Augusto Roa Bastos
Augusto Roa Bastos
Augusto Roa Bastos
que marque diferencia, son "odas" desde la perspectiva del Supremo). Luego
del golpe de estado de 1976, la obra fue prohibida por el dictador Jorge Rafael
Videla y Roa aprovech una invitacin de la Universidad de Toulouse para
exiliarse en Francia. Residi en esa ciudad como profesor universitario de
literatura latinoamericana y guaran hasta 1996. Durante su estada en Francia
contrajo matrimonio con Iris Menndez, francesa hija de espaoles, con quien
tuvo dos hijos.
En 1982 fue privado de la ciudadana paraguaya despus de un intento
frustrado de retorno; se le concedera la espaola honoraria en 1983 y la
francesa en 1987. A lo largo de su carrera, Roa Bastos recibi varios premios,
destacando el premio del British Council (1948) el Premio Internacional de
Novelas Editorial Losada (1959) el Premio de las Letras Memorial de Amrica
Latina (Brasil, 1988), el Premio Nacional de Literatura Paraguaya (1995) y
distinciones de otros pases como la condecoracin Jos Mart del gobierno
cubano en el ao 2003 y el Premio Konex Mercosur 2004 a las Letras. Sin
embargo, el galardn ms importante de su carrera le lleg en 1989, cuando le
fue otorgado el Premio Cervantes, el mximo galardn de las letras castellanas.
OBRAS
La obra de Augusto Roa Bastos est enteramente signada por los avatares de su
propia vida que a su vez sta estuvo sesgada por las vicisitudes de su patria.
El trueno entre las hojas, 1953, su primer libro de cuentos es la expresin
ms acabada del mundo paraguayo que vivi durante su niez y juventud. All
estn los cuentos elaborados con la arcilla de la pobreza, la soledad de los
pequeos pueblos, el suyo, el de la infancia, cerca del ro, donde sobrevivan
algunas familias lugareas dedicadas a la caza del carpincho cuya grasa
intercambiaban con productos industriales como yerba, fsforo y alguna que
otra bolsa vaca de azcar con los que confeccionaban sus vestimentas. Gente
pobre a ms no poder. Sus primeros aos en Villa Morra, en la casa de su to el
Monseor Hermenegildo Roa, que Roa lo retrata en unos de sus cuentos, El
viejo seor Obispo, y su experiencia en los yerbales, cuando era periodista del
diario El Pas, antecesor de Ultima Hora.
En su novela Hijo de Hombre, 1960, escrita despus de una dcada de exilio,
ya se le va escampo la realidad cotidiana de las cosas para asumir la
perspectiva histrica de la globalidad de la tragedia del Paraguay que es
representada a travs de mitos universales entrelazados con mitos e historias
del pas.
La serie de cuentos El baldo, 1966, refleja ya su condicin de expatriado. An
cuando el Paraguay traspasa enteramente los relatos del volumen, la misma
est enclavada entre los paraguayos que viven en Buenos Aires.
Moriencia (1969) es la transververacin mtica de una tragedia colectiva donde
la vida esta signada por el sufrimiento y la lucha reivindicativas de un futuro
mejor.
Yo, el Supremo, (1974) es publicado cuando la dictadura que agobiaba a los
paraguayos cumpla 20 aos de existencia, y es producto de una profunda
reflexin ante la presencia de poderes discrecionales que se justifican ante s y
para s. La multiplicidad de ese tipo de poderes posibilita a Roa Bastos crear esa
sinfona mltiple de los poderes incluidos los polticos hasta el poder discrecional
de la palabra y quien la ejerce en la literatura.
En 1992 public la novela Vigilia del Almirante, El marino retratado por Roa
Bastos tiene la virtud de ser un hombre que transciende su tiempo por los
mismos signos angustiales del hombre contemporneo, casi como fuera la
propia angustia del autor que aflora en las pginas. Es como si el agnico
marino haya elegido a su propio narrador o sta haya elegido al marino porque
a igual que l tiene la la sensacin () de girar en el vaco; de estar en
todas partes y en ninguna, en un lugar que se llev su lugar a otro
lugar como les suele suceder a los conocen los caminos del exilio. Ese
eterno recomenzar en tantas partes que al final uno acaba acabando en s
mismo como si su patria fuera su propia piel marcada por los azares de la vida.
En 1993 lanz su novela El Fiscal, que es una versin nueva de otra con el
mismo ttulo que fuera incinerada por el autor debido a que no corresponda a
las nuevas circunstancias polticas en el pas, despus que en ste despuntaba
la democracia despus de la cada de la dictadura.
En el ao 1994 apareci Contravida, tambin versin nueva, de otra escrita en
1968.
El Baldo (1966)
Moriencia (1969)
El somnmbulo (1976)
El Fiscal (1989)
Metaforismos (1996)
YO, EL SUPREMO
Autor: Augusto Roa Bastos
Gnero:
Novelas
/
Literatura
Latinoamericanos
Idioma: Espaol
Latinoamericana
Clsicos
Resumen:
Libro clave y clsico de la literatura paraguaya y latinoamericana, de la narrativa
mundial y de la prosa castellana, obra de Augusto Roa Bastos, Premio Cervantes
1989, se publica nuevamente con el sello de El Lector.
En l se recrea la figura de un hombre, clave y clsico tambin, que se llam
Jos Gaspar Rodrguez de Francia, Supremo Dictador Perpetuo del Paraguay.
Las caractersticas de la obra, hasta hoy considerada como la cumbre dentro de
la creacin roabastiana, son verdaderamente impares.
El tratamiento que se hace de ese hombre enigmtico y duro, inteligente e
implacable, es nico. En las pginas del libro se enfrentan la leyenda con la
historia, la ficcin con la realidad y el mito con el dogma. De tal colisin resulta
un raro y logrado sincretismo que hermana las encontradas fuerzas en una
imagen cuya existencia es tanto o ms verosmil que la propia verdad.
YO EL SUPREMO, obra polmica desde su nacimiento, en junio de 1974,
constituye una de las mximas expresiones de nuestra narrativa y es prenda de
orgullo para el pas de cuyas entraas, calcinadas y ubrrimas a la vez, surgi su
autor, seor de la palabra y poeta, en el sentido de escrutar los arcanos del
pasado para lanzarlo al futuro en funcin de inapelable vaticinio.
LA EXCAVACIN
(Cuento texto completo)
El primer desprendimiento de tierra se produjo a unos tres metros, a sus
espaldas. No le pareci al principio nada alarmante. Sera solamente una veta
blanda del terreno de arriba. Las tinieblas apenas se pusieron un poco ms
densas en el angosto agujero por el que nicamente arrastrndose sobre el
vientre un hombre poda avanzar o retroceder. No poda detenerse ahora. Sigui
avanzando con el plato de hojalata que le serva de perforador. La creciente
humedad que iba impregnando la tosca dura lo alentaba. La barranca ya no
estara lejos; a lo sumo, unos cuatro o cinco metros, lo que representaba unos
veinticinco das ms de trabajo hasta el boquete liberador sobre el ro.
Alternndose en turnos seguidos de cuatro horas, seis presos hacan avanzar la
excavacin veinte centmetros diariamente. Hubieran podido avanzar ms
rpido, pero la capacidad de trabajo estaba limitada por la posibilidad de
desalojar la tierra en el tacho de desperdicios sin que fuera notada. Se haban
abstenido de orinar en la lata que entraba y sala dos veces al da. Lo hacan en
los rincones de la celda hmeda y agrietada, con lo que si bien aumentaban el
hedor siniestro de la reclusin, ganaban tambin unos cuantos centmetros ms
de "bodega" para el contrabando de la tierra excavada.
La guerra civil haba concluido seis meses atrs. La perforacin del tnel duraba
cuatro. Entre tanto, haban fallecido, por diversas causas, no del todo apacibles,
diecisiete de los ochenta y nueve presos polticos que se hallaban amontonados
en esa inhspita celda, antro, retrete, ergstula pestilente, donde en tiempos de
calma no haban entrado nunca ms de ocho o diez presos comunes.
De los diecisiete presos que haban tenido la estpida ocurrencia de morirse, a
nueve se haban llevado distintas enfermedades contradas antes o despus de
la prisin; a cuatro, los apremios urgentes de la cmara de torturas; a dos, la
rauda ventosa de la tisis galopante. Otros dos se haban suicidado abrindose
las venas, uno con la pa de la hebilla del cinto; el otro, con el plato, cuyo borde
afil en la pared, y que ahora serva de herramienta para la apertura del tnel.
Esta estadstica era la que rega la vida de esos desgraciados. Sus esperanzas y
desalientos. Su congoja callosa, pero an sensitiva. Su sed, el hambre, los
dolores, el hedor, su odio encendido en la sangre, en los ojos, como esas
mariposas de aceite que a pocos metros de all -tal vez solamente un centenarbrillaban en la Catedral delante de las imgenes.
Un nuevo desprendimiento le enterr esta vez las piernas hasta los riones.
Quiso moverse, encoger las extremidades atrapadas, pero no pudo. De golpe
tuvo exacta conciencia de lo que suceda, mientras el dolor creca con sordas
puntadas en la carne, en los huesos de las piernas enterradas. No haba sido una
simple veta reblandecida. Probablemente era una cua de tierra, un bloque
espeso que llegaba hasta la superficie. Probablemente todo un cimiento se
estaba sumiendo en la falla provocada por el desprendimiento.
No le quedaba otro recurso que cavar hacia adelante con todas sus fuerzas, sin
respiro; cavar con el plato, con las uas, hasta donde pudiese. Quiz no eran
cinco metros los que faltaban, quiz no eran veinticinco das de zapa los que
an lo separaban del boquete salvador de la barranca del ro. Quiz eran menos,
slo unos cuantos centmetros, unos minutos ms de araazos profundos. Se
convirti en un topo frentico. Sinti cada vez ms hmeda la tierra. A medida
que le iba faltando el aire, se senta ms animado. Su esperanza creca con la
asfixia Un poco de barro tibio entre los dedos le hizo prorrumpir en un grito casi
feliz. Pero estaba tan absorto en su emocin, la desesperante tiniebla del tnel
lo envolva de tal modo, que no poda darse cuenta de que no era la proximidad
del ro, de que no eran sus filtraciones las que hacan ese lodo tibio, sino su
propia sangre brotando debajo de las uas y en las yemas heridas por la tosca.
Ella, la tierra densa e impenetrable, era ahora la que, en el eplogo del duelo
mortal comenzado haca mucho tiempo, lo gastaba a l sin fatiga y lo empezaba
a comer an vivo y caliente. De pronto, pareci alejarse un poco. Manote al
vaco. Era l quien se estaba quedando atrs en el aire como piedra que
empezaba a estrangularlo. Procur avanzar, pero sus piernas ya
irremediablemente formaban parte del bloque que se haba desmoronado sobre
ellas. Ya ni las senta. Slo senta la asfixia. Se estaba ahogando en un ro slido
y oscuro. Dej de moverse, de pugnar intilmente. La tortura se iba
transformando en una inexplicable delicia. Empez a recordar.
Record aquella otra mina subterrnea en la guerra del Chaco, haca mucho
tiempo. Un tiempo que ahora se le antojaba fabuloso. Lo recordaba, sin
embargo, claramente, con todos los detalles.
En el frente de Gondra, la guerra se haba estancado. Haca seis meses que
paraguayos y bolivianos, empotrados frente a frente en sus inexpugnables
posiciones, cambiaban obstinados tiroteos e insultos. No haba ms de cincuenta
metros entre unos y otros.
En las pausas de ciertas noches que el melanclico olvido haba hecho de pronto
atrozmente memorables, en lugar de metralla canjeaban msica y canciones de
sus respectivas tierras.
El altiplano entero, ptreo y desolado, bajaba arrastrado por la quejumbre de las
cuecas; toda una raza hecha de cobre y castigo, desde su plataforma csmica
bajaba hasta el polvo voraz de las trincheras. Y hasta all bajaban desde los
grandes ros, desde los grandes bosques paraguayos, desde el corazn de su
gente tambin absurda y cruelmente perseguida, las polcas y guaranias,
juntndose, hermanndose con aquel otro aliento melodioso que suba desde la
muerte. Y as suceda porque era preciso que gente americana siguiese
muriendo, matndose, para que ciertas cosas se expresaran correctamente en
trminos de estadstica y mercado, de trueques y expoliaciones correctas, con
cifras y nmeros exactos, en boletines de la rapia internacional.
igual. Salvo los restos de esa espantosa carnicera que a lo sumo haba aadido
un nuevo detalle apenas perceptible a la decoracin del paisaje nocturno.
Record, un segundo antes del ataque, la visin de los enemigos sumidos en el
tranquilo sueo del que no despertaran. Record haber elegido a sus vctimas,
abarcndolas con el girar an silencioso de su ametralladora. Sobre todo, a una
de ellas: un soldado que se retorca en el remolino de una pesadilla. Tal vez
soaba en ese momento en un tnel idntico pero inverso al que les estaba
acercando al exterminio. En un pensamiento suficientemente extenso y flexible,
esas distinciones en realidad carecan de importancia. Era despreciable la
circunstancia de que uno fuese el exterminador y otro la vctima inminente. Pero
en ese momento todava no poda saberlo.
Slo record que haba vaciado ntegramente su ametralladora. Record que
cuando la automtica se le haba finalmente recalentado y atascado, la
abandon y sigui entonces arrojando granadas de mano, hasta que sus dos
brazos se le durmieron a los costados. Lo ms extrao de todo era que, mientras
sucedan estas cosas, le haban atravesado recuerdos de otros hechos, reales y
ficticios, que, aparentemente no tenan entre s ninguna conexin y acentuaban,
en cambio, la sensacin de sueo en que l mismo flotaba. Pens, por ejemplo,
en el escapulario carmes de su madre (real); en el inmenso panamb de bronce
de la tumba del poeta Ortiz Guerrero (ficticio); en su hermanita Mara Isabel,
recin recibida de maestra (real). Estos parpadeos incoherentes de su
imaginacin duraron todo el tiempo. Record haber regresado con ellos
chapoteando en un vasto y espeso estero de sangre.
Aquel tnel del Chaco y este tnel que l mismo haba sugerido cavar en el
suelo de la crcel, que l personalmente haba empezado a cavar y que, por
ltimo, slo a l le haba servido de trampa mortal; este tnel y aqul eran el
mismo tnel; un nico agujero recto y negro con un boquete de entrada pero no
de salida. Un agujero negro y recto que a pesar de su rectitud le haba rodeado
desde que naci como un crculo subterrneo, irrevocable y fatal. Un tnel que
tena ahora para l cuarenta aos, pero que en realidad era mucho ms viejo,
realmente inmemorial.
Aquella noche azul del Chaco, poblada de estruendos y cadveres haba
mentido una salida. Pero slo haba sido un sueo; menos que un sueo: la
decoracin fantstica de un sueo futuro en medio del humo de la batalla
Con el ltimo aliento, Perucho Rodi la volva a soar; es decir, a vivir. Slo ahora
aquel sueo lejano era real. Y ahora s que avistaba el boquete enceguecedor, el
perfecto redondel de la salida.
So (record) que volva a salir por aquel crter en erupcin hacia la noche
azulada, metlica, fragorosa. Volvi a sentir la ametralladora ardiente y convulsa
en sus manos. So (record) que volva a descargar rfaga tras rfaga y que
volva a arrojar granada tras granada. So (record) la cara de cada una de sus
vctimas. Las vio ntidamente. Eran ochenta y nueve en total. Al franquear el
lmite secreto, las reconoci en un brusco resplandor y se estremeci: esas
ochenta y nueve caras vivas y terribles de sus vctimas eran (y seguirn
sindolo en un fogonazo fotogrfico infinito) las de sus compaeros de prisin.
Incluso los diecisiete muertos, a los cuales se haba agregado uno ms. Se so
entre esos muertos. So que soaba en un tnel. Se vio retorcerse en una
pesadilla, soando que cavaba, que luchaba, que mataba. Record ntidamente
el soldado enemigo a quien haba abatido con su ametralladora, mientras se
retorca en una pesadilla. So que aquel soldado enemigo lo abata ahora a l
con su ametralladora, tan exactamente parecido a l mismo que se hubiera
dicho que era su hermano mellizo.
El sueo de Perucho Rodi qued sepultado en esa grieta como un diamante
negro que iba a alumbrar an otra noche.
La frustrada evasin fue descubierta; el boquete de entrada en el piso de la
celda. El hecho inspir a los guardianes.
Los presos de la celda 4 (llamada Valle-i), menos el evadido Perucho Rodi, a 1a
noche siguiente encontraron inexplicablemente descorrido el cerrojo. Sondearon
con sus ojos la noche siniestra del patio. Encontraron que inexplicablemente los
pasillos y corredores estaban desiertos. Avanzaron. No enfrentaron en la sombra
la sombra de ningn centinela. Inexplicablemente, el casern circular pareca
desierto. La puerta trasera que daba a una callejuela clausurada, estaba
inexplicablemente entreabierta. La empujaron, salieron. Al salir, con el primer
soplo fresco, los abati en masa sobre las piedras el fuego cruzado de las
ametralladoras que las oscuras troneras del panptico escupieron sobre ellos
durante algunos segundos.
Al da siguiente, la ciudad se enter solamente de que unos cuantos presos
haban sido liquidados en el momento en que pretendan evadirse por un tnel.
El comunicado pudo mentir con la verdad. Exista un testimonio irrefutable: el
tnel. Los periodistas fueron invitados a examinarlo. Quedaron satisfechos al ver
el boquete de entrada en la celda. La evidencia anulaba algunos detalles
insignificantes: la inexistente salida que nadie pidi ver, las manchas de sangre
an frescas en la callejuela abandonada.
Poco despus el agujero fue cegado con piedras y la celda 4 (Valle-) volvi a
quedar abarrotada.
FIN