El Cristianismo Antiguo
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El Cristianismo Antiguo
EL CRISTIANISMO
ANTIGUO
G. H. Gignebert
El Cristianismo Antiguo
pg. 1
El Cristianismo antiguo
Charles Guignebert
Primera edicin en francs 1921
Procedencia: Breviarios, Fondo de Cultura Econmica, 1956
SUMARIO
Prefacio ..................................................................................................
Introduccin............................................................................................
22
38
48
58
74
88
98
113
131
148
162
Conclusin...............................................................................................
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Biblioteca
OMEGALFA
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PREFACIO
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INTRODUCCIN
I.Dificultad de definir la religin; necesidad de insistir sobre el anlisis de las
religiones positivas.En que sentido esto es, de por s, una tarea harto complicada.Cmo, en una sociedad evolucionada, las copas religiosas se corresponden con
las capas sociales.Carcter sincretista de la religin popular; su actividad.
Ejemplos tomados de la vida del cristianismo.La endsmosis entre religiones
diferentes establecidas en el mismo terreno social.Cmo puede surgir una religin
nueva.
II.Por qu el estudio de la historia del cristianismo no ha avanzado.Razones
externas y causas internas.Informacin defectuosa y problemas mal planteados
durante largo tiempo.Confusin causada por los confesionales y los polemistas.
Puntos de vista actuales.
III.Cmo se ofrece, en conjunto, el cristianismo a la mirada del historiador.
I
Es empresa difcil definir la religin, la religin en s, la que vive
bajo las apariencias diversas de las religiones particulares, que les es
comn a todas, les sobrevive a todas y constituye el fundamento
indestructible sobre el que se levantan cada una de ellas, antes de
acomodarse a las necesidades y los gustos de quienes la reclaman.
Nadie, hasta ahora, ha logrado realizar, de manera satisfactoria para
todo el mundo, tan difcil empresa; parece que siempre, al menos por
un lado, el objeto de la definicin la desborda. Se revelan tan diferentes al anlisis los elementos constitutivos de una religin, por
poco complicada que sea, y parecen tan variados los aspectos bajo
los cuales puede considerrsela, que se desespera de encontrar una
frmula bastante flexible para contenerlos y suponerlos a todos.
Adems, cuando se ha tomado el trabajo de estudiar de cerca dos o
tres religiones, de desmontarlas, por decirlo as, pieza por pieza, y
tambin de darse cuenta exacta de los modos y el alcance de su accin, se les descubren seguramente principios y rganos anlogos,
aspiraciones comunes, la misma ambicin de regir la sociedad, de
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normar la vida de los individuos y otras relaciones an; y, sin embargo, cada una, tomada en s misma, presenta una fisonoma particular. Tiene sus caractersticas propias, su manera de ser y de obrar
que excluye a veces a las de las dems, sus aplicaciones originales a la vida social, a la vida familiar, a la vida individual, a la accin y al pensamiento; tanto que, en suma, las diferencias que la separan de las dems pueden parecer ms notables y realmente ms
esenciales que las semejanzas que las relacionan. La caverna en que
vivi el troglodita, la cabaa del salvaje, la tienda del nmada, la
casa, modesta o suntuosa, del sedentario y el palacio de sus jefes
responden evidentemente a la misma necesidad esencial, que es la de
abrigarse de la intemperie; prestan a los hombres, que tienen exigencias desiguales, servicios semejantes, y se parecen lo bastante entre s
como para que las podamos comparar; sin embargo, quien pretenda
aplicar a todas una definicin comn deber contentarse con una
frmula tan reducida que se reconocer en ella, apenas, la forma ms
elemental de la morada humana. De igual modo, caracterizar con
iguales trminos la religin de una poblacin australiana y, digamos,
el cristianismo, slo es posible haciendo a un lado todo lo que el
segundo tiene en exceso respecto de la primera. Me inclino a creer
que la historia no se beneficia esperando que se realicen esfuerzos de
sntesis por interesantes que parezcan a primera vista efectuados
por sabios de nota, para abarcar la Religin absoluta y encerrar su
esencia en una frase. El anlisis exacto de cada religin, su comparacin con las creencias y las prcticas precedentes o concomitantes
que han podido obrar sobre ella, es, por lo dems, lo propio del trabajo histrico.
Al tratar de hacerlo, se da uno cuenta en seguida de que es una tarea difcil; no si se trata de analizar una religin de formas muy sencillas, pero s cuando se busca comprender la estructura y la vida de
una religin establecida en un medio de cultura compleja. El examen
ms superficial revela, primero, que no es una, que las diversas partes de su cuerpo no son ms homogneas que coherentes las diversas
manifestaciones de su actividad, o solidarias las diversas expresiones
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la hostilidad o de la simpata, esos contactos determinan intercambios, combinaciones sincretistas, de las que, por lo general, no tienen
conciencia los que las realizan; especie de fenmenos de endsmosis,
que la experiencia prueba que son inevitables. Se producen entre los
niveles que se corresponden, de una religin a otra. Dicho de otra
manera, se ve, por ejemplo, establecerse una especie de simpata y
como de solidaridad que ni los debates ni las disputas afectan
entre las religiones compartidas por los "intelectuales".
En marcos dogmticos y litrgicos diferentes, terminan por desarrollarse, ms o menos, las mismas concepciones religiosas y las
mismas aspiraciones msticas; dirase que en las diversas religiones
se establece, en esta clase particular, un mismo nivel de sentimiento
religioso. Hoy da, es un espectculo curioso, para quien sabe mirarlo, la instintiva comunin que tiende a fundarse entre los catlicos
liberales y los protestantes instruidos. La mayora, tanto en un campo
como en el otro, se manifiesta muy sinceramente sorprendida cuando
se le habla de ello: todos afirman su independencia y, en seguida,
sealan desemejanzas; stas existen sin duda, pero concuerdan de tal
manera los esfuerzos de esos hombres ligados an a confesiones
diferentes, que conducen igualmente a una religin sometida al control de la ciencia y de la razn y a un pragmatismo de la misma naturaleza y del mismo alcance tanto en unos como en otros. Y los ortodoxos catlicos rezagados por temor al "modernismo" creen fcilmente que ste se debe a "infiltraciones protestantes", mientras que
ciertos ortodoxos protestantes se inquietan por las "infiltraciones
catlicas". En verdad, los hombres que poseen un mismo nivel cultural, buscan, aqu y all, el mismo equilibrio entre su conocimiento y
su fe.
No ocurre de otra manera en los niveles inferiores. El fenmeno
es en ellos menos visible, porque los espritus son menos abiertos,
menos flexibles, reflexionan menos, y, sobre todo, porque ordinariamente se habla menos de cuestiones religiosas; pero, no obstante, se
produce. La simpata que vemos establecerse en nuestros das, de
pas a pas, entre las clases sociales de la misma categora y que tienG. H. Gignebert
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de a una especie de internacionalismo de los proletarios, de los burgueses y de los capitalistas, por lo menos en cuanto a sus intereses
econmicos, puede darnos una idea de lo que pasa cuando la misma
mentalidad general, la de una misma clase intelectual y social, se
aplica, al mismo tiempo, a varias religiones en un mismo pas; nos da
cuenta tambin de la simpata inconscientemente unificadora que
nace y se extiende entre los niveles sociales e intelectuales correspondientes de esas religiones paralelas. Si los intercambios son bastante activos y esto depende de la intensidad de la vida religiosa,
cuyas causas son, de ordinario, complejas pueden determinar un
movimiento religioso, del que surge esa coordinacin de prstamos
tomados al pasado, esa reposicin en forma de elementos antiguos, a
la que llamamos religin nueva, o, por lo menos, renacimiento, un
revival de la religin establecida. Para que esta operacin comience y
prosiga es ante todo necesaria una excitacin particular, proceda de
la iniciativa de un hombre o sea la manifestacin de un grupo; luego
una o dos ideas se afirman, que sirven de puntos de concentracin a
otras y en relacin a las cuales las dems se organizan. No es preciso
que sean muy originales las concepciones esenciales de la religin
que nace o renace; al contrario, tienen ms probabilidad de triunfar,
de implantarse profundamente en la conciencia de los hombres cuanto ms familiares les sean y expresen ms cabalmente sus aspiraciones y sus deseos, o, mejor dicho, cuanto ms completamente nazcan
de ellos. Se ha sostenido, no sin cierta apariencia de razn, que el
medio crea al hroe que necesita; es tambin el medio el que engendra al profeta que le hace falta; es l quien hace brotar las afirmaciones de fe cuya necesidad siente ms o menos claramente, y cada
medio al que se transportan tiende a modificarlas, a moldearlas conforme a su propia conciencia religiosa, y todos las arrastran en su
incesante transformacin, en la vida y hasta la muerte.
II
El estudio crtico de los orgenes cristianos y de la evolucin de la
Iglesia posee hoy derecho de ciudadana en la ciencia histrica; a
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Los trabajos de sabios admirables de los siglos XVI y XVIl, los Baronius, los
Thomassin, los Tillemont, los Mabillon, los Ruinart, los Richard Simn, etc., han
preparado la historia verdica de la Iglesia, sentando principios de mtodo, aclarando
cuestiones particulares, pero no la han constituido.
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Se llama as a los restos de alfarera que se empleaban como material para escribir,
especialmente en el mundo helenstico. Se encuentran recibos, estados de cuentas,
extractos de autores clsicos, sentencias diversas, y, entre los cristianos, versculos
de las Escrituras.
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hiptesis prematuras o un poco escandalosas como las que tenderan a rechazar hasta la existencia de Cristo, choques de sistemas y querellas de eruditos; en fin, necesidad de un esfuerzo asaz
penoso para seguir investigaciones complicadas y razonamientos
tortuosos, he aqu muchas causas que se conciertan para explicar este
doble hecho evidente: primero, la lentitud con la que se edifica la
historia cientfica del cristianismo; y luego la existencia, en relacin
con la historia, de un sentimiento general de indiferencia o desconfianza, por lo menos en los pases latinos, en los que la mayor parte
de los hombres ms instruidos la ignoran, con una ignorancia profunda y deplorable.
Entre tanto, quien se digne darse cuenta ver claramente que los
esfuerzos de varias generaciones de eruditos no han sido intiles,
.pues por lo menos han llegado a plantear todos los problemas en el
terreno de la ciencia positiva, y que el nmero de los que ya han sido
resueltos es bastante considerable para que sus soluciones ofrezcan
una base slida para sacar algunas conclusiones generales. No lo
sabemos todo; de innumerables problemas no sabemos siquiera todo
lo esencial, pero nos hallamos en posibilidad de determinar las grandes direcciones de la evolucin del cristianismo, de sealar sus principales etapas, de analizar sus factores esenciales, y, tambin, cuando
los conocimientos positivos estn fuera de nuestro alcance, de hacer,
con seguridad, varias negaciones capitales y de denunciar, con certeza, la falsedad de muchas tradiciones que, durante largo tiempo,
han extraviado a la historia; todo esto ya es algo.
III
Vistos desde fuera, hecha a un lado toda preocupacin teolgica o
metafsica, pero tambin todo deseo de comprenderlos realmente, el
nacimiento y el progreso del cristianismo se presentan como un
hecho histrico de tipo colectivo y que se resume, aproximadamente,
as: bajo el reinado del emperador Tiberio aparece en Galilea cierto
Jess Nazareno; habla y obra como un profeta judo, anuncia la lleG. H. Gignebert
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nacimiento, crecimiento y triunfo del cristianismo ha tomado en consideracin los acontecimientos slo segn sus apariencias; no ha
tratado de hacernos penetrar en su ser ntimo y de explicrnoslos
verdaderamente; ha mostrado nicamente su orden y su encadenamiento, ms bien cronolgicos que lgicos. A propsito de esos
acontecimientos se plantean numerosas cuestiones, realmente capitales, tocantes al principio y "esencia" del cristianismo, al sentido y
la economa de la evolucin cristiana; ellas son las que constituyen la
verdadera materia de la historia antigua de la Iglesia.
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CAPTULO I
LA INICIATIVA DE JESS
I.Orgenes judos del cristianismo.Jess Nazareno; .insuficiencia de nuestra
informacin sobre l.Por qu y como su leyenda reemplaza pronto a su historia.
La paradosis y las fuentes de nuestros Evangelios.Cmo han sido compuestos
esos Evangelios.Cmo la fe ha llenado sus lagunas.Cmo se plantea el problema de la aparicin de Jess.
II.El medio de donde sali Jess.El pas judo y sus vecinos inmediatos; enorme materia religiosa disponible para un sincretismo nuevo.Formacin completamente juda de Jess.El mundo palestino en tiemp os de Heredes el Grande.El
sacerdocio y el culto; los escribas y el legalismo; el pueblo y la religin viviente.
La espera mesinica.Caracteres propios del judasmo galileo.
III.El principio de la aparicin de Jess: la esperanza mesinica.La relacin de
Jess con el Bautista.Los temas de su predicacin: la llegada del Reino y el arrepentimiento.Se crey el Mesas?Alcance de las denominaciones evanglicas:
Hijo de Dios, Hijo de David, Hijo del Hombre.Dificultades diversas y verosimilitudes: Jess profeta judo.
I
El cristianismo tiene, pues, sus primeros orgenes en un movimiento judo; aparece, al principio y exclusivamente, como un fenmeno que interesa a la vida religiosa de Israel, totalmente caracterstico del medio palestino y realmente inconcebible fuera del mundo
judo. Dicho movimiento, al cual influencias mltiples aclararan
despus y acrecentaran su fecundidad, surge de la iniciativa de un
galileo. Jess Nazareno, es decir, con toda probabilidad, no el hombre de Nazareth, sino el nazir, el santo de Dios.
No me parece posible poner en duda su existencia, como todava
se intenta en nuestros das,4 pero, en verdad, una vez que la hemos
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adems de que les hubiera sido imposible, sin duda, separar los
hechos verdaderos de los comentarios que los modificaban, de distinguir entre lo ocurrido y lo que la fe supona que haba pasado " a
fin de que se cumpliera la palabra de las Escrituras", entre lo que
recordaban y lo que el Espritu les haba sugerido, y de que, asimismo, no experimentaron ningn deseo de hacer esa seleccin, se
encontraban en presencia de una materia difcil de utilizar. Las recopilaciones de sentencias no tenan en cuenta las circunstancias en que
el Seor las haba proferido; su agrupamiento artificial en todo
no deba ser igual en los diversos libritos; ocurra otro tanto con los
relatos propiamente dichos, que slo narraban episodios, con grandes
variantes de un redactor a otro; era preciso escoger, seleccionar y
luego unir en una narracin bien hilada trozos bastante dispares.
Basta recorrer nuestros tres Evangelios sinpticos para persuadirse de que sus autores han realizado combinaciones sensiblemente
diferentes de los mismos hechos y de discursos anlogos o parecidos,
de lo que es preciso concluir que no los ha guiado la verdad objetiva,
que no han tenido en cuenta una cronologa de los sucesos lo bastante segura como para imponrseles, sino que, al contrario, cada uno
ha atendido a su propsito particular al ordenar su obra. No es menos
evidente que ninguno de ellos dispona de una serie completa de
hechos lo bastante ajustados para permitirle trazar un cuadro satisfactorio de la vida entera de Cristo; ninguno, pues, ha hecho otra
cosa que coser, ms o menos diestramente, girones de tradiciones,
que forman un conjunto artificial, pero no constituyen un todo. Bajo
la trama del relato evanglico se ven o se adivinan enormes lagunas,
hasta en el de Marcos, que, con gran prudencia, no dice nada del
nacimiento ni de la infancia de Jess.
Pero la fe no quiere ignorar y aprende siempre lo que necesita saber; siempre est a su servicio la imaginacin piadosa. Por eso el I, el
III y el IV Evangelios nos cuentan, del perodo del que el II no nos
dice nada, relatos en verdad diferentes, hasta contradictorios, pero
todos maravillosos y muy edificantes; cada uno, a su manera, llena
las lagunas. Slo que es evidente que ninguno tiene gran cosa en
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Yav era, sobre todo, una religin de hombres, los buenos campesinos judos no evitaban los matrimonios mixtos, que mezclaban la
sangre del pueblo elegido con la de las jvenes extranjeras. Entretanto los desterrados, por lo menos aquellos a quienes la desesperacin no precipit en la idolatra de los vencedores, evolucionaron
rpidamente. Se vean obligados a reflexionar sobre la alianza concertada entre Yav y su pueblo, a explicarse su infortunio presente, a
imaginarse un porvenir consolador, a pensar en los medios de evitar
el retorno de parecidas calamidades, y se persuadieron de que los
males de Israel provenan de haber sido infiel a la Alianza y que slo
le restaba un modo de apaciguar a Dios: someterse rigurosamente a
la observancia del culto; prcticamente, establecer un ritual muy
estricto que hara imposible la idolatra. La constitucin de ese ritual,
la consolidacin de ese estrecho legalismo, fortificado por una nueva
redaccin de la Ley, conforme a las ms recientes necesidades, fueron obra de los profetas del exilio, particularmente de Ezequiel.
Cuando la buena voluntad de Ciro permiti a estos deportados regresar a su patria (538), no se aprovecharon todos de la licencia, pero
los que la aprovecharon llevaron a Judea la Ley y el espritu nuevos
y detalle esencial continuaron en estrecha relacin con sus hermanos de Babilonia, que los ayudaron con su influencia con el rey de
Persia, con su dinero, con su socorro moral para imponerlos a la poblacin sedentaria. Los reorganizadores del Templo y del culto,
enemigos implacables de los matrimonios mixtos y de las concesiones al extranjero, fueron judos enviados de Babilonia: Esdras y Nehemas. Eran escribas, es decir, hombres que haban estudiado la
Ley, que la explicaban y empezaban a organizar, paralela a ella, toda
una jurisprudencia para reglar los casos de conciencia, que no podan
dejar de abundar desde el momento en que se estableca como condicin primordial de la piedad la absoluta pureza legal.
El perodo comprendido entre el retorno del exilio y el nacimiento
de Jess vio, entonces, primero, la reconstitucin de un clero numeroso, de una casta sacerdotal que gravitaba en torno del Templo nico y aseguraba la regularidad de su servicio, pero que no estudiaba
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Es decir, en tiempos de los Macabeos. Judas, Jonatn, Simn, Juan Hircano, Aristbulo y Alejandro Janneo, entre el 165 y 70 antes de Jesucristo, porque desde la
muerte de Janneo hasta el advenimiento del idumeo Heredes, en el 40, renan la
anarqua y la decadencia.
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bas, sabios y escrupulosos. Pero, en realidad, ni el ritualismo escptico de los sacerdotes, ni la pedantera altanera de los escribas lo
conmueven profundamente y no satisfacen su piedad. Cede poco a
poco al empuje del rigorismo; se cierra todo lo que puede a los extranjeros y hasta se indigna al ver, a veces, cmo sus jefes helenizan
con exageracin; pero sigue amando a Yav de corazn, rezndole
en sus das de angustia con un fervor inspirado en la piedad de otro
tiempo y no se encierra en las formas nuevas; en otros trminos, su
religin vive y progresa. Adopta varias nociones que no eran fundamentalmente judas y que procedan del Oriente: a la del papel desempeado por ngeles y demonios; a la de la vida futura y el juicio
final. Simultneamente, saca de las desgracias de los tiempos porque los judos sufrieron mucho de los egipcios, de los sirios, de los
romanos y de s mismos, durante los cuatro siglos que precedieron a
Cristo la consolidacin de una antigua esperanza: espera, llama
fervorosamente al Mesas, que vendr para darle a Israel un esplendor mayor que el de los tiempos de David. Los propios escribas terminan por aceptar, comentar y, en cierto modo, consagrar esas preocupaciones de la fe popular. Y cuanto ms parecen los acontecimientos desmentirlos, cuanto ms dura se hace la dominacin extranjera, tanto ms se arraigan en el espritu de los simples, mayor lugar
ocupan en su conviccin.
No debe olvidarse que en aquella poca los judos y, por otra
parte, muchos otros hombres en el mundo no posean la menor
nocin de lo que llamamos leyes naturales, del encadenamiento necesario e invariable de causas y efectos. Convencidos de que Dios
todo lo puede, no distinguen ningn lmite entre el fenmeno y el
milagro y, en verdad, viven en el seno de lo maravilloso constantemente, porque todo cuanto los sorprende se les aparece como la obra
inmediata de Dios o del Adversario. Por eso, se persuaden sin esfuerzo de que la extraordinaria revolucin esperada se cumplir, en
cuanto Yav lo quiera, irresistiblemente, y su espera ansiosa acecha
el anuncio con creciente nerviosidad. Esta esperanza mesinca, de la
que Israel esperaba la reparacin deslumbrante de sus infortunios y el
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III
Es concebible que un hombre profundamente piadoso, un simple,
cuyo espritu no se ha secado del todo por la disciplina de los escribas, pero que, impregnado desde la infancia de las preocupaciones de
su medio, no vive intelectual, religiosa y moralmente ms que por
ellas, si se halla dotado de la facultad maravillosa de reunir en s
mismo y de recrear, por decirlo as, con su meditacin, las ideas que
flotan en el aire que respira (y esto es lo propio de todos los inspirados) llegue a traducir sus convicciones en actos. Un inspirado galileo
de aquella poca no poda menos que anunciar, en forma ms o menos personal y original, la inminente realizacin de sus esperanzas. Y
tal parece ser, efectivamente, la razn de la "aparicin" de Jess.7
Nos hacen falta documentos para llegar a conocer los detalles materiales de su formacin intelectual, y para comprender las causas
precisas que determinaron su iniciativa; no es necesario suponer, en
una ni en otra, mucha complicacin. Todos nuestros Evangelios sealan una relacin, mal precisada pero cierta, entre la iniciacin de
su vida pblica y la predicacin de otro inspirado, que predicaba la
necesidad del arrepentimiento porque se aproximaba el tiempo prometido. Acaso Jess haya conocido a Juan el Bautista, acaso haya
ido hacia l y, a ejemplo suyo, la vocacin, lenta y obscuramente
preparada en el fondo de su conciencia, se haya impuesto irresistiblemente a su voluntad y haya comenzado a predicar al conocer la
noticia del encarcelamiento de Juan por Heredes Antipas, para que el
Reino tuviera heraldo. En definitiva, reanudaba la tradicin proftica
interrumpida en Israel desde el regreso del destierro y que ya varios
nebim antes de l, el Bautista entre otros, haban tratado de recomenzar. Su iniciativa, por original que pueda parecer a primera vista, no
tena en su forma nada de excepcional ni de inesperado.
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Se lee, en verdad, en Marcos, 9 41: Pues el que os diere un vaso de agua en razn de
discpulos de Cristo . . , pero la autenticidad de las palabras caractersticas ha sido
abandonada hasta por los exgetas conservadores como el P. Lagrange o el pastor H.
Monnier, porque el empleo de XQIOTS sin artculo, pertenece al lenguaje de San
Pablo y no al de la Sinopsis, y porque Mateo, 10, 42, paralelo a nuestro Marcos,
dice: y el que diese de beber a uno de estos pequeos slo un vaso de agua fresca en
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, nio a
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Sea en Mt., 8, 20, (Lc., 9, 50.); Mt., 11, 19, (Lc., 7, 34,); Mt., 12, 32, (Lc., 12, 10,);
Mt., 9, 6, (Mc., 2, 10; Lc., 5, 24,) ; Mt., 12, 8, (Mc., 2, 28; 6, 3).
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Apstoles no hubieran podido pensar que el Crucificado haba resucitado de entre los muertos. Ninguna de esas razones es realmente
convincente. Nos puede seguir sorprendiendo que Jess no se haya
explicado ms claramente sobre este punto esencial; podemos interpretar las semi-confesiones o las insinuaciones que le atribuyen nuestros textos como artificios de redactores que la tradicin autntica
desdeaba; podemos pensar que el procurador romano no necesitaba
ninguna confesin mesinica para desembarazarse de un agitador
judo que predicaba la prxima llegada del Reino, es decir, el fin
inminente de la dominacin romana; podemos creer, en fin, que el
amor de los Apstoles por su Maestro y la confianza que pusieron en
l, bastaron para provocar las visiones que arraigaron en ellos la certeza de su resurreccin y que la conviccin de que haba sido "hecho
Cristo", por la voluntad de Dios, coro" se le hace decir a San Pedro
en los Hechos de los Apstoles (2, 36), vino a explicar el milagro de
la resurreccin.
Hay, pues, en definitiva, razones sobradamente slidas para pensar que Jess se consider y comport sencillamente como un profeta, que se sinti impulsado por el espritu de Yav a proclamar la
prxima realizacin de la gran esperanza y la necesidad de prepararse. Pero, aun en tal caso, cabe preguntarse si no estara persuadido
de que se le haba reservado un lugar escogido en el Reino futuro,
lugar que era difcil no confundir con el del Mesas mismo.
Varios exgetas notables, como M. Loisy, responden por la afirmativa, y si es difcil discutir sus razones, tambin lo es, a mi juicio,
aprobarlas sin reservas. En este punto, como en tantos otros, se nos
escapa la certidumbre.
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CAPTULO II
EL FRACASO DE JESS
I
As, los textos nos dejan en la incertidumbre acerca de lo que
Jess pensaba del principio de su misin, del carcter de su persona y
del alcance de su papel. En cambio, vemos bien que no tuvo xito,
que sus compatriotas palestinos no creyeron en la misin que se
arrogaba y no se conformaron a las sugestiones morales que les
ofreca; lo miraron pasar, durante el brevsimo tiempo que vivi entre ellos,11 con curiosidad o indiferencia, pero sin seguirlo. Quiz y
cuando mucho sedujo a algunos centenares de galileos ingenuos,
porque cuando nuestros Evangelios nos muestran las multitudes
apretndose a su paso y encantadas con su palabra, no nos hacen
11
La vida pblica de Jess no puede estimarse segn los datos del IV Evangelio que
permitiran atribuirle una duracin aproximada de tres aos; se redujo ciertamente a
algunos meses, quiz a algunas semanas; no lo sabemos con exactitud.
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y l. Evidentemente, respetaba la Ley, se atena a ella, pero no exclusivamente, y se mostraba dispuesto a poner las inspiraciones de la
piedad por encima de las recomendaciones rabnicas.
A los sacerdotes de Jerusaln, a la aristocracia saducea, les pareca el ms peligroso y molesto de los agitadores; peligroso porque
se aventuraba a provocar en el pueblo uno de esos movimientos violentos y absurdos que las autoridades romanas repriman siempre con
rigor y cuya agitacin turbaba la tranquilidad de la gente del Templo;
molesto, porque expona desconsideradamente, ante los ojos del vulgo, comparaciones y reproches que, en definitiva, perjudicaban al
sacerdocio.
En vez de pronunciarse contra el nabi, el pueblo dudaba. Contbase que Jess multiplicaba los signos, es decir, los milagros, curando a posesos y enfermos; es verosmil inclusive que le atribuyesen
ya trivialidad en aquel tiempo y en aquel pas! la resurreccin
de algunos muertos; sus enemigos atribuan todas esas maravillas a la
influencia de Belceb, o sea, el diablo, pero los simples no crean sus
palabras y permanecan perplejos; finalmente, si Jess no excitaba su
entusiasmo, tampoco desalentaba su simpata. En cambio, doctores y
sacerdotes lo detestaron desde que lo conocieron y l cometi la imprudencia de ponerse en sus manos.
No vemos claramente qu lo decidi a ir a Jerusaln. Probablemente, no fue slo el deseo de celebrar la Pascua en la Ciudad Santa.
Nuestros Evangelistas escribieron para gente de una poca en que
todo el "misterio" de la vida de Jess se cifraba en su muerte, muerte
aceptada por l para redimir y regenerar a la humanidad; y suponen
que el Seor haba explicado desde haca tiempo la necesidad de su
Pasin; por eso no titubean en decirnos que Jess va a Jerusaln para
cumplir su obra divina en la cruz del Calvario. Al historiador le parecen ms obscuros su estado de nimo y sus verdaderas intenciones.
Tena la impresin clara de su fracaso? Puede creerse, pues los
hechos hablaban con bastante elocuencia. A decir verdad, no es fcil
concebir cmo hubiera podido triunfar de acuerdo con sus deseos: su
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predicacin moral no tena sentido y no poda dar fruto sino a condicin de que se vigorizara con algunos signos precursores del gran
acontecimiento cuya inminencia afirmaba; slo poda justificarse
mediante el cumplimiento de su palabra. Ahora bien, los signos no
aparecan y su palabra no se ha cumplido todava, hasta tal punto que
sus fieles se han visto obligados, desde hace mucho tiempo, a sostener que los primeros discpulos no lo comprendan bien, que no les
deca lo que pareca decirles. Firmemente seguro de que posea y
anunciaba la verdad, se persuadi tal vez de que se manifestara en
Jerusaln y de que nicamente all resplandecera el Gran Da. Esto
es lo que deberamos creer si pudiramos confiar en el relato de su
entrada mesinica en la ciudad, entre aclamaciones populares; pero
yo, por mi parte, dudo de su veracidad.
Cualesquiera que fueran las intenciones o las esperanzas de Jess,
fue una mala inspiracin la de trasladarse a aquel medio que no era el
suyo y en el que sus enemigos naturales eran los amos. Cometi all
alguna imprudencia, como la de entregarse a actos contra los mercaderes de palomas o los cambistas establecidos en el atrio? Puede ser.
En todo caso, el procurador romano haba aprendido a desconfiar de
los inspirados judos y no les fue difcil a los sacerdotes y doctores
persuadirlo de que, en inters del orden, deba poner fin a las agitaciones de un galileo cualquiera. Pilatos hizo detener a Jess, lo juzg
y lo puso en la cruz. El pueblo le dej hacer. Segn todas las apariencias, los esfuerzos de nuestros Evangelistas para declarar inocente al romano y arrojar sobre los judos la entera responsabilidad
del crimen, no se inspiran en la verdad de los hechos, sino en un deseo de congraciarse con las autoridades romanas, en un tiempo en
que slo en ellas encontraban apoyo los cristianos contra la animosidad de las sinagogas.
Jess no haba previsto lo que le sucedi; el espanto y la fuga de
sus discpulos son la prueba evidente de ello; el golpe de fuerza de
Pilatos lo hera en pleno sueo y pareca arruinar su obra. Es verosmil que, en sus ltimos das, la inquietud por el porvenir, la in-certidumbre del presente y quin sabe? la duda de s mismo se
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Durante su vida Jess haba pasado por ser, para ciertas gentes, Juan Bautista
resucitado. Cf. Me., 6,14.
13
Oseas, 6, 2: El nos dar vida a los dos das, y al tercero nos levantar y viviremos
ante l-Jons, 2, 1: Y Jons estuvo en el vientre del pez por tres das y tres noches
(Cf. Mat., 12, 40). Recuerda tambin el Salmo 16, 10 (Cf. Hechos., 2, 27, 31).
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14
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III
Y para empezar, desde el momento en que aceptaba la resurreccin, la fe de los discpulos no poda sino reanimarse y reorganizarse.
Digo reorganizarse: es claro, en efecto, que ya no poda vivir de
slo las afirmaciones de Jess. Su muerte modificaba la posicin de
la cuestin, porque tomaba, de grado o por fuerza, un lugar en la
perspectiva escatolgica.15 Primero se la consider destinada a posibilitar la resurreccin, prueba suprema de la dignidad mesinica del
Crucificado, esperando que se hiciera de ella el gran misterio, el
desenlace necesario, el fin de la obra entera. Y se dijo: "Jess Nazareno vino como un hombre inspirado de Dios; multiplicando los milagros y haciendo el bien, pereci a manos de los malos; pero l era
el Mesas designado; Dios lo ha probado resucitndolo de entre los
muertos, al tercer da, y pronto volver en su gloria celestial para
inaugurar el Reino prometido." En la predicacin de Cristo, la idea
de la inminencia del Reino parece la esencial; en la predicacin
apostlica, lo esencial son la dignidad mesinica de Jess y su
prximo retorno. Tales son, efectivamente, los dos temas que, segn
el libro de los Hechos, los Doce desarrollarn en seguida en Jerusaln.
Es preciso que creamos que posean un poder de ilusin poco
comn, porque, a priori, todo haca suponer que obtendran an menos xito que su Maestro, y que se les deparaba un final igual. Si los
judos no creyeron en Jess cuando viva, cmo podran convertirse
en sus adeptos cuando todo haca creer que l mismo se haba engaado, que no haba podido siquiera socorrerse en la hora del suplicio,
que haba muerto miserablemente a vista del pueblo? Que ha resucitado? Pero quin lo ha visto? Sus discpulos? Dbil prueba. En
verdad, los Doce recibieron en Jerusaln la acogida que cualquiera,
menos ellos, poda prever: ganaron algunas docenas de partidarios,
como lo haca la secta de menor importancia; conservaron la benevolencia del pueblo por la fidelidad de su piedad juda y su asiduidad
15
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CAPTULO III
I
Los Apstoles y los discpulos, tranquilizados por la robusta confianza de San Pedro, que volvieron a reunirse luego de disipado el
terror del primer instante, para tratar de reconstruir su sueo roto y
de reanimar en sus corazones las esperanzas que les hizo concebir el
Maestro, eran, no lo olvidemos, judos de humilde condicin y sin
cultura. Su horizonte no poda ser ms amplio que el de Cristo y su
ambicin se limitaba a encaminar a "las ovejas de la casa de Israel"
por la va de salvacin. Todo nos induce a creer que al principio, por
lo menos, su exclusivismo judo mostrbase dispuesto a ser ms estrecho que el de Jess. Nada ms lejano de su pensamiento que la
intencin de llevar la Buena Nueva a los paganos y, a decir verdad,
les era imposible concebir la aceptacin del Evangelio por hombres
que, previamente, no compartieran la fe juda. Pero gran nmero de
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La obra esencial es la de J. Juster, Les juifs dans 1'Empire romain. Pars, 1914, 2
vols.; ver tambin, en el Diccionario de Antigedades de Daremberg y Saglio, el
artculo Judaei, de T. Reinach.Sobre los comienzos del cristianismo, su implantacin en tierra grecorromana y su determinacin como religin original, se leer con
provecho a Pfleiderer en Die Entstehung de.f Christentums y The evolution of early
christianity, de Case, Chicago, s. f. (1914); se consultar Kyrios Christos, cap. IIIVII de Bousset y Das rchristentum, Gotinga, 1914, t. I.
17
Orculos Sibilinos, III, 271.
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compactos en las grandes ciudades del mundo griego, en Mesopotama y en Roma, en la que, durante el reinado de Augusto, poda
contarse una docena de miles.
Dondequiera que estuviesen, por lo comn no olvidaban ni su
origen ni su religin. Vivan estrechamente unidos, procuraban obtener de las autoridades pblicas derecho legal a la existencia y se organizaban. Formaban, en lo temporal, una comunidad que tena sus
jefes, sus magistrados elegidos, su justicia y sus costumbres; en lo
espiritual, una sinagoga,18 a la que acudan todos a or la lectura de la
Ley, a rezar, a hacerse virtuosos en comn, y que tena, tambin, su
pequeo gobierno. Una judera numerosa, como la de Roma, reparta
a veces sus miembros en varias sinagogas. Los prncipes griegos,
sirios o egipcios, dejaron a los judos proceder a su manera y hasta
les acordaron varios privilegios; los romanos siguieron el ejemplo, y
una verdadera carta constitucional protegi a los hijos de Israel en
todo el territorio del Imperio; una carta que no solamente autorizaba
su religin y legalizaba sus agrupaciones, sino que tomaba ampliamente en cuenta sus prevenciones y sus prejuicios y que trataba con
miramientos, en lo posible, sus susceptibilidades religiosas.
Esta situacin excepcional, que su natural orgullo acentuaba, el
desprecio que ella casi les permita profesar a los cultos municipales,
otros defectos y ridiculeces que dejaban ver, sobre todo la singularidad de las ceremonias de la sinagoga, considerada por el vulgo como
el templo sin ritos de un dios sin imagen y sin nombre, la circuncisin, las restricciones alimenticias de ,1a Ley mosaica y, para rematar, varias calumnias irritantes y fcilmente aceptadas, por ejemplo
las de practicar la muerte ritual y adorar una cabeza de asno, todo
esto haba hecho nacer en el populacho de las ciudades en que eran
numerosos, sentimientos muy hostiles en su contra. El mundo grecorromano conoci un verdadero antisemitismo, que hubiese llegado a
violencias extremas sin la contencin de las autoridades romanas,
aunque a veces stas no pudieron evitarlo; es til sealarlo desde el
18
Esta palabra, como iglesia, designa a la vez el lugar donde se renen y la reunin
que se efecta en l.
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Todos los testimonios griegos y romanos relativos a los judos han sido reunidos,
traducidos y anotados por Th. Reinach: Fontes rerum judaicarum, I. Textes
dauteurs grecs et romains. Pars, 1895.
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versaban a diario con los "pecadores" y, sobre todo, sufran la influencia y la atraccin de la cultura helnica, de la cual se impregnaban. Hechas a un lado las convicciones religiosas y las prcticas
esenciales que suponan, esos judos, considerados dos o tres generaciones despus de su emigracin, se asemejaban por el idioma, el
aspecto y la formacin intelectual a los griegos de la misma condicin social. Los ms instruidos profesaban una admiracin profunda
por las letras y la filosofa helnicas; estaban a tal punto compenetrados, que se sentan tan incapaces de sacrificarles la Ley como de
sacrificarlas a la Ley. Por eso, Filn, el prototipo de los judos helenizados, se dedic a demostrar, de muy buena fe, en Alejandra, que
las revelaciones de Moiss y sus prescripciones se acordaban perfectamente con las especulaciones de Platn y de Zenn; slo se
trataba de entenderlas bien. 20
Ideas capitales para los palestinos se debilitaban entre los helenizados: por ejemplo, su mesianismo, en lugar de manifestarse como
un nacionalismo estrecho y agresivo, tenda a cobrar la forma de una
conquista del mundo por la verdad. En cambio, otras ideas, extraas
a su raza, se abran camino en su espritu; verbigracia, se compenetraba cada vez ms de la idea griega del dualismo de la naturaleza
humana; no concedan ya mucha importancia a la suerte futura de su
cuerpo y prestaban todo su cuidado al destino del alma, punto sobre
el cual los palestinos no haban profesado nunca una doctrina firme y
clara.
Con mayor razn los proslitos judos permanecan fieles a la cultura y al espritu de su medio; nada hubiera podido decidirlos a despreciar lo que su educacin les representaba como la ms hermosa
civilizacin que hubo jams y la ms digna de un hombre razonable.
Adoptando ms o menos completamente el judasmo, pretendan
adaptrselo y no excluir de su espritu, ni de su vida, sino aquello que
les pareca radicalmente incompatible con lo que tomaban del judasmo. Por ello los judos de la dispersin y los "temerosos de
20
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das de ese extrao medio, en la que el judasmo entra como elemento, es el mandesmo, o secta de los mndeos, sincretismo judeobabilnico, que parece haber servido de fundamento a varias construcciones ulteriores, importantes en la historia del cristianismo.
Otra colonia juda nos interesa muchsimo desde el mismo punto
de vista, y es la de Frigia. En este pas, que durante toda la antigedad se distingui por la intensidad de su vida religiosa, los judos
formaron primero uno o varios grupos aislados en medio de las poblaciones paganas; pero terminaron por sufrir la accin de su contacto y obraron a su vez sobre ellas, hasta tal punto que vemos, bastante ntidamente, a varias de sus concepciones religiosas, adoptadas
por los paganos, amalgamarse con creencias autctonas. El culto
propiamente frigio era entonces el de la Gran Madre (Cibeles) y Atis,
su amante; ste ltimo reciba el ttulo de hipsistos, el Altsimo, que
es de origen judo y responde a una creencia caldea, segn la cual la
morada de los dioses se encuentra encima de las siete esferas planetarias y del cielo estrellado. Por otra parte, un juego de palabras fcil
y tentador identifica a Sabazius o Sabacis, el Jpiter o Dionisos frigio, con Sabaoth, y adivinamos, desgraciadamente en la penumbra
de los documentos, sectas semi-judas de hipsistaros, de sabbatstas o
sabazianos que comparten una misma esperanza: la de la salvacin
eterna, de la vida bienaventurada sin fin, alcanzada despus de la
muerte, por intercesin de un Ster, de un Salvador divino. La comunin entre los miembros de estas sectas se estableca por la participacin en una cena litrgica y mstica que quiz tena ya valor de
sacramento, es decir, que confera a los comensales una gracia divina, o una aptitud particular para recibir esa gracia.23
Combinaciones anlogas se producen en otras partes, en Egipto,
en Siria sobre todo, en la que pronto sealaremos su influencia sobre
la formacin religiosa de San Pablo.
Las sectas sincretistas y gnsticas de fondo judo se extienden,
pues, poco a poco alrededor de Palestina; y no es imposible que,
23
orientales
dans
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le
paganismo
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rof-
desde antes del nacimiento de Jess, se hayan ms o menos multiplicado a favor de los peregrinajes frecuentes efectuados a Jerusaln por
los judos de la dispersin, durante las grandes fiestas del ao litrgico. Un escritor cristiano del siglo IV, San Epifanio, que "no siempre merece confianza, pero que dispuso de informacin abundante
acerca d esas "herejas" orientales, nos habla con algunos detalles de
una de ellas, la de los nasoreos,24 difundida en la regin transjordnica, en Perea, antes del comienzo de nuestra era; Sus adeptos rechazan el culto del Templ, pero se pliegan a las dems costumbres
judas; no obstante, la influencia extranjera que experimentaron se
manifiesta en que no admiten el carcter divino de la Ley. Se consideran santos con respecto al resto de los hombres, como lo harn los
primeros cristianos y, adems, su nombre debe explicarse, sin duda,
como el sobrenombre de Jess, por la palabra hebrea nazir, que los
griegos traducan por hagios, es decir, santo. Los nasoreos eran muy
probablemente ardientes mesianistas, y quiz rendan, por adelantado, un culto al Mesas, como lo hacen, a su Dios salvador, las sectas de sincretismo ms profundamente pagano.
Nuestra informacin, desgraciadamente muy incompleta todava,
no nos permite hacer muchas afirmaciones acerca de todos los puntos
que ataen a estas sectas sincretistas judas, pero su sola existencia
basta para probarnos, en principio, que hay puentes entre el judasmo
propiamente dicho y las diversas religiones de Asia occidental que
presentan con l el rasgo comn de esperar, bajo cualquier forma, o
de adorar ya a un Salvador divino. De ah se desprende que no es, a
priori, inverosmil que se haya extendido un revival mesinico de
origen palestino fuera de los lmites de Palestina, y que se lo haya
tomado en consideracin en muchas sinagogas de la dispora; en
torno de ellas, inmediatamente, y aun en agrupaciones ms alejadas
de ellas que las de los simples proslitos de la puerta. La existencia
de esas sectas nos demuestra que en la ortodoxia de la sinagoga de la
dispersin se producan escisiones ms fcilmente que en la de la
comunidad palestina; que, lejos del Templo y de los sacerdotes, su
24
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bemos, hacer ningn progreso, como le aconteci a su Maestro, corriendo, por lo dems, los mismos peligros. En lugar de proclamar
como l: "el Reino va a manifestarse", decan; "el Seor va a volver";
pero afirmaciones como sas no pueden menos que debilitarse si la
espera es prolongada. Nos sera difcil precisar qu hicieron exactamente los compaeros directos de Jess. Agrupados alrededor de
Pedro y Juan a los cuales parecen haberse unido desde el primer
momento los hermanos del Seor, puesto que el mismo Pablo coloca
a uno de ellos, Santiago el Menor, al lado de Pedro en la comunidad
de Jerusaln vegetan y apenas se alejan de la ciudad santa. Leyendas posteriores llevan a Andrs al pas de los escitas, a Santiago el
Mayor a Espaa, a su hermano Juan a Asia Menor, a Toms a la India y aun a China, a Pedro a Corinto y a Roma. Todos estos relatos
no son igualmente inverosmiles, pero es de temer que alguno sea
falso; y, en suma, aparte de los primeros captulos de los Hechos de
los Apstoles, que poseemos solamente en forma de una inquietante
recomposicin de la redaccin primera, no nos queda ninguna informacin digna de fe sobre la vida y la obra de los Apstoles directos
de Jess.
Dicho silencio no nos dispone a creer que hayan realizado cosas
muy extraordinarias, lo que, en efecto, es muy poco probable. Creemos saber que Pedro, los dos Santiagos y, quiz, Juan, hijo de Zebedeo, perecieron de muerte violenta, y rastreamos a travs de los escritos de los heresilogos25 las huellas de las pequeas comunidades
judaizantes fundadas por ellos, las que, despus de la gran rebelin
juda del 66, se refugiaron allende el Jordn. Comunidades que se
quedan pronto rezagadas respecto de la doctrina de las comunidades
de tierra griega y a las que ya desde el siglo II se acusa de sostener
una doctrina errnea; su accin inmediata y directa en la historia del
cristianismo es prcticamente desdeable. El fermento vivificante
viene, pues, de otra parte.
25
Es decir, cristianos que escribieron sobre las herejas, como San Ireneo en el siglo n,
el autor de Philosophomena en el ni. San Epifanio en el IV, etc.
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Captulo IV
EL MEDIO PAULINO
Ya he nombrado a San Pablo. Vio la luz en una familia juda establecida en Tarso, en Cilicia. Era una ciudad con mucha vida, situada a la salida de las Puertas cilcianas, por las que se descenda de
la meseta del Asia Menor a Siria, y en el cruce de importantes rutas
comerciales, que le llevaban a la vez las ideas y las influencias de
Grecia e Italia, de Frigia y de Capadocia, de Siria y de Chipre, de
Fenicia y de Egipto.26 Pese a una tentativa bastante reciente de los
26
Sobre Tarso, considerada desde el punto de vista que nos interesa, se consultar
especialmente un captulo del libro de Ramsay, The Cities of St. Pal, Londres,
1907, pp. 85-244 y el estudio de Bohiig, Die Geisteskultur von Tarsos im augustiG. H. Gignebert
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Sobre esta importante cuestin vase Judasm and St. Pal de C. G. Montefiore,
Londres, 1914.
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Entiendo Gal., I y II Cor., Rom., que los crticos consideran hoy, casi por unanimidad, sustancialmente autnticas
29
Cf. F. Cumont,. Les religions. orientales duns lEmpire romain,; M. Brckner, Der
sterbend ,und auferstehende Gottheland in den orientalischen Religionen und ihr
Verhltnis zum Christentum, Tubinga, 1908; A. Loisy, "Religons nationales et
clttes de mystres", en la Revue d'histoire et de littrature religieuses, enero de
1913; del mismo, autor: Les, Mysteres paens et le Mystre chrtien. Pars, 1919; de
S. J. Case, The evolution of early Christianity, Chicago, 1914. cap. IX; de
P.Wendland, Die hellenistisch-rmische Kultur, Tubinga, 1912, pt). 163' y ss.
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mismo gnero; y buscan su satisfaccin en ritos estrechamente emparentados. Probablemente, los mitos y los ritos no proceden, en su
origen, unos de otros, pero se asemejan porque todos provienen del
mismo fondo de ideas y deseos. Su parentesco ha favorecido inclusive numerosos intercambios entr sus realizaciones originales, activados por su compenetracin recproca, que acaban por darles un
aire de familia notabilsimo. Sin embargo, subsisten diferencias marcadsimas entre las historias divinas en que parecen fundarse. Esta
mezcla de religiones, llamada sincretismo oriental, tiende a desprender de los confusos casos concretos de creencias y prcticas religiosas a qu da lugar cierto nmero de representaciones esenciales y de
ritos primordiales que son los que se observan de inmediato en cualquiera de los cultos que acabo de enumerar, y de hecho, parecen
constituir claramente la razn de ser de todos: la de ofrecer a los
hombres una fe y un mtodo para asegurarse una inmortalidad bienaventurada.
El rasgo sobresaliente de la historia mitolgica de sus dioses es el
de que estn destinados, en cierta poca del ao, a morir para resucitar en seguida, poniendo as, sucesivamente, un dolor profundo y una
alegra delirante en el corazn de sus fieles. Se advierte, por otra
parte, que no son, en s, muy grandes dioses y que, por lo menos en
su origen, algunos estn muy cerca de la humanidad, puesto que perecen. Algunos, como Atis, un pastor, y Adonis, un hijo del incesto,
son inclusive hombres divinizados por voluntad de los dioses. Solamente la importancia de la funcin de la que parecen encargados en
el mundo en relacin con los hombres los eleva poco a poco muy por
encima de su condicin primera y hace de ellos divinidades verdaderamente soberanas: dentro de un momento comprenderemos cmo.
Se ha discutido largamente sobre el origen de esos dioses diversos
y, por decirlo as, sobre el principio de los mitos que personifican:
hoy apenas se puede dudar entre dos explicaciones que no se excluyen entre s por lo dems. No puede ser sino la sucesin regular de
las estaciones, consideradas ya "con relacin al movimiento aparente
del sol, ya relacionadas con la vegetacin, lo que ha dado nacimiento
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al mito del dios que muere a la entrada del invierno para renacer al
comienzo de la primavera. Algunos de los dioses mencionados fueron primitivamente divinidades astrales; otros, divinidades de la vegetacin; por consiguiente, se han producido confusiones muy naturales, que no siempre permiten poner en claro el verdadero origen ni
el carcter primero de cada uno de ellos.
Evidentemente, Mitra es un dios solar, porque su nacimiento se
sita el 25 de diciembre, es decir, en el solsticio de invierno; Osiris
se nos aparece como un dios lunar, que acaso al principio no lo era;
Tamuz, por el contrario, es un dios de la vegetacin: los ardores del
esto lo hacen perecer y los primeros soplos primaverales lo reaniman. Sucede otro tanto con Adonis y, al parecer, con la mayor parte
de los dioses que mueren y resucitan; la relacin evidente entre la
vida del sol y la de la tierra explica que finalmente hayan podido
figurar como divinidades solares. Adems, a la mayora de ellos los
vemos en relacin estrecha con una diosa, madre de los dioses, personificacin de la Tierra o de la Naturaleza fecunda, que los da a luz
o los ama; as lo hacen la Gran Madre Cibeles con Atis, Belti-Afrodita con Adonis, Istar con Tamuz, Isis con Osiris. Por eso, tambin, a
estos dioses se les adora junto con las diosas y, prcticamente, viven
con ellas, en sus templos. Si el problema de la naturaleza primitiva
de cualquiera de estas divinidades conserva toda su importancia para
el historiador de las religiones, a nosotros nos interesa mucho ms la
representacin y especialmente la interpretacin del mito de su muerte y su resurreccin. Generalmente, es en el estudio de su fiesta donde encontramos la informacin ms clara. Esta fiesta es un drama
que representa, estilizndolas, la muerte y la resurreccin del dios. A
veces es doble: quiero decir que hay dos fiestas que caen en pocas
caractersticas del ao. En tal caso, uno de los dos episodios supera al
otro; as, respecto de Tamuz, la fiesta de su muerte, en el solsticio de
verano, parece ser la principal, y lo mismo en cuanto a Adonis, tan
fcil de confundirlo con aqul. Por lo que hace a Marduc, y a los
dioses francamente solares en general, la de su triunfo o su renacimiento es la principal. A veces, al contrario, las dos fiestas se renen
G. H. Gignebert
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fin de que les traiga igualmente a ellos la resurreccin y la supervivencia en el gozo sin fin. Se encuentra la solucin en una especie de
ficcin ritual y mstica: el fiel debe identificarse con el dios por una
serie de prcticas de culto juzgadas eficaces. Pasa simblicamente
por las diversas etapas de prueba atravesadas por el dios, y esa asimilacin que transforma su propio ser le garantiza un destino igual al
del dios, le asegura que ms all de las; pruebas de esta vida y de la
muerte le espera la inmortalidad. El destino del Salvador divino,
porque sta es la calidad que reviste el dios que muere y resucita, es
a la vez prototipo y garanta del destino del fiel. Un autor cristiano
del siglo IV, Firmicus Maternas,30 nos describe una ceremonia nocturna del culto de uno de esos dioses de la salvacin: los asistentes
lloran, presas de la incertidumbre de la suerte que les espera en el
porvenir sin fin, y un sacerdote, pasando delante de cada uno, les
aplica en la garganta una uncin santa, mientras murmura lentamente
las palabras sacramentales: "Tened confianza, puesto que el dios se
ha salvado; vosotros tambin, alcanzaris la salvacin al cabo de
vuestras miserias."
No sabemos bien cmo se estableca materialmente, en todos los
cultos de los diversos dioses de la salvacin, esa asimilacin del fiel
con el Ster, pero estamos seguros de que era en todos la finalidad de
ciertos ritos, de los cuales por lo menos dos fijan primero nuestra
atencin: el bautismo de sangre y la cena de comunin.
En el culto frigio de Cibeles y Atis, pero no exclusivamente (porque se la encuentra en varios cultos asiticos y en el de Mitra) tena
lugar una extraa ceremonia llamada taurbolo 31 que formaba parte
de las iniciaciones misteriosas esenciales reservadas a los fieles. Se
preparaba una fosa profunda en el recinto del templo; el iniciado
descenda y la cubran con un enrejado sobre el que degollaban ritualmente un toro; la sangre caa en forma de lluvia en la fosa y el
30
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Esa unin saludable, obtenida por virtud de la iniciacin, la renuevan, o por lo menos la fortifican mediante cenas sagradas en las
que los fieles comen juntos a la mesa del dios, varios cultos de dioses
Salvadores o Intercesores, por ejemplo los de Cibeles, Mitra, los
Baals sirios y otros ms. Sin duda, el banquete litrgico es a menudo
slo un signo de la fraternidad entre los iniciados y un mero smbolo,
pero "a veces se esperan tambin otros efectos del alimento tomado
en comn; se devora la carne de un animal conceptuado divino, y
creen as identificarse con el dios mismo y participar de su sustancia
y de sus cualidades" (Cumont). Desgraciadamente, poseemos muy
pocos detalles sobre esas comidas sagradas, sobre su men y sobre
sus ritos, aunque su sentido no deja dudas. Sabemos, sin embargo,
que existe en los Misterios de Mitra una ceremonia en la que se le
ofrecen al iniciado pan y una copa pronunciando, nos dice un apologista cristiano del siglo II, "ciertas frmulas que vosotros sabis o
que podis saber." 34 Tambin nos dicen los textos que, en los Misterios de Cibeles y Atis, el iniciado toma parte en una comida mstica, al cabo de la cual puede decir: "He comido de lo que contena el
tmpano, he bebido de lo que contena el cmbalo; me he convertido
en mista (es decir, iniciado) de Atis". El tmpano era el instrumento
atributo de Cibeles, el cmbalo el de Atis, y tenemos motivos para
creer que los alimentos depositados en ellos eran pan, probablemente
carne de peces sagrados y vino. Si recordamos que a Atis se le asocia
comnmente con el cereal, tenemos razones para pensar que la comunin se establece no solamente por el hecho de sentarse a la mesa
del dios y de consumir alimentos que se considera que ofrece a sus
fieles, sino por la circunstancia de comer al mismo dios y de impregnarse as de su saludable sustancia.
Es necesario hacer notar las notables semejanzas de estos ritos,
aun considerados superficialmente, con el bautismo y la eucarista de
los cristianos? Dicha semejanza no la ignoraron en absoluto los Padres de la Iglesia y desde el siglo I al V, de San Pablo a San Agustn,
abundan los testimonios, lo que nos prueba que les impresionaban;
34
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pecie de prdica popular, en las que comunicaban sus frmulas morales esenciales y tambin gran nmero de sus trminos tcnicos. No
deben olvidarse esas circunstancias al leer las epstolas paulinas y
encontrar, a veces, en cuanto al fondo, y a menudo en cuanto a la
forma, huellas de influencia estoica. Antao se imagin, al comprobar esas influencias, que el Apstol haba trabado relacin con Sneca e intercambiado con l una verdadera correspondencia; esta
cndida invencin explica mucho menos bien el hecho en cuestin
que lo que acabo de recordar tocante a la importancia y las caractersticas de la vida filosfica en Tarso. Pablo vivi en un ambiente
totalmente impregnado de preocupaciones y terminologa estoicas. Y
este segundo ejemplo de la influencia del medio en que vivi durante
su infancia, y por lo menos durante su adolescencia, aclara el otro y
termina por hacernos comprender cmo ese judo de la dispora pudo, casi inconscientemente, recibir y fijar en el fondo de su espritu
representaciones cuya fecundidad no se le revelar a s mismo sino
mucho ms tarde.
Queda planteada para nosotros una cuestin cuya solucin nos
aportara quiz un elemento de informacin importante sobre la preparacin obscura del porvenir religioso de Pablo: la de si los judos
de Tarso eran todos estrictos legalistas o, al contrario, sus sinagogas
se abran ms o menos a las influencias del ambiente; y si no existan
quienes se abandonaran al sincretismo, del que hemos hablado anteriormente, que, a veces, al parecer, tenda por lo menos a transformar
la esperanza mesinica nacional en doctrina de salvacin. Si ocurra
as lo ignoramos, pero yo lo creera posible no parece ser, en
absoluto, necesario suponer que Pablo haya simpatizado con esos
judos pervertidos. Si se quiere, hasta se puede creer que los detestaba, de acuerdo con la ortodoxia primera atribuida por los Hechos a
l y a su familia; pero no los ha ignorado; saba lo que pensaban de la
salvacin y del Salvador, y, si pudiramos estar seguros de que realmente recibi esta impresin en su juventud, habra que ver en ella el
elemento esencial o, si se prefiere, el germen primero de su evolucin.
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Sea lo que fuere de este ltimo punto, queda en todo caso una
verdad: Tarso fue la cuna del Apstol de los gentiles, del hombre que
contribuy tan poderosamente a difundir con el nombre del Seor
Jess una religin nueva de la Salvacin, no por un azar sino como
una resultante.
Sealemos que, desde otro punto de vista, el de sus aptitudes generales para una obra de propaganda al modo grecorromano en favor
de una doctrina de origen judo, se encontraba en situacin excepcionalmente ventajosa, porque reuna la triple calidad de griego, judo y
romano.
Cuando digo que es griego entiendo que respir, junto con el aire
de Tarso, algo del alma helenstica, sin advertirlo siquiera y que, al
asimilar la lengua griega, adquiri el ms precioso instrumento de
accin y pensamiento, y asimismo el vehculo de ideas ms cmodo
que existiese en aquel tiempo. No exageramos nada: Pablo no es un
letrado griego; no frecuent las grandes escuelas ni estudi los Misterios, pero vivi en un medio en el que se hablaba griego, en el que
palabras como Dios, Espritu, Seor, Salvador, razn, alma, conciencia revestan un sentido conocido por l; en el que se practicaba
cierto arte de la palabra del que conserv algunos de los procedimientos ms notables; en el que se cultivaba una filosofa de la que
algunas sentencias y trminos tcnicos quedaron grabados en su
memoria; en el que se aferraban comnmente a ciertas esperanzas de
supervivencia que no ignor, y en el que se crea poder realizarlas
mediante expedientes de los que pudo conocer, al menos, lo esencial.
Se sostiene, indudablemente con razn, que su helenismo no es lo
principal en l y que antes que griego es judo; pero no debe perderse
de vista que es un judo de Tarso.
Ahora bien, parece estar confirmado que si no recibi lu gran cultura griega, que hubiera podido encontrar en las escuelas de su patria,
se elev hasta la ms alta cultura juda de la poca, que lo cifraba
todo en el estudio profundo de las Escrituras. Ya record que en los
Hechos (22, 3) se le hace decir a l mismo que fue educado a los pies
de Gamaliel, es decir, en Jerusaln, en la escuela del nieto del gran
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Captulo V
LA FORMACIN
CRISTIANA DE PABLO
I
Nos equivocaramos si atribuyramos a Pablo solamente la gran
obra de implantacin de la esperanza apostlica en suelo helnico.
En verdad, repito, no puede negarse su originalidad y no es exagerado, sin duda, calificarla de genial. Rara vez se vio alma ms ardiente, gusto ms vivo de la accin y sentido ms agudo de la misma,
facultad ms poderosa de transposicin y adaptacin, todo ello servido por dones de expresin incompletos y desiguales, evidentemente, pero, en suma, admirables y fecundos. Sin embargo, no invent todo lo que dijo; sufri influencias que determinaron su conversin, que lo transformaron bruscamente de celador de la Ley en
testigo inquebrantable del Seor Jess; recibi educacin ''cristiana;
quiero decir que ciertos hombres le dieron a conocer cierta represenG. H. Gignebert
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tacin de la persona y de la obra de Jess y que sobre esos fundamentos edific lo que l llama su Evangelio. Modific en alguna
medida lo aprendido as, o simplemente lo reprodujo en su propia
enseanza? Nos resulta muy difcil precisarlo, pero por lo menos
podemos estrechar el problema y lograr obtener algunas verosimilitudes.
No es posible determinar exactamente qu contactos se establecieron entre Pablo y los fieles de Jess antes de la crisis que lo convirti en el ms ferviente de todos. Se ha debatido larga e intilmente
la cuestin de saber si saba visto a Jess; lo que parece ser verdad es
que no lo conoci. 37 Los textos ms seguros, los de sus propias epstolas (Cal. 1, 13 y I Cor., 15, 9), nos lo presentan como un perseguidor de "la Iglesia de Dios", antes del milagro del camino de Damasco. Lo que los Hechos nos dicen de su furor malvolo (7, 58; 8,
1-3; 9, 1-2) es, en sus detalles, sospechoso y procede probablemente
del deseo de hacer ms notable la brusca inversin de sus sentimientos hostiles, pero lo que si es cierto es que empez por detestar a
los discpulos extravagantes del Galileo crucificado y se los demostr abiertamente.
Detesta, pero aprende a conocer la comunidad primitiva: puede
an juzgar absurda la fe de los hombres a quienes atormenta, y dbiles sus esperanzas; mas ya se opera obscuramente en el fondo de su
espritu el descubrimiento de la relacin de afinidad entre las afirmaciones de los herticos galileos y las de los sincretistas paganos o
judos, de Tarso o de Antoqua, en las cuales tampoco crey. La luz
llegar para l de la conciencia de esa relacin de afinidad y de la
interpretacin que har en funcin del judasmo.
Lo que parece ser cierto es que su evolucin hacia pl cristianismo
no se efectu en Jerusaln y que no fue por contacto con los Doce
que fund su doctrina. Se ha escrito 38 con razn: "Pablo no procede
37
Todo el debate gira en torno de las palabras de II Cor., 5. 16: "... y aun a Cristo si le
conocimos segn la carne, pero ahora ya no es as."
38
Heitmller, Zum Problem Paulus und Jess, Z. fr Nt. Wissenschaft, XIII, 1912, p.
330,
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Hechos. 6
Hechos, 6. 7, 8, I.
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mos a una explicacin natural, lgica y satisfactoria de su conversin. Qued convertido el da en que se convenci de la razn que
tenan los cristianos al atribuir a Jess Nazareno el cumplimiento de
la obra de salvacin que los paganos sospechaban, y que su ceguera
les haca atribuir a sus demonios, pero que las Escrituras haban
prometido a Israel desde haca tiempo. En otros trminos, la conversin se opera por el encuentro brusco, por la toma de conciencia simultnea, por decirlo as, de las nociones familiares y profundas y de
la afirmacin cristiana presentada por los "helenistas" bajo una forma
asimilable por un judo de tierra griega. Su rabinismo se aplica naturalmente a explicar, a adaptar, a organizar lo que l mismo ha recibido.
Pero cmo fue posible tal operacin, que cambiaba, al menos
aparentemente, punto por punto la orientacin de su conciencia? Vio
el efecto de un milagro, que interpret como si cortara, verdaderamente, su vida en dos perodos: antes, las tinieblas; despus, la luz
total. Cristo le habl en el camino de Damasco y le dijo qu deba
hacer. Ingres, pues, en el cristianismo como se penetraba en una
religin de Misterios, no por efecto de un clculo y de una conclusin razonada, sino por el de un impulso irresistible.
No hay motivo para dudar de que Pablo haya credo en la realidad
material de esa vocacin; desgraciadamente, lo que dice l mismo o
lo que nos cuentan los Hechos43 no nos permite aproximarnos lo
bastante al fenmeno como para analizarlo de manera realmente
satisfactoria. No es que lo creamos, en s mismo, muy misterioso,
porque la historia de las religiones, especialmente las del mundo
grecorromano, abunda en casos ms o menos similares.44 Salvedad
hecha de todo lo que ignoramos, es decir, de la causa ocasional que
produjo en la conciencia de Pablo el choque decisivo, podemos afirmar, desde el punto de vista de la psicologa moderna, que su efecto
fue preparado por un trabajo psquico probablemente bastante prolongado. Sus componentes son: primero, el temperamento mismo del
43
44
Gal., 1, 12-17; I Cor., 9, 1; I Cor., 16, 8.Hechos, 9, 3, y ss.; 22, 6 y ss.;26, 13 y ss.
Se puede comparar especialmente Apuleyo, Mtam, 11 y Hechos, 9, 10 y ss.
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natismo.45
Seguramente, no era hombre que se contentase con "recibir", y no
nos quepa duda de que su Evangelio le debe mucho a sus inspiraciones personales y, tambin, a las sugestiones de su propio apostolado,
como lo vamos a ver; pero "recibi", como dice l mismo; lo que
recibi es el fondo de su doctrina, de manos de los mismos que hicieron, al menos implcitamente, cuanto lo conmovi y conquist, y que
l a su vez difundir, explicitndolo, y con indomable energa: una
verdadera religin de salvacin para todos los hombres.
45
Les Apotres, p. 183; Cf. Deissmann, Paulus, Tubinga, 1911, pp. 67 y ss.
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Captulo VI
I
Los Hechos nos ensean que el lugar de la conversin de Pablo debe
buscarse en la ruta de Damasco y sitan en esta ciudad el centro de
su primera actividad; podemos creerles sin inconveniente. Lo esencial para nosotros es advertir que no fue en Jerusaln, ni en contacto
con los Doce, donde hizo su aprendizaje de misionero cristiano y que
no se consider dependiente de ellos. Persuadido de que el propio
Jess, Cristo glorificado, lo instituy Apstol por un acto especial de
su voluntad, no acepta que nadie le contradiga,, y tiene la impresin
de no necesitar consejos ni enseanzas de nadie. Recordemos las
orgullosas declaraciones de la Epstola a los galatas (1, 10 y ss.):
"...busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? Acaso
busco agradar a los hombres? Si aun buscase agradar a los hombres,
no seria siervo de Cristo. Porque os hago saber, hermanos, que el
evangelio por m predicado no es de hombres, pues yo no lo recib de
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Apstol medit sobre este doble problema, ya planteado y probablemente orientado como lo encontr en la comunidad de la dispersin,
y le dio una solucin de incalculable alcance. Totalmente indiferente
al Nazareno, tan caro a los Doce, no quiso reconocer ms que al Crucificado, y se lo represent como un personaje divino, anterior al
mundo, especie de encarnacin del Espritu de Dios, "hombre celestial" largo tiempo retenido en el cielo, al lado de Dios, y descendido
a la tierra para dar origen a una verdadera humanidad nueva, de la
cual l sera el Adn.
El Apstol encontraba los elementos esenciales de toda esta especulacin, probablemente sin buscarlos y corno por el juego espontneo de su memoria o de sus hbitos mentales, en cierto nmero de
representaciones usuales de los Misterios; son esos textos hermticos, es decir, surgidos de los propios Misterios, los que arrojan hoy
las luces ms claras sobre la doctrina cristolgica de Pablo, tal como
acabo de bosquejarla.
Esta especulacin culmin, por as decirlo, en una expresin que
no deja de sorprendernos: el Seor Jess nos ha sido dado como el
Hijo de Dios. Ahora bien. Dios es para Pablo una herencia juda; se
deduce de esto que el monotesmo israelita se impone a su espritu
como un a priori y absolutamente. Este Dios es el Altsimo, perfectamente distinto de la naturaleza y que no siembra en ella tendencia
alguna hacia el pantesmo. Entonces, cmo imaginarse que pueda
tener un hijo, o, si se quiere, cmo entender esa relacin filial que
Pablo reconoce entre el Seor y Dios?
Al principio, uno estara tentado de creer que slo se trata de una
manera de hablar, de una figura. Los judos daban el nombre de Servidor de Yav (Ebed Yahw) a todo hombre que pudiera pasar por
inspirado por l, y el griego de la Septuaginta traduca a menudo esta
expresin con las palabras:
; la palabra
significa a
la vez, como la latina puer, servidor o nio; el paso de
, nio, a
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Cf. Hechos, 3, 13 y 26; 4, 27 y 30; Didaqu, 9,2; 10, 2; I Cicm., 59, 2 y ss.; etc. La
expresin "hijo de Dios" no aparece ms que una vez en los Hechos (9, 20) y se da
como caracterstica de la enseanza de Pablo; esto es digno de tenerse en cuenta.
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CAPTULO VII
I.Las influencias helnicas no podan ser evitadas por la fe cristiana.La corriente juanina.Las resistencias judeocristianas al paulinismo y al juanismo.Cmo,
poco a poco, fueron superadas.Separacin de la fe y de la Ley.Separacin de la
Iglesia y de la Sinagoga.Situacin en los albores del siglo IV.
II.El terreno grecorromano.Los temas de la metafsica de escuela.El movimiento espiritual en materia religiosa del siglo I al IV.La religin romana oficial y
el sentimiento religioso.El impulso de Oriente.El sincretismo individualista del
siglo III.El cristianismo se presenta como una religin oriental y se dirige al
individuo.Reprueba el sincretismo, pero esto es slo una apariencia. Cmo l
mismo es sincretista.Su encuentro con la filosofa.
III.La influencia de la cultura helnica impulsa la fe en dos direcciones diferentes.La transformacin del cristianismo en filosofa revelada y perfecta.La expansin de las gnosis.Papel de la hereja en la evolucin de la doctrina.Accin
del ritualismo pagano.
IV.Aspecto del cristianismo a principios del siglo IV.Es una religin autnoma
y muy hostil al judasmo.La regla de fe.La Iglesia y las Iglesias.El exclusivismo cristiano.
I
Pablo, cediendo a la fuerza de las cosas, la haba plegado a su genio
especulativo; aceptando, por anticipado, la separacin del cristianismo y del judasmo, que los hechos le mostraban inevitable, haba
preparado la doctrina; pero, en todo caso, las acciones del medio
helnico no podan ser evitadas por la fe cristiana desde que sali de
Palestina, y sabemos que eso se haba producido ya antes de Pablo.
Era, especialmente, fatal que se le aplicaran en el mundo griego los
procedimientos de la exgesis, mediante la cual los judos de Ale-
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Jn., 1, 14: "Y el verbo se hizo carne, y habit entre nosotros, y hemos visto su glora,
gloria como de Unignito del Padre." La palabra griega logos se traduce en los
textos del Nuevo Testamento por Verbo o Palabra.
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por ms obscuras que sigan siendo para nosotros en sus detalles, nos
dan por lo menos una impresin neta de la hostilidad de aquellos
hombres que, si hubiesen podido, lo habran hecho pasar por un impostor hertico. Obras muy tardas de la literatura cristiana como
los escritos atribuidos a Clemente Romano, que vivi hacia fines del
siglo I tienen todava huellas de esas polmicas.
Por lo dems, la teologa del prlogo juanino, o protoevangelio,
provoc tenaces protestas. Sin embargo, desde el fin de la generacin
apostlica, se hubiera podido prever, con seguridad, en favor de
quin se preparaba el porvenir.
Desde aquel tiempo, en efecto, deba admitirse que el regreso del
Seor, la parusa, cuyo retardo se prolongaba mucho, poda hacerse
esperar an infinidad de aos, de modo que, aunque se siguiera
hablando de ella, se comenzaba a no vivir en esa espera; se la despojaba, poco a poco, del lugar central que ocupara al principio en la
fe. Adems, el cuadro escalo-lgico en el que se la situaba, no seduca en absoluto a la imaginacin de los grecorromanos como a la
de los judos. Sus viejas convicciones dualistas, su inclinacin al
espiritualismo, les impedan conceder una entera simpata a la creencia en la resurreccin de la carne, al materialismo del Reino mesinico, en que se complaca el pensamiento judo. Como los conversos
de la gentilidad constituan la gran mayora de los fieles, y la propaganda cristiana slo tena probabilidades de xito entre las filas de
los hombres de donde provenan esos conversos, estaba de acuerdo
con sus aspiraciones la fijacin y el desarrollo de lo que pronto se
denominara la regla de fe. Si las proposiciones de San Pablo, o las
del IV Evangelista, respondan a sus votos inconscientes, poda pensarse que la especulacin cristolgica, que ya rebasaba en tanto a la
fe de los Doce, se ampliara y ocupara, en adelante, el mayor lugar
en el credo cristiano.
Hacia la misma poca, tambin se efecta, de hecho, el divorcio
entre la Iglesia y la Sinagoga, y los fieles de Jess empiezan a hablar
de los judos en trminos que, sin duda, habran sorprendido al Maestro. Pronto, les negarn toda comprensin de la Verdad y hasta de
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la ciencia de la naturaleza. Por eso, la filosofa, fecunda en consideraciones morales, justas, ingeniosas, hasta elocuentes, pero mal
arraigadas en la realidad, se dispersaba en varios sistemas metafsicos, interesantes como construcciones intelectuales, pero puramente
arbitrarios. Adems, fundados desde antiguo por los pensadores de
Grecia, se encontraban reducidos a ser, apenas, temas sobre los cuales los "Maestros" ejecutaban variaciones ms o menos personales.
Justamente porque eran muy ajenos a los hechos positivos, dichos
temas podan trasponerse con gran facilidad y tambin aceptar desarrollos muy extraos al espritu de sus primeros autores. As, Filn
los mezcl con los principales postulados de la Ley juda; as, los
filsofos neoplatnicos sacaron de ellos una especie de religin revelada; as, an, los doctores cristianos de Alejandra los combinarn
con las afirmaciones de su fe, y de la mezcla saldr una dogmtica
nueva. Por s mismos, eran incapaces de defenderse contra semejantes empresas; pero, por otra parte, haban penetrado tan hondo en el
espritu de los hombres cultivados, eran tan comnmente aceptados
como verdades, aun por los ms torpes ignorantes, que toda explicacin del mundo, de la vida y del destino humano, toda religin, deba
contar con ellos.
Prestemos atencin al hecho de que, introducido en el mundo grecorromano en el siglo I, el cristianismo no se afianz slidamente
sino hasta el II, para expandirse ampliamente en el III. Ahora bien, lo
que llamamos "espritu pblico" no permaneci, durante todo ese
tiempo, en la misma posicin respecto de las cosas de la filosofa y
de la religin; continuando siendo diferente entre los honestiores y
los humiliores, se modific en unos y en otros. Si el cristianismo hizo
tales progresos en el siglo III, puede suponerse que la modificacin
se efectu de acuerdo con su inters.
En el momento en que el Imperio reemplaza a la Repblica, la religin oficial de los grecorromanos es ya un sincretismo, una combinacin hecha, despus de la conquista del Oriente griego por Roma,
con los dioses de los vencedores y de los vencidos. Los hombres
ilustrados han perdido su fe en ella, pero la respetan en pblico y,
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cismo fue pronto superado por potentes aspiraciones hacia una vida
religiosa profunda, y el estoicismo retrocedi rpidamente ante el
platonismo, ms plstico, ms fcil de llenar de religiosidad. Si hay
cierta exageracin en decir que Marco Aurelio fue el ltimo de los
estoicos, es verdad que el ocaso de su reinado seala la completa
decadencia de la doctrina a la que el noble emperador acaba de dar
un supremo brillo; el mundo pagano est, de aqu en adelante, maduro para la devocin. El advenimiento, con los Severos, de prncipes africanos y sirios, la dominacin de mujeres penetradas de la
piedad mstica de Oriente, favorecieron su rpido desarrollo y el
siglo III conoci todas sus formas, desde las ms groseras, estrechamente emparentadas con la supersticin pura, hasta las ms refinadas, modeladas por las reflexiones de una filosofa que, desde entonces, tendera hacia lo divino. Las religiones de Estado, segn la
frmula conocida por toda la antigedad, se reducan a la sola religin del Emperador, mientras que las nacionalidades, autnomas
otrora en el territorio conquistado por Roma, se vean absorbidas por
ella; el sentimiento religioso ms vivo se aplic todo l, a partir de
ese momento, a la salvacin del individuo.
Todas las creencias y todos los cultos tuvieron entonces sus fieles,
quienes los plegaban a su deseo intenso de un porvenir de bienaventuranza eterna en un ms all misterioso. En esa inmensa materia
religiosa, la piedad de cada uno tallaba una religin a su medida y
combinaba ordinariamente afirmaciones de fe y ritos de origen distinto, para construir su credo y su prctica.
Desde el siglo I, el cristianismo se present como una religin
oriental, a la vez mstica y prctica, puesto que, por un lado, se apoyaba en la revelacin divina y prometa la salvacin eterna por un
Mediador todopoderoso y, por otro, pretenda instaurar en la tierra
una vida nueva, toda de amor y de virtud. Tena, pues, probabilidad
de agradar a los hombres posedos de los mismos deseos que aquellos cuya realizacin aportaba. Sin embargo, su exclusivismo iba a
perjudicar a su xito antes de asegurarlo. Se mostraba, en apariencia,
rebelde a todo sincretismo; pero era todava muy simple en sus dogG. H. Gignebert
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mas y prcticas, por lo tanto muy plstico, y poda recoger y asimilar, casi sin cuidarse de ello, las ms difundidas: aspiraciones religiosas y costumbres rituales con las que se encontrara en el terreno
grecorromano. Dir ms: no era capaz de eludirlas y si, en el siglo
III, se halla en capacidad de hacerle frente, victoriosamente, a todo el
sincretismo pagano, es porque l mismo se ha convertido en un sincretismo, en el que se renen todas las ideas fecundas, todos los ritos
esenciales de la religiosidad pagana. Los ha combinado y armonizado de tal suerte que puede erguirse, l solo, frente a las creencias y
las prcticas incoherentes de sus adversarios, sin parecer inferior en
ningn punto importante.
Este trabajo capital de absorcin, que nos permite comprender
que lleg un momento en que el cristianismo pudo despertar simpatas numerosas y activas en el mundo grecorromano, se realiz lentamente, y siempre en relacin con la ascensin de la fe a travs de las
diversas capas de la sociedad pagana, en la que, como acabamos de
decir, la mentalidad religiosa no fue nunca la misma, en todas partes,
en una misma poca. La fe tomar algo de cada una de estas capas
sociales, y a todas les deber esa especie de jerarqua que todava
existe, de hecho, en la Iglesia; que se vio en ella desde el momento
en que la dogmtica cristiana empez a fundarse, y que condujo, por
una pendiente insensible, de la fe simplista de los ignorantes a la fe
filosfica de los intelectuales.
Hombres de modesta condicin, los primeros predicadores cristianos se dirigieron a sus semejantes de la gentilidad y, a decir verdad, entre ellos la doctrina, consoladora, fraternal e igualitaria de los
humildes hermanos tena mayores probabilidades de recibir buena
acogida. Empero, no debemos exagerar nada: Pablo y sus discpulos
predicaron a los proslitos judos, y no todos eran humiliores; se
contaban en sus filas numerosas mujeres de las clases superiores y
tambin, ciertamente, algunos hombres; tenemos razones para creer
que muchos fueron ganados para la fe. No es menos cierto que, hasta
la poca de los Antoninos, los honestiores no constituyeron ms que
una nfima minora en la Iglesia: esclavos y destajistas formaban su
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La otra tendencia, conocida por el cristianismo desde el siglo II ytal vez antes, procede de un punto de partida diferente. Ella tambin
quiere dar mayor valor a las excesivamente simples afirmaciones
primordiales y profundizarlas. Slo puede hacerlo combinndolas
con creencias o especulaciones tomadas de su ambiente. Pero, en
primer lugar, no es, en manera alguna, prudente en su eleccin, que
se fija en objetos muy numerosos y, sobre todo, muy dispares: paganismo olmpico, orfismo, religiones orientales diversas, sistemas
filosficos, todo le suministr algn alimento. En segundo lugar, no
se preocupa de armonizar lo que tom de otras religiones con los
datos histricos o solamente tradicionales de la fe; pretende estar en
posesin de una revelacin particular, por la cual justifica las construcciones ms monstruosas, verdaderos sistemas sincretistas, en los
que el verdadero cristianismo aparece slo como un elemento ms,
apenas reconocible, de una cosmogona complicada y de una metafsica abstrusa, que no le deben casi nada, ni la una ni la otra. Ni qu
decir tiene que esas gnosis distintas, que brotaron en el siglo II,
horrorizaron a los simples y que, en verdad, no tenan ninguna probabilidad de durar, aun lanzndose, como algunas terminaron por
hacerlo, a prcticas mgicas ms seductoras para el vulgo que las
construcciones de la metafsica mstica y simbolista. Sin embargo, no
son extraas a la lgica de la evolucin cristiana; quiero decir, que
nos ofrecen un aspecto de esa evolucin, que corresponde a lo que
conocemos del espritu del tiempo en que nacieron, y que acaba de
hacrnoslo comprender.
No es indiferente que hayan aparecido, al igual que las otras
herejas, en medio de las cuales se debate la fe, antes de que sta se
asentara, y no son, en la generalidad de los casos, ms que opiniones
que no han triunfado, ni ms ni menos singulares que las que se impusieron. Las querellas y las discusiones provocadas por unas y otras
han sentado y fijado, poco a poco, todos los principios de la doctrina
ortodoxa; han dado a los fieles la ocasin de escrutar y de precisar su
propio pensamiento o sus aspiraciones; han determinado los problemas y acentuado las contradicciones, que los telogos han tenido la
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misin de resolver. Han hecho ms an: han tornado evidente la necesidad, y han hecho urgente el deseo, de una disciplina de la fe, de
una regla, y de una autoridad que la defendiera personificndola y,
en tal sentido, representan el factor ms activo de la organizacin
eclesistica y de la autoridad clerical que se fundan en el siglo II.
El factor debe buscarse igualmente en una reaccin del medio
grecorromano sobre el cristianismo primitivo, la que tiende a introducir en un culto que es todo "espritu y verdad", a partir del momento en que los hermanos desertan del Templo judo, todo o parte
del ritualismo pagano. El desenvolvimiento ritual del cristianismo se
efecta paralelamente al desenvolvimiento dogmtico, y por los
mismos procedimientos; parti de sencillsimas prcticas primordiales, todas nacidas del judasmo: el bautismo, la fraccin del pan, la
imposicin de manos, la plegaria, el ayuno; se les prest un sentido
cada vez ms hondo y misterioso; se las amplific, yuxtaponiendo
gestos familiares a los paganos; se las carg de las grandes preocupaciones que comportaban, por ejemplo, los ritos de los Misterios
griegos y orientales; se les infundi, por as decirlo, el antiguo y formidable poder de la magia. Este trabajo comenz desde que la fe
apostlica se traslad de Palestina a terreno griego, y nos lo hemos
encontrado, ya singularmente avanzado, en el paulinismo. Prosigui
sin interrupcin durante todo el tiempo en que dur la lucha de la
religin nueva contra sus rivales.
A veces es difcil decir con certeza de qu rito pagano deriva tal
rito cristiano, pero es indudable que el espritu ritualista de los paganos se impuso poco a poco al cristianismo, hasta el punto de volverse
a encontrar, enteramente, en sus ceremonias; la necesidad de desarraigar usos antiguos y muy tenaces precipit la asimilacin a partir
del siglo IV. Adems, el poder del clero se vio notablemente acrecentado por el derecho casi exclusivo que adquiri desde temprano, y
a pesar de algunos titubeos, de disponer de la fuerza mgica de los
ritos, a los que se llam sacramentos.
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IV
Por lo tanto, si consideramos a la Iglesia cristiana a principios del
siglo IV, nos ser difcil reconocer a la comunidad apostlica, o, a
decir verdad, no la reconoceremos en absoluto. En lugar de un pequeo grupo de judos, separados solamente de la mayora de sus
hermanos por una esperanza particular y una indulgencia ms acogedora hacia los proslitos que la del nacionalismo israelita comn,
vemos ahora una vasta asociacin religiosa en la que ingresan, sin
distincin de raza ni de condicin social, todos los hombres de buena
voluntad, y que tiene conciencia de formar un cuerpo, de ser el pueblo elegido, la Iglesia de Cristo. Ha rechazado a Israel, alegando que
abandon el camino del Seor, y yerra miserablemente lejos de la
verdad; ha encontrado el medio de liberarse de las prcticas de la Ley
juda y, sin embargo, de conservarle al Antiguo Testamento su calidad de Libro sagrado.50 Sobre las afirmaciones fundamentales de la
fe de Israel ha construido una dogmtica nueva muy complicada,
cuya especulacin central se ha desarrollado en torno de la persona
de Cristo, ahora elevado hasta la identificacin con Dios, los elementos de la cual ha tomado, en parte, de sus propias reflexiones
tendientes a prestar mayor valor a los datos primitivos de su fe, y, en
parte, de las doctrinas filosficas y religiosas del medio grecorromano. Esta dogmtica, que se expresa mediante una regla de fe establecida, sobre las opiniones de la mayora, por las autoridades competentes, se presenta como la filosofa revelada y perfecta, la explicacin ne varietur del mundo, de la vida y del destino, y los telogos
se aplican celosamente a profundizarla y armonizarla.
En otro sentido, la Iglesia se nos ofrece como un cuerpo constituido; se ha organizado poco a poco en Iglesias particulares, inspiradas en. el modelo de las sinagogas o de las asociaciones paganas; las
50
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CAPTULO VIII
LA FUNDACIN Y LA
ORGANIZACIN DE LA IGLESIA 51
I
Cristo no fund ni dese la Iglesia; sta es, quiz, la verdad ms
segura que se impone a todo aquel que estudie los textos evanglicos
sin una opinin preconcebida y, hablando francamente, la suposicin
51
Edwin Hatch, The organization of the early Chrstian Churches, Londres y Nueva
York, 1901; A. Harnack, Entstehung und Entwickelung der Kirchenverfassung und
Kirchenrechts in den zwei ersten Jahrhunderten, Leipzig, 1910.
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ble, tiende a buscar tambin para s, en tanto que ella es ese hecho
general, una realizacin material, una organizacin que la consagre.
Si imaginramos situarnos a comienzos del siglo II, notaramos
que la idea paulina de la unin de todos los cristianos en Dios est
perfectamente establecida y de que se fortifica con la conviccin de
que no existe realmente sino una buena y saludable doctrina, comn
a todos y cuyo inconmovible fundamento debe buscarse en la tradicin apostlica. Se admite generalmente que su depsito se halla en
las Iglesias Apostlicas, o sea, en aquellas que pretenden remontar su
origen a la iniciativa de un Apstol. De hecho, la Iglesia no es an
ms que la fraternidad dispersada en las Iglesias particulares, pero
est probado que a los cristianos no les gustan los solitarios y que
tienen, tanto desde el punto de vista de la consolidacin de la doctrina como del de la resistencia a los enemigos amenazantes, el sentido de la agrupacin. Por consiguiente, no conciben que una Iglesia,
aunque sea perfectamente independiente y duea de su destino, viva
aislada de las dems, como tampoco comprenderan que un hermano
se apartase de la comunidad de la ciudad en que vive; pero la Fraternidad cristiana, la Iglesia de Dios, no ha recibido todava ninguna
organizacin que la materialice; un observador extrao, un pagano,
no percibe an ms que Iglesias particulares.
II
El origen de las Iglesias particulares es todava para nosotros un
tanto obscuro. Si queremos darnos cuenta, aproximadamente, de
cmo se originaron, apartemos primero de nuestra mente la idea
catlica de la uniformidad, de la regularidad, de la fijeza. De una
comunidad a otra hubo durante largo tiempo diferencias bastante
notables, y si, en definitiva, todas terminaron evolucionando en la
misma direccin, no lo hicieron con el mismo ritmo.
No hace falta buscar muy lejos las causas que reunieron a los
hombres vinculados a la misma fe: las cofradas religiosas eran propias del espritu y de las prcticas de la antigedad. La necesidad de
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Basta con que leamos, de comienzo a fin, los Hechos, las Epstolas paulinas y esas tres cartas seudo-paulinas, ligeramente posteriores
a Pablo, llamadas Pastorales,54 para comprender con cunta rapidez
se realiza esa organizacin una vez empezada. En las postrimeras
del siglo primero, ya se pueden ver, al menos en algunas Iglesias, un
obispo nico, vigilante general de toda la comunidad, es decir, que
parece tener poder absoluto sobre la totalidad de las funciones y, a su
lado, presbteros especializados en las funciones espirituales y diconos investidos de funciones materiales.
Lo que consolida y precisa todos esos rganos fijos y estables es,
primero, la desconfianza creciente y acaso justificada respecto de los
inspirados itinerantes que, con el nombre de apstoles, profetas o
didasca-los parecan haber ejercido una influencia preponderante
sobre las comunidades durante los primeros tiempos de su existencia
es tambin la disminucin de la autoridad de los inspirados locales: lo excepcional y lo incoherente cansa; la fe del comn de los
hombres aspira naturalmente a la estabilidad, sinnimo para ellos de
verdad; los dones que el Espritu haba esparcido, al azar de su albedro, sobre un nmero ms o menos grande de hermanos no desaparecen, por lo dems; van a dar al obispo y fortifican su autoridad; es tambin el deseo y el comienzo del ritualismo, que el ambiente impone y que reclama especialistas; y es, en fin, la idea, muy
pronto consolidada, de que los pastores son responsables ante el Seor de la grey que les ha sido confiada: responsabilidad supone autoridad!
Estas acciones diversas concuerdan en la tendencia a confundir en
las mismas personas las funciones, al principio distintas, de instruccin, edificacin y administracin, o por lo menos, a darle la mayor
autoridad respecto de ellas a una sola persona, que es el obispo monarca. El advenimiento y el triunfo del episcopado monrquico constituyen la primera etapa de la organizacin de la Iglesia y han tenido
consecuencias incalculables 55 para su existencia a travs de los siglos.
54
55
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III
La palabra obispo (episcopos) significa, como ya dije, vigilante y,
en ese sentido se usaba a veces en las asociaciones paganas como
equivalente de epimeletas, que quiere decir comisario, intendente y,
en ciertos casos, director, pero siempre con la significacin de vigilancia. Originalmente, los obispos, porque haba varios en cada comunidad, no se ocupaban de ensear ni de edificar ms que con su
buen ejemplo. Su misin era mantener y afirmar la Iglesia en la
prctica de las buenas costumbres y de los preceptos de la verdadera
fe, y tenan poder absoluto sobre lo que puede llamarse lo temporal
de la comunidad. Los textos ms antiguos los consideran ms semejantes a los diconos que a los presbteros, y es ste un hecho significativo en lo que respecta a sus orgenes y al carcter de sus primeras funciones.
Su autoridad se desarroll rpidamente en cuanto, desapareci el
episcopado plural; no sabemos muy exactamente cmo se efectu
esa operacin; percibimos mejor las causas que la hicieron necesaria.
En un tiempo en que el smbolo de fe estaba tan poco recargado de
dogmas y en que la formidable inclinacin a la sobrevaluacin, que
conocan la mayor parte de las religiones, se ejerca del hecho de las
sugestiones del medio sincretista, con un vigor extremo, era indispensable organizar una defensa vigilante en torno del rebao, contra
los "lobos" de afuera, y contra los de adentro, es decir los herticos;56
y la defensa parece ms rpida y ms experta cuando uno solo se
encarga de ella. Concentrada en manos de un solo hombre, la autoridad que fortalece el buen orden y asegura la disciplina de la caridad
parece ms eficaz. Por lo dems, las asociaciones paganas y las comunidades judas tienden, bastante generalmente, a darse una presidencia, que asegure la unidad de accin en el grupo y simboliza, por
decirlo as, la unin. Entre los hermanos cristianos se difunde rpi56
La palabra hertico aparece por primera vez en la Epstola a Tito, 3, 10: Hertico es,
etimolgicamente, el que elige, pero en realidad, en el tiempo en que nos situamos,
es, sobre todo, el que agrega inconsideradamente.
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Ad Polyc., 6, 1; Ad Smyrn., 9, 1.
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sisticos el clero, como se comenzar a decir en el siglo III forman a su lado un orden, una categora especial en el cuerpo de los
fieles. Se ingresa en ese orden mediante la ordenacin, de la que el
obispo dispone prcticamente como amo, y que no es todava ms
que la instalacin en cargos especiales. Poco a poco, se le agregar a
esta instalacin un ceremonial particular para cada funcin, y la idea
de una misteriosa colacin de aptitud que se convertir en el sacramento del orden; pero no se lleg a esto todava en el siglo II.
En este orden clerical (ordo clericalis) vemos a los diconos, que
deben ser nombrados despus del obispo porque son sus auxiliares y
algo as como sus ojos, que miran y lo informan, y sus brazos, que
ejecutan. Ms tarde (Const. apost., 2, 30), se hallar el tipo de esa
relacin entre el obispo y los diconos en la relacin de Moiss y
Aaron. Pronto se ve aparecer en las grandes Iglesias un dicono jefe,
el archidicono. Todava en el siglo IV, los diconos se negarn a
aceptar su subordinacin jerrquica a los sacerdotes, y en principio
obtendrn razn, porque al comienzo sus funciones no eran inferiores
a las de los presbteros; eran "de otra naturaleza y convena hablar de
paralelismo no de subordinacin. Pero el tiempo ha borrado poco a
poco esas diferencias fundamentales, hasta tal punto que los concilios del siglo IV juzgaron francamente censurable y algo escandalosa
la actitud de los diconos que no queran permanecer de pie delante
de los sacerdotes y comulgar despus de ellos.
Los sacerdotes (presbytres) parecen haber surgido del consejo de
ancianos (sanedrn) de la sinagoga juda. Forman al principio el consejo de la comunidad que, en realidad, dirige; luego, sus funciones se
precisan lentamente en el dominio espiritual y. despus del advenimiento del episcopado monrquico, se convierten en delegados y, en
caso necesario, en suplentes del obispo en todas las funciones de ese
dominio. Por eso se consideran superiores a los diconos, casi exclusivamente limitados, al principio, a las tareas, de la administracin
material.
La vida ritual y eclesistica, al desarrollarse, agrega poco a poco a
los diconos y a los sacerdotes, en el ordo clericalis, varios funcionaG. H. Gignebert
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rios especializados y subalternos: exorcistas, aclitos, lectores, porteros, que vemos en sus puestos desde comienzos del siglo III, sobre
poco ms o menos. Los elige el obispo y progresivamente establece
la costumbre de considerar que dichas funciones accesorias estn
destinadas a probar y a fortalecer las vocaciones, que encuentran en
seguida su empleo verdadero en el diaconato, el sacerdocio y hasta el
episcopado. Ni qu decir tiene que todos estos clrigos deben ser de
costumbres irreprochables, pero pueden casarse, aun despus de su
ordinatio.
El clero de aquellos tiempos comprenda tambin mujeres. Se les
llamaba diaconisas, viudas o vrgenes, y no es fcil distinguir las
funciones particulares que sin duda correspondan a esas tres designaciones, ni precisarlas respecto de ninguna. Se comprende solamente que esas mujeres vinculadas a la Iglesia no tenan que ensear,
sino que servir; parecen haber sido las auxiliares del obispo, en tanto
que ste estaba obligado a ocuparse de las hermanas en la comunidad. La desconfianza de los cristianos respecto de la tentacin sexual
parece ser entonces extrema y est fundada en la experiencia; se toman precauciones, a veces un tanto pueriles, para defender de ella a
los clrigos.
En teora, todos los clrigos viven del altar, es decir, de las donaciones y ofrendas de los fieles, pero, siguiendo el ejemplo del Apstol Pablo, buen nmero de ellos trabajan asimismo en algn oficio
honorable.
Durante largo tiempo, la comunidad cristiana es una pequea sociedad como lo era la asociacin juda en tierra pagana en la
cual todos los miembros son, por as decirlo, religiosamente iguales,
en la que, por consiguiente, la posesin de las funciones o cargos
pone entre los que las ejercen y los otros diferencias de hecho pero
no de especie. Esto cambia paulatinamente. Mientras est viva la
idea de la soberana prctica del Espritu, que sopla donde quiere, no
hay medio de establecer distincin duradera entre el clrigo y el fiel
inspirado, y repito que no es tal todava el sentido de la ordinatio. Un
simple fiel tiene derecho, si la ocasin se presenta, a bautizar, prediG. H. Gignebert
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La palabra griega
quiere decir pueblo; el
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el otro al de la teora.
Ya a fines del siglo II. Tertuliano expresa la conviccin corriente
diciendo que los cristianos forman un cuerpo, cuyos miembros deben mantenerse unidos para bien de todos y para la consolidacin de
la verdad. Por otra parte, esta unin fraternal no tiene otro fundamento todava que la idea de que debe existir y la buena voluntad de
todos; todava no se ha hecho cuestin de la subordinacin de unas
Iglesias a otras, con lo cual, por lo menos, el problema se simplificara. Me basta como prueba la actitud de San Cipriano, obispo de
Cartago en el siglo III sin embargo, gran apstol de la actitud conciliadora ante Esteban, obispo de Roma, contra quien levanta a
todo el episcopado africano por una cuestin de disciplina, afirmando
el derecho imprescriptible de cada Iglesia a gobernarse. La idea del
cuerpo cristiano naci, efectivamente, del contacto repetido entre las
diversas comunidades, de las conversaciones entre obispos, de cartas
cambiadas a propsito de cuestiones apremiantes para todos; tal como la fijacin de la fecha de Pascua, o la actitud que se debe tomar
ante una doctrina nueva.
He ah el primero de los componentes mencionados; el otro es la
idea de la fe catlica, palabras que significan, primero, la fe comn,
general, opuesta a la fe particular y excepcional, por lo tanto hertica.
Ya dije que esta fe normal, en la opinin corriente, es sencillamente
la de los Apstoles, conservada por tradicin inmutable en las Iglesias que fundaron. Y, como inevitable corolario, las Iglesias manifiestan que fuera de esa fe no hay salvacin. San Ireneo, obispo de
Lyon, en el ltimo cuarto del siglo II, desarrolla esta opinin. Tiene
como consecuencia prctica favorecer la preeminencia honorfica, en
la espera de algo mejor, de las Iglesias apostlicas: es decir, empezar
a determinar lo que podramos llamar los futuros cuadros administrativos de la catolicidad. Los metropolitanos no aparecen oficialmente hasta comienzos del siglo IV, pero de hecho existen mucho
antes. Dicho de otro modo, las grandes Iglesias, las de las grandes
ciudades, -ejercen poco a poco sobre las vecinas comunidades menores una influencia semejante a una hegemona; cuando los concilios
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CAPTULO IX
ESTABLECIMIENTO DE LA DOCTRINA
Y DE LA DISCIPLINA
I.Cmo se convierte uno en cristiano al comienzo del siglo II: el bautismo; sus
caracteres y su sentido.Las especulaciones cristolgicas; tres tipos principales:
paulinismo, juanismo, docetismo.Tendencia comn.En qu se convierte en la
generalidad de los feles.Exigencias morales de la fe.La vida ritual.
II.El desarrollo del ritualismo: complica el ingreso en la Iglesia.El catecumenado y la disciplina del arcano.La institucin del catecumenado.Los competentes.Complicacin ritual del bautismo.
III.El desarrollo de la creencia.Doble -influencia que lo domina: la de los
simples; la de los filsofos.La quimera de la fijeza y la regla de fe.Su historia.Cmo se plantea el problema de la Trinidad.Su desarrollo en el siglo II.
Resistencias a la evolucin dogmtica: ebionistas y alogos.
IV.Desarrollo de la vida eclesistica.La existencia del fiel tiende a ritualizarse.Orgenes de la misa.El sentido que tiende a revestir la eucarista.La transubstanciacin.
V.La penitencia: su carcter.Su reglamentacin ritual es todava elemental.
No hay otros sacramentos a principios del siglo III.Conclusin.
I
Como sabemos, en el tiempo en que su separacin del judasmo consagra la calidad de religin autnoma que reviste el cristianismo en
el mundo grecorromano, no se concibe una religin sin ritos y, puesto que la fe cristiana se da naturalmente como una revelacin, no se
concibe ya que no se organice en afirmaciones metafsicas llamadas
dogmas. As como hemos tratado de ver en qu forma el cristianismo
se dio un cuadro jerrquico y rganos de vida prctica, en el curso de
los dos primeros siglos, debemos tratar de darnos cuenta de los medios adoptados y los resultados alcanzados, en el mismo lapso, en lo
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II Cor., 3, 17.
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cin y una simple figuracin ritual, sencillamente porque el significado ltimo del Misterio es el punto de partida y la razn de ser de la
conversin. La revelacin progresiva casi no es, pues, ms que un
smbolo, y el converso sabe desde el primer da lo que le dirn el
ltimo, o poco menos. Antes del establecimiento del catecumenado,
el arcano no hubiera tenido ningn sentido, y no tiene gran importancia prctica despus.
Sin embargo, la simple intencin de tomar precauciones para preservar de las profanaciones, si no a las creencias, que era preciso
comunicar a todo el que las quisiera conocer, s por lo menos a lo
que yo llamara ya los sacramentos, conduce a establecer una iniciacin preparatoria para los aprendices de cristiano. Esto es precisamente el catecumenado, cuyo primer testimonio se encuentra en
Tertuliano,61 y que parece haberse establecido generalmente hacia
fines del siglo II, sin que, al parecer, se encerrase en las mismas formas exactamente en todas partes. Pero representa en todos lugares
una educacin y una vigilancia de la fe del nefito por las autoridades de la comunidad.
Para convertirse en catecmeno basta inscribirse en una lista y
someterse a varios ritos preparatorios, el principal de los cuales es el
exorcismo; luego, transcurrido un perodo ms o menos largo de
instruccin y de examen, se pasa a la categora de los competentes,
de los aspirantes al bautismo, el cual es administrado por el obispo
en ocasin de alguna gran festividad, Pascua o Pentecosts.
Este bautismo se convierte, en s mismo, en una ceremonia complicada que comporta por lo menos una serie de instrucciones especiales y exorcismos, una triple inmersin, una imposicin de manos
acompaada por una uncin de crema consagrada y una primera comunin. En adelante se entiende que si el simple catecmeno puede
ser salvado, la plenitud de los dones o carismas del cristiano
pertenecen solamente al bautizado, y que el bautismo, solo, anuda
entre el fiel y el Seor los lazos misteriosos que lo ponen en su mano
61
De praescriptione, 41, 2.
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como su propio bien. Y no es difcil encontrar el espritu de los Misterios helensticos en esta iniciacin progresiva, en estos ritos todopoderosos y en la opinin que se tiene de su alcance. Se hacen tan
alta idea del rigor de los compromisos que supone el bautismo y del
peligro de no cumplirlos, que hombres perfectamente cristianos de
corazn juzgan ms cmodo y ms prudente no pedir el bautismo
sino en artculo de muerte. Y es sta, a pesar de la resistencia del
clero, una prctica al parecer bastante difundida, sobre todo entre la
aristocracia cristiana, hacia fines del siglo III y comienzos del IV.
III
En cuanto a la creencia, es la fe la que la nutre y amplifica. En un
medio, como sabemos, tan impregnado de dogmtica, se desarroll
bajo una doble influencia: primero, la de los simples que casi no
pueden, sin duda, elevarse por encima de las invenciones y de las
sobrevaluaciones mediocres, pero que, aunque soaran con la inmovilidad de la verdad, eran incapaces de guardar esa estabilidad. Son
ellos quienes, desde el primer instante, aceptan e imponen las ms
comprometedoras adquisiciones de la cristologa, porque ellas engrandecen al Seor. En el fondo, los fieles procedentes del helenismo, cuyo espritu est lleno de las afirmaciones del orfsmo o de
los Misterios, no renuncian a ellas con gusto al ingresar en el cristianismo; al contrario, las buscan en l, quieren volver a encontrarlas y,
sin siquiera tener conciencia de ello, pero irresistiblemente, las introducen en l.
En segundo lugar, debe tenerse en cuenta la influencia de los filsofos, es decir, de los hombres instruidos, de los hombres que, por su
cultura, estn preparados para razonar sobre la fe y para convertirse
en telogos. Indudablemente, el cristianismo proclama, desde el
principio, que posee toda la verdad; por consiguiente, la filosofa,
que tiene como tarea buscarla, ya no tiene razn de ser, y ciertos
doctores como Tertuliano, Arnobio o Lactancio no dejan de proclamarlo. Sin embargo, la seduccin del pensamiento griego contina
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Son sobre todo los doctores cristianos de Alejandra los que favorecen esa accin
fecundante de la filosofa griega sobre los datos de la fe. El ms ilustre, Orgenes
(siglo III) llega a expresar las "verdades apostlicas" en la lengua de Platn, dicho
de otro modo, a reiniciar sobre el cristianismo el trabajo de interpretacin platnica
y en menor grado estoica, antao emprendido por Filn sobre el judasmo. Cf.
el prefacio de su De principiis.
63
De praescriptione, 14: Fdes in regula psito est; habet egem et salutem de observatione legis.
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Algunos indicios nos permiten pensar que, desde el siglo I, existieron reglas breves que aprendan de memoria y recitaban los conversos que acudan al bautismo. Lo que todava se llama el Smbolo
de los Apstoles no es ms que una regla de fe, muy antigua, puesto
que, en su forma primitiva, parece haberse constituido en Roma
hacia el ao 150 y se atribuy a los Apstoles para hacer que todas
las Iglesias la aceptaran. Por lo dems, no fue la nica de su clase, y
los textos de los siglos II y III citan otras ms o menos anlogas. Las
citas que de ellas se hacen nos prueban que haba algunas diferencias
en cuanto a los smbolos aceptados por las diversas Iglesias, y tambin que cada uno de esos smbolos conserv durante largo tiempo
cierta ductilidad, 64 pero prueban asimismo que todas las Iglesias tenan desde entonces su regla de fe, su smbolo bautismal. Esto es importantsimo, porque las frmulas de dichos smbolos sirven, por
decirlo as, de temas a la meditacin de la fe cristiana, y basta profundizarlos teolgicamente para que de ellos broten los dogmas.
Naturalmente, el centro de toda esta especulacin es la cristologa, cuya evolucin determina la de todo el resto. Sin entrar aqu en
detalles intiles, sealemos estos tres puntos esenciales: 1, en principio, la fe no transiga respecto de la afirmacin fundamental de
monotesmo; 2, la culminacin lgica de todas las sobrevaluaciones
de la fe respecto a la persona y al papel de Jesucristo era su identificacin con Dios; 3, se tenda, a la inversa, a precisar en tres personas, cada vez mejor caracterizadas, es decir, cada vez ms distintas,
los tres trminos que asentaba el smbolo: Padre, Hijo, Espritu. Y
esto quiere decir que la fe se aferraba, con creciente firmeza, a proposiciones contradictorias.
Para salir de la confusin, el buen sentido slo poda elegir entre
dos soluciones; la de abandonar francamente el monotesmo y resignarse al tritesmo o la de abandonar la distincin de las personas de
64
El Smbolo de los Apstoles ha sido varias veces retocado para cerrar el camino a tal
o cual hereja. Para darse cuenta de la ductilidad de que hablo, basta comparar tres
textos de Tertuliano. De virginibus velandis, 1, Adversas Praxeam, 2, De praescriptione, 13.
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transforma, en el curso del siglo II, en la misa, es decir, en un conjunto ordenado de lecturas, plegarias comunes, instrucciones y cantos, cuyo punto culminante lo sealan la consagracin de las especies
eucarsticas y la comunin. No hay perfecto acuerdo sobre el sentido
profundo y los verdaderos caracteres que revestan esos ritos en
aquel perodo remoto de la vida cristiana, y no hace mucho se discuti largamente si el mueble eclesistico utilizado para la consagracin era ya un altar o todava una mesa. Lo que, por lo menos, es
cierto es que la eucarista era, desde entonces, considerada como un
misterio, que procuraba a los fieles la comunin del Seor, segn la
concepcin prevaleciente ya en la doctrina de Pablo. Los alimentos
eucarsticos, el pan y el vino, son considerados como un alimento
sobrenatural, que es menester recibir, so pena de correr gran peligro,
en disposicin religiosa particular.
Y como en este rito se unen el recuerdo de la muerte del dios, y la
creencia de la eficacia redentora de esa muerte, a la antigua idea fundamental de la comunin divina por absorcin del dios, es inevitable
que la idea de sacrificio forme parte de l a su vez. Esto es necesario
no solamente porque todas las religiones del ambiente en que se forma el cristianismo practican el sacrificio y es difcil deshabituar a los
hombres de una nocin tan comnmente aceptada, sino tambin porque la idea de la renovacin mstica de la muerte del dios est, bajo
modalidades ms o menos anlogas, arraigada en el culto de la mayor parte de las divinidades de la Salvacin. Se entiende que ya no se
trata, en verdad, de la conmemoracin del sacrificio inicial de redencin efectuado en el Calvario, porque si la eucarista fuera slo eso,
no tendra ms valor que el de un smbolo; es un sacrificio, en el que
el dios vuelve a ser la vctima voluntaria, al tiempo en que recibe el
homenaje de la oblacin, y cuyo resultado es la produccin de una
fuerza (dynamis) mgica, generadora de beneficios msticos inapreciables para todos los participantes. Se ha dicho, muy justamente,
que esta representacin eucarstica corresponda a la introduccin en
el cristianismo de un "trozo de paganismo", del paganismo de los
Misterios, se entiende.
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CAPTULO X
EL CONFLICTO CON EL
ESTADO Y LA SOCIEDAD
I.Cmo este conflicto hace difcil el xito del cristianismo.Las responsabilidades. Las negativas de los cristianos y las exigencias del Estado.La oposicin entre el cristianismo y la sociedad.La opinin corriente sobre los cristianos.Su importancia prctica.
II.El punto de vista del Estado se afirma en el siglo III: semejanza del cristianismo
con el anarquismo.Los prncipes perseguidores.Por qu las persecuciones no
dieron resultado.Cmo se prepara el cambio de frente del Estado y de la sociedad.El compromiso de Constantino y el edicto de Miln.Sus causas.Sus
condiciones y su inestabilidad fundamental.
III.Las concesiones de la Iglesia.Sus lmites.Por qu la actitud adoptada por
Constantino es insostenible.La Iglesia de Estado al terminar el siglo IV.El fin
del paganismo.Resistencia de la aristocracia: por qu y cmo se doblega.
Resistencia del mundo intelectual.Resistencia de los campesinos; su cristianizacin aparente.
I
El xito del cristianismo se vio retrasado y por un instante pudo
parecer comprometido por la violenta hostilidad que le manifestaron
el gobierno romano y la sociedad pagana, que se expres en lo que
llamamos persecuciones.68
68
Las persecuciones han sido objeto de numerosos estudios. L'Histoire des perscutons de Pal Allard, famosa en el mundo catlico, carece d espritu crtico. Se leer
provechosamente:
Lintolrance religieuse et la politique de Bouch-Leclerq, Pars, 1911; The early
persecutions of the christans de L. Hardy Canfield, Nueva York, 1913, que indica
bien las fuentes y hasta las da a menudo in extenso; LImpero romano e il crstianesimo, de A. Manaresi, Turn, 1914, que expone claramente el problema en conjunto
y contiene todas las indicaciones bibliogrficas tiles. El mejor libro general es el de
Linsenmayer: Die Bekampfung des Christentums durch den rmischen Staat bis zum
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Los malintencionados hacan recaer sobre ellos las viejas acusaciones surgidas del
antisemitismo: las del homicidio ritual y las orgas secretas, complicadas con refinamientos indecentes.
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relio, en el ao 176. 70
II
El Estado casi no advirti el peligro social que pareca encerrar el
cristianismo hasta el transcurso del siglo III; pero empez a juzgarlo
como una especie de anarquismo. Fueron los mejores prncipes, los
ms sujetos a los deberes de su dignidad y, como diramos ahora, los
ms patriotas, quienes se mostraron los ms encarnizados enemigos
de las Iglesias cristianas. Emperadores como Decio, Valeriano, Galerio y Diocleciano, en la segunda mitad del siglo, tuvieron claramente
la intencin de cortar por lo sano la propaganda, de desembarazarse
del clero y provocar, por la abjuracin obtenida bajo amenaza de
suplicio, la desaparicin total de la religin nueva. No retrocedieron,
para lograr su propsito, ni ante las ms feroces medidas de fuerza,
ni siquiera ante numerosas ejecuciones. Varias acusaciones de derecho comn se ponan en juego al mismo tiempo para agobiar a los
fieles: religin ilcita, sociedad secreta, lesa majestad, negativa de
obediencia si se trataba de soldados, ignavia, es decir, negligencia en
el cumplimiento de los deberes de la vida pblica y privada y hasta
magia. Por lo dems, estas acusaciones, cuando se aplicaban a los
cristianos, presentaban la singularidad de que se desista inmediatamente de ellas si el inculpado consenta en decir que renunciaba a
su fe, lo que permite suponer que, en suma, era la religin cristiana
solamente lo que se persegua. Uno se pregunta si desde los tiempos
de Nern no la habr prohibido, pura y simplemente, alguna ley especial; no est probado, pero no es imposible. En la prctica, las cosas ocurran como si el simple hecho de confesarse cristiano implicara crmenes y delitos penados con la muerte. El procedimiento en
materia criminal de los romanos era habitualmente rudo; en los procesos cristianos lo era al mximo, porque en materia de lesa majestad
70
Dejo de lado la llamada persecucin de Nern, que no parece haber sido ms que
una utilizacin accidental de los prejuicios populares para desviar del Emperador la
sospecha de que haba prendido fuego a Roma en el 64.
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persecucin no solamente haba fracasado, sino que trastornaba gravemente la vida corriente, porque el odio del pueblo del que antao
los cristianos haban sido objeto, casi haba desaparecido una vez que
stos fueron muy numerosos, que se los conoca mejor y, sobre todo,
que vivan como todo el mundo. Saba que la Iglesia constitua una
fuerza muy activa, y que todos los prncipes que la haban combatido
conocieron algn infortunio. Finalmente, estaba enterado de que su
adversario Majencio procuraba el apoyo de todos los dioses paganos
mediante oraciones, sacrificios y hasta operaciones mgicas, adems
de contar con un ejrcito numeroso y aguerrido. A l slo le quedaba
recurrir a Cristo.
Quiz sus resoluciones y sus esperanzas llegaran a exteriorizarse
y a presentrsele en forma de una visin que ms tarde precis al
narrarla; en todo caso, sali vencedor y se crey ms o menos deudor
de Cristo. El agradecimiento, la fe, la poltica le inspiraron el edicto
de Miln (313), que conceda un lugar entre las divinidades respetables al poderoso dios de los cristianos y pretenda establecer la igualdad, ante el Estado, de todas las religiones, sobre la base de la libertad de conciencia. Pero, a decir verdad, a la Iglesia no le interesaba
tal solucin y el Estado no poda atenerse a ella.
III
Obligada, por la fuerza de las cosas y por un sentido muy prctico
de la realidad, a hacer a las exigencias de la vida pblica y social
todas las concesiones necesarias, la Iglesia cristiana no haba renegado no obstante de sus principios: depositara de la verdad divina,
vea en cada pagano un satlite de Satans, y la sola idea de una
igualdad de trato con el paganismo le pareca un ultraje, que nicamente la necesidad poda hacerle tolerar. Adems, no haba ninguna
razn para dejar de seguirle quitando a las creencias paganas toda su
savia, puesto que ya haba obtenido provecho al hacerlo. El Estado
apenas poda eludir la antigua costumbre de querer unir con lazos
estrechos la Ciudad y la religin; el orden pblico pareca igualmente
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interesado en que el gobierno conservara su autoridad en las querellas suscitadas irremediablemente por el antagonismo de ambas religiones, y su imparcialidad se vea atada a una estricta neutralidad.
Pero los prncipes no permanecieron neutrales y la fuerza del cristianismo, duplicada por la victoria, se apoder de ellos y los arrastr
muy pronto; los clrigos los comprometieron, casi a su pesar, en sus
propios asuntos, obtuvieron de ellos mltiples favores y los interesaron en sus xitos.
En las postrimeras del reinado de Constantino poda preverse ya
la unin de la Iglesia y el Estado, la absorcin del paganismo por el
cristianismo y su total destruccin, con la connivencia y, de ser necesario, la ayuda del Estado. La obra, que se llev a cabo en el curso
del siglo IV, sufri algunos retrasos, no por parte de la Iglesia, que se
acostumbr rpidamente a considerar como un deber del Estado asistirla contra los herticos y los paganos, sin prever a qu servidumbre
se encaminaba ella misma, sino de parte de los emperadores que,
fuera por hostilidad, como Juliano, o por sincero deseo de mantener
el equilibrio entre las dos religiones, como Valentiniano, resistieron a
la atraccin. En tiempos de Teodosio, y por la accin del primer
hombre de Estado que haya posedo, el arzobispo de Miln, San
Ambrosio, la Iglesia consigui su propsito: la religin cristiana,
excluyendo todas las dems, adquiri calidad de religin de Estado.72
El paganismo no desapareci de golpe seguramente, pero slo
ofreci una resistencia incoherente al asalto metdico de la Iglesia y
al celo tumultuoso de algunos obispos y monjes, que se adjudicaron
la misin de perseguirlo. Y fue as no solamente porque al perder el
apoyo del gobierno se vio privado de toda direccin central y se dispers en innumerables cultos separados, sino sobre todo porque sus
sostenedores ms tenaces lo juzgaban desde puntos de vista tan diferentes que casi no podan sentirse solidarios al defenderlo.
La aristocracia de las viejas ciudades romanas, y especialmente la
de la misma Roma, ms que a las creencias de sus antepasados, se
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que una fe religiosa verdadera y esa fe aparece slo excepcionalmente entre esos aristcratas73 ; luego porque los males de la poca, especialmente en el siglo V, inclinaron a muchos de ellos al ascetismo que, sin ser exclusivamente cristiano, concordaba muy bien
con el cristianismo que en ese momento floreca bajo la forma de
monaquisino; finalmente, porque las mujeres de la nobleza se dejaron seducir muy pronto por la fe mstica y asctica que les ofrecan
monjes elocuentes y exaltados. Las ms altas figuras cristianas de
Roma, a fines del siglo IV, son las de Melania, Paula y sus hijas;
grandes damas a las que su celo impulsa a dejar el mundo para vivir
en la ascess y, por ltimo, a alejarse para establecerse en Palestina,
una bajo la direccin de Rufino, las otras bajo la de Jernimo, ambos
monjes.
Junto a la aristocracia de linaje, la del espritu niega durante largo
tiempo su adhesin a la fe cristiana y hasta con frecuencia simula
ignorarla. Sustituye las tradiciones de familia de la otra por la supersticin del helenismo; es decir, por una admiracin todava ms
sentimental que esttica por la literatura y el pensamiento griegos;
como la cultura helnica est, en verdad, completamente impregnada
de paganismo, parece ser inseparable del respeto a los viejos mitos y
a los antiguos dioses. Adems, la filosofa neo-platnica, que bajo la
influencia de Porfirio y sobre todo de Jmblico se convierte en un
amplio sincretismo en el que conviven la metafsica, la teurgia y las
enseanzas de los Misterios, ofrece todos los recursos tiles para
interpretar los mitos y engrandecer a los dioses; los Misterios mismos, que todava perduran, aaden a este conjunto ya imponente sus
emociones sensuales, sus esperanzas y sus consuelos. La abundancia
de bienes perjudica a veces, cuando su masa agobia al hombre, que
no puede gozarlos si no los domina. La confusin de todas esas representaciones, doctrinas, teoras, imgenes, prcticas y tradiciones
es tal que nadie puede encerrarlas todas en una verdadera religin.
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miento griego an vivo, los intelectuales ceden poco a poco e ingresan individualmente en el cuerpo cristiano. Su polmica, que slo
interesaba a los letrados, se ve en la necesidad de hacerse discreta
para evitar la hostilidad de las autoridades pblicas, y no puede prevalecer contra el contagio de la fe y las rplicas cristianas numerosas
y apremiantes. En los siglos IV y V se produce una literatura apologtica muy abundante, que hace frente a todas las argumentaciones
paganas. Sus razones no son mejores, en el fondo, que las de los
otros, pero tampoco son peores, y tienen la ventaja de no adoptar una
postura reaccionaria. Pretenden conservar de las tradiciones del pasado, en todos los dominios, lo que merece ser conservado, y, sin
embargo, lo sitan en la gran corriente de pensamiento religioso y de
sentimiento fidesta que se apodera evidentemente de los hombres de
esa poca.
La resistencia ms tenaz proviene de la gente del campo, de los
pagani, 74 adepta de pequeos dioses locales muy especializados, y
aferrada a costumbres antiguas consolidadas por la supersticin. Su
rudeza natural hace la evangelizacin asaz peligrosa, hasta tal punto
que es difcil persuadirlos si no se les impresiona con una empresa
audaz contra sus santuarios, sus simulacros, sus rboles sagrados, sus
fuentes milagrosas. La fe que irradia de las ciudades encuentra pronto en los monasterios rurales una ayuda preciosa y bien situada para
obrar. En muchos casos, termina por imponerse por la lenta penetracin de la presin diaria; en otros, hace el milagro de convertir de
golpe un pueblo y hasta una regin ms extensa. Lo ms frecuente es
que proceda por substitucin; transpone en su provecho leyendas y
supersticiones, y el culto de los santos le hace esta operacin sumamente fcil: los instala en el lugar de las pequeas divinidades familiares a las que los campesinos se apegan tanto porque les piden infinidad de" menudos favores cada da. Y as el campo da por lo menos
la apariencia de cristianizarse. La obra est muy adelantada a fines
74
El trmino paganas quiere decir habitante del pagus, campo. Hoy est probado que
fue la hostilidad de los campesinos al cristianismo lo que determin que paganus
haya pasado a significar pagano; al parecer, data de la primera mitad del siglo IV y
se generaliza poco a poco en la segunda.
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del siglo V.
Adems, desde el principio se hubiera podido prever el resultado
de la lucha de fondo empeada a partir del primer cuarto del siglo
IV. El xito duradero de la fe cristiana en los grandes centros urbanos y en el mundo oficial, la organizacin de la Iglesia frente a la
dispersin incoherente de sus adversarios, y sobre todo su intensa
energa vital, mientras las viejas religiones del paganismo se hundan
por s mismas en la muerte, son otros tantos fenmenos que anunciaban y preparaban el triunfo
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CAPTULO XI
I
El triunfo que testimonia particularmente, en el siglo IV, la conversin del Estado romano, marca una etapa importante de la evolucin del cristianismo. For lo dems, la victoria se haba comprado, y
a un precio tan caro que podemos afirmar audazmente que los fieles
de los tiempos apostlicos lo hubieran considerado un desastre. La
disculpa de los cristianos de la 180 poca de Constantino era la de
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misin.
Lo que impresiona al observador menos avisado, en el triunfo del
cristianismo, es primero el poder del sacerdocio; parece que la vida
de la Iglesia de Cristo se cifra toda en la conciencia de los obispos;
en segundo lugar, el desarrollo monstruoso de la teologa. El fermento de toda esta especulacin sigue siendo el pensamiento griego,
que reacciona sobre la fe como el siglo sobre las costumbres, o el
Estado sobre la Iglesia. Los cristianos abrevan en la fuente abundante
de las ideas metafsicas, ya directamente en los escritos de los filsofos neoplatnicos, a quienes siguen despreciando, ya indirectamente
en las obras de Orgenes, al que admiran o maldicen, pero del que
sus detractores instruidos toman casi tanto como sus admiradores.
Los siglos IV y v estn llenos del ms extraordinario conflicto de
doctrinas trascendentes, que se cruzan, se destruyen o se combinan, y
en medio de las cuales el pensamiento de algunos grandes doctores
gua a los vacilantes y a los ignorantes. Se trata, por ejemplo, de determinar en qu relacin de naturaleza se encuentran el Hijo y el
Padre en la Trinidad, o segn qu modalidad se armonizan en la persona de Cristo la naturaleza divina y la naturaleza humana que posee
igualmente, y si la Virgen Mara tiene derecho o no al ttulo de madre de Dios. La ortodoxia es, en verdad, la opinin que cuenta con
mayora en los concilios, y esa mayora rara vez es suficientemente
fuerte para imponer a toda la Iglesia soluciones rpidas y definitivas;
de ordinario, no se estabiliza sino despus de oscilaciones bastante
turbadoras para los simples, quienes creen fcilmente, ya sabemos,
que la verdad es una, eterna y por ende inmvil.
Lo que parece nuevo en los conflictos doctrinales de los siglos V
y VI, no es el hecho del desacuerdo, ni tampoco la originalidad de las
cuestiones en disputa.
El desacuerdo fue en los tres primeros siglos la condicin misma
del progreso de la fe y algo como su alimento, y varias de las cuestiones que forman la materia de las querellas a las cuales acabo de
aludir quedaron planteadas desde haca tiempo; lo que sorprende un
poco es la amplitud, el encarnizamiento y la duracin de la batallas.
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dios de expresin harto eficaces porque, desde entonces, se multiplican los monjes. No todos son seguramente hombres del pueblo, y el
monasterio atrae a muchas almas delicadas, a las que el mundo espanta o desgarra, a muchos cristianos de "lite", que comprenden
ms o menos claramente que la moral del Evangelio, que llevan grabada en el corazn, se aviene mal con las necesidades del siglo, y
que el cristianismo que satisface al mundo no es el de Jess; pero en
el ejrcito monacal forman slo una minora. Adems, su ardiente
piedad, en guardia permanente contra la tentacin, se halla naturalmente bien dispuesta en favor de las conclusiones sobrevalorativas
de la de los simples, de donde puede recibir una nueva confortacin;
les presta, a veces, apoyo decisivo, las estimula y las completa. Un
San Jernimo atormentado por las rebeldas de la carne y buscando
los medios de triunfar de ellas en las maceraciones yen la meditacin
del misterio de la virginidad de Mara, no solamente lo aceptar en
toda la extensin que haba recibido ya en la fe popular, afirmando la
virginidad perpetua de la Madre de Jess sino que, por decirlo as lo
agravar asentando, como corolario, la afirmacin de la virginidad
perpetua de Jos. La mayora de los monjes proceda del pueblo, y la
comunidad de su pasin religiosa, el cultivo intenso que de ella hacan, la autoridad que les daba la santidad de su vida, la energa feroz
y tenaz de sus afirmaciones, la verdadera grandeza moral de los ms
notables, cuya gloria se reflejaba sobre todos porque la regla los pona al nivel de todos, les aseguraba un gran prestigio ante la generalidad de los fieles, y, aunque ellas tambin lo tenan, esto obligaba
a las autoridades eclesisticas a contar con ellos. Hacia ellos se dirigan las sugestiones y los deseos de la fe popular; ellos las depuraban, escogan, ordenaban y, finalmente, imponan a los telogos, que
las arreglaban lo mejor que podan.
As, por una especie de colaboracin inconsciente de influencias,
bastante dismiles en su origen, pero convergentes en su accin, una
religin muy diferente del cristianismo, que ya entrevimos en los
umbrales del siglo III. se constituye en el siglo IV y se encuentra
prcticamente duea del mundo romano al iniciarse el siglo V.
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II
La desgracia del cristianismo haba sido la de haberse apoyado
primero fundamentalmente sobre la gran esperanza de la parusa.
Puede uno trazarse un plan de vida admirable e inaccesible cuando se
est seguro de que toda existencia humana va a suspenderse de un
instante a otro, y de que se recoger para toda la eternidad el fruto
del esfuerzo de unos das. Pero la gran esperanza no se realiz, y su
aplazamiento, constantemente prolongado, entreg a los cristianos
del comn, al igual de los dems hombres, a todas las seducciones de
su animalidad y se dejaron arrastrar por sus atavismos. No renegaron
del ideal de vida, sin el cual su religin perda sentido, pero prcticamente no trataron ya de realizarlo y, en ellos la creencia en proposiciones dogmticas y la fe, en la eficacia mgica de los ritos reemplaz al esfuerzo personal reclamado por el Evangelio. No fue en el
siglo IV cuando empez esa deformacin hemos vislumbrado las
seales mucho antes del triunfo, pero se acentu en ese siglo, simplemente porque entonces numerossimas conversiones hicieron ingresar en la Iglesia a infinidad de fieles preparados con mucha premura y, por lo tanto, incapaces de defenderse de la dynamis, la fuerza
de la vida, temible para todas las religiones.
Como la pesadilla de la persecucin haba desaparecido, el cristiano pudo llevar una existencia normal; entonces la separacin entre
sus deberes de fiel y sus necesidades de hombre se hace ms completa. Los deberes se encierran en cierto nmero de obligaciones; las
exigencias y el nmero mismo de las obligaciones tienden a restringirse 75 las necesidades se satisfacen, prcticamente sin restriccin, en
las formas que la costumbre ha dado a la vida corriente. En otros
trminos, la lucha mstica emprendida por el cristianismo primitivo
contra la vida lo condujo a una derrota total, que de hecho, la Iglesia
acept y sancion,, contentndose con transformar en tema de meditacin para el fiel el ideal que encerraba al principio la esencia mis75
Asi los oficios celebrados en la Iglesia se hacen cada vez ms breves, y para el
comn de los fieles se establece el uso de participar en ellos solamente el domingo
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deja demasiado lugar a la fantasa individual, finalmente porque sigue siendo prcticamente incomprensible e inaccesible para un gran
nmero de hombres. Por eso, en la segunda mitad del siglo III, se
deja sentir la necesidad de una coordinacin ms amplia y ms slida.
El cristianismo representa, en suma, la primera tentativa, cronolgicamente, realizada en ese sentido y la primera que tuvo xito, porque sus orgenes judos le aseguraron el beneficio de un monotesmo
fundamental y de un exclusivismo, intolerante, es cierto, pero entonces todava benfico, porque garantizaba su individualismo y, sin
prohibirle tomar elementos a las dems religiones, lo obligaba a asimilarlos de inmediato, a fundirlos en un conjunto coherente. En el
cuerpo cristiano se producan, sin duda, divergencias de opinin a
veces gravsimas y sobre cuestiones esenciales que podan conducir a
la escisin, a la constitucin de sectas; pero quedaba, en todos los
casos, una opinin comn, una conviccin de la mayora, que rpidamente reduca las disidencias a simples herejas y que, al precisarse a s misma, deba fortalecerse tambin con esos extravos.
Creyse durante largo tiempo que en la poca en que el cristianismo arraig en el Imperio y lleg verdaderamente a formarse la
nocin, ms an, la constitucin sumaria, de una doctrina ortodoxa,
es decir, en el transcurso del siglo III, el mundo vacil entre elegir a
Cristo o escoger a Mitra. Esto es, creo yo, exagerar enormemente la
influencia importante del mitrasmo, cuya propaganda es mucho ms
cerrada y restringida que la del cristianismo, que slo se compone de
cenculos pequeos, hermticos y dispersos, que se priva del invencible espritu de proselitismo de las mujeres al admitir nicamente
hombres en sus iniciaciones, y sobre todo, que no tiene nada de lo
que hace falta para ser, si no es que para hacerse, un culto popular en
el amplio sentido del trmino. Los verdaderos enemigos del cristianismo estn en otra parte.
Son dos religiones, orientales como l, que proceden de las mismas preocupaciones generales, se nutren de los mismos sentimientos
religiosos, tratan la misma materia religiosa, que hemos definido;
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Los dos primeros grandes maestros de la Escuela, Plotino y Porfirio, temen mucho
todava el arrastre de la supersticin; es sta una de las razones de la hostilidad de
Porfirio contra el cristianismo; sus sucesores, empezando por el ilustre Jmblico (t el
330 ?), dan paso, cada vez ms, en su especulacin a las preocupaciones religiosas y
dan primaca a la apologtica pagana sobre la bsqueda propiamente filosfica; se
erigen en defensores del helenismo contra la intolerancia brbara de los cristianos.
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tres son universalistas; las tres explican el mundo y la vida sensiblemente de manera similar, o, al menos, con el mismo mtodo; las tres
pretenden arrancar al hombre de su miserable condicin para llevarlo
a la salvacin eterna en Dios; las tres son fundamentalmente monotestas y las tres quieren que el hombre gane la vida inmortal y bienaventurada sometindose a ritos culturales y a reglas de una moral
austera.
El neoplatonismo presenta, desde el primer instante, una seria inferioridad: no tiene fundador y no llega a descubrir" uno; no puede
relacionar su doctrina con una manifestacin personal de Dios, que
autentifique y, diramos, concrete la revelacin de la cual cree disponer. Por eso conserva una apariencia de religin artificial, un aire de
especulacin abstracta y muy individual. Totalmente distinta es la
situacin del maniquesmo, que se justifica con Manes, como el cristianismo con Jess.78
Los doctores cristianos han presentado generalmente al maniquesmo como una hereja cristiana. Nada parece menos exacto, porque fue secundariamente como la doctrina y la leyenda maniqueas
tomaron, al contacto con el cristianismo y por razones de propaganda, en un medio cristianizado una fisonoma cristiana. La capacidad de sincretismo del maniquesmo no fue agotada por su fundador;
se presenta ante todo como una religin original, y si Manes se coloca en la descendencia espiritual de Jess, a quien cuenta entre los
mensajeros de Dios que lo han precedido, se refiere al Jess de los
Gnsticos y Manes no debe nada, o casi nada, al Evangelio galileo.
Predica una religin de la salvacin por el renunciamiento, tal
como lo hizo el cristianismo al principio, pero, metafsicamente, es
ms sencilla, ms clara, ms rigurosamente lgica que el cristianismo
y, moralmente, ms austera y ms radical. Las calumnias que los
ortodoxos cristianos lanzaron contra l no tienen ms fundamento
porque eran las mismas que las que antao se difundieron contra
los conventculos cristianos. Despus de un xito brillante y rpido,
78
Manes, Mani o Maniqueo naci en Babilonia en el 215 o 216 y muri en Persia entre
el 275 y 277.
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el maniquesmo vio su progreso bruscamente detenido por la oposicin feroz del Estado romano, que lo juzg como un anarquismo ms
temible an que el cristianismo, una especie de montaismo exagerado, que deba lgicamente conducir a sus sectarios al abandono de
todos sus deberes de ciudadanos y de hombres y que, oriundo de
Persia, pas del enemigo hereditario del Imperio, no poda convenir a
los romanos. ste es el punto de vista que adopta el emperador Diocleciano en un terrible edicto (de alrededor del 300), que amenaza
con las penalidades ms duras a los maniqueos y tiende, evidentemente, a su total exterminio. El odio de la Iglesia, que ve en la religin rival una renovacin del gnosticismo, mucho ms temible que el
del siglo II, se asocia cordialmente al odio del Estado.
sta es la verdadera causa del fracaso final del maniquesmo, movimiento religioso muy interesante en s y muy poderoso y que, a
pesar de las persecuciones implacables sufridas durante varios siglos,
demostr poseer una vitalidad sorprendente. Sin duda, su doctrina no
vala ms, racionalmente, que la metafsica teolgica del cristianismo, pero era un poco ms simple, y si su moral, inhumana, casi no
poda esperar conquistarse a las masas populares, la feliz distincin
entre los Elegidos y los Auditores permita ms de una transaccin;
para convencerse de ello es suficiente pensar en el xito de la secta
de los albigenses en el medioda de Francia en la Edad Media, porque la secta de los albigenses parece haber sido esencialmente una
adaptacin cristiana del maniquesmo. En cuanto a sus probabilidades de xito entre los intelectuales, basta recordar, para juzgarla importante, que conquist a San Agustn y que lo satisfizo durante varios aos. Disgusta que el ilustre doctor, sin haber visto por s mismo
nada de censurable en las asambleas maniqueas cuando perteneca a
la secta, tuviera ms tarde la debilidad de recoger y de amparar con
su nombre las habladuras innobles que corran contra ella en los
medios cristianos. 79
En la poca en que el maniquesmo empez a inquietar a la Iglesia, sta tena respecto de l la ventaja de estar ya fuertemente orga79
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CONCLUSIN
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fuera de los medios puramente judos, porque slo tena sentido para
ellos como doctrina; constitua, sencillamente, una representacin
particular del mesianismo israelita. Como agrupacin religiosa no era
ms que una secta juda, puesta al margen de la ortodoxia, tal como
se representaban sta el Templo de Jerusaln y la Sinagoga juda.
Es una religin edificada sobre un fundamento judo, con materiales asaz diferentes pero todos igualmente orientales; griegos sin
duda, en gran parte, pero tambin asiticos, sirios, egipcios y mesopotmicos. Al declinar el siglo I, se nos aparece como uno de esos
Misterios sincretistas, de los cuales el mundo oriental conoci varios
tipos, para dar satisfaccin a su necesidad mstica de la salvacin, de
la vida eterna y bienaventurada ms all de las miserias e insuficiencias de la existencia terrestre. Su superioridad sobre sus congneres
estriba en dos rasgos principales: su origen judo la puso al abrigo de
los incmodos compromisos con las equvocas leyendas mitolgicas
que chocan a las almas delicadas, y la realidad humana de su "Seor", su glorificacin slidamente atestiguada, presta a sus afirmaciones una especie de certidumbre y una precisin incomparables. Es
ms rica y ms simple que las dems religiones de la salvacin. Su
intolerancia otro rasgo judo la libra de las mezclas en que su
primitiva esencia se hubiera alterado pero no la priva de tomar discretamente elementos extraos fciles de asimilar. Puede tomar y
toma de todas partes, sin dar casi nada. No obstante, y por original
que parezca, por esa particularidad y, en cierta medida, porque sabe
reducir los elementos que toma, no es nica en su gnero y responde
a las aspiraciones de una poca y un medio que no las han satisfecho
ms que en ella.
Por intermedio de la dispora juda, se instala en el terreno
helenstico, en el que se aprovecha de la propaganda de la Sinagoga
y la absorbe. Pero, de golpe, se encuentra frente al pensamiento griego. De ese contacto y de su resultado depender su porvenir. Para
empezar, poda oponer sin inconveniente su gnosis, su ciencia divina
revelada, a la vana sabidura del mundo, que es locura ante Dios;
hasta llegar a proclamar su desprecio por la filosofa y no abandoG. H. Gignebert
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genes el maestro de obras, en el siglo III, no se realiz sin dificultades y sin largos tanteos entre soluciones extremas de problemas delicados. Con un sentido notable de lo posible y de lo til, la fe mediana, en el fondo duea soberana de su smbolo, descart poco a
poco las exageraciones, redujo los contrastes, consolid las frmulas
en las que encontr satisfaccin a sus necesidades teolgicas. Hubo
rudas crisis, extravos inquietantes, luchas lamentables y escandalosas; nada de esto bast para cortar el vuelo del cristianismo, puesto
que se haba convertido en el ncleo de cristalizacin de toda vida,
de toda pasin religiosa fecunda, puesto que l era tambin la Iglesia,
es decir, una organizacin y una disciplina, un gobierno.
En el ocaso del siglo IV, no haba entrado an en la plena serenidad de la ortodoxia, pero estaba en posesin del conjunto de su
dogmtica; se apoyaba slidamente en marcos litrgicos bien establecidos y era virtualmente dueo del mundo romano. En realidad,
en todo lo concerniente a la doctrina propiamente dicha, recoga el
fruto de trescientos aos de debates orientales. Sus creencias fundamentales, expresadas en frmulas largamente discutidas, y, por lo
dems, todava inestables, ofrecan a la gente de Oriente un sentido
ms o menos claro y ms o menos profundo, segn el grado de cultura de cada uno; un sentido correspondiente a una idea o a un sentimiento, pero siempre un sentido real. En las diversas etapas de su
evolucin haba sido siempre as; ms an, fue la vigilancia permanente de las ideas y de los sentimientos de los fieles lo que determin
el sentido y fij los resultados de esta misma evolucin. Pero nacida
de un cierto ambiente y para l, la dogmtica cristiana deba forzosamente ser muy obscura para hombres a quienes su propia formacin intelectual y su sensibilidad, sus disposiciones naturales y sus
hbitos espirituales los hacan extraos a ese ambiente. Ese era justamente el caso de los occidentales, entre los que, sin embargo, le
estaba reservada tan grande fortuna a la Iglesia cristiana.
Estos occidentales no posean todo lo adquirido de la cultura
oriental y no llegaban al pensamiento helnico ms que a travs de
adaptaciones incompletas e infieles. Un pequesimo nmero de
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FIN
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OMEGALFA
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