Beatriz Espejo, Cuento: El Bistec.

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El bistec

Cuento de Beatriz Espejo


Ruperta, no dejes la ropa tendida al sol tanto tiempo! Se decolora y queda hecha
puras garras. No olvides picar bien las calabacitas y ponerles su epazote!
Compra en la farmacia mi medicina para los nervios! Lava el patio con jabn y
escobeta para despercudirlo! Que la sopa quede sabrosa! Corre por los nios a
la escuela! Abre la puerta, el seor viene tropezndose como acostumbra! Y
Ruperta a todo deca s. Volaba por la casa, dejaba pulcros los rincones, limpiaba
de rodillas pisos, sacuda hasta marcos y espejos, demostraba su eficacia
inigualable y arreglaba los problemas de su patrona que era una verdadera
generala disciplinando sin tregua ni cuartel. A veces quedaba pasmada ante la
autonoma de su propia voz tarabilluda que no paraba de mandar convertida en un
tic nervioso. A ella misma le resultaba inexplicable el aguante y la fidelidad perruna
que Ruperta le haba demostrado durante diez aos. Era capaz de leerle
presurosa el pensamiento y los deseos con slo mover los ojos, chasquear la
lengua o tronar los dedos, como esclava a la que nunca se le ocurriera liberarse.
Sumisa y reidora deca lo que usted disponga nia y mostraba su dentadura
perfecta con un fulgurante diente de oro a pesar de la miseria que ganaba.
Las amigas de Lucrecia lo comentaban perplejas mientras padecan contingencias
domsticas y en la ms absoluta desesperacin pegaban a las ventanas cartulinas
del consabido letrero: Se solicita sirvienta. Y lo quitaban arrugado y amarillento
sin que nadie ocupara el empleo.
Pero el brujo fue terminante: Si usted quiere recuperar a su marido, que deje de
emborracharse y de ser mujeriego y parrandero, si quiere que se engre con usted
otra vez, ese es el nico remedio. No existe ningn otro que yo le garantice.
Lucrecia pag la consulta y anduvo por los arrabales de Catemaco un poco
dubitativa, tropezndose con las piedras. Los tacones se le hundan en el lodo
mientras cavilaba sobre la manera de hacerlo. Afortunadamente estaba a punto de
que le bajara la regla y haba poco tiempo para los arrepentimientos. A los tres
das vino la visita esperada con su natural secuencia de clicos y depresiones.
Lucrecia sac fuerzas de flaquezas y se dispuso a no echar el consejo en saco
roto. Fue a la carnicera para elegir una suculenta chuleta gorda y jugosa. La
extendi en un platn. Hizo gala de buena gourmet y maquinalmente la prepar tal
como le gustaba a su marido condimentada con ajo, sal, pimienta, salsa inglesa,
una cucharadita de mostaza (para que se disimule el sabor, pens) y luego venci
sus reticencias cuando susurraron nuevamente en sus odos las recomendaciones
del brujo, agregue usted sangre de su menstruacin y cocnelo. As que aadi
el toque maestro antes de voltear la carne por todos lados y remojarla bien. La
puso en el refrigerador y esper jubilosa la hora de la cena.
El marido lleg jetn y medio borracho. Ella respir hondo pidindole a sus
ngeles custodios que le dieran paciencia. Disculp incongruentes impertinencias
y sin prestarle importancia al asunto pregunt con dulce entonacin:
Te gustara merendar una carnita asada?
La respuesta fue una especie de gruido y un movimiento soez para endilgarse la
servilleta al cuello. Lucrecia toc su campanilla y pidi imperturbable:

Ruperta, fre el bistec que prepar hace un rato y srveselo al seor con
guacamole y frijolitos.
Ruperta mir al vaco, retorci la punta del mandil y repuso:
No querr el seor unos chilaquiles?
No, mujer, no. Trae el bistec dijo rpidamente Lucrecia antes de que su
cnyuge cambiara de opinin.
Usted perdone nia, acabo de comrmelo. Lo vi tan sabroso que se me antoj
Le hago al seor unos chilaquiles?
Que sean verdes! rugi el marido.
Desde ese momento Lucrecia empez a ordenar, ponles queso fresco y cebolla. Y
maana lavas la ropa atrasada desde hace una semana. Ruperta! Oste,
Ruperta?

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