Radiografía de La Pampa
Radiografía de La Pampa
Radiografía de La Pampa
TRAPALANDA
I
II
III
I
LOS RUMBOS DE BRJULA
LOS AVENTUREROS
El nuevo mundo, recin descubierto, no estaba localizado an en el
planeta, ni tena forma ninguna. Era una caprichosa extensin de tierra poblada de
imgenes. Haba nacido de un error, y las rutas que a l conducan eran como los
caminos del agua y del viento. Los que se embarcaban venan soando; quedaban
soando quienes los despedan. Unos y otros tenan Amrica en la imaginacin y
por fuerza este mundo, aparecido de pronto en los primeros pasos de un pueblo
que se despertaba libre, haba de tener las formas de ambicin y soberbia de un
despertar victorioso. Es muy difcil reproducir ahora la visin de ese mundo en las
pequeas cabezas de aquellos hombres brutales, que a la sazn estaban
desembarazndose de los rabes y de lo arbigo. Qu cateos imaginativos
realizaban el hidalgo empobrecido, el artesano sin pan, el soldado sin contrata, el
pordiosero y el prroco de una tierra sin milagros, al escuchar fabulosas noticias
de Amrica? Mentan sin quererlo hasta los que escuchaban. Un lxico pobre y
una inteligencia torpe haban de enriquecer la aventura narrndola. Los mapas
antiguos no pueden darnos idea aproximada de esos otros mapas absurdos de
marchas, peligros y tesoros dibujados de la boca al odo. Volvan pocos porque el
hambre y la peste los malgastaban; mas el suprstite finga para librarse del
ludibrio, y as haca proslitos. Embarcarse era, en primer trmino, huir de la
realidad; con lo que ya se trabajaba para el reino de Dios, hacindose a la mar. En
segundo trmino, la travesa del ocano deslastraba de su nmesis de raza aislada,
espuria, y de familia sin lustre y sin dineros, al que volva la espalda a la
Pennsula y abra los ojos al azar. Este mundo era para l la contraverdad del otro;
el otro mundo. Ningn propsito tranquilo, que exigiera la gestacin de un
embarazo; ningn proyecto de largas vistas, que exigiese moderacin, respeto,
pensar y esperar. Navegando tantos das y tantas noches, con un rumbo que los
vientos obligaban a rectificar, llegaban prevenidos contra la muy simple y pobre
realidad de Amrica. Ya la traan poblada de monstruos, de dificultades y de
riquezas. Amrica era, al desembarco, una desilusin de golpe; un contraste que
enardeca el clculo frustrado y que inclinaba a recuperar la merma de la ilusin
mediante la sublimacin del bien obtenido. Otra vez la llanura era el mar, sin
caminos. Amrica no era Amrica; tena que forjrsela y que superponrsele la
realidad del ensueo en bruto. Sobre una luna inmensa, que era la realidad
imposible de modificar, se alzaran las obras precarias de los hombres. De una a
otra expedicin se hallaban escombros y de nuevo la realidad del suelo cubriendo
la realidad de la utopa. Nada de lo que se haba edificado, implantado, hecho y
fundado tena la segura existencia de la tierra. La propiedad sobre las cosas, la
autoridad sobre los hombres, las relaciones entre los habitantes, el trfico de las
mercaderas, la familia, estaban sujetas a imprevistos cambios, como plantas
recin transplantadas que podan prender o morir.
Haba que abrirse una senda en la soledad y que llenar con algo esa llanura
destructora de ilusiones. Lo que coincida con la previa estructura de este mundo,
prosperaba; lo que se alzaba con arreglo a la voluntad del hombre, caa cuando
mora l. Qu, si no la tierra, poda ansiar poseer el que llegaba a estas regiones
aisladas sin seguridad para la vida, sin otra posibilidad que lo que se le arrancara
con violencia? El ideal del recin llegado no era colonizar ni poblar. Pensar
entonces en ello equivaldra a concebir una maquinaria complicada en presencia
de la rueca. Faltaban al medio los caracteres y los incentivos que suscitan la
necesidad de poblar y de colonizar. En ningn orden de las actividades humanas
poda aspirar ni era capaz a formarse una posicin decorosa. Pona en juego
sus fuerzas primitivas y as iban rebotando los hechos entre sus manos ineptas y la
realidad sin forma. El indgena haba vivido en relacin con este mundo, hasta que
se someti a sus exigencias. Pero lo que tambin Iludiera realizar el indgena, era
tab; lo que estaba al alcance de quienquiera, sembrar, construir, resignarse y
aguardar, resultaba deprimente y fuera de la tabla de valores de conquista y
dominio. Trabajar, ceder un poco a las exigencias de la naturaleza era ser vencido,
barbarizarse. As naci una escala de valores falsos y los hombres y las cosas
marcharon por caminos distintos. Mediante esa clasificacin de las tareas en
servirles1 y liberales se reinici el viejo proceso de las jerarquas de tener o de no
tener; culminaba sobre todas, la posesin de la tierra, es decir, la sumisin
redonda a lo que era ms fcil de adquirir y a lo que exiga menor inteligencia
para conservar.
Sobre ese plano fundamental se trazaron las rutas a emprender, y desde
entonces el patrn de medir seran la hectrea y la fanega. Aquellos que ya no
necesitaban vender tras el mostrador, consideraban a los comerciantes
minoristas como dependientes a sueldo. Se distingua entre el comerciante que se
ocupaba personalmente de su negocio, excluido de funciones y cargos electivos, y
el que diriga de lejos el establecimiento, apto para esos cargos y funciones. Otra
vez la distancia era un valor. Capitanear una gavilla de contrabandistas y traficar
con esclavos era ms honroso que alzar un muro; vender telas considerbase
mucho ms honroso que expender artculos ultramarinos; robar era mejor que
trabajar. Ni siquiera se juzgaba sobre la cantidad del haber, como ms tarde; se
tierra ilimitada y vaca, la soledad, eso no se advierte, pues forma como la carne y
los huesos del que va andando: materia inadvertida en que bulle un sueo
derramado por los bordes de lo que contiene la realidad, del horizonte para afuera.
Cuando comenzaron a poblarse estas comarcas, el sueo no se achic;
pas como todos los sueos malogrados de la ambicin y el anhelo del hombre
inculto, a llenar los intersticios de la realidad, a ceder ante lo que la realidad tena
de materialmente cierto. Pero a deformarla en un smbolo en aquello que tena de
equvoco.
Esta tierra, que no contena nilales a flor de suelo ni viejas civilizaciones
que destruir, que no posea ciudades tubulosas, sino puados de salvajes
desnudos, sigui siendo un bien metafsico en la cabeza del hijo del Conquistador.
Constituy un bien de poder, de dominio, de jerarqua. Poseer tierra era poseer
ciudades que se edificaran en lo futuro, dominar gentes que las poblaran en lo
futuro. Lo dems no tena valor. La tierra fue bono de crdito, haciendas que se
multiplicaran fantsticamente en lo futuro para la esperanza; sta, su hipoteca. No
se busc en ella lo que poda producir de inmediato, sino lo que era susceptible de
producir cualquier da, inclusive las ciudades y los tesoros, objeto de las
expediciones. No los hubo, pero por eso mismo los habra. Slo que ciudades y
tesoros, declinando hacia formas de mayor sensatez, muy poco a poco, eran ms
bien posibilidades de riqueza que oro en barras. Este porvenir ya preformado en
ese presente de resentimiento, de rencor, ha ocasionado delirante sueo de
grandezas que tanto indignaba al idealista Alberdi. Vivirnos con aquellas minas de
Trapalanda en el alma. El antiguo Conquistador se yergue todava en su tumba, y
dentro de nosotros, mira, muerto, a travs de sus sueos frustrados, esa
inmensidad promisoria an, y se le humedecen de emocin nuestros ojos. Somos
su tumba y a la vez la piedra de su honda. Poseer tierra era para ellos como poseer
un feudo, una nsula, un honor. En Europa, ligarse a la tierra por la propiedad, es
emparentar con la historia, soldar un eslabn genealgico, entrar al dominio del
pasado. Pero en Amrica, en la del Sur, que no tiene pasado y que por eso se cree
que tendr porvenir, es por una parte la venganza y por otra la codicia; se entra
por ella al dominio del futuro y la hipoteca es el medio bancario de traerlo hasta el
presente. Se comenz poseyendo como botn; la tierra que iba dejando el salvaje
al huir quedaba como nico botn que ms tarde podra ostentarse en calidad de
trofeo. Ese despojo lleg a ser el premio del combate; esa extensin afirm la
resistencia y el poder del triunfador.
Sobre la posesin se construan nuevas tablas de valores basados en el
precio; fue el plano de un reino inexistente fuera del plano: ferroprusiato en que
todava el matrimonio pobre tiene su casa propia, sin padres y sin hijos. As esta
tierra adquiri un supervalor, una plusvala psicolgica por el trabajo de la
imaginacin: el valor ficticio de lo que podra llegar a ser con arreglo a la
ambicin. Esta tierra de ganados cerriles era una sementera e una mina de oro,
al decir de Valdivia, este otro gemano. Oro que seguira acendrndose y
aquilatndose con los aos. Tambin era podero, pero de un orden subalterno. El
Conquistador que no conquist nada, avanzando al sur desde las mesetas norteas
perda de vista la veta de las minas; el navegante, atrado por la fbula, que se
encontraba con el indio misrrimo, en su abstinencia sexual y en su ocio mental
vea en la pampa la ltima aventura propicia para no declararse vencido.
Conquistaba extensin y la extensin era poder; dominaba millares de leguas
cruzadas de salvajes fugitivos y contaba la cantidad de baldos como onzas.
Tantos miles de kilmetros cuadrados, desde el ocano hasta los puntos ms altos
de los Andes, en el virreinato del Ro de la Plata, que no posea este metal. Pero
no contaba onzas, sino sus propios dedos. Ese dominio era el dominio de su
orgullo sobre su propia ignorancia. Estaba vencido. No tena que conquistar sino
que poblar; no tena que recoger sino que sembrar; no iba a entrar al gobierno de
su nsula sino a trabajar y a padecer. Tom posesin de este baldo en nombre de
Dios y del rey, pero en el fondo de su conciencia estaba desengaado. Haba de
mentir sobre el valor positivo de sus sueos, como en los nombres irrisorios que
daba a las regiones donde no hallaba lo que esperaba. As clav la cruz y el rollo y
desafiaba a la voz de su conciencia, cuando, armado, blanda la espada y retaba al
condmino ausente Porque no haba quien reclamase la posesin de la nada sino
nadie. Y ese nadie, que slo exista dentro del dominador, era la voz de su fracaso.
LA PICADA
Los colonos siguieron la emigracin, de tierras menos productivas y de
regmenes sociales ms exigentes y concretos, a estas latitudes promisorias.
Dejaban lo conocido, a cuyas modalidades no se avenan, y se lanzaban a lo
desconocido; a lo que habran de intentar transmigrarle su persona. Faltbales
contar con que poda encarnar en ellos esa realidad amorfa y retardativa. Llegaban
sin armas, en falanges impertrritas, por los mismos caminos del conquistador;
ms srdidos, esperando menos, conformndose con poco, pero sin ningn arrojo
de estilo pico, sin la hiprbole que sobre su obra pona el otro. Era el mismo
conquistador en su descendencia peninsular, en la plebe procreada por los tmidos
que all se quedaron en los muelles, esperando los barcos cargados de oro que
llegaban apestando a residuos orgnicos descompuestos. Esta plebe fragmentada
de un cuerpo recio, lleg tambin a soar y a perseguir sus sueos. La esperanza y
la ambicin y el ansia de evadirse de una fatalidad de pobres irredentos, eran los
mismos; a aquella concavidad del antepasado digitgrado, corresponda
II
LA POCA DEL CUERO
LA PRIMERA SIEMBRA
natural, debalo a una exigencia de los Sacramentos. Era ms indio que espaol,
sobreviviente y fideicomisario de la raza materna.
El padre perteneca a los invasores, se ira; la madre a los vencidos,
morira; pero l era el pueblo que iba a quedar. Nada pudo inclinarle al respeto del
pasado, del hogar; de la familia, de las costumbres y de las frmulas legales o
eclesisticas, con un apellido que no significaba nada para su sangre. Corriendo la
suerte de la miseria y del desprecio, reconocido o no, estaba ms cerca de la
naturaleza que de la civilizacin, y siempre habra de abominar del pasado y de
abalanzarse al futuro, derrumbndolo todo, para vengarse del estigma de su
origen.
indias parte del botn; cargadas de hijos, podan repudiarse y hacer que volvieran a
la tribu, a que las matasen o escarneciesen. Se las someta a pesadas faenas, como
si estuviesen predestinadas al embarazo del mundo. El mestizo, el gaucho, no
conocan la compasin ni la clemencia. Conocan el desprecio. Darwin cuenta de
una matanza de indias mayores de veinte aos, y los indgenas que formaban el
grueso dinmico de las tropas de Lpez se ensaaban con ellas. En viejos
epigramas se cantan sus desdichas y todava las flagela la letra del tango, ese
mechn de cerda en el cuerpo adolescente del arte. Cargaban sobre ellas los
trabajos que se consideraban humillantes: sembrar, cuidar del ganado domstico,
tejer, extraer agua y lea, cocinar, limpiar. El hijo de nadie las agrupaba en su
choza en el nmero que poda mantener y se dedicaba al rodeo de vacas chcaras,
al bandolerismo y al oficio de macho.
La mujer se encarg de las labores domsticas y del campo; adems,
engendraba hijos. El hombre era el que viva afuera. No perteneca al hogar sino
de noche, cuando iba a cargarla de hijos. Mujer y hombre vivieron en estado de
divorcio llevando, por vergenza, una vida que los avergonzaba. Ser carioso,
trabajar para la prole, cuidar del honor, eran cualidades negativas. Y en cambio el
prestigio, la hombra, la paternidad, estaban en ser reacios, insensibles, nocturnos.
Se depriman los valores positivos y, en compensacin hidrulica, se enaltecan
los contrarios. Mujeres y hombres nacieron en esos hogares, en el campo o en la
ciudad, con los consiguientes matices diferenciales en lo externo; se criaron en
ellos, en ellos se multiplicaron y de nuevo aparecieron en los nietos otra vez. El
matrimonio legtimo adquiri as las exterioridades del concubinato; el esposo
emulaba, para no parecer inferior, las maas del amante; la esposa se resign a
considerar como un sino de su sexo, la suerte de su manceba legitimada. Cierto
tono deprimente, cuando se aluda a la mujer y al hijo, acentuaba su calidad de
seor, de amo y de varn. Perdi su seoro sobre la propiedad raz, le quedaba
ejercerlo sobre la propiedad semoviente: la familia y el caballo. La mujer se
resign a ese desprecio y lo consider natural. Dej el rancho y mont a la grupa;
acompa al soldado, curndole las heridas, dndole el calor de su cuerpo en las
noches campales, satisfaciendo sus apetitos, incitndolo. Iba con las tropas,
llevando las vituallas; era tropa. Pero en su calidad de ser pasivo, vegetativo,
pona grillos de hierro al mpetu de dominacin en gran escala, conformndose
con el botn del saqueo y el hurto de gallinas. Haca del soldado un ave de rapia,
del conquistador un avariento, de las grandes marchas un avance y un alto, de la
invasin hasta donde dieran las fuerzas, una correra. Era pesada esa mochila a su
espalda.
Entre nativos y forasteros no poda haber pactos ni alianzas. El cristiano
era siempre feln, perjuro; careca de moral, de dignidad, sin el padre o la
hermana que lo vician. Prometa la paz, la recompensa; prometa respetar las vidas
y la amistad, y se burlaba de todo. Entre el poderoso y el oprimido no hay pactos
duraderos; una parte puede cumplir o relevarse del compromiso; la otra est
sometida por su misma inferioridad. Entre el cristiano y el indio no hubo amistad
posible; tenan diversos intereses, una distinta concepcin csmica de las cosas.
Sus relaciones eran fingidas, y el indio llevaba la peor parte. Acab por convertir
en una modalidad psicolgica el recelo. Casi todas sus taras espirituales son
cicatrices de su cuerpo. Esas almas llanas hacen una circunvolucin de toda
emocin honda; se las puede convertir en lo que se quiera desde el primer
instante, pero sern siempre as. La vida va dejando huellas orgnicas en su
materia sin modelar. Se le engaa una vez, y se vuelve suspicaz; se le ofende y se
INDEPENDENCIA.
La independencia fue un acto y una tesis. Fue, en la campaa, un acto
gestado largamente por el estado de inferioridad, de abandono y de ignorancia en
que se haba mantenido a la poblacin; y en la ciudad una tesis, inspirada en
doctrinas democrticas y liberales an en perodo de ensayo. Como idea, naci en
los Cabildos y en las Iglesias, al calor de los ciudadanos adinerados; pero pronto
encarn en las gentes pobres del interior, sin lo que no hubiese pasado de ser una
versin a la panamericana. Hasta entonces el interior no haba pensado en la
independencia, porque no estaba en sus proyectos un movimiento que exiga
unidad, direccin, y que era, en resumen, un asunto jurdico y diplomtico. Viva
descontento, sometido a condiciones dursimas, sin cohesin, diseminado en
villorrios, caseros y ranchos. No era un pueblo, ni tena ninguna de las ideas que
los pueblos conciben cuando estn organizados; en cambio la ciudad vena
incubando sordamente su proyecto, como una cabeza decapitada y viva. Y, sin
embargo, el verdadero estado revolucionario era el del interior, inorgnico,
catico, violento. Lo que la ciudad quera, principalmente el puerto, era resolver
un problema legal, administrativo, mercantil. Inmediatamente de proclamada, la
independencia se dividi en dos: la idea revolucionaria y el medio revolucionario.
Lo que interesaba no era la revolucin de principios, la emancipacin que se
adoptaba como nuevo rgimen, sino el conflicto que se planteaba al partirse ese
mundo sostenido por una unidad ficticia.
Para los promotores de la ciudad, bastaba cambiar algunos detalles del
gobierno, de la administracin, y ni siquiera la bandera, que es castiza e
hiperdlica, para que se juzgara realizado el ideal revolucionario. Crean que un
cambio de nomenclatura y de insignias bastara, y que el problema haba de ser
resuelto por arbitraje, o por textos de Helvecio, Filangieri, Mably, etc. No tenan
conciencia clara de la magnitud y trascendencia del paso dado, porque eran un
fragmento de la Metrpoli, desvinculado de los problemas vitales, tnicos,
econmicos, del interior. Hasta 1840 no se atisba el aspecto panormico ni el
sentido nacional de la empresa. En 1853 triunfa por fin la unidad y la tesis. La
revolucin ciudadana no sospechaba que al cancelar un estado de cosas
inauguraba otro. De haberlo barruntado y de haber podido deducirlo hasta sus
ltimas inevitables consecuencias, los prceres se habran contenido. Los que se
lanzaron hacia las naturales resultas de esa declaracin, trajeron la anarqua,
implcita, segn Paz, en la misma declaracin de independencia. Esos tenan
razn. Los otros aspiraban a mantener un estado legal, fuerte, y recurrieron a la
monarqua atemperada con sofismas para que diera estabilidad al gobierno y
regularidad al comercio. Ms que un expediente para consolidar un estado de
cosas, fue un recurso extremo para perpetuar un estado de cosas que haba sido
derrocado. La guerra civil no slo est implcita en la revolucin, sino que salva a
la revolucin. Los mismos cabecillas del movimiento de emancipacin
aparecieron de inmediato como contrarrevolucionarios. La tesis era el movimiento
malogrado, pero del que naceran enteras las consecuencias irremediables. En
Liniers y lzaga se fusil un sistema, como en Dorrego una idea. Ninguno de esos
hechos parecera tener explicacin y, sin embargo, obedecieron a una lgica
pragmtica de complicados alcances. La fuerza mediterrnea y popular brotaba de
una situacin de hechos y no de derecho; de Amrica. Esa fuerza catica
consigui arrastrar a las luchas todo lo que no haba entrado en los clculos de los
patricios. En nombre de la posesin del ganado, del parcelamiento de la tierra y
del libre trfico, entablaban guerra definitiva el litoral y el interior. Pudo ms tarde
verse un ideal democrtico, republicano y federal en lo que era slo consecuencia
de un viejo rencor que se parapet en dos mscaras: poltica y librecambio; por lo
que llamamos guerras civiles a las guerras sociales.
La separacin, bajo pretexto de discrepancia, del Uruguay y el Paraguay,
fue la voluntad de mantener un librecambio a los productos de la ganadera, que
por Montevideo se realizaba sin control, y de restar importancia al puerto de
Buenos Aires, que debilitaba a Asuncin amenazando poner al servicio de Europa
la riqueza del Virreinato, como por desgracia ocurri. Para el interior el problema
iba, como se ve, ms lejos: se aspiraba a la independencia inclusive de Buenos
Aires, de Crdoba y de las otras ciudades hasta Salta, en su carcter de reductos
extranjeros, hispnicos. Haba que independizarlos de la Independencia.
La revolucin puso en movimiento, agit e hizo circular un mundo
paraltico, postrado, estancado, y produjo un simultneo despertar de la conciencia
de inferioridad en todo orden. Al ponerse en contacto la campaa y la ciudad por
las comunicaciones de tropas, y nada ms, aparecieron deslindadas esas dos
porciones antagnicas. La campaa despert al paso de las huestes, pero en cuanto
despert, el movimiento revolucionario central se convirti en un movimiento
retardativo. El papel de protagonistas pasaba automticamente de la Junta, del
Directorio y de los generales, a la masa, de la cabeza decapitada al cuerpo acfalo.
El desarme de las tropas de Belgrano en Arequito es el error simblico por
antonomasia. La idea de libertad, que despertaba al paso de los ejrcitos, trajo
aparejadas la idea y la conciencia de un pasado infame. Haba que librarse
tambin de l. Una nueva perspectiva se ofreca al alma oscura del hijo de la
aldea, al bastardo, con la posibilidad de tomar posesiones en las esferas
monopolizadas por los poderes centrales. La primera aspiracin se dirigi a
ejercer la direccin local, separndola del centro; a desunir. La Independencia no
significaba histricamente ms que un paso decidido y precoz en una marcha
fatdica hacia ella, preparada por la embolia del comercio y de la inteligencia
desde mucho antes. Al soltarse ambas fuerzas contenidas, se abri una compuerta
al torrente congelado de una poblacin sostenida en la barbarie por los
reglamentos y ordenanzas de la Corona. El mejoramiento intuido y la promesa a
prximo plazo formaron en el alma del campesino, y principalmente del mestizo,
una nocin palmaria de distancia entre el presente y el pasado, entre la verdad
contempornea que se abra sin lmites y ese ayer humillante exornado con atavos
groseros y metafricos. Las proclamas de los jefes que llevaron el movimiento
hasta las fronteras del virreinato, encendieron la aspiracin a la independencia
personal, y acaso fue, pese a los desrdenes consiguientes, su efecto ms
saludable. Los traficantes clandestinos, los filibusteros de tierra, izaron su bandera
bajo pretexto de nacionalismo. Vieron la rehabilitacin moral y la libertad de
comercio, y no la poltica que no les interesaba ni comprendan; aunque lo curioso
del caso result ser que, en virtud de pronunciar sin mesura palabras heroicas, el
mvil se desplaz hacia la poltica y el patriotismo. La diversidad de banderas
probaba la unidad del ideal.
En los estallidos revolucionarios, cada individuo que en ellos participa,
pronto se atribuye una parte de los ideales de la revolucin, como si l la hubiera
hecho para s; en un estado incongruente, amorfo, el individuo haba de asumir el
papel cardinal. Pero toda revolucin es el punto crtico de una descomposicin, y
Las provincias marcaban los lmites del fundo, si bien con un nuevo
sentido espiritual. El caudillo simbolizaba un inconsciente anhelo de legitimidad
en la conduela, de seguridad en la ganancia; era entre todas las formas del azar
que asuman las instituciones en sus orgenes, la menos aleatoria. Pero encarnaba
una rebelda contra la civilizacin, que iba a organizarse, a sistematizarse. El
caudillo representaba la soberana en el dominio de hecho, la jefatura de la cfila
y, al mismo tiempo, la personificacin de algo orgnico, superior. Del viejo ideal
deshecho en harapos, apareca este nuevo personaje exorbitado con el fraile por
delator y amanuense. Encarna el ideal de fijacin en aquel fermento confuso, una
direccin, un sentido, un cuerpo. Se le hizo luego portaestandarte de una doctrina
poltica y el nombre de federalismo cubri ese afn de dar forma simtrica a un
caos, de cohonestar el poder habido por medios ilegtimos, precisamente. Pero al
menos era un ideal, la forma concreta de la barbarie que pretenda eternizarse con
un nombre decoroso. No era cambiar de mtodos de trabajo, ni dejar una
herramienta por otra, ya que las manos que empuaban las armas jams ejercieron
otro oficio (ni acaso el de las armas). Aun cuando se tratara de tropa, hubo,
naturalmente, el hombre de la tropa, de la aventura guerrera, que quiso cambiar de
oficio y no supo. Porque se trataba ms bien de iniciar el trabajo, e iba a
inventrselo, pues se careca de experiencia aplicable a las modalidades de esta
tierra nueva. Y ante todo era menester despojarlo de cuanto en su misma calidad
de trabajo pudiera colocar al poseedor en situacin distinta a la que haba
supuesto, muy por debajo de su orgullo. Porque ya era el fracaso resignarse a
obtener la riqueza a costa del oprobio, con la aplicacin de sus brazos a la tarea
plebeysima de plantar, cosechar, apacentar, vender. Se procur que, al menos, el
trabajo pareciera ser otra cosa; un ejercicio, el reverso de la empresa heroica; y
que la herramienta semejase, en cuanto fuese posible, un arma. En los primeros
tiempos las labores pesadas quedaron a cargo del indio y de la mujer; despus el
amo se agach a desempearlas, ms bien cu carcter de especulador e
intermediario de s mismo. Desde entonces ha sido, cada dueo de algo, el peor
especulador de su propia ganancia, el destructor de sus satisfacciones.
El ganado qued equiparado a la extraccin de metales, pudiendo llamarse
industrias extractiva a la ganadera y a la agricultura; el cuero sirvi de materia
prima para una industria que reemplazaba a la minera y que, sin querer llevarse
tan all, suplant a todas aquellas que utilizan el hierro, la madera y hasta el
mimbre, inclusive en la construccin de la vivienda. El cuchillo fue la herramienta
de esa industria; pero ms bien como la espada que como el pico y la llana. En
Facundo se nos dice qu valor tuvo en las manos del conquistador venido a menos
y de su hijo, el gaucho, y qu signific en adelante en las guerras internas. El
cuchillo fue el utensilio que servira para establecer un orbe de cultura, para
fijar la fisonoma de la poca que comprende desde el primer rebajamiento del
soldado a procurarse el sustento, hasta la guerra de independencia en el norte y el
litoral. Cre una poblacin flotante en las mrgenes del Paran, del Uruguay y en
las orillas del Atlntico, desde Artigas a Lpez Jordn, pronta a embanderarse con
el primer caudillo que le ofreciera ventajas econmicas a la salida del producto de
que era dueo sin serlo. La tropa, que eran los campesinos defendiendo sus
intereses, qued con esa tendencia a manejar el arma corta y hasta destrozaba los
sables para convertirlos en facones.
La caza del avestruz remedaba el juego y no era el juego, sino la forma de
ganarse el pan. Algo de la corrida de toros haba en la pugna con el bovino a
campo abierto; el sacrificio de reses tena mucho del degello que frecuentemente
EL CUCHILLO
El cuchillo va escondido porque no forma parte del atavo y s del cuerpo
mismo; participa del hombre ms que de su indumentaria y hasta de su carcter
ms bien que de su posicin social. Su estudio corresponde mejor que a la
herldica y a la historia del vestido, a la cultura del pueblo que lo usa: es el objeto
ms precioso para lijar el rea de una tcnica.
En un adorno ntimo, que va entre las carnes y la ropa interior; algo que
pertenece al fuero privado, al secreto de la persona, y que slo se exhibe en los
momentos supremos, como el insulto; pues es tambin una manera de arrancar
una parte recndita y de arrojarla fuera. Exige el recato del falo, al que se parece
por similitudes que cien cuentos obscenos pregonan; quien muestra el cuchillo sin
necesidad es un indecoroso.
El sable presupone el duelo; el cuchillo es para el duelo a pie. Dijo
Lugones.
Con el patritico sable
ya rebajado a cuchillo.
Por su tamao impide que nadie tercie en la lucha; est indicado que el
lance tiene intimidad y que excluye al testigo y al intercesor. Si es arma, lo es tan
temible como cualquier objeto que slo se emplea como tal eventualmente; no
tiene la forma entera del arma cuyo destino delimita el uso exclusivo; y tampoco
porque slo falla cuando falla el brazo, de donde la seguridad en s mismo es la
eficiencia de esta punta de acero en que concluye el mpetu. Ninguna da, como el
cuchillo, fe en s despus de la victoria; el vencedor siente que la victoria es ms
del mango que de la hoja. Todo el mango cabe en la mano cerrada que lo oprime
hasta el mismo nacimiento del filo; tiene la forma justa para ser asido, y aun
cuando ello es peculiar de las armas que se empuan, ninguna otra es tan para la
mano sola; mandbula cerrada con fuerza es la mano que abarca el cabo, y as
acenta la intencin en el colmo de la fuerza concentrada. La mano lo percibe en
la esgrima como a la misma voluntad en punta, pues no exige que se piense en l,
ni en lo que se conoce de l a ttulo de tcnica.
El tajo certero puede gloriar toda la existencia de quien lo aplica; siempre
record Necochea la vez que, atravesando una tropa enemiga, a caballo y en pelo,
cercen hasta la columna vertebral, que era la proeza en el arte del degello, a un
godo que se le enfrent. Rosas lo consider instrumento de proselitismo e hizo un
rito de su uso; prohibi llevarlo en domingo; y Darwin cuenta cmo Rosas se hizo
castigar cierta vez que, por descuido, infringi sus propias rdenes. Rivadavia
prohibi terminantemente que se lo usara, con lo que tambin por ese lado atac
un aspecto de la religin. Decretaba la supresin de una Orden.
La vaina arrebata el cuchillo al mundo; el cuchillo envainado est
sustrado al mundo de la muerte. Es un utensilio en reposo, aunque nunca permite
el ocio completo; tiene del sueo enigmtico del felino. Debajo de la almohada es
el perro fiel, y en la cintura el ojo occipital de la sospecha, de esa mitad del
hombre que est a su espalda. Es ms que el dinero en el bolsillo y que la mujer
en la casa: es el alimento en cualquier lugar, el reparo del sol y de la lluvia; la
tranquilidad en el sueo; la fidelidad en el amor; la confianza en los malos
caminos; la seguridad en s mismo; lo que sigue estando con uno cuando todo
puede ponerse en contra; lo que basta para probar la justicia de la fama y la
legitimidad de lo que se posee.
Da autoridad porque en manos del obrero es competencia sin dejar de ser
instrumento de justicia y libertad. Con l puede el individuo, segn la frase de
Alberdi, llevar el gobierno consigo. No en vano el nombre del cuchillo significa
tambin derecho de gobernar y de juzgar.
Por l se percibe a travs del brazo y el corte anatmico, el estertor de la
vctima; y por la sangre que moja la mano, la agona caliente, el derrame de la
vida y la afirmacin de la existencia personal. Es el arma corta que dificulta la
ayuda; el yo mineralizado y objetivo librado a su suerte, a su sino, sin azar; el
arma individual, el arma del hombre solitario.
Sirve, naturalmente, para subrayar la razn, para hablar con sinceridad, y
en las manos infantiles del nio y de la mujer, es dcil a la tarea domstica. Corta
el pan y monda la fruta, pero es peligroso llegar al secreto de su manejo y al
dominio de su tcnica completa. El conocimiento de su arte cisoria es fatal,
como el de hacer un buen verso; se llega por ah hasta donde no se quisiera. Sirve
para matar; y particularmente para matar al hombre, del que exige determinada
proximidad de cuerpo a cuerpo, eliminando cualquier ventaja, cualquier
impunidad por alejamiento. Es la sntesis de todas las herramientas que el hombre
III
LAS RUTAS
EL SENDERO DE LA NORIA
La leyenda atrajo al conquistador ignorante; la mitologa de la grandeza,
de la libertad y de la facilidad del xito atrajo al colono ignorante. Trapalanda y
Fortuna eran dos productos del sueo y de la avaricia insensatos. No haba ms
que un camino expedito, y por ah no poda seguir solo y pobre. No tena fe; no
era un mstico cuya conducta tuviera un sentido trascendente; era un fantico por
especulacin, que rogaba a Dios para que le ayudara en el mal trance y a quien
olvidaba luego. No tena carcter; no estaba estructurado; como la tierra, era un
interesaba mayormente que las vas sirvieran para algo, y hasta tena cierto inters
en que as no fuera; tampoco interesaba al prestamista que los emprstitos se
invirtieran en obras pblicas o en guerras civiles, si las guerras civiles iban a
asegurarle los rditos mejor que los canales y los diques. Las lneas extendidas en
regiones de escasa produccin obraran como frenos para las regiones ms
prximas al puerto y ms fructferas. El tren es el vehculo de los grandes
volmenes de cargas y pasajeros; ha de servir de puente de unin entre el sistema
geogrfico y el sistema econmico, si ha de ser otra cosa que un objeto de orgullo.
Vale en primer trmino al comercio y en ltimo trmino al turismo. Un reparto
absurdo de la poblacin, que no coincide con el trazado que la naturaleza esboza
con la montaa, el ro, el desierto y la selva, hace fantstico su recorrido. Yermos
y pramos son atravesados sin otra razn que la de llegar lo antes posible a otras
regiones ricas y distantes. La lnea recta, en estos casos, es la ms larga y la ms
lenta.
A lo largo de latifundios despoblados, se tiene la impresin de que el tren
patina sobre el mismo punto, y los coches van casi vacos. Un vagn vaco es una
mentira con ruedas, y los pasajeros que van dentro con pasajes oficiales, son
fantasmas metidos en una ficcin. El desierto que parecera no existir, pesa sobre
el labrador por el aumento de las tarifas con que la empresa ha de equilibrar las
prdidas en bruto. Aquello que es una esperanza, gravita sobre la ganancia de lo
que ya est produciendo. Los ferrocarriles forman una empresa financiera y no
industrial; no estn al servicio de los productos y de su traslacin, cuanto del
capital invertido en explotarlos. Ms bien que servir al comercio, el comercio los
subvenciona. Responden al nmero estadstico y no al impulso; y como sus
intereses son muy complejos, porque estn soldados a otros sistemas financieros,
la razn de sus decisiones es casi siempre incgnita. Ellos tienen la clave de este
juego que tanto nos apasiona. Nuestros ferrocarriles son equivalentes en acero de
libras esterlinas que han de producir libras esterlinas, y no vehculos que han de
producir riqueza. Se les pone en movimiento desde Londres; de all arrancan y all
mueren estos ramales subsidiarios. Se trata de un capital esttico, inflexible, que
no sigue las curvas de nuestra economa nacional, sino de una vasta economa
internacional. Va por sus rieles y no por nuestros campos respondiendo a mviles
propios y sin ajustarse a un mecanismo industrial suramericano. Tienen por norma
un dividendo fijo, un repertorio mnimo de utilidad pblica fijo, constituyendo un
esqueleto ortopdico al que se han de adaptar las dems actividades, que siempre
dependen de l.
El trazado de las lneas no obedeci a exigencias econmicas, ni al estudio
de las necesidades del pas; por lo cual los capitales no solamente hubieron de
respaldar su ganancia en la garanta del Estado, sino de respaldarse, para no llegar
a ese extremo, en los ramales ms lgicamente tendidos con respecto a la utilidad.
El ingeniero proyectista de los itinerarios fue el cacique, cuya toldera situ al
pueblo; el ingeniero acat el veredicto irrevocable del cacique, y llev el riel al
pueblo surgido de la discordia. La red hecha con sujecin a un plan de transportes
justifica la red hecha sin plan y por el simple espritu de ligar localidades
diseminadas. El trazado en tal grado adventicio, equivale al dibujo de las
constelaciones en el zodaco.
LA RED DE LA ARAA
El ferrocarril hizo ms vasto el territorio y lo fractur para dejarlo reducido
al dibujo lineal de sus vas. Alz con sus terraplenes fronteras entre el riel, que es
Europa, y lo dems, que es Amrica. Lo que no est al pie mismo del terrapln,
est a inconmensurable distancia; econmicamente, fuera del mundo comercial.
Juntamente hace, el ferrocarril, imposible la explotacin de las minas y de los
bosques; metales y maderas no pueden llegar a las fbricas, deshacindose de
valor en el trayecto. Selvas enteras y terrenos metalferos no valen el flete. El trust
de los transportes a vapor tambin imposibilita la existencia de caminos de tierra o
de asfalto, interesado en que no los haya, o en que, de haberlos, sean
exclusivamente de turismo, por la simple razn de que sus vagones realizan un
servicio de turismo en dos terceras partes del recorrido. La ruinosa competencia
que en Norteamrica, Inglaterra y Francia hacen al tren los camiones y mnibus,
aqu nunca existir, porque el camino es nuestro y la va de otros. Para tener
treinta y ocho mil kilmetros de va frrea hemos tenido que renunciar a
centenares de millares de kilmetros de pavimento. Debieron ser, los caminos,
doce veces ms extensos que las vas, y lo son apenas poco ms de la mitad de
ellas. Sin carreteras, el auto es un dragn a nafta que se atasca en el barro, como
un artefacto diablico que el caballo del sulky ya contempla sin miedo al pasar.
Correlativamente a la disolucin en distancias econmicas del interior, el
ferrocarril agudiz el sino umbilical de Buenos Aires; irremisible y
SOLEDAD
I AISLAMIENTO
II DISTANCIAS
III SOLEDAD DEL MUNDO Y DEL HOMBRE
I
AISLAMIENTO
como si fuese un mero juego de palabras la diferencia que hay entre el adolescente
inquieto y atrevido y el anciano egosta y astuto.
FRONTERAS Y PELIGROS
La falta de peligro en las fronteras, cuando se comprendi que en la tierra
de nadie no haba nada, derram psicolgicamente la tensin expectante del
pueblo. Estar alerta sobre lo que nos rodea es estar despierto en grado sumo; la
ausencia de motivos para esa inquietud, que marca el lmite verdico de la uncin
dentro de la cual la fuerza se concentra y organiza, provoca el derrame literal de
las fuerzas de la vigilia y la agresin en el vaco, a emplearse contra s, en lo que
nosotros llamamos revoluciones, guerras por lmites y estado de beligerancia en la
paz. Esas inquietudes no pueden ser artificiales ni crearse mediante las formas
externas de la inquietud. Desaparecidas las causas lgicas de temor, por inercia se
contempl los confines con desconfianza; detrs del mapa nacional estaba la tierra
tenebrosa, incgnita.
Agolpar ejrcitos en las fronteras, litigar por lmites, romper las relaciones
diplomticas, celebrar congresos o tratados, como los postales y el A. B. C, no
tienen otro sentido, en el fondo, que ponerse en contacto de algn modo.
Requirese en cambio que desde dentro del territorio fluya hacia las fronteras la
conciencia de la integridad nacional, como la vida toda del organismo se apresta
en la vigilia a contestar al mundo. Por aquellos medios se enconan o apaciguan los
nimos, sin que la conciencia se convenza de un derecho o un deber. Lo dems es
el sueo, la indiferencia, el olvido.
Un ejrcito no puede ser ms que un falso movimiento de vigilia, cuando
esa inquietud no ha surgido lentamente de la competencia ni en la mutua
contencin, en el roce y el choque imperceptibles pero constantes. El ejrcito
apostado por razones simplemente estratgicas y de abundancia de materiales y
tropas, es el centinela que permite dormir; y donde queda de viga el desierto, all
termina el mundo. Ni en uno ni en otro caso un pueblo se robustece ni adquiere
conciencia de s.
Desaparecen los estados por causas mecnicas, ajenas a la voluntad de los
hombres; as se forman y as se mantienen. No pueden sustentarse de su propia
sustancia, como animales invernantes; se mantienen de lo que pierden y de lo que
ganan en el juego de sus fuerzas, oponindose o concertndose con las de fuera. Si
permanecen iguales, estn muertos.
El estado necesita fronteras vivas, no de piedra ni de agua ni de selva, as
como el cuerpo necesita su frontera de piel para mantenerse con el mundo en un
grado de relaciones benficas. Esas fronteras, en pueblos nuevos e inhabitados,
son siempre distintas de las que seala el mapa. Cada pas suramericano tiene sus
lmites polticos y adems los verdaderos. Nuestras fronteras reales, por ejemplo,
son el linde de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Crdoba, Entre Ros y
sus estribaciones hacia la vasta zona neutral. Lo dems es el umbral de la frontera
desde donde repecha el mundo antiguo. Pero es cierto que la zona tangente ha de
ser en cierto modo neutral, aunque no muerta. Lmites de pobreza de inaccin, de
ignorancia, crean la nocin de una vaga frontera ms all del territorio nacional, y
sa es ya una forma de invadir. Tras el Bermejo y los Andes parecera que sigue el
mar y ocupamos por laxitud todo lo que no conocemos. Las fuerzas espirituales y
dinmicas que no encuentran del otro lado de los confines, a la espalda de los
hitos, una sociedad organizada, en competencia con la economa y la cultura, en
lucha por la hegemona en una esfera cualquiera de estmulos, se relajan y,
satisfechas de la propia miseria, dan en convertirla, por ensueo ocioso, en valores
positivos. El mayor dao para una nacin no es tener vecinos ms poderosos y
adelantados en todo orden de potencia, con los que se halle en contacto, sino tener
vecinos que hayan descendido a niveles inferiores o que se mantengan en ellos, y
que slo signifiquen nombres de estados inexistentes en la realidad de la vida, o
puntos de referencia peyorativos. La causa de la inseguridad con que avanza la
Repblica Argentina, es esa parlisis perifrica, ese vaco que hay detrs de sus
bordes, desde donde nos llegan las emanaciones de un sopor profundo, de una
existencia letrgica y cargada de amenazas. Es preferible para una nacin ser
vencida y absorbida por otra que la supera, que conservar la soberana de su
atraso.
Pues si es cierto que la cada de un estado puede ocasionar la disolucin
tnica, tambin la disolucin tnica puede ocasionar la prdida de la soberana
poltica. En el primer caso el fenmeno es rpido; en el segundo lento, consuntivo,
apenas visible para el prsbita. Decae y muere mientras desde dentro se le juzga
vivo y pujante. Se convierte en un proceso catablico de largo ritmo, y la
descomposicin cadavrica se interpreta errneamente como hervor de una vida
embrionaria que buscase contenerse en un cuerpo sano y poderoso. Pero son las
larvas de la putrefaccin.
INCOMUNICACIN
1. Los pases de Suramrica no tienen comunicaciones entre s, ante todo
porque no las necesitan; su interior est igualmente incomunicado. Se ignoran ms
profundamente en su inteligencia, en sus sistemas de gobernarse, de acrecentar
sus riquezas pblicas, de vivir, que si fuesen antpodas. Viven
independientemente una vida apagada y opaca, aunque desde dentro parezca estar
iluminada y ser dinmica. Sobre esta porcin de Amrica un gran silencio se
extiende y el tiempo que transcurre la envuelve en mayores penumbras. Hoy se
conocen, estiman y auxilian menos que hace cien aos y significan una masa
amorfa de nombres y datos, de ideas debidas al atlas, a los textos, a las sucintas
informaciones periodsticas, slo abundantes en los desastres. En esencia tenemos
de ellas una vaga nocin de su contorno y del color en las cartas de Justus Perthes,
y de sus penurias en el color de los dictadores.
De Chile nos separa una lonja de piedra y desierto y, sin embargo, el
esfuerzo de levantarse sobre la fatalidad de las leyes geogrficas es del otro lado
de los Andes semejante al nuestro. Chile es quiz la nacin constituida peor
ubicada y estructurada del planeta, semejante a la planta que brota en las junturas
de dos piedras. A todo lo largo se extiende el Pacfico, que no conduce a ninguna
parte, pues es necesario navegar evitndolo hasta el estrecho de Magallanes y el
38 hasta Tierra del Fuego. Son rboles coetneos del proboscdeo y tipoterio, o
hasta de aquellos bosques fsiles del Antrtico, que estn bajo el hielo.
La cordillera de esta regin est estructurada segn un plan distinto que el
resto. Mejor dicho, no tiene plan; es un desorden de piedra amontonada. Ese
pedazo corresponde al continente antrtico y es una espiga de polo inserta en la
cordillera hasta detrs de Mendoza, en una superficie de ms de treinta mil
kilmetros cuadrados. Desde ah hacia el sur, toda la cordillera permanece como
en la hipottica poca de los glaciares. En ninguna parte, excepto en los polos, el
mundo ha conservado intacto ese fenmeno de hielo y nieve que tuvo su
predominio hace quinientos mil aos.
Todo lo restante es Pampa continua y montaa continua. El paisaje se ha
dividido en esas tres partes constitutivas: el rbol, la piedra y el llano. Pero cada
uno de esos elementos se ha aislado, diferencindose en tres grupos grandiosos.
La llanura, con pocas excepciones, no tiene selva ni montaas; cada elemento del
panorama Forma un bloque, concentrando caractersticas que, alternadas y
repartidas, hubieran formado paisajes y ncleos de poblacin. Pero ninguno de
esos bloques es paisaje, sino un elemento del paisaje multiplicado por s mismo.
Desde la Patagonia avanza el desierto, pasa a espaldas de Tucumn en un
Sahara enclaustrado en la piedra, y por otro brazo muere en la hosca Puna de
Atacama. Esa Puna est despoblada, con un habitante por cada treinta kilmetros
cuadrados, y es posible que concluya por deshabitarse totalmente. El hombre es
un ser muy nuevo, aun el indgena, para habitar esos lugares que se conservan
tales como cuando no haba sobre la tierra animales ni vegetales. Tampoco hay
agua all; la altura produce males endmicos que se conjuran con hierbas txicas,
ocluyendo en la idiotez al habitante. Solamente el nativo, hijo del suelo, soporta
adormecido las fuerzas telricas ambientes. Grandes salares, arenales y pramos
empujan hacia abajo al que intenta residir all. Y sin embargo, all estn las ms
grandes riquezas metalferas: oro, cobre, plata. Pero esa riqueza est defendida por
la soledad. Vegetan sobre esas minas rebaos de cabras y pastores pauprrimos,
en promiscuidad. Las mujeres se superponen los vestidos, desde el primero que
usaron. Con el ltimo se llevan a la tumba esa mortaja acumulada que vistieron
siempre. El hombre no resistira el trabajo de las minas de oro, cobre, wolfram,
borato, de no ser un animal siluriano; y el transporte vale ms que el metal.
3. La naturaleza primitiva es volcnica; la vegetacin de las tierras
volcnicas es agresiva; no sabe el vegetal cmo adaptarse a una tierra agresiva si
no es imitndola. La espina viene a ser, en ltimo trmino, un fenmeno
mimtico. As la botnica fue modelada a imagen y semejanza de la tierra y no
segn el esquema del hombre, aunque haya un mismo plan en todo lo que vive.
No produjo la fruta sino el tallo seco, la hoja metlica, la pa ponzoosa. La vida
en esas zonas neutras que nos separan de Chile, es dura, hostil, sin savia ni sangre.
All ha ido a refugiarse el indgena, en el seno de una naturaleza
refractaria al hombre porque no pertenece a su poca, rida y rica en metales, es
decir, de riquezas en forma primordial c inutilizable, Vive pobre, ignorante, con el
Cdigo Rural en la memoria, para que no le quiten maana su puada di cabras y
su pedazo de suelo, que puede representar una fortuna por el oro que existe a mil
pies bajo su choza. Quin codicia ese oro? Tendra que renunciar a las ventajas
de la civilizacin, a los beneficios que la Tierra ofrece doquier y empearse en
fertilizarla roca. Sera la lucha abstracta por la riqueza, en que la vida entera se usa
como un pico para fertilizar el pramo. Cada da de trabajo es una palacra del
grueso de una arveja; un ao son trescientas sesenta y cinco pepitas de oro; una
vida son cien lingotes de oro. No vale la pena venderla a ese precio y guardar
arriba lo que la tierra guarda abajo. Emprender la conquista de la riqueza en estos
parajes es la renuncia total a la vida. Slo se ha conseguido sustraer a la estepa,
que forma un continuo homogneo con la patagnica y la que rebasa al otro lado
de la cordillera, algunos espacios irrigados y sostenidos en fertilidad artificial a
costa de sacrificios ingenies de vidas y fortunas. El ganado se cra enteco e
insustancial; el hombre se hace spero y no da provecho, Son oasis que, como el
tnel, hay que sostener contra el cosmos. Para atravesar esas distancias
topogrficas la locomotora ni el avin tienen fuerza; necesitan la presin de dos
pueblos henchidos y pujantes. Cualquier tentativa que violente el dictamen de la
naturaleza se pondr al servicio de esa naturaleza y en vez de unir separar.
4. Chile estaba llamada a desaparecer del concierto de las naciones; la
arrastraban al seno del planeta corrientes terrestres y ocenicas; por eso quiso
hacerse fuerte, sin pensar que toda esa fuerza desesperada era la debilidad, los
tentculos digitales de la planta nacida entre dos rocas. Crey que el peligro se
cargaba de plvora al otro lado de los Andes, y se hizo guerrera; el peligro eran su
cobre y su salitre. Como Paraguay, imagin que su fuerza estara en el ejrcito y
fue destrozada moral y materialmente por l. Form a sus ciudadanos en la
escuela del recelo, y se fue el tercer obstculo que cre para aislarse. Mientras su
salitre y su cobre, los pedazos del planeta que formaban su caudal y su
patrimonio, tenan mercado favorable, se arm hasta poseer la escuadra y la
milicia ms poderosa de Suramrica. Sea por la ndole del pueblo bravo y entero,
sea por el mal ejemplo que recibiera a travs de los emigrados durante la tirana de
Rosas, dirigi sus ideales hacia el poder de las armas. El sostenimiento de esa
defensa en pie de guerra, aleccionada por instructores alemanes, a ellos y a
nosotros nos cost lo que no tenamos. Cuando el salitre y el cobre no dieron los
beneficios de antes, el pueblo, que no tena unidad ni fuerza porque crey que
bastaba que las asumiera el ejrcito, se deshizo. Cay en el caos de la miseria y la
violencia. Las crisis econmicas de toda Suramrica producen un automtico
retroceso cultural, porque el dinero es el sostn de la familia, del orden, del
respeto y del entusiasmo.
Esta cada sobre s mismo, segn el parmetro de sus fuerzas en accin,
dej aislado a Chile, frente a su problema geogrfico del que dimanan todos los
dems. De modo que la clausura del tnel fue una consecuencia fatdica de la
desesperada tentativa de triunfar en un empeo en que tena el mundo de las cosas
contra s. Si ya no estuviramos en la pendiente de un retroceso anlogo,
anunciado por los mismos sntomas de descomposicin de una potencia ficticia y
de una prosperidad basada en los precios de la carne y el pan, nuestro cobre y
salitre, podramos ver el presagio de inminentes males. Oros pases se lanzan a
guerras absurdas como obedeciendo a complejos suicidas, a las energas orgnicas
de disolucin que desprende el Mundo Primitivo. Cualquier peripecia hiere
primero los puntos vulnerables que no han cicatrizado an. En las causas de la
crisis econmica chilena que ocasion su desastre, operaron circunstancias
debidas a la naturaleza y no al hombre, ni a la industria, ni al capital, ni al trabajo.
Como son la planta, el metal, el clima, los verdaderos protagonistas de las guerras
y motines con que los dems pases se destrozan.
Nuestra crisis, repercutida en parte y en parte tambin consecuencia lgica
de nuestro autntico atraso, tambin nos lleva a defendernos con las armas de la
naturaleza, y a buscar motivos de excusa en las perturbaciones polticas y sociales,
que son su efecto. Una revolucin puede cubrir un desfalco, pero pone a lo vivo
las fuerzas ocultas que trabajan en la erosin del hombre.
Las dems naciones vecinas estn igualmente a distancias telescpicas de
nosotros. Aun los accidentes geogrficos que sirvieron siempre para unir a los
pueblos, como los ros, nos separan. Una naturaleza opuesta a la del oeste
interrumpe el norte. Chaco, Formosa y Misiones forman la pelvis de la tierra
enjuta y de la piedra hostil, fecunda y virgen. La selva, que viene extendindose
desde Brasil, irrumpe ocenica y rica; pero se cierra como pelvis en repugnante
castidad. Y esa riqueza de madera y de fecundidad es tambin aislamiento, selva
en su sentido geogrfico, nubilidad ilesa. Ahoga entre macizos de rboles los
escombros arquitectnicos de un ensayo de conquista en gran escala, pero
contrario a la vida y a las fuerzas leales del mundo. Los muros labrados de
aquellas construcciones recordarn siempre la tentativa mejor organizada para
explotar un emporio de proyecciones universales, vencida por la naturaleza del
trpico y por la soledad. En esas ruinas hay ms filosofa y ms historia que en
todos los libros escritos para explicar Amrica.
5. Hasta los caminos que andan no llevan a ninguna parte cuando no hay
deseo ni necesidad de andar. Se convierten en infranqueables cordilleras que
desaguan greda, camalotes y vboras.
El Bermejo, el Pilcomayo y el Uruguay son cordilleras de agua, desiertos
de agua, abismos de agua. Vierte el Paran hasta 30.000 metros cbicos de agua
por segundo en el Plata, lo navegan barcos de alto calado y, sin embargo, es un ro
infecundo. Paraguay se desangr por l, dos mil kilmetros le costa no tienen
ms que a Rosario que se levante por encima de su sino hidrogrfico, Santa Fe y
Paran estn socavados por l. Corrientes y Entre Ros son, porque las separa del
resto de la Repblica ese ro, las provincias menos argentinas. Ms anchos, ms
caudalosos, ms extensos que los del mundo, nunca tendrn nuestros ros de
Suramrica el significado que el Ganges, el Eufrates, el Kin o el Danubio. Ros de
luchas y de civilizacin, de los que depende el destino de los dioses y de los
hombres; porque nuestros ros son distancia, aislamiento, confn. No tenemos
caminos porque no tenemos necesidades humanas de comunicarnos y tampoco
hemos contemplado desde otro ngulo los ros, pues aun aquellos navegables,
como el Bermejo, no son caminos sino fronteras. El indio no utilizo la navegacin
aunque la conociera, porque rehua vincularse a las dems tribus, huyndoles ms
bien. Las civilizaciones americanas han nacido al amparo de la piedra y no a las
riberas de los ros. Dejaron que el agua les asegurara su aislamiento, seguro como
la roca, y as fue despus. El Paran y el Uruguay, que segn Sarmiento se unen
en el estuario del Plata de manera simblica, tienen su historia trgica, desde que
se fund Santa Fe para servir de puerto de trnsito obligatorio en el Virreinato.
Paraguay se agot por ellos y el movimiento fluvial hacia el este y su desage en
el Atlntico, que penetr por ellos antes, es efectivamente simblico, y trgico.
Defendindose del arrastre de los ros, Paraguay quiso hacerse fuerte por las
armas, como Chile, y su fuerza inmensa lo destruy. Ahora lucha con otro pas
que tambin quiere defenderse con las armas de la funesta presin de las fuerzas
geogrficas; pelea contra Bolivia, que violenta la razn y la naturaleza en las
mismas causas de que naci. Pues Bolivia naci de la separacin y de la
desinteligencia de Suramrica. Esa lucha no apasiona ni conmueve a las dems
naciones y a siete mil millas de distancia carece de todo sentido y se juzga
ridcula: En Europe, ce conflit endmique prte sourire. Mueren los soldados
cubiertos de gloria en las cinagas, paldicos y hambrientos, sin otras armas que
misma razn de ser con que La Plata se hace lejana y autnoma para no caer en
condicin de barrio suburbano de Buenos Aires. Debe ahondar su localismo,
retirarse psicolgicamente, para no volver a anastomosarse en este vasto cuerpo
de ms volumen y de menos vitalidad. Afortunadamente Entre Ros y Corrientes,
cortados del resto de la Repblica por el Paran, hacen ms profundas y ms
anchas las corrientes del Uruguay.
Levantando la vista, los dems pases suramericanos se sumergen en un
caos balcnico; cada cual puede decir lo mismo respecto de los otros. Aunque
difieran mucho entre s, los rasgos comunes de todos, de todos en conjunto,
componen un territorio cultural y geogrfico indiferenciado, semejante a una
inmensa pennsula helnico-turca. La caracterstica fundamental es tnica:
Iberoamrica; y de ella derivan otras relativas a la tcnica de gobernar, obedecer,
vivir y ser libres. Todo lo que entendemos por unidad es Espaa o Portugal; y lo
que nos diferencia es nulo en relacin con lo que nos asemeja. El trazado
caprichoso de los lmites ha concluido por hacer que la naturaleza tome en ellos
aspectos desolados, sin gentes, estriles, insalubres, peligrosos. Cordillera, ros,
selvas de indiferencia lo circuyen.
DISCONTINUIDAD
Y lo mismo acontece con los hechos que llamamos histricos. Estos
estados nacieron de un desmembramiento y quedaron con extensiones
caprichosas, de ninguna manera relacionadas con su verdadera necesidad
territorial. Colombia, Venezuela y Ecuador eran una sola nacin; una debieron
haber sido Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Si cualesquiera factores,
siempre de muy escaso valor, hubiesen distribuido de otro modo el mapa, las
divisiones habran sido idnticamente caprichosas. La interfuncin, que jams
existi, no hubiera podido establecerse entre los miembros separados; seran
trozos amputados en que se habra deshecho un vasto cuerpo que durante la
Colonia tampoco tuvo unidad.
Tales como resultaron, en fin, con Brasil y argentina mayores que todo el
resto, y Paraguay y Uruguay inversamente exiguos, las cartas no estn
coordinadas con los pueblos, ni los pueblos, que constituyen una poblacin en
general muy afn, viven coordinados a ellas. Podran cambiarse de colocacin
unas y otros y de inmediato seguiran siendo los habitantes naturales. nicamente
guardan su alma telrica los que Frank llama hijos de la roca. La vida de tales
pueblos dentro de tales superficies es precaria y llevan una existencia de tipo
cosmopolita, aunque sean incapaces de pasar de su persona al pueblo, del pueblo a
la provincia, de la provincia a la nacin y de la nacin al mundo. Esa
universalidad suramericana del tipo tnico somtico y mental, da un tono comn a
medio continente; y sin embargo nada lo une, porque faltan los altos ideales que
crean la confraternidad. De ah que an las guerras tengan cierto aspecto de
revoluciones y que las revoluciones sean, a pesar de frecuentes e intiles, las
peripecias ms cargadas de sentido. Pero ningn episodio se levanta en una curva
de largo alcance, y su rea de influencia abarca pocos kilmetros y pocos das.
Los sucesos tienen por borde irrebasable esa naturaleza neutra, planetaria,
que se interpone entre pas y pas; de modo que su sentido es exclusivamente local
para cada uno, dentro de sus fronteras. Cada nacin con su hroe, y cada hroe
con su personalidad. Aparte los caudillos que la tuvieron firme, como que
DESMEMBRACIN
Estas repblicas de Amrica Celtbera cualquiera que sea su tamao,
naufragan en un territorio mucho mayor del que normalmente debieran ocupar por
embriagndonos con los licores clandestinos que nos manda: oro, revistas,
pelculas, armas. Nos interesa Europa y estamos copiando de ella lo que ya es
Amrica all. Un servicio telegrfico extenso, vuelca todos los das en medio
continente los residuos de una vida que palpita a otro ritmo y que funciona a otra
temperatura. Lo nuestro no nos interesa porque an guardamos rencor a lo que
somos de verdad. Lo que el telgrafo nos transmite es la superficie y la cscara de
los fenmenos sociales, polticos y artsticos de Europa; la vida intelectual de cada
estado del archipilago suramericano est en relacin con la abundancia de
noticias. Y en razn del consumo de cablegramas que cada nacin hace, se juzga
de su estado de cultura. El sentido de esas imgenes se nos escapa y toda
incorporacin de sus formas sin sustancia, desde el vestido y las leyes, hasta el
flirt y el deporte, son remedios grotescos. Siete mil millas de agua refractan las
figuras hasta darles la apariencia de que coinciden con las nuestras. Lo interior,
que es lo que no queremos ser, prosigue su vida torcica, pausada, imperceptible.
Y sin duda la libertad verdadera, si ha de venir, llegar desde el fondo de los
campos, brbara y ciega, como la vez anterior para barrer con la esclavitud, la
servidumbre intelectual y la mentira opulenta de las ciudades vendidas.
II
DISTANCIAS
ESPACIO
La vista es el rgano de las distancias y por lo tanto, el ms sutil tentculo
de aprehensin. La claridad con que desde un pueblo se divisa otro pueblo, fija
una posicin sentimental, y no podemos contemplar la aldea vecina sin residir en
alguna forma, un poco, en ella. As se descansa en la marcha que es vivir. Sobre
las tierras pobladas desde siglos, los pueblos estn separados por labrantos, por
bestias enyugadas o sueltas, por rboles; por espacios llenos, en fin, como se los
ve en las viejas pinturas en que el cuerpo de la figura llena un sector amplio de la
perspectiva. Hoy existen iguales. Entre ellos pueden generarse sentimientos de
rivalidad intensa; mas ya sabemos que sa es una forma paralela del amor, y hasta
cierta oxidacin normal del contacto de las agrupaciones humanas. La sociedad
segrega tales diastasas. Esas rivalidades representan el otro polo del amor,
Anteras, el amor contrario. La lucha identifica al hombre con el semejante; la
rivalidad es, con los celos, un cariz que acaba por fundirse en el gran torrente de la
simpata. Sin embargo, a poco de residir en esos pueblos viejos, se nota que el
sentimiento predominante, tnico, es de reposo sobre un orden, sobre un mutuo
amparo, segn ocurre con las casas en la ciudad y con los ancianos en el asilo. Esa
situacin, nacida de la contigidad, crea con el tiempo afectos, y las rencillas
encarnan el papel de percances familiares en la comedia humana. Mueren los
hombres con su odio y el pueblo queda trabajando por la amistad.
Mucho peor es estar aislado. El morador de nuestros pueblos conoce los
nombres de los inmediatos, pero no los ve; el campo y el cielo no ofrecen reposo a
la vista, ni al alma un punto en que descansar.
herramienta del trabajo cotidiano. Pensaba Sarmiento que Dios mismo habra de
emocionarse al ver cmo iban trazndose los pueblos, tomando un arco de
meridiano, de modo que al establecerse otros intermediarios, todos formaban una
red armnica y geomtrica.
Cuando la lucha no se emprende contra la naturaleza sino contra el
habitante, contra el ser que en ella vive, con el arma usada en tiempos de paz
como herramienta, y no al revs, el trazado no puede ser grato a los ojos de un
buen gemetra.
LOS PUEBLOS.
En viaje de un pueblo a otro, no hay nada en medio. A los lados del
camino, osamentas pulimentadas, de huesos limpios y blancos. Es el esqueleto del
cuadrpedo sobre el que se posa el pjaro semejante a una jaula vaca. Slo
para el caballo que se encabrita y quiere disparar espantado, expresa algo el
esqueleto que se conserva intacto como si durmiera libre, al fin, de la vida.
El camino no interesa como camino: es espacio a recorrer y se trata de
llegar lo antes posible. La soledad, para que sea normalmente compatible con la
vida del hombre, tiene que estar llena de sustancia humana. Llegar es el placer, y
no andar; esta vez la posada es mejor que el camino, y lo anuncia a lo hondo del
que marcha, la quietud de la pampa, el vuelo efmero y desolador del pjaro, la
carroa supina.
La diferencia que hay entre el viajero y el viaje es infinita. Es muy difcil
obtener cohesin en un pas en que la poblacin se parece mucho a pjaros
asentados despus de desbandarse. Porque dos terceras partes de la poblacin
estn en las ciudades y la que resta en la campaa permanece confinada y sin
contacto. El punto inmediato es la ciudad lejana. Se sale de un pueblo y se entra a
otro borrando tras los pasos lo que se deja atrs. Se marcha sin recuerdos y es ms
fcil seguir adelante que regresar. El viajero nunca vuelve la mirada, si no es de
temor, y lo que le atrae es algo que est ms adelante del horizonte: el punto de
llegada. Lo que recuerda: el punto de partida. Todo hombre de llanura es oriundo
de otro lugar. El rbol de esta llanura, el omb, tampoco es oriundo de ella. Es un
rbol que solo concuerda con el paisaje por las races; esa raz atormentada y en
parte descubierta, dice del viento del llano. Las ramas corresponden al dibujo de la
selva. Bien se ve que es de tierra montuosa, quebrada. Ha venido marchando
desde el norte, como un viajero solitario; y por eso es soledad en la soledad. Se
vino con un pedazo de selva al hombro como un linyera con su ropa. Lo que rodea
al omb se expresa en signos de otro idioma; grande y sin igual, necesita del
desierto en torno para adquirir su propia extensin. Acaso esa marcha del rbol
hacia el sur, le haya sido impuesta por la exigencia de extender sus races; pues
tanto pudieron stas haberse fortalecido por el pampero, que soplaba en contra,
como haber sido la voluntad heroica que lo lanz contra l. La raz habra hecho
de este rbol un ejemplar asctico. Pero sabemos bien que un viento menos fuerte
lo disemin y que se detuvo al borde de mi clima. Un poco ms al sur hubiera
muerto. Ah ech races extensas y poderosas como el viento. Qued convertido
en pulmn, bajo un cielo inmenso de aire sutil y de luz.
El omb es el rbol que slo da sombra, como si nicamente sirviera al
viajero que no debe quedarse y que reposa. Su tronco grueso, recio y bajo, es
intil, esponjoso, de bofe. Perfecto rgano del aire, respira la tierra por su
Son los equivalentes de los crujidos nocturnos de los muebles, con que nos
ponemos en contacto con fuerzas desconocidas del mundo; pero mucho ms
delicadas, infinitamente ms penetrantes y que apenas dan miedo. Deleita
escucharlas sin que se quiebren en el odo, recogindolas con luda la pureza con
que las emite la soledad, que mediante ellas adquiere su sentido perfecto.
Ese miedo de la noche, queda pegado a las casas al amanecer. Lo que
tienen de tristes y hostiles se comprende recordando que el da es un parntesis de
la noche, el descanso de la fecunda noche.
La casa del interior es plana, chata, terrosa y parece disimularse contra el
suelo. Es una casa sin adornos exteriores ni interiores, la vivienda simple y
esquemtica. Nuestros pueblos son aplanados y extensos, es decir, que ocupan
ms extensin de la debida segn el nmero de habitantes y de edificios; y que
tienen, como consecuencia, menos altura de la lgica. Un pueblo cualquiera de
cualquier paraje parece dislocado por terrenos que se desplazan en un
movimiento centrfugo. Estn desmoronados; no tienen intimidad, quieren
desbandarse. Las casas han ido construyndose con ese espacio neutro que en toda
propiedad se establece fsica y psicolgicamente en los lindes. Esas familias
parecen tener secretos pudores que las aslan: temor de culpas, de deslices, de
enfermedades contagiosas. Forman en torno de ellas y envolviendo las casas y el
pueblo, un ambiente recogido, enigmtico. A las afueras, la casa por antonomasia,
la Casa Grande, con sus celosas cerradas, sin ruidos. Esa casa es el pensamiento
reprimido de las otras, la casa mala, la casa tab.
Fuera del pueblo, desde donde slo se divisa el tapial que lo circunda, est
el otro pueblo, ms bajo, en silencio, muerto. No tiene que ver este pueblo con
aqul; son dos mundos distintos. El cementerio en la campaa es el olvido y el
abandono. Queda lejos y no se acostumbra visitarlo ni en las fechas consagradas;
alguna vez se va, como a vigilar las lpidas y las cruces, expuestas en la soledad al
robo sacrlego. Hay por lo regular un guardin, que cuida las sepulturas y que
hace de sepulturero. Pero en los pueblos chicos este trabajo se encarga al que cava
los pozos de agua, y que suele trabajar de albail. Construye casas o hace tumbas.
El cementerio tiene un tamao adecuado al pueblo; hay una relacin de su
permetro con el del pueblo, equivalente a la de sus respectivas capacidades. Los
comerciantes v los chacareros ricos edifican bvedas, mas lo comn es la
sepultura en la tierra, sobre la que se clava una cruz de madera con el nombre. El
pasto crece desde los senderos y las invade; la cruz desaparece pronto vencida por
la intemperie o por las hierbas silvestres. La muerte es el olvido. Segn el
hundimiento de la tierra puede calcularse el tiempo; segn la cantidad de pasto, lo
que dej el difunto. De todas esas sepulturas se piensa que son de seres sin
familias, de transentes a los que sorprendi la noche en el pueblo.
El campo rodea al cementerio y circunda igualmente al pueblo. Una noche
igual cae sobre ambos y el mismo sol los ilumina. El pueblo tiene algo de la
tristeza del cementerio; la casa de los muertos es muy parecida a la tumba de los
vivos. La poblacin vegeta y parece nutrirse de la misma tierra, y de las casas.
A las afueras estn los ranchos, que son casas ms pobres y an ms
aisladas. Las mujeres y los chicos casi nunca llegan hasta el poblado. Vegetan
ms lejos, y tardan un rato antes de salir cuando el viajero se detiene en sulky
frente a la tranquera. Salen los chicos y los perros. Las personas mayores espan
primero y se arreglan un poco. Cuando el viajero parte, vuelven a entrar al rancho.
Las mujeres no miran al pueblo; no les importa. Esos ranchos estn a mitad de
camino entre el pueblo y el cementerio, cualquiera sea la orientacin y la
componentes sociales y anula la accin de otros, para que al fin tenga en todo el
pueblo un sostn y sea l el hombre representativo.
Al principio hubo de combatir trabajando, contra un medio cargado de
hostilidades; mas en cuanto perdieron su virulencia las cosas circundantes, el
pueblo y el poblador las tenan dentro. Restaron soledad a la soledad metindosela
en las casas y en el alma, de donde ya no se la puede echar.
El montas vive en una ausencia de todo y se ha rendido; apenas le
alcanza su voluntad para proseguir adelante de un da a otro. Lo poco que tiene le
basta, pues faltndole todo no tiene conciencia ms que de su existencia rasgada
en su pelcula por los sentidos, y con alguna supersticin que se da tambin por
satisfecha con el escapulario y la imagen del santo venerado, vive. En cambio el
campesino de nuestras llanuras donde la fortuna; antes fcil como el sol y el agua,
atrajo a los ms corajudos, vive con respecto al otro en una propensin de resorte
y de gatillo amartillado. No porque si nuestra llanura es la levigacin de las viejas
montaas. Ha puesto la vida en sus manos y ya sabemos que la mano es una de las
armas ms antiguas. La soledad convierte al individuo en el centro de esa
circunferencia infinita que es la llanura y en la llave de esa bveda absurda que es
el cielo. Produce en l un sentimiento de distole hacia lo conviviente inmerso en
su propia ignorancia, y de sstole que lo contrae frente a lo que, fuera de l,
representa la coercin y exige disciplina. Se agazapa o se dispara en situaciones
idnticas, segn la mixtin de molculas anmicas imponderables. Est latente en
l lu ingnita curiosidad del animal de rapia, en un anhelo de explorar y
prevalecer, que lo lleva a inquirir en lo que encuentra, esos detalles que sirven
para el cotejo y la medida de la estatura y la fuerza de lo que oye y lo que ve.
Existencia alerta y sin prpados. Le interesa la cantidad y el tamao de las cosas,
de las ideas, de los recaudos y de los riesgos. Inquiere del prjimo y de su vida sin
otro motivo que el de invadir y penetrar un mundo que sospecha semejante, y que
le est vedado por lo que desconoce. La mansedumbre con que averigua, es el
movimiento primario de la vitalidad insurgente que en el nio despunta
simultneo con la capacidad estereoscpica de la vista, cuando destaca los
volmenes en planos de distancia y tiende a asirlos. El alma infantil del hombre
maduro de la campaa argentina, y sin duda de las que se le parecen, ah se
detiene, transformando tal impulso en un complejo de curiosidad que suele
confundirse con la ingenua entrega de s. Como el animal, es curioso en su
soledad; escudria cuando parece interesarse en datos insignificantes, y el ojo
tmido que echa la mirada a los pies est explorndonos.
Resulta de tales disposiciones, del corte en seco de la necesidad de trabar
relaciones lcitas con el mundo, la tendencia a vivir metido, por decirlo as, en la
casa y el cuerpo ajenos. Todas esas tentativas de establecer una correspondencia
humana a fondo, se le frustran porque es un ente solitario. Masa lo que es
precioso en l de pronto cambia de orientacin y se convierte en la defensa o el
ataque por presuntos peligros imaginarios, muy en lo bajo de la subconciencia. La
pregunta: Qu anda haciendo?, es el tentculo depredatorio que se esquiva
elusivamente con la respuesta: Aqu andamos.
Pero ese movimiento subconscientemente defensivo aunque ms
subconscientemente social, no va impregnado de amor, puesto que el prjimo slo
le interesa como objeto incgnito. Al contrario, da nuevas variantes al tema del
distanciamiento, que aparecen en el recelo exagerado, entendido como mutismo
natural del paisano, y en la falta de respeto a toda intimidad. La personalidad
ofrece una corteza dura cuando se la aborda de frente; el hombre de la llanura es
diestro en hallar los rodeos morosos que la dejan en descubierto, como sabe dar
con un tajo en la coyuntura de la res. Representativo de este medio es el guapo.
EL GUAPO.
El guapo es un rgano atrofiado del pueblo, resumen de una poca y
albacea del indgena. Flota sin ser influido por ninguna de las fuerzas que
acondicionan la existencia y rigen la sucesin de los seres. De manera que est
cortado de lo anterior y de lo que sigue. Extrae de s mismo las razones para obrar,
y nada de lo que le rodea le ensea ni le modifica. Encrase en la dura piel de su
temperamento y al uso del animal o del filsofo, obedece a un sistema propio.
Cerrado, criptgamo. Desprovisto de todo ornamento didctico o convencional,
puede parecer prximo a un tipo esquemtico, tal como el rbol seco al rbol en
s; pues sin duda tiene en dosis superlativa lo macho del hombre. Sin flexibilidad
y sin ambivalencias no contiene ni rastros de la marioneta que en todos vive. De
ah la seriedad irremediable de sus gestos. Vive su drama engredo y de verdad,
como si fuese el autor del asunto.
Bandolero suelto, sin afiliacin, sin cmplices, avenido a tolerar hasta
cierto punto el orden convencional de las cosas, de cualquier ngulo que se le
observe se ve que una lgica masculina gobierna su persona. Es bravo por
inclinacin y no tiene relaciones con la sociedad, sino consigo. No participa como
componente de ningn grupo, ni tiene que ver con nadie, semejante sin
semejantes. Es lo masculino, a lo que amput lo femenino y lo infantil: lo que no
recibe influjos del mundo ni trabaja para el mundo. Por eso se le llama el
macho. En consecuencia es un ser estril, que no engendra y que se consume en
su propia accin, independiente del contexto de las actividades sociales. Existira
as en cualquier isla. Individuo y no ser representativo, esquema y no hombre,
encama su idea y no su ideal. Hagen, mejor que Sigfrido. El hroe tiene un
movimiento parablico, y ste se concentra en un remolino de sifn, lo mismo que
el animal de garra con su ineluctable soledad central. Como su accin no tiene
proyecciones sociales, desborda con su cuerpo. No encuentra manera de influir
sobre los dems sino atajndoles el paso. Mata, atemoriza sin buscarlo; su
lenguaje de actos ignora la premeditacin y el arrepentimiento. Nunca queda
satisfecho ni colmado porque no se impregna, y en cada hazaa parece que
recomenzara. Un prurito inextinguible lo espolea a injertarse en las cosas por lo
mismo que no puede combinarse con ellas por otros medios. Considera a la mujer
como un ser entre otros; no la compadece ni la desprecia: la usa. La posesin
material lo exime de la responsabilidad paternal; su acto marital sin
apasionamiento, no trasciende. Es un fantasma cruel, que pasa; un ser inferior,
pues no se proyecta. Aadida a esa cualidad bravia, zoolgicamente pura, el
sentimiento de lo social, de la finalidad de la accin; creada en l la nocin del
deber, dara el adalid y, en la vejez, el patriarca. Pero la naturaleza le ha privado
de rganos de relacin y de comprensin, si es que no comprende en bloque lo
que forma el horizonte vital del carnvoro.
El guapo es un ente solitario, el unignito del gaucho malo, el hombre en
la limitacin de la fiera, rodeado de su propia figura. Su hbitat natural es el
pueblo chico, donde es una fuerza del campo que circula sin saludar a nadie, y que
no ataca si no se le excita, La maldad en l resulta como la abundancia de vello o
el olor amargo en el animal montes: estado de naturaleza. Tiene la absoluta
HOSTILIDADES DE LA SOLEDAD
Las poblaciones pequeas de las grandes planicies donde se encuentran
casualmente seres de tan diversos orgenes y acaban por juntarse y tener hijos,
ms bien que tomar cohesin a medida que se hacen compactas, fermentan
sentimientos disolventes que no crean odios fecundos, porque tambin son
superficiales. La pampa es un lugar de dispersin. Contra toda voluntad, la
soledad es ms fuerte que el trabajo por ser un estado constante y estable, y ste
un estado precario, que no coordina hondamente con un plan social, unnime,
mstico. La casa se levanta para que sirva de albergue mientras dura la faena y el
agua y el viento son eternos. La llanura no les da materiales consistentes para
edificar, y las gentes que se aglutinan en los pueblos se han encontrado all en
procura de hacer dinero pronto. En vez de hacer fortuna dejan hijos; los hijos se
van y el pueblo queda siempre con sus habitantes. De todos los signos que
integran la frmula vital de cada uno, slo son idnticos y se suman aquellos
egostas y desafectos. Tambin en ese concepto nuestros pueblos son
psicolgicamente fortines. La fuerza que en el fortn se opona a las asechanzas de
fuera, se ha invaginado ahora que no hay peligros flotantes y trabaja contra el
centro. De ningn modo querran los habitantes perennizar el presente, volver a
empezar otra vez. Estn ah porque coincide lo que han ido a buscar con lo que
otros buscan, y su proyecto es permanecer hasta el hallazgo. El logro de algunos
bienes acaba por someterlos, y entonces es la misma bsqueda, que se ha hecho
ms poderosa que sus propsitos, lo que les retiene, y buscan buscar. Quedan con
la propiedad como cepo, mientras sus almas descontentas flotan fantasmales entre
las cosas y los seres, Constituyen archipilagos vivos, rodeados de indiferencia y
hostilidad, dueos de una fortuna que los asla en el recelo y la envidia, de una
casa que habitan como huspedes, con hijos que prosiguen su vida moralmente
emancipada, como hijos de la soledad. Estudian y entonces se quedan en Buenos
Aires avergonzndose de los padres y de su apellido. El nativo ve con disgusto las
bajezas a que se abandona el extranjero que se enriquece; el extranjero no
comprende que se enriquezca el nativo sin sentirse despojado; porque, ignorante y
pobre, todava es un vstago de los conquistadores y colonos. Juzga que su
pasaporte era el salvoconducto para triunfar.
Esos pueblos son tristsimos y no se concibe la aclimatacin del hombre en
condiciones de tal celibato espiritual. Podra mencionrselos a todos; todos son
iguales y slo difieren en los nombres y en el nmero de habitantes. Su
configuracin es la misma, sus personas y sus casas, pjaros asentados despus de
un largo vuelo. Se entra en ellos como a una crcel con muros de campo, de donde
es imposible evadirse una vez que se tiene algo, que la puerta se cerr. Nuevas
gentes desalojan a las gentes viejas que se mueren o se van; unos a otros se
conocen de vista y de nombre: conocen mejor lo que tienen y cmo lo hubieron.
Siguen renovndose cual si empezaran a cada generacin de nuevo, y nada hay
que se transmita desde el pasado y que reste en pie ms duradero que el
transente. Ni el recuerdo.
Tan difcil es llevar a cabo en esas poblaciones de tripulantes una obra
solidaria, unir los espritus y las manos, como fcil el encono y la pugna. Los
comerciantes se juegan su caudal por arruinar al vecino y la quiebra de un
negocio, la cada instantnea del chacarero rico, lleva un rayo de sol y un hlito
fresco a esas almas oscuras. No son peores que otros hombres; son as. No se
espere encontrar un artista, un escritor de cepa, un iluso de cualquier clase, un
amante de los pjaros que viva y muera all. Las almas de artistas acaban por
naufragar en cuerpos y vidas miserables. Esos pueblos tienen, todos, sus vecinos
intiles, sus borrachos perdidos, que exhiben los rganos genitales a las criaturas
y que blasfeman que da miedo. Destrozados por el alcohol, cados contra la pared
entonan a veces alguna cancin escolar en su idioma, entre babas. Esa es la
deformacin de los espritus hechos por Dios para el canto. Tan pronto como
despunta en uno alguna recndita claridad, y el espritu se le sofoca en tanta
grosera sordidez, huye y no vuelve ms, pobre pjaro sin consuelo.
En los pueblos se vive an con el arma a la cintura. Desengao y fastidio,
resentimiento y apuro pesan sobre las almas; un difuso descontento se atrinchera
contra algo invisible, en expectativas de agresiones imaginarias. Los partidos
polticos inflaman los nimos hasta convertirlos en fauces tremendas; las luchas
electorales son el ejercicio calistnico en esos nimos que no se asombran de nada
y que comentan en tono jovial el asesinato y el suicidio. Agazapados, husmeando
las noticias secretas que se difunden con saa, hacen presa del escndalo y le
hincan su colmillo, porque ste es el pan de carne cruda cotidiano. La poltica
tiene all un sentido total y vital.
Viene a constituir la rivalidad el estado permanente, normal e inadvertido;
el candidato, el nombramiento de mdico o de comisario, la circunstancia, son
meros pretextos para que se manifieste sin escrpulos la bestia embozada. Y sin
embargo, tanta crueldad y tanto odio es sin duda una propensin a la simpata y a
la justicia, que encuentra cegados los cauces por donde correr sin obstculos. Que
el odio no es ms que el amor malogrado. Por tal alotropa, asumir la defensa de
alguien es descargar un arma contra alguien, y el jbilo casi siempre se manifiesta
por disparos al aire. Se forman sociedades de fomento, centros atlticos y crculos
de cultura que acaban en comit o se disuelven, porque la rivalidad es ms
poderosa que el propsito de solidaridad. Fndanse peridicos que estn al
servicio de la discordia, porque son hijos de la soledad. Mal escritos, nacidos del
encono o de la ambicin, no saben entretener a sus lectores con materiales de
informacin y cargan sus columnas con una dinamita intil. Su virulencia es la
falta de ejercicio, un lenguaje de constante oposicin. No se busque en esas cuatro
u ocho pginas infames otra cosa que la diatriba; defienden los intereses del
pueblo y su director vive sentenciado a muerte. No sabe defender sino atacando,
como no pueden existir partidos polticos sino como adversarios de un ideal. Los
hombres que llegan al gobierno aprovechan esas cargas de caballera, las emplean
para defender su persona y no sus ideales, que no tienen, porque tambin son hijos
de la soledad. Cuando se cumple la sentencia y el director cae acribillado, el
diputado nacional llega para asistir al sepelio y pronuncia un discurso infeccioso,
para que nunca ms cicatrice la herida. Despus resta esperar lo que publiquen los
diarios de grandes tiradas y poco ms tarde el olvido. Porque el muerto formaba
parte de un gremio; no era un caudillo de prensa sino un periodista, era un
miembro aislado de un cuerpo de orgnica unidad. Por todas estas cosas su
sacrificio fue, como lo dijo el diputado, un tributo rendido a la causa de la
civilizacin. Cay peleando contra los espectros del indio, en el fortn del
pueblo.
El animal es mucho ms resignado en su aislamiento; vive encerrado en su
piel y no tiene en su sangre grmenes de simpata y de altruismo que lo perviertan.
Teme o ataca sin estar en todo momento a la expectativa de la agresin, sin
elucubrar larga y sordamente la venganza. En la poca de celo se acopla, defiende
la cra y luego vuelve a su soledad.
Pero todo aquello es la llanura; y la lejana de los pueblos y su violenta
emulsin de pasiones, la victoria pstuma del indio desalojado por una fuerza
anrquica, tnicamente ms dbil que l. Estos pueblos nuevos son reductos de
viejas violencias, que se infiltran por sus porosas paredes de tierra Cuando esa
fuerza alojada carne adentro est en reposo, baja el prpado y pone en los labios la
respuesta imprecisa y tmida. Mas despierta sin alzarse y desde abajo descarga su
pregunta artera, que va hasta el fondo del alma, cargada de intencin.
DESCONFIANZA.
LOS POBRES
Toda esa circulacin de monedas falsas, que se acuan para el interior, es
pobreza espiritual. Las ricas voces de la msica, las formas henchidas de emocin
de las artes plsticas, el pensamiento sereno o alto no valen all lo que las
monedas falsas y las joyas de chafalona. El pobre suea ricos sueos de pobre. La
soledad es pobreza. Aunque posean campos y ganados, son pobres; aunque tengan
comercios, propiedades y tierras, son pobres. Esos bienes significan el sacrificio
de sus personas ntegras, una clausura en un medio diptrico a cuyo travs se
deforman sentimientos, ideas y valores. Su fortuna no es llave para penetrar al
mundo, sino fortaleza para aislarse de l. Se han retirado al fondo de los campos
con su presa, tienen miedo y se agachan. Esa fortuna que no luce en nada lujoso,
excedente, artstico, superfluo, que es nicamente riqueza, los asla de los dems.
No es un caudal que lleve a todo, sino un exceso que inspira piedad. El pobre en
su banco de la plaza, es inmensamente rico en comparacin del hombre de campo.
Su dinero tiene el signo de la soledad y cuando viene a disfrutarlo a las ciudades,
lo acechan y quieren robrselo, porque no es digno de lo que tiene. Una operacin
quirrgica le arranca un trozo de la bola de estircol de oro que amas; un pleito
barre con leguas de campo; un amigo se lleva lo dems. Su riqueza no se entiende
mano a mano con nuestra pobreza ni con la riqueza de los verdaderamente ricos.
Podra entrar al mundo y el mundo se echara a sus pies, pero no puede. Cuanto le
rodea tiene fauces abiertas de avidez y de befa. No puede gastar esa fortuna que es
el precio de su vida, de la de su mujer y sus hijos. Lo ha devorado todo y por eso
el mundo amenaza devorarlo a l, recuperando la parte sustrada. Adems hay,
naturalmente, los pobres verdaderos, los pobres que no tienen nada, ni la
seguridad de su pobreza. Tienen tambin su vaga esperanza, aunque doblada por
el infortunio y la indiferencia. Al interior hemos arrojado la pobreza para que no
afeara las calles de las ciudades y para que no interrumpiera con su grito vivo un
sueo de cinematografa.
Aun la pobreza tiene algo de seguro cuando lo que rodea al pobre est
firmemente ligado al suelo y constituye la miserable mancomunidad del que no
tiene nada. En los viejos pases catlicos el pordiosero oculta algo de Dios; y en
un tiempo aqu iba a caballo y peda con la exigencia de los elegidos, sin apearse
ni dar las gracias.
Podramos definir al pobre de las urbes como el ciudadano que tiene la
ciudad por casa, y al viejo en su rancho como al desierto mismo. La pobreza
aislada lo es doblemente; queda reducirla a s y hasta le falta la asistencia social de
la edificacin compacta. Ese pobre del campo es un ser aislado por la soledad y
por lo que no tiene; se han roto los ligazones que unen al hombre con el
semejante. Entre nosotros, el pobre es un desertor, un trnsfuga que no tiene
derecho a no tener nada, y causa vergenza. Es nuestro padre que ha trabajado
cincuenta aos y no tiene nada; y nos da vergenza. Recordad esos otros pobres
que van con su bolsa al hombro, llevndose la tapera y la familia disuelta a
cuestas, de un pueblo a otro, por los caminos o por las vas del tren. Van en busca
de trabajo. No son vagabundos, son trabajadores. Ni tienen su pobreza, porque son
peones sin pan, hambrientos, y con las manos encallecidas. No conozco nada ms
solitario, ms sombro que estos transentes de la pampa, que recorren distancias
enormes, uno tras otro, alejados, lejanos. Acampan al pie de los terraplenes y
entonces se ve que en la bolsa llevan los escombros de la casa: utensilios de
cocina, mantas para dormir, platos para comer. Duermen juntos como las bestias,
porque la noche es demasiado fuerte para el alma y la pena; pero a la maana
siguiente uno parte primero y los dems echan a andar cuando el anterior casi ha
desaparecido. Parece que les falla Dios a su persona.
La pobreza en el campo pierde su aspecto de falla social y parece una
incapacidad individual, el castigo por un pecado misterioso. La sociedad queda
exenta de culpa, porque no existe; el estanciero, el chacarero, el acoplador de
frutos, qu tienen que ver con el pobre? Le dan albergue, y el espacio que va del
que tiene al que no tiene es tan grande que no se sabe quin debera reprochar al
otro, cuando el pobre se va. El indigente de nuestros campos se parece al animal
mucho ms que al hombre rico. El animal es el pobre por excelencia, privado de
toda superfluidad por fuera y por dentro. No tiene, no pide y para morirse
tampoco le basta. La miseria en el descampado es un accidente personal, y por lo
tanto una incgnita, una amenaza. Est suelta y, adems, no se ve que se haya
producido, como tampoco la riqueza, por presin de lo circundante, segn el
funcionamiento de un organismo que segrega tales desechos. Estos pobres del
campo, que viven de mate y galleta, procrean pobreza, exhalan pobreza. Como el
pueblo y las gentes trabajan para s, cada vez van quedando ms aislados y siendo
ms numerosos. En tanto esa gente viva en su soledad, formaba un sistema con el
ambiente, sin grados ni variedades, porque faltaba la relacin con otro estado
mejor. La distancia los mantena desvinculados de los dems y estaban cerca de
todo, pues sus puntos de referencia, a los cuales estaban atados los hilos de sus
vidas, eran el rancho, el rbol, el pozo, el perro, el caballo y su familia. Pero una
vez que el pueblo y con l su rancho, el rbol, el pozo, el perro y el caballo se
unieron a la gran ciudad lejana, entraron a formar parte de otro sistema mayor;
todo alrededor se puso en movimiento y su quietud tom rigideces cadavricas.
Entonces aument la soledad del pobre, cuando hubo distancia y diferencia entre
ese mundo local y el mundo inmenso. Todo lo que sirve para unir: telgrafo,
ferrocarril, automviles, lo separaban ms. La metrpoli comenz a arrastrar hacia
s toda la campaa, colocndolo a l cada da ms lejos, en los confines del mundo
primitivo.
III
SOLEDAD DEL MUNDO Y DEL HOMBRE
EL MUNDO Y EL HOMBRE
Aun los tmulos y cementerios que en el Ro Negro o en el valle
Calchaqu o en Campana atestiguan de ciudades prehistricas, no nos dicen nada,
aparte la curiosidad o el estudio; porque el indio es por excelencia el hombre sin
historia. Restos de ciudades y de cementerios han quedado unidos por signos
terrestres al lugar y no por signos vitales al tiempo. El indio no tiene pasado
porque no tiene porvenir; ocupa meramente el espacio que llena su cuerpo, vivo o
muerto, y como el animal, aun en sociedad desarrolla una vida que no sobrepasa
los lmites de sus sentidos. Nace y muere clandestinamente. Esos cementerios, los
pocos restos de viviendas que nos quedan, sus vasijas y utensilios, sus armas y
Esa soledad del paisaje implica otra, de la cual en parte se deriva. Porque
aun la tierra ms infrtil puede dar impresin de estar llena, de ser habitable si en
otro tiempo lo fue. A la aridez natural se agrega esa aridez que slo el alma siente,
pero que siente muy adentro, cuando bajo sus pies no hay ms que el soporte
fsico del mundo. La soledad que se abre en el alma como una congoja inmotivada
y que quita inters humano al espectculo de la belleza panormica, es la falta de
historia. En esas regiones no ha ocurrido nada que hable hondamente al hombre,
el que por tanto no se nota como imagina Spengler, impelido desde las huellas de
sus pasos hacia adelante. Un hombre all est solo, como en el campo visual de un
microscopio o de un telescopio. Lo que hace, comienza por ltima vez. Frank
senta, bajo sus pies en el Colorado, tres civilizaciones superpuestas y
desaparecidas subindole hasta el cerebro; y Barres expres tambin esa
contigidad ininterrumpida sobre las praderas de Santa Odilia, como la muda
voluntad de sus muertos. Al atravesar nuestros campos y nuestros pueblos, de
nombres inexpresivos, nos sentimos como seres sin pasado, de paso, y hasta nos
repugna la ostentacin de apellidos huecos e insignificantes. Aun los nombres de
proceres y de episodios dan a los pueblos novedad y los hacen recientes. En otras
partes, los hombres tienen nombres de lugares, de ciudades, toponmicos, que van
hasta las cosas ms lejanas, aqu los pueblos tienen nombres de personas. En
muchos casos son pueblos annimos, con un apodo sin bautismo.
Se pueden cambiar casi todos los nombres de esos pueblos por otros, y
seguirn sindoles igualmente adecuados o impropios. Ledos en los letreros de
los andenes o en las nomenclaturas, se ve que han sido puestos sin que presidiera
a las denominaciones un alma de unidad lingstica o moral. Este es el apellido de
un guerrero extranjero que hizo campaas, arrastrado de aqu para all, y que no
figura siquiera en los manuales de historia; ese otro apellido, de distinto origen, lo
llevaba un buhonero que enriqueci y obtuvo una condecoracin de su pas; aquel
expresa sin duda algo en guaran o en quechua o en tehuelche, pero no sabemos
qu, ni interesa: es una palabra. Los nombres que llevan esos pueblos valen como
cifras diferenciales, y no les nace de adentro o desde el fondo de la vida del
contorno o de alguna peculiaridad del terreno o del pueblo que cambiar ms que
l.
Nuestros padres conocieron a las personas que evocan los letreros de los
andenes y las guias: eran lo mismo que hoy, ya muertos de muerte. El dueo de
los solares en que se levantaba una villa daba una hectrea para la plaza, mil varas
para el templo, un cuadrado de dimensiones convenientes para el cementerio y el
trecho de semforo a semforo para el ferrocarril; con lo que adquira la
inmortalidad tipogrfica a precio mdico. Pero los vecinos rara vez saben lo que
quieren decir o a quienes rememoran las palabras y los nombres, ni les importa.
De poblado a poblado puede haber treinta kilmetros y dos idiomas distintos de
por medio. Jams han pensado que ello pudiera ser de otro modo; permanecen a lo
lejos de las vidas, de las obras y de los accidentes geogrficos que puedan unir o
separar a los pueblos dentro de una nacin o entre dos naciones.
Con su nombre a cuestas, el pueblo permanece annimo, ya que no es nada
ms que un conglomerado de casas y una cantidad de gentes psicolgicamente de
trnsito. Habitados y sostenidos en alta tensin por pasiones, odios y sentimientos
de una unidad de tipo, son ya lo mismo que aquellos restos arqueolgicos que
ahora consideramos en desvos del camino de la humanidad; bien que menos
autnticos y menos ellos mismos. Si cualquier catstrofe ssmica los sepultara,
LA SOLEDAD ANTIGUA
Nuestro territorio es muy antiguo y muy nuevo; el Mundo Primitivo, de la
Soledad, es el antiguo; el muy nuevo, de la grandeza y servidumbre, el actual. El
mundo actual puede circunscribirse en la zona de las lluvias frecuentes o zona de
ganados y cereales. Desde sus bordes declina lo que pertenece al blanco y a la
conquista humana, hasta penetrar en el planeta intacto, en la tumba del indio.
Dentro de nuestro territorio tambin estn los accidentes orognicos extremos,
con la Puna de Atacama, de los ms antiguos, y con los Andes, de los ms nuevos.
La Puna de Atacama y el grupo de los braslides son precmbricos,
coetneos del Escudo Canadiense, del Escudo Finoescandinavo y del macizo
siberiano, en que pueden justamente ubicarse los vrtices del tetraedro de
Lowthian Green. Podemos tocar ah la dermis de nuestro astro, con los misterios
tectnicos y eclpticos en la disposicin de sus moles y en el repliegue de sus
laderas. Con los gondwnides y patagnides alcanzamos la poca Paleozoica, casi
en estilo cmbrico-silrico puro. El viento y las aguas han desgastado las
cumbres, pero el ojo reconstruye la lnea rota del flanco y recorta en el cielo el
perfil de los tiempos estelares; inevitablemente. En cambio los Andes que llegan
hasta el cretceo fueron vistos durante su formacin por ojos completos como los
nuestros. Entonces hundironse el centro y el norte, hasta el Brasil, y se form el
suelo de la pampa.
De modo que entre la montaa y las mesetas, que son dominio del indio, y
las llanuras, dominio del blanco, hay intervalos de perodos enteros, de toda la Era
Terciaria, como entre el aborigen y el blanco intermedian India, Egipto, China y
Europa.
El ocano que cubri casi toda la superficie del continente, ha dejado
rastros en distintos parajes: mdanos errtiles que invaden los terrenos labrantos
y salinas extensas diseminadas por todo el territorio. Lo que todava pertenece al
ocano, embota la herramienta y laxa el brazo. El paisaje adquiere tonos
primitivos y bblicamente lgubres en la sal que se mezcla con la arena. Cardones,
tunas y numerosos ejemplares de la ora halfila, defienden su soledad de
imaginarios enemigos que hace ya muchos siglos sucumbieron. La pa de espina
evoca la piel de suela del gigantesco desdentado que no existe. En esos yermos se
alzaron ciudades bblicas; se las fund en donde el pasto haba vencido al salitre:
San Luis, Crdoba, La Rioja, Catamarca, San Juan, Mendoza, San Rafael,
Santiago del Estero. Quedaron rodeadas de desierto, y hay que trabajar e irrigar
sin descanso para que no penetre desde el fondo de los siglos por sus calles y
vuelva a sumir las casas en arena y sal, en un simple fenmeno de smosis.
La base, el plan fundamental, es la montaa. Debajo de la pampa est la
montaa reducida a llanura; el Chaco y Misiones, que parecen hundir sus races
hasta el limo del Gnesis, tienen base roquea. Del hundimiento de los
antiqusimos ncleos continentales de Brasilia - desde el norte hasta el Ro
Colorado y de Patagonia desde el Ro Colorado al sur , anteriores al
devnico, qued bajo el agua en el oligoceno y bajo el loess en el cuaternario, la
plataforma de piedra inmersa que constituye la casi totalidad del territorio
argentino. En el hundimiento del Chaco, que dio estructura continua a la Pampa
hasta las mesetas patagnicas, se sostuvo el ancho macizo de Atacama, cuya Puna
rompe la unidad geolgica cortical. Con la Pampa del Monte y Patagonia es la
tierra del primato. Cuando el intruso ocup las llanuras frtiles, el indio se
aventur a llegar hasta ellas luego de exilado; pero una vez que fue repelido sin
desquite, se refugi en la vasta zona neutral, en el seno de un mundo que no
conoci la vida. Ah est delimitada la frontera entre Amrica y Europa, que
penetr hasta los bordes mismos de los terrenos sedimentarios. En aquella otra
zona estn los fsiles ms antiguos que se conocen, los yacimientos de petrleo,
las minas metalferas y las plantas xerfilas multimilenarias. Ahora es el mundo
del indgena y el receptculo de las fuerzas primitivas, cuyos hlitos cunden
imperceptiblemente por las ciudades, derriban por s solas, las paredes y avientan
los yuyos preparndose el avance. El indio se confin en esas regiones para morir,
porque esa tierra es la muerte.
SPTIMA SOLEDAD
Contemplar el mapamundi es como mirar al fondo de uno mismo, el
esquema de la historia del hombre. Es ver el esqueleto de la tierra. Lo que se
advierte es inefable, sin significado para el pensamiento y la sensibilidad, hondo y
lejano hasta la sangre. La comprensin intuitiva de nuestra tierra en el mapa,
desliga la mente del contexto de razn que nos vincula al mundo en nuestra
condicin de seres de espritu. Esa desencarnacin produce el espanto de la
soledad, nunca sentida en el aislamiento voluntario ni en las representaciones
imaginativas. Quien no experimenta esa impresin orgnica y csmica de
fatalidad examinando el globo terrqueo como astro, dentro de l sus masas
slidas como el soporte de una raza olmpica, y ms adentro la vida como un
fenmeno momentneo en la existencia de un astro, no puede entender el
verdadero sino del mundo y del hombre. Ni puede explicarse cmo actan las
fuerzas biolgicas para determinar las regiones en que la vida sobresaldr o
quedar estancada para siempre. Se acenta esa glacial impresin que penetra por
el ojo, como rgano de sentir el espacio, al pasar del hemisferio boreal al austral.
Viajar es algo as como estar en el mismo sitio que el cuerpo ocupa; pero tener en
la mano la esfera es mirarla con los ojos de Dios. El hemisferio boreal aparece
como un plano homogneo de vida. La estepa rusa, los desiertos de India y China
semejan escamas de planeta intercaladas en una pulpa pensante y doliente. En lo
dems, sobre todo en los bordes mediterrneos, ricos de vida como pstulas, en el
borde clido del noroeste y en el levante de Asia, pulula una existencia compacta.
Encerrando en una circunferencia de mximo radio la mayor cantidad de
tierra posible, con Europa, Asia, frica y tres cuartas partes de Amrica, la isla
Dumet es su centro geomtrico. Los primeros hombres y los mejores aparecieron
a las orillas del canal de la Mancha, muy cerca. Invirtiendo la esfera tendramos
un hemisferio de nueve partes de agua y slo una de tierra, con Australia, Nueva
Zelandia, Nueva Guinea, archipilago de la Sonda y la restante cuarta parte de
Amrica, con Argentina y Chile ntegros. Su centro geomtrico quedara prximo
a las islas Warekauri, en pleno Pacfico. Esta mitad del agua es la ms antigua del
planeta, el mundo siluriano. Europa es el polo humano; hay diecinueve
probabilidades en favor y una en contra, de que a cada punto slido del planeta
corresponda un punto antpoda de agua. Por otra parte, el trpico de Capricornio
cierra un ciclo morfolgico; en su franja yacen los ms copiosos depsitos de
fsiles y aun viven los ejemplares de especies ms antiguas que ellos. Patagonia,
que hasta el Eoceno form un territorio con la tierra polar, concierta
geolgicamente con el sur de frica, la isla Tasmania y Nueva Zelandia. Tambin
una sorprendente identidad de formas estructurales resalta en los relieves
gondwnides con que las sierras pampeanas se identifican a las del Asia britnica
y a los cpides de Surfrica; y correlativamente concuerdan las estructuras seas
de los seres que poblaron el trpico. De consuno han trabajado fuerzas anlogas
sobre la tierra y los seres del hemisferio del agua. Todava son palpables las
huellas del trabajo neptnico; las hernias y cicatrices se pueden tocar. Asimismo
la lucha entre el hombre y el mundo ha de ser aqu mas difcil que en el
hemisferio terrqueo, que es lo que sentimos en el fondo del alma.
Patagonia, hasta Ro Negro particularmente, pero toda la llanura que
conocemos con el nombre indgena de Pampa, es tambin el lecho del ocano,
aunque sin recubrir, spero, amargo. I'.s un cabo que se sumerge a partir de Tierra
del Fuego, y que muy posiblemente estuvo unido al macizo antrtico, Ms tarde,
cuando las aguas que cubrieron casi todo el territorio se retiraron, en las zonas
ofelotrmicas, se agruparon tantas especies zoolgicas ya extinguidas como en
ninguna otra parte del mundo. Cambiaron los climas y hubieron de emigrar, a
travs del Arquelenis, si existi, o remontando hacia la eclptica, todava sin fijar.
Otras especies, los cetceos y pinnpedos, sobrevivieron acomodando su
organismo a las fuerzas ocenicas que predominan an: la pata se convirti en
aleta.
Sobre estas tierras del Atlntico y el Pacfico, no sera posible contemplar
el mapamundi sin sentir ancestrales escalofros a lo largo de la mdula, donde las
edades geolgicas han dejado inscritas las peripecias de la forma humana. La vista
comprende mejor que la inteligencia, que esta parle del mundo sobre la que luce el
cielo ms rico de estrellas y nebulosas, est en los confines del Planeta. En
Ushuaia viven los hombres que habitan el extremo sur del globo; ah est el
presidio; el cielo es el lugar ms prximo.
FUERZAS PRIMITIVAS
I FUERZAS TELRICAS
II FUERZAS MECNICAS
III FUERZAS PSQUICAS
I
LAS FUERZAS TELRICAS
una idea borrosa y sucia de la religin y del gobierno libre; y por otra parte las
misiones y las encomiendas como contraideales, produjeron ese otro aspecto
totmico-comercial del estanciero y del cuatrero, cuya potencia econmica y
personal se acrecentaba tangiblemente con el degello de las reses. La montonera
y la mazorca recogieron y elaboraron la sustancia mter. Convertido el degello
en tarea regular y en derecho de horca y cuchillo consuetudinario, con su tcnica y
provecho propios, trasmiten al degollador su mana de razn, libertad, fuerza y
fortuna. Esos instintos religiosos complicados con instintos econmicos, slo
pueden ser transferidos, y Sarmiento calcul por lo bajo en doscientos aos el
purgatorio de semejantes faltas. Estas fuerzas primitivas actan todava al sesgo.
Hoy en Mendoza y en San Juan, como los diablos en los cerdos, encarnan en las
turbas que manejan los polticos totmicos.
El clan, con su poder aglutinante, los agrup en la tropa campesina, que
erigi de sus mismas filas al caudillo por una necesidad automtica de
coordinacin y defensa; y por un imperativo idoltrico. El caudillo era el hombrepay, que defenda los intereses del clan, como el poltico es ahora el paterfamilias-pay, que defiende el hogar y los derechos conculcados por los
funcionarios.
Ms curioso es el abigeato y sus desarrollos meldicos, pues lleg a ser
hasta hace pocos aos una lucrativa industria en las provincias ganaderas, y an lo
es por tierras patagnicas y del noreste. Cuatrerismo y contrabando fueron
tambin formas derivadas de un sistema legal de comercio antes de la
Independencia, y a la vez formas supervivientes y atrofiadas del caudillismo
totmico y de la fe en sus noas. La eleccin de jefes por esas tribus de chirip,
recaa en aquel que poseyera ms, o mejor calidad de ganado, o un recado de
montar ms rico. Lo que en la germana de comit se entiende por poltica, por
democracia, por sufragio libre no es mejor ni peor: es eso mismo, y la Ley
Electoral es la mitologa de los vencedores de las ciudades en quienes encarnan
los demonios de las llanuras.
Representativos de este perodo son el baquiano y el rastreador, cuyos
avatares ltimos pueden verse en los conductores de multitudes y en los
improvisadores del saber.
EL BAQUIANO Y EL RASTREADOR
El baquiano posee finos rganos de orientacin y dotes de mdium. En l
parece haber tomado conciencia la tierra del secreto a que obedecen sus formas,
colores, consistencia, distribucin. Cada accidente est en la inteligencia del
baquiano, ligado indefectiblemente con otros, de manera que le basta contemplar
un limitadsimo trozo de paisaje para comprenderlo entero. Posee un don de
pensar lgicamente, segn las formas de los llanos, las selvas, las montaas, y de
sentir intuitivamente la proximidad del agua, los rboles y los seres. Adivinacin
y rabdomancia al mismo tiempo; y una infalible memoria estereoscpica, que se
orienta por indicios apenas visibles, sin que empero llegue a convertirlos en datos
sensibles ni en notas conscientes. Sin pensar, sin recordar, sabe cul es el camino
que hay que seguir, y de noche lleva en los pies la seguridad del sonmbulo.
En las guerras de la Independencia y en las civiles, fue el tctico y el
topgrafo. Su palabra mereca ciega fe. Rivera fue un militar afortunado, porque
conoca como la palma de la mano el litoral; Facundo y Lpez sus llanos. Los
de algn cuerpo que lo roz, y en las hojas la seal imperceptible de las manos.
No es posible apoyarse impunemente a descansar contra el tronco de un rbol,
vadear un ro, avanzar trepando de rama en rama largos trechos; en cada sitio
queda la huella fresca por muchos das y l la ve. Aplica las lupas y linternas de
sus pupilas y en seguida sabe adonde dirigirse, ganando tiempo. La naturaleza
queda manchada y mustia en dondequiera que haya sido tocada. Sera imposible
desintegrar ese instinto que tan cerca est de la magia, de la aruspicina y de la
videncia onrica. Y sin embargo, todo es claro y lgico.
las aguas del declive, partculas de lo alto hacia lo bajo, de lo que le est vedado a
lo que se le entrega. Aspira a ser rico, sin que piense para qu le servir la fortuna;
aspira a ser Presidente de 1a Repblica o de un Trust, sin que debajo de ese
anhelo haya nada que lo empuje y lo sostenga. La investidura o la riqueza de esa
manera conseguidas son una ficcin y el cadver de una vida gastada sin cordura.
El espectro en que se descompone el haz de su visin, acusa sus rayas
ntidas en los colores del poder y la riqueza.
Ambas franjas parecen la totalidad del prisma nicamente cuando la visin
del mundo y de los valores es incompleta; porque los valores eudemonsticos del
mundo no estn localizados en franjas muy reducidas de la gama, sino en la total
claridad de la luz; lo restante son reverberaciones. En el ansia de ascender y
progresar indefinida y ciegamente hay una gran miseria oculta. Es un poco la
fantasa de la mucama en el cine. No hay camino para llegar a esos extremos; por
lo cual el salto puede ser la marcha lgica. Y en cualquier hiptesis la fiebre de
tener mucho puede ser un reflejo del hambre y la sed.
En tanto no se han logrado esos fines, que avanzan como el horizonte
delante de uno, se vive en perpetuo viaje, transitando das, en una extensin
criminal, que acomete con los codos y los puos. La existencia que se consume en
esa actitud tendida hacia lo mximo y lo ptimo, es un estorbo; por lo que en cada
soador bidimensional o cinematogrfico est el suicida asesinndose a mansalva
en lo que tiene y en lo que quiere tener.
Usos lugares de trnsito son peldaos de jerarqua y de poder por los que
se trepa hacia una cumbre que no tiene sentido humano, porque no conduce al
bien colectivo, al mejoramiento de las condiciones de vida del semejante, a la
prosperidad de todos, al adelanto de la ciencia y el arte y ni siquiera a
satisfacciones egostas. La propia vida que est en juego se transforma en machete
de abrirse paso en la selva, abrindose paso entre los hombres. A travs de la
escala de los valores humanos, intelectuales y econmicos, el individuo impulsado
por esa fuerza suicida pasa como rayo catdico. A su alrededor produce un
torbellino psquico de temor y acaso de admiracin, pues cierta resonancia ntima
conmueve la materia viva que atraviesa y agita. Su atrevida trayectoria es un
proyectil que pasa por los espacios intermoleculares de esa materia social gaseosa.
Si en sntesis no es un disparo producido por las mismas fuerzas intermoleculares
que hemos llamado espacios. El ideal restringido del soador del poder y de la
fortuna es la figura mental de este mundo de intersticios que nos rodea. Y las
instituciones sin cohesin, la moral laxa, la falta de un contexto heroico y superior
es el peligro que acecha al individuo, hasta que rotos los escrpulos y ansiando lo
mejor, cae dentro de su sueo y de la pantalla que se lo traga como a una vctima
encandilada.
EROSIN Y OXIDACIN
En la inmensidad del territorio, todava en sus tres cuartas partes
despoblado, vivir, luchar y triunfar parece fcil. Ilimitadas posibilidades se
ofrecen, como si ese mundo sin forma an, pudiera ceder a la voluntad humana.
Pero ese mundo ancho y largo, despoblado, tiene una forma dura como la piedra;
sa; una voluntad que se opone a la del que llega a invadirlo, mucho ms vieja y
segura. Acecha y deja hacer: pero por las dificultades que luego han de
encontrarse como nacidas sbitamente ms all de toda previsin, la voluntad
II
LAS FUERZAS MECNICAS
ADAPTACIN DE INSTRUMENTOS.
La versin defectuosa de la Constitucin norteamericana, aclamada el 25
de mayo de 1853 bajo la dictadura de Urquiza, significaba en la realidad menos
que cualquiera de los pactos preexistentes. Excepto Buenos Aires, que importaba
cobrara en productos cuyo precio fijaba l mismo. Pero la riqueza que genera en
sus entraas la tierra es ms lenta que la que se produce por generacin
espontnea en las manos del usurero y en el mostrador del comerciante. Los
especuladores enriquecan rpidamente; los chacareros y los hacendados vendan
con holgura sus granos y sus haciendas, y mediante el dinero adquiran el poder
que antes exiga la fuerza y la astucia. El gobierno se haba convertido en
especulador, que tomaba sus prstamos en el extranjero y los colocaba a un alto
inters en obras que llamaba de adelanto; y a la vez posea la mquina de emitir
moneda y el ejrcito y la marina que daban curso legal a esa moneda, a esa
riqueza de papel y simultneamente respondan al esfuerzo del campesino y del
trabajador como instituciones de paz. Campos, casas, tareas, bienes, adquirieron el
valor de seguridad en los actos del gobierno federal despus de Pavn;
adquirieron valores superlativos y se ganaban y perdan como en una casa de
juego. El aniquilamiento del aborigen y con l de las fuerzas aborgenes, que
daban valores aleatorios a la propiedad territorial y raz, era a un tiempo fuerza
para el Estado y seguridad para el poseedor; la fuerza peligrosa que se disminua
en torno acrecentaba la fuerza patriarcal del Estado que converta los valores
circulantes en papel moneda con su efigie. Se echaban al Leviatn los
combustibles de la barbarie y fabricaba edificios pblicos, obras de salubridad,
ferrocarriles e instituciones; y sin embargo, la fuerza que extraan de sus
alimentos era debilidad. El problema de la tierra fcil de perder empalmaba con el
problema de la tierra fcil de ganar. Los peligros y los males que haba en no estar
seguro de nada, en vivir a merced del azar, se convirtieron en peligros y males de
poder conseguir lo que se quisiera, con un poco de habilidad y de paciencia, y de
vivir seguro de lo venidero. Es el inconveniente de dar vuelta a las cosas,
poniendo lo de afuera adentro. Tener o no, dependa en mucho de que se estuviera
en el favor de los gobernantes; la amistad o el parentesco confirmaban al poseedor
en sus bienes, tanto como antes las buenas relaciones con el cacique. En su
carcter de presa recuperada del indio, la tierra pas en reas inmensas a manos
militares, a los hroes de la campaa y a los semihroes del desierto, como
verdadero botn de la barbarie y al mismo tiempo como ofrenda a la paz. Si no
contribuy a formar una casta territorial, concurri al afianzamiento de una casta
militar que representaba el orden y la garanta de la propiedad, porque posea
juntamente el poder del arma y la autoridad del propietario. Para los nuevos
dueos del suelo, que lo obtuvieron a ttulo de premio y condecoracin, patria era
propiedad. Por tanto, tambin los pensamientos de defensa de la propiedad se
vincularon a los de defensa del territorio, y cada dueo de unos cuantos centenares
de leguas de seguridad injert en el concepto de patria sentimientos de terruo, de
feudo, de posesin, de ley, de adelanto. La primordial fuerza de desorden se
metamorfose en la fuerza primordial del precepto jurdico y de la autoridad del
Estado, con lo que sus miras se redujeron a la defensa de la frontera, a la
consolidacin del orden interno y a la estabilizacin de un statu quo del presente.
Desde ese mismo instante qued privado el ojo del terrateniente y del militar, de
la visin limpia de un destino parablico para la Nacin, de la necesidad de poner
en movimiento lo que haba quedado rgido y de parcelar, para que rindiesen para
el pas esas extensiones de campo sin vida que rendan por los patriotas para
Europa. Nacin fue extensin de tierra, cantidad de ganado, censo de poblacin y
de bienes, estadsticas de exportacin e importacin, nmero de funcionarios
capaces de mantener la marcha de la administracin pblica, edificios. La
ganadera y la agricultura, ms que los gobernadores de provincias, haban
INTEGRACIN DE IMPALPABLES.
Hasta que Buenos Aires no obtuvo su victoria contra la Confederacin y
fue Confederacin, dirimiendo en los campos una vieja cuestin de unitarios y
federales y una clusula del cdigo poltico, la unidad nacional era un ideal de
desterrados. Faltaba en la masa de los habitantes la unidad nacional; y tampoco la
haba en la cabeza de los que iban a llevarla a cabo. Vali lo que Urquiza en
Cepeda, y lo que Mitre en Pavn, donde qued victorioso casualmente aquello
que no estaba contenido en ninguna clusula del cdigo poltico. A pesar de los
esfuerzos de los buenos patriotas y de la pertinaz oposicin de los otros buenos
patriotas, el puerto libre, la zanja que entre Melincu y el ro Negro divida la
llanura del blanco de la regin del indio, las carretas y los botes, Gorra Colorada y
el maestro rural iban constituyendo la Nacin como Dios les ayudaba. Bast que
el gobierno federal absorbiera en sus reparticiones y en sus clulas el peligro
suelto de la campaa, dndole una tarea en que ocuparse, para que se constituyera
ese cuerpo despedazado en catorce trozos. La cada de Rosas vali tambin ms
que las cinco presidencias menos dos que abarcan de 1862 a 1880; la destruccin
de Rosas en lo que permaneca en pie era civilizacin. Pero lo cierto es que Rosas
cay cuando fue incompatible con el estado y forma de las naciones de Europa;
sus tropas, sus buques, sus diplomticos y su oro no pudieron nada contra ese
paladn de la pampa, y en cambio lo pudieron todo contra Mitre, Sarmiento y
Avellaneda. Porque el plan de stos coincida con el plan de Europa; y con sus
armamentos, sus buques, sus diplomticos y su oro reconstruyeron la nacionalidad
que el brbaro haba querido sostener con los solos recursos americanos de su
pas. Lo que Rosas haba hecho con tierra, aqullos edificaron con ladrillos y
hierro; lo que Rosas dio como capitalista de la empresa, lo dieron los otros como
agentes y administradores de la Banca mundial. Los inmigrantes tomaron a jornal
al gaucho, se organizaron la justicia, el comercio y la instruccin pblica, se hizo
respetar la propiedad segn las escrituras y la vida en los cuerpos de los
habitantes. Pero la Nacin no exista an. Los emprstitos, los capitales
particulares que arraigaron con amplias garantas eran la entrada victoriosa de los
invasores, que estuvieron esperando cincuenta aos la hora propicia.
Rosas era la pampa, la Confederacin era Buenos Aires; al gobierno de
tipo pastoril segua el gobierno de tipo municipal. Y las catorce provincias que se
haban destrozado entre s fueron aseguradas en su autonoma para ser
subrepticiamente reducidas a catorce suburbios del municipio federal.
De esa manera el Estado lleg a ser la integral de todas las fuerzas; la
suma del poder pblico, el arsenal de las violencias sustradas a la circulacin; y
sin embargo careca de fuerza y de movimiento. No produca vida sino que la
desbravaba por la parlisis. Se le cre para oponer una masa esttica a un caos
dinmico, para unir y henchir de salud un cuerpo despedazado, y no pudo. Ese
Estado, que era todo lo que se deseaba que existiera, el orden y la armona
imposibles de obtener en la realidad, se atrincher en la metrpoli y cerr los ojos
a la verdad de los campos. Mejor dicho, no poda hacer nada; era un esclavo de su
grandeza y de su poder, logrados por el oro extranjero, y no poda moverse.
Sostena inmensos ejrcitos de empleados y de soldados; fabricaba universitarios
como antes papel moneda sin control y sin solvencia; parti el Presupuesto en dos
mitades, una para sostener a los que lo sostenan, la otra para que siguiera
funcionando el resto. Su fuerza aparente provino de que haba debilitado todo para
hacer poderosos sus sostenes; pero no tiene sangre, ni msculos, ni movimiento,
como una mquina que fabrica muerte y nada ms.
est controlado por la sociedad sino por el centinela que le permite dormir sin
cargos de conciencia y sin inquietudes.
Las revoluciones endmicas suramericanas llevan todas el estigma de su
pecado original; los gobiernos, aun de las pocas de abundancia, son derivativos
de las precedentes pocas de agitacin, y su verdadero apogeo de salud, el estado
de sitio. En latencia, un pueblo condicionado por los hbitos de la espada, pervive
en estado de beligerancia, y su paz toma los aspectos de un vivaque. Poseemos
todos los poderes judicial, legislativo, ejecutivo que requiere como
organizacin terica una nacin moderna, y en cambio carecemos de un estado
econmico, de un estado religioso, de un estado de cultura, de un estado tnico y
de un estado moral, que debieran estar implcitos como postulados previos a los
otros. Los esquemas de las instituciones estn claramente dibujados, pero
obedecen al perfil de una nacin ideal y no tienen la forma de la verdadera
realidad. Pues para lograr aquellas estructuras tericas hemos recurrido a las ms
nobles reservas vitales, como Bernardo de Palissy echaba en su horno de
fundicin la vajilla y los objetos de arte que encontraba a mano.
CONVERSIN DE VALORES
Las vicisitudes histricas de donde sala el Estado, lo dotaron de un poder
equivalente al que traa la misin de abatir; el modelo fue la organizacin polticojurdica, tomada de textos y tratados. De modo que arrastr a la esfera del poder
constituido las formas que eran vlidas en los terrenos de las luchas, embebiendo
en sus preceptos las fuerzas rurales que pudieran servirle en la prctica. Por donde
los mismos recursos de que se vala el caudillo, el gobernador de provincias, el
jefe de tropa y el dueo de pulpera y de estancia, sirvieron al gobernante en la era
del gobierno constituido. Lo que antes era individuos y entidades simples, se
convirti en individuos y entidades compuestos; lo que se rega por la voluntad se
rigi por la ley; lo que por la fuerza, por el derecho. En sustancia, la tcnica con
que el gobernante acometa la solucin de los problemas de Estado era idntica a
la de aos anteriores, y el ensayo hecho en la campaa daba su tabla de proverbios
a magistrados y funcionarios. Econmicamente, el Estado naca pobre y con una
herencia especfica: la deuda. Indios, guerras y caciques de charreteras se llevaron
gran parte de los fondos destinados a obras pblicas. Para el manejo de las rentas,
durante mucho tiempo reducidas a las de aduana, se tena que improvisar; el erario
subvena a todas las necesidades; se acuda a l en demanda de concesiones,
subsidios y puestos. Todo era lo mismo. Se crea y se finga mucho ms, que esa
Nacin surgida del caos era el orden y que todo fracaso en la lucha franca por la
vida mereca la indemnizacin fiscal. La tierra pblica haba sido una mina
inextinguible para socorrer al prjimo inmediato y para equilibrar las finanzas.
Las emisiones sin respaldo, los juegos de bolsa, la especulacin por cuenta y
riesgo del porvenir, provocaron crisis que estallaban en los bancos oficiales y en
las arcas del tesoro pblico. La prosperidad econmica arrasaba con la razn, y la
razn demola las obras ambiciosas e imprudentes. Qued fundado el gobierno
como una institucin de beneficencia, con su lotera y su asilo para invlidos.
en los aledaos do los dominios del Estado slo hay las anchas avenidas que
conducen al desierto.
buen momento de las vindictas. Se crea as una tendencia jurdica y una vocacin
revolucionaria. Mientras tanto, en la aparente paz forense de las ciudades y en la
indiferencia de los campos prolifera, subterrneo y enmaraado, un arabesco de
formas procesales, un laberntico y erstico manual de procedimientos, de
ordenanzas y de decretos aprendidos de memoria para no delinquir ni transgredir.
Y aflora de l un estado ficticio de cohesin, de respeto, de convivencia
consentida, que puede verse simbolizado en aquellos habitantes de la Puna de
Atacama, pastores miserables que saben de memoria el cdigo rural.
Las relaciones de una sociedad as constituida por la lgica y la
conveniencia jurdica, pierden todo lo de generoso, amplio, desinteresado,
fidedigno, y se convierten en reductos de defensa y en planes de ataque, en
cerebrales litigios cotidianos que se dirimen ante el juez como casos de
conciencia. Y si no se desprecia al juez y al comisario, se veja ostensible o
hipcritamente lo que representa justicia y autoridad en la tabla de los valores
morales; se desconoce la potestad del padre, la avasalladora primaca del talento,
la potencia incontrastable de la honradez.
Si las instituciones no tienen antigedad por lo tanto, razn que
oponer al desbordamiento de los impulsos antiguos; si la ley-al-pie-de-la-letra no
establece el orden psquico de relacin entre el individuo y ella, la idea de la
justicia y la jurisprudencia entera son simples artilugios.
No hay pueblo que pueda seguir adelante exigiendo entre hermanos y
amigos pagars y recibos, desdeando las obligaciones y las sanciones morales; la
subordinacin de la conciencia al precepto es el aniquilamiento del alma; y
entonces la ley es el instrumento de la corrupcin. En este sentido los sueos
optimistas de nuestros mejores hombres nos han ocasionado indirectamente
graves daos. Rivadavia y Sarmiento pueden ser vistos como genios diablicos. Y
Vlez Srsfield contribuy con su obra a que creyramos estar civilmente
constituidos y socialmente organizados, y a que descansramos nuestra conciencia
en el cdigo como nuestro carcter y nuestra iniciativa en las ddivas del Estado.
A que nos sintiramos preservados de un peligro que, no habiendo desaparecido
aunque se contuvo y se escondi, poda tomar inclusive la misma forma del
cdigo civil. Si el conocimiento de la ley da siempre la razn, si la ley perfecta es
un mecanismo automtico, la norma se convierte en fraude y la ley lastima y
encona.
Se ha hecho una vida que parece ordenada, pacfica y sin muchos peligros
de bulto, porque el peligro que antes estaba en lo que se haca, ahora est en lo
que se sabe que no se puede hacer.
EL COMPADRE
Desde donde concluye el guapo hasta donde comienza el guarango, hay la
octava del compadre. Por algunas notas confina con aquella zona del hombre
bravo, ntegro, solitario; por otras, aparece como variedad del hombre sin carcter,
facticio e incompleto que es el guarango. Desde el seorito que iba a desafiar a las
lavanderas en el ro, o a golpear a los serenos viejos; desde el montonero de la
indiada y la patota, hasta el funcionario que convierte una reglamentacin en
fuero de su rango, el compadre se extiende sobre esa regin que es su octava. El
valor personal, y, por consecuencia o viceversa, la depreciacin de lo ajeno, lo
caracteriza; como el guarango, se destaca por el esencial desprecio de lo exterior
reducido a sus valores gruesos. Asimismo agraviante, porque en este caso hace
uso inmoderado de una fuerza de diferente signo de las que estn en juego. Y
como en muchas ocasiones la agresin lisa y llana a lo que le supera encierra un
peligro, que su bravura o su posicin no le permite afrontar, recurre al arbitrio de
descargarla en un punto dbil. Oscila entre el tipo que no tiene en cuenta a la
sociedad y el otro que reacciona en razn de esa sociedad, el guapo y el guarango.
En su seno aparece desacomodado, un individuo al cual excorian las formas
concretas y concluidas de la civilidad.
Originariamente, el compadre y el guarango son pobres: su mbito natural
es la pobreza en que no falta el pan. Compadre fue un tratamiento que se daban
las personas de la clase baja. Equivala a camarada o amigo con referencia al
parentesco poltico ms bien que al lazo de simpata. Asimismo, cuado es un
tratamiento familiar que se prodiga en la campaa entre personas de igual clase.
Compadre fue el pobre; pero hace tiempo que los ricos han ingresado en esa
familia inmensa de la plebe, en ese parentesco espurio del carcter: de modo que
la palabra califica una especie de individuos linajudamente plebeyos. No podra
decirse de l, como lcitamente del guarango, que los grmenes de
descomposicin y de discrepancia con el ambiente que lleva consigo, sean
antisociales; mucho ms exacto es considerarlo un ser con retraso respecto a la
marcha firme del cuerpo social: de manera que su actitud desafiadora y hostil
conviene con las modalidades de quien empieza a tener conciencia clara de un
desnivel fatdico entre su altura y la talla media de las cosas y personas
circundantes. Sabe, pues, que el ambiente ha cambiado, movindose hacia
adelante, y que su relacin antropolgica con l est violentada.
Ser llegado a deshora, posee un orgullo absoluto que le inclina a tirar de lo
exterior hacia s, mejor que a acelerarse para alcanzarlo. Aunque no conciba
intelectualmente, con la cabeza, la inferioridad en que viene a encontrarse con
respecto a la realidad que connota, la conciencia orgnica de todo su Fulano de
Tal percibe que en la marcha se rezaga, y hace esfuerzos inversos para ponerse al
flanco la vanguardia de esa realidad que lo aventaja. El esfuerzo para no quedar
vencido con que tira hacia atrs de esa realidad al mismo tiempo que la invade con
su persona; el desprecio por el prjimo y el desdn por los valores de civilizacin,
son los rasgos paladinos. Por anular la distancia casualmente queda en
descubierto. No hay en ese movimiento un plan ni un ardid: son simples fuerzas
orgnicas que encuentran en su ademn y en su palabra la forma de cortafro con
que descerraja lo exterior metindolo por los puntos vulnerables. Emplea la
ganza para penetrar en la sociedad, que no le ha cerrado sus puertas sino que las
tiene abiertas por el otro lado que l no ve.
La compadrada resulta, tambin, una actitud, una frmula de resolver
problemas de incompatibilidades con el mbito, rebajndolos a conflictos y
reyertas donde los puos dan la solucin: una clave falsa porque tiene de
antemano la solucin para cualquier problema. Vase con cuidado: en toda
compadrada hay un sofisma de hechos y de personas.
Tambin es una forma del resentimiento. La diferencia entre lo que
realmente se es, y lo que se cree ser, alza ese muro fuera del cual est el mundo y
dentro el hombre. Dice Scheler: ...las grandes pretensiones internas pero
reprimidas; un gran orgullo unido a una posicin inferior, son circunstancias
singularmente favorables, para que se despierte el sentimiento de venganza.
Sobre lo expuesto y sobre todo lo dems que pudiera decirse entrando al
subconsciente y al humour, adems esto: los pases que pasan muy rpidamente
de un estado salvaje a otro civilizado, marchan con mayor celeridad que el ser
humano. El hombre acompaa a las cosas: el ser humano requiere tiempo para
aclimatarse al progreso, y la civilizacin, que ante lodo es una carga, quiz es ya
incompatible con el estado fisiolgico normal del ser humano. Cultura y
civilizacin son estados de conciencia tanto como dominio de tcnicas. El
resentido que encontramos en el compadre, cuya definicin casual da Scheler,
puede ser un hombre normal, que va desarrollndose normalmente con arreglo a
un proceso fisiolgico de civilizacin y conciencia de ella; y a lo mejor el
desequilibrio entre su metabolismo tico-mental y el desarrollo de las cosas no
prueba su inadaptabilidad cuanto la injusticia que hay en querer hacerle incorporar
con excesiva premura los elementos de un estado social que es, a su vez, un
estado precipitado de formas convencionales. Sera en nuestro medio el hombre
que tiene razn contra el que salta sobre los estadios intermedios: yerra en la
reaccin, pero en esto es irresponsable tambin. El compadre como resentido, se
opone pues, a un idioma de formas, no a un idioma de sustancias, y no puede
menos que reconocrsele su derecho a la barbarie cuando est justificada por un
contexto invisible, impalpable, intramolecular; y el veredicto espontneo lo
confirma cuando exclama: es un producto del medio, o el padre y los amigos
tienen la culpa. De ah lo que siempre tiene de genrico y representativo.
El yerro est en que el compadre emplea mayor cantidad de pruebas de las
necesarias para convencer de que es un inadaptado, o mayor cantidad de fuerza de
la que necesita para dominar salvando su honor, para atemorizar o para que lo
dejen en paz. Se hace inexcusable porque incurre en exceso y alarde desmedidos,
como el que se tira de un vigsimo piso cuando basta con menos de la mitad. La
arrogancia no resulta, por tanto, del comentario sobre los hechos sino de su actitud
muda frente a ellos. Aun la jactancia verbal corona siempre una apostura corporal
previa.
El miles gloriosus de la comedia siciliana y de los decadentes, como el de
la hijastra en la farsa latina, es un personaje avanzado de este embrin; personaje
dialctico. La compadrada es eso mismo retrotrado a la accin, reducido de
elemento imaginativo y psicolgico a elemento corporal y biolgico. Ms que el
concepto del mrito de la accin supuesta, el gusto de anunciarla y cumplirla,
aunque sea por la espalda. O el lenguaje soez cuando acenta algo cierto y
verdico, un punto exterior indefenso; con lo que aquello que hay de tamizado en
la stira y en el sainete toma la forma del pual verbal.
La agresin y la provocacin acaso sean el acto usado como ltimo
trmino de convencimiento, como instancia convincente, cuando falta un lenguaje
capaz de satisfacer con la excusa dada o recibida. El compadre, a este trasluz,
resulta un ser de lenguaje reducido y deficiente que apela a la accin por falta de
esa vlvula que permite probar sin golpear, y satisfacerse en lo interno por la
conciencia de que la palabra ha descargado ya su golpe. Hay senador, por
ejemplo, que en una banca conseguida con fraude palmario, apela a la
compadrada cvica para salvar su dieta, cuando no tiene razones que oponen al
que le escarnece. La compadrada quiz es, en fin, un lenguaje complementario.
El fanfarrn que requiere la espada y cala el chapeo es una variedad teatral
y gentilicia de este personaje autntico, que no admite la posibilidad de una
apostura en falso, que hace pblico de s el teatro de los dems, porque se vuelve
espectador de su propia postura. El compadre, igual que ste, no es tipo
psicolgico sino social; y su alma, la de una multitud. Necesitan ambos su
espectador numeroso, no del teatro sino del circo, ya que el espectculo est en
ellos pero con la fiera y el arma verdaderas. Aparece en cierto sesgo como
producto de una clase moral, de una casta de sudras morales, donde el teatro es
todava un grado de representacin superior a las exigencias sociales de suyo; y
produce para esa sociedad que aplaude en silencio. De ah que el fanfarrn que
hallamos en la literatura, que indiscutiblemente tiene parentesco con el que vive
pie a tierra, no tenga que ver con ste, imposible de transportar a la ficcin,
porque carece de sentido intelectual, teatral y es solo un caso especfico. Los seres
anmalos tienen su lugar en la barraca, donde no desfiguran su monstruosidad:
que ella es su arte. En la barraca, que es todo lo contrario del teatro.
III
LAS FUERZAS PSQUICAS
AMOR
Los nietos de los nietos tenan un alma cargada con todos los lastres del
pasado.
El tiempo estaba de parte de los que esperaban. La carne del hombre
envejeca y volva al polvo de origen. La mujer humillada en la que se quiere
borrar todo sentimiento de dignidad, retrocede un paso y en la misma
mansedumbre con que se entrega y se resigna, ejerce su venganza. Tomada como
presa, usada para el placer, deja en el alma del varn los signos materiales de su
cuerpo. Pues lo cierto es que el alma del macho se iba prostituyendo al mismo
tiempo que la carne de la hembra; el fraude, la codicia, el desprecio por lo que no
morir a pesar de todo, la falla de gozo en la obra del da y en la espera del
maana, el afn de cubrir con el dinero, el poder y la apariencia, los huecos que no
se pueden llenar, es la forma espiritual de esa larga afrenta a la mujer, cuyo
sentido humano es mstico.
Un pasado semejante se olvida, pero no tiene remedio; se cubre de las
ltimas conquistas de la ciencia y del arte, y se levanta como un fermento y lo
trastorna todo. Los nietos no saben ya nada de sus orgenes; el tiempo parece
haber borrado la iniquidad y la omos en la boca del escolar cuando se enoja con
el condiscpulo, y en la sonrisa del adolescente que cala a la distancia una alusin
del tab femenino. Pueden mezclarse las sangres; esa gota ofendida es inmortal.
Nuevos hombres llegaron de otras partes del mundo e importaron nuevas
FE
La religin que se trajo a estas tierras de mitos tan viejos como sus seres y
sus plantas, era a la sazn un instrumento de dominio complicadsimo y sin
ningn contacto con la vida; una maquinaria que se pretenda hacer funcionar en
el seno de la naturaleza. Pues la orden jesutica era un sistema de ingeniera
elaborado para convertir las materias primas del mundo salvaje en combustible y
fuerzas apostlicas. Los encargados de inculcar la doctrina de Cristo no traan la
esperanza ni la caridad; venan a reclutar espritus y cuerpos para la guerra, a
llevar a cabo el plan ms atrevido que el despecho de un cnico pudo engendrar en
el crneo de un fantico. La doctrina que Maquiavelo concibi para la poltica, era
el consuelo y la resignacin que se predicaran a los hijos de la soledad por sus
adversarios.
El catolicismo, que no haba hecho presa de Espaa hasta Fernando e
Isabel ms que como una coalicin contra el rabe, encuentra su forma hispnica
en San Ignacio de Loyola. Desde ese momento fue consustancial con su vida. El
santo descubri la manera de hacer que la religin que con el Renacimiento se
despoja de durezas primitivas, recoja para transportarlas a la Edad siguiente, los
contenidos msticos de la vida medieval espaola. Era tambin, el jesuitismo,
Espaa que desbordaba hacia pases donde combatir por la fe y por la dominacin.
Convertir al mismo Cristo en Cruzado fue la idea genial, para que el amor a l se
transformase en lucha, y la oracin y el xtasis se concentraran en hipnticas
disciplinas de cuartel. La verdad absoluta del Dogma era indiscutible, los debates
de la Teologa, intiles; haba una verdad: la fe, y una fuerza para imponerla: el
ejrcito. Con la Compaa de Jess hall Espaa el modo de hacerse fuerte ella
misma, como cuerpo combatiente de la Iglesia, de poner su bravura y su
ignorancia al servicio del Dogma, anulando la distancia entre ella y Europa, en
cuanto poda oponer a los exegetas los soldados. Saldra la religin del claustro y
se internara en las selvas y desiertos del mundo salvaje, llevando su alma en la
cruz y la espada. Amrica figuraba con China, India, Polonia, Lituania, Rusia y
frica. La idea de San Ignacio llegaba en su momento, para sustituir en su pueblo
la necesidad de razn con la fe, la necesidad de gobierno con la obediencia, la
necesidad de orden con la empresa. La Compaa naci para salvar a Espaa de
un peligro inminente, proveyndola de sustitutos sacados de su propia sustancia,
para reemplazar las formas de alta cultura en que iba Europa hacindose adulta.
Hall cmo persistir sin claudicar en su naturaleza brava, sin transigir con la
Edad Moderna. El advenimiento de la Orden hizo posible continuar la conquista,
cuyo objeto y posibilidad estaban de hecho agotados, porque el jesuita tena un
plan y el poblador no. Tom ese carcter casualmente cuando Espaa comenz
a hacerse potente y a poner en sus ejrcitos la mira de su poltica internacional.
Los ejrcitos de predicadores y misioneros, conquistadores de cierto cariz,
encontraron horizonte propicio en estas latitudes. Era ms fcil y hasta ms
meritorio reducir al indio que a los pueblos que haban abrazado la Reforma. En
vsperas del fracaso del catolicismo, apareca otra vez el pueblo elegido en que
tomara cuerpo para salvarse. Desde entonces la Iglesia misma, en esas milicias,
contara con una fuerza digna de tenerse en cuenta para los tratados y alianzas.
Entre las promesas informes que Amrica ofreca al espritu reducido del
espaol del siglo XVI, estaba la posibilidad de formar un imperio con lo que
habra de quedar, como de formar una riqueza con lo que habra de llevarse.
Amrica tendra su justificacin: la leva de un ejrcito formidable para la fe y la
explotacin de la raza nativa para la riqueza. Los misioneros eran un
complemento de la invasin armada, no con el propsito de legitimar ante el Papa
estado natural. Sus milagros son tan groseros como su pobre vida, y en el cielo,
aun junto al de Ass, estar avergonzado de su rustiquez y de las pruebas de su
existencia que dio a las gentes de la tierra inculta, el Dios que lo inspiraba.
No todos siguieron ese camino de sacrificio y derrota, sino que prefirieron
el otro, ms afn con lo que el ambiente les incitaba a realizar y con los mviles
que les guiaron hasta estos lugares: combatir con denuedo junto al caudillo. Se
pasaba de unas filas a otras. Quiroga consider a sus enemigos como ateos; Aldao
y Bustos llamaban a los contrarios de su poltica, innovadores peligrosos y
tambin ateos, que era la palabra satnica. Se haban hipostasiado a una
Divinidad mestiza, usurpando inclusive un mesianismo del que no tenan siquiera
idea clara. Y la nueva secta puso en lugar de la Virgen a la Santa Federacin.
Haba servido la religin para mantener en la obediencia mientras no
exista ninguna institucin laica, y en ella se polariz todo deseo de sofocar al
adversario y de erigir la propia voluntad en principio incontrastable de gobierno,
ad majorem Dei Gloriam. En Entre Ros, refiere Andrs Lamas, un fraile
franciscano haba estado administrando justicia civil y criminal, pronunciando
hasta sentencias de pena capital. Siendo refractario el ambiente a la absorcin del
alimento mstico y aun religioso, la religin embebi, por simple fenmeno de
capilaridad, las costumbres y las fuerzas sensuales y hednicas de la horda y del
gobierno de la horda. Era imposible llevar a cabo ninguna innovacin sin que el
tribunal del Santo Oficio no la juzgara sacrlega y opuesta a la ley divina con que
se haban conculcado las dems leyes de la naturaleza y de la razn. Don Nicols
Oroo seculariz los cementerios e instituy el matrimonio civil, en Rosario,
antes de que existiera en otras partes de Suramrica; proyect, tambin, fundar
una escuela de Agronoma en los terrenos del convento de San Lorenzo. Tales
impiedades desataron contra l la revolucin del 22 de diciembre de 1867. Del
norte de la provincia de Santa Fe llegaron a sitiar Rosario las fuerzas del jefe
nacional de guarnicin en la frontera, mayor Nicols Denis, al que se uni con sus
fuerzas el coronel Patricio Rodrguez. Encendidos de sacro fanatismo, gentes y
tropas armadas recorran la ciudad dando gritos de: Viva Dios! y Abajo los
masones!
Se mezcl el fraile a la poltica y la guerra para acaudillar gauchos malos,
definitivamente vencido por las fuerzas brbaras circundantes. No era posible
transformar por mtodos persuasivos un mundo violento y reacio; haba que
sojuzgarlo y que hacerle comprender la suprema verdad de la religin por el fuego
y el hierro. El ms astuto formaba parte de los cabildos y congresos donde su voz
tronaba, agotadas las razones, con increpaciones del Apocalipsis. Sarmiento
perdi la fe oyendo predicar a un energmeno que haba sido congresista de 1816.
Desde su parroquia el cura levantaba a los fieles, o publicaba infames diatribas,
como aquel escatgrafo padre Castaeda, que inaugur nuestro periodismo
innoble e inici la guarangada en las letras. Desde entonces el soldado religioso se
convirti en el caudillo del plpito; cuando perdi su ascendiente personal, us de
su fuerza oculta por la intriga y la difamacin encubiertas. Expulsado en 1767 se
quit los hbitos, intervino en el gobierno y prolifer ramificndose por dentro de
la vida social argentina como un sistema de ganglios. Todas las prcticas y
ejercicios espirituales se redujeron al culto; a la concurrencia material al templo, a
la observancia de las fiestas rituales. Al despojarse de sus hbitos, visti
incontables disfraces civiles y docentes. Convirtise la religin en una liturgia
externa y en un aparato ostensible de la fe. No hubo, naturalmente, ni el mstico
terico, ni el substrato de devoto concentrado, tan comn en otras sectas fuera de
IDIOMA
Ms que en las costumbres, en el idioma se trajo el acervo de experiencias
de la raza. Pronto se habl en los confines del mundo como en Espaa. Los
pobladores traan un idioma de sustantivos bien concretos, que en las vicisitudes
de las cruzas conserv tanta fuerza como en la Pennsula. Y si durante la Colonia
no encontr el genio de Amrica la forma de expresarse mediante el uso de un
idioma extrao, el siglo pasado tuvo en Sarmiento al ms grande prosista del
habla y en Jos Hernndez al talento capaz de someterlo a los usos de la vida
argentina. Lo dems fue, si no la retrica, una pugna por librarse del peso muerto
que el idioma pona sobre las ideas. Pues un idioma no se adapta sino bajo
condiciones defectibles, ni sirve como verdadero lenguaje de un alma fuera de su
paisaje y de su estirpe. Las palabras tradas por el conquistador no correspondan a
la realidad americana; el despropsito que se advierte palmario en la nomenclatura
de animales y plantas autctonas segn las formas aproximadas de Europa, tiene
su correlativo en los sentimientos y los conceptos. Lo curioso es que en regiones
tan apartadas y fuera del mbito en que el espaol tena su fuente, se haya
conservado con relativa integridad; aunque la prdida de cantidad de voces
corresponde en este caso a la deformacin, pues sin duda los idiomas se reforman
tanto ms cuanto mayor es el caudal del lxico en uso diario. Esa relativa
integridad del idioma, se explicara en parte por ser ste tan poco flexible a la
expresin de complicados estados de alma y tan sustantivo que puede valer para
estados de cultura muy bajos; pero acaso, y es lo interesante de averiguar, la
integridad se deba precisamente a la inadecuacin perfecta de los elementos
psicolgicos y los verbales y a que entonces el idioma cumplira un sistema de
signos que no sufre las variaciones de la vida. Lo cierto es que desaparecieron del
uso corriente aquellas palabras de mayor sabor castizo, de las pronunciadas con z;
no poda hacerse ms. Por el otro lado estaban los profundos observadores de la
realidad, aunque no peritos en lingstica, que propusieron la adopcin del guaran
o de otro idioma, sin que en ello pudiera verse, como en la alteracin de la
ortografa, otra cosa que un movimiento de resistencia, que sin duda les naca del
fondo de la misma entraa en que el idioma est asentado, y de donde sale con su
forma a la superficie de la conciencia y de la voz. Ms sorda y encubierta era la
resistencia del alma a valerse del instrumento que hizo suyo en la necesidad de
emplear uno. Aunque el idioma conservara su relativa pureza mucho ms que en
ciertas regiones de Espaa, esa vitalidad siempre reducida a un lxico de utilidad
manual, por decirlo as, obedeca a la imposibilidad de destruir algo que formaba
parte integrante del vivir mismo. Con provecho podra el fillogo dedicarse a ver
si no han desaparecido radicalmente los vocablos unidos a valorar cualidades
hispnicas, peculiaridades de una existencia lejana y sin sentido, o que
significaran estimaciones de orden espiritual. No se lo poda destruir ni alterar
faltaban energa espiritual y tiempo ; luego se lo rebaj, convirtindoselo en
herramienta y en moneda, pues su sentido no sobrepasa en el orden de las ideas y
de las formas que genera el espritu, el de aquel otro en el lenguaje de las tareas y
las transacciones. Bastaba con eso. Pero a la vez que en provincias, con un
vocabulario ms extenso y de fontica alterada por las vicisitudes propias de todo
idioma en una regin de caracteres topogrficos acentuados, se mantena en cierta
abundancia, en las ciudades litorales y en las de fisonoma francamente
cosmopolita, se bastarde y empobreci. Todos los vocablos sustrados al uso
habitual murieron bajo la violencia de factores de sangre y de ambiente;
amparados en los reductos de la escritura y del habla culta y hasta erudita,
provocan una sonrisa despectiva en el populacho. Han muerto de ridculo tales
voces y se las ha suplantado con otras de cualquier procedencia, ms conformes a
las reglas de las almas, aunque no a las del lenguaje. La proscripcin de voces y la
intromisin plebeya de otras de valor inferior a todas luces, como signos precisos
o semnticos; la cristalizacin de la rama de Salzburgo de ciertas palabras
anodinas que se revisten con irisaciones y fosforescencias en ciertos casos
sorprendentes, es un resultado de la censura por odio reprimido a lo espaol.
Ante todo, un idioma no es instrumento de la mente cuanto de la
sensibilidad, e inclusive de la sensibilidad orgnica o del subconsciente. Es la
forma oral de la vida en primer trmino y es tanto ms perecedero cuanto ms se
identifica con el transcurrir de la propia vida y el variar; mueren menos las
lenguas cuyo uso no remueve la masa total de la psique, hasta que en el papiro se
eternizan. Ni se habla pensando sino sintiendo, por lo cual el lenguaje que
retiene de preferencia los trminos calificativos ms que los sustantivos es
antes un rgano de las necesidades estticas y luego de las necesidades lgicas.
Hasta el pensamiento abstracto procede dando cuerpo a una sustancia vital
orgnica, susceptible de convertirse en ideas, pero tambin en actos, o en cancin.
La comparacin que desde Horacio hasta Darmesteter se ha hecho del idioma con
un ser vivo, con metabolismos paralelos, tiene en el fondo de verdadera que su
existencia est ligada de manera fisiolgica a la raz de las actividades del alma.
Las modificaciones y adulteraciones, en voces groseras, que pueden percibirse en
la corta historia del idioma que hablamos, tienen la seal fresca de la violencia y
la repugnancia. No es extrao, por la misma razn que aqullos entre nosotros,
como Sarmiento y J.M. Gutirrez o como Lugones y Banchs, cuyo idioma es
tpico de los intelectuales de conformacin autodidctica, manejen un lenguaje
ms rico y sustancioso, y a la vez ms conciso y sobrio, que el de los mejores
prosistas y poetas de Espaa. Mientras el rstico se place voluptuosamente en el
sacrificio de las voces no aclimatadas y prefiere otras bastardas y brbaras, el
culto busca la evasin de esa misma incmoda tutela insuflando al idioma una
vida original, de casta nica, que ms que con la sangre del idioma se cruza con su
apellido. La instruccin, el trabajo de seleccin y de cultivo de invernculo, el
conocimiento de la gramtica en su acepcin de rectitud y precisin y el
enriquecimiento personal del lxico, no reemplaza esa prdida de sustancia viva,
la secrecin interna del idioma amplio, habitual, que juega con la naturalidad y la
vitalidad, un poco descuidada si se quiere, de las glndulas.
Psicolgicamente puede ocurrir a un idioma algo peor que subdividirse en
dialectos, y es cristalizar en formas latas al tiempo que se limita y amputa. En el
dialecto vive el alma local, el paisaje vernculo; en el idioma extenso y
superficial, la palabra desfallece, hasta que a medida que se reduce el nmero de
trminos, cobran los supervivientes sentidos holofrsticos. Entonces sobre una
palabra se superponen frases y juicios sintticos, en un regreso paleolgico.
Funciones y rganos quedan inactivos; operaciones complicadas del clculo
diferencial de imgenes no se realizan, y la adquisicin consciente de palabras y el
ejercicio solitario del lenguaje en el diccionario o la composicin, no dan al
vocablo y la idea la resonancia y el perfume que tienen en el constante trabajo de
vivirlos. Lo que hay de noble en todo idioma es aquello que remonta la acepcin
cabal y remueve una atmsfera superior, en la regin de la belleza y la exactitud.
Lo dems es la corteza, erudita o rstica, que no alimenta de verdad.
Todava se da el caso, entre los escritores argentinos, de repudiar por
instintivas incompatibilidades, la forma castiza y correcta. El estilo de Quiroga,
enjuto y matrero, sirve de buen ejemplo; la correccin fra no puede significarle
nada a un hombre que piensa con todos sus nervios y su sangre, y que persigue
otros fines superiores. Si Quiroga es un gran prosista incorrecto es porque la vida
se lo impone. l es un maestro a pesar de todo y por eso tenemos que llevar el
caso al terreno de los escritores comunes. Se escribe mal porque secretamente
avergenza escribir bien; se adoptan modelos incorrectos porque no quiere uno
someterse; desdase, no la gramtica sino las formas naturales de la construccin
tpica del habla que usamos, porque lo que tiene o quiere decirse corresponde a
otra sustancia indmita, de aqu o de otras regiones del globo. Repgnase eso que
est anastomosado al mismo idioma. Quien escribe mal, si no es un torpe, es un
descontento de su estirpe: y quien escribe o habla mal el idioma, tiende a no
concederle sino un valor convencional: la exactitud, la elegancia, la fluidez, son
suplantadas por la vaguedad, el abandono, la rudeza. (A esa altura el idiomaherramienta se transforma en idioma-arma.) Es menester desentenderse de toda
exigencia que ponga de manifiesto la voluntad deliberada de capitular, y la busca
de la originalidad encubre con frecuencia el ansia de fuga de la opresin
atmosfrica del idioma y de sus formas naturales de ser. Ms abajo de ese plano,
la actitud desafiadora del compadre, el insulto, el neologismo de la jerga
arrabalera, son formas vengativas, afiladas y secretas, de herir. En la formacin de
BUENOS AIRES
I ARGIRPOLIS
II LA GRAN ALDEA
III LA CIUDAD INDIANA
I
ARGIRPOLIS
LO NACIONAL Y LO MUNICIPAL
PAMPA Y TECHOS
Los casi 189 kilmetros cuadrados de la ciudad de Buenos Aires estn en
relacin directa con los casi tres millones de la Repblica, pero no en su posicin
ni su desarrollo. La inmensidad territorial de sta y la residencia en siete ciudades
de ms de la mitad de la poblacin, hace que parezca el mapa de las Plyades.
Buenos Aires es la capital de esa tierra a la que trmino medio
corresponden 3 1/2 habitantes por kilmetro cuadrado, y tiene alrededor de
diecinueve mil hectreas en su permetro; aunque en verdad ms de setenta mil.
Los pueblos suburbanos han terminado por amalgamarse con la metrpoli,
invadindola, porque el movimiento general es centrpeto. No es que Buenos
Aires se haya derramado hasta Tmperley, Quilmes, Morn o Tigre, sino porque
stos han penetrado en el ejido antes de que se edificara en forma compacta. Hay
dentro de lo que se entiende por la planta urbana, muchas zonas de baldos
mayores que las que existen entre la capital y Avellaneda o Vicente Lpez.
Ciudad y pueblo se han juntado, dejando en medio esos lagos estriles. Sobre esas
setenta mil hectreas, viven alrededor de tres millones de almas; una cuarta parte
de la poblacin total; y estn instalados el 50 por ciento de los capitales
comerciales y el 40 por ciento de los industriales. Ciudad amplia y chata; pampa.
Pampa de casas bajas, de poblacin extendida. Mendoza ni Garay hubieran
supuesto que Buenos Aires llegara a ser un virreinato; ni el expendedor de
ultramarinos del ao 1770, que un siglo y medio despus los veinticuatro mil
vecinos que eran sumaran cien veces ms. nicamente los intendentes y los
concejales, porque ello ya compete al clculo de los gobernantes edilicios, han
previsto en ordenanzas y reglamentos de edificacin, una ciudad de treinta y un
millones de personas. El intendente de Buenos Aires siempre ha sido el maestro
de ceremonia de este espectculo metropolitano. Cuando se haya cumplido ese
sueo de ediles pampeanos, todo el interior habr regresado a lo que era tres
siglos atrs; tan cierto como que slo despoblando Buenos Aires, el pas entero
recobrar su perdido equilibrio. Londres y Nueva York son metrpolis simblicas
POLIPERO
El dueo de una casa de departamentos es meramente el poseedor de la
finca; un ente jurdico y no moral. Compra, alquila, vende, desaloja, habita; pero
no est unido al destino de su propiedad ni de su ciudad como tampoco puede
estarlo al de su familia y de su religin. Posee un instrumento de especulacin,
que ayer vala tanto y hoy cuanto; saca provecho del inquilino hasta donde puede.
El dueo de la casa que l mismo habita, posee un instrumento de especulacin
que le cost tanto y que espera vender en cuanto; se considera a s mismo como su
inquilino ideal. Pero poseer una casa en Buenos Aires es haber logrado poner el
pie en Trapalanda. Terreno y edificio pueden alcanzar valores insospechables en
la conmemoracin de los centenarios o a la llegada de los prncipes. La propiedad
puede tambin convertirse en instrumento de especulacin a torno; ya que es la
tercera industria productiva aqu donde no existe la industria: la de la vivienda
siendo las otras dos: del alimento y del vestido.
El dueo de una casa tiene a su servicio tantas familias cuantas le
arriendan; todos trabajan para l; la casa devora del 25 al 35 por ciento de los
sueldos, y si se gana bien es porque los dueos de la ciudad de los csares han
dado a su necrpolis valores exagerados. En consecuencia, si la casa es para el
propietario la mquina de la tercera industria, la de la vivienda, para el inquilino
es un lugar de enojo, de indignacin y de incomodidad. Muchos han de conseguir
empleos adicionales para sufragar tales gastos; el individuo cede bajo el agobio de
la tarea excesiva, y las calles y los balcones tras de los cuales se apretuja una vida
disgustada y sin gozo, emanan ese aspecto de tristeza, que tambin trasunta la
pupila del buey, pero que es el desacomodo de la vida con su valva.
De este estado mercantil-industrial, que no respeta ni ama la vivienda sino
que en un vasto desprecio comprende al dueo y a la propiedad, podr acaso
resultar una excelente virtud; pero ni los pueblos ni las civilizaciones duran tanto
como para alcanzar a ver que una forma defectuosa convierte las fallas en
virtudes. Es como pensar que los pillos pueden ser larvas de seres superiores en el
transcurso de los siglos: ese experimento no vale la pena para la humanidad ni
para la historia natural de la moral. Mientras tanto, una ciudad de inquilinos y de
propietarios de fbricas de viviendas, llaga las partes donde roza al que se mueve.
El inquilino es una clula hermtica. La casa est tan aislada como el habitante.
Todo conspira contra la unin, desde los altos alquileres que establecen una
jerarqua de locatarios, segn el costo de la morada que habitan, hasta la torpeza
en el idioma, que pone en guardia a los interlocutores. Hablar bien es entenderse
sin precauciones intiles, y gastar en alquiler una tercera parte de lo que se gana,
un motivo de establecer diferencias de una a otra calle, de una casa a otra.
Smbolo del aislamiento del individuo es el mnibus, donde la contigidad y la
compaa no significan nada; smbolo de la vivienda incomunicada es la casa de
departamentos. Cada departamento es una familia, y todos juntos mucho menos
que una familia. La desgracia halla las puertas cerradas hermticamente y un
elemental deber de cortesa queda cumplido averiguando en la portera la
magnitud del suceso. Cada cual ha de contar consigo; la proximidad del vecino
carece de sentido social, y el mutuo respeto que consiste en ignorar la vida
privada se convierte en la indiferencia ms cruel. Pero el hombre no puede
permanecer indiferente: ama u odia. Puede amar sin saberlo y odiar sin darse
cuenta de ello, aunque la pasin tome los disfraces ms inauditos en la curiosidad
o en la dificultad de recordar los nombres.
La casa de las afueras, que se comunica con las colindantes, conserva igual
grado de hostil reserva. El cerco del alambre tejido o de ligustros, delimita la
psicologa del dueo. Desde el noviazgo, el sueo de la casa propia se edifica
tomando como base el ideal asctico del alejamiento del mundo y el romntico del
castillo en la isla. La tapia es la frontera que divide la propiedad y el peligro. Pero
ese cerco no mantiene, por eso mismo, a cada familia en su solar; hay por
contrario imperio una invasin agresiva de miradas, de voces y de actitudes
vivientes que saltan el cerco y penetran hasta la ms recndita intimidad. Es una
necesidad de vecindad, la visita, el trato, la amistad, hasta la cordialidad; faltando
stas en sus formas simpticas, se tornan visita, trato, amistad y hasta cordialidad
de ataque. Es forzoso entrar a la vivienda del vecino cuando las casas estn juntas
y el que no penetra por la puerta de calle entra por la ventana de los fondos. Esa
necesidad de conocer ciertos secretos de lo circundante, que se ignora y que por
eso supnese prevenido, es lo que da pbulo al chisme. El chisme cobra caracteres
de secreto hecho presa, que se arranca y exhibe. El chisme resulta ser la visita
clandestina entre quienes no se visitan y el hurto de bienes que no dejan dormir,
para tirarlos por el suelo: y tambin, por tanto, un aborto del espritu de
sociabilidad cuando ha de nacer a la fuerza.
Nacin a que pertenece, como Pars con cada una de las dems ciudades
francesas, como Berln, Londres, Amsterdam y hasta Mosc con las suyas?
Es hermosa porque ha surgido venciendo enormes dificultades, las peores
debidas al trazado, al rea, a la ubicacin y al habitante. Es hermosa porque
precisamente contra todas esas dificultades encarna una voluntad ms poderosa
que la voluntad de edificarla y poblarla; porque es una afirmacin sin rplica en
un paisaje que conspira contra todo lo elevado. Valdr como una aspiracin,
cualesquiera que sean sus fallas. En primer trmino adolece de los defectos de la
improvisacin; y son por supuesto aquellos ms difciles de ver por los que estn
asimismo improvisados. Todo lo que vemos que maana no podr seguir en pie o
con la complexin que hoy tiene, repugna e indigna, porque se ve que hubo un
derroche superlativo de fuerza all donde se pudo hacer con menos, y una
voluntad autnoma all donde debi producirse ajustada al todo. La maravillosa
aspiracin est llena de grietas. Junto a trozos concluidos, otros bosquejados o
apenas empezados a bosquejarse; dentro de los trozos concluidos los hay
provisionales o sin terminar, y otras partes incompletas que es imposible concluir,
Particularmente aquellas que quedan a los fondos o fuera de la vista, como el
trasero del Congreso, el interior de los Tribunales o el desage del Palacio del
Correo. Son las impresiones digitales, la marca de fbrica de la incapacidad y lo
que diferencia una obra en que toda la ciudad ha colaborado, de otra que se hizo a
sus espaldas. Para el que ve Buenos Aires como ciudad y no como esfuerzo, es
fea. No ha sido concebida con belleza y hasta el derroche en que se tira el costo
del embellecimiento global, todo lo que costara, es fealdad y ostentacin de
parven provinciano. La belleza, ante todo, no puede colocarse en distintos
lugares de la ciudad, en los postizos que son sus diagonales tardas, sus
monumentos y sus paseos; tambin la pobreza puede ser hermosa en una ciudad
donde hasta la ruina dice de la vida, de las formas de la existencia y no de la
fbrica apresurada. A lo largo de una cuadra los diferentes edificios hablan
distintos idiomas de tiempo, de pocas econmicas, de modas, y permiten ver,
como en sus estratos la tierra, los cataclismos que han sufrido. nicamente que
esa diversidad perpeta lo precario, lo fortuito, lo que va variando y ya pas, y no
lo que se eterniza al amparo de las catstrofes en la seguridad de lo que no se
ensaya ni se yerra.
Junto a las casas de un piso, las de dos; y entre ellas los terrenos baldos y
los rascacielos de veinte o treinta pisos que surgen como la ambicin
predominante, como un triunfo personal que anula el esfuerzo de las otras y
prueba la omnipotencia del baldo que queda a su lado. Un rascacielos en una
manzana de edificios de planta baja, prximo a terrenos que an conservan los
pastos originarios, indica lo mismo y al revs que un hundimiento: la fractura de
un trozo del suelo en que todo est asentado, sobre el que se construye la ciudad
que no oscila ni cambia. El baldo se correlaciona con tres millones de kilmetros
cuadrados y el rascacielos con la aventura y hasta con el sueo en alta voz. Esas
casas menores son a la vez las ms viejas; las nuevas han sido levantadas cuando
se mejor la visin econmica de Buenos Aires ms bien que la visin
arquitectnica. Sobre las construcciones de un piso, que formaron la ciudad
anterior, parece haber comenzado a edificarse otra ciudad en los otros pisos. Esos
pisos que sobresalen ac y all sobre el nivel medio, son como las casas de planta
baja que antes se alzaban sobre el nivel del terreno, que es la ms vieja planta de
Buenos Aires. Los terrenos baldos de ayer son las casas de un piso ahora. Al
principio se construa sobre la tierra, a la izquierda o a la derecha,
espordicamente; hoy se utiliza el primer piso como terreno, y las casas de un piso
ya son los terrenos baldos de las casas de dos o ms. Por eso Buenos Aires tiene
la estructura de la pampa; la llanura sobre lo que va superponindose como la
arena y el loess otra llanura; y despus otra. Pero no ha ido formndose pareja y
homogneamente, sino con fracturas y por zonas. La diversidad de estilos y de
cantidad de metros de altura indica la diferencia de mtodos empleados en la
conquista de la fortuna y la maleabilidad del medio al embate de la aventura o del
azar. Aunque alguna vez alcancen las casas una altura ms o menos igual, como
en las viejas ciudades europeas donde las ordenanzas, la capacidad econmica, la
arquitectura y el talento de los burgomaestres van parejos, habr una desarmona
de crecimiento, de estilos, de edades que se percibir de inmediato. Los materiales
envejecen pronto, los estilos pasan de moda y el transente dura ms que los
edificios para verlos apuntalados o demolidos. Cada edificio es la forma de
cemento que toma la tctica de adquirir su costo, de haber vencido donde es tan
fcil vencer. Como los edificios, son independientes los estilos que muy pronto
desentonan del gusto general, o de las facilidades con que unas actividades se
cotizan mejor que otras en el mercado del triunfo y la derrota. Envejecen en sus
ornamentos, en sus adornos y cornisas, antes que en su mampostera. Las casas de
Buenos Aires, aunque relativamente nuevas, tienen el rostro marchito; son
ensayos, casas provisorias para ocupar el terreno y darle valor. No son las casas
del Buenos Aires que quedar, sino la de este que pasa. Ni la fortuna de los
propietarios, ni la confianza en el porvenir, ni el amor a la construccin del
arquitecto, las han hecho para durar indefinidamente. Una ciudad como Florencia,
en que estn en pie mansiones alzadas hace quinientos aos, es una ciudad
honrada; pero la feria porttil de los gitanos es la estafa y la fuga. Pars y Berln,
aunque perezcan tan pronto como Nueva York, la ciudad construida para treinta
aos, tienen un sello de eternidad. El gusto del arquitecto, la norma edilicia, la
prctica del constructor, la orientacin de las actividades que hicieron rico al
dueo, la mirada del que pasea, el cuidado del artesano, etc., le dan ese signo de
perennidad, de estabilidad, de conformidad de cada casa con la urbe, de cada
edificio con el conjunto, de cada familia con su hogar. En lo que quiere perdurar
hay la alegra de lo que quiere seguir siendo; en lo que debe perecer, la tristeza de
lo fugaz. Slo la alegra quiere eternidad.
El hombre que vino de la llanura, donde hizo dinero, que venci a la
llanura, que dobleg las defensas de la llanura con sus tcticas y mtodos, trajo a
la urbe ese hlito campestre que no se advierte slo en la chatura general de la
edificacin sino en la manera como se rompe de sbito, en lucha a brazo partido,
esa chatura y se ostenta la presea de la victoria econmica. Hasta Torcuata de
Alvear el norte no era la zona aristocrtica; esa fisonoma opulenta viene del xito
de los negocios de exportacin, y todo un barrio coincide en su antigedad (por
qu no en sus formas?) con la antigedad de esa prosperidad, de ese afn de
cambiar lanas por arquitectura. El sur de Buenos Aires, como antes de la eclosin
econmica de 1880, es actualmente ms Buenos Aires; como 1800 es ms
Argentina que 1932. El sur o el norte de un piso tiene que servir de terreno a la
edificacin de dos pisos; irremisiblemente quedar como cimiento. La ciudad
crece por encima de los palacios y de los tugurios.
II
LA GRAN ALDEA
lneas limtrofes ms all de las cuales las quintas, los potreros y las residencias
estivales se extendan hasta San Jos de Flores, o Belgrano, por ejemplo, y de ah
hasta la pampa. La ciudad se concentraba en tales delimitaciones, hasta que
venciendo el dique de las calzadas de piedra, se desbord por los campos
municipales. Boedo y Pueyrredn quedaron como aledaos mucho tiempo. La
configuracin de este cuerpo teratolgico vari, no slo de tamao sino de forma,
de estructura, como en el feto; a cierta altura de su desarrollo se produjo un
cambio total. Jujuy-Pueyrredn marcaban un radio mximo para nuestros padres;
mas all qued otra vez la pampa. Boedo era el arrabal cuando Corrales y
Mataderos filtraban la pampa que entraba y se ubicaba a los mismos umbrales del
poblado. Por Avenida Alvear, San Juan, Patricio, Montes de Oca, Paseo Coln,
Canning, se abrieron nuevas vas de confluencia extendindose cada vez ms
dentro de lmites ms amplios la estratificacin de la mampostera. Sigui
desbordndose de uno en otro bulevar, por Triunvirato, por la avenida Parral, por
Warnes, por Cabildo, contenida por el ro. Y en lo que se llamaba hasta hace poco
el bajo, qued incrustada una poblacin tpica de las liberas, maleante y aljamiada.
Aquellas avenidas y bulevares no solamente eran lmites en el sentido de la
configuracin municipal, del catastro y del ejido; eran bordes en que se agolpaba
una vida peculiar, con las particularidades de la fauna y la flora de los climas
fronterizos. En esas vas de contencin agrupbase una poblacin con el cariz
distinto de cada poca; pero que ayer u hoy, en Boedo o en la Avenida Alvear,
resuma el pensamiento de la calle entera, con respecto a lo que vena a quedar a
espaldas de la calle, en la acera de la pampa.
Hasta la intendencia Alvear, el norte y el sur se parecan tanto como una
hermana pobre a una hermana rica. Luego empez a diferenciarse del norte
burgus el sur proletario, hasta que el norte nada tuvo que ver con el sur. Desde
Alvear todo lo que es edilicio se levanta y se alhaja; la avenida homnima es la
cspide desde donde declinan todas las cosas urbanas. Para profundizar ms esa
divisin que en la izquierda y la derecha iba a acentuar lo noble y lo feo, se abri
la avenida de Mayo, que fue un profundo tajo que extirp una porcin del Cabildo
para unir la Plaza de Mayo con la plaza Lorea, o del Congreso, la Casa Rosada y
el Parlamento, que se miraron desde entonces por el canal de las muchedumbres
patriticas.
Hacia el oeste y el sur, quedaba la pampa sin vencer; no se la desaloj al
edificarse y echarse ms all del arrabal; qued agazapada, y por encima de ella
irrumpi la avalancha de las casas, en un movimiento de reaccin.
Quedaron all hombres del suelo ms que de la pared, el compadre de
pauelo y cuchillo, que un buen da se juzg ciudadano de la urbe, quiso entrar al
ejercicio de ese derecho de ciudadana y se afirm como ente de la frontera. La
pampa era irremediablemente invadida, pero el hombre de la pampa qued
apresado entre la expansin de la ciudad y la resistencia del campo. Rest como
hombre del campo en la ciudad, y la edificacin tambin a l le pas, por arriba.
Al escalio y el baldo se enfrentaron los comercios suburbanos. Cinematgrafos,
tiendas de modas, cafs, joyeras, negocios que expenden tabaco, postales; libros
de sueos y quinielas, toman el aspecto de una vindicta social, cuando slo son
una expansin tnica. El alegato reivindicatorio de la llanura es el pauelo
bordado; y su voz, el vilipendio al cuello duro. Hoy se resume ese rencor de la
provincia, del gaucho y del mestizo en Palermo y Boedo, bajo apariencias
mltiples, sean los negocios que compiten con los del centro, o las escuelas
literarias que pactan con el malevaje en una guerra civil contra el centro.
Absorbidas esas fuerzas centrfugas por la ciudad, reaparecen tras un largo curso
subterrneo en la defensa potica del malevo y en la exaltacin prctica del
guarango. Es el barrio contra la city, campo contra ciudad, nacionalismo
municipal contra snobismo. Proclama en la bastarda del idioma y en la arcaizante
manera del traje y del gesto, las razones de la montonera, y si se declara
bolchevique es porque est con el federalismo contra los unitarios.
Boedo es un bulevar amplio como un ro, a cuyas mrgenes se alinean
casas bajas y de aspecto vvido. Se dira una avenida en la que hubo el da de ayer
un corso que no ha dejado vestigios sino en las fachadas en la excesiva animacin
de aceras y rostros. El cinematgrafo exhibe parascenas con cromos enormes;
detrs de los cartelones o enfrente, hay un pueblo de mujeres y chicos que suean
por anticipado el argumento y los peligros de la protagonista. En los vestbulos
vuelve a verse a los desaparecidos, los revenants. Los peatones se derraman por la
vereda ancha, mientras suena continuamente un timbre que anuncia que la seccin
empezar en seguida, y que sueos comprimidos se llenarn de luz. Esperan. No
se comprende la luz de las vidrieras, los transentes, los automviles, el timbre
perpetuo, los affiches, all, adonde hay que llegar despus de atravesar cuadras
y cuadras casi de tinieblas, de puertas hermticas, de silencio, de pampa. Boedo
pretende ser la Florida del desierto urbano. Posee en campesino lo que Florida
posee en parisiense; los mismos objetos de distinta calidad, el diamante de vidrio,
el oro fix. Y, sin embargo, se comprende que Boedo es ms Buenos Aires que
Florida, y lo que all ocurre y transcurre se comprende ms fcilmente que lo
dems, y es ms lgico aunque no ms sincero.
Iguales a Boedo hay muchas avenidas, como iguales al barrio en que est
hay otros. Tienen de anlogo ese aire de frontera que se nota en las personas y en
las casas, en los rboles y en la velocidad de los automviles. El centro y el norte
quieren ser Francia, como Italia el sur del Riachuelo e Inglaterra los pueblos
suburbanos hasta el Tigre. Esos barrios en donde imper la pampa hasta hace
poco y que se han formado no por un acto de decisin, sino por un triunfo
paulatino, tienen cierta morbidez de venas como en quien pulsea. Lo antiguo y lo
nacional aparecen en esos parajes nuevos, en que est latente otra vez el espritu
agresivo del interior contra la metrpoli, reanudando los viejos litigios no
resueltos an.
Florida no resistir con los aos el avance de esas legiones que se incuban
en los barrios-fronteras; quedar en pie, reluciendo en focos y letreros, pero ms
falsa que esto que se apresta a recuperar una ciudad perdida. En la letra del tango,
en la novela infame, en la crtica de cachiporra, en el desprecio por lo universal y
lo bello, se est proveyendo de instrumentos de asalto. El manejo de las teoras
estticas de vanguardia para arrojar bombas de alquitrn, prueba que esa fuerza se
genera oscura y hmedamente en los barrios de edificacin discontinua, y que en
el melanclico soador de extramuros se preludia la revancha del gaucho que
perdi su batalla con Tejedor contra Avellaneda.
EL GUARANGO
Aunque se lo encuentre en pleno centro, el guarango es tpico de los
arrabales del centro de la ciudad.
De la misma matriz que el compadre, pero cansada ya, nace el guarango.
Parafrasea al hermano mayor sin el arranque todava atrevido con que aqul
FLORIDA
1. Florida es un estado de nimo, como un templo o un lugar histrico. En
su interior slo se puede pensar de cierto modo, ver de cierto modo; Florida nos
presta su alma mientras estamos dentro. Se penetra a ella en determinada
disposicin de nimo, y hay das oscuros, evidentes, en que no podramos
transitarla sin cargo de conciencia. Tiene una personalidad muy fuerte, esa calle,
porque es un templo, un rito y un dogma. Se camina ms lentamente por all que
por otras partes; el pensamiento se modera, reflexionando con altura, abandona
los pequeos cuidados a la divinidad y sufre todas las influencias peripatticas.
Como calle fue, hacia 1823, la nica empedrada; de manera que su
abolengo es aejo. Ya era entonces la calle limpia, cuando an en otras se
arrojaban las basuras, formando ese piso fofo que en muchas partes malogra el
asfalto y el adoquinado. Atrajo la peregrinacin de la hora del rosario, que antes
desfilaba por Victoria, donde el saln de Marcos Sastre presida la moda de las
letras. Calle de libreras, tiendas y modistos, para vestir en ingls y hablar en
francs. Calle del Empedrado, calle de la moda. Las piedras del pavimento, muy
caras porque la pampa no tiene piedras, hizo posible transitar por la calzada, y la
gente sigui andando por ella hasta hoy.
traje oculta la verdadera situacin de la blusa, del saco y del delantal; oculta
particularmente la pobreza, que es deprimente y que se deja encerrada en el
armario; y viene a resultar as un disfraz verdadero, porque es lo que escamotea el
signo del trgico destino. Despojndose de la blusa y del delantal, se despojan de
su papel verdico, y vienen a vivir la ilusin arrastrados por la muchedumbre
esplndida. As se origin el teatro. Las figuras comunican de su ficcin de
personas de teatro y la ilusin es general porque todos creen en ella. El traje oculta
la tragedia del destino y promueve al protagonista a la categora de un soador.
3. El comerciante alcanza jerarqua instalndose all; la poblacin que
divaga se considera seora de las vidrieras, que son los frentes espirituales de los
edificios. El comerciante que exhibe su mercadera en Florida, posee esos
materiales con que se suea en la calle, y los exhibe como iconos de la fe. Las
vidrieras son tambin trajes; los trajes de las casas. Las vidrieras son todo; y los
frentes de las casas, quiz de los ms feos en el centro, no se ven. La vidriera no
deja ver el frente. Hasta esa superficie que la casa viste para la calle, el frente, que
es lo principal de la vivienda portea, aqu cede su prioridad a la vidriera. Los
edificios, grises, bajos, viejos no existen y si existen son arrebatados por los
letreros luminosos en que comienza el sueo del cielo. Se mira hasta la altura de
la cabeza y de ah para arriba como en toda calle angosta no interesa lo que sigue.
La realidad llega hasta la altura de las cabezas descubiertas. Mirar sin elevar la
vista da una perspectiva familiar a las cosas, un mbito reducido e ntimo, de sala.
Florida acaso es Florida por su estrechez que nos impide retirarnos y ver sus
vidrieras a una distancia conveniente, despegndonos de su ficcin.
4. Como en el cine, se suea con la fortuna y el amor. El lujo de las
vidrieras, con alhajas, objetos artsticos, sedas, perfumes, libros, radios, aparatos
de proyeccin, hace de Florida el escaparate de nuestra ambicin. Esos objetos
son tan nuestros como del comerciante: son fragmentos de nuestra ambicin. El
verdadero dueo tiene juntos esos elementos que queremos tener, como smbolos
de una opulencia que alcanza hasta para el derroche, segn pasa en los sueos. Y
as es Florida como el cinematgrafo, mediante cuya magia nos aposentamos en
palacios de multimillonarios, en pobres piezas higinicas de costureras ideales, en
casitas de campo sin mosquitos ni aguas estancadas, y compartimos la vida
azarosa de los hombres de mundo y de los reyes industriales, de los bandidos y de
los artistas, o conseguimos a los treinta aos un amor con que sobamos a los
dieciocho.
Esos escaparates nos ofrecen tambin la obtencin en sombras de pantalla,
de lo que est ms all de nuestras manos y de nuestro destino, detrs de sus
vidrieras. Todo lo que ese pblico que transita al medioda y al atardecer suea de
noche o en los intervalos de su tarea, todos los sueos concentrados en el brillante,
en la mujer hermosa, en el libro clebre ah estn, accesibles como en las sombras
y luces de la pantalla. Ah est el Jockey Club, que es tambin el escaparate
interior de Florida, donde se suea con los rboles genealgicos, que han dado mil
metros cbicos de madera este ao, y con los toisones vivos que han bajado de
precio en Liverpool, y con el juego, que es la maquinaria de la esperanza. Ah
estn los bares en que suean los artistas, las joyeras y las tiendas en que suean
las mujeres, las libreras en que suean los escritores.
Lo hermoso de esta gran ficcin es que todos quieren engaarse sin
utilidad, que todos estn un poco en el secreto y que admiten las apariencias como
apariencias, concedindoles un sentido de realidad. Y si alguien piensa, como en
LA NOCHE
Al caer las tardes, Buenos Aires se impregna de una melancola buclica
que, gradualmente, con la noche, se acenta en pesadumbre. Buenos Aires no
tiene noche, sino la que le llega desde la inmensa pampa. Parece penetrarlo desde
los barrios suburbanos, a travs de las calles interminables, semejante al sueo
que comienza en las extremidades de los miembros cansados. Esa noche de los
campos, taciturna, concentrada, lbrega. Las luces y los ruidos del centro no son
parte integrante de esa apacible noche campesina, sino espasmos para romperla y
desbaratarla. As es que se quiebra en los faroles, en las vidrieras, en los letreros
luminosos; pero queda apretujada e intacta en el resto que se propaga al infinito.
Por eso el cabaret es triste. Aun el que all est alegre, denota una alegra
de cabaret. Carece del hbito de entregarse, de tirarse a la vida como al agua; tiene
el pudor del que nunca se desnuda frente a otros, y no sabe nadar mar adentro.
Las mujeres por su parte comprenden cul es su obligacin y no olvidan
que estn alquiladas para esa comedia apenas licenciosa. Saben que el amor, que
es lo serio, no tiene nada que ver con ese simulacro de la crpula. El amor no es
para ellas, ni para ellos. El sexo no tiene complicados problemas fuera de lo que
ya est convenido tcitamente por una razn de lugar. Uno y otro son reductos
autnomos, que no tienen ninguna relacin recndita con el baile.
En las casas se ha guarecido la virtud domstica y en las calles queda, a
deshora, el hombre desvelado. La mujer que transita del brazo de alguien, el
marido, el padre, el amante, recibe en plena faz el desafo de ese hombre de la
noche. La noche es la hora de las suciedades secretas y cada transente se
comporta como un afiliado a esa secta de los que no se acuestan a las diez. Por eso
es que en cada varn que se tropieza esa mujer que va del brazo de un hombre,
percibe el mpetu, dominado con grandes esfuerzos, de una palabrota o de un roce
intencional. No es que sea ese transente un fauno o miembro del hampa, sino que
no puede dejar de demostrar que por lo menos es tan hombre como el marido o el
amante. Cree que no puede pasar en silencio o con respeto sin renunciar a un
derecho que le asiste, el de un condominio de la mujer.
Las calles de Buenos Aires son hostiles, porque la noche de la ciudad es la
noche del campo invadindola y las cosas toman el aspecto de la tiniebla sin
amparo. Las mujeres honestas que se recogen temprano indican que las que
quedan fuera de sus casas no lo son. Las puertas abiertas proclaman la castidad de
las puertas cerradas. Los hombres, si salen, dejan en sus casas a las esposas y se
juntan a las queridas. Y las queridas, cree el hombre de la noche, son un poco de
todos.
Hay tambin en el transente, un alma silvestre que se estimula en esa
noche de billones de aos ms que la primera casa de la ciudad, y que ha venido,
poco a poco, dando forma a la vida nocturna. Para evitar toda responsabilidad, si
se excede, puede fingir que ha bebido de ms, o que est contento. Dos cosas
fciles de excusar.
El tango, la msica nocturna, entristece estos lugares de diversin, porque
trae en su ritmo reminiscencias del pasado abyecto y las voces sofocadas de la
vida rehusada. Naci despus de la jornada del negro arrancado de su tierra y
metido en las plantaciones de tabaco, azcar y caf. Encierra en sus cadencias la
esclavitud y la voluntad de hundir en la carne la propia fatiga hasta convertirla en
placer.
EL TANGO
Es el baile de la cadera a los pies. De la cintura a la cabeza, el cuerpo no
baila; est rgido, como si las piernas, despiertas, llevaran dos cuerpos dormidos
en un abrazo. Su mrito, como el del matrimonio est en lo cotidiano, en lo usual
sin sobresaltos.
Baile sin expresin, montono, con el ritmo estilizato del ayuntamiento.
No tiene, a diferencia de las dems danzas, un significado que hable a los
sentidos, con su lenguaje plstico, tan sugestivo, o que suscite movimientos afines
en el espritu del espectador, por la alegra, el entusiasmo, la admiracin o el
deseo. Es un baile sin alma, para autmatas, para personas que han renunciado a
las complicaciones de la vida mental y se acogen al nirvana. Es deslizarse. Baile
del pesimismo, de la pena de todos los miembros; baile de las grandes llanuras
siempre iguales y de una raza agobiada, subyugada, que las anda sin un fin, sin un
destino, en la eternidad de su presente que se repite. La melancola proviene de
esa repeticin, del contraste que resulta de ver dos cuerpos organizados para los
movimientos libres sometidos a la fatdica marcha mecnica del animal mayor.
Pena que da el ver a los caballos jvenes en el malacate.
Anteriormente, cuando slo se lo cultivaba en el suburbio y por tanto, no
haba experimentado la alisadura, el planchado de la urbe, tuvo algunas figuras en
que el bailarn luca algo de su habilidad; en que pona algo que iba improvisando.
El movimiento de la pierna y de la cadera, algn taconeo, corridas de costado,
cortes, quebradas, medias lunas y ese ardid con que el muslo de la mujer,
sutilmente engaada, pegaba en toda su longitud con el del hombre, firme, rgido.
Por entonces tena su prestigio en las casas de lenocinio. Era msica
solamente; una msica lasciva que llevaba implcita la letra que aparecera aos
despus, cuando la masa popular que lo gustaba hubiera formado su poeta. Oanse
los acordes a la noche, en las afueras de los pueblos, escapando como vaho, del
lupanar, por las celosas siempre cerradas; e iba a perderse en el campo o a
destrozarse en las calles desiertas. Llevaba un hlito tibio de pecado, resonancias
de un mundo prohibido, de extramuros. Despus ech a rodar calles en el organito
del pordiosero, para adquirir ciudadana. Se infiltraba clandestinamente en un
mundo que le negaba acceso. As, a semejanza de la tragedia en la carreta, lleg a
las ciudades hasta que entr victoriosamente en los salones y en los hogares, bajo
disfraz. Vena del suburbio, y al suburbio llegaba del prostbulo, donde vivi su
vida natural en toda la gloria de sus filigranas; donde las sncopas significaban
algo infame; donde las notas, prolongadas en las gargantas del rgano,
estremecan un desfallecimiento ertico. Diluase en la atmsfera con l perfume
barato, el calor de las carnes fatigadas y las evaporaciones del alcohol.
En el baile de candil, untuoso, lbrico, bailado con la ornamentacin de
cortes, corridas y quebradas, pona en el ambiente familiar cierto inters de
clandestino. Todo eso era lo que le daba personera, carcter propio, y se
perdi; pero en cambio apareci el verso para recoger, como el drama satrico tras
la tragedia, el elemento flico, ritual. Aun hoy la letra dice bien claro de su estirpe.
En ella est la mujer de mala vida; se habla de la canallada, del adulterio, de la
fuga, del concubinato, de la prostitucin sentimental; del canfinflero que plae. La
joven ms pura tiene en su atril ese harapo que antes fue vestido de un cuerpo
venal. La boca inocente canta ese lamento de la mujer infame y no la redime,
aunque ignore lo que expresa su palabra. Suena en su voz la humillacin de la
mujer.
Pero ahora es cuando el tango ha logrado su cabal expresin: la falta de
expresin. Lento, con los pies arrastrados, con el andar del buey que pace.
Parecera que la sensualidad le ha quitado la gracia de los movimientos; tiene la
seriedad del ser humano cuando procrea. El tango ha fijado esa seriedad de la
cpula, porque parece engendrar sin placer. En ese sentido es el baile ulterior a
todos los dems, el baile que consuma; como los otros son los bailes
premonitorios. Todo l es de la cintura para abajo, del dominio del alma
vegetativa. En algn momento una pierna queda fija y la otra simula el paso hacia
adelante y atrs. Es un instante en que la pareja queda dudando, como la vaca
contempla a uno y otro lado, o hacia atrs, suspensas sus elementales facultades
adulterio. Est cumpliendo un rito penoso y sin valor esttico, un acto de la vida
conyugal, que es entregarse, y otro de la vida diaria, que es andar.
Por otra parte, se advierte que forma una sola pieza con su compaero, y
que de arrebatrsela, algo de l quedara en ella, como queda del marido en la
esposa que se rapta. Son un solo cuerpo con cuatro piernas lo nico que acciona,
en la inmovilidad de los torsos, con una voluntad. Un cuerpo que no piensa en
nada, abandonado al comps de la msica, que suena, gutural y lejana, como el
instinto de la orientacin y de la querencia. Ese vago instinto, en la msica, los
lleva tirando de ellos.
Quiz ninguna msica se preste como el tango a la ensoacin. Entra y se
posesiona de todo el ser como un narctico. Es posible, a su comps, detener el
pensamiento y dejar flotar el alma en el cuerpo, como la niebla en la llanura. Los
movimientos no requieren ser producidos, nacen automticos de esa msica, que
ya se lleva en lo interior. La voluntad, como la figura de los objetos, queda
desvanecida en esa niebla, y el alma es una llanura en paz. Muy vagamente, la
mujer acompaa al bailarn en un deslizamiento casi inarticulado. Es el encanto de
ese baile, en su sentido sentimental: la obliteracin de la voluntad, un estado en
que slo quedan despiertos los sentidos profundos de la vida vegetativa y
sensitiva. Propicio al estado de nimo del crepsculo en los prados, a la vaga
tristeza que se presume en los ojos del animal satisfecho.
Terminado el baile, no es posible olvidar en la mujer ese acto fro, en que
ha sido poseda como un molusco, en ayuntamiento recproco. Queda flotando
sobre su cuerpo un vaho de pesadumbre, de pecado; algo pegajoso y viscoso,
como el eco de sus movimientos y de su entrega en un sueo trivial. Porque no ha
sido poseda por su ncubo sino por su propia soltera.
CARNAVAL Y TRISTEZA
Para estudiar lo que se ha llamado la tristeza criolla, que es un estado de
nimo muy complejo y que indiscutiblemente tiene la tristeza como epizootia e
indiscutiblemente tambin de la verdadera tristeza humana; para estudiarla hay
que comprender primero el carnaval. El carnaval es la fiesta de nuestra tristeza.
El centro psicolgico no est situado en la tristeza, y s ms
aproximadamente en la necesidad de alegra. Es tan sombro, desde los colores del
traje y los sabores de la existencia, todo lo que debemos al pasado, y se ha
construido lo nuevo tan por encima de esos escombros an en pie, que la sed de
gozo es un movimiento potencial, pronto a dispararse contra algo en las
circunstancias propicias. Puede decirse ley universal, la propensin de las almas
sombras a las explosiones del gozo, como en los perros encadenados que se
sueltan al atardecer. Esa necesidad ltima de soltarse del dogal gris y taciturno de
un mundo opresivo por el que circulan corrientes magnticas de indiferencia y
desconfianza, pone a los ciudadanos, particularmente, en trance de saltar jubilosos
al atardecer. Se busca un motivo de fiesta, un pretexto para rer; y de ah la
guarangada, el temor al ridculo, manifestaciones con carteles y vtores, cualquiera
sea el pretexto. Y, lo ms corriente, el aspecto carnavalesco que adquiere en las
muchedumbres cualquier celebracin popular. Alegra que no es entera, gozo que
no quiere mostrarse desnudo, sentimientos propios de un pueblo que no ha
entrado en relaciones sexuales francas con la mujer, que no sabe hacer partcipe
de su placer y por eso se asocia en la algazara ; se es el verdadero ncleo de
III
LA CIUDAD INDIANA
DE PASO
La raza que nos pobl no tena hogar; resida en casas de piedra y era
antigua, pero dentro no habitaba el ideal. El ideal estaba en la iglesia y en la corte.
El padre no era el pater familias; ejerca su autoridad como el seor con sus
siervos. La mujer y los hijos eran su honor y sus vctimas. Dios y el Hoy
solamente estaban sobre l, ms fuertes que l; su finca pareca por dentro un
monasterio. Cuando aqu hubo de edificar la nueva casa, la dispuso de modo que
las habitaciones encerraran en cada cubo de paredes el drama de cada husped,
segn su papel: la mujer, los hijos, y la servidumbre. La sala fue el lugar de
recibo, donde slo platicaban las personas en da sealados y con arreglo a cierto
ceremonial. Nunca en adelante cambi la disposicin de la sala, los dormitorios,
el comedor y los cuartos de servicio, ni las almas renovaron sus hbitos. La casa
fue el reducto para el descanso y dentro de un cosmos variable no poda afirmar
ningn ideal fijo. Los materiales que se emplearon, de preferencia el barro, la
paja, la madera y el cinc, eran elementos correlativos al alma del morador. Hoy se
han reforzado esos relieves de lo precario a lo transitorio. Los moradores han
hecho inestable el edificio. El hogar, constituido por dos seres que hasta el da de
unirse han seguido rumbos distintos, con sangre distinta, gustos distintos, dan
origen a un nuevo ser que es distinto de los dos. La vida reclama del varn y de la
mujer sacrificios irreparables. Hay que acomodarse a las exigencias de la lucha,
como cuando no hay piedra debe construirse con barro a pesar de muy viejos
instintos. La enseanza que suministran las cosas cotidianas, propenden a destruir
y a cambiar. Les faenas del campo fueron terrible costumbre de destruir y de
cambiar, llevando la vivienda de un lugar a otro. En la ciudad de las llanuras,
como en Montevideo, Buenos Aires y Santa Fe, esas viviendas al principio de
cuero sirvieron de guaridas mejor que de lugares de comodidad. El amor
igualmente adventicio vagaba como fantasma nocturno en torno de los lechos. El
EL ESQUEMA DE LA CASA
La casa antigua, la pobre, est dispuesta como hace ciento cincuenta aos.
No ha variado su disposicin porque su estructura obedece a razones vitales y
orgnicas, tal cual la disposicin de los rganos en el cuerpo. Esas casas tienen
una funcin que se manifiesta en la vida de sus ocupantes. A la distribucin de las
habitaciones corresponde la necesidad de la familia, el sentido de la comodidad y
del uso. La disposicin consecutiva de las habitaciones tiene a la vez de la crcel y
del monasterio; es decir, que son clulas independientes, aunque se
intercomuniquen por puertas interiores. Atravesndolas se llega por una parte
hasta el gallinero, el w.c. y la cocina; por otra hasta la sala. Las piezas tienen un
mero contacto lateral, aisladas entre s; el contacto de la amistad y del amor, en la
conversacin y el trato francos, es de frente a frente. La concepcin arquitectnica
corresponde a la amplitud de espacio y est planeada para planta baja. Su modelo
es el rancho, que se ampla horizontalmente. Construido de materiales poco
resistentes y hecho conforme a las ms elementales y empricas leyes de la
construccin se alza en terreno abundante, que no se escatima. De ah proviene
esa disposicin lateral y lineal. La casa de poco frente y mucho fondo (10 varas
por 60), tiene el plano del rancho. Ofrece un mnimo de superficie al exterior y se
profundiza alejando la vida interior de la mirada sin recato del extrao. Su
principio es una habitacin a la que se le van agregando otras, de una en una. No
crece la casa por expansin del conjunto sino por aditamentos parciales, por
yuxtaposicin. El piso que ms larde se agrega a la planta baja es otra planta baja
superpuesta. El movimiento que la genera es el de la lnea que se prolonga o se
dobla por encima, de modo que, rectilneo, sus direcciones van a la calle, al
mundo, y a los dormitorios, al secreto. Cuanto ms alejada del zagun, la
habitacin acenta su rasgo monacal y toma del decoro de las alcobas de mujeres
LA CIUDAD FLOTANTE
Pobreza y fealdad se apelotonan a las puertas de Buenos Aires, como
pordioseros a la puerta del palacio. Maderas y latas con charcas verdosas y
basuras. Son los desechos de la metrpoli y al mismo tiempo un montn de
escombros de sueos de opulencia; lo que no quiere ser ciudad y queda
recalcitrante fuera del municipio; y al mismo tiempo lo que ya no quiere ser
soledad y se apeusca en los lmites de la campaa. Por eso tales viviendas
srdidas y feas simultneamente son las dos cosas: la ciudad y el campo.
Mirndolas bien se ve que son ranchos que se han deslizado desde el fondo de las
llanuras, amontonados a la orilla del mundo moderno. La casa de cinc que en una
o dos habitaciones rene a la familia numerosa es un rancho que ha cambiado los
materiales de construccin; el barro por el metal, como antes el cuero por el barro.
Al adobe ha reemplazado la chapa, con lo que se ha hecho menos estable.
Materiales heterogneos, desperdicios arrastrados en la tarea de la hormiga y
puestos ah para llenar intersticios y aparentar solidez. La verdad es otra: un
rancho provisorio, porttil, que puede desarmarse lmina a lmina, como se
construy, y transportarse. Meccano enorme, capaz de servir alternativamente
para diversos usos. Sigue siendo, como en los tiempos del gaucho, el hogar sobre
el caballo, el hogar sobre lo imprevisto. El hombre que ah reside vive con la
misma inestabilidad de su vivienda; puede desmoronrsele y partir l; en tanto
est all, espera. Est de paso, a la expectativa, y se dira que tiene apostado su
rancho a tener ms o no tener nada. Su situacin econmica no se ha consolidado;
mientras queda en pie la apuesta ocupa el albergue donde pernocta y engendra.
Pero una casa construida as no es para residir; es un refugio y no un hogar.
Apenas arregla el interior con enseres y muebles, los exclusivamente
necesarios, ese zofito lacustre. Fuera, las plantas y los yuyos; lo que la mano
que no encuentra modo de abrirse paso en la vida, por dificultades del orden o de
la naturaleza de las cosas, caen en la Poltica como en el seno de las fuerzas
primordiales. Fenmeno universal, plenario, recibe el tributo de lo nacional que
no consigue expresarse bajo otras formas igualmente colectivas. Toda
manifestacin colectiva de potencia es de cariz poltico. Esa es el alma de la
ciudad, el sistema subterrneo de sus desages y de sus cables elctricos, el estilo
de su todo.
La divinidad que en ellos reside est integrada por infinidad de
malentendidos, por ideas sin madurar, por anhelos ilegtimos; aunque tambin por
una inconsciente sed de justicia y de fe. Impotente contra dificultades que nacen
de un desorden ntimo de las cosas, el alma se entrega al saber y al poder
fraudulentos, como al curanderismo y a la magia. La poltica ofrece al soador
indolente, al rat de cualquier gnero, un sucedneo de la accin y de la
idoneidad. Deja de ser una aspiracin hacia algo concreto y bien definido, pero
acumula energas que podran perderse en el vaco o en la accin destructora.
Cualquiera que sea su signo, reemplaza lo que no existe an, anticipa estados
superiores y acostumbra a lo bueno y lo malo en comn. Sin grandes ideales, sin
convicciones arraigadas, cierra en s misma ciclos amplios de accin; y en vez de
ser un vehculo para ponerse en marcha hacia algo, transfrmase en rueda sin
dientes que consume trabajo generado en el sentido de la accin. Si la poltica
puede ser en fases ms avanzadas de la cultura popular, una tensin dinmica,
donde la conciencia colectiva no sobrepasa sus individuales instintos, convierte su
funcin en una finalidad concluida. Y al no tener salida hacia lo social bien
estructurado, proyecta esas energas al plano de la magia, de las potencias
misteriosas y arbitrarias. La poltica deviene, pues, cierta magia de influencias
secretas, semejantes al curanderismo; y sus procedimientos son anlogos en la
esfera del bienestar econmico. En el conocimiento de sus misterios adquiere
prestigio el conductor de multitudes argentino. Su oculto poder de violentar el
orden de las cosas usuales sin que aparentemente exista tal violencia, vibra al
unsono de las voluntades afiliadas que encuentran la frmula para conseguir lo
que est vedado por las vas naturales.
En este aspecto la poltica no es solamente una magia sino una supersticin
y resume estados embrionarios de conciencia cvica, orientados hacia el bienestar,
el orden y el progreso, aunque se ilustren en la complicada tcnica de lograrlos
por medios ilcitos. La prctica de esa supersticin celbrase en los comits, que
son los cuerpos domiciliarios de esa voluntad de accin frustrada. Sin esos
templos donde se discute y se escucha la palabra del hombre que puede, la poltica
dejara hasta de ser una abstraccin; se deshara en tantas molculas como almas
para tomar otros cauces de expansin. Si el comit como cuerpo viviente de una
secta puede parecer indigno de la divinidad, es porque olvidamos que esa
divinidad pragmtica est hipostasiada de residuos. Cada espritu tiene el cuerpo
que le queda bien. Los componentes de esos centros de accin frustrada son
hombres de empresa frustrados, condottieri que acaban por cambiar el ideal por un
dolo y por suplantar al dolo con su persona. A ms largo o corto plazo
sobreviene el cisma por fisiparidad y el ideal se desmenuza en tantos fragmentos
cuantos ncleos disidentes de atraccin. Pero aun as, los heterodoxos siguen
fieles a la abstraccin omnmoda llamada Poltica, a esa fuerza en suspensin que
impera como realidad absoluta. El cisma no se produce por apostasa ideolgica,
sino por condensacin de intereses en un lder.
solamente haban militado en las filas del partido que a l lo hizo y deshizo, sino
que obedecan en su conformacin mental, en sus vicios originales a la misma
fuerza plstica; llegados al poder resultaron igualmente incapaces por las mismas
causas. El dolo qued levigado en el amnios en que se lo engendr, pero sus
ideales seguan en pie. Represent una direccin, y sus adversarios representaban
otra, como delta de un ro que habra de unirse despus, soldando 1830 a 1852, en
que con Urquiza y los desterrados la historia sufre una conmocin y un desvo de
ochenta aos. Los dos brazos del irigoyenismo dejaron esos ochenta aos como
un parntesis y por dos flancos cieron de nuevo la realidad. Aquellas fuerzas que
se dijeron anrquicas despus se dijeron polticas. Uno gobern con las mayoras
y otros con las minoras, siempre fieles a la voluntad superior, a una divinidad sin
nombre y sin forma. Quien no queda pleno de su gracia es contemplado en
seguida como traidor. Yrigoyen ha sido no solamente el hombre de su pueblo,
sino la conciencia y la voluntad de su pueblo. Y la crucifixin del dolo fue el
sacrificio do su Hijo, a quien neg a pesar de que traa la Ley nueva y el trgico
destino de cargar con sus pecados.
EL POLTICO
Son muy estrechas las similitudes entre nuestro poltico profesional y el
curandero, el brujo y la comadrona. En diferentes tiempos diferentes nombres.
Ningn beneficiado con empleo, exencin de impuestos, concesiones
puede del todo reconocer pblicamente el favor, porque siempre hay un padre
desconocido en el nuevo ser que el comadrn trae a la vida. Esa infatigable
diligencia del poltico que ayuda al parto y a veces da su nombre al feto, es la
actividad subrepticia y profesional: ostensiblemente inviste el papel de conocedor
de lo que se llama ciencia y arte de gobernar.
El primer paso en la carrera es tener una casa cmoda. La casa del poltico
es una casa pblica, a la que tiene acceso la parroquia. Van llegando hasta la sala,
adictos que adolecen de alguna incapacidad o mengua. Vestbulo y sala de recibo
tienen algo de consultorio, y la recomendacin es la receta para la dolencia.
El poltico se debe al comit y a sus amigos; aqul es el local adosado a su
casa y stos la prolongacin de su familia. Sabe que su misin es dar, servir a su
votante, y cuando no se le pide nada est intranquilo, como el mdico ante un
paciente que tiene apariencias de perfecta salud. En esa sala donde ausculta,
interroga y asiste, despliega un complicado psicoanlisis de chamn. Es un gran
seor de plebes postulantes, un proxeneta de rango que est en ciertos entretelones
del gabinete y administra la noticia indita con parsimonia y con arreglo a la
posologa del chisme. Vive en el centro de las noticias de la calle que recogen los
adictos y que le entregan como pago de la visita. Luego las llevar a las reuniones
de dirigentes, segn convengan o no a sus proyectos; porque el arte de la
comadrona tiene sus exigencias sociales. Su papel es hacer promesas; hablar del
porvenir con seguridad de profeta y tener confianza en algo; en el gobierno o en la
cada del gobierno. Trasmite fe. La magnitud de las promesas vara conforme
aumenta su poder, y viceversa: concejal, diputado, senador, ministro, presidente,
como crculos concntricos desde donde se reparte la ddiva en mayor o menor
cantidad. Pero el verdadero poltico no es el que da, sino el que cambia de mano la
ddiva. Cuando alcanza la ms alta magistratura adquiere categora de dolo, pero
EL ALMA DE LA CIUDAD.
Frente a la poltica, el arte queda como una manifestacin espordica y
subsidiaria, como un fenmeno restrictivamente porteo dentro del otro
metropolitano. Las inquietudes espirituales dan su brote, su flor y su hoja amarilla
en Buenos Aires; y ha de considerarse la cultura como un caso particular de
urbanismo. Al talento no le queda otro camino que aquel de los productos en
desage de la periferia al centro y del centro onflico al exterior. Fuera de la
capital arrastra su existencia parasitaria de lo que aqu se produce, y emigra o
sucumbe. Sin embargo, el talento no es oriundo de la metrpoli, tambin como en
los buenos tiempos de Roma. En provincias no se escribe ni se lee; la llanura
inmensa es refractaria a la intensidad de cualquier cultivo y los artistas que
fatdicamente nacen en ella, tienen implicado el trgico destino de ser una
negacin en diversas formas, de la llanura; de no aclimatarse ac ni all. Diarios,
peridicos y libros se imprimen en Buenos Aires, con vistas al consumo rural. Los
que se editan en el interior cabestrean su existencia balad de pordioseros del
gobierno comunal o provincial, con sus eternas cuatro u ocho pginas de avisos
interpolados de las clsicas cursileras y lugares comunes del periodismo y la
tipografa de campaa.
Pueden llamarse los rganos pardicos del periodismo, aunque como
ninguna otra forma de publicidad expresa con ingenua pretensin, la fusin
simbitica de la poltica y la literatura, del alfabetismo y de las artes grficas.
Aquello mismo que los peridicos de campaa revelan sin saberlo, puede
aplicarse a la gran ciudad, y bastara buscar, como en el gaucho urbano, cules son
las transformaciones que ha experimentado al crecer en tamao y en nmero de
ejemplares. Cultura y poltica son una misma cosa; gobernante y pedagogo,
institucin artstica o cientfica y autores entran en una coordinada accin de
recprocos derechos y deberes. Un gobierno quiso caracterizarse por cierto
filistesmo augusteo, precisamente porque era oriundo de la masa refractaria a la
cultura, e incurri en actos teatrales de mecenismo. Hizo repartir, por ejemplo,
mantienen en pie trepa la hiedra de los que han fracasado hasta que los cubre
como el pasto. Los muertos matan a los vivos, como en el palacio de los Atridas.
Formas abortivas y monstruosas, nacidas de cpulas gubernamentales,
engendradas con los logos espermticos de la poltica, se multiplican por s
mismas en pululacin de bacterias, en obras completas de treinta ttulos. El
Congreso vota fondos para que se escriban obras o para adquirirlas. Son
fantasmas a la rstica. Las Plazas estn llenas de simulacros de bronce y de
mrmol; los museos atestados de simulacros; los programas sinfnicos mechados
de fantasmas. Todo ese mundo de los abortos inmortales nace de la poltica y es
hijo de las cmaras, de los gabinetes y de los comits. El pblico est complicado
en el sistema de la cadena y aplaude; llena los teatros y repite los gloriosos
nombres de los espectros. Pero con socarrona picarda guia el ojo; porque miente
mucho ms que se equivoca. Espera la muerte verdadera y olvida. Dramaturgos,
poetas, msicos y pintores: todos amortajados en la misma tumba continental del
olvido, han muerto. Los muertos de ayer parecen antiguos y distantes. Es la
poltica, que empuja con todas sus fuerzas hacia adelante, que teje de da sus telas
y las desteje de noche. Mientras vive el defensor de sus intereses, mientras puede
hacer dao o bien, es respetado, como el poltico en auge; cae y se le olvida. En
esa nefanda obra de cremacin y aventamiento de las cenizas estn complicados el
gobierno y el pueblo, que prefieren al impostor vivo y no al talento muerto. Los
monederos falsos de la cultura se nutren de cadveres; aquel olvido es este
renombre.
La falta de estados verdaderos de cultura se suplanta con estados ficticios
de cultura; empresas poderosas de publicidad y de noticias sostienen la poltica de
la literatura standard. Si el periodista tiene las ideas de la administracin, sta
tiene las ideas de los anunciadores de pgina entera, que casi siempre coincide en
el mismo universal sistema de la cadena, con lo que se lleva y se consume con
mayor cantidad. Centenares de cerebros trabajan diariamente en la misma tarea,
modelando y puliendo con arreglo a un canon periodstico del mayor consumo. La
personalidad del autor, incluso cuando le permiten que firme, se disuelve en una
liga de plomo fundente, y toda la redaccin es una masa gris de ideas y de
renglones de linotipo. No tener qu comer es peor.
La suerte del escritor es todava ms triste que la del periodista; tiene que
transigir con el lector de diarios, o tener fortuna. Los mejores son pobres y viven
de otra cosa. Persisten en su trabajo porque Dios lo quiere as. Los intelectuales
libres de la poltica de las empresas de prensa son destruidos de cuajo. Quien tiene
dinero tiene fama; sus libros circulan al amparo de una firma bancaria de
reconocida solvencia, y entonces puede cometer las mayores indignidades sin que
se afecte su prestigio. La reputacin es una incansable paciencia. El mismo lector
que se pasma del xito de su novelista predilecto, gusta pecaminosamente de las
ediciones clandestinas, como si realmente estuvieran prohibidas.
No menos tirnico que la prensa, el comit poltico-literario y la
administracin pblica acogen con reservas al hombre de accin fracasado y al
idealista a ultranza. El autor costea la impresin de su obra con el sueldo que le
paga el Estado y el Estado le compra el libro, devolvindole su dinero. Devuelve
el costo y recupera las ideas, retirndolas de la circulacin. Una vez hecha la fama
se respeta hasta que la muerte barre con todo. La cadena queda soldada entre
autores, impresores y consumidores.
MIEDO
I
II
III
LA LUCHA
LA DEFENSA
LA FUGA
I
LA LUCHA
hoy albergan a ms de la mitad de los habitantes de un pas que tiene tres millones
de kilmetros cuadrados. En esas ciudades vive el miedo.
EMPALIZADAS Y ZANJAS
Esas ciudades modernas se han edificado para sustraerse los habitantes a
los peligros; en su permetro se libran rudas batallas y todos los amagos de las
campaas parece haberse guarecido en ellas. Contrasta ahora la agitacin interior
con la quietud de los campos, y la tensin con que se vive dentro no tiene
parangn siquiera con el ritmo pianissimo de la choza. Los altos edificios, los
paseos, la acumulacin de bienes y hasta la ostentacin de poder, declaran la
valenta con que se afrontan los problemas relativos a la sociedad. Los habitantes
se custodian a s mismos. Pero antes la ciudad era un reducto fuera del cual estaba
el mundo salvaje, la vasta regin de los brbaros. Era una fortaleza de cuerpos y
propsitos contra lo exterior, contra los asaltos que venan de fuera y una slida
muralla invisible la circundaba, como a Troya y Tebas las de piedra y bronce. Esa
cautelosa mirada del ciudadano antiguo tiene nuestro porteo al contemplar el
interior. En siete ciudades como en las siete puertas de Tebas estn de pie los
centinelas. Despoblado, pacfico, inmenso, el campo es inhabitable y muy rudas
deben ser las condiciones que impone a la vida cuando es preferible el trabajo
asalariado, la vida estrecha, el destino conocido y aceptado. Los edificios son
voluntades alzadas hacia la dominacin de un espacio que llenan totalmente; pero
esa voluntad est fija y esa dominacin se ejerce en un orden vegetativo. Es una
fortuna de piedra y acero, de ladrillo; mas al mismo tiempo un rdito seguro, un
bien raz seguro, un quantum asegurado. Entre la poblacin de las ciudades y las
poblaciones de la campaa hay una relacin que responde a las leyes estticas que
mantienen el equilibrio de la produccin y el consumo, de las formas tpicas de la
ciudad y de las formas tpicas del campo. Una campaa desierta, con tierra
fertilsima y desierta, con capacidad para centenares de millones de hombres pero
desierta, no est en equilibrio con siete ciudades que conservan ms de la mitad
del total de habitantes. Alguna razn ha de existir para que en una lucha
despiadada las gentes se refugien en ellas con la misma apeuscada decisin que
en los pases superpoblados. Fuera de las ciudades no hay clima humano en que el
hombre pueda vivir. La salud queda expuesta, la instruccin se mantiene en un
nivel inferior y acaba por pesar como una cadena, las condiciones de la lucha por
la vida recrudecen bajo el influjo de fuerzas primitivas, y stos son los males
peores que la certidumbre de la pobreza. Adquirir un terreno, edificar una casa y
hasta levantar un rascacielos es adquirir seguridad. Puede perderse en un juicio
sucesorio, pero queda en pie. La ciudad es el Estado, en que gobiernan las leyes
de la edificacin y en que todos los habitantes han celebrado un contrato colectivo
de alquiler y de mutuo amparo. Los inquilinos, las autoridades, las normas de la
colmena estn en vigor y en paz. Buenos Aires se acrecent desmesuradamente
con el aporte del extranjero y del nativo que huan de sus respectivos
perseguidores. El recin llegado, que no vena dotado de bravura suficiente, qued
aqu mirando a lo lejos la vastedad del campo, sin atreverse a emprender su
conquista de nuevo. Del interior llegaron de regreso, colonos que haban perdido
todo despus de veinte aos de labor. Los hijos comprendan que la tierra
prometida era la tierra de las promesas simplemente. Tras el rudo trabajo se
desvanecan las hipotticas posibilidades de enriquecerse, que eran el nico
premio que se esperaba a cambio del embrutecimiento. Los hijos salvaban del
desastre la ltima voluntad de vivir. Del fondo de las llanuras llegan anualmente
familias que se acogen a un resignado puesto pblico. Hasta hace pocos aos se
oa decir, sealando a los que se refugiaban en las ciudades, que slo renunciaban
al porvenir los ablicos y rutinarios; mas la jubilacin es la tabla del naufragio y
ya nadie se expone a las contingencias de sembrar y criar. El que ya tiene algo que
perder se guarece en las ciudades, y sin peligros indgenas, sin la muerte violenta
y el despojo a boca de jarro, el campo vuelve a ser el ilimitado dominio del miedo,
de la pobreza, de la enfermedad y del esfuerzo intil.
INQUIETUDES
El que mira la pampa slo contempla una cosa inmensa que est quieta
debajo de las otras: la tierra. Todo aquello que se mueve, acciona, pasa, es
inseguro. El ladrn de ganado, el viajero de incgnita intencin, el carancho que
atisba la carroa, el granizo, el viento, llevan consigo la destruccin y la
inquietud. Slo la tierra que invita a descansar y a morir permanece inalterable y
fiel. Incita a contemplarla como bien definitivo y a desconfiar de lo restante. En el
alma del chacarero, inclinada a la rutina, a la perpetuacin del presente, a la
inmovilidad, produce una cantidad de ideas parasitarias, que en el transcurrir del
tiempo, con sus formas msticas de fatalismo y de perecimiento, llegan a
embargarlo inutilizndolo para toda concepcin dinmica, atrevida,
emprendedora, viajera. El campesino de las viejas campaas sedimentarias est
engarzado en una lentitud csmica: lo que cambia y se altera obedece al ritmo de
su raza. Los campos de Amrica tienen todas las incertidumbres del poblador, y la
experiencia que ste posee de su vida de jornalero, con los peligros inherentes a
un estado de cosas poco fijas y seguras, le priva de amar lo que es suyo. Nada de
lo que en el pas se produce le interesa ms all de sus bienes; vive en el seno de
la soledad. Cielo y tierra son los dos horizontes en que est encerrada su vida, y
los acontecimientos que trastornan al todo de que no es parte, la marcha de la
vida, se convierten para l en lo que le favorece y en lo que le perjudica. Lo que
amenaza a la tierra, amenaza a su familia. Aspira al aumento de lo que tiene por
intususcepcin y no por irrupcin; como el rbol, extiende sus races y sus ramas.
El terrateniente es una superfetacin lgica del chacarero, porque la tierra produce
para un mundo que cotiza su producto sin tener en cuenta los sacrificios ni las
distancias, y el cultivo en grandes reas derrama la voluntad de poseer.
Extendindose por centenares y millares de hectreas, los campesinos creen tener
mayor seguridad en sus bienes, en su porvenir; y toda esa extensin sin sujetarse a
un estado econmico slido, es una superficie flotante, mucho ms fcil de perder
que el predio mnimo que est sostenido por otros adyacentes, como la casa por su
medianera. La base de toda concepcin, de toda empresa, de toda evaluacin, es la
tierra. Se cotiza lo que est quieto, lo que se sustrae a la aventura; y el deseo de
aumentar, es el miedo. En la llanura el movimiento siempre es un peligro. En
torno de esos temerosos todo se hace amenazador, y hasta parecera que el
superlativo valor de lo que difcilmente puede ser hurtado obedeciera, tambin, a
un resentimiento contra una existencia que ha sido privada de los estmulos de la
vida en comn.
Sin embargo, hay que mirar despacio para ver, dentro de un mundo que
parece estacionario, fijo y esttico, el movimiento depredatorio en potencia. Esa
tierra abierta y lisa nutre de energas primarias lo que se posa en ella; y objetos y
personas aparentemente quietos en la lejana, andan y se agitan con fuerzas
interatmicas infinitas. A qu leyes obedece esa energa encubierta que torna
peligrosas las manos y los ojos? A leyes de casualidad y de temor. Son partculas
metericas dentro de un recipiente sin forma, que se entrechocan o unen, se suman
o restan, pero de cuya totalidad de movimientos resulta un aparente equilibrio. El
temor impulsa a echarse a tierra. Causas fortuitas se llevan lo que no esta
enclavado, como un viento que se levanta de pronto. Es preciso que la tierra
sostenga sobre s, con su inequvoca inmovilidad, lo que las personas, las
instituciones ni la sociedad tienen poder para conservar. La naturaleza an no ha
tomado los hbitos del hombre, no adquiri sus usos, costumbres y normas;
conserva resistencias prehistricas y contra ella se estrellan el malhechor y el
pillo.
AZAR
El percance forma parte de todo desarrollo temtico de la prosperidad y de
la dicha; en cualquier sentido que se orienten las energas y por mucho que se
proceda con arreglo al clculo y la precaucin la peripecia infeliz puede malograr
un largo esfuerzo. La inteligencia y la voluntad suelen construir su albergue segn
reglas en teora correctas; la realidad de las cosas no se sabe cmo propensas al
desastre de lo imprevisible sopla y lo derriba. Son mayores las fuerzas no
sometidas an a funcin regular que aquellas indmitas que en ocasiones parecen
unirse a los designios de la razn. Juan lvarez dijo que la naturaleza ha hecho
jugador al argentino y sin duda esa sentencia a todas luces fidedigna expresa sin
pretensiones un acaso csmico frente al cual los proyectos del hombre revisten el
carcter de una apuesta.
Lo que se ha sustrado al azar est encerrado en las ciudades y dentro de
las ciudades en recintos an de muy escasa rea; las fuerzas libres y
circunstanciales deforman y desmoronan en un trabajo sin descanso los
terraplenes de contencin. Todo eso que hay que temer, que est suelto, infiltrado
en lo que tenemos seguro, son hlitos antiguos que llegan desde el fondo de las
tierras despobladas y de las distancias del hemisferio sur, y que hacen que la lucha
y el botn conquistado revistan las caractersticas de un telrico azar. La palabra
del amigo, la autoridad del jefe, la fidelidad de la esposa, los edictos y las
costumbres son avanzadas sobre terrenos cenagosos, y la vida es la marcha sobre
un tremedal. Documentos escritos y timbrados, garantas de terceros, contratos y
recibos son las cuerdas de que vamos asidos a travs de este limo fecundo en
cosechas y rodeos. Anhelando el orden, el hombre que aqu lucha, pioneer o
epgono, vive sin saberlo con arreglo a un desorden ms poderoso que l; y si
acta con xito sobre ese mundo catico y sin forma, es slo en virtud de que
acta como herramienta inconsciente del desorden. Mejor que nadie entiende la
tcnica de ese mundo el advenedizo, el ser sin forma, sin fe y sin cultura. No s si
esto es lo que Keyserling ha querido significar al hablar de Suramrica como de
un mundo reptiliano. Por todo ello, lo que est organizado ya, lo que tiene funcin
regular, encuentra, sin advertir concretamente por qu, resistencias
incomprensibles, atracciones malvolas, cierta brisa de frente que lo entorpece y
lo hace recalcitrante: hasta que fracasa o se desva y acepta con denuedo las
tcticas del desorden y el azar. No tener un carcter rgido, una conducta y una
opinin inflexibles, no saber a fondo sino la tcnica del reptil que se escurre y
fascina, es aumentar las propias fuerzas obedeciendo las externas, como el que
nada a favor de la corriente se suma todo el ro a los brazos.
Los trofeos de esa victoria no se ostentan con tranquilidad. El que hace
fortuna y logra fama se apresura a colocar sus bienes a resguardo de toda
contingencia, en cdulas hipotecarias, en bienes races, en sitiales acadmicos.
Parece que hubiera robado lo que posee, y lo ha ganado en buena ley; pero en una
buena ley fundamentalmente fraudulenta, y si no lo enclava en la tierra o en lo que
est en alguna forma adherido a la tierra, sopla el viento de la pampa y se lo lleva.
Puede afirmarse, pues, que todo lo que tiene una marcha resuelta, franca,
lo que destaca el cuerpo mientras anda, est expuesto a riesgos annimos; y por lo
contrario, que aquello que repta, que se aposenta en cuevas, que toma el color y el
aspecto de las cosas de la tierra, est protegido por alvolos transparentes. Todos
los valores se potencian hacia lo esttico y se marchitan hacia lo dinmico, cuyas
leyes infinitamente ms complicadas slo dejan de ser temibles para el ojo de la
serpiente. Como el primitivo recurra a la caverna para evitar las acechanzas de lo
imprevisto, el primitivo de hoy se guarece en lo que podramos llamar las cuevas
de piedra del mundo dinmico de los bienes de cultura y riqueza. Adquiere
cdulas, casas en ciudades populosas, hectreas y leguas de campos, empleos
nacionales, ttulos universitarios. Todas stas son formas de poner la vida a
resguardo de contingencias, y significan lo mismo que la compra de bienes races.
Desde la casa en la avenida de Mayo hasta el dominio de una tcnica especulativa,
hay la degradacin de valores de mrito, en razn directa de los valores de
seguridad. La inteligencia queda a la distancia de las tierras fiscales y significa lo
mismo en la bolsa de los valores inmuebles. El capital circulante en el comercio y
la industria se invierte en empresas que se asemejan tericamente a bienes races.
Por una parte, la especulacin con los artculos de primera necesidad,
contando con un consumo fijo tiene una mnima indefectible: molinos harineros,
refineras de azcar, las industrias del inquilinato, fbricas de zapatos y tejidos,
elaboracin del pan y proveedura de leche.
Y por otra parte, los grandes capitales invertidos en frigorficos,
transportes, casas cerealistas, combustibles y dems ramos de primera necesidad
social, que cuentan con un mercado tambin de mnimas indefectibles. Comercios
e industrias que no estn ensamblados a estas fuentes vitales, quedan librados con
la inteligencia y los productos intiles de la cultura, a peripecias desastrosas. En
esos renglones el capital adquiere su mxima fuerza extorsiva y recaba el amparo
del poderoso. Inclusive la ganadera y la agricultura dependen de factores
imponderables; el que cultiva o el que cra no tiene ni una idea vaga de lo que
valdr aquello que posee. Los contratos de arrendamiento de campo a los
agricultores contienen clusulas propias de un juego, deca una publicacin del
Ministerio respectivo; la venta de los productos a fijar precio y los mercados a
trmino en general, son instituciones de un csmico azar.
La seguridad relativa en los negocios de primera necesidad y en la
produccin de materias primas, retrotrae involuntariamente los capitales de
aquellas inversiones de dudoso xito y los aglomera en torno de las formas
inferiores de la produccin y el trfico. Hay que descontar las necesidades
absolutas del consumo. Cuanto ms asegurado el mercado para la calavera de la
vaca, menos seguro para la muselina y el algodn. Acentundose la primitividad
de los productos, simultneamente se acenta la primitividad de las necesidades
del consumo.
esas ficciones y no pagar. Crdito y estafa andan muy juntos y forman un circuito,
un sistema de cadena y de francmasonera sin estatutos ni sede, en que estn
complicados el que tiene y el que no tiene nada. En ltimo trmino el dueo de las
mentiras, el que tiene la linterna de nuestros sueos y el despertador, vive lejos de
aqu. De esa manera el comercio a crdito que puede considerarse con el sistema
de cheques las formas ptimas de las transacciones, convirtese en una falsa
estructura de la responsabilidad y en la forma hasta cierto punto legal de la estafa.
Es el miedo a la sinceridad, a pesarse en pblico, lo que lleva a estas formas
indignas del bienestar. Los fanticos del crdito son bebedores de alcoholes
desnaturalizados que huyen de su destino trastornndose. La verdadera vctima no
es el proveedor, que no bebe, sino el amigo que firma el documento como garante.
Colateralmente hay quienes descuentan de modo ms exquisito el porvenir
con documentos falsos. E1 ttulo universitario, la carrera administrativa, la
ambicin poltica, la publicacin de libros y, en fin, una tcnica de serpiente y de
calavera de vaca, se aplica a la explotacin de la inteligencia y de los bienes del
espritu, complicados en el negocio de los crditos. En estos rdenes, el crdito se
transforma en promesa: entra a circular el honor en lugar del dinero, cheques en
descubierto y fuerzas ocultas, vientos alisios de la llanura. La obtencin del
diploma, para el que puede empearse peculio y honor, confa un bien que debiera
ser devuelto a la sociedad pero que no se restituye; es la primera cuota, con el
puesto consiguiente, de un derecho de ser alimentado por el Pritaneo. La
candidatura del poltico concede carta blanca para operar con impunidad, a cuenta
del gabinete y la banca que no se tienen pero que se esperan; y una vez obtenidos
se descuentan los sueldos y dietas por todo el lapso del mandato. El primer libro
anuncia al genio, y ya gira en descubierto sobre la imbecilidad del cuarto.
Mientras tanto se ha vivido una fama y un respeto en prstamo, y es muy natural
que se caiga en la tentacin de no hacer, en adelante, las cosas con rectitud.
Para servir a ese sistema de comercio, se ha formado un sistema de
procedimientos que se basan en l. Tal vez lo que califica de factora a una ciudad,
ms que su trfico, su uso del crdito y su propensin a la compraventa, es la
cantidad de mala fe encubierta o el nmero de traficantes de cualquier especie
obligados a entenderse. Factora es donde se vive alerta de especular con la
necesidad del prjimo, con lo que se hace negocio; o, en trminos generales, all
donde los vendedores abundan sobre los compradores. El hombre de la factora no
es una persona sino una firma, la autenticidad de una firma y no el prestigio de un
nombre sin mancha. En tal sentido puede ser factora una sociedad de cultura y de
beneficencia, y una iglesia tambin. Asambleas, congresos, tertulias y fiestas bien
puede ocurrir que no sean otra cosa que ferias en el gora. Que el dinero no tenga
olor, es cuestin de narices. Hay diferencia radical por razn anloga, entre la
honestidad y el ejercicio de una profesin: si no hay que hacer negocio de la
honestidad tampoco hay que hacer virtud del oficio. Se abre el Foro a los
expendedores de drogas adulteradas; el pillo que se queda con el campo del
vecino porque puso una clusula capciosa sobre la plantacin de arbustos y
frutales, obtiene dinero, compra con el dinero su propio apellido y con su apellido
de ganza abre una puerta respetable a la poltica y el gran mundo. A los
cincuenta aos los nietos caen en la miseria del bisabuelo. Tambin una tintorera
puede nacer por fermentacin de un frasco de blsamo de Fierabrs para quitar
manchas, de hiel de buey, jabn y agua, como una reputacin literaria viene de
veinte leguas de campo y una devocin poltica del misterio y la glosolalia. Estos
hechos, la aceptacin silenciosa de estos hechos, la jurisprudencia y la clnica de
estos hechos dan a una ciudad, a un pas, a un continente, el carcter de una feria
de gitanos. Los premios literarios y los de pedigree se adjudican en esa feria:
valen hasta que los dueos se los llevan a casa, y despus se mueren y nadie se
acuerda. El profesional y el intelectual ejercen su comercio con la misma avaricia
de dinero que el comerciante de capital reducido. Aunque tenga universidades,
tribunales, cmaras y teatros, una ciudad de tales huspedes es una factora. No es
una vocacin en la mayora de los casos, lo que impulsa al maestro y al escritor,
con la fatalidad que el pjaro al canto, a obtener su ttulo y a publicar sus obras.
Tampoco es la estructura escalonada de profesiones y mritos, lo que en el delta
de las carreras de cultura, inclina a tomar un ramal y no otro. No escoge; es
arrastrado por la de ms porvenir, por la medicina y la abogaca. Hijo o nieto de
aquel hombre desgajado, de quien siente vergenza, va impulsado por un mismo
anhelo de poseer el futuro, asegurndoselo con crditos. Sus movimientos son
fuerzas inertes, mpetus galvnicos. Lo ingente es lo que concierne a la seguridad
de la vida, como en plena jungla. El maana es la incgnita y no hay posicin
estable, lucrativa, honorfica donde todo cambia de manos; lo mejor es lo ms
firme y, aqu tambin, lo que ms se parece a la tierra.
El estanciero quiere que su hijo estudie medicina; sospecha que el ttulo
universitario se parece al de propiedad, que guarda consigo. Un ttulo, imagina, es
un pay, un amuleto para triunfar cu la vida; y se lo pone en un cuadro como al
santo patrn en el nicho.
Por eso el hijo, cuya vocacin autntica, cuya tendencia atvica es llenar la
hucha, estudia, obtiene despus el ttulo y luego se deja llevar, ya inmune, a donde
lo orienta esa propensin sofocada. Con el doctorado ejerce venganza en nombre
del padre; ser una runa inscrita en el puo de la espada. Medicina, ingeniera,
derecho, filosofa, diplomacia, son instrumentos de cerrajera. Veterinaria y
agronoma, por contrasentido irnico, son novias de juventud. Pero ms all del
ttulo estn las fuerzas regresivas que lo empujan hacia la juventud del padre. Es
doctor; obtendr ctedras, una banca, un estrado, o un puesto burocrtico en que el
Estado le pague el rdito del capital invertido en el diploma-finca.
Destruir el ideal de fortuna, la instancia suprema tras los honores y los
respetos, sera declarar el error de una empresa de hace cuatro siglos, proclamar la
esterilidad de la vida del padre. Si esa fortuna representa el envilecimiento, ha de
respetarse el envilecimiento: ha de dignificrselo por lo que representa de error,
precisamente. Intelectuales y comerciantes han sido engaados por el demonio de
la codicia o de las apariencias, y conducidos como Turno a la nave, por el espectro
de un hroe. Y mientras buscan en qu coronar su esfuerzo, oyen los cantos de los
que no mueren ni tienen apuro, tarde ya para arrepentirse y para comprender;
solos con el pobre borrico enfermo que han comprado a los gitanos en la feria.
II
LA DEFENSA
PELIGROS Y TEMORES
negado por sus mismos componentes. En trance de pasar a las huestes contrarias,
los trabajadores estn vendidos por ellos mismos y lo que los hace morir en las
plazas es el miedo a renunciar a la aventura personal. Y, en resumen, lo que se
entiende por ilimitada posibilidad de medrar es un desprecio oculto por la
excelencia del hombre superior, una infame promiscuidad de apetitos. Sin lderes
que encarnen un ideal humano, los campeones electorales especulan con el rencor,
y la masa acaba por olvidar que su manumisin verdadera est en no transigir, en
combatir codo con codo. Depravada por sus adalides que se benefician de las
dietas, sobornados los mejores de ellos por promesas y ddivas, la lucha que
debiera tener un fin es una guerrilla por una banca o por un puesto.
Un mundo mirado como una llanura de horizontes sin lmites, por la que es
posible ir a cualquier parte, no tiene salida. Es la jungla donde el hombre es el
lobo para el hombre. Cada apstata del destino es una fiera bajo sumisas
apariencias, que espera oprimir y sojuzgar en cuanto se levante del suelo. Mundo
rico de pitanzas, pero terriblemente peligroso. Lo que se aprende en la experiencia
del cotidiano vivir es la disimulacin de la autntica personalidad y del ineluctable
destino. Y sin embargo, es el miedo lo que nos da fuerza, como a los animales de
garra. Existe un temor climatrico, una tendencia a escamotear los actos y las
opiniones categricas y en cambio a representar papeles de leones satisfechos, que
toman a veces la apariencia de la simple verdad. Dentro del cordero est el lobo.
El misterio rodea los hechos, el que asalta y estafa es amigo y pariente, y hay una
confabulacin contra la verdad, la belleza y el bien en que nosotros mismos
estamos ya complicados, y en cuya obra colaboramos quiz como bandidos que
en el delito han llegado a la conciencia frustrnea de la justicia. El hombre es
animal de dominio y de esperanza. Quiere la posesin del presente y concibe sus
derechos al porvenir con arreglo a lo que domina de inmediato. La esperanza es el
dominio futuro. Pero a medida que decaen ambas potencias de poseer y conservar
por la simple accin mecnica de vivir, brotan en l sentimientos diametralmente
opuestos: la impotencia y el miedo. Se correlacionan estos sentimientos con la
conciencia de la fuerza desaparecida, o con el aumento avasallador de cuanto se
opone a su libre y dominante actividad. Igualmente, de la impotencia y el miedo
suelen brotar por reversin, con la apariencia de estados superlativos, la esperanza
y el afn de dominio. En un medio indiferenciado, las posibilidades de triunfar
son ms amplias, pero menos intensas; plurales y aleatorias. Entonces deja de ser
el hombre seor de un crculo que le est sometido, cuyo manejo conoce, para
convertirse en siervo de un complejo a veces indiscernible de fuerzas adversarias.
Capacidad, competencia, significan un orden de sujecin en que quien las posee
cuenta con disposiciones para vencer; su seoro puede no ser extenso, pero en
aquel radio en que se ejerce no encuentra resistencias insuperables. Sabe, y saber
es estar seguro. La lucha en este caso se ha circunscripto a trminos concretos y
contra la modalidad de las dificultades, el hombre desarrolla fuerza concentrada, a
la que puede llamrsele idoneidad, coraje, pericia.
La necesidad de afirmarse en la vida y de resistir las asechanzas, tornan al
hombre hostil y cruel. En tal disposicin de nimo vive quien no ha clasificado las
dificultades que le circundan y acta un poco a ciegas. El peligro existe
dondequiera que l est, en un estado difuso y pulverulento porque no sabe y
desordena. Los estmulos superiores se truecan en una actitud defensiva, y
entonces la voluntad, no es un slido dirigido a un punto, sino un inquieto mirar
en todos sentidos a la espera de que ese vago peligro coagule en un punto
concreto su amenaza. Bajo esa presin del temor la posicin que puede llegar a
FORTALEZAS
La nica estructura solidificada, el nico segmento de la esfera en que las
tierras aparecen diferenciadas de las aguas, es la Administracin pblica, las
restingas del Estado. Sus perfiles y relieves demrcanse con nitidez, ah pueden
hacer pie los que temen la vida; pero es la masa de un camalote, sin consistencia
interior. Tiene la forma de los componentes caticos que lo integran, y por eso
mismo depende de circunstancias fortuitas que tal como lo hicieron una figura
concreta, lo pueden deshacer. Frente a los preceptos constitucionales y las normas
jurdicas, est la indmita voluntad de la muchedumbre sin forma y las
concupiscencias y barateras de sus parsitos. Quienes recurren a la tutela del
erario desconfan de s y de lo dems que les rodea, hasta que un estremecimiento
en masa de los corpsculos que forman esa figura falente, derrama el pnico en
olas centrfugas. Un cambio sbito de las personas que gobiernan, la rebaja de
sueldos y las cesantas, estremecen a los millones de hombres trmulos que
somos, porque la suerte del que no tiene ms que sus brazos o del que no tiene
ms que su fortuna, descubre una contingencia inmanente en lo que pareca
asegurado contra los riesgos del azar. El ejemplo de la seguridad personal contra
los peligros indiscernibles el indio, las quiebras bancarias, las condiciones de la
lucha por la vida , era el Estado; como la institucin tipo de la fuerza, el
Yrigoyen, los dos ms genuinos representantes del pueblo, y los que quisieron
darle al pueblo fisonoma y estilo autnticos, armas para su mano y evangelios
para su fe, encontraron en el ejrcito la derrota. Sin duda su despotismo
oclocrtico era oriundo de la plebe armada; pero la institucin que vela por las
instituciones, comprendi en ambos casos que se trataba de una conspiracin
encubierta contra la dignidad de la profesin, y los deshizo.
Siendo funcin constitucional del ejrcito la defensa, a falta de peligros
verdaderos asume la defensa de las instituciones, ms decididamente de aquellas
sobre las que ha perdido su tutela moral. Est montado a la expectativa de
acontecimientos que no ocurren, y mientras tanto insume en su sostenimiento
sumas ingentes que se sustraen a las dems actividades. Consume en estado de
sitio. Un gran ejrcito en pas pacfico es su orgullo y su ruina; cada ao de paz es
una batalla econmica que se pierde. Todo parece desvalido y pobre en
comparacin con su voracidad. Para sostener ese cuerpo inmenso y oneroso, ha
tenido que abandonarse las industrias a sus propios recursos; el territorio ha
quedado sin poblar; las fuentes de produccin cayeron en manos venales, y los
transportes, la fuerza motriz, los telfonos, la luz elctrica y los depsitos de
granos, responden a intereses extranjeros. Desparecidas las causas que justificaban
el sostenimiento de grandes divisiones, continu como en pie de guerra en la paz.
Se puso al servicio de esas explotaciones que no eran nuestras, y asegurndoles
sus dividendos asegur el progreso. La cuarta parte de la recaudacin total se
invierte en la burocracia honorfica de los defensores de principios, mientras los
agricultores y comerciantes abandonan los campos y cierran sus negocios.
Ese ejrcito mantenido para eventuales necesidades de defensa, no puede
mantenerse en inactividad; hasta los que se acogen al retiro y a la jubilacin se
dedican a otras funciones civiles. Cuanto ms remotas son las posibilidades de
entrar en las actividades propias del arma, son mayores las actividades
extraordinarias. La funcin puramente burocrtica es incompatible con la
idiosincrasia del militar y con su pundonor. Un ejrcito inactivo es un ejrcito en
guerra subrepticia que en alguna forma est combatiendo contra algo. Reducidos
los jefes a cobrar altos sueldos, con que se mantiene el prestigio de la institucin y
el respeto a sus miembros, aun por decoro han de mantenerse en inminencia de
ataque. No se sabe contra qu se descargarn. Ya un conflicto de lmites, ya de
jurisdicciones polticas, los pone en accin; y la guerra acaba por dar la razn de
su existencia. En tesis general, sa es la ndole del militar-profesional en todas las
partes del mundo. Pero la funcin extraordinaria, la funcin civil ad honorem y
con buen sueldo a la vez, es una especie originaria de las latitudes suramericanas.
Motn y asonadas son formas de justificar sueldos suntuarios, simulacros con bala,
de la guerra, y acaso el pudor de no permanecer en absoluto inactivos. Los
militares que incuban revoluciones quieren comer su pan sin remordimientos. A
falta de conflictos internacionales, y ante el sopor y la pobreza de los pases
limtrofes, hundidos en sus pantanos y en sus dilemas geogrficos y tnicos, esos
cuerpos bien nutridos tienen que volverse fatdicamente contra el interior y hacer
de la revuelta y de la usurpacin del poder poltico sus maniobras de invierno.
Contenidos por lmites de desierto dentro de las fronteras astronmicas, su natural
desbordamiento es hacia adentro, especie de inervacin con que han de dar escape
a energas vitales superabundantes.
III
LA FUGA
CORAJE Y TEMOR
Estas formas de hipocresa y de orgullo, concuerdan con otras ms
complicadas. El haz en que se renen forman el temor, el miedo a una realidad
que no ha muerto. La evasin de la propia persona concierta con la simulacin
mimtica y con el desafo que consiste en exhibir con descaro los mpetus
antisociales, como defensa blindada del yo. Se completa as el cuadro de las
clsicas reacciones miedo: la acometida, que caracteriza al carnvoro; la parlisis
o cataplexia, que caracteriza al pjaro y al insecto; y la fuga, que caracteriza al
herbvoro. En el insecto hay una imposibilidad de movmiento que parece una
simulacin con todo el cuerpo, hasta que todo su cuerpo y sus movimientos,
toman las apariencias de los objetos que le sirven de amparo; el pjaro queda
atnito en una fijeza cadavrica que destaca la vida del ojo redondo y la titilacin
del prpado lateral. El carnvoro no ve el mundo desde el foco desvalido del
animal inerme, sino desde el conjunto de sus msculos y de sus necesidades
orgnicas; su experiencia de cazador afortunado le ha dado una unilateralidad de
movimientos hacia la presa, y acorralado o enfrentado por una bestia que le
acomete, l, que no tiene espalda porque todo est construido hacia adelante y
proyectado hacia afuera, embiste. La embestida es el miedo que no encuentra otro
camino que a travs del enemigo; la ferocidad del carnvoro corpulento, de hbitos
solitarios, cuando no est punzado por el hambre o el celo, es de la misma especie
que el valor del hroe en el momento de peligro: una reversin instantnea del
miedo. El herbvoro huye porque tiene su fuerza en las patas, adaptadas a la
marcha, y porque es el movimiento psicolgicamente ms simple En cambio, el
hombre reacciona segn todos esos modos, fsica y psicolgicamente. Segn los
temperamentos, plantea en forma terminante el problema, arrostra una a una las
dificultades oponindoles simtricamente razones o recursos de contencin: o
permanece neutro, con una indiferencia de la que saca partido, ajeno al sentido
humano de los hechos que presencia: o vulvese evasivo, hipcrita, mendaz,
cnico, sin que ninguna de esas actitudes corresponda a una concreta postura.
Estas reacciones preventivas suelen ser desmedidas por influjo del orgullo, de la
pasin, del inters, y hasta de la timidez, tan astuta como Nietzsche ha visto. El
militar, el juez, el sacerdote y el capitalista, se encuentran poseedores de un poder
desproporcionado con relacin a su biografa, con una capacidad de accin
demirgica, que slo entra en funcin total en cuanto ejercen un poder por
delegacin que aprovechan en beneficio personal. El primer movimiento se dirige
a aumentar en proporcin a la eficacia de ese poder, la resistencia del medio en
que ha de ejercerse Pues nadie satisfara su conciencia ejerciendo un podero
desproporcionado sobre sbditos imbeles. El tirano empieza por conceptuar las
fuerzas vivas de su alrededor como dotadas de cierta peligrosidad de cualquier
orden. Cualquiera de los investidos con una cantidad de poder, han de conservar
en torno la necesaria tensin y hostilidad. El militar concibe peligros de invasores,
y la defensa nacional deja de ser un miedo a fantasmas para convertirse en algo
corpreo, sin cuya existencia verdadera desaparecera automticamente la razn
de ser de todo el cuerpo. De donde los armamentos crean el peligro y justifican
por peticin de principio el peligro contra el que se los adquiere. Por la misma
ddiva. Fue otro aspecto del fruto adulterino de la pasin del hombre estril y de
la naturaleza fecunda, especie de arrebato mstico con que la realidad se
engrandeci. Si sa no es la reaccin del miedo colectivo, es la conciencia que
teme despertar y se lanza a la mentira y al fraude. Nada ms cobarde, pues, que
soar con los ojos cerrados frente a la realidad conminatoria, urgente, fuera de la
lgica y del clculo. Todos tenan la intuicin de que se viva al borde de un
crter, y aun aquellos que llevaban sus ahorros al coloso de Suramrica,
subconscientemente procedan contribuyendo con su bolo a contener el desastre
del despertar. Entonces como ahora, proclamar la grandeza, el progreso, la
potencialidad econmica, la excelencia de nuestras obras literarias y artsticas,
eran transferencias de un orden muy complejo, relegndose al subsuelo los
pensamientos tab, aquellos pensamientos que tenan voz potente como para
pronunciar la palabra que destruira el encanto. Estadistas y legisladores,
comerciantes que giraban a crdito, empleados que adquiran a pagar por cuotas,
terratenientes que haban hipotecado sus campos; y todos, en fin, los que posean
bienes sujetos a quiebra, eran los interesados en falsear el verdadero sentido de
esa riqueza hipotecaria. Los que tenan su lugar asegurado en el espectculo,
insistan con toda la fuerza del temor en acentuar ese optimismo desesperado. En
virtud de ese esfuerzo por desfigurar la realidad, el pueblo adquiri esos matices
psicolgicos que el forastero percibe de inmediato, como el espritu a la
defensiva, la tristeza, la espera del maana. Los irremisibles vencimientos
de esos crditos llevaron al pueblo a la neurosis de vivir en el estado de nimo de
quien tiene que salvar, mediante una prrroga de un crdito que se ha tomado
sobre el porvenir, la falencia actual.
Las provincias del oeste y del norte, la mitad geogrfica de la Repblica
mejor dolada por sus costumbres, su laboriosidad, su cultura y su bienestar, pero
alejadas del puerto por donde entra la droga clandestina, se derrumbaba en
presencia de todos. La poblacin emigraba concentrndose en las tierras litorales,
de buenos pastos; el analfabetismo era invencible como el yuyo y campos que se
haban conquistado para la agricultura regresaban a barbecho de pastores. Frente a
los adelantos debidos al concurso del capital y de los emprstitos, el avance
retrgrado de la realidad que se quera anular cerrando los ojos. Se creaban casi
instantneamente veinte bancos con capitales nominales cuando estaban por
cederse las Aduanas, en una insolvencia que resultaba del dficit acumulado
durante ochenta aos. Las finanzas se consolidaban por la cesin de tierras a los
ferrocarriles y por todo gnero de prerrogativas dadas a la colocacin del oro
amonedado. Cada ferrocarril que se tenda para una grandeza futura, hipotecaba
ese mismo porvenir en que se confiaba tan ciegamente; y todo eso era el temor a
que el uso del caballo como traccin, a que la tcnica manual concordante con las
cosas, destruyera la hiptesis forjada por aquellos que salieron del caos de la
tirana y quisieron recuperar de golpe el tiempo perdido.
II
Las oscilaciones de los precios de la propiedad han estado correlacionadas
con el estado de seguridad del pas, como si el canon inmobiliario fuese cuestin
de estados de nimo. Ms que el valor de las tierras y los bienes inmuebles y
semovientes, por la utilidad, la ubicacin y las comodidades, se avalu por la
seguridad que el propietario tena en la posesin y el disfrute de ellos. Lo que no
poda ser arrancado, violentado ni perdido por cualquiera de los accidentes
comunes, vala como la vida. En razn del riesgo desprecibanse las cosas y se
valoraban en razn de su seguridad. Todo esto es, superficialmente muy simple,
tan simple como en los orgenes del derecho y de la moral. Hasta que un empleo
inamovible vali ms que una finca, un terreno en el centro de Buenos Aires ms
que una estancia lejos, y un diploma universitario ms que una casa.
Tambin un movimiento primario de defensa de la vida, ante peligros
reacios a ser encasillados, llev al hombre de la pampa a tasar su existencia,
muchas veces salvada como por milagro, en ms de su precio humano. La choza
indemne y el cuerpo ileso salan de la prueba con un plus de orden mgico. Esas
defensas de la vida venan luego a tener un sentido nuevo, de valer,
independientemente de lo que significaran como residencias del habitante y de su
alma. Lo que se haba salvado del peligro tena derechos, como el hroe, al
merecimiento pblico, el subsidio y el galardn por aadidura. Se hizo mana de la
suerte, y los locales prximos a las comisaras regaron el yuyo de los distantes.
Suerte era ms que capacidad, era destreza y un plus encima.
Hay, pues, un proceso animal, instintivo, en la supervaloracin de lo
propio conseguido con riesgo, que puede dar origen a una tabla de Mendeleiev y
de los valores apcrifos en la economa y en la cultura, cuando los conceptos de
valor se agrupan segn pesos especficos de lo que valen los bienes para el que los
detenta y no para la comunidad. Potenciase lo hostil, lo impvido y guerrero,
dentro de una existencia aparentemente pacfica y de un orden de cuartel. El
mrito y el costo de esos bienes dependen de las mismas circunstancias que los
engendraron, meras contrafiguras de los estados de nimo. Si las fuerzas morales
no se ejercitan paralela y cotidianamente al xito de cada da que se vive, acaban
por someterse al proceso instintivo de supervaloracin de lo que se conserva a la
vista y en la mano. Y entonces las fuerzas automticas de la defensa y de la
agresin pierden todo control natural. Al juicio ecunime del filsofo y del
hombre recto se opone el criterio del traficante que mide y pesa y del centinela
que reduce su atencin a lo que entraa una amenaza. Simultneamente se opera
la cada de los precios y la depravacin del pueblo, conforme el justiprecio de la
vida y sus bienes y de la propiedad y sus rentas se concentra en las alternativas de
tener o no, de estar salvaguardado o no. Porque regularmente lo que se respeta
como patrimonio del prjimo es lo que se desea, y se desea lo poco que se puede
invigilar con los ojos y resguardar con las manos y con las leyes. La falsa victoria
desprovee al mundo de sus dificultades reales, como el revlver anula
instantneamente la superioridad fsica del rival, sometindolo brutalmente de un
tiro; no considera lo que est organizado para el triunfo, sino lo que est armado.
Los precios y las estimaciones han ido juntos, por comunes vicios de
desarrollo. Las crisis econmicas comprometan las vidas, en razn de que con
matemtica regularidad la cada de los precios produjo levantamientos y
revoluciones. Desde 1852, con la derrota del coronel Hornos y del general
Madariaga por las tropas de Lpez Jordn suman setenta hasta la derrota de
Yrgoyen por las derechas del irigoyenismo. Inversamente, las asonadas y motines
produjeron la cada vertical de los precios. Pudo verse con claridad que la orga de
la prosperidad era la salida gozosa del peligro y que el miedo haba levantado
palacios y escoltado la entrada de los emprstitos victoriosos. La revolucin de
1874 sembr tal incertidumbre, que los propietarios de bienes races procuraron
vender a cualquier oferta sus fincas; y el pnico agrav la situacin econmica
que, a la vez, haba provocado el alzamiento de caciques y generales como causa
mucho ms profunda que una candidatura civil a la presidencia de la Repblica.
SEUDOESTRUCTURAS
I
II
III
LAS FORMAS
LAS FUNCIONES
LOS VALORES
I
LAS FORMAS
CLULAS Y ALVOLOS
Un cdigo y un panal son estructuras que corresponden a dos aspectos de
actividades, pero que encierran una historia vvida y ordenada. El panal es la
forma materializada de un instinto de agrupacin y labor orientado en direccin
precisa; un cdigo es la forma tambin materializada de una concepcin del orden
y de la justicia, orientada igualmente en una direccin precisa. Resultan ambas de
un trabajo lento de cristalizacin, y responden a una potencia interna de simetra y
de mtodo semejante a la de las formaciones geolgicas y de los sistemas seos.
Cualquiera sea su valor en el destino de la especie, anatmico o mental, obedecen
a una intrnseca necesidad de economa, de sentido y de experiencia. En ltimo
trmino constituyen estructuras en cierto modo rgidas, como la estructura vital y
especfica de cada individuo. Dentro de esas formas, como dentro de su cuerpo, la
accin y el progreso evolutivo de los seres halla su natural limitacin y su fuerza.
Con ellas se traza un lmite infranqueable, lgico y concreto a la infinita
posibilidad de las formas, sujetndoselas a leyes naturales que dan una direccin
fija a la actividad. De ser hombre desaparecen para el ser humano infinitas causas
de no ser nada o de ser otra cosa y se libera del compromiso de convivir
simultneamente existencias de distintas modalidades. Dentro de esas estructuras
generales, otras concntricas, van delimitando a la vez microcosmos de formas
tambin infinitas, y que son lo que Simmel comprende en la definicin de los
crculos sociales, cuyo entrecruzamiento da origen a la variedad inagotable de los
temas de la vida. As cada institucin, como cada cdigo y cada panal, es una
estructura, como lo son a su vez la moral, la religin, el idioma y las dems
familias en que se agrupan los signos de la civilizacin y de la mera existencia
vegetativa. Pero as como es posible alcanzar por cristalizacin las formas
estructurales adultas, es posible incorporrselas por adaptacin, conviniendo en
respetrselas como condicin sine qua non de la existencia. Sin duda, es sta la
forma ltima y la que constituye la totalidad de la vida del hombre, que ha
superpuesto a las normas especficas otras basadas en la convencin, en gran parte
constituidas por la educacin y la experiencia, con el lan primordial hereditario.
Al nacer encuentra el hombre su sitio dentro de la sociedad y queda apresado por
la inflexibilidad de los alvolos materiales y psquicos, dentro de los cuales ha de
desarrollar indefectiblemente su ser y su poder; contribuyendo a que cristalicen
an ms inflexiblemente esas formas que adquieren, a medida que envejecen, el
sino de una fatalidad csmica. El grado de civilizacin, pues, se aprecia por la
cantidad de formas que han llegado a su perodo crtico de cristalizacin. En tanto
el pueblo forcejea por librarse y por someterse, a un tiempo, a esas normas que
parecen extraas a l, aunque constituidas por una sustancia que segrega, una
perspectiva librrima y rica de posibilidades parece envolverle; sin que esas
fuerzas le coarten, parece moverse con mayor gracia y formular mayor nmero de
promesas. Aunque esa posibilidad de variacin y de cambio, en una metamorfosis
caprichosa, lleva inscripta en su misma veleidad el signo perecedero, superficial y
ldico. Pero lo que no cristaliza en forma concreta, lo que no vive ms all de la
vida individual, desaparece, dejando a lo ms, en la historia de la serie, el rasgo de
una tentativa frustrnea que puede ser hermosa y aun henchida de admirables
sugestiones. As mueren los seres extraordinarios y los teratolgicos, y para
ninguno de los dos se abre sin trmino el porvenir.
Paralelamente al desarrollo cristalogrfico de las estructuras sociales,
pueden tener lugar variaciones similares, que asuman en un momento dado, la
apariencia de una estructura concreta. Son las seudoestructuras consistentes en sus
lneas generales, en el contorno de su fisonoma, pero huecas de sentido y de
sustancia. Podran llegar a ser sustitutivas ortopdicas de esos rganos vitales
faltantes, pero a la larga acusan quiebras irremediables, y puede asistirse de la
manera ms inesperada al fracaso y derrumbe de un segmento de esa realidad, sin
que afloren a la vista las causas de la decrepitud. Por lo mismo que no nacen de la
totalidad de los instintos o de las disposiciones, sino que forman una costra
adaptada, funcionan con cierta anomala y se mantienen en un equilibrio precario,
que la mirada del observador profundo ve declinar o desviarse, pudiendo a veces,
y a veces no, sealar los puntos dbiles en que se producir la fractura. En
reemplazo de esas organizaciones tcnicas y naturales, en que antropolgicamente
colaboran la suma infinitesimal de los aportes individuales, nosotros hemos
construido por influjo de hombres de talento, de la variada y contradictoria
aportacin del inmigrante y de la adaptacin del nativo, falsas formas que no
concuerdan ni con el paisaje ni con el volumen total de la vida ni con su
orientacin nacional, dando una resultante asinttica que constantemente fuerza a
la figura obtenida a tomar un cariz hertico y cismtico. Era el nico recurso que
tenamos, fallos de ancestrales alvolos. En lugar de la formacin cristalogrfica,
la imitacin de fbrica. Los hemos construido como un panal comprado: pero
cualquiera que sea hoy el grado de utilidad y de servicio que presten esos
sustitutivos, no pasan de ser meros recipientes de un contenido informe,
inorgnico y fermentescible. El error, si lo hay cuando una poderosa necesidad
obliga a tomar sin escoger, ha estado en querer adaptar con demasiada premura y
tesn, formas lgicas e ineluctables de otros medios, a ste en que la natural
disposicin de sus habitantes, la ilimitada amplitud de sus horizontes, orientaban
en direcciones peculiares. Bastara tomar como ejemplo un tema, verbigracia, la
religin, que sin ser el ms fundamental y tpico parece haber logrado una
densidad coloidal. La religin en nosotros es una frmula y no un vnculo de fe;
una creencia individual y no una fuerza social, entre cuyos caracteres
sobresalientes est la falta de fe. La liturgia y lo exterior de la religin, lo
eclesistico del templo y la doctrina, lo poltico de su accin social y catequstica,
se superpusieron a los embriones del fervor mstico. Fallaban elementos
ambientes que nutrieran el subconsciente religioso, hallndose el creyente en la
disyuntiva de una tradicin que no concertaba con ninguno de los signos externos
de la vida y una realidad que repela las formas crnicas del catolicismo que vive
de la catedral, el museo y la trama de los tejidos culturales, ticos y sentimentales
de que es una consecuencia fatdica. Aqu se combati por la religin, pero fue
una lucha poltica en que al grito de Viva la religin! y Abajo los herejes! se
pretenda derrocar un sistema de gobierno, el de Rivadavia, para imponer otro, el
de Urien. Ms que de un sistema de gobierno, de un sistema de ideas polticas, sin
que ese sistema ni la religin que le serva de sustentculo tuviesen parentesco
consanguneo con la religin de la fe. La manera como habamos de vivir, de
luchar por la libertad, por darle forma a nuestra sociedad, nada tena que ver con
el catolicismo. De ah los esfuerzos mprobos de algunos patricios, como Moreno
y Monteagudo, por reformar al mismo tiempo que la tradicin histrica la
LETRA Y ESPRITU
El hombre de la pampa sinti en carne viva el rigor de la ley antes de
comprenderla. Para su alma dilatada y sin forma, todo lo que significaba traba,
persecucin, prohibicin, despojo inapelable, representaba la ley. Consider a la
ley como un nuevo mundo de dificultades escritas que se opona a su voluntad de
triunfar y a su instinto de conservacin. Se defendi con el cuchillo y con la
soledad, campo afuera. Luego ensay la forma de eludir la pena, pero al mismo
tiempo la posibilidad de conocer la ley y de burlarla en cuanto no prevea casos
particulares referentes a l. El conocimiento de las leyes para escapar por sus
resquicios, habra de ser el salvoconducto ms seguro para violarla, pues
regularmente el que hace la trampa es el que hace la ley. Para vivir sin sobresaltos
era preciso estar al tanto de los pormenores de las ordenanzas, los edictos y
tambin de la jurisprudencia emprica; averiguar cmo la ley poda ser eludida
con un quite oportuno. Sin cdigos, una sociedad sera tan poco viable como otra
que rigiera sus actos cotidianos por esos cdigos. Ese estado jurdico debe
corresponder a la conciencia social, nacer de su costilla, ser aceptado como un
bien, representar un orden ideal en un orden real. En ningn caso puede parecer,
aunque lo sea en verdad, un sistema coercitivo que se oponga o violente el fluir
normal de la vida, porque la resistencia que por reaccin automtica provoca,
acabar por sacudirse la norma como una coyunda molesta. Un pueblo incapaz de
vivir con arreglo a principios ntimos de justicia, es indigno de poseer leyes
equitativas o, lo que es lo mismo, merece existir fuera de la ley. Un cdigo ha de
ser el coronamiento de la norma consuetudinaria, un caso de apelacin para
corregir desviaciones perniciosas a la integridad y salud de la sociedad. No ha de
sentrsele que existe, en el estado normal, como una vscera sana. Si ese derecho
no est inscripto en el alma del pueblo; si sus instituciones familiares y pblicas
no ofrecen un campo propicio para la aplicacin de los preceptos, ese estado
sostenido por la fuerza de La ley es falso. La vida total, cuyo curso toma las
variantes y sinuosidades de su propio fluir, marcha por otro camino que el de la
ley y lo ms sensato desde el punto de vista moral, sera levantar las compuertas y
dejar que halle su cauce con arreglo a su propia ley de primitivo. Su justicia no es
la justicia escrita y busca imponerla como dictado de su conciencia; su respeto no
nace de una ntima acomodacin al lugar y al tiempo, sino que puja por alcanzar
lugares que le estn vedados, aun conforme a las leyes de la naturaleza, bajo
declaracin jurada de proponerse el bien.
La adopcin de un sistema de gobierno, como la sancin de leyes
perfectas, pueden ser las trabas ticas, intelectuales y polticas ms graves para el
desenvolvimiento de la vida de un pueblo. Cada pueblo exige su constitucin y su
ley; y si no se concibe que pueda existir sin ellas, es porque no se concibe un
pueblo que haya crecido lejos del foco en que la vida y la ley forman una unidad;
porque se rechaza la posibilidad de un pueblo de esa clase que pueda llegar de
sbito a la forma jurdica. La adopcin de leyes largamente confrontadas con la
que hace triunfar la justicia, sino el que sabe valerse de la ley para burlarla. Se
vuelve el sofista de la dialctica jurdica, como el que sostiene la causa de las
fuerzas oscuras y latentes de la vida se torna el sofista de secta para el lgico del
razonamiento. Comienzan a funcionar en rivalidades la ley escrita y la ley
heterodoxa, la lgica de la argucia contra la lgica de la razn. Est robustecida la
rplica por la afirmacin secreta de la conciencia que busca la satisfaccin de su
anhelo, el triunfo de su oscura idea de la justicia animal, concluyendo por formar
un cdigo apcrifo, infinitamente complicado y capcioso, que acaba por desalojar
en nombre de una ley ms cierta, la letra escrita y su interpretacin ortodoxa.
Las apelaciones que entonces reparan las quiebras infligidas a la 1ey, aparecen
con el carcter de imposiciones de fuerza, de tropas de relevo, suscitando por una
parte la rebelda franca del ciudadano y por otra la nueva dialctica capciosa del
letrado. El procurador de malas causas tiene tambin sus complicados
conocimientos, y su arte de burlar la ley es ms complejo y difcil que la ley
misma. Ese sistema capcioso, con sus sistemas complicados de deformar por el
equvoco el texto en su espritu y en su gramtica, surge de esa fuente originaria
de descontento; de la masa, de la conciencia ajurdica y hasta injusta del pueblo.
Esa masa que cobra voz en el letrado del diablo, recibe de rebote la enseanza de
esa tcnica que infiltra en los actos de su vida diaria como botn que se arrastra a
la cueva. Aun las relaciones domsticas quedan impregnadas de ese escepticismo
por lo deleznable de la ley y adquieren un matiz que slo advierte el ojo del
extranjero hecho a otro panorama. El precepto legal invade el dictamen de la
conciencia y da a la vida el tono y la clave, como la idea del pecado puede hacerlo
tambin. El matrimonio pierde el valor de unin y toma el de sociedad en
comandita; los vnculos de padre e hijo se relajan al limitarse los derechos y
deberes, quitndosele eso de absurdo y animal que los hace sagrados; la
valoracin del propio mrito anula las dificultades y los estados intermedios que
separan los extremos de la pobreza y la ignorancia de los extremos de la riqueza y
la sabidura. Saber da derechos, tener da derechos, ser marido da derechos, ser
padre da derechos. No solamente falta el sentido de una perspectiva jerrquica,
sino el dictado imperativo de todo el ethos y el pathos, de lo justo y lo injusto.
Estos actos: el abandono de la mujer, la deslealtad, la proteccin del ahijado
contra los derechos legtimos del desconocido, la usurpacin de puestos que
exigen idoneidad, la penetracin por fraude en la legislatura, convirtense en actos
legales por un contexto de vida y de jurisprudencia promiscuas, sin que la moral
tenga su tribunal y su fuero. Bastara ver, entre nosotros, los casos en que la
Constitucin ha sido violada o interpretada segn las circunstancias, en que el
Poder Ejecutivo impone su doctrina al Tribunal; la idiosincrasia en el planteo de
los pleitos, de encaminarlos y resolverlos; la aparicin en las cmaras de teoras
parasitarias del fraude y la impunidad tica de los actos, para comprender que
justicia y sentido de justicia no van de consuno.
El instinto de esa masa lleva a las gentes al bufete del abogado pcaro y al
consultorio del mdico naturalista. Aun teniendo la razn y el derecho de su parte,
tratan de garantizarse por la habilidad dolosa contra el dolo. El cliente que ocurre
al procurador y al curandero es un decepcionado, porque cree que las fuerzas
ocultas predominan sobre las sometidas al orden. Nuestro agricultor y nuestro
funcionario pblico han de inclinarse al curanderismo y a la poltica, rehuyendo el
verdadero examen clnico. Procuracin, curanderismo y poltica son las tres
semidivinidades que concuerdan mejor con el alma popular y con la estructura de
la sociedad. Esa trinidad hertica no impera contra la ley, sino conforme a leyes
HOLLYWOOD
Toda estructura artificial que se aplica metdicamente, como todo aparato
ortopdico, acaban por funcionar con regularidad, al menos por un tiempo muy
largo. La ciudad de La Plata es una ciudad, aunque no tenga la existencia orgnica
de una ciudad. Improvisada y constituida a expensas de uno de los ms poderosos
bancos de Suramrica y producto de una crisis poltica que amenazaba echar abajo
la organizacin nacional, fue el resultado de un pacto. El banco quebr, pero el
problema de la sede federal qued resuelto.
Bastara restarle ciertos elementos artificiales que la sostienen, para que
esa ciudad se desmoronara, se deshabitara y el campo entrase otra vez por sus
calles. No se hizo, se invent; no alcanz su volumen por necesidad de
crecimiento: creci de golpe y luego hubo que llenarla, que sostenerla, que vivirla.
La vida le vino por aadidura. Sin misin social, tnica, econmica que cumplir,
era una creacin de orden poltico que habra de llevar una existencia metafsica.
Ciudad milagro, la llamaba Pellegrini, el ingeniero jurdico de puentes
econmicos. Es la ciudad milagro, no por la rapidez con que se alz ni por los
edificios magnficos que se levantaron, sino porque, como los milagros, va contra
las leyes naturales y tiene su realidad en la fe. Creados los edificios pblicos,
donde haba de instalarse la administracin provincial, las casas se produjeron en
torno, por cariocinesis. De una clula salieron veinte mil clulas; del palacio de
gobierno salieron las viviendas, con la misma cantidad de cromosomas
correspondientes a su especie. Se le agreg una Universidad, que tampoco est all
necesariamente sino con arreglo a principios de equilibrio y de didctica. Para
dirigirla se llevaron profesores de Buenos Aires y alumnos de Buenos Aires y del
interior. La Plata era el espacio geomtrico, la categora apriorstica de una serie
de fenmenos. Tambin se la dot de una catedral, de un frigorfico, de un
hipdromo. Son las atracciones fuera de programa para sostener un espectculo
que decae y para atraer al transente y al forastero. Los trabajadores, los fieles y
los soadores visitan esos lugares como de trnsito. Peregrinan y se vuelven, sin
la impresin de haber viajado. La Plata es el barrio ms apartado de Buenos Aires,
pero a la vez el que se le parece ms, porque no tiene la fisonoma de un barrio
sino la fidelidad integral de un calco. Entre Buenos Aires y La Plata se dilata un
latifundio de cincuenta y tantos kilmetros, un parque de Palermo que se visita en
marcha. Cuando ese latifundio desaparezca y Buenos Aires pueda extenderse
hasta La Plata, en un plano continuo como ya hasta Tmperley y Vicente Lpez,
la forma de la Repblica tendr la de un ejido continuo y homogneo; pensaremos
entonces que somos y sabemos ms. Ese latifundio advierte al pasajero de la
autonoma municipal de La Plata, porque bien se ve que es, al final, otra ciudad.
Para acrecentar esa distancia, que el latifundio acenta, con la variedad de su
paisaje y los pueblos intermedios, el ferrocarril con llevar una velocidad media de
treinta y cinco kilmetros por hora, dilata en el tiempo el espacio; ochenta
minutos parecen ciento cincuenta kilmetros; cincuenta kilmetros parecen tres
horas. Con su lentitud y su falta de calefaccin la aleja y evita la superposicin
voluntad de otra vida. El hombre intranquilo, el que tiene miedo porque est
suelto entre un pretrito oscuro y un maana hipottico, no mira hacia atrs sino al
mismo tiempo que mira hacia adelante. Un pueblo que no ve que es la raz de un
porvenir poderoso, sino que contemplando el futuro proyecta en l su existencia
para arrancarla de donde est, no vive adherido a la vida ni al tronco genealgico
eterno. Delante parece estar lo seguro y lo bueno, y esa mitad del mundo de la
espalda que jams hemos visto desde la visin estereoscpica y frontal, esa mitad
misteriosa con su perspectiva hacia un nadir psquico, es la que nos empuja hacia
adelante por los ojos. Vivimos en la vspera de grandes acontecimientos, en el
umbral del maana; y ese maana es el azar, el tumulto de un sueo tras una
jornada de desierto. Este soador es anmalo, no est organizado como un hombre
ni como un sueo; es hijo de centauros. Vive un sueo sin sentido; las cosas que
hace tienen la inconsistencia de los fantasmas; las ideas que piensa tienen esa
discrepancia asimtrica del que despierta recin y confunde fragmentos de sueo
con retazos de la habitacin. El poeta no es un poeta, el pedagogo no es un
pedagogo, y as sucesivamente, para arriba y para abajo: son otras formas
encarnadas por un avatar violento en estas apariencias, en estos oficios
circunstanciales en que se vive sumergido hasta la mitad, como el centauro en el
tronco del caballo. Nadie es el artesano de su destino, sino el destructor de su
nmesis. Lo que se es, camina; y lo que se cree ser, vuela.
Falta el apoyo en s mismo, socavndose cotidianamente el lugar en que se
apoya el pie para saltar, y falta ese otro apoyo circundante de la amistad, del amor,
de la simpata por las cosas sin valor del mundo; sin la placenta espiritual que
permite al hombre asimilar del ambiente sustancia hombrable, extrae sustancias
nutritivas de mltiples otros seres. El azar del maana, que se evidencia en el
amor al juego y en el uso predominante de la intuicin sobre el raciocinio, hace
casual toda relacin. Cualquier conjunto es un compuesto de dgitos, no una cifra
global. Vive cada cual su destino, o lo traiciona individualmente, porque slo
cuenta con el prjimo en lo que este prjimo tiene de un s mismo igualmente
autnomo. Cada obra lleva impreso el estilo de su autor y no, como deca
Nietzsche, de las grandes obras, un poco del estilo de los amigos. Cada cual
procura exhibir un Sosia, reservndose el original; de todo lo cual resulta un
mundo a lo Allan Kardec, en que los seres reales y sus dobles andan mezclados,
igualmente vivos y verdaderos.
Este amigo es un enigma; grandes silencios esfuman rasgos importantes de
su persona; no sabemos de l casi nada. Esta mujer es un misterio; la hemos
encontrado cuando maduraba ya: la hemos amado sin reservas y hemos
consentido mutuamente en no preguntarnos nada acerca del compuesto gentilicio
de nuestro yo. Un da cualquiera, una frase veraz romper esa amistad, y un
instante de comprensin profunda pondr el odio en el amor; y volveremos a
quedar solos, como antes. El medio en que vivimos es un poderoso azar que ha
tomado la consistencia de una segura realidad, hasta que el padre y el hijo,
hablando confidencialmente advierten que no se entienden, que pertenecen a
mundos distintos, y que en medio de dos sangres iguales, hay un ocano de seis
mil millas de ancho.
II
LAS FUNCIONES
la cra en campos reducidos no cubrira los gastos del arriendo, del flete ni
compensara el trabajo. Se siembra trigo y el trigo es dinero en la suma de muchos
quintales. Se sabe que esa extencin no es riqueza sino lo contrario; el alquiler del
campo, la cosecha, el transporte, el costo de los alimentos que vienen pasando por
manos de intermediarios, deja una ganancia exigua. En ese sistema rural primitivo
se introdujo la mquina, que sin duda slo tiene justificacin en los cultivos
extensos. El costo de sostenimiento es, trmino medio, de diez pesos por hectrea;
y lo ms prudente fue dejar el tractor y volver al caballo. La mquina arrebataba al
colono su ganancia; el arado y la cosechadora de traccin a sangre eran el tipo
lmite de mquina compatible con nuestros sistemas agrarios. La cra a campo
abierto como la siembra sin pedigree, con todo que resultan en definitiva menos
productivas, eran una necesidad urgente, como volver a la ganadera desde la
agricultura. Hubimos de regresar como en Java, dice Spengler, a la forma
mecnica manual.
2. El automvil fue tambin un sueo del agricultor en aos prsperos. Las
distancias son inmensas y el automvil era la mquina de las grandes distancias.
Pero el automvil exige el pavimento y la carretera es previa, si manejar un
automvil ha de ser baqua distinta que andar a caballo. Mquinas de arar y
mquinas de correr elevaron el precio de los campos. En caminos con baches,
barrizales y huellas hasta los ejes, el caballo es otra vez el mejor automvil.
Nosotros vamos a que el asfalto pase por debajo del automvil, es decir, que se lo
extiende cuando la costumbre de viajar engendra la necesidad de una buena
carretera. Y la carretera aparece ms bien que como exigencia del transporte en la
zona a que ha de servir de canal de drenaje, como necesidad de no gastar tantos
neumticos. Aunque la verdad es que el automvil fue adaptado a la ostentacin y
no a la verdadera necesidad; comprendindolo, los caminos pavimentados que se
construyen son de turismo y no para el trfico pesado. En pleno campo, el
campesino que no tiene automvil se considera ciertamente pobre. Los que van en
sulky pertenecen a otra categora y sin embargo no guardan rencor; ayudan como
pueden a que el automvil salga del pantano. Un viaje de turismo es un viaje de
aventuras; de Buenos Aires a Crdoba hay muchas leguas para blasfemar.
El uso del automvil no es una solucin; es un problema. Solamente el
fabricante norteamericano puede encontrar que tenga un objeto prctico, y sin
duda su difusin se debe a que ha trado un nuevo motivo para contraer crditos y
descontar en cuotas el porvenir. No vena a resolver un problema de transporte,
sino a pasar por encima de los lugares vacos, como un puente de fuga. Se
implantaron largas lneas areas a la costa sur, a Montevideo, a Chile, al Brasil,
con el patrocinio pecuniario del gobierno. Transportaban pasajeros y
correspondencia. Pero la demanda era tan escasa y tan desproporcionados los
gastos, que en su mayora hubieron de suspenderse o de sostenerse a costa del
erario. La aviacin qued reducida a su fase de turismo, como el automvil, y fue
el ejrcito el que se qued con ella. Que es como decir, que fue a posarse en los
campos de instruccin, sin que los aparatos sirvieran para otros fines que la
enseanza y el raid. Ni el comercio, ni las relaciones de ninguna clase entre
Argentina y los pases prximos, o entre la ciudad y el campo necesitaban de ese
medio de locomocin. No se andaba an por la tierra ni por el agua y era
imposible andar por el aire. La Rioja, Catamarca no tienen salida para sus frutos
exquisitos y se pensaba en lneas comerciales areas. Se esperaba en volar para
alejarse de la tierra. La mquina de volar se redujo a su calidad de juguete, que es
el perodo en que las invenciones que an no tienen aplicacin se conocen como
instrumentos de fsica recreativa. Sin duda, la extensin del territorio hara creer
que el vehculo de las grandes distancias era el ms apropiado. Pero ocurre que
nuestro territorio real es muy chico, si se le resta toda aquella porcin que
pertenece lisa y llanamente a la geografa. No pueden mensurarse las distancias
abstractas, y el uso ms adecuado que hasta la fecha tuvieron en Suramrica los
aeroplanos, fue el de hacer revoluciones sin derramamiento de sangre.
3. Otro destino semejante cupo a las mquinas industriales. Las nicas
industrias prsperas son las de tabaco, calzado, talabartera, tejidos y carnes
conservadas; las mismas que nacieron al calor de las guerras civiles. La cerveza y
el vino tambin se elaboran en grandes cantidades y son, con el azcar, renglones
importantes de la riqueza. Las mquinas aplicadas a esas industrias tienen vida
propia, funcionan automticamente sin que tire de ellas el gobierno como el
caballo del auto, empantanado. Las dems no son de este clima; se ponen en
funcionamiento, mueven sus complicados mecanismos y al fin se paran y hay que
desmontarlas. Para proteger esas mquinas que no consiguen jams aclimatarse,
se crean barreras arancelarias que no tienen otro objeto, en el fondo, que equilibrar
el dficit del presupuesto. Pero el consumo local de los objetos propios de la
mquina es inferior al costo de sostenimiento de las fbricas. Aumentan los
impuestos a la importacin, fracasan las industrias nacionales y se sigue pagando
esos impuestos, como si desarmada la mquina siguiera un volante espectral
girando en el vaco. Las vacas se comen los rodajes y el alfalfar empasta las
dnamos. Esas mquinas de un mecanismo tan complicado como las necesidades
que han de satisfacer, distraeran capitales que tienen su ms seguro rdito en el
arrendamiento de tierras, en la hipoteca, en la cra de ganado, en el cultivo de
cereales. El vertedero de los capitales a esas industrias genuinas prueba que la
mquina no puede crear un medio econmico y que en la lucha de las formas de
significacin universal, sucumben aquellas menos bien adaptadas. Nuestra
mquina, la ms simple y de funcionamiento eterno, es el horno de ladrillos. Y
por la misma razn nuestro mecnico y nuestro tcnico industrial es el pen. El
horno de ladrillos es mquina que transforma materia prima convirtindola otra
vez, en materia prima. Cierra un crculo elementalsimo, pero sirve a la
construccin y hace que la tierra horizontal se alce y que el piso del animal se
convierta en las paredes del hombre. El pen es al trabajo lo que el horno de
ladrillos a la mquina. El pen sirve para cualquier oficio que no exija especial
conocimiento; produce materia prima elaborando materia prima. Vale, en la escala
del progreso y de la significacin del esfuerzo, lo que el caballo y la palanca. Es
una unidad de fuerza aplicada a cualquier faena y un estado indiferenciado de la
energa humana que colinda con la del bruto. Tambin el producto del horno de
ladrillos es una unidad de obra que colinda con la naturaleza. El pen es necesario
donde no es necesaria la mquina; vive en un clima donde la mquina no puede
vivir. Y no solamente librados uno y otra a la lucha abierta y libre ha de triunfar
aqul, porque estn de su parle la mayor suma de las formas ecumnicas de la
vida argentina, sino porque el gobierno, aunque lo quisiera, no podra o no sabra
auxiliar a la mquina y ayudarla a vencer.
En el Correo, por ejemplo, se instalaron maquinarias como slo en dos
pases del mundo existen, para la conduccin mecnica de la correspondencia. Su
emplazamiento ocup cuatro de los siete pisos del palacio; su capacidad de trabajo
era ms de cien veces superior a las necesidades. De modo que cuando se puso en
marcha esa maquinaria, que ocupa varios pisos, la correspondencia desapareca en
sus tubos y cintas transportadoras, sin que los empleados tuvieran otra cosa que
hacer que contemplar esa voracidad vertiginosa con que la carta y el impreso
disparaban. Haba que echar a la calle medio millar de hombres, o que detener esa
maquinaria que costaba dos millones de pesos. Se opt por detener la maquinaria,
que todava en veinte aos resultar de una capacidad de trabajo
desproporcionada. Ah se haba entablado tambin la lucha entre el artefacto y el
pen. La suma de las circunstancias propicias estaba de parte de ste, y el cadver
metlico del ms dbil qued como un ejemplo, con la fuerza apodctica de un
tratado sobre esta materia, colgado en cuatro pisos de un palacio.
4. El peso de la maquinaria, como el peso de la civilizacin, debe hallar
soportes slidos en la sociedad, ninguna mquina se asienta en la tierra sino sobre
los hombros de un estado de civilizacin. La sociedad que sin haber alcanzado
una estructura de tipo mecnico se incorpora la mquina, sucumbe bajo su peso o
la convierte en hierro viejo. El pueblo que adopta, saltando por etapas transitivas,
las ltimas formas del progreso y de la cultura, regresa mediante ese vehculo a
las formas primordiales ms pronto que sali de ellas. Hay una ley hidrulica que
rige esos fenmenos de la cultura y de la civilizacin; no pueden ser fenmenos
creados, adquiridos, asimilados; tienen que brotar de lo ms hondo de un estado
fijo. En caso contrario son sustitutos de realidades: son puentes que unen dos
extremos. El puente es un salto, la forma de superar del modo ms simple posible
una dificultad, sin destruirla. Por debajo de los puentes siguen circulando los ros
y por debajo de las construcciones ficticias prosigue su marcha la realidad. Cada
fenmeno es un problema y tiene una, slo una solucin exacta; cada solucin ha
de ser, para que sirva de consecuencia perdurable, la solucin de ese problema.
Nosotros hemos rehuido siempre el planteo ntido de los problemas, porque
tenamos a mano un repertorio de soluciones hechas y los problemas parecan de
una desagradable sencillez. En virtud de esas soluciones adquiridas de antemano,
no hemos procedido con arreglo a la verdad. Hemos hecho de nuestros problemas
tpicos problemas universales, o al revs, y hemos tratado de que los trminos de
la ecuacin coincidieran con la solucin hallada a esos problemas universales. De
donde las soluciones, que la mquina simboliza en un grado evidente, son
simplemente evasivas y puentes de fuga. Nos fugamos por esos puentes, de la
apremiante realidad. Se puede observar ese proceso de transferencias en
muchsimos otros aspectos. El problema de la educacin elemental, que es la base
para la depuracin de nuestras finanzas, planteado por Mitre y Sarmiento en toda
su crudeza, eludido despus por un mal entendido sentimiento de vergenza, llev
a la fundacin de las Universidades. Para no confesar que ms del 50 % de la
poblacin no sabe leer ni escribir, fundamos seis centros de enseanza superior.
Una Universidad no es ms que un edificio donde el problema de la enseanza
primaria y de la vocacin profesional no existe o no se ha planteado en trminos
concretos. Es un puente. Para que pudiera existir la Facultad de filosofa y Letras,
fue preciso crear la de Agronoma y Veterinaria.
5. El hijo del arrendatario estudia por lo regular medicina, y el hijo del
locador, derecho, Filosofa v Letras admiti en sus aulas alumnos sin bachillerato;
bastaba presentar algn trabajo literario: versos publicados en revistas, un libro de
los de entonces. Se quera sostener ese organismo docente por la ficcin, como
hubo de recurrirse a un ardid para mantener un alumnado regular en ingeniera,
acordando a los egresados diploma de maestros de obra, de albailera. No tena el
ingeniero campo de accin y se le incitaba con un ttulo profesional, que era algo
as como el lado mayor de un tringulo issceles, cuyos otros dos lados menores
fuesen el horno de ladrillos y el pen. Sin alumnos, Filosofa y Letras no tena
LA INTELIGENCIA Y SU PROGRAMA
Tener menos Universidades de las necesarias, no es un mal; ni acaso tan
grave como tener demasiadas; pero, quin aceptara gobernar un pas inmenso,
de perspectivas sin lmites, con pocas Universidades? La capacidad de producir
profesionales por las nuestras, es desproporcionadamente superior a la demanda
de profesionales en el pas. Agrgase a ello el contingente pedaggico que viene a
dictar conferencias y se queda. La superproduccin de profesionales engendra una
clase de actividad extra-profesional a los profesionales; una especie de dumping,
que tambin practica el militar que se jubila. Desviado de su verdadero camino,
cuyo final es una tapia, quien posee un ttulo de valor relativamente nulo, ha de
lanzarse, si no se resigna a sucumbir, a una competencia desleal; a usar del ttulo
para otros fines distintos. No es justo que se resigne a ser defraudado, el dueo, y
a conservar un bien caduco que slo se respeta en razn de lo que produce, en
razn de su renta. Selase el camino de la profesin como digno y liberal, con
cuyo ejercicio puede mantenerse en un plano de distincin y de comodidad; luego
se demuestra al incauto que no es as. Llegado el momento de las declaraciones
sinceras, la hora del brindis, el Ministro de Justicia e Instruccin Pblica dijo a
seis mil maestros y profesores sin puestos, que sus ttulos no valan nada.
Intilmente se querra por esos mtodos desviar la inscripcin de alumnos hacia
otras actividades, porque no las hay; y el programa de posibilidades para la
inteligencia es el de los cursos universitarios. Apelar a la poltica en semejantes
casos es tomar venganza contra la Universidad y contra la sociedad, exigiendo que
el diploma no sea un certificado sin validez de los aos y del dinero gastados. El
exceso de profesionales es el edema de los presupuestos, con tems e incisos
destinados a rentar cargos intiles; y con otros para el personal subalterno intil,
que debe estar al servicio de esos cargos. La Administracin pblica soporta los
excesos universitarios y corre con la reparacin de los yerros. Debe mantener en
un plano de holgura y decoro a los que llenan las aulas, socorriendo a los que no
puede asegurar el ejercicio liberal de su profesin. Los cargos docentes y
administrativos son una forma disimulada de pago de indemnizaciones por daos
y perjuicios, que tienen por consecuencia la mayor produccin de profesionales. Y
as el Estado que costea Facultades cuya misin es hacer errar en su vocacin a los
jvenes o recogerlos cuando su vocacin no encuentra otro modo de abrirse paso,
luego costea puestos para que esos jvenes no litiguen enrostrndole la
irresponsabilidad de sus actos. Mediante el pago de tal indemnizacin, el gobierno
EXCESOS DE SINCERIDAD
III
LOS VALORES
HISTORIOGRAFA
La investigacin de la historia, la compulsa de los documentos y la
bsqueda del dato preciso en los archivos, dio origen a la ordenacin de
materiales que se denomin la historia. No iba dirigida la investigacin a
rectificarla y alquitararla sino a hacerla. El ejercicio crea el rgano. A medida que
aument el nmero de las piezas utilizadas, y se las clasific, la historia tom
volumen, tuerza, fisonoma y sentido. En el cmulo de elementos heterogneos se
coloc el inters, que lleg a depender de la cantidad, pretirindose poco a poco el
valor de los hechos, que se doblaban desfigurados bajo el peso de los documentos.
El mtodo lleg a ser la sustancia. Nuestra historia est en la paleontologa y en la
etnografa, en aqulla ms por su rea, especimenes e importancia; y el historiador
hubo de limitarse al trabajo de pala con que se desentierra el fsil en las guacas de
las bibliotecas. Se acopian datos como se coleccionan estampillas o se acumulan
hectreas y cabezas, y a ese trabajo de operarios se llama historiar, como a esos
materiales que se buscan se les llama historia. No hay historia, pero habiendo
historiadores tarde o temprano tendr que haberla, como habiendo brujas tiene que
haber demonios por intrnseca necesidad. Lo mejor que se ha hecho en historias es
la biografa, desde el Facundo hasta el Belgrano, con las diferentes Memorias
autobiogrficas: lo dems es el inventaro de los enseres de la casa del prcer. Sin
embargo, la exactitud del dato no es un valor sino con relacin al valor del hecho.
LAS CARICATURAS
Cuando despunt un nuevo estado de cosas en los negocios, la edificacin,
los medios de transporte, etc., la moral sexual se revisti de una exagerada
dignidad. Para sepultar todo el pasado, el presente levant sus murallas. Cada ser
se clausur en su sexo; se prohibi hablar y aludir a tales temas; se fabric otro
tab adems de los muchos que ya tenamos. La honradez sera norma hasta de la
sensualidad, y la mujer encarnara, algo a deshora, el tipo clsico de la virgen y
madre.
Nuestra garonne es una muchacha virtuosa, que custodia su virginidad
con heroica entereza. No ha dejado de ser antigua y ya es moderna: sobre sus
sentimientos del honor castellano pone los atavos de la ltima moda. Fuma, lleva
cabellera corta, exhibe la pierna hasta el muslo, viste polleras transparentes y se
pinta ojeras de noche insomne: aparentemente es una mujer mundana, pero para
llegar a la idea trivial que se forma de los afrodisacos que brinda hay que vencer
a una vestal incorruptible. El cinematgrafo y los figurines muestran una fase de
esa vida valiente de Norteamrica y Europa, de toda la posguerra: pero ella cree
que un cambio en las costumbres es simplemente una moda. Conoce todos los
refinamientos de la concupiscencia, las novelas erticas, usa cosmticos y afeites
que sera cruel emplear para una frvola exhibicin: en compaa de parientes
respetables se arriesga en las playas y en las confiteras, en los salones y en los
clubs, al simulacro de la vida generosa. Pero all donde la mujer liberal, a la que
copi esas actitudes y tentaciones, se entrega, saluda y se va con el amante, ella
resiste y salva el honor. La segunda fase de las pelculas y las ilustraciones queda
a cargo de las otras mujeres que tampoco se ven.
Adopt las exterioridades de las vampiresas de cine y los modales de las
artistas de variets, sin abdicar en absoluto, imperturbable en su papel de pobre
doncella de comedia espaola. Es honesta porque sigue siendo la tapada, la
hembra detrs de la reja, y se disfraza de lo que no es, de lo que no le gusta ser, de
lo que no ha visto en los figurines de modas que las modelos sean. Esa
insinuacin valiente, de flapper y demimondaine, un alarde de la cobarda,
enchapa a la mojigata sin generosidad y sin belleza. Hace todo lo que las mujeres
que viven con desenvoltura, pero no se entrega. Si ha cado ya, como se dice en el
lenguaje de nuestros puritanos de capa y espada, aparenta con renovado tesn la
comedia de una honestidad de ropa interior. Vuelve a ponerse el disfraz de la
honestidad standard, Pero esas fuerzas censuradas no se someten de grado; haban
de desatarse en estructuras sociales anmalas, descargando sus deberes en los
comercios del amor prohibido.
Sobre la sociedad recaeran las culpas de que ellas quedaban exentas, los
males que sorteaban en un juego taurino. La prostitucin en que deleg deberes
imperiosos, fomentando su inconcebible propagacin: el casamiento como horca
caudina; la monogamia sin vocacin de fidelidad: el adulterio juzgado pasible de
pena de muerte; la absorcin de las profesiones liberales en el magisterio y las
aulas de letras; la invasin de los estadios de deportes, fueron las venganzas de la
nmesis colectiva. Se haba logrado un trmino medio de moralidad muy superior
a la normal; el hogar se haba consolidado; la mujer haba obtenido su respeto; el
hijo tuvo asegurados apellido y educacin; pero ninguno de esos bienes se
lograron sin el pago de tributos humillantes, sin la fermentacin de males mayores
quiz. Esas estructuras significaban en el orden social con el que avanzaron en el
mismo proceso de imanacin de elementos exticos, represiones, semejantes a las
de la libido, y sus neurosis las experimentaran los edificios, las revoluciones, los
hospitales, el trabajo, la cultura. El sexo reprimido tom la conformacin de
inmensos rganos institucionales y de complicados aparatos de cerrajera.
Apariencia y no verdad, corteza y no jugosa pulpa, hasta cotizar ms la virtud
esperar el buen fin de una obra empezada y de largo alcance. Faltan las
comodidades que ofrece toda vivienda que alberg otra vida, la quietud de un
mbito perenne.
Esa prisa impide ahondar, afirmar el pie, contemplar; se est de vuelta,
esperando, en vez de caminar. La inteligencia debe apresurarse a encontrar sentido
a los hechos, tiene que interpretarlos antes que se expresen en su ritmo de cuerpos,
ms lento que el de las ideas, con temerosa precaucin. Es menester improvisar: la
variedad de las formas que constituyen la vida circundante y la parquedad de las
notas de la realidad ambiente, imponen a la inteligencia que complete ese cuadro
que no exige emplear a fondo las cualidades de pensar, sentir y obrar, sino
interpretarlo en sus signos superficiales y dudosos. Ante un mundo de datos muy
simples, la inteligencia se encuentra dotada de necesidades ilimitadas de accin, y
capaz de ejercicios ms enrgicos del que las cosas le exigen. El mundo es
sencillo y el alma complicada, como en los buenos tiempos en que la erstica daba
sostn al universo. Es preciso completar prrafos sin sentido, concluir otros
inexpresivos y, en fin, interpolarle un apndice de invencin al texto mutilado. En
tal sentido, el improvisador es un ser que supera la fase tcnica del mundo de su
alrededor, que ensaya y yerra. Frente a un conjunto de formas embrionarias, en
vez de entrar a l con cautela, decide penetrarlo e imprimirle sus personales
formas, convirtindolo en una herramienta para la plenitud del propio esfuerzo. Al
mismo tiempo el improvisador es la herramienta providencial de ese conjunto de
masas estticas y de baldos, que quieren ser llenados. Las cosas, por tanto,
ensayan y yerran con el hombre. An no se ha establecido entre nuestro mundo y
nosotros el equilibrio de una mquina. Estamos todava en el perodo hesidico de
la improvisacin cuando el aedo tiene ante s los materiales de la realidad y no sus
problemas; en los primeros pasos de esa serie que termina en el taylorismo,
cuando el hombre pasa a ser el poema gnmico de las cosas.
Hay una poca del mundo en que ya no es posible sino cambiar apenas,
modificar muy de a poco; y otra en que lo urgente es hacer, crear, armar con prisa
y a grandes trazos: la poca de los deberes muy tarda con respecto a la de los
derechos. Aqul es el mundo del ingeniero y del estadista, que han de servirlo
aplicndole frmulas cuya exactitud es condicin esencial del xito; ste es el
mundo del pioneer y del mago, donde la realidad tiene antes que ser hecha y
llevada a sus estructuras concreta respondiendo a su enftico Fiat! Aquellos
hombres son los tcnicos y operan en funcin del medio que se les impone con
fuerza concertada, mecnica: stos reaccionan sobre las cosas en funcin de s
mismos e improvisan con la cabeza y con las manos. Son los demiurgos, que
acaban por convertir en ciencia su experiencia, mientras las ciudades se pueblan y
los intereses se complican en un movimiento coordinado, por fin libre del creador.
Una realidad que est an por adquirir fisonoma es una prerrealidad maleable, de
la cual slo es posible intuir vagamente lo que podr ser cuando se condense y
organice hasta ese punto en que ya no es posible crecer ms, sino desarrollarse: en
que los cuerpos dejan de estar meramente situados y funcionan autnomos segn
leyes csmicas. Cara a cara de ese mundo sin formas concretas, el hombre es un
ser concluido que va a imprimirle la forma de su mano, hasta que la realidad sea
una hiptesis y su mano un azar, hasta que la realidad sea un mecanismo y su
mano una aceitera.
El ingeniero de este mundo plstico es el caudillo, en quien se condensan
las potestades del pioneer y del mago. Bajo cualquier aspecto que haya de revestir
segn las pocas y las circunstancias, el tcnico de esa realidad anodina, ms
nueva realidad. Para su aplicacin a la realidad tuvo que acudirse al idneo y para
ello ese instinto tan fino de nuestros ciudadanos, encontr su hombre
representativo, el poltico de baqua que conociera los meandros del mapa del pas
y de sus habitantes, por donde la teora haba de fluir e internarse. En el nuevo
estado de cosas, el mago improvisador fue otra vez el caudillo, payador y
baquiano a un tiempo. Hizo de la ley escuela de su propia carrera, y bajo un
rgimen sin grandes fallas restaur los viejos regmenes que casualmente se
trataba de abolir con la ley. Rebajado desde su altura terica al plano del ms
misterioso atajo por la selva, todo un programa se concret en un hombre, como
todo un ejrcito se confiaba a la pericia de baquiano. Sin embargo, el sistema no
haba sido puesto en vigor con tal fin; ese fin fue la continuacin imprevista de la
teora y el baquiano que se desentenda de golpe de la ciencia del gobierno, daba
la razn a los imponderables que haban hecho posible, en resumen, una creacin
legislativa para destruir la realidad.
Delante de los improvisadores estaba todo un sistema que no funcionaba
ya, residuos de doctrinas fuera de moda, ruinas de partidos que pasado su perodo
de tanteo, hubieran forzosamente entrado en la tcnica correspondiente a la era del
clculo; pero haba fracasado de una vez por todas la tentativa. La ciencia del
baquiano ofreca una eficacia y una moral, en su simplicidad que no poda
esperarse de los partidos doctrinarios y de principios.
Y frente a la poltica, el mundo econmico a la manera de su cara
posterior, de la trasluna que no se ve. Ninguna experiencia particular ni colectiva
poda servir de base al estudio y la prctica de las finanzas, ni la teora filosfica
tena nada que ver con los materiales a manejarse. Por tradicin, el gobierno de la
hacienda pblica era cuestin de buena fe y de baqua. El caudillo hubo de vestir
aqu la indumentaria del estadista y del financista reservndose para salir de los
aprietos su vieja tctica de payador. La fundacin de Bancos que crecan
acromeglicos para quebrar de la noche a la maana sin que fuera posible
descubrir las causas de la fractura, fue un procedimiento casi invariable. Los
impuestos decretados o sancionados sin previo conocimiento de la capacidad
econmica de los contribuyentes, ni de las fuentes de produccin que no se
agotaran con el gravamen, sustituy al clculo. Donde se exiga el estudio previo,
la ordenacin de los materiales y la investigacin de eficacia aparente y de cierta
impracticabilidad. Puede tomarse como ejemplo el aumento reciente de las tarifas
postales, que redujo a menos de la mitad el trfico de la correspondencia. Se
autorizaban emisiones, se concertaban emprstitos, se proyectaban presupuestos
sin antes haber estudiado las fuentes de renta, la resistencia de las industrias, del
comercio y del trabajo, ni la verdadera necesidad de las inversiones. Sin conocerse
las posibilidades de la riqueza pblica y privada, se contraan compromisos con la
nica solvencia del futuro, del que se sigue tirando desconsideradamente. Los
emprstitos eran el margen del error, la operacin para el cierre de saldos, y
cualquier falla de clculo se subsanaba con acuerdos especiales y con la socorrida
frmula de importar oro amonedado a cuenta del maana, o sea, de soluciones
hechas a problemas sin plantear.
Quedaron vetas de recursos acaso cegados para siempre y otras, exhaustas,
siguieron suministrando dinero a las arcas famlicas del erario. El erario tena que
sostener la pompa del espectculo y responder mediante las recaudaciones al
crdito exterior. Cuando Pellegrini funda el Banco de la Nacin y crea la Caja de
Conversin, pareci haberse entrado en el perodo de la tcnica y cancelado el de
la administracin emprica. Todo haca suponer que los males prcticos hubiesen
CIVILIZACIN Y BARARIE
Los creadores de ficciones eran los promotores de la civilizacin, enfrente
de los obreros de la barbarie, ms prximos a la realidad repudiada. Al mismo
tiempo que se combata por desalojar lo europeo, se lo infiltraba en grado
supremo de apelacin contra el caos. El procedimiento con que se quiso extirpar