a mediados del siglo pasado y publicó un libro relatando sus experiencias en
1850.
Siendo de toda evidencia, entonces: 1) que los antiguos peruanos no tenían
instrumentos de navegación para orientarse y marear rumbos; 2) que las islas
Galápagos, como está probado, permanecieron deshabitadas hasta su descubrimiento
por los españoles en 1535; y 3) que las balsas—decía Lothrop en 1932, fecha de la
publicación de su estudio sobre la navegación aborigen en América— no pueden
permanecer mucho tiempo, ni siquiera meses, en el mar, porque, de lo contrario,
absorben agua y se hunden; concluyó considerando “improbable” el mentado viaje de
Túpac Inca Yupanqui a las Galápagos58.
“Pero —añadía a renglón seguido—, no hay razón para dudar que Túpac Inca
Yupanqui haya transportado su ejército por vía marítima y saqueado la tierra firme al
Norte de Guayaquil Entonces, Túpac Inca Yupanqui no fue a ninguna isla, ni cercana ni
lejana. No fue a las Galápagos ni a la isla de La Plata ni a ninguna otra. Su destino, en la
gran aventura que emprendió en Manta al frente de enorme flota de balsas, fue alguna
parte distante del litoral Norte de tierra firme. Probablemente, por acción de los
vientos, la flota del Príncipe perdió de vista el continente, y por ello, al desembarcar en
el paraje desconocido, creyó el caudillo hacerlo en una isla.
Como ya se vio, tesis parecida a la expuesta del famoso americanista
norteamericano, fue planteada por Riva Agüero. Para Riva Agüero, Túpac Inca
Yupanqui, después de tocar en las Galápagos, arribó a las costas de Manabí y Atacamez,
en donde aumentó su botín e incorporó prisioneros de piel negra, los que, en opinión
del erudito, no eran seres humanos sino monos de las selvas ecuatoriales. Riva Agüero,
además, destacó el significado de los bancos de madera o de piedra que aparecen, con el
pomposo nombre de tronos, en las versiones de Sarmiento y Cabello sobre el viaje.
Estas sillas —o tronos— constituyen un elemento típico de la cultura manteña, que con
tanto cuidado, aunque sin verse libre de cierta pasión nacional incongruente con los
fines de la ciencia, ha realzado Emilio Estrada, arqueólogo ecuatoriano.
Abundaremos aquí en datos sobre los mencionados tronos, porque, a la luz de la
investigación arqueológica, pueden dar la clave para la solución del problema. Se dijo
anteriormente que las famosas sillas de piedra, de las que se ocupó en detalle el
americanista Saville en 1906, proceden de la provincia de Manabí, especialmente de los
alrededores de Manta. Aunque no constituyen un elemento homogéneamente repartido
en toda la región, han sido halladas en diversos sitios y, por una relación de mediados
del siglo pasado, se sabe que en el cerro Hojas, ubicado entre Manta y Puerto Viejo, se
encontró “un círculo de sillas de piedra, lo menos en número de treinta, cada una de las
cuales era una esfinge, el asiento con dos brazos, todo de piedra bien labrada”59
La llamada cultura manteña, con la que culmina el desarrollo cultural del Ecuador
en sus provincias de Guayas y Manabí, incluyendo la isla de Puná (desde el año 700
d.C. hasta la llegada de los españoles), contó entre sus elementos representativos la silla
de piedra, la cual seguía en uso a la llegada de los conquistadores 60. Siendo un elemento
representativo, no debe extrañar, entonces, que el caudillo cusqueño, al término de su
estada en la tierra desconocida, lo tomara como pieza valiosa para incrementar su botín.
Von Hagen, opuesto, como ya se dijo, a la tesis de las Galápagos, dirige la mirada,
en busca de solución al problema, a las islas del litoral Norte: La Plata, el Gallo, la
Gorgona, Las Palmas en la costa de Buenaventura. La historia del viaje —dice— es
evidente y no puede ser descartada por fabulosa, porque la versión, como dice Means,
viene de dos cronistas que tuvieron distintas fuentes de información. Teniendo en cuenta
la duración del viaje —nueve meses, hasta un año—, hay que situar el destino lejos,
pero cabe la posibilidad —propone— de que el viaje legendario no se haya realizado a
perdidas islas del vasto océano, sino a islas o costas alejadas del litoral Norte siguiendo
las rutas más o menos conocidas de los balseros dedicados al comercio, rutas que iban,
por lo que se sabe, hasta más allá de la línea equinoccial. En tal sentido, la costa de
Buenaventura puede arrojar luz sobre el enigma. Los prisioneros negros que el caudillo
trajo de su viaje, serían, entonces, indios salvajes de aquellas costas, de piel
ennegrecida por el uso de algún colorante ritual, como es costumbre, aún hoy, en ciertas
tribus selváticas, de un lado y otro de los Andes.
El tráfico en balsas al que alude von Hagen, es un hecho probado. El lo explica:
cuando los Incas dominaron las costas del Norte, especialmente las costas del golfo de
Guayaquil, donde vivían los huancavilcas, hallaron ya establecido y en pleno apogeo
un intenso comercio por mar hacia las tierras de la equinoccial, que se desenvolvía
regularmente siguiendo las costas. “Intenso tráfico comercial, en su mayoría por medio
de balsas, entre Tumbes y el Norte, seguramente hasta (lo que hoy se llama)
Buenaventura...61. Puede bien: los Incas activaron este comercio marítimo. “Pueblo
resoluto y pragmático”, animado de un gran deseo de dominio imperial, los Incas, tras la
conquista de la costa Norte, “pronto se dieron cuenta de la riqueza que producían estos
incesantes viajes comerciales a lo largo de la costa: de Colombia venía platino y oro así
como las preciadas conchas, que no existían en las frías aguas peruanas; las perlas
constituían también un artículo comercial, y de la región de Esmeraldas venía oro de
muchos quilates... Es natural, pues, que los incas fueran donde les guiara su deseo
imperial en este caso”. Puede creerse, en consecuencia, que el viaje en enorme flota de
balsas del décimo Inca —termina von Hagen— no fue a imposibles islas perdidas en la
inmensidad del mar sino a islas o a costas lejanas del litoral Norte, por las rutas
frecuentadas por los balseros y mercaderes. Dificultades de orden atmosférico retar-
daron, presumiblemente, el regreso, y a ellas habría que atribuir, entonces, la duración
de nueve meses o un año que tuvo la aventura.
Esta hipótesis rebaja el viaje supuestamente extraordinario del Inca, a la condición
de un viaje rutinario.
El citado anteriormente Pericot y García, coge la referencia que tanto Cabello de
Balboa como Sarmiento hacen de mucho oro que el Inca trajo de su viaje, para llevar la
expedición hasta el distante istmo de Panamá. “El que el Inca volviera con grandes
cantidades de oro hace pensar que llegase hasta la zona del istmo”, dice62. Pericot habla,
también, de las Galápagos y de las costas de Colombia, y se aventura con las islas
Cocos, que están situadas, como él mismo lo específica, a quinientas millas al nordeste
de las Galápagos. Si el Inca fue hasta el istmo, quizá—propone— tocó, de recalada, en
las Cocos, y se ampara para ello en el hecho, sostenido por algunos etnobotánicos,
particularmente por los especialistas en la propagación de la palmera cocotera, de la
posible llegada de los aborígenes americanos a dichas islas antes de la llegada de los
españoles.
A LA POLINESIA
Mas, todas las hipótesis se quedan cortas ante la cuarta y última que pretende
llevar a Túpac Inca Yupanqui hasta las lejanas y, al parecer, inalcanzables islas de la
Polinesia.
Se da el nombre de Polinesia al vasto conjunto de islas, dispersas o agrupadas, en
su mayoría diminutas —unas de origen volcánico, otras de origen coralino, bellísimas,
cubiertas de apretada vegetación tropical, embanderadas de palmeras cocoteras y
separadas por enormes distancias de las que no dan idea los mapas—, que, como las
estrellas del cielo, así, en constelaciones (los archipiélagos), salpican el ancho mar. La
isla más cercana al continente americano es la enigmática y llena de atractivos ar-
queológicos, Pascua o Rapa Nui, descubierta en 1722 por un navío holandés, que dista
tres mil doscientos kilómetros de la costa peruana y se halla a los 110º de long. Oeste,
aproximadamente. Pero, los grupos principales están más lejos, y son los de Tuamotu y
las Marquesas, políticamente pertenecientes a Francia, los que fueron descubiertos por
expediciones salidas del Callad en la segunda mitad del siglo XVI. El primero se halla a
seis mil kilómetros y el segundo a siete mil, de la costa peruana. Entre Pascua y las
Tuamotú está la isla de Mangareva, perteneciente al grupo de las Gambier, de la cual se
hará en seguida especial referencia.
Sostiene esta hipótesis que el Inca, en su enorme flota de grandes balsas, con
veinte mil hombres de guerra, navegando por días y días, por semanas y meses,
impertérrito y confiado en la versión de los mercaderes y en las palabras de seguridad
de su adivino Antarqui, cruzó el ancho mar y llegó a algunas de las citadas islas de la
Polinesia oriental. Midiendo sus palabras y sin comprometerse mayormente, pero
entusiasmado por la audaz hipótesis, Baudin dice: Ayachumbi y Ninachumbi (la anar-
quía ortográfica es completa) se cree que sean las Galápagos, pero el botín que trajo el
Inca no encaja con la naturaleza de esas islas: trajo rehenes negros, oro, un trono de
cobre, un pellejo y un hueso de caballo. La expedición duró de nueve meses a doce. Por
la duración, quizá fue hasta la Polinesia63. Después, en otra de sus difundidas obras, el
mismo Baudin se reafirma, un poco más convencido pero siempre sin comprometerse:
el Inca navegó mucho tiempo, tanto que se le dio por perdido en el Cusco, y tocó en una
isla desconocida de la Polinesia, de la que trajo copioso botín de guerra y, sobre todo,
rehenes de piel negra. No trajo noticia de haber tropezado, ni a la ida ni al retorno, con
arrecifes que pusieran en peligro la integridad de su flota de balsas64.
Pericot y García no se echa atrás tampoco, cuando de la Polinesia se habla, e
inscribe su nombre pero en el grupo de los más prudentes, opinando con el recato de
quien entra en el juego para tentar la suerte y nada más. Insinúa: “Las balsas de troncos
de la costa del Perú parecen haber permitido largos desplazamientos, hasta las islas
orientales de la Polinesia65. Y en otra parte: “La balsa fue usada también en la Polinesia,
incluso cuando ya la canoa había suplantado aquel tipo más primitivo”66. Esto podría
tenerse —postula— como un préstamo de los navegantes americanos llegados a las
islas oceánicas, y podría respaldar la opinión de que Túpac Inca Yupanqui llegó a la
Polinesia oriental.
Pero, de todos los representantes de esta teoría, el principal es Paul Rivet, que con
sus meticulosos estudios de Antropología y Lingüística, desarrollados durante medio
siglo, y su admirable obra Los orígenes del hombre americano, ganó justa celebridad
mundial. Fue, también, director del Museo del Hombre, de París, al que puso en el
primer plano de la ciencia. Para Rivet, a la inversa de Jiménez de la Espada y Riva
Agüero, el significado de los nombres de las islas Ahua Chumbi y Nina Chumbi, carece
de importancia; salvo, dice, que la etimología sea mochica, por que entonces la
traducción sería: Ain Chomi, allá, lobo de mar; Nicna Chomi, adentro, lobo de mar.
Pero, prefiere pasar por alto sobre este aspecto de la investigación, por las muchas
dudas que trae, y se apoya, para su propia interpretación, primero en la duración del
crucero, después en la factibilidad de los viajes transpacíficos en balsa (“la balsa —
subraya— podía permitir largas travesías en un mar calmado, como lo es con frecuencia
el Pacífico en la región de los trópicos”) y, principalmente, en ciertas leyendas
oceánicas cuyo contenido —dice— no deja lugar a la menor duda: Túpac Inca
Yupanqui llegó a la isla Mangareva. Para el efecto, considera una tradición recogida por
F. W. Christian67, quien dice: “Los mangarevienses conservan la tradición de un jefe
llamado Tupa (¿Topa... Topa Inca?, sospechamos), un hombre rojo, que vino del Este
con una flota de embarcaciones de tipo no-polinesio en forma de balsas”. Rivet
comenta a continuación: “La descripción de las naves, el nombre y la descripción de su
jefe, la dirección en que llegaba la flota, todo evoca en esta tradición la expedición de
Túpac Yupanqui”. Es decir—insiste—, del texto de la leyenda se desprende elementos
de juicio bastantes para creer que “las tocadas por el Inca corresponden al archipiélago
Gambier”, al Sur de las Tuamotu (más o menos a 230 de lat. Sur y a 1400 de long.
Oeste)68
Juntamente con Christian, a quien sigue Rivet, otro arqueólogo especializado en la
isla de Mangareva y en los atoles próximos, ha destacado el valor de la citada tradición.
El aporte de K.P. Emory abre, así, las puertas también a la interpretación anotada y
apuntala la sugestiva teoría del destino polinesio del caudillo cusqueño69.
PASCUA Y MANGAREVA
En los últimos años, la tesis del destino polinesio de la expedición de Túpac Inca
Yupanqui, ha ganado, no diremos firmeza pero sí notoriedad, con las experiencias y
estudios del discutido Thor Heyerdahl.
En términos generales, Heyerdahl sostiene que los antiguos habitantes de la costa
peruana —y del Ecuador también— tuvieron un dominio completo del mar. Navegaban
con sus balsas al Norte, hasta la región del istmo de Panamá. Comerciaban con todos los
pueblos del litoral Norte. Iban y venían a su antojo, en travesías cómodas y seguras,
rutinarias. De esta manera, hicieron suyas, desde muy temprano —mucho antes de los
Incas—, las costas septentrionales, más allá de Manta y Esmeraldas, hasta el citado
istmo, seguramente hasta Centroamérica y México. También hicieron suyas las islas
Galápagos, a las que iban en procura de pesca. Túpac Inca Yupanqui quizá fue a las
Galápagos, al frente de una gran flota, con muchos hombres de guerra, para tomar
posesión de esa extraña tierra e incorporarla al dominio del imperio; pero ese —dice
Heyerdahl— fue un viaje sin importancia, casi sin riesgo, una simple empresa de
conquista para la cual el caudillo utilizó el servicio do los balseros do Manta, muy
experimentados y habilísimos en la conducción por esos mares. El verdadero viaje
hazañoso, el de la increíble aventura que oyeron y reseñaron los cronistas Cabello de
Balboa y Sarmiento, el de los nueve o doce meses de duración con muchísimas balsas
grandes, a vela, y miles de guerreros, fue a la Polinesia y tocó en la citada isla
Mangareva. En sus tradiciones, los nativos de Mangareva recuerdan la hazaña del jefe
rojo llegado de por donde el sol se levanta, y aún hoy, a pesar del mucho tiempo
transcurrido, le dedican grandes fiestas con vistosos bailes y aparatoso despliegue
náutico en medio de los atoles. En estas fiestas, según relata el propio Heyerdahl en
abono de su teoría, sale el rey Topa a la cabeza de sus guerreros y cubierta la cara con
una máscara grotesca, “hecha con un trozo de tronco hueco de palmera”, a la usanza de
hace siglos70.
Inicialmente, Heyerdahl consideró la posibilidad de que el gran caudillo cusqueño
hubiera desembarcado en la isla de Pascua. Esta es una isla de tamaño insignificante
(un triángulo cuyo lado mayor tiene apenas veintidós kilómetros); dista del continente
americano, como ya se dijo, más de tres mil doscientos kilómetros: un punto, por
consiguiente, en medio de la inmensidad del mar, pero contiene en su breve extensión
un conjunto de monumentos arqueológicos como no hay otro en los incontables
archipiélagos de Oceanía. Arqueológicamente, Pascua es un tesoro universal.
Por su pequeñez, sin embargo, Heyerdahl dudó que una flota salida del Perú
hubiera podido dar con la isla; mas, reparando en los modos de distribución de las
embarcaciones en las largas travesías, no tardó en admitir la posibilidad. “A primera
vista parecería imposible que se pudiera tocar en la isla de Pascua viajando desde
Tumbes, pero, pensándolo bien, sería más correcto decir que es improbable. Como lo ha
hecho notar Hornell, la gran flota de balsas... se hizo a la mar en busca expresamente de
islas que se hallaban en determinada posición, y las balsas no habrían ido tontamente
en fila india. La historia incaica afirma que participaron veinte mil hombres, lo cual
significaría que cuatrocientas o más balsas, bien tripuladas, tomaron parte en la
búsqueda de tales islas. Si esto se ha de aceptar en forma textual o, por lo menos, como
indicación de que salió un gran ejército, el grupo explorador pudo haberse distribuido
sobre un frente de vastas dimensiones”71.
No hay, empero —observa Heyerdahl—, pruebas más concretas sobre la posible
llegada de Túpac Inca Yupanqui a Pascua. Falta en esta isla la leyenda del caudillo
individualizado, del gran jefe que arriba al frente de una flota y toma posesión de la
tierra, para volver más tarde a su país de origen, donde sus súbditos le esperan. Por eso,
aunque no descarta Pascua, considera que las pruebas favorecen a Mangareva, y allí,
entonces, aconseja dirigir la mirada en busca de luz para despojar el misterio que
envuelvo el viajo del caudillo inca.
La argumentación de Heyerdahl es una ampliación, muy cuidadosa y bien
razonada, de la de Rivet. Como éste, también Heyerdahl parte de los trabajos de
Christian, cumplidos entre 1899 y 1924. Rivet lanzó la hipótesis de la llegada de los
peruanos a Mangareva en 1928: ese año, el sabio francés “sugirió que Mangareva era la
isla habitada que Túpac Yupanqui había visitado desde el Perú”. Una exposición sucinta
de la leyenda del jefe rojo, Tupa, que desde el Este llegó a Mangareva, está en el ameno
libro del escritor noruego, Aku Aku. al cual ya hemos hecho varias veces referencia.
“Según la leyenda —empieza Heyerdahl—, aquel monarca había llegado a la isla desde
Oriente, con una numerosa flotilla de grandes balsas a vela. Tras permanecer algunos
meses en Mangareva, regresó a su poderoso reino situado hacia el Este, para no volver
nunca a la isla”. Agrega este comentario: “Tanto en tiempo como en lugar, estos hechos
concuerdan de modo sorprendente con la leyenda incaica acerca de su gran caudillo
Túpac. Este hizo construir una enorme flotilla de balsas de vela, en la que se embarcó
para visitar ciertas islas habitadas y lejanas cuya existencia conocía por sus propios
atrevidos navegantes y mercaderes. Según los historiadores incas, Túpac invirtió casi un
año en esta travesía por el Pacífico, regresando al Perú con prisioneros y botín, después
de visitar dos islas habitadas... Es muy posible que el inca Túpac fuese el Tupa cuyo
recuerdo se conserva aún en Mangareva
Ya anteriormente, Rivet había dicho que el viaje del Perú a Mangareva pudo
haberse realizado en cuatro meses, en balsas a vela, con lo que la duración señalada por
Cabello de Balboa y Sarmiento se justificaría. En cuanto a la capacidad náutica de las
balsas, no hay en torno a ello problema alguno: Heyerdahl, con justísimo orgullo,
recuerda que él, personalmente, con sus bravos seguidores, en la Kon Tiki, probó que los
incas, “utilizando guaras u orzas de deriva”, habían podido navegar ceñidos al viento,
“con la misma soltura que un velero”.
La Kon-Tiki
Pero, ningún relato gana en interés, por el fondo de verdad que puede tener, ni en
fantasía, por los enormes infundios que acumula, al contenido en un extraño documento
de la Biblioteca del Depósito Hidrográfico que Justo Zaragoza publicó en su Historia
del descubrimiento de las regiones austriales, de 1880-90. El documento da cuenta de
navegaciones de los “indios” de Oceanía al Perú, según relato de un nativo de las islas
Salomón al capitán español Francisco de Cáceres, miembro presumiblemente de la
expedición de Álvaro de Mendaña de 1567 (aunque no debe descartarse la posibilidad
de que haya pertenecido a la segunda expedición del mismo Mendaña, de 1595, en cuyo
caso el declarante habría sido, no de las Salomón, como dice el texto que luego
ofrecemos, sino de la isla Santa Cruz, que fue el centro de operaciones del infortunado
navegante hasta su muerte, ocurrida, por enfermedad, allí mismo).
Tanto Zaragoza corno Jiménez de la Espada destacan que se trata de un
documento de extraordinario valor por los informes detallados que da relativos a las
navegaciones que hacían los indígenas de las islas del Pacífico antes de la llegada de
los españoles. El relato registra nombres y habla de islas cuyos habitantes, gobernados
por reyes muy poderosos, tanto o más que los Incas del Perú, navegaban
periódicamente y de manera regular entre dichas islas y los puertos peruanos de Arica
e Ilo, tardando de sus islas al continente alrededor de dos meses. Igualmente, han
destacado los dos polígrafos arriba citados que los tales “indios” de las islas de Oceanía
usaban para sus navegaciones al continente, no piraguas sino balsas, las cuales eran
hechas “de palo”. “Las balsas que tenían eran de palo”.
El texto del intrigante documento, es el siguiente:
“Relación muy particular dada al capitán Francisco de Cáceres por un indio que se
llama Chepo, y sería de edad de ciento quince a ciento veinte años, de las islas de
Salomón, que están en la mar del Sur, con expresiones de sus nombres y el tiempo que
tardaban los indios sus naturales desde el puerto de Anca y de Ilo a ellas...
“Un indio que se llama Chepo, que sería de edad de ciento quince o ciento veinte
años, dijo que en todo lo que se le preguntase acerca de las dichas islas, diría la verdad,
con presupuesto que si mintiese le matarían; y esto fue en tiempo del capitán Francisco
de Cáceres, que procurando por dicho indio topó con él, y le dio la relación siguiente:
“Preguntado que desde donde atravesaban los indios de la dicha isla, dijo que:
“—Desde el puerto de Anca y el de Ilo.
“Preguntado que cuántos días tardaban los dichos indios en ir desde los dichos
puertos a las dichas islas, dijo que:
“—Tardaban dos meses en dar en una isla despoblada que se llamaba Coatu, que
tiene tres cerros altos, en donde hay muchos pájaros.
“Preguntado que cómo se llama la primera isla después de la despoblada, dijo que:
“—Se llamaba Qüen, que tiene mucha gente y el señor de ella se llama
Qüentique.
“Preguntósele si había más señores, dijo que:
Otros dos se llaman Uquenique y Cauxanique. “Preguntósele si había otras islas, y
dijo que:
“Si la cual se llama Acabana.
“Preguntósele cuántos días tardaban en ir desde la isla de Qüen a la de Acabana,
dijo que:
“—Díez días.
Preguntósele que cual es mayor; dijo que:
“—Acabana.
“Preguntósele si tenía algún señor la dicha isla; dijo que:
“—Si y del mismo nombre de la misma isla, y que tiene un hijo que se llama
Casira, el cual gobierna y manda toda la dicha isla en lugar del padre, el cual dicho
padre por su autoridad había dado el mando y facultad al dicho su hijo que gobernase la
dicha isla, sin entenderse él en ella.
“Preguntósele que si habían muchos señores otros, sujetos a los dichos padre e
hijo; dijo que:
“—Si, que son los señores de las primeras islas susodichas y otras que no sabe los
nombres.
“Preguntósele si era mayor señor éste que Guaynacava91, y dijo que:
“—Sí.
“Preguntósele que si esta isla de Acabana sabe que lo es” (o sea: si es isla o
continente); “dijo que:
“—No lo sabe, porque es tan grande que no sabe si isla o tierra firme.
“Preguntado si hay ovejas, dijo que:
“—Sí, y guanacos y venados.
“Preguntósele de qué se visten, y dijo que:
—De algodón y lana.
“Preguntado que qué traen en la cabeza, dijo que:
“—Unas llantos” [¿llautos?l “como los indios chichas” [¿chinchas?J.
“Preguntósele que qué traía Acabana en la cabeza, dijo que:
—Un chuco como de collas, y al derredor lleno de oro, y unas plumas encima.
“—Y, asimismo, que traía vestido —dijo— que era de lana y algodón muy galano.
“Preguntado en qué caminaba el dicho Acabana de un pueblo a otro, dijo que:
“—En unas andas, que todo el cerco de ellas y todo lo alto para guarda del sol, era
de oro.
“Preguntósele de qué eran las casas en que habitaban, dijo que:
“—De tierra eran las tapias, muy bien hechas, y unas cintas que las cercaban de
oro, y que los señores se sirven con oro y que no había visto plata ni la había.
“Preguntado en qué adoraban estos indios, dijo que:
“—En una guaca que tienen, y dentro de ella un bulto y persona hecha de oro.
“Preguntado qué le ofrecían, dijo que:
“—Unas piedras azules, coloradas y blancas, y mucho oro y ropa de algodón y
lana de todos los colores, muy galanas y pintadas.
“Preguntado qué lenguaje tenían, dijo que:
—Sabía que entendían la lengua de D. Sebastián Camanchac.
‘‘Avisáronlo que si todo lo que había dicho era verdad, porque donde no le
castigarían, y refirió ser así ut supra, y que las balsas que tenían eran de palo.
Tantos y tan sabrosos fueron los relatos del jaez de los textos reproducidos, que el
archivo de Simancas, según cuenta Zaragoza, formó un legajo con el rubro de Papeles
tocantes a las Islas de Poniente, que comprendía los años de 1570 a 1588.
Uno de esos relatos, tan extraordinario como el del “indio” Chepo, y que tanto
Zaragoza como Jiménez de la Espada publicaron separadamente92, refiere, en una forma
en la que la sorpresa va de palabra en palabra, la existencia de una inmensa isla frente a
Arica, en la latitud de los 18 grados y medio para mayor precisión, poblada de gentes
industriosas y bien organizadas, las que eran eximias en el arte de la navegación, tanto
que antes de la llegada de los españoles sostenían comercio con los indios de Ilo,
viajando en sus grandes balsas.
Dice el relato “que viniendo un navío muchos tiempos ha, de la gobernación de
Chile, con recio tiempo y tempestuoso, fue a dar a una isla muy grande, por la cual
anduvieron bojando cincuenta días y nunca la hallaron cabo, y tomaron el sol y altura y
hallaron que estaba en 18 grados, medio más o menos, y por ser poca la gente no osaron
saltar a tierra, aunque por señas los indios les persuadían a que saltasen y que les darían
todo lo que hubiesen menester; y por necesidad de comida que tenían, determinó de
echar suertes en que uno a quien cupiese saltase en tierra a su aventura, y cupo a un
Juan Montañés, y éste saltó en tierra y anduvo por ella adentro nueve leguas, y vido en
ella tres pueblos, que el uno de ellos le pareció tan grande como la ciudad de los Reyes;
estuvo con los indios siete días; y muy bien tratado de ellos; y las casas en que habitan
son galpones de 400 pies de largo y 100 de ancho, porque los habían medido; son los
indios de grande estatura y son barbados, y las mujeres amorosas y traen el cabello
trenzado hasta el tobillo: parecen amistosos con los españoles por ser barbados como
ellos; y cuando el Juan Montañés se hizo embarcar para el dicho navío, fue persuadido
de los dichos indios que si quería algunas piezas de oro, de las con que ellos se servían,
y con oportunidad tomó ciertas piezas aunque con temor, pensando haber cautela para
matarle y le dieron tres esmeraldas, y hechos a la vela fueron a dar a un puerto que se
dice Ilo, que está en la costa del Perú, y vino desde las islas hasta el dicho puerto de Ilo
en nueve días. Y toda esta relación dio al capitán Juan de Yllanes, el cual vino a España
y trajo) consigo al dicho Juan Montañés, y pidió a S.M. la dicha jornada de las islas, y
se le hizo merced de ella, y murió en el camino”.
El relato sigue con el señalamiento de la ruta para llegar a esta jauja insular, que
es una invitación a que los hombres de verdadero espíritu aventurero a ella vayan con la
seguridad de hallar los bienes que faltan en otras partes para tranquilidad y solaz del
alma y el cuerpo. El derrotero es de diáfana claridad, como límpida de toda bruma es la
historia del indio Chepo. Dice, con la precisión que habría puesto el más diligente
geógrafo: “Háse de ir a estas islas desde el puerto de Arica y llevar por señal el volcán
de la bahía, porque así lo tenían por costumbre los indios que iban y venían a éllas, y en
desapareciéndose el dicho volcán se da luego en las islas despobladas; háse de entrar
por entre ellas, y al cabo de dos días verán la isla grande, que parece tierra firme; háse
de ver hacia el Poniente y no se sabe a dónde llega. También dijo que había mucho
ganado como lo del Perú y camellos pequeños”.
Se completa la relación con el cuento de los habitantes de aquella tierra: “Los
indios de la costa de dicha isla, andan vestidos de unas redes y son grandes marineros, y
los de la tierra adentro son ahidalgados: dieron los indios de la costa por relación: que
había en la dicha isla grande dos señores que mandaban la tierra. También dijo, que todo
el tiempo que la nao anduvo por la costa vieron cincuenta canoas y balsas grandes
arriba, y las canoas los bordos de ellas traían por cintadas al derredor de oro, y mucha
gente en ellas”.
No hay que aguzar los sentidos para ver que el relato del capitán Yllanes y del
marinero Montañés constituye una completa patraña, de principio a fin, pero una
patraña hermosa, atractiva, llena de encanto, cargada de llamadas sugerentes y
tentadoras. Sin duda, debieron formar legión interminable los que la atendieron y
armáronse para seguirla como los intonsos que creían en la realidad de Jauja aquella
tierra deliciosa en la que la mermelada se daba por barrancos, el jamón mejor sazonado
por montañas y los vinos ajerezados corrían por arroyos. La mentada isla grande, de
mujeres amorosas y hombres fuertes que habitaban en grandes poblaciones, debía estar
a cosa de mil doscientas millas al Oeste de Anca, y bien sabemos hoy que ninguna isla
existe por aquellos parajes. Fuera de las muy pequeñas y desposeídas de todo recurso,
San Félix y San Ambrosio, por los 80º Oeste y 20º Sur; Sala y Gómez (107º y 23º),
meros peñascos, sin agua siquiera; Pascua, lejanísima a cerca de cuatro mil kilómetros
(107º y 27º); y Juan Fernández, muy al Sur (80º y 34º), nada interrumpe frente al litoral
peruano-chileno la tersura inmensa del mar, hasta la distante Polinesia, cuya avanzada
oriental es justamente la citada Pascua93.
Patraña pues, pura y total patraña, pero de las mejor tejidas, como aquella otra no
menos famosa e igualmente desbordante, de la isla Fontacia que surgiera un día de
fiebre elevadísima de la mente enferma de Alonso de Fuentes, por el año de 1594. La
grande isla Fontacia de Mendoza ——así completado su nombre en honor del virrey de
entonces, D. García Hurtado de Mendoza---- era de cinco mil leguas de circunferencia,
hallábase poblada de gentes blancas y su ubicación caía “debajo del antártico polo”; y,
no obstante la gigantesca superchería y el amontonamiento tan grande de despropósitos,
creyeron los hombres de esos crédulos siglos XVI y XVII en su existencia, y hasta
vieron comprometidos en el infundio la misma Corte y el visorrey de Lima.
En el relato del capitán Yllanes y el marinero Montañés, los errores se suceden
unos tras otros; no hay coherencia ni las señas casan con la realidad. Cincuenta días
bojeando una isla sin hallarle cabo es un dislate tan grande como la mentira general que
contaron los susodichos; lo de los pueblos tan desarrollados como Los Reyes, otra
falsedad; y, en fin, todo no pasa de ser una pura invención de cabezas calenturientas.
Pero, este relato como los otros, vale en cuanto significa prolongación, aumentada y
corregida por los españoles, de la vieja leyenda indígena de las islas, leyenda tan
extendida y tan uniforme en el contenido de sus versiones que no deja duda respecto al
fondo de verdad que le sirve de sustento.
Por mucho tiempo se creyó que una balsa no podía resistir un viaje por mar de
meses de duración. La balsa se hundía, era el temor. Al respecto, anteriormente se
expuso el punto de vista de una autoridad en la materia, Lothrop. “Dudo que las balsas
—dijo-— puedan permanecer nueve meses a flote, porque la madera de balsa, si bien es
de muy alta flotabilidad, absorbe en cambio agua con rapidez y pierde, por ende, su
capacidad de flotación por completo después de unas cuantas semanas... “97 Mas, la
famosa expedición de la balsa Kon Tiki, salida del Callao en abril de 1947, vino a
confirmar lo contrario; y éste fue uno de los aportes más importantes con que
Heyerdahl, jefe de la expedición, y sus acompañantes, enriquecieron los caudales, no
muy abundantes en esta parte, de la ciencia histórica y de la Etnología.
Thor Heyerdahl —científico, aficionado o deportista: como quiera considerársele
— es uno de los hombres, en el campo de la ciencia, más discutidos de los tiempos
actuales. Sostiene, como ya se vio en el Capítulo II, que las islas de la Polinesia fueron
pobladas por gentes salidas de América, concretamente del Perú; y que estas gentes eran
de raza blanca. La mayoría, casi la totalidad de los etnólogos afirma que los polinesios
derivan de grupos que pasaron por el archipiélago malayo en su marcha hacia el Este.
Heyerdahl sostiene lo contrario: la migración fue de Este a Oeste, desde América.
Aunque detractor de esta teoría, el sabio argentino José Imbelloni ha hecho de ella una
buena exposición sumaria que se condensa en los siguientes términos: dos razas
poblaron América en los tiempos prehistóricos: una amarillo-parda, en contingente
mayoritario, que entró por Bering y se esparció por todo el continente, de Norte a Sur,
hasta la Patagonia; otra, blanca, barbada, de ascendencia caucasoide, que llegó por el
Atlántico, partiendo del Atlas africano. Su piel era clara. De las islas Canarias saltó a
América del Sur; cruzó el inmenso continente por su parte más ancha y difícil —la parte
de los ríos amazónicos—; después, tramontó los Andes y, finalmente, se radicó en el
altiplano peruano. Una rama, mientras tanto, de la misma oleada migratoria, se ubicó en
la región del Istmo.
Establecida en la meseta andina, esta raza de origen caucasoide, respetada al
comienzo por los pueblos bárbaros de la primera migración asiática, terminó sufriendo,
no obstante las muchas grandes obras que realizó y la nueva vida que pretendió inculcar
a los grupos sometidos, una terrible persecución. Hubo un alzamiento general de
pueblos, y los caudillos blancos tuvieron que huir para evitar la masacre. De las altas
tierras andinas y de los valles de la cordillera, los blancos bajaron a los llanos de la
costa y allí, con el enemigo a la espalda, tuvieron que prepararse para la aventura en el
mar. No les quedaba otro camino. Construyeron una nutrida flota de balsas, utilizando
grandes troncos de la madera liviana que crece en las selvas ecuatorianas, y terminados
los preparativos, se arriesga ron a la odisea. Esta gente cruzó el Pacifico y, al cabo de
una larga navegación, arribó a las primeras islas de la Polinesia oriental, acabando por
establecerse allí98.
Uno de los principales apoyos de esta teoría está en el mito de Viracocha.
Viracocha es un ser extraordinario, un dios de ilimitados poderes, que controla la
naturaleza y se presenta ante los indios bárbaros con barba y manto talar, enseñando una
nueva doctrina, ordenando, civilizando. Tropieza con dificultades, como levantamientos
de los indios, desobediencias, ataques, pero él castiga a los insumisos, los vence en cada
caso, y en su peregrinaje de adoctrinamiento, llega hasta el mar en el Norte. Allí,
avanzando milagrosamente sobre las olas con su séquito, desaparece. El mito inca de los
dioses blancos y barbados es el fundamento de la teoría de Heyerdahl o su principal
punto) de apoyo. No debe descuidarse —dice un reciente expositor de las teorías sobre
el poblamiento prehistórico de América— la persistencia con que aparece en
Centroamérica, México y el área andina la versión leyendárica de los dioses blancos,
pero —agrega— ¡hay que cuidarse de los charlatanes!99.
Así, con términos muy poco piadosos ha sido tratado Heyerdahl. Quienes antes
que él hablaron de la posibilidad de un poblamiento de Polinesia por oleadas
migratorias salidas de América —como A. Lesson, quien lanzó la idea en 1880100—
nunca fueron tratados de tan áspera manera. Pero, Heyerdahl ha sabido montar todo un
aparato publicitario para sustentar, defender y difundir su teoría, aparato que él mismo
maneja con habilidad, extendiendo sus alcances a todo el mundo y comprometiendo a
muchos órganos científicos, en los que siempre sus escritos tienen acogida. Heyerdahl,
además, es un buen polemista, y no desaprovecha ocasión alguna para enfrentarse a sus
adversarios, a los que provoca reacciones airadas, no siempre congruentes con los tonos
mesurados de la ciencia.
La idea de una corriente migratoria, a través del mar, desde América, que cayó
sobre las islas de Polinesia, nació en la mente de Heyerdahl contemplando el mar, en
Tahití. Lo cuenta en su libro “La expedición de la “Kon Tiki”: “Permanecimos sentados
allí, admirando el mar, que parecía empeñado en demostrar que venía de oriente de
oriente... siempre de oriente. Eran los eternos vientos del Este, los alisios, los que
habían perturbado la superficie del mar, levantándola y enroscándola hacia adelante,
desde más allá del horizonte oriental hasta aquí, hasta las islas... Así, desde el alba de
los tiempos, las olas y las mudables nubes han avanzado siempre de levante. Bien lo
sabían los primeros hombres que llegaron a estas islas. Las aves y los insectos lo sabían
también, y la vegetación de las islas está completamente dominada por esta
circunstancia” 101.
Otro día, también ante el mar, Heyerdahl escuchó de un viejo de la isla este
cuento: ‘Tiki... era jefe y era dios. El trajo a mis antepasados a estas islas donde ahora
vivimos. Antes vivíamos en un gran país, al otro lado del mar...”.
Entonces, fue tomando cuerpo la idea: “Mis sospechas y mi atención fueron
desviándose más y más del Viejo Mundo... para aplicarse a las civilizaciones de
América. Y en las costas más cercanas hacia oriente…, en el Perú... no faltaban
ciertamente datos. Allí vivió una vez un pueblo desconocido… que desapareció de
pronto mucho tiempo atrás. Ese pueblo dejó enormes estatuas de piedras… que
recuerdan a las encontradas en las Marquesas o en la isla de Pascua. y grandes
pirámides escalonadas como las de Tahití y Samoa...”
Sigue Heyerdahl su relato, interesante pero afectado a ratos por gruesas
incongruencias: “Kon Tiki era sumo sacerdote o rey-dios de los legendarios hombres
blancos... que dejaron las ruinas ciclópeas a orillas del lago Titicaca... Los hombres
blancos con barbas fueron atacados por un jefe llamado Cari, venido del valle de
Coquimbo… La raza rubia quedó aniquilada pero el propio Kon Tiki y sus adictos
escaparon a la costa del Pacífico… de donde desaparecieron en el mar, rumbo a
Occidente’’. Este es el mismo Tiki a quien venérán en Polinesia como el fundador de la
raza”102. Después, por el año 1100 de nuestra era, llegó otra invasión del noroeste, en
grandes piraguas dobles, que se mezcló con la primera población llegada del Perú.
Trazada en sus lineamientos generales la teoría, su autor quiso probarla, y para
ello preparó, con la incondicional adhesión de cinco amigos, una travesía en
embarcación similar, según estudios que hizo, a la empleada por el fabuloso Kon Tiki.
Para ello, tomó el modelo de las balsas indígenas usadas en las costas del Perú y
Ecuador, de gruesos troncos de palo de balsa, una madera muy ligera que crece en las
selvas ecuatoriales.
La balsa Kon Tiki salió del Callao el 28 de abril de 1947, Con sus seis bravos
tripulantes, y ciento un días después, impulsada sólo por los vientos y las corrientes,
embarrancaba en los arrecifes de coral de Raroia, del archipiélago de las Tuamotú. El
acontecimiento fue considerado por la prensa del mundo entero como una hazaña, y
desde ese día Heyerdahl y los suyos ganaron celebridad. La balsa llegó en perfectas
condiciones y, de no haber chocado con los arrecifes, se habría conservado como el día
de la partida. De esta manera, el temor de Lothrop quedó desvanecido. Entonces, con
prudencia, sin exagerar los resultados obtenidos con su proeza náutica, Heyerdahl pudo
decir: “Mi teoría de la migración, como tal, no quedó probada. Lo que sí probamos es
que las balsas sudamericanas poseen cualidades que hasta ahora hablan sido
desconocidas…, y que las islas del Pacífico están situadas muy al alcance de las
embarcaciones prehistóricas del Perú” 103.
No obstante su posición de furibundo detractor de Heyerdahl, Imbelloni ha tenido
que admitir este saldo favorable de la expedición de la Kon Tiki. Encabezando el grupo
de los que consideran que el viaje del famoso noruego no pasó de una “proeza
deportiva”, completamente inservible para la ciencia104, el combativo sabio argentino
dice que los libros de Heyerdahl, con una teoría “totalmente absurda”, revelan una
“táctica groseramente propagandística” y forman “un alud de escritos
pseudocientíficos”105. Pero, reconoce que “la aventura de la balsa… demostró, en primer
lugar, las favorables propiedades de la antigua balsa peruana; luego, la preponderancia
de los vientos alisios durante cierto período del año; y, por último, las posibilidades de
una larga navegación al garete en dirección Este Oeste... 106 Puntualiza que no hubo
navegación dirigida hacia el Oeste, sólo navegación al garete, por los vientos y las
corrientes. Agrega: “Se comprobó que los peruanos tuvieron a su disposición los
medios para navegar a la Polinesia, mas de modo alguno que realizaron tal navegación
ni que poblaron las islas...”.
A pesar de las criticas, la expedición de la balsa Kon Tiki arrojó un saldo que
favorece la comprensión de aquella otra hazaña de la antigüedad que el tiempo ha
deformado, rodeándola con el atuendo de la leyenda: la del caudillo cusqueño Túpac
Inca Yupanqui, vencedor de mil combates y dominador del mar. No entorpece que la
madera de que están hechas las balsas absorbe el agua, estas rústicas embarcaciones
mantienen un grado de flotabilidad apropiado para la navegación oceánica por mucho
tiempo, meses y hasta años. Así, entonces, como lo admite el propio Imbelloni, los
peruanos tuvieron a su disposición los medios para cubrir largas travesías. La balsa
antigua, sin tocar tierra y desecar sus troncos, podía llegar a Centroamérica, a las
Galápagos, incluso a la lejana Polinesia. Capacidad marinera, además, como lo
demostró también la travesía de Heyerdahl, tenía de sobra: es más segura que una
embarcación de quilla; no se voltea; aprovecha bien las corrientes; puede conducir
pesadas cargas o gran número de tripulantes.
Sin embargo, después de la expedición hecha, sólo es posible arribar a una
conclusión y sólo a una: que el viaje de Túpac Inca Yupanqui debe ser considerado un
hecho histórico. Agréguese, porque hay base para ello: un viaje extraordinario, en el
que participó una gran flota de balsas. Mas, no es posible, en el estado actual de los
conocimientos, señalar el destino de ese gran viaje.
La expedición de la Kon Tiki, en realidad, por uno de sus lados, ha complicado el
problema, porque ha hecho ver, de modo irrefutable, que los viajes hasta Polinesia, en
balsa, eran posibles. Al agregarse Polinesia, entonces, a la lista de las presuntas metas
del viaje, se ha abierto otra posibilidad cierta, ya advertida por Rivet pero dudada por
muchos.
Mas, los refractarios de la teoría preguntan con no disimulado propósito: y si la
expedición incaica alcanzó a Polinesia, ¿cómo fue el regreso, sin vientos ni corrientes
favorables; antes bien, adversos? El mismo Heyerdahl, mientras con su proeza y la de
sus compañeros ha hecho ver que los viajes en balsa de Este a Oeste son factibles, por
otra parte ha demostrado, por la misma circunstancia de los vientos y las corrientes, que
los viajes en sentido inverso, es decir, de Oeste a Este, de Polinesia a América, son harto
difíciles, exigen un gran conocimiento del régimen mundial de las corrientes regulares
de aire e imponen, por lo mismo, travesías larguísimas por rutas muy apartadas del
ecuador. Tal ocurrió con la navegación transpacífica en los siglos coloniales, de los
tiempos, por ejemplo, de Álvaro de Mendaña y Pedro Fernández de Quiroz, cuando los
galeones salidos del Callao entilaban directamente al Oeste para alcanzar la Melanesia o
las islas de más allá, de Melanesia y Australia. Los mismos, para volver, tenían que
cruzar la equinoccial y alcanzar altas latitudes del Pacífico Norte, hasta los 40º,
aproximadamente, donde los vientos y las corrientes, a la inversa que a la ida, llevan
hacia el Este, hacia América. Los navíos, así, tocaban, al regreso, en las costas de
California, y tras ese apartamiento enorme de su destino, enfilaban a éste por la costa
occidental americana, navegando paralelos a tierra por México, Centroamérica,
Colombia y Ecuador, hasta la Punta Santa Elena, que les abría las aguas del golfo de
Guayaquil y, después de éstas, las del Perú.
En el tiempo de los Incas, los supuestos viajes de Oeste a Este habrían sido muy
difíciles, casi imposibles, en el caso de una navegación exclusivamente a vela o a la
deriva, como, se supone, ha sido la navegación oceánica de las balsas. En cambio, sí ha-
brían sido posibles en otro tipo de embarcación; por ejemplo, en piraguas dobles a vela
y remo o en piraguas de balancín a vela y remo, por su facilidad de maniobra y
capacidad para navegar con vientos no precisamente de popa, hasta con vientos
contrarios, y porque en determinadas circunstancias avanzan al impulso de los remeros.
Este tipo de embarcación, sumamente marinero, era desconocido en la costa occidental
sudamericana y sí estaba, y sigue estándolo, en las islas de Oceanía. “Naves polinesias
llegaron sin duda a América en la época de apogeo de la navegación maorí, siglos XIII y
XIV”, dice Pericot, y García comentando los resultados del viaje de la balsa Kon Tiki; y
agrega: “Cabe, incluso, suponer que de tales viajes aislados hayan quedado algunos
vestigios. Por ejemplo: la trompeta de concha de tritón, de Cañete (Perú), o las puntas
pedunculadas de obsidiana de Llolleo (Valparaíso). El caso del mere o patu es también
claro tras los estudios de Imbelloni”107.
Mas, si se habla de navegación con vientos contrarios, puede esgrimirse el
argumento de las orzas o guaras, artefactos con los cuales los indios balseros de la costa
Norte podían aprovechar vientos de babor y estribor y hasta coger limpiamente ráfagas
adversas, como un buque a vela, de quilla y timón, que navegara con vientos de amura,
orzando. Esta es una técnica que ha sido estudiada en la navegación costera de las balsas
pero no en la de altura y sobre la cual, por consiguiente, no hay experiencia.
Mientras estos temas y otros conexos se siguen discutiendo, el relato del hazañoso
viaje de Túpac Inca Yupanqui sigue, en todas sus partes, en pie. La inmensa flota de
grandes balsas, de nueve u once troncos sujetos por lianas, mástil bípede de dura
madera de mangle, proa afilada y cobertizo al centro, hacia la popa, avanza
calmadamente por las aguas del Pacífico. Miles de hombres viajan en ella, con el
caudillo cusqueño a la cabeza, invicto en tierra y buscando nuevas empresas para
extender la fama y acaparar la gloria. Se sostienen estos hombres del agua que llevan en
el recipiente natural de las gruesas cañas de Guayaquil y también del agua que recogen
de los chubascos, que son torrenciales. Cada manchón de nubes es un aguacero copioso,
que permite llenar los depósitos de reserva que van bajo las balsas, refrescados por el
propio mar. Se sostienen también, a falta de las provisiones cargadas en tierra, de lo que
el mar brinda: no falta la pesca y siempre las balsas aparecen cubiertas de peces diver-
sos que caen de acrobáticos saltos sobre el agua. La vida abunda en el mar, y ella
sustenta la de los hombres empeñados en tan fantástica travesía.
Un día, el caudillo arribó a su destino, que fue seguramente el que le hablaron los
mercaderes. Después, quizá, fué a otras tierras, ya embebido de la victoria, ambicioso de
más gloria.
Después, el regreso, la acogida triunfal, su reincorporación al ejercito invencible,
la marcha al Cusco, allí el recibimiento de su padre, el gran Pachacútec, consciente, por
su propia grandeza, de la grandeza del hijo.
¿Adónde? A falta de mayor documentación, la Arqueología quizá algún día
extienda el rayo de luz que esta hazaña reclama para mostrarse plena al conocimiento de
los hombres.
NOTAS AL CAPITULO
El autor:
(2) Que Urco Guaranga narró su historia a Sarmiento de Gamboa entre 1570 y
1572, y no posteriormente debido a que en 1572 concluyó su Historia Índica que le fue
encargada por el virrey Francisco de Toledo (1515-1582).
(3) Que en 1572 Urco Guaranga debía frisar los 85 años, de acuerdo a lo que
afirma un protocolo levantado y fechado en el Cuzco en aquel año y citado por Richard
Pietschmann en su introducción a la primera edición de la obra de Sarmiento
(Pietschmann 1906).
(4) Que la expedición marítima de Túpac Yupanqui debió tener lugar alrededor del
año 1500, fecha calculada sobre la base de que Urco Guaranga habría contado por
entonces entre 15 a 17 años.
(5) Que se presenta una incongruencia, cuando se coteja la fecha estimada como
válida para eL deceso de Túpac Yupanqui. En efecto, siguiendo la cronología de la
capac-cuna de Cabello Valboa (1586), John Rowe (1946) calcula qué falleció hacia
1493; esto es unos siete a diez años antes de la fecha calculada para la expedición. La
encrucijada debe, con todo, tomar en cuenta que las fechas de nacimiento, muerte y
reinado de los soberanos incas proporcionadas por Cabello Valboa, son solo
aproximadas; en todo caso el tema requiere de estudios más detenidos para fijar con
mayor precisión las fechas de estos acontecimientos.
(7) Que Cabello Valboa cita, por otro lado, a un tal Urco Guaranga como
consejero de Huáscar, que cronológicamente bien podría haber sido el informante de
Sarmiento de Gamboa.
(8) Que el soberano Túpac Yupanqui habría arribado en balsas, con velas, a
lejanas islas que bautizó como Auachumbi [aua o agua= foráneo / chumpi = motivos
menudos (en tejidos) = ¿conjunto de islas de vistosos contornos?), y como Ninachumbe
(nina = fuego (¿volcán?) / chumpi motivos menudos (en tejidos)=islas de vistosos
contornos].
(9) Que de las legendarias tierras insulares se tenia noticia, de mercaderes que por
vía marítima “habían venido por la mar de hacia el poniente...” [a las costas peruano-
ecuatorianas] “en balsas navegando a la vela”. Y que Túpac Yupanqui recogió estos
informes “andando... conquistando la Costa de Manta y la isla de la Puná”.
(10) Que para “verificar” si eran ciertos los rumores acerca de la existencia de
aquellas islas, Túpac Yupanqui acudió a Antarqui, quien poseído de sus poderes
chamánicos “voló” hasta las mismas ratificando así la versión dada por los mercaderes.
(11) Que la expedición contó con una iota de “numerosísima cantidad de balsas”
[probablemente con vela como las de los comerciantes mencionados y en las] “que
[fueron embarcados] más de veinte mil soldados escogidos”. Esta cifra fue
probablemente inflada por la tradición oral.
(12) Túpac Yupanqui se hizo acompañar por su hermano, llamado Tilca Yupanqui,
a quien nombró “general de toda la armada” y que éste dispuso del apoyo de siete
“capitanes” de los linajes tanto de Hurincuzco tanto como de Hanancuzco.
(13) Que la expedición habría tardado en arribar a las lejanas islas “más de nueve
meses” [y agrega que] “otros dicen un año…” Los datos citados no pueden ser
verificados y acaso podrían ser exagerados por la propensión universal de la memoria
colectiva de engrandecer, con el transcurso del tiempo, los hechos históricos, dando
paso a la leyenda.
(14) Que al retornar los expedicionarios trajeron consigo trofeos exóticos, que
fueron depositados “en la fortaleza del Cuzco” [Sacsahuamán] “hasta tiempo de los
españoles” en 1572 estaban algunos de éstos en poder de Urco Guaranca.
(15) Que el botín estaba originalmente conformado por “gente negra y mucho oro
y una silla de latón y un pellejo y quijada de caballo”. Cuando Urco Guaranga era
interrogado por Sarmiento en 1572, conservaba en su poder la “silla de latón, el pellejo
y [las] quijadas de caballo”. No así el oro; sobre la “gente negra” traída de las
legendarias tierras no se hace mención.
(16) Que de haber sido Auachumbi y Ninachumbi islas del conjunto de Lobos de
Afuera, al estar éste ubicado a sólo 80 km. de las costas de Lambayeque, la expedición
que comentamos no habría merecido especial atención o habría sido olvidada. Debido a
su cercanía a la costa, la mentada expedición no habría empleado adicionalmente el
tiempo señalado en el relato, de diez a doce meses.
(19) Que las islas Galápagos o Archipiélago de Colón, conformado por cincuenta
y cinco ínsulas que se ubican entre los paralelos 1º 36º de latitud S y 0º 34º de latitud N
y los meridianos 89º 27’ y 91º 43’ de longitud 0 de Greenwich, distan unos 900
kilómetros de la costa ecuatoriana; pero que éstas no podrían haben incluido las islas de
Auachumbi y Ninachumbe como lo puntualiza Thor Heyerdahl (1952), debido a que las
islas Galápagos no están constituidas por tan sólo dos islas sino por todo un
archipiélago. Sin embargo, habría que tener presente que la voz chumpi alude a faja
dotada de varios elementos. Con todo, es de toman en cuenta que las islas Galapagos
estaban deshabitadas al descubrirlas accidentalmente el obispo de Panamá Tomas
Berlanga en 1535, cuando una corriente alejó su nave que se dirigía rumbo al Perú.
(21) Que de haber sido las islas Auachumbi y Ninachumbe las divisadas por
Sarmiento de Gamboa, éstas se ubicarían en las proximidades de las islas Marquesas.
Con todo, el relato de Sarmiento no permite una comprobación en este sentido.
No obstante lo señalado, comparando los datos proporcionados por uno y por otro
cronista sorprende que concuerdan hasta en algunos detalles. Por ejemplo en lo que se
refiere a que la navegación se prolongó por muchos meses, a que las islas abordadas
fueron llamadas “Hagua Chumbi y Nina Chumbi” (Cabello); como también en cuanto a
precisiones acerca de la cantidad y calidad de los trofeos reclutados por la expedición.
(2) Que las embarcaciones eran hechas de “ciertos palos” (balsas) y que por
encima de ellas se levantaba un recinto construido de carrizos (cañizos) el que debió
lucir techado. Embarcaciones de este tipo perduraron durante el período colonial, como
se advierte por ilustraciones insertas en las obras de Jorge Juan y Antonio de Ulloa
(1748), Alexander von Humboldt (1810) y de otros estudiosos americanistas de la
época. Las dibujan en forma de balsas grandes, con velas, constituidas por troncos
verticales sobre cuya superficie se presenta un tabladillo, que descansa sobre maderos
horizontales, y encima del cual se erigía una construcción a manera de una vivienda; las
fotografías de Enrique Brüning (Schaedel 1988, pp. 70, 82-84, 86-87), captadas a fines
del siglo XIX, la retrata a manera de una choza (Kauffmann Doig 1992, p.25).
(3) Que los pilotos eran naturales de las costas ecuatorianas “de mas [mayor]
experiencia que pudo hallar” Túpac Yupanqui.
(4) Que fue el propio soberano quien comandó la expedición: “se metio en el Mar
con el mismo brio y animo que si desde su nacimiento huviera experimentado sus
fortunas y truecos”.
(5) Que la expedición se alejó de la costa “mas que se puede facilmente creer”;
repitiendo al respecto, en términos generales lo transmitido por Sarmiento de Gamboa
en cuanto a que la jornada se habría extendido por “espacio de un año”.
(6) Que la expedición terminó por tocar las islas de Hagua Chumbi y Nina
Chumbi, en el mar del Sur; y que fueron bautizadas con estos nombres por los
expedicionarios.
(7) Que Cabello Valboa presenta sus dudas acerca de cuáles habrían sido las dos
islas citadas en el relato.
(8) Que Túpac Yupanqui habría retornado portando diversos trofeos: “mucho oro
y plata, y más una Silla de Laton, y cueros de animales como Cauallos”, además “trajo
de alla Yndios prisioneros de color negra...”.
(9) Que lamenta la falta de interés “en este Piru [...] para averiguar [de] donde se
puedan traer las tales cosas”. Esto es, la ausencia de una preocupación que hubiere
llevado a identificar Haguachumbi y Ninachumbí en el mundo insular del Pacífico.
(11) Que por el hecho de que navegantes españoles habían descubierto diversas
islas alejadas de la costa, la posibilidad de que la experiencia de Túpac Yupanqui no
hubiera sido un invento se vería reforzada.
3. Conclusiones generales