Ambrose Bierce
Ambrose Bierce
Ambrose Bierce
horror, esa incmoda sensacin de lo sobrenatural, como la llama? Podra usted acelerar mi pulso,
sobresaltarme con ruidos intempestivos, hacerme correr fro por el espinazo y ponerme los pelos de
punta?
Colston, volvindose sbitamente, lo mir en los ojos mientras caminaban:
-No se atrevera dijo-. No tiene el valor suficiente recalc estas palabras con gesto desdeoso-.
Es usted lo bastante intrpido para leerme en un tranva, pero en una casa deshabitada, solo, en medio
del bosque, por la nocheBah, tengo un manuscrito en el bolsillo que podra matarlo.
Marsh estaba furioso. Se saba valiente y estas palabras lo hirieron.
-Si usted conoce semejante lugar replic-, llveme all esta misma noche y djeme su cuento y
una vela. Venga a verme una vez yo lo haya ledo y le contar su historia de pe a pa. Despus lo echar a
puntapis.
As fue como el hijo del granjero, por una ventana sin vidrios de la casa Breede, vio a un hombre
sentado a la luz de la vela.
El da despus
Ya entrada la tarde, tres hombres y un muchacho se acercaron a la casa de Breede, tomando por el
mismo sendero que haba seguido el muchacho la noche anterior. Al parecer, los hombres estaban muy
animados: hablaban fuerte y rean, haciendo al muchacho observaciones irnicas y chistes a propsito de
su aventura, en la cual, evidentemente, no crean. El muchacho, muy serio, los escuchaba en silencio.
Tena sentido de la realidad y no ignoraba que quien afirma haber visto a un hombre muerto levantarse de
su asiento y apagar una vela, no es testigo que merezca fe.
Llegaron a la casa y encontraron la puerta cerrada con llave. Los visitantes entraron sin ms
ceremonia que echarla abajo. El pasillo tena otras dos puertas, a izquierda y derecha; tambin estaban
cerradas con llave, y tambin las forzaron de igual manera. El cuarto al que daba la puerta izquierda
estaba vaco. En el cuarto de la derecha el que tena la ventana sin vidrios- encontraron el cadver de un
hombre.
No era un espectculo agradable de ver. El hombre yaca de perfil, con el cuello apoyado en el
antebrazo, la mejilla a ras de suelo, los ojos abiertos, la mandbula inferior cada. Debajo de la boca se
haba formado un charquito de saliva. Una mesa derribada, una vela a medio consumir, una silla y algunas
hojas manuscritas era todo lo que haba en el cuarto. Los hombres miraron el cadver y, uno tras otro, le
tocaron la cara. El muchacho lo miraba a su vez, gravemente, en una actitud de propietario. Nunca en la
vida se haba sentido ms orgulloso. Uno de los hombres le dijo: Habas sido guapo, frase que los otros
dos recibieron con muestras de aquiescencia. Despus uno de los hombres tom del suelo las pginas del
manuscrito y se acerc a la ventana, pues ya las sombras del atardecer encapotaban el bosque. El canto
del engaapastores se oa en la distancia; un monstruoso escarabajo, escabullndose por el hueco
abierto, hizo zumbar las alas y se perdi en la oscuridad.
El manuscrito
Antes de llevar a cabo la determinacin que he tomado, justa o equivocadamente, y presentarme
ante el Juez Supremo, yo James R. Colson, considero que mi deber de periodista me obliga a hacer al
publico la siguiente aclaracin. Mi nombre, segn creo, es bastante conocido como autor de cuentos
terrorficos, pero la ms sombra imaginacin nunca pudo concebir nada ms trgico que la historia de mi
propia vida. No por los hechos, pues ha sido la ma una vida carente de aventuras y de accin. Mi
trayectoria mental, en cambio, fue siempre prdiga en experiencias horripilantes. No voy a contarlas aqu:
algunas de ellas han sido escritas ya, y en breve se publicarn. El propsito de estas lneas es explicar a
quien le interese que mi muerte es voluntaria. Morir a las doce de la noche del 15 de julio, aniversario
significativo para m porque ese da, y a esa hora, mi amigo en el tiempo y en la eternidad Charles Breede,
cumpli la promesa que me hizo con el mismo acto cuya fidelidad a nuestro convenio me fuerza ahora a
cometer. Se quit la vida en su casita del bosque de Copeton. Hubo el usual veredicto de ataque de
locura. Si yo hubiera prestado testimonio en la investigacin de su muerte, si hubiera contado lo que s, a
m tambin me habran llamado loco.
Me queda una semana de vida para arreglar mis asuntos y prepararme para el gran viaje. Me
basta; porque tengo pocos asuntos que arreglar y hace ya cuatro aos que la muerte se ha convertido
para m en una imperativa obligacin.
Llevar sobre m esta declaracin. Cuando la encuentren, ruego que la entreguen al mdico
forense.
James R. Colston.
P.S.- William Marsh: En este da fatal del 15 de julio le entrego este manuscrito para ser abierto y ledo en
las condiciones que convinimos y en el lugar que design. Renuncio a la intencin de llevarlo sobre m
para explicar las razones de mi muerte, que no son importantes. Servirn para explicar las razones de la
suya. Lo visitar por la noche para tener la seguridad de que usted ha ledo el manuscrito. Usted me
conoce bastante: bien sabe que no faltar a la cita. Pero, amigo mo, ser despus de las doce. Qu Dios
se apiade de nuestras almas!
Antes de que el hombre terminara de leer el manuscrito, uno de sus compaeros levant la vela del
suelo y la encendi. Cuando el hombre lleg al final de su lectura, acerc el papel a la llama y lo hizo arder
hasta reducirlo a cenizas, no obstante las protestas de los otros. Quin as procedi y ms tarde soport
plcidamente la severa reprimenda del mdico forense, era el yerno del difunto Charles Breede. Durante la
investigacin no pudo extrarsele una versin inteligible de lo que contena el papel.
De The Times
La Comisin del Asilo de Dementes encerr ayer al seor James R. Colston, escritor de cierta
reputacin local, vinculado a The Messenger. Se recordar que en la tarde del 15 del corriente fue
denunciado por uno de los inquilinos de Baine House, que lo haba observado proceder de manera
sospechosa, quitndose el cuello y asentando una navaja, y de vez en cuando cortndose la piel del
brazo, etc., para probar su filo. Al ser entregado a la polica, el desdichado ofreci una desesperada
resistencia y hasta demostr tales energas que hubo que ponerle un chaleco de fuerza. Muchos de
nuestros eminentes escritores contemporneos todava siguen sueltos.