Apocrifos Evangelio Del Pseudo Mateo
Apocrifos Evangelio Del Pseudo Mateo
Apocrifos Evangelio Del Pseudo Mateo
Prólogo A
Otro prólogo
Yo, Jacobo, hijo de José, que vivo en el temor de Dios, he escrito todo lo que,
ante mis ojos, he visto realizarse en las épocas de la natividad de la Santa
Virgen María por haberme concedido la sabiduría necesaria para escribir los
relatos de su advenimiento, manifestando a las doce tribus de Israel el
cumplimiento de los tiempos mesiánicos.
Vida piadosa de Joaquín
IV 1. Y nueve meses después, Ana dio a luz una niña, y llamó su nombre
María. Y, destetada que fue al tercer año, Joaquín y su esposa Ana se
encaminaron juntos al templo, y ofrecieron víctimas al Señor, y confiaron a la
pequeña a la congregación de vírgenes, que pasaban el día y la noche
glorificando a Dios.
2. Y, cuando hubo sido depositada delante del templo del Señor, subió
corriendo las quince gradas, sin mirar atrás, y sin reclamar la ayuda de sus
padres, como hacen de ordinario los niños. Y este hecho llenó a todo el
mundo de sorpresa, hasta el punto de que los mismos sacerdotes del templo
no pudieron contener su admiración.
Mérito de la castidad
VII 1. Entonces el sacerdote Abiathar ofreció presentes considerables a los
pontífices, para obtener de ellos que María se casase con un hijo suyo. Pero
María los rechazó, diciendo: Es imposible que yo conozca varón, ni que un
varón me conozca. Los pontífices y todos sus parientes trataron de disuadirla
de su resolución, insinuándole que se honra a Dios por los hijos, y se lo adora
con la creación de progenitura, y que así había sido siempre en Israel. Pero
María les respondió: Se honra a Dios por la castidad, ante todo, como es muy
fácil probar.
2. Porque, antes de Abel, no hubo ningún justo entre los hombres, y aquél fue
agradable a Dios por su ofrenda, y muerto por el que había desagradado al
Altísimo. Y recibió dos coronas, la de su ofrenda y la de su virginidad, puesto
que había evitado continuamente toda man-cilla en su carne. De igual modo,
Elías fue transportado al cielo en su cuerpo mortal, por haber conservado
intacta su pureza. Cuanto a mí, he aprendido en el templo, desde mi infancia,
que una virgen puede ser grata a Dios. He aquí por qué he resuelto en mi
corazón no pertenecer jamás a hombre alguno.
La guarda de María
VIII 1. Y María llegó a los catorce años, y ello dio ocasión a los fariseos para
recordar que, conforme a la tradición, no podía una mujer continuar viviendo
en el templo de Dios. Entonces se resolvió enviar un heraldo a todas las
tribus de Israel, a fin de que, en el término de tres días, se reuniesen todos en
el templo. Y, cuando todos se congregaron, Abiathar, el Gran Sacerdote, se
levantó, y subió a lo alto de las gradas, a fin de que pudiese verlo y oírlo todo
el pueblo. Y, habiéndose hecho un gran silencio, dijo: Escuchadme, hijos de
Israel, y atended a mis palabras. Desde que el templo fue construido por
Salomón, moran en él vírgenes, hijas de reyes, de profetas, de sacerdotes,
de pontífices, y estas vírgenes han sido grandes y admirables. Sin embargo,
no bien llegaban a la edad núbil, seguían la costumbre de nuestros
antepasados, y tomaban esposo, agradando así a Dios. Ünicamente María
ha encontrado un nuevo modo de agradarle, prometiéndole que se
conservaría siempre virgen. Me parece, pues, que, interrogando a Dios, y
pidiéndole su respuesta, podemos saber a quién habremos de darla en
guarda.
5. Y José tomó a María con otras cinco doncellas, que habían de habitar con
ella en su casa. Y las doncellas eran Rebeca, Sefora, Susana, Abigea y
Zahel, a las cuales los sacerdotes dieron seda, lino, jacinto, violeta, escarlata
y púrpura. Y echaron suertes entre ellas, para saber lo en que cada una
trabajaría, y a María le tocó la púrpura destinada al velo del templo del Señor.
Y, al tomarla, las otras le dijeron: Eres la más joven de todas, y, sin embargo,
has merecido obtener la púrpura. Y, después de decir esto, empezaron a
llamarla, por burla, la reina de las vírgenes. Pero, apenas acabaron de hablar
así, un ángel del Señor apareció en medio de ellas, y exclamó: Vuestro
apodo no será un apodo sarcástico, sino una profecía muy verdadera. Y las
jóvenes quedaron mudas de terror, ante la presencia del ángel y sus
palabras, y suplicaron a María que las perdonase, y que rogase por ellas.
La anuncíación
IX 1. Al día siguiente, mientras María se encontraba en la fuente, llenando su
cántaro, un ángel del Señor le apareció, y le dijo: Bienaventurada eres, María,
porque has preparado en tu seno un santuario para el Señor. Y he aquí que
vendrá una luz del cielo a habitar en ti, y, por ti, irradiará sobre el mundo
entero.
Vuelta de José
X 1. Y, en tanto que ocurría todo esto, José, que era carpintero, estaba en
Capernaum, al borde del mar, ocupado en sus trabajos. Y permaneció allí
nueve meses. Y, vuelto a su casa, encontró a María encinta. Y todos sus
miembros se estremecieron, y, en su desesperación, exclamó: Señor Dios,
recibe mi alma, porque más vale morir que vivir. Y las jóvenes que con María
estaban le arguyeron: ¿Qué dices, José? Nosotras sabemos que ningún
hombre la ha tocado, y que su virginidad continúa íntegra, intacta e
inmaculada. Porque ha tenido por guardián a Dios, y ha permanecido
siempre orando con nosotras. A diario un ángel conversa con ella, y a diario
recibe su alimento de manos de ese ángel. ¿Cómo podría existir un solo
pecado en ella? Y, si quieres que te declaremos nuestras sospechas, nadie la
ha puesto encinta, si no es el ángel de Dios.
2. Pero José dijo: ¿Por qué queréis embrollarme, haciéndome creer que quien
se ha unido a ella es un ángel de Dios? ¿No parece más seguro que un
hombre haya fingido ser un ángel de Dios, y la haya engañado? Y, al decir
esto, lloraba y exclamaba: ¿Con qué cara me presentaré en el templo del
Señor? ¿Cómo osaré mirar a los sacerdotes? ¿Qué haré? Y, mientras
hablaba así, pensaba en esconderse, y en abandonarla.
3. Y, llamando a María, le dijeron: Pero tú, ¿qué disculpa podrías dar? ¿Y qué
mayor signo podría mostrarse en ti que ese embarazo que te traiciona? Sólo
te pedimos que digas quién te ha seducido, ya que José está puro de toda
relación contigo. Más te valdrá confesar tu pecado que dejar que la cólera de
Dios te marque con su signo ante todo el pueblo. Empero María les dijo con
firmeza y sin temblar: Si hay alguna mancha o pecado o concupiscencia
impura en mí, que Dios me designe a la faz de todos los pueblos, para que yo
sirva a todos de ejemplo saludable. Y se aproximó confiadamente al altar del
Señor, y bebió el agua de la bebida del Señor, y dio las siete vueltas al altar,
y no se vio en ella ninguna marca.
XIII 1. Y ocurrió, algún tiempo más tarde, que un edicto de César Augusto
obligó a cada uno a empadronarse en su patria. Y este primer censo fue
hecho por Cirino, gobernador de Siria. José, pues, se vio obligado a partir con
María para Bethlehem, porque él era de ese país, y María era de la tribu de
Judá, de la casa y patria de David. Y, según José y María iban por el camino
que conduce a Bethlehem, dijo María a José: Veo ante mí dos pueblos, uno
que llora, y otro que se regocija. Mas José le respondió: Estáte sentada y
sosténte sobre tu montura, y no digas palabras inútiles. Entonces un hermoso
niño, vestido con un traje magnífico, apareció ante ellos, y dijo a José: ¿Por
qué has llamado inútiles las palabras qúe María ha dicho de esos dos
pueblos? Ella ha visto al pueblo judío llorar, por haberse alejado de su Dios, y
al pueblo de los gentiles alegrarse, por haberse aproximado al Señor, según
la promesa hecha a nuestros padres, puesto que ha llegado el tiempo en que
todas las naciones deben ser benditas en la posteridad de Abraham.
2. Dichas estas palabras, el ángel hizo parar la bestia, por cuanto se acercaba
el instante del alumbramiento, y dijo a María que se apease, y que entrase en
una gruta subterránea en la que no había luz alguna, porque la claridad del
día no penetraba nunca allí. Pero, al entrar María, toda la gruta se iluminó y
resplandeció, como si el sol la hubiera invadido, y fuese la hora sexta del día,
y, mientras María estuvo en la caverna, ésta permaneció iluminada, día y
noche, por aquel resplandor divino. Y ella trajo al mundo un hijo que los
ángeles rodearon desde que nació, diciendo: Gloria a Dios en las alturas y
paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
XIV 1. El tercer día después del nacimiento del Señor, María salió de la gruta,
y entró en un establo, y deposité al niño en el pesebre, y el buey y el asno lo
adoraron. Entonces se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: El
buey ha conocido a su dueño y el asno el pesebre de su señor.
2. Y estos mismos animales, que tenían al niño entre ellos, lo adoraban sin
cesar. Entonces se cumplió lo que se dijo por boca del profeta Habacuc: Te
manifestarás entre dos animales. Y José y María permanecieron en este sitio
con el niño durante tres días.
La circuncisión
3. Había también en el templo del Señor una profetisa llamada Ana, hija de
Fanuel, de la tribu de Aser, que había vivido con su marido siete años
después de su virginidad, y que era viuda hacía ochenta y cuatro años.
Nunca se había alejado del templo del Señor, entregándose siempre a la
oración y al ayuno. Y, acercándose, adoró al niño, y proclamó que era la
redención del siglo.
XVII 1. Viendo el rey Herodes que había sido burlado por los magos, ardió
en cólera, y envió gentes para que los capturaran y los mataran. Y, no
habiéndolos apresado, ordenó degollar en Bethlehem a todos los niños de
dos años para abajo, según el tiempo que había inquirido de los magos.
2. Pero la víspera del día en que esto tuvo lugar, José fue advertido en
sueños por un ángel del Señor, que le dijo: Toma a María y al niño, y dirígete
a Egipto por el camino del desierto. Y José partió, siguiendo las palabras del
ángel.
Jesús y los dragones
2. Y el niño Jesús, andando delante de ellos, les ordenó no hacer mal a los
hombres. Pero José y María temían que el niño fuese herido por los
dragones. Y Jesús les dijo: No temáis, y no me miréis como un niño, porque
yo he sido siempre un hombre hecho, y es preciso que todas las bestias de
los bosques se amansen ante mi.
2. Los leones hacían camino con ellos y con los bueyes y los asnos y las
bestias de carga que llevaban los equipajes, y no les causaban ningún mal,
sino que marchaban con toda dulzura entre los corderos y las ovejas que
José y María habían llevado de Judea, y que conservaban con ellos. Y
andaban también por entre los lobos, y nadie sufría ningún mal. Entonces se
cumplió lo que había dicho el profeta: Los lobos pacerán con los corderos, y
el león y el buey comerán la misma paja. Porque había dos bueyes y una
carreta en la que iban los objetos necesarios, y los leones los dirigían en su
marcha.
Milagro de la palmera
La palma de la victoria
XXII 1. Y, según caminaban, José dijo a Jesús: Señor, el calor nos abruma.
Tomemos, si quieres, el camino cercano al mar, para poder reposar en las
ciudades de la costa. Jesús le respondió: No temas nada, José, que yo
abreviaré nuestra ruta, de suerte que la distancia que habíamos de recorrer
en treinta días la franqueemos en esta sola jornada. Y, mientras hablaban
así, he aquí que, mirando ante ellos, divisaron las montañas y las ciudades
de Egipto.
2. Pero, entrando en el templo, cuando vio a todos los ídolos caídos de cara
al suelo, se acercó a María, y adoró al niño, que ella llevaba sobre su seno, y,
cuando lo hubo adorado, se dirigió a su ejército y a sus amigos, diciendo: Si
éste no fuera el Dios de nuestros dioses, éstos no se prosternarían ante él,
por lo que atestiguan tácitamente que es su Señor. Conque, si nosotros no
hacemos prudentemente lo que vemos hacer a nuestros dioses, correremos
el riesgo de atraer su indignación y de perecer, como ocurrió al Faraón de
Egipto, que, por no rendirse a grandes prodigios, fue ahogado en el mar con
todo su ejército. Entonces, por Jesucristo, todo el pueblo de aquella ciudad
creyó en el Señor Dios.
2. Vuelve al país de Judá, pues muertos son los que querían la vida del niño.
XXVII 1. Después de esto, Jesús tomó el barro de los hoyos que había hecho
y, a la vista de todos, fabricó doce pajarillos. Era el día del sábado, y había
muchos niños con él. Y, como uno de. los judíos hubiese visto lo que hacía,
dijo a José: ¿No estás viendo al niño Jesús trabajar el sábado, lo que no está
permitido? Ha hecho doce pajarillos con su herramienta. José reprendió a
Jesús, diciéndole: ¿Por qué haces en sábado lo que no nos está permitido
hacer? Pero Jesús, oyendo a José, batió sus manos y dijo a los pájaros:
Volad. Y a esta orden volaron, y, mientras todos oían y miraban, él dijo a las
aves: Id y volad por el mundo y por todo el universo, y vivid.
XXVIII 1. Y otra vez un hijo de Anás, sacerdote del templo, que había venido
con José, y que llevaba en la mano una vara, destruyó con ella, lleno de
cólera y en presencia de todos, los pequeños estanques que Jesús había
hecho, y esparció el agua que Jesús había conducido, y destruyó los surcos
por donde venía.
2. Y Jesús, viendo esto, dijo a aquel muchacho que había destruido su obra:
Grano execrable de iniquidad, hijo de la muerte, oficina de Satán, a buen
seguro que el fruto de tu semilla quedará sin fuerza, tus raíces sin humedad,
tus ramas áridas y sin sazonar. Y en seguida, en presencia de todos, el niño
se desecó, y murió.
Zaquías
XXXI 1. Otra vez el maestro Zaquías, doctor de la Ley, dijo a José y María:
Dadme al niño, y lo confiará al maestro Leví, que le enseñará las letras, y lo
instruirá. Entonces José y María, acariciando a Jesús, lo condujeron a la
escuela, para que fuese instruido por el viejo Leví. Jesús, luego que entró,
guardaba silencio. Y el maestro Leví, nombrando una letra a Jesús, y
comenzando por la primera, Aleph, le dijo: Responde. Pero Jesús calló, y no
respondió nada. Entonces el maestro, irritado, cogió una vara, y le pegó en la
cabeza.
3. Entonces comenzó a gritar ante todos, y a decir: ¿Es que este niño debe
vivir sobre la tierra? Merece, por el contrario, ser elevado en una gran cruz.
Porque puede apagar el fuego, y burlarse de otros tormentos. Pienso que
existía antes del cataclismo, y que ha nacido antes del diluvio. ¿Qué entrañas
lo han llevado? ¿Qué madre lo ha puesto en el mundo? ¿Qué seno lo ha
amamantado? Me arredro ante él, por no poder sostener la palabra que sale
de su boca. Mi corazón se asombra de oír tales palabras, y pienso que a
ningún hombre es dable comprenderlas, a menos que Dios no esté con él. Y
ahora, desgraciado de mí, he quedado entregado a sus burlas. Ahora que
creía tener un discípulo, he encontrado un maestro, sin saberlo. ¿Qué diré?
No puedo sostener las palabras de este niño, y huirá de esta ciudad, porque
no puedo comprenderlo. Viejo soy, y he sido vencido por un niño. No puedo
encontrar ni el principio ni el fin de lo que afirma. Os digo, en verdad, y no
miento, que, a mis ojos, este niño, juzgando por sus primeras palabras y por
el fin de su intención, no parece tener nada de común con los hombres. No
sé si es un hechicero o un dios, o si un ángel de Dios había en él. Lo que es,
de dónde viene, lo que llegará a ser, lo ignoro.
3. Y los padres del niño que había muerto se maravillaron, y honraron a Jesús
por el milagro que había hecho. Y de allí José y María partieron con Jesús
para Jericó.
Jesús en la fuente
2. Pero Jesús extendió el manto que llevaba, y recogió en él tanta agua como
había en el cántaro, y la llevó a su madre. La cual, viendo todo esto, se
sorprendía, meditaba dentro de sí misma, y lo guardaba todo en su corazón.
2. Y había, al lado del camino, cerca de la orilla del Jordán, una caverna en
que una leona nutría sus cachorros, y nadie podía seguir con seguridad aquel
camino. Jesús, viniendo de Jericó, y oyendo que una leona tenía su guarida
en aquella caverna, entró en ella a la vista de todos. Mas, cuando los leones
divisaron a Jesús, corrieron a su encuentro, y lo adoraron. Y Jesús estaba
sentado en la caverna, y los leoncillos corrían aquí y allá, alrededor de sus
pies, acariciándolo y jugando con él. Los leones viejos se mantenían a lo
lejos, con la cabeza baja, lo adoraban, y movían dulcemente su cola ante él.
Entonces el pueblo, que permanecía a distancia, no viendo a Jesús, dijo: Si
no hubiesen él o sus parientes cometido grandes pecados, no se habría
ofrecido él mismo a los leones. Y, mientras el pueblo se entregaba a estos
pensamientos, y estaba abrumado de tristeza, he aquí que de súbito, en
presencia de todos, Jesús salió de la caverna, y los leones viejos lo
precedían, y los leoncillos jugaban a sus pies.
Jesús despide en paz a los leones y les ordena que no hagan daño a nadie
XXXVI 1. Luego Jesús atravesó el Jordán con los leones, a la vista de todos,
y el agua del Jordán se separó a derecha e izquierda. Entonces dijo a los
leones, de forma que todos lo oyeran: Id en paz, y no hagáis daño a nadie,
pero que nadie os enoje hasta que volváis al lugar de que habéis salido.
2. Y las fieras, saludándolo, no con la voz, pero sí con la actitud del cuerpo,
volvieron a la caverna. Y Jesús regresó cerca de su madre.
XXXVIII 1. Por segunda vez pidió el pueblo a José y María que enviasen a
Jesús a aprender las letras a la escuela. No se negaron a hacerlo, y,
siguiendo el orden de los ancianos, lo llevaron a un maestro para que lo
instruyese en la ciencia humana. Y el maestro comenzó a instruirlo con un
tono imperioso, ordenándole: Di Alpha. Pero Jesús le contestó: Dime primero
qué es Beth, y te diré qué es Alpha. Y el maestro, irritado, pegó a Jesús, y,
apenas lo hubo tocado, cuando murió.
XXXIX 1. Por tercera vez rogaron los judíos a María y a José que condujeran
con dulzura al niño a otro maestro, para ser instruido. Y José y María,
temiendo al pueblo, a la insolencia de los príncipes y a las amenazas de los
sacerdotes, lo llevaron de nuevo a la escuela, aun sabiendo que nada podía
aprender de un hombre el que tenía de Dios una ciencia perfecta.
Curación de Jacobo
2. Pero Jesús, que estaba al otro lado, corrió hacia Jacobo, al oír su grito de
dolor, y le tomó la mano, sin hacerle otra cosa que soplarla encima, y
refrescarla. Y en seguida Jacobo fue curado, y la serpiente murió. Y José y
María no sabían lo que pasaba. Pero a los gritos de Jacobo, y al mandárselo
Jesús, corrieron a la huerta, y vieron a la serpiente ya muerta y a Jacobo
perfectamente curado.
Jesús y su familia
XLII 1. Cuando José iba a un banquete con sus hijos, Jacobo, José, Judá y
Simeón, y con sus dos hijas, y con Jesús y María, su madre, iba también la
hermana de ésta, María, hija de Cleofás, que el Señor Dios había dado a su
padre Cleofás y a su madre Ana, porque habían ofrecido al Señor a María, la
madre de Jesús. Y esta María había sido llamada con el mismo nombre de
María para consolar a sus padres.