La Historia Vivida - Julio Aróstegui
La Historia Vivida - Julio Aróstegui
La Historia Vivida - Julio Aróstegui
LA HISTORIA
VIVIDA
SOBRE lA HISTORIA DEL PRESENTE
alianzaensayo
Fecha de V
LA HISTORIA VIVIDA
SOBRE U HISTORIA DEL PRESENTE
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Julio Arstegui
LA HISTORIA VIVIDA
SOBRE LA HISTORIA DEL PRESENTE
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Alianza Editorial
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CONSIDERACIN PRELIMINAR..
PRIMERA PARTE
19
21
31
45
52
57
63
64
77
91
101
109
111
121
SEGUNDA PARTE
LA H I S T O m D E N U E ST R O PRESENTE
5.
197
200
208
220
226
231
6.
239
241
249
263
277
7.
289
291
298
304
313
8.
333
335
349
359
368
NOTAS......................................................................................................................................
BIBLIOGRAFA........................................................................................................................
DIRECCIONES DE INTERNET..........................................................................................
NDICE ONOMSTICO.......................................................................................................
NDICE ANALTICO.............................................................................................................
375
409
430
433
439
; CONSIDERACIN PRELIMINAR
que seal con nfasis que es absurda la idea de que el pasado, considerado
como tal, pueda ser objeto de la ciencia. Porque aada cmo puede
ser objeto de un conocimiento racional, sin una delimitacin previa, una
serie de fenmenos que no tienen otro carcter comn que el no ser nuestros
contemporneos? K Cmo podra aceptarse, pues, podramos concluir, que
la Historia est constituida por todo aquello que no es precisamente nuestro
presente? Sin embargo, cuntas veces se nos ha propuesto como dogma esa
definicin tan gratuita...?
Y
no ya slo la explicacin del pasado y del presente como momentos his
tricos ha de ser recproca, como dijese tambin Bloch, sino que no hay his
toria posible si se excluye de ella el presente porque sea algo externo a la
historia misma, porque se le entienda como la plataforma desde la que se en
foca el pasado, precisamente por su misma distincin con l. La explicacin
recproca del pasado y el presente, y, ms an, la inclusin del Presente en
la Historia han quedado enmaraadas desde el siglo xix en una red de falsos
o mal planteados problemas. Es, pues, hora de plantear correctamente los
verdaderos.
Titular este libro La historia vivida dista mucho de ser un recurso literario.
Yo dira que es, ms bien, una reclamacin: justamente la de la historia vivi
da frente a la historia heredada. Una reclamacin de que lo que entendemos
como Historia no es slo la herencia recibida, sino la conciencia formada a
partir de la experiencia de nuestro propio actuar. Una reclamacin que, creo
yo, encaja muy bien en las reivindicaciones ms urgentes de nuestro tiempo.
La historia no es el fardo soportado, sino el registro de una experiencia que no
tiene solucin de continuidad y en la que confluyen la memoria directa con
la memoria adquirida. La historia es antes que narrada vivida y la herencia
histrica no hace sino orientar mejor nuestra propia vivencia. La historia del
presente es primordialmente la historia experimentada frente a la tradicional
historia recibida. En cualquier caso, ello no debe hacernos olvidar que histo
ria vivida e historia heredada forman, indeleblemente, un continuum. Y no
otra cosa se expresa originalmente en la palabra griega istorie.
Precisamente en la Grecia de cinco siglos antes de nuestra era, Herdoto
de Halicarnaso llam istorie a una investigacin sobre su propio tiempo que
con el paso de los siglos ha demostrado ser capaz de convertirse en una ac
tividad que cada poca emprende de una manera particular. As, cada poca
tiene su istorie y con mayor probabilidad, ms all de una manera de hacer
istorie, tiene, en una palabra, su forma peculiar de entender la Historia. Lo
que ocurre es que los sucesivos herdotos han ido siempre algo a remolque
de su mismo tiempo. Si para el de Halicarnaso la istorie era la investigacin
consciente de haber robado mucho del tiempo que les deba para verterlo
en las lneas que siguen a esta Consideracin. Otro para la infinita, autnti
camente, paciencia que en Alianza Editorial mostraron con mis constantes
dilaciones Cristina Castrillo y Juan Pro. Sin esa paciencia ni estos ni los de
ms renglones podran haberse escrito. Me gustara que pudieran sentirse con
ellos, si no enteramente, al menos algo recompensados.
Madrid, abril de 2004
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PRIMERAPARTE
LA HISTORIZACIN
DE LA EXPERIENCIA
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CAPTULO 1
taban marcadas, desde luego, por la intencin de crear una parcela especfica
de la investigacin histrica dedicada a la guerra y sus consecuencias. En cada
pas, ese empe deriv hacia el anlisis de sus peculiaridades propias, y as,
en el caso de Francia, la atencin se polariz prontamente hacia cuestiones
muy particulares, como el rgimen colaboracionista de Vichy, la Resistencia
clandestina fi:ente a la ocupacin nazi o, como en el de Alemania, hacia la
explicacin del nazismo, sus actuaciones y su significacin en la historia ale
mana. Todo ello, bajo el denominador comn de devolver esta historia a
los historiadores, de prescindir de los comits oficiales y de promover el
uso masivo de la inmensa documentacin existente. Una orientacin que,
evidentemente, no era posible en Espaa con respecto a la guerra civil de
1936-1939, el suceso clave del siglo xx, bajo el rgimen de los vencedores de
ella'^
Los planteamientos originarios fiieron, en general, evolucionando. Desde
la temtica estricta referida a la guerra y todas sus implicaciones directas, se
pas al anlisis de los grandes eventos de los aos cincuenta y sesenta: las
cuestiones coloniales y de la descolonizacin, los movimientos intelectuales,
el crecimiento econmico, las nuevas polticas, etc.
Las huellas del con
flicto de 1939 permanecan muy vivas, como demostr entonces y ahora
la persistencia histrica, cultural y poltica del tema del Holocausto de los
judos centroeuropeos. Y todo ello en una historiografa que pareca poder
alumbrar un nuevo paradigma metodolgico basado en las nuevas posibili
dades que aportaba el recurso a lo testimonial, a los testimonios vivos. La his
toria del presente tendi as paulatinamente, aunque de manera muy tmida,
a identificarse cada vez ms con la historia actual, con una historiografa
plenamente ligada a la actualidad, aunque cargada siempre de una atencin
creciente a la memoria, cuando en su origen, como hemos visto, encerraba
otras perspectivas.
En bastantes ocasiones, no fueron las instituciones acadmicas espe
cializadas las que apostaron por esa historia muy actual. El caso est ejem
plificado bien en la coleccin de libros historiogrficos La Historia Inme
diata llevada adelante por el periodista Jean Lacouture, en los aos sesenta,
que se propona hacer una historia de personajes vivos y de sucesos muy
recientes prcticamente vividos por los lectores a los que se dirigan estas
obras Lacouture, bigrafo de De Gaulle o de Ho Chi-Minh, entre otros,
dio un paso que los historiadores no dieron, si bien el reto fiie recogido des
pus por algunos autores que hicieron de la historia inmediata un proyecto
de historia de lo reciente
En sus diversas versiones nacionales, la trayectoria de la historia reciente
hacia su formalizacin ms o menos acabada y su paso a la enseanza y la
La cuestin terminolgica
Un segundo aspecto importante del asunto es el relacionado con el nombre
ms adecuado para este pretendido nuevo objeto historiogrfico. La cuestin
terminolgica suele considerarse, en muchas ocasiones, y no slo en esta
materia, una disquisicin intrascendente, de ociosa discusin y hasta de con
traproducente tratamiento. Podra interpretarse, en efecto, que se trata de un
asunto menor, puesto que las rotulaciones empleadas no diferiran ms que en
r e v o lu c io n a r ia s q u e r e c o r r ie r o n el m u n d o o c c i d e n ta l e n el tr n s i to e n t r e lo s
sig lo s XVIII y XIX, es al q u e a t r i b u i m o s c o n v e n c i o n a lm e n te el n a c i m i e n t o d e
u n a h is to r ia c o n t e m p o r n e a .
historia del tiempo presente aspiraba, entre esa especie de nuevas Scila y Caribdis, a dar respuesta cientfica a cuestiones fundamentalmente ideolgicas
y polticas.
Y
es que en la nocin de tiempo presente y en su expansin se implicaron
en Francia varios discursos. Se tratara de clarificar, primero, si una tal historia
no era ms que un apndice cronolgico de lo que se ha llamado historia con
tempornea o bien si debera entenderse como una ruptura radical que pona
en causa la idea misma de historia contempornea. Al final, las posiciones no
se decantaron ni por lo uno ni por lo otro, sino por una va media entre las dos
cuarentenas... Prueba de ello es el compromiso sobre el propio nombre del
Institut dHistoire du Temps Prsent que debera haberse llamado en realidad
Instituto de Historia del Mundo Contemporneo, un nombre que acab
designando a otro organismo para la investigacin, de objetivos ms conven
cionales. Igualmente se descartaba para el IHTP la denominacin Historia
Inmediata. Se deduce de todo ello que el tiempo presente pas a ser conside
rado otra historia sujeta a esa doble cuarentena de la que habla Trebitsch. El
primer director del IHTP, Franois Bdarida, afirm ya que la expresin
tiempo presente se haba adoptado porque la de contemporneo era ambi
gua Pero al propio Bdarida se debe, como hemos visto, la nocin de un
tiempo presente ocupado precisamente en historiar un lapso de historia fran
cesa tan extenso como el comprendido entre los aos treinta y los ochenta del
siglo XX.
El nacimiento de la historia del presente en Francia estuvo sujeto, en fin,
a otros condicionantes ideolgicos y sociales a los que se ha referido Jean
Franois Soulet
En ese nacimiento se plasmaba con claridad la necesi
dad de hacer una historia oral de la resistencia francesa bajo la ocupacin
alemana. Pero no es menos evidente que la recepcin social de las diversas
temticas implicadas en esa direccin de la investigacin condicionaron
grandemente el progreso de la empresa. Haba cosas sobre las que se vol
caba mucha pasin por su conocimiento, pero otras en las que esto suceda
mucho menos. Dependa de la forma en que la memoria histrica de lo
reciente removiera traumas personales y colectivos. Tal memoria en modo
alguno permaneca esttica. La colaboracin o la resistencia eran situaciones
que discriminaban fuertemente entre hroes y traidores, y todo ello sobre el
fondo del inevitable oficialismo chauvinista impuesto a todo este recuerdo.
Apeteca mucho hablar de la resistencia pero muy poco del declive y fin de
la III Repblica, como observ Rmond, y muy poco tambin de las ltimas
guerras de descolonizacin. En consecuencia, la historia del tiempo presente
no pudo formalizarse verdaderamente hasta la superacin de un cierto temor
a la memoria.
Pero hoy cabe decir que esa funcin la desempea la transicin democrtica
comenzada en 1975. Aunque nuestra intencin no es hacer aqu, en manera
alguna, ni una historia de la historiografa del tema en Espaa ni, menos
an, una valoracin de lo producido, no es dudosa la necesidad de mostrar,
cuando menos, un somero esbozo de lo que han sido hasta ahora algunas de
las actividades y los esfuerzos en esa direccin, corriendo el inevitable riesgo
de incidir en alguna omisin o minusvaloracin involuntarias.
En realidad, slo tras el final del rgimen de Franco se ha hecho notar en
Espaa la atencin al nuevo modelo historiogrfico. Los primeros balbuceos
mostraron siempre la impronta del modelo francs y podra sealarse que esa
influencia tuvo una particular presencia en mbitos como la Universidad de
Salamanca o la de Barcelona, principalmente. El magisterio fiindamental lo ejer
cieron en principio, en lo que sabemos, las obras de Pierre Nora y de Franois
Bdarida, mientras que diversos investigadores espaoles han mantenido contac
to continuado con el IHTP francs^. Desde la dcada de 1980 se han registrado
aportaciones como la propiciada en la Universidad de Extremadura por Antonio
Rodrguez de las Heras y sus colaboradores, las de Carlos Navajas desde el 1ER
de Logroo, animador de sucesivas reuniones cientficas, y a ello habran de su
marse las incursiones en el tema de Javier Tusell y algunos de sus colaboradores
y las del propio autor de este texto, contando con los auspicios de algunas otras
universidades ms (UNED, Carlos III de Madrid). No han faltado en Espaa
los trabajos de fiindamentacin y el abordaje de temticas especficas^^.
Seguramente, lo ms valioso de lo producido en Espaa se encuentra en
las publicaciones colectivas surgidas de esos encuentros cientficos citados,
a los que han aportado trabajos varias decenas de autores, en ponencias o
en comunicaciones, cuyo nmero prueba el inters despertado, aunque tam
poco escasean las reticencias ms o menos activas. Los sucesivos Simposio de
Historia Actual auspiciados por el 1ER en Logroo, comenzaron a celebrarse
en 1996 y han alcanzado ya su cuarta convocatoria, habindose publicado las
Actas de todos los celebrados hasta el momento La rica actividad de la Uni
versidad de Extremadura, en la que se constituy un Seminario de Historia
del Presente, que ha tenido como animadores principales a A. Rodrguez de
las Heras y a Mario P. Daz Barrado, dio como fruto, entre otros menores, la
publicacin de una obra tambin pionera Historia del Tiempo Presente. Teora
y Metodologa, producto de los trabajos de un seminario realizado en noviem
bre de 1997^'. En ese mismo ao tuvo lugar en la Universidad Complutense
un seminario con participacin internacional cuyo objetivo fue la fiindamentacin de la historia del presente, del que surgi tambin una publicacin
Realizacin de notable importancia para el caso ha sido la de la publica
cin de alguna revista de temtica estrechamente relacionada con la historia
tualizada ya de lo que fue en sus orgenes ese proyecto de historia del presente
como prolongacin de la historia contempornea posterior a 1945. Lo menos
que cabe decir es que en Espaa faltan hoy proyectos claros de formalizacin
disciplinar capaz de orientar un tipo de investigacin especfica.
referencias: la cada del muro de Berlin, la disolucin de la URSS o la reunificacin alemana, por no hablar, aadamos, de algunos sucesos medulares
del comienzo del siglo xxi. En 1989 se termina el periodo que se haba to
mado habitualmente, durante casi cincuenta aos, como la poca presente,
como una larga posguerra ininterrumpida desde 1945^^ Evidentemente,
semejante ruptura tiene una importancia fundamental para la historia del
presente, o, mejor, para la historia de nuestro presente.
La II Guerra Mundial ha funcionado con la imagen de una matriz del
tiempo presente, como la raz ltima del nacimiento de la historia del pre
sente y de su prctica, segn muestra la propia evolucin de ella. La historia
del presente practicada comnmente ha estado ligada al hecho crucial de que
aquella guerra significa el parto de un mundo nuevo con una nueva historia.
Ahora bien, insiste Lagrou, esa matriz como justificacin de la actividad de
los historiadores del tiempo presente ha quedado, hoy sobre todo, obsole
ta. Desde hace un decenio la historia del tiempo presente se encuentra en
una situacin nueva. Parece confirmarse que el presente comienza cada vez
con la ltima catstrofe (advenida) hasta la fecha^^. En consecuencia, hasta
1989 se ha vivido un presente de cincuenta aos, cuya duracin ha quedado
definitivamente rota. El nuestro presente tiene ya una nueva cronologa.
Para concluir: dicho brevemente, a partir de ahora, lo que se haba tenido la
costumbre de llamar el tiempopresentepertenece alpasado"^^.
Las posiciones de P. Lagrou, que nos hemos permitido utilizar en extenso,
no necesitan mayor exgesis y hemos de decir que nuestra coincidencia con
ellas es prcticamente total. Insiste, por lo dems, en que lo propio de la
historia del presente consistira en lo que se podra llamar la unidad tem
poral de sujeto y objeto, criterio ya conocido, expresado por la coetaneidad
de ambos, y en ese carcter esencial de tiempo, digamos por nuestra parte,
mvil que el presente histrico tiene. La historia del siglo xx es remitida as
en su casi totalidad a ser una convencional historia-pasado vista desde hoy, y
slo la gran ruptura producida en la bisagra entre los aos ochenta y noventa
de ese siglo puede constituir la base de una real historia del presente para el
siglo XXI.
Existen, sin embargo, posiciones que aunque menos decididas que stas, no
son menos interesantes. En el trasfondo de las nuevas concepciones del tiempo
presente se encuentran la expansin universitaria de la historia del presente,
hablando del caso de Francia, un hecho que, convendra aadir, seguramente
no puede generalizarse a otros pases, con la excepcin quiz de Alemania, y
que s tiene una inevitable vertiente de banalizacin por su xito mismo, que
estorbara la reflexin crtica. Sin embargo, creemos, la nueva situacin tiene
ms ventajas que inconvenientes. Una expansin ligada a la explosin misma
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CAPTULO 2
dista alguno, lo que ocurre tambin con san Agustn , siguiendo con el pen
samiento moderno e ilustrado europeo, hasta las aportaciones de la fsica del
siglo XX y las ms recientes propuestas de la filosofa de la ciencia. La cuestin
del tiempo ha estado presente siempre en todos los sistemas de pensamiento y,
lo que es seguramente ms importante, la especulacin filosfica se ha entrela
zado tambin, desde la Antigedad griega al menos, con la consideracin del
tiempo desde la concepcin fsica del mundo. Prcticamente, todas las cien
cias sociales nacidas en el siglo xix se han ocupado igualmente del problema.
No existe, pues, ninguna concepcin filosfica, ni ninguna teora global
del universo, lo mismo que ninguna religin, que no haya debido considerar
la dimensin universal del tiempo. Y en todas las pocas se han producido
explicaciones de la naturaleza y el curso del tiempo desde la teologa, la cos
mologa, la ciencia fsica, la matemtica o la astronoma. Como es natural, el
origen del universo se encuentra estrechamente implicado con el problema
del origen del tiempo, que no es menor problema, ni en realidad distinto,
del de su naturaleza, de forma que la conocida teora fsica del big-bang
para explicar el origen del universo, que sigue siendo hoy la ortodoxia fiindamental en el tema, es igualmente una teora del tiempo^.
Es posible afirmar, incluso, que algunas de las grandes especulaciones so
bre este problema, que siempre ha preocupado al hombre, pertenecen simul
tneamente a la filosofa y a la ciencia. El tratamiento filosfico y cientfico
aparece simultneamente en la obra de algunos grandes pensadores y cientfi
cos. Ese sera el caso de Leibniz, y lo es en alguna manera tambin de Newton
y de la filosofa y la ciencia positivistas, mientras que en la primera parte del
siglo XX, con la revolucin misma de la fsica, la contraposicin primera entre
sta y la filosofa tiene ejemplos tan notables como la que enfrent a Einstein
y Bergson^. Filosofa y ciencia de la naturaleza han hecho, en definitiva, las
indagaciones de mayor alcance en el desentraamiento del tiempo cosmol
gico o tiempo universal^.
Cuestin de suma importancia es la cualidad casi comn de todos los
acercamientos al problema, sea desde la filosofa o la ciencia natural, de consi
derar que el tiempo es la dimensin universal que de manera ms primigenia
condiciona todo lo que existe, de forma que la otra gran dimensin que es el
espacio ha podido ser referida ella misma al tiempo. Esa cualidad del universo
de estar ligado a la temporalidad, una de las grandes convicciones de la filoso
fa y la ciencia modernas, engloba y homogeneiza tanto al mundo inanimado
fsico en escala cosmolgica como igualmente al de los seres vivos y al del
hombre. La temporalidad sera as la ms primigenia cualidad de todo tipo
de criaturas. Un planteamiento de ese gnero subyace a todo el pensamiento
moderno, desde Newton en adelante, y cualifica sustancialmente las ideas de
rica, por su parte, es acumulativa y, por tanto, irreversible. En ella, los tres
estadios del tiempo tienen distinto valor. En ese sentido, nada hay, pues,
que est sujeto al tiempo histrico sino los seres que son capaces de adquirir
conciencia de ello y conciencia de su fin, que son capaces de reflexionar sobre
s mismos. Es tambin esa condicin de un tiempo que se alimenta a s mis
mo la que fiindamenta igualmente la idea de progreso. La propia historizacin
del mundo fsico, en la lnea analizada por Prigogine, representa el abandono
de la idea de los tiempos reversibles que tiene la fsica mecanicista para situar
nos en el tiempo de la entropa y sus leyes de irreversibilidad, a travs de la
comprensin ms detallada de los procesos naturales que se han alejado del
equilibrio, pero que no estn en el caos^^.
De lo expuesto, podr deducirse fcilmente que la naturaleza del tiempo
histrico no es precisamente el ms sencillo de los problemas que se esconden
en la percepcin del tiempo del hombre. Las acciones humanas son histricas,
en su fijndamento ms primario, por pertenecer necesariamente a un tiem
po, a una serie temporal, por tejer o contener el tiempo y, lo que es ms, por
configurarlo ellas mismas. Por consiguiente, las acciones del hombre no son
histricas, ni mucho menos, porque alcancen el honor de quedar registradas
como un pasado memorable. No se puede hacer ciencia alguna del pasado
como tal, segn sealara lcidamente Marc Bloch, porque la presuncin de
que la condicin comn de un cierto tipo de hechos se basa en su pertenencia
al pasado es absolutamente insuficiente para establecer entre ellos ninguna
conexin lgica. La Historia, pues, no puede ser la ciencia de los hechos del
pasado. No existen hechos constitutivamente del pasado; ello sera incom
patible con su realidad en la serie temporal.
Pero los actos humanos son histricos tambin, como dira, a su vez. Or
tega y Gasset, porque poseen una determinacin intrnseca que forma parte
inseparable de su ontologa: la de tener una fecha, o, lo que es lo mismo, la
de estar insertos indefectiblemente en esa serie temporal, o la de configurarla
ellos mismos. La ntima pertenencia de los actos humanos a las dos series
del tiempo (segn el lenguaje introducido por McTaggart, a las que nos re
feriremos despus), a la fecha, hace que haya dimensiones del hombre como
la experiencia, el recuerdo o el olvido, la reelaboracin en la memoria, la
expectativa, la intencin o el deseo, que no se conciben sin su relacin con el
tiempo. Pero el tiempo es, igualmente, un orden y un flujo unidireccional, de
forma que nadie podra recordar el futuro ni prever el pasado
La constatacin de que la especificidad de lo histrico no descansa en
que la historia misma se constituya sobre un tipo especial de hechos como
lo son los biolgicos, los psquicos, los sociales o los geolgicos , sino en
la cualidad de universal de poseer fecha ha tenido la doble consecuencia de
tradicional no ser sino su pasado. Pero ello revela igualmente una de las ms
ntimas connotaciones, y de las contradicciones, que la existencia del tiempo
impone a los fenmenos: stos slo son percibidos cuando se produce su
consumacin, es decir, en cuanto se presentan como suceso. Y sa es tambin
la apora esencial inserta en la idea de presente como algo ms que el instante
en que el futuro se hace pasado. Pero sobre ello volveremos despus.
Nunca una accin histrica podr comprenderse si no se la tiene como
una experiencia vivida por sus actores y no como algo que tiene que ser juz
gado retrodictivamente, y en funcin de sus consecuencias, o sea, cuando ya
se conoce su futuro. Y as se hace tambin ms inteligible la afirmacin de
Ortega de que si ei porvenir no ofreciese un flanco a la profeca, no podra
tampoco comprendrsele cuando luego se cumple y se hace pasado. Y aa
de: ciertamente que slo cabe anticipar la estructura general del futuro:
pero eso mismo es lo nico que en verdad comprendemos del pretrito o
del presente.
que puede ser percibido por el hombre resulta clave para definir lo que noso
tros llamamos historizacin de la experiencia, cuestin a la que nos referiremos
en extenso ms adelante.
La consideracin de la tradicin como el proceso acumulativo de la his
toria que condiciona siempre todo presente y la concepcin de ste como
un momento absolutamente inseparable de la serie toda de lo histrico
son, a nuestro juicio, ideas particularmente penetrantes que, por lo dems,
permanecen hoy vigentes en su plenitud. Si el presente se entiende como
un momento en la serie toda (total) del pasado, es decir, del tiempo realmente
vivido, que excluye el futuro, no slo no existe una separacin radical entre
presente y pasado, porque ambos modos del tiempo no son sino momentos
de una serie completa, sino que la serie completa se identifica, a su vez, con
la tradicin eterna, es decir, con una historia que no admite fragmentaciones.
As, de lo que LJnamuno entenda con sutil penetracin habra de deducirse
que este presente histrico es la expresin del ahora extendido.
En definitiva, una cuestin profundamente ligada con el problema de la
naturaleza y percepcin del presente es, justamente, el de la duracin de ese
presente mismo. Es el presente el mero instante o tiene un determinado gro
sor o duracini, qu es lo que delimita como entidad temporal diferenciada
al presente?, cundo empieza y acaba un presente dado?, es el presente mis
mo algo ms que la revelacin de lo dificultoso de nuestra confrontacin
cognoscitiva con la intuicin comn del tiempo? Un filsofo y epistemlogo
conocido, Gastn Bachelard, parta de su convencimiento de que el tiempo
es lo ms difcil de pensar en forma discontinua Y, sin embargo, los modos
del tiempo, el presente, pasado y futuro, son el reflejo de la discontinuidad en
una realidad que parece o se intuye continua. El presente es la discontinuidad
ms aguda del tiempo, a la vez que, paradjicamente, el modo temporal de
ms imprecisos lmites. Bachelard pensaba, por otra parte, que el tiempo
slo tiene una realidad, la del instante^^. El acto-instante comienza y acaba,
pero no todos los instantes son iguales, pueden prolongarse. El flujo histri
co lo entendemos por el transcurso de una serie de actos: la vida es lo discon
tinuo de ios actos
Pero el instante, deberamos aadir, es, sin embargo, slo una de las for
mas posibles del tiempo presente. El presente es connatural con la presencia.
Presencia como acto de estar presente implica, en alguna manera, la aparicin
de algo pero puede representar tambin su permanencia. Pasado implica paso
e indica, por el contrario, una no-presencia, el fin de toda permanencia. Estas
matizaciones complican la relacin recproca entre percepciones como la de
instante, la de presente y la de duracin. Todo lo que ya es pasado es algo no
dado de inmediato, deja alguna huella y es, por tanto, algo que tenemos que
entre las que ms chocan con la posicin ortodoxa que mantiene que el curso
singular de la historia tiene que ser entendido a travs de periodizaciones, con
principio y final ligados a la fecha precisa, no debemos temer su reiteracin al
intentar definir adecuadamente qu entendemos por presente histrico.
El presente histrico es siempre un tiempo relativo, que coincide con la
experiencia vital y con la experiencia intergeneracional de cada hombre, un
tiempo de cronologa mvil, que es lo que la idea de presente categoriza de
manera fiindamental. Es fluyente y est indisolublemente ligado a la vida
vivida por los sujetos histricos, que lo identifican en relacin con ese mo
mento axial de su partida. En caso contrario, habramos creado un nuevo
periodo histrico. Pero el tiempo presente no puede ser categorizado as. No
es un periodo. La de tiempo presente, se ha dicho tambin, y lo hemos co
mentado en nuestro primer captulo, es una nocin evolutiva
Adquiere
su realidad desde la experiencia de lo coetneo y se materializa como cultura
desde el discurso que lo recoge en una historia objetivada.
Un presente es la historia vivida por cada hombre y por el colectivo social
al que l mismo pertenece, que se extiende asimismo a la percepcin de su
pasado y a la expectativa de su fiituro. De ah que la memoria y el presente
estn unidos tambin en una indestructible dialctica. En determinados reco
vecos de la representacin simblica, desde el punto de vista de su experiencia
global, el individuo y el grupo perciben como un presente el curso entero de
su existencia. Por ello resulta de sumo inters que la historia del presente sea,
en fin, la nica capaz de establecer lo histrico con un contenido, al mismo
tiempo, de prospectiva. La idea misma de la vivencia de un presente histrico
no tendra sustento sin una tensin hacia el fiituro.
Fue Niklas Luhmann el que seal la variabilidad, la historicidad misma
de la percepcin de lo temporal; los cambios en las estructuras de la socie
dad imponen cambios en la estructura de la temporalidad'^. Por su propia
naturaleza, el sujeto histrico vive, ha vivido siempre, varios presentes si
multneos, o, por decirlo de otra forma, los sujetos perciben que la nocin
de presente es ella misma inasible en su totalidad, variable en su duracin,
sujeta a los acontecimientos y recorrida, en realidad, por tiempos que pasan
con velocidades distintas. Es esta una conciencia que aparece en el mundo de
hoy con mayor evidencia por lo mucho que han cambiado las condiciones del
desenvolvimiento histrico y las de su conocimiento.
El contenido del presente histrico que cada hombre percibe es, pues,
siempre variable, pero se despliega en lo que Heller denominaba el ahora ex
tendido o presente extenso. En el presente puede incluirse ms o menos tiem
po, ms o menos duracin. Es una cuestin de biografa. Por ello tambin
en cada poca de la historia que consideramos presente se pueden encontrar
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C A P T U L O S
Hasta ahora, nos hemos referido a un proceso que creemos fundamental para
la conceptuacin del presente histrico: el de la construccin social del pre
sente mismo. Un paso ms para perfilar ese concepto y, en consecuencia,
para la escritura de la historia del presente, es, a nuestro juicio, la conside
racin de otro factor general que no es menos importante: el de la estructu
racin de todas las sociedades, desde el punto de vista de su devenir temporal,
en grupos de edades, en generaciones y, por tanto, el de la existencia de una
interaccin generacional y de un espacio histrico definido por tal inte
raccin.
La nocin generacin y el ritmo del cambio generacional han ocupado la
atencin de los estudiosos desde antiguo. Sin embargo, de los dos fenmenos
principales que se insertan en la realidad generacional, a saber, el de la sucesin
generacional y el de la interaccin entre generaciones vivas o coexistentes, es
esta segunda realidad, la de la interaccin, la que interesa especialmente a la
fundamentacin de la historia del presente. En efecto, considerando que las
generaciones o los grupos de edad son identificables en s mismos, en mayor
o menor medida, segn expondremos, la convivencia biolgica entre genera
ciones distintas, y el hecho sociohistrico de su implicacin en una historia
comn, son los factores con suficiente entidad para contribuir muy decisiva
mente a la delimitacin de un presente histrico.
No obstante, es preciso reconocer, como lo haca uno de los grandes tra
tadistas del asunto, Karl Mannheim, que, muchas veces, se valora mucho
menos de lo debido que los hombres viven con edades distintas una histo
ria comn; que viven esa historia, los acontecimientos y las duraciones, en
momentos distintos de su desarrollo biolgico y social, porque pertenecen a
generaciones distintas; que el hecho generacional, en definitiva, condiciona
en alguna manera la participacin social y de l se derivan ciertas solidarida
des y rechazos. Se trata de una infravaloracin de realidades sociobiolgicas
que, por lo dems, afectan tambin a otras dimensiones sociales palmarias,
como la diferenciacin de sexos, por ejemplo. En el conflicto, la innovacin,
la competencia y la cooperacin, el poder y la dominacin, la difiisin y el
contacto de las culturas, que caracterizan el movimiento histrico, hay un
componente generacional que no puede obviarse.
En cualquier caso, la importancia fundamental del hecho de la interaccin
generacional para la definicin del presente histrico radica, a nuestro juicio,
no solamente en lo que hemos expuesto, sino en una consecuencia ms: la de
que un determinado presente histrico queda definido tambin por el curso
de la existencia de una generacin de hombres. Una generacin tiene su presente
propio, que no queda definido, sin embargo, sino en interaccin constante con
las otras generaciones coexistentes. Es justamente el hecho de esa coexistencia,
sea cual sea el signo que adquiera conflicto o cooperacin, reconocimiento
o rechazo, solidaridad o ignorancia mutua , definido desde la experiencia
de la generacin central, la generacin activa, la que nos permite, mejor que
cualquier otro criterio, establecer los lmites existenciales y empricos de cada
presente histrico. De estas consideraciones, relativamente sencillas, se deriva
lo que, a nuestro juicio, puede aportar a la conceptuacin de la historia del
presente el movimiento histrico generacional.
No es ocioso, de todos modos, advertir desde este momento que estamos
muy lejos de suscribir cualquier orientacin de este tema hacia la construc
cin de una teora de lo histrico o teora historiogrfica basadas en la reali
dad generacional, ni nada semejante a lo ensayado alguna vez como mtodo
histrico de las generaciones. Ambas faenas se nos antojan particularmente
estriles. El aporte generacional, lo que se ha llamado la entelequia que cada
nueva generacin introduce en la vida sociohistrica, tiene una notable im
portancia en cada poca, pero no puede explicar por s solo el cambio hist
rico, un asunto que, por lo dems, no es nuestro objetivo aqu.
La realidad de la interaccin, y los fenmenos histrico-sociales a los que
dan lugar las generaciones, nos hablan del ritmo con el que los presentes
con ellos, pues la idea de generacin tiene un fundamental sentido dinmicotemporal, al tiempo que una ms difusa integracin en las relaciones sociales
de las sociedades desarrolladas.
En la segunda mitad del siglo xx, no obstante, los estudios sobre genera
ciones y grupos de edad perdieron ese impulso hacia el tratamiento general
o terico y el anlisis generacional se ha constituido ms bien en un recurso
heurstico y explicativo para fenmenos sociolgicos especialmente los
referidos al conflicto, los comportamientos juveniles, etc. , polticos o arts
ticos, de alcance ms concreto^.
La primera constatacin que las generaciones sugieren es la naturaleza del
hecho mismo que da nombre al fenmeno. Alude a la sustitucin biolgica
de unos hombres por otros de tal manera que aqulla puede ser percibida
como un movimiento recurrente cada cierto tiempo, en alguna forma seme
jante a ondas u oleadas, ms all de la mera ocurrencia individual de la
aparicin y desaparicin de los hombres en la sociedad. Esas apariciones se
produciran con simultaneidades o coincidencias ms o menos estrictas en las
que se agruparan los nacimientos y los decesos en los colectivos humanos,
que seguiran el ritmo no de la fecha exacta, sino de las zonas de fechas,
como dira Ortega y Gasset. Es por ello que las simultaneidades o coinciden
cias en la sustitucin de unos hombres por otros han sido percibidas como
la sucesin, no de personas, sino de grupos o generaciones. La idea que en
demografa expresa con mayor precisin esa coincidencia en la aparicin es la
de cohorte"^. El ritmo de las muertes y de los nacimientos no es enteramente
azaroso en ninguna poca y admite el clculo de las posibilidades de sustitu
cin de unos hombres por otros.
El primario hecho biolgico bsico acarre de inmediato la percepcin de
que la coincidencia de fechas, ms o menos aproximativas, en los nacimientos
de grupos de personas dara lugar a una especfica situacin que tiene mucho
ms carcter social: el de la contemporaneidad o coetaneidad entre los afecta
dos por tal coincidencia, que ms all de la implicacin biolgica del asunto,
al producirse un desarrollo paralelo, dara lugar a paralelismos tambin en el
desenvolvimiento psicolgico, sociolgico, cultural y, en todo caso, histrico.
Por ello, con independencia de las vertientes puramente demogrficas, el he
cho de la coincidencia de edad en grupos de sujetos o de colectivos sociales,
ha dado lugar a la investigacin de ciertos tipos de afinidades sociales, cultu
rales, de experiencia y concepcin del mundo, en definitiva, histricas^, que
dan un sentido mucho ms que biolgico a tal contemporaneidad o, segn el
lenguaje por el que optamos aqu, coetaneidad.
Pero existe un fenmeno ms de notable importancia derivado de esta rea
lidad tambin que ha recibido, no obstante, mucha menos atencin que los
eficacia histrica de stas es, como dijera Lan Entralgo, un suceso, aleatorio
por tanto, y no la expresin de una ley^'^.
La categora social e histrica de generacin ni suplanta, ni oscurece o eli
mina, otras situaciones y dimensiones presentes en la trama o estructura de
las relaciones sociales que son decisivas para entender el fiincionamiento de la
sociedad. La pertenencia a edades distintas y, eventualmente, la conciencia
generacional, es una ms entre las dimensiones y fiierzas que contribuyen a
dar su carcter preciso a las estructuras y relaciones sociales en una determi
nada coyuntura. La situacin generacional es un factor entre los muchos que
pueden y deben aducirse a la hora de explicar procesos sociales e histricos.
Se combina y cruza con otros, como la clase, el gnero (dentro de una gene
racin siguen existiendo, obviamente, diferencias entre los gneros), la reli
gin, la procedencia territorial, la riqueza, el poder y la influencia, que atra
viesan toda sociedad. Como advirtiera Mannheim, la generacin demogrfica
desempea, y la social puede desempear, un papel vertebrador pero siempre
junto a otros distintos factores sociales.
La generacin interviene tambin como una dimensin posible en la
creacin de identidades. Puede hablarse de una cultura generacional y es una
fuente de experiencia al tiempo que una forma de contraste de las experien
cias mismas, de la relacin, solidaria o conflictiva conflicto de generacio
nes , entre sectores o agrupamientos sociales que tienen tambin, desde
luego, otras formas de confrontacin no menos importantes. Junto a otros
tipos de categoras, la de generacin es quiz menos evidente y delimitada,
pero es la que parece contener una superior referencia a lo temporal, superior,
sin duda, a la de aquellas otras determinaciones sociales que estn enteramen
te al margen de los condicionamientos biolgicos del individuo.
Pero si, en ltimo extremo, las generaciones no son capaces por s mismas
de sostener una explicacin global del cambio sociohistrico y no constitu
yen ms que un mecanismo entre otros para analizar determinados procesos
temporales localizados, conviene refinar la pregunta de la que partamos:
dnde reside, pues, la utilidad o la operatividad de la idea de generacin
aplicada ms en concreto a la clarificacin de la naturaleza precisa del presente
histrico? Creemos, por el contrario, que en este caso el auxilio del recurso a
la explicacin generacional si presenta una particular eficacia. Ahora bien, y
esta precisin es importante, tal utilidad no estara basada en la relevancia del
hecho de la sucesin generacional, sino que lo que debe establecerse desde
ahora tambin, de manera definitiva, es que las generaciones sociales aportan
especialmente a la fundamentacin de la historia del presente una realidad re
levante sobre todas: la de coexistencia intergeneracional, al tiempo que es mu
cho menos importante, aunque no indiferente, la sucesin de las generaciones.
horizonte temporal finito. Aunque el autor tiende tambin a absolutizaciones que no compartimos, es aceptable su afirmacin de que las experiencias
son especficas de cada generacin y, por tanto, no transmisibles inmediata
mente, lo que supone que se producen fi-acturas. En el sentido afirmativo
de la ruptura, las fi-acturas entre generaciones son susceptibles de superacin
mediante el establecimiento de puentes, pero no siempre sucede as. Existen
muchos procesos institucionalizados para que las generaciones nuevas se
acoplen a una socializacin dirigida por las ya instaladas. Pero el rechazo
generacional constituye uno de los presupuestos elementales de toda historia
que va madurando
Estas reflexiones abren una va en la cual no parece aventurado mante
ner que ciertos impulsos generacionales cobran gran relevancia cuando se
dirigen precisamente a la discusin de la experiencia clave de la generacin
anterior. Suele hablarse entonces de la presencia de un relevo generacional.
Pero, por no tratarse de grupos articulados, y menos an institucionalizados,
las generaciones no necesitan que esa identidad que las individualiza se base
especialmente en la coincidencia de intereses ideolgicos o de otro tipo, ni,
por supuesto, en solidaridades de clase. Una generacin puede presentarse
escindida por diversos tipos de rupturas. La identidad posible de una gene
racin tiene races temporales, vivenciales, histricas, en definitiva, en las que
suelen basarse tal tipo de construcciones identitarias.
El impulso generacional, en fin, puede promover solidaridades entre los
individuos y condicionar sus relaciones, pero es una ms, y seguramente no
la ms potente, de las intermediaciones posibles. El motor generacional de la
accin es, desde luego, un extremo mucho ms mencionado que estudiado a
fondo. Ciertos comportamientos de las relaciones sociales, sobre todo aque
llos que se presentan en la instancia de la cultura, pueden aclararse a travs
de movimientos generacionales, pero nunca de forma aislada ni exclusiva,
como ya hemos sealado antes. El fiincionamiento del mercado, la situacin
de clase, la lucha por el poder, los movimientos nacionales, las formas de la
comunicacin y la construccin de identidades, tienen, sin duda, importan
tes componentes generacionales, que no siempre son fciles de detectar e
individualizar.
Ahora bien, el hecho de que un presente histrico recoja realmente la
experiencia de una generacin y sus relaciones, en lo que insistiremos ms
adelante, y de que el punto culminante de ella est representado por el testi
monio de la generacin activa en cada uno de esos presentes, el hecho de que
el sistema de coexistencia en cada una de las situaciones por las que discurre la
generacin sea una perpetua dinmica de sucesiones, obliga a detenerse algo
ms en el problema mismo de la sucesin generacional, que hemos menciona
hombres, las cosas y los procesos tienen una aetas, y entre diversos hombres,
cosas y procesos, puede darse la co-aetas, la coincidencia de edad histrica.
Esa coincidencia, la de las realidades que viven un mismo tiempo, nos lleva a
lo coetneo en el sentido social e histrico, es decir, a la coincidencia de varios
procesos sociales, y de sus sujetos, en el tiempo.
Pero en la vida social es evidente que la mera simultaneidad no es suficiente
para definir la coetaneidad, sino que sta se materializa cuando hay coinci
dencia de contenidos ms sustantivos que ligan entre s las realidades sociales
coincidentes en el tiempo. Y esto es lo que abre la posibilidad de una historia
de lo coetneo, concediendo a la coetaneidad, que es siempre una percepcin
relativa y relativizada, el significado de un momento histrico entre otros,
pero ligado siempre a un presente. La pretensin de instituir una historia de lo
coetneo tiene, a su vez, dos vertientes. La que tiende a consolidar la idea de
que existe una historia vivida y no nicamente una historia-pasado heredada,
no vivida; la idea de que lo coetneo es tambin historia. La otra orientacin
atiende ms a la cultura pblica de la historia: es posible una historia construi
da, registrada, que est siendo objeto de discurso historiogrfico al tiempo que
se vive, que se escribe en el presente y sobre el presente.
La coetaneidad como fiarma de discurrir de una historia mantiene su carc
ter plenamente categorial al aplicarla a la historia vivida. Cuando se habla de
historia del presente slo es operativo el concepto de coetaneidad en su preciso
significado de participacin en una misma historia con independencia de la ge
neracin a que se pertenezca. Coetaneidad es, en definitiva, el concepto que
expresa la percepcin clara que tienen los sujetos, primero, del acortamiento
del tiempo y, despus, de una cierta forma de solidaridad entre las generacio
nes. No obstante, en una consideracin de mayor profundidad histrica, se
refiere al hecho de que un presente, lejos de ser una determinacin cronol
gica, es una categora basada en la experiencia de sujetos que viven juntos un
mismo tiempo al que cualifican las mismas referencias culturales exteriores e
interiores y relativismos y conexiones de todo orden.
Lo coetneo es ahora una especificacin ms precisa de lo contemporneo,
es una restriccin del sentido de ese vocablo para aplicarlo a una realidad ms
delimitada y ms inmediata. Coetneo es aquello de lo que existe una expe
riencia directa en cada sujeto, algo no transmitido sino vivido. Es siempre por
su naturaleza una realidad relativizada, referida y medida por algo externo,
una definicin temporal nacida de lo subjetivo, pero objetivable. Lo que se
expresa de esta forma es ms que un tiempo vivido una cultura compartida.
Los presentes tienen una definicin biolgica, pero tambin, en mucha ma
yor medida, cultural. Al asumir su propia historia, el individuo, en realidad,
la hace coetnea, ajusta sus cuentas con el pasado, personal y colectivo, se
y otras pueden vivir conjuntamente ciertos hechos, pero stos no son igual
mente recibidos o interpretados por cada una de ellas. La memoria genera
cional, de la que hablaremos ms adelante, es otro componente explcito de
esta situacin. El espacio de una generacin no es nunca algo aislado, sino
siempre relativo a las generaciones convivientes. La conciencia de presente
de la generacin activa se crea en una dialctica ms o menos tensa con las
otras generaciones, con la anterior y la posterior. El presente es coetaneidad
no slo en cuanto que temporalidad, sino tanto o ms en cuanto que es rela
cin directa. En cualquier caso, debe entenderse que hablamos en el terreno
de la aproximacin indicativa. Con esta descripcin no se trata de definir
momentos histricos de cada generacin, sino de estudiar la composicin de
la sociedad desde el enfoque del cruce de generaciones.
La coetaneidad es, pues, una categora demogrfica pero tambin histrico-social que, a fin de cuentas, desborda claramente el campo de lo gene
racional y nos presta ayuda, puesto que representa una especificacin til en
cuanto soporte de una determinada percepcin del tiempo social. El relativo
distanciamiento entre la simbologa de lo coetneo y la actividad de las gene
raciones no hace sino potenciar tal utilidad. Ello espolea a insistir an en que
un presente no tiene contenido cronolgico sino coexistencial.
La idea de coetaneidad, en resumen, definida en el sentido que expo
nemos, no es separable de la existencia de edades y generaciones distintas
en cada presente histrico, pero su utilidad no se refleja slo en el sentido en
que la hemos destacado hasta ahora, sino tambin en otro de pareja impor
tancia: el de su presencia tambin en la historia registrada. Una historia del
presente escrita, para ser tal, deber ser coetnea de la historia vivida. O, en
otros trminos: ser escrita por los mismos que la viven y al tiempo que es
vivida, o que se integra en la experiencia total del sujeto. Por aquellos que
pueden entender como historia, como su historia, su propia experiencia de
convivencia y que son capaces de hacer de ella una construccin intelectual,
cultural y moral.
En este sentido, la historia del presente ha sido definida con mucha per
tinencia como la compuesta por cortecimientos o fenmenos sociales que
constituyen recuerdos al menos de una de las tres generaciones que com
parten un mismo presente h i s t r i c o S e trata de una formulacin que, si
bien imprecisa en algn respecto (el concepto mismo de recuerdos), tiene una
excelente virtualidad: la de fijar un campo suficientemente explicativo de lo
que constituye el presente histrico, es decir, el espectro de los contenidos
de experiencia de las tres generaciones que conviven en un presente, el ms
amplio de los cuales ser, naturalmente, el de la generacin de mayor edad.
Lo que abarca un presente, y aquello que debe ocupar el discurso histrico
O 1986, que nos suministra elementos de gran inters para la mejor com
prensin de bastantes de los fenmenos que hemos intentado describir. Los
protagonistas de aquella historia, cuya vigencia generacional, por cierto, se
encuentra hoy, al comienzo del siglo xxi, en el lmite de su agotamiento, bien
la vivieran desde el liderazgo o en la masa social, fueron, sin duda, las gentes
que se haban incorporado a la vida activa, incluida la poltica, entre los aos
1965 y 1967, despus de un cuarto de siglo de existencia del rgimen surgido
de una guerra civil. Una generacin, por tanto, que no haba conocido la
guerra y que se incorporaba a la vida poltica con una experiencia carente de
esa carga traumtica^.
Pero los aos sesenta haban cambiado intensamente el panorama espaol
de posguerra. El paisaje histrico era muy distinto del que haba acogido a
la generacin anterior. La generacin de los sesenta apareci en un acto de
confrontacin y sera la protagonista de la transicin a la democracia, en una
accin histrica en la que podran verse elementos de autoconciencia de ca
rcter genrico de cierto nivel de abstraccin: la aspiracin a la libertad, a la
homologacin con los pases democrticos, a la superacin de viejos enfren
tamientos'^^. La influencia externa tuvo, en cualquier caso, un papel bastante
decisivo. Sin embargo, aquella generacin, cuya entelequia fundamental era
clara, en forma alguna actu polticamente de manera uniforme, ms all de
esos presupuestos bsicos. La generacin de los sesenta se fragmentara a lo
largo de la accin histrica concreta que culmin la transicin: dara vida al
reformismo nacido en el propio rgimen y a la oposicin a ste extramuros
de l, proponiendo ambos grupos estrategias distintas. Todo este mecanismo
se puso en marcha tras el suceso monstruo de la muerte del general Franco
y slo alcanz su velocidad de crucero aos despus de la irrupcin efectiva
de una generacin nueva. La transicin posfranquista espaola en el ltimo
cuarto del siglo xx sigue siendo hasta hoy un proceso histrico de enorme
capacidad ilustrativa sobre lo que es una historia del presente basada en la
biografa de una generacin. Y cuyo estudio est por hacerse.
La irrupcin generacional no provoca, pues, en s misma el cambio, pero
lo hace ms factible, visualiza de una nueva forma las contradicciones en el
seno de la sociedad, especialmente si su accin es facilitada por grandes cam
bios que son previos. En la historia espaola sucede as en momentos como
la invasin francesa de 1808, la derrota de 1898 o la muerte del general
Franco en 1975, entre otros. De otra parte, en el hecho histrico de la tran
sicin, que tiene, sin duda, un sentido histrico, en ltima instancia, unvo
co, se prueba que un concepto como el de unidad generacional puede ser
mantenido a ciertos niveles, tal vez a los ms profundos, pero se encuentra
atravesado por un alto nmero de contradicciones en muchos otros de esos
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CAPTULO 4
LA HISTORIZACIN DE LA EXPERIENCL\
N o es en la historia aprendida sino en la historia vivida en la que se apoya
nuestra memoria.
Maurice H albw achs: La mmoire collective, 1959
Una vida es inseparablemente el conjunto de los acontecimientos de una exis
tencia individual concebida como una historia y el relato de esa historia.
Pierre d o m a m i: Razones prcticas, 1994
que la realidad que se deriva de ello es asimismo dual. Por una parte, la historizacin es un hecho subjetivo, un fenmeno de conciencia adquirida, una
autorreflexin desde el ngulo temporal sobre la experiencia misma y la in
terpretacin de su significado, que conduce a un entendimiento particular de
la temporalidad. Por otra, sin embargo, historizar (cosa bien distinta de histo
riar) la experiencia es una elaboracin intelectual, una operacin de conoci
miento historiogrfico, que, con los instrumentos del trabajo cientfico, enfo
ca la trayectoria social de personas y grupos, todava en trayectoria existencial,
para explicarla en forma de discurso histrico e historiogrfico. En este se
gundo orden de conceptos produce una historiografa. La experiencia y su
historizacin son la sustancia de la historia del presente. La historizacin de
la experiencia se basa, en definitiva, en la convergencia de una precisa sub
jetividad propia de nuestro tiempo y su traduccin y conversin en un
proceso objetivo.
Ciertamente, al hablar de una historizacin de la experiencia no descu
brimos nada nuevo. Toda historia recoge la experiencia o experiencias huma
nas y toda historiografa consiste en la historizacin de experiencias^. Tanto
el proceso subjetivo de interpretar y configurar la experiencia propia como
historia, cuanto la operacin cognoscitiva que construye un discurso hist
rico, contienen, en realidad, como connotacin sustantiva, las dimensiones
que caracterizan cualquier experiencia histrica comn. Pero lo que rompe
con esta realidad comn de Historia como experiencia humana es el hecho de
que la experiencia vivida se haga Historia por obra mismo de quienes que la
viven. La doble operacin de la historizacin adquiere un carcter particular
cuando se trata de la experiencia propia. Aqu se presenta, en una palabra,
un doble recorrido, subjetivo y objetivo, a cuyo travs se desarrolla una con
ciencia peculiar. La experiencia individual y colectiva, personal y de grupo,
la vida vivida socialmente, adquiere el estatus de una historia formalizada.
Lo que llamamos historia del presente se caracteriza, pues, por la confluencia
peculiar de lo subjetivo y lo objetivo.
Est claro que el primero de estos dos procesos que conforman la historizacin condiciona y determina al segundo, porque este mismo ha nacido
del primero. Sin una especial forma de percibir la historicidad que penetra
la vida vivida no podra escribirse la historia del presente. Por ello mismo
el intento de conceptualizar la historia del presente se ha convertido en una
empresa que est caracterizando una poca histrica determinada, la que vivi
mos nosotros, justamente, como una exigencia de nuestro tiempo. Tambin
cabe sealar desde ahora que la designacin historizacin de la experiencia es,
al menos en alguna medida, sinnima de historizacin de la memoria y, en
definitiva, la significacin ms global y comprehensiva de ella es la de histo-
rizacin del presente. Pero esas sinonimias tienen sus matices y sus lmites de
los que nos ocuparemos a lo largo de este captulo.
La naturaleza de la experiencia
Cmo definir experiencia? Si bien la semntica del trmino no ha per
manecido fija, su raz etimolgica nos remite, en primer lugar, al saber que
se extrae de alguna accin, a la enseanza o conocimiento que se adquiere
en el actuar^. Como en el caso de otros muchos trminos utilizados por la
filosofa y las ciencias sociales, su uso es muy frecuente en diversos tipos de es
peculaciones sobre los individuos y la sociedad, elaboradas en la actividad de
esas ciencias, incluida la historiografa. De ese uso frecuente, y en diferentes
contextos, adems de su empleo comn, se derivara, a su vez, la polisemia
de su significado recurdense los casos anlogos de trminos tan conocidos
como cultura, civilizacin, estructura, sujeto, identidad, etc. , lo que obliga,
aun cuando todos poseemos una nocin primera del contenido bsico del
concepto, a la bsqueda de una definicin aquilatada. Por todo ello, la expo
sicin en pocas palabras y la comprensin del significado de experiencia en su
relacin con el sujeto histrico no son tareas fciles.
Como hemos hecho ya anteriormente al introducir algn concepto complejo
til en la explicacin del presente histrico que intentamos definir los concep
tos de tiempo presente o de generacin, por ejemplo , no sera improcedente
ahora tampoco comenzar por una breve visin en perspectiva del uso del trmi
no experiencia y de sus acepciones ms comunes. Esta perspectiva nos mostrara,
que tradicionalmente se ha considerado a la experiencia desde dos a cep cio n es
distintas, aunque complementarias: se tratara tanto de una operacin para el ;
conocimiento, como de una matriz o modelo para la accin prctica. Sera, por-^
tanto, ima va y principio para el conocimiento, cosa en la que siempre insisti
la filosofa empirista, y una capacidad de respuesta ante las situaciones de la vida
prctica, visin elaborada por el pragmatismo. La posicin, por otra parte, de la
filosofa alemana heredera del kantismo y el idealismo ha ligado la experiencia a
los fenmenos de conciencia a travs de la produccin de las vivencias.
La experiencia como facultad humana ha sido comnmente ligada tam
bin a las vicisitudes de la vida cotidiana como un resorte de la accin que se
apoya en el significado que se da a situaciones anteriores. Un hombre experi
mentado, experto o experienciado es el que dispone de esa sabidura que
parte de haber vivido ya situaciones anteriores y conocer su desenlace, con las
que pueden ponerse en contraste las nuevas. Sea ello una experiencia general
o sea en determinados asuntos o situaciones de la vida.
como condicin para toda accin que como requisito del conocimiento. Por
ello, es interesante resaltar las visiones contrapuestas a la filosofa empirista
que han tenido dos fuentes fundamentales. La que procede del idealismo de
Kant, de donde derivara toda una larga tradicin alemana, y la que introdu
cira despus el pragmatismo de inspiracin esencialmente norteamericana, j
Y es que interesa aqu ms a nuestro objeto la experiencia en cuanto con- ;
ciencia^ en cuanto resultado del encuentro el hombre con el mundo que le
rodea, como contenido de la interpretacin de ste y norma para la accin.
Esta visin se encuentra realmente tanto en la tradicin filosfica alemana,
que desembocara en el historicismo, la hermenutica y la fenomenologa,
como en el pragmatismo.
Por otra parte, la cuestin de la conciencia como producto de la praxis, la
ntima relacin entre conciencia y accin (es la accin social la que determina
la conciencia), es, segn se sabe, un objeto filosfico bsico tambin para el
marxismo. La experiencia, pues, como la encrucijada entre praxis, conciencia
adquirida, temporalidad y, en ltima determinacin, como fundamento del
sentido histrico o historicidad, es el objeto de nuestra primera exploracin
aqu en la bsqueda de una conceptuacin histrica de la experiencia vivida.
La concepcin pragmatista de la experiencia liga sta estrechamente a las
condiciones necesarias para toda accin humana. En ese sentido, no sera
un pasivo contacto con los datos sensibles, sino un producto interpretado
de la relacin del hombre con su entorno. El pragmatismo ha puesto nfasis
en la permanente pero cambiante relacin del hombre con la realidad de su
entorno y, tambin, en lo que la experiencia tiene de primario y de potencia
relacional, ms que de mera adquisicin de conocimiento. La experiencia
es, sobre todo, algo que se tiene ms que algo que se conoce. Estara
determinada igualmente por los intereses y las necesidades. Sera, por tanto,
el producto de una prctica en continua modificacin y enriquecimiento, no
se limitara a su propio contenido adquirido de una vez, sino que incluira
modos o tramas de significados sociales, morales, etc. La experiencia no es
as, aun estando estrechamente relacionada con la memoria, una situacin
que nos liga al pasado, sino que est volcada hacia el futuro. En todo caso,
experiencia y conocimiento terico no son para los pragmatistas dos cosas
contrapuestas ni separadas.
En su Introduccin a las ciencias del espritu, una obra estrechamente ligada
a la filosofa historicista y escrita a fines del siglo xix, Willhelm Dilthey man
tena que todo estudio del espritu, de la conformacin del hombre como
ser histrico, equivala a la consideracin de la Erlebnis, la experiencia viva o
experiencia inmediata, o en trminos ms precisos, la vivencia, como foco de
toda interpretacin. Toda ciencia escribira es ciencia de experiencia;
ello decimos que alguien tiene experiencia sobre o en las tcnicas de yoga, el
bricolaje, los estados afectivos, los efectos de la lluvia o la ingesta de alcohol,
porque ha vivido situaciones previas en las que ha adquirido conocimiento
sobre ello. En la experiencia, pues, confluyen percepciones, saberes, prcticas
y, en definitiva, reglas, que conjuntamente organizan la asuncin por el sujeto
del mundo en que vive.
La experiencia, como se dice tambin de la conciencia, es experiencia de
algo. La experiencia es un bagaje mltiple, pero diferenciado y organizado.
No hay una experiencia en sentido general, sino experiencia de cosas concre
tas que nace de la relacin sujeto-estructuras. El bagaje de representaciones
adquiridas en el mundo de las relaciones sociales se refiere a concretas accio
nes realizadas. La experiencia es, pues, en su sentido primario, un conjunto
de saberes o destrezas adquiridas en el curso del vivir cotidiano vertido sobre
actividades que adquieren su sentido en el entorno social en el que se vive.
Las experiencias nacen siempre del estar en el mundo, pero no tienen un
camino nico para su adquisicin ni tienen todas el mismo valor.
La experiencia est indisolublemente unida a la memoria, permanece
viva y puede servir de pauta en situaciones nuevas por lo que el presente nos
aparece, por tanto, como la confluencia de acontecimiento y memoria, con
vertidos en un ahora y un aqu desde los que se construye el tiempo todo. El
devenir de todo hombre slo puede ser entendido desde la contemplacin de
toda una trayectoria, y en cada momento de la vida ese final provisional de lo
vivido se identifica con el presente. Gracias tambin a la experiencia, y a su
reelaboracin, el presente est siempre proyectado hacia el futuro.
Pero cuando nos adentramos realmente en el meollo de nuestro propsito
es al abordar la relacin entre experiencia e historia o, mejor, entre aqulla y la
percepcin, la interpretacin y la escritura de una historia vivida. La considera
cin de la Historia como una tematizacin de la experiencia, el entendimiento
de esta misma como condicin de posibilidad de todas las historias, ha sido
uno de los temas caractersticos de la obra de Reinhart Koselleck, cuyas tesis
son de particular importancia aunque no se coincida enteramente con ellas.
Cabe coincidir, sin duda, en que la Historia es inseparable de la experiencia
y que, en consecuencia, la historiografa es ella misma una ciencia de la ex
periencia. Koselleck seala que en griego historia significa inicialmente
lo que en alemn se denomina experiencia^. De hecho, la istorie griega es
susceptible de interpretaciones entre las que, sin duda, cabra sta.
Siguiendo su acostumbrado proceso analtico centrado en la historia de los
conceptos (las variaciones semnticas), Koselleck encuentra que experiencia
est ligada a la voz griega historein, de la que ha derivado el concepto posterior
de historia, ligado al de investigacin. Pero histricamente el contenido de
Memoria e Historia
La memoria tiene dos funciones importantes en la aprehensin de lo his
trico, sobre el plano general de su funcin como sustento de la continuidad
de la experiencia. Una de ellas es la capacidad de reminiscencia de las viven
cias en forma de presente. La memoria, como decimos, es capaz de reasumir
la experiencia pasada como presente y, al mismo tiempo, como duracin, lo
que no equivale a decir que no contenga su propia temporalidad interna, que
no d cuenta de la sucesin temporal. El presente histrico, como percepcin
subjetiva, se fundamenta justamente en la extensin de la memoria de vida, y
excluye en buena medida, aunque no de forma absoluta, la memoria trans
mitida, sin mengua de que esta ltima tenga naturalmente una importante
funcin tambin para interpretar y dotar de significado la memoria vivida.
En su sentido extendido, un presente es el contenido completo de una me
moria viva, no heredada, aunque el tiempo est en ella ordenado segn la
secuencia pasado-presente.
La segunda funcin destacable deriva de su papel no ya como presupues
to, predisposicin o, si se prefiere, umbral, de lo histrico, sino como soporte
mismo de lo histrico, y como vehculo de su transmisin, limitada prctica
mente a ella cuando se trata de la transmisin oral. Definitivamente, no hay
historia sin memoria. Aun as, una afirmacin de tal gnero tiene que ser
cuidadosa porque corre el riesgo de ser equvoca: la memoria y la historia no
son, a pesar de su estrecha relacin, entidades correlativas relacionadas en un
sentido nico. Cul es el sentido propio de esa estrecha relacin entre me
moria e historia? Debe continuar mantenindose el estatuto de matriz de la
historia otorgado comnmente a la memoria?
El problema esencial queda ya enunciado. Memoria e Historia son realida
des distinguibles la una de la otra y, desde luego, separables. No son necesa
Cosa que no refleja menos aquellas mismas condiciones con las que se mira
la relatividad de lo histrico, a que hemos aludido antes.
Una percepcin nueva de la historicidad como la que vive nuestro tiem
po, al menos en las pautas del desenvolvimiento cultural de las sociedades
desarrolladas de hoy, las de la comunicacin de masas, tiene algunas formas
de incidencia particular sobre las concepciones mismas de la cultura. Son
evidentes las tendencias a la homogeneizacin cultural, a encuadrar la vida
cotidiana segn pautas uniformistas, pero no lo son menos las tensiones y las
resistencias que, como contraste, originan el afn de los individuos y grupos
por la diferenciacin, por la construccin de identidades particulares, de defi
niciones individualizadoras, de referentes especficos para el yo y el nosotros.
Esa variacin cualitativa que se ha producido en la percepcin de su histori
cidad por los sujetos y, en consecuencia, los fenmenos particulares que nos
sealan tal cambio, tienen una vertiente especialmente llamativa relacionada
con la forma en que los hombres de hoy se sienten sujetos y agentes de una
historia tambin propia.
La bsqueda de la diferencia y la distincin, de la salida del anonimato, la
construccin y preservacin de tradiciones e identidades, el afn de protago
nismo, y toda otra serie de mecanismos de singularizacin en el mundo de
hoy, son elementos culturales de destacada importancia. Pero, al mismo tiem
po, se patentizan las reacciones personalizadas frente a fuerzas sociales y cul
turales que, haciendo tangible el fenmeno del desenclave en una socie
dad marcada por el globalismo, tienden, en realidad, a desarraigar las culturas
particulares de su tiempo y su espacio propios, a crear unas relaciones mucho
ms annimas, mucho ms impersonales y pretendidamente homogeneizadoras entre los individuos.
Esta contradiccin fiindamental tiene su mejor expresin en el desarrollo
de una universal reclamacin de biografa. El individuo y los grupos constitui
dos pugnan por mantener su propia biografa, su singularidad. Las resisten
cias a la homogeneizacin surgen en un mundo en el que la comunicacin
es el esencial vehculo de la indiferenciacin. La contradiccin cultural es
patente: la progresiva transformacin de los sujetos en espectadores, imita
dores, receptores y consumidores, en un mundo de poderes homogeneiza-
Mills afirmaba que tal imaginacin era precisamente la que permita captar
la historia y la biografa, adems de la relacin entre ambas en la sociedad
Para el autor, todos los grandes tericos sociales no haban hecho sino reco
nocer que esa captacin de la historia y la biografa eran la tarea y la promesa
de la sociologa.
Parece posible, pues, enlazar la dimensin de la historizacin con esta
tendencia descrita orientada a la bsqueda de una auto-biografa que se cons
truya y se viva antes de ser escrita o sin necesidad de serlo, que acuse senti
do histrico y que se presente con la pretensin de convertirse en historia
registrada, aunque no se consume enteramente en ella. Porque, de alguna
La historizacin de la experiencia
Los individuos, y cabe decir que tambin los grupos humanos identificados,
atraviesan una trayectoria vital y social cuyo registro queda depositado o,
mejor, activado, como experiencia. La trayectoria temporal es rememorada y
reactualizada por la memoria, de modo que la experiencia es un bagaje siem
pre presente a travs del recuerdo y de la reordenacin de las vivencias. La ex
periencia construye ella misma el tiempo del hombre y lo ordena del pasado al
futuro con la condicin de que tal reordenacin slo puede hacerse desde un
y discursiva nueva. Este orden de cuestiones nos parece que justifica, y liace
inevitable, la introduccin de un neologismo, de un verbo incoativo que in
dica el comienzo de una accin nueva.
Hay, pues, una experiencia de la Historia, pero recprocamente toda
Historia (historiografa) tiene como objeto la experiencia. Ahora bien, cuan
do ese objeto lo constituye la experiencia vivida, estamos ante una historia
distinta. El fenmeno que, segn lo argumentado hasta ahora, es inherente
a toda experiencia humana pero que no tiene las mismas manifestaciones ni
intensidad en todas las pocas, consistente en que el hombre y la sociedad
cosifican, y codifican, valoran y organizan la interpretacin de sus propias
experiencias vitales pretendiendo dotarlas de la permanencia y la coherencia
que le prestara su carcter de historia vivida, es lo que estamos llamando
historizacin de la experiencia. Ello es, en nuestra opinin, el presupuesto de
partida de toda posibilidad de considerar histricamente el presente, cual
quier presente y, por tanto, de hacer de la historia del presente una empresa
intelectual bien definida.
No se trata slo de que la historia nazca de las experiencias, sino de que los
sujetos lleguen a saber que la experiencia se constituye con un significado
nuevo de historia al tiempo que se va consumando, y no bajo la forma slo de
historia-pasado. O, lo que es lo mismo, que existe la posibilidad subjetiva y
objetiva de construir una historia relativa al presente mismo. La historizacin
de la experiencia es el fenmeno que resume en s de forma privilegiada la
historicidad del hombre y es el resultado conjunto de los procesos particula
res que hemos descrito antes. Por tanto, la historizacin concede significados
nuevos a la experiencia, en el sentido fenomenolgico, y como producto
cultural puede orientar la accin. La historizacin es la revelacin de la histo
ricidad en forma de historia positiva y es la forma en que la biografa se hace
pblica y creadora de relaciones sociales.
Decamos tambin que la historizacin de la experiencia debe ser enten
dida desde dos enfoques distintos y complementarios. El primero de ellos,
el subjetivo, lo hemos descrito como un proceso que tiene como manifes
tacin la percepcin de la experiencia propia como devenir histrico, ms
o menos consciente y formalizada, como una reflexin de la que deriva una
actitud social y cultural fundada en los contenidos de conciencia, pero que
los trasciende. Como dijera Gadamer, ese proceso indica la existencia de
una sobreexcitacin de la conciencia histrica en nuestro tiempo. O, segn
lo han expresado autores como Pierre Nora, E. J. Hobsbawm o E Jameson,
en trminos ms historiogrficos, indicara que el presente histrico y, por
tanto, el presente en relacin con la historia convencional, ha adquirido
una nueva dimensin y perspectiva: la asuncin en l del pasado, la inte
los usos del pasado; la preservacin en todos los sentidos de las huellas del pasado;
el desarrollo a la escala internacional, nacional, regional y local de polticas de pa
trimonio; la hegem ona de la mem oria entendida com o valor y opuesta a veces
a la historia; voluntad de actuar sobre el pasado, de repararlo, de volverlo a juzgar
com o ilustra bien toda la historia reciente de la m em oria de la Shoah; debates,
a veces m uy nebulosos, sobre el fin de la historia que son interesantes porque
muestran la crisis del fiituro, el desvanecimiento del porvenir"^.
con mucha ms eficacia que lo que queda como estaba. Y por ello se crea
poder detectar una sobreexcitacin de la conciencia histrica. La accin
que produce el acontecimiento cualifica mucho ms a sus autores, los exalta
y los individualiza como espectculo, los inmortaliza en alguna manera,
mientras se valoran mucho menos, si algo, las funciones rectificadoras, la
creacin de estructuras durables. La sociedad de la accin es la de las expe
riencias continuas, desmesuradas y rememorables. Pero ello mismo la induce
al cambio y a la inestabilidad.
La bsqueda de la identidad memorable enlaza de inmediato con la
memoria de la conservacin. La historizacin se manifiesta, pues, en dos
tendencias que pueden parecer antagnicas: la necesidad de actuar en la bs
queda de la perduracin frente a lo efmero. La nueva percepcin del pasado
introduce una memoria ejemplarista y por ello ha podido hablarse de la
fase tica en la rememoracin de los grandes hechos centrales del siglo xx;
la memoria pide correccin y rectificacin, porque pide justicia. La memoria
pide ser escrita y convertida en Historia. Tal vez por ello, justamente, nunca
como hoy se han intercambiado y, de hecho, se han confundido tanto, la
memoria con la historia.
Es hoy tambin una percepcin cultural comn la del cambio acelerado de
las formas de estar en el mundo, cambio acelerado, en definitiva, de casi todas las
determinaciones del desenvolvimiento social. En la economa y la tecnologa,
capaces de alterar significativamente, y en poco tiempo, la vida cotidiana, en
las mismas pautas del comportamiento afectivo, en la insercin o la salida del
mundo productivo, en la aceleracin de la informacin, en la adscripcin a lo
privado o lo pblico de muchas de las realidades bsicas derivadas de la activi
dad social el secuestro de la enfermedad y la muerte, la privatizacin de la
pasin pero la publicidad del sexo, el secuestro de la experiencia en definiti
va^ , en los simbolismos en que quedan reflejados y esquematizados muchos
desarrollos sociales. Como se ha sealado, la socializacin del hombre de hoy
raramente permanece estable en el curso de una vida. Y as, la generacin activa
de la dcada de 1990 ha vivido, al menos, dos mundos diferentes.
Existe, pues, una conciencia nada difusa de la velocidad del cambio y de lo
efmero de todas las situaciones, por cuanto unos escenarios son sustituidos
rpidamente por otros. Respuesta y producto de esta situacin capaz de ca
racterizar ella sola el momento histrico vivido es, justamente, la tendencia a
instituir la experiencia como historia, como momento significativo para cada
cual. Es, en definitiva, una bsqueda de la duracin. Historizar la experiencia
es dotar a sta de sobresignificacin, que parece ligada en el hombre de hoy a
la vivencia de una historia plagada de acontecimientos. La segunda mitad del
siglo XX ha visto acelerarse la Historia.
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SEGUNDA PARTE
LA H IS T O m
DE NUESTRO PRESENTE
A l,
CAPTULO 5
LA EXPLICACIN HISTRICA
DE NUESTRO TIEMPO
En los aos finales de la dcada de 1980 y en los primeros de la de 1990 termi
n una poca de la historia del mundo para comenzar otra nueva.
EricJ. H obsbaw m : Historia del siglo xx , 1995
Un nuevo mundo est tomando forma en este fin de milenio.
Manuel C astells : La era de la Informacin, 1999
presente habr de ser ante todo una historia de la cultura de nuestro tiempo,
donde deben conjugarse el corto, medio y largo plazo. La idea de cultura
resume hoy el gran conjunto de los rasgos explicativos de las acciones y los
comportamientos; explica tradiciones y rupturas; alude a muchas de las
disposiciones normativas que regulan lo social y localiza una de las ms pro
fundas causas de conflicto. La cultura se ha convertido tambin en variable
para diagnosticar sobre homogeneizaciones o pluralidades mono o multi
culturalismo . De ah que la historia cultural represente hoy el enfoque ms
comprehensivo desde el que, en el plano historiogrfico, podemos arrojar luz
sobre el mundo en que vivimos.
Las necesidades de la exposicin, tanto como la idea misma de lo que
debemos entender por historia global de nuestro tiempo, nos han llevado a
adoptar una estructura tripartita, segn tres grandes ncleos de problemas y
tres grandes opciones expositivas. As, tras este primer captulo, el presente, en
el que analizaremos las condiciones, los presupuestos y las dificultades con las
que habremos de operar para la explicacin histrica de nuestro mundo, el
anlisis histrico en sentido estricto lo distribuiremos en tres grandes reas de
atencin, que reflejan, creemos, las preocupaciones del hombre de hoy.
Primero, el orden mundial, el panorama internacional, las relaciones a
escala planetaria entre potencias, pueblos, intereses y expectativas que condi
cionan estratgica y polticamente y, claro est, desde la seguridad o la inse
guridad el mundo que vivimos. Una segunda cuestin podra formularse
como el destino globalizador al que parece que no pueden sustraerse las so
ciedades de hoy. Naturalmente, tal destino tiene muchas ms caras que las
que suelen considerarse en trminos corrientes. La o las sociedades en las que
vivimos, sus procesos econmicos y culturales, no pueden entenderse ya sino
en el contexto de un fenmeno tan real como complejo y problemtico que
es la globalizacin. Por ello, nuestra segunda rea de inters est nucleada en
torno a ese proceso aunque se presta atencin a otra serie de condicionantes
sociales desde el progreso tecnolgico hasta la expansin de la comunica
cin, o desde la transformacin de las estructuras sociales hasta la pretendida
sociedad informacional . En ltimo lugar, planteamos una realidad hist
rica que parece tambin inequvoca como es la de vivir bajo el signo de la
preponderancia de los sujetos y las identidades. As, es preciso explicar tan
to los comportamientos de masas como las reclamaciones de la diferencia en
el mundo de hoy, bajo el dictado de recursos y resortes culturales nuevos en
sentido estricto, que explican muchos de los consensos y los conflictos inte
rindividuales e intergrupales.
Describir histricamente nuestro tiempo no es fcil y no conseguiremos
hacerlo sin someter nuestros propios objetivos y el camino para conseguirlos
de los que debe ocuparse el anlisis histrico del presente? Los antecedentes
con los que contamos para responder a una pregunta como sa son ms bien
escasos. Economa, sociedad, poltica y cultura son los grandes apartados que
convencionalmente nos permiten estructurar la descripcin de la experiencia
histrica. No es posible ignorar que la vida histrica de las sociedades globales
sigue, claro est, ligada a esas grandes instancias o mbitos, aunque profimdamente entreverados, de la dinmica de las estructuras socioculturales en
el tiempo. No es posible olvidar tampoco el hecho de que ciertas grandes
corrientes historiogrficas de nuestro tiempo han pretendido justamente
superar esa compartimentacin, poco fi:uctfera en muchos casos, mediante
nuevos modelos de discurso historiogrfico.
Si los hombres materializamos nuestro presente histrico a travs de esos
tres elementos que hemos analizado antes, es decir, la construccin cultural
de un tiempo propio, la historizacin de nuestras experiencias y la percep
cin intergeneracional de la historia vivida como producto de la coexistencia
y la interaccin de generaciones, deberan ser, pues, esos los tres grandes
indicadores de la bsqueda que nos orientaran en una definicin singular
del tiempo histrico que vivimos. Y, efectivamente, en todos los anlisis que
intentaremos hacer esos puntos de vista tendrn un papel central.
Digamos, en definitiva, que valen poco aqu las especificaciones ms comu
nes que se refieren a los campos de inters del historiador que solemos roturar
como historia poltica, social, econmica o cultural. Esas circunscripciones
analticas difcilmente pueden mantener unas ntidas fronteras cuando habla
mos de la historia vivida. Tampoco vale mucho la aparentemente sencilla
conviccin de que no puede dejarse a los periodistas este anlisis de nuestro
tiempo, como cree algn autor, ni es, menos an, algo que haya de ser discu
tido o arrebatado a los mismos periodistas, a los polticos o a los ensayistas. El
anlisis histrico del presente es una empresa de la que no puede excluirse a
nadie, pero de la que nadie tampoco puede tener la exclusiva. Hace algunos
aos el economista Robert Heilbroner dijo que dar forma al fiituro estar
ms cerca de una posibilidad imaginable en el maana que en cualquier po
ca histrica^. Dar forma al futuro tiene que partir de la reflexin histrica
sobre el presente.
La disposicin nica que parece poder permitirnos historiar nuestro
tiempo es, a nuestro juicio, la que parte del supuesto de que la historia del
presente, de cualquier presente, ha de reflejar sustancialmente la realidad de
la cultura que crea y conforma cada momento. Todo esfuerzo por construir
una disciplina de la historia del presente y, lo que es ms, todo intento de
escribir la historia de nuestro propio presente como actividad que da sen
tido a tal prctica en cada situacin histrica no puede descansar sino en
dor surge en este caso de su propia experiencia, pero no ser realmente histo
ria si no alcanza un nivel intersubjetivo, si no es enteramente objetivable.
En estas condiciones, mediante un propsito que no puede ser sino caute
loso y pautado, pero tambin tenaz, la historia del presente habr de basarse,
primero, en reconocer y objetivar los avatares que vivimos en el da a da
desde el presupuesto de que siempre conforman una experiencia histrica
en la cual no existen jerarquas ni precedencias de relevancia; en el abordaje,
despus, del significado o el sentido de la agencia humana desde el interior
de una tradicin, porque ningn acto humano es primero presente y luego
historia, sino que es histrico en su raz y totalidad; en el convencimiento,
en fin, de que la humanidad ha llegado a un estado en el que los actores
mismos poseen una nueva sensibilidad histrica producto de un inmenso
cambio, de que existe una nueva percepcin de lo histrico a todos los niveles
sociales y mbitos del pensamiento y reflexin crtica sobre la sociedad.
Escribir la historia de nuestro tiempo no es meramente describirlo, sino
convertirlo en un contenido cultural, objetivarlo. Hay que entrar en su entraa
y ver de dnde venimos y adnde vamos; es anlisis y formalizacin crtica y en
modo alguno la descripcin de lo ocurrido. Y es preciso rechazar una historia
que algunos no conciben sino como mero puntillismo narrativo, mera super
ficie de un objeto de mucho ms espesor. La historia de nuestro tiempo es un
empeo que va mucho ms all de la mera crnica, del periodismo, pero que se
queda ms ac del diseo de proyectos de fiituro. Por esto, la historia del pre
sente no puede, en este ni en otro momento alguno, establecer un diagnstico
o una profeca del fiaturo, aunque s puede ofrecer, por supuesto, una prospec
tiva, como la ofrecen todas las ciencias sociales, lo que no significa otra cosa que
un clculo enteramente hipottico de perspectivas, de ese horizonte de expecta
tivas que podemos abrigar a la luz del estado presente del mundo.
que todo tiempo histrico definible surge de una matriz, por emplear una
expresin que ya conocemos, de un acontecimiento monstruo del que nacen
los caracteres esenciales de toda una poca, o cabe decir tambin que ese
tiempo parte de un momento axial, un punto sobre el que se construye un
cierto modelo de inteligibilidad. Son estas matrices o momentos los que ayu
dan a la autoconciencia de la coetaneidad y, precisamente, los que definen la
posibilidad histrica de cada presente, si bien la matriz no se confiinde con el
acontecimiento, sino que es ms bien el nuevo marco en el que la Historia es
explicada y que surge del propio acontecimiento.
Partimos hoy de la conviccin de que vivimos un presente adecuadamente
definible, pero es preciso detenerse primero en su encuadre y precedentes.
La diferenciacin entre el mundo de nuestra coetaneidad, que entendemos
nuevo, y las realidades histricas que le precedieron y lo han hecho posible
nos conduce a una nueva interrogacin: cul sera la matriz histrica, en la
que puede decirse que se ha forjado nuestro propio tiempo histrico?; en qu
condiciones y bajo qu precedentes se ha producido una situacin histrica
con la que podemos identificarnos? La idea de matriz de un determinado
tiempo histrico ha subyacido en toda la empresa que llev a la concepcin,
que ya hemos analizado, de esa nueva historia del presente. Sin duda, se trata
de un concepto ligado tambin al de espacio de inteligibilidad histrica
sobre el que ha de basarse cualquier definicin de poca histrica.
Si es una tarea difcil definir dentro de cada situacin histrica vivida cules
son los fundamentos y los trazos que hacen inteligible lo que en cada momen
to se percibe como nuestro tiempo, no lo es menos la de determinar el origen
de ellos y su punto de partida como nueva situacin. Pero es inexcusable in
tentarlo si se quiere fimdamentar lo que se entiende por historia de nuestro
presente. El alcance de la definicin de un tiempo propio, siempre nuevo, est
mediatizado por la percepcin personal, subjetiva siempre, de las gentes mis
mas, pero puede remitirse despus a ciertas consideraciones objetivas. Existen
acontecimientos, corrientes, perspectivas, percepciones del cambio que pue
den perfilar un tiempo histrico distinguible del anterior y abierto al futuro.
Intentemos, pues, encontrar esa perspectiva posible. El acontecimiento
crucial del siglo xx fiie, no parece dudoso, el gran conflicto blico que se exten
di por el mundo entre 1939 y 1945 que, por lo dems, podra ser visto como
la culminacin de una poca previa de convulsiones. El siglo que ha concluido
ha tenido unas coordenadas histricas que, en lo esencial, como movimiento
histrico de fondo, podramos situarlas en un hecho determinante que expli
cara la trascendencia de ese tiempo: la denodada lucha desencadenada en sus
dcadas centrales entre grandes ideologas, concepciones e intereses estratgi
cos a largo plazo en las que se inspir la formacin de bloques de Estados para
imponer su hegemona a escala mundial. Una lucha de ese gnero fiie indu
dablemente la entablada entre el capitalismo liberal de estirpe decimonnica
y el socialismo estatalista madurado en el propio siglo xx. El fascismo, opcin
derrotada como alternativa en la guerra de 1939-1945, podra considerarse, en
alguna manera, como una variante de esa gran dicotoma principal (el fascis
mo es un hbrido que acepta el capitalismo y rechaza la lucha de clases y que
propugna el estado totalitario antiliberal como forma poltica exclusiva). En
cualquier caso, la lucha se desarroll entre tres polos y en funcin de diversas
y cambiantes alianzas.
Partido en dos por una era de catstrofes, ese corto siglo xx histrico,
entre 1914 y 1991, se ha desenvuelto a modo de un gran trnsito o, alter
nativamente, como una progresiva ruptura, entre el mundo histrico que
crearon las grandes revoluciones contemporneas que comenzaron a fines
del siglo XVIII (incluida la revolucin industrial) y este otro mundo de las
terceras revoluciones con que empieza el xxi^ En la perspectiva con que
hoy podemos analizarlo, el siglo xx ha representado la resolucin de la poca
histrica abierta por la contemporaneidad y la apertura de una historia nue
va, poscontempornea, en cuyos umbrales parecemos encontrarnos. Ha sido
en la segunda mitad de ese siglo, concretamente a partir de 1945, cuando se
aceleraron las tendencias que llevaran a este trnsito o ruptura con los que ha
culminado la contemporaneidad que conocemos hoy.
Desde que se abri la segunda posguerra del siglo, y a medida que se fiie
materializando la situacin de Guerra Fra, se sucedieron dos grandes etapas,
separadas por sendas coyunturas histricas de ruptura, hasta alcanzar el mo
mento preciso de nuestra coetaneidad. La primera de tales etapas fue la de la
reconstruccin de la Europa devastada por la guerra, al tiempo que se gestaba
y luego se consolidaba un sistema bipolar en las relaciones internacionales
como consecuencia de la derrota en el campo de batalla de los fascismos en
sus diversas variantes mundiales y de la disidencia imparable entre los vence
dores* que sustentaban irreconciliables visiones del mundo. Un nuevo orden,
el ltimo, hasta el momento, de los grandes rdenes polticos internacionales
que podemos observar en escala histrica, empez a perfilarse a partir de
1947 aproximadamente. La divisin del mundo en dos grandes polos carac
terizados por pretender proyectos sociopolticos globales enfrentados ca
pitalismo y socialismo , encabezados por dos grandes potencias, EE.UU. y
la Unin Sovitica, coincidi, por lo dems, con acontecimientos de enorme
importancia histrica: un crecimiento econmico sin precedentes pero alta
mente diferenciado, la independencia de las antiguas colonias, el desarrollo
de un proyecto de unidad de Europa, la aparicin de la amenaza nuclear
generalizada o la salida de artefactos tecnolgicos y del propio hombre al
revolucin, del triunfo definitivo del sistema natural del capitalismo liberal,
del advenimiento de una nueva era sin potencias enfrentadas. Muchas ideas,
adems, que afectan a la consideracin misma de la historia y la naturaleza de
la sociedad, a las que Charles Tilly llam los postulados perniciosos hereda
dos del siglo XIX, han ido abandonndose^^. Las consecuencias de los grandes
conflictos blicos del siglo aparecan ya perfectamente superadas, mientras
emergan nuevos tipos de conflicto y de actitudes ante ellos.
El mundo de hoy es incuestionablemente distinto del que forjaron y vi
vieron los herederos de la gran Guerra Mundial de mediados del siglo xx. La
inteligibilidad histrica del momento presente no parece posible fijarla ya se
gn esa matriz histrica que se forj en aquel tremendo acontecimiento. Las
condiciones del mundo que aquella contienda, donde se jugaron l destino
las democracias liberales capitalistas, el fascismo y el socialismo, introdujo
han variado sustancialmente al desaparecer como gran opcin estratgica el
socialismo real que frente al capitalismo liberal constituy uno de los polos
del sistema bipolar de la posguerra. Esa matriz histrica que ha servido de eje
para la interpretacin de la historia universal en la segunda mitad del siglo xx
no explica hoy ya las realidades del mundo en que vivimos. Nuestra propia
historia se refiere, con unos u otros matices, a un nuevo marco cronolgico
de contexto, es decir, el aparecido despus de esos metafricos treinta aos
gloriosos de desarrollo y cambio posteriores a 1945 y las casi dos dcadas de
incertidumbres posteriores, en las que realmente se gest nuestro presente,
sin duda no menos incierto.
El siglo XX avanz como un tiempo difcil, equvoco y contradictorio, siendo
los juicios histricos y morales que se han vertido sobre l abrumadoramente
negativos. Para muchos ha sido un nuevo siglo de barbarie, pero se trata de un
juicio precipitado e injusto. La conciencia de que el mundo volva a sumirse
en una crisis se fue desarrollando desde treinta aos antes de su final cronol
gico. Hobsbawm haca notar en 1993 que los pasados treinta o cuarenta aos
haban sido los ms revolucionarios en toda la historia conocida; nunca antes
los hombres haban conocido un cambio tan profiindo y sus vidas haban
cambiado tan dramtica y extraordinariamente como en este breve periodo.
Las generaciones futuras difcilmente podran hacerse una idea de ello. Tal vez,
sin embargo, la conciencia de lo nuevo que apareci en 1989 era menos ntida
que la que se alumbr en 1789, pero s era suficiente para hacer notar que ya
no ramos contemporneos en sentido histrico pleno de aquellos hombres
que vivieron las revoluciones que alumbraron lo contemporneo.
Es evidente que la coyuntura del final de la Guerra Fra nos ha aportado
una nueva referencia, para la inteligibilidad de la historia mundial en la se
gunda mitad del siglo xx y tambin para orientar nuestra explicacin de la
sociales en una nueva etapa, en el ltimo cuarto del siglo XX, se ha percibido
bajo la imagen muy presente de una crisis, una observacin que permiti a
A. Giddens hablar, al comenzar la dcada de los noventa, de la existencia en
nuestro tiempo de una crisis estable: se aplica de modo particular la palabra
crisis no como una mera irrupcin sino como un estado de cosas ms o me
nos continuo^*. Es la analoga con esta apreciacin la que permite hablar de
un cambio estable, permanente y, en algunos casos (la innovacin industrial,
por ejemplo), programado. La innovacin es una de las garantas de perma
nencia en el mercado y de la continuidad de los procesos, puede regularse
y hacerse modular puede convivir con zonas de estabilidad completa, de
no-cambio ; pero, a veces, aparecen fenmenos de discontinuidad, con re
trocesos, con estancamientos, pero sin detencin visible.
Si bien esa visin de la crisis a la que hemos aludido procede de la obser
vacin de lo que ocurre en el mundo de la cultura y las pautas sociales, tiene
la amplitud suficiente para permitir su extrapolacin a otras muy diversas
manifestaciones de la vida en nuestro tiempo, en la que se presentan eviden
cias y percepciones diversas de esa crisis. No es meramente la forma de crisis
intelectual que parece acompaar las pocas de cambio rpido, o los fines de
siglo, sino que es la transcripcin al mundo cultural y social de la perplejidad
ante un cambio visible y constante que va de lo tecnolgico y econmico a
las ideas filosficas, atravesando la poltica y las formas de los gobiernos, la
relacin entre Estados y potencias y la generacin de conflictos regionales
casi continuamente. La interrelacin entre todas las formas de novedad no
siempre es manifiesta a primera vista. Por ello, este cambio se presenta en
mltiples ocasiones con el ropaje de la inestabilidad que afecta igualmente a
todos los sectores sometidos a ese movimiento continuo.
El cambio forma parte as de la experiencia de las generaciones actuales
como componente sustancial de su trayectoria vital. Durante siglos de His
toria, y este hecho no conviene obviarlo en modo alguno, el cambio ha sido
excepcional en la vida de las comunidades. Las generaciones han podido
transmitir a sus herederos el mismo mundo que recibieron. Durante largos
periodos histricos, cosa ms notable a medida que retrocedemos en el tiem
po, hombres y generaciones enteras han nacido y muerto en un mundo en el
que apenas haba variaciones sustanciales, o en mundos que haban variado
de forma casi imperceptible a impulsos de reacomodaciones graduales que
no cambiaban la relacin ecolgica fundamental en el intercambio con su
e n t o r n o L o s periodos de estabilidad, en lo que sabemos, han sido mucho
ms naturales en la historia humana que los de convulsiones y cambio.
A medida que avanzamos temporalmente en el anlisis histrico la opera
tividad del cambio ha ido aumentando, una observacin que resulta hasta
sesenta. No puede olvidarse que las revoluciones del 89 fueron vistas con
expectacin y esperanza, bajo el signo de la previsible mejora de un mundo
anteriormente cargado de tensiones. La visin fiie, en principio, optimista,
aunque una dcada despus haba dejado ya de serlo. Destaca, pues, una vez
ms, la rapidez del cambio. Por ello, esa realidad crtica y cambiante del nuevo
tiempo dio nacimiento a una clara tendencia que ha empezado a entender lo
histrico con distinta disposicin y ha elaborado una historizacin particular
de nuestro presente. Tal vez por la aceleracin misma de los acontecimientos,
la demanda de Historia se ha hecho ms perceptible en esta poca.
De hecho, las grandes conmociones han potenciado en todas las pocas
el consumo de historia y tambin su produccin. Un historiador centroeuropeo ha llamado la atencin acerca del consumo renovado de Historia que
ha supuesto el cambio drstico de los regmenes de Centroeuropa a la salida
del socialismo. Se ha producido una intensa vuelta a las circunstancias ante
riores^. sta es una de las notas de nuestro tiempo, aquejado de una con
tinua crisis de identidad. Los tiempos de crisis han recorrido ampliamente
este corto siglo xx, pero slo se han convertido en una premisa histrica
a finales del siglo. Lo paradjico es, por tanto, la existencia de una crisis de
los fundamentos culturales y sociales, con independencia de los marasmos
polticos, de intensidad fluctuante pero de manifestaciones constantes. Los
sesentayocho marcaron el inicio de una puesta en cuestin de la cultura,
de duda y cambio permanentes, de crisis de las democracias y los socialismos
reales, crisis que han tenido despus eclosiones poderosas, cuyo ejemplo es
el ochentaynueve y que nos conducen, sin salir realmente de ese mundo en
crisis, hacia un nuevo siglo que comienza igualmente de manera crtica. La
poca actual no tiene an la rotulacin distintiva que se acua para periodos
histricos. No posee ninguna apelacin construida distinta de la de posguerra
fra. En algn medio se ha credo que podra fijarse un final de tal posguerra
a raz de las repercusiones mundiales de los sucesos terroristas de 2001. Poco
despus, la constancia del cambio abre nuevas perspectivas: 2001 no parece
ya sino un paso ms en una trayectoria de inestabilidad creciente.
Queda an por perfilar uno de los factores en los que hemos insistido
previamente: el de la naturaleza crtica de la experiencia del presente. De he
cho, la modernidad ha sido toda ella una experiencia crtica, o, dicho de otra
manera, una forma de vivir la crisis. Pero qu quiere decir exactamente crisis
y en qu sentido no trivial y tpico podemos hablar de una crisis en el mundo
de la posguerra fra? Se habla del nacimiento de la sociedad del r i e s g o d e
un sentimiento generalizado de inestabilidad e inseguridad, de un mundo sin
rumbo o desbocado^, de una crisis de la poltica y de la moral, de la insatis
faccin de las experiencias vividas y de su desmesura, de la insatisfaccin de
rio del ltimo cuarto del siglo xvin. Otra es, segn todos los indicios, la del
ltimo cuarto del siglo XX y el comienzo del tercer milenio. Pero lo ms im
portante no es si estamos ante un nuevo mundo. A la historia del presente le
interesa, al fin y al cabo, cmo perciben las gentes vivas en cada coetaneidad
el mundo en el que han nacido y que va cambiado ante sus ojos. Es menos
importante si ese mundo es verdaderamente revolucionario o no.
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CAPTULO 6
timo cuarto del siglo a partir de los procesos de paso a la democracia liberal
desde regmenes dictatoriales acaecidos en Europa y Amrica del Sur. Pero la
cuestin importante no fue, ni es, el nombre que se de al proceso, sino, pri
mero, las incertidumbres y reflexiones que de forma inmediata despertaron la
trascendencia y rapidez de los acontecimientos, y, segundo, las consecuencias
histricas que inmediatamente acarrearon''.
En el espacio que podemos dedicar aqu al asunto, es imposible dar una
descripcin detallada del conjunto de acontecimientos que marcaron la ruptu
ra del sistema de posguerra consumada entre los aos 1989-1991 con los que
se abri la nueva poca. Pero, en todo caso, esa historia detallada no es tampo
co nuestro objetivo aqu, siendo la intencin ofrecer slo un enfoque general,
comparativo, de la diversidad del fenmeno bajo su aparente homogeneidad,
que, por otra parte, en modo alguno se detuvo en 1991, una vez desaparecidos
formalmente los regmenes polticos de la URSS y sus satlites'^. El desmantelamiento fue todo menos un proceso homogneo sujeto a un modelo nico.
Hay mucha evidencia histrica de que lo sucedido en el amplio espacio que
va desde la Alemania del Este hasta el ocano Pacfico obedeci a diferentes
procesos que, en fiincin de la propia estructura poltica y social preexistente,
tuvieron una particular incidencia los unos sobre los otros
La situacin de los pases de socialismo real no haba sido nunca homog
nea^. El grado de socializacin de la economa y la propiedad, la presencia
de instituciones influyentes, como el caso de la Iglesia catlica en Polonia, los
movimientos de resistencia y las sublevaciones precedentes, como los de Ale
mania del Este, Hungra, Polonia o Checoslovaquia, daban diversidad al pa
norama^. El proceso de la disolucin de los regmenes comunistas afect la
historia de un conjunto de veintisiete pases, bien por la aparicin de estados
nuevos o por la transformacin de otros. En casos como el de Alemania, la
divisin del pas desde 1945 concluy con la integracin del estado comunis
ta en el liberal. Checoslovaquia se escindi en dos estados distintos, mientras
en la antigua Yugoslavia han nacido cinco entidades polticas diferenciadas^.
El imperio sovitico se desintegr en un conjunto de pases independien
tes, siendo con mucho la nueva Federacin Rusa el ms extenso y potente de
ellos. Los procesos internos que se operaron en cada pas tuvieron su trans
cripcin tambin en el conjunto de organismos creados para fundamentar
la alianza del bloque del socialismo real. Fueron desapareciendo, primero,
ciertas doctrinas que inspiraron la cohesin del bloque la doctrina de la in
tervencin de Brezhnev, por ejemplo y despus organismos como el Pacto
de Varsovia o el COMECOM.
Como detonante y acontecimiento principal de todo el proceso, la des
aparicin de la URSS figura histricamente entre los ms extraordinarios
que tuviese como eje para la aglutinacin de un amplio espacio en una uni
dad la variable poltico-estratgica, tradiciones de gobierno, ubicacin en las
coordenadas de la comunicacin global, regmenes polticos y su evolucin
y, en ltimo caso, cercana geogrfica. Un segundo eje sera el que girase en
torno a los factores de desarrollo, los recursos potenciales, y, en definitiva, la
caracterizacin de sus sociedades como ms o menos avanzadas, lo que las
relacionara, precisamente, con las realidades de la globalizacin, de su parti
cipacin en el intercambio econmico global.
En el primero de esos casos habra una lnea de enfoque bsica, la que
pondra el acento en la gobernabilidad global, un concepto muy en boga hoy
entre fiierzas polticas y analistas de la poltica internacional. El segundo de
los criterios fijara la atencin sobre los problemas de la sostenibilidad en el
panorama del desarrollo mundial. Sin embargo, la convergencia de ambos
criterios sera plausible y seguramente productiva, aunque a cambio de algu
nas distorsiones en los mbitos geogrficos, sobre todo, pero tambin en
los de civilizacin . Espacios de gran inters estratgico para la poltica de
las grandes potencias estn situados en el mundo no plenamente desarro
llado. Civilizaciones y grados de desarrollo, es decir, gobernabilidad y soste
nibilidad, no coinciden en modo alguno en sistemas nicos ni convergentes.
Los recursos y la estabilidad poltica pueden o no aparecer juntos. As, isla
mismo, cristianismo o religiones extremo-orientales, por ejemplo, constitu
yen reas de civilizacin perfectamente definibles, pero en su seno existen pa
ses de muy diverso grado de desarrollo en todos los rdenes. Por el contrario,
espacios geoestratgicos coherentes son compartidos, generando perceptibles
conflictos, por pases de diversas formas culturales y polticas (continente
indostnico, frica subsahariana. Sureste Asitico).
Para entender las fiierzas profiindas que condicionan las relaciones in
ternacionales hoy^*", y poder distinguir espacios coherentes, parece preciso
hacer un uso eclctico de diversas categoras. El problema del orden mundial
radica, justamente, en la existencia de esos agrupamientos y rupturas y su
dinmica en constante cambio. En consecuencia, la distincin y descripcin
de los espacios geoestratgicos en el mundo de la posguerra fra debe atender
a factores que incluiran tanto como las fronteras establecidas, la situacin
geogrfica o el tipo de regmenes polticos, tambin los niveles de desarrollo,
la conformacin sociocultural, la historia, la tendencia de los bloques o alian
zas y su papel en la poltica y economa globalizadas. De esta forma, se hacen
visibles algunas grandes lneas que ilustran, en principio, sobre la naturaleza
compleja de este nuevo desorden
el otoo de ese ao. De nuevo, figuras coma las del presidente de la UE, los
poderes y el nmero de ministros y comisarios, el nmero de votos otorgado
a cada pas a la hora de decisiones y capacidad de bloqueo de esas decisiones
colectivas eran los puntos fiindamentales.
La Unin Europea se ha convertido definitivamente en la segunda gran
potencia econmica del mundo despus de EE.UU., si bien comenz el nue
vo siglo inmersa en un cambio de ciclo econmico que afect de hecho a todo
el mundo, pero que aqu, en algunos pases, lleg al lmite de la recesin. El
euro se ha convertido en la segunda moneda de referencia mundial, compi
tiendo con el dlar. Considerada como bloque estratgico es innegable la
solidez de la Unin, nico posible contrapeso econmico de EE.UU. a corto
plazo. Pero para tener real peso estratgico en un mundo con tendencias al
hegemonismo unipolar es precisa una solidez poltica, una importancia mi
litar y unidad de accin internacional, y esas tres condiciones parecen estar
muy lejos an.
El espacio o rea postsocialista, ex sovitica en general, se definira, claro
est, como el conjunto de los pases de socialismo real que formaron parte del
bloque sovitico. Se trata, sin duda, del espacio estratgico sujeto a mayores
cambios dado su propio origen y la continua evolucin de la situacin inter
nacional. Mientras la Federacin Rusa, sucesora geoestratgica del viejo im
perio sovitico, ha tendido a convertirse en s misma en un bloque diferen
ciado por su historia, situacin, posibilidades econmicas y extensin ,
a caballo entre Europa y Asia, los dems pases postsocialistas han tenido
en su horizonte perspectivas muy diversas que siguen sindolo a comienzos
del siglo XXI. Por ello, podra decirse que el bloque postsocialista tiene una
dinmica histrica que tiende claramente a su desintegracin, al menos en lo
que respecta al espacio propiamente europeo. En efecto, los pases europeos
postsoviticos han visto su destino orientado hacia el ingreso en la UE^^, de
forma que en mayo de 2004 slo quedaran por ahora sin integrar en ella
Rumania y Bulgaria. Mucho ms inseguro y, por tanto, mucho ms inestable,
se muestran la Transcaucasia y las Repblicas de Asia Central, un inmenso es
pacio de innegable importancia estratgica en el que hoy se juega una batalla
apenas disimulada entre los intereses de la propia Rusia y las pretensiones de
influencia en la zona por parte de EE.UU^.
El ms importante pas de toda el rea, la propia Rusia postsovitica,
ha tenido muy particular historia desde 1991, bajo la presidencia de Boris
Yeltsin y desde 2000 con Vladimir Putin, estando previstas elecciones presi
denciales para 2004. Un inmenso territorio, de poblacin heterognea, en el
que se han dado y se dan un cmulo de problemas de toda ndole, presididos
por el quiz ms importante y relevante de todos: la extrema dificultad de
surgido en otros muchos lugares del mundo rabe^^. Las tensiones, sin em
bargo, se han acusado progresivamente en el pas a causa del enfrentamiento
entre las alas conservadora y ms aperturista de la ortodoxia poltico-religiosa, donde los lderes fundamentales son Rafshanyani, Jatam o Jamenei. Es
cierto tambin que este amplio espacio de pases tercermundistas, segn el
lenguaje clsico, incluye situaciones bien distintas. La India, el segundo pas
ms poblado del mundo, la democracia ms grande, es un mosaico de etnias
y culturas, y mantiene un desarrollo contradictorio que incluye la capacidad
de producir la bomba atmica o preparar reputados tcnicos en informtica,
junto a la incapacidad de controlar una inmensa pobreza de buena parte de
su poblacin. El subcontinente indostnico Bangladesh, Nepal, India y
Pakistn, Sri Lanka forma un mundo peculiar y muy inestable. Las posibi
lidades de un rpido desarrollo se encuentran bloqueadas.
Espacio bien distinto es el Asia emergente del que forman parte, an con
notables diferenciaciones. China y el Asia del Pacfico compuesta de pases
que bien han experimentado en esta poca un adelanto espectacular hacia la
economa industrial de libre mercado, como es el caso chino, o que han de
sarrollado economas de enorme pujanza e integracin como los pases de ca
pitalismo emergente de la franja asitica del Pacfico (Corea del Sur, Taiwan,
Singapur, la Federacin Malaya [Malaisia] y, ms lejanamente, Indonesia)
Hong Kong es ya hoy parte de China aunque con un estatuto especial. La
disparidad de este mundo es evidente, pero su tendencia a jugar un destacado
papel en la economa globalizada (China fue admitida en la Organizacin
Internacional del Comercio) obliga a considerarla como un conjunto especial
con ciertas caractersticas comunes^.
La potencia ms importante del Lejano Oriente es con mucho China.
La evolucin del pas en un cuarto de siglo desde un rgimen de socialismo
real como el existente a la muerte del fundador Mao Zedong hasta otro de
capitalismo mixto o de nacionalismo desarrollista, capaz ya de la capaci
dad tecnolgica para enviar un astronauta al espacio (2003), con Estado de
Partido nico, no puede ser ms espectacular^^. Durante los aos noventa,
bajo la direccin de lderes como Li Peng y Jiang Zemin, se mantuvieron
los lineamientos de ese rgimen estricto de partido nico, caracterizado por
el frreo control poltico de la poblacin que ahog cualquier disidencia,
como mostraron los impactantes acontecimientos de la plaza de Tiananmen
en 1989. Pero China ha desarrollado un modelo econmico singular, don
de han sido fiexibilizadas ampliamente las estructuras estatistas, y que se ha
integrado paulatinamente en el mercado internacional. Siendo el pas ms
poblado de la Tierra, con evidente dinamismo y capacidad de asimilacin
del progreso exterior, no es extrao, por tanto, que en China pueda verse
hoy
la p r e f ig u r a c i n d e u n a g r a n c o n t r a p o t e n c ia fi*ente al m u n d o c a p it a lis t a
xxi.
La gran potencia china y los cuatro tigres son los pases principales de
lo que Castells llama economa del Pacfico. Corea del Norte, donde per
vive un rgimen comunista, y Japn, la gran potencia asitica tradicional,
estn al margen de este escenario^. La crisis financiera de 1997-1998 que
tuvo su epicentro en estos pases, mostr las fi-agilidades de algunos de sus
sistemas econmicos pero trajo tambin a primer plano las consecuencias
de la globalizacin en el movimiento de capitales en tiempo real gracias a
las nuevas comunicaciones. En el terreno poltico, la calidad de los sistemas
democrticos de la mayor parte de la regin es muy inferior a la del mundo
occidental.
frica, por su parte, es un continente en el que muchos rasgos inclinan
a ver un nico espacio geoestratgico del que podra hablarse como frica
subdesarrollada, que abarcara prcticamente desde el Mediterrneo hasta las
fronteras de la Unin Surafricana, aunque dentro de l no pueden ignorarse
las claras diferencias que la separan en varios espacios*^'. ste es el caso de la
regin del Magreb, el frica sahariana, la Subsahariana y las subtropical y
ecuatorial al norte y sur del ecuador. Existe un mundo islmico africano, una
regin de caracteres homogneos como el Sahel, entre el Sahara y el trpico,
lugar del mayor subdesarrollo, que incluira el llamado cuerno de frica y
espacios homogneos tambin, como el de los Grandes Lagos, con Kenia,
Tanzania, Malawi, etc.
En frica no existen espacios propiamente desarrollados si se excepta un
pas creado por los pobladores europeos, pero con una poblacin muy ma
yoritariamente autctona, como es Surfrica. Se trata del continente plena
mente adscrito al crculo infernal del subdesarrollo. Es habitual, tambin,
considerar, al menos, dos fricas distintas a las que suele separarse por el
gran corte geogrfico y tnico que significa la zona sahariana. Al sur de sta
se encuentra el gran espacio del frica negra, que constituye por s misma un
mundo claramente diferenciado hoy. Lo importante es que a comienzos del
siglo XXI en frica no se han borrado an las ostensibles huellas de la coloni
zacin europea que despreci siempre palmarias realidades de las condiciones
tnicas y sociales de sus poblaciones.
En el periodo posterior a 1989 se han producido en el continente afri
cano importantes acontecimientos (se han completado algunos procesos de
independencia, como la de Namibia, gobernada por la Organizacin Popular
de frica del Suroeste, SWAPO, han aparecido amplios movimientos fundamentalistas musulmanes, como el FIS en Argelia o fue liberado el lder au
tctono Nelson Mandela en Surfrica, emprendiendo una trayectoria del pas
O c c id e n ta l e n e l s i g l o
No
Se sucedieron luego largos enfrentamientos blicos en Europa centroriental, en los Balcanes, surgido como conflicto interno de un Estado, Yugosla
via, que ha tenido una inmensa repercusin y consecuencias internacionales,
ha reabierto el debate poltico e ideolgico, y acab provocando un tipo de
intervencin militar, por obra de la Organizacin del Tratado del Atlntico
Norte, que careca de antecedentes. El siglo xxi ha visto la Gran Yugoslavia
fragmentada en nuevos estados Eslovenia, Croacia, Macedonia, la Federa
cin Bosnio-Croata-Musulmana y la Yugoslavia del presidente Kostunica
reducida a Serbia y Montenegro, con la amenaza de secesin de este ltimo y
el estatuto especial en la antigua regin federal de Kosovo,
La nueva guerra de los Balcanes ha sido un factor persistente de conflicto
en la posguerra fra, conflicto este que fiie paradigmtico de la falta de una
respuesta internacional suficiente frente a su emergencia O NU, OTAN,
EE,UU,, UE, Rusia , de forma que fue avanzando sin serias medidas
internacionales para evitar crmenes. Las primeras separaciones del Estado
yugoslavo fueron las de Eslovenia (octubre de 1991) y Croacia (1992), El
caso de Croacia fue ms complicado porque con esa causa se entabl ya una
verdadera guerra civil. El conflicto pas luego a Bosnia-Herzegovina, que
proclam la independencia en referndum de febrero de 1992, pero donde
haba una intrincada complejidad tnica de bosnios de religin musulma
na , serbios y croatas. La guerra balcnica, una guerra intertnica llena de
hechos crueles y descontrolados contra poblaciones civiles, que dio lugar a
un importante despliegue publicstico tambin, se ha desarrollado en diversas
fases, arrastrndose durante casi diez aos.
El episodio final fue la intervencin area de la OTAN, seguida de una
ocupacin internacional terrestre, a causa de la represin serbia en la provin
cia de Kosovo, en 1999, que ha llevado a la administracin internacional de
esta provincia. Mientras, la vieja Yugoslavia qued reducida a los territorios
de Serbia y Montenegro, en tanto Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina y
Macedonia se convertan en pases independientes La derrota electoral del
dictador serbio Slobodan Milsevic a fines de 2000 abri una posibilidad de
iniciar una nueva etapa en la regin, caracterizada por el dilogo y la relativa
estabilidad conseguida bajo la presidencia de Kostunica.
Guerras de sucesin se han producido en el antiguo territorio soviti
co ^Armenia-Azerbaijn, Georgia, Moldavia, Chechenia . La guerra de
Chechenia fue, y contina siendo, la ms grave en el interior del antiguo
territorio sovitico, ms an que el conflicto armenio-azer por la disputa
del territorio de Nagorno-Karabaj^*^. Si pasamos al Medio y Lejano Orien
te, los conflictos ms notables tienen tambin races anteriores. El ms
antiguo conflicto asitico es con excepcin del latente siempre entre las
ma exacta, cifrndose ahora, dos aos despus del suceso, en alrededor de tres
mil, la ms alta con mucho ocasionada nunca en un ataque terrorista.
El gobierno estadounidense declar de inmediato el hecho acto de gue
rra y se propuso en consecuencia una respuesta militar. Ello encerraba ya
una trascendental importancia. Los hechos tuvieron un enorme impacto in
terior y en la opinin mundial, y en los crculos polticos, desencadenaron
una oleada de condenas y de solidaridad internacional. Esta forma nueva de
ataque contra un Estado que hizo surgir la comparacin, impropia, desde
luego, con un hecho histrico anterior como el ataque japons a Pearl Harbour en 1941 coloc al terrorismo, bajo todas sus formas, en una tesitura
estratgica de excepcional importancia*. El acontecimiento ha sido llamado
en trminos periodsticos, como hemos visto, la primera guerra del siglo xxi
y ha creado un arquetipo de conflicto con violencia masiva e indiscriminada
como 1 1 de septiembre en un paradigma y una referencia llamados a per
durar. Concurre, adems, la circunstancia de que el terrorismo atribuido o
atribuible a grupos terroristas, ligados en concreto al islamismo radical, ha
tenido otras manifestaciones desde entonces atentados de Bali (Indonesia),
Casablanca, Estambul, Palestina e Irak que han mantenido en primer pla
no el problema con todas sus derivaciones.
Pero de tanta o mayor importancia que los daos de todo tipo derivados
del acontecimiento y de los que le han seguido se han mostrado las conse
cuencias profundas para la poltica y estrategia mundiales que han desenca
denado. La magnitud y novedad de este tipo de ataque, puesto al nivel de lo
inconcebible, la misma posibilidad de su ejecucin frente a un sofisticado
aparato de seguridad, la autora atribuida a una pequea, pero muy ramificada
y bien planificada, organizacin clandestina, Al-Qaeda, dirigida por un viejo
conocido de la poltica exterior estadounidense, el saud Osama Ben Laden,
cuyo protagonismo en ataques anteriores es conocido tambin como primer
sospechoso de la responsabilidad por los ataques a las embajadas estadounideneses en Tanzania y Kenia, han tenido un impacto extraordinario, de forma
que algn autor ha llegado a sealar que el hecho representaba el final de la
posguerra fra^. Pese a la cercana del hecho, a los muchos puntos oscuros
que su ejecucin presenta, su indita magnitud, los intentos de explicarlo en
perspectiva histrica han estado presentes desde el primer momento.
Cmo puede explicarse y cules son las races de esta nueva forma de vio
lencia poltica en gran escala? How did this happen?., como se titulaba un con
junto de estudios de autores estadounidenses poco posteriores al suceso. Dos
aos despus, y tras nuevos y graves acontecimientos, esta pregunta es objeto
de toda clase de respuestas. Su falta de precedentes, la magnitud, organizacin
y el propio xito para inspiradores y ejecutores, son claros, pero a qu preten
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CAPTULO 7
rea del planeta. En el ao 2001, la Tierra estaba poblada por 6.134 millones
de personas; en 1990, por 5.255, y en 1970, por 3.691^^ El aumento en
treinta aos se acerca, pues, a la duplicacin, favorecida por el camino parale
lo seguido por natalidad, esperanza de vida y disminucin de la mortalidad.
Sin embargo, el desenfrenado crecimiento de la poblacin mundial propio
de la segunda mitad del siglo parece haberse ralentizado en los aos noventa,
en que han aparecido fenmenos diferenciadores entre los pases avanzados
(prolongacin de la esperanza de vida, envejecimiento) y los menos desarro
llados (control de natalidad, emigracin forzada).
Estas cifras tienen su mayor significacin no ya slo vistas en su magnitud
sino ms an en su distribucin territorial, analizando la poblacin de las
diversas zonas del planeta. Algunos datos relevantes son que el mayor nme
ro de personas vive en Asia (60,8 por ciento del total), una situacin sin varia
cin respecto a periodos histricos anteriores. Los pases industrializados repre
sentan slo el 19,6 por ciento de la poblacin mundial. En Africa, la zona de
mayor crecimiento, vive el 13,2 por ciento y en Latinoamrica, el 8 , 6 por cien
to. El crecimiento demogrfico en el mundo desarrollado es mucho menor que
en el resto y su poblacin disminuye porcentualmente en relacin con el resto.
Latinoamrica se encuentra en la parte alta del ndice de crecimiento con
1 , 5 7 por ciento anual, despus de frica.
La relacin de la poblacin mundial con los recursos y el desarrollo, as
como las cifras de los ndices ms habituales del cambio poblacional nata
lidad, mortalidad, esperanza de vida, fecundidad muestran la continuidad
de tendencias que venan manifestndose desde la dcada de 1970 y que
coinciden siempre en colocar a los pases no desarrollados en las zonas ms
desfavorables de tales ndices, con excepcin de la natalidad o la fecundidad.
En este ltimo, frica se situara a la cabeza con un 5,06, prcticamente dos
veces por encima del rea que le sigue, Amrica Latina (2,60). La ya citada
disminucin en el ritmo de crecimiento de la poblacin ha determinado que
para el periodo 2005-2010, el ndice previsto sea 1 , 1 1 por ciento, menor que
en cualquiera de los periodos anteriores desde 1975.
Las tendencias demogrficas tampoco aportaran toda su informacin sin
el dato de la importancia que han adquirido los movimientos migratorios
actuales. Las nuevas migraciones, en lo esencial corrientes de poblacin en
sentido sur-norte, subdesarrollo-desarrollo, son uno de los ms importantes
fenmenos de la demografa y uno de los grandes retos para el futuro. El
sentido nuevo de las migraciones se acusa tambin desde los aos sesenta^*^.
Las migraciones obedecen hoy a corrientes distintas que en el siglo xix o en la
primera mitad del xx. Los emigrantes proceden, desde la poca de posguerra
y descolonizacin, de los mbitos de ms acusado subdesarrollo, el frica ma-
sino todos los fenmenos inducidos que ese hecho genera. La revolucin
tecnolgica y sus derivaciones inmediatas que vive nuestro tiempo permi
ten, en cualquier cas, hablar de una tercera revolucin tecnolgica que,
precisamente, es la que parece ser el principio de una verdadera civilizacin
posindustrial y, si se quiere, poscontempornea. Los rasgos ms generales, los
de ms amplia influencia, de esa historia desarrollada ante nuestros ojos son
los que queremos considerar aqu brevemente, sin entrar en el detalle de los
adelantos tecnolgicos^^.
Las innovaciones que mayor significado directo tienen para explicar este
salto hacia la verdadera revolucin digital se produjeron en la dcada de
1980, pero se apoyaron sobre descubrimientos e inventos cientficos y tcni
cos que eran, en algn caso, dcadas anteriores^^ Ese gran salto ha estado li
gado y condicionado, precisamente, por el proceso de cambio econmico que
se pone en marcha en las mismas fechas. Fue como si en los aos ochenta
hubiesen convergido en un ciclo de cambio nico el capitalismo industrial
clsico con una nueva revolucin tecnolgica para producir una tambin
decisiva evolucin econmica que ha llevado al capitalismo tardo, como se
dijo en los aos setenta, hasta un neocapitalismo, un turbocapitalismo^'",
por la conjuncin de la economa productiva y, an ms, la economa finan
ciera, con los adelantos tecnolgicos. Hasta el punto de que hoy puede dis
tinguirse entre la economa del trabajo y la economa de la informacin^^.
Incluso antes de que esa conexin se hiciese definitivamente determinante,
el economista liberal J. Galbraith, que en 1958 haba publicado La sociedad
opulenta escriba ahora, en 1967, El nuevo estado industrialy, en 1970, el mar
xista E. Mandel publicaba a su vez El capitalismo tardo. Estos libros estaban ya
analizando los albores de la gran inflexin del capitalismo que se produca en
esos aos. En 1969 apareca La sociedadpost-industrial, de A. Touraine, y en
1973, El advenimiento de la sociedadposindustrial, de D. Bell. La especificidad
de aquel momento de inflexin que represent el paso de los sesenta a los se
tenta quedaba perfectamente registrada en esas y otras grandes obras. Aun as,
el despegue de la nueva fase del capitalismo hubo de esperar todava a la supe
racin de la primera gran crisis de la posguerra, la de los primeros setenta o la
crisis llamada del petrleo que tuvo su punto lgido en 1973^. Esta haba
estado precedida por el fin de la convertibilidad del dlar y tendra repuntes
posteriores hasta la segunda crisis del petrleo en los primeros aos de la dca
da de 1980. La superacin cont, en primer lugar, con la introduccin de
novedades tecnolgicas decisivas, especialmente la informatizacin, donde el
horizonte seran las nuevas tecnologas de la informacin, el despegue de una
economa financiera cada vez ms autnoma, nuevos caminos de la ciencia y
nuevas polticas econmicas que dibujaran un escenario dividido entre las
Regiones
frica
Poblacin
Usuarios
(2003 Est.)
(ao 2000)
879.855.500
Asia
(%)
Usuarios,
dato ms
Crecimiento
Poblacin
reciente
(2000-2003)
(penetracin)
1514.400
8.073.500
(%)
Usuarios
78,8
0,9
1.2
5.9
30,9
27,6
29,2
3.597.465.700
114.303.000
210.902.651
Europa
722.509.070
103.096.493
199.527.277
93,5
Medio Oriente
259.318.000
5.272.300
12.019.600
128,0
4,6
1.8
Norteamrica
323.488.300
108.096.800
201.339.798
86,3
62,2
29,5
541.378.400
18.068.919
35.466.586
96.3
6,6
5.2
Latinoamrica/
Caribe
Oceania
Total Mundial
N otas:
31.528.840
7.619.500
15.090.100
98,0
47.9
2,2
6.355.543.810
360.971.412
682.419.512
89,1
10,7
100,0
(1) Las estadsticas d e Internet fueron actualizadas el 10 d e n oviem b re de 2 0 0 3 . (2) Las cifras
de p o b la ci n se basan en los datos actuales de gazetteer.de. (3) Los datos m s recientes d e usuarios corres
p o n d e n a N ielse n -N etR a tin g s, I T U , N I C s, ISP s y otras fuentes locales. (4) Las cifras d e crecim ien to se
determ in aron com p a ra n d o el dato actual de usuarios de Internet co n el dato del ao 2 0 0 0 de las estadsticas
I T U . (5) Se autoriza la reprodu ccin de los datos, siem pre y cu a n d o se cite a ExitoExportador.com c o m o
la fu en te y se establezca u n enlace.
T o m a d o de w w w .ex ito ex p o rtad or.com /stats.h tm .
por M. Castells de que las nuevas sociedades pivotan sobre los dos ejes maes
tros de la globalizacin y la identidad. Sin embargo, no puede pensarse que la
ruptura en el interior de la sociedad actual sea total y se haya alcanzado una
sociedad verdaderamente posmoderna, es decir, en la que sistemas y actores
estn absolutamente disociados, como si el navio social estuviera completa
mente gobernado por los sistemas expertos impersonales.
En la segunda mitad de los aos ochenta, Ulrich Beck propuso el concepto
de sociedad del riesgo para expresar el fiindamento de las transformaciones
experimentadas en las sociedades posindustriales. Recoga la idea de una mo
dernidad que de forma ya clara habra superado los presupuestos del siglo XK, a
la que cabra aplicar, pues, el calificativo de posmodernidad. La visin de Beck
perfilaba de manera ms concreta, a la vista de los nuevos desarrollos histricos,
las visiones de la sociedad postindustrial que se haba producido en torno a diez
aos antes, a las que nos hemos referido, bajo el impacto de las conmociones
del 6 8 . Para Beck, que escriba despus de la catstrofe nuclear de Chernobil,
esa nueva sociedad sera la que estara integrando el control de la naturaleza, la
cual se habra convertido en algo producido sobre la base del riesgo perma
nente, de forma que tendra que asumir que la produccin de riqueza era siem
pre la produccin de riesgos^^. Beck afirma que en los aos setenta se habran
puesto en marcha dos procesos nuevos; uno, el final de las utopas polticas y,
otro, las posibilidades de cambio social basadas en la interaccin entre investi
gacin, tecnologa y economa Visin plenamente acertada.
Adems de ello, debe aadirse, uno de los mayores cambios en la dinmica
social se ha presentado bajo la forma de tendencias hacia una creciente indi
vidualizacin de los comportamientos, hacia los movimientos de adaptacin
a nuevas realidades hechos de forma individual, ms que al reforzamiento de
la accin de grupos o instituciones colectivas. Han cambiado las formas de
reparto del trabajo y, en parte, la naturaleza misma de ste, la cohesin y re
presentacin de los grupos sociales, los instrumentos de hegemona emplea
dos por los grupos poderosos en el interior de las sociedades. Una de las ins
tituciones que seguramente ms profunda transformacin ha experimentado
es la familia, cosa que va estrechamente ligada al cambio en el papel social de
la mujer, y las resistencias a que se enfrenta, al tiempo que la mayora de las
formas de asociacin se han visto tambin modificadas. Individuos, grupos,
instituciones, fiinciones sociales que desempean unos y otros, sentidos de
lo pblico y lo privado en el espacio social, entre otras dimensiones sociales,
han experimentado modificaciones decisivas en el curso de treinta aos o, si
se quiere, en el transcurso de la vida activa de una generacin.
La estructura de las sociedades contemporneas, como producto de la
transformacin impuesta por la revolucin industrial, tuvo como entramado
fundamental a las clases sociales. Las relaciones sociales tpicas de las socie
dades industrializadas fueron las relaciones de clase y el conflicto esencial
fiie tambin el conflicto entre clases, si bien tampoco puede descartarse la
centralidad de lo que R. Dahrendorf llam el conflicto entre gobernantes
y gobernados, es decir, el conflicto poltico. La propia evolucin de la so
ciedad industrial, con un segundo gran impulso a comienzos del siglo xx, la
introduccin de nuevos sistemas productivos y el cambio de las relaciones
mundiales entre las potencias industrializadas e imperialistas, introdujo varia
ciones profundas que eran ms que visibles al comenzar la segunda mitad del
siglo XX. La maduracin de esa sociedad, hemos dicho, se haba producido ya
en los aos sesenta^^.
En la evolucin de las sociedades desarrolladas, el fenmeno central es la
disolucin de pautas como la conciencia de clase, sustituida por las reagru
paciones en funcin de la naturaleza misma de un trabajo cada vez menos
mecnico, la distribucin del salariado o la participacin en el capital de las
empresas; la dilucin del viejo proletariado en agrupaciones de profesionales
mucho menos solidarias y ms fragmentadas; la movilidad en el empleo y el
continuo reciclaje; la aparicin de potentes vnculos de afinidad cultural, en
sentido amplio, en sociedades cada vez ms multiculturales, el reforzamien
to de solidaridades como las de gnero, tendencia sexual, origen territorial,
etnia, religin, y la reivindicacin ms viva de polticas sociales a practicar
desde el Estado grandes servicios pblicos, seguridad social, acceso a la
informacin y a bienes no materiales
En palabras de Castells: la seg
mentacin de la mano de obra, la individualizacin del trabajo y la difiisin
del capital en los circuitos de las finanzas globales ha inducido en conjunto la
desaparicin de la estructura de clases de la sociedad industrial^.
La nueva y profiinda transformacin (revolucin, tal vez) que despun
ta desde entonces ha ido modificando en profundidad la estructura de las
sociedades industrializadas para llevarlas a esa situacin postindustrial,
poscapitalista y, en fiincin del salto econmico-tecnolgico decisivo, ha
cia el estado informacional, de la comunicacin, del conocimiento o
cualquier otro apelativo que refleje el sentido del cambio, es decir, al nuevo
tipo de sociedad que se desarrolla con la revolucin de la informatizacin, la
economa global, la cultura de comunicacin de masas y la evolucin de las
instituciones y aparatos polticos. Las sociedades de clases se han modificado
por el sesgo del capitalismo hacia la automatizacin y la nueva organizacin
del trabajo y la distribucin del producto. Por la complejidad y multiplicidad
creciente de los grupos de intereses, por la ms flexible distribucin del exce
dente econmico, lo que no significa la disminucin de las desigualdades, el
nuevo papel del Estado y la aparicin de contradicciones de otros signos, en
S mismo, que est ligado a los accidentes del tiempo y a los fragmentos de
la historia. El problema reside en la autoconciencia del individuo. El nuevo
capitalismo obliga a la adquisicin de un nuevo carcter: hay historia, pero
no una narrativa compartida de dificultad y, por lo tanto, no hay un destino
compartido. En estas condiciones el carcter se corroe...'^. El dominio del
individualismo es prcticamente absoluto en el seno de las fiierzas que domina
el capitalismo flexible o el capitalismo del espectculo, de ficcin, una situa
cin que, verdaderamente, est dando lugar a un nuevo estilo del mundo
De ah, la faz enteramente nueva tambin, sobre todo en cuanto a la compo
sicin de sus integrantes, de los movimientos sociales.
Sin entrar aqu en discusin a fondo sobre el asunto ^lapertinencia misma
de la calificacin de nuevos , s cabe decir que los movimientos sociales ac
tuales presentan la importante novedad frente a los clsicos de obedecer a gnesis
y objetivos que amplan el espectro de los antiguos, lo que incide directamente
sobre los mbitos de extraccin de sus componentes. Los nuevos movimientos
sociales, en efecto, tienden a ser entendidos a travs de una sociologa que cam
bia el nfasis en los elementos socioestructurales y organizativos que los explican,
en los que haban insistido visiones flincionalistas o posmarxistas, marxista-analticas, de la teora de la eleccin racional o la accin colectiva (los que aparecen
en trabajos como los de Oberschall, Tilly, Tarow, Elster o Mann), por enfoques
en los que las nuevas formas de accin colectiva se piensa que estn profiindamente relacionadas con cuestiones de identidad individual y colectiva, de salud
y sexualidad, con metas centradas en el desarrollo personal y el cambio en las
formas de interaccinEsos nuevos movimientos sociales se caracterizaran
tambin, frente a los clsicos el viejo movimiento obrero, el sindicalismo, el
mutualismo, por ejemplo , por su relativa indiferencia frente a los rasgos es
tructurales de sus militantes y seguidores, por la importancia de creencias, sm
bolos, valores y atribuciones de significado, o condiciones de gnero, que los
seguidores aportan, por la ausencia de objetivos de clase, en definitiva, y por el
recelo frente a organizaciones clsicas como los partidos polticos*^. Sus miem
bros persiguen la construccin de identidades colectivas como imagen integrada
y duradera y la definicin de los lmites del grupo en fiincin de algn determi
nante o caracterizador. La identidad se ve as ms como accin que como si
tuacin, segn expresin de Alberto Melucci*"^.
las compara con la sociedad industrial del siglo xx, una visin que, de alguna
manera, nos parece una vuelta a la vieja tesis de la modernizacin. El cam
bio de mundo se vaticinaba ya desde los sesenta pero seguramente cuando los
efectos del cambio se han hecho plenamente visibles ha sido en los noventa.
En el mundo sociohistrico en el que nos movemos, la tecnologa es, cierta
mente, por vez primera, un primum movens, un primer motor del cambio, lo
que significa que tendemos hacia unas sociedades extremadamente abiertas.
Puede decirse que el progreso tecnolgico no es dirigido por nadie, sino que
el fenmeno fiindamental es ms bien el contrario: no es la organizacin
social la que condiciona, como ha ocurrido histricamente, lo que aparece
como innovacin tcnica, sino que es la tecnologa absolutamente no dirigida
la que condiciona el cambio. Por ello, asegurar Touraine, las nociones de
sociedad e informacin son, en principio, contradictorias para definir por s
mismas y de modo convergente un modelo de sociedad.
En las sociedades actuales, el cambio es una eventualidad siempre presente.
Todo intento de reflexin terica, globalizante, explicativa, del mundo en que
vivimos puede saltar por los aires al minuto siguiente en funcin del cambio
sbito. Lo verdaderamente estable en los aos noventa result ser la continua
capacidad de adaptacin de las formas capitalistas al cambio acelerado y, en
consecuencia, lo que verdaderamente habra que explicar son ciertos blo
queos de esa adaptacin crisis de la nueva economa, crisis de la econo
ma de las nuevas tecnologas que se produjo al arrancar el tercer milenio.
La tecnologa, en cualquier caso, es el elemento decisivo, mientras todo lo de
ms es aleatorio, aunque, desde luego, sigue en pie el hecho de que no todas
las producciones tecnolgicas son siempre socialmente tiles de inmediato.
Existe, por lo dems, en las sociedades de hoy una separacin creciente en
tre los diversos niveles de experiencia. No cabe hablar tanto de un creciente y
progresivo retroceso del Estado como de un fenmeno ms amplio an, que
es la creciente separacin entre instancias sociales. El tiempo y el espacio se
encuentran disociados y fuera de socializacin. Muchos procesos sociales se
producen ajenos al tiempo y tienden a salir de una ubicacin concreta. Pero,
lo que es ms importante an: los periodos sociales y vitales de la vida huma
na empiezan a tener claramente un sentido distinto del anterior. La propia
pertenencia generacional carece ya de las virtualidades anteriores^*. La acti
vidad social ligada a la pertenencia generacional tiende a desaparecer, la edad
y la experiencia generacional no son ya determinantes para el desempeo de
las funciones sociales. De ah que la pertenencia generacional disminuya su
fiierza discriminatoria en lo social y las relaciones intergeneracionales tiendan
a presentar nuevas facetas. Podramos hablar de que en la historia de nuestro
presente se gesta una relacin nueva entre generaciones.
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CAPTULO 8
actual. Una vez ms, el origen de esta nueva cultura, y el proceso mismo de
la transformacin que ha llevado hasta ella, es preciso rastrearlos en la huella
de la expansin del capitalismo tardo. Convergieron en ello la novedad que
represent el pensamiento posmodernista, la crisis del cientificismo en la
investigacin social, el auge del pensamiento neoliberal y la crisis del marxis
mo, que contribuyeron a promover un cambio intelectual profimdo en los
aos sesenta y setenta del pasado siglo. Los caminos seguidos desde entonces
por la cultura, y las culturas, no son difciles de distinguir, al menos en gran
des trazos. Tampoco es discutible que el smbolo del asalto a todo el sistema
cultural heredado de la posguerra fueron las revoluciones del 68.
El sesentayochismo, al que ya nos referimos antes, tuvo una inmensa
importancia como cambio cultural durable. No slo promovi nuevos valo
res sostenidos por una generacin emergente sino que trajo algo de no menor
importancia: el nacimiento de la contracultura. La existencia de una lucha
abierta entre cultura oficial y contracultura, la contestacin creciente a las
formas culturales establecidas, se convertira en un fenmeno permanente
y en un elemento nuevo del cambio histrico. Como ha sealado Huyssen,
mucho de la cultura del 68 se ha semejado a un palimpsesto, sobre l se ha
seguido escribiendo, reescribiendo, sobrescribiendo y borrando^. Los cam
bios culturales se han sucedido, claro est, profundamente entreverados con
los sociales y los generacionales.
sesenta y setenta hubo con carga de futuro y lo que fue una reaccin efmera.
Gran parte del movimiento posmodernista tena mucho de esta segunda cate
gora. Las propias polticas culturales de los poderes pblicos han fomentado,
en sentido general, esos cambios. Se han modificado las significaciones y las
proporciones respectivas del espacio pblico y el privado, la relacin de los
individuos y el trabajo. Y, sobre todo, ha ganado una densidad histrica ente
ramente decisiva para la cultura la presencia intrusiva de los medios de comu
nicacin social, especialmente en su forma audiovisual.
En funcin de los cambios en las estructuras sociales, las elaboraciones y
las corrientes culturales han perdido en gran parte su viejo contenido de clase,
como parte de un proceso nico y generalizado que hemos observado tam
bin en los movimientos sociales en sentido estricto. Hoy no existe una clara
distincin entre culturas y lenguajes de clase; la base social de las culturas
diferenciadas se identifica en instancias nuevas: el gnero, la raza o la etnia,
el estatus, la cercana al poder, la edad, la vecindad o, simplemente, la asocia
cin como respuesta a idnticos problemas. El conflicto de clase tiene mucha
menor transcripcin cultural que en las sociedades industriales clsicas. La
nueva cultura abandona, pues, el marco y el molde de la clase social. Ello no
significa una disociacin sociedad/cultura, sino todo lo contrario. La cultura
tiene una estrecha relacin con el mercado y, en consecuencia, son las posi
ciones de mercado las que dominan en ella. Las relaciones sociales y la cultura
que las interpreta, las crea, a veces, y las condiciona siempre, siguen siendo
realidades histricas inseparables. Ahora bien, se ha hablado, por ejemplo, de
que frente a la anterior pretensin de explicar la historia social de la cultura,
lo que debe explicarse ahora es la historia cultural de la sociedad.
La omnipresencia y poder del mercado se ha constituido en factor condi
cionante de la cultura, y ello est relacionado de forma explcita con otro he
cho de trascendental importancia al que ya nos hemos referido: la orientacin
de masas de la generalidad de los fenmenos culturales. Pero la cultura de
masas es asunto complejo cuyos antecedentes vienen de antiguo. Los tericos
del comportamiento y cultura de masas coincidieron hace ya tiempo en que
la expansin o ampliacin a las masas de la cultura de grupos elitistas minori
tarios reverta en una prdida de trascendencia, de densidad, de las creaciones
cidturales propiamente dichas. Como demostracin de lo espectacular del
cambio cultural operado, se ha producido el triunfo definitivo y completo
de esa cultura, de forma que ha perdido prcticamente toda su virtualidad
cualquier magisterio de las lites cultas. La figura del intelectual orientador
de la cultura ha perdido casi todo su valor, un valor del que ahora disponen
quienes poseen y manejan los resortes de la comunicacin. Por una parte, esto
representa la generalizacin del disfrute de bienes inmateriales y, en general
res del mensaje, que no deja fuera de su campo ninguna actividad social: la
economa, la poltica, el arte plstico o audiovisual, el conflicto o el suceso,
los cambios y las novedades. Todo ello en flujo constante, en transmisin
casi instantnea. Hoy pueden ser verbalizados y visualizados en los medios,
como todo el mundo ha comprobado, golpes de Estado y ataques terroristas,
efectos de las acciones militares y grandes acontecimientos sociales, fenme
nos naturales, catstrofes y acontecimientos deportivos. Lo ocurrido prcti
camente en cualquier parte del mundo es susceptible de hacerse conocer casi
al instante en cualquier otra parte del planeta.
Pero, por otro lado, ello produce de inmediato un efecto directo. La comu
nicacin de masas crea un mundo propio virtual distinto y separado del real.
O, dicho de otra manera, los medios de comunicacin son capaces de crear
su propia realidad, de crear un mundo propio, porque toda comunicacin
es ella misma una reelaboracin de la realidad. La existencia de la noticia, su
necesidad, es una condicin del funcionamiento constante de los medios. Si
la noticia no existe, se crea. De forma que la inmensa facilidad con que se
produce informacin veraz, lleva aparejada igualmente la facilidad para pro
ducir falsa informacin, o como se dice en el lenguaje mismo de los medios,
desinformacin. ste es un proceso de extraordinaria importancia que tiene
repercusiones decisivas en todos los mbitos de las sociedades: en el del poder
poltico y econmico y en el de la cultura. La manipulacin de la realidad
por los medios de comunicacin es, tal vez, uno de los hechos centrales del
nuevo tiempo y uno de los que ms contribuirn a hacer ms complejo y
conflictivo el futuro. Todo ello, por lo dems, es tambin un proceso que
viene de antiguo. El comienzo de la amplia difusin de la prensa, la noticias
va telgrafo, la radio despus, la televisin como momento fundamental y
la digitalizacin de las comunicaciones como el proceso central del mundo
entre dos siglos han presentado esas connotaciones. La realidad presente es la
de su extraordinaria acentuacin.
De esta forma, la sociedad de la comunicacin ha engendrado un salto,
que ya hemos analizado, a la sociedad de la informacin, si bien con esa
conceptualizacin no se alude especficamente a una sociedad cuyo cono
cimiento ha aumentado o donde la transmisin del saber, de la noticia, del
mutuo conocimiento, sean las pautas clave, sino ms bien donde el centro
lo ocupan precisamente los flujos, el control del conocimiento y los grandes
medios de transmitir prontamente lo conocido, as como su utilizacin para
el dominio, lo que resulta fundamental^^. De ah que en la nueva sociedad de
los grandes medios tcnicos de informacin y comunicacin tengan enorme
importancia la cuantificacin y el control mismo de lo que se difiinde como
informacin.
Posmodernidad y posmodernismo
La naturaleza de la modernidad, su crisis y su reconstruccin, fiie un tema
destacado, digmoslo as, de la cultura occidental en las dcadas de incerti
dumbre de finales del siglo. La reconversin del pensamiento, del arte y de los
hbitos mentales en occidente, hizo juego con la transformacin de los dems
tipos de realidades, las econmicas y sociales, incluso las polticas, que ya
hemos tratado. Lo posmoderno sera, en todo caso, una resolucin condena
toria de lo moderno, un rechazo del contenido de esa herencia histrica con
creta. No hay inconveniente, pues, en admitir que la crisis de nuestro tiempo
posterior al 6 8 es una crisis de la modernidad concebida por la Ilustracin
que solidific el siglo xix y produjo sus ltimos desarrollos en el xx^^.
En cierto sentido, el posmodernismo, o, al menos, su ms clara formula
cin, sera el resultado del repudio de la cultura de posguerra en el arte, la
filosofa, la crtica social y la literatura al final de la dcada de 1960. Pero
no cabe duda que sus orgenes pueden ser rastreados en momentos anterio
res^^. Sus fundamentos partieron de la consideracin del fin de la vigencia
del legado de la Ilustracin, de la razn instrumental tal como la entendi
rico contrasta, por su velocidad, con lo sucedido con otros grandes cambios
tecnolgicos. El cambio tecnolgico tiende a acelerar su tempo^^. Pero antes
an que ello, subyaciendo a todo el proceso, lo que se ha operado en nuestro
tiempo es una reconversin de la relacin entre el conocimiento, el cientfico
en especial, el desarrollo de las tcnicas y la penetracin de ambas cosas en la
estructura y la prctica social. Las sociedades operan en sus procesos de mayor
desarrollo y reproduccin con una especial relacin con el conocimiento, lo
que equivale a decir con la ciencia y la tcnica, lo que nos coloca en una nueva
fase de la historia de las revoluciones cientfico-tecnolgicas^.
La cientifizacin y tecnificacin del mundo, acusada de forma espec
tacular desde los aos noventa del siglo xx, ha superado ya su dimensin de
fenmeno del conocimiento y de mejora de las condiciones de vida humana
para convertirse, adems, en una realidad que entra en dos terrenos nuevos;
en el de los problemas sociales, polticos y, desde luego, morales, que plantean
los nuevos adelantos de la ciencia y la tcnica (la biotecnologa, la energa, la
digitalizacin, etc.) que dejan abiertos muchos interrogantes para el futuro,
y en el del destino del planeta mismo como receptculo de la vida y como
elemento natural en el que se ha desarrollado la civilizacin, es decir, en el
terreno de los problemas ecolgicos^'.
Como una constante que ha ido aumentando su importancia en el si
glo XX, y que segn todos los indicios condicionar igualmente el XXI, se ha
manifestado una extraordinaria novedad en la vida cientfica y tecnolgica
con respecto a lo ocurrido desde el siglo xvii, momento de la primera gran
revolucin cientfica. Se trata de la nueva consideracin de la ciencia y la
tcnica por las sociedades y por los ciudadanos, de su papel histrico como
impulsora del cambio, del progreso, pero tambin como origen previsible de
supuestas catstrofes. La ciencia pas progresivamente a convertirse a lo largo
del siglo XX en un factor de extraordinaria influencia en la economa y en las
manifestaciones sociales y polticas. A la cabeza del mundo estn situados hoy
los pases que poseen una ciencia y tcnica ms potentes, lo que tiene una in
fluencia directa sobre la economa y sobre todas las manifestaciones del poder
duro y blando, en la terminologa empleada por J. Nye jr.
La ciencia ha dejado de ser una actividad particular, de escasa publicidad
y reducida resonancia, para convertirse en algo absolutamente contrario; una
de las preocupaciones de los Estados, un sector estratgico, mientras los
centros de investigacin pblicos o privados, las comunidades cientficas y
sus resultados, se han convertido en un factor de la vida pblica de extraor
dinaria importancia^^. La actividad cientfica se organiza ahora por campos
de conocimiento muy especficos biologa, fsica, economa, psicologa
o lingstica , pero no slo responden a las viejas ciencias, sino que esos
las estructuras y viceversa. Sin embargo, las ciencias sociales caminan por una
va de exploracin que entiende que ambos extremos son necesariamente
conciliables y nos colocan en una dialctica que ha cambiado la comprensin
de lo social y lo cultural. La necesidad universalmente sentida en nuestro
propio medio cultural, al menos de poseer y mantener una biografa es
tambin una forma particular, sin duda, de otra necesidad de mayor alcance
sociocultural: la de la construccin de identidades. Toda reivindicacin de
una identidad lleva aparejada la necesidad de poseer una biografa. Sostener
una biografa equivale a buscar una historia... vivida. Los anacronismos o
ucronismos de esta construccin de identidades son muchas veces palmarios,
pero ciertos colectivos, como los nacionalistas, se construyen con esa particu
lar visin histrica.
Un hecho no menos visible es, en consecuencia, el de la biografa como
espectculo. Lejos de aceptar hoy la reduccin al anonimato, el comn de
las gentes pretende y ansia mostrar, aparecer o figurar en cualquier medio.
Es esta una forma de autoafirmacin que ejemplifica bien el anhelo de dis
tincin complaciente y no problemtica. P. Bourdieu expresaba agudamente
eso mismo con referencia a lo que ocurre en el mundo de la televisin como
mediadora universal de esas biografa-espectculo. La televisin fijnciona
ofreciendo a los espectadores productos sin refinar cuyo paradigma es el
talk-shoi, retazos de vida, exhibiciones sin tapujos de experiencias vividas, a
menudo extremas e ideales, para satisfacer la necesidad de voyeurismo y de
exhibicionismo (como, por lo dems, los concursos televisivos, en los que la
gente se desvive por participar, incluso a ttulo de mero espectador, con tal de
conseguir por un instante que la vean)*^.
La reclamacin de biografa es, en un sentido, una especial percepcin
del particularismo; pero, por otra parte, la biografa no es posible sin alguna
forma de universalismo. Si en otras pocas poda decirse que los hombres
hacan su historia sin ser conscientes de ello, no es posible mantener hoy lo
mismo sin serias matizaciones. Los hombres, los individuos, son ms bien,
conscientes de la realidad de su propia historia, se esfuerzan en dotarse de
una biografa diferenciada, pero su autobiografa no discute nunca o casi
nunca la cultura en cuyo seno buscan la diferenciacin. Porque se asume sin
discutirla una dialctica entre cultura global y biografa particular que, como
efecto del narcisismo, excluye la tensin entre ellas, creando unas extraas
formas de diferenciacin que podramos llamar, paradjicamente, indiferenciadas o clnicas.
En nuestro mundo cultural, a medida que aumenta la significacin e
intrusin de sistemas abstractos en la produccin y reproduccin social,
se refuerzan igualmente las tendencias hacia la defensa de la identidad del
La dialctica universalismo/particularismo
El problema de las identidades, como una de las ms efectivas e influ
yentes peculiaridades que caracterizan los comportamientos culturales en
nuestro mundo, desemboca casi obligadamente en la realidad insoslayable
tambin: la activa contraposicin universal/particular que subyace en toda
una historia como la nuestra recorrida y problematizada por el fenmeno
de la globalizacin. De hecho, son tres los valores de carcter cultural, social
y tico que se encuentran ms sujetos a debate ideolgico en el panorama
intelectual de hoy y de los aos noventa en su totalidad: el universalismo, la
identidad y la tolerancia.
En cuanto a la identidad, como asunto que puede encajarse, entre otros
sitios, en su referencia a un cierto rechazo del universalismo, por cuanto bus
ca la diferenciacin, la particularizacin. Podra entenderse construida desde
ese punto de vista de las diferenciaciones en el sentido expuesto por N. Luh
mann como un proceso de reduccin de la complejidad, como referencia localizadora, instrumento de reubicacin, de complementaridad y no de dis
tanciamiento. Esta bsqueda se encierra en la jaula de hierro que representa
Una vez ms es observable que lo que caracteriza nuestro tiempo es, cier
tamente, una rebelin pero contra el anonimato, contra la des-identificacin,
contra la in-diferenciacin, en el seno de unas formas culturales que marcan
casi sin posibilidad de respuesta a una amplia base social. La nueva comuni
cacin se empea en hacer al hombre ms masificado; frente a ello el sujeto se
rebela, en la particular forma que describiremos despus, en busca de su bio
grafa, en busca de hacerse un sitio, de construir su individualidad. Pero lo
hace aceptando, en realidad, el tipo de dominacin cultural establecida. Por
ello, esa realidad de la rebelin no es contradictoria con la otra de que amplias
capas sociales se identifiquen con el espeso entrelazamiento de un conjunto
de rasgos culturales estandarizados, siempre que el individuo que los acepta
se sienta en algn modo partcipe de su creacin. De esta forma tiene menos
sentido la distincin entre una cultura de las masas y una cultura para las
masas porque, de hecho, creadores y destinatarios son los mismos. La cul
tura de masas tiene hoy unas formas bien establecidas de retroalimentacin.
En ella se impone, como en otros aspectos que caracterizan la ideologa del
hombre de hoy, el pensamiento desechable.
La rebelin, por tanto, podra ser caracterizada como la de aquellos que bus
can la identificacin dentro del magma cultural de la des-identificacin, sin
discutir los fiindamentos mismos de la indiferenciacin. Estamos ante una rebe
lin no creativa, sino en cierta manera conservadora; no es una respuesta contra
la pobreza simblica, instrumental o institucional de una cultura-espectculo,
sino una bsqueda de su reproduccin a partir del protagonismo que se tiene en
ella. En alguna manera, puede hablarse de una rebelin dentro del espectculo
mismo, de una rebelin de los actores secundarios. Las gentes se esfijerzan, en
comportamientos dramticos a veces, por aparecer en el escenario. Es la rebe
lin por el protagonismo, de quienes quieren participar en la representacin.
Y, en fin, estamos ante una rebelin contra el uniformismo tan paradjica
como lo es la pretensin de diferenciacin sin ruptura de la homogeneidad, una
rebelin particularista en sus lmites que al mismo tiempo manifiesta inequvo
cos signos de respeto por ciertas formas del universalismo. Entre los aos veinte
y los noventa del siglo XX, se sucedieron cambios profiindos en el imaginario
cultural de las sociedades, la mayor parte de ellos ligados a la expansin del
consumo y las crecientes posibilidades de acceso a la comunicacin. La ruptura
del viejo equilibrio que tuvo ya su primer escenario en la historia de la segunda
posguerra aceler su marcha tras las revoluciones de los aos sesenta.
La cultura de la comunicacin ha propiciado, efectivamente, una forma de
rebelin, pero se trata de la accin de quienes quieren tener en ella un puesto
visible. Y esa pretensin es universal. No asistimos, por tanto, a una rebelin
por un cambio cultural, sino por un puesto generalizado en la cultura esta
blecida. Con propiedad, tanto valdra hablar de nueva rebelin de las masas
como, quiz con mayor adecuacin, de un nuevo gregarismo cultural. Seme
jante tendencia no es localizable en entornos o mbitos particulares de la masa
social. De hecho, las diferencias culturales tienden a identificarse cada vez ms
con diferencias en la situacin de mercado, segn la vieja distincin de Weber.
Tienen escasa fiierza las culturas de grupo, por cuanto existe un gregarismo de
las lites en una cultura del todo vale en lo que lo nico discutible son los
personales protagonismos. Un nuevo gregarismo que se manifiesta crudamen
te en todas las formas de la transmisin comunicativa, en el periodismo como
en el arte, en la accin poltica como en la imposicin de valores.
Casi en el mismo sentido en que resultan paradjicos en el mundo de hoy
tanto los acuerdos como las confrontaciones entre universalismo y localismo,
globalizacin y relativismo, lo son tambin las orientaciones a hacer la cultura
primordialmente participativa antes que creativa, a hacer una rebelin sin
ruptura esencial. Una rebelin por la reacomodacin en el sistema. La observa
cin de Lasch, que hemos comentado, acerca de la promocin de un pblico
educado y entendido, promocin que ha sucumbido hace mucho a la generali
zacin del consumismo en una sociedad dominada por las apariencias, es sus
ceptible de una amplia ejemplificacin. La cultura actual de la participacin
masiva no es ms que efecto-masa. La cultura es acercada a las masas eu
femisticamente al pueblo , pero no se pretende que sea crtica, condicin
consustancial con cualquier participacin en la cultura, sino todo lo contrario.
La cultura es espectculo del que todos tienen derecho a una localidad, pero sin
que pueda ni deba cambiar nada. Es preciso llenar los museos, dar conciertos
masivos de bel canto, pero slo tienen real posibilidad de educar su gusto est
tico quienes disponen de una favorable posicin en el mercado.
Ciertos espectculos, como los polticos, en los que los profesionales de
la poltica de partidos pretenden aperturas al pueblo tienen ese mismo
carcter de ceremonia de la diferenciacin, sin desbordar en forma alguna
los lmites de una cultura de masas aceptada y fomentada. La constante ma
nipulacin partidista de la comunicacin, asunto casi asumido hoy como
prcticamente trivial, tiende a producir la falsa sensacin de que cada sujeto
comn es un nodo de informacin, cuando de hecho cada individuo no es
ms que una terminal en la trayectoria de un flujo, cuyos verdaderos nodos
estn en otra parte. El individuo corriente es siempre receptor y transmisor
de mensajes; tiene muy pocas posibilidades de ser emisor de ellos. Las nuevas
lites de nuestro tiempo son los seores del aire, los poseedores y dispensa
dores de la informacin con plena capacidad de elegir su difusin.
Ms que anteriormente, en nuestro tiempo la cultura ha pasado a ser un
conjunto de estereotipos que en los casos ms intrusivos pueden convertirse
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Captulo 1.
L ib rairie A r m a u d C o lin , 1 9 4 9 .
Historie y Geschichte. V a s e R .
Lexperience de lHistoire, Pars, G a llim a r d L e S eu il,
m e d ia n t e el u so d e v o c a b lo s d is tin to s
K oselleck: Le c o n c e p t d H istoire,
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1 9 9 7 , p p . 15 y ss.
^ L o q u e q u ie r e d e c ir s e c o n a m b o s c o n c e p t o s p u e d e verse e n J. A r steg u i:
La investigacin hist
Historia y Geografa,
Revista Chilena de
p u n t o so b r e e l c o n c e p t o c o n a lg u n a s d e r iv a c io n e s n u evas.
P. L agrou : D e la a c tu a lit d e lh is to ir e d u t e m p s p rsen t. E n el d o ssie r
UHistoire du temps
7 5 , j u n io , Paris, 2 0 0 0 ,
Memorias h a n
c o l m a d o e n p a rte esa la g u n a .
^ U n a e x c e le n te e j e m p lific a c i n d e lo q u e d e c im o s la m u e s tr a el ab ord a je d e l h e c h o h is t r ic o d e
la
transicin posfranquista e n
E sp a a , u n tr a scen d en ta l s u c e s o e n el q u e lo s h is to r ia d o r e s p r o fe s io n a le s
B ru selas, d i
tio n s C o m p l e x e , 1 9 9 2 , p . 1 7.
Pierre N o r a h a r e c o r d a d o q u e e n ese m is m o a o d e 1 9 7 8 se le e n c a r g e n la E H E S S d e Pars
u n a D ir e c c i n d e E s tu d io s so b r e H is to ir e d u P rsen t y q u e fu e J a cq u es L e G o f f el q u e s u g ir i ese
n o m b r e p r e c is a m e n te . E l e n c a r g o n o lle g a fructificar, a lo q u e p arece. V a s e P. N o r a : D e lh is to ir e
c o n t e m p o r a i n e a u p r s e n t h is to r iq u e . E n
43.
E d ic io n e s
P a id s -I C E d e la U n iv e r s id a d A u t n o m a d e B a rcelon a, 2 0 0 1 , p. 1 1 6 , c it a n d o a H . A u e rb a ch .
U n a e x p o s ic i n m u y s in t t ic a y e je m p la r m e n te clara d e estas v ic is it u d e s e n G . C a p e ll n d e
M ig u e l: O r g e n e s y s ig n if ic a d o d e la Z e itg e s c h ic h te : c o n c e p t o , in s tit u c io n a liz a c i n y fiien tes . E n
C . N a v a ja s Z u b e ld ia (dir.):
L o g r o o , I n s t it u t o d e E s t u d io s
R io ja n o s, 2 0 0 0 , p p . 3 1 7 - 3 3 0 .
V. G a iim i: D e l H is to ir e d e la R s is ta n c e l h is to ir e d u xx=* sicle: T I s t i t u t o n a z io n a le p er
la sto r ie d e l m o v im i e n t o d e L ib e r a z io n e in Italia e t le rseau d e s In s titu ts associs. E n
Bulletin de
5 5 -6 8 .
A lg u n a s id ea s so b r e la e v o l u c i n d e la h is to r io g r a fa o c c id e n ta l e n la p o sg u e r r a p u e d e n o b t e
n erse e n A . M o r a le s M o y a : La H isto r io g r a fa e n O c c id e n t e d e s d e 1 9 4 5 . E n
Modernay Contemporanea,
Cuadernos de Historia
n . 8 , M a d r id , U n iv e r s id a d C o m p l u t e n s e , 1 9 8 7 , p p . 2 9 1 - 2 9 6 . 1. O lvarri
c io n a le s d e H is to r ia ). P a m p lo n a , E u n s a , 1 9 8 5 . P. R o ss i (ed .):
e problemi. M il n , A r n o ld o
book of Historical Studies. L o n d r e s ,
M e t h u e n a n d C o ., 1 9 7 9 .
Z a ragoz a,
U n iv e r s id a d d e Z a r a g o z a , 1 9 9 1 .
Las p u b lic a c io n e s d e esas in s titu c io n e s , el
geschichte,
Bulletin
d e l I H T P o lo s
en el c a so d e l in s t it u t o a le m n , s o n , n a tu r a lm e n te , la g u a m s a p r o p ia d a p ara s e g u ir tal
c a m b io .
V a s e la e x p o s ic i n q u e sob r e H isto r ia In m ed iata h a c e el p r o p io J. L a co u tu re e n
Historia, bajo
La Nueva
h t t p : / /p e r s o .w a n a d o o .e s /fh ern a 1 /s o u le t .d o c .
q u e p u e d e c o n s u lta r s e e n
V a n s e las n o tic ia s q u e a p o rta n para Fran cia las d o s ob ras citad as e n la n o t a anterior.
E s d e r e c o n o c e r q u e e llo c o i n c id i c o n el v ie n t o d e apertura q u e ap adrin ara M a n u e l Fraga,
c o n la a p a r ic i n y a se a la d a d e u n C e n t r o d e E s tu d io s d e la G u erra C iv il e n el M in is t e r io d e I n f o r m a
c i n y T u r is m o y c o n la p r e s e n c ia ya en el m e r c a d o m u n d ia l, y c l a n d e s t in a m e n t e e n E sp a a , d e ob ras
so b r e la g u erra civ il c o m o las d e G a b r ie l J a ck so n y H u g h T h o m a s , e n tre otras, m ie n tr a s se p u b lic a b a n
p o r e n t o n c e s e n E s p a a las p rim e ras v e r sio n e s d el a s u n to p r e t e n d id a m e n t e c ien tfic a s, f u n d a m e n ta l,
a u n q u e n o e x c lu s iv a m e n te , o b r a d e R . d e La C ierva.
U n c a so p e c u lia r e n F ran cia h a s id o la cr tica reiterada d e la p r o d u c c i n e x is te n te fo r m u la d a
p o r G rard N o ir i e l e n d iv er so s escr ito s. P u e d e verse d e este a u to r
fra n c s d e 1 9 9 6 ) .
D.
d u t e m p s p rsen t , e n
G . N o r ie l:
H e d is c u t id o e s to c o n a lg u n a p r o fiin d id a d e n J. A r steg u i: T ie m p o c o n t e m p o r n e o y t ie m p o
p r e s e n te . U n a r e c o n s id e r a c i n n ecesaria. E n M . P. D a z B arrado (c o o r d .):
C cere s, U n iv e r s id a d d e E x tre m a d u ra , 1 9 9 8 , p p . 3 1 - 4 5 .
d e c i m o s e s to d e s p u s d e q u e n o s o tr o s m is m o s lo s h e m o s e m p le a d o en te x to s an teriores. Cfr.
B a rc elo n a , Laia, 1 9 8 9 , p p . 3 3 - 5 2 . A u n q u e c r e e m o s
64.
LHistoire
p p . 1 0 y ss.
1976.
1 6 -1 7 .
69.
Paris, d itio n s
en H . R ousso:
E n su
t t u lo d e
al e s p a o l c o n el
t it u l m u y s ig n i-
E d ic io n s A lf o n s el M a g n n im , 1 9 8 8 .
A . C h a u v e a u y P h . T t a r t (ed s.):
M . T reb itsch :
d e u n o d e lo s m s su g e r e n te s ,
in c is iv o s e in te r e s a n te s te x to s q u e se c o n t ie n e n e n esa o b r a c o le c tiv a .
En
6 5 . V a s e ta m b i n E B d arida: D e f in ic i n , m t o d o y p r ctica
p lu t e n s e , n . 2 0 , 1 9 9 8 , p p . 1 9 - 2 7 .
J. E S o u let:
p. 19.
E n t o d o lo q u e s ig u e u tiliz a m o s f lin d a m e n t a lm e n t e el te x to C o n t i n u id a d y c a m b io e n t o d a
h is to r ia d e l tie m p o p r e s e n te . O b s e r v a c io n e s h is t r ic o - c o n c e p tu a le s . E n
p p . 1 1 5 y ss.
P r o p u g n a b a c o n s id e r a r u n a h is to r ia c o n t e m p o r n e a n a c id a c o n la p r e s id e n c ia d e lo s E E . U U . p o r
J o h n F. K e n n e d y y e l n o t a b le c a m b io a d v e n id o e n la p o ltic a m u n d ia l e n la G u er ra Fra.
V a s e I. Peir:
Z a ra g o z a , I n s t it u c i n F e r n a n d o el C a t lic o , 1 9 9 5 .
J. A r s te g u i: I n tr o d u c c i n . E n A . Pirala:
y Carlista...
M a d r id , T u r n e r -H is to r ia 1 6 , 1 9 8 4 , 6 v o ls . (reed . d e l o r ig in a l d e 1 8 5 7 ) . V o l I, p p . V I I -
XDC.
U n a fo r m u la c i n q u e h e a p lic a d o in s p ir n d o m e , j u s ta m e n t e , e n el t t u lo d e la m s fa m o s a
o b ra d e l m is m o A n t o n i o Pirala:
civil.., a p a rec id a
ig u a lm e n t e e n la m ita d d el s ig lo x ix .
ap a
de Enseanza,
1 9 2 3 , n . 7 5 9 a 7 6 1 .
R . K o sellec k :
A . C h a u v e a u y P h . T ta r t (eds.):
V o l. II:
d e lI HTP,
Les Cahiers
1 8 , j u n io 1 9 9 1 , p p . 9 - 2 6
p. 7 .
C o m o lo h a c e n N o r a , B d a rid a , S o u le t, H o b s b a w m y e n lo q u e in s is te ta m b i n J. C u e s ta en
E sp a a , s ig u ie n d o la e stela d e N o r a . V a s e la o b r a c ita d a e n n o ta s ig u ie n te .
J. C u e sta :
E u dem a, 1 9 9 3 , p. 3 1 .
C o n o z c o u n a e x c e p c i n : la in c lu s i n d e u n a H isto r ia d e l P resen te e n lo s p la n es d e e s t u d io
B u e n o s A ires, E d ic io n e s N u e v a V is i n , 1 9 9 8 ,
p p . 5 3 y ss.
W . L. B ern eck er: La in v e s tig a c i n el t ie m p o p r e s e n te e n A le m a n ia . E n
presente...
(d o ssie r),
Historia y tiempo
pp. 8 3 -9 8 .
Fas
a m b o s h is to r ia d o r e s, c u y a p u b lic a c i n o r ig in a l es d e 1 9 9 8 . V a s e ta m b i n el d o ss ie r d e H . R o u s s o
(dir.):
B ru selas, C o m p le x e , 1 9 9 9 .
T o d a v a e n el a o 2 0 0 2 , u n c o l o q u io in te r n a c io n a l ce leb ra d o e n la C a sa d e V e l z q u e z d e
M a d r id , so b r e la M e m o r ia h is t r ic a e h isto rio g r a fa d e la gu erra civil h a p u e s t o d e relieve q u e la
m e m o r ia d e s u c e s o s tr a u m tic o s d e este tip o , c o m o la d e l n a z is m o a le m n o la d el caso j u d o o la d e
la gu erra c iv il e n E sp a a , n o s lo s ig u e n s ie n d o e x tr e m o s cu ltu ra les d e extraord in aria v iveza, s in o q u e
la m e m o r ia m is m a h a e x p e r im e n ta d o u n a m e ta m o r fo s is ex tr a o r d in a r ia m e n te sig n ific a tiv a (las A cta s
d e tal r e u n i n est n p e n d ie n t e s d e ser p u b lic a d a s e n p la z o breve).
E l p r im e r e s ta d o d e la c u e s t i n p u b lic a d o e n E sp a a so b r e el t e m a fiie el d e J. C u esta: La
h is to r ia d e l t ie m p o p resen te. E s ta d o d e la c u e s ti n .
m a n c a ) , I, 4 , ( 1 9 8 3 ) , p p . 2 2 7 - 2 4 1 .
U n b rev e t e x to d e c o n j u n t o so b r e la m a teria es el y a c ita d o d e J. C u e sta: Historia del Presente.
Actas del primer Simposio de Historia Actual de la Rioja (1996), 1 9 9 6 . Actas del II Simposio de
Historia Actual (1998), 2 0 0 0 . Actas del III Simposio de Historia Actual (2000), 2 v o ls ., 2 0 0 2 . T o d o s
e llo s e d ita d o s p o r C . N a v a ja s Z u b e ld ia e n el 1E R d e L o g r o o . E l I V S im p o s io se c e le b r e n o c tu b r e
d e 2 0 0 2 y su s A cta s e st n p e n d ie n te s d e p u b lic a c i n .
U n iv e r s id a d d e E x tre m a d u ra , 1 9 9 8 .
L a y a cita d a
V ig il (co o rd .):
M a d r id , U N E D , 1 9 9 5 . L os artcu los
y com enz
a p u b lica rse e n 1 9 8 9 y h a la n z a d o h a s
M a d r id , n . 3 1 , abril d e
1993.
Ibidem. A
J. T u se ll se d e b e n t a m b i n in te r e s a n te s a p o r ta c io n e s e n a lg u n a s d e las p u b lic a c io n e s
A . M a te o s:
1 5 -3 7 .
c o n s u lt a d o p o r a m a b ili
Hispania Nova,
n . 1, 1 9 9 8 .
A d e m s d e a lg u n o s trab ajos q u e p e r m a n e c e n a n in d it o s d e b id o s a lo s a r g e n tin o s Jorge
S a a b y J o rg e S a b o r id o , y lo s p u b lic a d o s d e G . d e A m z o la , p u e d e n citarse c o m o e j e m p lo s el d e
h ie r e t a u jo u r d h u i ,
e n el q u e e s c r ib e n , e n tre o tr o s , H . R o u s s o , P. L a g ro u y D . V o ld m a n .
P. L a g ro u ,
op. cit,
Ibidem, p.
1 4.
p. 13.
L a g r o u cita c o m o a u to r d e es te aserto a U lr ic h R a u l lf
Ibidem,
1 5 . E l s u b r a y a d o es n u e str o .
H . R o u s s o : Lh is to ir e d u t e m p s p r s e n t, v in g t an s prs, e n
ibidem, p p . 3 0 - 3 1 .
y passim. R o u s s o d esarrolla
27
Las cita s c o n c r e ta s e n
Ibidem, p.
33
la re lev a n cia d e ca d a u n o d e e so s g o z n e s e n u n t e x t o
d e n o t a b le in ter s.
H.
R o u s s o , las crticas
R . K o s e lle c k ,
En
E.
A.
A.
Captulo 2.
' V a n s e a es te e fe c to K . P o m ia n :
fra n c s d e 1 9 8 4 ) , G . J. W it h r o w :
de la perspectiva temporal
(2.^ d .), 1 9 .
B a rc elo n a , C r tic a , 1 9 9 0 (o r ig in a l in g l s d e 1 9 8 8 ) .
^ L a o b ra m u y c o n o c i d a d e B e r g so n e n la q u e d is c u ti la re la tivid ad d e E in s te in fu e
Dure et
d e E in s t e in e n el m u n d o d e la cu ltu ra , m u y r e la c io n a d o c o n el a s u n to d e la p e r c e p c i n d e l t ie m p o ,
p u e d e v er se la a n t o lo g a d e te x to s A . E in s t e in , A . G r n b a u m , A . S . E d d in g t o n y otros:
La teora de la
s in e m b a r g o , n in g n te x to d e B e r g so n . D e O r te g a y G a sset se re co g e p r e c is a m e n te u n b reve e n sa y o
so b r e El s e n t id o h is t r ic o d e la teo r a d e E in s te in , p p . 1 6 4 - 1 7 2 .
E s in te r e s a n te M . G u y a u :
Paris, A le a n , 1 8 9 0 , e s p e c ia lm e n t e p o r la
XX. C o m o
c o n tra ste, p u e d e n
UNAM ,
B er ln , H e id e lb e r g , N u e v a York, S p r in
El desarrollo de
M x ic o , F o n d o d e C u ltu r a E c o n m ic a , 1 9 7 8 .
B u e n o s A ires, E l A t e n e o , 1 9 7 6
( e d ic i n o r ig in a l in g le sa d e 1 9 6 8 , N u e v a Y ork, H a r c o u r t, B race c W o r ld ).
^ L a cita d e te n id a d e o b ras y au to res sera t a m b i n p rolija. N o o b sta n te , d e b e se alarse q u e n o m
bres c o m o lo s d e R o b e r t K. M e r t o n , N ik la s L u h m a n n o N o r b e r t Elias e n la s o c io lo g a ; H e r b e r t M e a d ,
C la u d e L v i-S tr a u ss o M ir c e a E lia d e , e n la a n tr o p o lo g a ; J. P ia g et, J o h n s o n -L a ir d o lo s c o n d u c tis ta s,
e n la p s ic o lo g a , s o n im p r e s c in d ib le s , p ero n o m s q u e u n a m u estra . Por lo d e m s , el t ie m p o es a s u n to
t a m b i n d e e s t u d io s in te r d isc ip lin a r e s, d e lo s q u e s o n reflejo revistas c o m o
A . A b b o tt: La s n te s is d e o tr o s t ie m p o s y la d e l fu tu r o . R e s p u e s ta a H a n a g a n y T illy . E n
Histo
n . 1 6 , 1 9 9 6 , p. 3 7 . La c o s a reviste m a y o r in ters p o r q u e
e s te t e x t o est d e d ic a d o a la d is c u s i n d e l p r o b le m a d e la sn te s is en tre h is to r ia y s o c io lo g a .
M a r tn :
(ed .):
la U n iv e r s id a d A u t n o m a d e B a rc elo n a , 2 0 0 1 , p. 3 5 .
A d e m s d e las y a c ita d a s ob ras d e P o m ia n y W ith r o w , las referen cias s o n J. L e Gofif:
El orden de
e s p e c ia lm e n te lo s d e d ic a d o s a lo s c o n c e p t o s d e a c o n t e c im ie n t o , c o n t e m p o r a n e id a d y p r e s e n te , a lo s
q u e n o s re ferirem o s d e s p u s . G . K ubler:
las cosas. M a d r id ,
N e r e a , 1 9 8 8 (el o r ig in a l in g l s es d e 1 9 6 2 ) .
V a s e , p o r e je m p lo , F. Spier:
The Structure of Big History. From the Big Bang until Today. A m s
Histoires du temps.
E s e l c a so d e J. A ttali:
M a d r id , F C E , 2 0 0 1 ] .
N . Elias:
P. R ic o e u r :
e s p a o la d e esa
o b ra , e n M a d r id , E d ic io n e s C r is tia n d a d , 1 9 8 7 , lo s d o s p r im e r o s v o l m e n e s y u n a e d ic i n c o m p le t a
d e E d ito r ia l S ig lo X X I , c u y o tercer v o lu m e n , M x ic o , F C E , 1 9 9 6 , e m p le a m o s aq u .
M . Paty: L e te m p s p h y s iq u e e t les fh n o m n e s . E n E . K le in y M . S p iro (ed s.):
flche, Paris,
Le temps et sa
y a n o c a b e h a b la r s in o d e u n e s p a c io - t ie m p o in te g r a d o s . S o b r e c o n c e p c io n e s d e l t ie m p o e n fo c a d a s
d e s d e la c ie n c ia K . G . D e n b i g h :
rial, 1 9 9 0 (2. ed . a u m e n ta d a ), p. 1 4 , (o r ig in a l d e 1 9 8 6 ) .
P. R ic o e u r :
Tiempoy narracin, e s p e c ia lm e n te
el v o l. III,
El tiempo narrado. M x ic o ,
S ig lo X X I
a p a rec i e n 1 9 3 2 ) , p. 8 0 .
p. 1 0 . D e b e ten er se e n c u e n ta q u e n o s r e ferim o s a la n u m e r a c i n d e
p g in a s d e la e d ic i n fra n ce sa citada.
y c o m e n t a r io d e A le ja n d r o V ig o . B u e n o s A ires,
B ib lo s , 1 9 9 5 , v o l. 2 , p p . 8 4 - 8 5 . E l su b ra y a d o es n u e str o .
T o m a d o d e P. R ic o e u r :
M a d r id , T ro tta , 2 0 0 3 , p. 4 5 8 (e d i
c i n o r ig in a l fra n cesa d e 2 0 0 0 ) .
S a n A g u stn :
I: La in q u ie t u d
d e l t ie m p o .
L a o b ra cl sica d e J. M . E . M c T a g g a r t es
c u y a e d ic i n o r ig in a l ap are
O x f o r d U n iv e r s ity Press, 1 9 9 3 , p p . 2 3 - 3 5 .
e s p e c ia lm e n t e e n su parte El
t ie m p o y la fle c h a d e l t ie m p o , p p . 4 0 y ss.
op. cit, p. 3 1 .
Laforma del tiempo, op. cit.,
T h e U n r ea lity ... ,
E . J a q u e s,
p p . 4 0 y ss.
Ao M il Ao Dos
M a d r id , S o c ie d a d E statal E sp a a N u e v o M i le n io , 2 0 0 1 ,
v o l. 1, p p . 1 2 9 y ss.
G . B a ch elard :
Ibidem, p .
Ibidem, p .
54.
1 1.
21.
Cfr. A . H elle r:
Ibidem, p .
Ibidem, p .
Ibidem, p .
p p . 4 1 y ss.
44.
4 5 . T o d o s lo s s u b ra y a d o s s o n d e l te x to d e H eller.
47.
C . M oya:
A.
e d .), p . 3 8 5 . El
s u b r a y a d o es d e la a u to ra .
P. B erg er y T h . L u c k m a n n :
B u e n o s A ires, A m o r r o r tu ,
1 9 8 6 , p. 4 4 .
Ibidem.
P. R ico e u r :
Ibidem, p .
Ibidem.
Ibidem, p .
Ibidem, p .
Ibidem, p .
58
III:
El tiempo narrado, p .
788.
789
790.
939.
973.
S u b r a y a d o d e l autor.
^ Ibidem, p .
Ibidem, p.
Ibidem, p .
E.
978.
9 8 8 . E l s u b r a y a d o es n u e str o .
252.
L each:
t e x t o e n la o b r a d e l m is m o a u to r
verse e n e s p a o l este
Barrai, 1 9 7 2 ,
pp. 1 9 3 -1 9 4 .
Ibidem,
p. 2 0 6 .
Social Research, 4 3 ,
1 9 7 6 , se p u b lic a tr a d u c id o e n R . R a m o s Torre:
Tiem-
1 6 1 - 1 8 2 , la cita e n p. 1 6 9 . A fir m a L u h m a n n t a m b i n , s e a la n d o la a n a lo g a
Ibidem, p. 1 7 6 .
Ibidem. T o d o el s u b r a y a d o
c io n e s e n E stru ctu ra y T ie m p o , e n
A n t h r o p o s , 1 9 9 8 (1.=^ ed . a le m a n a d e 1 9 8 4 ) , p p . 2 5 5 y ss.
Ibidem, p .
177.
S u b r a y a d o d e l p r o p io L u h m a n n , p p . 1 7 8 - 1 7 7 .
A . S c h tz :
siva.
B a rc elo n a , P a id s, 1 9 9 3 , p. 2 7 . La o b r a o r ig in a l d e S c h t z a p a rec i e n lo s a o s tr e in ta y n o es
n a tu r a le z a d e l p a sa d o . E n R . R a m o s Torre:
e l c o n c e p t o d e p r e s e n te e s p e c io s o
c o m o p r e s e n te o in s t a n t e d e s u c e s o s q u e c o n s t it u y e n d e h e c h o u n a s u c e s i n c o n u n a n te s y u n d e s
p u s , p e r o q u e se p e r c ib e n c o m o p r e s e n te . M e a d d ic e e x a c t a m e n te q u e si a la r g a m o s u n p r e s e n te
e s p e c io s o d e fo r m a tal q u e ... cu b ra v a rio s a c o n t e c im ie n t o s y a b a rq u e p a r te d e l p a sa d o y e v e n t u a l
m e n t e p a rte d e l fiitu r o , lo s a c o n t e c im ie n t o s as in c l u i d o s n o p e r te n e c e r a n al p a sa d o n i al f iit u r o s in o
al p re s e n te . S in d u d a , el t r m in o q u e m e j o r e x p re sa esa id e a es el d e p r e s e n te e x t e n d id o . V a s e
El conocimiento humano.
t a m b i n B . R u ssell:
B a r c e lo n a , O r b is , 1 9 8 3 , p. 2 2 1 , e n el cap . El t ie m p o
e n la e x p e r ie n c ia h u m a n a .
B . R ussell:
F. C resp i:
B u e n o s A ire s, N u e v a
Ibidem, p .
p. 8 1 .
82.
Dure et simultanit,
ap arec id a o r ig in a lm e n t e e n la d c a d a d e 1 9 2 0 c o m o u n a d is c u s i n d e
Lapense et le mouvant. E n e s p a o l p u e d e
Memoria y Vida, M a d r id , A lia n z a E d ito r ia l, 1 9 7 7 .
las id ea s d e E in s te in , s e g n d ij im o s . P u e d e n citarse ta m b i n
ver se la a n t o lo g a p rep a ra d a p o r G ille s D e le u z e ,
G . B ach elard :
J. A r s te g u i:
p p . 2 4 7 y ss.
Communications,
1 8 , 1 9 7 2 , d e d ic a d o n te g r a m e n t e a L v n e m e n t . El n m e r o c o n t ie n e u n c o n
Raisons Pratiques, 2
(Pars), E H E S S , 1 9 9 1 ( n m e r o m o n o g r fic o ).
E. M o r in : L e re to u r d e l v n e m e n t . E n
Communications, n m e r o
P. N o r a : L e re to u r d e l v n e m e n t . E n J. L e G o f f y P. N o r a (d irs.):
c it a d o , p. 1 8 .
Historia,
m ie n t o r e c ie n te es el y a c it a d o d e M . T reb itsc h .
M . T reb itsch : El a c o n t e c im ie n t o , cla v e p ara e l a n lisis d e l t ie m p o p resen te . E n Historia y
Tiempo Presente. Un nuevo horizonte de la historiografa contemporaneista..., op. cit.. Cuadernos de
Historia Contempornea (M a d r id , U n iv e r s id a d C o m p l u t e n s e ) , 2 0 , 1 9 9 8 , p p . 2 9 - 4 0 . ( D o s s ie r d e l
S e m in a r io I n te r n a c io n a l C o m p l u t e n s e d e ese m is m o ttu lo .)
S e e n t ie n d e q u e t o m a m o s a q u e so s tres v o c a b lo s c o m o p e r f e c t a m e n t e s in n i m o s , a lo s q u e se
p o d r a n a a d ir a lg u n o s m s, c o m o a c a e c im ie n to , avatar, v ic is itu d , f e n m e n o , e tc . T a m b i n es a s im i
la b le la p r o p ia p a la b ra h ech o . E n la F sica, p o r e j e m p lo , s u c e s o es u n a s it u a c i n d a d a , u n s u p u e s t o
o a lte r a c i n p r o d u c id a e n c u a lq u ie r p r o c e s o b ajo an lisis.
S o b r e el a c o n t e c im ie n t o v is to e s e n c ia lm e n t e c o m o f e n m e n o d e c o m u n ic a c i n P. A u b er t: El
a c o n t e c im ie n to . E n C . G a r a ita o n a in d a (c o o r d .):
d e l Pas V a sc o , 1 9 8 8 , p p . 4 7 y ss.
B ilb a o , U n iv e r s id a d
G . H . V o n W r ig h t,
Explicacin y comprensin.
U n a c u e s t i n d is c u tid a c o n cierta d e t e n c i n en M . B u n g e :
La investigacin cientfica.
B a rc elo
n a , A rie l, 1 9 7 5 , p p . 7 1 7 y ss.
G . H . V o n W r ig h t:
p. 19.
La
p. 5 0 .
T. G o n z le z d e la F e (c o o r d .):
Y.
A.
66.
B u e n o s A ires,
A m o r r o r tu , 1 9 9 5 , p . 1 1 3 y, e n gen er a l, t o d o el c a p tu lo 2 .
R . N is b e t : El p r o b le m a d e l c a m b io social, e n R . N is b e t , T. S. K u h n , L W h it e y otros:
social
Cambio
p. 2 6 3 .
la
la p r e s e n te e n p. 9.
ibidem, p. 15 y passim.
C ksv. Acontecimiento y estructura..., op. cit., p . 12.
Futuro pasado..., op. cit., p . 3 1 2 y passim.
03
op. cit.,
T em p s
107 N . L u h m a n n :
108 E . B e n v e n is te :
Paris,
pp. 1 0 -2 2 .
E n e l c a p tu lo El le n g u a je y la e x p e r ie n c ia h u m a n a , p. 7 8 (e d ic i n o r ig in a l fran cesa es d e 1 9 7 4 ) .
Captulo 3.
E n e l lib r o d e J. M aras:
M a d r id , R ev ista d e O c c id e n t e ,
Sistema,
T re p le, 1 9 2 8 . E x is te u n a tr a d u c c i n esp a o la :
Europa.
B u e n o s A ire s, L o sa d a , 1 9 4 8 .
^ S. N . E isen sta d t:
G l e n c o e (111.),
T h e Free Press, 1 9 5 6 , p p . 1 6 - 1 7 .
U n a e x p o s ic i n s in t tic a d e e llo , e n R ic h a r d G . B rau n gart: H isto r ic a l G e n e r a t io n s a n d Y o u th
M o v e m e n t s : A t h e o r e tic a l p er s p e c tiv e . E n
19 8 4 , 6, pp. 9 5 -1 4 2 .
5 V a s e esa v o z e n la
T h e Free Press, 1 9 6 8 .
op. cit, p p . 1 0 1 y s s .
From Generation..., op. cit.,
El mtodo..., op. c it, p . 1 3 2 .
^ E n R . B ra u n g a rt,
^ E isen sta d t:
J. M a r ia s,
p. 2 4 .
2 , p . 5 4 6 . N u e v a York,
^ P. L a in E n tra lg o :
M a d r id , I m p r e n ta D ia n a 1 9 4 5 . E s b a sta n te
On History, L o n d r e s , W e i d e n f e ld a n d N i c o l s o n ,
Sobre la historia, B a rc elo n a , C rtica , 1 9 9 8 ] .
M a n n h e im : Das problem der generationen. Klner Vierteljahreshefte Jir Soziologe, V I I , 2
E . H o b s b a w m : T h e P r esen t as H isto r y . E n
1 9 9 9 , 2 3 0 [ed . cast.:
' K.
( 1 9 2 8 ) p p . 1 5 7 - 1 8 5 ; y 3 , p p . 3 0 9 - 3 3 0 . D e este te x to se h a n h e c h o d e s p u s e d ic io n e s e n m u c h o s
id io m a s . S u tr a d u c c i n e s p a o la es tard a y p u e d e ver se e n El p r o b le m a d e las g en e r a c io n e s .
REIS,
M a d r id , 1 9 9 3 , n . 6 2 , p p . 1 9 3 - 2 4 2 . N u e s tr a s citas
Ibidem,
Ibidem,
Ibidem,
Ibidem,
Ibidem,
p. 2 0 6 .
p. 2 1 7 .
p. 2 2 1 .
p. 2 3 0 .
pp. 2 3 1 -2 3 2 .
K . M a n n h e im ,
Ibidem,
Ideologia y Utopa.
M a d r id , A g u ila r, 1 9 6 6 , p . 1 9 1 .
p. 3 4 8 . M a n n h e im r e m ite e x p lc ita m e n t e a s u o b r a d e 1 9 2 8 .
La p r im e r a v e z q u e O r te g a se o c u p a d el a s u n t o es e n
( 1 9 2 3 ) , M a d r id ,
p. 7 8 . R e c u r d e s e q u e la e d ic i n
o r ig in a l d e es te te x to es d e 1 9 2 3 .
Ibidem.
J. O r t e g a y G a sset: La g e n e r a c i n d e 1 8 5 7 . P r lo g o a A . G a n iv e t:
M a d r id , 1 9 4 0 .
N . J en sen :
M a d r id , E sp a sa C a lp e , 1 9 7 7 . La
p p . 1 1 7 y ss, e s p e c ia lm e n t e .
M a d r id , A lia n z a E d ito r ia l, 1 9 9 5 . L o q u e
M a d r id , I n s titu t o d e E s t u d io s P o ltic o s , 1 9 4 5 .
p p . 2 3 8 y ss. L a in m u e s tr a u n a p o s i c i n m u c h o m e n o s d e te r m in is t a e n r e la c i n c o n las g e n e r a c io n e s
q u e O r t e g a y su s d is c p u lo s d ir e c to s . Para l, las g e n e r a c io n e s b io l g ic a s c o m o m e d id a d e l c a m b io
h is t r ic o s o n u n tr u c o in te le c tu a l
A . S c h tz :
e n el a c e r c a m ie n t o al t e m a d e las g e n e r a c io n e s es El m u n d o d e lo s p re d e c e s o r e s y el p r o b le m a d e la
h isto ria .
Ibidem,
p . 2 4 2 . D e b e te n e r se e n c u e n ta q u e S c h t z e m p le a el t r m in o c o n s o c ia d o s p ara d e s ig
n a r a t o d o s lo s in te g r a n te s d e u n a m is m a g e n e r a c i n .
Ibidem,
p . 2 3 8 . E l s u b r a y a d o es d e l autor.
3'
I n t r o d u c c i n d e J o s L u is V illa c a a s
y F a u s tin o O n c i n a . B a r c e lo n a , P a id s -I C E d e la U A B , 1 9 9 7 . E l te x t o d e K o s e lle c k e n es te v o lu m e n
es el q u e se titu la ju s t a m e n t e H isto r ia y h e r m e n u tic a . La cita e n p . 8 2 .
Ibidem,
p. 8 3 .
K . M a n n h e im .-
p. 2 1 5 .
M. I. M u d r o v ic :
op. cit., p.
From Generation..., op. cit., cap . V I .
d is t in g u e , so b r e t o d o , d e la g e n e r a c i n m s jo v e n ,
S. N . E is e n s ta d t,
132.
La in f lu e n c ia d e l f ia n c io n a lis m o p a rso-
n ia n o so b r e el a u to r es e v id e n t e so b r e t o d o e n este pasaje.
C a b e d e c ir q u e el tr a ta m ie n to g e n e r a c io n a l d e t o d o el p r o c e so s d e la tr a n s ic i n es p a o la n o h a
m e r e c id o s in o a lg u n a s o b se r v a c io n e s m s o m e n o s p u n tu a le s . V a n s e las in ter esa n te s a p r ec ia cio n e s
so b r e es te f e n m e n o q u e ce n tr a d a s, n o o b s ta n te , e n el c a m b io g e n e r a c io n a l e n t o r n o a 1 9 9 6 h a c e n
A . O r t e g a y P G a n g a s: R e n o v a c i n g e n e r a c io n a l y c a m b io p o ltic o . E n
( M a d r id ), 6 6 , o c tu b r e d e 1 9 9 6 , p p . 3 0 - 3 6 .
S o n in ter esa n te s d o s te x to s d e P. A g u ila r F ern n d ez:
la.
Las polticas hacia el pasado. Juicios, depuraciones, perdn y olvido en las nuevas democracias.
M a d r id ,
Vingtime Scle
(Pars), 7 4 , a b r il-ju n io , 2 0 0 2 , p p . 3 1 - 4 2 . T o d o
Captulo 4.
op. cit.
La historizacin de la experiencia
' Pero a d v ir ta m o s a h o ra q u e se a d o p ta la e x p r e si n
historizacin
c o m o el re su lta d o d e la a c c i n ,
historicizacin
que han
e m p le a d o a lg u n o s o tr o s a u to res, q u e p arece u n a v e r si n in n e c e sa r ia m e n te s e g u id o r a d e l t r m in o
c o r r e s p o n d ie n te e n fra n cs y q u e n o c o n t ie n e u n a s e m n tic a d ifer en te.
^ C o m o lo a firm a R . K o sellec k :
p. 5 9 .
^ S e g n la d e f in ic i n d e l d ic c io n a r io d e la R A E . O b s r v e se q u e la v o z la tin a
a s u v ez , d e la raz d e l v e r b o
experior,
experientia p r o c e d e ,
d e d o n d e p r o c e d e ta m b i n e x p e r to , lig a d o a la id ea d e p o n e r a
Diccionario de Filosofa.
Vocabulaire
^ E n J. Ferrater,
^ ].
L o ck e:
Puede
d e l m is m o a u tor.
lo n a , E d ic io n e s O r b is , 1 9 8 5 (1. ed . 1 9 0 7 )
^ W . D ilth e y :
M a d r id , R e v is ta d e O c c id e n t e , 1 9 6 6 ,
p. 3 0 .
E. H u sse rl:
passim.
La fenomenologa. Bar
M x ic o , F C E , 1 9 8 9 , p. 1 6
c e lo n a , E d ic io n e s P a id s, 1 9 8 9 ( e d ic i n o r ig in a l fra n ce sa d e 1 9 5 4 ) . E s p e c ia lm e n t e s u s e g u n d a p arte,
F e n o m e n o lo g a y c ie n c ia s h u m a n a s , p p . 6 1 y ss.
M . M e rlea u -P o n ty :
Ibidem,
Fenomenologa de la percepcin.
pp. 19 y 2 6.
H . G . G a d a m er :
S a la m a n ca ,
E d ic io n e s S g u e m e , 1 9 9 1 , v o l. I, p. 2 4 .
C it a d e l c le b r e t e x to d e l
M a d r id ,
Manuscritos econmicofilosficos y
H.
son. E n
e n las
S o r g e n tin i: La r e c u p e r a c i n d e la e x p e r ie n c ia h istrica: u n c o m e n t a r io so b r e E . P. T h o m p
Sociohistricas,
La P lata, n . 7 , 2 0 0 0 , p . 5 5 .
L a o b r a d e T h o m p s o n est p la g a d a d e c o n s id e r a c io n e s so b r e la e x p e r ie n c ia c o m o p raxis. U n
lu g a r im p o r t a n t e d e e llo es
Miseria de la Teora.
Lenguajes de clase.
M a d r id , S ig lo X X I , 1 9 8 9 .
G . H . M ead:
A . S c h tz :
Ibidem,
1 9 8 5 , p. 1 2 2 .
pp. 1 0 4 -1 0 8 .
M a d r id , C ted ra , 1 9 8 2 , d o n d e se h a c e u n es
P o r s u p u e s to , el m o d e lo h is to r io g r fic o c o n o c i d o c o m o h is to r ia d e la v id a c o t id ia n a t ie n e u n a re la ci n
estrec h a c o n e s to s p la n te a m ie n to s .
A . H e lle r,
P. B erg er y T h . L u c k m a n n :
u n co n ju n to
Ayer,
M a
So
ciologa de la vida cotidiana, op. c it,]. Ib ez: Por una sociobgia de la vida cotidiana, M a d r id , S ig lo X X I ,
1 9 9 4 ; A . L in d o n (c o o r d .): La vida cotidiana y su espacio-temporalidad. B a r c e lo n a , A n t h r o p o s , 2 0 0 0 .
M . W o lf: Sociologas de la vida cotidiana, op. cit, p. 17 .
P u e d e c o n s u lta r s e la id ea d e c o n j u n t o d e este p a n o r a m a q u e p r e s e n ta F. C resp i: Acontecimiento
y estructura..., op. cit., p p . 6 7 y ss., y 9 3 y ss.
R . K o sellec k : Estratos del tiempo, op. cit., p p . 3 6 y 4 6 .
d rid , n . 1 9 , 1 9 9 6 . E s tu d io s d e in ter s so b r e la s o c io lo g a d e la v id a c o t id ia n a s o n lo s d e A . H e lle r :
Ibidem, ^ .W.
Ibidem, p . 4 4 .
R . K o sellec k : Futuro pasado, op. cit., p. 3 0 8 .
P. R ico e u r : La Memoria, la H istoria..., op. cit.,
E.
pp. 4 9 4 y s s .
B u e n o s A ires,
E d ic io n e s N u e v a V is i n , 1 9 9 8 (2. e d .) , p . 8.
A . G id d e n s :
p. 84.
J. C a n d a u :
19 9 6 , pp. 3 8 -3 9 .
de la memoria.
Claves
El conocimiento humano,
B a rc elo n a , O r b is,
1 9 8 3 , p p . 2 2 0 y ss.
E s s a b id o q u e la m e t fo r a c o m p u t a c io n a l es el p u n t o fu erte d e la c ie n c ia c o g n it iv a o p sic o lo g a
c o g n itiv a . V a s e el e x c e le n te lib r o d e A . R ivire:
e n es p e c ia l su s c a p tu lo s 3 y 4 , d o n d e se trata c e n tr a lm e n te ese a s u n to . E n re la ci n c o n c r e ta c o n la
p s ic o lo g a c o g n itiv a d e la m e m o r ia se r e c o g e m u c h a in fo r m a c i n e n P s ic o lo g a c o g n it iv a d e la m e
m o ria ,
Revista Anthropos
(B a r c e lo n a ), n . 1 8 9 - 1 9 0 , 2 0 0 0 (m o n o g r f ic o ), c o n b ib lio g ra fa .
1 9 9 2 , pp. 4 5 -6 3 .
B . Sierra D ie z : C m o est re p r esen ta d a la e x p e r ie n c ia en la m em oria?. E n
(B a rc elo n a ),
op. c it,
Psicologia cogni
p. 1 2 6 .
V a s e e l in te r e s a n te a u n q u e d e s ig u a l c o n j u n t o d e e s tu d io s y a c it a d o , Y. Y eru sh a lm i, N . L orau x,
H . M o m m s e n y otros:
M a d r id , E u d e m a , 1 9 9 6 , y e n el e s ta d o d e la c u e s t i n c o n re la ci n b ib lio g r fica ig u a lm e n t e e n J.
C u e sta : D e la m e m o r ia a la H isto r ia , en A . A lte d V ig il (c o o r d .):
y Memoria.
M a d r id , U N E D , 1 9 9 6 , p p . 5 5 - 8 9 . C o n a m p lia b ib lio g ra fa .
M . H a lb w a c h s :
La mmoire collective.
U n p a sa je j u s t a m e n te c e le b r a d o d e l lib r o p s t u m o d e H a lb w a c h s es el d e d ic a d o a La m e m o r ia d e
lo s m sic o s .
Paris, A lc a n , 1 9 2 5 . U n a o b ra clsica q u e h a t e n id o
p. 3 6 .
crire
l histoire du temps prsent. Hommage a Franois Bdarida..., op. cit., p p . 1 0 6 - 1 0 7 , e ig u a lm e n t e p o r
J. C a n d a u : Anthropologie..., op. cit. O b r a im p o r ta n te ta m b i n es la d e G . N a m e r : Mmoire et socit.
P r o b le m a c o m e n t a d o p o r H . R o u s s o : La m m o ir e n est p lu s ce q u e l l e tait. E n
op. c it,
Entre el
pp. 5 5 -8 9 .
Claves de la memoria...,
p p . 8 3 y ss.
5 A . H u y s s e n :
M x ic o ,
F C E , 2 0 0 2 , p. 1 3 .
pas,
Leredu tmoin.
Pars, G a llim a r d , 1 9 9 6 , y t a m b i n H .
Paris, P lo n , 1 9 9 8 ; H . R o u sso :
Por qu recordar? B u e n o s
A ires, C r a n ic a , 2 0 0 2 , so b r e
u n a e d ic i n o r ig in a l fra n cesa d e 1 9 9 9 , p r o d u c t o d e u n s im p o s io in te r n a c io n a l so b r e M e m o r ia e
y a u sp ic ia d o p o r la U n e s c o .
En busca deljuturo perdido..., op. cit., p . 1 3 .
C o lm e ir o : La crisis d e la m e m o r ia . E n Revista Anthropos, op. cit.,
m ilit a n t e s io n is ta E lie W ie s e l
A . H u yssen:
J. E
p p . 2 2 1 - 2 2 7 . E l a u to r
se refiere e s p e c ia lm e n t e al c a so es p a o l.
Las cita s e n A . H u y s s e n :
p. 1 3 y
passim.
P. R ico e u r :
M.
(M a d r id ), 3 2 , 1 9 9 8 , p. 1 1 9 . E ste d e s a c u e r d o n o im p id e r e c o n o c e r la
Paris, n . 3 1 .
Y t a m b i n d e esta m is m a a u to ra Le t m o ig n a g e d a n s lh is to ir e d u t e m p s p rsen t ,
Bulletin de
p. 5 0 .
delpasado.
M x ic o , F C E , 1 9 8 6 (o r ig in a l fran cs d e 1 9 8 3 ) . P. F olguera:
d r id , E u d e m a , 1 9 9 4 . L o m s r e c o m e n d a b le , e n t o d o c a so , es el s e g u im ie n t o d e la c o l e c c i n c o m p le t a
d e la revista
En
His
in ter esa
p. 1 5 8 .
p. 6 8 .
E x p r e s i n q u e r e c o g e p r e c is a m e n te el tt u lo y a c ita d o d e E . J en in :
op. cit
E . J en in :
Ibidem,
p. 2 .
p. 6 9 .
op. cit., p . 4 8 .
La gestin de la memoria.
L a e x p r e si n e m p r e n d e d o r e s d e la m e m o r ia es t a m b i n d e esta m is m a au tora,
A es te e f e c t o es s u m a m e n t e in s tr u c tiv o e l lib r o J. S. P rez G a r z n y otros:
B a r c e lo n a , C r tic a , 2 0 0 0 , u n t e x t o o r ie n t a d o , so b r e t o d o ,
al a n lisis d e la m e m o r ia y la e n s e a n z a d e la h is to r ia e n lo s p r o c e so s d e r e iv in d ic a c i n n a c io n a lista
d e c u a lq u ie r s ig n o . La d is p u ta d e la m e m o r ia y su re la ci n c o n e l p o d e r es el o b j e t o d e u n trab ajo
c o le c t iv o d e g ra n im p o r ta n c ia , P. A gu ilar:
H . R ousso:
stein :
g lo X X I d e E sp a a , 2 0 0 2 (la p rim e ra e d ic i n in g le sa es d e l a o 2 0 0 0 ) . N i q u e d e c ir t ie n e q u e la
r e so n a n c ia d e e s te a s u n t o e n la h is to r io g r a fa y, m u c h o m s, e n la p o lt ic a actu a l es ta n extra o rd in a ria
c o m o p ara q u e sea im p o s ib le d ar c u e n ta c u m p lid a a q u d e ello .
S o b r e lo s g e n o c i d i o s d e l s ig lo x x p u e d e verse u n lib r o ta n a le c c io n a d o r c o m o el d e Y. T er n o n :
B a r c e lo n a , P e n n s u la , 1 9 9 5 . P or lo d e m s , la literatu ra
d e t o d o o r d e n so b r e la b arb arie d e l s ig lo x x es ex te n s s im a .
M . H a lb w a c h s ,
p. 4 3 .
Las citas e n M . H a lb w a c h s ,
K . M a n n h e im :
Ibidem.
Memoria y olvido de la guerra civil
La mmoire de la guerre..., op. cit. Pero v a se t a m b i n u n s u g e r e n te
c o n j u n t o d e en s a y o s e n F. M o r e n o G m e z , C . M ir C u c , A . R e ig T a p ia y otros: Memoria y olvido
sobre la guerra civil y la represin franquista. L u cen a , C r d o b a , A y u n t a m ie n t o d e L u c e n a , 2 0 0 3 .
M . d e U n a m u n o : En tomo al casticismo..., op. cit.
V a s e el a r tc u lo M e m o r ia C o le c tiv a , e n J. L e G o fF y o tro s (dir.): La Nueva Historia. B ilb a o ,
S o b r e e llo s o n d e in ter s las y a cita d a s P. A g u ila r Fern n d ez:
y J. A r s te g u i:
M e n s a je r o , 1 9 8 8 , p p . 4 5 5 y s s .
Idea de la Historia.
R . G . C o lli n g w o o d :
M x ic o , F C E , 1 9 5 2 (1.^ ed . 1 9 4 6 ) , e s p e c ia lm e n t e en
su s p p . 2 1 2 y ss. y 2 7 1 y ss.
E l t r m in o h is to r ic id a d es e n c a s te lla n o u n n e o lo g i s m o ta m b i n , q u e el d ic c io n a r io d e la R A E
d e f in e c o m o c o n d ic i n d e h is t r ic o , d e fin ic i n lo s u fic ie n t e m e n t e b reve c o m o p ara n o p restarse a
e q u v o c o s , p e r o c o n el in c o n v e n ie n t e d e s u escasa v ir tu a lid a d ex p lica tiva.
P. R ico e u r :
v o l. III:
El tiempo narrado,
p. 7 3 7 . P osteriores y am p lia s
La Memoria, la Histo
p a r tic u la r m e n te e n p p . 4 6 3 y ss.
*5 E . L a m o d e E sp in o sa :
M a d rid ,
G IS , 1 9 9 0 , p. 6 4 .
P. R ico e u r :
St. T o u lm in :
B a rc elo n a , P e n n su la , 2 0 0 1 (orig in a l
d e 1 9 9 0 ) , p p . 6 8 y ss. y 1 6 9 y ss.
La condicinpostmodema.
El discurso filosfico de la
Critique de la Modernit. Pars, Fayard, 1 9 9 2 [ed.
M a d r id , C te d r a , 1 9 8 4 . D o s re fle x io n e s e n s e n t id o d is t in t o , J. H a b er m a s:
modernidad. M a d r id , T a u ru s, 1 9 8 9 , y A . T ou ra in e:
Critica de la modernidad, M a d r id , T e m a s d e H o y , 1 9 9 3 ] .
E s u n c o n c e p t o t o m a d o d e A . G id d e n s : Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la
poca contempornea. B a rc elo n a , P e n n s u la , 1 9 9 5 (o rig in a l in g l s d e 1 9 9 1 ) , p p . 3 7 y ss.
P. R ico e u r : Tiempo y narracin, op. cit., 1. La narra tiv id a d es, s e g n se sabe, el leit motiv d e t o d o
cast.:
H . G . G a d a m er :
Ibidem,
T e c n o s , 1 9 9 3 , p. 4 1 .
pp. 4 2 -4 3 .
5' A . G id d e n s :
pp. 3 0 y s s .
Contra el relativismo.
M a d r id , V iso r, 1 9 9 9 .
Revista de Occidente
(M a d r id ), n . 7 4 - 7 5 , ju lio - a g o s to , 1 9 8 7 , p p . 6 1 - 7 6 ( n m e r o d e d ic a d o a la
S a la m a n ca , U n iv e r s id a d d e
S a la m a n c a , 1 9 9 3 , p p . 2 2 9 - 2 5 7 .
57 A l h a b la r d e las fo rm a s d e la c u ltu r a e n las so c ie d a d e s a ctu ales, c a p tu lo 8 , v o lv e r e m o s a in sistir
d e m o d o a lg o m s e je m p lific a d o r e n estas caractersticas.
5 C h . W r ig h t M ills:
55
Ibidem,
p. 2 5 .
pp. 2 5 -2 6 .
'O'* P. B o u r d ie u :
B a rc elo n a , A n a g r a m a , 1 9 9 7 (o ri
g in a l d e 1 9 9 4 ) , p. 7 4 .
P o r m i p a rte, m e h e referid o c o n c r e ta m e n t e a e sto c o n a lg u n a d e t e n c i n e n Id e n tid a d ,
m u n d ia liz a c i n e h is to r iz a c i n d e la ex p er ien cia .
pp. 100 y s s.
Hispania,
M a d r id , L V l l l / 1 , n . 1 9 8 ( 1 9 9 8 ) ,
102
A . G id d e n s :
p. 9 5 .
p. 4 9
107 F.
108
109
110
111
112
p a rte
50.
y ss., e n la q u e
Temps
116
p. 7 7 .
p. 3 1 5 .
Paris, 7 5 , ju in , 2 0 0 0 , p. 2 8 .
P. N o r a ,
117 R . N is b e t:
m is m o au to r,
H . - G . G a d a m er :
pp. 2 5 -2 6 .
P. N o r a :
121 G . B a ch ela rd :
122 B .
Captulo 5.
L aterza e F ig li, 1 9 4 3 .
' V a s e J. P. R io u x :
^ P. K e n n e d y :
(1.*^ e d . esta
d o u n i d e n s e d e 1 9 8 7 ) , p. 6 8 3
3 E sta id e a la h e d e sa rro lla d o y a r g u m e n t a d o m s d e t e n id a m e n t e e n J. A r s te g u i:
R . H e ilb r o n e r :
1996
La investigacin
B a r c e lo n a , P a id s,
(l.^^ed. e s t a d o u n id e n s e d e 1 9 9 5 ) , p . 1 1 2 .
^ L a e x p r e si n terceras r e v o lu c io n e s la e m p le a m o s p o r a n a lo g a c o n las e x p r e s io n e s c o m n m e n t e
e m p le a d a s d e u n a tercera r e v o lu c i n in d u str ia l, d e la q u e se h a b la a p r o p s it o d e la d ig it a liz a c i n , d e
u n a tercera o la d e d e m o c r a tiz a c io n e s o a u n tercer o r d e n in te r n a c io n a l e n el s ig lo x x , el d e p o sg u e r r a
fra. U n a e x p o s ic i n m s d e ta lla d a d e ese tr n s ito p u e d e ver se e n J. A r s t e g u i, C . B u c h r u c k e r y J.
S a b o r id o (d irs.): I n t r o d u c c i n , en
B a rc elo n a , C r-
tic a -B ib lo s , 2 0 0 1 .
L a h is t o r ia d e la G u e r r a Fra c u e n t a c o n u n a p r o d u c c i n b ib lio g r f ic a m u y e x t e n s a . C o m o
i n t r o d u c c i n p u e d e v e r se el m u y c o m p l e t o lib r o d e F. V e ig a , E . U . d a C a l y A . D u a r t e :
La p a z simu
( c o n C r o n o l o g a y B ib lio g r a f a ) , M a d r i d , A lia n z a
A r ie l, 2 0 0 1 .
G . Parm entier: Le rtour de l Histoire. Strategic et rlations internationales pendant et aprs la Guerre
Froide. B ruselas, d itio n s C o m p le x e , 1 9 9 3 . S e g u r a m e n te fu ero n los a o s sesen ta el m o m e n t o lg id o d e
la p o l m ic a id e o l g ic a en tre E ste y O e ste , o en tre in telectu ale s in flu id o s p o r el m a r x ism o y aq u e llo s otros
q u e rech azan d e p la n o s u in flu en cia . La co m p a r a c i n en tre M a r cu se y P o p p er (o en tre n e o p o s it iv is m o
y E scu ela d e Frankfurt) p u e d e ser u n e je m p lo d e esto. U n a m u estra d el p e n s a m ie n t o sob re la E u ro p a d e
la p o c a , e n A N e w Europe?
Daedalm
(R ic h m o n d , V irig in ia ), in v ie rn o , 1 9 6 4 (n m e r o m o n o g r fic o
s o b r e el a s u n to ). T a m b i n P A . S o rok in :
B u e n o s A ires, La P lyad e,
v o l. 3 . B a rc elo n a , O c a n o ( 2 0 0 0 ) , p p . 3 2 6 y ss.
trial
B a r c e lo n a , A rie l, 1 9 6 9 (o r ig in a l fran cs d e l m is m o a o ).
M a d r id , M o n e d a y C r d ito ,
1 9 7 3 (o r ig in a l b e lg a d e 1 9 7 0 ) . U n c o n j u n t o d e trabajos d e an alistas o c c id e n ta le s , d e la C o m u n id a d
E u r o p e a m a y o r ita r ia m e n te , so b r e las p ersp ectiv a s y b lo q u e o s d e l m u n d o c o m u n is t a tras la in v a s i n
d e C h e c o s lo v a q u ia p o r las trop as d e l P a c to d e V arsovia.
U n a nlisis m u y l c id o , q u e c o m p a r a A m r ic a y E u rop a, en relacin c o n las re p ercu sion es c u ltu
rales d e l 6 8 es el d e A . H u y sse n : P a lim p se sto 1 9 6 8 : E stad os U n id o s /A le m a n ia . En:
la p resen ta M . G a llo :
1914-199L
En busca delfiituro
B a rc elo n a , C rtica , 1 9 9 5 (o r ig in a l in g l s d e 1 9 9 4 ) .
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C fr. C . B er tra m , A . C h i t t y (ed s.):
A v eb u r y , 1 9 9 6 . C h . H i ll, St. R u g b y , H .
d e A la n R y a n . V a le n c ia , E d it io n s A lf o n s el M a g n n im , 1 9 9 4
l H isto ir e (d o ssie r). E n
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El Mediterrneo y el mundo
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a ctu a le s se c o n t ie n e e n h tt p ://w w w .g lo b a lis s u e s .o r g /
A d e m s d e las o r ie n ta c io n e s q u e so b r e e sto s e s p a c io s se p resen ta n e n el lib r o d e M . C astells:
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d o s p o r e l a ta q u e e n h t t p : / /w w w .y a le .e d u / la v m e b /a v a l o n / s e p t _ l l / s e p t _ l l . h t m , en tre otras m u c h a s
p g in a s c o n s u lta b le s .
E s decir, e n la c o n s id e r a c i n d e m o v im i e n t o c o n s p ir a tiv o a p o y a d o c o m p r o b a d a m e n t e p o r
o r g a n iz a c io n e s m s o m e n o s ex te n sa s, in c lu s o E s ta d o s , c u y o o b je tiv o sea c o n s e g u ir re su lta d o s p o r el
te r r o r is m o s is te m tic o . U n e je m p lo d e l im p a c to d e esta s it u a c i n sob re las p u b lic a c io n e s d e l m o m e n
t o e n F. H e is b o u r g y F u n d a c i n p ara la I n v e s tig a c i n Estratgica.-
d e a u to res im p o r ta n te s , c o m o P au l K e n n e d y o N ia ll F e rg u so n .
p. 2 . E l lib r o c o n t ie n e c o n t r ib u c io n e s
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Policy.
W a s h in g t o n , B r o o k in g I n s t it u t io n Press, 2 0 0 1 . V a s e
5 7 / 2 7 3 S / 2 0 0 2 / 8 7 5 : I n fo r m e d e l G r u p o A se so r so b r e las N a c io n e s U n id a s y el T er ro rism o .
A raz d e s e p t ie m b r e d e 2 0 0 1 E E . U U . h a p r o m o v id o la c o n f e c c i n d e u n re gistro d e o r g a n iz a
c io n e s ca lifica d a s d e terroristas e n t o d o el m u n d o .
E l ca so d e m a y o r re so n a n c ia es el d e la variad a o b r a d e N . C h o m s k y , d e q u ie n p u e d e verse,
Secretos, men
tiras y democracia. M a d r id , S ig lo X X I , 1 9 9 7 (c o n v e r sa c io n e s o r ig in a le s d e 1 9 9 4 ) , Estados canallas. El
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sity, h t t p : / / w w w . n y u . e d u /g l o b a lb e a t /i n d e x 0 3 1 0 0 3 .h t m l
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E s te n d ic e r e c o g e io s n o m b r e s d e p erso n a s q u e a p arec en e n e l c u e r p o d e l te x to . N o in c lu y e n
Burckhardt, Jacob, 41
Bush, George (padre), 254, 294
Bush, George W., 265, 275, 276, 277,
283, 286
Carnap, Rudolph, 78
Carnoy, Martin, 319
Castells, Manuel, 197, 243, 260, 293,
311, 314, 316, 317, 322, 323, 324,
325, 326, 327, 330, 344, 348
Cerf, Vinton G., 309
Chvez, Hugo, 262
Cheney, Richard, 283
Chernomirdin, Victor, 257
Chirac, Jacques, 239
Clinton, Bill, 254, 283, 294, 356
Collins, Francis, 356
Collingwood, Robin Georg, 171
Comte, Auguste, 111
Crick, Francis, 355
Croce, Benedetto, 171, 192
Dahrendorf, Ralph, 243, 315, 317
Diaz Barrado, Mario R, 50
Dilthey, Willhelm, 111, 118, 147, 151, 152
Dromel, Justin, 111
Droysen, Joham Georg, 41
183, 320
Gaidar, legor, 257
Galbraith, John, 305
Galilei, Galileo, 66
Garfinkel, Harold, 153
Garrido, Fernando, 43
Garton Ash, Timothy, 243
Gaulle, Charles de, 25, 212
Giddens, Anthony, 94, 97, 153, 156, 174,
177, 178, 222, 293, 315, 319, 329,
330, 331, 361, 363, 364
Giscard dEstaing, Valery, 255
Goethe, Johann Wolfgang, 40
Coffman, Erving, 153
Goodfield, June, 68
Gorbachov, Mijail, 215, 216, 242, 245,
246, 247, 249
Gore, Alfred, 310
Gramsci, Antonio, 149
Guizot, Franois, 34
Habermas, Jrgen, 49
Pechanski, Denis, 46
299
Smith, Adam, 132
Snow, C. P., 353
Soulet, Jean Franois, 34, 39
Spengler, Oswald, 68
Starr, Charles George, 68
Stieler, Kaspar von, 40
Strmer, Michael, 49
Sybel, Heinrich von, 41
Sztompka, Piotr, 364
Tcito, 40
Tarow, Sidney, 321
Taylor, Charles, 339
Thatcher, Margaret, 293
Thiebaut, Carlos, 366
Thompson, Edward, P., 149, 150
Tilly, Charles, 219, 321
Tocqueville, Alexis de, 34, 59
Toledo, Alejandro, 262
Tnnies, Ferdinand, 115
Toreno, conde de, 43
Toulmin, Stephen, 68
Touraine, Alain, 305, 315, 323, l i , 328,
329, 330, 331, 364
Toynbee, Arnold, 68
Trebitsch, Michel, 30, 34, 38, 48, 94
Tucdides, 30, 40
Turing, Alan, 307
Tussell, Javier, 50
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NDICE ANALfnCO
biotica, 357
biotecnologa, 220, 357
bipolaridad, 200, 2 3 0 ,2 3 1 , 264, 277-282,
287
brecha digital, 348
cada del Muro de Berln, 54, 141, 214,
2 1 5 ,2 1 8 , 286, 297
cambio, 94-96, 220-226
global, 223, 314
histrico, 95, 115, 119, 131-133, 139,
141, 189, 221, 223, 237, 304, 322,
331
tecnolgico, 221, 240, 290, 304, 314315, 330, 338, 3 4 1 ,3 4 4 ,3 5 4
campo de experiencia, 75, 88
capitalismo
de ficcin, 321, 360
del espectculo, 321
flexible, 2 2 1 ,3 1 9 ,3 2 1
crisis
de la modernidad, 225, 350, 352
de sentido, 339
estable, 203, 220, 222, 329
cronologa. 54-55. 81. 101, 104-105, 118,
205
mvil, 102
cronolgico, 56, 136
cruce de generaciones, vase generacin
cultura, 80. 145, 150, 175, 184-185, 199,
205-208, 333-334, 335-336, 337, 348,
357, 367, 368-373
de consumo, 338-339
de la memoria, 161
de masas, 229, 334, 337-338, 342-345,
348-349. 368-373
digital, 307
malestar de la, 339
Current History, 23
desanclaje, 175, 319
desarrollo. 298-304
humano, 302-303
sostenible, 359
desocializacin, 320
desorden poltico internacional, 216, 277,
280
desregulacin, 297, 319
dialctica
universalismo/particularismo,
192,
227, 229, 352, 365-368
discurso historiogrfico, 77, 181, 185,
201, 206
223
conflicto
intergeneracional, 113
por la hegemona, 270
consociados, 122, 126, 151
construccin de identidades, 124
contemporaneidad, 26, 31-36, 59, 92,
112, 117, 122, 130, 135, 173, 189,
191,
210, 225, 234, 237, 322, 334
Contemporary History, 23, 4 l
era
143-144,
150-151,
169,
del presente, 9-11, 13, 19, 29, 30, 3136, 44, 45, 51, 52, 55-56, 57, 58, 60,
64, 81, 85, 104-106, 129-131, 167,
134-142, 167
poder, 229
blando, 234, 348-349, 360
estratgico, 239
meditico, 344
325
mom ento axial, 87, 98, 102, 105, 133,
138, 169-170, 209, 214-220, 236
movimientos sociales, 128, 315, 319, 321,
327, 329, 337, 361, 364, 366
multiculturalismo, 229, 334, 341, 366
multilateralismo, 240, 247, 280-281, 284,
286-288, 303
multipolaridad, 230, 288
mundo
actual, 253
de la vida, 152
occidental, 211, 230, 246, 248, 253254, 260, 284, 340
neocolonialismo, 299
neonacionalismo, 364
nueva economa, 254, 291, 312, 328
olvidar, 158
olvido, 158, 160-161, 164
O N G (Organizacin N o Gubernamental),
298, 300
ordenador personal, 306, 348
224,
253,
277,
331,
373
posmodernidad, 26, 316, 334, 339, 349353
posmodernismo, 174, 207, 212, 236, 336338, 350-353
praxis, 147, 149-150
presente, 11, 30, 63-107, 162, 208
continuo, 80, 157
de la historia, 80, 106
especioso, 90
extendido, 102
histrico, 1 1 ,4 9 , 55, 61, 70, 80-81, 8485, 87-88, 91, 101-107, 111, 120, 121,
1 2 5 ,1 2 6 - 1 3 4 ,1 3 5 ,1 3 8 ,1 6 7 ,1 6 9 ,1 8 0 ,
1 89 ,1 91
historiogrfico, 104
sociedad
de comunicacin de masas, 28, 175,
335, 345, 363, 369
de consumo, 306, 338
de flujos, 330
de la comunicacin, 94, 308, 317, 323,
335, 343-344, 346-347, 368, 373
de masas, 176, 335, 342, 368-369
del conocimiento, 304, 308, 311, 317,
322-323
del riesgo, 224, 316, 330
espectculo, 363
global, 2 0 6 ,3 1 3
industrial, 232, 290, 314-315, 317,
322, 328, 3 3 1 ,3 3 5
informacional, 199, 290, 304, 308,
311, 313-315, 317, 320, 321-327, 330,
334, 335, 346, 368
poscapitalista, 314, 317
posindustrial, 225, 232, 290, 313-315,
316-317, 322-323, 327, 331, 338, 353
programada, 323, 331
red, 308, 320, 324, 326-327, 330-331,
335
Sociedad de Naciones, 277-278
sucesin
de las generaciones, 109, 113, 117, 119120, 121-123, 125, 130, 133
de los presentes, 130, 133
generacional, 122, 124-125, 131-133
supraestatalismo, 220, 296, 303
tcnica, 229, 307, 354-355, 357-358
tecnologas
de la informacin, 305-307, 308, 310,
325,
344
intelectuales, 323
Telpolis, 308, 318, 347
televisin, 309, 311, 343-346, 361-362,
372
temporalidad, 55, 65, 69-70, 96, 102,
105-106, 126, 128, 172, 179, 184,
186, 188
teora
de las generaciones, 111, 116, 139
del tiempo, 65-67
tercera va, 247, 293
tercer entorno, 311, 343
tercer mundo, 211, 213, 299
terrorismo, 224, 264-265, 272-274
global, 273
tiempo, 64-72, 85, 155
fsico, 70, 87
histrico, 64, 68-77, 86-87, 89-90,
99-100, 101, 201-202, 206, 208-209,
231-238
humano, 70
irreversibilidad del, 71-104
presente, 30, 54, 56, 77, 89, 114
universal, 65, 70, 72, 87
vivido, 82, 87, 161
tolerancia, 353, 365
tradicin, 82, 87, 116, 147-148, 168-169,
174, 1 8 3 ,2 0 8 , 339, 342, 352
transicin
democrtica, 50, 261
espaola posfranquista, 44, 139-141,
1 6 9 ,2 1 8
treinta gloriosos aos, 213, 235
turbocapitalismo, 305
unilateralismo, 226-227, 249, 277-288
universalismo, 186, 229, 360, 362, 365366, 368-372
vida cotidiana, 86, 152-153, 177, 184,
190, 292, 304
vivencia, 145, 147, 151-152, 162, 185
vuelta del sujeto, 178, 191-192, 360, 363
w orld tuide web, 309, 325
Zeitgeschichte, 23-24, 40
11 de Septiembre, 235, 241, 270-272,
275-276, 280-281, 283