Antologia Historica Del Cuento Literario Chicano
Antologia Historica Del Cuento Literario Chicano
Antologia Historica Del Cuento Literario Chicano
Armando Migulez
Tesis de Doctorado
College of Liberal Arts and Sciences
Director:
1981
ANTOLOGA HISTRICA
DEL CUENTO LITERARIO CHICANO
(1877 - 1950)
Por
Armando Migulez
INDICE
INTRODUCCION
Literatura y p eriodismo
Historia del p eriodismo literario mexicanoamericano
El p eriodismo literario chicano en Arizona: Un caso tp ico. Su p rogresivo enraizamiento
Literatura en los p eridicos de Arizona en espaol
La poesa
Las novelas por entregas
El teatro
Notas
CONCLUSIN
EL EJEMPLO DE LA NIEVE
CUENTO CORTO p or Amado Cota Robles
EL M ARTILLITO DE MADERA p or Atilio D, PIANO
LA DISPERSIN p or Jos Vasconcelos
El cuen to de la revolucin
LOS DESTERRADOS p or Joaqun Pia
EL PRIMER CRIM EN DE DOROTEO ARANGO (PANCHO VILLA) p or
Guillermo M artnez
LOS TRES SURCOS DE PANCHO VILLA Annimo
EL GUAJOLOTE DEL HROE p or J. Ramos
El cuadro costumbrista
NUESTRA M ALA SUERTE por Benjamn Padilla
NUEVE AOS DESPUS p or Kaskabel
LAS M UJERES QUE VUELAN Annimo
COSAS DEL MODERNISM O p or Martn Martn
LOS COBRADORES AMABLES p or Kaskabel
LA FIEBRE DEL AUTOMVIL p or Jorge Ulica
LOS AMIGOS M EXICANOS p or Kaskabel
ALGO MS SOBRE LAS PELONAS p or CAR-SOL
LOS M DICOS p or Kaskabel
LAS CHARLAS SOBRE EL VUELO DE LINDY p or Fgaro
ELOGIOS PSTUM OS p or Kaskabel
YO TE EM PUJO p or Kaskabel
LA TELEFONOMANA p or Kaskabel
PUGILATO p or Kaskabel
LAS ALTAS HORAS p or Kaskabel
EL VENDEDOR DE ILUSIONES Annimo
EXTRAVAGANCIAS DE LA VIDA YANKE p or J. Xavier M ondragn
LOS QUE LLEGAN HABLANDO TRABADO p or Fgaro
UN NUEVO SISTEM A PARA CONTRIBUCIONES p or Fgaro
El cuen to costumbrista
DO YOU SPEAK POCHO? Por Jorge Ulica
LOS PARLADORES DE SPANISH p or Jorge Ulica
TODAVA CON LO DEL CENSO p or Jorge Ulica
ENTRE M S SE VIVE M S SE APRENDE Jorge Ulica
SILUETAS DE LA VIDA DE PHOENIX p or Armando M itotes
FAM ILIAS CON PIANOLA Annimo
UNA AGENCIA MORTUORIA p or Hctor H. Hernndez
DE VISITA EN DAS DE FIESTA p or Bonifacio
LA SUEGRA DEL RADIO p or Jorge Ulica
EL PRIMER HIJO p or Don Alejo
OH LOS TELFONOS! Por El duende del barrio
LOS INTRPRETES por Jorge Ulica
NOTAS
BIBLIOGRAFA
APNDICE I Peridicos en esp aol desde 1876 1968 en Arizona y California
APNDICE II Narraciones en los peridicos en espaol en Arizona y California
APNDICE III Poemas en los p eridicos en esp aol de Arizona y California
APNDICE IV Folletines en los p eridicos en esp aol de Arizona y California
APNDICE V Teatro en los p eridicos en esp aol de Arizona y California
INTRODUCCIN
La razn p rimordial de est a dis ertacin es la de sacar a la luz mu cho d el material
lit erario q ue se encuentra en los p erid icos en esp a ol en los Estados Un id os,
may ormente en el suro este del p as. El des con ocimiento d e estos textos h a h echo
creer a algun os crticos qu e la literatura ch icana contemp ornea naci como p or
gen eraci n espont n ea, d es membrad a d el n cleo cultural d el que es h ija: la cultura
mexicana in mediata y el mund o latin oamericano en general. An los que crean qu e
el p ueblo ch icano s tena una tradicin literaria, crean q ue st a era de tip o oral y
folkl rico , co n nada de relieve en cuanto a la literatura d e creacin ind iv idual. El
des cubrimiento d e estos textos tira p or tierra las teoras p revias y cont extualiza
mu cha de la literatu ra ch icana contemp ornea en un a tradici n literaria p rop ia. En el
siglo XIX, y primeras dcadas d el X, esta trad icin, en cu anto a los cuentos, p arece
segu ir los mo delos europ eos, co mo s e p uede v er por la natu raleza formal y temt ica
de los primeros cu entos antolo gizados . Desp us el cuento p as a reflejar un mun do
ms inmed iato, s iendo la caracterst ica ms imp ortante el con flicto cultu ral en qu e
se en contraron, p rimero , los res id entes de lo que p as a ser Estados Un idos , y ,
desp us, los inmigrantes mexicanos de la segu nd a d cad a del s iglo XX .
Creo que lo ms imp ortante del descubrimiento de estos textos viene dado p or su valor
documental a la hora de refutar la teora civ ilizacin/barbarie con qu e se ha qu erido
exp licar el acontecer mexicoamericano. Se sup one que hubo una invasin norteamericana
de la regin norte de M xico p orque los Estados Unidos tena un sistema poltico,
econmico, social y cultural ms av anzado. Sin embargo, por los documentos histricos
que han descubierto C. M cWilliams, Juan Gmez-Quiones y Rodolfo Acua en el
terreno histrico, y la gran abundancia d e instituciones p olticas, sociales y culturales
existentes y a a mediados del siglo XIX, podemos deducir que la sociedad autctona
estaba muy avanzada en muchos asp ectos, por lo que el calificativo de barbrica no le
cuadrara, si bien es como se nos quiere p resentar a esta socied ad en los estudios
tradicionales sobre el tema, imbuidos, muchos de ellos, p or la teora ideol gica d el
Manifest Destiny , teora que justific el expansionismo norteamericano d e la p oca. Lo
curioso del estudio de lo mxicoamericano es que el mismo estudioso mxicoamericano
(Aurelio Esp inosa, Arthur Camp a, Juan B. Rael, Amrico Pared es, Aurora Lucero) hay a
cado en esta dialctica b arbarie/civilizacin y no sea hasta muy reciente que el
descubrimiento de textos literarios en los p eridicos as como obras sueltas tales como
Gervasio o la historia de un caminante, d e M . Salazar, Tras la tormenta, la ca lma, de
Eusebio Chacn, Viag e a los Estados Unidos de Norteamrica d e Lorenzo de Zavala y
muchas ms en el siglo XX, hay a liberado al -mismo inv estigador ch icano d e la
interp retacin fo lk lorista de su p rop ia cu ltura, p ens ada como la n ica posib le,
deb ido a la carencia de textos escritos. Los lt imos estud ios de Fran cisco Lo mel,
Lu is Leal, Ju an Rod rgu ez, Herminio Ros y otros, estn an aliz ando la h is toria d e la
lit eratu ra ch ican a desde u na p erspectiv a ms amp lia qu e nos p ued e llevar a un a
interp retacin ms comp leta del bagaje cultural mexico americano.
Esta antologa trata de contribuir un poco a la historia esp ecfica del cuento chicano y su
desarrollo desde el siglo XIX. La fecha de 1877 escogid a como p rincip io de la antologa
se debe al h echo de qu e el p rimer cuento que encontramos en las p ublicaciones p eridicas
consultadas es de esa fecha, y la de 1950 se debe a qu e es desp us de la Segunda Guerra
Mundial, cuando van desap areciendo estas colaboraciones regu lares en los p eridicos en
esp aol, debido a la progresiva desaparicin del p eridico cien p or cien en esp aol. A
partir de la Segunda Guerra M undial los p eridicos en esp aol que sobrevivieron
comenzaron a publicar en forma bilinge o so lamente en ingls, con menos nfasis en
el asp ecto lit erario. Cu ando ap arecen text os literarios son d e u n carcter fo lklrico
(The Wish in g Shrine of El T iradito, de Mario Su rez, Alianza, y La C ucaracha
Alianza, sep tiembre, 1961, p . 12) y la mayora d e las veces en ingls al acercarn os a
la d cada d e 1950. Tien e qu e ser la d cad a d e 1960 y las p ub licacion es lab orales (El
Malcriado), p olticas (El Grito del Nor te), o literario -polticas (El Gr ito) las qu e
co mien cen a p ublicar d e n uevo cu antos e historietas en esp a ol.
Literatura y periodismo
Vos d ice Lu is Leal que el cuento mexicano p rop iamente d icho nace con la ap aricin
l
del p erid ico en M exico.
Podemos ver tambin que los principales cu entist as hisp anoamericanos -Lizardi,
Gutirrez Njera, Ru bn Daro , Nervo y n gel de Camp o entre otros- es cribieron
sus cu entos en p ublicacion es p erid icas. Esto h ace q ue el cuento y el p eriod is mo
estn ntimamente relacionados en la literatura h isp ano americana d esde un
principio. Pu es bien, esta misma relacin se da entre la pros a y el period is mo
ch icanos . Este ltimo fue de vit al importancia para las co munidades mexicanas en
los Estad os Unidos , ya qu e fu e, por u n tiemp o, la nica manera de exp resar p or
2
escrito un p unto d e vista mexican o so bre la p oltica, la cu ltura lat inoamericana, el
mun do an gloamericano y sobre la interrelacin de las dos co mu nid ades en ciertas
zonas del p as. M uchos d e los p eri dicos s urgieron nada ms n i n ada men os qu e
para contrarrestar la imagen negat iva qu e s obre lo h isp ano americano en general s e
proy ectab a en la p rens a y en los dems med ios d e informacin o entreten imiento
an gloamericanos. La lit eratura en estas publicaciones serv a para cont inuar una vena
cu ltural qu e des crib a la p roced encia y el ser d el p ueb lo chicano /latino en los
Estados Un id os casi nin gu nead o por la may ora do minante, reacia a co nsiderar en
su seno un a minora de un stock cultural y racial diferente al qu e se hab an
prop uesto los dis e adores d e u n s er cien p or cien americano.
La tradicin literaria del p ueblo ch ican o no se v io cortada p or la sep aracin polt ica
que supuso el tratado d e Guadalup e Hidalgo y el tratado d e la M esilla. La
in migracin mexican a a los Estad os Unidos n o se control directa o indirectamente
hasta 1917, cuando comenz a cob rarse a los in migrant es el h ead ta x y se les exigi
lu ego, en los nios se des arro llo tamb in u na especie de mun do narrat ivo y
en el tedio trabajo de cad a d a se crist alizaron mundos.
Las narracion es o rales se formu laban tamb in sobre Mxico, o s obre los
costumbres, sob re la revoluci n de 191 0. Tamb in des de luego, se fo rmu lab an sob re lo fant asmag rico - los esp antos, las nimas, la lloron a, el
diablo, J uan sin M iedo, las ap aricion es d e mu jeres con caras de cab allo, los
tesoros esco ndidos y las llamas q ue los anun ciaban o las nimas que los
protegan. El pasado y el futuro se co ncretaban no co mo intrahistoria q ue s e
con oce casi s iemp re p or med io d e la sensibilidad cread a e imagin ad a. El
recuerdo cada v ez untad o de imagin aci n fu e cap az de proy ectar esta
intras ens ib ilid ad .
Al record ar y al contar el elemento imaginativo y la s ens ib ilidad s e
elabo raron , s e p rep araron y se inv entaron. As, fue esto, no so lamente
intras ens ib ilid ad sin o intrainvent iv id ad. Esta in ven tiv idad s e les p as a los
ni os. La cap acid ad inventiva se volv i realid ad y de esta man era s e fertiliz
para el des cubrimiento. El recu erd o rev ela u na vida, revela u na imaginacin
6
y as es aun una esp ecie d e incub aci n.
Por otro lado, el p eriodismo ay ud a fomentar y retener el p ensamiento y la creacin
individuales. Los estudios recientes de Luis Leal, Juan Rodrguez, Flix Gutirrez,
Anselmo Arellano, Tina Eger, Doris M ey er y otros nos demuestran que los asertos de
Manuel Gamio y Edward Simmen sobre la escasez de tradicin literaria escrita en el
suroeste de los Estados Unidos, son opiniones fortuitas.
Manuel Gamio, aunqu e not el gran nmero d e p ublicacion es perid icas d e
mexicanos en los Estados Unidos , las des calific en cuanto a la calid ad d el material
escrito en ellas ach acn do lo a las deficiencias cultu rales d e las masas inmigrant es.
Esta afirmacin es d ifcil d e mant ener hoy d es p us del estu dio d eten ido de mu ch as
de es as p ublicacion es que demuestran una riq uez a lit eraria inmensa. C reo q ue la
con fusin d e Manuel Gamio vien e dada p or la co mp araci n de la pobre calid ad
mat erial d e la p ublicacin con la calid ad de los escritos y p or creer que a un a clas e
econ micamente p ob re le corresp onde una cu ltura tamb in pobre. Sin emb argo,
hoy se ha v isto qu e en est as p ublicacio nes, ad ems de la in clusin d e las literaturas
lat ino americanas y mu n diales clsicas, s e en cu entran colabo racion es aut cton as d e
un ind iscutible valo r lit erario. Ad ems, Gamio tambin afirma qu e esta p rensa es d e
carcter lo cal y , sin emb argo, s e p uede ver, por la sind icalizaci n de algun as
co lumnas , p or las reaccion es a artcu los y p or la circu lacin de las publicacion es,
que esta p rensa ab arcaba la may ora d e los Est ados Un idos y Mxico . El nico mal
end mico de est a p rensa indep end iente fue su sostenimiento , deb id o a q ue era un a
prensa dirigida y sostenida por un grup o eco n micamente d bil. No obstante, esto
no afect a la calidad d e la may ora de los es critos lit erarios.
Edw ard Simmen todav a en 19 71 d ice que el mexicano american o no ha escrito
nad a sobre s mismo h asta recient ement e y q ue n i el mexican oamericano d e la
clase alta ni el camp esino d e la clase b aja han p rodu cid o literatura. Aqul p orqu e no
est in clin ad o a ello y ste p orque n o tien e con q u.8 Estas n o so n ms qu e
afirmacion es bas ad as en la imp resin etno centrica de qu e los h ab itant es del suroeste
no p odan ser ilustrados y a qu e eran la b arbarie op uesta a la civ ilizacin trad a
9
desp us con la llegada del an glo americano. El p erid ico fu e, ante la carencia d e
imprentas y distribuidoras establecid as y de fortun as particulares para publicar la
creacin literaria, el n ico medio escrito de divulgaci0n cultural en las
co mun idad es. Entre 184 8 y 19 42 hub o ms d e 380 p erid icos en esp a ol en los
10
Estados Un id os mayormente en el suroestel (v er ap nd ice I) qu e, como es
tradicion al en la p rensa en esp a ol, p ub licaron much a literatura. M uchos d e ellos se
autotitulaban literarios como El Tecolote, La Cr nica y Hispano amr ica en San
Fran cis co o Las Dos Rep blicas y Blan co y Negro en Tu cson. Otros eran total o
may ormente de carct er creativo como Cha ntecler en Tucso n; y todos, cu alquiera
que fuera su lnea o temas predo minantes, s iemp re tenan una seccin dedicada a la
lit eratu ra ( Secci n literaria, Del genio latino ).
mexicanos inmigraron a los Estados Unidos, entre ellos Ju lio G. Arce (Jorge Ulica),
Ben jamn Padilla (K askabel), Santiago de la Vega, R odo lfo Uran ga, Joaq un Pi a,
Cota Robles, Fran cis co M oren o y Guillermo A guirre y Fierro (Ch anteclair). Estos
period istas imp ulsaron el p eriod ismo lo cal y a existente y fu nd aron un s infn d e
perid icos, al principio con un fu ert e matiz p artidist a y mexican ista p ero , poco a
poco, sus ed itoriales se fu ero n dedicando a temas de inters local y a ap oy ar
polticos locales. En sus p gin as literarias abun dan y a las creacion es de escritores
lo cales .
A p artir d e 1 930 , con las dep ortacion es, las colon ias mexican as en los Estados
Unid os se deshicieron y mu chos de los peridicos que florecieron en ellas murieron
de in anici n. P ocos sob reviviero n y los q ue se fundaron , fue al abrigo d e
organizacio nes, h acien do esto qu e p erd ieran la in dep end encia de q ue d isfrutaron
anterio rment e. So bresalieron en est e p erodo La Voz M exican a, rgano d el M exicanAmerican M ovement, LU LAC N ews (Leagu e of Unit ed Latin American C itizens ),
El Forumeer (G. I. Foru m) y El Espectad or (Berkeley ).
La dcada de 1950 no fue un a poca prop icia para la proliferacin de revist as y
perid icos chicanos. El mccarthian is mo rein ant e apag tod a p osib ilidad d e
pluralidad id eol gica y cu ltural en el p as. Otro factor imp ortant e fu e la destruccin
de las co lo nias p or los allanamientos d e la migra en los barrios. En esta dcad a
ms de med io milln de mexicanos fuero n dep ortados qued ando los barrios
deso lados. Es p or esto qu e ten emos qu e s altar a los p rimeros aos d e la d cad a d e
1960 p ara v er los b rotes de lo q ue ser d esp us en la s egu nd a mitad de la d cad a y
primera de la dcada de 1970 el boo m perio dstico ch icano. El activismo chicano
de esta p oca trajo u n inters grande p or los temas cu lturales y el p eriod ismo iba a
exten der entre la co mu nidad h isp an a los elementos histricos y culturales
imp ortantes p ara ella, ignorados en el s istema de edu caci n americano. T ambin en
esta poca el p eri dico y el teatro exten deran las id eas sind icales entre los
camp esinos de los camp os agrcolas de C aliforn ia. El M alcriado (1 964 ) fue el
rgano o ficial d el sind icato de Cs ar C hv ez do nde A ndy Zemao cre los
personajes qu e s irv ieron de p rot agon istas de los Actos de Luis Valdez. En este
perid ico se p ublicaron tambin las Cr nicas d el Betabel y mucha p oes a p op ular.
El Grito d el norte, creado alred ed or de la lucha p or la tierra en Nuevo M xico de
cuy a lucha R eies Lp ez Tijer in a fu e el lder ms vis ib le, p ublic los poemas
pop ulares d e Cleofas Vigil.
El Ga llo (Denv er), La Raza (Los n geles), y a contin uacin las p ub licacion es
prop iamente lit erarias El Grito (Berkeley 1 Aztln (Los ngeles ), De Co lor es
(Albu querq ue) y Revis ta Chica no-Rigu ea (Indiana), so n algunos d e los ejemplos d e
la prolija prensa del mo vimiento.
En la actualidad, s eg n R ichard Chab rn, b ib liotecario d e la Seccin de Estud ios
Chicanos de la Univ ers idad d e California en Berkeley , h ay ms d e 15 00
publicacion es ch ican as.
subscritores d el otro lado d e la ln ea divisoria y llev a nuev as que mu chas veces all
no se cono cen...
Esto nos p uede llevar a p ensar de qu e este p eriodismo es un p eriodismo de exiliados con
poco o nada que ver con la p oblacin mexicana local, que ya comenzaba a desarrollar una
identidad mixta mexicoamerican a o chican a. Sin embargo, no es as. Estos p eridicos y a
desde el siglo XIX eran conscientes de su influ encia sobre el mexicano en los Estados
Unidos, nativo de aqu o recin ven ido, y p or tanto, tambin cubren sus problemas p ues
los lazos de raza, cultura y lengua eran ms fuertes que las diferencias creadas p or
pertenecer a una nacin distinta. Las Dos Repblicas de Tucson trataba tanto de temas
mineros, agrcolas y mercantiles de Arizona como de Sonora, esp ecificando qu e tendra
una decid ida preferencia en sus p ginas literarias la p ublicacin de las p roducciones
20
originales de los hijos d e este territorio y del estado de Sonora. Los p eridicos
magonistas tambin influy eron sobremanera en las huelgas en las min as de Arizona
(Clifton, M orenci, Ray, M etcalf, Bisbee).
Los p eri dicos de Arizon a en espao l de la po ca de la revo lu cin en Mxico
enfatizaban en sus p ro gramas est a fu ncin mexicana, sin ten er en cuent a la lnea
div isoria. El Comb ate, dirigido p or el Gen eral Santiago Rivero, d eca en 1 916 :
Queremos h acer labor d e co ncordia, de amor, de co nciliaci n, atraernos a cu anto
hay a de ho nrado, n oble, d igno, grand e y s anto.... L a Gaceta d e los Es tad os Un id os,
dirigido en Tucson p or Ed uardo Ru iz, deca en su p rograma en 191 7: La Gaceta de
los Estados U nidos vien e a lab orar p or id eales n o d e u n ho mb re, no de un partid o,
sino p or los santos ideales q ue tiendan a consegu ir, d entro d e una es fera efectiva d e
accin, el bien co mn d e la raza latina.... El Correo de Amrica, en 19 18, d eca
tamb in: Dignos y nob les h ab itant es de Tu cson , los q ue lu ch an con la idea os
saludan.
Esto nos d emuestra una p reocup acin p an mexicana considerando a la Raza con o un
todo indivis ib le au n est and o un a frontera p o ltica p or med io. Rod olfo Uranga, un
period ista d e Chihuahu a qu e v iv i en los Estad os Unidos en la d cada d e 19 30 y
co lab or en perid icos en Los ngeles y Tucso n, amp lia el con cep to de p atria
contra aq uellos en el interior d e M xico que cons id erab an ap trid as a los mexicanos
de afu era. P ara el, la p atria no es s lo la tierra, es tamb in trad icion es, idio ma,
religi n, ms ica u otras art es, creencias, esp eranzas , lit eratu ra, costumbres,
recuerdos y tantas cosas mas,2 l U n mes ms t arde v uelve a co mentar el t ema de la
panmexican id ad al referirs e a las declaracio nes de A lb erto R embao, qu e afirmab a
que el M xico de Afuera y a no volvera a M xico p orqu e las races eran ms
fuertes que los tiron es, d efend iendo la unid ad cultural de tod os los Mxicos d ond e
22
quiera que ellos s e encuentren.
Es curios o observ ar qu e en las d cad as de 19 20 y 1930 se refleja en el p erio dis mo y
en la literatura de Arizon a este concep to nacio nalista del mexican o exiliado qu e
trata de defender a toda costa su mexicanidad a pesar de la ero sin qu e estaban
sufrien do y a las institu cion es n etamente mexicanas. En 193 4 El Tucs on ens e, en un
ed itorial, aren ga a la gente a qu e no p ierda s u legado cultural mexicano amenazado
23
por la pro gresiv a americaniz acin del Mxico de Afu era. Sin embargo, con el
proceso de d es mexicanizaci n co ntinuo, comenz a delin earse no un a
american izacin sin o u na nuev a id entidad d iferente d e los dos p o los de influencia.
Esta id ent idad se crea ms que n ad a, d el rechazo de ambas so cied ad es en contacto y
de la n ueva realid ad so cial en qu e viv e el mexicano en los Estados Unidos . Mxico
24
co men z a motear a esta p oblaci n co mo mexicanos renegados y los Estados
Unid os no p udo legis lar contra los p rejuicios y los estereotip os bas ad os en la
con ciencia colect iv a del p ueblo an gloamericano . Dice El Cosm opo lita (K ansas C ity ,
12 octubre 1919):
Y c mo qu iere [el gob ierno d e EEUU ) que los mexicanos vay an a renunciar
a su n acio nalidad, a su verd adera ciudadana p ara acep tar la d e un p as d ond e
a cada paso s e los d esp recia y se les h iere? C mo ser ciu dadanos d e un p as
cuy a p rensa p ublica to dos los das falsedad es e injustas op in iones acerca d e
nuestra qu erida p atria, cuyos artistas s lo se exh iben en p elculas y
cartelones como band id os y degenerados? C mo ser conciu dadanos de
quien es ap enas oy en d ecir mexican y cierran sus p uert as y esco nden sus
25
vrgen es?
El gob ierno norteamericano q uis o en algu nas p ocas nacionalizar la p oblacin
mexicana p ero no logr hacer desap arecer el sent imiento ant imexican o de la
socied ad. Si este p reju icio , d ice M anu el Gamio, no hub iera exis tido, no hab ra
hoy [1930 ] n ingn ciudadano american o, pero que en realid ad es mexican o, porqu e
26
se h abra h echo p arte de la socied ad no rteamericana y a hace mucho t iemp o.
El res ult ado de este dob le rechazo es la creacin d e un a identid ad prop ia que s e
manifiesta en 1943 con las revueltas p achucas por todo el su roeste de los Estados
Unid os y la fermentacin de un a tercera co ncien cia: la chican a. Los p erid icos
arizonenses muestran en sus p ginas est e pro gres ivo arraigo. Poco a p oco van d an do
ms relev an cia a noticias y p reo cup aciones locales o a not icias internacion ales
pertinentes p ara esta p oblaci n mexicana atrapad a entre los dos mund os. Los
ed itoriales , p ues, se ded ican p or igu al a temas lo cales y a temas intern acionales,
may ormente de M xico. La d efensa d el mexicano en los Est ados U nidos se h ace
progresiv amente ms manifiesta y milit ante en contrap osicin con u na lnea general
cons ervad ora del p erid ico. Est a ap arente contradicci n id eo l gica se man ifiest a,
sobre todo en el t ema d e las rep atriacio nes. P erid icos como El Tu cson ens e, d e un
fuerte nacion alis mo, p or un lad o criticaban a los Estados Unid os por su postura
antimexican a y, p or el otro, acus aban al gob ierno de Mxico por no ser s in cero en
sus ley es a favo r de las repatriacion es. En esta amb igedad caen otros p erid icos
tamb in co mo La Prensa de San Anto nio y La Prensa y La Opin i n de Los
An geles 27 q ue abo gaban por u na vuelta al pas d e origen y una negat iva a
nacio nalizars e y , p or el contrario, cu ando esta in iciativ a parta del go biern o,
exh ortaban a sus lectores a no h acer caso a t al llamad a.
Los p eridicos mutualistas co mo Justicia en P hoenix y Alianz a en Tucso n, ten an,
por el carcter de las institu cio nes de que eran rganos , como s u p reo cup acin
Antonio p ub lic mucha lit eratu ra de la Revo lu cin M exicana y lo mismo hicieron
otras casas editoriales en otros lu gares. Rutherfo rd men cion a diez nov elas d e la
35
Rev olu cin editadas en San Anto nio y Los n geles.
La poesa
El tip o d e p oes a en cu anto a calidad y tema v ara s egn la lin ea de cad a
publicacin . Los p erid icos d e t ip o p opular pub lican p oesa d e tip o p op ular,
poesa satrica, h u morst ica, calaveras , p anteon es, y p arodias. En el s iglo XIX
predo min ab a la p o es a p opular de t ip o amo ros o (la can cin) a tono con el
romanticismo de la poca. Desp us, tod ava con moldes p op ulares, la p oesa s e fu e
haciendo ms agria, surgiendo la p oes a sat rica o d e hu mor socarrn , s iemp re
en cuadrad a en es a dob le fun cin de ris a-llanto. La p rensa hu morstica fue muy
imp ortante a juz gar por el n mero de p ub licaciones d e ese tip o qu e ap areciero n.
Daz Vizcarra d ice qu e la p rens a hu morstica, es al mis mo tiemp o es cu ela qu e
instruy e o antorch a que alu mb ra, p iquet a qu e d emu ele y ltigo qu e do mest ica. (El
Mensa jero, 4 en ero 1936, p . 1).
En esta categora de p rensa humorstica tenemos las famosas calaveras y p anteones
de noviembre qu e eran versos rimados de arte menor, p or regla general en estrofas cortas
que a modo de ep itafios se comp onan sobre personajes locales todava vivos o se usaban
para anunciar los comercios o p ara describir cualidad es del carcter de algn amigo o
persona conocida. Sobresalieron las calaveras d e Daz Vizcarra en El Mensajero, los
annimos de Alianza, y los panteones de El Mosquito. Algun as de estas cop las rezan
as:
Muri Camp b ell y tamb in
El Tucson ens e p el
su p adrino muy querido
37
al hoy o s e lo llev.
Fue all un hbil tinterillo
poco d esp us tip o acutico
y ahora el amigo P ortillo
38
es un listo dip lo mtico.
Can delario B . Sedillo
De un cub icuelo de san gre
hizo u n p alacio el seor
y aunque a algun os q uit el hambre,
no h ay en su tumb a u na flor.
39
(Gratitud h uman a)
Otro tipo d e po esa es la poes a jocosa en la qu e s obresalieron Jos C asteln,
Chantecler y Juan D iego. Esta p oesa es larga, de v ersos cortos, y dis curs iva ms
que ev ocativ a. El v ers ificado r est consciente de s u poco valo r p otico pero la
vers ifica de todos los mo dos :
Y no s er v erso... p ero es la verd ad
Diezmas A rriba
Po r qu
no me es crib es p ed azo
de mi alma? Por q u es q ue me
n iegas tus
Por q u es e sicart as qu e
len cio ? Si en
end ulzan
algo me culp as
mis p enas ?
y a no me cast iQu e y a no
gues t an du ro mi
me q u ieres?
Amor. Tu me h aces
N o sab es mi
ms falt a qu ell so l
v ida lo mua las p lantas. M s falcho q ue
ta me haces que al Ciesu fro
lo hace DIO S. Te bus co ,
p o r ti?
te llamo, te grito , t e
escribo , t e sueo, y
esp ero el maan a me
traiga noticias d e
ti. M s tod o es en
vano. O lvidas q ue
exist e en San
Diego tu h ija,
tu hija qu e
tanto te
ama
?
?
???
MAREN
???
44
?
Hay un tema que p redo min a mu cho en tod a la po esa chican a de los p eridicos y
ste es el d e la tristez a. Es u n tema tp ico d el ro manticis mo p ero arraig en los
poetas mexican oamericanos p or motivo esp ecial. La estancia en los Estados
Unidas fue para la p rimera gen eracin d e mexican oamericano s, un a estan cia
ob ligada p or las circu nstancias econ micas o p olt icas. El recibimiento en los
Estados Un idos no fue muy aco ged or, p or lo que el in migrant e mirab a
co nstant emente p ara atrs , reco rd an do los amo res d ejados, la tierra lejan a,
soand o un pas ado mejor. Ejemplo de esta poesa es el poema de Sst en es J.
Jaramillo Recu erd o a Co lima, que nos recu erda a Jorge M an rique:
Recuerdo a Colima
Ausentes d e los s eres q ue ad oramos
Y de la h ermosa tierra en qu e nacimos
Con el recuerdo y el do lor vivimos,
En el largo destierro por qu e v amos.
Fijos llev amos siemp re en nuestra vist a,
Aquellos campos, s elvas y p aisajes,
Que en vano hemos bus cad o en nu estros v iajes
Y cuy a aus en cia nu estro s er co ntrista.
Lentament e la vida se co nsu me,
Sin escuchar los p jaros cantores
Y s in s ent ir que el viento, d e las flores
Trae, con mil ens ueos, el p erfu me.
Ya no su en a la t iern a serenata
Que susp iraba al p ie de los balcon es,
Vi d el amo r las ln guidas canciones
En las no ch es romnt icas d e p lata.
El teatro
Aunqu e n o aparece mucho teatro es crito en los p erid icos, si hay comentarios,
res eas y an uncios d e p resent acio nes as como co nstantes llamadas a que se asista al
teatro y a qu e s e ap oye las co mp aas ambu lantes qu e pasaban p or las lo calidad es.
Rosemary Gibs on y a da not icias d e actividad dramtica en Tucso n antes de la
llegad a d el ferrocarril y nos habla d e actuacion es en el Teatro C ervant es, primer
50
teatro en la ciu dad . En 1881 El Fron ter izo (24 enero) h abla de una co mp aa
dramt ica q ue rep resentab a en el P ark Levin. El Tu csonens e, desd e su ap aricin en
1915 , rep orta y resea regu larmente la activ id ad dramtica en esp aol q ue habaen
Tucson en los tres teatros en esp ao l: Teatro El Carmen, Roy al y Lrico . En 19 18
Cota Robles escrib e un artculo, Aliento, an iman do a los tucsonenses a qu e v ay an
51
y ap oy en el teatro . En 192 0, otra vez el perid ico dedica u n art culo al tema: Es
Tucson un a ciudad culta? s e p regunta, y crit ica la falta d e inters en la ms ica y el
52
teatro.
Si estos artculos tuvieron un impacto, no lo sab emos p or cierto. Pero lo qu e s
sab emos es que las comp a as ambu lantes y las carp as h iciero n tours regulares a
las ciudad es y p ueb los con abu ndante poblacin mexicana DJ-es er_ tando d esd e
53
obras trgicas a op eretas, revistas y mon logos escen ificad os (v er ap ndice V).
El teatro revolu cion ario d e R icardo Flo res M ag n fue escrito en Los n geles y
54
rep res entado por todo el suro este por los grup os Regeneracin. En las dcad as
de 1 920 y 19 30 este teatro ambulant e sufre debido a la comp etencia del cin e y a la
crisis eco nmica. En la resea d e la actu aci n de la co mpa a Novel en Tucson d ice
El T ucso nense: Desde la in iciaci n d e la temp orada d e esta comp aa n o dudamos
nun ca de q ue s eria de gran xito, q ue dada la cris is reinante, p ecun iariamente h a
55
sido regu lar, q ue lo tocant e a lo artst ico d e antemano estaba as egu rado el xito....
Con la crisis econmica de 1929 estas comp aas ambulantes dejan el terreno a los
grup os teatrales de aficionados que salen de los clubs p arroquiales o d e las sociedades
mutualistas. Todava siguen rep resentando el mismo tip o de comedia ligera, como las
comp aas ambulantes, p ero es curioso observar que, como en la p oesa y en el cuento, y a
se rep resentan obras de carcter lo cal, cosa que no vimos en los folletines. Obras como
Tucson en camisa, Pro-patria, El Tucsonense tien e la cu lpa, Five cens la cop y, Revista
de los pachucos, La g loria de la raza, hablan del anhelo de introducir talento local en sus
rep resentaciones. En la resea d e Five cens la copy, un p recedente de los actos de Vald ez
y de mucho del teatro en los barrios de corte vald eziano, se nos dice qu e es un dilo go
56
caracterstico palp able de nuestra gente humilde qu e radica en los Estados Unidos.
Las p resentaciones de teatro duraban de dos horas a tres y estaban distribuidas en varios
nmeros de msica, sain etes, obras dramticas, rifas, monlo gos, declamaciones, etc., en
fin, eran todo una velada artstica. Podemos ver una resea de una de estas veladas en El
Tucsonense del 4 de marzo de 1930 bajo el titulo Fue un gran triunfo. Tambin vemos
por los peridicos que se p romocionaba el teatro infantil y pop ular. Varias comp aas de
teatro infantil y juvenil actuaron en Tucson y en 1945 El Tucsonense escribe sendos
editoriales con las colaboracion es de los crticos mexicanos Alfredo Cardo lea Pe a y
Gastn de Vilar h ab lando d el teatro pop ular e infantil respectiv ament e.5 7
Hay una t end en cia a desarrollar estas dos formas art sticas, la pop ular y la infantil,
pues se p uede v er en los p erid icas un a ident ificaci n co n las cap as b ajas, por un
lado, y un a preocup acin mo ral por el nio y su educacin. A s vemos en los
perid icos co nsejos sobre la-moralidad d e los libros y vistas , y ev aluacion es sobre
los mismos que seguro t endran impacto en la poblacin. El P adre C orbell del
Carmelo h ab la de: La in moralidad en el libro y en las vistas: 1) M oralidad e
in moralid ad , lib ro buen o y libro malo, revistas ilustradas y obs cenas , la novela
in moral, sus da os, y 2) Las v istas y el Arte de Co rromp er, temas inmorales y
58
crimin ales ; C ontraed ucacio n en las vistas, El C in e M oral y sus bien es.
En 1920 el p eri dico El Tu cso nense dedica un artcu lo a los cu entos de nios y d ice:
Los cuentos son la delicia de los nios, p orque calman su ansia de sab er. Las
historias de ladrones, de mu ertos, brujas, duendes, ap arecidos, de nios
maltratados p or la desdicha o por los hombres, todos aquellos en fin, que de una u
otra manera p ueden causarles dep resin del nimo por el miedo o por la angustia
deben evitarse con cu idado. Los ap logos, fbulas, cuentos e historietas morales e
ingeniosas, basadas en los deberes del hombre en socied ad, descrip cin de
animales y de costumbres, cuanto p ueda instruirle y serle til en el p orvenir, es
convenientsimo y todos los p equeuelos escucharn absortos y quedarn
satisfechos.
59
Tamb in s e consid erab a a si misma un a o rgan izaci n que ayuda al desv alido, al
pobre y p or eso da cab id a en sus pgin as a man ifestacion es d e arte p op ular junto a
los clsicos mexicanos. Ap arecieron en sus p ginas cu entos folk lricos, p o esas d e
insp iraci n lo cal, calav eras y cuentos morales. En 19 32, afirma qu e el art e pop ular
en todos los pases es la exp res in annima d e los dolo res , de los sufrimientos,
inq uietud es y rebeld as de los d e abajo , de los irred entos, de los exclu idos de los
placeres y sibaritis mos de la civilizacin, es el alma gigante del p u eblo.... 60
Notas
1
Lu is Leal, El cuen to m exica no. De los or genes a l mod ern ism o (Bu enos A ires :
Ed itorial Un ivers itaria, 1966), p. 6.
M anuel Gamio , Mexican Imm igr ation to th e Un ited Sta tes (Ch icago: Un ivers ity
of Ch icago P ress, 1 9 30), p . 13 6.
8
Edward Simmen, The Chicano from Caricature to Self Portrait (New York: New
American Library , 1971), p . 16 and 25.
10
Juan Gonzlez, The Sp anish Language Press: A Part of America, EL Teco lote, 7, No.
13 (Sep t. 1977).
11
12
13
14
15
El p eridico tiene tres redaccion es en los Estados Unidos: En San Antonio (5 sept.
1904 a en ero 1905); Saint Louis (27 marzo 1905 a 15 nov. 1906 con interrup ciones); Los
ngeles (3 sep t. 1910 a 21 marzo 1918). Ver Armando Bartra, Regeneracin 1900-1918:
La corriente ms radical de la revolucin mexicana d e 1910 a travs de un p eridico de
combate; M exico, Ediciones Era, 1977).
16
Otros p erid icos magonist as en los Est ado s Un idos son Revo luci n en Los
An geles (10 junio 1907 a may o 1 908); Pun to r ojo en El P aso (8 ju lio 1 909 a ab ril
191 0); Alb a roja en San Francis co , fun d ado p or Prxed is Gu errero ant es de formar
parte del Partido Liberal M exicano.
18
G amo, p . 243.
19
20
21
R odolfo Uran ga, S ten emos p atria, El Tu cso nense, 22 feb. 193 0, P. 1.
22
23
24
26
Gamo, p . 55.
27
El Mosqu ito (1 7 nov. 1 925 , p . 6) sac esta cop la contra El Tu cso nense: En su
afn p or lastimar/a la mexicana gente/a la tu mba fue a p arar/y hoy es cuerp o
pestilente/tirado en el muladar. L a Prensa d e Los n geles dedic varios artcu los
en en ero de 192 2 a rebatir a El Tu csonens e por su postura p ro-nacion alizacin
diciend o: Americanizacin es un derecho, p ero mexicanis mo es un d eb er!.
29
30
31
Sp anish , El T ucs onense, 2 julio 1927 , p . 3, y Sp anish P eop le, El Tu cson ens e,
22 n ob. 192 7, p. 3 .
32
33
35
Estas o bras s on : Miguel Arce, Lad ro na (San Antonio: Ed itorial Loz ano, 1925);
Migu el A rce, Slo T (San A nt onio: Edit orial Lozano, 1928); Esteban Maqueo
Castellan os, La ru in a d e la cas on a (San Anto n io : Talleres de Rev ista M exican a);
Man u el M at eos, La venganz a d el capor a l (San Anto nio : Vio la Nov elty
Co mp any , 19 16 ; R am n P uent e, Vid a d e Fr an cis co Villa (Los n geles : O. P az y
Ca, 1919); Ramn P u ent e, H omb res de la Revo lu cin : Villa (Los ngeles :
Mexican -A merican Pu b ish in g C o mp any , 1 93 1); R amn P u ent e, H ombr es d e la
Rev o lu ci n: Ca lles (Los A ngeles : M exican A merican ub lish in g C omp any , 93 3);
Jos Asu n cin R ey es, El au tom vil g ris (San Anto nio: Loz an o, 1 922); T eo do ro
To rres , Pan cho Villa: U na v id a d e ro ma nce y de tra g ed ia (San A ntonio: Loz ano,
19 24); Teodoro Torres, C omo perros y gatos (San Ant on io; Loz an o, 192 4).
36
En 188 1 El Fro nterizo publica por ent regas la obra dramt ica de Gass ier,
Ju r ez o la g uerra d e M xico (9 en ero 1881 a 20 febrero 1 88 1) q ue fu e p rohib id a
en Francia. El p eridico la cop ia de ot ro p eri dico en esp aol de San Francis co,
La Repb lica.
37
38
39
Alia nz a, n ov . 19 48, p . 1 0.
40
41
ot ro en Alianza.
42
43
44
45
46
47
D r. Fred Valles, Recu erdo de la v elad a L iter ar io Mus ica l His pano Am erican a,
(Tucs on: s . e., 1 93 4).
48
Rafael Delgado, La C aland ria, El Fron ter izo, 3 marzo 1928 , P. 4 a 26 may o
192 8, p. 2.
49
Ros emary Gibso n, M exican P erfo rmers: P ion eer Th eatre Art ists o f Tucso n ,
Jo urna l o f Ar izon a His tor y 13 14 (Winter 197 2).
51
52
53
Ver Nico ls Kan ellos , El teatro p rofesion al hisp n ico : orgen es en el suroest e,
La Pa labra, 2, No . 1 (Primavera 1980 ), p. 16-24.
54
55
5.
56
57
C on ferencia del Rev . P adre C armelo Ma ana, El Tucso nens e, 7 marzo 1938 .
59
60
CONCLUSIN
una desmembracin pro gresiva d e la cultura mexican a central. El con flicto racial t an
viv o q ue encontr en los E.E. U. U. el mexican o in migrado a p rin cip ios d e s iglo con
una exp erien cia d e mestizaje d e siglos , hizo recap acitar al in migrado sob re su
id entid ad y se p uso en p ersp ectiva en relacin al otro . El v asco ncelis mo y su
teora de la raza cs mica ay ud a estos inmigrad os a defenderse d e las p rcticas d iscrimin atorias y las justificacion es raciales en el s en ado y las universid ad es
norteamericanos. Esta p roblemt ica la enco ntramos continu ament e aunqu e mu ch as
veces disfraz ada de hu mor. Las crn icas y las glosas a las n oticias (Tp icos del
dia, A1 margen d e la semana, Lo que s e dice, Habladuras y diceres, As lo
veo ) se acercan ms al an lis is de un a realidad con flict iv a en la int errelacin de las
dos socied ad es. En los cuentos vemos este p ro ceso de chican izacin a travs d e los
temas, la inmediatez de los acontecimientos narrados con topo grafa especfica y
alusio nes directas (Entre amigos d e R amn Soto) y co n un cambio de d iscu rso
lit erario.
Como literatura entre mrgen es (american o y mexican o) es u na lit eratura en
continua ebu llicin formal segn el narrador adop te una p ostura eclctica o s e
acerq ue a los d os polos de atraccin. Q uiz s sea sta la caracterstica ms
imp ortante d e esta literatura, la de vivir entre d os p olos d e atracci n con los qu e
tien e que d esarro llar un a relaci n de as imilacin -dis imilacin . En este s ent ido es el
dis curso formal el ejemp lo ms ev idente de est e contin uo cambio. Los intelectu ales
cons ervad ores d el lxico p rerrevo lucion ario s e encontraro n en este dilema de ten er
que d efen der un a tradicin en un amb iente qu e la corromp a cada v ez ms. De ah
que nos en contremos con la contrad iccin de un a p ostura ideol gica d e pureza
lin g stica y patriot ismo enfebrecid o frente a u n hacer lit erario hbrido y un a
posicin lib eral en los as untos referent es a la nu eva realidad n orteamericana.
El cuento romntico
El romanticismo adqu iere sus dos caras en el suroeste de los Estados Unidos despus de
1848. Por un lado la cara rebeld e que se manifiesta en los mltip les brotes de resistencia
2
a la invasin norteamericana; p or otro el p ragmatismo de la acep tacin d el destino.
Quivira, en el articulo en Las Dos Repblicas De la discusin n ace la luz, habla de que
existe en el suroeste una guerra de razas y de la usurp acin de M xico p or p arte de los
Estados Unidos, p ero que nada se p uede hacer, p or lo que se debe trabajar p arap rogresar
en la nuev a circunstancia y hacerle la batalla de esta manera.3
Las formas literarias qu e van con estas dos caras del ro manticismo se dividen ms que
por los gneros, p or los medios de trasmisin. La literatura p opular oral trasmite ese
sentimiento de rebelin y resistencia. No tenemos que olvidar que son las clases medias
pobres, autoras de esta literatura, las que ms sufren la nueva imp osicin mientras que las
clases de los ricos o ilustrados duraron ms en sentir la d esposesin de las p rop iedades y
del p oder p oltico.
Esta literatura pop ular se est hoy recop ilando p or folkloristas que han lo grado fechar las
ley endas y corridos orales en esta p oca de la conquista norteamerican a del norte de
Mxico. Amrico Paredes dice qu e los corridos d e Juan Nep omuceno Cortina, Aniceto
Pizaa, Gregorio Uortez, y Elfego Paca surgieron muy p ronto despus de estos
personajes, ten y ears after the war between Mexico and the United States.4
5
Por estas vas entra al suroeste toda la literatura romntica y se va a reflejar en las
primeras obras mexicoamericanas. As A. A. Orihuela escribe Un cadver sobre el trono,
ley enda med ieval p ortuguesa rep roducida en Francia, Esp aa y Portugal durante el
romanticismo.
Los dos cuentos seleccionados reflejan dos tp icos tp icamente romnticos: el amor
imp osible y enfebrecido, y la ley enda. Sombras de Amor de A. R., es la p rimera narracin
corta documentada hasta el p resente. La firma con iniciales nos da la p ista p ara afirmar
que deba ser un escritor/a local - p resumiblemente mujer - cono cido/a por los lectores
del p eridico y que p or humildad o vergenza no quiso firmar con el nombre comp leto.
El cu ento es comp licado en estructura, p ues de una introduccin descriptiva y
exp licatoria hacia un p blico por un narrador en p rimera p ersona, se p asa a contarnos una
ancdota que le p as a este yo hace diez aos, mezclada con intromisiones continuas
del narrador, terminando p or decirnos que todo fue un sueo de amor destruido p or el da,
por la vigilia, el desp ertar que le trae a una realidad de la que no se siente p arte y que es
el obstculo p ara la realizacin ideal del amor convertido en sombras de amor. Como
El Matadero de Echeverra, se nos dice que se nos va a contar una historia y tambin
como en aqu l se nos da una fech a, aunqu e ms con creta que en El Matadero - 1863.
Desde la fecha d e la ancdota hasta el p resente narrativo, han p asado diez aos que han
acabado con la ilusin d el p rotagonista narrador. El sueo le ensimisma en una historia
personal del esp ritu, desligado de la realidad. La d escrip cin de la amante es la
descrip cin tpica de la mujer ro mntica, p ero hay una explicacin casi cientfica de la
ap aricin del amor, un amor mudo comun icado p or una fuerza mutuo-fluidomagntica.
Otra vez, como en El Matad ero, tenemos aqu un ramalazo naturalista, aunque sin may or
imp ortancia, y a que la muerte trgica de la amante es otra vez un tp ico romntico ms,
as como las descrip ciones de la naturaleza que todava tienen un eco lejano de los
paisajes p astoriles del renacimiento (El sordo murmu llo d e la fuente, cuy as aguas
salp ican la verde alfo mbra de los contiguos p rados.).
La ley enda El Juramento, est contada como un cuento con un final legend ario. Si no
fuera p or el final donde se nos describe la mujer fantasma que va del templo al p anten,
pensaramos que es un cuento ms del romanticismo con un final trgico que quiere dar
una leccin a aquellos que romp en un juramento.
La trama es tp icamente romntica. Ern esto es como el Efran, de Mara, y los p ersonajes
femeninos hasta tienen el mismo nombre en las dos narraciones. El narrador es un
escuchador omnioy ente que, como un ap untador de teatro, interviene constantemente en
el desarro llo de la h istoria y nos exp lica cosas (la sonrisa tan caracterstica de las
mexicanas, la delicadeza y ternura tambin caractersticas de la mujer, una hermosura a
lo D. Juan de By ron).
Se p uede argir la suroesteidad d e este cuento y a que p arece d e ambiente mexicano,
pero tenemos que darnos cuenta que en 1880, el suroeste de los Estados unidos para los
mexicanos todava era el norte de M xico. La ln ea divisoria no h aba significado mucho
en las relaciones culturales d e ambas orillas. El autor aunque n acido en Sonora, viaj p or
el suroeste y residi aqu p or un tiempo cuando qu iz escribi el cuento y lo dio al ed itor
de La Repblica (San Francisco) y de aqu lo imp rimieron otros p eridicos cono El
Fronterizo de Tucson. Este peridico tambin p ublic sus debates sobre el p ositivismo.
El autor se declara contrario a esta teora cientifista que predominab a en el ambiente
filosfico de Mxico con Porfirio Daz. Dice del autor de esta teora: Comte, que
dejando viv a la duda en el alma cu anto al origen de todas manifestaciones p sicolgicas,
produce slo el ms desconsolador escep ticismo matando todos los imp ulsos a lo ideal,
9
todas las tendencias naturales que nos vuelv en a Dios.
SOMBRAS DE AMOR
Una p gina de la vid a de mi esp ritu
p or A. R.
[Las Dos Repblicas, (Tucson), 22 julio 1877, p . 1, col. 2-5.]
I
Acostumbrado a estar oy endo decir uno y otro da que cada casa es un mundo y cada
hombre una historia, he llegado a p ersuadirme de que hay tantos mundos cuantas son las
casas que existen, y de que existen tantas historias cuantos son los seres que alientan.
Digo esto a p rop sito de que jams hubiera y o credo a no tener esta persuasin, que
encerrara una historia y a mi p arecer digna de escribirse, el corazn de la joven y
hermosa Enriqueta.
II
Estbamos en la p rimavera de 1863.
Era una de esas deliciosas noches del mes de abril en las que abre la naturaleza todas las
fuentes de sus encantos, p ara acariciar con ellos los ensueos de los enamorados, los
recuerdos de las almas dolorid as; las esp eranzas de las imagin acion es exaltadas, las
ilusiones de los corazones vrgenes. Era una de esas noch es deliciosas, que en otra p oca,
siendo yo ms imp resionable, di en llamar Noches de amor.
Hoy , si me p reguntan qu quiere decir esto, es muy p osible que no pueda dar una
contestacin bastante satisfactoria.
Y se comp rende... Han p asado p or m diez aos! Queris saber qu significan diez
aos...?
Os lo dir. Diez aos significan p ara m mu chas cosas de ms y otras de menos; la cuenta
de los desengaos aumentada en un a cifra fabulosa; las p alp itaciones del corazn
disminuidas; la fe en la amistad, menguada la sombra de la dicha casi desvanecida; el
placer que acaba, el hasto que comienza, la alegra que muere, la tristeza que nace; un
caudal, en fin, de ilusiones p erdidas!!!
III
Enriqueta era un tip o digno d e un p incel maestro. Figuraos una estatura ms que mediana
comp letamente armonizada con sus formas. Unos ojos garzos, velados p or unas
arqueadas y negras p estaas, que casi tocaban a la admirable d elin eacin de sus finas
cejas, una p rofusa cabellera, una nariz de un corte acadmico, unos labios rojos como la
flor de la granada, cuy a mov ilid ad hacia que ap areciesen de vez en cuando dos p equeos
hoy uelos en sus extremidades, hoy uelos en que verdaderos nidos de amores hubiera
envidiado, a no dudarlo, la ms refinada coqueta; y todo esto sobre un cutis blanco mate
como una taza de alabastro, limp io como un cielo sin nubes, trasp arente como el velo de
gasa d e una v irgen; figuraos, en fin, una belleza ideal, p restadla cuantos p rimores os
sugiera la fantasa creadora, y tendris as una idea ap roximad a, p ero no muy cercana
an, de la h ermosura de Enriqueta.
IV
Por p rimera vez la vi, la noche y a descrita, en un baile de confianza que para celebrar su
cump leaos daba en su casa de camp o una buena amiga ma.
Recuerdo, como si lo tuviera a la vista, hasta el traje que vesta, cosa en que aqu p ara
internos jams fij la atencin.
En aquellas circunstancias sin embargo, de mi d esp reocup acin en este p unto, not todos
los detalles de su vestido, p orque ellos, que son p or lo co mn un reflejo del carcter de la
persona que los lleva, me sugiri la idea, que lleg a hacerse p ersistente, de que Enriqueta
no era una jov en vulgar, d e esas que a cada p aso encontramos en nuestro canino.
Su cab eza admirab lemente modelada, estaba p idiendo una coron a: p or eso, sin duda, no
lleva en su cabello otro adorno que una p equea rosa, tan p lida como su rostro.
Un traje de blonda negro hacia resaltar la p ronunciada blan cura de sus torneados brazos,
de su ergu ido cuello. Adems, su mirada ard iente, siemp re fija en algn objeto dado,
tenia la brillantez a la par que el cansan cio de la mirada d e un calenturiento.
Yo me dirig a ella con la misma veneracin religiosa con que me d irijo a la tumba que
encierra los restos de algn amigo querido.
Cuando quise pedirle el favor de dar un a vuelta del wals qu e la orqu esta p rincipiaba a
preludiar, me sucedi, p or un extrao accidente que nunca me haba acontecido, y del
cual no me supe entonces, ni aun hoy da, dar cuenta, p or qu mis labios permanecieron
cerrados, y se negaron dar salida a las p alabras que quise articu lar.
Ella co mp rendi algo de lo que p or mi p asaba p orque fijando tenazmente sus ojos en los
mos, se levant de su asiento y se asi a mi brazo.
Parecamos dos estatuas tal fue p or un momento nuestro silencio e inmovilid ad. No s si
alguna de las personas que se hallaban inmediatas, notara nuestra origin al escena mud a;
si la not alguna de ellas, o se reira grand emente, o p ensara, p ensando mal, y esto es lo
ms p robable, que estbamos conven idos de antemano en bailar aquella p ieza.
Cuando, a p ropsito de sus afectos y sus contrariedades, hablamos unos instantes desp us
ya con la confianza d e una amistad, insp irada p or la hermandad de nu estras almas, me
dijo Enriqueta qu e si era cierto qu e y o no la hab a d irigido la p alabra, lo era tambin que
ella haba odo interiormente mi voz y me haba resp ondido acorde de la misma man era
que y o la p reguntaba.
V
Tuve una p oca de ser un p oco afecto a los estudios del magn etismo. Le o a un clebre
doctor alemn exp licar d e un a manera p rodigiosa sus teoras, y ms d e un a vez quise, no
siemp re con el mejor xito, p onerlas en p rctica. As, hoy no tengo la menor dud a de que
la escena del b aile fue una p rueba mutuo-fluido-magntica.
VI
Aquella no che bailamos p oco, muy poco. A las dos vueltas de wals, sent desfallecer a
Enriqueta, y no estando mi esp ritu disp uesto a aquel ejercicio, ap rovechando un
momento de gen eral entusiasmo y ruido, la llev al balcn que estaba ms in mediato y
entreabierto, con el ob jeto de que el viento de la noche animara a la desfallecida joven.
Por otra p arte, como desde el p rimer momento me haba interesado tanto aquel conjunto
de esp ritu y forma de Enriqueta, que abstrada de cuanto la rodeaba, p areca vivir en un
mundo de recuerdos o de esp eranzas distinto del nuestro y y o deseaba abstraerme
igu almente de todo p ara p oder estudiar con ms esp acio aquella organ izacin sublime: de
aqu que ap rovechara la ocasin que me dep araba aquel in cidente, p ara satisfacer mi sed
de estudios filosficos, o mi curiosidad p or otro nombre.
VIII
La brisa de la noche, cargada con el aro ma de los azahares; el sordo murmullo de la
fuente, cuy as aguas salp icaban la v erde alfombra de los contiguos p rados; los tenues
ruidos de las hojas de los rboles, qu e como otros tantos sculos de amistad se esparcan
por el esp acio; y fluctuando sobre todos estos encantos la hermosa Enriqu eta, a cada
momento ms hech icera, a cada momento ms esp iritual y ms potica, imp resionaron
tan fuertemente mi imaginacin, qu e mis ojos contemp laban p or el p risma del deseo
aquel cuadro circund ado d e cu antos halagos y venturas se fin ge el alma en sus ms
cap richosos xtasis.
IX
La brillante luz del da, al alumbrar mi lecho, d esvaneci mi d elirio!...
S, mi delirio, porque delirio fue y creado p ara mi mal; el baile con sus luces, su msica
y sus p arejas, eran sombras de mi fantasa. Pasado el sueo, desp ierto a la realid ad, y la
realid ad me sofoca. He escrito cuanto he soado; y aquella joven con su difan a blan cura,
su traje de blonda y una magntica mirada, aquella joven que no ha vuelto a ser v isible a
mi esp ritu, o hablando con ms p ropiedad, existi una noch e en mi cerebro! Ser que
estoy condenado a no ver ni encontrar esas creaciones de mi fantasa, a las que llamo
sombras de amor, sino en mis cortas horas de ensueos y delirio?
EL JURAM ENTO
Ley enda por Hilario S. Gabilondo
[El Fronterizo (Tucson), 24 oct. 1880, p . 4, y 7 nov. 1880, p. 4, col. 2-3.]
Una tarde del mes de mayo, p asebame p or las calles de la Alamed a. La brisa
imp regnad a de perfumes aro matizaba el amb iente y hacia ondu lar el follaje de los rboles
plantados a lo largo de-las aven idas. Me sent desp us de un rato de dar vueltas. Escog
una de las glorietas que estn frente al jardn de M orelos, porque p or ese rumbo, en las
tardes transita poca gente. Se oa a lo lejos el rumor de los carru ajes que pasaban p or la
avenida Jurez p ara el p aseo de Bucareli, y a mi alrededor slo se escuch aba el ruido
de los cascabeles de los carros del ferrocarril urbano, o de algn coche cuy o dueo
prefera ir a d isfrutar de las bellezas del p intoresco barrio de San Cosme, o ir a ver ese
amontonamiento de coches que llaman p aseo y que al mirarlo en p ausado desfile, M s
que de paseo dan asp ecto de fnebre acomp aamiento.
Dicen que los artistas, los p oetas y los enamorados aman la soledad. Y a fe que tienen
razn. Las entrevistas del alma consigo misma, o la contemp lacin d e la n aturaleza a esa
hora en que emp iezan a desvanecerse todos los rumores, en que solo se tienen p or
testigos a los rboles que murmuran, a las flores que p erfuman, a los p jaros que cantan,
a los celajes que se descorren en mil cap richosos cortinajes, tienen encantos que aun no
se definen con la mezquindad del len guaje.
Absorto en mis meditaciones, no haba rep arado en una cony ugal pareja que cerca de mi
estaba, entretenida en ver cmo corran dos chiquillos que montados en descomunales
velocp edos, iban, ven an y sudaban con gran contento suy o y satisfaccin de los autores
de sus das, quienes los seguan con la v ista sin p erder el menor de sus movimientos.
Distrjolos de su atencin una p ersona que p or all acert a pasar, seora de nob le p orte y
dign a gravedad, a quien acomp aaba una criada a cierta distancia. Salud a la madre de
los nios, y sta le contest con uno de esos movimientos de mano acompaados de una
sonrisa, tan graciosos y tan caractersticos de las mexicanas. Pero al contestar aquel
saludo, p rorrump i en una exclamacin que slo pudo ser oda por p ersonas que muy
cerca estuvieran.
I
Era bella con esa belleza triste y melanclica de la comp aera d e Hamlet.
Su talle tomaba una graciosa inclin acin al and ar, cual esbelto eucaly ptus agitado p or las
brisas crep usculares. Sus ojos, grand es y azules, tenan una exp resin de inefab le dulzura.
Cuando fijab a su mirada lmpida y serena, o al cielo la elev aba, p arecan sus ojos de
enormes turquesas, circundad as de un fleco de oro. Ensortijados y rubios cabellos caan
sobre su cuello alab astrino, y sus mejillas sonrosadas tenan el suav e aterciop elado d el
albrch igo.
Sus p adres le haban puesto por nombre M ara de los ngeles. Tena diez y siete aos y
era la casta azucena que p erfumab a el santuario d e su hogar.
Alboreaba su vida con esa d iafan idad qu e tiene el cielo en una maan a de p rimavera, sin
que la ms ligera nubecilla venga a emp aar su p ursimo azul.
Conversaba con sus p jaros en el jardn ; todos los das al ap untar el p rimer ray o de sol,
les llevab a en la falda granos de trigo que ellos bajaban en bandadas a p icotear. Desp us
se suban a las cop as de los rboles, y en regaladas notas y en armon iossimos acentos
parecan exp resarle su gratitud.
Cuidaba sus flores con una solicitud delicada y tierna que es el rasgo distintivo del
carcter de la mu jer.
Las ventanas de su cuarto que daban al jardn veanse cub iertas de y edra y madre selva
que p arecan ascender trabajosamente hasta su virginal alcoba, p ara enviarle sus p erfumes
en cambio de sus amorosos cuidados.
Un p equeo escap arate conteniendo las obras de Bernard ino de Saint-Pierre y Lamartine,
unos estudios de p aisaje del hermossimo Valle de Mxico; un p iano alemn sobre suy o
atril se vela abierta una Revense de Chop in, formaban el menaje de aqu el retrete.
Y all, en aqu ella p equea estancia, lejos del mundo en medio de las brisas camp estres, al
terminar sus labores domsticas, despus de recibir la bend icin de sus amorosos p adres
y elevando su alma a Dios adormase en b lanco lecho la p dica doncella, la dulce M ara,
conversando con los ngeles sus hermanos.
II
Era hermoso, con esa hermosura con que By ron se imagin a D. Juan.
Cubierta con morisco turbante su cabeza y envuelto en blanqusimo alquicel, creyrasele
un caballero rabe que v iniera de recorrer las abrasadas aren as del desierto.
Sus ojos negros daban idea de los ojos del ciervo. Reflejb ase en ellos la vehemencia de
sus p asiones, y en los destellos de su mirada, adivin base el Otello de Shakesp eare.
Descendiente de acomodad a familia, haba ido Ernesto a recibir esmerada educacin a la
Universidad de Heidelb erg. Pasaba las vacaciones en uno de esos legendarios y
gticoscastillos qu e se v en a las mrgen es del Rhin, e hijo del M edioda, p or su raza y su
nacimiento, desp us de concluidos sus estudios fue a visitar la tierra de sus p rogenitores
la p otica Andaluca, y de all p as a Np oles, recorri la Italia, visit las p rincip ales
ciudades del norte de Europ a y vino a M xico desp us de muchos aos de ausencia.
Sus p adres haban muerto, dejndo lo dueo d e in mensa fortuna. Pasaba el tiemp o en
medio-de los fastuosos p laces que su p osicin le prop orcionaba y los domingos dardo
alas a su genio vagabundo y emp rendedor, sala al camp o p ara entregarse a su p asin
favorita que era la caza. M ontaba un caballo in gls de raza pura, y sin ms comp aa que
dos valientes perros, lanzbase desde el amanecer a buscar Entre los montes, algn
venado que sacrificar a su incansable aficin.
III
Un da del mes de julio, en que como acostumbrara Ernesto, haba salido a hacer sus
largas correras de caza, extravise d e su sendero aguijoneado p or el deseo de dar alcan ce
a una enorme res, que tan difcilmente se encuentran en los alred edores de M xico. Tuvo
que dar un largo rodeo p ara tomar el camino real y a cerca de la p uesta del sol. Negros y
densos nubarrones cubran el horizonte, dardo al cielo ese color apizarrado que indica la
proximidad de recia temp estad. Faltaba mucho para llegar a la ciudad y todas las
probabilidades estaban p orque la lluvia le sorp rendiera en su tray ecto. A un lado del
camino y en medio de tup ido bosquecillo de fresnos, divis una alegre casita de camp o,
una especie de chalet suizo, que indicab a la rad icacin de esas p rop iedades rsticas que
por tener p oca extensin de terrenos se denominan ranchos. Dirigi hacia all el paso de
su caballo, p ara p edir una corta hosp italidad mientras p asaba el furioso turbin que
desp renda y a las p rimeras gotas de agua.
Llam a la p uerta, y el dueo de la casa en persona vino a abrirla. Era un hombre cuy o
asp ecto revelaba la madurez de la edad; p ero cuya cab eza cub ierta de can as, era un
indicante d e los rudos comb ates que en la vida haba tenido que sostener. M anifestado
que hubo el objeto de su llegad a, serle hizo p asar al interior, y fue introducido a una
pequea sala adornada con gusto y sencillez. El cazador dio su nombre, que era
demasiado conocido, y fue p resentado a la esposa y a la hija d el husp ed que en la sala se
encontraban. La v ista de M ara sorp rendi al recin llegado de un modo extraordin ario.
Ni remotamente sospechaba qu e en aqu el ap artado retiro, p udiese esconderse tan
encantadora mujer. Record involuntariamente aquellas bellas y blondas vrgenes de las
baladas cantadas en tiernsimos versos p or los p oetas alemanes, y a su memoria se
ago lp aron los ensueos que la mente forja en esa dichosa edad de la adolescencia que
pasa p ara no volver.
Generalizse la conversacin, de esa manera esp iritual y agradable que hace tan grata la
sociedad de p ersonas bien educad as y cuando a esa circunstancia renen el talento.
Ernesto vea con p rofundo sentimiento que la tormenta desap areciera, qu e el cielo sereno
y desp ejado dejara cintilar las p rimeras estrellas, y temeroso de abusar de la hosp italidad
de sus buenos amigos, se march, no sin haberse h echo de amb as p artes los ofrecimientos
que son de rigor entre p ersonas de buena educacin, p ero que en esa v ez carecan de la
banalid ad de los cump limientos p or ser cordialmente sinceros. Volvi Ernesto el
domin go siguiente y el otro, y el otro, y las visitas fueron ms y ms frecuentes hasta ser
diarias.
IV
Una tarde del mes d e abril, a esa hora en que el sol se va sepultando en el ocaso, dejando
su lugar a la sombra que va invadiendo todos los objetos, con las ventanas abiertas p ara el
bosque que d ejab an penetrar las oleadas de p erfumes que del jardn se exh alab an, y
permitan escuchar ese rumor d e las hojas de los rboles mecid as suavemente por las
auras y que semejan en su murmullo a las olas que van a exp irar sobre la arena de p lay a
cuando la mar est en calma, Mara estaba sentada al p iano y Er nesto a su lado le p asaba
las hojas. Tocaba una balada de su autor favorito, de Chop in. Estaban solos. Hubo un
momento en que las notas se fu eron oy endo ln guidas y tristes cono p rolongado gemido,
en que p areca llorar el msico p olaco las inmensas d esgracias de su patria herid a y
desp edazada; los acentos del piano tomaban el tono de des garradora elega y la expresin
del dolor creca, se agrandaba, h asta p arecer los gritos de un alma llorosa y angustiada.
Ernesto cay de rodillas y qued, muy quedo como si hablara consigo mismo, arrobado
en xtasis divino, murmur estas p alabras que salan d el fondo de su corazn: M ara, y o
te amo. Y M ara con sus dedos de nieve y rosa recorra el teclado y los sonidos del p iano
fueron tiernos y dulces como un idilio y el canto troc en un himno de amor y de
esp eranza, mientras la doncella con el carmn d el rubor en las mejillas detena sus
grand es y hermossimos ojos azules sobre Ernesto, que arrobado y con religioso resp eto
la miraba. Y aqu ellas almas en mstica alianza se juntaron, co mo deben unirse los
esp ritus en lo alto de los cielos.
En una alcoba, tristemente alu mbrado p or la tenue y mortecina luz de una lmp ara, vese a
un hombre, herido de mortal dolencia, que desahu ciado por los facultativos, esp era al
solemne momento de abandon ar este valle de amarguras p ara tender su vuelo p or el
infinito. Junto a su lecho estn dos mujeres anegadas en llanto, que siguen con ansiedad
los ms p equeos movimientos del enfermo. A su lado, y de p ie, est un joven
visiblemente emocionado, haciendo esfuerzos sup remos por contener las lgrimas que
saltan de sus ojos.
Haciendo un extraordinario imp ulso, irguindose en su lecho el moribundo, p ronunci
estas p alabras: Ernesto, me habis pedido la mano de mi M ara, y os la he otorgado,
porque os creo digno de ella. Yo ver vuestras bodas desde el cielo. Juradme que seris
su esp oso y su amp aro en el mundo. Lo juro, murmur Ernesto con una voz que
entrecortaban los sollozos. El p aciente, al or aqu ellas dos p alabras, inclin la cabeza
sobre el p echo y cerr sus ojos que no volvieron a abrirse ms que en la eternidad.
VI
La casita d e bosque de fresnos est cerrada. Pavoroso silencio reina en su recinto y tan
solo el rumor d e las p arleras golondrinas turba el reposo en que y acen sus moradores. Las
flores del jardn caen mustias y marchitas p orque no tienen y a a su carioso amigo que a
cuidarlas venia en tiemp os ms felices. La y edra y la madre-selva secas y enfermizas no
se y erguen ufanas en las p aredes y loa p jaros desde las cop as de los rboles p an tristes y
quejumbrosos como cuando han p erdido a sus comp aeras. El p iano ha mucho tiemp o
que no resuena con sus dulcsimos acentos. En la sala que conocemos, dos mujeres
vestidas de riguroso luto, puestas de rodillas elevan sus p reces al Todop oderoso.
Terminadas sus oraciones y con los ojos preados de lgrimas, se unen en estrecho
abrazo.
Mara ha envejecido diez aos. Su madre la contempla con inmenso dolor y la dice: Es
menester que olvides a ese hombre; hoy hace un ao que muri tu p obre padre, que baj
al sep ulcro con la confianza de que hara tu felicid ad, y en vez de cump lir su juramento,
te ha abandonado p or seguir un amor crimin al.
Le amars an?
M adre, todava le amo; y ojal p udiera contribuir a su felicidad, aunque l hay a hecho
mi desventura.
VII
Ese mismo da p resentaba un asp ecto enteramente diverso la casa de Ernesto. Haba
reunido a sus amigos, a quien es ofreca un esplndido banquete. El cielo estaba
encap otado, y nubes cargadas de electricid ad recorran el cielo en todas direccion es, p ero
eso no imp eda que la fiesta estuviese animada p or los vap ores del Champ agn e.
VIII
Unos cuartos amigos acomp aaron el cadver de Ernesto al p anten de San Fernando. La
cantatriz lo sustituy con otro el da siguiente.
Han p asado muchos aos, y hoy todava despus de o r la misa d el alb a, se v e un a mu jer
rubia, vestida de negro, que sale del temp lo de San Fern ando todos los domin gos penetra
al p anten, y atravesando p or aquellos corredores d e la muerte, v a a dep ositar una corona
de p ensamientos sobre un sep ulcro olvidado, cuy a lpida esta deslustrada p or la
intemp erie.
El cuento realista
El realismo, n aturalismo y modernismo son movimientos literarios qu e en Mxico qe dan
10
a un mismo tiemp o p rcticamente p or lo que no se p uede decir que exista ni siquiera
una dialctica realismo-naturalismo-modernismo como en Europ a, ni un dialctica
realismo-n aturalismo-mod ernismo-criollismo como en los p ases latinoamericanos sino
que hay una sup erp osicin de formas narrativas. Lo mismo se p uede decir del cu ento
mexico americano. Incluso aqu estas formas van entremezcladas h asta la dcad a de 1920
cuando se comienza a ver el localismo costumbrista, similar en p ropsito, al criollismo en
la literatura latinoamerican a.
Hay en el cuento realista una historia que p arte de un ncleo an ecdtico y de la que se
nos dan los detalles mximos como v emos en Un horrible suicidio en Rusia en el cual se
nos dan versiones d el mismo acontecimiento sup uestamente escritas en varios idiomas.
Las descrip ciones son lo ms detalladas p osibles p ara reenforzar todava ms esas ganas
de realidad (la descripcin del cu erp o del suicid a en Un horrible suicidio en Rusia y el
portazo del sacristn en La cuerda de la campana). El misterio en el cuento realista es
intriga, susp ense dramtica entre un toque de bodas y uno de difuntos. Las camp anas
como smbolos reales de alegra y tristeza. La metfora aqu no esta desligada, no ha
perdido todava el h ilo u mbilical que la mantiene unida a la realid ad sentimental d el
protagonista:
Cuando el toque que deba dar estaba de acuerdo con sus sentimientos, p areca
que stos corran como un fluido a lo largo de la nudosa cuerd a que cala hasta el
pie de la escalera de la torre, que se comun icab a a la campana y volaban en las
vibracion es del aire, exp resando como una msica elocuente, la tristeza o la
alegra.
(La cuerd a de la camp ana)
Aunque con temas legendarios y romnticos las d escrip ciones expresionistas nos hacen
pensar en un realismo de la forma: El cad ver de Bernarda, co lgado del cuello, p enda
de la cuerda de la camp ana, la san gre caa en un chorro fino, semejante a un hilo rojo,
sobre el p avimento, como la arena en la clepsidra. El tema tambin se p uede decir que
est tratado de una manera realista, pues, en Un horrible suicidio en Rusia, la noticia se
cop ia de un diario y no es p roducto de la imagin acin romntica del autor, es el trato
literario de un ep isodio histrico a lo Galds.
LA CUERDA DE LA CAMPANA
p or A. Gonzales Pitt
El Fronterizo (Tucson), 19 dic. 1880; 26 d ic. 1880; y 2 enero 1881.
El golp e que dio B enito al cerrar la p uerta retumb como un caonazo dentro de la
iglesia. Vacilaron las velas en los candeleros co mo extremecid as p or el susto, se agitaron
las flores de trap o como flores naturales movidas p or el viento, y la llama de la lmp ara
se extendi semejante a un a len gua d e fu ego, co mo si quisiera desp renderse y volar
asustada, p or ms que quedase inmvil, retenida a su p esar en el p vilo.
Un momento desp us, las camp anas tocaron a vsperas, alegres y sonoras, cual si se
riesen a carcajadas del susto que la llama de la lmpara, las flores y las velas se hab lan
llevado a causa d el p ortazo dado p or el sacristn.
Si el arte consiste en exp resar el estado del nimo y comun icarle a los dems, Ben ito,
tocando las camp anas, era un artista. Cuando el toque qu e deb a dar estaba d e acuerdo
con sus sentimientos, pareca qu e stos corran como un flu ido a lo largo d e la nudosa
cuerda que caa hasta el p ie de la escalera de la torre, que se comunicaba a la camp ana y
volaban en las vibraciones del aire, exp resando, cono una msica elo cuente, la tristeza o
la alegra.
Aquella tarde Benito estaba muy alegre y la esp eranza sonrea a su corazn, que lata
dentro del p echo co mo si tambin tocase a vsp eras y el rep ique de las camp anas, gozoso
y vibrante como las carcajadas de un nio, y vivo y armonioso como los trmolos de un
piano, pareca la rep ercusin de aqu ellos latidos, aumentados p or la resonancia d e un eco
oculto en la torre.
Aquella voz del bronce que llev a todo el pueblo la p romesa de una fiesta p ara el otro
da, y que hizo saltar de gozo a los chicos de la escuela, p roduca honda emocin en
Bernarda, qu e, sentada a la ventana, la escuchab a con tanta atencin como si fuesen
sonidos articulados.
Bernarda y Benito iban a casarse, y la p rimera amones tacin se deca el da siguiente, y
he aqu por qu Bernarda las escuch aba tan atentamente.
Cuando la ltima camp anada se extin gui en el aire como una v ibracin p rolongada
semejante al zumbadlo del insecto que se aleja, el sacristn atravesaba la iglesia en
direccin al altar, y entonces se interpuso en su camino otro hombre.
La p enumbra que reinab a en la nave no dejaba p ercibir d e l ms que su contorno, que
semejaba una sombra, y se deslizaba sir, ruido, porque el camo de sus alpargatas
ap agaba todo rumor.
Fue este asp ecto fantstico favorecido p or el sitio y la hora, o fue un sentimiento de
antip ata lo que detuvo al sacristn y lo hizo dar un p aso atrs como si estuviera ante un
fantasma siniestro?
Benito, dijo el fantasma en voz baja, p ero no cav ernosa ni terrible, sino n asal y de
falsete, con un acento que la hacia muy desagrad able.
Qu quieres?
Quera hablarte.
Ya p uedes empezar.
Aqu no; en otra p arte, donde estemos solos y p odamos hablar con libertad.
Ah! Vienes a desafiarme?
Quita, hombre Por qu? Al contrario, vengo a h acerte un favor.
Gracias, y cul es?
Ya lo vers.
Aguarda.
El sacristn atiz las lmp aras, y despus, seguido de aquella sombra, cruz la sacrista y
sali a un p atio, que no era sino el antiguo cementerio.
Una vez en el patio el fantasma y Benito, dijo aqul a ste:
Es verdad que te casas con Bern arda?
S, contest Benito.
Haces mal y lo siento p or ti.
T dirs la causa.
Bernarda es una mala mujer que te ha en gaado con su hipocresa, como en otro tiemp o
estuvo a p unto de engarriarme a mi mismo, Ben ito, no te cases con ella.
Oy e, Martn, dijo el sacristn furioso; y o s lo que es querer y lo que son celos, p or
eso te perdono lo que has dicho; p ero si lo repites, te arranco la len gua. Anda con Dios.
Te he dado un consejo p orque soy tu amigo, creme; mira que si no te aguardar muchas
desgracias.
Martn sigui insistiendo y Benito enfurecindose hasta que el p rimero, lvido y fuera de
si, exclam amenazando al sacristn:
Pues bien, tienes razn; la quiero ms que a mi vida y no consentir que te cases con
ella. Te acordars de m, sbelo; lo que te he dicho es verdad ; te aguard ar muchas
desgracias.
A m no me asustas. Qu ms quisieras t que casarte con ella?
Yo? Antes me dejab a matar. Pero no quiero que se case con otro. Sabes p or qu?
No lo digas, p orque no te he de creer.
Bueno, y a te pesar.
Y se fue. Benito era celoso; saba que M artn p retenda a Bernarda, aunque tamb in sab a
que sta le despreciaba. Pero cuando M artn lo dej solo en aqu el lu gar nalias; envuelto
en la p enumbra del anochecer, p areci que p or sobre su alma haba cado una sombra
semejante a la que h aca sobre el horizonte.
palabra de su pasado, y este misterio daba pbulo a las malas len guas p ara sospechar y
murmurar.
Un da de aqu ella seman a, mientras cura y sacristn asistan a un entierro, M artn se
present en casa de Bernarda.
Una vez ms aqul le declar su amor, y una vez ms le rechaz con mayor energa que
nunca, porque su boda con Benito estaba p rxima.
Pero M artn entonces, desistiendo de las sp licas, p as a las amenazas: h abl de secretos
que saba, y con los cuales p oda p erder a alguno.
Con aire de d escuido record que haba sido sold ado y que durante el servicio hab a
conocido a much a gente y aprendido muchas historias: entre ellas una que empez a
contar.
En cierto p ueblo haba un hombre que estaba casado y tena una hija, al cual, aunque
nunca haba sido bueno, un da le tent el diablo p ara ser p eor y comp let su vida
desarreglad a con un horrib le crimen.
Es el caso, p ara abreviar, que asesin a un hombre p or robarle. Pudo escap ar y aunque
estaba condenado a muerte, la justicia no p udo echarle mano; y he aqu que M artn, p or
una casualidad, sab a dnde aquel hombre viva con nombre sup uesto y sep arado de su
mujer y su hija, que hablan ido a habitar a otro p unto.
Te dir a ti sola aadi, los nombres del asesino y de su familia; y si desp us todava
insistes en casarte con Benito, los dir ms alto a quien d eba orlos.
Desde las p rimeras p alabras, Bernarda haba p alidecido y temblado; cuando M artn fue a
hablarle al o do, grit:
No, no, basta, basta!
An hablaron largo rato y cuando se sep araron, ella lloraba amargamente: l se desp idi
dicindola:
Conque esta noche, y si no.., y a sabes....
Aquella noch e, en efecto, cuando Benito fue a verla, la encontr llorando, y a sus sp licas
acab p or decirle la causa de sus lgrimas. No p oda casarse con l; era imposible.
El sacristn experiment esa imp resin que produce una desgracia inesp erada. Algo vibr
en su corazn como el bordn tirante de una arp a, agitado p or un dedo vigoroso. Quiso
saber la causa de aquella resolucin rep entina; p regunt, rog, amenaz: todo En vano,
ella siemp re llorando, le d ijo solamente qu e todo haba concluido entre ellos, y que no
deban volv erse a hab lar.
Llegab a la noche y la gente se ago lp aba en la p laza, ante aquella torre que encerraba n
misterio indescifrable, ante aqu ella torre en cuy o alto asomaba la p arte interior de la
camp ana, como si alguien p or dentro estuviese tirando de la cu erda; campara que en la
ojiva vetusta se mostraba semejante a una boca abierta p or el esp anto; y el badajo cado
como una len gua p areca que iba a agitarse y a p ronunciar la p alabra del en igma.
Cuando se forzaron las p uertas, la justicia entr en la iglesia; y lo p rimero que hall fue
en med io de la nav e un charco de san gre que se p rolongaba en ancho reguero hasta la
puerta de la torre. Al juez le temblaban las p iernas al seguir aquella direccin, y el
secretario estaba a p unto de desmayarse. Al p asar el dintel, se desmay del todo. El
cadver de B ernarda, colgado del cuello, p enda d e la cu erda d e la campana; la san gre
caa en un chorro fino, semejante a un hilo rojo, sobre el p avimento, como la arena en la
clep sidra.
Cuando se sup o en el pueblo, de todas las bocas sali esta acusacin:
El sacristn!
Todo le condenaba, en efecto; p ero el sacristn huy tan lejos que nadie le volvi a ver.
encend idas co mo factor material, y mi p rop ia voluntad do min ante, que no ha s ido
quebrantad a p or los tormentos del cu erp o; h abr prueb a positiv a de que los h omb res
pueden morir p orque as lo p refieren. Voy a comenzar! (Aqu emp ezab a a
modificars e la letra, y a h acers e ms ilegib le cada vez.)
M e levanto de mi ardiente lecho con los ms ho rrib les sufrimientos, p ero no tan
horrible como me los haba figurado y tema. M e levanto, p ero no p ara salv arme. No!
Que la vida es tan perjudicial para m co mo siempre.
(En tch equ e) Pero deb o mandaros p adre mo! madre ma! un ltimo adis! M i
ltimo recu erdo, mi ltimo sentimiento os estn ded icados! Tamb in me acuerdo d e
aquellos qu e son sin sab erlo la causa de esta mi espantosa muerte. Sin sab erlo, porqu e
no sup ieron q ue su amor era in disp ensab le para mi vida. Muero sin su afecto como un
pez sin agua, como una criatura de Dios sin aire. El aliento me falta. Adis. M e
seguiris p ronto. La cons ideraci n de vuestro cario ... d e vosotros, que sois los
nicos en quererme..., me ha ev itado p or mucho tiemp o el p oner as un trmino a m
mismo. No p uedo hacer otra cosa. Es tan fcil seguir a los muertos! Pero fuera mejor que
me olv idarais. No p ensis ms en m! Ya muero - el exp erimento tendr buen xito - los
may ores dolores han p asado ya. Ya no sufro tanto. El dolor se ha hecho p or...
Lo repito: estoy en p lena p osesin de mis facultades: mi corazn late tan tranquilamente
como de costumbre, pero mi p ulso me p arece que est un p oco descompuesto. Pobre
Werther! los cielos tachonados de estrellas le interesan todava. Yo tambin los he
contemplado... son desiertos all arriba, cono es esto de aqu abajo otro desierto; como lo
son todas las p artes, como lo es mi corazn, como lo es ay , todo!...
(En p olaco) Y me vu elvo a mi extraa, silen ciosa y ardiente cama. Debo p oner algo
debajo de las velas p ara alzarlas un poco. Slo una cosa me fastidia, que no p ueda uno
morir noble y p lacenteramente - el mal olor de m p rop io cuerp o que se consume me
mortifica.
(En tcheque) Madre, padre! perdonadme!
(En alemn) Debiera escrib ir tambin quizs que p erdone al ser que ha causado la
muerte. Pero esto fuera mentir. La maldigo! y si los esp ritus tienen el p oder de volver a
la tierra cono esp ectros de terror oh! y o volver y no la dejar un momento en paz. Le
hubiera sido tan fcil a ella hacerme feliz, o al menos contentarme... si y o p udiera seguir
viviendo ded icarla toda mi vida nada ms que a ven garme d e ella. Pero voy a descansar y
que maldita sea con mi ltimo aliento.
Tales fueron las ltimas p alabras garab ateadas en tan extraordinario documento p or la
mano del moribundo.
El cuento naturalista
Se h a considerado el cuento naturalista como una p rolon gacin enftica del cu ento
realista, donde los hechos objetivos del realismo se exp lican con una lgica cientfica
recalcando las tintas en las anormalidades individu ales o sociales. Luis Leal dice que este
11
prop sito del naturalismo tiene un fin moralizante. El autor cree en su literatura y cree
que describ iendo esos tip os los alud idos se van a dar p or enterados y van a camb iar
moralmente de p roceder. Los tres cuentos naturalistas escogidos tienen ese valor
moralizante y tip ifican tip os, valga la redund ancia. Los p ersonajes descritos son
arquetipos que no tienen vida p rop ia, son abstracciones (Sr. Cualqu iera), entelequias
formadas de ejemp los concretos que afloran a la sup erficie con nombres p rop ios e
identidades concretas cuando el lector al leerlos p uede decir: ah, ste se p arece a Fulano
o M engano. Este es el valor moral que quiere p onerle el autor; hacerlos lo
suficientemente abstractos que no se le p ueda acusar de libelo p ero lo suficientemente
claros para que se p ueda ap licar en concreto a p ersonas de carne y hueso.
Este tipo de cuento se va a desarrollar sobremanera en la literatura en esp aol del
suroeste p or el hecho mismo del medio en el que se escriben: el peridico. Los tericos
literarios en los p eridicos constantemente nos recuerdan que su ap ego a la realid ad se
debe a que en el medio qu e escrib en hay que llegar al p blico con mensajes, ense anzas y
reflexiones. De ah que el naturalismo arraigue en los cuentos de los p eridicos, p ues sus
tip os sirven de ejemp lo.
Daz Vizcarra, en un artculo sobre la funcin de la literatura titulado M itoterap ia
cultural (aludiendo al p seudnimo con que escriba, Armando M itotes), dice, y lo
cop io ntegro por creerlo de una relev ancia inusitada p ara comprender esta tendencia
didctica de la literatura en esp aol en el suroeste y que hoy todava es una de las venas
ms ricas de la literatura chicano-latina en los Estados Unidos:
La cu ltura intelectual es p ara la Human idad como si no existiera, cuando no se
estudia ms que p ara escribir. La literatura seria no es la del retrico, p ara quien la
literatura no es ms qu e eso: literatura. La belleza est en las cosas, la literatura es
imagen y p arbola.
Yo creo qu e el mejor mo do d e formar jv en es de talento cons iste en no
hab larles jams d e talento n i estilo, sino en instruirles y excitar fu ertemente
su espritu sob re cuest iones filos ficas, religiosas , p olticas, sociales,
cientficas e h istricas; en una p alabra, p roceder p or la ens e anza d el fon do
de las cosas , y no p or la ens e anza de un a hueca retrica.
BIOGRAFIA DE CUALQUIERA
p or F. M. B.
Cualquiera, del p rimero que se p resente, de una p ersona que p ertenezca a la gran
caterva de los entes intiles y , p or ende, p erjudiciales.
Naci, fue p resentado en la iglesia p or sus p adrinos, el cura le p uso un nombre, el
sacristn le llam bolo (con v) conforme al rito catlico, y atrajo algunas murgas a la
puerta de su casa.
Mam porque tuvo hambre, durmi p orque tuvo sueo, llor p orque fue mortal, hizo
unas gracias p orque tuvo p adres; al p oco tiemp o fue p resentado de nu evo en la iglesia, el
obisp o le dio un bofetn, y qued confirmado.
Ap rendi a leer, p orque tuvo ojos, a escrib ir p orque tuvo manos, a h ablar p orque tuvo
len gua.
Calcul, p ero no p ens, p orque su inteligencia fue muy limitada; so dormido, nun ca
desp ierto, p orque su imaginacin fu e exigu a, quiso sin amor, p orque su corazn fue de
carne; a la edad en qu e el cuerpo se lo mand, busc un a mujer y se rep rodujo: ni siquiera
se cas movido p or uno de tantos intereses mezquinos que a muchos animan; no p or
pescar un dote, tamp oco p or tener quien le pegara un bofetn, menos p or hallar quien le
hiciera una taza de flor de malv a, ni aun p or ser concejal; se cas porque s, p or
naturaleza, p or urgencia.
Y como iba diciendo, se rep rodujo.
Fue catlico al pie de la letra; oy misa todos los domin gos y fiestas de guard ar; comulg
en todas las Pascuas floridas; co mp r bulas todas las Cuaresmas; p rocur no p ecar contra
Dios, y p ec contra el prjimo, p ues nada hizo p or l.
No ley , temiendo la corrup cin del siglo; no h abl de p oltica, p orque de los p acficos es
el reino d e los cielos; no av erigu los males de su vecino, p or no meterse en vidas agenas;
a nadie aconsej, p orque lo mejor de los consejos es no darlos; no hizo un favor, p orque
el mundo est lleno de desagradecidos; no p rest un octavo, p orque el que fa no cobra, y
si cobra, no todo; no alivi un a miseria, p orque la carid ad bien ordenad a emp ieza por uno
mismo.
Hombre y a, dej de llorar p or no p arecerse a las mujeres,, y de rer p or no confundirse
con los nios; y de distraerse p or no calaverear; y de calaverear, p or no gastar; y de
gastar, por no derrochar.
Tuvo figura de ho mbre, corazn de p erro y alma de cntaro.
Fue religioso p or rutina, honrado p or incap acidad, fiel p or clculo, intil p or ignoran cia.
Muri de la ltima enfermedad, entre las con gojas d el cuerp o y los terrores de la
concien cia.
LOS ACREEDORES
Quien
Las Dos Rep blicas (Tucson) 11 nov. 1877.
Por sup uesto que entre los acreedores, como entre los hombres, los valientes son como el
buen vino.
Por ltimo, y para no cansar a ustedes, ms con recuerdos tristsimos no dir ms que dos
palabras acerca de otro gnero de acreedores.
Los acreedores alevosos. Son :
Aquellos que no hablan al p ortero, ni suben las escaleras, porque se esp eran en la calle.
Al entrar o al salir, no tien e usted ms remed io que top ar con ellos, y no hay escap atoria.
Los que, so color de no querer molestarle a usted, le trasp asan el crdito a un ostrogodo,
abogadillo, agente de negocios o p icapleito que le mata a usted a desazones:
Y los que no le molestan a usted casi nunca. Estos son los peores de todos!
Se p asan un ao acech ando, y el mismo d a en qu e usted acab a de cobrar una cuenta, o de
gan ar una lotera, o d e heredar, o d e casarse, le salen a usted al encuentro con la may or
finura y le dicen aquello de:
M e hace usted el favor de aquel p iquillo?
EL FARSANTE
p or M anuel del Hano
Las Dos Repblicas (Tucson), 25 nov. 1877, Columna Tip os sociales.
obra favorita, a sacrificar su rep oso y sus inclinaciones al bien de sus semejantes o a las
exigencias de sus admiradores fervientes.
Y suele as navegar tranquilamente das y das, a veces temp oradas muy largas p or un
mar de inocentes satisfacciones, contando cada singladura como un triunfo digno de
contarse en su h istoria, p or el mismo es crita, sin rep arar en las sonrisas bu rlo nas qu e
se cruzan en su derred or y acarician su frente con in clus ivo beso d ejando p or
huellas ttulos que hacen rer.
Pero casi siemp re llega p ara el farsante lo que llamara exp iacin s i fu era un tip o
menos irrisorio, y que tratndose d e quien tiene ms d e grotes co qu e de otra cos a, es
trmino qu e no me d etermino a us ar.
Aquellos que por largo tiempo le h an sufrido co mo mo lesto vejigatorio en la boca del
estmago; y los que ms afortun ados, se han redo de l desd e ms lejos, y los que
han vivido seducidos p or su farsa, crey ndolo un Sneca, se han cansado , se han
desen ga ado, le han cono cido el juego y unnimemente d escargan sobre el fars ante
todo el rid culo, contenido y disimulado hasta enton ces p or los p rimeros, y del que
doblemente merecedo r se ha hecho con los ltimos.
Y qu izs alguna v ez es otra cosa ms exp resiva y contund ente la que lluev e sobre el
farsante.
Yo conoc un Dn. F acu ndo Hip rbole, empleado de H acien da, jub ilado y farsante en
activ o servicio .
Yo lo vea en todas las solemnid ad es, v estido co n es mero, eso s - p ues no tolerab a en
su lustrosa levita, ni por un instarte el ms p eque o resid uo de su cigarro, - ocup ar
con graved ad prosop op ey osa los sitios ms vis ibles.
Con la misma grav edad y con nfas is p ausado le o algun a vez d irigir su p rolija y
acentuada p alabra a sen cillos vecinos.
Y aun recuerdo qu e alguno menos sen cillo me d aba con el codo mientras don Facundo
hablaba, y que no faltaban d e vez en cuando dos o tres guasones que le dab an cuerda.
Dn. Facundo refera su entrevista y su influencia con distintos altos p ersonajes, cuy os
porteros p robablemente no le habran escuchado si lo hubiera p retendido.
Y se jactaba con p etulancia inaud ita de h aber aconsejado en crticos momentos a no
recuerdo qu generales durante la ltima guerra.
Y es v erdad qu e Dn. Facundo lleg a d esempear en aquel pueblo no se qu cargos, p ero
tambin, es cierto que se estrenaron en sus esp aldas med ia do cena de v aras de fresnos,
por el descaro con que quiso imp onerse como cand idato a la d ip utacin.
El cuento modernista
El cuento modernista no tuvo mucho xito en la literatura en espaol en el suroeste a
pesar de que los escritores modernistas fueron los ms rep roducidos en los p eridicos en
esp aol de la poca.
Lo p as as con la p oesa suroestina que s adap t las tcnicas romntico-modernistas de
sus modelos hisp anoamericanos.
El cuento modern ista, como en el resto de Hisp anoamrica, es un cu ento p otico. La
trama y argu mento no son importantes. El cuentista modernista se qu eda extasiado en las
palabras, en las nuevas imgenes de sus metforas, en los neologismos. Slo quiere
llevarnos a lu gares p oticamente tp icos (Pars) con p alabras a estrenar y rodeados d e un
halo especial muy diferente a los amb ientes corrientes de cada da.
El cu ento modernista es la culmin acin universalista de la literatura en esp aol en el
suroeste. Desde el roman ticismo p asando p or el realismo y naturalismo, los amb ientes del
cuento mexicoamericano son univ ersales y slo p odemos ubicarlos dentro de la literatura
en esp aol en el suroeste p or el lu gar d e ap aricin. Muchas de las escenas de los cuentos
se dan en lugares tp icos M xico, Pars, Rusia), otros no tienen referencia top ogrfica
alguna. Nin guno muestra un len gu aje idiolctico esp ecfico que nos sirv a para asignarlo a
un lugar o clase determinad a. Todos tienden a tratar temas universales de una manera
standard, diramos. En este sentido, el cuento en esp aol en Arizona y Californ ia antes
de 1915 nos habla de una literatura amp lia y no aislada cono se ha querido p resentar; de
una riqueza d e imgenes literarias reco gidas d e una tradicin literaria no p erdida. El
len guaje evocativo de la narracin modernista se cuid con un esmero especial que hizo
que p udiera dar cabid a a las exp resiones literarias ms sofisticadas. A veces estas ganas
preciosistas y poticas, hizo que la p rosa se acartonara y p erdiera su valor p otico como
en El n gel d e la no che.
EL ANGEL DF LA NOCHE
p or Manuel M . Romero
El Fronterizo (Tucson), 1 febrero 1880.
Los ltimos rumo res del espirante da, en alas de la brisa p or las camp ias van; el
av e busca asila en la floresta umb ra, y el toqu e de oraciones las camp an illas dan.
Del tardo buey escucho el rstico mugido, el montono canto del p obre labrador, de la
ovejilla tmid a el ln guido b alido, y del ocu lto arroy o el p lcido rumor.
A sus mrgenes crece d ichosa la mosqueta, que manso tiento agita el sol al d eclinar, se
oculta entre el follaje medrosa la vio leta, y el aura de la tarde co mienza a p erfumar.
Concierto misterioso naturaleza enva, cu ando en la tarde el cielo se tie de arrebo l; el
astro que difunde calor, v ida, alegra, el astro que se oculta, el moribundo sol.
Las aves y a se anidan en el follaje u mbroso, gorjeando va el amante de su querid a en p os,
tras las montaas hndese el sol esplendoroso, en sus cantos las aves la dan un triste
adis.
Las voces se ap agaron, los ecos se p erdieron, todo es sombra, misterio, es silencio,
quietud; hermosas las estrellas en lo alto p erecieron, oy ndose de un ngel suav simo
lad.
So n tan du lces las notas, tan vaga melo da llega en alas d el v iento a o dos del
mortal, qu e es cu ch ando gozoso , se aqu iet a y extas a vagan do por su ment e d el b ien
el id eal.
Avanza lento el n gel qu e vien e del Oriente, encbrense sus formas con l gubre cap uz,
en tanto que se oculta el sol en Occidente, y el mundo lanza ray os de moribunda luz.
Quin es el ser fantstico, el n gel misterioso cuy o p ie nunca toca de la tierra la faz? Es
de la noch e el n gel, es genio del rep oso que trae dulces ensueo y la nocturna p az.
Deslzase en el viento y cruza la montaa, sobre tranquilo lago mirse p asar; se cierne
sobre el techo de rstica cabaa, y y a sobre el torrente y vuela p or la mar.
l a la casta joven que suelta su cabello y tmida camin a al tlamo nup cial, del amor le
presenta el ideal ms bello, la ms tierna p intura del go ce cony ugal.
l al felice nio qu e duerme en blanca cura, se nuestra p lacentero y le hace sonrer; l
flucta en el v iento con voz tenue de luna, y cuenta a los amantes dichoso porvenir.
l en noche seren a del hurfano al odo de sus p adres la historia acaso refiri, acaso del
consuelo el b lsamo querido en las llagas del triste, piadoso derram.
l cerca de la tumba de la mujer amada p uls junto al amante el clico lad, p intando las
delicias de la feliz morada, donde p remia el Eterno del justo la virtud.
l p ara el ser que llorar p rest su voz al viento, que a veces a las quejas p arece responder;
el dio al oculto arroy o suavsimo concierto, que y a imita gemidos, ya notas de p lacer.
El de la madre triste que el bien p erdido llora, sup o el tormento horrib le p iadoso mitigar,
le muestra el alto cielo donde su nio mora, los himnos celestiales permtele escuchar.
Junto al lecho sombro del triste moribundo, p iadoso se detuvo el sueo derram y el
sueo que sufra durmindose en el mundo al p ie del trono augusto del Padre desp ert.
Al cuitado mancebo que llora los desdenes de la mujer in grata que no lo comp rendi, la
ilusin le p resenta de venid eros bienes, con el amor pursimo de la qu e tanto am.
As el n gel camina doquiera derramando, el p lcido rep oso que da la v ida mortal, los
dulces ruiseores saldanle trinando, en el sauz p osados, del claro manantial.
All en las altas horas de la tranquila no che, el grillo, el triste bho tan bien le lo gran v er;
dizque al abrir las flores su p erfumado broche, sus lgrimas el n gel all deja caer.
Es que sabe se acerca la sonrosada aurora; cuntos, dice, en el da la tierra dejarn! y el
ngel de la noche en su silen cio llora, p or los que en noche nu eva y a vida no darn.
Habis visto en las flores al desp untar el da, roco diamantino su tez abrillantar? Pues
esas son las lgrimas que p or la noche umbra el n gel misterioso viniera a derramar.
Cuando en oscura noche el aqu iln rebrama, y de la nube el ray o flamgero p arti, del
relmp ago lv ido a la funesta llama, el an gel de la noche p or el mortal ro g.
El del nufrago triste que lucha con la mu erte, la p iadosa p legaria llev al trono de Dios,
y salvndose a veces de su terrible suerte, del buque protegido marchar siemp re en p os...
Ms y a p or el Oriente a esclarecer emp ieza, la golon drina mira del alea el arrebo l, el
ngel de la noche inclina la cabeza y su manto antes que llegu e el sol.
Y lento como vino se va p or occidente: a desp ertar empieza gozosa la creacin, se
arrebolan las nubes all p or el oriente y las aves entonan del alba la cancin.
Del n gel desaparece la orla de su manto, desnuda est la tierra del fn ebre capuz, las
camp anas saludan sobre el temp lo santo, a Dios que el sol enva, al padre de la luz.
I
No recuerdo a punto fijo la fecha, p ero s que hace bastantes aos se encontraron en un
caf d e los ms humildes y solitarios de Pars, tres jvenes estudiantes amigos antiguos y
en quienes p arecan vin culadas desde mucho tiemp o, dos cosas que la vejez cree
incomp atibles: la alegra y la miseria.
De aquellos tres jvenes, uno asp iraba a alcanzar algn da el lauro de poeta, los otros
eran modestos alumnos del conservatorio de msica:
Qu haces aqu? p reguntaron los ltimos al p rimero, que casi tendido en un divn se
recreab a contemp lando las espirales azules de su p ip a.
Qu hago ? Es muy sencillo: trato de olvidar que sta es la hora en que la may ora de la
humanidad almuerza.
Hombre, eso de la mayora es muy vago: aqu, p or ejemp lo, somos tres y no almorzamos
por unanimidad,
Di, ms bien, por necesidad, rep uso el ordenador de consonantes.
Es decir, exclam con bro el tercero de los interlocutores, que nosotros, jvenes,
llenos de p orvenir y de vida, destinados quiz a fatigar la historia con el p eso de nuestros
nombres, nos declaramos impotentes ante el obstculo, sin ms ni menos, que esos
miserables que fan su exis tencia a la casualidad, y mueren sin comb atir siquiera ese
terrible enemigo que se llan a el h ambre.
Triste cosa ser, p ero p osible, murmur el poeta, recordando un antiguo verso esp aol.
Pues yo digo qu e no debe ser, y p or mi p arte estoy disp uesto a evitarlo p or todos los
medios.
En ese caso, emp ieza p or convidarnos a almorzar.
Lo har, amigos mos, p ero antes me ay udaris a buscar dinero .
Si hemos de comenzar p or ah, de seguro que no almorzaremos en dos meses.
No tal: almorzaremos aqu dentro de dos horas.
A ver, a ver, gritaron p onindose de p ie los indolentes.
Voy a comunicaros mi p lan, p ero antes es preciso sumar la cantidad con que contamos
en este momento.
Todos echaron mano a los bolsillos: entre todos reunan una suma de seis sueldos.
Ya comp renderis, prosigui diciendo el atrevido, que con seis sueldos p odramos
ap enas tomar un vaso de agua, p ero con seis sueldos hay lo suficiente p ara comprar dos
cuadernillos de p ap el.
S, p ero de qu se llena ese pap el? interrump i uno.
A menos que se llene de solicitudes pidiendo limosna, a adi otro.
Qu es eso de limosna? Infelices! La limosna vamos a darla nosotros, ofreciendo p or
una suma insignificante, lo que ma ana p uede ser un tesoro. Ese pap el se llenar con lo
que improvisemos aqu mismo.
S, p ero qu diablos vanos a imp rovisar?
Esp erad, dijo de rep ente el poeta, tengo la id ea y estoy casi seguro de buen xito.
Qu es lo que cuesta un p liego d e p ap el de msica?
Cinco sueldos, contestaron a la p ar los alumnos del Conserv atorio.
Pues bien, es preciso que uno de vosotros vay a inmediatamente p or l, mientras tanto y o
ir p reparando los materiales.
Pero, de qu se trata?
Imbcil! d e qu ha de ser? De co mponer a toda p risa una cancin.
II
Diez minutos desp us, los tres jvenes se hallaban sentados a la misma mesa, y uno de
ellos lea a los dems la letra ya concluida de la cancin.
Ap enas terminada la letra, uno de los oy entes murmur: Un momento de silen cio
camaradas: ahora me toca a m. Y co mo por encon ato, emp ez a cubrirse de notas el
pap el de msica y comenzaron a galop ar por el pentagrama p atrullas de corcheas, y
destacamentos ligeros de simifusas.
No haba p asado media hora y y a el msico escriba el corresp ondiente da capo en la
tercera plana del p ap el. Tutto e finito! grit con alegra, ap retando la mano d e sus
comp aeros.
Todo no, falta ahora mi p arte que es la p rincip al, dijo el que n ada h aba h echo h asta
entonces.
Y desp us de rep asar un instante el p ap el, con una voz imp erceptible p ara la gente de
afuera, pero dulce y sonora p ara los que estaban a su lado, hizo or su obra a los autores,
que la escu charon con deleite y la ap laudieron con fren es.
Cuando el rumor de los ap lausos se hubo extinguido con gran satisfaccin del dueo del
caf, el p oeta enroll tranquilamente el manuscrito, y se lanz a la calle seguido d e sus
dos camarad as.
A dnde vas? p reguntaron stos con inters.
A dnde? A casa de Brandus, calle de R ichelieu, esquina al Boulev ard de los
italianos.
Conviene advertir a los que no lo sepan, que Brandus ha sido el ms famoso editor de
msica de Pars.
Una vez a la puerta del editor, el p oeta la abri resueltamente, desp us de decir a sus
amigos:
Dejadme entrar solo y esp eradme aqu, que yo os avise.
El Sr. Brandus se hallaba en aquel momento en su desp acho elegante como el de un
banquero, p ero donde casi todos los muebles eran p ianos.
Qu quieres? dijo al v er adelantarse el joven.
Quiero p rop oneros un brillante negocio.
Disp ensad, caballero, p ero y o no me ocup o de ms nego cios que los de mi casa.
Es que mi negocio es de ese gn ero, y sin duda nin guna, os conviene. Se trata de que
comp ris esa cancin.
El editor tom el p ap el y lo examin un breve rato con curiosid ad, p ero como todos los
editores.
Est bien, murmur en seguida, es en efecto una can cin, con letra y msica, segn
costumbre, p ero sera preciso orla p ara p oderla ap reciar.
Si no es ms que eso, vais a quedar comp lacido en el acto.
El p oeta se acerc a la p uerta, hizo una sea y entraron el msico y el cantante en
embrin.
Perdonad si os distraemos de vuestras ocupaciones, p ero estos amigos estn interesados
como y o en el negocio.
Y diciendo y haciendo, sent a uno d e ellos delante de un magnifico p iano, colo c el otro
a su derecha y , p oniendo el p apel en el atril, dio la orden d e que p rincip iaran.
El editor la oy como quien oy e llover, los autores fueron los nicos que se
entusiasmaron. Cuando el p iano lanz el ltimo acorde, p regunt el p oeta:
Y bien, Sr. Brandus, qu os parece?
Lo de siemp re, una cancioncilla agradab le y nada ms.
Pero, cunto os atreverais a dar p or ella?
Yo! dara p or la p rop iedad absoluta quince francos. Los tres jvenes se miraron con
ansiedad.
Pocos son quince francos, balbuce el ms tmido de los tres.
Si lo creis as, p odis llev aros vuestra cancin .
Nada de eso, rep lic el p oeta, tomadla y aadid al p recio un ejemp lar que nos daris
cuando se imp rima.
M e conformo, contad con un ejemp lar p ara cada uno.
Algunos minutos ms tarde, el caf que h aba sido teatro de la improvisacin, lo fu e de
un almuerzo tan esp lndido, cono p uede serlo un banquete a qu ince francos.
Si alguna vez, querido lector, vais a Pars, d i al odo de la primera loreta que te
encuentres, estos dos versos:
As tu cummu dans Barcelonne
Une andalouse au teint bruni?....
Y ella te cantar entonces, toda entera, la cancin qu e comp r Brandus p or quince
francos y que ha p roducido y a ms de treinta mil.
El cuento social
Manteniendo el valor exp resivo del mod ernismo, el cu ento se hace, cada vez ms un
vehculo de expresin p ara los de abajo. Esto no quiere decir que estos cuentos fueran
escritos p or los de ab ajo, sino que segn nos v amos acercando a la revolucin mexicana,
el cu ento y la literatura vuelven a coger aquel aire moralizante que vimos aflorar en el
naturalismo, esta vez encaminado hacia una ense anza p oltico-social ms qu e a urja
mejora de conducta indiv idual. La Revo lucin M exicana fue el acontecimiento que ms
conmovi al mexicano como colectividad acudiendo a la p rensa revolu cionaria o
reaccionaria para expresarse p oltica y literariamente. Los gn eros ms usados fueron
la novela corta (Los de abajo y Los bribones), el teatro (Tierra y libertad de Ricardo
Flores Magn), y el cuento y la p oesa de corte p op ular.
Estados Unidos fue el p as que recibi ms exiliados antes, durante y desp us de la
revolucin y de todos los bandos en contiend a. Desde aqu se organizaran las p rimeras
huelgas en los minerales en el norte de M xico que fueron como la chisp a que encendi
la revo lucin. Desde aqu se organiz la contrarrevolucin y desde aqu tambin se luch
desde la op osicin contra el nu evo orden p ostrevolucionario. Todas estas fuerzas
ideol gicas tuvieron sus p ublicaciones dond e exp resaban sus id eas; es ms, fu e durarte
este p eriodo cuando la p rensa en esp aol en los Estados Unidos fue ms p rsp era. La
lu cha p olt ica de M xico se co ntinu fu era y erraiz en las co mun id ades mexican as
ya asent ad as p or todos los Estados Un idos , esp ecialmente en el su ro este. Los
magon istas, los p orfiristas , los mad eristas, los hu ertist as, los carrancistas, los
villistas, los zap atist as, los obregonist as y los vas con celistas pro digaro n p or todas
las co lonias. Se rompi as la n eutralid ad p atritica d e antes cuand o los mexicanos
de aq u o los mexicanos emigrados v ean a M xico cono un a p atria p erdida, aorad a
y con un d eber p atritico de d efend erla sin ms ; ahora los int ereses s e hab an
div ers ificad o, y los p atriotis mos se matizab an. Las id eo lo gas rivales crearon
tensio nes en las comu nidades, p ero a la vez un inters renov ad o por s u p atria
an cestral o de origen. En la literatura h ubo un a regio naliz aci n d e los t emas y un a
ubicacin co ncreta de los argumentos, no neces ariamente con tramas realistas, p ero
s d esd e lu ego, con referen cias co ncret as.
Esco gimos de estos cuentos sociales aqu ellos que t enan un p rop sito
esp ecficamente social aunq ue p ro cedent es de esp ectros p olticos op uestos. Po r un
lado, el cuento d e la p rensa magon ista, q ue se d istribuy en los minerales de
Arizon a (M etcalf, R ay , Bis bee, Clifton , Moren ci) e incluso las ciu dades (Tucso n,
Phoenix). Su ferv or rev olucio nario tuvo un efecto radicalizador en los trabajadores
mexicanos en las minas y la agricu ltura. Tal fu e su efecto q ue el go biern o en carcel
el 1 8 de febrero de 1916 a Ricardo y Enriqu e Flores Mag n por escrib ir artcu los
crticos so bre las in justicias a los mexicanos en los Estados Unidos. En Tucson, s e
13
trat de p rohibir la v enta de estos peri dicos. En Laredo, Leo L. Walk er, director
de El Progr eso, fu e expulsado del pas por haber escrito artculos ofensivos para el
gob ierno nort eamericano. Por entonces, en todo el p as, s e trat de p ro hibir la
Los cuidados de su mujer, mrtir amorosa de sus crueldades, no eran cap aces de
ap acigu ar a Juan. Trabajando en la fbrica de X** y Comp aa un ao atrs los dientes de
una rueda le co gieron la mano derecha y se la magullaron esp antosamente entre un
engranaje. Hubo que amontrsela. Haba san ado, p ero tambin haba quedado intil p ara
el trabajo. El patrono Sr. X**, p or requerimientos judiciales, p asaba al obrero intil una
miseria cada mes, y an esta miseria a regaad ientes.
No h ay Dios ni p ued e haberlo -d eca J uan desesp erado- pues n o p ulveriza a los ricos
que n o nos auxilian. Qu mal he h echo y o p ara q ue as s e me castigu e? Oy e t,
pazgu ata, co mesantos de s atans, ese tu Dios, cuando t al p ermite con migo deb e s er
un... -y solt el man co un a atro cidad que hizo sant igu arse a su mu jer y murmurar en
voz baja:
-Perd nale, Dios mo - Luego a ad i en voz ms alta.
-Por qu cu lpas a D ios ? Si no hu biera ms mundo q ue este tal vez ten dras razn en
cu lp arle; p ero n o sabes qu e esta v ida n o es nu estra v id a? Ad ems, p or qu pasarla
co mo u n infierno cuando est en nu estras man os alegrarnos ?
Calla, p erra! ru gi el lisiad o lanz and o a su mitad un zap ato v iejo qu e hubo a la
mano.
La mujer call y , moviend o los lab ios como si rezara, entregs e con ardor al trab ajo
de to dos los das ; costura d e en cargo; con ellos y otros ajenos menest eres que ella
in gen iosamente cumpla, alimentaba a s u marid o. Ella... con p oco ten a b astant e.
Pero el cario d e la bu en a mu jer no d is ipab a las nub es n egras amonto nadas en el
corazn d el o brero. Red ucid o a la imp otencia, en aq uel tab uco a teja van a, inactiv o,
caviloso, nutriend o su escaso meo llo d e d iaruchos de la peor laya, s in mano
gan ado ra en otro tiemp o de bu en os duretes, y sobre tod o, s in religin ni res ignaci n,
la v id a d e aquel ho mbre muy bien p od a llamarse infierno co mo haba d icho la
mu jer.
Sep arbales d e otra familia pobrecita un tabiqu e d e tab las mal un id as. Tamb in los
otros v iv an en men guad a b uhard illa, tambin a ellos p ersegu ales la des gracia. Un
hijo mudo y la mad re rolliza eran los v ecinos . Ella era lav andera; el chiquillo d e
doce aos ay udaba a su madre en los quehaceres d omsticos y hasta cos a algo, y
hasta saba algo d e gu isar, y sobre todo, rea el p obret e haciendo du o a su madre.
Pero por q u reiran con tantas ganas ? -s e p regunt aba el obrero- N o son t an
des graciad os como n osotros ?
Esta p regu nta se h aca aq uel d a p or vez cent sima, cu ando tocaro n con los n udillos
en la b uh ard illa cont igu a y entraro n d os seo ras. El obrero las v io p or un a rend ija
del tab iqu e. Eran ricas, eran j venes, eran bu en as. S, eran bu enas, p orqu e Juan -as
se llamab a el obrero- las v io acariciar al ni o, mientras deca la que p areca de ms
autoridad:
Pobrecito . Toma esto p ara qu e seas bu eno y aprend as un oficio p ara ay ud ar a tu
madre, y pareca meterle en la mano un a moneda.
La mu jer dio las gracias como sup o.
Estn contentos ? pregunt la otra s eo ra.
Eso no nos falta, contest la lav an dera. Con alegra y estos b razos, y ense ab a
los s uyos de jayn - n os vamos comp oniendo. A veces falta trab ajo, a veces falta
amo a qu ien s erv ir; p ero n un ca me ha faltado u no....
Quin?
ste, - y la lav and era, co n resp eto mez clado d e ternura, indic un p obre cru cifijo a
quien el mud ito, viend o la acci n de su mad re, man d un b eso co n la p unt a d e los
dedos. Las dems parecieron conmov ers e. La mujer del ob rero, arrimada al tabiqu e
con l, tocle co n el codo , mientras un a lgrima s e le d eslizaba silen cios a. Ju an
aho g un susp iro.
A quien ust ed es p odran au xiliar, aadi la lavand era ind icand o la buhard illa
contigua, es a los d os de ah. El est manco, ella brega d esesp erada p or
alimentarle... Ad ems, les falta lo qu e a m me sobra, les falta resign acin , seoras.
Ella y a est resign ad a; p ero el... ay, l!
No diga usted ms , amiga ma, interru mp i un a d e las d amas, n o queriendo s ab er
mis erias qu e adiv in aba. Les ay ud aremos con alimentos, n uevo cod azo de la mu jer,
nuevo susp iro d e Juan . Lo otro, la res ign acin... eso es ms difcil; p ero...
probaremos. Y sin emb argo, s i l sup iera lo que pierde con no resign arse. Una gran
mu jer deca q ue la resignacin es paciencia, qu e eco no miza fu erza, calma, que d eja
ver los medios de remed iar el mal o amino rarle; d ign id ad, qu e se so met e p or
con ven cimiento.
M uy cierto es to do eso, seo ra, p ero yo a adira que es difcil res ign arse p or
con ven cimiento; n icamente D ios.... y termin la frase la lavan dera vo lv iendo a
ind icar la imagen d el Cru cificad o.
Las buen as s eo ras se h icieron cargo de las ms urgentes necesid ad es de la
buh ard illa, s e desp id ieron d e la lav and era, y llamaron al zaquiz am del o brero ...
Juan estab a con mov ido . Las d amas se s orpren dieron al en contrar, en vez de la fiera
que s osp echaban , un ho mb re man co q ue las mirab a cm manso mirar, mientras la
mu jer s e son ab a estrep itosamente las n arices dis imuland o lgrimas d e
agrad ecimiento.
No se admiren ustedes, s eo ras , d ijo el o brero , p orque... todo lo h e o do , y
se alaba el tabiqu e.
Ah...., exclamaron las d amas comp rend iendo.
Esta es una mrtir, s igu i el obrero. Yo s u verdugo. Hoy abr los ojos a la luz.
Fuera esto! y el obrero arru g, ras g , arro j p ap elu chos , indecen cias, tod o lo qu e
llen ab a su co razn de od io y d esesp eracin... Lu ego s e s eren , y dijo con voz
sosegada:
M e querrn ustedes, seoras, regalar un A mo co no el de la bu hardilla de al lad o,
que me d res ign acin que ahora emp ieza a sent ir?.
Una d e las d amas, conmov ida, s e s ac el crucifijo del s eo r, un cru cifijo d e o ro...
No, dijo Ju an , Eso no. No es que n o le qu iera, y bes la cruz que la d ama le
ofreca. Pero para mi p obre b uhardilla q uiero un p obrecito.
La dama co mprend i al obrero y dijo :
Se lo traeremos, amigo mo, y con l v en dr la paz .
Las damas se desp idieron del matrimonio o brero, p rometiend o vo lv er, d ejnd oles
algn din erillo y otra cosa qu e vala p or mu ch as riq uezas : la res ign acin y alegra
cristianas y la esp eranza d e mejo r v id a.
TRABAJANDO
p or Prxedis Guerrero
[Regeneracin 1900-1918, ed. A. Bartra, p. 196-198. La narracin ap areci o en
Revolucin (Los n geles) entre 1907-1908 o en Punto Rojo (El Paso) en 1909. No se ha
podido fijar la fecha exacta.]
Sobre el barbecho que rev erbera p or los ray os del sol, tostado el cutis p or la in clemencia
de la intemp erie, con los p ies y las manos agrietadas, el labrador trabaja; va y viene sobre
el surco; el alba le halla en p ie y cuando la noche llega todava empua la herramienta y
trabaja, trabaja. Para qu trabaja? Para llenar graneros que no son suy os; para amontonar
subsistencias que se p udren en esp era de una caresta, mientras el labrador y su familia
ap eras comer; para adquirir deudas qu e lo atar, a los p ies del amo, deud as que pesarn
sobre las generacion es de sus descend ientes; p ara p oder vegetar unos cuantos aos y
producir siervos que labren, cuando l mu era, los camp os que consumieron su vida y dar
a la bestialidad de sus exp lotadores algunos juguetes femen inos.
Sudorosa y jadeante en el hmedo fondo d e la mina se debate contra la roca un hombre
que vive acariciado p or la muerte, a la cual se p arece en la palid ez del rostro; martillea, y
dinamita; trabaja con las reumas filtrndose a trav s d e sus t ejid os y la tisis bord an do
sus mortales arabes cos en las blan duras d e s us p ulmo nes sofo cados . Trabaja,
trabaja. P ara qu trabaja? P ara qu e algunos entes vanid osos s e doren los trajes y las
hab itacion es, para llenar cajas d e srd idos avaros ; p ara cambiar la piel p or u nos
cu antos discos metlicos, fabricados co n las piedras que l ha hecho salir a la
superficie a toneladas; para morir joven y abando nar en la mis eria a los hijos
querid os.
En destartalada casu ch a, s entada en hu milde silla, un a mu jer cos e; ha comido mal,
pero cose sin descans o; cuando otros s alen d e p aseo, ella cos e; huy e el d a, y a la luz
de un a lmp ara s igu e cosiend o, cosien do, y p oco a p oco su p echo se h und e y sus
ojos n eces itan ms y ms la p ro ximid ad d e la p obre lmpara que le ro ba su brillo, y
la tos vien e a h acers e la co mp aera d e sus veladas . Sedas, h ermo sas y finas telas,
pasan bajo su aguja; trab aja, trabaja. P ara qu trabaja? Para qu e o ciosas mujeres,
damas aristo crt icas, concurran al torneo de la ostentaci n y la en vid ia; p ara surt ir
lu josos gu ard arrop as, d ond e s e p icarn los trajes en tanto qu e ella v ista de harap os
su vejez p rematura.
Env uelta en llamativos adornos, cargada d e acres perfumes, teido el rostro
march ito y fingien do acentos cariosos, la p rostituta acecha el p aso d e los hombres
frente a su p uerta mald ecida p or la gazmo era mis ma qu e la ob lig a llev ar al
mercado social los efmeros en cantos d e su cuerp o. Es a mujer trabaja, horrible
trabajo el suy o, s iemp re trabaja, trabaja. P ara qu trab aja? Para adqu irir su cias
enfermedades ; p agar al Estado moralizador el impuesto del v icio y expiar en el as co
y la in mun dicia crmenes ajenos.
En lu joso es crito rio el rey de la ind ustria, el seor d el cap ital, calcula; las cifras
nacen de s u cereb ro y nuevas combinaciones v an all, lejos d e la op ulenta morad a, a
dis min uir el calo r del ho gar y los men dru gos de los sup erflu idades en sus p alacios y
recrud ecer miserias en las casu ch as; p ara qu itar al qu e fabrica sus riquezas, el p an y
el abrigo qu e proced er de sus manos; para impedir que los despojados tengan algn
da as egu rado el derecho a viv ir q ue la n aturaleza con cedi a todos; para hacer qu e
una gran p arte d e la h umanid ad permanezca como rebao que se esqu ilma s in
protesta y sin peligro.
Afanos o b usca el ju ez en los v olmen es que llen an los armarios de su gabin ete;
consu lta libros, an ota cap tu los, revuelv e- exp ed ientes, hojea p rocesos; hurga en las
declaracio nes de los presuntos delincuentes ; v io lenta la in ventiv a crimin alo gista d e
su cerebro; trabaja, trab aja. P ara qu trabaja? Para d iscu lp ar con el pret exto legal
los errores so ciales ; para matar co n el d erecho escrito el derecho natural; p ara hacer
resp etados y temidos los caprichos de los dsp otas, p ara pres entar s iemp re a los o jos
de los ho mbres la esp antab le cab eza de medus a en el estrado de la justicia.
Escuch an do p asa el esb irro junto a las p uertas; sus o jillos in qu ieren p or las rendijas,
estudian los semb lantes trat and o de ad iv inar el ras go caracterstico de la rebeld a;
sus odos s e alargan tratando d e p ercib ir todos los ru idos inq uietant es para el
desp otismo; s e d isfraz a, p ero no s e o cu lta; el esb irro tien e u n o lor prop io qu e lo
den uncia; t an p ronto es gusano como es un a serp ient e; s e agita, se retu erce, s e
escurre p or entre la mult itud qu eriendo leer los p ens amientos ; se p ega a las pared es
co mo s i qu isiera chupar los s ecretos qu e gu ard an; golp ea, mata, encaden a; trabaja,
trabaja. P ara q u trab aja: P ara qu e los op resores ten gan tran qu ilid ad en sus
palacios, erigidos sobre mis eria y esclavitudes ; p ara qu e la hu manid ad n o p iens e, no
se end erece, ni marche a la emancipacin.
Se aland o el cielo con un d edo demo naco y d eletreando p ginas d e absu rdos libros,
corre el sacerdote a cas a d e la ignoran cia; p redica la carid ad y se enriqu ece en el
desp ojo; h ab la mentira en no mb re d e la v erd ad, rez a y en ga a; trab aja, trabaja.
Para qu trabaja? Para embrutecer a los p ueb los y d ivid irs e con los d sp otas la
prop iedad d e la tierra.
Y, os curo y p ensat ivo, el revo lucio nario med ita; se in clina s obre un p apel cu alquiera
y escribe frases fuertes que hieren, qu e sacu den , qu e vib ran co mo clarines d e
temp es tad; v aga y enciend e con la llama de su verbo las con ciencias ap agad as,
siembra reb eldas y descontentos; fo rja armas d e lib ertad can el hierro d e las
caden as q ue desp edaza; inq uieto, atraviesa las mu ltitudes llevndo les la id ea y la
esp eranza; trabaja, trab aja. P ara qu trab aja? Para que el labrad or d isfrute del
producto de sus cu id ad os, y el minero , s in s acrificar la vid a, ten ga p an ab und ante;
para que la h umilde costurera cos a vestidos p ara ella y goce tambin de las d ulzuras
de la v ida; p ara qu e el amor s ea el s entimiento qu e enn obleciendo y perp etuando a
la esp ecie, u na a dos s eres lib res ; para qu e n i el rey de la in dustria, ni el ju ez, n i el
esbirro pasen la existencia trab ajan do para el mal de los hombres ; para qu e el
sacerd ote y la p rostituta desap arez can; p ara que la justicia y la libertad, igualan do
racio nalmente a los seres humanos, los h aga so lid arios constructores d el b ienest ar
co mn; para que cada quien tenga, sin descender al fango, as egurad o el derecho a la
vid a.
seor; en seguida n os dio armas y nos lanzamos a la lu cha. Triun famos. Los
malv ados op reso res fu eron muertos, y elegimos al ho mbre q ue nos dio las armas
para que fu era p resident e, y n os fu imos a trabajar. Desp us d e nuestro triun fo
segu imos trab ajando exactamente como ant es, como mu los y no como h omb res ;
nuestras familias siguieron sufriendo escas ez; nuestros mejores hijos continuaron
siendo llev ad os al cuartel; las contrib ucion es cont inuaro n siend o cobrad as con
exactitud p or el nu evo gobierno y , en vez de dis minu ir, aument aban; ten amos qu e
dejar en las man os de nu estros amos el p rodu cto de nuestro trabajo. Algun a vez qu e
quis imos declararnos en hu elga, nos mataron co bard emente. Ya ves cmo supe por
qu luchaba: Los gobern antes eran malos y era p reciso camb iarlos p or buen os. Y y a
ves cmo los que d ijeron q ue ib an a s er buenos, s e vo lv ieron tan malos co mo los
que destron amos. No v ay as a la gu erra, no vay as . Vas a arries gar tu v ida p or
en cumbrar a un n uevo amo.
As h abl el revo lucionario v iejo ; el s ol se hu nda sin remed io, co mo s i un a mano
gigantesca le hub iera echado garra detrs de la mont aa. El revolucio nario mod erno
se son ri y repuso:
Comp aero: voy a la guerra, p ero no cono t fuiste y fueron los de tu poca. Voy a la
guerra, no p ara elevar a nin gn hombre al p oder, sino a emancip ar mi clase. Con el
auxilio de este fusil obligar a nuestros amos a que aflojen la garra y suelten lo que p or
miles d e aos nos h an quitado a los pobres. T encomendaste a un hombre que hiciera tu
felicidad; y o y mis comp aeros vamos a hacer la felicidad de todos p or nuestra p rop ia
cuenta. T encomend aste a notables abo gados y hombres de ciencia el trabajo de hacer
ley es, y era natural que las hicieran d e tal modo que qu edaras co gido p or ellas, y , en lu gar
de ser instrumento de libertad, fueron instrumento de tirana y de infamia. Todo tu error,
y el de los que, como t, han luchado, ha sido se: d ar p oderes a un individuo o a un
grup o de individuos p ara que se entreguen a la tarea de hacer la felicidad d e los dems.
No, amigo mo; nosotros, los revolucionarios modernos, no buscamos amp aros, ni
tutores, ni fabricantes de ventura. Nosotros vamos a conquistar la lib ertad y tirana
poltica y esa raz es el llamado derecho de p rop iedad. Vamos a arrebatar d e las manos
de nuestros amos la tierra, p ara entregrsela al p ueblo. La opresin es un rbo l; la raz de
este rbol es el llamado derecho de prop iedad; el tronco, las ramas y las hojas son los
polizontes, los soldados, los funcion arios de todas clases, grandes y p equeos. Pues bien:
los revolucion arios viejos se han entregado a la tarea de derribar ese rbol en todos los
tiemp os; lo derriban y retoa, y crece y se rebustece; se le vuelve a derribar, y vuelve a
retoar, a crecer y a rebostucer. Eso ha sido as p orque no han atacado la raz del rbol
maldito; a todos les ha dado miedo sacarlo de cu ajo y echarlo a la lumbre. Ves p ues, viejo
amigo mo, que h as dado tu sangre sin p rovecho. Yo estoy disp uesto a dar la ma p orque
ser en beneficio d e todos mis hermanos de cadena. Yo quemar el rbo l en su raz.
Detrs de la montaa azul arda algo: era el sol, que y a se haba hundido, herido tal vez
por la mano gigantesca qu e lo atraa al abis mo, pues el cielo estab a ro jo como s i
hubiera s ido teido por la sangre del astro.
El revo lu cion ario v iejo susp ir y dijo :
EL M ENDIGO Y EL LADRON
p or R. F lores M ag n
(Regener aci n (Los n geles), n. 216 , 1 1 diciembre 1 915.)
A lo largo de la avenid a ris uea v an y vien en los transentes, h omb res y mujeres,
perfumad os, elegant es, insu ltante. Pegad o a la p ared est el men digo, la p edig e a
mano ad elan tada en los lab ios temb land o la splica s erv il. Un a limos na, p or el
amor d e D ios !
De vez en cuando cae una mon ed a en la mano d el p ordiosero , qu e ste mete
presuroso en el bo lsillo p rodigando alab anzas y recono cimientos degradantes. El
ladrn pasa, y no p uede ev itar el obseq uiar al mend igo con un a mirada d e d esprecio.
El p ordios ero s e ind ign a, p orqu e tamb in la in dign id ad tiene rub ores, y refun fu a
atufado:
No te ard e la cara, b rib n!, d e verte frente a frente de un h ombre ho nrado co mo
yo? Yo resp eto la ley ; y o no cometo el crimen d e met er la mano en el bo lsillo ajen o.
Mis p isadas son firmes, como las de todo buen ciud adano qu e no tien e la costu mbre
de camin ar d e p untillas, en el silencio de la noch e, por las h abit acio nes ajen as.
Pued o present ar el rostro en tod as partes; no rehuy o la mirada del gen darme; el rico
me v e co n benev olencia y , al echar un a mo neda en mi sombrero, me p almea el
hombro diciendo : buen hombre!.
El lad rn se b aja el ala d el sombrero h asta la nariz, h ace un gesto d e asco, lanza un a
mirad a es cud ri ad ora en torno s uy o, y rep lica al mendigo:
No esperes que me so nro je y o frente a ti, v il mend igo! H onrado t ? La honradez
no v ive de rodillas esp eran do q ue se le arroje el hues o qu e h a de ro er. La honradez
es altiva p or excelen cia. Yo no s si soy hon rado o no lo s oy ; p ero te confieso qu e
me falt a valor para suplicar al rico qu e me d, por el amor de D ios , una migaja de lo
que me ha despojad o. Q ue violo la ley ? Es cierto; p ero la ley es cosa muy dis tinta
de la justicia. Vio lo la ley escrita por el bu rgu s, y esa violacin contiene en s un
acto de justicia, p orque la ley auto riz a el rob o d el rico en p erjuicio d el pobre, esto es
una in justicia, y , al arreb atar y o al rico p art e d e lo q ue nos h a robado a los pobres,
El cuento filosfico
La meditacin filosfica en forma de narracin corta se cultiv con cierta p rolijidad a
princip ios del siglo y dur hasta la dcada de 1930 cuando Vasconcelos todava gustaba
de exp resar sus concepciones filosficas en el marco fantasioso de una historieta. Es sta
una tradicin hisp anoamericana. Rod, Sarmiento, Vasconcelos, Unamuno, Ortega y
Gasset exp resaron muchos de sus pensamientos filosficos en marcos literarios. La
meditacin filosfica a veces est llevada p or un narrador que nos exp lica meditabundo
una historia que, a la vez, nos conduce a un a enseanza de tip o filosfico (La
disp ersin, Cuento corto, Un cuento de Navidad); otras veces un y o-p ensador
comp arte con el lector un p ensamiento escrito, comunicado (El ejemp lo de la nieve,
Un bronce).
En op osicin al cuento modernista, este tip o de cuento, como el de tip o social, tiene una
tesis que domina la trama formal del cu ento y , a veces, es lo que nos qued a de toda la
narracin : una frase que sintetiza todo: la prevencin en Un cuento de Navidad, el
amor universal en La disp ersin, la sabidura del an imal y las estup ideces a las que ha
llegado el hombre en Un bronce.
El cuento de tesis quizs no est en bo ga hoy , p ero algn da fue sinnimo de buen
cuento, p ues esta forma literaria se us desde la Ed ad Media como una manera de
ensear. El eixemp lo de entonces se convirti en el cuento con moraleja. El
Tucsonense, en un artculo titulado La necesid ad de contar cu entos dice:
A las criaturas hay que contarles cuentos, no slo cono un entretenimiento, sino como
una p arte muy imp ortante en la educacin.
Los buenos cuentos ayudan a formar las ideas sobre la vida y el carcter y desarrollan
acertadamente la naturaleza del nio. Le demuestran a la criatura que no es slo el nico
ser en el univ erso, sino uno de tantos, y esto contribuy e a destruir su natural ego smo.
Se les ensea a condolerse de todo ser viviente; a comprender a sus semejantes y ,
14
mediante esto, a conocerse a s mismos.
El cu ento filosfico es un desarrollo del Pensamiento, forma sta que ap arece en los
peridicos constantemente. El p ensamiento es la primera forma creativa en p rosa y la
ms rudimentaria. El p ensamiento se va comp licando y surge la reflexin, que es
ms extensa, p ero todava sin una n arracin o historia. Son evocaciones o
p ensamientos, p uestos uno detrs del otro, que nos hablan de la op inin qu e el autor,
tiene, por regla general, algo de abstracto que mueve a la reflexin; la amistad, p or
15
ejemp lo, o la fugacid ad de la vida, la maldad, la naturaleza, el recuerdo.
De aqu se p asa al p ensamiento narrativo en el que y a aparece la accin o la historia,
aunque todava gobern ada p or entero por un yo p ensador inmiscuido del todo el tema.
UN BRONCE
p or Fernando Arenas
El Tucsonense (Tucson), 20 marzo 1915, p . 3.
Un incidente, un objeto cualquiera basta a menudo para salir del mundo de las ilusiones
que sin cesar se suceden a travs de nuestros nervios, p or medio de los sentidos, p ara
entrar en el mundo d e la realidad, regido p or ley es inexorables. As, aquella tarde, en que
camin aba al azar, distrado con un engaador asp ecto de la vida, rep ar en un bronce
exp uesto en un escap arate. Apoy base sobre un reloj figu rando una p ea, un oran gutn
que llevaba entre los dedos de una de sus p atas un comps antrop omtrico, mientras
sostena en la mano derecha una calavera hu mana, a la cual observaba con fijeza. El
bronce simbo lizaba la teora evolu cionista de Darwin, provocadora de un a serie de
discusiones entre los sabios y de un a en rgica p rotesta p or p arte de los ignorantes que,
incap aces de comp render la doctrina, interp retaron torp emente, entendiendo que el sabio
ingls pretenda que el ho mbre, p ara llegar a ser como es, hab a sido p rimero batracio, en
seguid a cu adrp edo y luego un cuadrumano. Absurda inteligencia, en verdad, de una
doctrina que si bien resulta d e ella ...cono una suerte de injuria, co mo un a esp ecie de
atentado a nuestra grandeza y dignidad - segn dice Laugel - no p or eso deja de ser
cierta, demostrndonos con ayuda de la embrio lo ga y de la embriogenia que la esp ecie
humana es el ltimo resultado de una evolucin lenta y continua a travs de las edades.
Origen exacto. Cuanto ms grand ioso y digno de la Div inidad que la invencin humana,
que nos sup one de barro, transformndose en un instante en la raza que rep resentamos!
Y al contemp lar aquel smbo lo me p areca que, p oco a p oco, mientras el oran gutn con el
comp s antromtrico, vibrante entre los dedos de su formidable mano, temblorosa p or la
excitacin creciente, al p aso que comprobaba la sup erioridad esttica del hombre sobre el
mono, su feroz fisono ma de simio adquira un a exp resin de envidia cediendo ante la
evidencia man ifiesta de aquella calavera fina y p rop orcionad a que, revestida un da de
carne viva, fue la cabeza de un ser incomp arablemente ms hermoso que l; p ero a
medida que continuaba examinando el crneo, sus ojos de bruto p arecan adquirir
animacin y antojb aseme la bestia sumergida en profundas med iaciones, p ensando tal
vez en que la Naturaleza, guiad a quiz p or un sentimiento ms artstico que p rctico,
haba dotado al hombre con un crneo muy p equeo e insuficiente p ara contener ms
tarde el mundo gigantesco cue habra de formar su infatigable inteligencia. Inteligencia!
Qu p ensaba de ella el simio? En el gesto de su cara slo se adivin aba un a irnica
sumisin, y p or su mente desfilaban, probablemente, todas los siglos, d esde la aurora d el
mundo hasta nuestros das, llevando cada uno la obra colosal del intelecto humano en
determinada poca. Contemp laba la actual civilizacin, descendiendo la escalinata de las
edades por las cuales ha subido el Progreso. S, p areca decir la mueca de su cara, la
inteligencia, ese don divino que en may or grado le fue conced ido al hombre, lo hace p or
ese simple au mento sup erior a mis con gn eres y , sin emb argo, hace miles de aos que
mis antecesores colgaban sus nidos en las ramas de los rboles, p adres de stos entre
cuy o follaje seguimos viviendo nosotros. Como mis antep asados, habitamos nosotros sin
necesidad d e religiones, artes ni ciencias; sin haber requerido gobernantes, cdigos ni
vestidos; sin p retender escalar el cielo, atravesar el Ocano, profundizar las entraas de la
tierra. Como los antiguos, nosotros seguimos bebiendo el agua p ura que nos brindan los
arroy os: comiendo las exqu isitas frutas con que nos regala la selv a. Sin necesidad de n ada
artificial, al favor de sen cillo naturismo, nu estra esp ecie se conserv a sana y fuerte, feliz y
satisfecha. No se ha dado ocasin aluna en que los simios como y o, ora en masa, ora
individualmente, hay an atentado contra sus hermanos, llevando a cabo inv asiones a
sangre y fuego, sin resp etar, con esa diablica invencin de las armas, que les sugiri su
cobarda, ni a los viejos, ni a los mujeres, ni a los nios. No; no recuerdo haber odo
nunca entre las tradiciones nativas algo co mp arable a los esp eluznantes incursiones de
que adivino deben de tratar alguna de estas ley endas; tamp oco tengo nocin de que
alguna vez mis abu elos, n i ahora mis contemporneos, hay an adorado a ningn insensato
feroz y rep ugnante como los Gengiskanes, Calgulas, Nerones, Torquemadas y otros
muchos monstruos a quienes hay a bochornosamente sop ortado la flamante inteligencia
humana, jactanciosa de comp render a Dios, de volar a las estrellas, de cantar odiseas, de
edificar p irmides, de morir p or una dama, d e elevar p atbulos y de ametrallarse
desp iadadamente, p ara lu ego, desp us de esta ltima fechora, esp ecialmente, colgarse en
el lu gar donde palp ita el corazn, entraa en la que sup one radica la nobleza un pingajo
de trap o del que p enda cualquiera martin gala que p omp osamente llaman condecoracin.
Tal es lo que me imagin qu e pensaba aquel oran gutn cuando v i su mueca risible y , ms
an, me p areca leer en aquel gesto su agradecimiento y admiracin hacia Darwin quien,
no obstante ser uno de los hombres que ray a una altura muy elevada por encima de
mediocridades, honradamente sacrific a la verd ad su amor p rop io, y rebaj su mal
entendida categora de ho mbre h asta el p unto de separarla slo p or un eslabn del mono,
del antrop omorfo, en cuy os ojos de animal, a p esar de ser de bronce, me p areca leer la
satisfaccin que senta al cerciorarse d e que, si h aban d esap arecido de aquella calav era
sujeta entre su garra formidable los ras gos rudimentarios y bestiales, en cambio se
dibujaba en el crneo amarillento, la risa, feroz p rerrogativa del hombre.
EL EJEMPLO DE LA NIEVE
p or Efran Buenrostro
[El Tucsonense (Tucson), 16 marzo 1922.]
Yo nunca haba contemp lado una nevada, y en verdad que no haba visto una gran cosa,
porque esta constituy e elocuente leccin de la tica del Universo. Para muchos ser la
crisis de un p roceso de naturaleza fsica, y solo vern que el agua dep ositada sobre la
tierra, bajo la accin de los rayos solares se calienta, se evapora, y emp rende un viaje de
ascensin hacia las region es elevadas de la atmsfera; que en su ascenso imp alpable y
fugaz va encontrando el aire cad a vez ms enrarecido, ms sutil, ms fro, hasta que
trop ieza con la inclemencia de una temp eratura desp iadada y brusca, brusca imp iedad que
los fsicos han llamado grado d e con gelacin. Y entonces el agu a, que p urificada p or el
fuego asciend e gloriosa, se detiene ante el atmosfrico v alladar in clemente, y dcil y
paciente junta sus molculas disp ersas, y oprimindose medrosas emp renden el regreso,
la cada, en bandad as de blancas mariposas que, al p osarse en las sombras tonalid ades de
la tierra, la cubre con un manto eucarstico de blancuras de Carrara.
Para m fue una sorp resa grata, inolvid able sorp resa de matiz uniforme y reflexiones
variadas. Desp us de una noche tranquila, pastosa, al descorrer el transp arente de la
ventan a, oh encanto, me encu entro la tierra v estid a d e nov ia, luciendo nupciales
atavos, quimrica y vap orosa, p dica en su raro s ilencio matinal y velad a con un a
blan ca gasa interminable, color d e... alma, de p ureza; con emblemas d e fecund idad. Y
sent en mi s er un a cama infin ita; en la tierra, u na v id a que tiembla; y en la vida qu e
tiemb la, qu e bulle, una es en cia de castidad. Y veo en el albo fen men o, no la aridez
de las definicion es fsicas, s ino un a parbola mstica y mis ericord ios a de esas que a
diario nos ofrece la naturaleza en las mlt iples man ifestaciones de una vid a
inacabable, fecun da y armon iosa.
Qu fuerza evocado ra y ev an glica en cierran ese p alp itar de alas blancas, ese motn
de p talos n ivosos , esa tran quilid ad au gusta d e la tierra convertida en azucena gentil
al con juro de un b eso no cturno y glacial al ru mor de b lanca caricia inv ernal!
Qu marco tan sev ero y tan in genuo; qu reproch e tan suav e y tan p rofu ndo
en gendran esos v elones de canas nveas qu e s e h acin an s ilencios as y serenas sobre las
cunas , sobre las tumbas , sobre el p rincip io y el fin d e la futileza humana. Y el alma,
bajo el pod er imagin ativo d e aquella des floracin de nu bes qu e sueltan p talos co mo
los limoneros al sentir las caricias de Eo lo, ve con estupor infinito las t endencias d e
los hombres d e... ensan grent arlo , de enrojecerlo todo, y las tenden cias de la n iev e
de... blanqu earlo , de purificarlo todo.
Oh ejemp lo silente y piadoso de la n ieve, cun alto hablas a las p asiones en d esenfreno!
T, con la albura de tu manto, que se antoja formando d e irrad iaciones, de crep sculos
lunares, cubre los fan gales, las rocas enhiestas, las oqu edades sombras, la traicin d e los
CUENTO CORTO
p or Amado Cota Robles
El Tucsonense (Tucson), 22 diciembre 1917, p . 1, col. 4-5.
Durante todo el mes de noviembre y los dos p rimeros tercios de d iciembre del ao de
1900, Consuelo, p reciossima n ia d e ocho aos no cump lidos, estuvo p oniendo varios
recados, y p or distintos conductos, al ngel con objeto de que ste no olvidara, al llegar
la Noche Buena, de p oner, a un lado d e la camita de ella la mueca aqulla que sus
pap s le haba dicho sera suy a en llegando el anhelado da.
A todas horas Consuelo tena algo qu e p laticar sobre el futuro de su querida mu eca, a la
que y a p rofesaba un verdadero amor maternal; le p rep araba la camita, las sban as, el
bibern, las almohadas, los alimentos, la canastilla en la que los faldones y p aales no
escaseaban, con objeto de que n ada le faltase a la que p or uno de esos misterios infantiles
vendra a colmar de felicidad un hogar fuertemente azotado p or pasadas desgracias; al
gato y al p equeo p erro, a los p jaros y a las flores, a los muebles y a los trastos,
Consuelo diriga frases con el fin de que gu ardaran una mesurada comp ostura al arribo de
su M ara Luisa, nombre con que haba p rebautizado al ngel de sus ensueos; y los
buenos p adres de la nia, haban y a disp uesto lo necesario para que la mueca estuviese
lista a la hora en que la tradicin dice que las chimeneas crujen al p aso del Buen ngel
cargado de regalos p ara los nios obedientes.
***
Y los glaciales fros de la montaa y los huracanados v ientos de la sierra y la furia
pertinaz de las alturas y la endeb le constitucin fsica d e Consuelo, p ostraron a sta en
cama, vctima de desesp erante bronquitis, que en poco tiemp o min la salud de aquel
querubn de ojos negros y corazn blanco, que era, p ositivamente un consuelo de
aquellos p adres, cuy o corazn destilaba tristeza, y cuando el otoo da paso franco al
invierno, cuando los ngeles bajan del cielo a coron ar de b lanco las techu mbres, a tap izar
de nveo los senderos, adornados de graciosas estalactitas los desnudos brazos de la
arboleda, Consuelo exhal su ltimo aliento en medio d e la consternacin general de
aquella casa y sin haber tenido el gusto de estrechar en su regazo de nia-madre, a M ara
Luisa, por quien tanto delir.
Yo la vi al amanecer del d a 25 de d iciembre, exp uesta sobre su blanca camita mortuoria,
con la sonrisa d e los ino centes dibujada hb ilmente en todas sus delicadas facciones,
rodeada de flores y de tiestos, teniendo recostada, sobre su bracito derecho, el cuerp o
tambin in animado de M ara Luisa la qu e, p or un deseo carioso del padre, iba as a
trocar en sudario la canastilla del recin nacido, aco mp aando de este modo a la que tanto
le quiso sin h aber tenido el gusto de darle con vehemencia, con amor y con terneza, el
sculo que p urifica al que se adora.
Y las lgrimas de los doloridos p adres ora caan sobre la helad a frente de Consuelo, ora
rodaban p or la fra carita de M ara Luisa estrechando aquellos dos cuerp ecitos con
igu al cario y con igual do lor.
EL M ARTILLITO DE NAJERA
p or Atilio J. Piano
Alianza (Tucson), diciembre 1950, p . 4 y 11.
Todos los aos, al ap roximarse la noche d e los Rey es M agos, Antonia senta op rimirse su
corazn. M ientras era nia, esa misma fecha le llenab a de alegra, de entusiasmo, de
extraa exaltacin; ms tarde, fue una noch e de Reyes la que eligi Carlos p ara decirle
que la amaba, y una noche de Rey es tendi su mano izquierda p ara que l colo cara en
uno de sus dedos el simblico anillo del noviaz go. Pero ahora, p asados los aos, la noch e
de Rey es no le trae alegras ni gratos pensamientos; le trae slo el recuerdo d e un dolor as
sup erado e imp osible de olvidar.
Ha sido feliz en los dos p rimeros aos de su matrimonio, con la felicidad tranquila,
sosegada, serena, que n ace en las almas limp ias y llena la vida de arrob amiento y
embeleso. Tuvo un hijo, y con l vinieron las p reocup aciones, las ansiedades, las luchas.
Pas noches enteras sin dormir, imaginando med ios que salvaran al nio de las
asechanzas in gratas de la vida, que lo alejaran siemp re de dolores y angustias, que
conservaran su inocencia muchos aos, que nin guna enfermedad minara jams su
organ ismo; y para todo ellos tena esta so la resp uesta: Mi amo r lo salvar. Sup ona
para l los destinos ms lu minos os, brillantes y elevados; qu era qu e llegara a la ms
alta cima de la sab idu ra, qu e su inteligen cia no fuera sup erad a, y en contrab a
seguridad p ara todo esto rep itiend o Yo lo amp arar.
El n io fue crecien do. C uando ens ay los primeros p asos, Antonia se sobresalt. No
fue alegra lo qu e sinti en su corazn, sino temor. Los p asitos inseguros,
precip itados, que h acan balancear en el aire los dos brazos ab iertos como alitas
protectoras, no eran peligrosos ? No p odan da ar sus p iernas dbiles todav a? Cad a
uno d e los p asos que dab a el ni o era como un p in ch azo en el co razn de la madre.
Pasaron cuatro aos y, al acercars e la no che d e Rey es, Anton io adv irti en los o jos
muy azules del n io la expres in d e un des eo. C on la in agotab le dulzura d e su
corazn, inquiri suavemente esta resp uesta:
Si los R ey es me trajeran un martillo!...
Oh nio mo q uerido! Por qu es tan humilde tu des eo, tan insign ificante tu
asp iracin ?
Lo tendrs, qu erido, Ju ntos, t y y o se lo p ediremos a los Rey es. Vers... Lo
pondrn en tus zap atitos; estoy segura.
Y lo apret d esesp eradamente sobre su p echo. Estoy segura, p orqu e si es preciso
dar la san gre de mis venas para comp lacerte.
Las hbiles manos d el p adre fab ricaron la herramienta. Cort y p uli la madera que
habra de servir de cabeza, y lo mismo hizo con otro trozo que servira de mango. Lleg
la noche d eseada y antes de acostarse el nio dijo:
M am. Se o lvidarn los Reyes?
No, hijito, no se olvidarn.
Y la voz del p adre, llena d e emo cin, rep iti a su vez:
No se olvidarn.
Quiz nunca en la vida d e Antonio y Carlos sintieron tanta inquietud y tanta excitacin
como la sufrid a en el mo mento en que, ambos, se inclinaron sobre la camita blanca d el
nio p ara cerciorarse de que dorma, y p oner cuidadosamente en uno de los zapatos el
martillo de madera. La p unta del zapato estaba rota; la cinta con que cerraba tena un
nudo rstico, que h icieron los deditos infantiles, y la suela gastada se curvaba hacia
arriba. Cuando Carlos tom en sus manos el zap ato, sonri, p ero no sup o si su sonrisa era
de alegra o de p ena. Si l pudiera traer p ara los p iececitos del hijo un nuevo p ar de
calzados. Si l p udiera ev itar que los usara rotos y deformados! Trabajara con ms
ahnco y quizs p udiera, en pocos das ms, p oner arte los o jos muy azules de su h ijo,
nuevos zap atitos.
Qu jubilo y qu regocijo sinti el nio a la maan a siguiente! Bes a sus p adres varias
veces, co mo si p resintiera que ellos, y no los Rey es, haban trado el regalo ap etecido.
Los ojos de Antonia se llenaron de lgrimas, y Carlos le oprimi la mano con suav id ad,
como si rep ro chara su llanto para el in justificado. Todo el da reson aro n en la casa los
ap agados golpes del martillo de madera, con qu e el p equeo carp intero se
entretena.
Pero en la noche d e Rey es del ao sigu iente, el nio no estaba ya en este mundo . Al
irse, dej v aca el alma de sus p ad res, vaca la cas a, v aco el mun do. La madre reco gi
las p ocas y humildes rop itas, los zap atos gastados y el martillo d e madera. Con
infinita p recaucin , los guard en el cajn sup erior de la cmod a familiar. All
habran de quedars e aos y aos bajo la v igilan cia amorosa.
Antonia tien e los cabellos encan ecidos ; otros h ijos h a trado a la vida, p ero aquel
pequeo de los o jos muy azules no fue nu nca o lvidado . Ella y el marido lu ch aron : con
la p obreza, con la advers idad y con el destino amargo. M uchas veces se mirab an
profundamente a los ojos, y , sin decrs elo, los dos p ensaban an gustiados: Qu ser
ma an a?
En la no che de los Rey es Magos, a esco ndidas, Anton ia p ona sobre su regazo las
rop as, los zapatos y el martillo d el h ijo ausente. Lloraba. Pensaba en sus sueos
desvanecid os, en sus esp eranz as irrealizadas. No te s alv mi amor, hijo qu erido ; no
te amp ar suficientemente; qu iz p or eso te h as id o. Go lp eab a con el martillo los
brazos del s illn y sus cab ellos p arecan ms blancos, sus ojos ms tristes.
El da de R ey es, los dos se sentab an p ara v er entretenerse a los otros hijos con los
ju gu etes que la no che anterior co lo caron en sus zap atos. Ella in clin ada un p oco sobre
el hombro, la cabeza cansada; todo su rostro expresaba una lasitud infinita: tena la
mirada sumisa, suby ugada; su p iel era blanca y suave; algun as arru gas nacan en los
extremos d e los ojos y se p erdan en las sien es hundidas; la frente alta y desp ejada, el
mentn un p oco saliente, p orque la boca iba sumindose a medida que p asaban los aos.
En estos momentos, toda ella era mansedumbre ap acible y humilde benign idad.
Mirndola, p areca slo un alma, un a sombra. Su mirad a se p erda como si en realidad
viviera solamente su vida interior, inmaterial, sutil, etera.
A su vez, los padres dejaron la vida. De la misma manera que haban vivido, d elicada y
suavemente. Antonia se fue del mundo. Y tras ella v ino el d errumbe d el ho gar, cuy a
cohesin mantuvo mientras vivi. Cada hijo se orient en sentido contrario, formando
hogares nuevos. Las cosas y los muebles viejos fueron d estruidos y arrojados a la
hoguera. Las reliquias que Antonia guardara tanto tiemp o en el cajn sup erior de la
cmoda, llevaron igual destino, y tal vez entre los trastos viejos y residuos se encontraron
el martillito de mad era. Nade lo salv!
Ao tras ao se suceden las noch es de los Rey es M agos, y nadie en el mundo recuerda la
vocecita del p obre nio que una vez exp res su p rincip al deseo en esta forma:
Si los Rey es me trajeran un martillo!....
Nadie evoca los ojos muy azules; nadie evoca el melanc lico rostro de Antonia, con el
poco cabello p artido en dos ban das igu ales, cad os sobre las orejas, y prend ido en la
nuca, Es qu e la v ida est llena d e ingrat itudes y de olv idos!
LA DISPER SIN
p or Jos Vasco ncelos
Alianza (Tu cson), diciembre 19 3 2 - enero 19 3 3, p. 42 .
Desp us de v ivir en la p rop ia entraa el conflicto de las dos naturalezas que en l se
fundieron : la materna, la patern a, Juan M ara se crey constituido, finalmente
integrado, se s inti p or fin Uno .
Pero Juan Mara comenz a tener hijos. A l p rincip io no adv erta en ellos
caractersticas sin gu lares. Ap enas si p ostrab an es os p arecidos q ue a menud o se
exageran, y a con el padre, ya co n la madre. Ni le p reocup ab an a J uan M ara tales
nimiedad es, fascinado como estaba por el prodigio de aquellas vidas en desarrollo
jocu ndo, esp ontneo , dich oso.
Fue menester que los p equ eos crecieran para que Juan M ara emp ezara a adv ertir
ciertos tonos de voz, p articu larmente ciertas inclinacio nes a la contradiccin
irracional qu e se le revelaron cono un terrible aviso d el extrao qu e se agitab a en sus
vstagos. D el seo d e aqu ellos tesoros que crea suy os y ms queridos q ue su p rop ia
conciencia, emerga de p ronto realidad, se ergua un a naturaleza en emiga, reapareca
la ndo le de su mu jer. Y aquella manera de n egar, d e contradecir... Y Ju an M ara,
reco rdando su exp erien cia del conflicto interior de las dos naturalezas de que proced e
cada individuo, recap acit: De nada serv a que el hijo fundiese en un a las orientaciones
rivales de su doble ascendencia. Dicha unidad tan p enosamente conquistada, tornaba a
disgregarse otra vez, y el vstago era, no un hijo suy o como lleg a suponer, sino un
doble dentro del cual p ugn aba su hijo, aliado ind isolublemente al contrario p aterno y
viceversa. Dentro del hijo estaba la madre y , aunque no p oda sentir nin gn ren cor contra
el hijo para quien todo se deshaca en ternura, la rep ulsa de su mujer se le acentuaba,
siemp re que descubra a ella en sus hijos.
Lo de menos eran las mo lestias que en el trato cotidiano le ocasionara la doble naturaleza
de sus hijos; todo lo p erdonaba y olvidaba Juan M ara, arrastrado por su pasin p aternal;
pero se dola p or ellos. Sin dada se hubiese sentido orgulloso de los ras gos maternos de la
prole si crey era que le favorecan, p ues juzgaba los hechos colo cndose exactamente en
la p osicin de los menores h aciendo punto omiso de p referencias suy as. Y el hallazgo de
los sedimentos maternos le causaba terror, no p orque viese en ellos nada
fundamentalmente rep robable, sino simp lemente p or falta de simpata con aquel gnero
temp eramental. Sobre todo le desconcertaba ver de nu evo, erguida frente a l, aquella
suerte de voluntad enemiga. En suma, la in corregib le disp aridad que h aba lo grado ven cer
con slo negarle del todo la atencin, ahora reap areca en los gestos, las aficiones y a
veces en las p alabras mismas de sus inmediatos descendientes. Asista a la ap aricin de
una rp lica ind eseable, p ero irrevocablemente insertada en la carne y el alma d e su hijo...
Juan Mara entonces se daba cuenta del alcance d e aquella suerte de reto irnico que la
madre suele emp lear cuando ofrece al p adre el dulce en canto de un h ijo. Y confirm algo
que ideara vagamente mucho antes: el matrimonio se consuma ind isoluble, no en la
unin, sino en el fruto... El lazo matrimonial se ata cuando nace el hijo...
Desp us era intil cu alquier intento de sep aracin. Lo ms intimo d el ser moral qu eda
atado sin remedio al ms grato valor del mundo, el alma de un hijo. Tambin dentro del
cuerp o tiernamente amado del h ijo queda imborrable la impresin materna... La cad ena
se haba hecho eterna y le ataba sentimiento y albedro, le ataba el alma.
Y es de notar que le era ms doloroso a Juan M ara descubrir en sus hijos la p arca fsica
del p arecido materno que todas las semejanzas morales p or estrechas que las advirtiese...
Sup ona quizs que la educacin o un desarrollo de madurez, cambiaran en lo moral,
todos los asp ectos desagrad ables, p ero el sello fisiol gico, la marca de casta... quin
acierta a borrarla?
As y todo Juan M ara fue siemp re dichoso con sus hijos, lo mismo que cu alquier buen
seor que no reflexiona p roblemas; quizs los amara con ms vehemencia p orque sus
mismas p reocup aciones herodafectivas, p rovocbanle efusion es y raptos de
encari amiento fogoso. Comp renda en aquellos instantes la excelencia, la
resp onsabilidad, el remordimiento de ser p adre. Y aun al resto de las gentes slo conceb a
amarlas en un a vaga relacin d e p aternidad; en consecuencia p refera y amaba a los
nios... Y le acon gojaba contemp lar a los hijos bifurcados y siendo a ratos uno, a ratos
otro... o, ms bien, la otra...
En su curso acomp asado, los aos trajeron un da el suceso desconcertante: Juan M ara
fue abuelo. Al princip io no le dio importancia al caso. Su nieta era un ser curioso, pero un
poco remoto y nadie iba a reemp lazar en su nimo el lu gar de su hija. l tena a su hija; la
nieta era p rop iedad de su hija y de su y erno. Poco d esp us Juan M ara empez a gozar el
trato de la nieta. Los meses contaba cuando por p rimera vez la oy llorar con aquel llanto
que y a tena olvidado, el llanto de sus hijos tiernos. La v io sonrer y moverse y fue
quedando co gido, d eleitado, absorto.
Las gentes comentaban la devo cin de Juan M ara p or la nieta. Y a menudo le
interrogab an: Es verdad que se quiere ms a los n ietos, ms que a los h ijos? Juan M ara,
mitad en broma mitad en serio, resp onda que s y explicab a, p or lo menos sta
desbanc a su madre, la quiero ms que a mi hija... Su secreto p rofundo se le revel
desp acio y Juan M ara no lo confiaba..., contemp laba largamente a la n ietecita. La vea
con arrobo y comp lacencia p rofunda y con frecuencia reflexion aba... no se p arece... y a
no es lo mismo... Tiene sin duda y felizmente mucho de su madre, p ero nada casi nada
de la abuela... se ha d isip ado en ella el elemento enemigo... Sin embargo, los familiares
descubran en la nieta todos esos vagos p arecidos del p equeuelo, los aspectos del salto
atrs que a veces rep roducen, determinados rasgos de los abuelos con ms p recisin que
los caracteres del tip o p aterno o materno. Y observaba alguien : tiene la frente del abuelo
paterno y la mirada del abuelo p aterno. Y no faltaba qu ien hallase a la n ieta p arecidos con
la abuela materna, la esp osa de Juan M ara, p ero algo tan remoto y estaba tan rep artido
entre una serie de ras gos de castas diversas que se poda hacer broma de aqu ellas trazas
fantsticas. Adems, los p arecidos con la familia del y erno le co mplacan, todos aquellos
extraos afables eran ondas del ocano tnico en que se p urificaba, se injertaba el retoo
distante de su alma, contenido en la nieta. El hijo p erp etua el linaje, la nieta lo dispersaba.
Lo cierto es que la pequeuela p osea p articularidad es de sus dos d istintas ramas de
ancestros. Y recordando Juan Mara, su p ropio caso, de las dos naturalezas que l rev ivi
hasta fundirlas en una, p ensaba: he all que el p roblema es ms confuso de lo que
imagin ; p orque no son dos n aturalezas las que en nosotros concurren buscando alianzas,
sino cuatro y en p rogresin geomtrica, en d isgregacin al p asado y en disp ersin al
futuro, vanamente intentamos fijar la estructura, individualizar la corriente de human idad
que fluye p or nuestro corazn.
Y al v er as deshechas sus teoras p rovisorias de antes, Juan M ara verti en la nieta un
amor de interesado y libre d e p referencia o rep roche... Ya no se amab a a s mismo en
ella, como acaso se am en los hijos. Tamp oco encontr en el nimo del vstago, qu e no
sera el llamado a moldear nin guna de las rebeliones de aqu ella voluntad contraria,
todava en el trasp lante. Ahora asista al milagro de la voluntad nueva, inmaculada,
abrindose p aso a travs del p equeo ser imp erioso y dulce, infinitamente amab le.
Y ad elantando la reflexin al sentimiento, Juan M ara se hall a menudo, meditando... y
p or qu no soltar este amor de los nietos en todos los nios, que y a no comp arten con
nosotros ningn ras go de familia, p ero llevan en su en traa el latir de igual anhelo que el
que nos mueve el alma?... Si tanto se ama al nieto que ya slo nos p ertenece en una
cuarta parte, por qu no renunciar a la aritmtica y amar un p oco a cada uno de los
nios, a cada uno d e los seres de la creacin? En cad a uno hay una p arte de nuestra
prop ia esencia; y en cada nio va una p orcin de nuestra alma, lanzada al futuro,
entregada a destinos sombros o a destinos dichosos... Y Juan M ara terminab a sus
meditacion es en esa esp ecie de bendicin que es el consuelo d e todos los viejos. Y tal
fue, de esta suerte, la leccin de la n ieta.
El cuento de la revolucin
Igual que p ara el M xico de Adentro, p ara el M xico de Afuera, la Revolucin de 19101921 fue un acontecimiento trascendental. La revolu cin trajo todo un nuevo tip o de
gente al norte. No slo vino el p ueblo llano, sirvo tamb in otras cap as sociales, nongratas para el nuevo ord en p oltico y social del M xico revo lucionario. Estos grup os de
reaccionarios, co mo solan llamarse a s mismos, les cost acostumbrarse a la situacin
desaventajada en qu e se vean en el nuevo pas donde, co mo los dems mexicanos d el
pueblo, no eran bien consid erados y eran medidos p or el mismo rasero qu e los greasers
y zurumatos. Esta situacin les hizo ms p atrioteros y la nostalgia por un paraso
19
perdido se hizo tema de sus creaciones. Pero p ronto las races echadas aqu los imp iden
,
volver y ms y ms . Texico qued a ah, slo p ara el da d e las fiestas p atrias.
La revolucin comienza a idealizarse y comienza tambin a ser parte del folklore y la
literatura. Los hro es pop ulares, con sus males y todo, comienzan a verse en la lejan a
como legendarios y los Pancho Villa y Zap atas, que ap arecieron en los p rimeros
peridicos p orfiristas como criminales comun es, ya no sern tenidos p or tales en los
cuentos, donde incluso se les considera como especie de Robin Hoods contra los
gobiernos corrup tos de despus (Carranza, Obregn, Calles). Guillermo M artnez nos
presenta un Pancho Villa forzado a lu char p ara defend er el honor de un a hermana
ultrajada y el Pancho Villa d el Diario de un oficial, aunqu e histrico en el setting,
est comp letamente idealizado. Las descripciones nos recuerdan el romanticismo del
XIX.
La revolucin qu ed en la memoria colectiva del mexicano en los Estados Unidos y el
todava hoy el da en cue mucha de la narrativa chicana comienza en los ambientes de la
revolucin. Es curioso observar que el p rimer grup o de novelas llamadas chicanas p arten
20
siemp re con un p ersonaje de la revolucion.
La revo lucin fue contada p rimero p or los exiliados, d esp us p or el cine y desp us p or la
literatura. M uchos exiliados trajeron consigo su versin de la revolucin que fue pasando
de gen eracin en generacin hasta nuestros das. Una estudiante de Tucson cuenta as lo
que oy en su familia de la revolucin:
Mi nana M anuela naci en Tep ache, Sonora, en 1910. Tepache era un a
ran ch era qu e estaba al s ur de Cu mp as. Durant e el tiemp o de la revo luci n,
mi bis abu elo, Anto nio Ru iz Caz ares , es carb un h oy o en el granero, y all
escond a a su familia cu and o venan hombres revo lu cionarios. Cu an do
llegab an a su cas a, l les deca q ue se hab a llev ad o a la familia para el
pueblo . Una vez, estos hombres amarraron a mi bis ab uelo y le pegaron
porque l no les dio el d in ero qu e ellos p ed an. La familia era muy pobre y
ni siq uiera tena d in ero ! Esto es algo ridcu lo , p orque un o piens a qu e los
rev olu cio narios no slo est aban p eleando en co ntra d e los fed erales, s ino qu e
tamb in exp lotaban a la gente p obre e in defens a.
Mi bisabuela Julia, mam de mi nan a M anuela, dio a luz a su ltimo hijo, y das
desp us, p or la noche, un gato estaba en el techo de la casa. Ella, aterrorizada,
pens que era un revolucion ario, o la trop a de los fed erales. Se enferm de una
hemorragia y muri. Este incidente doloroso p ara la familia de mi nan a nos deja
ver que la gente vivi en terror diariamente durante la revolucin.
Una amiga de mi mam era una joven de catorce aos en el tiemp o de la
revolucin. Ella fue v iolad a por un gen eral de la guerra y sufri mucho p or su,
exp eriencia. Mi bisabuela Ins Acosta, le p latic a mi mam que a ella la casaron
a los catorce aos. La razn por esto es que al p rincip io de la guerra respetaban
los hombres a las mujeres casadas. Sin emb argo, como se ve en Los de abajo, en
algunos casos ni las mujeres casad as eran resp etadas. Si Demetrio no hubiera
21
estado en su casa, el sargento federal hubiera vio lado a su mujer.
Bernardo Acedo de Dou glas con ancestros en San Pedro de las Cuevas, Sonora, recu erda
or en su familia c mo Pancho Villa arras el p ueblo, p orque mataron all a un sobrino de
Villa, pasando p or las armas a los hombres de ms d e 16 aos de ed ad. Estos, p ara
escap arse, se vestan de mu jer y las mujeres p ara no ser u ltrajadas se metan en las
22
chimen eas. Su tata recuerd a todava hoy haber visto muchas mujeres tiznadas p or eso.
Por otro lado, el cine norteamericano de entonces hizo de la revolucin mexican a su tema
princip al. Los peridicos de Hearst, y su industria cinemato grfica, divulgaron por los
cuatro vientos una revolucin en emiga p ara los Estados Unidos y trataron de conectar a
23
Mxico con el Jap n. Se filmaron med ia docena d e p elcu las y documentales y las
cadenas de televisin norteamericanas mostraron un inters extraordinario en la filmacin
de los combates. Los lderes revolucionarios ap rovecharon esta ocasin como mtodo de
publicidad. As, p or ejemp lo, Parcho Villa retras el ataque a Ojinaga p ara esp erar p or los
24
camar grafos.
La literatura tamb in fue un a man era de transmisin histrica d e la revolucin y a que
much a de la primera literatura de la rev olu cin se es cribi en los Estados Un idos,
como ya hemos mencionado antes. Los de aba jo, quizs la nov ela corta ms
influy ente d e la revo luci n, fue escrita p or entregas en El Paso del por te, p eridico d e
El P aso. M artn Guzmn co menz a es cribir en San Antonio, Texas , su monumen tal
obra sobre la Revo lucin . Vasco ncelos tamb in pas much o tiemp o en los Estados
Unidos con feren ciando y haciendo p rop agand a entre los grup os vascon celistas del
Mxico d e Afuera. Santiago R. d e la Vega, p eriodista, caricaturista y d ibu jante (18 851950) vivi y trabaj en Texas p or largos perodos de tiemp o. En 1904 fu nd en San
Antonio el p erid ico obrerista La Humanidad. Co labora tambin en El Padr e Pad illa
de El P aso y en 1915 fund a en San Antonio el p eridico de caricaturas Clarid ades. De
aqu, sus dibu jos sobre la p oltica de entonces, pasan a otros peri dicos en esp ao l
como a La Crn ica de San Fran cis co.
Todo este ambiente de intercambio cultural hizo que la co munidad mexicoamerican a en
Estados Unidos estuviera al tanto de la Revolucin que comenz a fijar p ara la p osteridad
en la literatura. Hroes de la Revolucin que en la mente colectiva de Mxico y a son
personajes semiolvidados, en las comun idades ch icanas de los Estados Unidos estn todava muy vivos. El cuento ha servido para fijar este tema y a folklorizado y p ara continuar
esta tradicin indefin idamente.
LOS DESTERRADOS
por Joaqun Pila
Hispanoamrica (San Francisco), 9 dio. 1917, p . 7.
Amigo, la vida lejos de la p atria ha sido p ara m lo que p ara una p lanta trasp lantada a un
pas de nieve. En el exilio he podido vivir, s, p ero mi corazn se consume de melancola.
Qu hay ms en estos p ueblos que en el p as donde n acimos? Muchas cosas bellas, y
muchas cosas grand es. Las vemos con nuestros ojos asombrados, las admiramos y las
medimos con nuestra p equea medida. Paso a p aso trop ezamos con una cosa nueva y
todos los das nos sorprende algo admirable. Y, al mismo tiemp o, nuestra familia crece,
nuestros hijos se hacen hombres, nuestra juventud va p asando. A veces p ara exp licarnos
lo inexplicab le, d ecimos a solas: Se sufre en todas partes y en cambio aqu se disfruta de
bienes con quistados p or la civilizacin y el p rogreso, d esconocidos en nuestra pequea
tierra. Pero amigos, viene algu ien de la patria y hacia l vamos, amigo, desconocido o
enemigo; hacia l vamos y creemos que en sus p up ilas hay la luz de nuestros cielos, y que
sus manos huelen a los camp os de nuestro p ueblo, y que todo l es como una
rep resentacin fidedigna de nuestra patria. Y bebemos de sus labios las nuevas, como si
ellas fueran el agua cristalin a de nuestras fuentes y una agua milagrosa de v ida que nos
conservara a la misma ed ad que tenamos al ab andonar nuestra tierra.
Pero... el tiemp o p asaba. Hablan idioma extranjero nuestros hijos. Aman cosas que no son
las que nosotros amamos en nuestra infancia; oran en una len gu a con la que nosotros no
llamamos a Dios. Y nosotros encanecemos. Se v a nuestra juventud y se nos va la vida. Y
la mitad del alma se mu ere de ver a la otra mitad que llora p or el regreso. ~.h, amigos!
Por qu sal un da de los linderos que nues tros abuelos p usieron a nuestras tierras,
sealndolos hasta con su p ropia sangre?
Otro de los desterrados habl:
Sal p or ansia de libertad. Era mi p as p ara mis anhelos como un mundo pequeo donde
mi corazn no encontraba camp o para mecerse. Entendis? M e ahogaba en aquella
tierra. De ver y de amar trata ansias. Pareca mi corazn sediento insaciable, una fuerza
lanzada al azar, un deseo renovado constantemente. Veleidosa la fortuna me dio go ce y
dolor, no s si ms de esto que de aquello. Pero mi alma p ermaneca inmaculad a. Y viv a
con los ojos abiertos y los labios sedientos... as pasaron aos. Cuando a v eces sola
recordar a mi patria, me deca: Volv er cuando haya all ms libertad - porque en toda
aquella p oca de mi vida, y o cre que el mejor bien del hombre era el de la libertad. Y un
da el deseo d e regresar a la tierra donde nac, de ver mis bosqu es, d e or el canto d e las
aves, d e asp irar el p erfu me de las flores que se abren en la ms clara atmsfera, d e
camin ar p or las calles v etustas d e mi p ueb lo, de o r las voces d e sus camp anas... llen
toda mi v ida. Ah, y o hab a co mp rend ido! Desde aquel momento an hel el regreso.
Cuando regrese - me d eca - su bir a las ms altas montaas p ara gritar con tod as las
fuerzas d e mi alma. Estas tierras, este cielo, todo lo qu e hay dentro de nuestras
fronteras y en nu estros mares, es nuestro, de los h omb res que aqu racimos .
Tambin p ensab a en.lo que hay de malo en mi patria. Sin embargo, todo lo qu e y o
haba dejado all, lo qu era v olv er a p oseer y a ver, co mo cosas qu e rep res entaran
para m la ms grande de las fortunas. Te en contrars con gente des cono cid a - me
decan los amigos cuand o les anunciab a mi v iaje p r ximo. El tiran o d e ahora, te
encarcelar. - me advertan otros. Pero y a os he dicho que y o haba comp rendid o y
quera regresar. R ep ugnab a de lo extran jero y pona en lu gar secundario al bien
divino de la libertad. Llegu h asta a p ensar: Si no me voy pronto, puedo morir y
mis huesos quedarn sep ultados aqu entre extranjeros sin qu e n adie, al pasar cerca d e
mi tu mba, me recu erd e.
As, con este deseo viv simo, v iv y viv o. Y hay noches
que ten go este s lo sueo : veo los volcan es d e mi p atria, mis div inos volcanes, - los
veo todos de plata, d e la bas e a la cima, fu lgurantes co co si en ellos estuv iera toda la
luz del mundo ; y p or su gigantesca falda voy subiendo lentamente, lentamente porque
mis labios van besando con besos ardientes y p almo a p almo el cuerp o inmacu lado, con
una ansia in mortal, con un amor que nunca he sentido p ara nada ni para nadie en mi vid a.
Doroteo Aran go es el nombre de p ila d e aquel h ombre turb ulento, os ado, atrevid o y
atroz que llev en vida el de Francisco Villa. La razn d el cambio de no mbre, la
exp licaba u n bi grafo p or el h echo d e q ue Villa no apareci en su p oca, co n su
verd adero no mbre p or razones muy esp eciales qu e se guard d e dar a cono cer. P ero
en sus primeros aos llev su no mbre d e Doroteo.
Doroteo era el may o de los h ermanos y y a asp iraba a convertirs e en el amo de la casa.
Quiero, le d ijo un da a don P ab lo, ap render a sumar.
Pues observ a, le respondi Valenzuela, las t ablas con bo litas de los chinos.
En G anatln unos ch inos expend an p an. So bre el mostrad or mugroso se alzaba un a
cap richosa p izarra cruzada por tiras d e mad era, por las q ue a su v ez corran u nas
bolit as de go ma. C ada bo lita significaba un a cifra. Los asiticos ten an en tales
artefactos su mq uin a registradora.
Villa s e resolv i a ap render a s umar en la mq uin a d e los as iticos.
Por ventura, ni los familiares ni los vecinos han lo grado familiarizarse con el mote, y el
burro es bblicamente llamado burro.
A los diez y siete aos todava ju ega Villa con el asno. Le inquieta, le enamora, le
rego cija.
En alguna ocasin le enjaeza con pap eles y no es raro que de p ronto el muchacho
asombre y asuste a las mujeres de los alrededores lanzando al cuadrp edo en fantsticas
carreras.
Y he aqu que en este p unto la sangre recobra su con juro en la ruta del aventurero. La
sangre por segund a vez asoma.
Pero en esta ocasin no se trata de una coin ciden cia infantil. No, la provoca l.
Esta vez Pancho Villa quiere la san gre. Es la primera vez que la qu iere.
La may or de las hermanas d e Villa, la que sigue en edad a l, se llama Soledad y no p asa
de los quince aos. Edad maravillosa de h embra para un v arn lib idinoso. Villa deja
pasar sus das entre San Juan del Ro y Santa Isabel, y hay en este ltimo lugar un
muchacho ap uesto y rico, un tenorio disp endioso y juvenil que hace suyas a todas las
muchachas p obres de los contornos.
La hermana d e Villa, Soledad Aran go, es una fruta esp lndida y una flor en ap ariencia
barata.
El ladrn d e honras se ap resta a seducirla.
Soled ad se resiste. El seorito rico se obstina. La aventura se convierte en un ased io tenaz
o obcecado. Pancho Villa no se da cuenta en un princip io. Luego Soledad le informa.
Pancho Villa ocurre al galanteador y le p resenta en sntesis el caso. Soledad sabe que su
enamo rado no es p artido matrimonial. Sab e que se le busca para h acerla p resa fcil d e un
ap etito monial. Sabe que tras las p romesas amorosas se esconden el en gao y la burla. Y
Soled ad, que tiene fe ciega en su hermano, no duda en confesarle todo.
Pancho Villa cree resuelto el problema.
El seorito rico se llama Roque Castaos y sonre de cuanto el much acho leador le
exp ostula.
El seorito monta disp licente su jaca y concluy e p or alejarse.
El p roblema, que Pan cho Villa sup one resuelto se agrav a.
Castaos confa en la prudente tranquilidad del hermano may or de Soledad y las rondas
nocturnas continan.
La madru gada en el Camp amento fue brumosa, triste. La lluvia p areca qu e no se resolva
a caer p or entero enviando d e vez en cuando por cuartos de hora rfagas lacrimeantes que
alocab an los rescoldos de los vivaques diseminados en toda la extensin.
Las dianas que echab an a vuelo los clarines no ayudaba en rad a a lev antar el n imo.
Hasta el horizonte se cerraba entre la neblina d el amanecer, borrando la silueta de las
montaas lejan as, que cambiaban de tono segn el Sol: ira una maan a gris.
Sin embargo, Villa, desde que se asom por la ranura de su casa de camp aa, dio
muestras de buen humor. Y naturalmente ese buen humor del jefe tan temido de la
Divisin del Norte era contagioso. La facu ltad de sonrer cuando aquel rastro que pareca
tallado en madera, d e gruesos maxilares, sonrea, era un a obligacin.
Fue de pronto el clarear d e aquella maana de n eblin a. Poco a p oco se iban ensanchado
los camp amentos, iba abrindose el obturador del p anorama y ya ap areca la silueta
familiar de los cerros que cercab an la vista.
A ms de un kilmetro de distancia estaba la tienda del General ngeles con su Estados
May or.
El sol azot la sup erficie d e la tierra los campos abonados con san gre humana en el furor
de las batallas. Cala todava ob licu amente, ev ap orando la humed ad de toda la noch e en
nublecillas, tenues causando comezn en los cuerp os de los sold ados que empezaban a
desembarazarse de las cobijas hmed as.
Pancho Villa, de bu en humor, y esto era un sntoma. A p esar de que nunca comunicaba
sus p ropsitos elementales, hosco en cuanto a la comun icacin, el grup o de Dorados se
dio cuenta de que se dirigan al campamento de ngeles. Ya con stos se hablan urgido
varios Oficiales y se haca la camaradera en la p equea march a, p endientes todas las
miradas, todos los ademan es, todos los corazones, del menor gesto de Villa.
El jefe sonrea qu in sabe p or qu. La risa mostraba las hileras de sus dientes de lobo.
El grup o, a lo ms alto de veinte p ersonas, caminaba lentamente por el terreno, como si
se tratara de una exp loracin. Lleg el mo mento de detenerse y , pausadamente, como a
cmara lenta, bajaron todos de los caballos. En un instante, los leos ardan con un
chisp orroteo dbilmente rebelde. Se haca lumbre p ara secar la rop a de aquellos Oficiales
que haban estado en su may ora d e excursin nocturna. Tamb in se p rep araba el rancho,
sacando de las bolsas mu grosas los tasajos, los p aquetes de sal, las tortillas como de
cuero p ero ap etitosas, fragantes.
Villa se sep ar un tanto y fue a sentarse bajo un mezquite. Su gruesa esp alda hallaba
descanso contra el tronco. Estaba envuelto en un jorongo colorado, dentro de un sweater
muy grueso.
Ya ola a comida aunque fuese fru gal. Comieron todos, desp erezndose, sacudindose.
De los hombres sala vaho, al influjo de la lumbre y de la luz solar. Y hubo de reanu darse
la marcha.
Villa ib a adelante y el buen humor se manifestaba ya en palabras. Contaba cuentos que
fueran o no sabidos p or los Dorados y los Oficiales d e ngeles, arrancaban carcajadas,
eran celebrados unnimemente. EL jefe ib a feliz en aquella ma ana que poco a poco se
libraba, fund indose de los hielos de la neb lina como una mujer coqueta que se desnuda.
Ya eran cerca de las once y el calor quemaba. Sin emb argo, la caravana exp loraba el
camp o, detenindose en todos los sitios. Al bajar p or una lomita, de p ronto, se tendi ante
los ojos de aquel brillante Estado May or de hierro, un p equeo camp o labranto. Villa
sofren el caballo y se detuvo de golpe, sorprendido. Sin necesidad de orden verbal, los
dems se detuvieron tamb in, y algunos pensaron en requerir las p istolas. Pero se
EL GUAJOLOTE D EL H EROE
p or J. Ramos
La Crnica (San Francisco), 28 enero 1917 . En la serie Ancdotas d e la Revo luci n
Como te lo anunciamos, lector, vas a leer ahora la ancdota p rometida sobre el seor
licen ciado -Don Pascual M orales M olina, el hroe que, p or su esp ritu de ahorro, estuvo a
p unto de ir a la tumba.
Triunfante el mov imiento qu e en cabez el seor Carranza lleg al Estado de Mxico,
en calidad de Go bernado r, el se or licen ciado M orales Molin a y lleg, naturalmente,
rodeado de un gran squito de militares que fo rmaban su Estado M ayor. Entr a la
casa del Gob ierno y p rotest indign ado p or el des p ilfarro qu e los gob ern antes
anteriores tuvieron en sus ad min istracio nes. C mo era p osible que se emp leara a d iez
mozos? Cmo qu e s e barriera diariamente y se limp iaran las alfo mbras ? H aba qu e
hacer econo mas desde lu ego. Y a esta idea obedeci la ord en d ada p or el seor
Gober ador carrancista, para que fu eran expulsados todos los mozos y que la limp ieza
la h icieran los so ldad os cada o cho das. Pero ocu rri un su ceso que es el que motiv a
esta an cdot a y que por verdico lo cuentan los h ab itantes de la cap ital del Estado d e
Mxico.
El seor Gobernador no tena cocineros fran ceses como otros generales, p refera la
comida mexicana. Y esto p or un amor p atrio desenfrenado. A su servicio estaba una
humilde anciana, india como el seor M orales M olina, y que guisab a como nadie en
Toluca frijoles y enchiladas, y que para condimentar un p lato de alcociles no tena rival
en el mundo segn la op inin del seor Gobernador.
Y bien el seor Licenciado que gustaba de ir p ersonalmente a la p laza a comprar sus
provisiones p ara con ellos velar p or los dineros del p ueblo, adquiri un guajo lote. Iba a
ser sacrificada dicha ave d e corral la vsp era del da del santo del seor Gobern ador y p or
eso con anticipacin llevlo a la casa de Gobierno y orden que se en gordara al animal
con todos los desp erdicios. La cocinera cu idaba al guajo lote con un empeo digno de
mejor causa. Pero, eso no obstante, muri el animal vctima de alguna enfermed ad p ara la
cual no fueron suficientes todos los remed ios que le ap lic la cocinera. El Jefe de Estado
May or del General y Gobernador, al sab er la muerte del gu ajolote, protest
enrgicamente contra la co cinera. Esta declar que no se senta culpable y que p or ningn
motivo comunicara al seor gobernador lo que hab a p asado. Los oficiales que
recibieron rdenes p ara comunicar la noticia se negaban igualmente a h acerlo.
La cocinera se d isculpaba de no p oder p rep arar el gu ajolote la vspera del d a del santo
del Gobernador, p ero ste no crea en el fallecimiento hasta que la anciana lo llev al
corral y le p ostr el cadver y a ms que mal oliente del guajolote.
Caramba! rep lic el seor M orales M olina, p reso de una excitacin n erviosa qu e no
cuadraba con su temp eramento, y ahora qu les voy a dar de co mer a mis invitados?
Como la cocinera no estaba dentro de la Ordenanza M ilitar, el Jefe de Estado M ayor fue
quien p ag la falta con un d a de arresto.
El cuadro costumbrista
Leal dice que los cu adros costumb ristas son un a forma primitiva de cuento y que es
una forma p revia a ste. Pero, s i bien es v erdad qu e existi un a trad icin costumbrista
latin oamericana desd e Jos Joaq un F ern nd ez de Lizardi (1776-1827), Leal d ice qu e
los cu adros d e costumbres que se p ublicaban en grand es cantid ades en los p eridicos
de la poca ro mnt ica nad a le deb en a Lizard i y mucho a los costumbristas espao les
como Serafn Estb aez C aldern (El so litario ), R amn M esonero Romanos (El
25
curioso p arlarte) y Mariano Jos de Larra (Fgaro ). Lu is Leal exp lica cmo este
gnero abund a en toda la Amrica Latina desd e Chile a Mxico y cit a a San n C ano
diciendo que los cuadros de costumbres en Colomb ia fueron tan abundantes porque
... su ap arente facilid ad convidab a a los escritores in exp ertos. Abund aron (en el
romanticismo ) las co leccion es de artcu los de costumbres, y en las revistas semanales
era la cosech a ms copiosa. La p op ularid ad de unos aos vin o a parar en el descrdito
26
de mu cho tiemp o. Si b ien este fue l caso d el cuadro de costumbres en Co lombia,
no fu e as en el suroeste de los Estad os Unid os, p ues el cu adro de costu mbres se
extend i h asta la d cada d e 1930.
El cu adro de costumb res mexicoamericano floreci desd e 1915-1935 y era un a
narracin co rta dond e se comenzaba con un a noticia ms o menos relev ante y se
glosaba co n ancd otas fict icias tradas a colacin p ara amenizar, co nectar o criticar
las not icias. Los temas todos eran cercan os al p blico lector y tenan, las ms d e las
veces, relaci n con la nu ev a realidad qu e el exiliado in migrad o, exiliado econ mico o
poltico, en frent en los Estados Un idos, Las nuevas formas de v ida extraaron al
recin ven ido. El cu adro costumbrista sirvi co mo un ejemp lo o ilustracin, unas
veces como stiras y otras como comentario y comp aracin con las maneras prop ias
de p ensar y hacer.
Es esta n arracin corta del cu adro costu mbrista la p rimera alusi n lo calista que se
presenta en la literatura en esp aol en los Estados Unidos. Hasta aq u los amb ientes o
eran universales o mexicanos, p ero ahora y a n o; los temas s e ub ican en contextos
inmed iatos al lector mexicoamericano, es d ecir, el co ntexto norteamericano. Este
fen meno es imp ortants imo en la h istoria d e la literatura mexico americana en los
Estados Un idos p ues marca el p rin cip io de un a con cien cia autnoma dentro del
territorio nort eamericano. M uchos de estos es critores eran oriund os de M xico, p ero
se haban arraigado en los Estad os Unidos, b ien sea por v olun tad prop ia, exilio
poltico, circunstan cias familiares, o co mp romisos econ micos. Vemos en estos
cuad ros d e costumbres el p rimer intento d e descripcin d e un a realid ad ch icana.
El len guaje, el setting y los temas y a son tpicamente ch icanos, diramos. Se mezclan
con u na facilidad aso mbrosa los id iomas, s iendo tod ava el esp ao l la lengua p rincip al
y el in gls la s ecundaria; es d ecir, aq ul mantena la historia o an cdot a y ste la
adorn aba, Por ejemp lo, el humor d e much os de estos cu adros cons iste en ju egos con
el significado de las palabras en in gls o esp ao l (M is p ininos en el in gls, Los
p arlad ores de Sp anish, Por un ap ellido s e d esbarata una bod a, y Sp anish
Dep artments). Este uso de las lengu as en muchos de los escritos cont emp orn eos
chicanos ha dado un giro cop ernicano, s iend o ahora el esp aol el que ado rna y el
in gls el id ioma d e b ase.
Este fenmeno de la mezcla d el espaol y el ingls es un fenmeno temp rano en los
peridicos. En 1877, un p ensamiento sobre la amistad en Las Dos Repblicas de Tucson,
se desp ide con un Thank you.27 En 1895 en El Trueno, de Tucson, ap arece esta nota: En
todas las ciudades en el Territorio no se p uede ver otra calle tan ilumin ada con flores
naturales como la calle del Convento de Tucson: Es la calle que da a las muchachas ms
28
sweet del Territorio. Ya a princip io de siglo la mezcla de los idiomas se hizo muy
comn, sobre todo en los artculos, cuadros y cuentos de costumbres. Jorge Ulica fue el
que mejor us esta tcnica y comenz a escribir sus crnicas (Crnica ligera, Crnica
diablica, Seman a en solfa) en 1913 en La Crnica d e San Francisco.
Los ambientes d e estos cuad ros de costumbres tamb in eran tp icamente
norteamericanos. En algunos cuentos se mencion an y a los lugares (Tucso n, San
Francisco , Los n geles ), en otros h ay alus iones topogrficas o caractersticas
amb ientales que nos permiten id entificar el lu gar del cuento.
Y quizs el elemento identificador ms imp ortante de este tip o de literatura sea el de los
temas. Hasta 1915 las narraciones literarias tenan esa p retensin universalista que
sep araba la narracin de los contornos sociales in mediatos en que se p roduca la obra; sin
embargo, a p artir de 1915 los hechos y p reocup aciones comunes de cada da se hacen
temas de las narraciones, p or ejemp lo, el tema de la identidad, que vemos en muchos
cuentos e editoriales. No es que exista una crisis de identidad dentro del grup o, sino que
la literatura responde al etiquetado errn eo que le p one la may ora dominante.
Hay muchas narraciones que tratan de lo spanish, lo mexican o el vendidaje. A. de la
Maza se queja p rimero de la distincin que hace el no mexicano de spanish y mexican,
llamndole spanish a todos los mexicanos que tien en xito y mexican a los trabajadores
en el p eldao ms bajo de la escala social. Desp us p asa a criticar a aquellos mexicanos
que entran en el juego y tratan de p asar p or spanish cuando son mexicanos. Este
fenmeno, tratado en los cuadros d e costumbre entre humorstica y satricamente, es
semejante a la distorsin de qu e Carey M cWilliams habla en Al norte d e Mxico en la
29
California mexican a.
La id entidad chicana, como una tercera conciencia, todava no aflora en estos cuadros de
costumbres, es, ms bien, un conflicto cultural y racial entre una identidad mexican a y
una norteamericana, de la misma manera que lo p resenta tericamentee Jos Vascon celos
30
en su libro La raza csmica. La p alabra chicano que ap arece y a en 1920. En estas
narracion es significa precisamente mexicano sin el matiz diferenciador que tienen estos
31
dos trminos hoy .
Las dos p alabras son, hasta la dcada de 1940, lo mismo, con la simp le d iferen cia qu e los
chicanos de entonces eran los recin llegados a los Estados Unidos y mexicanos los de
ascendencia mexicana qu e y a llevaban ms tiemp o aqu. En resumen, en cuanto a la
Sera tarea d e romanos y hasta d e roman as, estudiar los mltip les defectos de
nuestro carct er d e mexicanos qu e viene a ser origen d e nuestro estan camiento,
obstculo de nu estra p rosp eridad y causa d e la brujez en que miramos naven ar
much as v eces a nu estros p aisanos .
En efecto. Es casi un refrn mexicano decir a toda hora: Qu buen a suert e tienen los
grin gos! El cual refrn s e fun da en qu e un n ego cio en manos grin gas florece y en
manos de mexicanos se lo lleva la tramp a.
Qu buena suerte! No es cuestin de suerte, amigos mos: es que el grin go se p one a
trabajar co mo los ho mbres, d ed icndos e a l en cu erp o y alma mientras que cu ando un
mexicano tiene u n nego cio, lo d eja en manos de d ep endientes, p orque cree qu e ser
PATRON o jefe, es lo mismo qu e no trab ajar, y p asarse la vida con los p ies arrib a de
una mesa, rascndos e la b arriga...!
***
Y v eamos la vida desd e otro p unto, dejan do a un lado y p ara otra ocasi n el que se
refiere al trabajo,
Sup on gan ustedes qu e un gringo y una grin ga se cas an.
A lo sumo , hacen un viaje d e bod as d e tres das. Vuelv en. El s e p one a trabajar; ella
toma p osesin d e su casa, en d onde s e le ve con las man gas hasta los codos, muy
trabajado ra, muy hacendos a, p ara q ue el marido encu entre s iempre limpio aquel n ido
de amor, que es al mismo tiemp o el d escanso d e sus fatigas... Su vid a es d e
tranquilidad y de sosiego : se ve qu e son felices, p ero sin gran des alharacas, co nvoqu e
comp renden que es as dichas son ms bien p ara sabo rearse en lo intimo que p ara
presumir en p b lico...
Veamos ah ora a d os mexicanos.
Sup on gamos que no la s aqu e d e su casa a la fuerza, con el juez civil, s ino qu e todo se
arregle pacficamente.
Comienza p or ech arse dro gas de todos gn eros al grado d e qued ar vendid o por diez
aos, lo menos: h ace un viaje de b odas en el que gasta todas sus eco nomas y que
dura un mes, con menos cabo d e sus negocios; vuelve y casi n o va a la oficin a p or
estar chiq uiando a la mu jer, porque dizqu e es muy amoroso!
En cuanto a ella, q ue cas i siemp re cree que el matrimonio es p ara des cansar y no
volv er a h acer n ad a, se la p asa ley endo nov elas, tejiendo una co lch a de cuadros o
yendo a v isitar todos los d as a las amigas s olteras. No che a noche y , sobretodo, los
m
domin gos, sale aquella p areja hab lndos e al o do, co n las anos tranzad as y muy
juntos, ms bien p orque los v ea la gente qu e p or qu e sientan gan as de ir en esas
fach as!
Qu resulta de todo esto?
Resultan dos cosas. Que p or lo mucho que desatiende sus nego cios, el mexicano p ronto
anda hablando con las piedras p orque no hay bisnes que anden solos.
Y p or el mucho amor, a los tres aos tienen tres parejas de cuates que ya los vuelven
locos.
Desp us de cinco aos p odris ver el matrimonio grin go salir de p aseo un domingo: van
los dos muy aseados, muy catrines, con dos rubios nios que caminan delante de ellos,
riendo y jugando.
Y en cuanto al matrimon io mexicano, l todo chamagoso, con los bigotes cados, los
zap atos sin tacones y la corbata como escapulario. Ella medio d esfajada, con el chon go
que p arece estrop ajo y la cara de hambre.
Adelante de ellos caminan nueve criaturas con las medias cadas y la cara chorreada y los
vestidos rotos. Al lado una p ilman a con una criatura en los brazos y la esp osa... y a en mal
estado.
Y luego solemos decir: Qu mala suerte tenemos los mexicanos.
Porque oh sarcasmo! M e lo dicen los que no han salido jams del pas, los que a
semejanza de los tiernos bebs se la han p asado llora y llora, y mama y mama, co mo dice
la frase grafica, acurrucados en el regazo no muy carioso, p ero s calientito de la madre
patria.
Cierto es que la civ ilizacin es una cosa encantadora. Pero h ay momentos en que se
siente la nostalgia de la barb arie.
La quietud, la tranquilid ad, llegan a emp alagamos co mo si fueran miel d e cajn y
exp erimentamos una extraa sed de algo amargo, inesp erado, aunque sea doloroso, que
romp a la monotona de una v ida sin color.
Adems y o creo que un mexicano qu e se estime en algo no vive feliz en un p as donde no
se p ueden disp arar balazos, sino con permiso de la autoridad.
Esa existencia estndar iscrona-montona, que p arece el ir y venir del p ndulo del reloj,
es una cosa asfixiante. Pro gramas de v ida qu e jams sufren alteracin: levantarse,
comer, trabajar, acostarse y volverse a levantar! Y esto diariamente, durante 365 das que
tiene el ao.
Es conceb ible un p as donde todo mundo trabaja, h asta los polticos?
Caramba! Si Dios, que es Dios, cuando hizo el mundo trabaj seis das y descans uno,
no es justo que nosotros, modestsimas larvas, tomos insignificantes, trabajemos uno y
descansemos seis?
El mexicano de verd ad, el descendiente en ln ea recta o chueca de Corts y de la
Malinche, de Cuauhtmoc y de Sor Juana Ins, de Villa y la Corregidora, de Carranza y
de M ara Pistola, p odr vivir, crecer y quiz hasta engordar en el ambiente americano.
Pero y o, que todava traigo la huella d e las lgrimas en la p echera de la camisa, digo y
sostengo que no se puede ser feliz en un p as donde todo es orden, disciplina y
obediencia. Donde el gendarme, adems de no usar linterna, es un ser respetable. Donde
el rico tiene la osada de viv ir tranquilo y ser dueo de lo suy o. Donde los dip utados no
matan, ni los camion es atropellan, ni los municip ios roban. En un p alabra, donde hay
salud, pero no revolucin social, la vida es imp osible.
El fermento de estas lneas lgubres me dur nuev e aos; al fin hizo explosin. Cierta
noche me so bando me en Chap ala, rodeado de p uras trigueitas que hablaban
esp aol y chiflaban el himno nacional. Al desp ertar, me saba la boca a gu ay abate de
Morelia. El p atriotismo se me recrudeci. Ergu la altiva frente y dije:
M e voy! Arregl todo en tres p atadas!
Cobr a cuantos me d eban. No p agu a nin guno d e mis acreedores, y con ms maletas
que una comp aa d e cmicos, vol a la estacin.
La hora anh elad a; abrazos ap retados; estrechones efusivos; olotes en las gargantas;
frases medio entrecortadas por la emocin! Carreras, subidas al tren que arran ca
silencioso, tan lentamente que ap enas se advierte... El grup o de amigos qu eridos se aleja,
va borrndose; p auelos que se agitan; p escuezos que se estiran y al fin d esap arecen...
adis.
A la patria! Ya no sufrir el despotismo altanero de estos grup os, y o humilde y
atemorizado extranjero! Voy a mi tierra, voy con los mos, con mis hermanos aunque
sean inditos.
Donde todos nos vemos con cario, sin jerarquas que desp ierten la envidia, sin
altaneras que nos humillen, ni crceles que nos asusten, ni gendarmes que nos
aterroricen!
Qu lindo, qu delicioso volver al seno de la familia, al regazo de la Patria!
Con estas ideas melifluas, arrollado p or el vaivn del tren que volaba, me qued dormido.
So que llegaba a M xico, dond e me recib an con una lluvia d e serp entinas y flores. Un
gend arme p rieto y alto de guardia en la estacin me arreglaba y me daba un beso en los
bigotes! Desp ert y o una voz que gritaba:
Laredo!
Era nuestro conductor, que aunqu e por lo requemado se vea que era d el p as, hablaba
trabado p or haber dormido al lado americano!
El corazn me echab a maro mas p atriticas en el p echo e imp ulsos de la emocin!
A1 fin llegamos! Abajo todo mundo y a abrir las p etacas!
Qu sabroso poder hablar uno su idioma y que lo entiendan! Sab er decir una bro ma,
esp erar un refrn o contestar una hablada!
Me senta en mi casa, y hubiera querido decir a todos aquellos prietitos que atareados
como hormigas registraban los bales de los entumidos p asajeros: M reme, amigo, no
me conoce? Yo mero soy . Vuelvo desp us de 9 aos de vivir en ese desierto atestado de
gente.
Vea con lstima a los p obres extranjeros que h ablaban a seas, exp licando el contenido
de sus petacas!
A m abrrmelas? A m, que volv a a mi tierra desp us de 9 aos? Con seguridad que
no. A ellos s, porque son extranjeros. Pero a m, p aisano, amigo mo de la casa hab a su
diferencia!
estaban y a rep antigados en sus asientos, fumando silenciosos sus grandes p ip as mientras
yo, el mexicano, el que soaba en regresar a su p as, y sentir el calor d e la p rop ia raza,
estaba aun all, sufriendo co mo un facineroso.
Cuando volv en mi, ya no era un gu ardia, sino tres los que escuch aban d izque p ara
acabar pronto. Aquello ms bien qu e equip aje era un escarbadero d e gallinas cluecas.
Todos los p asajeros haban tomado sus sitios, y el conductor con su inmensa levita azul y
sus botones dorados echaba al p asar unos ojos como diciendo;
Estos se quedan.
Un seor de color blanco con una cachuch a con orejeras caladas, no s si p or fro o p or
no or alusiones p oco cariosas, contemp laba la op eracin con las manos metidas en los
bolsillos del p antaln y con la misma fra sonrisa con que me contaba mi nana qu e Nern
vea in cendiarse a Roma.
Es el jefe... me dijo con ternura, la nica alma buen a y comp adecida que haba all: la
Providencia d isfrazada de cargador de n mero.
Vi el cielo abierto. Reun a mi familia. Orden a las chicas que lloraran mientras y o, de
una p isada certera en un callo, h acia llorar a mi cnyuge, y todos reunidos y en actitud de
cuadro plstico nos p resentamos al jefe d e la cachu cha y y o le dije:
Seor, p iedad! Somos mexicanos qu e volvemos atrados por el imn de la Patria! Esos
velices que all veis, hinch ados como acordeones, son el fruto mezquino de nueve aos.
Nuestro menaje modesto. Nada ms! Somos honrados, no obstante ser vuestros p aisanos.
Seor! Tened p iedad de nosotros!
Yo mismo me sorp rend de mi elocu encia!
El jefe se conmov i visiblemente y orden que aquellos tres bulldo gs dejaran de escu lcar.
A las volandas retacamos todo: las cucharas envueltas en las medias usadas, las
servilletas dentro de los zap atos, p auelos de asp ecto sosp echoso dentro de la taza y los
vasos... Qu imp orta? Pronto, que el tren va a salir!
Al fin vimos aventar estrep itosamente nuestras p etacas al carro del exp ress con ese
movimiento caracterstico que gastan los mexicanos. Lanzamos un resop lido que era a la
vez descanso, satisfaccin, tranquilidad y sosiego desp us de horas tan amargas, y casi
desfallecidos nos dejamos caer en los asientos.
El cielo limp io y azul, el ambiente suave y acariciador, y ese env o esp ecial que d esp iden
las tierras trop icales me llen aban el cuerp o y el esp ritu de la p atria que no asp iraba desde
hacia tantos aos.
Se ap oder de m una embriagu ez indefinid a, una alegra sin limite, berbetead a, en todo
mi ser; senta ganas de relin char, y acordndome y a sin rencor de los guardias berrendos
de la frontera, me p ar en el resp aldo del asiento, enarbol mi cachuch a en la p unta del
paraguas y , evocando las vibrantes estrofas de nuestro himno nacional, grit emocionado:
M as si osare un p aisano y amigo retomar a su casa y su suelo, p iensa, oh patria querida,
que el cielo un malcriado en cad a hijo te dio.
Los tiemp os han p rogresado y ahora todos queremos vivir con arreglo al ltimo grito y
tomamos t con msica, aunque no nos du ela el estmago; susp iramos p or un auto, y nos
volvemos locos de entusiasmo en las casas modernas. Uh, esto sobre todo!
Hay quien lleva unos zap atos que, p ara salir a la calle con ellos, necesita sujetarse a la
garganta del p ie con unas horquillas de su seora, y , sin embargo, p one todo su orgullo en
que vive en un a de esas casas modernas que tien en bao, telfono, jardn y el p ortero sabe
jugar al tenis.
Las seoras, sobre todo, estn encantadas con semejantes casas. Si todos los adelantos
modernos que tienen sirvieran, efectivamente p ara algo, la vid a sera ms agradable que
una mermelad a; p ero ay ! desgraciadamente no es as!
Hay casas de stas donde a las doce de la maana no han tenido un a gota de agua.
Pero, portero, p or Dios!, que estamos sin p odernos lavar!
Ah! pensaban ustedes lavarse hoy tambin?
S, seor, hemos adquirido el v icio d e andar aseados.
Pues deben corregirse, p orque el casero no est disp uesto a que p resuman ustedes a
costa de su bolsillo.
Y a l qu le imp orta?
Pues que tiene contratados cinco litros diarios y ay er han consumido ms.
Es que tuvimos convidados, y como les obsequiamos con p olvorones, todos bebieron
agu a.
Pues otra vez les llevan ustedes a San Javier y all los obsequian. Ahora ya no hay agua
hasta p asado maana. Pues hombre, n i que hubieran ven ido a p ie desde el d esierto de
Sahara!
Los vecinos aquellos, que se mudaron a una casa elegante y moderna estn ap unto de
rabiar d e sed o de ser rechazados de todas p artes, p or llevar la cara co mo si estuviesen en
una carbonera gan ndose el sustento.
Hay casas de stas en que los vecinos tienen que bajar p or agua a una fuente inmediata,
pasando p or la verg enza de ser sorp rendidos p or algn conocimiento.
Qu es eso, don Fructuoso? Usted con esa cubeta?
Es como medicina. El mdico me ha d icho que la v ida sed entaria no me conv iene, y que
debo hacer ejercicio, subindome dos o tres cubetitas de agua todos los das.
Qu cosa ms extraa!
Cosas de la medicina moderna! Llega un vecino, se mete en el jardn y cuando se
disp one a cortar una flor surge el p ortero airado que le dice:
Qu est usted haciendo?
Ya lo ve, cortando una florecilla p ara el ojal.
Eso es un abuso, las flores estn p ara el adorno de la casa.
Pero hombre, si una flor no vale nada. Adems, qu me p ongo en el ojal?.
Pngase usted un demonio... p ero como yo le vuelv a a ver estrop eando el jardn, le
mando con un gend arme.
Poco a p oco yo p ago la renta con toda p untualidad.
Vay a, salga d e aqu inmed iatamente o le suelto el p erro.
Es terrible la tirana que ejercen estos p orteros de casas modern as p ara ad ministrar los
adelantos que pusieron los dueos a disp osicin de los inquilinos.
Puedo hablar p or telfono?
Segn, es p ara algo necesario?
Hombre, cuando voy a hablar, seal de que s.
Es que quiero y o or lo que dice.
Y a usted qu le importa?
Todo cobrador, p or el slo hecho de serlo, es un ser feo, chocante, rep ulsivo.
Es el verdu go de nuestros bolsillos. El asesino de nuestro bienestar. La sombra de
nuestras dichas. Es nuestra con cien cia vestida de p aisana, que se nos anda ap areciendo
cuando menos los esp eramos.
El cobrador sin cartera, ex-ctedra, digamos, p uede ser ap reciable cab allero, digno d e que
se le ofrezca d e corazn una cop a. Pero, en fun ciones, es ap enas acreedor a una p aliza:
desp ierta nuestras iras y hasta nos hace concebir ideas criminales.
Por todo esto se comprende que, p ara ser cobrador, es p reciso, en p rimer lugar no tener
callos: ser cruzado de andarn: p oseer una p aciencia que haga enojar al Santo Jacob y un
lomo donde se resbalen insultos, malas caras, cerrones de puerta y otras demostraciones
del mismo p elo. Hay que convenir en que es un desaho go humano y sabroso hacer gala
de nuestra soleana en nuestra cara (cuy a renta no h enos p agado) cuando v a el cobrador a
llevarnos el recibo.
Le he dicho a usted mil veces que me lo lleve al d esp acho...! Aqu vengo a descansar,
no a que me molesten!
Pero mil veces lo h e llevado al desp acho y nunca est el cajero!
Eso quiere decir que soy sinvergenza? Salga uste o lo demando con el gendarme!
Se exp erimenta cierto gozo al encontrarse con un cobrador malcriado, p orque ellos son
vlvula de escap e de nuestras iras. Es uste un bribn, - malcriado! A veces llega la ira
hasta hacer recuerdos poco afectuosos, de la familia.
El cobrador, si tiene disp osiciones para el emp leo, debe callar y sonrer. Or las vigas
como si le d ijeran que tomas? y en todo caso contestarlas de la camiseta p ara dentro.
Pero la ltima creacin en cuestin de cobradores, son los cobradores cariosos y
educados. Estos p onen los vellos de puntas; sublevan el nimo: revuelv en el estmago:
albo rotan la bilis: interrump en la d igestin.
Llega l, muy peinado, excesivamente atento, besndose las rodillas de p uro resp eto.
Cmo est usted seor? Cmo est su estimable familia? Bien? Cunto lo celebro!
Perdneme seor qu e ven ga a imp ortunarlo: y o no quisiera p orque Ud. es persona
ocup adsima a quien estimo y resp eto....
Y desp us de un exordio p ronunciado con voz melosa y actitud sumisa, va p resentndole
un facturn que causa fro! Habr alguno que ten ga corazn de arremeter a p alos contra
aquel buen seor, casi cordero, que se p resenta cargado de excusas y lleno de mieles y
flores?
Habr quien se atreva a dejar chato de un cerrn de p uertas a aquel buen sujeto, que ms
que cobrador es un tratado de educacin con pantalones?
Yo, al menos, no tengo corazn tan duro ni valor tan grande. Me como mi b ilis. M e
muerdo un brazo o cualquiera otra cosa, y en cuanto se va, reviento como un zop o,
mientras el atentsimo cobrador me hace la ltima caravana desde la orilla de la
banqueta...
De all resulta que slo unos cuantos desaforados no p oseen su carro. Lo tiene el
albail que resana los techos para evitar las goteras; el remendn que p lancha limp ia y
tie los trajes viejos; el p lomero que comp one las llaves del agua; el criado que lava los
platos en los hoteles; el gendarme d e la esquina, qu e llega a su p uesto en su p rop io auto y
lo mantiene en las cercanas hasta que termina su turno; el encendedor de los faroles del
alumbrado... En fin, el mundo entero!
Tal cosa me llen a de env idia, de una envidia in controlable que me hace morderme los
dedos, estirarme el p elo hasta exp onerme a la calvicie y sufrir unos terribles dolores de
estmago. Y si eso fuera todo! Pero es el caso qu e ind ividuo sin automvil es, en los
tiemp os que corren, un sujeto desp reciable. Lo p rimero que p reguntan las mu jeres al
hombre en estado d e merecer mirad as y sonrisas, es p or la marca d e su mquina; los
hombres d e n ego cios no at iend en s ino a q uien v a a verlos trip ulando automv il, y
hasta para cons egu ir emp leo es neces ario adq uirir antes un fotin go median amente
presentable.
Por eso mil veces p ens en hacerme de un carricoch e de los que se venden cas i de
desecho, en los almacen es de barrio; p ero el horroroso problema de la manutencin
del v ehcu lo - garage, gasolin a, rep aracion es y extras - suspenda mis imp ulsos
adqu isitiv os. Y en esa situacin se vino la gira anual automov ilstica de los
periodistas de pro.
La d isyuntiva, p ara m, no p oda ser ms terrible: o me haca de automvil p ara ir al
paseo o no se me cons ideraba p lumario de altos vuelos. C eloso , como soy de la
buen a rep utacin p eriodstica, op t por adquirir un carro.
As lo hice. Sup e qu e la Co ast Auto-Fire Co. estaba v end iendo autom viles
barat simos, d e s egunda mano y reparados s ecun dum arte, y fui directamente con el
manager de la empres a. Este me d emostr en un dos p or tres y por ce ms de
cuad rada, que no h aba carros en el mundo co mo los q ue all remendab an.
De qu marca so n? interrogu.
De una marca mixta de adaptacin. So n tan sencillos como los Ford ; tan correlo nes
como los Bu ick; tan econ micos co mo los Ch and ler; de t an elegante aspecto como los
Pack ard, y tan silenciosos como los Nois eless. C ompramos carros d es trozados,
cualqu iera qu e s ea su marca, a precios ris ib les, sep aramos las p iezas buenas y ,
combinando las d e unos con las de otros, hemos resuelto el p roblema de la modicidad de
precios anudado al de la eficiencia.
Por 398.50 naturalmente, en abonos corvsimos, adquir uno d e esos p rimores.
***
El da se alado p ara la excursin periodstica o cup el auto can dos de mis amados
comp aeros de labores, y nos fuimos a la caravana, dirigindonos hacia cercanas p lay as,
en donde deba establecerse el camp amento.
Doce millas antes de arribar al trmino del viaje mi auto se p uso tan caliente, que era
imp osible estar en l. Por un exceso de amor p rop io, soportamos dos millas ms de
camino, h asta que mis comp aeros y y o empezamos a despedir olor a carne asada. Nos
bajamos, con el p retexto de que d esebamos ver los primores de los camp os esmeraldinos
y asp irar las brisas marinas, sup licando a otro excursionista que llev ase a remo lque
nuestro auto.
Por fin, acampamos. Mi coche continu en movimiento. Su motor estaba bronco y no
haba qu in p udiera detenerlo. Sigui calentndose hasta el rojo blan co y ni los
chauffeurs ms p eritos p udieron encontrar el origen del mal.
Lleg la noche sombra y cada mochuelo fue a su olivo. C asi no dorm, pensando en lo
difcil que ib a a ser nuestro regreso, con el automvil conv ertido en una estufa en
ign icin y con nosotros sin recursos pecuniarios.
A eso de media noch e, p ercib clamores de adoloridos gritos de angustia, resop lidos de
monstruo fatigado, llantos mal contenidos, ru gir de fieras hambrientas... Era mi
automvil, que haca todo gnero d e ruidos y que desp ert a la caravana entera.
Desvelados, de mal talante, los p eriodistas hicieron que mi coch e fuera retirado cinco
millas del campamento, volvien do de esta manera, la tranquilidad y el silencio.
Poco desp us de que la aurora asom en el Oriente p rendiendo el esp acio sus tintas
multicoloras, etc., etc., sentimos algo como ruidos subterrneos, tembl la tierra y en las
lejan as, hacia el Sur, se levant una enorme columna de fuego. Un atentado din amitero
en gran escala? No! Era mi automvil, que no p udiendo soportar el movmiento continuo
y el calor excesivo, estall en treinta mil p edazos.
***
Qu vergenza la que tuve que sufrir! El acontecimiento fue comentado en la siguiente
forma, por mis fraternales comp aeros de p rensa:
Es el resultado d e admitir en nu estro seno sabandijas de p ocos medios. - Daily
Telegraph.
Este chasco nos ensear a ser ms cautos en lo futuro y a no invitar a periodistas que
usen cheap cars. - International Democrat.
Desde que vimos el carroche co mprendimos que era un amago a la colectividad . Sport Repository.
Debe ser p rocesado p or ignorante el escritorcillo que tal vehculo usa. - Midnigh t Sun.
No hay p oeta ms o menos greudo y cursiln, que no hay a dedicado, cuando menos un
soneto, a cantar las virtudes sublimes de esas esposas mexicanas que, mientras ms
frecuentes son las p alizas que reciben de sus cny uges, o a medida que stos son ms
mujeriegos, desobligados y parranderos, ellas se tornan ms tiernas y cariosas. M uy
pocos, en cambio, se han o cup ado de ensalzar, como merecen, las excelsas v irtudes, la
abnegacin sin lmites del buen amigo mexicano, capaz de todos los sacrificios, in clusive
el de la p rop ia ep idermis, listo p ara todas las heroicidades, comenzando por los balazos,
siemp re que se trate de defender o de salvar al amigo de corazn.
Temo mucho p onerme romntico, qu e es la faz desagradab le d e la chocantera literaria, y
por eso no intento hacer, a ren gln segu ido, una apologa cu ajad a de elo gios de lo que
son los verdaderos buenos amigos en esta tierra, donde los que no lo son se taladran el
estmago p or una cop a de tequila.
Basta decir en los negros das de la adversid ad, un buen amigo mexicano lo es todo:
Providencia que nos cuida; mam qu e nos alimenta; tnico que nos conforta, y sastre que
nos viste.
Si no tiene ms que una muda d e rop a, el buen amigo es capaz de brindarnos los
calzoncillos y quedarse con la p ura camiseta sin importarle un camino que tal
indumentaria est muy p oco de acuerdo con la decencia.
Estos son los amigos de veras; los d esinteresados; los que son siemp re los mismos, as
suban ellos hasta la cu mbre o bajemos nosotros hasta la p orra.
Dnde estn, p reguntar algn incrdu lo guasn. En efecto: son muy raros, sobre todo
en esta p oca, en qu e la sociedad entera se rige p or aquel p rincip io maqu iavlico, sntesis
de egosmo humano, qu e dice: El que tiene ms saliva, traga ms p inole. Pero de que
los hay , los hay. El trabajo es dar con ellos.
***
Hay otra clase, mucho ms baratos y de inferior calidad, qu e son los que p odramos
llamar amigos de conven iencia, de o casin, de temp orada.
En cuanto un individuo sube y comienza a brillar, b ien sea por el p oder, p or el dinero, p or
la celebridad o p or los tres captulos, le resultan inmediatamente dos cosas: un enjambre
de amigos y un montn de virtudes, gracias y cualidad es que antes ni siquiera
sosp echaba.
Mientras fue DON NADIE ni quin le hiciera caso, ni quin se fijara en l. Pero en
cuanto se encumbra, resulta de un in gen io y una gracia p ara platicar que encantan.
Inteligente que da horror. Culto que es una b arbarid ad. Y, sobretodo, simp atiqusimo...
Yo he h echo esta ligera observacin tratndose de p etroleros. Por lo regular son
trigueos, p ero muy trigu eitos. Hay cierta analo ga misteriosa entre ellos y el chapop ote.
Y a p esar de que estn muy lejos de p arecerse a Adonis, suelen exclamar los que los
rodean:
Ay ! Es feito... p ero es tan retesimptico...! Quiz su op inin no sera lo mismo si en
sus terrenos, en vez de p etrleo, hubiera brotado agua salada!
Pues bien. Al parejo de las virtudes les salen los amigos. Y cad a uno se disp uta el honor
de ser el que ms lo quiere.
Quin? Fulano? Somos ntimos, casi hermanos.
Pero como en este marav illoso p as se encumbran y se hunden ciertos hombres con una
frecuencia y una gracia encantadoras, contemp lamos desde el tablado de nuestra
imp ersonalidad, un espectculo asaz divertido. En cuanto caen esos simpatiqusimos e
inteligentsimos p ersonajes, p ierden su gracia y se les acaba el talento.
La p arvada de amigos se disp ersa: unos de miedo y otros en busca de otro alero. Y
cuando solemos en contrar a uno de aqu ellos que en la p oca de esp lendor decan que eran
ntimos, cas i hermanos , y le d ecimos a q uemarrop a:
Pobre Fito! Tan ntimo amigo qu e era de usted....
Hay amigos a quienes decimos adis con frecuen cia y que no sabemos quines son!
Estos son los amigos annimos, que forman legin. Semblantes que nos son familiares;
caras que vemos todos los das; timbres de voz que nos suenan en el odo como algo
conocido. M uchos nos hablan p or nuestro nombre. Se informan de la salud de la familia
y hasta nos traen recuerdos de amigos o hermanos ausentes!
Para estos amigos annimos traemos siemp re a la mano vo cativos vagos, indefinidos, que
suavizan un poco la p lancha terrible de que nos hablen en diminutivo y nosotros
ignoremos hasta su ap ellido.
M i amigo y seor... qu tal?
Si la marea del afecto sube un p oco:
Hola, mi querido amigo!
Si el desconocido interlocutor se muestra muy confian zudo, le contestamos:
Qu hay viejo?
O bien:
M i hermano, cmo te va?
Y as salimos del ap rieto, y sigue aquella amistad en estado de nebulosa hasta que
encontramos quien nos descifre la incgnita!
***
No faltar quien p iense qu e p or qu no hablamos d e los falsos amigos, d e los
prevaricadores, de los Judas, de esos que slo acechan la ocasin para traicionar,
poniendo en venta los secretos que la buena fe del amigo bu eno y candoroso sup o
confiarles.
De esos que hablan siemp re en tono meloso y dulzn y tratan a todos con un diminutivo
almib arado que se les derrite en los labios. De esos que murmuran a la esp alda de todos y
en cambio colman de elo gios y halagos al qu e tienen delante...
***
No vale la p ena de amargarnos la boca. Slo d iremos que hay que desconfiar de los
hombres de azcar, d e los que siemp re nos llaman con un diminutivo carioso, de los que
pap achan a todo el mundo.
Para terminar, para hacer boca, queramos dedicar unas cuantas p alabras a las amigas, a
esos seres que son una verdadera chulada y cuy o p arentesco esp iritual no se ha definido
todava:
Pero es cosa larga y p eliaguda y sera abusar de la amistad segu irles dando la lata.
Mucho se ha hablado en estos ltimos tiempos de las p elonas y muchas las opiniones
que se han dado sobre el p articular. Algunas han sido ataques injustos, y otros, merecidos
o no, p ues cada quien tiene sus ideas. Yo tambin quiero dar mi op inin, la que veo de
justicia segn mi hu mild e criterio.
Es verdad que much as chicas, casi todas, se ven muy hermosas con el p elo corto y ms
an en las que llevan en su andar ese don aire tan p eculiar en nu estras mujeres, es decir,
en las de la raza Latino American a. Por muy hermosa y moderna que sea esa moda qu iero
que ellas mismas me digan: Acaso no es muy de ellas el p elo largo? Alegan algunas,
quiz con muy justa razn, que esa moda es muy higin ica. Perfectamente. Estoy de
acuerdo y ms an de que les cause menos molestias que el llevar el p elo largo.
Pero, claro est, y no tengo emp acho en d ecirlo: a m todas me agradan, lo mismo con
una exuberante cab ellera qu e con un tocado que nos h aga recordar al gran navegante que
descubri la Amrica; n aturalmente con sus muy contadas excep ciones, y, al decir sus
muy contadas excep ciones, referir a mis lectoras un caso muy curioso que me pas no
hace mucho tiemp o en la cap ital de Mxico, p recisamente, con una p elona, en una de
las calles ms cntricas de la colon ia Roma, famosa por sus mujeres bellas.
Haba salido d e los toros despus de gozar las delicias de una tarde llena d e emociones
inolvidab les, en la que el capote mgico del nico, del insup erable Gaona, nos hab a
hecho a mu chos aficionados al viril dep orte de Cuchares, aplaudir hasta hinch rsenos las
manos y gritar tanto, al grado de recurrir a la cien cia de un esp ecialista en enfermedades
de la garganta. Tan imp resionado sal del coso mximo, co mo se ha dado en llamar a la
plaza del Toreo, que recorr muchas calles llev ando an en mi p ensamiento aqu ella tarde
de triunfos. Fue tanta mi satisfaccin, que no quera ir a ninguna otra p arte a divertirme.
Para qu? Acaso haba algn esp ectculo igual al que acabab a de p resenciar?
Imp osible. Record entonces a M ara Conesa y sus hermosos Coup lets, pero... la hab a
visto y a tantas veces. Y as p ensando llegu a la p lacita de Orizaba, siemp re tan agradab le
con su bonita fuente dotada de un distribuidor de agua que lanzaba alegres chorros
dorados p or los ray os del sol, ya p rximo al ocaso.
En ese jard n se dan cita todas las mu chachas de la Colonia Roma, p elonas casi en su
totalidad. adap tan una p ostura M aniquelesca y miran con ojos soadores y distradas a
lo que hay a su alrededor, mientras llega el Sweetheart que emb arga su pensamiento. A
ese lugar fue a donde llegu, sin saber lo que all me esp eraba. An llevaba imp resas en
mi imaginacin aquellas p roezas dignas de figurar en las arenas de los grandes circos
romanos, regadas con la san gre de los valientes gladiadores. Pensando este mundo de
cosas, tom asiento en una banca de las que all hay , medio o culta p or tup idos ramajes
que rep arten su sombra p rotectora en todas direcciones y que mu chas veces p one a los
enamorados que se sientan a su amp aro a cubierto de mirad as indiscretas...
Emp ezaba a obscurecer, y , lentamente, desaparecan los grup os de p arejitas que llen aba
aquel amb iente de p oesa y de encanto. Haca ms de una hora que me encontraba en
aquel lugar, cuando pas frente a m una mujer al ap arecer hermosa, pues y a no se
distinguan b ien los objetos, p or la semiobscuridad que todo lo inv ada. Debo advertir que
soy p oco aficionado a las aventuras callejeras y p or lo tanto no p rest mucha atencin a
aquel incidente, p or otra p arte tan natural. Pas un rato, cuando rep entinamente volv a
ver ante m, y ahora y a ms cerca, aquella figura esbelta y donairosa, que dejaba tras de s
una estela de suav e perfume que imp regnaba el amb iente. Fue entonces cu ando p ude
observar que llevaba el p elo a la ltima moda, es decir, que iba p elona.
Un p oco intrigado p or su mirada alentadora, me levant en p os de sus p asos. M e llevaba
muy p oca ventaja y , yendo tras ella, p ude observar a mi placer aquel cuerp o de lneas
puras, digno de verse rep roducido p or el cincel d el in mortal M iguel n gel. Al observar
que le segua, volvi su cabeza con un gesto no exento de coqu etera, lanzndome una
mirada llena d e p romesas, que me h izo tomar la d eterminacin d e llevar aquella aventura
hasta el fin al. Ap ret un p oco el p aso con el deseo d e ad elantarme y mirar de cerquita
aquella cara que me imagin la de la diosa Venus.
Me p lanto bajo la luz de un foco qu e esp arca a su alrededor un a bella claridad azulad a y ,
casi sin resp irar, esp er aquella figura armon iosa que dejaba tras de s el aroma de
misterioso p erfume que no s por qu, se me antoj faranico. Adoptando una p ostura de
indiferencia, dirig la vista hacia la fuente, que a la luz de los focos, lanzaba millares de
lucecillas de todos colores. Llegab a el momento ms emocionante d e aqu ella extraa
aventura. Al p asar frente a m, volte la vista hacia ella, temb loroso p or la emocin y oh
sarcasmo! Se trataba nada menos que de una v ieja pelona picad a de viruela y , lo que es
ms an, el colmo, con un ojo de menos. Bueno...
El susto que me llev fue tan horrible, que no me lo hubiera dado ni un lo co in delirirum
tremens. Sin p oder ocultar mi terror, di med ia vu elta acelerado todo lo p osible; sub de un
brinco a mi auto, sin imp ortarme un comino el faltar a las reglas del trfico, p or eso de
velocid ad. Total de cuentas: un terrible susto y una multa p or la infraccin, que estoy
seguro se hubiera cancelado, si el inspector de trfico sabe el motivo de la carrera. Hab a
conseguido mi objeto, lo p rincip al, que era p oner la mayor distancia p osible entre la
LOS M DICOS
por Kaskabel
[El Tucsonense (Tucson), 11 octubre 1924. Pseudnimo de Benjamin Padilla.]
Hay otros mdicos que son el p olo op uesto. Son los mdicos alarmistas, que gustan de
hacer creer que la cosa es muy grave p ara que, sanado el enfermo, se les vea cara de
Divina Providencia.
Ay , doctor, dice casi llorando la desolad a madre, no s qu e tien e este nio. Amaneci
con calentura y hoy en la maan a lo vi y tena unas man chitas rojas en la esp alda.
Caramba! La cosa es grave. Lo veremos.
Y desp us de voltear al llorn mocosillo boca abajo, sin previo examen cu idadoso, sin
interrogar, sin siqu iera tomar el p ulso, lanza un demonio! atronador:
Saramp in! Mucho cuidado seora. M uchsimo cuidado. Asle usted a los dems nios.
Cada vez qu e usted salga de aqu , mtase en una o lla de agua hirv iendo, v estida, y
cmbiese de limp io. Asep sia. Mucha asep sia....
La mam, azorada, se lleva a los chicos con la abuela o con alguna ta; voltea al revs la
casa; comp ra tinas, lebrillos, vasijas y calentaderas.
Al siguiente da amanece el chamaco san o y alegre! La calentura era irritacin de la
cara y las manch as rojas, p iqu etes de p ulga!
Hay otros mdicos que, en cuanto se encuentran delante de un enfermo, d an ctedra
de la enfermedad y los medicamentos. Llegan al bord e de la cama, examin an al
enfermo cu idadosa y misterios amente. La madre y una criada estn a su lado,
esp erando sus palabras co mo o rculo.
Al fin habla el d octor:
Ver usted. Esto no es ms que un a ap ondurosis intramuscu lar cutnea. La glotis del
lumb ago h a sufrido una h ip ertrofia produciend o un forncu lo d e carcter ep igstrico.
Pero d aremos el antdoto....
Por supuesto que la se ora y la criada - cuya ilustraci n corren parejas - se qu ed an en
ay unas acerca de la enfermedad de su p acient e.
Entre tanto, el do ctor, satisfecho d e cada p alabra y mirando al tech o antes d e escrib ir
cad a cifra:
Vienen un os pap elitos, d ice alargando la f rmu la, p ara darle uno cada hora. Es un
poco de flourhid rato pcrico de magnes io y arseniato de fierro . Esto obra activ amente
sobre el s istema adip oso y ver usted c mo n o se rep ite el acces o.
Se despide muy ancho, d ejando a aqu ellas dos pobre seo ras co mo si les hub ieran
hablado en hebreo !
Cuando se anunci el vuelo de Lindy, a la tierra d el p ulque y de los nopales, todo ser
viviente se p uso a hablar del asunto, como mejor le p areca. Desde el b arrendero de
Palacio hasta el ho mbre de negocios, todos en general charlaban, y he aqu como es
exp resaban algunos de ellos.
Ah que t! Cmo ha de venir ese seor a nu estra humilde casa?
Por qu no? Los americanos son muy demcratas. Y le p onemos de p iata un
aerop lano p ara que vay a de acu erdo. Y d e ju guetes rep artiremos gatitos, que son su
amuleto. Y y o bailo con l la primera pieza.
La nia suea esa no che que Lindy se le declara, qu e se casa con l y se la lleva en
aerop lano. Pero tambin suea qu e se cae en el camino, y se cae en la cama y desp ierta en
el suelo.
***
Un latifundista lee en el p eridico que Lindbergh vendr p or tierra a M xito y rezonga:
No ms eso nos faltaba! Como los americanos se vuelven agraristas y emp iecen a v enir
p or tierra a M xico, nos dejan en el aire. Dentro de p oco seremos nosotros los
aviadores y ellos los terratenientes.
***
Un mdico:
Caramba! Si se cay era Linbergy en Valbuena, se romp iera un brazo o una p ierna, o
siquiera la cabeza, y fuera y o que lo curara, me h acia rico! Lo malo es que no se le p uede
poner una p iedrita en el camino, que si no!....
***
Un p ropietario de casas:
M aana mismo voy a advertir a todos mis inquilinos que me reservo el derecho de
alquilar las azoteas p ara ver a Lindb ergh. Al fin que todos mis contratos tienen la clausula
que p rohbe subarrendar todo o p arte de la casa. Con ms razn los techos, que armada
me voy a dar!
***
Uno de los del traffico:
Para llegar a Balbuen a tiene qu e p asar p or la ciudad. Cmo hara yo p ara levantarle una
infraccin a Lindbergh? Lo malo es que viene volando que si no qu mordida, mi
madre!... En p uro dlares.
Un chofer de fotin go :
Lo bu eno es que han d e p asar muchos aos p a qu e los aviones co bren a tostn la
dejad a.Ora s qu e nos h acen aire con la co la!
***
Un agente d e migracin en la fro ntera:
Y cmo le p ido y o el cert ificado de v acu na a es e extran jero?
Una h ija n ica y soltera con su p ap :
Y es cierto que este Lin dberg es muy listo, p ap ?
No lo s, hija. Se p ued e ser tonto y ser aviador.
Pues me han dicho que las pesca al vu elo.
Y q u?
Que voy a sent arme por donde p ase a ver si me p esca.
No te hagas ilusio nes. Los americanos vienen aqu a divorciarse, p ero a casars e, n i
en broma. Ad ems, ste trae un amu leto contra el matrimonio.
Qu cos a?
Una gata.
Y d e d nde sacas t qu e u na gata desb arate el matrimonio?
Algo ha d e hab er. Lo d igo con exp eriencia, p orque todos mis disgustos con tu madre
fuero n siemp re p or la gata.
Y as, cada u no d e ellos, bord y hasta teji s obre el vu elo de Lindy, p orque qu
caray , p or qu no ib an tambin ellos a d ar su voladito?
ELOGIOS PSTUMOS
por Kaskabel
[El Tucsonense (Tucson), 20 diciembre 1922, p . 5, col. 5-6.]
Seores:
Hemos venido a empap ar con nuestro llanto la hmeda arena d e esta fosa, que p ronto
encerrar ay ! para siemp re, los d esp ojos del que en vid a fue la estatua de la honrad ez, el
modelo d e la integridad, el tip o del buen amigo, el ms amoroso de los p adres de familia;
el hombre sin hiel, qu e slo abrig en su corazn dulces afectos y virtudes acendradas....
As, sobre p oco ms o menos, comenzaba el elo gio fnebre de un seor Gamio, que en
los cuarenta y p ico aos que vagamunde por este des graciado planetilla, no hizo ms
que emborracharse; armar camorra no slo con la gente, sino hasta con los gendarmes;
robar cuanto p oda; hablar mal d e sus amigos; ap lacar a su cny uge en sus ratos de ocio que lo eran todos - y no imp ortarle un demonio n i la familia, n i la sociedad, n i nada!
Es decir, qu e aqu ella estatua de la honrad ez, como le llamaron cuando muri, fue en
vida un verdadero Tancredo de la sinverg enzada. Tena a su mujer, qu e dizque en su
juventud haba sido bon itilla, convertida en una sardin a de tan flaca, p ues cuando no le
enamorab a a las gatas de su casa (que era slo cuando no las tena), andaba medio
ahogado d e vino y casi siempre beba del bravo.
Pero esto es lo nico que la muerte tiene de bon ito. Porque en cuanto estrena uno zap atos,
estando tirante en la cama, le salen a chaleco cu alid ades en las cuales en v ida ni soab a.
La conmiseracin p blica le inventa virtudes y dones cuando no los tiene el individuo, y
nadie h ay que se acuerde, ni de chanza d e que el p obre difunto fue un p illo tramp oso; un
dechado en fin, de p icard as, el trust del p illaje, bribn de alternativa y doctor borlado en
el arte del fraude. Pobrecito! Desp us de todo, tena buen fondo, no creas! Es cierto
que mat a un hijito de tres aos, de un solo leazo en la cabeza. Pero fue un arrebato. Yo
lo llegu a ver dando caridad a los mendigos que le salan al p aso en la calle.
Y no slo eso. Te acuerdas cu ando le qu em la boca a su mujer con un tizn, queriendo
que confesara la v erdad p or lo que se deca con el zapatero D. Febronio? Pues el
pobrecito lloraba de arrep entimiento y dijo en la comisarla que ya no se la volvera a
quemar. Era de buen fondo!
En los cementerios es quiz donde se dicen ms mentiras. Sin resp eto a los muertos, all
se miente descaradamente en todo.
YO TE EM PUJO
por Kaskabel
[EL Tucsonense (Tucson), 9 octubre 1924, p . 5, c. 1-5.]
Hay seres que llevan dentro una alma grand e. Alma de p roteccin, de ay uda, de auxilio.
En cuanto se acerca a ellos algn humilde y , con el sombrero en la mano y la v ista en los
ladrillos imp lora su proteccin inmed iatamente se sienten grandes, e irguindose y
ahuecando la voz le dicen: S, hombre, y o te emp ujo.
Yo te emp ujo. Y lo emp ujan.
Mientras no se les p ida la v erdadera proteccin, que consiste en la firma, o el d inero, son
cap aces de emp ujar a med ia humanidad, y llenarle los bolsillos de cartas de
recomend acin y colmarlos de todos los elogios imaginables p ara su persona. Esto,
naturalmente, siemp re que vean que aquella persona es un pobre diablo, apenas cap az de
ser escribiente de un bufete o dep endiente de una tienda d e rop a.
Todos los que valen poco o los que nada v alen, encuentran siempre manos bondadosas
que se tienden en su ay uda: consejeros que los alientan: admiradores que los halagan:
hombres de bien y de influ encia que los ay uda. Yo te emp ujo les dicen todos.
Y ms p or ostentacin vanidosa que p or deseo de ay udarlos a subir, encomian sus
mritos y recomiendan sus aptitudes. Con el p rurito de hacer v er siempre que tienen
amistades valiosas, grand es influen cias y muy buen corazn.
Cmo se llama usted?
Esta es la manera como los mexicanos sabemos emp ujar. Ay udamos p or vanidad y
slo a aquel qu e sabemos que nun ca ha d e hacernos sombra.
***
La verd ad de las cosas es que el mexicano es el mayor enemigo del mexicano mismo. En
cuanto alguno qu iera sobresalir p or algn captulo, todos los que lo rod ean gritan: Yo te
empujo. Y lo emp ujan, p ero para abajo, p ara hundirlo. El hombre que tiene algn mrito
por su talento, por su ilustracin, encuentra enemigos a montones entre sus p aisanos.
Ha de ser p or aquello de que la cua p ara que ap riete ha de ser d el mismo p alo.
Cuando un joven, sintiendo dentro de s aquello que p resenta Andrea Chenier bajo su
frente, la emp rende p or las veredas literarias y p rocura escribir algo elevado, qu e ilustre o
que deleite, inmed iatamente salta una jaura de crticos incapaces de p roducir nad a bueno,
y se p one a ladrar: aquel es un p edante, un necio atiborrado en vanid ad: un estpido sin
pizca de talento que debe dedicarse mejor a hacer adob es...
Hacer esto, entre nosotros, es dar p ruebas de talento y de valor civil!
Cuando un hombre, a fu erza de trabajo rudo y constante logra hacer un capital de
consideracin y busca, y a rico, el descanso de las fatigas que tuvo cuando luch, en vez
de ap laudirlo y p oner su vida como un ejemplo p ara los dems, murmuran a su esp alda:
Este es un sinvergenza.
Si algn rico slo gira su dinero prestndolo con un real en el p eso y en buenas
hip otecas, es un judo y casi un b andido. Pero si p or el contrario p one en juego sus
caudales, imp ulsa industrias, fomenta negocios, y emp rende p or distintos lados, no hay
quien lo aliente. Al contrario, suelen d ecir de l: Es un animal que se va a quedar sin
camisa.
Y si entre los p aisanos surge algn hombre jov en, de bro, d e iniciativa, qu e conciba
grand iosos p royectos, que hable de millones, que p lante obras gigantescas, y que p ida la
coop eracin y la ay uda de los p aisanos, stos, en vez de decirle yo te emp ujo, se ren
LA TELEFOM ANA
por Kaskabel
[El Tu csonense (Tucso n), 6 no v. 1924 , p. 2, col. 2 -6. Pseud no mio d e Benjamn
Padilla.]
El telfono, aparte d e la grand e aplicacin qu e tiene en el d erramamiento de b ilis,
desempea otro imp ortantsimo p ap el en la tu multuos a v ida de los n ego cios.
Se h abrn fijado ustedes en q ue h ay sujetos sumamente ocup ados, o qu e ap arentan
estarlo .
Va cu alquier pacfico cristiano a tratar con ellos u n asu nto y lo reciben de p ie,
fulgu rante la mirada, bailand o un p ie como sntoma d e n erv iosidad, restregn dose las
manos , atusndose el bigote...
Contestan s..., n o..., quiz ...., con tal b rev ed ad y con t al rap idez q ue las p alab ras
parecen flechazos! El interlocutor, d esco ncertado, acab a p or acort ar su negocio y
dejarlo a media, y el seor aqu el so nriend o nerviosamente dice al desp edirlo:
Perdone qu e no lo oiga ahora con la calma que se merece, p ero estoy sumamente
ocup ado!
Sale uno de ah con las orejas co loradas y haciendo muy p rofundas cons ideracio nes
acerca de aquel ignorado mrtir del trab ajo !...
Por supuesto que en cuanto el mrtir se queda solo, se p one a p ulirse las uas, a
limp iarse los dientes, o a cu alquiera otra op eracin de no may or importancia!
Pues bien. sos seores o cup adsimos, que se distraen hasta con el ron car d e los
zancudos, que quisieran qu e se inventara un len guaje co mp rimido para expresar una id ea
con una slaba y as ahorrar tiemp o; esos seores inaccesibles, a quienes jams se p uede
Yo, que comienzo a sentir coraje ante aquel mrtir gofio el trabajo, lo esp ero que
termine, y , en mi interior, le rezo un credo al revs!
Vu elv e a sacar nerviosamente el reloj. M e ad elanto a sus palabras y le dijo:
Ciertamente, seor Orop eza, ten go aq u casi u na ho ra. Pero no es ma la cu lpa. Est
usted aho ra... muy ocup ado !
Conque v eamos : deca usted ?!
No vemos nada, seor. He pensado qu e es ms conveniente que me vaya a mi casa y
de all le tratar el asunto p or telfono ... Slo as podremos acabar hoy !
Y mientras voy p or el camino, caro y b arato lector, me h ago las reflexiones cu e
acabas de leer!
PUGILATO
por Kaskabel
[El Tu cson ense (Tucso n), 25 noviembre 1 924, p . 5, col. 1-4. Pseu dn imo d e
Ben jamn P ad illa.]
Afuera del teatrucho s e oa un a algarab a end emon iada: p eriodiqu eros , b oleteros,
vagos, curios os y aficionados. Tal como en las afueras d e u na Plaza de Toros.
La p u erta, abierta de p ar en p ar, arro ja una in mens a b ocan ad a de luz qu e inund a la
calle e ilu mina los grand es cartelon es de mil colores y gigantescas letras.
All es...., me dijo mi amigo.
Y all era. bamos a p res enciar la Fiesta Nacion al; una s erie de s eis d istintos
asaltos a p u gilato, en q ue do ce circunsp ectos misteres iban a hinch arse el h ocico a
bofetadas s in q ue hub iera el ms lev e dis gusto d e por medio... Llegamos. Y
mediante un md ico tostn p or p iocha (ac no h ay v alientes qu e p aguen por los
amigos ), p ud imos p asar los dinteles de aquel t emplo d e las tro mp adas .
Era u n s aln inmenso. En medio el rin g, qu e aun qu e p or llamars e an illo debiera
ser red ond o, all era cuadrado: levantad o cas i u n metro sob re el niv el d el su elo.
Alrededor d e es e rin g estab a la sillera, simtricamente acomod ada. detrs las
galeras d emocrt icas, ad onde entraban borboton es d e espect adores.
Entre tanto, el negro, a dos pasos, fulgurante la mirad a, p uesto en guard ia amenazante,
esp eraba slo que el infeliz gigante se in corp orara p ara lanzarse sobre l...
Pero no sucedi as. El p obre blanco estaba ven cido: d ep lorablemente aniquilado.
Ni un ap lauso. Slo se oan imp recaciones de rabia, que malicio han de haber sido
insolencias: todava no llego a esta p arte del ap rendizaje ingls.
Era la ltima p elea. El pblico, airado, desaloj la sala, manoteando y p ateando.
Yo me qu ed en un rincn hasta que sali el ltimo.
El ave del recuerdo torn a volar. Y me p areca ver, al terminar la corrida, aquel desfile
deslumbrador de mu jeres hermosas, radiantes de juventud, sonrientes de alegra, con el
doble atavo de su lujo y su belleza, p alp itante el p echo an con la ltima p roeza del
hroe de la tarde... Y la multitud, nerviosa todava, desfilando ap retujada, por las
avenidas an churosas llenas de sol, in vadidos de lujosos automviles, que p edan p aso con
el ronco graznido de sus sirenas... Todos comentando, discutiendo la bizarra de los
toreros, con el bro que p one en los labios el recuerdo rev ivido.
El grito de un Mister que nos echaba fu era, me desp ert. Mi amigo, y a en la calle, me
preguntaba:
Qu piensas de esto... y las corridas de toros?
Pienso tanto, que nada digo, le contest.
Y l, sintindose filosfico, exclam:
Es manifestacin del mismo instinto, modificada segn el temp eramento de la raza. Es
la bestia human a que todos traemos dentro y que inexorablemente asoma, lo mismo en
razas cultas como en las brbaras: al igu al en los hombres intelectuales como en los
salvajes, y as le p ongan el freno d e todas las ley es...
Casi todos los bailes comienzan igual: en medio de una frialdad un silencio y una quietud
tumbales, es decir, sep ulcrales.
Los msicos - entre los cu ales des cuella el del violn p or lo grand e de su instrumento
- se arrincon an h ablando en secreto y fumndos e a fuertes chup etones sus cigarros de
hoja.
En la sala, inund ad a de luz, estn las muchach as: tiesas por el cors : catrinas, con su
traje d e do mingo; b ien p olveadas. Nadie habla; s lo se oy en los ritos alegres de la
due a del baile qu e en v ano quiere iny ectar animacin al con curso.
Afuera, en el corredo r, los curs is tip os, con sus cuellos hasta las orejas, sus
relu cientes chalecos de p iqu , sus zap atos rejuv en ecidos a fu erza d e betn y la entresemana, rebelde cabellera, domada a fu erza de ban dolin a y p omada.
Platiqu en, muchachas , p or Dios! Parece esto un v elo rio!
Si estamos platicando! contesta una, mientras las dems sonren , con u na sonrisa
de es as d e do lor de muelas!
Pero aquello no se anima. No se alegra.
Suena la p rimera p ieza.
ndenle, much achos, a bailar!
La duea de la casa, que y a siente que casi se est tirando una p lancha, tiene qu e llevar a
los jvenes jalando de la mano y buscarles comp aera.
Pero si y o no s bailar, Catita.
Pues como sepas. Anda. A bailar! No faltaba ms, qu e furamos a aburrirnos p udiendo
estar contentos!
Las p arejas apenas p latican: hablan de si est bueno o no el p iso; si hace fro o calor; si
llover o no, y esto aunque sea en inv ierno!
As comienzan casi todos los bailecitos de bandera colorada.
Pero viene la p rimera cop ita: p ara que se entonen, segn dice la due a de la fiesta.
Los dos jvenes ms comadreros y ms catrines se encargan de llevar la charo la con las
cop itas uno, y la botella de coac, el otro.
No me desaire, M ara, p orque me enojo. Tome lo que guste. Quiere que me arrod ille?
Ya sabe qu e a m no se me d ice qu e no!
Accede la ni a. Se emp ina la cop a y hace unos gestos..., que p or cierto son muy
justificados.
Desp us de la p rimera cop ita se oyen y a las p lticas en voz ms alta. Los catrines
jvenes, limp indose el sudor con un p auelo p erfumado con p chuli se sientan al lado
de sus comp aeras y comienzan a decirles que la dbil barquichuela d e su tranquilidad
se siente zozobrar en el inmenso p ilago de su amor, o alguna otra cosilla por el estilo de
cursi, que ellos creen que es la mar de bon ita y que atortola a las p obres seoritas...
Desp us de cuatro o cinco cop itas, cuando co mienza a circular el p onche, con algunas
nufragas rebanadas de naran ja, es aquello un jaleo encantador. Todos gritan, correr, se
ren a carcajad as, se jalan... Los jvenes, semidesp einados, han roto y a el turrn con sus
resp ectivas comp aeras. Los msicos entonados con el tequila, suplen con fuerza la que
les falta de afinacin.
Ya las p arejas no quieren que cesen de tocar. Sgalo, maistro y suena un ap lauso
atronador, que no termina hasta que no se oy e el p rimer ch illido del v ioln...
Llegan las altas horas!
Las estrellas, que d esde el limp io cielo se asoman al p atio de la casa, parecen sonrer
burlescamente al ver aqu el hermoso p uado de seres humanos, congestionados de
alegra!
Ya han llegado a la cumbre: y a han conseguido su objeto: la ap oteosis del descuaje del
sentimiento!
Ya los cargadores andan bailando con las recamareras en pleno estrado. Ya los msicos
no saben ni lo que tocan. A la duea de la casa se le andan cay endo las enaguas. Las
parejas de bailadores, con el greero sobre la cara, se p ierden en las encrucijadas del
corredor. A una seora 1e estn dando baos d e asiento y de brazos, all en el p atio
interior, mientras ella, con los o jos cerrados canta La Paloma.
Los jvenes des ahu ciados de las muchach as, que no han b ailado, p ero s bebido, se
estan h acien do p rotestas de amistad y d e simp ata.
Sep a ust que soy su amigo. No crea que es cuestin d e cop as. Ust me simpatiza y
yo he de demostrarle mi afecto!
Ya nadie sab e de n ada:
Una seorita llora en un rincn p orque dice que es muy desd ich ad a, y qu e qu iere
much o a su p ap...
Cllate, Laura. q u es eso? q u va a d ecir la gente? No s eas tonta, sern ate....
Pero Laura n o se s erena. Sigue llo rando p orque dice qu e qu iere mucho a su p ap ...
Entre tanto la du ea de la casa, en cantada de su xito con dos resp etables damas, las
tres ab razad as y b abendos e, cruzan la reuni n y se en caminan al interior. A s itios
reservados !...
Ust es un d es graciado !
Quin es des graciado infeliz? Pu mp, p ump ! Su enan dos cachetad as. Los
contendientes se trenzan en el p atio co mo gallos. Las miradas se aviv an un momento
por el susto. Las v iejas gritan. Los msicos susp enden la p ieza. Intervienen los
amigos, los s eparan , y los valientes, con el cuello y la co rbata hechos tiras, a distan cia
considerab le s e cambian insultos.
El resp etable gendarme llega. La msica, para disimu lar, romp e a tocar y las p arejas
reanudan el baile.
El guardin de la linterna p ide la licencia, husmea y se retira!...
Las familias, temiendo un escndalo ms gordo, comien zan a despedirse. Nadie tiene y a
energa para nada. La msica toca La Golondrina y , mientras los comp aeros ayudan a
las muchachas a p onerse los abrigos, les p iden al o do cita de amor!...
Se acab el baile.
***
Y con la filosofa que infunde la soledad y el silen cio d e la calle b ajo aqu el cielo limp io y
estrellado, p ienso y o si acaso la Providencia habr querido qu e sea aquello un len itivo de
las p esadumbres humanas.
EL VENDEDOR DE ILUSIONES
Annimo
[El Tucsonense (Tucson), 19 abril 1930, p . 3, col. 4-5.]
Fumaba y o la pip a de mbar cargad a de op io, que aquel amigo bohemio, trotamundos y
aventurero, trajera de un p uerto chino que no recuerdo ahora...
De p ronto o la msica srdida d e un p ianito d e manubrio que sonab a en la calle. Abr la
ventana. Era un viejo de b arba florid a que p areca un p atriarca de esos que venos en los
relatos emocionantes de la literatura rusa del otro siglo, el que tocaba el pop ular
instrumento.
Vendo ilusiones! Las vendo a p recio nfimo, gritaba el viejo, y su voz lrica de flauta
se me entraba dulcemente p or el alma como una msica nun ca od a.
Vendo ilusiones!
La gente emp ez a acudir al llamamiento del hombre de la barba florid a, con la
inconsciente con cien cia qu e gastan los hombres de todos los p ueblos ante lo
maravilloso...
Yo quiero comp rar la ilusin d e la esp eranza cony ugal! susurr ms que dijo, una
viuda gentil, casi otoal.
El viejo arranc al p iano una msica montona como hecha de recuerdos, y vendi a la
dama enlutada un frasco verdoso de donde brotaba volup tuosamente un perfume
recndito... Luego lleg un mercad er que co mp raba la ilusin de la riqueza.
El viejo castig al p iano con una rapsodia hngara, fastidiosa y cansona, y entreg al
mercad er de la cara rubia un botecillo metlico de forma cnica.
Y as acudieron todos los que qu eran ap rovechar aquella feria de ilusiones, caso nico y
sorp rendente en la ciudad tranquila; y se fueron llevndose en distintos recip ientes las
ilusiones comp radas: las de carro, las de la amistad, las de la gloria...
Ya se acaban!. gritaba el viejo. Ya quedan muy p ocas. A ver quin quiere comp rar
una ilusin a p recio nfimo....
A escape baj los escalones de la casa de husp edes. Ea! grit el viejo de la barba
florida.
Qu ilusin queris, buen a recitador de p arbolas?
Pobre joven! murmur l.
Yo quiero la ilusin de un amor que se acab a de extin guir en una alma.
Joven, djome con una voz de viejo. Seguramente sois poeta. La ilusin de un amor
que se ha muerto no resucita jams!
El viejo le dio la espalda y se alej tocando una msica amarga en su organillos de
manubrio.
Desp ert sobresaltado. En el suelo estaba rota la hermos a p ip a de mbar cargada d e
op io, que aqu el amigo trotamund o y av enturero trajo d e un p uerto ch ino cuy o nombre
no recu erdo ahora.
suced iendo todo lo contrario qu e en nuestro legen dario M xico, qu e p ara ser
gend arme, tcn ica o sus derivad os, es necesario v enir de Guanaju ato, ser en clenqu e
y saber disp arar, aunqu e sea al aire, d ieron la nota cnica; siemp re qu e entre las
bofetad as hay a algo de esto, p ues ni el mismsimo attach d el Consulado alemn en
Wash ington s e libraron de golp iza.
Pero, desp us de todo, el viaje de Friedrich ahafen (nombrecito tan d ifcil d e
pronunciar, co mo aquello d e P aran gutitizcuaro), a Lak ehurst n o fu e tan malo co mo
lo p intan los p esimistas qu e no tuvieron tres mil dlares para hacer el viaje, entre los
cuales me en cuentro yo.
No obstante, el qu e no se permiti fumar a nadie durarte 101 horas, el v iaje fu e
delicioso. El s istema s anitario del Graf no fun cio n por esp acio d e 73 h oras, p ero
con todo y esto el v iaje fu e p lacentero. No hub o agua p otable n i p ara lavarse los
dient es y calmar la sed de los p asajeros, casi durante toda la trav esa, p ero s hubo
champ aa y otros vinos, que, aunqu e no mitigab an la sed de los p asajeros y
trip ulantes, s, en cambio, era delicioso el zep elines co viaje. Durante todo el tray ecto,
tanto de ida como d e regreso a Friedrich..., etc., los p asajeros sop ortaron y sufrieron
un fro esp antoso; p ero, p or lo dems, el voy age resultaba excelente. Fue imposible
para los excntricos que p agaron tres mil dlares, ech ar un p istito de suero, pero, a
cambio de esto, s e ganaba el no mbre d e ser el p rimer p asajero trasatlntico en globo
rgido.
De los alimentos, ni qu hablar, hija; p orqu e los q ue p agaron tan crecida s uma no
probaron bocado d e la ap etitosa cocina alemana, a men os que uno qu e otro sandwich,
(lase torta co mp uesta), con salch icha de Westfalia; y no creas que s e deb i a qu e no
hubiera q u comer a bordo, no; s ino a las fo rmidables sacudid as de q ue fu e objeto el
Graf a merced del vend aval, qu e no p ermiti el calentar ni una taza de caf a los
cocineros. Por lo dems, el famoso viaje se hizo en todas las comod idades que exige la
vida modern a.
Referente al p anorama que p resenciaron los viajantes de a tres mil dlares per capita, no
nos queda ni qu hablar, Rosalind a de mis amores: En cuarto lugar, p orque volaron a
una altura escand alosa; en segundo lu gar, p orque los cristales del Cabin estaban
perfectamente emp aados debido al fro exterior y al calor producido p or los cocineros, y
p rimersimamente, porque todos los p asajeros, incluy endo a los trip ulantes, y con
excep cin hecha del Honorable Dr., constructor y p iloto, se encontraban mareados, al
grado de no admitir en sus estmagos ni una taza de caf, que aunque lo hubiesen
deseado, no era p osible condimentar, y a que el fuego es may p eligroso a bordo. Fuera de
estos ligeros defectillos, hija de mi alma, el viaje fue p lacentero.
Ahora se ha entablado una acusacin (p or los p uritanos evangelistas) en contra de los
ciudadanos norteamericanos que viajaron en el zep elino Graf, hacindoseles cargos de
ap rovechar op ortunidades p ara violar y burlarse de la Vo lstedana Ley . Habrs visto cosa
semejante? Por su p arte, los defensores, o sean los Demcratas que votaran p or Smith han
tomado el lo por el lado de la p oltica, y dicen que estamos en el p as de la libertad,
donde cada individuo puede tomar, beber o ingerir lo que se le p eque la real gana, desde
vinos hasta cido muritico. Y continan - La ley Volstead p rohbe la fabricaci n y
venta clandestin a de bebid as alcohlicas. PERO NO PROHIBE EL BEB ERLA S.
Siendo as , me tranquiliz!
Por lo dems, el v iaje ha sido d elicioso...
Hay ciertos jvenes p ertenecientes al gnero rango que, cuando por su bien o a fuerza,
vienen a tierras grin gas y p asan p or ac unas cuantas docen as de meses de fro, miserias y
hambre, juzgan un deber regresar a su terruo transfigurados, inconocib les, como p ara
que sus p aisanos, los pacficos y modestos vecinos de su p ueblo, exclamen con asombro
y admiracin al verlos p asar:
M ira, ese... ese... v iene d e Estados Unidos! Y una de las cosas de ms tono, es vo lver
hablando trabado dificu ltndoseles la p ronunciacin de las letras netamente esp aolas y
olvidando muy a menudo los nombres en castellano de las cosas ms usuales, cuy a
design acin slo encuentran en in gls!
Para que un ciudadano, al regresar de Estados unidos, pueda vanagloriarse de haber
ap rovechado el tiemp o debidamente, necesita lo siguiente:
1. Llegar rasurado del bigote.
2. Usar cachucha.
3. Ir rapado a la americana, a sea, con la nuca rasurada.
4. Gastar unos zap atos de a cinco k ilos cada uno.
5. Usar sobretodo, p eludo y grueso, as haga ms calor que en el infiern o.
6. Fumar p uro, aun que sea malo y p estilente.
7. Y esto sobre todo: Llegar hablando trabado!
Caramba, M acario, vien es hecho un M ister Wilson. Mira, noms! Eres todo un
yankee.
Y entonces M acario, posesionado d e su p apel, co n un a calma v erdaderamente sajon a,
contesta mordiendo el p uro oloroso a p etate:
Oh... bueno... t sab es. Yo mucho tiemp o fuera d e mi p as... sabes... Oh, mucho gusto
sienta volv er Mxico!
Pobre hermano M acario, con cien mil demonios, si y a se le traba la lengua y casi no
sabes hab lar tu id ioma!...
Bueno. Todo el tiempo y o habla in gls p or tres aos, sab es. p ero y o p ienso p ronto y o
voy hablar como antes!
Y los oy entes, que tamb in son mirantes, p orque lo contemp lan y lo escu chan con
igual arrob amiento, acab an por encontrar muy razonable, muy natural, que Macario,
desp us de v ivir tres aos en Estados Unidos, hable trabad o, y p ronuncie co n d ificultad
hasta el no mbre de su patria!
Ay de m! Que y o tambin fu i de los que ad miraron a esos M acarios petulantes, que
volvan a su tierra, no hab lan do in gls, sino habiendo olv idado el esp aol! Yo tambin
los disculp aba, y hasta era un cap tulo ms p ara admirarlos de orlos hab lar trab ado
como si fueran y ank ees .
Los veamos al volver, con los v estidos recin estrenados, con sus zapatones
lustrosos, rasu rad os de la cara, rap ados de la nu ca y con el ltimo p uado de d lares
reso nante, p rodu cto de los ahorros, priv acion es y hamb res d e algun os meses, y hasta
creamos las mentiras de grandezas que ib an contand o...
Pero - Oh, desilus in traidora - ac los h e con ocido, los he observado de cerca, he
visto cmo llegan, cmo v iven y cmo se v en : h e estud iado su incubacin completa, y
ahora me causa risa pensar en qu e lleguen h abland o trabado. Oh, lo qu e sufren p or
estas tierras esos p obrecitos, sin el id io ma, teniendo que hacerse entend er a se as,
ganndose la vida d uramente en talleres y fbricas donde el nico id ioma es el del
martillazo y el taladro. Donde sudan la gota gord a; gotas mexicanas de su dor
amargu simo. De donde salen, negros de h olln , rendidos de cansan cio , y corren a su
barrio, (al barrio mexicano...), a d escansar, a vivir, don de no los aturd a el estruendo
de la F brica, dond e hablen su id io ma, don de estrechen manos amigas, donde resp iran
un p oquito d el aire del terru o...
In gls ?... Si el n ico in gles qu e oyen es el gru ido del cap ataz (el foreman co mo
ellos le llaman) que, mascando t abaco, los hace trabajar sin des canso .
Ac n o se les ocu rre hab lar trab ado. Ac no us an sob retodo p elud o. Ac no fuman
puro... algunos d e estos bu enos p ais anos, d omesticados p or el sufrimiento y p or la
luch a, suele p reguntrsele:
El cuento costumbrista
La nica evo lucin formal sufrida aqu es la de que, de las tres p artes que mencionamos
antes que tena el cuadro d e costumbres, la p rimera y la tercera se acortan y la segunda se
desarrolla ms. La simple ancdota de antes es y a un dilo go n arrativo de vid a p ropia que
abarca todo el cuento. Otras veces va p recedido por una introduccin noticiosa o de
op inin muy corta y seguida p or un final de moraleja muy corto. En esta categora
podemos meter casi todas las narraciones de Jorge Ulica donde y a se ve una clara
intencin de literaturizar la ancdota. Tambin se p ueden inclu ir aqu todas las
narracion es tipo crnica como las mismas de Jorge Ulica (Crnica ligera, Crnica
diablica) y las crnicas top ogrficas en p rimera p ersona (Crnica del Southside
Phoenix, Daz Vizcarra; Crnicas de California, Joaqu n Pia; Crnica d e Texas,
Souza Gonzlez. Esta p rosa es gil, ms fotogrfica que moralizarte, humorstica y
satrica a la vez. Tiene un fondo real, p eriodstico, donde el autor ha editado aquella
noticia que destac a sus ojos con la intencin de drsela al lector dentro de un marco
literarizado, y a sea con la estructura de un cuento (La envidia), de un dilo go
(Remedio infalib le, Una agencia mortuoria), una crnica (Silu etas de la vida de
Phoenix, Semana en solfa, Crnicas d iablicas, Crnicas ligeras Crnicas
californ ianas, etc.).
Este cuento se da con cierta p rolijidad en la literatura p eriod stica del suroeste y
resp onde a una ab undancia del gn ero en Mxico mis mo que floreci con ngel d e
Camp o M icros a princip ios d e siglo en sus Semanas alegres del Impar cia l.
Desp us de Micrs decay el gn ero h asta tal punto que en 1918 Joaqu n de la
Cuev a en el Hisp anoam rica se pres enta como u n restaurad or d el gn ero con su
serie titulad a El sargento M artn Bravo. Esta serie se p resenta d icien do qu e
...vendr a enriquecer la literatura mexicana en uno de sus ramos menos cultiv ados
32
desde la muerte del gran M icros: la nov ela de costumbres.
Este ao es tambin cuan do Jorge Ulica co mienza a es cribir ms regularmente sus
colu mn as La s emana en solfa y Crnicas d iablicas. Por estos aos tambin
Benjamn Pad illa, Kaskab el, escrib e sus Crnicas festivas . Joaq un Pia es crib e
las Crnicas californian as y Jos Casteln sus cuentos p icarescos. Estas estamp as
no ahond an en actitudes ind ividu ales d e los p erso najes, sino qu e hacen sus anlisis en
general p oniend o a los p ersonajes en con juntos ms amp lios, p roductos de la
colectivid ad. Hispanoamrica rep rodu ce el articulo d e Manuel U garte Las nuevas
tenden cias literarias en que dice:
El talento, lejos de ser un fenmeno individu al, es un fenmen o social. En un hombre
se co ndens a u n mo mento de las colectiv id ades. Por u no d e los p oros hu man os surge la
sabia d el co njunto. Con ay uda d e un cerebro s e exterioriza u n gesto co lectivo . El
pensador y el artista no so n ms que un p roducto de la ebullicin co mn, co mo la flor
es un brote d e la v italid ad d e la tierra. Si pierde contacto con el ju go que lo nutre, se
march ita. Su fuerza slo es verdad eramente eficaz p uesta al s erv icio del elemento qu e
le en gendr.33
Este co lectiv ismo literario no era ms qu e un a reaccin al modernis mo qu e p redomin
en la literatura latinoamerican a d esde Jos M art h asta los ltimos dan dy s de la
dcad a de 192 0. M uchos escritores qu isieron t anto ser p arte d e la co lectiv idad qu e sus
escritos ap arecieron ann imos o con p seudn imos irrecono cibles. Hab a en much a de
esta literatura unas gan as d e exp resi n colectiv a co mo su ced i con el movimiento
muralista de esta mis ma p oca p ostrevolucion aria en M xico. La fo rma literaria del
cuento se liber d e la gradielocu encia ro mntica y mo dern ista y se present en un
len guaje ap ropiad o y sencillo, con calcos del in gls si neces ario, p ues as se
comu nicab a en las calles : mezcla id io mtica, p rrafos cortos, estructuras simp les, casi
anecdticas. El contenido era in mediato y perdi la serv idumbre moralista del cuadro
costumbrista y el cu ento socio p oltico. El mensaje mu ch as veces es simb lico o est
imp lcito, p ero p redomina una vis in - ms humo rstica de la realid ad, co mo un a
autorid iculizacin, u na comed iatizacin in gen iosa d e la realid ad, d istorsion and o los
defectos o exagerand o las costumbres p ara seccionarlas en u na contemp laci n cercan a
de p rimer p lano p ero no con los o jos d e un socilo go, s ino con los de u n p ay aso.
El autor del cuento costumbrista se consid era ms u obs ervador qu e un d emiurgo. El
grado de con cep tualizacin est en la tesis socarrona qu e se escond e tras la ho jarasca
de la risa. R. Snchez de Es cobar dice:
El cuento bien trado es frvolo y ameno, es ms gustado q ue la n ovela corta;
al menos a m me d eleita, so bre todo s i tiene su s al, qu ien lo p ublica o lo narra
hace p asar un rato festivo a quien es leen o escu ch an. El d a que y o tuviese
tiemp o nad a difcil sera me pusiera a escribir de esos cuentecillos ch ispeantes
que andan de bo ca en bo ca, sin ten er p aternid ad y estoy cierto p odra
34
coleccionar material para uno o dos vol menes.
Y d esp us d e esto nos cuenta un cuento sob re doa Sab in ita y su n ieto que vendan
tamales en la calle Alcai cera. Ellos no son ms qu e meros voceros del p ueblo. El
folk lore aq u tien e es a imp ortancia de fo ndo literario qu e le d io el autor ro mntico ...
No obstante, no su cede como en el ro mant icismo en el que se rep roduca un folklore
lejan o y fantasioso, sino se reproduce un folklo re inmed iato, y a veces se
contextualiza si no p arece cercano o entendible. En este s entido son imp ortantes los
finales. En el cuentecillo Una boda de refran es, al final se d a este dilogo:
Eche usted, to, ch eme usted p iropos que para eso tien e todo el derecho del p ueblo.
Qu derecho es se?
El d erecho del p ataleo, q ue es el nico d erecho de los p ueblos soberanos .35
El cu emto Todava con lo del censo de Jorge Ulica, desp us de crear situacio nes
gracios as y satricas de unos contad ores del censo, termina la h istoria:
Pero es el caso que hoy el Insp ector, con notoria injusticia, d esconoce mi labor,
diciendo que a m nadie me dio vela en el entierro censorino y que no existen en
la faz de la tierra los Prez y Ca que yo anot...
Por eso me he escondido mientras se arregla el censo p or la va dip lomtica sin
36
lugar a trancazos internacion ales...
O en el cu ento de R icardo Palma Los siete p elos d el d iablo , reproducido en Alianza
(agosto 1950, p. 11), el editor, imp regnado del espritu de la gu erra fra d el momento
dice: y desp us de leer el cuento de R icardo Palma, se nos ocurre p reguntar: cuntos
pelos tendr Jos Stalin en su bigote?
El p ocho se est extendiendo de una manera alarmante. M e refiero al dialecto que hab lan
muchos de los sp anish que vienen a California y que es un revoltijo, cada da ms
enredado, d e palabras esp aolas, vocab los in gleses, exp resiones p op ulares y terrible
slang.
De seguir las cosas as, v a a s er n ecesario fund ar una Academia y p ublicar un
diccionario espao l-p ocho , a fin d e enten dern os con los nu estros. Hasta las fieles y
dulces esp osas, si estn d e malas, dicen a s us maridos, h echas u n v eneno, cuando
quieren arrojarlos noramala:
Vete, in med iatamente, go rut.
Y luego, muy satisfechas, cuentan a sus amigas:
Le di leiro f a Justiniano porqu e no quiere salir d e los d an ces. Se ha hecho muy
exclus ivo y voy a darle tambin su divorcio. El Ju ez es muy mo y lo obligar a que
me p ague u n buen alimoni. Para q ue s e le q uite lo ru g.
Eso, que entre p och os lo entiende cualqu iera, n ecesita intrp rete tratndose de otro
gnero de ciud ad anos.
***
Entre las p erson as que me hon ran con s u amistad hay una, do a Eulalia, viuda d e
Pellejn, qu e en unos cuantos meses de h aberse venido d e Mxico h abla
perfectament e el p ocho y se ha asimilado ms p alab ras d el h abla californiana que las
que cono ca d el dulce, h ermoso y melifluo parlar de C erv antes.
He recib ido u na carta s uy a, cuy o texto cop io para regocijo y satisfaccin de los
lin gistas afectos a estudiar los idiomas raros:
Sr. D . Jorge Ulica,
City
Caballero :
Fui hoy al p ostofis a co mprar un as estamp as y tuve chanza de recibir una carta
de un a hija ma casad a q ue ten go en P isacp ochn , de donde soy nativ a. M e ha d ado
much a irritacin sab er que el tcher d e in gls de mis n ietos es enteramente
crezi, p ues no entiend e n i un a p alabra d e lo qu e y o escribo en en glish . Figrese
que envi a mi hija lob y guis es, as muy clarito, y el con denado tch er dijo qu e
no saba qu era eso, cuando le ens earon la cart a. Ya les rep ort qu e estab an
pagando el mon ey por nad a y hasta q uise p onerles un Guairels p ara evitar qu e
les estn qu itando p eso y medio p or hafanur de clase; p ero no traa n i un cinco
en la b ols a. No s aber qu e lob y guises es amor y bes os!
Eso no imp orta. Lo que y o quiero es qu e Ud. me d iga qu p uedo hacer con la lan led
del bordo dond e v ivo, q ue d esp us de rentarme un jausqu ip inrrn un, no quiere n i
que caliente guo ra porque dice que le esmoqu eo la p arlor. Ay er, a la hora del
bricfast, ib a a guis ar jamanegs , y se levant de la cama furiosa, en blu mmers y
bibid , amenazndo me con llamar p or el telefn al patrol para que me llevaran
a la y eil. Yo quis e decirle nada a mi comp adre Goy o cuand o volv i de la canera
en don de es boss,, para no levantar el infiern o, p ero s i estas cosas no v ienen a
un stop, va a h ab er jel. No p uedo s egu ir comien do nicamente jatdo gs cofi an
donas y asicrim a ries go de co ger un a maladia. A veces ten go que ir, casi en
ay unas, al otro lado d e la baha y si no fuera porque en dond e Don Taun tomo
unos sndwiches, de b ico n y otros d e ch is me morira.
Quiero, p or eso, qu e ven ga a v erme. Arreglaremos es e bisn es y el de la ap licacin
que ten go que hacer para qu e agarren a mi co mpadre los hombres colorados qu e
les dicen redmen porqu e dan muchos b eneficios y ahora tienen ab ierto los
libros por un mes. All no h ay vaporinos ni ru gnecs. Si qu iere le mand ar mi
aromovil. No ser un co che jaitono p ero s una mach ina fuerte paaa cu alquier
raid . Si v ien e, le p rometo llev arlo d esp us a las mu vis , n o a los niqu elorios ni a
los d e a daim, sino a los de don Taun, a alguna p icchur de las de qu e hablan
mucho en los p ap eles. Le ensear desp us mi redio para que oiga tocar ese fo x
tan bonito que se llama de la reina mora, a los musicianos de la y asband que toca
en el lobi del p alas. Es muy quint. Al fin d e la p ieza, todos ellos cantan reina
mora, rein a mora.
Lob and qu ises for y u olso.
Eulalia, Vda. d e Pellejn
***
Fui a sacar d e ap uros a Da. Eulalia co mo Dios me d io a entender. Todo se arregl, lo
mismo con la cas era que con la so ciedad a que D. Goy o debe p ertenecer. Hubo raid y
cuanto ella ofreci. En cuanto a lo de la Reina M ora, de q ue me h ablaba la bu ena mujer,
result con qu e tal caden cia es la q ue esta ahora en bo ga, q ue an da de boca en bo ca y
que termina as:
Con motivo de tantas y tan anunciadas acad emias, clases e institutos donde se ensea
el sp anish nos han salido ms p arladores d e la len gua cervantina que p ulgas h ay en los
cinematgrafos first class. Es un sp anish sui generis ap rendido al vap or, en veinte
clases por tres p esos, y p erfeccionado en el fon grafo, oyendo a Abrego y Picazo y a
otros clsicos como esos.
Cuando uno oye hablar a los genios graduaos en cualquiera Universidad b arata, se
duele d e todo corazn de no ser el jefe d e un automvil gendarmeril para cargar con
maestros y discp ulos a una estacin de p olica y p ara hacer que se les imp usiera a
maestros y alumnos a aqullos p or sinvergenzas y a estos por melolen gos, treinta das de
arresto.
Los p arladores de sp anish se sienten orgullosos con mostrar unos p ap elotes
descomunales, exornados con sellos en oro y rojo, en los que consta que han concluido
brillantemente el curso de espaol, que lo poseen, ms o menos, como Castelar, y qu e
son capaces d e tradu cir al habla castellana h asta los p ensamientos inexp resados d e
Roosev elt.
Y cada dis cp ulo , cad a gradu ado d e esos es un a amenaza para cu alquiera q ue de veras
parla la len gua d e Nez de Arce, sujeto co n quien no me ligan ningn lazo, de
parentesco, lo cual hago constar p ara q ue no s e crea que lo cito por s er de la familia y
que soy d e los q ue presumen d e grand es y de que le h ab lan d e t a C alvin , al
Kromprinz y a Poncho XIII.
Por qu es os gradu ados con u na amenaza y una v erd ad era calamidad, lo ver en
seguida el p blico lector.
***
A uno de los establecimientos de may ores vu elos y de ms camp anillas de los qu e h ay
en esta ciud ad de San Francisco s e presentan un as lin das p ollas de la taza en busca
de zap atos.
Las v e ven ir un dep end iente entradito en aos, aunq ue so ltern, y se disp ara hacia
ellas cono una flecha.
Qu desean usted es? les pregu nta en el idio ma de Shakesp eare.
Shoes....
All right!
El dep end iente trae los zapatos, las p ollas, que n o hablan mu cho in gls, y el
dep endiente, que no con oce nad a de esp aol, acab an p or no entenders e, y entonces se
recu rre al intrp rete, un dip lomad o de la academia Early qu e hizo un brillantsimo
curso d e esp aol en s iete s eman as.
El almacn s e p one en movimiento p ara h acer v enir a Corncutter, el p erito en len gu a
castellana... M r. Co rncutter por aq u, Nr. Corn cutter p or all y Mr. Corncutter hace su
entrad a triu nfal, entre la ad miraci n d el p erson al de los mostradores .
Sp anish p eop le, le dicen .
Y l, con aire de con quistador, resp onde.
All right. En s egu ida, emp ieza su con versacin.
M i p oinsa osted es querrido sap etas....
Las p ollas s e ven y se p onen co loradas.
Zap atos, seor.
Pleas e tradu cir la lerrer jo int, al spanish. Est en mexicano yo p ienso, p orqu e no
posible entend erla. Slo algunas p alabras comp rende b ien .
Y la carta est escrita en correcto y bu en espaol....
conflicto inesp erado. Ella dijo q ue tena diecinuev e aos, y al empadronar a su hija nos
sali con qu e hab a n acido cuan do el fuego.
Seora, eso no es p osible, la dije. La nia la hab ra nacido cuando Ud. tena cin co
aos.
Pues entonces naci.
La tuvo Ud. a los 5 aos.
La tuve cu ando me d io mi real gan a, d es graciad o, av erigua v idas ajenas, sop ln, p erro,
vbora, chu cho....
Seo ra, no es p ara tanto.
No! Quiere ah ora sacarme ms vieja d e lo qu e soy ?
No, seora, n i ms n i menos. Tal vez la chiquitina no ser h ija suy a....
Entonces, quin la ech al mundo ? Usted?
No, seora, yo no!
La jamon a se meti ech ando p este, y y o me q ued anon adado ante las cosas qu e me
deca y que no haba odo d esde qu e v iva en los p atrios lares.
Haban p asado dos horas y slo dos nombres, con los datos inco mpletos, estab an
inscritos en la lista; era mucho trab ajar p or s lo o cho centavos.
Intent el ltimo recurso, y fuimos a un a casa en la que u na lin da p olla, amable y
decid ida, nos recib i afectuosament e. Nos dio n omb res y datos con tod a amabilidad , y
segn los ap untes que h icimos, ella era la hija may or de un matrimonio en el cual
haba diecisis vstagos, todos los anotamos, y , p ara con clu ir, le pregunt:
Ya no h ay ms gente aq u?
No, seor; ah orita no, p ero en dos o tres d as....
Vien e d e fu era?
No, de fu era no. De. (La muchach a se p uso colo rad a.)
Exp lques e usted .
M am esp era d os bebitos.
resultado d e tan interes ante operacin, cay eron a la tramp a una vein tena d e ind ividuos
que, armados de nforas, frascos y botellas, tod as con caldos into xicantes h aban
ido a d isfrutar de los en cantos d el ocano, de las fres curas de la brisa, del murmurio,
del oleaje y de los efectos del aguardiente. Tod os estab an contentsimos, alegres co mo
un fo xtrot de jaza band y decidores y bravos. En la crcel, desp us, se p usieron
mustios y tristes.
Uno de los p resos de aturd imientos alco hlicos nombrme su ab o gado. El d a de la
audien cia los defensores d e otros d e los b ebedores qu e me p recedieron en el uso de la
palabra, d emostraron, p or ce ms ce qu e sus clientes eran enfermos y no crimin ales;
que segn modern as teoras, indis cutib lemente marav illosas, los afectosos al whisk ey
solan tener abscesos en la p arte ms delicad a del cerebro, p or all cerca, d el sep tum
lucidu m o tabiqu e transp arente; q ue esa era la caus a de su amor al v ino , y que seria
una crueld ad castigar a q uien no era cu lp able de q ue le salieran, esp ontneamente,
chichones d e los chilu ca adentro .
Por all me fue tambin en mi lu minosa p erorat a, ms lumin osa an p or tratarse del
tabiqu e transp arente, y la Corte, acep tando en todo las teoras de la d efensa, ord en
que se radio grafiara el cerebro de los acusados, procedindos e a p rivar d e abs cesos
cerebrales todos los qu e tuvieran p ara quitarles el feo y bochornoso vicio d e la
embriaguez.
Estuvimos tan de malas, que de los veinte enfermos de alcoholismo s/olo un ch ino y mi
defenso resultaron abscesados. El ch ino era riqusimo de la poderosa casa de los Fre-gonSones, y, p revio p ago de una multa, se fue a op erar a la Gran China. Mi cliente, ms
pobre que un franciscano, se sujet al tratamiento y muri heroicamente en el p atbulo, o
sea, en la mesa de op eraciones.
Otro fiasco:
.
M e toc defender a dos p aisanos que, en momentos de in contenible clera, h aban reido
con otros dos sujetos, a los cuales les causaron dao. Uno de los contrincantes de mis
defensores p erdi el ojo y el otro tambin, p ero un ojo era de vidrio y el otro era ojo
perfectamente natural y legtimo.
Me esforc en salvar al reo que habia dejado tuerto a un semejante, p ues juzgaba y o que
eso era muy grave ante la ley , ante la justicia y ante la Humanidad, y p ed slo nos aos
de crcel p ara el infeliz. Del p aisano qu e ech fuera a su rival el ojo de v idrio, me
concret a decir que lamentaba el caso y que estaba disp uesto a que, p or cuenta de mi
cliente, se p rovey era de un buen ojo artificial al lesionado.
La sentencia, larga y llena, de citas y doctrinas, me dej anonado. Al rijoso que hizo
tuerto a su contrincante, se le absolvi, fund ndose el Juez en que se trataba de un a lu cha
en igualdad de condiciones en que quien da est expuesto a recib ir. En camb io, el p obre
que ech fu era el o jo de cristal de su contrario, sin dejar hu ella d olo rosa, fu e
cond enado a sufrir d e un a cin cuenta aos de p risin, a pagar el ojo que s e romp i al
caer, los gastos d el juicio y una enorme multa, p orqu e all no se tratab a de una simp le
ria, sino d e d estruccin fatal d e la prop ied ad ajena.
Honorabilsimo se or juez, dije al de la causa, c mo es p osible que h ay a menos
delito en echar fu era un o jo bueno que un o artificial?
Ud. igno ra las ley es d el p as. La prop ied ad es ante todo. Con los ojos n aturales se
nace, no cuestan n ada, son p artes ntegras d el individ uo; los artificiales han s ido
objeto de un a inv ersin, y toda inversi n honrada y lcita deb e ser p rotegida. Sobre
esto, ya se hech o ju risp ru dencia. Ud. pued e destrozar, en ria, todos los dientes
naturales de u n rival. Ay de usted si le ro mp e un solo d iente p ostizo!
El p aisano senten ciado, al o r aqu ello, me dijo con gran indignaci n:
Como cump la mi cond ena, le saco los dos ojos. Al fin los tien e n aturales!
Por fortun a, d entro d e cin cuenta aos, qu ojos voy a tener?
***
Quiero qu e le v ea las p iernas a la Panch ita, me d ijo una s eora recin llevada d e
Pungab arato, Mxico .
Y p ara qu qu iere Ud. q ue s e las v ea? resp onda. Para qu e acuse Ud. a Pep e, su
novio , un o a quien le dicen el Zorillos, d e los p ellizcotes qu e la dio en el C liff Hous e,
bandose los dos.
Fui co n Pan chit a a verla las p iernas, y las tena muy gordas y muy p ellizcad as.
Incon tenen ti, entabl d emanda p or aqu el terrible abuso. El Ju ez des ech d e plan o la
querella.
Si el Zorrillo, ind ic, hubiera hecho el p ellizcamiento de p iern as en un cine, lo
secaban en la mazmorra, p orqu e hubiera tenido qu e maltratar las med ias de M iss
Panch ita p ara hacer eso; p ero si me p omo a castigar a los nov ios qu e se p ellizcan en
las p layas a la h ora del b ateo, no vamos a ten er don de meter a todos. La p iern a se
remienda s ola y sola se d esinfla.
Me retiro conven cid o, u na vez ms, de qu e no sirvo p ara abob ado o d e que las ley es y
los jero glficos fen icios corren p arejas.
LA AGENCIA MORTUORIA
p or Hctor Hernndez
S, p adre.
Ah! Muy bien! Entonces podr hacerse rico y hasta millonario si llena la pequea
formalidad que y o le quiero advertir!
Labor de remaas fue para Casimirita Remo lque convencer a su p ap de que deba traer a
la familia a las fiestas del Carnaval, pero al fin lo consigu i. Pap Remolqu e no estaba
para fiestas, p ues a ltimas fechas le hab a ocurrido algunos sacud imientos inusitados all
en M atalascallando, junto a Chilp otla, lugar sacudido p or intensos temblores, a cuy os
sacudimientos deba la destruccin d e la fin ca y el aplastamiento de Cundegun go, el ms
pequeo de la familia, quiere falleci a consecuencia d e una viga que le cay de lo alto y
le fragment el occip ital en varias p artes alicuotas.
Sin embargo, maglier los sacudimientos terrorficos que ensombrecan los horizontes de
Remolque, al fin se convenci de que p ara d isip ar p enas, nada mejor que d ivertirse y vino
efectivamente con toda la familia, acep tando la invitacin qu e aos atrs le haba h echo
Ciriaco Semforo quiere p or mera cortesa le h aba ofrecido su casa, p ara cuando viniera
a Veracruz.
Una carta lo hizo todo y Remolqu e y su distingu ida familia arrib al p uerto, feliz mortal,
recibindolo Semforo en la estacin con todos los honores no estipulados en la
ordenanza.
Los diecinueve miembros de la familia Remolque se instalaron como p udieron en la casa
del amigo Semforo.
Por supuesto no se apuren, deca C asimirita, en cualquier rincn nos acomodamos.
Pero Semforo era corts y cump lido como pocos y no p oda p ermitir que sus husp edes
ocup aran los ltimos lugares: de manera que les cedi el lecho cony ugal a los esp osos
Remolque y luego, como fue p udiendo, instal a los diecisiete restantes de la familia
visitantes.
La p rimera no che p as maravillosamente, p ero el matrimonio R emolqu e, no as p ara el
Semforo, que estuvo en un constante alto, adelante, debido a la dureza gran tica d el
suelo donde les toc en suerte colocarse. Casimirita y los parguetes acostumbrados a las
inclemencias del tiempo y a los temblores de la regin volcnica, tamb in p asaron la
noche perfectamente, de manera qu e a la maana siguiente, amanecieron muy bien de
salud y descansado en grado sumo.
Semforo tuvo que aumentar al d cup lo la suministracin diaria y durante las tres
comidas de rigor, sus invitados comieron con ap etito, a grado de que Sema y esposa, ni
siquiera p udieron tirarle a las migajas. Qu buen ap etito traan los Remolqu es! Como
que criados en la serrana, a todo le entraban y de todo engullan!
Por nosotros no se mortifiquen, deca Casimirita mientras echab a mano a la sartn
con la rop a-vieja y se la introdu ca d ebajo d e las narices con u na limp ieza admirable.
Nosotros estarnos acostumbrados a todo, y sabemos comer de todo.
Los nios Remolqu e eran unos encantos de criaturas. Durante las p rimeras horas de la
maan a destruyeron la rad iola e inutilizaron el piano. La seora Semforo no ms
relin ch p ero n i mo do de imp oner el o rden, ni mucho menos de ob ligar a los
Remolquitos a susp ender sus destructoras activid ades.
A la hora de la siesta, p or p rimera vez, despus de much os aos, Semforo estuvo con
el o jo pelado. S, antes d e ir a la oficin a, se echaba su siestecita; en su casa h aba un
silen cio absoluto, no se movia un a sola mosca y la criad a, n ica p ara el serv icio de toda
la casa, ten a orden es estrictas d e co municar a todo el q ue llamara a la p uerta, que nad ie
estaba en cas a, a fin de q ue Semforo p udiera disfrutar de un sueo tranquilo. El p rimer
da de visita Semforo no durmi ni el ms mn imo minuto. Las gracias de los
Remolquitos, que la noch e anterior le haban divertido tanto, comenzab an a caerle
gord as y comenz a temer un desastre o cataclismo, si s e p rolon gaba la visita.
Por la noch e, a eso de las diez, se acostaron cono de costumbre; pero a las once, el ms
pequeo de los Remolqu es comenz a d ar berridos el p obrecito y hubo neces idad d e
poner la casa en movimiento. Remolqu ito minscu lo tenia un clico, a consecuencia de
la hartada que se haba dado en la cena; le dieron un vomitivo y nada; le emp ujaron una
lavativa y tan camp ante. Por ltimo, se determin llamar a un md ico y fue Semforo,
por vivir en la ciudad, el comisionado p ara llevarlo. Le amaneci entre la bsqueda d el
mdico y la obtencin de la receta y cuando, horas ms tarde se presentaba a la oficina,
llevab a tamaas ojeras en red edor de los p rpados y una p alidez cadavrica qu e asustaba.
Cuando regres a su casa, desp us de haber dormitado en la carp eta de trabajo, se
encontr con la nov edad d e que una lmp p ra de cristal, dos butacones y cuatro sillas que
estimaba mucho, h aban p erdido alguna de sus p artes, quedando inutilizadas.
Por nosotros no se mortifiquen segu a diciendo Casimirita, nosotros somos los que
estamos mortificadsimos p or tantas molestias; p ero les aseguramos que hemos p asado
aqu dos das verdaderamente deliciosos. Con qu ansia esp eramos los cinco das que
faltan p ara el Carnav al.
Semforo p ens en los ray os en seco.
Rep iti ese da la escena de la siesta. No hubo quin p udiera conciliar el sueo a pesar de
los grandes esfuerzos que hacia Semforo p ara lo grarlo.
LA SU EG RA D EL RA DIO
por Jorge Ulica
El Tucsonense (Tucson), 21 marzo 1925, p . 5, col. 1-4.
Doa Tula Cervantes, que se dice heredera en lnea recta del M anco de Irap uato, es una
mujer llena de ciencia barata, de la que se adquiere ley endo p eridicos y revistas. Ha
tomado tal ap ego p or el radio, o sea, la telefona inalmbrica, que se p asa las horas
enteras oy endo las estaciones K., las F. F. y otras muy lejanas. Asegura haber odo, en su
Wery stal radio, las danzas de los habitantes de Corf y los ru gidos de las fieras que
ambundan p or las selvas africanas.
Hace das, o mejor d icho algunas noches, y a cuando estuvo a p unto de coger un a estacin
de los Balcan es, oy el rumor de un beso en la sala inmed iata. Furiosa, se levant al
instante, encontrando a su hija nica recibiendo los sculos ardientes del novio, un
dep endiente de imp ortantsima casa de emp eo. Se lanz sobre el infeliz y le dio tal go lp e
que el pobre chico mostraba, ms tarde, los msculos que rod ean al ojo de un color
cerleo tirando a negro.
Pero, man, exclam acon gojad a y llorosa la chica, no es sta la p rimera vez que oy e
a Ubaldo que me b esa, usted misma me h a contado que p ap ito, un ao antes de casarse
con usted, se la coma a besos.
A m no me imp orta que se b esucueen..., all usted es! Con su pan se lo coman; p ero
siemp re que con sus ruidos ino p ortunos me esp anten a las estacio nes de ultramar, le
he
de p oner verde la cara a este nomb re necio e in consid erado. Si han de segu ir
besndose, vyanse a la cocina.
Los novios s e fueron a la cocina y Doa Tula p udo co ger la estacin de M ontenegro,
segn ella dijo .
Con la situacin as, p ronto tena que marchar a1 ara los chicos enamorados. El
matrimon io era inev itable e inelud ible, y Doa Tula acord que efectuare de u na
manera origin al y cientfica confo rme a los adelantos de la ciencia. Se van a casar
,
ustedes p or radio , d ijo a los n ovios. Ser un acontecimiento de sensacin mundial.
Usted, Ubaldo, se u bicar en la estacin P.L.S., d e Low mont; mi hija, en B lackwood,
en la estaci n K.C.C.; el sacerd ote que los bend iga en Dryvalley , estacin. S.T., y y o,
con los nvitados, p adrinos y testigos en la ciudad, en la estacin T.K.C. Ser una cosa
marav illosa... Los p eridicos van a hablar del asunto p or un mes, en sus notas de
sociedad.
El n ovio p uso algunos rep aros a un casamiento tan extraord inario, p ero Doa Tula
tornse amenazante y lleg a p onerle las manos a su y erno futuro a slo cuatro
pulgad as y media de la faz. Se acord q ue todo se hara d e co nformidad con lar normas
y deseos de la buen a seora.
***
Llegado el da de la boda, cada cual fue a tomar sus p osiciones de combate matrimonial.
Fijse como hora de 1a ceremonia nup cial las s iete de la noch e. Doa Tula, acompaada
de numerosas personas, esp eraba en su p uesto que la voz arcanglica de su hija y la
tmida de su y erno, vinieran a travs de los buenos vientos dejando or el anhelado s.
Se escu ch la voz del ministro, que p reguntaba clara y solemne:
Quiere ud. p or esp oso y marido a don Ubaldo Terpna, seorita Perla Prez...?
No lloro, djose a s misma, porque mis hijos me hay an desobedecido. No! Lloro al ver
que son tan animales, que h abiendo una estacin inalmbrica a bordo del buque en que se
fueron, me h ay an comunicado su fu ga p or correo, desde ando los grand es adelantos de la
ciencia mod erna madre creadora d el rad io...
EL PRIM ER HIJO
por Don Alejo
El Tucson ense (Tucson), 2 6 abril 19 23.
Dicen qu e el primer hijo es el encanto del hoy ar, es la renovacin d e la Luna de miel;
aunque un p oco revuelta con paales. La verd ad es que el primer hijo es el que sufre las
consecuencias d el ap rend izaje p aternal y matern al. De algo as p arecido al p rimer
corderito en que ap rendemos a manejar el timn. Ese p obre cord erito sufre choq ues. Un
da, es un guardafan go; otro, el radiador; desp us, el told o o las llantas.
As p asa con el p rimer hijo; d esde qu e la s eora s iente los p rimeros trastornos
digestivos, empiezan los exp erimentos. Esto lo he podido obs ervar con un matrimon io
modelo de felicidad. Se trata de un mu chacho muy simp atizo que se llama Bon ifacio y
de su cara matad, llamad a Catarina. Bon i y Cata, como ellos se llaman cariosamente.
Boni, d esde qu e se cas, se consagro p or comp leto a Cata; y sta, sabed ora d el inmenso
cari o de su consorte, debe haber d icho : El buen tiemp o echarlo en casa, y as no
perda op ortunidad p ara chiquearse, como dicen algun as gentes.
Cuando Cata emp ez a sentir antojitos y mareos se hizo la mujer ms cap richos a d el
universso; extravagante en sus antojos. Una vez en el helado mes de diciembre se le
antoj comer sandias y as tienen ustedes al pobre de Boni, desesp erado p or convencerla
de que era imp osible satisfacerla sus deseos. M ira Cata, si no hay sandias cmo qu ieres
comer lo qu e no hay ? la d eca muy afligido.
Pues, he de comerla, o si no me sucede un a contingencia; y t, como no sabes lo qu e es
tener antojos, por eso no te ap uras a conseguirla; p ero si me suced e una desgracia, tendrs
que responder de ella ante los ojos de Dios.
Pero mujer, como no hay esa fruta, la cambiaremos p or p ltanos, qu dices, aceptas?
Bueno, acep to, p ero me los traes volando.
Y as termin aquel cap richo. Boni era la mar de cuidadoso cuando iba con C ata p or la
calle, la llevaba b ien tomad a del brazo como si se le fu era a escap ar. Si tena qu e bajar un
escaln, la deca: Con cuidado Catita; ve donde p ones tu p iecito; no te lo vay as a
desconcertar.
Otras veces, desp us de la comida segu an d e sobremesa, discutiendo a lo qu e dedicaran
al futuro retozo.
Si es mujer, deca l, le vamos a llamar como t.
No, p ero si y o quiero que sea hombre, rep licaba ella, y quiero que se p arezca a ti; que
tenga los o jos medio chiquitos cono t. Y cuando sea grade, que sea un In geniero o un
licen ciado, p ara que gane mucho din ero. La co cinera, que escu chaba, meti su cuch ara y
dijo: Para gan ar mucho d inero, no como un bootlegger: tiene su p eligrito, p ero si se sabe
cuidar har lots of money como dicen los americanos.
Por fin. - p asaron los meses; y una noche obscura y fra alu mbr Cata, llenando de alegra
a Boni, p ues le obsequ i un hermoso baby con los ojos medio torcidos; tal como lo
deseaban. Y cono era el p rimer retoo, empezaron los experimentos. Le levantaron la
mollera, le formaron el p alad ar con sal y le dieron manzanilla con yerba buena, castoria y
yerba del marzo p ara que tuviera buen carcter. Para p revenir que el niito p ujara, le
rezaron dos credos y le echaron agua en la boca y en el p echo.
Fueron, p ues, tantas las exp eriencias con el primer hijo que a los quince das, un mdico
,
tuvo que encargarse de la rep aracin del recin nacido cono hubiera s ucedido a un
Fordecito mal manejado.
Ahora, los esposos Boni-Cata, tienen media docena de retoos, andan todos sucios,
desp einados y mugrosos. Criados a sol y sereno. Boni se levantaba en las noches a p asear
al p rimero, ahora slo levanta la cabeza d e la almohad a p ara decirle al que llora Cllese,
gritn! Cher up.
OH LOS TELFONOS!
p or El Duende del Barrio
El Tucsonense (Tucson), 20 may o 1925, p . 5, col. 2-4.
Bueno! Seorita, hgame favor d e comun icarme con el nmero 397568.
Est ocup ado.
Desde hace media hora que me viene diciendo usted lo mismo, seorita, hlame favor de
comunicarme, se trata de un caso urgente, mi esp osa est a p unto de dar a luz y usted
comp render... (Diez minutos de espera desesp erada... El pobre marido est a p unto de
nacer aicos a puetazos el malhadado ap arato que slo sirve de adorno en el hall.)
Qu nmero? p regunta al fin una voz de desaliento.
Seorita, tiene usted familia?
Por que me hace usted esa pregunta tan majadera? Voy a quejarme a la Direccin.
Seorita, p or Dios! por su manacita, co munqueme usted con el numero 397568, que le
estoy p idiendo a usted desde hace no s que tiempo. Si de rodillas me hub iera ido a
buscar al doctor, y a lo habra encontrado.
Ah, usted es el del p arto?
No, seorita, es mi mujer, pero p ara el caso es lo mismo, ten ga usted la bond ad de
darme el nmero, se lo p ido de h inojos, con las lgrimas en los ojos, aunque salga en
verso.
Pero si sigue ocup ado, seor, qu quiere usted qu e y o haga.?
Pues lo que usted quiera, crteles la co municacin a los que estn hablando, dles un
tiro p or telfono, fulmn elos con una mirada, p ero co munquese usted. Usted no sabe
lo que es un caso de estos?
No, seor, soy soltera.
Pues ojal y lo sea usted p or toda la eternidad, seorita.
Es que quiere usted qu e me qued e a vestir santos? Si ten go nov io.
Pues que sea por muchos aos.
Por muchos aos mi nov io? Ser mi esp oso, porque dentro de p oco tiemp o me
casar.
Pues que tenga usted una eterna lun a de miel.
Ay , no! Tanta miel ha d e ser emp alagosa. No le parece a usted qu e es mejor tantito y
tantito?
A m me p arece lo q ue usted qu iera, p ero comunqueme por su salud!
Creo que y a se ha desocup ado el n mero , seor.
Bendito sea Dios! Gracias seorita, mu chas gracias.
***
Bueno! Quin habla?
Habla usted con la fbrica de llantas y tacones de hule El Pop o.
Est usted fresco!
Querr decir usted, el Pop o.
Cuelgue usted su bocina, seor, y o no he p edido este nmero. Bueno estoy y o ahora
para llantas y tacones e hule!
Tambin tenemos impermeables...
Pues que le haga muy buen provecho....
***
Seoritaaaaa.
Qu nmero?
El que se le d la gan a.
Cmo dice ust?....
Claro; le h e dicho a usted el 307568 y me comunicado ust con una fbrica de artefactos
de hule.
Qu gracia, seor.
S, una barbaridad, y a la quisiera ver a usted en este trance.
Dice ust que el 3975580
S, seorita, cuntas veces se lo he de rep etir?
Ese numero est susp endido desde hace quince das. Por ah deba usted haber
comenzado, seorita.
Quiere ustedque comuniqu e comu ique con el telfono d e algn do ctor?
No, seo rit a, mu chas gracias, y a no h ay neces idad. T ien e ust ed u n buen criadito a
quien mand ar y que Dios le d a usted un esp oso paralt ico.
Grosero!....
M uchas Gracias .
Las q ue a usted le adorn an.
***
Buen o! Qu n mero?
LOS INTRPRETES
por Jorge Ulica
El Tucson ense (Tucson), 1 88 diciembre 1924.
REMEDIO INFALIBLE
Anonimo
El Tucsonense (Tucson), 6 julio de 1926, p . 5, C o l. 1-2 .
Doa Balbina llega sudorosa a su casa y dejndose caer con sus 250 libras de p eso sobre
una mecedora, exclama:
Estoy mala, muy mala! Chon. El Doctor ha p uesto el dedo en la llaga.
Dnde tienes la llaga?
No. Si llaga no tengo nin guna, gracias a Dios; p ero digo que ese mdico nuevo que
acabo de v er ha dado en el clavo ; ha cono cido del p ie que cojeo.
Si no hablas ms claro, el diablo que te entienda. Hablas de llagas, de p ies, de clavos y
de herraduras para decirme, en conclusin...
Que tengo muchos achaques; que si no tomamos una determinacin, te quedas viuda
este verano.
Ya?
Cmo y a? Parece que lo d eseas.
Quite Dios tan mal p ensanierto de m. No lo d eseo, p ero entre quedar viudo y o a qu edar
viuda t, la eleccin no es dudosa. No quisiera qu e p asaras p or el mal trago d e verme
entre cuatro cirios. T, que te imp resiones p or nada! M enudo rato ibas a p asar.
Agradezco tus buenas intenciones p ero no me la das ni con queso.
Esto ya lo s; si quien me la va a d ar a m, eres t. Tengo que apechugar con Balb ina,
con sus doscientos cincuenta libras y con todos sus alifafes por una larga temp orada.
S te p esa; djame morir co mo un p erro.
Nada de esto, querida Balbina. Y vamos a lo imp ortante. En resumidas cuentas, qu te
ha dicho el doctor Ronquillo ?
Que tengo p leuresa, neurastenia, enteritis y un absceso en el bazo.
Arza Pililo! Si te digo cque con este surtido bien puedes poner un tendajo!
Y que necesito muchos cu idados. Primeramente, no dis gustarme p or nada ni con nadie.
El doctor no te conoce; esto va a ser mas difcil que llenar ese vaso de agu ardiente.
En segundo lugar, mucha tranquilidad y muy buena alimentacin .
Por ah no anda mal. Que comes bien y a gusto, lo va p regonando tu robusta
constitucin.
Pues no es suficiente.
No te sulfures, que aumentaremos la p astura. A mi lado nadie p asa hambre ni sed.
Que me des buenos masajes.
A esto estoy listo siemp re. (Valientes sobas le voy a dar.)
Que p asee mucho .
M s todava? Si no p aras en casa un mo mento!
Y que este v erano vaya a tomar ba os de mar.
Esto s que est ms grav e.
Claro; t como eres un tacao, mejor consentirs qu e me p udra entre estas cuatro
paredes....
No, hijita; d e pudrirte es p referib le que lo hagas fuera de cas a. Con esos calores qu e se
avecinan y tu pesada humanidad, en des comp osicin, era p ara d ivertirse.
Un viaje a Galv eston, dos meses de hotel y asistencia; baos, gastos menores, etc., y a
he sacado la cuenta; d oscientos p esos.
Eres una gran matemtica. Doscientos p esos no los gano y o en un trimestre;
doscientos p esos no los....
Valgo yo, v erdad ?
No es esto lo que iba a decir. Pero no te quiero disgustar. Con tantos alifafes no creas
que valgas mucho ms. Si te quisiera vend er, ten por seguro que no me daban por ti ni
la mitad.
Con todo lo dicho, quieres decir qu e aq u p asar el v erano y si me muero...
Aqu paz y desp us en gloria....
Eres muy fresco.
Condicin de inestimable valor p ara p asar el verano.
Y muy cnico.
Cini... qu ?
S. . . s... oooo
Y esto con que se come?
Con tenedor.
M ira, Balbina, ten gamos la fiesta en p az. Y para que no digas que soy un miserable, que
quiero sacrificarte, transijamos. En vez de ir a Galveston tendrs baos de mar en la tina
del cuarto de bao. Yo me encargo de h acer el agua salobre y de darle carcter de play a a
tus abluciones salutferas p ara que veas que tambin tengo mis trminos cientficos.
Mientras tomes el bao y o cantar aquello d e:
'Y al v er,
en la in mensa llanura del mar,
las aves marinas
que vienen con rumbo hacia ac...!
Soltar jaibas dentro de la tira que se encargarn de rebajar el absceso del brazo; y la
pleuresa, neurasternia, enteritis y por la partiditis p or la mitatis, desap arecern p or
encanto encargndote de la seccin cu linaria de la cesa, cuidando de la limp ieza de la
misma y sup rimiendo paseos y visitas, cines, chismografas y otras tantas cosas intiles.
Si todo esto no calma tus males, entrar el masaje, pero qu masaje! saldrs de 1 como
camarn cocido, ilustre y querida p aciente, y ... y a vers, y a vers si te p ongo buena o no,
antes de que termine el verano.
El cuento picaresco
La literatura p icaresca es la vena literaria hisp ana ms duradera. Surgi en Esp aa en el
siglo X VI p asando a Amrica con toda su frescura, y aqu y en Esp aa se desarroll
como gnero indep endiente hasta nuestros das. Es curioso observar que el Periquillo
Sarniento, de Lizardi, consid erado el p rimer relato novelesco de Hisp anoamrica, es de
corte p icaresco.37 Despus de l, otros libros en el mismo tono se han escrito por toda
Latinoamrica y Esp aa hasta nuestros das en que obras como Hasta no verte, Jess mo
de Eena Poniatowsca, Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Camilo Jos Cela y
Cuentos paranios traviesos de M iguel M ndez, todava nos recuerd an el gnero. Esta
novela surgi en Esp aa con los aires reformadores del erasmismo y tena una fuerte
tendencia moralizante. Del mismo modo, el cuento o novela corta p icaresca desde el el
siglo XIX en Amrica ha querido servir de literatura moralizante, siendo como el
hurgador d e los males sociales o nacionales.
La caracterstica formal ms imp ortante es el aire autobiogrfico y de aventura. Uno de
los escritores de ms imp ortancia de este gnero en los Estados Unidos fue Jos Casteln,
residente de Tucson por mucho tiemp o, que escriba ese tip o de narraciones con una
facilidad asombrosa. Sus historias autobio grafitas se enmarcaban en dilogos, sueos y
refranes y todos con el mis - no p rop sito de ilustrar acontecimientos de la v ida p ersonal
suy a o de sus op iniones sobre acontecimientos, costumbres, modas, etc. En la antologa
ap arecen algunos ejemp los de este tip o de escritos y , en el Ap ndice II, se p ueden ver
ms ttulos del mismo autor.
Otras narraciones de tip o picaresco son las de Xavier M ondragn, destacando las
andanzas de El Tenorio que muri cantando que, aunque est contado en tercera
persona, el narrador omn isciente nos cuenta las av enturas y desventuras de un ser
annimo, que creci en el ramp a y se educ en. la universidad d el v icio. El n arrador,
adems de contarnos su vida, nos habla de las injusticias que suceden alrededor: seis
aos desp us (a manera d e los ttulos cinematogrficos) confundido entre docenas de
jornaleros mexicanos, entre esa carne de can tan vilmente exp lotada, p or
reen ganch adores mexicanos, pagados p or las comp aas ferroviarias norteamericanas....
La narracin ubica la accin en lu gares especficos describiendo situaciones histricas.
Este tipo de narracin, como antes la novela p icaresca, le Memorias del Marqus de San
Basilisco de Adolfo Carrillo, y El hijo de la tempestad de Eusebio Ch acn, no olvid a el
fondo historico del que surgen.
El p rotagonista p caro del cuento mexicoamericano tiene las caractersticas tp icas del
gn ero: es un desgracido que lucha contra innumerables adv ersidades y que desp otrica
contra todo. Siemp re es un hombre qu e a veces muestra actitudes negativas hacia la
mujer. Esta actitud misgina tradicional en esta literatura moralista desde el Lazarillo de
Confieso con franqueza, qu e mis dos esp osas fu eron y son muy hon radas . La
primera duerme el su eo eterno en la madre tierra, la s egun da viv e en Los ngeles,
California, cu id ad a y querida p or los mu chos h ijos qu e le regal, y y o vivo en este
viejo Tucs on, solo, tran qu ilo, feliz y en paz, s in mujer, sin hijos, s in p erros , s in
gatos y sin raton es.
Lo d icho, Seor F ierro, le exp liq u a usted p or qu creo en el infierno y por qu
digo que he v ivido y su frido dos veces en el in fierno.
-
Seor Cast eln, me p ermite usted d ar p ublicid ad a esta co nvers acin qu e hemos
tenid o?
Si, seor, p ued e usted hacerlo . Gracias y ad is, Seor C asteln .
Adis, Se or F ierro .
Anoche, como siemp re, me dorm p ensando en esos angelitos con p ies, que se llaman
MUJERES y esto fue causa de que tuviera un sueo delicioso, con un fin al horrib le.
Dicho sueo, voy a contrselo a ustedes, no porque les imp orte saberlo, sino p orque a m
me da la real gan a de contarlo. Para entender mi sueo, es p reciso que antes les cuente
una ley enda fantstica que aqu, en Tucson, circula d e boca en boca, y que a m me
contaron hace mu cho tiemp o.
Dicen que la sierra de Santa Catalina, que est al norte de esta p oblacin, est en cantada,
que hay en ella una cuev a y que esa cu eva es la entrada de un a galera subterrnea en
donde existe un inmenso tesoro que dejaron enterrado los jesuitas. Dicen que la entrada
de esa cueva, est resguardada p or unas sierpes monstruosas, y que todos los que se han
aventurado a ir en busca de ese tesoro no han vuelto jams.
Vamos a mi sueo: So que, con un valor heroico, que slo en sueos me acomete, me
dirig a la famosa sierra en busca del tesoro que hay en su cueva.
Camin mu cho, mu cho , y mientras ms camin ab a, ms lejos v ea la s ierra. C ansado
y desesp erad o, me sent a des cansar a la somb ra de un hermos o y monstruoso rbo l,
probab lemente antidiluv iano ; el tron co media lo menos cien metros d e
circunferencia, y creo que me quedo co rto.
El cans an cio, el calo r y el hamb re fuero n causa d e q ue una du lce mod orra, empezara
a embargar mis sentidos. Ya cas i me dorma cuan do, como brotado de la tierra,
ap areci ante m un enano patizambo, jorobado y barb udo , el cu al, desp us de
saludarme muy atento, me pregunt a donde ib a. Djele a dond e y a qu y l me
ofreci llevarme. Acep t su invitacin y me puse en pie para co ntinuar la marcha,
pero l, tomndo me en sus p equeos, p ero n ervudos brazos, me levan t por los
aires, y en un santiamn me llev vo lan do h asta descender con migo en la en cantad a
sierra, y al frente de la famosa cueva.
Pen etramos en la cu ev a, y a los pocos pasos, en contramos un a slid a p uerta d e
hierro ; toc el en ano un b otn elctrico , el cu al h izo son ar un a camp ana, cuy as
vibraciones fueron repercutid as por aquellas concav id ades y la puerta se abri y
entramos a un a in mensa galera.
Qued me d eslu mbrado ! Aqu ella galera era u n as cu a de o ro! M il luces
mu lticolores, al reflejarse sobre los innu merab les esp ejos q ue cub ran las p ared es,
formab an un a lluv ia de estrellas. Todo era all s eda, oro y p iedras p recios as. Aquello
era un a magn ificen cia imp osib le d e d es cribir.
Los cu adros que h ab a en aqu ella galera, eran cuadros vivos. En esp ejos co nvexos
se vea el p asado, y en esp ejos c ncavos , el p orven ir. El tech o pareca la bv ed a del
cielo. Man os d e h adas, s aliend o de las p aredes, sostenan cand elabros, que p or
lu ces, ten an estrellas t itilantes.
Yo estab a admirado cont emp lando tantas maravillas, y el en anito me dijo :
Bajaremos al jard n, v er usted qu fruta tan ap etitos a ten go y p uede usted tomar y
co mer tod a la qu e guste.
Bajamos al jard n . Qu cosa tan deliciosa! Qu flores! y sobre todo q u frut a!
Las ms tan embriagado ras! Qu rbo les tan frondos os! Y so bre todo q u frut a!
La fruta qu e siemp re me h a gustado tanto !
Jams haba visto fruta t an h ermosa y tan ap etitosa co mo aquella! Pend an d e los
rb oles gallardos racimos d e mu jeres en su traje natural! M ujeres encant adoras, qu e
me mirab an , me h acan seas con sus ojitos, se so nrean y ext end an los brazos
hacia m.
Las d e este primer rbo l, tendran treinta aos de edad , p ero s iemp re estab an
buenas! Qu ise p rob ar un a, p ero el en an ito me d ijo: Esa fruta est algo p as ad a, en el
otro rbo l hay mejor.
El s egund o rbo l era d e n egritas , las cuales, al co lu mp iarse, imp uls adas p or el
viento, cantab an un a d anza hab anera, cap az d e resu cit ar a u n muerto. Qu is e p rob ar
una, y el en an ito me dijo : Es a fruta es trop ical y no est muy bu en a, ad elant e h ay
mejor.
El tercer rbol estaba cubierto de inditas, ppagas , pirras yaqu is, mayas , era un a
hermosura. Quis e p rob ar una d e cada n aci n y el en anito me d ijo: Esa fruta es
silvestre y tiene mal s abo r; en el otro rbol est lo b ueno, y co mer usted h asta
hartarse.
El cu arto rbol era una h ermos ura, u na divinidad. Los cfiros, al filtrars e entre sus
ramas, formaban armon as celestiales ; los cup id itos rev olot eaban d e frut a en frut a,
liban do la du lce miel d e los lab ios ro jos de aqu ellas en can tadoras mu jeres ; nun ca he
visto, ni esp ero v er, caras ms lindas y risu e as; n un ca h e es cu chado go rjeos ms
suav es, qu e las s onrisas d e aqu ellos lab ios h ech iceros ; la nia d e ms ed ad tend ra
quince aos . Aq uello era el Paraso! Aq uello era el cielo! Aq uello era la gloria!
Yo estab a lo co, frent ico, des esp erado, y grit extas iado : Que me co rten aqu ella
trigu e ita, y aqu ella rubia morenit a y aquella blanca! Pero n o, mejor es qu e y o corte
todas las qu e me gust en. To m u na es calera; s ub voland o y empec a co rtar.
Cort una, d os, tres, cu atro ! M i resp iracin era fatigos a; mi s angre co mo un a o la d e
fuego, co rra por mis veras ; mi co raz n q uera s alirs e d e mi p echo. C ort otra y otra
y otra! Senta un a fiebre ardiente; mis manos t emblaban ; me falt ab a resp iraci n.
Cort otra y otra y otra... tod as me gustab an! Mis p iern as flaq ueab an ; todo d ab a
vueltas alrededor d e m; n o vea; mi cab eza era un v olcn y un temb lor nervioso
recorra tod o mi cu erpo...
Cort otra ms! R ecu erd o qu e era un a moren a encant ado ra qu e me v ea y me
sonrea d e un a man era coq ueton a y malicios a. Aqu ella s onrisa acab d e
trastornarme; me v olv lo co ; me o lvid de dn de estab a y me inclin vio lentamente
a darle un beso... La es calera fals e y ca rodando al su elo.
El do lor de la cada y una risotada qu e o, me hicieron desp ertar de mi su eo.
Horrible realid ad ! Mi esp osa s e rea a carcajadas, y yo estaba cado al p ie d e la
cama, ten iend o entre mis manos u no d e mis zapatos, bes nd olo ap asion ad ament e.
Horro r!...
M I LTIMA CONQUISTA
p or Jos Casteln
El Tucsonense (Tucson), 14 agosto 1930, p . 5, col. 5-7.
Bien dijo, el que dijo : El que ha d e ser b arrign, aunque lo fajen desde chiqu ito y el que
ha de morir a oscuras aunque muera en velera, muere a oscuras. M s an: Dicen, y es
cierto, que: Toda criatura, desde qu e nace, ya viene p redestinada a ser lo que ha d e ser; y
que no le valen lu chas para evitar que se cu mpla su destino.
Prcticamente he visto comprobado en m, lo que h e dicho antes, en esas sabias
sentencias.
Mi buena madre quera que yo fuera santo, y con tal fin consigu i la ap robacin de mi
padre para que me p usiera de interno en un colegio d irigido p or sacerdotes. Tena y o
cinco aos de edad y tuve que obedecer.
Estudi mucho, ap rend mucho, y los sacerdotes, mis maestros, decan a mis p adres que
yo era muy aplicado, muy estudioso y muy inteligente. El Seor Obisp o, que visitaba
seguido el colegio, d eca: Este much acho v a a ser otro San A gustn, como predica;
candor; lstima que sea tan travieso, pero y a se le quitar.
Pasaron algunos aos y , y a de doce me rebel, y no qu ise estud iar ms teo lo ga. Yo
qu era mund o, lib ert ad , b ailes , cantos, p laceres. M i carcter alegre, y mi san gre
ardient e, no s e amo ldab an al mist icis mo sacerdotal.
Ven c al fin, sal p ara s iempre d e aq uel encierro triste y fro, de aqu el cementerio
mo nst ico qu e mat aba mi alegra. Entr y con clu mis estudios s ociales , en un
co legio p blico.
Hombre ya, mayor de edad, libre de mis accion es, di rienda suelta a mis pasiones,
bu en as y malas. J oven, co n dinero, no muy tonto ni muy feo, goc sin medida de
todos los p laceres, cuidando mi s alud.
Muchos aos han trascurrido. Ahora ya estoy viejo, y gozo so lamente, s aboreando
en la copa del recu erdo , las lt imas gotas de miel de mis placeres pasados, pero no
olvidados .
Ano ch e, p ens an do y s ab oreand o el recu erdo de mis p asad as co nqu istas amoros as,
me qued dormido y so lo s iguiente:
So que me haba mu erto; o so lloz ar y llo rar a mi esp osa y a mis h ijos , y a
algu nas p ersonas q ue estaban v elando mi cad ver. O a qu e me elo giaban, en voz
alt a algu nos y otros en voz baja, d ecan pestes de m. As es la hu man id ad ; y o me
rea.
O qu e el Sr. Cast rillo , activo y afanoso , h aca los p rep arativos p ara mi funeral;
ext erio rment e fin giendo tristeza, e interiorment e ha d e h ab er estado cont ento p or
mi mu ert e.
Oa qu e el Sr. Es cob illas , que era el maest ro d e la ceremo nia, ib a de aqu p ara all
y daba rdenes p ara el mejo r arreglo del fun eral.
Y y o me s enta con ganas de rer al v erlos a los d os, fin giendo llanto, sabiend o,
c mo se q ue d esean que me lleven los d iablos.
Todo esto me en cantaba. M e sent a rego cijad o al ver que la muerte me libraba d e la
des gracia d e verlos , y me librab a de todos los peligros y enfermedades a que est
exp uesto el que v iv e. Ten a mu ch as ganas d e so ltar u na carcajada es cand alosa, p ero
no lo h ice, p or temo r de q ue crey eran qu e estab a vivo y no me enterraran.
En mi velo rio, co mo es natural, hub o muchas p erson as y emp ezaro n a hacer
recuerdo d e mis ocurren cias, travesuras y majaderas, con qu e los h aca rer: y deca
Se nos fu e C asteln; tan ocurrente, tan op ortun o, tan in gen io so qu e era s iempre.
Por fin , amaneci y lleg la hora d el funeral. Pus ieron la tap ad era a la caja; la
subiero n al carro mortu orio, y se emp rendi la marcha hacia la catedral. Seguan al
carro mu chos autos y mu chas p erson as a p ie; cas i tod os fin gien do que llorab an y
con flores p ara co lo car sob re mi tu mb a.
Ya en la catedral, me d ijeron un a mis a d e Cu erp o p resent e. Co nclu id a la mis a,
segu imos h acia el cementerio y y a all, co locaron la caja con mi cad v er des cubierto
al b ord e d e la fos a y tom la p alab ra mi apreciab le amigo, el Licenciado C acah o, el
cu al p ronun ci un d iscurs o fnebre, elo giando mis mu ch as v irtudes. Por fin t ermin ,
y todos, con sus p auelos, fin giendo que lloraban, se tap ab an la bo ca p ara qu e no
vieran qu e s e rean ; y si s e hub ieran fijad o en m, me hubieran v isto su dando gotas
gord as de verg enza por tantas mentiras q ue dijo el o rador.
Taparon el cajn; lo bajaro n a la fosa, la llenaro n con la tierra y... ya no supe ms.
Qu feliz, tranqu ilo y solo qu ed en mi sep ultura! Ya no est aba exp uesto a recib ir
groseras d e los muchachos malcriad os, ni insu ltos de los lperos bo rrachos; s in
temor a los incen dios, in und acio nes , hambres, enfermed ad es. No sufra nada; no
des eab a nada.
Estar muerto es u na gran felicidad ! Es un des canso eterno, p ara buenos y malos . En
la tumba rein a la d iosa Igualdad .
Muerto co mo est ab a, era y o igu al a Nap olen, a Jurez y a Vas hin gton ; sup uesto
que ellos estaban mu ertos, lo mis mo qu e y o, y la mu erte es la gran n iv elad ora.
Pasaron mu ch os aos; cu ando el sep ulturero volv i a es carb ar mi fosa, abri mi
cajn y me arranc mi es cu lid a calavera, ms calavera qu e esculid a; y s e la
entreg a un jov en que estaba cerca de l. Este jov en me llev a su casa, me co lo c
en s u mes a de estu dio , y emp ez a examinarme con mucha at en cin hacien do
algunos ap unt es en u n lib ro.
Pasad os algun os momentos, entr una mujer joven y h ermosa y le d ijo:
Desp ierto , ms o menos, a las siete y despu s d e est irarme y enco germe, bost ezo y
me s iento en mi cama tod ava con mucha p ereza. Al fin empiez o a vestirme, p or
supuesto rindo me yo s lo de las diab lu ras que so, o de las qu e estoy pens an do
desp ierto, alzo mi cama, y al b a o.
Salgo del b a o, y a la co cina, a p rep arar mi d esay uno , y a est. Vamos a la mes a,
Gust an U des ., y excus ars e p ueden ? La vo lunt ad es poca, p ero p u ed e aceptar el
qu e guste.
Mi des ay uno se co mpon e d e: U n plato de bu en menu do, caf hech o en p ura lech e,
pan mejicano muy tostad o, du lce y algo de fruta. H emos con clu ido. Lev anto la
mesa, lavo los trast es y los alzo en s u lu gar, riego mis flores y a t rabajar un rato .
Si ten go alguna orden que desp achar, la desp acho, y si no, p reparo trabajo. Mientras
estoy trabajando, hablo, canto y ro, sin cesar. Si llega alguna v isita o mercante, lo recibo,
lo atiendo, hab lamos y remos. Si es hombre, le doy su rato d e p aliqu e y luego, d e un a
man era in d irect a, lo desp id o. Si es mu jer, la o bsequ io , y, olv idndo me d e mi ed ad,
me v uelvo un mazap n d e almendra y n uez, hast a qu e ella, cont ent a o fast id iad a,
se d espid e, ofrecindo me vo lv er. Vu elta al trab ajo interrump id o y a formar
castillos en el aire.
A las dos o tres d e la tard e susp endo el trab ajo , me arreglo u n p oco, y al correo a
tomar mi corresp on den cia y a depos it ar las cartas cont estad as, lu ego a comer al
hotel. Po ca cosa: Sopa muy bu ena, tres guis ados d e carne, frijo les refritos, caf
co n much a lech e, p an mejican o, mant equ illa, du lce y fruta.
A barriga llena, corazn contento. Salgo d e comer, y a las vistas , Al Lrico y
lu ego a mi casa. De paso h ago algun as visit as, p latico y ro , y as hago la d igestin
perfect amente.
Ya en mi casa, du ermo un rato , trab ajo otro rato, y llega la no che. Arreglo y
prend o mi lmp ara, hago algo d e cenar; cualq uier cosa. C af en p ura leche, p an
mejicano (n o me gusta d e otro ), dulce, frut a y b ast a.
Cas i tod as las no ch es ten go vis it as d e Seoras o Seoritas qu e v ien en, no p or
verme a m, s ino por or el fo n grafo. Co mo qu iera que s ea, pas o ratos delicios os.
Platicamos y remos hasta las d iez, hora por lo regu lar en q ue se ret iran d ejnd ome
triste y so lo .
De las diez a las d oce, leo o escribo , lu ego al bao, y desp us a dormir y a so ar
con ellas, y gozar en su eos . Esta es mi v id a h ace muchos aos, s in ms camb io en
el p ro grama que cuando s algo d e viaje p ara el norte o p ara el Sur. En mis viajes
paso ratos deliciosos, y ratos psimos, pero es preciso trabajar para vivir y no hay
atajo s in trab ajo.
Ten go muy b uena s alud , v ivo muy tranq uilo , total, qu e soy muy feliz.
Lo ms bu eno qu e Dios ha hech o son: M ujeres , FLOR ES Y ESTRELLAS. Y las tres
cos as ten go, y veo todos los das .
Muchas s eoras y seoritas qu e me h onran co n su amist ad. Muchas flores en mi
peque o, p ero h ermoso jardn y ... mu ch as estrellas en el celestial jardn d e D ios.
No ten go gatos , n i perros , n i qu ien me mo leste, n i me contrad iga y me en caje
c leras a cada hora. As viv o y as viv ir mientras no llegue la h ora de cerrar el o jo
y estirar los p ies, p ara ir a otro mu ndo mejor o p eor qu e ste. Veremos y diremos!
Este relato de un d a d e mi vida actual, t al vez al curioso lector no le importar
sab erlo, p ero a m me dio la real gana d e cont arlo y ... finis co ron at op us.
En fra y lluvios a ma an a (como p rincipian los nov elis tas romnt icos), cruz el
Puente Intern acion al d e Laredo, ocu lto en un fu rg n ferro carrilero, un dem,
proced ent e d el interior d e M xico .
Naci en Gu anajuato, s e mal ed uc en M icho acn, ap rend i a es cribir en Q uertaro
y adquiri s us malos hb itos en la Gran Capit al Azteca, gradu nd ose en la
Univ ersid ad del Vicio y co n larga prctica en los cafetines chinos, s alones de baile y
otros cab arets d e barriad a.
Cuando arrib a la Cap it al cont ab a qu e era hu rfano ... y co ntab a otras tantas, as
co mo innu merables, entrad as a la crcel d e p rov incia, a p esar de su temp ran a edad.
El chico fu mab a, beba, gastab a y se into xicaba muy a menudo , si no es qu e
diariamente.
lstima q ue tengan du eo .
Otros, record and o a la nov ia o lv id ada all en u n pueb lo y qu izs b urlada, entonaban:
Dnde ests, co razn?
que y a por enton ces se cantaba aq u.
Entre med io de las d iscusion es y formand o corrillos aislados , co menzaron los
albures y la amistad d e los amigos. Las b arajas mexican as nu nca faltaban . Se
escuch ab an indirectas e ins ultos aqu y all. El d e la gu itarra, q ue ya levantab a
presin , y cuan do rad ie le prestaba aten cin en lo absoluto, s igui p or s u cuent a y
ries go, aco mp a nd ose p or s so lo, calcando un a frase de Hermos a Fuentes :
La muy in grat a se fu e y lo d ej
sin dud a p or otro ms...
No termin la frase, un a terrib le p ualada que le fu e as estad a p or la espald a, lo dej
en p osicin supin a; con la boca maltrech a y arro jando bocan adas d e rojo liq uido.
Contab a ap en as 2 0 aos de edad. M oreno, d e faccion es b ien p resentado , de p elo
negro y rizado, des cuid ado , mal p ein ado . Tena fama d e teno rio y de mu cho partido
entre las hembras. Se le acusaba de h ab erlo q uit ado la mujer a ms de med ia do cena.
En D etro it estuv o a punto de s er balacead o p or u n b arbero, a q uien le rob la
mu jer, dev olvind osela d es pus de un a seman a con un a cart a san grienta y b urlon a.
Se d ecan qu e en Kans as City huy o con u na matron a de 50 aos p asad itos,
hacindola ab and on ar hijos y marid o.
El no tena la cu lp a; las mu jeres lo p ers egu an. Ellas eran las que s e enamoraban d e
l. En med io de su rusticid ad , alegab a que ellas lo b uscab an p orq ue era moren o,
guap o y p orqu e n o s e tentab a el co raz n p a qu itarle la vieja al que l quera.
As d eclar uno d e los contertulios en la d eten cin p o liciaca.
Cuando s e p resent el Sheriff con dos do cenas de s us mejores sabu esos, el cad v er
de Lu is y aca recost ado en la es calin ata d el carro d e ferrocarril, b oca arrib a; co n la
guitarra abrazad a y en la misma p os icin de cu ando fue ap u alado . An no p erda
su co lor n atural y una lev e sonris a se d ibujab a en su bo ca entre ab ierta y sangrant e.
Sus manos encallecidas, morenas, muy morenas, t al como lo estaban antes de la
mu erte; la izquierd a emp uando el diap asn, la d erecha sobre las cu erdas. Tena las
man gas de la camis a enro llad as h acia arrib a, d ejan do ver en su brazo derecho un
tatuaje delato r: H ERLINDA. Est as eran las letras d ibujadas en su p iel de bron ce,
en su viril y herc leo brazo, qu e era digno d e ser cop iado p or el artista; al menos
sta fue la op inin de la p olica y an qu e.
As termin sus das, (co mo dicen las cancio nes p op ulares) aqu el ch iq uillo qu e
contaba 1 0 a os es casos cu and o lleg a la cap ital qu e co ntab a ser h urfano y que
contaba, tamb in, t antas do cenas de ment iras como entradas a la crcel...
Y a t an t emp rana Edad!
AVENTURAS DE UN M AZATLECO
p or M igu el Stro goff
La Crnica (San Francis co), 8 abril 1916, 15 abril 1916 y 18 marzo 1916.
Sabrs, lector amigo, qu e fue d eclarado s eco el Estad o de Sin aloa, y con tal
declaraci n me d ejaron a mi s eco aqu ellas celosas autorid ad es. Yo nunca me
imagin qu e el agu a p udiera serv ir p ara otra cosa qu e para baarse la gente, regar
las p lant as, extin gu ir las quemazones , enriq uecer a los p arageros y arrastrars e
serv ilmente d eb ajo d e los p uent es; pero el otro da qu e fui co mo de costumbre a La
Magu eyera a tomar mi trago de caliente, el cu ico me sali al en cu entro y me d ej
fro d icind ome qu e estab a proh ib id a la venta d e licores y q ue, en lo su ces ivo , los
afectos a emp inar el codo t enamos qu e emborracharnos con agua.
Pero hay qu in b eb a esa p orqu era?
Es la ord en , me contest lacn icament e el cu ico.
Con la co nsternacin qu e p ued e sup onerse me dirig a la Plazuela d e M achado en
torno de la cual est n las cantin as d e lu jo don de s e alegran las p ers onas de ton o.
Todas est aban cerrad as y la Plazu ela p res entaba un asp ecto l gub re q ue me record
los calamitosos t iempos d e la bu bnica.
Ciertos son los toros, p ens.
Volv a mi cas a triste y disp uesto a dejarme morir d e ser antes de tomar un a gota d e
agu a, y lo hu biera h echo s i a la razn n o se an uncia la salid a de un b arco p ara San
Fran cis co . H ice mi malet a, camb i mis b ilimbiques p or oro ; comp r un p as aje, me
embarqu, me hice con v arios fras cos de w hiskey a bord o y me sent otra vez
red iv ivo y hast a d ichoso , madurand o el prop sito d e irme h asta Ch in a si en San
Fran cis co est aban cerrad as tambin las cantin as. No lo estn y pueden tran qu ilizars e
los ch inos ; aqu me q uedo.
Hab lo muy p oco in gls, nicamente el neces ario p ara h acerme enten der d e los
cantin eros ; p ero co mo t en go qu e alternar con otras p erso nas a mi ju icio menos
dignos qu e todos ellos, hub e de co ntrat ar un int rprete en cu anto estuve inst alad o en
mi Hot el, quien me sirv e a la v ez de gua en mis co rreras p or la gran ciu dad. El
ch amaco no es ciertament e un p o lglota; habla ps imamente el castellano y su ele
mez clar p alab ras in gles as, cuy o significad o a v eces ad iv in o, y a veces me d ejan con
un ovillo de con fusion es difcil de d esenred ar. Parece, sin emb argo, qu e trad uce
bien mis fras es y esto es lo int eresant e, p ues p ara h ab lar mi idioma no n ecesito d e
sus servicios.
El otro da, p or ejemp lo, me dijo qu e iba a llevarme a un a co rcha. Yo me p use
serio y , cu ando le fu i a lo malo , me exp lic q ue se trataba de un a iglesia.
La chapa d e su bal se d escompuso y sali presuroso el mu ch acho a traer el
lo cksmith, segn me dijo.
Pero est aqu el loco Smith ? le pregunt.
Seguro, contest, pronto lo traigo.
Por el gusto de v er un p aisano no vo lv a acord arme d e la chap a des co mp uesta, n i
menos me detuve a co nsiderar la relacin qu e poda existir entre ella y Federico
Smith, a qu ien p ens qu e refera mi intrp rete, y tamp oco me o curri qu e se tratara
de otro Smith ten ido aqu p or loco . Volvi a los p ocos min utos mi intrp rete
acomp a ad o de u n grin go co jo q ue traa unos fierros, y , d esp us de un a brev e
exp licaci n, ca en la cu ent a de que el loco Smith de marras era s encillamente el
cerrajero qu e ib a a to mar a cargo la comp ostura d e mi b a l.
Idntico ch asco me pas la otra tarde q ue me habl de un Butch er y p ens que se
tratab a de u n vecino d e M azatln , cuy o no mb re su en a casi lo mismo, aclaran do
desp us qu e s e refera al carnicero de la esquina.
Ya estoy sobre avis o en lo referent e a ciertas p alabrejas como grocera, chance o
ch anza, marqueta, tiqueta y otras d e uso corrient e qu e n i a p alos d ejara de emp lear
mi d icho intrpret e, aunqu e cono ce las corresp ondientes en castellano , as es qu e no
ten go dificult ad p ara entendrselas. Pero si d eja mu ch o qu e des ear como ling ista
este much acho, confies o q ue, co mo gu a, es u n teso ro. He est ado a p unto d e comet er
algun as in co rreccion es, y , gracias a la op ortunidad de sus ind icacion es, no h a
manch ado el pab ell n maz atleco hasta ahora. Ayer nada menos bamos en un carrito
rumbo al P arqu e, y , fijn dome en un letrero p uesto arrib a de los asientos d e
enfrent e, le p regunt al mu chacho qu d eca:
Take one, to me uno .
Perfectamente, rep use.
Ocup aban los as ientos vecinos cu atro grin guit as guap s imas y una n egra fea como el
pecad o qu e p or fortun a se b aj en la esquina in mediata. C ontinu aron las cu atro
rub ias y p or ms que las examin ab a y o no encontrab a una q ue les ech ara tierra a las
otras tres, las cuatro eran extremad ament e gu ap as.
Con qu e, to me un a?
Si, seor. Take on e, eso qu iere decir.
Bueno, s i y o tomo u na t tomas otra.
Est b ien, to maremos dos .
Desp us de este breve d ilo go, el carrito lleg a la calle Stany an y las muchach as se
disp onan a b ajar, cuando le dije al od o a mi int rp rete:
Yo to mo la d el abrigo co lo r d e cerez a y t cu l?
El mu chach o me mir estup efacto. Las jvenes cruz aban y a la calle p ara p enetrar al
Parqu e y hasta entonces adv ert mi lamentable equ ivocacin . Nos regres amos al
centro en el mismo carro y , prev io un cambio q ue h icimos, nos bajamos en frente del
Emp orio. A p oco andar me llam la atencin u na tiend a co ncurrid sima, au nque a la
verdad no p arece s er de imp ortan cia.
Es la 5, 1 0 y 15 , me d ijo el intrp ret e.
5, 10 y 1 5 son treint a, y me qu edo en ay unas s i no me exp licas mejor.
Ya me enter del asunto el muchacho , d esp ertando mi curios idad p or con ocer to do
lo qu e p uede adqu irirs e all med iante el gasto de cinco, diez o quince centav os.
Pen etr y recorr el s aln en todos s entidos acomp a ad o de mi fiel sirvient e, y
con fieso qu e qu ed deslumbrado ante aqu el ejrcito de emp leadas tan finas , tan
ins inu antes , tan bellas y trabajadoras . Las hay sin embargo qu e valen menos d e
cinco centavos, pero la mayor parte valen ms de qu ince, y, no pudiendo cargar con
todas ellas, tena qu e conformarme mo dest amente con una: la d ificultad estaba en
elegir. En ello me o cup ab a concienzud amente cuando d ieron las seis, hora de cerrar,
y hube d e res erv arme p ara hacerlo hoy mis mo ; mas y a en la acera, el gu a me h izo
camb iar de op inin p ond erndo me el p eligro a que me exp o na trat ando de comp rar
grin gas a tres nick eles p or cab eza.
Una cuadra ms ad elante h ay un Mercado do nd e sirven, p or cinco centavos , todo el
jo coqu i (buttermilk) qu e pued a uno empacar, y co mo tamb in vend en s anwichs y
tena y o un ap etito atroz, man d p rep arar veinticinco , crey end o qu e tamb in pagara
con un n ickel todos los q ue p oda devorar. Aq u interv in o mi excelente gu a y me
ev it un bo ch orno .
En ese momento s uena el timb re d el t elfono, y cojo el recibidor.
Quin habla?
Jalo ?
Con qu in hablo ?
Jalo ?
El qu e est jalado es usted. Diga quin es y qu quiere.
EL Sr. Stro goff ?
S, s eor, q ue s e ofrece?
De p arte del Director de L a Crn ica qu e mand e usted las Aventuras como estn .
Estn a med ias .
Dice el Sr. Arce q ue mande las medias y que en otra o casin s aldrn las enteras.
No entien do lo d e enteras p ero all v an.
Y es qu e como el Director d e La Crnica s abe del p ie qu e cojeo, sup uso
probablemente que h ablar y o de medias me refera a las de tequila. Dios le perdon e
su mal pensamiento. Amn .
HISTORIA LE UN CRIM EN
p or M igu el Stro goff
La Crnica (San Francis co), 4 marzo 191 6, p . 5 -6.
exq uis ito. Co n los sesos h ice u na tort illa qu e me sali muy sabros a y todav a s e me
hace agu a la bo ca acord n do me de tan sucu lento man jar. El crn eo y los hues os,
cu idados amente mond ad os y todas aqu ellas p artes que denotab an a las claras
proced er d e un cu erpo hu mano, los rep art en varios p aqu etes y en otros tantos
viajes los fu i a arro jar al mar des de la terraza de la R uteria.
Mi ven ganz a estab a consu mid a.
El cuento folklrico
El cuento folklrico annimo y oral es abundantsimo en la tradicin literaria chicana en
39
el suroeste y hay buenas recop ilaciones de ellos. Algunos de estos cuentos orales
pasaron con p equeas variaciones a los p eridicos en espaol, pero el fenmeno ms
interesante es el de, usando la estructura folklrica del cu ento o la ley enda, desarrollar
cuentos folklricos modernos y amoldarlos a una p reocup acin contemp ornea del
escritor. Algunos d e estos cuentos y ley endas ap arecen todava annimos, p ero otros
estn firmados.
Son importantes en esta seccin los cuentos etiolgicos que nos exp lican la razn p or lo
que p as algo y aquellos otros cuentos construidos con las ley endas. El cuento folklrico
que comenz a escribirse en la segund a dcad a del siglo XX con su may or exponente
Mara Cristina M ena, tuvo su p oca dorada en la d cad a de 1940. El p ropsito de estos
cuentos era el de fijar p or escrito la tradicin oral que haba en las comunidades
mexico americanas en el suroeste y que la gente comenzaba a temer p or su desaparicin
debido a la gran erosin que sufrieron estas comunid ades en la dcada de 1930 con las
dep ortaciones y , despus de la Segunda Guerra mundial, con el desp lazamiento
demo grfico de los p ueblos a los barrios de las ciudades. M ucho de este folk lore es rural,
pero algunos cuentos y a nos hablan de un incip iente folklore urbano en los barrios
mudndose de lu gar los esp antos, la llorona, la p elona, y dems entidades folklricas
40
rurales crendole un sabor comp letamente lo cal (El Tiradito en Tucson). Es curioso
observar el valor de reivind icacin cultural que tienen estos cuentos aunque su tono
romntico y su folklorismo los hagan ap arecer como cuentos lejos de la realidad actual
de lo mexicoamericano y como nostlgicos de una sociedad tradicional con creen cias,
sup ersticiones, devociones, etc. Juan Rodrguez explica la razn de ser de estos cuentos
desde el p resente, despus del movimiento chicano, diciendo:
Lgicamente, ante los insultos denigrantes del an glosajn, los p rimeros cuentistas
(del mov imiento chicano) tomaron una actitud defensiva si no ap olo gtica, en
cuanto prop onan una exp licacin ms que un a p resentacin de nuestro folklore.
Algunos, quizs p or la influencia nociv a de los muchos cuentos anglosajones del
mismo tip o, llegaron h asta la exageracin romntica, ofuscando nuestros
autnticos valores humanos e hicieron la realid ad tanto como los p erversos
estereotip os que en nuestro vaco literario los falsos cronistas nos haban
41
forjado.
Sin embargo, en la p oca se literariz un folklore que las comun idades no qu eran perder.
A raz de El Tiradito, El Mensaiero, en un a editorial dice:
Al Norte de aquella lnea imaginaria que nos divide p olticamente del suelo en
donde la cultura de raza luch a contra los av ances d e ideas p rcticas que amenazan
ahogar la id eologa soadora, p roducto de una cultura que se p ierde en la obscuridad de los tiemp os, debemos de conservar en forma ap ropiada las reliquias que
quedan como muchos testigos de nuestras costumbres en su may or pureza.42
Retorno invariab lemente a mi ho gar a las altas horas de la noch e, deb ido a qu e las nobles
tareas del p eriodismo consumen p ara mi el tiemp o que otros, menos abnegados, destinan
al rep oso. Pero no me quejo, porque comp rendo que me sacrifico por un elevado ideal y
me dignifica lo sublime de mis labores.
Quin, entregado a este divino ap ostolado, se detiene a considerar que el insomnio
destruy e sus fuerzas o que su insignificante salud se v e minada p or el esfuerzo nocturno?
Qu es el individuo, seores, junto a la magn itud de la idea? Ah, nosotros los
periodistas somos los ascetas del p ensamiento y no est remota la fecha en que nos
veamos justamente canonizados en el calendario de la in mortalidad! No dudo que mis
psteres han de leer algn da: San Carlos Orga. Virgen y Mrtir.
Mas me ap arto del incidente que iba a referirles. De regreso a mi ho gar, una de estas
noches, p resenci un cuadro instructivo y tierno. Tres maulladores gatitos, con amoroso
emp eo, p roferan de consumo p arecidos gemidos a los indiferentes odos de una gatita
lastimera. Ella, fu erza es confesarlo, daba pruebas de una indiferencia comp letamente
desengaada. Los miraba, frunca el ho ciquito y volva al rostro hacia otra parte. En vano
ellos se esforzaban p or convencerla; ap enas si escuchab a con resignacin, sin se alar a
uno solo p ara merecedor d e sus favores.
M iaauu, maullaba uno. Yo te ofrezco la felicidad en forma felina. Ven go a ti
sosteniendo un ideal y he de p roclamarte por reina del tejado. Soy un gato sin vicios,
cap az de asegurar la dicha de cualqu ier felina d e buenas costumbres.
Fufurrr-fu, bramaba el otro. Yo te hice ya feliz una vez y te volver a hacer feliz,
quieras o no quieras. Yo soy el gato.
Gurrugumiauuu! se lamentaba el tercero. Quin si no y o ser el nico que te
brindar saludables princip ios, firmes doctrinas y una suavidad de trato que te
transp ortar al paraso de las gatas?
La bella felina p ermaneca incon movible. Clavaba en sus adoradores la puntita acerada
de su desdn y no ceda al mltip le reclamo. Yo, llevado de indiscreta curiosidad, me
atrev a interro garla.
Dgame usted, seorita gata: cmo es p osible que escuchando a sus p ies la maulladora
promesa de tres gallardos galan es, cada uno de ellos hermoso y valiente, se conserve
inaccesible? No tiene usted, pues, corazn?
Zap aquild a, reflexiv amente, se relami los blancos bigotes; luego rep lic as:
Yo elegira, seo r: mas d e qu h abra de s ervirme? Los tres son en verd ad heroicos
felinos, de fuerte garra y virtudes militares. En la lucha d el alero han conquistado
lauros in accesib les, ras gu ando implacab lemente a los en emigas . Yo elegira y me
fijara acaso en aqu el p eq ueo que parece el ms dbil; pero enton ces se s ublev aran
contra l y p erecera h echo trizas entre las garras airad as de los oros dos. M e
interesara tal vez por el suave pelaje y las buenas costumbres de este otro, mas,
p odra defenderme de la acometid a d e su contrario ro busto y brav o? No me qued a
sino unca triste resolu cin, qu e es p or la qu e me decido desde la csp id e de mi
desen gao . Yo, s eor, ser d el que gane.
Con melan clico mau llido, p read o de des esp eranza, termin desp us.
Antao me d ej arrebatar por el mov edizo esp ejo de la ilus in, p ero la exp erien cia
me h a torn ado d esconfiada, aq uel que disp on ga de la carpa ms acerada, h a de ven ir
al cabo p or m, desp us d e la lucha, y lev antar sobre mi lo mo el imp erio brus co d e su
manot azo. Bajar los ojos, lanzar un susp iro y humillar mi p elaje su av e y delicado
ante aquel q ue tuvo la zarp a ms fiera y el manot azo ms au daz.
Qu le hemos de hacer seor! Este es el nico y humilde d estino de nosotras , las
gatitas indefensas, en la p atria d e los gatos hero icos... s in alus in p erson al.
M e enga as, t no necesitas de trabajar tanto p ara comer bien. Por qu comes p oco?
Por qu trabajas mucho ? Explcate.
M i amo cada da me trae a este bosque o me lleva a otro, me manda buscar y p erseguir
ciervos y cuando no le doy buenas cuentas, me ap alea, y me amenaza con la mu erte si al
da siguiente sucede lo mismo; al da siguiente redoblo mis esfuerzos y , cuando rendido
de fatiga consigo llev arle p resa doble, me encargo de cuidar d e que los hambrientos no se
ap oderen de ella. Entonces es diferente, en vez de palos me da tripas y menudencias de
los animales cazados, y me llama buen p erro con lo cual, si bien es cierto que no
alcanzo a rep oner las fuerzas p erdidas, s, en p arte, quedo satisfecho. Una idea me
mortifica. M e hago viejo a gran p risa y creo no muy tarde seguir la suerte de mi p adre
que muri ahorcado cuando p or muy viejo y a no p udo ser til a mi amo.
El can susp ira tristemente.
El de las silv as, indignado p or tan corta y sencilla, pero elocuente relacin, dej ver sus
blancas uas, sacudi la hermosa melen a y abarcando con mirada desp reciativa la
pintoresca ciudad que all en el valle se dibujaba, en tono amigab le habl al p erro
esclavo:
Huy e del hombre verdugo, s, huy e de esa bestia miserable, y ven conmigo. Seremos
hermanos, vagaremos libres por bosques y p raderas todo lo que hay en la tierra es
nuestro, comeremos lo que nos agrade sin ms trabajo que el de co gerlo, ap agaremos
nuestra sed en cristalin a fuerte, dormiremos en cmodas cu evas, tendremos amigos
cuando seamos viejos, no moriremos de hambre ni tampoco habr quien nos mate,
porque siemp re tendremos amigos y ellos cuidarn de nosotros. Ven, en esa selva en que
parece hay tinieblas, reina la luz, acrcate y vers, ah hay amp lios senderos que
conducen a alta csp ide, desde donde se contemp la el horizonte; ah est la libertad; ven
y disfrutemos de las riquezas que la madre tierra nos ofrece; sacude esa tristeza;
desp rndete de la educacin insana con que tus amos te criaron, ve tu condicin y
comp rala con la ma y p iensa, raciocina... el hombre me llama con lo que a el debiera
llamrselo, carnvoro, porque amo la libertad, a ti te adula p orque de tu esfuerzo vive...
ven, sgueme....
Pero, entonces, quin nos mantendr?
Tonto, no eres t el que caza los ciervos?
Ciertamente, pero sin el consentimiento de mi amo no p odra cazarlas.
Acaso y o necesito de p ermiso alguno p ara vivir libre: qu in ha dado a tu amo tales
derechos? T mismo, con tu humildad a ignorancia. De seguro que si y o obrara co mo t y
humilde me p usiera a su servicio, se ap rovechara d e mi estup idez y me obligara a
trabajar en su provecho tanto como a ti, y dira ser mi dueo y me matara cuando a l se
le antojara y no h abra en ello nada d e extrao, p ero no, jams consentir en tal
humillacin, vive mi dignid ad de len! viven mis garras! Cuando se atenta contra mi
libertad, rujo, hiero y mato p or eso soy libre.
M i amo dice ser l el du eo de la tierra.
No, hombre, alguno hizo la tierra; l y nosotros somos iguales hijos de ella y p or lo
mismo igual derecho tenemos a sus bienes.
Pero, si te sigo l me buscar y cuando me coja tal vez me mate.
No lo creas as, p ues en ese caso matmosle nosotros, que p ague con su vida la muerte
de tu p adre.
No se dejar.
Es que no vamos a p edirle p ermiso.
Es astuto.
Pero cobarde y, adems, nosotros somos dos y l es uno: de nu estra p arte est la razn y
ante la razn y la fu erza, esa caduca astucia es nula. Le matar de un zarp azo o le
dego llars como a un ciervo... qu p iensas... te decides?
Quiero ser libre!
***
El sol ap arece radiante y majestuoso y las vrgen es rosas reciben su p rimer beso: las
fuentes murmuran caden ciosas, los pjaros cantan sus amores; los rboles mecidos al
imp ulso de la brisa se inclinan como para b esar la tierra que les dr vid a o para sacudir el
roco que en forma d e p erla cubre sus hojas y recibir en cambio los tibios rayos del
naciente sol.
Los cuervos hacen remo lino en torno de un cadver p estilento, all a la entrada d e la
selva, pero sienten asco de l, retroceden. Los gusanos lo devoran y el orn destruy e p or
comp leto el clarn y escop eta que y acen a su lado.
En un lib ro viejo, qu e en una c moda vieja, entre otros pap eles viejos , guardaba un a
vieja amiga ma, me en contr esta vieja h istoria qu e voy a co ntar a Ud es., mis
pacientes y viejos amigos y lectores.
Eras e el ao p rimero, del siglo p rimero, d e la era primera, cu ando el Todo -Poderoso,
con un humor delicioso , se paseaba en un jardn muy hermoso del Paraso Terren al y ,
al mirar tanto animal, dijo: Falta uno racional y le ocurri h acer al ho mbre y lo hizo
as...
Tom Dios-Tata un poco de barro , se vir en un esp ejo que llev ab a en la bolsa del
chaleco e h izo a nuestro s imp ln p adre, Adn , a s u imagen y semejanza. Sop l
desp us sobre el gracioso mon igote y ste, desp us de h acer u na cabriola, d io un s alto
mortal y luego le d io las gracias a Tata-Dios y luego se co mi un p ar de p ltanos
dominicos.
Tata- Dios cloroformiz a Adn y , desp us, con un afilad o tran chete q ue llev aba en la
cintura, le arranc un a costilla y de es a costilla form a nuestra madre Ev a. Antes de
dar el sop lo de vida sobre Eva, le cur la herida a Adn con ung ento doble, y luego lo
reanim y luego le comun ic v ida a Eva, y luego los p resent a uno con otro, diciendo
as: M ujer, he ah a tu marido. Hombre, he ah a tu marida. Desp us condujo a la gentil
pareja ante el Juez Civil, que era un burro, y el matrimonio qued legtimamente
legalizado y muy fuertemente atado.
Entonces Dios les dijo: Cuanto veis, vuestro es. Los animales sern vuestros criados
mientras tengo tiemp o de h acer una don cella d e servicio p ara Eva, y un ayuda de cmara
para Adn. Comed y bebed de cu anto queris p ero, p obres de vosotros si tocis una sola
manzana de este rbol! Cuidado...! Y. subindose el Seor en su aerop lano, se elev a
los cielos.
Cuando nuestros p rimeros p adres se encontraron solos, Adn hizo cosquillitas a Eva y le
prop uso jugar a las escondidas. Eva no accedi, quiso mejor bailar un cuchicuchi y
ambos se entregaron al vrtigo del baile, al son de una magn ifica orquesta, formada p or
elefantes que hacan de trombones, leones que tocaban los p latillos, monos que hacan
monadas, etc.
Los p rimeros das de la luna de miel, de aquel feliz matrimonio, se deslizaron en medio
de una felicid ad sin limites y entre honestos y regocijos p asatiemp os.
Adn se levantaba muy de maan a, cortaba cocos, pltanos, uvas, enchiladas, tamales y
dems go losinas: cargaba con todo y se lo llevaba a su querida Eva, la cual se levantaba
tarde p or estar gozando, en los brazos de Don M orfeo, del agradab le calor de las cuiltas y
colchones que tena en su catrezuelo. Juntos almorzaban e banse d esp us a p aseo,
cogiditos del brazo y muy juntitos, como dos tortolitos, dicindose cosas muy bonitas,
hacin dose cosquillitas y otras mil diabluritas.
Cuando p asaban cerca del famoso manzano h acan la seal de la cruz y huan del sitio
peligroso teniendo caer en tentacin. Dad a faltaba a su regalo. Cuanto ap etecan lo tenan
a la mano y p oco, o ningn trabajo, costbales satisfacer sus deseos.
Por la tarde, p asada la siesta, recib an a los animales ms caracterizados. Ev a, con una
elegante bata loca, haca los honores de la casa, y acomp aada al p iano p or Adn, cantaba
El M orrongo, El Can Can, La Valentina y otras p artiduras de mrito como stas.
Adn, en sus ratos de descanso, es decir, cu ando conclua d e sembrar ostiones, camarones
y sardinas, se entretena en ensear a los elefantes, camellos, leones y tortugas, el ingls,
el latn, el alemn, el catecismo del Padre Ripalda, la milagrosa novena d e nuestra Seora
de los Pujos y la gramtica p arda.
Frecuentemente se organizaban p aseos a cab allo, carreras en burros, tamaladas, p icnics,
juegos de p rendas, etc. Cun felices hallbanse nuestros ingratos p rogenitores en el
Paraso! Sin tener que ver con caseros, p arientes, gendarmes, frailes, p eriodiqueros y
dems mo dernas calamid ades.
Pero sucedi que un d a Eva dio a luz el p rimer bostezo; Adn, asustado, comp rendi que
su costilla se aburra. Mal sntoma! Cuando una mujer se aburre, algo malo se le ocurre.
Qu te p asa querida Evita? Por qu bostezas? p reguntle, con mucho cario, Adn.
Eva se enco gi de hombros, h izo un mohn, de un salto se puso de p ie y corri
perdindose entre el ramaje. Se aburra y quera otra cosa, mala o buen a, pero diferente a
las que tena a su alcance.
Nadie sabe si casual o intencion almente, hallse Ev a al p ie del fatdico manzano. El caso
fue que all se hallaba. Cu ando ms distrada estaba, sinti sobre su cabeza rumor de
hojas, y vio a la seora serp iente, llena de anillos, que le dio los buenos das en correcto
castellano: luego le dijo: Seora, aunqu e no ten go el honor de haber sido presentado con
Ud. me p ermito ofrecerle mis respetos. Claro veo que se aburre Ud. y contra el
aburrimiento no hay mejor medicina qu e comer de estas manzanas.
Eva se asust y p ens huir y maldecir a la serpiente, p ero, por curiosidad, sigui
escuchndola y cuando Adn, que le buscaba, lleg al p ie d el manzano, y a Ev a estaba
decidid a a comer manzana, costara lo que costara. Adn se resisti al p rincipio con
energa, p ero quin p oda negar nad a a una mujer tan retrechera como era Ev a...
Adn, mohn, y o quiero comer manzanas.
Evita, Evita. No p rop onerme semejante cosa, p orque es pecatus.
M i p ichn, t no me quieres como y o a ti.
M i p aloma, te idolatro y si t lo quieres, comeremos manzanas hasta indigestarnos y
desp us, venga lo que viniere.
Mientras duraba aquel d ilo go, la serpiente se retorca d e risa, p ues y a saba que aqu ellos
babiecas acabaran p or comer manzanas hasta p onerse p anzones, y as sucedi al fin. Al
pie del rbo l p rohibido, nuestros p adres quebrantaron el Supremo Mandamiento, y juntos
y solos gustaron del p rohibido fruto hasta hartarse.
Cuando y a quedaron satisfechos de comer manzanas, comprendieron que haban pecado,
Eva llor p or primera vez y ech en cara a su marido la falta. Por su parte, Adn no
cesaba de recriminar a Ev a, lamentndose de qu e fuese tan in grata, cuando p or darle
gusto, l haba pecado. El altercado iba acalorndose, y hubieran llegado a los moqu etes,
sino es que en lo ms lgido d e la contienda, se p resent en escen a un n gel, con una
esp ada de fuego en la mano, el cu al, con el carcter de enviado extraordinario y ministro
plenip otenciario d el Seor, mald ijo a los p ecadores y los p uso de p atitas en la calle,
condenndolos a trabajos forzados y por carambola. Esa sentencia nos alcanz a todos los
descendientes de aqu el matrimonio de comedores de manzanas.
Esta relacin histrica es cop ia fiel tomada de una Biblia hebraica, cuy a edicin se agot
comp letamente. No es artculo de fe les digo yo, el que quiere lo cree y el que no, no.
Ap enas muri San Ibo, encaminse al cielo y llam a la puerta, la cual no se atrevi a
abrir San Pedro, desestimando las razones del buen Santo.
Todo lo que quieras, deca el p ortero del cielo, p ero no p uedo creer que pueda permitir
la entrada de un abogado, y a que no slo no se sienta ninguno entre los santos, sino que,
al contrario, jurara qu e se hallan en el infierno todos los de su oficio.
San Ibo no se desconcert, antes bien co mo buen abo gado tuvo buen as razones p ara
desbaratar las de San Pedro, que ste le p ermiti finalmente entrar al cielo, p ero con la
condicin d e p ermanecer junto a la p uerta.
El husped entr tranquilamente, sentse en el lu gar qu e le ind ic San Pedro, quien fue a
participar al Seor lo que o curra.
M al hecho! Muy mal hecho, Pedro! contest Dios des pus que lo hubo escuch ado;
tena intencin de que nin gn abo gado entrara en el cielo, y mis razones tena p ara ello.
Mas y a que est dentro, que se quede; sin emb argo, p rocura qu e no se mezcle con los
dems Santos, de lo contrario faltara en el cielo la paz y la buena armona. Haz que no
penetre ms ac de la puerta.
Mohno y cabizbajo volvi San Pedro donde estaba San Ibo y le comun ic las rdenes
dadas por el Seor. El Santo abogado encogi los hombros y , a guisa de p asatiemp o,
emp ez a trabar conversacin con San Pedro.
Y qu cargo desemp eis en el cielo?
Qu cargo ? Soy el p ortero.
Cmo, p or cunto tiemp o?
Para siemp re.
Ah! Vamos, a p erp etuidad. Entonces tendrs firmada alguna escritura....
No hay escritura ni cosa que valga (ni maldita la falta que hace).
Cmo que no? p ero no cono cis, grandsimo inocente, que si el mejor da se le o curre
a Dios os destituy e ni ms, ni ms, del cargo que con tanto celo vens desempeando
desde larga fecha, sin qu e p odis hacer valer vuestros derechos?
San Pedro se rasc la oreja y , ms mohno que antes, fuese a hablar con Dios
nuevamente.
Vamos a ver qu es lo que piensas, Pedro?
Que tendrs que firmarme una escritura en que conste que soy p ortero del cielo a
perp etuidad, p orque hasta ahora henos dejado andar las cosas a solas, p ero si el mejor d a
se os ocurre, me destitus sin ms ni ms, del cargo con que tanto celo....
No veis lo que te deca? Todas stas son trap aceras de aquel abogad illo que tienes en
la p uerta y que ha sabido llen arte la cabeza. Anda, Pedro, corre y haz que entre en
seguid a; p ues prefiero tenerlo junto a m a qu e se est en la puerta.
Y he aqu cmo entr en el cielo el p rimer abogado.
EL CUADRO MILAGROSO
p or Francisco S. Gallego
El Tucsonense (Tucson), 12 agosto 1930, p . 2, col. 2-5.
Querida esp osa de mi alma cu nto me p uede verte sufrir! Como lo ves, y a los ltimos
recursos se han agotado y esta crisis esp antosa sabe Dios cundo terminar. En los
talleres han cesado un resp etable nmero de empleados y en la ciudad es difcil de
encontrar colocacin .
Con estas p alabras hablaba Enrique a su amantsima esposa Carmen, que estrechaba
contra su corazn a un hermoso nio.
Es verdad, esposo mo, exclam Carmen, que nuestras penas son muy grandes, p ero
ms grand es fueran si Dios no nos hubiera premiado con este angelito que. como lo ves,
es el encanto d e los dos. La miseria que nos agobia tendr fin algn da, p orque mientras
ms grandes sean nuestros sufrimientos, ms grande ser nu estra recomp ensa.
Qu consuelo eran p ara Enrique las palabras que, llenas de dulzura, lr diriga Carmen y
qu fuerza y nimo daban a su corazn.
Lleno de p lacer arreb ataba al p rimoroso nio de los brazos de su madre y lo cubra de
besos. Este dilogo tena lu gar en el humildsimo y p obre hogar d e aquellos amantes
esp osos que se encontraba aislado y situado al p ie de una lo mita no muy lejos de la
ciudad. La noche estaba lbrega. Afuera sop laba un viento helado. Ya los rbo les hab an
quedado desnudos y la naturaleza toda p resentaba un asp ecto triste, p ues la estacin dura
del invierno estaba en su p ujanza.
Enrique y Carmen se encontraban sentados junto a la chimenea y las rojizas llamas que
de ella se escap aban alumbraban la casa, y el calor que p roducan los serv a p ara
protegerse del fro.
Enrique dep ositaba una vez ms un beso de inacabable amor sobre la frente de su tierno
nio y lo devolva a los brazos de su madre. Muy de rep ente se levant como mov ido p or
un resorte. Se acerc a una de las ventanas y, mirando travs de los vidrios, observ que
alguien se ap roximaba en d ireccin a su casa.
La noche estaba obscura y era extrao que a esas horas alguien intentara visitarlos. Se
retir de la v entana y , tomando todas las p recauciones necesarias, se dirigi a la p uerta
desp us de decirle a su esp osa que en seguid a volvera. Grande fu e la sorp resa de Carmen
al ver que su esp oso saliera a hora tan indisp uesta de la noche. Se figuraba que
probablemente habra olvidado algo afu era y que ciertamente volvera p ronto.
El nio se haba quedado dormido y Carmen le imp rima un beso en la frente y lo
acostaba en su pobrecita cama. Un co mp leto silencio reinaba en la casa.
Carmen no se resolva a dormir, estaba imp aciente, pensando qu habra sido d e Enrique.
Se acerc a la chimenea p ara revivir un p oco el fu ego p ara que no dejara de alumbrar,
pues no haba otro recurso. Emp ez a sentir miedo al verse en aquella soledad tan
esp antosa. Cogi un a frazada y, cubrindose con ella, sali de la casa d e p untillas para no
desp ertar al nio que estaba p rofundamente dormido.
Ap enas haba salido cuando oy la voz de Enrique que gritaba. Carmen! Carmen!
Desesp erada corri a donde le llamab an. Pronto lleg a donde estaba Enrique.
Enrique, esp oso mo, qu te p asa? exclam Carmen. Imp aciente he esp erado tu
regreso y cre que p asara esta terrible noch e en tu comp aa.
Carmen no se daba cuenta qu ocurra. Esp osa ma, dijo Enrique. Date p risa, acrcate
y ay udemos a este p obre anciano que se muere de fro.
Virgen santsima! Pronto, llevmosle y hagamos todo lo p osible por salvarlo.
Se despoj de la frazada y , cubriendo el cuerp o helado del anciano, lo llev aron hasta la
casa.
Lo colo caron junto a la chimenea y , desp us de mucho frotarlo, lo graron que volviera en
s.
Abri el anciano los ojos y emp ez a darse cuenta del lu gar donde se en contraba.
Carmen lo ofreci algo que tomar y , poco desp us, recobraba el entero conocimiento.
Con voz muy trmula dijo el anciano:
Cre que el ltimo momento de mi vida h aba llegado y que morira sin ver a n adie. Se
incorp or y comenz el relato triste de su vida.
Abandon a mis p adres cuando todava era un nio. Ellos y mis hermanos todos
murieron y slo y o qued. He vagado p or el mundo mendigando un p oquito de cario y
amor sin lo grar en contrarlo. Los muchos y p ecaminosos aos de mi existencia me
rechazan. He viajado por lejanas tierras atravesando d esiertos y subiendo montaas. He
visitado p ueblos y ciudades sin ms ay uda que la de Dios y este recuerdo que mi madre
antes de morir dej p ara m.
Meti mano a su seno y sac un hermoso cuadrito que guardaba una p reciosa estamp a de
la Virgen y se la dio a Carmen d icindole:
Poco ha de ser el tiemp o que me qued e de viv ir y y a que ustedes han tenido p iedad y
comp asin de m, salvndome d e las garras de la muerte, voy a obsequiarles con este
santo y bendito recuerdo de mi madre. Carmen lo cogi entre sus manos y con resp eto lo
bes y se lo p as a Enrique, quien hizo la misma cosa. Lo volvi a tomar en sus manos y
fue a colo carlo en un pequeo altarcito donde tena otras imgenes que mucho quera y
estimaba.
Carmen, al ver a Enrique que llegaba hacia ella, le dijo: Enrique d e mi alma, el regalo
del anciano se ha roto y deseara que cuanto antes lo arreglaras.
Enrique dio a su esp osa un ab razo d e in fin ita tern ura y, ob ed ecien do a su sp lica,
tom el cu adro en sus manos. Co n muchsimo cu id ado remov i la estamp a
hermossima de la Virgen p ara ev itar no rotarla ms.
Carmen to maba el n io en sus b razos y trataba de calmar su llanto con sus mimos y
caricias.
De p ronto, un grito d e alegra lanzado p or Enrique reson en la h abit acin.
Carmen d e mi corazn, nu estra miseria h a terminado .
Es p osible, Enriqu e? p regunt C armen llen a d e asomb ro.
Tan cierto es que..., mira.
Y Enriqu e, lleno de gusto, le ense aba la valios sima fortun a qu e detrs de la estamp a
se en contraba y qu e consista en v arios billetes d e banco.
Le sup lic a Carmen que h iciera p asar al ancian o p ara q ue s e diera cuenta de lo qu e
pasaba. C armen, ob edecien do a su esp oso, llev al n io a su camita y presurosa sali
volv ien do enseguid a con el an ciano co gido d el brazo y le h izo llegar hasta dond e
estaba Enriqu e.
Grand e fue la sorp resa q ue recib i aquel p obre anciano al contemp lar aqu el milagro.
Enrique y Carmen s e arrod illaran . El an ciano se colo c en medio d e aquellos amantes
esp osos y los tres dieron gracias a la Virgen p or el gran favo r qu e h aban recib ido.
As termin la miseria de aquel p obre h o gar don de h ab a amor, fe y p iedad.
APARICIN MILAGROSA
(Santa Teresa de Jess en Arizona)
Annimo
El Tucsonense (Tucson), 12 junio 1942, p . 1, col. 4-5.
Dicen que iban p or una carretera d e Arizona dos muchachos, no catlicos, manejando un
coche. Habase llegado el d a de ob edecer el llamado militar y tenan que presentarse a su
resp ectivo camp amento de entrenamiento p ara esp erar el turno de ser env iados a
Australia, a Islandia o a Irland a del Norte. En lo ms desolado d el camino, vieron a
distancia la forma d e mujer, una hermana, segn la ropa y el tocado. No p ensaron
detenerse, p ero al acercarse vieron claramente las facciones, la angustia serenidad y la
mirada sup licante, y p araron. Su belleza juvenil era maravillosa. Movidos p or la cortesa
y p or la ad miracin p reguntaron si algo d eseaba extraando sobre manera que tratndose
de una hermana anduv iera sola, p ues sabido es de todo el mundo que las religiosas
andan de dos en dos toda la vida.
La jov en religiosa p idi qu e la llevaran unos cuantos kil metros adelante, donde qued aba
un convento y se bajara. Le abrieron la p uerta y subi al coche. Dicen los mu chachos
que llevaba en las manos un ramito de flores.
Hacia dnde van ustedes? pregunt la religiosa.
Vamos a p resentarnos p ara servir al ejrcito. Ya nos toc el turno.
El turno de ir a la guerra? No, muchachos, y a no tendrn tiemp o de hacerlo, p orque la
guerra se acabar en octubre.
El co che sigui rodando y , a p oco rato, llegaba frente al convento que haba sido
sealado p or la religiosa, qu ien le dijo que ira ms adelante, p ero que tena que b ajar all
para hablar con la M adre Superiora y rog que la esp eraran cinco minutos. Lleg a la
puerta que se abri y penetr cerrndola tras s.
Pasaron cinco minutos. Diez. Quince. Veinte y media hora. La galantera, que es
educacin, impeda a los dos mu chachos retirarse dejando a la hermana y decid ieron
llegar al convento y p reguntar p or ella, p asndole recado. La hermana que abri dijo no
haber entrado nadie, a esa hora ni hab er salido n adie antes.
Los muchachos insistieron en que acab aba d e entrar, d ijeron cmo la haban hallado, qu
les haba d icho y , p or ltimo, qu e estaban seguros de que la hermana estaba dentro, p ues
la haban visto entrar. Ante la resistencia, la hermana dio p arte a la sup eriora que acud i a
la p uerta a enterarse. Otra vez el relato ahora ms vehemente.
Nadie ha salido de nuestro convento antes de hoy, ni nadie ha entrado en l, dijo la
Madre.
Los interlocutores insistieron todava dando las seas de la hermana y la M adre los
hizo p asar al locutorio y les brind asiento. Estaba ella acomod ndose en uno y
disp onindose a seguir oy endo, cu ando un much acho qu e estaba recorriendo con los ojos
los retratos colgados de la p ared seal uno y dijo vivamente:
M ire... esa es!
Pero, usted no sabe quin es... esa?
Perdn, M adre, no somos catlicos.
Pues esa no es hermana de este convento... es Santa Teresa de Jess.
El cuento neorrealista
El cuento costumbrista de la dcad a de 1920 deriv hacia un cu ento neorrealista con un
desap ego may or de la noticia, y la moraleja, pero con un simbolismo claro. Estos cuentos
neorrealistas comienzan tambin con an cdotas o noticias que desarrollan en un
verdadero cu ento literario, indep endiente de la referen cia p rimera.
El cu ento neorrealista se relaciona con el cu adro de costumbres y el cu ento imp resionista
de ngel de Camp o. En el cuento neorrealista hay y a un lenguaje intencionalmente
literario, p ero no muy connotado. Las frases son cortas, las descrip ciones realistas y el
mensaje imp licado. En cu anto al estilo volvemos a la p rosa realista del siglo XIX e
incluso de El quijo te. El Quijote y la prosa realista del XIX eran de un a gran p op ularidad
a p rincipios de siglo y se rep roducan constantemente en los p eridicos alrededor de la
dcada de 1920. Entre los realistas decimonnicos ms citados en los p eridicos tenemos
a Ea de Queiroz, de quien ap arecen p ublicados en los peridicos fragmentos de su
43
novela La casa de Ramrez. Los temas de los cuentos escogidos son muy disp ares. Los
dos p rimeros, La envidia y La florecita azul, aunqu e de un tema fantstico y con una
moraleja, p arece qu e estn contados por hablantes en la esquin a de una calle; las almas
dialo gan, comentan, describen un ambiente real con referencias decticas (all ab ajo,
hacia el fin de esta triste callejuela). Nufragos, por otro lado, es un rep ortaje literario,
una historieta, como dice el subtitulo, con un mensaje muy claro p ara el lector de la p oca
de la guerra. El autor, en un orgullo d e la Raza, hace que un sudamericano, el ms joven
del grupo, venga a arreglar ese mundo catico a que se lleg con motivo de la gu erra.
Anuncia la nuev a alborad a de una sociedad en la que el latinoamericano va a tener un
pap el imp ortante que desemp ear.
LA ENVIDIA
p or Francisco S. Gallego
El Tucsonense (Tucson), 22 julio 1930, p . 2, col. 1-2
M ira, deca Juan a Pedro, dejemos el bullicio d e la ciudad e iremos en busca del tesoro
de que te he hablado. Ya qu e la suerte no ha querido que ni t ni yo hay amos adquirido
una fortuna p or medio de nuestro trabajo honrado, ahora es buena op ortunidad de que
hagamos un esfuerzo y nos traslademos al sitio donde se encuentra el cofre que encierra
gran caudal en hermosas p iezas de oro.
Los ojos de Pedro brillaron de entusiasmo al or mencionar de los labios de su amigo
Juan el nombre d el codiciado metal. Tena fe en lo que le d eca, p ero en su corazn
anidaba la envidia que ms tarde los debiera condu cir a la muerte. En aquellos mo mentos
pens ser el solo dueo del tesoro.
Juan, ignorando que su compaero a qu ien tanto haba querido y que haba cono cido
desde la infan cia le fu era a corresp onder con una traicin sigui conversando p osedo del
may or entusiasmo e imaginndose que muy p ronto se vera comp artiendo con su amigo
el hallazgo de tan v aliosa fortuna, la cual segn Juan lo sab a, estaba en la cu mbre de una
montaa que, desde la ciudad a no muy larga distancia, se lev antaba majestuosa y p ara
llegar a ella se tena que atravesar un pedazo de desierto.
Por fin lleg el da en que debieran estos dos amigos emp render la penosa marcha.
Arreglaron sus maletas, llenaron sus alforjas de varios comestibles, esp eraron la p uesta
del sol y abandonaron la ciudad.
La noche los sorp rendi cuando ap enas comenzaban a internarse en el desierto.
El disco brillante de la lun a ap areca baando con sus hermosos ray os de plata, la
inmensidad d e la llanura, donde escasamente crecan algunos arbustos.
El vuelo de algun a ave nocturna sorp renda de vez en cuando el dilo go que nuestros
camin antes haban entablado desde que dejaron la ciud ad. Fatigados p or el cansancio, y
con el fin d e recobrar nuev as fuerzas, se sentaron. Comp artieron entre ambos lo mejor de
sus comestibles y , despus de charlar un p oco, p rosiguieron su march a.
La noche avanzaba y la distancia recorrida hab a sido considerab le, p ues se encontraban
al p ie de la montaa. Pedro, sintindose de nuevo muy fatigado, dijo a su amigo:
Volvamos a descansar p orque las fuerzas me abandonan y este sitio me p arece mucho
mejor que el anterior, para recobrarlas.
Juan, cediendo a los d eseos de su amigo, determinaron sentarse, d esp us de haber p uesto
sus maletas y alforjas sobre una p ea, que tambin les sirvi de asiento.
Con mucha d ificu ltad encontraron una cuev a donde p oder escap arse de tan terrib le
temp oral. Una vez que hubieron p enetrado en ella, arrojaron sus maletas y alforjas al
suelo, encendieron fuego p ara calentarse, p ues sus hmedas rop as los haca dar diente
con diente. Pedro, el envid ioso, no cambiaba de p ensamiento. Su corazn emp onzoado
le torturaba, p ero se encontraba disp uesto a mancharse con la san gre d e su amigo.
Juan, inocente de lo que fu era a o currir, se entretena en p rep arar algo que co mer,
mientras que afuera se notaba la inclemen cia del tiemp o y no haba esp eranzas de calma.
Disp usieron tomar su alimento, M ientras coman, Juan, ay udado p or las p equeas llamas
del fuego, d irigi la virada h acia atrs p ara donde el resto de la cueva se extenda, y le
llam la atencin un p equeo ro llito de p ap el. Se levant atrado p or la curiosidad, co gi
el rollo y volvi a su sitio. Remov i un p oco el fuego que y a estaba p rximo a extinguirse
y desenroll el p liego p ara darse cuenta d e su contenido y, p or unos momentos ,qued
pensativo. En seguida ley estas p alabras:
Segu id un p oco ms delante y encontraris el cofre.
Oh! exclam Juan lleno de alegra.
Pedro! Pedro! Dame un abrazo y djame que co mparta contigo tanta dicha.
Quin p udiera creer que en esta cueva se encontrar nuestra felicidad! Acrcate y lee.
Pedro se acerc, ley lo que el p liego deca pero oh! M aldicin! Haba llegado al fatal
momento y a haba de entablarse una lu cha san grienta. Pedro, rech azando los halagos de
su amigo, le d ijo:
No tomars parte t en este hallazgo, p ues es slo mo, y , si te op ones, te dar muerte.
Aquellas p alabras llegaron al corazn de Juan como p ualadas. Senta horror, miedo
porque vea que los ojos de Pedro despedan fuego y casi se le salan de las rbitas.
Pedro dirigise con d esesp eracin en direccin a donde el cofre se encontraba.
En efecto, all estaba y, aunque p equeo, contena valio ssima fortuna. Con avaricia lo
cogi entre sus manos y se volvi a donde estaba Juan.
Juan le sup licaba que no fu era tan in grato y lo hiciera p articip e del hallazgo, p ues que del
otro modo seguira viviendo en la miseria.
No valieron splicas. Pedro tena sed de sangre y haba de calmarla con la de su amigo.
Vuelto un energmeno, meti mano a su bolsillo y sac un p ual y , sin p iedad, se lo
clav en el corazn. Juan haba dejado de existir.
Pedro abandonaba a su vctima y sala d e la cueva llevando consigo el cofre.
La tempestad estaba en su p ujanza. Pareca tomar p arte en la horrible escena que acab aba
de p asar.
El asesino no saba qu rumbo tomar. El crimen que haba cometido le trastornaba un
poco la razn y p ronto tendra que p agar con su vida la muerte que tan desp iadadamente
haba dado a su amigo.
No muy lejos de la cueva, hacia uno de los lados, se encontraba un horrible p recip icio.
Pedro haba equivocado la direccin de la ciud ad p ues se encontraba al borde d el abismo.
El cielo vomitaba ros. El go lpe del ray o derrumbaba los corp ulentos p inos hacindolos
producir horrible estruendo. El viento sop laba con intensa furia mientras que Pedro
luchaba con la muerte.
M aldicin! exclam. Parece que el cielo me castiga y todo se p one contra m. Se
encontraba p arado sobre una pea, la que estaba p rxima a desp lomarse. Con una mano
sostena el cofre y con la otra se detena de la rama de un rbol. De p ronto, un remolino
de viento hizo que p erdiera el equilibrio y fuera a caer al fondo d el p recip icio donde
qued sep ultado p ara siemp re.
As p remi Dios a Pedro el envidioso.
LA FLORECITA AZUL
p or Mara del Pinar Sinus
El Tucsonense (Tucson), 10 junio 1922, p . 5, col. 1-6.
El n gel mir tristemente y durante largo tiemp o aquel p obre y abandonado sitio; pero, de
rep ente, su celeste virada fue a p osarse en una florcita azul que un ray o de sol haba
abierto y que pareca sonrer a la tierra: el n gel dej or un grito de alegra: abati su
vuelo y fue a cogerla.
El alma del inocente muerto p regunt entonces al n gel:
Por qu has p asado sin mirarlas por delante de tantas grand ezas? Por qu pareces
indiferente a toda la naturaleza y p or qu te detienes ante esa flor sin perfume y sin
belleza.
M ira, amigo mo, all abajo hacia el fin de esta triste callejuela, le resp ondi el ngel,
a p oca distancia de nosotros descubrirs una cab aa, cuy o techo se ha hundido con la
lluvia y las nieves y cuy as p aredes hmedas estn tapizadas de hiedra: mira bien esa triste
morada.
Oh! exclam el alma del nio, qu p obre asilo, ahora qu e lo ha destruido el tiemp o!
No era mucho ms alegre que ahora cu ando sucedi lo que voy a repetirte: era una
msera cav ara donde habitaban la p obreza y la honradez; la familia se comp ona de dos
esp osos y de dos nios, hijos de los mismos; la mayor tena doce aos y durante todo el
da ib a a conducir un rebao de v acas: el n io db il y enfermizo, desde su nacimiento,
tena tu misma edad, seis aos, y su cuerp o endeble hubiera necesitado de esos costosos
cuidados que ahuy entan los dolores de la enfermedad, y que fortalecen las naturalezas
mas delicadas: p ero ay! la p obreza agobiaba a la p obre familia, y los p adres trabajaban
todo el da p ara llev ar por la noche un p oco de p an y leche para ellos y p ara sus hijos.
Ay ! Yo ignorab a que hub iera p obres en la tierra, exclam el alma ino cente. Mi cuarto
en el p alacio d e mi p adre estaba vestido de sed era color de rosa, d e en cajes y de esp ejos;
tena jugu etes de oro y p lata, y me servan muchos criados con la cabeza descubierta. Si
hubiera y o imaginado que haba tanto dolor y tanta miseria, el dinero de mis juguetes lo
hubiera dado mi madre a los pobres.
Hay tanto dolor, mi inocente amigo, que los ngeles lloramos all arrib a cuando
miramos a la tierra; cuando seas t ngel p ide p or los que sufren ah abajo.
EL p obre nio que viv a en esa cabaa, continu el esp ritu celeste, creci en la
sombra, y jams v io el sol ms que desde la ventana de la sola p ieza que h aba en la casa
de sus p adres; todo el da estaba solo; su madre lavaba rop a en casa de un rico
arrendador, su p adre labraba los camp os; su hermana llevaba a pasear las vacas de un
vecino; cuando con gran trabajo consegua el p obre nio dejar su camita de paja, se
ap oy aba en dos p equeas muletas que su p adre le haba hecho d e las ramas de un sau ce, y
sala a la p uerta de la calle: p ero all no llegaba el sol nunca, la calle era tan estrecha y tan
obscura...
Y aun eso, slo p oda hacerlo los das buenos, cuando no hacia ni fro, ni aire, ni hab a
humedad en la atmsfera.
Sus p adres no p odan sacrificar ni un a hora d e sus tareas p ara llevarle al camp o: el
trabajo de los padres es rudo y desp tico, y ocup a todos los instantes de su vida. Como
educacin, tampoco p odan ensearle otra cosa que amar a Dios sobre todo, p orque es el
padre de los tristes.
Desde que el esto venia a dorar con su cliz d e luz toda la tierra, la p obre criatura iba a
sentarse en la aureola luminosa, que sin ser el sol, reflejab a delante de su p uerta, miraba
circular la luz en sus delgadas manecitas, y se deca con una triste sonrisa: Ya estoy
mejor, antes que llegue d e nuevo el fro, estar curado.
Y l lo crea firmemente, p orque en el corazn del nio, co mo en el del hombre, el
Creador ha colocado la esp eranza. El d esdichado nio no hab a v isto jams la verdura de
los p rados ni el follaje de los bosques; todo lo ignorab a en la naturaleza: algun as veces
los nios del pueblo le traan ramas del lamo, que l co locab a con cuidado sobre su
lecho al d erredor suy o; y cuando se dorma, soaba que estaba en un hermoso valle a la
sombra de grandes rboles, que el sol brillaba a travs del fo llaje, y que los pjaros
cantaban y saltaban alegremente al d erredor suy o.
Un domingo, su hermana mayor, que le quera mu cho, obtuvo p ermiso de los labradores
a quienes servia de p astora, p ara ir a ver al desdichado enfermito, y le trajo una florecita
azul que haba co gido en el camp o y que, p or casualidad, haba salido d e la tierra con una
parte de raz.
El nio recibi el humilde p resente con una gran alegra: los dos hermanos p lantaron la
florecita en una maceta vieja, que llenaron de tierra, la regaron con cu idado, y Dios hizo
prosp erar la p lanta, que a los p ocos das se adorn con algunas bo litas: cu idada p or la
pequea y dbil mano de un nio do liente, constituy no slo el jardn sino el universo
entero del p obre enfermo : porque aquella p equea flor rep resentaba los p rados, los
bosques, los jardines, los ros; en un a palabra, toda la creacin.
M ientras el nio vivi, ningn cuidado falt a la humild e planta: l le daba todo lo que
la an gosta ventana dejaba p asar de aire y de luz: y cada noche la regab a, desp idindose de
ella con dulces p alabras co mo de un a amiga; y la florecita azul se llen d e hojas, y fue un
hermoso adorno p ara el p obre tiestecillo donde la haban p lantado.
Dios llam un da al inocente mrtir, p redestinado a una dich a eterna.
Al caer la tarde d e un hermoso d a, le dio fiebre, y hubo de acostarse en su camita: al
otro da estaba, p ero los nios del p ueblo y sus amigos vinieron la tarde del do min go y
cubrieron el lecho de ramas v erdes y flores del campo: sus padres lloraban, y su hermana,
avisada d e lo que suceda, lleg llorosa y afligida: tom la maceta de la ventana y la p uso
al lado de la almohadita del nio sobre la nica mesilla de la msera estancia p ara que la
viera hasta que la muerte cerrase sus ojos.
INUFRAGO EN AO NUEVO
Historieta
p or Federico Valls
El Tu csonense (Tucson), 16 enero 19 4 8, p . 4, co l. 2-4 ; 23 enero 1 9 4 8, p . 4 , co l. 3 ;
27 en ero 1 9 4 8 , p . 4 , co l 7-8; 3 febrero 1 9 48, p . 4.
El destino quiso qu e el 31 d e diciemb re, n aufragara un vap or y que seis ind iv iduos se
salv aran en u n bote y desembarcaran en una solitaria p laya, d e un a is la semi-trop ical
del P acifico .
Ya en tierra firme se p osesionaro n de un a ab and onad a choza de b amb y p alma, y
bajo una lun a clara, resignados p or su suert e, decid ieron recib ir el Ao Nuevo,
cambiando impres iones y , al da sigu iente, exp loraran y trataran de remediar su
precaria s ituaci n.
Hiciero n una ho gu era, no porque hiciera fro, sino p ara ahuyentar alg n animal
salv aje que merod ear, y , alred edor d e ella, se sentaron y cad a uno comenz a n arrar
de su p as , p ues los seis eran de n acion alid ad d iferente.
Un japons
Un jap ons dijo: el destino nos dio u na casa formada d e islas de restos volcnicos,
con algunos en p eridica actividad, al p rincip io ramos todos p escadores, desp us una
parte de la p oblacin se ap lic a la agricultura, y ms tarde, sus hijos ms p redilectos,
salimos a conocer pases, a estudiar sus costumbres, sus manufacturas y luego
imp lantarlas en nuestras ciudades, y as p udimos tener fbricas de toda clase, lu ego vimos
la necesid ad de tener vap ores p ara intensificar nuestro comercio y llegamos a p oner una
flota mercante que surcab a todos los mares; nu estros p roductos se vendan en todas las
ciudades del mundo, eran ms baratos que los otros nacionales, a pesar de p agar flete y
derechos de aduana, pero nosotros tenamos un secreto y era la creencia p op ular que
nuestro Emp erador era de origen divino y las masas fanticas trabajaban obedientes a su
mandato p or un mnimo de salario p ara vivir; en realidad el p ueblo no necesitaba mucho
dinero, p ues era sobrio de nacimiento y su arroz y p escado constituan su p rincip al
alimentacin.
Grandes adelantos y descubrimientos p rop orcionaron los colegios y las Universidades,
pero el p ueblo no estaba satis fecho con la lu cha qu e tena que sostener, contra la
inclemencia de los elementos, tifones, tempestades, erup ciones volcnicas, temblores y
terremotos que se sucedan con frecuencia. Entonces, decidimos mudarnos de casa, en
frente estaba la M anchuria, con dilatadas tierras firmes, ricas y feraces y gestionamos la
comp ra de una zona d e ese territorio, pero hubo op osicin y nos negaron la venta; v iendo
entonces que esas tierras estaban p oco menos que abandon adas, decidimos conquistarlas,
usando de nuestro p odero y formamos un Estado que llamamos M anchukuo, y slo
esp erbamos un momento op ortuno para trasladarnos y abandonar casi p or completo las
islas que un da u otro iban a desap arecer.... Pero estall la Segunda Guerra M undial y las
cosas tomaron otro sesgo... Aos antes, los japoneses haban sido exp ulsados de
California, la buena amistad que tuvimos con los Estados Unidos en la Primera Guerra,
como aliados, se haba termin ado, el Japn recelab a del grupo amigo al pas de
Norteamrica.
Los japoneses han comp rendido siemp re, que la astucia unida la fuerza da ms p oder,
aunque es d ifcil marcar el p rincip io y fin de la astucia, como d e la fuerza o de la Ley , lo
dems lo conocen ustedes bien ; el Jap n ha sido borrado del map a mundial, es la
condicin del ven cido, aunque no siemp re, p ues mi pas gan algunas gu erras y no borr
del mapa a nad ie...
Call el jap ons y hubo una p ausa de silencio.
Un alemn
Comenz a hablar uno qu e pareca germano, co mo todos saban in gls no era d ifcil
entenderse, y dijo: Parece que antes de qu e princip ie el ao, deb emos confesarnos unos a
otros, pues aqu somos simp lemente una familia de nufragos; lstima que no tengamos
cerveza... y o os dir que Alemania h aba llegado a un grado d e adelanto cientfico qu e,
por un mo mento, acariciamos la id ea de ser los p rofes ores y condu ctores d el mu ndo
entero ; tamb in nu estro p ueblo estaba fan atizado, por cierto origen d ivino de nuestro
mand atario, todos lo creamos un ilu minado y lo segu imos h asta el fin; el p as ms
adelantado estaba capacitado p ara dirigir este p laneta. La gu erra co menz cu ando se
nos neg la devo lucin d e las co lon ias qu e perdimos en la p rimera guerra...
Actualment e, las naciones van d escubriend o los muchos adelantos qu e ten an los
cientficos alemanes, en todos los ramos d el saber human o; p erdimos la gu erra,
quisimos reco nquistar lo p erd ido y ad judicarnos el p apel red entorista d el mun do,
creando un a raza de Sup ers; desde antes de la con cep cin hu mana y de esos homb res
todava s alen inv entos qu e asombran, p ero van no destinados a Aleman ia, sin o a otros
pases... Pero s, estoy co nvencido que si cualquier naci n p retende en el futuro tomar
el p ap el d e d irectora entre las n acion es, sufrir el calvario y la crucifixin qu e
Alemania h a sufrid o... Hoy est cortada en p edazos y mientras mi p as no vuelv a a
ap ortar su contributo, no ser estab le la Paz en toda Europ a, la cod icia d e los
vencedores, es otra forma de guerra.
Los mercados no v ern man ufacturas alemanas, y su gran flot a mercante no es y a un a
comp eten cia til al mund o entero.
Del genio a la lo cura no hay ms que un p aso, el p odero suele emborrachar, en
verd ad Hitler s e vo lvi lo co y nos arrastr a todos los alemanes, pero aho ra en
nuestras so lit arias meditaciones, hemos descub ierto que tenemos fu erzas morales h asta
hoy desconocidas, cap aces de ven cer a las armas ms p oderosas, y esas fuerzas las vamos
a usar para que regrese la armona p erdida en cad a hogar del Reich... La luz de la ho gu era
chisp orrete al quemar un trozo de lea v erde, y el semblante d el germano tom un tinte
verdoso azulado, como una d escarga de un tubo de Roen gen.
Un ruso
Le sucedi en la p alabra un ruso y con soltura dijo:
Mi p as, Rusia, y a estaba cansado d e perder gu erras, y ahora que gan sta, el vodka nos
ha llegado al tutano de los huesos y queremos destruir todo imperialismo ajeno, p ara
imp lantar el nuestro en el mundo entero, mientras tanto, nuestras fbricas estn
trabajando da y noche y p ensamos abarcar, no slo el vaco d e Alemania y Jap n, sino
tambin entorpecer la p roduccin d e otras naciones, p or med io de nuestro Comittern
Internacional. Creemos qu e hasta que el Comunismo no sea implantado en el mundo
entero, no habr p az estable; nuestros p asos en Europ a estn bien encaminados, es slo
una cuestin de tiemp o. Tenemos mares y aduanas, libres segn el Tratado de Tehern y
nuestras manufacturas no tendrn comp etencia en p recios. Dentro de un tiemp o, Rusia y
Siberia ocup arn el p rimer lu gar en el mundo entero...
Un Yankee
Alguien tosi cuando acab de hab lar el ruso, era un y ankee; tambin formab a parte de
estos exiliados p or la temp estad y , ap ausado, comenz p or decir que su p as, Estados
Unidos, era p rivilegiado y p acfico, p ero que en la ltima contiend a haba tenido que
paternizar a los aliados p ara que gan aran la guerra y p ara lo cual haba p uesto en marcha
sus cuantiosos recursos, p ero que la victoria slo le hab a aportado sacrificios y
preocupaciones al imponerse la obra reconstructiva de los p ases devastados y la
mecan izacin industrial del mundo entero. Nuestra divisa Democrtica, p ara un alto nivel
de vida, con las libertades consiguientes es una tarea p esadsima y llena de in gratitudes;
nosotros creamos que las nacion es ya estaban maduras p ara aceptar el Trato de Buen
Vecino y p racticarlo, pero p arece que nos hemos equivocado, p ues y a hay sntomas de
ello.
Creemos que nu estro engranaje d emocrtico es lo mejor qu e se p uede ofrecer a la
humanidad, en una p oca en que la Libertad es amada p or todos. Mi p as p odra hacerse
de tierras, tiene el p oder suficiente, p ero no las necesita y resp eta el derecho ajeno, y
quisiera qu e los dems p ases comp rendieran la importancia d e bases estratgicas h asta
que la sincerid ad del total de las naciones reine, y la p uerta abierta y el desarme general
sean la nueva pauta p ara una vida tranquila, y confiados y op timistas y algunas naciones
nos tengan p or inocentes, p ues no cultivamos resabios cap ciosos. En el mundo financiero,
nuestra moneda es la de ms valor, maana quiz ser la de otro p as, o p ase a ser el
dinero algo comp letamente nacion al y todos los negocios internacionales se hagan p or
trueque o libre cambio. La demand a y la oferta, el cap ital y el trabajo, son p roblemas
difciles de estabilizar. Pero ha de llegar un da en que el 90 p or ciento de las necesidades
de cada p as se surtan con la p rop ia p roduccin nacional, y los Estados Unidos estn
surtiendo hombres de ciencia y maquinarias a los p ases devastados y a los que
convierten su activid ad p or aos agrop ecuaria en manufacturera ap rovechando los
recursos p rop ios y naturales de sus tierras. Si nosotros encabecemos este rumbo, es
porque estamos dotados de lo necesario p ara llevar a cabo la tarea ms hermosa de
liberacin en cada p as...
U n ing ls
Tarea, rep lic un in gls, que mi p as inici, hasta que sus colonias y p rotectorados
adquirieron la may ora de edad conducimos de la mano durante aos a p ases en estado
de formacin y ahora los Estados Unidos los dirigen y a que ellos estn ms cap acitados
que nosotros. La Gran Bretaa cu mpli su misin y desea slo reorgan izar todo en sus
islas, p ara una vejez tranquila; el camb io tan brusco que ha sufrido mi pas nos tiene
atolondrados hasta que se haga una nuev a estabilizacin, p roductora y administrativa.
Un sudamericano
El ms joven d el grup o, era un suramericano que se reserv el sexto lu gar para decir algo
y lo hizo minutos antes que el relo j marcara el comienzo del nuevo ao y se exp res as:
Comp aeros, el mar nos ha arrojado a esta isla, qu e p osiblemente un ibrico d escubri
NOTAS
1
Ver McWilliams, North from Mexico, Rodolfo Acua, Amrica Ocupada, o Castillo,
Furia y Muerte: Los bandidos mexicanos.
3
Quivara, De la discusin nace la luz, Las Dos Repblicas, 22 julio 18 77, p . 4, col. 12.
Americo Paredes, The Folk Base of Chicano Literature, en M odern Chicano Writers,
ed. J. Sommers y T. Ybarra-Frausto, P. 4-17. Artculo extractado d e uno ms extenso
titulado El folklore de los grup os de origen mexicano en Estados Unidos, Folklore
Americano (Lima, Peru) 1 4, No. 1 4 (19 64), p . 14 6-1 63
Libros esp aoles, anuncio de la casa d e Lou is Gregoire de San Fran cisco, L as Dos
Repblicas, 25 may o 187 8, p . 2, col. 4-5 .
10
Luis Leal, Breve historia del cuen to mexicano (M xico : Ediciones de Andrea, 1956 )
11
12
13
El p eridico The Old Pueblo de Tucson (2 7 marzo 191 6, p . 2 ) tiene esta noticia: A
Mexican who for y ears has been a consp icuous character on Tucson streets selling
Mexican p ap er, was arrested Saturday on the ch arge of usin g lan gu age in cry ing his
pap ers that was traitorous to America, obscene and offensive. He was dismissed with a
severe rep rimand....
14
15
17
Los peridicos en espaol en los Estados Unidos incluy eron en sus p ginas artculos de
Vasconcelos y rep ortaron sus mltip les actividades p olticas y culturales. El
Hispanoamrica comenta en 19 27 su discurso ante la asamblea d e los p ueblos dbiles en
Bruselas (Hispanoamrica, 26 febrero 1 92 7) y p ublica los sigu ientes artculos, algunos
enviados esp ecialmente p ara el p eridico p or el mismo escritor: El guila y la
serp iente, 1 octubre 1927, p . 3 ; EL gen io en Iberoamrica, 21 abril 1 92 8, p . 3 y 7 ;
Algunos ejemplos y anquis, 9 ju n io 19 28 , p. 3 y 6; La tregua, 22 marzo 193 0. p . 3;
Las consecuencias, 29 marzo 1 930, p . 3 y 6; Muestros amigos, 5 abril 19 30 , p . 3 y
6; La consp iracin, 12 abril 19 30, p . 3-5 ; El cambio, 1 7 abril 1 93 0, p . 3 y 6; El
plan, 26 abril 193 0, p. 3 y 6; El caso M orelos, 3 may o 193 0, p . 3 y 6; El proceso
agrario de i-Iexico, 10 may o 19 30 , p. 3 y 6; complicidad de los comun istas, 17 may o
193 0, p. 3 y 6; El incesto de la raza sajona, La reserva de Amrica, 17 enero 1931 , p .
2. Ln 192 8 El Tucsonense publica el artculo Quin es Jos Vasconcelos? de Jos
Gaxio la (1 0 nov. 1928, p . 2 , co l. 2-6 ) y en 1938 Daz Vizcarra escribe en El
Mensajero (2 octubre 1938) Lic. J on Jo s Vas concelos , El maest ro d e la
juventud y desd e entonces el int ers por el pens amient o vas concelist a no ha
decad o llegand o a p u blicars e un a edici n bilin ge d e su ens ay o L a raz a
c sm ica en 1979 (Los A n geles : El Cent ro de P ublicaciones para ms difusin de
su p ensamiento.
18
19
T orres , en La p a tria p erd ida , no s n arra est e p eregrin aje al n o rt e d e los ricos
Lu is Alfaro y A n a Mara) y los p obres (Do n M ximo). Lu is A lfaro inst ala en el
med io oest e d e los Est ad os U n idos u n a h acien da co mo la qu e d ej en Mxico .
Des d e un a at alay a d e rico mira a su alreded or y s e p asa el t iemp o ob s erv an do el
camb io d e s u v id a des d e qu e d ej M xico . Desp u s d e que su esp os a mu ere,
decide volv er a M xico y no s va cont ando s u des cens o p as ando por San
Antonio, la front era y, finalmente, P tzcu aro. En su progres ivo ad entramient o
en las entra as mexican as ms s olo s e va qu edan do , pu es al vo lv er a su p u eb lo
nad ie le recon o ce y le est ima y a qu e ot ro ord en de co s as rige la s ocied ad
post revolucionaria.
20
22
23
24
B ronlow , p. iii.
25
26
28
El T ru en o, T u cs o n, 17 n ov . 1895, p . 4.
29
M cWilliams , cap t u lo 1 .
30
32
33
34
36
37
Juan Rodrguez, El d esarro llo d el cuento chicano : del folk lore al tenebroso mundo
del y o, Fom ento literario, 1, No. 3 (1973).
42
43
BIBLIOGRAFA
Bibliografas y d irectorios
Castillo, Gu adalup e y Herminio Ros. Toward a True Ch icano B iblio graphy : MexicanAmerican newsp ap ers 1848-1942. El Grito, 3 No. 4 (1970), p . 17 - 24 y 31, El Grito,
5, No. 4 (1972), p . 38- 47.
Diccionario de escritores mexicanos. M xico, D. F.: Univ ersidad racional C entro de
Estudios Literarios, 1967 .
Eger, Ern estina. Hacia una nuev a biblio grafa de rev istas y p eridicos chicanos . La
Palabra, 2, No. 1 (1980), p . 67 - 75.
Garrett, Kathry n. The First newsp ap er of Texas, Gaceta de Texas . Sou thern
Historica l Quarter ly, 40, leo. 3 (1937),p . 200 - 215.
Kanellos, Nicols. Towards the Documentation of M exican American Literature in the
Southwest. In S elected Pro ceedings o f the 1s t and 2n d Annual Confer ence on Minority
Studies (19, 3-74). Vol. 1. Ed. G eorge S. D arter and Bruce L. M ouser. La Crosse, Wisc.:
Institutes for Minority Studies, University of Wisc., 1975, p. 55-64.
Leal, Luis. Bibliografa del cuento mexicano. M xico: Editorial d e Andrea, 1958 .
Lomel, Francisco y Donald Urioste. Chicano Perspectives in Literature: A Critical
and Anno tated Bibliography. Albuquerque: Pajarito Publications, 1976.
Lutrell, Estelle. Newsp ap ers and Periodicals of Arizona 1859 - 1911.Un iversity of
Arizona Bu lletin, 20, No. 3 (1949).
Martnez, Gilbert T. Bibliogranhy on Mexican-Amer icans. Sacramento: Sacramento
City Unified Schoo l District, 1968.
McM urtrie, Douglas C. El P ay o de Nuevo Mjico. New Mexico Histor ica l Review, 8,
No. 2 (1933), p. 130 - 138.
Moore, Ike H. The Earliest Printing and First Newsp aper in Texas . Sou thwes tern
Historica l Quarter ly, 39, No. 2 (1935), p . 83 - 99.
Nogales, Luis. G. The Mexican-American: A Selected and Annotated Bib liography. 2nd
ed. Stanford: Center for Latin American Studies, 1971.
Pino, Prank. Mexican-American: A Research Bibliography. 2 vols. East Lansin g:
Michigan State University , 1974.
Paz, Octavio. El lab erinto d e la soledad. M xico, D. F.: Fondo de Cultura Econ mica,
1950.
Prichard, Bob. Chicano F iction . Senior thesis. Princeton Univ ersity , 1971.
Propp , Vladimir. Morfolog ia del cuento. M adrid: Ed it. Fundamentos, 1 9 7 1.
a
__________. Las races hitricas del cuen to. 2 ed. M adrid: Edit. Fundamentos, 19 79 .
Ramos, Samu el. Perfil del hombre y la cultura en Mxico. M xico, D. F.: Editorial
Robredo, 1 9 3 8.
Hobinson, Cecil. Mexico and the Hispanic Southwest in American Literature. Tucson:
Univ. of Arizona Press, 1 97 7 .
Vasconcelos, Jos. La raza csmica. Mxico, D. F.: Esp asa Calp e, 19 4 8 .
Villa, E. W. Educadores sonorenses. Mxico, D. F.: s. e., 1 93 7
COLECCIONES
Albi, F. E. y Jess G. Nieto. Sighs and Songs of Aztlan. New Anthology of Ch icano
Literature. Eak ersfield : Universal Press, 1 9 7 5.
Alurista. Floricanto en Aztln. Los ngeles: UCLA Chicano Studies Center, 1 9 7 6.
Anay a, Rodolfo y Antonio Mrquez. Cuentos chicanos. Albuquerque: New America
Press, 19 8 0.
a
Antologa del saber popular. 3 ed. Los ngeles: UCL. Press, Cicano Studies Center,
19 7 7 .
Bartra, Armando. Regeneracin 1900-1918: La corriente ms radical de la Revolucin
Mexicana d e 1910 a travs de un peridico de combate. Mxico, D. F.: Ed iciones Era,
19 7 7 .
Boscana, Gernimo. Chinig-chinich. In Life in Ca lifornia. Ed. A. Robinson. New
York: Wiley and Putnam, 1845. p . 227-341.
Brito, Aristeo. Fomento literario: Cuentos y po emas. Washington, Congreso nacional de
Asuntos Colegiales, 1 97 4 .
Camp a, Arthur L. Say ings and Ridd les in New Mexico. University of New Mexico
Bulletin. Lan guage Series, 6 :2. (Sep tember, 1937).
__________. Spanish Relig ious folk Thea tre in the Southwest. Albuqu erque: Un iversity
of New M exico, 1934.
__________. Treasure of the Sa ngre de Cris to: Tales and Traditions of the Sp anish
Southwest. Norman, Ok la.: Univ. of Ok laho ma Press, 1963.
Camp os, Anthony John. Mexican Folk Tales. Tucson: Univ. of Arizona Press, 1977.
Crden as de Dwy er, Carlota. Chicano Literature. Austin: Univ . of Texas C enter for
Mexican American Studies, 1977.
Castaeda Shular, Antonia, et. al. Literatura ch icana: Texto y con texto. En glewood
Cliffs, N. J.: Prentice Hall, 1972.
Cuentos mexicanos. Mxico, D. F.: Tip o grafa d e El Nacional, 1898.
Chacn, Eusebio. El h ijo de la temp estad y Tras la tormenta la ca lma. Santa Fe:
Tip ografa de El Pop ular, 1892.
Chvez, An glico (Fray ). From an Altar Screen. El Reta blo: Ta les from N ew Mexico.
New York : Farrar, Straus & Cud ahy , 1957.
__________. New Mexico Triptych. New Jersey : St. Anthony Guild Press, 1940.
Chicano L iterary Prize. Irvine, C alif.: Dep t. of Sp anish & Portuguese, Univ. of
California, 1976 - 1977.
Dobie, Fran k. Puro mexicano. Austin: Texas Folklore Society XII, 1935.
__________. Tongu es of the Mon te. Boston: Little Brown and Co mp any , 1947.
__________. A Vaqu ero of the Brush Countr y. Boston: Little Brown and Comp any ,
1952.
Esp inosa, Jos M anuel. Spanish Folktales from New Mexico. New York: American
Folklore So ciety , 1937.
Floricanto IV- V. Albuqu erque: Pajarito Publications, 1980.
Flores Magn, Ricardo. Sembrando ideas. Mxico, D. F.: Grup o Cultural Ricardo Flores
Magn, 1925.
Giddings, Ruth Warner. Yaqui Myths and Legends. Tucson: Univ. of Arizona Press,
1974.
Guerrero, Prxedis. Artcu los literarios y de combate: Pensamientos crnicas
revolucionarias, etc. Mxico: Grup o Cultural Ricardo Flores M agn, 1924.
Jaramillo, Cleofs. Cuentos de hogar. El C amp o, Texas: Citizen Press, 1939.
Jimnez, Fr. y Gary D. Keller. Hispanics in the United States: An Anthology of Creative
Literature. New York: B ilin gual Press, 1980.
Lucero-Wh iteLea, Aurora. Literary Folklore of the Hispanic Southwest. Part III. San
Antonio: The Nay lor Co., 1953.
Martn Preciado, Patricia. Cu entos de los barrios de Tucson. (material no publicado).
__________. La leyenda del campanero de San Agustn. Albuquerque: Pajarito
Publications, 1980.
Mndez, M iguel. Cuentos para nios traviesos. Berkeley : Justa Publications, 1980.
__________. Tata Casehua y otros cuentos. Berkeley: Justa Publications, 1980.
Mestizo: Antholog y of Chicano Literature. Albuqu erque: Pajarito Publications, 1978.
Niggli, Josefina. Mexican Village. Chap el Hill: Univ. of North Carolina Press, 1945.
Trans. Justina Ruiz de Conde. New York: Norton and Company , Inc. 1949.
Ortego, Phillip D. Backgrounds of M exican American Literature. DAI, 32 (1972),
5195A. (Univ. of New M exico).
Otero, Miguel Antonio. My Life on the Frontier. New York: R. R. Wilson, 1936.
__________. My N ine Years as Governor of th e Territory of N ew M exico, 1891-1906.
Albuquerque: University of New M exico Press, 1940.
Otero, Nina. Old Spain in our Southwest. New York: Harcourt, Brace & Co., 1936.
Padilla, B enjamn. A travs del amor. Cuentos. Guadalajara: 1915.
Palau, Fr. Francisco. Vida de Fr. Jun pero Serra. 1787. M xico, D. F.: Porra, 1975.
Paredes, Amrico y Ray mund Paredes. Mexican-American Au thors. Boston: Houghton
Miffen Co., 1972.
Perales, Alonso M . La lechuza. Cuentos de mi barrio. San Antonio: The Tay lor
Comp any , 1976.
Prez, Luis. El Coyote The Rebel. New York : Henry Holt Co., 1947.
El quetzal Emplumece. An tologa d e literatura chicana. San Antonio: Centro Cultural
Mexicoamericano, 1976.
a
Rael, Juan B. Cuentos espaoles de Co lorado y Nuevo Mxico. 2 ed. Santa Fe: Museum
of New M exico Press, 1977.
Rey na, Jos. Raza Humor. San Antonio: Penca Books,1980.
Rivera, Toms ...y no se lo trag la tierra / ...And th e Earth d id not Part. B erkeley :
Quinto Sol Publications, 1971.
Robe, Stanley . Hispanic Folktales from New Mexico. Los Angeles: UCLA Press, 1977.
__________. Hispanic Leg ends from New Mexico. Los Angeles: UCLA Press, 1980.
Rodrguez, Armando R. The Gy psy Wagon. Un soncocho de cuentos sobre la
experiencia ch icana. Los An geles: Aztln Publications, 1974.
Romano, V., Ign acio Octavio y Herminio ros. El Espejo-The Mirror: Selected Ch icano
Literature. Berkeley : Quinto Sol Publications, 1972.
__________. Vo ices: Read ings from El Grito. Berkeley : Quinto Sol Publications,
1971.
Salazar, M anuel M . Aurora y Gervasio o sea la historia de un caminante. 1883.
Salinas, Luis Omar. From the Barrio: A Chicano Anthology. San Francisco : Canfield
Press, 1973.
Snch ez, Saul. Hay p lesha lichens to di flac. Berkeley : Justa Publications, 1978.
Saxto n, Dean and Lucille. Oothh am Mohook ok Aagr itha, Legends and Lor e of th e
Papag o and Pima Ind ians. Tucson : Un iv. o f Arizona Press, 1978 .
Short Story Index. New York : Wilson, 1953.
Simmen Edward. The Ch icano from Caricature to Self Portrait. New York: M entor
Books, 1972.
Ulib arr, Sabine, R . Al cielo se sub e a pie. Madrid: Alfaguara, 1966.
__________. La fragua sin fuego. New M exico : San M arcos Press, 197 1.
__________. Mi abuela fumaba Puros/My Grandma Sm oked Cigars. Berkeley :
Quinto Sol Publications, 1978.
__________. Tierra amar illa: Cuentos d e Nuevo Mxico. Albuq uerque: Univ. of New
Mexico Press, 197 1.
Vald ez, Lu is y Stan Steiner. Az tln: An Antho log y o f :Mexican Am erican L iteratur e.
New York: Alfred A. Knop f, 1972 .
Valenzuela, Min i. Yoeme: Lore of th e Arizon a caqu i Peop le. Tucson : Su n Tracks,
1977.
Vas cancelos, Jos . La sonata mgica. Cu entos y relatos. M adrid: Imprenta de Ju an
Puey o, 1933.
Villanu ev a, Tino. Los chicanos: Antolog a his trica y literaria. Mxico, D. F.: Fondo
de Cu ltura Econ mica, 1980 .
Villarreal, J. A. C lem ente Chac n. (Manuscrito).
__________. Cuen tos de mi raza. (En p roceso)
Zavala, Lorenzo d e. Viage a los Estad as Unidos d e Nor te Am rica. P ars: Imp renta d e
Decou rch ant, 18 34.
Carrasco Puente, Rafael. La prensa en Mxico. M xico, D. F.: Univ. Nacion al Autnoma
de M xico, 1962.
Castillo y Camarillo. Furia y muerte: Los bandidos mexicanos. Los ngeles: Aztln
Publications, No. 4, 1973
El cu ento hispanoamericano ante la critica. Ed. Enrique Pup -walker. M adrid: Editorial
Castalia, 1973.
Dvila, F. T. Sonora histrico y descriptivo. Nogales: Tip ografa d e R. Bernal, 1894.
Dennis M orales, Alejandro. Visin panoramica de la literatura mexicoamericana hasta
el boom de 1966. Diss. Rutgers Univ., 1975.
Gamio, M anuel. Mexican Immigration to the United Sta tes. Chicago: Univ. of Chicago
Press, 1930.
Geiger, M ay nar J. P., Forward, Palous Life of Fray JuniDero Serra. Washin gton, D. C.:
Academy of American Fran ciscan History , 1955.
Gerbles, Dick and Sabine R. Ulibarr. Una misma cultura, dos distintas literaturas: La
mixicana (sic) y la ch ican a. El Grito del So l, 3, no. 4 (1978), p . 91-115.
Kan ellos, N icols. Fifty Years of Th eatre in the Lat ino C ommun ities of N orthwest
Ind ian a. Az tln, 7, no. 2 (1976), p . 255-265.
__________. M exican C ommu nity Theatre in the M idwest C ity . Latin Amer ican
Thea tre Review, 7, no. 1 (1973) p . 43-48.
__________. El teatro p rofes io nal h isp n ico: orgenes en el s uro este. La Palabr a,
2, no. 1 (1980), p . 16-24.
Leal, Luis. Cuatro siglos d e p rosa aztlan ens e. La Pa la bra, 2, no. 1 (1980), p . 2-15.
__________. M exican American Lit erature: Histo rical Perspective. In Mod ern
Chican o Wr iters. Ed . Jos ep h Sommers y Toms Yb arra-Frausto. En glewo od Cliffs :
Prentice H all, 1979, p . 18-30.
__________. El n orteamericano en la lit eratura mexican a. The Bilingua l Rev iew /
La Revis ta Biling e, 6, no . 1 (1979), p . 31-33.
Len Portilla, M igu el. Introduccin, Vid a d e Fr ay Ju nper o S erra y Mis ion es d e la
California Septen triona l d e Pa lo u. Mexico, D. F. Ed itorial Po rra, 1975, p . xi - xviii.
Limn , Jos . Chicano as a Folk n ame: A Historical View. (ensay o ind ito)
__________. EL fo lklo re y los mexican os en los Estados Un idos : una p erspectiv a
cu ltural marxista. In La otr a car a de M exico: el pueb lo ch icano. Ed. D av id
Maciel. M exico, D. F .: El C ab allito, 1977, p. 224-242.
Lomas, Clara. Resistencia cultural o ap rop iacin ideol gica: Visin de los aos 20 en
los cuadros costumbrsticos [sic] de Jorge Ulica (Julio G. Arce). Revista ChicanoRiquea, 6, no. 4 (1978), p . 44-49.
Lomel, Francisco. Eusebio Chacn: Eslabn temp rano de la novela chicana. La
Palabra, 2, no. 1 (1980), p . 4756.
Mey er, Doris L. Anony mous Poetry in Spanish-language New M exico Newsp ap ers,
1880-1900. Bilingual Review / Revista Bilinge, 2, no. 3 (1975), p . 259-275.
__________. Banditry and Poetry : Verses by Two Outlaws of Old Las Vegas. New
Mexico Historical Review, no. 50 (Oct. 1975), p . 277-290.
__________. Early M exican-American Resp onses to Negative Stereotyp ing. New
Mexico Historical Review, no. 53 (Jan. 1978), p . 5-91.
The Language Issue in New M exico, 1800-1900: Mexican-American Resistance
Against-Cultural Erosion. Bilingual Review/Revista Bilinge, 4, no. 1-2 (1977), P. 99106.
__________. The The Poetry of Jos Escobar: M exican Emigr in New Mexico.
Hispania, 61, no. 1 (1978), p . 24-34.
M iller, Elain e Kay . Mexican Folk Narrative fro m the Los Angeles Area. Austin: Univ.
of Texas Press, 1967.
Medeiros, Francine. La Opinin, A Mexican Exile newsp ap er. A Content analy sis of its
First Years (1926-1929). Aztln, 2, no. 1 (1980, p . 65-88.
Montesinos, Jos F. Introduccin a una historia de la novela en Esp aa en el siglo X
seguid a de una biblio grafia esp aola de traducciones de novelas (1800-1850). Madrid:
Castalia, 1960.
Padilla. R ay . Ap untes p ara la documentacin de cultura ch ican a. El Grito, 5, no. 2
(1971-1972), p . 3-36.
Paredes, Amrico. The Folk Base of Chicano Literature. In Modern Chicano Writers.
Ed. Josep h Sommers y T. Ybarra-Frausto. Englewood Cliffs, N. J.: Prentice Hall, 1979,
p. 4-17.
__________. El folklore de los grup os de origen - mexicano en Estados Unidos.
Folklore Americano, 14, no. 14 (1964), p . 146-163.
Rivera, Toms. F iest a of th e Living. In T he Id entifica tion a nd An alys is o f
Chican o L iteratur e. Ed . Fran cisco Jimn ez. New York: B ilingua1 Press Editorial
Bilin ge, 1 9 7 9, p . 1 9-3 6 .
Ludw ig, Edward y James Sant ib ez. The Ch icanos : M exican -Am erica n Voices.
Baltimore: Pengu in Boo ks, 19 7 1 .
Peu elas, M arcelino . Cu ltura his pn ica en Es ta dos Un idos : Los C hicanos. Madrid :
Cultura H isp nica, 1 97 8 .
Pino , Frank . Literatura chican a con o exp res in de la trad ici n cu ltural
hisp anoamericana en los Estad os Unidos . Plura l, 8 , no. 8 6 (1 97 8) p . 27 -3 0.
Rodrguez, Ju an. El des arrollo d el cu ento ch icano: d el fo lklore al tenebros o mun do
del y o. Fomento literario, 1, no. 3 (1973).
__________. El florecimiento de la literatura ch ican a. En La otra cara de Mxico:
El p ueblo ch icano. Ed. D avid M aciel. M xico, D. F.: El Caballito, 19 7 7 , p . 3 48 36 9 .
Sifu entes , Roberto. Id eo lo ga, cu ltura y socied ad en el p erio dis mo en los Estados
unidos 1916-19 30 . D iss . UCLA, en preparacin.
APNDICE I
Peridicos en esp aol
desde 1876 hasta 1968 en Arizona y California
ARIZONA
Clifton, Arizona:
La Voz d e C lifton, ap . 189 7, Benjamin Piz arro . Howell 1899 1900.
Douglas, Arizona:
Cen tenar io, 1906 - ?, Enriqu e B ermd ez. M encion ado en Carey M cWilliams, Al
norte d e M xico, p . 24 3: El mismo a o (1906 ), u no d e sus lu gartenient es, Enriqu e
Bermdez (lu gart en iente de los h erman os M agn) s ac u n p erid ico en Dou glas,
Arizon a, El C en tenario. D e Dou glas, ambos p erid icos (Regen era cin, El
Cen tenar io) y otra prop aganda q ue s acaban los Flores M agn s e hacan circu lar
entre min eros de cob re de C aran ea, Son ora, d ond e s e form un circulo lib eral.
El Democr tico, 1 906, Lzaro F uente e Ignacio Araiza. Ayer 1 906.
Doug las Industr ia l, 191 0 - ??, Ap arece entre lo s perid icos qu e an un cian la
reap aricin d e Regenera cin en Los n geles. N ota en Reg en era cin, 3 s ep t. 191 0,
p. 4.
Mesa , Arizona:
Juv en tud, rgano d e J uv enile D iv is io n of t h e Pro gress iv e Yo uth Asso ciat io n,
ju lio 1944 - ??, p . w. Gu errero y D olo res Murillo . C itado en Alianz a.
Mo renci , Arizona:
El O br ero , M en cio nado en el C itizen, 19 may o 1904, P. 5.
El H er ald o, ap. 1909, J . M . Fricks on , J u lin Ro berts . No cop ias .
Pa ta gonia, Arizon a:
El Ro d eo, A PHS tiene 9 ju lio 1 93 3.
Ph oenix, Arizon a:
El d em cr a ta, 18 98 - 1 936, A lvino G onz lez, ed itor, P edro G. d e la Lama,
prop ietario . Row ell.
Excels ior, 1 950 - ??, citado en El Tu cs onens e.
Fen icio, El Mens a jero (28 marzo 1936, p . 2) dice: Muri en cuna el s imp t ico
Fenicio qu ien en su salud o, C orky que d eb era s er algn rus o o jap on s , n os
deca qu e v ena a llenar un v aco d e ed ucaci n p eriod st ica.
El H ijo del Fro n terizo, 1880 - ??, C arlos I. Velasco. N o cop ias. C it ad o en el
Da ily Star ,(16 jun io 1 88 7, p . 4) St art ed by C arlos I. Velas co in Pho en ix.
Writt en p art ly in Englis h and p artly in Sp anish . Twenty co lu mns of read in g
mat erial.
El Im parcia l, marz o 1937 - mayo 19 38 , Carlos B. Bautist a. M encionado en El
Mensa jer o (20 marzo 1937, p. 3) Con este t tu lo ha empezado a pub licars e un
nu ev o p eri d ico en est a ciudad bajo la d irecci n del Sr. C arlos B. B autista. Y d a
la n oticia de su muert e en el n mero 15 mayo 19 38 , p . 2: Desp us de un a
penos a v acruces p or est e v alle de lgrimas , pas a mejo r v id a El Im parcia l,
peridico lo cal el qu e segn s u edit or por falt a de co op eracin. N osotros lo
sent imos p o r tant o lector d e los q ue no usan s o mb rero pero s go rra.
Jus ticia, rgan o d e la Liga P rot ectora Latin a, ju lio 19 16 - 19 34 , (en 1922 s e
pu blic en Nogales), P . G . de la Lama.
La tino am er icano, 1 93 4 ap ., M en cion ad o en la co lu mna d e A rmand o M itotes Lo
qu e s e d ice (El Mens ajer o, 4 ago sto 1 934, p , 4): Se dice q ue d esp us d el 1 1 d e
sep tiemb re s e h ar el fu neral del magaz n La tin oa merican o, rgan o d e la
reeleccin .
El M a ch ete, El M ens a jero (12 marzo 1939, p. 3) tiene esta nota: vuest ro
particular amigo , el Sr. G . de la Lan a, d irect or de El Mach et e, h a guard ad o cama
por varios das, p ero seg n el b o let n diario d e sus amigos, ten emos in fo rmes qu e
se en cuent ra mejo rado y al frent e de su oficina.
El M ens a jero, 19 00 - 19 45 , J. M . Melndrez h ast a 1 939, Carlos B. Bautist a h ast a
19 43 , J. J . C arren hast a 1 94 5. APH S tiene 12 ago sto 19 33 - ju n io 194 5.
El Mercur io, jun io 18 84 - ? F. T. D v ila. Esp ao l-in gls . Row ell. No cop ias .
El Mexica no Rep ub lica no, ap . 18 92 - ??, Silv er A gu ilar. Ro w ell. 18 94 .
El No ticios o, J. M . Meln drez.
La mueva C entur ia, ap. 1906 , Hermanos Quion es.
El Observador M exicano, 189 4 - 1898 ?, M adrid y Foster editores, P. Bonilla y
Salaz ar, p rop ietarios. Row ell 18 96 - 1898 y Ayer 1903.
La Ocasio nal, 1897 - 1911 ?, J ess M elndrez y P. H. Villa. ASD L, marzo 18 98 marzo 1899.
El Progres o, ap. 18 83, C . Enrique Garfias. Row ell 1884 - 1885 . No cop ias.
El Pro greso del Va lle, 188 7 - ??, Francisco T. Dv ila, ASDA, 2 oct. 189 7 - marzo
1898. Ban croft 9 abril (1 :2 ) 1887.
El Sab er, hasta 19 40 cu ando se fu ndi con El Mensajero. El Mensa jero (16 agosto
1940) dice: ... El Saber , un a p ublicacin d e mucho emp uje....
El S ol, 1939 - presente, Jess Fran co.
La Unin Indus tria l, 191 0 - ?? Ap arece en la lista d e perid icos que anun ciaron la
reap aricin de Regen eracin en Los An geles (Regen eracin, 3 s ep t. 1910, p .4).
La Voz de Phoenix, 1 950 - ??, C itado en El Tucsonens e.
La Verdad, 188 8, G. M elndrez. Noticia ap arecida en el Pres cott Morning Courier,
17 agosto 1888, p . 3: New Sp anish Newsp ap er in Phoenix, small but go od,
condu cted by G. M elndrez.
El Zumb n, 1 940- Noticia ap arecida en El Mensajero (2 5 oct. 1940, p . 1): Un
pequeo s emanario p ublicad o p or el licen ciado J os A nsa s ali a luz p or p rimera v ez
la s emana p asada notn dose que tod a su lit eratura est bien escrita en v erso....
Tolleson, Arizona
Tpicos de Tolleson, may o 1938 - ? M encionado en El Mensa jero (15 -may o 1938, p .
1): En nu estra mes a d e redaccin nos h a llegado el segundo nmero de Tnicos d e
Tolleson, imp ortante p erid ico dedicad o al comercio y a la agricultura del Valle
Salado, estan do la p arte de esp aol a cargo de nu estro ap reciab le amigo el cu lto p rof.
Rafael Granados. Bienv en ido s ea el nu evo colega.
Tucson, Arizona
El Ala crn, 1 879 - ??, E. M ed in a. Da ily S tar 1 0 octubre 187 9. Lutrell.
Alianz a, 18 99 - 196 6, Carlos Tully fund ador. Hast a 1911 n o se haban encontrado
cop ias segn Ro well. UAM L (sp. col.) y APHS 1921-1 964.
El Da, s eman ario de la alianza Hispan o-A mericana.
El Amigo del Pueblo, Carlos Tully . Mencionado en Arizona Enterprise 14 oct. 1882, p .
2): We are in receip t of the initial number of El Amigo del Pueblo, issued in Tucson by
Don Carlos Tully . y en el Epitaph (22 o ct. 1882).
El n gel del Ho gar, men cionado en El T ucs onense.
La An tor cha. M ntencio nad o en el Citizen (7 oct. 1876, p . 2): We hav e receiv ed
prosp ectus of La An tor cha, the on ly Sp anis h p aper in Arizo na. A. Velas co and F.
T. Dv ila, editores.
El Az teca, 1 923 - ??, Club Azteca.
Blanco y Negro, 16 julio 1 921 - ??, G ustavo So lano. Seman ario d e art e, literatura,
cien cia, comercio, agricu ltura, actualid ad y varied ad es. UAML (sp . col.) t iene el
nmero 2 de la p ub licacin - 23 ju lio 1 921 .
El Camp e n, 30 jun io 19 18 - ??, Francisco H evia d el Puerto. M en cion ado en El
Tucson ens e (17 ju nio 192 2): En jun io 30 de 1918 , ap areci en Tu cson otro
perid ico q ue se llam El Cam pen q ue en s u n mero 1 acab aba con ese ap strofe
in aud ito: Un Constitucion alis mo llamado as p or un a aberracin d el dest ino, no es
ms que un a orga de s angre, de co rrupcin, de ext erminio, marca in deleble de
prostitucin, estigma candente de mald ici n y crimen : in famia, aby ecci n,
mentira.... Este es el llamad o Const itucio nalis mo qu e hoy in fest a la p atria d e
Cuuhtemo c, a cuy a cabeza marchan Venustian o Carranza, lvaro Obreg n,
Plutarco Elas C alles, Salvador A lv arado y otros co no C arlos P lank h an dejado
ino lv id ab les recuerdos de su co ndu cta. Este ap strofe en s u p rograma d io la med id a
de las tend en cias El Camp en , ed itado en esta p or el ahora Co ron el Fran cis co Hevia
del Pu erto .
La Colonia Mexicana, ap . 1883 - 1886 ? Cop ia del 20 en ero 188 4 en Los An geles
Museum Library y APHS 1 921-1 964.
El C omba te, 15 agosto 191 6 - ??. Sant iago F. Riv ero . M encion ado en El
Tucson ens e, (17 junio 1922): En 15 de agosto de 1916 ap areci uno de los
perid icos de lucha p olt ica qu e s e ed itaro n en Tucs n, bajo la direccin d el General
Santiago Riv ero, y que llev p or nombre El Com ba te. Uno d e los p rrafos
fund ament ales del p rograma exp u esto en ese semanario deca lo sigu iente qu e era el
resu men d e s us ten dencias : Queremos h acer labor de con cordia, de amor, d e
con ciliacin , atraern os a cuanto h aya d e honrad o, nob le, digno, grand e y santo...
El Correo, junio 1 922 - ??, Amado Cota-Rob les.
El Correo d e Am rica, 7 may o 1918 - ??, Lu is G. M ontejan o. M encio nado en El
Tuco nens e (1 7 jun io 1922): El Correo de Am r ica, fun dado en 7 d e may o de 191 8,
deca lo s igu iente: Dign os y nob les habit antes de Tu cso n, los q ue lu ch an co n la
id ea os s alud an. Y para comenzar d eca que contribu ira a llev ar a cabo cualqu ier
emp res a b ien inten cion ad a, no ble y legt ima. Su editor, un se or M ontejano, camb i
de op inin en pocos das.
El Correo de Tucs on, citad o en El Tu cson ens e.
La Ch ispa , mencion ado en El Tu cson ens e.
El Defensor, catolico, Nico lette. M encio nado en El Tu cson ens e.
Las Dos Repblicas , 1877 - 1879 ?, Carlos Tu lly . APHS. Ariz. - Nuevo M xico So nora - Sinaloa - Chih uah ua.
El Eco M exicano, 10 jun io 1922 - ??, Men cionado en El Tucso nens e (17 junio
1922): En el p resente mes el d a 1 0, vio la luz p blica u na rev ista seman al, Eco
Mexicano, que ostenta en su frontis co no u n lema muy p rincip al, este: Prep arad
nuestros n ios p ara que p uedan rep res entarnos lu ego.
El Eco de So nora, ap . 1883 , F. T. Dvila, Row ell. No copias.
La Es tacin, junio 1 890 - ??, C arlos Cas anova e Ignacio Go nzlez.
El Fronterizo, sep t. 1878 - 191 4, C arlos Y. Velasco . Se vuelv e a ed itar el p erid ico
entre 1 8 may o 1922 - 1 929. AP H S 18 sept. 1880 - 1908. F an croft 13 -20 abril 1 879 ;
11-18 may o 187 9; 2 1 dic. 1879 ; 1880 - 1 881 ; 20 - 27 enero 1882; 4 - 11 abril 1884 ;
20 ju lio al 1 0 agosto 1889. Library of Congress 4 ju lio 188 0 y 26 feb. 1891 . UAM L
tien e cop ias n o completas del p eridico de 1 926 - 1929. El Tu cso nense (17 junio
1922) dice: En 18 de mayo d el a o actual, apareci en la liza p eriod stica un
perid ico in depen dient e d e poltica e informacin, segn s u d irectorio, ostentando el
nombre de El Fro nter izo. Se d edica esp ecialment e al mejoramiento de la Colo nia
Hisp ano-A merican a: Su p rograma, que cond ens en un refrn : H acer b ien sin
preguntar a q uien es un a d ivis a b astant e conv in cente.
La Gaceta de Estados Unidos, 17 nov. 1917 - 1918, Eduardo Ru iz. M encionado en El
Tucsonense (17 junio 1922): En 17 de noviembre de 1917 el joven Agente de Obregn,
don Eduardo Ruiz, edit La Gaceta de los Estados Unidos que se autollam Organo de
la p oblacin de h abla esp aola y que resumi su programa en lo siguiente: La Gaceta
de los Estados Unidos viene a laborar p or ideales que tiendan a conseguir, d entro de una
esfera efectiva d e accin, el b ien procomn de la raza latina, etc., El Tucsonense
tambin men ciona qu e cambi de editor y se continu p ublicando en Los An geles.
El Impar cia l, 1931 - ? M en cion ado en El Tucso nense.
El Iris , 1 886 - ??
Juven tud, 193 7 - ??. Rev ista mensu al d el Club d e J ven es de la Santa Cruz.
La Luz
El Mo nitor , ap. 1909 - 191 6, J. C. Merin o. APH S Sp ecial may o 191 0. Ap arece en la
lista d e p eridicos que an un cian la reaparicin en Los Angeles del p erid ico
Regen era cin (vot a en Regener acin, 3 sept. 19 10, p . 4).
El Mosquito, enero 1919 - 1925, Felip e Hale. Tiene un subttulo que dice: Pica pero no
hace roncha. El Tucsonense, su rival, dice de l: El p rograma sustentado p or esa hijita
era de carcter mordaz y en cierta manera un end erezador de entuertos, y encarcolije de
lo siguiente que exp resaba en su reap aricin : Guerra sin cuartel a los borrachos, mximo
si son escandalosos, a los tracaleros, p rostitutas, whiskeros y , en fin, a todos aquellos
bichos y bichas que no caminan derecho por este valle de lgrimas... UAM L.
P.M . (Prens a Mexicana), 19 57 - 1 962. Algun os nmeros en APHS.
El Pu eblo, 10 oct. 1968 - ??. UAML (Sp. Co l.) y APHS tiene varios n meros de
octubre a diciembre 1968 .
El S ahuaro, ?? - 15 o ct. 1925, Fed erico M anzo.
El siglo XX, 1899 - 1900, Antonio R. R edo ndo y Jos R . Vzqu ez.
La Sonora, ap. 1879 - agosto 1880, Josefina Lindley de Corella, Ignacio Bonilla,
Carlos Tully y F. T. Dvila.
El Tru eno, 17 nov. 1895 - 1896 ? APH S tiene los n meros 17 nov.1895 , 24 nov . 18 95,
1 dic. 1895, 8 dic. 1895, 22 dic. 1895, 29 dic. 1 895 y 5 enero 1896.
El Tu csonense, 17 marzo 1915 - 20 dic. 1957 , Francis co Moreno, G ilb erto M oreno y
Rosa E. d e M oreno. APH S y UAM L.
La voz de Mxico, oct. 192 0 - ??. Mencio nad o en El Tucsonens e 17 junio 1922): En
octubre de 1 920 ap areci tamb in un p eridico genu inamente mexicano, p or lo
menos as s e autollam, con el nombre de La voz de M xico, nomb re que p erteneci a
un diario catlico mexican o edit ado p or altos p ersonajes de la ciud ad de M xico, all
por los tiemp os buenos del rgimen d el General Daz. Sin embargo, esta Voz de
Mxico no era aquella Voz d e que hablamos, sino un p erid ico semanario que sola
ap arecer intermitentemente segn rezab an las cond iciones. El p rograma
genu inamente mexicano , segn su prop ia frase, era igual en tes is general a los de los
anteriores y de carcter mutu alista. Susp endi su p ublicacin un a temp orada.
La Voz de la Opos icin, ?? - 1887.
La Voz del Tucson , 189 6. APHS 8 febrero 1896 y 14 marzo 1896.
Yu ma, Arizon a:
El Indepen diente, jun io 19 16 - ?, Jos Venegas.
El Joven, 188 2 Hod ges y M elndrez. Bilin ge. How ell. No cop ias. M encionado en el
Daily Star (8 enero 1879, p . 3): A neat little Sp anish newsp ap er p ublished in Yuma.
It is a 4 co lu mn p ap er with good nourish ment. We h av e no do ubt it will grow to full
manh ood .
CALIFORNIA
Azusa, California:
Azusa Valley News, 1885 - 1895 ?.
Berkeley, California:
El Esp ectador, Ign acio Lp ez.
La Voz Mexicana, rgano del M exican -American Movement.
Calxico, California:
La Frontera, 1 920s.
El Mon itor, 1921 Ricardo Covarrubias.
APNDICE II
Narraciones en los p eridicos en esp aol de Arizona y California
A. R,, Sombras de amor, Las Dos Repblicas, 22 julio 1877, p . 1, col. 2-5.
Annimo, La Amistad. En pago de una deuda, Las Dos Repblicas, 5 agosto 1877, p .
4, col. 1.
F. M . B., Biografa de cualquiera, Las Dos Repblicas, 26 agosto 1877.
Quien, Tip os y top os: Los acreedores, Las Dos Repblicas, 11 nom. 1877.
T. E. Amado, A., Las Dos Repblicas, 23 nov. 1877, p . 4, col. 1.
Manuel del Hano, Tipos sociales. El farsante, Las Dos Repblicas, 25 nov. 1877.
Una ta sabia, El origen d e un divorcio, El Fronterizo, 11 en ero 1880, p . 4, col. 1.
Manuel del Palacio, Una cancin p or un almuerzo, El Fronterizo, 18 enero 1880, P. 4,
col. 2-3.
Annimo, Un horrible suicidio en Rusia, El Fronterizo, 22 feb. 1880, P. 4, col. 1-2.
J. N. A. La solterona, El fronterizo, 16 mayo 1880, p . 4, col. 1-2.
Enrique Sep lveda y Planter, El lago de Gaiturea, El Fronterizo, 4 julio 1880, p . 4, col.
1-2.
Constantino Gil, Una aventura de carnav al, El Fronterizo, 7 oct. 1880, p . 4, col. 1-2.
Hilario S. Gab ilondo, El juramento, (ley enda) El Fronterizo, 24 oct. 1880, p . 4 y 7, y 7
nov. 1880, p . 4, col. 1-3
A. Gonzales Pitt, La cuerda de la camp ana, El Fronterizo, 19 d ic. 1880, p. 4, col. 1 ; 26
dic. 1880, p . 4, col. l-2 y 2 enero 1881, p . 4, col. 1.
Annimo, El Tesoro de los p obres, El Fronterizo, 13 marzo 1881, p . 4, col. 2-3.
Annimo, Cuento rabe. El caballero y la serp iente, El Fronterizo, 15 abril, 1881, p . 3,
col. 2-3.
Vicente M orales, Jorge el herrero, (Leyen da para u n p ueb lo), El Fr onter izo, 13
en ero 1882 , p . 4; 2 0 en ero 188 2, p . 4, col. 1-2; 27 en ero 188 2, p . 4, col. 1-2; 3 feb.
1882 .
Migu el J . B en tez, El len y el p erro en la selv a, Reg en era cin, 12 abril 1913, p.
3, co l. 2.
Orvan eja, Broch azos, La Cr nica, 20 junio 191 4, P. 3, col. 4-6 .
Dr. Varillas, Bos qu ejos hu manos . Pancho Villa, Elo gio de Villa p or s er aclamado
por los pelaos, La Cr nica, 25 julio 19 14, P. 3, col. 1 -2 y 17 o ct. 1 914.
Fern ando Arenas, Un bro nce, El Tu cson ens e, 27 marzo 191 5, P. 3.
M. S., La res ign acin del o brero , El Tu cson ens e, 27 marzo 191 5, p . 2.
Guilln de R iera, El juicio final, El Tu cson ens e, 20 marzo 1 915 , P . 3.
C. H. L, La mald ad , El Tu cson ense, 1 may o 1915, p . 2.
Ann imo , La s elva, El Tu cso nense, 3 1 julio 1 915 , p . 3.
Vctor, Id ilio , El T ucso nense, 25 sep t. 1 915 , p . 2.
Carden io , Las v iejas argerderas, La Crn ica, 2 o ct. 1 91 5, p . 4, co l. 4.
Julio G. Arce, La ltima confid en cia, L a Cr nica , 11 dic.19 15, P . 3 , co l. 5 -6.
Julio w. A rce, La seman a en so lfa: C rn ica ligera, La Crn ica, 28 enero 1916 , p .
6, co l. 2.
* Jorge U lica, La semana en so lfa: Crn ica ligera, L a Cr n ica , 26 febrero 1916,
p. 8.
* Se han recop ilado las colab oracion es de Jorge Ulica (p seudn imo de Julio G.
Arce) en los p eri dicos d e Arizon a y las primeras co laboracio nes del es critor en La
Crn ica (San Francisco) antes d e q ue este perid ico p as ara a s er suy o co n el no mbre
de H ispa noam rica . En H ispa noamrica es crib i ed itoriales y d ems co mentarios
polticos ad ems d e sus colu mn as regulares Crn ica diab lica y Seman a en
solfa. Estas colu mn as no h an s id o recop ilad as en esta docu mentaci n.
Jorge Ulica, La semana en solfa: Crnica ligera, La Crnica, 8 abril 1916, p . 8, col. 2.
Miguel Stro goff, Aventuras de un mazatleco, La Crnica, 8 abril 1916, P. 3, col. 1-2;
15 abril 1916, p. 2, col. 1-3; 18 marzo,1916, p. 5, c. 3 y 6.
Miguel Stro goff, Historia de un crimen , La Crnica, 4 marzo 1916, p . 5-6.
Zarco. Por el vals, p asin: Adi a ti!, El Tucsonense, 10 may o 1916, p . 2, col. 2.
J. M . V. Acosta, Salve tristeza!, El Tucsonense, 16 julio 1916, p . 3, col. 3 y 4.
Francisco Nirn, Cicln, La Crnica, 7 enero 1917, p . 10-11
J. Ramos, Ancdotas de la revolu cin, Un hroe qu e ahorra, La Crnica, 14 enero
1917, p . 14.
Miguel de San Romn, El desay uno de Clarita, La Crnica, 21 enero 1917, p . 11-12.
Joaqun Pia, Crnicas de California... La maravillosa caterp ilar, La Crnica, 21 enero
1917.
Joaqun Pia, Una tragedia en el mar, La Crnica, 28 enero 1917, p 5.
Rogelio Prez Olivares, Una historia verdadera, La Crnica, 28 enero 1917, p . 10.
J. Ramos, Ancdotas de la Revolucin... Fl guajolote del hro e, La Crnica, 28 enero
1917, p . 16.
J. Ramos, El vengador de su hermano, La Crnica, 11 feb. 1917, p. 16.
Amado Cota-Robles, Sin tema, El Tucsonense, 7 feb. 1917, p . 4, col. 2.
Belisario Roldn, Cuentos de amargura..., La Crnica, 25 feb. 1917, p . 9; 1 abril 1917,
p. 9; 20 may o 1917, p . 5.
Amado Cota-Robles, Los Reyes M agos en 1890, El Tucsonense, 10 en ero 1917, p . 3.
Emilio Rich ard, Recuerdo de no che buen a, La Crnica, 14 en ero 1917, p. 12-13.
J. G. Roel, Trptico, El Tucsonense, 28 abril 1917, p . 4.
Luis de Tap ia, Lo ms ch ic en los actuales tiemp os, El Tucsonense, 12 sep t. 1917, p . 4,
col. 4.
Joaqun Pia, Visin de la guerra, Poema en p rosa. Hisp anoamrica, 28 oct. 1917, p . 9;
4 nov. 1917, p . 9; 11 nov. 1917, p . 9; 18 nov. 1917, p. 9.
Joaqun Pia, Concha, Hispanoamrica, 30 nov. 1917, p . 14.
Francisco M . de Olaquibel, Lejanas, El Tucsonense, 28 nov. 1917, p . 2, col. 3.
Joaqun Pia, Los desterrados, Hispanoamrica, 9 dic. 1917, p . 7.
Jorge Ulica, Cu ltivo de la hermosura mascu lin a, El Tu cson ens e, 24 marzo 192 3,
p. 3, col. 1 -4.
Jorge Ulid a, las marav illas del radio , El Tu cso nens e, 27 marzo 1 923, p . 5, col. 16.
Jorge Ulica, La s eman a en solfa: G ay social service, El Tu cson ens e, 1 0 ab ril
1923 , p. 4, col. 1-5.
Jorge Ulica, La s eman a d e Clin , El Tucs on ense, 2 8 abril 19 23, p . 5, co l. 1-6
Jorge Ulica, Ap retando el bot n, El T ucsonense, 5 mayo 19 23, p . 3, ;col. 1 -4.
Don Alejo, El p rimer h ijo, El Tucson ens e, p . 1 4, co l. 3-6 .
Jorge Ulica, El p obre d esn udo , El Tu cso nens e, 19 may o 19 23, p . 5, col. 1-4 .
Jorge Ulica, Edu cacin galante - Crn ica d iab lica, El T ucs on ense, 2 6 may o
1923 , p. 5, col. 2-3.
Jorge Ulica, La s eman a en solfa, El Tu cson ens e, 5 jun io 19 23, p . 5, col. 1-5 .
Jorge Ulica Qu in se fia de consursos ?, El Tucson ense, 12 ju nio 192 3, p . 2, co l.
1-3
Jorge Ulica, Los ap artamentos y las camas gemelas . M e rev ientan, El Tu cson ens e,
16 jun io 192 3, p . 5 , col. 4 -6.
Jorge Ulica, Gen ealoga barat a, El T ucs onense, p . 5, col. 1 -5
Jorge Ulica, La s eman a en solfa, El Tu cson ens e, 3 jun io 19 23, p . 6, col. 1-4 .
Jorge Ulica, Los muertos de otro murd y los v ivos d e st e, El Tu cson ens e, 3
ju lio 1923.
Gustavo A gu ilar, Las otelas, El T ucs on ense, 1 9 ju lio 1923, p . 5, co l. 1-3 .
Jorge Ulica, La s eman a en solfa, El Tu cson ens e, 14 agosto 1 923, p . 4, co l. 2-4.
Jorge Ulica, La fiebre del auto mvil, El Tu csonens e, 25 , agosto 19 23, p . 5, co l. 13.
Jorge Ulica, Final d e fiest a qu e no hu ele b ien, El Tu cson ens e, 28 agosto 1 923, p .
5, col. 1-4.
Jorge Ulica, Los trajes tent ado res , El Tu cson ense, 18 .oct. 19 23, p . 4, co l. 1-3.
Jorge Ulica, La s eman a en solfa, El Tu cson ens e, 3 n ov. 19 23, p. 5, col. 1-3 .
Jorge Ulica, Las cons ecuen cias d e dormir sin p ajamas ni calzo ncillos, El
Tucson ens e, 25 o ct. 192 3, p . 6 , col. 1 -5.
Jorge Ulica, Azares del p eriodista, Preguntas y resp uestas, El Tucsonense, 22 enero
1924, p . 4, col. 2-5.
Jorge Ulica, En vsp eras de Navidad, El Tucsonense, 8 en ero 1924, p . 4, col. 1-4
Jorge Ulica, Los p eligros del bisiesto, El Tucsonense, 3 enero 1924, p . 2, col. 3-6
Jorge Ulica, Para esas cosas no sirvo y o!, El Tucsonense, 20 dic. 1923, p. 7, col. 1-4.
Jorge Ulica, Lo que saca uno en las ap erturas, El Tucsonense, 6 dic. 1923, p . 5, co l. 14.
Jorge Ulica, El triunfo de los Sp anish, El Tucsonense, 24 nov. 1923, p . 2, col. 1-6.
Jorge Ulica, Alimentacin elctrica, El Tucsonense, 20 nov. 1923, p . 5, col. 1-4.
Jorge Ulica,
col. 1-4.
Kask abel, El matrimo nio - C art as de un a cas ad a, en ero 25, Un a o desp us - D ic.
19 y 6 aos d esp ajes, no v. 12, El Tu cso nens e, 6 dic. 1 924 , p . 7, co l. 1-4.
Kask abel, Las p os adas , El Tu cso nense, 9 d ic. 1924 , P . 5 , co l. 1 -3.
Kask abel, C arta d e un galn tap ato al p res id ente de la rep b lica, El Tu csonens e,
13 dic. 1 924
Kask abel, Los qu e llegan hab lando trab ado , El Tu csonens e, 18 d ic. 19 24, P. 5,
co l. 1-3.
Sn ch ez d e Esco bar A., Cuent o muy mexicano , El T ucs on ens e, 20 d ic. 1 92 4, p .
3, co l. 1-2.
Jorge Ulica, Lo estamos bastant e ap tos , El Tu cso n ense, 2 7 en ero 1925 , P. 5, co l.
1-6 .
Kask abel, Quin es la so cied ad ?, El T ucs on ens e, 2 8 en ero 192 5, p . 5 , co l. 1-2.
Kask abel, Las frmulas so ciales, El T ucs on ense, 2 marzo 1925, p . 2, co l. 2-4.
Jorge Ulica, Es fcil s er muy famos o , El Tu cso n ens e, 10 marzo 1925 , p . 5 , co l.
1-4 .
Jorge Ulica, La su egra d el radio , El T ucs on ense, 2 1 marzo 1925 , p . 5, co l. 1 -4 .
Jorge Ulica, Su ert e de D ios..., El Tu cso nens e, 28 marzo 19 25 , p . 3, co l. 2 -3 .
Jorge Ulica, El D ernier C ri del Tin o , El T ucson en se, 4 abril 192 5, p . 9 , co l. 12.
Jorge Ulica, Cr nica d iab lica, El T ucs on ens e, 5 may o 19 25, p . 5 , co l. 1 -3.
Jorge Ulica, La ciencia co ntra el art e, El T ucson ens e, 9 jun io 19 25, p . 5, co l. 24.
Jorge Ulica, Est rellas qu e se estrellan , El Tu cso nens e, 8 jun io 192 5, p . 5, co l. 12.
Jorge Ulica, Los p arladores d e Spanis h, El Tucs on ens e, 4 ju lio 1 92 5, p . 5 , co l.
2-6 .
Jorge Ulica, Ya estoy b ien, gracias, El Tucs on ens e, 2 5 ju lio 19 25 , p. 5 , col. 2 -4 .
Jorge Ulica, En camp eo nato, El Tu cso n ens e, 1 agosto 1 9 2 5, p . 3, col. 2 -3 .
Pab lo P. Cast a eda, So bre el ms vil de los rein ad os, El M ensajero, 1 6 feb. 194 0,
p. 3, col. 2 -3.
Ann imo , El gallo y el zorro, El Tu cson ens e, 2 agosto 194 0, p. 3 , co l. 3 -5.
Jos M ara Ortiz, Literatura d e nu estros lectores, El Mensa jero, 9 agosto 1 940 , p .
3, col. 1-2.
Jos M ara Ortiz, Plcticas en la p lacita, El Mens ajero, 13 sept. 1940, p . 3, co l. 13 y 18 oct. 1940 , p . 3 , col. 3 .
Berta Qu intero, La plid a n ov ia, El M ensa jero, 22 nov. 1 940 , p . 3, col. 1-4.
Kaskabel, La p untualidad mexicana, El Mens ajero, 23 may o 1941, p . 5, co l. 5.
Ann imo , Aparicin milagros a, El T ucs on ense, 1 2 jun io 194 2, p . 1 , co l. 4 -5.
A. Granja-Irigoy en , El regalo de Navidad, Alianza, d ic. 1 945, p . 9.
Antonio R. R edo ndo , Vanidad a la mod ern a, El Tu cson ens e, 12 nov. 194 6, p . 1,
co l. 3 .
Dr. Valls, Nafragos en ao n uev o, El Tucso nense, 16 enero 1948 ; 23 enero
1948 ; 27 en ero 194 8; 3 feb . 1948 .
Piano, O., El martillito de mad era, Alia nza, dic. 195 0.
APNDICE III
Poemas en los peridicos en esp aol de Arizona y California
E. M edina. A una flor marchita, (soneto) Las Dos Repblicas, 6 julio 1878
E. M edina, A M ara. La amistad, Las Dos Repblicas, 22 julio 1878.
F. T. Dvila, La americana, Las Dos Repblicas. 27 julio 1878, p . 19 col. 1
F. T. Dvila. Horas de ocio, Las Dos Repblicas, 3 agosto, 1878, p . 1, col. 2.
E. M edina, En el bosque de Ch ap ultep ec, Las Dos Repblicas, 17 agosto 1878, p . 1,
col. 2.
Antonio Altadill. M i deber, Las Dos Repblicas, 24 agosto 1878, p . 1, col. 2.
E. M edina. A Azile, El Fronterizo, 6 oct. 1878, P. 3, col. 2.
J. M . Paredes, A M xico, Las Dos Repblicas, 5 oct. 1878, p . l, col. 2.
J. M . Predes, La joven y La madre, Las Dos Repblicas, 19 oct. 1878, p. 1, col. 2.
Jos Rosas, Baladas, El Fronterizo, 11 mayo 1879, p . 4, col. 2.
La Tribuna. El beso, El Fronterizo, 1 feb. 1880, p . 4, col. 2.
Mariano Gil Sanz. Dos justicias, El Fronterizo, 8 feb. 1880, p . 4, col. 2.
Pedro Coy u1a. A Tereza (sic) El Fronterizo, 14 nov. 1880, p 4, col. 2.
Estrella, Amor, celos y p obreza. El Fronterizo, 16 en ero 1881, P. 4, col. 2.
Luis Quijada, Antao y Ogao, Las Dos Repblicas, l6 enero 1915, p . 3, col. 6.
Fluvio Cordial, La qu eja d el bosque, (soneto) El Tucsonense, 17 abril 1915.
Juan Castro, Ala p atria, (soneto) El Tucsonense, 24abril 1915.
Miguel R. Paz, Susp iro, El Tucsonense, 8 may o 1915, p . 2.
Miguel R. Paz, El d inero, El Tucsonens e, 1 9 mayo 1 9 15, p . 2.
Alfonso Iberri, Hacia el id eal, El Tu csonense, 22 may o 19 1 5, p. 2.
Miguel R. Paz, A tres p risio neros, El Tucson ens e, 26 may o 1 9 15 , p . 2.
Pedro Romero, A mi amigo , El Tu cson ense, 26 may o. 1 9 1 5 , p . 2.
Luis d e Rod rigo ,Salutacin lrica, (A Vas concelos), Hisp anoam erca, 1 marzo
1930, p . 7.
Robert Haven Sch auffler, Basura d el mu ndo , Hisp anoamrica, 8 marzo 1930, p . 7.
Jos Casteln, Al Sr. Gereral A. S. Pi a, El Tucs onens e, 11 marzo 1930, p . 2, col. 5.
Jos Casteln, El p eri dico, :El Tucson ense, 11 marzo 1930, p . 2.
Jos Casteln, Lluv ia d e estrellas , El T ucson ense, 3 abril 1930, P. 3, col. 5.
Rubn C. N avarro, Bien aventurad os, El Tucson ens e, 2 agosto 1930, p . 1, col. 4.
Dr. Arego , Dolora, El Tucson ens e, 2 agosto 1930, p . 1.
Jos Casteln, Los perros, los borrachos, y los lp eros, El Tucso nens e, 9 agosto
1930, p . 2, col. 2.
Paz M . Len, M adre, El Tucson ense, 3 abril 1930, p . 3, col. 5.
Amado Isaac Cantarell, Abrile a, El Tucsonens e, 1 7 abril. 1930, p . 5, col. 5.
Paz M . Len, Cu ento, El Tucs onens e, 1 7 abril 1930, p . 5, col. 5.
Paz M . Len, Ofrenda, El Tucso nens e, 17 may o 1930, p . 4, col. 5.
Jos Casteln, Los bu enos lib ros, El Tucso nens e, 19 ju lio 1930 p . 4.
Jos Casteln , M e gustan todas, El Tu csonense, 22 julio 1930, p. 2, col. 5.
Paz M . Len, Noche d e lun a, El Tucs onens e, 9 agosto 1930, p . 2, col. 2.
Jos Castelan, A Hid algo, El Tucsonens e, 1 8 sep t. 1930, p . 4, col. 5.
Jos Casteln, Los sastres, El Tucsonense, 28 marzo 1 93 1, p . 3, co l. 2 .
Jos Casteln, Diccionario p oltico, El Tucsonense, 18 abri1.1 9 3 1, p . 2, co l. 2 .
Jos Casteln, Travesuras de Cup ido, El Tucsonense, 4 junio 1 9 3 1, p . 2 , col. 3.
Jos Casteln, A el [sic] astro Rey ) El Tucsonense, 25 junio 19 31 , p . 2 , co l. 3 -4.
Chantecler, Est en su casa, El Tucsonense, 2 5 junio 1 93 1, p . 2, co l. 6 .
Jos Casteln, Julio 13 de 1 93 1 , El Tucsonense, 14 julio 19 31 , p. 2 .
Evan gelina Cranz, Aires p opulares, sin aire, El Tucson ense, 3 0 enero 1 94 0, p . 4, col.
2.
Padre Crsp ulo, Letana de, El Tucsonens e, 27 feb. 1940, p . 1, col. 1.
Jos Daz Lp ez, El dios d e esta guerra! El Tucsonens e, 27 feb. 1940, P . 4, col. 2.
Fred Valls, Son eto filosfico , El Tucson ense, 27 feb. 1 94 0 , p . 4, col. 6.
A. M uro, Para ti, El M ensajero, 1 marzo 19 40 , p. 3 , col. 3.
Fred Valls, Grecia, El Tucsonens e, 28 abril 1 9 4 0.
Amp aro Carrillo, M i ms grande amor, mis h ijos, El Tucsonense, 17 -ray o 1 940 , p .
4, co l. 4 .
Jos Daz Lp ez, Radiorama, El Tucsonens e, 21 -ray o 1 94 0, p . 4, co l. 4.
Dr. Valls, Ventarrn, El Tucson ense, 28 jun io 1 94 0, p . 4, co l. 4.
Dr. Valls, El Ch ap o - M i p rimer d esliz, El Tu csonense, 28 jun io 1 9 4 0, p . 4, co l. 4.
Jos Daz Lp ez, Observando historia! El Tucsonens e, 5 julio 19 4 0, p . 3, co l. 7 .
Chp o, Realidad, El Tu csonense, 5 ju lio 194 0, p. 4, co l. 4 .
Jos Daz Lp ez, M odernismo, El Tucson ense, 16 ju lio 19 4 0 , p . 4 , co l. 4.
Agap ito Bornes, Quejas de un p obre, El Men s a jero, 10 enero 19 41 , p. 3 , co l. 3-4.
Agap ito Bornes, Consejos sanos , El Mensajero, 24 enero 1 9 4 1 , p . 3, co l. 3-4; 7 feb.
19 41 , p. 3 , co l. 3-4; 21 feb. 19 41 , p. 3 , co l. 3-4 ; 7 marzo 1 94 1, p . 3, co l. 5 -6.
Carmen Celia Beltrn, M adrigal, El Tucsonens e, 14 marzo 19 41, p . 4 , col. 4.
A. C. Sruz, Poca p oltica p or p oco poltico, El Mensa jero, 4 abril 1 9 4 1, p . 3 , co l. 34.
Mara Yo ldi, Amor, El Tucsonens e, 2 mayo 1 9 41, p . 4 , col. 3.
Mara C. Yoldi, A Carmen Celia B eltrn, EL Tucsonense, 2 sep t. 19 41 .
C. Celia Beltrn, Queja, El Tucsonense, 9 may o 1 94 1, p . 2, col. 1.
C. Celia B eltrn, Felicitacin, El Tucsonense, 23 -ray o 1 94 1, p . 6, co l. 3.
APNDICE IV
Folletines en los p eridicos en esp aol de Arizona y California
La vida de Fray J unp ero yerra, en Est andarte Catlico (San F ran cis co) y La
Estrella (Los n geles), 1 853 - 18 54 .
El z apat o perdido, El Fron ter izo, Cap tu lo IX , El b uen C laud io , 21 d ic.
18 79 , p. 4 , co l. 1-2 y Cap itulo X La v ieja, 28 d ic. 1 87 9, p . 4, co l. 2.
J. M , Ramrez, Celest e, El Nu evo Mu nd o (San F rancis co ), 8 s ept. 1 865 a 22
sep t. 1865 .
Pierre Qu iro ule, Sob re la rut a d e la amargu ra, Reg en era cin, 2 0 ju lio 1912 , p .
3, a 1 5 marz o 19 13 , P. 3.
Marc Mario, C orazn d e soldado , Hispan oamr ica , 27 ju lio 19 18 p , 5 y 6, a 28
dic. 19 18 .
Don an D oy le, El crimen del co ronel, Trans. M igu el B artu al, H ispan oamr ica,
31 d ic. 1 91 8 a 31 may o 19 19 , p . 4.
Co rb ella d el Carmelo, T emo r y Perd n , P r logo de Lup e de A roztegui Zub iau r,
El T u cso n ens e, 4 en ero 1 930, p . 3, a 29 abril 1 93 0, p . 4.
El ho mbre mu do d e amo r, El Cro n is ta d el Va lle (B rowns v ille, T exas ), marz o y
ab ril 1925.
Rafael D elgado. La Calandria, prologo de Fran cisco Cosa, El Fro n terizo, 3
marzo 192 8, p. 4, a 26 may o 1 92 8, p . 2.
Antonio Gonzlez (La versin esp aola), Lolita, El Tucsonense, 10 junio 1930, P. 4, a
12 agosto 1930, p . 6.
Pablo Feval, El jorobado En rique Lagard ere, El T ucso n ens e, 19 agost o 1 93 0,
p. 6 , a 2 jun io 1 93 1, p . 4.
P, Luis Co lo ma, P i C atillo, El Tu cs on en se, 13 ju n io 193 1 a 2 ju lio 19 31 .
Paul Feval, El hijo de Lagardere, El Tucsonense, 7 julio 1931 a 18 feb. 1932, p . 2.
Caro lina Inv ern iz io , La lu cha p or el amo r, T rans. R amn O rtiz -R amos , El
Tu cso nens e, 20 feb . 19 32 , p. 2 , a 9 jun io 19 32 , p. 2 .
Garlota M . Braem, La exp iacin de un co nd e, Trans . G. Cu est a y Carlot a
Braeme. El Tucs on ense, 11 ju n io 193 2, p. 2, a 13 sep t. 1 93 2. p. 2.
Caro lin a In vernizio , El antifaz blanco, Trans. Gonzalo C alvo, El Tucson ense, 15
sep t. 1 93 2 , p . 2, a 7 enero 1 93 3 , p . 2 .
Carlota B raem, Su nico amor, Trans, Ramn Ortiz-Ramos, El Tucsonense, 10
enero 1 93 3 , p . 2 a 10 marzo 1 9 3 3 .
Onida, Un junio flu vioso , El Tucson ens e, 10 marzo 1 9 33 , a 18 ab ril 1 93 3 .
Carlota Braem. El s ecreto de Lady Muriel, El Tucsonense, Comenz entre
sep tiembre y diciembre d e 1 33 hasta 11 may o 1 9 34, p . 3.
Carlota Braem, Ris as y lgrimas , El Tucso nense, 18 abril 1 9 33 , p . 2, a 11 agosto
19 33 , p. 2 .
Carlota M . Braem, La tentaci n d e la mujer, El T ucsonense, 15 agosto 1 9 3 3, p . 2 ,
a ??
Caro lin a In vernizio, Paraso e infierno , El Tu cson ense, 15 may o 1 93 4 a 16 nov.
19 34 .
Caro lin a Invernizio, El secreto d e un bandid o, El Tu cson ense, 2 0 nov. 1 9 34 a 2 0
agosto 19 3 5 , p . 2.
Xavier de M ontesp n, La muerta en vid a, El Tu cson ense, 2 3 agosto 1 93 5 , p . 2, a 27
nov. 1 93 5 , p . 2.
Paul F eval, El h ijo d el diablo, El Tucso nens e, 1 dic. 1 9 36 a 6 en ero 1 93 9 .
Carlota Braem, Su n ico amor, El Tucsonens e, 10 enero 19 39, p . 2, a 17 marzo
19 39 , p. 2 .
Eu genio Sue, El marqu s de Letoriere, El Tucson ense, 21 marzo 1 9 39 , p . 2, a 11
julio 1 93 9 , p . 2 .
Carlota Braem, Leonor, El Tu csonense, 1 abril 1941, p. 2, a 12 agosto 1941.
Pierre Dex, La envenen adora, El Tu csonense, 14 julio 1 93 9 a 18 jun io 1 9 4 0 , p . 2 .
Caro lin a Invernizio , La lu cha p or el amo r, Trans. R . Ortiz-Ramos, El Tucsonens e,
21 ju nio 1 9 4 0 , p . 2 . a ??
APNDICE V
Teatro en los p eridicos en espaol de Arizona y California
Abreviacion es:
C - Comp aia
L - Lu gar
F - Fecha
O - Obra(s)
N Nota
C: Compaa de aficionados.
L:
F: 23 agosto 1877
O: El mdico a pa los y Los dos payos
C: Carlos Portan
L: Tucson
F: 8 junio 1880
O: La Malinche
C: M olla
L: Saln del Park
F: 2 junio 1880, 7 mayo 1880
O:
C:
L: Park Lev in
F: 24 enero 1881
O:
C: Gassier
L:
F: 9, 16, 23 enero 1881 y 13 feb. 1881
O: Jurez o la guerra de Mxico (Texto p ublicado en El Fronterizo
C:
L: Tucson
C: Cuadro Novel
L: Teatro Carmen, Tucson
F: del 1 dic. 1917 h asta el 5 -ray o 1918
O: Zarape nacional, A cadena perpetua, Granito de sal, El novio de Tacha, Militares de
paisano, El arte d e ser bonita, La viuda alegre, La walkiria, La reja de dolores, La mujer
mexicana, Las bribonas, Hija nica, El bateo, Las estrellas, La confesin del indio, Los
gua yos , El santo d e la Isidra, Los chorros del oro, El pas de los cartones, Entre
doctores, Revista d e revistas, El puado de rosas, La princesa del dlar, El po llo tajado,
Lohengrin, El chiquillo, El buen Guzmn, Lo que pasa en Mxico, La cadena perpetua,
Revista alimenticia estomacal, El Conde de Luxemburgo, En la hacienda, La gatita
blanca.
C: Emp resa Ricardo de la Vega
L: Teatro Carmen, Tucson
F: del 7 al 20 d e julio 1917
O: La Princesa del dlar, La casta Suzana, Las musas latinas, El pas de los cartones, La
fornarina o la Virgen de Rafa el, Sangre de artistas, El soldado de chocola te, Molinos
cantan, Eva, La cuarta plana, Chin, chun, chan, Los lloridos, Juarez y Maximiliano, El
encanto de un vals, El Cond e de Luxemburgo, Las mujeres vienesas.
C: Compaa de aficionados Tucsonenses
L: Tucson
F: 22 nom. 1917
O: Quin fuera libre, La casa de campo, Un viajero de Puerto Rico de M ateo Daz Pulido
C:
L. En el mineral de Hayden, Arizona
F:
O: Obras jocosas de Vital Aza
C: Grupo Voluntad
L: M orenci, Arizona
F: 1 enero 1918
O: Primero de may o
N: Regeneracin, 9 feb. 1918, p . 2.
C: Anglica Mndez
L: Teatro Carmen y en otros pueblos minerales
F: 1918
O:
C: Del Tenor Magaa
L: Teatro Washinton, San Francisco
F: 29 may o 1918
O: Merina, La marcha de Cdiz
C: Los Iris
L: Teatro Carmen, Tucson
F: may o 1920
O:
C: M ara del Carmen Martnez
L: Teatro Roy al, Tucson
F: del 7 oct. 1920 al 20 nov. 1920
O: Inocencia, Chin, chun, chan, Entre ru inas, El infierno, La cada de M aximiliano, La
mujer X, Los matrimonios del diab lo, La guerra europ ea, Otelo y la tosca, Pro-p atria,
Malditos sean los hombres, Margarita d e Borboa, Don Juan Tenorio al rev s, Genio
alegre, La p legaria de los nufragos, El dragn
C: Carpa Teatro Modelos de los Hermanos Olveros
L: Tucson
F: 6 nov. 1920
O:
C:
L: Teatro Roy al, Tucson
F: 7 abril 1921
O: Amores y amoros de los Hermanos Quintero
C: Cuadro novel
L: Teatro Roy al, Tucson
F: feb. 1921
O: Tucson en camisa (entre otras)
C: -Director ngel Padilla
L: Knights of Columbus Hall, San Francisco
F: 20 sept. 1921
O: Puebla de las mujeres de los Hermanos
N: Hispanoamrica, 27 agosto 1921, p. 4 y 24 sep t. 1921.
C: Cuadro Fgaro
L: Teatro Roy al, Tucson
F: 7 oct. 1921
O: Llueven hijos
C: Compaa de Rev istas Internacionales Csar Sn chez
L: Tucson
F: 18 y 19 dic. 1921
O: Campesinos, La isla de los placeres, Los molinos del viento, El prncip e carnaval.
C: Compaa de zarzuelas y operetas del Sr. Tirado
L: Teatro Crescent, San Francisco
F: 22 dic. 1929
O: Vaya un lo
C: C entr o d e jv en es d e la Santa C ruz
L: Tu cso n
F:
O: La se or ita s e ab urr e d e B en avent e, En v sp er a d e mi bo da, La med ia nara n ja
de los Hermanos Q uintero
C: Grupo Art stico d el Saln Parroqu ial d e la Sagrad a Familia
L: Saln Parroqu ial de la Sagrad a Familia, T ucs on
F : 24 nov. 1 929
O: U n alma en p en a
C: Centro P arroquial de jvenes de la Santa Cruz
L: Au dit orio de la escu ela Saffo rd , Tu cso n
F: 17 nov. 19 29
O: M adr e m a, El ltimo da de un con dena do, Gan as de re ir, de los lv arez
Quintero, Mo das d e Ben av ente
C: Director: Refugio Grijalva
L: Sup erior, Ariz on a Saln Go nzlez
F: 1 3 oct. 1 9 29
O: L a gloria de la r aza d e Brgid o C aro
C: Grupo artstico del Sal n P arro qu ial Sagrad a Familia
L: Saln Parroqu ial, Tucs on
F: 2 9 dic. 1 9 29
O: Con mar id o o s in mar id o
C: C entr o p arro qu ial d e la Sant a Cruz
L: Stanfford Sch oo l, Tu cson
F: 2 feb. 1930
O: Maria nela
N: El Tucs on ens e, 6 feb rero 1 9 3 0 , p . 2, col. 2.
C: El Grup o Artst ico
L: Saln Parroqu ial Sagrada F amilia, Tu cso n
F: 2 marzo 1 9 30
O: L os Cod ornices d e Vit al Aza
N: El Tucs on ens e, 4 marzo 19 3 0 , p. 3 , co l. 3.
C: Co mit Pro-cu ltural de la Alianza H ispan o american a
L: Saln d e A ctos d e la Lo gia F un dadora, Tu cso n
F: 7 marzo 1 9 30
O: Five cen ts la co py
L: Teatro Safford
F: 13 dic. 19 36
O: Para men tir, las nuieres, Luma d e miel
C: Club Santa C ecilia
L: Saln Parroquial, Tucson
F: 31 may o 1 936
O: Casamien to frustrado, Me conviene esta mujer, Co nste qu e no me la recargo
C: Centro d e Jven es de la Santa Cruz
L: Auditorio de la Safford, Tucson
F: 15 dic. 1935
O: Mi primer amor, Rosina es frgil
C:
L: Teatro Roy al, Tucson
F: 16 y 17 marzo 19 35
O: Zarageta
C: Club Conwollei y Little Flower
L: Saln Parroquial, Tucson
F: 3 marzo 1935
O: La mosquita muer ta
C: Lup ita M anzo y Rafael Eguerro la
L: Saln de fiestas d e la p arroquia Santa Cruz, Tucson
F: 18 junio 1 939
O: Ganas de rer d e los lvarez Quintero, Mi su eo dorado de Vital Aza
C: KTUC
L: KTUC
F: 27 abril 1941
O: La Guija
C: C armen Celia B eltrn
L: Tu cson (K VOA radio)
F: 31 agosto 1941
O: El d ifu nto, de Nicols d e Euseb io Sierra
C:
L: Tu cson (K VOA radio)
F: 24 agosto 1941
O: El amor es ciego, de R . Trujillo
C: M xico
L: Auditorio d e la Santa Cruz
F: 23 may o 1943
O: Lo qu e no muer e
C: Cu adro artstico
L: Escuela Superior
F: 25 y 26 de dic. 1944
O: Revista de los pa chucos
C: Cu adro artstico Mxico
L: Au ditorio d e la Santa Cruz
F: 25 jun io 19 44
O: En un b urro tr es baturras
C: M xico
L: Au ditorio d e la Santa Cruz
F: 22 abril 1945
O: El chifla do, S e verde un a mula, La p ava
C:
L: Au ditorio d e la Santa Cruz
:
F 10 nov. 19 52
O: Len XX y Leona
BIOGRAPHICAL SKETCH
ANTOLOGIA HISTORICA
DEL CUENTO LITERARIO CHICANO (1877 - 1950)
p or
Armando Migulez
ABSTRACT
This antho lo gy in clu des a selection of s hort stories group ed in twelv e catego ries
(four in th e 19th century and eight in the 20th century ). All of the selections
ap p eared in Span ish-lan guage newsp ap ers in the st ates o f Arizon a and California
and were chosen accord in g to h istorical and fo rmal criteria. In clud ed are stories
rep res entat ive o f all p eriods fro m th e most imp erson al narrations of a late
romanticism to the situ atio nal t ales written aft er World War II.
The antho lo gy is p reced ed by an introd uct ion on C hicano Literature b efore th e
boom us in g thes e p erio dical p ub lications as sources. It is follow ed by fiv e
ap p endices : a list of Sp anish lan guage newsp apers in Arizona and California, an
exh austive list of the short stories fou nd in more than twelv e p erio dical p ublications
in A rizon a an d C aliforn ia, a s electio n of poems als o fo und in th ese pub licatio ns, a
list of fo lletines qu e nov els wh ich ap p eared p rincip ally in EL Tu cson ens e (191 51957), and a list of referen ces to Hispanic theatrical act ivity in Arizona and
California s ince th e late 1 9th centu ry .
This study delves into the p rin cip ally Chicano-H isp an ic literature that lies h idden in
period ical p ublicat ions in th e Un ited St ates, esp ecially in th e Southw est. It pond ers
the value of the Ch icano literary tradit ion th at these t exts rep resent and it examin es
the rootin g-up root ing-reroot in g process (arraigo-d esarraigo-arraigo) that th is
lit eratu re has exp erien ced from-the time it was an in digenous literature and
co mp letely Hisp an ic-1exican, to th e time when it was written by Mexican
immigrants and exiles at the beginnin g of the 20th centu ry , to when, at last, its
peculiar lin guist ic and th ematic characteristics defin e it as a lit erature in cont act
with, b ut sep arate from, the two nu clei fro m wh ich it is derived.