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El Dueño

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El dueo

Porfirio MAMANI MACEDO

Onel qued callado, mirndose los pies desnudos llenos de polvo


de tanto haber andado. Quiz no pensaba en nada, pero mir los pies
del hombre que le franqueaba la puerta. Es posible que todo fuera un
sueo o un error para el hombre de la puerta, no para Onel, l
simplemente regresaba a su casa, aquella donde haba plantado en su
infancia un pino como si se tratara de un juego y no de un desafo.
A m me la alquilaron dijo el hombre, slo despus pude
comprarla. Tuve que vender todas las cosas que tena y tambin las de
mi mujer.
Onel slo miraba los rincones de la casa casi desierta. Imposible
saber lo que pensaba ni lo que le haca recordar cada sombra, cada trozo
de pared, ni la puerta, ni las ventanas que en ese momento estaban
abiertas.
A m me la alquilaron volvi a decir el hombre.
Onel se qued mirando la puerta de madera con una ternura
indescifrable, pareca que se le iban a caer los ojos. No lloraba. No haba
rencor en su mirada, slo miraba quiz recordando una imagen o un
gesto de su madre. Tal vez le hubiera gustado ver a su padre entrando
por la puerta, pero nada. Slo escuchaba la voz de un desconocido que
le estaba repitiendo la misma cosa desde que entr.
Tuve que vender mis cosas dijo el hombre.
Nada de lo que haba le haca recordar algo a Onel; slo los
muros, las ventana y la puerta que no haban cambiado mucho. El
rincn donde su padre se sentaba a leer el peridico, estaba all; sin
embargo l miraba un vaco inmenso, y en ese rincn pareca
concentrarse la infinitud, el principio y el fin de todo.

No me regalaron nada dijo el hombre.


Onel quera levantarse y echarle una mirada a la cocina, a la
huerta, all donde pas gran parte de su infancia; subir al techo para ver
si an se vea todo lo que el vea, pero nada. Qued con la vista pegada
en una fisura de una de las paredes que llegaba hasta el techo casi negro
por el excremento que haban dejado las moscas.
Esta es mi casa dijo el hombre.
La ranura se haba ensanchado un poco. El techo tal vez goteaba
cuando llova como antes. Luego Onel cerr los ojos para intentar
olvidar lo inolvidable. Quiz era preferible irse y no reclamar nada,
tampoco volver a ver esos muros, ni la ranura que esta vez lo estaba
viendo a l; como si quisiera devorarlo. La nica resistencia de Onel era
desviar la vista hacia otro punto, hacia un vaco absoluto de donde no
rebote nada.
Estas son mis cosas dijo el hombre, todo lo he comprado
con el sudor de mi frente. He tenido que trabajar como una mula para
tener todo esto.
Esa voz no llegaba a la conciencia de Onel. Tal vez ni siquiera se
daba cuenta de la presencia de ese hombre que trataba de explicar su
existencia. Se oa una voz, otra ms lejana y ms profunda, una voz que
pesadamente arrastraba el viento. A ratos Onel miraba sus manos
como se miran a las piedras, como se mira el polvo que nadie a tenido
el cuidado de limpiarlo de tiempo en tiempo de los muebles de una casa
abandonada.
Estaba cayendo la tarde y todo se iba inundando de sombras
apagadas, envejecidas, trashumantes. La mirada de Onel, sus ojos y sus
manos parecan envejecer con la tarde. Slo el hombre quedaba pegado
a su silla como si ya fuera un objeto ms en ese ambiente irrefutable. A
veces llegaba por la ventana abierta un ruido extrao de afuera.
Yo la he comprado dijo el hombre con una voz de vidrio.
Y Onel nada. Su mundo estaba all, pero tambin en otra parte,
en un lugar indefinido. Tal vez slo era su mirada lo que realmente
exista de l. Ni siquiera esa sombra pesada le pareca pertenecer. Todo
estaba all, quieto y tumultuoso como un delirio inexplicable. No era el
tiempo ni la sombra, tampoco el hombre que luchaba solitariamente;
eran los muros, era la casa y tambin la memoria que lo mantena como
encerrado en un laberinto.

A m no me dijeron nada dijo el hombre, slo me


alquilaron la casa y punto y la compr cuando reun el dinero que me
pedan por ella.
Alguien hizo un ruido detrs de la puerta. Ni Onel ni el hombre
se movieron. A ninguno de los dos les sorprendi el ruido, era como si
los dos estuvieran acostumbrados a orlo. Onel tena las manos sucias
y quemadas por el sol al igual que sus pmulos que le brillaban con el
reflejo de la luz. El hombre tena el rostro marcado por el cansancio,
ese que slo labra la vida en un hombre desgraciado.
El silencio de Onel y la voz del hombre parecan fundirse en una
extraa masa de aire que perforaba las paredes de la casa. Onel no
dejaba de observar los rincones de la casa, donde tal vez an quedaba
algo de polvo del tiempo que le recordaban esas paredes. Nada era
confuso en su memoria. Desde su sitio pareca vigilarlo todo.
A mi me la alquilaron volvi a decir el hombre.
Ninguno de los dos bebi el agua que puso el hombre sobre la
mesa cuando entr Onel. Lo nico que realmente se movi en la casa
hasta ese instante fueron las sombras, las sombras que giraban y se
agrandaban con lentitud.
Tengo el contrato, se lo voy a mostrar dijo el hombre sin
levantarse.
Esta vez Onel le mir a la cara como quien busca una duda o una
mentira en un rostro, pero no encontr nada, slo vio el rostro de un
hombre envejecido.
No le estoy mintiendo dijo el hombre.
El tiempo de la tarde se consuma irremediablemente por la
ventana abierta. A veces el viento soplaba fuerte y haca balancear el
foco que estaba colgado del techo. Otra vez el ruido entraba como a
perturbar el silencio que reinaba entre los dos y sus sombras
respectivas. Esta vez Onel mir hacia la ventana abierta, tal vez no por
el ruido sino por el viento fro que comenzaba a entrar a la casa. El
hombre no miraba a la ventana sino a Onel quien se rascaba la barba
crecida. Slo en ese instante el hombre se dio cuenta que a Onel no le
interesaba nada lo que le estaba diciendo. Era como si no estuviera all,
sentado, mirando de vez en cuando ciertas partes de la casa. En realidad
lo nico que haca Onel era mirar, y tal vez recordar otro mundo, aquel
mundo enterrado por el tiempo, que es el pasado. Cuando Onel dej
de mirar la ventana sorprendi al hombre que lo miraba, este qued

impresionado, como si lo hubieran cogido en flagrante delito. No se


dijeron nada, apenas se cruzaron las miradas y continu cayendo la
tarde.
Esta es nuestra casa dijo el hombre, no estamos
usurpando nada.
Para Onel haba cambiado algo, pero no saba qu. Lo senta cada
vez que miraba por la ventana. No era el olor de la casa, porque desde
que entr, entr tambin un extrao aroma que lo estaba esperando
afuera desde siempre. Aunque para el hombre Onel era un extranjero,
no lo era para la casa. Quiz Onel era el nico sobreviviente, a quien
esperaba la casa antes de derrumbarse.
Otra vez el ruido extraamente pareca entrar y salir de la casa.
Sbitamente el hombre se puso a toser como si algo tratara de ahogarlo.
Onel sin decirle nada miraba cmo se debata el hombre con la tos.
Slo cuando el hombre se puso de pie, Onel estir su brazo sobre el
hombro del hombre, tal vez para que no cayera al suelo. Cuando dej
de toser el hombre, ninguno de los dos volvi a sentarse, quiz
presintiendo una desgracia. El hombre se sirvi un vaso de agua y lo
bebi de un golpe. Luego dej el vaso en el filo de la mesa sin darse
cuenta que al menor movimiento podra caerse. Onel se qued parado
con las manos en los bolsillos mirando la puerta por donde entraba el
ruido.
No es posible dijo el hombre.
Para entonces ya las sombras eran inconmensurable, se haban
integrado a la incipiente oscuridad. Onel permaneci con la mirada
siempre perdida en algn rincn impreciso de la casa. Ya no eran las
sombras ni los ruidos, eran los pasos de Onel los que se desplazaban
hacia la puerta de la cocina. Pareca ya no interesarle el ambiente
esttico de la sala, quera ver o recordar otras cosas, los otros muros,
los otros muros que ocultaban los muros de la sala.
No es posible volvi a decir el hombre.
Onel regres de la cocina con la frente fruncida como si hubiera
visto la muerte. Lo que vio fueron las cosas desordenadas de una cocina
medio abandonada. Nada de lo que haba en ella le recordaba el pasado
o algo que l estaba buscando, algo que l, Onel, deseaba encontrar con
urgencia, algo que poda estar confundido entre todo lo ajeno que
llenaba la cocina o la casa.

todo.

Esta es mi casa deca el hombre mientras Onel escrutaba

Cuando termin de visitar la casa, Onel pareci encontrar lo que


buscaba. Mir fijamente la puerta bajo la cual estaba incrustada la
herradura. No haca falta decir o inventar otra cosa. Todo estaba claro
en su mente.
Yo no puedo irme dijo el hombre retrocediendo un poco.
Onel avanz hacia el hombre, y ste, temeroso, sigui
retrocediendo poco a poco hasta chocar con la pared cubierta de polvo
negro. No le dijo nada, slo alarg su mano huesuda para coger un
fierro que estaba colgado al lado de la puerta y con l extrajo la
herradura, y con ella se alej precipitadamente de la casa, sin decirle
nada al hombre, que espantado lo vio partir hacia el centro de la noche.

Porfirio Mamani Macedo


Pars, Francia

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