Dos Hurras para El Anarquismo - James C. Scott

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Dos hurras para el Anarquismo

Seis ensayos desenfadados sobre


Autonomia, Dignidad y el sentido del
Trabajo y el juego

James C. Scott

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO


Seis ensayos desenfadados sobre Autonoma,
Dignidad y el sentido del Trabajo y el Juego

James C. Scott

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO


Seis ensayos desenfadados sobre
Autonoma, Dignidad y el sentido del
Trabajo y el Juego

Diseo de portada: Intervencin digital al diseo de Ana


Laura Gmez Daz para la portada de Glosas marginales sobre la
obra de Bakunin: El estatismo y la anarqua
Traduccin de Rosa Mara Salleras Puig

[Original en: Scott, James C. (2012) Two cheers for


anarchism. Six easy pieces on autonomy, dignity, and
meaningful work and play, Princeton, New Jersey:
Princeton University Press]
[(2013) Elogio del anarquismo, Barcelona, Espaa: Crtica]

Edicin y maquetacin: traVIHz


() Abya Yala, 2015

AGRADECIMIENTOS
A Fred Appel, de Princeton University Press, que con una paciencia ejemplar alent mi experimento de estilo libre, y me ayud a
darle forma, y quien con sus consejos ejerci el tipo de cuidado y
atencin que yo crea que ya haba desaparecido del mundo editorial contemporneo. Y a sus colegas Sarah David y Deborah
Tegarden, con generosidad.

Propaga la anarqua (No me digas que hacer!)

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Prefacio
Los argumentos que el lector encontrar aqu se han ido gestando
durante un largo tiempo, mientras me dedicaba a escribir sobre
campesinos, conflicto de clases, resistencia, proyectos de desarrollo y pueblos marginales en las montaas del sudeste asitico. Una
y otra vez, a lo largo de tres dcadas, tras acabar algn debate de
seminario o haber escrito algn artculo, me he sorprendido a m
mismo pensando, esto se parece a lo que argumentara un anarquista. En geometra, dos puntos forman una lnea; pero si el tercero, cuarto y quinto punto caen todos sobre la misma lnea, resulta difcil entonces no prestarle atencin a esta coincidencia.
Desconcertado por ella, decid que haba llegado el momento de
leer a los clsicos del anarquismo y la historia de los movimientos
anarquistas, y a este fin, impart un extenso curso de grado sobre
el anarquismo, un intento de educarme a m mismo y, tal vez, de
poder concretar mi relacin con el anarquismo. El resultado, y
tras posponer el proyecto los casi veinte aos transcurridos desde
que dej de ensear ese curso, ha quedado recogido en este libro.
Mi inters en la crtica anarquista del estado naci de la desilusin y de las esperanzas frustradas de un cambio revolucionario, una experiencia bastante habitual que vivieron aquellos a
quienes la conciencia poltica se les despert en la dcada de 1960
en Amrica del Norte. En mi caso, igual que en el de muchos otros,
la dcada de 1960 fue el punto lgido de lo que podramos

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describir como un idilio con las guerras campesinas de liberacin


nacional. Durante un tiempo, me vi arrastrado por este momento
de posibilidades utpicas. Segu con admiracin reverencial y,
visto en retrospectiva, con una gran dosis de ingenuidad, el
referndum por la independencia de Guinea, pas liderado por
Skou Ahmed Tour, las iniciativas panafricanas del presidente de
Ghana, Kwame Nkrumah, las primeras elecciones en Indonesia, la
independencia y primeras elecciones en Birmania, pas en el que
yo haba pasado un ao, y, por supuesto, las reformas agrarias en
la China revolucionaria y las elecciones nacionales en India.
Dos procesos hicieron surgir mi desilusin: el estudio de la
historia y los acontecimientos de la poca. Ca en la cuenta, aunque con un cierro retraso, de que casi todas las grandes revoluciones victoriosas haban terminado creando un estado ms poderoso que el que haban derrocado, un estado que, a su vez, poda extraerle ms recursos, y ejercer un mayor control sobre la poblacin
a la que supona que tena que servir, y servir a la poblacin era ni
ms ni menos el objetivo para el que haba sido diseado. En este
punto, la crtica anarquista de Marx y, en especial la de Lenin, pareca proftica. La Revolucin Francesa desemboc en la reaccin
de thermidor, y despus en el precoz y beligerante estado napolenico. La Revolucin Rusa de octubre desemboc en la dictadura de
la vanguardia del partido impuesta por Lenin y, ms tarde, en
Kronstadt, en la represin de los marineros y obreros en huelga
(el proletariado!), en la colectivizacin y en el gulag. Si en el Antiguo Rgimen haba reinado la desigualdad feudal mantenida por
medio de la brutalidad, la lectura que poda hacerse del historial
de las revoluciones era igual de desalentadora. Las aspiraciones
populares que brindaron la energa y el valor para la victoria de la
revolucin fueron, se miren desde donde se miren, casi
inevitablemente traicionadas.

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Los acontecimientos de la poca eran igual de inquietantes


en lo que se refiere a qu significaron las revoluciones contemporneas para el campesinado, la mayor clase social de la historia del
mundo. El Viet Minh, que tras los acuerdos de Ginebra de 1954 se
hizo con el control de la mitad norte de Vietnam, reprimi sin piedad alguna una rebelin popular de pequeos terratenientes y
propietarios rurales en las regiones que histricamente haban
constituido el semillero del radicalismo campesino. En China, haba quedado claro que el Gran Salto Adelante, durante el cual Mao,
tras silenciar a sus crticos, oblig a millones de campesinos a formar grandes comunas agrcolas y a alimentarse en grandes comedores comunitarios, estaba teniendo unos resultados catastrficos. Los investigadores y los estadsticos todava no se han puesto
de acuerdo sobre el coste en vidas humanas entre 1958 y 1962, pero
lo ms probable es que la cifra no baje de los 35 millones de muertos. Al mismo tiempo que se reconoca el gran nmero de vidas
que se haba cobrado el Gran Salto Adelante, llegaban las siniestras noticias de las muertes por el hambre y por las ejecuciones en
Kampuchea, gobernada por los Jemeres Rojos, que completaban la
imagen de revoluciones campesinas que se haban torcido y que
estaban ahora en fase terminal.
El bloque occidental y sus polticas de la guerra fra en las
naciones pobres tampoco ofrecan alternativas edificantes al socialismo real vigente, y los regmenes y los estados dictatoriales
que presidan sobre unas desigualdades abrumadoras eran bien
recibidos, al considerarlos aliados en la lucha contra el comunismo. Quienes conozcan bien este perodo recordarn que tambin
represent el primer auge de los estudios de desarrollo y de la nueva disciplina de la economa del desarrollo. Si, por una parte, las
lites revolucionarias conceban inmensos proyectos de ingeniera
social segn una lnea colectivista, por la otra, los especialistas en
desarrollo estaban igual de seguros de su capacidad de generar
crecimiento econmico mediante la creacin jerrquica de formas

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de propiedad, la inversin en infraestructura fsica y el fomento


de los cultivos comerciales y de los mercados de la propiedad
agraria, en general, reforzando el estado y ampliando las
desigualdades. El mundo libre, en especial el Sur Global, pareca
vulnerable tanto a la crtica socialista de la desigualdad capitalista
como a las crticas comunista y anarquista del estado como el
garante de estas desigualdades.
Me pareca que esta doble desilusin explicaba la frase de
Mijal Bakunin: La libertad sin el socialismo es privilegio e injusticia; el socialismo sin la libertad es esclavitud y brutalidad.

Un sesgo anarquista, o la mirada de un anarquista


A falta de una completa cosmovisin y filosofa anarquistas, y desconfiando en cualquier caso de los puntos de vista nomotticos,
expongo en este libro los argumentos de algo parecido a una visin o punto de vista anarquista. Lo que quiero demostrar es que
si uno se pone las gafas anarquistas y observa desde este ngulo la
historia de los movimientos populares, de las revoluciones, de la
poltica cotidiana y del estado, le saldrn a la luz determinadas
percepciones que desde cualquier otro ngulo quedan oscurecidas. Tambin se har evidente que las aspiraciones y la accin poltica de personas que nunca haban odo antes hablar del anarquismo o de filosofa anarquista contienen principios anarquistas
activos. Una de las cosas que asoman por el horizonte, creo, es lo
que Pierre-Joseph Proudhon tena en mente cuando utiliz por
primera vez el trmino anarquismo, es decir, mutualismo, o cooperacin sin jerarqua o sin el gobierno del estado. Otra es la tolerancia del anarquismo a la confusin y a la improvisacin que
acompaan al aprendizaje social, y su confianza en la cooperacin
espontnea y la reciprocidad. En este punto, que Rosa Luxemburgo prefiriera, a largo plazo, los errores honestos de la clase obrera

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en lugar de la sabidura de las decisiones ejecutivas de unos pocos


miembros de las lites vanguardistas constituye un indicio de esta
postura. Mi afirmacin, por lo tanto, es bastante modesta. Estas
gafas, creo, ofrecen una imagen ms ntida y una profundidad de
campo mayor que la mayora de las alternativas.
Al proponer una visin anarquista orientada por el proceso, o lo que podra denominarse prctica del anarquismo, sera
razonable que el lector se preguntara, dadas las muchas variedades de anarquismo que tenemos a nuestra disposicin, qu gafas
en particular propongo que se ponga.
Mi mirada anarquista implica una defensa de la poltica, de
los conflictos y de los debates, y de la constante incertidumbre y
aprendizaje que conllevan, lo que significa que rechazo la corriente dominante de cientificismo utpico que domin la mayor parte
del pensamiento anarquista a finales del siglo XIX y principios del
XX. A la luz de los inmensos avances en la industria, la qumica, la
medicina, la ingeniera y el transporte, no es extrao que el gran
optimismo de la modernidad de derechas y de izquierdas llevara
al convencimiento de que el problema de la escasez haba quedado, en principio, resuelto. Muchos creyeron que el progreso cientfico haba descubierto las leyes de la naturaleza, y con ellas, el medio de resolver los problemas de subsistencia, de organizacin social y del diseo institucional fundamentndose en la ciencia. A
medida que los hombres se hicieran ms racionales y aumentara
su conocimiento, la ciencia nos dira cmo debamos vivir, y la poltica ya no sera necesaria. Personajes tan dispares como el conde
de Saint-Simon, John Stuart Mill, Marx y Lenin se sintieron
inclinados a ver un mundo futuro en el que especialistas
ilustrados gobernaran segn principios cientficos, y que la
administracin de las cosas sustituira a la poltica. Lenin vio en
la extraordinaria y total movilizacin de la economa alemana
durante la primera guerra mundial una imagen de la maquinaria

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bien engrasada del futuro socialista; uno solo tena que sustituir a
los militaristas alemanes que llevaban el timn del estado por el
vanguardista partido del proletariado, y la administracin le
quitara toda su importancia a la poltica. No solo hemos
aprendido despus que la riqueza material, lejos de desterrar la
poltica, crea nuevas esferas de lucha poltica, sino que adems el
socialismo estatista era menos la administracin de las cosas
que el corporativismo de las clases gobernantes protegiendo sus
privilegios.
A diferencia de muchos pensadores anarquistas, yo no creo
que el estado sea siempre y en todas partes el enemigo de la libertad. Los estadounidenses solo tienen que recordar la escena de la
federalizada Guardia Nacional en Little Rock, Arkansas, en 1957,
llevando a los nios negros a la escuela a travs de una multitud
amenazante de encolerizados blancos para darse cuenta de que el
estado, en determinadas circunstancias, puede desempear un
papel emancipador. Creo incluso que si esta posibilidad ha surgido se debe solo a que la Revolucin Francesa instaur la ciudadana democrtica y el sufragio popular, que se extenderan subsiguientemente a las mujeres, a los empleados domsticos y a las
minoras. Esto significa que de los aproximadamente cinco mil
aos de historia que tiene el estado, la posibilidad de que los estados pudieran en algunas ocasiones ampliar el mbito de las libertades humanas no ha aparecido hasta hace unos dos siglos. Las
condiciones bajo las cuales estas posibilidades se hacen a veces
realidad, en mi opinin, solo se dan cuando disturbios
multitudinarios ajenos a las instituciones y procedentes de los
niveles ms inferiores amenazan todo el edificio poltico. Incluso
este logro est lleno de melancola, habida cuenta de que la
Revolucin Francesa marc asimismo el momento en el cual el
estado se gan acceso directo y sin mediadores al ciudadano, y en
el que tambin se hicieron posibles el servicio militar universal y
obligatorio y la guerra total.

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Tampoco creo que el estado sea la nica institucin que


amenaza a la libertad. Afirmar algo as sera hacer caso omiso de
una larga e intensa historia de esclavitud, propiedad de las mujeres, guerras y servidumbre anterior al estado. Una cosa es estar en
completo desacuerdo con Hobbes sobre la naturaleza de la sociedad antes de la existencia del estado (cruel, brutal y breve) y otra
creer que el estado de la naturaleza era un paisaje ininterrumpido de propiedad comunal, cooperacin y paz.
El ltimo aspecto del pensamiento anarquista del que definitivamente deseo distanciarme es el tipo de libertarianismo que
tolera (o incluso estimula) las grandes diferencias en riqueza, propiedad y estatus. Libertad y democracia (con d minscula) son,
en condiciones de desigualdad flagrante, una farsa cruel, tal como
bien entendi Bakunin. No existe libertad autntica all donde las
grandes diferencias convierten los acuerdos o intercambios voluntarios en poco ms que saqueo legalizado. Considere el lector, por
ejemplo, el caso de la China de entreguerras, cuando la hambruna
y la guerra hicieron de la muerte por inanicin algo habitual. Muchas mujeres se enfrentaron a la dura eleccin de morir de hambre o vender a sus hijos y sobrevivir. Para un fundamentalista del
mercado, vender un hijo es, al fin y al cabo, una decisin voluntaria y, por lo tanto, un acto de libertad, cuyos trminos son vlidos
(pacta sunt servanda). La lgica, por supuesto, es monstruosa. En
este caso, es la estructura coercitiva y coactiva de la situacin la
que incita a la persona a elegir este tipo de alternativas
catastrficas.
He elegido un ejemplo de gran carga moral, pero que hoy en
da no es tan inslito. El comercio internacional de rganos y de
nios es uno de los ejemplos que vienen ms al caso. Imagnese el
lector una serie de imgenes fotogrficas secuenciales en el tiempo en las que se sigue el desplazamiento por el mundo de los riones, crneas, corazones, mdula sea, pulmones y bebs. Todos

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estos rganos se dirigen de forma inexorable desde las naciones


ms pobres del globo, y desde las clases ms pobres de estas naciones, sobre todo hacia las naciones ricas del Atlntico Norte y hacia
sus ciudadanos ms privilegiados. Jonathan Swift, en su Una modesta proposicin, casi da en el clavo. Puede acaso alguien dudar de
que este comercio de valiosos bienes sea un dispositivo de un desequilibrio gigantesco y esencialmente coercitivo en las posibilidades de vida en el mundo, lo que algunos llaman, de un modo que
en mi opinin no puede ser ms apropiado, violencia
estructural?
La cuestin, en trminos sencillos, es que las grandes diferencias en riqueza, propiedad y estatus se burlan de la libertad. La
consolidacin de la riqueza y del poder a lo largo de los ltimos
cuarenta aos en Estados Unidos, imitada en el pasado reciente
por muchos estados del Sur Global que aplican las polticas neoliberales, ha creado una situacin que los anarquistas ya haban
previsto. Las desigualdades acumuladas en el acceso a la influencia poltica a travs del puro poder econmico, de los gigantescos
oligopolios (similares a un estado), del control de los medios, de
las contribuciones a las campaas electorales, de la configuracin
de la legislacin (que llega incluso hasta designar las lagunas legales), de la reasignacin de circunscripciones electorales, del acceso
al conocimiento legal y similares, han permitido que elecciones y
legislacin sirvan sobre todo para ampliar las desigualdades ya
existentes. Resulta difcil ver una va plausible por la que estas
desigualdades, que se refuerzan a s mismas, puedan reducirse a
travs de las instituciones existentes, habida cuenta, en particular,
que ni siquiera la reciente y grave crisis capitalista iniciada en el
ao 2008 ha logrado producir nada similar al New Deal de
Roosevelt. Las instituciones democrticas, en una gran medida, se
han convertido en productos comerciales que se ofrecen en
subasta al mejor postor.

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El mercado mide la influencia en dlares, mientras que una


democracia, en principio, la mide con los votos. En la prctica, en
un nivel determinado de desigualdad, los dlares infectan y aplastan a los votos. Las personas razonables pueden no estar de acuerdo sobre los niveles de desigualdad que una democracia puede llegar a tolerar sin convertirse en una completa farsa. A mi juicio, llevamos ya bastante tiempo en zona de farsa. Lo que est claro
para todo el mundo, salvo para un fundamentalista del mercado
(del tipo a quien le parecera tico perdonarle a un ciudadano que
se vendiera a s mismo, voluntariamente, por supuesto, como esclavo propiedad de otra persona), es que la democracia, sin igualdad relativa, es un engao cruel, lo que, por supuesto, constituye
el gran dilema de un anarquista. Si la igualdad relativa es una condicin necesaria del mutualismo y de la libertad, cmo puede garantizarse si no es a travs del estado? Frente a este dilema, creo
que tanto terica como prcticamente, la abolicin del estado no
es una opcin. Aunque no por todas las razones que supuso Hobbes, estamos estancados, por desgracia, con Leviatn, y el reto
consiste en dominarlo. Es posible que este reto est mucho ms
all de nuestro alcance.

La paradoja de la organizacin
Una gran parte de lo que el anarquismo puede ensearnos tiene
que ver con cmo ocurre en realidad el cambio poltico, tanto reformista como revolucionario, con cmo deberamos entender
qu es poltico, y finalmente con cmo deberamos abordar el
estudio de la poltica.
En contra de lo que se acostumbra a creer, las organizaciones no suelen iniciar los movimientos de protesta, sino que, de hecho, sera ms correcto afirmar que los movimientos de protesta
dan lugar al nacimiento de organizaciones que, a su vez, en gene-

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ral, intentan domesticar las protestas y transformarlas en canales


institucionales. En la medida en que las protestas amenazan al
sistema, las organizaciones formales son ms un impedimento
que un elemento facilitador. Que estas mismas instituciones diseadas para evitar los tumultos populares y hacer posible el cambio
legislativo ordenado, en general, nunca hayan conseguido estos
objetivos constituye la gran paradoja del cambio democrtico,
aunque visto a travs del prisma anarquista, no resulta tan sorprendente. Este fracaso se debe en gran parte a que las instituciones estatales existentes estn paralizadas y al servicio de los intereses dominantes, igual que tambin lo estn la inmensa mayora
de las organizaciones formales que representan a los intereses establecidos. Estos ltimos mantienen un frreo control del poder
del estado y del acceso institucionalizado a l.
Por consiguiente, los episodios de cambios estructurales
tienden a ocurrir solo cuando grandes alteraciones no institucionalizadas, que toman la forma de disturbios, ataques contra la
propiedad, manifestaciones descontroladas, robos, incendios provocados y rebelda manifiesta, amenazan a las instituciones establecidas. Este tipo de alteraciones no suelen ser alentadas casi
nunca, y menos an promovidas, ni siquiera por las organizaciones izquierdistas que suelen estar estructuralmente inclinadas a
preferir exigencias, manifestaciones y huelgas ordenadas, que, en
general, pueden ser constreidas en el marco institucional vigente. Las instituciones de la oposicin que tienen nombres, personas
que ostentan cargos, estatutos, enseas y sus propias prcticas de
gobierno interno prefieren, como es natural, el conflicto institucionalizado en el que son especialistas.1
1 Muy de vez en cuando uno encuentra alguna organizacin que combina un
cierto grado de coordinacin voluntaria y que respeta al mismo tiempo, e incluso
alienta, la iniciativa local. Solidarno en Polonia durante la ley marcial y el Student Non-Violent Coordinating Committee durante el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos son raros ejemplos de ello. Ambos nacieron du-

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Tal como han demostrado de forma convincente Frances


Fox Piven y Richard A. Cloward en los casos de la Gran Depresin
en Estados Unidos, de las protestas de los trabajadores en paro
durante la dcada de 1930, del movimiento por los derechos civiles, del movimiento contra la guerra de Vietnam y del movimiento
por el derecho a la asistencia social, cualquier logro de los movimientos fue obtenido en el momento en el que se dieron las mayores alteraciones y en el que dichos movimientos eran ms agresivos, estaban menos organizados y eran menos jerrquicos. 2 Las
concesiones fueron consecuencia de los intentos de atajar e impedir la expansin de la rebelda y del desafo no institucionalizados
frente al orden existente. No haba lderes con los que negociar un
acuerdo, nadie que pudiera prometer sacar a la gente de la calle a
cambio de concesiones. Es el desafo en masa, precisamente porque amenaza el orden institucional, el que hace surgir organizaciones que intentan canalizar este desafo e incorporarlo al flujo
de la poltica normal, donde puede ser contenido. En estas circunstancias, las lites acuden a las organizaciones a las que en
condiciones normales desdearan, y un ejemplo de ello lo constituye el acuerdo del primer ministro Georges Pompidou con el Partido Comunista Francs (un actor consolidado) en virtud del
cual prometi enormes concesiones salariales en 1968 para as separar a los miembros del partido fieles al rgimen de los estudiantes y huelguistas salvajes.
Los desrdenes pueden tomar formas inusitadas, y parece
til distinguirlos segn su grado de coherencia y de organizacin
y segn si reivindican o no la superioridad moral o tica en la poltica democrtica. Por lo tanto, los desrdenes cuyo objetivo consiste en hacer realidad o en ampliar las libertades democrticas,
tales como la abolicin (de la esclavitud), el sufragio femenino o el
rante el transcurso de las protestas y de la lucha, y no antes.
2 Frances Fox Piven y Richard A. Cloward, Poor Peoples Movements: Why They
Succeed, How They Fail, Vintage, Nueva York, 1978.

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fin de la segregacin, expresan la reivindicacin especfica a ocupar una posicin de superioridad moral con relacin a los derechos democrticos. Qu pasa entonces con los formidables alborotos cuyo objetivo consiste en conseguir la jornada laboral de
ocho horas, o la retirada de tropas de Vietnam o, algo ms vago e
impreciso, por ejemplo, la oposicin a la globalizacin neoliberal?
En estos casos, el objetivo se sigue expresando de forma bastante
razonable, pero la reivindicacin a la superioridad moral se disputa con ms fuerza. Aunque uno pueda lamentar la estrategia de
bloque negro aplicada en el ao 1999 en las proximidades de la
reunin de la Organizacin Mundial del Comercio, los escaparates
destrozados, o los enfrentamientos con la polica durante la batalla de Seattle, no cabe ninguna duda de que sin la atencin que
este violento descontrol casi calculado recibi de los medios de comunicacin, el movimiento antiglobalizacin, anti OMC, anti
Fondo Monetario Internacional y anti Banco Mundial hubiera pasado bastante desapercibido.
El caso ms duro, pero un caso cada vez ms habitual entre
las comunidades marginalizadas, es el de los disturbios generalizados que suelen ir acompaados de saqueos, un caso que es ms
un grito de rabia y de enajenacin incipiente y todava sin forma,
y sin exigencias ni reivindicaciones coherentes. Precisamente porque no est expresado y porque surge de entre los sectores menos
organizados de la sociedad parece ms amenazante, no presenta
ninguna exigencia particular que abordar, ni tampoco lderes claros con los que negociar. Las lites gobernantes se enfrentan a
todo un abanico de opciones. En los disturbios urbanos en Gran
Bretaa a finales del verano de 2011, la primera reaccin del gobierno conservador fue la represin y la justicia sumaria. Otra
reaccin poltica, instada por los dirigentes laboristas, consisti
en una mezcla de reforma social urbana, mejoras econmicas y
castigo selectivo. Lo que es innegable que hicieron los disturbios,
sin embargo, fue atraer la atencin de las lites, sin la cual la ma-

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yor parte de las cuestiones subyacentes a los disturbios nunca hubieran salido a la conciencia pblica, sin importar cmo se hubieran abordado y solucionado.
Una vez ms, tambin este caso plantea un dilema. Las
grandes revueltas y la rebelda pueden, en determinadas condiciones, llevar directamente al autoritarismo o al fascismo en lugar de
a las reformas y a la revolucin. Siempre existe el peligro, pero es
cierto, no obstante, que la protesta ajena a las instituciones parece
ser una condicin necesaria, aunque no suficiente, para un cambio estructural progresivo, como por ejemplo el New Deal o los derechos civiles.
Del mismo modo que una gran parte de la poltica que, a lo
largo de la historia, ha tenido alguna importancia ha tomado la
forma de rebelda indisciplinada, tambin es cierto que para las
clases subordinadas, durante la mayor parte de su historia, la poltica ha tomado una forma muy diferente y ajena a las instituciones. En el caso del campesinado y de una gran parte de la primera
clase obrera de la historia podemos buscar en vano organizaciones
formales y manifestaciones pblicas. Existe todo un reino de algo
que he denominado infrapoltica porque se suele practicar fuera
del espectro visible de lo que suele considerarse actividad poltica.
Histricamente, el estado siempre ha frustrado la organizacin de
las clases ms bajas, y ms an la rebelda pblica, un tipo de poltica peligrosa para los grupos subordinados que, en general, han
comprendido, igual que tambin lo han hecho los grupos guerrilleros, que la divisibilidad, los grupos de pocos miembros y la dispersin les ayudan a evitar las represalias.
Por infrapoltica entiendo acciones diversas: dar largas o
inaccin, furtivismo, ratera, disimulo, sabotaje, desercin, absentismo, ocupacin y huida. Por qu arriesgarse a recibir un tiro a
causa de un motn fracasado si la desercin funciona igual de
bien? Por qu arriesgarse a invadir un territorio cuando una ocu-

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pacin ilegal asegurar derechos de facto sobre un territorio? Por


qu pedir a las claras derechos a la madera, pescado y caza si la recoleccin, pesca y caza furtivas lograrn el mismo objetivo con
ms discrecin? En muchos casos, estas formas de autoayuda de
facto prosperan y se sostienen gracias a las opiniones colectivas
muy arraigadas con relacin al servicio militar obligatorio, a las
guerras injustas y a los derechos a la tierra o a la naturaleza que no
pueden manifestarse segura y claramente. Y sin embargo, la acumulacin de miles, incluso millones, de este tipo de pequeas
acciones puede tener enormes repercusiones sobre la guerra, los
derechos a la tierra, los impuestos y las relaciones de propiedad.
Las redes de malla ancha que utilizan los cientficos de la poltica y
la mayora de los historiadores para pescar la actividad poltica no
tienen en cuenta el hecho de que la mayor parte de las clases
subordinadas, histricamente, han carecido del lujo de la
organizacin poltica manifiesta, lo que no les ha impedido
trabajar en complicidad y de forma microscpica, cooperativa y
multitudinaria en el cambio poltico desde abajo. Como observ
Milovan Djilas hace mucho tiempo:
El trabajo lento e improductivo de millones de
trabajadores desinteresados, junto con la prohibicin
de todo trabajo no considerado socialista, es el incalculable, invisible y gigantesco derroche que ningn rgimen comunista ha sido capaz de evitar.3
Quin puede afirmar con exactitud qu papel desempearon estas expresiones de desafeccin (tal como quedan de manifiesto en el lema nosotros fingimos trabajar, y ellos fingen que
nos pagan) en la viabilidad a largo plazo de las economas del bloque sovitico?
Las formas de cooperacin, coordinacin y accin informal
3 Milovan Djilas, The New Class, Praeger, Nueva York, 1957 [hay tra. cast.: La nueva
clase: anlisis del rgimen comunista, Sudamericana, Buenos Aires, 1963].

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que encarnan el mutualismo sin jerarqua son la experiencia cotidiana de la mayor parte de la gente. Solo de vez en cuando representan la oposicin implcita y explcita a la ley y a las instituciones estatales. La mayor parte de los pueblos y de los barrios funcionan precisamente gracias a las redes de coordinacin informales y transitorias que no exigen organizacin formal, y menos an
jerarqua. En otras palabras, la experiencia del mutualismo anarquista est muy extendida. Como observa Colin Ward, lejos de
ser una visin conjetural de una sociedad futura, es una
descripcin de un modo de experiencia humana en la vida diaria
que opera codo con codo con, y a pesar de, las tendencias
autoritarias dominantes de nuestra sociedad.4
La gran pregunta, y una para la que no tengo una respuesta
definitiva, es si la existencia, el poder y el alcance del estado a lo
largo de los ltimos siglos han debilitado la independencia y la capacidad de organizarse de los individuos y de las pequeas comunidades. Son muchas las funciones que antes ejercan el mutualismo entre iguales y la coordinacin informal que estn ahora organizadas y supervisadas por el estado. Se ha hecho famoso el modo
de expresarlo de Proudhon, que se adelant as a Foucault,
Ser gobernado es estar vigilado, ser inspeccionado, espiado, estar dirigido, legislado, regulado, ser
encerrado, adoctrinado, sermoneado, controlado, valorado, mandado por seres que carecen de ttulo, de
conocimiento y de virtud... Ser gobernado es ser, en
cada operacin, en cada transaccin, en cada movimiento, anotado, registrado, inventariado, tarifado,
sellado, mirado de arriba abajo, acotado, cotizado, patentado, licenciado, autorizado, sellado, apostillado,

4 Colin Ward, Anarchy in Action, Freedom Press, Londres, 1988, 14.

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amonestado, impedido, reformado, enderezado y


corregido.5
Hasta qu punto la hegemona del estado y de las organizaciones jerrquicas formales ha socavado la capacidad para la prctica del mutualismo y de la cooperacin que histricamente han
creado orden sin el estado? Hasta qu punto el alcance cada vez
mayor del estado y los supuestos tras las acciones en una
economa liberal han producido los egostas sociales que, as lo
crea Hobbes, Leviatn estaba diseado a amansar? Uno podra
argumentar que el orden formal del estado liberal depende
fundamentalmente de un capital social de costumbres de
mutualismo y de cooperacin que le son anteriores, que no puede
crear y que, de hecho, debilita. Podra sostenerse que el estado
destruye la iniciativa natural y la responsabilidad que nacen de la
cooperacin voluntaria. Es ms, que el neoliberalismo glorifique al
individuo que se magnifica y no a la sociedad, a la propiedad
individual de pleno dominio y no a la propiedad comunitaria, que
trate la tierra (naturaleza) y el trabajo (vida trabajadora humana)
como mercancas comerciales, y la medicin monetaria en,
pongamos por caso, el anlisis de costes y beneficios (por ejemplo,
al asignarle un valor monetario a una puesta de sol o un paisaje
amenazado), han alentado prcticas de clculo social que
desprenden un fuerte tufo a darwinismo social.
Lo que estoy insinuando es que dos siglos de un estado fuerte y de economas liberales tal vez nos hayan socializado hasta un
punto en el que, en general, hemos perdido la costumbre del mutualismo, y que en la actualidad corremos el peligro de convertirnos precisamente en los peligrosos depredadores que, en opinin

5 Pierre-Joseph Proudhon, General Idea of the Revolution in the Nineteenth Century,


trad. al ingls por John Beverly Robinson, Freedom Press, Londres, 1923, pp. 293294.

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de Hobbes, poblaban el estado de la naturaleza. Quizs Leviatn


haya hecho nacer su propia justificacin.

Una mirada anarquista a la prctica de la Ciencia Social


La tendencia populista de pensamiento anarquista, y su creencia
en las posibilidades de la autonoma, de la organizacin propia y
de la cooperacin, reconoca, entre otras cosas, que los campesinos, artesanos y trabajadores eran pensadores polticos. Tenan
sus propios objetivos, valores y prcticas, de los que cualquier
sistema poltico haca caso omiso a su propio riesgo. Parece que
no solo los estados, sino tambin la prctica de la ciencia social
han traicionado el respeto bsico por el modo de actuar de
quienes no pertenecen a la lite. Es habitual atribuirles a las lites
determinados valores, sentido histrico, gustos estticos, e
incluso los rudimentos de la filosofa poltica. El anlisis poltico
de quienes no pertenecen a las lites, por el contrario, suele
realizarse, por as decirlo, a sus espaldas. Su poltica se
interpreta segn su perfil estadstico: a partir de hechos tales
como sus ingresos, ocupacin, aos de escolarizacin,
propiedades, residencia, raza, etnia y religin.
Esta es una prctica que la mayora de los cientficos sociales nunca consideraran adecuada, ni por asomo, al estudio de las
lites. Resulta curioso que tanto los procedimientos habituales del
estado como el autoritarismo izquierdista traten a los ciudadanos
que no forman parte de las lites y a las masas como meras cifras de sus caractersticas socioeconmicas, la mayora de cuyas
necesidades y visin del mundo pueden ser entendidas como la
suma vectorial de las caloras entrantes, dinero, mtodos de trabajo, patrones de consumo y comportamiento electoral en el pasado.
No es que estos factores no sean pertinentes. Lo que es inadmisible desde el punto de vista moral y cientfico por igual es esa arro-

26 | JAMES C. SCOTT

gancia desmesurada que pretende comprender el comportamiento de los agentes humanos sin, ni por un momento, proceder a
una escucha sistemtica de dichos agentes para averiguar cmo
comprenden lo que estn haciendo y cmo se explican a s mismos. Insisto, no es que este tipo de explicaciones propias sean
transparentes, y tampoco carecen de omisiones estratgicas y de
motivos ocultos; no son ni ms ni menos transparentes que las explicaciones que hacen de ellas mismas las lites.
El trabajo de las ciencias sociales, tal como lo entiendo yo,
es el de proporcionar, provisionalmente, la mejor explicacin del
comportamiento basndose en todos los datos disponibles, lo que
incluye, en especial, las explicaciones de esos agentes con capacidad de reflexin y con algn propsito cuyo comportamiento se
observa, estudia y analiza. Es absurda la idea que sostiene que el
punto de vista que tiene de la situacin el agente no es pertinente
a dicha explicacin. Sin la visin del agente estudiado, es, sencillamente, inconcebible obtener un conocimiento vlido de la situacin del agente. Nadie ha defendido mejor el caso de la fenomenologa de la accin humana que John Dunn:
Si queremos comprender a otras personas y postular la afirmacin de que, de hecho, hemos
conseguido comprenderlas, es imprudente y vulgar
no hacer caso de lo que esas otras personas tienen
que decir [...] lo que en propiedad no podemos hacer
es afirmar que sabemos que lo comprendemos [al
agente], o que comprendemos su accin mejor de lo
que pueda hacer l mismo si no tenemos acceso a las
mejores descripciones que l pueda ofrecer.6

6 John Dunn, Practising History and Social Science on Realist Assumptions,


en Action and Interpretation: Studies in the Philosophy of the Social Sciences, ed. C.
Hookway y P. Pettit, Cambridge University Press, Cambridge, 1979, pp. 152, 168.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 27

Cualquier otra cosa equivale a cometer un crimen de ciencias sociales a espaldas de los protagonistas de la historia.

Una advertencia o dos


El uso del trmino fragmentos en el interior de los captulos tiene la intencin de alertar al lector sobre lo que no debe esperar.
Fragmentos aqu tiene un significado ms similar a fragmentario. Estos fragmentos de texto no son como todos los aicos de
un jarrn antes intacto que ha sido arrojado al suelo, o como las
piezas de un rompecabezas que, una vez ensambladas de nuevo,
harn que el objeto o la imagen recupere su condicin original de
un todo. Por desgracia, no tengo una argumentacin bien trabajada en defensa del anarquismo que equivalga a una filosofa poltica dotada de coherencia interna que parta de unos principios bsicos y que pueda ser comparada con, pongamos por caso, la del
prncipe Kropotkin o la de Isaiah Berlin, y menos an con la de
John Locke o Karl Marx. Si el examen que tengo que superar para
poderme considerar un pensador anarquista es alcanzar este nivel
de rigor ideolgico, entonces, lo ms seguro es que lo suspenda.
Lo que tengo y ofrezco en este libro es una serie de observaciones
y reflexiones que equivalen a un respaldo a una gran parte de lo
que los anarquistas tienen que decir acerca del estado, de la revolucin y de la igualdad.
Tampoco es este libro un estudio sobre los pensadores o los
movimientos anarquistas, por muy instructivo que un trabajo as
pudiera llegar a ser. Por lo tanto, el lector no encontrar aqu anlisis detallados de, por ejemplo, Proudhon, Bakunin, Malatesta,
Sismondi, Tolstoy, Rocker, Tocqueville o Landauer, aunque s he
consultado los escritos de la mayor parte de los tericos del anarquismo. Tampoco, insisto, encontrar el lector una crnica de los
movimientos anarquistas o cuasi-anarquistas tales como Solidar-

28 | JAMES C. SCOTT

no en Polonia, los anarquistas de la guerra civil espaola o los


obreros anarquistas de Argentina, Italia o Francia; aunque he ledo todo lo que he podido sobre el anarquismo realmente existente y sus principales tericos.
Fragmentos tiene tambin un segundo sentido. Representa, en mi opinin al menos, algo as como un experimento de
estilo y de presentacin. Mis dos libros anteriores (Seeing Like a
State y The Art of Not Being Governed) estaban construidos de una
forma ms o menos similar a una complicada mquina de asedio
en alguna parodia de guerra medieval de Monty Python. Trabaj a
partir de esbozos y diagramas en muchos rollos de papel de cinco
metros con miles de minsculas anotaciones a las referencias.
Cuando le coment a Alan MacFarlane lo descontento que estaba
con mis plmbeos hbitos de escritura, Alan me hizo conocer las
tcnicas del ensayista Lafcadio Hearn y una forma ms intuitiva y
libre de composicin que empieza como una conversacin,
arrancando a partir de un ncleo argumental llamativo y
apasionante alrededor del cual se desarrolla la argumentacin. He
intentado, con muchas menos concesiones rituales a las frmulas
de las ciencias sociales de lo que suele ser la costumbre, incluso
para mi propio e idiosincrsico estilo, seguir el consejo de
MacFarlane con la esperanza de que el texto le resulte accesible al
lector, sin duda, el objetivo a alcanzar en un libro con un sesgo
anarquista.

1. LOS USOS DEL DESORDEN Y DEL CARISMA


Fragmento 1
Ley de Scott de calistenia anarquista
Invent esta ley a finales del verano de 1990 en Neubrandenburg,
Alemania.
En un intento de mejorar mi casi nula capacidad de hablar
el alemn, antes de pasar un ao en Berln como invitado en el
Wissenschaftskolleg,* se me ocurri la idea de buscar trabajo en
una granja, en lugar de asistir a clases diarias junto a adolescentes
con la cara llena de granos en algn centro del Goethe Institute. El
muro haba cado un ao antes, de modo que pens que a lo mejor
podra encontrar un trabajo de verano, seis semanas, en alguna
granja colectiva (landwirtschaftliche Produktionsgenossenchaft, o
LPG), a las que haca muy poco tiempo acababan de rebautizar con
el nombre de cooperativa, en Alemania oriental. Result que un
amigo del Wissenschaftskolleg tena un pariente cercano cuyo cuado era el director de una granja colectiva en el pequeo pueblo
de Pletz. Aunque algo receloso, el cuado estuvo dispuesto a darme alojamiento y comida a cambio de trabajo y de un cuantioso alquiler semanal.
* Institucin similar al Institute for Advanced Study (Instituto de Estudios Avanzados) de Princenton. (N. de la t.)

30 | JAMES C. SCOTT

Como plan para mejorar mi alemn por el mtodo o nadas


o te ahogas, era perfecto; como plan para realizar una agradable y
edificante visita a una granja, acab siendo una pesadilla. Los residentes del pueblo, y sobre todo mi anfitrin, recelaban de mis intenciones. Tendra yo la intencin de examinar las cuentas de la
granja colectiva y descubrir irregularidades? O tal vez yo era
una avanzadilla de los granjeros holandeses que estaban explorando la zona en busca de tierras que alquilar tras la cada del bloque
socialista?
La granja colectiva de Pletz era un espectacular ejemplo de
esta cada. Se haba especializado en el cultivo de patatas de almidn, un tipo de patatas que no servan para frer, aunque los cerdos se las tragaban en un santiamn; su proyectada utilidad era la
de proporcionar el almidn necesario que se utilizaba como base
de los productos cosmticos de Europa oriental. Nunca un mercado ha cado a la velocidad que lo hizo el mercado de cosmticos
producidos en el bloque socialista despus de la cada del muro, y
montn tras montn de patatas se pudran al sol del verano junto
a las cercas de la granja.
Aparte de preguntarse si lo que les esperaba era la miseria
ms absoluta, y qu papel podra yo desempear en ella, a mis anfitriones les preocupaba una cuestin mucho ms inmediata, la de
mi escasa comprensin del alemn y la amenaza que eso le supona a su pequea granja. Dejara yo salir a los cerdos por la puerta
equivocada que daba acceso a los campos de su vecino? Les dara
a las ocas el pienso destinado a los toros? Me acordara de tener
siempre la puerta cerrada cuando estuviera trabajando en el granero, por si venan los gitanos? Es cierto que durante la primera
semana les haba dado motivos de alarma ms que justificados, y
haban tomado la costumbre de hablarme a voz en grito con esa
vana esperanza que todos parecemos albergar de que las barreras
lingsticas se superan a grito pelado. Consiguieron mantener un

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 31

smil de cortesa, pero las miradas que se intercambiaban a la hora


de la cena me dejaban claro que su paciencia estaba llegando a su
lmite. La aureola de sospecha bajo la que yo trabajaba, por no
hablar de mi incompetencia e incomprensin manifiestas,
estaban empezando, a su vez, a ponerme nervioso a m tambin.
Decid, por el bien de mi propia salud mental, adems de la
suya, pasar un da a la semana en la cercana ciudad de
Neubrandenburg. Llegar hasta all no era sencillo. El tren no haca
parada en Pletz a menos que se izara una bandera junto a las vas,
la seal que indicaba que haba un pasajero esperando; al regreso,
era necesario advertir al revisor que ibas a Pletz, en cuyo caso el
tren se detena en medio del campo para dejar que te apearas. Una
vez en la ciudad, me dedicaba a pasear por sus calles, visitaba sus
cafs y bares, finga leer los peridicos alemanes (consultando a
hurtadillas mi pequeo diccionario) e intentaba no llamar la
atencin.
El nico tren diario que, previa peticin, poda hacer parada
en Pletz sala de Neubrandenburg a las diez de la noche. A fin de
no perderlo y de no tener que pasar la noche vagando por las calles
de esta extraa ciudad, me aseguraba de estar en la estacin al
menos con media hora de antelacin. Una vez por semana a lo largo de seis o siete semanas, la misma escena se desarrollaba frente
a la estacin del ferrocarril, dndome tiempo de sobras para reflexionar sobre ella, como observador y participante al mismo tiempo. La idea de calistenia anarquista fue concebida en el curso de
lo que un antroplogo denominara mi participacin observadora.
En el exterior de la estacin haba una importante interseccin, o, en cualquier caso lo era en Neubrandenburg. Un trfico
bastante animado de peatones, coches y camiones controlado por
un juego de semforos circulaba durante el da. A finales de la tarde, sin embargo, el trfico de vehculos prcticamente desapareca, mientras que el trfico de peatones que salan a disfrutar la

32 | JAMES C. SCOTT

brisa nocturna ms fresca, si acaso, se intensificaba. Entre las


nueve y las diez de la noche, cincuenta o sesenta peatones, algunos de ellos algo un poco tocados por el alcohol, solan cruzar la
calle en esta interseccin. Los temporizadores de los semforos estaban programados, supongo, para el trfico de vehculos del medioda, y no estaban ajustados al intenso trfico peatonal vespertino. Una y otra vez, cincuenta o sesenta personas esperaban pacientemente en la esquina de la calle a que el semforo cambiara a
su favor: cuatro minutos, cinco, tal vez incluso ms tiempo. Pareca una eternidad. El paisaje de Neubrandenburg, situada en la llanura de Mecklenburg, es plano como una hoja de papel, y fuera
cual fuera la direccin en que se mirara desde la interseccin uno
poda ver un kilmetro y medio ms o menos de carretera vaca
por la que no circulaba ningn vehculo. Muy de vez en cuando,
un nico y pequeo Trabant se acercaba despacio y echando humo
hasta la interseccin.
Dos veces, quiz, en el curso de las cinco horas, aproximadamente, que pas observando esta escena, un peatn cruz con el
semforo en rojo, siempre acompaado de un coro de silbidos y siseos de desaprobacin y de dedos alzados en seal de reprimenda.
Tambin yo me convert en parte de esta escena. Si mi ltimo intento de conversacin en alemn haba resultado un fracaso y minado mi confianza, entonces permaneca a la espera junto al resto
de peatones todo el tiempo necesario hasta que el semforo cambiara de color, temeroso de enfrentarme a las miradas feroces y
desaprobadoras que me esperaban si se me ocurra cruzar la calle
en rojo. Si, por el contrario, y eso era algo que ocurra en pocas
ocasiones, mi ltimo intercambio verbal haba ido bien y me
senta rebosante de confianza, entonces cruzaba con el semforo
en rojo, pensando, para darme valor, que era una estupidez
obedecer una ley menor que, en este caso particular, era tan
contraria a la razn.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 33

Me sorprendi ver lo que me costaba reunir el valor necesario para el sencillo acto de cruzar una calle ante la desaprobacin
general, y lo poco que parecan pesar mis convicciones racionales
frente a la presin de las reprimendas de los otros. Cruzar la calle
a grandes y audaces zancadas fingiendo conviccin causaba una
mayor impresin, quiz, pero exiga ms valor del que yo, en general, poda reunir.
Como un medio de justificar mi conducta ante m mismo,
empec a ensayar un breve discurso que imaginaba pronunciado
en un alemn perfecto, y que deca algo parecido a esto: saben, a
ustedes, y en especial a sus abuelos, les hubiera venido bien tener
un espritu algo ms transgresor. Algn da se les pedir que, en
nombre de la justicia y de la razn, infrinjan una ley ms importante, y todo depender de que lo hagan. Tienen que estar preparados. Cmo se van a preparar para ese da en el que la transgresin importe de verdad? Tiene ustedes que estar en forma y a
punto cuando llegue ese gran da. Lo que ustedes necesitan es un
poco de calistenia anarquista. Infrinjan cada da alguna ley trivial que no tiene sentido, aunque solo sea cruzar la calle en rojo.
Utilicen su propia mente y decidan si la ley es justa o razonable.
De este modo, se mantendrn en forma, y cuando llegue el gran
da, estarn preparados.
Ahora bien, antes de decidir cundo es sensato transgredir
una ley es necesaria una cuidadosa reflexin, incluso en el relativamente inocente caso de cruzar una calle con el semforo en rojo.
Un investigador holands retirado al que visit y cuyo trabajo yo
admiraba desde haca mucho tiempo me lo record. Cuando fui a
verle, era un maosta declarado y defensor de la Revolucin Cultural, y un personaje algo incendiario en la poltica acadmica holandesa. Me invit a almorzar en un restaurante chino cerca de su
casa en la pequea localidad de Wageningen. Llegamos a un cruce
de calles y el semforo estaba en rojo. Wageningen, igual que Neu-

34 | JAMES C. SCOTT

brandenburg, es una poblacin completamente llana, y uno puede


ver hasta una distancia de kilmetros en cualquier direccin. No
se vea venir ningn vehculo. Sin pensarlo, baj a la calzada y, en
ese momento, el doctor Wertheim me llam la atencin:
James, tienes que esperar. Protest sin demasiada conviccin mientras retroceda hasta la acera.
Pero, doctor Wertheim, si no viene nadie.
James contest de inmediato, sera darles un mal
ejemplo a los nios.
Me corrigi e instruy al mismo tiempo. Hete aqu a un
maosta incendiario con un sentido muy afinado, me atrevera a
decir, muy holands, de la responsabilidad cvica, mientras que yo
era el vaquero yanqui a quien no le preocupaban las consecuencias
de sus acciones sobre mis conciudadanos. Ahora, cuando cruzo la
calle en rojo miro antes a mi alrededor para asegurarme de que no
haya nios a quienes mi mala conducta pueda poner en peligro.
Hacia el final de mi estancia en la granja de Neubrandenburg, tuvo lugar un acontecimiento de mayor alcance pblico
que suscit de un modo ms llamativo la cuestin de infringir la
ley. Una breve noticia en un peridico local informaba de que
unos anarquistas de Alemania occidental (faltaba un mes apenas
para la Einheit, la reunificacin formal del pas) haban estado
paseando de plaza en plaza por toda Alemania oriental una
gigantesca estatua de cartn-piedra cargada sobre el volquete de
un camin. La estatua representaba a un hombre tallando un
bloque de granito, y la obra se titulaba Monumento a los desertores
desconocidos de las dos guerras mundiales (Denkmal an die unbekannten
Deserteure der beiden Weltkriege), y llevaba la siguiente inscripcin:
Dedicada al hombre que se neg a matar a su prjimo.
Me pareci que se trataba de un magnfico gesto anarquista, este juego de contradicciones que se enfrentaba al opuesto y

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 35

casi universal tema del Soldado Desconocido: ese impreciso todos los soldados de infantera que cayeron con honor en los campos de batalla luchando por alcanzar los objetivos de su nacin.
Este gesto fue, no obstante, muy mal recibido en Alemania,
incluso en la muy reciente Alemania exoriental (glorificada como
el primer estado socialista en suelo alemn), puesto que, por
mucho que los alemanes ms progresistas hubieran repudiado los
ideales de la Alemania nazi, seguan mostrando una gran admiracin por la lealtad y el sacrificio de sus abnegados soldados. Por
mucho que para Bertolt Brecht el buen soldado vejk, el antihroe
checo que prefera permanecer junto a la chimenea bebiendo cerveza y comiendo salchichas en lugar de salir a combatir por su
pas, fuera un modelo de resistencia popular, lo cierto es que a los
dirigentes urbanos del ao del ocaso de Alemania oriental, esta
burla de cartn piedra no les haca ninguna gracia. La estatua descans en las plazas de las ciudades el tiempo apenas necesario
para que las autoridades se reunieran y decidieran prohibirla, y as
empez una alegre persecucin: de Magdeburgo a Potsdam, a Berln oriental, a Bitterfeld, a Halle, a Leipzig, a Weimar, a Karl-MarxStadt (Chemnitz), a Neubrandenburg y a Rostock, para acabar su
recorrido en la entonces capital federal, Bonn. Quiz esta romera
de ciudad en ciudad y la inevitable publicidad que provoc fuera
ni ms ni menos lo que tenan en mente los promotores de la idea.
Esta accin, a la que contribuy la excitante atmsfera de
los dos aos que siguieron a la cada del muro de Berln, fue contagiosa. Al cabo de poco tiempo, progresistas y anarquistas de toda
Alemania haban creado docenas de sus propios monumentos municipales a la desercin. Que una accin tradicionalmente asociada a cobardes y a traidores se considerara de repente honorable y
tal vez merecedora de ser imitada era algo que tena una gran importancia. A nadie debe extraar que Alemania, que sin duda pag
un alto precio por el patriotismo al servicio de unos objetivos
inhumanos, fuera el primer pas en cuestionar pblicamente el va-

36 | JAMES C. SCOTT

lor de la obediencia y en instalar monumentos a los desertores en


las plazas pblicas dedicadas a Martn Lutero, Federico el Grande,
Bismarck, Goethe y Schiller.
Un monumento a la desercin plantea algo que podra considerarse un desafo conceptual y esttico. Algunos, pocos, de los
monumentos erigidos a los desertores por toda Alemania tuvieron
un valor artstico duradero, y uno de ellos, obra de Hannah Stuetz
Menzel, en Ulm, consigui al menos sugerir que este tipo de
arriesgados actos de desobediencia podan llegar a ser
contagiosos.

Fragmento 2
De la importancia de la insubordinacin
Los actos de desobediencia nos resultan interesantes cuando son
ejemplares, y especialmente cuando, como ejemplos, inician una
reaccin en cadena que incita a otros a imitarlos. Estamos entonces en presencia, ms que de un acto individual de cobarda o de
conciencia, tal vez de ambos, de un fenmeno social que puede llegar a tener inmensas consecuencias polticas. Multiplicados por
muchos miles, estos pequeos actos de rechazo pueden llegar a
desbaratar por completo los planes soados por los generales o
por los jefes de estado. Estos pequeos actos de insubordinacin
no suelen aparecer en los titulares de los medios, pero del mismo
modo que millones de plipos antozoos crean un caprichoso arrecife de coral, de igual modo miles y miles de actos de insubordinacin y de evasin crean su propia barrera econmica o poltica.
Una doble conspiracin de silencio cubre de anonimato estas acciones. Sus autores no suelen atraer la atencin sobre s mismos
puesto que es su invisibilidad la que garantiza su seguridad. Los
funcionarios, por su parte, se muestran reacios a llamar la atencin sobre el creciente nivel de desobediencia, ya que hacerlo sig-

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 37

nificara correr el riesgo de alentar a otros y poner en evidencia su


frgil equilibrio moral. El resultado es un silencio extraamente
cmplice que erradica casi por completo este tipo de formas de insubordinacin de los archivos histricos.
Y sin embargo, estas acciones, que en otros lugares he llamado formas cotidianas de resistencia, han tenido un enorme
impacto, a menudo decisivo, sobre los regmenes, los estados y los
ejrcitos contra los que estn implcitamente dirigidos. La derrota
de los estados confederados durante la guerra civil estadounidense puede ser atribuida casi con toda seguridad a la suma de una
enorme cantidad de actos de desercin y de insubordinacin. En
el otoo de 1862, poco ms de un ao despus del inicio de la guerra, en el sur del pas se perdieron la mayor parte de las cosechas.
Los soldados, en especial los originarios de los territorios mucho
menos poblados del interior en los que nadie tena esclavos, recibieron cartas de sus hambrientas familias apremindoles a regresar a su hogar. Miles lo hicieron, a menudo unidades militares enteras, y se llevaron consigo sus armas, y tras su regreso a las montaas, muchos de ellos se resistieron activamente al alistamiento
obligatorio durante el resto de la guerra.
Ms tarde, tras la decisiva victoria de la Unin en
Missionary Ridge en el invierno de 1863, la derrota confederada ya
era previsible y el ejrcito sureo sufri una autntica hemorragia
de deserciones, una vez ms y en especial, de los reclutas procedentes de los territorios del interior y de familias de pequeos terratenientes que no tenan inters directo en el mantenimiento de
la esclavitud, en especial si pareca que, con toda probabilidad, les
iba a costar su propia vida. Esta actitud qued resumida en una
consigna muy popular de la poca de la Confederacin, que deca
que la guerra civil era una guerra de ricos y una lucha de pobres,
una frase hecha que se vea reforzada por el hecho de que los ricos
propietarios de plantaciones con ms de veinte esclavos podan

38 | JAMES C. SCOTT

conservar a uno de sus hijos varones en casa, se supone que para


garantizar la disciplina del trabajo. En suma, algo as como un
cuarto de milln de hombres en edad de combatir desertaron o
eludieron la incorporacin a filas. A este golpe, recibido por una
Confederacin que ya estaba en inferioridad numrica, debe aadirse el gran nmero de esclavos, en especial de los estados fronterizos, que huyeron a refugiarse en el frente de la Unin, y muchos
de los cuales se alistaron en el ejrcito del norte. Por ltimo, parece que la poblacin esclava restante, alentada por los avances de la
Unin y muy reacia a agotar sus fuerzas para incrementar la produccin en tiempos de guerra, ralentiz su trabajo siempre que
fue posible, y fueron muchos los esclavos que huyeron y se refugiaron en sitios como el Great Dismal Swamp, a lo largo de la
frontera entre Virginia y Carolina del Norte, donde resultaba difcil seguirles la pista. Miles y miles de estos pequeos actos de desercin, negligencia deliberada y huida, voluntariamente discretos para eludir la deteccin, amplificaron la superioridad numrica de los ejrcitos de la Unin, y es muy posible que fueran decisivos en la derrota final de la Confederacin.
Oleadas de desobediencia similares ralentizaran y acabaran por paralizar las guerras de conquista de Napolen. Si bien se
ha afirmado que los soldados invasores de Napolen llevaron la
Revolucin Francesa al resto de Europa en sus petates, no es ninguna exageracin afirmar que los lmites de estas conquistas fueron claramente marcados por la desobediencia de los hombres
que se supona que deban cargar con esos petates. Entre 1794 y
1796, durante el gobierno de la Repblica, y ms tarde, a partir de
1812 durante el imperio napolenico, la dificultad de hacer batidas
por las zonas rurales en busca de reclutas entorpeci el avance de
la guerra. Las familias, los pueblos, los funcionarios locales y cantones enteros se confabularon para acoger de nuevo a los soldados
que haban huido y ocultar a los que haban logrado evitar la incorporacin a filas obligatoria, algunos de ellos cortndose uno o

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 39

varios dedos de su mano derecha. Los ndices de rechazo al reclutamiento obligatorio y de desercin constituyeron una especie de
referndum sobre la popularidad del rgimen y, dada la importancia estratgica que estos votantes con los pies tenan para las necesidades de los intendentes de Napolen, el referndum fue concluyente. Si bien es cierto que los ciudadanos de la Primera Repblica francesa y del imperio de Napolen dispensaron una calurosa acogida a la promesa de la ciudadana universal, mostraron
mucho menos cario hacia su contrapartida lgica, el reclutamiento universal.
Echando la vista atrs por un instante, merece la pena observar una caracterstica particular de estas acciones: casi todas
son annimas, no se anuncian a gritos. De hecho, su discrecin
contribuy a su eficacia. La desercin es muy diferente a un
amotinamiento declarado que desafa directamente a los mandos
militares, no hace afirmaciones pblicas y no emite manifiestos;
ms que una voz, es una salida. Y sin embargo, una vez se conoce
la extensin de las deserciones, restringe las ambiciones de los
mandos, que saben que no podrn contar con sus reclutas.
Durante la tan denostada guerra de Vietnam, el fragging, lanzar
una granada de fragmentacin contra los oficiales que exponan a
sus hombres envindolos una y otra vez a realizar patrullas
mortales, fue un acto mucho ms dramtico y violento, aunque
annimo, concebido para reducir los peligros ms letales de la
guerra a los que tenan que exponerse los reclutas. Uno puede
imaginarse muy bien que los informes de los actos de fragging,
fueran ciertos o no, llevaran a los oficiales a pensrselo dos veces
antes de presentarse voluntarios, ellos y los hombres bajo su
mando, a realizar misiones peligrosas. Hasta donde yo s, ningn
estudio ha analizado nunca la frecuencia real de los actos de
fragging, y menos an los efectos que pudo haber tenido sobre la
gestin y el final de la guerra. La complicidad del silencio es, en
este caso tambin, recproca.

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Memorial para el desertor desconocido, por Mehmet Aksoy, Postdam.


Fotografa cortesa [sic] de Volker Moerbitz, Monterey Institute of
International Studies.

Es muy posible que las infracciones de la ley y la desobediencia, discretas, annimas y a menudo en complicidad, hayan
sido siempre, a lo largo de la historia, el mtodo de accin poltica
preferido por las clases campesinas y subalternas, para quienes la
rebelda manifiesta les resulta demasiado peligrosa. En Inglaterra
y el Reino Unido, durante dos siglos, ms o menos entre 1650 y
1850, el furtivismo (de recoleccin de madera y lea, de caza y pesca y de recogida de forraje) en las tierras de la corona o privadas
fue el delito ms popular y extendido. Por popular entiendo el
ms frecuente y el que contaba con la ms entusiasta aprobacin
de los plebeyos. La poblacin, que nunca haba aceptado las reivindicaciones de la corona o de la nobleza a la propiedad de los regalos libres de la naturaleza en bosques, arroyos y campos (pra-

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 41

mos, brezales y tierras de pastos), infringi en masa una y otra vez


estos derechos de propiedad, hasta tal punto que la lite tuvo que
reconocer que los derechos de propiedad, en muchas zonas, no
eran ms que papel mojado. Y sin embargo, este inmenso conflicto sobre los derechos de propiedad fue manejado subrepticiamente desde abajo sin declarar en pblico la guerra en ningn momento. Es como si los rebeldes residentes de las zonas agrarias
hubieran conseguido, de hecho, ejercitar su supuesto derecho a
estas tierras sin haberlas nunca reivindicado formalmente. Se
suele afirmar a menudo que la complicidad local era tal que los
guardias forestales casi nunca podan encontrar a nadie que pudiera declarar como testigo de la fiscala.
En la histrica lucha por los derechos de la propiedad, los
antagonistas a ambos lados de las barricadas han utilizado las armas ms adecuadas a su situacin. Las lites, que controlan la maquinaria legislativa del estado, han desplegado decretos de cercados, ttulos de propiedad y la posesin de pleno dominio, sin olvidar a la polica, los guardias forestales, los tribunales y la horca,
para implantar y defender sus derechos de propiedad. Los campesinos y los grupos subalternos, al carecer de acceso a todo este arsenal de armas pesadas, han confiado en estrategias tales como el
furtivismo, el raterismo y la ocupacin ilegal para cuestionar estas
reivindicaciones y hacer valer las suyas propias. Discretas y annimas, igual que la desercin, estas armas de los pobres destacan
y ofrecen un marcado contraste con la rebelda pblica y manifiesta que apuntan a los mismos objetivos. La desercin es una alternativa menos arriesgada que el amotinamiento, la ocupacin ilegal, una alternativa menos arriesgada que la invasin de un territorio, y el furtivismo, una alternativa menos arriesgada que la reivindicacin manifiesta a los derechos a la madera, a la caza o a la
pesca. En la actualidad, para la mayor parte de la poblacin mundial y casi con toda seguridad para las clases histricamente subalternas, estas tcnicas han representado la nica poltica cotidiana

42 | JAMES C. SCOTT

que han tenido a su disposicin. Cuando no han funcionado, han


dado paso a conflictos ms visibles y desesperados tales como los
disturbios callejeros, las rebeliones y la insurgencia. Estos intentos
de conseguir poder irrumpen de repente en los archivos oficiales,
y dejan rastros en los archivos muy valorados por los historiadores
y los socilogos, quienes, al tener documentos sobre los que sustentarse, les asignan un lugar de honor muy desproporcionado al
papel que hubieran desempeado en una crnica ms completa de
la lucha de clases. La insubordinacin discreta, modesta y cotidiana suele volar bajo el nivel de deteccin del radar de los archivos,
no agita banderas, no tiene funcionarios ni cargos directivos, no
redacta manifiestos, y no tiene organizacin, y por eso escapa a la
deteccin. Y eso es precisamente lo que quienes practican este
tipo de poltica subalterna tienen en mente: escapar a la deteccin.
Podra afirmarse que, a lo largo de la historia, el objetivo de los
campesinos y de las clases subalternas ha sido siempre el de permanecer fuera de los archivos, y cuando aparecen en ellos, el lector
puede estar seguro de que es porque hay algo que ha salido muy,
pero que muy mal.
Si examinramos la gran amplitud del ancho de banda de la
poltica subalterna desde el principio, desde los pequeos actos
annimos de rebelda hasta las multitudinarias sublevaciones populares, encontraramos que los estallidos de confrontacin directa ms arriesgada suelen estar precedidos por la aceleracin del
ritmo de amenazas annimas y la intensificacin de los actos violentos: cartas amenazantes, incendios provocados, mutilacin de
ganado, sabotaje, avera nocturna de maquinaria y similares. Las
lites y los funcionarios locales, histricamente, saban que estos
actos eran los precursores ms probables de la rebelin declarada,
y as queran que fueran entendidos quienes los llevaban a cabo.
Las lites coetneas comprendieron que tanto la frecuencia de la
insubordinacin como su grado de amenaza (con el permiso del
departamento de Homeland Security, Ministerio de Interior y de

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 43

Defensa, de Estados Unidos) eran los primeros indicadores que


alertaban de la existencia de desesperacin y de malestar poltico.
Uno de los primeros artculos de opinin publicado por Karl Marx
analizaba en gran detalle la correlacin entre, por una parte, el
desempleo y la reduccin de los sueldos entre los obreros de las
fbricas de Renania y, por la otra, la frecuencia de los juicios por
robo de lea en fincas privadas.
Este tipo de transgresiones es, en mi opinin, una subespecie especial de la accin colectiva que no suele reconocerse como
tal, sobre todo porque no hace las claras reivindicaciones habituales de la accin colectiva, y porque dichas transgresiones, al mismo tiempo, suelen estar casi siempre al servicio de intereses privados. Quin puede decir si el cazador furtivo est ms interesado en un fuego que le caliente y en un estofado de conejo que en
cuestionar el derecho reivindicado por la aristocracia a la posesin
de la lea que ha cogido y de la pieza que acaba de cazar? Es casi
indudable que al cazador furtivo no le conviene ayudar al historiador haciendo pblicos sus motivos. El xito de su reivindicacin
sobre la lea y la caza radica en mantener ocultos sus motivaciones y sus actos. Y sin embargo, el xito a largo plazo de estas in fracciones de la ley depende de la complicidad de los amigos y vecinos del infractor, que pueden creer en su o sus derechos a recolectar los productos del bosque, quienes, tal vez, se dediquen tambin ellos mismos al furtivismo y que, en cualquier caso, no actuarn en calidad de testigos contra l, ni tampoco le denunciarn ni
lo entregarn a las autoridades.
No es necesario ningn complot real para lograr los efectos
prcticos de una conspiracin. Ms regmenes han sido derribados poco a poco por lo que en el pasado se llam democracia irlandesa, es decir, la resistencia silenciosa y tenaz, la retirada y la
feroz agresividad de millones de personas corrientes, que por la
vanguardia revolucionaria o por las masas sublevadas.

44 | JAMES C. SCOTT

Fragmento 3
Ms sobre la insubordinacin
Para ver cmo la coordinacin tcita y la infraccin de la ley pueden imitar los efectos de la accin colectiva, pero sin los inconvenientes y peligros de esta, podramos observar la manera de aplicar los lmites de velocidad. Imaginemos que la velocidad lmite
permitida para coches es de 90 kilmetros por hora. Lo ms probable es que la polica de trfico no est demasiado predispuesta a
perseguir a los conductores que circulen a 91, 92, 93, 95 e incluso
100 kilmetros por hora, aun cuando, tcnicamente, estn cometiendo una infraccin de la ley. Los conductores se apropian de
este espacio de desobediencia cedido, por as decirlo, que se
convierte en territorio ocupado, y al cabo de poco tiempo el trfico
circula a unos 100 kilmetros por hora. Qu pasa ahora con los
101, 102, 103 kilmetros por hora? Los conductores que circulan a
apenas un par de kilmetros sobre el lmite de facto creen sentirse
relativamente a salvo. Al cabo de poco tiempo, las velocidades de,
pongamos por caso, entre 100 y 110 kilmetros por hora son candidatas posibles a convertirse tambin en territorio ocupado. La relativa inmunidad de todos los conductores que, en este momento,
circulan a unos 110 kilmetros por hora depende ahora de que
estn rodeados por una autntica cpsula de automviles que
circulen ms o menos a la misma velocidad. Lo que ocurre es algo
as como un efecto de contagio que surge de la observacin y de la
coordinacin tcita que est teniendo lugar en la carretera,
aunque no exista ningn comit central de conductores que se
rena y planee acciones de desobediencia civil multitudinaria. En
algn momento, por supuesto, la polica de trfico interviene para
poner multas y realizar detenciones, y el patrn de su
intervencin marca los parmetros del clculo que ahora debern
hacer los conductores para decidir a qu velocidad conducir. Los
conductores que tienen prisa, no obstante, siempre ponen a

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 45

prueba la presin ejercida en el lmite superior de la velocidad


tolerada, y si, por cualquier motivo, la aplicacin de la ley falla, la
velocidad mxima tolerada se ampliar hasta llenar ese hueco.
Igual que ocurre con cualquier otra analoga, esta no debe llevarse
demasiado lejos. Sobrepasar los lmites de velocidad es, sobre
todo, una cuestin de conveniencia, y no una cuestin de derechos
y de reivindicaciones, y la amenaza que la polica supone para los
conductores es relativamente insignificante. (Si, por el contrario,
el lmite fuera de 90 kilmetros por hora y, por ejemplo, slo tres
agentes de polica de trfico controlaran todo el pas y ejecutaran
sin contemplaciones a cinco o seis infractores, y los colgaran a lo
largo de las carreteras nacionales, la dinmica que acabamos de
describir frenara en seco!)
He observado un patrn similar en cmo lo que empiezan
siendo atajos en las vas peatonales acaban convirtindose en
caminos pavimentados. Imagine el lector un recorrido diario a pie
que, si se tuviera que limitar a las aceras pavimentadas, obligara a
la gente a negociar los dos lados de un tringulo rectngulo en lugar de lanzarse sin ms por la hipotenusa (no pavimentada). Lo
ms probable es que unos pocos se aventuraran a atajar por ella y,
s nadie se lo impidiera, a crear una ruta que otros se sentiran
tentados de tomar solo para ganar tiempo. Si por este atajo circula
un trfico peatonal intenso y los guardas de la zona muestran una
cierta tolerancia, con el tiempo, el atajo se pavimentar.
Coordinacin tcita otra vez. Por supuesto, casi todos los
callejones de las ciudades antiguas que surgieron a partir de
asentamientos ms pequeos fueron creados precisamente as; se
trataba de la formalizacin de las huellas que dejaban los peatones
y los carros que circulaban a diario, entre el pozo y el mercado, o
desde la iglesia o la escuela y hasta el barrio de los artesanos, un
buen ejemplo del principio atribuido a Chuang Tzu, hacemos el
camino al andar.

46 | JAMES C. SCOTT

El movimiento que va de la prctica, pasando por la costumbre, hasta los derechos inscritos en la ley es un patrn aceptado
tanto en el derecho consuetudinario anglosajn como en el derecho positivo. En la tradicin angloestadounidense, est representado por la ley de posesin adversa, segn la cual el allanamiento y
apropiacin de propiedad repetidos de forma constante durante
un cierto nmero de aos puede utilizarse para reivindicar un derecho que puede quedar entonces protegido por la ley. En Francia,
una prctica de allanamiento cuya gran antigedad pudiera ser
demostrada cumple los requisitos necesarios para ser considerada
costumbre y, una vez demostrada, puede establecer un derecho
legal.
Parece claro y evidente que los ciudadanos gobernados por
un rgimen autoritario que no tienen representantes elegidos que
defiendan su causa y a quienes se les niegan los medios habituales
de protesta pblica (manifestaciones, huelgas, movimientos sociales organizados, prensa disidente) no tendran ms remedio que
recurrir a la lentitud en el trabajo, al sabotaje, al furtivismo, al
robo y, al final, a la revuelta. Sin duda, la instauracin de la
democracia representativa y de las libertades de expresin y de
reunin tendra que haber dejado obsoletas estas formas de
disidencia ciudadana. Al fin y al cabo, el principal propsito de la
democracia representativa es, precisamente, el de permitir que las
mayoras democrticas hagan realidad sus reivindicaciones, por
muy ambiciosas que sean, de una forma plenamente
institucionalizada.
No deja de ser una cruel irona que esta gran promesa de la
democracia en muy raras ocasiones sea llevada a la prctica. La
mayor parte de las grandes reformas polticas de los siglos XIX y
XX fueron acompaadas de importantes episodios de desobediencia civil multitudinaria, disturbios, infracciones de la ley, alteracin del orden pblico, y, en algunos casos extremos, de guerra ci-

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 47

vil. Estos tumultos no solo acompaaron cambios polticos espectaculares, sino que, con gran frecuencia, fueron absolutamente
decisivos a la hora de hacerlos realidad. Es lamentable que las instituciones representativas y las elecciones, por s mismas, en muy
raras ocasiones parezcan poder lograr cambios importantes si no
existe una fuerza mayor, por ejemplo, una depresin econmica o
una guerra internacional, que se lo permita. Debido a la concentracin de propiedades y de fortuna en las democracias liberales, y
al acceso privilegiado del estrato de los ms ricos, situados en posicin ventajosa, a los medios, a la cultura y a la influencia poltica,
no es de extraar que, como observ Gramsci, darle el derecho al
voto a la clase obrera no se tradujera en cambios polticos radicales.1 La poltica parlamentaria comn destaca ms por su inmovilismo que por facilitar las reformas importantes.
Si esta valoracin a grandes rasgos es cierta, nos vemos
obligados a enfrentarnos a la paradoja que supone la contribucin
de la transgresin y de la alteracin al cambio poltico democrtico. Si tomamos a Estados Unidos en el siglo XX como un ejemplo
de este caso, podemos identificar dos perodos de importantes reformas polticas, la Gran Depresin de la dcada de 1930 y el movimiento por los derechos civiles de la dcada de 1960. Lo que ms
llama la atencin sobre cada uno de ellos, visto desde esta perspectiva, es el papel fundamental que desempearon los grandes y
multitudinarios disturbios y las amenazas al orden pblico en el
proceso de reforma.
Los grandes cambios polticos que supusieron la instauracin de la compensacin por desempleo, los gigantescos proyectos
de obras pblicas, la ayuda de la seguridad social y la ley de ajuste
1 Gramsci desarrolla el concepto de hegemona para explicar por qu el sufragio universal no consigui instaurar el gobierno de la clase obrera. Vase Antonio
Gramsci, The Prison Notebooks of Antonio Gramsci, ed. y trad, al ingls de Quentin
Hoare y Geoffrey Nowell Smith, Lawrence and Wishart, Londres, 1971 [hay trad.
cast.: Cartas desde la crcel, trad.: E. Benitez, Veintisiete Letras, Madrid, 2010].

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agrario (Agricultural Adjustment Act) fueron instigados sin duda


alguna por una situacin de emergencia, la depresin mundial.
Sin embargo, el modo en el que esta crisis econmica hizo sentir
su peso poltico no fue a travs de las estadsticas sobre ingresos y
desempleo, sino por medio de las huelgas descontroladas, el saqueo, los boicots a los alquileres, los asedios casi violentos a las oficinas que dispensaban ayuda y los disturbios callejeros que les infundieron a las lites empresariales y polticas lo que mi madre
hubiera llamado el temor a Dios. Les invadi la alarma ms absoluta ante lo que en aquel momento pareca que podra llegar a
convertirse en un fermento revolucionario. El fermento en
cuestin, al principio, no estaba institucionalizado, lo que
equivale a decir que, en los primeros momentos de las revueltas,
los partidos polticos, sindicatos y otros movimientos sociales
reconocibles no le haban dado forma a este fermento; no
representaba un programa poltico coherente, sino que estaba
realmente desestructurado, era catico, y representaba una
autntica amenaza al orden establecido. Por esta precisa razn, no
haba nadie con quien negociar, nadie con credibilidad a quien
hacerle una propuesta de paz a cambio de cambios polticos. El
grado de amenaza era directamente proporcional a su falta de
institucionalizacin. Uno poda negociar con un sindicato o con
un movimiento reformista progresista, instituciones muy bien
integradas en el engranaje institucional. Una huelga era una cosa,
una huelga salvaje era otra, ni siquiera los dirigentes sindicales
podan detener una huelga salvaje. Una manifestacin, por
multitudinaria que fuera, con lderes que la encabezaran era una
cosa, una masa revuelta y encolerizada era otra. Nadie haca
peticiones coherentes, no haba nadie con quien negociar.
La principal fuente de la militancia y de los disturbios multitudinarios y espontneos que amenazaban el orden establecido
se encontraba en el brutal aumento del paro y en el desplome de
los salarios, en el caso de aquellos que tuvieron la suerte de no per-

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 49

der su puesto de trabajo. Las condiciones normales que sostenan


la poltica rutinaria y habitual se evaporaron de repente. Ni las
prcticas de gobierno habituales, ni las prcticas de la oposicin
institucionalizada ni las de representacin tenan ya demasiado
sentido. En el nivel individual, la prdida de la rutina tom la forma de vagabundeo, delincuencia y vandalismo. En su aspecto colectivo, tom la forma de rebelin espontnea: disturbios, revueltas callejeras, ocupaciones de fbricas, huelgas violentas y manifestaciones turbulentas. Lo que precipit la oleada de reformas y
las posibilit fueron las fuerzas desatadas por la Depresin, que
parecan sobrepasar la capacidad de control de las lites polticas,
de los terratenientes y, un dato que merece ser destacado, tambin de los sindicatos y de los partidos de izquierdas. Las lites
fueron forzadas a actuar.
Un astuto colega mo observ en una ocasin que las democracias liberales de Occidente, en general, estn gestionadas y gobernadas para el beneficio de quienes poseen, digamos, el 20 por
100 de la distribucin de riqueza e ingresos, y aadi que el truco
para mantener este sistema funcionando sin fallos haba sido el de
convencer, en especial en perodo electoral, al grupo inmediatamente inferior, el de los que poseen el 30 o 35 por 100 de la distri bucin de ingresos, de que deban temer a la mitad ms pobre
ms de lo que envidiaban al 20 por 100 ms rico. Puede juzgarse el
xito relativo de este sistema observando la persistencia durante
ms de medio siglo de la desigualdad de ingresos, y el reciente aumento de dicha desigualdad. Este sistema se viene abajo en situaciones de crisis, cuando la furia popular, desborda sus canales
normales y amenaza esos mismos parmetros en cuyo marco
opera la prctica poltica habitual. El brutal hecho de la poltica democrtica liberal rutinaria es que, en general, se hace muy poco
caso de las necesidades de los pobres hasta que, y a menos que,
una crisis terrible y repentina lance a los pobres a la calle. Como
observara Martin Luther King, Jr., las revueltas son el lenguaje

50 | JAMES C. SCOTT

de aquellos a quienes nadie escucha. Los disturbios a gran escala,


los tumultos y la rebelda espontnea han sido siempre el recurso
ms poderoso que han tenido los pobres. Este tipo de actividad no
carece de estructura. Est estructurada por redes transitorias e informales de barrios, trabajo y familia, redes que se organizan a s
mismas y ajenas a las instituciones formales de la poltica. Es una
estructura, no podemos negarlo, pero no el tipo de estructura
dispuesta a integrarse en la poltica institucionalizada.
Tal vez el mayor fracaso de las democracias liberales sea su
incapacidad histrica de lograr proteger con eficacia, a travs de
sus instituciones, los intereses econmicos y de seguridad fundamentales de sus ciudadanos ms desfavorecidos. Que el avance
democrtico y la renovacin parezcan, en cambio, depender
fundamentalmente de importantes episodios de desorden no institucional refleja su inmensa contradiccin con la promesa de la
democracia como la institucionalizacin del cambio pacfico. Y es
igual de indudable que el hecho de que no haya sabido enfrentarse
al papel fundamental de las crisis y de los fracasos institucionales
en aquellos episodios ms importantes de reforma social y poltica
cuando se legitima de nuevo el sistema poltico constituye
tambin otro fracaso de la teora poltica democrtica.
Sera un error y, de hecho, incluso peligroso, afirmar que
este tipo de provocaciones a gran escala siempre, o incluso en general, desembocan en importantes reformas estructurales. Es posible que, por el contrario, lleven a la intensificacin de la represin, a la restriccin de los derechos civiles y, en casos extremos, al
derrocamiento de la democracia representativa. No obstante, es
innegable que la mayor parte de los episodios de importantes reformas sociales han sido precedidos de grandes disturbios, y que
las lites se precipitaron para contenerlos y normalizarlos. Uno
puede legtimamente preferir formas ms decorosas de concentraciones y manifestaciones que estn comprometidas con la no

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 51

violencia y que busquen la superioridad moral apelando a la ley y a


los derechos democrticos. Dejando de lado este tipo de preferencias, lo cierto es que las ocasiones en las que las reformas estructurales han sido iniciadas por reivindicaciones decorosas y pacficas
han sido muy escasas.
La tarea de los sindicatos, de los partidos e incluso de los
movimientos sociales radicales es, precisamente, la de institucionalizar la rabia y las protestas rebeldes y descontroladas. Podra
decirse que su funcin consiste en intentar transformar la rabia,
la frustracin y el dolor en un programa poltico coherente que
constituya una base sobre la que tomar decisiones polticas y legislar. Sindicatos, partidos y movimientos sociales son la correa de
transmisin entre la multitud rebelde y las lites que marcan las
reglas. La presuncin implcita es que si estas organizaciones hacen bien su trabajo, no solo sern capaces de modelar las exigencias polticas para que, en principio, puedan ser digeridas por las
instituciones legislativas, sino que, en el transcurso de dicho proceso, al representar convincentemente los intereses, o al menos la
mayor parte de ellos, de la multitud rebelde ante los polticos gobernantes, disciplinarn a las masas tumultuosas y recuperarn
su control. Los polticos negocian con este tipo de instituciones
traductoras basndose en la premisa de que dichas instituciones
cuentan con la lealtad de las circunscripciones que pretenden representar y de que, por lo tanto, pueden controlarlas. A este respecto, no es ninguna exageracin afirmar que las organizaciones
de este tipo son parsitos de la rebelda espontnea de aquellos cuyos intereses se supone que representan. Es esta rebelda la que,
en esos momentos, constituye la fuente de cualquier influencia
que puedan tener dichas organizaciones mientras las lites gobernantes se esfuerzan por contener y canalizar a las masas insurgentes hacindolas regresar al camino de la poltica normal.

52 | JAMES C. SCOTT

Otra paradoja: en momentos as, las organizaciones progresistas consiguen alcanzar un nivel de visibilidad y de influencia
que se sustenta sobre una rebelda que ni han incitado ni han controlado, y consiguen esta influencia sobre la presuncin de que sern capaces de disciplinar lo suficiente a esta masa insurgente
para integrarla en la poltica cotidiana. Si lo consiguen, por
supuesto, la paradoja se acenta, puesto que a medida que
remiten los disturbios que alzaron a estas organizaciones a una
posicin de influencia, se reduce tambin su capacidad de afectar
el curso de la poltica.
El movimiento por los derechos civiles en la dcada de 1960,
y la velocidad a la que se impusieron en el sur segregado los censos
federales de votantes, y a la que se aprob y promulg la ley del derecho al voto encajan, a grandes rasgos, en el mismo molde. Las
muy extendidas campaas de registro en el censo de votantes, los
Freedom Rides (campaas por la libertad durante las cuales los activistas recorran Estados Unidos), y las sentadas fueron el producto de una gran cantidad de centros de iniciativa y de imitacin. Esta oleada de rebelda esquiv los intentos de coordinarla,
por no decir organizarla, de muchos de los grupos ad hoc creados
para este propsito, tales como el Student Non-Violent
Coordinating Committee (comit de coordinacin de estudiantes
no violentos), por no hablar de las principales y antiguas organizaciones de derechos civiles tales como la National Association for
the Advancement of Colored People, el Congress on Racial
Equality, y la Southern Christian Leadership Conference. El entusiasmo, la espontaneidad y la creatividad del aluvin de movimientos sociales iban muy por delante de las organizaciones que
deseaban representarlos, coordinarlos y canalizarlos.
Una vez ms, fueron la extensin y la amplitud de los disturbios, desencadenados sobre todo por la violenta reaccin de los
vigilantes segregacionistas y de las autoridades pblicas, las que

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 53

crearon una crisis de orden pblico que abarc una gran parte del
sur de Estados Unidos. La legislacin que languideca a la espera
desde haca aos fue de repente enviada a toda prisa al Congreso
mientras John y Robert Kennedy, cuya resolucin se haba fortalecido en el contexto de la guerra de propaganda de la guerra fra,
en cuyo marco poda afirmarse que la violencia en el sur caracterizaba a un estado racista, se esforzaban por contener el aumento
de los disturbios y las manifestaciones cada vez ms numerosas.
Los multitudinarios disturbios y la violencia lograron, en muy
poco tiempo, lo que dcadas de organizacin pacfica y manipulacin de los grupos de presin no haban conseguido.
He empezado este ensayo con el ejemplo bastante banal de
cruzar la calle a pie con el semforo en rojo en Neubrandenburg.
El propsito no era el de instar a infringir la ley porque s, y menos
an por la bastante banal razn de ganar unos pocos minutos. Mi
propsito era, por el contrario, el de ilustrar cmo los hbitos de
obediencia automtica muy arraigados pueden llevar a una situacin que, bien pensado, casi todo el mundo estara de acuerdo en
que es absurda. Prcticamente todos los movimientos de emancipacin de los ltimos tres siglos se han enfrentado, en un primer
momento, a un orden legal, por no hablar tambin del poder de la
polica alineada en su contra. Apenas podran haber subsistido si
un puado de almas valientes no hubieran estado dispuestas a infringir las leyes y costumbres de dicho orden (por ejemplo mediante sentadas, manifestaciones e infracciones generalizadas y
en masa de las leyes vigentes). Sus acciones de desacato, alimentadas por la indignacin, la frustracin y la rabia, no pudieron dejar
ms claro que ni el marco institucional vigente ni los parmetros
legales vigentes podran satisfacer sus reivindicaciones. Por lo
tanto, inherente a su voluntad de infringir la ley estaba, no tanto
el deseo de propagar el caos, sino la firme determinacin de conseguir la instauracin de un nuevo orden legal ms justo. En la
medida en que nuestro imperio de la ley tiene ms cabida y es ms

54 | JAMES C. SCOTT

emancipador que sus antecesores, les debemos una gran parte de


estos avances a los infractores.

Fragmento 4
Anuncio: Lder busca seguidores; dispuesto a seguir vuestro
liderazgo
Los disturbios y el desorden no son el nico modo de que aquellos
a quienes nadie escucha hagan or su voz. En determinadas condiciones, las lites y los lderes prestan una especial atencin a lo
que tienen que decir aquellos a quienes nadie escucha, a lo que les
gusta y lo que no les gusta. Consideremos el concepto de carisma.
Es habitual hablar de alguien que tiene carisma del mismo modo
en el que se dira que tiene cien euros en el bolsillo o un BMW en
su garaje. De hecho, por supuesto, el carisma es una relacin, y
esta relacin depende por completo del pblico y de la cultura. Es
muy posible que una actuacin carismtica en Espaa o en Afganistn no lo sea ni remotamente en Laos o en Tbet. En otras palabras, depende de una reaccin, del efecto que produce en aquellos
que asisten a la representacin, y en determinadas circunstancias,
las lites ponen un gran empeo en provocar este tipo de respuesta, para encontrar la nota adecuada y armonizar su mensaje con
los deseos y los gustos de sus oyentes y espectadores. En muy escasos momentos uno puede ver este proceso funcionando en
tiempo real. Considere el lector por ejemplo el caso de Martin
Luther King, Jr., en opinin de un cierto pblico, tal vez el personaje pblico y poltico ms carismtico del siglo XX. Gracias a la
detallista y biografa de King y de su movimiento escrita por
Taylor Branch con una gran sensibilidad, podemos realmente ver
en funcionamiento y en tiempo real esta bsqueda de la nota correcta, que sigue la tradicin de llamada-respuesta de la iglesia
afroamericana. Presento a continuacin algunos largos extractos

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 55

de la crnica de Branch del discurso pronunciado por King en la


sede de la YMCA de Holt Street en diciembre de 1955, tras el juicio
y la condena de Rosa Parks y en vsperas del boicot al autobs de
Montgomery:
Estamos aqu esta noche por un asunto muy serio, dijo, a un ritmo regular, elevando el tono antes
de dejarlo caer. Cuando hizo una pausa, el pblico
reaccion con solo uno o dos muy dbiles ses. Lo
que [King] poda ver era una multitud de gente que
quera gritar, pero que estaba esperando a ver adonde
les iba a llevar. [Habla de Rosa Parks como una ciudadana modelo.]
Y creo que hablo con... con autoridad legal, no
porque la tenga, una autoridad legal... ya que la ley
nunca ha sido clarificada por completo. Esta frase
marcaba a King como un orador que se preocupaba
de las diferencias, pero era una frase que no llevaba a
la multitud a ninguna parte. Nadie puede dudar de
la altura de su carcter, nadie puede dudar de la profundidad de su compromiso cristiano.
Es cierto, respondi un apagado coro.
Y solo porque se neg a levantarse fue detenida,
repiti King. La multitud empezaba a agitarse ahora,
siguiendo a King a la velocidad de una media marcha.
Hizo una pausa algo ms larga.
Y vosotros sabis, amigos mos, que llegar el
momento, grit, en el que la gente se canse de ser
pisoteada por la bota de hierro de la opresin.
La multitud le estaba devolviendo un torrente de
ses cuando, de repente, las reacciones individuales

56 | JAMES C. SCOTT

se fundieron en un aclamacin que iba en aumento, y


bajo esta aclamacin estallaron los aplausos, todo ello
en el espacio de un segundo. El inesperado estruendo
avanz ondulante, igual que una ola que se niega a
romper, y justo cuando pareca que el rugido empezaba por fin a debilitarse, una muralla de sonido lleg
desde la inmensa multitud congregada en el exterior
y elev el volumen todava ms. Pareca que un
trueno se haba sumado al registro ms bajo, el sonido de pies pateando el suelo de madera, hasta que el
volumen subi tanto que el ruido ya no se oa, sino
que se senta en forma de vibraciones en los pulmones. La gigantesca nube de ruido estremeci el edificio y se neg a salir de l. De algn modo, una frase lo
haba liberado, llevando la interaccin llamada-respuesta entre el predicador y los fieles de la Iglesia negra ms all del clamor de una concentracin poltica
y hasta algo ms que King nunca haba visto antes.
En estos matorrales se ocultaba un conejo de gigantescas proporciones. Cuando el ruido remiti por fin,
la voz de King se alz incendiaria otra vez. Llegar el
da, amigos mos, en el que la gente se canse de ser
empujada al abismo de la humillacin, en el que experimenten el infortunio de la desesperacin
constante, declar. Llegar el da en el que la gente
se canse de ser expulsada de la brillante luz de julio
que da la vida, de que la dejen en pie en medio del
cortante fro de un noviembre alpino. Llegar...,
King empezaba de nuevo, pero la multitud ahog su
voz. Nadie poda decir si el rugido llegaba en reaccin
al nervio que haba tocado o simplemente porque se
sentan orgullosos del orador de cuya lengua sala con
tanta facilidad este tipo de retrica. Estamos aqu...

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 57

estamos aqu porque ya estamos cansados, repiti


King.2
El patrn que Branch describe con tanta claridad aqu se repite en el resto de este discurso en particular y en la mayor parte
de los discursos de King. Carisma es una especie de tono perfecto.
King desarrolla un cierto nmero de temas y un repertorio de metforas para expresarlos, y cuando siente que ha logrado un efecto
poderoso, repite el tema de un modo algo diferente para sostener
y elevar el entusiasmo. Por impresionante que sea su creatividad
retrica, depende por completo de encontrar el tono adecuado que
despierte las emociones y los deseos ms profundos de sus oyentes. Si adoptamos una perspectiva a largo plazo de King como el
portavoz de la comunidad cristiana negra, del movimiento por los
derechos civiles y de la resistencia no violenta (cada uno de estos
grupos es un pblico en cierto modo diferente), podemos ver
cmo, a lo largo del tiempo, los oyentes aparentemente pasivos de
su vehemente oratoria contribuyeron a redactar sus discursos.
Ellos, con sus reacciones, seleccionaron los temas que establecan
la conexin emocional vital, temas que King ampliara y adornara
de ese modo tan exclusivo suyo. Los temas que suscitaban reaccin entre el pblico se ampliaron, los que suscitaban poca respuesta desparecieron del repertorio de King. Igual que todos los
actos carismticos, se trataba de una armona a dos voces.
La condicin fundamental del carisma consiste en escuchar
con gran atencin y reaccionar. La condicin para escuchar con
gran atencin implica una cierta dependencia del pblico, equivale a una cierta relacin de poder. Una de las caractersticas del
gran poder es no tener que escuchar. Los que estn en la parte
baja del montn, en general, suelen saber escuchar mejor que los
que se encuentran en la parte superior. La calidad del mundo
2 Taylor Branch, Parting the Waters: America in the King Years, 1954-63, Simon and
Schuster, Nueva York, 1988.

58 | JAMES C. SCOTT

El Doctor Martin Luther King, Jr., dando su ltimo sermn, Memphis,


Tennesse, 3 de Abril de 1968. Fotografa de blackpast.org

cotidiano en el que viven un esclavo, un siervo, un aparcero, un


obrero o un empleado domstico depende en gran medida de que
hagan una lectura precisa del humor y de los deseos de los
poderosos, mientras que los propietarios de esclavos, los
terratenientes y los jefes pueden a menudo hacer caso omiso de
los deseos de sus subordinados. Las condiciones estructurales que
impulsan a prestar esta atencin son por lo tanto la clave de esta
relacin. En el caso de King, la peticin que le haban hecho,
liderar el boicot al autobs de Montgomery, y su dependencia de
la participacin entusiasta de la comunidad negra llevaban
incluidas el hecho de prestar atencin.
Veamos cmo este tipo de redaccin de discursos
contraintuitiva funciona en otros contextos; imaginemos a un
bardo medieval en la plaza de un mercado que recita, canta y toca

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 59

msica para ganarse la vida. Supongamos adems, a efectos de


ilustrar el ejemplo, que el bardo en cuestin acta solo ante los
sectores ms populares en los barrios pobres de la ciudad y que
depende para su sustento diario de la calderilla* que le puedan dar
muchos de sus oyentes. Por ltimo, imaginemos tambin que el
bardo tiene un repertorio de miles de canciones y que acaba de llegar a la ciudad.
Yo imagino que el bardo empezar con una seleccin aleatoria de canciones, o quiz con las preferidas en las ciudades que ha
visitado antes. Da tras da observa la reaccin de sus oyentes y la
cantidad de calderilla que aterriza en su gorra al final del da. Quiz le hagan peticiones. Con el tiempo, seguramente, el bardo, a
condicin de que su propio inters le incite a prestar atencin, reducir su actuacin a las canciones y temas favoritos de su pblico; algunas canciones desaparecern de su repertorio y otras las
repetir. El pblico, una vez ms, con el tiempo, habr
configurado el repertorio del bardo de acuerdo con sus gustos y
deseos de un modo muy parecido a como el pblico de King,
insisto, con el tiempo, configur sus discursos. Esta historia
bastante esquemtica no deja espacio para la creatividad del
bardo o del orador, ni para que este intente constantemente
introducir nuevos temas y desarrollarlos, ni tampoco para que el
gusto del pblico evolucione, pero ilustra la reciprocidad esencial
del liderazgo carismtico.
La ilustrativa historia del bardo no es demasiado diferente de la historia de un estudiante chino que durante la Revolucin
Cultural fue enviado al campo. Al ser de constitucin poco fuerte y
carecer de habilidades evidentes y tiles para el trabajo en el campo, al principio, a los habitantes del pueblo les molest su presencia, y tuvieron la sensacin de que era otra boca ms que alimentar que no contribua a la produccin. Los vecinos, ya de por s es* Monedas de escaso valor. (N. del e.

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casos de comida, apenas le daban nada para comer, cuando se la


daban, y el estudiante poco a poco se fue consumiendo. Descubri, no obstante, que al final del da, a los campesinos les gustaba
escucharle recitar leyendas tradicionales, de las que el estudiante
saba cientos. Para mantenerle recitando por las noches le daban
pequeos bocados que complementaban su rgimen de hambre.
Sus historias, literalmente, le mantuvieron vivo. Es ms, su repertorio, igual que ocurra con nuestro mtico bardo, con el tiempo,
se fue adaptando a los gustos de los campesinos que formaban su
pblico. Algunas de sus historias les dejaban fros, y a l en ayunas, y otras gustaban mucho y queran que se las explicara una y
otra vez. Sus recitados eran su sustento, pero eran los habitantes
del pueblo los que en realidad llevaban la voz cantante. Cuando
ms tarde el gobierno autoriz el comercio y los mercados privados, el estudiante narraba sus historias en el mercado local ante
un pblico diferente y ms numeroso. Aqu tambin, su repertorio
se adapt a su nuevo pblico.3
Los polticos ansiosos por conseguir votos en tiempos revueltos, cuando los temas ya muy trillados parecen no ejercer ningn efecto, tienden a prestar atencin, igual que el bardo o que
Martin Luther, Jr., y a mantener la oreja pegada al pblico, a fin de
valorar qu es lo que mueve a sus posibles votantes cuyo apoyo y
entusiasmo necesitan. La primera campaa de Franklin Delano
Roosevelt por la presidencia de Estados Unidos, al principio de la
Gran Depresin, es un destacado ejemplo. Al inicio de la campaa,
Roosevelt era un demcrata bastante conservador, no demasiado
dispuesto a hacer promesas o afirmaciones radicales. En el curso
de la campaa, no obstante, un breve recorrido electoral en tren
con discursos y mtines realizados en estaciones y apeaderos debido a la parlisis del candidato, el modelo de discurso de Roosevelt
fue evolucionando, radicalizndose y hacindose ms expansivo.
3 Conversacin con Yan Yunxiang.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 61

Roosevelt y sus redactores de discursos trabajaron febrilmente, intentado nuevos temas, nuevos fraseados, y nuevas afirmaciones
parada tras parada del ferrocarril, ajustando poco a poco el discurso segn la reaccin de los oyentes y dependiendo del tipo de pblico. En una poca en la que la pobreza y el desempleo haban alcanzado un grado sin precedentes, Roosevelt se enfrentaba a un
pblico que vea en l la esperanza y la promesa de ayuda, y su discurso de campaa, poco a poco, lleg a encarnar estas esperanzas.
Al final de la campaa, su plataforma oral era mucho ms radical de lo que haba sido al principio. Se tena la sensacin real de
que el pblico que le escuchaba en cada estacin de tren haba redactado (o tal vez sera mejor decir seleccionado) colectivamente los discursos de Roosevelt. No fue solo el discurso lo que se
transform, sino el propio Roosevelt, que ahora se vio a s mismo
como la encarnacin de las aspiraciones de millones de sus
desesperados conciudadanos.
Esta especial forma de influencia desde abajo solo funciona
en determinadas condiciones. Si el seor feudal local contrata al
bardo para que le recite loas a cambio de cama y comida, el repertorio tendra un aspecto muy diferente. Si un poltico vive o muere
sobre todo gracias a grandes donaciones cuyo objetivo es tanto el
de darle forma a la opinin pblica como el de ajustarse a ella, dicho poltico les prestar menos atencin a sus seguidores de base.
Es muy probable que un movimiento social o revolucionario que
todava no ha llegado al poder tenga el odo ms fino que uno que
s ha llegado. Los ms poderosos no necesitan aprender a cantar
afinado. O, como afirma Kenneth Boulding, cuanto mayor y ms
autoritaria sea una organizacin [o estado], tanto mayores sern
las posibilidades de que los gobernantes situados en la cpula funcionen en mundos totalmente imaginarios.4
4 Kenneth Boulding, The Economics of Knowledge and the Knowledge of
Economics; American Economic Review 58, nms. 1/2, marzo 1966: 8.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 63

2. ORDEN LOCAL, ORDEN OFICIAL


Fragmento 5
Los modos de conocer locales y oficiales
Vivo en una pequea poblacin del interior de Connecticut llamada Durham que le debe su nombre a su homnima de Inglaterra,
mucho ms grande y ms conocida. Sea por nostalgia de los paisajes dejados atrs o sea por falta de imaginacin, apenas hay ninguna ciudad en Connecticut que no se haya apropiado de un topnimo ingls. Los nombres indgenas norteamericanos que designan
al paisaje solo han sobrevivido en los nombres de lagos y ros, o en
el del propio estado. Se trata de una intervencin colonial inslita
que no intenta rebautizar el paisaje como el medio de proclamar
su propiedad y de hacer que el paisaje les resulte familiar y legible
a los colonizadores. En entornos tan diferentes como Irlanda,
Australia o la Cisjordania palestina, el paisaje ha sido rebautizado
por completo en un intento de hacer desaparecer los antiguos
nombres locales.
Consideremos, a modo de ilustracin, los nombres locales y
oficiales de los caminos y carreteras. Entre Durham, mi ciudad, y
la poblacin costera de Guilford, a unos veinticinco kilmetros hacia el sur, circula una carretera que los que vivimos en Durham llamamos (entre nosotros) carretera de Guilford, porque nos dice

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el punto exacto al que nos llevar si la tomamos. La misma carretera, en su extremo de Guilford, recibe, naturalmente, el nombre
de carretera de Durham, porque les dice a los habitantes de
Guilford adonde les llevar si la toman. Uno imagina que quienes
viven en las poblaciones a lo largo de esta carretera la llamarn
carretera de Durham o carretera de Guilford segn hacia dnde se dirijan. Que la misma carretera tenga dos nombres segn el
punto en el que uno est situado demuestra la naturaleza situacional y contingente de las prcticas denominativas locales; cada
nombre codifica un valioso conocimiento local: tal vez lo ms importante que uno quiere saber de una carretera es adonde lleva.
Las prcticas locales no solo dan como resultado una carretera con
dos nombres, sino tambin muchas carreteras con el mismo
nombre. As, las ciudades cercanas de Killingworth, Haddam,
Madison y Meriden tienen cada una de ellas carreteras que llevan
a Durham y cuyos habitantes llaman carretera de Durham.
Ahora imagine el lector los insuperables problemas que este
eficaz sistema local tradicional le planteara a un forastero que necesitara un nombre nico y definitivo para cada carretera. Una
cuadrilla de peones camineros estatales que llegara con la misin
de reparar los baches de la carretera de Durham tendra que
preguntar cul carretera de Durham?. Por lo tanto, no es ninguna sorpresa que la carretera entre Durham y Guilford se reencarne en todos los mapas y en todas las designaciones oficiales
como la carretera estatal Route 77. Las prcticas denominativas
del estado exigen una visin sinptica, un sistema estandarizado
de identificacin que genera designaciones absolutas y mutuamente exclusivas. Con la denominacin Route 77, la carretera ya
no transmite la idea inmediata de adonde lleva, puesto que el significado del nombre Route 77 no salta a la vista hasta que extendemos un mapa de carreteras en el que aparecen enumeradas todas
las carreteras estatales. Y sin embargo, el nombre oficial puede ser
de vital importancia. Si sufrimos un grave accidente en la carrete-

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 65

ra que lleva de Durham a Guilford y quedamos heridos de gravedad, querremos poder decirle sin ambigedad alguna al operador
del servicio de emergencias que la carretera en la que corremos el
peligro de desangrarnos hasta la muerte es la Route 77.
Los sistemas de nomenclatura locales y oficiales rivalizan
entre ellos en muchos contextos. Los nombres locales de calles y
carreteras contienen informacin local codificada. Algunos ejemplos son Maiden Lane (el sendero de las doncellas, que en el pasado llevaba al lugar donde vivan cinco hermanas solteronas que
cada domingo caminaban por l en fila india hasta la iglesia),
Cider Hill Road (el camino que lleva a una colina donde en el
pasado hubo un huerto de manzanos y una bodega que produca
sidra), y Cream Pot Road (el camino que llevaba al lugar donde en
el pasado hubo una lechera en la que los vecinos del lugar
compraban leche, nata y mantequilla). En la poca en la que el
nombre qued fijado, probablemente fuera el nombre ms
significativo y til para los residentes locales, aunque a los
forasteros y recin llegados les pudiera resultar desconcertante.
Otros nombres de caminos y carreteras locales pueden hacer
referencia a caractersticas geogrficas: Mica Ridge Road (camino
cresta de mica), Bare Rock Road (camino de la roca desnuda), Ball
Brook Road (camino del arroyo de la bola). La suma de los
nombres de caminos y de los topnimos en un municipio
pequeo, de hecho, equivale a algo parecido a una geografa e
historia locales, si uno conoce las historias, caractersticas,
episodios e iniciativas familiares que dichos nombres codifican.
Para los residentes locales, estos nombres contienen mucha
informacin y son muy significativos, aunque a los forasteros les
suelan resultar con frecuencia ilegibles. Los planificadores,
recaudadores de impuestos, gestores de transporte, telefonistas
de servicios de emergencias, oficiales de polica, y bomberos, sin
embargo, tienden en general a considerar que es mucho ms
preferible un orden superior de legibilidad sinptica. Habida

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cuenta su modo de hacer, suelen preferir los sistemas de


cuadrculas de calles numeradas en orden consecutivo (Calle Uno,
Calle Dos) y las indicaciones de puntos cardinales (Calle Uno
Noroeste, Segunda Avenida Nordeste). Washington D.C. es un
ejemplo especialmente llamativo de este tipo de planificacin
racional, mientras que Nueva York, en cambio, es un hbrido. Por
debajo de Wall Street (que seala la muralla exterior del primer
asentamiento holands), la ciudad es local en su maraa de
trazados y nombres de calles, muchas de las cuales fueron en
origen caminos y senderos; por encima de Wall Street aparece una
ciudad en cuadrcula de simplicidad cartesiana y fcilmente
legible, con avenidas y calles perpendiculares que se cruzan en
ngulo recto y, salvo raras excepciones, numeradas en un orden
consecutivo. Algunas ciudades del Medio Oeste, para aliviar la
monotona de las calles numeradas, les han dado nombres de
presidentes en orden cronolgico. Como un intento de darles
legibilidad, es muy posible que atraiga solo a los entusiastas de los
programas-concurso de preguntas, que saben cundo esperar que
aparezcan las calles Polk, Van Buren, Taylor y Cleveland,
aunque tambin tiene su valor como herramienta pedaggica.
Las unidades de medida locales solo son precisas en cuanto
son necesarias para los propsitos inmediatos. Estn simbolizadas en expresiones tales como una pizca de sal, a tiro de piedra, hasta donde alcanza la vista. Y, para muchos propsitos,
las unidades de medida locales pueden ser ms precisas que otros
sistemas en apariencia ms exactos. Un ejemplo es el consejo que
el indio americano Squanto les dio a los primeros colonos blancos
que llegaron a las costas de Nueva Inglaterra con relacin a cundo plantar un nuevo cultivo desconocido para los colonos, el maz.
Al parecer les aconsej plantar el maz cuando las hojas del roble
tuvieran el tamao de la oreja de una ardilla. Un almanaque del
siglo XVIII, en cambio, aconsejaba plantar, por ejemplo, despus
de la primera luna llena de mayo, o bien especificaba una fecha

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 67

determinada. Uno imagina que el editor del almanaque tema, por


encima de todo, una helada fatal, y que pecaba de cauteloso. * Ahora bien, el consejo del almanaque es, a su propio modo, rgido:
qu pasaba con las granjas cerca de la costa, en oposicin a las
que estaban en el interior? Y con los campos situados en la ladera
norte de una colina, menos soleados, o con las granjas a mayor
altura? La receta talla nica del almanaque viaja bastante mal.
La frmula de Squanto, por el contrario, soporta muy bien el viaje.
All donde hayan ardillas y robles que se observen con regularidad,
funciona puesto que la observacin local tiene una estrecha
correlacin con la temperatura del suelo, que rige el desarrollo de
la hoja de roble, y se basa en la observacin de la secuencia de los
acontecimientos de primavera, siempre secuenciales pero que
pueden adelantarse o retrasarse, alargarse o precipitarse,
mientras que el almanaque confa en un sistema de calendario y
lunar universal.

Fragmento 6
Conocimiento oficial y paisajes de control
El orden, la racionalidad, la abstraccin y la legibilidad sinptica
de determinados sistemas de nomenclatura, paisajes, arquitectura
y trabajo se prestan al poder jerrquico. Yo los veo como paisajes
de control y de apropiacin. Por poner un ejemplo sencillo, el sistema casi universal de nomenclatura patronmica no existi en
ningn lugar del mundo hasta que los estados descubrieron que
les resultaba til para la identificacin, y se extendi, junto con los
impuestos, los tribunales, la propiedad de tierras, el servicio militar obligatorio y el trabajo policial, es decir, en paralelo al desarrollo del estado. En la actualidad ha sido superado por los nmeros
* El maz no soporta el fro y, en las regiones templadas, debe plantarse en
primavera. (N. de la t.)

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de identificacin, la fotografa, las huellas dactilares y las pruebas


de ADN, pero fue inventado como un medio de supervisin y de
control. Las tcnicas resultantes representan una capacidad general que puede aplicarse con la misma facilidad tanto a la entrega
de vacunas como a la organizacin de una redada para detener a
los enemigos del rgimen, y centralizan el conocimiento y el
poder, pero son completamente neutrales con relacin a los
propsitos a los que se aplican.
Visto desde esta perspectiva, la lnea de montaje industrial
es la sustitucin de la produccin local artesanal por una divisin
del trabajo en la que el ingeniero que ha diseado el sistema es el
nico que controla todo el proceso de fabricacin y en la que los
trabajadores de la planta se convierten en mano de obra sustituible. En determinados productos, puede ser ms eficaz que la
produccin artesanal, pero no hay ninguna duda de que siempre
concentra el poder sobre el proceso de produccin en aquellos que
controlan la lnea de montaje. El sueo utpico de los gestores, el
control mecnico perfecto, fue, no obstante, inalcanzable, no solo
porque intervinieron los sindicatos sino tambin porque cada mquina tena sus propias particularidades, y un trabajador que tena un conocimiento local, el conocimiento de esta particular fresadora o estampadora, era valioso precisamente por este motivo.
Incluso en la cadena de montaje, el conocimiento local era esencial para que la produccin funcionara.
All donde la uniformidad del producto constituye una
preocupacin de mxima importancia y donde gran parte del trabajo puede ser realizado en un entorno construido especficamente para este propsito, como por ejemplo en la fabricacin del
automvil Tipo T de Henry Ford, o tambin en la construccin de
un Big Mac en una franquicia de McDonalds, el grado de control
puede llegar a ser impresionante. En una franquicia de
McDonalds, la distribucin del local est calculada hasta el ms

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 69

mnimo de los detalles a fin de maximizar el control desde el centro sobre la materia prima y el proceso de trabajo. Es decir, el supervisor de distrito que llega para realizar una inspeccin, armado
de su prctica carpeta y de su correspondiente formulario, puede
evaluar la franquicia segn un protocolo que est incorporado en
el propio diseo. Las neveras son uniformes y su ubicacin est
predeterminada, igual que las freidoras, las parrillas, el protocolo
de limpieza y mantenimiento, los envoltorios de papel, etc., etc. La
forma platnica de la perfecta franquicia de McDonalds y del
perfecto Big Mac han sido soados en la sede central y, gracias a la
ingeniera, han sido integrados en la arquitectura, distribucin y
formacin del personal de tal modo que la puntuacin que se
refleja en el formulario de la carpeta del inspector puede utilizarse
para determinar hasta qu punto dicha franquicia se ha acercado
al ideal. En su lgica inherente, la produccin a la manera de Ford
y del mdulo McDonalds es, como observ E.F. Schumacher en
1973, una ofensiva contra la impredecibilidad, la impuntualidad,
la arbitrariedad y la terquedad de la naturaleza viva, y tambin del
hombre.1
No es ninguna exageracin, creo, ver en los ltimos tres siglos el triunfo de los paisajes de control oficiales estandarizados y
de la apropiacin del orden local. Es del todo lgico, pues, que este
triunfo haya llegado en tndem con el ascenso de las grandes organizaciones jerarquizadas, de las que el propio estado es solo el
ejemplo ms llamativo. La lista de los rdenes locales que se han
perdido es impresionante. Me aventuro aqu a presentarles a los
lectores solo el principio de esta lista, y les invito, si es que tienen
apetito para ello, a aadirle lo que consideren oportuno. Los idiomas nacionales estndar han sustituido a las hablas locales. Las
propiedades agrarias de pleno derecho y mercantilizadas han sustituido a las complejas prcticas de uso comn de tierras locales,
1 E.F. Schumacher, Small is Beautiful: Economics As If People Mattered, Harper, Nueva York, 1989, p. 117 [hay trad, cast.: Lo pequeo es hermoso, Akal, Barcelona, 2001].

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las comunidades y los barrios planificados han sustituido a los antiguos barrios y comunidades sin planificar, y las grandes factoras y granjas industriales han sustituido a la produccin artesanal
y a la produccin agraria mixta y familiar. La nomenclatura estndar y las prcticas de identificacin han sustituido a las innumerables costumbres denominativas locales. La legislacin nacional
ha sustituido al derecho consuetudinario y a la tradicin. Los
grandes proyectos de irrigacin y de distribucin elctrica han
sustituido a los sistemas de irrigacin adaptados a las condiciones
locales y a la acumulacin de combustible. Los paisajes relativamente resistentes al control y a la apropiacin han sido sustituidos por paisajes que facilitan la coordinacin jerrquica.

Fragmento 7
La resistencia de lo local
Est muy claro que los grandes planes modernos de coordinacin
imperativa pueden, para determinados propsitos, ser la solucin
ms eficaz, igualitaria y satisfactoria. La exploracin del espacio,
la planificacin de inmensas redes de transporte, la fabricacin de
aviones y otras empresas de gran envergadura exigen gigantescas
organizaciones minuciosamente coordinadas por unos pocos expertos. El control de las epidemias o de la contaminacin exige un
centro en el que trabajen expertos que reciben y elaboran
informacin estandarizada de cientos de unidades informadoras.
Donde estos sistemas encuentran problemas, en ocasiones
catastrficos, es cuando se encuentran con una naturaleza recalcitrante cuya complejidad tampoco consiguen comprender.
Los problemas que han plagado la silvicultura cientfica,
inventada en tierras alemanas a finales del siglo XVIII, y algunas
formas de agricultura industrial intensiva tipifican ese encuentro.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 71

Los fundadores de la silvicultura cientfica, impulsados por el deseo de maximizar los ingresos por la venta de lea y de madera,
llegaron a la conclusin de que, dependiendo del tipo de suelo, el
abeto noruego o bien el pino escocs eran los rboles que proporcionaran la mxima cantidad de metros cbicos de madera por
hectrea. Con este fin, talaron a ras bosques mixtos y plantaron
una nica especie, simultneamente y en hileras rectas (igual que
en los cultivos nicos intensivos). Su objetivo era obtener un bosque fcil de inspeccionar, que poda ser talado en un momento
programado, y que produjera un tronco uniforme a partir de un
rbol estandarizado (el Normalbaum). Durante un tiempo, casi un
siglo entero, funcion de forma brillante. Despus, empez a fallar. Al parecer, la primera rotacin haba utilizado al mximo
todo el capital de nutrientes acumulado en la tierra del bosque
mixto al que haba sustituido sin reponer lo que haba absorbido.
El bosque de especie nica era, sobre todo, un autntico festn
para las plagas, hongos parsitos, cocoideos y otras pestes varias
especializadas en atacar al pino escocs o al abeto noruego. Adems, un bosque de rboles todos de la misma edad era mucho ms
susceptible a los daos provocados por una tormenta catastrfica
o por el viento. En un esfuerzo por simplificar el bosque como si se
tratara de una mquina de fabricacin de un producto nico, la
silvicultura cientfica haba reducido su diversidad de forma radical, y esa falta de diversidad en las especies de rboles se haba replicado en todos los niveles de este bosque desnudo: en la escasez
de especies de insectos, pjaros, mamferos, lquenes, musgos,
hongos y flora en general. Los planificadores haban creado un
gran desierto y la naturaleza se haba defendido contraatacando.
En poco ms de un siglo, los sucesores de aquellos que haban hecho famosa la silvicultura cientfica hicieron famosos, por su parte, los trminos muerte forestal (Waldsterben y silvicultura de
recuperacin).

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Bosque cientfico, Lituania. Fotografa de Alfas Pliura

Henry Ford, alentado por el xito del Tipo T y por una fortuna inimaginable, se top con casi el mismo problema cuando intent trasladar el xito de la fabricacin de automviles en factoras al cultivo de rboles de caucho en los trpicos. Compr un terreno de un tamao casi igual al del estado de Connecticut en la
cuenca de uno de los afluentes del Amazonas y emprendi la tarea
de crear Fordlandia*. Si el proyecto tena xito, su plantacin
debera aprovisionar en el futuro previsible el ltex suficiente para
equipar todos sus automviles con neumticos. Fue un autntico y
absoluto desastre. En su hbitat natural en la cuenca del Amazonas, los rboles de caucho se encuentran esparcidos aqu y all entre grupos de plantas muy diversas, y crecen muy bien en medio
de esta diversidad, en parte porque estn lo bastante alejados los
unos de los otros, minimizando as el impacto de las enferme* Sobre Fordlandia puede consultarse Fordlandia: The rise and fall of Henry Ford's
forgotten jungle city de Greg Grandin. (N. del e.)

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dades y de las plagas que suelen atacar a estos rboles en este ecosistema que es el suyo natural. Los rboles de caucho que los ho landeses y los britnicos trasplantaron al sudeste asitico reaccionaron relativamente bien en grupos de plantaciones precisamente
porque no llevaron consigo todo su complemento de plagas y enemigos. Sin embargo, concentrados en hileras nicas en el Amazonas, sucumbieron al cabo de pocos aos a toda una variedad de
plagas y parsitos que ni siquiera los heroicos y costosos intentos
de triples injertos (fragmento de la cubierta de hojas de la planta
madre injertado en un patrn del tronco que se injerta a un patrn de raz diferente) pudieron superar.
En la sinttica y artificial planta de montaje automatizada
de automviles de River Rouge, construida para un nico propsito, el entorno, aunque con dificultades, poda ser controlado. En
los trpicos brasileos, no. Tras una inversin de millones de dlares, innumerables cambios en el equipo de gestin y modificaciones en los planes, y despus de disturbios y huelgas de los tra bajadores, la aventura brasilea de Henry Ford fue abandonada.
Henry Ford haba empezado con lo que los expertos consideraron ser la mejor calidad de rbol de caucho, y despus intent
modificar el entorno natural para adaptarlo a su plan. Comprese
esta lgica con la imagen opuesta: empezar con un entorno dado y
a continuacin seleccionar la variedad a cultivar que mejor se
ajusta a un entorno dado. Las prcticas tradicionales del cultivo de
la patata en los Andes constituyen un excelente ejemplo de cultivo
tradicional local. Un agricultor andino que cultiva patatas a gran
altitud puede cultivar quiz hasta una quincena de pequeas parcelas, aplicando en algunas de ellas algn tipo de sistema rotatorio. Cada parcela es diferente en cuanto a calidad de suelo, altitud,
orientacin al sol y al viento, humedad, inclinacin e historial de
cultivo. El agricultor no tiene ningn campo estndar, y al elegir
determinadas razas locales, cada una de ellas con caractersticas

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diferentes y bien conocidas, hace una serie de apuestas prudentes,


y planta entre una y una docena de variedades diferentes en una
nica parcela. Cada temporada ofrece una nueva ocasin de llevar
a cabo otra ronda de ensayos, tras sopesar cuidadosamente la produccin, enfermedades, precios, y respuesta al cambio de condiciones de la parcela del ao anterior. Estas granjas son centros experimentales integrados en la economa de mercado que producen buenas cosechas y gozan de gran adaptabilidad y fiabilidad.
Igual de importante al menos, no son meros cultivadores, sino que
son agricultores reproductores, comunidades con conocimientos
de cra y reproduccin de plantas, que aplican estrategias flexibles, tienen conocimientos ecolgicos, autonoma y una gran confianza en s mismos.
La lgica de la extensin agraria cientfica en los Andes es
anloga a la de las plantaciones amaznicas de Henry Ford. Empieza con la idea de una patata ideal, definida sobre todo, aunque no solo, por su rendimiento. Los botnicos entonces emprenden la tarea de criar un genotipo que se acerque lo ms posible a
las caractersticas deseadas. Este genotipo se cultiva en parcelas
experimentales para determinar las mejores condiciones de crecimiento. El objetivo principal del trabajo de extensin es, entonces,
el de actualizar el diseo del genotipo a fin de adaptarlo a todo el
entorno de la parcela del agricultor y que as este se d cuenta de
todo el potencial del nuevo genotipo. Esta operacin posiblemente
necesite la aplicacin de fertilizantes a base de nitratos, herbicidas, y pesticidas, y exija preparaciones especiales de la tierra,
irrigacin y un calendario de cultivo (plantado, regado, limpieza
de hierbas y cosechado). Como es previsible, cada nueva variedad
ideal suele fallar al cabo de tres o cuatro aos, cuando las plagas
y las enfermedades que se abaten sobre ella ya no pueden ser controladas; se suele sustituir entonces con otra nueva patata ideal y
el ciclo empieza de nuevo. En el grado en el que funcione, convierte el campo en un campo estndar, y al agricultor, en un agricultor

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 75

estndar, del mismo modo en el que Henry Ford estandariz el


entorno de trabajo y a los obreros en River Rouge. La lnea de
montaje y las plantaciones de monocultivo exigen, como condicin de su existencia, la subyugacin del artesano local y del paisaje local y diverso.

Fragmento 8
Los atractivos de la ciudad desordenada
Pues resulta que no son solo las plantas las que parecen prosperar
mejor en entornos de diversidad, sino que tambin la naturaleza
humana parece rechazar la rigidez de la uniformidad en favor de
la variedad y la diversidad.
El punto culminante del urbanismo se extiende a lo largo de
la primera mitad del siglo XX, cuando los grandes avances de la
ingeniera civil, la revolucin en las tcnicas y materiales de construccin y las ambiciones polticas de reconstruir la vida urbana se
combinaron para transformar las ciudades a lo largo y ancho de
Occidente. En lo concerniente a sus ambiciones, el urbanismo moderno guarda un gran parecido con la silvicultura cientfica y la
agricultura de plantacin, los tres estn cortados por el mismo patrn. La planificacin urbanstica moderna puso el nfasis en el
orden visual y en la segregacin de funciones. Visualmente, un
tema al que regresar ms adelante, los planificadores utpicos
preferan la sublime lnea recta, los ngulos rectos y la regularidad escultural. En cuanto a la distribucin espacial, todos los urbanistas casi sin excepcin preferan la separacin estricta de las
diferentes esferas de actividad urbana: zona residencial, espacios
comerciales de minoristas, espacios de oficinas, zonas de ocio, de
oficinas gubernamentales y de espacio ceremonial. Uno puede
imaginar muy bien por qu esta segregacin les resultaba tan conveniente a los planificadores. Tantas tiendas minoristas al servicio

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de tantos clientes podan ser reducidas a algo parecido a un algoritmo segn el cual se exigan tantos metros cuadrados por tienda,
tantos metros cuadrados de espacio de almacenaje, conexiones de
transporte planificadas, etc.; las viviendas necesitaban tantos metros cuadrados por familia (estandarizada), tanta cantidad de luz,
tanta agua, tanto espacio de cocina, tantos enchufes elctricos, y
tanto espacio de ocio adyacente. La estricta segregacin de funciones minimizaba las variables del algoritmo: era ms fcil planificar, ms fcil construir, ms fcil mantener, ms fcil de vigilar, y,
as lo crean ellos, ms fcil para la vista. Planificar espacios de uso
nico facilitaba la estandarizacin, mientras que, en comparacin, planificar una ciudad compleja y multiusos segn estos mismos parmetros hubiera sido una pesadilla.
Ahora bien, haba un problema. Las personas solan detestar estas ciudades, y las rechazaron siempre que pudieron, y cuando no podan, encontraron otros modos de expresar su desesperacin y su desprecio. Se dice que la era posmoderna empez precisamente el 16 de marzo de 1972 a las tres de la tarde, cuando el
complejo de edificios de pisos Pruitt-Igoe, un proyecto de viviendas sociales en Saint-Louis, fue final y oficialmente dinamitado y
reducido a un montn de cascotes. Sus habitantes ya lo haban reducido a todos los efectos a una estructura casi desierta. El complejo Pruitt-Igoe no era ms que el buque insignia de toda una flota de bloques de apartamentos aislados y de un solo uso, bloques
de viviendas sociales que a la mayor parte de sus residentes les parecan tinglados degradantes y que en la actualidad han sido derruidos casi todos.
Estos proyectos residenciales, que navegaban bajo la ensea
de limpieza de barrios de chabolas y de la eliminacin de plagas urbanas, ya durante su construccin estuvieron sometidos a
las intensas crticas, que acabaran dando sus frutos, de urbanistas, como Jane Jacobs, que estaban ms interesados en la ciudad

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tradicional, es decir, en la vida urbana cotidiana, y en cmo la ciudad funciona en realidad, que en el aspecto que tena. La planificacin urbanstica, igual que la mayor parte de los sistemas oficiales,
se caracterizaba por una incmoda visin estrecha de miras, una
visin tnel. Es decir, se centraba implacable en un nico objetivo y diseo con el propsito de maximizar dicho objetivo. Si se
trataba de cultivar maz, el objetivo era el de conseguir el mayor
nmero de toneladas por hectrea; si se trataba de producir el
Tipo T, el objetivo era construir el mayor nmero posible de unidades del Tipo T por obrero y coste de produccin; si se trataba de
dar servicios de salud, se diseaba un hospital con el nico objetivo de la eficacia en dar tratamiento; si se trataba de la produccin de madera, se rediseaba el bosque para convertirlo en una
mquina de produccin de producto nico.
Jacobs comprendi tres cosas a las que estos urbanistas modernos estaban ciegos por completo. Primero, identific una presuncin mortfera segn la cual, en cualquiera de este tipo de actividades solo se haca una cosa, y el objetivo de la planificacin es
maximizar la eficacia de la realizacin de la actividad. A diferencia
de los planificadores, cuyos algoritmos dependan de eficacias estipuladas, por ejemplo el tiempo que se tardaba en llegar al trabajo
desde casa, o el grado de eficacia en la distribucin de productos
alimenticios en la ciudad, Jacobs comprendi que en cualquier actividad humana se hallaban contenidos muchos propsitos humanos. Las madres o padres que empujan los cochecitos de sus bebs
pueden estar al mismo tiempo charlando con amigos, haciendo
sus recados o la compra, y buscando un libro. Un oficinista puede
creer que almorzar o tomarse una cerveza con sus compaeros de
trabajo es la parte ms satisfactoria del da. Segundo, Jacobs comprendi que era por esta razn, y tambin por el puro placer de
deambular en un entorno animado, estimulante y diverso, que los
distritos urbanos de usos mixtos solan ser las zonas ms deseables de una ciudad. Los barrios urbanos populares, es decir, los

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que eran seguros y agradables, en los que se desarrollaban gran


cantidad de actividades y que eran econmicamente viables, tendan a ser zonas densas, de uso mixto, en los que las funciones urbanas se concentraban y mezclaban sin orden ni concierto. Es
ms, con el tiempo, tambin eran dinmicos. Jacobs calific el intento de especificar y congelar funciones por mandato de la planificacin de taxidermia social.
Por ltimo, Jacobs explic que si uno parta de la ciudad tradicional vivida, quedaba claro que en el intento de los planificadores urbanos de convertir las ciudades en disciplinadas obras de
arte geomtricas, el orden visual no era solo un planteamiento
fundamentalmente errneo, sino que constitua un ataque contra
el orden tradicional de un barrio urbano que funcionaba bien.
Visto desde este ngulo, la prctica normalizada de la planificacin y de la arquitectura urbanas de repente parece, desde luego, muy extraa. El mtodo de trabajo de urbanistas y arquitectos
consiste en concebir primero una visin general del edificio o del
conjunto de edificios que proponen, cuya forma fsica se suele representar en bocetos y, en general, con una maqueta de los edificios propuestos. Uno suele ver en la prensa fotografas de sonrientes funcionarios municipales y arquitectos mirando hacia abajo el
eficaz modelo, como si estuvieran a bordo de un helicptero, o
como si fueran dioses. Lo que es asombroso, desde una perspectiva tradicional, es que nadie nunca experimenta una ciudad desde
esta altura o desde este ngulo. La experiencia a nivel del suelo
que se supone que tienen los peatones reales, paseantes que miran
escaparates, gente que hace sus recados, enamorados que deambulan sin rumbo fijo, queda totalmente fuera de la ecuacin urbanstica. Los planos se ven como esculturas en miniatura, y no es de
extraar entonces que se los valore por su atractivo visual, como si
se tratara de sugerentes obras de arte: obras de arte que nadie, a
partir de aquel momento, ver nunca ms desde este punto de

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 79

vista divino y panormico, salvo Superman.


Esta lgica de maquetar y de miniaturizar caracterstica de
las formas del orden oficial es, en mi opinin, significativa. El
mundo real es desordenado e incluso peligroso. La humanidad tiene una larga historia en la que se miniaturizan cosas como una
forma de juego, de control y de manipulacin. Esta tendencia puede observarse en juguetes de todo tipo: soldaditos de plomo, tanques, camiones, coches, barcos y aviones de guerra, casas de muecas, trenes elctricos y similares. Este tipo de juguetes se prestan perfectamente al admirable propsito de dejarnos jugar con
representaciones cuando el objeto real es inaccesible, o peligroso,
o ambas cosas. Sin embargo, la miniaturizacin es sobre todo un
juego de mayores, tambin de presidentes y de generales. Cuando
sus intentos de transformar un mundo recalcitrante e intratable
quedan frustrados, las lites suelen sentir la tentacin de retirarse
a las miniaturas, algunas de ellas bastante ostentosas. El efecto
que tiene esta retirada es el de crear pequeos espacios utpicos y
autosuficientes donde, tal vez, se pueda hacer casi realidad la deseada perfeccin. Las reproducciones a tamao reducido de pueblos y ciudades, las colonias militares, los proyectos de exhibicin
y las granjas experimentales les ofrecen a los polticos, administradores y especialistas la oportunidad de crear un terreno experimental definido con exactitud donde se ha minimizado el nmero
de incgnitas y de variables anmalas o impredecibles. El caso que
ms limita, donde se maximiza el control pero donde el impacto
sobre el mundo exterior queda minimizado, es el del museo o el
del parque temtico. Las granjas experimentales y las ciudades
modelo desempean, por supuesto, un papel legtimo, al tratarse
de experimentos donde las ideas sobre produccin, diseo y organizacin social pueden ser puestas a prueba con escaso riesgo, y
pueden ser ampliadas o abandonadas segn los resultados obtenidos. No obstante, y con la misma frecuencia que ha ocurrido en
muchas de las capitales de estado de diseo (por ejemplo,

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Washington D.C., San Petersburgo, Dodoma, Brasilia, Islamabad,


Nueva Delhi o Abuja), este tipo de proyectos se suele convertir en
alegatos arquitectnicos y polticos, construcciones autnomas y
aisladas que desentonan, a menudo a propsito, con el entorno
que les rodea. La insistencia en una rgida esttica visual en el ncleo central de la capital del estado tiende a producir una zona de
sombras en la que aparecen asentamientos ilegales y barrios de
chabolas densamente poblados por personas que, con frecuencia,
barren los suelos, cocinan las comidas, y atienden a los hijos de las
lites que trabajan en el centro planificado y decoroso. En este
sentido, el orden en el centro es engaoso, puesto que se sustenta
en prcticas no conformes y no reconocidas de la periferia.

Fragmento 9
El caos tras el orden
Gobernar un gran estado es como cocinar un pequeo
pescado.
Tao Te Ching
Cuanto ms planificado, regulado y formal sea un orden econmico o social, mayores posibilidades tiene de ser un parsito de
los procesos informales no reconocidos por el sistema formal, y
sin los cuales no podra seguir existiendo, procesos informales
que el orden formal por s solo no puede crear y mantener. En este
caso, la adquisicin del lenguaje es una metfora instructiva. Los
nios no empiezan a hablar aprendiendo las reglas de gramtica y
utilizando dichas reglas para producir una frase bien construida,
sino que, por el contrario, aprenden a hablar del mismo modo que
aprenden a andar: por imitacin, prueba y error y prctica infinita. Las reglas de gramtica son las regularidades que pueden observarse en el lenguaje bien construido, y no su causa.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 81

Los trabajadores han aprovechado la falta de adecuacin de


las reglas para explicar cmo funcionan realmente las cosas, y han
sabido aprovecharla a su favor. As, los taxistas de Pars, cuando se
sintieron frustrados con las autoridades municipales debido a las
nuevas tarifas y normas, recurrieron a lo que se conoce en francs
como grve du zle, huelga de celo. Todos ellos, de comn acuerdo y
en el momento prefijado, se pusieron de repente a seguir al pie de
la letra todas y cada una de las normas del cdigo de circulacin, y
consiguieron su intencin, detener en seco el trfico de Pars. Sabiendo que en Pars el trfico circulaba con fluidez solo gracias a
que todos los conductores hacan un juicioso y experto caso omiso
de muchas de las normas, por el mero hecho de seguir las normas
al pie de la letra, los taxistas lograron paralizarlo. La versin inglesa de este procedimiento se conoce como work-to-rule (trabajar segn las normas). En una prolongada huelga de celo de los trabajadores de la empresa Caterpillar Corporation, los trabajadores empezaron a aplicar de nuevo y a seguir escrupulosamente los ineficaces procedimientos especificados por los ingenieros, a sabiendas de que hacerlo le costara a la compaa un tiempo y calidad
muy valiosos, en lugar de seguir con las prcticas ms expeditivas
que haca mucho tiempo que aplicaban en la realizacin de su tarea. Por muy detalladas que sean las reglas que rigen en cualquier
oficina, o en cualquier obra, o en cualquier planta de produccin
no pueden explicar de forma adecuada el proceso de trabajo real;
el trabajo se hace solo gracias a eficaces entendimientos informales y a la improvisacin ajenos a estas normas.
Las economas planificadas del bloque socialista antes de la
cada del muro de Berln en 1989 eran un destacado ejemplo de
cmo las rgidas normas de produccin se sostenan solo gracias a
arreglos informales totalmente ajenos al sistema oficial. En una
factora tpica de Alemania oriental, los dos empleados ms importantes ni siquiera formaban parte del organigrama oficial. Uno
de ellos era un mil usos capaz de dar soluciones inmediatas e

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improvisadas para mantener las mquinas funcionando, reparar


fallos del proceso de produccin y fabricar piezas de repuesto. El
segundo empleado indispensable de la factora utilizaba los fondos de la empresa para comprar y hacer acopio de artculos deseables y no perecederos (por ejemplo, detergente, papel de calidad,
vino bueno, cordel, hilo de coser, medicinas o ropa de moda)
cuando estaban disponibles. Entonces, cuando para satisfacer las
cuotas y ganarse sus bonificaciones, la factora tena la necesidad
perentoria de una mquina, piezas de repuesto o materia prima
no disponible segn los planes, este empleado embarcaba los artculos almacenados en un Trabant* y sala a intentar trocarlos por
los suministros que necesitaba la factora. De no ser por estos
arreglos informales, la produccin formal se habra paralizado.
Igual que el funcionario que mira hacia abajo la maqueta de
un nuevo proyecto de desarrollo, todos somos propensos a cometer el error de equiparar orden visual a orden funcional y complejidad visual a desorden. Es un error natural y, en mi opinin, grave,
un error estrechamente asociado a la modernidad. Hasta qu punto esta asociacin es dudosa exige algo de reflexin. Se sigue de
una clase donde los alumnos estn uniformados y sentados en hileras regulares de pupitres que los nios aprenden ms que los
alumnos no uniformados sentados en el suelo o alrededor de una
mesa redonda? La gran crtica de la planificacin urbana moderna, Jane Jacobs, advirti que la intrincada complejidad de un barrio de usos mixtos que funcionaba bien no era, como daba por
sentado la esttica de muchos urbanistas, una representacin del
caos y del desorden. Aunque no fuera un orden planificado, era
una forma de orden muy compleja y flexible. El desorden aparente
de las hojas cadas en otoo, de las entraas de un conejo, del interior de un motor a reaccin, o del departamento de noticias loca* Modelo de automvil, familiarmente conocido como Trabbi, fabricado en la
Repblica Democrtica de Alemania. Era el coche ms barato y ms comn de
Alemania oriental. Tena cuatro plazas y un motor de dos cilindros. (N. de la t.)

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 83

les de un gran peridico no es de ningn modo desorden, sino


ms bien un intrincado orden funcional. Una vez se han captado
su lgica y su propsito, se ve de forma diferente y refleja el orden
de su funcin.
Observemos la distribucin de los campos de cultivo y de los
huertos. La tendencia de la agricultura cientfica moderna ha
sido la preferencia de grandes campos de cultivo de utilizacin intensiva, con gran inversin de capital, en los que se planta una
nica variedad, a menudo un hbrido o un clon, a fin de obtener la
mxima uniformidad, y que se cultiva en hileras rectilneas para
facilitar la labranza y el cosechado automtico. El uso de fertilizantes, irrigacin, pesticidas y herbicidas sirve para hacer que las
condiciones del campo sean las adecuadas a una nica variedad y
lo ms uniformes posible. Se trata de un mdulo genrico de agricultura que viaja bien y que funciona medianamente bien para lo
que yo denomino cultivos de produccin proletaria, tales como
trigo, maz, algodn y soja, que toleran un trato poco delicado. Por
decirlo de alguna manera, el intento de este tipo de agricultura de
situarse por encima de la tierra cultivable local, los paisajes locales, la mano de obra local, las herramientas locales y el tiempo local la convierte en la autntica anttesis de la agricultura local tradicional. El huerto occidental tiene algunas, no todas, de estas caractersticas. Aunque contiene muchas variedades, estas se suelen
plantar en general en hileras rectilneas, una variedad por hilera,
que le dan el aspecto de un regimiento militar en formacin de revista antes de un desfile.
Comprese esto, por ejemplo, con los huertos indgenas del
frica occidental tropical, tal como los encontraron los horrorizados agentes de extensin agrcola britnicos en el siglo XIX. Visualmente, los huertos parecan un caos: dos o tres variedades, a
veces incluso cuatro, apelotonadas a la vez en la misma parcela,
otras variedades plantadas en grupos, pequeas barreras de esta-

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cas dispersas aqu y all, pequeos montculos que parecan distribuidos en la parcela de forma aleatoria. Puesto que a ojos de los
occidentales los huertos eran a todas luces un desorden, dieron
por sentado que los cultivadores eran negligentes y descuidados.
Los agentes de extensin agraria se pusieron manos a la obra para
ensearles las tcnicas agrcolas correctas y modernas. Tuvieron
que pasar unos treinta aos de frustracin y de fracasos hasta que
a un occidental se le ocurriera la idea de examinar cientficamente
los mritos relativos de los dos tipos de cultivo en las condiciones
africanas, y descubri que el desorden de los campos de cultivo
africanos era un sistema agrcola ajustado hasta el ltimo detalle a
las condiciones locales. El policultivo y la alternancia de cultivos
garantizaban la suficiente cobertura del suelo para prevenir la
erosin y capturar el agua de lluvia todo el ao; una variedad proporcionaba los nutrientes a otra, o bien le daba sombra; las barreras de estacas impedan la erosin de los surcos, y las variedades
estaban dispersas de tal forma que minimizaban los daos causados por las plagas y las enfermedades.
No solo los mtodos eran sostenibles, sino que la produccin superaba a la de los huertos cultivados segn las tcnicas occidentales preferidas por los agentes de extensin agraria. El error
de dichos agentes haba sido asociar el orden visual al orden funcional, y el desorden visual a la ineficacia. Los occidentales estaban presos de una fe casi religiosa en la geometra agrcola, mientras que los africanos haban desarrollado un sistema de cultivo
muy eficaz prescindiendo por completo de la geometra.
Edgar Anderson, un botnico interesado en la historia del
maz en Amrica central, dio con un huerto de un campesino en
Guatemala que demostraba que lo que pareca desorden visual poda ser la clave de un sistema funcional muy preciso. Anderson, en
su recorrido a pie hacia los campos de maz, pasaba a diario junto
a este huerto; al principio pens que se trataba de un vertedero de

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 85

plantas lleno de hierbas, y no cay en la cuenta de que era un


huerto hasta que vio a alguien trabajando en la parcela, y no se
trataba solo de un simple huerto, sino de un huerto concebido con
brillantez pese a, o ms bien gracias a, su desorden visual desde
un punto de vista occidental. Lo mejor que puedo hacer es citar
extensamente a Anderson en su anlisis de la lgica que subyace
en este huerto y reproducir los diagramas que dibuj de la
distribucin del mismo.
Aunque a primera vista apenas parece haber ningn orden, a partir del momento en el que empezamos a trazar el mapa del huerto, nos dimos cuenta de
que estaba plantado en hileras entrecruzadas bastante definidas. Haba una gran variedad de rboles frutales, indgenas y europeos: guanbanos, chirimoyos,
aguacates, melocotoneros, membrillos, ciruelos, una
higuera y algunos arbustos de caf. Haba cactus gigantes cultivados por su fruto. Haba una gran planta
de romero, otra de ruda, algunas noche buenas, y un
rosal de t semitrepador. Haba una fila entera de espino nativo domesticado, de cuyo fruto, muy parecido a una pequea manzana amarilla, se obtena una
deliciosa confitura. Haba dos plantas de maz de dos
variedades diferentes, una de ellas ya vieja y que serva ahora de espaldar para unas judas verdes trepadoras cuya temporada apenas acababa de empezar, y
la segunda, mucho ms baja, empezaba a florecer.
Haba especmenes de un pequeo pltano cuyas
grandes hojas lisas son el sustituto local del papel de
envolver, y que tambin se utilizan en lugar de las hojas de la mazorca de maz para preparar la variante
local de los tamales picantes. Sobre todo ello trepaban
las exuberantes plantas de diversas cucurbitceas. El
chayote, cuando por fin madura, tiene una nutritiva

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Bocetos de Edgar Anderson del huerto tradicional, Guatemala, (a) Arriba: Un


huerto de rboles frutales, (b) Derecha: Glifos detallados que identifican las
plantas y sus categoras en el huerto. En Plants, Man, and Life, de Edgar
Anderson, publicada por University of California Press; reimpreso con permiso
[sic] de University of California Press.

raz que pesa varios kilos. En un punto de la parcela


haba un hoyo del tamao de una pequea baera

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 87

donde se haba excavado haca poco una raz de


chayote, y que serva de vertedero de las basuras de la
casa y de compost. En un extremo del huerto haba
una pequea colmena construida con cajas y latas.
Segn nuestros equivalentes estadounidenses y
europeos, esta parcela era un huerto, un jardn
medicinal, un basurero, un compost y un colmenar.
No tena problemas de erosin aunque estuviera
situado en la cima de una empinada pendiente; la
superficie del suelo estaba cubierta casi por completo

88 | JAMES C. SCOTT

y as permanecera con toda probabilidad la mayor


parte del ao. La humedad se mantena durante la
temporada seca, y las plantas del mismo tipo estaban
aisladas las unas de las otras del tal modo por otra
vegetacin intermedia que impeda la fcil
propagacin de las plagas y de las enfermedades
entre planta y planta. La fertilidad se conservaba y,
adems de los desechos de la casa, las plantas
maduras se enterraban entre las hileras cuando ya no
tenan utilidad.
Los europeos y los americanos de origen europeo
suelen afirmar que el tiempo no significa nada para
los indios. A m, este huerto me pareca un buen
ejemplo de cmo el indio administra su tiempo mucho mejor que nosotros, si observamos con algo ms
de profundidad las actividades de los indios. La produccin del huerto era continua, y en cualquier momento dado solo necesitaba un pequeo esfuerzo:
unas pocas hierbas que arrancar cuando uno iba a recoger las calabazas, enterrar las plantas de maz y de
judas entre las hileras despus de cosechar la ltima
juda, y plantar alguna cosa nueva sobre ellas unas
pocas semanas ms tarde.2

Fragmento 10
El enemigo jurado del anarquista
A lo largo de los ltimos dos siglos, las prcticas locales y tradicionales se han extinguido a tal ritmo que uno puede pensar en este
proceso, sin temor a exagerar, como en un proceso de extincin
total similar al de la desaparicin acelerada de las especies. Y la ra2 Edgar Anderson, Plants, Man, and Life, Little Brown, Boston, 1952, pp. 140-141.

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zn es tambin anloga: la prdida de su hbitat. Muchas prcticas tradicionales locales han desaparecido ya de la escena, y muchas otras estn amenazadas.
El principal agente tras su extincin no es otro que el enemigo jurado del anarquista, el estado, y en particular, el moderno
estado-nacin. El auge del moderno mdulo poltico del estadonacin, ahora hegemnico, desplaz y aplast despus a toda una
serie de formas polticas locales tradicionales: bandas sin estado,
tribus, ciudades libres, confederaciones poco rgidas de ciudades,
comunidades de fugitivos e imperios, en cuyo lugar se alza por
todas partes un nico modelo local, el estado-nacin noratlntico,
codificado en el siglo XVIII y que se hace pasar por universal. Si
retrocedemos unos cientos de metros y abrimos nuestros ojos
dispuestos a maravillarnos, no deja de ser asombroso que uno
pueda viajar a cualquier lugar del mundo y encontrarse con el
mismo orden institucional: una bandera nacional, un himno
nacional, teatros nacionales, orquestas nacionales, jefes de estado,
un Parlamento (real o ficticio), un banco central y un aparato de
seguridad, entre otras instituciones. Los imperios coloniales y la
imitacin modernizadora desempearon su papel en la
propagacin de dicho mdulo, pero su capacidad de permanencia
depende del hecho de que este tipo de instituciones son los
engranajes universales que integran una unidad poltica en los
sistemas internacionales establecidos. Hasta 1989, los polos de
imitacin eran dos. En el bloque socialista, uno poda ir desde
Checoslovaquia a Mozambique, a Cuba, a Vietnam, a Laos y a
Mongolia y encontrar el mismo sistema, o casi, de planificacin
centralizada, granjas colectivas y planes quinquenales. Desde
entonces, y salvo escasas excepciones, ha prevalecido un nico
modelo estndar.
Una vez instaurado, el moderno estado(-nacin) emprendi
la tarea de homogeneizar su poblacin y las prcticas tradiciona-

90 | JAMES C. SCOTT

les locales que se desviaban de la norma. En casi todas partes el estado pas entonces a fabricar una nacin: Francia se puso a crear
franceses, Italia se puso a crear italianos.
Esta tarea implicaba un gran proyecto de homogeneizacin.
Una inmensa variedad de lenguas y de dialectos, a menudo ininteligibles entre s, quedaron subordinados, sobre todo gracias a la
escolarizacin, a un idioma nacional estandarizado, en general el
dialecto de la regin dominante, un proceso que condujo a la
desaparicin de idiomas, literaturas orales y escritas, msica,
leyendas y epopeyas locales, y de mundos enteros de significado.
Una inmensa variedad de leyes locales y de prcticas
consuetudinarias fueron sustituidas por un sistema nacional de
leyes que era, en principio al menos, el mismo en todas partes.
Una inmensa variedad de prcticas de uso de la tierra fueron
sustituidas por un sistema de propiedad, registro y transferencia,
los mejores para facilitar la aplicacin y recaudacin de los
impuestos. Una inmensa cantidad de sistemas pedaggicos
locales (aprendizajes, maestros y tutores itinerantes, sanacin,
instruccin religiosa, clases informales) fueron sustituidos en
general por un sistema educativo nacional tal, que un ministro de
Educacin francs pudo alardear de que, puesto que eran
exactamente las diez y veinte de la maana, saba qu pasaje
exacto de Cicern estaban estudiando en aquel momento todos
los escolares de un nivel determinado en toda Francia. Esta
imagen utpica de uniformidad se alcanz en muy pocas
ocasiones, pero lo que s lograron estos proyectos fue la
destruccin de las tradiciones locales.
En la actualidad, y ms all del estado-nacin en s mismo,
las fuerzas de la estandarizacin estn representadas por las organizaciones internacionales. El principal objetivo de instituciones
tales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional,
la Organizacin Mundial del Comercio, la UNESCO, e incluso la

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 91

UNICEF y el Tribunal Internacional de Justicia, consiste en propagar a lo largo y ancho del globo los estndares normativos (buenas prcticas), derivados, una vez ms, de las naciones del
Atlntico Norte. El poder econmico de estas agencias es tal que el
hecho de no ajustarse a sus recomendaciones conlleva importantes penalizaciones en cuanto a crditos y la retirada de la ayuda. El
proceso de alineacin institucional lleva ahora como nombre el
encantador eufemismo de armonizacin. Las corporaciones
globales son fundamentales asimismo en este proyecto de
estandarizacin, puesto que tambin ellas prosperan en un
entorno cosmopolita, familiar y homogeneizado donde el orden
legal, las normativas comerciales, el sistema monetario y similares
son uniformes. Las corporaciones, adems, a travs de la venta de
sus productos y servicios y de la publicidad, trabajan
constantemente en la fabricacin de consumidores cuyas
necesidades y gustos son los que ellas necesitan.
La desaparicin de algunas tradiciones locales apenas requiere que mostremos duelo por ellas. Si el modelo estandarizado
del ciudadano francs que nos leg la revolucin sustituy formas
de servidumbre feudal en las provincias francesas, se trata entonces sin duda de un avance emancipador. Si los avances tcnicos tales como las cerillas o las lavadoras automticas sustituyeron al
pedernal y la yesca y al lavadero y la piedra, es indudable que se
tradujeron en la disminucin del trabajo pesado. Uno no querra
saltar en defensa de todas las tradiciones locales y en contra de todos los universales.
Las poderosas agencias de homogeneizacin, no obstante,
no tienen tanta sensibilidad. Su tendencia ha sido la de sustituir
prcticamente todas las tradiciones locales con lo que ellas representan como universales, pero recordemos una vez ms que, en la
mayora de los casos, se trata de tradiciones noratlnticas travestidas que se hacen pasar por universales. El resultado es una abru-

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madora reduccin de la diversidad cultural, poltica y econmica,


una inmensa homogeneizacin de las lenguas, culturas, sistemas
de propiedad, formas polticas y, por encima de todo, de todas las
sensibilidades y de los Lebenswelten (mundos de la vida) que sustenta todo lo anterior. Uno puede esperar con ansiedad un tiempo
futuro, no tan lejano, en el que los empresarios del Atlntico Norte
puedan bajar del avin en cualquier lugar del mundo y encontrar
un orden institucional (leyes, cdigos comerciales, ministerios,
sistemas de trfico, formas de propiedad y tenencia de tierras de
pleno dominio) que les sea muy conocido. Y por qu no? Las
formas, en esencia, son las suyas. Solo la cocina, la msica, los
bailes y los trajes tpicos de los indgenas seguirn siendo exticos
y folclricos... y tambin totalmente comercializables como
producto de consumo.

3. LA PRODUCCIN DE SERES HUMANOS


El gran camino es largo y tranquilo, pero la gente prefiere
los senderos tortuosos.
Tao Te Ching
Fragmento 11
Juegos y libertad de accin
En el poco prometedor ao de 1943 en Copenhague, el arquitecto
de una cooperativa residencial de trabajadores danesa en Emdrup
tuvo una nueva idea para una zona de juegos infantil. El arquitecto, un paisajista experto que ya haba construido muchas zonas de
juegos convencionales, observ que la mayor parte de los nios
sentan la tentacin de renunciar a las limitadas posibilidades de
los columpios, balancines, carruseles y toboganes, y preferan ir a
buscar emocin en las calles, o se colaban en las obras o en los edificios vacos donde utilizaban los materiales que encontraban all
para propsitos que inventaban sobre la marcha. La idea del arquitecto consista en disear una zona de obras sin mobiliario,
con arena limpia, gravilla, madera, palas, clavos y herramientas, y
dejar que los nios hicieran lo que quisieran. La zona de juegos se
hizo inmensamente popular, y pese a que el lugar estaba
abarrotado da tras da, las posibilidades eran tan inacabables y

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Construcciones en la Zona de juegos de aventuras, Emdruo, Dinamarca.


Fotografa de Tim R. Gill

absorbentes que haba muchas menos peleas y gritero que en la


zona de juegos clsica.
El arrollador xito de la zona de juegos de aventuras de
Emdrup llev a intentos de imitarla en otros lugares: Freetown
en Estocolmo, The Yard en Minneapolis, otras zonas de obras
de juguete en la propia Dinamarca, y espacios de juegos Robinson Crusoe en Suiza, donde se les proporcionaba a los nios las
herramientas con las que crear sus propias esculturas y jardines.
Poco despus de que The Yard iniciara su andadura, aparecieron problemas. Una gran parte de la madera y muchas de las
herramientas desaparecieron cuando, en la carrera por construir
las barracas ms grandes con la mayor rapidez posible, hubo
quien las acapar y escondi. Las peleas estallaron y se organizaron asaltos para hacerse con las herramientas y el material. La
zona de juegos qued paralizada, y pareca que los empleados
adultos del parque tendran que hacerse cargo y gestionar la zona

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 95

de juegos. Pero despus de apenas unos pocos das, muchos de los


jvenes, que saban dnde se encontraba oculto el material acaparado, organizaron una expedicin de rescate para recuperar los
materiales, tras lo cual, organizaron un sistema para compartir las
herramientas y la madera. No solo haban resuelto el problema
prctico de asegurarse poder disponer del material que necesitaban, sino que, al hacerlo, crearon algo parecido a una nueva comunidad. Debemos aadir que esta zona de juegos tremendamente
popular satisfaca las necesidades creativas de la mayor parte de
los nios, aunque no satisficiera en modo alguno los estndares
de orden visual y de decoro que los custodios de este tipo de espacios urbanos esperaban. Se trataba de una victoria del orden funcional sobre el orden visual. Y, por supuesto, la forma de la zona
de juegos cambiaba a diario, puesto que se destrua y reconstrua
continuamente. La zona de juegos de aventuras, escribe Colin
Ward:
es una especie de parbola de la anarqua, una sociedad libre en miniatura, con las mismas tensiones y
armonas siempre cambiantes, la misma diversidad y
espontaneidad, el mismo aumento no obligado de la
cooperacin y de la liberacin de las cualidades individuales y del sentido comunitario, que yacen
latentes.1
Recuerdo una visita que hice al proyecto residencial de una
ONG en un barrio de chabolas de Bangkok que, esencialmente,
utilizaba la misma visin para construir no solo viviendas destinadas a los habitantes de las chabolas sino tambin un movimiento
poltico a su alrededor. La ONG empez por convencer a las autoridades municipales de que les donaran una pequea parcela de
1 Colin Ward, Anarchy in Action, Freedom Press, Londres, 1988, p. 92. Los ejemplos
de las zonas de juegos estn extrados de la introduccin al captulo 10 de la obra
de Ward, pp. 89-93.

96 | JAMES C. SCOTT

tierra en una de las zonas chabolistas. Los organizadores identificaron entonces a no ms de cinco o seis familias que quisieran
unirse para construir un pequeo asentamiento. Los participantes
en el proyecto eligieron los materiales, seleccionaron la distribucin bsica, disearon las estructuras y se pusieron de acuerdo en
un plan de trabajo comn. Todas las familias eran responsables de
la misma cantidad de trabajo (que realizaban durante su tiempo
libre) a lo largo del perodo de dos o tres aos que dur la construccin. Ninguna de las familias saba qu seccin de las estructuras adosadas ocupara cuando la obra estuviera acabada, y, por
lo tanto, al tener todos el mismo inters en cuidar la calidad, pusieron un gran esmero en todas las fases de la construccin. Los
chabolistas tambin disearon una minscula zona comn que
qued integrada en el complejo. Para cuando el edificio fue
levantado, ya se haba creado y consolidado una estructura de
trabajo y de cooperacin (aunque, desde luego, no sin tensiones).
Ahora las familias tenan una propiedad que defender y que
haban construido con sus propias manos y, mientras lo hacan,
haban adquirido la prctica de trabajar unidos. Ellos, y otros
grupos como ellos, se convirtieron en los nodos institucionales de
un movimiento de ocupacin que haba logrado algo.
El magnetismo de la zona de juegos de Emdrup, que visto
en retrospectiva era evidente, emanaba tal vez del hecho de estar
abierta a cualquier objetivo, de la creatividad y del entusiasmo de
los nios que all jugaban. La zona de juegos estaba deliberadamente incompleta y su libertad era premeditada. Estaba concebida para ser completada por los impredecibles y cambiantes diseos de sus usuarios. Podra afirmarse que quienes concibieron
esta zona de juegos hicieron gala de una radical modestia con relacin a lo que ellos saban sobre lo que pensaban los nios, qu
inventaran, cmo trabajaran y cmo evolucionaran sus esperanzas y sus sueos. Ms all de la premisa de que los nios queran
construir, basada en la observacin de lo que de verdad interesaba

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 97

a los nios, y de que necesitaban la materia prima para hacerlo, la


zona de juegos era libre y autnoma. La supervisin de los adultos
era mnima.
Casi cualquier institucin humana puede ser evaluada segn este mismo punto de vista. Cun abierta est a los propsitos
y talentos de aquellos que la habitan? Solo hay un cierto nmero
de cosas que se pueden hacer con un columpio o con un balancn,
y los nios ya las han explorado todas! En comparacin, una obra
sin objetivos preconcebidos ofrece un autntico abanico de posibilidades. Los dormitorios de distribucin estndar y pintados todos
del mismo color, con literas y pupitres fijados a la pared o al suelo,
son estructuras cerradas que se resisten a que los escolares
puedan dejar la huella de su imaginacin y creatividad. Las
habitaciones o apartamentos con particiones movibles, los
muebles convertibles y los diferentes sistemas de colores y
espacios que pueden ser utilizados para propsitos diversos estn,
en comparacin, ms abiertos a la inspiracin de sus usuarios. En
algunos casos es posible disear con la idea de adaptarse a las
elecciones de los usuarios. En una importante universidad, se dej
deliberadamente una gran zona cubierta de hierba sin senderos
que la cruzaran. Con el tiempo, los movimientos reales de miles de
peatones trazaron los senderos, que reflejaban lo que pareca ser
necesario, y despus fueron pavimentados. Este procedimiento es
otra ilustracin del adagio de Chuang Tzu, hacemos el camino al
andar.
La prueba de la flexibilidad la constituye el grado hasta el
cual la actividad o la institucin, su forma, sus propsitos y sus
normas, puede ser modificada por los deseos de las personas que
se dedican a ella o que la habitan.
Un breve ejemplo que compara monumentos a los cados en
la guerra puede resultarnos til. El Vietnam Memorial en Washington D.C. es seguramente el monumento ms visto de todos los

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monumentos a los soldados muertos jams construidos, a juzgar


por el nmero y la intensidad de las visitas que recibe. Creado por
Maya Lin, el monumento consiste en una sencilla y ondulante parcela alargada marcada (pero no dominada) por un largo muro bajo
de mrmol negro en el que estn inscritos los nombres de los cados. De forma intencionada, los nombres no aparecen en orden alfabtico, ni tampoco segn la unidad militar o el grado, sino ms
bien cronolgico, por el orden en el que cayeron, agrupando as a
todos aquellos que cayeron en el mismo da, y con frecuencia en el
mismo combate. El monumento no hace ninguna otra importante
afirmacin sobre la guerra, ni en forma de prosa ni en forma de
escultura, un silencio de ningn modo sorprendente, habida
cuenta de las profundas divisiones polticas que la guerra de
Vietnam todava suscita. Lo ms extraordinario, no obstante, es
cmo afecta el Vietnam Memorial a quienes lo visitan, en especial
a los que acuden a honrar a un camarada o a un ser querido.
Primero, tienen que encontrar el nombre que buscan; despus,
casi todos suelen acariciar con los dedos el nombre grabado en el
muro, hacer calcos en papel o dejar sus propios objetos y
recordatorios, cualquier cosa, desde un poema, un zapato de
mujer de tacn alto o una copa de champn, hasta una mano de
full de ases de una partida de pquer. Tantos homenajes de este
tipo se han dejado, que se ha creado un museo independiente para
alojarlos. La escena de mucha gente reunida junto al muro,
tocando los nombres de sus seres queridos que cayeron en la
misma guerra, ha emocionado a los observadores, prescindiendo
de cul pueda ser su postura con respecto a la propia guerra.
En mi opinin, una gran parte del poder simblico de este
monumento radica en su capacidad de honrar a los muertos con
una libertad que permite que todos los visitantes dejen en l sus
propios y nicos significados, sus propias historias y sus propios
recuerdos. Podra decirse que, para completar su significado, el
monumento casi exige participacin. Aunque a nadie se le ocurri-

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 99

ra compararlo con el test de Rorschach, lo cierto es que el monumento, no obstante, alcanza su significado ms por lo que le aportan los ciudadanos que por lo que impone el propio monumento.
(Un monumento a la guerra autnticamente cosmopolita, por supuesto, incluira en la lista, junto a los cados estadounidenses, a
todos los civiles y militares muertos en esta guerra, y en el orden
en el que cayeron. Este tipo de monumento exigira un muro que
fuera muchas veces ms largo que el muro existente.)
Podramos comparar el Vietnam Memorial a un monumento a la guerra estadounidense muy diferente: la escultura que representa el momento en el que se iz la bandera estadounidense
en la cima del monte Suribachi en Iwo Jima durante la segunda
guerra mundial. Emotiva por derecho propio, puesto que se refiere al momento final de una victoria lograda a costa de la prdida
de una inmensa cantidad de vidas, la estatua de Iwo Jima es manifiestamente heroica. Su patriotismo, simbolizado por la bandera,
por el tema de la conquista, por su imponente tamao y por su
tema implcito, la unidad en la victoria, deja poco espacio para que
el observador aada algo. Dada la prctica unanimidad con la que
se ve la segunda guerra mundial en Estados Unidos, no sorprende
en absoluto que la estatua en honor de los soldados de Iwo Jima
sea monumental y explcita. Aunque no exactamente falto de originalidad, el monumento a Iwo Jima, en el aspecto simblico, es
ms autosuficiente, igual que la mayor parte de los monumentos
blicos. Los visitantes pueden contemplar con reverencia el monumento, mientras admiran una imagen que, gracias a las fotografas y a la escultura, se ha convertido en un icono de la guerra en el
Pacfico; ahora bien, los visitantes reciben un mensaje, en lugar de
completarlo.
Comparado con la guerra y la muerte, el ejemplo del juego al
que hemos recurrido antes puede parecer trivial. Al fin y al cabo, el
juego no tiene ningn propsito ms all del placer y del disfrute

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Vietnam Memorial, Washington D.C. Fotografa de Lee Bennett Jr. /


www.ATPM.com

del propio juego. Solo funciona bien, y es incluso eficaz, mientras


quienes estn jugando crean que es ms divertido que cualquier
otra cosa que pudieran estar haciendo. Y sin embargo, el juego es
muy instructivo, puesto que, a grandes rasgos, los juegos de este
tipo, sin normas ni estructuras preestablecidas, son un asunto sin
duda muy serio.
Todos los mamferos, y ms en particular el Homo sapiens,
parecen pasar una gran cantidad de tiempo dedicados a juegos
que aparentemente no tienen ningn propsito. Entre otras cosas, el aparente caos del juego, que incluye inocentes peleas, contribuye al desarrollo de la coordinacin y capacidad fsica, regulacin emocional, capacidad de socializar y de adaptarse, sentido de
pertenencia y de sealizacin social, confianza y capacidad de experimentar. La importancia del juego se manifiesta sobre todo en

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 101

Iwo Jima -Memorial,


[email protected]

Washington

D.C.

Fotografa

de

los catastrficos efectos que tiene eliminar el juego del repertorio


de los mamferos, incluido el Homo sapiens sapiens. Si se les niega el
juego, los mamferos no pueden convertirse en adultos felices. Entre los humanos, las personas a quienes se priva del juego son mucho ms propensas a desarrollar un comportamiento antisocial
violento, a sufrir depresin y a sentir una profunda desconfianza.
El fundador del National Institute for the Study of Play, Stuart
Brown, empez a sospechar que el juego tena una gran importancia cuando se dio cuenta por primera vez de que las personas que
mostraban el comportamiento antisocial ms violento tenan en
comn una larga historia de privacin del juego. El juego, junto a
las otras dos principales actividades que parecen no tener ningn
propsito, dormir y soar, resulta ser fundamental, tanto social
como fsicamente.

102 | JAMES C. SCOTT

Fragmento 12
Es ignorancia, estpido!
Incertidumbre y adaptabilidad
Parece que el concepto de eficacia se opone a la libertad que caracteriza al juego. Una vez ha quedado perfectamente definido el
propsito de una actividad, fabricar automviles, vasos de papel,
madera laminada o bombillas, a menudo suele parecer que solo
hay un modo eficaz de llevarla a cabo, al menos en las condiciones
vigentes. Si el entorno de trabajo de una institucin o factora se
mantiene repetitivo, estable y predecible, un conjunto de procedimientos rutinarios preestablecidos podra llegar a demostrar ser
de una eficacia excepcional y, por fuerza, cerrado.
Esta visin de eficacia es deficiente en, al menos, dos
aspectos.
El primero, y el ms evidente, es que en la mayora de las
economas y de los asuntos humanos en general, este tipo de condiciones estticas son la excepcin ms que la regla y, cuando las
condiciones cambian de forma apreciable, lo ms probable es que
se demuestre que estos procedimientos repetitivos carecen de capacidad de adaptacin. Cuanto mayor sea el repertorio de aptitudes que tenga el trabajador, y cuanto mayor sea su capacidad de
ampliar dicho repertorio, tanto mayor ser su capacidad de adaptacin a un entorno de trabajo impredecible, y, por extensin, tanto mayor ser sin duda tambin la capacidad de adaptacin de
una institucin compuesta por este tipo de individuos capaces de
adaptarse. La adaptabilidad y la amplitud ejercen la funcin de pliza de seguro personal e institucional frente a un entorno incierto. Podra sostenerse que esta era, en un sentido ms amplio, la
nica y la mayor ventaja que tuvo el Homo erectus sobre sus competidores primates: su impresionante capacidad de adaptarse a un
entorno caprichoso y, al final, de actuar sobre dicho entorno.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 103

Un breve artculo sobre nutricin publicado en la seccin de


salud del peridico de mi universidad me hizo comprender de un
modo prctico la importancia de la adaptabilidad y de la amplitud.
El artculo observaba, de forma bastante razonada, que, en los ltimos quince aos, la investigacin cientfica haba descubierto
una gran cantidad de nutrientes que ahora se consideraban esenciales para gozar de buena salud. Hasta aqu, muy bien. Despus,
haca una observacin que cre original (y que parafraseo aqu):
esperamos, continuaba el artculo, que en los prximos quince
aos descubriremos muchos elementos nuevos y esenciales para
la dieta cuya existencia todava no conocemos. A la luz de esto,
segua, el mejor consejo que podemos darle al lector es que incluya en su dieta la mayor variedad de alimentos posible, con la esperanza de que as queden incluidos en ella. He aqu, por lo tanto,
un consejo que se fundamenta en el postulado de nuestra ignorancia del futuro.
La segunda deficiencia incrustada en el concepto esttico
de la eficacia es que prescinde por completo del hecho de que la
eficacia de cualquier proceso que involucre el trabajo humano depende de lo que tolerarn los trabajadores. La planta de montaje
de la General Motors en Lordsville, Ohio, cuando fue construida,
era una obra maestra en materia de cadenas de montaje. Las operaciones de la cadena de montaje haban sido divididas en miles
de procedimientos diferentes, y todo el proceso era un modelo de
la eficacia fordista. Las naves estaban bien iluminadas y ventiladas, el suelo se mantena escrupulosamente limpio, haba hilo
musical para contrarrestar el ruido mecnico, y las pausas en el
trabajo estaban programadas. Tambin, en el nombre de la eficacia, era la lnea de montaje ms rpida jams concebida, y exiga
un ritmo de trabajo sin precedentes. Los trabajadores se resistieron a la cadena de montaje y encontraron modos de detenerla, pequeos e indetectables actos de sabotaje. Impulsados por la frustracin y el enfado, averiaron muchas piezas, hasta que el porcen-

104 | JAMES C. SCOTT

taje de piezas defectuosas que necesitaban ser sustituidas se increment de forma vertiginosa. Al final, fue necesario disear de
nuevo la cadena de montaje y disminuir la velocidad a un ritmo
humano. En lo que concierne a nuestro propsito, lo fundamental
aqu es que la resistencia de los trabajadores a la velocidad inhumana de la cadena de montaje es lo que hizo ineficaz el diseo. En
la economa neoclsica no existe un concepto de eficacia laboral
que no presuponga implcitamente unas condiciones de trabajo
que la mano de obra acepte y tolere. Si los trabajadores se niegan a
conformarse a la disciplina del plan de trabajo, pueden, con sus
acciones, invalidar dicha eficacia.

Fragmento 13
PHB: El Producto Humano Bruto
Y qu pasara si planteramos otro tipo de pregunta sobre las instituciones y actividades, una que no fuera la clsica y rgida pregunta neoclsica de cun eficientes son dichas instituciones y actividades con relacin al coste (es decir, recursos, mano de obra, y
capital) por unidad de un producto dado y especfico? Y qu pasara si preguntramos qu tipo de personas engendrara una determinada actividad o institucin? Quirase o no, cualquier actividad
o institucin que podamos imaginar, sin importar cul sea su propsito manifiesto y declarado, tambin transforma a las personas.
Qu pasara si decidiramos dejar en un segundo plano el
propsito manifiesto de una institucin y la eficacia con la que se
consigue dicho propsito y preguntramos cul es su producto
humano? Hay muchas formas de evaluar los resultados humanos
de las instituciones y de las actividades econmicas, y es poco probable que pudiramos concebir un instrumento de medida completo y convincente de, pongamos por caso, el PHB, producto humano bruto, que fuera comparable al PIB, producto interior bruto

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 105

que los economistas miden en unidades monetarias.


Si, sin intimidarnos ante estas dificultades, decidiramos
intentarlo, podramos, creo, identificar dos posibles enfoques:
uno que pudiera calibrar en qu medida el proceso de trabajo ampla la capacidad y la competencia humanas, y un segundo que
fundamentara la evaluacin en la valoracin de los propios trabajadores de su propia satisfaccin. El primero puede medirse, al
menos en principio, en trminos ordinales de ms o menos.
Qu pasara si le aplicramos a la cadena de montaje industrial los criterios para medir la capacidad y la competencia humanas? Despus de pasar cinco o diez aos en la cadena de montaje de Lordsville, en River Rouge, cules son las probabilidades
de que la capacidad y la competencia tcnica de un trabajador se
hubieran incrementado de forma significativa? Apenas ninguna.
De hecho, el objetivo final del anlisis del proceso de fabricacin
(tiempo y movimiento) tras la divisin del trabajo en la cadena de
montaje era el de dividir el proceso de trabajo en miles de minsculos procedimientos que pudieran ser aprendidos con facilidad.
Estaba deliberadamente concebido para eliminar el conocimiento
y la destreza artesanal, y el poder que dicho conocimiento y destreza les confera a los obreros y que haba caracterizado a la poca
de la construccin de carruajes. La cadena de montaje se basaba
en la premisa de una plantilla estandarizada y sin formacin en la
que una mano poda ser sustituida por cualquier otra sin ningn problema. En otras palabras, dependa de lo que uno podra
legtimamente describir como la estupidizacin de la mano de
obra. Si por un casual un obrero ampliaba su capacidad y sus conocimientos tcnicos, o bien lo haca durante su tiempo libre o
bien, algo que no deja de ser perverso, lo haca ingeniando astutas
estrategias para frustrar las intenciones de la direccin, y eso es lo
que ocurri en Lordsville. No obstante, si estuviramos
puntuando el trabajo de la cadena de montaje segn el grado en el

106 | JAMES C. SCOTT

que sirviera para incrementar la capacidad, las aptitudes y el


conocimiento humanos, recibira un suspenso, sin importar su
grado de eficacia en la produccin de automviles. Hace ms de
un siglo y medio, Alexis de Tocqueville, comentando el ya clsico
ejemplo de Adam Smith con respecto a la divisin del trabajo, se
hizo la pregunta esencial: Qu podemos esperar de un hombre
que ha pasado veinte aos de su vida fabricando cabezas de
alfiler?.2
En economa existe un concepto denominado renta de
Hicks, que lleva el nombre del economista britnico John Hicks.
Dicho concepto representaba una primera versin de la economa
del bienestar, en la que la renta de Hicks se incrementaba solo si
los factores de produccin, tierra y mano de obra en particular, no
se degradaban durante el proceso. Si se degradaban, significaba
que el siguiente ciclo de produccin empezara con factores de
produccin de calidad inferior. Por lo tanto, si una tcnica de produccin agrcola agotaba los nutrientes del suelo (en ocasiones denominado en ingls soil mining), dicha prdida se reflejara en la
disminucin de la renta de Hicks. De igual modo, se le podran
achacar, hasta este punto, las prdidas en la renta de Hicks a cualquier forma de produccin, por ejemplo la cadena de montaje, que
degrade el talento y la capacidad de la mano de obra. Lo contrario
tambin es aplicable. Las prcticas de cultivo que incrementaran
sistemticamente los nutrientes del suelo y mejoraran la condicin de la tierra cultivable, o las prcticas de produccin que ampliaran las aptitudes e incrementaran los conocimientos de los
trabajadores, se reflejaran en un incremento de la renta de Hicks
del agricultor o de la empresa. Los clculos de Hicks incorporaban
un factor que los economistas del bienestar denominan externaIidades positiva o negativa, aunque, por supuesto, en muy escasas
2 Alexis de Tocqueville, Democracy in America, trad. al ingls de George Lawrence,
Harper-Collins, Nueva York, 1988, p. 555 [hay trad. cast.: La democracia en Amrica,
trad.: Snchez de Aleu, Alianza, Madrid, 1989].

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 107

ocasiones aparecen en los beneficios netos de una empresa.


El trmino capacidad tal como lo hemos utilizado aqu
puede ser comprendido de forma restringida o amplia. Considerado de forma restringida con relacin a, por ejemplo, los obreros
de una planta de produccin de automviles, podra referirse a
cuntas posiciones en la cadena de montaje han ocupado los
trabajadores, si han aprendido a fijar remaches, a soldar, a realizar ajustes de tolerancia y procedimientos similares. En su sentido amplio, puede referirse a si han recibido formacin y si han obtenido las cualificaciones necesarias para ocupar un puesto de trabajo que exija ms conocimientos tcnicos o de gestin, si han adquirido experiencia cooperativa en la organizacin del propio proceso de trabajo, si se ha fomentado su creatividad, si han aprendido las tcnicas de negociacin y de representacin en el trabajo. Si
sometiramos la cadena de montaje al examen que evala la capacidad ampliada de la ciudadana democrtica, quedara patente
que la cadena de montaje es un entorno intensamente autoritario
donde las decisiones las toman los ingenieros y donde se espera
que las unidades sustituibles de la plantilla hagan el trabajo que
tienen asignado de forma ms o menos mecnica. Nunca funciona exactamente as, pero esta es la lgica inherente a la cadena de
montaje. La cadena de montaje como proceso de trabajo arrojara
un producto democrtico neto negativo.
Qu pasara si hiciramos las mismas preguntas sobre la
escuela, la institucin pblica de socializacin ms importante
para los jvenes en la mayor parte del mundo? La pregunta es an
ms pertinente a la luz del hecho de que la escuela pblica fue inventada ms o menos al mismo tiempo que la gran factora bajo
un nico techo, y que las dos instituciones guardan un extraordinario parecido. La escuela era, en cierto sentido, una factora en la
que se imparta la formacin bsica en los conocimientos mnimos necesarios de clculo y lectura en una sociedad en vas de in-

108 | JAMES C. SCOTT

dustrializacin. El personaje de Gradgrind (cuyo nombre significa


triturador de notas), la caricatura de un director de escuela calculador y amenazante que hace Charles Dickens en Tiempos difciles, tiene el propsito de recordarnos la factora: sus mtodos de
trabajo, su disciplinada rigidez en el empleo del tiempo, su autoritarismo, su reglamentado orden visual, y, sobre todo, la desmoralizacin y la resistencia de sus diminutos y jvenes obreros.
La educacin pblica universal est, por supuesto, concebida para hacer mucho ms que limitarse a producir la mano de
obra que necesita la industria. Es una institucin igual de poltica
que econmica. Est concebida para producir un ciudadano patritico cuya lealtad a la nacin triunfe sobre las identidades regionales y locales, el idioma, la etnia y la religin. La ciudadana
universal de la Francia revolucionaria tuvo su contrapartida en el
servicio militar obligatorio universal. La fabricacin de este tipo
de ciudadanos patriticos a travs del sistema educativo se consigui menos a travs del programa de estudios manifiesto que a
travs del idioma vehicular de instruccin, de la estandarizacin, y
de las lecciones implcitas en materia de reglamentacin, autoridad y orden contenidas en dicho sistema.
El sistema moderno de enseanza primaria y secundaria ha
sido muy modificado por las cambiantes teoras pedaggicas y,
ms especialmente, por la abundancia y por la propia cultura juvenil, pero es indudable que tiene sus orgenes en la factora, si
no incluso en la prisin. La educacin universal obligatoria, por
muy democratizadora que pueda ser en cierto sentido, tambin ha
significado que, salvo escasas excepciones, la presencia de los
alumnos es obligatoria. El que la asistencia a clase no sea una
eleccin, que no sea un acto autnomo, significa que el sistema
parte de un error fundamental como institucin obligatoria, con
toda la alienacin que conlleva esta coaccin, en especial en la
poca de crecimiento de los nios.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 109

La gran tragedia del sistema de educacin pblica, no obstante, radica en que es, sobre todo, una factora que produce un
nico producto. Lo nico que han conseguido los esfuerzos de las
ltimas dcadas por estandarizar, medir, examinar y exigir responsabilidades ha sido exacerbar esta tendencia. En el caso de los
alumnos, profesores, directores de escuela y distritos escolares enteros, los incentivos resultantes han tenido el efecto de desviar todos los esfuerzos a la produccin y modelado de un producto estndar que satisfaga los criterios establecidos por los auditores.
Cul es este producto? Es una cierta forma de inteligencia
analtica, de concepcin muy estrecha y que, se supone, puede ser
medida mediante exmenes. Sabemos, por supuesto, que los seres
humanos tenemos muchas competencias que son valiosas e importantes para el buen funcionamiento de una sociedad y que no
estn relacionadas ni de lejos con la inteligencia analtica, como
pueden ser entre otras el talento artstico, la inteligencia imaginativa, la inteligencia mecnica (el tipo de inteligencia que los primeros trabajadores de Ford llevaron consigo desde sus granjas),
las aptitudes musicales y para la danza, la inteligencia creativa, la
inteligencia emocional, las habilidades sociales y la inteligencia
tica. Algunas de estas aptitudes encuentran un lugar en las actividades extraescolares, en especial los deportes, pero no en las actividades que se miden y califican con notas y de las que ahora tanto
dependen los alumnos, los profesores y las escuelas. Esta nivelacin monocromtica de la educacin alcanza algo parecido a una
apoteosis en sistemas educativos como los que se aplican en Francia, Japn, China o Corea, donde el ejercicio culmina en un nico
examen del que dependen fundamentalmente la futura movilidad
y las oportunidades en la vida de una persona. Aqu, la lucha por
conseguir ingresar en las escuelas que tienen mejor reputacin,
por conseguir horas extras de enseanza particular y por asistir a
cursos especiales acelerados que preparan dicho examen se pone
al rojo vivo.

110 | JAMES C. SCOTT

No deja de ser una gran irona que yo, que escribo esto, y
cualquier persona que est leyndolo, seamos los beneficiarios, los
vencedores, de esta feroz y competitiva lucha. Me recuerda una
pintada que vi en una ocasin en un bao de Yale. Alguien haba
escrito: Recuerda que aunque ganes esta carrera de ratas sigues
siendo una rata!. Debajo, una mano diferente haba garabateado
una rplica: S, pero eres un ganador.
Los que hemos ganado esta carrera somos los beneficiarios de por vida de oportunidades y privilegios que de otro modo
no se nos habran presentado. Tambin es posible que de esta victoria se deriven durante toda nuestra vida la sensacin de pertenencia, de superioridad, de haber conseguido algo, y de autoestima. Pongamos entre parntesis, de momento, la cuestin de si
este dividendo est justificado y de lo que realmente significa con
relacin al valor que nos damos a nosotros mismos y que nos dan
los otros, y limitmonos a observar que representa un fondo de capital social que ajusta radicalmente a nuestro favor las posibilidades de movilidad econmica y social. Se trata de un privilegio
vitalicio que se extiende, como mucho, a tal vez la quinta parte de
todos los ciudadanos que produce nuestro sistema. *
Y qu pasa con el resto? Qu pasa con, digamos, el 80 por
100 de los que a todos los efectos pierden esta carrera? Llevan consigo un capital social menor, y las probabilidades se ajustan en su
contra. Tal vez el hecho de que tienen probabilidades de cargar el
resto de su vida con la sensacin de haber sido derrotados, de ser
menos valorados, y de pensar que son inferiores y torpes sea igual
de importante. Este sistema ajusta todava ms las probabilidades
en su contra. Y sin embargo, tenemos motivos racionales para
darle crdito a los juicios de un sistema que valora solo una parte
tan restringida de los talentos humanos y que mide el xito, entre
* Se refiere, claro, al sistema educativo de Estados Unidos de Norteamrica. En
otras regiones los niveles son an ms inferiores. (N. del e.)

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 111

los estrechos lmites de este ancho de banda, solo por la capacidad


de aprobar un examen?
Las personas que obtienen bajas calificaciones en los exmenes que evalan la inteligencia analtica pueden estar dotadas
de un increble talento en una o ms de las muchas formas de inteligencia que el sistema educativo no ensea ni valora. Qu tipo
de sistema es este que desperdicia estos talentos, que hace que las
cuatro quintas partes de sus estudiantes salgan de l con un estigma permanente a ojos de los guardianes de la sociedad, y tal vez
tambin a los suyos propios? Se merecen tanto dao y despilfarro
social los dudosos beneficios de los privilegios y oportunidades
que esta visin pedaggica tan estrecha de miras concede a una
supuesta lite de la inteligencia analtica?

Fragmento 14
Un centro de atencin a la tercera edad
Un escalofriante encuentro con un centro de atencin a la tercera edad hace veinte aos me dej sobrecogido. Dos de mis tas,
ambas viudas y sin hijos vivos, estaban viviendo en una residencia
de la tercera edad en West Virginia, no lejos de la escuela en la que
haban enseado. Era una residencia pequea para unas veinte
mujeres, de las que se esperaba que fueran capaces de vestirse
solas y de caminar sin ayuda hasta el comedor comn. Mis tas
tenan alrededor de ochenta y cinco aos, y una de ellas, tras sufrir
una cada poco tiempo antes, haba ingresado en un hospital, una
estancia que se prolong porque antes de regresar a la residencia
tena que demostrar que era capaz de caminar sin ayuda.
Se dieron cuenta de que, al estar cada vez ms frgiles, tendran que dejar esa residencia e ingresar en un centro de convalecencia que ofreciera cuidados ms intensivos, y por eso, mis tas

112 | JAMES C. SCOTT

me pidieron a m, su pariente ms cercano de la siguiente generacin, que visitara y examinara residencias geritricas a fin de ayudarles a escoger la mejor asistencia que podan permitirse.
Llegu un viernes, y cuando me sent a cenar con ellas en su
residencia el sbado, haba visitado dos centros que parecan adecuados, aunque uno de ellos pareca ms agradable y ms limpio,
al ser menos intenso ese olor que impregna incluso las mejores residencias. Deseoso de saber lo que los propios residentes opinaban del lugar, haba llevado a cabo una especie de encuesta informal yendo de habitacin en habitacin, presentndome, explicando la situacin de mis tas y escuchando lo que los residentes tenan que decir. Las evaluaciones haban sido muy positivas: los ancianos haban alabado los cuidados que reciban, la atencin del
personal y las actividades semanales y pequeas salidas que se les
permitan.
Me puse en marcha el domingo para aadir otras dos residencias cercanas al paquete, esperando poder haber visitado un
total de seis antes de tomar el avin de regreso. Aquella maana
empec, igual que haba hecho el sbado, hablando primero con el
personal y despus con los residentes. En la planta ms cercana a
la zona de recepcin pareca haber solo una enfermera, que me
acompa a visitar las instalaciones y que me iba explicando sobre
la marcha lo que veamos. Una vez finalizada la visita, le dije que
me gustara hablar con algunos de los residentes, y ella, sabiendo
que estaba buscando una plaza para mis tas, me llev en primer
lugar a una habitacin compartida por dos hermanas que haban
llegado juntas el ao anterior.
Tras presentarme y explicarles por qu quera conocer su
experiencia, escuch cmo alababan el cuidado que reciban con
animacin y un cierto entusiasmo. Otro lugar adecuado, empec a pensar. En ese preciso momento, pudo orse el timbre del telfono en la distancia que sonaba en el despacho de las enferme-

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 113

ras. La enfermera se excus y, explicando que los domingos siempre estaban un poco escasos de personal, corri hacia el vestbulo
para contestar el telfono. En el mismo momento en que se encontr fuera del alcance del odo, una de las hermanas se puso el
dedo sobre los labios y, con gran amargura, me dijo haga lo que
haga, no enve aqu a sus tas!, nos tratan fatal. Si nos quejamos de algo o pedimos ms ayuda, nos gritan y nos hacen callar.
Me explicaron que algunos miembros del personal retrasaban sus
baos o tardaban en llevarles la comida o sus efectos personales si
las ancianas hacan algo que les molestaba de un modo u otro. En
ese momento, se oyeron los pasos de la enfermera que se acercaba
a la habitacin, una de las hermanas puso el dedo sobre los labios
otra vez y cuando la enfermera entr, habamos retomado una
conversacin inocua.
Tras salir y subirme al coche para ir a inspeccionar una
cuarta residencia, ca en la cuenta de que acababa de presenciar el
funcionamiento de un rgimen de terror de bajo nivel. A juzgar
por esta experiencia, los residentes, siempre dependientes del personal para sus necesidades ms bsicas, tenan miedo de decir
cualquier cosa que no fuera lo que el personal esperaba de ellos, de
lo contrario podan ser castigados. Mis tas, en especial la profesora de ingls y de debate con complejo de Napolen, no llevaran
demasiado bien este rgimen. Tambin me di cuenta de que, hasta
ese ltimo incidente, en todas las ocasiones haba hablado con los
residentes en presencia de un miembro del personal que estaba
siempre conmigo. A partir de aquel momento, cuando visit las
cuatro residencias que todava tena en mi lista, insist en que me
dejaran visitar a solas la mayor parte de las instalaciones y hablar
con los residentes que encontrara. Si se negaban a ello, como ocurri en tres de las cuatro residencias, me marchaba de inmediato.
Al final, encontr otras razones sobre las que basar la eleccin de residencia. En uno de los centros, cuando expliqu que

114 | JAMES C. SCOTT

mis tas eran profesoras, la jefa de enfermeras me pregunt quines eran y entonces exclam: Oh! La seorita Hutchinson! Me
acuerdo de ella, fue mi profesora de ingls en el instituto. Era estricta, pero recuerdo que sola invitarnos a todos a su granja en
Sandyville. Me pareci que mientras mi ta siguiera siendo la seorita Hutchinson, nuestra profesora de ingls y no solo una frgil anciana annima, tena motivos para esperar que recibiera un
cuidado ms atento y ms personal que, en condiciones ideales, se
extendiera tambin a su compaera de habitacin y hermana.
Solo esperaba que el complejo de Napolen de mi ta Elinore no
fuera tan memorable como para que su antigua alumna quisiera
convertir su estancia en la residencia en una Santa Helena.
Lo que me pareci tan desmoralizante fue imaginar que mis
dos tas, que durante mucho tiempo haban sido destacadas figuras de poder y autoridad, pudieran quedar reducidas en la ltima
etapa de su vida a este tipo de servilismo, temor y silencio. Tampoco poda hacer caso omiso del tono tan infantil que utilizaba el sobrecargado personal de los centros para dirigirse a los ancianos a
los que cuidaban: Venga, cario. Es hora de que te tomes las
pildoritas como una nia buena.
No resulta difcil imaginar lo rpida y completamente que
las condiciones de esta absoluta y abyecta dependencia para las
necesidades corporales ms bsicas de un personal mal pagado y
agobiado por el exceso de trabajo pueden inducir una personalidad institucional, y cmo la infantilizacin puede llegar a producir nios ancianos. La residencia de ancianos, no demasiado diferente de la prisin, el claustro, o los barracones, es como una
institucin total de un poder tan aplastante que las presiones
para adaptarse a sus normas institucionales son casi irresistibles.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 115

Fragmento 15
Enfermedades de la vida institucional
La mayor parte de nuestra vida transcurre en instituciones: de la
familia a la escuela, al ejrcito y a la empresa. Estas instituciones
les dan forma a nuestras expectativas, a nuestra personalidad y a
nuestra rutina diaria en un grado bastante considerable. Una vez
reconocido que estas instituciones son variadas y que no son estticas, podemos, aun as, decir algo sobre los efectos acumulados
de este tipo de instituciones al darnos forma?
Yo creo que s podemos, aunque sea de forma sencilla e improvisada. Lo primero que debemos observar es que, desde la revolucin industrial y la urbanizacin precipitada, una gran parte
de la poblacin, y el nmero sigue creciendo a pasos agigantados,
se ha quedado sin propiedades y depende para su supervivencia
de grandes organizaciones jerrquicas. Y aunque es muy posible
tambin que la economa domstica del pequeo granjero,
agricultor o comerciante se haya visto igual de afectada por la pobreza y sufra la misma inseguridad que la de los proletarios, lo
cierto es que estaba mucho menos sometida a la disciplina cotidiana y directa de gestores, jefes y capataces. Incluso el aparcero, sometido a los caprichos del propietario de su parcela, o el minifundista, muy endeudado con el banco o con los prestamistas, poda
controlar su da de trabajo: cundo sembrar, cmo cultivar, y
cundo cosechar y vender. Comprese con el obrero de la fbrica
ligado al reloj desde las ocho de la maana hasta las cinco de la
tarde, atado al ritmo de la mquina y bajo el estrecho control de
personas o mecanismos electrnicos. Incluso en las industrias de
servicios, el ritmo, la regulacin y el control del trabajo sobrepasan
con mucho lo que experimentaba el pequeo comerciante independiente en materia de supervisin minuciosa.

116 | JAMES C. SCOTT

Lo segundo que debemos observar es que estas instituciones, salvo muy escasas excepciones, estn intensamente jerarquizadas y que, en general, suelen ser autoritarias. Podra decirse que
la formacin en los hbitos jerrquicos empieza, tanto en las sociedades agrarias como en las industriales, en la familia patriarcal.
Si bien el autoritarismo de las estructuras familiares en las que se
trata a nios, mujeres y sirvientes como si fueran propiedad personal del cabeza de familia ha disminuido, la familia patriarcal se
mantiene boyante, y no podra describirse precisamente como un
centro de formacin en autonoma e independencia, excepto, tal
vez, en el caso del cabeza de familia. A lo largo de la historia, la familia patriarcal fue siempre ms bien una formacin en servidumbre para la mayora de sus miembros y un campo de formacin en el autoritarismo para los cabezas de familia varones e hijos
varones que se formaban en la jefatura familiar. Cuando la experiencia de la servidumbre en el seno de la familia se ve reforzada
por una vida laboral adulta que transcurre en su mayor parte en
entornos autoritarios que merman todava ms la autonoma e
independencia del trabajador, las consecuencias para el PHB son
deprimentes.
En una democracia, los efectos sobre la calidad de la ciudadana de una vida vivida en su mayor parte en condiciones de sumisin son lamentables y no auguran nada bueno. Es razonable
imaginar que alguien que vive sometido la prctica totalidad del
tiempo y que ha adquirido los hbitos de supervivencia y de autodefensa en este tipo de entorno pueda convertirse de repente, en
una asamblea local, en un modelo de soberana individual, de pensamiento independiente y dispuesto a correr riesgos? Cmo puede uno pasar directamente de lo que suele ser una dictadura en el
trabajo a la prctica de la ciudadana democrtica en la esfera cvica? Es indudable que los entornos autoritarios configuran la personalidad de formas muy penetrantes. En un experimento que se
hizo famoso, Stanley Milgram descubri que la mayora de los su-

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 117

jetos, si las autoridades en bata blanca les ordenaban hacerlo, administraban lo que ellos crean que eran intensas descargas elctricas que podan incluso poner en peligro la vida de los otros participantes en el experimento. Y Philip Zimbardo, en un experimento psicolgico, descubri que los sujetos a quienes se les haba
asignado el papel de carceleros tardaban tan poco en abusar de su
poder que el experimento tuvo que ser cancelado antes de hacer
ms dao.3
Ms en general, filsofos polticos tan diversos como
tienne de la Botie o Jean-Jacques Rousseau sintieron una gran
preocupacin por las consecuencias polticas de la jerarqua y de la
autocracia. Crean que este tipo de entornos creaban personalidades de sbditos ms que de ciudadanos. Los sbditos aprendan
los hbitos de la deferencia, eran aptos para adular a sus superiores y adoptar un tono de servilismo, disimulando cuando era necesario, y en muy raras ocasiones aventurndose a formular una
opinin independiente, y menos an, controvertida. Su comportamiento, en general, era cauto, y si tal vez tenan opiniones propias, o incluso subversivas, se las guardaban para s, evitando los
actos pblicos que dejaran patente que tenan criterio propio o
que se marcaban su propio rumbo moral.
Bajo las formas ms rgidas de institucionalizacin (el
trmino en s mismo ya es definitorio), tales como prisiones, manicomios, orfanatos, centros de trabajo para pobres *, campos de
3 Stanley Milgram, Obedience to Authority: An Experimental View, Harper-Collins,
Nueva York, 1974 [hay trad. cast.: Obediencia a la autoridad: un punto de vista experimental, trad.: J. Goitia Gorritxo, Descle de Brouwer, Bilbao, 1980); Philip G. Zimbardo, The Lucifer Effect: How Good People Turn Evil, Random House, Nueva York,
2008 [hay trad. cast.: El efecto Lucifer: el porqu de la maldad, trad.: G. Snchez
Barbern, Paids Ibrica, Barcelona, 2008].
* El centro de trabajo para pobre, workhouse en ingls, fue una institucin britnica aparecida a mediados del siglo XVIII. En sus centros se acoga a los pobres y se
les daba cama, comida, atencin mdica y educacin a los nios a cambio de trabajos que estaban obligados a realizar. (N. de la t.)

118 | JAMES C. SCOTT

concentracin y residencias de ancianos, aparece un trastorno de


la personalidad que en ocasiones se ha denominado neurosis institucional. Se trata de la consecuencia directa de la propia institucionalizacin a largo plazo. Quienes padecen este trastorno son
personas apticas, carentes de iniciativa, que muestran una prdida generalizada de inters por su entorno, no hacen planes, y carecen de espontaneidad. Es posible que los que mandan los vean
bajo una luz favorable, puesto que estos sujetos institucionales
cooperan y no crean problemas, y se adaptan bien a las rutinas
institucionales. En los casos ms graves, pueden infantilizarse y
adoptar una postura y actitud caractersticas (en los campos de
concentracin nazis, este tipo de prisioneros, al borde de la muerte debido a las privaciones, eran llamados por el resto de presos
Musselmnner), y convertirse en personas aisladas en s mismas e
inaccesibles. Estos son los efectos institucionales que producen la
privacin del contacto con el mundo exterior, la prdida de amigos y posesiones, y la naturaleza del poder que tiene el personal de
estos centros sobre ellos.
La pregunta que quiero plantear es la siguiente: son las caractersticas autoritarias y jerrquicas de la mayor parte de las instituciones contemporneas del mundo moderno, familia, escuela,
factora, oficina, obra, las que producen una dbil forma de neurosis institucional? En un extremo del continuum institucional, uno
puede situar las instituciones totales que destruyen de forma rutinaria la autonoma y la iniciativa de sus sujetos. En el otro extremo de este continuum se halla, quiz, alguna versin ideal de la democracia jeffersoniana, compuesta por granjeros y agricultores
minifundistas independientes, autosuficientes, gestores de sus
propias pequeas empresas, responsables solo ante s mismos, libres de deuda, y ms en general, sin ninguna razn institucional
por la que mostrarse serviles o deferentes. Jefferson crey que este
tipo de granjeros, agricultores y pequeos empresarios independientes constituan la base de una esfera pblica vigorosa e inde-

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 119

pendiente en la que los ciudadanos podan decir lo que pensaban


sin temor ni favor. En algn punto entre estos dos polos se encuentra la situacin contempornea de la mayora de los ciudadanos de las democracias occidentales: una esfera pblica relativamente libre, pero una experiencia institucional cotidiana que se
contradice con las presunciones implcitas tras esta esfera pblica
y que alienta, y a menudo recompensa, la cautela, la deferencia, el
servilismo y el conformismo. Engendra esto una forma de neurosis institucional que socava la vitalidad del dilogo cvico? Y, en
trminos ms generales, producen los efectos acumulados de la
vida en el seno de la familia patriarcal, del estado y de otras
instituciones jerrquicas un sujeto ms pasivo que carece de la
capacidad espontnea para el mutualismo, tan alabada por los
tericos tanto anarquistas como demcratas liberales?
Si la respuesta a ambas preguntas es afirmativa, entonces
una tarea urgente de la poltica pblica es la de fomentar las instituciones que amplen la independencia, la autonoma y las capacidades de la ciudadana. Cmo es posible ajustar el mundo institucional en el que viven los ciudadanos de modo que est en una mayor armona con la capacidad para ejercer la ciudadana
democrtica?

Fragmento 16
Un modesto ejemplo contraintuitivo: eliminacin de los
semforos
La regulacin de la vida diaria es tan omnipresente y est tan incrustada en nuestras expectativas y rutinas que pasa casi desapercibida. Tomemos el ejemplo de los semforos en las intersecciones. Inventado en Estados Unidos tras la primera guerra mundial,
el semforo sustituy el buen juicio del tcnico de trfico en el
toma y daca mutuo que haba predominado desde siempre entre

120 | JAMES C. SCOTT

peatones, carros, vehculos de motor y bicicletas. El propsito del


semforo era el de evitar los accidentes mediante la imposicin de
un plan de coordinacin sistematizado. El resultado ha sido muy a
menudo la escena de Neubrandenburg descrita al principio de
este libro: grandes grupos de gente esperando pacientemente a
que el semforo cambiara de color pese a ser ms que evidente
que no circulaba ningn tipo de trfico en absoluto. Todas estas
personas haban adquirido el hbito de dejar en suspenso su criterio independiente, o tal vez su comportamiento se deba al temor
cvico de las consecuencias ltimas que pudiera tener ejercer dicho criterio independiente en contra del orden electrnico legal
dominante.
Qu ocurrira si no existiera ningn orden electrnico en la
interseccin, y si los conductores, motoristas y peatones tuvieran
que aplicar su propio criterio independiente? Desde 1999, empezando en la ciudad de Drachten, en los Pases Bajos, esta suposicin ha sido puesta a prueba con unos resultados asombrosos que
han llevado a una oleada de eliminaciones del semforo rojo por
toda Europa y Estados Unidos.4 Tanto el razonamiento tras esta
iniciativa poltica de pequea envergadura como sus resultados
son, en mi opinin, representativos de otros intentos de mayor
envergadura de crear instituciones que amplen el mbito de aplicacin del criterio independiente y que desarrollen las
capacidades.
Hans Monderman, el tcnico de trfico que en el ao 2003
se enfrent a la lgica vigente y el primero en sugerir la eliminacin de los semforos en Drachten, se dedic ms tarde a promover el concepto de espacio compartido que arraig rpidamente
en Europa. Monderman empez observando que, cuando un fallo
elctrico inutilizaba los semforos, el resultado era la mejora del
4 Vase por ejemplo, http://www.telegraph.co.uk/news/uknews/1533248/is-thisthe-end-of-the-road-for-traffic-lights.htmI.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 121

trfico, y no los atascos. A modo de experimento, sustituy el semforo de la interseccin de trfico ms intenso de Drachten, por
la que circulaban 22.000 coches al da, por una rotonda, la prolongacin de un carril-bici y una zona peatonal. En los dos aos que
siguieron a la retirada del semforo, el nmero de accidentes descendi a solo dos, en lugar de los 36 choques en los cuatro aos anteriores. El trfico circula con mayor fluidez por la interseccin
cuando todos los conductores saben que deben permanecer
atentos y utilizar su sentido comn, mientras que los
embotellamientos y la agresividad que se les asocia casi han
desaparecido. Monderman lo compar con los patinadores en una
pista de hielo abarrotada que consiguen adaptar sus movimientos
a los de los otros patinadores. Tambin crea que un exceso de
sealizacin llevaba a los conductores a apartar la mirada de la
carretera, y que, de hecho, contribua a aumentar la peligrosidad
de los cruces.
En mi opinin, la eliminacin de los semforos puede ser
vista como un modesto ejercicio de entrenamiento en conduccin
responsable y cortesa cvica. Monderman no se opona por principio a los semforos, simplemente no le pareca que en Drachten
fueran tiles de verdad en cuanto a la seguridad, a la mejora de la
circulacin del trfico rodado y a la disminucin de la contaminacin. La rotonda parece peligrosa, y sta es precisamente la cuestin. Monderman sostena que cuando se fuerza a los conductores a ser ms precavidos en su manera de conducir, se comportan
con ms prudencia, y las estadsticas de los accidentes posteriores a la eliminacin del semforo confirman su teora. Al tener
que compartir la carretera con otros usuarios y no contar con la
coordinacin obligatoria impuesta por los semforos, el contexto
exige que se le preste atencin, una atencin inducida por la ley
que, en caso de accidentes en los que la culpa resulta difcil de de terminar, declara presunto culpable al ms fuerte (es decir, cul-

122 | JAMES C. SCOTT

pa al conductor de un automvil y no al ciclista, y al ciclista en lugar de al peatn).


El concepto de espacio compartido en la gestin del trfico
depende de la inteligencia, del sentido comn y de la observacin
atenta de los conductores, motoristas, ciclistas y peatones. Al mismo tiempo, podra decirse que, a su modo, desarrolla las aptitudes
y la capacidad de conductores, motoristas, ciclistas y peatones de
circular entre el trfico sin ser tratados como autmatas por
montones de imperiosas seales de trfico (solo en Alemania,
existen 648 seales de trfico reglamentarias, que se van
acumulando segn uno se acerca a una ciudad). Monderman crea
que cuanto ms numerosas eran las prescripciones, tanto ms se
incitaba a los conductores a buscar la mxima ventaja en el marco
de las reglas: exceso de velocidad entre seales, acelerar para
pasar en mbar, evitar todas las cortesas no prescritas. Los
conductores haban aprendido a circular sorteando la maraa de
ordenanzas para sacar el mximo provecho. Sin querer exagerar
su importancia respecto a su capacidad de agitar el mundo, lo
cierto es que la innovacin de Monderman s realiza una
contribucin palpable al producto humano bruto.
El efecto de lo que significaba un cambio de paradigma en
la gestin del trfico fue la euforia. Las pequeas ciudades holandesas colocaron carteles anunciando que estaban libres de seales de trfico (Verkeersbordvrij), y un congreso en el que se debata
la nueva filosofa proclam que lo inseguro es seguro.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 123

4. DOS HURRAS POR LA PEQUEA BURGUESA


Fragmento 17
Presentamos una clase difamada
Ningn aumento de las riquezas materiales les compensar
por los arreglos que insultan su respeto propio y menguan
su libertad.
R.H. Tawney1
Ha llegado el momento de que alguien hable bien de la pequea
burguesa. A diferencia de los obreros y de los capitalistas, a quienes nunca les han faltado portavoces, la pequea burguesa, en
muy raras ocasiones, si es que lo hace alguna vez, habla en su propio nombre. Y mientras los capitalistas se renen en asociaciones
de empresarios y en el Foro Econmico Mundial de Davos, y los
obreros se concentran en congresos sindicales, la nica vez, hasta
donde yo s, que la pequea burguesa se reuni a ttulo propio,
fue en el Primer Congreso Internacional de la Pequea Burguesa
en Bruselas en el ao 1901. Nunca se celebr un segundo congreso.
1 R.H. Tawney, Religion and the Rise of Capitalism, Penguin, Harmondsworth, 1969,
p. 28 [hay trad. cast.: La religin en el orto del capitalismo, trad.: J. Menndez, Revista
de Derecho Privado, Madrid, 1936]; Tawney, La Religin, p. 447.

124 | JAMES C. SCOTT

Por qu salir en defensa de una clase que permanece en un


relativo anonimato y que, sin lugar a dudas, no es, en lenguaje
marxista, una clase fr sich (en s misma)? Las razones son varias.
La primera y la ms importante, creo que la pequea burguesa y
los pequeos propietarios en general representan una zona muy
valiosa de autonoma y de libertad en sistemas estatales cada vez
ms dominados por las grandes burocracias pblicas y privadas.
La autonoma y la libertad, junto con el mutualismo, son el ncleo
de la sensibilidad anarquista. La segunda, estoy convencido de
que la pequea burguesa realiza unos servicios sociales y econmicos fundamentales en el seno de cualquier sistema poltico.
Por ltimo, dada cualquier definicin generosa de sus lmites de clase, la pequea burguesa representa la mayor clase del
mundo. Si incluimos en ella no solo a los icnicos tenderos, sino
tambin a los campesinos minifundistas, artesanos, vendedores
ambulantes, pequeos profesionales independientes y pequeos
comerciantes cuya nica propiedad sea quiz un carro o un bote
de remos y algunas herramientas, la clase se hincha como un globo. Si le aadimos la periferia de esta clase, a saber, agricultores
aparceros, labradores por cuenta propia con su propio animal de
tiro, traperos, buhoneros y vendedoras a domicilio itinerantes,
profesionales cuya autonoma est ms restringida y cuyas propiedades son realmente mnimas, la clase crece todava ms. Lo
que todos ellos tienen en comn, no obstante, y lo que les distingue de los oficinistas y de los obreros de las factoras es que ellos
controlan su trabajo y su horario laboral sin apenas, o ninguna,
supervisin. Uno puede legtimamente considerar que esta autonoma es muy dudosa cuando significa, en su aspecto prctico,
trabajar dieciocho horas al da a cambio de una remuneracin que
apenas puede proveer los medios ms bsicos de subsistencia. Y
sin embargo, est claro, como veremos en seguida, que el deseo de
autonoma, de controlar su propia jornada laboral, y la sensacin
de libertad y de respeto de uno mismo que este tipo de control

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 125

proporciona, son una aspiracin social que ha sido muy


subestimada por una gran parte de la poblacin mundial.

Fragmento 18
La etiologa del desprecio
Antes de que empecemos a colmar de elogios a la pequea burguesa, hagamos una pausa para analizar por qu, como clase, tiene tan mala prensa. El desprecio marxista hacia la pequea burguesa es, en parte, estructural. La industria capitalista cre el proletariado y, por lo tanto, solo con la emancipacin del proletariado
se podr trascender el sistema del capitalismo. Curiosa, y tambin
lgicamente, los marxistas, no sin una cierta reticencia, sienten
admiracin por los capitalistas que trascendieron el feudalismo y
desencadenaron las enormes fuerzas productivas de la industria
moderna. Podra decirse que sentaron las bases de la revolucin
proletaria y del triunfo del comunismo entre la abundancia material. La pequea burguesa, en contraste, no es ni chicha ni limonada; quienes pertenecen a ella son en su mayora pobres, pero
son capitalistas pobres. Pueden, de vez en cuando, aliarse con la
izquierda, pero son amigos de conveniencia, y su lealtad, en esencia, no es fiable puesto que tienen un pie a ambos lados de la lnea
y desean convertirse en grandes capitalistas.
La traduccin literal del francs petite al ingls petty* en lugar de, por ejemplo, small, pequea, es ms perjudicial an, porque ahora parece significar no solo pequea, sino adems de una
trivialidad despreciable, como por ejemplo en pettifoggery
(quisquillosidad), petty cash (calderilla) o simplemente petty (in* En ingls, pequea burguesa es petty bourgeoisie, y petty en ingls tiene connotaciones negativas, significa insignificante, nimio, trivial, de escasa importancia, menor, y adjetivos despreciativos similares, de ah todos los comentarios que siguen del autor. (N. de la t.)

126 | JAMES C. SCOTT

significante, nimio, trivial, de escasa importancia,


menor). Y cuando forma el compuesto ingls petty-bourgeoisie, se
une al desprecio que sienten los marxistas, la intelectualidad y la
aristocracia por el gusto hortera y la vulgar preocupacin por el dinero y las propiedades que caracterizan a los nuevos ricos. Despus de la revolucin bolchevique, ser tildado de pequeo burgus
poda significar la prisin, el destierro y el exilio, o incluso la
muerte. El desprecio por la pequea burguesa se asoci a la teora
microbiana de la enfermedad en unos trminos que presagiaban
el antisemitismo nazi. Bujarin, estigmatizando a los obreros y marineros en huelga en Kronstadt, observ que la infeccin de la pequea burguesa se ha extendido desde el campesinado hasta algunos segmentos de la clase obrera.2 Los pequeos campesinos
que se resistieron a la colectivizacin fueron castigados en trminos similares: el autntico peligro de los bacilos del miasma burgus y pequeoburgus sigue vivo; la desinfeccin es necesaria. 3
En este ltimo caso, los bacilos en cuestin eran casi todos pequeos granjeros minifundistas con un modesto supervit que podan, tal vez, en poca de cosecha, contratar a unos pocos peones.
Y, por supuesto, la inmensa mayora de la pequea burguesa son
personas relativamente pobres, que trabajan duro y que apenas
poseen las suficientes propiedades para llegar, con dificultades, a
final de mes; la explotacin que practican est restringida sobre
todo a la familia patriarcal, lo que un autor ha denominado
autoexplotacin.4

2 Paul Averich, Kronstadt 1921, Princeton University Press, Princeton NJ, 1970, p.
66. [Hay trad. cast. http://www.librosdeanarres.com.ar/kronstadt-1921]
3 Vaisberg, hablando en 1929, y citado en R.W. Davies, The Socialist Offensive: The
Collectivization of Russian Agriculture, 1929-1930, Macmillan, Londres, 1980, p. 175.
4 A. V. Chayanov, The Theory of Peasant Economy, ed. Daniel Thorner, trad, al ingls
de Basile Kerblay y R.E.F. Smith, Richard Irwin para la American Economic
Association, Homewood, 1L, 1966, publicado originalmente en ruso en 1926.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 127

La aversin hacia la pequea burguesa, en mi opinin,


tambin tiene un origen estructural, un origen que comparten el
antiguo bloque socialista y las grandes democracias capitalistas.
El hecho es que casi todas las formas de pequea propiedad tienen
los medios de eludir el control del estado: resulta difcil hacer un
seguimiento de las pequeas propiedades, que adems son difciles de fiscalizar y vigilar; se resisten a la regulacin debido a su
complejidad, variedad y movilidad de sus actividades. La crisis de
1929 que llev a la impetuosa campaa de colectivizacin de Stalin
fue debida, precisamente, a que no haba conseguido apropiarse
de los cereales suficientes producidos por el campesinado minifundista. Como regla general, los estados de cualquier descripcin, o casi, siempre han preferido las unidades de produccin de
cuyos cereales pueden apropiarse con facilidad, y a las que no les
resulte difcil extraerles impuestos. Por esta razn, el estado ha
sido casi siempre el enemigo implacable de los pueblos nmadas y
gentes en movimiento, gitanos, pastores trashumantes, vendedores ambulantes y agricultores itinerantes, emigrantes y temporeros, puesto que sus actividades son opacas y mviles, y vuelan por
debajo del radar del estado. Por una razn muy similar, los estados prefieren las grandes empresas agrcolas, granjas colectivas,
plantaciones y organismos estatales de comercializacin a la agricultura minifundista y al pequeo comercio. Han preferido las
grandes corporaciones, bancos y conglomerados industriales al
pequeo comercio y a la industria a pequea escala. Aunque los
primeros son menos eficientes que los segundos, a las autoridades
fiscales les resulta ms fcil controlarlos, regularlos y fiscalizarlos.
Cuanto ms penetrante sea el control fiscal del estado, mayores
sern las posibilidades de que surja una economa gris o
negra informal y no registrada para evadir dicho control. Y
resulta innecesario afirmar que el puro tamao y los profundos
bolsillos de las mayores instituciones les garantizan un silln en
los consejos de administracin del poder.

128 | JAMES C. SCOTT

Fragmento 19
Sueos pequeoburgueses: el atractivo de la propiedad
Para abreviar una larga historia, hace unos veinte mil aos que el
Homo sapiens corre por este mundo. Los estados no fueron inventados hasta hace unos cinco mil aos ms o menos, y hasta hace
unos mil, la mayor parte de la humanidad viva ajena a cualquier
cosa que pudiera ser llamada estado. La mayora de los que vivan
en el interior de aquellos estados eran pequeos propietarios
(campesinos, artesanos, tenderos y mercaderes), y cuando, a partir del siglo XVII, aparecieron determinados derechos de representacin, fueron concedidos en funcin del rango social y de las
propiedades. Es posible que las grandes organizaciones burocrticas caractersticas de la era moderna, al principio, hubieran tomado como modelo el monasterio o los cuarteles, pero son esencialmente un producto de los ltimos dos siglos y medio. Este es otro
modo de decir que existe una larga historia ajena al estado y que la
vida en el interior del estado hasta el siglo XVIII estableca una
clara diferencia entre una poblacin formalmente no libre (esclavos, siervos y dependientes), por una parte, y, por la otra, una gran
poblacin formada por pequeos propietarios que dispona, en
teora, y a menudo en la prctica, de determinados derechos para
fundar familias: poseer y heredar tierras, unirse en gremios, elegir
a los dirigentes de su pueblo y elevar peticiones a los gobernantes.
La relativa autonoma e independencia de las clases subordinadas
adoptaba, por lo tanto, dos formas: la vida en los mrgenes, fuera
del alcance del estado, o la vida en el interior del estado con los
derechos mnimos asociados a la pequea propiedad.
Sospecho que el gran deseo que puede observarse en muchas sociedades de poseer un trozo de tierra, una casa en propiedad, o un comercio propio, se debe en gran medida no solo al margen real de independencia, autonoma y seguridad que confiere el
ser propietario de algo, sino tambin a la dignidad, rango y hono-

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 129

res asociados a la pequea propiedad a ojos del estado y de los vecinos. En opinin de Thomas Jefferson, la agricultura independiente minifundista fomentaba las virtudes sociales y constitua
los cimientos de la ciudadana democrtica:
Los cultivadores de la tierra son los ciudadanos
ms valiosos, son los ms vigorosos, los ms independientes y los ms virtuosos; estn ligados a su pas y
casados con la libertad de intereses de su pas por los
vnculos ms duraderos.5
Durante la poca en la que viv en una sociedad campesina,
y en el curso de mis lecturas sobre el campesinado, me result imposible no prestarle atencin a la increble tenacidad con la que
muchos minifundistas marginales se aferraban al pedazo ms pequeo de tierra. Cuando la pura lgica econmica pareca indicar
que les ira mejor si buscaban un arrendamiento o una aparcera
rentable, o incluso si se trasladaban a la ciudad, se mantuvieron
en la cuerda floja todo el tiempo que pudieron resistir. Los que no
tenan tierra propia que cultivar buscaban aparceras a largo
plazo, preferiblemente en tierras de familiares, la segunda mejor
opcin, en cuanto a estatus, despus de ser propietario. Los que
no tenan tierras propias ni la posibilidad de hacerse una
aparcera viable, y que haban quedado reducidos a trabajar para
otros, se aferraron a las parcelas en las que tenan su casa hasta el
final. En trminos de ingresos puros, una buena parte de los
aparceros ingresaban ms que los minifundistas, y una buena
parte de los peones a sueldo ingresaban ms que los aparceros. A
los campesinos, sin embargo, les pareca que la diferencia en
cuanto a autonoma, independencia y, por lo tanto, posicin social
era decisiva. El minifundista, a diferencia del aparcero, no
dependa de nadie en cuanto a tierras de labranza, y el aparcero, a
5 Henry Stephens Randall, Cultivators, en The Life of Thomas Jefferson, vol. 1,
1858, p. 437.

130 | JAMES C. SCOTT

diferencia del pen, tena tierra, al menos para la temporada en


curso, y el control sobre su jornada laboral, mientras que el pen
quedaba relegado a lo que se consideraba una dependencia
degradante de la buena voluntad de vecinos y familiares. La
humillacin final consista en perder este ltimo smbolo de
independencia, la parcela donde estaba su casa.
Cada nuevo peldao descendido del sistema de clases de los
pequeos pueblos representaba una prdida de seguridad econmica y de independencia. Lo esencial del sueo de la pequea burguesa, no obstante, no era algn clculo abstracto de seguridad
de ingresos, sino el profundo deseo de disfrutar de la completa
ciudadana cultural. La propiedad significaba la capacidad de celebrar matrimonios, funerales, y, en un pequeo pueblo malayo, el
banquete del fin del Ramadn, de un modo que le diera expresin
social a su vala y a su rango. Los campesinos medios, cuya estable situacin econmica les permita tener siempre los recursos
necesarios para celebrar estos rituales, no eran solo los habitantes
ms influyentes del pueblo sino tambin los modelos a imitar.
Quedarse lejos de este modelo significaba convertirse en un
ciudadano cultural de segunda clase.
Los sueos frustrados de la pequea burguesa son la yesca
habitual del fermento revolucionario. La tierra para quien la trabaja, en una forma u otra, ha sido el llamamiento ms eficaz de la
mayor parte de las revoluciones agrarias. La revolucin campesina
en Rusia en 1917 se vio acelerada por el regreso precipitado de los
soldados rusos, derrotados en el frente de Austria, que volvan a su
patria y participaron en las confiscaciones de tierras que se estaban llevando a cabo. Para muchos de aquellos a quienes se llam
palos desnudos (sueltos, excedentes), agricultores sin tierras
de la China prerrevolucionaria, el Ejrcito Popular Revolucionario
represent la valiosa oportunidad de tener su propia tierra, fundar una familia (patriarcal) y conseguir la tan ansiada ciudadana

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 131

cultural que, entre otras cosas, significaba poder tener un entierro


honorable. La clave (el cebo?) de la entusiasta participacin del
campesinado en prcticamente todas las revoluciones del siglo XX
fue siempre la posibilidad de conseguir tierra en propiedad y el
rango y la independencia que dicha propiedad conllevaba. Cuando
a la reforma agraria le sigui la colectivizacin, la mayor parte del
campesinado se resisti, sintiendo que se haban traicionado sus
aspiraciones.
Los sueos de la pequea burguesa permean tambin la
imaginacin del proletariado industrial. Los ms rojos de los proletarios rojos, los militantes mineros del carbn y los trabajadores
del metal de la regin del Ruhr en 1919, en quienes Lenin haba depositado sus esperanzas revolucionarias, constituyen un extraordinario ejemplo de ello.6 A la pregunta de qu era lo que deseaban,
respondieron expresando deseos de una extraordinaria modestia.
Queran salarios ms altos, una jornada laboral ms corta y descansos ms largos, como era de esperar. Pero ms all de lo que los
marxistas llamaran en trminos despreciativos conciencia sindical, ansiaban que sus jefes les trataran con respeto (y que les llamaran seor Tal) y aspiraban a tener una pequea casita con un
pequeo jardn que pudieran llamar suyos. No es nada sorprendente que el nuevo proletariado industrializado conservara las aspiraciones sociales de sus pueblos de origen, pero su exigencia de
respeto social y de los avos culturales de una vida independiente
no encajaban en absoluto ni en el estereotipo de la clase obrera
economicista con la mirada fija en el dinero ni en el del proletariado revolucionario.

6 Barrington Moore, Jr., Injustice: The Social Basis of Obedience, M.E. Sharpe,
Armongk, N.Y., 1978 [hay trad. cast.: La injusticia, bases sociales de la obediencia y la
rebelin, trad.: S. Sefchovich, Universidad Nacional Autnoma de Mxico, Mxico,
D.F., 1989].

132 | JAMES C. SCOTT

A lo largo de las ltimas dcadas, las encuestas de opinin


habituales en Estados Unidos les han preguntado a los obreros industriales qu tipo de trabajo preferiran en lugar de la factora. 7
Un porcentaje asombrosamente alto responden abrir una tienda,
o un restaurante, o bien tener un granja. El tema unificador de estos sueos es la libertad, liberarse de la rgida supervisin, y la autonoma de la jornada laboral que, en su mente, compensa con
creces las largas horas y los riesgos de este tipo de pequeos negocios. La mayora de ellos, por supuesto, nunca hacen nada para hacer realidad este sueo, pero la tenaz persistencia de este deseo,
en forma de fantasa, constituye un indicador de su poder.
Para los que han conocido la autntica esclavitud, en
contraposicin a la esclavitud de los sueldos, la posibilidad de
una vida independiente, por muy marginal que pudiera ser, era
un sueo hecho realidad. 8 Los esclavos a lo largo y ancho de todos
los estados confederados, una vez emancipados, pusieron pies en
polvorosa y se instalaron en las fronteras de la agricultura de plantacin, ganndose apenas la vida, una vida independiente, gracias
a las tierras comunes. Con un rifle, una mula, una vaca, un
anzuelo de pesca, unos pocos pollos y gansos y un arado, pudieron
llevar una vida independiente y trabajar solo en escasas ocasiones
para el hombre, y en este caso, solo cuando necesitaban satisfacer su necesidad temporal de dinero en efectivo. Los blancos pobres vivan tambin de las tierras comunes de un modo muy parecido, evitando la degradante dependencia de sus vecinos ms ricos. El resultado fue el final de la economa de plantacin, que solo
fue restaurada, de una forma muy diferente, a partir de la dcada
de 1880, tras la promulgacin de las leyes que autorizaban los cercados por todo el sur, leyes explcitamente concebidas para impe7 Robert E. Lane, Political Ideology: Why the American Common Man Believes What
He Does, Free Press, Glencoe, 1L., 1962.
8 Steven H. Hahn, The Roots of Southern Populism: Yeoman Farmers and the
Transformation of the Georgia Upcountry, Oxford University Press, Oxford, 1984.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 133

dir el uso y el acceso a las tierras comunes a los negros y blancos


independientes, y obligarles as a reincorporarse al mercado de
trabajo. El notorio sistema de aparcera, lo ms parecido que ha
tenido Estados Unidos a la servidumbre feudal, fue el resultado.
El deseo de autonoma parece tan poderoso que puede llegar a adoptar formas muy perversas. En entornos de factoras,
donde la cadena de montaje est ajustada al detalle a fin de reducir la autonoma hasta el punto de hacerla desaparecer, los obreros
consiguen no obstante escamotear tiempo autnomo para sus
propias payasadas como expresin de independencia. 9 Los obreros de la automocin en la cadena de Montaje de River Rouge se
precipitan para llegar los primeros y poder encontrar as un rincn en el que echar un sueecito o jugar un peligroso partido de
hockey con remaches. Los trabajadores en la Hungra socialista escamoteaban tiempo para hacer trabajitos, pequeas piezas torneadas para su propio uso, aun cuando dichas piezas no tuvieran
las ms mnima utilidad. En un sistema de trabajo diseado para
exterminar el juego, los trabajadores rechazan esta cosificacin
y aburrimiento afirmando su autonoma de maneras muy
creativas.
Las modernas agroindustrias han logrado explotar de un
modo que roza lo diablico el deseo de tener una pequea propiedad y autonoma y han sabido sacarle provecho. La prctica de la
ganadera por contrato en la cra de pollos es un ejemplo definitorio.10 Sabiendo que las grandes operaciones de confinamiento son
epidemiolgicamente peligrosas, las grandes compaas subcon9 Vase, p.e., Alf Ludke, Organizational Order or Eigensinn? Workers Privacy
and Workers Politics, en Rites of Power, Symbolism, Ritual and Politics since the
Middle Ages, ed. Scan Wilentz, University of Pennsylvania Press, Filadelfia, 1985,
pp. 312-344; Miklos Haraszti, Worker in a Worker State, Penguin, Harmondsworth,
1977; y Ben Hamper, Rivet Head: Tales from the Assembly Line, Little, Brown, Boston,
1991.
10 M. J. Watts, y P. Little, Globalizing Agro-Food, Routledge, Londres, 1997.

134 | JAMES C. SCOTT

tratan la cra de pollos a criadores ganaderos independientes. El


subcontratista es el nico responsable de la construccin, segn
especificaciones detalladas establecidas por Tyson o por cualquier
otra gran agroindustria, de las grandes naves necesarias para la
cra, y es responsable asimismo de la hipoteca necesaria para su financiacin. La empresa agroindustrial entrega los polluelos y especifica minuciosamente en el contrato la alimentacin, la bebida,
la medicacin y el rgimen de limpieza, y le vende al subcontratista todos los suministros necesarios. Despus, instaura un rgido
control sobre el rendimiento diario del subcontratista, quien cobra al trmino del contrato segn el aumento de peso del animal y
su tasa de supervivencia, unas tarifas calculadas segn las
condiciones cambiantes del mercado. A menudo, los contratos se
encadenan, pero el granjero no tiene ninguna garanta de
renovacin.
Lo que es perverso de este sistema es que mantiene un simulacro de independencia y de autonoma al mismo tiempo que
vaca estos trminos de todo su contenido real. El subcontratista
es un propietario rural independiente (y propietario de una hipoteca), pero su jornada laboral y sus movimientos estn casi tan coreografiados como los del obrero de la cadena de montaje. Aunque
no tiene un supervisor pegado a su espalda que le controle, si el
contrato no se renueva, se queda tirado con una hipoteca del tamao de su nave. Lo que hacen las agroindustrias es transferir a
todos los efectos los riesgos de la propiedad de tierras, del capital
prestado y de la gestin de la mano de obra (una mano de obra
que exigira derechos sociales) mientras se quedan con la mayor
parte de las ventajas que lleva incorporadas el diseo original de la
factora moderna: rgida supervisin, estandarizacin y control de
calidad. Y funciona! El deseo de aferrarse al ltimo jirn de dignidad en la forma de propietario independiente es tan poderoso que
el granjero est dispuesto a renunciar a la mayor parte de su
significado.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 135

Pese a cualquier otra cosa que se les hubiera podido escapar


respecto a la condicin humana, los anarquistas hicieron una lectura muy perspicaz del imaginario popular: crean que la dignidad
y la autonoma era lo que impulsaba a la pequea propiedad. El
sueo pequeoburgus de independencia, aunque menos asequible en la prctica, no muri con la revolucin industrial, sino que
ms bien recobr su vigor.11

Fragmento 20
La funcin social no tan pequea de la pequea burguesa
Desde los movimientos de los Diggers (cavadores) y los Levellers (niveladores) de la guerra civil inglesa, pasando por los campesinos
mexicanos de 1911, los movimientos anarquistas espaoles, que se
prolongaron casi un siglo, los grandes y numerosos movimientos
anticolonialistas, y hasta los multitudinarios movimientos en el
Brasil contemporneo, el deseo de poseer tierras y de recuperar la
tierra perdida ha sido siempre el leitmotiv de los movimientos de
masas igualitarios ms radicales. Si no hubieran apelado a los sueos pequeoburgueses, no hubieran tenido ninguna oportunidad.
El desprecio de Marx hacia la pequea burguesa, al que
solo superaba su desprecio por el Lumpenproletariat (el subproletariado), se sustentaba en el hecho de que los pequeoburgueses
eran minifundistas o pequeos propietarios y, por lo tanto, pequeos capitalistas. Solo el proletariado, una nueva clase nacida del
capitalismo y que careca de propiedades, poda ser autnticamente revolucionario, y la liberacin del proletariado dependa de que
11 Vase, p.e., Michel Crozier, que afirma que, incluso en el seno de las grandes
organizaciones burocrticas, la clave del comportamiento es la insistencia del
individuo en su propia autonoma y en su rechazo a cualquier relacin de dependencia. The Bureaucratic Phenomenon, University of Chicago Press, Chicago, 1964,
p. 290.

136 | JAMES C. SCOTT

se trascendiera el capitalismo. Por muy slido que sea este razonamiento en teora, el hecho histrico es que en Occidente, hasta el
final del siglo XIX, fueron los artesanos, tejedores, zapateros, impresores, albailes, constructores de carros y carpinteros los que
formaron el ncleo de los movimientos obreros ms radicales.
Como una antigua clase, compartan una tradicin comunitaria,
un conjunto de prcticas igualitarias, y tenan un grado de cohesin local que la recin reunida fuerza laboral de la factora distaba mucho de igualar. Y, por supuesto, los extraordinarios cambios
en la economa a partir de la dcada de 1830 amenazaron su existencia como comunidades y gremios; su lucha por proteger su autonoma se libraba en la retaguardia. En palabras de Barrington
Moore, que se hacen eco de las de E.P. Thompson,
la principal base social del radicalismo han sido el
campesinado y los pequeos artesanos de las ciudades. A partir de estos hechos, podemos concluir que la
fuente de la libertad humana se encuentra no solo
donde la vio Marx, en las aspiraciones de las clases
que estaban a punto de hacerse con el poder, sino, tal
vez, y ms aun, en el moribundo clamor de las clases
que estn a punto de ser arrolladas por la oleada del
progreso.12
Durante la guerra fra, la opcin contrarrevolucionaria habitual era la reforma agraria preventiva, aunque las lites solan
bloquearla con bastante frecuencia. El consenso neoliberal en organizaciones como el Banco Mundial no erradicara de su agenda
12 Barrington Moore, The Social Origins of Dictatorship and Democracy, Beacon
Press, Boston, 1966 [hay trad. cast.: Los orgenes sociales de la dictadura y de la democracia: el seor y el campesino en la formacin del mundo moderno, trad.: J. Costa y G.
Woith, Pennsula, Barcelona, 2002]. Vase tambin la magnfica obra de E. P.
Thompson, The Making of the English Working Class, Vintage, Nueva York, 1966
[hay trad, cast.: La formacin de la clase obrera en Inglaterra, trad.: E. Grau, Crtica,
Barcelona].

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 137

poltica la reforma agraria hasta despus del desplome del bloque


socialista en 1989. Si bien tambin es cierto que la acosada pequea propiedad ha hecho nacer ms de un movimiento de derechas,
sera imposible escribir la historia de las luchas por la igualdad si
los artesanos y los pequeos campesinos, y su pasin por la independencia que da la pequea propiedad, no hubieran estado cerca
del centro de atencin.13
Tambin hay slidas razones para defender el indispensable
papel econmico que desempea la pequea burguesa en la invencin y la innovacin. Son pioneros, si no en general los beneficiarios ltimos, de la gran mayora de nuevos procesos, mquinas,
herramientas, productos, alimentos e ideas, algo que en ningn
otro lugar se hace ms evidente que en la moderna industria de la
programacin y creacin de aplicaciones informticas, donde
prcticamente todas las ideas novedosas han sido creadas por una
sola persona, o por pequeas empresas de pocos socios, y ms tarde compradas o absorbidas por compaas de mayor envergadura.
El papel actual de las grandes empresas consiste esencialmente en
explorar el terreno de la innovacin, para despus apropirsela,
13 Hay otras contribuciones sociales de la pequea burguesa que merecen ser
destacadas, sin importar dnde se site uno en el espectro poltico. Histrica mente, el pequeo comercio y la pequea produccin han sido el motor fundamental de la integracin del mercado. Si hay un producto o un servicio que
escasee en algn lugar y que, por lo tanto, produzca buenos ingresos, la pequea
burguesa, en general, encuentra el modo de llevarlo all donde se necesite. Para
personas como Milton Friedman y los fundamentalistas del mercado, la pequea
burguesa est haciendo el trabajo de Dios. Operan en un entorno de compe tencia casi perfecta; su agilidad y rapidez en responder a los pequeos movimientos en los suministros y la demanda se acercan bastante a la visin utpica
de la competencia perfecta de la economa neoclsica. Sus mrgenes de beneficios son bajos, a menudo fracasan, y sin embargo, la suma de su actividad contribuye a obtener resultados Pareto-ptimos. La pequea burguesa, en general, se
acerca de forma razonable a esta idealizacin. Proporciona los bienes y servicios
necesarios a precios competitivos con una celeridad que las compaas ms
grandes y de funcionamiento ms lento son incapaces de igualar.

138 | JAMES C. SCOTT

empleando a sus creadores, o bien robando o comprando cualquier idea que parezca prometedora (o amenazadora). La ventajosa competitividad de las grandes compaas radica sobre todo en
su capitalizacin, en su gran capacidad comercializadora, en su
poder de ejercer presin y en la integracin vertical, y no en sus
ideas originales o capacidad de innovar. Y si bien es cierto que la
pequea burguesa no puede enviar un hombre a la Luna,
construir un avin, perforar en busca de petrleo en aguas
profundas, gestionar un hospital, o producir y comercializar un
medicamento importante o un telfono mvil, la capacidad de las
grandes compaas de hacer todas estas cosas descansa sobre
todo en su capacidad de combinar miles de pequeas invenciones
y procesos que ellas mismas no han creado, que tal vez ni siquiera
hubieran podido crear.14 Esto tambin, por supuesto, constituye
una importante innovacin por derecho propio. Sin embargo, una
de las claves de la posicin de oligopolio de las corporaciones ms
grandes radica precisamente en su poder de eliminar o devorar a
sus rivales en potencia. Al hacerlo, sin duda, asfixian al menos
tanta innovacin como la que facilitan.

Fragmento 21
Barra libre por cortesa de la pequea burguesa
Si no puedes sonrer, no abras una tienda.
Proverbio chino
Hace poco tiempo, pas unos das con una amiga en Mnich, en
casa de sus ancianos padres, a los que ella haba ido a visitar. Eran
14 Escribo tal vez aqu porque, a mediados de siglo, exista una cultura de investigacin en grandes empresas como por ejemplo AT&T (Bell Labs), DuPont e
IBM que sugiere que las grandes empresas no son inherentemente hostiles a la
innovacin.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 139

bastante frgiles y la mayor parte de su vida transcurra en el interior de su piso, pero insistan en salir cada da a dar un corto paseo en las frescas maanas de verano por los alrededores de su vecindario. Durante varios das, mi amiga y yo les acompaamos a
hacer su ronda cuando iban a la compra, y ronda sin duda lo era.
Primero iban a una pequea tienda de comestibles donde compraban algunas frutas y verduras y productos no perecederos; luego,
entraban en una tienda cercana que venda mantequilla, leche,
huevos y queso; despus, en una carnicera, en la que compraban
un pequeo lomo de cerdo; a continuacin, visitaban un puesto de
frutas y, finalmente, tras hacer una pausa para mirar un rato a los
nios que jugaban en un pequeo parque, se dirigan a un kiosco
a comprar una revista y la prensa local. Pareca una rutina casi invariable, y en cada tienda, siempre haba conversacin, ms breve
o ms larga dependiendo de la cantidad de clientes. Se comentaba
el tiempo o un reciente accidente de trfico ocurrido en las cercanas, los clientes y tenderos se preguntaban sobre sus amigos o conocidos mutuos, se hablaba de los nacimientos recientes en el barrio, o de cmo les iban las cosas a los hijos, y se hacan reflexiones
sobre lo molesto que era el ruido del trfico, y cosas por el estilo.
Podra decirse que las conversaciones eran superficiales,
poco ms que los cumplidos de rigor, y se hablaba de los pequeos
cambios de la vida cotidiana, pero nunca, nunca eran annimas;
los interlocutores se conocan por su nombre, y conocan tambin
la historia familiar de unos y otros. No pude evitar asombrarme
por la fcil, aunque superficial, sociabilidad que predominaba, y
me di cuenta de que estas rondas eran el punto culminante del da
en la vida social de los padres de mi amiga. Podran sin ningn
problema haber hecho la compra de un modo mucho ms eficiente en el sper cercano. Tras un momento de reflexin sobre ello,
uno puede ver que los pequeos comerciantes son trabajadores
sociales que prestan un servicio no remunerado y que ofrecen un
compaerismo breve pero cordial a su clientela fija. No remune-

140 | JAMES C. SCOTT

rado no es por supuesto del todo correcto, por cuanto sus precios
eran, con toda seguridad, ms altos que los de comercios ms
grandes; los tenderos haban llegado a la comprensin implcita
de que las sonrisas y los cumplidos que les ofrecan a sus clientes
eran un modo de construirse una clientela fija y fiel y, por lo tanto,
de hacer crecer su negocio. Sin querer hacer gala de un excesivo
cinismo sobre la mscara de la sonrisa del tendero, no obstante,
merece la pena observar que este tipo de cortesa y cumplidos
pueden mitigar los efectos negativos derivados de pasar todo el
da tras un mostrador, cortando, pesando y contando dinero.
La pequea burguesa realiza en este contexto una especie
de servicio social diario fiable y gratis que difcilmente ninguna
agencia o funcionario pblico podra reproducir. No es ms que
uno de los muchos servicios gratuitos que los pequeos comerciantes saben que les conviene ofrecer en el ejercicio de sus transacciones. Jane Jacobs, en sus estudios etnogrficos, en los que lleg a una profunda comprensin de la textura de los vecindarios y
barrios y de la seguridad pblica, ha catalogado muchos de estos
servicios.15 Su frase, la mirada puesta en la calle, una observacin absolutamente original en 1960, se ha convertido en el principio director del diseo de barrios urbanos. Hace referencia al control informal y constante del vecindario que ejercen los peatones,
tenderos y residentes, muchos de los cuales se conocen entre ellos.
Su presencia, lo que anima la calle, ejerce la funcin informal de
mantener el orden pblico, con apenas o ninguna necesidad de intervencin. La cuestin para nuestro propsito es que la mirada
puesta en la calle exige un barrio denso y de usos mixtos, en el
que numerosas pequeas tiendas, talleres, apartamentos y servicios garanticen el trfico peatonal constante de personas que hacen sus recados, se dedican a mirar escaparates o hacen entregas.
15 Jane Jacobs, The Death and Life of Great American Cities, Vintage, Nueva York,
1961 [hay trad, cast.: Muerte y vida de las grandes ciudades, trad.: A. Abad Silvestre, A.
Useros Martn, Capitn Swing, Madrid, 2011].

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 141

Los pilares de este proceso son los comerciantes pequeoburgueses, que permanecen en su tienda la mayor parte del da, que conocen a sus clientes y que ejercen una vigilancia informal de la calle. Este tipo de barrios son mucho ms seguros que los lugares desiertos y donde el trfico peatonal es escaso. Una vez ms, podemos afirmar que en este tipo de barrios se ofrece un servicio muy
valioso, en este caso la garanta de la seguridad pblica, un producto derivado de la combinacin de otras actividades y que al pblico no le supone ningn gasto. All donde faltan estas estructuras informales, incluso a la polica le costara mantener eficazmente la seguridad.
La pequea burguesa ofrece servicios, como por ejemplo la
sonrisa del tendero, que sencillamente no pueden comprarse.
Jacobs observ que en cada manzana, o casi, haba al menos una
tienda que abra muchas horas, y a cuyos propietarios los residentes les pedan que les guardaran las llaves de su casa para entregrselas a familiares de fuera de la ciudad que utilizaran su piso
mientras ellos estaban fuera. Cuando se lo pedan, el comerciante
ofreca este servicio como una cortesa hacia sus clientes. Resulta
imposible imaginar que una agencia pblica pudiera ofrecer este
tipo de servicio.
No cabe ninguna duda de que los supermercados y centros
de gran distribucin pueden, debido, insistimos, a su poder como
compradores, suministrarles a los consumidores un sinfn de productos manufacturados a un precio ms barato que el que pueda
ofrecer la pequea burguesa. Lo que no est tan claro, no obstante, es si, una vez se han incluido como factores a tener en cuenta
todos los bienes pblicos (las externalidades positivas) que suministra la pequea burguesa, a saber, trabajo social informal, seguridad pblica, el placer esttico de un paisaje callejero animado e
interesante, una gran variedad de experiencias sociales y de
servicios personalizados, redes de conocidos, noticias informales

142 | JAMES C. SCOTT

y chismes vecinales, el componente bsico de la solidaridad social


y de la accin pblica, y (en el caso del campesinado minifundista)
la buena administracin de la tierra, la pequea burguesa no
pueda ser, a fin de cuentas, un negocio ms redondo, a largo
plazo, que la gran e impersonal empresa capitalista. Y aunque tal
vez no lleguen a estar a la altura del ideal democrtico de
Jefferson, el del pequeo propietario rural seguro de s mismo e
independiente, los pequeoburgueses se acercan bastante ms a
este ideal que el empleado de Wal-Mart o de Home Depot. *
Merece la pena destacar un ltimo dato. Una sociedad en la
que predominen los pequeos propietarios y los pequeos comerciantes se acerca ms a la igualdad y a la propiedad popular de los
medios de produccin que cualquier sistema econmico concebido o por concebir.

* Wal-Mart y Home Depot son dos grandes cadenas de distribucin estadounidenses. Wal-Mart opera como discount store, grandes almacenes con los precios
ms baratos del mercado. La segunda est especializada en materiales de construccin y bricolaje para el hogar, tambin con los precios ms baratos del mercado. Han sido objeto de controversia por su poltica de contratacin, condiciones
laborales y salarios. (N. de la t.)

5. PARA LA POLTICA
Fragmento 22
Debate y calidad: contra las medidas cuantitativas de calidad
Cierto da, Luisa, que tena entonces seis aos menos, empez una conversacin con su hermano con estas palabras:
Tom, me asombra...
Alguien la oy, y ese alguien era el seor Gradgrind, que
surgi a la luz, y le dijo:
Luisa, no hay que asombrarse nunca.
En esta frase estaba todo el resorte mecnico del secreto de
educar la razn, sin rebajarse a cultivar los sentimientos y
los afectos. No asombrarse nunca. Arreglar todas las cosas
echando mano, segn los casos, de la adicin, la sustraccin, la multiplicacin y la divisin, y no asombrarse.
Charles Dickens, Tiempos difciles
La fuerza de la idea de la empresa privada yace en su simplicidad aterradora [...] Se adeca perfectamente a la tendencia moderna hacia la total cuantificacin, a expensas de
la apreciacin de las diferencias cualitativas, porque a la
empresa privada no le preocupa qu es lo que produce sino
cunto es lo que gana con la produccin.

144 | JAMES C. SCOTT

E.F. Schumacher, Lo pequeo es hermoso


Mia Kang mir fijamente la hoja de examen que tena
sobre su pupitre.
Solo era una prctica. Los profesores lo llaman
ensayo, y sirve para darles una idea de los resultados
que obtendrn los alumnos en el Texas Assessment of
Knowledge and Skills.*
Sin embargo, en lugar de rellenar las casillas y las
burbujas y as contentar a su profesor, Mia, una
alumna del primer curso de secundaria superior en el
instituto Mac Arthur High School, utiliz su hoja de
respuestas para escribir un ensayo en el que
cuestionaba los exmenes estandarizados y el uso de la
puntuacin de los exmenes para juzgar a los nios y
clasificar las escuelas.
Escrib que los exmenes estandarizados hacen dao,
y no ayudan ni a las escuelas ni a los nios, dice Mia,
que parece y se comporta como si fuera mayor de los
catorce aos que tiene, Simplemente, no poda
participar en algo a lo que soy totalmente contraria.
Estos exmenes no miden lo que los jvenes
necesitamos realmente saber, solo miden lo que es fcil
de medir, dijo. Deberamos aprender conceptos y
habilidades, y no solo memorizar. Es triste para los
alumnos, y es triste tambin para los profesores.
Cuando, en Estados Unidos, los efectos en la enseanza y en los
exmenes de la ley No Child Left Behind (que ningn nio se quede atrs) llegaron por fin a las aulas, una oleada de resistencia estudiantil, de la cual la valiente accin de Mia solo era un pequeo
* Examen de revlida estatal a realizar al final del ciclo educativo de la secundaria
superior. (N. de la t.)

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 145

ejemplo, recorri el pas. En Massachusetts, 58 estudiantes del


instituto Danvers firmaron una peticin contra la obligacin de
tener que someterse al examen Massachusetts Comprehensive
Assessment System* (MCAS), y los alumnos que se negaron a pasar dicho examen fueron expulsados de sus escuelas. Los estudiantes de otros institutos del estado se unieron a ellos, y por todo
el pas surgieron lo que podra denominarse elementos de rechazo: una gran cantidad de estudiantes de Michigan se negaron a
pasar el Michigan Educational Assessment Test, * y en el estado de
Wisconsin el examen final de la secundaria (la condicin para poder graduarse) fue retirada debido a la multitudinaria resistencia
de los alumnos y de sus padres. En un caso, los profesores, indignados por los simulacros de examen que ahora se les exiga realizar, protestaron rechazando de forma colectiva sus bonificaciones
por rendimiento superior. Las protestas contra los exmenes que
se les exigan a los alumnos de los primeros cursos de primaria
fueron organizadas por los padres en nombre de los alumnos. Si
bien entendan la necesidad de garantizar que los nios supieran
leer y contar desde el principio del ciclo escolar, los padres, igual
que sus hijos, objetaban contra el obsesivo ambiente de prctica
hasta la muerte en el aula.
Una gran parte de la resistencia, aunque no toda, fue iniciada por estudiantes que rechazaban la instruccin repetitiva de
ensear para pasar el examen que aumentaba sobremanera y
llevaba hasta niveles desconocidos el ya de por s nada
despreciable cociente de aburrimiento en las aulas. La
preparacin al examen no era solo un trabajo alienado para
estudiantes y profesores por igual, sino que ocupaba una gran
parte del tiempo disponible para cualquier otra actividad: arte,
teatro, historia, deportes, lenguas extranjeras, escritura creativa,
* Examen al final de la primaria y de la secundaria. (N. de la t.)
* Examen al final de cada ciclo: primaria, secundaria elemental y secundaria superior. (N. de la t.)

146 | JAMES C. SCOTT

poesa y excursiones. Se acabaron muchas de las otras actividades


que podan darle algo de animacin a la educacin: el aprendizaje
en comn, un programa educativo multicultural, la atencin al
desarrollo de las inteligencias mltiples, la ciencia orientada al
descubrimiento y el aprendizaje basado en la resolucin de
problemas.
La escuela corra el peligro de verse transformada en una
factora que manufacturaba un producto nico, y dicho producto eran estudiantes capaces de aprobar exmenes estandarizados
concebidos para medir una estrecha franja de conocimiento y la
habilidad de los alumnos de pasar exmenes. Aqu, merece la pena
recordar una vez ms que la moderna institucin de la escuela fue
inventada al mismo tiempo que las primeras factoras textiles.
Ambas concentraron la mano de obra bajo un nico techo; ambas
crearon una disciplina que reglamentaba el uso del tiempo, y crearon tambin la especializacin de tareas que facilitaba la supervisin y la evaluacin; ambas tenan el objetivo de manufacturar un
producto fiable y estandarizado. El nfasis contemporneo en los
exmenes estandarizados regionales o nacionales se basa en el
modelo corporativo de gestin por normas cuantitativas, normas
que permiten las comparaciones entre profesores, entre escuelas y
entre estudiantes, a fin de recompensarles de forma diferenciada
sobre la base de su rendimiento segn este criterio.
La cuestin de la validez de estos exmenes, si miden lo que
pretenden medir, est siendo ahora muy cuestionada. Que los estudiantes puedan ser entrenados para mejorar sus resultados mediante una rgida disciplina y obligndoles a empollar a toda prisa
no clarifica en absoluto qu conocimiento subyacente o qu habilidades mide el examen. Se ha demostrado que estos exmenes no
predicen los subsiguientes resultados ni el rendimiento de las mujeres, de los afroamericanos ni de los alumnos cuya lengua materna no es el ingls. Por encima de todo, la alienacin que fomenta

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 147

una educacin basada en jugrselo todo en un examen amenaza


con vacunar contra el aprendizaje escolar a millones de jvenes
para el resto de su vida.
Los que parecen estar ms a favor de los exmenes estandarizados como herramienta de gestin y medida comparativa de
productividad son las personas ms alejadas de la zona cero, el
centro de accin de la enseanza, es decir, las aulas: los funcionarios del gobierno, sea local, regional o nacional, responsables de la
supervisin de la educacin, y los polticos responsables de la
toma de decisiones en el mbito educativo. A todos ellos les proporciona un ndice de productividad comparativa, por muy invlido que sea, y un poderoso sistema de incentivos para imponer sus
planes pedaggicos. No deja de ser curioso que en Estados Unidos
se decida homogeneizar el sistema educativo cuando el resto del
mundo apunta en la direccin opuesta. En Finlandia, por ejemplo,
no existen los exmenes externos, ni se clasifica a los estudiantes
o a las escuelas, y sin embargo, obtiene resultados excelentes en
todos tos estudios internacionales que miden el xito escolar. Muchas de las mejores Universidades han dejado de exigirles a sus
alumnos, e incluso de alentarles, a que se sometan al examen nacional Scholastic Achievement Test, el examen de aptitud acadmica previo al ingreso a la universidad (antes conocido como
Scholastic Aptitude Test). Las naciones que histricamente han
confiado en un nico examen de mbito nacional para conceder
valiosas plazas en las universidades se han precipitado a eliminar
los exmenes, o a restarles importancia a fin de fomentar la
creatividad, a menudo en lo que creen que es una imitacin del
sistema estadounidense!
Sabiendo que su destino y el de sus escuelas dependan de
las notas obtenidas por los alumnos en los exmenes anuales, muchos educadores no solo sometieron a sus alumnos a una implacable disciplina de aprendizaje, sino que tambin hicieron trampa

148 | JAMES C. SCOTT

para garantizar un buen resultado. A lo largo y ancho del pas se


extendi una epidemia de falsificacin de resultados. Uno de los
fraudes descubiertos ms recientemente fue en Atlanta, Georgia,
donde se descubri que 44 de las 56 escuelas investigadas haban
falsificado sistemticamente las respuestas de los estudiantes, borrando las respuestas equivocadas y sustituyndolas por las correctas.1 Se descubri que la responsable local de las escuelas,
nombrada superintendente del ao en 2009 por sus extraordinarios logros en la mejora de los resultados, haba creado un ambiente de temor al darles a los profesores tres aos para alcanzar
los objetivos, y haba amenazado con despedirlos si no los conseguan. Ms de 180 educadores estaban implicados en el fraude de
las notas. Igual que los brillantes ejecutivos de Enron, que siempre encontraban el medio de superar los objetivos trimestrales y
cobrar as sus bonificaciones, los educadores de Atlanta tambin
encontraron el medio de alcanzar los objetivos que les haban
marcado, pero no por los medios previstos. Lo que se jugaban era
menos, pero los daos colaterales fueron igual de destructivos, y la
lgica de estafar para ganar al sistema era bsicamente la
misma.

Fragmento 23
Y si...? Una empresa de auditora fantasma
Me acompaa el lector en una breve fantasa? El ao es 2020.
Richard Levin, el rector de la Universidad de Yale, se acaba de retirar tras un largo y brillante mandato y ha declarado que 2020 es el
Ao de la Visin Perfecta. Todos y cada uno de los relucientes
edificios han sido reconstruidos, los estudiantes son cada vez ms
precoces y consumados, y estn ms sindicados, que en 2010; la
1 Atlantas Testing Scandal Adds Fuel to U.S. Debate, Atlanta Journal
Constitution, 13 de julio de 2011.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 149

publicacin que ahora fusiona a US News & World Report y Consumer Reports ha clasificado a la Universidad de Yale con el nmero 1
en el ranking global, ah arriba, junto a los mejores hoteles, coches
de lujo y segadoras. Bueno, casi en el ranking global, porque parece que la calidad del profesorado, tal como se refleja en los trascendentales rankings, ha cado. Los competidores de Yale sacuden
la cabeza ante este descenso, y los que saben leer entre las lneas
de las declaraciones aparentemente serenas de la Corporacin
Yale pueden detectar un pnico creciente pero, por supuesto,
siempre decoroso.
El nombramiento de la sucesora de Levin, Condoleezza
Rice, la exsecretaria de Estado, que en el reciente pasado ha llevado a cabo una sensata racionalizacin de la Fundacin Ford con
criterios empresariales, es uno de los indicadores de la preocupacin que reina en la corporacin. S, es la primera mujer de color
en ponerse al frente de Yale y, por supuesto, otras cuatro universidades de la Ivy League* ya tienen a su frente a mujeres de color.
Nada sorprendente, habida cuenta de que Yale siempre ha seguido
la regla de los granjeros y agricultores de Nueva Inglaterra, nunca seas el primero en intentar algo nuevo, ni tampoco el ltimo.
Por otra parte, la rectora Rice no ha sido elegida por su simbolismo, sino por la promesa que representa: la promesa de conducir una total reestructuracin del profesorado utilizando las
tcnicas ms avanzadas de gestin de calidad; tcnicas perfeccionadas desde sus rudimentarios inicios en las Grandes coles de
Pars a finales del siglo XIX, encarnadas no solo en la revolucin
en Ford de Robert McNamara, y ms tarde, en la dcada de 1960,
en su trabajo en el Ministerio de Defensa, sino tambin en la revolucin de Margaret Thatcher con respecto a la gestin de poltica
social y de educacin superior en el Reino Unido en la dcada de
* Grupo de universidades estadounidenses que se distinguen por su excelencia
acadmica, elitismo, antigedad y admisin selectiva. (N. de la t.)

150 | JAMES C. SCOTT

1980; y refinadas por el desarrollo de la medicin numrica de la


productividad de los individuos y de las unidades en la gestin industrial; tcnicas que el Banco Mundial hara evolucionar todava
ms, y que las universidades del grupo Big Ten * llevaron al borde
de la perfeccin, en cuanto a formacin superior se refiere, y que
han llegado por fin, con un cierto retraso, hasta las universidades
de la Ivy League.
Fuentes confidenciales de entre los miembros del profesorado de la Corporacin Yale nos han explicado cmo la doctora
Rice los convenci durante la entrevista en la que se decida sobre
su candidatura. La doctora Rice manifest su admiracin por la
juiciosa combinacin de feudalismo (en la poltica de la universidad) y capitalismo (en su gestin econmica) que Yale haba conseguido mantener, y que encajaba a la perfeccin no solo en las reformas que ella haba concebido, sino tambin con la antigua y clebre tradicin de Yale que ha llegado a conocerse con el nombre
de autocracia participativa en el gobierno del profesorado.
Sin embargo, fue el exhaustivo plan de la doctora Rice para
la mejora a gran escala de la calidad del profesorado, o, para ser
ms precisos, para mejorar la posicin del profesorado en los
rankings nacionales, lo que convenci a la corporacin de que la
doctora Rice era la respuesta a sus plegarias.
Expuso sus duras crticas a las anticuadas prcticas de Yale
con relacin a la contratacin, ascenso y concesin de plazas fijas
al profesorado, calificndolas de subjetivas, medievales, nada sistemticas, caprichosas y arbitrarias. Estas costumbres, celosamente custodiadas por los ancianos mandarines, varones blancos
en su mayora, cuya edad media rondaba ya los ochenta aos,
eran, haba dicho Rice, las culpables de la prdida de competitivi* Grupo de doce Universidades del Medio Oeste de Estados Unidos, la mayora
de ellas lderes en el campo de la investigacin, con un alumnado relativamente
numeroso e importantes equipos deportivos patrocinados. (N. de la t.)

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 151

dad de Yale. Producan, por una parte, un profesorado no numerario inseguro que no tena ningn medio de saber cules eran los
criterios de xito y de promocin que se ocultaban tras los gustos y
prejuicios de los titulares de su departamento, y, por la otra, una
gerontocracia oligrquica improductiva y satisfecha de s misma y
a cuyos miembros no les preocupaban los intereses a largo plazo
de la institucin.
El plan de la doctora Rice, nos explican nuestra fuentes, era
de una engaosa sencillez. Propuso utilizar los mtodos cientficos de evaluacin utilizados en otros mbitos acadmicos, pero
aplicndolos, por primera vez, de un modo realmente exhaustivo y
transparente. El sistema giraba en torno a los ndices de citacin:
el Arts and Humanities Citation Index (ndice de citacin de artes
y humanidades), el Social Science Citation Index (ndice de citacin de ciencias sociales) y el abuelo de todos ellos, el Science Citation Index (ndice de citacin cientfico). Por supuesto, con qu
frecuencia los autores de un campo citaban el trabajo de otro de su
mismo campo eran cifras que ya se consultaban de vez en cuando
en las evaluaciones de cara a un ascenso o a una promocin, pero,
si le daban el puesto de rectora, la doctora Rice propona
sistematizar y hacer ms completo este mtodo de evaluacin
objetiva. Los ndices de citacin, insisti, igual que las mquinas
que cuentan votos, no tienen favoritos; son incapaces de
parcialidad, consciente o inconsciente; y representan la nica
medicin impersonal que permite juzgar la distincin acadmica.
Por lo tanto, a partir de aquel momento, los ndices de citacin
seran el nico criterio para la promocin, el ascenso y la
concesin de plazas de profesor titular. Si Rice consegua acabar
con el carcter permanente de las plazas, los ndices de citacin
tambin serviran de base para la destitucin automtica de un
profesor numerario cuya pereza y poca visibilidad le impedan
alcanzar las normas de citacin anual (NCA, para abreviar).

152 | JAMES C. SCOTT

De acuerdo con el nfasis neoliberal en la transparencia, en


la informacin total al pblico y en la objetividad, la rectora Rice
propone una versin acadmica, actualizada y de alta tecnologa
del sistema de factora de Robert Owens en New Lanark. Se equipar a todo el profesorado con un gorrito digitalizado. Tan pronto
como el modelo haya sido diseado, con los colores distintivos de
Yale, azul y blanco, y los gorros puedan ser fabricados en condiciones humanas, no esclavistas y sin utilizar mano de obra infantil,
se les exigir a todos los profesores que los lleven mientras estn
en el campus. En la parte delantera del gorro, sobre la frente, una
pantalla digital, similar a la de un taxmetro, mostrar la cifra total de citaciones de este investigador en tiempo real. A medida que
los centros de recuento de citaciones totalmente automatizados
registren nuevas citaciones, estas citaciones, transmitidas va
satlite, sern enviadas automticamente al lector digital del gorro. Llammosle Public Record of Digitally Underwritten Citation
Totals (registro pblico digital certificado del total de citaciones),
que produce el til acrnimo de PRODUCT. Rice hace aparecer la
imagen de la excitacin que sentirn los estudiantes que escuchan
embelesados la clase magistral que est impartiendo un brillante y
famoso profesor cuyo gorro, mientras habla, no deja de zumbar y
en el que, ante la vista de los alumnos, se va acumulando el total de
citaciones. Mientras tanto, en el aula de al lado, los alumnos
observan con preocupacin la pantalla inmvil del gorrito del
avergonzado profesor que tienen delante. Qu aspecto tendr el
expediente acadmico de los alumnos cuando el total acumulado
de citaciones de los profesores a cuyas clases han asistido sea
comparado con el total acumulado de sus competidores para
entrar en las escuelas de posgrado o profesionales? Han
estudiado con los mejores y los ms brillantes?
Los estudiantes ya no tendrn que depender de los rumores
y de lo que les dicen sus amigos, testimonios siempre falibles, o de
los prejuicios de un crtico del curso. La nota numrica de cali-

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 153

dad de su instructor estar ah, a la vista de todos y para que todos juzguen por s mismos. Los profesores no numerarios ya no
necesitarn temer el capricho de sus colegas numerarios y titulares. Un criterio nico e indiscutible de los logros del profesor proporcionar, igual que un recuento de goles, una medida de calidad
y un objetivo claro y nada ambiguo hacia el que dirigir la ambicin. En opinin de la rectora Rice, el sistema resuelve el sempiterno problema de cmo reformar los departamentos que languidecen en los desvanes de sus disciplinas y se convierten en bastiones de un rgido patrocinio. Esta medida de estatus profesional,
transparente e impersonal y que le da cuentas al pblico, ser utilizada a partir de ahora en sustitucin de los comits de promocin y de contratacin.
Piensen en la claridad! Lo nico que tendr que hacer un
selecto panel de distinguidos profesores (seleccionados segn el
nuevo criterio) ser fijar los techos de citaciones: para la renovacin, para el ascenso a profesor asociado, para el nombramiento
de numerario, y uno ms para el rendimiento posterior a la ocupacin de la plaza de numerario. Despus, y una vez la tecnologa del
gorro haya sido perfeccionada, el proceso quedar totalmente automatizado. Imagnense un profesor de ciencias polticas de las
que marca tendencias y a quien se cita mucho, Harvey Writealot *,
que est dando su clase magistral en una gran y abarrotada aula
de la universidad. De repente, y porque un desconocido investigador acaba de citar su ltimo artculo en la Revista de Recnditas Investigaciones Recientes y que, por pura casualidad, esta es la citacin
que supera su techo y la eleva al siguiente nivel, el gorro reacciona
de inmediato y anuncia la buena nueva lanzando destellos blancos
y azules, acompaados al mismo tiempo con la msica del BoolaBoola.* Los estudiantes, al darse cuenta de lo que acaba de ocurrir,
* Juego de palabras write-a-lot, escribir mucho. (N. del e.)
* Himno con el que los hinchas jalean a los equipos deportivos de la Universidad
de Yale. (N. de la t.)

154 | JAMES C. SCOTT

se ponen en pie y le dedican un aplauso a su profesor por su ascenso. El se inclina con modestia, contento y avergonzado al mismo
tiempo por el revuelo creado, y prosigue con su clase, pero ahora
ya, siendo titular de una plaza. La pantalla sobre la mesa del despacho de la rectora en el Woodbrige Hall le informa de que Harvey
ha conseguido entrar en el crculo mgico de sus propios mritos, y le enva a su vez un mensaje de felicitacin que se retransmite a travs del gorro va voz y texto. En breve le llegar un nuevo
y distintivo gorro de numerario y tambin el certificado
correspondiente.
Los miembros de la corporacin, al entender de inmediato
la cantidad de tiempo y de debates que les ahorrar este sistema
automatizado, y cmo podr catapultar hacia delante a Yale en la
carrera de los rankings del profesorado, se ponen manos a la obra
para refinar y perfeccionar la tcnica. Uno sugiere establecer un
sistema de tiempo de depreciacin de la citacin en el que cada
ao que pase desde la fecha de la citacin, esta pierda un octavo de
su valor. Una citacin de ocho aos se evaporara, de acuerdo con
el ritmo de avance del campo de estudio. Un miembro de la corporacin, no sin una cierta reticencia, sugiere que, por coherencia,
debera fijarse un techo mximo de retencin, incluso en el caso
de los profesores antes numerarios. La rectora reconoce que la
imagen del descenso del total de citaciones de un profesor, degradndose hasta el nivel de destitucin en medio de un seminario,
es sin duda un lamentable espectculo al que asistir. Otro sugiere
que, en este tipo de casos, se podra programar el gorro para que
la pantalla se quedase en blanco, aunque uno supone que el profesor podra leer su destino en la mirada desviada de sus alumnos.
Por divertida que pueda parecer por derecho propio, el propsito de mi ridiculizacin de la medicin cuantitativa de productividad en el mundo acadmico va ms all de la simple diversin.
Lo que pretendo es ilustrar el argumento de que las democracias,

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 155

en particular las inmensas democracias como Estados Unidos,


que han adoptado los criterios meritocrticos para la seleccin de
la lite y la distribucin de los fondos pblicos, sienten la tentacin de desarrollar medidas de calidad impersonales, objetivas y
mecnicas. Sin importar la forma que tomen, ndices de citaciones, revlidas estandarizadas o anlisis de costes y beneficios, todos ellos siguen la misma lgica. Por qu? La respuesta breve es
que hay muy pocas decisiones sociales tan trascendentes para las
personas y las familias como la distribucin de las oportunidades
de futuro en la vida a travs de la educacin y del empleo, o tan
trascendentales para las comunidades y las regiones como la distribucin de fondos pblicos dedicados a proyectos de obras pblicas. Lo que ms atrae de este tipo de medidas es que todas ellas
convierten medidas de calidad en medidas de cantidad, lo que
permite por lo tanto la comparacin entre casos aplicando un
sistema de medicin aparentemente nico e impersonal. Son,
sobre todo, una inmensa y engaosa mquina antipoltica
concebida para convertir cuestiones polticas legtimas en
ejercicios neutrales, objetivos y administrativos regidos por
expertos. Es este juego de prestidigitacin despolitizador el que
encubre una profunda falta de fe en las posibilidades del
mutualismo y del aprendizaje en la poltica que tanto valoran
anarquistas y demcratas por igual. Antes de llegar a la poltica,
no obstante, existen otras dos objeciones a estas tcnicas de
conmensuracin cuantitativa que podran ser letales.

Fragmento 24
Invlido e inevitablemente corrupto
El primer problema, y el ms evidente, que plantea este tipo de
medidas es que muy a menudo no son vlidas; es decir, en raras

156 | JAMES C. SCOTT

ocasiones miden con alguna exactitud la calidad que creemos que


est en juego.
El Science Citation Index (SCI), fundado en 1963 y el abuelo
de todos los ndices de citacin, fue idea de Eugene Garfield. Su
propsito era el de calibrar y medir el impacto cientfico de, pongamos por caso, un determinado artculo de investigacin, y por
extensin, el de un investigador en particular o laboratorio de investigacin, mediante el anlisis de la frecuencia con la que otros
cientficos investigadores citaban un artculo publicado. Por qu
no? Sin duda era mejor que fiarse de reputaciones informales, de
becas y subvenciones y de las oscuras jerarquas slidamente integradas en las instituciones establecidas, por no hablar de la pura
productividad de un experto. Al fin y al cabo, ms de la mitad de
todas las publicaciones cientficas parecen sumergirse hasta el
fondo del tempestuoso mar de las publicaciones sin dejar ningn
rastro; no se las cita en absoluto, ni siquiera una sola vez!, y el 80
por 100 solo se citan una vez. El SCI pareca ofrecer una medida
neutral, precisa, transparente, desinteresada y objetiva del
impacto de un investigador en investigaciones y trabajos
subsiguientes. Un golpe al mrito! Y, en consecuencia, al menos
al principio, fue comparado con las estructuras de privilegio y de
posicin que afirmaba sustituir.
Fue un gran xito, sin duda porque se le dio una gran promocin; no olvidemos que esto es un negocio con nimo de lucro!
Al cabo de poco tiempo, estaba por todas partes: se utilizaba en la
concesin de plazas de numerario, para promocionar revistas, clasificar investigadores e instituciones, en anlisis tecnolgicos y en
estudios gubernamentales. Pronto le seguiran el Social Science
Citation Index (SSCI) y despus, cmo iba a quedar atrs el Arts
and Humanities Citation Index?
Qu meda exactamente el SCI? Lo primero que hay que
observar es la mecanicidad y la abstraccin, similares a las de un

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 157

ordenador, de la recogida de datos. Las citaciones de uno mismo


contaban, lo que aada un cierto auto-erotismo al narcisismo habitual que predomina en el mundo acadmico, y tambin lo hacan las citaciones negativas, el artculo de Fulano es el peor trabajo de investigacin que jams he visto. Apntale un tanto a Fulano! Ya lo dijo Mae West, no existe la mala publicidad, solo escriban mi nombre correctamente!. Las citaciones en los libros, a
diferencia de las de artculos, son votos nulos. Lo que es ms serio,
qu pasa si NADIE NUNCA LEE los artculos en los que se cita un
trabajo, como ocurre en muchos casos? Por otra parte, sucede
tambin que se trata de un ejercicio muy provinciano; se trata, al
fin y al cabo, de una operacin en lengua inglesa, y por lo tanto,
angloestadounidense. Garfield afirmaba que el provincianismo de
la ciencia francesa se constataba en el hecho de no haber adoptado
el ingls como la lengua vehicular de la ciencia. En ciencias
sociales, a primera vista, parece absurdo, si bien es cierto que la
traduccin y venta del trabajo de un investigador a cientos de
miles de intelectuales chinos, brasileos o indonesios no aadir
nada al estatus SSCI de dicho investigador a menos que sus
lectores dejen registrada su gratitud en una revista en lengua
inglesa o en alguna de las pocas revistas en lengua no inglesa
incluidas en el crculo mgico.
Obsrvese tambin que el ndice, al ser una cuestin estadstica, debe favorecer sin duda las especialidades en las que hay
ms trfico, lo que equivale a decir las principales corrientes de investigacin, o, en palabras de Kuhn, la ciencia normal. Ntese
por ltimo que la subjetividad cosificada del SSCI es tambin
sumamente presentista. Y si de aqu a tres aos se abandona una
lnea de investigacin vigente, al considerarla un ejercicio estril?
La oleada de hoy, y la curiosidad estadstica que crea, tal vez le hayan permitido a nuestro afortunado investigador navegar sobre la
cresta de la ola y llegar a un puerto seguro a pesar de su error. No
es necesario darle ms vueltas a estas deficiencias del SSCI que

158 | JAMES C. SCOTT

solo sirven para mostrar la inevitable brecha entre las medidas de


este tipo y la calidad subyacente que pretenden evaluar. El triste
hecho es que muchas de estas deficiencias podran ser corregidas
reformando y mejorando los procedimientos mediante los cuales
se construye el ndice. En la prctica, no obstante, se prefiere la
medida ms esquemticamente abstracta y ms sencilla de computar debido a su facilidad de uso y, en este caso, su menor coste.
Ahora bien, bajo el sistema de medicin aparentemente objetivo
de las citaciones se oculta una larga serie de convenciones contables, de gran calado poltico y que tienen enormes consecuencias,
que se han introducido con disimulo en los sistemas de medicin.
Mi broma a expensas del SSCI tal vez peque de excesiva
mordacidad. Mi argumentacin, sin embargo, puede extenderse a
cualquier estndar cuantitativo que se aplique con rigidez. Tomemos por ejemplo el aparentemente razonable criterio de los dos
libros que se suele aplicar en algunos departamentos de Yale a la
hora de tomar decisiones con relacin a la concesin de una plaza
titular a algn profesor. Cuntos investigadores hay cuyo nico
libro o artculo haya generado ms energa intelectual que las
obras reunidas de otros investigadores cuantitativamente mucho
ms productivos? El instrumento de medicin conocido con el
nombre de cinta mtrica, puede decirnos que un interior de
Vermeer y una boiga de vaca miden ambas 50 centmetros de ancho, pero ah termina el parecido.
El segundo y letal fallo es que incluso si la unidad de medida, cuando se concibe por primera vez, es una medida vlida, su
misma existencia desencadena una serie de acontecimientos que
socava su utilidad. Llamemos a este fenmeno un proceso por el
cual una unidad de medida coloniza el comportamiento, negando as cualquier validez que hubiera podido tener en el pasado.
Por ejemplo, ha llegado a mis odos que existen crculos de investigadores que se han puesto de acuerdo en citarse los unos a

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 159

los otros de forma rutinaria para elevar as su ndice de citaciones!


Las connivencias descaradas de este tipo son la versin ms notoria de un fenmeno de mayor alcance. El mero hecho de saber que
el ndice de citaciones puede hacer o destruir carreras ejerce una
influencia que dista mucho de ser sutil sobre la conducta profesional: por ejemplo, los incentivos que esto hace aparecer robustecen
el tirn gravitacional de las corrientes metodolgicas dominantes
y de los subcampos de estudio ms poblados, estimulan la eleccin
de revistas y fomentan los mgicos mantras de los personajes ms
notables de un determinado campo. Esto no tiene que significar
necesariamente un burdo comportamiento maquiavlico, sino
que ms bien estoy sealando la constante presin en los
mrgenes que invita a actuar con prudencia. El resultado, a
largo plazo, es una presin selectiva, en el sentido darwiniano, que
favorece la supervivencia de los que logran satisfacer o superar las
cuotas marcadas por los auditores.
Un ndice de citacin no es una mera observacin, es una
fuerza en el mundo capaz de generar sus propias observaciones. A
los tericos sociales les ha impresionado tanto esta colonizacin
que han intentado darle una formulacin similar a la de una ley en
el marco de la ley de Goodhart, que sostiene que cuando una medida se convierte en una meta, deja de ser una buena medida. 2 Y
Matthew Light aclara: una autoridad establece un criterio cuantitativo para medir un determinado logro; los responsables de satisfacer este criterio lo satisfacen, pero no del modo que se
pretenda.
Un ejemplo histrico puede clarificar lo que quiero decir.
Los funcionarios al servicio de los reyes absolutistas franceses decidieron crear un impuesto sobre la residencia de sus sbditos segn el tamao de su casa. Para ello, se hicieron con una herra2 C. A. E Goodhartt, Monetary Relationships: A View from Threadneedle
Street, Papers in Monetary Economics, Reserve Bank of Australia, 1975.

160 | JAMES C. SCOTT

mienta brillante, contar las ventanas y las puertas de una residencia. Al principio del ejercicio, la cantidad de ventanas y puertas era
una representacin casi perfecta del tamao de una casa, pero a lo
largo de los dos siglos siguientes, el impuesto de puertas y ventanas, como se le conocera, impuls a la gente a reconstruir su
casa disminuyendo al mximo el nmero de aberturas y, de este
modo, reducir el impuesto a pagar. Uno puede imaginarse a
generaciones de franceses asfixindose en sus mal ventilados
refugios fiscales. Lo que al principio era una medida vlida se
convirti en una medida sin ninguna validez.
Sin embargo, este tipo de polticas no se limita a las ventanas de la Francia prerrevolucionaria. De hecho, mtodos de auditora y de control de calidad similares han llegado a dominar los
sistemas educativos de una gran parte del mundo. En Estados
Unidos, el SAT (Scholastic Assessment Test, examen de aptitud
acadmica) ha llegado a representar la tcnica de cuantificacin
que sirve para distribuir las oportunidades educativas de una forma aparentemente objetiva. Podramos tambin tomar como
ejemplos el infierno de exmenes que domina el acceso a la formacin universitaria, y por lo tanto las oportunidades de futuro
en la vida de una persona, en cualquier otro pas.
Digamos solo que, en lo que respecta a la educacin, el SAT
no es solo la cola que agita al perro, sino que ha reconfigurado la
raza del perro, su apetito, su entorno y las vidas de todos quienes
lo cuidan y lo alimentan. Es un impresionante ejemplo de colonizacin. Un conjunto de poderosas observaciones cuantitativas, insistimos, crean algo parecido al principio de incertidumbre de
Heisenberg en el que la carrera por conseguir la puntuacin
necesaria transforma por completo el campo de observacin. Las
tecnologas cuantitativas funcionan mejor, nos recuerda Porter,
si el mundo que deseamos describir puede ser reconstruido a la

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 161

propia imagen de dichas tecnologas. 3 Es una manera elegante de


afirmar que el SAT ha reconfigurado tanto la educacin, segn la
imagen monocromtica del examen, que lo que ahora observa el
SAT es sobre todo el efecto de lo que el propio SAT ha hecho
aparecer.
Por lo tanto, el deseo de medir la calidad intelectual por medio de exmenes estandarizados y, adems, la utilizacin de estos
exmenes para distribuir recompensas a los estudiantes, profesores y escuelas tienen unos perversos efectos colonizadores. Una
industria autnticamente multimillonaria comercializa cursos
acelerados e intensivos y tcnicas que pretenden mejorar los resultados en unos exmenes que se suponan inmunes a este tipo
de estratagemas. Stanley Kaplan construy su imperio de libros de
texto y cursos de preparacin a los exmenes basndose en la premisa de que uno poda aprender a superar el examen de acceso a
la universidad, a los cursos de grado, a la facultad de derecho o a la
de medicina, etc. Los todopoderosos criterios del sistema auditor
cierran el crculo y regresan al punto de partida, y colonizan el
mundo de la educacin; la medida sustituye a la calidad que se supone que solo tiene que evaluar. Lo que sigue despus es algo parecido a una carrera armamentstica en la que los que formulan el
examen intentan ser ms listos que los vendedores de los manuales de preparacin al examen. La medicin acaba por corromper la
deseada sustancia o calidad. En consecuencia, una vez que se da a
conocer el perfil del candidato que logra acceder a una universidad de la Ivy League, aparece la posibilidad de estafar al sistema.
Los padres ricos contratan consultores de educacin para que
aconsejen a sus hijos, con un ojo puesto en el perfil de la Ivy League, sobre qu actividades extraescolares son deseables, qu trabajo de voluntariado o qu otras actividades pueden resultar ventajosas. Lo que empez como un ejercicio de buena fe para emitir
3 Theodore Porter, Trust in Numbers: The Pursuit of Objectivity in Science and Public
Life, Princeton University Press, Princeton, NJ, 1995, p. 43.

162 | JAMES C. SCOTT

juicios de calidad se convierte, cuando los padres intentan posicionar a sus hijos, en una estrategia. Se hace casi imposible entonces evaluar el significado o la autenticidad de este tipo de comportamiento corrompido por el sistema de auditora.
El deseo de disponer de instrumentos de medida del rendimiento que fueran cuantitativos, impersonales y objetivos fue, por
supuesto, parte integral de las tcnicas de gestin que el nio
prodigio Robert McNamara llev al Pentgono desde la Ford Motor Company, tcnicas que aplicara a la guerra en Indochina. En
una guerra sin lneas de combate claramente delimitadas, cmo
poda uno calibrar el avance? McNamara le dijo al general
Westmoreland, general, enseme un grfico que explique si estamos ganando o perdiendo en Vietnam. El resultado fueron al
menos dos grficos: uno, el ms notorio, era un ndice de desgaste
al que se le incorpor el total del recuento de cadveres del personal enemigo muerto en combate. Sometidos a una enorme presin por demostrar que haba progreso, y a sabiendas de que las
cifras influenciaban en los ascensos, las condecoraciones y las decisiones sobre descansos y permisos, los que hicieron las cuentas
se aseguraron de inflar los nmeros. Omitieron cualquier ambigedad entre cados civiles y militares y prcticamente todos los
cadveres se convirtieron en personal militar enemigo. Al cabo de
poco tiempo, el total de enemigos muertos superaba el total conocido de la suma de los combatientes de lo que se conoca como
Vietcong y del ejrcito norvietnamita. Y sin embargo, en el campo
de batalla, el enemigo distaba mucho de haber sido vencido.
El segundo ndice fue un intento de tomar la medida de las
simpatas civiles en la campaa Win Hearts and Minds,* WHAM, y
el ncleo de este sistema de medicin era el Hamlet Evaluation
System (sistema de evaluacin de las aldeas): todas y cada una de
* Campaa de propaganda estadounidense con la que se pretenda atraer la simpata de la poblacin local durante la guerra de Vietnam. (N. de la t.)

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 163

las doce mil aldeas survietnamitas fueron clasificadas, segn un


complicado sistema, como pacificada, en disputa u hostil.
Una vez ms, la presin por demostrar avances era implacable,
pero se encontraron los medios de conseguir que el grfico mostrara mejoras: falseando las cifras, creando sobre el papel milicias
de autodefensa que hubieran henchido de orgullo a Grigory
Potemkin, el ministro de la zarina Catalina, y no incluyendo en las
estadsticas los incidentes de actividad insurgente. El fraude descarado, aunque frecuente, fue menos habitual que la comprensible tendencia a resolver cualquier ambigedad en la direccin a la
que llevaban los incentivos para obtener una evaluacin favorable
y un ascenso. Gradualmente, pareca, las zonas rurales del
Vietnam estaban siendo pacificadas.
McNamara haba creado un infernal sistema de evaluacin
que no solo produjo un mero simulacro de progreso legible, un
rendimiento del mando, por decirlo de alguna manera, sino que
adems bloque un dilogo ms amplio sobre lo que, en estas circunstancias, podra significar progreso. Tal vez hubieran debido
prestarle ms atencin a las palabras de un verdadero cientfico,
Einstein: No todo lo que cuenta puede contarse, y no todo lo que
puede contarse, cuenta.
Por ltimo, un ejemplo ms reciente de esta dinmica, que
lamentablemente muchos inversores estadounidenses conocen
muy bien, nos lo proporciona la quiebra de Enron Corporation. En
la dcada de 1960, a las escuelas de negocios les preocupaba el problema de cmo disciplinar a los directivos de las grandes empresas para que dejaran de trabajar al servicio de sus propios y estrechos intereses a expensas de los intereses de los propietarios de la
empresa (tambin conocidos con el nombre de accionistas). La solucin que idearon fue la de vincular la compensacin econmica
de los altos directivos a los resultados de la empresa, medidos en
funcin del valor de la empresa para el accionista (tambin cono-

164 | JAMES C. SCOTT

cido con el nombre de precio por accin). Puesto que su compensacin en opciones sobre acciones, en general trimestrales,
dependa del precio por accin, los gestores reaccionaron y se
apresuraron a crear tcnicas, en colaboracin con sus contables y
auditores, con las que poder cocinar los libros de tal modo que alcanzaran el precio por accin requerido y poder as cobrar sus bonificaciones. A fin de forzar al alza el valor de las acciones de la
compaa, inflaron los beneficios y ocultaron las prdidas para
que otros, engaados, ofrecieran un precio ms alto por accin.
Por lo tanto, el intento de darle total transparencia al rendimiento
de los directivos, sustituyendo los sueldos que se les pagaban en
recompensa por su trabajo y experiencia por opciones sobre acciones, produjo un resultado totalmente inesperado y negativo. Una
lgica de estafa similar estaba en funcionamiento cuando las hipotecas fueron transferidas a los complejos instrumentos financieros involucrados en el descalabro de la economa mundial en el
ao 2008. En inters de la transparencia, las agencias de calificacin de bonos, dejando a un lado el hecho de que quienes las financiaban eran los propios emisores de los bonos, pusieron sus
frmulas de calificacin a disposicin de las agencias de inversin. Al conocer los procedimientos, o mejor an, al contratar a los
propios calificadores, se hizo posible la operacin inversa, es decir, emitir bonos teniendo presente la frmula y conseguir as de
este modo las mejores calificaciones (AAA) para instrumentos financieros con un alto grado de riesgo. Una vez ms, la auditora
fue todo un xito, pero el paciente muri.

Fragmento 25
Democracia, mrito y el fin de la poltica
El gran atractivo de las medidas de calidad cuantitativas nace,
creo, de dos fuentes: la creencia democratizadora en la igualdad

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 165

de oportunidades frente a los privilegios, la riqueza y el derecho


heredados, por una parte, y por la otra, la moderna conviccin de
que el mrito puede ser medido cientficamente.
Los modernos creyeron que la aplicacin de leyes cientficas
y mediciones cuantitativas a la mayor parte de los problemas sociales, una vez que los hechos fueran conocidos, eliminara los
debates estriles. Esta lente sobre el mundo, integrada en l, tiene
una agenda poltica profundamente incrustada, y, a este respecto,
hay hechos (en general numricos) que no necesitan interpretacin. La dependencia de estos hechos debera reducir el destructivo juego de narrativas, sentimientos, prejuicios, hbitos, hiprbole
y emocin que suelen encontrarse en la vida pblica. Una evaluacin fra, clnica y cuantitativa resolvera cualquier disputa, y tanto las pasiones como los intereses seran sustituidos por un juicio
tcnico neutral. Estos cientficos modernos aspiraban a minimizar las distorsiones de la subjetividad y de la poltica partidista
para conseguir lo que Lorraine Daston ha denominado una objetividad sin perspectiva, una visin desde ningn lugar. 4 El orden
poltico ms compatible con este punto de vista era el gobierno desinteresado e impersonal de una lite de formacin tcnica que
utilizaba su conocimiento cientfico para regir los asuntos humanos. Esta aspiracin se consideraba un nuevo proyecto civilizador. Los cerebrales reformistas progresistas estadounidenses de
principios del siglo XX y, por extrao que parezca, tambin Lenin,
crean que el conocimiento cientfico objetivo permitira que la
administracin de las cosas sustituyera en su mayor parte a la
poltica. Su evangelio de eficacia, formacin tcnica y soluciones
de ingeniera implicaba un mundo dirigido por una lite gestora
profesional, formada y racional.
El concepto de meritocracia es el compaero de viaje natu4 Lorraine Daston, Objectivity and the Escape from Perspective, Social Studies
of Science 22 (1922): 597-618.

166 | JAMES C. SCOTT

ral de la democracia y de la modernidad cientfica. 5 La clase gobernante ya no sera nunca ms un accidente de un nacimiento noble, de la riqueza heredada, o de cualquier tipo de estatus social
heredado. Los gobernantes seran elegidos, y por lo tanto legitimados, en virtud de su capacidad, su inteligencia y sus conocimientos demostrados. (Hago aqu una pausa para observar cmo
otras cualidades que uno podra verosmilmente desear ver en
quienes asumen posiciones de poder, tales como la compasin, la
sabidura, el valor o una gran experiencia, desaparecen por completo de esta enumeracin.) La mayora de la ciudadana educada
dio por sentado que la inteligencia, segn los estndares de la poca, era una cualidad que se poda medir. La mayora dio por sentado, adems, que la inteligencia estaba distribuida, si no de modo
aleatorio, entonces al menos, de una forma ms amplia que la riqueza o los ttulos nobiliarios. La misma idea de distribuir, por
primera vez, la posicin y las oportunidades de la vida fundamentndose para ello en un mrito mensurable ya era una rfaga de
aire fresco democrtico. Le prometa a toda la sociedad lo que las
carreras abiertas al talento y basadas en el mrito de Napolen
le haban prometido a la clase media francesa ms de un siglo
antes.
El concepto de una meritocracia mensurable era democrtico tambin en otro aspecto: restringa radicalmente las pretensiones al poder discrecional que antes haban reivindicado las clases
profesionales. A lo largo de la historia, las profesiones haban funcionado en forma de gremios industriales, marcando sus propias
normas, y guardando celosamente sus secretos profesionales, sin
5 El trmino meritocracia fue acuado a finales de la dcada de 1940 por el britnico Michael Young en su fantasa distpica The Rise of the Meritocracy, 18702033: An Essay on Education and Inequality, Thames and Hudson, Londres, 1958
[hay trad. cast.: El triunfo de la meritocracia, 1870-2033, Tecnos, 1964], en la que reflexionaba sobre las desventajas, para la clase obrera, de la eleccin de la lite go bernante sobre la base de la puntuacin obtenida en un test de inteligencia.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 167

tolerar escrutinios externos que pudieran anular sus propias resoluciones. A los abogados, mdicos, contables, ingenieros y profesores se les contrataba por sus opiniones y juicios profesionales,
en general inefables y opacos.

Fragmento 26
En defensa de la poltica
Los errores cometidos por un movimiento obrero revolucionario son muchsimo ms fructferos y ms valiosos que la
infalibilidad de cualquier partido.
Rosa Luxemburgo
El autntico dao que causa confiar sobre todo en el mrito medido cuantitativamente y en sistemas auditores numricos objetivos para evaluar la calidad es consecuencia de haber descartado
cuestiones vitales que deberan formar parte de un enrgico debate democrtico y ponerlas en manos de expertos a quienes se supone neutrales. Es esta despolitizacin espuria de las decisiones
trascendentales que afectan a las oportunidades en la vida de millones de ciudadanos y comunidades lo que priva a la esfera pblica de lo que por derecho le pertenece. Si hay una conviccin que
comparten los pensadores anarquistas y los populistas no demagogos, esta es la fe en la capacidad de aprendizaje y de crecimiento de una ciudadana democrtica mediante la participacin en la
esfera pblica. Del mismo modo que podemos preguntarnos qu
tipo de persona produce una determinada prctica rutinaria en la
oficina o en la factora, tambin podemos querer preguntar cmo
un proceso poltico podra ampliar el conocimiento y las
capacidades de los ciudadanos. A este respecto, a los anarquistas,
que creen en el mutualismo sin jerarquas y en la capacidad de los
ciudadanos de la calle de aprender a travs de la participacin,

168 | JAMES C. SCOTT

este modo de cortocircuitar el debate democrtico les parecera


lamentable. Cuando se utilizan el ndice de citacin SSCI y el SAT,
el examen de revlida estandarizado, y el ahora omnipresente
anlisis de costes y beneficios, estamos viendo en funcionamiento
la mquina antipoltica.
La antipoltica del SSCI consiste en la sustitucin de un
sano debate sobre la cualidad por un clculo pseudocientfico. La
autntica poltica de una disciplina, su poltica digna de atencin
en cualquier caso, es precisamente el dilogo sobre criterios de valor y de conocimiento. Me hago muy pocas ilusiones sobre la calidad habitual de este dilogo. Hay en juego intereses y relaciones
de poder? Por supuesto que s. Estn omnipresentes. No obstante,
no hay nada que pueda sustituir este debate necesariamente cualitativo y nunca concluyente. Es la sangre que le da la vida al carcter de una disciplina, un combate que se libra en las reseas, evaluaciones, aulas, mesas redondas, debates y en la toma de decisiones con relacin al programa educativo, la contratacin y el ascenso de profesores. Cualquier intento de limitar este debate mediante, por ejemplo, la balcanizacin en subcampos casi autnomos, el
establecimiento de rgidos criterios cuantitativos, o la creacin de
complicadas tablas de resultados, tiende siempre a congelar una
ortodoxia dada o a fijar en una posicin inamovible el reparto de
cargos y puestos.
El sistema SAT, por su parte, lleva el ltimo medio siglo
abriendo y cerrndoles a millones de estudiantes sus oportunidades de futuro. Ha contribuido a configurar una lite. No es de extraar, pues, que esta lite vea con buenos ojos un sistema que le
ha ayudado a ponerse al frente de la manada. El sistema es apenas
lo bastante abierto, lo bastante transparente y lo bastante
imparcial como para permitir que las lites y quienes no
pertenecen a ellas lo consideren una competicin nacional
imparcial para conseguir progresar. Ms de lo que haran la

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 169

riqueza o la noble cuna, les brinda la oportunidad a los vencedores


de creer que la recompensa obtenida es merecida, aunque las
correlaciones entre los resultados del SAT y el estatus
socioeconmico basten para convencer a un observador imparcial
de que no hay ninguna puerta abierta. El SAT, a todos los efectos,
seleccion a una lite elegida de forma ms imparcial que sus
antecesores, ms legtima y que, por lo tanto, est mejor situada
para defender y reforzar la institucin responsable de la
naturalizacin de la excelencia de dicha lite.
Mientras tanto, nuestra vida poltica se ha empobrecido. El
dominio del SAT convence a muchos estadounidenses blancos de
clase media de que la discriminacin positiva es una dura eleccin
entre el mrito objetivo, por una parte, y el favoritismo de clase
por la otra. Se nos ha privado de un dilogo pblico que debata
cmo deberan ser asignadas las oportunidades educativas en una
sociedad democrtica y plural. Se nos ha privado de un debate en
el que se discutan qu cualidades queremos que tengan nuestras
lites y cada una de nuestras escuelas, en la medida en la que el
programa educativo se limita a hacerse eco de la estrecha visin
tnel del SAT.
Un ejemplo extrado de un campo diferente al de la poltica
pblica ilustra el modo en el que presunciones muy discutibles se
introducen subrepticiamente en la propia estructura de la mayor
parte de los sistemas auditores e ndices cuantitativos. El anlisis
de costes y beneficios, del que fueron pioneros los ingenieros salidos de la escuela francesa de alta administracin cole des Ponts
et Chausses, y que ahora aplican las agencias de desarrollo, las
instituciones de planificacin, el cuerpo de ingenieros del ejrcito
de Estados Unidos y el Banco Mundial a prcticamente cualquier
iniciativa, es un destacado ejemplo al respecto. El anlisis de
costes y beneficios consiste en una serie de tcnicas de valoracin
diseadas para calcular los beneficios de un proyecto dado (una

170 | JAMES C. SCOTT

carretera, un puente, una presa, un puerto). Este tipo de anlisis


exige que todos los costes y todos los beneficios sean monetizados
de modo que puedan ser subsumidos bajo el mismo sistema
mtrico. Por lo tanto, el coste de, por ejemplo, la extincin de una
determinada especie de pez, o la prdida de una esplndida vista,
de puestos de trabajo y de aire limpio, si tiene que ser incluido en
el clculo, debe ser expresado en euros o en dlares. Este tipo de
clculo exige algunas presunciones heroicas. Por la prdida de una
magnfica vista, se utiliza el shadow pricing, precio sombra o
precio virtual, que se obtiene preguntndoles a los residentes
cunto estaran dispuestos a pagar en forma de impuestos
aadidos para conservar esta vista, y esta es la cifra que se
convierte entonces en el valor monetario de la vista! Si los
pescadores vendieran el pescado de la especie extinguida por
culpa de la construccin de una presa o dique, esta prdida de
ventas representa el valor monetario de la extincin de dicha
especie de peces; si estos peces no se vendieran, entonces, para el
propsito del anlisis, la extincin de la especie no tiene ningn
valor. Por muy decepcionados que estn los quebrantahuesos, las
nutrias y las serretas de pico rojo por haber perdido sus medios de
subsistencia, solo cuentan las prdidas que afectan a los humanos,
y las prdidas que no pueden ser monetizadas no entran en el
anlisis. Cuando, pongamos por caso, una tribu india rechaza una
compensacin y declara que las tumbas de sus ancestros, que en
poco tiempo quedarn sumergidas bajo el agua de un pantano,
tienen un valor incalculable, se desafa la lgica del anlisis de
costes ybeneficios y las tumbas se caen fuera de la ecuacin.
Todo, todos los costes y todos los beneficios, debe reducirse
a una medida estndar y ser monetizado para incorporarse a los
clculos que miden la proporcin de beneficios: la vista de una
puesta de sol, las truchas, la calidad del aire, los puestos de trabajo, el ocio, la calidad del agua. Tal vez la ms audaz de las presunciones tras el anlisis de costes y beneficios sea el valor del futuro,

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 171

s, del futuro. Y esta presuncin plantea una pregunta, cmo se


calculan los beneficios futuros de, pongamos por caso, la mejora
gradual de la calidad del agua o de la creacin de puestos de trabajo en el futuro? En general, la regla es que los beneficios futuros
sern descontados a la tasa de inters media o vigente, ni ms ni
menos. En la prctica, esto significa que casi todos y cada uno de
los beneficios, a menos que sean inmensos, a ms de cinco aos
vista sern insignificantes una vez hayan sido descontados por
este mtodo. Aqu tenemos entonces una decisin poltica crucial
sobre el valor del futuro que se inserta subrepticiamente en la forma de una mera convencin contable en la frmula del coste-beneficio. Aparte de las manipulaciones de las que siempre ha sido
objeto el anlisis de costes y beneficios, el gran dao que supone,
incluso cuando se aplica con rigor, es que despolitiza de un modo
radical la toma pblica de decisiones.
Porter atribuye la adopcin de los sistemas auditores de
este tipo en Estados Unidos a la falta de confianza en las lites
burocrticas e insina que Estados Unidos, para controlar el
ejercicio de la resolucin de cuestiones oficiales, confa en reglas
en un grado mucho mayor que cualquier otra democracia industrializada.6 Por lo tanto, los sistemas auditores de este tipo, que
tienen el objetivo de conseguir una total objetividad mediante la
supresin de toda discrecin, representan tanto la apoteosis de la
tecnocracia como su enemigo ms acrrimo y su justo castigo.
Cada una de estas tcnicas es un intento de sustituir las
prcticas sospechosas y aparentemente antidemocrticas de una
lite profesional por un procedimiento de evaluacin transparente, mecnico, explcito y, en general, numrico. Cada una de estas
tcnicas es una completa paradoja de arriba abajo, puesto que la
tcnica es tambin una respuesta a la presin poltica: el deseo de
que el pblico aclame unos procedimientos de decisin, a todos
6 Porter, Trust in Numbers, p. 194.

172 | JAMES C. SCOTT

los efectos limitadores, que sean explcitos, transparentes y por lo


tanto, en principio, accesibles. Aunque el anlisis de costes y beneficios sea una respuesta a la presin poltica de la ciudadana, y tenemos aqu una primera paradoja, su xito depende por completo
de que parezca apoltico de principio a fin: objetivo, no partidista
y palpablemente cientfico. Bajo estas apariencias, por supuesto, el
anlisis de costes y beneficios es intensamente poltico. Su poltica
se encuentra enterrada en lo ms profundo de las tcnicas de clculo: en primer lugar, en qu medir, en cmo medirlo, en qu escala utilizar, en las convenciones para descontar y reducir a
una magnitud estndar que se pueda medir, en cmo se traducen las observaciones en valores numricos y en cmo se utilizan
estos valores numricos para tomar decisiones. Al mismo tiempo
que rechazan las acusaciones de parcialidad y de favoritismo, estas tcnicas, y aqu tenemos una segunda paradoja, logran insertar con brillantez un programa poltico, en el nivel de los procedimientos y convenciones de clculo, que resulta opaco e inaccesible
por igual.
Cuando son un xito poltico, las tcnicas del SAT, del anlisis de costes y beneficios y, a este respecto, tambin del cociente
de inteligencia (IQ, del ingls intelligence quotient) parecen igual de
slidas, objetivas e incuestionables que los nmeros de la presin
sangunea, la lectura de un termmetro, el nivel de colesterol o el
recuento de leucocitos. Las lecturas son sin duda alguna
impersonales y, en lo que respecta a su interpretacin, el doctor
es el que sabe.
Dichas tcnicas parecen eliminar el caprichoso elemento
humano de la toma de decisiones. De hecho, una vez que estas tcnicas, y sus presunciones profundamente incrustadas e intensamente polticas, han quedado consolidadas con firmeza, s que limitan la discrecin de los funcionarios. Ante acusaciones de parcialidad, el funcionario puede afirmar, no sin una cierta verdad,

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 173

que lo nico que hago es hacer girar la palanca, la de una mquina apoltica de toma de decisiones. El fundamental escudo protector que proporciona este tipo de mquinas apolticas contribuye a
explicar por qu su validez preocupa menos que su estandarizacin, precisin e imparcialidad. Aun cuando el SSCI no mida la calidad del trabajo de un investigador, aun cuando el SAT no mida
realmente la inteligencia ni prediga el xito en la universidad, ambos constituyen un modelo preciso, imparcial y pblico, un conjunto transparente de reglas y objetivos. Cuando este tipo de herramientas triunfan, logran la necesaria alquimia: toman los contenciosos, las batallas por recursos en las que mucho se halla en
juego, las oportunidades en la vida de una persona, los beneficios
para megaproyectos, y los transmutan en decisiones tcnicas apolticas sobre las que presiden funcionarios cuya neutralidad est
ms all de cualquier reproche. Los criterios para las decisiones
son explcitos, estn estandarizados y se conocen de antemano. Se
hace desaparecer la discrecin y la poltica mediante tcnicas que,
en el fondo, estn saturadas al mximo de elecciones discrecionales y presunciones polticas, ahora protegidas con gran eficacia de
la vista del pblico.
El muy extendido uso de ndices numricos no est limitado a ningn pas en particular, ni a alguna rama determinada de
la poltica pblica, ni tampoco, de hecho, al presente inmediato.
Que en la actualidad se hayan puesto de moda adoptando la forma
de sociedad auditora, se debe en parte, por supuesto, al auge de
las grandes corporaciones, cuyos accionistas intentan medir la
productividad y los resultados, y a la poltica neoliberal de las dcadas de 1970 y 1980, ejemplificada por Thatcher y Reagan y su nfasis en el valor por dinero en la administracin pblica, y quienes, tomando prestadas tcnicas de la ciencia de la gestin empresarial en el sector privado, intentaron instaurar puntuaciones y
tablas de liga para escuelas, hospitales, polica, bomberos y otras
instituciones. La causa ms profunda, paradjicamente una vez

174 | JAMES C. SCOTT

ms, radica en la democratizacin y en la exigencia de que se controlaran las decisiones administrativas. Estados Unidos parece ser
una especie de valor atpico en su modo de abrazar las auditoras y
la cuantificacin. Ningn otro pas ha adoptado los sistemas auditores en educacin, guerra, obras pblicas y compensacin de directivos empresariales con el entusiasmo que lo ha hecho Estados
Unidos. Contradiciendo la imagen que el pas proyecta de s mismo, la de una nacin de rudos individualistas, los estadounidenses se encuentran entre los ciudadanos ms normalizados y controlados del mundo.
El gran fallo de todas estas tcnicas de administracin radica en que, en nombre de la igualdad y de la democracia, funcionan
como una inmensa mquina antipoltica que elimina de un plumazo grandes espacios de legtimo debate pblico, expulsndolos
de la esfera pblica y arrojndolos en brazos de los comits tcnicos y administrativos. Estas tcnicas obstaculizan los instructivos
y potencialmente fortalecedores debates sobre poltica social, el
significado de la inteligencia, la seleccin de las lites, el valor de
la igualdad y de la diversidad, y el propsito del crecimiento
econmico y del desarrollo. En resumen, son los medios mediante
los cuales las lites tcnicas y administrativas intentan convencer
a un pblico escptico, al mismo tiempo que excluyen del debate a
este mismo pblico, de que no tienen preferencias, de que no
emprenden oscuras acciones discrecionales, de que no son en
absoluto parciales, sino que se limitan a realizar clculos tcnicos
y transparentes. En la actualidad, estas tcnicas son la marca de
fbrica del orden poltico neoliberal en el que las tcnicas de la
economa neoclsica, escudndose en el clculo cientfico, han
llegado a reemplazar otras formas de razonamiento. 7 Cuando
7 Dnde trazamos la lnea divisoria entre la cuantificacin justificada, la que intenta conseguir transparencia, objetividad, control democrtico y salidas sociales
igualitarias, y la cuantificacin metastsica, que sustituye y, de hecho, asfixia los
debates polticos sobre el rumbo correcto de la poltica pblica?

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 175

oigan decir a alguien que he invertido mucho en l/ ella, o


referirse al capital humano o social, o al coste de oportunidad
de una relacin humana, les aseguro que sabrn de lo que estoy
hablando.

Es indudable que no podemos concluir que todos los usos oficiales de los
mtodos auditores son errneos o una insensatez, sino que, ms bien, necesitamos
encontrar modos de distinguir entre los usos sensatos y los peligrosos de los nmeros. Cuando nos enfrentamos a auditoras y a ndices cuantitativos, deberamos
hacernos algunas preguntas. Yo sugerira plantear preguntas que respondan a las
preocupaciones planteadas antes en mi anlisis, a saber, la presencia o carencia de
la validez de un constructo, la posibilidad de antipolticas, y la colonizacin y el
peligro de la retroalimentacin. Por lo tanto, nosotros, como ciudadanos, deberamos preguntarnos:
a. Cul es la relacin entre el ndice cuantitativo propuesto y el constructo (la cosa
en el mundo) que se supone que tiene que medir? (Por ejemplo, representa el SAT
con exactitud la aptitud de un estudiante, o ms en general, si el o la estudiante se
merece estudiar en la universidad?)
b. Se oculta o se elude alguna cuestin poltica bajo el disfraz de la cuantificacin?
(Por ejemplo, el sistema de evaluacin de aldeas por puntos y por recuento de cadveres, ofusc el debate en Estados Unidos sobre si la guerra de Vietnam era una
accin inteligente o si, de hecho, poda ganarse?)
c. Cules son las posibilidades de que el ndice sea colonizado o subvertido, tales
como informes falsos, efectos de retroalimentacin o el establecimiento de prejui cios contra otras metas importantes? (la dependencia de las universidades estadounidenses en el SSCI, condujo a la publicacin de psimos artculos o al fenmeno de los crculos de citacin?).
En resumen, no estoy proponiendo un ataque contra los mtodos cuantitativos, ni
en el mundo acadmico ni en el poltico, pero lo que s es cierto es que necesitamos
desmitificar y desacralizar los nmeros, insistir en que no siempre pueden responder a las preguntas y cuestiones que se plantean. Y necesitamos, sin duda, reconocer los debates sobre la asignacin de los escasos recursos por lo que son, poltica, y
por lo que no son, decisiones tcnicas. Debemos empezar por preguntarnos si el
uso de la cuantificacin en un determinado contexto tiene posibilidades de hacer
avanzar o, por el contrario, de obstaculizar el debate poltico, y si tiene probabilidades de alcanzar o socavar nuestros objetivos polticos.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 177

6. PARTICULARIDAD Y FLUJO
Los que escriben la historia son hombres cultos, y por tanto,
para ellos es natural y agradable pensar que la actividad de
su clase constituye la base del movimiento de la
humanidad.
Len Tolsti, Guerra y paz
Fragmento 27
Simpata y bondad al por menor
El herosmo de la ciudad francesa de Le Chambon-sur-Lignon, en
el departamento del Alto Loira, que en la Francia de Vichy consigui dar refugio, alimentar y enviar rpidamente hacia la seguridad a ms de cinco mil refugiados, muchos de ellos nios judos,
ha quedado ahora consagrado por los anales de la resistencia al
nazismo. Los libros y las pelculas han celebrado los muchos actos
de valenta silenciosa que hicieron posible este poco comn
rescate.
En este punto, quisiera hacer hincapi en la particularidad de
estos actos de un modo que, aunque pueda restarle algo de valor a
la magnfica narrativa de la resistencia religiosa al antisemitismo,

178 | JAMES C. SCOTT

al mismo tiempo nos haga comprender mejor la especificidad de


los gestos humanitarios.
Muchos habitantes de Le Chambon-sur-Lignon eran hugonotes, y sus dos sacerdotes eran posiblemente las voces ms respetadas e influyentes de la comunidad. Como hugonotes, tenan su
propia memoria colectiva, al menos desde la masacre del da de
San Bartolom, de persecucin religiosa y de huida. Mucho antes
de la ocupacin ya haban manifestado su simpata por las vctimas del fascismo acogiendo a refugiados huidos de la Espaa
franquista y de la Italia de Mussolini. Es decir, sus convicciones y
su experiencia les haban predispuesto para poder comprender el
mal trago por el que pasaban los refugiados de los estados autoritarios, y ms en particular el pueblo bblico de los judos. No obstante, traducir esta compasin en acciones prcticas de ayuda y,
bajo el rgimen de Vichy, mucho ms peligrosas, no era tan
sencillo.
En previsin de la llegada de judos, los sacerdotes hugonotes empezaron a intentar movilizar los refugios clandestinos y los
alimentos que saban iban a necesitar de sus feligreses. Tras la
abolicin de la zona libre en el sur de Francia, ambos sacerdotes
fueron detenidos y trasladados a un campo de concentracin. En
este amenazante contexto, la esposas de los religiosos asumieron
el rol de sus maridos y se pusieron a trabajar para reunir alimentos y encontrar refugio en su comunidad para los judos. Les preguntaron a sus vecinos, granjeros o habitantes del ncleo urbano,
si estaran dispuestos a ayudar cuando llegara el momento. Las
respuestas, en muchas ocasiones, no fueron demasiado alentadoras. La ms habitual fue que aquellos a quienes preguntaban expresaran su compasin por los refugiados, pero no estaban dispuestos a correr el riesgo de acogerlos y alimentarlos. Sealaron
que ellos tambin tenan el deber de proteger a sus familiares ms
prximos y teman que si refugiaban a judos, pudieran ser

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 179

denunciados ante la Gestapo local, lo que les expondra a ellos y a


su familia a un grave peligro. Sopesando sus obligaciones para
con su familia ms inmediata y su compasin ms abstracta hacia
las vctimas judas a las que ayudar, prevalecieron los vnculos
familiares, y las esposas de los pastores perdieron la esperanza de
poder organizar una red de refugios.
Preparados o no, sin embargo, los judos empezaron a llegar
en busca de ayuda. Lo que ocurri a continuacin es importante y
sintomtico para entender la particularidad de esta accin social
(en este caso, humanitaria). Las esposas de los sacerdotes se encontraron que ahora tenan entre manos a judos vivos y reales, y
lo intentaron otra vez. Por ejemplo, llevaban a un anciano judo,
flaco y temblando de fro, hasta la puerta de alguno de los granjeros que antes no haba querido comprometerse, y le preguntaban:
Podra darle usted a nuestro amigo una comida caliente y ropa
de abrigo, y ensearle el camino para llegar hasta el siguiente pueblo?. El granjero tena ahora respirando ante l a una vctima
viva, que le miraba a los ojos, tal vez implorante, y al que deba negarle su ayuda. O bien, las mujeres llegaban hasta la puerta de una
granja acompaadas de una pequea familia y preguntaban: Les
dara a esta familia una manta, un cuenco de sopa, y les dejara
dormir en su granero un da o dos antes de que se pongan en camino hacia la frontera suiza?. Cara a cara con vctimas reales,
cuya suerte dependa a todas luces de su ayuda, pocos se mostraron dispuestos a negarles asistencia, aunque los riesgos siguieran
siendo los mismos.
Una vez que los habitantes del pueblo, de forma individual,
hubieron hecho este gesto, en general, se comprometieron a ayudar a los refugiados durante el resto de la guerra. En otras palabras, fueron capaces de extraer sus propias conclusiones de su
gesto prctico de solidaridad, su lnea de conducta real, y vieron
que era la conducta tica a seguir. No enunciaron primero el

180 | JAMES C. SCOTT

principio y actuaron despus en consecuencia, sino que actuaron


primero y despus extrajeron la lgica de sus actos. El principio
abstracto naci de la accin prctica, y no al revs.
Franois Rochat, comparando este modelo con la banalidad de la maldad de Hannah Arendt, lo llama banalidad de la
bondad.1 Podramos, con la misma precisin al menos, llamarlo
la particularidad de la bondad, o, apropindonos de la Tor, un
ejemplo de cmo el corazn sigue a la mano.
La particularidad de la identificacin y de la compasin es
una hiptesis de trabajo en el periodismo, en la poesa y en el trabajo caritativo. La gente no se identifica con las grandes abstracciones, los Desempleados, los Hambrientos, los Perseguidos o los
Judos, ni tampoco les abre el corazn o la cartera. Sin embargo,
representemos con todo su emotivo detalle, con fotografas, a una
mujer que ha perdido su trabajo y que est viviendo en su coche, o
a una familia de refugiados a la fuga a travs de un bosque y que
se alimenta de races y tubrculos, y lo ms probable es que consigan la compasin de los desconocidos. No es fcil que todas las
vctimas puedan representar a una vctima, pero una sola vctima
muy a menudo puede simbolizar a toda una clase de vctimas.
Este principio operaba de forma poderosa en el ms emotivo de los monumentos a las vctimas del Holocausto que yo haya
visto, una exposicin en el Ayuntamiento de Mnster, ciudad donde se firm el tratado de Westphalia en 1648, que pona fin a la
guerra de los Treinta Aos. Calle por calle, direccin a direccin,
nombre a nombre, la muestra describa la suerte que corrieron todas y cada una de las familias judas (unas seis mil). En general, la
exposicin mostraba una fotografa de la casa en la que haba vivido la familia (la mayora de estas casas seguan en pie, puesto que
1 Franois Rochat y Andr Modigliani, The Ordinary Quality of Resistance: From
Milgrams Laboratory to the Village of Le Chambon, Journal of Social Issues 51, n.
3 (1995): 195-210.

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 181

los bombardeos de los aliados apenas llegaron a Mnster), la direccin de la casa, en algunas ocasiones un documento de identidad o una tarjeta de visita, fotografas de los miembros de la familia, solos y en grupo (en un picnic, una fiesta de cumpleaos, un
retrato familiar), y una nota sobre el destino que haban corrido:
asesinados en Bergen-Belsen, huidos a Francia y despus a
Cuba, emigrados a Israel desde Marruecos, huidos a Lodz, Polonia, suerte desconocida. En algunos casos no haba fotografa,
solo un rectngulo de puntos indicando el sitio en el que se
hubiera colocado.
Se trataba, por encima de todo, de una muestra organizada
por el ayuntamiento para la ciudadana de Mnster. Los vecinos
de la ciudad podan pasear de calle en calle, y ver a los judos que
haban sido sus vecinos, o los vecinos de sus padres y abuelos, su
casas, sus rostros, en general reflejando momentos ms felices,
que les sonrean. Era la poderosa particularidad, la individualidad,
y su inmensa reiteracin lo que haca la exposicin tan memorable, en el sentido ms literal del trmino. 2 Este homenaje era mucho ms emotivo que muchos de los otros omnipresentes monumentos colectivos dedicados a los judos, a los homosexuales (en
esta esquina, los homosexuales eran reunidos para ser transportados a los campos de concentracin), a los discapacitados y a los
gitanos (Roma y Sinti).3
2 El museo del Holocausto en Washington D.C. reconoce el poder de la particula ridad entregando a cada visitante una tarjeta con una fotografa de un judo de
cuyo particular destino no se enteran hasta finalizar la visita.
3 La mayor parte de estas placas no fueron una iniciativa estatal, sino que fueron
creadas por pequeos grupos de ciudadanos alemanes que insistieron en la importancia de que la historia local del nazismo quedara marcada en la memoria
histrica colectiva. Aunque son menos emotivas en su totalidad que la exposicin
de Mnster, esta sale ganando en una comparacin con Estados Unidos, donde
uno puede buscar en vano memoriales que nos recuerden cosas como en este lu gar se celebraban subastas de esclavos, recordemos Wounded Knee y el Camino de lgrimas, o aqu se llevaron a cabo los infames experimentos de

182 | JAMES C. SCOTT

Tal vez lo ms asombroso de esta exposicin, no obstante,


fuera el mismo proceso de montaje. Cientos de ciudadanos de
Mnster haban trabajado durante ms de una dcada peinando
archivos, autentificando muertes, siguiendo la pista de supervivientes y escribiendo cartas personalmente a los miles que pudieron localizar, en las que explicaban la exposicin que estaban preparando y les pedan a los destinatarios de la carta si estaran dispuestos a completar el archivo y contribuir con una foto o con
unas notas. Muchos de ellos, comprensiblemente, se negaron, muchos otros enviaron alguna cosa, y un considerable nmero de
ellos viajaron a Mnster para ver la exposicin con sus propios
ojos. El resultado hablaba por s mismo, pero el propio proceso de
rastrear las historias familiares, localizar a los supervivientes y a
sus hijos, y escribirles cartas personales a los que fueron sus desdichados vecinos a travs del vaco de la historia y de la muerte fue
un reconocimiento catrtico, si es que no purificador, de una historia compartida y trgica. La mayora de los que participaron en
la preparacin de la exposicin ni siquiera haban nacido cuando
los judos fueron exterminados, y uno puede imaginar los miles de
conversaciones y recuerdos dolorosos que este proceso desencaden entre las diferentes generaciones de habitantes de Mnster.

Fragmento 28
El regreso de la particularidad, el flujo y la contingencia
El trabajo de la mayor parte de las ciencias sociales y de la historia
consiste en resumir, codificar y, en general, empaquetar los movimientos sociales significativos y los acontecimientos histricos
importantes a fin de hacerlos legibles y comprensibles. Dado este
Tuskegee. [Experimento, sin ningn miramiento tico, llevado a cabo entre 1932
y 1972 para estudiar los efectos de la sfilis no tratada entre hombres afroamericanos en Tuskegge, Alabama]

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 183

objetivo, y el hecho de que los acontecimientos sobre los que intentan arrojar luz ya han ocurrido, no es ninguna sorpresa que los
historiadores y cientficos sociales despachen a toda prisa y sin
simpata alguna la confusin, el flujo y la tumultuosa contingencia
que han experimentado los actores histricos, por no hablar de los
observadores pasivos corrientes, cuyas acciones estn analizando.
Una razn perfectamente obvia del engaoso y pulcro orden en el que se narran estos episodios es, precisamente, porque
son historia. Los acontecimientos en cuestin resultaron ser de
esta manera y no de otra, ocultando el hecho de que era bastante
probable que los participantes no tuvieran ni idea de cmo acabaran y de que, bajo circunstancias algo diferentes, las cosas podran haber sido muy distintas. Ya lo dice el antiguo proverbio ingls: por no tener un clavo, se perdi la herradura; por no tener
herradura, se perdi el caballo; por no tener caballo, se perdi el jinete; por no tener jinete, se perdi el mensaje; por no tener mensaje, se perdi el reino.
Es inevitable que saber lo que ocurri en realidad, a diferencia de los participantes, infecte la historia y la vace de la mayor
parte de su autntica contingencia. Pensemos por un momento en
alguien que se quita la vida. Resulta casi imposible que los amigos
y familiares del muerto no reescriban la biografa del suicida de
un modo tal que presagie y que justifique el suicidio. Por supuesto, tambin es del todo posible que un breve desequilibrio qumico, un pnico momentneo o una trgica percepcin de un instante puedan haber llevado al muerto a cometer ese acto, en cuyo
caso, reescribir toda su biografa de tal modo que todo lleve al
suicidio significara no haber comprendido esta vida.
El impulso natural de crear un relato coherente que justifique y explique nuestras acciones y nuestra propia vida, incluso
cuando dichas vidas y acciones desafan cualquier crnica coherente, le confiere un orden retroactivo a actos que podran haber

184 | JAMES C. SCOTT

sido radicalmente contingentes. Jean-Paul Sartre ofrece el hipottico ejemplo de un hombre desgarrado entre la obligacin de quedarse y de cuidar a su madre enferma o de marcharse al frente
para defender a su pas. Podramos sustituir esta decisin por la
de declararse en huelga o seguir trabajando en la factora, o por la
de unirse a una manifestacin, etc. El hombre no puede decidirse,
pero llega el da, y llega como un tren lanzado a toda velocidad, en
el que por fuerza tiene que hacer una cosa o la otra, aunque todava no haya decidido cul. Digamos que decide quedarse con su
madre enferma. Al da siguiente, escribe Sartre, ser capaz de explicarse a s mismo, y de explicrselo a otros, por qu l es el tipo
de hombre que decide permanecer junto a su madre enferma. Una
vez ha actuado, debe encontrar un relato que justifique lo que ha
hecho, aunque esto no explique por qu hizo lo que hizo, sino que
ms bien, echando la vista atrs, le da sentido a lo que ha hecho, es
decir, crea un relato que satisfaga su accin, una accin que no
puede ser explicada de ninguna otra manera.
Lo mismo podra decirse de los trascendentales acontecimientos contingentes que han configurado la historia. La historia
y la imaginacin popular no solo borran la contingencia de los
acontecimientos sino que implcitamente les atribuyen a los actores histricos intenciones y una consciencia que no podan de ningn modo haber tenido. El hecho histrico de la Revolucin Francesa ha reconfigurado, comprensiblemente, casi toda la historia
francesa del siglo XVIII de tal modo que lleva de forma inexorable
al ao 1789. La revolucin no fue un nico acontecimiento, sino un
proceso que dependa de las contingencias, la meteorologa, las
malas cosechas y la geografa y demografa de Pars y de Versalles,
mucho ms de lo que dependa de las ideas esbozadas por los
philosophes. Los que asaltaron la Bastilla para liberar a los presos y
apoderarse de las armas no podan haber sabido de ningn modo
(y menos an tenido la intencin) que iban a derribar la
monarqua y que haran caer a la aristocracia, y menos an que

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 185

estaban participando en lo que ms tarde se conocera con el


nombre de Revolucin Francesa.
Una vez que un acontecimiento histrico significativo ha
sido codificado, viaja en la forma de una especie de smbolo de
condensacin y, a menos que tengamos mucho cuidado, adopta
una falsa lgica y un orden que le hace una grave injusticia a cmo
lo experimentaron los participantes en el momento en el que ocurri. Los habitantes de Chambon-sur-Lignon, a los que ahora se
considera un ejemplo moral, aparecen, de forma ms o menos
monoltica, como unos hugonotes que actuaron guiados por sus
principios religiosos y que acudieron en ayuda de los perseguidos,
cuando, como hemos visto antes, su valenta emanaba de una
fuente ms compleja e instructiva. La Revolucin Rusa, la revolucin estadounidense, la guerra de los Treinta Aos (quin saba
en el ao cinco de esta guerra que se prolongara veinticinco aos
ms?), la comuna de Pars de 1871, el movimiento por los derechos
civiles en Estados Unidos, Pars en el ao 1968, Solidarno en Polonia, y cualquier otro acontecimiento complejo, estn todos sometidos a las mismas cualificaciones. Su radical contingencia
tiende a ser borrada, la consciencia de los participantes, allanada
y, demasiado a menudo, inoculada con un conocimiento
preternatural* de cmo transcurrieron las cosas, y se acalla el tumulto de los diferentes modos de comprenderlas y de sus motivos.
Lo que la historia le hace a nuestra comprensin de los
acontecimientos es algo parecido a lo que le hace una retransmisin televisiva de un partido de baloncesto o de hockey a nuestra
comprensin de este partido. La cmara est situada por encima
del plano de la accin o fuera de l, algo parecido a un helicptero
que planea sobre la accin. El efecto de esta vista de pjaro es el de
distanciar al espectador del partido y la aparente ralentizacin del
juego. Incluso as, y para que el espectador no se pierda un lanza* Praeter naturam, ms all de la naturaleza. (N. del e.)

186 | JAMES C. SCOTT

miento o un pase crucial, se utiliza la cmara lenta real para ralentizar todava ms la accin y permitir que el espectador pueda verlo en todo detalle una y otra vez. La combinacin de la perspectiva
a vista de pjaro y de la cmara lenta hace que los movimientos de
los jugadores le parezcan al espectador tan engaosamente fciles
que puede entonces tal vez fantasear y creer que l domina tambin estos movimientos. Por desgracia, ningn jugador real experimenta nunca el partido real desde un helicptero o a cmara
lenta. Y en las raras ocasiones en las que la cmara se sita a nivel
del suelo y cerca de la accin en tiempo real, uno puede por fin valorar al mismo tiempo que los jugadores la deslumbrante velocidad y la complejidad de partido; la breve fantasa que se disipa de
inmediato.

Fragmento 29
La poltica de representacin errnea de la historia
La confusin al ver la causalidad militar es la de confundir
el patio de armas con la batalla, donde es una cuestin de
vida y muerte.
Len Tolsti
La tendencia a ordenar, simplificar y condensar los acontecimientos histricos no es solo una tendencia natural humana o algo que
necesitan los manuales escolares de historia, sino una lucha poltica en la que es mucho lo que est en juego.
La Revolucin Rusa de 1917, igual que la Revolucin Francesa, fue un proceso cuyos muchos y muy diversos participantes no
saban cmo acabara. Quienes han analizado el proceso en todo
detalle estn de acuerdo en varios puntos. Estn de acuerdo en
que los bolcheviques desempearon un papel insignificante en el

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 187

nacimiento de la revolucin; en palabras de Hannah Arendt, los


bolcheviques encontraron el poder tirado en la calle y lo recogieron.4 Los acontecimientos de finales de octubre de 1917 estuvieron marcados por la total confusin y la espontaneidad. Estn de
acuerdo en que la aplastante derrota de los ejrcitos del zar en el
frente austraco y el subsiguiente regreso precipitado de los soldados para participar en las confiscaciones espontneas de tierras
en el campo fueron decisivos en el descalabro del poder del zar en
las zonas rurales de Rusia. Estn de acuerdo en que la clase obrera
de Mosc y de San Petersburgo, pese a su descontento y militancia, no prevea hacerse con la propiedad de las factoras. Por ltimo, estn de acuerdo en que en vsperas de la revolucin, los bolcheviques apenas ejercan alguna influencia entre los trabajadores
(aunque la poca que ejercan era muy valiosa) y ninguna en las
zonas rurales.
Una vez que los bolcheviques se hicieron con el poder, no
obstante, empezaron a escribir una crnica que dejaba fuera de
ella la contingencia, la confusin y la espontaneidad, y tambin a
los muchos otros grupos revolucionarios. Esta nueva historia
exactamente as haca hincapi en la clarividencia, la determinacin y el poder del partido de vanguardia. De acuerdo con la visin leninista en Qu hacer?, los bolcheviques se vieron a si mismos como los principales animadores del desenlace histrico.
Dada la fragilidad con la que gobernaron entre 1917 y 1921, los bolcheviques tenan un inters muy poderoso en sacar la revolucin
de las calles y hacerla ingresar en los museos y en los libros de tex to escolares lo antes posible, no fuera a ser que el pueblo decidiera
repetir la experiencia. El proceso revolucionario fue
naturalizado como un producto de la necesidad histrica, legitimando as la dictadura del proletariado.
4 Hannah Arendt, On Revolution, Viking, Nueva York, 1965, p. 122 [hay trad. cast.:
Sobre la revolucin, trad.: P. Bravo Gala, Alianza, Madrid, 2011).

188 | JAMES C. SCOTT

La historia oficial de la revolucin ya estaba siendo creada


casi antes de que se consumara la autntica revolucin. De igual
modo que la idea de estado (y la de revolucin) de Lenin se pareca
a una mquina bien engrasada operada desde arriba con precisin
militar, tambin las representaciones revolucionarias subsiguientes siguieron el mismo modelo. Lunacharsky, el empresario
cultural del primer bolchevismo, concibi un gigantesco teatro
pblico urbano en el que se describa la revolucin, con cuatro mil
actores (la mayora de ellos, soldados) que seguan un guin coreografiado, caones, barcos en el ro y un sol rojo en el este (simulado por medio de focos), como instruccin cvica para 35.000
espectadores. En el teatro pblico, en la literatura, en el cine y en
la historia, los bolcheviques manifestaron su vital inters por empaquetar la revolucin de tal modo que cualquier contingencia,
variedad o propsitos enfrentados de la autntica revolucin quedaran eliminados. Despus de la muerte de la generacin que haba vivido la revolucin y que poda comparar el guin con su propia experiencia, la versin oficial tendi a prevalecer.
Lo habitual es que las revoluciones y los movimientos sociales, entonces, sean una combinacin de una pluralidad de actores:
actores con objetivos totalmente divergentes mezclados con una
gran dosis de rabia e indignacin, actores con escaso conocimiento de la situacin ms all de lo que alcanza su vista, y actores sometidos a ocurrencias fortuitas (un chaparrn, un rumor, un tiro);
y sin embargo, es posible que la suma vectorial de esta cacofona
de acontecimientos llegue a preparar el escenario de lo que ms
tarde podr verse como una revolucin. Las revoluciones en raras
ocasiones, si es que ocurre alguna vez, son el trabajo de organizaciones coherentes que dirigen sus tropas hacia un objetivo determinado, como quiere hacernos creer el guin leninista. 5
5 Los escritos de Lenin a este respecto son complejos, celebrando a veces la espontaneidad, aunque, en general, vea las masas como un poder en bruto, algo
as como un puo, y al partido de vanguardia como el estado mayor que desple-

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 189

La descripcin visual del orden y la disciplina es un elemento esencial de la escenografa del autoritarismo. En medio de las
hambrunas de las zonas rurales, del hambre en las zonas urbanas,
y del nmero creciente de coreanos que huan hacia la frontera
china, Kim Jong-il consigui organizar inmensos desfiles en los
que participaban decenas de miles de personas en un cuadro vivo
diseado para sugerir un pueblo unido marchando al unsono al
ritmo del bastn de mando del Querido Lder.
Esta forma de fanfarronadas teatrales viene de lejos. Puede
encontrarse en los ejercicios de gimnasia multitudinarios, exhibiciones de poder y de disciplina, organizados en grandes estadios
a principios del siglo XX tanto por los partidos socialistas como
por los de derechas. Los movimientos minuciosamente coordinados de miles de gimnastas uniformados, igual que los de una banda procesional marchando al paso en formacin cerrada, transmitan la imagen de un poder sincronizado y, por supuesto, de una
coreografa incluida en un guin obra de un autoritario e invisible
director de orquesta.
El teatral boato del orden simblico es evidente no solo en
las ceremonias publicas tales como coronaciones o los desfiles del
primero de mayo, sino tambin en la misma arquitectura de los
espacios pblicos: plazas, estatuas, arcos y amplias avenidas. Los
edificios suelen estar diseados para intimidar al pueblo llano con
su tamao y majestuosidad, y muy a menudo suelen funcionar
como una especie de chamanismo, un contrapeso simblico de orden frente a una realidad que es cualquier cosa menos ordenada.
El palacio de Ceauescu en el Parlamento de Bucarest, completado
al 85 por 100 en el ao 1989, el de la cada del rgimen del dictador,
es un ejemplo que viene al caso. La asamblea legislativa pareca
un teatro de pera, con sus galeras circulares y un podio en el
centro para uso de Ceauescu equipado de un sistema hidrulico
gaba el poder de las masas para sacarle el mximo rendimiento a la situacin.

190 | JAMES C. SCOTT

Desfile militar en Corea del Norte. Fotografa de Reuters

que lo haca subir y bajar. Los seiscientos relojes del edificio estaban todos controlados desde una consola en la suite presidencial.
Una gran parte del trabajo simblico del poder oficial consiste, precisamente, en ocultar la confusin, el desorden, la espontaneidad, el error y la improvisacin del poder poltico, tal como
de hecho se ejerce bajo una superficie de orden, deliberacin, racionalidad y control igual de lisa que una bola de billar. A m me
parece una miniaturizacin del orden. Es una prctica que todos conocemos del mundo de los juguetes. El mundo ms amplio
de la guerra, de la vida de familia, de las mquinas y de la naturaleza salvaje es una realidad peligrosa que est ms all del control
de los nios, y la miniaturizacin, en la forma de soldaditos de
plomo, casas de muecas, tanques, aviones y trenes de juguete y
pequeos jardines, domestica estos mundos. En los pueblos
modelo, proyectos de demostracin, maquetas de proyectos
residenciales y granjas colectivas modelo opera casi la misma
lgica. La experimentacin a pequea escala, donde las
consecuencias de un fracaso son menos catastrficas, es, por

DOS HURRAS PARA EL ANARQUISMO | 191

supuesto, una prudente estrategia de innovacin social. No


obstante, sospecho que, en la mayora de los casos, este tipo de
demostraciones son, literalmente, un espectculo, un sucedneo
de un cambio ms sustancial, y que exhiben un micro-orden muy
esmerado diseado sobre todo para fascinar, tanto a los
gobernantes (autohipnosis?) como a un pblico ms amplio, con
una fachada de orden centralizado estilo Potemkin. Cuanto mayor
sea la proliferacin de estas pequeas islas de orden, tanto ms
uno sospecha que fueron erigidas para impedir que podamos ver
el orden social no oficial que queda fuera del alcance del control de
las lites.
La condensacin de la historia, nuestro deseo de tener unos
relatos pulcros, y la necesidad de las lites y de las organizaciones
de proyectar una imagen de control y de finalidad conspiran para
transmitir una falsa imagen de causalidad histrica. No nos dejan
ver que la mayor parte de las revoluciones no son obra del trabajo
de partidos revolucionarios sino el resultado de una accin espontnea e improvisada (aventurismo, en el lxico marxista), que
los movimientos sociales organizados son, en general, el producto
y no la causa de las protestas y manifestaciones descoordinadas,
ni que los grandes logros emancipadores de la libertad humana no
han sido el resultado de procedimientos institucionales ordenados sino de la accin espontnea, desordenada e impredecible que
ha abierto una fractura en el orden social desde abajo.

C ONTENIDO
AGRADECIMIENTOS...............................................................................7
Prefacio......................................................................................................9
Un sesgo anarquista, o la mirada de un anarquista.........................12
La paradoja de la organizacin...........................................................17
Una mirada anarquista a la prctica de la Ciencia Social...............25
Una advertencia o dos........................................................................27
1. LOS USOS DEL DESORDEN Y DEL CARISMA.............................29
Ley de Scott de calistenia anarquista................................................29
De la importancia de la insubordinacin..........................................36
Ms sobre la insubordinacin............................................................44
Anuncio: Lder busca seguidores; dispuesto a seguir vuestro
liderazgo.............................................................................................54
2. ORDEN LOCAL, ORDEN OFICIAL....................................................63
Los modos de conocer locales y oficiales.......................................63
Conocimiento oficial y paisajes de control.......................................67
La resistencia de lo local.....................................................................70
Los atractivos de la ciudad desordenada...........................................75
El caos tras el orden............................................................................80
El enemigo jurado del anarquista.....................................................88
3. LA PRODUCCIN DE SERES HUMANOS.......................................93
Juegos y libertad de accin.................................................................93
Es ignorancia, estpido! Incertidumbre y adaptabilidad...........102

194 | JAMES C. SCOTT

PHB: El Producto Humano Bruto....................................................104


Un centro de atencin a la tercera edad...........................................111
Enfermedades de la vida institucional.............................................115
Un modesto ejemplo contraintuitivo: eliminacin de los semforos
.............................................................................................................119
4. DOS HURRAS POR LA PEQUEA BURGUESA............................123
Presentamos una clase difamada.....................................................123
La etiologa del desprecio..................................................................125
Sueos pequeoburgueses: el atractivo de la propiedad...............128
La funcin social no tan pequea de la pequea burguesa..........135
Barra libre por cortesa de la pequea burguesa.......................138
5. PARA LA POLTICA............................................................................143
Debate y calidad: contra las medidas cuantitativas de calidad.....143
Y si...? Una empresa de auditora fantasma..................................148
Invlido e inevitablemente corrupto...............................................155
Democracia, mrito y el fin de la poltica........................................164
En defensa de la poltica...................................................................167
6. PARTICULARIDAD Y FLUJO.............................................................177
Simpata y bondad al por menor......................................................177
El regreso de la particularidad, el flujo y la contingencia..............182
La poltica de representacin errnea de la historia......................186

Este libro es el nmero seis


de la coleccin Toma uno,
deja uno. Se termin de formar en el mini taller de
Editorial Los nadie durante
Marzo del 2015. Su encuadernacin fue manual
y en su composicin se uso
la fuente Alegreya.

lo que tengo y ofrezco en este libro es


una serie de observaciones y reflexiones
que equivalen a un respaldo a una gran
parte de lo que los anarquistas tienen
que decir acerca del estado, de la
revolucion y de la igualdad.
-James C. Scott

En este libro se condensan buena parte de los ejes argumentativos y las

conclusiones a las que James Scott ha llegado a lo largo de su extensa obra


sobre campesinos, conflicto de clases, resistencia, proyectos de desarrollo y
pueblos marginales.
Desde el ms conocido en castellano Los dominados y el arte de la resistencia,
pasando por ttulos an no traducidos como Seeing Like a State: How Certain
Schemes to Improve the Human Condition Have Failed, o Weapons of the Weak:
Everyday Forms of Peasant Resistance, hasta uno de los ms recientes The Art of
Not Being Governed: An Anarchist History of Upland Southeast Asia; el autor se ha
sorprendido argumentando a lo largo de los aos como argumentara un
anarquista y ha ido definiendo de a poco su propia posicin.
Rechazando al estado como nica institucin que amenaza la libertad, el
cientificismo utpico y el libertarianismo; propone usar una visin
anarquista en la historia de los movimientos populares, de las revoluciones,
de la poltica cotidiana para hecer evidente que las aspiraciones y la accin
poltica de personas que nunca haban odo antes hablar del anarquismo o
de filosofa anarquista contienen principios anarquistas activos.
Deja una gran pregunta abierta como provocacin al lector: Hasta qu
punto la hegemona del estado y de las organizaciones jerrquicas formales
ha socavado la capacidad para la prctica del mutualismo y de la
cooperacin que histricamente han creado orden sin el estado?

Los nadie

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