La Entrevista Antropológica

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Rosana Guber

EL SALVAJE METROPOLITANO
A la vuelta de la Antropología Postmoderna.
Reconstrucción del conocimiento social
en el trabajo de campo.

Colaboraciones de Carmen Guarini y Ester Kaufman


Victoria Casabona, coordinador editorial

Rosana Guber, licenciada en Ciencias Antropológicas por la Universidad de Buenos


Aires y M. A. en Ciencias Sociales por FLACSO-PBA prepara actualmente el doctorado
en la Universidad Johns Hopkins (Baltimore, EE.UU.). Se ha especializado en estudios
étnicos ("La construcción de la identidad étnica. El caso de los judíos ashkenazim de
Europa Oriental", en Antropología argentina 1984) y en trabajos sobre la discriminación COMUNICACIóN Y SOCIEDAD
hacia los residentes en villas miserias del Gran Buenos Aires (,sus textos al respecto se han
publicado en el Boletín de Medio Ambiente y Urbanización, Etnia, Nueva Antropología,
Cuadernos del INA y Cuadernos de Antropología Social del Instituto de Ciencias EDITORIAL LEGASA
Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires). Es investigadora del CONICET y
profesora de Métodos y Técnicas de Investigación de Campo en la carrera de Ciencias
Antropológicas de la U.B.A.
X LA ENTREVISTA ANTROPOLOGICA 1:
INTRODUCCION A LA NO DIRECTIVIDAD

Cierta información puede obtenerse sólo parcialmente a


través de la observación: los sistemas de representaciones,
nociones, ideas, creencias, valores, normas ideales, criterios
de adscripción y clasificación –entre otros. Si bien advertimos
que no es conveniente caer en simplificaciones, la entrevista
es una de las técnicas más apropiadas para acceder al
universo de significaciones de los actores. Asimismo; la
referencia a acciones, pasadas o presentes, de sí o de
terceros, que no hayan sido atestiguadas por el investigador,
puede alcanzarse a través de la entrevista. Entendida como
relación social a través de la cual se obtienen enunciados y
verbalizaciones, es además una instancia de observación; al
material discursivo debe agregarse la información acerca del
contexto del entrevistado, sobre sus características físicas y su
conducta.
Sin embargo, existen muchas variantes de esta técnica,
cada una con su respectivo marco, fines y modalidades.
Pueden identificarse las entrevistas dirigidas, que se aplican a
través de un cuestionario preestablecido; las
semiestructuradas, focalizadas en una temática; las
entrevistas clínicas, orientadas a la interpretación
sociopsicológica. Las entrevistas se emplean tanto en la
investigación científica como en encuestas de opinión y de
sondeo político. En éste y el próximo capítulo, nos ocuparemos
de lo que algunos autores llaman entrevista antropológica
o etnográfica ("ethnographic interview" M. Agar, 1980 y J.
Spradley, 1979), también conocida como entrevista informal
(J. Kemp, 1984, y R.F. Ellen,1984) o no directiva (M. Thiollent,
1982, L. Kandel, 1982 y otros autores provenientes de la

sociología) . Esta especie se añade al bagaje técnico

Para bibliografía referida a la entrevista en encuestas y cuestionarios más
clásicamente empleada en ciencias sociales, sugerimos consultar Boudon y
Lazarsfeld (1973), Goode & Hatt, Pardinas (1969), Schatzmann y Strauss
(1973), Selltiz (1976), Zelditch (1962), entre otros.
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metodológico del que se ha valido la antropología para


conocer otras sociedades y culturas, bajo la premisa de que
ese conocimiento no caiga en perspectivas etno y
sociocéntricas.

1 No hay preguntas sin respuestas (implícitas)


La necesidad de sistematizar la entrevista empleada en el
TC antropológico surgió de su progresiva diferenciación de
otras variantes de esa misma técnica. La tardía justificación de
su cientificidad por parte de los antropólogos fue realizada
cuando comenzaba a decaer el reinado positivista de las
técnicas cuantitativas, buscándose entonces otras vías que
aseguraran un conocimiento más profundo y “objetivo” de lo
real. Tal fue la razón para que, en los años 30, irrumpieran los
estudios naturalistas en barriadas, pueblos y ciudades; el
investigador abandonó el gabinete y se dirigió al contexto
donde se desenvolvían habitualmente los actores; allí los
observó y entrevistó; tomarlos en su propio medio aparecía
garantizando que la información obtenida sería legítima y
veraz. A pesar de que esta perspectiva, clásica en las
etnografías, llevara consigo la impronta de un acusado
empirismo, su rescate es posible desde una mirada
epistemológica alternativa, y ello dado su gran aporte al
conocimiento de otras culturas y de la cultura y sociedad del
investigador. Revisaremos este potencial, contrastando la
entrevista antropológica (en adelante EA) con la entrevista
estructurada.

Según la metodología tradicional en ciencias sociales, el


entrevistador debe suministrar un cuestionario idéntico a
todos los entrevistados, con las mismas preguntas cerradas (a
responder por sí – no – no sé), abiertas (a responder en
palabras del informante) y de elección múltiple (más conocida
como "multiple choice", en las cuales se presenta un número
determinado de respuestas optativas); las preguntas deben
ser formuladas en la misma secuencia, registrando
puntualmente las respuestas (THIOLLENT, 1982:79). Se supone
que así todos los respondentes se encuentran sometidos a las
mismas condiciones de interrogación y, por lo tanto, sus
afirmaciones tienen el mismo valor.

Veamos un cuestionario suministrado a agentes oficiales y


vecinos a una villa miseria para penetrar en su imagen acerca
de los residentes de villas y los prejuicios sociales hacia ese
sector socio-residencial. El análisis de este cuestionario nos
permitirá hacer algunas puntualizaciones sobre las
características de esta herramienta; nuestra tesis es que su
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mayor limitación proviene de que los supuestos del investi-


gador se proyectan en el discurso, cerrando el acceso al
universo de sentidos que componen la Perspectiva del Actor
(en adelante PA); puede ser, entonces, una herramienta de
conocimiento sociocéntrico.
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Cuestionario
1- ¿Hay prejuicios contra los villeros?
2- ¿Quiénes los sustentan?
3- ¿Usted los comparte? Sí - No, ¿por qué?
4- ¿Cómo sabe estas cosas de los villeros? (¿directa o
indirectamente?)
5- ¿Fue alguna vez a una villa? ¿Por qué? ¿Para qué?
6- ¿Tuvo algún inconveniente? ¿De qué tipo?
7- ¿Cómo fue la relación con los pobladores?
8- ¿Cómo viven?
9- ¿Qué problemas tienen?
10- ¿Son un problema las villas? ¿Por qué?
11- ¿Cómo se podrá/deberá resolver?
12- ¿Conoce algunos intentos? ¿por parte de quiénes? ¿Han
sido exitosos o fracasaron? ¿Por qué?

Estas preguntas pueden agruparse en bloques temáticos:


1) la percepción/reconocimiento de los prejuicios contra los
villeros (1-3)
2) el carácter directo o indirecto del conocimiento que
sustenta el no villero acerca del villero (4-7)
3) la villa como problema; soluciones (8-12)
La primera serie trata de establecer el grado de conciencia
de los informantes con respecto a las ideas prejuiciosas. La
segunda trata de establecer si el informante conoce de
primera mano o si las impresiones le han sido transmitidas por
terceros. Es frecuente –tanto en la teoría social como en el
sentido común- que se conciba a los prejuicios como juicios a
priori sin conocimiento suficiente y que se identifique a este
‘conocimiento’ con el ‘de primera mano’ (como vemos, en el
sentido común también operan premisas empiristas). La
tercera serie se refiere a la villa miseria como “problema” que
requiere soluciones. La confección del cuestionario responde a
una concepción teórica del prejuicio, según la cual el
informante puede reconocer/se sujeto de prejuicio y al villero
como su objeto; también supone que el prejuicio se asienta
sobre un conocimiento indirecto (y por eso insuficiente), que
puede llegar a ser inmune a la confrontación empírica; en este
marco las villas y sus habitantes son “un problema” y son
caracterizados desde dicho ángulo; pero aún hay algo más. El
uso del término “villero” predispone negativamente al
informante, ya que en el sentido común y el habla corriente,
suele emplearse como insulto, tanto en las inmediaciones
como en zonas más alejadas. Al confeccionar el cuestionario,
el investigador desconoce que “vivir en una villa” y “ser un
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villero” son cosas diferentes para quienes no residen en estos


asentamientos; la primera expresión no tiene necesariamente
las connotaciones negativas de la segunda. Por eso, averiguar
“si ser villero es malo” (o un problema) es casi lo mismo que
preguntar “de qué color era el caballo blanco de San Martín”.

¿A qué se deben estas limitaciones? ¿A una falta del


investigador? ¿A su inexperiencia? Probablemente, pero quizá
su explicación más relevante deba buscarse en las bases
epistemológicas según las cuales se concibe la relación
cognitiva entre dos sujetos, a través de las preguntas y
respuestas, en el contexto de la entrevista.

Según la concepción positivista, nos hemos acostumbrado


a creer que para saber algo basta con preguntar. La respuesta
a una pregunta colmaría la ansiedad de conocimiento. Pero
esto es sólo parcialmente cierto, ya que supone que las
preguntas formuladas por el investigador pertenecen al
mismo universo de sentido que las respuestas del
informante. El investigador se pone en contacto con una
población cuyo universo desconoce, e incorpora las respuestas
directamente a su propio marco. Veamos un ejemplo.
Encontrándose Hermitte en Pinola, se emprendió un Censo
Sociocultural (en el marco del Proyecto Chicago-Chiapas
[1960]), en el cual ella participó. La siguiente situación se
produjo cuando Hermitte hizo una pregunta referida al
parentesco:

- "Nazario, ¿cuántos hermanos tenés?”


- "Ninguno".
Hermitte, por conocimientos previos, sabía que Nazario
tenía cinco hermanos que habían conversado con ella en
varias oportunidades. Le preguntó un poco sorprendida:

- "¿Pero, y Antonio y Pedro qué son?"


- "Mis hermanitos", le contestó Nazario.
No era una broma: el malentendido provenía de una
distinción propia de la lengua tzeltal, en que se designa
banquil al hermano mayor que Ego, y kitzin al hermano menor.
Un censista no adiestrado en estas sutilezas –que en el caso
citado fue posible advertir porque la censista tenía un largo
precedente de TC- habría pasado por alto buena parte de la
unidad doméstica.

En el proceso de conocimiento, las preguntas y respuestas


no son dos bloques separados sino partes de una misma
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reflexión y una misma lógica, que es la de quien interroga: el


investigador. Y esto no se debe a que el informante responda
lo que el investigador quiere oír (o no diga “la verdad”), sino a
que cuanto diga será incorporado por el investigador a su
propio contexto interpretativo, según su propia lógica. Al
plantear sus preguntas, el investigador establece el
marco interpretativo de las respuestas, es decir, el
contexto donde lo verbalizado por los informantes
tendrá sentido para la investigación y el universo
cognitivo del investigador. Este contexto se expresa a
través de la selección temática y los términos de las
preguntas, además de, obviamente, el análisis de datos. El
sentido de “vi1lero” puede o no ser el mismo para todos los
respondentes y quizá ocurra que algunos ni siquiera emplean
el término. Pero, digan lo que digan, el investigador lo
decodifica como respuesta a lo que él solicitó, como una
categoría con lugar y valor preestablecidos. Tal desfasaje –
generalmente encubierto y desconocido- se torna manifiesto
cuando el investigador pertenece a un universo cultural
diferente del de sus informantes. Entonces, la aparentemente
unívoca pregunta “¿cuántos hermanos tenés?” expresa una
distinción de parentesco propia de la sociedad del
investigador, más que una primera averiguación acerca de
quiénes componen la unidad doméstica del informante.
Efectivamente, una pregunta alternativa podía haber sido:
¿quiénes componen tu familia?, o ¿con quién/es vives?, etc.

Comprender los términos de una cultura o de un grupo


social, la PA, consiste en reconocer que el de los informantes
es un universo distinto al del investigador. Y esto no vale sólo
para los grupos étnicos sino para todos los agrupamientos
humanos, si es que les reconocemos una lógica propia para
organizar su universo, en función de una específica ubicación
social. Por eso es conveniente que el investigador empiece por
reconocer su propio marco interpretativo acerca de lo que
estudiará y lo diferencie, en la medida de lo posible, del marco
de los sujetos de estudio; este reconocimiento puede hacerse
revelando las respuestas que subyacen a un cuestionario
hipotético. P. ej., cuando se le pregunta a un oficinista y a un
ama de casa: “¿de qué trabaja?”, el investigador puede
sustentar una noción de trabajo predeterminada, a la que
quizá intente ajustar las respuestas, sin mediaciones. ¿Qué
supuestos encubre preguntar “¿de qué trabaja usted?”?. Que
el informante desempeña una actividad consistente en una
labor remunerada por las horas invertidas; sin embargo, este
concepto es sólo uno de los tantos posibles. Quizá el
informante comparta la misma noción pero bajo otras
denominaciones y en forma de otras prácticas. P. ej., ¿se
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considera “trabajo” la colaboración infantil en el hogar en el


medio rural, las labores del ama de casa y el trabajo doméstico
no remunerado, el robo sistematizado (que los mismos
ladrones no llamarían “trabajo”), la autoconstrucción de
vivienda los fines de semana en los sectores populares, o la
mendicidad?

Este reconocimiento es vital para acceder a un universo


diferente y peculiar de significaciones porque, de lo contrario,
el investigador puede suponer que está obteniendo respuestas
a su pregunta y a su universo; en realidad, esas respuestas le
están siendo planteadas desde otro universo, pero el
investigador las interpreta como respuestas dentro de su
propio marco. Dicho de otro modo: aunque aparentemente
manejen el mismo idioma, hablan de cosas diferentes pero
no lo saben. El riesgo es proyectar conceptos y sentidos del
investigador en las palabras del informante, corroborando lo
que se proponían encontrar; no se puede descubrir (ni
sorprenderse) ante nuevas relaciones y sentidos; las
investigaciones de este tipo acaban siendo meras
tautologías. Que un sujeto cognoscente deba partir de su
universo no significa que deba mantenerse necesariamente en
él por el resto de la investigación. Esta es la diferencia entre
una investigación que busca descubrir y otra que pretende
ratificar; entre un enfoque que aspira a integrar la PA desde
los actores, y otra que proyecta en ellos los supuestos y la
lógica del investigador. En síntesis, esta es la diferencia entre
una investigación sociocéntrica y otra que no lo es.

A diferencia de la OP, la entrevista como interacción


témporo espacialmente situada, en la cual un sujeto –el
investigador- obtiene información de otro/s –el/los
informante/s- ha sido un recurso técnico relevante en otras
ciencias sociales y ha debido respetar los requerimientos de
cientificidad exigidos por la corriente epistemológica
dominante. Así, cada técnica lleva consigo una especie de
‘marca de fábrica’, la impronta de la epistemología que la vio
nacer. La OP surgió amparada por una “vuelta al naturalismo”
en las ciencias sociales. La entrevista fue prohijada por el
positivismo, de lo cual acabamos de analizar uno de sus rasgos
más salientes: la relación cognitiva entre preguntas y
respuestas. Pero hay, además, otros supuestos subyacentes
en la aplicación de esta técnica. La entrevista en ciencias
sociales se presenta como una relación diádica canalizada
por la discursividad. Ya se trate de hechos, actitudes,
opiniones o recuerdos, el investigador obtiene materiales y da
sus consignas al informante, a través de la palabra. Estas
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características se fundan en una concepción de lo social


basada en ciertos supuestos:
1) para conocer una unidad sociocultural se puede recurrir a la
interrogación de sus miembros;
2) cada miembro es una síntesis global portadora de los
hechos y normas dominantes de esa unidad social;
3) las posibilidades de expresión discursiva son básicamente
las mismas para todos los miembros de una sociedad (o de
la unidad sociocultural);
4) la respuesta a una pregunta expresa, directamente, los
hechos y las normas dominantes;
5) esa respuesta es sustentada individualmente por cada
persona y revela su propia opinión;
6) cada individuo puede proveer esa respuesta cuando le es
solicitada.
Estos supuestos pueden agruparse en dos órdenes, uno
sociológico y otro epistemológico, a su vez relacionados entre
sí. Se ha dicho, sociológicamente, que la entrevista en general,
pero particularmente la estandardizada para todos los
informantes a través de una relación dialógica, supone que
cada individuo puede expresar patrones sociales y opiniones
acerca de su sociedad. Ello implicaría que los respondentes
son capaces de conformar una opinión acerca de los temas
que interesan al investigador. Pero estos temas pueden no ser
igualmente significativos ni tampoco haberse planteado para
la discursividad en todos los sectores sociales (MENÉNDEZ,
1984). Señalamos en otra parte la distinción que introduce
Bourdieu entre el conocimiento teórico y el conocimiento
práctico. Por ocupar un lugar y tener una significación
diferente en un intelectual, un comerciante y un obrero no
calificado y semianalfabeto, la verbalización es un vehículo
desigual según el grupo social de que se trate (BOURDIEU,
1982). La mayoría de los temas abordados por las
entrevistas en investigación social son cuestiones que
los informantes quizá manejen cotidianamente, no
reflexiva sino prácticamente, en el decurso de su vida,
en sus contextos específicos.

La entrevista significa una alteración de los términos


habituales de interacción social para la mayoría de los actores
sociales (más aún, en los sectores y grupos étnicos estudiados
por los antropólogos). La interacción aparece inclinada a la
mayor discursividad del informante en base a impulsos
provistos por el investigador. Sumado a que, por lo general, la
gente no pide ser entrevistada para una investigación social (y
mucho menos antropológica), se le solicita que se expida
sobre cuestiones de las cuales puede no tener una opinión
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formada (RIESSMAN en MENÉNDEZ, 1984). Sin embargo, el


investigador no concluye esto de las –a veces magras-
respuestas obtenidas, sino de un tono general de apatía,
oposición o ignorancia por parte del informante. La
extrapolación de temáticas y marcos interpretativos es más
acusada en las encuestas pero –como vimos- no desaparece
en las entrevistas con preguntas abiertas, ni en las no
directivas. Y esto sucede porque, entre otras cosas, la
entrevista implica sociológica y epistemológicamente una
relación asimétrica. Sociológicamente, si el investigador
representa a un sector de status superior –económico, cultural,
etc.- al del entrevistado; epistemológicamente, porque el
investigador impone el marco del encuentro y de la relación,
las temáticas a tratar y el destino de la información. Lilian
Kandel (1982) encuadra este condicionamiento como resultado
de la división social del trabajo intelectual, como la
monopolización del saber y de la capacidad de preguntar por
el investigador. El solo hecho de un encuentro a solas con
alguien que se presenta como investigador o científico, la
puntualización de temas, todo esto implica ya cierta
orientación y condicionamiento de las respuestas. No
pretendemos, en estas páginas, resolver tamaña cuestión; sólo
quisiéramos puntualizar algunos aspectos del problema y
proponer algunas formas de trabajo para advertir y controlar lo
más posible sus consecuencias. Para ello trazaremos el marco
general y los propósitos de la entrevista no directiva, desde un
enfoque no empirista.

2 Límites y supuestos de la no directividad


Para evitar el etnocentrismo, la antropología apeló
tradicionalmente a la presencia directa del investigador en
campo. Para estudiar la compleja articulación de las culturas
cuyas pautas eran desconocidas para el mundo del
investigador, éste debía, primero, acceder a una mínima
comprensión de la lógica del universo de los sujetos. Con
respecto a la entrevista, la tarea se dificultaba aún más por el
desconocimiento de la lengua. Así es como primero el
investigador debía aprenderla y, en ese mismo proceso, iba
internándose en la lógica de la cultura y la vida social. En estos
contextos, la no directividad como vía para acceder a la
diversidad era una medida obligatoria. En las sociedades
complejas y más aún en la del investigador, esas ‘naturales
diferencias' parecieron diluirse.

A medida que se fue acercando a su propio medio, a su


sector social, a las instituciones que frecuentaba desde su más
temprana socialización, empleando un lenguaje que le resulta
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conocido ‘desde siempre’, la distancia etnográfica se acortó


peligrosamente. Para reconocerla, el investigador necesitó
ubicarse en una posición de desconocimiento, sospecha y
duda acerca de sus certezas, que constituían ni más ni
menos que el fundamento de sus formas de actuar y concebir
el mundo, los parámetros de ‘lo normal’. La no directividad se
ha resignificado en sociedades más familiares al investigador.
La diferencia cultural no es –al menos aparentemente- tan
ostensible.

Combinada con el enfoque empirista, la no directividad se


funda en el supuesto del ‘hombre invisible’, como si no
focalizar en un tema y no proponer consignas garantizara que
el informante pudiera expresar cuestiones relevantes y
significativas o, incluso, como si el investigador pudiera
internarse en la mentalidad misma del entrevistado. ¿Es esta
la solución para contrarrestar los inconvenientes de las
encuestas estandardizadas y los cuestionarios que imponen
problemáticas a los informantes? ¿Está acaso menos presente
el investigador aplicando entrevistas no dirigidas que
dirigidas? Ambas preguntas ameritan una respuesta, a la vez,
afirmativa y negativa.

La no directividad puede ayudar a corregir la imposición del


marco del investigador si, como venimos sugiriendo en
capítulos anteriores, esa no directividad se entiende como el
resultado de una relación socialmente determinada, en la cual
cuentan la reflexividad de los actores y la del investigador.
Esto requiere incorporar al campo de estudio al investigador y
las condiciones en que se produce la entrevista.

La reflexividad en el TC, y particularmente en la entrevista,


puede contribuir a diferenciar los respectivos contextos, a
detectar permanentemente la presencia de los marcos
interpretativos del investigador y de los informantes en la
relación, a elucidar cómo cada uno interpreta la relación y sus
verbal¡zaciones; quizás así sea posible establecer un nexo
progresivo entre ambos universos, pero no como resultado de
observaciones aisladas, sino del proceso global de aprendizaje
en campo. Parte de este aprendizaje comienza a dar sus frutos
cuando el investigador puede identificar qué respuestas
subyacen a sus propios interrogantes y, recíprocamente,
cuando puede descubrir a qué preguntas responde
implícitamente el informante (BLACK & METZGER, en
SPRADLEY,1979:86). El problema planteado es cómo descubrir
e incorporar temáticas del universo del informante a la
entrevista que no hayan sido previstas por el investigador.
¿Cómo incorporar las categorías de los actores en la
EL SALVAJE METROPOLITANO 215

formulación de preguntas, si todavía el investigador desconoce


esas categorías (como sucedía con el ejemplo del término
“villero”)? Si admitimos que los “universos culturales” (el
modo en que un grupo de personas aprendió a ver, oír, hablar,
pensar y actuar en su mundo social (SPRADLEY, 1980:3) son
“por definición metodológica” desconocidos de antemano
por el investigador, aun cuando aparezcan en forma de
términos y modos familiares, el acceso a ese mundo social
debería tener en cuenta, por un lado, el proceso de
conocimiento del investigador, y por el otro, la construcción de
recursos técnicos que contemplen tanto la reflexividad del
investigador como la de los informantes.

La no directividad se basa en el supuesto de que “aquello


que pertenece al orden afectivo es más profundo, más
significativo y más determinante de los comportamientos que
el comportamiento intelectualizado” (GUY MICHELAT, en
THIOLLENT, 1982:85, nuestra traducción). No es extraño hallar
entrevistas no directivas en los divanes de les psicoanalistas o
en las sesiones de los psicólogos rogerianos; el éxito de esta
intervención mediatizada y relativizada del terapeuta reside en
dejar fluir la propia actividad inconsciente del analizado
(THIOLLENT,1982). La aplicación de este supuesto, válido con
matices, a las EA, resulta en la obtención de conceptos
experienciales (experience near concepts, de AGAR,
1980:90; o categorías sociales, según ROCKWELL, 1981),
que permitan dar cuenta del modo en que los informantes
conciben, viven y llenan de contenido un término o una
situación; en esto reside precisamente la significatividad y
confiabilidad de la información. Pero para alcanzar esos
conceptos significativos, el antropólogo se basa en los
testimonios vívidos que obtiene de labios de sus informantes,
a través de sus líneas de asociación (PALMER, en
BURGESS,1982:107; GUY MICHELAT, en THIOLLENT, 1982:85).
El investigador aprende a reubicar el control propio de las
entrevistas estructuradas, en las cuales formula las preguntas
y pide al entrevistado que se subordine a su concepción de
entrevista, a su dinámica, a su cuestionario, y a sus
categorías. En las no dirigidas, en cambio, solicita al
informante que lo introduzca en su universo cultural, que le dé
indicios para descubrir los pasajes que le permitan
comprender su lógica y en esto se incluye un nuevo ritmo de
encuentro, nuevas prioridades temáticas y expresiones
categoriales (este planteo es asimilable a la transición que se
opera desde participar en términos del investigador a
participar en términos de los informantes). Para esto, la
EA se vale de tres procedimientos: la atención flotante del
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investigador; la asociación libre del informante; la


categorización diferida, nuevamente, del investigador.

Al iniciar su contacto, el investigador lleva consigo algunos


interrogantes, que provienen de sus intereses más generales
y, por consiguiente, de su investigación y TC. Pero, a diferencia
de otros contextos investigativos, sus temas y cuestionarios
más o menos explicitados son sólo nexos provisorios, guías
entre paréntesis que pueden llegar a ser dejadas de lado en el
curso del TC. La premisa del TC antropológico es que, si bien
conocemos desde nuestro bagaje conceptual y de sentido
común en relación al objeto de investigación, vamos en busca
de temas y conceptos que la población vierte por asociación
libre; esto no significa replicar la no directividad de los
psicoanalistas, sino que los informantes introducen sus
prioridades en forma de temas de conversación y prácticas
atestiguadas por el investigador, en modos de recibir
preguntas y de preguntar, donde revelan los nudos
problemáticos de su realidad social, tal como la perciben
desde su universo cultural. Para captar este material, el
investigador permanece en atención flotante (GUY
MICHELAT, MAITRE, en THIOLLENT, 1982), un modo de
escuchar que consiste en no privilegiar de antemano ningún
punto del discurso (Ibid.:91). Este procedimiento se diferencia
del empleado en las encuestas y cuestionarios porque la libre
asociación permite introducir temas y conceptos desde la
perspectiva del informante más que desde la lógica del
investigador. Al promover la libre asociación, ello deriva en
cierta asimetría parlante en la EA, con verbalizaciones más
prolongadas del informante, y mínimas o variables
intervenciones e inducciones por parte del investigador.

Esta tarea nada sencilla sugiere una metáfora: la de un


guía por áreas desconocidas; la metáfora vale porque el
investigador aprende a acompañar al informante por los
caminos de su lógica, lo cual requiere gran cautela y advertir,
sobre todo, las intrusiones incontroladas. Esto implica además
confiar en que los rumbos elegidos por el baqueano llevarán al
investigador a buen destino, aunque poco de lo que vea y
suponga quede por el momento demasiado claro. Esos trozos
de información, verbalizaciones y prácticas –es decir, las
piedras, lianas, árboles y orillas que van atravesando, a
medida que se internan por la selva- pueden parecer absurdas
e inconducentes, pero son el camino que se le propone
recorrer. Sin perder sentido crítico y capacidad de asombro, se
trata de confiar en que se llegará a alguna parte, es decir, que
todo aquello tiene alguna lógica y que esa lógica es la PA. En
el proceso de recepción de información, esta confianza se
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pone de manifiesto en el acto de categorizar. Si concebimos


al TC como un camino por lo incierto e inesperado, las piedras
y lianas podrían asimilarse a los conceptos que, en tanto
sentidos y relaciones sociales, transmiten los informantes y
que el investigador no sabe a ciencia cierta cómo decodificar.
Dicho más académicamente, “el centramiento de la
investigación en el entrevistado supone que el investigador
acepta los marcos de referencia de su interlocutor para
explorar juntos los aspectos del problema en discusión y del
universo cultural en cuestión” (THIOLLENT, 1982:93, nuestra
traducción). Llevando ya varios meses de TC, Hermitte
promediaba su investigación sobre la movilidad social en una
comunidad bicultural en Pinola, Chiapas; un día su trabajo
tomó un giro inesperado, que la obligó a reformular
profundamente el tema de investigación. Al indagar con un
‘natural’ sobre la imagen que la población indígena tenía del
gobierno ladino, surgió el siguiente diálogo:
H – “¿Y cómo es el gobierno de los naturales (los indígenas)?”
I – “Ah, ése es distinto porque los viejitos vuelan y si hacés
algo malo te chingan”.
H – “¿Cómo?", preguntó sorprendida la investigadora.
I – “Sí, los viejitos vuelan alto y te chingan”. (HERMITTE, 1960).
Al recibir el material discursivo y actuado, en forma
aparentemente desordenada e ininteligible como este pasaje,
se suele caer en la tentación de componerlo según los
preconceptos del investigador y ejercer, entonces, un control
categorial de lo dicho por el entrevistado. Esta categorización
a priori y, por lo tanto forzada, se opone a la categorización
diferida (MAITRE, en THIOLLENT, 1982:95), una lectura de lo
real –mediatizada por el informante- donde se relativizan los
conceptos y categorías del investigador. Una “mentalidad
inexperta”, como diría Malinowski, habría seguido de largo,
suponiendo que se trataba de una metáfora para, p. ej., indicar
la sanción moral (y nada más que moral) de los ancestros.
Hermitte reparó inmediatamente en esta formulación, en
principio incomprensible, y comenzó a penetrarla hasta
encontrar el sistema indígena de creencias fundado en el
nahual y la brujería como ejes de las nociones y prácticas
referidas a la salud y la enfermedad. La investigadora se
instaló en la mentalidad indígena, pero no desde una posición
de interés general o de nadismo teórico, sino reparando en
aquel argumento que le resultó incomprensible. Y si algo
puede ser incomprensible es porque se lo refiere a otro marco.
Por eso descubrir nuevas preguntas es una muestra más de la
capacidad de relativizar el propio universo.
218 ROSANA GUBER

La categorización diferida se concreta, en primer lugar, en


la formulación de preguntas abiertas, que se van
encadenando sobre el discurso del informante, hasta
configurar un sustrato básico, el marco interpretativo del
actor. Este tipo de diálogo demanda un papel activo del
entrevistador, por un lado, al reconocer que sus propias
pautas de categorización son algunas de las posibles pero no
las únicas, y, por el otro, al identificar los intersticios del
discurso del informante en donde ‘hacer pie’ para penetrar en
su interior, para reconocer/construir la lógica del actor. En
segundo lugar, la categorización diferida se lleva a cabo en el
registro de información que aparentemente no tiene razón
de ser, que no reviste mayor sentido desde el marco
interpretativo del investigador. Volviendo a uno de los
ejemplos que dimos en el capítulo anterior, el “yo no me doy
con la gente de acá” expresado por doña Vina, en VT, sólo
adquirió significación algunos meses más tarde. En el
momento, y por un ‘disciplinamiento o conducta de
antropológa militante’, me limité a registrar su réplica a mi
primera presentación, pero sólo atiné a decodificarla
literalmente. En este proceso simultáneo de
reconocimiento-del-otro y auto-conocimiento, el camino es
bidireccional –del investigador al informante y de éste al
investigador- pero en un sentido distinto al del cuestionario
habitual. En este última, el investigador transmite preguntas y
recibe, de sus informantes, las respuestas. En la EA, el
investigador formula preguntas pero lo que obtiene por
respuesta se transforma en sus nuevas preguntas. Categorías
y conceptos, prioridades e intereses del investigador se
mantienen pero se relativizan. Como ya señalamos, al
comenzar la investigación es inevitable cierta dosis mínima de
sociocentrismo, cuya superación no tiene que ver con adoptar
la alternativa empirista, sino con relativizar la propia men-
talidad, contrastarla con el campo y desplazarse hacia un
reconocimiento de la PA como independiente de la del
investigador (por más que sea él quien trata de construirla
también, a partir de sus conceptos y categorías).

Para que este proceso sea factible es necesario tiempo, no


en su sentido formal, sino en el de la espera paciente y
confiada en que, por el momento, sólo se alcanza a
comprender algunas partes, pero que seguramente, más
adelante se podrán integrar los fragmentos aparentemente
dispersos. No se trata de una espera pasiva sino activa, en la
cual el investigador va relacionando, hipotetiza, confirma y
refuta explicaciones. Esta característica, propia de todo el TC
antropológico, se torna algo problemática en el diálogo de la
entrevista donde, supuestamente, el informante espera que se
EL SALVAJE METROPOLITANO 219

le pregunte en función de los intereses del investigador. La


imagen de este camino podría expresarse en dos fases
simultáneas, en parte relacionadas y en parte autónomas; una
de de-construcción/relativización del universo del
investigador; otra, de construcción de la PA. El
investigador se desempeña activamente entre ambas y lo que
obtiene en una lo remite a la otra; desde sus categorías,
aborda las de los informantes pero desde éstas redimensiona
las propias. Para ello es necesario que el investigador se
diferencie del informante, cosa que en principio no sabe
cómo hacer porque presupone el lugar de las diferencias y
desconoce la forma de sus expresiones. Si el TC antropológico
tiene por leit motiv esta diferenciación, en la entrevista la
dificultad se duplica porque se supone que el investigador
debe preguntar; pero sabemos que al hacerlo utiliza y expresa
categorías propias de su marco interpretativo; la dinámica de
la conversación demanda respuestas y definiciones tan
inmediatas que no le da tiempo para recurrir a su reflexividad
y ejercer su relativización. Sin embargo, es en medio de las
exigencias que impone la interacción y el intercambio donde
surgen las posibilidades de nuevos nexos y la manifestación
de la diversidad entre ambas perspectivas.

Este proceso no evita avances y retrocesos, turbulencias y


calma chicha. Al rechazar el empirismo, algunos
investigadores sugieren que es la teoría la que pauta, punto
por punto, cada paso y cada avance, y que, gracias a ella, es
posible encarar ese proceso de diferenciación y de
conocimiento. Sí bien esto es cierto en términos generales, en
última instancia, cuando el investigador va al encuentro de un
informante concreto y entabla una conversación, difícilmente
pueda hacer uso, ante cada verbalización, de las herramientas
teóricas en base a las cuales tiempo después hará su
interpretación. En realidad, la teoría está, pero no es lo único
que estructura el intercambio; intervienen también las
intuiciones, los afectos, los hábitos de pensamiento del sentido
común. Y aunque alguien crea que todas las reflexiones y
actos del investigador dan cuenta de un solo y coherente
sustrato teórico –lo cual nos parece un poco exagerado-, a la
hora de hacer frente al ‘ping pong’ de la entrevista, aquel
sustrato no se hace consciente –al menos de modo
permanente- ante cada pregunta y cada verbalización. Existe,
pues, más razón entonces para que la categorización sea
diferida. En rigor, este criterio expresa el carácter provisorio de
todas las herramientas cognitivas del investigador. Pero como
sólo es posible conocer a partir de esta provisoriedad, es
conveniente que el investigador registre sus puntos de vista,
220 ROSANA GUBER

sus impresiones y explicite sus supuestos, aun cuando todavía


no pueda dar cuenta total de sus implicancias.

El camino de diferenciación y reconocimiento mutuo


consiste en acceder a las formas de categorización propias y
del informante, con respecto a la situación de encuentro, a los
temas planteados, a las verbalizaciones, a las personas
presentes, a otros actores sociales, a actitudes y a gestos y al
ámbito de la entrevista. Quizá convenga que durante el TC y,
más tarde, en el registro, el investigador se pregunte
- ¿Por qué preguntó esto?
- ¿Qué supongo me va a contestar?
- ¿Por qué he detectado a este informante?
- ¿Por qué me responde?
- ¿A quién le está respondiendo, en verdad, mi informante?
- ¿Dónde estoy con mi/s informante/s? ¿por qué? ¿Qué
significado puede tener el lugar para él?
Los temas sobre los cuales el investigador pretende
obtener información, a través de un cuestionario, surgen de su
objeto de conocimiento. Estos temas, presentados ya en un
nivel como para ser respondidos desde el sentido común por
los informantes, expresan supuestos teóricos. Sin embargo, las
conexiones explicativas del investigador no agotan la
singularidad del nivel concreto, de manera que es necesario
establecer las mediaciones por las cuales el problema teórico
se manifiesta en el nivel de los sujetos: en qué esferas de la
vida social, con qué códigos, y a través de qué categorías y
conexiones explicativas. El cuestionario, la encuesta y el censo
limitan estas aperturas si no relativizan la expresión empírica
de los temas elegidos, la terminología empleada, y si no
flexibilizan la conexión y el orden entre preguntas –esto es, si
el encuestador no está dispuesto a permitir que el informante
introduzca sus temas, sus conexiones y sus términos
significativos-. El investigador va al campo para reconocer
universos de significación diferentes del propio. En el nivel de
las entrevistas dirigidas y no dirigidas este proceso demanda
la flexibilidad propia de las técnicas antropológicas de TC.

En la EA esta flexibilidad se manifiesta en el diseño de


una serie de estrategias para descubrir las preguntas
(que es lo mismo que decir descubrir el sentido de las
respuestas); el rastreo de diversas situaciones
contextuales, en virtud de lo cual las respuestas
adquieren sentido; la búsqueda progresiva de marcos
de referencia, temas y relaciones del informante que
deriven en la construcción de la PA.
XI LA ENTREVISTA ANTROPOLOGICA 2:
PREGUNTAS PARA ABRIR LOS SENTIDOS

Comenzamos el capítulo anterior analizando los supuestos


subyacentes a un cuestionario; dijimos también que aunque se
tratara de preguntas abiertas, la encuesta dejaba traslucir las
prioridades temáticas y los términos relevantes de quien la
había diseñado. Sin embargo, ésta no es la única forma de
emplear cuestionarios o entrevistas estructuradas; en efecto,
éstos pueden suceder a un relevamiento abierto de los modos
en que se expresan las problemáticas del investigador y los
términos que trasuntan sentidos propios del mundo social de
los informantes. Esto no significa adoptar un enfoque ateórico,
sino evitar caer en el teoricismo estéril y en ciertas
modalidades del sociocentrismo. Para internarnos en las
posibilidades de la EA, hemos distinguido dos instancias: la
dinámica general de la investigación, en la que la entrevista
se va reformulando conforme a los objetivos parciales de cada
etapa; la dinámica particular de cada encuentro, en la que
la entrevista tiene sus momentos ascendentes y
descendentes, donde se expresan primero las vicisitudes
propias del TC y segundo, las características personales de los
sujetos implicados.

1 Dinámica general: la entrevista en la investigación


Por dinámica general entendemos el proceso gradual por el
cual el investigador va incorporando información, en sucesivas
etapas de su TC. Dentro de este proceso pueden identificarse
dos grandes momentos: uno de apertura y otro de focalización
y profundización.

A. Descubrir las preguntas: primera apertura

En el TC antropológico, la entrevista se desarrolla como


parte indisociable del conjunto de actividades que tienen lugar
en la OP. Una entrevista puede consistir en un saludo de paso,
222 ROSANA GUBER

con una breve indicación acerca de algo que acaba de


suceder; en un encuentro informal para tomar mate y hablar
‘de bueyes perdidos’; o en un encuentro concertado para
conversar sobre tal o cual tema. No hay un orden
preestablecido dentro de estas modalidades. Al comenzar el
TC, las dos primeras suelen ser más frecuentes, si el contacto
con los informantes se opera en el campo mismo,
especialmente durante la corresidencia. La entrevista formal
puede ser adecuada si se ha contactado a un informante a
través de un tercero, explicándole que quisiéramos conversar
con él sobre algún tema en particular. Si efectivamente no es
requisito inexcusable el aislamiento del informante, ni el
suministro del cuestionario en forma y secuencia idénticas de
uno a otro respondente, y si además se pretende reconocer al
informante en su propio contexto, entonces no habría razón
para desechar ninguna de estas tres variantes de entrevista
(por más que la concepción clásica sólo incluya la tercera).

En la primera etapa de TC, la EA sirve para descubrir las


preguntas, esto es, para construir los marcos de
referencia de los actores, a partir de la verbalización
asociada libremente. Desde estos marcos se extraerán
en un segundo momento, y tras una categorización
diferida, las preguntas y temas significativos para la
focalización y profundización. Esto quiere decir que, si el
investigador necesita partir de una temática determinada
(controlada categorialmente), quizá convenga tomarla como
provisoria, abriéndola progresivamente a otros temas de
interés propuestos por el informante. Cuando a pesar de haber
temas predeterminados en la conversación de campo,
aparecen otras cuestiones introducidas por el informante, el
investigador no suele interpretarlas como elusiones, desvíos y,
sobre todo, pérdidas de tiempo. Las inquietudes y
preocupaciones del informante –sean o no circunstanciales-
pueden llegar al investigador como deseos de apartarse del
tema central. Sin embargo, y aunque esto puede
efectivamente ser así, es más probable que el investigador no
alcance a comprender qué significa esa supuesta digresión;
como extranjero que es desconoce qué le está comunicando el
informante; en vez de un desvío bien puede estar asistiendo a
la expresión del mismo problema que le interesa indagar pero
en otros términos, los del actor.

En una oportunidad Roberto, un estudiante de


antropología, ensayó esta propuesta, intentando llevarla hasta
sus últimas consecuencias. No muy convencido del planteo y
sin esperar demasiados resultados, entrevistó a una vecina de
unos departamentos cercanos al barrio de La Boca. Le
EL SALVAJE METROPOLITANO 223

interesaba tratar con ella los prejuicios contra algunos


residentes sobre los cuales pende una negativa imagen por ser
uruguayos, habitar en conventillos, ser “negros” e inmigrantes
provincianos –además de las consabidas inmoralidades-. En la
primera entrevista, se comenzó tratando temas
aparentemente irrelevantes: la actividad laboral, la familia y el
barrio, hasta que la entrevistada pasó a referirse a su práctica
de aerobismo por las calles de la Boca; Roberto, sin
demasiadas expectativas, le preguntó por dónde solía correr y
ella le fue detallando sus circuitos habituales; en ese circuito,
dejó fuera un área bien definida que es, precisamente, la zona
más pobre, y con mayor concentración de conventillos.
Roberto, que estaba sumergido en una atención flotante –
sin libreta de notas, ni grabador- le preguntó: -“¿Y por esta y
esta calle no corrés?” –“¡Nooo!!!”, le respondió ella, “si ahí
están los negros”... etc. etc. etc.

Una vía indirecta, supuestamente no pertinente, había


dado exactamente con el tema que preocupaba al
entrevistador, ni más ni menos que a partir de una práctica
deportiva. Esto no sucedió por casualidad sino gracias a la
atención flotante del entrevistador. En las entrevistas
siguientes probó aplicar técnicas más directivas. Tanto cuando
empleó un cuestionario, como cuando agregó el grabador, se
encontró con una entrevistada (la misma persona) rígidamente
desprejuiciada, amante del género humano, incluso de los
‘parientes pobres’ de la Boca; se presentaba como poco
menos que una abanderada de la igualdad y los humildes.
Después de esa experiencia, quedó claro que la vía de acceso
y la presentación del entrevistador podían ser definitorias para
alcanzar ciertos contenidos, tal como eran vividos en la
cotidianeidad y no para “exposición”. La no directividad de
Roberto le ayudó a reconocer el lugar del prejuicio y otras
categorizaciones negativas, en el curso de la vida diaria y
concreta de la informante, no en un nivel abstracto de
premisas morales generales. Roberto llegó a visualizar cómo
se especificaba el prejuicio contra determinados sectores
sociales en un actor concreto: residente de clase media en un
barrio colindante a un área popular.

EL arte de no ir al grano

En esta primera etapa del TC, se trata de comenzar a


efectivizar el proceso de especificación al que nos referimos en
la construcción del objeto de conocimiento. Esta especificación
no consiste tanto en encontrar respuestas inmediatas a
preguntas derivadas de la teoría sino, fundamentalmente, en
224 ROSANA GUBER

descubrir los modos de organización sociocultural por los que


se experimentan y conciben cuestiones vinculadas, más y
menos directamente, con su centro de interés.
La existencia de los llamados “prejuicios” es aceptada y
conocida por distintos sectores de la sociedad. Cuando
encaramos el estudio sobre prejuicios contra residentes en
villa miseria vimos que este concepto integraba diferentes
cuerpos teóricos para los cuales el prejuicio puede aparecer
como: desviación de ciertas personalidades (Allport); expresión
ideológica que trasunta patrones hegemónicos reproductores
de la división en clases (Ianni, Rex, etc.); tipificación necesaria
a la construcción social de la realidad (Schutz, Berger,
Luckmann, etc.).
Para iniciar nuestras entrevistas a informantes no
residentes en villas miseria, ideamos una guía de preguntas
que nos permitiera acceder a la concepción de agentes
oficiales –asistentes sociales, planificadores urbanos,
concejales, maestros, médicos de hospital y centros periféricos
de salud-, vecinos de barrios colindantes, políticos y personal
eclesiástico, acerca de ese sector socio-residencial y sus
actuales condiciones de vida. La guía general –acompañada
por una guía específica concerniente al campo de actividad de
cada ocupación- era un punteo que reproducía algunos temas
del cuestionario expuesto en el capítulo anterior y agregaba
otros. Para confeccionar estas guías, nos basamos en cierto
conocimiento previo del lugar y de las expresiones en el
lenguaje corriente de quienes serían entrevistados. A
diferencia del cuestionario, la guía era una serie de puntos, de
los cuales podría tratarse uno, varios o todos, en uno o más
encuentros, en cualquier orden y bajo cualquier asociación,
además de obviamente, incluir temas no previstos. Los temas
de la guía giraban en torno a los ítems reseñados al agrupar
las preguntas del cuestionario, a saber: conceptualización de
la villa miseria; conceptualización de su población;
diferenciación de la población de villas y otros sectores
sociales; visualización de la cuestión villera como “problema”;
identificación de sus causas, soluciones; conceptualización del
“prejuicio” y la “discriminación”.
En la guía específica para educadores, médicos, políticos,
etc., se atendería a estos temas aplicados a cada campo
concreto –sanitario, religioso, político, etc.
Al comenzar la entrevista, preferimos dar una serie de
rodeos para que las categorías de “villero”,. “villa miseria”,
“discriminación”, “prejuicio”, etc., surgieran de los
entrevistados y no de las preguntas que se les formulaba. El
EL SALVAJE METROPOLITANO 225

“problema villero” debía ser introducido por ellos. Así


comenzaba:
“¿Y?... ¿cómo anda el barrio?” (o el servicio, -o el partido
político- o el Partido –municipal- o la escuela, etc.), a lo cual
algunos me respondían con generalidades, pero otros se
orientaban a ‘‘los problemas”. A los profesionales y agentes de
Estado les preguntaba “¿Cuáles son los mayores problemas
que hay en el Partido?” y “¿Dónde, en qué zonas hay más
problemas?” (sabiendo que la villa está acotada e identificada
geográficamente); a lo cual contestaban casi invariablemente
“Y, los chorritos de la villa”, o “el hambre de las villas’”; “las
villas”.
O bien me decían: “las drogas, la miseria, el hambre”,
entonces yo preguntaba “¿Por qué pasa esto?”, a lo que
sucedía una explicación acerca de las causas por las que
algunos indolentes residían entre cuatro chapas de cartón en
un terreno inundable: “no se preocupan por salir”, etc. Trataba
de ofrecer varias alternativas para que la categoría “villero”
tuviera cabida y se asociara con algunas dimensiones que yo
podía esperar –por haberlas escuchado previamente- pero que
se irían resignificando. Algunas de estas categorías fueron:
problema, delincuencia, hambre, miseria, villa. Esta es una de
las diferencias capitales con respecto a otros recursos
técnicos, por los cuales el investigador inicia sus preguntas
introduciendo el tema y las categorías, corriendo el riesgo de
cerrar la emergencia de nuevos sentidos. P. ej., si hubiera
preguntado, como en el cuestionario: -“¿hay prejuicio contra
los villeros?” o -“¿cómo son los villeros?”, habría incurrido en
dos pre-definiciones de sentido, extrapolándolas al marco del
entrevistado. El primer problema estaba, como ya vimos, en
que la categoría “villero” no es equiparable a “residente de
una villa”; por consiguiente, en la formulación de la pregunta
se estaba prefigurando la respuesta.
El segundo problema residía en el término “prejuicio”.
Como veremos en el ejemplo trabajado en el esquema para la
construcción del objeto (cf. Capítulo XIV, punto 1), una cosa es
el “prejuicio” como categoría teórica del investigador y otra la
categoría del sentido común, según la cual “prejuicios” tienen
los demás, uno tiene juicios; los prejuicios están formulados
previamente y sin suficiente conocimiento; es lógico suponer
que nadie va a hacer y a defender una afirmación si la
caracteriza como de escaso fundamento. Preguntar si “hay
prejuicios contra los villeros”, sin embargo, podía dar algunas
pistas para relevar cómo conceptualiza el informante la
disposición general hacia estos pobladores, excluyéndose a sí
mismo de dicha disposición. La confusión entre términos
226 ROSANA GUBER

teóricos y empíricos es frecuente en las ciencias sociales y


surge de la similitud terminológica del lenguaje académico y el
uso corriente (p. ej., lo político, la cultura, la sociedad, asumir,
somatizar, inconsciente, discriminación, trabajo, marginal,
etc.). No es necesario que el informante admita: -“sí yo tengo
prejuicios”, para que el investigador, ya tranquilo, afirme que
sus informantes efectivamente los tienen y sustentan. En
nuestra investigación, no intercalamos jamás ese término,
salvo cuando era introducido por el informante. Sin embargo, y
aunque no lo llamáramos así, no cabía la menor duda de que
los informantes abrigaban un consolidado estereotipo de
“villero”, que les permitía explicar los hechos más diversos y
de signos más opuestos. Nuestra conclusión era, pues,
independiente de que los informantes reconocieran sus
prejuicios; como se ha dicho, no se trata de demandar a los
legos que se comporten como “sociólogos sin título”
(BOURDIEU, 1975). Los contenidos de las entrevistas no
resuelven el análisis teórico ni sustituyen las conclusiones de
la investigación, conclusiones que resultan de una constante
retroalimentación entre análisis teórico y análisis empírico.
Volviendo a la construcción del objeto, no fuimos al campo a
preguntarle a los informantes si tenían o no prejuicios, sino
que abrimos el canal para que expresaran sus concepciones;
nosotros procedimos a analizar los datos y fuimos quienes
decidimos, según ciertas definiciones, si se trataba o no de
prejuicios. Fuimos al campo para visualizar cómo se
especificaban los prejuicios y prácticas discriminatorias, en
determinados actores sociales. Este punto es central para
evitar la extrapolación del plano teórico al plano empírico en
las preguntas de campo. El caso de aquel investigador que una
vez preguntó a sus informantes: “¿cuál es la estructura de
parentesco de acá?” es más frecuente de lo que parece.

Preguntas autorrespondidas (o el paradigma de ‘yo la compro,


yo la vendo’)

Más allá de la relación necesaria entre preguntas y


respuestas que analizamos en el capítulo anterior, hay cierto
tipo de preguntas que, aun cuando parecen abiertas, llevan
implícita su respuesta; esta prefiguración puede obedecer a
varias razones:
1) El contexto de la entrevista; en el marco institucional es
bastante improbable que, al menos en un primer encuentro,
los pacientes de un servicio se explayen acerca de las
desventajas de la atención médica. Algo similar puede
ocurrir con terceros, con testigos presenciales de la
entrevista, comprometidos en la respuesta que solicita el
EL SALVAJE METROPOLITANO 227

investigador (aún sin saberlo); p. ej., en presencia de otros


puesteros de un mercado, el investigador interroga sobre el
tipo de relación que el informante mantiene con los demás
dueños de puestos; o bien si allí hay facciones. La respuesta
puede ser “tengo una relación buena” lo cual no agrega
demasiado al conocimiento del investigador (¿qué es una
“buena relación”?); o “acá somos todos una gran familia”,
lo que puede estar ocultando agudos conflictos entre
facciones o miembros, que no se pondrán a la luz ni en una
primera entrevista, ni delante de testigos con quienes,
quizá, haya problemas.
2) La carga ética y moral de los términos de la pregunta; p. ej.,
“¿usted tiene prejuicios?”, tras de lo cual se impone un
rotundo “no”, más allá de que el respondente
efectivamente los tenga.
3) El sentido social negativo a que conducen las respuestas;
como ejemplificábamos en el Capítulo V, un censista
difícilmente acceda a conocer la verdadera ocupación de un
ladrón, una prostituta o un levantador de quiniela ilegal.
4) La asignación de roles al investigador y la experiencia con
este tipo de entrevista; como cuando a sectores de bajos
ingresos se les pregunta por sus condiciones de vida, cuyas
carencias seguramente son exageradas a la hora de
justificar la necesidad de provisión oficial de ciertos bienes
como alimentos, muebles, vestimenta, etc.
5) El peso valorativo implícito en la pregunta; cuando el
investigador da al informante escaso margen para disentir,
si es que, p. ej., el investigador aparece demasiado
convencido de lo que afirma en la pregunta; p. ej.,
preguntar a un residente de conventillo: -“¿y usted por qué
vive acá? ¿No encontró nada mejor?”
Después de este breve repaso de algunos modelos de
preguntas cargadas, convendría detenernos en las vías para
concretar, ahora sí, el cometido de la primera etapa del TC: la
apertura.

Preguntas para descubrir preguntas

El descubrimiento de las preguntas significativas


según el universo cultural de los informantes es, ya,
una parte de la investigación y puede hacerse a través de
diversos procedimientos: escuchar diálogos entre los mismos
pobladores, intentando comprender de qué hablan y a qué
pregunta implícita están respondiendo; solicitarle a alguien
que formule una pregunta interesante acerca de tal o cual
temática (p. ej., cómo formularía una pregunta sobre la vida
en el barrio), o bien, cuál sería una pregunta posible para
228 ROSANA GUBER

cierta respuesta (qué pregunta se aplicaría a una respuesta


que dijera: acá el barrio es muy tranquilo, somos una gran
familia) (SPRADLEY, 1979:84).

Sin embargo, estos procedimientos presentan algunos


inconvenientes, pues los informantes quizá no comprendan
aún qué se propone el investigador y respondan con lo que
suponen que desea oír. Spradley recomienda, entonces, usar
preguntas descriptivas por las que se solicita al informante
que hable de cierto tema, cuestión, ámbito, pasaje de su vida,
experiencia, conflicto, etc. -“¿Puede usted contarme cómo es
el barrio?” “¿Puede contarme sus primeros años en el barrio?”
Estas preguntas sirven para ir construyendo contextos
discursivos (settings) o, según lo habíamos llamado más
arriba, marcos interpretativos de referencia en términos del
informante; a partir de estos marcos, el investigador podrá
avanzar hacia la formulación de preguntas culturalmente
relevantes; al mismo tiempo, lo familiarizarán con modos de
pensar y asociar términos y frases referidos a hechos, a
nociones y a valoraciones. Por eso es clave que en esta
primera etapa, el investigador aliente al informante a extender
sus respuestas, a ser más profuso en sus descripciones,
explicitando incluso aquello que considere trivial o secundario;
para el investigador nada –al menos, nada ‘a priori’- lo es.

Esto puede lograrse por dos vías:


a) introduciendo la menor cantidad posible de interrupciones y
dejando que fluya el discurso del informante por la libre
asociación;
b) abriendo el discurso a través de distintos tipos de
preguntas abiertas.

a) El silencio es diferente al mutismo; estar en silencio puede


significar dar vía libre para que el informante se explaye; el
mutismo en la situación de EA puede derivar más bien en
ansiedad, malestar y hasta en la finalización del encuentro
y de la relación. El mutismo es un silencio forzado; el
silencio calmo, propio del interés de quien escucha a otro,
autoriza algunas intervenciones y corrige la imagen de ser
prescindente que denota una actitud evaluativa, distante o
apática. Si las interrupciones son, de algún modo,
necesarias y a veces obligatorias para hacer fluido el
encuentro, parece aconsejable que sean lo más controladas
posible, preguntándose el investigador qué pretende con
ellas y cuáles podrían ser sus derivaciones. Esto siempre se
subordina a la dinámica de la entrevista y a la personalidad
de las partes, pudiendo adoptar un carácter ágil o
EL SALVAJE METROPOLITANO 229

convertirse en un intento forzado para extraer, al menos,


unos cuantos monosílabos.

A lo largo de una entrevista, el investigador puede adoptar


diversas tácticas o comportamientos para promover la
locuacidad del informante, con variables grados de
directividad. Dohrenwend y Richardson distinguen grados
de “restricción” (restrictiveness) o directividad sobre las
respuestas (WHYTE, 1982:112):
i. un simple movimiento con la cabeza, asintiendo,
negando, o expresando interés y aprobación (-“Y así, el
barrio se puso tranquilo”, explica el informante;
Investigador -“Ahá”... (o) “Mire usted”..., etc.);
ii. repetir los últimos términos con que se ha expresado el
informante (Investigador -“¿Así que se puso tranquilo?”);
iii. emplear estas últimas frases para construir una
pregunta en los mismos términos (Investigador -“¿Y por
qué se volvió tranquilo” (o) “¿cuándo se puso tranquilo?”
(o) “¿quiénes ayudaron a que se pusiera tranquilo?”);
iv. formular una pregunta en términos del investigador
sobre los últimos enunciados del informante
(Investigador –“¿Y ahora que está tranquilo, ¿cuál es la
diferencia en el barrio, comparado con otros tiempos?”);
v. en base a, alguna idea expresada por el informante en
su exposición, pedir una ampliación de la misma
(Investigador “Ud. me decía que antes la gente era más
pacífica ¿Por qué? ¿Qué solía hacer ¿Qué cosas pasaban
entonces para que la gente fuera así?”);
vi. introducir un nuevo tema de conversación.
Conviene que las interrupciones del investigador en el
discurso de informante sean cuidadas y, dentro de lo posible,
no accidentales, para evitar los efectos involuntarios de la
directividad e interrumpir la libre asociación de ideas (HEMP &
ELLEN, 1984). Pero también es necesario intercalar preguntas
aclaratorias o de ‘respiro’ en el curso de la entrevista; de lo
contrario, se corre el riesgo, por una parte, de ya no saber
quién es quién en el relato, ni entender qué sucedió; o bien,
por otra parte, puede suceder que el informante se moleste o
agote al sentirse unilateral y ostensiblemente interrogado.

b) Las preguntas de apertura del discurso del informante son


de varios tipos; Spradley (1979:86) distingue las
preguntas grand-tour que interrogan acerca de grandes
ámbitos, situaciones, períodos (“¿puede usted contarme
cómo es el barrio?; ¿el hospital?; ¿el Ministerio?”, etc.). Se
identifican, aquí, cuatro subtipos de preguntas grand-tour:
230 ROSANA GUBER

- las típicas, que interrogan acerca de lo frecuente, lo


recurrente, lo típico (“¿cómo se vive en este barrio?”;
“¿cómo es la escuela?”; “¿cómo se trata a la gente de las
villas?”);
- las específicas, referidas al día más reciente del
informante, o a un sitio más conocido por él, etc. (“¿cómo
fue la semana pasada en el barrio?”; “¿qué hiciste hoy en la
escuela?”; “¿cómo fue la última vez que tuviste problemas
por ser de la villa?”);
- las guiadas, que se efectúan simultáneamente a una visita
por el lugar, y en que el informante añade explicaciones
conforme avanza la visita (Cantilo, un vecino de VT, me iba
mostrando el camino que solía hacer, a pie, hasta el
Mercado de Abasto, me hablaba de la gente que saludaba
y, cuando llegamos, me acompañó por el interior,
contándome qué hacía mientras hurgaba en los tachos de
basura: mandaba a la hija menor a ‘manguear’ a los
puesteros y negociaba con otros la descarga de algunos
camiones para el día siguiente; de este modo, tuve una
idea aproximada del contexto de donde Cantilo extraía
parte de su alimentación, conformaba ciertas redes sociales
y de reciprocidad. En una recorrida por los pasillos de la
villa, Mateo, presidente de la sociedad de fomento, me iba
señalando las mejoras urbanísticas logradas en distintos
períodos de gestión vecinal y oficial, comentaba qué se
había conseguido y de qué organismos, dónde vivía tal y
cual, mostraba escenarios de habituales enfrentamientos, y
del acontecimientos casi legendarios);
- las relacionadas con una tarea o propósito; paralelas a
la realización de alguna actividad, como cuando el
informante hace un gráfico o diseña un mapa del sitio de
interés. Mientras don Ernesto levantaba el frente de su
casa, que con el tiempo se había ido inclinando sobre el
pasillo, me explicaba la bondad de distintos materiales y los
conflictos que había suscitado el estado actual de su frente,
complicado por los cables de la luz y las antenas de
televisión de los vecinos. Tanto se entusiasmó en su relato
que empezó a mostrarme, en un papel, cómo debía
armarse una buena estructura del rancho para que “estas
cosas no pasen”.
Las preguntas mini-tour son semejantes a las
grand-tour, pero se refieren a unidades más pequeñas de
tiempo, espacio y experiencia. P. ej., indagar en un servicio
hospitalario, en un nivel o grado escolar, en el área de un
barrio (la vía, la Avenida, la calle tal o cual), en el último año
de trabajo, o la última huelga, etc. Las preguntas mini-tour
reproducen, en menor escala, los subtipos de las grand-tour
EL SALVAJE METROPOLITANO 231

(típicas, específicas, guiadas, relativas a una tarea). Tanto en


uno como en otro grupo –grand y mini- pueden intercalarse
preguntas de ejemplificación, en las que se solicita al
informante que ejemplifique con un caso concreto vivido o
atestiguado por él, que considere pertinente al punto que se
está desarrollando. Me decía Silvita que ‘‘acá el problema es
que al villero lo tratan como a basura”. Entonces le pregunté:
“¿por qué? ¿A vos o a alguien que vos conozcas le pasó algo
alguna vez?” -“¡Pufffl ¡claro!!! sin ir más lejos, yo, el otro día
venía en el colectivo y me bajé, y unos pibes dicen bien fuerte,
para que se escuche, ¿no?, dicen: ‘lástima que sea villera’. Yo
no sabía dónde meterme”.

Toda pregunta puede plantearse en términos sociales:


“¿qué hace la gente en la Cuaresma?”; “¿de qué trabaja la
gente de este barrio?”, etc.- o personales -“¿qué hace usted
en la Cuaresma? “; ¿de qué trabaja usted?” o “¿en qué
trabajan en su familia?-.

A lo largo de la descripción, el informante suministra


información acerca de quiénes están allí, cuántos son, qué
ocurre, cuáles son las actividades preponderantes, qué
situaciones son frecuentes, cuánto tiempo están o han
estado viviendo / residiendo/ trabajando allí; cómo es el lugar,
su extensión, los bienes materiales en su interior, sus
subdivisiones. A cada frase podría seguir, seguramente, alguna
pregunta acerca de qué, cómo, quién, dónde, cuándo, por qué,
y para qué (SPRADLEY,1979; AGAR,1980). Refiriéndose, un
poco ofuscada, a la población vecina, una señora de
aproximadamente cincuenta años de edad, y veinte de residir
en el lugar, me decía: “Acá hay que hacer como hicieron en
Retiro, o como hicieron la semana pasada en Berazategui, en
Quilmes, que fueron con las topadoras; la gente no se quería
ir, pero igual, les tiraron la casa abajo, porque después dicen
‘pobre gente’, ¡má qué pobre gente! Hay que ver lo que
hacen. Para mí debieran echarlos a todos, sacarlos para que
dejen de criar zánganos todo el día”.

Se puede, entonces, formular las siguientes preguntas:


¿qué es lo que hace esa gente?
¿cuándo fue que hicieron eso en Retiro?
¿quién los sacó?
¿cómo los sacó?
¿qué hizo entonces la gente?
¿por qué los sacaron?
¿adónde fue la gente?, etc.
232 ROSANA GUBER

En el curso de la conversación, el investigador puede


recurrir a interrogantes estratégicamente directivos. Las
preguntas anzuelo (bait, AGAR, 1980:93) suelen dar pie al
pronunciamiento del informante. P. ej., en una entrevista sobre
erradicación de villas: -“Me comentaron que iban a mudar la
villa...”. Las preguntas de abogado del diablo (sugeridas
por Strauss,1973) son aquéllas en las cuales el investigador
ayuda a la locuacidad del informante, suministrando un punto
de vista premeditadamente erróneo o adverso, para que el
informante efectúe las correcciones y precisiones que
considere pertinentes. Volviendo al testimonio de la vecina
citado más arriba, el investigador podría haber replicado:
“pero ¿cómo los va a echar? si no tienen adónde ir”.

Las preguntas hipotéticas son aquéllas en las que se


trata de ubicar al informante frente a un interlocutor o
situación imaginarios. P. ej., “¿cómo se imagina que será la
vida en departamentos”. Este tipo de pregunta es adecuado
para introducir variantes a la situación de entrevistas que
circunscriben necesariamente lo que el informante verbaliza a
lo pautado por su entrevistador (SPRADLEY, 1979): la
presentación de situaciones hipotéticas puede permitir
imaginar otras respuestas y puntos de enunciación que atañen
a la valoración de la situación real. (¿cómo debería ser una
institución de investigación?, ¿un profesor?, ¿una esposa?, ¿un
trabajador?). En una Investigación sobre servicio hospitalario,
A. Domínguez Mon preguntaba:
- “¿Está conforme con el servicio?”
- “Sí es excelente, muy bueno”...
- “Supongamos que usted pudiera cambiar algunas cosas
que no le gustan del servicio, ¿cómo piensa que debería ser
la forma de atención?”
- “Y... no esperar tanto ...estoy desde las 7 y son las 11. Perdí
el día de trabajo...Pero me las aguanto porque sé que acá

me curan y ya está”.
Si la investigadora se hubiera limitado a la primera
respuesta, habría obtenido una información parcial y
superficial acerca de la imagen del informante sobre el
servicio.

En síntesis, durante la primera etapa, el investigador se


propone armar un marco de términos y referencias
significativo para encarar sus futuras entrevistas; aprende a
distinguir lo relevante de lo secundario, lo que pertenece al
informante de cuanto proviene de sus inferencias y
preconceptos; contribuye, así, a modificar y relativizar su

Notas de campo de Ana B. Domínguez Mon, en su investigación.
EL SALVAJE METROPOLITANO 233

propia perspectiva sobre el universo cultural de los


entrevistados. Por eso, volviendo a las características de la EA,
el control sobre lo que dice y hace el informante se modifica al
acceder a información significativa, que hasta entonces quizás
se habría considerado irrelevante. Como señala Agar
(1980:90), en la entrevista etnográfica todo es
negociable. Los informantes reformulan, niegan o aceptan –
aún implícitamente- los términos y el orden de las preguntas y
los temas, sus supuestos y las jerarquizaciones conceptuales y
explicativas del investigador. Y aunque la próxima etapa siga
básicamente los mismos criterios, en los momentos iniciales,
la EA es sumamente adecuada para abrir la mirada y los
sentidos del entrevistador y profundizar el proceso de
diferenciación entre lo que procede del informante y lo que
procede de las inferencias del investigador. Ambas –abrir y
profundizar- son tareas, más que paralelas, estrictamente
complementarias, en la medida en que permiten vislumbrar a
otro a través del reconocimiento de sí mismo. La reflexividad
tiene lugar también en la EA como un recorrido especular de
conocimiento y autoconocimiento.

B. Focalizar y profundizar: segunda apertura

La obtención de un material ‘denso’ (como sugiere C.


Geertz), profuso en descripciones, valoraciones, reseñas y
explicaciones nativas, corre a la par de su análisis en campo.
Pero este análisis puede tener lugar, además, como una etapa
determinada entre dos fases de campo o cuando se considera
que el campo ha sido concluido. Tanto durante como después
de la estadía en terrena surgen temas, categorías y principios
recurrentes, configurando un marco interpretativo del actor.
Este proceso es parte de la especificación del objeto de
conocimiento, desde un plano teórico a otro de existencia
concreta. Si en la primera etapa se trata de abrir la mirada, en
la etapa siguiente se intenta seguir abriéndola pero con
determinada dirección, mayor circunscripción y habiendo
operado una selección de los sitios, términos y situaciones
privilegiadas por los que se expresa dicha especificación. En
esta segunda etapa, el investigador puede dedicarse –entre
otras tareas- a ampliar, profundizar y sistematizar ele
material obtenido, estableciendo los alcances de las
categorías significativas identificadas en la primera
etapa; para ello se vale de nuevas formas de entrevista que le
permitan descubrir lasa dimensiones de una categoría o
noción.
234 ROSANA GUBER

En las investigaciones en sociedades ‘exóticas’, el


descubrimiento o la identificación de categorías es quizá más
sencillo que en la propia sociedad del investigador, porque los
términos le resultan poco familiares y es más sensible a sus
manifestaciones. Pero en el medio habitual, estos conceptos se
ocultan en expresiones que el investigador cree conocer,
porque los utiliza o ha escuchado reiteradamente, aunque en
realidad los desconozca en su significación. En nuestra
investigación, eso sucedió con la categorización de “villero”
como inmoral y no como “residente de una villa”, de
“caminar” como sinónimo de realizar un arduo trabajo político
o vecinal; de “los sillones” versus “el barro”, contraponiendo el
bienestar de los políticos en las oficinas y en el medio habitual
de los ricos, al trabajo barrial con los pobres. En su
investigación sobre identidad homosexual masculina, Victoria
Barreda encontró que la categoría de autoadscripción que
emplean los homosexuales es gay; homosexual connota cierta
categoría degradante, aplicada generalmente desde fuera del
grupo. Ahora bien, el investigador no repara en todas sino en
algunas categorías, que son aquéllas que juzga pertinentes
para su objeto de conocimiento y que son empleadas por los
informantes para dar sentido a su mundo social. En nuestro
caso y en el de Barreda, el tema a investigar giraba en torno a
“identidad villera” e “identidad homosexual masculina”
respectivamente. En ambas investigaciones eran relevantes
las formas de denominación y autodesignación.

Para explorar el sentido de un número restringido de


conceptos o categorías, quizá sea conveniente reformular la
perspectiva de la interrogación. Pensemos en un término
cualquiera. ¿Cómo introducir nos en él y descubrir sus
alcances y posibilidades? ¿Cómo visualizan su relación con
otras categorías sociales? Una vez individualizado, el
investigador suele caer en la tentación de preguntarle al
informante su definición. Esto es lo que me pasó cuando
entrevistaba a una funcionaria política e indagaba acerca de
los residentes en villa; me comentaba entonces que lo más
evidente de estos sectores era su promiscuidad. Pregunté:
-“¿Qué es ‘promiscuidad’ para usted?” La entrevistada,
bastante sorprendida, me respondió: -“¿Cómo ‘qué es
promiscuidad’? ¡Que andan en la promiscuidad, que son, así,
promiscuos!”. Yo no veía cómo salir del atolladero para
ampliar el sentido del término en relación, concretamente, a
los villeros. El inconveniente de mi abordaje fue múltiple; en
primer lugar, que al preguntar por la definición, la informante
pudo suponer que no había sido clara con el término, o bien,
que se había expresado mal; o también, que no había
adoptado una actitud “suficientemente académica”, a la altura
EL SALVAJE METROPOLITANO 235

del entrevistador; o bien, como en este caso, que la


entrevistadora era una mezcla de ingenua e imbécil, ya que
éstas son cosas “de sentido común”. Pero el agregado “para
usted” puso el acento en una relativización que el sentido
común no admite. El pensamiento corriente no es crítico sino
práctico y se presenta como inmediato, adherido a lo real. Por
lo tanto, preguntar qué es promiscuidad “para usted” es
introducir una relativización no pertinente, salvo que se quiera
comunicar al informante algo así como: “¿qué peregrina -
equivocada – falsa – ideológica - vulgar idea tiene usted acerca
de la promiscuidad?” No es extraño que el informante se
moleste o se sienta en falta, lo cual, en vez de ayudar a
ahondar en la explicación, redundará en el intento de
autocorrección y/o autodefensa; ninguno de los dos es el
propósito de la entrevista. El investigador ganará en acceso si
opta por indagar no la definición, sino el uso de la categoría (la
definición quizá, deba construirla por su cuenta). Viendo que si
seguía en mis trece sería expulsada raudamente de la
entrevista, le pregunté a la informante: -“¿Por qué me dice que
los villeros viven en la promiscuidad?” -“Y, porque los ves”, me
respondió más calma, “vas a la casa y los ves”. -“¿Y qué ve?”
-“Y, un hijo se llama López, otro Martínez, otro Pérez. Ahí ves
bien clarito la promiscuidad. Todos hijos de distinto padre”. No
sólo le pedí a la informante que mencione categorías, sino
también que ensaye su aplicación; si yo las hubiera ensayado,
quizá la informante habría operado las correcciones
pertinentes para su correcto empleo.

Para esta etapa, Spradley (1979) sugiere formular


preguntas estructurales y contrastivas. Las preguntas
estructurales son aquéllas que interrogan por otros elementos
de la misma o de otras categorías, que puedan a su vez ser
englobadas en categorías mayores. P. ej., cuando hube
detectado que el ‘villero’ es uno de los posibles habitantes de
las villas, pregunté: “¿quiénes otros viven en la villa?”. Me
respondieron: “gente rescatable”, “gente decente”,
“lúmpenes”, “chorros”, etc. Las preguntas contrastivas son
aquéllas en las que se intenta establecer la distinción entre
categorías. Siguiendo con el último ejemplo, se podía
preguntar: -“¿Qué diferencia hay entre el villero y la gente
rescatable?” El punto clave, aquí, estriba en que la
comparación entre estos términos provenía del empleo
categorial de los informantes. De una pregunta contrastiva no
sólo se extraen datos acerca de los elementos distinguidos,
sino también de su comparatividad, que es una relación lógica
desde la PA (ALAR, 1980; SPRADLEY, 1979). Los ‘no villeros’
conciben al villero como lo opuesto a la gente rescatable; en
cambio, a ninguno de mis informantes se le ocurrió comparar
236 ROSANA GUBER

“villeros” y “paraguayos” (los paraguayos son un tipo de


villero y, para ciertos informantes, buena parte de la degene-
ración moral de estos sectores residenciales procede de la
influencia de estos inmigrantes limítrofes).

Las relaciones semánticas entre elementos del discurso


apuntan a señalar en la estructura del léxico y la sintaxis,
cómo se articulan distintos conceptos (different lexically
labeled). Spradley (1972, 1979) identifica como principales la
relación de inclusión (el villero es un tipo de pobre); de
ubicación (la vía es una parte de la villa); causa (Trini fue a la
salita porque no sabía que tenía la criatura); razón (el
ambiente es una razón para irse de la villa); localización de la
acción (la vía es un lugar donde hay mucha joda); función (un
pasillo con más de una entrada sirve para que se rajen los
chorritos); secuencia (para hacer el pasillo, primero se
organizaron, después mangaron a los demás, después fueron
a la Municipalidad y después trajeron los materiales, y ya se
pusieron a laburar...); atributos (acá la villa es jodida, se
inunda...).

Una vez identificadas, conviene ensayar el conocimiento y


uso dé categorías con informantes que no las hayan expresado
aún o que lo hayan hecho con otros sentidos. Aquí es donde,
probablemente, se encuentre gran apoyo en las encuestas y
cuestionarios, pues estas técnicas permitirían extender el uso
de ciertas categorías a un universo mayor y homogeneizar la
información proporcionada de manera heterogénea por los
entrevistados.

El trabajo con relaciones entre términos y categorías


permite detectar y establecer el sentido del uso de conceptos
nativos, descubriendo sutiles distinciones que pueden ser
indicativas de cuestiones de mayores alcances. Después de la
investigación en la cual “villero” aparece como una categoría
con irremisible carga negativa para “los de afuera”, y con
variable connotación para los mismos residentes (o “los de
acá”), empezamos a pensar que si un partido político aspira a
convertirse en la “vanguardia” de estos habitantes y los
interpela como “villeros”, seguramente tendrá menos éxito
que si los interpela como “vecinos de Villa Tenderos”, siendo
que en ese contexto la categoría “villero” es rechazada por su
carga estigmatizadora y vergonzante. Pero para llegar a esta
distinción fue necesario advertir claramente que una cosa son
las categorías del investigador (o categorías analíticas) y otra,
las de los informantes (o folk, nativas, emic). (Es precisamente
esta distinción la que no reconocía el cuestionario que
analizamos en el capítulo anterior).
EL SALVAJE METROPOLITANO 237

Otro sentido de la profundización

Además de la referencia a los sentidos, profundizar puede


consistir en avanzar hacia temas que, por considerarse tabú,
conflictivos comprometedores o vergonzantes, no se han
tratado en los primeros encuentros o en la primera etapa de
entrevistas. Estas facetas, generalmente ocultadas y
encubiertas, pueden darse a conocer en el curso de la relación
de campo, cuando el informante sabe ‘algo más’ acerca de los
propósitos del investigador y, sobre todo, de su conducta en
terreno: p. ej., no transgredir ciertas reglas éticas, como el
secreta de información. Puede confiar siquiera mínimamente
en que sus actividades o reflexiones no habrán de trascender y
en que la información brindada al investigador no dañará su
imagen ni su vínculo con los demás miembros de la unidad
social. Para esto resulta imprescindible asegurar la
discreción, garantizando de palabra y de hecho que el
material obtenido no trascenderá de unos a otros, al menos sin
consentimiento previo.

Sin embargo, guardar secretos no es tarea fácil, sobre todo


cuando se refieren hechos conflictivos (enfrentamientos
vecinales, entre facciones, etc.) de los cuales hay más de una
versión y sus instancias son conocidas por sólo algunas
personas. En estos casos, el problema es cómo no poner de
manifiesto la fuente de información y, al mismo tiempo,
contrastar visiones contendientes. Lo quiera o no, el
investigador se transforma en el portador de ambas, y
probablemente, también en el blanco de reclamos de
legitimación para sustentar cada uno su razón. Quizá una
forma de evitar suspicacias y de no herir susceptibilidades sea
ampliar la problemática, a través de preguntas lo
suficientemente generales como para incluir aspectos relativos
a las versiones enfrentadas y que, de otro modo, conducirían
fácilmente a identificar su fuente (WHYTE, 1982:116). Como
apuntamos en un capítulo anterior, la intención mía al saltar el
cerco fue averiguar algunas cosas acerca de la dinámica de la
sociedad vecinal. Pero otro propósito era indagar cómo se
operaba y qué significaba el conflicto entre dos familias
enfrentadas políticamente pero ligadas por parentesco,
vecindad y contigüidad territorial. Mientras conversaba con la
nuera de doña Silvia, se me ocurrió preguntarle: -“¿Y cómo
andás con la familia de tu marido?”, a lo que siguió una
retahíla de palabrotas y quejas en tono iracundo. Para
averiguar qué ocurría con el espacio de las viviendas aledañas,
problema endémico en éste y otros asentamientos-, respondí a
su enojo con un comentario genérico: -“¿Qué raro, que se
lleven mal y sobre todo estando tan cerca?, ¿no?... y como
238 ROSANA GUBER

estando así, casi pegados, la gente acá se ayuda”... (pregunta


de abogado del diablo, pues la contigüidad vecinal suele
visualizarse por los informantes como fuente de conflicto más
que de ayuda). A lo que replicó igualmente furiosa: -“Bueno,
eso es otra cosa, ¿ves? Porque mi suegra quiere ampliar, pero
no tiene derecho, porque esto es de todos, no es sólo de ella.
Ella dice que tiene todos los papeles, pero ¿qué papeles va a
tener si esto es del ferrocarril? Está tan de prestado como
nosotros. ¿Entonces?” Siendo que las diferencias políticas no
eran tan pronunciadas, todo hacía suponer que dichas
diferencias, si no habían surgido, se habían profundizado por
cuestiones de parentesco y por intereses contrapuestos de
vecindad.

Los temas tabú no son universales sino específicos de cada


sociedad, cada cultura y de cada sector o grupo social. Suelen
depender del sistema normativo-valorativo dominante, de las
posibilidades de esos grupos de hacer efectivo dicho sistema y
de la variabilidad de “ajustes secundarios” (como diría
Goffman) a pautas de funcionamiento sociales, institucionales,
etc. Por consiguiente, es probable que el investigador
descubra en sus primeras indagaciones algunos de estos
temas y que reciba de parte de sus informantes ciertos
indicios de que no pueden ser tratados (absolutamente, o en
ese momento de la relación, o delante de determinadas
personas, o en otras circunstancias); estos indicadores son en
sí mismos materiales que pueden convertirse en datos a
profundizar en una etapa ulterior. Es claro que no existe una
conducta lineal con respecto a estas cuestiones. Su manejo es
el resultado, más bien de una constante negociación del
investigador, antes que del transcurso temporal,
independiente de los sujetos de la relación. El tiempo y el TC
ayudan, pero son el investigador y los informantes quienes
deciden, en última instancia, si ya es hora de abrir algunas
‘cajas fuertes’. Que el tiempo es condición necesaria pero no
suficiente lo demuestra el hecho de que sólo con algunos
informantes se pueden tratar ciertas temáticas, mientras que
con otros la relación se mantiene en un nivel general hasta
decir ‘adiós’.

En síntesis, en el período de profundización y focalización,


los principios de la no directividad siguen vigentes porque la
apertura de sentidos no concluye sino con la investigación
misma; la búsqueda prosigue reproduciéndose al interior de
los nuevos límites, fijados tras la primera etapa. P. ej., si
hubiéramos llegado a los conceptos de “villero” y de “gente de
villa”, en una etapa posterior, podría ocurrir que nos
propusiéramos indagar su asociación a otras categorías y la
EL SALVAJE METROPOLITANO 239

aparición de nuevas subcategorías de “villero” y “gente de


villa” (algo así como volver a empezar). Sin embargo, también
es cierto que puede advertirse una mayor directividad de parte
del investigador, al intentar homogeneizar la información de su
muestra total. Como ya dijimos, en esta segunda etapa se
puede recurrir a preguntas estructurales y cuestionarios, para
cubrir aspectos desigualmente relevados, para contrastar los
alcances interpretativos del investigador y verificar si las
categorías detectadas por él son pertinentes y significativas
para todos, alguno o ninguno de los informantes.

2 Dinámica particular: la entrevista en el encuentro


Con la expresión “dinámica particular” nos referimos a la
evolución de la relación entre el investigador y el
informante, en una unidad de entrevista. La entrevista es
un proceso donde se pone en juego una relación social que,
como vimos, es concebida de diversas maneras por sus
protagonistas. Esta conceptualización incide, sin duda, en los
resultados y términos generales en los que se lleva a cabo el
encuentro. La dinámica particular sintetiza las diversas
determinaciones y condicionamientos que operan no sólo en
situaciones de entrevista, sino genéricamente en las de la
interacción social y, como subespecie, en el encuentro entre
investigador e informantes. Tantas son sus posibles variantes
que sería inconducente tratar de esquematizarlas. ¿Por qué?
Por aquella breve máxima según la cual en la EA todo es
negociable. ¿Pero qué es ese todo? En la dinámica particular
de la entrevista, pueden negociarse: el contexto, los temas, los
términos de la conversación (unilateral, dialógica, informativa,
intimista, etc.), el lugar y la duración.

A. El contexto de entrevista

En su incidencia directa o indirecta en el desarrollo, la


dinámica y los contenidos de la entrevista, el contexto
desempeña un papel crucial. ¿Pero qué es el contexto? En las
ciencias sociales y particularmente en los análisis de discurso,
el contexto ha suscitado ya variada literatura (que en la
antropología remite, nuevamente, a Malinowski). Por nuestra
parte, usaremos el concepto en relación con las
preocupaciones de este libro. A tal fin, distinguimos entre un
contexto ampliado y otro restringido.

El contexto ampliado refiere al conjunto de relaciones


que engloban tanto al investigador como al informante y que
puede ser visto en su dimensión política, económica, cultural,
240 ROSANA GUBER

etc.(p. ej., investigador e informantes están involucrados en


una relación colonial si uno y otro pertenecen a metrópoli y
colonia, respectivamente; o en una relación de clase, si se
encuentran en la misma sociedad pero pertenecen a distintas
clases sociales, etc.). Este plano general afecta directamente
la relación, incluso a través de acontecimientos más puntuales
(p. ej., TC durante período eleccionario, régimen militar,
conflictos raciales, Carnaval, aguda crisis, inundaciones, etc.).
Cuenta Claudia Girola que un informante de Villa Cildáñez, en
Buenos Aires, le explicaba: “Durante el proceso, cuando venía
algún asistente social o alguien a hacernos preguntas para
arreglar algo en la villa, seguro que al día siguiente te barrían.
Por eso acá no habla nadie”. El contexto ampliado puede
promover tanto la autocensura como la locuacidad de los
entrevistados y el tratamiento de ciertos temas ‘de
actualidad’, dando un sentido diferente a cuanto se diga y
haga en dicha situación.

E1 contexto restringido refiere a la situación social del


encuentro, esto es, a la articulación concreta entre
lugar-personas-actividades-tiempo. Las instancias de este
nivel del contexto varían en relación más directa con el
desarrollo del TC en determinada unidad social. El medio
clásico de la entrevista, tal como la suelen aplicar algunos
científicos sociales y otros profesionales (como trabajadores
sociales, médicos y psicólogos), es el encuentro ‘uno a uno’,
en un sitio apartado, dotado de cierta privacidad,
frecuentemente en la oficina del entrevistador, sin
interrupciones que puedan provenir del ámbito del
entrevistado (p. ej., actividades, llamados de vecinos,
travesuras de los hijos) y que, en el caso de existir, no suelen
tomarse en cuenta sistemáticamente como información
significativa y relevante.

La EA sufre una relocalización del ámbito del investigador


al del informante, pues tiene como supuesto que sólo a partir
de sus situaciones cotidianas y reales es posible
descubrir el sentido de sus prácticas y verbalizaciones.
Un término, un discurso, una acción, no son lo que son per se,
sino en relación a la situación en que se enuncian o aplican, y
a su contexto discursivo y material. Como “extranjero”, el
investigador no conoce de antemano su articulación
significativa con el contexto, ni los matices en los cambios de
significación. Los residentes de villas miseria han sido
habituados a relacionarse con agentes oficiales en términos
represivos o asistencialistas. Acostumbrados a verlos
desplazarse por el vecindario y a que se los interrogue acerca
de sus carencias y necesidades, los residentes suelen concebir
EL SALVAJE METROPOLITANO 241

al investigador como un agente del Estado y responderle en


consecuencia, destacando problemas y dificultades del asen-
tamiento. En ese caso, el investigador puede concluir que todo
el mundo social del informante es así de carenciado,
deplorable y misérrimo, propendiendo a una imagen sesgada
de esa población. En cambio, si interpretara que ese conjunto
de respuestas obedece al implícito hábito de un actor al que se
le ha venido comunicando: “usted es un carenciado, el Estado
ayuda a los carenciados, cuéntenos en qué podemos hacerlo”,
entonces el investigador advertiría que accede sólo a las
nociones que el informante pone en acto (en forma de
respuesta) con referencia a una situación de tales
características (en este caso, de asistencia pública). La
situación de entrevista es categorizada como entrevista de
agente oficial a pobre asistido; el rol de aquél es preguntar y
dar, el de éste, pedir y demostrar su carencia. Hay sin
embargo otros aspectos que el informante no considera
pertinentes para esa situación, p. ej., exponer sus temores
ante el panorama delictivo, o destacar aspectos positivos de la
villa. Tanto para la decodificación que hace el informante de lo
que se le solicita (respuestas), como para la que lleva a cabo
el investigador, tener en cuenta la relación entre la interacción
y el contexto de encuentro es fundante para la interpretación.

En el análisis del contexto restringido puede ser relevante


el hecho de ser ‘local o visitante’; que la entrevista se lleve a
cabo en un medio ‘familiar al informante o al investigador (su
oficina, su vivienda, etc.). Esta distinción presenta, sin
embargo, algunos matices. En el fútbol y otros deportes, suele
equipararse ser local al mayor conocimiento de la cancha de
juego, y por lo tanto, a la mayor comodidad. Pero un
informante que se siente controlado por su familia y que
recibe al investigador en su casa, ¿es ‘local’ o ‘visitante’? Un
informante que prefiere encontrar al investigador en un bar,
como sitio neutro para ambos, ¿es ‘local’ o ‘visitante’? Veamos
cómo funciona la distinción en un ejemplo. S. Visacovsky debía
entrevistar ingresantes a la carrera de Psicología de la
Universidad y encontró serias dificultades para realizar el
encuentro en los hogares paternos de sus informantes. ¿Por
qué? ¿Probablemente por timidez?; ¿sospechas de la familia?;
¿falta de intimidad o privacidad?; ¿vergüenza por algún
miembro discapacitado en la familia?; ¿deseos del adolescente
de mantener un mundo propio, independiente del control
paterno?; ¿desconfianza del investigador?; ¿compromisos
políticos que le impedirían presentar su vivienda y a su familia
por razones de seguridad? Estas y otras inferencias son ya un
adelanto de la producción de datos acerca de, p. ej., el grupo
de edad al que representan los informantes, y no sólo -o no
242 ROSANA GUBER

tanto un obstáculo para concretar el acceso a la familia del


informante. No se trata tanto del caso particular de XX sino,
más bien, del de un sector definido por su posición social, y
por su dependencia en virtud de lazos de parentesco. Por
consiguiente, si ser ‘local’ o ‘visitante’ es asimilado a recibir en
el medio habitual, también puede ocurrir que el informante no
quiera ser del todo ‘local’ debido a ciertas restricciones que
integran su cotidianeidad y que, sin embargo, se sienta muy
cómodo en ese otro sitio. Es pertinente entonces indagar en
las formas en que el entrevistado categoriza al sitio de
entrevista, sea cual fuere, y reflexionar acerca del modo en
que incide en el vínculo y la información. Quizá, como medida
práctica, sea aconsejable dejar que en una primera instancia
sea el informante quien decida adónde e ir explorando,
gradualmente, una posible relocalización. El sabrá por qué
eligió ese ámbito, quedando por cuenta del investigador
averiguar la razón.

El contexto restringido incluye también a las personas


presentes en el encuentro y que operan como testigos de la
entrevista. Recordando el significado de las categorías
sociales, puede ser distinto escuchar “acá la gente no sabe
vivir, son unos negros de m...” de boca de una familia que vive
en el límite de la villa, pero en casa propia, o de boca de una
familia que vive dentro de una villa y, más aún, de otra familia
que está a punto de recibir un departamento. Asimismo, es
distinto que esto se enuncie ante la sola presencia del
investigador, a hacerlo delante de otros vecinos, también
residentes en villa, o de vecinos de barrios colindantes. El
objetivo puede ser aspirar a establecer cierta complicidad con
el investigador como representante de una clase superior y
diferenciarse del resto o de poner de manifiesto un proceso de
ascenso social. Pero todo esto no puede saberse de antemano.

B. Los ritmos del encuentro

Poco puede decirse a priori acerca de los momentos que


tienen lugar a lo largo de la entrevista, más allá de identificar
un inicio, un desarrollo y un cierre de cada encuentro. Sin
embargo, podemos revisar algunos criterios generales para
tener en cuenta.

Como parte de las actividades desarrolladas en campo y de


la OP, la EA puede dar comienzo en cualquier lugar, sin
concertación previa, con cualquier persona y tener una
duración variable. Puede consistir en un breve intercambio de
palabras en la calle o a la entrada de un edificio, transformarse
en una charla de café o en una seria y meticulosa
EL SALVAJE METROPOLITANO 243

conversación sobre algún tema de interés del investigador


-que es como solemos concebir a la entrevista-. Todas estas
posibilidades son difíciles de prever, sobre todo cuando se
adopta un TC y técnicas flexibles y no directivas. A partir de su
experiencia, A.Gravano (1987) explica: “en un trabajo de
prospección de un barrio, donde se intentó obtener una
imagen lo más global posible de la vida barrial, el investigador
opta por entrevistas ocasionales, de ‘calle’. La gente, es obvio,
no sale de su casa preparada para que la paren y le planteen
una entrevista. Esto es parte de las condiciones propias del
potencial informante. Pero también el investigador se
encuentra condicionado por esa situación. Las alternativas
podrían ser desde no recibir el más mínimo apunte de parte
del vecino, como terminar haciendo una entrevista de hora y
media, sin ningún problema. Pero esto el entrevistador no lo
sabe”.

Aunque, compartimos el criterio más generalizado, según el


cual una entrevista requiere un lapso mínimo para que las
partes intercambien impresiones de su presentación –
voluntaria e involuntaria- y se vayan conociendo, no
quisiéramos perder de vista las instancias informales –aún
dentro de la entrevista formal (valga la redundancia)- como los
encuentros fugaces y los comentarios fuera de la situación que
concebimos como típica. Ello obedece a que, al estar integrada
a otras actividades de campo, cualquier ocasión y cualquier
informante pueden en principio ofrecer material relevante;
asimismo, cualquier comentario puede revestir una
significación que, aunque inadvertida en el momento, se
descubra relevante tiempo después, al releer las notas o al
internarse en el universo de los actores. El propósito de esta
reflexión es señalar que si les reconocemos a estos encuentros
casuales una importancia potencial similar a la de una
entrevista programada, se les podrá sacar provecho; el campo
en su totalidad puede ser significativo, todo es cuestión de
acceder a esa significatividad sin predeterminar
sociocéntricamente qué vale y qué no. El TC en el medio
habitual del investigador ha tendido a descuidar estas
pequeñas instancias de relación y producción de datos, ya que
el investigador no suele ser testigo inmediato de la vida social
de sus informantes y su información proviene casi
exclusivamente de la situación formalizada de entrevista.
Quizás éste –y todo lo que ello implica- sea uno de los desafíos
a la “relocalización del TC antropológico” en las llamadas
“sociedades complejas”. Por otra parte, estos encuentros
fugaces son germen potencial de relaciones más profundas; a
diferencia de la entrevista formal, que nace de un acuerdo
previo, la EA se ha generado, tradicionalmente, en el marco de
244 ROSANA GUBER

la convivencia y la vida cotidiana. De ahí que el valor de cada


encuentro sea variable, no sólo por la cantidad y calidad de
material a obtener sino, además, por el ángulo desde el cual el
investigador concibe la entrevista, otras técnicas, y el mismo
TC.

Pero detengámonos en las entrevistas de mediana a larga


duración. Al comienzo, puede ser aconsejable no enfocar
temáticas demasiado acotadas, hasta que la relación esté más
avanzada y el informante conozca más acabadamente los
objetivos que persigue el investigador. En las primeras
entrevistas, quizá sea conveniente abordar temas generales,
poco comprometidos y no irritativos; al comenzar el encuentro
puede ser oportuno referirse a los llamados “temas triviales”
(que cambian según el sector social y étnico) (“¡Qué día!,
¿eh?” “¿cuántos años tiene la criatura?”). Cada encuentro, sin
embargo, es una caja de sorpresas y puede revelar cuestiones
que se suponían confidencialísimas y que probablemente no se
vuelvan a repetir (como sucedió con Roberto en La Boca).

Con respecto a la duración de la entrevista, una de las


premisas es no cansar al informante, ni abusar de su tiempo y
disposición; y ello ya sea porque el material recogido en tales
circunstancias puede haber sido suministrado por compromiso
y para ‘sacarse de encima al investigador’, ya sea para no
cerrar las puertas de encuentros ulteriores y del vínculo con el
informante. Para evitar esto, se pueden intercalar preguntas
de distinto tipo –descriptivas, experienciales, ejemplificadoras,
etc.-; cuando el informante percibe que es interrogado sin
tregua, en una relación verbal asimétrica, intercalar alguna
experiencia o comentario acerca de alguna vivencia del
investigador puede simetrizar los términos verbales de la
relación. De este modo, quizá se contribuya a crear un espacio
para que el informante exprese sus dudas, formule sus
preguntas. Estas consideraciones dependen, sin embargo, de
una distinción fundamental: el tiempo del investigador no es el
tiempo de los informantes; éstos no son máquinas que
pueden vomitar material según los plazos que debe cumplir el
investigador. Y aunque no sea posible desconocer estas
determinaciones, quizá convenga ponderarlas en función de lo
que se desea obtener, de lo que se pierde y,
fundamentalmente, de quiénes serán los destinatarios finales
de la investigación.

El tiempo y los tiempos se negocian y construyen


recíprocamente, en la reflexividad de la relación de campo.
Las esperas, las urgencias, las pausas y los retrasos son
también significados que el investigador debe aprender ‘en
EL SALVAJE METROPOLITANO 245

carne propia’. Tradicionalmente, los antropólogos se han


manejado sin horarios. La corresidencia libera al investigador
de otras actividades y obligaciones; está full time con sus
informantes. Sin embargo, el tiempo no es sólo una demanda
exterior sino, fundamentalmente, un ritmo interno. De manera
que, haya o no plazos para presentar el informe final o el
sociodiagnóstico (o antropodiagnóstico), la impaciencia puede
forzar al investigador a que éste fuerce, a su vez, a sus
informantes. No diremos que el investigador deba abstenerse
de sentir ansiedad, o que ‘pierde el tiempo’, sino que, como
tantos otros contrastes en campo, quizá convenga exagerar y
sentir cómo se oponen los ritmos propios y los del campo, para
finalmente extenderlos y poder incorporarlos.

El cierre o desenlace del encuentro presenta también sus


peculiaridades. Pueden sucederse intrusiones ajenas a la
voluntad de ambos, que den por terminada la entrevista o
cambien profundamente su tono. Por lo que atañe al
investigador, no es conveniente concluir el encuentro de
manera abrupta, en momentos de gran emotividad y
expresividad del informante, o durante el tratamiento de
puntos conflictivos y/o tabú. Estas y otras recomendaciones
pertenecen a la esfera del trato interpersonal y seguramente
habrán de ser manejados de modo adecuado por cada
investigador, según sus propias características. Como verdad
de perogrullo, puede ser adecuado concluir la entrevista
dejando abierta la posibilidad de futuros encuentros.

3 De controles y mentiras
Es casi un lugar común encontrar en la literatura acerca de
la entrevista y las técnicas en general una serie de
consideraciones sobre la confiabilidad de los informantes y la
veracidad de la información. Este problema es visualizado
particularmente en las entrevistas no dirigidas, las encuestas y
los cuestionarios. Y no es por casualidad que no aparezca
como problema al analizar los alcances y las limitaciones de
otras técnicas como la observación o la OP. ¿Por qué sucede
esto? Acostumbrados a un marco positivista, los científicos
sociales hemos buscado la norma social en las prácticas; una
radiografía de la sociedad es armónica y acabada cuando los
valores y los patrones verbalizados condicen uno a uno, con
los sistemas de prácticas de los actores. De modo tal que los
casos que no se ajusten a este dictado deben ser tratados
‘como lo que son’: casos desviantes. Es entonces el momento
de analizarlos como problemas. En cambio, los que de-
muestran cierta congruencia no se ponen en cuestión. La OP
no tendría este inconveniente, al garantizar la verdad desde
246 ROSANA GUBER

la presencia directa del investigador. Por el contrario, las


verbalizaciones son, como vimos en el Capítulo II, una fuente
siempre latente de distorsión y subjetividad que introducen los
actores, la cortina de humo de la verdad

Esta posición puede cuestionarse con distintos argumentos.


El primero es la ilusión empirista a la que ya nos hemos
referido; la presencia directa del investigador no garantiza una
mejor mirada, ni una decodificación mayor del universo de los
actores. En segundo lugar, esta postura supone una relación
isomórfica entre dos dominios cuando éstos operan, en rigor,
con lineamientos propios. El dominio de las prácticas es
diferente al de las nociones y representaciones (HOLY &
STUCHLIK, 1982). Desde otra denominación, el campo de lo
ideológico tiene su especificidad no reductible ni
predeterminada por otras instancias de lo social (DIAZ, et.al,
1987). Al suponerlos lo mismo, es legítimo exigir una
congruencia absoluta entre lo que la gente dice y lo que la
gente hace. Tal es el caso del padre o la madre que dice que a
los hijos hay que comprenderlos y explicarles y que el castigo
corporal es innecesario y contraproducente. Sin embargo, a la
primer travesura, y ante la mirada perpleja de un observador
externo, la madre toma el cinturón y le descarga un latigazo al
eventual infractor. ¿Qué es verdad y qué es falso? ¿Que no hay
que pegarle o que le pega? Ambos, sólo que lo realmente
verdadero es –por el momento y limitándonos al ejemplo- que
el informante sustenta el valor “no hay que pegarle a los
niños” y practica (al menos en ese entonces) el castigo
corporal. La vida social está llena de estas aparentes contra-
dicciones, que aparecen como tales a la hora de
conceptualizarlas. Si se advierte que ambos dominios son
diferentes, y por lo tanto operan según lógicas distintas, y que
la relación entre uno y otro es parte del cometido que se
propone el TC, tanto la correspondencia como la divergencia
serán objeto de indagación, es decir, serán problemáticas.
Aunque no nos extenderemos más en este punto –de no fácil
solución-, quisiéramos señalar que en el tema que nos ocupa,
ello concierne directamente a la conceptualización del trabajo
empírico, de las técnicas no directivas y, sobre todo, de la
necesaria pero problemática relación entre observación
del investigador y verbalizaciones de los informantes y
la complementación entre la OP y la EA.

Esta discusión es fundamental por sus derivaciones


teóricas, por su incidencia en el análisis de datos y en los
criterios de validez de la información. En todo caso, sugerimos
que, más que preguntarnos si lo que se nos ha dicho es cierto
o no lo es, conviene averiguar qué significa y cuáles son las
EL SALVAJE METROPOLITANO 247

implicancias posibles de lo que se dice (e inferir lo que se


calla). Esto no pretende invalidar la búsqueda de criterios de
verificación y de ajuste de los discursos a los hechos. Pero
cabe aquí distinguir dos cuestiones. La primera es que, como
vimos, hay preguntas fácticas y preguntas de opinión o
valoración. La segunda es que las verbalizaciones trasuntan
siempre valoraciones, aun cuando se refieran a datos fácticos,
de manera que es conveniente distinguir ambas dimensiones
para establecer qué se quiere verificar. Parece claro, entonces,
que lo que se verifica es la dimensión fáctica, pero la opinión
(hecho valorativo) es verdadera por su sola emergencia, su
mera aparición. En todo caso, habría que preguntarse si el in-
formante sustenta realmente esta opinión o, de no sustentarla,
¿porqué la brinda? Por eso, en el ejemplo citado más arriba, la
madre efectivamente sustenta la valoración de que no se debe
castigar corporalmente a los hijos. Pero si seguimos
consecuentes con la distinción entre dominios nocional y de
las acciones, dicha sustentación no garantiza, ni excluye, ni
predetermina que la práctica contradiga la verbalización.

Cuando de esto se trata, es conveniente proceder a una


especie de crítica de fuentes, al modo de los historiadores. Los
sucesos contemporáneos se pueden cotejar con otros testigos;
esto vale también para hechos del pasado. Una de las críticas
recomendables es la de plausibilidad, esto es, si el hecho en
cuestión era factible en tales y cuales circunstancias,
apoyándose el investigador en lo que conoce de su área en
estudio. La crítica del informante es semejante a la crítica
de las fuentes históricas, cuando se evalúa quién la ha escrito,
con qué fin y en qué contexto. Ya nos hemos referido a este
punto en el capítulo VI. La fiabilidad de un individuo, sus
deseos de agradar al investigador, y su tendencia a la
magnificación se agregan a los criterios de ponderación. Por
otra parte, pueden ser fuentes de distorsión el no haber sido
testigo directo de los hechos, sino apoyarse en comentarios de
terceros (esto es, ser un ‘informante de segunda mano’), así
como la selectividad que toda observación y registro implican,
en función de los intereses, preocupaciones y posición en el
evento (WHYTE, 1982:116). El control cruzado de la
información entre individuos con diverso grado de involucra-
miento en los sucesos es el modo más usual para verificar
datos fácticos. Sin embargo, como vimos, la divergencia entre
versiones no implica necesariamente distinto grado de
veracidad. Consideramos que hay información que
posiblemente no se alcance jamás; pero en ese caso es tan
importante tratar de acceder a ella como darse cuenta de que
no se ha accedido y buscar una explicación de esto. Por otra
parte, nunca se sabe de antemano si se habrá o no de
248 ROSANA GUBER

acceder; es cuestión de probar. Por eso preferimos no


distinguir las verbalizaciones de los informantes entre
verdaderas y falsas, sino entre verbalizaciones que se
corresponden con los hechos fácticos y verbalizaciones
que no. Como la concordancia entre ambos no está dada
previamente, su indagación en campo es más bien una
condición de la investigación que un rastreo de informantes
mentirosos.

Por último, quisiéramos señalar un punto nodal de la


investigación social, que ha estado presente a lo largo de este
trabajo, y al que ya nos hemos referido. Se trata de lo que
Bourdieu llama “la ilusión de transparencia” (1975), esto es,
suponer que la respuesta de los informantes deriva, casi
inmediatamente, en elaboración del investigador en términos
teóricos. El investigador solicita a los informantes que
verbalicen la explicación de un hecho social, cuando éstos sólo
están en condiciones de aportar materiales parciales y a un
nivel empírico. Se suele dar el caso de los trabajos donde se
les pregunta a los entrevistados: “¿por qué emigró?”, y éstos
responden: “para progresar en la vida”, tras lo cual, el
investigador concluye que la migración obedece a la intención
de movilidad social. La ilusión de transparencia requiere
lógicamente que el entrevistado ‘diga la verdad’, pero no la
verdad desde su perspectiva sino la verdad científica.
Esta confusión no es poco frecuente en las ciencias sociales,
confusión que se ha visto agravada, como ya señalamos al
analizar los términos del cuestionario, por el uso de palabras
similares en el lenguaje corriente y en el académico.

Aunque el punto demandaría un tratamiento más detallado,


es conveniente reparar en las implicancias epistemológicas y
teóricas de las explicaciones “por propósitos y motivos” como
‘la explicación’ última de las ciencias sociales. Por nuestra
parte, hemos apuntado que la respuesta del migrante puede
contribuir a construir la PA y a analizar la especificación de un
proceso social en un mundo preinterpretado por los sujetos,
pero no es, en sí misma, la explicación que debe elaborar el
investigador.

4 ¿Una buena o mala entrevista?


La evaluación de la entrevista reconoce distintas
instancias, algunas más inmediatas y que se refieren a los
futuros movimientos en campo; otras, a largo plazo, que se
relacionan con el propósito del TC en esa investigación y con el
objeto de conocimiento específico. Los criterios, obviamente,
son variables, aunque podríamos considerar algunos
EL SALVAJE METROPOLITANO 249

lineamientos generales. Estos lineamientos no corresponden


sólo a la dinámica particular, sino también a la dinámica
general de la entrevista en la investigación. Los objetivos se
plasman en la obtención de una profusa información que
será de “buena calidad” si resulta de verbalizaciones de los
informantes y exhibe su propia lógica de asociación y
exposición, con breves pero diferenciadas intervenciones
del investigador. En este punto, es decisiva la elaboración del
registro. La entrevista puede haber sido excelente, pero si en
las notas sólo se citan las inferencias y conclusiones del
investigador, éste no tendrá la posibilidad de consultarlas para
ratificar sus supuestos iniciales o la especificación con que los
actores han construido su propia lógica de la vida social.

Sin embargo, para que esto sea posible, es imprescindible


cuidar la verdadera fuente de información: la relación
personal con los informantes (obsérvese que no decimos
‘cuidar al informante’ porque el investigador es, también,
parte de esa fuente); sólo en el seno de una relación
continuada y vivida en buenos términos es posible profundizar
y sistematizar información, abrir el campo a una amplia red de
informantes y abrir los propios sentidos; pero además, si el
informante no se siente cómodo en la relación, aun cuando el
TC se encuentre avanzado, quizá esto esté revelando alguna
incomprensión del investigador acerca de un punto importante
de dicha relación, lo cual seguramente estará incidiendo en la
calidad de la información obtenida y en los datos producidos.

Si en la EA todo es negociable, no por ello la pertinaz


reticencia del investigador a definir de antemano una serie de
pautas de trabajo significa caos ni desorganización; que todo
sea negociable implica que las instancias se van definiendo
conforme avanza la relación y el conocimiento recíproco en
campo, entre el investigador y los informantes. Es en este
camino que se construye, por un lado, el conocimiento y, por
el otro, la herramienta para alcanzar ese conocimiento.
La entrevista es, pues, una herramienta de recolección de
información, pero, como otras técnicas antropológicas y el TC,
también una instancia de producción de datos.

5 El rapport: ¿una utopía necesaria?


Una obsesión recorre el TC: ganar acceso a los informantes.
La literatura antropológica ha tipificado los momentos que
atraviesa el TC, los avatares y vicisitudes del vínculo más
importante del investigador en esta etapa: el mantenido con
los actores, sus informantes. El comienzo ha sido catalogado
como la etapa más compleja y difícil; desde entonces, el
250 ROSANA GUBER

investigador se desvive por alcanzar el desideratum de la


relación: lograr el rapport, algo así como una relación
armónica, cordial y empática. Sin embargo, a pesar de las
múltiples definiciones de este leit motiv antropológico, parece
casi imposible establecer un sentido uniforme del término.

En un intento por sistematizar el camino más directo para


alcanzar este “oasis”, James Spradley (1979) propone cuatro
estadios. La aprensión es una sensación de incertidumbre y
vacío, una interrogación motivada en la desconfianza mutua y
las suspicacias. Tiene lugar con el/los primero/s encuentro/s,
cuando todavía el informante no sabe qué se espera de él, ni
cómo suministrar información, cuáles son los datos relevantes
y cuáles no lo son. Pero, por su parte, el investigador tampoco
sabe cómo interpretar –aún- las respuestas ni los sentidos que
subyacen a los términos enunciados por el informante. En el
segundo momento, la exploración, ambas partes buscan
indicios que les permitan develar sus incógnitas recíprocas;
desde cotejar las respuestas dadas por varios informantes,
hasta cotejar lo que el investigador dice que hará con lo que
realmente hace. El tercer momento es la activa cooperación,
cuando ambos han alcanzado un mayor conocimiento
recíproco y, al compartir una mínima definición del encuentro,
actúan en función de ella. Un último momento atañe a la
participación del informante en el rol que le asigna el
investigador. P. ej., cuando aquél pasa a oficiar de etnógrafo
de sus coterráneos y compañeros, lo que significa que ha
comprendido qué es lo relevante para recordar y comunicar al
antropólogo.

El rapport sería, pues, un estado ideal de relación entre el


investigador y los informantes, basado en un contexto de
relación favorable, fundado en la confianza y la cooperación
mutua que viabiliza un flujo, también ideal, de información
(esto es, un material genuino, veraz, detallado, de primera
mano).

El rapport ha servido de utopía movilizadora,


especialmente en aquellos momentos en que el investigador
se percibe en un punto muerto y crítico de su comunicación
con los informantes. La razón de esta utopía podría residir en
la tensión y las ansiedades del TC, pues el investigador se
propone descubrir las contradicciones y los contrastes con sus
propios modelos y desde aquí dar con la lógica de modelos
alternativos. Sin embargo, este espejismo puede tornarse en
un eje desmovilizador que consuma la actitud crítica del
investigador. Veamos por qué. Ni en su forma ni en sus
contenidos el rapport es un estado universal, si bien puede
EL SALVAJE METROPOLITANO 251

aceptarse que hay contextos más y menos favorables para


establecer un vínculo. Interviene, en primer lugar, la ecuación
personal del antropólogo y de los actores que, si bien
modeladas por la cultura, asumen una serie de variantes que
inciden en el vínculo entre ambos polos de la relación
investigativa. Esta relación, además, se inscribe en un proceso
social y es significada por él, de manera que el rapport asume
características particulares según los patrones socioculturales
que rigen los tipos de relaciones en cada sociedad, en cada
sector social y para cada situación.

Al perseguir un estado pleno e ideal en sus relaciones, el


investigador puede caer en algunas trampas; la más común es
conformarse con que lo ha alcanzado y abandonar el proceso
crítico de evaluación de la información y de las razones que
guían al informante a decir lo que dice y a hacer lo que hace
cuando está en su presencia. Creer que se lo ha conquistado
puede conducirlo a desplazar un vínculo de índole social y
cultural a una cuestión de encantos personales, cerrando la
posibilidad de analizar y comprender una relación coproducida
socialmente. Es decir, el rapport subsume bajo la ecuación
personal –que obviamente existe y es relevante- aspectos que
tienen que ver directamente con el proceso de aprendizaje
que el investigador está llevando a cabo sobre el mundo social
de los actores y puede conducir a psicologizarlo e
individualizarlo todo. Ante un estado que el investigador
imagina como la relación ideal, el vínculo se cristaliza y no hay
lugar ya para el proceso de contrastes y reflexividad en el TC.
Es cierto que las transacciones no son idénticas al comenzar
que al promediar el trabajo, pero se suceden, con distintos
modalidades, a lo largo de toda la investigación. Creer que se
ha arribado, por fin, al rapport puede apoltronar al
investigador y circunscribirlo al círculo de relaciones ya
conocidas, cuyos términos se consideran satisfactorios, dese-
chando nuevos vínculos o, incluso, los que hayan resultado

más conflictivos.

Ariel Gravano, expone claramente la problemática que estamos planteando bajo la
denominación de “confianza”. “En términos de sentido común, podríamos hablar de ganar la
confianza del informante; que éste se sienta lo suficientemente distendido como para ser capaz
de liberar’ con mayor amplitud sus puntos de vista, opiniones, ideas, sentimientos, etc. Con un
poco más de rigor, empero, debemos partir de 1a premisa de que nunca se ganará la suficiente
confianza de nadie como para que éste sea totalmente sincero con nadie. Las mismas
condiciones de todo proceso de comunicación imponen una insoslayable tensión entre lo que se
dice o se hace y lo que se piensa o se siente. Pretender neutralizar o anular este dispositivo
condicionante es de todas maneras estéril, ya que se llega a la encrucijada de o tener que
‘creer’ todo lo que el informante expresa con gestos, actitudes, palabras, o ‘sospechar’ de todo
lo que nos manifiesta.”
“La alternativa metodológica consiste precisamente en operar sobre y gracias a esta tensión
condicionante. Porque, seamos honestos, si esta tensión no existiera, si el ser humano fuera
capaz de decir y manifestar todo, esto es, de ser totalmente objetivo, poca tarea nos quedaría a
252 ROSANA GUBER

Ya hemos señalado que son precisamente los momentos de


desencuentro, de crisis comunicativa y de contradicción los
que suscitan el cuestionamiento cuando se trabaja con las
herramientas tradicionales del investigador, lo que le obliga a
revisar sus propios modelos, para interpretar qué ocurre
(WILLIS, 1985). Con el rapport todo ocurre como si, una vez
conseguido, aquellos problemas desaparecieran; desde
nuestra perspectiva, esta desaparición transforma al
investigador en un recolector de naderías, de información sin
sentido ni articulación.

Si bien puede ser útil distinguir los estadios que atraviesa


la relación con cada informante y con el campo en general, la
trampa del rapport es creer que existe un happy end llenó de
certezas y adoptar actitudes concesivas ante la información y
los datos obtenidos. Pero si se lo concibe como una instancia
de la relación entre investigador e informantes, en la cual
ambos han construido un sentido compartido de la
investigación y en que el investigador va realizando el pasaje
de un modelo formulado en sus términos, a otro modelo en
términos del informante; entonces, la figura del rapport
adquiere la imagen del proceso de conocimiento sobre la
población estudiada y su logro es el logro de la investigación
misma. Desde esta óptica, lograr el rapport significa que
aquella dimensión descriptivo/explicativa del mundo social de
los informantes y la perspectiva teórica adoptada se plasman y
traducen en la relación misma entre el investigador y los
sujetos de estudio.

nosotros como investigadores sociales. Bastaría con colocarnos de perfil, con la oreja de
pantalla y retransmitir 1o que meramente escucháramos. La manera de hacer posible una
apertura lo más amplia y explícita de los significados concretos del informante en un primer
contacto, entonces, dependerá en una gran medida de nuestro interés puesto en el más allá de
su postura o verbalización iniciales (el saludo, por ejemplo) y, sobre todo, del resultado del
semblanteo que él haga de nosotros. Como el condicionamiento y la tensión son mutuas, un
camino eficaz puede consistir en explicitar en el registro nuestros propios sentimientos,
sospechas, preconceptos, temores, dudas, certezas, acerca de lo que va transcurriendo en la
relación” (GRAVANO, 1987; subrayado original).

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