Ciudades Ideales: de La Utopía de Tomás Moro A La Ciudad Del Sol de Campanella Didier SOUILLER
Ciudades Ideales: de La Utopía de Tomás Moro A La Ciudad Del Sol de Campanella Didier SOUILLER
Ciudades Ideales: de La Utopía de Tomás Moro A La Ciudad Del Sol de Campanella Didier SOUILLER
Didier SOUILLER
Universidad de Borgoña (Dijon)
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RESUMEN
En el siglo XVI, en tanto que existe un pensamiento urbanístico, se manifiesta por medio de la
imaginación artística y de la arquitectura de edificios urbanos y palaciegos. En el presente ar-
tículo se trata de cuatro libros que pertenecen a un largo siglo XVI: la Utopía de Tomás Moro,
el Gargantua de Rabelais, la Città del Sole de Tomaso Campanella y The New Atlantis de Fran-
cis Bacon. Con Rabelais y Bacon tenemos dos ejemplos extremos de ciudades ideales cuando
ambas se reducen, sea a un castillo feliz y autónomo, sea a una enciclopedia. Pero los rasgos
fundamentales de la ciudad ideal aparecen en las cuatro obras: aislamiento respecto del resto
del mundo, división entre la ciudad y el campo, simbolismo general de la arquitectura. La ciu-
dad que ofrece una protección completa, con educación y sustento, aparece como una verdade-
ra ciudad-madre. La geometría y el simbolismo de la construcción de la ciudad ideal demues-
tran a la vez el anhelo de apoderarse del mundo y la relación entre arquitectura e ideología. Por
fin, la utopía anuncia la dictadura ideológica, los estados totalitarios del siglo XX y el gulag.
RÉSUMÉ
Au XVIe siècle, s’il existe une pensée urbanistique, elle s’exprime plutôt dans l’imagination artis-
tique et dans l’architecture des édifices urbains et des palais. On s’appuie ici sur quatre livres qui
appartiennent à un grand XVIe siècle: l’Utopie de Thomas More, le Gargantua de Rabelais, la
Cité du Soleil de Campanella et la Nouvelle Atlantide de Bacon. Avec Rabelais et Bacon, on dis-
pose de deux exemples extrêmes de cité idéale, qui se réduisent soit à un édifice autonome et conçu
pour le bonheur, soit à une encyclopédie. Mais les caractéristiques de la cité idéale subsistent dans
les quatre œuvres: séparation du reste du monde, division entre la vile et la campagne, symbolis-
me général de l’architecture. La ville qui fournit une protection complète, avec nourriture et édu-
cation, se révèle une authentique figure maternelle. La géométrie et le symbolisme de la cité mani-
festent à la fois un désir de s’emparer du monde et la relation entre architecture et idéologie.
Finalement, l’utopie annonce la dictature idéologique du XXe siècle et le goulag.
1 El estudio más completo sobre el tema es el de Trousson (1975). Vid. también: Bauer (1965), Cioranescu
(1972), Lapouge (1973), Le Doeuff (1983), Mucchielli (1960).
Para ilustrar estos principios utilizaremos cuatro libros que pertenecen a un lar-
go siglo XVI: Utopía de Tomás Moro (1516)2, Gargantúa de François Rabelais
(1535), La Città del Sole de Tommaso Campanella (h. 1602)3 y, por fin, The New
Atlantis de Francis Bacon (escrita en 1623 y publicada en 1627)4. Al mencionar estos
cuatro libros, se ve fácilmente que el nuevo género de la utopía tiene hondas raíces
en el Humanismo renacentista, cuya preocupación mayor fue la de elaborar un nue-
tratando de los vestidos de las damas, añade: “las damas, a principios de la fun-
dación, se vestían según su placer y albedrío. Después, fueron reformadas de acuer-
do con su libre voluntad de la manera siguiente […]”6 (Rabelais 1994: 271). Y
aún el laberinto (símbolo sencillo de anarquía y de falta de sentido del mundo)
tiene una posición muy determinada en el parque y una función de entretenimiento,
en “el medio [del] jardín de recreo” (Rabelais 1994: 269).
una realidad (ajenas a los principios abstractos que Platón desarrolla en la Repúbli-
ca) que funcionan para hombres reales.
Lo que relata Raphael Hythloday aparece indirectamente como el triunfo de
la geometrización, de la simetría y del orden matemático: la ciudad principal de
la isla no es el producto de un desarrollo histórico, “su forma es casi un cuadra-
do […], se divide la ciudad entera en cuatro barrios iguales. En el centro de cada
barrio, está el mercado […]” (More 1987: 156). Las casas son “elegantes edifi-
cios de tres pisos”, todos idénticos, con semejantes techos y semejante arquitec-
tura; todas las calles tienen la misma anchura de “veinte pies”. Urbanismo y
arquitectura asumen la función de representar la igualdad que prevalece en el orden
político. Por ejemplo, los jefes locales en el barrio, los sifograntes, tienen “trein-
ta familias alojadas a sus lados, quince a la derecha y quince a la izquierda; se
van al palacete del sifogrante para la comida en la sala común” (More 1987: 157).
El mismo principio vale cuando se trata de la geografía del país entero, con
un gobierno de tipo federal: la ciudad de Amauroto es la ciudad capital por razón
de su situación en el centro de la isla, que consta de “cincuenta y cuatro ciuda-
des, largas y suntuosas. La lengua, las costumbres, las instituciones, las leyes son
perfectamente idénticas. Las cincuenta y cuatro ciudades están construidas según
un plan idéntico y disfrutan de las mismas residencias, de los mismos edificios
públicos, con modificaciones según el lugar” (More 1987: 139). Cada ciudad se
halla en medio del territorio que ha de cultivar. Y añade el narrador, con invo-
luntaria ironía: “El que conoce una de aquellas ciudades las conoce todas, tan pare-
cidas son, que no las diferencia el lugar. Luego, describiré una sola, sin importar
cual” (More 1987: 141).
Hay que leer aquí una traducción simbólica de lo que representa el Estado en
su conjunto: una obra de la razón. No es casualidad que Utopus, el mítico héroe
fundador de Utopía, dé origen, a la vez, a la constitución política y al urbanismo.
En ambos casos, se trata de concretar un mismo diseño racional: “los habitantes
de Utopía atribuyen a Utopus el plan de sus ciudades”, de la misma manera que
se dice que este hombre ha separado el país del continente, formando una isla
(More 1987: 138). Todo ocurre como si Utopus hubiese construido la isla par-
tiendo de una tabula rasa: nunca han existido el tiempo ni la historia; no se habla
de vestigios de pueblos anteriores, porque se trata de una construcción intelec-
tual, sin pasado.
La misma exigencia determina el esquema general de la constitución políti-
ca, que adopta la forma de una pirámide: hay una especie de escala, que va des-
de la familia –con el padre al frente– hasta el príncipe, pasando por los sifogran-
tes y los tranibores. La jerarquía de los sacerdotes revela de manera aún más clara
la intención del fundador: “en cada ciudad, hay un pontífice por encima de los
otros sacerdotes, cada ciudad tiene solamente trece sacerdotes que pertenecen a
un mismo número de templos” (More 1987: 222); en caso de guerra, siete sacer-
dotes se van con el ejército y se debe nombrar a otros siete en su lugar. Números
míticos y sagrados, igualdad, simetría y geometría se conjugan para conciliar
democracia y autoridad: los jefes son elegidos por el consejo de los habitantes en
cada grado de la escala social.
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8 Para el texto en italiano, vid. Luigi Firpo, G. Bruno y T. Campanella, “Scritti scelti” (1949: 405-464). Para
la traducción al español, vid. La Ciudad del Sol (Madrid, Biblioteca Nueva, 2007) o Chantal López y Omar
Cortés, Biblioteca virtual Antorcha [en línea]. Para más información, vid. Jacobelli Isoldi (1953) y Firpo
(1957).
La ciudad que describe Campanella, una vez más según la ficción de un relato
hecho por un viajero, “marinero de Colón”, se revela llena de sentido; una ciudad
significante por sí misma, cuya arquitectura corresponde en cada detalle a una inten-
ción precisa, que constituye el conjunto en forma de alegoría gigantesca. La ciudad
del Sol se desarrolla según una concepción determinada del mundo: representa el
orden del Sistema Solar con siete murallas circulares y concéntricas, como un resu-
men (microcosmos) del mundo, siguiendo un sistema de espejos sin fin: el cosmos
se refleja en la ciudad, la cual se refleja en el altar del templo central que, a su vez,
fue concebido como imagen del centralismo solar9. En realidad, si Campanella no
habla de la figura del Fundador en su utopía, es porque ningún ser humano ha pen-
sado y dirigido la construcción de la ciudad: su verdadero Fundador es el Sol y su
plano general reproduce el orden cósmico, con un foco central y siete murallas que
casi gravitan alrededor.
9 Es muy característica de la situación de Campanella en la historia de la ciencia esta mezcla de viejas supers-
Es también una ciudad-memoria, cuyas murallas contienen todo el saber del mun-
do: se la puede comparar con una enciclopedia, siendo una ciudad-espectáculo con
una clara función didáctica. De la misma manera que los niños suelen aprender el
lenguaje corriente de manera práctica, los jóvenes solarianos reciben su instrucción,
rodeados de frescos que cuentan historias que ilustran todos los sectores del cono-
cimiento, así clasificados y archivados. Inventores, moralistas, filósofos, prestigio-
sos soldados, sabios y fundadores de religiones demuestran el afán universalista de
los solarianos, sin limitación de raza, de lugar o de tiempo. Lo que celebran con esos
frescos, que constituyen la decoración figurada dentro de las murallas (Campanella
1972: 7-9), es el esfuerzo del ingenio humano hacia el progreso. Cada nación está
presente con lo mejor de sus invenciones, y siempre hay tres solarianos que cono-
cen cada lenguaje del mundo (Campanella 1972: 15); luego –como también sucede
en la utopía de Bacon–, envían, bajo el nombre de embajadores, a algunos espías
para que investiguen en cada lugar (Campanella 1972: 9). El sistema de los colores
refuerza este sentido simbólico, puesto que la ciudad de la luz del conocimiento alber-
ga a habitantes vestidos de blanco: “durante el día utilizan vestidos blancos”, pero
“de noche y fuera de la ciudad, llevan sedas o lanas rojas. Odian el color negro como
el peor” (Campanella 1972: 18 y 24).
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Por otro lado, se ve que, desde un punto de vista mítico, la Ciudad del Sol, por
su unicidad arquitectural y simbólica y por sus maravillosas invenciones médicas10,
ofrece otra versión de la antigua torre de Babel y del deseo de alzarse hasta el cielo
desafiando los límites de la condición humana; desde siempre el saber ha soñado con
la deificación última del hombre. No se debe olvidar que, a finales del siglo XVI,
aparece el mito de Fausto en Alemania (el anónimo Volksbuch, 1587) y en la esce-
na del teatro isabelino inglés (Marlowe, c. 1592).
Sin embargo, frente a este aspecto racional de ciudad memoria del mundo, don-
de se concentra todo el saber humano, hay un aspecto de sueño compensador en la
construcción de la utopía, que pide una lectura más allá del terreno literario y polí-
tico. En realidad, la Ciudad del Sol es una ciudad-refugio (contra las invasiones y el
tiempo de la Historia) y una ciudad-madre que nutre y abriga.
Por lo tanto, se unen bastante fácilmente esos dos aspectos. En la ciudad del cono-
cimiento no hay lugar alguno para el azar, ni siquiera en la arquitectura: lo que impli-
ca la vida en comunidad, repetida en cada uno de los palacios que constituyen, en
una cadena sin fin, el interior de cada círculo. El modelo es el del convento que se
vuelve colmena; también en la medida en que las madres crían a los niños en común,
niños concebidos según las indicaciones de la astrología y bajo el mando de los
médicos que escogen a las parejas y eligen cuándo debe tener lugar la copulación.
Puesto que este momento depende de referencias astrológicas, existe entre los habi-
tantes una forma de fraternidad cósmica, a pesar de la diferencia de madre: “la mayo-
ría de las veces, los contemporáneos tienen una cara muy parecida y tienen idénti-
cas cualidades físicas y morales, puesto que han nacido bajo la influencia de la misma
constelación” (Campanella 1972: 22). Entonces se ve que la madre simbólica es la
ciudad misma. El bien consiste en vivir todos juntos bajo la protección de esas mura-
llas circulares y el castigo mayor es el destierro (sólo la condena a muerte es peor).
Cronológicamente se puede considerar que con Bacon y su Nueva Atlántida11
concluye la utopía del Renacimiento, pues con el autor inglés se inaugura el siglo de
la razón y del auge de los primeros elementos de la ciencia. Aún así, la modernidad
de su propósito se pone de manifiesto dentro de la forma literaria iniciada por Moro:
un país aislado, descubierto por casualidad, y lugar de desarrollo del saber que supe-
ra a la civilización de Europa.
Bacon se limita a describir la llegada de los viajeros (incluido el narrador), ofre-
ciendo un breve relato del recibimiento (muy tolerante) y de los principios que van
a reglamentar la estancia de los compañeros del narrador. Por un lado, no hay nin-
guna descripción de la ciudad o de la arquitectura que se utiliza para los monumen-
tos principales, pero, por otro lado, sigue Bacon insistiendo en rasgos clásicos como
el aislamiento geográfico de la utopía (y no simplemente para confirmar la verosi-
militud de la existencia de tal estado, desconocido hasta hoy). Sin embargo, los habi-
tantes de la Atlántida espían a todo el mundo, aunque quieren permanecer ignora-
dos. Con este propósito, envían, bajo identidad falsa, a espías para conocer los des-
cubrimientos científicos de los demás países.
Por supuesto, el segundo rasgo característico consiste en la memoria viva de
todo el saber humano, representado por la clasificación sistemática de los departa-
mentos del conocimiento en la casa de Salomón, verdadera prefiguración de las Aca-
demias que van a prosperar en la segunda mitad del siglo XVII: “el propósito de
nuestra Fundación es conocer las causas y el movimiento secreto de las cosas; y ale-
jar los límites del Imperio Humano con el designio de realizar todas las cosas posi-
bles” (Bacon 1995: 119). Este pasaje es casi un monólogo del Padre de la Casa, que
pronuncia una larga lista de los diferentes departamentos y de los éxitos de la cien-
cia centralizada de Atlantis (bajo la sencilla forma de la acumulación: “tenemos […];
tenemos también […]”, al inicio de cada nuevo párrafo), de tal manera que el orden
geométrico que prevalecía en la Utopía de Moro se encuentra ahora en la clasifica-
ción del conocimiento. Así aparece una evolución; después de la importancia de la
memoria de la humanidad concentrada en las paredes de la Ciudad del Sol, Bacon
hace hincapié en la importancia de la investigación: el saber de Atlantis se desarro-
lla de manera continua, por medio de la experiencia y de la imitación de la natura-
leza: “tenemos también talleres mecánicos donde disponemos de máquinas e instru-
mentos que van produciendo movimientos de todo tipo. Aquí, imitamos y hacemos
experiencias […]” (Bacon 1995: 128).
Ahora bien, con Rabelais y Bacon tenemos dos ejemplos extremos de ciudades
ideales, cuando éstas se reducen, ya sea a un castillo feliz y autónomo (Rabelais y
el monasterio de Thélème), ya sea a un campus universitario o a una enciclopedia
representada por un edificio de tamaño gigantesco y aislado. Sin embargo, los ras-
gos de la ciudad ideal permanecen en las cuatro obras: separación del resto del mun-
do, división entre la ciudad y el campo, simbolismo general de la arquitectura.
Como se ha visto a propósito de la obra de Campanella, la ciudad que suminis-
tra una protección completa, considerando que todo lo que viene del exterior es un
peligro virtual, procurando a la vez educación y sustento, aparece como una verda-
dera ciudad-madre. Ya en la República de Platón, Sócrates pedía la comunidad de
los bienes y de las mujeres: el lazo de parentesco no debe existir entre dos indivi-
duos, sino entre el individuo y la ciudad. En efecto, el sentimiento universal com-
partido por todos los habitantes es el de pertenecer al conjunto como parte de una
sola y misma familia (More 1987: 163, y Campanella 1972: 45, utilizan palabras
idénticas), más aún si se consideran las modalidades de reproducción humana en la
utopía. En la ciudad que descubre Raphael (More), el matrimonio es algo sagrado:
los amores clandestinos “son castigados con severidad” y cometer adulterio conlle-
va la pena de la “esclavitud más dura” (More 1987: 191-193). No hay sexualidad
libre, puesto que reina en este terreno un reglamento estricto para rechazar la pasión:
cuando se trata de elegir compañero, a los magistrados de Utopía (es decir, a los por-
tavoces del grupo) corresponde elegir y formar las parejas que parecen convenien-
tes. En la Ciudad del Sol, los médicos fijan la hora del encuentro de las parejas.
Es preciso también insistir en la geometría y el simbolismo de la construcción
de la ciudad ideal, que demuestran a la vez el anhelo de apoderarse del mundo y la
relación entre arquitectura e ideología. En efecto, la geometrización del espacio tra-
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duce el deseo de adueñarse de la naturaleza, como dirá pocos años después Descar-
tes (en Le Discours de la méthode, 1637)12; desde el pintor renacentista Leonardo
da Vinci hasta el diseñador clásico de los jardines de Luis XIV, Le Nôtre, el odio del
desorden y de la libertad conduce a construir el espacio del grabado o del plano recu-
rriendo a las leyes de la perspectiva.
En último término hay una estrecha relación entre arquitectura e ideología, tenien-
do la primera la misión de representar a la segunda, gracias a la utilización de tres
figuras dominantes: el cuadrado, el círculo y la pirámide. Por ejemplo, el cuadrado
es la forma básica del barrio en la obra de Moro, y la multiplicidad de barrios se ins-
cribe en el cuadrado más amplio de la ciudad misma. Así se traduce el principio de
igualdad que prevalece dentro de la constitución política de Utopía. En la Ciudad
del Sol, el círculo y la pirámide son las figuras que se encuentran más frecuente-
mente. El círculo resume el plano de la ciudad, con sus siete círculos concéntricos
dominados en el centro por el templo del Sol, pero es también el signo astrológico
del sol (un círculo con un punto en su centro). En la medida en que la ciudad está
construida en un alto monte, cada uno de los círculos está dominado por el siguien-
te, de manera que el círculo se combina con la pirámide para representar el princi-
pio de autoridad jerárquico: el poder viene de arriba y se impone a las diferentes
casas que constituyen idénticamente, por su sucesión, el interior de las murallas. Así,
Campanella puede, al menos teóricamente, conciliar igualdad y autoridad.
Sacar una conclusión general no parece difícil en la medida en que los princi-
pios que determinan la estructura de la ciudad ideal se revelan idénticos a lo largo
del Renacimiento y del post-Renacimiento. En resumidas cuentas, la representación
de la utopía consta de dos aspectos, más complementarios que opuestos.
De manera clásica, la utopía resulta ser un sueño que se adelanta más de dos
siglos al racionalismo industrial: en efecto, la utopía, bajo la evocación de la ciudad
ideal, prepara las necesidades de la época de la generalización de la industria, con
su lógica fría y su orden económico despiadado. Una mutación que se percibe aún
en la historia de las artes con el reino del Neoclasicismo a finales del siglo XVIII;
baste mencionar la arquitectura de las Salines d’Arc et Senans de Fernand Ledoux
(cerca de Besançon en Francia) o los dibujos gigantescos y perfectamente geomé-
tricos de Boullée. Así pues, surge de nuevo la arquitectura utópica (racional, colec-
tiva y gigantesca) cuando Europa prepara su ingreso en la edad industrial.
Puede que la ciudad ideal sea una especie de monstruo latente. Puesto que des-
de el siglo XVI hemos seguido la huella del platonismo, su deseo de absoluto y su
voluntad de asegurar la uniformidad de las condiciones de vida bajo el gobierno de
la razón, la ciudad ideal resulta, en cualquier caso, estar lejos de las necesidades
humanas. En esto se pone de manifiesto la ambigüedad fundamental del sueño de
ciudad utópica: se trata de una concepción del progreso que consiste en la integra-
ción del individuo en el grupo. La utopía anuncia, pues, la dictadura ideológica, los
estados totalitarios del siglo XX y, por fin, el gulag. Como dice Moro, sin adivinar
lo que sus palabras implican: “estando cada uno frente a los ojos de todos, es pre-
ciso que cada uno tenga un oficio o se dedique a un ocio sin cargo” (More 1987:
162); y Campanella, con la misma ingenuidad: “es una cosa maravillosa ver a hom-
bres y mujeres que cambian de sitio en grupo, nunca aislados y siempre a las orde-
nes del jefe” (Campanella 1972: 37). Ya se sabe: un campo de concentración está
perfectamente organizado, los horarios de trabajo se ajustan a pautas estrictas y el
complejo de las distintas dependencias obedece a un orden geométrico. Una vez
más, la historia del siglo XX nos recuerda que, según el grabado de Goya, el sueño
de la razón produce monstruos.
BIBLIOGRAFÍA