La Santa Compaña Del Tercio de Barahona
La Santa Compaña Del Tercio de Barahona
La Santa Compaña Del Tercio de Barahona
La Santa Compaa
del
Tercio de Barahona
era el culpable de aquel color). El desconcierto fue maysculo cuando comprob quien
firmaba el manuscrito.
Tena serias dudas sobre su autenticidad. A los pocos das, contact con un
experto. ste no citar su nombre-, me pidi que le enviara el texto fotocopiado y
coment que si vea indicios de su legitimidad, tendra que facilitarle el documento
original completo.
Tard en contestar tres meses, a pesar de haberle enviado varios correos
rogndole una respuesta. Y sta fue demoledora: El texto no es autntico. Esa obra no
pertenece al escritor cuya firma aparece en la ltima hoja. Probablemente haya sido un
imitador o un suplantador de aquel genio. De todas formas, tiene cierto valor
econmico y puedo llegar a ofrecerle hasta 10.000 pesetas por el original.
Vaya!
Duda resuelta.
Por otra parte, no necesitaba el dinero y prefera mil veces ms quedarme con el
recuerdo del abuelo. Ni me tom la molestia en contestarle al ofrecimiento.
Fueron transcurriendo los aos. La obra segua durmiendo en su arca, guardada
en el fondo del cajn de un armario, situado en el saln de mi vivienda.
Sera el destino, o vete a saber lo qu. Pero un domingo, durante la lectura del
peridico, sentado en la terraza de la cafetera donde acudo todos los fines de semana,
le un artculo firmado por este experto lo repito, no citar su nombre-. Criticaba a
Cela, duramente y con verdadera saa. Como conclusin, el experto, dictaminaba que el
premio Nobel se lo haban concedido por misericordia y que el premio Cervantes no lo
conquistara ni en sus mejores sueos. Yo no estaba de acuerdo con aquello, aunque a la
postre, el experto era l. A los quince das, a Cela, se le concedi el Cervantes. Vaya
para el experto, pues no lo es tanto, pens. Y si os digo quin es? No. Pobre. Se
morira de vergenza.
Con el tiempo he optado por sacar el documento a la luz, sin darle demasiada
importancia a quien haya sido, o no, su autor. Es mi legado, el que me lleg de mi
abuelo. Por lo tanto, es mo. Y de nadie ms. Lo nico que hice fue traducirlo a un
castellano ms moderno, como no, respetando el original. Ahora lo hago pblico para
que podis leerlo. Conserv el mismo ttulo con el que lo present su creador: La Santa
Compaa del Tercio de Barahona. Disfrutadlo, como lo disfrut yo.
con sus telas negras y su paoleta bien anudada, se la contaban a los nios, que abran la
boca de espanto y por las noches se cagaban de miedo. Por eso, cuando el sol se
acostaba y la oscuridad era la reina, las ancianas advertan a los jvenes intrpidos que
caminaban a altas horas de la madrugada: Cudate de la Santa Compaa, Xos, o Paco
o Quiquio, o al que fuera. Aunque los gallegos, con eso de la retranca, siempre
dejamos las puertas abiertas: quien quiera creer, que crea, y el que no, que no crea.
Porque, resumiendo, las bruxas no existen, pero haberlas, hailas.
Por cierto, si algn da y roguemos para que no os suceda- llegis a toparos
con la Santa Compaa y el vivo que porta la cruz pretenda drosla diciendo te toca a
ti o toma t, respondedle: Cruz ya tengo e inmediatamente aplicad aquello de
pies para que os quiero.
nadie ni ante nada. Ahora, ya no, la mala suerte y una espada otomana le seg las
cuencas de los ojos. Por eso gastaba una dejada venda en la cara, ocultando las
cavidades. Rogaba, una y otra vez, si bien, ninguno de la procesin le contestaba: Ya
estamos en Espaa?.
Los restantes cuatro soldados, por orden de fila, son:
Emilio Blas, de Logroo. Vencido de espaldas, feo como el demonio y por si
fuera esto poco: bizco, un ojo miraba a Finisterre y el otro a Santander. Un tipo feliz
cuando en los saqueos -despus de la matanza-, adems, poda comerse algn que otro
coo. Con estos recuerdos an les daba la lata a sus vecinos de piltra, en tanto no
remataba. Las violaciones, Emilio, se las callaba. Estaban mal consideradas entre los
oficiales, como si ellos no se cepillaran a las hembras ms rollizas y a las que tenan las
tetas mejor cebadas.
Baltasar Prez, un tambor del tercio, de Teruel, igual que su prometida Ins. Tal
era su querer, que se imaginaba con su enamorada a cualquier hora. La vea en la
polvareda de la batalla, incrustada en la hostia -durante la misa-, reflejado su rostro en
un estanque, y por la noche la senta en el catre, tumbada a su costado. Hasta la
escuchaba en el retoque del tambor. l no oa el tum tum, para l sonaba I-ns, I-ns.
Ins en todas partes e Ins para siempre. Muchos le decan aquello de tonta ella y tonto
l. Tonadilla que no le haca demasiada gracia. Y si no, que se lo pregunten al difunto
cabo Julin, que un da de desfile, bajo un sol abrasador, prob en sus genitales la hoja
de la navaja del turolense, hincada hasta las cachas. Le toc al finado Julin catar el
metal, porque ese da se le inflaron los cojones al bueno de Baltasar. Habitualmente, el
chaval andaba a lo suyo y no se meta en follones.
Paco, el mulero. ste no tena apellido y su antigua profesin ya la hemos dicho.
Ms bajo que alto, ms gordo que flaco y ms mala hostia en la sangre que neuronas en
el cerebro. De Biescas, aunque por sus modales aparentaba de una montaa perdida en
mitad de los Pirineos. Cojeaba de la pierna derecha y de la izquierda tambin, as que su
andar era parejo a un balanceo estpido.
Y, por ltimo, Francisco Das, el portugus. Desconoca el nombre del pueblo
donde lo haban parido y l deca que naci en Toledo. Ciudad donde paraba cuando no
estaba matando a algn pobre desafortunado en una guerra. Y eran escasos lapsos de
tiempo, ya que se apuntaba a cualquiera. Acarreaba el brazo en cabestrillo, mejor dicho,
medio brazo, la otra mitad la dej en Los Gelves, para aligerar peso y porque un
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morir, y las muy jodidas moran matando. Entonces, rechinaban los chasquidos,
atravesando el uniforme de algn desafortunado: chak, chak, chak, y reparabas en
varios hombres cayendo sobre la cubierta y llevndose las manos a cualquier parte de su
cuerpo.
Aquella era la situacin, cuando el sargento mayor mand abandonar la galera.
Pocos hombres saban nadar y, aunque el agua no cubra gran cosa, unos cuantos se
quedaron en el intento de instruirse en la natacin. Te llegaba un glu,glu,glu, a pesar del
alboroto, y echabas clculos de que tenas otro piquero menos.
Ya en la playa, Barahona, mandaba y gritaba. El sargento mayor, ordenaba y
gritaba: A formar! Rpido! En formacin! Las picas en alto, enfrentndose al viento:
sih, sih, sih. Los espadas aceradas de Toledo, rozndose unas con otras por la
proximidad de los soldados: clink, clink, clink. A pesar de los caonazos, en unos
minutos estbamos dispuestos en escuadrn de picas, con los pocos arcabuceros que
quedaban vivos, apostados en los flancos de la formacin. Barahona pretenda atacar
por la retaguardia a las tropas turcas que estaban intentando tomar por asalto la
fortaleza, y no me pareci una buena idea.
- Le dir una cosa, don Miguel: nunca, jams, por nada del mundo,
desobedezca la orden de un superior de su Tercio. Si as lo hiciera, nadie podra salvarle
el cuello, ni aunque usted fuera el hijo bastardo del mismsimo rey.
Sin contar con ello, una bala de un can puetero impacta en el estmago del
maestre. Sobre su cuerpo, tronchado por la mitad, se abalanza el sargento mayor como
un posedo. No s qu tanteaba. Quiz recoger algn objeto personal. Lo cierto, es que
otra bala tuvo que salir de un can idntico, porque reincide en hacer fuego y cae en el
mismo lugar: plof. El sargento mayor se quedar por el resto de la eternidad con don
Juan de Barahona, divididos ambos en dos pedazos
- Don Miguel, as como os lo cuento, parece una brutalidad. Es lo que tienen las
batallas y hay que aprender a subsistir con esto: una vida no vale nada, nada en
absoluto. Luchas, matas, hieres, y aun combatiendo como el guerrero ms fiero y
decidido, no tienes la seguridad de que te mantendrs vivo un minuto ms. Pum, pum,
pum, y ests muerto.
- El cordero, seores aparece el tabernero con las sobras del animal, situando la
misma olla de donde sali la sopa a medio camino entre las dos mesas. Del
cochambroso delantal quita dos cuchillos, clavando uno en cada mueble-. Srvanse
como buenamente puedan. Voy a traer de la bodega un vino que guardo para las
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pueda decir que un soldado del Tercio de Barahona no luch hasta el ltimo aliento de
su vida. Enfrente est el enemigo, no tendr piedad. Por tanto, nosotros tampoco.
Soldados! En unos minutos nos espera el cielo, y si all no nos quieren, nos veremos en
el infierno. Por Santiago! Por Espaa!
- Cmo pudieron salir vivos de aquello? Inquiere Cervantes- Dios santo!
Trescientos contra cinco mil, debi de ser un milagro!
Y as fue. Mientras el enemigo observaba nuestro intil ataque, don lvaro de
Sande, tuvo una lcida idea: orden salir del fuerte a la totalidad de sus tropas. El ataque
desde la fortaleza sorprendi a los turcos. No se lo esperaban. Huan en nuestra
direccin, pues nuestros compaeros no les dejaban otra escapatoria. Sus arcarabuceros,
una vez efectuado el primer disparo, ya no podan volver a recargar el arma. Llegaban a
nuestra posicin una multitud de asustados otomanos, en desbandada Y las picas
hacan el resto. Fuimos aguantando sus embestidas manteniendo la formacin. Cuando
las picas se rompan, entonces, usbamos las espadas. Jorge Ruz de Arana, el alfrez,
defenda la bandera de la compaa, hasta que una espada enemiga crey oportuno que
le holgaba un brazo. El alfrez, que los tena bien puestos, con el otro brazo volvi a
levantarla bien alto, para que el turco supiera que an estbamos en pie de guerra. Y de
nuevo, otra espada. Y de nuevo, otro brazo menos. Mis ojos no daban crdito a lo que
vean: un valiente manco, arrodillado en el suelo y subiendo la bandera con la boca.
Cinco kilos de madera y tela peleados contra el viento, y los dientes del alfrez clavados
con rabia en el palo mientras se desangraba. Eso es tener los huevos como melones.
Don Miguel, si hubiera visto luchar al cabo Goytisolo y al sargento Bentez,
espalda contra espalda: todava no haba nacido turco que pudiera plantarles cara. De
enviarlos a pelear contra la muerte, sta habra tirado la guadaa y se desprendera de su
capa negra para correr ms ligera y escapar de esta pareja letal. Finalmente, ganamos
esa pequea batalla, gracias a Dios, con pocas bajas. Pero, lo peor estaba por venir.
- Tabernero, el vino se ha acabado indica Emilio, con una mueca de disgustoPuede dispensarnos un par de botijos ms?
- Los que sean necesarios responde Manuel, solcito- Si alguno de ustedes me
acompaa hasta la bodega, podemos traer hasta cuatro.
- Yo le ayudo dice Baltasar, levantndose y persiguiendo los pasos del
tabernero, que abandona el comedor.
Al tanto, Cervantes, entintaba la pluma y anotaba, entintaba y anotaba. Mas no
escriba las frases que pronunciaba el capitn, o sus hombres. Miguel garabateaba
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alguna palabra y luego reproduca lo que le transmitan aquellos soldados. Las palabras
no tienen porqu ser las exactas, -eso pensaba l- tan slo precisan de ser sinceras.
Cuando los dos hombres y los cuatro botijos estuvieron de vuelta, Martn Fierro,
prosigue:
Algunas compaas de otros tercios lograron alcanzar tierra y al final del da
sumbamos unos tres mil hombres dentro de la fortaleza, entre sanos y heridos, con
escasas provisiones para un mes. Los turcos no intentaran un nuevo asalto. Pretender
desembarcar sus caones y acercarlos hasta nuestra posicin sera una tarea casi
impracticable. Adems, tontos no eran, estaba clara la estrategia: mantener el asedio y
cortar cualquier tipo de suministro. La nica opcin posible era resistir y esperar el
milagro de que la armada enviara una flota desde Italia, ya que desde Espaa llegara
demasiado tarde. Lo que te mantiene vivo es esa esperanza, si la pierdes, ests muerto.
Los pocos enfermeros del tercio estaban agotados y no daban abasto con la
cantidad de heridos. stos moran, por cualquier tontera, siquiera sin poder atenderlos.
Los capellanes recitaban la extremauncin de carrerilla a los que se iban para el otro
barrio: una, otra, y otra, y no tenan fin.
Las escaramuzas fueron constantes durante el asedio, bien por reducir las fuerzas
turcas, bien por conseguir agua, que ya escaseaba. Por veces, volvan pocos hombres,
las ms, ninguno. Me llam la atencin el puetero juego que se trae entre manos el
destino, cuando, despus de una salida que se hizo a primeros de junio contra los
sitiadores turcos, volvi el capitn Galarza jactndose de que todava no era su hora y
mostrando a todo el mundo dos arcabuzazos en su rodela (escudo). Pues bien, a los
pocos das le mataron en el caballero de San Juan, de un arcabuzazo.
Despus de dos meses y medio de asedio, finalmente, perdimos la posicin del
ltimo pozo de agua. Ya podamos darnos por muertos los mil hombres que an
aguantbamos, ms hambrientos y secos que un rbol en mitad del desierto. El resto,
hasta los tres mil, haba exhalado el ltimo suspiro. Y don lvaro traz un plan. Los
turcos haban apartado cuatro galeras del resto de la flota y desde la fortaleza se
divisaban prximas a un acantilado. En principio, aparentaba una trampa, pero habra
que arriesgarse. Saldramos cien hombres, aprovechando la oscuridad de la noche y
tomaramos las galeras. A la maana, en cuanto amaneciera, avisaramos con caonazos
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a nuestros compaeros para que abandonaran la fortaleza. Los que llegaran vivos a las
galeras podran escapar de aquel infierno.
- Los veinticuatro de la compaa salta Paco, el mulero- que nos mantenamos
en pie, a duras penas, fuimos tras nuestro capitn.
- Y ms, si hubiera contina Fernando Das, el portugus-. Hasta las galeras,
hasta el infinito o hasta la sombra de la misma muerte, si hiciera falta.
- Era de noche, Das le espeta Pedro Goytisolo, el ciego, tras una carcajada- No
hay sombras en la oscuridad. Yo ese da an vea, mecagoent lo que se menea.
- T me entiendes dice el portugus, molesto- Continuad, mi capitn.
Nos dividimos en cuatro grupos, uno por galera. Tres capitanes al mando de
tres cuadrillas. Joaqun Ruiseor, de Zafra, comandaba la primera de ellos. Un hombre
pequeo, pero de estatura, puesto que de cabeza pareca una enciclopedia. Con la
mirada siempre clavada en el frente, jams volva la vista atrs, ni para recular. La
perilla y el bigote blancos delataban unos sobrepasados cincuenta aos, mientras sus
ojos negros todava brillaban como los de un mozo de veinte. Salvador Moreno, de Don
Benito, capitaneaba la segunda. Joven, apuesto y bien parecido, era la envidia de los
dems oficiales en cuanto entrabamos en una cantina, revolucionando el gallinero y
atrayendo a todas las gallinas deseosas de tener un polluelo con l. Y yo, de Betanzos o
de Cacabelos, ya ni lo s, al mando de los hombres que quedaban del tercio de
Barahona. Por ltimo, el maestre de campo don lvaro de Sande lideraba la cuarta
cuadrilla, integrada con soldados de su confianza. Don lvaro iba armado de peto fuerte
y una celada, con una rodela acerada, a prueba de arcabuz y una espada desnuda en la
mano. Lo recuerdo bien, como si hubiera sido ayer mismo.
Nada ms abandonar el fuerte, nos separamos. Si los turcos apresaban a alguno
de los grupos, los otros podran alcanzar las galeras. De esta manera, sin despedidas ni
gaitas, corrimos por sendas distintas hasta las naves, evitando hacer ruido. Aunque tal
era la delgadez de nuestros cuerpos, que incluso nuestras pisadas se desvanecan
moribundas en el aire.
Por el camino topamos con un pequeo grupo de infieles, haciendo guardia
frente a los navos, al borde del acantilado. El enfrentamiento fue inevitable y tuvimos
que dar cuenta de todos ellos, degollndolos.
- Y en medio de aquella oscuridad no pude distinguir el filo de una espada dice
el cabo Goytisolo.- Slo sent su fro acero en mi cara.
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sendas emboscadas, porque las estaban esperando, y haban asesinado a todos los
supervivientes.
Slo quedbamos vivos nosotros. Or a mi Seor para que fuera, la nuestra, una
muerte rpida. En cambio, no nos mataron. Durante dos das nos tuvieron acarreando
los restos de nuestros compaeros hasta construir una torre humana con sus cadveres.
Bien a la vista de cualquiera que pretendiera desembarcar en la isla, en clara advertencia
de la crueldad con la que actuaran contra quien osara enfrentarse al imperio turco.
Tras dos meses y medio de asedio, al fin, haban vencido nuestros enemigos y
los pocos que sobrevivimos fuimos llevados presos hasta Estambul. Esa fue otra batalla,
la batalla por subsistir en una crcel otomana. Si los calabozos espaoles daban miedo,
los de estos hijos de la gran perra, acobardaban al mismo diablo.
Martn Fierro atrapa un botijo y da cuenta del licor que resta en el cntaro,
demorando el goteo del ltimo poso.
- No quisiera abusar dice el capitn, enviando una mirada de splica hacia
Manuel, el tabernero-. Aunque nos vendra de perlas una pizca ms de vino. Hemos
pasado nueve aos sin probar algo parecido.
- Por supuesto al momento salta de su asiento el tabernero, embelesado con la
historia- En un suspiro les traigo dos botijos llenos.
El buen hombre alarga los dos brazos y retira un par de piporros de la mesa, ya
vacos, y abandona el local en direccin a la bodega.
- Hbleme del cautiverio, capitn dice Cervantes- Cmo es de duro vivir sin
libertad y lejos del hogar?
- Es una sensacin de abandono, como si te robaran el alma contesta Fernando
Das, el portugus- Te sientes, no s expresarlo, nadie.
- Peor que nadie replica Martn Fierro, asintiendo con la cabeza- Es el vaco
ms oscuro.
Nueve aos se alarg el cautiverio. Nueve aos terribles. En particular, los tres
primeros. Luego, con el tiempo, acabas acostumbrndote. Pero jams renunciamos a la
creencia de escapar, ni un slo da, desde que Don lvaro de Sande nos dio la esperanza
de que enviara una nave para desempolvarnos de aquella miseria.
La mayora de los capitanes fueron liberados en un santiamn, tras pagar el rey
de Espaa los rescates que solicitaban los turcos: Joaqun Ruiseor, Lope de Figueroa,
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Sancho de Leyva y Rodrigo de Zapata. Consiguieron salir del infierno turco en menos
de un ao. Todos, salvo yo. Decid quedarme, hasta que consiguiera llevarme conmigo
tambin a mis hombres. Sin ellos, no huira de la prisin. Por Salvador Moreno no fue
necesario soltar ningn escudo, porque muri de unas extraas fiebres a los pocos das.
Don lvaro, el maestre de campo, fue retenido durante cinco aos y tuvo que intervenir
en su liberacin el mismsimo rey de Francia, Carlos IX, despus del pago de 60.000
escudos de oro. Ese hombre bien los vala, y mucho ms.
Me pidi que le concediera un ao entero para reunir los fondos necesarios. Con
ellos podra negociar la compra de una galera y mandarla rumbo a Estambul, junto con
algunos hombres de su confianza, para rescatarnos. Cada treinta y uno de julio (el da de
la rendicin en Los Gelves), don lvaro, enviara, a la orden de un capitn de su tercio,
una nave para escabullirnos. Nosotros deberamos incitar al resto de los cautivos a un
motn, para escapar de los muros de las mazmorras entre el tumulto, y luego alcanzar el
navo en cuanto oscureciera.
De esta guisa procedimos durante cuatro aos.
Al primero, despus de una tremenda trifulca, conseguimos reducir a los
hombres de guardia en la prisin. En cuanto llegamos al puerto, advertimos que no
haba nadie esperndonos. Eso nos frustr. Perd a tres hombres en la fuga. Julin
Barbas, de Sagunto, un buen soldado, mal marido y peor padre, que haba olvidado la
cuenta de los hijos que tena esparcidos por media Europa. Francisco de Porras, un
murciano de bien, hbil con la espada y firme con la pica, todo un ejemplo para sus
camaradas. Y Goliat, un negro del norte de frica. l mismo desconoca dnde haba
nacido, pues siendo muy joven lo enviaron para ejercer de remero en las galeras. Hasta
que dio con un hidalgo bueno, que se lo llev para trabajar en sus tierras. Unos das,
antes de morir ste, lo liber. Entonces, se alist en nuestro tercio. Inolvidable aquel
negro: dos metros de carne, msculos y ms de ciento cincuenta kilos de furia. Goliat, el
orgullo de nuestra compaa. Cmo su nombre era impronunciable, lo anotamos como
Goliat, incluso l estaba satisfecho con ese nombre. No usaba espada, ni la necesitaba.
Si tena que destrozar alguna cabeza, lo haca con un puetazo, o reventaba los
estmagos de los adversarios a patadas. Muy bruto, pensar usted, don Miguel, y tengo
que darle la razn, sin embargo, extraordinariamente eficaz. El da que lo mataron, los
turcos precisaron de diez hombres para reducirlo y acribillarlo a estocadas. Ahora
sabemos que en ese primer intento, don lvaro, no consigui reunir el dinero suficiente
y, por tanto, no se envi ninguna nave.
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Al segundo ao, volvimos. Tal era nuestra fe, que nunca dudamos de que alguien
viniera a buscarnos. Tampoco encontramos ningn barco. Despus del primer intento,
los turcos haban reforzado las guardias, y de sta, escaparnos del presidio tuvo un alto
precio: seis hombres. Recuerdo en especial a Marcial Serrano, de Pozoblanco. Parco en
palabras, con la mirada de un lobo y las manos baadas de magia cuando manejaba su
espada. Recuerdo como me dijo adis, desplomndose al suelo, despus de recibir un
arcabuzazo.
- Capitn interrumpe Miguel de Cervantes- Conoca a todos sus hombres o
exclusivamente a esos veinticuatro con los que fue capturado?
Martn Fierro sonre, repasa las miradas de todos los presentes, salvo la del cabo
ciego, aunque la imagina. Sus soldados, tambin sonren.
- A todos, a cada uno de ellos prosigue el capitn-. De los doscientos cincuenta
piqueros, me saba cada nombre, de dnde procedan, algunos detalles de su vida
privada, no demasiados, pero s los suficientes para intuir cmo responderan en el
campo de batalla. No solamente eran sus vidas las que estaban en juego, tambin las de
sus colegas de armas, la de toda la compaa e incluso la de un tercio entero. Cunto
ms supiera de sus historias, ms sencillo era dirigirlos.
- Disculpe, capitn, prosiga indica el joven Miguel, alargando la mano con la
palma levantada.
- Por dnde iba? pregunta al aire, Martn Fierro, observando la luz de una
vela, oscilando a hurtadillas en un rincn de la taberna.
- Estaba con el segundo intento, mi capitn, cuando llegamos al puerto y no
haba galera para traernos a Espaa dice Baltasar Prez, el tambor.
- Ah, s! Cierto!
No haba barco porque una tempestad se encarg de que no llegara a las costas
de Estambul. Nunca se supo lo que fue de aquel navo. Desapareci. Sin ms.
- Cmo ha llegado a esa conclusin? inquiere, extraado, Cervantes.
- Porque me lo coment el capitn que nos rescat esta vez. Prosigo:
El treinta y uno de julio del siguiente ao, tras habernos pasado ms de seis
meses aislados los diecisis de Barahona que quedbamos, volvimos a intentarlo. Perd
a cinco hombres: Pedro, Vctor, Manuel, Sebastin y Carlos. Buenos tipos. De esta vez,
fuimos nosotros los que no conseguimos salir de los muros. As que, de nuevo, otros
seis meses en celdas de castigo, aislados y apenas sin alimento. Pero no perdimos la
esperanza, habra otro ao, y luego otro, y otro ms. Hasta que lo consiguiramos.
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Fue al cuarto ao de marchar don lvaro, ste en el que estamos, cuando al fin
logramos escapar. Y fue la huida ms sencilla. Un despistado carcelero se dej una
puerta abierta, as que salimos sin ms, nadie se dio cuenta de ello. Cuatro de mis
hombres no consiguieron superar el aislamiento y murieron, tal vez de hambre, tal vez
de miedo, o tal vez de aburrimiento. Desconozco la causa, pero murieron. Mateo,
Benjamn, Gonzalo y Alberto, un joven granadino, muy simptico, que recitaba poemas
como yo nunca antes haba escuchado. Fue emocionante volver a encontrarme con Lope
de Figueroa, capitn y amigo mo, al que don lvaro envi al mando de la galera.
- Zarpamos le dije a Lope, con los ojos henchidos de lgrimas-. Estos son los
hombres que quedan, ninguno ms.
- Zarpamos, Martn, zarpamos me expres l, entusiasmado.
- Y esto es todo, don Miguel cuenta Martn Serrano-. Esto es todo. Y ahora,
aqu estamos.
- Qu harn ustedes? Volvern a incorporarse en algn tercio? pregunta el
joven Cervantes.
Los hombres niegan con la cabeza, salvo Martn Fierro, que otra vez vuelve a
reparar en el oscilar de la vela del rincn. Entonces, Julio Bentez, el sargento, le
pregunta:
- Uzt qu va a haz, mi capitn?
- Yo? El capitn Martn Fierro duda unos segundos. Luego, titubeando,
proclama con una parsimonia eterna, sin apartar la vista de la vela- Solicitar audiencia
con el rey Felipe II para que me conceda el retiro y volverme a Cacabelos a
sembrar los campos y cuidar ganado y tomar el sol y empaparme bajo la lluvia
y chapotear en los charcos y pasear pasear pasear y nada ms.
- Dnde reside la gloria en eso, mi capitn? le pregunta Miguel.
- La gloria? La gloria se la dejar para Dios en los cielos Y en la tierra, paz a
los hombres de buena voluntad.
- Amn sentencia Manuel, el tabernero.
Cuatro aos llevo preso en Argel. El temor a morir entre estos muros, de puro
aburrimiento, me ha recordado esta historia de hace una dcada. Por ello, he resuelto
escribirla, por si un da alguien pudiera leerla y sirviera para hacerle entender cun
intiles son las guerras. Desconozco el destino de estos hombres, pero, como buen
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novelista que soy, y con el par de cojones que tengo, improviso lo sucedido. Quien
quiera, que se lo crea, y el que no que se lo crea tambin, pues no hay nada ms cierto
que aquello que se asienta en un papel de tu puo y letra.
Va, pues:
El capitn Martn Fierro regres a Cacabelos y hubo festejos y algaraba durante
toda una semana, ya que lo daban por bien muerto. La mujer, lo recibi como al amor
que siempre se espera: con hartazgo de cama. Las hijas se haban convertido en unas
mozuelas, y ayudaban a sus padres en las labores de la tierra y con el ganado. Salvo un
da, en que el virtuoso capitn abandon la casera con la intencin de retocar unos
sembrados, cargando un azadn al hombro. Aquella maana sali solo, bajo una
tormenta del carallo. Eso no lo amedrant. Un temporal era nada para un guerrero que
camin a dos pasos de Satans y vio morir delante de sus ojos a casi toda su tropa.
Entonces, hundiendo la azada en la tierra, acudi un rayo y dispuso llevrselo al cielo,
que es dnde reciben a los buenos soldados, a los buenos esposos, a los buenos padres y
a los hombres buenos.
El sargento Julio Bentez y el cabo Pedro Goytisolo le dieron camelo a un judo
avaro y perverso. Apropindose de todo su patrimonio, con un viejo engao que
cualquier juez hubiera tachado de estafa, pero no se dio tal caso. Ahora gobiernan una
hacienda en el Barco de vila, a orillas del ro Tormes. Dicen, quienes los conocen, que
con los paos confeccionados en sus telares, despus, visten a la mismsima realeza.
Emilio Blas no tuvo esa suerte. La vida, que es muy perra; los malos vicios, que
pasan factura; pero, sobre todo, con tanto ir de putas, al ao contrajo una extraa
enfermedad, a la semana se le cay la picha y a las dos se cay de cuerpo entero en el
catre. Jams volvi a levantarse, hasta que unos vecinos se lo llevaron para darle
sepultura, tres das despus.
En cuanto a Baltasar Prez, el tamborilero, es el claro arquetipo de la injusticia.
Arrib a su querida Teruel, y nada ms llegar, corri en busca de su amor, Ins. La
mujer lo esper un ao exacto, y al da siguiente conoci a un jornalero que haba
contratado su padre para las faenas del esto. La dej preada. Sin dilacin se casaron y
con el tiempo la pre cuatro veces ms. Despus de pasarse casi una dcada en una
prisin otomana, al ingenuo de Baltasar le costaba aceptarlo. Primero se enrabiet,
luego se irrit, al rato se emborrach y acto seguido march en busca del robador de su
querida Ins. Dio con el hombre, almacenando heno. Discutieron, forcejearon, pelearon
y, al poco, el tamborilero acab con una horquilla atravesada en el pecho contra la sucia
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pared de un granero. Ins, al ver muerto a su viejo amor, perdi el juicio y se quit la
vida. All mismo, colgndose de un abedul.
De Paco, el mulero, lleg a mis odos una historia -a travs de unos peregrinos
que recorran el camino de Santiago- Sobre un hombre de muy mal genio que perdi
una mula en una quebrada de los Pirineos. Mientras intentaba rescatarla, se qued
atrapado entre dos rocas, en una fra noche de un mes de invierno. La mula, finalmente,
logr volver a casa, sola.
Fernando Das, el portugus, sigui combatiendo, an con un solo brazo. Y
puedo dar fe de que muri con el honor de un valiente soldado el 7 de octubre de 1571,
en la ms alta ocasin que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los
venideros. El mismo da en que yo perd la movilidad de mi mano izquierda, en el
mismo lugar y luchando en el mismo bando.
Esto fue lo que aprend de las guerras: que una vida no vale nada, nada de nada.
En cambio Qu ocurrira si desaparecieran las guerras?
La vida, con sus trueques y sus trucos. Y yo, que no soy de hacer magia.
Por lo que a m se refiere, un mal aprendiz de gamberro, ladrn de tres al cuarto,
mediocre soldado y, ahora, impaciente preso, he tardado demasiado en descubrir para lo
que ciertamente sirvo. A lo mejor, la oportunidad que me dio esta vida ya se habr
pasado, o tal vez no. Quin lo sabe?
Entretanto, cavilo en otra historia. Dndole mil y una vueltas en la cabeza y
anotando, cuando puedo, pequeos bocetos y guiones. Un enredo sobre un hidalgo, una
historia que ser la ms grande jams contada. Todava no he atinado con las palabras
justas con las que arrancar la novela, eso s, tendr que ser en algn lugar de la Mancha,
pero no recuerdo su nombre.
Quiz quiz quiz Puede ser.
Argel, a 22 de septiembre de 1579
Firmado,
Miguel de cerbantes
Saavedra
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