Cantaclaro - Romulo Gallegos
Cantaclaro - Romulo Gallegos
Cantaclaro - Romulo Gallegos
Rmulo Gallegos
Rmulo Gallegos
Naci en Caracas (Venezuela) en 1389. Su primera novela Reinaldo Solar le consagr, en
1921 ante el pblico venezolano y lo situ como el ms firme valor de la nueva
generacin. La trepadora consolid su prestigio en 1926, pero solamente cuatro aos ms
tarde la publicacin de Doa Barbara le di a su nombre la vastsima repercusin que
desde entonces no ha cesado de tener.
En todas las capitales del mundo hispnico se salud como un suceso sin par la aparicin
de este libro, que libertaba a la inspiracin americana de toda actitud servil frente a las
literaturas europeas.
Canaima y Pobre Negro aparecieron a continuacin y, luego, su obra maestra Cantaclaro,
menos famosa pero artsticamete ms noble que Doa Barbara, favorecida por el cine y la
leyenda. A Cantaclaro le siguieron Sobre la Misma Tierra y volmenes de cuentos como La
Rebelin.
Tan importantes obras le dieron a Rmulo Gallegos un lugar de primera fila en la literatura
hispanoamericana de nuestro tiempo. Su prestigio inmenso se tradujo en el magisterio
moral de varias generaciones venezolanas y finalmente lo condujo a la presidencia de la
Repblica en su patria, en 1947. Fue breve su mandato: lo derroc una camarilla militar.
Desterrado a Cuba y Mxico, vivi all pobre y dignamente. Ambas experiencias le
inspiraron sendas novelas sobre Cuba, la Brizna de Hierba en el Viento y sobre Mxico, su
obra indita La Brasa en el Pico del Cuervo.
Se le considera un clsico de la novela americana.
INDICE
PRIMERA PARTE
I La Copla Errante
II. Al Abrigo de las Matas
III. Juan El Veguero
IV. El Blanco de Hato Viejo
V. Las Suertes Trocadas
VI. El Corrido del Ahorcado
VII. Juan Parao
VIII. El Diablo del Cunaviche
IX. Aquella Mirada
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SEGUNDA PARTE
I. Corridos y Contrapuntos
II. Corno ante el Paisaje
III. Las Humaredas
IV. El Profeta
V. El Rucio Mosqueado
VI. El Repudio de las Potrancas
VII. El Desvn de los Sueos
VIII. Una Sombra entre las Sombras
IX. Recogiendo los Pasos
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TERCERA PARTE
I. La Sombra de Doa Nico
II. Trueno Abajo
III. La Entrada de Aguas
IV. Alegra en El Aposento
V. Momento Sentimental
VI. Juegos de Palabras
VII. Cuentos de Vaqueras
VIII. Un Zarpazo de Buitrago
IX. Una Cacera de Tigres
X. Al Azar de los Caminos
XI. El Menudo por la Morocota
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PRIMERA PARTE
I
LA COPLA ERRANTE
La sabana arranca del pie de la cordillera andina, se extiende anchurosa, en silencio
acompaa el curso pausado de los grandes ros solitarios que se deslizan hacia el Orinoco,
salta al otro lado de ste y en tristes planicies sembradas de rocas errtiles languidece y se
entrega a la selva, Pero quien dice la sabana, dice el caballo y la copia. La copla errante.
Todos los caminos la oyeron pasar. Y mire que hay caminos en el llano!... All va por
delante de la punta de ganado, a travs de la muda soledad de los bancos y a veces se
quita las palabras y le queda en cueros de to nada, silbido lnguido y tendido. All viene,
compaera del caminante solitario con varios soles a cuesta. All entona galerones y
corridos al son del arpa y las maracas. Aqu llega, rasgueando el cuatro, a la porfa de los
cantadores alardosos:
Desde el llano adentro vengo
tramoliando este cantar.
Cantaclaro me han llamado.
Quin se atreve a replicar?
Desde las galeras del Gurico hasta el fondo del Apure, desde el pie de los Andes hasta el
Orinoco y ms all!, por todos esos llanos de bancos y palmares, mesas y mochales,
cuando se oye cantar una copla que exprese bien los sentimientos llaneros,
inmediatamente se afirma:
Esa es de Cantaclaro.
Pero son tantas las coplas que se entonan por all, todas con el alma llanera extendida
entre los cuatro versos, como el cuero estacado- por las cuatro puntas. Si en oyendo estas
trovas, alguien preguntase:
Dnde naci Cantaclaro?
Sin vacilar le responderan:
Aqu en el llano.
Pero el llano es ancho, inmenso... y de los Cantaclaros ya se ha perdido la cuenta.
***
Esta vez se llamaba Florentino y l se aada Quitapesares.
No te digo que no lo sea; pero eso ya lo he visto yo, aunque no haya sido sino hasta el
paso del Apure. Echame ms bien el pasaje de Corozo Pando, que ya me ha dicho el to
que fue famoso.
iQue si lo fue! Nosotros que estamos dentro de la pulpera, cuando de pronto sentimos
que en el corredor se forma un alboroto de los llaneros. Guariqueos de oriente y de
occidente y apureos de todas partes que all se iban reuniendo. Qu pasa?
pregunta to Manuel, creyendo que fuera caso de algn barajuste del ganado encorralado.
Y le contestan: Nada, don. Rochelas de los muchachos. Un viejito, que acababa de
llegar, dando lstima de puro parecer que no poda con su alma, y como los muchachos
quisieron divertirse con l y le tiraron una punta de. garrote, de la barajustada que se di
tramoliando el suyo, abri un claro en el corredor. As haba sido y el viejito deca
plantado en guardia y buscando pelea: A m no me falten al respeto ustedes, llaneros
aguachinaos, porque yo soy llanero de antes y ustedes lo vienen a s de ahora. Slgame
uno a uno para que aprendan a jugar garrote, que ah, malhaya fuera lanza encab!, como
mi taita me ense a manejarla, lo mismo que l lo aprendi del suyo aquel a quien
todava se le est escuchando el grito de Queseras del Medio. Yo a nadie le ando diciendo
quin fue mi abuelo cuando no me dan motivo, ms para que otra vuelta no se
equivoquen conmigo, aqu les voy a dejar mi apelativo: yo soy Jos Antonio Pez. Asma,
pata en el suelo y arriando ganado, como me aguaitan. No haba terminado de decirlo
cuando yo me abra paso entre los llaneros que lo rodeaban y me le plantaba por delante,
con mi garrotico en la mano y dicindole: Yo no vengo a faltarle al respeto, don; pero
quiero aprender a taparme una punta de las de su abuelo de usted. Se qued
mirndome de arriba abajo y me pregunt:
Y t quin eres, muchacho?
Florentino Coronado, para servirle.
De los Coronados de Ia Concepcin de Arauca?
De all mismo, don.
Pues s mereces que te ensee, porque ya se de quin eres hijo. Tpate esta punta.
Ya est le dije, quitndome de encima la que me haba zumbado, muy suavecita,
como para muchacho.
Y esta otra?
Tampoco me alcanz le respond Zmbeme otra ms difcil.
All va. Vamos a ver si te la tapas.
Esa s me toc tuve que decirle.
Muy duro? me pregunt. Y yo, contestndole:
No se preocupe, don, que as es como se aprende.
As haba sucedido, y aquella noche, ya en su chinchorro, pero sin poder conciliar el sueo
con los deseos de continuar despierto para disfrutar de sus fantasas, Florentino le
pregunt al to:
Ser verdad que ese viejito de esta tarde es nieto del general Pez?
As dicen y l lo afirma. Nada tiene de imposible.
Quiere decir que yo me he tapado dos puntas de la primera lanza del mundo? Porque
si el general Pez se las ense a su hijo y ste al viejito, desde all vienen.
A lo que respondi el to, llanamente:
Pero tal vez mermando por el camino, como ganado en viaje.
El ganado vuelve a su peso en cuanto lo empotreran donde haya buen pasto.
Qu quieres decir con eso, muchacho? Es que te imaginas que t vas a repetir la
historia?
Nada, to, Cosas que se me van ocurriendo cuando me voy quedando dormido.
***
Fuese o no de tan heroico abolengo aquella leccin, de mucho le vali a Florentino
haberla aprendido, pues varias veces, a consecuencia de las porfas con los cantado res
celosos de su fama o en represalias de novias quitadas y hermanas burladas, fueron de
lanza las puntas que no pudieron alcanzarlo.
Por ello viva en zozobras la madre, y el hermano le deca:
Algn da menguado te clavan.
Pero l replicaba, fatalista:
De lanza o cacho e ganao
segn y como barruntas,
o de punt de costao,
siempre se muere de puntas.
Y continuaba su vida errante en busca de aventuras.
All va, esguazando los esteros del Gurico, con el agua a la coraza de la silla, levantando
el bullicioso revuelo de las bandadas de patos y de garzas, adormecido por el chapoteo
interminable de la bestia en las bombas de fango. All cabalga hacia el Alto Apure a travs
de la verde inmensidad de los bancos, Sali con la sombra por delante, larga sobre el
camino, le pas por encima y ya la lleva a la espalda, larga sobre el camino. Pero l
siempre est en el centro del llano, crculo de espejismos donde se funde la sabana
caldeada por el sol antes de convertirse en cielo. All atraviesa los palmares profundos, los
verdes morichales, cuyas claras aguas duplican el alba de oro y el crepsculo de prpura.
All cruza las mesas de las desolaciones, pramos de hierbas raquticas que el sol
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cargando en peso. Slo que yo no mato para pesar. Ni nadie se muere de penas conmigo,
pues por algo me llaman tambin: Florentino Quitapesares.
A lo que replicaba una:
Que le pregunten a Ermelinda si mereces que asina te mienten. Y a Mara de la O, la del
Mal Paso, que fue la ltima... Qu se sepa!...
A tiempo que otra protestaba:
No hables de oficio, hombre de Dios! Que el tuyo es quitarla a una del que est
haciendo en su casa.
Con no salirme tienes, que ya entrar a saludarte cuando ests sola en el cuarto.
Y haciendo suya la copla de todos:
Ah, malhaya si me viera
contigo en el aposento,
que se perdiera la llave
y el herrero hubiera muerto!
Y a las enojadas, si le salan con amenazas de rompimiento de amores, las desbravaba
cantndoles:
Ah te mando tus sortijas,
tus cartas y tus pauelos.
Esprame en los chaparros
pa devolverte tus besas.
Pues si estas coplas no eran suyas, tambin se las atribuan, por ser de aquellas de alma
llanera extendida, como cuero estacado.
Para ganarse la vida que as de continuo arriesgaba, dejando al hermano todo el producto
de El Aposento, prefera el trabajo errante del revendedor de ganados.
Mulas del Caura para las haciendas de los valles de Aragua y del Tuy; caballos del Gurico
para los hatos del Arauca donde el ganado bravo malograba el bestiaje; reses del Apure
para los pueblos de la Cordillera, por la montaa de San Camilo... Madrinas y puntas de
ganado conducidas de un extremo a otro de la vasta regin de sus andanzas, producanle
el placer de las jornadas lentas a travs de la desierta inmensidad de la sabana, de los
pacientes reposos en los sesteaderos, de las noches a la intemperie de Ias majadas, con
coplas y contrapunteos de cuentos inverosmiles entre los peones que lo acompaaban.
En cuanto al dinero que le produca su comercio ambulante, apenas lo cobraba cuando ya
estaba derrochndolo, jugador temerario, parrandero esplndido, amigo generoso,
porque:
Dos cosas hay en el mundo
que no sirven pa viajar:
la plata, por lo que pesa,
y el no quererla gastar.
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Y varias veces, como le saliera al paso alguna aventura amorosa, se dio el caso de que
dijese a sus peones:
Sigan ustedes, muchachos. Yo me quedo aqu. Ven dan el ganado a como se lo paguen y
cjanse la plata para ustedes.
Por temporadas complaca a la madre quedndose en casa -y comparta con el hermano
las recias faenas del hato, no habiendo entonces dificultades que no se allanasen pronto,
pues ninguno ms empeoso en el trabajo cuando estaba en vena de meterle el hombro,
ni nadie como l para bregar, a pecho de caballo cimarronero, con el ganado bravo, ni
haba por todo aquello quien se atreviese a tanto cuando fuere menester hacerle frente a
un enemigo.
Pero as como le venan ganas de asentarse, as se le iban de pronto y por cualquier cosa.
Porque oy decir que en tal parte haba una muchacha bonita que no atenda a requiebros
de amores. Porque le oy cantar a un va quero una copla de otros lados, obra de un
cantador que se reputaba invencible...
Ensillaba su retinto, rabiataba la remonta, por si acaso de aventuras, meta el cuatro en la
funda y lo amarraba a los tientos junto con las maracas y la soga, y se pona en camino,
despus de decirle a la madre: Bendgame, vieja. Que Ia sabana me llama otra vuelta.
Y al hermano:
Hasta la vista, Jos Luis. Que si no vuelvo es porque en alguna parte una mala punta me
ha clavado para siempre.
De lanza o cuerno de toro
en alevosas derrotas.
Que para puntas de amores
Cantaclaro tiene contras.
***
Porque una tarde, encaramado en el tranquero de la corraleja como en sus tiempos de
becerro, se qued con templando la sabana, camino de largas jornadas y raros encuentro
y se sorprendi a s mismo murmurando, con un sentimiento que por primera vez lo
visitaba:
Ah, malhaya un trotecito
que no terminara nunca!
Ah, malhaya quin hallara
aquello que nadie busca!
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II
AL ABRIGO DE LAS MATAS
Esguaza un ro, vadea un cao y otro y otro, atraviesa las duras terroneras de los rebalses
ya secos, cruza un banco de sabana y en llegando a una mata, ya al caer de la tarde;
rompe el hondo silencio del paraje con su canto solitario:
Mata del Anima Sola,
boquern de Banco Largo,
ya podrs decir ahora:
aqu durmi Cantaclaro.
Era un bosque de samanes centenarios cuyas amplias copas entrelazadas, no dejando
pasar los rayos del sol, no consentan matorrales rastreros, y por entre cuyos troncos se
extendan umbrosas naves de soledad y silencia, propicias a la conseja del nima en pena
que por all vagara. No obstante lo cual y apenas concluida su copla, a poco de haberse
internado, oy que le decan:
Sal, Florentino.
Salud, amigo respondi sin saber a quin, deteniendo la bestia y mirando en
derredor.
Y como no acertase a descubrir quin le hubiera dirigido la palabra, ya se entregaba a
pensar que aquel saludante invisible fuese el propio duende que le daba nombre al sitio,
cuando su cabalgadura y su remonta lanzaron trmulos relinchos, a los cuales contest
otro de un caballo arrendado al tronco de un samn, y volvi a escucharse la voz: Aqu, Florentino: entre los palos, como los monos.
Por si acaso el tigre.
Alz la cabeza y descubri dos chinchorros colgados entre las ramas del rbol a cuyo
tronco estaba sujeto el caballo, uno cubierto por un mosquitero que no permita distinguir
a quien lo ocupase y en el otro un hombre sentado, pndulas las canillas cubiertas de
barro seco.
Tan temprano y ya durmiendo? interrog, toda va sin saber quin fuese aquel que
pareca conocerlo.
Al compaero se le atarill la bestia y adems le peg la calentura explic el
desconocido, refirindose al del mosquitero. Un caraqueo que no est acostumbrado a
estas tierras. .
Y usted el baquiano que lo est sacando de ellas? S, seor. Crisanto Bez es mi
apelativo y en el hato de Las Maporas me tiene a su mandar respondi, saltando
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Y cree ust que yo me dejo coger con la noche por esos lugares? Porque voy a decirle
una cosa, Florentino, que no s si ust habr observado: los espantos del agua son piores
que los de Ia tierra. Yo infiero que sea la humed...
Se interrumpi al or que el caraqueo rea y luego concluy en tono zumbn:
Manque dicen los que han ledo que eso de los es pantos son cuentos de camino... Qu
dice ust a eso Florentino?
Y ste, en el mismo tono y mientras se ocupaba en desensillar su caballo:
Que yo no s leer, pero me escriben...
_Ah, Florentino resbaloso! Tiempo hace que deseaba toparme con ust. Con el
Florentino de carne y hueso, que ya estaba por creer que no exista, de tanto or mentar a
Cantaclaro, en todas partes.
Pues cre que usted me conociera personalmente.
Porque lo salud por su nombre de pila cuando entr en Ia mata? Voy a explicarle. All
por los lados donde yo vivo, cuando se oye cantar una copla gena, como todas se Ias
endilgan a usted, es costumbre dec:
Escuchen a Florentino. Me entiende el sentido?
Adems ust mismo se ment en denante por el apodo que le dan. Que por cierto no es
muy bueno eso de ir regando uno su nombre por el camino.
Tambin es verdad, viejo. Tengo esa mala costumbre.
Y ahora pa donde va rumbiando? Si no es curiosid.
Para los llanos de Barinas.
Aj! Por ah y que se est haciendo famoso un cantador nuevo. Va a emparejarse con
l?
Dicen que el hombre tiene ms coplas que palos el monte tupido. Pero la diligencia se
hace.
iGena ser esa porfa! Ya quisiera escucharla.
Lo mejor del caso es que, segn cuentan, no es propiamente un hombre, sino el mismo
Diablo en figura humana, pues y que las maracas con que se acompaa se quedan
impregnadas de olor de azufre.
Y guindole el ojo al baquiano, concluyo:
Eso dicen. Por si acaso la risita.. .
Pero ya el enfermo se haba incorporado en el chinchorro y asomndose fuera del
mosquitero intervino en la conversacin, afirmando bruscamente:
Y usted lo cree.
Era un joven aniquilado por el paludismo, de rostro macilento y ensombrecido por una
barba negra y revuelta. El fuego de la fiebre que lo consuma, visible en el fulgor de los
ojos cavados, le daba un aspecto delirante.
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Salud, amigo! djole Florentino, desatendiendo a lo odo por lo visto, que era
verdaderamente deplorable
. Cmo se siente?
Pero l insisti, sin hacer caso del saludo:
Usted lo cree y de nada le valdr convencerse de la realidad humana de ese cantador,
porque junto con la explicacin natural de los motivos que hayan dado origen a la
superchera, puede usted admitir la absurda, sin que una y otra se excluyan ni se estorben.
As como tampoco hay ningn inconveniente para que el baquiano sepa, segn me lo ha
explicado hace poco, que el murmullo que se oye en esta mata al anochecer es producido
por los in numerables enjambres de aricas que en estos rboles forman sus colmenas y
crea, al mismo tiempo, que lo produce el nima en pena que recorre este paraje rezando.
La brusquedad de la intervencin y la vehemencia del discurso dejaron perplejo a
Florentino. El baquiano murmur para s:
Vuelta el hombre con su tema!
Y el enfermo concluy:
Cmo pueden ustedes darse, simultneamente, las dos explicaciones contrapuestas:
saber la verdad y a la vez creer lo absurdo respecto a un hecho cualquiera?
A lo que replic el baquiano, quitndole la palabra a florentino, con una decisin
reveladora de que ya estaba harto de or aquello:
Mire, joven. Yo no s explicarme, pero ust procurar comprenderme. Pa entender eso
que a ust le parece tan difcil, hay que ser bruto. Porque eso de hombres inteligentes y
brutos tiene su segn y cmo. Inteligente es el que comprende unas cosas y bruto el que
no entiende sino otras, que pun ser las mismas, aparente mente. Ust se empea en
explicarse lo que no est a su alcance, porque, convnzase: ni el agua corre parriba, ni el
inteligente aprende a ser bruto. Ust oye el zumbido de las aricas, ya que las ha mentado
y nosotros tambin, mejorando la compaa; pero ust nunca escuchar el rezo del Anima
Sola porque lo supirita su inteligencia.
Florentino celebr la bizarra explicacin y el caraqueo repuso sonriendo:
Esa es, ms o menos, Ia teora de los sentidos desaparecidos.
Pero al baquiano le supo mal el trmino sabio y lo devolvi, interrumpiendo:
Teora?... Jm! Su boca sea la medida, pero perdneme que lo deje de ese-tamao
porque las bestias del compaero deben de ven jambrs y voy a cortarles una poca de
yerba. .
Dicho lo cual se alej hacia la sabana. Florentino, al cabo de una pausa y dirigindose al
enfermo:
Amigo...
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enftica como necesidad, muy llanera, de exagerar Ia aventura, en el de este pobre -perro
debe de haber algo ms, Qu ha visto usted, Florentino, en ese infeliz animal inofensivo
y vulgar? Qu ve, habitualmente, para que lo designe el perro y no un perro?
Y como a todo esto sonrea el cantador, mientras lo escuchaba con la extraeza que tena
que causarle, concluy, amoscado:
O es que ha querido hacerme creer que se trata de uno determinado y misterioso, de un
duende que bajo esa forma acostumbre aparecerse por estos sitios y a esta misma hora,
tal vez?
Un momento, Caraqueo! repuso Florentino.
Eso ser lo que usted se habr figurado por su cuenta y riesgo. Pues por lo que voy viendo,
usted como que se espanta de las palabras.
Porque las palabras son los espantos de Ia sabana.
Usted lo ha dicho y ya se me vena ocurriendo. No slo por el sentido enigmtico que
adquieren de la manera con que, al emplearlas como lo hacen, deforman ustedes la
realidad, sino porque ellas mismas y cualesquiera que sean resultan inquietantes por estas
soledades. Hace poco le advirti el baquiano que no es bueno ir regando uno su nombre
por el camino y estoy seguro de que no se refera solamente al peligro de que por ello
pudiese identificarlo algn posible enemigo emboscado. Verdad, Crisanto?
Ust que lo asegura, Caraqueo, Su boca sea la medida, como ya le dije en denante.
S. Para usted el nombre forma parte de la personalidad y quien lo va dejando por el
camino, quien lo pronuncia intilmente, se convierte en otros tantos fantasmas de s
mismo.
Si es as concedi Florentino...., como tengo esa costumbre, cuntos Cantaclaros se
estarn apareciendo por todos estos llanos?
Usted mismo entre ellos!
Cmo es eso, Caraqueo? Esta s que es gorda!
Quiere decir que yo soy un duende?
Uno de sus duendes. Pero no solamente el nombre propio, sino todas las palabras que
se pronuncian estando a solas, que es como generalmente se halla el hombre por estas
tierras, se convierten en fantasmas. En estos sitios callados y desiertos estn suspendidas
en el aire, o mejor dicho en el silencio, a orillas del camino, todas las palabras frustradas,
por no haber sido recogidas por el interlocutor necesario en toda conversacin, que se
pronunciaron al atravesarlos pensando en alta voz. Estn mudas, pero sentimos que nos
hablan, porque son palabras y necesitan ser recogidas por odos inteligentes.
Esas son las almas en pena que, segn ustedes, se aparecen por
estos
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Volv la cabeza, busqu por todas partes y no vi a nadie por todo aquello, ni en la playa, ni
en el monte. A m no me asustan los espantos cuando se me aparecen de noche, pero si
me salen de da todo el cuerpo se me descompone. Sin embargo, haciendo de tripas
corazn, comenc a aflojarle la cincha al caballo, para soltarlo all mismo, ya que para
nada me serva y seguir mi viaje en el bongo. No haba hecho sino agacharme cuando
vuelvo a escuchar entonces ya no como quien aconseja, sino como quien manda: No
desensille, le digo.
Ese paraje queda muy distante de Hato Viejo Payareo? interroga el Caraqueo, que
a odo con gran inters el relato, sobre todo desde la parte donde el narrador se refiri a
la misteriosa voz escuchada.
S. Algo lejos.
Y como el Caraqueo guarda silencio, agrega:
Por qu me lo pregunta?
Por nada. Dejemos esta conversacin absurda responde el enfermo, metindose en
su cama colgante.
Es lo mejor aprueba el baquiano, imitndolo.
El silencio vuelve a aduearse de la mata. Los troncos de los samanes arden un rato en luz
bermeja del sol rasante. Luego se apagan, se quedan como ms inmviles y as los
encuentra y los cobija la noche.
Ya no se distinguan cuando Florentino, como oyese que el Caraqueo roncaba, le
pregunt al baquiano:
Dgame, Crisanto: este joven viene de Hato Viejo Payareo?
Conmigo, desde Las Maporas, como le dij e en de
nantes... Pero por qu me lo pregunta?
Porque acaba de mentarlo y antes al dueo.
No es la primera vez. Ya varias veces lo he escuchado referirse al Diablo del
Cunaviche.
Algo grave le habr sucedido con l.
No sera el primero tampoco, pues por algo le habrn puesto ese apodo no muy
cristiano al doctor y general Juan Crisstomo Payara. Lo conoce ust, Florentino?
De fama, como todos los llaneros y le vista un poco; pero no de trato. Hace tres meses
ms o menos, me tope con l. O mejor dicho: lo saqu de un atolladero donde se haba
metido. Acababa yo de dejar el casero de Mal Paso, donde una muchacha se haba
empeado en irse conmigo...
Y como ust no se hace rogar para esos favores...
Florentino carga la fama... Ibamos desechando caminos reales, por si acaso el padre y
los hermanos queran salir a quitrmela, era la noche ms negra que he visto en mi vida y
aunque estaba fusilando era ms para encandilarnos que para alumbrarnos la trocha,
cuando empezamos a escuchar unos lecos de : Por aqui va
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El patrn y que le respondi, sin darle explicaciones, que mejor era seguir ms alantico,
pues todava podan bogar con luz de da, pero l y que se empe en quedarse all.
Bueno. Desembarcaron, hicieron su comidita y cuando escureci del todo se acomodaron
donde ya haban colgao, que era una casa desocupada y medio en ruinas, en dos piezas
par por medio el matrimonio y Ias nias.
Apenas y que estaban pellizcando el sueo cuando y que pegan un leco las muchachas.
Corre pa all don Manuel y ellas le explican que un hombre, alto l, blanco l, de barba
negra muy cerr, bien vesto y. calzao y con espuelas de plata, les haba sacudido el
chinchorro por las cabuyeras.
Pero no y que estaban dormidas? Seguramente sin luz en Ia pieza. Cmo pudieron ver
tantos detalles?
Agurdese ah. No me chalequee el cuento le digo yo ahora. Don Manuel y que las
rega y les dijo que eso lo habran soao porque estando a escuras no haban podo verlo
como lo pintaban, y despus de haber registrao el cuarto por si acaso, y de haberse
cerciorao de que las puertas estaban atrancs por dentro y no haba agujero ni resquicio
por donde nadie pudiera meterse, se volvi pa el suyo y se acost. No haba pasao media
hora cuando y que fue la seora la que peg el leco. Vuelta a levantarse don Manuel,
vuelta la misma explicacin que haban ya dao las muchachas y vuelta a acostarse.
Bueno. Ya estaba cogiendo el sueo cuando y que le tocan a la puerta:
Tun, tun.
Quin es? y que pregunt.
Yo, don Manuel El patrn.
Qu se le ofrece?
Decirle que ya estamos listos.
Cmo listos? Si le dije que saldramos de madrugada y no es medianoche siquiera.
Gu, don Manuel! No fue usted mismo a dispertamos para que saliramos en
seguida?
Yo? .
Ust, don Manuel. Me jamaqui el bongo y me dijo:
Alce arriba, patrn, que nos vamos ya!.
El narrador hace una pausa y luego prosigue:
Dice el mismo don Manuel Mirabel que al or esto ya no le quedaron ganas de esperar a
que amaneciera, sino que all mismito dispert a la familia y sigui su viaje, Cunaviche
abajo.
No era para menos observ Florentino, aunque sin haberle hallado mayor inters a la
conseja.
Y el baquiano concluye:
Y como se, muchos otros pasajes de un blanco que se aparece porfl all cuando llegan
forasteros y los hace seguir su marcha sin dejarlos descans. Y todos dan las mismas
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seas: un blanco, alto l, de buen plantaje, barba negra cerr, pero no larga, bien vesto y
calzao, con polainas de patente y espuelas de plata. Digo yo que ser pa que naiden se
entere de algn misterio que debe de hab por all.
En esto intervino el Caraqueo desde su chinchorro:
Cmo se explica, entonces?
Qu dice, Caraqueo? inquiere Florentino.
Pero el interpelado no responde y el baquiano explica momentos despus:
Habl dormido. Tiene esa costumbre.
Hum! hace Florentino. ,
Luego, el silencio, el profundo silencio de las noches del desierto, al abrigo de las matas,
posadas de la sabana...
Ill
JUAN, EL VEGUERO
Por all se quedaron los caminos que podan llevarlo a los llanos de Barinas; aqu se
extienden ahora ante su vista las desiertas llanuras que van a morir en las solitarias riberas
del Cunaviche. Ms que el deseo de medir sus facultades con el ya legendario cantador a
quien iba a desafiar, as fuese el mismo Diablo, como decan, pudo la curiosidad del
enigma de Hato Viejo Payareo y hacia all cabalga escotero, pues la remonta se la cedi
al Caraqueo, solo, a travs de la muda inmensidad de los bancos.
Humaredas de incendios lejanos que hace das enturbia la atmsfera de la sabana, ms
densas a medida que at interna hacia el sur, hacen el aire sofocante y penosa marcha bajo
el sol sin brisa que lo mitigue. En los matorrales estridulan las chicharras y en los bajos,
donde fueron los bebederos, se resquebrajan las terroneras enjutas. Reina la sequa y los
rebaos sedientos caminan hacia el agua ilusoria de los espejismos.
Ya atardeca, en rojo sin brillo, cuando lleg a un rancho solitario, junto a la vega castigada
de Una madre- vieja.
Salud! dijo, pero no obtuvo respuesta.
Era una choza despatarrada, en parte caney, en parte vivienda con abrigo de techo de
palma y paredes de barro.
Bajo el cobertizo abierto al viento sabanero, que
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Lo nico que pueo ofresele es una mordita de tabaco e vejija concluy Juan,
quitndose el sombrero bajo el cual llevaba, sobre la grea piojosa, la inmundicia que
ofreca.
Gracias. No masco rechaz Florentino. Y luego a la mujer: Tome el fsforo,
comadre. Me transo por el topocho y la yuquita.
Y al cabo de un rato, ya metido en su chinchorro y mientras la mujer le aderezaba el mal
paliativo del hambre:
Dgame, Juan. Cmo pueden ustedes vivir as?
Cmo?
Y todava lo pregunta?
Ah!... Pues asma, con el favor de Dios, que es muy grande.
Ya se ve. Pero no pone usted nada de su parte para ayudarlo a que no le siga haciendo
esos favores?
Y pa qu, don?...
Hombre! Para que no pase trabajos su mujer. Y no digo sus hijos, porque con lo
jambreados que estn ustedes no me parece que puedan tenerlos.
Y Juan, palabra a palabra y slaba a slaba, cual si fuese contndolas mientras salmodiaba
sus negras miserias:
Ya los tuve y se me murieron. No aguaita esas cruces que estn entre el monte? Ah
mismito los juimos enterrando segn y cmo se nos jueron muriendo.
Eran tres que caban bajo un canasto y el mayorcito se nos malogro de una morda e
culebra, un da que lo puse a j alarme el monte del rastrojo, en salva sea pa ust la parte
ms noble del hombre. Al del medio se lo llev la fiebre esa que mientan econmica,
porque no da tiempo a gast en medecinas, y a la ltima, una jembrita de tres meses de
naca, nos le jecharon maldiojo y muri de una noved del estmago, que no hubo yerba
ni raz que pudiera cortrsela. Alcaravn la vido y con tolo facurto que es no pudo sacarle
el dao que le haban echao. De mo y manera que ya le he dicho a la muj ma, que su
gracia es Ufemia: vamos a dej la paridero porque ya le hemos pagao su tributo a la tierra
y por ese lao podemos est tranquilos, pues ya tenemos all arriba tres angelitos que
pidan por nosotros.
Ya se ve que estn pidiendo y consiguiendo mucho.
Adems, don, eso de trabaj no remedia n, porque si bien se mira, desde que el
mundo es mundo los que trabajan son los pobres y los que se benefician son los ricos. Yo
no me quejo, porque dice la copla:
hasta los palos del monte
tienen su separacin:
unos sirven para lea
y otros para hacer carbn.
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IV
Madrugada llanera, escalofro de la sabana paludosa precursor de la fiebre del da. Lleg
sin canto de gallo ni lumbre encendida.
Y all iba Florentino:
Con la cruz sobre el bostezo
me voy santiguando el hambre...
Ya una sombra destacaba sobre las neblinas albeantes de la chacra:
Adis, Juan! Cre que no se haba levantado toda va. Muchas gracias por todo, inclusive
por la sangra que me hicieron sus chinches, por si acaso el tabardillo...
Ms como no obtuvo respuesta:
Como que no es Juan... O no le habr gustado lo de la sangra.
Y fijndose en que la sombra se haba desvanecido:
Qu se hizo?.. . Sera Juan?...
Ni falta hace, Florentino se responde, desdoblndose en el habitual interlocutor de
sus monlogos dialogados. Lo que necesitamos es algo que nos caliente el estmago.
No se aflija, compaero. Por aqu debemos de encontrar una quesera, segn las seas
de Crisanto Bez, y por lo menos una camasa de suero podremos echarles a las tripas. .
Aguaita! Ah est el hombre, otra vez...
Salud amigo!...
Tampoco te contest, Florentino. No ser un espanto, ms bien?
Nada tendra de raro. Alguna palabra que se ha quedado penando por aqu, segn la
teora del Caraqueo
... Ah cabeza para dolerme!... Djame seguir sin sombrero a ver si con la fresca se me
alivia... Qu se hizo la sombra? Humm! Vamos a callarnos, Florentino, porque esto de ir
regando espantos no es muy cristiano, que digamos.
Despierta la sabana con sus caminos ya estirados, por si acaso algn viajero. Todos estn
listos para ponerlo en marcha y todos son iguales: los que conducen y los que extravian.
La sabana los ofrece, como una mano sus rayas al abrirse, pero no indica cul es el mejor.
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Aunque es ancha y llana la tierra que cruzan, casi todos son senderos angostos para un
solo viajero. En algunos, que ya nadie recorre porque desapareci la casa adonde
llevaban, ya creci el arestn. Y son muchos estos caminos muertos por donde va
murindose el Llano!... Un garzn solitario que por all pernoct parte con tres aletazos
majestuosos el arco del vuelo y vuelve a ponerse su manto negro ms all, por donde
creci el arestn
Ya la sombra precede al viajero, provocando el graznido de los alcaravanes. Un piar
fugitivo suaviza la aspereza que dejaron en el aire. La yerba est amparamada y al sol que
trae sed y viene lamindola, le perfuma la lengua de oro con olor de mastranzos. Y con
esto con toda la ternura que le consiente a la maana el verano severo.
A lo lejos, por entre los pastos castigados por Ia sequa se mueve una mancha de ganado:
unos cuantos puntos negros unas paraparas como dice el llanero capachos de la
alegre maraca de la abundancia que hace tiempo se rompi. Florentino tararea la
melanclica tonada de los pastores y toda la tristeza del llano desolado palpita en el ritmo
de aquellas notas que hacen gemir el inmenso silencio.
Interrumpe Ia tonada porque al ponerse el sombrero un trozo colgante del ribete del ala le hace pensar:
-No sera sta la causa de la sombra de esta madrugada? ... Lo que dira el Caraqueo: as
son todos los espantos de la sabana.
Ya el sol se le encaram en el anca del caballo, pegado a su espalda, sin que venga el
viento a quitrselo de encima. La atmsfera, saturada del humo de las quemas, sofoca y
abrasa los pulmones y ya comienzan a espejear los arenales como charcas azules, para
engao y tortura del sediento.
All est la quesera! Tengan paciencia, tripas, que all debe de haber algo para ustedes.
Ya el caballo va forreando, baado en sudor espumoso el pelo negrsimo. Por momento se
va haciendo ms densa la niebla de humaredas que invade la llanura.
Llano, llano, llano, llano!...
Cuatro veces te he mentado
y a ninguna has respondido...
Agurdate ah, Florentino, que el caso no es de cantar. Qu se hizo la queserita?
Cmo que se la trago la tierra?... Completica vi la casa en piernas y hasta distingu al
quesero y ahora resulta que no hay sino banco de sabana pelada. Y no fue hilacha de
sombrero, porque va se la haba arrancado... Espejismos los llaman, Florentino... Bueno,
tripas, estn oyendo? Por el momento no hay nada de lo dicho.
Y apura el paso, retinto... Llano! Llano! Por qu lo hiciste tan grande y tan seco,
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Dios mo? Y si no fue de propsitos, ya que te sali as, por qu no pusiste una mata en
este banco de sabana?
Verdad, retinto, que no nos vendr mal? Seis horas llevamos atravesando este
reventadero de sol sin una jacilta de sombra. Llano! Llano!...
Cuatro veces te he mentado
y a ninguna has respondido.
Quin me manda a estar buscando
lo que no se me ha perdido? .
La bestia sacude la cabeza atormentada por la insolacin, el jinete le da unas palmadas en
el cuello, la reanima con palabras afectuosas y luego se abandona a la modorra del
ardiente medioda.
Largo rato llevaba en silencio cuando de pronto exclam:
Salud, compaero!
Y en seguida, al advertir que todava iba solo:
Habra - jurado que alguien se me haba puesto al paso... El sol que me lleva ciego.
Ciego y viendo visiones? porfi el interlocutor ilusorio que con l acostumbraba
dividirse el pensamiento.
Encandilado, pues, que es lo mismo.
Y al replicar, as, speramente, como no sola ser su trato con aquel ayuda de su
pensamiento solitario, se sacudi cual para quitarse de encima al que viajara en la grupa,
pegado a su espalda, pues no era el escozor de sta, caldeada por el sol, lo que senta y lo
exasperaba, sino la de un contacto real con cuerpo extrao que lo agobiase y le
comunicase su calor.
Un instintivo horror lo hace reintegrarse bruscamente a la total nocin de s mismo, pero
aun entonces se le escapa la habitual forma dialogada de su monlogo mental:
Qu te pasa, Florentino?
Y la pregunta, materializando de nuevo al duende, provoca otra vez la spera respuesta,
con lo primero que a mano le viene:
Esta barba que me trae fastidiado. Me- parece que no soy yo cuando me siento tan
peludo. Si encontrara uno a quin drsela para que se la llevara al barbero...
Oye una risa socarrona y luego, dando rienda suelta al dilogo, deliberadamente:
No se aflija, compaero. Por las seas de Crisanto Bez ya debemos de estar cerca... A
menos que vayamos perdidos, porque con esta humasera... Qu perdidos vamos a ir!
Ser la primera vez que yo no llegue a donde me haya propuesto. Este es el camino.
Arree y no se aflijal Afligirme yo? A caramba, compaero! Usted como que no me conoce? Yo nunca
ando preguntando cunto me falta ni a dnde llevan los caminos, porque cuando tiro un
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rumbo para ir a reventar a cualquier parte, lo mismo me dan cien leguas por delante que...
Arree y no se aflija! Una brusca interrupcin pone fin al dilogo y restablece la completa
lucidez de su pensamiento:
Ahora s que estoy de cuidado. Se me han revuelto los nombres y no s cundo habla
Florentino y cundo Cantaclaro. Quin fue el que mand arrear y a quin se lo dijo?...
Vamos a seguir callados porque ya esto no me est gustando ni un poquito.
Su sombra haba desaparecido bajo las patas del retinto. En su crneo se hunda vertical el
barreno de la insolacin.
***
Declinaba la tarde cuando lleg a un sitio donde se alzaba una cerca con puertas de
trancas corredizas.
Era un paraje desolado, de pardas sabanas quebradas cuyos pastos ardidos no buscaban
los ganados. Un silbo melanclico de trtola solitaria suba de los tristes bajos ya en
sombra, hacia las calladas lomas y estaban quietos los caminos bajo el alto silencio.
El suyo tambin se haba detenido de pronto. Y ya se dispona a apearse de la bestia para
correr las trancas que le cerraban el paso, cuando oy que le decan:
No se moleste, que ya lo hice.
Era un hombre de aspecto distinguido y acomodado. Vesta de blanco, calzaba polainas
de charol y espuelas de plata y usaba un sombrero aludo bajo el cual lo nico que se le
apreciaba del rostro era la barba negra y tupida. Por otra parte, le daba la espalda
ocupado en correr los varales de la puerta, y al otro- lado de sta resollaba su fatiga,
baado en sudor y cubierto de espumas, un caballo negro retinto.
Como que viene usted de lejos y apurando? pregunt Florentino.
De lejos y de cerca, pues un metro de tierra encima es ms que mil leguas por el
camino.
La voz no le era desconocida y las palabras ya le pareca haberlas odo antes, tanto que
habra podido completarlas si las hubiese dejado truncas quien se las diriga, as como
todo lo que en aquel preciso momento suceda percibalo doblado con una fugaz nocin
de cosa pasada. Esto le causaba un malestar intolerable y para desvanecrselo formul
una pregunta cuya repuesta no presintiese:
Por dnde vena usted? Y perdone la curiosidad, pues me llama la atencin que no
haya catado de verlo acercarse, siendo este paraje tan pelado.
No pregunte tonteras, que usted no es de los que andan averiguando de dnde traen -y
a dnde llevan los caminos le respondi speramente y de manera totalmente
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inesperada el misterioso personaje, sin dignarse darle Ia cara. Y pase que ya el suyo est
expedito.
Y mientras esto deca pasaba de diestro su caballo al otro lado de la puerta agregando
La va a dejar abierta?
Que la cierre quien la abri, porque los favores completos son los que se agradecen. Y
gracias que se las d a sus acciones que son mejores que sus palabras. Pero all el viento
con ellas. Y buen viaje, blanco. Que por mi parte yo procurar tenerlo, sin que usted me lo
desee.
Prosigue su marcha y a solas consigo mismo:
Altanero es el blanco!... Bien distrado deba yo de venir para no haberme fijado en l.
Y en diciendo as vuelve la cabeza.
La sabana estaba sola. Un remolino de polvo al ras del suelo se alejaba por el camino...
Se mira la palma de la diestra que acaba de darle una sensacin dolorosa y se encuentra
una astilla clavada en la carne, Se queda perplejo, detenida la bestia y sus ojos van y
vienen por dos veces de la astilla a las trancas de la puerta cerrada. Luego se extrae el
pequeo cuerpo extrao que le escuece y suelta la copla al ancho silencio:
Por ser la primera vez
que yo en estas tierras canto,
me hago la cruz en la frente
por librarme del espanto.
V
LAS SUERTES TROCADAS
Ya el sol mora en el confn de la sabana, desangrndose en los rojos peladeros de los
medanales, cuando lleg a un paraje desapacible de la ribera izquierda del Cunaviche,
donde haba unos corrales abandonados, blanquecinos los tranqueros que an quedaban
en pie, dos caneyes de techumbre rada por el viento y las lluvias, y los escombros de una
casa, ms all de la cual, arboleda por medio, se alzaba el negro y tioso tejado de otra.
Dos bestias aperadas y sudorosas estaban arrendadas a los horcones de los caneyes, y
entre stos, en medio del espacio que los separaba, tres hombres silenciosos sentados en
el suelo ; uno, ya viejo, sacando sogas de un cuero, y los otros, que eran los jinetes de
aqullas, callando, cabizbajos, como despus de una charla que los dejara pensativos.
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Sin ser advertidos por ellos lleg hasta el caney donde descansaban las bestias y bajando
de Ia suya avanz hacia el patio, saludndolos:
Salud, amigos!
Salud respondironle. Y se quedaron mirndolo, con aire receloso.
Veo que no me conocen y como adems parece que ha cado en gracia que los haya
cogido por sorpresa sin ser culpa ma pues no vena tapndome, voy a presentrmeles yo
mismo, como gente de paz. Florentino me llaman y Cantaclaro me dicen, y la Coronadea
de la concepcin de Arauca, que tambin mientan El Aposento, aunque es donde menos
paro, deja ver cul ser mi apelativo, para servirles.
A lo que replic el viejo, en cuya diestra se haba quedado inmvil el cuchillo de cortar
sogas:
Viene ust con muchas palabras, joven. Con el apodo bastaba para que supiramos
quin era.
Las que me sobraron de la ltima conversacin con cristiano vivo, que ya ni me acuerdo
cundo la ech.
Mas, por lo que acaba de decirme veo que no soy tan desconocido por estas tierras como
me lo imaginaba.
Ya conocamos algo suyo, s seor intervino uno de los jinetes, negro corpulento,
cuyos cabellos ya encanecan. Y la verdad sea dicha: ganas no nos faltaban de ver como
era el resto.
Estas palabras no expresaban animosidad, sino por el contrario fueron acompaadas de
una sonrisa afable, hasta donde le permitan los duros rasgos de aquel rostro; pero
florentino Ias tom a mal y en seguida repuso:
Pues aqu lo tiene a su disposicin, porque, casualmente, yo siempre ando resteado en
esta parada de dado corrido que es la vida del llanero errante por la sabana.
Hasta ahora vengo echando suertes...
Quedose el negro mirndolo con placida sonrisa inmovilizada en la faz y terci el vejo, a
tiempo que volva el cuchillo a la tarea:
Que asina sea por muchos aos.
Y usted lo vea, viejo. Pero ya que he dicho mi nombre y dado mis seas, yo con quin
tengo el gusto?
Hinojoza es mi apelativo, para servirle.
Y soltando el cuchillo, para el ademn amistoso de presentar a los compaeros,
comenzando por el negro:
Aqu el caporal de sabana del hato...
Juan Parao dijo el aludido, quitndole la palabra.
Juan Parao? repiti Florentino, mirndolo, ya no con la hostil predisposicin a que lo
movieran sus mal interpretadas palabras, sino como a personaje admirado cuyas hazaas
haba cantado en sus coplas. Y echando mano de stas:
con el casquillo al revs?
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oportunidad las cuentas que tengan pendientes, pues el amo no permite esos arreglos en
lo suyo. Y es bueno que usted vaya sabiendo desde ahora y El Guariqueo no lo olvide,
que el blanco de aqu es muy celoso de que se respete su autoridad, y el que por las malas
lo busca, ligerito lo encuentra.
Entretanto EL Guariqueo se retiraba en silencio hacia donde estaba su bestia y como
oyese Florentino el apodo que lo designaba, lo reconoci y record el lance que con l
estuvo a punto de tener, aos atrs, en el paradero de Corozo Pando, por causa de unas
coplas suyas para las cuales no hall rplica aqul, cuya fama de cantador all mismo se
eclips.
Pero en seguida se despreocup de su antiguo rival para atender a lo que Hinojoza deca
respecto del propietario del hato y con repentina ocurrencia repuso:
No tenga cuidado, viejo. No vengo buscando pelea, si ganado que comprar. Hay mucha
hacienda por aqu?
Alguna respondi Hinojoza afilando el cuchillo para reanudar su tarea.
Alguna repiti Juan Parao, otra vez con la malicia del llanero bellaco en la mirada que
no quitaba de Florentino.
Y este, hacindose el desentendido:
Me alegro, pues ya estaba temiendo que hubiera perdido mi viaje, por haberme
tropezado con un blanco con un blanco que sala de por aqu con cara de comprador que
no hall lo que buscaba.
Hinojoza detuvo la mano que trozaba el cuero y levant la cabeza a tiempo que Juan
Parao interrogaba:
Un blanco que sala por aqu? Cundo jue eso?
Ahorita. Lo que pueda haberme dilatado de la puerta del medanal hasta ac.
El negro y el viejo cruzaron una mirada de extraeza y el Guariqueo prest atencin
interrumpiendo el arreglo que haca de los aperos de su bestia.
Uno, alto l continu Florentino, bien parecido, una barba muy negra, con polaina
de patente y espuelas de plata, que monta un caballo negro retinto. Como el mo, por
cierto.
Hm! hizo Hinojoza y pasando el cuchillo por la piedra donde lo afilaba volvi a su
ocupacin.
Hm! hizo Juan Parao.
Digo yo que debe de ser bien parecido, aunque la cara no pude vrsela porque casi toda
se la tapaba el ala del sombrero. Pero bien plantado si puedo asegurar que era el blanco. Y
altanero, adems. Tan altanero que no pude agradecerle el favor que me hizo corriendo
las trancas de la puerta para darme paso.
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demostrando que era bueno de a caballo brioso y entero del recio aguante para derribar
cimarrones, mitad de la destreza del coleador de entre madrina y madrina mitad del
centauro llanero... Caballo del relincho de oro, clarn del alba sabanera, que ya ms no
sonara.
Ya se ha ocultado el sol. Es la hora en que las cosas brillan ms que la luz envolvente, cual
si despidiesen de s toda la que han absorbido durante el da. La hora en que el rbol
solitario proyecta su silueta pensativa y en la serenidad del cielo se pone a contar sus
ramas y sus hojas, para saber cuntas le habr arrebatado el viento de la jornada y con
cuntos pimpollos tendr que reponerlas La hora en que la sabana empieza a recoger
sus caminos para tener tiempo de dormir y madrugar extendindolos de nuevo, frescos y
descansados, para las marchas posibles.
Pero en Hato Viejo Payareo se haba derramado sangre y eran grandes cuajarones los
rojizos peladeros de los rojizos peladeros de los medanales y antes de recoger los caminos
era necesario borrar aquellas manchas, para que no las viesen los luceros
Ya tampoco se distingue la que man de los belfos ardientes ahora fros...
Florentino contempla en silencio al fiel compaero de sus andanzas que ya lo abandon.
Ahora no es aquel de la brusca arremetida y la copla alardosa. Calla, ceudo y sombro y
hay un dolor de desgarramiento en su corazn de llanero: mitad de un ser mitad caballo...
Consulese, amigo le ha dicho Juan Parao
Piense que tal vez se haigan trocao las suertes, porque quizs era para ust ese tarascazo
de la Pelona y el retinto le ha sacao prrroga.
Y Ia copla cae, como una flor en la sabana, sobre la noble bestia exnime:
Caballo ne gro, retinto,
ya estn trocadas las suertes,
hasta hoy me cargaste en vida,
desde hoy me cargas en muerte!
39
VI
Era un cao, era un ro, era un inmenso estero de aguas calientes -que no aplacaban Ia
sed, de aguas pastosas que se pegaban al paladar, espesas y ardientes como sangre que
fluye de una vena abierta... Era de pronto, un arenal enjuto en cuya inmensidad resonaba
un formidable galope distante y cercano a Ia vez, que ya no terminara nunca, carrera del
retinto muerto sobre el cual cabalgaba el Blanco de Hato Viejo, quemndole la espalda,
derritindole los sesos...
No pregunte tanto, que usted no es de los que andan averiguando a dnde llevan ni de.
dnde traen los caminos... No forcejee tanto y djese sangrar... Que ste es el suyo y ya
est expedito.
Era el Diablo del Cunaviche ganndole la porfa, acosndolo con sus coplas recin sacadas
del infierno, rojas y quemantes, como la sangre del retinto, como los medanales de la
sabana, inmensa lengua seca de tanto cantar
como la sangre que le estaba chupando de las venas abiertas el Blanco de Hato Viejo, que
se iba volviendo negro a medida que chupaba, que se iba poniendo rojo a medida que
oscureca...
Djeme tranquilo, doctor... Quin le ha dicho que yo voy a seguir ese camino? No me
ve desechando la puerta?
Por no apearse a correr las trancas; pero este camino es el suyo. No hay otro. .. Si no lo
sangro se muere.
Arrima aqu la mano, Juan Parao. Sujtalo, Hinojoza.
Y la sangre corra, como un cao...
***
Amanece. En el monte ribereo inician las chenchenas su canto desapacible. Florentino
despierta, con conciencia ausente del sitio donde se halla.
-Cmo se - siente, catire? .pregntale Juan Parao, que ha velao junto a la hamaca
donde l reposaba.
Sabrosito. Como si me hubieran dado una paliza con todos los palos del, monte.
Juan Parao sonre del despropsito y comenta:
Y a eso lo llama ust sentirse sabrosito? Ust como que ni sus males los toma en serio.
E Hinojoza agrega:
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Ya puede darle gracias a Dios de poderse burlar de ellos y al doctor Payara, que si no lo
sangra tan ligero ya usted sera difunto.
Es verdad -apoya Juan Parao. Ah tabardillo feo el que le di, catire! Si no hubiera
sido por el doctor, que Es como quien dice la providencia de estos desiertos, ya Ust le
estara haciendo compaa a su retinto.
Y dnde est el doctor? Para darle las gracias de una vez.
_Acaba de irse para su casa; Toda la noche la ha pasado a su cabecera, despus de haberlo
sangrado y haberle hecho de cuanto Dios cri para salvarle la vida...
Pero siga durmiendo, para que se aliente ligero.
***
Otro amanecer y otra voz, preguntndole:
Cmo se siente, amigo?
Era un hombre de cincuenta aos bien llevados, con la contextura recia y magra del
llanero de mesa sobria y al aire libre, todo el da sobre el caballo. Piel morena al sol, que
sin esto sera blanca y fina, muy limpia bien rasurada, frente redonda y amplia nariz de
proporciones justas y expresin enrgica, unos ojos duros, de mirada imperiosa. Vesta de
dril blanco, pulcramente llevaba sombrero de pelo, negro y aludo, botas altas de charol y
espuelas de plata.
Bien doctor respondi Florentino. Gracias a sus cuidados.
Ya Hinojoza y Juan Parao me han referido que, despus de Dios, a usted le debo la vida. Y
vayan adelante las palabras, que a su hora vendrn los hechos; hasta el momento
presente a Florentino Coronado nadie ha podido llamarlo malagradecido. De modo que
cuente con un amigo.
Habla usted demasiado para decir lo que con una palabra basta. Adems yo le deba un
favor, el que me prest en Mal Paso y no he hecho sino retriburselo.
Dijo esto procediendo a tomarle el pulso. El tono de su voz era seco y-autoritario, como ya
lo haba sido al dar las gracias. cuando en la ocasin recordada Florentino lo sac al buen
camino; pero lo- interesante de su persona supla lo afable negado de su trato y el
cantador locuaz ya cautivado por lo primero repsole sonriendo:
Quiere decir que estamos en paz?
Un minuto, reloj en mano, tard Payara en responder sin mirarlo:
_ Lo importante no es que estemos, sino que nos conservemos en paz.
Y en seguida:
Puede levantarse para que se vaya conmigo al Hato nuevo. All estar ms cmodo. Ya
no necesita guardar cama, pero por el momento no hay que pensar en seguir camino
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porque no le conviene asolearse. De aqu Hato Nuevo es cerca y llegaremos antes de que
caliente el sol. Luego, cuando est completamente restablecido nos ocuparemos en
recoger el ganado que desea comprar segn me ha dicho Hinojoza. Mientras tanto habr
que arreglarle una bestia. Por hoy mandar que le ensillen una de Ias mas.
Florentino malici que adems del deseo de procurarle mayor comodidad, en albergue
menos srdido que aquella casa en ruinas donde lo haban alojado, Payara tuviese otros
motivos para llevrselo a las fundaciones del Hato Nuevo, como ya se lo hubiese
propuesto Hinojoza y repuso:
Como usted disponga, doctor. Usted es el mdico
y adems el amo de la casa. En un salto me vestir para no hacerlo esperar mucho.
No hay prisa. Levntese y desaynese con calma mientras le ensillan la bestia. Ya
Hinojoza le trae el desayuno.
Dicho esto abandon la ruinosa vivienda y sali al patio donde dejara su caballo, y como
se inclinase para ajustarle Ia cincha, Florentino, que lo observaba desde chinchorro, ya
incorporado y disponindose a calzarse, se dijo de pronto:
Ese es el hombre que me abri la puerta del medanal! Visto as, de espaldas, no deja
lugar a dudas. El mismo cuerpo, la misma manera de llevar el sombrero...
Pero y la barba?
En esto llegaba Hinojoza con Ia taza de caf del desayuno llanero.
Aj! Cmo que lo dieron de baja?
S, seor.
Me alegro, pues, En Hato Nuevo estar ms cmodo mientras acaba de alentarse.
As me ha dicho el blanco.
Emple el epteto con doble intencin motivada de la sospecha que acababa de asaltarlo y
agreg, insistiendo:
Y ya van dos veces con sta que me abre camino expedito.
Hinojoza lo mir de reojo y luego:
Parece que ust a l le hizo otro tanto.
Mal Paso llaman el sitio donde me lo top aquella noche.
Con tal que no lo sean los de ust de aqu palante.
Qu quiere decirme con eso, viejo?
Lo que ust a m con lo suyo. Tmese el cafecito que se le enfra.
Florentino sonri, complacido en aquella esgrima de reticencias con que los llaneros se
entienden cuando no quieren o no pueden explicarse y se dispuso a tomar el caf,
vertindolo en el plato. Ya Payara haba desaparecido del espacio abarcado por la puerta
que daba al patio.
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Cantaclaro retir el plato humeante que se llevaba a los labios y se qued mirando de hito
en hito al pen. Y ste concluy, al cabo de una breve pausa:
Anoche lo aguaitaron a ust rondando por la casa grande. A m? Ser sonmbulo. Usted que durmi en la pieza de al lado, me sinti levantarme?
No sera el Blanco, ms bien?
Vuelta con la tema! replic Hinojoza. Acabe -de tomarse el caf, que ya el doctor
est aguardndolo para dirse.
Sali Hinojoza. Florentino qued preguntndose:
,Me habr vuelto sonmbulo?
***
Momentos despus cabalgaba en compaa del doctor Payara, hacindose el indiferente a
cuanto lo rodeaba, pero fijndose en los caminos que pudiesen lleva a la mesa de familia
entre los que serpenteaban por la sabana y no se haban alejado gran trecho cuando su
compaero indicndole un montn de tierra recin removida, le dijo:
Ah enterramos su caballo.
;Gracias, doctor! exclam conmovido. No se
imagina cunto le agradezco esa delicadeza, pues me afli
gira pensar -que - mi pobre retinto hubiera ido a ser pasto
de los zamuros de la sabana.
Una bestia noble merece sepultura y sa suya lo pareca.
Que lo era, doctor. Si yo le contra algunas a acciones de ese caballo se quedara usted
sorprendido de que un animal fuera capaz de tanta nobleza.
Y Payara, con su tono seco y autoritario:
Sin embargo, no supo usted correspondrselas, por culpa suya ha muerto.
Vaya, pues! se dijo Florentino. Ah, hombre cerrero! Apenas empieza uno a
pasarle la mano y ya le est soltando la patada. Tan parecido al espanto que
hasta haciendo favores no se -le pueden agradecer de un todo!.
Y a Payara, con intencin surgida de este pensamiento;
Yo vena ciego, doctor. Ciego y viendo visiones como dicen. Yo mismo me pregunto
ahora al verme aqu, por qu estoy en Hato Viejo Payareo: Porque ste no
era el camino que vena siguiendo.
Claro que s! repuso Payara. Usted vena para ac y por eso lleg, a pesar de todo.
No ha odo decir que ms sabe el Diablo por viejo que por Diablo?
Qu quiere decirme con eso,- doctor?
Pero Payara di la callada por respuesta y luego:
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Yo tuve buena amistad con su padre y con su to de Usted. Tanto el uno como el otro
fueron excelentes personas y los estim como se lo merecan.
De veras? Pues razn de ms para que yo sea amigo de usted, como ya se lo ofrec.
No ofrezca nunca lo que no le pidan. Adems, la amistad no se ofrece; se conquista con
merecimientos. Le digo que fui amigo de su padre y de su to para que se explique por qu
no me es usted desconocido. Tendra usted diez aos, a lo sumo, cuando, sin humor para
ello por cierto, tuve que celebrar una ocurrencia suya que me refiri su to Manuel. Fue en
Corozo Pando y a propsito de una leccin de esgrima que quiso usted tomar de un viejo
que se deca nieto del general Pez. Ah! Ya recuerdo. Pero no que - estuviera usted all.
Llegu cuando usted dorma. Iba para Caracas, en circunstancias bien tristes, por cierto.
Su to me ech el cuento tal vez para distraerme de ml pena que acababa de comunicarle
haca varios aos que no nos veamos, y rato estuvo hablndome de las grandes
esperan zas que tena puestas en usted. Pero me -temo que se haya equivocado Manuel.
Desde pequeito ha sido usted fantaseador y por lo que lleva andado por tal camino me
parece que ya no tendr remedio. Cundo recoge usted tantas leyendas necias y tantas
coplas ociosas como las que tiene regadas por todo el Llano? - Porque mientras esos
productos de su fantasa anden corriendo por ah, usted no se ocupar en nada
provechoso.
Esa es mi hacienda, doctor replic Florentino, concedindole derecho al reproche.
Tambin la suya anda regada por tierras que no le pertenecen, como toda hacienda
llanera y sin embargo usted la cuenta desde aqu como dinero en su bolsillo. A m no me
habrn dejado plata mis coplas, pero no puedo quejarme de ellas, pues si me han
proporcionado buenos amigos y algunas mujeres bonitas y como al fin y al cabo para eso
es que se necesita plata, me hago el cargo de que he- ganado mucha.
Lo dijo en broma, pero Payara lo tom en serio y replic:
Respecto a que mi hacienda ande regada por tierras que no me pertenezcan, se equivoca
usted; pero eso no bien al caso, por el momento. En cuanto a lo que pudiramos llamar
filosofa de su vida, puede que estuviere bien para su exclusivo uso personal, puesto que
cada cual es dueo de hacer de su capa un sayo. Pero no siente usted alguna vez,
necesidad de contraer deberes y obligaciones que le impriman a su vida el sentido y la
razn de ser de que carece? Y no hablemos de las grandes obligaciones del hombre ante la
humanidad y del ciudadano ante su pas, ya que no lo creo a usted capaz de tamaas
preocupaciones, sino de los deberes ms inmediatos y sencilios: casarse, tener hijos,
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labrarles una fortuna. Cree usted que a sus hijos, si es que los tiene o cuando los tenga,
van a serles tiles sus coplas, nica herencia que usted les dejar?
Florentino se rasc la cabeza, dicindose para all adentro:
Me encontr con la horma de mi zapato.
Y luego:
A mis hijos les darn de comer sus madres, que para eso se las escojo de buenos
sentimientos, O los padres de ellas, que tambin tengo cuidado de entresacarlos de los
pocos llaneros con plata que todava quedan.
Pues es usted un cnico replic Payara, demostrando que no era amigo de celebrar
desplantes.
Qu siento, doctor Payara, que as se lo parezca!
repuso Florentino sin perder su natural desenfado.
Pues ya me estaba haciendo a la idea de que bamos a ser buenos amigos. Sobre todo
despus de saber que usted Io fue de mis viejos.
Ellos eran hombres de bien concluy Payara secamente.
Guardaron silencio. Porque Payara haba puesto punto final a la charla y porque
Florentino acababa de descubrir algo mucho ms interesante para su atencin: una casa
de tejas, espaciosa y de aspecto confortable, surgida detrs de los rboles que
circundaban las ruinas del antiguo hato y rodeada de corredores en uno de los cuales
estaba una mujer mirando hacia el camino que ellos seguan.
Y como Payara lo sorprendiera en aquella observacin:
Esa es su casa, doctor?
Esa es mi hija. Que es lo que usted quiere averiguar. Pero qutese de la cabeza, desde
luego, la idea de que esa muchacha pueda ser una de las madres de sus hijos.
Este ex abrupto que rompa, de manera desagradabe aun para Florentino, la impresin de
mesura que acababa de producir Payara con sus palabras anteriores, fue dicho en un tono
excluyente de toda posibilidad de atribuirlo a una broma; pero como slo de este modo
era aceptable.
Florentino fingi tomarlo as y repuso, sonriendo:
No es tan fiero el len como lo pintan, doctor Payara.
Y ste, sin dignarse mirarlo acentuando el tono desagradable, casi desafiador:
Ni yo lo temo tampoco.
Lo primero que le ocurri a Cantaclaro fue sentirse desconcertado ante aquel hombre que
tan pronto daba una impresin de cultura y de superioridad, como asuma una actitud
destemplada y derrotaba a lo brbaro; ms para esto ltimo tampoco era tardo
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Florentino, tuvo que hacer esfuerzos para contenerse y quedarse con aquellas bruscas
palabras, dicindose, todo muy lgico dentro de su concepto de la hombra y de Ia
gratitud empeada:
Ah tienes, Florentino, lo que se gana con ser salidor. Si no te hubieras precipitado a
ofrecer lo que no pidindote, ahora estaramos en otro terreno, remitindonos a la
prueba. Pero ya hablaste ms de la cuenta y ahora tienes que quedarte callado.
En silencio recorrieron buen trecho, y ya al aproximarse a un grupo de rboles, aislado en
medio de la sabana, sali Payara de su mutismo con esta pregunta, recuperando su
aplomo:
Sabe cmo se denomina esa mata, Florentino?
Cmo quiere que lo sepa s es la primera vez que ando por estas malditas tierras?
Y Payara, sin Ia ms leve alteracin:
Pues ha sido usted quien le ha puesto nombre, aunque de modo indirecto. Mata del
Ahorcado la designan, a espaldas mas, por supuesto, desde que lleg por aqu cierto
corrido o romance de ese ttulo compuesto por usted.
Qu se propondr este hombre? se pregunt Florentino. Vamos a salir de dudas,
porque con este blanco lo mejor es saber de una vez a qu atenerse.
Y a Payara, con una calma solapada de resoluciones temerarias:
Ese corrido a que usted se refiere ser uno que empieza as?:
Iban los dos caminando
por la orilla del estero,
llevaba el indio Ia soga
y el blanco el mal pensamiento.
El blanco que bien saba
que el indio no era cuatrero,
sino que el hambre le dijo:
Anda y rbate el becerro.
Iban los dos caminando
a la luz de los luceros.
Justamente repuso Payara con impenetrable naturalidad. Ganas tena de orselo al
propio autor.
De veras? replic ste socarronamente. Pues as sigue, ya que es su gusto:
Llegaron hasta una mata
de un nombre que no recuerdo,
llegaron y se pararon
junto a la pata de un ceibo.
Y el blanco le dijo al indio:
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Arrodllate, cuatrero.
Ya vas a ver lo que cuesta
un mamantn de mi hierro.
Llegaron y se pararon
bajo la copa de un ceibo.
Hizo una pausa y luego:
Esa es la segunda estancia. Le sigue gustando, doctor?
Me agrada orselo porque usted lo recita bien.
Con sus favores. Y escuche cmo sigue, porque Florentino cuando empieza llega hasta
el rabo:
Encomindate a Ia Virgen
chate la soga al cuello
pues slo te queda vida
pa rezar un Padrenuestro.
As y que le dijo el blanco,
y el indio as, con empeo:
Que yo no robando maute,
que yo perdn te pidiendo.
Y esto lo estaban hablando
A la luz de los luceros.
En esto entraban ya en la mata. El rostro de Payara tena una expresin nueva y
tremenda. Florentino concluy:
Y escuche como termina el romance, como usted lo mienta:
Desde aquel da la mata
del nombre que no recuerdo,
la mientan la del ahorcado,
por el ladrn de un becerro
que aquella noche colgaron
de los copitos de un ceibo,
segn lo pone el pasaje:
a la luz de los luceros.
Iban los dos caminando...
Seores, no cuenten esto.
Pues lo han contado y a mis odos ha llegado dijo Payara. Pero nunca haba logrado
orlo completo, por razones que huelgan explicar y puesto que ha tenido la amabilidad de
recitrmelo voy a retribursela mostrndole el rbol del cual fue colgado el infame que
hoy da nombre a este paraje. No de un ceibo, como usted pretende, sino de este
paraguatn. Vea el cabo de soga que seala el sitio exacto de la horca. Fue aqu donde
Juan Crisstomo Payara se hizo justicia.
Y antes de que Florentino pudiese salir del asombro que tal impavidez le causara:
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VII
JUAN PARAO
He aqu la sabana donde fueron las correras del cuatrero famoso. La envuelve Ia bruma
de las humaredas que hace das se deslizan sobre ella y Juan Parao la contempla desde Ia
tranquera de la majada, con nieblas tambin en el alma.
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La llegada del cantador de sus antiguas hazaas lo ha puesto nostlgico de aquellos bravos
tiempos.
Fue una vida recia, hermosa, toda libertad y rebelda. Se llevaba los ganados y dejaba las
leyendas y las consejas.
Las del pasmoso atrevimiento con que, a la cabeza de su banda, paraba un rodeo a la vista
de las fundaciones del hato entrando a saco o se llegaba hasta los mismos corrales, en
presencia del peonaje contenido por el asombro; las de las mil maas que se daba para
borrar sus huellas y despistar a sus perseguidores.
Pero todo aquello haba terminado haca muchos aos y el Juan Parao que ahora recorra
los innumerables caminos del llano era el del corrido que con aquellas leyendas compuso
Florentino, mientras el de carne y hueso envejeca sobrevivindose, degenerado en
caporal de sabana que trabajaba para otro, mediante un salario mezquino y reducido a los
trminos de Hato Viejo, bien delimitados y cercados, tal como lo exiga el riguroso
concepto de propiedad del doctor Juan Crisstomo Payara.
Y all estaba, encaramado sobre la tranquera, la mirada hundida en las brumosas lejanas
de la sabana, reconstruyendo su antigua existencia pero no como realmente fue, sino
como la pintaba la leyenda popular a travs de los versos de Florentino.
Y as lo sorprendi ste dndole conversacin:
Qu dice el gran Juan Parao?
Aqu, catire. Oyendo la gran discusin de los cristofus, que todava no se han podido
poner de acuerdo porque uno asegura que Cristo fue y el otro que no fue, y en eso estn
maana y tarde de todos los das del mundo.
No me diga! Si esos pjaros fueron los que me ensearon a ponerlo todo en duda.
Desde chiquito, cuando era becerrero, escuchando esa gran discusin entre la paja de la
sabana, de madrugada y de tarde, aprend que en esta vida el s y el no son iguales a
propsito de todo, y que si el uno supedita al otro no es porque sea ms verdadero, sino
porque se le impone a la fuerza. Como sucede con esos pjaros que estn discutiendo sin
convencerse, hasta que uno se le echa encima al otro y a fuerza de picotazos lo hace
repetir lo que l asegura, sea que Cristo fue o que no fue.
Si, seol catire. Asiria es la cosa y ust lo ha observan bien. Y desde chiquito! Mire,
pues ... Y a compon versos, quin lo ense, catire?
Tambin lo aprend de becerrero, cuando pastoreando los mautes me quedaba dormido
bajo los palos y mi to me sorprenda y me despertaba a punta de mandador, diciendo:
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Gobierno, en junto con sus adulantes y con su hijo Carlitos, de la ed ma, ms o menos y
a cada muchacho pata en el suelo que por all pasaba lo llamaba y le deca:
"Mira, muchacho. Aqu est Carlitos esperndote pa agarrarse contigo".
Escupe por el colmillo y prosigue, interrumpiendo el relato para el comentario:
Ya ust habr odo habl de los Jaramillos del Gurico, hombres muy machos, de mucha
hazaa y mucha otoma. Liberales amarillos, como salos que jueron de pata en el suelo
desde la federacin brava del negro Espnoza y por consiguiente enemigos encarnizaos de
los Payaras, que eran mantuanos viejos y ms godos que su sacarrial majest Fernando
stimo... De qu se ri, catire?
Es costumbre muy llanera valerse de subterfugios para responder a preguntas indiscretas
o dar explicaciones comprometedoras, y as entendi Florentino que lo haca Juan Parao
con su cuento, al orle la alusin a la enemistad entre Payaras y Jaramillos, despus de
haber denominado jaramillera a la Mata del Ahorcado, y por eso fue la sonrisa y luego
esta respuesta:
De nada, negro. Siga por su atajo.
Qu ya va cindo al camino? repuso el narrador suspicaz. Um! Mire, catire, no
olvide que el mejor vivo es el que se hace el pendejo. Dije que los Jaramillos jueron
hombres muy machos pa que ust se explicara lo de las peleas que a Carlitos le buscaba el
general de mi cuento y pa que se imaginara lo que debi de sufr cuando descubri que el
muchacho, el cachorro de los tigres de Santa Ins, no triba tabaco en la vejiga. Porque la
verd era que Carlitos haba naco flojo en tierra de hombres machos. Pero ya vuelvo al
camino de donde miba alejando este atajo.
Otro salivazo por el colmillo, una sonrisa de complacencia por la habilidad con que crea
haber despistado a Floren= y a la vez por el picaresco episodio de su infancia que iba a
narrar, y:
Yo, que oigo habl de aquellas peleas y de que el general Jaramillo, as que Carlitos
haba recibo su conveniente leccin diaria de golpes pa que se juera templando,
acostumbraba regalarle al mistro unos centavos a pesar de lo cual ya nadie quera pas
de sobretarde frente a la Casa de Gobierno, y con mucha razn, si bien se mira, porque
jefe es jefe, y si un da las paga otro las cobra y muy caras; yo, que oigo el cuento, me
quito de malos ruidos y me digo, echndomelas de vivo, como ms adelante ver :
"Quiere, dec que son peleas pags por el Gobierno?". "Eso es contigo, Juan Parao. Ah
estn tus churupos".
Y hacindome el mogolln me dej chusi hasta la Casa de Gobierno.
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Je, je, je! Las cosas de los muchachos! Yo les haba oido decir a los mistros que las otras
tardes que se haban dejao aporre por Carlitos por miedo al general; pero me dije: "Este
lo que quiere es que le enseen el muchacho y mientras ms completa sea la leccin,
mejor debe ser la paga". Y le mand de ancho. Je, je, je! Mire catire, en mi vida he ganado
yo centavos ms sabrosos que los de esa tarde. Dicen que los pobres negros, cuando
jueron esclavos, llevaron mucho vergazo mandao a d por los amos blancos; pero aquella
tarde se trocaron las suertes 'y de la cuenta que, pa que la juera cobrando, me legaron mis
taitas, en ese entonces me hice efectivo unos cuantos guamazos, bien arrequintaos, que
se llev el patiqun y dos riales, me acuerdo mucho, que me pag el general.
Y me los cobr toiticos juntos y malamente. S, seol. El ya haba echao por su camino,
apartndose del de los Jaramillos que salieron del pueblo sin alejarse dl por mucho que
se encumbraron, tirando hacia el camino de los mantuanos, siempre reunido con ellos en
sus salones, y mirando con desprecio al pata en el suelo. En una palabra: convirtindose
en todo y por todo en el primer patiqun que produca la familia Jaramillo. Yo detrs dl,
cuando tena menester de que le guardase la espalda; pero de resto, si te he visto no me
acuerdo! Hasta un da en que, habiendo yo tenlo una hora mengu de donde result un
difunto, tanto se olvid de m don Carlitos que, en vez de defenderme, como pudo hacerlo
con la influencia que tena y como debi de hacerlo, porque el lance jue motivan de causa
suya, mand que aplicaran la ley con todo su rigor. Pero yo anduce alante y cog la sabana,
diendo a ten a la frontera, por los laos de El Viento. Y, qu quiere ust que le diga? Me
met a cuatrero, pa ganarme la vida. Jue el segundo modo que tuve que invent. Como
quien dice, la segunda parte de mi historia.
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Hace una pausa que Florentino no interrumpe, y luego, a media voz, aorante, recita:
De por Los Laos de EL Viento
que es tierra de hombres bragaos,
no hay llanero que no llegue
hablando de Juan Parao.
El del caballo jerrao
con el casquillo al revs,
pa que lo busquen po un lao
cuando po el otro se fue.
Yo canto lo que escuch
de este llanero bragao.
Pero el antiguo cuatrero, que ya no se merece aquellas trovas, concluye de pronto:
Y por all sigue... Ah Cantaclaro y sus versos! ... Ahora, aqu me tiene convertido en
pin, como si tal cosa. El tercer modo, que tal vez sea el ltimo...
Su rostro se ha puesto ms sombro. Sus miradas van a perderse en el confn de la sabana.
Y cmo fue eso, Juan Parao? inquiere Florentino, al cabo de un buen rato de
silencio. Por qu abandon la vida libre del cuatrero?
Por tantas cosas, catire. Libre la llama ust? Ande a vivirla. El cuatrero se coge el ganao
ajeno, llmese toro o caballo. Que le dicen ajeno, porque si bien se mira, tanto hace y con
los mismos derechos, el llamao cuatrero como el llamao propietario; enlazar y arriar por
delante lo que cra la sabana y es de todos. Pero como las leyes las hacen los amos, los
cuatreros son los ladrones y p4 perseguirlos estn las autoridades y pa especular con ellos
los otros amos, los ricos, a quienes hay que venderles el ganao a como quieran pagarlo. De
donde resulta que entre un amo que lo persigue a ust y otro que se aprovecha, el piazo
de libert que a ust le queda no es sino pa and juyendo, espantao de su propia sombra.
Gena es la vida, no digo que no, y muy de macho, pero con sus das de sed, terciaos con
otros de hambre y otros de coma sin sal...
Adems... cmo le dir? ... Geno! Va a ser ust la primera persona a quien le haga esta
confesin. Yo tena mi idea. Una gran idea, que se me haba meto en la cabeza y all
estaba dando vueltas, buscando acomodo,' como perro antes de echarse. Pero era una
idea grande, muy grande y como el espacio ande tena que esplayarse era pequeo, todo
se jue en dar vueltas. Y la idea era sta, manque ust se reya, catire. Yo haba llegan a
reunir veinte hombres que me seguan ande yo quisiera llevarlos y eso me puso tan ufano
que voy y me pregunto un da, recordndome de ciertos libros que me haba ledo el ya
mentao Carlitos Jaramillo:
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cuatro, y uno de ellos y que le pregunt al doctor, cuando lo vi meterse en las casas sin
pedir permiso :
A quin tenemos el gusto?
"A Juan Crisstomo Payara, que espera no verlos por aqu cuando amanezca el da de
maana y que le respondi el blanco".
Los muchachos y que se miraron las caras como preguntndose qu haran, pero luego
resolvieron esperarme. Y sucedi que, en medio de la sabana y a la misma hora en que
haba de estar pasando lo que dejo refero, se me peg a m una punt muy fiera entre
pecho y espalda, un dolor como pa matarme, de esos que llaman anginas y as llegu al
hato, cimbrao sobre la bestia y digo yo que con la muerte pint en la cara, porque al
verme los muchachos se asustaron tanto que corrieron a llam al doctor, de quien ya
habamos odo decir que era mdico de grandes aciertos. Vino el blanco, me examin y
me dijo estas palabras:
"Bueno, amigo. Su vida est en mis manos y mi propiedad en las suyas. Qu trato
hacemos?
"Slveme lo mo, que no es sino el resuello que se me est diendo le respond.
Slveme lo mo y disponga de lo suyo".
Me puso unas ventosas, me di a ol asaftida y al da siguiente estaba yo bueno y sano y
ensillando pa dirme de por todo aquello, conforme a lo prometo. Una punt de viento,
que con n se me hubiera quitao; pero el blanco bellaco haba aprovechado las armas que
tena, que eran las de la malicia, porque si se me pone de hombre a hombre me lo hubiera
llevao por delante, y con eso me haba cado en gracia. Adems, yo haba dao mi palabra,
que es ley, catire. Ensillamos y ya estbamos dindonos, na ms que con las bestias que
montbamos, cuando sale el doctor y me dice :
"Va a dejar el ganao que tiene encerrao en los corrales? "
Ese forma parte del trato que hicimos anoche le respond.
"No me replic l a m. Su compromiso empieza desde hoy. El ganao que usted ya
haba cogo es suyo y debe llevrselo".
Mire, catire. Cuando escuch esas palabras, yo sent que se me voltiaba todo por
dentro. Eran doscientas reses, que en ese entonces representaban una pila plata. Me lo
qued mirando, porque pocos hombres eran capaces de entend de esa manera sus
compromisos y ya no jue que el blanco me .cay en gracia, como enantes por su bellaquera, sino que me inspir respeto.
Y se llev el ganao? pregunt Florentino.
No hubo manera de que el doctor conviniera en quedarse en l. Y adems los
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VIII
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hay siempre un hombre aislado en medio del desierto, que piensa como dice la copla:
Slo que en Juan Crisstomo Payara este hombre fiero estaba contenido y reprimido por
una alta idea de justicia.
Un tiempo, ya lejano, estuvo unido el patronmico a las brbaras gestas del individualismo
sabanero, cuando la familia detentaba el cacicazgo poltico de la regin, y de las
montoneras de las guerras federales surgieron los Jaramillos a arrebatrselo, como ya lo
haban logrado plenamente haca varios aos; pero desde los del padre de Juan
Crisstomo los Payaras se haban convertido, a la fuerza, en gentes sometida y pacfica,
pequeos propietarios de unos palmos de sabanas con unas cuantas reses paciendo por
ellas y de modestos comercios al por menor, en cuyas trastiendas y reboticas el padre
de Juan Crisstomo era farmacutico languidecan en rezongos de humillados y
enconados los ltimos humos de orgullo de la vieja familia oligarca.
Pero de lejos llegban sin menoscabo, antes por el contrario reforzadas y depuradas, la
proverbial rectitud de conducta y la recia intransigencia con lo ilcito. Gente de bien con
tradicin de seoro social, que en lo domstico como en lo pblico daban un raro
ejemplo intachable, terratenientes y comerciantes que practicaban la probidad como
atributo de mantuanismo, por contraposicin a la plebeya y absoluta carencia de
honestidad que, en lo poltico como en lo privado, era la caracterstica de los Jaramillos
enemigos, de los Payaras nunca pudo decirse, como s de otros "godos" que alardeaban
de correctos, que plantasen los linderos de sus fincas una lnea ms all de lo escriturado,
ni cobrasen por rditos de su dinero un fisco ms de lo estimado por legtimo ni menos
tampoco, es verdad, y esto aun en los tiempos de manos libres por fueros de caciques.
Ms si este apego al formalismo legal y aquella intransigencia con la desmoralizacin de
las costumbres, consiguiente al encumbramiento de los hombres de presa que arm y
avent la revuelta armada, fueron simple actitud social y poltica de mantuanos contra
plebeyos y conservadores contra liberales, en Juan Crisstomo, primero de la familia en
quien asomaba una cultura propiamente espiritual, se elevaron a la categora de actitud
tica, intelectualizndose en un concepto absoluto del deber y de la responsabilidad .
Pero como estas nociones no correspondan a la realidad ambiente sino por modo de
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reaccin, tenan que resultar exaltadas y aun colindantes con la extravagancia. Para l no
existan culpas leves ni sancin penal que pudiese parecerle excesiva, precisamente
porque hasta las ms graves de aqullas quedbanse impunes en la realidad venezolana, y
mientras que en sta el infractor del deber, violador de la ley o atropellador de la honra o
del derecho ajenos, se colaba en la estimacin de sus compatriotas bajo la denominacin
verncula de "chivato", que es un modo venezolansimo de hombre superior; para l
denominbase el Culpable, en absoluto y abstracto, y deba desaparecer de la haz de la
tierra que deshonraba con su presencia. Pero al mismo tiempo quera que para dilucidar la
culpabilidad se pusiese el celo ms escrupuloso de la mnima inocencia o vestigio de razn
del acusado, porque tambin al inocente considerbalo como entidad mstica inspiradora
de religioso respeto.
En una palabra, quera que se administrase justicia, dentro de la ms estricta aplicacin de
la ley, tal como sta fuese, pero al mismo tiempo subordinndola a aqulla, a la gran
justicia, para que le allanase el camino del tremendo escarmiento que deba hacerse en
Venezuela.
Y como en tales anhelos no era probable que hiciese carrera por el camino de la
jurisprudencia, por donde realmente lo tiraba la vocacin cientfica, el paradjico influjo
del medio lo desvi a estudiar medicina.
No tard mucho en convencerse de que tambin esta ciencia clamaba por la justicia. En
los comienzos de su ejercicio profesional en su pueblo llanero y en un mismo da, se le
presentaron dos casos fatales de fiebre amarilla, bien diagnosticada y as extendidos los
certificados de defuncin. Pero ya el gobierno haba declarado que, gracias a los
patriticos esfuerzos suyos sin precedentes en la historia del pas, haba desaparecido
para siempre aquel azote de todo el territorio de la repblica, y cuando los imprudentes
certificados llegaron a manos del Jefe civil de la localidad para los efectos del caso, fue tal
la contrariedad que le causaron que, entre ajos y bufidos, mand devolvrselos a Payara
para que "procediese" a modificarlos dentro del cuadro de enfermedades de que podan
morirse pblicamente los venezolanos.
Se neg a faltar a la verdad y a la defensa de la salud pblica, desafiando las iras del
brbaro que se lo exiga; pero tampoco falt mdico que, en ejercicio de rivalidad
profesional, se ofreciese voluntario a extender otros certificados conforme con lo
requerido por la mentira oficial, dicindole al Jefe civil:
Dme ac, coronel. Yo por usted me echo encima con gusto esos muertos. Payarita
confunde el paludismo con la fiebre amarilla.
Y de paludismo fueron oficialmente los muertos.
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Elev protesta ante la Facultad de Medicina, pero como al ilustre cuerpo no le era
hacedero, sin grave amputacin, tomar cartas en el asunto, uno de sus miembros le
respondi, particularmente, con el buen humor que lo asista y siempre haba demostrado
en ctedra :
"No comprendes, Payarita, que todava estn mandando los amarillos, aunque no lo
parezca, y que por consiguiente nada de ese color puede ser causa de muerte? Y despus
no quieres que te tilden de godo!".
Era el chiste, calembur o retrucano por donde se descargaba el espritu de protesta
contra la iniquidad reinante, dicho y propagado el cual ya nadie se preocupa ms de la
calamidad pblica que le diese origen; pero como Payara tena un concepto
profundamente despectivo de semejante humorismo venezolano, en habiendo recibido
aquella carta decidi renunciar para siempre al ejercicio profesional. Como en efecto lo
hizo, limitndose, para ganarse la vida, a la farmacia que heredara del padre.
Detrs de las vitrinas de la recetura, parapetos de su intil rebelda, se le fueron siete
aos, cavilando, mientras manipulaba el mortero, acerca de los infinitos males que afligan
la tierra venezolana, sin trmino ni remedio vislumbrados, pues si ya los Jaramillos haban
pasado a la historia de las grandes calamidades nacionales, en cambio imperaban otros
hombres de presa tan ladrones, despticos y crueles como lo haban sido ellos y ningn
signo de los tiempos indicaba que la brbara especie estuviese en decadencia. Porque el
caso de Carlitos Jaramillo, blandengue, pareca excepcional y por otra parte, nada poda
salir ganando el pas con que el ltimo descendiente de los tigres de Santa Ins hubiese
venido al mundo sin ferocidad agresiva y por l se pasease con las garras pulidas y
perfumadas del trato y manoseo de las innumerables vctimas de la masculinidad ambigua
de su donjuanismo.
Consumase, pues, Juan Crisstomo Payara, refugiado en un margen penumbroso de su
ciencia, pero sin que la dosificacin de los potingues inocuos con que el mdico de la
localidad dejaba correr la fuente de sus provechos, que eran los males de sus pacientes, lo
acostumbrase a componendas espirituales con el mal. Porque si en el orden fsico se haba
retirado ante lo ineluctable, en el interno y moral mantenase firme en su posicin,
esperando la hora de la tremenda justicia que era necesario hacer en Venezuela, donde el
latrocinio y el crimen se haban enseoreado.
La pena de muerte clamaba, mientras pulverizaba, fieramente, las substancias
inocuas con que el recetador lo obligaba a llenar el mortero. Mientras no volvamos
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T! Qu haces?
Era ngela Rosa, cogida in fraganti, con un frasco de sublimado corrosivo en las manos. La
casa de don Jess Mara Lujn y la de la botica, donde a la sazn slo Payara se
encontraba, se comunicaban por trechos cados de la empalizada que divida sus corrales y
as le haba sido posible llegar hasta all.
Estaba desemblantada, medroso el fulgor de los grandes ojos negros y no por el susto de
verse descubierta, sino por la palidez y mirar desvariado que ya traa desde que se decidi
a dar aquel paso.
Ocult el frasco tras s, mirando a Payara con razn ausente; pero lo entreg sin
resistencia cuando l se le acerc para quitrselo.
Qu significa esto? inquiri l, aunque ya poco necesitaba para explicrselo todo.
La cabeza de ngela Rosa, que hasta all pareciera sostenida por una contraccin tetnica,
se humill de pronto, hundindosele en el pecho, a tiempo que de ste se le escapaba un
sollozo desgarrador.
Obligndola a levantarla, sostenindola por la barbilla para mirarla a los ojos, Payara
reiter la intil pregunta.
Quieres decir que t? ...
Y como ella respondiese con movimientos afirmativos, se la abandon otra vez a su propio
peso.
Sbitamente se haba desvanecido el sortilegio. Un buen amor y una experiencia
generosa, cordial aprendizaje para una nueva actitud ante la vida, fracasaban en la sima
abierta por aquel ademn. La clera de la confianza traicionada, de la honra ultrajada y la
implacable nocin de la culpa se precipitaron a recuperar el espritu que aqullos
sentimientos abandonaban para siempre, y en obra de un instante nada qued del
aprendiz de ternura.
Nada tampoco poda ver ya en ngela Rosa, toda transformada en criatura indigna de
piedad, de aqulla, graciosa, que pudo ser elegida para compaera dulcificante. Ya no era
sino la culpable que deshonraba el mundo con su presencia. Pero conteniendo todava el
impulso a echarla de all, insisti en preguntarle:
Por qu has esperado este momento para esa confesin? Te has imaginado, acaso,
que por el temor del ridculo, ya faltando apenas unos momentos para nuestro
matrimonio, iba yo a consumarlo a pesar de todo? Porque eso de que hayas venido en
busca de un veneno para suicidarte, precisamente a la hora en que sabas que yo estaba
solo y metiendo ruido para que te descubriese, no pasa sino de ser una burda comedia,
una farsa tan repugnante como la vergenza que con ella pretendes hacerte perdonar.
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ngela Rosa levant la cabeza y repuso, con una voz que nunca haba sido suya y sibilante:
Quieres convencerte de que no he venido a pedirte perdn? Devulveme el frasco que
me has quitado.
A tiempo que l, para no orla:
Responde a lo que te pregunto: Por qu has esperado este momento? Por qu no me
confesaste tu indignidad para el matrimonio cuando te lo propuse?
Y ella, mirndolo a los ojos:
Porque entonces no tena de qu avergonzarme. Fue despus, cuando la desgracia que
siempre me ha perseguido.
La desgracia?
Y en el hombre ofendido, en quien por momentos tenda a desatarse el vengador que
barrera de la tierra aquella escoria humana, apareci ya inflexible pero sereno, lcido, el
justiciero que peda escrupuloso cuidado en dilucidar la responsabilidad.
iA ver! Cuenta. Cuenta tu infamia o tu desgracia, para que yo pueda saber cmo deba
calificarte. Porque habr de ser yo y no t quien decidir si eres realmente desgraciada o
simplemente culpable.
Pero ella, encogindose de hombros y haciendo el ademn de marcharse:
Para qu? ... Ya sabes que no soy digna de ti... Con abandonarme a mi suerte tienes...
Nada te lo impide... Nada nos ata todava.
Te equivocas. Socialmente nuestro matrimonio es ya un hecho que no puede destruirse
sin escndalo y deshonra. Nos ata una promesa espiritual de felicidad y lealtad, y de haber
faltado a la tuya despus de haber aceptado la ma tienes que darme cuenta, en seguida.
No basta llamarte desgraciada, es necesario probar que no has sido culpable.
Y sujetndola por los hombros, sacudindola:
Quin es tu cmplice o el autor de tu desgracia? Necesito saberlo ahora mismo, tengo
derecho a saberlo.
Ella se obstinaba en callar y ya se volva colrico el ademn imperioso con que Payara
acompaaba sus palabras, cuando de pronto acudieron a su memoria otras, odas das
antes, que ahora adquiran el sentido que entonces no les penetr : Carlos Jaramillo, que
al pasar frente a la botica, como uno de sus amigos le preguntase:
Llegaste anoche y ya te vas?
Pero algo me llevo en los caches le respondi llaneramente.
Ya Payara saba que Angela Rosa, como casi todas las muchachas bonitas del pueblo, le
haban pagado el tributo de sus primeros amores a aquel galanteador blandengue; pero ni
sospech nunca que aquellos amores no hubiesen sido castos por parte de ella, que fue la
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capaz un alma en plenitud de s misma; pero quien de ella no haba visto hasta entonces
sino la apariencia graciosa y el adorno exterior de la ternura risuea, tena que quedarse
desconcertado ante la inesperada visin total y profunda, como se qued Juan Crisstomo
Payara, mirndola, cual si la desconociese, cuando oy tales palabras desafiando al juicio
con una respuesta que exceda a su interrogacin.
Pero el dramatismo de aquella escena tena ya un ritmo determinado por la burda
realidad de que se trataba y aun por el plano moral, pero no espiritual, en que Payara se
haba colocado, ritmo en el cual no caba aquel sutilsimo movimiento del alma, y as
aquella perplejidad slo pudo durar un instante.
Estuviste? repiti, ya discurriendo de nuevo el pensamiento interferido. Ten
cuidado de no aferrarte demasiado a las mnimas posibilidades de inocencia, pues an no
has explicado lo verdaderamente grave, lo ms inmoral y exclusivamente tuyo: la
ocultacin de una verdad que has debido revelrmela en seguida, el engao en que me
has tenido hasta este momento extremo.
Porque el nico remedio era quitarme la vida repuso, sostenindole la mirada.
Pronto me convenc de que Carlos no haba querido sino saciar en m el odio que te tiene,
el odio de los Jaramillos contra los Payara, igual al de ustedes contra ellos.
Luego eres vctima de culpa ma? Esto ms!
No he querido decirte eso, sino explicarte por qu te ocult la verdad en el primer
momento. Tuve la esperanza de que Carlos no fuera tan malvado, que me cumpliera su
palabra de matrimonio, para decirte entonces que no me casara contigo porque no te
amaba. Pero l se regres a su hato de El Amparo aquel mismo da y hasta tuvo la
insolencia de escribirme una carta donde me deca estas palabras: "Ya puedes casarte con
Payara. No te preocupes. El no se dar cuenta. Los mdicos tienen otras ideas respecto a
..."
Ya era suficiente para que la clera de Payara se cebase en el alevoso enemigo; pero como
l no slo vigilaba los movimientos del alma de ngela Rosa, sino tambin y muy
atentamente los de la suya, donde al menor descuido pudiera deslizarse, para inducirlo a
perdonar, alguna sutil partcula del amor bruscamente arruinado, conteniendo todava el
impulso absolutorio pregunt:
Conservas esa carta?
No. En el estado de espritu en que me dej su lectura no se me ocurri sino destruirla,
para que no hubiese constancia de lo sucedido y mi nica esperanza fue que aquello no
hubiera tenido consecuencias, y con decirte que haba resuelto no casarme contigo,
porque no te quera, se remediara todo.
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Ya la abandonaban las fuerzas, pero Payara, sin aten-der a que vacilaba buscando apoyo,
apur el interrogatorio:
Desde cundo perdiste esa esperanza? Un rubor, que no haba aparecido ni en lo ms
escabroso de la confesin, arrebol de sbito la palidez de ngela Rosa, mientras
responda, apenas con un soplo de voz:
Hace diez das.
Ests segura de no haberte equivocado en las fechas? Ella movi afirmativamente la
cabeza inclinada, ahora encendida la faz.
Pero en aquella pregunta se haba deslizado el mdico dentro del juez y fue entonces
cuando Payara ya desplazado, aunque momentneamente, del plano moral donde
reinaba la implacable nocin de la culpa, hacia el de la realidad fisiolgica donde las
vergenzas y los peca-dos son cosas de la carne irresponsable advirti que ya ella no
poda tenerse en pie.
Sintate djole, ofrecindole uno de los taburetes que haba en la rebotica.
Luego volvi a su sitio el frasco que ella haba tomado y se qued ante el estante
buscando otros para pre-pararle los que haban menester sus nervios deprimidos.
Desde entonces prosigui ella, abandonndose a la incontenible necesidad de
hablar slo me qued quitar-me la vida sin despertar sospechas, desaparecer del
mundo sin que abuelito supiera nunca la verdad. Pero yo no quera morir y aplazaba el
momento, hacindome la ilusin de que no se me presentaba la oportunidad para
procurarme un veneno... Ahora dije en casa que me do-la la cabeza y vena a pedirte un
remedio... Para decir despus que por no molestarte lo haba cogido yo misma en la
rebotica y me lo haba tomado sin decirte nada. As poda parecer que equivocadamente
haba tomado un veneno y abuelito no sospechara nada... Ahora tendr que saberlo
todo... Ser horrible para l, ser peor que la muerte... slo t podras evitarle ese
golpe...Dame algo que me haga...
No se atrevi a pronunciar la monstruosa palabra. No se lo permiti tampoco la tremenda
mirada que Payara le clav, volvindose de pronto. Se levant del asiento murmurando,
desgarradoramente:
Tendr que saberlo.. No hay ms remedio... Se lo contar todo ahora mismo.
Aguarda le orden Payara. Imperiosamente. Y luego, acercndose : Don Jess Mara
no debe sospechar lo ocurrido, custenos lo que nos cueste. Su honra no puede ser tirada
a la calle. Su vida sin mancha debe terminar dichosa.
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bulto, lo tom por el doctor que hubiera vuelto a entrar. Adems, me haba cogido un
gran sueo de pronto y se me cerraban los ojos. Cosas del mismo Blanco, para que lo
dejara hacer. El Blanco, que nunca ha consentido mujeres en esa casa.
Era una antigua conseja cuyo origen se remontaba a los tiempos de la fundacin de Hato
Viejo. A Aquilino Payara, fundador de la finca, algo muy grave debi de sucederle por
causa de una mujer, pues nunca las con-sinti en el hato; pero adems de grave debi de
ser in-compatible con la ya proverbial rectitud de la familia, pues sta guard siempre el
secreto y slo se dijo que Aquilino, como muchos guariqueos, llaneros del llano bravo de
estero y calseta, pas el Apure y el Arauca en busca de sabanas ms propicias para el
laboreo del ganado y corrindose hasta las riberas del Cunaviche, all fund Hato Payareo
y de all no regres ni volvi a tener trato ni comunicacin con el resto del mundo, porque
el brbaro influjo de aquella remota soledad se apoder de su espritu.
Muerto Aquilino, hered la finca su sobrino Demetrio, pero bajo la condicin de que
nunca llevase ni consintiese mujeres en ella, ni tampoco se lo permitiese a sus herederos y
por esta causa siempre fue Hato Viejo tierra de hombres solos.
Internada en el fondo del desierto arauqueo y expuesta a las incursiones de
revolucionarios y cuatreros que pululaban por la cercana regin fronteriza, tierra de
jarizales y medanales que slo poda alimentar hacienda escasa, aquella finca nunca fue
considerada por los Payaras como un peculio y apenas se radicaron temporal-mente en
ella cuando las persecuciones polticas los obligaron a buscar refugio en lugar apartado y
de difcil acceso, o cuando comprometidos en las revoluciones que se fraguasen,
necesitaban reclutar sus tropas en aquel resto del feudo que antes les dieron sus extensas
propiedades y de las cuales los haban despojado los Jaramillos.
Que si an no les arrebataron tambin Hato Viejo era slo para que, teniendo de dnde
sacar los contingentes de bestias y de peonadas convertidas en tropas con que se
lanzaban a las guerras, estas acabasen de arruinarlos.
Pero segn la conseja, Aquilino Payara no se content con la clusula testamentaria que
por lo dems siempre observaron, los herederos en cuanto a s mismos, sino que an
despus de muerto vigilaba sobre la finca para que en ella no se estableciesen ni se
detuviesen mujeres, pues cuando, sin embargo, esto suceda, no tardaba en aparecerse su
fantasma a no permitirles reposo: el trote de un caballo que se acercaba, empezando a
orse al punto de medianoche, su brusca parada ante la casa, como fuera costumbre de
Aquilino detener sus bestias, el jinete que echaba pie a tierra calzado de espuelas, sonn-
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dolas, a paso imperioso, penetraba, traspasando las puertas cerradas y se llegaba hasta las
camas de las intrusas para echarlas de all sacudindoselas.
Y agregaba la conseja que si la permanencia de aqullas iba a ser definitiva o de larga
duracin, antes de que llegasen comenzaba el duende a procurarse bestia para los viajes
nocturnos de sus apariciones, lo cual se descubra por la de un caballo que, sin que nadie
lo hubiese jineteado excepto el duende, por supuesto, abandonaba su hatajo y su
existencia salvaje y venase a merodear, seero y a paso aprendido, por las cercanas de
las fundaciones.
Fue Juan Crisstomo el primero de los Payaras que falt a la obediencia de aquella
clusula, llevndose mujer suya al hato que, por lo dems, no conoca ni tenalo en cuenta
como de su propiedad, abandonndolo a la re-conquista del baldo. Juan Parao, que era el
nico que de ello poda dar testimonio, no recordaba si tal caballo se haba dejado ver por
all antes de la llegada de ngela Rosa; pero a ella, conocedora de la conseja, no le di sosiego nocturno el terror de aquella aparicin espantable, y aunque nunca habl de haberla
sentido, la superchera tuvo comprobacin reiterada y suficiente en el decir de la
comadrona:
Fue el Blanco quien puso el frasco del veneno al alcance de la mano de la seora...
Pocas veces se habr hecho una exploracin tan minuciosa de una conciencia como la,
que hizo Juan Crisstomo Payara de la suya para descubrir las huellas de la intencin a
que hubiese obedecido aquel acto; pero ste siempre se le apareci aislado, sin el mnimo
vestigio de relacin con propsito voluntario. Aquel frasco haba sido puesto sobre el
velador como hubiese podido serlo en otro sitio cualquiera, y luego dejado all por olvido
perfectamente atribuible a la prisa que en aquel momento se daba para asistir a la
parturienta, cuya vida corra peligro.
ngela Rosa apur su contenido, as que l hubo al andonado la habitacin, porque en el
rtulo eran ostensibles los macbricos signos de la muerte que ella esperaba de manos del
justiciero, una vez separada de su cuerpo la criatura inocente contra cuya existencia l no
poda atentar. Atormentado su espritu por esta idea a medida que se acercaba el trmino
de la preez que la emplazase segn di a interpretar la conducta de Payara, que
despus de convenir en casarse con ella nunca le haba dirigido la palabra y evitaba su
presencia con visible re-pulsa del espectculo de su embarazo, arruinados sus nervios
por las zozobras en que vivi durante aquellos meses, ya sabedora del tremendo fin de
Carlos Jaramillo, que Payar no evit que lo conociese y, finalmente, per turbada su razn
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por el agotamiento consiguiente al parto crey que l habra dejado al alcance de su mano
aquel frasco para que ella misma se aplicase el castigo, merecido por su culpa de traicin a
la confianza depositada en su doncellez y en su lealtad.
Pero si no lo haba hecho adrede, sin embargo era ya muy significativo, o por lo menos
curioso, que hubiese sido precisamente sobre el velador,, en el nico sitio de donde en
aquel momento ella pudiese tomarlo, donde l dejara aquel frasco, despus de haber
usado parte de su contenido para la antisepsia de sus manos ... Y el empeo de
reconstruir aquel, instante fugaz de su vida interior no le dio sosiego aquella noche, ni lo
abandon durante mucho tiempo.
Mas no as el pensamiento de que, de todos modos, el autor de tal muerte haba sido el
Juan Crisstomo Payara, existente en el concepto que ngela Rosa se haba formado de l
y al cual corresponda su realidad ms ntima el de la exagerada nocin de la culpa, que
ya ni peda adecuadas sanciones legales porque la vida lo haba lanzado a hacerse justicia
por s mismo, pues contra este Payara tremendo no haba reaccin espiritual que
pudiese atormentarlo, tan lleno como estaba de s mismo que no admita ni la imaginacin
de otro modo de ser y de entender la vida que fuese ms justo que el suyo.
Hizo lo posible y lo imposible por salvarla, y cuando ya la muerte le haba ganado la
partida, cerr los ojos que ya ms no veran, la luz que alumbra la injusticia, con el corazn
traspasado de dolor, pero sin que le cruzara por la mente la idea de que aquel drama
habra podido tener una solucin piadosa...
***
Aqu se pierde el hilo de la historia de Juan Crisstomo Payara. Fue al regreso de la capital,
donde vivan unas hermanas suyas solteronas, resto de su numerosa familia desaparecida,
a las cuales fue a confiarles la nia que ngela Rosa haba dejado hurfana. Al partir del
hato les entreg su administracin a Hinojoza y a Juan. Parao, conjuntamente, dndoles
amplia libertad de accin, pero limitndose a decirles:
No s cundo volver. Y estuvieron esperndolo, da por da, durante ms de tres aos.
De esta porcin de su vida nada se sabe de cierto, y de ello provena el aura de misterio
que de all adelante lo rode. Se dice que probablemente se intern hasta las riberas del
Meta y all convivi todo aquel tiempo con los indios yaruros, pues viajeros de entonces
hablaban de un "racional" misterioso que gobernaba una de las comunidades indgenas
esparcidas por las orillas de aquel ro y que pareca un hombre culto y de grandes
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conocimientos en el arte de curar, a juzgar por lo que de l contaban los indios, pues su
misterio consista en no dejarse ver por hombre civilizado. Pero aunque despus esta
versin fue comentada varias veces en presencia suya, con nimo de sondear su secreto,
nunca pronunci palabra ni hizo gesto que suministrase indicio de certidumbre. De donde,
sin embargo, provino que muchos se armaran en aquella creencia, atribuyendo tal
hermetismo a cosa aprendida de los indios, de alma ignota; sospecha que, por cierto,
coincida con la observacin que hicieron Hinojoza y Juan Parao, de que Payara, cuando
regres al hato y durante algn tiempo despus, evitaba el encuentro de su mirada con la
de su interlocutor, costumbre caracterstica y de origen supersticioso de los indgenas.
Regresado al hato cuando ya menos se le esperaba, por el rumbo del sur desierto y
salvaje, contaba Juan Parao que en seguida se encamin junto con l a la Mata del
Ahorcado, que all estuvo largo rato contemplando en silencio la rama fatdica del
paraguatn donde aprendi a hacerse justicia por s mismo y que luego le dijo:
No basta hacerse la propia justicia; es necesario tratar de ejecutarla en todo el pas.
Vengo decidido a dedicarme a la guerra contra los bandidos que se han adueado de
Venezuela. Ests dispuesto a acompaarme?
Gu, doctor! repuso el antiguo cuatrero. No le tengo dicho ya que con est,
aonde quiera?
Y all comenz la vida militar de Juan Crisstomo Payara.
Fue una carrera brillante en cuanto a lo rpido y di-fundido del buen xito, pero a lo largo
de la cual deba rodearse de una aureola sombra. Su bravura, desatada como fuerza
mucho tiempo contenida, y su pericia, para la cual bastaron unas cuantas escaramuzas, le
allanaron el camino; pero desde un principio advirti que por l avanzaba seero, cada vez
ms solo : el trgico concepto de su misin, por una parte, los tremendos escarmientos
que se propona, deban enajenarle la voluntad de los tibios, que eran los ms, y por la
otra, su intransigencia con el mal, la de los bribones, que eran los fuertes. De donde a la
postre slo vendra a quedarle prestigio entre la minora de los bien intencionados y
todava ntegros, pero inermes y desconectados de la realidad venezolana.
Un pesimismo desolador comenz bien pronto a minar su fe inicial. El pueblo que lo
segua, o mejor dicho, que l arrastraba en pos de s convertido en tropa por la violencia
del reclutamiento, era una masa amorfa de forzados sin rebelda y de incondicionales
inconscientes. Iban a la guerra porque los llevaban a ella, pero nada esperaban de ella ni
de s mismos para convertirla en instrumento de sus reivindicaciones.
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Haga lo que se le ordena, sin chistar. Y preprese para lo que fuere menester.
A su orden, mi general repuso esta vez el negro, llevndose la diestra al arranque de
la grea.
Cuando Payara sali al patio del cuartel, slo con una fusta en la diestra, ya la guardia
estaba formada y el resto de la tropa en silencio, todava acostada en el suelo de los
corredores del contorno, pero incorporadas aqu y all algunas cabezas atentas.
Payara avanz hasta el centro del patio, bajo las estrellas inocentes. Se senta el empuje
contenido de Ia rebelin.
Quines fueron los de las risitas? interrog lentamente.
En silencio, despacio y a distancia unos de otros, se incorporaron los tres oficiales
agitadores, respondiendo sucesivamente:
Yo.
Y yo.
Y yo.
Y avanzaron hacia el patio, lentos los pasos, torvas las caras. Juan Parao, detrs de Payara,
no los perda de vista, la diestra en el cinto, cerca del revlver.
Capitn Garca orden Payara, con una voz tremenda, pero sin alzarla. Fusile a esos
hombres.
Toda la tropa se incorpor y se aline en posicin de firmes, sin que se lo hubiesen
ordenado, automticamente, porque haba sentido la imposicin del jefe.
Pero el oficial de guardia todava vacilaba:
Capitn Garca! tron Payara. Fusile a esos hombres inmediatamente.
Sonrieron los agitadores creyendo que el oficial de guardia, ya confabulado con ellos,
desatendera la orden; pero ya tambin el alma esclava del capitn haba sentido la
imposicin del jefe y la orden se cumpli, en medio del patio, bajo las estrellas impvidas.
No era la primera vez que Payara ordenaba ejecuciones sumarias como aqulla; pero
comprendiendo que el jefe revolucionario no se la perdonara pues ya se le haba
alcanzado que los insubordinados obedecan a un pian superior, con el objeto de
desprestigiarlo entre Ias tropas, aquella misma noche abandon el cuartel y las filas de
la revolucin triunfante, y renunciando para siempre al propsito de militar en las de
ninguna otra, todas iguales, regres a Hato Viejo acompaado de Juan Parao.
Volva al desierto y a su aislamiento con todas las esperanzas frustradas y una aureola
sombra, por donde se le llamaba: El Diablo de Cunaviche.
Un destino dramtico haba regado con sangre las obras de Juan Crisstomo Payara.
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IX
AQUELLA MIRADA
Otra, en cuyo nombre de Rosngela haba querido Payara revocar la triste suerte de Ia
madre al punto donde a sta le sonrea propicia cuando l se la malogr, hubo de
encontrar aquel frasco sobre el mismo mueble donde fue restituido, ya vaco de su
contenido mortfero.
Payara no haba querido permitirle que entrase en aquella habitacin, cerrada y sustrada
a la vista de la casa haca ms de veinte aos; pero ella se dio sus artes y cuando l regres
de la sabana encontr Ia dramtica alcoba devuelta al uso cotidiano, dentro de ella Ia luz
sencilla y el aire corriente.
Por qu has hecho eso? le pregunt, detenindose, al choque de Ia novedad que
transformaba el aspecto total de su casa y que en el primer momento le haba producido
la impresin desconcertante de una resurreccin, por la violencia del recuerdo que de
nuevo se adueaba de su alma.
Porque era tonto, pap. Perfectamente tonto lo que hacas.
Todos los msculos de Payara dispararon el ademn y Ia expresin de protesta. Otra
voluntad comenzaba a manifestarse y a imponerse donde la suya haba reinado sin
estorbos ni limitaciones durante casi la mitad de su vida y un eco de grandes cambios
operados en el mundo durante su aislamiento llegbale en aquel reiterado epteto
despectivo que en su tiempo los hijos no se atrevan a aplicarle a sus padres.
Bien est que conserves la memoria y los recuerdos de mam prosigui Rosngela,
sonrindole_; pero para eso no era necesario que vivieras como junto a su tumba.
Y como entonces fue el parecerle que hubiese sarcasmo en tales palabras, esper a que
ella continuase de expresar todo su pensamiento.
Pero Rosngela haba dicho cuanto pensaba y sin ironas ni reticencias.
Esto sucedi poco despus de la llegada de Rosrigela, y fue el momento clave del arco de
su vida, el punto donde se unieron su pasado y su porvenir. Juan Crisstomo Payara tuvo
el pensamiento que habra decidido all mismo aquel destino suspenso, pero no se atrevi
a expresarlo y despus de callar durante unos instantes slo se le ocurri decir:
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de aquel rescoldo para sus aos fros y se abandon a la ayuda espiritual que se le
prometa:
Tal vez tengas razn- y sea posible todava dijo, cerrando otra vez los ojos para la
interna visin y pinzndose el entrecejo, actitud habitual de sus meditaciones.
Y luego, ya ante un nuevo panorama de s mismo:
Te llevar conmigo. Por este tiempo no es malsano Hato Viejo. Despus, ya veremos.
***
Durante el. viaje, en varias jornadas para que fuese descansado, la novedad del grandioso
panorama que se desplegaba ante sus ojos y el ntimo gozo del sueo realizado por fin en
la compaa de su padre no le permitieron a Rosngela darse cuenta cabal de lo que
significaba internarse en aquellas soledades inhspitas. Apenas y muy a flor de alma
deslizbase a ratos una sombra de angustia, pero mezclada de placer apasionante, cuando
traspuesto el bosque que rodeara una calseta, tediase de pronto ante su vista, ancha,
callada y luminosa, la inmensidad solitaria de la sabana.
Verdad que se siente como si se esperara que de pronto fuera a aparecerse algo
extraordinario en el horizonte?
Es la costumbre de vivir en sociedad le respondi Payara, que haca rato cabalgaba
silencioso. El miedo de hallarse solos que experimentan los que nunca han sabido
estarlo. Cuando te hayas habituado, cuando formes parte de esta soledad, no la sentirs
en torno tuyo.
Quieres decir que ya t no la sientes?
No. Para los que formamos parte de ella, la soledad no es sino un concepto, una palabra
que podemos emplear. Una palabra muerta, por decirlo as. Algo semejante sucede con
todas las palabras cuando nos habituamos a las cosas que denotan, de donde podra
decirse que al nombrar una cosa le vamos dando muerte. Para el nio que an no sabe
hablar, el mundo debe ser algo total mente vivo, y por consiguiente espantoso, que hay
que matar nombrndolo. Como en cierto modo lo es todava para el salvaje que an no
posee sino un lenguaje rudimentario.
Siendo as dijo Rosngela, ingenuamente, no deberamos nombrar a las personas a
quienes queremos: cuando, por el contrario, tendemos a nombrarlas a cada momento.
Tal vez para matar en ellas lo que tienen de suyo propio, distinto u opuesto a lo nuestro,
lo nico que deseamos que viva plenamente.
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No. Para que vivan al lado nuestro. Como me pasaba a m, que siempre tena en la boca
tu nombre: Juan Crisstomo, Juan Crisstomo!...
Payara se volvi bruscamente a mirarla y ella concluy riendo:
Con decirte que una vez me rega ta Eulogia:
Nina! Mira que si te oyen nombrando a tu padre por su nombre de pila pueden
imaginarse otra cosa
Eres tonta dijo Payara speramente. Tomas el rbano por las hojas.
Ella cort en seco su risa y en silencio continuaron hasta el fin de aquella jornada, que fue
la ltima.
***
Cuando lleg al hato sorprendise de encontrar all a un joven caraqueo que le haba
sido presentado un ao antes, perdindolo de vista desde entonces.
Minada por el paludismo su salud que antes pareciera inquebrantable, barbudo el rostro
rechupado y cetrino; endurecido el aspecto por la intemperie llanera, y descuidado en el
vestir, sala de la casa cuando ella entraba en el corredor y le cost trabajo reconocerlo en
el primer momento.
El se turb al verse sorprendido en tal facha y exclam:
Usted por aqu, Rosngela!
Martn Salcedo! Quin iba a decrmelo?
Y en seguida, explicando:
Haca tiempo que deseaba reunirme con pap. O mejor dicho: unirme, por primera vez.
Ah! hizo Salcedo, con una sonrisa que la dej desconcertada- No hay duda de que
es usted una mujer valiente. Tal vez la primera que de buen grado se aventura por estas
tierras de hombres solos.
Crey que con esto se refiriese a la conseja del duende misgino, ya conocida de
habrsela odo a las viejas sirvientas llaneras de las Payaras, y repuso:
Como usted comprender, no creo en supercheras.
Y, por otra parte, tengo entendido que ya pap acab con esa estpida tradicin,
habiendo dejado de ser Hato Viejo, hace tiempo, esa tierra de hombres solos.
Pero el caraqueo, que no aluda a la conseja, haciendo caso omiso de la rplica, insisti
enigmticamente:
Solos. Espantosamente solos se hallan en esta tierra.
Rosngela relacion estas palabras con Ias que le oyese a Payara poco antes y una sorda
inquietud aument la desazn que ya le causaba el deplorable aspecto de aquel joven,
vctima de la insalubridad y de la inclemencia de la regin adonde ella haba venido a
internarse.
Y usted, Salcedo? inquiri, cambiando el tema.
Desde cundo anda por aqu?
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Y contndosela le dijo una vez que tena una hija casada y con hijos, que viva a una hora
de all.
Y por qu no aqu, cerca de usted? inquiri, por ver si le responda que a causa de
aquella conseja del duende misgino.
Pero Hinojoza se limit a contestarle:
Porque vivimos lejos. Quiero decir: ella, donde sumarlo tiene su trabajo; yo, donde est
mi incumbencia, que es ahora velar por el cuidado de ust.
Trigamela por aqu. Quiero conocerla.
Ahorita, ahorita no puede ser, nia, porque est preada de siete meses.
Rosngela se sonroj, pero an le faltaba que or:
Asina la tiene siempre el maro. Tres muchachos ha paro ya.
Y desde aquel da Rosngela perdi la costumbre de darle conversacin a su guardin
silencioso.
Dbasela mucho a ella su padre- para .distraerla y la rodeaba de atenciones y delicadezas,
pero tan carentes sus palabras del calor de intimidad, tan semejantes a cumplidos de
saln, que no lograba sino hacerla sentirse incmoda.
Claro! decase, sin embargo, para disiparse aquella molestia. Acabo de nacerle,
como quien dice, y como le he nacido ya mujer no sabe cmo tratarme...
Pero es necesario acabar con esto tambin y cuanto antes Abrir esta vivienda cerrada,
como ya lo hice con la otra, para que entren el aire y la luz del da.
Y una noche, de sobremesa, interrumpindolo a lo ms postizo de su charla, le pregunt,
como disparo a boca de jarro:
Mataste ya a aquel ladrn de que me hablaste en Caracas? El se qued en vilo,
mirndola. Habiendo desistido de aquel propsito, en el primer momento le choc que se
lo atribuyese todava y luego rebot contra la entonacin burlona de la pregunta
intempestiva.
Pero ella, sin dejarlo recobrarse, concluy sonriente:
Ya saba que no haras tal cosa.
Por qu?
Porque no. Porque t no eres lo que te crees.
Por el rostro de Payara atraves el relmpago de una decisin extrema:
Hija. Tenemos que hablar seriamente.
Hablemos repuso ella, ya arrepentida de haber provocado aquella explicacin,
cualquiera que fuese, y haciendo esfuerzos por mantenerse serena y risuea.
De qu se trata?
De m y de ti...
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SEGUNDA PARTE
I
CORRIDOS Y CONTRAPUNTEOS
Al traslado de las fundaciones del hato, de su primitivo asiento al lugar donde ahora se
hallaban, concurrieron varios motivos: por una parte, el deseo de aislamiento completo de
Juan Crisstomo Payara cuando all fue a ocultar su drama conyugal; por otra parte, la
superchera que las hacia inhospitalarias para mujeres, de donde no hubo peones que las
tuviesen y convinieran en trabajar all y, finalmente, motivos de orden prctico, pues
adems del estado ya ruinoso de los corrales, casas y caneyes que casi tanto costara
restaurarlos como construir los de nuevo, el paraje era malsano, as para la peonada como
para el ganado, al cual castigaba en el verano el tbano, abundante por all, y en invierno
el saban que infectaba el fango de los corrales.
No era Hato Viejo una finca muy productiva, cosa de poco inters para su dueo, quitado
de apetencias de fortuna; pero s bien tenida y bastante modernizada en punto a cra y
sistemas de laboreo, atenciones con las cuales distraa Payara su soledad y en el Hato
Nuevo la peonada viva contenta, bien retribuido el trabajo y disfrutando de condiciones,
que en ninguna otra parte hallara, cada familia en su casa, suprimido el convivir de los
hombres a la intemperie de los caneyes, que era una raz de nomadismo que Payara haba
extirpado de sus dominios, no aceptando, adems, solteros a su servicio ni consintiendo
amancebamientos, con los cuales no transiga su severa moral formalista, curiosa mezcla
de acatamiento a las instituciones sociales y de fiera suficiencia de s mismo.
En una de aquellas casas, la ms confortable, viva Juan Parao, caporal de la peonada y
excepcin de la regla de intransigencia con el estado de soltera y, por su parte y por obra
de admiracin, copia de la vida continente y seera del blanco, como a Payara llamaba.
Ya era una muestra de tal adhesin el retrato de cuerpo entero de Payara que adornaba el
testero de la sala de Juan Parao, en sitio de ms honor que el que ocupaba el de aquel
popular caudillo en cuyas filas ambos militaron.
Y completaba el adorno de las paredes: una litografa de todo el generalato de la
revolucin legalista, una caramera de venado, una piel de caimn, otra de jaguar y una
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y soga arrollada colgada de un clavo, que fue la que us cuando era cuatrero, negra y por
nombre La Muerte, por decir que todo lo que caa bajo ella dejaba de vivir para su
dueo.
Pero haba tambin algo que sorprendi al estudiante revolucionario Martn Salcedo,
cuando por all estuvo: un estante con libros.
Libros! haba exclamado entonces Salcedo. Y usted lee, Juan Parao?
S, seol le respondi el negro, sonriendo. Gracias al blanco que se empe en
sacarme de negro alfabeto.
Libros! Pero no slo pringosos novelones de capa y espada, sino tambin un volumen,
bien cuidado, de la Venezuela Heroica y otro de la Ilada, con dedicatoria de puo y letra
de Payara. Martn Salcedo quiso convencerse del uso que hubiese hecho Juan Parao de
estos libros y vio que se los haba ledo varias veces, pues pudo recitarle pginas
aprendidas de memoria, aunque trabucando un poco los nombres de los personajes
homricos, haciendo hincapi en los versos, de la traduccin de Hermosilla, donde se
describiesen cosas transportables al llano, tales como aqullos de:
Por las majadas cuando ya la leche
los hondos tarros abundosa riega.
Y as como en los hatos numerosos,
y aqullos de la descripcin de Agamenn Aganemn era como l poda decir
descollando entre su hueste:
cual entre todas
las reses sobresale en la vacada
el toro corpulento.
Que as tambin sobresali l siempre entre su tropa cuando militaba al mando de Payara.
Y entusiasmndose por
el famoso lancero Idomeneo,
que era ya corno recitar los trozos de la Venezuela Heroica que se refiriesen a Pez.
Pero si en lo pico de lo griego y de lo venezolano le vibraba en la voz un atizado ardor
belicoso, para lo segundo tena una emocin ms honda y ms suya, orgullo y color de su
raza, cuando era la batalla de Carabobo, y el Negro Primero, herido de muerte, vena a
rendir su vida frustrada a los pies de su jefe, el catire Pez.
En la cerrazn de la existencia de Juan Parao aquellos libros con, que Payara le haba
premiado y estimulado su buena inclinacin a desbastarse, eran miradores
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de maravilla desde los cuales su alma simple y soadora se asomaba al mundo, todo
iluminado por el resplandor diuturno de dos grandes acontecimientos, los nicos que
componan la historia: la guerra de Troya y la de la independencia venezolana. Fuera de
esto nada quera saber, porque para su capacidad contemplativa eran ya todo un mundo
prodigioso aquellos estupendos sucesos y sumergido en ellos viva, encontrando siempre
ocasin para proyectarnos sobre la realidad actual y circundante.
Pero no eran solamente remembranzas incidentales, a causa de que, por ejemplo, viese
un toro, engredo entre su vacada y esto lo hiciese recorrer en sentido inverso la
trayectoria de la fantasa homrica, al exclamar:
Aganemn!
Pero que de aquella sumersin sala casi todas las noches chorreando guerra de Troya o
Venezuela heroica, en Ia tertulia con los peones que para orselas contar, una y otra vez,
se reunan en su casa.
Florentino, a quien ahora haba hospedado all, como meses antes a Salcedo cuando
Payara lo oblig a abandonar la Casa Grande, no haba demostrado ningn inters por
aquellos libros: ni extraeza de verlos all, ni curiosidad de averiguar si l se los haba
ledo; pero aun as hubo ocasin para que echase mano a lo homrico, cuando el cantador
aventurero, intrigado por el misterio de Hato Viejo y con el fin de hacerlo hablar, insisti
sobre el extrao caso que le haba ocurrido en la puerta del medanal.
Cosas de los duendes, Florentino, que vaya ust a sab por qu hacen lo que hacen. Eso
es lo mismo que esos dioses y diosas de antes, que como se la pasaban ociosos en sus
olimpos siempre estaban buscando meterse de entrpitos en las casas de los mortales. A
veces pa jeringarles la paciencia y echarles a perder sus planes de batalla; pero a veces
tambin p ayudarles a sal de los atolladores ande se hubieran meto, o pa que jueran a
ayudar a otros que estuvieran en algn apuro. Y asina mismo ocurre con los espantos de la
sabana, que tan pronto le salen a uno na ms que pa darle un susto, como tan pronto
corren un tranquero pa que pase quien sea menester en un momento dao.
Y como esto ltimo ya era hablar conforme a la malicia del llanero que siempre dice lo que
piensa, pero de modo que no parezca sino ocurrencia incidental, Florentino sonri y
pregunt taimadamente:
No hay en esos libros suyos algn cuento de esos de princesas encantadas y de
caballeros que llegan a librarlas de las garras del dragn que las tenga prisioneras?
cheme alguno de esos cuentos que deben estar en sus libros.
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Pero Juan Parao no necesitaba que le explicasen que la princesa encantada a quien se
refera Florentino era Rosngela y respondi:
Pa que vea, catire. Yo en eso de encantos y dragones no creo y en cuanto a lo de
caballeros que se haigan llevao alguna princesa cabalgando su remonta no conozco: sino
la historia de la espantosa guerra de Troya, que tuvo por causa el que Paris se hubiera
llevao consigo a Helena, la muj de Menelao.
La mujer o la hija, negro?
Mire, catire... Ah est el libro. Entretngase leyndolo, que puede que de algo le sirva a
ust que es del oficio. A menos que prefiera que yo se lo cuente.
Como usted quiera, negro. Por los atajos se cae a los caminos.
Hm! Porque una vez mat a una vieja me llama mataviejas?
Me refera a los atajos de la sabana...
Mire, catire, no nos zumbemos en lo obscuro. Y djeme echarle el cuento de la guerra
de Troya.
Pero Florentino se interesaba ms por los cuentos llaneros, extravagantes aventuras de ro
y sabanas. Y as como casi todos los ros de sta corren hacia el Orinoco, la mayor parte de
aquellos relatos son episodios imaginarios sucedidos en las riberas o sobre las aguas
orinoqueas. Tal como el que refiri el viejo Hinojoza una de aquellas noches.
Unidos por una amistad ntima y antigua, Hinojoza y Juan Parao distanciados por el
espacio que mediaba entre la Casa Grande, donde el primero estaba al servicio personal
de Payara, y el hato donde el segundo desempeaba sus funciones de caporal de la
peonada solan visitarse muy a menudo, siendo por las noches, cuando haca buen
tiempo, las visitas de aqul.
All estaban charlando, junto con Florentino y los peones, no en la casa del caporal sino al
aire libre del campo, bajo la noche ardorosa, y como la conversacin se desliz hacia el
Orinoco, que parece ejercer fascinacin sobre la fantasa del llanero, y entre las
particularidades del gran ro alguien mencion el temblador que abunda en sus aguas,
Hinojoza, por lo general taciturno y veraz, a lo que se deba el respeto que inspiraba a los
payareos, la di por contar:
Yo he presenciado muchas ancdotas famosas de la gran particularid de ese animal,
que su verdadero nombre es gimnoto, valga Ia palabra del blanco; pero ninguna como
esta que voy a referir, de habrsela escuchao a un amigo que merece fe. Dice que andaba
l una vez pescando caporos en el Orinoco y ya haba cogo varios de esos peces y algunos
bagres y cachamas, cuando y que distingui junto a la canoa un aguaje de gimnoto y se le
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Y fueron varios los cuentos de este gnero, a travs de cuyas extravagancias pasaba todo
el panorama llanero de ros y sabanas, que aquella noche cont Florentino.
Ah catire y sus cosas! exclamaba Juan Parao desternillndose de risa, porque tena el
espritu simple y porque la gratitud haba hecho que le cayese en gracia el cantador de sus
antiguas hazaas. Llanero cuatriboliao!
Cuatriborlado quera decir, docto en mltiples llaneras. E Hinojoza, ya al retirarse:
Vamos a ver si maana demuestra que es tan buen cantador como fabricante de
embustes. Y antes de que se me olvide; el blanco, que ya dio su consentimiento pa la
parranda de maana, como acabo de transmitrselo a mi compadre Juan, le manda a decir
a ust que bien pueden cantar lo que le pida el cuerpo, pero que se astenga de bailar
porque todava no le conviene agitarse mucho. De mo y manera que vaya preparando las
coplas que ha de echarnos maana.
***
Llegaban los invitados. Del vecino hato de El Amparo, que ya no era tierra enemiga,
cabalgatas de vaqueros jacarandosos; de las vegas payareas, los vegueros cazurros. Y
como todos llegaban preguntando:
Cul es el hombre?
Juan Parao rea y deca:
Aqu est sucediendo como en el hatajo, que cuando nace un potro toda la yeguada va a
conocerlo. Pasen palante! Estn en su casa y ah tienen al hombre de las circunstancias.
Ese catire bien plantao que ya est con las maracas en las manos, a punto de romp el
canto. Nos va a cant un almanaque llanero, cosa de su invencin, que es todo un ao de
llano en un corro. Arrmense paque escuchen al turupial del Arauca.
Era en la sala de las veneraciones y de los trofeos de Juan Parao. En un rincn estaba
sentado el arpista, ante su instrumento, afinndolo y Florentino de pie junto a -l,
esperando el son para tender el canto entre el retozo de los capachos. El taciturno
Hinojoza, para quien haba sitio de preferencia en la casa del caporal, presida la reunin
bajo el retrato de Payara y en bancos al hilo de las paredes las mujeres y las hijas de los
peones y vegueros del hato lucan sus trajes nuevos, de zarazas de- colores chillones,
confeccionados para las parrandas de las prximas vaqueras y sonrean plcidamente,
embobadas en la contemplacin del famoso cantador - mujeriego a quien por fin iban a
escuchar. Los hombres estaban agolpados en la puerta, algunos callados y serios, y entre ellos
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interrumpo el almanaque,
pa decirle al compaero
que mis palabras rebate:
Guariqueo, no te espantes
ni me tires por mampuesto,
que si cambi el consonante
fue porque tuve derecho.
Si quieres salirme alante
acercaste con tu verso.
Aj! prorrumpe la concurrencia_. Ah lo tienes, Guariqueo! Ni siquiera dej de
sacud los capachos pa recog tus palabras. Ah lo tienes, como el cimarrn en medio de la
sabana, pitando. A ver si te atreves a meterle el caballo!
Gu, chico! Ser la primera vez! repuso El Guariqueo, y sin hacer caso de Ias
advertencias que le hicieron Hinojoza y Juan Parao, a fin de que no se metiese con
Florentino, se abri paso y fue a colocarse frente a ste, dicindole al arpista:
Dme la entrada, compaero.
AhI la tiene respondi el msico. Oiga el son, que es de contrapunteo...
Y con voz trmula, del coraje que lo empalideca, El Guariqueo comenz as el torneo
temerario:
Maraquero no me asusta
tu orgullo ni tu ambicin;
no to lo que barajusta
tiene brava condicin.
A lo cual replic Florentino, con la rapidez caracterstica de sus retruques, de dnde
provena lo ms celebrado de su fama:
En eso estamos, compadre,
los dos pensando lo mismo:
no hay perro bravo que ladre
ni quien se asuste de orlo.
Que baladrn de baladre
viene, si no me olvido.
Una pausa durante la cual slo se oy el puntear del arpa, la atencin expectante
conteniendo la respiracin del auditorio, que ya saba de la enemistad de los cantadores y
Florentino esperando con las maracas inmviles, para sacudirlas al tiempo de la
contrarrplica que fue sta:
Yo no s de dnde vienen
sus palabras ni sus versos...
Y el araucano, sin dejarlo concluir la estrofa, terminndosela l:
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Pero ya el contrincante haba encontrado su rplica, que tanto serva para responder a
esta estrofa como a la anterior de Florentino:
No es menester que me advierta
cmo debo procedel,
pues yo no paso las puertas
que me deban detenel.
Y Florentino, atropellando y socarronamente:
Son muchos debes, compadre,
en pocos versas centros,
pero aunque todos le cuadren
yo me atengo a Juan Parao.
Que es el armo de esta fiesta
tan cordial y tan rumbosa,
que su bondad nos obsequia
pa que yo cante mis coplas.
Y pregunto a su prudencia
si le puedo contestar,
a quien me busca pendencia
valindose del cantar.
S! S! Que le conteste pidieron los vaqueros de El Amparo, que tenan ojeriza a El
Guariqueo.
Pero Juan Parao, despus de cambiar una mirada con Hinojoza, crey prudente ponerle
fin al contrapunteo e intervino:
Qutate de ah, Guariqueo. Suelte las maracas, catire. Ms luego continuar su
almanaque.
Y en seguida al arpista:
Cambie el golpe, amigo. Echenos un joropo de esos suyos que hacen bailar a los
muertos. Aqu hemos veno a divertirnos y las muchachas quieren ech una escobillata.
Pero despus del joropo, ya El Guariqueo retirado a su casa, la concurrencia pidi que se
reanudase el almanaque y todo ao llanero pas por los versos de Florentino, hasta el filo
de medianoche, embobado el auditorio, murmurando Juan Parao:
Ah malhaya aqu una guerra como la de Troya, pa orsela a este catire pico de oro!
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por lo tanto, no se refera sino a las casas construdas por l, la grande y las del hato
antiguo. Nunca habl Evencia ni tampoco la mujer y la hija de Hinojoza, que all tambin
vivieron de haber odo el trote de aquel caballo que anunciaba la aparicin del
fantasma, ni aun cuando ya Rosngela habitaba la Casa Grande; pero no ches despus de
la llegada de Florentino despert preguntndole a Hinojoza, de cuarto a cuarto:
iJos! Ests escuchando?
Qu?
No oyes como si viniera un caballo?
Djate de zoquetadas, muj, que ya ests muy vieja pa esos melindres. Si alguno viniera
ya habran lato los perros.
Sin embargo, Hinojoza se levant y sali a explorar los alrededores de la Casa Grande,
murmurando:
Ah caramba con el Florentino y su empeo de buscarle tres pies al gato! Pa despus
decir que si ser sonmbulo.
Pero si no se acercaba ningn jinete, en cambio s distingui alejarse uno y se regres a su
casa preguntndose:
Paonde ir el doctor a estas horas? Y no es la primera vez, porque se fue el caballo
que escuch anteanoche y no en sueos, como cre.
Y ya al entrar en su casa:
Y lo peor es que deja a la nia sola en ese casern.
Vamos a quedarnos por aqu montando guardia mientras l regrese, no vaya a ser cosa
que la nia se d cuenta de estar sola y se asuste y pida auxilio... Qu significarn esas
salidas del doctor a estas horas?... El nunca haba teno esa costumbre.
Pero como en la casa de Hinojoza dorman tambin dos muchachas del servicio de
Rosngela y oyeron la pregunta de Evencia al hermano y sintieron salir a ste, al da
siguiente las sorprendi Rosngela, cuchicheando, con una de las mujeres del hato que
haba ido por all de exploracin, so pretexto de llevar unos quesos.
T lo oste? preguntaba la del hato.
!Gu, muj! No- te digo?
A qu hora fue eso?
Pues, como a medianoche. Ah mismito empezaron a menude los gallos.
Pues jue l. Alrededor de esa hora lo sent yo salir de all.
Pero no eran dos caballos, como t dices que y que salieron del hato, sino uno solo el
que nosotras sentimos.
Evenca no estaba en la cocina en ese momento y as pudieron entretenerse murmurando,
la del hato y las muchachas del servicio de Rosngela, hasta que sta, como se acercase
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Ahora los traspasaba el cuchicheo de las sirvientas, palabras duendes que la hacan quitar
la vista de Ia labor que haca para adorno de su cuarto y volverla una y otra vez en torno
suyo, como si buscara dnde se produjesen, inquieta, cual de invisible presencia
acechante, asqueada como de inmunda vecindad. No tena en qu fundarse, ni aun
despus de la indignada determinacin de la vieja Evencia, para sospechar que las
murmuraciones de las sirvientas se refiriesen a ella, pero se repeta lo que oy en la
cocina, sin darle importancia entonces:
... a evitar lo que no debe suceder.
No quera admitir la posibilidad de que se refiriesen a ella, pero la alevosa comidilla de la
cocina cuchicheaba en el pulcro silencio de su habitacin como una advertencia, Y de
pronto se le escap exclamar:
Yo en boca de sirvientas!
Pero en seguida se apresur a reprimir aquel pensamiento, detrs del cual haca presin
una fuerza que no deba desatarse:
Yo, por qu?
Y luego, procurndose, de prisa, una explicacin aceptable de lo sucedido:
Hablaban del aparecido, que segn ya les haba odo otras veces, dice ese Florentino
que le abri la puerta y como Evencia sabe que pap tiene prohibido que se hable de esa
superchera...
Pero al decirse as recuerda que en la noche anterior estuvo a punto de incurrir, ella
tambin, en aquella supersticin, porque sinti llegar un caballo y apearse al jinete y
penetrar en la casa, sonando las espuelas, aunque andaba en puntillas.
Quin es? pregunt, ya con el corazn salindosele por la boca. .
Yo, hija le respondi Payara.
Ah! T?... No te haba sentido salir.
Payara dio un explicacin que por el momento le pareci suficiente: padeca insomnios,
acostumbraba a combatirlos cabalgando un rato por la sabana...
Pero ahora dudaba y varias interrogaciones se le formularon simultneamente:
Qu relacin existira entre aquellas furtivas salidas nocturnas y Ias apariciones del
duende de Hato Viejo?
Por qu los peones de ste designaban con el mismo nombre de el blanco a su padre y
al: aparecido?...
Y una interrogacin que, sin haberse formulado, obtuvo respuesta:
Tal vez habra sido mejor que pap se hubiera vuelto a casar...
Acaso pens que aquellas salidas nocturnas fuesen furtivas visitas a alguna mujer?... La
casta disciplina: de su espritu y su romntica admiracin filial no debieron darle acogida a
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III
LAS HUMAREDAS
Pero no era solamente Rosngela quien viva como en espera de algo tremendo que de un
momento a otro debiese de suceder. Una onda de inquietud se iba extendiendo por el
llano y en todas partes miradas recelosas exploraban el horizonte. Aquellas humaredas
que haca das se deslizaban sobre la llanura, ya se volvan tan densas que era casi
imposible orientarse por entre ellas, y como no podan ser explicadas por incendios de la
sabana, no mayores aquel ao que los acostumbrados por tal poca, el nimo
supersticioso del llanero tenda a atriburselas a causas sobrenaturales.
En realidad, no dejaba de haber trastorno de la naturaleza. Ya era tiempo sobrado de que
hubiesen comenzado las lluvias y an reinaba una sequa tan rigurosa como nadie la
recordaba semejante. Los pastos mustios, retostados, los bebederos consumidos, enjutos
la mayor parte de los caos, entre anchas playas arenosas secndose los ros. Un sol rojo
desde el nacimiento hasta la puesta, una inmensa luna roja bajo cuyo fulgor medroso se
acentuaba la desolacin de -la sabana. El ganado sucumbiendo de sed, ya muchas
osamentas blanqueando en los peladeros; manadas de zorros rabiosos por las noches
como ascuas errantes los ojos en la oscuridad; agorero el aullido de los perros desvelados;
enervante el grito de las chenchenas, todo el da, y el de los alcaravanes, toda la noche...
En Hato Payareo an la sequa no haba hecho sentir todo el rigor de sus efectos, porque
el ganado se haba recostado a los montes de las riberas del Cunaviche, entre los cuales
todava se conservaban pastos frescos; pero
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las noticias de los estragos que estaba causando en otros lugares, exageradas por los
viajeros, iban esparciendo la alarma:
Ya son muchos miles las reses muertas. El hambre a la vista. Este ao no come sino el
zamuro.
Uno de tales viajeros, que vena de arriba, trajo mayores motivos de alarma.
Qu pasa por esas tierras que viene usted dejando atrs? le pregunt Florentino,
abandonando el cuento de sus aventuras que les echaba a los peones.
Lo que pasa es nada, joven, comparado con lo que se espera. Todo eso est muy
revuelto, por ah parriba.
No se habla sino del fin del mundo que ya y que se acerca. Y no es para menos, con tanta
maluqueza que se comete en la Tierra. Pero ya el Viejito de all arriba como que ha
resuelto acab con los malucos, porque de eso son seales que se estn viendo por todas
partes. Los pejes se estn saliendo de los ros; todas esas playas estn esteraditas de
bichos muertos. El tigre y el len andan en manadas, buscando los poblados y si es el
ganado no hace sino cabildear, con los cachos contra el suelo.
Mala seal esa. coment uno de los peones.
Dicen que en la cordillera todos los pramos estn bramando da y noche sin descanso
prosigui el viajero. Que en Maracaibo y en todo el Zulia la gente y que se est
saliendo de las casas, porque el relmpago del Catatumbo est cambiando de color, y que
en Guayana, hasta Ciudad Bolvar llegan los resplandores de una gran candela azul que se
elevan sobre el cerro del Duida.
Miren, pues! murmuraron los peones de Hato Viejo.
Y Florentino, sonriendo:
A cmo nos pone las leguas, compaero? Mire que, segn he escuchado, se cuentan
por cientos las que tienen que recorrer esos resplandores para llegar hasta Ciudad Bolvar.
A como me las pusieron a m, que no hago sino repetir lo que he odo repuso el
noticiero, amoscndose.
Por Guayana y que todas las selvas estn ardiendo desde el Orinoco hasta el Cuyuni.
Segn unos, porque el indio, cansado de las otomas y maluquezas de los explotadores del
caucho y del purgo, se ha decidido a pegarle fuego a sus montes para acabar con esos
palos de goma que son la causa de la esclavit a que lo somete el blanco; pero segn
otros, porque con la gran calor que est saliendo del centro de la Tierra, todo el oro que
hay bajo esos bosques se estn derritiendo y ya son ros de fuego los que corren por todas
partes. Ust dir si lo cree, joven; pero asina me lo han contado.
Quiere decir que la cosa es general apoy El Guariqueo, distante del grupo que
rodeaba a Florentino y tanto ms crdulo cuanto menos lo pareciera ste,
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cuya presencia slo hablaba para manifestarse en cuerdo con l y as provocar el choque
que resolviese la querella pendiente entre ambos, recrudecida por el contrapunteo de la
vspera.
Que si es! repuso el viajero. Y no slo de cosas de este mundo, sino que tambin
las del otro parecen estar alborotadas. Dicen que por las sabanas de Barquisimeto todas
las noches se aguaita pasar el alma del tirano Aguirre, que ya no es simplemente una luz,
son una gran llamarada. Y si es Ia Llorona de Laguna de Trmino, respondo yo de que a
veinte leguas se escuchan sus quejidos.
Y volvindose a Florentino:
Y leguas llaneras, de tamao bien sabido, por si acaso la preguntica.
No tenga cuidado, viejo, que esta vez no se la har dijo Cantaclaro. Porque eso que
usted acaba de decir es la pura verdad: de un tiempo a esta parte andan muy alborotados
los espantos de la sabana.
S. Ya he escuchado contar que el blanco de por aqu est aparecindose otra vuelta.
A lo que se apresur a replicar El Guariqueo:
Esas son conversaderas de los desocupados.
Mirronse entre s los peones, que ya esperaban, por momentos, el estallido decisivo de
aquella tirantez; pero Florentino se limit a sonrer y volviendo Ia conversacin al punto
de partida:
Conque, todo eso est muy revuelto esperando el fin del mundo?
Ya le digo respondi el forastero. Esa es la voz que se oye por todas partes y la que
anuncia un profeta que viene bajando por el Uribante.
Anj? exclamaron los peones.
Gu! Si eso es lo que tiene ms alborotada a la gente. Yo haba escuchado el run run
cuando bamos pala cordillera conduciendo una poca de ganado. Que por cierto se nos
barajust a la entrada de la montaa de San Camilo y no hubo forma ni manera de poder
reunirlo otra vuelta. Por lo que venimos rumbiando pabajo, cauo por su lado, como
quien dice: derrotados. Por eso y porque me dije: si es verd que esto es fin de mundo,
mejor es que me vaya para casa, a reunirme con la muj y los hijos para que lo que sea
nos coja juntos a todos.
Cuando bamos parriba, como les vena diciendo, estaba empezando el run run de la
aparicin del profeta, pero de all para ac, ya era un clamor lo que encontramos en todas
partes. Todo ese llano se est poniendo en marcha atrs de l. Peonadas enteras que
abandonan los hatos por donde l pasa, anunciando la apocalisi. Una gran candela que ya
est prendida en las cuatro puntas del mundo, de donde viene esta gran humacera que
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cubre todo el llano. Una gran culebra de fuego que viene rodeando la Tierra, pero que no
se empatara por el lugar donde estuvo la puerta del Paraso, que slo el Profeta sabe
dnde es, porque el Seor y que se lo revel en un sueo muy especial que tuvo,
atravesando un pramo.
Vea, pues murmur uno de los peones.
La verda es que estas humaseras, de una gran candela tenan que ser agrego otro.
Y ya se haca el silencio de las preocupaciones colectivas, cuando Florentino sali con una
de las suyas:
Y pensar que fueron mis manos las que prendieron esa candela en una de esas cuatro
puntas del mundo de que habla el profeta.
Sus manos? interroga uno.
Y otro-:
Cmo fue eso, Cantaclaro?
Tal como se los voy a contar. Yo haba salido de Cordoncito, junto a El Limn, como a las
cuatro de la madrugada, del dieciocho del mes pasado, que, como ustedes recordarn,
cay en Jueves Santo. Iba a pescar tortugas en el charco de Caujarito, me amaneci junto
a Los Mautes y recuerdo que estaban esos dragales amarillitos de flores.
Ust s que se fija en las cosas, Florentino djole uno de los peones, como de
bellaquera adivinada Hasta de las flores se acuerda.
Como si las estuviera viendo. Pero djeme seguir el cuento, que es historia. Cuando
llegu a Caujarito tir mis fondas y la llevaba dos horas y treinta y siete minutos sin que
hubiera aparecido una tortuga por todo aquello, cuando de pronto se forma un aguaje
que por poco me trambuca la concha y asoma a flor del charco una tortuga careta,, como
no la haba visto ms grande en toda mi vida. Mae Santa!, exclam yo al ver aquella
profundidad del animal. Pero nada -era el tamao, sino que , en la cabeza tena una gran
cresta en forma de peineta y tan resplandeciente que pareca de oro.
jYa est! prorrumpe aqul, que ya le haba penetrado la intencin chusca del
cuerpo. Tortuga con peineta! Iba pa un baile, Cantaclaro? Mire que ust s que
inventa!
Para un baile no sera, compaero, pues ya he dicho que era Jueves Santo; pero s a
visitar los monumentos.
Y no se asust al ver tan grande rareza?
Ya lo dije, pero a usted se le -ha olvidado. Cog el arco, me lo llev al sobaco, lo volv a
bajar y lo volv a subir, sin atreverme a largar el flechazo, porque aquella enormidad y
rareza de animal me tenan fascinado.
Mae Santa!, segua yo dicindome. Si estar soando? Pero estaba despierto y por
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fin me decid a largar el flechazo. Lo Puse donde haba puesto el ojo, que era en la peineta
que me tena deslumbrado, pero el clavo chaflarno y produjo un chispero que fue a caer
para ambos costos del rio Urtalea.
Y se prendi la sabana intervino el pen malicioso.
T los has dicho, zambo! Las chispas que cayeron hacia el naciente fueron las que
abrieron el fuego en las sabanas de Arauquita. Las Mocitas, Araguaqun, Borjas y
Buscarruido Y fjense en que estoy nombrando sitios que no me dejarn mentir.
Soltaron la risa los peones y haciendo de su amoscamiento socarronera, el viajero
interrog:
Y las que cayeron hacia el poniente, qu estrago hicieron?
Esas abrieron el potrero de Santa Rita de Urtalea,
Santa Rita Torrealbera, Las Topias, Burrn, Santa Rufina, El Milagro, Palambra, San Rafael
de Cunavichjto...
Prese ah, Cantaclaro! prorrumpieron los peones entre sus carcajadas. Abrale un
contrafuego a esa candela, que vamos a achicharramos totos.
Y largo rato estuvieron celebrando el pasaje de la tortuga careta, no ms extraordinario
que los ya referidos por Florentino de sus fantsticas aventuras, para amenizar las veladas
del hato. Que si no volvi a amenizarlas tambin con coplas y corridos fue porque Juan
Parao le exigi que- se abstuviese de ellos a fin de evitar el -choque con El- Guariqueo,
ahora ms enconado que antes.
Y entretanto el viajero murmuraba, amoscado:
Esta juvent est perdida...
***
En eso lleg Juan Parao, ausente desde el medioda.
Detuvo su bestia sin el brusco tirn habitual de la rienda, se ape y comenz a
desensillarla en silencio.
De lo que se ha perdido ust, Comandante djole uno de los peones, refirindose al
cuento de Florentino, que nadie lo habra celebrado tanto como l.
De lo que nos hemos perdo todos, slo yo lo s repuso el negro sombro.
Qu pasa? inquiri Florentino.
Que ya Hinojoza es difunto.
Cmo va a ser! exclamaron todos a un- tiempo
Pero si esta maana no ms me tropec con l, camino de Los Catos.
Que, fue su ltimo viaje. Parece que esta maana le di de pronto una corazonada de ir
a ver a su hija, que hace das no saba de ella y del ando la guardia que montaba en Ia casa
Grande, al pritu se fue hasta Los Catos. Ya y que iba llegando, cuando repar en que la
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casa estaba cerr. Qu raro! y que se dijo: Estar enferma Panchita? Ni a los
muchachitos los aguaito por todo eso.
Pero luego se fij en que frente a la casa estaba echado un lin, de cara a la puerta y
moviendo la cola, como acostumbran ellos entretenerse mientras estn haciendo un tiro.
El lin que ventea a leguas a la muj embaraz, que es un bocao prefero. Volando ms
que corriendo dice Hinojoza que salv la distancia que lo separaba de la casa.
El animal y que se par a darle pelea en cuanto lo vente acercarse, y l y que se le fue
encima, lanza empu en la diestra y garrote en la zurda para los zarpazos. Era una fiera
grande y rabiosa. Pero Dios dijo: Dios y hombre!, y asina result. Los tarascazos no
pasaban del garrote, pero el jierro s llegaba hasta donde quera. Recul la fiera ante el
hombre resuelto al sentirse herida y asina lleg hasta el ro y se zumb al agua. Y el viejo
detrs de ella, lanza en mano. Le di alcance en la mit del ro y la alanci por el codillo
hasta que la viti voltiarse patas arriba. A todas stas, Panchita gritando en la orilla,
rodeada de sus muchachitos, como la gallina de sus pollos cuando siente el gaviln. Ya
est, hija, no te desgaites por gusto, y que le deca Hinojoza desde all. Ya ste no
volver a asustarte. Y en habiendo vuelto la lanza a su vaina comenz a nadar pa la orilla,
mientras el rio se llevaba al lin... Pero aqu viene la mala, la que tarde o temprano llega
en esta tierra cuando hay mujeres en ella.
No fue en la vaina, sino entre cuero y calzn donde se guard la lanza y talmente que al
primer movimiento, nadando, se la clav en la ingle, trozndose una vena, que llaman,
segn el doctor, la femural. All comenz a desangrarse el compadre, Panchita, cuando lo
vi que no avanzaba, sino braceaba no ms y que el agua que lo rodeaba se iba poniendo
color, se tir al ro en ayuda suya y lo sac hasta la orilla. El y que trat de llegarse hasta
la casa por sus pies, pero se encontr sin fuerzas y se dej caer en la playa, donde sigui
desangrndose. Fue entonces cuando de veras se desgaito Panchita. Jeronimito, su
maro, el doctor y yo, estbamos lejos, en El Tronconal, curndole la gusanera a un toro
que habamos enlazado y sin embargo, escuchamos los lecos. Llegamos a la casa como a
las tres de la tarde y desde entonces se peg el doctor a trat de salv a Hinojoza. Pero ya
era mucha la sangre que haba perdo y adems le fall el corazn, que ya no lo tena
bueno...
Se apag la voz del negro. Los que oan continuaron callando.
As concluy la vida de pen fiel que envejeci trabajando para Juan Crisstomo Payara y
de. quien no lleg a descubrir Rosngela que pona un gran amor en la taciturna custodia
que de ella haca. Sus ltimas palabras, inspiradas de este amor y de aquella lealtad,
fueron para Payara.
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Despdame de la nia...
Y luego, oprimindole Ia diestra gast los restos de sus fuerzas y, mirndolo a los ojos,
ahincadamente, susurr, ya al expirar:
Cuidado, doctor!...
Y he aqu que al desaparecer Hinojoza, Juan Parao siente como si se hubiese roto y
desprendido un eslabn de la cadena que lo una a Payara. El haba compartido con aqul
la confianza de ste, correspondindosela con fidelidad anloga, suficientemente
probada. A su servicio trabaj con ahnco, sin que le pasase por la mente la idea de que
fuese discutible el derecho de propiedad de Payara sobre los ganados que para l
enlazaba a sueldo, como antes para s mismo en aquellas mismas tierras; junto con l
corri los azares de la guerra, adelantndose a los peligros que a l lo amenazaran,
siempre oscuro y postergado, pero sin envidia ni impulsos de protestas, mientras la fama
del jefe brillaba y creca, y junto con l abandon aquel camino, ancho y trillado para los
hombres de presa, donde se senta a su gusto, cuando l decidi abandonarlo y llevrselo
consigo, otra vez al trabajo del hato, sin haberle consultado si todava quera
desempearlo. Nunca se le ocurri pensar que las cosas hubiesen podido suceder de Otra
manera. Aquella ciega adhesin que por modo misterioso se apoder de su alma cuando
bajo el paraguatn de Mata del Ahorcado se le revel, tremendamente, el jefe que haba
en Payara el jefe, sa era Ia palabra, la nica que poda expresar todo lo que entonces
sinti hacia aquel hombre, que no fue slo obra de particular y precaria inclinacin de su
voluntad, sirio tambin de ancestral y definitiva elaboracin, un sometimiento
incondicional, supersticioso en el oscuro fondo de su alma, habalo mantenido unido a
Payara, como la negra sombra al cuerpo copiando su forma.
Pero ahora la muerte de Hinojoza lo haca reflexionar:
Bueyes del blanco juimos el difunto y yo, y veinte y pico de aos le aramos su campo
bajo un mismo yugo.
Ahora se descomplet la pareja. Dice el dicho que adnde va el buey que no are; pero hay
tambin otro que dice que buey solo bien se lame... Buey que quizs no ha dejado de ser
toro, porque tal vez no lo caparon bien y puede que no le falte sino echarse otra vuelta a
la sabana, pitando...
Era imposible que Juan Parao acertase a descubrir que este comienzo de desligamiento no
arrancaba de Ias reflexiones que, con motivo de la desaparicin del compaero de tantos
aos, pudiera hacerse respecto a la inutilidad de la vida de Hinojosa y por consiguiente de
la suya; sino que haba comenzado antes cuando, a la llegada de Florentino, cantador de,
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sus antiguas hazaas, experiment las primeras nostalgias de sus tiempos de cuatrero
indmito; pero haba sido necesario que desapareciese el compaero de coyunda para
que al sentirse solo echase de menos su existencia seera, con ese reforzado y afanoso
impulso con que el instinto de conservacin despierta del abatimiento y desconcierto que
produce la muerte al desquiciar el equilibrio de una vida.
Y mientras en el velatorio de Hinojoza, los peones vindolo apartado y taciturno, lo
compadecan dicindose unos a otros:
El pobre caporal! Buena falta le va a hacer el compaero de tantos aos.
Y como ya va para viejo no se hallar sin l.
El, por el contrario comenzaba a hallarse a s mismo, perdido haca veinte y tantos aos.
***.
Pero tambin la vieja Evencia haba odo las ltimas palabras de Hinojoza, la despedida
para Rosngela y la advertencia para el doctor, despus de las cuales el hermano
moribundo le hizo a ella muda recomendacin, mirndola ahincadamente.
Otra persona que con Hinojoza no hubiese compartido las preocupaciones de aquellos
ltimos das, como las comparti Evencia, aunque sin comunicrselas entre s, no habra
podido entender qu quiso decirle a Payara el pen fiel ni qu significaba aquella mirada
para la hermana; pero sta, maliciosa, adems de fiel, y como mujer dotada 4e esa rpida
intuicin de cuanto se refiera a otra mujer, penetr el pensamiento del moribundo y
acept el suyo propio, tal como era respecto a la actitud atormentada de Payara en
presencia de Rosngela, quitndose las trabas que su adhesin al blanco le opusiera a
sus secretos temores y al da siguiente, cuando ya enterrado Hinojoza regresaba con
Payara y Rosngela a su casa, y l le dijo:
Bueno, Evencia. Bscate por ah una mujer de tu confianza que quiera acompaarte,
para que no te quedes tan sola en tu casa.
Ella le respondi:
No es menester, doctor. No estar sola, sino por el contrario, muy bien acompaada y
acompaando, adems, porque ya he decidido pasarme pa la Casa Grande de un todo. Al
lado del cuarto de la seorita hay uno que puedo cog pa m.
Rosngela acogi la idea con agrado y Payara dijo:
Muy bien pensado. Yo no me atrev a proponrtelo porque
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IV
EL PROFETA
Baj por el Uribante, de su vida anterior nada se saba, lo siguieron las gentes, dcese que
lleg a arrastrar en pos de s ms de ochocientas personas. Era un hombre vulgar, ya viejo,
sin fulgor visionario en la mirada ni acento mesinico en la voz. Quienes lo conocieron no
se explican cmo pudo fanatizar a tanta muchedumbre. Deca, sencillamente:
Ha llegado la hora de la apocalisi. Llanero, no comas carne, abandona el trabajo que te
esclaviza al hombre, ensilla tu caballo y sgueme Ya est prendida en Ias cuatro puntas del
mundo la candela que lo arrasar todo, pero el que me siga ser salvado, porque slo yo
conozco el lugar donde no se empatarn los dos cabos de esa gran culebra de fuego que
viene rodeando la sabana.
Y la alarma cunda, preparndole el camino.
***
Era pasado el medioda y, como en Hato Viejo haba poco trabajo, ya los peones haban
regresado de la sabana, cuando Juan Parao, que haca rato exploraba el horizonte, velado
por las humaredas, djole a Florentino:
Aguaite, catire! Aquella mancha dorada, no le parece una nube de polvo?
S que lo es afirm Florentino. Y no es viento lo que la levanta, porque no sopla una
garra, sino las patas de muchos caballos, seguramente. Nada tendra de extrao que fuera
ese profeta detrs del cual todo el llano se est poniendo en marcha, segn el forastero
de la otra noche.
Eso mismo estoy pensando hace rato.
Asomronse los peones y momentos despus uno dijo:
El es. Y son ms de doscientos hombres de a caballo los que lo siguen.
Ya vienen del lado de ac de la cerca.
Ahora van orillando la Laguna del Grito...
Como que van a pasar de largo, porque no vienen rumbiando pac.
A menos que vayan a acampar en Mata del Ahorcado, que es el rumbo que llevan.
Y mientras as seguan los peones la marcha de aquella muchedumbre a travs de la
nebulosidad de la sabana, que a lo inslito del acontecimiento contribua dndole
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aspecto irreal de procesin de fantasmas, Juan Parao murmuraba para s mismo, una y
otra vez:
iDoscientos hombres detrs de un hombre!...
Con menos di brega durante varios aos.
el del caballo jerrao
con el casquillo al revs...
Y la gente del profeta haca alto en Mata del Ahorcado cuando El Guariqueo, como
advirtiera que se acercaba Payara, anunci:
Aqu viene el blanco. Y como no venga con la camisa de peliar, porque esa gente se ha
metido en lo suyo como ro en conuco. Contims si ya sabe que el profeta sonsaca la
gente de los hatos por donde pasa.
Malo sera si viniera en ese son, porque pasan de doscientos hombres y nosotros no
somos sino diez.
Y otro:
Que falta saber si todos estamos dispuestos a tirar la par.
Pero Payara lleg dicindoles
Ah tienen ya al profeta, que predica el abandono del trabajo. Si hay aqu alguno que
quiera seguirlo, que lo siga, para arreglarle su cuenta en seguida.
Mirronse unos a otros los peones, y luego uno repuso.
Nosotros por qu, doctor? A menos que ust...
A menos nada ataj Payara, autoritariamente. Yo siempre digo todo lo que quiero
decir y ya lo he dicho.
Odo lo cual murmur Florentino para Juan Parao:
Ya a ste no se le va ni uno.
Y el caporal:
iQu van a dirse, si ya les and alante! Ni aunque lo hubieran pensao.
A tiempo que Payara, dirigindose a Florentino cuyas palabras se le haban alcanzado,
sutilsimo su odo y alerta su atencin, a lo cual deba buena parte del rpido dominio de
las situaciones cuando se enfrentaba con hombres que pudiesen chistarle:
Ser porque no les convenga. Y usted, como veo que ya se encuentra bien y slo le falta
bestia, proceda a escoger el mostrenco que ms le agrade para su silla.
Otra vez tuvo y contuvo Florentino el impulso a responder con una violencia a aquella
aspereza.
Ya le he puesto el ojo a uno repuso socarronamente. No crea que yo me duermo en
las pajas.
Qu he de creer yo que usted sea tonto! Seguramente habr sido el mejor; pero
disponga de l a todo su gusto
Gracias, doctor.
Y Payara, sin concederle importancia a la socarronera con que se Ias daba y ya
volvindole la espalda para dirigirse hacia donde se almacenaban las provisiones del hato.
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No necesita darlas porque ya le incluir el precio del mostrenco que escoja en el del
ganado que piensa comprarme, segn dijo:
Y en seguida, llamando:
Juan Parao.
Voy, doctor.
Desde qu estaba Florentino en Hato Nuevo, cinco das ya, era la primera vez que Payara
caa por- all y las palabras que acababan de cruzarse demostraban que, tanto el uno como
el otro, se mantenan en la misma indefinible disposicin de nimo de cuando el episodio
del corrido del ahorca-do. Respecto a la de Florentino, donde se contraponan y se
compensaban una inclinacin a plegarse al ascendiente que Payara ejerca sobre los
dems y otra a rechazarla violentamente, l mismo tal vez se equivoc al decirse, para sus
adentros y mientras segua a Payara con la mirada:
Con este blanco altanero y, malcriado me la rifo yo hasta el rabo. Muy amigo habr sido
de los Coronados de antes; pero conmigo empiezan otros. No me ir de Hato Viejo sin
llevarme algo en los cachos. Y algo que le duela para toda su vida.
Respecto a la disposicin de nimo de Payara, Juan Parao se iba diciendo, mientras lo
segua:
Ah, doctor Payara! No quiere confesarse que le ha cado en gracia el catire. Si lo
conocer yo, a pesar de los pesares!
Payara entr en la casa donde se almacenaban las provisiones de boca del hato, y despus
de haber echado sus clculos en silencio, djole a Juan Parao:
Creo que podemos ofrecerle a esa gente referase a Ia del profeta algo de lo que
seguramente les falta y no tardaran en venir a pedrnoslo. ndate all y averigua cmo
estn de bastimentos. Ofrceles tambin un par de terneras.
Esa gente, y que no come carne, doctor.
Eso dicen, pero falta saber si lo cumplen. De todos modos, mejor es ofrecerles las
terneras que necesiten, t vers cuntas, antes de que vayan a robrselas.
Y Juan Parao, a lo que se le deca y a lo que le escarabajeaba por adentro:
Son ms de doscientos hombres, blanco. Digamos doscientos cincuenta, con los que
estamos aqu. Justamente los museres que tenemos escondidos por ah.
Qu quieres decirme con eso? replic Payara.
Nada que ust no quiera entend, doctor... Cosas mas, Ya sabe ust que tengo la
costumbre de contar unas cosas por otras... Y como los museres son justamente
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***
Entretanto, el profeta y su gente acampaban a la vista de las fundaciones del hato, al
abrigo de la Mata del Ahorcado, por donde atravesaba un cao y mientras unos tomaban
posesin de los rboles de cuyas ramas colgaran sus chinchorros, otros baaban o
abrevaban sus bestias en Ias aguas fangosas del cao, otros llenaban de ella sus casimbas
y otros se disponan a comer, sacando de los porsiacasos sus provisiones de boca todo
con naturalidad de ocupacin en menester cotidiano, en un momento vulgar del tiempo
de todos los das que no tendra trmino sobre la tierra, sin que nada demostrase que
aqulla fuese muchedumbre fanatizada en pos de un enviado de Dios y en vsperas de la
destruccin del mundo; el profeta mismo que tal anunciaba, apartndose de su pueblo
iba a sentarse en la hierba, recostado al tronco de un rbol aislado de la mata y all coma
de las provisiones de su alforja y beba agua de su casimba, despaciosamente,
sosegadamente, como un hombre sencillo de regular apetito y nimo sereno, que
descansa y toma su refrigerio al fin de una jornada de un viaje sin trascendencia y entre un
bocado y un sorbo deja vagar la mirada por el espacio que recorrer en la siguiente.
Pero entre lo grotesco supersticioso de su prdica, ya suficiente, sin embargo, para excitar
la candorosa imaginacin popular y en el momento propicio en que el duro aprecio de las
necesidades materiales mal satisfechas el recio trabajo y la paga escasa y la condicin
de siervo del pen y el profundo malestar econmico que por todo el llano se extenda
con el latifundio y a causa de las mil trabas que para llegar a ste obstaculizaban la
pequea industria de ganadero sin capital ya no hacan apetecible la vida sedentaria,
aquel burdo profeta deslizaba unas palabras que llegaban, certeras y eficaces, al corazn
de aquella gente:
Llanero, abandona el trabajo que te esclaviza al hombre, ensilla tu caballo y sgueme.
Era una voz antigua, pero siempre oportuna, a cuyo encuentro sala el alma del llanero: la
voz de la sabana, del vasto horizonte abierto al nomadismo... Pero quiz tambin la gran
voz que arrebata el corazn de todo el pueblo mesinico, cuando alguien se le aparece y
le dice, como deca aquel visionario:
Slo yo conozco el camino y el que me siga ser salvo...
***
Y aquella voz tuvo una repercusin inesperada en los laberintos del alma de Juan
Crisstomo Payara.
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Pero a travs de Ias palabras de Salcedol no vislumbr sino la nebulosa de las ilusiones
juveniles que pronto se desvanecera, insensiblemente, en la atmsfera unnime delpesimismo y de la indiferencia ante la dramtica suerte, ya echada, del pas, o sera
desgarrada y aventada por las furias de la persecucin que se precipitara sobre ella.
Ahora, sin embargo, inclinbase a admitir que tal vez no fuese tan precaria la vida de
aquel nuevo foco de rebelda y esperanzas. Cierto era, por otra parte, que haba sido el
mismo Martin Salcedo quien pronto desisti de su peregrina ocurrencia as la calific al
confesarle que se haba equivocado, junto con sus compaeros, al pensar que l pudiese
acaudillarlos porque l todava viva en los aos de su juventud, pensando en godos y
liberales y su programa poltico era de una simplicidad cuasi infantil: probidad en el
manejo de la renta pblica y Ia pena de muerte para los bribones, mientras que por el de
ellos ya corran aires nuevos que exigan una ventilacin ms complicada; pero ahora,
pensando en ello, deslizbasele por los entresijos de su intransigencia y de su
inadaptabilidad un ansia vagarosa de asomarse con alma joven a los nuevos horizontes de
la vida.
Mas, no slo porque Juan Parao le hubiese insinuado volver a su antiguo camino, sino
tambin por las ltimas palabras de Hinojoza, que an las llevaba clavadas y vibrantes,
como una flecha, aunque sin pensar en ellas, para no tener que desentraarles el sentido.
Fue suyo este smil y en l tomaba forma otra de aquellas mltiples resonancias de la voz
que aconsejaba cambio de vida y marcha a la aventura de un horizonte ignoto. Una
flecha! Un rasgn instantneo del velo del olvido sobre una escena sencilla que adquiere
en su imaginacin la candorosa plasticidad de un cromo: un indio yaruro que regresa a su
churuata de Ias riberas del Meta, despus de un largusimo viaje en busca de esposa y
acompaado de ella, maquiritare de las cabeceras del Orinoco, y con un chigire al
hombro, cuya sangre mana
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todava de la herida de la flecha, entra en la vivienda comn sin cambiar saludos, como si
faltase de ella una hora apenas, entrega la bestia muerta a las mujeres de la tribu para
que aderecen la comida de todos y junto con la que ha tomado por esposa en lejanas
tierras se sienta de nuevo entre los suyos y empieza a contarles cuanto ha visto y le ha
sucedido en su viaje de tres meses... Una escena de tiempos tiernos, de juventud del
mundo inmovilizada, cromo de colores candorosos donde las cosas sucedan como si el
tiempo no hubiese corrido o como si desde la mitad de su curso hubiese vuelto atrs,
anulando su propia duracin. Como sucedi con la ausencia de aquel mancebo indio, que
con la mitad de ella, regresando, destruy la otra mitad y todos lo vieron llegar como si no
lo hubiesen visto marcharse. Ni nadie tampoco le pregunt quin era la guaricha que traa
por esposa Cosas de un mundo donde an estn por formarse prejuicios y escrpulos...
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o cada da ms, pero siempre recuerdo en una memoria, cuando l hubiese desaparecido
realmente. Por el contrario, l necesitaba vivir, en pleno, su realidad ntima, restituirse al
mundo de las verdades de donde desapareci al tomar cuerpo dentro de aquella mentira,
recuperar su ntima esencia perdida, o ms bien suspensa, como la nocin de s propio
durante el sueo. Porque de durmientes era en verdad su caso. Tal como ahora apareca
ante los dems no era sino un ensueo que a otros les ocurra y con el cual lo deformaban
Rosngela, de una manera, idealizndolo; otros... (Aqu el pensamiento de Payara perda
de pronto su contenido substantivo, como pierde ante el ojo lento su apariencia sensible
un cuerpo arrebatado de Vertiginosa velocidad y soslayaba rapidsimo su propio abismo).
Pero en todo caso aquellas figuraciones se nutran de su realidad intima, le sorban los
tutanos de su alma y de ella no le-dejaban ya sino desapacible oquedad interior por
donde a veces se deslizaban aquellos mismos fantasmas. Porque, como cosa soada, l
mismo, vena a resultar ensueo y como tal se senta: a ratos imagen idealizada en el
dulce dormir de Rosngela; de pronto pesadilla, no le importaba saber de quin, aunque
aqu, al saltar por encima de su propio abismo, parecale haber visto, un instante no ms,
los ojos de Hinojoza en su ltima mirada. Sucedale como a quien soara dormir entre
muchos durmientes, todos sondolo bajo una forma distinta y l sintindose disgregarse
y desvanecerse en otras tantas sombras absurdas de s mismo. Y quera despertar de
aquel horrible sueo de otros sueos.
Rosngela haba venido a traerle un amor que buena falta le haca: apasionado, como
para que no echase de menos los que no cultiv o no pudo disfrutarlos en su juventud;
puro, cual le convena de all adelante para sosegada delicia de su vejez. Pero tal como se
lo ofreca no poda tomarlo sino por modo de usurpacin, o peor an, de substitucin.
Era para Carlos Jaramillo no poda librarse de este pensamiento, y l se lo robaba a su
memoria como pudiese haber despojado de una joya a su cadver. Sin duda no habra
sido tan extremoso y delicado el amor de Rosngela para su padre verdadero aun en el
mejor de los casos; pero, continuara sindolo para l si llevndola al fatdico paraje le
hubiese dicha: De ese rbol colgu a tu padre? Pero si habra sido monstruoso
someterla a semejante prueba, tambin lo era mantenerla engaada, admirando y
amando, como a la personificacin de todas las posibles excelencias humanas, al ejecutor
de aquella muerte.
De haberlo sido no se arrepentira jams y esto era signo evidente de que Ias fuerzas de su
personalidad estaban ntegramente asistidas del instinto de permanencia en su propia
forma; mas, para que pudiese hallar complacencia en aquel amor era menester que su
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verdad profunda nunca lo fue ms que cuando aquella ejecucin resplandeciese ante
los ojo: de Rosngela.
Ante los suyos propios se vea limpio, todo justicia hasta el fondo del corazn; pero aquel
amor no le vena por el camino de sus obras, no se lo haba conquistado l, sino que se lo
tributaba Rosngela en desbordamiento y objetivacin de su gran capacidad amorosa.
Haba, sin embargo, dentro de su verdad, algo suficiente para que as se le admirase y se
le amase. Rosngela era hija de su mentira, pero tambin del momento ms generoso de
su vida, de lo ms noble que pudo haber en l cuando minti. Hija de su espritu, que
significaba mucho ms que de su carne y quizs, quizs si ella conociese la verdad, ya con
buena razn para admirarlo, lo amara ms. Todas sus obras haban tenido el sello
inequvoco de un egosmo desmesurado, eran actos de una personalidad que
ejecutndolos, no haba hecho sino rendirse tributo y homenaje a s misma y todas fueron
tremendas; slo una vez le fue permitido ser generoso, aqulla, y entonces lleg hasta el
sacrificio... Pero ni aun entonces falt a su destino la fatalidad que arideca sus obras,
ninguna inspirada de Ia apetencia del mal. Ni aun todava faltaba, porque un brutal
sarcasmo y no otra cosa era el gran amor filial de Rosngela. Pero qu pasara si l le
confesase la verdad, aun sin llegar a lo monstruoso sucedido en Mata del Ahorcado?... Ya
ella lo haba dicho:
Si no fueras mi padre, me enamorara de ti.
Y esto no! Esto de ninguna manera. Porque no sera posible dentro de las leyes que
haban dado carcter de verdad irreversible a aquella mentira y porque ni aun rompiendo
definitivamente con Ia sociedad donde tales leyes imperaban, ni aun refugindose en
aquellos rincones del mundo que poco antes haban acudido a su memoria con la tierna
plasticidad de un cromo ahora se preguntaba cmo pudo ocurrrsele semejante
ingenuidad llevara a ellos nada humanamente nuevo, sino un amor vulgar y adems
grotesco.
Y era, precisamente, una forma de amor inslito lo que l apeteca. Ni el paternal por
engao, ni el otro, que un hombre cualquiera puede sentir por cualquier mujer.
Ambas cosas significaran plegarse a las circunstancias, modificarlas para poder vivir
dentro de ellas; mientras que l no se satisfara con menos de que, siendo tal cual era y
habiendo sido su vida tal como haba sido, las circunstancias exteriores se allanasen a su
voluntad de ser amado como ningn hombre lo fuera, con un amor increado.
Pero en llegando a este punto de su soliloquio, ya sutilsima la atmsfera espiritual donde
se mova su pensamiento, cay de pronto, cual por gravitacin de sensatez,
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Eso pa los muchachos contina uno de los Peones. Verd, Florentino? Yo cre que
ust liba a replicar con algn cuento como el de la tortuga careta, sino quera repetile el
mismo.
Tentado estuve de hacerlo, pero el Comandante me pel los ojos dice, refirindose a
Juan Parao.
Y ste sonre desde su mutismo.
Sin embargo arguye otro de los peones, el cuento del sueo en la pasada del
pramo. ..
De sos tengo yo unos cuantos ataja Florentino.
Ese es el mal del pramo. Un sueo pesado que le entra a uno por todos los poros del
cuerpo. Un sueo de estar dormido y despierto, al mismo tiempo, de que se va el alma y
le entra otra, con la particularidad de que la que se le va es caliente y la que le entra, fra,
como alma de muerto que se hubiera quedado vagando sobre la cumbre del pramo.
Frio como un yelo, dice este profeta de pacotilla que era el espritu del gran profeta Elas
que se le meti en el cuerpo durante ese sueo, a la vez que el suyo se le escapaba y
como a m me ha sucedido lo mismo, pero sin recurrir a la Biblia para explicrmelo, no
puedo creer en cuentos de camino, porque perro no come perro.
Pero es que ste dice rearguye el pen crdulo que antes de sucederle eso l era un
hombre entre los hombres, que pensaba con su cabeza suya, mientras que desde el
dispertar de ese sueo, siente que piensa con cabeza que ha sido enantes de otro hombre
y ya no vive como uno entre los dems, sino como un resucitado entre los muertos.
Con agua fra se cura todo eso.
De mo y manera que ust cree, Florentino, que el hombre es sencillamente un loco?
Cerca de por ah lo buscan. - La cuestin es que lo encuentren. Ust mismo acaba de dec que algo tiene ese
hombre pa pod arrastr tanta gente detrs suyo.
Y aqu intervino Juan Parao.
La cuestin no es que lo tenga, sino que los dems se lo encuentren, o hagan como si se
lo encontraran.
A lo que replic Florentino:
Voy a decirle como acostumbra responderme mi hermano cuando no me lo explico muy
claro: hbleme en positivo, viejo. Porque algo muy serio debe de venir pensando usted
para que lo traiga tan callado y de ese algo un buen poco deben de ser esas palabras que
ha soltado de refiln.
Pero Juan Parao se limit a sonrer, otra vez desde su silencio.
Ahora est encaramado sobre el tranquero de la majada y tiene por delante la callada
inmensidad de la sabana, bajo la noche fosca. Florentino se le acerca y le pregunta: Qu
le pasa, amigo?
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EL RUCIO MOSQUEADO
Es superchera muy generalizada en el bajo pueblo venezolano que cuando alguien
desempea con acierto y prontitud los quehaceres de su oficio, sin dar muestras de
excesiva laboriosidad, se le crea asistido de la colaboracin de un duende familiar y
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Pa m que ese rucio no es bestia verdadera, sino algn cristiano encantado. Si no,
aguitenle la mirada, que no es de animal.
Esto fue antes de la llegada de Rosngela, ya olvidada la leyenda del duende familiar de
Hato Viejo. Ahora el extrao caso del rucio se explicaba de otro modo.
Estaba Payara contemplando la polvareda que haba dejado en el horizonte la cabalgata
del profeta, en el cual se alejaba de l, quiz para siempre, Juan Parao, y estaba El
Guariqueo dentro de la corraleja platicando con el rucio, cuando Florentino, con sbita
ocurrencia :
Guariqueo. Como ayer me dijo el doctor que escogiera el mostrenco que ms me
gustara y el que ms me gusta es el rucio amigo suyo, vaya despidindose de l, ya estoy
ensillndolo.
Gu! Eso es cosa suya. Ah lo tiene, escuchndolo repuso el amansador, cruzando
luego una mirada de inteligencia con Payara, quitado de su contemplacin por aquellas
palabras.
Florentino se dirigi al caney sillero en busca de su montura y all se le acerc uno de los
peones a decirle: No monte ese mostrenco, Cantaclaro.
Que no? Ya voy a estar echndole la pierna, a ver si es verdad todo lo que cuentan de
l.
Hgame caso, Florentino. Mire que asina mismo dijo el Caraqueo.
A ver. Echeme ese cuento. Que es raro que todava no me lo hubieran echado.
Como Juan Parao no quera que se hablara de eso; pero ahora que l se ha ido, oiga el
pasaje. Fue que el caraqueo se empe en mont el rucio, porque en ese momento
conversbamos de que esa bestia deba de ser la que habra amansado el blanco de por
aqu pa los viajes de sus apariciones, que pronto deban de empez otra vuelta por causa
de la venida de la nia Rosngela. Lo cual se ha visto despus comprobao, porque casi
todas las maanas amanece ese mostrenco baao en sudor, sin que se sepa que naiden lo
haiga sacao del corral durante la noche y pa casualidad es mucho que ca vez que eso pasa,
alguno diga que se ha tropezao esa misma noche al blanco, sobre un caballo de ese pelo.
Cmo se explica entonces que haya sido negro retinto el que montaba cuando se me
apareci a m?
Yo no s cmo podr explicarse; pero lo que le estoy diciendo es el evangelio. Y
volviendo a lo del caraqueo. Le aconsejamos que se dejara de eso, porque caballo
amansado por duende no lo debe mont cristiano; pero el quera demostrarnos que se
burlaba de esas creencias y siempre se sali con la suya. Le ech la pierna al rucio, le
dimos llano y sali el mostrenco pisando volatera, que nadie se la haba ensean. Digo
nadie de carne y geso.
Y nosotros desde aqu mirndolo, hasta que vimos que el rucio
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cambiaba el paso y segua de ah p' alante como al de otra bestia que se le hubiera
aparejado. Sin que por todo eso se viera tal bestia, por supuesto. Y as desaparecieron los
dos en la Mata del Ahorcado. Porque eran dos, Cantaclaro. Eso se vea clarito. Este que
digo: se comprenda. Bueno, pues. Apenas haban entrao en la mata cuando ah mismo
vuelve a sal de ella el caraqueo rumbo p'ac y cuando llega se apea del rucio, le quita la
montura y se la pone a la bestia de l, que era por cierto un mataln y sin dec palabra por
su boca, coge su camino y se larga de por to esto. Y digo que por su boca, porque si no
habl pa explicar lo que haba sucedido en Mata del Ahorcado, en cambio lo jipato que
lleg estaba diciendo a gritos que algo muy espantoso haba mirado. De mo y manera que
por aqu nos quedamos preguntndonos, to esa tarde y esa noche: "Qu sera lo que vi
el caraqueo?"
Y nada ms, compaero? pregunta Florentino, al cabo de una pausa.
Na ms, que es bastante.
Pues ya van a salir ustedes de dudas, porque lo que soy yo monto el rucio, custeme lo
que me cueste, y desde ahora les doy mi palabra de contarles lo que me suceda.
Qu se va a hac! concluy el pen. Ya yo he cumplo con aconsejale que no
monte ese mostrenco. Pero si ust se empea... Ch'ac la montura, pa ensillrselo yo
mismo.
***
Fue un ardid para el cual le sirvi de mucho haber odo aquel pasaje; pero el mismo pen
que se lo refiri y todos los dems creyeron que las cosas estaban sucediendo tal como le
ocurrieron al caraqueo. Incluso Payara pareca sumamente interesado.
Atraves la mata y aplicndole las espuelas al rucio lo encamin hacia las antiguas
fundaciones de Hato Viejo, a donde no haba vuelto desde que estaba por all.
Dije ayer que no me ira de por estas tierras sn llevarme algo en los cachos y la ocasin
la pintan calva. Solita debe de estar la muchacha en la Casa Grande.
Al galope y protegido por la mata que lo ocultaba de la vista del Hato Nuevo, lleg a las
ruinas de las fundaciones primitivas, y ya sala de la arboleda que las separaba de la casa
de habitacin de Payara, cuando se encontr de manos a boca con El Guariqueo.
Refren la bestia y se lo qued mirando.
Qu casualidad! exclam el amansador socarronamente. Que ambos higamos
teno la misma idea: ust en dar la vuelta por detrs de la mata y yo en cort derecho pa
salile alante.
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VI
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En cuanto a lo segundo, si es verdad que es mala poca para sacar ganado, tambin sera
usted mal llanero si no supiera sacar provecho de esa circunstancia, pues la habilidad y el
mrito de un hombre consisten en hacer lo que otros no se atreven. Por otra parte, no
debe tardar mucho la entrada de aguas.
Y si lo dejramos para entonces? Porque tambin es verdad que si ese ganado se me
muere por el camino quedo yo embarcado con usted en una deuda grande.
Para entonces lo hara yo. Y, adems, para entonces no estara usted por aqu, ni
aunque faltaran pocos das.
Y en seguida a los peones, cuyas bestias ya estaban ensilladas:
Vamos, muchachos.
Y Florentino volvi a echarle la pierna al rucio mosqueado, dicindose mentalmente:
Vaya, pues! Este hombre dispone de uno como si fuera tambin ganado suyo... De
dnde le habr venido ese arranque de amistad para conmigo? Primero le dice a la hija
que yo voy a cantarle canciones, sin haberme tomado mi parecer, como si fuera cantador
a sueldo suyo, y despus de haberle faltado un poco ayer noms, para echarme de aqu
como un perro, ahora me sale metindome unos reales en el bolsillo, como quien dice, a
la fuerza... Que no dejan de venirme a pelo, por cierto. Porque el que est limpio, ni real
tiene, y as ando yo hace tiempo. Que ya est de ms que vaya a quitarle plata a Jos Luis,
l sudando para ganarla y yo para gastrsela... A menos que stos sean "planes del viaje'',
como cuentan que deca aquel llanero a propsito del general Pez ... Que segn Juan
Parao anda buscando a quin entregarle la lanza de Queseras del Medio... Ah negro y sus
cosas! Por dnde irs a estas horas? ... Pero, qu estbamos diciendo, Cantaclaro?
Cantaclaro! Hasta cundo Cantaclaro? Florentino Coronado, hijo de Ramn Coronado...
Gracias, viejo! Hace tiempo que no me acordaba de ti, la verdad sea dicha. Digo, que no
me pasaba por la cabeza la idea de que t hubieras existido. Una misa de tres curas, cruz
alta y responso completo te mandar cantar en cuanto venda el ganado, porque al haber
sido t un hombre honrado y de fundamento parece que debo este fiado que me van a
hacer para que me gane una plata. Digo, si es que me lo hacen! Porque detrs de esta
salida por las buenas bien puede venir otra contraria de este blanco, que es ms oscuro
que un negro a medianoche y con los ojos cerrados, pues nunca sabe uno por dnde le ir
a derrotar.. Pero una cosa s est clara: que me est tendiendo un puente para que me
vaya en seguida. Falso, para que me enzanjone al pisarlo, o de plata, como dice el dicho
que se le debe tender al enemigo para que se vaya contento y no vuelva.
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Ms claro no canta un gallo: que no estar por aqu para la entrada de aguas, as falten
pocos das. Ser que El Guariqueo le habr contado? ... En fin! Ya estoy otra vez en el
rucio. Salga sapo o salga rana, vamos a coger el ganado.
***
Ya ste marchaba hacia los corrales, en pos de la tonada del puntera, tendida al ancho
silencio de la tarde declinante, y an Florentino esperaba por momentos lo que pudiese
brotar del caviloso silencio en que vena sumido Payara, cuando, ya cerca de las
fundaciones del hato, como oyesen lejanos relinchos, tanto el uno como el otro, buscando
de dnde provenan, fijaron sus miradas en una polvareda distante que doraban los rayos
del sol de los araguatos.
Levantbala el arremolinamiento de un hatajo de bestias salvajes y Florentino murmur:
Una rochela.
Pero en seguida advirti que no eran simples retozos a que se entregase el hato, sino que
en l se estaba cumpliendo uno de los ms admirables misterios de la vida animal: El
repudio de las potrancas ya aptas para el amor. A coces y dentelladas las despeda el
padrote de aquella yeguada, porque eran sus hijas y el instinto, vedndoselas, se las haca
aborrecibles.
Y esto bast para que, de pronto tomase cuerpo y contornos precisos un pensamiento, o
sombra de pensamiento, difuso a travs de todas las reflexiones de Florentino desde que
se interesase en el misterio de Hato Viejo y especialmente de las encontradas
inclinaciones que experimentaba respecto a Payara.
Vamos a reventar esta postema se dijo mentalmente. Y luego, cual si hablase a solas,
pero espiando de reojo la actitud de Payara : El padrote echando a las hijas con las
cuales no se debe ayuntar. Hasta los animales respetan esa ley.
Nunca fue suspicaz Juan Crisstomo Payara cuando en su presencia se hicieron maliciosas
alusiones a cosas que se le imputasen, sino ms bien obtuso y ello a causa del macizo
sentimiento de s mismo contra el cual rebotaban insidias y calumnias; pero ahora aquella
punta haba acertado con rotura insospechable de su coraza y por all lo hiri al instante.
Palideci de ira y tirando bruscamente de la rienda su caballo, lo hizo girar encabritado
sobre las patas traseras, de modo que vino a quedar con Florentino a su diestra, a tiempo
que ste, sofrenando su bestia, se llevaba la mano a la empuadura del revlver.
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Fue cosa de un instante. Pero ya todo el mpetu que iba a desatarse en el arrebato de
clera, blandiendo el chaparro para cruzar el rostro del ofensor insidioso, estaba
contenido y dominado por el ofendido, quien deca, con palabras macizas de voluntad en
absoluto seoro de s mismo.
Sepa usted que Juan Crisstomo payara no acata sino las leyes que l mismo se haya
impuesto.
Y Florentino, sobrecogido por el respeto que infunda aquella contencin y arrebatado su
pensamiento a la nocin de lo presente por el poder evocador de las primeras palabras de
aquella frase, se sinti transportado a la escena imaginada a travs del relato que le
hiciera Juan Parao, de cuando Payara, ante el cuerpo ya pndulo de Carlos Jaramillo, se
apoder de su voluntad mostrndole el fondo de su alma con palabras que as
comenzaban:
Sepa usted...
Pero antes de que volviese a la nocin de lo presente ya aquella fuerza incontrastable que
efunda de Payara estaba toda dentro de ste, quien, como si nada hubiese sucedido,
decale, indicando con un ademn el rebao que los peones encerraban en el corral:
Ese ganado no es que se lo fo, como en .un principio le dije, por razones que me
reservo, ni mucho menos que se lo regalo; sino que con l pago, ni un cntimo ms ni un
cntimo menos, intereses incluidos, una deuda que tena para con su to Manuel. Es decir,
hoy para con usted, su heredero. Hace veinte aos, guerreando yo, Manuel Coronado se
quit, como se dice, de la boca, quinientos pesos para que yo racionase mis tropas.
Quinientos pesos que al nueve por ciento anual que autorizan la ley y la honestidad a que
nunca faltaron los Coronados en sus negocios, hacen hoy mil cuatrocientos. Justamente el
precio de ese ganado que ya es suyo. Ahora tcale a usted sacarle mayor provecho. En
cuanto a los peones que se lo conducirn, tampoco es favor que le hago. Se los cedo
porque ya no los necesitar y tendra que despedirlos.
Dicho lo cual le volvi la espalda, camino de su casa.
Florentino se qued plantado en el sitio y all estuvo un buen rato con su asombro,
vindolo alejarse, como a misterio viviente.
A lo lejos se levantaba todava la polvareda del repudio de las potrancas.
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VII
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del espritu de Hinojoza, de quien nunca supo qu sentimientos abrigara respecto a ella.
All estaba, sin desearlo, pero tambin sin atreverse a abandonar el corredor, cuando
apareci Payara, que no le llevaba sino tranquilidad efmera, de no sentirse sola ya, al
verlo acercarse.
Se ape Payara de la bestia, dejndola al cuidado del muchacho caballericero que all lo
esperaba y entr en la casa dirigindole a Rosngela, que le sala al encuentro, un seco:
Qu hay?
Gracias a Dios que has venido antes de que obscureciera del todo! Tena un miedo!
S? repuso, como si se tratase de cosa que nada le importara, y luego, retirndose de
ella, que le presentaba su frente al beso ya acostumbrado: Espera. Djame lavarme y
cambiarme. Vengo hecho un asco, de polvo y de sudor.
Y pas a su habitacin dejndola plantada en la sala, con un torbellino de imgenes
interrogantes, todas girando en torno al acontecimiento de la maana.
Mucho tard en cambiarse y venir a sentarse en la sala donde ya ella lo estaba en una de
las mecedoras, cosa que hizo sin dirigirle la mirada, atento al arreglo que haca de sus
uas, acaso para que sus ojos tuviesen ocupacin y no traicionasen el tono de serenidad
que necesitaba imprimirle a su conversacin. Y as comenz, al cabo de un rato:
Te anunci el otro da que hablaramos a propsito de ese raro temor que te inspira el
paisaje de la sabana y que, por lo visto, hoy has vuelto a experimentarlo.
Ms que nunca repuso Rosngela, haciendo esfuerzos por minar la alteracin
repentina y en apariencia inmotivada de sus nervios.
No tendr eso alguna relacin con aquel sueo de tu infancia que una vez me
referiste?
Segundos apenas dur la pausa que medi entre estas reposadas palabras y las que hubo
de agregar para precisarlas; pero Rosngela los vivi tan intensamente que de all
adelante habra de parecerle su existencia prrroga de un plazo vencido.
Aquella pesadilla de tu niez, de unas voces que ya iban a revelarte algo que t no
queras or. Recuerdas? Ah! S.
Ests segura de que fue realmente un sueo?
Cmo no! Una pesadilla de muchas noches respondi con atencin vacilante, todava
no bien concentrada por el tema de la pregunta intempestiva.
Una pesadilla de muchas noches
repiti Payara, atento a sus uas, como si slo esto le interesase y el hablar
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Yo pens como t en el primer momento, pero luego comprend que dondequiera que
estuvisemos, mientras permanezcamos en la mentira que nos rodea, seguiran manando
en nuestros corazones las fuentes temerarias.
La frase alambicada con que concluy fue tal vez un velo que se ech de pronto encima su
pensamiento, a punto de desnudarse; pero cualesquiera que hubiesen sido sus palabras
ya estas holgaban por completo. Y cuando abri los ojos ya Rosngela no estaba frente a
l.
La vi abandonar la sala, la sigui un rato con la mirada en su ir y venir por el corredor,
enajenada de s, sostenindose la frente entre las manos; comprendi que la haba
perdido para siempre, se levant de la mecedora y se fue a su habitacin.
VIII
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do para que no pueda dirse maana... Ande ust a ver por qu ser.
Florentino oa y callaba.
Ya haba cesado el estruendo de la carrera del rebao; ahora eran otra vez los bramidos
del cabildeo aqu y all y el alboroto de los alcaravanes que dorman al raso y los gaidos
lgubres de uno de los perros del hato, as que los otros se cansaron de ladrar.
Y los comentarios de los peones acerca de los designios que persiguiese "el blanco" para
impedir que Florentino abandonase el hato.
Florentino oa y callaba.
La dispersin del ganado haba resuelto su anterior disyuntiva: ya poda irse escotero;
pero la explicacin de los peones no le satisfaca. En un principio haba pensado que el
causante de aquella espantada hubiese sido El Guariqueo, quien faltaba del hato cuando
l y los peones regresaron de Jarizalito, y an no estaba por all, sin que se supiese por
donde anduviera ; pero luego lo asalt la sospecha, ms cnsona con su propensin a lo
misterioso y con la incertidumbre ante el enigma de Payara, de que bien podra haber sido
ste, quin sabe por qu y hasta bajo la forma del aparecido que le haba abierto la puerta
del medanal.
Pero si aqu est el rucio mosqueado deca uno de los peones, en apoyo de su opinin
de que no haba sido el espanto el causante del barajuste, sino el acoso del tbano que
enloquece al ganado. De haber sido el blanco no estara aqu el rucio. Adems, esa
sombra no pareca de jinete. A menos que fuera montado sobre caballo negro como la
noche, para que no se viera sino como suspendida en el aire.
Y es que no hay en Hato Viejo un caballo de ese pelo? le replic el que sostena la
versin del aparecido . Sin ir ms lejos, por ah renguea todava Azabache.
Referase a un antiguo caballo de silla de Payara, viejo y manco, que su dueo haba
devuelto a la vida libre de la sabana y del cual ya le haban contado a Florentino que
cuando Payara pasaba por donde l pastase, al or el silbido con que aqul lo saludaba, se
lo devolva con un relincho afectuoso y se quedaba mirndolo hasta que lo perda de vista.
Y ya no hubo razn que le impidiese a Florentino insistir en que bien podan ser el mismo
personaje Juan Crisstomo Payara y el blanco de Hato Viejo, que cuando a l se le
apareci llevaba caballo negro como Azabache, que renco y viejo quizs todava le serva a
Payara para tales cabalgatas. Porque todo esto, lo que pensaba Florentino y lo que los
otros decan, estaba sucediendo en aquel plano donde las dos explicaciones de un
fenmeno, la racional y la absurda, pueden darse juntas y sin que se estorben en la mente
del llanero, como ya haba dicho el caraqueo en Mata del Anima Sola.
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Que, por cierto, tambin dijo y ahora vena al caso, algo relativo a la inclinacin de Payara
por lo supersticioso.
De todo lo cual concluy Florentino:
Todava me queda este rabo por desollar. Vamos a salir de eso ahora mismo.
Y ensillando de prisa el rucio que ya se haba adjudicado, mont y se lanz en seguimiento
de aquella misteriosa sombra blanca.
Nada de este color divisbase en medio de la negrura de la noche, como no fuese el trazo
vago y tortuoso del sendero que por entre los pastos conduca a la Casa Grande; pero
Florentino lo segua creyendo correr en pos de una sombra fugitiva entre las sombras y as
lleg hasta la casa de Payara.
An Rosngela iba y vena por el corredor, arrebatada de s, oprimindose las sienes,
como para impedir la total expansin de la idea atroz que la atormentaba, cuando al
advertir la presencia de Florentino, que se haba detenido a observarla, corri hacia l y le
dijo:
Squeme de aqu esta misma noche. Haga de m lo que quiera despus; pero squeme
de aqu en seguida. Ya, si es posible! Se lo suplico por lo que usted ms quiera en el
mundo. Lbreme de esta cosa horrible que me va a suceder. No me pregunte cul es. Ms
horrible que todo lo que pueda sucederme yndome con usted. Squeme de aqu ahora
mismo! ...
***
Medianoche era por filo. Un cacho de luna asomaba en el horizonte. Atrs, ya lejano, el
canto de un gallo; por el camino adelante el spero graznido de los alcaravanes
Ya se distinguan la cerca y la puerta del medanal; pero en sta las trancas corridas
franqueaban el paso. Florentino se pregunt :
Como cuando llegu? Pues est visto que tanto para la entrada como para la salida, en
Hato Viejo tengo yo portero que me evita el trabajo de apearme.
Pero en seguida distingui una sombra blanca detenida junto a la cerca, a cierta distancia
de la puerta... Acaso uno de los postes de la cerca misma, blanquecinos de intemperie,
donde se reflejase, ms que en los otros, el menguado fulgor lunar... Pero ms bien
pareca un jinete.
Si eres el blanco, toma t en paz descanse dijo Florentino entre dientes y echando
mano al revlver, agreg: Y si no, prevenido mat a confiado...
Pero ya haban atravesado la puerta y an la sombra permaneca inmvil.
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Ah! Ya me lo explico todo se dijo Florentino, guardndose el revlver. Todo sin que
Rosngela se hubiese dado cuenta.
Y luego, siempre mentalmente:
"Adis, doctor Payara! Gracias por la confianza que hace de m y perdneme los malos
pensamientos".
IX
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No poda saber Rosngela que este cantar, entonado a media voz, fuese el mismo que
haban odo todas las mujeres que se haban escapado con Florentino, de cuya fama de
tenorio errante ya Payara le haba hablado; pero aquellos versos con sordina componan
un epitafio de su existencia ilusionada y al orlos comenz a moverse su pensamiento
detenido.
Aquel ritmo pausado y armonioso de su vida al lado de las Payaras, agasajada y bien
protegida, cun precipitada y disparatadamente se lanzaba ahora hacia un destino
incierto! No porque la vspera, en un crtico momento de tormenta espiritual ya toda su
alma en la espantosa claridad de aquella horrible intuicin del objeto a que se enderezaba
la previa exploracin de su nimo que hiciera Payara con lo dicho e insistido a propsito
de su pesadilla de la infancia, no porque entonces le pidiera a Florentino que la sacase de
Hato Viejo, al precio que quisiese ponerle a su favor, sino porque tres meses antes, en una
hora menguada se empe en que Payara se la llevase consigo. Comprenda que la
determinacin que iba poniendo por obra no haba sido la nica solucin del conflicto,
sino la ms burda y temeraria de todas, entre varias posibles y sensatas; pero no se
arrepenta de haberla tomado, sino que, por el contrario, apuraba su temeridad como
acto de rebelda contra el destino y modo de expiacin, al mismo tiempo, esperando por
momentos la hora brutal en que Florentino quisiese cobrarse el favor que le hiciera
accediendo a su splica, para luego abandonarla a su suerte, una de tantas que en su continuo vagar habra tomado y dejado, la menos exigente, la ms propicia de todas.
Porque una gran vergenza irreparable deba caer sobre su vida en castigo de aquella
pasin monstruosa as se complaca en calificarla que abrig su espritu bajo la falsa
hermosura de su gran amor filial. Nunca haba estado convencida, ni siquiera realmente
engaada acerca de que Payara fuese su padre, y tan cierto le pareca esto, con tanta
fuerza se aferraba su despecho a lo ms odioso que tal afirmacin pudiese contener, que
ahora todo el proceso de su amor se lo explicaba como monstruosidad y deliberado
engao de s misma, creyendo recordar perfectamente el preciso momento en que debi
de desplazar hacia el arbitrario mundo de los sueos aquella certidumbre de haber odo
inequvocos comentarios acerca de su verdadera filiacin, a fin de que, consideradas como
pesadillas de su infancia, aquellas voces internas que queran decirle la verdad que ya se
la haban revelado, decase, pero ella no quiso prestarles atencin no le impidiesen
disfrazar de sentimiento filial lo que en realidad no quera ser sino mala pasin.
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No adverta, no quera advertir lo que haba de contradictorio en todo esto, tal como pudo
suceder y como ahora lo pensaba. Otra cosa habra sido insista en atormentarse s,
aun a sabiendas de que Payara no era su padre, aquel sentimiento hubiese nacido de
costumbre y reciprocidad; pero ni contribuyeron a lo primero circunstancias exteriores, ni
Payara nunca le cultiv aquel afecto, sino que por el contrario hizo todo lo posible por
desterrarlo de su corazn. Slo una vez fue a verla y no propiamente a ella quizs, sino a
las hermanas y por hallarse en Caracas, cuando la entrada de aquella revolucin
victoriosa, que sin esto tal vez no la habra conocido; slo dos o tres veces, le haba escrito
y apenas para contestar sus cartas, disuadindola de la idea de unirse a l y, finalmente,
no pudo ser ms explcita su negativa al deseo formulado por ella una vez ms, de que se
la llevase consigo cuando la muerte de las Payaras. De dnde, pues se preguntaba,
sino de su corazn solamente, espontneamente y aun contrariamente a todo lo que se
origina de costumbre y reciprocidad, se haba originado aquel amor, ya demasiado
apasionado y vehemente para ser afecto filial? De la inconsciencia de la nia lo tom
como pretexto la mujer ilusionada la mala mujer, decase y entre el temperamento
amoroso y la imaginacin ardiente y la desviacin romntica le construyeron, con gran
complacencia suya, aquella cosa abominable que un da le permitira decir "si no fueras mi
padre me enamorara de ti", sabiendo que no lo era aquel a quien se lo deca y sabiendo,
al mismo tiempo, que s lo era, espiritualmente y ante el mundo, aquel a quien como a
hombre amaba.
Estas eran las temerarias fuentes, como dijo Payara, y para cegarlas a piedra y lodo una
gran vergenza irreparable deba caer sobre su vida.
No se le escapaba que la determinacin tomada no era la nica posible, sino la ms
absurda y temeraria, pudiendo haber sido la ms sensata decirle a Payara y quiz todava
a Florentino, que la llevase a Caracas, donde unas buenas amigas ya le haban ofrecido sus
casas, cuando muertas Eulogia y Carmela se qued desamparada y que an le brindaran
arrimo y proteccin; pero lo absurdo, fugarse con Florentino mujeriego para que hiciese
de ella lo que quisiese, era, a la vez, quemarse en vivo la llaga de su culpa y desafiar al
destino a que apurase la crueldad con que la trataba.
Esto ya era como si hubiese sucedido, porque en aquella copla estaba escrito el epitafio
de su existencia ilusionada. Y se le desat el llanto contenido desde la noche.
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Juan el veguero. La del vientre disforme, que bien pudo ser estril, pobre mujer del campo
venezolano siempre preada de muerte. Se sabe, acaso, cunta bondad se perdi con
Eufemia? ... Se sabe, solamente, que con ella desapareci de la tierra una inmensa
capacidad de resignacin.
Ya no hablaba Eufemia, pero con el silencio de la tarde bien podan reconstruirse sus
palabras y, Florentino las record como si las estuviera oyendo:
Si me pro ...por ..ciona u...na ra...jita e fs....
As fue su muerte. Una pausa ms larga que las acostumbradas entre slaba y slaba. Juan
el veguero, como no acabase de or la palabra completa, volvi despacio su mustia mirada
hacia ella y viendo que ya no alentaba, que no era sino un peso inerte que hunda el
chinchorro, se dijo, calmoso tambin:
Gu! Cmo que se muri Ufemia? Ufemia, muj! Cmo que te has muerto de
verdad?
Y despus de una pausa, ms larga que las acostumbradas:
Se muri Ufemia! ... Ah, pues...! Se muri como un pajarito.
Con las tablas de la puerta fabric el atud. El mismo abri el hoyo. El solo la enterr...
Luego sac de las pajas del techo su machete rabn. Llam al perro sarnoso:
Centinela!
Y lo machete hasta descuartizarlo. All estaban todava los zamuros disputndose lo que
quedaba de su carroa.
Pas despus al conuco y lo arras. Y todo esto lo hizo despacio, callado, impasible... Se
sabe, acaso, cunta mansedumbre se quem en aquel arrebato de clera? ... Se presume,
solamente, que desde aquella maana habra menos resignacin sobre aquella
tierra...Luego descolg su chinchorro, se lo ech al hombro y se fue... Dentro de la casa
estaba sola y muda la oscuridad de siempre...
Se fueron con el profeta dijo Florentino, para que Rosngela no tuviese escrpulos en
pernoctar en casa por donde acababa de pasar la muerte. Eran marido y mujer, a
quienes conoc cuando iba para Hato Viejo. La casa no es un palacio, propiamente, pero es
la nica que hay en varias leguas a la redonda. Usted se acomodar en la pieza, que
aunque no tiene puerta es ms resguardada y yo colgar aqu afuera, bajo el techo en
piernas. Duerma tranquila, que yo no tengo sueo y le montar guardia desde mi
chinchorro.
Y mientras velaba el sueo de Rosngela que fue ms poderoso que su voluntad de no
quitar los ojos del hueco de aquella puerta por donde las tinieblas malolientes del cubil se
continuaban en la temerosa oscuridad del
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desierto que lo rodeaba a Florentino le desfilaron por la mente muchas ideas que nunca
lo haban visitado. Unas claras, otras confusas; unas que tendran realizacin inmediata,
otras, lejana, otras que nunca llegaran a tenerla. Pero todas ya generosas, siquiera de
algn modo.
Era como si la aventura del rapto de Rosngela, primera con la cual no persegua un
propsito torpe o mezquino o simplemente frvolo, le hubiese comunicado a su existencia
hasta all sin rumbo ni finalidad til, fuerza perdida como la del viento en la sabana
una mejor razn de ser, abrindole ya el alma a otra mejor comprensin de la vida y en
particular de su tierra llanera y de la gente que sobre ella amaba, sufra y esperaba.
Hato Viejo, donde haba podido darse aquella cosa monstruosa de que un hombre
hubiese tenido que decir, al pie de un rbol de. cuyas ramas penda otro hombre: "Sepa
usted que Juan Crisstomo Payara habra querido morir sin mancha de homicidio". Y
donde luego una mujer que tena en los ojos la pureza del alma, hubiese tenido que
decirle, al primero que se le acercase: "Haga de m lo que quiera, pero squeme de
aqu".
Y esto que ahora lo rodeaba: una casa abandonada, cuatro cruces sembradas entre el
monte...
La pobre Ufemia decase, que ya estaba muerta cuando me ofreci sancocharme
unas yuquitas sin sal si le proporcionaba un fsforo... Qu se habr hecho Juan? Adnde
va el buey que no are, ni adnde ir ese infeliz que no pase trabajos? ... Cmo es posible
que yo ande cantando por la tierra donde suceden estas cosas?... Se acab Cantaclaro! Y
se acabaron los amorcitos y los viajes sin rumbo... Hay que hacer algo ms serio, Florentino... Hay que hacer algo para que en esta tierra un Juan el veguero no tenga tres hijos y
una mujer y se le mueran todos, de hambre y de fiebres y de brujos... Y de jefes civiles,
como el que arruin a Juan el veguero... Hay que hacer algo, Florentino...
***
Otro amanecer sin canto de gallo ni lumbre encendida. Comieron las provisiones que
Florentino llevaba en su porsiacaso; Rosngela, a la fuerza, porque l le haba dicho:
Mientras no coma, algo aunque sea, no seguiremos camino.
Y ya en marcha, dijo Florentino:
Como usted no me ha manifestado deseos de que la lleve a alguna parte determinada, voy
llevndola para mi casa a ponerla bajo el amparo de mi madre, que ser sombra humilde, pero
mejor no la hay para descansar de una mala jornada. All podr estar mientras no resuelva que
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La lleve a otra parte donde se crea ms segura y mejor representada. Y le digo esto para
que sepa de una vez cules son mis intenciones respecto a usted y haga el viaje tranquila.
No como una Francisca o una Mara de la O., sino como quien es usted y as se la respeta.
Levant Rosngela su mirada hacia l y balbuce emocionada:
Perdneme. He debido comprender que es usted un caballero, Florentino.
Porque vengo a caballo, ser repuso, con su habitual humor festivo. Soy un
hombre, nada ms. Un hombre que ha enamorado a muchas mujeres para sacrselas.
Dicho sea con perdn de usted. Un mal hombre si usted quiere; pero que todava no se ha
aprovechado de una desgracia ajena. Yo nada quiero saber de lo que a usted le haya
sucedido; pero sepa que conmigo viene ms segura que con su padre, que ya es mucho
decir.
Ella lo mir un rato en silencio, toda sonrojada y luego.
Por qu me dice eso?
Porqu ayer me dijo usted lo otro. Y porque el bruto es como el burro, que no sabe dar
sino patadas.
Ya reapareca la Rosngela del nimo sereno y el espritu bondadoso y comprensivo y la
anunciaba una sonrisa, acompaando esta pregunta:
Vamos a reir por lo de ayer? Mal viaje haremos entonces. Quiere que le repita que
me perdone?
No haga usted caso. Todo esto lo he dicho por buscarle conversacin para que se
distraiga un poco. En tal caso perdneme usted a m, por haberme atrevido ayer a dirigirle
la palabra, antes de que usted me la dirigiera. Como si se tratara de una Francisca o de
una Mara de la O.
Otra sonrisa, ya ms efusiva, y:
Si ir a resultar, Florentino, que no es usted un hombre sino un nio? Y rencoroso,
adems.
Fue l quien, entonces, se qued mirndola un rato en silencio antes de replicar:
Y es nuevo para usted este camino?
Completamente nuevo. No el camino de afuera, que ya lo conoca, sino el de adentro,
por donde un hombre va recogiendo sus pasos perdidos.
Y volviendo al humor chancero, porque las miradas de Rosngela le penetraban al alma:
Pero ya se me enredaron las ideas, porque ahora resulta que si el hombre va recogiendo
sus pasos, el camino tena que ser ya trajinado. Que es como decir camino viejo.
154
155
TERCERA PARTE
Nicomedes Belisario, viuda de Ramn Coronado, era una mujer bonsima; pero a la
manera como son dulces y .refrescantes los frutos de las tierras secas y los climas speros,
que esconden la pulpa jugosa bajo rspidas cortezas. Cencea, de rostro apergaminado sin
ser demasiado vieja, bozo tupido y algo de barba, entrecejo aborrascado y voz bronca,
ms que grave, a su retrato hombruno no marimacho correspondan sus modales.
Empezaba por reforzar lo ambiguo de su nombre, indistintamente aplicable a varn o
hembra que fue un acierto de sus padres, sola decir, suprimiendo la preposicin de,
que antepuesta al apellido marital, segn costumbre de casadas, pudiese indicar que era o
haba sido mujer perteneciente a hombre alguno; llamndose Nicomedes Coronado, a
secas, desde que muri Ramn, as como en vida de ste y ya su esposa amantsima, se
present siempre como Nicomedes Belisario, genialidad que siempre le celebr aquel que
adoraba en ella y a cuya memoria ahora ella renda especialsimo tributo de fidelidad al
tomar su patronmico, ms no como mujer que le perteneci, sino que lo llevaba en s vivo
y perenne y tan hombrn como siempre fue agregaba, golpendose el pecho enjuto
como tal vez no lo hiciera, ms ufano de s mismo, el propio Ramn Coronado.
No entenda doa Nico de eufemismos ni de matices, tanto en lo hablado como en lo
ejecutado, pues a las cosas las designaba por sus nombres precisos, por rudos que fuesen
y a la hora de proceder daba la bondad de sus actos, pero bondad tcita, de pura
substancia sin condimentos artificiosos, como manjar que alimenta mas no regala el
gusto. Caricias, nunca le salan tiernas, si es que alguna vez intent prodigarlas; consuelos,
no saba darlos, porque no entenda que hubiese necesidad de ellos, ya que verdaderos
parecale que realmente no existan.
Que, por ejemplo, mora uno de los peones del hato ella a su cabecera disputndoselo a
la muerte hasta el ltimo momento y la atribulada viuda se le arrojaba encima llorando
y gimiendo:
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Tal vez semejante falta de ternura y de delicadeza femeniles provena de que Nicomedes
siempre fue la nica mujer en su casa, entre hombres enrudecidos por la soledad, las
recias faenas llaneras y el ntimo contacto con la naturaleza brava: primero el padre
viudo, desde recin nacida ella y los numerosos hermanos, todos ganaderos; luego el
marido, despus el cuado que la tom bajo su proteccin, y finalmente los hijos.
Costumbres y preocupaciones masculinas, entre las cuales se le atrofiaron las cualidades
del carcter propias de su sexo, hasta el punto que mientras las mujeres evitaban su
intimidad, por desapacible y aun su trato superficial, en cambio gozaba de grandes
simpatas entre los hombres. Los hijos adoraban en ella, los amigos de sus hijos la
llamaban madre, dbanle el mismo tratamiento los peones del hato al decirle Vieja, con
familiaridad muy llanera, por lo dems, y no haba viajero que no se detuviese en El Aposento, donde se les pasaban las horas charlando con "la madre de los hombres", como le
decan, obsequiados con el mejor caf que se saboreaba por todos aquellos lugares,
exponindole los asuntos o negocios que tuviesen entre manos y las dificultades que les
ocurriesen y pidindole consejos, as por lo sensatos que siempre eran como por el gusto
de orse calificar de almas de cntaros o cosa por el estilo, que para ello nada ms pareca
estar formada, de la ms spera calidad sonora, aquella voz.
Nunca la alzaba doa Nico, como no fuese para regaar, que entonces era autntica voz
tonante; pero si en las charlas era slo trueno sordo, como el que arrulla el sueo del
llanero cuando se aproximan las entradas de aguas; si no se le distinguan las palabras a
poca distancia, siempre era de presumirse que fueran amenas o jocosas, pues a cada
momento sus interlocutores soltaban carcajadas, como si les hiciesen cosquillas.
157
En cuanto al mundo de los nios, doa Nico ejerca un poder de fascinacin que es
atraccin y recelo al mismo tiempo.
A media maana, ya despachados los quehaceres domsticos, sola sentarse en un
butaque de cordobn, en el corredor, frente al patio terrizo que separaba su casa de las
viviendas del peonaje y servicio, provista de un instrumento de tortura que ya conocan
los chicos del hato. Echbase un pao sobre las piernas, lanzaba un silbido inconfundible,
que vala por toque de comunidad y all mismo comenzaban a asomar, aqu y all, las
vctimas de aquella fascinacin, que no se hacan repetir el llamamiento, pero obedecan
remisas y temerosas, paso entre paso y rezongando, hasta que la rodeaban y en silencio
esperaban a que ella eligiese la primera en el diario tormento.
T! deca doa Nico, empuando ya uno de aquellos instrumentos, que era un peine
de dientes apretados y fijndose en la grea ms cochambrosa.
La vctima escogida, hembra o varn, que para el caso del duro tratamiento resultaban lo
mismo, se echaba sumisamente en el suelo y ofreca su cabeza al sacrificio, apoyndola
sobre las rodillas de doa Nico, que por lo descarnadas ya eran torturantes, y comenzaba
el despioje con este acompaamiento:
Sinvergenza! Te estn comiendo los piojos y t como si tal cosa.
Otras veces era el sacarle las niguas y luego cauterizarles las heridas con kerosene, o
curarles los sabaones y las pstulas que les salan de chapotear descalzos en el fango de
los corrales del ganado, ellos becerreando y ella bramando:
Grandsimo puerco! Cochina!
Luego les limpiaba los mocos en el ruedo de su bata, se sacuda las otras inmundicias que
quedaran en su regazo de la carmenadura de las greas y daba una palmada anunciadora
de la segunda y ms encarnizada parte del tormento: la escuela matinal, donde las letras
entraban a coscorrones hasta el canto meridiano de los pata-rucos del gallinero.
Por las tardes, despus de la siesta, otro silbido para el reparto de la merienda: leche y
miel en panales, de los colmenares de aricas que en los huecos de sus troncos carcomidos
criaban los viejos rboles de los alrededores del hato, cavernosos manaderos de silvestre
dulzura, de donde doa Nico adusta tomaba la de su tierna hora maternal. Pero a este
silbido acudan los chicos tan remolones como al de la maana, aunque no rezongando,
sino sonriendo, entre ariscos y maliciosos, pues si ya saban de qu se trataba, siempre el
acercarse a ella era cosa de fascinacin que les daba gusto y miedo a la vez.
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Sentados en el suelo, desde los grandulones hasta los pequeitos, fijaban en ella sus
miradas ya maliciosas o todava' inocentes, pero al cabo de un rato todos tenan en los
ojos un mismo candor y una misma voluptuosidad de animalitos acariciados. Y no por la
calidad de beleo de la voz montona, como trueno lejano y continuo, sino porque sus
almas intuitivas recogan los suavsimos efluvios de la ternura recndita que durante
aquellos momentos efunda de la doa Nico, as como ciertas flores que slo dan su
perfume al discreto aire nocturno la Dama de Noche de los domsticos jardines
criollos, uno a uno se iban rindiendo los candorosos oyentes a un sueo dulce y espeso,
como la miel de la merienda:
Pero aun suceda algo ms extrao, donde todo era obra de aquella apuntada fascinacin.
A veces, sobre todo al atardecer de los domingos, cuando una rara tristeza se apoderaba
del alma de doa Nico, sta iba a sentarse, silenciosa, en el butaque de cordobn y
reclinando la cabeza en el duro respaldo cerraba los ojos. No haba emitido el silbido
acostumbrado, pero cual si de modo misterioso sus habituales oyentes lo hubiesen
sentido resonar en sus almas, dondequiera que estuviesen, all mismo comenzaba el
receloso desfile de los chicos del hato, a travs del patio, hacia el corredor de las torturas
y las delicias, y cuando doa Nico abra los ojos ya ella intua cundo deba abrirlos
todos estaban sentados en el suelo, contemplndola en silencio. Ella sonrea, comenzaba
a dirigirles preguntas a la altura de sus almas y ellos le iban contando sus pequeas
alegras porque se estaban estrenando un camisn de zaraza bonita o un par de alpargatas de todos los colores o porque haban descubierto un nido de paraulatas ajiceras
en un mogotico y sus grandes amarguras porque las madres no les haban permitido
ponerse sus vestidos domingueros o porque les
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haban pegado, a causa de esto o aquello, hecho sin culpa ... Doa Nico los oa y los
comprenda, y ya su voz no era spera...
Doa Nico echaba de menos sus nietos, que ya era hora de que estuviesen rodendola.
***
Ya estas escenas venan ocurriendo todos los domingos, cuando lleg Florentino con
Rosngela.
Este hijo era su debilidad, as como su orgullo Jos Luis, y si cuando departa con el
segundo, generalmente sobre asuntos relativos al negocio del hato, que haca algn
tiempo no marchaba muy bien, cualquiera que la oyese sin mirarla tomara por un hombre
conversando con otro de su amistad no muy ntima, pues ambos dbanse tratamiento de
usted; en cambio sus charlas con Florentino eran ms cordiales y regocijadas, porque l
siempre tena picardas que contarle y ella se las celebraba y corresponda con otras,
llamando las cosas por sus nombres, como entre alegres camaradas, guardndose ambos
de que los oyese Jos Lus y concluyendo ella de este modo:
Hasta cundo sers loco, muchacho? Es que no piensas asentar nunca la cabeza?
Acababa de sentarse en el butaque de cordobn era domingo por la tarde,
precisamente, cuando una de las sirvientas se asom a la puerta de la cocina y le dijo:
Doa Nico! Envido.
Quiero respondi.
Pues eche la mirada y aguaite lo que viene all.
Hizo lo que le indicaba la sirvienta y exclam:
Vlgame el guayuco del Nazareno de Achaguas! Florentino acompaado! Se me
habr casado el muchacho o ser sa una de tantas puticas que siempre lleva en su
remonta y esta vez se ha atrevido a trarsela para ac?
Florentino se ape en el patio y despus de haber ayudado a Rosngela a que
descabalgase, la dej all conforme a lo ya convenido con ella y se adelant solo hacia el
corredor donde doa Nico lo esperaba. Le explic en pocas palabras lo ms interesante de
la singular aventura, concluy tomndola del brazo y dicindole:
Le ofrec tu sombra, Vieja; y no me hars quedar mal. Te juro que ella se la merece. Ven
para que se la ofrezcas t misma.
Y luego a Rosngela, que abochornada y cabizbaja haba permanecido junto a su bestia
esperando el resultado de aquella entrevista:
Aqu tiene usted la sombra que le ofrec, como la mejor para reposar de una mala
jornada.
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No se fe de las apariencias; esta vieja ma es ms buena que el pan y hace tiempo que le
est haciendo falta una hija.
Vaya un modo de recomendar! repuso doa Nico. Y luego, tendindole la mano a
Rosngela, con la sequedad de un saludo varonil: Nicomedes Coronado, para servirle.
Siempre que usted se lo merezca, por supuesto.
Ay, seora! gimi Rosngela, abrumada de dolor y vergenza. Desaparecer bajo
tierra es lo que yo deseara.
No diga disparates repuso doa Nico, speramente, y asimismo agreg, aunque ya
echndole el brazo sobre los hombros: Camine.
Y fue as como le ofreci su casa y su amparo, sin palabras, pero ya con hechos.
Jos Luis no estaba all y cuando regres de la cacera a que dedicaba los domingos, doa
Nico le comunic la novedad y concluy:
Por el momento, atenindome a las explicaciones de Florentino, le he brindado
hospitalidad, pero ahora le toca a usted, que es el hombre de la casa, decidir si esa
hospitalidad puede ser permanente. Yo s que a usted le molesta el olorcito de las
mujeres, y sin su consentimiento no me atrevera a apestarle la casa.
Era, en efecto, Jos Luis, misgino empedernido que no toleraba convivencia con mujer,
excepto la madre, desde luego y tal vez por lo poco o nada femenil que ella era; pero
compadecido de la triste situacin de Rosngela y satisfecho de la noble conducta de
Florentino, hacia el cual senta debilidades paternales, puso a un lado sus caprichos de
soltern y accedi, respondindole a doa Nico:
Es usted quien manda en esta casa. De modo y manera que a m no tiene que consultarme
para lo que quiera resolver respeto a esa nia. No faltaba ms!
Hechura de su madre, tambin Jos Luis dbale forma ruda a sus sentimientos
bondadosos, y aqulla, que bien se entenda con l, concluy:
Pues dejmosla, mientras ella no resuelva otra cosa.
Y en seguida a Florentino, que haba asistido a la grave consulta, conteniendo la risa que le
causaba la mala cara que la madre y el hermano le ponan a sus propias inclinaciones
bonsimas:
Pero, eso s: nada de amorcitos. Porque yo me llamo Nicomedes y no Celestina Coronado.
Aqu las cosas claras y correctas.
Qu ocurrencia, Vieja! repuso el tarambana.
Para eso no me la habra trado para ac.
Pero Nicomedes Coronado no admita persona extraa en su intimidad sin una previa y
total demostracin del carcter con que ste tendra que entendrselas. O como deca
Florentino: sin caracolearle por delante el caballo
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para que el intruso se enterase de que no era de los que se dejan echar la pierna as como
as. Y estas demostraciones empezaron con lo primero que le vino a mano al comenzar el
da siguiente:
Uno de los muchachos del hato, que se haba cado de un jobo y vena desgaitndose,
arrastrado de un brazo por la madre, quien deca:
Doa Nico, aqu le traigo este vagabundo para que me lo cure y aluego lo pele bien
pelao. Aguaite el chichn que se ha hecho en la frente, por un tris no fue en la sien. Por
estar encaramao en la misma mata de jobo de donde ust lo api ayer.
Aj! Pues ya vas a saber lo que es bueno dijo doa Nico apoderndose de la criatura,
que ms chillaba de miedo al remedio ya conocido que por el dolor del golpe. Trete
ac un poco de salmuera bien fuerte y dos limones y bscame ah el frasco del rnica.
Dicho lo cual a la madre del aporreado, continu dirigindose a ste, pero alzando ms la
voz, a fin que Rosngela se enterase:
Ya vas a ver cmo se curan en esta casa los porrazos y las heridas: sobndolos y
restregndolos con salmuera, porque lo que pica es lo que cura. As sean chichones del
cuerpo como del alma.
Berreaba el infeliz debatindose bajo el implacable masaje y suplicando:
Ya est, ya est! Por va suyita, no me sobe ms! Yo no lo vuelvo a hac. Ay, mi madre,
yo no tuve la culpa!
Pero doa Nico no atenda ruegos cuando estaba aplicando uno de aquellos remedios que
producan escozor, nicos que le inspiraban fe, y as continu impasible hasta que
desapareci el chichn. Luego, encarndose a la madre del aporreado:
Y t, dnde tienes los chichones de los garrotazos que te arre anoche tu marido?
Jess, doa Nico! balbuci la mujer. No fue tanto asina, sino que Encarnacin lleg
anoche un poco ajumao y...
-No hay Jess que valga. Ya me lo contaron todo. Que te pusiste a hacerle carantoas a
otro hombre y el tuyo te di una paliza y bien merecida, grandsima zorra.
Ay, doa Nico! Ave Mara Pursima! Mire que la est escuchando el nio.
Tambin me est oyendo Dios, ms no por eso dejo de llamar las cosas por sus
nombres. All El, que por algo no me puso pepitas en la lengua. Que no vuelva a saber yo
que t insistes en darle motivos de esa clase a tu marido para que te asiente la mano! A la
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sombra de Nicomedes Coronado no pueden vivir sino los que marchen muy derechos,
como Dios manda.
Y momentos despus, al autor de aquella paliza tan oportuna, desde el corredor y a voz en
cuello:
Mir, so borracho! Ya supe que sacaste anoche tu campaa con Eufrasia. No te da
vergenza?
Es que Eufrasia no me respeta si no le asiento la mano, Vieja.
Y quin eres t para qu te respete? No te la pasas t tambin enamorando
mujercitas por ah? Pues donde las dan las toman. Ya a Eufrasia le di su enjabonado y
ahora te lo doy a ti, porque en toda falta hay dos culpables y cada uno merece lo suyo.
Que no sepa yo que vuelves a levantarle la mano a tu mujer, porque a quien est bajo mi
sombra y se conduce como es debido, nadie le toca un pelo de su cabeza sin
entendrselas conmigo. As sean mis propios hijos.
A lo cual se dijo Florentino, que todo esto haba odo desde su cuarto.
Ya la vieja caracole el caballo por delante a la muchacha.
Pero aquella maana no hubo despioje ni escuela porque toda se la pas doa Nico de la
cocina a la habitacin de Rosngela, preparando un buen almuerzo como lo acostumbraba
cuando tena huspedes y disponiendo convenientemente aquella habitacin, en la cual
hasta flores puso, en un viejo florero que si alguna vez las conoci, ya las tena olvidadas.
Y cuando Rosngela, conmovida por esta delicadeza de la cual no la crea capaz, aunque
ya Florentino la hubiese prevenido acerca de las genialidades de su madre, quiso darle las
gracias y comenz balbuciendo:
Seora...
Ella ataj:
Djate de arremuecos conmigo. Qu seora ni qu seora! A m trtame con confianza.
Dime vieja, como todos me dicen. Y preprate para que me cuentes tu historia, que quiero
conocerla de tu propia boca, con todos sus pelos y seales, porque en casa de Nicomedes
Coronado, ni telaraas ni misterios.
Cuando usted quiera...
Ya te dir cundo. Ahora, arrea para afuera, que aqu no te han trado como presa para
que te la pases encerrada en este cuarto gimoteando, sino para que dispongas de todo lo
que es nuestro, con el favor de Dios.
163
II
TRUENO ABAJO
Djole el positivista al fantaseador:
Tenemos que hablar, hermano.
Jos Luis, el positivista, en nada se pareca a Florentino, el fantaseador. Ni en lo fsico
Belisario purito, como deca doa Nico del primognito, su copia en lo cenceo, bronco de
la voz, aborrascado del entrecejo y moreno de la piel, que el sol llanero le haba curtido
ya, apergaminndosela; mientras que Florentino era de ese blanco bronceado de resol y
viento sabaneros que por all llaman catire, color de todos los Coronados, ni en lo
congnito del carcter, ya que de lo adquirido no habra que hacer mencin, pues dos
gneros de vida totalmente diferentes no podan producir semejanzas.
Le gustaban los cantares llaneros, ms se desdeaba de ocuparse en componerlos, que,
por lo dems, para eso estaba ya Florentino; le agradaba viajar, pero detrs de su ganado
y con rumbo fijo, cuando iba a venderlos a tal parte; no le interesaban las mujeres,
mientras que Florentino no entenda vida sin viaje, ni ste sin alguna en la remonta; no
soportaba injurias ni agravios, pero no barajustaba tan de pronto y por qutame all esas
pajas, como el hermano, y, finalmente, era sedentario, en cuanto puede serlo un llanero,
le tena apego al trabajo continuo y saba administrar el hato de El Aposento que
heredaran del to Manuel.
Sin embargo, en El Aposento las cosas marchaban mal, con vistas a peor y ele esto era que
tena que hablarle a Florentino.
Por la cara que pones presumo que no ser muy agradable lo que tengas que decirme.
Se trata, en primer lugar, de saber qu planes trae usted repuso Jos Luis, quien por
tmido y zamarro disimulaba todos sus afectos bajo tratamiento distanciador.
Pues, en primer lugar, arrimarte el hombro de veras y con fundamento. O mejor dicho:
coger para m toda la carga del hato a fin de que t descanses un tiempo y eches un paseo
a la capital, o a donde te lo pida el cuerpo, que buena falta te hace complacerlo, pues todo
no puede ser rigor.
Paseos? ... Pero sigamos con mis preguntas. Y respecto a esa muchacha, qu trae
usted entre cacho y quijada?
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165
Sin embargo, yo me haba ilusionado por creer en aquello de que "no hay mal que dure
cien aos", que lo que est resultando cierto es que no hay cuerpo que lo resista, como
termina el dicho. Me haba ilusionado, digo y gast todos los ahorros, que habamos
hecho, por vivir como vivimos sacando del cuero las correas, en comprar las sabanas de
los alrededores de El Aposento que me fueron ofreciendo en venta sus dueos
desesperados, y luego, ilusionndome ms, fui y cog prestados unos reales que toditos se
los trag la cerca, a estas horas no terminada todava. Estos reales, que me los haban
dado hasta sin recibo, como ya sabe usted, tuve que pagarlos buscndolos en otra parte y
para eso, como ya usted tambin sabe, tuvimos que hipotecar el hato.
No se aflija, hermano interrumpi Florentino. Ya saldremos de abajo otra vez.
Ahora seremos dos para meterle el pecho al trabajo. Y con las ganas que yo tengo de
pegarme a la brega! En cuanto rompa la entrada de agua vamos a coger un buen lote de
ganado, que yo mismo ir a vender a la cordillera ... 0 mejor dicho, dos buenos lotes; uno
que me llevar yo para la cordillera y el otro que lo arrears t para el centro. Y as
matars dos pjaros con una misma piedra: conocer la capital y vender el ganado a buen
precio, porque el que madruga coge agua clara y este ario, antes de que otros hayan
terminado de recoger, ya nosotros iremos arreando. Eche galante, hermano! Aqu hay
hacienda bastante y toda gorda. Cuando las cosas se ponen difciles es cuando ms me
gustan y me provocan. Maana mismo rompemos los trabajos, porque ya no debe de
dilatar la entrada de aguas
Pero es que hay algo ms, hermano replic Jos Luis, pesaroso de tener que destrur
aquel entusiasmo explosivo. Hace dos das que he sabido que la hipoteca que pesa
sobre El Aposento la va a tomar en traspaso el coronel Buitrago.
Florentino contrajo el ceo al or mencionar al Jefe civil del distrito, en cuyos trminos
estaba ubicado el hato, mala persona y peor autoridad con quien ya haba tenido
rozamiento por causa de algunas coplas, en las cuales satirizaba, aunque sin nombrarlo, su
codicia y su brutalidad.
La operacin todava no se ha efectuado prosigui Jos Luis, pero me consta que ya
es un hecho detrs del cual estaba hace tiempo Buitrago, quien, como ya usted sabe,
tiene visteado El Aposento y varias veces me ha propuesto que se lo vendamos, por lo que
l cree que vale, desde luego y no por lo que queramos pedir.
Pues que se siente a esperar.
Ah, caramba, hermano! Con ejecutarnos la hipoteca a su hora y punto ya tiene causa
para obligarnos a vender.
166
Es que a esa hora y punto no se llegar, porque antes tendremos los reales para
rescatar la hipoteca.
Y si no los tenemos?
Ya vers que s. En ltimo caso hacemos otra operacin para pagarle a Buitrago. Todo
menos venderle El Aposento.
Ah caramba, hermano! Vuelvo yo a decir. No sabe usted en qu tierra vive? Ese
hombre es el mismo que arruin a los Bejaranos, hacindoles meter en la crcel a cuenta
de revolucionarios, porque no quisieron venderle Las Juajitas a l como quera pagarla,
que es como l compra.
Ah malhaya se atreva con los Coronados!
Se atrever, hermano. No se haga ilusiones. Ese hombre est bien cogido con el gobierno
y as furamos las Tres Divinas Personas, dicho sea con el perdn de ellas y contando a
nuestra vieja, que para el caso sera un hombre, nos hace meter en la crcel con tres pares
de grillos, como los que les pusieron a los Bejaranos. Ya nos est poniendo dificultades. En
das pasados .me embarg un lote. de ganado porque en l iban dos vacas que le haba
ofrecido la Vieja de regalo al doctor Carrillo y valindose de la ley que prohibe beneficiar
vacas, Buitrago se qued con ellas y encima me hizo pagar una multa de cincuenta pesos.
Como quien dice, para abrir boca.
Y como Florentino callara, ceudo, Jos Luis prosigui
Yo no debiera contarle esto, hermano, porque usted es volado y puede darla por querer
arreglar este asunto de hombre a hombre. Pero nada se ganara con eso, por lo cual le
aconsejo que se quede tranquilo, como si nada supiera, como me he quedado yo
tragndome la saliva; sino que por el contrario se perdera todo, pues ya Buitrago podra
decir, si usted va a pedirle cuenta a las bravas, que somos enemigos del gobierno. Que es
la vuelta que nos anda buscando para quedarse con lo nuestro. Y a usted, principalmente,
para cobrarle las burlas que ha hecho de l en sus coplas.
A lo que repuso Florentino, refirindose a palabras de Juan Crisstomo Payara:
Ya me han dicho que mientras mis coplas anden rodando por el llano yo no har nada de
provecho; pero si de buena gana las recogera todas, como hacienda cimarroneada que
nada produce, a esas que le molestan al coronel Buitrago las dejara solas, pitando en
medio de la sabana.
No vaya a imaginarse, hermano, que con eso de haber mentado sus coplas piense yo que
de ah provengan las ganas que nos tiene Buitrago, pues como el mal viene de su codicia
armada de autoridad, con coplas y sin ellas siempre le habra puesto la vista a El Aposento,
como se la puso a Las Juajuitas.
167
III
LA ENTRADA DE AGUAS
Ya Rosngela haba contado su historia como quera orsela doa Nico, con todos sus pelos
y seales y sta le haba dicho, para que pusiese paz en su alma:
168
Pero, alma de cntaro! De dnde sacas que seas tan culpable como te lo imaginas?
Me has dejado turulata con todo eso de que sabas y al mismo tiempo ignorabas que el
doctor Payara no era tu padre; pero lo que est claro como el sol que nos alumbra, a pesar
de la humasera, es que realmente no estabas enamorada de l como mujer, puesto que
en cuanto presentiste que te iba a confesar que no era tu padre, all mismo resolviste quitarte de su lado. Que hasta ahora no he sabido yo que ninguna mujer se quite, sino que
por el contrario se arrima al hombre que le gusta, hasta frotarse con l. Lo que te ha
sucedido, infeliz, es que se te cay de pronto el dolo. O mejor dicho, no tan de pronto
como parece, sino desde que empezaste a tratarlo y a verlo de cerca, con todo lo que una
persona tiene de desagradable para otra, desde sus malos olores, por ms que se limpie.
Te habas imaginado a tu padre como a un ser de otro mundo, y cuando te convenciste de
que era un hombre como otro cualquiera, que necesita sonarse las narices y hacer sus
necesarias...
Las cosas suyas, doa Nico! exclam Rosngela, sonriendo ruborizada.
No. Las cosas mas, no; las cosas tuyas. Yo las dejo donde Dios las puso y no me parecen
tan malas, para que veas; pero t quisiste enmendarle la plana al Seor y te fabricaste una
figura de hombre maravilloso, segn tus propias palabras. Que es una magnfica persona,
en realidad, y sigue sindolo para m el doctor Payara, a pesar de todo lo que se cuenta de
l, si es que ahora no lo admiro ms, puesto que quiso revelarte. la verdad para que
supieras a qu atenerte, que es como deben marchar las cosas en este mundo, a las
claras, bajo la mirada de Dios y porque, adems, cuando comprendi que no deba
revelrtela toda que a m no me consta cul sea, dicho sea de paso, pues si la conociera
ya te la revelara yo tambin, cuando comprendi que t no sabras aceptarla prefiri
que te marcharas de su lado, aun a riesgo de que, en ese barullo de ideas que tienes en la
cabeza, para gozar atormentndote, te imaginaras otra cosa peor. Como realmente te has
imaginado, aunque no hayas querido confesrmelo, que el propsito que persegua con
aquella revelacin era declarrsete enamorado y proponerte, ya que no poda ser
matrimonio, pues ante la ley es tu padre, amancebamiento.
Por Dios!
Que afortunadamente meti su mano a tiempo. Bien dices. Que si hubiera sido por el
diablo habra resultado lo que te imaginaste, aunque te empees en no confesarlo. Pero si
ya comprendes que no hubo tal intencin en el doctor Payara fjate en que digo intencin
y no sentimiento, porque eso, all su corazn y Dios que se lo est viendo, mejor que l
mismo, por qu te atormentas de -esa manera?
169
Ese es el chichn que te duele! Y hay que sobrtelo duro con salmuera y rnica, hasta
que se te quite, porque lo que pica es lo que cura. Que no eres hija del doctor Juan
Crisstomo Payara? Que era otro el hierro que debas llevar, como decimos por aqu,
pero te lo cachapiaron con el payareo? Qu se le hace, hija! Peor habra sido que te
hubieran dejado cimarrona. Si bien se mira, las nicas culpables de todo lo que te ha
sucedido fueron las lengua-largas de las Payaras Dios las haya perdonado por haberse
puesto a murmurar en presencia tuya lo que debieron guardar siempre como un secreto
sagrado. Mujeres al fin! Que por darle gusto a la sin hueso no reparan en los daos que
puedan causar. Yo no las paso, hija. No las puedo pasar, aunque me est mal el decirlo y
mejorando lo presente, por supuesto. Que tampoco se puede asegurar si las Payaras
conocan la historia de tu origen, y de las conversaciones que les oyeras vinieran esas pesadillas de tu niez. Porque te confieso que yo no veo claro en nada de eso, ni me explico
qu relacin pueda tener un sueo disparatado, como se que me has referido, con la
verdad de tu historia, sabida por ti y al mismo tiempo ignorada, y todo lo que a propsito
de eso me has dicho que te dijo el doctor Payara, que no es sino un zaperoco de cosas que
son y no son y ni Cristo las entiende...
En fn! Se acab todo eso. Haz con tu pensamiento como hiciste con el cuarto en donde
muri tu pobre madre, a quien Dios tenga en su gloria, pues muy buena mujer ha debido
de ser para que el doctor Payara conservara sus reliquias con tanto amor. Abre tu alma de
par en par a la luz de Dios y vers cmo se te tranquiliza. Aqu vivirs hasta que quieras,
que ojal no dejes de quererlo nunca, ya que eres mayor de edad, duea de disponer de
tu vida. No tendrs tantas comodidades como en tu casa de
170
Caracas, pero si el Seor te la quit, hazte el cargo que no la tuviste nunca y para pedirle
amparo a unas amigas no necesitas ir ms lejos: aqu est Nicomedes Coronado, que es lo
que se le ve por fuera. Aunque no sea muy agradable que digamos... Afortunadamente,
aun cuando quieras irte para Caracas, por ahora no podrs, porque ya la entrada de aguas
se nos viene encima.
***
La anunci el canto del carrao antes del alba y sobrevino al anochecer, con el formidable
aparato de las tormentas llaneras.
Pero aquel ao la electricidad acumulada en la atmsfera era enorme y su brusca
descarga pronto alcanz la grandiosidad de un cataclismo. Sobrecoga el nimo la visin
de la llanura iluminada por aquel fulgor magnfico, un solo relmpago de cien rayos
continuos, bajo el fragor tremendo del trueno sin fin que la estremeca de horizonte a
horizonte.
Geman los rboles sacudidos por el viento, desgajbase el aguacero tropical en mangas
sucesivas, cada vez ms recias y copiosas, con estruendos de innumerables rebaos al
galope, zigzagueaba el rayo por toda la inmensidad del cielo, cual descomunal caballera
flamgera que desmelenase el huracn, y muchos se hundan en la tierra, ya tan cerca de
la casa de El Aposento, que a ella llegaban juntos trueno y relmpago, ensordecedor y
deslumbrante.
Buena paliza nos le estn poniendo al hato! exclamaba Florentino, quien junto con
Jos Luis contemplaba la tormenta desde el corredor.
Mientras en su habitacin, ante la estampa de las Tres Divinas Personas, doa Nico
recitaba con voz tonante:
El trisagio que Isaas
escribi con grande celo
lo oy cantar en el Cielo
a anglicas jerarquas,
para que en sus melodas
repita nuestra voz cuando
y Rosngela coreaba, temblorosa, castaeteando los dientes:
Angeles y Serafines
dicen: Santo, Santo, Santo.
Luego, sta, despavorida, por semejante espectculo nunca visto, y no queriendo dar el de
su temor, contra el cual nada pudieron los gozos del trisagio, fue a refugiarse en el
chinchorro que para las siestas le haba colgado doa Nico en su habitacin, en tanto que
sta continuaba sus plegarias cotidianas ante los numerosos santos de su oratorio.
171
Pero no haba pasado de Santa Brbara, que aquella noche mereca preferencias, cuando
toda la casa se estremeci y resplandeci en el fragoroso estallido de un centellazo.
Corri doa Nico hacia la sala adonde sala su oratorio, a tiempo que entraban en ella
Florentino y Jos Luis, ste diciendo:
Fue aqu. No siente el olor?
Y en seguida, los tres a un tiempo, gritando: Rosngela!
Y se precipitaron hacia la habitacin de sta, por cuya puerta sala un resplandor rojizo.
Entraron a tiempo que se extingua el fuego. Haba sido el mosquitero que cubra el
chinchorro donde se recogiera Rosngela, sutil envoltura protectora por donde se
descarg el fluido hacia la tierra donde aqul arrastraba y del cual ya no quedaban sino
unas pavesas en el aire saturado del olor del ozono.
Pero Rosngela estaba de pie junto al chinchorro, inmvil, rgida y desemblantada, toda
ojos llenos de espanto.
Roderonla, sacudironla por los brazos, dironle palmadas en las mejillas, llamndola
para que volviese en s y preguntndole:
Qu fue? Qu sucedi?
Pero tuvieron que repetrselo muchas veces antes de que pudiese responder, sin haber
salido todava de su estupor:
Nada... Nada... El mosquitero...
Luego, de pronto, la acometi-un acceso de risa nerviosa.
***
A medianoche ces la tormenta. Cabece el viento, repos por completo; bram un rato
el trueno en el horizonte, sordo y cansado; persisti apenas un relmpago trmulo y
silencioso, como desahogo de pecho oprimido, y el aguacero degener en un llover
sereno y continuo.
Ya Rosngela se haba rendido al sueo reparador de la profunda conmocin de sus
nervios y doa Nico volvi a la sala donde an arda la lmpara y ante la mesa redonda
que la sostena estaban sentados Jos Luis y Florentino, cabizbajos y silenciosos,
tamborileando y tan absortos que no la sintieron sino cuando tom asiento entre ellos.
Qu nochecita, Dios mo! murmur.
Y fue Jos Luis el primero en interrumpir el tamborileo de los dedos sobre la mesa para
preguntarle:
Se durmi?
172
173
IV
Del sueo largo y profundo en que se consumieron los desvelos de las noches anteriores,
sali Rosngela nueva y gozosa.
Vieja! dijo, llamando a doa Nico, como a ella le agradaba que le dijesen. La recin
nacida tiene hambre.
Y poco falt para que a doa Nico le diera un patats de emocionada alegra. Quedse
mirndola cual si no hubiera entendido y Rosngela agreg:
No me dijo usted que yo haba nacido anoche? Nicomedes Coronado se haba puesto
ms ronca que de costumbre cuando insinu:
Y como naciste en casa, entre nosotros...
Pues sta es mi casa y yo pertenezco a ustedes complet Rosngela. Como ternera
de madre coronadea, para decirlo en llanero.
Doa Nico le ech los brazos, exclamando:
Muchacha! Qu gusto me das! No te imaginas el placer que nos proporcionas a todos
en esta casa. Jos Luis, cuando lo sepa, va a bailar de alegra.
Jos Luis? repuso interrogativamente Rosngela, que no sospechaba que tanto se
interesase por ella el Coronado misgino, ni acertaba a imaginrselo tan expansivo como
se lo pintaba doa Nico.
Y el otro tambin y todos en esta casa, que ya te dbamos por ida. Djame ir a
prepararte el desayuno, porque cuando los recin nacidos piden la teta hay que drsela en
seguida, no vayan a descriarse.
Desayuno llanero, rstico festn copioso para agasajar al husped, al mediar la maana, ya
olvidado el estmago de la taza de caf del amanecer. Las doradas arepas redondas,
todava con el calor del negro budare en el corazn blanqusimo y tierno que les amas el
piln; las negras caraotas rezumando la manteca de la fritura; la carne asada, gorda y
sangrante, sin alios que alteren su sabor substantfico;, el lomo de cerdo o de lapa
adobado con organo oloroso; los huevos recin puestos y ya fritos; la escudilla de suero
picante, chirles en leche para la miga de pan; el queso de mano que a las de doa Nico ya
haba hecho famosas y el orgullo de la mesa del llanero, caf tinto y aromoso, que retie
la taza y difunde por todo el cuerpo en efluvio cordial y alegra el espritu, vino del trpico
sin nieblas de embriaguez.
Humeaba la mesa en el corredor, al aire entumecido por el aguacerito blanco, parloteaba
el loro en su estaca,
174
excitado por la algaraba de las chenchenas en el monte vecino e imitando la voz y los
decires de doa Nico. Alma de cntaro! Sinvergenza!
Qu es esto, vieja? interroga Florentino, agradablemente sorprendido por el
condumio opparo, que ya se lo condimenta su buen apetito.
Que hoy es da de fiesta en esta casa, porque Rosngela se queda con nosotros para
siempre.
Palmotea Florentino, lo imita Jos Luis, los secundan en sus demostraciones de contento
las sirvientas de la casa, a quienes ya doa Nico les haba participado el buen suceso y
estaban todas asomadas a la puerta de la cocina, el loro se suma al alboroto unnime, no
hallando mejor manera de hacerlo sino reconstruyendo una escena muchas veces
presenciada desde su estaca: doa Nico en persecucin de alguno de los chicos del hato
que hubiese hecho alguna barrabasada :
Bendito! Prate ah hijo e... !
Pero como doa Nico no le permite concluir la frase castiza, inclina de lado la cabeza y le
pregunta, sumamente extraado de tal interrupcin:
Ah?
Florentino suelta una carcajada. Jos Luis sonre apenas. Rosngela se sonroja y luego
rompe a rer y doa Nico se aplica el proverbio:
Quien siembra vientos ...
Porque ya haba en la casa y no de trnsito, quien no deba or ciertas cosas que el loro
deca.
Se sientan. Doa Nico les sirve y Florentino inicia la charla, dirigindose a Rosngela :
De modo que ya no hay viaje a Caracas?
No.
Ni ms pensamientos sombros? aade Jos Luis, que con stas quiz no pasaran de
la docena las palabras que habra pronunciado en presencia de ella, siendo las primeras
que le diriga cara a cara.
Tampoco. Todo eso se quem con el mosquitero.
No habra podido explicarle de otro modo, como tampoco acert a darse cuenta cabal de
lo que ocurri en torno suyo cuando el mosquitero le salvo de la subitnea y espantosa
muerte de centella. Slo poda decir que as como aquel velo sutil ardi de pronto en una
gran llama, no como de materia combustible, sino cual de substancia inconsistente y en
seguida se convirti en humo y pavesa, sin que el fuego la hubiese tocado ni siquiera
comunicado su calor, as tambin y en el mismo instante en que su vida corri peligro y
sali ilesa, redoblando el instinto de conservacin que gravita hacia la realidad material e
inmediata, se haba desvanecido el encantamiento de s misma, obra de su ilusionado y
desengaado amor filial,
que realmente nunca lo tuvo en el corazn;
sino en la
175
fantasa, como un velo tupido, de sutil substancia romntica, gozo y congoja a la vez, que
de la cruda verdad de su origen, ya presentida, no le cirniese dentro del espritu sino una
niebla de ensueo.
Pero ahora, desvanecida aquella malla ilusoria, descubra que mientras una parte de su
ser se haba aferrado al engao, otra se estuvo preparando para aceptar la realidad ms
desprovista de encantos en que le aconteciese vivir, y dbase cuenta, por intuiciones
profundas, de que de esta polarizacin de su alma provinieron aquellas alternativas de
querer que Payara se la llevase consigo al hato, donde slo poda esperarla ruda y
aburrida existencia y de arrepentirse despus, bajo la forma de aquel temor supersticioso
de algo tremendo que fuese a sucederle; de provocar las explicaciones que tuviese que
darle Payara como cuando se empe en abrir el cuarto donde haba muerto su madre
y cuando le hizo todas aquellas preguntas que invitaban a la confidencia y de impedirla,
en seguida, sellando con sus dedos yertos de miedo los labios que iban a romper el
encanto.
Esta porcin de su ser, este polo de su alma vuelto hacia la ms cruda realidad, por estar
el otro enderezado hacia el ensueo y saturado de toda la voluntad de ilusin que poda
haber en ella, fue lo que la indujo a la temeraria propuesta que le hizo a Florentino; pero
ya una y otra tendencias contrarias se haban neutralizado y ahora era toda su alma,
sueo y sentimiento de la realidad a la vez, la que aceptaba serenamente la nueva forma
de existencia que le deparaba el destino.
Una gente sencilla le brindaba su hogar, y puesto que en verdad nunca lo tuvo propio, ni
sera menos extrao el que habran de ofrecerle aquellas amigas de Caracas, poda
aceptarlo, tanto ms cuanto que en ste de los Coronados sabra llenar una falta que no
exista en el de aqullas. Ya Florentino le haba dicho que en su casa haba para ella un
sitio de hija y de hermana y ya doa Nico le haba manifestado que su felicidad sera
perfecta si junto con el recio amor de sus hijos hubiese tenido el tierno afecto de una hija,
al contacto de cuya alma se le suavizasen las asperezas de la suya, todas originadas del
pensar y sentir como hombre, pues entre ellos le haba tocado vivir desde nia, ella la sola
mujer de su casa.
Y all estaban los Coronados, con su ingenuidad campesina y ante una mesa colmada de
viandas sencillas y substanciosas, disponindose a celebrar su determinacin de quedarse
entre ellos y all las mujeres del servicio, en la cocina, chachareando de puro contentas y
aqu el loro en su estaca diciendo sabrosas malicias y el agua del cielo refrescando la tierra
abrasada y el aire liviano que ya no daba congoja, sin tormenta inminente. Y todos
alegres.
176
Ya puedo decir que me ha cado una hija del cielo dijo doa Nico.
Pues hay que bautizarla agreg Jos Luis. Pnganme Cimarrona, que a lo que
entiendo viene al caso.
No, hija protest doa Nico. T te mereces un nombre bonito, adems del que ya
tienes y te lo va a poner Florentino, que se pinta para esas cosas y en una copla.
Coplas en El Aposento! replic el mencionado.
No sabes, Vieja, que en casa de herrero, asador de palo?
Adems, ya yo me dej de eso. Verdad, Rosngela?
Y Jos Luis, a quien nunca nadie vio tan animado : pues se lo voy a poner yo, y con una
copla!
Aquella tormenta fiera
que anoche se desat,
una preciosa Centella
en La casa nos dej.
Aplaudi Rosngela, con sonrojada complacencia; se le derram a Jos Luis, sin estar
colmada, la taza de caf que se apresur a llevarse a los labios, habiendo sido siempre
muy firme su pulso; prorrumpi Florentino, con afectuoso entusiasmo:
Gu, hermano! Nunca te haba conocido esa habilidad. Dnde la tenas escondida?
Donde se guardan, para el momento oportuno, las cosas que no se deben despilfarrar
respondi el positivista.
A tiempo que doa Nico se deca mentalmente: "Si ir a resultar que cachicamo ha
trabajado para lapa?"
Y a tiempo que el loro, aprovechndose del bullicioso regocijo que reinaba en la mesa,
soltaba completa aquella frase que doa Nico no le dejase concluir.
V
MOMENTO SENTIMENTAL
En el reino animal, donde se conservan los esquemas que sirvieron para la construccin de
la complicada cosa humana y a donde siempre acude el alma popular, sentenciosa y
simplista, para fundamentar su experiencia de la vida sobre bases que no sufran
intermisin ni cambio; en el mundo animal inmediato al campesino venezolano el
cachicamo hace la cueva y la lapa se apodera de ella, de donde viene el proverbio
aplicable a todo caso en que
177
alguien emprenda o ejecute algo de cuyos beneficios otro se aproveche... Pero, sin
embargo, doa Nico saba que Jos Luis era incapaz de disputarle a Florentino cosa a que
tuviese algn derecho, o a ella aspirase an sin tenerlo, y as emple aquella sentencia sin
darle mayor importancia a la intuicin que se la inspirase.
Supona que entre Rosngela y Florentino mediase ya por lo menos un comienzo de
inteligencia amorosa y deseaba que as fuese, a fin de que el hijo tarambana asentara la
cabeza y se dejase de aquel continuo vagar aventurero, ya demasiado impropio de sus
treinta aos cumplidos, sin oficio ni beneficio.
Rosngela era toda una mujer. Hacendosa y empeada en serle til, cuando podra darse
vida regalona, pues ella se miraba y se deseaba para complacerla y mimarla y tenerla
como a las propias santas y vrgenes de su oratorio, quieta y en lo alto recibiendo el culto
que se le tributase; fina y delicada, cual para que a su lado no medrasen asperezas y toda
la casa estuviese llena de su dulce femineidad; valiente y segura de s misma como pocas
lo habran sido en condiciones semejantes a las que la obligaron a exigirle a Florentino que
dispusiese de ella y, finalmente, una mujer en quien la conformidad cristiana doa Nico
no conceba que hubiese otra forma de conformidad ni de virtud alguna estaba asistida
de una entereza y temple de carcter poco comunes, pues con ambas virtudes haba
aceptado, risueamente, la vida bien poco apetecible que poda brindarle aquel hogar
rstico y pobre, aun cuando aquel probable amor se lo hiciese placentero. Y una mujer as
era, precisamente, lo que ella deseaba para su hijo Florentino.
Y no deca que tambin para Jos Luis, porqu ste nunca haba demostrado ni inclinacin
al' matrimonio ni veleidades amorosas, punto en que era tan aptico como ya lo haban
sido varios de los Coronado, uno de ellos su to Manuel, clibe empedernido y arquetipo
de hombre, en todo y por todo, para el que fue su sobrino predilecto y de l aprendi que
el buey solo bien se lame.
No se preocupe, Vieja le haba dicho varias veces a la madre en quien adoraba y con
quien comparta su ruda intimidad espiritual. Lo que es por m no habr nuera que le d
quebraderos -de cabeza ni venga a echarla para un rincn de su casa, donde usted
siempre ser la reina en su trono, mientras yo viva.
De todo lo cual y de lo que, adems ya haban hablado madre e hijo tocante a la ltima
aventura de Florentino, concluy doa Nico que si Jos Luis haba compuesto una copla
para bautizar a Rosngela con un nombre potico de donde menos se espera salta la
liebre era porque se trataba de un amor de Florentino, de un buen amor del hermano con quien
siempre se haba conducido como padre consentidor y en paternal amor le floreci el corazn
178
179
Lo que est claro, pero usted no lo quiere ver, es que Florentino est echando de menos
su vida de cantador errante. Que ya quiere irse otra vez.
No se lo niego; pero esas ganas de darse llano las interpreto de otro modo. Es que est
como el mostrenco, sacudindose la tereca que le quieren poner.
Y la tereca soy yo? replic Rosngela, soltando la risa.
A tiempo que doa Nico, all desde donde los oa y para s misma:
"Vlgame Dios! Qu maneras tiene este hijo mo!" E interviniendo en el dilogo:
Llmela montura lujosa, hijo, ya que lo quiere decir en llanero, y agregue que es paso fino
el que le van a ensear al mostrenco.
Con lo cual y el azoramiento de Jos Luis, pudo Rosngela disimular el suyo riendo largo
rato.
***
Pero que Florentino ya padeciera nostalgias andariegas, aun acabado de llegar de un viaje
largo y en buena compaa, no tena nada de extrao; lo singular fue que se hubiesen
deslizado tambin en el alma sedentaria y nada imaginativa de Jos Luis, hasta el punto
que se le escapasen estas palabras :
Qu te hars t, Centella, cuando yo no est aqu?
Centella, esta vez, era una vaca mohina que tena una mancha blanca en la frente, algo
semejante a las lenguas de fuego que en una de las estampas piadosas veneradas en el
oratorio de doa Nico representaban la divina centella del Parclito bajando sobre las
cabezas de los Apstoles afligidos. Una vaca vieja y achacosa que ya no daba leche, horra y
desmerecedora del nombre de Terciopelo que le haba puesto Jos Luis, cuando ternera
bonita y retozona, a causa de su pelambre suave y luciente, ahora rado, spero y sin
brillo. Un manso animal amigo que al atardecer vena de la sabana, mugiendo
dulcemente, a comer sal en la mano de Jos Luis, quien entretanto le hablaba como a ser
comprensivo.
Caa la tarde, haba cesado de llover, era dulce el aire en la luz tierna y el horizonte de la
sabana se recortaba limpio y ntido sobre celajes de un colorido ingenuo. En las charcas ya
las ranas ensayaban su concierto nocturno y por el cielo de plata una bandada de garzas
tenda su vuelo sereno.
Terciopelo lama la sal en la mano de Jos Luis sentado, all, solo, en una de las varas
transversales de la puerta de la corraleja. Y todo sucedi como la cada del fruto maduro
que se desprende de la rama quieta: la mirada a la mancha del testuz, el recuerdo de la
estampa, el claro nombre recin encendido...
Centella! Qu te hars cuando yo no est aqu?
180
Pero, era que alguna vez hubiera pensado en que un da pudiese no estar all mientras
viviera? ... Cuarenta aos como un camino rido, traan a este momento sentimental,
nunca previsto.
Una vida dedicada a un trabajo tesonero y absorbente cuya inutilidad ahora se le revelaba
de pronto, de la maana a la noche sobre el caballo, compartiendo con los peones la ruda
faena, privndose de todo gnero de placeres, ahorrando el dinero para luego invertirlo
en el ensanchamiento de la propiedad y todo para que el coronel Buitrago se la codiciase,
y a fin de ponerse en ella le declarase guerra que quin sabe cmo terminara. De qu
valdrale haber trabajado tanto, sin ms horizonte? Quin ira a disfrutar del producto de
sus afanes y privaciones, una vez muertos la madre y l, que ya no era joven? ...
Florentino? ... S, y bien empleado estaba. No se arrepenta de haberse echado encima
toda la carga mientras el hermano vagaba y holgaba; pero mejor estara, ya que a
Florentino con su propia parte le bastaba y le sobraba, si tambin algo ms suyo que de l
solo pudiese esperarlo todo, fuese maana a disfrutar de lo que l adquiri, pegado
siempre a la faena, no holgando nunca.
Un hijo! ... Un viaje...
Pero qu relacin se preguntaba podan tener estas dos ideas para que su
pensamiento no hiciese sino pasar y repasar de la una a la otra? ...
De qu te ha valido, Terciopelo, haber tenido tantos hijos? T los pariste, yo los vend
como bienes mos, con su producto compr ms tierras para que El Aposento fuera la
finca ms grande y bonita de por todo esto; pero esas tierras aqu se quedarn y en quin
sabe qu manos... T ests vieja y no tienes ya ms gusto que el que te proporciona esta
sal en mi mano, que otra no te la dar... Terciopelo!... Centella! ... Acaso no estaras tan
vieja y tan fea como ests si cuando eras ternera bonita se me hubiera ocurrido ponerte
Centella en vez de Terciopelo? Verdad que s? ... La vida es cruel, Terciopelo! Nos
volvemos viejos... Se nos pasa el tiempo... Lame tu sal, mi pobre vieja, que me diste tus
hijos para que maana de nada me hayan servido...
La vaca muga y lama y ya la tarde se iba convirtiendo en noche sobre la sabana inmensa,
donde estaban quietos los caminos de lo viajes largos sin rumbo ni objeto...
Cmo es que dice aquella copla de Florentino? ...
Ah malhaya un trotecito que no terminara nunca...
Cuarenta aos como un camino rido caan, de pronto, a esta encrucijada tarda.
181
VI
JUEGOS DE PALABRAS
Regresaban los vaqueros, Jos Luis y Florentino a la-cabeza de cabalgata y todos venan
alegres. Era sbado, de llanero atardecer suntuoso, haban salido a practicar los ojeos
previos para romper los trabajos de vaqueras con el alba del lunes y venan contentos,
blancos y peones, porque en todos los paos de sabanas, buenas criadoras las de El
Aposento y ya reverdecientes, se majadeaba mucha hacienda gorda todava, a pesar de
los rigores del verano ya traspuesto.
Quedronse los peones en el caney sillero, charlando mientras desensillaban sus bestias y
las de los dueos, animndose unos a otros para la fiesta con que aquella noche se
celebrara el comienzo de los trabajos de vaquera; procedieron las cocineras a servirles la
comida en la mesa comn que bajo otro de los caneyes ya estaba puesta y los Coronados
entraron en su casa, llenndola Florentino con la noticia optimista, a voz en cuello:
Desafljase, Vieja! Todava El Aposento no est en pico de zamuro, como crean
ustedes. Es mucho el ganado que vamos a vender este ao y a buen precio. Porque hasta
el profeta ese que ya y que se acerca por ah nos ha ayudado, desvistiendo de gente los
hatos para que slo nosotros podamos recoger y vender.
Dios te oiga, Quitapesares! dijo doa Nico por all dentro.
Quitapesares! murmura para s misma Rosngela, que se paseaba por el corredor.
Dentro de lo normal cotidiano de una vida, el lunes y el martes y todos los dems das de
la semana pueden ser siete das idnticos que con un mismo nombre podran designarse;
pero cuando la vida cambia, aunque no sea sino de decoracin exterior, de lugar en el
espacio, los siete primeros das son inconfundibles y creadores y de duracin
indeterminada como los del Gnesis, pues aun cuando estuviesen vacos de
acontecimientos o uno mismo se repitiese a travs de todos ellos, siempre seran siete
amaneceres y siete atardeceres con siete nombres distintos, como otras tantas
interrogaciones abiertas y cerradas. Despus, cuando ya se repitan semana tras semana,
ya se necesitar del calendario para saber en cul de ellos se vive y todos tendrn
veinticuatro horas.
Ya Rosngela estaba ante el sptimo de sus atardeceres inconfundibles y desde all se
deca melanclicamente:
Tal da como maana llegu a esta casa.
Porque no hay nada que repugne tanto el espritu como la repeticin del tiempo, la vuelta
insistente de la
182
misma rueda, que ya no dar, tampoco, el mismo giro, sin traer nada nuevo. Porque al
terminar su semana creadora vio con tristeza que siendo tanto el cambio habido en su
existencia, slo no cambiaba su no ser quien pareca.
Como aquellas palabras que acababan de cruzarse madre e hijos, noticia regocijante y
afectuoso comentario con que los tres se abrieron sus almas en un trivial momento
cotidiano, mientras que para ella, forastera del inefable misterio domstico, slo fueron
palabras, sonidos casi, una de ellas, la que haba repetido, nunca oda hasta entonces.
Siempre se haba dicho de ella que era muy mujer de su casa. Lo decan las Payaras, all
en la de Caracas para qu la recordaba ahora?, lo repiti a su vez Juan Crisstomo en
la de Hato Viejo, no haca mucho que se lo haba odo a doa Nico, todos tributndole el
elogio ms justo y, sin embargo, todos mintiendo, pues muy mujer de las cosas ajenas era
como debieron decir.
183
Esta virtud hogarea, amor de las cosas domsticas, materiales e inmateriales y gozo del
atareado seoro que le daban, amarras del globo cautivo de su vehemencia soadora que
sin ella quin sabe qu vientos lo habran arrastrado, ya haba dejado sentir su influjo en la
de los Coronado; pero aunque doa Nico le hubiese dicho haca poco que ya no habra
para ellos alegra ni tristeza que con ella no tuviesen que compartirla, ahora, como a forastera importuna, la haban dejado en el umbral de aquella intimidad.
Y esta reflexin vino a aumentar la melancola que ya se haba aposentado en su alma,
porque con el atardecer de aquel sbado terminaba su semana creadora y an el amor no
haba sido hecho.
Se paseaba por el corredor, de oriente a occidente, hacia los resplandores suntuosos del
crepsculo, ruedo fulgurante entre la sabana y un largo nubarrn fuliginoso, y hacia el
horizonte morado de las lejanas anochecidas; hacia all, por donde caa Hato Viejo,
aorante sin saber de qu, hacia ac melanclica y tan absorta a la ida como a la vuelta
que de pronto se sorprendi de que al lado suyo ya anduviese Florentino de puntillas.
Y el dilogo procedi por esguinces y juegos de palabras:
En que piensa?
No pienso; camino.
Pues camino yo tambin.
Nada nuevo para usted, caminador impenitente. Si supiera! Tengo miedo de
perderme, porque no soy baquiano de este corredor.
Claro! Sus viajes siempre han sido ms largos y ms interesantes.
Para que vea: los de ida y vuelta cortica eran los que ms me gustaban.
Quin lo oyera! Como si ya hubiera regresado del primero que hizo.
Slo regresa el que muere.
Pues siga su viaje, entonces. Si es que ya usted no est muerto y remuerto.
Me refera al de la vida, que con un viaje la comparan.
Y yo a los de sus idas y vueltas corticas, como dice.
Lo malo que en stas de ahora no sabemos cundo vamos ni cundo volvemos, porque
las dos puntas del corredor son iguales y todas caen hacia la sabana abierta, que es una
misma cosa por todas partes.
Pues por cualquiera de las dos puntas puede echarse a andar quien como usted no
necesita rumbo.
No ser que no lo necesito, sino que no lo he encontrado. O que me han dado seas
equivocadas cuando he preguntado: Compaero, adnde lleva este camino?
184
A ninguna parte, amigo, le respondo yo ahora. Este se acaba, ah mismito, como dicen los
llaneros.
Aj! Conque, ya sabe usted imitarnos? Pero ahora yo le replico que el "ah mismito" del
llanero es trecho que no se acaba nunca.
Mas ya esto no era jugar con las palabras solamente y Rosngela prefiri continuar
emplendolas en serio:
Es verdad. Ya haba odo hablar de esa particularidad de los llaneros, para quienes
nunca nada est lejos. Ser que carecen de nocin de la distancia, o que responden as
por maliciosos, para no soltar prenda?
Pero concluy ruborizndose y riendo como ya lo haca Florentino mientras no le quitaba
la vista y ste le pregunt socarronamente:
Qu le pasa, compaera?
Que acabo de hacer una experiencia: no hay nada ms ridculo que hablar en serio. A lo
menos en ciertos momentos y con ciertas personas.
Cmo es eso! Es que no estbamos hablando en serio desde el principio?
Yo no, por lo menos.
Pues he perdido mi tiempo.
Oh! Qu bien finge usted lamentarlo, no habiendo hecho otra cosa en toda su vida!
Pero al cabo de una pausa que le pareci demasiado larga, habiendo sido brevsima,
porque Florentino la emple en contemplarla, agreg con otra entonacin de voz:
Qu buen humor tiene usted, Florentino!
Y esto rompi el encanto del juego de palabras, pues Florentino explic que su buen
humor de aquella tarde provena de las halageas perspectivas que brindaban las
prximas vaqueras y, especialmente, de la satisfaccin de ayudar a Jos Luis, cuando ms
necesitaba de que le arrimase el hombro a la carga y lo animase a hacerle frente a las
dificultades que les suscitara el coronel Buitrago, codicioso de la propiedad de El
Aposento.
Entretanto, Jos Luis dirigase hacia la corraleja con la sal en la mano para Terciopelo, que
ya lo esperaba, mugiendo, en el sitio acostumbrado, y Florentino, abandonando lo til por
lo afectuoso fraternal, llam hacia aqul la atencin de Rosngela:
Mrelo! Primero falta la sal en la mesa de nosotros que en la mano de Jos Luis para
Terciopelo. Oigalo.
Y era que Jos Luis deca, respondiendo a los mugidos de la vaca mohina:
Ya va, vieja. Ya vengo. Hoy se me hizo tarde porque haba mucho que hacer. Te he
hecho esperar mucho por tu merienda?
Detuvironse a contemplar la buclica escena. Rosngela, con la sentimental
complacencia que para toda cosa de ternura despierta y aviva el amor, y Florentino, sin
185
Darse cuenta de que sembraba su generosidad en el campo de Jos Luis, rompi a hablar
de ste emocionadamente:
Ah tiene usted, Rosngela, al hombre mejor del mundo. El propio hombre del corazn
de oro, de quien todo lo bueno que se diga es poco. Buen hijo, buen hermano, buen
amigo. Y lstima que no haya querido que se le complete agregando: buen esposo y buen
padre. Ya quisiera yo llegarle a la suela de sus zapatos. Y no digo .yo, que soy una bala
perdida, sino otros que mucho ms valgan... Pero ahora caigo en que me he puesto demasiado serio, que segn su experiencia de hace poco es lo mismo que en ridculo.
No repuso Rosngela. Por el contrario, me ha interesado mucho todo lo que usted
ha dicho. Me ha parecido muy justo.
Hasta lo de la bala perdida?
Por supuesto! Eso ms que todo.
Y crea que me qued corto, por el cario que no puedo dejar de tenerme, a pesar de
todo.
Se lo creo, se lo creo. No es necesario que se empee en convencerme.
Ya la conversacin volva a ser charla juguetona y as, pero al mismo tiempo obedeciendo
a una ntima e indiscernible necesidad de su espritu, la prolong Florentino:
Y lo peor es que no tengo remedio porque mi mal es de nacin, como decimos los
llaneros ignorantes. Presumo que sea a causa de que Jos Luis, como se me adelant en el
reparto llegando primero al lugar donde se majadeaban las buenas y las malas cualidades,
todo lo que vala la pena lo arre para su madrina, dejndome a m solamente el bichaje
malamaoso.
Pero a lo pintoresco de la Ilanera se sobrepuso lo chabacano de la entonacin, que nunca
empleara ante Rosngela y tan chocante que sta hubo de calarle lo deliberado que haba
en ello y detenindose le advirti, siempre en juego, pero ya slo aparentemente:
Si contina hablndome de ese modo tan... llanero, lo voy a dejar con la palabra en la
boca.
Las causas de aquel decir que motivaron esta protesta haban operado en lo profundo del
ser de Florentino, hasta donde no saba llegar su conciencia de s mismo y fueron, a la vez,
un deseo de que se tomase como quien era y un impulso contrapuesto a destruirse como
objeto del amor y de la estimacin de Rosngela. Y as continu:
Pero, cmo quiere que le hable quien entre reses naci y slo entre ellas sabe estar?
Entre reses! No venga ahora a pintrseme como un llanero muy trabajador, que
digamos, cuando hasta ahora su oficio no ha sido sino...
186
187
VII
CUENTOS DE VAQUERIAS
Las- fiestas con que los Coronado, esplndidos, acostumbraban obsequiar a sus peones en
vsperas de dar comienzo a los trabajos de vaqueras tenan fama de rumbosas. Torneos
de cuentos extravagantes, aficin predilecta del llanero fantaseador, con buenos premios
para los que refiriesen las ms extraordinarias aventuras de su vida real y fantstica del ro
y sabana, gran comilona a medianoche, buenas bebidas, coplas y corridos de Florentino y
baile hasta el amanecer, para lo cual siempre se escoga un sbado. Que ya pasaran todo
el domingo siguiente y varios das ms saboreando el gusto que se dieron, porque el
marrano horneado y las otras viandas estaban de chuparse los dedos, como todo lo que
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condimentaba doa Nico; porque hubo cola y cerveza y hasta pepermn para las mujeres y
ron, vino y su copita de brandi para los hombres, y buen carato y ricos dulces de limn y
de lechoza, hechos en miel de abejas; porque la msica fue de arpa, cuatro y maracas para
el joropo, guitarra grande y bandurrias para las polcas y las mazurcas que se hacan tocar
los viejos, dndose de finos, por habrselas visto bailar a los blancos de antes y para los
pasodobles y los foxtrots con que los jvenes, criollos parejeros, presumiendo de
modernos, ya gustaban entreverar el golpe y el joropo nativos.
Pero la fiesta de vaquera de aquel ao tena para los Coronado una importancia especial,
sera la iniciacin de Rosngela en el contacto con el alma popular llanera, pues mientras
estuvo en Hato Viejo no se lo procur Payara. Los das pasados en El Aposento la haban
hecho comprender que sin tal compenetracin con la ruda y candorosa existencia del
peonaje, nunca compartira la verdadera intimidad de los Coronado, cuya vida familiar
hasta all se extenda patriarcalmente y as manifest deseo de presenciar aquella fiesta
tpica desde que oy hablar de ella.
Ya estaba iluminado y adornado con las flores sabaneras de la estacin el caney donde
sera, primero, el contrapunteo de cuentos entre los ancianos que concurriesen a la
reunin, a disputarse el premio de la novilla ofrecido por Jos Luis y luego el de
cantadores, en el cual uno de los peones se medira con Florentino, acompaando con las
maracas, el joropo de arpa y cuatro. Ya las mujeres del servicio y las de los peones,
engalanadas y chachareando, ocupaban los bancos colocados a lo largo del caney, en uno
de cuyos extremos estaban las sillas de cordobn que ocuparan los "blancos", mientras
los hombres remolineaban en torno a los viejos que tomaran parte en el torneo de
ancdotas extraordinarias, animndolos y enardecindolos.
Llegaron vestidos de gala y a la manera de sus tiempos, con la larga camisa de crea blanca
que les llegaba a las corvas, de mil alforjas menuditas en las pecheras, espaldas y mangas
y con botonaduras negras. Llegaron lozaneando, porque eran viejos de buen humor y el
ms jacarandoso era el ms anciano, Tereso Coromoto, que en sus mocedades fue caporal
de sabana de Manuel Coronado, vaquero de treinta toros por da tumbados y capados.
Gu, o Tereso! exclamaron los peones del hato al verlo llegar y por buscarle la
lengua. Ust tambin compite este ao?
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Y los que faltan! Qu se estn imaginando ustedes; mautes culoscagaos? Aqu est el
toro de las pampas, que tolava pita. Vengo por la novilla del premio ofreco por los
blancos, que nos la vamos a com maana mismo en Paso Armeao, donde ahora me
tienen arrumao, que y que de veguero, por envidia. Ya van a v los otros muchachos que
se van a peg conmigo esta noche, si es verd que entuava mancha el cambur verde del
Paso.
Escuche, o Juan Beln prorrumpieron los peonesQu dice ust a eso, o
Efigenio? Y ust, don Dimas?
Yo? que manque soy de Buscarruidos, no lo formo antes de tiempo, como ese viejo
bochinchero, sino que a la prueba me remito, porque ansina mismo lleg lozanando el
ao pasado y sin embargo, no pudo supiritarme.
El ao pasado ya va lejos, compae Dimas repuso Tereso. Don Florentino, que es
gran perito, dir esta noche quin es quin.
Y luego a los peones :
Qu hubo, pues? No hay en esta casa quien le haga honores a la concurrencia?
Echenm el trago, que se me sangra el gallo.
Arrmese al botiqun. Por ah hay una botella de brandi especial pa los cuentaembustes.
Una botella pa cuatro! A menos que los otros no beban. Denme mi parte completa
desde ahora.
Y todos los hombres y mujeres celebraban con grandes risas las cosas de o Tereso, que
siempre estaba de buen humor, con sus ochenta y pico cumplidos.
Ya estaban "los blancos" en el sitio de honor. Tomaron asiento los contendores del rstico
certamen, se hizo el silencio y Florentino pregunt:
Quin rompe?
Gu, chico! exclam Coromoto. Quin va a s? El que se llev la ternera el ao
pasado, porque la de ste es pa m y voy de ltimo.
Ah, viejo faramallero! intervino doa Nico. Oigan a la blanca echndoselas de
muchachita. No le digo? No hay pior cua que la del mismo palo.
Bueno dijo Florentino. Salga alante don Dimas con lo que traiga en el buche.
Garraspe el viejo y apoyando sus curtidas manos de veguero sobre el garrote, comenz
as:
--Esto fue en el mes de febrero. Cuando florece el masamoso de la flor rosada en forma de
campana y a lo lejos se distinguen los manos de la sabana, que con el reverberar del sol
parecen grandes montones de oro.
Prodjose un murmullo de aprobacin y Florentino exclam:
Acomdense, muchachos! El de Buscarruidos viene arreando bonito.
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Juan Beln y Efigenio sonrieron con desdn. Tereso murmur algo malicioso que slo
oyeron los que estaban junto a l, y con grandes risas se lo celebraron y el narrador
prosigui:
El mes en que al veguero del Orinoco...
Ya sali el Orinoco! murmur Jos Luis.
...lo obliga el fro a abandonar el chinchorro y acostarse en la arena de las playas. El al
levantarse se para, dndole el frente al ro, bosteza, se rasca la barriga por encima de la
franela, ve la Cruz del Sur, suspira y piensa en-el mes de marzo.
Odo al golpe! exclama uno de los oyentes entre el murmullo aprobatorio que corre por
el caney.
Y Dima contina, alzando la voz, engredamente:
No por el mes, propiamente, sino por los terecayes, que ya saldrn a poner sus sabrosos
huevos en la caliente arena de las playas. En una ocasin se fue un veguero orinoqueo a
velar unos terecayes en una confluencia del ro.
Y ya estamos en marzo, compaero? interrumpe Tereso Coromoto. Qu ligero se
acab febrero!
El auditorio suelta la risa, Dimas se amosca, hace:
Jm!
Y prosigue, sin hacer caso de la chirigota:
Dije mal. No fue en una confluencia del ro, sino en una boca seca que por all daba al
Orinoco. El veguero no encontr n, por ms que agujere toa la playa con su puya, y
viendo que estaba perdiendo su tiempo, aunque n de mayor provecho tena que hac, se
acost en la playa.
Y se qued dormo? insiste el viejo Coromoto. Yo como si conozco ese pasaje.
Otra vez las risas, Rosngela, como si le hiciesen cosquillas. Dimas mir de soslayo y por
encima de los hombros, desdeosamente, al compaero bromista y continu:
Tan profundamente dormi, que cuando dispert crey que tena una pesadilla, porque
senta un gran peso sobre la boca del estmago; pero al pel los ojos cat de v que era
un caimn que le estaba pasando por encima.
Ah caramba! prorrumpe el auditorio. En buen apuro est poniendo ust a ese
veguero.
El no se asust, pague vean, sino que se qued quietecito hasta que el caimn le acab
de pas. Pero lo grande es que seran como las doce y minutos del da cuando el veguero
abri los ojos y se vi con tan terrible fiera encima ... y cuando dej de sent el peso sobre
la boca del estmago, ya las cabrillas estaban serenitas donde endenantes estuvo el astro
encandilador.
Doce horas pasndole por encima! prorrumpi el auditorio. Ave Mara pursima!
Asina sera de largo ese caimn.
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Me qued dorma y cuando me dispert el, verso del quesero que me haba formao un
verdugn en las canillas, jue tanta mi indinacin que olvidndome de que era persona
mayor que yo, me levant furioso y lo primero que vi a mi lado jue una matica de
cimbrapotro. Le di un tirn y se la sacud al quesero con toa mi fuerza, que no era mucha,
por cierto. Se enfureci l y me sac el mandador por el cabo, acomodndomelo en la
pata de la oreja, que entuava me dura el zumbido.
No venga, viejo! Con el tiempo que har de eso?
objeta Florentino.
S, nio. Entuava me dura. Pero entonces lo que sent jue que el alma se me separaba
del cuerpo. Y aqu viene la gran rareza de mi pasaje. Yo senta al mismo tiempo mi alma
volando hacia el cielo y mi cuerpo tumbao en la tierra patas arriba y al lao dl el quesero
sacudindome por los brazos, soplndome los odos y dndome a ol un terrn mojao con
sus orines.
Un murmullo de risa recorri el auditorio, a tiempo que doa Nico, guindole el ojo a
Rosngela:
Ya apareci aquello. No podan durar mucho los adornos.
Pero dejemos al quesero con su terrn prosigui el narrador.
A lo que murmur Jos Luis:
Me parece muy bien pensado.
Lo grande jue que de pronto me jall en una casa, como si junto al Cunaviche, que tena
en el patio un arbolito de astromelia debajo del cual estaba sentada la ms linda muj que
he visto en mi vida. Digo mal. Que haba visto hasta esta hora y punto en que la nia
Rosngela nos adorna esta fiesta con su presencia.
Aj! exclama uno de los peones. As se remienda un trapo con una tela de seda
fina.
Mientras Florentino:
Gu, viejo! Todava se acuerda de echar flores?
Je, je! hace Juan Beln y prosigue: Aquella linda muj, que su color compita con el
del mrmol, tena en sus blondados cabellos negros una diadema de brillantes y en su
pecho una estrella de cinco picos. Su calzado eran sandalias con correaje de raso fino y su
vestido una tnica de gasa, que dejando ver todo su esbelto cuerpo, nada se trasluca que
no se pudiera ment en esta reunin.
Pues con no haberlo mentado, tenas, Juan Beln dijo doa Nico y todos soltaron la
risa, incluso Rosngela.
Es verd. Y sigo mi cuento, que es historia como ya
tengo alverto. Me llama aquella lindura y me dice: "Aqu estoy esperndote, Juan
Beln.
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En ese momento apareci un hombre bastante blanco, cara redonda, ojos azules y
cabellos amarillos, vestido con traje militar a la antigua, tnica roja con botonadura de oro
y encima una gorila resplandeciente.
Aqu s solt la risa Rosngela y todos la imitaron, por si acaso; pero el narrador no se
inmut:
Bueno, pues. Vestido como una sota de baraja. Pero tena en una mano una balanza de
esas de botica, pero mucho ms grande y en la otra una espada, sin lomo y sin filo y le
pregunt al de las llaves: Hay que pasar a Juan Beln, Pedro?
Ya eran carcajadas las que no poda contener Rosngela, pero de buena gracia que le
haca aquella llanera entonacin en boca de personajes celestiales.
No, Miguel prosigui el narrador. Todava no.
Hay que devolverlo pa su casa. Pero aprovecha y dale una carta pa don Manuel Felipe de
Tovar y otra pa el mariscal Falcn, que son ahora los chivatos de las circunstancias en
Venezuela, recomendndoles que dejen esa guerra y no jeringuen tanto a sus sbditos.
Porque esto que vengo refiriendo jue en plena federacin, que se me olvidaba alvertirlo.
Ay, Juan Beln! suspir doa Nico, entre el coro de exclamaciones aprobatorias.
Qu bueno que hubiera sido ms reciente ese viaje tuyo al cielo, a ver si de all
mandaban ahora otras cartas como Ios de tu cuento, pues si ya no hay guerras hay
coroneles Buitragos, que bien se merecen un regao de arriba!
Y con esto y los comentarios del caso, concluy el turno de Juan Beln, el de El Guamacho,
Que si no le quitan la palabra habra referido el paseo que San Pedro le permiti dar por
los campos celestiales, antes de regresarse a los de su tierra y en donde se encontr con
los libertadores y con ellos departi sabrosamente sobre la Poltica venezolana de los das
del cuento, que era la parte de ste que mejor preparada tena.
Pero Florentino le pas la palabra a Efigenio, el de Laguna Guandalera, quien despus de
haberse rascado la cabeza, dijo :
Mira, Florentino. Yo triba tambin mi cuento pa obsequi a la nia Rosngela y dems
concurrencia.
Cmo no! Pero... francamente, se me ha trambucao el bongo al escuch el cuento del
compaero Juan Beln, que est de ms de bueno. Que se gane l la novilla.
Otro da ser pa m.
En realidad lo que le suceda al taimado Efigenio era que haba visto las barbas del vecino
ardiendo, cuando la extraeza y la risa de Rosngela, pues en el cuento que traa
preparado figuraban nada menos que los Doce Pares de Francia y algunos personajes del
Mrtir del Glgota, conocidos de odos en boca de otros narradores y no estaba muy
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seguro de quines eran quines y cmo se llamaban realmente, ni quera exponerse a las
risas de la nia de Ia capital, que con todo y ser muy simptica, burla siempre es burla y
sus aos no estaban para eso.
Uno que se derrota! dijo o Tereso. Ya esa ternera es ma. Voy por ella, que como
ya lo he prometo, nos Ia comeremos maana en esta casa todos los aqu presentes.
Vamos a verlo. No cante victoria antes de tiempo murmuraron los que ya haban
echado sus cuentos.
Rebull el auditorio, que ya conoca la especialidad de los de Tereso Coromoto, cambi
ste una guiada maliciosa con Florentino, apoy sus gruesas manos sobre el garrote de
puo de cuero trenzado, una encima de la otra y sobre aqulla la barba temblequeante,
quedse as un rato en silencio, sonri de su picarda ya elaborada, se aclar el pecho y
comenz en tono zumbn:
Seoras y doncellas y caballeros todos! Ejem! He de alvertil, antes de romp con el
cuento, que en el mes de este sin igual sucedi que voy a ten el gusto de referil no
florean sino los caramacatales y los guaterales, que como todos sabemos, la flor de los
primeros jie de ms que gele, a cuero seco y a lo de los segundos... a no se diga.
Y empezaron las risas que ya no abandonaran sus palabras.
Ah caramba! murmur Jos Luis. Este ao Tereso tiene su embolado y nos va hacer
pasar un mal rato.
Que por cierto entuava no he podido averigual en qu consiste esa gran particularid
de que las flores del guatero, que como digo...
No lo repitas ataj doa Nico, aunque a ella tambin le hacan cosquillas las malicias
que se le adivinaban al viejo. Deja quietas las flores y sigue adelante.
Es que sin habl de ellas no se van a explic bien ciertos olores que se van a Sent ms
alante. Pero, bueno.
Vamos a complac a la blanca. Ejem! Esto que voy a referil fue segn la cuenta que
tengo llev en una tarja, all en casa, donde maana todos los aqu presentes lo pun
comprob hace veintids aos, tres meses, catorce das y diez horas, a la de sta, poco
ms o menos.
jAs se precisan las verdades! comentaron los oyentes.
Yo sal como si a mat un venao, en junto con mi compae Agapito, el de Mano
Carmonero, que en esos das paraba con nosotros en el Paso. Cogimos un bongo, ro
arriba y empezamos a canalete; Ruas, ruas! Ruas, rus! Rus, rus!
Basta, viejo interrumpe uno de los peones.
Suelte el canalete, y acabe de atrac, que se le va a di el Venao.
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Je, je! Yo con mi escopeta maquiritana y el compae con un machetico tocn y asina nos
internamos por el monto del costo, pa di a revent a una culata e sabana donde se
majadeaban muchos venaos. Ah! Se me olvidaba decir que el venao que yo quera mat
era uno blanco que y que estaba aparecindose por aquellos comederos, no siendo un
venao propiamente, sino un cristiano encantao. Por la trocha del monte que cogimos
llevabamos como si a la derecha el caramacatal y como si a la zurda el guateral susodicho,
ambos floriaos y yo ya mariao con la jedentinita de los dos. Je, je! Ibamos distrados
conversandito, sin que nos pasara por las totumas de los embustes la idea de que por all
pudiera hab un tigre, como en efecto lo haba y cebao, por ms seas, y cuando
acordamos se estremece el monte que llevbamos a la derecha y se nos barajusta encima
esa profundid de animal, como dice mi compae Florentino. Yo, que iba alantico, cuanto
cato de yerme cara a cara con l no pude sino decirle: Tigre el c... ! Je, je! Ya se miba a
escap la palabra. Bueno, no puedo repetil ahora cmo le dije, porque hay damas
escuchndome, pero le solt una palabra fea. De eso pun est seguros todos los que me
oyen.
Y sin necesidad de que lo jures intervino doa Nico. Como tambin lo estamos de
que no terminars tu cuento sin que la hayas soltado. Pero no te preocupes:
por mi parte estoy acostumbrada a esas palabritas...
De ollas o de decilas, blanca?
De las dos cosas. Y si es por Rosngela, ya le advert que se taponara los odos.
Ah, blanca y sus cosas! Y sigo mi cuento, antes de que se me vaya el tigre. Yo que digo
como queda sobrentendio y mi compae Agapito que empieza a escobill, como si asustao,
sarandeando su tocn y preguntndome:
Ande est el tigre, compae, que no lo veo? Yo lo que siento es que el guateral como si a
ha floriao toitico de un golpe.
Dale con el guateral! refunfua Jos Luis, mientras los oyentes se desternillan de risa,
sobre todo Florentino, cuyas carcajadas arrastran el sonrer azorado de Rosngela.
Bueno, pues. Empezamos a breg con el bicho y gastamos catorce horas Fjese, seor
perito. Dos ms, sin cont los minutos, que las del caimn de mi compae Dimas. Pero esa
maquiritaria se port. S, nio! No fallo ni un tiro. Pero lo grande no fue eso, sino que
cuando regresamos a casa, a la muj le peg el jedor del tigre y me pregunt: T qu
tienes, Tereso, que ests tan jediondo a camaza? Yo no quera referile el lance que
habamos teno, porque como estaba de cinco meses no de naca, por supuesto, sino de
otra desgracia que le haba
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pasado y muy erbosa me pareci que era una imprudencia. Pero quin pu con la
curiosid de una muj, contims si se halla coma se hallaba la ma en ese entonces?
Deja los comentarios, Tereso intervino una vez ms doa Nico, y sigue con el
cuento.
Si no es mejor que lo dejes ya de ese tamao agreg Jos Luis.
Qu lo deje? Cuando ya no me falta ganame sino el rabo de la novilla? Yo lo que voy a
hac es precipit la cosa, que ya est encima. Digo que yo no quera explic la causa de
aquel olor de camaza, pero tanto se empe la muj ma que tuve que decile lo que haba
ocurrido, pa quitarme de encima tanta jeringa a causa de Ia jedentinita. Y eso que ya mi
compae Agapito se haba baao pa quitarse el perfume de las flores del guatero.
Basta, Tereso dijo Jos Luis.
Agurdate hi, chico. No te digo que ya estoy terminando? No me destocones el
pasaje. Refer lo del tigre que habamos matao, pero ms vale que no, porque a la muj
me le di un ataque erboso, de imaginase que la fiera me hubiera espiazao y le entr una
vomitadera y una chinchurriadera que a Ia hora de stas entuavia no se le ha cortao. Que
es lo ms singular de la gran particularid de este pasaje, que ya se ha acabao. Porque
hasta aqu me trajo el ro y ahora le toca al perito dec si merezco la novilla, pues todo no
pu s poesa, como lo del compae Dimas con sus flores de masamoso y sus manos de
oro. La vida tiene tambin sus cosas feas y es menester contalas.
Pero antes de que Florentino dictara su fallo, doa Nico opin:
La novilla se la ha ganado Juan Beln; pero a Tereso hay que darle tambin su merecido
y nada ms apropiado que un marrano.
Bueno, blanca repuso el viejo jovial y redicho
Como tambin es carne que nos podremos com maana, venga el marrano. Que en
siendo gordo, manque sea grande.
Luego, ponindose de pie y dirigindose a Rosngela, despus de haber exigido silencio a
la concurrencia que con gran bullicio celebraba su pasaje:
Ust me perdone, nia, si mis palabras han molestao sus odos hechos pa escuch
finezas; pero Florentino me pic el ojo pa que soltara la lengua y como ahora vuelve a
hacerlo, voy a v si entiendo lo que me quiere dec:
Pero malicias de viejo.
ni ofenden ni mortifican.
Su novio el ojo me pica
pa que le diga en un verso
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VIII
UN ZARPAZO DE BUITRAGO
199
Pero no vaya a imaginarse que fuera porque yo le echara mal de ojos. Pues por ah
dicen mis enemigos que y que tengo esa propiedad. Sabe? Lo que puedo asegurar es que
parta el alma ver muerto aquel animal tan hermoso.
Me lo figuro. Muy buena mula sera para que usted se enamorara de ella y barata
querra comprrsela a su compadre.
Voy a decirle, don Jos Luis. Eso de barato y caro es segn el cristal con que se mire,
como dice el verso. Si no, vea lo que les -pas a los Bejaranos. Sabe? Les pareci poca la
plata que les ofrec por Las Juajuitas, que no son sino unos paitos de sabana y, sin
embargo, van y se meten a gastar un platal en una revolucin. No le parece mucha
temeridad de hombres, don Jos Luis? Ellos que siempre haban sido gente de trabajo y de
orden, como ustedes, los Coronado, verbigracia, O mejor dicho, como usted, pues
Florentino no se ocupa sino de sus coplas. Que son muy ocurrentes y muy sabrosas, por
cierto.
No se imagina usted lo que me gustan. Con decirle que no hay parranda ni joropo donde
yo llegue y no me las haga cantar. Sabe? Hasta esas donde me zumba unas punticas
tapadas, como dicen por aqu, muy ocurrentes tambin y con mucho consonante bueno.
Sabe? Pero, volviendo a lo de los Bejaranos. Qu les sucedi, don Jos Luis? Que
despus mandaron a proponerme la finquita por menos de lo que yo les haba ofrecido
endenantes. Yo s que por ah dicen mis enemigos que fueron calumnias mas que les
levant, para hacerlos meter en Ia crcel y arruinarlos. Pero yo tengo mi conciencia
tranquila. Sabe? No slo no es verdad eso, sino que no quise aprovecharme de que ya
estaban presos y les pagu por Las Juajuitas lo mismo que endenantes les haba ofrecido,
cuando estaban, como dicen ustedes los llaneros, vivitos y coleando. Que tambin lo
decimos nosotros. Sabe? La ltima frase fue cabalstica, pues quizs aluda a dos campos
ya separados haca tiempo: los que queran conservar algo de lo cual, viviesen o con lo
cual estuviesen encariados y los que se proponan despojarlos de ello, a bajo precio y por
la fuerza que los asista. Pero lo original y exclusivo de Buitrago eran aquellos sabe? que
intercalaba en sus discursos y que tenan una singular virtud intranquilizadora, pues
aunque parecieran completamente superfluos daban la impresin de un relmpago que
por momentos iluminase una caverna habitada por seres torvos y acechantes.
Pero si Jos Luis Coronado no era pusilnime, tampoco careca de prudencia y sta le
aconsej que interpusiese alguna valla entre tal -caverna y sus amenazados intereses.
Como lo hizo acudiendo al Presidente del Estado en demanda de que le hiciera
comprender a su subalterno
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que El Aposento no estaba en venta y, por lo tanto, deba quitarse de la cabeza la idea de
comprarlo.
Nada ms intil, sin embargo, pues lo personal de las apetencias del Jefe Civil ajustaba
perfectamente con el engranaje del plan poltico que a la sazn se vena desarrollando y
que consista en arrancar las races de la revuelta armada mediante Ia adquisicin por
los que componan el gobierno y sus adictos insospechables de las propiedades
agrcolas y pecuarias que haban sido y pudiesen continuar siendo las bases de
operaciones del feudalismo caudillista, gracias a las facilidades que brindaban a sus
dueos, por lo general caciques polticos, para la tenencia de armas y para el mando que
les permita sobre peonadas que en el momento dado pudiesen convertir en tropas. Ya la
revuelta armada pareca definitivamente desterrada del pas, pues haban desaparecido
todos aquellos caudillos y, por otra parte, los propietarios de El Aposento nunca la dieron
por ella, excepto aquella pequea cooperacin monetaria que Manuel Coronado prestase
al doctor Payara; pero siempre podra alegar Buitrago que estando la finca en manos
suyas, todo posible peligro de alzamiento con peonadas coronadeas que dara
desvanecido. Y ahora s se explicaba aquel nosotros que emple hablando con Jos Luis.
Y as cuando el Presidente del Estado le dijo:
Mir, Dionisio. Por aqu estuvo Jos Luis Coronado.
Dej tranquila a esa gente, que es pacfica y de trabajo, pudo replicarle:
No digo que no lo sea, General; pero seguro mat a confiado, dice el dicho, y en El
Aposento se pueden movilizar algunos hombres en un momento dado. Adems, yo lo que
quiero es comprarles y a buen precio. Que si les parece poco lo que les he ofrecido no veo
que haya motivo de queja, porque en materia de negocio todo se puede proponer y con
no aceptarlo basta.
Tambin es verdad dijo el Presidente.
Y as quedaron las cosas peor que antes, pues Buitrago se propuso adquirir El Aposento
como haba adquirido Las Juajuitas.
Ya con este plan supo que lo Coronado haban hipotecado el hato, y desplegando todo lo
tortuoso de sus habilidades logr que el acreedor hipotecario se allanase a venderle su
accin; pero dicindole:
Eso s, aunque ya es negocio cerrado entre nosotros, del cual usted no se echar para
atrs, avsele a los Coronados que va a traspasarse la hipoteca y as cumple con la amistad
que tiene con ellos. Que tambin podra suceder que ellos encontraran manera de
rescatarla antes con antes, si no les conviene o no les agrada tenerme por acreedor. Que
no sera imposible, pues ya s que este ao se disponen a coger mucho ganado.
201
Jos Luis recibi el aviso, pero condicionado por un plazo de rescate tan perentorio que
muy pocas esperanzas de parar el golpe podra abrigar y, por su parte, ya Buitrago haba
encontrado la manera de defraudrselas. Haba recibido rdenes del Presidente del
Estado para que, de concierto con los dems Jefes Civiles de Ia regin, procediese a la
captura de aquel! agitador de la tranquilidad pblica, que llamndose profeta, hacia all
se encaminaba, y dispersase la gente que lo segua, obligndola a regresarse a sus hatos
respectivos, propiedad de amigos del Gobierno la mayor parte. Y esto le depar la ocasin
para impedirles a los Coronado los trabajos de vaqueras a que se preparaban, con la
esperanza de que el producto del ganado recogido en ellas les permitiese rescatar la
hipoteca.
Llam aI comisario Cardona y le orden:
Necesitamos reclutar unos veinte y pico de hombres y en El Aposento los hay. Llvese
diez bien armados, maana antes de que amanezca, con cabestros suficientes como para
amarrar a los que se resistan, y arreme para ac a los coronadeos con todo y sus bestias
respectivas, porque maana mismo tenemos que ponernos en campaa contra el profeta
se y que viene acercndose por ah.
Las noticias llegadas al pueblo aquel mismo da eran de que, desvanecidos junto con Ias
humaredas de la sabana los temores de fines de mundo, a causa de la entrada de aguas
que ya no consentiran candelas, todos los secuaces del profeta se haban dispersado y
regresado a sus hatos respectivos y que l mismo haba embarcado en un bongo, Arauca
abajo, hacia el Orinoco y as repuso Cardona.
Gu! No y que se haba despedigao toa esa gente?
Haga lo que le ordeno y no replique. Maana al amanecer debe estar usted cayendo
sobre El Aposento.
All estn emparrandados esta noche y cuando usted llegue probablemente estarn
durmiendo y as los coger mansitos. Llguese con tiento, de todos modos, no vaya a
enmatrsele si lo descubren.
As lo hizo el comisario Cardona, que era un zambo pen de los Bejaranos, a quien por- sus
buenos servicios en la intriga mediante la cual se apoder de Las Juajuitas, Buitrago haba
investido de autoridad, ponindole un sable en la mano, con lo cual ya poda desatrsele
todo lo que de dspota tuviese por dentro esperando su hora.
Afortunadamente no estaban por all los Coronado, quienes, como de costumbre los
domingos, haban salido desde el amanecer a cazar tigres a lazo, su deporte favorito; ni
tampoco todos los peones los ms de los cuales se haban ido con Tereso Coromoto a
empatar el baile con la parranda en Paso Armeao sino unos seis sobre quienes cay el
comisario por sorpresa.
202
Ya los tena sobre sus propias bestias, maniatados, cuando a las voces que daban sus
mujeres apareci doa Nico y encarndose con el comisario lo increp:
Y eres t, hijo del pueblo y llanero de por aqu mismo, quien viene a cumplir esa orden
arbitraria contra tus iguales? Por qu no amarraste ms bien con esos mismos cabestros
al que te mand a cometer esa otomia?
Ansina es la cosa, Vieja dijo uno de los coronadeos, ya indefenso. No ha odo dec
que no hay pior cua que la del mismo palo?
Mientras Cardona replicaba:
Subalterno es subalterno, seora y no le toca sino obedec. Vaya si quiere a quejarse
ante el superior, que manda y no ruega.
Subalterno! rebati doa Nico arriscndose.
Esclavo es como debieras llamarte, zambo traicionero!
No ofenda, seora. Mire que zambo y todo soy la autoridad en este momento repuso
el comisario y luego, dndole la espalda, mientras doa Nico todava desahogaba su
clera, le orden a su gente: Arreen palante!
Nada de extraordinario en la vida del campesino venezolano, de llanura y monte. La
recluta forzada que se lleva al pen, dejando el campo sin trabajo y a Ia familia sin el
sustento. Eran muchas las comisiones como aquella capitaneada por Cardona, que doa
Nico haba visto llegar al hato, reclamando a plan de machete y amarrando a los peones
que no tuviesen tiempo de coger el monte, codo con codo sobre sus propias bestias, como
a facinerosos, ya porque hubiera malos gobiernos que nunca fueron buenos y era
menester derrocarlos, ya porque la revuelta armada hubiese estallado y fuese necesario
sofocarla. Unos y otras se llevaban al pen, lo arrebataban de su trabajo y de su familia y
por all lo dejaban tendido en el monte, pasto de los zamuros, o lo devolvan enfermo,
herido y llagado y con la tempestad de Ia barbarie desatada dentro del alma, porque lo
haban obligado a matar sin saber porque ni para qu, y as mat, perdiendo la
repugnancia que tuviese para el delito de sangre y rob y viol y se acostumbr al
atropello y ya no le encontrara gusto a otra cosa.
Pero entonces no haba guerra pensaba doa Nico sino un hombre codicioso y
arbitrario que dispona de todos los medios para ejercitar sus represalias y sus desmanes
contra quienes fuesen osados a satirizarlo, como lo hiciera Florentino en sus coplas, a no
querer venderles sus propiedades por lo que l quisiera pagar, y doa Nico comprendi
que despus de aquel zarpazo de Buitrago vendra otro y otro y quin sabe cuntos
atropellos peores mientras no se decidiesen a venderle El Aposento.
203
All haba transcurrido casi toda su vida y all quera morir, pues cuando se trataba de la
posibilidad de trasladarse a otra parte, as fuese a lugar ms halageo, siempre haba
dicho:
Qu mano! Yo, de El Aposento al Cielo y all un agujerito para mirar para ac toda Ia
eternidad.
Ahora contemplaba su tierra querida, de donde Buitrago acabara por desterrarla y
comenzaba a despedirse de ella, abatida, melanclicamente. Era en el corredor, sentada
en el butaque de cordobn, ante la sabana por cuya anchura reverdecida pacan los
rebaos contentos bajo la luz matinal, y era polvareda de oro la que all lejos levantaba el
retozo de una yeguada cerril. Rosngela estaba en su habitacin, pensativa tambin,
temerosa de las consecuencias que pudiese traer el reclutamiento de los peones cuando
Jos Luis y Florentino regresasen y se enterasen del atropello. Era como antes, da de
nostalgia de doa Nico, y los chicos del hato, cual si hubiesen odo aquel silbido con que
ella sola congregarlos, atravesaron el patio, uno a uno y fueron a sentarse en el suelo del
corredor en torno a ella, silenciosos, contemplndola.
Ah! Ya estn ustedes aqu?
Pero fueron ellos quienes esta vez le dirigieron preguntas:
Pa onde se llevaron a mi taita? Ah? Es verd que se lo llevaron pa matalo?
Quin te ha dicho eso?
Gu! Mi mam lo dice. All est llorando y dicindolo.
No hagas caso. Fue un juego del comisario Cardona.
Tu pap volver pronto.
Y el mo?
Y el tuyo tambin y el tuyo y el tuyo...
Esta vez no va contra ellos el zarpazo del coronel Buitrago.
IX
204
sobre Ia cabeza de la fiera, lo que requera una especial destreza y gran precisin y
concierto de movimientos a fin de que aqullos no chocasen en el aire y simultneamente
vistiesen la presa, logrado el cual los jinetes abran rpidamente sus caballos a uno y
otro flanco, de modo que en el tirn de las sogas quedase el jaguar estrangulado.
Muchos eran ya los que Florentino y Jos Luis, enlazadores diestrsimos, haban cazado as
y all iban aquella tarde en pos del tigre de la pinta menudita, que a sus gritos salt fuera
del palmar donde estaba cebado, pues cerca de all haba un bebedero al cual solan
acudir los venados y que por las seas de la pinta y del gran tamao deba de ser el mismo
que ya se haba comido varios becerros del ganado que se majadeaba por aquellas
sabanas.
Ahora! grit Florentino, cuando crey oportuno lanzar los lazos y tendi el suyo
sobre el cual deba abrirse el de Jos Luis, sacando ya su caballo por su flanco, con la
rapidez y precisin con que haba de hacerse todo aquello...
Pero no acudi a tiempo el del hermano y la fiera, ya con la soga de aqul cindole el
pescuezo, ms no tanto como para estrangulara, se revolvi y se lanz sobre la bestia que
ya tiraba de ella.
Dos saltos agilsimos haba dado ya y con el tercero caera sobre la grupa del caballo de
Florentino, pues no se defenda sino atacaba enfurecida, y fue entonces cuando Jos Luis
vino a lanzar el lazo, a tiempo que el hermano le gritaba:
Qu te pasa?
Templronse las sogas, se estrangul el bramido de la fiera, detuvironse las bestias y el
tigre de la pinta menudita se debati unos momentos y luego se qued inmvil, afuera la
lengua enorme, saltados los ojos.
Y como era la primera vez que Jos Luis se quedaba tremolando su soga despus que, l
haba lanzado la suya, Florentino lo atribuy a deliberado alarde de destreza y se lo
celebr dicindole:
Ahora s me quito el sombrero ante usted, hermano, pues se necesita que est uno muy
seguro de su pulso para reservarse hasta el ltimo momento. Pero, por qu no me dijo
que iba a ensayar esa innovacin en el lance?
As hubiera gozado yo con la emocin, mientras que, francamente, estuve a punto de
papelonearme viendo esa profundidad de animal que se me vena encima.
Pero Jos Luis callaba, sombro, mientras recoga su soga y como hecho esto procedi a
amarraria a los tientos, Florentino le pregunt:
Qu haces, hermano? Cmo que te das por satisfecho? Por aqu deben haber otros
tigres que se merecen
205
igual suerte que ste. Vamos a buscarlos, a ver si yo puedo repetir la leccin que me has
dado.
Jos Luis lo mir a los ojos, como para calarle la intencin de aquellas palabras y
comprendiendo que en la mente de Florentino no hubo sino lo que haba expresado,
repuso, ya con el pie en el estribo:
No. Se me han quitado Ias ganas de seguir cazando.
Vmonos para casa.
Emprendieron el regreso ms temprano que de costumbre. Florentino, locuaz,
comentando todava el incidente; Jos Luis, silencioso y ceudo, hasta que, habiendo
callado aqul, sali ste de su mutismo preguntndole:
Recuerda el cuento de los Caurimares, hermano?
El de las dos mitades de un solo hombre?
S.
S lo recuerdo. Pero, por qu me lo preguntas?
Porque se me acaba de venir a la memoria.
Los Caurimares eran dos hermanos gemelos, llamados Jos Francisco y Francisco Jos, que
decanles Pepe Pancho y Pancho Pepe, como para que fuese mayor la extraordinaria
semejanza que exista entre ellos. Ua y carne en todo y para todo, aunque el primero,
ms inteligente supeditaba al segundo, tuvieron una juventud borrascosa, siempre
coincidiendo al concebir sus fechoras y llevndolas a cabo conjuntamente, por lo cual se
les llamaba las dos mitades separadas de un solo hombre malo.
: Dice el cuento que, perseguidos por la justicia, tuvieron que abandonar la poblacin de
donde eran oriundos y fueron a internarse en las soledades de ms all del Cunaviche,
donde fundaron un hato y vivieron varios aos dedicados al trabajo y en la perfecta
armona en que siempre haban estado, hasta un da en que, como Pancho . Pepe hubiese
tomado una querida, estando a la mesa los tres, ya anochecido, vino a caer en que el
hermano se la miraba codiciosamente y en seguida le propuso:
iQu te parece, hermano, si furamos a ponerle una celada al tigre que se nos est
comiendo los mautes de La Rinconada?
Quedse mirndolo un rato Pepe Pancho, hasta sondearle el pensamiento y como lo
hallase a la medida de recnditos deseos suyos, le respondi:
Pues no me parece mal. Vamos ya si quieres.
Querindolo estoy hace rato.
Pues hacindolo, hermano. Hacindolo ahora mismo.
Salieron. Transcurri una hora durante la cual la barragana estuvo pasendose intranquila
por el corredor delantero de la casa, ante la noche negra, y al cabo regres Pancho Pepe
solo.
Qu has hecho de tu hermano? dice el cuento que le pregunt la mujer horrorizada,
al verle la sombra del crimen en la faz.
206
Y el Caurimare respondi:
Dos Caurimares iguales eran una repeticin contra por gusto. Con uno basta y sobra.
Pero lejos de bastar y sobrar, qued tan incompleta aquella mitad de singular hechura, tan
necesitada de la que no regres de La Rinconada, que nada pudo de all en adelante
llevar- a cabo Pancho Pepe, por s solo, para todo se buscaba y no se encontraba,
acometido de una extraa perplejidad ante las cosas ms triviales, hasta que par en loco,
temeroso de que le arrebatasen la otra mitad de s mismo, y para defenderla se acul
contra un rincn de su cuarto y se abraz y as enflaqueci tanto, que cuando muri ya sus
manos se tocaban sobre sus espaldas consumidas.
As terminaba el cuento, tradicin verbal de un suceso lejano que ya se estaba perdiendo
en el olvido, y a Florentino, que haca tiempo no oa mencionar a los Caurimares, el
intempestivo recuerdo, le caus, primero, extraeza y luego repugnancia de haber
comprendido.
***
Acaso toda una vida de rectitud moral, de generoso afecto y de paternal abnegacin
haba fracasado en aquel momento en que su diestra, debiendo lanzar el lazo, lo retuvo,
inhibido el movimiento? Fue, ms que una distraccin ya inexplicable, una repentina
imposibilidad, le sali al encuentro la imagen de Rosngela y olvidado de cmo se haca,
un agolpamiento de toda la voluntad sobre el msculo que deba distenderse y sin
embargo se mantuvo contrado, por el exceso mismo de la volicin que trabajaba sobre l;
pero Jos Luis, al tratar de explicarse cmo pudo haber sucedido aquello que nunca le
ocurriera, parti de lo exterior y objetivo: Florentino en peligro por causa de su dilacin y
al adentrarse en su alma, ya con el resquemor de su culpabilidad, le sali al encuentro la
imagen de Rosngela y se le formul de pronto en la mente, sin vestigios conscientes de la
asociacin de ideas que la hubiese evocado, la pregunta acusadora de la mujer del
Caurimare fratricida.
Y se horroriz de s mismo hasta el fondo del alma al descubrir que todo esto haba
pasado porque estaba enamorado de Rosngela, simultneos el encanto y la
abominacin, confundidos en un solo hallazgo de s mismo.
Ya haba purgado su culpa al confesarla, aunque de manera indirecta, hacindole recordar
a Florentino el caso atroz de los Caurimares, a fin de que atase los cabos y no continuase
atribuyendo a alardes de destreza el no haber acudido a tiempo con el lazo y le retirase
todo su afecto y abominase de l, y ya tena tomada su determinacin definitiva.
207
Cabalgaba en silencio, ceudo y sombro, pero luego se sobrepuso y con voz sin
repercusiones de tormenta interior, dijo:
Sabes, Florentino, que como que voy a seguir tu consejo?
De qu?
De echarme un paseto a Caracas. Verdaderamente me hace falta descansar un poco de
esta vida, que ya se me va haciendo pesada. Ya ni a esto de la cacera le cojo gusto y es
que estoy cansado de la sabana y sus cosas por todo espectculo. Adems, aprovechara
el viaje para ver si acercndome a las alturas del Gobierno nos quitamos de encima esta
amenaza del coronel Buitrago, que ya pasa de la cuenta, En este pas hay que metrsele
bajo el ala al jefe para que el subalterno no d con las espuelas. El da menos pensado
Buitrago nos chismea de enemigos del Gobierno y a la crcel vamos a parar, sin recurso de
pataleo. Aqu vengo pensando hace rato que sa es la nica solucin. No te parece?
S respondi vagamente Florentino, a quien por primera vez dbale el tu Jos Luis.
Eso es verdad. El da menos pensado...
Adems, de paso por San Fernando har una diligencia que se me acaba de ocurrir, a
ver si conseguimos el dinero necesario para rescatar la hipoteca con tiempo.
Y cundo sera ese viaje?
Maana mismo, de madrugada, porque si lo pienso mucho no lo hago. Ya que ests por
aqu, con plan de quedarte largo tiempo, no hago tanta falta. No te parece?
T siempre haces falta, hermano, dondequiera que no ests; pero no ser yo quien se
atreviese en cosa que te convenga repuso Florentino, ambiguamente, por lo que deca
Jos Luis y por lo que ya l tena resuelto tambin.
Y como el hermano guardase silencio, tal vez a causa de su actitud nada efusiva, se
entreg a su soliloquio, interrumpido por aquellas frases:
Tena que suceder. Una chispa basta para incendiar toda la sabana cuando est seca y
tostada y el viento sopla con fuerza. Y con qu fuerza, hermano, se te desat ese barins!
Pero no te imaginas la alegra que me ha causado ese descubrimiento. Sern dos pjaros
que matar de una sola pedrada. Yo tena para contigo una deuda de toda la vida: me has
dado tu cario y tu trabajo y ahora se me proporciona Ia oportunidad de pagrtela con
creces. Y si es la deuda que pueda tener para con Rosngela por el amor que me haya
puesto, que ya lo pondr en ti, donde estar mejor colocado, ahora me obligan a repetir
aquello de:
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Trocha de la casa de Tereso Coromoto, donde estn esperndote para que animes la
parranda con tus cantares.
Vamos casa de Tereso? le pregunt a Jos Luis.
No me provoca. Ve t si quieres... Aunque sera mejor que no fueras, no vayas a
emparrandarte y olvidarte de que mi viaje es para maana de madrugada y aquello no
puede quedarse solo.
No te preocupes que no se quedar solo. Ya estoy de regreso. Voy a echar una cantadita
casa de Tereso Coromoto.
Y ya volviendo la rienda a su caballo:
Hasta la vista, hermano. Que si no vuelvo... Ya t sabes lo dems.
Referase a la frase con que acostumbraba despedirse de l cuando le entraban aquellas
ventoleras de vida errante, y Jos Luis, volviendo tambin la rienda a su caballo, se le
atraves en el camino que ya tomaba y le pregunt:
Qu vas a hacer?
Gu, chico! No te lo dije ya? A echar una cantadita casa o Tereso, como le ofrec
anoche.
Y como Jos Luis continuaba mirndolo de hito en hito:
Qu te pasa, chico? Qu raro ests hoy!
Nada respondi aqul, tratando de recobrar su serenidad y su reserva. Que te
conozco demasiado y s que cuando te despides as...
Pues ahora viene al caso aquello de: las caras nos vemos, pero no los corazones.
Y aplicndole las espuelas a su bestia:
Fue un decir. Ya vuelvo. Vete tranquilo.
Jos Luis permaneci en el sitio vindolo alejarse y al cabo de un rato prosigui su marcha,
pero dicindose:
Seguro mat a confiado. No ser mafiana cuando coger camino, sirio hoy mismo, en lo
que tarde para cambiar bestia y meter en los bolsones unas mudas de ropa, de modo que
cuando l regrese de casa de Tereso Coromoto ya no me encuentre y tenga que quedarse
para hacer mis veces... Que despus de todo, quin sabe si realmente no piensa sino en
pasar un rato en casa de o Tereso...
Abrigaba la esperanza de que Florentino no hubiese entendido lo que quiso decirle al
hacerle recordar el episodio de los Caurimares; deseaba creer que, no habindole calado
el sentimiento que le retuvo el brazo, no le perdera el afecto y todo resultara como lo
esperaba de su determinacin de alejarse de El Aposento por tiempo indefinido o
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No se preocupe que si vuelve no podr entr, porque ya le voy a est poniendo la cruz
de palma bendita en la puerta dijo o Tereso.
Pero an no haban concludo los comentarios provocados por las palabras de Florentino,
cuando ya ste tena ocupacin ms interesante: Justina, nieta de o Tereso, fresca y
sabrosa, en cuyos clidos ojos ya brillaba el sensual efecto de las palabras que aqul
acababa de deslizarle al odo:
Lo que soy yo me llevo de aqu, hoy mismo, este pimpollo.
As las haba enamorado siempre a todas las que cabalgaron su remonta.
Djese de eso. Mire que lo acuso con quien usted sabe djole la rstica, refirindose a
Rosngela, pero sin poder disimular el perturbador halago de aquellas palabras que le
haban soflamado las mejillas arrosquetadas.
Djate de remilgos te digo yo. Bien sabes que anoche no hice sino mirarte y que si he
venido hoy aqu es para decirte que esta noche, cuando todos se hayan acostado, estar
en loa chaparros esperndote, para que eches un paseo junto conmigo por esos llanos
que todava no conoces.
Hoy zape! Mire que mi abuelo se est fijando en nosotros.
En efecto, a poco se le acerc o Tereso, dicindole:
No me le calientes la oreja a la muchacha, Florentino. Y anda pa que nos eches la
cantadita que me ofreciste anoche.
Ya voy, viejo. No se preocupe, que ms vale que Justina hable conmigo y no con otro.
Tambin es verdad, Florentino... Pero es que ya el arpista est templando.
Ande pues, y trigame otro trago, que aqu lo espero.
Y cuando o Tereso se le apart:
Bueno, pimpollo, quedamos en lo dicho: esta noche en los chaparros. :
Umj con el hombre tan atacn! Se atrevera usted de verd a hacerle eso a mi
abuelo, que lo quiere tanto?
Gu! Y l no lo hizo a tu bisablelo, que tambin lo quera mucho? Adems, carios se
pagan con carios y t vas a recoger los que en m ha sembrado tu abuelo.
Acaso Justina no se hubiese atrevido, as de buenas a primeras; pero Florentino hablaba
en serio y en aquel momento el rapto de la nieta de Tereso Coromoto ocurrasele como la
mejor solucin de su conflicto espiritual, pues en cuanto Rosngela lo supiese no podra dejar de
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XI
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Aquel hombre paciente y pacfico, de hablar calmoso y mansa mirada bestial, que se
embraveci de pronto y como una fiera muda y sombra se incorpor a Ia gente del
profeta y luego se vino con la montonera de Juan Parao a saciar su hambre y su sed de
venganza, para morir en seguida, harto de ella. Aquella ruina humana a quien primero
sostuvo una inmensa resignacin y luego una clera inmensa.
La Corneta describe su furia sombra, su ensaamiento terrible y calmoso, el fuego
infernal que le brillaba en los ojos, antes de mansa mirada que se echaba sobre las cosas
como una bestia pesante y despeada, sus palabras lentas, slaba a slaba, mientras
contemplaba los descuartizados miembros del coronel Buitrago consumindose entre las
llamas:
A.. si... na se es... t que.., mando tu al. . ma en Ias pai... las de los quin. . .tos in. .
.fiernos.
Y al reconstruir aquella calma tremenda se hace ms impresionante la sombra loca de La
Corneta. Luego suelta una carcajada y el taran de su mana y prosigue:
Y cuando ya del Coronel no quedaba sino el olor de carne chamusc, solt el hombre
fiero su machete rabn, di unos pasos, calambriao por la furia, se ech en el suelo contra
Ia par de un rancho y se qued muerto como si tal cosa. Muerto del todo y sin deci ni e,
como un pajarito.
Porque en habiendo saciado su venganza ya aquella ruina humana careca de aliento que
la sostuviese. Juan, el veguero, que habra sido un hombre bueno y paciente hasta el fin,
si el destino y los hombres lo hubiesen dejado vivir tranquilo, con su mujer y sus hijos y
sus cuatro vacas y sus dos potrancas!... Solt su machete homicida, se ech en el suelo y
se qued muerto, como se haba quedado Eufemia, como un pajarito...
Florentino lo reconoce a travs de las palabras de la horrible mujer de la grea erizada de
espanto y transportndose con el pensamiento al srdido sitio donde lo conoci, se
imagina la sombra irredenta de su nima en pena, vagando en torno a Ias cuatro cruces
sembradas entre el monte. Juan, el veguero, que era bueno y manso!
Ahora La Corneta describe, entre carcajadas y tarares y otra vez revolvindose como una
furia entre Ias sombras de la noche trgica, la pelea que luego tuvieron que sostener los
revolucionarios contra ias fuerzas del Gobierno, que acudieron al atardecer a recuperar el
casero.
Ah negro bravo pa peli, ese comandante Juan Parao! Y ese patiqun que lo acompaa,
pa dentro tambin, sin miedo al plomo! Esos museres: pim, pim! Esas balas silbando! Y
ellos, palante y palante, metindole el pecho al plomo. Pero la gente se les papelone cuando vie-
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ron que los gobierneros eran ms y estaban mejor apertrechados y empez a recul y casi
los dejaron solos.
Y la derrota y la fuga, -al favor de las sombras de la noche y las represalias del jefe de las
fuerzas del Gobierno.
Mand pegale fuego al casero, porque la ternera y el joropo y que fueron un lazo que
Le tendieron al coronel Buitrago. Evaristico Bejuma y todos los hombres de aqu, que
estaban de acuerdo con los revolucionarios. Con el kerosn que quedaba en la pulpera de
Evaristico rociaron todos los ranchos y les pegaron candela por las cuatro puntas del
pueblo y a los hombres que no haban cido en la pelea se los llevaron amarraos pa la
capital del distrito, y a las mujeres las arriaron pal monte, en junto con sus muchachitos.
Por ah estn toas, escondas entre el monte, sin atreverse ni a ven a recog sus muertos.
Ya yo he arrastrao varios por las patas, pa la sabana, pa que no vayan a pudr en el pueblo.
Y mientras as hablaba la loca, los perros guardianes de sus amos muertos lanzaban
impresionantes gaidos y el caballo sin jinete relinchaba y corra por entre los negros
escombros, enloquecido por el terror.
Bueno, Corneta. Dime ahora por dnde se retiraron los revolucionarios. Qu rumbo
cogieron?
Qu rumbo?
Pero se interrumpi, prest atencin auditiva y dijo:
Escucha!
Ahora oanse galopes de numerosas caballeras.
El Gobierno! exclam La Corneta y desapareci entre las sombras de la noche,
saltando por encima de los escombros humeantes.
Era, en efecto, la gente del Gobierno que regresaba de la persecucin de los
revolucionarios, cuyo rastro haban perdido. Florentino se refugi, a caballo, dentro de
uno de los ranchos de techumbres derruidas por el fuego, a tiempo que desembocaban en
la callejuela los autores de aquel tremendo escarmiento, y desde all oy al jefe de la
tropa, vociferante:
En uno de estos ranchos debe de estar escondido ese vagabundo, porque por aqu fue
donde lo vio la vieja Rufina. Ya las salidas estn tomadas y no podr escaparse.
Registren todo el casero y squenlo muerto o vivo de donde se haya metido. En el retn
del camino del pueblo los espero.
Parti el que haba hablado, echaron pie a tierra los dems y procedieron a cumplir la
orden recibida.
Ya uno se acercaba a la puerta del rancho donde se haba refugiado Florentino, que era a
quien buscaban, sin que l se explicase por qu, cuando se oy el galope cercano del
caballo sin jinete.
All -va! gritaron los de afuera y montando de prisa en sus bestias se lanzaron a la
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lo segua, realmente no era sino pura supersticin, si no simple deseo de vagar un poco a
la aventura; pero all me encontr con este hombre, hijo genuino del pueblo, que tambin
haba pensado como yo, y decid secundarlo y seguirlo como a caudillo, precisamente
porque era un brote popular, con un poco de romanticismo por mi parte, por no decir de
insensatez. Le propuse que envisemos comisionados al doctor Payara, pidindole que
nos cediese las armas y municiones que tena en Hato Viejo, ya que no haba querido
lanzarse al movimiento y a orillas de este mismo rio, esperando ese parque, estuvimos
varios das.
Pero comenzaron las lluvias, -empez a dispersarse la gente que segua al profeta,
desapareci ste cuando se vio abandonado por su muchedumbre un pobre hombre
chiflado y nada ms; supimos que el Gobierno se preparaba a atacarnos y resolvimos
dar nosotros el primer golpe. Le aadimos una pgina ms a la pavorosa historia de la
revuelta armada, no pudimos resistir luego el ataque de las fuerzas del Gobierno, ms
numerosas y mejor armadas; nos derrotaron, se dispers nuestra montonera y aqu
estamos, esperando que termine esto e indic al herido con un movimiento de
cabeza para coger cada cual por su lado.
Hizo una pausa para atender a lo que pareca decirle Juan Parao, pero como ste
continuaba murmurando su delirio indescifrable, concluy:
Varias veces me habl de usted, Florentino. Me cont que le haba propuesto que se
lanzara a la guerra a cambiar el menudo por la morocota, como l deca. Estaba
firmemente convencido de que usted sera el hombre que necesitbamos para que todos
los llaneros nos siguiesen.
Todos habamos perdido el juicio! Todos corramos perturbados en pos de la sombra del
caudillo muerto! Y en buena hora!
Escuchen! murmur Juan Parao, haciendo un esfuerzo por incorporarse. Y luego, con
voz clara y hasta con una- sonrisa entre las cenizas del carbn ya quemado de su rostro.
Ah viene! Ah viene el parque, muchachos! Escuchen el bongo!...
Se hizo el silencio en torno a l, se distingui, tras la vuelta cercana del rio, un ruido
semejante al que producen los pasos de los palanqueros -sobre la paneta de un bongo.
Se miraron - unos a otros, con sonrisa triste, los hombres que rodeaban al herido
delirante, y uno murmur, para explicarle a Florentino la causa de aquel ruido:
El bongo del Diablo.
S. Ya otra vez he estado aqu y lo he escuchado.
Y Salcedo, sonriendo como- en Anima Sola.
Pero, naturalmente, no trat de averiguar Ia causa de semejante fenmeno.
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Quin expresar, sin el ideal? tu gran ideal! que perseguiste cuando buscabas un
jefe? Negro bueno, sufrido y rebelde! Pueblo mo que lo llevas en tu sangre como una
vergenza tu pecho como una tormenta! Hasta cundo estars muriendo a los pies de tu
jefe? Un canto te lanz a la muerte Juan Parao, idealista que quisiste ser hroe, soador
fatalista que de antemano sabias que no sera para ti la gloria que tu brazo conquistara...
Sobre el carbn de tu vida, todo quemado, ya estn las cenizas lvidas, las horribles
cenizas...
***
Ah malhaya quien pudiera
con esta soga enlazar
el viento, que se ha llevado
lo mejor de mi cantar!
Otra vez el vagabundo seero por la muda inmensidad, el cantador ya sin canto. Los diez
de la montonera se -dispersaron, cada cual a la esclavitud de su trabajo, frustra da la
aventura. Martn Salcedo, el estudiante ilusionado, tambin desisti de ella, despus de
decirle:
Este no es el camino; por aqu no saldremos nunca de la barbarie. Basta ya de correr en
pos de la sombra siniestra del caudillo muerto! Y bien muerto! Pero no me arrepiento de
haber intentado esta experiencia temeraria, pues he presenciado dos cosas sumamente
interesantes: la rabia heroica y tremenda de Juan el veguero, sobreponindose a la
muerte que ya llevaba en su organismo aniquilado, y el candoroso idealismo de Juan
Parao, cuyo espritu slo se aument de epopeya y quiso ser hroe, l tambin, para
merecer otro canto de usted. Son dos fuerzas muy nuestras que es necesario desviar de
este camino para siempre. Otra empresa es la que hay que acometer y quiero intentarla.
Y abandon el camino de la revuelta armada.
Florentino, que no llevaba ninguno determinado, sigui solo y se perdi en las desiertas
lejanas- de la sabana.
Y penetr en la leyenda. Tiempo despus lleg a El Aposento la noticia.
A Florentino se lo llev el Diablo...
FIN