Radiografía de La Pampa

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RADIOGRAFA DE LA PAMPA

Ezequiel Martnez Estrada

TRAPALANDA
I
II
III

LOS RUMBOS DE LA BRJULA


LA POCA DEL CUERO
LAS RUTAS

I
LOS RUMBOS DE BRJULA

LOS AVENTUREROS
El nuevo mundo, recin descubierto, no estaba localizado an en el
planeta, ni tena forma ninguna. Era una caprichosa extensin de tierra poblada de
imgenes. Haba nacido de un error, y las rutas que a l conducan eran como los
caminos del agua y del viento. Los que se embarcaban venan soando; quedaban
soando quienes los despedan. Unos y otros tenan Amrica en la imaginacin y
por fuerza este mundo, aparecido de pronto en los primeros pasos de un pueblo
que se despertaba libre, haba de tener las formas de ambicin y soberbia de un
despertar victorioso. Es muy difcil reproducir ahora la visin de ese mundo en las
pequeas cabezas de aquellos hombres brutales, que a la sazn estaban
desembarazndose de los rabes y de lo arbigo. Qu cateos imaginativos
realizaban el hidalgo empobrecido, el artesano sin pan, el soldado sin contrata, el
pordiosero y el prroco de una tierra sin milagros, al escuchar fabulosas noticias
de Amrica? Mentan sin quererlo hasta los que escuchaban. Un lxico pobre y
una inteligencia torpe haban de enriquecer la aventura narrndola. Los mapas
antiguos no pueden darnos idea aproximada de esos otros mapas absurdos de
marchas, peligros y tesoros dibujados de la boca al odo. Volvan pocos porque el
hambre y la peste los malgastaban; mas el suprstite finga para librarse del
ludibrio, y as haca proslitos. Embarcarse era, en primer trmino, huir de la
realidad; con lo que ya se trabajaba para el reino de Dios, hacindose a la mar. En
segundo trmino, la travesa del ocano deslastraba de su nmesis de raza aislada,
espuria, y de familia sin lustre y sin dineros, al que volva la espalda a la

Pennsula y abra los ojos al azar. Este mundo era para l la contraverdad del otro;
el otro mundo. Ningn propsito tranquilo, que exigiera la gestacin de un
embarazo; ningn proyecto de largas vistas, que exigiese moderacin, respeto,
pensar y esperar. Navegando tantos das y tantas noches, con un rumbo que los
vientos obligaban a rectificar, llegaban prevenidos contra la muy simple y pobre
realidad de Amrica. Ya la traan poblada de monstruos, de dificultades y de
riquezas. Amrica era, al desembarco, una desilusin de golpe; un contraste que
enardeca el clculo frustrado y que inclinaba a recuperar la merma de la ilusin
mediante la sublimacin del bien obtenido. Otra vez la llanura era el mar, sin
caminos. Amrica no era Amrica; tena que forjrsela y que superponrsele la
realidad del ensueo en bruto. Sobre una luna inmensa, que era la realidad
imposible de modificar, se alzaran las obras precarias de los hombres. De una a
otra expedicin se hallaban escombros y de nuevo la realidad del suelo cubriendo
la realidad de la utopa. Nada de lo que se haba edificado, implantado, hecho y
fundado tena la segura existencia de la tierra. La propiedad sobre las cosas, la
autoridad sobre los hombres, las relaciones entre los habitantes, el trfico de las
mercaderas, la familia, estaban sujetas a imprevistos cambios, como plantas
recin transplantadas que podan prender o morir.
Haba que abrirse una senda en la soledad y que llenar con algo esa llanura
destructora de ilusiones. Lo que coincida con la previa estructura de este mundo,
prosperaba; lo que se alzaba con arreglo a la voluntad del hombre, caa cuando
mora l. Qu, si no la tierra, poda ansiar poseer el que llegaba a estas regiones
aisladas sin seguridad para la vida, sin otra posibilidad que lo que se le arrancara
con violencia? El ideal del recin llegado no era colonizar ni poblar. Pensar
entonces en ello equivaldra a concebir una maquinaria complicada en presencia
de la rueca. Faltaban al medio los caracteres y los incentivos que suscitan la
necesidad de poblar y de colonizar. En ningn orden de las actividades humanas
poda aspirar ni era capaz a formarse una posicin decorosa. Pona en juego
sus fuerzas primitivas y as iban rebotando los hechos entre sus manos ineptas y la
realidad sin forma. El indgena haba vivido en relacin con este mundo, hasta que
se someti a sus exigencias. Pero lo que tambin Iludiera realizar el indgena, era
tab; lo que estaba al alcance de quienquiera, sembrar, construir, resignarse y
aguardar, resultaba deprimente y fuera de la tabla de valores de conquista y
dominio. Trabajar, ceder un poco a las exigencias de la naturaleza era ser vencido,
barbarizarse. As naci una escala de valores falsos y los hombres y las cosas
marcharon por caminos distintos. Mediante esa clasificacin de las tareas en
servirles1 y liberales se reinici el viejo proceso de las jerarquas de tener o de no
tener; culminaba sobre todas, la posesin de la tierra, es decir, la sumisin
redonda a lo que era ms fcil de adquirir y a lo que exiga menor inteligencia
para conservar.
Sobre ese plano fundamental se trazaron las rutas a emprender, y desde
entonces el patrn de medir seran la hectrea y la fanega. Aquellos que ya no
necesitaban vender tras el mostrador, consideraban a los comerciantes
minoristas como dependientes a sueldo. Se distingua entre el comerciante que se
ocupaba personalmente de su negocio, excluido de funciones y cargos electivos, y
el que diriga de lejos el establecimiento, apto para esos cargos y funciones. Otra
vez la distancia era un valor. Capitanear una gavilla de contrabandistas y traficar
con esclavos era ms honroso que alzar un muro; vender telas considerbase
mucho ms honroso que expender artculos ultramarinos; robar era mejor que
trabajar. Ni siquiera se juzgaba sobre la cantidad del haber, como ms tarde; se

establecan dos categoras: el empresario y el asalariado. Los puestos de jerarqua


quedaban reservados para los que tuvieran dinero suficiente para comprarlos; y as
en la infinita escala de las autoridades. La Administracin pblica era Espaa y
dentro de su jurisdiccin se honraba el ciudadano. Ese camino estaba vedado al
comn de los hombres. Los cargos judiciales y docentes recaan en rbulas y
sacerdotes, que formaban la clase intelectual, sin que la inteligencia hallara
camino libre para manifestarse. Se trajeron las formas huecas de instituciones
desprestigiadas y se vaci en ellas la mente y la conducta de los jvenes. Se
persegua y despreciaba lo que creca en su propio clima segn sus propias leyes
de desarrollo, hasta que el trazado de esas ficciones de cultura y de riqueza no
coincidan casi con el trazado autntico de la realidad americana.
Era se un mundo simplsimo en los hechos y las cosas, aunque de
protocolo de escribana muy complicado. Haba que poner un vestido legal de
difcil comprensin a esta desnudez de un trozo de planeta olvidado. Lo
complicado estaba, pues, en el mecanismo y el procedimiento, en el pudor con
que se cubra el desencanto; es decir, en la contraverdad. Sobre un mundo sin
complicaciones se dibujaba un mundo de complicaciones. El recin llegado
potenciaba el valor de la nica cosa lija en ese torbellino de formas dialcticas; en
aquello que slo el gobierno, que se arrogaba el derecho de ejercer el
bandolerismo y el despojo en gran escala, poda quitarle. Para congracirselo
contaba con otra complicadsima red de intereses y de influencias. De donde la
seguridad inconmovible de ese nico bien esttico, firme, tena igualmente su
aventura. Los campos se medan en la escritura, la autoridad se afirmaba en las
cdulas reales, la excelencia se adquira en los captulos eclesisticos.

LOS SEORES DE LA NADA


La amplitud del horizonte, que parece siempre el mismo cuando
avanzamos, o el desplazamiento de toda la llanura acompandonos, da la
impresin de algo ilusorio en esta ruda realidad del campo. Aqu el campo es
extensin y la extensin no parece ser otra cosa que el desdoblamiento de un
infinito interior, el coloquio con Dios del viajero. Slo la conciencia de que se
anda, la fatiga y el deseo de llegar, dan la medida de esta latitud que parece no
tenerla. Es la pampa; es la tierra en que el hombre est solo como un ser abstracto
que hubiera de recomenzar la historia de la especie o de concluirla.
Falta el paisaje y falta el hombre; hacia el pretrito y el futuro se abren
simas sin fondo; el pensamiento improvisa arias en torno de los temas conocidos,
creando a su albedro, libre, suelto. El cuerpo es un milagro y por los sentidos
penetran los hlitos de una novedad que bien pronto se abaten sin voluntad, en un
cansancio csmico que cae con todo el peso del cielo.
El paisaje del llano, si lo es, toma la forma de nuestros propios sueos, la
forma de una quimera; y se esteriliza cuando el sueo es ruin.
Avanzamos y nuestros proyectos para el porvenir eternos , proyectos
de dominio sin obstculos pero que no tienen finalidad, crecen
desmesuradamente. El hombre no opone resistencias a la naturaleza, ha
renunciado a la lucha y se ha entregado. La pampa es una ilusin; es la tierra de
las aventuras desordenadas en la fantasa del hombre sin profundidad. Todo se
desliza, animado de un movimiento ilusorio en que slo cambia el centro de esa
grandiosa circunferencia. Ah el hombre grosero empieza de nuevo; el hombre

culto concluye. Fue el quimrico territorio de Trapalanda, de la que deca el P.


Guevara: Cuyo descubrimiento nunca efectuado, fue polilla que consumi
buenos caudales sin ningn fruto; la ciudad imaginaria de oro macizo que casi
hace fracasar las expediciones de Francisco de Aguirre y de Diego Abreu; la que
hizo que se fundaran La Rioja y Jujuy para ponerle sitio y arrebatrsela al
autctono. El buen Quijano tambin fue vctima de la llanura; la esterilidad de la
Mancha fructific en sus sesos las Sergas de sus lecturas solitarias. Dentro de esos
crculos de la propia persona, es natural que el Conquistador no concibiera ideales
de permanencia, de fijacin, de espera. El hijo como perpetuacin del abolengo, la
casa como solar, la familia y las faenas segn las pocas del ao, no eran posibles.
Imperaba la proeza del individuo como hecho histrico universal; la biografa era
la historia y lo que no exista haba sido sepultado, escondido. En sus cerebros
limitados esta ilimitacin de la tierra plana o la inacabable monotona de la
montaa rida, prometa como en el desierto de los ascetas, la aparicin de santos
o de ciudades maravillosas de opulencia y de felicidad. Se esperaba hallar de
pronto los tesoros acumulados en algn lugar insospechable, prontos para el
transporte. El reino de Dios tampoco se vea que existiera y, no obstante, exista
ciertamente. Lo ms lgico era el absurdo. No se puede esperar nada de lo que la
tierra suele dar cuando el hombre la puebla y establece en ella su vida, cuando las
cosas ya hechas comienzan a andar y el hombre las sigue. Todava el dragn es el
animal natural de la llanura, donde past el milodonte. El recin venido no
encontraba en ninguna parte indicios que le ayudaran a concebir el mundo como
un sistema racional y continuo. El continente apareca a sus ojos como un mundo
mgico salido de un cubilete, a pesar de que era racional y continuo.

EL DESENGAO COMO ESTMULO


Ante el vaco inexpresivo, era intil pensar en pueblos que conviven una
vida de trabajo, en animales domesticados, en huertos, en mercados. Lo natural
era Trapalanda, con la ciudad en que los Csares indgenas almacenaban metales y
piedras preciosas, elixires de eterna juventud, mujeres hermosas, cualquier otra
cosa oculta que pudiera surgir al conjuro de una palabra cabalstica; no lo que se
mostraba a los ojos del buscador de irrealidades. Vino a eso; y su designio, llevar
la guerra a Tierra Santa con los tesoros hallados, le obstinaba en la creencia de
que en alguna parte estaba lo que ansiaba; iba as cerrando los ojos a la realidad.
Haba tomado posesin de todas las tierras; era el Conquistador un hroe
sobre un pas vencido, donde slo tena que pedir a su capricho. No haba venido
a poblar, ni a quedarse, ni a esperar; vino a exigir, a llevar, a que lo obedecieran.
As perdi toda idea de medida, de orden, de tiempo. Lo enorme, lo inmensurable,
lo eterno en lo presente, llenan la imaginacin. Millares de leguas, centenares de
miles de vacas. El Monarca reparta el continente en varios trozos: a Pizarro 270
leguas al sur del Ro Santiago; a Almagro 200 leguas del pas; a Mendoza 200
leguas desde la concesin de Almagro, a Alcazaba 200 leguas de las ms cercanas
a los lmites de la gobernacin encomendada a Mendoza. Azara calcul que habra
en estos campos alrededor de cuarenta millones de cabezas de ganado. Los
animales no necesitan tantos meses para la gestacin, tantos para la cra; se
multiplican como los nmeros en la mente; el mineral no necesita extraerse con
laboriosos mtodos, porque est a flor de tierra, apilado, en barras, amonedado,
hecho crucifijos y espadas. Lo ilusorio reemplaz a lo verdadero. La verdad, la

tierra ilimitada y vaca, la soledad, eso no se advierte, pues forma como la carne y
los huesos del que va andando: materia inadvertida en que bulle un sueo
derramado por los bordes de lo que contiene la realidad, del horizonte para afuera.
Cuando comenzaron a poblarse estas comarcas, el sueo no se achic;
pas como todos los sueos malogrados de la ambicin y el anhelo del hombre
inculto, a llenar los intersticios de la realidad, a ceder ante lo que la realidad tena
de materialmente cierto. Pero a deformarla en un smbolo en aquello que tena de
equvoco.
Esta tierra, que no contena nilales a flor de suelo ni viejas civilizaciones
que destruir, que no posea ciudades tubulosas, sino puados de salvajes
desnudos, sigui siendo un bien metafsico en la cabeza del hijo del Conquistador.
Constituy un bien de poder, de dominio, de jerarqua. Poseer tierra era poseer
ciudades que se edificaran en lo futuro, dominar gentes que las poblaran en lo
futuro. Lo dems no tena valor. La tierra fue bono de crdito, haciendas que se
multiplicaran fantsticamente en lo futuro para la esperanza; sta, su hipoteca. No
se busc en ella lo que poda producir de inmediato, sino lo que era susceptible de
producir cualquier da, inclusive las ciudades y los tesoros, objeto de las
expediciones. No los hubo, pero por eso mismo los habra. Slo que ciudades y
tesoros, declinando hacia formas de mayor sensatez, muy poco a poco, eran ms
bien posibilidades de riqueza que oro en barras. Este porvenir ya preformado en
ese presente de resentimiento, de rencor, ha ocasionado delirante sueo de
grandezas que tanto indignaba al idealista Alberdi. Vivirnos con aquellas minas de
Trapalanda en el alma. El antiguo Conquistador se yergue todava en su tumba, y
dentro de nosotros, mira, muerto, a travs de sus sueos frustrados, esa
inmensidad promisoria an, y se le humedecen de emocin nuestros ojos. Somos
su tumba y a la vez la piedra de su honda. Poseer tierra era para ellos como poseer
un feudo, una nsula, un honor. En Europa, ligarse a la tierra por la propiedad, es
emparentar con la historia, soldar un eslabn genealgico, entrar al dominio del
pasado. Pero en Amrica, en la del Sur, que no tiene pasado y que por eso se cree
que tendr porvenir, es por una parte la venganza y por otra la codicia; se entra
por ella al dominio del futuro y la hipoteca es el medio bancario de traerlo hasta el
presente. Se comenz poseyendo como botn; la tierra que iba dejando el salvaje
al huir quedaba como nico botn que ms tarde podra ostentarse en calidad de
trofeo. Ese despojo lleg a ser el premio del combate; esa extensin afirm la
resistencia y el poder del triunfador.
Sobre la posesin se construan nuevas tablas de valores basados en el
precio; fue el plano de un reino inexistente fuera del plano: ferroprusiato en que
todava el matrimonio pobre tiene su casa propia, sin padres y sin hijos. As esta
tierra adquiri un supervalor, una plusvala psicolgica por el trabajo de la
imaginacin: el valor ficticio de lo que podra llegar a ser con arreglo a la
ambicin. Esta tierra de ganados cerriles era una sementera e una mina de oro,
al decir de Valdivia, este otro gemano. Oro que seguira acendrndose y
aquilatndose con los aos. Tambin era podero, pero de un orden subalterno. El
Conquistador que no conquist nada, avanzando al sur desde las mesetas norteas
perda de vista la veta de las minas; el navegante, atrado por la fbula, que se
encontraba con el indio misrrimo, en su abstinencia sexual y en su ocio mental
vea en la pampa la ltima aventura propicia para no declararse vencido.
Conquistaba extensin y la extensin era poder; dominaba millares de leguas
cruzadas de salvajes fugitivos y contaba la cantidad de baldos como onzas.
Tantos miles de kilmetros cuadrados, desde el ocano hasta los puntos ms altos

de los Andes, en el virreinato del Ro de la Plata, que no posea este metal. Pero
no contaba onzas, sino sus propios dedos. Ese dominio era el dominio de su
orgullo sobre su propia ignorancia. Estaba vencido. No tena que conquistar sino
que poblar; no tena que recoger sino que sembrar; no iba a entrar al gobierno de
su nsula sino a trabajar y a padecer. Tom posesin de este baldo en nombre de
Dios y del rey, pero en el fondo de su conciencia estaba desengaado. Haba de
mentir sobre el valor positivo de sus sueos, como en los nombres irrisorios que
daba a las regiones donde no hallaba lo que esperaba. As clav la cruz y el rollo y
desafiaba a la voz de su conciencia, cuando, armado, blanda la espada y retaba al
condmino ausente Porque no haba quien reclamase la posesin de la nada sino
nadie. Y ese nadie, que slo exista dentro del dominador, era la voz de su fracaso.

EL DOMINIO COMO REPRESALIA


Pero la tierra no es una mentira, aunque el hombre delire recorrindola y le
exija lo que no tiene y la bautice con nombres paradojales. Es lo ms seguro bajo
el pie y bajo la espalda, cuando ha concluido la marcha. Es lo que afirma que vive,
al bruto, al posar sobre ella las patas y al alimentarse. La tierra es la verdad
definitiva, la primera y la ltima: es la muerte.
En vez de construir, de cercar, de labrar, hizo leyes para dar a esa pobre
posesin un valor teolgico y jurdico. Trat al indio como hubiera tratado al
dragn, de haber existido. El indio echaba el mal de ojo al tesoro encantado y lo
desvaneca. La destruccin del indio era asegurarse la paz del usufructo, y al
mismo tiempo destruir la evidencia de su fracaso. Trat al compaero como al
testigo de su derrota y explot las encomiendas y las mitas, bajo el consejo
prudente del jesuita. Era la forma de dominar la naturaleza y hacer que produjera
por el hombre de su seno, por el aborigen, lo que no haba querido hacer por s y
tener preparado a su llegada. Tomaba as su represalia por el engao de la leyenda
contra la naturaleza y contra el hombre a la vez; en aqulla para la Corona y en
ste para Cristo. La posesin de la tierra le daba ttulos que iban anejos. La tierra
era un inmenso feudo, un dominio que implicaba nobleza. Por eso hoy todava
nuestro terrateniente es el noble en el orden de nuestro capitalismo brbaro.
La extensin no es grandeza; es la idea de la grandeza. No es riqueza; es la
posibilidad del crdito hipotecario. No es nada. Se valoriz porque era un ideal y
por eso ha llegado al precio imaginativo de la hectrea en Trapalanda. Ser
poderoso por la posesin de la tierra, adquirirla, es un residuo de la furia del
invasor, residuo a su vez del Medioevo. El ttulo de propiedad representa un
documento de la propia capacidad de mandar. Quien la posee es seor, no por el
dinero que importa y s por ese ttulo que es una barona, un condado, en la forma
que toman la ambicin y el encono. Desde antiguo fue el militar quien la posey,
y sirvi para premiar los actos de herosmo, los triunfos de las armas. Es algo as
como dominar una parte del globo y al mismo tiempo vengarse de la miseria
personal; es meterse en el Ocano Pacfico hasta la cintura y proclamar su
posesin en nombre de los reyes.
Aqullos eran los caudillos, la tropa soaba detrs ms humildemente.
Desde la posesin latifundiaria hasta la propiedad de un terreno, slo hay una
diferencia de grado. El sueo actual de la casa propia sin los instintos de la
residencia, es la forma degenerada y burguesa de aquellos mpetus de gran seor.
Son los sueos diurnos del que se encuentra por dentro incapaz de aspirar a una

felicidad ms activa y valiente de enseorearse con otros bienes. Pero as como en


la humilde ansia de tener una casa no alienta ms que el espritu del hombre
inseguro (con toda la potica del pjaro), en la propiedad de millares de leguas
hay un mpetu de seor (de digitgrado). Uno y otro afn corresponden a dos tipos
comunes, diferenciados en el lan de la aspiracin e idnticos en la actitud ante la
estima de los valores apcrifos. El tercer ngulo del tringulo es la sepultura, en la
que el hombre penetra entero, sueos y carne, en condicin de materia innime, de
tierra, de lugar. Son las tres posiciones de una misma inconsciente renuncia a la
vida y a cuanto le da humana contextura; el rencor de haber destruido los dems
valores y de querer hundirse dentro de ese nico valor igual a su cadver.

EL AVANCE HACIA ATRS


El que arribaba era, en el fondo, como hoy, un soador de sueos
personales. Quien vena, en cambio, con nimo resuelto a quedarse, era un
desesperado ms peligroso que el que llegaba a hurtar y partir. Barcos cargados de
presidiarios, de locos de ambicin y de fe, hacan el crucero de un ocano de
olvido. Aquellos pocos que renunciaban a volver y se resignaban a fijar su vida
tan a trasmano de las rutas reales, a semejanza del que hoy desembarca y acepta
cualquier trabajo, eran desclasificados sin itinerario para su existencia.
Con su colaboracin, el que tena prisa por volver hara algo que iba a
quedar. El desesperado era la mano derecha; el otro fabricaba con osada. Bruto
estril que slo saba soar en un sentido: tena cien leguas de tierra y quera mil o
diez mil; tena veinte mil cabezas de ganado y quera doscientas mil o dos
millones; tena una casa y quera diez o ciento. Siempre eran cantidades de la
misma especie y vinculadas muy ntimamente al suelo. Quera como se palpa. La
serie geomtrica se le haba enquistado en la pa mter. Fuera de esas cosas,
tambin quera otras; pero en funcin de sas, accesoriamente a sas,
coordinadamente a sas, medidas y pesadas por hectreas y fanegas. Su ambicin
consista en agregar decenas a las unidades, en agregar ceros, como luego en
edificar piso sobre piso, en publicar libro tras libro y en acumular empleos,
ctedras o ttulos. La tierra y el animal, en la imaginacin de ese primitivo
anacrnico, se convertan en lo nico dinmico; polarizbanse o decaan las
dems fuerzas vitales y econmicas o giraban en torno de tal huso central. Iba as
degradando insensiblemente la vida de esos seres bidimensionales, sin ideal, sin
afanes espirituales, sin inquietudes msticas; y en cambio con miedo. Apegado a
sus bienes de tan fcil adquisicin estaba lejos de todo: para arraigar en la llanura
de nadie, haba tenido que desgajarse de una tierra vieja, regada con sudor y
lgrimas. Era el corazn del universo, pero estaba solo. Frente a s, a sus lados y a
su espalda tena la tierra, pero sin ningn camino. Fue llenando con materiales
refractario a su persona humana los huecos producidos por el desgarramiento,
hasta que an los movimientos instintivos se llenaron de sustancia de ac. Haba
implorado muchas veces, y ahora levantaba los ojos al cielo para descubrir la
lluvia en las nubes, sobre una tierra que el sol resquebrajaba; contemplaba a lo
lejos como desde la cubierta del barco, pero para ver si aparecan en el horizonte
los indios, o el recaudador que lo expoliaba o el blandengue que lo conscriba a
viva fuerza. Bajo el alero de la choza senta que se desmoronaba ms rpidamente
que el barro y la paja en que apoyaba los omoplatos agobiados; junto a l los hijos
y la mujer le hacan comprender que estaba solo. No miraba a su interior, porque

estaba vaco ms que la pampa; ni hacia atrs, recordando su vida, lejos de s


mismo. El mundo era eso que tena a su alrededor y enfrente. Haba sido
engaado, y slo le restaban dos caminos, porque el regreso era imposible ya:
considerarse elegido por Dios para algn fin excelso en la religin o en el
gobierno; o afirmar con valenta aquello sin forma que tena enfrente y a su
alrededor. Trabajaba contra la realidad y por ese medio se converta en
instrumento de la realidad. Mientras tanto, ese ahnco con que se aferraba a ella
cambindole de signo, lo empujaba y lo someta. Retroceda y pens que
avanzaba empujando el futuro con la espalda. La historia de la colonizacin es la
marcha de espaldas.
En su Memoria al Virrey Del Pino, deca el virrey Avils que las familias
que se trajeron a poblar el Ro Negro cayeron en condicin abyecta: vivan en
cuevas construidas por ellas mismas, sepultadas en vida. Otras en ranchos, que era
la cueva hacia afuera, la cueva al aire. Hundanse en las cuevas y en el pasado.
Darwin vio las saturnales de los hunos argentinos, el fruitivo degello de las reses,
la borrachera con sangre humeante. Era la victoria de la tierra, el triunfo de la
prehistoria; la derrota de un sueo irracional trado al seno de una naturaleza en
toda la fuerza del Pleistoceno. Bajo influjos indiscernibles, las poblaciones
regresaron a un estado inferior, y esos estados regresivos, las recidivas de la
barbarie, son ms rudos que el estado natural. Se ha renunciado a la civilizacin,
retornando por infinitos senderos, que tambin salen al paso en la llanura, al fondo
de la animalidad. No solamente haban sido defraudadas por s mismas, las
familias que llegaron a colonizar, sino por las empresas de negreros que las
reclutaban para abandonarlas en nuestros campos sin lindes. Se enviaba al
extranjero ganado muerto y se traa seres humanos vivos. Hundirse en la cueva,
degollar vacas y ovejas significaba tomar represalia contra s y contra el
empresario de inmigracin. El desencanto lleva a destruir y vejar lo que en las
cosas y en uno recuerda el estado superior de que se apostat. El amor a lo que se
tiene suele ser el odio a lo que no se puede tener; y viceversa. Mucho de lo que se
ha entendido por barbarie es simplemente el desencanto de un soador ordinario.
Quienes abandonaban su predio y el pueblo de piedra, aspiraban, sin duda, a otro
hogar y a otra propiedad.

LA PICADA
Los colonos siguieron la emigracin, de tierras menos productivas y de
regmenes sociales ms exigentes y concretos, a estas latitudes promisorias.
Dejaban lo conocido, a cuyas modalidades no se avenan, y se lanzaban a lo
desconocido; a lo que habran de intentar transmigrarle su persona. Faltbales
contar con que poda encarnar en ellos esa realidad amorfa y retardativa. Llegaban
sin armas, en falanges impertrritas, por los mismos caminos del conquistador;
ms srdidos, esperando menos, conformndose con poco, pero sin ningn arrojo
de estilo pico, sin la hiprbole que sobre su obra pona el otro. Era el mismo
conquistador en su descendencia peninsular, en la plebe procreada por los tmidos
que all se quedaron en los muelles, esperando los barcos cargados de oro que
llegaban apestando a residuos orgnicos descompuestos. Esta plebe fragmentada
de un cuerpo recio, lleg tambin a soar y a perseguir sus sueos. La esperanza y
la ambicin y el ansia de evadirse de una fatalidad de pobres irredentos, eran los
mismos; a aquella concavidad del antepasado digitgrado, corresponda

puntualmente esa convexidad de crvidos. Vendran a conseguir dinero, como los


otros territorio, ttulos y fama; a trabajar, como los otros a pelear; a colectar y
partir, como los otros. Este hijo bastardo tampoco se fij. Anduvo errante de un
lugar a otro, porque al principio lo arrastra de aqu para all el ganado cimarrn, y
la posesin del suelo, tan movedizo como las palas de aqul. Lo que alcanzaba, lo
asa sin soltar: era su botn. Se hizo cruel con el mestizo, si lleg a prevalecer
sobre l, y lo mismo sobre cualquier otro ser u objeto que se le sometiera. En vez
de amar, posea. Se encarniz en la posesin, ms bien que disfrutndola, con ese
encono glandular con que se engendra un hijo a la mujer aborrecida. A travs de
la fortuna lleg a ocupar lugares destacados, pero nadie crea cu su persona, en su
calidad, en su apellido. Inspiraba un respetuoso desprecio. Slo en virtud de una
tcita connivencia, el adinerado lo festej. En lugar de mostrar con un amplio
ademn, redondo como el horizonte, su latifundio, disimulaba lo que tena, bajo
una sonrisa de mal entendedor. Haba pagado con la fortuna su condicin de ser
humano. Lograba su sueo a expensas de su fracaso. Ignorante, avaro, quiso
lavarse el estircol de las manos en la pila de agua bendita, y don un trozo de su
embrutecimiento al templo, transfirindose a la otra vida. No hizo obras
filantrpicas, no procur la grandeza de un pas que desconoca y despreciaba, al
que jams haba amado y al que miraba con rencor, vencido por su triunfo. Era la
disociacin de la familia, quin sabe qu vergenzas paternales y conyugales.
Pero en torno de l no haba quien reclamara con ms legtimo derecho el primer
lugar, el sitio ms alto. Se compar con los dems, cuerpo a cuerpo, hectrea a
hectrea y fanega a fanega, Los privilegios de la sangre y los de la inteligencia no
existan, porque unos y otros llevaban vida miserable. Mir al intelectual con la
desconfianza con que la vaca al automvil, se puso en mitad del camino y no lo
dej pasar. Esa fortuna apilada en la soledad, en el fondo de los campos y tras los
mostradores, que eran la valla de madera a la vida social, con la depravacin de
las hijas que se casaron con el pen que las sedujo, o con nadie, y con la prdida
de las ideas abstractas y de las palabras adjetivas, era odio y rencor; un salto atrs.
Todo su inters estaba en cotizar lo inferior, cu subvertir la tabla de los valores
ticos y espirituales, en volcar la ignorancia y la crueldad del campo en la ciudad,
para cohonestar la ganancia de su juego. Como el pioneer, abra caminos a travs
de la maraa del sentido de la vida, por donde iran sus hijos hasta el fondo de las
consecuencias. Esos derrotados eran los soadores victoriosos; muchos, los ms,
no hacan fortuna. Envejecan, moran; los hijos heredaban decepcin. El mito de
la riqueza descorazonaba a la mayora, sobre todo a los menos audaces e
ignorantes, a los menos aptos para vencer en tan ruda prueba. Y no haba otro
camino que seguir. La cosecha abundante y el alto precio del producto los haba
engaado, como Trapalanda al Conquistador. Era el campo, la soledad, el
embrutecimiento, la realidad; paredes de tierra, por el suelo, de aquellas
babilonias de oro. La situacin moral de este colono desengaado, era la misma
de aquel conquistador harapiento, famlico, en su harn de indias inmundas. La
cosecha era hipottica: dependa del azar; el precio de su trabajo era hipottico:
dependa de la demanda de granos y carnes en mercados ignotos. Haba trabajado
y el arriendo del campo y el transporte lo dejaban sin nada. Tena ovejas, vacas, su
rancho; l era una res en el clculo del terrateniente y del financista.

EL PATRN DE VALOR: LA TIERRA

El ideal de la tierra, la tierra sin historia como religin y finalidad de


conducta, encubre un gran desencanto o es la renuncia a muchas aspiraciones que
no han podido cumplirse. En el otro polo est el ideal que se conforma con la casa
segura, la mujer fiel y el hijo laborioso. Este es un desidertum de alma enferma;
aquella valiente negacin del pasado y del padre inclusive, un desafo de clibe
desligado de la sociedad humana. El pjaro, aspira al nido, la fiera ambiciona el
dominio de la naturaleza. Avanza hacia el mundo que lo rodea porque quiere huir
de la soledad que lleva dentro, embravecida de no tener aliados ni compaeros.
No existiendo un orden social consolidado, una regla en la experiencia, ni
un estmulo en las costumbres, se quiso hacer consistir lodo lo bueno en el suelo;
en lo que yaca sin otra forma que esa muy vaga que rebasa los mbitos del ojo y
el odo. El suelo era un valor metafsico: espacio. Poda producir para el recin
venido, sin que conociese el oficio de labrar; con la fecundidad suplira la asidua
dedicacin, y no necesitaba de l fatiga ni inteligencia. Era lo que se encontraba, y
puesto que se vena a buscar, lo que se encontraba importaba un bien que vala el
riesgo de la vida; en el hallazgo estaba la aventura. Le ofreca, adems, cierta
forma de primogenitura en el descubrimiento, la prioridad abstracta, las cuatro
quintas partes de lo descubierto y la autoridad del mayorazgo que falt al
segundn que vino en la Conquista. All era el segundo y aqu el primero, su
seoro lo elevaba al rango de seor absoluto, de fundador de dinasta. Bast al
principio soltar por la llanura, o dejar abandonadas porque el transporte era
molesto, como hizo Irala, algunas decenas de vacas y caballos, para que se
multiplicaran. Garay encontrara, al traer otros pocos, que ya eran hatos
innumerables. Bastaba echar la semilla para obtener espigas y mazorcas, someter
al indio adicto y arrebatarle la mujer para las dems faenas.
Estas tierras eran las ms pobres de toda la conquista de Amrica, y por
eso deberan de tener bienes ocultos, bienes de porvenir. Cuando Irala se march
decepcionado al Paraguay, en el resto de la pobreza olvidada, en aquellos
animales sueltos, haba de rebrotar el oro inexistente. Era nuestro metal precioso,
como el excremento de las aves, el guano, acabara siendo el verdadero oro del
Per. No haba metales, ni frutos, ni poblados. Los soldados solan volver
desnudos de las expediciones, apenas cubiertos con pieles sin curtir, hambrientos;
devoraban hasta los arreos de las monturas y se abandonaban, por desesperacin,
a los desrdenes afrodisacos. En Venezuela, que dio tipos e instituciones
anlogas a las nuestras, llegaron al canibalismo, sorteando diariamente, como en
los cuentos de piratas, a los indios que los guiaban por los terrenos montuosos;
ocurri lo mismo cuando la primera fundacin de Buenos Aires. Pero nada de esa
penuria era la realidad; la realidad era la conquista de un mundo. En Nicaragua
seguase viendo, en el fondo del crter del Masaya, hervir la plata y el oro; por
Catamarca, por Neuqun, por Tierra del Fuego, estaban las tierras de los tesoros.
Haba que insistir y que seguir buscando.
Los que acompaaban a Garay encontraron una riqueza ganadera que,
aunque no fuese de la ndole prestigiosa del metal, era riqueza. La posea el
salvaje con quien haba promiscuado, juntndose a su soledad en idntico destino.
Salvajes y animales formaban una curiosa entidad de resistencia y de mutuo
amparo, conviniendo en las normas vitales que el desierto y el enemigo les
imponan. Con ello se plante en trminos categricos la conducta a seguir; la
naturaleza y lo que haba nacido bajo su ley, contra el invasor; sera la lucha sin
piedad, la renuncia a todo pacto y transaccin. El conquistador, que impuso esa
norma de odio, codiciando aqu lo que haba despreciado all, se proclam seor

de la tierra, del hombre y de las cosas, a pesar de que no lleg a poseerlos ni a


estimarlos ms que como riqueza porttil. Porque el ansia de sumar extensin era
justamente lo opuesto que se pueda imaginar al deseo de quedarse. La captura del
ganado, el acopio de los productos, exiga otros mtodos que la extraccin del oro
en las minas. Puesto que el indio los posea, los rodeos y manadas eran tesoros y,
arrebatrselos, una empresa de mayor mrito que cuidarlos y criarlos.
En el campo, rodeando ganado, combatiendo al indgena, se forma un
consorcio involuntario con ellos, se termina operando en funcin de ellos. En esta
tierra el seor qued abortado en el ganadero; no hubo en adelante seores, sino
hombres ricos, y toda la tierra valdra por el animal. As el medio fsico triunf de
la ambicin y la oblig a conformarse con lo que l quiso: cereal y ganado. Y an
le impuso terribles condiciones: el espritu errtil, el afn de acumular, la idolatra
de las cantidades inmensas, la prisa por marcharse, la vergenza de la pobreza, la
disolucin del hogar, la imposibilidad de la cultura basada en el simple respeto y
la vaciedad del amor.
Significaba al mismo tiempo la victoria de la tierra vencida, en la vindicta
de los hijos naturales encarnando la realidad preterida sobre el hombre triunfante.
Fue la primera de las luchas victoriosas de Amrica, del desierto, y el primer paso
en la decadencia del hombre humillado bajo la apariencia del triunfo, en los
preliminares encuentros con ella. Se daban la carne, el maz y el trigo: el alimento,
es decir, lo que apenas significaba algo en la vida civilizada; se obligaba al hijo de
Europa y del siglo XVI en adelante, a someterse ala industria del primitivo; se le
haca retrogradar a la caverna para que pagara con el envilecimiento la fortuna.
Los ms dciles a la deformacin prevalecan; los que mas se sometieron tenan
razn. Vinieron a ser mquina, herramienta del ganado y del cereal; se
convirtieron en pastores y en matarifes que iban a proveer de sustento al europeo,
del que se haban apartado en millas de siglos.
A la conquista del territorio para la Corona sigui el otro absurdo de la
conquista del alimento para el ausente y, al fin, este otro que es el tercer aspecto,
el actual, igualmente lgico: la conquista de la riqueza para el capital extranjero
en el ferrocarril, el frigorfico y el trust cerealista. Fueron trminos en que se
plante la lucha y que decidira de la suerte de estas comarcas para muchos aos;
una pugna estupenda como quiz no hay otra en la historia: la tierra que conquista
al conquistador, lo vence y lo obliga a que se convierta en servidor de todo
aquello que le repugna profundamente.

VIDA Y MOVIMIENTO DE LA TIERRA


Se entabl la primera lucha, en que al comienzo venca el hombre, aunque
con detrimento de su condicin de ser civilizado, pero en que al final sucumbi
bajo la fuerza ms lenta e infinitamente ms grande de la naturaleza. Era preciso
resignarse y afincar; someterse a las leyes inertes de la tierra, acatarla y
sedimentar como la capa de su subsuelo. El alma repela desde las hondas
intimidades de su existencia tnica, la renuncia a su personalidad y la sumisin
pasiva a esa naturaleza que como al edificio cado en ruinas, lo absorba y lo
dominaba. No quera degradarse a la condicin del indgena, resultado de la
conjuncin de las fuerzas ambientes; se rebelada contra esa fuerza que se le
entraba carne adentro, hasta que al fin tom los hbitos del despreciado aborigen,
aprendi su tctica de combatir y de vivir, us el arma que l haba adaptado, el

cuchillo, se junt con la mujer de la toldera, construy su choza eventual, y dej


descendencia. Le quedaba, sin embargo, una suprema apelacin, y procur que
ese podero inexpresivo, que no tena otro valor que el de una hijuela y de un
fragmento de mapamundi, se convirtiera en riqueza, en algo mvil, porttil, venal.
Era su idiosincrasia en Espaa (en Andaluca, en Castilla, en Vizcaya) y al
encontrarse frente a un mundo sin fisonoma que le impona su realidad
descarnada, hueca, busc el ardid con que su orgullo quedara intacto en el
desastre.
No quiso que cristalizara su aventura; adems, esa cristalizacin era el
hambre; aquel instinto de posesin que al fin y al cabo resultaba ser la forma
abortiva de otro ms disparatado, conforme iba a echar races y a vegetar se
desprendi con violencia. Quiso que ese podero muerto, que esa tierra
inacabable, echase a andar, se levantara y viviera. El trabajo agrcola le repugnaba
y, como el abuelo en la Pennsula, lo juzg deprimente; la sumisin a la gleba no
contaba en su historia. En su pas nunca estuvo sujeto al terruo; la tradicin de su
raza haba desdeado toda fijacin a un lugar y amaba, desde el Cid, la movilidad
de la riqueza y el transporte del seoro. Era preciso que la fortuna surgiese a la
superficie y anduviese, y toda esa llanura ech a andar en las interminables
manadas salvajes. Esos animales multiplicados en el misterio de la planicie eran,
por adopcin, del indio. Al dominio del indio, sometido a la defensa, se agreg el
del ganado. Su hacienda, su haber, se converta en aquel otro, que no en vano se
design tambin y por antonomasia, hacienda, como en la vieja Castilla. Pero iba
a desligarse de la tierra para ligarse al producto espontneo y milagroso de la
tierra, prosiguiendo la lucha de despojo contra el indio que lo tena en sus campos.
Ser flotante, sin que nada lo coartara en su ambicin ni en su marcha, puesto que
nada tena lmites aqu, ni la ley ni la propiedad, ni la vida, parsito en la vaca y el
caballo. Es decir, fue un seudpodo ambulatorio, un vstago desprendido del
tronco seorial que se enhorquet en el caballo. Por otra parte la propiedad del
ganado inclua la territorial, que era lo mismo. Hasta tena el valor de moneda,
cuando de Potos no llegaba la plata y no haba suficiente cantidad de metlico en
circulacin. Lleg a ser dinero en aquellas transacciones en especie que consenta
el contrabando, convertido por fuerza de las cosas y por las prohibiciones en
trfico usual y, lo que es ms importante para otro aspecto de nuestra historia, en
forma legal de comercio. La caza del ganado, que lleg a denominar a toda una
era colonial, la poca del cuero, y a dar fisonoma acaso definitiva a la vida
argentina, fue una de las formas del latifundio, dividido en dos: quien sigui con
el fundo territorial, apegado a las tradiciones, con intencin de hacer de esto una
nueva Espaa, y quien con el fundo pecuario, semoviente, con intencin de
traficar, vivir y promover Amrica.

II
LA POCA DEL CUERO

LA PRIMERA SIEMBRA

Crea, efectivamente, el obispo Lu como Castelli le increp en el


Cabildo abierto, en vsperas del movimiento revolucionario , que los
Conquistadores y Pobladores espaoles haban procreado carneros y no hombres
en Amrica? El obispo Lu era un reaccionario de hbitos y no poda ver la
verdad como Castelli, casualmente uno de los pocos que por entonces poda
distinguir los carneros de los hombres. Amrica no haba sido poblada de
carneros, pero los hijos del conquistador y del poblador crecan y se multiplicaban
por los campos, en las pequeas ciudades, en las fortalezas y en las tolderas, sin
transformar en sustancia humana su alimento.
Una inconcebible opacidad del futuro y de la responsabilidad, hostigaba al
blanco a engendrar en las indias, como si se tomara una recndita represalia
contra Amrica. Perpetuaba con saa la humillacin del indgena, cuya desnudez
le inflamaba instintos caprinos a la vez que desprecios de la miseria. Pero en esa
siembra desdichada nacan enemigos, como de los dientes del dragn los
espartanos. Afrentaba a la naturaleza y al autctono juntamente, y ambos, ms
tarde, en lo que l haca y engendraba le pediran cuentas de sus delitos.
El Conquistador no amaba esta tierra y no vea su porvenir ms que a
travs de la lujuria y la avaricia. Poblaba la tierra vaca, abandonada a sus propias
normas, con arreglo a las leyes fsicas y fisiolgicas de la Naturaleza. No trajo de
la casa solariega ninguna de las virtudes que le haban permitido resistir durante
ms de mil setecientos aos las invasiones de pueblos aguerridos; virtudes que
parecan de la casa y no de l. Trajo un herosmo de raza, de casta, de religin,
que muy pronto la amplitud de un panorama nunca visto abati, y que lo impuls
a emprender una marcha sin designio.
Casi nunca le acompaaban mujeres de su raza, en cuya compaa habra
contemplado la aventura con menos prisa y con mayor indulgencia. En sus
proyectos no entraba nada de cuanto exigiera permanecer, respetar, esperar. Trajo
cierta extranjera avidez de tiempo y rapia que no tena razn vlida para las
gentes aborgenes, hechas a vivir con la lentitud de la tierra. Pero el hijo que aqu
engendr en la amarga verdad, llegaba para quedarse y para comprender lo que el
padre ignoraba, arrostrando su propio destino de ilota. Llegaba para oponerse al
ansia de regreso de su estada eterna; al delirio del fausto la humilde verdad de su
cuerpo mal vestido.
El indio no haba sido extirpado, ni vencido siquiera. El perseguidor opt
por emplear nicamente las fuerzas interiores, y el nativo acallara por vencer,
pues aun muerto superviva en la tctica que impuso para morir. Ms fuerte que
nunca se hizo lo indio, al combatrsele, porque al fin comprendi su real situacin,
aprestndose a la lucha con seres de carne y hueso que, como l, tampoco eran
dioses, ni demonios, ni almas inmortales. Si por bulas y concilios el blanco le
haba concedido un alma imperecedera, l por experiencia le concedera carne
sensible. Redobl su voluntad de no someterse y no muri.
A lo ms haba sido confinado; desde las fronteras lanzara su amenaza
perturbando el disfrute pacfico del despojo al enemigo. All lejos estaba
inminente y en propensin de arma cargada, golpeando a las puertas de la vida
estable de las ciudades, hasta que se presentara en el maln, a rescatar sus mujeres
raptadas, sus hijos sometidos, sus animales y terrenos confiscados sin derecho.
Pero entre la ciudad y la frontera se propalaban el criollo y el mestizo que
tomaban partido por la horda contra la factora, por la factora contra la Metrpoli,
por Amrica contra Espaa. Se le haba engendrado en la infamia, con la
repugnancia del que satisface apetitos en carne vil. Si estaba reconocido como hijo

natural, debalo a una exigencia de los Sacramentos. Era ms indio que espaol,
sobreviviente y fideicomisario de la raza materna.
El padre perteneca a los invasores, se ira; la madre a los vencidos,
morira; pero l era el pueblo que iba a quedar. Nada pudo inclinarle al respeto del
pasado, del hogar; de la familia, de las costumbres y de las frmulas legales o
eclesisticas, con un apellido que no significaba nada para su sangre. Corriendo la
suerte de la miseria y del desprecio, reconocido o no, estaba ms cerca de la
naturaleza que de la civilizacin, y siempre habra de abominar del pasado y de
abalanzarse al futuro, derrumbndolo todo, para vengarse del estigma de su
origen.

SEMILLAS EN TIERRA FRTIL


Como el indio desnudo no posea ms que su cuerpo para servir de
aliciente a la ambicin, la conquista se prorrog por varios siglos. Iba quedando,
sin que se diera cuenta de ello el conquistador, una poblacin nacida de las
uniones irregulares, que andando el tiempo comprendera toda la vergenza del
pasado. A los ojos del indgena, el espaol hubo de cobrar aspectos de animal
insaciable, plagado de enfermedades de mesnadero y de perversidades de gran
seor.
Las uniones casuales del invasor y la mujer sometida, dejaban una
consecuencia irremediable en el mestizo, que llegada su hora se volvera contra el
pasado y la sociedad; de ella brotaran las guerras civiles y las convulsiones
polticas posteriores, con sus cabecillas mestizos o mestizados casi siempre. Pero
tambin dejaban una sustancia inmortal y avergonzada, que en cada cpula
perpetuara la humillacin de la hembra. Contra el estallido de las masas se
encontraron recursos ms o menos eficaces, sobre todo la moneda para comprar la
paz. Contra ese manar de reprimidas afrentas, la ley ni el dinero pudieron nada.
De consuno las pastorales y las ordenanzas consumaban la ruina del amor.
Entre el matrimonio y el concubinato abrase un abismo; la ley de Dios no era la
ley de Amrica. Corts, Alvarado, Nez de Balboa trajeron amantes y dieron a
las tropas el ejemplo: las leyes de Indias prohiban al virrey formar familia
legtima, consintindole empero que cortejara mujeres livianas. Vemos en los
Comentarios dichos de Alvar Nez, que los amigos, valederos y criados (de
Irala) tuvieron licencia para que fuesen por pueblos y lugares de indios y les
tomasen las mujeres y las hijas y las hamacas y otras cosas que tenan.
Juntamente deshonor y despojo: el odio se plantaba muy adentro. A ese odio se le
llamaba amor; pero el amor es una forma de adhesin y de arraigo; nace de la
quietud, porque es la transmisin de la vida imperecedera y el sello de la
eternidad; requiere un lugar, el nido, el cubil o la casa. La unin azarosa de los
sexos engendra en los espritus la inseguridad y la transmite; el acto realizado de
manera incompleta produce una de las formas de la angustia neurtica: el apuro,
el disgusto, el asesinato de la propia vida.
La india sirvi al invasor de piel blanca como nocturno deleite, despus de
un da ocioso; daba su sangre a los grmenes del cansancio y el desengao, y del
placer naca la angustia. No se le exiga amor, ni siquiera fidelidad, porque el
macho y la hembra estaban juntos anatmicamente; cuando l se levantaba
comenzaba ella su largo trabajo fisiolgico. Muchos legitimaron despus estas
uniones, ms bien por acto de atricin y de piedad que por amor, y hasta hace

poco salan comisiones de sacerdotales a unir en el cielo lo que estaba desunido en


los cuerpos y en las almas. Lo cierto es que se hicieron ms cortesanas que
esposas, y que las esposas no eran ms que las concubinas, junto a ellas, bajo el
mismo techo, frente a sus amos, en condicin de bestias de trabajo y de placer.
Hasta el extremo de que los cronistas hubieron de confesar que el contacto del
blanco deprav a los indgenas en la pureza de sus vidas salvajes. Ahora mismo la
manceba y la prostitucin, representan ante todo un pavoroso problema moral.
Rebajada la mujer a cumplir tareas pesadas, a amamantar hijos y a satisfacer
concupiscencias, qued inferiorizada y sin el control de la conducta, que no puede
perder sin que se destrocen la conciencia y la dignidad. Corri la suerte de todos
los dolos en que se pierde la fe: respetada en el rito, no era un valor para el
entusiasmo y la esperanza.
Suramrica pareca un vasto mercado de placer, un lenocinio regentado
por las autoridades y dirigido por especuladores. Valparaso era, en 1844, un
mercado horrible de mujeres, adonde concurran las nias de todos los pases a
celebrar uniones clandestinas, ya que se impeda al extranjero la unin entre
personas de diversas creencias. El concubinato reemplazaba al matrimonio; y
rondndolo millares de prostitutas, a centenares en cada cuadra, amontonadas en
cuartos. Cunninghame Graham cuenta el auge de los burdeles, adonde un
personaje adorado por sus conciudadanos y elegido por millares de narices, iba
despus de almorzar a fumar su cigarro y a beber su caf. En 1880 acampaban en
las plazas, todava sin rboles, tropas de lnea con sus chinas. En esta fecha, que
sin duda marca el pice en el florecimiento del pas, iban las damas al Riachuelo,
cuando llegaban los barcos del sur, y elegan las criaturas para criar como hoy las
que reparte el Juez de Menores; elegan los hijos de las indias que se quedaban sin
ellos, igual que si apartaran los potrillos de la manada. En sus Memorias refiere
Paz la licencia y el relajamiento de los ejrcitos de Lavalle en 1840. Compara esos
batallones, que en los vivaques formaban lupanares a cielo abierto, con los de
1828-9 y con los de Belgrano y Urquiza, disciplinados y viriles. En provincias el
resabio de las mancebas depresivas es hoy tan crudo como hace uno o dos siglos.
El desprecio hacia lo femenino involucr bien pronto a la hembra en el
animal. De humillar a la mujer, el sexo femenino form una fauna aparte para el
insulto y el desprecio. La yegua puede usarse como bestia de carga, pero no para
cabalgar; queda para el gringo, que no conoce tampoco el sentido secreto de las
palabras hermana y cuado, y para aquellas faenas propias de la mujer. No para el
paseo, a cargo del hombre. Ni yegua ni mujer se llevan al pueblo; ambas encierran
un tab sexual, despectivo. La poesa gauchesca desde Martn Fierro, est
plagada de ese desprecio dual; el gaucho consider deprimente amar y unirse en
matrimonio, tanto como cabalgar en yegua.
Bajo las tiendas de cueros o en las chozas de tosca o de paja, la mujer tena
su lugar como madre, esposa, hermana, hija. Era mujer en un sentido social,
sentimental, corporal. No era un sexo, aunque estuviera desnuda. Los
matrimonios, monogmicos por lo general, se sujetaban a una moral indgena
exenta de anomalas, y el adulterio se penaba con graves castigos. Mas cuando
lleg hasta sus tribus el blanco, deshizo esa ingenuidad de las costumbres, sin
cambiarlas con otras. Arranc a las mujeres del hogar y se las llev consigo para
satisfacer su lubricidad o para festejar al amo. Si las juzgaba hermosas, las retena
como concubinas. Aquellos poqusimos que trajeron esposas, conservaron bajo el
mismo techo a las amantes mestizas. Los hijos de una y otra hembra, los de la ley
de Dios y los de la ley de Amrica, crecan mirndose con encono. Formaban las

indias parte del botn; cargadas de hijos, podan repudiarse y hacer que volvieran a
la tribu, a que las matasen o escarneciesen. Se las someta a pesadas faenas, como
si estuviesen predestinadas al embarazo del mundo. El mestizo, el gaucho, no
conocan la compasin ni la clemencia. Conocan el desprecio. Darwin cuenta de
una matanza de indias mayores de veinte aos, y los indgenas que formaban el
grueso dinmico de las tropas de Lpez se ensaaban con ellas. En viejos
epigramas se cantan sus desdichas y todava las flagela la letra del tango, ese
mechn de cerda en el cuerpo adolescente del arte. Cargaban sobre ellas los
trabajos que se consideraban humillantes: sembrar, cuidar del ganado domstico,
tejer, extraer agua y lea, cocinar, limpiar. El hijo de nadie las agrupaba en su
choza en el nmero que poda mantener y se dedicaba al rodeo de vacas chcaras,
al bandolerismo y al oficio de macho.
La mujer se encarg de las labores domsticas y del campo; adems,
engendraba hijos. El hombre era el que viva afuera. No perteneca al hogar sino
de noche, cuando iba a cargarla de hijos. Mujer y hombre vivieron en estado de
divorcio llevando, por vergenza, una vida que los avergonzaba. Ser carioso,
trabajar para la prole, cuidar del honor, eran cualidades negativas. Y en cambio el
prestigio, la hombra, la paternidad, estaban en ser reacios, insensibles, nocturnos.
Se depriman los valores positivos y, en compensacin hidrulica, se enaltecan
los contrarios. Mujeres y hombres nacieron en esos hogares, en el campo o en la
ciudad, con los consiguientes matices diferenciales en lo externo; se criaron en
ellos, en ellos se multiplicaron y de nuevo aparecieron en los nietos otra vez. El
matrimonio legtimo adquiri as las exterioridades del concubinato; el esposo
emulaba, para no parecer inferior, las maas del amante; la esposa se resign a
considerar como un sino de su sexo, la suerte de su manceba legitimada. Cierto
tono deprimente, cuando se aluda a la mujer y al hijo, acentuaba su calidad de
seor, de amo y de varn. Perdi su seoro sobre la propiedad raz, le quedaba
ejercerlo sobre la propiedad semoviente: la familia y el caballo. La mujer se
resign a ese desprecio y lo consider natural. Dej el rancho y mont a la grupa;
acompa al soldado, curndole las heridas, dndole el calor de su cuerpo en las
noches campales, satisfaciendo sus apetitos, incitndolo. Iba con las tropas,
llevando las vituallas; era tropa. Pero en su calidad de ser pasivo, vegetativo,
pona grillos de hierro al mpetu de dominacin en gran escala, conformndose
con el botn del saqueo y el hurto de gallinas. Haca del soldado un ave de rapia,
del conquistador un avariento, de las grandes marchas un avance y un alto, de la
invasin hasta donde dieran las fuerzas, una correra. Era pesada esa mochila a su
espalda.
Entre nativos y forasteros no poda haber pactos ni alianzas. El cristiano
era siempre feln, perjuro; careca de moral, de dignidad, sin el padre o la
hermana que lo vician. Prometa la paz, la recompensa; prometa respetar las vidas
y la amistad, y se burlaba de todo. Entre el poderoso y el oprimido no hay pactos
duraderos; una parte puede cumplir o relevarse del compromiso; la otra est
sometida por su misma inferioridad. Entre el cristiano y el indio no hubo amistad
posible; tenan diversos intereses, una distinta concepcin csmica de las cosas.
Sus relaciones eran fingidas, y el indio llevaba la peor parte. Acab por convertir
en una modalidad psicolgica el recelo. Casi todas sus taras espirituales son
cicatrices de su cuerpo. Esas almas llanas hacen una circunvolucin de toda
emocin honda; se las puede convertir en lo que se quiera desde el primer
instante, pero sern siempre as. La vida va dejando huellas orgnicas en su
materia sin modelar. Se le engaa una vez, y se vuelve suspicaz; se le ofende y se

convierte en rencor vivo. Plstico hasta incorporar a su carcter y hasta


transmitirlo en su descendencia cualquier fraude que perturbe su estructura
mental; tiene alma femenina. El germen inoculado en su sangre se incuba
lentamente y se desarrolla lentamente a expensas de todo el organismo. El indio se
hizo desconfiado, reservado, desafecto; y el mestizo hered, por la madre, esos
rasgos en su cuerpo y en su alma. El espaol le ense a estar precavido, a no
creer en las palabras, a hurgar como rastreador los mnimos detalles que le
orientaran en la penetracin de esas psicologas demonacas, movidas por
pasiones y propsitos de misteriosa finalidad. Hoy no hay, quiz, ms fino
husmeador de intenciones. Se avez a perseguir las huellas de la intencin por
debajo de las frases y a estar siempre listo para pegar primero. Haba fallado para
siempre la norma de la buena fe, de la credulidad en el ser humano, de la bondad
que se entrega sin malicia. Se lo hera en lo ms sagrado de sus hbitos y de su
ingenio: se lo despistaba y perverta mentalmente. Aprendi a responder con
palabras imprecisas, a hurtar el cuerpo y el parecer, a mantenerse alejado en el
dilogo, a dormir sobre el caballo, a tomar los ardides del pjaro que vuela lejos
del nido y que se hace un puado de pasto entre el pasto. La decepcin en el trato
con el blanco, hizo que llevara da y noche el cuchillo a la cintura y que la hija se
considerase a s misma como un objeto que se poda usar o dejar. En las regiones
apartadas, el ayuntamiento sin ninguna frmula que salvara las exigencias, por lo
menos externas, del pudor, constituy al hijo inevitable en testigo silencioso del
deshonor. Algn da habra de tomar su revancha; mientras tanto perpetuaba las
costumbres en las hermanas del amigo. La promiscuidad y la falta de respeto eran
comunes, disolvindose el sentimiento de la sangre, de la paternidad, en un grumo
de orgullosos impulsos. El varn estimaba en el carcter, en las cosas, en el
lenguaje, en las actitudes, la calidad de macho. Mujeres y objetos eran bienes
sobre los cuales el varn ejerca seoro flico. Los hijos del concubinato
proseguan las costumbres de sus padres, pero en el fondo de sus conciencias no
estaban satisfechos. No tenan hogar, eran los parias de la llanura, ms parecidos
al animal sin dueo que al hombre. Los mismos criollos de las ciudades, cuando
lograban una posicin acomodada, preferan entregar las hijas en manceba que
casarlas con el mestizo, embrutecido por vicios de los llanos, por el alcohol, por la
licencia, por el robo. Los padres conocidos eran peores que los desconocidos. Esa
poblacin creca y se multiplicaba formando multitudes. Azara no dice cuntas
cabezas humanas haba en el virreinato. Era imposible que permaneciesen para
siempre en la abyeccin. Como nica forma de libertarse de ese infierno, quedaba
la rebelda contra los opresores. Pero no estaban unidos; les faltaba el capitn que
los recolectara y dirigiera.

LOS ALBACEAS DEL INDIO.


Mezcla de sangre indgena y europea, el mestizo dio un tipo tnico inferior
a la madre y al padre. Se le consideraba espaol; no pagaba tributos, como el hijo
de varn indio y de europea. ste era el bravo, el irredento. Cuando lleg la
ocasin de repartir prebendas y puestos, o de conceder el voto, se lo excluy.
Hecho sin regla de conducta, sin instruccin, sin leyes, alcanzaba mayora de
edad, y peda que se le rindieran cuentas de su embrutecimiento. Acompandole
hasta la ciudad y la tienda del comandante blanco, fue el indio, del que era
pariente carnal. Estaban afiliados misteriosamente a una orden de caballera

brbara. No fue un enemigo contumaz ni despus de tener motivos para no


mantener con l ningn trato, en la ley del desierto; ni haba por qu perseguirlo.
Era simplemente una fuerza libre susceptible de dirigirse, de gobernarse; una
fuerza psquica. Los misioneros haban sabido utilizarlos y nuestros generales
tambin, encontrndolos dciles. Lpez deca a Paz: el indio es muy til cuando
se lo dirige y manda. Zeballos y Mansilla describen sus costumbres, moralmente
superiores a las del invasor. Beban y hacan la guerra; pero respetaban la palabra
dada, no violaban la mujer ajena, robaban para rescatar. No posean ninguna
civilizacin, aparte las estribaciones de la del Inca, rudimentos que iban poco a
poco olvidando, a medida que se descenda hacia el sur. Eran esos indios y su
descendencia hbrida, tribus flotantes, enemigas entre s, pero susceptibles de
amansarse, de trabajar y de obedecer. No defendan nada porque no tenan nada y
lo que se les daba de regalo les pareca bueno. Se los utiliz sin ninguna
inteligencia, asocindolos cuando era necesario, y persiguindoselos despus. El
cacique Catriel pele como aliado de Mitre en la desgraciada revolucin del 74,
con entorchados de coronel de la Nacin; ms tarde fue vencido y aniquilada su
tribu. Cuando la amenaza de invasin de los brasileos por el Ro Negro, Rosas
hizo con el indio la defensa. Rosas los arrojaba al mundo de nadie, pero ellos lo
respetaban porque era una idea en que poda hacer pie esa fuerza errtil. En el
norte con Gemes; en el litoral con Ramrez Here y Artigas: en el oeste con
Facundo, Pealoza, Aldao; en el centro con Bustos, Ibarra, Lpez; en el sur con
Rosas, fueron elementos valiosos. Formaban en las filas, con el mestizo, ataviados
de rojo y con una pluma de avestruz en el sombrero. Los caballeros de la verdad
en arremetida contra los caballeros del grosero ensueo. Iban a restituir su
verdadero sentido a la conquista, a despertar del sueo al soador. Ah estaban, a
caballo, sonando sus cuernos y tambores de guerra, a decir que haba que contar
con ellos, la realidad reprimida, tab. Servan para lodo en manos del caudillo; el
ideal era la lucha contra el godo. Lpez y Quiroga los manejaban como
instrumentos, ya para acrecentar sus fuerzas, ya para debilitar las fuerzas
sublevadas. No tenan conciencia ms que del rencor, de la venganza secreta
contra lo unitario que pretenda encarnar el smbolo de la civilizacin, del ideal de
grandeza. Destrozados, famlicos, con los cabellos en greas, descalzos y
armados de tacuaras, de pedazos de armas inservibles, eran la humillacin en
masa. Pero se contraa un compromiso nefasto con ellos, imposible de anular con
otro sueo. La estructura que lomaron las poblaciones fue india, como todo lo
dems. Iban a dar su forma, ellos que eran materia, a la Colonia, que era
ignorancia. Generales y estadistas se mancharon con el soborno y la defraudacin
por ellos a quienes solicitaban o perseguan, segn los casos. Eran el brazo
armado, y al comandante que se pasaba a sus filas slo se le poda atraer
comprndolo, para cuyo fin las legislaturas estaban prontas siempre a votar
inversiones en sesiones secretas. Las tropas de los caudillos adoptaron su modo de
combatir y su tctica guerrera; las mujeres acompaaban a los ejrcitos, campando
con ellos. Un mal inmenso vino de ese despertar, que era necesario, tarde o
temprano. En los armisticios fueron los indios los leales y los blancos los prfidos;
si triunf la perfidia, la victoria era de ellos tambin. En la lucha se pobl esta
tierra. Esa red de pueblos, nacidos al evento de la persecucin, dio un aspecto
militar a la Repblica, no poltico ni econmico. El mapa de las poblaciones es un
mapa de trincheras convertidas en despensas y pulperas. Fue el indio el que los
oblig a dar esa estructura arbitraria a los pueblos y, consiguientemente, a las
lneas frreas que vinieron a fijarlos para siempre. Exterminados, dejaban esos

cadveres imposibles de sepultar nunca. Podan fundarse universidades para


explicar teologa y ensear derecho cannico; todo eso era la mentira. La verdad
trabajaba oscuramente, indignada cuanto ms se acentuaba su inferioridad, en los
campos que se poblaban al azar de animales y de hombres. Haba que llenar los
huecos dejados por el indio amoldado a su medio. Los expedicionarios no
llevaban con quines suplantarlos; llevaban otra vez celibatarios sensuales,
clrigos que dejaban el hbito por la espada, colonos. Segua la siembra de hijos
de nadie.
Despus de esa irrupcin de las hordas sometidas, se tuvo una visin ms
clara de la realidad. Ya no era posible esperar nada del hallazgo fortuito; haba
que buscar por otros caminos ms duros: labrar, sembrar, cosechar. Y esa reaccin
fue la obra de aquellas hordas.
Nunca se comprender bien la psicologa del gaucho, ni el alma de las
multitudes anrquicas argentinas, si no se piensa en la psicologa del hijo
humillado, en lo que un complejo de inferioridad irritado por la ignorancia puede
llegar a producir en un medio propicio a la violencia y al capricho.
La llamada Conjuracin de los Mestizos, en 1580, es ya una sublevacin
de sangre: siete criollos intentaron apoderarse de la ciudad de Santa Fe. Se los
ejecut. En 1711, en Venezuela, la sublevacin de los mestizos proclam rey a un
mulato. Aquellos ejrcitos que Belgrano, San Martn y Alvear no pudieron
disciplinar, turbas hbridas de indgenas, mestizos y extranjeros desesperados,
eran la siembra humana, rplica de la del ganado montaraz. Las filas de los
insurrectos, de los mestizos atrajo a los aborgenes ansiosos de venganzas. Tribus
enteras: minuanes, charras (que nicamente habran descendido a la antropofagia
por rabia sacrlega), taros, guenoas, guayeures, ranqueles, puelches, tapes y
muchas ms, mezcladas a gauchos mestizos y salvajes, engrosaban las montoneras
hace un siglo. Eran los hijos sublevados contra los padres; los hombres de la
soledad, del desierto, de la crpula, del estupro, como pedazos de pesadillas de
ambiciosos borrachos que tomaban cuerpo en el fondo de las praderas y se venan
galopando sobre los poblados. Sucesores de aquellos presidiarios y pcaros que
desde Fernando el Catlico hasta Carlos III, se arroj a que llenaran este mundo.
Defendan la libertad, la igualdad, la destruccin del pasado y de la propiedad de
aquellos bienes de todos, que el posesor de la tierra no poda reclamar con ttulos
de igual autenticidad. Vejmenes de toda clase haban sufrido por el padre que los
renegaba, considerndolos, aunque legitimados, hijos de pecado y error.
Intemperies y necesidades sin nmero trabajaban sus cuerpos y sus almas. La
madre no encontraba palabras con que desvanecer las acusaciones que la sociedad
le haca; en el confesionario encontraba el reproche de Cristo tras la madera
calada; desde las tribus se la miraba con asco. Toda esa vida que despreciaba al
hijo con la madre, no tena raz y se le antojaba aherrojada en un cdigo moral
postizo. Por lo menos haba en ellos un impulso cierto, un ideal: la soberana del
territorio hasta donde alcanzara su fuerza; y una ley: el coraje. La provincia, que
era el feudo del corregidor, adquiri a sus ojos un sentido de patria y de clan ms
poderoso que la vaga totalidad de la conquista y que la nacionalidad y la religin
abstractas, inculcadas al adolescente y al catecmeno en contraposicin al mundo
que tena ante s, brbaro, libre y cierto. La provincia se alzara contra la ciudad,
contra Buenos Aires, que ya no era para el mestizo Argentina sino Europa; un
pedazo de Espaa con su aduana, sus autoridades centrales, su curia, sus leyes. En
tal hervor difuso y enconado, Amrica comenzaba a tener conciencia de s, y su
despertar era violento como el sueo.

INDEPENDENCIA.
La independencia fue un acto y una tesis. Fue, en la campaa, un acto
gestado largamente por el estado de inferioridad, de abandono y de ignorancia en
que se haba mantenido a la poblacin; y en la ciudad una tesis, inspirada en
doctrinas democrticas y liberales an en perodo de ensayo. Como idea, naci en
los Cabildos y en las Iglesias, al calor de los ciudadanos adinerados; pero pronto
encarn en las gentes pobres del interior, sin lo que no hubiese pasado de ser una
versin a la panamericana. Hasta entonces el interior no haba pensado en la
independencia, porque no estaba en sus proyectos un movimiento que exiga
unidad, direccin, y que era, en resumen, un asunto jurdico y diplomtico. Viva
descontento, sometido a condiciones dursimas, sin cohesin, diseminado en
villorrios, caseros y ranchos. No era un pueblo, ni tena ninguna de las ideas que
los pueblos conciben cuando estn organizados; en cambio la ciudad vena
incubando sordamente su proyecto, como una cabeza decapitada y viva. Y, sin
embargo, el verdadero estado revolucionario era el del interior, inorgnico,
catico, violento. Lo que la ciudad quera, principalmente el puerto, era resolver
un problema legal, administrativo, mercantil. Inmediatamente de proclamada, la
independencia se dividi en dos: la idea revolucionaria y el medio revolucionario.
Lo que interesaba no era la revolucin de principios, la emancipacin que se
adoptaba como nuevo rgimen, sino el conflicto que se planteaba al partirse ese
mundo sostenido por una unidad ficticia.
Para los promotores de la ciudad, bastaba cambiar algunos detalles del
gobierno, de la administracin, y ni siquiera la bandera, que es castiza e
hiperdlica, para que se juzgara realizado el ideal revolucionario. Crean que un
cambio de nomenclatura y de insignias bastara, y que el problema haba de ser
resuelto por arbitraje, o por textos de Helvecio, Filangieri, Mably, etc. No tenan
conciencia clara de la magnitud y trascendencia del paso dado, porque eran un
fragmento de la Metrpoli, desvinculado de los problemas vitales, tnicos,
econmicos, del interior. Hasta 1840 no se atisba el aspecto panormico ni el
sentido nacional de la empresa. En 1853 triunfa por fin la unidad y la tesis. La
revolucin ciudadana no sospechaba que al cancelar un estado de cosas
inauguraba otro. De haberlo barruntado y de haber podido deducirlo hasta sus
ltimas inevitables consecuencias, los prceres se habran contenido. Los que se
lanzaron hacia las naturales resultas de esa declaracin, trajeron la anarqua,
implcita, segn Paz, en la misma declaracin de independencia. Esos tenan
razn. Los otros aspiraban a mantener un estado legal, fuerte, y recurrieron a la
monarqua atemperada con sofismas para que diera estabilidad al gobierno y
regularidad al comercio. Ms que un expediente para consolidar un estado de
cosas, fue un recurso extremo para perpetuar un estado de cosas que haba sido
derrocado. La guerra civil no slo est implcita en la revolucin, sino que salva a
la revolucin. Los mismos cabecillas del movimiento de emancipacin
aparecieron de inmediato como contrarrevolucionarios. La tesis era el movimiento
malogrado, pero del que naceran enteras las consecuencias irremediables. En
Liniers y lzaga se fusil un sistema, como en Dorrego una idea. Ninguno de esos
hechos parecera tener explicacin y, sin embargo, obedecieron a una lgica
pragmtica de complicados alcances. La fuerza mediterrnea y popular brotaba de
una situacin de hechos y no de derecho; de Amrica. Esa fuerza catica

consigui arrastrar a las luchas todo lo que no haba entrado en los clculos de los
patricios. En nombre de la posesin del ganado, del parcelamiento de la tierra y
del libre trfico, entablaban guerra definitiva el litoral y el interior. Pudo ms tarde
verse un ideal democrtico, republicano y federal en lo que era slo consecuencia
de un viejo rencor que se parapet en dos mscaras: poltica y librecambio; por lo
que llamamos guerras civiles a las guerras sociales.
La separacin, bajo pretexto de discrepancia, del Uruguay y el Paraguay,
fue la voluntad de mantener un librecambio a los productos de la ganadera, que
por Montevideo se realizaba sin control, y de restar importancia al puerto de
Buenos Aires, que debilitaba a Asuncin amenazando poner al servicio de Europa
la riqueza del Virreinato, como por desgracia ocurri. Para el interior el problema
iba, como se ve, ms lejos: se aspiraba a la independencia inclusive de Buenos
Aires, de Crdoba y de las otras ciudades hasta Salta, en su carcter de reductos
extranjeros, hispnicos. Haba que independizarlos de la Independencia.
La revolucin puso en movimiento, agit e hizo circular un mundo
paraltico, postrado, estancado, y produjo un simultneo despertar de la conciencia
de inferioridad en todo orden. Al ponerse en contacto la campaa y la ciudad por
las comunicaciones de tropas, y nada ms, aparecieron deslindadas esas dos
porciones antagnicas. La campaa despert al paso de las huestes, pero en cuanto
despert, el movimiento revolucionario central se convirti en un movimiento
retardativo. El papel de protagonistas pasaba automticamente de la Junta, del
Directorio y de los generales, a la masa, de la cabeza decapitada al cuerpo acfalo.
El desarme de las tropas de Belgrano en Arequito es el error simblico por
antonomasia. La idea de libertad, que despertaba al paso de los ejrcitos, trajo
aparejadas la idea y la conciencia de un pasado infame. Haba que librarse
tambin de l. Una nueva perspectiva se ofreca al alma oscura del hijo de la
aldea, al bastardo, con la posibilidad de tomar posesiones en las esferas
monopolizadas por los poderes centrales. La primera aspiracin se dirigi a
ejercer la direccin local, separndola del centro; a desunir. La Independencia no
significaba histricamente ms que un paso decidido y precoz en una marcha
fatdica hacia ella, preparada por la embolia del comercio y de la inteligencia
desde mucho antes. Al soltarse ambas fuerzas contenidas, se abri una compuerta
al torrente congelado de una poblacin sostenida en la barbarie por los
reglamentos y ordenanzas de la Corona. El mejoramiento intuido y la promesa a
prximo plazo formaron en el alma del campesino, y principalmente del mestizo,
una nocin palmaria de distancia entre el presente y el pasado, entre la verdad
contempornea que se abra sin lmites y ese ayer humillante exornado con atavos
groseros y metafricos. Las proclamas de los jefes que llevaron el movimiento
hasta las fronteras del virreinato, encendieron la aspiracin a la independencia
personal, y acaso fue, pese a los desrdenes consiguientes, su efecto ms
saludable. Los traficantes clandestinos, los filibusteros de tierra, izaron su bandera
bajo pretexto de nacionalismo. Vieron la rehabilitacin moral y la libertad de
comercio, y no la poltica que no les interesaba ni comprendan; aunque lo curioso
del caso result ser que, en virtud de pronunciar sin mesura palabras heroicas, el
mvil se desplaz hacia la poltica y el patriotismo. La diversidad de banderas
probaba la unidad del ideal.
En los estallidos revolucionarios, cada individuo que en ellos participa,
pronto se atribuye una parte de los ideales de la revolucin, como si l la hubiera
hecho para s; en un estado incongruente, amorfo, el individuo haba de asumir el
papel cardinal. Pero toda revolucin es el punto crtico de una descomposicin, y

es tanto ms legtima cuanto ms parece no servir a nadie y tanto ms profunda


cuanto parece ms inconcebible.

LA HERENCIA Y SU INTERS COMPUESTO


La Colonia haba vivido en el hambre, la miseria de toda clase, la
ignorancia, el fanatismo. En 1810 haba llegado a una de las mnimas de su valor
econmico, a una de sus grandes crisis peridicas, irritada por la experiencia de su
fuerza en el reciente rechazo de las invasiones inglesas. Muchos, es verdad,
posean la tierra que labraban, pero esa tierra no tena valor efectivo. Rodeando
sus huertas mezquinas, los inmensos latifundios se extendan en feudos de
centenares de leguas. La riqueza estaba concentrada en pocas manos, como el
poder diluido en muchas.
La Independencia no significaba nada para el pobre, para el campesino, y,
no obstante, ellos fueron los que la sostuvieron y los que encendieron la
purificadora hoguera de la anarqua. Significaba para el comerciante exportador y
para el saladerista, para el contrabandista y el cuatrero, interesados en que no se
volviera por ningn camino a la poca de los privilegios, monopolios, estancos,
impuestos y dems gabelas. Cuando generales como San Martn, Paz, La Madrid,
intentaron declarar un ideal de patriotismo y de libertad, no se les entenda. Ellos
mismos no lo entendieron ms all de su deber; y el angelical Belgrano, poligloto
y economista, caa en raptos msticos ante la enormidad del contraste entre la
realidad y el ideal. Era una guerra social, no de independencia, en que la segunda
parte, prevista slo por pocos y resistida luego, sera lo verdaderamente
importante. La revolucin pareci llevar un alivio al hambre y a la ignorancia,
pero bien pronto hambre e ignorancia se volvieron contra ella, y entonces la
revolucin qued rezagada y apareci como conservadora y monrquica. Las
negociaciones extranjeras, que fue menester entablar como contramarcha, y los
Congresos que sancionaban constituciones mixtas que no regiran, demostraban
que el xito estaba asegurado, puesto que la teora se encontraba indefensa frente
al acto. La situacin del soldado, al servicio de un acto y de una teora que estaban
ya en franco desacuerdo, y la del patriota militante, forman la escena de comedia
en el drama.
En ningn momento de su carrera militar pudo nuestro soldado entrar al
combate con nimo resuelto y dispuesto al sacrificio por un ideal o por una causa
que se le impusiera imperativamente, como muy superior a l y a sus instintos de
conservacin. Cada batalla era una vez ms en que se jugaba la vida por poca
cosa, y por una poca cosa que no le era comprensible ni amable. Es decir, por una
causa nueva, que no contaba an con mrtires y que comenzaba a exigirlos por
razones excesivamente apremiantes para ser tan nuevas. Este ejrcito haba de
terminar por convertir al hroe que los sacaba indemnes de la aventura, en un
caudillo que hiciera bandera y causa de s mismo y de ellos mismos, como si sus
vidas fuesen, en fin, la parte que estaba en juego y en peligro: lo que se estaba
defendiendo.
Esos militares, como aquellos polticos coetneos de ellos, no combatan
por sostener una causa ni un orden. Combatan por orear un motivo de combatir
que a todos convenciese y embraveciera; discutan en los Congresos por encontrar
una doctrina por la cual lomar partido. El ideal iba naciendo, informe, de las
mismas escaramuzas de las armas y de las discusiones, de modo que era muy

posible que el hroe quedara retrasado o que se anticipara; y, en cualquiera de los


dos casos, que apareciese como faccioso, contra el sistema. Ambos, ideal y
accin, concluyeron por convertir esos medios de bsqueda en verdaderos fines; y
cuando lleg el momento de tener una causa y un orden que defender, ya haban
abrazado apasionadamente esa bsqueda como finalidad. Y, sobre lodo: se haba
muerto o so haba sido desterrado por esa bsqueda; lo que bastaba para consagrar
la causa como legtima y patritica.

PRIMEROS FRUTOS DE LA LIBERTAD


Los triunfos de los ejrcitos encendieron el espritu de rapia en los
soldados. Una ambicin de poseer, de dominar, los llev a la formacin de
partidos que se lanzaran con pretexto de defender la libertad, contra los que
verdaderamente la promovieron. Cada Cabildo se constituy en centro de una
zona de accin, con intereses propios; y no falt un tal Bernab Aroz que
proclamara autnoma la Repblica del Tucumn. Cada caudillo aspiraba a la
hegemona de su provincia; la provincia era l. Slo la del Uruguay tuvo xito,
favorecida por su situacin marginal, y valida de su condicin de productora de la
mitad del ganado que se exportaba, duea del puerto clandestino para los
productos del Ro de lu Plata. El caudillo era un ser en quien tomaba conciencia la
provincia. Con retrica injusticia se llama bandolero y contrabandista al acopiador
Artigas, que encarnaba un ideal ecumnico sin ambages; contrabando y
bandolerismo eran a la sazn las formas regulares de comerciar y mandar. El
comercio controlado por la Casa de Contratacin y la poltica ejercida por los
corregidores, alcaldes y blandengues eran en realidad los sistemas irregulares,
anmalos, que forzosamente haban de caer deshechos.
Slo una idea vaga, donde no exista unidad de ninguna clase, les llevaba a
consentir en la unin federal. Muchos de los soldados eran arrastrados por la
violencia o por otros que se alistaban por vocacin, y desertaban o cambiaban de
jefe, segn las alternativas del xito; al asalto de las ciudades segua el saqueo.
Por el saqueo se llegaba a la conciencia de la propiedad y de la inviolabilidad del
hogar. Los correntinos, dice Paz, conocedores del procedimiento, se apresuraban a
saquearse ellos mismos, con la excusa de que lo hacan para que el contrario, de
vencer, ya no encontrara nada. Lavalle termin en caudillo, mandando un ejrcito
de gitanos cosmopolitas, de prfugos y de rameras.
No haba pueblo ni haba gobierno; los ejrcitos valan por la cantidad de
soldados, por el arrojo de sus comandantes y por el estado fsico de las
cabalgaduras. En Gamonal perdieron la batalla los caballos. Slo por una
agitacin inorgnica, infecciosa, poda llegar a formarse de una conglomeracin
un pueblo; slo por la violencia y el yerro sistemtico podra formarse un
gobierno. El gaucho precipit el estado de conciencia de la totalidad, de la unidad,
de la funcin interna del pas. Se haba acostumbrado a vivir sin cabeza, y ese
amanecer de conciencia se pareca a la formacin de una gstrula. La nueva era
surge de la disolucin total de su ninfa, por eso Rosas encarna el orden y Artigas
el patriotismo. Rosas tena un sistema y los dems no. Alvear, Lavalle y aun Paz
aparecen frente a l como caprichosos, desconcertados y hasta anrquicos. Habia
sistematizado la barbarie, y los otros, sin plan muchas veces, con slo una idea
contra ese sistema abierto que tena la forma de la realidad ambiente, venan a
resultar los brbaros. Aquellos generales de escuela ya tenan forma definida

cuando las cosas apenas comenzaban a tomar forma; de ah el error, y la talla de


Quiroga y Gemes. No era fcil adivinar adonde conduciran ni, por
consecuencia, cul sera el partido realmente patritico.
El papel de grande en el herosmo no se puede mantener inclume durante
mucho tiempo. Un militar que comenzara peleando por una causa digna, de
proseguir en su empeo con tesn y de ser consecuente consigo durante algunos
aos, aparecera combatiendo por una mala causa. Estaban divorciados de todo lo
que exista en torno de ellos, en razn de perseguir una idea precisa; y en el
transcurso de esos aos resultaba que venan a estar en la situacin de retrgrados
y refractarios con relacin a las directivas totales del conjunto. San Martn tuvo
razn mientras las cosas de su pas le permitieron que la tuviera, pero muy poco
falt para que sus ideas nobles y desinteresadas no vinieran a ser algo as como
traicioneras y ruines por el hecho de obedecer a un plan. Belgrano tuvo la suerte
de morir cuando comenzaba, lo mismo que Ridavadia, a aparecer en la oposicin;
y las desventuras que todos padecieron y la incomprensin de los dirigentes, que
llegaron a acusarlos de insurrectos y de corruptores de las costumbres, demuestra
que ya no se les entenda.
Aquellos generales y aquellos estadistas no queran la barbarie, pero eran
productos genuinos de la barbarie, y trabajaban, sin querer, para ella; eran
brbaros porque esos ideales de independencia y de unidad nacional, de
disciplina, de orden, no pasaban de ser aspiraciones abstractas, sin base en la
tradicin ni en la vida histrica argentinas. Eran tesis. Se oponan con violencia a
la realidad y levantaban la indignacin trayendo la ltima palabra de las escuelas
militares y filosficas extranjeras, la tctica napolenica, los uniformes espaoles
y las ideas republicanas de Norteamrica. Gemes fue mucho ms eficaz,
amoldndose a sus gauchos; de querer que obedecieran sus planes habra
fracasado. La fuerza de los caudillos sobre los militares de escuela, estaba en que
no afrontaban de frente la realidad, sino que la llevaban de ladera. En el mejor de
los casos, aun teniendo ideas claras y generosas, esos ideales civilizados (como
tenan su razn argelina los cuadros oblicuos con que Mitre fracas en Cepeda),
resultaban aqu exticos y, por lo tanto, contrarios al orden de las cosas. Porque
hay que pensar que todo ese caos no era un accidente, sino un estado constituido,
organizado, y que lo que intentaba hacerle desaparecer era una tcnica que no se
ajustaba a esa eclosin de vida sin freno. Nuestra barbarie ha estado, bajo ciertos
aspectos, fomentada por los soadores de grandezas, y muchos de nuestros ms
perjudiciales males se deben a que esa barbarie no fue reducida por persuasin a
las formas civiles, sino suplantada de golpe y brutalmente por todo lo contrario;
en que, simplemente, se le cambi de signo.

LOS NUEVOS VALORES


La marca del ganado vino a indicar los lmites de la posesin terrestre. El
anca de la vaquillona sealaba en las veinte mil leguas que Rosas arrebat al
homo pampaeus el rea de sus estancias, y adverta de la prohibicin de que nadie
se estableciera por all. El animal arrastraba a la tierra. Si la tierra haba dejado de
ser un hallazgo para el descubridor, el ganado segua sindolo, con el aliciente de
que implicaba la guerra contra su dueo adventicio, y la victoria. Por entonces el
animal empieza a dar su norma a la tierra y el hombre segua siendo, tambin en
este trance, el artefacto de la naturaleza incomprendida y traicionada. El ganado

transitaba en libertad por la llanura, y el dominio del hombre sobre l era


hipottico y en cada raso objetable. Perteneca como bien mostrenco al cazador, es
decir al arreador que se aventuraba a quitrselo al indio, quien con legtimo
derecho se lo haba incorporado al sino de su vida, no a su dominio (lo del indio
no era propiedad; l mismo era propiedad). El ganad, era libertad, y muy pronto el
hombre, que encontr en l una mina inagotable de dinero, tuvo que violentar otra
estructura legal: las leyes que le impedan el trfico del cuero, de la cerda, de la
carne, a que lo imposibilitaban de hecho. Aprendi a romper otra barrera: la ley.
Cre con ese nuevo aspecto de la aventura una nueva nocin de seoro, bien
brbara por cierto, pero que rigi la vida de esta: comarcas quin sabe hasta
dnde. Por ah entronca con la Independencia (que se preludi con tres proclamas
en pro del comercio libre de las pieles, y cuyo ltimo trmino es la
Representacin de los Hacendados), con las guerras civiles (que no tuvieron otro
ms claro objeto que la posesin legal de ese ganado), con la soberana poltica
(asegurada por el estanciero gobernador de provincia) y con el Acuerdo de San
Nicols si no un Congreso de caciques, como deca Sarmiento, s algo como un
Pacto de defensa de las vacas, como tambin l dijo). En fin, una nocin de
seoro, brbara pero obediente al mismo mecanismo de brutalidad y de ensueo
del hombre de la Conquista. ste fue el aspecto de aventura que pudo tener inters
para aquel nmada emigrado de Espaa, desalojado a rastras por el rabe a su
partida. Porque se figur encontrar la riqueza con la libertad, como pensaron los
que despus vinieron, ms expertos.
El extranjero fue apegndose a la tierra, reconstruyendo la civilizacin
abandonada con los fragmentos y residuos de ella que le quedaron; el mestizo se
levant contra l y tom resueltamente el partido del ganado contra el partido de
la tierra. Aqul, el godo, declinara hacia el unitario, con sus programas de
gobierno basados en la posesin fiscal de la tierra y en su usufructo sin
responsabilidad, la enfiteusis inclusive; ste, el patriota, el nuevo americano, hacia
una concepcin ms dinmica y atrevida, con su programa poltico (el
federalismo) y con su ejrcito (la montonera), que fue la forma que la riqueza
ganaderil tom frente a la riqueza territorial, lo que andaba y se ofreca frente a lo
que estaba quieto y se negaba. Hasta el potro sin dueo fue tambin un ente
alzado contra la ley, puesto que la ley era para l la sumisin, el trabajo y el
sacrificio. El gaucho, sin un contexto de derecho que se impusiera a su conciencia,
comprendi al potro y lo hizo su ttem. Haba entre ellos la misteriosa
correspondencia que entre Edvige y el pato silvestre. Al unrsele el ganado, no
sera para someterlo a la civilizacin, para entregrselo al enemigo comn, que era
el hombre de la ciudad, sino para asegurarse su propia libertad ponindola en el
lomo del bruto.

HACIA LA ACEPTACIN CONDICIONAL DE LA REALIDAD


La tierra concebida y detentada en enormes proporciones nada tena que
ver con la familia, porque pertenece al clibe y no a la prole: pertenece a la
geografa y no a las instituciones privadas. Por otra parte, el colono ulterior tuvo
que rebajarse a esas exigencias de la naturaleza que lo desmembraban de su
origen, de su raza, de su religin, de su paisaje. Slo poda cultivar en extensas
superficies, porque solamente la cantidad compensaba la distancia y el
aislamiento. No podra en adelante ahondar nada ni echar races, ni concentrarse

en la familia, ni intensificarse en la cultura; tendra que difundirse, que


disgregarse, que extenderse l mismo y convertirse en nmero, en cifra de
estadstica, y hasta que tomar su significado da persona humana segn la cantidad
de su tierra o su ganado, Entraba a formar parte de una sociedad annima de
valores subhumanos; tena que renunciar para siempre al amor y que entregarse al
odio, tranco o encubierto, que es la norma de la distancia y la soledad.
Frente a l estaba el hombre alzado contra la ley, que prosperaba y se
fortaleca. No posea nada, pero simbolizaba una fuerza de discordia y de
violencia con su seoro moral, pico. Hubo, pues, el seor sin feudo, el seor
errante, hijo de la planicie y hermano fatdico del potro. Hubo el que entronc su
ideal con la vieja tradicin feudal. No tena poder (no tena tierra ni ganado)
aunque ante l estaba el planeta cubierto de animales errantes tambin. Con la
conciencia de su pobreza se amalgamaba en hbrida mixtura, la ilusin de su
riqueza. A caballo por la llanura, sin qu ponerse encima, sin hogar ni rumbo, era
el caballero de esa nada inconmensurable, cuyo ttulo de propiedad tena el
hombre de la urbe, como antes el rey en la Metrpoli. Era un Quijote de regreso,
vencido, el andrajo de un sueo ridculo. Se llen de orgullo; prefiri levantarse
contra la justicia que le negaba la propiedad y no la posesin de lo que bien podra
ser suyo con arreglo a las leyes de la Naturaleza, que conocan a fondo el
curandero, el baquiano y el caudillo. Como el caballero, alist la turba en la
llanura y fue el castellano en su rancho; alz la tropa del ganado y se enfrent
contra el terrateniente, contra el hombre desconocido de la ciudad. Ya se disoci
el espritu del campo, el federal, el brbaro, del espritu de la ciudad, el unitario, el
monrquico, reuniendo en torno de sus imanes las limaduras de intereses
dispersos. Prefiri vivir en la vastedad de ese dominio sin capitular, sin someterse
al arbitrio del otro advenedizo; amas su conciencia con el paisaje, reneg de toda
tradicin y de ah result el gaucho, el seor hambriento, el hombre de la tropa
ignorante, proseguidor inarmnico de un sueo frustrado. En la soledad lleg a
considerarse un despojado, una vctima de la injusticia del cdigo y del tribunal
distante. Estaba haciendo causa comn con el indio, al que sigui mirando con
encono y desprecio de bastardo. l mismo era un producto de ese prolongado
sueo de grandeza; una vctima del espejismo del desierto, su fantasma vivo. Si
no poda sostener la posesin con el derecho, la sostendra con el cuchillo,
instrumento de su faena; si el puerto no le permita cargar productos y enajenarlos
para su trueque por mercancas, lo hara a espaldas de la aduana y mediante la
coima y el cohecho, hasta que pudiera disponer del puerto. Tan vagas aspiraciones
cuajaron en un programa poltico, segn aconteci con otras muchas, y se fue el
punto central de la era de organizacin que culmina en 1880, ao de la muerte del
gaucho.
El culto del coraje es eso, y tuvo sus poetas y sus panegiristas, sus devotos
que hoy se disimulan en la exaltacin de su imagen literaria; aunque nunca fue un
tema potico sino un ejemplar etnogrfico. Muchos quedaron como gauchos
malos; otros, comenzando en las estancias como capataces y arreadores, llegaron a
comandantes y generales; de domadores de potros a presidentes de la Repblica;
de administradores de saladeros a tiranos o libertadores. En Pavn deca
Sarmiento , se decidi el imperio en favor del ms de a caballo.
Pero ese afn de dominio tomaba tambin bajo el prestigio de algn
crimen notorio, el camino de la poltica, de la influencia personal, del
curanderismo, la baqua y la payada, en la ciencia de las finanzas y en el arte
pedaggico.

Las provincias marcaban los lmites del fundo, si bien con un nuevo
sentido espiritual. El caudillo simbolizaba un inconsciente anhelo de legitimidad
en la conduela, de seguridad en la ganancia; era entre todas las formas del azar
que asuman las instituciones en sus orgenes, la menos aleatoria. Pero encarnaba
una rebelda contra la civilizacin, que iba a organizarse, a sistematizarse. El
caudillo representaba la soberana en el dominio de hecho, la jefatura de la cfila
y, al mismo tiempo, la personificacin de algo orgnico, superior. Del viejo ideal
deshecho en harapos, apareca este nuevo personaje exorbitado con el fraile por
delator y amanuense. Encarna el ideal de fijacin en aquel fermento confuso, una
direccin, un sentido, un cuerpo. Se le hizo luego portaestandarte de una doctrina
poltica y el nombre de federalismo cubri ese afn de dar forma simtrica a un
caos, de cohonestar el poder habido por medios ilegtimos, precisamente. Pero al
menos era un ideal, la forma concreta de la barbarie que pretenda eternizarse con
un nombre decoroso. No era cambiar de mtodos de trabajo, ni dejar una
herramienta por otra, ya que las manos que empuaban las armas jams ejercieron
otro oficio (ni acaso el de las armas). Aun cuando se tratara de tropa, hubo,
naturalmente, el hombre de la tropa, de la aventura guerrera, que quiso cambiar de
oficio y no supo. Porque se trataba ms bien de iniciar el trabajo, e iba a
inventrselo, pues se careca de experiencia aplicable a las modalidades de esta
tierra nueva. Y ante todo era menester despojarlo de cuanto en su misma calidad
de trabajo pudiera colocar al poseedor en situacin distinta a la que haba
supuesto, muy por debajo de su orgullo. Porque ya era el fracaso resignarse a
obtener la riqueza a costa del oprobio, con la aplicacin de sus brazos a la tarea
plebeysima de plantar, cosechar, apacentar, vender. Se procur que, al menos, el
trabajo pareciera ser otra cosa; un ejercicio, el reverso de la empresa heroica; y
que la herramienta semejase, en cuanto fuese posible, un arma. En los primeros
tiempos las labores pesadas quedaron a cargo del indio y de la mujer; despus el
amo se agach a desempearlas, ms bien cu carcter de especulador e
intermediario de s mismo. Desde entonces ha sido, cada dueo de algo, el peor
especulador de su propia ganancia, el destructor de sus satisfacciones.
El ganado qued equiparado a la extraccin de metales, pudiendo llamarse
industrias extractiva a la ganadera y a la agricultura; el cuero sirvi de materia
prima para una industria que reemplazaba a la minera y que, sin querer llevarse
tan all, suplant a todas aquellas que utilizan el hierro, la madera y hasta el
mimbre, inclusive en la construccin de la vivienda. El cuchillo fue la herramienta
de esa industria; pero ms bien como la espada que como el pico y la llana. En
Facundo se nos dice qu valor tuvo en las manos del conquistador venido a menos
y de su hijo, el gaucho, y qu signific en adelante en las guerras internas. El
cuchillo fue el utensilio que servira para establecer un orbe de cultura, para
fijar la fisonoma de la poca que comprende desde el primer rebajamiento del
soldado a procurarse el sustento, hasta la guerra de independencia en el norte y el
litoral. Cre una poblacin flotante en las mrgenes del Paran, del Uruguay y en
las orillas del Atlntico, desde Artigas a Lpez Jordn, pronta a embanderarse con
el primer caudillo que le ofreciera ventajas econmicas a la salida del producto de
que era dueo sin serlo. La tropa, que eran los campesinos defendiendo sus
intereses, qued con esa tendencia a manejar el arma corta y hasta destrozaba los
sables para convertirlos en facones.
La caza del avestruz remedaba el juego y no era el juego, sino la forma de
ganarse el pan. Algo de la corrida de toros haba en la pugna con el bovino a
campo abierto; el sacrificio de reses tena mucho del degello que frecuentemente

segua a la victoria. Era todo ello una transferencia: guerra-juego-trabajo. Se hizo


muy cruel el matador de vacas cuando dej de ser, para usar palabras homricas,
el matador de hombres. Pero, dej de ser, mientras sacrificaba las bestias, un
matador de hombres?
Aparte las razones de utilidad, el pastoreo en esa forma de cacera mayor,
representaba conservar las formas del orgullo y del seoro. La agricultura, que
vino mucho ms tarde con gentes de otro idioma, signific la rendicin final del
hombre en la persona del hijo, el colono verdadero. La pulpera tambin era
ocupacin de gringos.
La mano habituada a la faena termina por imponer al hombre la tcnica de
matar; es exigencia de la mano hbil, y el mazorquero alcanz el virtuosismo en el
degello, como cirujano experto que era en la faena de la res. Aquella caballera
andante de la pampa, llevaba el pual a la cintura; esa herramienta simblica al
cinto, era todo el disfraz de la miseria avergonzada. Los unitarios mandaban
castrar, los federales degollaban, deca Mansilla, y todo eso es de la tcnica del
cuchillo ms bien que de las formas de la barbarie. El hombre que venca con su
cuchillo era tambin el paladn vencido cuya mano tomaba venganza en los
rebaos. Se hizo cruel, porque el cuchillo como instrumento de trabajo es feroz, y
como arma no admite indulgencia.
Se neg a los goces de la vida tranquila y se hizo un ser de distancias; no
am el hogar, que era la sutura con el padre. Engendr hijos y los reneg; se hizo
rico, pero no am su fortuna y se la jug una noche a los naipes o la llev en el
tirador junto al cuchillo, a dondequiera que iba. Estaba solo. El cuchillo, como la
mandbula de la fiera, dice de la soledad. Vivi como un forajido; us de la
religin para proclamarla en sus lbaros como la disyuntiva de la muerte, y en el
vivaque del asalto lea la Biblia, que es el libro del pueblo solitario. As qued ese
creador de falaces estructuras, ese monedero falso de los bienes del alma, cuando
la tierra lo hubo sometido. De la nueva esclavitud podra erigirse como smbolo,
la espada con que gan su pan y la herramienta con que salv su vida.

EL CUCHILLO
El cuchillo va escondido porque no forma parte del atavo y s del cuerpo
mismo; participa del hombre ms que de su indumentaria y hasta de su carcter
ms bien que de su posicin social. Su estudio corresponde mejor que a la
herldica y a la historia del vestido, a la cultura del pueblo que lo usa: es el objeto
ms precioso para lijar el rea de una tcnica.
En un adorno ntimo, que va entre las carnes y la ropa interior; algo que
pertenece al fuero privado, al secreto de la persona, y que slo se exhibe en los
momentos supremos, como el insulto; pues es tambin una manera de arrancar
una parte recndita y de arrojarla fuera. Exige el recato del falo, al que se parece
por similitudes que cien cuentos obscenos pregonan; quien muestra el cuchillo sin
necesidad es un indecoroso.
El sable presupone el duelo; el cuchillo es para el duelo a pie. Dijo
Lugones.
Con el patritico sable
ya rebajado a cuchillo.

Por su tamao impide que nadie tercie en la lucha; est indicado que el
lance tiene intimidad y que excluye al testigo y al intercesor. Si es arma, lo es tan
temible como cualquier objeto que slo se emplea como tal eventualmente; no
tiene la forma entera del arma cuyo destino delimita el uso exclusivo; y tampoco
porque slo falla cuando falla el brazo, de donde la seguridad en s mismo es la
eficiencia de esta punta de acero en que concluye el mpetu. Ninguna da, como el
cuchillo, fe en s despus de la victoria; el vencedor siente que la victoria es ms
del mango que de la hoja. Todo el mango cabe en la mano cerrada que lo oprime
hasta el mismo nacimiento del filo; tiene la forma justa para ser asido, y aun
cuando ello es peculiar de las armas que se empuan, ninguna otra es tan para la
mano sola; mandbula cerrada con fuerza es la mano que abarca el cabo, y as
acenta la intencin en el colmo de la fuerza concentrada. La mano lo percibe en
la esgrima como a la misma voluntad en punta, pues no exige que se piense en l,
ni en lo que se conoce de l a ttulo de tcnica.
El tajo certero puede gloriar toda la existencia de quien lo aplica; siempre
record Necochea la vez que, atravesando una tropa enemiga, a caballo y en pelo,
cercen hasta la columna vertebral, que era la proeza en el arte del degello, a un
godo que se le enfrent. Rosas lo consider instrumento de proselitismo e hizo un
rito de su uso; prohibi llevarlo en domingo; y Darwin cuenta cmo Rosas se hizo
castigar cierta vez que, por descuido, infringi sus propias rdenes. Rivadavia
prohibi terminantemente que se lo usara, con lo que tambin por ese lado atac
un aspecto de la religin. Decretaba la supresin de una Orden.
La vaina arrebata el cuchillo al mundo; el cuchillo envainado est
sustrado al mundo de la muerte. Es un utensilio en reposo, aunque nunca permite
el ocio completo; tiene del sueo enigmtico del felino. Debajo de la almohada es
el perro fiel, y en la cintura el ojo occipital de la sospecha, de esa mitad del
hombre que est a su espalda. Es ms que el dinero en el bolsillo y que la mujer
en la casa: es el alimento en cualquier lugar, el reparo del sol y de la lluvia; la
tranquilidad en el sueo; la fidelidad en el amor; la confianza en los malos
caminos; la seguridad en s mismo; lo que sigue estando con uno cuando todo
puede ponerse en contra; lo que basta para probar la justicia de la fama y la
legitimidad de lo que se posee.
Da autoridad porque en manos del obrero es competencia sin dejar de ser
instrumento de justicia y libertad. Con l puede el individuo, segn la frase de
Alberdi, llevar el gobierno consigo. No en vano el nombre del cuchillo significa
tambin derecho de gobernar y de juzgar.
Por l se percibe a travs del brazo y el corte anatmico, el estertor de la
vctima; y por la sangre que moja la mano, la agona caliente, el derrame de la
vida y la afirmacin de la existencia personal. Es el arma corta que dificulta la
ayuda; el yo mineralizado y objetivo librado a su suerte, a su sino, sin azar; el
arma individual, el arma del hombre solitario.
Sirve, naturalmente, para subrayar la razn, para hablar con sinceridad, y
en las manos infantiles del nio y de la mujer, es dcil a la tarea domstica. Corta
el pan y monda la fruta, pero es peligroso llegar al secreto de su manejo y al
dominio de su tcnica completa. El conocimiento de su arte cisoria es fatal,
como el de hacer un buen verso; se llega por ah hasta donde no se quisiera. Sirve
para matar; y particularmente para matar al hombre, del que exige determinada
proximidad de cuerpo a cuerpo, eliminando cualquier ventaja, cualquier
impunidad por alejamiento. Es la sntesis de todas las herramientas que el hombre

manej desde sus orgenes. Ameghino encontr cinco clases de cuchillos


diminutos, de piedra, en nuestra pampa.
Es la nica arma que sirve para ganarse el pan con humildad y la que en el
rastro de sangre adherida denuncia el crimen. Es en ocasiones ms rpida que el
insulto y muy difcil de medir o graduar en la agresin, porque cuando el alma
puede retractarse, la mano ya cumpli el primer impulso, inconsciente; por lo cual
diramos que resulta ms veloz que el pensamiento y ms prxima a la voluntad
que el pensamiento mismo. Entra hasta el puo; el ndice y el pulgar tocan el
cuerpo. Ese contacto que bastara para perdonar, indica lo consumado sin
remedio.
Tiene, el cuchillo, el tamao de la parte de la hoja que queda adherida al
pomo, a disposicin del duelista, cuando salta la espada rota: el trozo fiel del arma
es eso que sigue firme, el pedazo seguro. Al quebrarse, pierde lo que perteneca al
azar, a la fbrica, al obrero que la hizo; lo que salta, roto, pertenece al metal y es
el exceso. El cuchillo tiene un tamao sin exceso, nada de azar ni de extrao, que
es lo que se le ha suprimido justamente.
El sable, el florete, manejados con rapidez, ofrecen al puo la resistencia
de su longitud; hay una fuerza inerte segn la velocidad y la trayectoria de la
punta, que exige a la mueca que los someta al juego y los haga ceder a la
intencin, mientras que en el cuchillo la fuerza va de la mano al extremo, sin que
la hoja presente oposicin sensible al impulso. La espada tiene su escuela y su
estilo; el cuchillo es intuicin, autodidctica. El maestro no puede ensear nada al
discpulo; todo se aprende con el ejercicio, visteando, si se posee el indispensable
don innato y el coraje. Es tanto el arte de la mano como del ojo. El lance a
cuchillo como exhibicin carece de sentido (no es un espectculo: es una
intimidad), mientras que en el juego de la espada y del florete, la exhibicin es el
verdadero fin. El cuchillo no admite el simulacro; y rara vez el juego como simple
demostracin festiva. La nica suerte de exhibicin del cuchillo, la clavada,
repugna a la ndole de esta arma, en cuanto debe soltarse de la mano, arrojarse y
dirigirse con puntera; todo lo cual es extrao a su finalidad y naturaleza. Inclusive
la puntera, que exige el punto fijo, la frialdad en el pulso y hasta el raciocinio;
siendo que la agresin es dirigida, en la pelea, a un punto cualquiera del cuerpo,
segn lo ofrezca vulnerable el adversario. Y aun en ello no hay nada del pulso, de
la fra intencin, sino del golpe de vista, de lo espontneo, de lo intuitivo, de lo
que brota con la instantaneidad inconsciente de ese movimiento opuesto e
indescriptible, que en el animal perseguido se llama gambeta y que tambin existe
en su puro valor de defensa en el hombre agredido.
Hasta la punta misma del cuchillo actual llegaba en la espada lo inherente
al dueo, lo que formaba unidad leal con el brazo. Al acortarse hasta ah dej al
hombre librado a su fuerza, a su arte y a su deshilo. Esa parle es, adems, la seria,
la inclemente; la finta estaba en lo que ha perdido de longitud. No queda ya
apelacin a lo imprevisto ni a la teora.
As pequeo puede llevarse entre las ropas y entonces adquiere el mrito
de un amuleto junto a la carne, (lomo utensilio interior participa de lo mgico.
Su fidelidad se siente paso a paso en la marcha pedestre y es la compaa de la
pierna. Se lo puede llevar en la cintura, que es la altura del cuerpo en que los
brazos descansan con naturalidad. Al costado va el ancho y corto de desollar. El
que se lleva a la espalda, sealndose bajo la ropa, agazapado, es el peligroso;
cuchillo del domingo, el prohibido. Del cabo puede colgarse ni rebenque, porque
el cabo es todava la mano.

Es raro el suicidio con l; es un arma del hombre para afuera, de la


empuadura hacia la punta; no se vuelve contra el amo, como el perro, que es lo
que se le parece ms. Puesto que toma sentido supersticioso en lo que tiene de
amuleto, es propicio por excelencia. La hoja desnuda es la advertencia del peligro;
declara la anchura de la herida y su profundidad; es en el aire como la medida
metlica del agujero en la carne; hay entre el acero y la carne una misteriosa
correspondencia, que es cortar, y hasta entrando en la vaina previene que puede
herir. La sangre deja limpio el acero, pero se acumula y oscurece en el lugar en
que la hoja se une al cabo (donde lo que participa del mundo se une a lo que
pertenece a la mano); o se la embebe el mango, si es de cuero o de pata de ciervo.
Hay el cuchillo de todos los das, cuchillo de trabajador, con mango de
madera o encorado, de hoja desgastada y filo curvo de tanto usarse; y el de las
fiestas, de corte rectilneo, sin rastro casi de la afilacin, de plata, con iniciales y
labrado. Esa es el arma ornamental, con la S que es la estilizacin de la
empuadura, que ampara y no priva del contacto en el golpe. Hasta puede llevar
dos versos inscriptos en la hoja, como el del Chacho. Ese es el facn, ms largo,
con dos estras longitudinales, doble filo apenas embotado y un arabesco
arborescente, en medio del cual la marca de fbrica: la armera ms que el
posesor. El cuchillo es de un filo, fino, afinadsimo en el trabajo delicado de la
chaira o contra otro, con la voluptuosidad de un afeite personal. Su filo se prueba
sobre la yema del pulgar, y la sensacin sutil indica su finura sin filvn. Con la
ua se aprecia el temple, y golpeando de plano es ofensivo. En el saludo se suele
amagar que se extrae y basta llevar la mano al mango, como se chista al perro
demasiado guardin.
Bien manejado puede apenas rasgar la epidermis, y hay una clase de
consumada destreza que consiste en tatuar al adversario como a un esclavo, en
ponerle marca como a la hacienda, que quiere decir vasallaje sin manumisin
posible.
El mrito del cuchillo est en la punta, lo mismo que en el florete, pero no
termina all. El florete es slo un punto; el cuchillo est en el pice, mas sigue a lo
largo de la hoja. El golpe de filo, el hachazo, indica indulgencia o desprecio, y es
as como hiere el pen al patrn y el gaucho al extranjero. Es tambin el golpe del
caballero al hombre pobre que va a pie.

III
LAS RUTAS

EL SENDERO DE LA NORIA
La leyenda atrajo al conquistador ignorante; la mitologa de la grandeza,
de la libertad y de la facilidad del xito atrajo al colono ignorante. Trapalanda y
Fortuna eran dos productos del sueo y de la avaricia insensatos. No haba ms
que un camino expedito, y por ah no poda seguir solo y pobre. No tena fe; no
era un mstico cuya conducta tuviera un sentido trascendente; era un fantico por
especulacin, que rogaba a Dios para que le ayudara en el mal trance y a quien
olvidaba luego. No tena carcter; no estaba estructurado; como la tierra, era un

erial o un pantano. Vino a cambiar su vida, no para mejorarla y para que


cumpliera su propio destino; vino a negarse y a perderse. Quiso dar un salto y
probar una aventura, sin romper los vnculos con el pas y las cosas de origen a las
que, empero, haba renunciado. Conceda una tregua a lo que dejaba, y a toda
prisa deseaba obtener su provecho o arrastrar el mundo en su cada. Su prisa era
asincrnica con la lentitud de la naturaleza. La tierra es lenta y se la puede forzar a
que d en poco tiempo lo que acostumbra realizar por propia iniciativa sin apuros,
pero a la larga la tierra tiene razn. Puede ser invadida, ultrajada en su solemne
parsimonia; al fin ella invade y triunfa. Ese agricultor que la urgi, obtuvo a lo
ms el goce del estupro. Se hizo rico, pero no enriqueci al pas, ni a los que no se
enriquecan; no leg nada de su haber, tan cerradamente individual. Esa fortuna
no fue noble, provechosa, en sus manos, porque no se haba elaborado lentamente
y al ritmo de la riqueza comn. Posea cuarenta leguas de tierra y cuatro mil
hombres no tenan dnde descansar. Para que una regin prosperara era menester
que otra empobreciera; para que algunos enriquecieran mucho, era menester que
la pobreza fuera inmensa en torno; el haber conseguido no circulaba, sino que se
cristalizaba en las manos que lo posean. Toda esa riqueza, que por muchos aos
ilusion a nuestros gobiernos, nacidos de esa inclinacin a lo absurdo, hijos de
esos soadores analfabetos, ansiosos de una ficcin que se nutra de latifundios de
libras esterlinas, mantuvo en hipertensin a la Repblica durante ms de medio
siglo. Se vivi anticipando el porvenir, como se gustaba decir en tiempos de
Rivadavia, y la hipoteca de la libertad econmica contrada para alzar y adornar
edificios pblicos, para mantener seis universidades, para todo el aparato externo
del progreso, olvidaba la verdad que quedaba en catorce provincias agnicas y en
diez territorios muertos. El hombre rico, que dio ese impulso insensato al Estado,
complicando a la Nacin en sus desvaros, y que a la vez recibi de l el ejemplo
para vivir hipotecado, no dispona de su fortuna, porque no era suya. A l le
perteneca el goce de una riqueza en prstamo, administrador de un bien ajeno.
Muchos usufructuaron de sus propios bienes y un buen da los perdieron como si
slo los hubiesen soado. No tienen ya, ni tuvieron; conservaban los ttulos de tan
ingenie propiedad; pero la riqueza, como parte de la riqueza nacional, en lo que
tena de argentina y no de suya, era una parte de la vasta ilusin. No estaba
trabada con un estado ecumnico de riqueza; en el mejor de los casos era un
islote, y la suerte adversa con que se perdi, una resultante de ese estado insular,
fortuito, emprico de toda la economa del pas, manejada por jugadores de Bolsa.
Podan ser, esos propietarios y acaudalados, buenos administradores, buenos
hombres de negocios; pero sus bienes y sus negocios estaban asentados sobre
terreno movedizo, construidos sobre una falencia. El oro extranjero, aqu donde
no lo haba, hizo aflorar a ras de tierra la veta inexistente.
Sus bienes estaban hipotecados de antemano; formaban parte de una
hipoteca general. Su fortuna era una ilusin; formaba parte de una ilusin general.
Prueba de que era mal habida o mal consolidada, que no obedeca a un plan
orgnico, es que cay. Era un premio individual a su capacidad o su audacia. En
manos de sus hijos, esos bienes en vez de lucir, se convirtieron en humo y les
qued, a lo ms, un diploma, una ficcin de otro orden. Hubo quien, para renegar
del padre que amas su dinero con su carne, se fue al extranjero, sin abandonar
sus posesiones aqu. Las mujeres quisieron emparentar con la nobleza, y cada vez
que se alzaba un nuevo edificio pblico o que cunda el oro de los emprstitos, el
brillo de un apellido antiguo deslumbraba. Volvan a la tierra paterna como voces
desesperadas del padre que quera reingresar al seno de una vida renegada y no

olvidada. Lo que se iba a buscar y a gastar, lejos, socavaba el cimiento de lo que


se posea aqu. Pecuniaria y moralmente se trasegaba el rudo trabajo en las
cubiertas de los transatlnticos de lujo. As volva el oro a Europa. Y cuando esta
propiedad que aqu quedaba entr a funcionar con el hombre reintegrado al seno
de una sociedad que cotizaba otros bienes, todo se desvaneci, como un sueo al
amanecer.

LAS RUTAS DE LAS MANOS


De todos esos itinerarios, Buenos Aires era el punto de llegada y de
partida. Las lneas quedaron establecidas entre Buenos Aires y Europa mucho
antes de que las hubiese con el interior. Puerto de embarque y atracadero de
buques repletos de gentes en busca de bienestar, fue desde los comienzos la lupa a
travs de la cual se vio la Repblica. Ese puerto estaba unido a Europa; haba que
unirlo al interior y para ello se trazaron las rutas de hierro, siguiendo en parte la
direccin de las manos aplicadas al trabajo, pero mucho ms principalmente,
siguiendo la marcha de los buscadores de riquezas. Al establecerse con carcter
permanente algunas de esas lneas de comunicacin, el interior comenz a
moverse y las distintas regiones que forman la Repblica, fueron colocndose en
disposicin diversa, segn sus pastos, calidad de tierra y otros factores. Los
caminos produjeron un desplazamiento de las tierras y de los ganados; a la vez
que algunos puntos se ponan en contacto con la metrpoli, otros se apartaban
hacia las regiones del pasado y de la soledad. La riqueza, la poblacin y la cultura
viraron, y estamos an asistiendo al arrastre, hacia el centro y el sur. En tanto el
ganado constitua un ncleo de aspiraciones y algo as como un tpico
fundamental de la vida econmica, las poblaciones se agrupaban a la vera de los
campos feraces. El predominio de la agricultura, en los aos de buena cotizacin
para el grano, apartaba en un reflujo de anhelos y de brazos, a las poblaciones
hacia otros terrenos preferibles. El movimiento de ese interior errante; instable,
obedeca a la demanda del producto en mercados desconocidos. Se iban
organizando los pueblos y diseminando las vidas segn las fluctuaciones de esos
precios, al servicio de intereses cuya sede central estaba de aquel lado del ocano.
Cada vez menos podremos organizar nuestra existencia independiente, ni producir
otras materias que las que demanda un mundo cuya necesidad de consumo
determina nuestra necesidad de produccin. El norte se ha desplazado,
despoblndose y empobrecindose; perdi su laboriosidad caracterstica hasta el
extremo de que la pampa, ese sur que Lavalle dijo que poda meter en un cuerno y
taparlo con otro, significa mucho ms que las antao celebradas provincias de
arriba. El puerto daba una nueva fisonoma al pas, que no tena que ver casi con
su estructura geogrfica. Crdoba Tucumn, Corrientes, San Luis, San Juan, Salta
y Catamarca disminuyeron su poblacin industrial de 1869 a 1914. Ya en
Recuerdos de provincia se encuentran estas palabras: La ubicacin de la mayor
parte de las ciudades americanas est revelando aquella preocupacin dominante
de los espritus. Todas ellas son escalas para facilitar el trnsito a los pases de
oro; pocas estn en las costas en situaciones favorables al comercio. La agricultura
se desarroll bajo el impulso de la necesidad y del desengao, y los frutos no
hallaron salida desde los rincones lejanos de los puertos, donde estaban las
ciudades. La ancha faja litoral, que es la llanura, es fertilsima. Dehesas y chacras
que producen para el mundo, atraen oro y trabajo; oro y trabajo que producen para

el mundo. La Repblica queda a la espalda y a los extremos de la llanura frtil,


establecindose entre esas dos regiones, la extranjera y la argentina, la perifrica y
la interior, una competencia infeliz para la ms aislada y pobre. Esta fertilidad era,
segn Alberdi, la causa de nuestro atraso; la tierra feraz acostumbra al hombre a
esperarlo todo de ella y del cielo, que se convierten en divinidades propicias.
Aunque tambin fue esa fecundidad, causa esencial del atraso, el nico incentivo
para la inmigracin de los brazos y del capital. La pradera es para la riqueza como
la selva para la vida: un seno para lactar y dormir. La historia de la tierra rida es
la de la civilizacin, y la tierra frtil da la historia de la riqueza. Slo cuando el
antropoide tuvo que procurarse el sustento y la vivienda, defendindose de un
clima inclemente y de una naturaleza reacia, apareci en l el ingenio, que es la
fertilidad en la cabeza. El progreso que ha de ir de las tierras frtiles a las ridas,
del litoral al fondo, ser muy lento, porque carece de las fuerzas auxiliares de la
necesidad y de la fe. Esas poblaciones confinadas no le interesan al consumidor
porque no producen para l; a nuestro productor le interesa el que consume y el
qu le provee de medios pecuniarios para producir ms. En muchos casos viene a
ser su asalariado: percibe como rdito el sueldo que el comprador le paga, y la
acumulacin de bienes es el ahorro de su jornal. Hasta Rosas vio con claridad este
problema, que es el de la vida total argentina, cuando se mantuvo, bloqueado,
como un hroe. Desde 1852, fecha que cierra la poca de las discordias armadas y
abre el ciclo de las violencias polticas y jurdicas, comienza una nueva tctica en
funcin de lo extranjero, Buenos Aires ha sido invadida; la Repblica cae como
presa del comercio y la banca europeos. Constituida la Nacin, toda ella era un
puerto seguro; afluyeron la inmigracin y los capitales garantidos por esa misma
corriente inmigratoria. La estabilidad del gobierno atrajo al colono; el trabajo que
vena en los brazos, en la espalda y en el vientre de las familias colonizadoras,
atrajo al capital, y el gobierno se hizo estable por el oro y el trabajo de Europa. El
sueo se volvi hacia afuera y ya no era solamente el recin llegado que pona su
fe y su ambicin en esto, sino todo esto que contemplaba su porvenir en lo que
llegaba de fuera, en lo recin llegado. Se gobernaba poblando, pero esa poblacin
arribaba con una parte de gobierno propio, tras otra promesa que no se haba de
cumplir, porque ante las empresas colonizadoras, el Estado tomaba el papel
pasivo de ceder tierras eriales, sin la responsabilidad de distribuirla, alentarla y
educarla.
La tierra fue el problema v el escndalo. El Congreso de 1826, que
necesita consolidar su crdito externo, sanciona la ley de enfiteusis; desde 1822 se
vio que slo la tierra poda ofrecer inequvoca garanta para los prestamos en
libras esterlinas. La proclamacin de la Constitucin nacional exige que la Nacin
sea digna de ella. En 1853 el gobierno contrata con Brougnes el transporte de
40.000 trabajadores, que habran de introducirse en el trmino de seis aos, y en
1854 desembarcan las primeras familias, reclutadas en Burdeos. En combinacin
con las firmas Vanderest y Ca., de Dunkerque, Textor, de Francfort, y Beck y
Herzog, de Basilea, Aarn Castellanos va a sistematizar la colonizacin de
Corrientes. Llegaron centenares de familias que no encontraron forma de trabajar,
y Urquiza tuvo que ceder una parte de su latifundio, porque no haba dnde
ubicarlas. Todava era Corrientes esa gran provincia culta, rica, en que Echeverra
y Paz pusieron su esperanza de salvacin de la Repblica. La colonizacin
regular, inteligente, fracas. A Santa Fe, Entre Ros y Crdoba se pensaba
encaminar una inmigracin de decenas de millares de colonos sobre decenas de
millones de hectreas. Se formaron grandes compaas que especulaban con la

contratacin de brazos y cuyo nico mvil era la obtencin de enormes


extensiones de tierra y el flete de la carga humana. Esto ocurri hasta fines del
siglo pasado con idnticos caracteres. Una vez desembarcadas en el puerto y
llevadas a los campos, esas familias eran abandonadas, sin que los empresarios
tuvieran solvencia para resarcir de sus inconcebibles perjuicios a los colonos, ni el
gobierno recursos para ampararlos. As se sembraba la soledad en los hombres
desesperados e indignados. El colono quera libertad de establecerse, de residir o
de partir, de aplicarse a lo ms provechoso, de tentar suerte como hombre y no
como labrador. Mucho despus que Aarn Castellanos llevara a cabo su plan en
Santa Fe con agricultores y en Tandil con ganaderos, los indios, irrumpan hasta
Azul, pasaban a cuchillo y saqueaban los pueblos de La Carlota y Ro Cuarto. No
tena el gobierno qu dar a los pobladores expuestos a tan horrendos peligros, pero
en cincuenta aos gast cien millones de pesos fuertes para defender las fronteras.
No haba nada preparado para recibir a los trabajadores, que acababan empuando
las armas y dndose al abigeato. Se alambraron los campos y se establecieron
comunicaciones frecuentes. De Azul se export el primer ganado en 1871; el
primer cereal sale al ao siguiente. Qued establecido un intercambio de
productos y de brazos; el trabajador tena que improvisarse su trabajo, como
afilaba su herramienta y levantaba su rancho. Lo nico que tena forma era la
Constitucin que lo amparaba. El campo no tena forma, el gobierno y la Nacin
tampoco; la vida tena esa misma inconsistencia. Vemos en Martn Fierro la suerte
de esos colonos, que pararon muchas veces en pulperos y en vendedores de
baratijas. Fue el destino del padre de Guillermo Enrique Hudson. Todava el indio
era una realidad ms fuerte que la Constitucin sobre la tierra ruda, inculta,
salvaje, que slo podan poblar los que haban permanecido renitentes a la
civilizacin, en regiones brbaras del mundo civilizado. Vinieron los ms
audaces, los ms incapaces, los que traan en el alma un pedazo de naturaleza
semejante a nuestro paisaje. Afincaron y enriquecieron los ms aptos, segn tales
condiciones de lucha. La llegada de esos seres ilusionados dio la ilusin de una
potencialidad econmica muy grande, de que se apresur el gobierno para sacar
partido con numerosos emprstitos para obras pblicas y de salubridad, que
urgencias eventuales hicieron invertir en sofocar rebeliones, en comprar
insurrectos, en destruir al indio y en contener al Paraguay, que se rebel porque
iba siendo lentamente absorbido por la pampa. se era el camino de los brazos
trados para poblar el desierto, hasta que de tal dispersin nacieron los pueblos, y
de los pueblos la forma actual de la Nacin, que es tambin provisoria.

LOS TRMINOS DE LA MARCHA


El pioneer era un hombre que se lanzaba a conquistar la naturaleza y que
en cualquier momento podra decir ya es bastante, o continuar, pues no iba solo.
Mientras avanzaba tena conciencia de su marcha y del sentido humano de su
marcha. El poblador de estas regiones no era dueo de su voluntad; crey avanzar
y detenerse cuando quera. Y en realidad era la pampa vaca que le hostigaba a
caminar o detenerse. Iba adonde le llevaba la naturaleza, aparentemente sin
designios recnditos; iba sin plan, sin limitaciones fijadas de antemano, sin
conducta. No adelantaba, pues, conquistando, sino siendo conquistado. Avanzaba
siempre que no encontrara dificultades que se lo impidieran; cuando no poda
seguir doblaba, o retroceda. Todo ello era seguir adelante. Los obstculos eran

extensos, se Le oponan al pie o a la mirada; nunca nacidos de su interior, de su


conciencia, de la nocin de la distancia ya recorrida y del alejamiento en que
dejaba el punto de arranque, al cual haba de unirse, naturalmente, por la va
regular de las comunicaciones. Todo regreso era para l desandar; su marcha no
tena fin ni destino. No necesitaba brjula ni mapa. Cuanto ms se internaba ms
terreno iba perdiendo, puesto que el avance del aventurero no es ms que la mitad
de la conquista, cuya otra mitad es saber quedarse. Esa persecucin del indio, que
le sirvi ms bien de pretexto para disimular su vagancia instintiva, era una fuga;
la misma fuga del indio. A la vez que lo persegua, iba arrastrado por el; marchaba
a su zaga como la retaguardia de las hordas fugitivas. Al azar de tales avances
sembraba de posiciones el trayecto y la victoria no significaba nada, porque era lo
complementario de la huida del salvaje. Ese itinerario pudo ser otro, y entonces el
trazado de los caminos, de las vas ferroviarias y del telgrafo habra sido otro. Al
establecer un fortn, al acampar, no tenan en cuenta que ese punto quedara como
eslabn de una cadena, para servir de nudo a una red. Faltbales la visin del
conjunto y la idea de un plan. Eso no era conquistar sino ser diseminados en lo
desconocido. Hecha la conquista, se la asegur; pero todo ello era una
construccin casual, en que no haban colaborado los accidentes geogrficos ni la
fertilidad del suelo. Era la ruta de la derrota y nada ms. Segn estos lugares
fueran luego ms o menos aptos para la ganadera y la agricultura, formaran
sectores de relativa prosperidad pero aislados. Podran progresar o ser
despoblados merced a indeterminables circunstancias. Verdaderos oasis de
ubicacin caprichosa, que resultaban quedar a distancias mayores aun por la
interposicin de las zonas ridas, por el costo del transporte y la decepcin del
trabajador.
Ubicados as los pueblos, el ferrocarril vino a estirar tales distancias,
porque el precio de los fletes por centenares de leguas deshabitadas, arrojara el
producto a una lejana econmica mucho mayor an que la distancia geogrfica.
Los animales se distribuan mejor. Ocupaban los terrenos de pastos ms tiernos y
abundantes, y se trasladaban siempre con cautela. Nosotros poblamos siguiendo la
fuga del aborigen desde Salta hasta Crdoba, tras las huellas de la civilizacin
quechua y fundando ciudades al acaso (Mitre). Y del litoral hacia el fondo, en el
movimiento arrollador con que expulsamos al autctono dentro de cuatro grandes
zonas: Cuyo, bajo la capitana de Chile, desde el oeste y tramontando los Andes;
Tucumn, desde Per y Chile; Buenos Aires por el litoral, desde Espaa. Las
regiones del litoral, las ricas, no son ms que Europa establecida en Amrica
(Alberdi). Catamarca, Jujuy y La Rioja se mantuvieron nicamente en vista de
sofocar los alzamientos de indios, mas sin ninguna previsin de orden econmico
o demogrfico. Las ciudades nacieron de los fuertes y los pueblos de los fortines.
Mediaba entre un fortn y otro, como entre una y otra toldera, la capacidad de
resistencia del caballo en la jornada sin apremio de sol a sol. Tambin era, de
fortn a fortn, la mxima de la vista en los das claros y la facilidad de obtener
agua potable. A lo largo del Colorado mediaban diez leguas; en las llanuras,
cinco. Esa distancia mide al salvaje en el combate; es el permetro de las
maniobras de la caballera militar; no mide la industria de las manos. Hay, pues,
una relacin de pueblo a pueblo como de blanco a indgena y de indgena a
paisaje, sin que ahora signifique otra cosa que un mdulo sin sentido. Los jalones
del avance marcaban las intermitencias de una fuerza puramente horizontal,
rebosante catlica; los pueblos creados en tal marcha quedaran aislados, con una
ubicacin esttica y rgida, imposible de unrselos. Arrojados sin mtodo los

pobladores, en trescientos aos no alcanz a ocuparse una dcima parte del


territorio. Cuando se obtuvo mayor densidad el mal result irremediable.
La naturaleza accidentada es, aun antes de poblarse, el esquema de lo que
luego ser la nacin; indica los lugares en que habrn de levantarse las grandes
urbes y los pueblos intermediarios, las capitales, las llaves de las comunicaciones,
los sitios industriales y los de cra y cultivo. Pero es menester que en el alma del
poblador exista la conciencia del sentido orgnico de ese paisaje, y que
comprenda qu fines lo llevan a establecerse en l. En la llanura, la naturaleza no
preforma la estructura poltica y hasta es artificial un gobierno inmvil enclavado
en ella. El hombre nada tiene que ver con la llanura en cuanto deja de andar; no
tiene programa estando quieto, y la llanura es la marcha.
Vino a poblarnos un pueblo de llanura, andariego; de caballeros, de
peregrinos, de mendigos; venan solos y de paso. En ningn lugar dejaron huellas
de su voluntad de quedarse. La estructura que dieron a las instituciones, a la
poblacin, a la orientacin de la vida es lineal y superficial, amplia y transitoria.
Habra que levantarlas o destruirlas y hacerlas de nuevo. El afn de ocupar en
poco tiempo lodo el territorio, de recorrerlo, de galoparlo, disemin un nmero
pequeo de gente en muchas leguas. De esa posicin galctica de los pueblos
surgi una necesidad intrnseca que dara su norma a la vida argentina; la
extensin, la superficie, la cantidad, el crdito. El latifundio fue la forma de
propiedad adecuada al alma del navegante de tierra y mar, y la forma propia del
cultivo y del aprovechamiento del suelo. El latifundio era una fatdica razn
geogrfica y tnica, agravada por la distancia y alejamiento del sur del continente
con respecto a las regiones densas de Europa, donde se consume ms de lo que se
produce. Qued as fijado el destino del sur y consolidado el del norte, en armona
con las leyes mecnicas que distribuyeron las aguas y las tierras del globo.
La necesidad del cultivo latitudinal y de la cra de ganado en cantidades
concordantes con esa distribucin planetaria, oblig al colono y a sus hijos a que
tomaran posesin de extensiones enormes y las llenaran de ganado, sin pensar en
los hombres; en el hombre pensaba Europa. Se acentuaba geodsicamente el tono
pastoril y agrario de estas regiones, hasta sojuzgarlas en la economa al
consumidor de la res, quien podra en adelante desentenderse de su cra para
dedicarse a otras actividades, acentuando su sino industrial con idntica fatalidad
mecnica. El ganado no requiere poblacin; l es la poblacin; es contrario a ella
y la desaloja como tpico disolvente de la sociedad. El ganado no es sedentario,
aunque sea lento; cambia de lugar a medida que va consumiendo el pasto; y como
la posesin implica la custodia permanente, el pastor marcha a la par del animal.
La vaca queda sujeta a la casa, pero la tropilla se lleva la casa consigo.
Cuando en Facundo se define a nuestros campesinos de hbitos semejantes
a los del trtaro y del rabe, se atribuyen a la llanura; y era la llanura, pero a travs
del caballo y de la vaca, que siempre est con su hocico en tierra y andando como
quieta. El caballo est en el huno y en el gaucho, como la llanura en el casco del
solpedo. Hubo de difundirse, pues, y de alejarse, el hombre. El indio y el ganado
tambin lo haban obligado a fijarse en los puntos en que an est. Lo siguiente
fue lo mismo, ms grande. Vendra despus el ferrocarril a consagrar la desunin,
a fijar los pueblos y los caminos, a eternizar el error, a dar estructura frrea a la
fuga del indio. El ferrocarril hacia el norte marca el itinerario inverso del buscador
de tesoros; al sur y al oeste, el del perseguidor de salvajes y del cazador de
ganados, que eran uno. No bast que nuestra Repblica estuviera mal hecha y en
el confn del planeta; hubo de poblrsela mal para que subsistiera. Mal hecha y

mal poblada, sirve maravillosamente al capital extranjero y puede prosperar


surtiendo los mercados remotos. Ya hubiera sido difcil rectificar a la naturaleza
con la distribucin racional de los pueblos; pero la distribucin demogrfica, que
no tuvo en cuenta siquiera el dictamen de la topografa, fue violentando esa
naturaleza en el mismo sentido de su connatural deformidad, hasta convertirla en
un obstculo de su marcha y en una inquietud de su reposo. Todas las dificultades
que en la actualidad se oponen al desarrollo del interior remoto, a la educacin de
sus habitantes, a la movilidad econmica de provincias y territorios inmensos,
proviene de esa causa. Y por esa pobreza y ese aislamiento el litoral prospera.
Todo lo que no es Europa es Argentina; por eso el Congreso del 62 declar
nacionales las tierras que estuvieran fuera de las lneas de fronteras. Esas regiones
incgnitas que se dividan segn los lmites provinciales, constituyen ese Estado
dentro de otro Estado que es el territorio nacional, la mitad brbara y desierta.
El valor desproporcionado que la tierra vencida tomaba en poder de los
especuladores, era una forma de aislarla del peligro de la tierra sin precio, en que
hasta hace poco vagaba el hombre tab. El valor caprichoso que se le asignaba fue
otra frontera fuera de la cual se arroj al pobre, para que poblara ese baldo
econmico segn quisiera. Y el pobre lo pobl, naturalmente, con arreglo a las
normas del baldo. Alz su rancho y ms tarde eso fue un pueblo, o no fue nada,
con igual razn. Todos esos puntos se unieron, sin que pudiera hacerse
desaparecer las distancias de todo orden que se extendan entre ellos. Los caminos
indicaban las rutas por donde no se deba andar.

LAS VAS DE ACERO


Tampoco el capital lleg para servir al destino de las cosas oriundas de
esta tierra. Se le atrajo ofrecindole todas las ventajas posibles; todas las garantas
y perspectivas que pudieran incitarlo a venir. Y bajo los mismos auspicios que
impelieron a los barcos repletos de hombres, los caudales se hicieron a la vela. En
1857 hay diez kilmetros de caminos de hierro sobre tres millones de kilmetros
cuadrados sin huellas; la mquina de vapor empieza su jornada con la misma
incertidumbre urgida con que trescientos aos antes el hombre se lanz a la
aventura. La locomotora representa, potente y dcil, un porvenir en que hace ya
muchas dcadas que se tiene fe, aunque todava se ignore en qu consistir. La
mquina es imperativa y hace su recorrido con regularidad e inteligencia; parece
estar al servicio de las poblaciones de los campos y de las cosechas, aunque en
verdad ha penetrado a dominarlas y a echar sobre ellas una cadena. No encuentra
obstculos en su marcha; va por la llanura que desde su llegada no lleva sino
adonde ella quiera, y ella quiere que todo venga a Buenos Aires, donde estn
anclados los transatlnticos, tambin al servicio de Europa.
El ferrocarril no atraviesa los campos ms frtiles, ni los menos mal
poblados; ni es el sistema circulatorio del cuerpo del pas. En consecuencia, el
rendimiento general es bajo; el valor de la tierra es arbitrario; la vida del hombre,
un albur. Irriga un cuerpo que no existe, pero que mucho tiempo se crey que
exista. La misma exigidad del rendimiento o su pltora, prueba que es una
eventual estructura de comunicaciones sobre un territorio como ignorado, al que
se tena el deber de conciencia de darle forma. Hasta el clculo positivo del dinero
acept la trgica deformidad de la tierra y la representacin ilusoria que de ella se
tuvo desde el principio, cuando no se la conoca y se la ultrajaba. Al capital no le

interesaba mayormente que las vas sirvieran para algo, y hasta tena cierto inters
en que as no fuera; tampoco interesaba al prestamista que los emprstitos se
invirtieran en obras pblicas o en guerras civiles, si las guerras civiles iban a
asegurarle los rditos mejor que los canales y los diques. Las lneas extendidas en
regiones de escasa produccin obraran como frenos para las regiones ms
prximas al puerto y ms fructferas. El tren es el vehculo de los grandes
volmenes de cargas y pasajeros; ha de servir de puente de unin entre el sistema
geogrfico y el sistema econmico, si ha de ser otra cosa que un objeto de orgullo.
Vale en primer trmino al comercio y en ltimo trmino al turismo. Un reparto
absurdo de la poblacin, que no coincide con el trazado que la naturaleza esboza
con la montaa, el ro, el desierto y la selva, hace fantstico su recorrido. Yermos
y pramos son atravesados sin otra razn que la de llegar lo antes posible a otras
regiones ricas y distantes. La lnea recta, en estos casos, es la ms larga y la ms
lenta.
A lo largo de latifundios despoblados, se tiene la impresin de que el tren
patina sobre el mismo punto, y los coches van casi vacos. Un vagn vaco es una
mentira con ruedas, y los pasajeros que van dentro con pasajes oficiales, son
fantasmas metidos en una ficcin. El desierto que parecera no existir, pesa sobre
el labrador por el aumento de las tarifas con que la empresa ha de equilibrar las
prdidas en bruto. Aquello que es una esperanza, gravita sobre la ganancia de lo
que ya est produciendo. Los ferrocarriles forman una empresa financiera y no
industrial; no estn al servicio de los productos y de su traslacin, cuanto del
capital invertido en explotarlos. Ms bien que servir al comercio, el comercio los
subvenciona. Responden al nmero estadstico y no al impulso; y como sus
intereses son muy complejos, porque estn soldados a otros sistemas financieros,
la razn de sus decisiones es casi siempre incgnita. Ellos tienen la clave de este
juego que tanto nos apasiona. Nuestros ferrocarriles son equivalentes en acero de
libras esterlinas que han de producir libras esterlinas, y no vehculos que han de
producir riqueza. Se les pone en movimiento desde Londres; de all arrancan y all
mueren estos ramales subsidiarios. Se trata de un capital esttico, inflexible, que
no sigue las curvas de nuestra economa nacional, sino de una vasta economa
internacional. Va por sus rieles y no por nuestros campos respondiendo a mviles
propios y sin ajustarse a un mecanismo industrial suramericano. Tienen por norma
un dividendo fijo, un repertorio mnimo de utilidad pblica fijo, constituyendo un
esqueleto ortopdico al que se han de adaptar las dems actividades, que siempre
dependen de l.
El trazado de las lneas no obedeci a exigencias econmicas, ni al estudio
de las necesidades del pas; por lo cual los capitales no solamente hubieron de
respaldar su ganancia en la garanta del Estado, sino de respaldarse, para no llegar
a ese extremo, en los ramales ms lgicamente tendidos con respecto a la utilidad.
El ingeniero proyectista de los itinerarios fue el cacique, cuya toldera situ al
pueblo; el ingeniero acat el veredicto irrevocable del cacique, y llev el riel al
pueblo surgido de la discordia. La red hecha con sujecin a un plan de transportes
justifica la red hecha sin plan y por el simple espritu de ligar localidades
diseminadas. El trazado en tal grado adventicio, equivale al dibujo de las
constelaciones en el zodaco.

LOS CANALES DEL ATLNTICO

El ferrocarril traa al pas dinero en prstamo; con la garanta de ese dinero


de hierro el gobierno concert otros emprstitos que no iban a ser invertidos en
los fines alegados. Quedaba dueo y seor de malgastarlo, como ocurra
naturalmente. Pero se lo gastaba en el sostenimiento de milicias innecesarias y en
la compra de armamentos, como si todo ello fuera a garantizar el prstamo en
rieles. En el caso de que el capital, invertido en material rodante y en rieles,
convertido en trenes, hubiera de responder al capital, pues su inters era trabajo,
se reservaba el prestamista el derecho de administrar la explotacin. La cantidad
til de trabajo a realizar, interesaba en segundo trmino. Mediante el ferrocarril
bien administrado, se aseguraba la puntualidad del pago de las cuotas de los otros
emprstitos en efectivo, que provenan de la misma mano y que iban a parar al
mismo fin de solventar la explotacin. Esto permita al prestamista-accionista
tener la llave cntrica de la riqueza nacional, abrirla o cerrarla y, al propio tiempo,
regular los nuevos crditos conforme a la capacidad econmica del pas. El Estado
se obligaba a servirla infaliblemente, porque haba contrado deudas en otros
conceptos, invocadas y justificadas por una prosperidad que se deba,
casualmente, a los ferrocarriles. El capital, relativamente enorme, de dieciocho
mil millones de pesos segn el cambio actual de la esterlina oro, se inverta en dos
terceras partes para estimular la produccin, o, transitoriamente y hasta que la
produccin se bastara a s misma, para dificultarla. Para un maana utpico,
porque el presente iba agotando la posibilidad de produccin en el futuro. El
carcter transitorio de turismo y fomento de esas lneas aniquilaba de antemano
las probabilidades de un mayor rendimiento futuro. Echar locomotoras al albur
equivale a esterilizar ms los lugares estriles, a empujar al desierto la zona
limtrofe de la actividad con la nada. Para el chacarero que se encuentra con una
cosecha pinge, que no vale lo que cuesta, el tren que se detiene frente a su campo
es la miseria. Entonces el tren es una mquina mortfera y lo que en el clculo de
los bienes figura como factor de adelanto, en la chacra queda como un impuesto a
la soberbia.
El ferrocarril acentu la pobreza de las regiones distantes o de poco
rendimiento, o ricas en rendimiento pero de productos nicos; porque lleg
demasiado pronto y sin que lo distante de las vas pudiera andar a su velocidad.
De ah que la actividad y el optimismo se agolparan alrededor de los centros de
consumo y de exportacin. El labrador y el pen de campo buscaron la
proximidad de Buenos Aires y Rosario como medio de obtener mejores
recompensas a su esfuerzo. y era el mismo tren que los traa el tren de vagones
cargados de riqueza. Llevaba el ferrocarril un progreso nominal, terico, pero
ocasionaba un retraso real. Pudo observarse esto hace relativamente poco en Salta,
en donde la llegada de la locomotora seg de raz industrias del transporte a
sangre y abri cauce a la consecuente fuga del campesino. Despobl y
empobreci. Chascoms, Dolores, Mercedes y cien pueblos ms se estancaron.
Luego la migracin de brazos acrecent el aislamiento geogrfico, econmico y
moral. Aquellas regiones distantes no pueden producir cereales ni ganados,
porque cereal y ganado se dan en todas partes. No teniendo productos regionales
que no sufran competencia en los mercados prximos, no tienen productos. Esos
trenes que no pueden traer su trigo, sus aceites y sus vinos porque costaran
mucho aqu, les llevan gneros y objetos de la industria extranjera que desalojan a
los elaborados en el lugar. Desconectadas las provincias, la poblacin empobrece
y degenera desde que el ferrocarril las ha puesto en contacto y competencia con
mercados mundiales.

El caudillo dividi la Repblica segn los Cabildos; el ferrocarril segn las


tarifas. La configuracin absurda del territorio qued ratificada por las
comunicaciones. Las vas representan en el mapa un diagrama de anomalas muy
distinto al de la configuracin anmala del territorio. Esta estructura defectuosa
dentro de una estructura defectuosa, hace, adems, que la agricultura vaya
restringindose ante el avance de la ganadera. Su obra civilizadora contra el
desierto depende hoy de los aranceles de los pases que compran carne y de los
adelantos de la industria del fro. El perfeccionamiento de las cmaras frigorficas,
o el aumento de la velocidad de los transatlnticos de carga podran beneficiarnos
en un sentido, pero en otro destruira la principal fuente de riqueza. Ante la cada
de los precios del trigo, considerables reas han vuelto a ser destinadas al
pastoreo; la baja del precio de las reses despuebla literalmente reas igualmente
extensas. Una regresin de tal significado trae a rastras, como cuantas afectan a
una tcnica de producir, de vivir, de negociar, el cambio de signo a un sector de la
cultura. El predominio de la ganadera implica la victoria de las fuerzas inertes y
antiguas de la conquista, que atajan el paso a las fuerzas vivas; una derrota de
largos alcances. Las tarifas de fletes favorecen la explotacin de rebaos, porque
la carne argentina es preferida sobre la de Nueva Zelandia y Australia.
Buenos Aires no puede regular la economa de lodo el interior, que le es
ms extrao que Europa. Hay que renunciar tambin a la fantasa de crear puntos
de intercambio por el norte y el oeste, los confines del mundo. El ferrocarril, que
es un sistema cerrado en marcha, entorpece todo movimiento de liberacin local.
Ante la gravidez del producto que resiste la friccin del sistema cerrado en
marcha, se produce la inevitable hemorragia de los hombres de talento y de
accin. Soportan la estada los que se resignan a vegetar, y esta anemia es el peor
gorgojo del grano y la ms daina epizootia del vacuno.

LA RED DE LA ARAA
El ferrocarril hizo ms vasto el territorio y lo fractur para dejarlo reducido
al dibujo lineal de sus vas. Alz con sus terraplenes fronteras entre el riel, que es
Europa, y lo dems, que es Amrica. Lo que no est al pie mismo del terrapln,
est a inconmensurable distancia; econmicamente, fuera del mundo comercial.
Juntamente hace, el ferrocarril, imposible la explotacin de las minas y de los
bosques; metales y maderas no pueden llegar a las fbricas, deshacindose de
valor en el trayecto. Selvas enteras y terrenos metalferos no valen el flete. El trust
de los transportes a vapor tambin imposibilita la existencia de caminos de tierra o
de asfalto, interesado en que no los haya, o en que, de haberlos, sean
exclusivamente de turismo, por la simple razn de que sus vagones realizan un
servicio de turismo en dos terceras partes del recorrido. La ruinosa competencia
que en Norteamrica, Inglaterra y Francia hacen al tren los camiones y mnibus,
aqu nunca existir, porque el camino es nuestro y la va de otros. Para tener
treinta y ocho mil kilmetros de va frrea hemos tenido que renunciar a
centenares de millares de kilmetros de pavimento. Debieron ser, los caminos,
doce veces ms extensos que las vas, y lo son apenas poco ms de la mitad de
ellas. Sin carreteras, el auto es un dragn a nafta que se atasca en el barro, como
un artefacto diablico que el caballo del sulky ya contempla sin miedo al pasar.
Correlativamente a la disolucin en distancias econmicas del interior, el
ferrocarril agudiz el sino umbilical de Buenos Aires; irremisible y

progresivamente la hizo una cabeza decapitada. Es que la va frrea fue un sueo


de la metrpoli que tendi como tentculos depredatorios a la pampa. Toda la
historia poltica llev a eso desde la Colonia y el tren lo consigui, zanjando para
siempre una vieja disputa, porque el tren es unitario.
Basta contemplar el mapa ferroviario para comprender el destino de
Suramrica. A pesar de la ubicacin marginal de Buenos Aires, forma el centro de
una circunferencia; figura que se encuentra concebida en Argirpolis. A nada se
parece esa red mejor que a una telaraa. El problema fundamental de nuestra vida
econmica es el transporte, porque el problema fundamental de nuestra vida son
las distancias, las cantidades, los tamaos y la soledad. Cuando el gobierno, que
es la estructura disforme por excelencia, particip en obras de comunicaciones, ha
sido para demostrar que sus ideas al respecto concuerdan con un viejo sistema de
ideas; y no es casual que las Reparticiones de las comunicaciones postales y
telegrficas y la de los ferrocarriles fiscales, hayan sido las dos manchas velludas
de sus antojos y los ndices de su desquicio. Ha tendido lneas de lujo, de turismo,
llamadas de fomento, por regiones que no solamente son estriles en la geografa
sino en la economa poltica. El eptome de sus concepciones astrolgicas sobre la
materia, es el ramal de Huaytiquina, la nica ruta que conduce sin recodos ni
trasbordos a Trapalanda. Puede considerrsela el apndice al horscopo del
Conquistador, Porque Huaytiquina es un programa poltico, cultural, religioso y
demaggico, viene a ser la palabra que caracteriza toda una poca de grosera
soberbia de progreso. Ramal a ninguna parte, sobre tierras de aluvin, que se
desplazan constantemente y que slo transporta familias de viajeros con pases y
viticos. La clausura del tnel y el regreso al transporte a lomo de mula, tiene en
ese tramo la ceguera ms disparatada. El Estado paga as para que sus
funcionarios admiren sin desembolso un paisaje lunar. Esa miopa obedece al
concepto poltico-militar que rige la concepcin en bloque de todos los problemas
argentinos en el gobernante argentino. Huaytiquina es ms lgico que cien
caminos de tierra, como tres submarinos son ms racionales que un buque
mercante. Dreadnoughls y submarinos, fondeados, estn dispuestos a emprender
una ruta de carabelas, y no zarpan jams. No son mquinas de guerra, a Dios
gracias; son centinelas y escoltas de los trenes, puestos ah, donde empalman los
trenes con los transatlnticos y Amrica con Europa. Nuestros ferrocarriles son
copias de las lneas estratgicas antiguas, pero no son mercantiles, ni
agropecuarios, ni comerciales. Poseemos vas que responden al pnico, productos
del anhelo de grandezas y del miedo a perderlas.
Todos los das los trenes hacen el mismo camino que Rondeau, Belgrano y
San Martn. Se dira que a cien aos de distancia siguen sus pasos y, por tanto,
que son cien aos ms lentos que ellos. El capital extranjero, que vino a servir esa
vieja necesidad poltico-militar, y no a la verdadera necesidad econmica, exigi
adems la garanta del rdito a sus emprstitos en materiales, en clusulas que se
aceptaron ante la urgencia de tender vas donde no haba caminos. Porque las
bases de las concesiones nos condenaban a perpetuar nuestra condicin original
de colonia. Exigi la donacin de una legua a cada lado de las vas en todo el
trayecto fuera de los ejidos o, en globo, determinada cantidad de leguas. Lo que
llamamos progreso es lo que se ha producido en una legua a cada lado de las vas.
La tierra cumpla otra vez el papel de sustituto del dinero, de una pliza para
convertir maana, de una moneda troglodtica. Y era, por otra parte, una caucin
anloga a la quita y al cobro anticipado de intereses por tres aos, que exigi la
firma Baring & Co. al hacernos el primer emprstito en 1824. Con lo cual el

ferrocarril tambin estableca a sus flancos cierta forma de fronteras naturales,


entre la tierra rica de la empresa con su canal de hierro y la tierra pobre del pas,
sin caminos. Como esa legua a lo ancho era la distancia de mayor valor, la
valorizacin de la tierra que el ferrocarril produjo no serva al pas, sino a la
empresa, pues solamente alcanzaba a dos leguas laterales. Lo dems era el
barbecho, la soledad y la ignorancia. El terrateniente, el colono, miraban pasar el
tren a lo lejos pero elevaron los arrendamientos especulando con el bien distante.
Desde ese momento el tren fue una rmora, un sistema apresado dentro de su red
como el pez dentro de la nasa. Un tren cautivo. Estimul la codicia del latifundista
que alz los arriendos y la ofuscacin del colono que se aventur demasiado lejos.
La empresa asumi la direccin de la ganadera y de la agricultura; y la ejerci en
beneficio de un capital que estaba en Londres, no junto al riel. Valor las tierras
segn un patrn fantstico, como si la locomotora fuera algo fantstico; acuci el
ansia de rapia del abogado y del poltico, como si la locomotora fuera una
inmoralidad. Cay el gobierno de bruces, como nadie, en el espejismo de ese falso
valor; crey que tender vas era poblar, sin advertir que podra ser lo contrario. Y
cuando tuvo treinta y seis mil kilmetros de rieles dijo que la Repblica estaba en
paz y que la cultura haba llegado basta el fondo de los campos. En el fondo de los
campos estaba la miseria y la ignorancia, que es la verdad y no la mentira.
Desde el tren toda esa verdad parece un juego de palabras; hay que verla
con los ojos del que se queda cuando el tren se va. Hay que mirarla desde afuera
del coche, que es lo de adentro, las vsceras y rganos de un cuerpo de tres
dimensiones, que parece en las cartas una red de lneas negras sobre un fondo
blanco. La verdad y la vida estn en ese fondo blanco que es nuestro interior,
donde estn las entraas y los hijos de maana. El progreso de la Repblica est
en oposicin al inters de los que la hicieron prspera, y nicamente ser cierto
para nosotros cuando no resulte as por contraste con lo que yace muerto. Cuando
sea el estado de salud de todo el cuerpo y no la euforia de una cabeza decapitada...

SOLEDAD
I AISLAMIENTO
II DISTANCIAS
III SOLEDAD DEL MUNDO Y DEL HOMBRE

I
AISLAMIENTO

UN MUNDO SIN EXPERIENCIAS


Amrica haba existido y vivido en los diversos pueblos que la formaban,
su vida americana. Algunas semillas, cadas de otras culturas, dieron frutos
silvestres que no alcanzaron madurez ni sabor. Poblada desde la poca pre-glacial,
permaneci aislada, ajena a los dems movimientos ascendentes del hombre, sin

unidad en sus costumbres. Era se un mundo completo, antes del Descubrimiento:


e1 mundo americano, el ms antiguo, sin acumular la experiencia, sin amasarla
con levaduras externas, sin encauzar en una direccin fija la resultante de sus
energas. En trminos generales, era un rea botnica y geolgica, detenida antes
de que se abriesen los horizontes de la Edad de Hierro. Lo que ya haba
desaparecido en otras regiones, lo que en otros parajes se haba transformado y
puesto al servicio de la inteligencia, aqu conservaba su telrica virginidad y su
carcter mecnico de ensayo siempre repetido. Estaban intactos, cuando llegaron
las carabelas, los hombres del Plistoceno, con sus industrias de la Edad de Piedra
y sus idiomas de la Edad del Bronce. Debajo de sus ciudades y de sus pies
fugitivos yacan los restos mutilados de un captulo entero de la historia del
vertebrado; en cinco o seis grupos insignificantes sobre la vastedad del territorio,
se debatan en la agona de su esplendor, los nufragos de alguna cultura arcaica
de gran estilo. Pero al entrar en contacto con seres destructores fueron extinguidos
en masa, mientras las fuerzas de la tierra y de la atmsfera continuaban su trabajo
secreto sobre los invasores, forzndolos a respetar lo que no era perecedero.
Lo que viva en este continente tuvo su razn de ser, ms poderosa que los
trastornos que lo inclinaban a perecer. Toda Amrica era la tierra del Terciario y
formaba una unidad con sus vertebrados inmensos, ambulantes moles de huesos y
tejidos. Relacionados en tamao y forma con el paisaje planetario, los animales
gigantescos fueron los habitantes autctonos. Cuando las carabelas llegaron a las
Antillas, no existan ya; haba concluido desde muchsimos siglos el dramtico
interludio de esa vida deforme y titnica; empero, quedaban el suelo, el clima,
como los moldes vacos que dieron consistencia a los cuerpos desaparecidos. Y
junto con algunos ejemplares supervivientes de la fauna y la flora antiqusimas,
sobre un terreno de los ms ricos en fsiles, el animal humano empezaba el
derrotero regresivo hacia el equilibrio total con el medio. Los seres vivos
empequeecieron o sucumbieron durante el transcurso de largos perodos y la
naturaleza sigui inmensamente superior a ellos, destruyndolos como los haba
creado; y la faena rudsima de hablar, de convivir en paz, de sostener sobre los
hombros el peso de lo humano contra las corrientes magnticas del Terciario,
abatan a los ltimos titanes, reducidos en ciudades enclavadas en medio de la
soledad. Pocos pueblos: incas, aztecas, mayas, ocupaban zonas sitiadas por la
naturaleza y Amrica era todo el continente que se extenda a los lejos y en torno
de esos oasis.
El territorio estaba dividido en grandes zonas naturales y no haba entre
esas zonas comunicacin regular, como hoy no la hay entre los pases en que se lo
dividi. Entraban en contacto por el asalto y el cmbale; con el saqueo se
concertaba la paz, y los pueblos volvan a separarse y a olvidarse. La selva era el
dominio absoluto del vegetal; la montaa, del mineral; la llanura y la ladera, de
los vivparos. Los conatos de civilizacin se produjeron en los terrenos
montaosos, en una vaga reminiscencia de olas, sofocados por el medio total
refractario. La llanura se mantuvo en general en estado de barbarie. La selva era
un mundo; la montaa otro; la llanura otro.
Esos habitantes vivan solitarios, flotando o enraizados, siempre alertas a
peligros innumerables. Mayas, Incas, Pueblos y Aztecas, hbiles constructores
todos, llegaron a la arquitectura y a las fortificaciones por la necesidad de poner
una barrera al mundo que los rodeaba y de abrirse una puerta secreta al infinito,
donde residan las divinidades no menos crueles. El miedo los hizo amurallarse; la
muralla era un segundo aislamiento como la supersticin en el recinto de los

templos. Un pueblo era un individuo, un individuo era una mnada. Pero


individuo y pueblo concertaban con la naturaleza, y el terror y el ansia de salvarse
del mal que los amenazaba doquier, los puso en las manos del blanco, que los
aniquil. En Guatemala, en Colorado, Texas y Arizona, en Per y Mxico, esas
civilizaciones tuvieron su apogeo en la poca en que los moros entraban a Espaa;
nicamente la potica civilizacin caribe, de la que el espaol no dej rastros,
estaba en auge. La irrupcin de los nietos del vndalo y del godo, que no se
detuvieron a juzgar del valor de esas sociedades ni podan vencerlas sino por la
espada, las extermin o las descast y corrompi.
Amrica tena civilizaciones, pero no tena pasado, era un mundo sin
pasado y hasta entonces sin porvenir; desenvolva su vida en formas asincrnicas
y asimtricas con el ritmo y la estructura de los ensayos conocidos y vlidos. Su
experiencia, desde la arquitectura y el arte, hasta el derecho y la religin, no
sirvieron al gran ensayo que el hombre vena realizando sistemticamente en otros
puntos; por eso es absurdo querer revivirlos en su sentido arqueolgico. Sin
embargo, sirvieron para que en aquel gran ensayo se rectificaran errores muy
graves. Fue el punto diplpico que permiti rectificar la visin telescpica, la
perspectiva csmica de ese experimento. Frente a frente el aborigen y el espaol
no se comprendieron, y desde el primer instante la conquista tom senderos
equivocados. Comenz por juzgar al aborigen fuera de todas las leyes conocidas,
porque lo desconoca, y le bast ver que permaneca indiferente ante la cruz que
ocultaba metales y pedreras a pesar de su pobre desnudez, para acometerlo
rabioso.

HACIA EL REVS DEL TIEMPO


Cada da de navegacin, las carabelas desandaron cien aos. El viaje se
haba hecho a travs de las edades, retrocediendo de la poca de la brjula y la
imprenta a la de la piedra tallada. A estas tierras detenidas en el umbral de las
edades antropolgicas, se las llam Nuevo Mundo, y este nombre errneo, como
el de Amrica, perdur. Desde entonces habran de designarse por defectos de
infancia los vetustos vicios de senilidad. Aquello que fue poblado y modificado se
convirti en nuevo; lo despoblado permanece todava antiguo y va
sedimentndose sobre lo nuevo por cierta erosin impalpable e invisible.
Tendencias atvicas que empujan a los gobiernos a desaciertos sistematizados, a
los pueblos a aberrar en sus designios como movidos por una fuerza libre interior
y, en general, a valerse de la improvisacin contra el clculo, despreciando los
autnticos valores humanos en beneficio de una tabla primitiva de valores, se
suponen defectos de una sociedad de formacin reciente. Sin embargo son
defectos muy viejos, ya olvidados por otros pueblos; un recomenzar despus de
muchos siglos. Como en el nio, todas sus novedades son muy viejas. Es
necesario no ver en sus yerros accidentales otra cosa que formas sistematizadas de
una manera de gobernar, de pensar, de vivir, distantes hacia la lejana de la
naturaleza invicta. La barbarie no es estado accidental; tiene sus normas, sus
leyes, moral consuetudinaria, sus arranques potentes de invencin muy viejos.
Es que no somos un pueblo nuevo, ni un paisaje nuevo, ni un ensayo
ltimo. ramos antigedad y fuimos poblados por una nacin de tipo antiguo, que
era ya arcaica en la Europa de 1500. Espiritualmente heredamos una cultura que
permaneca estacionaria, y que careca de poder ntimo para evolucionar con

intrepidez en el movimiento general de la poca, hacia formas civiles complejas.


Vase lo que significa Espaa en las postrimeras del siglo XV, comparada con
los pueblos germanos, galos, itlicos, sajones; era un pueblo esclerosado, ptreo,
rupestre. Era un pueblo americano. Mientras en las naciones restantes
despuntaban las formas inslitas de la Edad Moderna, henchidas de porvenir,
Espaa afloraba a la vida poltica desalojando una cultura de largo alcance.
Enardecida por la victoria, conserv como rasgos distintivos de su raza todo lo
que haba utilizado como suma de fuerzas para su liberacin. Hizo de los Pirineos
un emblema, se encerr en su piedra y al borde del 1500 reanud su existencia del
700. Su gloria estaba en ser arcaica, renuente al progreso, aferrada al fanatismo y
al valor, a los prejuicios morales, nobiliarios y religiosos; en negarse tercamente a
mirar hacia adelante, en no dejarse invadir por otros estilos ensayados fuera de sus
fronteras, en ser Virgen y madre. La misma extempornea empresa del
Descubrimiento obedeci ms bien que a una voluntad intrpida de dar vida, al
deseo de conquistar una reliquia: el sepulcro de Cristo, lo que era ms material
que su cuerpo, lo que tena la estructura de su vida: la tumba. Siglos despus de
las Cruzadas, despertada recin y a deshora, quiso emprender una aventura
anacrnica, con la voluntad de un ser Europa. La fuga de su invasor la incitaba a
huir. En este sentido la Providencia es cierto que estaba de su parte, pues le
depar para que arrojara sus huestes quimricas el continente que era tambin una
tumba. Sus expediciones trajeron consigo una comezn de dominio material en el
alma, que no poda satisfacerse con ningn botn. Aqu las esperaba el mundo
nuevo petrificado en el fsil, en el salvaje y en los panoramas en escala astral,
Cay en su seno la Conquista como el didelfo recin nacido en la marsupia; a
ninguna raza le fue tan imposible independizarse de Amrica, porque ninguna se
identific tanto con ella, mantenindola en su barbarie. Nuestros pueblos del sur
eran viejsimos; pueblos, de la llanura sin esbozos ni residuos de cultura de estilo
perdurable, productos connaturales del suelo. Sobre ese pueblo de Monte
Hermoso se volc el pueblo de Tartessos, sin fuerza para modelar ni crear, y s en
cambio apto para amalgamarse con l, transfundindole una sangre sin desbraven;
en ola. Eran sangres de un tipo. La naturaleza conservaba an la fecundidad
inmarcesible de las eras primordiales, toda sin gastar; praderas silvestres cubiertas
de vegetales cuyos idnticos ejemplares fsiles yacan a centenares de pies bajo
los estratos de humus, intactos unos y otros. Naturaleza muy antigua con seres
muy antiguos, a cuyas formas se acomod el invasor en un simple fenmeno de
simbiosis. Se aclimat; cuanto de ilgico, de censurable, de contrario a lo que se
entiende por poblar, era aclimatacin. Su pesado sopor, la rutina, la pereza, la
ignorancia como estado de nimo paradisaco, son las pruebas inequvocas de que
el pueblo de Tartessos haba encontrado su paisaje. El sajn, el flamenco y el
franco lucharon y vencieron, refractarios al medio; ninguna de las perspectivas
americanas le incitaba a postrarse. En cambio, el lusitano y el hispano llegaron a
descansar, al punto de partida.
Donde el hombre se desliza con jbilo por la pendiente de la primitividad,
sujeto como el vegetal y el animal a la intemperie y a las dems fuerzas telricas,
reina un tono arcaico en lo que piensa y en lo que hace. Lo que ms tarde se
incorpore de otras influencias, se embebe de los jugos que lo han nutrido y loma
el tinte de lo que el hombre haba incorporado ya a su existencia, que es siempre
lo esencial. Y al mundo viejo que obliga al hombre viejo a seguir sus pautas, en
vano querr adjudicrsele los sntomas y los valores de la juventud y la salud,

como si fuese un mero juego de palabras la diferencia que hay entre el adolescente
inquieto y atrevido y el anciano egosta y astuto.

LA REGIN DE CADA UNO


Haba ya en la conciencia del invasor una regin inexistente, la tierra de
nadie, aislada an en este mundo aislado que comenzaba a poblar sin advertirlo. A
esa regin se confin al indio y a lo indgena, entonces y despus. Una vez el
indio all se lo consider muerto, inexistente tambin. Lo grave estaba en que esa
regin del indio expulsado, era la tumba del hombre de Amrica, regin muerta
como el indio, pero no demarcada con claridad sino intercalada por doquier y en
todo.
En un tiempo fue necesario, para la seguridad del pas, establecer lneas
neutrales en las fronteras, y que stas fueran tanto ms neutrales cuanto ms
hondo se quera sepultar el peligro y la vergenza. La frontera era el dique
opuesto al peligro flotante indiscernible, no para contener una fuerza organizada,
sino una fuerza ciega, salvaje, una fuerza viva de lo innime, fantasmal, dentro y
fuera; aquello que no pudo reducirse a trminos concretos.
Esa cintura de piedra o de erial, de agua o de monte, creaba una distancia
suficiente para hacer resaltar el aislamiento, la separacin, que a la sazn se
deseaban. Dentro estaba lo conquistado; fuera lo que no tena valor. La necesidad
de defender la conquista, llevaba a levantar terraplenes, a cavar zanjas, a construir
trincheras, a vivir amurallados. De esa manera se creaba, al mismo tiempo de
asegurarse el dominio, un complejo de conciencia intranquila, de odio y
desprecio. La civilizacin es lo contrario del aislamiento, y el primer poblador
trajo soledad a la soledad. Los pueblos retrasados viven en concntricos
confinamientos; los confina el idioma, las costumbres, la religin, la moneda, el
estilo artstico, la norma industrial, hasta que se vierten al mundo o son
absorbidos. Todo tiende en ellos a destacar de su existencia los perfiles genuinos y
a circuirse de fosos, desde el ttem basta la ley.
Amrica no haba evolucionado a causa de su aislamiento; qued
incrustada en su medio, y el aislamiento es an hoy la fuerza indgena que
amenaza con destruir la civilizacin que se ha encerrado en recintos hermticos,
creados as por el temor del conquistador, por la impericia del gobernante y, cu
fin, por la proclamacin de todas las independencias correspondientes a todas las
repblicas en que se disloc ese imperio formado por el alma taciturna de Espaa.
Pareca unida la vastedad del dominio, y estaba separada en porciones insoldables:
puso el aislamiento de su conciencia sobre la falaz unidad de la tierra. La unidad
geogrfica qued fijada en las fronteras, a veces trazadas segn los paralelos y los
meridianos, y cada nacin estuvo incomunicada con las dems al nacer.
Resultaron tantas partes desconectadas cuantas porciones se disgregaron,
pudiendo haber sido muchas ms o muchas menos. La soledad les era impuesta
por el territorio, por la ignorancia en que mantuvieron la colonia, de modo que
antes de la muerte de aquellos soadores que se llamaron Miranda, Bolvar,
Monteagudo y San Malln, la libertad hizo que cada virreinato, adelantazgo,
intendencia y capitana, cerrara sus fronteras a los contrminos. Ni antes ni
despus el pueblo que flotaba en las colonias tena que ver con el territorio.
Un pueblo vertido dentro de inconmensurables permetros, que no se han
ampliado progresivamente por exosmosis, cediendo al crecimiento en rea segn

el crecimiento en nmero y en energa, no puede tener fuerza ni unidad. Queda


ondeando en sus trminos, si el territorio ha sido originariamente mucho mayor
que el pueblo. Pertenece a su nacin en el sentido en que las Plyades estn en
Tauros. No tiene forma, porque no tiene unidad interior; habr crecido para
ocupar hasta el borde su recipiente, y todo lo que dentro ocurra se parecer ms a
la aglomeracin de un polipero que a la gestacin de un cuerpo en el vientre de la
madre. Aislarse y contemplarse con recelo es el gran mal de la soledad y de la
ignorancia, y la clave para interpretar los enigmas de Suramrica.

FRONTERAS Y PELIGROS
La falta de peligro en las fronteras, cuando se comprendi que en la tierra
de nadie no haba nada, derram psicolgicamente la tensin expectante del
pueblo. Estar alerta sobre lo que nos rodea es estar despierto en grado sumo; la
ausencia de motivos para esa inquietud, que marca el lmite verdico de la uncin
dentro de la cual la fuerza se concentra y organiza, provoca el derrame literal de
las fuerzas de la vigilia y la agresin en el vaco, a emplearse contra s, en lo que
nosotros llamamos revoluciones, guerras por lmites y estado de beligerancia en la
paz. Esas inquietudes no pueden ser artificiales ni crearse mediante las formas
externas de la inquietud. Desaparecidas las causas lgicas de temor, por inercia se
contempl los confines con desconfianza; detrs del mapa nacional estaba la tierra
tenebrosa, incgnita.
Agolpar ejrcitos en las fronteras, litigar por lmites, romper las relaciones
diplomticas, celebrar congresos o tratados, como los postales y el A. B. C, no
tienen otro sentido, en el fondo, que ponerse en contacto de algn modo.
Requirese en cambio que desde dentro del territorio fluya hacia las fronteras la
conciencia de la integridad nacional, como la vida toda del organismo se apresta
en la vigilia a contestar al mundo. Por aquellos medios se enconan o apaciguan los
nimos, sin que la conciencia se convenza de un derecho o un deber. Lo dems es
el sueo, la indiferencia, el olvido.
Un ejrcito no puede ser ms que un falso movimiento de vigilia, cuando
esa inquietud no ha surgido lentamente de la competencia ni en la mutua
contencin, en el roce y el choque imperceptibles pero constantes. El ejrcito
apostado por razones simplemente estratgicas y de abundancia de materiales y
tropas, es el centinela que permite dormir; y donde queda de viga el desierto, all
termina el mundo. Ni en uno ni en otro caso un pueblo se robustece ni adquiere
conciencia de s.
Desaparecen los estados por causas mecnicas, ajenas a la voluntad de los
hombres; as se forman y as se mantienen. No pueden sustentarse de su propia
sustancia, como animales invernantes; se mantienen de lo que pierden y de lo que
ganan en el juego de sus fuerzas, oponindose o concertndose con las de fuera. Si
permanecen iguales, estn muertos.
El estado necesita fronteras vivas, no de piedra ni de agua ni de selva, as
como el cuerpo necesita su frontera de piel para mantenerse con el mundo en un
grado de relaciones benficas. Esas fronteras, en pueblos nuevos e inhabitados,
son siempre distintas de las que seala el mapa. Cada pas suramericano tiene sus
lmites polticos y adems los verdaderos. Nuestras fronteras reales, por ejemplo,
son el linde de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Crdoba, Entre Ros y
sus estribaciones hacia la vasta zona neutral. Lo dems es el umbral de la frontera

desde donde repecha el mundo antiguo. Pero es cierto que la zona tangente ha de
ser en cierto modo neutral, aunque no muerta. Lmites de pobreza de inaccin, de
ignorancia, crean la nocin de una vaga frontera ms all del territorio nacional, y
sa es ya una forma de invadir. Tras el Bermejo y los Andes parecera que sigue el
mar y ocupamos por laxitud todo lo que no conocemos. Las fuerzas espirituales y
dinmicas que no encuentran del otro lado de los confines, a la espalda de los
hitos, una sociedad organizada, en competencia con la economa y la cultura, en
lucha por la hegemona en una esfera cualquiera de estmulos, se relajan y,
satisfechas de la propia miseria, dan en convertirla, por ensueo ocioso, en valores
positivos. El mayor dao para una nacin no es tener vecinos ms poderosos y
adelantados en todo orden de potencia, con los que se halle en contacto, sino tener
vecinos que hayan descendido a niveles inferiores o que se mantengan en ellos, y
que slo signifiquen nombres de estados inexistentes en la realidad de la vida, o
puntos de referencia peyorativos. La causa de la inseguridad con que avanza la
Repblica Argentina, es esa parlisis perifrica, ese vaco que hay detrs de sus
bordes, desde donde nos llegan las emanaciones de un sopor profundo, de una
existencia letrgica y cargada de amenazas. Es preferible para una nacin ser
vencida y absorbida por otra que la supera, que conservar la soberana de su
atraso.
Pues si es cierto que la cada de un estado puede ocasionar la disolucin
tnica, tambin la disolucin tnica puede ocasionar la prdida de la soberana
poltica. En el primer caso el fenmeno es rpido; en el segundo lento, consuntivo,
apenas visible para el prsbita. Decae y muere mientras desde dentro se le juzga
vivo y pujante. Se convierte en un proceso catablico de largo ritmo, y la
descomposicin cadavrica se interpreta errneamente como hervor de una vida
embrionaria que buscase contenerse en un cuerpo sano y poderoso. Pero son las
larvas de la putrefaccin.

INCOMUNICACIN
1. Los pases de Suramrica no tienen comunicaciones entre s, ante todo
porque no las necesitan; su interior est igualmente incomunicado. Se ignoran ms
profundamente en su inteligencia, en sus sistemas de gobernarse, de acrecentar
sus riquezas pblicas, de vivir, que si fuesen antpodas. Viven
independientemente una vida apagada y opaca, aunque desde dentro parezca estar
iluminada y ser dinmica. Sobre esta porcin de Amrica un gran silencio se
extiende y el tiempo que transcurre la envuelve en mayores penumbras. Hoy se
conocen, estiman y auxilian menos que hace cien aos y significan una masa
amorfa de nombres y datos, de ideas debidas al atlas, a los textos, a las sucintas
informaciones periodsticas, slo abundantes en los desastres. En esencia tenemos
de ellas una vaga nocin de su contorno y del color en las cartas de Justus Perthes,
y de sus penurias en el color de los dictadores.
De Chile nos separa una lonja de piedra y desierto y, sin embargo, el
esfuerzo de levantarse sobre la fatalidad de las leyes geogrficas es del otro lado
de los Andes semejante al nuestro. Chile es quiz la nacin constituida peor
ubicada y estructurada del planeta, semejante a la planta que brota en las junturas
de dos piedras. A todo lo largo se extiende el Pacfico, que no conduce a ninguna
parte, pues es necesario navegar evitndolo hasta el estrecho de Magallanes y el

canal de Panam. A su espalda los Andes cierran su expansin, y queda prisionero


de la naturaleza, porque no es ms que la juntura del ocano y la cordillera.
Excepto en algunos pasos que conocan y utilizaban los pueblos araucanos,
la altura y el ancho compacto de la montaa vedan imperativamente el contacto de
ambos pueblos. Solamente burlan la interdiccin los contrabandistas que
principalmente por la Patagonia hacen de la zona limtrofe una algaraba de
nacionalidades, estampillas, productos y monedas. Argentinos y chilenos
persiguen a estos traficantes clandestinos, como la Metrpoli persigui a los que
traficaban a espaldas de sus brbaras aduanas: y a pesar de lodo, ellos tienen
razn. Mientras el aeroplano, que no es pjaro de estas latitudes solitarias, cruza
esa franja de planeta a diario, el tnel que fue abierto para explotar un capital
invertido en lneas frreas con su limitado repertorio de intereses, se vuelve a
cerrar. Los intereses chilenos y argentinos no se haban puesto de acuerdo y
cuando la ruina cundi sobre aquella repblica inexplicable, se encerr ms,
defendindose, y al fin la comunicacin qued interrumpida. Se volvi a la mula y
a los caminos conocidos desde hace centenares de aos. El ferrocarril Transandino
tampoco serva a la clase de relaciones que debamos mantener porque no poda
soportar sobre s el peso de toda la fatalidad geogrfica y tnica. Si nuestra
necesidad de contacto era slo de orden comercial, porque por el tnel iban y
venan las mercaderas de fbrica extranjera y los productos de igual origen, ms
los que viajaban negocindolos, el camino abierto en la roca serva para aislarnos
ms. Entrambos pases no tienen recursos excedentes, ni curiosidad, ni simpatas,
como para que ese tnel sea siquiera lo que las trincheras entre dos lneas
enemigas: una cueva por donde, en una tregua del fuego, los soldados cambiaban
cigarros y dulces que reciban de sus casas, en un acto de confraternidad humana
muy por encima del odio de la guerra. Por ese tnel no nos conocamos sino que
nos mirbamos con recelo, en una guerra sorda de intereses mercantiles; era todo
lo contrario del canal de Panam en su significado histrico, en su objeto y en su
utilidad. Puso en comunicacin dos vasos de diferentes niveles econmicos, y el
derrame sin valor humano produjo ms bien el desequilibrio que el trasiego.
Idnticas razones que probaron el absurdo de la adjudicacin de las provincias de
Cuyo a la capitana de Chile, obstan hoy en la naturaleza y en la herencia a una
unin espiritual. Cordillera y desierto interpnense invencibles mientras los
hombres de ac y de all no dispongan de las herramientas necesarias para
vencerlos. Esas herramientas, costaran tanto como lo que ambas naciones poseen.
La aridez de la tierra absorbe todo esfuerzo, y an la cordillera intercala
dificultades en la piedra con extrasimos fenmenos geolgicos y climatricos.
La Pampa estril abarca la longitud de los Andes, desde el extremo del territorio
de Santa Cruz por todo el occidente argentino, hasta ms all del sueo roto de
Huaytiquina, comprendiendo Mendoza, San Juan, La Rioja, Jujuy.
2. La precordillera es un fragmento del planeta del segundo lapso de la
creacin. Se preludia al sur con nieblas hiperaustrales, como las hiperbreas, que
envuelven en un plomo transparente al mundo de las sombras. Personas y sus
cosas tienen la vaguedad fantasmal del pas de los kimerios. El centro y el norte
son ms claros pero igualmente ridos, en la amplia lista de la Pampa del Monte.
Dentro de la cordillera estn los planos geosinclinales, que conservan un ambiente
antiqusimo en lo reciente. En el centro mismo de la montaa, el Notohyle, ofrece
un compacto de rboles semejantes a la selva de Misiones; ah, en el seno de la
piedra, un bosque longitudinal, una faja hmeda, angosta y que emana un clima
benigno de antes del hombre. Es una cinta de rboles gigantes, desde el paralelo

38 hasta Tierra del Fuego. Son rboles coetneos del proboscdeo y tipoterio, o
hasta de aquellos bosques fsiles del Antrtico, que estn bajo el hielo.
La cordillera de esta regin est estructurada segn un plan distinto que el
resto. Mejor dicho, no tiene plan; es un desorden de piedra amontonada. Ese
pedazo corresponde al continente antrtico y es una espiga de polo inserta en la
cordillera hasta detrs de Mendoza, en una superficie de ms de treinta mil
kilmetros cuadrados. Desde ah hacia el sur, toda la cordillera permanece como
en la hipottica poca de los glaciares. En ninguna parte, excepto en los polos, el
mundo ha conservado intacto ese fenmeno de hielo y nieve que tuvo su
predominio hace quinientos mil aos.
Todo lo restante es Pampa continua y montaa continua. El paisaje se ha
dividido en esas tres partes constitutivas: el rbol, la piedra y el llano. Pero cada
uno de esos elementos se ha aislado, diferencindose en tres grupos grandiosos.
La llanura, con pocas excepciones, no tiene selva ni montaas; cada elemento del
panorama Forma un bloque, concentrando caractersticas que, alternadas y
repartidas, hubieran formado paisajes y ncleos de poblacin. Pero ninguno de
esos bloques es paisaje, sino un elemento del paisaje multiplicado por s mismo.
Desde la Patagonia avanza el desierto, pasa a espaldas de Tucumn en un
Sahara enclaustrado en la piedra, y por otro brazo muere en la hosca Puna de
Atacama. Esa Puna est despoblada, con un habitante por cada treinta kilmetros
cuadrados, y es posible que concluya por deshabitarse totalmente. El hombre es
un ser muy nuevo, aun el indgena, para habitar esos lugares que se conservan
tales como cuando no haba sobre la tierra animales ni vegetales. Tampoco hay
agua all; la altura produce males endmicos que se conjuran con hierbas txicas,
ocluyendo en la idiotez al habitante. Solamente el nativo, hijo del suelo, soporta
adormecido las fuerzas telricas ambientes. Grandes salares, arenales y pramos
empujan hacia abajo al que intenta residir all. Y sin embargo, all estn las ms
grandes riquezas metalferas: oro, cobre, plata. Pero esa riqueza est defendida por
la soledad. Vegetan sobre esas minas rebaos de cabras y pastores pauprrimos,
en promiscuidad. Las mujeres se superponen los vestidos, desde el primero que
usaron. Con el ltimo se llevan a la tumba esa mortaja acumulada que vistieron
siempre. El hombre no resistira el trabajo de las minas de oro, cobre, wolfram,
borato, de no ser un animal siluriano; y el transporte vale ms que el metal.
3. La naturaleza primitiva es volcnica; la vegetacin de las tierras
volcnicas es agresiva; no sabe el vegetal cmo adaptarse a una tierra agresiva si
no es imitndola. La espina viene a ser, en ltimo trmino, un fenmeno
mimtico. As la botnica fue modelada a imagen y semejanza de la tierra y no
segn el esquema del hombre, aunque haya un mismo plan en todo lo que vive.
No produjo la fruta sino el tallo seco, la hoja metlica, la pa ponzoosa. La vida
en esas zonas neutras que nos separan de Chile, es dura, hostil, sin savia ni sangre.
All ha ido a refugiarse el indgena, en el seno de una naturaleza
refractaria al hombre porque no pertenece a su poca, rida y rica en metales, es
decir, de riquezas en forma primordial c inutilizable, Vive pobre, ignorante, con el
Cdigo Rural en la memoria, para que no le quiten maana su puada di cabras y
su pedazo de suelo, que puede representar una fortuna por el oro que existe a mil
pies bajo su choza. Quin codicia ese oro? Tendra que renunciar a las ventajas
de la civilizacin, a los beneficios que la Tierra ofrece doquier y empearse en
fertilizarla roca. Sera la lucha abstracta por la riqueza, en que la vida entera se usa
como un pico para fertilizar el pramo. Cada da de trabajo es una palacra del
grueso de una arveja; un ao son trescientas sesenta y cinco pepitas de oro; una

vida son cien lingotes de oro. No vale la pena venderla a ese precio y guardar
arriba lo que la tierra guarda abajo. Emprender la conquista de la riqueza en estos
parajes es la renuncia total a la vida. Slo se ha conseguido sustraer a la estepa,
que forma un continuo homogneo con la patagnica y la que rebasa al otro lado
de la cordillera, algunos espacios irrigados y sostenidos en fertilidad artificial a
costa de sacrificios ingenies de vidas y fortunas. El ganado se cra enteco e
insustancial; el hombre se hace spero y no da provecho, Son oasis que, como el
tnel, hay que sostener contra el cosmos. Para atravesar esas distancias
topogrficas la locomotora ni el avin tienen fuerza; necesitan la presin de dos
pueblos henchidos y pujantes. Cualquier tentativa que violente el dictamen de la
naturaleza se pondr al servicio de esa naturaleza y en vez de unir separar.
4. Chile estaba llamada a desaparecer del concierto de las naciones; la
arrastraban al seno del planeta corrientes terrestres y ocenicas; por eso quiso
hacerse fuerte, sin pensar que toda esa fuerza desesperada era la debilidad, los
tentculos digitales de la planta nacida entre dos rocas. Crey que el peligro se
cargaba de plvora al otro lado de los Andes, y se hizo guerrera; el peligro eran su
cobre y su salitre. Como Paraguay, imagin que su fuerza estara en el ejrcito y
fue destrozada moral y materialmente por l. Form a sus ciudadanos en la
escuela del recelo, y se fue el tercer obstculo que cre para aislarse. Mientras su
salitre y su cobre, los pedazos del planeta que formaban su caudal y su
patrimonio, tenan mercado favorable, se arm hasta poseer la escuadra y la
milicia ms poderosa de Suramrica. Sea por la ndole del pueblo bravo y entero,
sea por el mal ejemplo que recibiera a travs de los emigrados durante la tirana de
Rosas, dirigi sus ideales hacia el poder de las armas. El sostenimiento de esa
defensa en pie de guerra, aleccionada por instructores alemanes, a ellos y a
nosotros nos cost lo que no tenamos. Cuando el salitre y el cobre no dieron los
beneficios de antes, el pueblo, que no tena unidad ni fuerza porque crey que
bastaba que las asumiera el ejrcito, se deshizo. Cay en el caos de la miseria y la
violencia. Las crisis econmicas de toda Suramrica producen un automtico
retroceso cultural, porque el dinero es el sostn de la familia, del orden, del
respeto y del entusiasmo.
Esta cada sobre s mismo, segn el parmetro de sus fuerzas en accin,
dej aislado a Chile, frente a su problema geogrfico del que dimanan todos los
dems. De modo que la clausura del tnel fue una consecuencia fatdica de la
desesperada tentativa de triunfar en un empeo en que tena el mundo de las cosas
contra s. Si ya no estuviramos en la pendiente de un retroceso anlogo,
anunciado por los mismos sntomas de descomposicin de una potencia ficticia y
de una prosperidad basada en los precios de la carne y el pan, nuestro cobre y
salitre, podramos ver el presagio de inminentes males. Oros pases se lanzan a
guerras absurdas como obedeciendo a complejos suicidas, a las energas orgnicas
de disolucin que desprende el Mundo Primitivo. Cualquier peripecia hiere
primero los puntos vulnerables que no han cicatrizado an. En las causas de la
crisis econmica chilena que ocasion su desastre, operaron circunstancias
debidas a la naturaleza y no al hombre, ni a la industria, ni al capital, ni al trabajo.
Como son la planta, el metal, el clima, los verdaderos protagonistas de las guerras
y motines con que los dems pases se destrozan.
Nuestra crisis, repercutida en parte y en parte tambin consecuencia lgica
de nuestro autntico atraso, tambin nos lleva a defendernos con las armas de la
naturaleza, y a buscar motivos de excusa en las perturbaciones polticas y sociales,

que son su efecto. Una revolucin puede cubrir un desfalco, pero pone a lo vivo
las fuerzas ocultas que trabajan en la erosin del hombre.
Las dems naciones vecinas estn igualmente a distancias telescpicas de
nosotros. Aun los accidentes geogrficos que sirvieron siempre para unir a los
pueblos, como los ros, nos separan. Una naturaleza opuesta a la del oeste
interrumpe el norte. Chaco, Formosa y Misiones forman la pelvis de la tierra
enjuta y de la piedra hostil, fecunda y virgen. La selva, que viene extendindose
desde Brasil, irrumpe ocenica y rica; pero se cierra como pelvis en repugnante
castidad. Y esa riqueza de madera y de fecundidad es tambin aislamiento, selva
en su sentido geogrfico, nubilidad ilesa. Ahoga entre macizos de rboles los
escombros arquitectnicos de un ensayo de conquista en gran escala, pero
contrario a la vida y a las fuerzas leales del mundo. Los muros labrados de
aquellas construcciones recordarn siempre la tentativa mejor organizada para
explotar un emporio de proyecciones universales, vencida por la naturaleza del
trpico y por la soledad. En esas ruinas hay ms filosofa y ms historia que en
todos los libros escritos para explicar Amrica.
5. Hasta los caminos que andan no llevan a ninguna parte cuando no hay
deseo ni necesidad de andar. Se convierten en infranqueables cordilleras que
desaguan greda, camalotes y vboras.
El Bermejo, el Pilcomayo y el Uruguay son cordilleras de agua, desiertos
de agua, abismos de agua. Vierte el Paran hasta 30.000 metros cbicos de agua
por segundo en el Plata, lo navegan barcos de alto calado y, sin embargo, es un ro
infecundo. Paraguay se desangr por l, dos mil kilmetros le costa no tienen
ms que a Rosario que se levante por encima de su sino hidrogrfico, Santa Fe y
Paran estn socavados por l. Corrientes y Entre Ros son, porque las separa del
resto de la Repblica ese ro, las provincias menos argentinas. Ms anchos, ms
caudalosos, ms extensos que los del mundo, nunca tendrn nuestros ros de
Suramrica el significado que el Ganges, el Eufrates, el Kin o el Danubio. Ros de
luchas y de civilizacin, de los que depende el destino de los dioses y de los
hombres; porque nuestros ros son distancia, aislamiento, confn. No tenemos
caminos porque no tenemos necesidades humanas de comunicarnos y tampoco
hemos contemplado desde otro ngulo los ros, pues aun aquellos navegables,
como el Bermejo, no son caminos sino fronteras. El indio no utilizo la navegacin
aunque la conociera, porque rehua vincularse a las dems tribus, huyndoles ms
bien. Las civilizaciones americanas han nacido al amparo de la piedra y no a las
riberas de los ros. Dejaron que el agua les asegurara su aislamiento, seguro como
la roca, y as fue despus. El Paran y el Uruguay, que segn Sarmiento se unen
en el estuario del Plata de manera simblica, tienen su historia trgica, desde que
se fund Santa Fe para servir de puerto de trnsito obligatorio en el Virreinato.
Paraguay se agot por ellos y el movimiento fluvial hacia el este y su desage en
el Atlntico, que penetr por ellos antes, es efectivamente simblico, y trgico.
Defendindose del arrastre de los ros, Paraguay quiso hacerse fuerte por las
armas, como Chile, y su fuerza inmensa lo destruy. Ahora lucha con otro pas
que tambin quiere defenderse con las armas de la funesta presin de las fuerzas
geogrficas; pelea contra Bolivia, que violenta la razn y la naturaleza en las
mismas causas de que naci. Pues Bolivia naci de la separacin y de la
desinteligencia de Suramrica. Esa lucha no apasiona ni conmueve a las dems
naciones y a siete mil millas de distancia carece de todo sentido y se juzga
ridcula: En Europe, ce conflit endmique prte sourire. Mueren los soldados
cubiertos de gloria en las cinagas, paldicos y hambrientos, sin otras armas que

el machete de monte; pero la victoria y la derrota no significan nada, porque no


participan, uno ni otro pas en guerra, de una existencia de contenido histrico.
Nuestra simpata es odio, nuestra compasin es humillante y circunstancial,
porque con la paz caern de nuevo en el olvido.
6. Con Bolivia no nos une ningn sentimiento de solidaridad, tampoco, y
su pueblo es nuestro pueblo ms lejos de Europa. Desmembrada de un cuerpo
teratolgico, reemplazamos las vas terrestres con una lnea frrea, y eso bast
para despreocuparnos de que existiera o no. Ms bien que para unirnos y
comunicarnos, el tren tiene una funcin burocrtica, como el tranva que lleva al
empleado a su oficina. Una funcin diplomtica, porque esta clase de relaciones
en Suramrica son las de funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores y
Culto que residen en el extranjero. Todo lo dems que se diga es retrica o mala
fe. No tenemos contacto a fondo con ese pas, como con ningn otro vecino, y el
tren suscita conflictos postales; all donde empalman las vas se expolia la
correspondencia; es lo que saben en Berna. Todava ese ramal no representa para
Bolivia el peligro que el tnel para Chile y no tiene por qu inquietarse, aunque
existe. Es su va de drenaje obligatoria hacia el mundo; cree que slo puede
defenderse buscando en el agua un substituto del hierro. Un ro, un brazo de mar
no la unirn ms que esas dos fibras de acero. Sobre todas las razones
sentimentales y diplomticas, Bolivia, es un absurdo, como Chile, Per, Ecuador y
Colombia. Slo pudo existir en un cerebro que trabajaba incandescente a altas
temperaturas, y en virtud de una concepcin unitaria e interfuncional de Amrica.
Rota esa unidad y esa funcin viva, apasionada, febril, se embolsara como un
quiste. Muerto Bolvar, exilado San Martn, y descoyuntada para siempre en el
cerebro y en la realidad la unidad de Amrica latina, qued sitiada por las fuerzas
del Terciario, del Mundo Primitivo de en torno. Si Chile se concentra, Bolivia
busca desesperada una salida al ocano, y su ansia de verterse en l es un mpetu
suicida, como el de Chile aislndose. Porque si nunca busc salir hacia las
naciones vecinas, donde estn los hombres que ms se le parecen sufriendo
idntico destino, si ha dejado que las fronteras la apartaran de los pases limtrofes
interponiendo amplias zonas neutras de planeta, este movimiento automtico
hacia lo lejos es la voluntad de muerte que lleva dentro desde sus orgenes, pues el
ocano sera para ella el camino de la soledad nuevamente y otro eslabn de su
cadena de tierra.
Tampoco podemos decir que Uruguay est ms cerca ni que nos separen
menos obstculos. Rivalidades que no se han paliado desde hace un siglo, lo
mantienen a millares de kilmetros de nosotros. El deporte nos separa, la
identidad de la faena rural nos separa, y todo aquello nos hace iguales en la sangre
y en la cultura y todo aquello que materialmente nos diferencia, nos separa
tambin. Est tan lejos como en el orden de la economa nacional estn de Buenos
Aires, Entre Ros y Santa Fe nuestras dems provincias y los territorios. Uruguay
debera por mltiples factores y motivos estar ms prximo al sector que
llamamos Repblica Argentina, que San Juan, Corrientes y Salta, sin duda muy
remotas; y, no obstante, est ms lejos. Mucho ms poderosa que esa unidad
geolgica, crematstica y poltica, que debiera hacer del Uruguay una provincia
disidente, gobiernos y sentimientos que brotan del fondo del alma hacen que
permanezcamos a distancias nuticas. Tales distancias, ms bien imaginarias, se
explican mejor que con otros pases, porque estn contenidas en la independencia
de ese pueblo. Una independencia que hace un siglo era inevitable y hasta del
estilo de las grandes ideas de los Libertadores, que ahora tiene su razn de ser. La

misma razn de ser con que La Plata se hace lejana y autnoma para no caer en
condicin de barrio suburbano de Buenos Aires. Debe ahondar su localismo,
retirarse psicolgicamente, para no volver a anastomosarse en este vasto cuerpo
de ms volumen y de menos vitalidad. Afortunadamente Entre Ros y Corrientes,
cortados del resto de la Repblica por el Paran, hacen ms profundas y ms
anchas las corrientes del Uruguay.
Levantando la vista, los dems pases suramericanos se sumergen en un
caos balcnico; cada cual puede decir lo mismo respecto de los otros. Aunque
difieran mucho entre s, los rasgos comunes de todos, de todos en conjunto,
componen un territorio cultural y geogrfico indiferenciado, semejante a una
inmensa pennsula helnico-turca. La caracterstica fundamental es tnica:
Iberoamrica; y de ella derivan otras relativas a la tcnica de gobernar, obedecer,
vivir y ser libres. Todo lo que entendemos por unidad es Espaa o Portugal; y lo
que nos diferencia es nulo en relacin con lo que nos asemeja. El trazado
caprichoso de los lmites ha concluido por hacer que la naturaleza tome en ellos
aspectos desolados, sin gentes, estriles, insalubres, peligrosos. Cordillera, ros,
selvas de indiferencia lo circuyen.

DISCONTINUIDAD
Y lo mismo acontece con los hechos que llamamos histricos. Estos
estados nacieron de un desmembramiento y quedaron con extensiones
caprichosas, de ninguna manera relacionadas con su verdadera necesidad
territorial. Colombia, Venezuela y Ecuador eran una sola nacin; una debieron
haber sido Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Si cualesquiera factores,
siempre de muy escaso valor, hubiesen distribuido de otro modo el mapa, las
divisiones habran sido idnticamente caprichosas. La interfuncin, que jams
existi, no hubiera podido establecerse entre los miembros separados; seran
trozos amputados en que se habra deshecho un vasto cuerpo que durante la
Colonia tampoco tuvo unidad.
Tales como resultaron, en fin, con Brasil y argentina mayores que todo el
resto, y Paraguay y Uruguay inversamente exiguos, las cartas no estn
coordinadas con los pueblos, ni los pueblos, que constituyen una poblacin en
general muy afn, viven coordinados a ellas. Podran cambiarse de colocacin
unas y otros y de inmediato seguiran siendo los habitantes naturales. nicamente
guardan su alma telrica los que Frank llama hijos de la roca. La vida de tales
pueblos dentro de tales superficies es precaria y llevan una existencia de tipo
cosmopolita, aunque sean incapaces de pasar de su persona al pueblo, del pueblo a
la provincia, de la provincia a la nacin y de la nacin al mundo. Esa
universalidad suramericana del tipo tnico somtico y mental, da un tono comn a
medio continente; y sin embargo nada lo une, porque faltan los altos ideales que
crean la confraternidad. De ah que an las guerras tengan cierto aspecto de
revoluciones y que las revoluciones sean, a pesar de frecuentes e intiles, las
peripecias ms cargadas de sentido. Pero ningn episodio se levanta en una curva
de largo alcance, y su rea de influencia abarca pocos kilmetros y pocos das.
Los sucesos tienen por borde irrebasable esa naturaleza neutra, planetaria,
que se interpone entre pas y pas; de modo que su sentido es exclusivamente local
para cada uno, dentro de sus fronteras. Cada nacin con su hroe, y cada hroe
con su personalidad. Aparte los caudillos que la tuvieron firme, como que

obedecan a influjos limitados, todos ellos obraron en el seno de un mundo sin


forma a imagen y semejanza de sus modelos. Nacidos de una disolucin, perduran
como dioses Trminos, defendiendo su predio. Localidades, parajes y provincias
enteras se vinculan a episodios de nuestra historia como palabras de un dialecto
que no se comprende ya en la regin con que colinda. De provincia a provincia,
Urquiza, Lpez, Rosas cambian fisonoma; Sucre, O'Higgins, Artigas, Alvear, no
significan nada fuera de sus patrias.
Lo que han hecho interesa a su regin y a su poca. Pasaron ellos y sus
hechos, en la marcha divergente al olvido. Vidas y obras, desligadas del conjunto,
no se gestaron en un amnios rico do sustancias vitales y orgnicas. En la llanura el
hombre que marcha es un punto quieto. El suceso se enquista y se congela sin
recibir ni transmitir vida, como esos parajes solitarios, en cuyo interior se produjo,
destcanse dentro de un rea mucho mayor sin nombre. Se los ve agitarse, ir de
aqu para all, sin que lo que estn haciendo interese ms que al puado de
hombres que sigue al jefe; y hoy figuran en los apndices anecdticos de la
historia. Aqu o all ocurri algo que un sinnmero de interruptores encerraron en
s como las valvas a la ostra. Todo el mrito del historiador se reduce a la
exactitud del dato; a trabajo de naturalista.
Las fuerzas que entraron en juego no tenan significado total y el hecho no
sobrepuja su mrito intrnseco. Bajo la presin de fuerzas terrestres y
demogrficas, que la Conquista crey que eran las suyas propias, la historia de los
pases de Suramrica ofrece en su conjunto el mismo aspecto de archipilago de
tierras firmes que da el mapa real: la desunin. No en todos los lugares que el
hombre habita se produce historia, aunque suceda algo semejante a lo que la
historia propiamente dicha ha conservado en sus pginas y monumentos; tambin
se produce etnografa. La historia de cada pas suramericano hasta ahora es un
evento y de ninguna manera el ms feliz. Si la suerte de las batallas, que es a lo
que se reduce, hubiera sido otra, la contraria, no seramos menos ni peores de lo
que somos; el hroe es el tiempo. No podra con slo una de ellas reconstruirse las
historias de los dems pases, si se olvidaran. Cuvier y Goethe podran decir una
palabra contemplando esas piezas sueltas. Desde dos puntos de vista antagnicos,
Cuvier y Goethe miraban en torno de ellos con la mirada del que sabe diferenciar
lo que es una vez ms en el ensayo de la vida y lo que es un salto fuera de la
serie.
Es preciso que exista un estado de historicidad, una forma histrica
completa, para que el hecho tenga un sentido vivo y no de complemento
circunstancial. En tal medio histrico cuanto acontece es irremisiblemente
historia, y hay lugares y pocas que la creaban simplemente existiendo, en
representacin del resto de la humanidad ausente. De ah nace el inters que
despierta ms all de su espacio y su tiempo, el hecho autnticamente histrico,
con cuya suerte se decide, todo lo infinitesimal que se quiera, algo de nuestro
propio destino individual. Son hechos o personas, finalmente, que vinculan
lugares y pocas muy distantes, transportando sobre s lo que ha de salvarse del
desastre de la muerte.
Esos hechos y esos hombres no pueden imitarse sin caer en lo ridculo. Lo
que nuestros hroes hicieron se ve claramente contemplando el paisaje en que
actuaron , fue un episodio de sus vidas. Perdido el contexto, con ninguna de
esas piezas sueltas se podra reconstruir el todo anatmico. Belgrano y San Martn
eran para Mitre la historia argentina, desde la independencia proclamada hasta que
se la consuma. l, que es la figura que lgicamente contina a las otras dos, puso

en ambas biografas lo que interesa de la historia argentina. Y as la titul, con dos


nombres. Hay que reflexionar en ello, porque es la advertencia ms profunda que
tenemos para penetrar el verdico significado de lo que ha sido y de lo que est
siendo nuestra vida nacional. La inhistoricidad del paisaje, la enorme superioridad
de la naturaleza sobre el habitante y de las fuerzas ambientes sobre la voluntad,
hacen flotar el hecho con la particularidad de un gesto sin responsabilidad sin
genealoga y sin prole. Tcnicamente en estas regiones no hubo nadie ni ocurri
nada. Lo que habla a nuestro sentimiento nacionalista deja indiferente al que vive
al otro lado de los Andes, del Bermejo, del Pilcomayo o del Uruguay, y lo que a l
le emociona comprendemos bien que es el alarde y la proeza. Nada de esto es
Amrica; ninguno de esos gestos espordicos entra a la mmica con que se
desarrolla todo drama de bella unidad. Si la vida del indio es clandestina, la
historia de Suramrica es apcrifa. O significa otra cosa de lo que creemos. Aun
las guerras de independencia son episodios de la historia de Espaa; a nosotros
nos pertenece lo biogrfico y lo pasional. Lo que juzgamos el prlogo es el
eplogo de una serie de maniobras concluidas que cierra el captulo de la
dominacin espaola en Amrica. Vistos por la espalda esos sucesos gloriosos no
son historia siquiera. Todo ha quedado de all en adelante en el obituario
domstico, tan muerto como en las guacas etnogrficas o en el fondo de los
pueblos actuales. Tucumn, Caseros, recobran en la inmensidad de este panorama
vaco un sentido de hazaas personales. Cualquiera que sea el valor intrnseco de
nuestras batallas, quedan desgajadas del rbol genealgico de la historia. Bastara
como prueba la decepcin que acometi a los protagonistas, cuando reintegrados
al sentido universal de las cosas y en presencia de su propio fin, contemplaron con
amargura sus hazaas. Por mucho que rompa el ritmo y el estilo de lo histrico,
Napolen es un captulo entero de Francia, mientras que Ayohuma es un mal da
en la vida de Belgrano. Napolen en Santa Elena redacta la historia que hizo;
Belgrano escribe en el asilo su autobiografa. Lo mismo hizo Paz.
As, pues, en esta tierra vieja, que no tiene pasado humano, no ha ocurrido
nada nuevo. Hemos reproducido con variantes personales muchas historias que ya
so olvidaron, cuentos omitidos en las crestomatas mundiales. El pasado
geogrfico de esta parte del continente, con las vicisitudes de los pueblos que la
habitaron, forma un hiato en torno del hombre, desvinculndolo de la comunidad
internacional. Toma el acontecimiento la configuracin de la tierra. Las lneas
divisorias del mapa: montaa, desierto, selva, ocano, son los lmites que cortan al
hombre de la continuidad de la historia De ese aislamiento proviene que no
puedan las naciones de Suramrica desarrollar su vida con verdadera
independencia, y que cada vez les sea ms difcil entenderse entre s y ms fcil
clausurar los tneles y buscar caminos a la ilusin, mar adentro. Suramrica es
todava un episodio subsidiario de Europa, pero tiene un alma americana, cerrada,
muda, solitaria. Su historia de fuste mundial se limita a unas cuantas pginas de
estadstica, y no ha pensado an cmo sepultar a los muertos cu la tierra de nadie,
que luchan constantemente contra lo extranjero y quieren otra vez quedarse solos
con su nada.

DESMEMBRACIN
Estas repblicas de Amrica Celtbera cualquiera que sea su tamao,
naufragan en un territorio mucho mayor del que normalmente debieran ocupar por

su estado de cultura, de riqueza, de produccin y de poblacin. Hay supervit de


planeta. Despoblacin y desierto son correlativos de la superterritorialidad; y
viceversa. Las configuraciones de las masas de habitantes deben superponerse
simtricamente a la estructura geogrfica; los intersticios vacos son ignorancia y
miseria, zoologa y botnica. El mal de estas naciones es, de consiguiente, la
vastedad de la tierra, y esta vastedad slo se comprende por su alejamiento del
mundo. Razn que la ley de Newton da para la relacin de volumen y rbita de
los planetas. A medida que la tierra est ms circuida por el agua y ms lejos del
hemisferio do luna compacta, sus dimensiones son mayores, y lo que es cantidad
es lo que cuenta.
Slo es grande una nacin cuando est poblada, pues la superficie tiene
sentido nicamente con relacin al hombre que la ocupa y al funcionamiento
regular, dentro, como rganos vivos, de sus instituciones. La superficie inculta es
astro. Una nacin apenas poblada, es ese apenas poblado. Estas tierras se hallan
incomunicadas porque estn vacas, y estn vacas porque estn confinadas entre
dos ocanos. Las personas posan sobre ellas sin arraigo, y no ocupan su verdadero
lugar; ocupan el espacio que llenan, y entre ellas est la soledad. Los espacios
fsicos y psicolgicos son, entre los individuos, cambiantes y vacos, porque no se
puede pensar en el espacio sin pensar en el alma, ya que la extensin despoblada
es como verdad sensible, soledad.
El latifundio, la forma desptica de gobierno, el temor a lo imprevisto, el
cultivo extensivo del grano, del ganado y de la inteligencia, son necesidades
geogrficas, econmicas y psicolgicas que podran explicarse con frmulas
matemticas de la gravitacin. Todos estos islotes de las Antillas de Tierra Firme,
constituyen algo que no quieren y que niegan, por tanto: colonias y dominios. No
pueden ser otra cosa aunque lo digan las leyes escritas. Colonias y dominios que
giran en torno de ncleos incandescentes de intereses financieros e industriales.
La Independencia las priv de la unidad que les daba, sea convencionalmente, la
Metrpoli, e implic la servidumbre econmica y cultural por cuenta propia. Con
la autonoma vino el aislamiento. Los grandes soadores de la Amrica unida y
libre, vieron la correlacin y la unidad en este fragmento austral del continente,
como nica manera de romper la condicin colonial que implicaba la vastedad del
territorio, la distancia, la pobreza y la barbarie. Supieron que sin esa unin la
libertad era una mentira. Pero la realidad planetaria y racial quebr para siempre
esos hermosos sueos, y los que vinieron luego ya no tuvieron fuerza para
oponerse a la corriente csmica que verta Amrica en el Atlntico y el Pacfico, y
se comportaron como los jornaleros de una sociedad annima.
La tierra vaca requiere capitales y hombres en cantidades astronmicas.
Capitales y hombres suelen ser energas concomitantes, mas no se asocian jams
si no llegan juntos. Entre un grupo de actividades fomentadas por el lucro y otro
grupo de actividades fomentadas por la vida, aparecen esos vacos imposibles de
llenar, que es el desacuerdo en los mtodos y en los fines: las formas de
enriquecerse se vuelven incompatibles con las formas de vivir. Se rompe entre
esos grupos el equilibrio natural que existe en tanto el capital no es rdito sino
trabajo, ni ttulo de renta sino movimiento circulatorio de riqueza, accin, gozo.
Cada grupo se transforma en un rgano independiente, que tiende a crear en torno
de s una seudoestructura, asumiendo una funcin que debe estar repartida y
correlacionada con todo el conjunto. El capital viene de lejos a Suramrica; los
centros de riqueza que crea son excntricos al trabajo y generan un ciclo de
actividad que conduce como fin a la salida del rdito en calidad de materia prima

tambin: de dividendo. Bancos, industrias, comercio, trabajan en funcin del


prestamista incgnito. Su actividad est regulada por la utilidad del usufructo, y
no de la utilidad pblica, de las necesidades de la vida interior del pas. Esa forma
de gravitar alrededor de un centro remoto, est en la relacin de satlite a planeta
y de colonia a metrpoli.
El que trabaja est aqu, pero su salario o su ganancia se fijan en el
exterior, y sufre una merma igual al inters y a la amortizacin que percibe el
banquero que ignora que su dinero est en Amrica, ms la ganancia del
intermediario a quien suponemos el dueo. As el trabajo no alcanza a formar a su
vez centros de fuerza, sino que permanece tanto ms individual y gaseoso cuanto
el capital ms se concentra; hasta que puede decirse que no hay luchas de clases ni
problemas sociales.
Todos los pases suramericanos estn sojuzgados por centros de energa
econmica situados en el hemisferio norte; trabajan con arreglo al mercado
exterior, al que envan lo que aqullos necesitan y de donde traen lo que a los
otros les sobra. No pueden ser, por lo tanto, centros reguladores ni, aunque
produzcan alimentos de primera necesidad, rbitros en la oferta y la demanda.
Tienen que ser por fuerza zonas marginales de un centro de consumo y de
explotacin extrao, que necesita ciertos productos que nos obligan a cultivar.
Tambin en tal sentido resultamos ser factoras, colonias y dominios, pues
producimos lo que ellos quieren y ellos quieren que produzcamos lo que no les
conviene o no pueden producir. Esa constelacin de intereses extraos desbarata
los gremios y las cooperativas. Cada una de estas repblicas tiene, pues, un
problema interno con aspectos de dilema, un problema de organizacin, de
intercambio: el del comercio interno, el de la cultura interna; y no es posible que
entren a participar en un sistema de relaciones de orden internacional sin resolver
antes esos problemas. Mientras la solucin de sus problemas depende de la
voluntad ajena, que tiene inters en no resolverlos, no pueden comunicarse entre
s directamente, porque la unin sera la verdica independencia de estas
repblicas. La desinteligencia pansuramericana es efecto del orden de relaciones
entre el sur y el norte.
Quedan aisladas, sin amor y sin odio, con una franja adiabtica que ya no
son las fronteras de piedra, de agua o de yermos y selvas, sino Europa que se
interpone entre ellas. Ninguno de estos pases pudo haber logrado una mayor
libertad en el juego de esas piezas rgidas de su mecanismo social, es cierto, va
que nacieron a deshora; pero aparte diferencias de grado, de un poco ms de
crdito y de un poco menos de tierra, sus destinos son idnticos. La hipoteca que
las grava es el precio de la barbarie que encontraron al nacer, y la anarqua
mediante la cual slo fue posible su emancipacin. Organizado desde fuera el
capital, el trabajo se disgreg sin que contara con operarios tcnicos, ni artesanos.
Cada trabajador sera el pequeo capitalista de s mismo, quiz su peor patrn. Y a
las formas crudas de la barbarie evidente y peligrosa, sucedi la disolucin del
alma nacional, del ideal colectivo y de la le en la comunidad, bajo el predominio
del oro humillante, que era la caricatura de la prosperidad.
Ese alejamiento de infinitas caractersticas en que las repblicas viven,
disfrutando de una soberana nominal, resta todo inters humano al espectculo,
toda curiosidad. Guerras, revoluciones, epidemias, terremotos, apenas llaman
nuestra atencin. No nos conocemos, pero nos comprendemos. Producimos las
mismas materias primas que los dems, cumplimos la misma funcin de fincas
suburbanas de Europa, todos estamos defendiendo al amo sus posesiones y

embriagndonos con los licores clandestinos que nos manda: oro, revistas,
pelculas, armas. Nos interesa Europa y estamos copiando de ella lo que ya es
Amrica all. Un servicio telegrfico extenso, vuelca todos los das en medio
continente los residuos de una vida que palpita a otro ritmo y que funciona a otra
temperatura. Lo nuestro no nos interesa porque an guardamos rencor a lo que
somos de verdad. Lo que el telgrafo nos transmite es la superficie y la cscara de
los fenmenos sociales, polticos y artsticos de Europa; la vida intelectual de cada
estado del archipilago suramericano est en relacin con la abundancia de
noticias. Y en razn del consumo de cablegramas que cada nacin hace, se juzga
de su estado de cultura. El sentido de esas imgenes se nos escapa y toda
incorporacin de sus formas sin sustancia, desde el vestido y las leyes, hasta el
flirt y el deporte, son remedios grotescos. Siete mil millas de agua refractan las
figuras hasta darles la apariencia de que coinciden con las nuestras. Lo interior,
que es lo que no queremos ser, prosigue su vida torcica, pausada, imperceptible.
Y sin duda la libertad verdadera, si ha de venir, llegar desde el fondo de los
campos, brbara y ciega, como la vez anterior para barrer con la esclavitud, la
servidumbre intelectual y la mentira opulenta de las ciudades vendidas.

II
DISTANCIAS

ESPACIO
La vista es el rgano de las distancias y por lo tanto, el ms sutil tentculo
de aprehensin. La claridad con que desde un pueblo se divisa otro pueblo, fija
una posicin sentimental, y no podemos contemplar la aldea vecina sin residir en
alguna forma, un poco, en ella. As se descansa en la marcha que es vivir. Sobre
las tierras pobladas desde siglos, los pueblos estn separados por labrantos, por
bestias enyugadas o sueltas, por rboles; por espacios llenos, en fin, como se los
ve en las viejas pinturas en que el cuerpo de la figura llena un sector amplio de la
perspectiva. Hoy existen iguales. Entre ellos pueden generarse sentimientos de
rivalidad intensa; mas ya sabemos que sa es una forma paralela del amor, y hasta
cierta oxidacin normal del contacto de las agrupaciones humanas. La sociedad
segrega tales diastasas. Esas rivalidades representan el otro polo del amor,
Anteras, el amor contrario. La lucha identifica al hombre con el semejante; la
rivalidad es, con los celos, un cariz que acaba por fundirse en el gran torrente de la
simpata. Sin embargo, a poco de residir en esos pueblos viejos, se nota que el
sentimiento predominante, tnico, es de reposo sobre un orden, sobre un mutuo
amparo, segn ocurre con las casas en la ciudad y con los ancianos en el asilo. Esa
situacin, nacida de la contigidad, crea con el tiempo afectos, y las rencillas
encarnan el papel de percances familiares en la comedia humana. Mueren los
hombres con su odio y el pueblo queda trabajando por la amistad.
Mucho peor es estar aislado. El morador de nuestros pueblos conoce los
nombres de los inmediatos, pero no los ve; el campo y el cielo no ofrecen reposo a
la vista, ni al alma un punto en que descansar.

La unidad de medida entre los pueblos aislados no es la vista ni el afecto,


ni la rivalidad: es la medida geogrfica, la milla, el kilmetro, la legua y las horas
de viaje. Interviene una unidad de medida extraa al hombre, que hace advertir
que hombre y mundo estn construidos a escalas distintas. Slo conciertan con la
posicin: el hombre est dentro de ese espacio. Ese espacio no lo circunda ni lo
contiene, ni lo atrae. Ms bien lo expele, impelindole a marchar. La
desproporcin que as resulta es distancia pura en leguas, en kilmetros, en horas.
Lo que se ha entendido siempre por Madre Naturaleza desde los Vedas y Homero,
fue esa relacin de hijo a regazo, de feto a placenta, que debe existir entre el
hombre y su paisaje.
Un pueblo se forma por fenmenos cristalogrficos, y en los orgenes de
todos ellos hay, porque todava es visible, la relacin del lugar que el hijo ocupa
cuando se independiza, segn la cantidad de su rebao, su capacidad de labrar y
su voluntad de apoyarse mutuamente. Aun los que crecieron por ocupacin militar
tienen, en la distancia a que estn del propincuo, su cordn umbilical a la vista.
Hasta donde lleg aquella independencia del hijo, llega su fuerza hoy; lo que
supera esos radios umbilicales son distancias de traslacin o ndices de capacidad
econmica con arreglo al clculo; no amor.
Hipodamos de Mileto y Aristteles fijaron los lmites numricos al pueblo.
Homero significaba con el epteto de el-que-de-lejos-manda, conferido a
Agamenn, un poder ya de signo jurdico que llegaba ms all de la accin
inmediata, un poder jerrquico puro. Platn fijaba como capacidad mxima de
poblacin a las ciudades, la cantidad de gente que cupiera en una circunferencia
cuyo radio fuese la audicin clara de la voz del orador.
Por eso tambin los sistemas de medidas y pesos, para quienes el cuerpo
era un mdulo y el hombre la medida de las cosas, basbanse en las proporciones
humanas. El pie, la yarda, la toesa, la libra, etc., toman su patrn, no de la diez
millonsima de un cuadrante de meridiano terrestre, sino de las piernas y los
brazos. Despus de cierta magnitud, la distancia es geodesia y no sociologa,
medida itineraria y no vecindad. Aquello que supera la longitud de la resistencia
del hombre en marcha est ms all de l, y slo puede alcanzarlo agregando a su
cuerpo la fuerza de la mquina y su velocidad. Pero si la mquina no atraviesa o
no vuela por encima de las poblaciones as formadas, es un aparato de transporte y
no de unin. El viajero se convierte en conductor de la mquina. Aquella razn
sabia de estatura y de fortaleza corporal que dio base a los pesos y medidas, dio
espacio intermediario a los pueblos midindolos y contndolos en el catastro.
Si las caractersticas de la vida moderna imponen otras formas a la
vecindad, nunca pueden ser superiores a las exigencias del espritu, en el afecto o
en la razn. Los pueblos antiguos, es verdad, son de formacin neptnica y los
modernos de formacin plutnica, pero en ambos casos obedeci su ubicacin a
una ley orgnica del hombre y no de la soledad. Cuando Norteamrica, para tomar
un ejemplo reciente, se pobl con escorias de una raza sedimentaria, lo hizo
tambin luchando contra el salvaje y la naturaleza. Ambos le indicaban el mtodo
ms bien que el itinerario. Cosa distinta, saban aquellos pobladores, es vencer por
presin continua que por asalto. Luchando el hombre, al par de la mujer y el hijo,
no se apartaba de la casa que dejaba atrs. Volteaba la selva, tenda puentes,
labraba teniendo en cuenta esa unidad social y religiosa que ampliaba y por lo que
se intern concntricamente con la propiedad y el primognito, a medida del
avance; alejarse no era separarse, sino unirse. Pioneer equivala a explorador que
aseguraba su vida, y por eso lleg a ser feroz; el arma circunstancial era la

herramienta del trabajo cotidiano. Pensaba Sarmiento que Dios mismo habra de
emocionarse al ver cmo iban trazndose los pueblos, tomando un arco de
meridiano, de modo que al establecerse otros intermediarios, todos formaban una
red armnica y geomtrica.
Cuando la lucha no se emprende contra la naturaleza sino contra el
habitante, contra el ser que en ella vive, con el arma usada en tiempos de paz
como herramienta, y no al revs, el trazado no puede ser grato a los ojos de un
buen gemetra.

LOS PUEBLOS.
En viaje de un pueblo a otro, no hay nada en medio. A los lados del
camino, osamentas pulimentadas, de huesos limpios y blancos. Es el esqueleto del
cuadrpedo sobre el que se posa el pjaro semejante a una jaula vaca. Slo
para el caballo que se encabrita y quiere disparar espantado, expresa algo el
esqueleto que se conserva intacto como si durmiera libre, al fin, de la vida.
El camino no interesa como camino: es espacio a recorrer y se trata de
llegar lo antes posible. La soledad, para que sea normalmente compatible con la
vida del hombre, tiene que estar llena de sustancia humana. Llegar es el placer, y
no andar; esta vez la posada es mejor que el camino, y lo anuncia a lo hondo del
que marcha, la quietud de la pampa, el vuelo efmero y desolador del pjaro, la
carroa supina.
La diferencia que hay entre el viajero y el viaje es infinita. Es muy difcil
obtener cohesin en un pas en que la poblacin se parece mucho a pjaros
asentados despus de desbandarse. Porque dos terceras partes de la poblacin
estn en las ciudades y la que resta en la campaa permanece confinada y sin
contacto. El punto inmediato es la ciudad lejana. Se sale de un pueblo y se entra a
otro borrando tras los pasos lo que se deja atrs. Se marcha sin recuerdos y es ms
fcil seguir adelante que regresar. El viajero nunca vuelve la mirada, si no es de
temor, y lo que le atrae es algo que est ms adelante del horizonte: el punto de
llegada. Lo que recuerda: el punto de partida. Todo hombre de llanura es oriundo
de otro lugar. El rbol de esta llanura, el omb, tampoco es oriundo de ella. Es un
rbol que solo concuerda con el paisaje por las races; esa raz atormentada y en
parte descubierta, dice del viento del llano. Las ramas corresponden al dibujo de la
selva. Bien se ve que es de tierra montuosa, quebrada. Ha venido marchando
desde el norte, como un viajero solitario; y por eso es soledad en la soledad. Se
vino con un pedazo de selva al hombro como un linyera con su ropa. Lo que rodea
al omb se expresa en signos de otro idioma; grande y sin igual, necesita del
desierto en torno para adquirir su propia extensin. Acaso esa marcha del rbol
hacia el sur, le haya sido impuesta por la exigencia de extender sus races; pues
tanto pudieron stas haberse fortalecido por el pampero, que soplaba en contra,
como haber sido la voluntad heroica que lo lanz contra l. La raz habra hecho
de este rbol un ejemplar asctico. Pero sabemos bien que un viento menos fuerte
lo disemin y que se detuvo al borde de mi clima. Un poco ms al sur hubiera
muerto. Ah ech races extensas y poderosas como el viento. Qued convertido
en pulmn, bajo un cielo inmenso de aire sutil y de luz.
El omb es el rbol que slo da sombra, como si nicamente sirviera al
viajero que no debe quedarse y que reposa. Su tronco grueso, recio y bajo, es
intil, esponjoso, de bofe. Perfecto rgano del aire, respira la tierra por su

parnquima vegetal. No se extrae de l la madera, y Virgilio no lo hubiera cantado


en las Gergicas. No puede hacerse de l vigas para el techo, ni tablas para la
mesa, ni mangos para la azada, ni manceras para el arado. No tiene madera, y ms
que rbol es sombra; el cuerpo de la sombra. Sus hojas son tosigas, pero la raz
que es la tierra, suele ofrecer cavidades de gruta y asilo al que va huyendo. El
omb es el smbolo de la llanura, la forma corporal y espiritual de la pampa.
Tras mucho andar, el pueblo que primero se encuentra parece el ltimo,
como si despus de se no hubiera otro ms. Nos invade un sentimiento de pena, y
la alegra de la llegada se defrauda en un abatimiento de aldea chata, incolora,
hecha a imagen y semejanza del campo. Las calles son anchas y de tierra, los
frentes de las casas de ladrillo sin revocar, con terrenos baldos entre unas
viviendas y otras, separndolas. El crecimiento de esos pueblos es horizontal: un
derrame por sus flancos. Tambin hay ranchos de adobe o de chapa. Ese pueblo
est envuelto por el campo; en la lucha que ha entablado contra la soledad, el
vencido es l; est sitiado por el campo, enquistado y reducido a un curioso caso
de mimetismo.
El campo entra por las calles y por los terrenos con los yuyos. Los yuyos
son los heraldos con que el campo anuncia su lenta, infatigable invasin. Hay que
estar cortndolos siempre y siempre crecen, hasta que por cualquier evento
pueden invadir las habitaciones, que suelen ser de piso de tierra, o echar su ramita
entre los ladrillos. El campo llega hasta el patio y el patio entra hasta la cama.
No es tanto que las casas sean pequeas cuanto que parecen chatas por la
inmensidad de la perspectiva. Su pequeez es una ilusin de ptica; es la pampa
que las achica. El transente en las calles parece ms pequeo de lo comn,
porque se lo relaciona con las cosas, que estn relacionadas con la pampa.
Esos pueblos parecen aerolitos, pedazos de astros habitados cados en el
campo. Al llegar se dira que entramos otra vez al pueblo que hemos dejado, y que
el viaje fue una ilusin. Cuando preguntamos por el nombre del pueblo nos
sonren, porque el interlocutor cree que se es el pueblo, las casas, un lugar que
tiene nombre en medio de un lugar que no tiene nombre. No hay diferencia entre
el pueblo y el campo: el pueblo depende de l y eso es todo. Est ah, pero pudo
estar ms a la derecha o ms a la izquierda; o no estar. Existe para proveer al
campesino, que va muy rara vez a obtener vituallas y repuestos, y a beber sin
moderacin. Al finalizar el da se interna de nuevo en su soledad, llevando
provisiones para largas semanas, y un sabor acre en la boca. Ese pueblo no tiene
vida propia, porque no apareci ni prosper por exigencias que lo hicieron
indispensable segn la tierra en que est anclado. Existe para aquellos seres que
desde las chacras aparecen y desaparecen. Por una parte est unido a esos
hombres que no se tratan entre s y que van directamente a levantar comestibles; y
a Buenos Aires, o a otra ciudad, adonde enva la cosecha y los ganados. De
Buenos Aires, o de otra ciudad, recibe mercaderas y productos elaborados, una
vez que desde esa pampa han dado la vuelta al mundo.
La noche es la hora adecuada de esos pueblos silenciosos, entredormidos,
quietos, saturados de lujuria, codicia y rencor. Las luces de las casas y de los
lejanos ranchos, brillan como estrellas, a distancias telescpicas. Ms lejanos que
esas luces, se oyen silbidos de animales inexistentes y misteriosos; sonidos finos y
sutiles que embebe el tmpano como una droga soporfera. La llanura que de da
pareci no existir, recobra de noche una vida lejana, atenuada, persuasiva. Se
puebla y se enriquece y cuesta trabajo no creer en las almas en pena. Esas voces
hipnticas son las voces de la sombra y el sueo que invitan a dormir y a morir.

Son los equivalentes de los crujidos nocturnos de los muebles, con que nos
ponemos en contacto con fuerzas desconocidas del mundo; pero mucho ms
delicadas, infinitamente ms penetrantes y que apenas dan miedo. Deleita
escucharlas sin que se quiebren en el odo, recogindolas con luda la pureza con
que las emite la soledad, que mediante ellas adquiere su sentido perfecto.
Ese miedo de la noche, queda pegado a las casas al amanecer. Lo que
tienen de tristes y hostiles se comprende recordando que el da es un parntesis de
la noche, el descanso de la fecunda noche.
La casa del interior es plana, chata, terrosa y parece disimularse contra el
suelo. Es una casa sin adornos exteriores ni interiores, la vivienda simple y
esquemtica. Nuestros pueblos son aplanados y extensos, es decir, que ocupan
ms extensin de la debida segn el nmero de habitantes y de edificios; y que
tienen, como consecuencia, menos altura de la lgica. Un pueblo cualquiera de
cualquier paraje parece dislocado por terrenos que se desplazan en un
movimiento centrfugo. Estn desmoronados; no tienen intimidad, quieren
desbandarse. Las casas han ido construyndose con ese espacio neutro que en toda
propiedad se establece fsica y psicolgicamente en los lindes. Esas familias
parecen tener secretos pudores que las aslan: temor de culpas, de deslices, de
enfermedades contagiosas. Forman en torno de ellas y envolviendo las casas y el
pueblo, un ambiente recogido, enigmtico. A las afueras, la casa por antonomasia,
la Casa Grande, con sus celosas cerradas, sin ruidos. Esa casa es el pensamiento
reprimido de las otras, la casa mala, la casa tab.
Fuera del pueblo, desde donde slo se divisa el tapial que lo circunda, est
el otro pueblo, ms bajo, en silencio, muerto. No tiene que ver este pueblo con
aqul; son dos mundos distintos. El cementerio en la campaa es el olvido y el
abandono. Queda lejos y no se acostumbra visitarlo ni en las fechas consagradas;
alguna vez se va, como a vigilar las lpidas y las cruces, expuestas en la soledad al
robo sacrlego. Hay por lo regular un guardin, que cuida las sepulturas y que
hace de sepulturero. Pero en los pueblos chicos este trabajo se encarga al que cava
los pozos de agua, y que suele trabajar de albail. Construye casas o hace tumbas.
El cementerio tiene un tamao adecuado al pueblo; hay una relacin de su
permetro con el del pueblo, equivalente a la de sus respectivas capacidades. Los
comerciantes v los chacareros ricos edifican bvedas, mas lo comn es la
sepultura en la tierra, sobre la que se clava una cruz de madera con el nombre. El
pasto crece desde los senderos y las invade; la cruz desaparece pronto vencida por
la intemperie o por las hierbas silvestres. La muerte es el olvido. Segn el
hundimiento de la tierra puede calcularse el tiempo; segn la cantidad de pasto, lo
que dej el difunto. De todas esas sepulturas se piensa que son de seres sin
familias, de transentes a los que sorprendi la noche en el pueblo.
El campo rodea al cementerio y circunda igualmente al pueblo. Una noche
igual cae sobre ambos y el mismo sol los ilumina. El pueblo tiene algo de la
tristeza del cementerio; la casa de los muertos es muy parecida a la tumba de los
vivos. La poblacin vegeta y parece nutrirse de la misma tierra, y de las casas.
A las afueras estn los ranchos, que son casas ms pobres y an ms
aisladas. Las mujeres y los chicos casi nunca llegan hasta el poblado. Vegetan
ms lejos, y tardan un rato antes de salir cuando el viajero se detiene en sulky
frente a la tranquera. Salen los chicos y los perros. Las personas mayores espan
primero y se arreglan un poco. Cuando el viajero parte, vuelven a entrar al rancho.
Las mujeres no miran al pueblo; no les importa. Esos ranchos estn a mitad de
camino entre el pueblo y el cementerio, cualquiera sea la orientacin y la

distancia. Los muchachos a veces ignoran el nombre de la estacin o el del ro


prximo, aunque conozcan la direccin del camino como un nombre. El nombre
de los pueblos que no se ven y hacia los cuales lleva el camino, es un nombre
abstracto para ellos. Esas gentes de los ranchos no han podido siquiera llegar hasta
el pueblo o han sido ya rechazadas por l. Otras han penetrado con sus ranchos, y
son esas casas de material o de cinc que vemos a lo largo de las calles. Tienen la
misma distribucin de habitaciones, la misma sombra soledad dentro. Son clulas
de un claustro destrozado, disperso, donde se engendran los hijos, donde se reside,
se envejece y se muere.
Poco a poco se pierde el hbito de hacer visitas y las amistades jams
llegan a ser profundas. Hay fiestas que congregan a muchas familias, pero en esas
fiestas cada familia parece conservar el mismo lugar que su casa en relacin con
el pueblo. La fiesta es el mismo pueblo que se rene, el pueblo reducido a las
personas, con las mismas distancias y baldos alrededor. Si se baila, las parejas no
hablan, atentas al comps. Y, sin embargo, algo se comunican, porque el amor no
tiene otras oportunidades. Las mujeres ocupan un sector, en sillas alineadas; los
hombres se agrupan aparte, beben y dicen picardas. La orquesta de violn, flauta
y guitarra hace que los hombres vayan hacia las mujeres, y hombres y mujeres
estn juntos mientras lo quiere la msica. Inmediatamente despus de cesar, cada
cual ocupa de nuevo su sitio; ellas a un lado y ellos a otro. Las pobres mujeres
estn acostumbradas a contentarse con muy poco y a ser resignadas. De ese
contacto fugaz, superficial, corporal, nace a veces el amor fecundo en hijos. El
noviazgo se inicia as, de manera que nadie lo advertira, y es curioso cmo ellas
pueden adivinar en esos hombres que se avergenzan de la mujer, que se las
desea. Se dira que el noviazgo es entonces lo ms natural, una necesidad
inherente a ese estado de cosas. Mujer y hombre se aman desde tal fecha y ni el
noviazgo ni el matrimonio tendrn despus mayores complicaciones. Inclusive el
adulterio, si sobreviene, ser una peripecia sencilla. Las pasiones, como los vicios
y virtudes, son fuerzas naturales. Por dentro de todos y por sobre todos est la
naturaleza; ese campo liso, montono, eterno. Y el ser humano vive en su
superficie una existencia de geometra plana, hasta que la muerte lo lleva de un
pueblo a otro, de la casa a la tierra.

FISONOMA DE LAS POBLACIONES.


Las ciudades se diferencian entre s con arreglo al clima de la regin en
que estn, y por su edad. Mar del Plata es una excepcin por cosmopolita y
bonaerense, de modo que siendo aquello que a Buenos Aires le falta, forma como
una prolongacin de su calle Florida hasta perderse diluida en olas y colinas.
Cincuenta aos es ya mucho para cualquiera de estas ciudades y la fecha
en que los cumple celbrase como sus bodas de oro; as se parecen a la vida del
hombre. No obstante, las caractersticas que los aos les dan se reducen a la
cantidad de edificios y de habitantes; y cierta vetustez de los estilos
arquitectnicos, que envejecen tan prematuramente, con el agobio de la
construccin, en el marco de la puerta, la reja, si la tiene, la altura del nico piso y
el patio. El alma de todas ellas es idntica. Espaa permanece dentro, como
enseres que se abandonan en la mudanza. Se la siente, en la abundancia de
iglesias, en los lugares que ocupan las plazas, la municipalidad y el obispado, en
la lobreguez espiritual de las noches que las sumergen en silencio sin rondas, en la

taciturnidad de los rostros, en la dura inhospitalidad de los zaguanes, en el saludo


sin franqueza del peatn. Por las calles no transita la vida, que permanece
enclaustrada en las habitaciones de persianas furtivas. De Buenos Aires se pasa a
Rosario, de Rosario a Crdoba y de aqu a Santiago o a La Rioja, o a Catamarca, o
a Jujuy, o a Salta, y la impresin es de que Buenos Aires se hace retrospectiva,
cada vez ms chica y antigua. La Plata, Baha Blanca y Mercedes marcan igual
retrospeccin. Cualquier ciudad del interior, estancada a cincuenta, a cien, a
doscientos aos atrs, se parece a otra de igual edad. Les falta su alma y su
expresin autnticas; en vez de buscarlas en s mismas, procuran parecerse a un
Buenos Aires de lbum. Esa aspiracin es visible en los negocios, siempre de
local demasiado espacioso, en los bares a ciertas horas, en el vestir y en el frente
de los edificios. No pasan de ser, en lodo lo que loman prestado, calcos yertos, en
los que sin embargo, se agita incmoda una psiquis local que no alcanz a
trasponer su ninfa. Lo poco que es de ellas, lo que nace de la naturaleza
circundante, de lo interior de las habitaciones consecutivas desde el fondo o a lo
largo del frente, de la experiencia vital de los ciudadanos, inclusive lo que
recibieron ya de vivido, es apenas una fosforescencia. La soledad de los campos
las ha penetrado y convive en los espritus y las moradas. Han devorado todo a su
alrededor para existir ellas y ahora tienen dentro el suburbio, la aldea y el rancho,
todo mezclado.
El parecido que hay entre esas ciudades, aun entre Tucumn y Santa Rosa
de Toay, es el alma de la pampa que pesa sobre la aplastada edificacin, en el
paso indolente del transente, en la cautelosa curiosidad que el forastero advierte
en los ojos. Todo forastero es descubierto de sbito por imponderables datos que
captan esos ojos vidos de mirar. Para el viajero que ha dejado otra ciudad antes
de entrar a sta, solamente han cambiado algunos signos externos y cuando
mucho la ubicacin de los negocios. El color edilicio, el ancho y empedrado de las
calles y su infinita perspectiva, los rostros, los trajes, la pronunciacin, el trazado
de la ciudad, el alto de los edificios, son casi los mismos. Notar, acaso, un poco
de mayor pobreza y ms o menos cuidado en disimularla; pero l vuelve a
encontrarse de nuevo extranjero en su patria. Es que los del sur no llegan
regularmente hasta el norte, o viceversa, y muy pocos han podido conocer su pas
tan vasto, tan triste y tan caro. De modo que, sean los padres o los hijos, son
siempre los mismos hombres en los mismos parajes. El que recin llega tardar
muchos das en trabar trato con los dems, en hacer relaciones con los
pensionistas. Se le contempla como a un extrao y es muy difcil desvanecer una
reserva de varios siglos. Si no tiene dinero, las personas a quienes vaya
recomendado tratarn de desembarazarse pronto de l; como los que van de
Amrica a Europa, los que van de Buenos Aires al interior tiene el deber de ser
ricos. Hasta los parientes lejanos miran con disgusto al husped si no pueden
exhibirlo como florn del apellido, y la inteligencia es un desliz.
Todas estas ciudades insignificantes, speras, que leen los diarios porteos,
a la maana los de la tarde y a la noche los de la maana, que no tienen sino un
tinte cutneo de cultura, poseen reductos infranqueables, relicarios con pedacitos
de huesos de Espaa. Ni el burgus penetra en lo que llaman los crculos sociales,
que tienen sus registros genealgicos llenndoles la memoria ligera de otras
cargas. Son los recintos sagrados en que est refugiado desde la Colonia lo que
esas gentes gimnospermas llaman la sociedad. Como en las comedias de
Moliere, cada ciudad tiene sus aristcratas que son los que llevan apellidos de
abolengo y los que dirigen la poltica. Poseen fincas, desde el cuarto antecesor,

que el abuelo hipotec y que ellos perdieron; campos y propiedades se conocen


con su nombre, que es lo que poseen de ellos. Paran, Salta, Crdoba, cualquiera
de ms de un siglo tiene en su corazn ese ncleo prcer que mira con desprecio a
la plebe, que de contragolpe no los respeta ni los envidia. Los varones pueden
estar mezclados en negocios y empleos con el populacho, porque al fin todos se
ocupan aproximadamente en lo mismo; mas las familias no se tratan ni se
emparientan fuera de su casta irrisoria. La Comtesse dEscarbagnas; o ms
bien, George Dandin.
Para comprender las ciudades hay que retirarse un poco al interior de la
campaa, donde se las vuelve a encontrar reducidas a sus elementos, ya en el
pueblo, ya en el villorrio. Es siempre lo mismo a una escala reducida; pero en
estos lugares se puede ver cmo cristalizan los sentimientos y las circunstancias
que constituyen despus la ciudad y el ciudadano. En cierto modo quedan por los
campos las etapas de ese proceso de cristalizacin. El hombre de la ciudad no
tiene grandes dificultades que vencer si se afana en ser rico o en figurar; la
inteligencia es un estorbo del que pronto acaba de desentenderse, si no es tan
fuerte que lo arrastra a la metrpoli; las fuerzas que estn en juego son muy
simples, aunque por eso mismo indomeables para quien no consiente en ser
instrumento dcil de ellas. El campesino est en el centro fsico de ese sistema de
fuerzas, all mismo donde se generan antes de acumularse y hacerse ciudadanas.

PIONEERS QUE HACEN ALTO


Muy simple tambin el campesino, resulta siempre ms complicado que el
mundo sencillo que lo rodea. Por muy poca cosa que sea en resumen, en su medio
es un semidis. Encuentra en s actividades y poderes que tienden a someter a su
dominio lo que le circunda, como ocurre al nio, puesto que juzga sobre valores
de existencia en un orden de ser o no ser. En primer trmino, significa la vida,
luego la riqueza, despus el poder. Hasta el ms exento de complicaciones
transportado a ese medio de bajo cifrado, desarrolla de su personalidad
adormecida facultades de conquista que llegan a causar asombro; pero en la
tumefaccin de esas personalidades creadas por ejercicios de facultades muy
restringidas, estn siempre incorporadas las materias que ha dominado, las
herramientas que inutiliz. l es, por lo pronto, algo que vive y quiere; algo que
puede influir sobre lo prximo de una manera autoritaria y con la razn siempre
de su parte. Es lstima que no quiera nunca ms que aquello que puede, porque en
vez de llegar a ser el animal ms adecuado al pueblo en que se hizo, podra
haberse roto l y sembrar la inquietud por algo inmortal. Colaborando con las
fuerzas ambientes es que llega a dominarlas, hasta que las fuerzas ambientes se lo
tragan un da, pues era nada ms que un juguete.
Sentimientos anlogos del yo bravio y sin castrar, engendran en las colinas
el caracterstico amor al terruo, a la tradicin verncula y al mito heroico. En los
llanos incuba la desmedida estima de s mismo proyectada hasta lo que es suyo, la
rebelda contra el orden que se impone desde afuera y contra la ley. El ricachn
del pueblo es siempre un poco matrero y prohija al guapo con recndita simpata.
Su disidencia con un contexto puramente sustantivo, le previene contra todo
aquello que se le antoja una intrusin a su mundo en que se mueve sin tropiezos.
En torno a s congrega fuerzas afines y propende a dispersar las de una carga
elctrica contraria. Como agente cataltico, transforma determinada cantidad de

componentes sociales y anula la accin de otros, para que al fin tenga en todo el
pueblo un sostn y sea l el hombre representativo.
Al principio hubo de combatir trabajando, contra un medio cargado de
hostilidades; mas en cuanto perdieron su virulencia las cosas circundantes, el
pueblo y el poblador las tenan dentro. Restaron soledad a la soledad metindosela
en las casas y en el alma, de donde ya no se la puede echar.
El montas vive en una ausencia de todo y se ha rendido; apenas le
alcanza su voluntad para proseguir adelante de un da a otro. Lo poco que tiene le
basta, pues faltndole todo no tiene conciencia ms que de su existencia rasgada
en su pelcula por los sentidos, y con alguna supersticin que se da tambin por
satisfecha con el escapulario y la imagen del santo venerado, vive. En cambio el
campesino de nuestras llanuras donde la fortuna; antes fcil como el sol y el agua,
atrajo a los ms corajudos, vive con respecto al otro en una propensin de resorte
y de gatillo amartillado. No porque si nuestra llanura es la levigacin de las viejas
montaas. Ha puesto la vida en sus manos y ya sabemos que la mano es una de las
armas ms antiguas. La soledad convierte al individuo en el centro de esa
circunferencia infinita que es la llanura y en la llave de esa bveda absurda que es
el cielo. Produce en l un sentimiento de distole hacia lo conviviente inmerso en
su propia ignorancia, y de sstole que lo contrae frente a lo que, fuera de l,
representa la coercin y exige disciplina. Se agazapa o se dispara en situaciones
idnticas, segn la mixtin de molculas anmicas imponderables. Est latente en
l lu ingnita curiosidad del animal de rapia, en un anhelo de explorar y
prevalecer, que lo lleva a inquirir en lo que encuentra, esos detalles que sirven
para el cotejo y la medida de la estatura y la fuerza de lo que oye y lo que ve.
Existencia alerta y sin prpados. Le interesa la cantidad y el tamao de las cosas,
de las ideas, de los recaudos y de los riesgos. Inquiere del prjimo y de su vida sin
otro motivo que el de invadir y penetrar un mundo que sospecha semejante, y que
le est vedado por lo que desconoce. La mansedumbre con que averigua, es el
movimiento primario de la vitalidad insurgente que en el nio despunta
simultneo con la capacidad estereoscpica de la vista, cuando destaca los
volmenes en planos de distancia y tiende a asirlos. El alma infantil del hombre
maduro de la campaa argentina, y sin duda de las que se le parecen, ah se
detiene, transformando tal impulso en un complejo de curiosidad que suele
confundirse con la ingenua entrega de s. Como el animal, es curioso en su
soledad; escudria cuando parece interesarse en datos insignificantes, y el ojo
tmido que echa la mirada a los pies est explorndonos.
Resulta de tales disposiciones, del corte en seco de la necesidad de trabar
relaciones lcitas con el mundo, la tendencia a vivir metido, por decirlo as, en la
casa y el cuerpo ajenos. Todas esas tentativas de establecer una correspondencia
humana a fondo, se le frustran porque es un ente solitario. Masa lo que es
precioso en l de pronto cambia de orientacin y se convierte en la defensa o el
ataque por presuntos peligros imaginarios, muy en lo bajo de la subconciencia. La
pregunta: Qu anda haciendo?, es el tentculo depredatorio que se esquiva
elusivamente con la respuesta: Aqu andamos.
Pero ese movimiento subconscientemente defensivo aunque ms
subconscientemente social, no va impregnado de amor, puesto que el prjimo slo
le interesa como objeto incgnito. Al contrario, da nuevas variantes al tema del
distanciamiento, que aparecen en el recelo exagerado, entendido como mutismo
natural del paisano, y en la falta de respeto a toda intimidad. La personalidad
ofrece una corteza dura cuando se la aborda de frente; el hombre de la llanura es

diestro en hallar los rodeos morosos que la dejan en descubierto, como sabe dar
con un tajo en la coyuntura de la res. Representativo de este medio es el guapo.

EL GUAPO.
El guapo es un rgano atrofiado del pueblo, resumen de una poca y
albacea del indgena. Flota sin ser influido por ninguna de las fuerzas que
acondicionan la existencia y rigen la sucesin de los seres. De manera que est
cortado de lo anterior y de lo que sigue. Extrae de s mismo las razones para obrar,
y nada de lo que le rodea le ensea ni le modifica. Encrase en la dura piel de su
temperamento y al uso del animal o del filsofo, obedece a un sistema propio.
Cerrado, criptgamo. Desprovisto de todo ornamento didctico o convencional,
puede parecer prximo a un tipo esquemtico, tal como el rbol seco al rbol en
s; pues sin duda tiene en dosis superlativa lo macho del hombre. Sin flexibilidad
y sin ambivalencias no contiene ni rastros de la marioneta que en todos vive. De
ah la seriedad irremediable de sus gestos. Vive su drama engredo y de verdad,
como si fuese el autor del asunto.
Bandolero suelto, sin afiliacin, sin cmplices, avenido a tolerar hasta
cierto punto el orden convencional de las cosas, de cualquier ngulo que se le
observe se ve que una lgica masculina gobierna su persona. Es bravo por
inclinacin y no tiene relaciones con la sociedad, sino consigo. No participa como
componente de ningn grupo, ni tiene que ver con nadie, semejante sin
semejantes. Es lo masculino, a lo que amput lo femenino y lo infantil: lo que no
recibe influjos del mundo ni trabaja para el mundo. Por eso se le llama el
macho. En consecuencia es un ser estril, que no engendra y que se consume en
su propia accin, independiente del contexto de las actividades sociales. Existira
as en cualquier isla. Individuo y no ser representativo, esquema y no hombre,
encama su idea y no su ideal. Hagen, mejor que Sigfrido. El hroe tiene un
movimiento parablico, y ste se concentra en un remolino de sifn, lo mismo que
el animal de garra con su ineluctable soledad central. Como su accin no tiene
proyecciones sociales, desborda con su cuerpo. No encuentra manera de influir
sobre los dems sino atajndoles el paso. Mata, atemoriza sin buscarlo; su
lenguaje de actos ignora la premeditacin y el arrepentimiento. Nunca queda
satisfecho ni colmado porque no se impregna, y en cada hazaa parece que
recomenzara. Un prurito inextinguible lo espolea a injertarse en las cosas por lo
mismo que no puede combinarse con ellas por otros medios. Considera a la mujer
como un ser entre otros; no la compadece ni la desprecia: la usa. La posesin
material lo exime de la responsabilidad paternal; su acto marital sin
apasionamiento, no trasciende. Es un fantasma cruel, que pasa; un ser inferior,
pues no se proyecta. Aadida a esa cualidad bravia, zoolgicamente pura, el
sentimiento de lo social, de la finalidad de la accin; creada en l la nocin del
deber, dara el adalid y, en la vejez, el patriarca. Pero la naturaleza le ha privado
de rganos de relacin y de comprensin, si es que no comprende en bloque lo
que forma el horizonte vital del carnvoro.
El guapo es un ente solitario, el unignito del gaucho malo, el hombre en
la limitacin de la fiera, rodeado de su propia figura. Su hbitat natural es el
pueblo chico, donde es una fuerza del campo que circula sin saludar a nadie, y que
no ataca si no se le excita, La maldad en l resulta como la abundancia de vello o
el olor amargo en el animal montes: estado de naturaleza. Tiene la absoluta

responsabilidad de sus actos. Cuanto hace es irremediable y no podra decirse que


pudo suceder de otro modo; es fatalidad. Merece respeto, lo mismo que todo lo
que no puede variar, ocurra lo que ocurra. En la secreta simpata con que se le
mira hay, pues, cierto acatamiento a las potestades inexorables que en l se han
aposentado. Y tambin hay la secreta simpata con lo daino.
En una sociedad mal constituida, o constituida con descontento, el
elemento antisocial representa una gran parte de los sentimientos reprimidos de la
misma sociedad: la sociedad latente. De ah el carcter heroico y simptico que en
algunos casos recubre la maldad del guapo. Es una forma de tomarse venganza el
pueblo, por delegacin en ese infeliz. Con su coraje y su desafuero, con su paso
silencioso hace que la masa honesta de vecinos recobre el sentido de su fuerza y
de su protesta, sofocadas, contra el orden y la justicia.
En casi todos los pueblos existe por lo menos uno de esos hombres,
espectro de la parte pretrita que ha muerto. En su calidad de prfugo anda en
libertad; el sobreseimiento conseguido por el caudillo, sin que l lo gestionara, lo
convierte en personaje cuya funcin est oficializada, integrndosele
subrepticiamente a la administracin pblica; y circula con el endoso del Tribunal.
Aunque no hace gala de sus muertos ni gusta que se le hable de ello, superior a la
ley, a la indulgencia v al miedo.
Naturalmente, es pobre y no conoce otros oficios que los del campo. A
menudo vive a costa de alguna mujer de mala vida, que admira en l ante todo el
alma de varn. Se reduce entonces a parsito del prostbulo, donde su podero .es
irrefutable. Esta vez tambin la ramera toma sobre s una carga pecuniaria y
social, de que libera a la gente honesta; porque el dinero con que mantiene al
guapo, releva al comercio del pago de tributos. Esa fiera tiene para comer y vestir
y para sus vicios; con lo que rara vez exige la contribucin en especie. Sin
embargo, se le fa en un crdito que nunca se salda y del cual usa con prudencia:
lo que necesita.
Contra l nada puede la polica, que paradjicamente lo toma por modelo
de entereza, de rectitud, de autoridad sin ostentacin pero absoluta, imitndolo en
lo que es posible. En algunos caciques hay retratos antiguos de l y Moreira es su
rplica romntica y literaria: Don Segundo Sombra es su Cantar del Mo Cid.
Producto connatural del pueblo chico o de crecimiento rpido, exite una
cercana de campo, y el rancho de las afueras para vivir. Degenera en contacto con
seres sumisos. En las ciudades y poblaciones mayores decae en el compadre, ya
retrico, burocrtico y poltico. Y no es hijo del gaucho malo, sino del extranjero
pobre que quiere hacer pueblo de la ciudad.

HOSTILIDADES DE LA SOLEDAD
Las poblaciones pequeas de las grandes planicies donde se encuentran
casualmente seres de tan diversos orgenes y acaban por juntarse y tener hijos,
ms bien que tomar cohesin a medida que se hacen compactas, fermentan
sentimientos disolventes que no crean odios fecundos, porque tambin son
superficiales. La pampa es un lugar de dispersin. Contra toda voluntad, la
soledad es ms fuerte que el trabajo por ser un estado constante y estable, y ste
un estado precario, que no coordina hondamente con un plan social, unnime,
mstico. La casa se levanta para que sirva de albergue mientras dura la faena y el
agua y el viento son eternos. La llanura no les da materiales consistentes para

edificar, y las gentes que se aglutinan en los pueblos se han encontrado all en
procura de hacer dinero pronto. En vez de hacer fortuna dejan hijos; los hijos se
van y el pueblo queda siempre con sus habitantes. De todos los signos que
integran la frmula vital de cada uno, slo son idnticos y se suman aquellos
egostas y desafectos. Tambin en ese concepto nuestros pueblos son
psicolgicamente fortines. La fuerza que en el fortn se opona a las asechanzas de
fuera, se ha invaginado ahora que no hay peligros flotantes y trabaja contra el
centro. De ningn modo querran los habitantes perennizar el presente, volver a
empezar otra vez. Estn ah porque coincide lo que han ido a buscar con lo que
otros buscan, y su proyecto es permanecer hasta el hallazgo. El logro de algunos
bienes acaba por someterlos, y entonces es la misma bsqueda, que se ha hecho
ms poderosa que sus propsitos, lo que les retiene, y buscan buscar. Quedan con
la propiedad como cepo, mientras sus almas descontentas flotan fantasmales entre
las cosas y los seres, Constituyen archipilagos vivos, rodeados de indiferencia y
hostilidad, dueos de una fortuna que los asla en el recelo y la envidia, de una
casa que habitan como huspedes, con hijos que prosiguen su vida moralmente
emancipada, como hijos de la soledad. Estudian y entonces se quedan en Buenos
Aires avergonzndose de los padres y de su apellido. El nativo ve con disgusto las
bajezas a que se abandona el extranjero que se enriquece; el extranjero no
comprende que se enriquezca el nativo sin sentirse despojado; porque, ignorante y
pobre, todava es un vstago de los conquistadores y colonos. Juzga que su
pasaporte era el salvoconducto para triunfar.
Esos pueblos son tristsimos y no se concibe la aclimatacin del hombre en
condiciones de tal celibato espiritual. Podra mencionrselos a todos; todos son
iguales y slo difieren en los nombres y en el nmero de habitantes. Su
configuracin es la misma, sus personas y sus casas, pjaros asentados despus de
un largo vuelo. Se entra en ellos como a una crcel con muros de campo, de donde
es imposible evadirse una vez que se tiene algo, que la puerta se cerr. Nuevas
gentes desalojan a las gentes viejas que se mueren o se van; unos a otros se
conocen de vista y de nombre: conocen mejor lo que tienen y cmo lo hubieron.
Siguen renovndose cual si empezaran a cada generacin de nuevo, y nada hay
que se transmita desde el pasado y que reste en pie ms duradero que el
transente. Ni el recuerdo.
Tan difcil es llevar a cabo en esas poblaciones de tripulantes una obra
solidaria, unir los espritus y las manos, como fcil el encono y la pugna. Los
comerciantes se juegan su caudal por arruinar al vecino y la quiebra de un
negocio, la cada instantnea del chacarero rico, lleva un rayo de sol y un hlito
fresco a esas almas oscuras. No son peores que otros hombres; son as. No se
espere encontrar un artista, un escritor de cepa, un iluso de cualquier clase, un
amante de los pjaros que viva y muera all. Las almas de artistas acaban por
naufragar en cuerpos y vidas miserables. Esos pueblos tienen, todos, sus vecinos
intiles, sus borrachos perdidos, que exhiben los rganos genitales a las criaturas
y que blasfeman que da miedo. Destrozados por el alcohol, cados contra la pared
entonan a veces alguna cancin escolar en su idioma, entre babas. Esa es la
deformacin de los espritus hechos por Dios para el canto. Tan pronto como
despunta en uno alguna recndita claridad, y el espritu se le sofoca en tanta
grosera sordidez, huye y no vuelve ms, pobre pjaro sin consuelo.
En los pueblos se vive an con el arma a la cintura. Desengao y fastidio,
resentimiento y apuro pesan sobre las almas; un difuso descontento se atrinchera
contra algo invisible, en expectativas de agresiones imaginarias. Los partidos

polticos inflaman los nimos hasta convertirlos en fauces tremendas; las luchas
electorales son el ejercicio calistnico en esos nimos que no se asombran de nada
y que comentan en tono jovial el asesinato y el suicidio. Agazapados, husmeando
las noticias secretas que se difunden con saa, hacen presa del escndalo y le
hincan su colmillo, porque ste es el pan de carne cruda cotidiano. La poltica
tiene all un sentido total y vital.
Viene a constituir la rivalidad el estado permanente, normal e inadvertido;
el candidato, el nombramiento de mdico o de comisario, la circunstancia, son
meros pretextos para que se manifieste sin escrpulos la bestia embozada. Y sin
embargo, tanta crueldad y tanto odio es sin duda una propensin a la simpata y a
la justicia, que encuentra cegados los cauces por donde correr sin obstculos. Que
el odio no es ms que el amor malogrado. Por tal alotropa, asumir la defensa de
alguien es descargar un arma contra alguien, y el jbilo casi siempre se manifiesta
por disparos al aire. Se forman sociedades de fomento, centros atlticos y crculos
de cultura que acaban en comit o se disuelven, porque la rivalidad es ms
poderosa que el propsito de solidaridad. Fndanse peridicos que estn al
servicio de la discordia, porque son hijos de la soledad. Mal escritos, nacidos del
encono o de la ambicin, no saben entretener a sus lectores con materiales de
informacin y cargan sus columnas con una dinamita intil. Su virulencia es la
falta de ejercicio, un lenguaje de constante oposicin. No se busque en esas cuatro
u ocho pginas infames otra cosa que la diatriba; defienden los intereses del
pueblo y su director vive sentenciado a muerte. No sabe defender sino atacando,
como no pueden existir partidos polticos sino como adversarios de un ideal. Los
hombres que llegan al gobierno aprovechan esas cargas de caballera, las emplean
para defender su persona y no sus ideales, que no tienen, porque tambin son hijos
de la soledad. Cuando se cumple la sentencia y el director cae acribillado, el
diputado nacional llega para asistir al sepelio y pronuncia un discurso infeccioso,
para que nunca ms cicatrice la herida. Despus resta esperar lo que publiquen los
diarios de grandes tiradas y poco ms tarde el olvido. Porque el muerto formaba
parte de un gremio; no era un caudillo de prensa sino un periodista, era un
miembro aislado de un cuerpo de orgnica unidad. Por todas estas cosas su
sacrificio fue, como lo dijo el diputado, un tributo rendido a la causa de la
civilizacin. Cay peleando contra los espectros del indio, en el fortn del
pueblo.
El animal es mucho ms resignado en su aislamiento; vive encerrado en su
piel y no tiene en su sangre grmenes de simpata y de altruismo que lo perviertan.
Teme o ataca sin estar en todo momento a la expectativa de la agresin, sin
elucubrar larga y sordamente la venganza. En la poca de celo se acopla, defiende
la cra y luego vuelve a su soledad.
Pero todo aquello es la llanura; y la lejana de los pueblos y su violenta
emulsin de pasiones, la victoria pstuma del indio desalojado por una fuerza
anrquica, tnicamente ms dbil que l. Estos pueblos nuevos son reductos de
viejas violencias, que se infiltran por sus porosas paredes de tierra Cuando esa
fuerza alojada carne adentro est en reposo, baja el prpado y pone en los labios la
respuesta imprecisa y tmida. Mas despierta sin alzarse y desde abajo descarga su
pregunta artera, que va hasta el fondo del alma, cargada de intencin.

DESCONFIANZA.

Los habitantes de esos pueblos que he conocido, son ingenuos y recelosos.


Desconfan porque son ignorantes, y no se sabra decir qu resabios hay en sus
fisonomas y en sus gestos, de la soledad hostil que los circunda. Su cortesa es
prevenida y poseen frmulas de saludo y despedida de un ceremonial que debi
usarse, a no dudar, hace muchos siglos. Son seres incompletos, sin forma
psicolgica precisa, con la sola integridad y unidad de su cuerpo. El alma est
cruzada de zonas estriles, de vegetaciones silvestres. Hasta lo que saben es
ignorancia; hasta la honradez es un adorno fuera de moda. No viven en la plenitud
de la salud, ni estn sanos; ni en la plenitud de la inteligencia, si son inteligentes;
ni en la plenitud de la riqueza, si son ricos. Fllales el desarrollo plenario que da a
las formas su tamao y su robustez adecuados. Han sido arrojados al lugar donde
estn, desde el abuelo, o antes, y parecen guardar un secreto rencor que ha perdido
franqueza. Buscan en nosotros un secreto motivo de burla; nos examinan hasta
que encuentran el punto vulnerable que les reintegre a la tranquila conciencia de la
plenitud de su ser. Todo lo que sabemos, lo que moralmente somos, todo el
trabajo que nos cost ser esto poco que podemos mostrar sin sonrojarnos, no
significa nada.
Es que slo les falta lo que al ser completo le sobra, aquello nico que deja
un saldo a favor cuando se compara lo que debiramos de haber sido y lo que a
pesar de todo hemos llegado a ser. Todo ese plus pasa inadvertido. Les falta el
bienestar, la comodidad, la generosidad, la indulgencia, el odo de los timbres y la
vista de los grupos armnicos unidos. Se han formado sin conjugar su persona en
todos los tiempos y modos de los verbos amar y vivir. Saben muchas cosas que ya
olvidaron los hombres de las ciudades; creen lo que ya nadie cree y desconfan
por los mismos motivos que los inducen a amar. Es que permanecen impvidos
como esa naturaleza, como ese campo, como ese animal que cuidan, como el
pueblo.
Quieren divertirse y no saben; quieren amar y son grotescos, porque en las
fintas ms delicadas se ve el sexo desnudo. La soledad los ha defraudado,
ensendoles mentiras. Confunden los nombres y las lechas y cualquier respuesta
les basta; leen diarios y revistas, estn ms o menos al tanto de lo que ocurre, pero
les falta el sentido de la continuidad, el acorde en que se unen las voces dispersas
que se les transmiten y confunden unas noticias con las otras. Saben hablar y slo
piensan palabras. Por esa circunstancia, los hechos ocurridos dos o tres das antes
tienen para ellos la lejana que para nosotros una pgina de Tucdides, que
creemos entender y que no entendemos ya. La radio les lleva sonidos
desarticulados de la garganta de las urbes cosmopolitas; y el vestido que encargan
les sienta como a las madres los de antao; admiran lo detestable e ignoran el
resto. Para nuestros campesinos se imprimen pginas enteras de los grandes
rotativos, y se las llenan de colaboraciones especiales; para ellos se carga con
plvora la noticia policial que abunda en detalles repugnantes; para ellos se
destilan licores de alta graduacin y se escriben y declaman versos cursis. La gran
ciudad colabora de ese modo con la pampa; la inmensa distancia que han de
recorrer y la amplitud de la difusin pone en las ideas dos piernas poderosas.
Puede el autor olvidarse de los lectores provincianos y el msico creer que no
existen; desde el campo llegan sigilosamente, se le ponen a su lado y le exigen
que pague su tributo a la tierra. A travs de tales distancias de lodo orden, las
imgenes se deforman y la identidad del idioma no basta para crear idntica
acepcin en las palabras; aun ese vehculo nos mantiene incomunicados.

LOS POBRES
Toda esa circulacin de monedas falsas, que se acuan para el interior, es
pobreza espiritual. Las ricas voces de la msica, las formas henchidas de emocin
de las artes plsticas, el pensamiento sereno o alto no valen all lo que las
monedas falsas y las joyas de chafalona. El pobre suea ricos sueos de pobre. La
soledad es pobreza. Aunque posean campos y ganados, son pobres; aunque tengan
comercios, propiedades y tierras, son pobres. Esos bienes significan el sacrificio
de sus personas ntegras, una clausura en un medio diptrico a cuyo travs se
deforman sentimientos, ideas y valores. Su fortuna no es llave para penetrar al
mundo, sino fortaleza para aislarse de l. Se han retirado al fondo de los campos
con su presa, tienen miedo y se agachan. Esa fortuna que no luce en nada lujoso,
excedente, artstico, superfluo, que es nicamente riqueza, los asla de los dems.
No es un caudal que lleve a todo, sino un exceso que inspira piedad. El pobre en
su banco de la plaza, es inmensamente rico en comparacin del hombre de campo.
Su dinero tiene el signo de la soledad y cuando viene a disfrutarlo a las ciudades,
lo acechan y quieren robrselo, porque no es digno de lo que tiene. Una operacin
quirrgica le arranca un trozo de la bola de estircol de oro que amas; un pleito
barre con leguas de campo; un amigo se lleva lo dems. Su riqueza no se entiende
mano a mano con nuestra pobreza ni con la riqueza de los verdaderamente ricos.
Podra entrar al mundo y el mundo se echara a sus pies, pero no puede. Cuanto le
rodea tiene fauces abiertas de avidez y de befa. No puede gastar esa fortuna que es
el precio de su vida, de la de su mujer y sus hijos. Lo ha devorado todo y por eso
el mundo amenaza devorarlo a l, recuperando la parte sustrada. Adems hay,
naturalmente, los pobres verdaderos, los pobres que no tienen nada, ni la
seguridad de su pobreza. Tienen tambin su vaga esperanza, aunque doblada por
el infortunio y la indiferencia. Al interior hemos arrojado la pobreza para que no
afeara las calles de las ciudades y para que no interrumpiera con su grito vivo un
sueo de cinematografa.
Aun la pobreza tiene algo de seguro cuando lo que rodea al pobre est
firmemente ligado al suelo y constituye la miserable mancomunidad del que no
tiene nada. En los viejos pases catlicos el pordiosero oculta algo de Dios; y en
un tiempo aqu iba a caballo y peda con la exigencia de los elegidos, sin apearse
ni dar las gracias.
Podramos definir al pobre de las urbes como el ciudadano que tiene la
ciudad por casa, y al viejo en su rancho como al desierto mismo. La pobreza
aislada lo es doblemente; queda reducirla a s y hasta le falta la asistencia social de
la edificacin compacta. Ese pobre del campo es un ser aislado por la soledad y
por lo que no tiene; se han roto los ligazones que unen al hombre con el
semejante. Entre nosotros, el pobre es un desertor, un trnsfuga que no tiene
derecho a no tener nada, y causa vergenza. Es nuestro padre que ha trabajado
cincuenta aos y no tiene nada; y nos da vergenza. Recordad esos otros pobres
que van con su bolsa al hombro, llevndose la tapera y la familia disuelta a
cuestas, de un pueblo a otro, por los caminos o por las vas del tren. Van en busca
de trabajo. No son vagabundos, son trabajadores. Ni tienen su pobreza, porque son
peones sin pan, hambrientos, y con las manos encallecidas. No conozco nada ms
solitario, ms sombro que estos transentes de la pampa, que recorren distancias
enormes, uno tras otro, alejados, lejanos. Acampan al pie de los terraplenes y
entonces se ve que en la bolsa llevan los escombros de la casa: utensilios de

cocina, mantas para dormir, platos para comer. Duermen juntos como las bestias,
porque la noche es demasiado fuerte para el alma y la pena; pero a la maana
siguiente uno parte primero y los dems echan a andar cuando el anterior casi ha
desaparecido. Parece que les falla Dios a su persona.
La pobreza en el campo pierde su aspecto de falla social y parece una
incapacidad individual, el castigo por un pecado misterioso. La sociedad queda
exenta de culpa, porque no existe; el estanciero, el chacarero, el acoplador de
frutos, qu tienen que ver con el pobre? Le dan albergue, y el espacio que va del
que tiene al que no tiene es tan grande que no se sabe quin debera reprochar al
otro, cuando el pobre se va. El indigente de nuestros campos se parece al animal
mucho ms que al hombre rico. El animal es el pobre por excelencia, privado de
toda superfluidad por fuera y por dentro. No tiene, no pide y para morirse
tampoco le basta. La miseria en el descampado es un accidente personal, y por lo
tanto una incgnita, una amenaza. Est suelta y, adems, no se ve que se haya
producido, como tampoco la riqueza, por presin de lo circundante, segn el
funcionamiento de un organismo que segrega tales desechos. Estos pobres del
campo, que viven de mate y galleta, procrean pobreza, exhalan pobreza. Como el
pueblo y las gentes trabajan para s, cada vez van quedando ms aislados y siendo
ms numerosos. En tanto esa gente viva en su soledad, formaba un sistema con el
ambiente, sin grados ni variedades, porque faltaba la relacin con otro estado
mejor. La distancia los mantena desvinculados de los dems y estaban cerca de
todo, pues sus puntos de referencia, a los cuales estaban atados los hilos de sus
vidas, eran el rancho, el rbol, el pozo, el perro, el caballo y su familia. Pero una
vez que el pueblo y con l su rancho, el rbol, el pozo, el perro y el caballo se
unieron a la gran ciudad lejana, entraron a formar parte de otro sistema mayor;
todo alrededor se puso en movimiento y su quietud tom rigideces cadavricas.
Entonces aument la soledad del pobre, cuando hubo distancia y diferencia entre
ese mundo local y el mundo inmenso. Todo lo que sirve para unir: telgrafo,
ferrocarril, automviles, lo separaban ms. La metrpoli comenz a arrastrar hacia
s toda la campaa, colocndolo a l cada da ms lejos, en los confines del mundo
primitivo.

III
SOLEDAD DEL MUNDO Y DEL HOMBRE

EL MUNDO Y EL HOMBRE
Aun los tmulos y cementerios que en el Ro Negro o en el valle
Calchaqu o en Campana atestiguan de ciudades prehistricas, no nos dicen nada,
aparte la curiosidad o el estudio; porque el indio es por excelencia el hombre sin
historia. Restos de ciudades y de cementerios han quedado unidos por signos
terrestres al lugar y no por signos vitales al tiempo. El indio no tiene pasado
porque no tiene porvenir; ocupa meramente el espacio que llena su cuerpo, vivo o
muerto, y como el animal, aun en sociedad desarrolla una vida que no sobrepasa
los lmites de sus sentidos. Nace y muere clandestinamente. Esos cementerios, los
pocos restos de viviendas que nos quedan, sus vasijas y utensilios, sus armas y

adornos, que como ellos tuvieron nombres, pertenecen a la arqueologa; son


simplemente pretrito intransitivo. Forman el eplogo de otra serie que ya no
interesa, y que queda al margen de la historia, fuera de su red, como la rama de los
prosimios se desarrolla al margen de la humanidad.
La historia apunta cuando el hombre hace y trabaja coordinadamente y,
ms an, cuando ese hacer y trabajar coordinados concuerdan con el estilo de
hacer y trabajar en general el hombre. Historia, por tanto, es lo que adquiere vida
independiente de las manos del hombre, y que existe tan fuertemente que llega a
forzarlo a proseguir en el sentido de la superestructura social. Los seres laterales,
que no colaboran en esa unidad de formas, caen en la etnografa: son naturaleza y
sus restos tambin. Carecen de esa potencia de evocacin sin esfuerzo, que en su
sentido ntimo resucita y revive dentro de s el pasado. Tampoco puede decirnos
nada el fsil, que pertenece a otro orden de la existencia, mas alejado todava,
aunque en la misma direccin tangencial. El fsil cuenta la historia de la tierra y
hasta la edad de la tierra ms bien que la historia de la especie desaparecida. Es,
en su cualidad de fsil, una pieza anatmica que no interesa tanto a la filognesis
de su especie como a la historia natural en su acepcin lata. Es una pieza, nica o
mltiple, y slo para la paleontologa vale por un ejemplar. Dice de una victoria
de las fuerzas todopoderosas de la naturaleza sobre las fuerzas dbiles y frgiles
de la vida, cuyo sentido es la pugna con ella. Hubo ah una fractura a favor de la
tierra y contra el vertebrado. El animal desaparecido con la extincin total de la
especie, supone un parntesis en el dominio definitivo del cosmos inconsciente,
todo lo contrario de la historia, que no slo es sucederse y cambiar, sino
sobrevivirse, salvar del cambio y del transcurso, un quantum eterno. En el fsil la
tierra muestra su brutal victoria y que ese ente alzado transitoriamente contra ella,
fue vencido. Tal ser fue un fugaz episodio en el largo monlogo de la materia
accidentalmente viva. Y as como en la ringlera de piedra del edificio en ruinas se
afirma una voluntad del hombre contra la fuerza horizontal de la naturaleza, en el
hueso petrificado se afirma todo el peso inerte que lo ha hundido. La naturaleza ha
vencido toda resistencia que se opona a sus leyes y el resto zoolgico es posicin,
menos que cadver; es tierra con la que entronca en su calidad de astro. El fsil es
un cuerpo astral.
En el proceso de la evolucin, hubo entre esos seres y los que hoy viven,
profundas roturas, desgajamientos que dejronlos aislados y sin parentesco en el
mundo viviente actual. Son la soledad en el hueso de piedra. Pero aquellas
especies fsiles que tienen todava por lo menos un representante, entran en la
historia de la vida y salvan al antepasado de sumergirse en la historia del planeta.
El indio participa, aunque ms prximo a esa condicin puramente planetaria y
geogrfica, de la historia; forma la historia de los bastardos o la historia apcrifa.
Su cementerio es un resto etnogrfico y erudito; su ubicacin lgica, la vitrina del
museo. Se concatena, como captulo en la biografa del vertebrado. Las ruinas de
los imperios azteca e inca, como las de Guatemala y Colombia, nos dicen menos
que el ms modesto cementerio de campaa y mucho menos que el tejido manual
de la lana. No es la distancia en el tiempo; es la afinidad del destino de los que
aqu vivieron con el nuestro. Lo otro corresponde tambin a la erudicin y la
ciencia. Para nosotros no puede ser historia nada de todo aquello que ha ocurrido
fuera del foco de la experiencia aprovechada, nada que no est en la direccin del
desde donde o del hacia donde de nuestra trayectoria. Sobre este suelo sin pasado
humano somos los primeros pobladores del mundo.

Esa soledad del paisaje implica otra, de la cual en parte se deriva. Porque
aun la tierra ms infrtil puede dar impresin de estar llena, de ser habitable si en
otro tiempo lo fue. A la aridez natural se agrega esa aridez que slo el alma siente,
pero que siente muy adentro, cuando bajo sus pies no hay ms que el soporte
fsico del mundo. La soledad que se abre en el alma como una congoja inmotivada
y que quita inters humano al espectculo de la belleza panormica, es la falta de
historia. En esas regiones no ha ocurrido nada que hable hondamente al hombre,
el que por tanto no se nota como imagina Spengler, impelido desde las huellas de
sus pasos hacia adelante. Un hombre all est solo, como en el campo visual de un
microscopio o de un telescopio. Lo que hace, comienza por ltima vez. Frank
senta, bajo sus pies en el Colorado, tres civilizaciones superpuestas y
desaparecidas subindole hasta el cerebro; y Barres expres tambin esa
contigidad ininterrumpida sobre las praderas de Santa Odilia, como la muda
voluntad de sus muertos. Al atravesar nuestros campos y nuestros pueblos, de
nombres inexpresivos, nos sentimos como seres sin pasado, de paso, y hasta nos
repugna la ostentacin de apellidos huecos e insignificantes. Aun los nombres de
proceres y de episodios dan a los pueblos novedad y los hacen recientes. En otras
partes, los hombres tienen nombres de lugares, de ciudades, toponmicos, que van
hasta las cosas ms lejanas, aqu los pueblos tienen nombres de personas. En
muchos casos son pueblos annimos, con un apodo sin bautismo.
Se pueden cambiar casi todos los nombres de esos pueblos por otros, y
seguirn sindoles igualmente adecuados o impropios. Ledos en los letreros de
los andenes o en las nomenclaturas, se ve que han sido puestos sin que presidiera
a las denominaciones un alma de unidad lingstica o moral. Este es el apellido de
un guerrero extranjero que hizo campaas, arrastrado de aqu para all, y que no
figura siquiera en los manuales de historia; ese otro apellido, de distinto origen, lo
llevaba un buhonero que enriqueci y obtuvo una condecoracin de su pas; aquel
expresa sin duda algo en guaran o en quechua o en tehuelche, pero no sabemos
qu, ni interesa: es una palabra. Los nombres que llevan esos pueblos valen como
cifras diferenciales, y no les nace de adentro o desde el fondo de la vida del
contorno o de alguna peculiaridad del terreno o del pueblo que cambiar ms que
l.
Nuestros padres conocieron a las personas que evocan los letreros de los
andenes y las guias: eran lo mismo que hoy, ya muertos de muerte. El dueo de
los solares en que se levantaba una villa daba una hectrea para la plaza, mil varas
para el templo, un cuadrado de dimensiones convenientes para el cementerio y el
trecho de semforo a semforo para el ferrocarril; con lo que adquira la
inmortalidad tipogrfica a precio mdico. Pero los vecinos rara vez saben lo que
quieren decir o a quienes rememoran las palabras y los nombres, ni les importa.
De poblado a poblado puede haber treinta kilmetros y dos idiomas distintos de
por medio. Jams han pensado que ello pudiera ser de otro modo; permanecen a lo
lejos de las vidas, de las obras y de los accidentes geogrficos que puedan unir o
separar a los pueblos dentro de una nacin o entre dos naciones.
Con su nombre a cuestas, el pueblo permanece annimo, ya que no es nada
ms que un conglomerado de casas y una cantidad de gentes psicolgicamente de
trnsito. Habitados y sostenidos en alta tensin por pasiones, odios y sentimientos
de una unidad de tipo, son ya lo mismo que aquellos restos arqueolgicos que
ahora consideramos en desvos del camino de la humanidad; bien que menos
autnticos y menos ellos mismos. Si cualquier catstrofe ssmica los sepultara,

quedaran como piezas etnogrficas en el vasto osario comn. Y su nombre sera


el que despus se les pusiese.

LA SOLEDAD ANTIGUA
Nuestro territorio es muy antiguo y muy nuevo; el Mundo Primitivo, de la
Soledad, es el antiguo; el muy nuevo, de la grandeza y servidumbre, el actual. El
mundo actual puede circunscribirse en la zona de las lluvias frecuentes o zona de
ganados y cereales. Desde sus bordes declina lo que pertenece al blanco y a la
conquista humana, hasta penetrar en el planeta intacto, en la tumba del indio.
Dentro de nuestro territorio tambin estn los accidentes orognicos extremos,
con la Puna de Atacama, de los ms antiguos, y con los Andes, de los ms nuevos.
La Puna de Atacama y el grupo de los braslides son precmbricos,
coetneos del Escudo Canadiense, del Escudo Finoescandinavo y del macizo
siberiano, en que pueden justamente ubicarse los vrtices del tetraedro de
Lowthian Green. Podemos tocar ah la dermis de nuestro astro, con los misterios
tectnicos y eclpticos en la disposicin de sus moles y en el repliegue de sus
laderas. Con los gondwnides y patagnides alcanzamos la poca Paleozoica, casi
en estilo cmbrico-silrico puro. El viento y las aguas han desgastado las
cumbres, pero el ojo reconstruye la lnea rota del flanco y recorta en el cielo el
perfil de los tiempos estelares; inevitablemente. En cambio los Andes que llegan
hasta el cretceo fueron vistos durante su formacin por ojos completos como los
nuestros. Entonces hundironse el centro y el norte, hasta el Brasil, y se form el
suelo de la pampa.
De modo que entre la montaa y las mesetas, que son dominio del indio, y
las llanuras, dominio del blanco, hay intervalos de perodos enteros, de toda la Era
Terciaria, como entre el aborigen y el blanco intermedian India, Egipto, China y
Europa.
El ocano que cubri casi toda la superficie del continente, ha dejado
rastros en distintos parajes: mdanos errtiles que invaden los terrenos labrantos
y salinas extensas diseminadas por todo el territorio. Lo que todava pertenece al
ocano, embota la herramienta y laxa el brazo. El paisaje adquiere tonos
primitivos y bblicamente lgubres en la sal que se mezcla con la arena. Cardones,
tunas y numerosos ejemplares de la ora halfila, defienden su soledad de
imaginarios enemigos que hace ya muchos siglos sucumbieron. La pa de espina
evoca la piel de suela del gigantesco desdentado que no existe. En esos yermos se
alzaron ciudades bblicas; se las fund en donde el pasto haba vencido al salitre:
San Luis, Crdoba, La Rioja, Catamarca, San Juan, Mendoza, San Rafael,
Santiago del Estero. Quedaron rodeadas de desierto, y hay que trabajar e irrigar
sin descanso para que no penetre desde el fondo de los siglos por sus calles y
vuelva a sumir las casas en arena y sal, en un simple fenmeno de smosis.
La base, el plan fundamental, es la montaa. Debajo de la pampa est la
montaa reducida a llanura; el Chaco y Misiones, que parecen hundir sus races
hasta el limo del Gnesis, tienen base roquea. Del hundimiento de los
antiqusimos ncleos continentales de Brasilia - desde el norte hasta el Ro
Colorado y de Patagonia desde el Ro Colorado al sur , anteriores al
devnico, qued bajo el agua en el oligoceno y bajo el loess en el cuaternario, la
plataforma de piedra inmersa que constituye la casi totalidad del territorio
argentino. En el hundimiento del Chaco, que dio estructura continua a la Pampa

hasta las mesetas patagnicas, se sostuvo el ancho macizo de Atacama, cuya Puna
rompe la unidad geolgica cortical. Con la Pampa del Monte y Patagonia es la
tierra del primato. Cuando el intruso ocup las llanuras frtiles, el indio se
aventur a llegar hasta ellas luego de exilado; pero una vez que fue repelido sin
desquite, se refugi en la vasta zona neutral, en el seno de un mundo que no
conoci la vida. Ah est delimitada la frontera entre Amrica y Europa, que
penetr hasta los bordes mismos de los terrenos sedimentarios. En aquella otra
zona estn los fsiles ms antiguos que se conocen, los yacimientos de petrleo,
las minas metalferas y las plantas xerfilas multimilenarias. Ahora es el mundo
del indgena y el receptculo de las fuerzas primitivas, cuyos hlitos cunden
imperceptiblemente por las ciudades, derriban por s solas, las paredes y avientan
los yuyos preparndose el avance. El indio se confin en esas regiones para morir,
porque esa tierra es la muerte.

SPTIMA SOLEDAD
Contemplar el mapamundi es como mirar al fondo de uno mismo, el
esquema de la historia del hombre. Es ver el esqueleto de la tierra. Lo que se
advierte es inefable, sin significado para el pensamiento y la sensibilidad, hondo y
lejano hasta la sangre. La comprensin intuitiva de nuestra tierra en el mapa,
desliga la mente del contexto de razn que nos vincula al mundo en nuestra
condicin de seres de espritu. Esa desencarnacin produce el espanto de la
soledad, nunca sentida en el aislamiento voluntario ni en las representaciones
imaginativas. Quien no experimenta esa impresin orgnica y csmica de
fatalidad examinando el globo terrqueo como astro, dentro de l sus masas
slidas como el soporte de una raza olmpica, y ms adentro la vida como un
fenmeno momentneo en la existencia de un astro, no puede entender el
verdadero sino del mundo y del hombre. Ni puede explicarse cmo actan las
fuerzas biolgicas para determinar las regiones en que la vida sobresaldr o
quedar estancada para siempre. Se acenta esa glacial impresin que penetra por
el ojo, como rgano de sentir el espacio, al pasar del hemisferio boreal al austral.
Viajar es algo as como estar en el mismo sitio que el cuerpo ocupa; pero tener en
la mano la esfera es mirarla con los ojos de Dios. El hemisferio boreal aparece
como un plano homogneo de vida. La estepa rusa, los desiertos de India y China
semejan escamas de planeta intercaladas en una pulpa pensante y doliente. En lo
dems, sobre todo en los bordes mediterrneos, ricos de vida como pstulas, en el
borde clido del noroeste y en el levante de Asia, pulula una existencia compacta.
Encerrando en una circunferencia de mximo radio la mayor cantidad de
tierra posible, con Europa, Asia, frica y tres cuartas partes de Amrica, la isla
Dumet es su centro geomtrico. Los primeros hombres y los mejores aparecieron
a las orillas del canal de la Mancha, muy cerca. Invirtiendo la esfera tendramos
un hemisferio de nueve partes de agua y slo una de tierra, con Australia, Nueva
Zelandia, Nueva Guinea, archipilago de la Sonda y la restante cuarta parte de
Amrica, con Argentina y Chile ntegros. Su centro geomtrico quedara prximo
a las islas Warekauri, en pleno Pacfico. Esta mitad del agua es la ms antigua del
planeta, el mundo siluriano. Europa es el polo humano; hay diecinueve
probabilidades en favor y una en contra, de que a cada punto slido del planeta
corresponda un punto antpoda de agua. Por otra parte, el trpico de Capricornio
cierra un ciclo morfolgico; en su franja yacen los ms copiosos depsitos de

fsiles y aun viven los ejemplares de especies ms antiguas que ellos. Patagonia,
que hasta el Eoceno form un territorio con la tierra polar, concierta
geolgicamente con el sur de frica, la isla Tasmania y Nueva Zelandia. Tambin
una sorprendente identidad de formas estructurales resalta en los relieves
gondwnides con que las sierras pampeanas se identifican a las del Asia britnica
y a los cpides de Surfrica; y correlativamente concuerdan las estructuras seas
de los seres que poblaron el trpico. De consuno han trabajado fuerzas anlogas
sobre la tierra y los seres del hemisferio del agua. Todava son palpables las
huellas del trabajo neptnico; las hernias y cicatrices se pueden tocar. Asimismo
la lucha entre el hombre y el mundo ha de ser aqu mas difcil que en el
hemisferio terrqueo, que es lo que sentimos en el fondo del alma.
Patagonia, hasta Ro Negro particularmente, pero toda la llanura que
conocemos con el nombre indgena de Pampa, es tambin el lecho del ocano,
aunque sin recubrir, spero, amargo. I'.s un cabo que se sumerge a partir de Tierra
del Fuego, y que muy posiblemente estuvo unido al macizo antrtico, Ms tarde,
cuando las aguas que cubrieron casi todo el territorio se retiraron, en las zonas
ofelotrmicas, se agruparon tantas especies zoolgicas ya extinguidas como en
ninguna otra parte del mundo. Cambiaron los climas y hubieron de emigrar, a
travs del Arquelenis, si existi, o remontando hacia la eclptica, todava sin fijar.
Otras especies, los cetceos y pinnpedos, sobrevivieron acomodando su
organismo a las fuerzas ocenicas que predominan an: la pata se convirti en
aleta.
Sobre estas tierras del Atlntico y el Pacfico, no sera posible contemplar
el mapamundi sin sentir ancestrales escalofros a lo largo de la mdula, donde las
edades geolgicas han dejado inscritas las peripecias de la forma humana. La vista
comprende mejor que la inteligencia, que esta parle del mundo sobre la que luce el
cielo ms rico de estrellas y nebulosas, est en los confines del Planeta. En
Ushuaia viven los hombres que habitan el extremo sur del globo; ah est el
presidio; el cielo es el lugar ms prximo.

LOS DOMINIOS DEL AGUA


Desde el Atlntico hasta la cordillera, la Patagonia va trepando sobre s en
terrenos que forman las pampas ridas, con profundos valles que descienden
hasta mil pies. El levantamiento de esas tierras fue intermitente. En el Eoceno
chocaban las masas de agua que retrocedan desde el fondo occidental con las que
empujaba el ocano hacia arriba. La formacin santacrucea comienza en esas
capas alternadas de agua martima y agua pluvial. Quedan algunos lagos salobres,
reminiscencias geolgicas de un largo perodo ocenico, que conserva la tnica
fundamental a la mitad austral y occidental de la Repblica. Esos accidentes que
estereotipan en la topografa particular del sur la lucha de las aguas, guardan a la
vez en la planicie vestigios de la convulsin que hiciera, ms lejos, emerger los
Andes, tambin del fondo del ocano. Huellas de esa tentativa de sublevacin
frustrada son las barrancas, las quebradas y los albardones. Es la postura en que
qued vencida. Subsisten como cicatrices y apfisis a flor de piel de aquella poca
que parece actual. En el fondo de los caones, yacen los cauces de los ros
antiqusimos, que dejaron de correr hace millares de aos, mucho antes de que el
hominidio buscara reparo de los vientos helados bajo los carapachos de
gliptodones. Remontando lo que habr sido el curso de esos ros extinguidos y

diluviales, se alcanzan las mesetas centrales de la Patagonia, interminables y


estriles. El litoral, en amplias lonjas de playa que separan el ocano que espera su
represalia de las barrancas que lo han vencido es, como las salinas de la Pampa
del Monte, de arena y salitre.
La vida en esos lugares exige un sacrificio que el individuo puede realizar
en actos de suprema renuncia, pero que la especie tiene que rehusar al fin. Esa
tierra pertenece al ocano y no al hombre.
En esas mesetas no hay pjaros mayores, ni animales mayores, ni rboles.
Los seres que las poblaron han sido absorbidos, incorporados a la tierra en que
yacen. Los fsiles indican que hace muchos siglos que terminaron en ellas las
condiciones propicias para la vida cuaternaria, y que ha vuelto a invaginarse en la
Era Cenozoica. Ese paisaje, que es ahora ms o menos como en el Eoceno y en el
Cretceo superior, conserva su fauna dentro.
Hubo tambin aves, pero aves enormes, de crneos ms voluminosos que
el del caballo. Ya haban desaparecido cuando el homo pampaeus emigr. Hoy
por esos cielos densos, de invisibles cuchillos que hieren las carnes y las abren a
tajos de fro, no vuelan pjaros y la absoluta ausencia de ruidos pone en los
tmpanos una pelcula de sordera y una opresin de campana neumtica.

LAS FUERZAS DE LA SOLEDAD


1. Sobre ese mundo del Eoceno sopla un viento que parece venir del fondo
de las Eras geolgicas. Un viento persistente, fortsimo, cargado de ozonos
csmicos, de oxgenos qumicamente puros, en corrientes semejantes a
gulfstreams atmosfricos. Nadie puede resistirlos hoy; acaso empujaron en la
direccin de su curso la emigracin de los placentarios. Es un viento vaco, de
cisterna y de glaciar, que arrastra las montaas partcula a partcula, frotndolas y
limndolas como en los perodos iniciales. Impele aludes de polvo fino en
remolinos y en nubes que ciegan al mismo tiempo que solivian los cuerpos con
fuerzas levitatorias. Ese torrente de aire es la mquina elica en toda su potencia
primitiva, en pleno trabajo erosivo, fabricando terrenos cuaternarios, afilando los
arbustos hasta darles el aspecto de madejas de alambre de pa. Ese viento est an
en la faena mecnica del Jursico y por ello da a esa parte del continente
semblante primieval, conteniendo el avance del tiempo. El Pampero no es ms
que un brazo delgado que se desva y el Zonda un arroyuelo areo. No permite
vivir al hombre, que acaba enloquecido si se empea en resistirlo. Atraviesa el
crneo y produce el ansia de la fuga, una neurosis de soledad, un pnico que
impulsa a correr sin descanso, o a matarse. El trnsito de carros y camiones es
imposible; levanta las huellas de los vehculos que han pasado antes y vuelve a
dejar el suelo sin rastros de las llantas ni de las herraduras.
Soplan esos vientos del oeste y del suroeste, tan violentos que impiden
todo cultivo; no hay raz capaz de retener al rbol, y no hay rboles; los animales
mueren en rebaos enteros. Solamente la oveja resiste la intemperie. Se dira que
el viento es el cuerpo sensible de la soledad: denso, como el qu Dante puso en el
segundo crculo del Infierno para que los amantes no se pudieran unir ni or, o
como el que separ las llamas de los cadveres de Eteocles y Polinices segn una
vieja leyenda que Esquilo no conoca ya. Es el viento estril como el mar, el
viento del mar, el mar como viento.

Los animales presienten cundo ha de llegar; levantan la cabeza y se


azoran. Con muy escasas treguas, esos vientos comienzan en la primavera y se
prolongan hasta despus del verano. Corren a velocidades que alcanzan los 90
kilmetros, atraviesan la Patagonia a todo lo ancho y se internan en el Atlntico,
desde el fondo del Pacfico.
2. Esa direccin siguen tambin las aguas. Los ros se vierten en el
Atlntico, como los vientos. Es la marcha de las fuerzas oscuras del centro y del
sur: de la cordillera al ocano. No hay cursos de mucho caudal; el verdadero
centro hidrogrfico termina en ramales absorbidos por la tierra hidrpica, que
sigue siendo un lecho ecureo, vido de agua. Casi nunca llueve y la sed es el otro
enemigo invisible. No es sa la regin del agua dulce, de las frutas jugosas, sino
del agua salobre, impotable; del agua qumica e hidrulica; o del petrleo. Los
pozos que all se perforan no van cu busca de las vetas de beber, sino de la
profunda corriente precmbrica. Y sin embargo, los descubri la sed. Tampoco es
el hombre quien los perfora; es la sonda elctrica con millares de caballos de
fuerza. Capitales fabulosos manejan esas barretas de centenares de metros de
acero. La fuerza motriz del mundo de las mquinas, en cantidades slo inteligibles
en cifras, cavan esos pozos artesianos de petrleo, que es el agua de ese paisaje.
La fertilidad de ese mundo primitivo es el mineral; y la ingeniera y la
sociedad annima, como fuerzas igualmente mundiales, la utilizan; no el hombre.
El hombre es una herramienta que se deteriora en este trabajo en que estn
asociados el capital y el subsuelo.
3. Sorprende que el hombre se aventure hasta estas regiones del primer
didelfo; va en busca de fortuna. Pone a prueba la resistencia del cuerpo y de la
razn a las dificultades del clima y a la dureza de la lucha por la vida. Es un
individuo que va solo, desligado de todo afecto, sin escrpulos. Va a luchar sin
piedad contra esa naturaleza inmisericorde. Quiere tentar la suerte apostando su
vida. Si fracasa, vuelve, deshecho, a vencer en la ciudad con el resto de las fuerzas
que le quedan.
Otras veces es ms cruelmente derrotado y permanece vegetando, junto a
rebaos de ovejas ajenas, en una vida de pastor de renos. En este hombre se
despiertan apetitos profundos y antiguos, como en el pozo de petrleo brota una
vida profunda y antigua. Queda reducido a las formas mnimas de la existencia,
distendido a lo largo de millares de siglos. Siente bramar en su carne un ardor
sexual que lo conduce a todos los desrdenes imaginables. Hay por ah mujeres
que tambin han sido llevadas por la fiebre de hacer fortuna, que cobran su cuerpo
al precio de la fruta. Horribles o hermosas, adolescentes o ancianas, significan lo
mismo en ese comercio desesperado del placer: mujeres. El hombre no les exige
que sean otra cosa. Su instinto de perdurar, de no ser segado de raz se manifiesta
en ansias insaciables de perpetuar su persona. La soledad lo espolea y se lanza sin
freno al deleite; el miedo a la muerte total y annima lo empuja a ese acto
simblico de la vida. El frenes sexual es la fiebre de las llanuras ridas y fras.
Otra fiebre de ese clima es el alcoholismo, blsamo contra la soledad. El alcohol
ofrece un modo de evadirse del aislamiento, de saltar al mundo, como el apetito
sexual es el modo de entrar a l, de poseerlo, de quedarse. Ese hombre que con
todas sus fuerzas animales desea procrear, con todas sus fuerzas humanas desea
morir. Por ambas embriagueces arrebata su persona a una realidad que anhela
destruir y la sumerge en la direccin desesperada del futuro y de la vida.
Poblaciones enteras viven en el estado sonamblico del amor libre y de la
embriaguez. Tales son los estragos de la soledad. Mineros o pastores, esos

hombres son un peligro; y cuando se sublevan porque no tienen qu comer, o


porque forman un nmero suficiente para sublevarse, se lanzan contra los pueblos
y los rebaos al asalto, como penados evadidos. Entonces hay que matarlos a
tiros, empleando, si es menester, la fuerza del ejrcito. Viven y mueren como
lobos.
4. La perpetua sequa da a esa regin las caractersticas de las zonas
desrticas, en panoramas de astros viejos. Slo en invierno llueve, muy poco
tiempo y con gran fuerza. Entonces los cauces se hinchan y los ros corren
revolvindose como serpientes sobre la tierra permeable, que pronto los embebe.
As se extinguen a poco de emprendida la carrera violenta. De consuno con la
tierra anhidra, el viento del oeste apresura su evaporacin; y un ro es un sueo.
El lapso geolgico que viene del Terciario inferior al superior, ha
sembrado de cantos rodados el suelo. Desde el Mioceno, impetuosos torrentes
precipitados de la Cordillera desperdigaron esos trozos de montaa que las aguas
dulces luego acabaron de dispersar. Forman el piso tehuelche, desde el estrecho de
Magallanes hasta el Ro Negro; en la cordillera destrozada sobre un terreno ms
antiguo que ella. En ese pedregal crecen las plantas duras, de una flora de
suplicios. Es la estepa argentina, tan igual a Siberia que no falta ni el ser humano
que la padezca. Esa flora nociva, se extiende rala y acerada, desde la precordillera
al Neuqun. Luego penetra por la Pampa del Monte y llega hasta las sierras
pampeanas, hasta ese otro pedazo de planeta an ms antiguo. Son las plantas de
los mdanos y los salitrales; enanas, sin frutos, sin pulpa y sin flor, aplastadas
contra el suelo, de color de reptiles. Con sus hojas coriceas semejan arcnidos y
crustceos de metal, en una vegetacin como la del crculo de los suicidas. Tras
esas matas se ocultaban las almas despavoridas, donde las encontraban las perras
negras que iban a destrozarlas. Entre esas matas muere a veces el hombre, acosado
por males terribles, solo, como un perro que se muerde su hgado o su peritoneo.
Algunos arbustos se yerguen hasta cuatro metros; pero son siempre las
mismas plantas enjutas, de pas, de espinas, de tallo contrahecho y leoso.
Maderas combustibles que se evaporan en fuego, como los ros en aire; matas
negras, erizadas de estiletes venenosos, de tallos apenas ramificados y que
terminan en una lanceta; stipa, festuca, poa, sampa, el neneo, que es un erizo de
mar. Hojas cilndricas y filosas como gubias e instrumentos de ciruga, crecen
entre las piedras, en extensiones infinitas. Slo en los valles, donde el agua se
concentra y forma limos hmedos o en los caones, que son algo semejante a los
fsiles de los antiguos torrentes, la vegetacin se aprieta en una solidaridad de
rebao abandonado y abre una pupila de bondad al cielo. Son los oasis adonde
acuden los animales y los hombres, a buscar un trozo de suelo cuaternario y un
abrigo contra el fro y el aire, que tienen ms de cien millones de aos de
antigedad.
Todo ese dominio de la naturaleza, recintos en que la tierra defiende
intactas su gea, su flora y su fauna, son confines a los que el hijo de la llanura fue
arrojado y donde se extinguir. Lo dems, la tierra plana, la pampa litoral y
central, es Argentina, la tierra de Europa, la tierra del blanco. Pero entre esa
pampa frtil, nueva, y aquel mundo oscuro, antiguo, est el hijo del blanco y de la
india, que tiene que optar y que tardar centenares de aos en decidirse, dejndolo
todo en suspenso hasta ese da.

FUERZAS PRIMITIVAS
I FUERZAS TELRICAS
II FUERZAS MECNICAS
III FUERZAS PSQUICAS

I
LAS FUERZAS TELRICAS

LOS MOLDES DE TIERRA


Cuanto ms ansi el hombre de la pampa, ms esclavo fue, encerrado en
un crculo de alambres de pa. La ambicin se le enredaba en los pies y las
manos, aunque no le naca como un hijo, sino como una tumefaccin de su
persona. Tiene el hombre de la pampa una concepcin restringida del mundo, y
est cautivo en los lmites de esa concepcin, en la jaula de su horizonte. Cree
dominar un sector de la realidad, sobre la que acaso ejerce seoro, y est
convertido en instrumento de esa realidad que no tiene salida al mundo. Pues no
es ni siquiera dichoso.
Luchando contra el medio cambiante, variable y movedizo, que tena la
forma acabada de lo informe,, adquiri esas condiciones de instabilidad, de
inseguridad, que por reflejo trasmite hoy al medio demasiado plstico que le
rodea. Lo que le circunda expresa su natural idiosincrasia, es verdad, pues las
cosas que hizo quedaron con la seal de sus manos; pero l es el exponente de lo
que le circunda y ya tiene la forma acabada de lo informe. A esto podemos llamar
un crculo de alambres de pa.
Todo hacer es un recomenzar, despus de muchos siglos, de lo que
millares de veces ya ocurri, amasndose el mundo y el hombre sin usar
levaduras.
El mundo primitivo impona sus formas al hombre primitivo; empero,
juntamente ceda con gran facilidad al modelado de sus dedos. Todava el limo
estaba fresco en su carne. Le bastaban sus manos; ms tarde cre herramientas
complicadas. Nada hay aqu que corresponda al esquema de una mquina, excepto
las fuerzas annimas que la oxidan. El gaucho, por ejemplo, no es un ser en va de
formacin, sino el tipo concluido de una naturaleza que tiene en grande sus
mismas formas. No es un germen nuevo de nada, sino un ser invadido y acabado.
En nuestro mundo sin estructuras mecanizadas, el alma, lo ms dbil y maleable,
es lo que cedi primero. Criando ganados, el artesano se convirti en pastor. Vivi
junto a ellos, apacentndolos, esquilndolos, desollndolos, aprovechndolos,
vendindolos, como si estuviera aprendiendo a comprenderlos. Cuando Azara lo
vio, jugaba y beba; ahora negocia y se contempla con ufana, que es lo mismo.
Mientras pasten las vacas y las ovejas, jugar y beber. Aos despus se haba
convertido en ser de limitada voluntad de cierta unilateralidad pecuaria, en quien
la bondad, si electivamente la conserva, toma los visos de una virtud herbvora.
No hace otra cosa, no sabe otra cosa. Pero el animal rapaz no se doblega al
herbvoro, y de la mansedumbre del rumiante extrae su vigor.

El ganado en pie, que constituy la base de nuestras grandes fortunas, fue


el tendn de las guerras civiles, el esqueleto de la Nacin y la piedra de escndalo
de los gobiernos. Debajo y dentro de su cuero se vivi.
Hay una forma de comerciar, de contratar, de emparentar, de estar
melanclicos, de amar, de bailar y de mirar las cosas, que tiene el estilo de esa
materia viva o muerta. Entre el gobierno y el manejo de una estancia; entre el
funcionario y el capataz; entre las ciudades y los frigorficos hay estrechas
similitudes. Todo ello se form al mismo tiempo, diferenciada cada especie de
una nebulosa hasta constituir constelaciones delimitadas en una misma figura
zodiacal: Taurus. Mientras nuestros padres peregrinos crean que daban forma a
este mundo, lo que ya tena forma en l y lo informe, que era la rebaba de esa
forma, los modelaban a su imagen y semejanza. De este proceso de formacin de
un temperamento, de un personaje, de un captulo de historia, de un predominio
de casta, condensndose todo de una Va Lctea agropecuaria, tenemos un
ejemplo en la capitulacin de Buenos Aires frente a Santa Fe. No pensaban
Dorrego ni Lpez, Rodrguez ni Rosas, que estaban asistiendo a un acto
simblico, en el meridiano de la poca del cuero. La capitulacin, como se sabe,
se formaliz con la entrega de 25 000 vacas, que Rosas se hizo garante de oblar, y
que super con una filigrana de opulencia en 5146 cabezas, quedando de ese
modo vencedor por treinta aos. Apareca en las clusulas de la capitulacin como
indemnizacin por los daos causados a Santa Fe; pero era un botn y un golpe
maestro. A la derrota moral de Lpez, aceptando la ddiva enherbolada, Rosas,
muchsimo ms hbil, le agreg una fiesta en Los Cerrillos, con malambo y
sortija. En todo esto estn complicadas la poltica, la economa, el arte, Amrica,
la prehistoria y la diplomacia; de otro modo no sera un hecho simblico. Para el
pago de la estipulada indemnizacin en especie, Rosas tuvo que recurrir a la
suscripcin de otros estancieros, pues su cabaa, para mayor suerte, haba sido
saqueada por los indios y diezmada por la sequa. Comprometi a los dems en un
acto de honor, con maniobras de caudillo que concordaban con la poltica que
haba expuesto en su Manual del Estanciero, verdadero cdigo de Hammurabi y
Tablas de nuestra ley. Esa contribucin era comn adems, y lo interesante estuvo
en la estrategia de aquel grande hombre de la pampa, en quien lo informe tom
forma acabada. Como aquel episodio eran todos, aunque no manejados con tal
maestra ni con el sentido de clave que tiene el Pacto de las Vacas.
Se combata por ellas, contra ellas y para ellas; las indemnizaciones se
pagaban y los daos morales se indemnizaban en esa moneda; y en el balance
quedaban muertos algunos hombres de la tropa. Las fuerzas que entraban en
juego, sin embargo, eran eternas; venan desde ms lejos que los protagonistas y
seguan arrastrndolo todo en su giro. Hombres e instituciones trasudan un vaho
gergico que llega desde las llanuras pobladas y son penetrados por un fro
milenario que arranca de la tumba del indio. La vida cvica base plasmando con
la sustancia viva de la pampa; hombres, cosas y hechos podran representarse en
la forma alegrica de los bestiarios medievales; el Estado se encor en un recio
cuero crudo, como se embuta al culpable, exponindolo luego al sol; olor de
sangre fresca y de frescos y lejanos alfalfares impregna la poltica, las finanzas, el
ejercicio de los cargos, la enseanza, la literatura y la amistad. Como Ayax del
lomo de buey, instituciones sociedades, centros, clubs, extraen su fuerza de la
pampa, del vaco y de la desconfianza del herbvoro.
Para el sostenimiento de los ejrcitos, la campaa contribua con su
hacienda, y el alambrado fue la primera leccin de derecho que recibi el cazador

de reses. Las tropillas de caballos y los rodeos de vacas provean al ejrcito de


vituallas y pertrechos; la industria de la curtiembre, el saladero y la talabartera
sta entre las mejores del mundo , prosper a la sombra de las guerras civiles,
como en las buenas dcadas de Roma. El dueo de las haciendas, para cuya
defensa del indio y del rival se haban establecido cuerpos de milicias regulares,
contribua en especie a su sostn; con ellas se haca luego la guerra para incautarse
de otras haciendas. Las guerras civiles son, desprovistas de su atavo
historiciforme, cuatrerismo organizado segn la indisciplina militar. En eso
acabaron las tropas de Lavalle y las de Rosas y los expedicionarios de Alsina y
Roca, quienes obtuvieron las tierras para la cra, adems. Finalmente, la fundacin
de la Facultad de Filosofa y Letras implic la previa creacin de la Facultad de
Agronoma y Veterinaria, sin la cual aqulla se habra considerado una entelequia.
Ya el pastor era un soldado; el soldado, un pastor. No hubo ninguna
diferencia, durante mucho tiempo, entre la cacera de animales y la cacera de
hombres, entre su potlack y su rgimen de vida, entre su poligamia y su religin.
La caza era una especie de guerra llevada contra seres cuya posesin se procuraba
por razones de utilidad, de seguridad o, simplemente, de supersticin. La guerra
desarroll ese mismo espritu de dominio contra el semejante; por la ocupacin de
su territorio, por el despojo de sus bienes, o por razones supersticiosas. Estos tres
mviles merecen en algunas historias el seudnimo de poltica, pero en las
Etnografas reciben ms modestos nombres. El pueblo de cazadores que viva
merodeando en los campos sin dueo reconocido las reses de quienquiera, era un
pueblo guerrero que, naturalmente, hubo de ejercitarse en las armas contra otro, en
seguida que adquiri la nocin de la fuerza o de la riqueza. Nuestros hicsos de la
pampa vivieron al acecho de una coyuntura favorable de llevar la guerra al
ejercicio cotidiano del saqueo de rebaos y del degello de vacas, caballos y
ovejas. Formaban, sin que se lo propusieran, un clan, con un mana colectivo y
formas ms o menos claras de totemismo. Se agrupaban en pagos, segn las
caractersticas topogrficas, en sociedad precaria muy inferior a la tribu indgena.
Pero respondan a un mismo espritu y eran capaces de solidaridad contra el
prjimo. Cualquier residuo o resonancia de vida civilizada, bastaba para dar a esa
eventual agrupacin blico-buclica, y a ese espritu de clan la seudoestructura del
ejrcito y del ideal de partido; con lo que las fuerzas instintivas y geogrficas se
sublimaron a la potencia de empresas heroicas, comerciales y jurdicas. En el
fondo subyacen los tres mviles primitivos.
La religin de tales agrupaciones aunque se le injerten inquietudes
msticas, suele ser el fetichismo y el totemismo: el indumento, el objeto con que
se arman en la tarea y la lucha (cuchillo), el culto del valor y de la libertad. El
animal que cabalgaban, el que coman y el que los acompaaba se convirtieron en
Noa, en espritus propicios; los enemigos del rebao fueron Tab. Enemigos del
rebao y de la libertad eran primeramente el ganadero, despus el saladerista y
ms tarde el estanciero; los tres gobernaron a su turno. Para esa poltica-religin,
los pueblos aborgenes tenan disposiciones que acentuaron, sin duda, los
animales corpulentos y resistentes que trajeron los Adelantados. En un medio tan
predispuesto al totemismo transferido, si no franco, las misiones jesuticas
exacerbaron la tendencia desvindola por cauces artificialmente abiertos.
Totemismo y fetichismo, latentes an en el gaucho, se encauzaron, pues, por otros
atajos, con la veneracin de las cosas pegadas al suelo, y en lo alto con imgenes
que convirtieron en pays. La credulidad en los amuletos de sustancia totmica y

una idea borrosa y sucia de la religin y del gobierno libre; y por otra parte las
misiones y las encomiendas como contraideales, produjeron ese otro aspecto
totmico-comercial del estanciero y del cuatrero, cuya potencia econmica y
personal se acrecentaba tangiblemente con el degello de las reses. La montonera
y la mazorca recogieron y elaboraron la sustancia mter. Convertido el degello
en tarea regular y en derecho de horca y cuchillo consuetudinario, con su tcnica y
provecho propios, trasmiten al degollador su mana de razn, libertad, fuerza y
fortuna. Esos instintos religiosos complicados con instintos econmicos, slo
pueden ser transferidos, y Sarmiento calcul por lo bajo en doscientos aos el
purgatorio de semejantes faltas. Estas fuerzas primitivas actan todava al sesgo.
Hoy en Mendoza y en San Juan, como los diablos en los cerdos, encarnan en las
turbas que manejan los polticos totmicos.
El clan, con su poder aglutinante, los agrup en la tropa campesina, que
erigi de sus mismas filas al caudillo por una necesidad automtica de
coordinacin y defensa; y por un imperativo idoltrico. El caudillo era el hombrepay, que defenda los intereses del clan, como el poltico es ahora el paterfamilias-pay, que defiende el hogar y los derechos conculcados por los
funcionarios.
Ms curioso es el abigeato y sus desarrollos meldicos, pues lleg a ser
hasta hace pocos aos una lucrativa industria en las provincias ganaderas, y an lo
es por tierras patagnicas y del noreste. Cuatrerismo y contrabando fueron
tambin formas derivadas de un sistema legal de comercio antes de la
Independencia, y a la vez formas supervivientes y atrofiadas del caudillismo
totmico y de la fe en sus noas. La eleccin de jefes por esas tribus de chirip,
recaa en aquel que poseyera ms, o mejor calidad de ganado, o un recado de
montar ms rico. Lo que en la germana de comit se entiende por poltica, por
democracia, por sufragio libre no es mejor ni peor: es eso mismo, y la Ley
Electoral es la mitologa de los vencedores de las ciudades en quienes encarnan
los demonios de las llanuras.
Representativos de este perodo son el baquiano y el rastreador, cuyos
avatares ltimos pueden verse en los conductores de multitudes y en los
improvisadores del saber.

EL BAQUIANO Y EL RASTREADOR
El baquiano posee finos rganos de orientacin y dotes de mdium. En l
parece haber tomado conciencia la tierra del secreto a que obedecen sus formas,
colores, consistencia, distribucin. Cada accidente est en la inteligencia del
baquiano, ligado indefectiblemente con otros, de manera que le basta contemplar
un limitadsimo trozo de paisaje para comprenderlo entero. Posee un don de
pensar lgicamente, segn las formas de los llanos, las selvas, las montaas, y de
sentir intuitivamente la proximidad del agua, los rboles y los seres. Adivinacin
y rabdomancia al mismo tiempo; y una infalible memoria estereoscpica, que se
orienta por indicios apenas visibles, sin que empero llegue a convertirlos en datos
sensibles ni en notas conscientes. Sin pensar, sin recordar, sabe cul es el camino
que hay que seguir, y de noche lleva en los pies la seguridad del sonmbulo.
En las guerras de la Independencia y en las civiles, fue el tctico y el
topgrafo. Su palabra mereca ciega fe. Rivera fue un militar afortunado, porque
conoca como la palma de la mano el litoral; Facundo y Lpez sus llanos. Los

generales, inclusive Gemes y Paz, tenan que entregarse a baquianos de las


regiones. Sin planos, en tierras despobladas la estrategia quedaba subordinada al
conocimiento de las regiones. Ramrez, Here, Ibarra, maniobraban en sus
pagos, seguros del paisaje como bandidos. Dorrego fue derrotado en Gamonal
porque los tcticos de Lpez, lo llevaron a parajes de pastos venenosos, y all
sucumbieron las cabalgaduras. Rosas conoca por el sabor los pastos de las
cuarenta estancias de la provincia de Buenos Aires. Todos esos hombres estaban
ms cercanos a la realidad que quienes la estudiaban. Saban dnde encontrar
jageles, haciendas o tropillas de refresco.
El baquiano no necesita haber pasado muchas veces por un mismo lugar;
puede no haberlo visto nunca. Pero por cierta experiencia de las hierbas, de los
colores de la tierra, de las remotas cumbres; asociando presagios y sugestiones
infinitesimales, liga el pedazo de campo o de selva que tiene ante la vista, a un
todo inmenso, a la conformacin de leguas y leguas. Conoce los vados y las
pocas en que descienden las aguas, huele las tormentas a travs de mucho
tiempo, los peligros se le acusan con nitidez de neurtico varios das antes de
presentrsele; calcula las distancias con precisin de teodolito y sus dictmenes
son infalibles.
Est dotado de esos rganos sutiles de los insectos y las aves, para registrar
en su sistema nervioso vibraciones delicadsimas; pues todo su saber misterioso
compete a los dominios de la sensibilidad magntica, sin duda. Ms bien que en el
conocimiento de las cosas externas, hllase en el secreto del modus operandi de la
naturaleza; con esa clave resuelve los problemas. Es algo semejante al olfato del
sabueso, en un orden ms intelectual, ms complejo. Interrogado, difcilmente
podra decir por qu toma determinado rumbo y no otro, por qu sospecha que
haya a diez leguas un ro. Esas razones que puede dar nos resultarn ridculas o
capciosas, pero acierta: por la senda que elige se llega a destino y a diez, leguas
hay, en efecto, un ro. Si quiere acorta camino internndose por senderos
inexplorados y anunciar a qu hora hallarn plantas forrajeras o poblaciones. Le
bastan algunas notas o el diagrama rtmico de una frase para comprender toda una
sinfona de colinas, repliegues ptreos, pantanos. Con un fmur o un diente de ese
gnero de anatoma, reconstruye el esqueleto de un paisaje cuyas secciones se
articulan a sus ojos con inequvoca naturalidad.
Tipo gemelo del baquiano es el rastreador. El rastreador tiene sus antenas
en los nervios pticos y est todo l en la vista. Si el otro es el intuitivo, el
descubridor, el rabdomante, ste es el analtico, el lgico, la paloma o el pez al
que basta un indicio apenas perceptible como referencia, para deducir un largo
silogismo de orientacin. Sarmiento lo presenta como personaje grave,
circunspecto, convencido de su capacidad milagrera y de la autoridad de su
palabra. En Calbar estn su figura y su dignidad lijadas para siempre. Darwin
tambin ha referido extraordinarios prodigios de rastreador. El rgano supremo de
palpar, oler, pensar, escuchar, imaginar, es el ojo; la naturaleza lo ha dotado de
una pupila sabia, cerebral. Conoce la diferencia entre la hierba que se marchita
sola y la que se marchita por presin de un cuerpo extrao; en la huella ve si la
bestia va cansada, satisfecha o hambrienta, si cargada de tiro, si era macho o
hembra, si era regida por mano segura o inexperta, si era guiada con o sin apuro.
Mira la tierra y distingue los montones de polvo dispuestos por el viento, las
aguas, o por el paso de alguien que se solivia. Por la huella del casco infiere toda
una historia detectivesca, y el criminal deja escrita la marcha, a sus ojos, como en
un plano. En las ramas encontrar pendientes partculas impalpables e invisibles

de algn cuerpo que lo roz, y en las hojas la seal imperceptible de las manos.
No es posible apoyarse impunemente a descansar contra el tronco de un rbol,
vadear un ro, avanzar trepando de rama en rama largos trechos; en cada sitio
queda la huella fresca por muchos das y l la ve. Aplica las lupas y linternas de
sus pupilas y en seguida sabe adonde dirigirse, ganando tiempo. La naturaleza
queda manchada y mustia en dondequiera que haya sido tocada. Sera imposible
desintegrar ese instinto que tan cerca est de la magia, de la aruspicina y de la
videncia onrica. Y sin embargo, todo es claro y lgico.

LOS PLANOS INCLINADOS


El que viene a ganar dinero, sin pasado encima y sin porvenir dentro, se
propone muy poco y puede triunfar. Lo que no puede es llenar un destino con
dinero, y la persecucin de la fortuna como ideal exige tarde o temprano que, as
como el oro asume la forma de lo que no existe, lo que no existe tome la forma
del oro. Todos conocemos a esos trnsfugas de los ideales humanos en quienes la
codicia reviste, en la vejez, pintorescos aspectos de altruismo. Es nuestro pioneer,
el propietario de la pampa, el actual buscador de tesoros, el que subvierte los
valores y regenta el emporio de los bienes adulterados. Todo lo que de verdad
parece que quiere el pioneer de la pampa: adquirir, ser amado o temido, sobresalir,
saber, no es ms que un apetito de objetos mal saciado. Hay slo un bien concreto,
positivo y apetecible: la fortuna con infinitos nombres; y una disposicin
fagednica: la forma cncava de lo que no se tiene. El ansia de poseer ahonda ms
la oquedad que quiere colmarse. Muy grande es el vaco que el hombre de la
pampa nota dentro de s cuando quiere incorporarse extensiones inmensas de
tierra, multitud de edificios, manadas incontables de ganados, ttulos de obras
escritas, mujeres, empleos. Eso que busca es un pretexto; lo que necesita es algo
con que llenar el vaco. Aspira a lograr efectos espirituales por encima de los
objetos materiales, y a lo ms consigue multiplicar por especies iguales lo que
consigue obtener. Aquello que logra es un sustituto de aquello a que aspira, y el
logro le mantiene insatisfecho, con mayor sed.
Vive un estado difuso de inquietud, hasta de desasosiego por algo que no
tiene, que no sabe bien qu es, en qu consiste, pero cuya necesidad lo roe
incesantemente por dentro. Busca una cosa y precisa otra. Bastara un poco de paz
en el hogar, un hijo inteligente; y es preciso, en cambio, acopiar fanegas y fanegas
de trigo, vender bolsas y bolsas de azcar, edificar una ciudad. Todo lo que le
falla en el orden social, todas las necesidades colectivas, las experimenta como
fallas trficas de s; todo lo que no es nutritivo en la atmsfera que respira y que
respiran los que ama, deja de alimentar rganos vitales que se empobrecen y
buscan su alimentacin en sustancias sustitutivas. Est desprovisto de esos
elementos imponderables que ayudan a vivir, que hacen menos ruda la muerte y
que permiten mirar al mundo con alegra sin rencor. Conforme triunfa en el orden
de las cosas materiales (mayores emolumentos, renta, fama, bienes) esa parte del
ser que no queda satisfecha, que no asimila, ni se tonifica, lo lleva a que quiera
ms de aquello que le es asequible. Lo que obtiene se sobrevalora entonces en
razn de todo lo que no pudo obtener; y en eso que consigue pone su orgullo,
enalteciendo el mrito de haberlo alcanzado. Y as, automticamente, los ideales
insatisfechos, los bienes ansiados, las fruiciones buscadas en vano, son
desvaloradas y consideradas al fin como contraideales, poco a poco acarrea, como

las aguas del declive, partculas de lo alto hacia lo bajo, de lo que le est vedado a
lo que se le entrega. Aspira a ser rico, sin que piense para qu le servir la fortuna;
aspira a ser Presidente de 1a Repblica o de un Trust, sin que debajo de ese
anhelo haya nada que lo empuje y lo sostenga. La investidura o la riqueza de esa
manera conseguidas son una ficcin y el cadver de una vida gastada sin cordura.
El espectro en que se descompone el haz de su visin, acusa sus rayas
ntidas en los colores del poder y la riqueza.
Ambas franjas parecen la totalidad del prisma nicamente cuando la visin
del mundo y de los valores es incompleta; porque los valores eudemonsticos del
mundo no estn localizados en franjas muy reducidas de la gama, sino en la total
claridad de la luz; lo restante son reverberaciones. En el ansia de ascender y
progresar indefinida y ciegamente hay una gran miseria oculta. Es un poco la
fantasa de la mucama en el cine. No hay camino para llegar a esos extremos; por
lo cual el salto puede ser la marcha lgica. Y en cualquier hiptesis la fiebre de
tener mucho puede ser un reflejo del hambre y la sed.
En tanto no se han logrado esos fines, que avanzan como el horizonte
delante de uno, se vive en perpetuo viaje, transitando das, en una extensin
criminal, que acomete con los codos y los puos. La existencia que se consume en
esa actitud tendida hacia lo mximo y lo ptimo, es un estorbo; por lo que en cada
soador bidimensional o cinematogrfico est el suicida asesinndose a mansalva
en lo que tiene y en lo que quiere tener.
Usos lugares de trnsito son peldaos de jerarqua y de poder por los que
se trepa hacia una cumbre que no tiene sentido humano, porque no conduce al
bien colectivo, al mejoramiento de las condiciones de vida del semejante, a la
prosperidad de todos, al adelanto de la ciencia y el arte y ni siquiera a
satisfacciones egostas. La propia vida que est en juego se transforma en machete
de abrirse paso en la selva, abrindose paso entre los hombres. A travs de la
escala de los valores humanos, intelectuales y econmicos, el individuo impulsado
por esa fuerza suicida pasa como rayo catdico. A su alrededor produce un
torbellino psquico de temor y acaso de admiracin, pues cierta resonancia ntima
conmueve la materia viva que atraviesa y agita. Su atrevida trayectoria es un
proyectil que pasa por los espacios intermoleculares de esa materia social gaseosa.
Si en sntesis no es un disparo producido por las mismas fuerzas intermoleculares
que hemos llamado espacios. El ideal restringido del soador del poder y de la
fortuna es la figura mental de este mundo de intersticios que nos rodea. Y las
instituciones sin cohesin, la moral laxa, la falta de un contexto heroico y superior
es el peligro que acecha al individuo, hasta que rotos los escrpulos y ansiando lo
mejor, cae dentro de su sueo y de la pantalla que se lo traga como a una vctima
encandilada.

EROSIN Y OXIDACIN
En la inmensidad del territorio, todava en sus tres cuartas partes
despoblado, vivir, luchar y triunfar parece fcil. Ilimitadas posibilidades se
ofrecen, como si ese mundo sin forma an, pudiera ceder a la voluntad humana.
Pero ese mundo ancho y largo, despoblado, tiene una forma dura como la piedra;
sa; una voluntad que se opone a la del que llega a invadirlo, mucho ms vieja y
segura. Acecha y deja hacer: pero por las dificultades que luego han de
encontrarse como nacidas sbitamente ms all de toda previsin, la voluntad

informe y esttica afirma su poder ilimitado, lento, coordinado a fuerzas


astronmicas, climticas y geofsicas igualmente imperceptibles aunque en
accin. Frente a ese espectculo, el que lucha parece que triunfa; la existencia
tiene algo de victoria; y sin embargo, detenindose a mirar, se ve que est
sirviendo de pasto humano a las fuerzas ocultas. Del error con que se juzga esa
ficticia carencia de forma de todo aquello que no tiene la forma del hombre, la
naturaleza aparece traicionera, con impalpables redes tendidas. El hijo del pas ya
sabe que es muy arriesgado forzarla; por eso se conforma con su rancho o con su
empleo nacional. Mientras tanto, la reverberacin de la llanura sigue produciendo
espejismos de mares de plata en los ojos que llegan quemados por la aridez de las
campias europeas, semejantes a urnas cinerarias de trabajos y de siglos. En las
poblaciones se tira a esos mares de plata reverberada; emprende, cae y se levanta;
realiza cualquier trabajo, sofoca su conciencia y muere al fin, dejando lingotes de
ese espejismo. Este mundo es libertad, falta de orden humano en las fuerzas
imperceptibles; es capricho, falta de reciedumbre en lo que ya funciona autnomo;
es posibilidad, falta de una direccin y un sentido ntimos.
El inmigrante que internndose contempla pasar leguas y leguas, siente
que emprende una excursin abandonado a sus propios recursos; que se encamina
al Lacio antpoda, sin penates ni lares a cuestas. Ideas y sentimientos de gozo le
invaden en la melanclica visin de la soledad, si tampoco tiene ciudades dentro.
Porque est libre; ha roto con un mundo que le observaba y vigilaba a cada paso,
engastndolo en las pinzas de una vida regulada y mecanizada. l tambin se
coloca en situacin de campo: sin lmites, sin vallas, sin forma. Ah puede
desempear cualquier tarea de las que ofrecen lucro inmediato, Vencer es luchar a
brazo partido, sin contenerse ni imponerse restricciones; para eso estn las leyes;
construir, hacer de lo informe una forma parecida como un hijo. Pero esa falta
aparente de forma y de estructura y de fuerza de la campaa, del pueblo y del
habitante, que rige desde los sistemas de cultivo hasta la manera de mirar, es una
placenta inconmensurable de lo informe; los grmenes que se depositan en ella
son gestados y desarrollados con arreglo a ella; hay que vivir muchos aos y
poder salir luego y mirar a lo lejos para comprender que la carne y el alma han
sido plasmadas en esa matriz de lo Informe.
Este medio sin fisonoma propia y aparentemente sin energa plstica,
absorbe y comunica su sustancia agreste al individuo. Su fuerza plstica es la
deformacin de los caracteres y su revestimiento de vello. Lo que cae en la
marsupia extendida de la llanura se nutre de los jugos anodinos de lo Informe.
El sentimiento de la impunidad de los actos, esa nocin recndita de estar
solo que se tiene en la pampa, aflora por los resquicios de la personalidad como de
glndulas sudorparas. Lo que se ve y lo que se oye no inspira respeto; es nuevo,
no condice con nuestra ndole, no es cantidad de vida, de ciencia, de fe; no es una
estatua, ni un arco, ni una plaza ante los que el tiempo pas dejando jirones,
adheridos.
Carece el medio de vida propia, de funcin regular, de sustancia, de
energa; el hombre no puede drselas. El individuo es, ante el desfile multnime
de cosas y de hechos, una incgnita de azar, de error, de crueldad y de egosmo.
Se mantiene enhiesto e ntegro hasta que puede; pero en cuanto actan sobre l las
fuerzas deformadoras y erosivas, cae rodo y deshecho.
En el seno de un estado tal de indiferencia y de prevencin, hasta los
sentimientos ms nobles: el amor, la amistad, el altruismo, se convierten en
motivos de disolucin, porque el amor no impregna lo profundo de los seres sino

que se localiza en las zonas ergenas, porque la amistad es el pretexto para


despojar al desconocido en sus derechos en favor del cmplice, porque el
altruismo es la frmula abstracta para dejar que el prjimo inmediato se debata en
la pobreza y en la injusticia. Hasta el mpetu que lleva al hombre a ms all de sus
intereses personales, de familia, de clase y de nacin, se encorvan y caen, abatidos
por la inexpresividad de todo cuanto es de largo alcance, para pegrsele al cuerpo.
El amor es un contacto, el patriotismo un uniforme y la humanidad el horizonte en
que se debilita la propia persona, es decir, que todos esos sentimientos sin los
cuales la especie no puede vivir aunque procree, se reducen a la piel del alma, a su
epitelio. Tambin en la llanura los pensamientos, como el bumerang, vienen a
caer al pie del que piensa. En ningn momento caminamos envueltos por las
ondas amplias de la simpata, de proyectos eternos, de ideas imperecederas; fuera
del contacto inmediato esas zonas son fras y estriles, por eso hay que vivir
alerta: nuestros amigos somos nosotros y nuestros censores tambin. La sociedad
no se ocupa de sus intereses, faltndole lo que hace la unin en las hormigas y los
castores: la forma arquitectnica del instinto. Estn juntos los seres porque ocupan
un lugar prximo, como si viviramos en el tren y en el teatro; no estn en lugares
prximos porque viven juntos. Ms lejos de nosotros estn los jueces verdaderos,
accionados por los cdigos en un mundo hermtico que no tiene relacin con las
normas consuetudinarias de la existencia; y al otro lado, lejos, los amigos,
movidos por propios, autnomos impulsos, en un mbito que les devuelve sus
propias imgenes. Aunque toda esa defensa sea intil, la llevamos como Sigfrido
su piel crnea y es por la piel que entramos en contacto con el mundo. Para
penetrar en tal naturaleza inexpresiva, debe poseerse de antemano una
conformacin adecuada a ella, susceptible de deformarse, de aplanarse, de hacerse
ancha, y silvestre, si ya no lo es. Las infinitas posibilidades de ser cualquier cosa
con xito, demuestran bien pronto al aventurero que slo puede ser una; y se es
el momento de capitular o de partir.
Esa tierra tiene un dueo: es propiedad y no libertad; el propietario es
tambin una fuerza oculta, lejana. Desde lejos impone al aventurero una manera
de trabajar, de existir, de resignarse, de aceptar, aunque parezca que no ve ni oye,
que no puede disponer de ese baldo, ni darle una forma cualquiera. Ganar poco
al principio; podr ser agricultor o pen, a jornal; vasallo de un seor ausente, a
quien no conoce y que toma sus disposiciones con arreglo a nmeros. Ser el
prisionero de la libertad, el esclavo del capricho y la ficha del azar. La segunda
carta que escriba dir cosas distintas que la primera; andando el tiempo no
escribir ms y la puerta quedar cerrada a sus espaldas para siempre. La
vergenza de haberse equivocado lleva muchas veces a insistir en el error; pero ya
no importa que triunfe o que fracase. El dueo que no existe de esa tierra, manda
cobrar el arrendamiento y pagarle el jornal; tampoco tiene amor a esa tierra que
para uno es sacrificio y para el otro renta. Desde lejos hace y deshace; su
mayordomo recibe instrucciones, vigila, cobra o desaloja. Tampoco ama las
posesiones del otro, que le administra desde el centro de su propia vida
independiente. El chacarero, el pen, un buen da tendrn que irse, con su bolsa al
hombro o con sus pesos en el bolsillo marchando sobre esa tierra triunfante con la
que no han entrado en contacto profundo, como si nunca hubieran vivido. Con
unos aos ms encima y con muchos errores cancelados detrs. La prdida de la
voluntad puede considerarse el primer sntoma de invasin de la llanura, el grado
preliminar de todo mimetismo; y la partida sin volver el rostro, su ltima fase. No
tiene ya secretos la tierra, es pura, es simple, es igual. El que vive sobre ella muy

posiblemente ha dejado, tambin all lejos, un mundo erizado de formas


intrincadas y difciles, que acaso no valieran esta simplicidad; pero ya le es lo
mismo esto que aquello. Est entregado; o se embravece y resiste. Clava el taln y
dice que no; se le presenta una dificultad y la atropella con osada. Nadie sabe
quin es, ni cmo se llama, ni de dnde viene, ni qu seres queridos dej, ni si
est solo. Hay que claudicar y claudica; hay que dejarse vencer para vencer y se
entrega sin reservas en la punta del anzuelo. Juega a ganar. Al fin triunfa, despus
de haberlo sacrificado todo; ha logrado su ideal inhumano, como un Brand sin
corazn y sin cerebro. Est vencido, destrozado; la pampa sube hasta l por su
cabello, entra hasta sus entraas, domina su voz, aplasta su mirada. Es pampa,
cubierto de pampa, comprando animales, sembrando, vendiendo, firmando
contratos, hacindose temer. Algo ms tarde, conseguido el propsito, vuelve a la
nada, cae como un autmata sin cuerda en el mundial anonimato. Y a su alrededor
nada se ha tranquilizado ni asentado; hay ms casas y ms personas; las viejas
fuerzas impalpables empujan desde afuera con la lluvia y el viento, caen sobre los
techos, golpean dulcemente en las paredes, enmudecen las gargantas y afilan las
miradas, susurrando en los odos consejos de una vasta, incorporal rebelda.
Mejor es quedarse frente a Buenos Aires; penetrar en la ciudad y
afrontarla. La ilusin de la campaa, la potica del oro ha perdido su fuerza
hipntica y repele al inmigrante. Qu programa trae hoy el que desembarca
atrado por un nombre sonoro? Ninguno. Cualquier cosa es mejor que lo que deja;
es un prfugo. Llega tarde, cuando el territorio tiene el mximo de poblacin que
puede soportar, cuando aun en las provincias ganaderas y cerealistas no hay carne
ni pan y tiene que acudirse a las autoridades para que protejan las vidas; llega en
el momento en que los campesinos se refugian en las ciudades y abandonan la
soledad; cuando las ciudades estn henchidas y no tienen trabajo para ellos,
porque son lugares de alojamiento y no de trabajo. Esto es peor que aquello,
porque est abierto a todas las posibilidades. Traa algn plan? Vino a probar
suerte.
Al pisar Buenos Aires despiertan en l ansias ilimitadas, con una energa
que no sinti en la tierra natal, ni en la travesa del ocano, tan propicia a los
ensueos ociosos de podero. Toda posibilidad se le ofrece, abierta, generosa.
Recomienza su vida heroica, como si penetrase en la selva. Vena dispuesto a
todo, ahora lo comprende bien. Por primera vez, acaso, entre seres que no le miran
como a extrao ni como a inferior, con una indiferencia cosmopolita, se nota
semejante entre los hombres. No hay barreras, no hay clases, no hay lugares a los
que no pueda entrar, no se le exige contrasea de capacidad ni de honestidad, no
hay normas de vivir que le impongan ninguna capitulacin. Ingresa a la gran casa
de juego que es Buenos Aires, y se queda. Si las condiciones de trabajo son malas,
l se aviene a descender; si regulares, las rebaja con la oferta de sus brazos y de su
inteligencia al mejor postor. Consiente en someterse para tomar luego su
venganza desde cualquier posicin en que haga pie.
Desde que comprende, el recin llegado es un adversario temible; ese
hombre de la tierra exhausta y del barrio miserable, que salt a la aventura
dejando todo tras s, renegando de su destino, viene dispuesto a la conquista hasta
como represalia; tiene ancestrales agravios que vengar. Todas las actividades de la
ciudad, el telfono, el teatro, la administracin pblica, la fbrica, el inquilinato,
son armas que empua, porque l es igual a todos los desconocidos. Ignora, pues
las tenemos, las convenciones a que ajustamos la mnima y la mxima de vivir y
prosperar. Porque, en fin, nosotros hemos renunciado, como l all, a muchas

libertades al someternos a la ciudad, al Estado, a la amistad, al hogar; la ciudad


nos adapt a sus usos y funcionamos con toda ella. l ignora tambin que
renuncias hemos hecho y slo ve caminos expeditos y puertas abiertas donde
frente a nosotros hemos convenido que hay muros y verjas. Encuentra la aldea en
la ciudad, que nosotros ya no vemos; halla las hendiduras que no advertimos, se
ve l mismo sobre los pedestales, en las efigies de los valores fiscales, en las
placas que indican el nombre de las calles. Porque no ve sino la verdad que est
muy por debajo de los edificios, de los vehculos, de los muebles y de los cargos.
Le basta averiguar donde estn las fronteras de lo tolerado, para moverse dentro
de su ejido; pasea por las avenidas de circunvalacin de las crceles y entonces el
mundo oscuro, que no se ve, le acoge con secreta simpata, porque es un
destructor. Si no puede llegar de golpe a cualquier puesto de importancia, al
directorio de la compaa, a la calle Florida, al cargo bien rentado, llegar tarde o
temprano desde cualquier punto de partida; slo necesita poseer la llave maestra,
que es el dinero.
La mujer y el hombre pueden entregarse a todas las aventuras; una y otro
pueden usar nombre supuesto, si quieren, porque la verdadera personalidad est
abolida. Desde el andamio y el pescante, el forastero nos mira con desprecio;
incorporado como miembro annimo de una secta que reniega de lo que demanda
paciencia y pulcritud, afiliado de hecho desde que hace amistades, tiene de su
parte todo el trabajo endocrino de la ciudad. Si ese mundo que mide por su
estatura y que contempla sin pudor fuera esencialmente superior a l, sucumbira;
y, sin embargo, triunfa poco a poco. Lo vemos que nos adelanta, que nos empuja
hacia abajo, que tiene razn. Su alma reducida pero experta en contadas notas de
valor zoolgico para la lucha, ha captado lo tendinoso de este mundo en que
buscamos la sangre caliente y el hbito sedativo. Para estos seres el mundo est
connotado segn sus rganos y sentidos; no los ha engaado el aspecto edilicio de
la ciudad; han tomado posesin de sus baldos. Vienen a demostrarnos que no
ramos tan fuertes, que no estbamos tan unidos, que no era tan complicada la
vida como creamos.
Hacia arriba todo est vedado; los valores espirituales son, de inmediato,
fuerzas negativas. Hacia abajo se extiende la posibilidad infinita, tentadora y
atrayente, por eso flotamos como fantasmas durante treinta aos y l se acomoda
de sbito; es que existe un quantum universal que coincide entre el hombre
ordinario y el mundo real, que no vemos. Lo que exige capacidad especial, aptitud
determinada, aclimatacin moral, dominio de tcnica, regularidad de funcin,
afinacin, limpieza, transparencia, empieza mucho ms arriba.

II
LAS FUERZAS MECNICAS

ADAPTACIN DE INSTRUMENTOS.
La versin defectuosa de la Constitucin norteamericana, aclamada el 25
de mayo de 1853 bajo la dictadura de Urquiza, significaba en la realidad menos
que cualquiera de los pactos preexistentes. Excepto Buenos Aires, que importaba

ms que las dems juntas en la federacin, todas las provincias estaban


representadas en el Congreso por hombres de talla tan alta como no sera posible,
reunirlos hoy, ni mucho menos; alentbales en su inteligencia y en su corazn un
fuego religioso por la paz y el orden; pero las provincias seguan gobernadas por
los mismos caudillos de antes de Caseros, y el cuerpo de la Repblica yaca
mutilado en trozos esparcidos. Lo que no haba podido lograrse en la realidad se
dio por instituido en la teora y la Nacin nacida del caos eran los 107 artculos de
Las Bases. Ni el dueo de los establecimientos de campo, ni los comerciantes, ni
los afincados podan tener fe en una parfrasis mal hecha ni en un Estado
compuesto de Tres Secciones, y un Prembulo. Pero los caudillos se declararon
conformes con el ejemplar que se les dio y continuaron en el Poder.
Mucho antes de que el Estado apareciera asumiendo la direccin de las
relaciones de derecho, eclesisticas, jurdicas, militares y econmicas, exista un
estado con minscula que se manejaba con arreglo a otros pactos consuetudinarios
preexistentes, con ms o menos buena fe. La Constitucin creaba un Estado
dentro de otro estado y en cambio dejaba afuera a la Repblica de Buenos Aires y
a Mitre. Religin, derecho, comercio, milicia, obedeceran desde ese momento a
normas tericas, mientras que hasta el contrabando y el abigeato tenan sus
clusulas empricas y sus imperativos ticos. Pero la Confederacin, en su papel
de organismo central y regulador de esas relaciones, en las que intervendra para
fiscalizarlas y reglarlas, retrajo a todos y los puso en guardia. Un nuevo peligro se
alzaba de las cenizas de otro, y ese Estado terico en que las provincias haban
delegado inadvertidamente su autonoma y su vitalidad, era un Leviatn de 107
articulaciones y tres fauces. Esa contraccin de la fe, llev a los pobres y a los
ricos a dar valores exagerados a cuanto primero estuvo amparado contra el indio y
despus amparado contra el Leviatn. Haba que defenderse de ese hijo del caos
que iba a nutrirse de caos refugindose definitivamente al lado de la Aduana, tras
enormes edificios, junio al desage de la Repblica en el Atlntico. Ese Estado,
con su simple carta de ciudadana, no tena tradicin ni solvencia de ninguna
especie; era un entenado extranjero que entraba en posesin lisa y llana de tres
millones de kilmetros cuadrados sin poblar.
Para agravar la natural desconfianza, sus primeros actos fueron extorsivos
y violentos; despoj al posesor pacfico de sus bienes, cambi de manos la
propiedad de la tierra con ftiles pretextos, denomin barbarie a un perodo
caprichoso que se clausuraba porque s el 3 de febrero de 1852, y llam
civilizacin a lo contrario. Los desterrados volvieron a la patria y otros partieron
de relevo. Si el pnico no dio al xodo las mismas proporciones fue por la
dificultad de salir del pas; pues era tan arduo salir como entrar. Llegaba el
momento de que la ley y el orden, la economa y la cultura organizadas en la Carta
Magna y en el alma de cincuenta hombres extraordinarios, tomaran la represalia
contra Rosas y su poca, contra la barbarie. ste ejerci la suma del poder pblico
siendo un instrumento de las fuerzas annimas; ya en el destierro, los mismos
gobernadores, como la Legislatura en l, delegaron en un organismo forastero y
perfecto los sumandos del poder pblico y siguieron en su papel de fuerzas
annimas. Todo lo que hasta entonces tena un valor de poder, tom un valor de
precio; la tierra dejaba de ser seora para convertirse en transaccin y en dinero;
se la compraba y venda como un ttulo al portador. Propietarios y chacareros
obtenan, para sus cosechas, prstamos usurarios al 12 1/2 % mensual, a real por
peso. El prestamista era un intermediario entre el Banco que le daba crdito al 7 %
anual y el agricultor que se lo tomaba al 5 % mensual, con el agregado de que se

cobrara en productos cuyo precio fijaba l mismo. Pero la riqueza que genera en
sus entraas la tierra es ms lenta que la que se produce por generacin
espontnea en las manos del usurero y en el mostrador del comerciante. Los
especuladores enriquecan rpidamente; los chacareros y los hacendados vendan
con holgura sus granos y sus haciendas, y mediante el dinero adquiran el poder
que antes exiga la fuerza y la astucia. El gobierno se haba convertido en
especulador, que tomaba sus prstamos en el extranjero y los colocaba a un alto
inters en obras que llamaba de adelanto; y a la vez posea la mquina de emitir
moneda y el ejrcito y la marina que daban curso legal a esa moneda, a esa
riqueza de papel y simultneamente respondan al esfuerzo del campesino y del
trabajador como instituciones de paz. Campos, casas, tareas, bienes, adquirieron el
valor de seguridad en los actos del gobierno federal despus de Pavn;
adquirieron valores superlativos y se ganaban y perdan como en una casa de
juego. El aniquilamiento del aborigen y con l de las fuerzas aborgenes, que
daban valores aleatorios a la propiedad territorial y raz, era a un tiempo fuerza
para el Estado y seguridad para el poseedor; la fuerza peligrosa que se disminua
en torno acrecentaba la fuerza patriarcal del Estado que converta los valores
circulantes en papel moneda con su efigie. Se echaban al Leviatn los
combustibles de la barbarie y fabricaba edificios pblicos, obras de salubridad,
ferrocarriles e instituciones; y sin embargo, la fuerza que extraan de sus
alimentos era debilidad. El problema de la tierra fcil de perder empalmaba con el
problema de la tierra fcil de ganar. Los peligros y los males que haba en no estar
seguro de nada, en vivir a merced del azar, se convirtieron en peligros y males de
poder conseguir lo que se quisiera, con un poco de habilidad y de paciencia, y de
vivir seguro de lo venidero. Es el inconveniente de dar vuelta a las cosas,
poniendo lo de afuera adentro. Tener o no, dependa en mucho de que se estuviera
en el favor de los gobernantes; la amistad o el parentesco confirmaban al poseedor
en sus bienes, tanto como antes las buenas relaciones con el cacique. En su
carcter de presa recuperada del indio, la tierra pas en reas inmensas a manos
militares, a los hroes de la campaa y a los semihroes del desierto, como
verdadero botn de la barbarie y al mismo tiempo como ofrenda a la paz. Si no
contribuy a formar una casta territorial, concurri al afianzamiento de una casta
militar que representaba el orden y la garanta de la propiedad, porque posea
juntamente el poder del arma y la autoridad del propietario. Para los nuevos
dueos del suelo, que lo obtuvieron a ttulo de premio y condecoracin, patria era
propiedad. Por tanto, tambin los pensamientos de defensa de la propiedad se
vincularon a los de defensa del territorio, y cada dueo de unos cuantos centenares
de leguas de seguridad injert en el concepto de patria sentimientos de terruo, de
feudo, de posesin, de ley, de adelanto. La primordial fuerza de desorden se
metamorfose en la fuerza primordial del precepto jurdico y de la autoridad del
Estado, con lo que sus miras se redujeron a la defensa de la frontera, a la
consolidacin del orden interno y a la estabilizacin de un statu quo del presente.
Desde ese mismo instante qued privado el ojo del terrateniente y del militar, de
la visin limpia de un destino parablico para la Nacin, de la necesidad de poner
en movimiento lo que haba quedado rgido y de parcelar, para que rindiesen para
el pas esas extensiones de campo sin vida que rendan por los patriotas para
Europa. Nacin fue extensin de tierra, cantidad de ganado, censo de poblacin y
de bienes, estadsticas de exportacin e importacin, nmero de funcionarios
capaces de mantener la marcha de la administracin pblica, edificios. La
ganadera y la agricultura, ms que los gobernadores de provincias, haban

delegado en el gobierno federal el manejo de sus intereses, y los intereses


nacionales tomaran la forma y el sentido de la tierra. Colonos y operarios no
tenan ningn derecho, aunque sus derechos estuvieran asegurados en leyes y
cdigos perfectos; no habran de llevarles las vacas y las cosechas los indios, ni de
servir de herramientas mudas al patrn; pero eran inquilinos y seres abandonados
a su propia iniciativa, rompindose las manos y el alma en araar la tierra que
encerraba el nico bien autntico: la fortuna, Mil percances e inslitas
circunstancias aumentaban el valor del suelo labranto y pastoril, sin que
compensase el dinero la labor inhumana, las tribulaciones de una existencia
oscura, amenazada, solitaria, sin afectos, sin levantadas miras, lejos del hogar
verdadero. La Confederacin Nacional era vasta y balda como un latifundio,
poderosa en armas como arsenal de sables y fusiles depuestos por las provincias;
pero sobre las almas no tena ms que un poder de censura y de pavor. Porque
aseguraba el bienestar, multiplic el valor de lo que no poda ser arrancado y
desatado, como si el bienestar fuese posesin de bienes races, y dej mostrenco y
silvestre cuanto no vale como un arma y una herramienta, todo lo intil que en
definitiva es lo eterno. Ni se preocup de ello, porque la estadstica le demostraba
que exportamos lo que se engendra en nosotros e importamos lo que no podemos
producir. Hijo del latifundio y del caos, amaba lo grande y lo confuso; y todo ello,
provena de haber dado valor tipo a la moneda, que fue lo primero que logr
estabilizar en un mundo de fluctuaciones y catstrofes. En resumen, el latifundio
haba dado fuerza a la Nacin, autoridad al gobierno y oro al erario. La finca del
granjero y la inteligencia del artista iban a parar a las manos muertas del
terrateniente y del Estado, los que las compraban con un sueldo msero. Con todo
lo cual el Estado adquiri, por la hipoteca y el puesto, su fuerza del desierto, de la
tierra de nadie, de la tierra fiscal, hasta poseer como bien muerto casi la mitad del
territorio y la tutora del pensamiento, en sus universidades, en sus diarios adictos
y en sus reparticiones comiciales. Los bienes de la sociedad y el intelecto
pudieron cotizarse como las tierras libradas de los peligros del desorden, y la
poltica dio y quit segn el saber y la conducta sirviera o no de carne a las tres
fauces del Leviatn.

INTEGRACIN DE IMPALPABLES.
Hasta que Buenos Aires no obtuvo su victoria contra la Confederacin y
fue Confederacin, dirimiendo en los campos una vieja cuestin de unitarios y
federales y una clusula del cdigo poltico, la unidad nacional era un ideal de
desterrados. Faltaba en la masa de los habitantes la unidad nacional; y tampoco la
haba en la cabeza de los que iban a llevarla a cabo. Vali lo que Urquiza en
Cepeda, y lo que Mitre en Pavn, donde qued victorioso casualmente aquello
que no estaba contenido en ninguna clusula del cdigo poltico. A pesar de los
esfuerzos de los buenos patriotas y de la pertinaz oposicin de los otros buenos
patriotas, el puerto libre, la zanja que entre Melincu y el ro Negro divida la
llanura del blanco de la regin del indio, las carretas y los botes, Gorra Colorada y
el maestro rural iban constituyendo la Nacin como Dios les ayudaba. Bast que
el gobierno federal absorbiera en sus reparticiones y en sus clulas el peligro
suelto de la campaa, dndole una tarea en que ocuparse, para que se constituyera
ese cuerpo despedazado en catorce trozos. La cada de Rosas vali tambin ms
que las cinco presidencias menos dos que abarcan de 1862 a 1880; la destruccin

de Rosas en lo que permaneca en pie era civilizacin. Pero lo cierto es que Rosas
cay cuando fue incompatible con el estado y forma de las naciones de Europa;
sus tropas, sus buques, sus diplomticos y su oro no pudieron nada contra ese
paladn de la pampa, y en cambio lo pudieron todo contra Mitre, Sarmiento y
Avellaneda. Porque el plan de stos coincida con el plan de Europa; y con sus
armamentos, sus buques, sus diplomticos y su oro reconstruyeron la nacionalidad
que el brbaro haba querido sostener con los solos recursos americanos de su
pas. Lo que Rosas haba hecho con tierra, aqullos edificaron con ladrillos y
hierro; lo que Rosas dio como capitalista de la empresa, lo dieron los otros como
agentes y administradores de la Banca mundial. Los inmigrantes tomaron a jornal
al gaucho, se organizaron la justicia, el comercio y la instruccin pblica, se hizo
respetar la propiedad segn las escrituras y la vida en los cuerpos de los
habitantes. Pero la Nacin no exista an. Los emprstitos, los capitales
particulares que arraigaron con amplias garantas eran la entrada victoriosa de los
invasores, que estuvieron esperando cincuenta aos la hora propicia.
Rosas era la pampa, la Confederacin era Buenos Aires; al gobierno de
tipo pastoril segua el gobierno de tipo municipal. Y las catorce provincias que se
haban destrozado entre s fueron aseguradas en su autonoma para ser
subrepticiamente reducidas a catorce suburbios del municipio federal.
De esa manera el Estado lleg a ser la integral de todas las fuerzas; la
suma del poder pblico, el arsenal de las violencias sustradas a la circulacin; y
sin embargo careca de fuerza y de movimiento. No produca vida sino que la
desbravaba por la parlisis. Se le cre para oponer una masa esttica a un caos
dinmico, para unir y henchir de salud un cuerpo despedazado, y no pudo. Ese
Estado, que era todo lo que se deseaba que existiera, el orden y la armona
imposibles de obtener en la realidad, se atrincher en la metrpoli y cerr los ojos
a la verdad de los campos. Mejor dicho, no poda hacer nada; era un esclavo de su
grandeza y de su poder, logrados por el oro extranjero, y no poda moverse.
Sostena inmensos ejrcitos de empleados y de soldados; fabricaba universitarios
como antes papel moneda sin control y sin solvencia; parti el Presupuesto en dos
mitades, una para sostener a los que lo sostenan, la otra para que siguiera
funcionando el resto. Su fuerza aparente provino de que haba debilitado todo para
hacer poderosos sus sostenes; pero no tiene sangre, ni msculos, ni movimiento,
como una mquina que fabrica muerte y nada ms.

LOS MOLDES DE ACERO.


Con la prdida del poder central, el virreinato se desarticul porque nunca
haba sido una unidad, en segmentos autnomos; y el ejrcito asumi la
responsabilidad de servir de unidad y centro a la disolucin poltica. Todo el peso
de la tarea inmensa recay sobre sus hombros: la de destruir y la de crear. Se
organizaron tropas y los generales, en sus figuras ms prominentes, ciudadanos
diplomados y hombres de negocios, asumieron a un tiempo mismo el comando de
ellas y las magistraturas inexistentes. Deberes urgentes les obligaron a que dejasen
la toga y las tiendas para vestir el uniforme, y a ensayar sin errores. Por necesidad
implcita en la improvisacin, diez aos despus se cay en la guerra civil. Era la
salvacin de la independencia y aunque el medio ms eficaz para desmembrar una
nacin organizada, el nico posible para evitar la disolucin moral de un pueblo
sin arraigo, y para crear un ncleo central a los intereses disolventes. La guerra o

la fuerza activa de los ejrcitos habra de servir, a falta de guerra propiamente


dicha y de unin nacional, para contener a la muchedumbre bajo la disciplina
militar substituta de la identidad de costumbres, de ideales y de intereses. La
ausencia de una nacin geogrfica preexistente y de una esquemtica disposicin
de los habitantes a la vida social y al trabajo coordinado, llev a la dislocacin
intestina y en seguida a la lucha por situaciones personales. Slo mediante el
derramamiento de sangre y el saqueo de los hogares poda alcanzarse la
conciencia nacional, la comprensin de los fines patriticos, ni siquiera claros en
la tesis de la independencia, y el respeto de las magistraturas. Nadie crea en los
bienes prometidos, y tuvo que obligrselos por la bayoneta a que los buscaran en
alguna parte. Las levas se hicieron a viva fuerza, arrancando a los gauchos y
trabajadores de sus ocios y faenas para convertirlos en soldados. Vestidos con
uniforme o adornados con un simple distintivo, que una vez fue el chiripa rojo, o
la pluma de avestruz, y otra el pantaln de franela amarilla, y provistos de las
armas que se tenan, o sin ellas, los regimientos formaron corporaciones
superpuestas a las dems instituciones nacientes, no vinculadas a stas por
funciones diferenciales. Formaron un cuerpo; pero un cuerpo teratolgico y
omnmodo, sin instancias superiores. Recurrase a los batallones para salvar la
vida al traficante, al labrador, y para erigir en el caos un tribunal investido con los
atributos de la fuerza y de la justicia. Como emblema del orden y de la seguridad,
el ejrcito reclutaba a los hombres ms capaces y mejor intencionados. Los
aspirantes al nuevo estado de cosas que as alboreaba, se alistaron en las filas,
convirtiendo ms tarde la profesin abrazada por necesidades del momento, en un
empleo, el ms honroso y el nico de finalidad prctica y noble. Paralelamente al
desarrollo poltico y civil del Estado, el ejrcito se desarrollaba con la estructura
de un Estado. Aqul, poltico y econmico, surgi por fisiparidad del ejrcito que
modelaba las instituciones de orden a su imagen y semejanza. Dio su forma ya
adulta a las dems formas larvales; contuvo los excesos con excesos, compeli a
las legislaturas a funcionar, a los congresos a dictar constituciones y al poder
ejecutivo a gobernar. Los partidarios de una organizacin desptica se declararon
monrquicos y unitarios; los que anhelaban la dicotoma de los poderes dijronse
demcratas y federales. Estos reconocan la necesidad de fundar un nuevo orden;
los otros creyeron que podran utilizarse para construirlo materiales de demolicin
y los trozos que quedaron en pie. De ah divergen los planes de Moreno y
Rivadavia. Aqul quera cercenar el presente del pasado, negando su continuidad;
ste quiso organizar las instituciones como si existiera en los hechos y en la teora
una nacin llegada a madurez. Slo exista una realidad, que era el ejrcito frente
a todas las utopas de los discpulos de Story y de Montesquieu. Aun hoy, junto a
l, hasta las organizaciones calcadas en modelos capitalistas o vaciadas en el cuo
popular, carecen de carcter y de fisonoma; diranse artefactos ortopdicos en la
carne viva de la Nacin. nicamente tiene estructura, unidad, sentido y funcin
lgica ese cuerpo que tiene la forma del pas.
Los ejrcitos suramericanos se formaron antes que el pueblo suramericano,
y de un conglomerado tan heterogneo que se puede decir que en los ejrcitos
estaba integrada la vida de esa regin a trasmano del mundo. La conciencia de
pas libre apareci en cada pas libre con las primeras victorias de las armas, y
acaso en razn directa de las vicisitudes a vencer. En la paz de las treguas se caa
en tal laxitud que frente al ejrcito, que ya era una sociedad constituida y
disciplinada, la vida pareci esclavitud, desorden y aventura. La guerra ms
terrible, el peligro mayor estaba en los campos y en las ciudades, sin que al

hombre de iniciativa y de buena voluntad le quedara otro camino que el de las


armas. A la milicia convergi lo ptimo y de ella emanaron las fuerzas patriotas
que haban de llenar los alvolos vacos de las instituciones civiles. Formronse
en primer trmino las clases sacerdotal y militar, netas, y destacadas, para asumir
la direccin del movimiento; y entronizronse en los altos rangos de la poltica,
hasta ser en toda Suramrica un fenmeno natural el gobierno por delegacin de
ellas, la regencia civil de la dictadura.
Entre nosotros la intromisin del ejrcito en el gobierno no es un acto de
fuerza consentido por ste cuanto un acto de debilidad impuesto por aqul; de
modo que slo hay que levantar la pelcula cvica para que aflore el armazn
metlico de la estructura militar. Bajo la pampa, el subsuelo de roca.
Dentro de los cuarteles se instalaron las oficinas de la Administracin, y
desde la cultura hasta la garanta que los capitales obtienen para su aplicacin en
el pas, obedecen a un estado de fuerza. Los cabildos eran cuarteles y los cuarteles
consistorios. Pero ese ejrcito que serva de ejemplo y de arquetipo a la sociedad y
a las instituciones, solamente era fuerte por carencia de toda otra fuerza gentilicia
(religin, cultura, amor a la tierra, economa, poltica, simpata) que partiera del
fondo de las conciencias o, al menos, de la disposicin de los objetos en el espacio
y el tiempo. El ejrcito no era, pues, una entidad nacida de la fuerza
superabundante del pueblo, sino una fuerza de hecho ocupando los intersticios
vacos y destinada a formar el pueblo y a inculcarle la nocin de sus derechos y
deberes.
Esa fuerza no tiene ms que una aplicacin lgica, que es la guerra.
Reducida a funciones policacas desborda toda su potencia superlativa como un
lquido ardiente. Peores fueron los males de la paz que los de las luchas, porque
fueron la oxidacin de las armas en ocio. Si la guerra ha sido la plaga endmica de
Suramrica, debe considerrsela como un derivado del militar-profesional, del
militar-patriota, del militar-rentista y del militar-juez. Mquina lanzada primero
contra el continente y su poblador autctono, se la utiliz despus contra los
ltimos vestigios de la barbarie; y finalmente contra los gobiernos civiles, en
cuanto stos declinaban a tomar las formas del pueblo, la forma antimilitar o del
desorden. Desde Pueyrredn hasta hoy, el ejrcito actu en paz y en guerra como
gobierno de apelacin, porque era inconcebible la idea de mando separada de la
idea de arma, ni la colocacin en industrias y comercios de grandes capitales sin la
seguridad de que la fuerza bien organizada eran la palabra de honor, la buena fe y
el imperio de la ley.
A la fuerza de los ejrcitos que desde Caseros y Pavn dieron cohesin al
medio hostil, sigui la fuerza de las leyes, que en el orden poltico y pacfico
cumplieron la misma misin coercitiva de las armas. Pasado el trance, se volvi a
la toga y a la tienda. Las leyes exigieron la ayuda del ejrcito para ser imperativas
y, aunque ambos en colisin y desavenencia, la ley tuvo su imperio adventicio,
mientras el ejrcito, que era unidad y base, mantenase a la expectativa,
controlando la funcin de los tres poderes constitucionales. Del terror haba
nacido esa fuerza inconmensurable y ahora representaba la paz y la seguridad, el
orden y la justicia. Pero un Estado que va afirmndose por sucesivas batallas y
que entra con todos los pertrechos a la vida civil, como el hroe que se acostaba
armado, tiene que luchar contra su disolucin ms que por su crecimiento y
mejora; existe debajo de una espada pendiente y con un centinela de vista.
Asimismo, compelido a la unidad y el orden por la fuerza de la ley, tiene que
luchar contra su disolucin moral ms que por su perfeccionamiento. Porque no

est controlado por la sociedad sino por el centinela que le permite dormir sin
cargos de conciencia y sin inquietudes.
Las revoluciones endmicas suramericanas llevan todas el estigma de su
pecado original; los gobiernos, aun de las pocas de abundancia, son derivativos
de las precedentes pocas de agitacin, y su verdadero apogeo de salud, el estado
de sitio. En latencia, un pueblo condicionado por los hbitos de la espada, pervive
en estado de beligerancia, y su paz toma los aspectos de un vivaque. Poseemos
todos los poderes judicial, legislativo, ejecutivo que requiere como
organizacin terica una nacin moderna, y en cambio carecemos de un estado
econmico, de un estado religioso, de un estado de cultura, de un estado tnico y
de un estado moral, que debieran estar implcitos como postulados previos a los
otros. Los esquemas de las instituciones estn claramente dibujados, pero
obedecen al perfil de una nacin ideal y no tienen la forma de la verdadera
realidad. Pues para lograr aquellas estructuras tericas hemos recurrido a las ms
nobles reservas vitales, como Bernardo de Palissy echaba en su horno de
fundicin la vajilla y los objetos de arte que encontraba a mano.

CONVERSIN DE VALORES
Las vicisitudes histricas de donde sala el Estado, lo dotaron de un poder
equivalente al que traa la misin de abatir; el modelo fue la organizacin polticojurdica, tomada de textos y tratados. De modo que arrastr a la esfera del poder
constituido las formas que eran vlidas en los terrenos de las luchas, embebiendo
en sus preceptos las fuerzas rurales que pudieran servirle en la prctica. Por donde
los mismos recursos de que se vala el caudillo, el gobernador de provincias, el
jefe de tropa y el dueo de pulpera y de estancia, sirvieron al gobernante en la era
del gobierno constituido. Lo que antes era individuos y entidades simples, se
convirti en individuos y entidades compuestos; lo que se rega por la voluntad se
rigi por la ley; lo que por la fuerza, por el derecho. En sustancia, la tcnica con
que el gobernante acometa la solucin de los problemas de Estado era idntica a
la de aos anteriores, y el ensayo hecho en la campaa daba su tabla de proverbios
a magistrados y funcionarios. Econmicamente, el Estado naca pobre y con una
herencia especfica: la deuda. Indios, guerras y caciques de charreteras se llevaron
gran parte de los fondos destinados a obras pblicas. Para el manejo de las rentas,
durante mucho tiempo reducidas a las de aduana, se tena que improvisar; el erario
subvena a todas las necesidades; se acuda a l en demanda de concesiones,
subsidios y puestos. Todo era lo mismo. Se crea y se finga mucho ms, que esa
Nacin surgida del caos era el orden y que todo fracaso en la lucha franca por la
vida mereca la indemnizacin fiscal. La tierra pblica haba sido una mina
inextinguible para socorrer al prjimo inmediato y para equilibrar las finanzas.
Las emisiones sin respaldo, los juegos de bolsa, la especulacin por cuenta y
riesgo del porvenir, provocaron crisis que estallaban en los bancos oficiales y en
las arcas del tesoro pblico. La prosperidad econmica arrasaba con la razn, y la
razn demola las obras ambiciosas e imprudentes. Qued fundado el gobierno
como una institucin de beneficencia, con su lotera y su asilo para invlidos.

LA OCUPACIN DE LOS RECINTOS

En tanto iban tomando forma y solidificndose las estructuras sociales


todava cartilaginosas, el Estado y el Ejrcito llegaron juntos a la plenitud de su
fuerza. El Estado naci provisto de las ms filosas armas de defensa para arrostrar
un peligro diseminado, que exista pero an no se saba dnde; en sntesis no era
ms que un descanso del Ejrcito, su cuartel de invierno. Y el Ejrcito quedaba
instituido como Custodio de la ley y el orden. Fueron ambos cuerpos
dimerosmatos, en medio de ese caos, una fortaleza de slidos muros y anchas
puertas, a la que acudan los ciudadanos en las borrascas; se llen de fugitivos, y
donde haba un ncleo de necesidades se instal una oficina. Proclamando liberal
acogida a todos los hombres del mundo que quisieran venir, cubri con sus
atributos y sus espadas la vida y la actividad de los ciudadanos residentes y
transentes.
El Estado ofreca mucho, lo que slo podra cumplir mediante actos de
coaccin; por eso comenz a actuar desplegando su poder a mansalva. En un
mundo que careca de formas, el Estado-Ejrcito-Patriarca tena forma perfecta;
donde faltaban los frenos ticos, mercantiles y religiosos, era dechado de orden y
garanta del porvenir. La Administracin pblica, con su presupuesto elstico, que
jams ajust el clculo de gastos al de recursos, ofreca mensualmente un
estipendio a quienes se colocaron bajo su proteccin. El erario era la buena
cosecha, la casa propia y el respeto. Comerciantes y hacendados buscaron remedio
a sus males en la farmacopea del Estado, pues dispensaba beneficios y era la causa
indirecta de los desastres. Los capitales no se arriesgaron sin estar en algn modo
garantidos por l, y se le hizo copartcipe de toda empresa de resultados
enigmticos, como pone a Dios de su parte el que se abalanza en la proeza. Las
iniciativas particulares se estrellaban contra l; cuanto iba naciendo y osificndose
quedaba bajo su patrocinio, conformado a su imagen y semejanza, como el papel
moneda. Frente a los caudillos de provincia, el Poder Ejecutivo ejerca un
patronato omnmodo, como lo demuestran las sesenta y dos intervenciones
federales realizadas desde 1862 hasta 1916, en que se pierde la cuenta. Los
hombres de talento lo revalidaron en los despachos del gobierno, en las
universidades y en los juzgados; los polticos predicaron el evangelio de esa tierra
prometida como apstoles de la ciencia, el arte y la fe; los peor dotados se
pusieron a su servicio desde los nfimos empleos empujando con los hombros y
las caderas; y, al fin, la Administracin qued como el receptculo popular del
mana argentino, de donde los iniciados extraan potestades extraordinarias. Pero
un Estado constituido como entidad jurdica y patronal respaldada por la milicia,
no tiene fuerza; podr servir de talud de contencin y de crcel correccional, pero
est socavado y es un juguete frgil al servicio de sus servidores. Un puado de
hombres lo puede derribar; un puado de adolescentes y de vrgenes. No existe en
las almas. Y sin embargo, un Estado as es temible. Fuera de la rbita hasta donde
alcanza su poder, reinan el recelo y la ruina. No se sabe dnde concluye su poder
ni donde empieza su debilidad. Fabrica revoltosos y los encarcela; incita a la
depredacin y remata la finca del chacarero en desgracia; pone una corona en la
frente del artista y lo abofetea; con la mano derecha le paga decenas de millares de
pesos por su obra y con la mano izquierda lo amenaza con quitarle el pan.
Todo aquello que se hace depender del Estado es lo que razas agobiadas
hicieron depender de la fatalidad. El que no est ubicado dentro de la
Administracin pblica, no es fuerte, porque la fuerza est concentrada en los
arsenales y en los despachos. Las posibilidades de vida respetable se reducen
geomtricamente en razn directa de la distancia al centro que l ocupa, hasta que

en los aledaos do los dominios del Estado slo hay las anchas avenidas que
conducen al desierto.

FUNCIONES MECNICAS DE LA LEY


La descomposicin estaba implcita en las frmulas tericas de la
organizacin nacional; en la sofocada protesta de la muchedumbre y de las formas
procreadas silenciosamente por la pampa. La organizacin jurdica del Estado
pretendi hacer un recluta civil, burocrtico y universitario de cada ciudadano;
comenz a funcionar sin simetra con la funcin caprichosa y antisocial de la
muchedumbre; sus disposiciones, acatadas hasta que se descubri el manejo
secreto de las instituciones, revistieron el carcter de actos disciplinarios contra
los que potencialmente estaban en sublevacin los hombres. La interpretacin del
artculo 37 de la Constitucin condujo a Pavn, y fue de la suerte de las armas
que la unidad nacional lleg a ser algo real; el artculo 6 condujo al asesinato de
varios gobernadores, al atropello de las provincias y al encono del interior contra
la Capital, viejo como el Virreinato.
Las provincias hubieron de avenirse a un sistema funesto para sus
libertades e intereses, porque siendo tericamente pluscuamperfecto, no se
adecuaba fuera de la gramtica a las necesidades tnicas y geogrficas. De hecho
haba triunfado el ideal unitario bajo un nombre, tambin equivocado, de
Confederacin. Si Buenos Aires hubiera declarado su independencia, como Mitre
y Del Carril queran y proyectaron, cuando la provincia llegaba hasta el estrecho y
la cordillera, sa hubiera sido la Argentina; y el resto, admitiendo la natural
secesin de Corrientes y Entre Ros, una nueva Bolivia sin salida.
Subconscientemente, la muchedumbre lleg a comprender que los
tribunales se regan por preceptos extraos a la vida y la naturaleza de las cosas; y
aunque cediera para acomodarse a las exigencias de esa vasta realidad omitida, las
fuerzas primarias produjeron invisibles dislocaciones en el sistema. Pues si se
quiere, esa muchedumbre era tambin un pueblo, el que se invoca en el
Prembulo y en el Himno, un pueblo en la etapa embrionaria, sin la potencia
transindividual que en los himenpteros da a la colmena ms bien que a los
individuos la fisonoma de la especie. Tena una funcin, libre y sin coordinar;
tena leyes, tradiciones, costumbres, pero libres y sin coordinar. Con todos esos
ingredientes heterogneos se constituy la sociedad artificial, la sociedad legal,
una constelacin, y encima se ech una vida de cdigos urbanos y de ordenanzas
de cuartel. Era el Estado intruso, con sus atributos flamantes y su rigor crudo an;
tena una forma distinta de la forma de esa sociedad que no tena formas
geomtricas sino biolgicas, y entonces procedi al revs de como sucede en la
formacin de los seres vivos. La ley jams podr crear en el individuo la
conciencia moral de la justicia, que tan fcilmente se aprende de labios maternos
en los cuentos infantiles; no har seres respetuosos de los derechos del prjimo ni
de los intereses comunes; form entre nosotros seres que examinan conforme a los
cdigos hasta dnde el prjimo tiene derecho a ser respetado sin que el exceso se
vuelva en contra, y se mantuvo en la tangente de sus propios derechos. En un
pueblo que no conoce literatura infantil, cantos corales ni dispone de tiempo para
ocuparse de cosas intiles, la vida, que es ms bien una novela que un alegato,
tiene que encontrarse incmoda fuera de su habitual laxitud; y la forma de
expresar el descontento cuando intereses inmediatos lo reprimen, es aguardar el

buen momento de las vindictas. Se crea as una tendencia jurdica y una vocacin
revolucionaria. Mientras tanto, en la aparente paz forense de las ciudades y en la
indiferencia de los campos prolifera, subterrneo y enmaraado, un arabesco de
formas procesales, un laberntico y erstico manual de procedimientos, de
ordenanzas y de decretos aprendidos de memoria para no delinquir ni transgredir.
Y aflora de l un estado ficticio de cohesin, de respeto, de convivencia
consentida, que puede verse simbolizado en aquellos habitantes de la Puna de
Atacama, pastores miserables que saben de memoria el cdigo rural.
Las relaciones de una sociedad as constituida por la lgica y la
conveniencia jurdica, pierden todo lo de generoso, amplio, desinteresado,
fidedigno, y se convierten en reductos de defensa y en planes de ataque, en
cerebrales litigios cotidianos que se dirimen ante el juez como casos de
conciencia. Y si no se desprecia al juez y al comisario, se veja ostensible o
hipcritamente lo que representa justicia y autoridad en la tabla de los valores
morales; se desconoce la potestad del padre, la avasalladora primaca del talento,
la potencia incontrastable de la honradez.
Si las instituciones no tienen antigedad por lo tanto, razn que
oponer al desbordamiento de los impulsos antiguos; si la ley-al-pie-de-la-letra no
establece el orden psquico de relacin entre el individuo y ella, la idea de la
justicia y la jurisprudencia entera son simples artilugios.
No hay pueblo que pueda seguir adelante exigiendo entre hermanos y
amigos pagars y recibos, desdeando las obligaciones y las sanciones morales; la
subordinacin de la conciencia al precepto es el aniquilamiento del alma; y
entonces la ley es el instrumento de la corrupcin. En este sentido los sueos
optimistas de nuestros mejores hombres nos han ocasionado indirectamente
graves daos. Rivadavia y Sarmiento pueden ser vistos como genios diablicos. Y
Vlez Srsfield contribuy con su obra a que creyramos estar civilmente
constituidos y socialmente organizados, y a que descansramos nuestra conciencia
en el cdigo como nuestro carcter y nuestra iniciativa en las ddivas del Estado.
A que nos sintiramos preservados de un peligro que, no habiendo desaparecido
aunque se contuvo y se escondi, poda tomar inclusive la misma forma del
cdigo civil. Si el conocimiento de la ley da siempre la razn, si la ley perfecta es
un mecanismo automtico, la norma se convierte en fraude y la ley lastima y
encona.
Se ha hecho una vida que parece ordenada, pacfica y sin muchos peligros
de bulto, porque el peligro que antes estaba en lo que se haca, ahora est en lo
que se sabe que no se puede hacer.

LA DIVISIN DEL TRABAJO


Cada funcionario es una clula viva del Poder que, sin estar al servicio del
todo, encarna en su persona un fragmento de autoridad. El primer magistrado
produce por cariocinesis el cuerpo administrativo. Mediante el cargo que
desempea, cada cual liberta en s fuerzas de dominio individual y las pone en
juego; por lo tanto, de la totalidad de esas clulas resulta un cuerpo ejecutivo,
judicial, legislativo y administrativo de volumen mucho mayor que la suma de las
partes. El diputado tiene sus lucros, el vigilante su uniforme, el ujier su librea, y
son un pedazo de legislatura, un pedazo de polica y un pedazo de tribunal. Ese
reparto del poder disminuye la fuerza del Estado, pero aparentemente parece

mayor, ms repartida, ms mezclada a todo. Representado molecularmente


dondequiera que sus funcionarios estn, el Estado encuntrase siempre presente
en todas partes, como un dios sin vergenza; pero no existe ms que como
depositario de la fuerza armada y de intereses personales. Es un Leviatn
macerado que lo llena todo con partculas de su disociacin; de la suma de
funciones que ejercen los que se sirven de l, toma la estructura de un esqueleto
externo, de artrpodo, de tres millones de kilmetros cuadrados; mas no tiene vida
por dentro, es un recipiente de corpsculos de gas. La funcin pblica no tiene
servidores, da fuerza al ciudadano que se la incorpora como un man: y a todos
conviene que la fuerza individual de cada uno sea grande, para que la funcin
resulte universalmente respetable. No se les respetara si no, y el Estado sera
afrentado diariamente en las personas de sus servidores. Debe consentirle que se
excedan para mantener su equilibrio. El vigilante sabe que cuando el infractor
olvida que est en presencia de la autoridad, debe sacar de adentro del uniforme su
persona y llevarlo preso con ella; en presencia del juez advierte uno que hay algo
por encima de las leyes y ante el funcionario de alta jerarqua se toca el apellido
bajo la pelcula del cargo. Sobresale ese plus como el cabo del cuchillo debajo de
la blusa. Un Estado disuelto en sus componentes y esparcido sobre el haz del
territorio, es temible, pero no tiene potencia cohesiva, simptica; puede proteger o
despojar, puede invertir cien millones en una obra de adelanto, ciento veinte mil
pesos por ao en el fomento de las ciencias y las letras, acordar subsidios, sofocar
motines y poner en armas cien mil hombres; no es ms que un fantasma y un
motivo de temor; con las mismas razones puede hacer todo lo contrario.
Donde el ciudadano aspira a la nica posicin respetable; la fortuna o el
cargo, no tienen ningn valor la capacidad intelectual, la virtud, la tarea
silenciosa, la investigacin; no valen nada el espritu y sus pobres enseres. Tienen
que llenarse de esa otra sustancia que representa el ideal y el bienestar al mismo
tiempo. Un puesto en la administracin, en la judicatura, en la docencia, significa
dinero, competencia, poder y honor. El Estado otorga sueldos como subsidios y
adems administra el saber, el respeto, la fama, la honestidad. Pero como el
individuo elegido no tiene la culpa de que el dios le haya tocado en la frente para
llamarlo a un destino excelso, y como esa funcin es una herramienta y no una
rueda en un mecanismo, fuerza al puesto a que represente el summum de sus
aspiraciones. Sabe que debajo de su nombre hay un cargo o una situacin, que si
quiere puede estampar en sus tarjetas; y tambin sabe que sus actos han de
responder ante el amigo que lo nombr, como el elegido ante su dios. Alcanzado
el cargo, consigue automticamente la impunidad, que siempre es inherente a
Cualquier clase de posicin destacada; impunidad es ponerse ms all de la
sancin ordinaria, por arriba del silencio de los que aspiran a eso mismo. La
carrera hacia el poder es la carrera hacia la impunidad, hacia la expansin de las
fuerzas personales contenidas en el individuo por la sociedad, y como siempre
cuenta con el acatamiento subalterno, librar en s un poco del yo colectivo. Pues
sin esa arrogancia que sobrepasa en unos cuantos centmetros la estricta rbita de
su accin, se traicionara un ideal de multitud: hacer fortuna y mandar. Todo lo
que pudiera desprestigiar contribuye a prestigiar, porque aparece como una
capacidad de podero negada a los otros; el funcionario que hace lo que quiere,
acaso con la conciencia de que cumple un deber, encarna un cierto poder
encubierto y caprichoso que hay que atraer y conjurar. El cumplimiento liso y
llano del deber hara despreciable la funcin; en cambio el fraude y el impudor

son signos de fuerza, porque en ellos se ve al hombre ms poderoso que la funcin


y ms temible.
El aparato escnico es un valor bsico en esta comedia de las altas
posiciones, con personajes primarios y asuntos primitivos; la dignidad del cargo
purifica de la miseria personal justamente porque la pone a su servicio. Esa
dignidad que rompe con lo usual y normal, es multiplicada por la afirmacin
categrica del acto arbitrario; con lo que se demuestra la capacidad de cumplir la
funcin y de superarla con un plus inesperado. De ah que el hombre del pueblo
considere al empleado nacional como a un ser que tiene el privilegio de pasar a su
servicio el servicio pblico, y de quien puede esperar o temer. Entonces lo acata.
Sin ese acto arbitrario, la fuerza parecera disminuida y comn; el usufructuario
como servidor. Ahora es claro ver por qu el funcionario que inventa, el que
quiere innovar, es entre nosotros el ms peligroso; porque la innovacin consiste
en introducir su persona en la funcin a manera de novedad.
Al subalterno le queda en indemnizacin un recurso de la misma
naturaleza fraudulenta, con el que mete su persona en el pleito y lo gana. se es
tambin el plus inesperado. Si considera que se le perjudica injustamente, apela a
otro poder extrao, ex machina, que es an ms poderoso que el funcionario; al
funcionario oculto, al que puede llegar a serlo, al que siempre es algo en potencia:
al poltico. Recurrir al poltico es demandar justicia en el mismo fuero en que se
fue perjudicado, y al mismo tiempo ejercer una venganza de orden trascendental,
rindiendo tributo al yo colectivo. Y, a pesar de todo, la usurpacin del poder
institucional por el poder personal, la absorcin de la funcin pblica por el
individuo, a veces contribuye a enaltecerla. El juez, el legislador, el funcionario y
el vigilante que hacen respetar la investidura por la agregacin de un factor
personal, hablan al incrdulo de modo que comprenda qu es una investidura. Hay
en el conjunto de las fuerzas en escena cierta compensacin que equilibra
funciones y personajes. Y en definitiva, en esta comedia de equivocaciones o
interludio de quid pro quo, se pierde a la larga todo, menos el honor.
Esta modalidad tpica del funcionario y del empleado pblico, que Agustn
lvarez conoca tan bien y despreciaba tanto, es una variante sublimada del
compadre. Y el compadre uno de los personajes tpicos que nos trajo y nos dej la
Colonia. En los sainetes espaoles abundan, menos sombros y perversos. De la
galera de figuras brbaras que le debemos, acaso el compadre es el ms de
sangre. Tipo muy difundido bajo los aspectos ms inesperados, vale la pena de
que se lo analice: porque su rea de accin es vasta y su valor muy representativo.

EL COMPADRE
Desde donde concluye el guapo hasta donde comienza el guarango, hay la
octava del compadre. Por algunas notas confina con aquella zona del hombre
bravo, ntegro, solitario; por otras, aparece como variedad del hombre sin carcter,
facticio e incompleto que es el guarango. Desde el seorito que iba a desafiar a las
lavanderas en el ro, o a golpear a los serenos viejos; desde el montonero de la
indiada y la patota, hasta el funcionario que convierte una reglamentacin en
fuero de su rango, el compadre se extiende sobre esa regin que es su octava. El
valor personal, y, por consecuencia o viceversa, la depreciacin de lo ajeno, lo
caracteriza; como el guarango, se destaca por el esencial desprecio de lo exterior
reducido a sus valores gruesos. Asimismo agraviante, porque en este caso hace

uso inmoderado de una fuerza de diferente signo de las que estn en juego. Y
como en muchas ocasiones la agresin lisa y llana a lo que le supera encierra un
peligro, que su bravura o su posicin no le permite afrontar, recurre al arbitrio de
descargarla en un punto dbil. Oscila entre el tipo que no tiene en cuenta a la
sociedad y el otro que reacciona en razn de esa sociedad, el guapo y el guarango.
En su seno aparece desacomodado, un individuo al cual excorian las formas
concretas y concluidas de la civilidad.
Originariamente, el compadre y el guarango son pobres: su mbito natural
es la pobreza en que no falta el pan. Compadre fue un tratamiento que se daban
las personas de la clase baja. Equivala a camarada o amigo con referencia al
parentesco poltico ms bien que al lazo de simpata. Asimismo, cuado es un
tratamiento familiar que se prodiga en la campaa entre personas de igual clase.
Compadre fue el pobre; pero hace tiempo que los ricos han ingresado en esa
familia inmensa de la plebe, en ese parentesco espurio del carcter: de modo que
la palabra califica una especie de individuos linajudamente plebeyos. No podra
decirse de l, como lcitamente del guarango, que los grmenes de
descomposicin y de discrepancia con el ambiente que lleva consigo, sean
antisociales; mucho ms exacto es considerarlo un ser con retraso respecto a la
marcha firme del cuerpo social: de manera que su actitud desafiadora y hostil
conviene con las modalidades de quien empieza a tener conciencia clara de un
desnivel fatdico entre su altura y la talla media de las cosas y personas
circundantes. Sabe, pues, que el ambiente ha cambiado, movindose hacia
adelante, y que su relacin antropolgica con l est violentada.
Ser llegado a deshora, posee un orgullo absoluto que le inclina a tirar de lo
exterior hacia s, mejor que a acelerarse para alcanzarlo. Aunque no conciba
intelectualmente, con la cabeza, la inferioridad en que viene a encontrarse con
respecto a la realidad que connota, la conciencia orgnica de todo su Fulano de
Tal percibe que en la marcha se rezaga, y hace esfuerzos inversos para ponerse al
flanco la vanguardia de esa realidad que lo aventaja. El esfuerzo para no quedar
vencido con que tira hacia atrs de esa realidad al mismo tiempo que la invade con
su persona; el desprecio por el prjimo y el desdn por los valores de civilizacin,
son los rasgos paladinos. Por anular la distancia casualmente queda en
descubierto. No hay en ese movimiento un plan ni un ardid: son simples fuerzas
orgnicas que encuentran en su ademn y en su palabra la forma de cortafro con
que descerraja lo exterior metindolo por los puntos vulnerables. Emplea la
ganza para penetrar en la sociedad, que no le ha cerrado sus puertas sino que las
tiene abiertas por el otro lado que l no ve.
La compadrada resulta, tambin, una actitud, una frmula de resolver
problemas de incompatibilidades con el mbito, rebajndolos a conflictos y
reyertas donde los puos dan la solucin: una clave falsa porque tiene de
antemano la solucin para cualquier problema. Vase con cuidado: en toda
compadrada hay un sofisma de hechos y de personas.
Tambin es una forma del resentimiento. La diferencia entre lo que
realmente se es, y lo que se cree ser, alza ese muro fuera del cual est el mundo y
dentro el hombre. Dice Scheler: ...las grandes pretensiones internas pero
reprimidas; un gran orgullo unido a una posicin inferior, son circunstancias
singularmente favorables, para que se despierte el sentimiento de venganza.
Sobre lo expuesto y sobre todo lo dems que pudiera decirse entrando al
subconsciente y al humour, adems esto: los pases que pasan muy rpidamente
de un estado salvaje a otro civilizado, marchan con mayor celeridad que el ser

humano. El hombre acompaa a las cosas: el ser humano requiere tiempo para
aclimatarse al progreso, y la civilizacin, que ante lodo es una carga, quiz es ya
incompatible con el estado fisiolgico normal del ser humano. Cultura y
civilizacin son estados de conciencia tanto como dominio de tcnicas. El
resentido que encontramos en el compadre, cuya definicin casual da Scheler,
puede ser un hombre normal, que va desarrollndose normalmente con arreglo a
un proceso fisiolgico de civilizacin y conciencia de ella; y a lo mejor el
desequilibrio entre su metabolismo tico-mental y el desarrollo de las cosas no
prueba su inadaptabilidad cuanto la injusticia que hay en querer hacerle incorporar
con excesiva premura los elementos de un estado social que es, a su vez, un
estado precipitado de formas convencionales. Sera en nuestro medio el hombre
que tiene razn contra el que salta sobre los estadios intermedios: yerra en la
reaccin, pero en esto es irresponsable tambin. El compadre como resentido, se
opone pues, a un idioma de formas, no a un idioma de sustancias, y no puede
menos que reconocrsele su derecho a la barbarie cuando est justificada por un
contexto invisible, impalpable, intramolecular; y el veredicto espontneo lo
confirma cuando exclama: es un producto del medio, o el padre y los amigos
tienen la culpa. De ah lo que siempre tiene de genrico y representativo.
El yerro est en que el compadre emplea mayor cantidad de pruebas de las
necesarias para convencer de que es un inadaptado, o mayor cantidad de fuerza de
la que necesita para dominar salvando su honor, para atemorizar o para que lo
dejen en paz. Se hace inexcusable porque incurre en exceso y alarde desmedidos,
como el que se tira de un vigsimo piso cuando basta con menos de la mitad. La
arrogancia no resulta, por tanto, del comentario sobre los hechos sino de su actitud
muda frente a ellos. Aun la jactancia verbal corona siempre una apostura corporal
previa.
El miles gloriosus de la comedia siciliana y de los decadentes, como el de
la hijastra en la farsa latina, es un personaje avanzado de este embrin; personaje
dialctico. La compadrada es eso mismo retrotrado a la accin, reducido de
elemento imaginativo y psicolgico a elemento corporal y biolgico. Ms que el
concepto del mrito de la accin supuesta, el gusto de anunciarla y cumplirla,
aunque sea por la espalda. O el lenguaje soez cuando acenta algo cierto y
verdico, un punto exterior indefenso; con lo que aquello que hay de tamizado en
la stira y en el sainete toma la forma del pual verbal.
La agresin y la provocacin acaso sean el acto usado como ltimo
trmino de convencimiento, como instancia convincente, cuando falta un lenguaje
capaz de satisfacer con la excusa dada o recibida. El compadre, a este trasluz,
resulta un ser de lenguaje reducido y deficiente que apela a la accin por falta de
esa vlvula que permite probar sin golpear, y satisfacerse en lo interno por la
conciencia de que la palabra ha descargado ya su golpe. Hay senador, por
ejemplo, que en una banca conseguida con fraude palmario, apela a la
compadrada cvica para salvar su dieta, cuando no tiene razones que oponen al
que le escarnece. La compadrada quiz es, en fin, un lenguaje complementario.
El fanfarrn que requiere la espada y cala el chapeo es una variedad teatral
y gentilicia de este personaje autntico, que no admite la posibilidad de una
apostura en falso, que hace pblico de s el teatro de los dems, porque se vuelve
espectador de su propia postura. El compadre, igual que ste, no es tipo
psicolgico sino social; y su alma, la de una multitud. Necesitan ambos su
espectador numeroso, no del teatro sino del circo, ya que el espectculo est en
ellos pero con la fiera y el arma verdaderas. Aparece en cierto sesgo como

producto de una clase moral, de una casta de sudras morales, donde el teatro es
todava un grado de representacin superior a las exigencias sociales de suyo; y
produce para esa sociedad que aplaude en silencio. De ah que el fanfarrn que
hallamos en la literatura, que indiscutiblemente tiene parentesco con el que vive
pie a tierra, no tenga que ver con ste, imposible de transportar a la ficcin,
porque carece de sentido intelectual, teatral y es solo un caso especfico. Los seres
anmalos tienen su lugar en la barraca, donde no desfiguran su monstruosidad:
que ella es su arte. En la barraca, que es todo lo contrario del teatro.

III
LAS FUERZAS PSQUICAS

LA UNIDAD DEL ESTILO


Sera difcil que hoy viera con claridad, alguno de nosotros, hechos al paso
de las cosas, la sustancial analoga de valores en circulacin, de tcnica y de
estilo, entre los sucesos de 1830 y de 1930; sin embargo esos ltimos cien aos
encierran, en la historia universal, alteraciones ms profundas que pocas enteras
del pasado. Nuestro siglo avanz conforme a su destino, por dentro de lo que se
import. 1830 es un momento en la disolucin de un orden imperante por inercia
y la exhumacin de un cuerpo y un alma inmortales; 1930 tambin. Pero aquel
perodo podemos verlo hoy reducido a su esquema, abarcado desde una altura de
cien aos; y ste lo contemplamos en el decurso de los das que forman nuestra
edad, aparentemente ms lgico y continuo y sin duda con ms cantidad de
materia en movimiento. Pero los hechos valen lo que los huesos y nosotros
estamos viviendo lo que la historia omite. La unidad de estilo de un pueblo se
percibe tarde y desde lejos. Ser preciso esperar a que la actualidad pierda su
carcter de fenmeno biolgico y se convierta, como el pasado, en diagrama
sinptico para comprender que el presente que vivimos es un captulo de la misma
obra, y que a ninguna otra se parece tanto, por el tema que viene desarrollndose y
por los personajes en escena, como a esa obra que parece cambiar de asunto al
promediar el siglo XIX. Estos aos que nos toca vivir no son de ninguna manera
superiores a los pretritos, aunque estn sazonados por los acontecimientos
exteriores que entran accesoriamente en juego por el telgrafo, los transatlnticos
y los aviones. A qu fin sirven, qu fuerzas genuinas ponen en accin? Lo que
entendemos por fenmenos de cultura, riqueza, por mayor cantidad total de
bienestar, podrn parecer sntomas de decadencia y de retroceso cuando ste ahora
que est vivo por nuestra vida, se retire y deje los hechos escuetos en su puro
significado terico, sin carne y en su hueso. 1830 es juzgado por nosotros con
relacin a una fecha universal; 1930 ser despus visto en cotejo con todo el
ahora.
Los protagonistas de la historia que vivimos, no son ms numerosos ni
mejores que los que actuaron en cualquier instante del pasado. Tampoco son ms
de veinte pero han perdido, en desventaja, la visin nacional de los hechos, y
proceden a la sirga de un complicado conjunto de fuerzas ya mecanizadas.
Aqullos forjaban un estado de cosas, y stos son arrastrados por un estado de

cosas que escapa a su comprensin y pericia. El espectculo no era entonces de un


valor de civilizacin inferior, sino comparndolo con el resto del mundo; pero
ahora lo es dentro del concierto de los valores de civilizacin circulantes, aun
dentro de las necesidades nacionales. Estos hroes sin estatura y sin carcter, que
vemos participar en la vida pblica, cuyos actos parecen triviales, rutinarios,
desconcertados y hasta insensatos, sern quiz los hroes de nuestros nietos,
como para nosotros aquellos otros llenos de pasiones, de crueldad y de atisbos
geniales? Ellos vern la comba del descenso, la identidad de la materia histrica y
el hueco que nos parece colmado. Vern que stos ya no pueden manejar un
sistema que los supera en complicaciones y que estn imitando a los otros. Pues
sin un pasado vlido de experiencias, se entregan a l inconscientemente e
improvisan, fallos de programa. Estos aos acaso deban ser considerados como el
captulo penltimo de la Colonia; y 1880 aparecer como una etapa, en un hervor
de sangre nueva, menos autntico y argentino que 1930, con que la historia vuelve
a soldarse a pocas anteriores en un plano continuo de sentido.

LAS CURVAS DE APROXIMACIN AL VECTOR NORMAL


Puede caracterizarse lo que entendemos por adelanto en los ltimos setenta
aos, por el crecimiento megaloceflico de las siete ciudades en que se concentra
ms de la mitad de la poblacin; y por el precio de la tierra. El nivel
contemporneo de lo que debemos de entender por estado intelectual y moral, ha
descendido en una curva tan pronunciada como la que se eleva en las tablas de la
produccin y de los valores materiales. Con la diferencia de que el diagrama
ascendente corresponde al trfico del comercio internacional, y el descendente al
rendimiento de lo argentino propiamente dicho. Cuanto mayor ha sido el
crecimiento de lo que corresponde a la historia del dominio poltico o
capitalista de Europa en Amrica, lo intelectual, potico y emocional ha
disminuido.
La grandeza y la decadencia de un pueblo cuentan por otros datos que por
la expansin mecnica de la riqueza; resulta de un balance exhaustivo de los
recursos y consumos, con inventario de todos aquellos elementos imposibles de
encerrar en la estadstica gruesa de la importacin y la exportacin. Un plus de
economa produce su grandeza, y un minus su decadencia. No se operan estos
procesos a la vista del espectador; quien forma parte de ese sistema que progresa o
degenera, es envuelto por los cambios que se operan en l inclusive. Ocrrele lo
que deca Poincar del habitante de un hipottico mundo que de noche creciera o
disminuyera simtricamente en todas sus partes: a la maana siguiente le parecera
del mismo tamao porque el habitante y el metro con que iba a medir habran
crecido o disminuido igualmente. Esos procesos son comprensibles desde la
distancia, y entonces se ve que la cada de los valores por entre la suma de los
materiales ha sido vertical. Ese plus va acumulando un sobrante, el rdito de lo
que no se necesita para la estricta conservacin, o fondo de reserva. Lo mismo
ocurre con el dficit que se acumula y que se cubre a expensas de sustancia de alta
calidad. En los pueblos nuevos un crecimiento hipertrfico de la poblacin, del
rendimiento inmediato, de los aparatos mecnicos y de las formas superficiales
del saber, puede encubrir ese dficit de sustancia vital. Y aun lo que en trminos
absolutos puede ser la curva de crecimiento material de una nacin, puede dar un
resultado negativo comparado con el ascenso general de las dems. En gran parte

nuestro progreso resalta por contraste con el estancamiento y el retroceso de las


naciones vecinas, y nuestra cultura por parangn con la cada en la barbarie de
algunos pueblos vecinos. Pero, significa hoy la Argentina ms, por su produccin
intelectual, por su estado de organizacin, por su potencia econmica que lo que
en el concierto de los pases mundiales significaba en 1870?
El crecimiento monstruoso de Buenos Aires, desde que se constituy en
sede y espejo de la Repblica, ha colocado al interior en una dependencia de signo
menos con respecto a su adelanto. Cada rascacielos que se alza en la planta central
de la metrpoli hace ms pobre, ms ignorante, ms improductivo el pedazo de
tierra alejado en las provincias y da al desierto fiscal de los diez territorios, que
son los baldos de la metrpoli, aspectos de solitaria lejana.
Hay, pues, una acumulacin que concierne al hombre, a sus bienes
espirituales: y otra que se refiere a las cosas materiales, que en cierto modo
pareceran existir, crecer y multiplicarse independientemente de l. Estos dos
factores suelen estar en oposicin y hasta en pugna declarada, cuando la suma de
la fuerza de las cosas sobrepasa la suma de la capacidad de dominarlas. Entonces
se tiene que apelar al capital, a la ctedra y a la tcnica extranjeras, trayendo
profesores, especialistas y combustible fiduciario. Son la cultura y la civilizacin;
el alma y el cuerpo, las formas del pensamiento contra las formas del crneo. Y,
en resumidas cuentas, el dficit moral con relacin al supervit material. No puede
juzgarse de un mejoramiento, de un cambio fundamental en la vida poltica,
econmica, artstica de nuestro pas por el uso de las ltimas formas de los
adelantos mundiales adoptados, por el depsito de los productos de la civilizacin.
El telgrafo, la prensa, la radio, el automvil, el cinematgrafo, las telas, los libros
y el tabaco rubio son susceptibles de impuestos, engruesan la renta, pero pueden
surtir efectos disolventes, ser usados y no asimilados. En algn sentido podemos
decir que el hombre acumula, multiplica y reproduce rutinariamente, como
verdadero mecanismo que tiene sus lmites de los que no le es posible salir; y que
las cosas, las herramientas, las mquinas, los edificios, las mercaderas que toman
vida de sus manos, son las que crean, innovan y varan. El hombre se convierte en
ser vegetativo ante la creacin de ese mundo de objetos que nace, crece, se
multiplica y muere. Civilizacin es el uso correcto de las formas que ella crea.
Hay que juzgar por lo que el uso de esos productos significa en el aumento de
potencia y en el valor efectivo del progreso. Esas formas son los instrumentos,
pero el pas prosigue su lento camino utilizndolos con arreglo a su necesidad.
Con un alambre se puede hacer un restato y Alberdi deca que el telgrafo y la
imprenta podan ser vehculos de barbarie. Tmese la provincia de San Juan en las
descripciones de Sarmiento, o la de Corrientes tal como la vio Echeverra hacia
1840, Salta en 1800, Santa Fe en 1780, Mendoza en 1900. La tradicin sanjuanina
de crmenes polticos, de atropellos, de exacciones tiene en la actualidad su valor
negativo mximo. Corrientes, que inicia la colonizacin en gran escala y de la que
todava Pellegrini, en el discurso contra la federalizacin de Misiones pudo hablar
con elogios, ha cado en la ignorancia, la pobreza, retrogradando a ms de un
siglo. Poblaciones enteras no prueban la carne; los nios se alimentan de
mandioca, naranjas y mate; las tres cuartas partes de la poblacin es analfabeta, el
porcentaje de exceptuados del servicio militar, como en La Rioja, Catamarca,
Salta y Jujuy, por insuficiencia torcica o por enfermedades endmicas, es
pavoroso; la licencia concluye con lo que deja en pie la miseria. La historia de las
asonadas, de los odios regionales, de las malversaciones, o de la persecucin
sistemtica al intelectual de cepa, el desprecio a lo que no est orientado en la

direccin de la fortuna pecuniaria, la hegemona del ejrcito como nica


institucin de orden y de poder, el sometimiento de la enseanza a la poltica,
demuestran que a travs de un siglo se cierra un parntesis y que la historia
recobra su curso regular. Tmese como ndice los diarios de las cmaras, las
colaboraciones de los rotativos, los discursos que se pronuncian y los libros que se
leen, las obras de teatro que se mantienen en cartel, la msica y los espectculos
populares, el deporte y las dems expresiones de la realidad autntica, y se ver
que el nivel moral e intelectual nunca alcanz las bajas actuales desde cincuenta
aos. Una depravacin poltica sin antecedentes, el entronizamiento al gobierno
de las muchedumbres ignorantes, egostas, fanticos, reemplaz al sistema
perpetuado en la ineptitud y el fraude; echado abajo el que se llam democrtico,
recuper el poder su dueo verdadero, el que tiene ttulos ms aejos y derechos
menos discutibles. Lo que llambamos barbarie no haba desaparecido, sino que
se haba refugiado en zonas neutrales esperando su momento propicio. Hace su
aparicin en los corsos, en los comicios, en los estadios. La crisis econmica dio
lugar a que resurgiera el bandolerismo y el contrabando, el soborno y la
agresividad encubierta en agrupaciones y ligas. La Crdoba que vio Funes es la
misma que vio Nicolai; esto es aquello, que estaba sofocado por los altos sueldos
y la libertad con que cada cual haca su juego en la buena racha. Slo nos queda,
en el balance, una gran ciudad, como fortaleza contra el azar, donde se ha
concentrado lo que antes posean repartido las provincias. Pero Buenos Aires ha
crecido sin variar. La gran aldea de Lucio V. Lpez es la factora de Ortega y
Gasset. En J. A. Wilde est descrita como en Hudson y Cunninghame Graham
aunque sin subterrneos, sin luz elctrica, sin telfonos, sin avenida costanera. Y
las provincias, con silos cooperativos, automviles, sucursales de banco y tiendas
no han prosperado ni avanzado, por cierto, ms que Buenos Aires.

AMOR
Los nietos de los nietos tenan un alma cargada con todos los lastres del
pasado.
El tiempo estaba de parte de los que esperaban. La carne del hombre
envejeca y volva al polvo de origen. La mujer humillada en la que se quiere
borrar todo sentimiento de dignidad, retrocede un paso y en la misma
mansedumbre con que se entrega y se resigna, ejerce su venganza. Tomada como
presa, usada para el placer, deja en el alma del varn los signos materiales de su
cuerpo. Pues lo cierto es que el alma del macho se iba prostituyendo al mismo
tiempo que la carne de la hembra; el fraude, la codicia, el desprecio por lo que no
morir a pesar de todo, la falla de gozo en la obra del da y en la espera del
maana, el afn de cubrir con el dinero, el poder y la apariencia, los huecos que no
se pueden llenar, es la forma espiritual de esa larga afrenta a la mujer, cuyo
sentido humano es mstico.
Un pasado semejante se olvida, pero no tiene remedio; se cubre de las
ltimas conquistas de la ciencia y del arte, y se levanta como un fermento y lo
trastorna todo. Los nietos no saben ya nada de sus orgenes; el tiempo parece
haber borrado la iniquidad y la omos en la boca del escolar cuando se enoja con
el condiscpulo, y en la sonrisa del adolescente que cala a la distancia una alusin
del tab femenino. Pueden mezclarse las sangres; esa gota ofendida es inmortal.
Nuevos hombres llegaron de otras partes del mundo e importaron nuevas

costumbres. La transfusin era lenta y entraba para perderse en el torrente


circulatorio. Los aportes de nuevos contingentes humanos impulsados por los
mismos mviles, urgidos y vidos, no traan el amor, ni la resignada bondad de
los consortes que se entienden: No traan amor, ni lo encontraban aunque el fuego
encendido en sus carnes flageladas los iluminara efmeramente en el gran
resplandor de una pasin sin control; y sus hijos quedaban junto a otros hijos
trabajando en plasmar una realidad fra y sin forma.
Cuando la guerra del Paraguay, relata entre otros Pellegrini, las mujeres
todava acompaaban a las tropas, como en las guerras civiles y en las campaas
contra el indio: Corrientes ha perdido esa guerra. De la posesin de mujeres en
calidad de seres domsticos, nacan hijos que iban a criarse en hogares
regularmente constituidos; en cada familia llegaban a media docena, pero el que
ms posea criaba ms. Santos Ugarte, en El Omb, de Hudson, es de ese tipo de
padrillo que poblaba y despoblaba la campaa; Entre Ros tuvo el suyo. Esa
subraza nacida de tales desrdenes; la siembra de parias como no hay otra en la
historia del mundo, produjo al gaucho sin respeto. Las mujeres aborrecan al
hombre, que en todo sentido les era inferior, y cuando se sometan y callaban,
algo dentro de ellas se haca fuerte y se preparaba a levantar la voz.
Entre la separacin espiritual de antes y la unin un poco precavida que
sigui, existi la zona neutral, el terreno baldo que tambin separa las fincas. Una
distancia psicolgica que llego a ser fsica, como se la ve en el esposo y la esposa
que van del campo al pueblo y del pueblo a la ciudad. Entran a las calles, marido
y mujer, como avergonzados de que se los vea juntos, acaso porque el sol no los
sorprende nunca unidos; los trabajos rurales que dejan a la mujer en la casa y
llevan al varn a su tarea, los une en la noche sin tertulias ni visitas, en la soledad,
cuando se acuestan cansados a engendrar hijos y a dormir. Costumbres y reparos
de seres disociados, que igualmente se descubren en algunos inmigrantes. Parecen
desorientados y echndose recprocas culpas de faltas inconfesables, que no
existen. El hombre va delante; la mujer y los chicos detrs de l; l anda con aire
de extraviado, de asombrado, atisbando indiscretas insinuaciones que existen
como si lo que le sigue no le perteneciera; y son su mujer y sus hijos. Al
desprecio natural por la mujer, cuya posicin en la sociedad era inferior por un
complejo de circunstancias, se uni el ancestral desprecio judeo-cristiano que la
consideraba fuente de todo mal; la incitacin de Eva y la cada del gnero humano
cobraban evidencias teolgicas. En el orbe catlico, la mujer es el instrumento del
goce, el artefacto del diablo, el pecado por antonomasia; si la vida no tiene una
potencia orgnica capaz de eliminar el virus, se incauta de ella y la inficiona. Esa
idea religiosa propalada sin que fuera resistida por un estado de hecho basado en
el amor, lleg a dar un tono al idioma y a la vida; la idea perversa se agazap tras
la picarda, en la alusin, en el gesto y en el estado de nimo propenso a tales
juicios sintticos de bajeza. Por fuera, una excesiva rigidez proscriba an las ms
inocentes fintas erticas; por dentro, flojedad y dehiscencia. De ese divorcio y esa
censura, la vida sexual constreida, asfixiada, tendra que resumirse y aflorar con
virulencia morbosa; de una parte en la casa del placer y de la otra en la casa del
resignado sufrimiento de la vida sin amor. Sobre todo lo que acusara una
procedencia de filiacin sexual, se echaba la corteza de un austero repudio, algo
slido como la crnea transparente, a cuyo trasluz se mira el mundo del pecado.
No se tena ninguna compasin para la mujer; se le tendan los lazos ms astutos y
se viva a la expectativa de difamarla luego. Camila O'Gorman, fusilada con su
hijo en el vientre, es una de las pobres mrtires de la inclemencia del censor

pblico. El confesionario y la mirada a travs de las celosas eran los fiscales


terribles de esa vida encerrada en una cpsula de hipocresas. No haba ms que
dos extremos: la castidad emparedada y la prostitucin. En el teatro clsico
espaol, sin madres, sin nios, con esposas como amantes y con doncellas de
brutal virtud, se encontraban abundantes ejemplos de lo que se enalteca y
vilipendiaba. El sexo quedaba para siempre encubierto, pero hara sus estragos en
las almas, corroyendo del espritu porciones equivalentes a las que no haba
podido satisfacer noblemente en los cuerpos. Una pintoresca evasin encontramos
en las tapadas de Lima, que se cubran el rostro para evitar el escarnio, y en las
mscaras de nuestro carnaval. Produjronse formas muy curiosas de libertinaje,
bajo los disfraces de la ms acendrada honradez. Fuera de su casa, la mujer
quedaba expuesta al vejamen y al atropello, que an despus de las diez de la
noche es la asechanza en las calles de Buenos Aires; el amor se redujo a los
recintos prohibidos, como en el teatro clsico espaol a la alcoba. Esa disociacin
de una unidad que es indestructible, cre una poblacin sin amor pero donde se
finga el amor; produjo un crecimiento canceroso de los tejidos enfermos de la
sociedad. Para Bertrand Russell, es Suramrica de los ltimos pases donde la
prostitucin sigue siendo un problema social y municipal; aunque ignora que es
un problema moral, como todos los nuestros.
La cantidad de instintos y expansiones relegados al interior de los
lupanares, no disminuy la virulencia del dilema, contribuy a que fuera taciturno,
fingido y tremendo. De esos lugares aislados como lazaretos espirituales, aunque
diseminados por todos los barrios y por todos los pueblos, salan con los
noctmbulos, hlitos de relajamiento, de laxitud, de altanera, que llegaran a
contaminar los hogares y la infancia. El adolescente haca en el prostbulo su vela
de las armas en la caballera de nuestro Medioevo. La mujer en abstracto qued
ocupando una posicin ficticia, sin que se la respetara a fondo. Se la miraba con la
malicia del que desde muy pronto conoce ya sus secretos anatmicos y sus
genricas funciones de menstruar y parir; demonios viejos y jvenes que
consideraban la nubilidad como una humillacin fisiolgica. La cuestin sexual se
desplaz, pues, de la esfera de los sentimientos y cay como blido en la rbita de
la materia; lo genital fue lo sexual y lo sexual lo sensual. Voluptuosidad, emocin,
se fijaron en un sitio corpreo, igual que la parodia del amor en los lenocinios.
Inflorescencias genitales son las especies que sazonan las charlas de varones;
forman parte integrante y parasitaria del lenguaje, de las ideas, como el fondo
comn de pensamientos e imgenes; cuando se las excluye es sensible el esfuerzo
de eliminacin. La vida gira en torno de lo que se evita decir; una va lctea de
alusiones vedan el uso de palabras y construcciones gramaticales. Aun la mujer
ms inexperta tiene gran agilidad subconsciente para interpretar las insinuaciones
ms veladas a la sexualidad; la suspicacia serpea por los meandros prohibidos, y
aun los nios en sus juegos mezclan trminos obscenos a gestos cuyo significado
ignoran. En fin, lo sexual, reducido a sitios de retiro y a zonas suburbanas de la
conciencia, no ocup por impregnacin todos los lugares que deba. Bajo la
vigilancia religiosa y policial, el problema de la libido produjo fenmenos de
perturbacin moral; simple y sin neurosis, tiene sus leyes, sus secretos y sus
ordenanzas.

FE

La religin que se trajo a estas tierras de mitos tan viejos como sus seres y
sus plantas, era a la sazn un instrumento de dominio complicadsimo y sin
ningn contacto con la vida; una maquinaria que se pretenda hacer funcionar en
el seno de la naturaleza. Pues la orden jesutica era un sistema de ingeniera
elaborado para convertir las materias primas del mundo salvaje en combustible y
fuerzas apostlicas. Los encargados de inculcar la doctrina de Cristo no traan la
esperanza ni la caridad; venan a reclutar espritus y cuerpos para la guerra, a
llevar a cabo el plan ms atrevido que el despecho de un cnico pudo engendrar en
el crneo de un fantico. La doctrina que Maquiavelo concibi para la poltica, era
el consuelo y la resignacin que se predicaran a los hijos de la soledad por sus
adversarios.
El catolicismo, que no haba hecho presa de Espaa hasta Fernando e
Isabel ms que como una coalicin contra el rabe, encuentra su forma hispnica
en San Ignacio de Loyola. Desde ese momento fue consustancial con su vida. El
santo descubri la manera de hacer que la religin que con el Renacimiento se
despoja de durezas primitivas, recoja para transportarlas a la Edad siguiente, los
contenidos msticos de la vida medieval espaola. Era tambin, el jesuitismo,
Espaa que desbordaba hacia pases donde combatir por la fe y por la dominacin.
Convertir al mismo Cristo en Cruzado fue la idea genial, para que el amor a l se
transformase en lucha, y la oracin y el xtasis se concentraran en hipnticas
disciplinas de cuartel. La verdad absoluta del Dogma era indiscutible, los debates
de la Teologa, intiles; haba una verdad: la fe, y una fuerza para imponerla: el
ejrcito. Con la Compaa de Jess hall Espaa el modo de hacerse fuerte ella
misma, como cuerpo combatiente de la Iglesia, de poner su bravura y su
ignorancia al servicio del Dogma, anulando la distancia entre ella y Europa, en
cuanto poda oponer a los exegetas los soldados. Saldra la religin del claustro y
se internara en las selvas y desiertos del mundo salvaje, llevando su alma en la
cruz y la espada. Amrica figuraba con China, India, Polonia, Lituania, Rusia y
frica. La idea de San Ignacio llegaba en su momento, para sustituir en su pueblo
la necesidad de razn con la fe, la necesidad de gobierno con la obediencia, la
necesidad de orden con la empresa. La Compaa naci para salvar a Espaa de
un peligro inminente, proveyndola de sustitutos sacados de su propia sustancia,
para reemplazar las formas de alta cultura en que iba Europa hacindose adulta.
Hall cmo persistir sin claudicar en su naturaleza brava, sin transigir con la
Edad Moderna. El advenimiento de la Orden hizo posible continuar la conquista,
cuyo objeto y posibilidad estaban de hecho agotados, porque el jesuita tena un
plan y el poblador no. Tom ese carcter casualmente cuando Espaa comenz
a hacerse potente y a poner en sus ejrcitos la mira de su poltica internacional.
Los ejrcitos de predicadores y misioneros, conquistadores de cierto cariz,
encontraron horizonte propicio en estas latitudes. Era ms fcil y hasta ms
meritorio reducir al indio que a los pueblos que haban abrazado la Reforma. En
vsperas del fracaso del catolicismo, apareca otra vez el pueblo elegido en que
tomara cuerpo para salvarse. Desde entonces la Iglesia misma, en esas milicias,
contara con una fuerza digna de tenerse en cuenta para los tratados y alianzas.
Entre las promesas informes que Amrica ofreca al espritu reducido del
espaol del siglo XVI, estaba la posibilidad de formar un imperio con lo que
habra de quedar, como de formar una riqueza con lo que habra de llevarse.
Amrica tendra su justificacin: la leva de un ejrcito formidable para la fe y la
explotacin de la raza nativa para la riqueza. Los misioneros eran un
complemento de la invasin armada, no con el propsito de legitimar ante el Papa

y el Rey los despojos y la esclavitud, sino con el nimo de fijar un reinado


pacfico y seguro al Dogma. Fue una empresa eclesistica y no religiosa, la
evangelizacin de la Amrica espaola. Se trajo el catecismo y los preceptos que
exager la Mnita, en vez del Evangelio y las Epstolas. El sacerdote era la
encarnacin de Cristo combatiente. Ese imperio que iba a extenderse con sujecin
a un plan, para que fuese eterno e inexpugnable, habra de tener su sede en un
punto estratgico de las posesiones, y sus rganos subsidiarios segn la
conveniencia del todo; cosa que no entenda el conquistador, que poblaba sin plan
sirviendo ingenuamente a aquellos planes.
Misiones fue el lugar en que comenz a elevarse la fbrica de los templos
y a reclutarse los soldados de Jess. Ese clrigo era hombre de conquista, de
dominacin; tom bajo su tutela al aborigen y lo hizo trabajar con la promesa de
un paraso indgena tras la muerte, a cambio de su esfuerzo servil en la tierra. El
clrigo ocup un lugar de preferencia junto al corregidor; custodiaba la integridad
de la disciplina de los espritus, como el otro las fronteras. Tuvo que recurrirse a
hiperbolizar lo pintoresco y pattico de la religin para que conmoviera el alma
del salvaje, y que poner a su alcance una creencia simplificada y materializada. El
catolicismo hubo de regresar a las formas primitivas, de las doctrinas de Pablo, y
consentir que se le infiltraran los elementos de la mitologa autctona, en lo que
pudiesen casar unas y otros. En todo eso se convino por necesidad de que el
indgena no rechazara, con la indignacin de Atahualpa, la religin entera, y a
condicin de no sacrificar al catecmeno lleno de repugnancias ante la nueva
forma espiritual de creer. Se elabor una especie de droga enervante y tropical con
el nuevo culto y la antigua supersticin. Las ctedras de teologa y de derecho
cannico, que formaban las asignaturas capitales de la instruccin, no tenan que
ver con ese otro proceso inverso del fraile que se entorpeca cada vez ms con un
catolicismo mtico, bastardeado por la ignorancia del feligrs. Su recurso de
ltima instancia fue entregarse a la poltica y buscar la fuerza que perda con el
trato de las poblaciones sometidas, en el claustro, en el parlamento, en el hogar y
en el plpito. La religin le fue suministrada al catecmeno deformada y adems
l la acept deformndola. Hubo de reducirse los smbolos y la retrica de la
mstica, al alcance de esas inteligencias infantiles. Muy pronto desapareci cuanto
tena de espiritual para quedar en el rito, en lo ornamental, en un instrumento de
tortura y predominio. Las formas arquitectnicas reemplazaban en el alma
indgena la leyenda de los mrtires y los santos. Francisco Solano tuvo que
reducirse a la condicin de indio errante, asemejndosele en todo lo posible,
porque el indio no poda erguirse hasta l. En fuerza de poner al alcance del bruto
los misterios de la Trinidad, de la Concepcin y de la Eucarista, se caa en una
forma materialista de supersticin que a la larga el mismo indgena repeli,
purgndose de ella con el retorno en masa al culto ancestral. No se puede hablar al
indgena del misterio de la virginidad sin que termine en un culto pripico. El
fraile goz de predicamento absoluto como hombre. Vala por la cantidad de
infierno que tena a su disposicin. Para un Santa Mara de Oro y un Mamerto
Esqui, tenemos diez Castro Barros, Aldao y Monterroso, exponentes clsicos de
lo que lleg a ser el fraile en los campos. La tonsura desapareca bajo el cabello al
mismo tiempo que se borraban en el cuerpo y en el espritu los dems signos que
diferencian al sacerdote del seglar. Acaudillaba huestes, las azuzaba en el combate
y las compela al saqueo; jugaba, cortejaba y blasfemaba.
No encontr asilo en las almas, la religin, y se refugi en los templos y en
los cuarteles. San Ignacio, Corpus Christi, eran los puntos de reclutamiento en la

conscripcin de la fe y el trabajo, para el imperio terrestre; Crdoba, elegida segn


el otro aspecto de la fundacin de Colegios y Congregaciones, irradiaba la ciencia
que justificara la empresa como obra grata a los ojos de la razn. Asuncin, llave
central, fue la ltima cabeza que so ese sueo. Crdoba constituy el alma
como San Ignacio el cuerpo de la Orden; tena su Universidad, que trabajaba de
consuno con los seminarios, llevando a lo hondo la conquista de las almas. Ambos
arsenales ocupaban lugares estratgicos, segn la superficie del virreinato y la del
proyecto de extensin por Suramrica. En Crdoba, centro onflico que habra de
absorber a Chuquisaca, prepararan la artillera pesada de telogos y
jurisconsultos; en Misiones, que habra de absorber al Ro de la Plata, se alzara el
emporio industrial, agropecuario y mercantil que poniendo la conquista a su
servicio, proveyera, como la Lubeck de un Hansa brbaro, a las arcas y las tropas
de la iglesia. Eran dos fortalezas construidas sin violentar la topografa y las lneas
fundamentales de comunicacin, teniendo en vista el mapa ideal de un imperio,
por donde irrumpiran los ejrcitos de colonos, soldados, telogos y traficantes.
Pero la religin quedaba excluida de esa tctica maquiavlica. Se la negaban
casualmente con la difusin y el dominio de ese fanatismo eglatra, que se haba
propuesto a la victoria sobre el salvaje como punto de partida para la victoria
sobre el mundo catlico europeo que se apartaba de la Iglesia. La instruccin de
esas fuerzas de refresco para llevarlas a Europa, brutalizaba la empresa, con
medios como fines. La idea de San Ignacio de Loyola encontr su brazo en el
Concilio de Trento; pero en Amrica faltaba un estado previo de catolicidad
exacerbado para que esa fbrica formidable de razonamientos crueles y de lgica
qumica, pudiera llevarse a cabo sin que se pervirtiera. La conversin habra de ser
a la inversa, como que el instrumento de dominio era infinitamente menos
poderoso que la materia a dominar. Predicadores y soldados acabaran ponindose
al servicio de Amrica, utilizando las enseanzas de sus ejercicios y prcticas para
rechazar una liturgia militar que, sin embargo, se destinaba a las almas.
El medio en que esos capitanes y generales de Cristo haban de desarrollar
sus actividades, les era hostil; refractario por todas las circunstancias imaginables.
La fe ciega requiere el agotamiento de la razn, el suicidio consciente de la
facultad de crear, de dudar, de buscar la ntima senda. Llega al espritu despus de
muchos aos de ansia estril por encontrar las moradas interiores, en un supremo
abrazo a la fe derrubiada. Predicada como dogma la obediencia ciega, la
aceptacin del absurdo acentuado ex profeso como mrito de la verdad, termina
por desbordar en olas destructoras. Las tropas armadas al servicio de lo que por
primera vez se piensa con libertad y de lo que por primera vez se ama a merced
del albedro, se sentiran a s mismas como cohortes de Dios. El renacer de una
insobornable facultad de pensar sin coacciones daba a la propia conciencia
emancipada el arsenal empleado contra ella.
El sometimiento de los misioneros a las condiciones primarias del salvaje,
para arrancar de ah la catequesis, les impuso una primera claudicacin. Haban de
comenzar aprendiendo idiomas sin ningunas relaciones lingsticas con las dems
lenguas conocidas: aprendieron el guaran y el quechua para ensear a esos
pueblos las oraciones y el catecismo. Era la primera victoria del indgena y el
nico recurso posible para que la doctrina llegara al catecmeno envuelta en la
palabra materna. Entrara a ellos la gracia con el verbo. Por inteligente que fuese
el catequista, y por grande que fuera la voluntad puesta en la tarea, la pureza de la
doctrina se corrompi al cambiar de idioma. Una religin es inseparable de un
idioma, como lo prueba la adopcin del latn para la liturgia. Mediante un

vehculo inapropiado, lo sutil se evaporaba y lo sustantivo se haca, por


desecacin, ms material y didctico, Esas gentes, que slo tenan alma semejante
al europeo por decisin pontificia, no estaban de ningn modo predispuestas a las
disquisiciones anaggicas, ni a la concepcin de un supermundo de categoras
filosficas. Era menester ponerles ejemplos groseros, consentir que interpolaran
en la leyenda cristiana trozos ntegros de su teogona. Predicadores y misioneros
corrompieron su propio idioma, acabando por proscribirlo definitivamente en el
habla y en los eucologios; el castellano en las misiones y el latn en la ctedra
sufrieron por hibridacin las mismas deformaciones que una religin que tampoco
hablaba al corazn de un pueblo sino a su alelada fantasa. Para comprender una y
otro era menester cerrar los ojos ante el pasado y el presente que destruan por
simple acto de existencia la construccin de esas Nefelococcigias. Slo afirmaba
la credulidad en lo verdico de esas enseanzas, por acto de potencia, el estilo y la
nfula que daban a su vida y a su prdica esos hombres de distinto color, que
parecan traer consigo la verdad y la Fuerza. Crean en los hombres.
Todo ese sacrificio de paciencia y de perseverancia, de acomodacin
recproca, tena un mvil secreto, nihilista. Suavemente, inadvertidamente, la tarea
titnica conduca a la edificacin de un Templo, de un Emporio y de un Cuartel. Y
con no menos imperceptible suavidad el indio atraa hacia su paisaje al
perseverante trabajador. Se le haca labrar y manufacturar, sin que en sus obras
dejara la impronta de la alegra ni del amor. Luchaban dos mundos en la vasija
que cocan, en el tejido que tejan, en la espiga que trituraban. Tambin en esta
lucha el indio, sometido a las faenas rurales e industriales, reducido a servidumbre
encantada de cnticos e imgenes, pero sordamente en rebelda contra esa tarea
cuyo sentido universal se le escapaba, y contra esa liturgia ornamental, iba
dominando poco a poco al jesuita, transmitindole de su nsita supersticin y de su
tcnica de hacer, de pensar, de sentir, de acatar. Cayeron unos y otros en la
adoracin de los amuletos y en el temor de la magia negra, catequizados a la vez
por la ignorancia y la ingenuidad. Los santos regresaban a la categora del ttem,
y el ajedrez de un imperio universal se embolaba en el placer glteo del podero
material y en la soberbia de una victoria muy difcil. Desde entonces habran de
ser en estas tierras, el catolicismo del franciscano y del jesuita, una nueva secta
cismtica, con toda la pompa externa del culto, pero sin esa fuerza que la religin
verdadera inflama en el alma del creyente. Ese catolicismo espurio no podra
haber sido predicado, comprendido ni aceptado en ninguna otra parte del mundo.
Finalmente, hubo que destruirlo, expulsando a los sacerdotes que renegaron del
idioma y del acatamiento al rey, como a herejes ensoberbecidos.
El beato fray Luis de Bolaos y el santo Francisco Solano que hablaban
ese idioma espontneo que Dios milagrosamente hizo que entendieran de pronto,
hubieron de recurrir a otros medios de persuasin. Crearon un mtodo como los
filsofos un sistema. Con la comprensin revelada de las lenguas indgenas, les
baj la gracia de ser al mismo tiempo entendidos. Francisco, a la manera del de
Ass, con el que tiene similitudes pardicas, en lugar de la rama que simulaba el
lad, atraa al indio con su violn construido por sus manos. Modulaba
improvisados aires y melodas, y el canto se mezclaba a la voz silvestre de su
anglico instrumento. Otra vez el arte serva de lengua de dominacin, ms
poderoso y eficaz que las armas. Lo que hizo, l solo, no lo hizo la Orden entera.
Obr prodigios y dej almas que an lo veneran. Era la nica manera de llegar a
lo recndito de los espritus, de alzarlos a la luz. Pero para eso haba tenido que
reducirse a ser un transente del desierto, un juglar de hordas, un violinista en

estado natural. Sus milagros son tan groseros como su pobre vida, y en el cielo,
aun junto al de Ass, estar avergonzado de su rustiquez y de las pruebas de su
existencia que dio a las gentes de la tierra inculta, el Dios que lo inspiraba.
No todos siguieron ese camino de sacrificio y derrota, sino que prefirieron
el otro, ms afn con lo que el ambiente les incitaba a realizar y con los mviles
que les guiaron hasta estos lugares: combatir con denuedo junto al caudillo. Se
pasaba de unas filas a otras. Quiroga consider a sus enemigos como ateos; Aldao
y Bustos llamaban a los contrarios de su poltica, innovadores peligrosos y
tambin ateos, que era la palabra satnica. Se haban hipostasiado a una
Divinidad mestiza, usurpando inclusive un mesianismo del que no tenan siquiera
idea clara. Y la nueva secta puso en lugar de la Virgen a la Santa Federacin.
Haba servido la religin para mantener en la obediencia mientras no
exista ninguna institucin laica, y en ella se polariz todo deseo de sofocar al
adversario y de erigir la propia voluntad en principio incontrastable de gobierno,
ad majorem Dei Gloriam. En Entre Ros, refiere Andrs Lamas, un fraile
franciscano haba estado administrando justicia civil y criminal, pronunciando
hasta sentencias de pena capital. Siendo refractario el ambiente a la absorcin del
alimento mstico y aun religioso, la religin embebi, por simple fenmeno de
capilaridad, las costumbres y las fuerzas sensuales y hednicas de la horda y del
gobierno de la horda. Era imposible llevar a cabo ninguna innovacin sin que el
tribunal del Santo Oficio no la juzgara sacrlega y opuesta a la ley divina con que
se haban conculcado las dems leyes de la naturaleza y de la razn. Don Nicols
Oroo seculariz los cementerios e instituy el matrimonio civil, en Rosario,
antes de que existiera en otras partes de Suramrica; proyect, tambin, fundar
una escuela de Agronoma en los terrenos del convento de San Lorenzo. Tales
impiedades desataron contra l la revolucin del 22 de diciembre de 1867. Del
norte de la provincia de Santa Fe llegaron a sitiar Rosario las fuerzas del jefe
nacional de guarnicin en la frontera, mayor Nicols Denis, al que se uni con sus
fuerzas el coronel Patricio Rodrguez. Encendidos de sacro fanatismo, gentes y
tropas armadas recorran la ciudad dando gritos de: Viva Dios! y Abajo los
masones!
Se mezcl el fraile a la poltica y la guerra para acaudillar gauchos malos,
definitivamente vencido por las fuerzas brbaras circundantes. No era posible
transformar por mtodos persuasivos un mundo violento y reacio; haba que
sojuzgarlo y que hacerle comprender la suprema verdad de la religin por el fuego
y el hierro. El ms astuto formaba parte de los cabildos y congresos donde su voz
tronaba, agotadas las razones, con increpaciones del Apocalipsis. Sarmiento
perdi la fe oyendo predicar a un energmeno que haba sido congresista de 1816.
Desde su parroquia el cura levantaba a los fieles, o publicaba infames diatribas,
como aquel escatgrafo padre Castaeda, que inaugur nuestro periodismo
innoble e inici la guarangada en las letras. Desde entonces el soldado religioso se
convirti en el caudillo del plpito; cuando perdi su ascendiente personal, us de
su fuerza oculta por la intriga y la difamacin encubiertas. Expulsado en 1767 se
quit los hbitos, intervino en el gobierno y prolifer ramificndose por dentro de
la vida social argentina como un sistema de ganglios. Todas las prcticas y
ejercicios espirituales se redujeron al culto; a la concurrencia material al templo, a
la observancia de las fiestas rituales. Al despojarse de sus hbitos, visti
incontables disfraces civiles y docentes. Convirtise la religin en una liturgia
externa y en un aparato ostensible de la fe. No hubo, naturalmente, ni el mstico
terico, ni el substrato de devoto concentrado, tan comn en otras sectas fuera de

la catlica. Todo lo que haba sido ejercicio espiritual se convirti en milicia


poltica y burocrtica. Los colegios continuaron preparando sus huestes invisibles,
como la araa que remienda su tela; y si no dio un solo mstico, un solo grande
hombre, se asegur en la ley y en el Presupuesto una vida decorosa de incrdulo
socarrn. Se verti afuera ese ntimo fervor del corazn tocado por la gracia, en la
extraversin caracterstica del conquistador y el traficante. Anastomosada a la
administracin y al ejrcito, devino una religin reducida al culto externo, a la
ostentacin de la piedad, tan contraria a su esencia misma. Sin arraigo en la fe
verdadera qued como una falsa estructura ms. Si smbolo material son esos
templos de Misiones, derruidos, de los que slo quedan en pie bloques de su
fachada invadidos y vencidos por la naturaleza tropical, asomando entre ramas
potentes y vivas su arquitectura recargada de ornamentos de piedra.
El templo suntuoso atesora riquezas fras que se envidian como una
fortuna en malas manos. La catedral y el seminario de Catamarca, cuya
construccin cost tres millones de pesos, atesora riquezas superiores a los
caudales de la Provincia. En todas las ciudades donde la hay, baslicas y
catedrales son smbolo de ostentacin material, no de vida espiritual. Los templos
sin arte y sin antigedad, alzados segn planos antiguos y artsticos, ofrendados
por pecadores arrepentidos y hechos por obreros que maldecan su destino, falsos
en el revestimiento de mrmoles detrs de cuyas lpidas est el recio bloque de
cemento, quedaron como recintos que renen multitudes dominicales que luego se
separan y hostigan. Desde el plpito, el prroco imparte instrucciones electorales
o flamea sermones de fantico incrdulo, levantndose a una fama de predicador,
que se acepta dcilmente pero en la que no se cree. Ningn templo habla a la fe, ni
conserva cenizas venerables. Los escultores no los han embellecido, los pintores y
los tallistas no los han dignificado; la palabra de Dios no ha asomado en sus
naves; y el alma del triste, ms solitaria y afligida, vuelve a la calle otra vez, a
mezclarse a una vida tan fra y hostil como ese templo sin Dios y sin locura.

IDIOMA
Ms que en las costumbres, en el idioma se trajo el acervo de experiencias
de la raza. Pronto se habl en los confines del mundo como en Espaa. Los
pobladores traan un idioma de sustantivos bien concretos, que en las vicisitudes
de las cruzas conserv tanta fuerza como en la Pennsula. Y si durante la Colonia
no encontr el genio de Amrica la forma de expresarse mediante el uso de un
idioma extrao, el siglo pasado tuvo en Sarmiento al ms grande prosista del
habla y en Jos Hernndez al talento capaz de someterlo a los usos de la vida
argentina. Lo dems fue, si no la retrica, una pugna por librarse del peso muerto
que el idioma pona sobre las ideas. Pues un idioma no se adapta sino bajo
condiciones defectibles, ni sirve como verdadero lenguaje de un alma fuera de su
paisaje y de su estirpe. Las palabras tradas por el conquistador no correspondan a
la realidad americana; el despropsito que se advierte palmario en la nomenclatura
de animales y plantas autctonas segn las formas aproximadas de Europa, tiene
su correlativo en los sentimientos y los conceptos. Lo curioso es que en regiones
tan apartadas y fuera del mbito en que el espaol tena su fuente, se haya
conservado con relativa integridad; aunque la prdida de cantidad de voces
corresponde en este caso a la deformacin, pues sin duda los idiomas se reforman
tanto ms cuanto mayor es el caudal del lxico en uso diario. Esa relativa

integridad del idioma, se explicara en parte por ser ste tan poco flexible a la
expresin de complicados estados de alma y tan sustantivo que puede valer para
estados de cultura muy bajos; pero acaso, y es lo interesante de averiguar, la
integridad se deba precisamente a la inadecuacin perfecta de los elementos
psicolgicos y los verbales y a que entonces el idioma cumplira un sistema de
signos que no sufre las variaciones de la vida. Lo cierto es que desaparecieron del
uso corriente aquellas palabras de mayor sabor castizo, de las pronunciadas con z;
no poda hacerse ms. Por el otro lado estaban los profundos observadores de la
realidad, aunque no peritos en lingstica, que propusieron la adopcin del guaran
o de otro idioma, sin que en ello pudiera verse, como en la alteracin de la
ortografa, otra cosa que un movimiento de resistencia, que sin duda les naca del
fondo de la misma entraa en que el idioma est asentado, y de donde sale con su
forma a la superficie de la conciencia y de la voz. Ms sorda y encubierta era la
resistencia del alma a valerse del instrumento que hizo suyo en la necesidad de
emplear uno. Aunque el idioma conservara su relativa pureza mucho ms que en
ciertas regiones de Espaa, esa vitalidad siempre reducida a un lxico de utilidad
manual, por decirlo as, obedeca a la imposibilidad de destruir algo que formaba
parte integrante del vivir mismo. Con provecho podra el fillogo dedicarse a ver
si no han desaparecido radicalmente los vocablos unidos a valorar cualidades
hispnicas, peculiaridades de una existencia lejana y sin sentido, o que
significaran estimaciones de orden espiritual. No se lo poda destruir ni alterar
faltaban energa espiritual y tiempo ; luego se lo rebaj, convirtindoselo en
herramienta y en moneda, pues su sentido no sobrepasa en el orden de las ideas y
de las formas que genera el espritu, el de aquel otro en el lenguaje de las tareas y
las transacciones. Bastaba con eso. Pero a la vez que en provincias, con un
vocabulario ms extenso y de fontica alterada por las vicisitudes propias de todo
idioma en una regin de caracteres topogrficos acentuados, se mantena en cierta
abundancia, en las ciudades litorales y en las de fisonoma francamente
cosmopolita, se bastarde y empobreci. Todos los vocablos sustrados al uso
habitual murieron bajo la violencia de factores de sangre y de ambiente;
amparados en los reductos de la escritura y del habla culta y hasta erudita,
provocan una sonrisa despectiva en el populacho. Han muerto de ridculo tales
voces y se las ha suplantado con otras de cualquier procedencia, ms conformes a
las reglas de las almas, aunque no a las del lenguaje. La proscripcin de voces y la
intromisin plebeya de otras de valor inferior a todas luces, como signos precisos
o semnticos; la cristalizacin de la rama de Salzburgo de ciertas palabras
anodinas que se revisten con irisaciones y fosforescencias en ciertos casos
sorprendentes, es un resultado de la censura por odio reprimido a lo espaol.
Ante todo, un idioma no es instrumento de la mente cuanto de la
sensibilidad, e inclusive de la sensibilidad orgnica o del subconsciente. Es la
forma oral de la vida en primer trmino y es tanto ms perecedero cuanto ms se
identifica con el transcurrir de la propia vida y el variar; mueren menos las
lenguas cuyo uso no remueve la masa total de la psique, hasta que en el papiro se
eternizan. Ni se habla pensando sino sintiendo, por lo cual el lenguaje que
retiene de preferencia los trminos calificativos ms que los sustantivos es
antes un rgano de las necesidades estticas y luego de las necesidades lgicas.
Hasta el pensamiento abstracto procede dando cuerpo a una sustancia vital
orgnica, susceptible de convertirse en ideas, pero tambin en actos, o en cancin.
La comparacin que desde Horacio hasta Darmesteter se ha hecho del idioma con
un ser vivo, con metabolismos paralelos, tiene en el fondo de verdadera que su

existencia est ligada de manera fisiolgica a la raz de las actividades del alma.
Las modificaciones y adulteraciones, en voces groseras, que pueden percibirse en
la corta historia del idioma que hablamos, tienen la seal fresca de la violencia y
la repugnancia. No es extrao, por la misma razn que aqullos entre nosotros,
como Sarmiento y J.M. Gutirrez o como Lugones y Banchs, cuyo idioma es
tpico de los intelectuales de conformacin autodidctica, manejen un lenguaje
ms rico y sustancioso, y a la vez ms conciso y sobrio, que el de los mejores
prosistas y poetas de Espaa. Mientras el rstico se place voluptuosamente en el
sacrificio de las voces no aclimatadas y prefiere otras bastardas y brbaras, el
culto busca la evasin de esa misma incmoda tutela insuflando al idioma una
vida original, de casta nica, que ms que con la sangre del idioma se cruza con su
apellido. La instruccin, el trabajo de seleccin y de cultivo de invernculo, el
conocimiento de la gramtica en su acepcin de rectitud y precisin y el
enriquecimiento personal del lxico, no reemplaza esa prdida de sustancia viva,
la secrecin interna del idioma amplio, habitual, que juega con la naturalidad y la
vitalidad, un poco descuidada si se quiere, de las glndulas.
Psicolgicamente puede ocurrir a un idioma algo peor que subdividirse en
dialectos, y es cristalizar en formas latas al tiempo que se limita y amputa. En el
dialecto vive el alma local, el paisaje vernculo; en el idioma extenso y
superficial, la palabra desfallece, hasta que a medida que se reduce el nmero de
trminos, cobran los supervivientes sentidos holofrsticos. Entonces sobre una
palabra se superponen frases y juicios sintticos, en un regreso paleolgico.
Funciones y rganos quedan inactivos; operaciones complicadas del clculo
diferencial de imgenes no se realizan, y la adquisicin consciente de palabras y el
ejercicio solitario del lenguaje en el diccionario o la composicin, no dan al
vocablo y la idea la resonancia y el perfume que tienen en el constante trabajo de
vivirlos. Lo que hay de noble en todo idioma es aquello que remonta la acepcin
cabal y remueve una atmsfera superior, en la regin de la belleza y la exactitud.
Lo dems es la corteza, erudita o rstica, que no alimenta de verdad.
Todava se da el caso, entre los escritores argentinos, de repudiar por
instintivas incompatibilidades, la forma castiza y correcta. El estilo de Quiroga,
enjuto y matrero, sirve de buen ejemplo; la correccin fra no puede significarle
nada a un hombre que piensa con todos sus nervios y su sangre, y que persigue
otros fines superiores. Si Quiroga es un gran prosista incorrecto es porque la vida
se lo impone. l es un maestro a pesar de todo y por eso tenemos que llevar el
caso al terreno de los escritores comunes. Se escribe mal porque secretamente
avergenza escribir bien; se adoptan modelos incorrectos porque no quiere uno
someterse; desdase, no la gramtica sino las formas naturales de la construccin
tpica del habla que usamos, porque lo que tiene o quiere decirse corresponde a
otra sustancia indmita, de aqu o de otras regiones del globo. Repgnase eso que
est anastomosado al mismo idioma. Quien escribe mal, si no es un torpe, es un
descontento de su estirpe: y quien escribe o habla mal el idioma, tiende a no
concederle sino un valor convencional: la exactitud, la elegancia, la fluidez, son
suplantadas por la vaguedad, el abandono, la rudeza. (A esa altura el idiomaherramienta se transforma en idioma-arma.) Es menester desentenderse de toda
exigencia que ponga de manifiesto la voluntad deliberada de capitular, y la busca
de la originalidad encubre con frecuencia el ansia de fuga de la opresin
atmosfrica del idioma y de sus formas naturales de ser. Ms abajo de ese plano,
la actitud desafiadora del compadre, el insulto, el neologismo de la jerga
arrabalera, son formas vengativas, afiladas y secretas, de herir. En la formacin de

palabras espurias, hay algo de ignorancia y de pereza pero hay mucha ms


intencin rebelde; esas palabras victimaras de otras que automticamente se
sepultan debajo, se propagan con facilidad aun en crculos superiores porque
llegan como un hlito de la venganza annima. Cuando hay simpata, la
conmutacin tiene otro carcter y las palabras aparecen como los hijos para la
concordia de la familia.
Ese oculto rencor contra una lengua de filiacin paternal, que no nace con
uno de la misma madre, puede haber conducido a dos formas tpicas de escribir
y hablar y de leer y or .En el bajo pueblo, cuyo instinto va directamente
contra las cosas con menos rodeos, ms bien que la deformacin siempre lenta
, es sencillamente la inversin inmediata . Hablar al revs, el vsre es
una forma patolgica del odio cuanto de la incapacidad. No pudiendo hablarse
otro idioma, desdendoselo cuando se lo habla, y carecindose de recursos para
dar escape a la resistencia vital, en el lenguaje que forzosamente ha de usarse en el
trato social e ntimo de todo gnero, se opta por invertir las slabas de las palabras:
con lo que el idioma, siendo el mismo, resulta ser totalmente contrario, lo inverso.
Mas en las gentes de mayor cultura, que notan ese malestar generalizado y difuso
por zonas mentales y emotivas mucho ms amplias y delicadas, porque no est
localizado en las palabras mismas sino que satura un sector importante de la vida
psquica, la inclinacin, tambin definitiva, es la lectura en otros idiomas. Es
natural que el estado de cultura exige la introduccin de otros climas en el alma,
pero tambin es natural que se trata de una evasin. Por la lectura y el habla de
lenguas extraas, se deja un mundo de formas inflexibles y se penetra en otro. Lo
que halaga esencialmente ms que penetrar a lo nuevo es salir, irse. Aparte lo que
haya de necesario para la vida espiritual, en muchos es un movimiento de
repugnancia al idioma nativo; como en el que est descontento de sus padres hay
la tendencia al seudnimo y a la simpata por nombres de estructura extranjera.
(Rosas cambi la z de su apellido por la s, y le bast.) Estas formas de secreto
resentimiento, que pueden en lo personal llegar a las formas suicidas, en lo social
pueden llevar al derrumbe de partes fundamentales de la cultura, del progreso y
del orden. Aunque, por desgracia, el alma tiene otros medios ms expeditivos y
eficaces en esa labor destructora y otras armas de mayor alcance y golpe ms
seguro.

BUENOS AIRES
I ARGIRPOLIS
II LA GRAN ALDEA
III LA CIUDAD INDIANA

I
ARGIRPOLIS

LO NACIONAL Y LO MUNICIPAL

No es de ahora que todo lo que significa un problema nacional ha sido


estudiado y resuelto como un problema municipal. Ni de ahora que las finanzas, el
gobierno, la poltica, el arte, la cultura y cuanto se refiere al todo y a sus valores
dgitos, se haya visto como problema porteo. Cuando la Independencia, Buenos
Aires reemplaza a la Metrpoli. Separado el virreinato del Rey, Buenos Aires
suplant al Monarca en la defensa de los fueros hispnicos, en la administracin,
el arzobispado y el ejrcito. La independencia naci en los Cabildos; por eso fue
urbana y municipal. Buenos Aires hizo el anteproyecto de la emancipacin y ms
tarde se convirti en enemigo de los ideales republicanos, federales y
representativos. Hasta 1862 qued fuera de los pactos y de la constitucin; pero
desde 1880 todo qued dentro de l. En una poca encarn lo unitario contra lo
democrtico, y lo litoral contra lo interior. La ciudad donde ardi la chispa
revolucionaria subsisti como un trozo de Espaa en el virreinato, porque sus
intereses no iban ms all del libre trfico martimo ni ms lejos que la poltica
aduanera. Lo que en realidad se hizo, en vez de desprender Amrica de Espaa,
fue desprender Espaa; y qued, como un fragmento de ella, Buenos Aires.
El interior ha mirado siempre a la metrpoli como a la Metrpoli: sus
planes nacionalistas y los del resto, han sido antagnicos y hasta disyuntivos. Es
desde entonces, pues, que Buenos Aires ha sido el centro, en torno del que ha
girado la vida argentina, la organizacin nacional, la cultura, la riqueza. Alberdi
deca: No son dos partidos, son dos pases; no son unitarios y federales, son
Buenos Aires y las provincias.
La ciudad fue creciendo en rivalidad con la repblica. Nuestros hombres
clarividentes vieron que no era posible estabilizar un sistema de gobierno
tomando como base la sede federal en la gran capital del Sur. Argiro'polis lo dice
bien claramente, sa era la opinin que auspiciaba el Congreso del 62, y lo que
Mitre y Tejedor, que no podan ver con nitidez el problema, porque eran porteos
en Buenos Aires y argentinos en el destierro, sostuvieron con otras miras. En el
viejo pleito unitario-federal, o Mitre-Urquiza, lo que hay es Buenos Aires por un
lado y nada por el otro; pero un nada que aspiraba a ser la otra mitad del todo. A
la ciudad-nacin se opona la provincia-repblica. Con una provincia rica, ubicada
en la restinga del Mar Dulce y el desierto, con una ciudad monstruosa en el
ombligo fluvial, no era posible la verdadera federacin ni la unin y el progreso:
se convino en una frmula por cansancio de la revuelta. Buenos Aires, que sorbi
en una lucha de puertos a la antes opulenta Asuncin, cuyo debilitamiento se
inici con la creacin del puerto subsidiario de Santa Fe, absorbe igualmente toda
la Repblica y es la brecha por donde toda la Repblica, corriendo por sus ros y
ferrocarriles, se echa al ocano y se va hacia Europa. Al asumir la direccin del
movimiento emancipador, quiso ser Espaa, y desde ah arranca esa
incompatibilidad de todo gnero entre esta Danzig capitalista y libre y el resto del
pas yanacona y jornalero.
Hay que detenerse otro poco a mirar este aspecto urbano de la Repblica,
para comprender con claridad el problema argentino y para descubrir el rasgn del
velo de Maya, por donde la ilusin desvanece su encanto. Terminadas las
violencias postemancipadoras, en Buenos Aires se refugiaron los residuos de la
reaccin. Aunque peligroso para la constitucin federal y aparentemente vencido,
termin por imponer su indesfigurable realidad geogrfica, demogrfica y
plutocrtica. De hecho sostuvo en la realidad de las cosas el unitarismo de la

economa, de la salubridad pblica, de la educacin y del sentimiento de la


grandeza, contra el rgimen poltico, que es una falsa estructura.
La realidad, empero, qued siendo el interior. Buenos Aires, que afirmaba
su hegemona contra casi tres millones de kilmetros, era el distrito federal que 14
provincias y 10 gobernaciones dejaban en pie como la otra vida o el ideal. Se
quiso hacer sede artificial de la unin artificial a Rosario (con el nombre de
Rivadavia), a Villa Mara y a Fraile Muerto o Villa Nueva. En ninguna parte
poda fundarse un centro del vaco.
Y Buenos Aires qued como centro de una circunferencia formada por los
puntos poblados y cultivados del interior. Todos ellos estn a la misma distancia;
son periferia, como aqul es centro. Igualmente, Europa vino a resultar el punto
ms prximo a Buenos Aires, y ste su ciudad ms a trasmano. En ciertos sentidos
espirituales, histricos y econmicos, que son los que cuentan en definitiva, Pars
est ms cercano a Buenos Aires que Chivilcoy o Salta. Hay ms diferencia de
clima humano y de cronologa, entre nuestro polpero monstruoso y un pueblo
estacionario de La Rioja o San Juan o San Luis o Catamarca o Jujuy, que entre l
y Nueva York. La estructura externa, la amplitud, las apariencias de la vida
heroica y rpida, hacen de Buenos Aires una ciudad mundial cosmopolita, rica, de
gran destino. Pero se parece ms por dentro, en su sangre y su estilo, a cualquier
pueblo olvidado de La Rioja o San Juan o San Luis o Catamarca o Jujuy, que a
ninguna ciudad europea o norteamericana de su categora: Buenos Aires es la
capital federal de la Repblica Argentina.
Se hinch por el depsito y la agrupacin de grandes contingentes de
inmigrantes, atrados por una fantasa, cuando no se atrevieron a seguir, despus
de acabada la travesa del ocano, la marcha por el interior. El inmigrante que se
quedaba en este foco, dominado por el temor, y el que desde dentro buscaba sus
calles populosas, al agrandar la metrpoli la hacan un lugar de descanso o de
evasin: la otra ciudad, la certidumbre de la grandeza, la sede ideal. Era,
creciendo sin medida, la medida de la verdad del interior vaco, hostil, incapaz de
atraer, repeliendo y ahuyentando. El que crea en Buenos Aires y se confiaba a l
como buen porteo, negaba automticamente el interior, la Repblica. La capital
federal ha sido siempre provincia, ciudad y nacin. La desproporcionada grandeza
es la desproporcionada pequeez de lo otro. Se quera apartar la vista de la verdad,
metiendo la cabeza en la arena. El movimiento caracterstico, esencial, ha sido el
de formar tabes de las cosas desagradables; lo cual iba creando el fetichismo de
las apariencias y de la valoracin de lo falso, con lo que aquellos resentidos de la
esperanza convertan en ideal. Eso ha sido tambin el Estado, y lo dems la
colonia, el desierto y la verdad. No ha variado esa desproporcin, sino que se ha
agravado, a medida que iba hacindose ms ineluctable, con aceptar la realidad; y
se hizo ms difcil remediar lo idealizado que lo despreciado. Werner Hegemann,
que estudi como tcnico nuestra ciudad-ideal, no encontraba sino tres extremos
recursos para corregir sus vicios de conformacin y desarrollo: un gran incendio,
una revolucin o un gran terremoto.
En 1880 se cort el nudo gordiano y la aorta. La victoria de Buenos Aires
decida la muerte del interior. Pero todava, mientras se explica la hipertrofia de
Buenos Aires como hipertrofia de una ciudad y se la considera como ncleo de
absorcin del inmigrante tmido y de los mejores paisanos de provincias, no se ha
dicho toda la verdad. La opulencia de Buenos Aires fue un depsito bancario que
en ella hicieron las dems ciudades y los campos. Toda la vida de la Nacin fue la
persecucin de algo inmensamente bueno, fcil y glorioso, que no se hallaba.

Conforme iba defraudndose aritmticamente el pioneer, el ciudadano, dueo por


la poltica y por las ventajas de la civilizacin, de las llaves centrales de toda la
actividad, se potenciaba en relacin geomtrica. Buenos Aires es Trapalanda. Su
crecimiento fue el hacinamiento de objetos y dichas de un sueo grosero. Ahora
podemos volver a 130 aos atrs. La Independencia quiso hacer Espaa a Buenos
Aires y por eso apareci como retrgrada ante las hordas de Artigas y de Gemes,
los generales de esta tierra, del llano y de la montaa. Desde que la Independencia
dej de ser una aspiracin y se convirti en una realidad a la que no se poda
renunciar, ante lo que no poda cerrarse los ojos, Buenos Aires qued en su
posicin de contrario, y dej de estar en contacto con el interior, declaradamente
extranjero, encarnando un ideal mercantil y burocrtico de vasallaje, de
predominio, de Corona. Slo as se explica que Rivadavia haya sido el hombre del
Buenos Aires de una poca, Mitre e Irigoyen los de otras. El Cabildo adquiri un
poder inesperado; fue Nacin. Rivadavia, que estaba a tono con la ciudad, pareci
an a Groussac, un funcionario administrativo. Desde entonces, ningn
gobernante consider la Repblica ms que como a una gran ciudad de casi tres
millones de kilmetros cuadrados, con catorce terrenos baldos en pleno centro y
con diez manzanas de circunvalacin desiertas.

PAMPA Y TECHOS
Los casi 189 kilmetros cuadrados de la ciudad de Buenos Aires estn en
relacin directa con los casi tres millones de la Repblica, pero no en su posicin
ni su desarrollo. La inmensidad territorial de sta y la residencia en siete ciudades
de ms de la mitad de la poblacin, hace que parezca el mapa de las Plyades.
Buenos Aires es la capital de esa tierra a la que trmino medio
corresponden 3 1/2 habitantes por kilmetro cuadrado, y tiene alrededor de
diecinueve mil hectreas en su permetro; aunque en verdad ms de setenta mil.
Los pueblos suburbanos han terminado por amalgamarse con la metrpoli,
invadindola, porque el movimiento general es centrpeto. No es que Buenos
Aires se haya derramado hasta Tmperley, Quilmes, Morn o Tigre, sino porque
stos han penetrado en el ejido antes de que se edificara en forma compacta. Hay
dentro de lo que se entiende por la planta urbana, muchas zonas de baldos
mayores que las que existen entre la capital y Avellaneda o Vicente Lpez.
Ciudad y pueblo se han juntado, dejando en medio esos lagos estriles. Sobre esas
setenta mil hectreas, viven alrededor de tres millones de almas; una cuarta parte
de la poblacin total; y estn instalados el 50 por ciento de los capitales
comerciales y el 40 por ciento de los industriales. Ciudad amplia y chata; pampa.
Pampa de casas bajas, de poblacin extendida. Mendoza ni Garay hubieran
supuesto que Buenos Aires llegara a ser un virreinato; ni el expendedor de
ultramarinos del ao 1770, que un siglo y medio despus los veinticuatro mil
vecinos que eran sumaran cien veces ms. nicamente los intendentes y los
concejales, porque ello ya compete al clculo de los gobernantes edilicios, han
previsto en ordenanzas y reglamentos de edificacin, una ciudad de treinta y un
millones de personas. El intendente de Buenos Aires siempre ha sido el maestro
de ceremonia de este espectculo metropolitano. Cuando se haya cumplido ese
sueo de ediles pampeanos, todo el interior habr regresado a lo que era tres
siglos atrs; tan cierto como que slo despoblando Buenos Aires, el pas entero
recobrar su perdido equilibrio. Londres y Nueva York son metrpolis simblicas

de dos islas; Buenos Aires ha sido engendrada, concebida, superfetada por el


llano. Superficie: sa es la palabra emblema. Superficie es la misma ciudad, que
carece de tercera dimensin: la que en este orden de cosas, como en las legumbres
la raz vertical, crea el arraigo profundo del hombre en la ciudad. Una ciudad no
es tal hasta que existen los ciudadanos como unidad. Urbis y Civitas. Un banco
coralino de casas no es una ciudad. Las ciudades mundiales de la Edad Media, y
as la Roma imperial, eran estratos superpuestos de viviendas, tal como se
asientan unas castas sobre otras. El rascacielos de origen americano es una forma
de echar al vaco la profundidad. Ese pedazo de colmena es un aparato aplicado a
la industria capitalista; especie de mquina de hacer riqueza. El piso
magdalenense de Buenos Aires habla de otra concepcin agrcola de la mquina
urbana. Los artefactos edilicios crean una industria de la vida, no slo de la
vivienda. Una factora inmensa de construccin y poblacin es menos lugar fijo
de residencia que un pequeo pueblo: un trasatlntico anclado, dentro del que se
viaja hacia el mismo sitio en que se est. El pueblo es una tumba y la casa en la
ciudad una fbrica. Pero puede ser un vasto depsito horizontal donde estn
almacenados los productos y las especies que procrea el campo y que no existen
como cosas, como cuerpos, sino slo como sueos y entelequias. Nueva York es
todo frente, Buenos Aires es todo techos. Un plano en relieve para uso de ciegos
parece la ciudad a vuelo de pjaro. Slo andando por las calles se advierte que
tambin est hecha de frentes; que donde estaba la reja est el escaparate. Y que
excepto Florida, que es un estado de alma y no una calle, el frente, las aberturas
inclusive, son el muro y la puerta de Tintagiles que separa dos mundos.
Comparada con Buenos Aires, cualquier otra ciudad: Baha Blanca,
Rosario, Crdoba, Tucumn, son campo, nada ms que techos. Un aire campesino
atraviesa las calles y se achata en las fachadas; pasa sobre los edificios sin silbar,
el viento mudo de la pampa. Todo transpira un aroma rural, desde los programas
de broadcastings y la velocidad de los vehculos, hasta el color de la indumentaria
y el modo de mirar espiando, o de no ceder la derecha a nadie. Ninguna ciudad es
otra cosa que un pueblo que ha prosperado ms; pero ninguna ha dado ese paso
con que el pueblo se desprende pujante de su estpida rustiquez y toma los
modales amplios y desenvueltos sin grosera de la ciudad. No ha de buscarse en
esos pueblos hipertrofiados el alma peculiar que los distinga; silenciosos, tristes,
tienen una misma alma, como los herbvoros. El trazado de las calles y el plano de
las casas, gtico y vandlico a travs de Espaa, son formas de eludir los
problemas de la perspectiva y de la lnea quebrada, ondulada y rica de motivos
hogareos: propias de un pueblo de jinetes. La forma de tablero es correlativa de
la llanura y del hombre sin complicaciones espirituales. Slo un ojo que se anubla
para la percepcin de los matices y de los tonos en las sinfonas panormicas,
tolera sin disgusto la sinceridad grosera de la calle perpendicular y la edificacin
de planta baja en manzanas enteras por las que sube el llano. El trazado gtico de
las calles, las manzanas como losas, se diran la figura geomtrico-edilicia del
tedio. La teja es igual a la baldosa, el cinc ondulado es el agua hecha canaletas; el
techo es igual que el piso. Monotona simtrica, tpica de las ciudades de
caballeras y de carros: Pompeya. Son calles para ver a lo lejos, hasta el horizonte,
para otear peligros; no para ver frentes, arquitectura, rostros. La calle Rivadavia,
larga como un telescopio. Por esas infinitas calles rectas, por esas canaletas el
campo desemboca en las ciudades, las ciudades en Buenos Aires, hasta que todas
se vierten en el Atlntico, siguiendo el movimiento de los ros y los rieles.

Para el porteo, mirar al interior es mirar hacia afuera; al exterior. Interior


es para l Europa. Sabe que internarse es dislocar su persona del conjunto de que
forma parte, y que tendr que luchar con hechos distintos, no con la aventura sino
con la ceniza de una aventura que se ha quemado hasta el fin. Ya el interior no le
atrae, como en aos anteriores, con la promesa de la fortuna o de la libertad; el
interior ya est purgado de ilusiones: es el trabajo, la enfermedad, la ignorancia, el
olvido. Nada de lo que all hay nos interesa. El paisaje queda muy lejos y est
vaco; la montaa es montaa, el lago es lago, el bosque es bosque. El bosque no
es Guillermo Tell, la montaa no es el Juxthausen, el lago no es Wordsworth. Les
falla la dimensin de la vida. Por esas calles rectas es imposible salir, como al
agua le es imposible remontar el declive.

POLIPERO
El dueo de una casa de departamentos es meramente el poseedor de la
finca; un ente jurdico y no moral. Compra, alquila, vende, desaloja, habita; pero
no est unido al destino de su propiedad ni de su ciudad como tampoco puede
estarlo al de su familia y de su religin. Posee un instrumento de especulacin,
que ayer vala tanto y hoy cuanto; saca provecho del inquilino hasta donde puede.
El dueo de la casa que l mismo habita, posee un instrumento de especulacin
que le cost tanto y que espera vender en cuanto; se considera a s mismo como su
inquilino ideal. Pero poseer una casa en Buenos Aires es haber logrado poner el
pie en Trapalanda. Terreno y edificio pueden alcanzar valores insospechables en
la conmemoracin de los centenarios o a la llegada de los prncipes. La propiedad
puede tambin convertirse en instrumento de especulacin a torno; ya que es la
tercera industria productiva aqu donde no existe la industria: la de la vivienda
siendo las otras dos: del alimento y del vestido.
El dueo de una casa tiene a su servicio tantas familias cuantas le
arriendan; todos trabajan para l; la casa devora del 25 al 35 por ciento de los
sueldos, y si se gana bien es porque los dueos de la ciudad de los csares han
dado a su necrpolis valores exagerados. En consecuencia, si la casa es para el
propietario la mquina de la tercera industria, la de la vivienda, para el inquilino
es un lugar de enojo, de indignacin y de incomodidad. Muchos han de conseguir
empleos adicionales para sufragar tales gastos; el individuo cede bajo el agobio de
la tarea excesiva, y las calles y los balcones tras de los cuales se apretuja una vida
disgustada y sin gozo, emanan ese aspecto de tristeza, que tambin trasunta la
pupila del buey, pero que es el desacomodo de la vida con su valva.
De este estado mercantil-industrial, que no respeta ni ama la vivienda sino
que en un vasto desprecio comprende al dueo y a la propiedad, podr acaso
resultar una excelente virtud; pero ni los pueblos ni las civilizaciones duran tanto
como para alcanzar a ver que una forma defectuosa convierte las fallas en
virtudes. Es como pensar que los pillos pueden ser larvas de seres superiores en el
transcurso de los siglos: ese experimento no vale la pena para la humanidad ni
para la historia natural de la moral. Mientras tanto, una ciudad de inquilinos y de
propietarios de fbricas de viviendas, llaga las partes donde roza al que se mueve.
El inquilino es una clula hermtica. La casa est tan aislada como el habitante.
Todo conspira contra la unin, desde los altos alquileres que establecen una
jerarqua de locatarios, segn el costo de la morada que habitan, hasta la torpeza
en el idioma, que pone en guardia a los interlocutores. Hablar bien es entenderse

sin precauciones intiles, y gastar en alquiler una tercera parte de lo que se gana,
un motivo de establecer diferencias de una a otra calle, de una casa a otra.
Smbolo del aislamiento del individuo es el mnibus, donde la contigidad y la
compaa no significan nada; smbolo de la vivienda incomunicada es la casa de
departamentos. Cada departamento es una familia, y todos juntos mucho menos
que una familia. La desgracia halla las puertas cerradas hermticamente y un
elemental deber de cortesa queda cumplido averiguando en la portera la
magnitud del suceso. Cada cual ha de contar consigo; la proximidad del vecino
carece de sentido social, y el mutuo respeto que consiste en ignorar la vida
privada se convierte en la indiferencia ms cruel. Pero el hombre no puede
permanecer indiferente: ama u odia. Puede amar sin saberlo y odiar sin darse
cuenta de ello, aunque la pasin tome los disfraces ms inauditos en la curiosidad
o en la dificultad de recordar los nombres.
La casa de las afueras, que se comunica con las colindantes, conserva igual
grado de hostil reserva. El cerco del alambre tejido o de ligustros, delimita la
psicologa del dueo. Desde el noviazgo, el sueo de la casa propia se edifica
tomando como base el ideal asctico del alejamiento del mundo y el romntico del
castillo en la isla. La tapia es la frontera que divide la propiedad y el peligro. Pero
ese cerco no mantiene, por eso mismo, a cada familia en su solar; hay por
contrario imperio una invasin agresiva de miradas, de voces y de actitudes
vivientes que saltan el cerco y penetran hasta la ms recndita intimidad. Es una
necesidad de vecindad, la visita, el trato, la amistad, hasta la cordialidad; faltando
stas en sus formas simpticas, se tornan visita, trato, amistad y hasta cordialidad
de ataque. Es forzoso entrar a la vivienda del vecino cuando las casas estn juntas
y el que no penetra por la puerta de calle entra por la ventana de los fondos. Esa
necesidad de conocer ciertos secretos de lo circundante, que se ignora y que por
eso supnese prevenido, es lo que da pbulo al chisme. El chisme cobra caracteres
de secreto hecho presa, que se arranca y exhibe. El chisme resulta ser la visita
clandestina entre quienes no se visitan y el hurto de bienes que no dejan dormir,
para tirarlos por el suelo: y tambin, por tanto, un aborto del espritu de
sociabilidad cuando ha de nacer a la fuerza.

LAS CARAS Y LOS COSMTICOS


Buenos Aires puede parecer una ciudad hermosa al que la contempla como
mole alzada rpidamente y en la soledad. En el hemisferio sur no hay nada
semejante. Tiene cierto inters para el que llega de fuera, si no la imaginaba
posible; inters que desaparece tan pronto como se admite que puede existir y ser
como la vemos. Para el que ha nacido en ella, o la habita desde chico o la juzga
unida a un texto conocido, no interesa como ciudad propiamente considerada, ni
como portento. Buenos Aires es una ciudad sin secretos, sin vsceras ni glndulas,
sin repliegues profundos ni caries. Todo lo que es est a la vista y una vez
conocida por fuera, deja de interesar. Carece de ayer y no tiene su forma
verdadera; cuando termine de crecer o de formarse, podr tener otra muy distinta.
Hoy posee esa belleza de los cuerpos juveniles, en que los miembros han tomado
su tamao definitivo, si bien an no han terminado de adquirir la funcin total, la
forma que empuja la piel desde dentro, la reciedumbre de la madurez. Los
defectos pueden muy bien atribuirse a rebaba de fbrica. Pero, esta ciudad sin
duda grandiosa y habitada, tiene que ver con el lugar en que fue hecha, con la

Nacin a que pertenece, como Pars con cada una de las dems ciudades
francesas, como Berln, Londres, Amsterdam y hasta Mosc con las suyas?
Es hermosa porque ha surgido venciendo enormes dificultades, las peores
debidas al trazado, al rea, a la ubicacin y al habitante. Es hermosa porque
precisamente contra todas esas dificultades encarna una voluntad ms poderosa
que la voluntad de edificarla y poblarla; porque es una afirmacin sin rplica en
un paisaje que conspira contra todo lo elevado. Valdr como una aspiracin,
cualesquiera que sean sus fallas. En primer trmino adolece de los defectos de la
improvisacin; y son por supuesto aquellos ms difciles de ver por los que estn
asimismo improvisados. Todo lo que vemos que maana no podr seguir en pie o
con la complexin que hoy tiene, repugna e indigna, porque se ve que hubo un
derroche superlativo de fuerza all donde se pudo hacer con menos, y una
voluntad autnoma all donde debi producirse ajustada al todo. La maravillosa
aspiracin est llena de grietas. Junto a trozos concluidos, otros bosquejados o
apenas empezados a bosquejarse; dentro de los trozos concluidos los hay
provisionales o sin terminar, y otras partes incompletas que es imposible concluir,
Particularmente aquellas que quedan a los fondos o fuera de la vista, como el
trasero del Congreso, el interior de los Tribunales o el desage del Palacio del
Correo. Son las impresiones digitales, la marca de fbrica de la incapacidad y lo
que diferencia una obra en que toda la ciudad ha colaborado, de otra que se hizo a
sus espaldas. Para el que ve Buenos Aires como ciudad y no como esfuerzo, es
fea. No ha sido concebida con belleza y hasta el derroche en que se tira el costo
del embellecimiento global, todo lo que costara, es fealdad y ostentacin de
parven provinciano. La belleza, ante todo, no puede colocarse en distintos
lugares de la ciudad, en los postizos que son sus diagonales tardas, sus
monumentos y sus paseos; tambin la pobreza puede ser hermosa en una ciudad
donde hasta la ruina dice de la vida, de las formas de la existencia y no de la
fbrica apresurada. A lo largo de una cuadra los diferentes edificios hablan
distintos idiomas de tiempo, de pocas econmicas, de modas, y permiten ver,
como en sus estratos la tierra, los cataclismos que han sufrido. nicamente que
esa diversidad perpeta lo precario, lo fortuito, lo que va variando y ya pas, y no
lo que se eterniza al amparo de las catstrofes en la seguridad de lo que no se
ensaya ni se yerra.
Junto a las casas de un piso, las de dos; y entre ellas los terrenos baldos y
los rascacielos de veinte o treinta pisos que surgen como la ambicin
predominante, como un triunfo personal que anula el esfuerzo de las otras y
prueba la omnipotencia del baldo que queda a su lado. Un rascacielos en una
manzana de edificios de planta baja, prximo a terrenos que an conservan los
pastos originarios, indica lo mismo y al revs que un hundimiento: la fractura de
un trozo del suelo en que todo est asentado, sobre el que se construye la ciudad
que no oscila ni cambia. El baldo se correlaciona con tres millones de kilmetros
cuadrados y el rascacielos con la aventura y hasta con el sueo en alta voz. Esas
casas menores son a la vez las ms viejas; las nuevas han sido levantadas cuando
se mejor la visin econmica de Buenos Aires ms bien que la visin
arquitectnica. Sobre las construcciones de un piso, que formaron la ciudad
anterior, parece haber comenzado a edificarse otra ciudad en los otros pisos. Esos
pisos que sobresalen ac y all sobre el nivel medio, son como las casas de planta
baja que antes se alzaban sobre el nivel del terreno, que es la ms vieja planta de
Buenos Aires. Los terrenos baldos de ayer son las casas de un piso ahora. Al
principio se construa sobre la tierra, a la izquierda o a la derecha,

espordicamente; hoy se utiliza el primer piso como terreno, y las casas de un piso
ya son los terrenos baldos de las casas de dos o ms. Por eso Buenos Aires tiene
la estructura de la pampa; la llanura sobre lo que va superponindose como la
arena y el loess otra llanura; y despus otra. Pero no ha ido formndose pareja y
homogneamente, sino con fracturas y por zonas. La diversidad de estilos y de
cantidad de metros de altura indica la diferencia de mtodos empleados en la
conquista de la fortuna y la maleabilidad del medio al embate de la aventura o del
azar. Aunque alguna vez alcancen las casas una altura ms o menos igual, como
en las viejas ciudades europeas donde las ordenanzas, la capacidad econmica, la
arquitectura y el talento de los burgomaestres van parejos, habr una desarmona
de crecimiento, de estilos, de edades que se percibir de inmediato. Los materiales
envejecen pronto, los estilos pasan de moda y el transente dura ms que los
edificios para verlos apuntalados o demolidos. Cada edificio es la forma de
cemento que toma la tctica de adquirir su costo, de haber vencido donde es tan
fcil vencer. Como los edificios, son independientes los estilos que muy pronto
desentonan del gusto general, o de las facilidades con que unas actividades se
cotizan mejor que otras en el mercado del triunfo y la derrota. Envejecen en sus
ornamentos, en sus adornos y cornisas, antes que en su mampostera. Las casas de
Buenos Aires, aunque relativamente nuevas, tienen el rostro marchito; son
ensayos, casas provisorias para ocupar el terreno y darle valor. No son las casas
del Buenos Aires que quedar, sino la de este que pasa. Ni la fortuna de los
propietarios, ni la confianza en el porvenir, ni el amor a la construccin del
arquitecto, las han hecho para durar indefinidamente. Una ciudad como Florencia,
en que estn en pie mansiones alzadas hace quinientos aos, es una ciudad
honrada; pero la feria porttil de los gitanos es la estafa y la fuga. Pars y Berln,
aunque perezcan tan pronto como Nueva York, la ciudad construida para treinta
aos, tienen un sello de eternidad. El gusto del arquitecto, la norma edilicia, la
prctica del constructor, la orientacin de las actividades que hicieron rico al
dueo, la mirada del que pasea, el cuidado del artesano, etc., le dan ese signo de
perennidad, de estabilidad, de conformidad de cada casa con la urbe, de cada
edificio con el conjunto, de cada familia con su hogar. En lo que quiere perdurar
hay la alegra de lo que quiere seguir siendo; en lo que debe perecer, la tristeza de
lo fugaz. Slo la alegra quiere eternidad.
El hombre que vino de la llanura, donde hizo dinero, que venci a la
llanura, que dobleg las defensas de la llanura con sus tcticas y mtodos, trajo a
la urbe ese hlito campestre que no se advierte slo en la chatura general de la
edificacin sino en la manera como se rompe de sbito, en lucha a brazo partido,
esa chatura y se ostenta la presea de la victoria econmica. Hasta Torcuata de
Alvear el norte no era la zona aristocrtica; esa fisonoma opulenta viene del xito
de los negocios de exportacin, y todo un barrio coincide en su antigedad (por
qu no en sus formas?) con la antigedad de esa prosperidad, de ese afn de
cambiar lanas por arquitectura. El sur de Buenos Aires, como antes de la eclosin
econmica de 1880, es actualmente ms Buenos Aires; como 1800 es ms
Argentina que 1932. El sur o el norte de un piso tiene que servir de terreno a la
edificacin de dos pisos; irremisiblemente quedar como cimiento. La ciudad
crece por encima de los palacios y de los tugurios.

LA EFIGIE URBANA DE LA MONEDA DE CUERO

Entre construcciones compactas, en pleno macizo de edificios que ahorran


el centmetro de luz y de aire, de pronto el magnate abre como un bostezo una
cancha de tenis, para ostentar sus millones. Mete en la ciudad un trozo de
latifundio, como antes se ataba al palenque el caballo, y en un pedazo de bosque
afirma la nostalgia y el resentimiento de la pampa. Para abrir su parque, a lo mejor
ha demolido algunas casas que penosamente cancelaron en veinte aos un cuarto
de hectrea de abrojales. Ahora el parque da la razn al pasado en las plantas y en
el alarde seorial. El transente desprecia una vanidad que se extralimita en el
deseo de suscitar la envidia; y as la ciudad que es salvaje en sus baldos, es
guaranga en sus parques seoriales. Lo que en la ciudad se hace por capricho, por
voluntad egosta, es campo, en la edificacin y en la conducta. Hacer la casa a su
gusto quiere decir romper la unidad edilicia y social, seguir imponiendo la
persona al mundo. Porque no es slo la afirmacin del yo, la veleidad de mostrar
el tamao del bolsillo, sino la ruda rebelin. El propietario no quiere someterse ni
siquiera a los cnones arquitectnicos; personalmente carece de estilo y concibe
como sumisin personal el acatamiento a la esttica. Por eso las ordenanzas han
tenido en cuenta su capricho de gran seor de la pampa y se acomodan a su
arbitrio incivil. Siempre encuentra el propietario un arquitecto que opina como l
y que sabe darle a la fachada un aire de retrato, para que no se diga, como de los
hijos sospechosos, que no se le parece. Esos dueos conciben la vivienda como un
saladero o un silo; la idea que tienen de la belleza es como la rbrica, y apenas
saben dibujar su firma. Sera intil que quisiera hacrseles entender que cuando
uno llega a tener un buen estilo es porque en gran parte tiene el estilo de los
dems.
Cada casa de la ciudad, representa la forma edilicia, arquitectnica, de una
fortuna; cada fortuna, a su vez, la forma de una vida. De ah esa diversidad de
estilos, de alturas, de colores, que hace, en la heterogeneidad del conjunto, que el
edificio parezca aislado, como personalidad huraa, con su idiosincrasia
temperamental. Casas contiguas en que no campea a lo ancho de sus fachadas, de
sus plantas ni de sus pisos, el alma colectiva de la urbe; rebeldes a integrar un
grupo unnime y hasta de igual edad, aglutinan un caos de fragmentos inconexos
en que es perceptible la diferencia de la dcada y del tono econmico de la plaza
en el da de ponerse los cimientos.
Las gentes que poseen esas casas, difieren en lo que han luchado;
diferentes sistemas de vida, de moral, de comprensin de la realidad, han puesto
en sus manos el caudal para alzar los edificios, que condensa sus propias
biografas. Cada uno se parece ms a su sueo que a la ciudad. Vestigios de esa
lucha perduran en la fisonoma de los frontis. Se dira que cada casa aprovecha de
la otra no solamente la medianera, sino el esfuerzo que la levant, hurtndole la
luz y el aire hasta donde le es posible. El que obtuvo ms sofoca al que obtuvo
menos, porque una casa de diez pisos dice desde ms alto el mismo ideal que
musita la de dos. No detiene al ansia de poseer la finca el respeto a las leyes de la
edificacin y del estilo, que hace de una gran ciudad la casa colectiva de millones
de almas. En la edificacin llega al mximo la ostentacin del podero, y porque la
industria de la vivienda es, despus que la del alimento y del vestido, la de ms
segura renta, los diez pisos afirman la capacidad, hasta el techo, de edificar. En
bloque es la figura del capital, puesto ah hasta el ltimo centavo, inclusive la
hipoteca que suele empezar desde el sexto piso para arriba. Los cuatro ltimos
pisos corresponden a la ambicin desmesurada y a la confianza en el buen xito
de esa clase de negocios.

El esfuerzo del pobre que escribe, pinta o ejecuta msica no puede


reivindicar a una ciudad producida en la mxima tensin del podero econmico,
sin reparos a la esttica, del dictamen de barbarie que le corresponde. Cincuenta
mil edificios que proclaman cincuenta mil voluntades ariscas forman una ciudad
informe, el mosaico de almas que trabajan contra la unidad del todo; es
cosmopolita y polglota. Trucase la habitacin en la celda de un alma cautiva
cuyo anhelo es la emancipacin. El conjunto de todas, ms que un pueblo
arquitectnico, que una necrpolis, y un demos, es una muchedumbre de ladrillo,
hierro y madera, sin alma ni unidad. Por todas partes la ciudad est invadida por la
pampa; las estancias vendidas y los campos bien arrendados se transforman en
edificios. Al final de las calles se encuentra otra vez el cielo. Excepto el
rascacielos que se encarama sobre el conjunto como el carnero en el rebao, la
nica variedad dentro de esa edificacin de planta baja es la balaustrada de las
preparadas para altos. No tienen un nivel los techos ni un estilo los frentes, ni el
material ha tomado uniformemente la ptina de la intemperie. Las casas
preparadas para altos tienen casi siempre un balcn por cornisamento. El balcn
de una sala superior que an no existe, semejante al cuadriltero de tierra que se
deja para mejores tiempos al frente de las viviendas humildes. El proyecto del
dueo iba ms all de sus fuerzas y ese trozo de segundo piso al frente, ese balcn
del cielo, oprime con su peso inexistente, la casa. Una familia ntegra vive para el
piso que falta. Con las manos y los hombros se sostienen los aposentos del cielo; y
muchas veces hay que demoler la casa antes de que se los haya construido. Es un
piso imaginario, con algo de desvn y de postales de ciudades que nunca
visitaremos; es una aspiracin, pero tambin un agujero en el que se van echando
muchas cosas tiles a la vida para taparlo. Trabaja antes de ser, como un hijo que
empieza a mandar desde los primeros meses de su gestacin; hay que ponerlo
todo a su servicio, sometrsele, vivir en funcin de l. Es economa, ahorro,
ignorancia, hostilidad; y a la vez aos que transcurren, fantasmas de ideales,
yerros pequeos, regulares y slidos como ladrillos puestos sobre los muones de
las paredes para tapiar el cielo con muros que no existen. Suele suceder que ese
anhelo se logra. Puede haber costado diez o veinte aos de sacrificios, de
esclavitud a la ambicin. El padre de familia ahora es feliz; su casa en vez de un
piso tiene dos.

II
LA GRAN ALDEA

OESTE CONTRA ESTE


Corrales y Mataderos eran los confines de Buenos Aires, donde estaba el
orillero mediterrneo y el hombre del deslinde. Mucho tiempo estuvo la metrpoli
contenida en ese permetro, con el ro a la espalda; todo aquel perodo de
formacin de lo que podramos llamar el alma urbana. Hasta entonces, la ciudad
era una masa indiferenciada.
Mucho antes, encerrbase el latitudinario Buenos Aires entre el ro, los
bulevares Entre Ros-Callao, y las calles Independencia y Viamonte. Eran las

lneas limtrofes ms all de las cuales las quintas, los potreros y las residencias
estivales se extendan hasta San Jos de Flores, o Belgrano, por ejemplo, y de ah
hasta la pampa. La ciudad se concentraba en tales delimitaciones, hasta que
venciendo el dique de las calzadas de piedra, se desbord por los campos
municipales. Boedo y Pueyrredn quedaron como aledaos mucho tiempo. La
configuracin de este cuerpo teratolgico vari, no slo de tamao sino de forma,
de estructura, como en el feto; a cierta altura de su desarrollo se produjo un
cambio total. Jujuy-Pueyrredn marcaban un radio mximo para nuestros padres;
mas all qued otra vez la pampa. Boedo era el arrabal cuando Corrales y
Mataderos filtraban la pampa que entraba y se ubicaba a los mismos umbrales del
poblado. Por Avenida Alvear, San Juan, Patricio, Montes de Oca, Paseo Coln,
Canning, se abrieron nuevas vas de confluencia extendindose cada vez ms
dentro de lmites ms amplios la estratificacin de la mampostera. Sigui
desbordndose de uno en otro bulevar, por Triunvirato, por la avenida Parral, por
Warnes, por Cabildo, contenida por el ro. Y en lo que se llamaba hasta hace poco
el bajo, qued incrustada una poblacin tpica de las liberas, maleante y aljamiada.
Aquellas avenidas y bulevares no solamente eran lmites en el sentido de la
configuracin municipal, del catastro y del ejido; eran bordes en que se agolpaba
una vida peculiar, con las particularidades de la fauna y la flora de los climas
fronterizos. En esas vas de contencin agrupbase una poblacin con el cariz
distinto de cada poca; pero que ayer u hoy, en Boedo o en la Avenida Alvear,
resuma el pensamiento de la calle entera, con respecto a lo que vena a quedar a
espaldas de la calle, en la acera de la pampa.
Hasta la intendencia Alvear, el norte y el sur se parecan tanto como una
hermana pobre a una hermana rica. Luego empez a diferenciarse del norte
burgus el sur proletario, hasta que el norte nada tuvo que ver con el sur. Desde
Alvear todo lo que es edilicio se levanta y se alhaja; la avenida homnima es la
cspide desde donde declinan todas las cosas urbanas. Para profundizar ms esa
divisin que en la izquierda y la derecha iba a acentuar lo noble y lo feo, se abri
la avenida de Mayo, que fue un profundo tajo que extirp una porcin del Cabildo
para unir la Plaza de Mayo con la plaza Lorea, o del Congreso, la Casa Rosada y
el Parlamento, que se miraron desde entonces por el canal de las muchedumbres
patriticas.
Hacia el oeste y el sur, quedaba la pampa sin vencer; no se la desaloj al
edificarse y echarse ms all del arrabal; qued agazapada, y por encima de ella
irrumpi la avalancha de las casas, en un movimiento de reaccin.
Quedaron all hombres del suelo ms que de la pared, el compadre de
pauelo y cuchillo, que un buen da se juzg ciudadano de la urbe, quiso entrar al
ejercicio de ese derecho de ciudadana y se afirm como ente de la frontera. La
pampa era irremediablemente invadida, pero el hombre de la pampa qued
apresado entre la expansin de la ciudad y la resistencia del campo. Rest como
hombre del campo en la ciudad, y la edificacin tambin a l le pas, por arriba.
Al escalio y el baldo se enfrentaron los comercios suburbanos. Cinematgrafos,
tiendas de modas, cafs, joyeras, negocios que expenden tabaco, postales; libros
de sueos y quinielas, toman el aspecto de una vindicta social, cuando slo son
una expansin tnica. El alegato reivindicatorio de la llanura es el pauelo
bordado; y su voz, el vilipendio al cuello duro. Hoy se resume ese rencor de la
provincia, del gaucho y del mestizo en Palermo y Boedo, bajo apariencias
mltiples, sean los negocios que compiten con los del centro, o las escuelas
literarias que pactan con el malevaje en una guerra civil contra el centro.

Absorbidas esas fuerzas centrfugas por la ciudad, reaparecen tras un largo curso
subterrneo en la defensa potica del malevo y en la exaltacin prctica del
guarango. Es el barrio contra la city, campo contra ciudad, nacionalismo
municipal contra snobismo. Proclama en la bastarda del idioma y en la arcaizante
manera del traje y del gesto, las razones de la montonera, y si se declara
bolchevique es porque est con el federalismo contra los unitarios.
Boedo es un bulevar amplio como un ro, a cuyas mrgenes se alinean
casas bajas y de aspecto vvido. Se dira una avenida en la que hubo el da de ayer
un corso que no ha dejado vestigios sino en las fachadas en la excesiva animacin
de aceras y rostros. El cinematgrafo exhibe parascenas con cromos enormes;
detrs de los cartelones o enfrente, hay un pueblo de mujeres y chicos que suean
por anticipado el argumento y los peligros de la protagonista. En los vestbulos
vuelve a verse a los desaparecidos, los revenants. Los peatones se derraman por la
vereda ancha, mientras suena continuamente un timbre que anuncia que la seccin
empezar en seguida, y que sueos comprimidos se llenarn de luz. Esperan. No
se comprende la luz de las vidrieras, los transentes, los automviles, el timbre
perpetuo, los affiches, all, adonde hay que llegar despus de atravesar cuadras
y cuadras casi de tinieblas, de puertas hermticas, de silencio, de pampa. Boedo
pretende ser la Florida del desierto urbano. Posee en campesino lo que Florida
posee en parisiense; los mismos objetos de distinta calidad, el diamante de vidrio,
el oro fix. Y, sin embargo, se comprende que Boedo es ms Buenos Aires que
Florida, y lo que all ocurre y transcurre se comprende ms fcilmente que lo
dems, y es ms lgico aunque no ms sincero.
Iguales a Boedo hay muchas avenidas, como iguales al barrio en que est
hay otros. Tienen de anlogo ese aire de frontera que se nota en las personas y en
las casas, en los rboles y en la velocidad de los automviles. El centro y el norte
quieren ser Francia, como Italia el sur del Riachuelo e Inglaterra los pueblos
suburbanos hasta el Tigre. Esos barrios en donde imper la pampa hasta hace
poco y que se han formado no por un acto de decisin, sino por un triunfo
paulatino, tienen cierta morbidez de venas como en quien pulsea. Lo antiguo y lo
nacional aparecen en esos parajes nuevos, en que est latente otra vez el espritu
agresivo del interior contra la metrpoli, reanudando los viejos litigios no
resueltos an.
Florida no resistir con los aos el avance de esas legiones que se incuban
en los barrios-fronteras; quedar en pie, reluciendo en focos y letreros, pero ms
falsa que esto que se apresta a recuperar una ciudad perdida. En la letra del tango,
en la novela infame, en la crtica de cachiporra, en el desprecio por lo universal y
lo bello, se est proveyendo de instrumentos de asalto. El manejo de las teoras
estticas de vanguardia para arrojar bombas de alquitrn, prueba que esa fuerza se
genera oscura y hmedamente en los barrios de edificacin discontinua, y que en
el melanclico soador de extramuros se preludia la revancha del gaucho que
perdi su batalla con Tejedor contra Avellaneda.

EL GUARANGO
Aunque se lo encuentre en pleno centro, el guarango es tpico de los
arrabales del centro de la ciudad.
De la misma matriz que el compadre, pero cansada ya, nace el guarango.
Parafrasea al hermano mayor sin el arranque todava atrevido con que aqul

intenta un ataque a fondo, enconado y perverso contra la sociedad. Muvese ste a


su placer en una esfera amplia, con un gesto sin reticencias, en perpetua invasin a
los lugares vedados del prjimo. Puede verse en l al gracioso sin cultura, al actor
que improvisa sin genio, resentido de alguna privacin, de que es culpable mucha
gente. No est satisfecho con su suerte, con su papel autntico y busca una
compensacin mediante la mortificacin de los dems.
El guarango necesita un ambiente mayor que el compadre, un pblico ms
nutrido para que su agresin, bajo el aspecto de la broma, siniestra y sociable,
resulte triunfal. Slo se es guarango cuando hay quienes asisten a la guarangada;
la grosera en particular, logra esa categora de guarangada cuando se la proyecta
al vestbulo de teatro, al vagn de ferrocarril, al saln de fiestas.
El guarango falta a las convenciones urbanas, no a las sociales. Es incivil,
basto, sin los pulimentos y desgastes que la sociedad impone a la pantomima del
hombre; es un equvoco por donde como en el chiste malicioso, se columbra una
perspectiva prohibida, recusada. El guarango trae a la memoria del hombre que
vive en el centro de un sistema de cortesa, de convenciones morales, de respeto,
un hlito paleoltico, un resabio amargo de animal de monte. Anuncia que est en
el secreto de ese fondo oscuro del bmano al que puede apelar en ltima instancia.
Es un ignorante que interpreta mal la realidad, como el casi analfabeto un texto
que puede deletrear pero que no entiende. Y le opone su yo, no frente a frente
como el compadre, sino al sesgo, como metindose en la tertulia sin permiso, o
introduciendo un husped que no se resigna a quedarse en la puerta. Hay
malignidad, pero de ser inferior que ha perdido la crudeza de la agresividad y en
quien el aguijn atrofiado conserva un veneno que slo escuece. Es un primitivo
que procede como si conociera las reglas de la civilizacin, y hasta como si las
acatara y manejase con plena conciencia de su sentido, pero slo conoce el fraude.
Su primer movimiento, el volitivo, el que slo Dios puede juzgar, es de
atropello; pero se aborta en una mueca que envuelve con toda la apariencia de lo
inocente, la intencin de ofender. Desde la guarangada en pblico al annimo y a
la molestia telefnica, hay la diferencia que entre una representacin y un ensayo.
El guarango tambin quiere ser protagonista; ser persona importante que
atraiga la atencin; e incurre por incapacidad de gusto, en el error de hacerse una
propaganda sin tacto que le perjudica. Hace lo mismo que el grande hombre, que
el poderoso, que el fuerte, que el locuaz, pero sin grandeza, sin dinero, sin valor,
sin elocuencia. En principio, en el guarango hay un eclipse parcial de las
facultades de apreciacin; fltale cierto sentido de lo oportuno y de lo correcto, de
lo culto y de lo civil. Psicolgicamente y hasta clnicamente quiz no deba verse
otra cosa que la insulsez de la prepubertad mantenida como gusto de fastidiar a los
mayores. Su maldad insolente en esencia es pueril.
No es un degradado moral, el guarango, aun cuando de preferencia se
ejercite en la ofensa que tiene encubierto un sentido picaresco; es simplemente un
inconsciente de la cortesa, de la literatura, de la euritmia, de la mmica, de la
opulencia, y que sin los largos ensayos que el manejo hbil de estas difciles cosas
exige, improvisa desfachatadamente. En su burla del prjimo hay un desprecio
que tiene escozor de la propia inferioridad. La guarangada es una venganza que se
encubre en las apariencias de la irresponsabilidad moral: atropello de pobre que
atribuye su dficit moral, pecuniario e intelectual, al bienestar ajeno. El guarango
toma precauciones para que no pueda enrostrrsele su actitud que pretende clavar
como por inadvertencia. Aquel otro que afronta con su cuerpo las consecuencias
ya es un compadre. Ha de procurar que la intencin grosera resulte una especie de

annimo de gestos y palabras en que el verdadero autor quede oculto tras el


ejecutante; desdoblarse en dos, de manera que la parte que llega hasta el agredido
parezca venir desde lejos y en cierto modo a pesar del agresor. Por eso la
guarangada no es repelida espiritualmente contra el guarango en su persona, sino
contra la familia, el barrio, la tcnica, el pas entero en que el guarango se inspira;
contra el texto que l sigue al pie de la letra, reducindoselo a farsante de una
comedia subhumana.
El lugar donde hay reunidas muchas personas, es el escenario propicio
para este payaso, para este pcaro sin estirpe. Tambin suele requerir la compaa
de alguien, del escudero, de un testigo o de varios que le amurallen en su
impunidad. El guarango, aunque solo, es un patotero. Ante el mismo trance donde
el compadre pone su yo crudo e impdico, el guarango se agacha inofensivo
aparentemente. La serpentina y el piropo son sus pualadas preferibles.
Generalmente el guarango presenta a quien reacciona contra l, una cara y
una actitud neutras, de ausencia, de inocencia; puede disculparse bien como un
ignorante o como un distrado. A cualquiera de ambas excusas puede apelar sin
detrimento de su persona, porque sigue en su papel de farsante. Retira su
verdadera persona del disfraz y se oculta detrs de su autmata. Ente desvinculado
de todo, como la mscara, adquiere en virtud del disfraz una personalidad nueva
exenta de compromisos y responsabilidades.
Se advierte la vocacin carnavalesca en el guarango; suele ser una mscara
despus de terminado el carnaval, que habiendo tenido xito en su barrio, lleva a
otro barrio en das de trabajo el esquema de ese personaje triunfal, sin careta. Por
eso su cara tiene la impudicia de la mscara y es inexpresiva, de trapo y papel; se
le llama en la jerga: careta y cara dura. En la guarangada hay, pues, por
partes iguales, de lo teatral y falso y de lo carnavalesco. Si se quiere, ese instinto
festivo a deshora, es la apostura sucia y arrogante del rufin latino precipitado
hasta la mueca y el esguince en el ser ignorante con afn de gloria. Despus del
guarango sigue el mono.

FLORIDA
1. Florida es un estado de nimo, como un templo o un lugar histrico. En
su interior slo se puede pensar de cierto modo, ver de cierto modo; Florida nos
presta su alma mientras estamos dentro. Se penetra a ella en determinada
disposicin de nimo, y hay das oscuros, evidentes, en que no podramos
transitarla sin cargo de conciencia. Tiene una personalidad muy fuerte, esa calle,
porque es un templo, un rito y un dogma. Se camina ms lentamente por all que
por otras partes; el pensamiento se modera, reflexionando con altura, abandona
los pequeos cuidados a la divinidad y sufre todas las influencias peripatticas.
Como calle fue, hacia 1823, la nica empedrada; de manera que su
abolengo es aejo. Ya era entonces la calle limpia, cuando an en otras se
arrojaban las basuras, formando ese piso fofo que en muchas partes malogra el
asfalto y el adoquinado. Atrajo la peregrinacin de la hora del rosario, que antes
desfilaba por Victoria, donde el saln de Marcos Sastre presida la moda de las
letras. Calle de libreras, tiendas y modistos, para vestir en ingls y hablar en
francs. Calle del Empedrado, calle de la moda. Las piedras del pavimento, muy
caras porque la pampa no tiene piedras, hizo posible transitar por la calzada, y la
gente sigui andando por ella hasta hoy.

Florida es la fachada de la ciudad y el traje del transente. Es un saln al


aire libre, donde se hace sociedad sin conversar, marchando. No es que la gente
que pasea tenga que ir a alguna parte, es que otra cosa es sentarse y hablar. Un
saln de urbanidad y simpata, donde nadie se conoce ni se fastidia sino de
pasada. Florida deja sin asociados al club, porque satisface la necesidad de
sociedad sin ninguna exigencia. Satisface la elemental necesidad de compaa, sin
los compromisos y las molestias de la amistad. As es el templo, que une las almas
y los seres, sin compromisos. Florida no es siquiera la sala, ese lugar de la casa
que da a la calle y que es el hogar argentino; no crea vnculos de mancomunidad,
de solidaridad: es una feria de galantera y compostura. Todas las clases sociales
desfilan, iguales en el aspecto, bajo la apariencia del bienestar. Slo se exige que
se conozca el rito y que se crea en el dogma.
2. El traje se convierte en uniforme de milicia en que se reclutan pobres y
ricos. Los peatones de Florida parecen lectores de revistas de figurines; as la
librera y la tienda transpusieron el umbral. El traje alcanza ah, como en la
vidriera, un sentido de fetiche. El traje es la persona y su porte bonheur; pero
tan correcto que no tiene los pliegues y arrugas de la persona. Es el traje de
cualquiera, sin las arrugas que enriquecen la fisonoma.
La falta de orientacin en la vida, de sentido resuelto, de mesura espiritual,
lleva al traje cuidado, que deja de ser una piel de gnero para ser un uniforme. Un
pueblo bien vestido no es tanto un pueblo que ha resuelto sus problemas
econmicos, cuanto un pueblo que no tiene problemas interiores, ni arrugas. Un
pueblo correctamente vestido puede estar en el tiempo etnogrfico del tatuaje, que
es un equivalente.
Aun vestir a crdito es haberse puesto por fuera el problema del costo; y en
la casa del sastre. El vestido es para los dems, no un mero salvoconducto para
circular por las calles, sino una fiesta que ofrecemos al transente fuera de casa.
Cuidar extremadamente el vestido a costa de otras necesidades que terminan por
desaparecer, es vivir para la calle. El criollo se ve que proviene de hombres que
han vivido muchos siglos en el caf, que es la sala colectiva de los pobres. El traje
es la vivienda que se lleva puesta. Acrecentar su valor hasta constituirlo rasgo
fundamental, con detrimento de otros muchos ms humanos, es vivir disfrazados.
Es el otro sentido de Florida: un disfraz de lujo. El traje ha de concordar con
nuestro estado econmico, con nuestro modo de pensar; no debe concordar
simplemente con otros trajes, hasta que vestir bien sea una reclame de sastrera.
Florida es el traje de domingo de Buenos Aires, que usa todos los das.
Como el que nosotros vestimos, adquiri la calidad de fetiche, desde que
Rivadavia y Belgrano quisieron transformar nuestros hbitos a base del vestido; y
el fetichismo es la religin de ese templo en que se marcha. Hay poltico, profesor
o hijo de prcer que ya no podra cambiar su indumentaria sin que aboliese su
personalidad, perdiera proslitos o renegase del apellido. Estn condenados a su
traje, se han convertido en parsitos de su indumento. Pero todos vestimos bien; y
entonces el traje es un dato inexpresivo. Ricos y pobres vamos, iguales en la fe,
ostentando nuestra segunda naturaleza.
La blusa del obrero, el saco de lustrina del oficinista, el delantal de brin de
la empleada, vienen a ser los trajes de las tareas que se usan en las horas de
ganarse el pan. Con la blusa, el saco de lustrina y el delantal de brin acaba el duro
destino, y acaba la tarea. Se dejan como mscaras de ficcin, y el traje y el vestido
de calle llevan a la realidad de una vida que se espera o que se quiere que sea ms
cierta que la otra: la otra vida. Por Florida se entra a esas horas religiosas. Pero el

traje oculta la verdadera situacin de la blusa, del saco y del delantal; oculta
particularmente la pobreza, que es deprimente y que se deja encerrada en el
armario; y viene a resultar as un disfraz verdadero, porque es lo que escamotea el
signo del trgico destino. Despojndose de la blusa y del delantal, se despojan de
su papel verdico, y vienen a vivir la ilusin arrastrados por la muchedumbre
esplndida. As se origin el teatro. Las figuras comunican de su ficcin de
personas de teatro y la ilusin es general porque todos creen en ella. El traje oculta
la tragedia del destino y promueve al protagonista a la categora de un soador.
3. El comerciante alcanza jerarqua instalndose all; la poblacin que
divaga se considera seora de las vidrieras, que son los frentes espirituales de los
edificios. El comerciante que exhibe su mercadera en Florida, posee esos
materiales con que se suea en la calle, y los exhibe como iconos de la fe. Las
vidrieras son tambin trajes; los trajes de las casas. Las vidrieras son todo; y los
frentes de las casas, quiz de los ms feos en el centro, no se ven. La vidriera no
deja ver el frente. Hasta esa superficie que la casa viste para la calle, el frente, que
es lo principal de la vivienda portea, aqu cede su prioridad a la vidriera. Los
edificios, grises, bajos, viejos no existen y si existen son arrebatados por los
letreros luminosos en que comienza el sueo del cielo. Se mira hasta la altura de
la cabeza y de ah para arriba como en toda calle angosta no interesa lo que sigue.
La realidad llega hasta la altura de las cabezas descubiertas. Mirar sin elevar la
vista da una perspectiva familiar a las cosas, un mbito reducido e ntimo, de sala.
Florida acaso es Florida por su estrechez que nos impide retirarnos y ver sus
vidrieras a una distancia conveniente, despegndonos de su ficcin.
4. Como en el cine, se suea con la fortuna y el amor. El lujo de las
vidrieras, con alhajas, objetos artsticos, sedas, perfumes, libros, radios, aparatos
de proyeccin, hace de Florida el escaparate de nuestra ambicin. Esos objetos
son tan nuestros como del comerciante: son fragmentos de nuestra ambicin. El
verdadero dueo tiene juntos esos elementos que queremos tener, como smbolos
de una opulencia que alcanza hasta para el derroche, segn pasa en los sueos. Y
as es Florida como el cinematgrafo, mediante cuya magia nos aposentamos en
palacios de multimillonarios, en pobres piezas higinicas de costureras ideales, en
casitas de campo sin mosquitos ni aguas estancadas, y compartimos la vida
azarosa de los hombres de mundo y de los reyes industriales, de los bandidos y de
los artistas, o conseguimos a los treinta aos un amor con que sobamos a los
dieciocho.
Esos escaparates nos ofrecen tambin la obtencin en sombras de pantalla,
de lo que est ms all de nuestras manos y de nuestro destino, detrs de sus
vidrieras. Todo lo que ese pblico que transita al medioda y al atardecer suea de
noche o en los intervalos de su tarea, todos los sueos concentrados en el brillante,
en la mujer hermosa, en el libro clebre ah estn, accesibles como en las sombras
y luces de la pantalla. Ah est el Jockey Club, que es tambin el escaparate
interior de Florida, donde se suea con los rboles genealgicos, que han dado mil
metros cbicos de madera este ao, y con los toisones vivos que han bajado de
precio en Liverpool, y con el juego, que es la maquinaria de la esperanza. Ah
estn los bares en que suean los artistas, las joyeras y las tiendas en que suean
las mujeres, las libreras en que suean los escritores.
Lo hermoso de esta gran ficcin es que todos quieren engaarse sin
utilidad, que todos estn un poco en el secreto y que admiten las apariencias como
apariencias, concedindoles un sentido de realidad. Y si alguien piensa, como en

la iglesia o en el teatro, que todo eso es mentira, no lo dice; y Florida sigue


existiendo en las almas de los fieles.
5. Una vez admitida la ficcin, como en el film, lo que ocurre es perfecto,
lgico y verdico. As los chicos juegan a ser prncipes, generales y bandoleros,
sin que a ninguno se le ocurra hacer notar al otro que no es prncipe, ni general, ni
bandolero. Una palabra de franqueza que se pronunciara en esa calle, destruir
quiz la ilusin, si una palabra puede alguna vez ser ms fuerte que cien aos.
En ltima instancia, esos momentos de trnsito, como las horas que
transcurren en el vestbulo del cine durante la funcin, son impotentes para
contrarrestar el efecto de la pelcula, en el interior de la sala. Ese sueo de
opulencia, de abundancia, de lujo, de un buen sueldo y buen dividendo,
estimulado por la planta baja de los edificios, que en realidad no tienen otros
pisos, ni los necesitan, es lo que soamos contemplando un trozo de la realidad, el
que ha llegado a quedar concluido, el que todos convinimos en no despertar ni
someter a examen.
En Florida encontramos el da de fiesta en el da hbil, y nuestro estado de
nimo es suyo. El tema de las conversaciones est condicionado por el ambiente:
se habla de proyectos y no de fracasos. Se habla de lo que la calle quiere. Florida
es un espejo cncavo, que nos devuelve la imagen agrandada de lo que pensamos
que somos y seremos. Se traga esto que somos hoy indefectiblemente y nos da
confianza en lo que no tiene remedio. El estado de nimo es optimista, porque hay
ms luz que en nuestra casa, porque la gente no es hostil si no va en grupos y
porque nadie parece pensar en cosas reales. La ebriedad del xito y de la fama
acompaa a los que salen del bar y de la librera; el amor accesible aparece con las
mujeres que salen de las tiendas. Un aliento de nuevas posibilidades trae cada uno
que entra a la calle. Todos flotan sobre la realidad. Aun al odo se dicen cosas que
no avergenzan en alta voz. La conversacin tambin es vestido en Florida. Basta
entrar en ella de cualquier otra calle, para advertir que se habla de otros temas y
que las preocupaciones dejan de ser triviales y se vuelven grandiosas en una
intrpida perspectiva. Es un paseo de gigantes. Desde hace ms de cien aos en
Florida se ha convenido en ser as. Por esa calle, que detesta la voz sincera, han
nacido las utopas que han sostenido tantas ilusiones de riqueza, de cultura, de las
que algo queda al fin. El gran argumento de esta comedia de lo que soamos, se
monta aqu con todo el lujo de las escenas bien cuidadas, y al cabo algo persiste
del maquillage en la cara del pobre que vuelve a su casa a encontrarse otra vez
frente a frente con su vida.

LA NOCHE
Al caer las tardes, Buenos Aires se impregna de una melancola buclica
que, gradualmente, con la noche, se acenta en pesadumbre. Buenos Aires no
tiene noche, sino la que le llega desde la inmensa pampa. Parece penetrarlo desde
los barrios suburbanos, a travs de las calles interminables, semejante al sueo
que comienza en las extremidades de los miembros cansados. Esa noche de los
campos, taciturna, concentrada, lbrega. Las luces y los ruidos del centro no son
parte integrante de esa apacible noche campesina, sino espasmos para romperla y
desbaratarla. As es que se quiebra en los faroles, en las vidrieras, en los letreros
luminosos; pero queda apretujada e intacta en el resto que se propaga al infinito.

Buenos Aires no tiene vida nocturna; quedan vigilando su sueo de


burguesa impecable los cabarets y los cafs que destacan, por contraste, el sueo
de lo restante. Son los sueos, de apetitos reprimidos, de ese sueo inmenso. La
gente se recoge temprano y apenas hace visitas de noche. Cada hogar recobra su
hermtico aislamiento, y mediante tal quietud zodiacal, la gran aldea se recupera
del engaoso trfago del da. A las diez, la noche penetra en las casas y ofrece
descanso material al cuerpo y al alma. Reposo monacal para seres que tienen
pocos pecados intelectuales y morales; reposo purificador que la Divinidad ha de
recibir como los antiguos rezos de esas horas. De noche se advierte que Buenos
Aires es una ciudad virtuosa y que su maldad es la mnima que la vida impone a
cualquiera que vive, sin las complicaciones del intelecto. El santo sueo del
animal cansado; sueo del cemento, de la tirantera de hierro y de la conciencia
sin reproches.
Los cafs recogen las almas pecadoras; esos cafs que ahora tienen saln
de baile, formado en un espacio superfluo, con la pequea orquesta que ejecuta el
tango, la msica del sueo. Quieren lanzarse a una aventura que les avergenza;
all las mujeres sin empleo comienzan su va crucis y ensayan la profesin de
libertinas.
El cabaret es un caf de mayor fuste. Es un saln donde las personas tienen
el temor de que se las conozca. Parecen estar cohibidas porque todo el mundo
pudiera saber que estn all.
Se bebe y se baila, como se podra hacer otra cosa; porque al cabaret se va
a bailar y a beber. Las mujeres cumplen una tarea que no las divierte; se ganan su
pan bailando y bebiendo. No tienen hombres que las mantengan y la vida es ruda,
sobre todo si hay hijos que sostener. No tienen por qu estar alegres. Los hombres
tampoco se divierten; simplemente van a divertirse. Y como se va a eso, todo
tiene un aspecto de indiferencia, de cosas compradas y vendidas. Faltan las
mujeres con vocacin de cortesanas: la que gusta de gustar y goza como un sexo
al contacto con la vida. Las palabras y las risas emergen de la superficie de sus
seres que han errado el camino. Ninguna de ellas ha olvidado sus muecas ni
renunciado a la esperanza de un hogar feliz. Incitan a la virtud y casi siempre el
joven incauto termina por preguntarles algo impertinente acerca de su vida
privada, de los pormenores de su desliz. La letra del tango gira en torno a esos
temas crueles y cursis. Es lo que sugieren al vrselas trabajar de bailarinas,
ganndose el pan como vampiresas.
Tampoco el joven se entrega ntegro a tales diversiones. Se piensa que
para l tiene la sala algo de hogar, o del lupanar, o que superpone estos dos
mundos y le resulta del equvoco una impresin desagradable. Cierto respeto,
cierta frialdad, cierta repugnancia psicolgica que no puede disimular, dan al
espectador la sospecha de que baila con la hermana. Son seres desconocidos y no
parece que encontraran placer en estar juntos. Y, sin embargo, no hay que creer
que se propongan embellecer el ambiente y dar castidad a la comedia. Amor,
compasin, pudor, estn sustituidos por la incapacidad de aceptar con valenta esa
realidad como lo que es.
Algunos se emborrachan y caen en el otro extremo de lo taciturno; se
vuelven molestos o agresivos. No es posible estar alegre sin demostrar que se es
valiente, que se ocupa un alto cargo y que eso es lo cierto y la borrachera un
accidente. Puede no promoverse ningn escndalo, tener el protagonista suficiente
dominio de s como para tragrselo; pero es un hombre hostil, peligroso: un
hombre que est fuera de la fiesta y que no fue penetrado por ella.

Por eso el cabaret es triste. Aun el que all est alegre, denota una alegra
de cabaret. Carece del hbito de entregarse, de tirarse a la vida como al agua; tiene
el pudor del que nunca se desnuda frente a otros, y no sabe nadar mar adentro.
Las mujeres por su parte comprenden cul es su obligacin y no olvidan
que estn alquiladas para esa comedia apenas licenciosa. Saben que el amor, que
es lo serio, no tiene nada que ver con ese simulacro de la crpula. El amor no es
para ellas, ni para ellos. El sexo no tiene complicados problemas fuera de lo que
ya est convenido tcitamente por una razn de lugar. Uno y otro son reductos
autnomos, que no tienen ninguna relacin recndita con el baile.
En las casas se ha guarecido la virtud domstica y en las calles queda, a
deshora, el hombre desvelado. La mujer que transita del brazo de alguien, el
marido, el padre, el amante, recibe en plena faz el desafo de ese hombre de la
noche. La noche es la hora de las suciedades secretas y cada transente se
comporta como un afiliado a esa secta de los que no se acuestan a las diez. Por eso
es que en cada varn que se tropieza esa mujer que va del brazo de un hombre,
percibe el mpetu, dominado con grandes esfuerzos, de una palabrota o de un roce
intencional. No es que sea ese transente un fauno o miembro del hampa, sino que
no puede dejar de demostrar que por lo menos es tan hombre como el marido o el
amante. Cree que no puede pasar en silencio o con respeto sin renunciar a un
derecho que le asiste, el de un condominio de la mujer.
Las calles de Buenos Aires son hostiles, porque la noche de la ciudad es la
noche del campo invadindola y las cosas toman el aspecto de la tiniebla sin
amparo. Las mujeres honestas que se recogen temprano indican que las que
quedan fuera de sus casas no lo son. Las puertas abiertas proclaman la castidad de
las puertas cerradas. Los hombres, si salen, dejan en sus casas a las esposas y se
juntan a las queridas. Y las queridas, cree el hombre de la noche, son un poco de
todos.
Hay tambin en el transente, un alma silvestre que se estimula en esa
noche de billones de aos ms que la primera casa de la ciudad, y que ha venido,
poco a poco, dando forma a la vida nocturna. Para evitar toda responsabilidad, si
se excede, puede fingir que ha bebido de ms, o que est contento. Dos cosas
fciles de excusar.
El tango, la msica nocturna, entristece estos lugares de diversin, porque
trae en su ritmo reminiscencias del pasado abyecto y las voces sofocadas de la
vida rehusada. Naci despus de la jornada del negro arrancado de su tierra y
metido en las plantaciones de tabaco, azcar y caf. Encierra en sus cadencias la
esclavitud y la voluntad de hundir en la carne la propia fatiga hasta convertirla en
placer.

EL TANGO
Es el baile de la cadera a los pies. De la cintura a la cabeza, el cuerpo no
baila; est rgido, como si las piernas, despiertas, llevaran dos cuerpos dormidos
en un abrazo. Su mrito, como el del matrimonio est en lo cotidiano, en lo usual
sin sobresaltos.
Baile sin expresin, montono, con el ritmo estilizato del ayuntamiento.
No tiene, a diferencia de las dems danzas, un significado que hable a los
sentidos, con su lenguaje plstico, tan sugestivo, o que suscite movimientos afines
en el espritu del espectador, por la alegra, el entusiasmo, la admiracin o el

deseo. Es un baile sin alma, para autmatas, para personas que han renunciado a
las complicaciones de la vida mental y se acogen al nirvana. Es deslizarse. Baile
del pesimismo, de la pena de todos los miembros; baile de las grandes llanuras
siempre iguales y de una raza agobiada, subyugada, que las anda sin un fin, sin un
destino, en la eternidad de su presente que se repite. La melancola proviene de
esa repeticin, del contraste que resulta de ver dos cuerpos organizados para los
movimientos libres sometidos a la fatdica marcha mecnica del animal mayor.
Pena que da el ver a los caballos jvenes en el malacate.
Anteriormente, cuando slo se lo cultivaba en el suburbio y por tanto, no
haba experimentado la alisadura, el planchado de la urbe, tuvo algunas figuras en
que el bailarn luca algo de su habilidad; en que pona algo que iba improvisando.
El movimiento de la pierna y de la cadera, algn taconeo, corridas de costado,
cortes, quebradas, medias lunas y ese ardid con que el muslo de la mujer,
sutilmente engaada, pegaba en toda su longitud con el del hombre, firme, rgido.
Por entonces tena su prestigio en las casas de lenocinio. Era msica
solamente; una msica lasciva que llevaba implcita la letra que aparecera aos
despus, cuando la masa popular que lo gustaba hubiera formado su poeta. Oanse
los acordes a la noche, en las afueras de los pueblos, escapando como vaho, del
lupanar, por las celosas siempre cerradas; e iba a perderse en el campo o a
destrozarse en las calles desiertas. Llevaba un hlito tibio de pecado, resonancias
de un mundo prohibido, de extramuros. Despus ech a rodar calles en el organito
del pordiosero, para adquirir ciudadana. Se infiltraba clandestinamente en un
mundo que le negaba acceso. As, a semejanza de la tragedia en la carreta, lleg a
las ciudades hasta que entr victoriosamente en los salones y en los hogares, bajo
disfraz. Vena del suburbio, y al suburbio llegaba del prostbulo, donde vivi su
vida natural en toda la gloria de sus filigranas; donde las sncopas significaban
algo infame; donde las notas, prolongadas en las gargantas del rgano,
estremecan un desfallecimiento ertico. Diluase en la atmsfera con l perfume
barato, el calor de las carnes fatigadas y las evaporaciones del alcohol.
En el baile de candil, untuoso, lbrico, bailado con la ornamentacin de
cortes, corridas y quebradas, pona en el ambiente familiar cierto inters de
clandestino. Todo eso era lo que le daba personera, carcter propio, y se
perdi; pero en cambio apareci el verso para recoger, como el drama satrico tras
la tragedia, el elemento flico, ritual. Aun hoy la letra dice bien claro de su estirpe.
En ella est la mujer de mala vida; se habla de la canallada, del adulterio, de la
fuga, del concubinato, de la prostitucin sentimental; del canfinflero que plae. La
joven ms pura tiene en su atril ese harapo que antes fue vestido de un cuerpo
venal. La boca inocente canta ese lamento de la mujer infame y no la redime,
aunque ignore lo que expresa su palabra. Suena en su voz la humillacin de la
mujer.
Pero ahora es cuando el tango ha logrado su cabal expresin: la falta de
expresin. Lento, con los pies arrastrados, con el andar del buey que pace.
Parecera que la sensualidad le ha quitado la gracia de los movimientos; tiene la
seriedad del ser humano cuando procrea. El tango ha fijado esa seriedad de la
cpula, porque parece engendrar sin placer. En ese sentido es el baile ulterior a
todos los dems, el baile que consuma; como los otros son los bailes
premonitorios. Todo l es de la cintura para abajo, del dominio del alma
vegetativa. En algn momento una pierna queda fija y la otra simula el paso hacia
adelante y atrs. Es un instante en que la pareja queda dudando, como la vaca
contempla a uno y otro lado, o hacia atrs, suspensas sus elementales facultades

de pensar y de querer. Y de ah el tango prosigue otra vez lo mismo, lento,


cansado, su propia marcha.
As est estilizado, reducido a la simplicidad del treno, que consiste en
modular una sola nota que se afina o engruesa bajo la presin de un dedo
deslizado en una cuerda. Tiene algo del quejido apagado y angustioso del
espasmo. No busquemos msica ni danza; aqu son dos simulacros. No tiene las
alternativas, la excitacin por el movimiento gimnstico de otros bailes; no excita
por el contacto casual de los cuerpos. Son cuerpos unidos, que estn, como en el
acoplamiento de los insectos, fijos, adheridos. Pero las carnes as unidas, se
embotan en su enardecimiento despus de algunos compases; no hay roce, no hay
rubor, no hay lo inesperado en el contacto. Es el contacto convenido, pactado de
antemano, en la convencin del tango. No es lo que precede a la posesin con
resistencias, con dudas y reticencias; es lo que precede a la posesin concertada y
pagada, con la seguridad de un acto legal. Ms bien que el noviazgo es el
concubinato que no violenta las normas sociales.
No tiene ninguna de las exquisiteces que estn implcitas en la estructura
de otras danzas, con su cortesa. No son hombre y mujer, segn se destacaban en
las danzas antiguas, donde cada cual, l y ella, conservaban lo peculiar de su
carcter, adems de cierta elstica distancia. En el tango es la igualdad del sexo;
es lo ya conocido, sin sorpresas posibles, sin la curiosidad de los primeros
encuentros; es la antigua posesin.
El baile en parejas puede ser incitante, sensual, una transferencia
freudiana; el tango en particular es el acto mismo sin ficcin, sin inocencia, sin
neurosis. Es, hasta si se quiere, un acto solitario. Tiene algo de la rumia su msica
lamentable en el bandonen, como hay algo del mugido en ste, su instrumento
propicio. La segunda fase de la estilizacin del tango, para reducirlo a su puro
esquema, a su sentido escueto est en el hallazgo del instrumento adecuado: el
bandonen, sucedneo porttil del aristn y el rgano.
Desde otro punto de vista, es el baile humillante para la mujer, a quien se
ve entregada a un hombre que no la dirige, que no la obliga a estar atenta a sus
veleidades, a ceder a su voluntad. Es humillante por eso; porque el hombre es tan
pasivo como ella y parece obligado a su vez. En casi todos los otros, es el hombre
quien indica el movimiento y hasta se tiene la impresin de que, en momentos, la
mujer es soliviada, invitada a volar. Tiene la posibilidad de una fuga. Aqu l y
ella gravitan igualmente y ambos se mueven con una sola voluntad, como si esa
voluntad fuera la mitad de una entera en cada uno, falta de iniciativa, de
inteligencia, cediendo al movimiento mecnico de andar y respirar. Tiene, en
verdad, de la isocrona de la circulacin, del acto mecnico por excelencia. Es un
baile sin voluntad, sin deseo, sin azar, sin mpetus. La mujer parecera cumplir un
acto que le es enojoso o que para ella carece de sentido, en el que no encuentra
placer. Nada en ella dice de la gracia, de la fragilidad, de la veleidad, de la
timidez. Es la carne apenas viva, que no siente, que no teme. Segura, sumisa,
pesada, a paso de mula con una sola direccin recta, como la ruta del animal
cargado. No se teme por ella; no se ve que su capricho sea dominado a cada paso
por una decisin que la gobierna imperativamente. Cede consciente, est
conforme. Por eso no incita, al que la ve bailar, a quitrsela a quien la lleva; no se
la desea y su cuerpo est muy lejos del nuestro cuando baila, por lo mismo que
est anastomosado al del compaero. Se pertenecen y son un solo ser. No
asumimos, por lo tanto, ni el papel del compaero. Desearla sera cometer

adulterio. Est cumpliendo un rito penoso y sin valor esttico, un acto de la vida
conyugal, que es entregarse, y otro de la vida diaria, que es andar.
Por otra parte, se advierte que forma una sola pieza con su compaero, y
que de arrebatrsela, algo de l quedara en ella, como queda del marido en la
esposa que se rapta. Son un solo cuerpo con cuatro piernas lo nico que acciona,
en la inmovilidad de los torsos, con una voluntad. Un cuerpo que no piensa en
nada, abandonado al comps de la msica, que suena, gutural y lejana, como el
instinto de la orientacin y de la querencia. Ese vago instinto, en la msica, los
lleva tirando de ellos.
Quiz ninguna msica se preste como el tango a la ensoacin. Entra y se
posesiona de todo el ser como un narctico. Es posible, a su comps, detener el
pensamiento y dejar flotar el alma en el cuerpo, como la niebla en la llanura. Los
movimientos no requieren ser producidos, nacen automticos de esa msica, que
ya se lleva en lo interior. La voluntad, como la figura de los objetos, queda
desvanecida en esa niebla, y el alma es una llanura en paz. Muy vagamente, la
mujer acompaa al bailarn en un deslizamiento casi inarticulado. Es el encanto de
ese baile, en su sentido sentimental: la obliteracin de la voluntad, un estado en
que slo quedan despiertos los sentidos profundos de la vida vegetativa y
sensitiva. Propicio al estado de nimo del crepsculo en los prados, a la vaga
tristeza que se presume en los ojos del animal satisfecho.
Terminado el baile, no es posible olvidar en la mujer ese acto fro, en que
ha sido poseda como un molusco, en ayuntamiento recproco. Queda flotando
sobre su cuerpo un vaho de pesadumbre, de pecado; algo pegajoso y viscoso,
como el eco de sus movimientos y de su entrega en un sueo trivial. Porque no ha
sido poseda por su ncubo sino por su propia soltera.

CARNAVAL Y TRISTEZA
Para estudiar lo que se ha llamado la tristeza criolla, que es un estado de
nimo muy complejo y que indiscutiblemente tiene la tristeza como epizootia e
indiscutiblemente tambin de la verdadera tristeza humana; para estudiarla hay
que comprender primero el carnaval. El carnaval es la fiesta de nuestra tristeza.
El centro psicolgico no est situado en la tristeza, y s ms
aproximadamente en la necesidad de alegra. Es tan sombro, desde los colores del
traje y los sabores de la existencia, todo lo que debemos al pasado, y se ha
construido lo nuevo tan por encima de esos escombros an en pie, que la sed de
gozo es un movimiento potencial, pronto a dispararse contra algo en las
circunstancias propicias. Puede decirse ley universal, la propensin de las almas
sombras a las explosiones del gozo, como en los perros encadenados que se
sueltan al atardecer. Esa necesidad ltima de soltarse del dogal gris y taciturno de
un mundo opresivo por el que circulan corrientes magnticas de indiferencia y
desconfianza, pone a los ciudadanos, particularmente, en trance de saltar jubilosos
al atardecer. Se busca un motivo de fiesta, un pretexto para rer; y de ah la
guarangada, el temor al ridculo, manifestaciones con carteles y vtores, cualquiera
sea el pretexto. Y, lo ms corriente, el aspecto carnavalesco que adquiere en las
muchedumbres cualquier celebracin popular. Alegra que no es entera, gozo que
no quiere mostrarse desnudo, sentimientos propios de un pueblo que no ha
entrado en relaciones sexuales francas con la mujer, que no sabe hacer partcipe
de su placer y por eso se asocia en la algazara ; se es el verdadero ncleo de

la tristeza, lo que en el calendario se llama carnaval y que es un tratamiento


psicoanaltico.
La alegra que se desata en ocasiones tan diversas es cruel, desesperada,
hostil. No tiene el carnaval cortesa ni canciones; requiere la calle, la multitud, la
ebriedad de las vendimias urbanas; porque el resto del ao es triste y servil.
Concentrada la orgnica necesidad de rer y gozar una existencia enclaustrada en
problemas demasiado serios para nuestro verdadero estado social, entristecida por
un peso de frmulas que no podemos llevar sobre los hombros, se inflama en una
represalia bulliciosa contra la seriedad contranatural de la vida cotidiana. La
tristeza argentina, que desde los filsofos hasta los botarates han descrito, rodea al
hombre, es lo que come. La alegra argentina, sa es la que hay que estudiar,
porque guarda la clave del humor sombro, con sus corsos, sus festivales
patriticos, polticos y deportivos, sus picnics, y su teatro de agresin despiadada
y sin ternura. El carnaval, como fiesta de la impersonalidad y del anonimato, de
oprimidos y descontentos, es el estado alotrpico de la tristeza, su contracara, su
antifaz.
En el interior hace muchsimos aos lo adopt de grado el indio, el hombre
desnudo. De inmediato gust del vestido que contena en potencia el carnaval de
los colores, de los ornamentos y de los ruidos; el vestido loco del blanco, del
hombre vestido. Primero adopt de las gentes venidas de fuera, el indumento
vistoso (armas, ropas, polmitas, cuentas, penachos); a ello uni sus plumas y el
alcohol, levantando al plano de la ficcin descabellada la realidad humillante y
ruda. Encerrbanse como en cpsulas, las verdades amargas; alcohol y color
fueron lujuria y alegra; contrarrealidad. No cambi en lo sucesivo lo sustancial.
El catolicismo uni Carnestolendas a Semana Santa, como Dionisos la tragedia a
la comedia. Liturgia y teatro.
Cuenta Lugones un carnaval en La Rioja. Nueve personas a lomo de burro,
van por los pueblos, disfrazadas. Cantan; y con vejigas producen ruidos inefables.
Corazones llenos de sangre se emplean como bombas de agua arrojadizas. Todo
esto era poco despus que el farmacutico Cranwell fabricara en Buenos Aires los
primeros pomos de agua perfumada.
Carnaval y teatro fueron una misma cosa y recomenzarn cada vez que se
olviden, como contraformas de trabajo, clculo, lgica, honradez. Hace triunfar
estas fuerzas sometidas: ocio, locura, regocijo, disparate, sensualidad. El teatro,
por otra parte, monta su utilera con lo que imaginamos que hubiera debido ser y
que no pudo. Como la venganza de otra norma que para siempre se perdi al
encauzarse la vida por otros caminos. Lo que resta invicto en el hombre de sus
ideales, de su comprensin profunda del destino, de su emocin por la virtud, la
belleza y el dolor, ah estn representados, reducidos a un juego que desbaratan las
manos en el simulacro prohibido de lo que pudo ser y no fue. El teatro es la
funcin triunfante de lo que la vida malogra, la resurreccin de lo que ha muerto
definitivamente en el alma, la revancha de lo absurdo que tena su pizca de razn
y esa manumisin por pocos das que permita al esclavo de Horacio decirle
verdades calladas mucho tiempo. Como el sueo, es el teatro de los hechos
reprimidos, a lo largo de las luchas en que los ms poderosos marcaron la pauta a
los ms dbiles.
Un pueblo de esencial teatralidad, un pueblo descontento con su destino,
un pueblo que suea desaforadamente con el herosmo, la santidad y la salud, es
un pueblo teatral cuya impronta doliente deja en todas sus fiestas. El carnaval es
la fiesta tipo de los pueblos latinos, una variedad mendeliana por injerto de cabra

y vid. El fenmeno sexual sofocado suministra materiales primos a esa


combustin; el orgullo vencido, la aspiracin limitada por la propia ignorancia y
por su misma impracticabilidad; la bacanal de los heridos y de los esclavos; vida,
teatro y carnaval se continan y mezclan indiferenciados. Nuestro teatro como
escenario de esa vida crepuscular de lo que se es en secreto, es carnavalesco,
trgico. Recoge del carnaval temas y tipos; otras veces los suministra. Pero
carnaval y teatro conciertan con la vida real, seria, de das hbiles, y por eso las
carnestolendas son la fiesta nacional y el teatro un espectculo de pblico en
proscenio para actores sin contrata en la platea. Al reflejar esos tipos
caricaturescos, dionisacos, refleja la verdad: un sainete transformndose en juicio
oral donde la realidad se metamorfosea en ofensa sin dejar de ser lo que es.
Atenas poda estudiarse en Los Caballeros y la vida argentina puede estudiarse en
los sainetes que copian todo un sector de la realidad: el despreciado y que no se
puede burlar en casa. Falta averiguar hasta dnde, por inversin o transfusin, la
vida de la calle no se desarrolla en funcin de la vida del escenario, hasta dnde
no se vive parodiando la escena. El teatro es ms carnaval que la vida y el
carnaval ms vida que el teatro; pero a travs de estas tres etapas una misma alma
ttrica, descontenta de su destino, incapaz de franqueza, confunde lo que es de las
fiestas anuales y hebdomadarias con la comedia de los das de labor. Una alegra
intensa, una situacin inusitada en la que estn en juego intereses graves, pone a
nuestro hombre en trance teatral. Buenos Aires tiene slo una cara para todas las
fiestas populares; la misma que pone en las revoluciones y al regreso de los
asuetos campestres. Tampoco la municipalidad tiene ms que una manera de
iluminar la Avenida y la Plaza de Mayo, que es su tinglado; cuelga sus luces y
enmaraa un techo de candilejas. Le basta cambiar las caras grotescas por los
nombres prceres; el armazn, el marco de las fiestas es el mismo y nicamente
faltan las serpentinas. El viandante va a los mtines, al corso y a las procesiones
religiosas y del 9 de Julio en el estado de alma de quien quiere divertirse sin tener
la experiencia y el entrenamiento de la alegra. Gasta en las tres solemnidades una
misma clase de jbilo sediento como gasta un mismo traje en su casa, en la oficina
y en el caf. Cambian las fechas y no las almas. Aun en los entierros hay algo de
lo insobornablemente teatral y lo cmico puede ser lo inesperado de la parte
lgubre del subconsciente; la risa es un percance en los momentos patticos. Ese
sentido del ridculo, tan agudizado y extendido, puede ser el sentido vigilante de
un acto que se mira vivir. Todo lo que pueda parecer tendencia al humorismo,
suspicacia de crtico a la expectativa, es unicidad de postura ante situaciones que
requieren distinta impostacin.
La misma tcnica del chiste y de la gracia, la tcnica de nuestro gracioso
ignorante, que es el guarango, es torpeza de troupe de barrio en que todos imitan
al primer actor. Las frases ingeniosas de los corsos circulan a veces durante aos.
Los latinos heredaron de la farsa, los eslavos y germanos del teatro de ideas; y lo
cmico en nuestro pueblo es una tragedia tan seria, tan natural, tan transparente al
sino de la raza como la careta de tul sobre el rostro.
Pero ese carnaval de todos los das, que estalla en sus fiestas propicias, es
sombro, agresivo, de da de trabajo. Son fuerzas contenidas que se difluyen; no
una disposicin casual, sino un carcter. Somos teatrales por temperamento y no
podemos jugar con la burla, como no podemos jugar con el amor. Nuestro
carnaval es siempre contra algo. Sarmiento cuenta que una pobre mscara en
provincia, fue quemada viva prendindosele fuego al disfraz. Lo quemaron en un
alboroto. Luego lo enterraron sin que el pulpero pudiese delatar el crimen. Hace

ms o menos veinte aos, en la calle Defensa, un ciudadano de humor sombro,


que volva a su casa sin llamar la atencin, decidi divertirse divirtiendo. Se
disfraz de serpentinas; se cubri de serpentinas simplemente. Entonces le tiraron
un fsforo encendido y ardi y ech a correr hasta que muri carbonizado. Es el
mismo juego de hace cien aos, en la ciudad, como antes en provincias.
La parte sensual toma tambin caracteres de violencia y de exhibicin. No
es la oscura necesidad de amar lo que lleva a las mscaras al chiste obsceno, al
roce pelviano, al gozo de la sensualidad; en ello, como en el piropo y la frase
ingeniosa, est el odio que arrastra por debajo de la cortesa la intencin de herir.
Nuestro carnaval no tiene canciones, tiene insultos. No se juega ya con
pomos perfumados ni con flores; no salen las rondallas ni se conciertan bodas en
los bailes; la serpentina que se tira lleva, en su oferta risuea, la puntera de la
pedrada. Es grotesco y serio, ofensivo y lbrico con toda la tristeza de lo que se
quiso y no se pudo tener.

III
LA CIUDAD INDIANA

DE PASO
La raza que nos pobl no tena hogar; resida en casas de piedra y era
antigua, pero dentro no habitaba el ideal. El ideal estaba en la iglesia y en la corte.
El padre no era el pater familias; ejerca su autoridad como el seor con sus
siervos. La mujer y los hijos eran su honor y sus vctimas. Dios y el Hoy
solamente estaban sobre l, ms fuertes que l; su finca pareca por dentro un
monasterio. Cuando aqu hubo de edificar la nueva casa, la dispuso de modo que
las habitaciones encerraran en cada cubo de paredes el drama de cada husped,
segn su papel: la mujer, los hijos, y la servidumbre. La sala fue el lugar de
recibo, donde slo platicaban las personas en da sealados y con arreglo a cierto
ceremonial. Nunca en adelante cambi la disposicin de la sala, los dormitorios,
el comedor y los cuartos de servicio, ni las almas renovaron sus hbitos. La casa
fue el reducto para el descanso y dentro de un cosmos variable no poda afirmar
ningn ideal fijo. Los materiales que se emplearon, de preferencia el barro, la
paja, la madera y el cinc, eran elementos correlativos al alma del morador. Hoy se
han reforzado esos relieves de lo precario a lo transitorio. Los moradores han
hecho inestable el edificio. El hogar, constituido por dos seres que hasta el da de
unirse han seguido rumbos distintos, con sangre distinta, gustos distintos, dan
origen a un nuevo ser que es distinto de los dos. La vida reclama del varn y de la
mujer sacrificios irreparables. Hay que acomodarse a las exigencias de la lucha,
como cuando no hay piedra debe construirse con barro a pesar de muy viejos
instintos. La enseanza que suministran las cosas cotidianas, propenden a destruir
y a cambiar. Les faenas del campo fueron terrible costumbre de destruir y de
cambiar, llevando la vivienda de un lugar a otro. En la ciudad de las llanuras,
como en Montevideo, Buenos Aires y Santa Fe, esas viviendas al principio de
cuero sirvieron de guaridas mejor que de lugares de comodidad. El amor
igualmente adventicio vagaba como fantasma nocturno en torno de los lechos. El

amor en casa de anchas paredes es ms firme, serio y ginocrtico que en la choza.


En la choza el amor semeja una manceba; requiere para s la eternidad del mundo
que le rodea, como que es la especie la que ha de habitar en el hogar.
Nunca se nos ocurre que podemos morir en esta casa que ocupamos de
paso, como no concebimos que podramos morir de viaje. Estamos de viaje en
nuestra propia casa y este pavor a la muerte, que no nos encontrara en nuestro
sitio, prueba que una casa no es vista como una tumba, con sus rasgos definitivos
y perennes. Las paredes de ladrillos duran menos que nosotros. Las veremos
decaer y ser demolidas, con regocijo, nosotros que somos tan frgiles. Los
muebles que ponemos dentro siguen la moda, envejecen con rapidez y los
miramos con frialdad hasta que los cambiamos por otros igualmente caducos.
Ellos dan fuerza para salir nuevamente a la calle, pero no acogen con amistad.
Slo nos sirven cuando estamos cansados. Aun cuando la casa sea nuestra y
tratemos de adornarla para siempre, esos objetos y esos muebles no pueden
asirnos sino en lo superficial nuestro. Maana podremos cambiar totalmente de
suerte y dar otra conformacin a la vivienda que convenga mejor o peor al hbitat
del alma; mas ser otra cosa, no esta misma. Habremos cambiado absolutamente.
A la expectativa de ese cambio estamos, y en esa espera envejecemos y morimos.
Con la mujer y los hijos pasa lo mismo; han aparecido de pronto y ellos tienen sus
planes y sus hados. Ni la mujer ni los hijos parecen ser para siempre, aqu donde
todo es tan para hoy.

EL ESQUEMA DE LA CASA
La casa antigua, la pobre, est dispuesta como hace ciento cincuenta aos.
No ha variado su disposicin porque su estructura obedece a razones vitales y
orgnicas, tal cual la disposicin de los rganos en el cuerpo. Esas casas tienen
una funcin que se manifiesta en la vida de sus ocupantes. A la distribucin de las
habitaciones corresponde la necesidad de la familia, el sentido de la comodidad y
del uso. La disposicin consecutiva de las habitaciones tiene a la vez de la crcel y
del monasterio; es decir, que son clulas independientes, aunque se
intercomuniquen por puertas interiores. Atravesndolas se llega por una parte
hasta el gallinero, el w.c. y la cocina; por otra hasta la sala. Las piezas tienen un
mero contacto lateral, aisladas entre s; el contacto de la amistad y del amor, en la
conversacin y el trato francos, es de frente a frente. La concepcin arquitectnica
corresponde a la amplitud de espacio y est planeada para planta baja. Su modelo
es el rancho, que se ampla horizontalmente. Construido de materiales poco
resistentes y hecho conforme a las ms elementales y empricas leyes de la
construccin se alza en terreno abundante, que no se escatima. De ah proviene
esa disposicin lateral y lineal. La casa de poco frente y mucho fondo (10 varas
por 60), tiene el plano del rancho. Ofrece un mnimo de superficie al exterior y se
profundiza alejando la vida interior de la mirada sin recato del extrao. Su
principio es una habitacin a la que se le van agregando otras, de una en una. No
crece la casa por expansin del conjunto sino por aditamentos parciales, por
yuxtaposicin. El piso que ms larde se agrega a la planta baja es otra planta baja
superpuesta. El movimiento que la genera es el de la lnea que se prolonga o se
dobla por encima, de modo que, rectilneo, sus direcciones van a la calle, al
mundo, y a los dormitorios, al secreto. Cuanto ms alejada del zagun, la
habitacin acenta su rasgo monacal y toma del decoro de las alcobas de mujeres

solteras. La sala en que se acumulan objetos inexpresivos y despus las piezas en


que la vida, la verdadera situacin econmica, expone los utensilios de uso
cotidiano. No hay desvn en esas casas. Los muebles, los objetos, los trajes y las
cortinas en desuso no se conservan. La renovacin de ellos es total, definitiva.
Donde no hay desvn la vida pasa muy pronto; pasa con lo que se cambia. En el
desvn queda, reunido en una nueva y caprichosa disposicin, lo que ha ido
desgastndose antes que uno, conservando no obstante la huella del mismo tiempo
que nos desgasta. Es el archivo de la casa y de la familia en que los nios
aprenden lecciones inolvidables de sentimiento, de emocin y de belleza. Las
indelebles enseanzas, ms profundas que toda filosofa; de un buen sol
dominical, de unas flores de trapo, de un libro con estampas y sin tapas, de un
autmata sin cuerda. En esos desvanes estn los sueos que no se olvidan y algo
as como el sedimento de los das, con sus buenas y malas alternativas, su salud y
su amargura. En nuestras casas antiguas y pobres no hay desvn, no hay pasado,
ni ocio, ni niez. Se vive cierto hospedaje familiar y todo parece dispuesto para la
mudanza y el recomenzar de nuevo. Hay que pasar por ese pobre romanticismo
para entrar a la vida ntegra. Sin embargo, la casa sin desvn es solemne, como lo
indica la austera afectacin de la sala; las gentes son tambin solemnes, serias o
superficiales, pero en cualquiera de ambos casos sin desvn. El desvn es la
inmovilidad de la niez, el ojo de la nuca y la memoria pattica. No salen msicos
ni poetas de esas casas fras y severas; tampoco salen inventores ni navegantes.

LA CIUDAD FLOTANTE
Pobreza y fealdad se apelotonan a las puertas de Buenos Aires, como
pordioseros a la puerta del palacio. Maderas y latas con charcas verdosas y
basuras. Son los desechos de la metrpoli y al mismo tiempo un montn de
escombros de sueos de opulencia; lo que no quiere ser ciudad y queda
recalcitrante fuera del municipio; y al mismo tiempo lo que ya no quiere ser
soledad y se apeusca en los lmites de la campaa. Por eso tales viviendas
srdidas y feas simultneamente son las dos cosas: la ciudad y el campo.
Mirndolas bien se ve que son ranchos que se han deslizado desde el fondo de las
llanuras, amontonados a la orilla del mundo moderno. La casa de cinc que en una
o dos habitaciones rene a la familia numerosa es un rancho que ha cambiado los
materiales de construccin; el barro por el metal, como antes el cuero por el barro.
Al adobe ha reemplazado la chapa, con lo que se ha hecho menos estable.
Materiales heterogneos, desperdicios arrastrados en la tarea de la hormiga y
puestos ah para llenar intersticios y aparentar solidez. La verdad es otra: un
rancho provisorio, porttil, que puede desarmarse lmina a lmina, como se
construy, y transportarse. Meccano enorme, capaz de servir alternativamente
para diversos usos. Sigue siendo, como en los tiempos del gaucho, el hogar sobre
el caballo, el hogar sobre lo imprevisto. El hombre que ah reside vive con la
misma inestabilidad de su vivienda; puede desmoronrsele y partir l; en tanto
est all, espera. Est de paso, a la expectativa, y se dira que tiene apostado su
rancho a tener ms o no tener nada. Su situacin econmica no se ha consolidado;
mientras queda en pie la apuesta ocupa el albergue donde pernocta y engendra.
Pero una casa construida as no es para residir; es un refugio y no un hogar.
Apenas arregla el interior con enseres y muebles, los exclusivamente
necesarios, ese zofito lacustre. Fuera, las plantas y los yuyos; lo que la mano

plant y lo que ya est plantado, en una pugna sorda y persistente. No adorna su


casa porque slo es un toldo levantado contra la intemperie y las miradas, en
plena marcha. El hombre no es el molusco sino el inquilino de su propia casa; su
husped irremediable. Lo que habra de gastarse en un objeto, se ahorra o se
invierte en mejorar el precio de la finca. Esto llega a ser un ideal con el tiempo.
Quien vive en tal estrechez no puede permitirse nada superfluo, ni concebir cario
a las cosas intiles. Est con prisa; su misma vida es una necesidad y no un lujo.
La fealdad encarna la faz dispersa del disgusto de vivir. Es un ser apremiado que
quiere salir pronto de ese lugar y casi nunca lo consigue. Entonces ve que su casa
envejece antes que l. Se deteriora, se desajusta; los materiales ordinarios resisten
menos que su organismo y el ladrillo se desmenuza antes que la carne.
No aspira al confort: la pobreza es crueldad, fealdad y rencor, hacia otros o
para consigo. En ese hogar, que slo tiene de tal el plano y el impuesto, no alienta
ningn sentimiento eterno; no puede sugerirlos en su fragilidad: la religin, la
moral, los vnculos familiares, la paternidad, la propiedad. Faltan las piedras
donde esos musgos adhieren. La necesidad del confort nace de la dicha o al menos
de la satisfaccin de vivir; se genera de ella y la reproduce. Adornar es restituir al
mundo con alegra. Pero a ese presidiario de un sueo anmico si se le ocurre
poner algn adorno, es para afear y no para embellecer. Una cornisa, una pintura
que no tienen que ver con quien all vive, un altillo, una verja. Todos esos adornos
grotescos significan torpeza y ansia de embaucar. Se pretende dar con ellos mayor
valor a la propiedad y la mano rstica que clav el postizo deja una miserable
huella que da pena. El concepto venal de la propiedad es tambin una histeria de
la conciencia de la fugacidad de la vida.
El pobre no es dichoso, porque suea groseramente con lo que no tiene,
con lo que no vale nada. La espera no est llena de esperanza. Tampoco el
inquilino de su propia casa, que disfruta de posicin econmica desahogada, ni el
rentista, tienen confort. No se conoce el epicureismo que el aristcrata y el
burgus de otras latitudes ponen en el disfrute del hogar.

LOS PENATES SEPULTADOS


1. La casa est aislada porque ni siquiera luce en su exterioridad la
franqueza de la vida despreocupada. Hasta el adorno adquiere la apariencia de un
desafo. El pequeo jardn en que se edificar alguna vez la sala, tiene sus flores,
su csped y sus caminos de ladrillo molido; sin embargo, ms que la casa es
todava el campo invencible que acaba por interpolar sus yuyos cuando la espera
es demasiado larga. En este sentido es la plaza un espacio invicto y no un lugar de
reposo. Ms bien que abierta en el centro de las casas parece que stas se han
contenido a su vera. La plaza es lo fundamental: el campo. Y el parque con que
las ciudades europeas abren un parntesis de rboles y pjaros a la montona
rigidez de la mampostera, implica en Buenos Aires, la cosmpolis de la llanura,
la clave de su indescifrable tristeza campesina. Palermo, Parque Avellaneda y los
dems, menores, son adoraciones urbanas de un interior indmito an. La
Exposicin Rural toma posesin de Palermo, con sus conciertos municipales y sus
certmenes de bovinos, con la misma tirnica legalidad con que en la plaza se
erige el seoro de la estatua ecuestre.
2. La Exposicin Rural es la gran fiesta argentina; del palacio que otrora
ocup se hizo el Museo de Bellas Artes, que mientras existi ostent en el

frontispicio los emblemas de la abundancia ganadera y agrcola. Nuestra Bayreuth


est all y all el hipdromo, la acrpolis de una religin de esperanza sin fe. El
alma de Rosas divaga por los bosques y el toro campen y el crack son los dolos
de ese excelente jinete y administrador de estancias. Sarmiento hizo un parque de
su solar y la selva botnica y zoolgica completa en la fisonoma los rasgos
esenciales del poltico brbaro. Ms tarde Pelligrini, el ltimo de los gigantes
constructores de mitos, fund el Jockey Club, En el caballo est el hroe
suramericano y el gaucho ostenta chaquetilla de stud. Las carreras son nuestra
corrida de toros, nuestra fiesta trgica de la sangre, como la cancha de ftbol es
nuestra fiesta circense. Tiene el hipdromo tres sentidos fundamentales: el
aristocrtico, que celebra en el pur-sang la casta genealgica; el nacional, de
origen campestre, con su amor totmico por el caballo, y el popular, que entronca
en la raza, con su afn de tentar al destino en la apuesta. Se celebra el rito, como
en la iglesia, el domingo, el da de Dios. El hombre descontento, que vive su
semana a redopelo y que aspira vagamente a violentar el orden universal, va a esa
Delfos donde la respuesta no tiene anfibologas. El hipdromo rene a los
soadores de la fortuna, a los que lucen su presencia y a los que arrastran un
oscuro Fatum americano. Ya no pueden los hombres renunciar a las emociones
profundas: esa energa que consume el arte, la vida intensa, la religin, la
inquietud de la verdad, la vocacin verdadera de los problemas sociales, cuando
no halla su natural expansin estalla en formas tan curiosas como el juego de
sentido mstico, sentimental y esttico. Al hipdromo van los seres que no han
encontrado la manera de encauzar por un camino leal y meritorio enormes fuerzas
interiores que el ambiente sofoca y aniquila. Son entes de vocacin fallida que
recurren al juego y al placer visual de la carrera, como otros, ms interiores, al
alcohol. Juego y alcohol son dos salvavidas del nufrago que no quiere dejar
morir con su persona una partcula inmortal que no encuentra el modo de
manifestarse. Del hipdromo se regresa a internarse de nuevo en un mundo
erizado de dificultades inhumanas, duro, mecnico, pecuniario; y a l se va, como
al santuario el peregrino, en busca de solucin a un problema irresoluble
planteado en el alma. Pintores, poetas, msicos, amantes, apstoles que no han
sido estimulados en el parto de su verdadera personalidad, o que estn en
incompatibilidad latente con lo cotidiano, dejan all el pan de sus hijos o el caudal
de que eran depositarios. El dolo que destroza a sus fieles no es horrible como el
Vishnu de Jaganath; es una figura elstica, luciente bajo el sol, nerviosa, con ojos
inteligentes, aliada por incontables generaciones ejercitadas en esa clase de
gimnstica; y de sangre de prncipes. Pasea exhibindose como una mujer perfecta
o un efebo completo de belleza y salud. Es el momento de emocin religiosa en
que el dolo es visto en la plenitud de una obra inmortal, vido de volar, como las
lanzas de Homero. Despus es un vrtigo, y lo que ocurre no pertenece ya al
mundo de las formas sino al ms delicado an de la conciencia.
3. Esos ojos pendientes de una hermosa fuerza en libertad, contemplan en
las plazas al dolo como hroe. En mrmol o en bronce, el caballo es algo que nos
pertenece, cuyo destino comprendemos ms all de lo hpico en una simpata
fraternal. No porque s dijo Paz que el capitn argentino consider siempre a su
caballo como partcipe de la victoria, ni en vano el hombre del campo vivi sobre
l y es su amigo. Aqu, en este panorama toma, en la estatua y en la pista,
caracteres que no tiene en ninguna otra parte del mundo.
Pero nosotros, hombres de la llanura, en nuestro ambiente ni en la ciudad
de la pampa, percibiendo esos elementales influjos de las cosas circundantes y

profundas, no podemos mirar con simples ojos de espectadores las estatuas


ecuestres. Para nuestra ms ntima emocin esttica, el hombre y su cabalgadura
forman una unidad, independiente del pedestal, que recobra su verdadero sentido
de mero intermediario entre la naturaleza y la obra de arte. El caballo parece
desprenderse y aspirar a una unin vital con el caballero; por eso la actitud falsa
del caballo encabritado, asentando slo dos patas en tierra y abalanzndose en la
iniciacin del salto es, aparte su valor esttico y de empuje, puramente acadmica.
Pero no es artstica y repugna al sentimiento de lo eterno que hay en el
cuadrpedo cuyo equilibrio sobre el suelo es el de una masa de ptima movilidad.
El caballo abalanzado absorbe autoridad a la figura principal y relega al hroe a
un complemento pasivo. Comprese el respingo opertico del de San Martn con
la fatdica y sagrada sobriedad del de Dorrego. No hay figura ecuestre imponente
y majestuosa, sino cuando el caballo asienta su cuatro patas en el suelo, con lo que
a la vez que da sensacin de seguridad, equilibrio sin violencia y tranquilidad,
despeja el campo de la emocin para que se sumerja ntegra en el caballero. Algo
de esa pretericin a segundo plano con que el caballo encabritado relega al hroe,
advertimos en el grupo ecuestre ms viva cuanto ms vagamente los datos
biogrficos del hroe se obliteran en el fondo de la historia y de la vida
nacionales. Para nosotros no es jams el caballo el soporte decorativo del hombre;
a los hombres de la llanura nos evoca un trozo de paisaje, de vida y de destino.
Nada de lo que concierne al caballo nos es extrao. El espaol puede
contemplar en la plaza de toros la lucha entre ambos animales, y para l ser el
toro el elemento principal. El bro, la fuerza, la embestida ciega y total del toro
coloca en lugar miserable al caballo vendado y trmulo, en que el zngano picador
lo espera. El caballo puede ser un contrapunto pattico y hasta piadoso a ese tema
del mpetu. En la corrida de toros la nota fundamental es para nosotros el caballo
y el sentimiento que nos produce la cornada en su vientre es de indignacin ms
que de piedad. Esta indignacin no pertenece a la humanidad sino al hombre de la
llanura. Vemos en seguida luchando en condiciones desventajosas a un cuerpo
que parece organizado para embestir y a otro que parece organizado para fines
ms altos. La indignacin, que eclipsa todo otro sentimiento naciente de
conmiseracin, es lo que nos distingue del africano peninsular, para quien el
caballo era un arma de combate.
En el monumento, pues, el hroe suramericano adquiere sobre el caballo
su cabal sentido histrico y humano. La indiferencia con que le contemplamos en
el bronce dimana de que el escultor, aparte Yrurtia y Bourdelle, han traicionado la
visin emotiva de su papel. Esta secreta apreciacin es la que nos hace que
despreciemos la estatua de Lavalle, a pie, l, que fue tan de a caballo, y que nos
conmueva la de Dorrego, la nica que, adems, guarda proporcin con el original.
Porque esta estatua es en su noble sencillez y en su tamao prudente, al menos
para quien conoce la historia, la dimensin mxima del hroe argentino.
Exagerada como en las de Mitre y Alvear, la figura histrica es devorada por el
pleonasmo de piedra y metal, como el jinete que galopa es devorado por la pampa.
Se sabe el repudio de Paran por la estatua de Urquiza, que estriba a la gringa.
4. Si el hipdromo es el templo hipoltrico en cuyo rito dominical el alma
argentina se pone en contacto con divinidades subterrneas de la sangre y la
vocacin, la cancha de ftbol es el templo del hombre de a pie, del hijo del
inmigrante. Anfiteatro cosmopolita, plebeyo, anverso de la pista. En l el
entusiasmo por el juego encarna, ms bien que una tradicin de sangre, un aspecto
de la poltica.

Hipdromo y cancha de ftbol son dos partidos; el de la aventura, la


inestabilidad, la ambicin, unitario y monrquico; y el del trabajo, de la lucha
apasionada, de la contienda de comits, catico y democrtico. Frente al Jockey
Club las Asociaciones deportivas sostienen una tendencia opuesta, reclutan
fuerzas antagnicas. El ftbol ha tomado las caractersticas de la forma de vivir; el
juego en serio, libertando venenos acumulados en los msculos en seis das de
pesada tarea. Los partidos de ftbol son vlvulas salutferas para los jugadores que
necesitan ejercitar sus miembros y para los espectadores que necesitan purgar sus
almas sin otras salidas al mundo de la accin. Se asiste a un partido para tomar
partido, y el espectador tiene sus intereses personales en el juego; la simpata por
determinado equipo es un ideal de tan baja estofa como de tan alta la pasin del
turf. Victoria o derrota se convierten en peripecias personales, y se pone en ello
cierto honor de barrio, de tribu, siendo el juego las ordalas en que se dirimen
secretas rivalidades. En ese sentido el ftbol es un box colectivo. Todo juego debe
apasionar, pero aqu el apasionamiento parece haber dado origen al juego, como si
ste naciera de un estado de agitacin sin escape. Nada ms parecido a un comit
que un club. El ftbol es el juego de gentes que han conseguido la jornada de ocho
horas. Para que se deleite con l un hombre, tiene que estar fatigado en cualquier
parte de su cuerpo y que amar el sucedneo intranscendente de su esclavitud. Es el
trabajo, o el sustituto de l, como dice Maran. Y la esclavitud contemplada,
algo as como el equivalente de una actividad que se economiza o se gasta en
descarga centrpeta. Es la diversin dominical del obrero, que no suea grandezas
y que vende su actividad por el jornal; el ftbol resulta, como para el griego su
teatro, una modalidad de su psique y de su destino convertido en juego. El cerebro
ocioso tiene tambin sus exigencias de orden esttica. El ftbol, como posicin de
lucha poltica, y de espectculo, es un ideal para el cerebro que aprecia el peso de
las cosas. Por eso los muchachos obreros, en la hora de descanso juegan al ftbol,
como los estudiantes leen. No como ejercicio, porque entonces es comn, sino
como ocio. Tambin en las tribunas populares de la cancha de ftbol se suea y se
ejercita una facultad de pensar que se satisface con la pasin y el arte de conducir
adelante una idea con el pie y la pelota. Ese juego es la forma plstica, corprea,
de las ideas de los hombres que juegan y los hombres que miran. El espectador
comprende con todo su cuerpo, y slo con seguir con los ojos las alternativas, ese
sistema simplsimo de pensar y obrar al mismo tiempo. Los demagogos saben que
en los estadios estn las fuerzas electorales y que la poltica no puede contrariar la
ndole ni la tcnica de las grandes masas.
El deporte ha tomado en cada pas la peculiaridad del alma colectiva. Entre
nosotros el ftbol es el sur contra el norte.

LOS DIOSES DE LA CIUDAD


El abigarramiento egosta de los edificios, la cerrada personalidad del
habitante, la activa bsqueda de un motivo para encauzar sus energas en la
autodidctica de su carcter, es tambin estilo. La religin no tiene fuerza en las
urbes mundiales sin historia; el patriotismo es apenas un sentimiento de poder y
de propiedad; ni raza, ni idioma, ni tradicin, ni geografa, renen las almas. Y sin
embargo, no puede una ciudad tener dos y medio millones de habitantes, sin esos
sentimientos fundamentales, Buenos Aires los ha reunido en la Poltica, que es la
religin, el patriotismo y los dems ideales burocrticos v cosmopolitas. Aquello

que no encuentra modo de abrirse paso en la vida, por dificultades del orden o de
la naturaleza de las cosas, caen en la Poltica como en el seno de las fuerzas
primordiales. Fenmeno universal, plenario, recibe el tributo de lo nacional que
no consigue expresarse bajo otras formas igualmente colectivas. Toda
manifestacin colectiva de potencia es de cariz poltico. Esa es el alma de la
ciudad, el sistema subterrneo de sus desages y de sus cables elctricos, el estilo
de su todo.
La divinidad que en ellos reside est integrada por infinidad de
malentendidos, por ideas sin madurar, por anhelos ilegtimos; aunque tambin por
una inconsciente sed de justicia y de fe. Impotente contra dificultades que nacen
de un desorden ntimo de las cosas, el alma se entrega al saber y al poder
fraudulentos, como al curanderismo y a la magia. La poltica ofrece al soador
indolente, al rat de cualquier gnero, un sucedneo de la accin y de la
idoneidad. Deja de ser una aspiracin hacia algo concreto y bien definido, pero
acumula energas que podran perderse en el vaco o en la accin destructora.
Cualquiera que sea su signo, reemplaza lo que no existe an, anticipa estados
superiores y acostumbra a lo bueno y lo malo en comn. Sin grandes ideales, sin
convicciones arraigadas, cierra en s misma ciclos amplios de accin; y en vez de
ser un vehculo para ponerse en marcha hacia algo, transfrmase en rueda sin
dientes que consume trabajo generado en el sentido de la accin. Si la poltica
puede ser en fases ms avanzadas de la cultura popular, una tensin dinmica,
donde la conciencia colectiva no sobrepasa sus individuales instintos, convierte su
funcin en una finalidad concluida. Y al no tener salida hacia lo social bien
estructurado, proyecta esas energas al plano de la magia, de las potencias
misteriosas y arbitrarias. La poltica deviene, pues, cierta magia de influencias
secretas, semejantes al curanderismo; y sus procedimientos son anlogos en la
esfera del bienestar econmico. En el conocimiento de sus misterios adquiere
prestigio el conductor de multitudes argentino. Su oculto poder de violentar el
orden de las cosas usuales sin que aparentemente exista tal violencia, vibra al
unsono de las voluntades afiliadas que encuentran la frmula para conseguir lo
que est vedado por las vas naturales.
En este aspecto la poltica no es solamente una magia sino una supersticin
y resume estados embrionarios de conciencia cvica, orientados hacia el bienestar,
el orden y el progreso, aunque se ilustren en la complicada tcnica de lograrlos
por medios ilcitos. La prctica de esa supersticin celbrase en los comits, que
son los cuerpos domiciliarios de esa voluntad de accin frustrada. Sin esos
templos donde se discute y se escucha la palabra del hombre que puede, la poltica
dejara hasta de ser una abstraccin; se deshara en tantas molculas como almas
para tomar otros cauces de expansin. Si el comit como cuerpo viviente de una
secta puede parecer indigno de la divinidad, es porque olvidamos que esa
divinidad pragmtica est hipostasiada de residuos. Cada espritu tiene el cuerpo
que le queda bien. Los componentes de esos centros de accin frustrada son
hombres de empresa frustrados, condottieri que acaban por cambiar el ideal por un
dolo y por suplantar al dolo con su persona. A ms largo o corto plazo
sobreviene el cisma por fisiparidad y el ideal se desmenuza en tantos fragmentos
cuantos ncleos disidentes de atraccin. Pero aun as, los heterodoxos siguen
fieles a la abstraccin omnmoda llamada Poltica, a esa fuerza en suspensin que
impera como realidad absoluta. El cisma no se produce por apostasa ideolgica,
sino por condensacin de intereses en un lder.

El comit da su forma al club, la asociacin, el cenculo, le sustrae sus


adherentes y se los incorpora; o acatan ellos el dogma y sacrifican a la misma
divinidad en ritos de arte, ciencia, filantropa, etc. La casa matriz de toda entidad
corporativa, es el comit, cuyo carcter es el de sede de un gobierno clandestino
que acta paralelamente con los poderes constituidos y las comisiones directivas
autnomas. Mientras el instinto de agrupacin no pueda lograr formas libres, todo
aquello que rene a los hombres para hacerlos fuertes y benficos, se embota en la
accin frustrnea. Del taller de pintura, de las academias, de las aulas, de los
gremios y los crculos emigran los adeptos hacia el comit, como de la campaa a
Buenos Aires. Atrae al escptico que no cree ya en ninguna potencia mstica
superior a su voluntad y a su existencia, como el hipdromo atrae al soador
descontento que no quiere pedir y se entrega al azar. El jugador es un ateo y el
afiliado un practicante de magia. Con el abanderamiento se cohonesta la
desmedida aspiracin, el que triunfa se convierte siempre en instrumento
infinitesimal de la venganza annima. Poco despus es ya muy difcil distinguir al
usurpador del legtimo habiente. Apenas es visible la seal que la divinidad
poltica pone en los semblantes de sus adeptos; cuando mucho la frecuentacin de
los templos en que se sacrifica a la divinidad misteriosa, deja en los rostros la
recelosa suficiencia de los lectores de libros de magia negra. Hay que observarlos
de ms cerca y entonces s se advierte que estn en posesin de un secreto de
penetrar por puertas excusadas y que usan de cierta altivez desproporcionada con
lo que son, como el fantico que tiene un dios aparte. No s si se es tambin el
aura de todos los miembros de sociedades secretas. El daimn social murmura en
su subconciencia que la poltica es de todas las organizaciones en que participan
grandes masas humanas, la nica que entre nosotros ha llegado a una estructura
cerrada, compacta. Est de vuelta de los que hacen su camino en otras sociedades
de cultura, de beneficencia, de investigacin. Sus modales y sus palabras indican
que lleva ventaja; porque ni el arte, ni la bsqueda de la verdad, ni el espritu
apostlico de la enseanza y del bien, ni el deporte, ni la amistad subsistirn sin
que a cierta altura de su crecimiento se les incorpore esa fuerza mgica universal,
que l ha reconocido y acatado de corazn y sin prdida de tiempo.
La poltica se dividi en partidos y nombres. Nadie ha encarnado mejor
que Yrigoyen la voluntad de la masa annima. Pero el irigoyenismo era anterior y
superior a l. Aunque haya encarnado la realidad trascendental y mgica en su
persona, su mentalidad, sus actos, como apstol y como mrtir, qued sin
representar un sector de esa realidad. Por mucho que en l se hayan concretado
tendencias latentes de las multitudes y que llegase a ser el paladn de un ideal de
limitadas perspectivas, Rosas lo precedi, y la mayor parte de su obra es la
vigencia de cuanto desde la organizacin nacional haba quedado proscrito con la
condena del pasado. Fuerzas no extinguidas, aspiraciones concebidas y gestadas
en la sombra esperaron el momento propicio para su alumbramiento; y este
hombre, sin duda sealado por el destino para cargar con los pecados de su
pueblo, los represent en la conciencia nebular de la turba para exaltarla al poder
como vindicta de los desterrados, y para sucumbir al contragolpe de ella misma.
Porque menos dudoso es an que el irigoyenismo fue vencido por el
irigoyenismo. Los que lo subrogaron llegaban por un atajo al gobierno,
impulsados por un movimiento que naci en el mismo vientre, y muy pronto
hubieron de amoldarse a las prcticas de rigor desde las guerras civiles,
asumiendo la representacin de los que militaban en el sector que Yrigoyen no
pudo representar tambin en su gobierno. Los que echaron abajo a Yrigoyen no

solamente haban militado en las filas del partido que a l lo hizo y deshizo, sino
que obedecan en su conformacin mental, en sus vicios originales a la misma
fuerza plstica; llegados al poder resultaron igualmente incapaces por las mismas
causas. El dolo qued levigado en el amnios en que se lo engendr, pero sus
ideales seguan en pie. Represent una direccin, y sus adversarios representaban
otra, como delta de un ro que habra de unirse despus, soldando 1830 a 1852, en
que con Urquiza y los desterrados la historia sufre una conmocin y un desvo de
ochenta aos. Los dos brazos del irigoyenismo dejaron esos ochenta aos como
un parntesis y por dos flancos cieron de nuevo la realidad. Aquellas fuerzas que
se dijeron anrquicas despus se dijeron polticas. Uno gobern con las mayoras
y otros con las minoras, siempre fieles a la voluntad superior, a una divinidad sin
nombre y sin forma. Quien no queda pleno de su gracia es contemplado en
seguida como traidor. Yrigoyen ha sido no solamente el hombre de su pueblo,
sino la conciencia y la voluntad de su pueblo. Y la crucifixin del dolo fue el
sacrificio do su Hijo, a quien neg a pesar de que traa la Ley nueva y el trgico
destino de cargar con sus pecados.

EL POLTICO
Son muy estrechas las similitudes entre nuestro poltico profesional y el
curandero, el brujo y la comadrona. En diferentes tiempos diferentes nombres.
Ningn beneficiado con empleo, exencin de impuestos, concesiones
puede del todo reconocer pblicamente el favor, porque siempre hay un padre
desconocido en el nuevo ser que el comadrn trae a la vida. Esa infatigable
diligencia del poltico que ayuda al parto y a veces da su nombre al feto, es la
actividad subrepticia y profesional: ostensiblemente inviste el papel de conocedor
de lo que se llama ciencia y arte de gobernar.
El primer paso en la carrera es tener una casa cmoda. La casa del poltico
es una casa pblica, a la que tiene acceso la parroquia. Van llegando hasta la sala,
adictos que adolecen de alguna incapacidad o mengua. Vestbulo y sala de recibo
tienen algo de consultorio, y la recomendacin es la receta para la dolencia.
El poltico se debe al comit y a sus amigos; aqul es el local adosado a su
casa y stos la prolongacin de su familia. Sabe que su misin es dar, servir a su
votante, y cuando no se le pide nada est intranquilo, como el mdico ante un
paciente que tiene apariencias de perfecta salud. En esa sala donde ausculta,
interroga y asiste, despliega un complicado psicoanlisis de chamn. Es un gran
seor de plebes postulantes, un proxeneta de rango que est en ciertos entretelones
del gabinete y administra la noticia indita con parsimonia y con arreglo a la
posologa del chisme. Vive en el centro de las noticias de la calle que recogen los
adictos y que le entregan como pago de la visita. Luego las llevar a las reuniones
de dirigentes, segn convengan o no a sus proyectos; porque el arte de la
comadrona tiene sus exigencias sociales. Su papel es hacer promesas; hablar del
porvenir con seguridad de profeta y tener confianza en algo; en el gobierno o en la
cada del gobierno. Trasmite fe. La magnitud de las promesas vara conforme
aumenta su poder, y viceversa: concejal, diputado, senador, ministro, presidente,
como crculos concntricos desde donde se reparte la ddiva en mayor o menor
cantidad. Pero el verdadero poltico no es el que da, sino el que cambia de mano la
ddiva. Cuando alcanza la ms alta magistratura adquiere categora de dolo, pero

se hace en l ms visible lo que no puede dar: mientras que disponiendo de la


promesa como programa y recetario, la faltriquera mgica resulta inexhaustible.
El poltico se conserva en el auge de su prestigio mientras dura su
habilidad de emplear frases ambiguas, abstractas; mientras usa lugares comunes y
frases hechas, sin arriesgar opiniones a fondo. Mas ha de saber transmitir fe al
adicto. La fe se conserva pura cuando demuestra que sabe de todo un poco, muy
confusamente, pero con un gran anhelo del bien. Saca partido de lo que ignora, y
el manejo de los nombres y de las cifras, los olvidos intencionales, los rodeos y
circunloquios le dan, a los ojos del truhn, aspecto de presa fcil; porque ningn
necesitado deja de creer en sus adentros que con un hombre as se puede hacer a la
larga lo que se quiera. Y se equivoca sa es la trampa , pues esa aparente
debilidad es casualmente su fortaleza.
Ms que al abogado, brese al mdico un horizonte de xitos, porque
ejerce de mistagogo, y el dominio de una fuerza X le agrega el prestigio de dotes
adivinatorias. Jakob Larrain, hablando de Rawson con el natural respeto que ese
hombre mereca, descubre que en nuestro ambiente el mdico tiene para el vulgo
una doble personalidad salutfera. Muchos lderes son mdicos, aunque se
comporten como magos. Nuestros males son misteriosos.

EL ALMA DE LA CIUDAD.
Frente a la poltica, el arte queda como una manifestacin espordica y
subsidiaria, como un fenmeno restrictivamente porteo dentro del otro
metropolitano. Las inquietudes espirituales dan su brote, su flor y su hoja amarilla
en Buenos Aires; y ha de considerarse la cultura como un caso particular de
urbanismo. Al talento no le queda otro camino que aquel de los productos en
desage de la periferia al centro y del centro onflico al exterior. Fuera de la
capital arrastra su existencia parasitaria de lo que aqu se produce, y emigra o
sucumbe. Sin embargo, el talento no es oriundo de la metrpoli, tambin como en
los buenos tiempos de Roma. En provincias no se escribe ni se lee; la llanura
inmensa es refractaria a la intensidad de cualquier cultivo y los artistas que
fatdicamente nacen en ella, tienen implicado el trgico destino de ser una
negacin en diversas formas, de la llanura; de no aclimatarse ac ni all. Diarios,
peridicos y libros se imprimen en Buenos Aires, con vistas al consumo rural. Los
que se editan en el interior cabestrean su existencia balad de pordioseros del
gobierno comunal o provincial, con sus eternas cuatro u ocho pginas de avisos
interpolados de las clsicas cursileras y lugares comunes del periodismo y la
tipografa de campaa.
Pueden llamarse los rganos pardicos del periodismo, aunque como
ninguna otra forma de publicidad expresa con ingenua pretensin, la fusin
simbitica de la poltica y la literatura, del alfabetismo y de las artes grficas.
Aquello mismo que los peridicos de campaa revelan sin saberlo, puede
aplicarse a la gran ciudad, y bastara buscar, como en el gaucho urbano, cules son
las transformaciones que ha experimentado al crecer en tamao y en nmero de
ejemplares. Cultura y poltica son una misma cosa; gobernante y pedagogo,
institucin artstica o cientfica y autores entran en una coordinada accin de
recprocos derechos y deberes. Un gobierno quiso caracterizarse por cierto
filistesmo augusteo, precisamente porque era oriundo de la masa refractaria a la
cultura, e incurri en actos teatrales de mecenismo. Hizo repartir, por ejemplo,

entre los campesinos una traduccin de las Gergicas. La transfiguracin de


elementos de la cultura ms autntica en ese renacimiento, sirvi para corroborar
un plan de urbanismo romntico y como el autor de la Novela Cmica, dio su
Virgile travesti. Llvese, si se quiere el caso a las sociedades artsticas y turfsticas
que protegen las artes y las letras, como rganos representativos de la ganadera y
del pensamiento. Esa es la suerte de la inteligencia que huye de la llanura y es en
pleno centro recapturada por las fuerzas eternas de la pampa.
Ningn rgano que en la ciudad d forma para negar la realidad del campo
niega la realidad del campo. Ms que el gobierno paladinamente oriundo de la
masa refractaria de la cultura, el gobierno nacido de la negacin de ese tab
poltico quiso consumar la obra devastadora de la pampa; neg al intelectual,
prescindi ostentosamente de el y adems lo persigui hasta donde pudo.
Privando al intelectual de sus legtimos derechos, acorralndolo en un brete sin
salida, complet aquel programa. Y sin embargo, Buenos Aires, la obra ms
extraordinaria de la poltica argentina, atrae al artista, lo seduce y lo corrompe.
Es verdad que en Buenos Aires hay lo que podra llamarse estructuras
concretas de ciencia, de arte, de profesiones liberales, pero no son autnomas de
la ciudad y obedecen a la poltica que hizo a la ciudad, dependiendo
indirectamente del erario. Todos ellos son fenmenos municipales, patrocinados o
subvencionados en ltima instancia por la comuna o el gobierno, un poco en
secreto. Para abrirse paso en la maraa de los intereses que monopoliza la poltica,
ha de ofrecer su talento a los dos nicos postores: el periodismo o la
administracin pblica. Sin poder sacar provecho ni regocijo de su obra, que nadie
lee, reclama el subsidio y ya est vencido; ya no es l sino un colaborador de las
fuerzas de la llanura que se refugiaron en la aldea. Simulacros de escritores, de
artistas, de sabios han ocupado mediante la entrega condicional de su persona los
altos puestos. Enseoreados de los diarios, las ctedras y los cenculos, defienden
con uas y dientes su empleo. Aquellos apstatas que claudicaron en su fe son los
apstoles de ese ideal urbano, los herejes sublimados del contraideal. Diarios,
universidades y salones se sostienen por un complejo sistema de intereses
cruzados; unos amparan a los otros y a lo largo de los personajes encadenados
circula una sola sangre y un solo fluido vital: la poltica. El mtodo de la cadena
descubierto por los tahres de comit es antiguo y continental. Ese sistema de la
cadena, de la complicacin en serie, es el esquema de las actividades lcitas que
se basan en la poltica y lo practican sin saberlo todos los que anhelan por encima
de sus fuerzas. El artista honesto est predestinado a sucumbir porque est solo, y
su rebelda o su renuncia contrasta con el canev de los intereses en juego. No
tiene compromisos recprocos; es un eslabn suelto.
La ciudad es de una textura homognea aunque parezca abigarrada y
cosmopolita; tiene un alma en bloque. Los trabajadores solitarios son hijos de la
soledad; y veinte hombres libres son los que llevan sobre sus espaldas el prestigio
de la Nacin. Si murieran de pronto, la Nacin caera por su propio peso en las
tinieblas australes a un nivel a ras de toda la latitud suramericana. La ciencia se
recluye en gabinetes y laboratorios; la literatura se ofrece al peridico y la revista
para morir finalmente en el libro. El Estado que no cree sino en el peligro,
concluye adquiriendo los libros y los cuadros que nadie compra y los distribuye
en las bibliotecas y los museos que nadie visita. La vocacin del artista y del sabio
es un contrasentido con la realidad profunda, y el crtico que pasa en silencio las
obras de enjundia y trompetea alrededor de las mistificaciones, est
inconscientemente al servicio de las fuerzas oscuras de la pampa. Sobre los que se

mantienen en pie trepa la hiedra de los que han fracasado hasta que los cubre
como el pasto. Los muertos matan a los vivos, como en el palacio de los Atridas.
Formas abortivas y monstruosas, nacidas de cpulas gubernamentales,
engendradas con los logos espermticos de la poltica, se multiplican por s
mismas en pululacin de bacterias, en obras completas de treinta ttulos. El
Congreso vota fondos para que se escriban obras o para adquirirlas. Son
fantasmas a la rstica. Las Plazas estn llenas de simulacros de bronce y de
mrmol; los museos atestados de simulacros; los programas sinfnicos mechados
de fantasmas. Todo ese mundo de los abortos inmortales nace de la poltica y es
hijo de las cmaras, de los gabinetes y de los comits. El pblico est complicado
en el sistema de la cadena y aplaude; llena los teatros y repite los gloriosos
nombres de los espectros. Pero con socarrona picarda guia el ojo; porque miente
mucho ms que se equivoca. Espera la muerte verdadera y olvida. Dramaturgos,
poetas, msicos y pintores: todos amortajados en la misma tumba continental del
olvido, han muerto. Los muertos de ayer parecen antiguos y distantes. Es la
poltica, que empuja con todas sus fuerzas hacia adelante, que teje de da sus telas
y las desteje de noche. Mientras vive el defensor de sus intereses, mientras puede
hacer dao o bien, es respetado, como el poltico en auge; cae y se le olvida. En
esa nefanda obra de cremacin y aventamiento de las cenizas estn complicados el
gobierno y el pueblo, que prefieren al impostor vivo y no al talento muerto. Los
monederos falsos de la cultura se nutren de cadveres; aquel olvido es este
renombre.
La falta de estados verdaderos de cultura se suplanta con estados ficticios
de cultura; empresas poderosas de publicidad y de noticias sostienen la poltica de
la literatura standard. Si el periodista tiene las ideas de la administracin, sta
tiene las ideas de los anunciadores de pgina entera, que casi siempre coincide en
el mismo universal sistema de la cadena, con lo que se lleva y se consume con
mayor cantidad. Centenares de cerebros trabajan diariamente en la misma tarea,
modelando y puliendo con arreglo a un canon periodstico del mayor consumo. La
personalidad del autor, incluso cuando le permiten que firme, se disuelve en una
liga de plomo fundente, y toda la redaccin es una masa gris de ideas y de
renglones de linotipo. No tener qu comer es peor.
La suerte del escritor es todava ms triste que la del periodista; tiene que
transigir con el lector de diarios, o tener fortuna. Los mejores son pobres y viven
de otra cosa. Persisten en su trabajo porque Dios lo quiere as. Los intelectuales
libres de la poltica de las empresas de prensa son destruidos de cuajo. Quien tiene
dinero tiene fama; sus libros circulan al amparo de una firma bancaria de
reconocida solvencia, y entonces puede cometer las mayores indignidades sin que
se afecte su prestigio. La reputacin es una incansable paciencia. El mismo lector
que se pasma del xito de su novelista predilecto, gusta pecaminosamente de las
ediciones clandestinas, como si realmente estuvieran prohibidas.
No menos tirnico que la prensa, el comit poltico-literario y la
administracin pblica acogen con reservas al hombre de accin fracasado y al
idealista a ultranza. El autor costea la impresin de su obra con el sueldo que le
paga el Estado y el Estado le compra el libro, devolvindole su dinero. Devuelve
el costo y recupera las ideas, retirndolas de la circulacin. Una vez hecha la fama
se respeta hasta que la muerte barre con todo. La cadena queda soldada entre
autores, impresores y consumidores.

Lograda una buena posicin, ah termina toda inquietud, se echa vientre y


se espera la jubilacin o las palmas acadmicas. Y entonces con la muerte llega la
inmortalidad mientras se vive.

MIEDO
I
II
III

LA LUCHA
LA DEFENSA
LA FUGA

I
LA LUCHA

PANORAMA DEL MIEDO


Este hombre vino a los veinte aos y ha trabajado entre gentes
desconocidas con las que emparent. Lo alentaba una enhiesta voluntad de
triunfar, porque ignoraba las peculiaridades de la tierra en que vena a fijarse y los
laberintos morales de la mujer en quien haba de tener hijos. Ahora est rico; tiene
una fortuna y est viejo. No vale la pena conocer los captulos de esa historia
comn, puesto que un triunfo de esa especie tiene casi siempre las mismas
incidencias. Si le es posible contemplar hacia atrs y verse en un mundo que
recomienza donde l concluye, siente que ha vendido su vida. A los veinte aos
no habra aceptado la vejez con ese dinero. Ha vivido en funcin de ese dinero, se
ha privado de goces, de la amistad desinteresada, de la ternura, del placer de
contemplar el cielo sin pedirle lluvia ni calor, de ver transcurrir en torno la vida
henchida de su propio sentido. Esa fortuna, spalo o solamente lo presienta, es su
vida transmutada en oro. No puede ser magnnimo, ni generoso, ni altruista,
aunque quisiera poderlo. No puede desprenderse de esa fortuna que es el pago de
una venta simonaca, sin comprender que el objetivo nico de su existencia,
tomar, tena otro aspecto de perspectivas ms amplias y vitales, dar. Est
atemorizado; las tierras que posee, las haciendas y las propiedades son temor.
Pero muchas veces se llega a la vejez sin encontrar postor, sin que
Mefistfeles venga a sellar el pacto de la vida por la fortuna. Ha fracasado y
tiene consigo la ancianidad, la privacin, el desamparo. Sus hijos le reprochan la
pobreza, sin comprender que tambin esa pobreza es el resultado de cuarenta aos
de afn por la fortuna, de trabajo sin placer, de lucha solitaria. El hijo no puede
ver en el rostro del padre la tragedia de la bsqueda infructuosa. Que mire ms
hondamente. Lleg a conquistar un mundo que no le ofreca ms que la riqueza;
no le atrajo la curiosidad, ni la voluntad de unirse a seres que aqu vivan ni la
resolucin de entrar a una sociedad que poda darle en pago de su actividad la
simple satisfaccin de vivir. Pobre, es psquicamente igual al rico, ha luchado lo
mismo por lo mismo, y slo se diferencia en que l no tiene nada. Acaso en cierto
momento, como el jugador en la racha propicia, posey ms de lo que esperaba;

mas como no haba un proyecto superior en la empresa, ni poseer era un medio o


un ejercicio, la pobreza vino a coronar en l un error que no es de detalle ni de
capacidad, sino de orientacin, de organizacin. Su situacin espiritual es
asimismo idntica a la del que tiene; comprende que este mundo no est regido
por leyes inmutables; que es frgil, inseguro; que el azar reemplaza al destino y
que est aislado, sin la amistad del amigo ni la piedad del hijo. Entonces le
acomete el temor y la vergenza de quien lleva en la sangre una enfermedad
mortal y contagiosa. El sentido de la realidad que crea conocer, se le hace patente
y siente en la esterilidad del esfuerzo y en la magnitud de las dificultades que
cobran a su vista una evidencia que es tarde para aprovechar, un miedo que se
comunica a cuanto le rodea. En torno de esos ancianos pobres, el que est en plena
labor de enriquecerse se hace despiadado, rudo, feroz. Mira en l un ejemplo
escalofriante: sesenta aos de vida es el monto de una apuesta y el que no gana no
ha vivido; y el que gana, tampoco.
Este miedo que siente es viejo, mucho ms viejo que l. No lo experimenta
por vez primera; es un estado de nimo producido por un estado social nuevo y no
una peripecia inadvertida en el contexto de su existencia. Es el mismo estado de
nimo que se produjo en el conquistador y en el colono que vino luego, lejos de su
tierra, ante la soledad, el desierto y los hombres desconocidos (con un pasado
desconocido). El pobre entre nosotros no tiene el derecho de su pobreza, sino que
es mirado como un ser que defrauda, que transmite la mala suerte. Con su
presencia rompe, como el indio desnudo ante el conquistador, un supuesto previo
de la riqueza como pago del riesgo. Si recibe ese aprensivo desdn, es porque vive
como llamada intempestiva que rompe un sueo. El pobre es el destructor de
ideales, y la muerte, infinita, como la del que cae en la trinchera. Por eso el pobre
es siempre nuevo en el seno de una sociedad que vive violentando su verdica
realidad. Forma parte de una realidad que no se quiere mirar como realidad, de esa
realidad que se teme pero frente a la cual se encuentra siempre, tarde o temprano,
el que no tuvo para su conducta mviles humanos.
El miedo estaba esperando al primer soldado. Su propio temor lo
amenazaba, y llen de fantasmas la soledad. La naturaleza se mostraba en su
abierta sencillez y l traa una complicada imagen de ella. Vio al indio sumiso que
llegaba hasta l para adorarlo, y lo sacrific de miedo, parecindole humillante
que uno de los peligros que imaginaba dejara de serlo de modo tan sencillo.
No contento con despojarlos de sus tierras, con arrebatarles sus mujeres y
esclavizar sus hijos, quiso exterminarlos como a espectros. Sinti miedo en las
travesas por rutas vrgenes y desconocidas, con la mirada en el horizonte das y
noches, en el acecho del peligro y del prodigio, como si anduviese hacia la
muerte. Rezaba en alta voz. Apenas sala de una aventura, y no poda concebir que
hubiera cesado de pronto. La aventura del mar resonaba todava en su alma. El
mar amedrentaba; el escorbuto haca estragos en das de tempestad, o cuando la
costa ansiada no se divisaba a los lejos. Pedro de Mendoza y muchsimos otros
padecan de alucinaciones horrficas, mezclndose la fiebre, la sfilis y la mala
alimentacin en la procreacin de fantasmas que iban a encarnar en los cuerpos
verdicos. El indio reconoci bien pronto al enemigo y encontr que era vencido
con armas diablicas. Tuvo miedo y se hizo feroz para defenderse: las cosas
conocidas, el paisaje que le infunda ancestral seguridad, se pobl de diablos
furiosos. Desde entonces fue la ley del odio, por recproco temor, la que imper.
Huir o acometer, como entre las bestias que estn siempre rodeadas de soledad y
de espanto, era lo mismo.

El soldado recurri a iguales medios de ferocidad, Sus hazaas, tan fciles,


eran un sacudimiento de nervios; el espanto les daba valor. Morir en lucha contra
el indio, era morir sin gloria; pero no se combata por la gloria sino por la victoria.
Vencer era matar sin provecho.
Vinieron despus las dificultades de ocupar un territorio cuyos confines
eran para ellos ignotos y tan vastos como los del mismo mar navegado aos antes.
Esta tierra era el fin de ese mar, y el comienzo de la aventura verdadera. Trajeron
la guerra, cuando, de tenerla, hubieran podido traer la civilizacin. De esa manera
se extermin las civilizaciones chibcha, azteca, inca, maya y se malogr la
semilla, horadada de un gorgojo mortal. Esos hombres primitivos, cargados de
lacras, llegaban huyendo; los expulsaba la Edad Moderna de Europa y, reclutados
en las crceles y los lazaretos, venan a consumar su propia condena capital. Eran
bravos y por eso mismo su miedo era bravo. Se los haba engaado,
prometindoseles un paraso que confundieron con aquel de que haban odo
hablar, desde nios, en las iglesias y en las plazas. Optaron por el destierro
prefirindolo a la crcel. A lo largo de la travesa martima iba incubndose en la
imaginacin de esos onanistas ignorantes, un ensueo de Eldorados bestiales. La
ambicin los encegueci y fue ms fuerte que las otras voces que los instigaban a
huir; por otra parte, toda huida era imposible. Ambicin y miedo eran
superfetaciones de pobreza y coraje. Al final del camino emprendido estaban otra
vez la crcel y el lazareto, la sumisin y la vergenza. Decidi extinguir el peligro
de una vez y con eso lo cre aun donde no exista, hostigando a las hordas. La
victoria sobre las hordas le distraa de advertir su engao, y en vez de rebelarse
contra el que lo trajo a morir en vez de a enriquecerse, se rebel contra el
indgena. Fundadas las ciudades, que eran fortalezas al principio, el peligro no
haba desaparecido. Quedaba latente como una amenaza alrededor de las
empalizadas y segua dentro, vivindose en la misma inminencia del asalto, con la
armadura puesta. sa fue la ciudad, sa la vida, se el hogar y el molde en que se
fundira la sociedad de estas latitudes ocenicas. Tal estado de nimo perdur
durante siglos; puede decirse que hasta nuestros padres alcanzaron a sentirlo. El
silencio, la noche poblaba de ruidos lejanos y sobrenaturales, en que el salvaje y la
bestia formaban un homogneo macizo de amenazas, acrecentadas por la
supersticin, que es la forma sublimada del miedo, crearon el infierno mental. El
crimen, el robo, el vicio, la ambicin frustrada que iba encendindose en ansias de
venganza, modelaron al hombre colonial y al emancipado. Quien recurra a las
fuerzas armadas, quien a refugiarse tras la propiedad o el poder poltico, de miedo
de ser aniquilados. No haba gradaciones entre estar asegurado contra el riesgo y
quedar abandonado a cualquier contingencia. Todo iba tomando el aspecto del
espanto, desde la casa apenas visible sobre la tierra, de paja brava y barro, y desde
la mirada cada del gaucho, lacnico y siempre agazapado tras su voz, hasta la
aclamacin de una carta orgnica, la posesin de una numeraria flota de guerra, la
Caja de Conversin respaldando los actos del gobierno y el anhelo tumefacto de
obtener un ttulo universitario.
Todo dependa del capricho: la aventura y tambin la ley. La ley poda
forzarse y el cdigo quedaba resquebrajado de brechas por donde el despojo y la
monstruosidad jurdica podan entrar ms fcilmente que el camello por el ojo de
la aguja. Nada tena forma estable, fija o, por lo menos, de una oscilacin
previsible. Lo que ayer mereca premio hoy se castigaba con el patbulo; lo que
ahora se ganaba se perda maana. Un gran azar haba nacido de un gran caos y lo
que iba a quedar en pie era el miedo.

Las condiciones de la vida eran las mismas condiciones de la lucha, y la


paz estaba impregnada de los horrores de una guerra de exterminio. Los cautivos
quedaban en condicin de siervos que no merecan indulgencia; el encomendero
los trat con saa bestial. Ms tarde la independencia renov con las luchas el
viejo encono y las poblaciones se formaron en la inseguridad y la desconfianza.
Las mismas fuerzas organizadas para la defensa representaban el mismo peligro
contra el que combatan; el saque se realizaba de antemano por los mismos
defensores de la ciudad. Los atropellos sembraron la epidemia del miedo en
algunas provincias, como dicen las pginas de Facundo. La disentera era la
enfermedad del terror. No slo estaban atemorizados los que huan sino los que
perseguan. Esa historia de revueltas y asesinatos dura como estado normal desde
1810 hasta 1820, y de 1820 a 1860 que comprende la dominacin de Rosas, en un
frenes. La delacin pona sobre aviso al hermano contra el hermano; la mazorca
era la nueva Hermandad del Santo Oficio que en juicio sumario arrebataba de las
casas a los sindicados como enemigos del rgimen y los sacrificaba en el corral.
Las escenas de horror que nos relatan las crnicas y las obras literarias de la
poca, son pginas en que el crimen forma slo el elemento anecdtico, siendo el
leit motiv fundamental el pnico. Familias en masa emigraron a Chile y
Montevideo, xodos en caravanas interminables, mientras quedaban los que no
podan huir, a correr la suerte de todo el pas. Los veinte aos de dictadura y los
veinte que la prepararon y continuaron exacerbaron la vida familiar en el fondo de
los campos y en las ciudades, de donde acaso parti la persecucin a mansalva
como una violenta reaccin a la hostilidad campesina. Todava pueden verse en el
sur de la provincia de Buenos Aires, cerca del zanjn que se prolonga desde
Melincu hasta Ro Colorado, ruinas de casas que los inmigrantes construyeron, la
mitad hundidas en la tierra para resistir los malones del indio. A ras de tierra
quedaban las pequeas ventanas, desde donde se vea el desastre de los ganados y
el tumulto de los salvajes. Si el indio no poda echar abajo las paredes de barro a
pechadas de su cabalgadura, tampoco las asaltaba. Fue costumbre de ellos,
impuesta por la experiencia, no descabalgar. Aun en sus tropelas, que emprendan
casi siempre impulsados por el hambre, observaban la necesaria precaucin.
Tampoco encendan fuego sino bajo los toldos, como el carrero bajo el carro. Los
hijos de esas gentes crecieron en la inquietud, pegando el odo al suelo y mirando
a la distancia. An espan la llegada del forastero. El comerciante colocaba una
verja en torno del mostrador; en el cajn est el revlver junto al importe de la
venta de yerba, azcar y fideos. Gaucho, pen de chacra o hijo de estanciero, el
arma lo acompaa al pueblo. Algunos llevaban en el tirador toda su fortuna, para
comprar campos y haciendas; la mujer se dejaba seducir en presencia de sus hijos;
el fogn quedaba encendido, de noche, en un alto del camino; ninguno pensaba en
mejorar su casa con tal de que tuviera lo que bastaba al hombre prehistrico, ni
intimaba con sus vecinos. De rancho a rancho nadie se visita. El padre de familia
construye su casa lejos, aislndose en el aislamiento; su hijo es reservado, astuto,
mentiroso, porque todava tiene miedo.
En esa tensin de nervios se vivi hasta hace poco, hasta que el indio fue
desalojado y la tierra, toda la tierra, librada a las faenas agrcolas y pecuarias. Pero
an despus de las campaas de Roca, Victorica y Alsina, el peligro subsisti;
qued el azar, la codicia. El peligro haba sido exterminado por absorcin y ahora
se mueve dentro de todos. La poblacin se desplaz hacia los litorales y huyendo
cada vez ms de los campos vacos, se refugi en las siete grandes ciudades que

hoy albergan a ms de la mitad de los habitantes de un pas que tiene tres millones
de kilmetros cuadrados. En esas ciudades vive el miedo.

EMPALIZADAS Y ZANJAS
Esas ciudades modernas se han edificado para sustraerse los habitantes a
los peligros; en su permetro se libran rudas batallas y todos los amagos de las
campaas parece haberse guarecido en ellas. Contrasta ahora la agitacin interior
con la quietud de los campos, y la tensin con que se vive dentro no tiene
parangn siquiera con el ritmo pianissimo de la choza. Los altos edificios, los
paseos, la acumulacin de bienes y hasta la ostentacin de poder, declaran la
valenta con que se afrontan los problemas relativos a la sociedad. Los habitantes
se custodian a s mismos. Pero antes la ciudad era un reducto fuera del cual estaba
el mundo salvaje, la vasta regin de los brbaros. Era una fortaleza de cuerpos y
propsitos contra lo exterior, contra los asaltos que venan de fuera y una slida
muralla invisible la circundaba, como a Troya y Tebas las de piedra y bronce. Esa
cautelosa mirada del ciudadano antiguo tiene nuestro porteo al contemplar el
interior. En siete ciudades como en las siete puertas de Tebas estn de pie los
centinelas. Despoblado, pacfico, inmenso, el campo es inhabitable y muy rudas
deben ser las condiciones que impone a la vida cuando es preferible el trabajo
asalariado, la vida estrecha, el destino conocido y aceptado. Los edificios son
voluntades alzadas hacia la dominacin de un espacio que llenan totalmente; pero
esa voluntad est fija y esa dominacin se ejerce en un orden vegetativo. Es una
fortuna de piedra y acero, de ladrillo; mas al mismo tiempo un rdito seguro, un
bien raz seguro, un quantum asegurado. Entre la poblacin de las ciudades y las
poblaciones de la campaa hay una relacin que responde a las leyes estticas que
mantienen el equilibrio de la produccin y el consumo, de las formas tpicas de la
ciudad y de las formas tpicas del campo. Una campaa desierta, con tierra
fertilsima y desierta, con capacidad para centenares de millones de hombres pero
desierta, no est en equilibrio con siete ciudades que conservan ms de la mitad
del total de habitantes. Alguna razn ha de existir para que en una lucha
despiadada las gentes se refugien en ellas con la misma apeuscada decisin que
en los pases superpoblados. Fuera de las ciudades no hay clima humano en que el
hombre pueda vivir. La salud queda expuesta, la instruccin se mantiene en un
nivel inferior y acaba por pesar como una cadena, las condiciones de la lucha por
la vida recrudecen bajo el influjo de fuerzas primitivas, y stos son los males
peores que la certidumbre de la pobreza. Adquirir un terreno, edificar una casa y
hasta levantar un rascacielos es adquirir seguridad. Puede perderse en un juicio
sucesorio, pero queda en pie. La ciudad es el Estado, en que gobiernan las leyes
de la edificacin y en que todos los habitantes han celebrado un contrato colectivo
de alquiler y de mutuo amparo. Los inquilinos, las autoridades, las normas de la
colmena estn en vigor y en paz. Buenos Aires se acrecent desmesuradamente
con el aporte del extranjero y del nativo que huan de sus respectivos
perseguidores. El recin llegado, que no vena dotado de bravura suficiente, qued
aqu mirando a lo lejos la vastedad del campo, sin atreverse a emprender su
conquista de nuevo. Del interior llegaron de regreso, colonos que haban perdido
todo despus de veinte aos de labor. Los hijos comprendan que la tierra
prometida era la tierra de las promesas simplemente. Tras el rudo trabajo se
desvanecan las hipotticas posibilidades de enriquecerse, que eran el nico

premio que se esperaba a cambio del embrutecimiento. Los hijos salvaban del
desastre la ltima voluntad de vivir. Del fondo de las llanuras llegan anualmente
familias que se acogen a un resignado puesto pblico. Hasta hace pocos aos se
oa decir, sealando a los que se refugiaban en las ciudades, que slo renunciaban
al porvenir los ablicos y rutinarios; mas la jubilacin es la tabla del naufragio y
ya nadie se expone a las contingencias de sembrar y criar. El que ya tiene algo que
perder se guarece en las ciudades, y sin peligros indgenas, sin la muerte violenta
y el despojo a boca de jarro, el campo vuelve a ser el ilimitado dominio del miedo,
de la pobreza, de la enfermedad y del esfuerzo intil.

INQUIETUDES
El que mira la pampa slo contempla una cosa inmensa que est quieta
debajo de las otras: la tierra. Todo aquello que se mueve, acciona, pasa, es
inseguro. El ladrn de ganado, el viajero de incgnita intencin, el carancho que
atisba la carroa, el granizo, el viento, llevan consigo la destruccin y la
inquietud. Slo la tierra que invita a descansar y a morir permanece inalterable y
fiel. Incita a contemplarla como bien definitivo y a desconfiar de lo restante. En el
alma del chacarero, inclinada a la rutina, a la perpetuacin del presente, a la
inmovilidad, produce una cantidad de ideas parasitarias, que en el transcurrir del
tiempo, con sus formas msticas de fatalismo y de perecimiento, llegan a
embargarlo inutilizndolo para toda concepcin dinmica, atrevida,
emprendedora, viajera. El campesino de las viejas campaas sedimentarias est
engarzado en una lentitud csmica: lo que cambia y se altera obedece al ritmo de
su raza. Los campos de Amrica tienen todas las incertidumbres del poblador, y la
experiencia que ste posee de su vida de jornalero, con los peligros inherentes a
un estado de cosas poco fijas y seguras, le priva de amar lo que es suyo. Nada de
lo que en el pas se produce le interesa ms all de sus bienes; vive en el seno de
la soledad. Cielo y tierra son los dos horizontes en que est encerrada su vida, y
los acontecimientos que trastornan al todo de que no es parte, la marcha de la
vida, se convierten para l en lo que le favorece y en lo que le perjudica. Lo que
amenaza a la tierra, amenaza a su familia. Aspira al aumento de lo que tiene por
intususcepcin y no por irrupcin; como el rbol, extiende sus races y sus ramas.
El terrateniente es una superfetacin lgica del chacarero, porque la tierra produce
para un mundo que cotiza su producto sin tener en cuenta los sacrificios ni las
distancias, y el cultivo en grandes reas derrama la voluntad de poseer.
Extendindose por centenares y millares de hectreas, los campesinos creen tener
mayor seguridad en sus bienes, en su porvenir; y toda esa extensin sin sujetarse a
un estado econmico slido, es una superficie flotante, mucho ms fcil de perder
que el predio mnimo que est sostenido por otros adyacentes, como la casa por su
medianera. La base de toda concepcin, de toda empresa, de toda evaluacin, es la
tierra. Se cotiza lo que est quieto, lo que se sustrae a la aventura; y el deseo de
aumentar, es el miedo. En la llanura el movimiento siempre es un peligro. En
torno de esos temerosos todo se hace amenazador, y hasta parecera que el
superlativo valor de lo que difcilmente puede ser hurtado obedeciera, tambin, a
un resentimiento contra una existencia que ha sido privada de los estmulos de la
vida en comn.
Sin embargo, hay que mirar despacio para ver, dentro de un mundo que
parece estacionario, fijo y esttico, el movimiento depredatorio en potencia. Esa

tierra abierta y lisa nutre de energas primarias lo que se posa en ella; y objetos y
personas aparentemente quietos en la lejana, andan y se agitan con fuerzas
interatmicas infinitas. A qu leyes obedece esa energa encubierta que torna
peligrosas las manos y los ojos? A leyes de casualidad y de temor. Son partculas
metericas dentro de un recipiente sin forma, que se entrechocan o unen, se suman
o restan, pero de cuya totalidad de movimientos resulta un aparente equilibrio. El
temor impulsa a echarse a tierra. Causas fortuitas se llevan lo que no esta
enclavado, como un viento que se levanta de pronto. Es preciso que la tierra
sostenga sobre s, con su inequvoca inmovilidad, lo que las personas, las
instituciones ni la sociedad tienen poder para conservar. La naturaleza an no ha
tomado los hbitos del hombre, no adquiri sus usos, costumbres y normas;
conserva resistencias prehistricas y contra ella se estrellan el malhechor y el
pillo.

AZAR
El percance forma parte de todo desarrollo temtico de la prosperidad y de
la dicha; en cualquier sentido que se orienten las energas y por mucho que se
proceda con arreglo al clculo y la precaucin la peripecia infeliz puede malograr
un largo esfuerzo. La inteligencia y la voluntad suelen construir su albergue segn
reglas en teora correctas; la realidad de las cosas no se sabe cmo propensas al
desastre de lo imprevisible sopla y lo derriba. Son mayores las fuerzas no
sometidas an a funcin regular que aquellas indmitas que en ocasiones parecen
unirse a los designios de la razn. Juan lvarez dijo que la naturaleza ha hecho
jugador al argentino y sin duda esa sentencia a todas luces fidedigna expresa sin
pretensiones un acaso csmico frente al cual los proyectos del hombre revisten el
carcter de una apuesta.
Lo que se ha sustrado al azar est encerrado en las ciudades y dentro de
las ciudades en recintos an de muy escasa rea; las fuerzas libres y
circunstanciales deforman y desmoronan en un trabajo sin descanso los
terraplenes de contencin. Todo eso que hay que temer, que est suelto, infiltrado
en lo que tenemos seguro, son hlitos antiguos que llegan desde el fondo de las
tierras despobladas y de las distancias del hemisferio sur, y que hacen que la lucha
y el botn conquistado revistan las caractersticas de un telrico azar. La palabra
del amigo, la autoridad del jefe, la fidelidad de la esposa, los edictos y las
costumbres son avanzadas sobre terrenos cenagosos, y la vida es la marcha sobre
un tremedal. Documentos escritos y timbrados, garantas de terceros, contratos y
recibos son las cuerdas de que vamos asidos a travs de este limo fecundo en
cosechas y rodeos. Anhelando el orden, el hombre que aqu lucha, pioneer o
epgono, vive sin saberlo con arreglo a un desorden ms poderoso que l; y si
acta con xito sobre ese mundo catico y sin forma, es slo en virtud de que
acta como herramienta inconsciente del desorden. Mejor que nadie entiende la
tcnica de ese mundo el advenedizo, el ser sin forma, sin fe y sin cultura. No s si
esto es lo que Keyserling ha querido significar al hablar de Suramrica como de
un mundo reptiliano. Por todo ello, lo que est organizado ya, lo que tiene funcin
regular, encuentra, sin advertir concretamente por qu, resistencias
incomprensibles, atracciones malvolas, cierta brisa de frente que lo entorpece y
lo hace recalcitrante: hasta que fracasa o se desva y acepta con denuedo las
tcticas del desorden y el azar. No tener un carcter rgido, una conducta y una

opinin inflexibles, no saber a fondo sino la tcnica del reptil que se escurre y
fascina, es aumentar las propias fuerzas obedeciendo las externas, como el que
nada a favor de la corriente se suma todo el ro a los brazos.
Los trofeos de esa victoria no se ostentan con tranquilidad. El que hace
fortuna y logra fama se apresura a colocar sus bienes a resguardo de toda
contingencia, en cdulas hipotecarias, en bienes races, en sitiales acadmicos.
Parece que hubiera robado lo que posee, y lo ha ganado en buena ley; pero en una
buena ley fundamentalmente fraudulenta, y si no lo enclava en la tierra o en lo que
est en alguna forma adherido a la tierra, sopla el viento de la pampa y se lo lleva.
Puede afirmarse, pues, que todo lo que tiene una marcha resuelta, franca,
lo que destaca el cuerpo mientras anda, est expuesto a riesgos annimos; y por lo
contrario, que aquello que repta, que se aposenta en cuevas, que toma el color y el
aspecto de las cosas de la tierra, est protegido por alvolos transparentes. Todos
los valores se potencian hacia lo esttico y se marchitan hacia lo dinmico, cuyas
leyes infinitamente ms complicadas slo dejan de ser temibles para el ojo de la
serpiente. Como el primitivo recurra a la caverna para evitar las acechanzas de lo
imprevisto, el primitivo de hoy se guarece en lo que podramos llamar las cuevas
de piedra del mundo dinmico de los bienes de cultura y riqueza. Adquiere
cdulas, casas en ciudades populosas, hectreas y leguas de campos, empleos
nacionales, ttulos universitarios. Todas stas son formas de poner la vida a
resguardo de contingencias, y significan lo mismo que la compra de bienes races.
Desde la casa en la avenida de Mayo hasta el dominio de una tcnica especulativa,
hay la degradacin de valores de mrito, en razn directa de los valores de
seguridad. La inteligencia queda a la distancia de las tierras fiscales y significa lo
mismo en la bolsa de los valores inmuebles. El capital circulante en el comercio y
la industria se invierte en empresas que se asemejan tericamente a bienes races.
Por una parte, la especulacin con los artculos de primera necesidad,
contando con un consumo fijo tiene una mnima indefectible: molinos harineros,
refineras de azcar, las industrias del inquilinato, fbricas de zapatos y tejidos,
elaboracin del pan y proveedura de leche.
Y por otra parte, los grandes capitales invertidos en frigorficos,
transportes, casas cerealistas, combustibles y dems ramos de primera necesidad
social, que cuentan con un mercado tambin de mnimas indefectibles. Comercios
e industrias que no estn ensamblados a estas fuentes vitales, quedan librados con
la inteligencia y los productos intiles de la cultura, a peripecias desastrosas. En
esos renglones el capital adquiere su mxima fuerza extorsiva y recaba el amparo
del poderoso. Inclusive la ganadera y la agricultura dependen de factores
imponderables; el que cultiva o el que cra no tiene ni una idea vaga de lo que
valdr aquello que posee. Los contratos de arrendamiento de campo a los
agricultores contienen clusulas propias de un juego, deca una publicacin del
Ministerio respectivo; la venta de los productos a fijar precio y los mercados a
trmino en general, son instituciones de un csmico azar.
La seguridad relativa en los negocios de primera necesidad y en la
produccin de materias primas, retrotrae involuntariamente los capitales de
aquellas inversiones de dudoso xito y los aglomera en torno de las formas
inferiores de la produccin y el trfico. Hay que descontar las necesidades
absolutas del consumo. Cuanto ms asegurado el mercado para la calavera de la
vaca, menos seguro para la muselina y el algodn. Acentundose la primitividad
de los productos, simultneamente se acenta la primitividad de las necesidades
del consumo.

Pero un pas en que no tiene alicientes la iniciativa, la invencin, el arrojo


altruista, y en que el pensamiento y la buena fe figuran entre los obstculos y los
riesgos, ser primeramente llevado a explotar la materia prima, a la especulacin
con los artculos indispensables, y, en seguida, a caer en el juego de otras formas
superiores, bancarias e industriales, cada vez ms extraas al medio y supeditadas
a las centrales mundiales. Nuestro pueblo no sabe producir porque no sabe
consumir; el problema industrial, comercial, cultural, es un problema de consumo.
Al menos en lo fundamental, se produce porque se consume. Produciendo de
preferencia materias primas, que exige el mercado internacional, vivimos
alrededor de las formas tpicas de los pases productores de materias primas.
Walter Scott deca que nuestros gauchos, al rechazar las invasiones inglesas,
haban optado por los asientos de calavera de vaca contra los algodones y
muselinas. Ese rechazo de las invasiones inglesas era, mejor dicho, una
consecuencia del previo rechazo de las muselinas y los algodones. El ndice de lo
que puede llamarse el grado de civilizacin, est en lo que se malgasta y se
derrocha con fines de utilidad espiritual. La alimentacin, el vestido y la vivienda
son comunes al hombre y a los animales ms bajos. Aquello que se consume para
el sostenimiento de la vida, o como lujo adicional del sostenimiento de la vida,
cuenta en los nmeros gruesos de la estadstica, que es nuestra obra poltica en
volmenes oficiales. Producimos esto porque consumimos esto, y somos esto que
consumimos. Tenemos nuestras casas sin cuadros y sin libros, los muebles
dispuestos como en las vidrieras y los anuncios, cuidamos que el vestido
corresponda al figurn, hasta que sea nuestra fotografa, y no podemos comprar un
objeto de arte, un buen cristal, porque gastamos en bloque la vida y no nos queda
para lo superfluo sino el rencor. Es culpa de todo un sistema comercial basado en
la calavera de la vaca y el rechazo de la muselina, el que nuestro rico tenga exceso
de incomodidades, hasta que su riqueza nos inspira asco y piedad. El hombre de la
clase media vive con un presupuesto desarreglado, saltando entre trampas
abiertas, y el pobre hace un ahorro que da pena. No saben gastar, ni guardar,
porque no viven su vida definitiva, la que termina en la muerte, sino una vida
provisional, que termina en lo imprevisto.
Es racional que ese hombre economice? Cuando muere deja una casa a
medio pagar, un hogar a medio hacer, hijos a medio instruir, hijas a medio casar.
Ese desequilibrio de la vida, que lleva a mirar con ojos de serpiente lo que vuela,
es un desequilibrio terrqueo; algo parecido al pndulo de Foucault. Lo que cae en
el dominio de lo azaroso toma tal configuracin. Azar-temor-ficcin son los tres
trminos de casi todas las ecuaciones. En su ltima fase, de la mentira
superponindose como traje y cultura, da variaciones complicadas y pintorescas al
tema: el crdito. El crdito es la forma ltima de evolucin del comercio; pero
puede ser tambin una forma elemental de especulacin con un artculo de
primera necesidad: el orgullo. En cada pobre hay un soador de riquezas
malogrado, y al mismo tiempo un jugador fullero que espera sacar ventajas del
maana, o de Dios. Descuenta un document que est garantizando el azar, y es la
forma de cobrarse de antemano algn premio que no existe de alguna lotera que
no se juega. Todo viene de que se ha soado una situacin mejor. Comprar a
crdito es descontar algo de lo que creemos que alguien nos debe; gozar por
mensualidades de una porcin de bienestar y holgura que pertenece a otros. El
consumidor que compra a crdito, barrunta que se cobra una deuda que el
vendedor representante de lo que no posee, tiene con l; y es la forma de pagarle
sin que parezca que se paga, de adquirir como de regalo y de terminar por creer en

esas ficciones y no pagar. Crdito y estafa andan muy juntos y forman un circuito,
un sistema de cadena y de francmasonera sin estatutos ni sede, en que estn
complicados el que tiene y el que no tiene nada. En ltimo trmino el dueo de las
mentiras, el que tiene la linterna de nuestros sueos y el despertador, vive lejos de
aqu. De esa manera el comercio a crdito que puede considerarse con el sistema
de cheques las formas ptimas de las transacciones, convirtese en una falsa
estructura de la responsabilidad y en la forma hasta cierto punto legal de la estafa.
Es el miedo a la sinceridad, a pesarse en pblico, lo que lleva a estas formas
indignas del bienestar. Los fanticos del crdito son bebedores de alcoholes
desnaturalizados que huyen de su destino trastornndose. La verdadera vctima no
es el proveedor, que no bebe, sino el amigo que firma el documento como garante.
Colateralmente hay quienes descuentan de modo ms exquisito el porvenir
con documentos falsos. E1 ttulo universitario, la carrera administrativa, la
ambicin poltica, la publicacin de libros y, en fin, una tcnica de serpiente y de
calavera de vaca, se aplica a la explotacin de la inteligencia y de los bienes del
espritu, complicados en el negocio de los crditos. En estos rdenes, el crdito se
transforma en promesa: entra a circular el honor en lugar del dinero, cheques en
descubierto y fuerzas ocultas, vientos alisios de la llanura. La obtencin del
diploma, para el que puede empearse peculio y honor, confa un bien que debiera
ser devuelto a la sociedad pero que no se restituye; es la primera cuota, con el
puesto consiguiente, de un derecho de ser alimentado por el Pritaneo. La
candidatura del poltico concede carta blanca para operar con impunidad, a cuenta
del gabinete y la banca que no se tienen pero que se esperan; y una vez obtenidos
se descuentan los sueldos y dietas por todo el lapso del mandato. El primer libro
anuncia al genio, y ya gira en descubierto sobre la imbecilidad del cuarto.
Mientras tanto se ha vivido una fama y un respeto en prstamo, y es muy natural
que se caiga en la tentacin de no hacer, en adelante, las cosas con rectitud.
Para servir a ese sistema de comercio, se ha formado un sistema de
procedimientos que se basan en l. Tal vez lo que califica de factora a una ciudad,
ms que su trfico, su uso del crdito y su propensin a la compraventa, es la
cantidad de mala fe encubierta o el nmero de traficantes de cualquier especie
obligados a entenderse. Factora es donde se vive alerta de especular con la
necesidad del prjimo, con lo que se hace negocio; o, en trminos generales, all
donde los vendedores abundan sobre los compradores. El hombre de la factora no
es una persona sino una firma, la autenticidad de una firma y no el prestigio de un
nombre sin mancha. En tal sentido puede ser factora una sociedad de cultura y de
beneficencia, y una iglesia tambin. Asambleas, congresos, tertulias y fiestas bien
puede ocurrir que no sean otra cosa que ferias en el gora. Que el dinero no tenga
olor, es cuestin de narices. Hay diferencia radical por razn anloga, entre la
honestidad y el ejercicio de una profesin: si no hay que hacer negocio de la
honestidad tampoco hay que hacer virtud del oficio. Se abre el Foro a los
expendedores de drogas adulteradas; el pillo que se queda con el campo del
vecino porque puso una clusula capciosa sobre la plantacin de arbustos y
frutales, obtiene dinero, compra con el dinero su propio apellido y con su apellido
de ganza abre una puerta respetable a la poltica y el gran mundo. A los
cincuenta aos los nietos caen en la miseria del bisabuelo. Tambin una tintorera
puede nacer por fermentacin de un frasco de blsamo de Fierabrs para quitar
manchas, de hiel de buey, jabn y agua, como una reputacin literaria viene de
veinte leguas de campo y una devocin poltica del misterio y la glosolalia. Estos
hechos, la aceptacin silenciosa de estos hechos, la jurisprudencia y la clnica de

estos hechos dan a una ciudad, a un pas, a un continente, el carcter de una feria
de gitanos. Los premios literarios y los de pedigree se adjudican en esa feria:
valen hasta que los dueos se los llevan a casa, y despus se mueren y nadie se
acuerda. El profesional y el intelectual ejercen su comercio con la misma avaricia
de dinero que el comerciante de capital reducido. Aunque tenga universidades,
tribunales, cmaras y teatros, una ciudad de tales huspedes es una factora. No es
una vocacin en la mayora de los casos, lo que impulsa al maestro y al escritor,
con la fatalidad que el pjaro al canto, a obtener su ttulo y a publicar sus obras.
Tampoco es la estructura escalonada de profesiones y mritos, lo que en el delta
de las carreras de cultura, inclina a tomar un ramal y no otro. No escoge; es
arrastrado por la de ms porvenir, por la medicina y la abogaca. Hijo o nieto de
aquel hombre desgajado, de quien siente vergenza, va impulsado por un mismo
anhelo de poseer el futuro, asegurndoselo con crditos. Sus movimientos son
fuerzas inertes, mpetus galvnicos. Lo ingente es lo que concierne a la seguridad
de la vida, como en plena jungla. El maana es la incgnita y no hay posicin
estable, lucrativa, honorfica donde todo cambia de manos; lo mejor es lo ms
firme y, aqu tambin, lo que ms se parece a la tierra.
El estanciero quiere que su hijo estudie medicina; sospecha que el ttulo
universitario se parece al de propiedad, que guarda consigo. Un ttulo, imagina, es
un pay, un amuleto para triunfar cu la vida; y se lo pone en un cuadro como al
santo patrn en el nicho.
Por eso el hijo, cuya vocacin autntica, cuya tendencia atvica es llenar la
hucha, estudia, obtiene despus el ttulo y luego se deja llevar, ya inmune, a donde
lo orienta esa propensin sofocada. Con el doctorado ejerce venganza en nombre
del padre; ser una runa inscrita en el puo de la espada. Medicina, ingeniera,
derecho, filosofa, diplomacia, son instrumentos de cerrajera. Veterinaria y
agronoma, por contrasentido irnico, son novias de juventud. Pero ms all del
ttulo estn las fuerzas regresivas que lo empujan hacia la juventud del padre. Es
doctor; obtendr ctedras, una banca, un estrado, o un puesto burocrtico en que el
Estado le pague el rdito del capital invertido en el diploma-finca.
Destruir el ideal de fortuna, la instancia suprema tras los honores y los
respetos, sera declarar el error de una empresa de hace cuatro siglos, proclamar la
esterilidad de la vida del padre. Si esa fortuna representa el envilecimiento, ha de
respetarse el envilecimiento: ha de dignificrselo por lo que representa de error,
precisamente. Intelectuales y comerciantes han sido engaados por el demonio de
la codicia o de las apariencias, y conducidos como Turno a la nave, por el espectro
de un hroe. Y mientras buscan en qu coronar su esfuerzo, oyen los cantos de los
que no mueren ni tienen apuro, tarde ya para arrepentirse y para comprender;
solos con el pobre borrico enfermo que han comprado a los gitanos en la feria.

II
LA DEFENSA

PELIGROS Y TEMORES

Durante muchsimo tiempo hubo que poner la funcin a la altura del


funcionario; el oficio al mismo nivel del aprendiz. Las fbricas y los negocios
tuvieron que conformarse con el obrero y el empleado que se improvisaban en su
labor como podan, sin cario por su tarea, pensando en otra cosa. No era posible
exigir especializacin donde no haba especialidades, y cada cual mir la obra de
sus manos como faena eventual, desvinculada de su destino. Si no se enriqueca
con ella la abandonaba pronto; y si enriqueca la consideraba digna. El que hoy
trabajaba en un oficio, maana ensayaba en otro; el que permaneca uncido a su
herramienta renunciaba de hecho a la aventura. Sin artesanos ni operarios, la tarea
se mantena en las mnimas de su complicacin tcnica, rudamente comprometida
cuando vala la pena. Talleres y escritorios eran asilos de claudicantes y una
esperanza sin forma, grosera, milagrosa, rondaba por las calles. Cualquier trabajo
parece provisional mientras no llega el momento de la emancipacin por la lotera
o el puesto pblico. Pues el trabajo en principio es homologado con una condena
sine die y el que lo acepta con humildad no tiene su nombre insaculado en la
tmbola del dinero y del honor.
Cada cual tiene aquel oficio en que se gana ms y se exige menos; y por
sobre todos, como punto de mira por elevacin, los boxes de engorde del Estado.
En la espera de la manumisin la tarea es aborrecible y vergonzosa, como en
vsperas de Navidad la pobreza tiene un poco de la altivez del premio gordo.
Comparada con la decepcin del obrero que lo es fatdicamente porque no sabe
otra cosa, la decepcin de no mejorar indefinidamente resulta peor. En torno de la
mquina el timbre de los ideales mineralizados solivianta los nimos, y un taller
es un cuartel de rebeldes en acecho. La tarea, por simple que sea, usa al hombre;
las mquinas se alimentan de su sangre y de su entusiasmo, devorndolos a
pedazos. Carece de alegra porque todava cree que una Trapalanda incgnita
existe en alguna parte muy cerca de l; la ruda necesidad de ganarse el pan no cree
que sea la exigencia de su destino y rehsa unirse a los de su clase, como si
negndola dejara su clase de existir. De las fbricas, de los corralones y de las
tiendas desertan los ms constantes en la splica y llegan a los refugios de la
Administracin. Ignoran su oficio y entran con un pasaporte de comit a la
funcin pblica donde no existen las exigencias tcnicas, pues la Administracin
pblica es el mundo de la tcnica informe y la ruinosa rival de todo cuanto la
exige ms o menos a fondo. Cada evadido de la fbrica es el ms terrible ejemplo
de subversin contra el orden estratgico de las capacidades; trabaja
inconscientemente contra la estabilidad, contra toda jerarqua. Mientras tanto, la
inteligencia libre y cuanto significa una forma capaz de andar por s mismo,
mendiga su mendrugo por las redacciones, los bufetes y las antesalas. En el local
que abandona el prfugo queda una crispacin de rebelda, y en donde penetra
tambin. La posibilidad de que quienquiera pueda ser cualquier cosa no es
tampoco un camino democrtico hacia el mejoramiento de las clases inferiores.
Cada obrero que penetra al mundo de la tcnica informe es un traidor a su clase y
un negador de su sangre. Ese mejoramiento que obtiene el individuo, contra los
intereses del cuerpo, en la escuela de la indignidad, no es el triunfo del gremio,
sino la apostasa y la traicin. Cuando en la huelga o en el mitin se agrupan los
que fueron an redimidos por la poltica, los desertores de sus filas hacen fuego
contra ellos, amedrentados de que maana puedan perder lo que tienen hoy. Es
menos temible el sistema de castas y clases superpuestas que el rgimen liberal
movido de abajo arriba por el ansia de mandar y poseer. Lo que en todas partes se
entiende por proletariado, en el caos de las ambiciones burguesas existe pero

negado por sus mismos componentes. En trance de pasar a las huestes contrarias,
los trabajadores estn vendidos por ellos mismos y lo que los hace morir en las
plazas es el miedo a renunciar a la aventura personal. Y, en resumen, lo que se
entiende por ilimitada posibilidad de medrar es un desprecio oculto por la
excelencia del hombre superior, una infame promiscuidad de apetitos. Sin lderes
que encarnen un ideal humano, los campeones electorales especulan con el rencor,
y la masa acaba por olvidar que su manumisin verdadera est en no transigir, en
combatir codo con codo. Depravada por sus adalides que se benefician de las
dietas, sobornados los mejores de ellos por promesas y ddivas, la lucha que
debiera tener un fin es una guerrilla por una banca o por un puesto.
Un mundo mirado como una llanura de horizontes sin lmites, por la que es
posible ir a cualquier parte, no tiene salida. Es la jungla donde el hombre es el
lobo para el hombre. Cada apstata del destino es una fiera bajo sumisas
apariencias, que espera oprimir y sojuzgar en cuanto se levante del suelo. Mundo
rico de pitanzas, pero terriblemente peligroso. Lo que se aprende en la experiencia
del cotidiano vivir es la disimulacin de la autntica personalidad y del ineluctable
destino. Y sin embargo, es el miedo lo que nos da fuerza, como a los animales de
garra. Existe un temor climatrico, una tendencia a escamotear los actos y las
opiniones categricas y en cambio a representar papeles de leones satisfechos, que
toman a veces la apariencia de la simple verdad. Dentro del cordero est el lobo.
El misterio rodea los hechos, el que asalta y estafa es amigo y pariente, y hay una
confabulacin contra la verdad, la belleza y el bien en que nosotros mismos
estamos ya complicados, y en cuya obra colaboramos quiz como bandidos que
en el delito han llegado a la conciencia frustrnea de la justicia. El hombre es
animal de dominio y de esperanza. Quiere la posesin del presente y concibe sus
derechos al porvenir con arreglo a lo que domina de inmediato. La esperanza es el
dominio futuro. Pero a medida que decaen ambas potencias de poseer y conservar
por la simple accin mecnica de vivir, brotan en l sentimientos diametralmente
opuestos: la impotencia y el miedo. Se correlacionan estos sentimientos con la
conciencia de la fuerza desaparecida, o con el aumento avasallador de cuanto se
opone a su libre y dominante actividad. Igualmente, de la impotencia y el miedo
suelen brotar por reversin, con la apariencia de estados superlativos, la esperanza
y el afn de dominio. En un medio indiferenciado, las posibilidades de triunfar
son ms amplias, pero menos intensas; plurales y aleatorias. Entonces deja de ser
el hombre seor de un crculo que le est sometido, cuyo manejo conoce, para
convertirse en siervo de un complejo a veces indiscernible de fuerzas adversarias.
Capacidad, competencia, significan un orden de sujecin en que quien las posee
cuenta con disposiciones para vencer; su seoro puede no ser extenso, pero en
aquel radio en que se ejerce no encuentra resistencias insuperables. Sabe, y saber
es estar seguro. La lucha en este caso se ha circunscripto a trminos concretos y
contra la modalidad de las dificultades, el hombre desarrolla fuerza concentrada, a
la que puede llamrsele idoneidad, coraje, pericia.
La necesidad de afirmarse en la vida y de resistir las asechanzas, tornan al
hombre hostil y cruel. En tal disposicin de nimo vive quien no ha clasificado las
dificultades que le circundan y acta un poco a ciegas. El peligro existe
dondequiera que l est, en un estado difuso y pulverulento porque no sabe y
desordena. Los estmulos superiores se truecan en una actitud defensiva, y
entonces la voluntad, no es un slido dirigido a un punto, sino un inquieto mirar
en todos sentidos a la espera de que ese vago peligro coagule en un punto
concreto su amenaza. Bajo esa presin del temor la posicin que puede llegar a

ocuparse se convierte en un puesto de avanzada, en una solitaria excursin sin


valor de conquista. En torno de s, el advenedizo siembra el desconcierto y no
puede esperarse que d formas concretas a nada de lo que toca ni de lo que hace,
porque no siendo l una fuerza organizada, slo puede conservar su dominio
durante el statu quo de las circunstancias que hicieron posible su advenimiento.
En el ejercicio de una funcin pblica o en la posesin de la fortuna, difunde
inquietud: es alarmante como persona y como mtodo. La fuerza agresiva se
inserta en una estructura y se disimula bajo el nombre de autoridad, fuero,
jerarqua, Ley, mandato, reglamento, autorizacin, facultades. Pero todos
advierten que no hay otra verdad que el hombre inseguro que se parapeta en esos
conceptos, como Baco bajo los atributos de Hrcules. El caos y el azar que lo
hicieron fuerte, son por l ms fuertes. El especialista puede ser desalojado por el
improvisador, el oficial por el aprendiz, el hombre honrado por el corruptor de
menores. Ciencia, oficio, dignidad, meras herramientas de poder, pueden ser
anuladas por cualquier sustancia en disolucin de las que forman el vago peligro
circundante, con tanta facilidad como el padre de familia puede ser herido por una
bala perdida. Pensar cmo se triunfa es renunciar a toda esperanza.
En tanto hoy se espera que maana ha de traer algn cambio fundamental
en la posicin que se ocupa, ese maana est elaborndose ya con inesperados
anticipos de la espera; a la misma distancia est la prdida total de lo que se tiene.
Un mundo donde es fcil prosperar fuera de todo clculo racional, est
lleno de peligros, As como no hay un contexto rgido de circunstancias que
impidan que el acceso a las esferas inmediatas superiores requiera vencer
determinadas dificultades, as no hay un contexto rgido de circunstancias que
impidan la cada a las esferas inferiores. El azar de conseguir es el mismo azar de
conservar, y aquellos que triunfan aumentan las dificultades para los que les
siguen porque su victoria no es una conquista que pasa al haber comn, sino el
botn individual de un desertor que ha borrado las huellas.

FORTALEZAS
La nica estructura solidificada, el nico segmento de la esfera en que las
tierras aparecen diferenciadas de las aguas, es la Administracin pblica, las
restingas del Estado. Sus perfiles y relieves demrcanse con nitidez, ah pueden
hacer pie los que temen la vida; pero es la masa de un camalote, sin consistencia
interior. Tiene la forma de los componentes caticos que lo integran, y por eso
mismo depende de circunstancias fortuitas que tal como lo hicieron una figura
concreta, lo pueden deshacer. Frente a los preceptos constitucionales y las normas
jurdicas, est la indmita voluntad de la muchedumbre sin forma y las
concupiscencias y barateras de sus parsitos. Quienes recurren a la tutela del
erario desconfan de s y de lo dems que les rodea, hasta que un estremecimiento
en masa de los corpsculos que forman esa figura falente, derrama el pnico en
olas centrfugas. Un cambio sbito de las personas que gobiernan, la rebaja de
sueldos y las cesantas, estremecen a los millones de hombres trmulos que
somos, porque la suerte del que no tiene ms que sus brazos o del que no tiene
ms que su fortuna, descubre una contingencia inmanente en lo que pareca
asegurado contra los riesgos del azar. El ejemplo de la seguridad personal contra
los peligros indiscernibles el indio, las quiebras bancarias, las condiciones de la
lucha por la vida , era el Estado; como la institucin tipo de la fuerza, el

Ejrcito. Su desmoronamiento o su debilitamiento ocasiona la cada de todos los


valores fundados sobre ellos.
A medida que el Estado aument su fuerza aritmtica por absorcin de los
intelectualmente ms capacitados y, por ende, ms temerosos de la realidad,
perdan los individuos de su energa viva y valiente, de modo que cuando
quedaban incorporados al erario, estaban ya privados de las iniciativas y de los
bros fecundos del talento. Toda idoneidad y toda condicin de lucha reclamaba el
amparo gubernamental, y en adelante, castrado y ahto, era un funcionario ms
pero no un pensamiento libre y creador. La seguridad que se presuma dentro del
recinto de la Administracin pblica, aumentaba la inseguridad de lo que estaba
fuera rodendolo. Los habitantes de extramuros quedaban sujetos al ms duro
destino. Faltando recompensa liberal a la pericia, en los rdenes de la inteligencia,
de la accin o de la tcnica, cualquiera de esos movimientos hacia el foco central
del poder era un movimiento de temor. Universidades y comits aleccionaron para
huir del mundo aleatorio de extramuros del Estado y para penetrar a sus recintos
en conocimiento de una tctica fiscal. La ciencia se convirti en un salvoconducto
para aproximarse a los crculos ms prximos al centro; el saber era el vehculo
para las canonjas. En esta forma el Estado vino a ejercer el monopolio de la
inteligencia, a patrocinarla, a marcarla con sus atributos polticos.
Excluida la perspectiva oficial, que da dinero y honor, la investigacin
cientfica, la especulacin filosfica ex ctedra y el cultivo lujoso de las artes, son
hoy aberraciones y gimnstica en el vaco; porque si al final del estudio no estn
el puesto docente o administrativo bien rentados, esas actividades calistnicas que
no tienen aplicacin, llegan a trabar el libre juego de otras disposiciones de
mayores ventajas para la lucha grosera por la vida. El profesional no puede
resignarse a buscar su fortuna detrs del mostrador. Aquellos que llegan a los
crculos ms cerrados del poder, o a los amplios de la seguridad fiscal del pan,
contemplan con altivez a los que an estn afuera; el desprecio hacia lo
especulativo y desinteresado, a lo que no lacta de las henchidas ubres del
presupuesto, es temor encubierto y necesidad de potenciar los valores de lo que se
posee al amparo de los peligros indiscernibles. En el arte y la ciencia se ve una
atrevida renuncia al xito, el incendio de las buenas cosechas del espritu; y ese
mismo temor que llega hasta la burla, arrastra a la juventud a elegir la nica
profesin lucrativa fuera de los recintos del Estado: la medicina.
En torno de s el Leviatn que devora corazones y cerebros, promueve una
vida rica y sustanciosa, que carece en s de ningn significado. Recibe seguridad y
trasmite seguridad. Las corporaciones culturales procuran subsidios, sus sueldos
colectivos; las organizaciones comerciales e industriales obtienen concesiones y
facilidades en sus programas; las grandes empresas financieras y mercantiles se
vinculan a l por los funcionarios de alcurnia. Dependen del listado las dos
terceras partes ms significativas de la poblacin y de la riqueza. Ms all est el
desierto. Y esa riqueza asegurada por concesiones y privilegios; y esa poblacin
de los empleados pblicos y sus familias, dan la norma a las restantes actividades.
Las aparentes facilidades y garantas de xito que ofrece el patrocinio del Estado
se traduce al fin en el caos de que sacan partido los capitales asociados tambin
como los empleados y los polticos, o la accin frustrada y el pensamiento sumiso
confederados. Protector del menesteroso, del invlido y del capital que no se
arriesga sin su amparo, arroja contra todos al peor enemigo, al peligro
indiscernible, que es la falta de organizacin y de solidaridad entre los grupos
sociales. Gremios, colectividades, cooperativas e institutos delegan su fuerza de

cohesin en l, que represente la cohesin y la fuerza, y al fin se encuentran


desorganizados y sin recursos. El temor que los empujara a solicitar el auxilio
ahora es la temida realidad que los debilita y los dispersa. Los ideales dinmicos
que sostienen a los individuos y a los grupos colectivos, quedan obliterados por el
miedo a lo inmediato; su ideal de postulantes los coloca en el trance de acogerse
al mismo refugio que ya ha ocupado con derechos electorales el empleado
pblico, y una sociedad de artistas o de granjeros entrega su vida a quien no puede
auxiliar sino desorganizar, porque su fuerza es la suma de nuestras debilidades.
Qu es lo que en definitiva constituye la potencia del Estado al que todos
recurren evadidos de la realidad? Por qu, si slo es fuerte en razn de lo que
debilita fuera de l, se acude a su proteccin? Porque el miedo primitivo, el que se
entr hasta los huesos del primer poblador, del primer hacendado y del primer
artista, no tuvo oportunidades para ser reemplazado por la seguridad, y la muerte,
la ruina y la vergenza quedaron dentro de la nueva estructura, como sentimiento
que una censura y un anhelo demasiado vehementes enterraron en la
subconciencia, donde est ms vivo que nunca.

LAS DEFENSAS ORGANIZADAS


Sin duda, el Ejrcito tiene como ninguna otra organizacin, una estructura
definida; mas de tal modo dispuesta y tramada, que es un organismo formidable
de defensa convertido en formidable organismo de peligro. Concreto, rgido y
omnipotente, recibe prestigio y poder del hecho de constituir una casta, una
nacin, un gremio, un estado, una religin. Es la Fuerza en el seno de la
Debilidad, la disciplina y el mtodo en el seno de la improvisacin y del capricho.
Dotado de la vitalidad que debieran compartir todos los rganos de la nacin,
asumi funciones de rganos inexistentes o extirpados de cuajo. Toda la historia
argentina es una historia militar, y puede decirse de la civil y poltica la historia
apcrifa, o sus libros legendarios. Alzaga, que era defensor de menores, decase
general; y hasta Sarmiento se enorgulleca de su generalato honoris causa,
equivalente a su doctorado de Michigan. Los administradores de estancias eran
comandantes; y los dos hacendados ms ricos, Rosas y Urquiza, fueron las dos
figuras prominentes en la guerra y en la paz fecundas. La carrera militar
reemplazaba, al mismo tiempo que los ttulos nobiliarios, los ttulos de renta, pues
aparte del prestigio de los uniformes que cada cual realzaba a su gusto, culminaba
con los ascensos y las condecoraciones y con la donacin de haciendas y tierras,
que eran los premios en especie. Los ttulos de propiedad, particularmente de los
latifundios, se remontan hasta los cazadores de indios. Jinetas y entorchados se
obtenan combatiendo en cualquier bando, y como el botn que se arrebataba al
indgena no tena valor, el Estado ceda leguas de su tierra. De ese modo resultaba
que las batallas se hacan por la conquista territorial del propio pas; y cada
victoria costaba al fisco la amputacin de centenares de leguas, como si hubiese
sido invadido el pas. Lo que perda de su patrimonio iba a convertirse en el
equivalente de las condecoraciones, en certificado de coraje y de dinero, y muchas
veces en boletas de compraventa.
Rivadavia se estrell contra el ejrcito y contra el clero, porque cuanto
intentaba instaurar significaba para ambos un despojo de ttulos legtimos, y una
desorganizacin. En verdad, desorganizaba lo nico que estaba organizado y
pretenda sustituir el armazn de acero por la medula oblongada. Por eso Rosas e

Yrigoyen, los dos ms genuinos representantes del pueblo, y los que quisieron
darle al pueblo fisonoma y estilo autnticos, armas para su mano y evangelios
para su fe, encontraron en el ejrcito la derrota. Sin duda su despotismo
oclocrtico era oriundo de la plebe armada; pero la institucin que vela por las
instituciones, comprendi en ambos casos que se trataba de una conspiracin
encubierta contra la dignidad de la profesin, y los deshizo.
Siendo funcin constitucional del ejrcito la defensa, a falta de peligros
verdaderos asume la defensa de las instituciones, ms decididamente de aquellas
sobre las que ha perdido su tutela moral. Est montado a la expectativa de
acontecimientos que no ocurren, y mientras tanto insume en su sostenimiento
sumas ingentes que se sustraen a las dems actividades. Consume en estado de
sitio. Un gran ejrcito en pas pacfico es su orgullo y su ruina; cada ao de paz es
una batalla econmica que se pierde. Todo parece desvalido y pobre en
comparacin con su voracidad. Para sostener ese cuerpo inmenso y oneroso, ha
tenido que abandonarse las industrias a sus propios recursos; el territorio ha
quedado sin poblar; las fuentes de produccin cayeron en manos venales, y los
transportes, la fuerza motriz, los telfonos, la luz elctrica y los depsitos de
granos, responden a intereses extranjeros. Desparecidas las causas que justificaban
el sostenimiento de grandes divisiones, continu como en pie de guerra en la paz.
Se puso al servicio de esas explotaciones que no eran nuestras, y asegurndoles
sus dividendos asegur el progreso. La cuarta parte de la recaudacin total se
invierte en la burocracia honorfica de los defensores de principios, mientras los
agricultores y comerciantes abandonan los campos y cierran sus negocios.
Ese ejrcito mantenido para eventuales necesidades de defensa, no puede
mantenerse en inactividad; hasta los que se acogen al retiro y a la jubilacin se
dedican a otras funciones civiles. Cuanto ms remotas son las posibilidades de
entrar en las actividades propias del arma, son mayores las actividades
extraordinarias. La funcin puramente burocrtica es incompatible con la
idiosincrasia del militar y con su pundonor. Un ejrcito inactivo es un ejrcito en
guerra subrepticia que en alguna forma est combatiendo contra algo. Reducidos
los jefes a cobrar altos sueldos, con que se mantiene el prestigio de la institucin y
el respeto a sus miembros, aun por decoro han de mantenerse en inminencia de
ataque. No se sabe contra qu se descargarn. Ya un conflicto de lmites, ya de
jurisdicciones polticas, los pone en accin; y la guerra acaba por dar la razn de
su existencia. En tesis general, sa es la ndole del militar-profesional en todas las
partes del mundo. Pero la funcin extraordinaria, la funcin civil ad honorem y
con buen sueldo a la vez, es una especie originaria de las latitudes suramericanas.
Motn y asonadas son formas de justificar sueldos suntuarios, simulacros con bala,
de la guerra, y acaso el pudor de no permanecer en absoluto inactivos. Los
militares que incuban revoluciones quieren comer su pan sin remordimientos. A
falta de conflictos internacionales, y ante el sopor y la pobreza de los pases
limtrofes, hundidos en sus pantanos y en sus dilemas geogrficos y tnicos, esos
cuerpos bien nutridos tienen que volverse fatdicamente contra el interior y hacer
de la revuelta y de la usurpacin del poder poltico sus maniobras de invierno.
Contenidos por lmites de desierto dentro de las fronteras astronmicas, su natural
desbordamiento es hacia adentro, especie de inervacin con que han de dar escape
a energas vitales superabundantes.

DEFENSAS CONTRA DEFENSAS

Una inmensa cantidad de habitantes de las provincias sin ejrcitos andan


descalzos, sin tener que comer muchos das, privados de la instruccin ms
elemental; cuando se los reclua se ve que son los sudras y los parias, y hay que
darlos de baja, pues sus cuerpos no sirven ms que para conducirlos y para ser
contados en los censos. Sesenta mil hombres en armas y un presupuesto de ciento
ochenta millones son los lujos del pas que no tiene pensadores, sabios ni artistas.
El alimento natural de las instituciones armadas que operan en el interior de su
propio trax hueco es la pobreza y la ignorancia. Los fusiles y las mochilas son
los brazos de esos jvenes de veinte aos que apenas tienen brazos y pulmones; la
ciencia, la ingeniera, la estrategia, es el cerebro de aquellos analfabetos. La
pobreza trajo el aislamiento rencoroso; el aislamiento rencoroso revoluciones y
amagos de guerra; y se cerraron las fronteras. Enemigos sin razn de amarse ni de
odiarse son estos pases que todava no tienen ms que ejrcitos, y que no han
aprendido a tirar su dinero en otros lujos que el de las armas. Civilizadamente,
esos pases slo son peligros para s mismos, de la frontera para adentro; pero
viven en trance de invadir. Hay que temerlos porque no estn conformes con su
destino. El menester huir de toda realidad dolorosa y la negacin de la triste
verdad interior puede ser una evasin-invasin. Movimiento para negar la
incultura es la fundacin de universidades; para negar la pobreza, el crdito; para
negar la debilidad, apelar a la fuerza violenta. La desconfianza con que Argentina
mira a los dems pases se debe a que los considera como residencia del indio que
no existe en su territorio; como el desvn de sus tabes. Era el indio de la frontera
el que hizo necesario mantener ejrcitos de dimensiones astronmicas; muri el
indio y el miedo armado localiza los peligros en la incgnita. Ese ejrcito
desquici nuestras finanzas y las de los dems pases, porque en su sostenimiento
se invirtieron los emprstitos destinados a obras de adelanto. As se vengaron los
penates del indio. Con el ojo receloso del chacarero que miraba desde los fortines,
miramos la frontera. Por ah residen los peligros indgenas. Los peligros sueltos
que no se pueden graduar, sopesar, calcular. Con arreglo a lo que son, a lo que
pueden y a lo que significan en la escala de los valores de civilizacin y cultura,
no existen; pero existen como ejrcitos, como fuerzas explosivas, como
incgnitas, como espectros del indio. Se admite que puedan levantarse en armas
de la noche a la maana, enajenar la soberana a cambio de proveerse de
armamentos, agredirnos sostenidos por trusts de petrleos, de salitres o de metales
que pondran en sus manos irresponsables armas de ltimo modelo. Las fuerzas
con que cuenta no son fuerzas naturales, sino debilidades censuradas. Se
reconoce, puesto que nos prevenimos en desafiante demasa, que cuentan con la
posibilidad de ser fuertes, aun a costa de la indignidad, que tienen una elasticidad
grande de relajarse y envilecerse, y que por eso son peligrosos.
Pero juntamente con la elevacin pirotcnica de un pas que asciende por
el predominio del ejrcito y la armada, est la decrepitud de otro que desciende en
la otra punta del balancn; hasta que el uno queda convertido en el miedo armado
contra el peligro y el otro en condicin de peligro armado contra el miedo.
Mediante la localizacin del peligro, en conceptos tan groseros como franjas de
planeta con nombres de pases convecinos, y de los motivos de temer bajo los
aspectos de la agresin inopinada y nocturna, se aparta la vista de los verdaderos
peligros interiores y se juzga de los propios valores por contraposicin con los del
prjimo. La degradacin de unos destaca la elevacin del otro, y parece grande
todo lo que se opone simtricamente a su pequeez. Nuestros enemigos internos

son infinitos, desde las enfermedades endmicas, la pobreza, la soledad, la


distancia, el desierto y los capitales que explotan las industrias nobles, hasta la
poltica, la cultura oficializada y superficial, en la otra punta del balancn.
Nuestros enemigos externos son aquellos pases que producen lo mismo y que
llenan en la economa universal y en la historia idntico destino: Canad,
Australia, Nueva Zelandia, frica meridional. Los caones no alcanzan hasta all,
y es ms cmodo temer a los muertos que a los vivos.

III
LA FUGA

LAS ASTUCIAS DEL MIEDO AVERGONZADO


Vida que no necesita satisfacciones intelectuales ni emotivas costosas ni
lujos supernumerarios, se sacia con poco. Pero no nutre la totalidad de sus tejidos,
y aquellos que no se impregnan de gozos profundos y serenos, segregan
internamente un amargo humor de orgullo. Proyctase la existencia al exterior,
como la casa a la fachada, y la conciencia intranquila por todas las deficiencias
trgicas se precave en suspicacias refinadas, acumulando ctedras y empleos para
hacer respetable la fealdad raqutica.
Apoyada en las robustas piernas de dos empleos y en las coimas con que la
influencia poltica es un valor oro, puede sostener esa vida enjuta una casa bien
instalada y realzarse con trajes de legtimo casimir. Bien poca cosa es la conquista
de superficies, que ya no es siquiera de hectreas de tierra.
En la sala se filtra la amistad y en el traje la personalidad; lo que hay
dentro de la casa y del porte difcilmente lo percibe el ojo del ms sagaz
inquisidor. Veinte aos de trabajo en comn no bastan para descifrar el enigma de
un presupuesto ni de un carcter. Queda como misterio la personalidad hasta que
se suelda a su tegumento y la piel se convierte en gnero. Concebir un ideal de
traficante porque cualquier ideal humano de alto fuste no pasa de ser perjudicial
fantasa, se presta al lucro del traficante verdadero, del que comercia con los
figurines de trapo. Aprovechan directamente de la mana de fingir el bienestar, los
dueos de casa que perciben, como impuesto a la vanidad presuntuosa, termino
medio el 30 por ciento de los ingresos nominales del oficinista, del funcionario y
del obrero. Socialmente ese es el resultado prctico del temor al desnudo, a
mostrarse como el hombre antiguo. Sastreras, tiendas y dems negocios de la
materia prima del temor al ridculo, recaudan otra buena parte de esos rditos,
como se ha llamado oficialmente al producto del trabajo, a efecto de la aplicacin
de gabelas y para que el rentista de su cuerpo las pague sin resistir. Alquiler y
vestido son los polos de las preocupaciones de un pueblo cuyo sibaritismo est en
no comer carne.
Orgullo excesivo basado en el haber y el debe y ausencia de un canon en la
conducta (de respeto por la humildad limpia y sana y de metas precisas para la
marcha disciplinada de la vida), llevan a ese aislamiento, concntrico de otros, en
los muros de la casa y en el pao del traje. Corbatas y guantes suelen ser las
respuestas categricas a las preguntas indiscretas, que es otra vez la empalizada

que divide el terreno cultivado de la zona de los peligros sueltos. A esconderse


tras las apariencias, a poner centinelas en torno incitan las fuerzas geogrficas,
psicolgicas y tcticas de la llanura que entran de tan extrao modo transfiguradas
al juego de la vida urbana. Son las dramatis personae. La ereccin de una
apresurada Babel de valores pone en cada albail de su propia vivienda la actitud
desconfiada que escamotea al prjimo la persona veraz y lo invita a que responda
a nuestra mmica estudiada con su ttere. Todo ello puede decirse el temor a ser
descubierto desprovisto de defensas, sin cuchillo; miedo a que despus del festn
la sombra de la pequeez escondida proyecte en la pared su Mene, Mene Tekel
Phares.
Se transfieren los sentimientos de inferioridad al plano del rango y de la
prosopopeya, y el miedo a la verdad, a la realidad censurada, a no poseer los
productos de cotizacin estable en la Bolsa de los valores circulantes, lleva a
rehuir la pobreza como infamante, a contrahacer los aprietos econmicos y la
ignorancia ingnita con las frgiles apariencias del bienestar ostensible y de la
pericia falsificada. De una posicin tal, la conciencia convirtese en un nervio
vivo para toda alusin al secreto humillante, y la existencia entera reacciona por
un complejo de inferioridad, amagada por el descubrimiento de las habitaciones
que no se ven desde la sala. El sentido morboso del ridculo con que el farsante de
su destino vive en permanente vigilancia de sus defectos, indagando en el
transente y el interlocutor los juicios mudos, dan una fisonoma peculiar a
nuestros gestos, tan acentuada que el forastero la percibe al desembarcar. No
estamos seguros porque los tacos son altos y esto se ve cuando se mira por la
espalda al que marcha.
Toda conciencia intranquila de sus fallas y renuncios, cuando brota de un
subconsciente inclinado al gozo de los disfraces, aparece como pozo de rencor en
el temor del ridculo. Afectacin, compadrada, susceptibilidad, provienen de la
caducidad de las formas que martirizan las carnes y los huesos. No basta que la
convencin sea aceptada por todos, que la clave de ficcin sea conocida por todos,
para que puedan vencerse escrpulos muy profundos; esa ocultacin no conduce
en resumen a nada, sino a las ilusiones escnicas idola theatri que deca
Lord Bacon. Se teme en primer trmino lo que se parece a la lmina fisiolgica
tab, a la propia persona despellejada, y en segundo trmino lo que se parece al
mapa indgena de la tierra que nos nutre.
La verdad es terrible donde el que tiene y el que no tiene fingen su revs,
pues el juego de los fantoches corrompe la esencia misma del argumento humano
y trgico de la vida, como la moneda mala desaloja a la buena. Hasta la desnudez
llega a ser un nuevo disfraz con que se tapa algn vestido subcutneo. Los
sentimientos sinceros descansan en la superchera, frangibles a un golpe de aire.
Quiz en ninguna otra parte la amistad est, en el grado superlativo que en estas
tierras de la fortuna urgida, tan expuesta a desoladores percances. La amistad y el
respeto se extienden como meras pelculas sobre el yo, y no se entra nunca hasta
el centro de lo que se siente y de lo que se es a travs de ese superficial yo postizo.
Expone cada cual lo que desea que se vea y huelen a pltica de feria los tratos de
la tertulia, del crculo social y de la reunin familiar. Todo lo que atribuimos a
falta de sentido moral dimana de la valoracin mercantil de los afectos y de la
repugnancia instintiva por lo que no es vlido para el trueque en especie. En un
saludo de presentacin se estrechan dos manmetros de lo que cada brazo puede.
Se intima luego hasta un cierto grado, hasta la sala, y de ah para adentro
comienza el ddalo con que se oculta la verdadera posicin econmica, el

verdadero saber, la ndole; y el contacto de la simpata no es fecundo, como el


amor no tiene ms conjuncin que la copulativa.
De adulterarse cada cual su propia personalidad, se alcanza cierta
conciencia de actor que se mima a s mismo sin advertirlo, a cierta maestra de
estilista que se imita sin quererlo. Convirtese el mundo en un ombligo cuya
contemplacin explica la variedad de los destinos ajenos por los mtodos del
mesmerismo. Pasin, franqueza, arrebato, exaltacin hacia las alturas difanas, se
traban en gestos automticos de precaucin, y lo que acaba funcionando es el
mueco de la escondida personalidad, en escena y en entretelones. El hombre a
la defensiva, el ser reptiliano, el gaucho ladino, el narciso, son
inveteradas formas de mimarse convertidas en hbitos vitales; algo as como una
impostacin de conservatorio sobre el registro normal de la laringe. Pueden los
peligros ser de tal naturaleza que slo est comprometida la parte vestuaria del yo,
su rostro escnico, y entonces el actor teme al ridculo gesticulando en solemne su
papel. El narcisismo tiene tambin un aspecto distinto del gozo ufano de verse
vivir: el temor de verse descubierto. La satisfaccin de s que demuestra prima
facie es un exagerado miedo a darse vuelta.
En consecuencia, el atento cuidado con que se evita parecer dbil,
desaliado, inferior y que impele a ostentar un tren de vida impropio del sueldo, a
engaar al amigo en los usuales fraudes del crdito, a lucir una existencia caudal
sin profundidad y sin lo que los viejos alemanes hasta Goethe llamaron des
Lebens ernstes Fhren, juzga sobre valores de riqueza y no sobre valores morales;
toda su filosofa es la del Sartor Resartus.
Agustn lvarez se complugo en hurgar en esta tumefaccin del orgullo
del analfabeto pobre; ha demostrado que el prurito de aparentar lo que no se tiene,
inclusive glorindose de vivezas de estafador, es un desenlace de la comedia;
aunque tiene otros. En eso termina el seudo-Narciso. Porque se considera menos
denigrante la posicin desahogada mediante el delito que la escasez honesta: sin
honor pero rico sera el lema del ingenio indecente.

LOS SUELDOS ADICIONALES


Es comn que el funcionario y el obrero porque as envilece jugar al
duende , alegan, cuando se conoce lo que ganan y no cmo viven, que tienen
otras ocupaciones extraordinarias, viticos o extras, que reciben subsidios ms o
menos afrentosos, o que se las arreglan como Dios les ayuda. El miedo a la
pobreza como ridiculez se transforma en desvergenza y despus en crueldad. La
renta o el otro puesto es la mujer maestra, o la hermana que cose, o el concurso
civil, o el garante de sus crditos. Todo lo cual es la tcnica de la mscara, contra
cuyas demasas no hay sancin en el cdigo ni repudio siquiera. En la comedia de
fingir para esconderse, el ser ms dbil fue otra vez el personaje dramtico.
Posicin falsa y deprimida por excelencia, es la de la mujer que contribuye a
sostener su hogar: maestra, empleada, obrera. Considrase vergonzoso reconocer
lealmente a la compaera su calidad de contribuyente, sin consentir tampoco del
todo que sea la fmina hacendosa que cuida de los hijos, cuece, asea y recibe en
su cuerpo el amor. Porque se teme no ser suficiente marido. Su posicin equvoca
proviene de un complejo en que tambin ella est complicada, por amalgama de
estos sentimientos; desprecio-vergenza-necesidad. Se la necesita, se la aprovecha

sin reconocrsele derechos en pie de igualdad, y se quiere que en el taller y en el


escritorio proyecte a sus ocupaciones los deberes propios del hogar.
A la mujer le cupo, junto al hombre, un lunar vergonzante frente al temor.
Despreciada primero, considerada despus como el anexo incmodo, ahora sale
de su casa a ganarse el pan sin que su ltimo sacrificio inspire respeto. Hasta hace
pocos aos se le exiga un recato servil, para que se diferenciase netamente la
esposa de la concubina. La mujer casada encomiaba siempre un Goha qu, si caa
en sus brazos, estaba pronto a denunciar el adulterio; y si no caale un censor. Su
profesin era la castidad y sus derechos se reducan a cumplir sus mltiples
deberes. Ms adelante la vida fue hacindose tambin spera para ella, en la
disputa del salario, y tuvo que entrar a donde trabajaban los hombres, a competir
con quienes no le concedan ni siquiera la clemencia que merece la bestia cargada.
Se ganaba su pan y se la consideraba una pobre hembra sin familia, con los
estigmas de la pobreza, de la soltera o del matrimonio infeliz. Entraba con valor a
los talleres de mquinas para hombres, a los estudios y escritorios de negocios
para hombres, a las oficinas de ancdotas para hombres. Se sentaba junto a ellos,
perciba un sueldo miserable por la misma faena; era cortejada por el capataz y el
jefe que se crean con un derecho intrnseco a su honra, y no se la consideraba
obrera ni empleada: se la consideraba mujer. Exiganle belleza, un cuerpo esbelto
como si fuese una mercadera de lupanar. Las feas iban a las fbricas.
Paulatinamente fue apacigundose la mirada del macho, se dej un poco de lado
la buena presencia, que era el certificado de idoneidad, y porque el ser humano no
puede ser menos que el perro, se comprendi que una necesidad imperativa las
arrancaba del hogar y las pona, como a ellos, en una silla frente a las mquinas,
encorvndolas sobre los libros de contabilidad. No conspiraban contra ellas los
hombres, sino el armazn metlico de la sociedad; ella no haba acabado de
despojarse de su antiguo papel de animal de carga, ni cumpla su funcin con aire
resuelto y convencido. Dudaba, como el pjaro viejo encima de la jaula. Nada ms
tristemente pardico de la flapper, de la taquidactilgrafa que esta mujer, de
manos curtidas de lejas, en la oficina. La ciudad entera no era una fbrica, para
que ella pudiese estar en el escritorio como en su casa. Llegaba avergonzada,
como si robara a los otros su pan, como si todo lo que le circundaba no fuera una
casa inmensa donde estuviera como en su trabajo. Insegura de su nuevo papel,
concurra a la tarea como a una cita. Faltbale la conciencia de su capacidad como
instrumento de accin aplicado al mundo; y el mundo rechazaba en ella un
inslito avance, desde siglos contemplada como instrumento de placer. Ah est
todava, sin haber claudicado del todo de sus tremendos deberes de anteayer. La
humillacin del hombre la llevaba en su cuerpo y su carcter. En la lucha por la
vida, en el viaje de su casa a la fbrica y en los das de descanso, se le exige que
retorne a las antiguas costumbres y que el domingo conmemore su viejo
cautiverio. Los das de fiesta y las horas de descanso la retraen a sus compromisos
antiguos: no tiene libertad, poniendo las cosas en orden para la nueva semana.
Sguesele imponiendo la misma conducta irreprochable desde el punto de vista de
la moral comn; no se la dej libre para que viviera, como se la dej libre para
que se ganara su pan. Independizada del hogar hasta cubrir el dficit del ingreso
del varn, se la mantiene sumisa, censurada, con la cadena de los prejuicios
sexuales al pie. Se sancionan leyes que la amparan, pero no tiene amparo. Maana
podr divorciarse y volver a casarse, podr votar, pero no ser libre. Cien mil ojos
la vigilan cuando sale de su casa, cuando se sienta en su silla frente a las mquinas

o se encorva sobre los libros; y cuando vuelve. No es en la calle ni en su casa ms


de lo que fue ayer, aunque ahora regrese con su salario en la cartera.

CORAJE Y TEMOR
Estas formas de hipocresa y de orgullo, concuerdan con otras ms
complicadas. El haz en que se renen forman el temor, el miedo a una realidad
que no ha muerto. La evasin de la propia persona concierta con la simulacin
mimtica y con el desafo que consiste en exhibir con descaro los mpetus
antisociales, como defensa blindada del yo. Se completa as el cuadro de las
clsicas reacciones miedo: la acometida, que caracteriza al carnvoro; la parlisis
o cataplexia, que caracteriza al pjaro y al insecto; y la fuga, que caracteriza al
herbvoro. En el insecto hay una imposibilidad de movmiento que parece una
simulacin con todo el cuerpo, hasta que todo su cuerpo y sus movimientos,
toman las apariencias de los objetos que le sirven de amparo; el pjaro queda
atnito en una fijeza cadavrica que destaca la vida del ojo redondo y la titilacin
del prpado lateral. El carnvoro no ve el mundo desde el foco desvalido del
animal inerme, sino desde el conjunto de sus msculos y de sus necesidades
orgnicas; su experiencia de cazador afortunado le ha dado una unilateralidad de
movimientos hacia la presa, y acorralado o enfrentado por una bestia que le
acomete, l, que no tiene espalda porque todo est construido hacia adelante y
proyectado hacia afuera, embiste. La embestida es el miedo que no encuentra otro
camino que a travs del enemigo; la ferocidad del carnvoro corpulento, de hbitos
solitarios, cuando no est punzado por el hambre o el celo, es de la misma especie
que el valor del hroe en el momento de peligro: una reversin instantnea del
miedo. El herbvoro huye porque tiene su fuerza en las patas, adaptadas a la
marcha, y porque es el movimiento psicolgicamente ms simple En cambio, el
hombre reacciona segn todos esos modos, fsica y psicolgicamente. Segn los
temperamentos, plantea en forma terminante el problema, arrostra una a una las
dificultades oponindoles simtricamente razones o recursos de contencin: o
permanece neutro, con una indiferencia de la que saca partido, ajeno al sentido
humano de los hechos que presencia: o vulvese evasivo, hipcrita, mendaz,
cnico, sin que ninguna de esas actitudes corresponda a una concreta postura.
Estas reacciones preventivas suelen ser desmedidas por influjo del orgullo, de la
pasin, del inters, y hasta de la timidez, tan astuta como Nietzsche ha visto. El
militar, el juez, el sacerdote y el capitalista, se encuentran poseedores de un poder
desproporcionado con relacin a su biografa, con una capacidad de accin
demirgica, que slo entra en funcin total en cuanto ejercen un poder por
delegacin que aprovechan en beneficio personal. El primer movimiento se dirige
a aumentar en proporcin a la eficacia de ese poder, la resistencia del medio en
que ha de ejercerse Pues nadie satisfara su conciencia ejerciendo un podero
desproporcionado sobre sbditos imbeles. El tirano empieza por conceptuar las
fuerzas vivas de su alrededor como dotadas de cierta peligrosidad de cualquier
orden. Cualquiera de los investidos con una cantidad de poder, han de conservar
en torno la necesaria tensin y hostilidad. El militar concibe peligros de invasores,
y la defensa nacional deja de ser un miedo a fantasmas para convertirse en algo
corpreo, sin cuya existencia verdadera desaparecera automticamente la razn
de ser de todo el cuerpo. De donde los armamentos crean el peligro y justifican
por peticin de principio el peligro contra el que se los adquiere. Por la misma

razn el juez necesita considerar la sociedad como una organizacin secretamente


juramentada contra el orden y la justicia. Todo movimiento de vida libre que no
coincida con los cdigos de mensura de Procusto, adquiere caracteres de
transgresiones que repugnan a su ms ntimo sentido profesional de la justicia,
hasta que se convierte en un fiel servidor de viejos prejuicios que acaban por
constituir la verdadera armazn jurdica de la sociedad. Asimismo, el sacerdote
tiene la obligacin de ver el pecado en vez de la injusticia, y por necesidad del
oficio, por desarrollo gimnstico de esa facultad de descubrir al diablo, convierte
el mundo en un infierno plagado de asechanzas y males. Y as se justifica, porque
su razn de ser es el expurgo de un mundo diablico.

LOS MIEDOS EUFRICOS


I
El dueo de su vida, que no amenazaban contingencias de bulto, quiso la
posesin de la fortuna a breve plazo. Ahora tomaba el aspecto del apuro, su temor,
de ganar y escapar. La sensacin de vivir sin mayores obstculos generaba la
conciencia falaz del podero. A todos acometi la fiebre paldica de enriquecerse
sin trabajar. La manera ms rpida de lograr fortuna era el juego, y mil
circunstancias ofrecieron pbulo a la aventura. Cosechar, comprar ttulos, invertir
fondos en hipotecas, ahorrar, adquirir propiedades, todo era como apostar en un
gran garito sin paredes.
Arrojado el miedo de un lugar a otro, sacado de las casas y puesto en
transacciones y especulaciones de Bolsa, era exactamente el envs de lo mismo.
Quien posea un terreno soaba con la fbrica del vecino; todo se venda y se
compraba mediante operaciones burstiles; la tierra era como la moneda; la
moneda era como el billete de lotera; y grandes fortunas se esfumaban o
multiplicaban como sueos. Documentos, escrituras, boletas, contratos, plizas,
parecan naipes, y la riqueza a nada se asemejaba tanto como a una baraja de
abundantes oros y espadas en manos de una cartomntica. El dinero no tena un
valor fijo, y la danza macabra de los valores y ttulos era el delirium tremens de la
ambicin. El oro surti el mismo efecto del alcohol. El gobierno que obtena el
emprstito caa en un estado eufrico que transmita al pueblo, porque las
operaciones financieras tienen carcter mgico, como la compra a crdito, y las
esterlinas eran la lluvia de man en el desierto. Para el pueblo ese alcohol era
confianza, fe, entusiasmo; y emprenda con intrepidez todas las obras propias del
entusiasmo y el coraje. A cada remesa suba el precio de los bienes races y de las
mercaderas, y aumentaban los sueldos. Ingresaba a la circulacin un txico que
relevaba de responsabilidades y preocupaciones, pensndose que ese estado de
euforia transitorio era la realidad, el estado definitivo. En manos de gobiernos
cartomnticos, del oro man poda sacarse partido hasta para los fraudes
electorales. Se pensaba que fuera el advenimiento de la realidad latente, y toda
Trapalanda tom el engaoso aspecto de la inflacin, las escrituras, los ttulos, los
precios, los ferrocarriles, el telgrafo, los libros y los edificios pblicos.
Naturalmente, ese inverecundo frenes de grandezas provena de la abundancia
cretcea de la tierra, de la fecundidad de los ganados y las simientes en contraste
con la esterilidad de las mentes, con la aridez humana y con la holganza que se
complaca en contemplar un adelanto general que no era obra de sus manos sino

ddiva. Fue otro aspecto del fruto adulterino de la pasin del hombre estril y de
la naturaleza fecunda, especie de arrebato mstico con que la realidad se
engrandeci. Si sa no es la reaccin del miedo colectivo, es la conciencia que
teme despertar y se lanza a la mentira y al fraude. Nada ms cobarde, pues, que
soar con los ojos cerrados frente a la realidad conminatoria, urgente, fuera de la
lgica y del clculo. Todos tenan la intuicin de que se viva al borde de un
crter, y aun aquellos que llevaban sus ahorros al coloso de Suramrica,
subconscientemente procedan contribuyendo con su bolo a contener el desastre
del despertar. Entonces como ahora, proclamar la grandeza, el progreso, la
potencialidad econmica, la excelencia de nuestras obras literarias y artsticas,
eran transferencias de un orden muy complejo, relegndose al subsuelo los
pensamientos tab, aquellos pensamientos que tenan voz potente como para
pronunciar la palabra que destruira el encanto. Estadistas y legisladores,
comerciantes que giraban a crdito, empleados que adquiran a pagar por cuotas,
terratenientes que haban hipotecado sus campos; y todos, en fin, los que posean
bienes sujetos a quiebra, eran los interesados en falsear el verdadero sentido de
esa riqueza hipotecaria. Los que tenan su lugar asegurado en el espectculo,
insistan con toda la fuerza del temor en acentuar ese optimismo desesperado. En
virtud de ese esfuerzo por desfigurar la realidad, el pueblo adquiri esos matices
psicolgicos que el forastero percibe de inmediato, como el espritu a la
defensiva, la tristeza, la espera del maana. Los irremisibles vencimientos
de esos crditos llevaron al pueblo a la neurosis de vivir en el estado de nimo de
quien tiene que salvar, mediante una prrroga de un crdito que se ha tomado
sobre el porvenir, la falencia actual.
Las provincias del oeste y del norte, la mitad geogrfica de la Repblica
mejor dolada por sus costumbres, su laboriosidad, su cultura y su bienestar, pero
alejadas del puerto por donde entra la droga clandestina, se derrumbaba en
presencia de todos. La poblacin emigraba concentrndose en las tierras litorales,
de buenos pastos; el analfabetismo era invencible como el yuyo y campos que se
haban conquistado para la agricultura regresaban a barbecho de pastores. Frente a
los adelantos debidos al concurso del capital y de los emprstitos, el avance
retrgrado de la realidad que se quera anular cerrando los ojos. Se creaban casi
instantneamente veinte bancos con capitales nominales cuando estaban por
cederse las Aduanas, en una insolvencia que resultaba del dficit acumulado
durante ochenta aos. Las finanzas se consolidaban por la cesin de tierras a los
ferrocarriles y por todo gnero de prerrogativas dadas a la colocacin del oro
amonedado. Cada ferrocarril que se tenda para una grandeza futura, hipotecaba
ese mismo porvenir en que se confiaba tan ciegamente; y todo eso era el temor a
que el uso del caballo como traccin, a que la tcnica manual concordante con las
cosas, destruyera la hiptesis forjada por aquellos que salieron del caos de la
tirana y quisieron recuperar de golpe el tiempo perdido.
II
Las oscilaciones de los precios de la propiedad han estado correlacionadas
con el estado de seguridad del pas, como si el canon inmobiliario fuese cuestin
de estados de nimo. Ms que el valor de las tierras y los bienes inmuebles y
semovientes, por la utilidad, la ubicacin y las comodidades, se avalu por la
seguridad que el propietario tena en la posesin y el disfrute de ellos. Lo que no
poda ser arrancado, violentado ni perdido por cualquiera de los accidentes

comunes, vala como la vida. En razn del riesgo desprecibanse las cosas y se
valoraban en razn de su seguridad. Todo esto es, superficialmente muy simple,
tan simple como en los orgenes del derecho y de la moral. Hasta que un empleo
inamovible vali ms que una finca, un terreno en el centro de Buenos Aires ms
que una estancia lejos, y un diploma universitario ms que una casa.
Tambin un movimiento primario de defensa de la vida, ante peligros
reacios a ser encasillados, llev al hombre de la pampa a tasar su existencia,
muchas veces salvada como por milagro, en ms de su precio humano. La choza
indemne y el cuerpo ileso salan de la prueba con un plus de orden mgico. Esas
defensas de la vida venan luego a tener un sentido nuevo, de valer,
independientemente de lo que significaran como residencias del habitante y de su
alma. Lo que se haba salvado del peligro tena derechos, como el hroe, al
merecimiento pblico, el subsidio y el galardn por aadidura. Se hizo mana de la
suerte, y los locales prximos a las comisaras regaron el yuyo de los distantes.
Suerte era ms que capacidad, era destreza y un plus encima.
Hay, pues, un proceso animal, instintivo, en la supervaloracin de lo
propio conseguido con riesgo, que puede dar origen a una tabla de Mendeleiev y
de los valores apcrifos en la economa y en la cultura, cuando los conceptos de
valor se agrupan segn pesos especficos de lo que valen los bienes para el que los
detenta y no para la comunidad. Potenciase lo hostil, lo impvido y guerrero,
dentro de una existencia aparentemente pacfica y de un orden de cuartel. El
mrito y el costo de esos bienes dependen de las mismas circunstancias que los
engendraron, meras contrafiguras de los estados de nimo. Si las fuerzas morales
no se ejercitan paralela y cotidianamente al xito de cada da que se vive, acaban
por someterse al proceso instintivo de supervaloracin de lo que se conserva a la
vista y en la mano. Y entonces las fuerzas automticas de la defensa y de la
agresin pierden todo control natural. Al juicio ecunime del filsofo y del
hombre recto se opone el criterio del traficante que mide y pesa y del centinela
que reduce su atencin a lo que entraa una amenaza. Simultneamente se opera
la cada de los precios y la depravacin del pueblo, conforme el justiprecio de la
vida y sus bienes y de la propiedad y sus rentas se concentra en las alternativas de
tener o no, de estar salvaguardado o no. Porque regularmente lo que se respeta
como patrimonio del prjimo es lo que se desea, y se desea lo poco que se puede
invigilar con los ojos y resguardar con las manos y con las leyes. La falsa victoria
desprovee al mundo de sus dificultades reales, como el revlver anula
instantneamente la superioridad fsica del rival, sometindolo brutalmente de un
tiro; no considera lo que est organizado para el triunfo, sino lo que est armado.
Los precios y las estimaciones han ido juntos, por comunes vicios de
desarrollo. Las crisis econmicas comprometan las vidas, en razn de que con
matemtica regularidad la cada de los precios produjo levantamientos y
revoluciones. Desde 1852, con la derrota del coronel Hornos y del general
Madariaga por las tropas de Lpez Jordn suman setenta hasta la derrota de
Yrgoyen por las derechas del irigoyenismo. Inversamente, las asonadas y motines
produjeron la cada vertical de los precios. Pudo verse con claridad que la orga de
la prosperidad era la salida gozosa del peligro y que el miedo haba levantado
palacios y escoltado la entrada de los emprstitos victoriosos. La revolucin de
1874 sembr tal incertidumbre, que los propietarios de bienes races procuraron
vender a cualquier oferta sus fincas; y el pnico agrav la situacin econmica
que, a la vez, haba provocado el alzamiento de caciques y generales como causa
mucho ms profunda que una candidatura civil a la presidencia de la Repblica.

En esa emergencia la propiedad raz perdi la mitad de su valor y los quebrantos


comerciales y bancarios, que constituyeron la terrible crisis de miedo de 1873 a
1875 arras con los ahorros de los trabajadores y con los acopios de los
terratenientes. No estaban los poseedores tan seguros como sus posesiones; las
almas no tuvieron tiempo de asentar sus materiales de construccin, su cal, su
arena y su ladrillo; y un viento de la pampa demoli los recintos en que el temor
estaba escondido. Dentro de esa construccin econmica que pareca tan segura,
habitaban las presas palpitantes hechas al mundo del azar y de la muerte y al
rebato por una cualquier alarma se rebelaron comindose los campos, las casas y
el papel moneda. El Banco de la Provincia, acometido del misino pavoroso furor,
fue el causante de esa depreciacin total; la inestabilidad de cuanto pudo
sustraerse al azar y la violencia, haba hecho de esa institucin un coloso, como se
le llamaba; pero levantado sobre arena y fortalecido con aportes de gentes que
vivieron en la inquietud y en el apuro de acumular, depositando en sus arcas lo
que no se quera perder, se destroz derramando los miedos acumulados sobre la
ruina. Oblig, por procedimientos coactivos, con todo el rigor de sus estatutos, a
que los deudores cancelaran sus cuentas en plazos perentorios. Haban sido
contradas esas deudas por prstamos hipotecando la lluvia y el sol de meses
venideros. Y esa esperanza, salvaguardada por veinte aos de paz institucional y
de guerrillas para afianzar la paz institucional, levant los precios y los nimos,
sirviendo al juego de los especuladores que siempre entre nosotros han invocado
la patria y el porvenir. Los deudores tuvieron que desprenderse de sus bienes a
cualquier precio, casualmente en los momentos de angustia, como si devolviesen
en la calle al Banco de la Provincia el traje ajeno. Una medida en tal grado
contraria a la sindresis de la economa y tan lgicamente concordante con las
buenas prcticas montoneras abolidas de derecho, vali como un llamado a la
realidad y un contacto del hijo de la tierra con la tierra. El miedo aniquil la
mentira superfetada a las cosas por el jbilo del salvamento de la vida, las casas
recobraron su tarea verdadera y los campos su cosecha legtima, cortados por la
mitad.
Aun cuando hubiesen desaparecido los procedimientos del arma blanca en
los terrenos, de los intereses polticos, estaban vigentes en los reductos almenados
de las finanzas donde, como en los tribunales, en el congreso y en la Casa Rosada,
se haban refugiado bajo los atributos de la Ley, la libertad y la fuerza.
Se pens entonces que fuera necesario llevar la calma a los espritus
amedrentados, reconstituyendo al coloso levigado, legislando sobre las tierras
pblicas y ofreciendo en la potencia del Estado un palmo de suelo en que hacer
pie. Desde Avellaneda y Pellegrini se ensayaron diversos regmenes territoriales y
monetarios que tendan a atacar el mal en sus orgenes. La euforia de
convalecencia demostr que se haba acertado, al menos para cincuenta aos.
Entre los que en la misma emergencia se ocuparon de estudiar el desastre, don
Francisco L. Balbn propuso para contrarrestar el pnico, la tranquilidad
poltica; y don Jos A. Terry comprendi que esa crisis y la consiguiente crisis
de progreso que la sigui, eran productos del miedo. Pero ese miedo es muy viejo,
compone los tejidos subcutneos del adelanto mismo y el clima natural de toda
Suramrica. Lo tenemos en la sangre como la forma de la soledad. Para obtener la
tranquilidad poltica era preciso desbravar por la ddiva y por el ejercicio
constitucional del poder a las milicias cebadas aos antes en el atropello y el
despojo, a los dueos del suelo que haba hipostasiado los conceptos de patria y
de propiedad, de herosmo y de patriciado.

Sobrevino al pnico una crisis inversa, una reaccin de esperanza y de


afirmacin igualmente intensa, con que la propiedad, bajo la gida de un gobierno
militar, que extingui al indio, distribuy las tierras e hizo de la Capital Federal el
tesoro en que las provincias depositaron sus economas. Progreso y paz
difundanse al amparo de la espada, con la renovacin de los uniformes y de los
armamentos y con la ley del servicio militar obligatorio. El miedo poda volver a
su trabajo y a darse prisa por colectar sus pinges cosechas.
III
Bajo un gobierno de militares, hacia 1880 se produce la segunda crisis de
grandeza ficticia. Al trastorno de las cosas de la pampa permaneca indiferente
Buenos Aires, ocupado an en el problema de la sede federal del gobierno y de las
Rentas de Aduana. El problema poltico se haba metamorfoseado, como el de las
fuentes de produccin, y de poltico se hizo econmico; pero el nuevo avatar
econmico era la misma sustancia poltica, y la sede del gobierno federal y la
distribucin de la riqueza, el mismo antiguo problema de la hegemona de la
metrpoli sobre las provincias, y de las ciudades contra las praderas y el desierto.
La terminacin de la guerra del Paraguay haba sido el fins de un desastre
econmico. En ella se invirti ntegro un emprstito concertado para obras
pblicas y de salubridad y se desbanc el tesoro nacional. Tras las crisis que se
preludian en 1873 y 1880, no resta sino la guerra con Chile, como tras los malos
negocios el incendio.
Las guerras fueron causa del empobrecimiento; pero el empobrecimiento
fue tantas o ms veces causa de las guerras. Pudo evitarse la guerra con Chile,
aunque los gastos que se hicieron para llevarla a cabo no tuvieron otro resultado
que el aumento de los armamentos de las plazas. Nos hubiera convenido ms
hacer la guerra y perderla. Dice a este respecto Terry: La guerra del pasado fue
reemplazada con la crisis econmica, financiera y monetaria ms larga y ms
cruenta que registra la Historia de la humanidad civilizada, complicndose en los
ltimos aos con la paz armada. Porque sa era la segunda verdad: una paz de
posguerra en las cosas que induca a creer en la paz.
Fuerzas slo orientadas en el sentido del ataque y la agresin como sistema
de defensa, empujaron a la bacanal que finga la abundancia de recursos sin ser
ms que abundancia de bros y combatividad. Hacia 1888 el desenfreno
econmico era lo simtrico inverso de la fiebre amarilla y el clera. Participaron
de la orga, cada cual en su esfera, el gobierno y los ciudadanos. Habase perdido
toda nocin de la dignidad, de la responsabilidad, del honor. Se contraan deudas
con la conciencia absoluta de que no podran saldarse; tomaban todos cuanto
podan como el que robaba su propia casa y su ciudad con urgencia. Los bancos
concedan crditos al descubierto y abran cuentas corrientes a quienquiera;
vctimas del delirio colectivo, contribuan de reflejo a aumentar el delirio.
Emitase papel moneda y cdulas hipotecarias sin respaldo; se descontaban
documentos a nombre de personas imaginarias. La cdula hipotecaria fue un
smbolo, un verdadero ttulo nacional, porque todo estaba hipotecado, hasta el
papel moneda; y el hipotecario era un banquero desconocido. Nadie ignoraba que
las emisiones, los ttulos y los valores de la propiedad eran mentira y fraude, pero
la mala fe los reciba y los daba en un juego de monederos falsos a cara
descubierta. De 1887 a 1888 la deuda consolidada alcanz a doscientos veintisiete
millones de pesos, es decir, a ochenta y siete millones ms que hasta entonces.

Sarmiento calcul en 1885 en trescientos millones la deuda externa y, parodiando


con su buen humor acerbo una cuarteta popular, escriba: Silencio, que al mundo
asoma la gran deudora del Sur. l, incapaz de administrar sus pobres bienes,
tuvo parte en el escndalo financiero, por su afn de que el pas fuese grande
como l lo quera. Y despus de l, los que quisieron que fuese grande como ellos
lo queran, siguieron precipitndolo en la ruina. En 1900 la deuda consolidada,
interna y externa, superaba los trescientos noventa y dos millones de pesos oro.
Ese estado ficticio de las finanzas y de la economa condujo a un desorden en los
gastos particulares semejantes al del gobierno, cuya caracterstica haba sido desde
1829.
Al fin de cuentas, en los desastres de esta clase, la prdida efectiva es la
decadencia moral, el saldo desfavorable en la honestidad, que no puede
cancelarse. El derroche de dinero que hacan los bancos produjo desde 1889 un
derroche equivalente en el consumo. La vida privada se haba amoldado a esas
formas inmorales de operar los bancos. Gobierno y Banca convirtironse en
escuelas pblicas de escndalo y de dilapidacin; enseaban a degradarse. No se
saba cul era el valor efectivo del dinero, ni cules los lmites legales de
adquirirlo o la baqua consentida de no perderlo. Como en el tahr y el bandido,
poseer era la excusa para dejar en libertad los instintos sofocados. En la dificultad
de manejar onzas, se manejaban fichas y los valores-mscaras asesinaban
impunemente a las autnticas piezas de oro. Comenz a escasear el trabajo, y la
desocupacin no fue tanto la falta verdadera de empleo de los brazos, cuanto una
parlisis debida al desarreglo de aos anteriores. La realidad comenzaba a inspirar
horror y se prefera desfigurarla bajo aquellos atavos indecentes. Pero la realidad
iba haciendo su camino a pesar de los desvaros de la imaginacin. Pudo con
justicia llamarse creaciones fantsticas de imaginaciones enfermas de miedo, a
esos disfraces esplndidos con que se quera cubrir la realidad ominosa.
El lujo desproporcionado y la prdida del sentido de valor de las cosas y
del dinero, como la desfachatez que implica en el justiprecio de lo moral y de lo
inteligente, son fenmenos colectivos de la salida sbita de un peligro. En ocasin
de la peste negra, Europa cay en un delirio semejante, y tras la ltima guerra se
renov esa inflacin de los signos extraos a la cultura y la civilizacin. Quin
sabe hasta dnde no fue una resulta de aquellos espantos medievales la sed de
expediciones y descubrimientos, de grandes empresas mercantiles; y la fiebre
industrial contempornea. Tambin entre nosotros la fiebre amarilla y el clera
produjeron sus epidemias morales sin que nadie haya compuesto su Decamern.
Solamente que aqu el espanto de la muerte y la certidumbre de lo pasajero de la
existencia origin la inmoralidad econmica semejante a la de costumbres; porque
el fin de nuestros esfuerzos es la riqueza y no la vida misma.

SEUDOESTRUCTURAS
I
II
III

LAS FORMAS
LAS FUNCIONES
LOS VALORES

I
LAS FORMAS

CLULAS Y ALVOLOS
Un cdigo y un panal son estructuras que corresponden a dos aspectos de
actividades, pero que encierran una historia vvida y ordenada. El panal es la
forma materializada de un instinto de agrupacin y labor orientado en direccin
precisa; un cdigo es la forma tambin materializada de una concepcin del orden
y de la justicia, orientada igualmente en una direccin precisa. Resultan ambas de
un trabajo lento de cristalizacin, y responden a una potencia interna de simetra y
de mtodo semejante a la de las formaciones geolgicas y de los sistemas seos.
Cualquiera sea su valor en el destino de la especie, anatmico o mental, obedecen
a una intrnseca necesidad de economa, de sentido y de experiencia. En ltimo
trmino constituyen estructuras en cierto modo rgidas, como la estructura vital y
especfica de cada individuo. Dentro de esas formas, como dentro de su cuerpo, la
accin y el progreso evolutivo de los seres halla su natural limitacin y su fuerza.
Con ellas se traza un lmite infranqueable, lgico y concreto a la infinita
posibilidad de las formas, sujetndoselas a leyes naturales que dan una direccin
fija a la actividad. De ser hombre desaparecen para el ser humano infinitas causas
de no ser nada o de ser otra cosa y se libera del compromiso de convivir
simultneamente existencias de distintas modalidades. Dentro de esas estructuras
generales, otras concntricas, van delimitando a la vez microcosmos de formas
tambin infinitas, y que son lo que Simmel comprende en la definicin de los
crculos sociales, cuyo entrecruzamiento da origen a la variedad inagotable de los
temas de la vida. As cada institucin, como cada cdigo y cada panal, es una
estructura, como lo son a su vez la moral, la religin, el idioma y las dems
familias en que se agrupan los signos de la civilizacin y de la mera existencia
vegetativa. Pero as como es posible alcanzar por cristalizacin las formas
estructurales adultas, es posible incorporrselas por adaptacin, conviniendo en
respetrselas como condicin sine qua non de la existencia. Sin duda, es sta la
forma ltima y la que constituye la totalidad de la vida del hombre, que ha
superpuesto a las normas especficas otras basadas en la convencin, en gran parte
constituidas por la educacin y la experiencia, con el lan primordial hereditario.
Al nacer encuentra el hombre su sitio dentro de la sociedad y queda apresado por
la inflexibilidad de los alvolos materiales y psquicos, dentro de los cuales ha de
desarrollar indefectiblemente su ser y su poder; contribuyendo a que cristalicen
an ms inflexiblemente esas formas que adquieren, a medida que envejecen, el
sino de una fatalidad csmica. El grado de civilizacin, pues, se aprecia por la
cantidad de formas que han llegado a su perodo crtico de cristalizacin. En tanto
el pueblo forcejea por librarse y por someterse, a un tiempo, a esas normas que
parecen extraas a l, aunque constituidas por una sustancia que segrega, una
perspectiva librrima y rica de posibilidades parece envolverle; sin que esas
fuerzas le coarten, parece moverse con mayor gracia y formular mayor nmero de
promesas. Aunque esa posibilidad de variacin y de cambio, en una metamorfosis
caprichosa, lleva inscripta en su misma veleidad el signo perecedero, superficial y
ldico. Pero lo que no cristaliza en forma concreta, lo que no vive ms all de la
vida individual, desaparece, dejando a lo ms, en la historia de la serie, el rasgo de

una tentativa frustrnea que puede ser hermosa y aun henchida de admirables
sugestiones. As mueren los seres extraordinarios y los teratolgicos, y para
ninguno de los dos se abre sin trmino el porvenir.
Paralelamente al desarrollo cristalogrfico de las estructuras sociales,
pueden tener lugar variaciones similares, que asuman en un momento dado, la
apariencia de una estructura concreta. Son las seudoestructuras consistentes en sus
lneas generales, en el contorno de su fisonoma, pero huecas de sentido y de
sustancia. Podran llegar a ser sustitutivas ortopdicas de esos rganos vitales
faltantes, pero a la larga acusan quiebras irremediables, y puede asistirse de la
manera ms inesperada al fracaso y derrumbe de un segmento de esa realidad, sin
que afloren a la vista las causas de la decrepitud. Por lo mismo que no nacen de la
totalidad de los instintos o de las disposiciones, sino que forman una costra
adaptada, funcionan con cierta anomala y se mantienen en un equilibrio precario,
que la mirada del observador profundo ve declinar o desviarse, pudiendo a veces,
y a veces no, sealar los puntos dbiles en que se producir la fractura. En
reemplazo de esas organizaciones tcnicas y naturales, en que antropolgicamente
colaboran la suma infinitesimal de los aportes individuales, nosotros hemos
construido por influjo de hombres de talento, de la variada y contradictoria
aportacin del inmigrante y de la adaptacin del nativo, falsas formas que no
concuerdan ni con el paisaje ni con el volumen total de la vida ni con su
orientacin nacional, dando una resultante asinttica que constantemente fuerza a
la figura obtenida a tomar un cariz hertico y cismtico. Era el nico recurso que
tenamos, fallos de ancestrales alvolos. En lugar de la formacin cristalogrfica,
la imitacin de fbrica. Los hemos construido como un panal comprado: pero
cualquiera que sea hoy el grado de utilidad y de servicio que presten esos
sustitutivos, no pasan de ser meros recipientes de un contenido informe,
inorgnico y fermentescible. El error, si lo hay cuando una poderosa necesidad
obliga a tomar sin escoger, ha estado en querer adaptar con demasiada premura y
tesn, formas lgicas e ineluctables de otros medios, a ste en que la natural
disposicin de sus habitantes, la ilimitada amplitud de sus horizontes, orientaban
en direcciones peculiares. Bastara tomar como ejemplo un tema, verbigracia, la
religin, que sin ser el ms fundamental y tpico parece haber logrado una
densidad coloidal. La religin en nosotros es una frmula y no un vnculo de fe;
una creencia individual y no una fuerza social, entre cuyos caracteres
sobresalientes est la falta de fe. La liturgia y lo exterior de la religin, lo
eclesistico del templo y la doctrina, lo poltico de su accin social y catequstica,
se superpusieron a los embriones del fervor mstico. Fallaban elementos
ambientes que nutrieran el subconsciente religioso, hallndose el creyente en la
disyuntiva de una tradicin que no concertaba con ninguno de los signos externos
de la vida y una realidad que repela las formas crnicas del catolicismo que vive
de la catedral, el museo y la trama de los tejidos culturales, ticos y sentimentales
de que es una consecuencia fatdica. Aqu se combati por la religin, pero fue
una lucha poltica en que al grito de Viva la religin! y Abajo los herejes! se
pretenda derrocar un sistema de gobierno, el de Rivadavia, para imponer otro, el
de Urien. Ms que de un sistema de gobierno, de un sistema de ideas polticas, sin
que ese sistema ni la religin que le serva de sustentculo tuviesen parentesco
consanguneo con la religin de la fe. La manera como habamos de vivir, de
luchar por la libertad, por darle forma a nuestra sociedad, nada tena que ver con
el catolicismo. De ah los esfuerzos mprobos de algunos patricios, como Moreno
y Monteagudo, por reformar al mismo tiempo que la tradicin histrica la

tradicin espiritual. Si esa religin se consolid y si lleg a ser justamente el culto


oficial del Estado y una fuerza secreta y omnipotente en el orden institucional y
administrativo, tiene que haber quedado sofocado, bajo la armadura triunfante, un
cuerpo vivo que ha de forzarla en todos los puntos de menor resistencia a ceder al
desarrollo de la energa enclaustrada. Hasta que muera o se liberte.

LETRA Y ESPRITU
El hombre de la pampa sinti en carne viva el rigor de la ley antes de
comprenderla. Para su alma dilatada y sin forma, todo lo que significaba traba,
persecucin, prohibicin, despojo inapelable, representaba la ley. Consider a la
ley como un nuevo mundo de dificultades escritas que se opona a su voluntad de
triunfar y a su instinto de conservacin. Se defendi con el cuchillo y con la
soledad, campo afuera. Luego ensay la forma de eludir la pena, pero al mismo
tiempo la posibilidad de conocer la ley y de burlarla en cuanto no prevea casos
particulares referentes a l. El conocimiento de las leyes para escapar por sus
resquicios, habra de ser el salvoconducto ms seguro para violarla, pues
regularmente el que hace la trampa es el que hace la ley. Para vivir sin sobresaltos
era preciso estar al tanto de los pormenores de las ordenanzas, los edictos y
tambin de la jurisprudencia emprica; averiguar cmo la ley poda ser eludida
con un quite oportuno. Sin cdigos, una sociedad sera tan poco viable como otra
que rigiera sus actos cotidianos por esos cdigos. Ese estado jurdico debe
corresponder a la conciencia social, nacer de su costilla, ser aceptado como un
bien, representar un orden ideal en un orden real. En ningn caso puede parecer,
aunque lo sea en verdad, un sistema coercitivo que se oponga o violente el fluir
normal de la vida, porque la resistencia que por reaccin automtica provoca,
acabar por sacudirse la norma como una coyunda molesta. Un pueblo incapaz de
vivir con arreglo a principios ntimos de justicia, es indigno de poseer leyes
equitativas o, lo que es lo mismo, merece existir fuera de la ley. Un cdigo ha de
ser el coronamiento de la norma consuetudinaria, un caso de apelacin para
corregir desviaciones perniciosas a la integridad y salud de la sociedad. No ha de
sentrsele que existe, en el estado normal, como una vscera sana. Si ese derecho
no est inscripto en el alma del pueblo; si sus instituciones familiares y pblicas
no ofrecen un campo propicio para la aplicacin de los preceptos, ese estado
sostenido por la fuerza de La ley es falso. La vida total, cuyo curso toma las
variantes y sinuosidades de su propio fluir, marcha por otro camino que el de la
ley y lo ms sensato desde el punto de vista moral, sera levantar las compuertas y
dejar que halle su cauce con arreglo a su propia ley de primitivo. Su justicia no es
la justicia escrita y busca imponerla como dictado de su conciencia; su respeto no
nace de una ntima acomodacin al lugar y al tiempo, sino que puja por alcanzar
lugares que le estn vedados, aun conforme a las leyes de la naturaleza, bajo
declaracin jurada de proponerse el bien.
La adopcin de un sistema de gobierno, como la sancin de leyes
perfectas, pueden ser las trabas ticas, intelectuales y polticas ms graves para el
desenvolvimiento de la vida de un pueblo. Cada pueblo exige su constitucin y su
ley; y si no se concibe que pueda existir sin ellas, es porque no se concibe un
pueblo que haya crecido lejos del foco en que la vida y la ley forman una unidad;
porque se rechaza la posibilidad de un pueblo de esa clase que pueda llegar de
sbito a la forma jurdica. La adopcin de leyes largamente confrontadas con la

experiencia por lo que se entiende comnmente corno pueblos nuevos, puede


conducir a desrdenes provenientes de la incompatibilidad de la ley escrita y de la
ley vital, manifestados por rupturas incomprensibles de la estructura social. Bajo
la apariencia legal, pero en sustancia sujeta por compulsin, fermenta una realidad
de descontento. El hombre que en esas circunstancias se levanta contra la ley, sea
o no en las variaciones de Masaniello o de Carlos Moor, est en lo cierto, segn
un largo ritmo instintivo, y la simpata acompaa al trasgresor. Encarna el hroe
su ideal de rebelda; y el empleado que desfalca es esperado en la estacin, cuando
vuelve preso, por un pblico que lo admira y vitorea.
Nosotros hemos combatido muchos aos por alcanzar un orden poltico y
social que imponer al desorden heredado como norma de la Colonia. No hemos
hecho la conquista por proceso gradual, sino por anexin violenta, hasta que
Vlez Srsfield fij un canon que sin disputa coincide con los ms imperativos
principios jurdicos, pero contra cuya aplicacin prolifer una fauna de artimaas
de legtima defensa de los derechos apcrifos vulnerados. Toda imposicin
engendra tal proliferacin recalcitrante. Franz Werfel ha dicho cmo en el snob
hay potencialmente una fuerza evasiva, tangencial, contra los antepasados, la
patria y su persona es decir: la forma suicida de tres sentimientos races en la vida
del hombre. Jung y Adler han estudiado el punto aplicndose al estudio directo de
los fenmenos sociales. El snobismo, aparentemente tan alejado y por ello ms
sugestivo, sera esa fuerza destructora bajo un cariz de civilizacin, sometida y no
vencida, contra la cual pugna lenta y constantemente como en el clsico ejemplo
de la higuera de Burnouf. Considerado as, el snobismo y el derecho brbaro son
integrales de otras fuerzas ms serias y menos concretas; menos literarias y
frvolas, a las cuales se aplica por antonomasia aquella palabra despectiva y esta
tcnica dolosa.
Son, en su esfera, estados de incomodidad, de inadaptabilidad del yo a las
formas fundamentales de la sociedad en el tiempo, en el espacio y en la
conciencia. Significan estados sociales y no individuales, siendo cada individuo
receptculo del subconsciente colectivo. Las formas de manifestarse suelen
revestir los aspectos ms contradictorios y remotos. Segn las clases sociales, los
sexos, las edades y las disposiciones elementales del espritu, esas fuerzas en
disidencia pueden originar el criminal, el fraudulento o, en trminos generales, el
ente antisocial, producto genuino, sin embargo, de la resultante de las fuerzas
sociales en tensin. Pueden corresponder a tales formas de violencia subrepticia la
prostitucin, la tendencia a litigar, la falta de escrpulos en el respeto a la amistad
y el mrito ajenos, la ambicin desmedida, la voluntad de podero, sin mira
levantada. Cuando el fenmeno abarca un rea extensa y llega a constituir una
modalidad tpica, ha de buscarse el vicio en la estructura social, una estructura
social que impone sus leyes como afrentas a la Libertad individual, que coarta lo
que la naturaleza ofrece prdiga en torno, lo que el clima y dems factores
ambientes inscriben en la conciencia como derechos irrecusables, es una
estructura ficticia. Este es el punto de vista, el ngulo desde el cual se contempla
la organizacin social como una anomala sistematizada. Ley y naturaleza, ley y
hombre, ley y costumbres estn en perpetua y puntual friccin. De ese estado de
discordancia, la ley resulta vencida y la forma de esa derrota no es el motn ni el
delito sino la aparicin de seudoleyes parasitarias del Cdigo, de ardides y tretas
ingeniosos con que se opera usualmente mediante el fraude. Estas normas
parasitarias de la ley asoman en la interpretacin, en la exgesis, que son tambin
recursos de la fuerza vital contra la fuerza escrita. El buen abogado no es aquel

que hace triunfar la justicia, sino el que sabe valerse de la ley para burlarla. Se
vuelve el sofista de la dialctica jurdica, como el que sostiene la causa de las
fuerzas oscuras y latentes de la vida se torna el sofista de secta para el lgico del
razonamiento. Comienzan a funcionar en rivalidades la ley escrita y la ley
heterodoxa, la lgica de la argucia contra la lgica de la razn. Est robustecida la
rplica por la afirmacin secreta de la conciencia que busca la satisfaccin de su
anhelo, el triunfo de su oscura idea de la justicia animal, concluyendo por formar
un cdigo apcrifo, infinitamente complicado y capcioso, que acaba por desalojar
en nombre de una ley ms cierta, la letra escrita y su interpretacin ortodoxa.
Las apelaciones que entonces reparan las quiebras infligidas a la 1ey, aparecen
con el carcter de imposiciones de fuerza, de tropas de relevo, suscitando por una
parte la rebelda franca del ciudadano y por otra la nueva dialctica capciosa del
letrado. El procurador de malas causas tiene tambin sus complicados
conocimientos, y su arte de burlar la ley es ms complejo y difcil que la ley
misma. Ese sistema capcioso, con sus sistemas complicados de deformar por el
equvoco el texto en su espritu y en su gramtica, surge de esa fuente originaria
de descontento; de la masa, de la conciencia ajurdica y hasta injusta del pueblo.
Esa masa que cobra voz en el letrado del diablo, recibe de rebote la enseanza de
esa tcnica que infiltra en los actos de su vida diaria como botn que se arrastra a
la cueva. Aun las relaciones domsticas quedan impregnadas de ese escepticismo
por lo deleznable de la ley y adquieren un matiz que slo advierte el ojo del
extranjero hecho a otro panorama. El precepto legal invade el dictamen de la
conciencia y da a la vida el tono y la clave, como la idea del pecado puede hacerlo
tambin. El matrimonio pierde el valor de unin y toma el de sociedad en
comandita; los vnculos de padre e hijo se relajan al limitarse los derechos y
deberes, quitndosele eso de absurdo y animal que los hace sagrados; la
valoracin del propio mrito anula las dificultades y los estados intermedios que
separan los extremos de la pobreza y la ignorancia de los extremos de la riqueza y
la sabidura. Saber da derechos, tener da derechos, ser marido da derechos, ser
padre da derechos. No solamente falta el sentido de una perspectiva jerrquica,
sino el dictado imperativo de todo el ethos y el pathos, de lo justo y lo injusto.
Estos actos: el abandono de la mujer, la deslealtad, la proteccin del ahijado
contra los derechos legtimos del desconocido, la usurpacin de puestos que
exigen idoneidad, la penetracin por fraude en la legislatura, convirtense en actos
legales por un contexto de vida y de jurisprudencia promiscuas, sin que la moral
tenga su tribunal y su fuero. Bastara ver, entre nosotros, los casos en que la
Constitucin ha sido violada o interpretada segn las circunstancias, en que el
Poder Ejecutivo impone su doctrina al Tribunal; la idiosincrasia en el planteo de
los pleitos, de encaminarlos y resolverlos; la aparicin en las cmaras de teoras
parasitarias del fraude y la impunidad tica de los actos, para comprender que
justicia y sentido de justicia no van de consuno.
El instinto de esa masa lleva a las gentes al bufete del abogado pcaro y al
consultorio del mdico naturalista. Aun teniendo la razn y el derecho de su parte,
tratan de garantizarse por la habilidad dolosa contra el dolo. El cliente que ocurre
al procurador y al curandero es un decepcionado, porque cree que las fuerzas
ocultas predominan sobre las sometidas al orden. Nuestro agricultor y nuestro
funcionario pblico han de inclinarse al curanderismo y a la poltica, rehuyendo el
verdadero examen clnico. Procuracin, curanderismo y poltica son las tres
semidivinidades que concuerdan mejor con el alma popular y con la estructura de
la sociedad. Esa trinidad hertica no impera contra la ley, sino conforme a leyes

sui generis y laterales de las otras. La Constitucin estableci el juicio por


jurados, pero el buen sentido parece haber convenido en que la administracin de
la justicia se haga por los rganos ad hoc del Estado, sin correr el albur de que la
hereja jurdica triunfe sobre el derecho verdadero.

HOLLYWOOD
Toda estructura artificial que se aplica metdicamente, como todo aparato
ortopdico, acaban por funcionar con regularidad, al menos por un tiempo muy
largo. La ciudad de La Plata es una ciudad, aunque no tenga la existencia orgnica
de una ciudad. Improvisada y constituida a expensas de uno de los ms poderosos
bancos de Suramrica y producto de una crisis poltica que amenazaba echar abajo
la organizacin nacional, fue el resultado de un pacto. El banco quebr, pero el
problema de la sede federal qued resuelto.
Bastara restarle ciertos elementos artificiales que la sostienen, para que
esa ciudad se desmoronara, se deshabitara y el campo entrase otra vez por sus
calles. No se hizo, se invent; no alcanz su volumen por necesidad de
crecimiento: creci de golpe y luego hubo que llenarla, que sostenerla, que vivirla.
La vida le vino por aadidura. Sin misin social, tnica, econmica que cumplir,
era una creacin de orden poltico que habra de llevar una existencia metafsica.
Ciudad milagro, la llamaba Pellegrini, el ingeniero jurdico de puentes
econmicos. Es la ciudad milagro, no por la rapidez con que se alz ni por los
edificios magnficos que se levantaron, sino porque, como los milagros, va contra
las leyes naturales y tiene su realidad en la fe. Creados los edificios pblicos,
donde haba de instalarse la administracin provincial, las casas se produjeron en
torno, por cariocinesis. De una clula salieron veinte mil clulas; del palacio de
gobierno salieron las viviendas, con la misma cantidad de cromosomas
correspondientes a su especie. Se le agreg una Universidad, que tampoco est all
necesariamente sino con arreglo a principios de equilibrio y de didctica. Para
dirigirla se llevaron profesores de Buenos Aires y alumnos de Buenos Aires y del
interior. La Plata era el espacio geomtrico, la categora apriorstica de una serie
de fenmenos. Tambin se la dot de una catedral, de un frigorfico, de un
hipdromo. Son las atracciones fuera de programa para sostener un espectculo
que decae y para atraer al transente y al forastero. Los trabajadores, los fieles y
los soadores visitan esos lugares como de trnsito. Peregrinan y se vuelven, sin
la impresin de haber viajado. La Plata es el barrio ms apartado de Buenos Aires,
pero a la vez el que se le parece ms, porque no tiene la fisonoma de un barrio
sino la fidelidad integral de un calco. Entre Buenos Aires y La Plata se dilata un
latifundio de cincuenta y tantos kilmetros, un parque de Palermo que se visita en
marcha. Cuando ese latifundio desaparezca y Buenos Aires pueda extenderse
hasta La Plata, en un plano continuo como ya hasta Tmperley y Vicente Lpez,
la forma de la Repblica tendr la de un ejido continuo y homogneo; pensaremos
entonces que somos y sabemos ms. Ese latifundio advierte al pasajero de la
autonoma municipal de La Plata, porque bien se ve que es, al final, otra ciudad.
Para acrecentar esa distancia, que el latifundio acenta, con la variedad de su
paisaje y los pueblos intermedios, el ferrocarril con llevar una velocidad media de
treinta y cinco kilmetros por hora, dilata en el tiempo el espacio; ochenta
minutos parecen ciento cincuenta kilmetros; cincuenta kilmetros parecen tres
horas. Con su lentitud y su falta de calefaccin la aleja y evita la superposicin

cronolgica que hara, en el plano de la conciencia, yuxtaponer una ciudad a otra.


Sabemos que entre sta y aquella ciudad hay una hora y veinte minutos; una hora
de campo despoblado, de selva y de llanura, veinte minutos de casas de campo, de
hombres pobres. La lentitud del tren y la desolacin nos hacen creer de manera
inequvoca, que la vida de La Plata no depende de la vida de Buenos Aires, y que
su gobierno es independiente de la Casa Rosada.
Esos trenes llevan y traen la poblacin dinmica de La Plata. Cuando parte
el de las 18 horas, en La Plata se dira y no es cierto que quedan los
cuidadores de los edificios, y la ciudad recobra su montona platitud campestre,
hasta los trenes de la maana. Esos viajeros van a beber su sangre y a comer su
pan, en cambio de prestarle movimiento y actividad. De un lado a otro se mueven
y se la comen. Pero a la vez, ella vive de sus parsitos; ella se los come tambin.
Los trenes que circulan entre la ciudad matriz y la filial, llevan dentro el alma de
las dos ciudades. En la circulacin est su alma. La Plata es la forma de la ciudad,
su espritu est en los trenes. Un vagn de primera o de segunda clase es el sitio
en que se unen las formas urbanas y las campesinas. Es ms campo que un
subterrneo y ms ciudad que un break. El hombre del tren local que ocupa su
asiento, toma posesin de dos asientos, con su sombrero o sus libros. Ir a La Plata,
es disfrutar de ciertas prerrogativas, un desdoblamiento de la persona que exige la
ocupacin de dos asientos, sobre todo si se tiene dos puestos. Se arrellana y se
suelta algunos botones convencionales, porque va a emprender un viaje hacia
abajo, a los suburbios de la metrpoli; as como se pone pauelo cuando va a la
estancia. Ciudadanos con bolas y reloj pulsera, son un poco el dueo del tren y un
poco el husped. Los rostros son conocidos o tienen el aire de esos trenes, de
modo que es fcil distinguir al que viaja por motivos circunstanciales, y al que
viaja de su casa a su trabajo. Trenes de estudiantes y de empleados pblicos, de
polticos de cmara y de universidad, de estancieros y de abogados, de gentes que
hablan en voz alta mirando en torno para que de la multitud de caras, muchas
reflejen que saben que es Fulano de Tal. Viaja la gente importante, los unos con
su indumentaria invariable, los otros inmersos en la lectura; y el pordiosero recoge
las abundantes monedas de la vanidad. Todo aquel que viaja habitualmente a La
Plata es dos, vale dos. Si fuesen ms humildes o viajaran en el tren como en un
tren simplemente, La Plata se indignara de sus habitantes.
Sus honorficos ciudadanos diurnos, tienen la importancia que La Plata les
da, y viceversa. Unos y otros han pactado tcitamente; es preciso, para que el
espectculo mantenga su tono doctoral, darse mutuamente importancia.

EL PLANO DEL ESPEJO


Como no hay muertos debajo de nuestros pies; como ms vale no mirar
hacia atrs en la historia ni en la genealoga, lo ms cuerdo es mirar hacia
adelante, hacia el futuro. Hay que hablar del maana y conjugar la realidad en un
futuro imperfecto de indicativo. Nuestro futuro est compuesto por la fuga desde
el pasado; es el temor a volver el rostro y a convertirse en sal. Por lo tanto, no es
un futuro que surge necesariamente de este hoy, sino construido de modo
irracional sobre la nada, con materiales transferidos de la demolicin, a los que se
les cambia de signo como de ubicacin a los trozos de mampostera. Todo el
porvenir es un resultado de no tener pasado. Pero la forma imprecisa del porvenir,
del futuro no condicionado por el presente es el azar, el reinado del capricho y la

voluntad de otra vida. El hombre intranquilo, el que tiene miedo porque est
suelto entre un pretrito oscuro y un maana hipottico, no mira hacia atrs sino al
mismo tiempo que mira hacia adelante. Un pueblo que no ve que es la raz de un
porvenir poderoso, sino que contemplando el futuro proyecta en l su existencia
para arrancarla de donde est, no vive adherido a la vida ni al tronco genealgico
eterno. Delante parece estar lo seguro y lo bueno, y esa mitad del mundo de la
espalda que jams hemos visto desde la visin estereoscpica y frontal, esa mitad
misteriosa con su perspectiva hacia un nadir psquico, es la que nos empuja hacia
adelante por los ojos. Vivimos en la vspera de grandes acontecimientos, en el
umbral del maana; y ese maana es el azar, el tumulto de un sueo tras una
jornada de desierto. Este soador es anmalo, no est organizado como un hombre
ni como un sueo; es hijo de centauros. Vive un sueo sin sentido; las cosas que
hace tienen la inconsistencia de los fantasmas; las ideas que piensa tienen esa
discrepancia asimtrica del que despierta recin y confunde fragmentos de sueo
con retazos de la habitacin. El poeta no es un poeta, el pedagogo no es un
pedagogo, y as sucesivamente, para arriba y para abajo: son otras formas
encarnadas por un avatar violento en estas apariencias, en estos oficios
circunstanciales en que se vive sumergido hasta la mitad, como el centauro en el
tronco del caballo. Nadie es el artesano de su destino, sino el destructor de su
nmesis. Lo que se es, camina; y lo que se cree ser, vuela.
Falta el apoyo en s mismo, socavndose cotidianamente el lugar en que se
apoya el pie para saltar, y falta ese otro apoyo circundante de la amistad, del amor,
de la simpata por las cosas sin valor del mundo; sin la placenta espiritual que
permite al hombre asimilar del ambiente sustancia hombrable, extrae sustancias
nutritivas de mltiples otros seres. El azar del maana, que se evidencia en el
amor al juego y en el uso predominante de la intuicin sobre el raciocinio, hace
casual toda relacin. Cualquier conjunto es un compuesto de dgitos, no una cifra
global. Vive cada cual su destino, o lo traiciona individualmente, porque slo
cuenta con el prjimo en lo que este prjimo tiene de un s mismo igualmente
autnomo. Cada obra lleva impreso el estilo de su autor y no, como deca
Nietzsche, de las grandes obras, un poco del estilo de los amigos. Cada cual
procura exhibir un Sosia, reservndose el original; de todo lo cual resulta un
mundo a lo Allan Kardec, en que los seres reales y sus dobles andan mezclados,
igualmente vivos y verdaderos.
Este amigo es un enigma; grandes silencios esfuman rasgos importantes de
su persona; no sabemos de l casi nada. Esta mujer es un misterio; la hemos
encontrado cuando maduraba ya: la hemos amado sin reservas y hemos
consentido mutuamente en no preguntarnos nada acerca del compuesto gentilicio
de nuestro yo. Un da cualquiera, una frase veraz romper esa amistad, y un
instante de comprensin profunda pondr el odio en el amor; y volveremos a
quedar solos, como antes. El medio en que vivimos es un poderoso azar que ha
tomado la consistencia de una segura realidad, hasta que el padre y el hijo,
hablando confidencialmente advierten que no se entienden, que pertenecen a
mundos distintos, y que en medio de dos sangres iguales, hay un ocano de seis
mil millas de ancho.

II

LAS FUNCIONES

ENTRADA DE LAS MQUINAS


La mquina tambin lleg a su tiempo, como en una comedia bien
compuesta entran los personajes segn la accin se desarrolla. Primero se cre el
trabajo mecnico y despus la mquina; de modo que la mquina es una sntesis y
tiene el mismo derecho a la vida que el hombre. Compareci instada, para
agregarse a algo ya existente, para cambiar unas herramientas simples por otras
compuestas, para relevar al hombre cansado. Slo est de ms la mquina y
establece una competencia mortfera all donde el hombre no tiene todava una
ocupacin digna del hombre, donde ha de servir l mismo como herramienta. El
telar, el automvil, la linotipo, la mquina de sumar, el avin, llegaron al mundo
cuando tejer, viajar, imprimir, hacer cuentas ya eran trabajos de gran importancia,
y se cambi la carne por el acero. Entonces la mquina slo priv de su ocupacin
al artesano destrozando un sistema, no una funcin ni una estructura. Lo daino es
el dueo de la mquina. nicamente en virtud de ser la mquina algo
perfectamente lgico y coordinado a la vida social, a la inteligencia y al esfuerzo,
es parte integrante de la humanidad. Como tipo el ms acabado de la tcnica se
explica que haya llegado a dominar al hombre y a convertirse en un leviatn que
le impone la ruda necesidad de transformarse o morir. An est al servicio de las
formas oscuras, pero ya se levanta sobre el sino mortal de los metales con que se
forjaban las armas primitivas. El capital organizado y mecanizado hall su
expresin en ella, como instrumento adecuado a ser mecnico y no orgnico,
multiplicador y no creador, material y no espiritual, voluntad y no conciencia. El
sistema de la renta capitalizada, la ciencia experimental, las ciudades y los
instintos ms profundos del homo faber, la inventaron. Pero su funcin de
multiplicar y producir es el ms perfecto sistema de destruccin; las formas
mecnicas que salen de esos mecanismos y que compiten con ventaja sobre las
dems formas que la naturaleza produce, son los enemigos ms terribles del
capital. La mquina trabaja an contra un sector vastsimo de la seguridad y del
bienestar humanos, pero a su vez es resistida, destruida por todas aquellas fuerzas
a las cuales se opone. Fuera de su hbitat, la mquina perece. Necesita una
aclimatacin que slo es posible mediante un conjunto infinito de factores. Siendo
resultado de un estado de civilizacin, la mquina no puede crearlo; siendo un
smbolo y una sntesis, no puede anticiparse a la necesidad. Al estadio de fbrica
precede un estadio de manufactura. El hacha de piedra aparece sepultada en las
zonas donde el uso del hacha de piedra significaba algo vital, donde era la forma
grosera de la relacin del hombre con el mundo, de la psicologa, de la poltica y
de la lucha. La mquina significa ahora lo mismo, y donde existe hay algo vivo,
que pertenece a la humanidad.
1. En tal concepto, la mquina ha de estar correlacionada con el resto del
mundo ambiente y ser rgano de una funcin necesaria y precisa, productora. De
lo contrario, es artefacto de destruccin, funcionando fuera de su medio, puede
convertirse en un factor de regresin y de miseria.
La agricultura da al chacarero lo suficiente para vivir, pero debe cultivar
en grandes dimensiones para obtener una pequea ganancia. El cultivo extensivo
es una necesidad geogrfica y el rea de sembrado por agricultor est en razn
inversa del grado de adelanto de la nacin. El cultivo en pequeas reas no basta;

la cra en campos reducidos no cubrira los gastos del arriendo, del flete ni
compensara el trabajo. Se siembra trigo y el trigo es dinero en la suma de muchos
quintales. Se sabe que esa extencin no es riqueza sino lo contrario; el alquiler del
campo, la cosecha, el transporte, el costo de los alimentos que vienen pasando por
manos de intermediarios, deja una ganancia exigua. En ese sistema rural primitivo
se introdujo la mquina, que sin duda slo tiene justificacin en los cultivos
extensos. El costo de sostenimiento es, trmino medio, de diez pesos por hectrea;
y lo ms prudente fue dejar el tractor y volver al caballo. La mquina arrebataba al
colono su ganancia; el arado y la cosechadora de traccin a sangre eran el tipo
lmite de mquina compatible con nuestros sistemas agrarios. La cra a campo
abierto como la siembra sin pedigree, con todo que resultan en definitiva menos
productivas, eran una necesidad urgente, como volver a la ganadera desde la
agricultura. Hubimos de regresar como en Java, dice Spengler, a la forma
mecnica manual.
2. El automvil fue tambin un sueo del agricultor en aos prsperos. Las
distancias son inmensas y el automvil era la mquina de las grandes distancias.
Pero el automvil exige el pavimento y la carretera es previa, si manejar un
automvil ha de ser baqua distinta que andar a caballo. Mquinas de arar y
mquinas de correr elevaron el precio de los campos. En caminos con baches,
barrizales y huellas hasta los ejes, el caballo es otra vez el mejor automvil.
Nosotros vamos a que el asfalto pase por debajo del automvil, es decir, que se lo
extiende cuando la costumbre de viajar engendra la necesidad de una buena
carretera. Y la carretera aparece ms bien que como exigencia del transporte en la
zona a que ha de servir de canal de drenaje, como necesidad de no gastar tantos
neumticos. Aunque la verdad es que el automvil fue adaptado a la ostentacin y
no a la verdadera necesidad; comprendindolo, los caminos pavimentados que se
construyen son de turismo y no para el trfico pesado. En pleno campo, el
campesino que no tiene automvil se considera ciertamente pobre. Los que van en
sulky pertenecen a otra categora y sin embargo no guardan rencor; ayudan como
pueden a que el automvil salga del pantano. Un viaje de turismo es un viaje de
aventuras; de Buenos Aires a Crdoba hay muchas leguas para blasfemar.
El uso del automvil no es una solucin; es un problema. Solamente el
fabricante norteamericano puede encontrar que tenga un objeto prctico, y sin
duda su difusin se debe a que ha trado un nuevo motivo para contraer crditos y
descontar en cuotas el porvenir. No vena a resolver un problema de transporte,
sino a pasar por encima de los lugares vacos, como un puente de fuga. Se
implantaron largas lneas areas a la costa sur, a Montevideo, a Chile, al Brasil,
con el patrocinio pecuniario del gobierno. Transportaban pasajeros y
correspondencia. Pero la demanda era tan escasa y tan desproporcionados los
gastos, que en su mayora hubieron de suspenderse o de sostenerse a costa del
erario. La aviacin qued reducida a su fase de turismo, como el automvil, y fue
el ejrcito el que se qued con ella. Que es como decir, que fue a posarse en los
campos de instruccin, sin que los aparatos sirvieran para otros fines que la
enseanza y el raid. Ni el comercio, ni las relaciones de ninguna clase entre
Argentina y los pases prximos, o entre la ciudad y el campo necesitaban de ese
medio de locomocin. No se andaba an por la tierra ni por el agua y era
imposible andar por el aire. La Rioja, Catamarca no tienen salida para sus frutos
exquisitos y se pensaba en lneas comerciales areas. Se esperaba en volar para
alejarse de la tierra. La mquina de volar se redujo a su calidad de juguete, que es
el perodo en que las invenciones que an no tienen aplicacin se conocen como

instrumentos de fsica recreativa. Sin duda, la extensin del territorio hara creer
que el vehculo de las grandes distancias era el ms apropiado. Pero ocurre que
nuestro territorio real es muy chico, si se le resta toda aquella porcin que
pertenece lisa y llanamente a la geografa. No pueden mensurarse las distancias
abstractas, y el uso ms adecuado que hasta la fecha tuvieron en Suramrica los
aeroplanos, fue el de hacer revoluciones sin derramamiento de sangre.
3. Otro destino semejante cupo a las mquinas industriales. Las nicas
industrias prsperas son las de tabaco, calzado, talabartera, tejidos y carnes
conservadas; las mismas que nacieron al calor de las guerras civiles. La cerveza y
el vino tambin se elaboran en grandes cantidades y son, con el azcar, renglones
importantes de la riqueza. Las mquinas aplicadas a esas industrias tienen vida
propia, funcionan automticamente sin que tire de ellas el gobierno como el
caballo del auto, empantanado. Las dems no son de este clima; se ponen en
funcionamiento, mueven sus complicados mecanismos y al fin se paran y hay que
desmontarlas. Para proteger esas mquinas que no consiguen jams aclimatarse,
se crean barreras arancelarias que no tienen otro objeto, en el fondo, que equilibrar
el dficit del presupuesto. Pero el consumo local de los objetos propios de la
mquina es inferior al costo de sostenimiento de las fbricas. Aumentan los
impuestos a la importacin, fracasan las industrias nacionales y se sigue pagando
esos impuestos, como si desarmada la mquina siguiera un volante espectral
girando en el vaco. Las vacas se comen los rodajes y el alfalfar empasta las
dnamos. Esas mquinas de un mecanismo tan complicado como las necesidades
que han de satisfacer, distraeran capitales que tienen su ms seguro rdito en el
arrendamiento de tierras, en la hipoteca, en la cra de ganado, en el cultivo de
cereales. El vertedero de los capitales a esas industrias genuinas prueba que la
mquina no puede crear un medio econmico y que en la lucha de las formas de
significacin universal, sucumben aquellas menos bien adaptadas. Nuestra
mquina, la ms simple y de funcionamiento eterno, es el horno de ladrillos. Y
por la misma razn nuestro mecnico y nuestro tcnico industrial es el pen. El
horno de ladrillos es mquina que transforma materia prima convirtindola otra
vez, en materia prima. Cierra un crculo elementalsimo, pero sirve a la
construccin y hace que la tierra horizontal se alce y que el piso del animal se
convierta en las paredes del hombre. El pen es al trabajo lo que el horno de
ladrillos a la mquina. El pen sirve para cualquier oficio que no exija especial
conocimiento; produce materia prima elaborando materia prima. Vale, en la escala
del progreso y de la significacin del esfuerzo, lo que el caballo y la palanca. Es
una unidad de fuerza aplicada a cualquier faena y un estado indiferenciado de la
energa humana que colinda con la del bruto. Tambin el producto del horno de
ladrillos es una unidad de obra que colinda con la naturaleza. El pen es necesario
donde no es necesaria la mquina; vive en un clima donde la mquina no puede
vivir. Y no solamente librados uno y otra a la lucha abierta y libre ha de triunfar
aqul, porque estn de su parle la mayor suma de las formas ecumnicas de la
vida argentina, sino porque el gobierno, aunque lo quisiera, no podra o no sabra
auxiliar a la mquina y ayudarla a vencer.
En el Correo, por ejemplo, se instalaron maquinarias como slo en dos
pases del mundo existen, para la conduccin mecnica de la correspondencia. Su
emplazamiento ocup cuatro de los siete pisos del palacio; su capacidad de trabajo
era ms de cien veces superior a las necesidades. De modo que cuando se puso en
marcha esa maquinaria, que ocupa varios pisos, la correspondencia desapareca en
sus tubos y cintas transportadoras, sin que los empleados tuvieran otra cosa que

hacer que contemplar esa voracidad vertiginosa con que la carta y el impreso
disparaban. Haba que echar a la calle medio millar de hombres, o que detener esa
maquinaria que costaba dos millones de pesos. Se opt por detener la maquinaria,
que todava en veinte aos resultar de una capacidad de trabajo
desproporcionada. Ah se haba entablado tambin la lucha entre el artefacto y el
pen. La suma de las circunstancias propicias estaba de parte de ste, y el cadver
metlico del ms dbil qued como un ejemplo, con la fuerza apodctica de un
tratado sobre esta materia, colgado en cuatro pisos de un palacio.
4. El peso de la maquinaria, como el peso de la civilizacin, debe hallar
soportes slidos en la sociedad, ninguna mquina se asienta en la tierra sino sobre
los hombros de un estado de civilizacin. La sociedad que sin haber alcanzado
una estructura de tipo mecnico se incorpora la mquina, sucumbe bajo su peso o
la convierte en hierro viejo. El pueblo que adopta, saltando por etapas transitivas,
las ltimas formas del progreso y de la cultura, regresa mediante ese vehculo a
las formas primordiales ms pronto que sali de ellas. Hay una ley hidrulica que
rige esos fenmenos de la cultura y de la civilizacin; no pueden ser fenmenos
creados, adquiridos, asimilados; tienen que brotar de lo ms hondo de un estado
fijo. En caso contrario son sustitutos de realidades: son puentes que unen dos
extremos. El puente es un salto, la forma de superar del modo ms simple posible
una dificultad, sin destruirla. Por debajo de los puentes siguen circulando los ros
y por debajo de las construcciones ficticias prosigue su marcha la realidad. Cada
fenmeno es un problema y tiene una, slo una solucin exacta; cada solucin ha
de ser, para que sirva de consecuencia perdurable, la solucin de ese problema.
Nosotros hemos rehuido siempre el planteo ntido de los problemas, porque
tenamos a mano un repertorio de soluciones hechas y los problemas parecan de
una desagradable sencillez. En virtud de esas soluciones adquiridas de antemano,
no hemos procedido con arreglo a la verdad. Hemos hecho de nuestros problemas
tpicos problemas universales, o al revs, y hemos tratado de que los trminos de
la ecuacin coincidieran con la solucin hallada a esos problemas universales. De
donde las soluciones, que la mquina simboliza en un grado evidente, son
simplemente evasivas y puentes de fuga. Nos fugamos por esos puentes, de la
apremiante realidad. Se puede observar ese proceso de transferencias en
muchsimos otros aspectos. El problema de la educacin elemental, que es la base
para la depuracin de nuestras finanzas, planteado por Mitre y Sarmiento en toda
su crudeza, eludido despus por un mal entendido sentimiento de vergenza, llev
a la fundacin de las Universidades. Para no confesar que ms del 50 % de la
poblacin no sabe leer ni escribir, fundamos seis centros de enseanza superior.
Una Universidad no es ms que un edificio donde el problema de la enseanza
primaria y de la vocacin profesional no existe o no se ha planteado en trminos
concretos. Es un puente. Para que pudiera existir la Facultad de filosofa y Letras,
fue preciso crear la de Agronoma y Veterinaria.
5. El hijo del arrendatario estudia por lo regular medicina, y el hijo del
locador, derecho, Filosofa v Letras admiti en sus aulas alumnos sin bachillerato;
bastaba presentar algn trabajo literario: versos publicados en revistas, un libro de
los de entonces. Se quera sostener ese organismo docente por la ficcin, como
hubo de recurrirse a un ardid para mantener un alumnado regular en ingeniera,
acordando a los egresados diploma de maestros de obra, de albailera. No tena el
ingeniero campo de accin y se le incitaba con un ttulo profesional, que era algo
as como el lado mayor de un tringulo issceles, cuyos otros dos lados menores
fuesen el horno de ladrillos y el pen. Sin alumnos, Filosofa y Letras no tena

vida propia y el dficit llevara a su clausura bien pronto; se le adjudic para


reforzarla, en patrimonio inenajenable, cincuenta mil hectreas de tierra. Eran las
cincuenta mil hectreas que unan a la Facultad de Letras con la de Agronoma y
Veterinaria, distanciadas por igual espacio. A Filosofa acudieron bien pronto
jvenes ansiosos de saber, para quienes tuvo desde la liberalidad consentida,
grandes atractivos el doctorado; pero a Agronoma y Veterinaria no concurrieron
casi. Se crearon entonces escuelas experimentales, para que los profesores
tuviesen qu hacer y al mismo tiempo qu ensear. Los profesores en tal estado
precario de subsistencia, con el amago de que se cerraran las puertas
definitivamente, descubrieron otro ardid. Esta vez el ardid fue la poltica, cuyo
punto crtico, o de escndalo, ha sido Santa Catalina. De esas Facultades no ha
salido un filsofo ni un naturalista; han salido centenares de profesores, por
debajo de los cuales corre la realidad. Pero llegaron a llenar dos huecos en la
simetra pedaggica, en el plan de instruccin pblica. Cosa semejante podra
decirse de la Biblioteca Nacional, que desde Moreno fue un Museo de libros. La
Biblioteca Nacional es un lugar pblico donde inmensa cantidad de personas
tienen las obras que faltan en sus casas. La existencia de esa Biblioteca parece
haber relevado a muchos de la obligacin de tener a mano un pequeo estante con
unos pocos libros; as se descarga la conciencia, a veces de modo tan
extravagante. El pulso de la Biblioteca es sincrnico con el de las Facultades de
Filosofa y de Veterinaria; all van a consultar libros de texto los estudiantes
pobres, y los ancianos a hojear novelas de escasa circulacin. Desde sus anaqueles
que trascienden a ese olor caracterstico de los hipogeos y de los invernculos,
volmenes ms viejos que nuestra existencia de pueblo libre, vigilan a una
juventud que tambin trae del aula emanaciones multiseculares. Los libros
parecen estar donde debieran, sustrados a la vida y a la lectura, forrando las
paredes e imponiendo silencio. Los ordenanzas van y vienen, silenciosamente,
multisecularmente cansados, siempre con los mismos libros para los mismos
asientos. Momias que llevan y traen pedazos de sarcfagos.
En la acera de enfrente de esos tres organismos burocrticos de la cultura,
puede decirse que estn las facultades de Ingeniera, de Derecho y de Medicina. A
Ingeniera van los idealistas; la facultad de ciencia exacta, positiva y prctica
recibe sin duda a lo ms sano de la juventud. Las aulas estn llenas, aunque ya no
se dan otros diplomas que los de ingeniero. Ellos saben que es duro el destino del
constructor de caminos donde no los hay y de tcnicos donde triunfa el hombre
apto para cualquier faena; que el ttulo de ingeniero, que no se menciona en
vocativo como el de doctor, no da gloria ni fortuna; y sin embargo, estos
soadores de la verdad, abrazan esa carrera heroica. Saben que sus conocimientos
contrastarn con toda la realidad; la ciencia tendr muchas veces que humillarse
frente al improvisador de raza que tiene honor y dinero; pero una fuerza que nace
de ellos mismos, no ms all del padre, los hace ms fuertes que todo.
En Medicina se obtiene la devocin, el rango y el haber, y es el camino
natural del pobre, como Derecho es el camino natural del rico. Las leyes conducen
a la legislatura y a los tribunales; los puestos preeminentes estn al final de esa
carrera, que tiene a la vez otros incentivos. El doctorado en derecho es la llave
maestra y el ttulo que se supone en las personas de figuracin a las que no se
conoce bien. La Facultad otorga el ttulo, pero el pueblo da, un poco en todas
partes como en Crdoba, el tratamiento. Las fuerzas que conspiran contra el
mdico y el abogado son ms sensibles; el ingeniero contrastar con una
estructura, con un orden, con una tcnica; el mdico y el abogado contrastarn con

un estado normal de psicologa patolgica; con personas. Frente al ingeniero se


alza la realidad material, pero frente a stos se alzan los hombres mejor
estructurados que ella. La competencia que se establece entre todos ser por el
dinero y por el poder, porque tal es la semilla fructificada en sus espritus durante
los aos de aprendizaje. Descendiendo a la lucha sin ideales y sin fervor, el
mdico tendr que consentir muchas veces en practicar las bellaqueras del
curandero y el abogado las del procurador. La culpa es de que la ciencia se parece
a la mecnica, mientras que las necesidades se parecen a las cosas. Y todo
desagua en la poltica.
6. La misma relacin hay entre el mdico y el curandero que entre el
cirujano y el matarife, si se retira uno a suficiente distancia para mirar. Ambos,
por lo dems, entroncan con figuras casi religiosas o investidas de potestades
sobrenaturales, del pasado. El curandero era el mago y el degollador de reses el
sacrificador. Mucho ms cerca, a noventa aos, si no tenan que ver entre s, uno y
otro resultaban exponentes de un estado social. Tenan que ver con el estado
social que los consideraba situados en los deslindes de la vida y la muerte.
Cuando en nuestros campos el curanderismo era toda la medicina, el desollador
era toda la industria. Ambos seres representativos tenan su tcnica, su arte digno
de respeto. En tiempos de Rosas se castigaba al que carneaba mal. El tirano,
maestro en todas las faenas de estancia, acab en el destierro escribiendo un
tratado de medicina. Haba una maestra del degello, y los mazorqueros se
vanagloriaban de cercenar una cabeza de un tajo, conociendo diversos
procedimientos de matar y castrar. Entre ellos se respetaba la maestra y el bueno
tena su fama; despellejar, sajar, descoyuntar la res era menester complicado; la
mano se acostumbr bien pronto a llevar el cuchillo por los tejidos como el bistur
apartando el sebo, la carne, el hueso. Hasta se apreciaba entre gentes del oficio la
filigrana consistente en la menor cantidad de movimientos, en el acierto
anatmico del tajo. Juan B. Justo compar a los matarifes de Chicago con los
cirujanos; tienen un arte grueso, especie de diseccin que requiere buen pulso,
rapidez y seguridad. Falta saber si Chicago produce grandes cirujanos que estn,
por lo menos, a la altura de los nuestros, cuyo renombre es mundial. Pero al cabo
de cincuenta aos ms, es indiscutible que puede tenerlos, si la faena de reses no
es un oficio sino una vocacin al mismo tiempo.
Un cirujano nada tiene que ver con el descuartizador ni con el carnicero,
pero el desollador fue un hombre de su poca y el cirujano lo es de hoy, que es
todo lo que se quera traer a cuento. Tampoco creo que Juan B. Justo, que conoca
ciruga e historia, haya querido extremar el parangn de tan lejanas afinidades.
Por anlogas razones el cuentero del to nada tiene que ver con el abogado; pero
ambos, como tipos extremos de una serie, estn ms en lnea filogentica que el
mecnico y el pen del horno de ladrillos. Afortunadamente, quedan para nosotros
lejanos los tiempos en que Moliere se burlaba de las sangras, los jeringatorios, los
pleitos y los buscavidas; mas no est tan lejos el reinado de la magia para que nos
burlemos. El mdico y el abogado coinciden desvindose del ejercicio estricto de
su profesin, en la poltica, la ciencia de salir con suerte de los malos trances y de
dar a luz la propia persona. De los dos, obtiene mayores sufragios el ms mgico,
el que subyuga con poderes ocultos a las masas. Un mdico es siempre un ser a
quien hay que estarle reconocido cuando nos deja con vida, y cuanto menos un
pueblo cree en s, ms es preciso que crea en curanderos y en polticos. Podr ser
el mdico rural un mdico y no un curandero y hasta ganar lo bastante para vivir,
a pesar de ello, pero el paciente no puede dejar de ser un idlatra. Dos provincias,

de las ms ricas y atrasadas, han cado en la veneracin de los dolos populares


que sacan su fuerza de la credulidad en el curanderismo poltico. Ni las
intervenciones federales los debilitaron siquiera.
Litigantes y pastores, hace ms de cien aos que Azara nos llamaba; pero
mucho ms litigantes fueron nuestros abuelos, y el reparto de tierras dio lugar a
que cada campesino se aprendiera de memoria el cdigo rural. Uno de nuestros
ms grandes hombres, Vlez Srsfield, tampoco era abogado; era un autodidacto
desde cierta altura de sus estudios. Y sin embargo no tiene pareja. Sarmiento,
Rawson, Mitre fueron expertos en derecho y sin duda superaban a los
especialistas, cuando el saber estaba al servicio del bien pblico y no se haca
cuestin de vrgulas sino de principios. Si hoy no se los respeta tanto, es por la
inflacin de los ttulos de renta.

LA INTELIGENCIA Y SU PROGRAMA
Tener menos Universidades de las necesarias, no es un mal; ni acaso tan
grave como tener demasiadas; pero, quin aceptara gobernar un pas inmenso,
de perspectivas sin lmites, con pocas Universidades? La capacidad de producir
profesionales por las nuestras, es desproporcionadamente superior a la demanda
de profesionales en el pas. Agrgase a ello el contingente pedaggico que viene a
dictar conferencias y se queda. La superproduccin de profesionales engendra una
clase de actividad extra-profesional a los profesionales; una especie de dumping,
que tambin practica el militar que se jubila. Desviado de su verdadero camino,
cuyo final es una tapia, quien posee un ttulo de valor relativamente nulo, ha de
lanzarse, si no se resigna a sucumbir, a una competencia desleal; a usar del ttulo
para otros fines distintos. No es justo que se resigne a ser defraudado, el dueo, y
a conservar un bien caduco que slo se respeta en razn de lo que produce, en
razn de su renta. Selase el camino de la profesin como digno y liberal, con
cuyo ejercicio puede mantenerse en un plano de distincin y de comodidad; luego
se demuestra al incauto que no es as. Llegado el momento de las declaraciones
sinceras, la hora del brindis, el Ministro de Justicia e Instruccin Pblica dijo a
seis mil maestros y profesores sin puestos, que sus ttulos no valan nada.
Intilmente se querra por esos mtodos desviar la inscripcin de alumnos hacia
otras actividades, porque no las hay; y el programa de posibilidades para la
inteligencia es el de los cursos universitarios. Apelar a la poltica en semejantes
casos es tomar venganza contra la Universidad y contra la sociedad, exigiendo que
el diploma no sea un certificado sin validez de los aos y del dinero gastados. El
exceso de profesionales es el edema de los presupuestos, con tems e incisos
destinados a rentar cargos intiles; y con otros para el personal subalterno intil,
que debe estar al servicio de esos cargos. La Administracin pblica soporta los
excesos universitarios y corre con la reparacin de los yerros. Debe mantener en
un plano de holgura y decoro a los que llenan las aulas, socorriendo a los que no
puede asegurar el ejercicio liberal de su profesin. Los cargos docentes y
administrativos son una forma disimulada de pago de indemnizaciones por daos
y perjuicios, que tienen por consecuencia la mayor produccin de profesionales. Y
as el Estado que costea Facultades cuya misin es hacer errar en su vocacin a los
jvenes o recogerlos cuando su vocacin no encuentra otro modo de abrirse paso,
luego costea puestos para que esos jvenes no litiguen enrostrndole la
irresponsabilidad de sus actos. Mediante el pago de tal indemnizacin, el gobierno

queda tranquilo, las Universidades siguen superproduciendo y los jvenes no se


desaniman mientras puedan ser alimentados por el Pritaneo.
Apartados los tres de su propia senda, hllanse desvinculados de la
realidad, fabricando necesidades y recursos para satisfacerlas. Al cierre de cada
ejercicio el saldo es un dficit moral, de desaliento, de indignacin, que no puede
cubrirse con ningn emprstito. El dficit gravita sobre la juventud, vctima de la
inhumana ilusin. Entre el hombre con ttulo y el hombre sin ttulo no intermedia
un estado social completo, continuo, de valores. Tampoco entre la ciudad y el
desierto hay posibilidades para la vida. La inteligencia no significa ms que un
estorbo sin el membrete de la Universidad, ni fuera de los dominios del Estado. Se
agostara en el desierto. Cualesquiera que sean los programas de la enseanza, la
vida por su parte ensea que las condiciones de la lucha son ms arduas e
inclementes y los jvenes comienzan su carrera prevenidos y pertrechados. Desde
los primeros pasos ejercitan las prcticas que despus sern indispensables y el
buen consejo de los ancianos los pone sobre aviso.
El programa oficial de estudios es una parte confesada de la enseanza;
esos jvenes conocen tambin el programa de ardides, aunque no los han
inventado ni descubierto. Han necesitado proveerse de tales defensas contra los
peligros escondidos. Las deficiencias de la enseanza producen en el organismo
estudiantil las naturales diastasas. Muy dbiles y muy mal preparados debieron de
haber sido los preceptores de la juventud, para llegar a desfigurarla inculcndole
los vicios tpicos de la senectud. De las clases de los improvisadores salan los
jvenes desconfiados, faltos de entusiasmo, suspicaces y fraudulentos. Disertar en
la ctedra como en el parlamento, por muchos aos fue el ideal de la docencia;
dictar las clases para cumplir un requisito del empleo, fue una tctica de los que
no podan atender la multiplicidad de sus labores. Los alumnos que despreciaban
secretamente a sus profesores, recurrieron a otras astucias equivalentes; la trampa
contra la trampa. Escuchaban y asistan a clase como el domingo a la iglesia, sin
fe. Con el nombre del viejo rgimen se ha rotulado un sector de la poltica que
levant y abati al pas: se omiti en la condenacin este captulo de oprobio.
Quiz es el pecado ms irredimible de varias generaciones de incapaces, que
pretendieron amparar su torpeza con la corrupcin moral de la juventud. Aqu los
sofistas decrpitos pervirtieron la fuente misma de la vida, bastardeando la
enseanza con la poltica y sealando la profesin doctoral como nico fin para la
inteligencia. Fuera de lo que ellos predicaban extenda su desierto la ignorancia, y
la vida del espritu no tuvo otro reducto en que guarecerse ni otra senda que
seguir. El inters del preceptor estuvo en mantener cierto grado de miopa que
impidiese ver con claridad sus defectos, ms tarde en complicarlo en sus
maniobras de turbio adalid de comit, en convertirlo en un sectario. Defendiendo
su ctedra con tretas de jibia, contrajo compromisos irrescindibles. A uno y otro
convena esa recproca connivencia de que sacaban partido por turno. Pero el
profesor consolid su posicin, mientras que el alumno qued expuesto a
malograr para siempre su ingenua creencia en el saber. Al cabo de algunos aos,
aqul consegua otra ctedra y reputacin, y ste se iba con su ttulo,
desprecindolo. Incitado a buscar otros fines que los del estudio, el alumno forz
a los consejos acadmicos a que contemplasen como problemas de enseanza su
mal entendida conveniencia de cuerpo. Quiso la reforma de los estatutos para
entrar al gobierno de los establecimientos, y cay al fin en los engranajes del
mecanismo poltico. De alguna manera tena que rebelarse contra la institucin,
aunque fuera tomando por asalto los edificios. Aprobar una materia se juzg una

pequea victoria contra el profesor, contra la enseanza y contra la Universidad.


Porque aun la severidad de los examinadores suele estar condicionada segn un
pacto inexistente de transacciones tcitas. Equilibrando la excesiva exigencia del
programa escrito casi siempre otro del que se dicta y la deficiente
instruccin que se imparte desde la ctedra, a fin de curso el profesor se hace
respetar como persona que est en posesin de una cantidad de poder que no se
haba manifestado hasta entonces. Capitul slo a medias, y lo que ahora exige
del aspirante es una reparacin a sus ttulos y su posicin social, menoscabados
durante el decurso de ocho meses.
De esa manera el estudiante llega a la conviccin de que a su vez posee
una cantidad de poder de signo contrario, y la pone en juego durante el curso,
como el otro al final. Como si hubiese realmente intereses contrarios, el desquite
es aleve y jovial. No es simplemente el desenfado, la travesura y buen humor que
desde los goliardi les es peculiar. La fuerza en juego es festiva, pero con ntimos
rencores, amarga y senil. Es la hostilidad derramada como vitriolo sobre lo que
rodea al culto y su cultura.
Ese buen humor puede llegar entonces a enloquecer y matar a un sabio de
fama mundial, contratado como especialista, a echar a otro, y a esterilizar por la
decepcin, a los que se consagran con alguna fe a la enseanza. Otros
especialistas ms hbiles, que no quieren enloquecer ni morir, ni marcharse
ofendidos se doblegan y especulan con la alabanza, vaticinando en la cscara los
genios de maana.
En un coche de tren, por ejemplo, el estudiante de este tipo comn, es
transparente como los rayos Roentgen: es una nbula de mala educacin y de
instruccin obligatoria. El tono de la voz, los gestos y hasta el tema de la pltica
denuncian a un grupo de jvenes que no han subido al coche, coligados contra el
medio, en pugna contra algo que saben y no creen. Los circunda la indiferencia de
quienes ignoran cunto cuesta saber algo bien y es natural que reaccionen as y
que sean los lugares concurridos aquellos donde el que aprende aproveche el aula
de oyentes desconocidos. Retoan en los adolescentes estigmas de los viejos
regmenes; estn marchitos, con su sangre cansada en sus cuerpos nuevos. En
primer trmino, el estudiante parece obligado a cumplir un deber penoso, ahto de
beber ciencia sin sed. En segundo, se dira que mira la carrera universitaria sin
estmulos, sin el respeto de los que no saben y como un ejercicio asctico
obligatorio para lograr un derecho. Ni siente la necesidad del estudio como una
necesidad trfica, ni a su vez tiene respeto. Ve su destino como asignaturas
jalonadas. Sabe de antemano que lo que aprende no vale nada si no va robustecido
por la influencia de algn pariente de figuracin y que despus estar slo entre
sus iguales. Su incredulidad en la enseanza y en la cultura, que no son valores
sino palancas y gras, lo conduce a ese escepticismo desconsolador de la grosera,
a esos gestos de caras seniles. Vuelve a la casa, a otro mundo. Entre el clima de la
Facultad y el del hogar y la calle hay una diferencia de temperatura como la que
distingue a los pjaros de los saurios. Y este arrastre del estudio por los vagones y
por los cinematgrafos; y ese arrastre de la conducta privada y de la vida
domstica hasta las aulas, los gabinetes y las bibliotecas, son fuerzas que aspiran a
establecer un equilibrio que es imposible de otro modo, por el desnivel en que uno
y otro mundo se encuentran.

EXCESOS DE SINCERIDAD

El criollo, el que encontramos siempre igual desde el Virreinato, no tiene


sino lejano parentesco con el hijo del inmigrante. El criollo es un ser que aparece
en un hogar constituido y que ha tomado ya las formas universales de la vida
argentina. El padre est ubicado y conforme con esta perspectiva que se abre ante
l; el hijo nace predispuesto a aceptar la realidad y no necesita desfigurarla ni
enaltecerla para creer en ella y demostrar que tambin est conforme.
Por lo contrario del que decidi quedarse, el inmigrante que vino a irse y
se qued, es un ser inadherente, impermeable y refractario por intenciones ocultas,
que trae en su interior, en su alma, el clima, el paisaje, el idioma nativos y que
est resuelto a reintegrarse a su medio antes de morir. El hijo de ese ser postizo,
aditado a la sociedad, nace con algo de indmito, evasivo y renitente. No acaba de
entrar en el lveo de la vida argentina y cuanto ms pretende vincularse al cuerpo
del todo, ms destaca su connatural extranjera. No est conforme, y su actitud, en
pro o en contra, es la afirmacin de su disconformidad. El hijo del inmigrante
toma venganza por los padres, si stos no han satisfecho su destino, si han sido
vencidos. Este hijo, el hijo del inmigrante, es el reivindicador, el eterno defensor
de ausentes, con intereses que no son los de la colectividad, con postulados
previos discrepantes. Est afiliado a una logia disidente, aun cuando est
empeado en servir a su pas, en comportarse como proslito. Habla de las cosas
de ac y resuena su voz como una aoranza remota, semejante al eco que
devuelven las montaas. En la crtica que hace de nuestras obras toma la posicin
del padre, y cuando asiente, su asentimiento es de un cariz particular: est de
acuerdo con el padre. Pero hay otro aspecto, ms interesante: el simtrico inverso.
El hijo del inmigrante, que participa de la poltica, del arte, de la ciencia, acaso
por un imperativo instinto de usar un arma destructora, corruptora, disolvente,
exagera su patriotismo, su fe, su voluntad de construir. Patriota, es excesivamente
patriota; disimula nuestros defectos, pasa por alto lo malo, apela a las irritantes
artimaas del que viola la ley en pro del amigo, encomia las instituciones
nacionales hasta desprestigiarlas por el ridculo. Afirma como nuestro lo que no es
nuestro, y pule tanto las superficies hasta que se ve reflejado en ellas. Exagera
como todo el que no est verdaderamente convencido, a la manera del judo
converso Torquemada ms papista que el papa. Entra a formar parte de una
sociedad, de un club, y con la mejor buena fe del mundo lo corrompe
arrastrndolo al cisma o a la clausura, acaso en fuerza de quererlo prspero con
demasiada prisa. Como no pone amor verdadero, ni est conforme, su entusiasmo
viciado tiene de la energa de la plvora. Y as, contra el nativo, que por otros
defectos trabaja en la misma tarea de tergiversacin, por hereditaria presin del
subconsciente y que a veces alcanza a ser tan poderosa su influencia, destruye sin
querer. La extralimitacin es su caracterstica y se le aclama como lder de ideas
nuevas, como pioneer de la accin fecunda, cuando est apuntalando ideas
caducas y trabajando en el mismo sentido de las fuerzas inertes.

III
LOS VALORES

LA MITOLOGA DE LOS VALORES


Hay una necesidad, intrnseca del funcionamiento de lo que entendemos
por pensamiento, a forjar mitos, en grado tal que el arte slo refleja un lado
restricto de la capacidad humana en este sentido. Se forjan los mitos con los
sobrantes informes de la realidad que se aprehende en el trabajo de darle forma; y
flotando entre metforas y yerros de afinacin, esos fantasmas hacen sus burlas
demonacas. Aun en la conversacin sin nfasis predominan sobre el macizo de
las ideas netas y difanas, como al final de los dilogos platnicos, mitos menores
y simblicos de un estado de nimo, de conciencia y de raciocinio, que el
psicoanlisis ha investigado como un polipero de extravagantes excrecencias. Es
el olimpo cotidiano, el medio natural en que las ideas mticas nacen, se
desarrollan y mueren. Pero tambin esa mitologa que forja la imaginacin
popular, esos fantasmas tangibles con que reviste de prestigio a instituciones y
personas, o las reniega abiertamente, son los sobrantes del gnero en que se
recortan las ideas y los sentimientos que logran vida completa. Dioses y diablos
que componen las tres cuartas partes de lo que hacemos, sentimos, pensamos,
hablamos; verdaderos adjetivos y adverbios del lenguaje puro de los conceptos.
En ese sentido la moral, los prejuicios arraigados, la tradicin, el respeto, las
opiniones, las frases hechas, los lugares comunes de toda clase en la
inflorescencia psquica, participan de la cualidad de entes mitolgicos, de
espectros de otras formas de pensar y vivir abolidas. Considerada desde ese
ngulo la mecnica de la vida social y psquica, el indumento inviste la categora
del fetiche. Tal personaje vive en su indumento como en un medio natural del cual
no podra extrarsele sin detrimento de su organizacin, de su significacin y de
su existencia. En el poltico, por ejemplo, cuanto ms se inclina a grabar indeleble
su efigie en el recuerdo de la masa electoral, ha de acentuarse el rasgo del fetiche
hasta llegar a ser la fisonoma, la estatura y el tono de la voz un verdadero
complemento de su indumentaria. Cambiar de lentes, afeitarse, variar de traje, de
zapatos y de sombrero, importara menoscabar perfiles de los ms caractersticos
de la personalidad literaria, poltica y social. No en vano los ms ambiciosos,
aquellos que aspiran a despertar el fanatismo ms bien que la admiracin, se
perpetan en un gesto y un indumento que parecen eternamente los mismos.
Siguen siendo ellos en tanto persisten en su medio, en tanto van envueltos en la
vestimenta que alcanza el doble significado del hbito. La casa en que viven, las
comodidades de que disfrutan, las amistades, las frases estereotpicas con que se
califican las personas y los sucesos, componen la liturgia; y se busca que obren
como prenda de seguridad en la firmeza de los propsitos, en otros trminos, en el
ideal. As, vendra a ser, lo mtico, una supervala de orden mgico, el aura
somtica y el halo cervical que rodea el cuerpo estricto y la estricta preparacin.
Del individuo rebasa al ambiente e impregna las ciudades, las corporaciones, las
entidades, semejante a la claridad de Antgona. Se pone en los ciudadanos-mitos
un sentido superlativo que no coincide con su importancia y significacin, sino
con el grado de propensin a la idolatra de la masa popular. Y engendran esa
caterva de opiniones erradas y de sentimientos apcrifos, que Lord Bacon
clasific en cuatro grandes grupos: idola tribus, idola specus, idola fori e idola
theatri. Con ese criterio, fundamentalmente intuitivo e hipntico, se encomia o
destruye un comercio, una marca de cigarrillos, un libro de versos, un premio de
ciencias, una reputacin. Se juzga, en el estado mental mtico, por las apariencias
y por las impresiones que provocan los objetos. El trabajo mental que consiste en

sopesar y calibrar, en desintegrar un concepto, o en discriminar en matices un


juicio sinttico, es trabajo de la ms alta civilizacin, pues sin duda, como
Nietzsche deca, en fijar esa tabla infinita de valores estriba toda la cultura. A
medida que se desciende la escala en la preparacin cultural de un pueblo, que se
regresa de la capacidad de discernir y se limitan los reactivos del anlisis
elemental, hacia los conceptos enteros, gruesos, disyuntivos, se desanda a un
tiempo la gradacin de las especies. Bueno o malo, blanco o negro, s o no,
caliente o fro, son las formas inmediatas de concebir el mundo reducido a dos
dimensiones. Es el imperio de la materia organizada, de los grandes dioses
teognicos, que precede a la pululacin de los dioses menores, domsticos,
infinitesimales, y cada una de esas figuras condensa el trabajo intelectual de
muchos siglos. La mitologa es una vocacin y una necesidad de llenar huecos en
la estructura y armona del cosmos mental. Con la formacin de algunos dolos,
integrados ante nuestra vista, la arqueologa religiosa y la etnologa pueden
obtener preciosos datos, pero indiscutiblemente en esa cristalizacin de la rama de
Salzburgo de los valores van sacrificados muchos ms bellos motivos de un
desarrollo feliz y positivo. Puede extenderse a los prceres, a la historia, cuando
se les atribuye un sentido inmarcesible, elevndoselos al rango de las divinidades
que no son temibles ni amables. Admitir la enseanza primaria como norma
estimativa del significado de la historia, de la comprensin de los hechos, y al
mismo tiempo del relieve topogrfico del espacio en que ocurri, es contribuir a la
gesta de los mitos. De la asignacin inicial de los valores con respecto al mito,
puede resultar una modalidad de apreciacin, de criterio, que entorpezca o facilite
otras funciones mentales aplicadas a las ms dismiles especulaciones. Pues no
slo basta falsear la historia para robustecer el espritu nacional, sino que tambin
es suficiente para ello alterar el sentido verdadero de la historia.
Esos mitos surgen espontneamente procreados por la palabra y la
tradicin, aunque ms regularmente son transmitidos por la autoridad del maestro
y la buena fe del catecmeno. Los forjadores de mitos manes, lares y penates son
los oradores, los escritores y los gobernantes. Ellos dan, con su influencia, cuando
no es confrontada por el juicio recto, un sentido de orientacin, una clave de
interpretacin, conforme al ideal del lder, a los conocimientos ordinarios, al
propsito que se persigue. El pueblo recoge esas palabras y esos gestos y sigue
viviendo en torno de ellos, como sigue pensando en torno al idioma que habla.
Naturalmente, se trata en este orden de ideas de la formacin de mitos
transpersonales, como el Quijote lo es con respecto a Cervantes. Nuestros
prceres no corresponden a la mitologa; sus actos, un poco ms: pero
ntegramente caen en ella las obras a las que dieron vida, los temas que trataron
con su conducta, su prdica o su ejemplo. Rivadavia, Sarmiento, Mitre, Rawson,
Avellaneda, Pellegrini algunos pocos ms, crearon mitos en cuanto hicieron
respetar como dogmas de una religin argentina dolos extranjeros que no
hablaban a la fe nacional; obtuvieron que se admiraran y adornan los simulacros
de instituciones que existan en otros pases olmpicos, pero no en este Ida de
urgentes necesidades. Donde encontraron que carecamos de algo correspondiente
a rganos que funcionaban bien desarrollados en otras latitudes, colocaron en el
sitio la imagen de lo faltante. De esa manera los romanos construyeron la clula
del panten de los dioses aborgenes. Pero si por all eran dioses vivientes, que
participaban de las luchas de troyanos y griegos, aqu resultaron divinidades de
contrabando, esterilizadas, momificadas. Con una tabla de valores a la vista, se
fueron forjando las divinidades propicias, bajo el rtulo de Civilizacin. Y al

mismo tiempo se destronaban los dolos locales, autctonos, bajo el anatema de


Barbarie. No se cambi con eso lo que formaba el substrato de la religiosa
idolatra del brbaro, sino la liturgia del brbaro; y no se incorporaba la fe ni los
nmenes sino los iconos y el ritual. El panten de esos mitos no tena significado,
vitalidad, demiurgia, eran fantasmas. Sin embargo, se lleg a creer en ellos y a
rendrseles culto. Se organiz el rito de esa mitologa de los nuevos dioses de la
cultura, y el oficio corri por cuenta de las mnades. Mas as como en algunos
smbolos litrgicos pueden rastrearse reminiscencias del culto flico y de los
sacrificios humanos, as en las formas de auspiciar, acoger y defender los
smbolos de la cultura, pueden rastrearse las huellas de la primitiva divinidad
escamoteada. Esas deidades universidad, banca, industria, literatura, etc. ,
con el transcurso de los aos, no ms que de los aos, iran deformndose en un
regreso a las formas ancestrales, segn un proceso que Mendel fue el primero en
estudiar; hasta que es ya muy difcil separar las formas hbridas de las de
genealoga pura. Los dioses han tomado la forma de sus hornacinas.
El lenguaje mtico es el ms adecuado para hablar de los mitos y para
entenderse a fondo, como es menester.

LAS TRANSFERENCIAS DEFENSIVAS


El temor al ridculo es una autodefensa, por el ejercicio cotidiano de
posturas artificiales. Nace de la actitud de contemplar la vida y de vivir en carcter
de espectadores-actores, algo retirados de la intriga, con frialdad y con recelo. Lo
ridculo en que cae de bruces el ingenuo, requiere siempre una necesaria
indulgencia como las formas de las zancudas. Muy prximo de lo cmico est
inclusive el dolor, si es que distan slo un paso lo ridculo y lo sublime; y en los
gritos de la madre que ha perdido su hijo est lo grotesco para el espectador
despectivo. Pero lo humano anda por ah, y la represin de los sentimientos
totales, el observarse padecer y obrar, es signo de un temperamento de actor sin
contrata. De la sistematizacin de esa actitud impermeable, nace el temor al
ridculo como un estado de desconfianza que tambin denuncia la propia
ridiculez. El que vive fingiendo sin saberlo, sin autenticidad, a cada instante
barrunta la sonrisa del que est en el secreto de su posicin verdadera ante las
cosas. Esa actitud del actor inseguro de sus mritos, del hipcrita, lleva como
ingrediente la conciencia de una mstica, sustancial superioridad con respecto al
papel que se desempea. La actitud defensiva por sobre todas es la broma. No hay
mejor manera de ocultar una bajeza que hacer un chiste. Ya Homero pint al
contrahecho deslenguado, que aprovecha la coyuntura que cree propicia para
insultar la majestad del grande, en Tersites. La broma, en ltimo anlisis, es la
artimaa para distraer de lo fundamental, el recurso a que apela el hipcrita que va
a ser descubierto, el canto del tero. Mediante la broma da a esa realidad seria un
disfraz jocoso, la arranca de su plano humano y trata de empinarlo al plano de la
ficcin.
Hay una condicin histrinica en cada tipo desacomodado; de ah al
cinismo, tambin media un paso en la lucha por la vida. Para triunfar hay que
comenzar despreciando la propia estimacin, el valor de los propios bienes, lo
cual se consigue con el herosmo y por la vileza histrinica. El histrin es un
terrible defensor de su personalidad y la tendencia al chiste una red de
alambradas. Pero es tambin un ser teatral aquel que se reconoce por cualquier

motivo inferior al puesto que ocupa, y la broma para l es una evasiva, un


esguince, una direccin fallida hacia la que desea desviar el inters central. El otro
polo es el herosmo, que en la vida sin altura es simplemente la importancia
exterior del cargo. Un funcionario fabricado por obra y gracia de un amigo
influyente, se recubre de esa mscara de dignidad y queda a la expectativa del
ridculo, que espera ver aflorar en la ms leve insinuacin de las palabras y los
gestos. Su parquedad de hombre prevenido le sita fuera del alcance de los tiros
certeros, y el temor del ridculo le conduce a la ridiculez de poner por delante el
decreto de su nombramiento.
En muchos casos las funciones se han hecho tcnicas por aquella misma
fuerza de las circunstancias que hace de un hilo largo un problema diablico de
nudos. Y el funcionario que va a desempearlas es desde el momento de ser
nombrado, el histrin del cargo. Tomo este ejemplo porque la vida argentina es la
administracin pblica. Napolen era Napolen en Santa Elena, pero un general
fabricado en acuerdo de ministros es la contrafigura de un general. Este senador
sabe que es un producto del fraude o que carece de sustancia senatoria y contesta a
las recriminaciones con el sarcasmo, o haciendo valer sus fueros. Aqul se
parapeta tras los galones y mete por delante, como una tranquera, las jerarquas y
el escalafn; ste se esconde detrs de su banca y espera las veinticuatro horas que
traen indefectiblemente consigo la prescripcin por olvido. El jefe de Reparticin
que ha sido encumbrado por manejos de comit, cuando se le advierte que
desacierta en su gestin, cierra los ojos y grita que viva el partido que lo protege y
el presidente que lo nombr. Estos tres actores de baja ralea son los protagonistas
de nuestra comedia del poder, y como entes colocados ms all del ridculo,
predican con el ejemplo de su xito que el ridculo verdadero est en empearse
en vivir con franqueza y en resignarse a desempear con correccin el papel para
el que se ha nacido.

HISTORIOGRAFA
La investigacin de la historia, la compulsa de los documentos y la
bsqueda del dato preciso en los archivos, dio origen a la ordenacin de
materiales que se denomin la historia. No iba dirigida la investigacin a
rectificarla y alquitararla sino a hacerla. El ejercicio crea el rgano. A medida que
aument el nmero de las piezas utilizadas, y se las clasific, la historia tom
volumen, tuerza, fisonoma y sentido. En el cmulo de elementos heterogneos se
coloc el inters, que lleg a depender de la cantidad, pretirindose poco a poco el
valor de los hechos, que se doblaban desfigurados bajo el peso de los documentos.
El mtodo lleg a ser la sustancia. Nuestra historia est en la paleontologa y en la
etnografa, en aqulla ms por su rea, especimenes e importancia; y el historiador
hubo de limitarse al trabajo de pala con que se desentierra el fsil en las guacas de
las bibliotecas. Se acopian datos como se coleccionan estampillas o se acumulan
hectreas y cabezas, y a ese trabajo de operarios se llama historiar, como a esos
materiales que se buscan se les llama historia. No hay historia, pero habiendo
historiadores tarde o temprano tendr que haberla, como habiendo brujas tiene que
haber demonios por intrnseca necesidad. Lo mejor que se ha hecho en historias es
la biografa, desde el Facundo hasta el Belgrano, con las diferentes Memorias
autobiogrficas: lo dems es el inventaro de los enseres de la casa del prcer. Sin
embargo, la exactitud del dato no es un valor sino con relacin al valor del hecho.

La exactitud en la investigacin puede constituir un sistema de lgica, pero no de


sentido. Y la historia faltar, aunque su estudio responda al ms riguroso mtodo
cientfico, si falta la sustancia mter.
Hay que remover una pirmide de materiales inexpresivos, contradictorios,
en torno de sus lemas para que en resumen lo meritorio sea el laboreo y no la
mina. Si los hechos no tienen historico sentido es preciso que la abundancia sea
importancia, convirtiendo el problema de la confrontacin en un problema
ontolgico. Se ha inventado una literatura, que no existe, con tal sistema, a fuerza
de compilar materiales que se desecharan como marginales o negativos de la
historia literaria en dondequiera que existe de verdad. Slo donde no hay literatura
ni esttica, esas obras pueden ser historia de la literatura y de la esttica. Mucho
ms importante que la historia argentina es la historiografa; la historia de los
historiadores s despierta inters. No se concibe que pueda llegarse a una
inversin semejante de los verdaderos valores de cultura, a la tergiversacin
sistemtica de lo que significa civilizacin, grandeza, hecho trascendental,
fisonoma histrica, humanidad. Si Nietzsche pudo descubrir los inconvenientes
de esta clase en los estudios histricos, no obstante referirse a investigaciones
hechas en los ms ricos yacimientos, nosotros podemos hablar de los
inconvenientes de la historia en las disciplinas de la inteligencia y en la formacin
del carcter. Dentro del mismo vivero de la historia autntica, el mtodo de
ordenacin, anlisis y compulsa conduca inevitablemente a formas rgidas de
especialistas embalsamadores; el mismo mtodo, sin el sistema de hechos y de
sentidos, conduce al simulacro intranscendente de la historia, a la superchera de
la especialidad. Porque aplicando la misma cantidad bruta de trabajo, a estas
investigaciones, se llega a la falsificacin, no de los hechos sino de su valor, no de
las personas sino de las personalidades. Reemplzase la inexistente verdad
humana de los asuntos y de los personajes, con la lgica y la didctica.
Nadie ha dicho la verdad sobre Alvear, Pueyrredn, Rondeau, Gemes,
Mitre, Urquiza, Lavalle, Dorrego, Rosas. Sus figuras autnticas son tab. Ni Paz
resiste un anlisis exhaustivo sin diluirse en el tumulto de acciones contradictorias
y desconcertadas. Fuera de la historia militar, el comercio, la ciencia, la cultura, la
diplomacia, la poltica, no han alcanzado la categora de procesos histricos, ni
siquiera de asignaturas.
No todos les pases han producido historia; unos la hacen, otros la viven,
otros la falsifican; nosotros la escribimos. Por eso la historia suramericana en
general se detiene en el umbral de la historia y termina su inters cultural en el
ltimo acto de la prehistoria. Ameghino fue nuestro ms grande historiador.
Lafone Quevedo y Outes estn ms cerca de ella que los catedrticos que la
elaboran y luego la explican. Los que se han ocupado de la formacin didctica de
una historia que no interesa fuera de los lmites geogrficos de la nacin, de las
aulas y de los crculos polticos, acuan monedas de circulacin clandestina,
verdaderos monederos falsos de las enseas de tipo legal y universal, porque
ponen sus propias efigies en el cuo y dejan en blanco el exergo como quien se
prepara su pedestal.

LAS CARICATURAS
Cuando despunt un nuevo estado de cosas en los negocios, la edificacin,
los medios de transporte, etc., la moral sexual se revisti de una exagerada

dignidad. Para sepultar todo el pasado, el presente levant sus murallas. Cada ser
se clausur en su sexo; se prohibi hablar y aludir a tales temas; se fabric otro
tab adems de los muchos que ya tenamos. La honradez sera norma hasta de la
sensualidad, y la mujer encarnara, algo a deshora, el tipo clsico de la virgen y
madre.
Nuestra garonne es una muchacha virtuosa, que custodia su virginidad
con heroica entereza. No ha dejado de ser antigua y ya es moderna: sobre sus
sentimientos del honor castellano pone los atavos de la ltima moda. Fuma, lleva
cabellera corta, exhibe la pierna hasta el muslo, viste polleras transparentes y se
pinta ojeras de noche insomne: aparentemente es una mujer mundana, pero para
llegar a la idea trivial que se forma de los afrodisacos que brinda hay que vencer
a una vestal incorruptible. El cinematgrafo y los figurines muestran una fase de
esa vida valiente de Norteamrica y Europa, de toda la posguerra: pero ella cree
que un cambio en las costumbres es simplemente una moda. Conoce todos los
refinamientos de la concupiscencia, las novelas erticas, usa cosmticos y afeites
que sera cruel emplear para una frvola exhibicin: en compaa de parientes
respetables se arriesga en las playas y en las confiteras, en los salones y en los
clubs, al simulacro de la vida generosa. Pero all donde la mujer liberal, a la que
copi esas actitudes y tentaciones, se entrega, saluda y se va con el amante, ella
resiste y salva el honor. La segunda fase de las pelculas y las ilustraciones queda
a cargo de las otras mujeres que tampoco se ven.
Adopt las exterioridades de las vampiresas de cine y los modales de las
artistas de variets, sin abdicar en absoluto, imperturbable en su papel de pobre
doncella de comedia espaola. Es honesta porque sigue siendo la tapada, la
hembra detrs de la reja, y se disfraza de lo que no es, de lo que no le gusta ser, de
lo que no ha visto en los figurines de modas que las modelos sean. Esa
insinuacin valiente, de flapper y demimondaine, un alarde de la cobarda,
enchapa a la mojigata sin generosidad y sin belleza. Hace todo lo que las mujeres
que viven con desenvoltura, pero no se entrega. Si ha cado ya, como se dice en el
lenguaje de nuestros puritanos de capa y espada, aparenta con renovado tesn la
comedia de una honestidad de ropa interior. Vuelve a ponerse el disfraz de la
honestidad standard, Pero esas fuerzas censuradas no se someten de grado; haban
de desatarse en estructuras sociales anmalas, descargando sus deberes en los
comercios del amor prohibido.
Sobre la sociedad recaeran las culpas de que ellas quedaban exentas, los
males que sorteaban en un juego taurino. La prostitucin en que deleg deberes
imperiosos, fomentando su inconcebible propagacin: el casamiento como horca
caudina; la monogamia sin vocacin de fidelidad: el adulterio juzgado pasible de
pena de muerte; la absorcin de las profesiones liberales en el magisterio y las
aulas de letras; la invasin de los estadios de deportes, fueron las venganzas de la
nmesis colectiva. Se haba logrado un trmino medio de moralidad muy superior
a la normal; el hogar se haba consolidado; la mujer haba obtenido su respeto; el
hijo tuvo asegurados apellido y educacin; pero ninguno de esos bienes se
lograron sin el pago de tributos humillantes, sin la fermentacin de males mayores
quiz. Esas estructuras significaban en el orden social con el que avanzaron en el
mismo proceso de imanacin de elementos exticos, represiones, semejantes a las
de la libido, y sus neurosis las experimentaran los edificios, las revoluciones, los
hospitales, el trabajo, la cultura. El sexo reprimido tom la conformacin de
inmensos rganos institucionales y de complicados aparatos de cerrajera.
Apariencia y no verdad, corteza y no jugosa pulpa, hasta cotizar ms la virtud

envuelta en mallas impenetrables que la sincera voluptuosidad de la buena salud y


de la alegre juventud sin perversiones mentales y utilitarias.
Esto mismo puede advertirse, con un poco de cuidado, en las dems
manifestaciones de la vida; porque faltando la sustancia verdica, la clase de las
sangres puras y la costumbre de distinguir al tacto sin llevarla a los colmillos la
buena onza legal, hemos dado valor a las mscaras, a los fantasmas y a la
prestidigitacin. Basta recorrer sin apresuramientos las calles. Los edificios que
tienen estilo ms o menos puro, son los que desentonan. El conjunto habla un
lenguaje abigarrado de formas arquitectnicas, y el estilo castizo representa lo que
las palabras afectadas, en desuso. El estilo verdadero es la promiscuidad de
muchos, y contra l resalta como postizo el estilo verdadero.
Insensibles a los sentimientos estticos que, por ejemplo, provocaban una
repugnancia casi fisiolgica en Ruskin ante la imitacin de la piedra, del mrmol
y, en general, ante la mistificacin de los elementos de construccin o de
composicin, hallamos natural lo que es falso. Un frente imitacin piedra,
imitacin mrmol, imitacin o mistificacin, en fin, nos deja tranquilos, y aun
sirve en los avisos comerciales para realzar las propiedades, que valen segn lo
que imitan. Ha sido necesario que nos habituramos a reemplazar las cosas
naturales y verdaderas con las aparentes y apcrifas, pues peor hubiera sido
conformarse con la verdad. Lo exterior es siempre de un estilo distinto a lo
interior. Naturalmente, si todo eso puede causar disgusto al artista de cepa, al
artista en calcos tiene que causar secreto disgusto la verdad del original, lo que
afirma su existencia desnuda. En la imitacin, en la adulteracin hbil, en el
fraude ingenioso, en los espejismos que consuelan la vanidad herida, sentimos
cierta seguridad de camino conocido, que impregna la conciencia hesitante del
propio valer. No nos engaa lo ficticio, sino que nos desengaa lo cierto y veraz.
No podramos ser de otro modo; y en vez de tratar de encontrar nuestra propia
expresin, la rehuimos y buscamos la mistificacin, hasta que resulta de ella un
sistema complicado y hasta interesante, que abre su tienda, colecta sus proslitos y
concluye funcionando como la verdad sin velos.
Cada caudillo acuaba sus monedas, en tanto que la moneda nacional de
uso corriente era el cuero, la cerda, la tierra y los gneros. Por todas estas extraas
razones, se aprende de una filosofa las voces tcnicas, se reniega del maestro en
su mismo estilo, se reduce la preparacin docente al conocimiento de esquemas y
de ndices y se encuadernan los libros para amortajarlos decentemente desde el
estante. El manejo de las frmulas exime del entendimiento del sentido, la
filosofa se provee de revistas bibliogrficas, y la ciencia vive un poco a la moda
del da. Pero falta la sangre, la raz, la fe para que esas formas huecas vivan y se
trasmitan. Viviendo de ese prstamo de las culturas colaterales de la nsita
vocacin, algunos escritores tienen el estilo de las traducciones de los buenos
autores a las malas ediciones mercantiles. En escritores que se precian de sencillez
y rusticidad, se admira el clsico estilo de la editorial Maucci Hermanos.
Traducida al espaol cualquier obra pierde sus valores autnticos y se convierte en
un centn de frases, con lo que entra a jugar un papel de prosa original, ruda.
Versos de Whitman y Claudel se convierten en prosa seccionada arbitrariamente;
novelas de Lawrence y estudios de Freud dan lugar a contrafiguras literarias de la
ms inconsciente pornografa. Como es difcil imitar las ideas, se imitan las
formas, y el xito de las escuelas de vanguardia fue, en gran parte, entre nosotros,
sin el contenido de los artistas creadores, sin los valores nuevos sustitutivos de los

viejos, el regocijo de descubrir en los poetas extranjeros el estilo de las


traducciones baratas.

LA CIENCIA DEL IMPROVISADOR


Nos caracteriza, quiz entre todos los pueblos, la rapidez de concepcin y
la ligereza con que captamos hasta lo ms hondo las alusiones sutiles,
particularmente si se refieren a la estima ajena de nuestros mritos. Como los
marineros que en Atenas, de primera audicin, perciban las veladas alusiones de
los dilogos aristofanescos, nuestros campesinos toman y replican en dilogos
agilsimos, las ms sutiles intenciones. Sin embargo, no creo que esta felina
elasticidad mental y verbal tenga que ver con la inteligencia, cuyo paso verdadero
parece ser el de los plantgrados hiperbreos. En ltimo trmino, tal virtud de
hombres de cuchillo no rebasa el crculo de la defensa personal y el que juega en
una finta sin duda ingeniosa y vivaz, no podra transportar esos movimientos al
juego de interrogar y responder al mundo. Despus de cierta distancia la
resistencia fsica es tambin agilidad. La fina sensibilidad de percibir el filo ms
delicado en la yema del pulgar, est relacionada con la propia persona y no con el
mundo.
Una forma de vivir alerta, haciendo centinelas de nosotros mismos, es
tambin una hermosa predisposicin, pero sin duda conduce a la improvisacin
ms bien que a la tcnica, a la formacin de un temperamento ms bien que de un
carcter, a la intuicin ms bien que al raciocinio. Esa rapidez de pensar y
reaccionar, da un poco de su ritmo a la vida, y cierta sensibilidad de cutis facial a
la cultura, enriquecindola de superficie y de error, pues la sensibilidad de las
verdades corresponde a los rganos profundos. Vivimos apurndonos, con un
pequeo plus de aceleracin superflua, que permite aguardar, ya sentados en el
punto, la llegada del fin de la frase. Por eso nuestra existencia est situada un poco
por delante de nosotros y, como se gustaba decir cuando las innovaciones de
Rivadavia, tironeando del futuro. Cualquier adolescente descubre la superchera
antes que el adulto trabajado por otro sistema de vivir y de responder ms lento:
quienquiera es capaz de dar un sesgo de su modalidad genuina a una deduccin,
sin que su innovacin tenga existencia independiente y pueda perdurar ms all de
su persona. Apurarse es improvisar, improvisar es morir, con belleza si se quiere.
Vivir no es correr, ni pensar con prontitud; es desarrollarse en un espacio
personalsimo, con una funcin personalsima, en un tiempo personalsimo; ms
bien demorarse un poco, apurarse despacio y marchar sin olvidarse de nada.
Mientras el alma no se detiene hesitante, no se ha penetrado en el sentido
sustancial de los hechos, y cierto tiempo es menester para que se conjugue el
pensamiento con la realidad. Nuestro modo de ser es acaso una forma espiritual en
un mundo nuevo, donde esta todo por hacer, donde se ha construido mucho para
llenar baldos, ocupndose los edificios a titulo precario hasta la llegada de los
verdaderos dueos. No importa que el mundo vaco sea un mundo antiguo y que
el constructor aparezca mucho antes que el habitante definitivo. Podemos llamarlo
nuevo, porque frente a l la improvisacin tiene la fuerza de levantar algo que
sigue en pie. Esa voluntad de hacer tiene el afn de concluir la casa, de terminar
de arreglarla y de instalarse de una vez en ella; pero hay mucho ms de cierto
indescifrable disgusto de vivir, en la actitud de tirar tan desconsideradamente del
tiempo y las cosas. Falta la confianza en s mismo, la seguridad indispensable para

esperar el buen fin de una obra empezada y de largo alcance. Faltan las
comodidades que ofrece toda vivienda que alberg otra vida, la quietud de un
mbito perenne.
Esa prisa impide ahondar, afirmar el pie, contemplar; se est de vuelta,
esperando, en vez de caminar. La inteligencia debe apresurarse a encontrar sentido
a los hechos, tiene que interpretarlos antes que se expresen en su ritmo de cuerpos,
ms lento que el de las ideas, con temerosa precaucin. Es menester improvisar: la
variedad de las formas que constituyen la vida circundante y la parquedad de las
notas de la realidad ambiente, imponen a la inteligencia que complete ese cuadro
que no exige emplear a fondo las cualidades de pensar, sentir y obrar, sino
interpretarlo en sus signos superficiales y dudosos. Ante un mundo de datos muy
simples, la inteligencia se encuentra dotada de necesidades ilimitadas de accin, y
capaz de ejercicios ms enrgicos del que las cosas le exigen. El mundo es
sencillo y el alma complicada, como en los buenos tiempos en que la erstica daba
sostn al universo. Es preciso completar prrafos sin sentido, concluir otros
inexpresivos y, en fin, interpolarle un apndice de invencin al texto mutilado. En
tal sentido, el improvisador es un ser que supera la fase tcnica del mundo de su
alrededor, que ensaya y yerra. Frente a un conjunto de formas embrionarias, en
vez de entrar a l con cautela, decide penetrarlo e imprimirle sus personales
formas, convirtindolo en una herramienta para la plenitud del propio esfuerzo. Al
mismo tiempo el improvisador es la herramienta providencial de ese conjunto de
masas estticas y de baldos, que quieren ser llenados. Las cosas, por tanto,
ensayan y yerran con el hombre. An no se ha establecido entre nuestro mundo y
nosotros el equilibrio de una mquina. Estamos todava en el perodo hesidico de
la improvisacin cuando el aedo tiene ante s los materiales de la realidad y no sus
problemas; en los primeros pasos de esa serie que termina en el taylorismo,
cuando el hombre pasa a ser el poema gnmico de las cosas.
Hay una poca del mundo en que ya no es posible sino cambiar apenas,
modificar muy de a poco; y otra en que lo urgente es hacer, crear, armar con prisa
y a grandes trazos: la poca de los deberes muy tarda con respecto a la de los
derechos. Aqul es el mundo del ingeniero y del estadista, que han de servirlo
aplicndole frmulas cuya exactitud es condicin esencial del xito; ste es el
mundo del pioneer y del mago, donde la realidad tiene antes que ser hecha y
llevada a sus estructuras concreta respondiendo a su enftico Fiat! Aquellos
hombres son los tcnicos y operan en funcin del medio que se les impone con
fuerza concertada, mecnica: stos reaccionan sobre las cosas en funcin de s
mismos e improvisan con la cabeza y con las manos. Son los demiurgos, que
acaban por convertir en ciencia su experiencia, mientras las ciudades se pueblan y
los intereses se complican en un movimiento coordinado, por fin libre del creador.
Una realidad que est an por adquirir fisonoma es una prerrealidad maleable, de
la cual slo es posible intuir vagamente lo que podr ser cuando se condense y
organice hasta ese punto en que ya no es posible crecer ms, sino desarrollarse: en
que los cuerpos dejan de estar meramente situados y funcionan autnomos segn
leyes csmicas. Cara a cara de ese mundo sin formas concretas, el hombre es un
ser concluido que va a imprimirle la forma de su mano, hasta que la realidad sea
una hiptesis y su mano un azar, hasta que la realidad sea un mecanismo y su
mano una aceitera.
El ingeniero de este mundo plstico es el caudillo, en quien se condensan
las potestades del pioneer y del mago. Bajo cualquier aspecto que haya de revestir
segn las pocas y las circunstancias, el tcnico de esa realidad anodina, ms

fuerte que ella y capaz de imprimirle un sesgo de su talento de improvisador y de


su voluntad de creador, es el caudillo, el antiingeniero. Tuvo su papel seoril y
corporativo en el pasado; hoy su campo de accin se ha diversificado con arreglo
a divisiones empricas de la realidad, en la poltica, la ciencia, la economa, el
arte; y al anlisis espectral de dos lneas fundamentales que coinciden con los
caracteres tpicos del payador y del baquiano. Supervive an como tcnico de un
mundo sin estructuras metlicas.
Estos tres protagonistas de nuestra historia y nuestra cultura, que ya estn
ubicados en su debido lugar en Facundo, son las hipstasis del improvisador
osado, del magistrado, del funcionario y del lder, que intentan en el ejercicio de
su funcin, preludiar un aire nuevo, de estilo personal agregndole su persona al
texto inconcluso de la realidad. Lo que poseemos de seguro, de conquistado al
azar indgena y de mejor y ms adecuado al texto, procede de su faena. Frente a
ellos, los improvisadores inspirados en tcnicas consumadas desafinan como
payadores de mal odo. El camino abierto a machete, segn la intuitiva ciencia del
baquiano, lleva a ms lejos que las lneas telegrficas, como el caballo aventaj al
automvil en la prueba de los caminos de tierra. Todo lo que se aparte de esa
baqua, disuena como instrumento fuera de su partitura. Nuestro mejor poema est
escrito en estrofas de payada, y es la obra de un payador; nuestros hombres ms
grandes fueron aquellos autodidactos hechos en la realidad autodidctica, y que a
travs de un caos tnico, poltico y econmico, sealaron un buen camino de
herradura, bien seguro hasta donde era posible. El ingeniero segua las huellas de
su andar, y los que transportaban bloques de otras culturas obedecieron tambin al
afn de improvisar, aunque con menos baqua.
Ahora los improvisadores estudian las teoras de otras realidades, las
frmulas surgidas de otros sistemas de cosas, para adaptarlas a nuestra realidad; y
despreocupndose de los problemas argentinos buscan las soluciones europeas.
Por muy perfectos, vuelven a caer en la tcnica del improvisador. As el baquiano
y el payador se han desnaturalizado; y al perder contacto con la tierra ese aire
nuevo que presuntuosamente quiere reemplazar a la adivinacin y a la inspiracin,
destaca la novedad del estilo personal sin ninguna eficacia. La maquinaria es
corroda por la intemperie y oxidada cuando no trabaja entera sino en una seccin
de su mecanismo.
En la poltica y en las finanzas es donde ms claramente resalta la
vocacin irrefutable a improvisar; all donde no es aplicable una mecnica de urbe
cosmopolita y de clculo exacto, por las modalidades ambientes. La vastedad de
nuestro paisaje permite el clculo por aproximacin y el error sin consecuencias
inmediatas. Despoblado, erial y manufactura son los mrgenes en que el error no
tiene consecuencias graves, y al mismo tiempo las incgnitas que ilustran la
eficiencia de la matemtica. Son los mundos ms informes, los ms recientes, los
que an no han sido explorados ni sujetos a sus nomos peculiares, los que
constituyen la materia de experimentacin; terrenos que esperan an su mapa y su
catastro.
El ejemplo ms ntido puede tomarse de la poltica. Nuestra poltica
aplicada, de multitudes, incorporada a la ciencia del gobierno, dala de muy poco
tiempo; de cuando el voto secreto y obligatorio pudo constituir todo un programa
de Estado. Entonces se concedi a nuestro pueblo una categora democrtica, un
derecho inusitado; y al gobierno se lo consider como un novum organum, como
una ciencia nueva. La teora era perfecta, pero no se contaba con tcnicos capaces
de hacerla funcionar, adaptada al estado de cosas creado por la ley electoral, a la

nueva realidad. Para su aplicacin a la realidad tuvo que acudirse al idneo y para
ello ese instinto tan fino de nuestros ciudadanos, encontr su hombre
representativo, el poltico de baqua que conociera los meandros del mapa del pas
y de sus habitantes, por donde la teora haba de fluir e internarse. En el nuevo
estado de cosas, el mago improvisador fue otra vez el caudillo, payador y
baquiano a un tiempo. Hizo de la ley escuela de su propia carrera, y bajo un
rgimen sin grandes fallas restaur los viejos regmenes que casualmente se
trataba de abolir con la ley. Rebajado desde su altura terica al plano del ms
misterioso atajo por la selva, todo un programa se concret en un hombre, como
todo un ejrcito se confiaba a la pericia de baquiano. Sin embargo, el sistema no
haba sido puesto en vigor con tal fin; ese fin fue la continuacin imprevista de la
teora y el baquiano que se desentenda de golpe de la ciencia del gobierno, daba
la razn a los imponderables que haban hecho posible, en resumen, una creacin
legislativa para destruir la realidad.
Delante de los improvisadores estaba todo un sistema que no funcionaba
ya, residuos de doctrinas fuera de moda, ruinas de partidos que pasado su perodo
de tanteo, hubieran forzosamente entrado en la tcnica correspondiente a la era del
clculo; pero haba fracasado de una vez por todas la tentativa. La ciencia del
baquiano ofreca una eficacia y una moral, en su simplicidad que no poda
esperarse de los partidos doctrinarios y de principios.
Y frente a la poltica, el mundo econmico a la manera de su cara
posterior, de la trasluna que no se ve. Ninguna experiencia particular ni colectiva
poda servir de base al estudio y la prctica de las finanzas, ni la teora filosfica
tena nada que ver con los materiales a manejarse. Por tradicin, el gobierno de la
hacienda pblica era cuestin de buena fe y de baqua. El caudillo hubo de vestir
aqu la indumentaria del estadista y del financista reservndose para salir de los
aprietos su vieja tctica de payador. La fundacin de Bancos que crecan
acromeglicos para quebrar de la noche a la maana sin que fuera posible
descubrir las causas de la fractura, fue un procedimiento casi invariable. Los
impuestos decretados o sancionados sin previo conocimiento de la capacidad
econmica de los contribuyentes, ni de las fuentes de produccin que no se
agotaran con el gravamen, sustituy al clculo. Donde se exiga el estudio previo,
la ordenacin de los materiales y la investigacin de eficacia aparente y de cierta
impracticabilidad. Puede tomarse como ejemplo el aumento reciente de las tarifas
postales, que redujo a menos de la mitad el trfico de la correspondencia. Se
autorizaban emisiones, se concertaban emprstitos, se proyectaban presupuestos
sin antes haber estudiado las fuentes de renta, la resistencia de las industrias, del
comercio y del trabajo, ni la verdadera necesidad de las inversiones. Sin conocerse
las posibilidades de la riqueza pblica y privada, se contraan compromisos con la
nica solvencia del futuro, del que se sigue tirando desconsideradamente. Los
emprstitos eran el margen del error, la operacin para el cierre de saldos, y
cualquier falla de clculo se subsanaba con acuerdos especiales y con la socorrida
frmula de importar oro amonedado a cuenta del maana, o sea, de soluciones
hechas a problemas sin plantear.
Quedaron vetas de recursos acaso cegados para siempre y otras, exhaustas,
siguieron suministrando dinero a las arcas famlicas del erario. El erario tena que
sostener la pompa del espectculo y responder mediante las recaudaciones al
crdito exterior. Cuando Pellegrini funda el Banco de la Nacin y crea la Caja de
Conversin, pareci haberse entrado en el perodo de la tcnica y cancelado el de
la administracin emprica. Todo haca suponer que los males prcticos hubiesen

concluido, que la deuda consolidada y el valor fijo de la moneda de papel habran


de dar su norma a la verstil improvisacin de los gobiernos. Era una ilusin. La
realidad econmica haba ido acondicionndose bajo el influjo de intereses
perfectamente organizados y extraos a la economa nacional; una secular prctica
de administrar los caudales con arreglo a la intuicin gruesa del estado financiero
y econmico, mientras iban plantendose problemas superiores por la simple
funcin de la riqueza, dejaba al descubierto al financista. El manejo de esa
realidad cuyo funcionamiento no dependa de la voluntad del caudillo, resultaba
difcil. Las crisis aparecieron como fenmenos sbitos y naturalmente
imprevisibles, y para oponer a ese proceso interno, lento y lgico que pareca
eventual, no se hall mejor recurso que apelar a las prcticas mgicas y al instinto
de baqua que duerme en lo recndito de todos. Se renovaron los emprstitos, se
extrajo oro de la Caja de Conversin sin consolidar en otra forma el papel
circulante, se oblig al Banco de la Nacin a suministrar anticipos ilegales de su
tesoro, se lanzaron emprstitos internos y se aumentaron a prorrata los aranceles y
los impuestos nacionales. Por intuicin se ha procedido a modificar las tarifas de
transporte, aumentndolas; por intuicin se han resuelto las tres cuartas partes de
los problemas edilicios, econmicos, polticos y educacionales; teraputica de
urgencia encontrada hecha en otros pases, antes de formularse correctamente los
diagnsticos.
En tanto aquel mundo pretrito era mera llanura, selva y tierra anegadiza,
lugares intransitables y lugares a trasmano, el baquiano poda guiarnos; en tanto
no tena ms que las formas y las tintas crepusculares de la cultura, el payador
poda interesar al auditorio y salir airoso de sus tropiezos de asonantes. Pero ese
mundo fue hacindose rgido, mecnico, categrico, y el hombre qued retrasado
a su marcha. Estaba distrado, construyendo, armando, acumulando materiales,
mientras esos materiales libres de sus manos, se organizaban y distribuan con
arreglo a pesos especficos y a leyes arquitectnicas universales; a fuerzas internas
cada vez ms exactas e indefectibles.
Desde su descubrimiento, stas fueron las tierras de la aventura, y la norma
impresa perdura por dentro de todas sus instituciones como su pecado original. Lo
nacional sigue su lnea genealgica y lo financiero, monetario, econmico y
mercantil, sigue sus leyes internacionales y crematsticas. Su ltimo aspecto es, a
travs de los colonos y los hombres de empresa, introducir en ella la novedad de
sus personas hasta hacerle tomar la forma de su intencin. Contra una naturaleza
indmita que repela el uso de las tcnicas consumadas, el improvisador era el
demiurgo. Mas hoy no tiene fuerza para manejar esta realidad en movimiento. En
la lucha por la formacin de nuestro pas, lo que se ha hecho es superior a lo que
se ha pensado y aprendido; y lo que llamamos crisis, problemas econmicos
delicados, falta de industrias, bajos precios y altas tarifas, analfabetismo,
despoblacin, inestabilidad de los bienes y de la vida y predominio de los
capitales desvinculados del destino nacional, es la derrota del improvisador.

CIVILIZACIN Y BARARIE
Los creadores de ficciones eran los promotores de la civilizacin, enfrente
de los obreros de la barbarie, ms prximos a la realidad repudiada. Al mismo
tiempo que se combata por desalojar lo europeo, se lo infiltraba en grado
supremo de apelacin contra el caos. El procedimiento con que se quiso extirpar

lo hbrido y extranjerizo, fue adoptar las formas externas de lo europeo. Y as se


aada lo falso a lo autntico. Se lleg a hablar francs e ingls; a usar frac; pero
el gaucho estaba debajo de la camisa de plancha, y precisamente se afirmaba un
estado de barbarie consustancial con la apariencia, convirtindose en materia de
cultura lo que era abigarramiento de las exterioridades de la cultura. Todas las
cartas quillotanas transpiran ese penetrante concepto. Los males eran muy graves,
pero los bienes que se proponan en su lugar, por la imprenta, del sistema de
gobierno, la reiterada imitacin de Virgilio y la hipervaluacin del cosmtico
cultural, resultaron peores todava. Eran los males de la apariencia, de la parodia,
que podran durar vigentes mayor o menor cantidad de aos, pero que al cabo
haban de caer, como el disfraz heroico del coreuta al fin del espectculo, dejando
visible la piel del cabro. Se tapaba con estircol el almcigo de la barbarie, sin
advertir que los pueblos no pueden vivir de utopas y que la civilizacin es una
excoriacin natural, o no es nada. Se ganaba en el tiempo, anticipando largos
perodos del proceso, y en cambio se construa como la herida que cierra en falso.
Alberdi fue el que ms claro vio ese peligro, y su fisiolgica enemistad con
Sarmiento y su pequea figura ante el coloso, es la puntera de David que asesta a
Goliath una pedrada en la frente.
El ms perjudicial de esos soadores, el constructor de imgenes, fue
Sarmiento. Su ferrocarril conduca a Trapalanda y su telgrafo daba un salto de
cien aos en el vaco. Con razn consider el destructor de sueos, su enemigo,
que se haban incorporado con ellos, a la vida argentina, nuevos elementos de
atraso, poniendo la palabra Brbaro en el fastigio de todas las obras de progreso
Sarmiento fue el primero de los que alzaron puentes sobre la realidad; Pellegrini
el ltimo. Aqul es el genuino hijo de la colonia que se revuelve contra la invasin
de las fuerzas autctonas; ste, el genuino hijo del inmigrante que quiso realizar
en las finanzas la voluntad del europeo amante de lo estable contra el desorden
ambiente. Cincuenta aos dura la influencia de cada cual; cuando decae el vigor
insuflado por uno, lo recobra el vigor del otro; y en 1910 hace crisis la ltima
utopa para permitir la revancha de las fuerzas aborgenes vencidas. Viene luego
el asalto en masa contra la lnea de fronteras espirituales, la invasin de un
elemento sofocado cuyo derecho a la vida era irrefutable, y que con Alem ingresa
a la demolicin de las cpulas bizantinas e inicia la vuelta a la normalidad. La
generacin de 1880 es la forma colectiva tpica de esa seudoestructura de
civilizacin, forjada por un infinito amor patritico; el perodo pueril de asimilar
formas sin sentido, dndoles su propio sentido; la etapa infantil. Fue Sarmiento el
primero que en el caos habl de orden; que en la barbarie dijo lo que era
civilizacin; que en la ignorancia demostr cules eran los beneficios de la
educacin primaria; que en el desierto explic lo que era la sociedad; que en el
desorden y la anarqua ense lo que eran Norteamrica, Francia e Inglaterra. El
creador de nuevos valores era un producto, por reaccin, de la barbarie. Hizo
guerra a la guerra, oponiendo el libro a la tacuara; la imprenta a la montonera; el
frac al chirip; a los mpetus del instinto y de la inspiracin del baquiano y del
payador y a los vicios endmicos del campo abierto, la perseverancia, la paciencia
y el clculo. Arranca lo que hay y planta lo que no hay. Facundo fue un libro de
escuela para adultos y Conflicto y armona de las razas en Amrica, su testamento
para la juventud. Su prdica ininterrumpida suministr materiales pedaggicos
para esos prvulos de barba cerrada. Todas sus fundaciones, desde las Sociedades
Protectoras de Bibliotecas y de Animales hasta el Consejo Nacional de Educacin
y las instituciones cientficas, son falanges en combate contra la realidad, la

afirmacin de otra realidad. Quiso violenta, abnegadamente lo que exista en


otras partes; y paladn integrrimo de la veracidad, frente a un estado cuya
autenticidad le afliga, adopt la forma de engaarse como sistema. Convirti su
vida y su mente en la solucin de los problemas argentinos; produjo a todos los
grandes, por colaboracin o por oposicin; hombres, cosas y valores giran en
torno de l. As el general Mansilla, su defensor tambin resentido contra la
realidad, converso y paulino hasta el ridculo, lo llev a la presidencia y despus
sali a la lucha contra el hereje vestido como un dandy. En su maleta de campaa
llevaba a Shakespeare, cuyos versos en ingls embuta en su diario de expedicin.
Se quiso renegar de la verdad, y la tctica de destruirla pareca volverle la
cara y mirar a otra parte. Un movimiento de reaccin se inici en todas las esferas
de la actividad: comenz con la construccin de edificios pblicos y el trazado de
lneas ferroviarias y telegrficas, con la edicin profusa de peridicos, con la
imitacin de los autores de las Analectas, con el uso del crdito, con la lectura de
obras excelsas; y termin con la fbrica de la ficcin, con la emisin sin respaldo
de valores de adelanto. Esa realidad superpuesta a la realidad tom a veces
aspectos de delirio, y es curioso que en el vrtice de tales obras de ingeniera no
se advirtiera la sima que se dejaba debajo. Doce bancos se inauguran en poca de
Jurez Celman; se abren bibliotecas y universidades; crece el valor de la
propiedad raz, la fermentacin del caos agranda las cosas; y todas esas conquistas
fueron las conmociones ideolgicas de veinte hombres ansiosos del
engrandecimiento de la Nacin. Un trastorno imaginativo.
El oro extranjero colm las arcas, aunque no se diluy en el cuerpo de la
economa nacional, del trabajo y de las empresas privadas. El capital afluy
impelido por los alisios de la inmigracin, y sta vino tras el capital, en un
movimiento de perro que quiere morderse el rabo. El crdito suministr material
combustible a la utopa; esos soadores de grandeza eran demirgicos y ricos.
Pero no eran grandes ricos, sino lo mismo que haban sido hasta entonces, con la
misma perspectiva enfrente, la misma casa y el mismo panorama en torno. Contra
el trabajo pirotcnico de la imaginacin, se desenvolva el trabajo hidrulico de la
realidad, que comenz a vencer los puentes, los diques y los artilugios de la
ilusin. Esa crisis sealaba el descenso de las aguas y la formacin de un estrato
nuevo. Toda la teora de este ensueo est contenida en Sarmiento. Los cincuenta
y dos tomos de su obra evidente y cierta corresponden a cincuenta y dos aos de
realidad tambin evidente y cierta. Esa ilusin tuvo consistencia; fue tan fuerte
como para imponerse a lo categrico y conminatorio de la realidad, porque en
auxilio del utopista llegaron con fuerzas de relevo otros grandes que se pusieron a
su lado, frente o tras l. De haber estado realmente solo no se hubiera podido
sostener el jinete sobre el potro. Todos vivieron en el ardor de la aventura y como
Rivadavia, Rawson y Vlez Srsfield, murieron en el ms desolado escepticismo.
Los colaboradores de la empresa de aquel Jasn perfectamente lgico, sensato y
hasta positivista, trabajaron en favor de sus planes, aun cuando se le oponan.
Quien todava est contra Sarmiento, lo est en funcin de l, como todo el que no
est con Yrigoyen procede por reaccin. Hacen la contraprueba. Ambos
desquiciaron el tesoro pblico, el uno construyendo y el otro demoliendo. Para
Sarmiento la realidad haba tomado los caracteres constitutivos de su misma
personalidad, y si aun hoy nos parece su persona mental y temperamental tan
ceida a la realidad, hasta el extremo de coincidir puntualmente ambas
configuraciones, es porque esa realidad que vemos es la que elabor l con su
genio. Los cuatro problemas fundamentales de nuestra vida social son los cuatro

puntos cardinales de la mente y vida de Sarmiento. Poseemos una tierra en gran


parle inculta, donde prosperan por igual las plantas tiles y los yuyos; geografa y
demografa engendran, por natural coincidencia, el analfabetismo. En la raz de
nuestros males estn la carencia de institutos de educacin cvica y moral, la falta
de enseanzas de tradicin y de hogar, la libertad usada para encadenar al hombre
a sus apetitos y a sus defectos originarios. Sarmiento vio la escuela y puso en ello
una vocacin instintiva, que sin duda brot en l al roce hiriente de las aristas ms
duras de esa realidad. Su autodidctica, la crudeza de los contrastes que encontr
en la lucha por desenvolver una inteligencia de que vena ampliamente dotado,
hizo de l lo que l no haba tenido: un Maestro. Y esa cualidad educacional, que
se advierte hasta cuando trata de fomentar el trabajo del mimbre en el Delta, vena
a coincidir con ese segmento grandioso de la realidad vaca. Y de esa afinidad
entre lo que les faltaba a l y a su pas qued planteado el primer problema, el de
la escuela primaria y el de toda la cultura, que depende sin duda de l y que
flaquea cuanto ms distancia hay entre la escuela y la Universidad.
Su espritu viajero, la vitalidad migratoria que tuvo hasta la muerte, que
encontr fuera de su pas, tiene que ver tambin con las comunicaciones, que entre
los pueblos suramericanos se convierten, cuando existen, en vas de separacin y
de distanciamiento. Aquellos pueblos que vea vegetar aislados, sin otro contacto
que un servicio postal irregular, erizados de peligros y de dificultades, dentro del
mapa nacional significaban lo mismo que su cultura espordica dentro del mapa
de las naciones civilizadas, cuyo conocimiento posea por instinto de baquiano. El
segundo punto del programa de su gestin pblica y de su idiosincrasia est en las
vas de comunicacin. Basta leer sus itinerarios a travs de Europa y Amrica,
para advertir que las distancias y las relaciones que se establecen por el
conocimiento personal de las cosas y el dominio de los idiomas, le hara defender
el ferrocarril y el telgrafo hasta extremos que suscitaban la risa de toda la cmara.
Despoblacin e ignorancia eran las condiciones apriorsticas de la falta de
unidad nacional. Conservaban an, los pueblos del interior, como pozo de aguas
estancadas, la vida colonial. Castro Barros le hizo ver cul era la magnitud de ese
peligro, infiltrado en cerebros aparentemente organizados para una nueva
comprensin de las cosas. La decadencia visible de provincias y la disolucin en
el caos de todas las fuerzas que deben unir a los pueblos, le alej con repugnancia
de lo que trascendiera a pecado original en la religin y en la historia. El ejemplo
de su hogar, disuelto, y de su vida errtil, sin vnculos de afectos profundos,
porteo en provincias, provinciano en Buenos Aires, extranjero en su pas y
argentino en todas partes; loco frente a la inevitable certidumbre de los hechos, y
cuerdo en el desastre de la ignorancia revestida de poder, lo empuj a la bsqueda
de los caracteres especficos de la civilizacin y del progreso argentinos. El tercer
problema, pues, es el de la formacin del alma nacional.
Haba sabido mantenerse exento de los elementales vicios de la
concupiscencia, la depredacin, el cohecho, la hipocresa. Humildsimo en la
ambicin, incapaz de obtener gloria ni fortuna sino por los caminos reales de la
legalidad, nunca concibi siquiera, en sus delirios de grandeza, como Lincoln, que
pudiera lograrla a costa del ms insignificante sacrificio de su honradez. Y ese
escrpulo en l morboso de la veracidad y de la honradez contrastaban con las
prcticas seculares del gobierno y de la vida econmica de su pas, sostenidas por
la exaccin, el soborno y el fraude. El cuarto problema de su psique y de la
realidad, es el de la probidad en el ejercicio del poder. Esos cuatro planos,
cerraban el tetraedro de nuestra realidad, y la sustancia de su alma. Pero dentro de

esos slidos, como el centro matemtico de los volmenes, encerrbase un


germen infinitesimal, ultramicroscpico, tambin inextenso punto geomtrico, que
haca fermentar a la realidad en el desorden, falsendola e inficionndola. Los
cuatro planos fundamentales, que nadie dej de concebir como tales, inclusive
Alberdi que se le parece tanto de puro distinto que es, son cuatro puntos de vista
de Sarmiento tomados segn las cuatro fuerzas cardinales de su personalidad. Por
suerte o por desgracia, esa alma coincida con esta tierra, y lleg a ser el tipo
representativo por antonomasia de esa realidad, transfundiendo en ella su vigor y
su clarividencia con la adaptabilidad de dos sangres de tipo afn. De manera que
tomar partido por la reconstruccin del pas, era hacerse sarmientino, afiliarse a su
escuela, siendo una misma verdad el pas y l. No es sino lo ms lgico posible,
que despus de Facundo, una historia que es una autobiografa, civilizacin y
barbarie fueran antitticas: haba que alejarse de sta y que echarse a ciegas en
aqulla; y huir de una para entrar en la otra o viceversa, eran la misma cosa. La
barbarie era una poca, el pasado, el campo, el ejrcito montonero y el
administrador de estancia en la Hacienda pblica: la civilizacin era la historia, el
futuro, la ciudad, la industria, la educacin, la tabla fundamental del valor de las
cosas. De la civilizacin se hizo un programa y de la barbarie se hizo un tab. En
torno de ste como de otros grandes hombres argentinos, se fue coagulando el
silencio sobre lo que tena estigmas de barbarie, a la vez que la voz que nombraba
lo que tena estigmas de civilizacin se haca ms clara y neta. Ellos poseyeron,
empero, hasta Pellegrini, la idoneidad y la buena fe indispensables para nombrar
las cosas por sus nombres de pila; luego lo que era tab no se aludi siquiera,
dndosele multitud de sinnimos a lo que era noa. Se comenz a manipular ideas,
valores, temas y cosas reales, con arreglo a esa tabla de raciocinio; fragmentos
considerables de realidad cayeron en la subconciencia con palabras proscritas; y
palabras proscritas arrastraron consigo a la subconciencia fragmentos de realidad.
Al fin se perdi la sutura de ese mundo a que se aspiraba y de ese otro que se tena
delante sin poder modificarlo. Los fantasmas desalojaron a los hombres y la
utopa devor a la realidad.
Lo que Sarmiento no vio es que civilizacin y barbarie eran una misma
cosa, como fuerzas centrfugas y centrpetas de un sistema en equilibrio. No vio
que la ciudad era como el campo y que dentro de los cuerpos nuevos reencarnaban
las almas de los muertos. Esa barbarie vencida, todos aquellos vicios y fallas de
estructuracin y de contenido, haban tomado el aspecto de la verdad, de la
prosperidad, de los adelantos mecnicos y culturales. Los baluartes de la
civilizacin haban sido invadidos por espectros que se crean aniquilados, y todo
un mundo sometido a los hbitos y normas de la civilizacin, eran los nuevos
aspectos de lo cierto y de lo irremisible. Conforme esa obra y esa vida inmensas
van cayendo en el olvido, vuelve a nosotros la realidad profunda. Tenemos que
aceptarla con valor, para que deje de perturbarnos; traerla a la conciencia, para
que se esfume y podamos vivir unidos en la salud.

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