Selma Lagerlof Poesia

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maste, amiga, pero nunca ms

libars ya los goces del amor.


El viento pasional te bati el alma.
No escalars las cumbres ya del jbilo.
Ni al seno del dolor descenders
ya nunca ms.
Amaste, amiga, pero nunca ms
tu alma se encender en llamas azules.
Fuiste cual prado de marchita hierba:
El fuego te abras en breves instantes
La llama y las ingenuas nubes negras
dieron miedo a las aves, que hacia el cielo
le alzaron dando ttricos graznidos.
Oh, si volviesen! No; ya no arders
de amor jams.
Amaste, amiga, pero nunca ms
Escuchars las voces del amor
Tu corazn es como un nio laso
que se sienta en el banco de la escuela,
nostlgico de juego y de aire libre.
Nadie te evocar ya aquellos tiempos
Sers cual solitario guardin.
Ni han de hablarte, ni t responders
ya nunca ms.
l se ha alejado, hija, l se ha alejado,
y con l los encantos del amor;
l, al que amaste cuando te enseara
a alzarte, en alas del amor, al cielo;
l, al que amaste, tal como si el nico
asilo en el bullicio ciudadano
fuese aquel que te supo l ofrecer.
Ya se ha alejado el nico que supo
de tu hondo corazn abrir las puertas.
Una cosa te quiero ahora rogar.
No arrojes sobre m el peso del odio.
No es lo ms dbil, ay!, de lo ms dbil,
el corazn humano? Cmo quieres

que viva el mo, bajo el triste peso


de tus ideas, dando pena al prjimo?
Oh, amigo mo, si matarme quieres
no busques daga, soga, ni veneno;
Dime slo que anhelas que me aleje
de las verdes praderas de la tierra,
de la rica belleza de la vida
Que yo descender luego al sepulcro.
Me enseaste a vivir, me diste amor,
y anhelabas el premio; bien lo s
No me ofrezcas tu odio. Amo la vida;
No lo olvidesEstoy segura, empero,
que tendr que morir bajo el cruel
peso del odio.

***

Ha surgido la Luna. (Es la hora dcil)


Desde esa regin pura, alta y azul,
esparce su claror en la terraza
que las parras adornan y entrecubren.
A nuestros pies fulgura la azucena,
cuyo esplendor reviste de oro alegre
la orilla abigarrada del arriate.
Junto a la escalinata nos hallamos
los viejos y los jvenes, primero
silenciosos, despus vamos dejando
que canten nuestros dulces sentimientos.
Los grupos de reseda nos envan
su fragancia y extienden los arriates
sus sombras sobre el csped reluciente,
que humedece el roco

Nuestro espritu
desea alzarse de la densa sombra
del cuerpo, a las alturas luminosas,
a aquellas sendas que concibe apenas
el hombre, aquellas azuladas, vrgenes,
excelsas altitudes, en las cuales
apenas se destacan las estrellas.
Oh, quin resistir puede a los anhelos
que nacen, al ocaso, entre el aroma
sutil y embriagador de las resedas!
De la rosa ha cado el postrer ptalo
bajo el soplo ligero de la brisa,
quisiramos as poder dejar
la vida, ir a perdernos al espacio
como un sonido, sin protesta alguna,
cual cae la hojarasca en el otoo.
Oh, si todo el ideal de nuestra senda
lo diramos, destruiramos la calma
de la naturaleza, por lograr
saborear las dichas del amor.
La muerte es el salario de la vida
Ah! Quin pudiera abandonarla como
abandona la rosa el postrer ptalo!
Agitando las alas, deslizase
un murcilago enfrente de nosotros,
vol y reapareci al claro de luna.
Y entonces resurgi del corazn
la pregunta que nadie ha contestado,
densa y antigua, como es la pena:
dnde vamos, qu rumbo tomaremos
al dejar las praderas de este mundo?
Nadie puede indicarnos esta ruta;
fuera ms fcil indicar a dnde
dirigir el murcilago sus alas.
Y ella permaneci con la cabeza
contra mi hombro apoyada, y con voz tenue
me dijo: no lo creas; cuando parta,
mi alma no volar hacia los espacios

remotos, buscar el dulce refugio


de tu espritu, amado, para siempre.
Oh qu angustia, oh qu angustia; al corazn
se me oprime la pena! Habr sta sido
su postrer noche? Imprim, acaso, entonces
mi ltimo beso en su cabello de oro?...
Han pasado ya muchos, muchos aos.
Y sigo an sentado cuntas veces
en el dulce rincn de los recuerdos,
cuando la noche es clara y silenciosa
Pero me altera el brillo de la luna
que se filtra a travs del emparrado

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