VARONE, François. El Dios Ausente PDF
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Coleccin
PRESENCIA TEOLGICA
Franois Varone
35
EL DIOS
AUSENTE
Reacciones religiosa,
atea y creyente
ndice
Pgs.
PROLOGO de Christian Duquoc
INTRODUCCIN
11
Primera Parte
RELIGIN, ATESMO Y FE
1.
2.
15
1.
15
2.
17
3.
17
21
1.
22
2.
28
3.
29
33
Acto I: los hombres de Dios se oponen (2,1-12) / Acto II: por Dios o por
la Ley (2,15-17) / Acto III: los viejos odres reventarn (2,18-22) /
Acto IV: el sbado restituido (2,23-28) / Acto V: poder contra poder
(3,1-6)/La fe que se ve.
3.
EL JUDIO Y EL PAGANO:
DOS COMPORTAMIENTOS RELIGIOSOS
41
1.
41
2.
3.
45
4.
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5.
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4.
.,,
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1.
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2.
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3.
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5.
NDICE
P s
Pgs.
55
S-
55
109
3.
110
4.
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Religin y omnisciencia determinista / Dios deja al hombre a su arbitrio / Dios deviene con la historia / Dios mira al corazn / El conocimiento de Dios en medio del respeto al tiempo.
5.
LA EXPERIENCIA DE LA FE
69
1.
69
2.
60
Como una cadena de montaje? / La infancia: espontneamente religiosa / La juventud: afortunadamente critica / El adulto: el choque de
las disociaciones / La proximidad del fin.
6.
6.
3.
3.
1.
133
4.
DIOS Y EL MUNDO
1.
87
1.
87
2.
141
1.
142
2.
3.
En Dios, qu providencia?
145
91
156
Tercera Parte
LA ORACIN
103
138
88
El hombre, frente al solo acontecimiento / Dios no est en el acontecimiento / El acontecimiento no es signo de Dios... / ...salvo la intervencin de Dios en Jess / Dios est cerca del hombre en el acontecimiento /
Dios est cerca del hombre, que, por su parte, se halla ante el solo
acontecimiento / Cuando sobreviene la desgracia / Dar sentido.
2.
Dios est en el acontecimiento / Dios gobierna el mundo / Dios dispone de los acontecimientos y de los hombres.
3.
2.
83
125
133
Un mundo en obras
75
Segunda Parte
120
71
107
161
1.
163
1.
163
Pgs.
2.
LA ORACIN DE LA FE
169
3.
4.
1.
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2.
173
3.
175
179
1.
179
2.
180
3.
181
4.
182
LA ORACIN EN LA EXPERIENCIA
DEL NUEVO TESTAMENTO
185
1.
185
2.
La oracin y el Espritu
198
La eficacia de la oracin
206
La oracin de Jess
214
LA ORACIN DE INTERCESIN
219
1.
219
2.
221
3.
223
4.
224
5.
227
229
Prlogo
La obra de F. Varone es valiente. Con un lenguaje siempre accesible y a menudo ornado de imgenes y hasta potico, trata un tema
objetivamente difcil: nuestro conocimiento de Dios. Una larga prctica pastoral en la formacin permanente le ha enseado los mltiples
escollos que estos temas ocultan. Y as, para dar claridad y sanear las
desastrosas imgenes que con demasiada frecuencia se aplican a este
conocimiento, ha avanzado una hiptesis de trabajo, a su parecer
operativa: distinguir entre el Dios de la religin y el de la fe.
S que no faltar quien ponga objeciones contra esta hiptesis. Se
recordar la utilizacin que de ella hizo K. Barth, su naturalizacin
en la teologa catlica, especialmente por parte del P. Lig, y las reservas que desde entonces se han levantado contra la oposicin abstracta entre estas dos categoras.
Eso es cierto, pero estoy persuadido, por mi parte, de que, con \
idntico vocabulario, nos hallamos ante problemticas diferentes. En
efecto, F. Varone no impone a la realidad pastoral o a la existencia
cristiana unas categoras definidas a priori. Este es, sin duda, el motivo de que su hiptesis me parezca operativa: ha nacido de una prctica pastoral sobre la que ha reflexionado y de una investigacin rigurosa de las imgenes y de los reflejos cuasi-espontneos que obstaculizan el acercamiento a Dios.
La religin alude, segn F. Varone, a todo lo que no entra en el
campo delimitado por la accin de Jess para con quienes, en la apreciacin humana, se ven privados de toda esperanza y muchas veces
de toda dignidad. La seleccin de las actitudes, los gestos, las creencias y las convicciones proviene, pues, de un anlisis de los ejes fun-
10
PROLOGO
Introduccin
i
~"
Existen la guerra, la tortura y el hambre. Y decimos: Los hombres son malos!. Pero existe tambin esa nia de doce aos, roda ya
por el cncer. Y entonces, qu decimos de Dios?
Est la sociedad y el mundo entero, donde reinan la codicia, la
violencia y la dominacin. Y nunca aparece el justo Gobierno de
Dios, nunca la sabia Providencia del Poderoso! En estos mismos instantes, una multitud de hombres y de mujeres a lo ancho del mundo
yo conozco a algunos ven su deseo de vivir pulverizado, reducido
a la nada. Es preciso que Dios intervenga. Se lo suplican. Y nada!
Realmente, este Dios ausente crea problemas!
Ser que permanece alejado porque no merecemos su ayuda?
En ese caso, redoblemos inmediatamente el celo, multipliquemos las
oraciones y los sacrificios, perfeccionemos nuestros ritos, hagamos la
Ley ms precisa y ms dura: tal vez logremos agradarle y sacarlo de
ese otro lugar en que se oculta.
O no estar ausente sencillamente porque no existe? Y para desvelar la plena libertad y la autntica eficacia del hombre, no habr
que hacer saltar antes ese cerrojo que es la religin?
Y mientras se cruzan y descruzan esas distintas miradas dirigidas
al misterio, Dios, fiel a s mismo, busca adoradores en espritu y en
verdad (Jn 4,23). Y los encuentra.
Este libro tiene un trasfondo de quince aos de enseanza, de encuentros, de conferencias, de sesiones con laicos, con estudiantes,
con sacerdotes. Y he podido percibir cmo nada slido intelectual y
existencialmente, nada libre ni sereno se puede edificar mientras la
ausencia de Dios no se haya afrontado, comprendido gracias al
Evangelio y aceptado. Hay que convertirse en cmplice de Dios|_
12
He podido, asimismo, constatar que el planteamiento fundamental aqu propuesto no careca ni de actualidad ni de importancia ni de
valor. Ello me anim a disponer en el exacto desarrollo de un libro lo
que en la realidad de esos encuentros aparece siempre desmenuzado.
Desarrollo exacto, al menos lo espero; incompleto ciertamente, porque el tema lo exige. En cuanto al mtodo, hemos dejado el texto a
medio camino entre un desarrollo cientfico demasiado denso y una
exposicin vulgarizadora demasiado ligera por economizar en exceso
la argumentacin. Un libro de lectura, s; pero, sobre todo, un libro
de trabajo.
Me atrevo a decir que este desarrollo teolgico tiene el mrito no
de decirlo todo, de explicarlo todo o de ponerlo todo en su debido lugar, pero s el de ser uno, estar unificado, proponer una visin, alentada por unas cuantas percepciones fundamentales (que me esfuerzo en
fundamentar de manera clara y directa, impertinente a veces), sobre
cuestiones importantes.
La primera parte del libro, encargada de establecer antes de nada
una estructura de pensamiento, un sistema de referencias, un lenguaje
comn, se presenta inevitablemente con un aspecto un tanto duro. En
cualquier empresa los comienzos son difciles. Creo poder esperar,
sin embargo, que la fidelidad del lector en las primeras pginas se
ver largamente recompensada.
A todos aquellos que, solos o en grupo, por gusto personal o por
responsabilidad educativa y pastoral, desean acercarse cada vez ms
al misterio de Dios, al sentido de la vida que l irradia, al extremado
encanto de su presencia ms all del escndalo de su ausencia, les
propongo estas pginas, esta teologa fundamental, esperando que sepan traducir la experiencia que me anima y suscitar en ellos y entre
ellos su propia bsqueda con el pensamiento, el corazn y la vida.
Primera Parte
RELIGIN,
ATESMO Y FE
1
Dios, una proyeccin
del hombre?
Es imposible probar la existencia de Dios.
Probar, lo que se dice probar: establecer una argumentacin de
tal naturaleza que slo un estpido o una persona de mala fe podra
no aceptar la conclusin. Se han acabado los tiempos en los que la religin encerraba al ateo en la alternativa siguiente: o bien haba de
tenrsele por poco dotado intelectualmente, o bien su vida moral amparaba vicios secretos que le incitaban a negar a Dios para no tener
que someterse a su ley.
Pero es igualmente imposible probar la no-existencia de Dios.
Probar, lo que se dice probar!
1.
Acerca de Dios, de su existencia o no-existencia, no se puede probar nada, porque las dos hiptesis son igualmente impensables por el
hombre; ambas sobrepasan nuestras posibilidades de comprensin;
ambas hacen que estalle nuestra inteligencia.
Tomemos el argumento del origen del mundo, que demuestra a
Dios como causa primera de todo lo que existe.
Nosotros observamos un mundo reglado por el encadenamiento
causal: el efecto depende de su causa, la cual, a su vez, es efecto de
una causa anterior. Pregunta: hasta dnde se puede llevar la serie?
16
17
18
Y FE
Un hombre no se enamora de una mujer por reflexin, argumentacin y conclusin. (A no ser en los matrimonios de conveniencia!).
Se enamora por un encuentro y una experiencia, por una exultacin
interior. Luego, desde el interior de esa experiencia, se acude a la
razn para verificar, autentificar y acondicionar ese amor. Por qu
es as? Porque el hombre y la mujer constituyen una realidad que
precede a la razn. Esta no funciona sino en el interior de aqulla; de
lo contrario, desvara!
Lo mismo pasa con Dios: no es un objeto ms de conocimiento
entre tantos otros que, a travs de un largo recorrido razonado, acabaramos por lograr o perder. Dios no es la Amrica de Cristbal
Coln!
Dios y el hombre constituyen una realidad que precede al ejercicio de la razn y la engloba. La razn no puede funcionar ms que en
el seno de una experiencia, que se da gradualmente. Dios no puede
ser conocido ms que siendo re-conocido: el hombre, pues, se hace
creyente acogiendo, verificando y acondicionando su experiencia. Y
Dios no puede ser pura y simplemente ignorado; siempre es en diferentes grados desconocido, malconocido. Es el desconocimiento lo
que lleva al rechazo.
Hemos llegado al quid de nuestro asunto. La experiencia de
Dios se encuentra hoy con su mayor enemigo: la sospecha. Hasta es
posible que se haya producido un cambio de actitudes: antao era el
atesmo el que pasaba por ser una actitud inquieta y torturada, mientras la religin era una actitud serena. Hoy es el creyente el que duda.
La fe se ve minada desde el interior, "y desde el interior ha de defenderse y verificarse.
Es Dios una proyeccin del hombre, s o no? Si lo es, debera
constatarse que la revelacin cristiana no presenta ruptura alguna entre el deseo espontneo del hombre y la funcin que esa revelacin
asigna a Dios: Dios correspondera perfectamente al deseo del hombre, dado que sera su proyeccin!
Por el contrario, si se constata que la revelacin cristiana conlleva esencialmente tal ruptura, entonces es que no!: que no es proyeccin del hombre. Dios ya no puede provocar la sospecha de ser proyeccin de un deseo con el que tan poco se corresponde!
Y sta es la tesis que nosotros queremos establecer: entre el deseo
espontneo del hombre y la revelacin cristiana hay ruptura, incluso
una doble ruptura clara y fundamental:
19
2
Ruptura entre religin y fe
El contenido exacto de esta ruptura entre religin y fe ha de quedar establecido mediante un detenido anlisis. Pero antes de entrar en
l, y para evitar que el lector arranque de un malentendido, convendr aportar aqu algunas precisiones de lenguaje.
La palabra religin puede ser tomada en el sentido objetivo del
trmino, y entonces designa el conjunto de textos, ritos, organizaciones sociales y costumbres mediante las cuales la relacin del hombre
con Dios adquiere presencia, dimensin celebrativa e irradiacin en
la vida, en la sociedad y en la historia.
En este sentido objetivo, la fe supone la religin. Sera incurrir en
un romanticismo ingenuo y en desconocimiento del hombre y de la
sociedad imaginar y querer promover una fe supuestamente pura,
desligada de toda encarnacin en lo simblico y en lo social. En este
sentido objetivo e institucional de la religin, no hay ruptura; al contrario: la institucin religin es a la fe lo que el cuerpo es al alma.
Lo cual implica, ciertamente, torpezas, heridas, contradicciones a veces, pero no impide que se pertenezcan mutuamente para formar, uno
a travs del otro, un ser real, presente y activo.
Cuando alguien me invita a tomar una copa, s que habr una
copa, pero todava no s lo que habr dentro! La institucin objetiva
religin es la copa. Pero cul es su contenido subjetivo, la personal
relacin con Dios vivida por tal miembro de esa religin: un agua inspida o un vino fuerte? En el sentido subjetivo, religin designa,
pues, la relacin concreta que el hombre vive con su Dios, el rostro
22
Y FE
que le atribuye, sean cuales fueren los ritos y textos que utilice; sea
cual sea, por lo tanto, la religin objetiva. Cuando se dice de alguien
o de algn grupo que es muy religioso, que es de una gran religin, se utiliza el sentido subjetivo: tales afirmaciones son pertinentes tanto para un budista como para un catlico. Pues bien, a este nivel subjetivo, personal y concreto es al que afirmamos la existencia
de una ruptura radical entre dos actitudes ante Dios, entre dos maneras de percibir a Dios, trtese de la religin (objetiva) de que se trate;
y a esas dos actitudes las llamamos religin y fe. Religin, porque es esencialmente una relacin con Dios de tal naturaleza que el
hombre y la sociedad la producen espontneamente proyectando sobre Dios lo que sucede entre los hombres. Fe, porque es una experiencia de Dios radicalmente transformada por su revelacin, acogida
por el hombre en una conversin total. En cualquier religin (objetiva) se accede a la fe convirtindose radicalmente de la religin (subjetiva).
Un ltimo malentendido que hay que evitar: no se trata de oponer, por un lado, a las grandes religiones humanas como incapaces de
conducir hasta la fe y, por otro, a la religin cristiana como definitivamente establecida en la fe. La misma ambigedad atraviesa a todas
las religiones (objetivas), sin exceptuar a la religin cristiana. Todos
los elementos constitutivos del cristianismo: el Padre Nuestro, la
Cruz, la Eucarista, la Iglesia, etc., pueden ser vividos y celebrados
autnticamente en la fe o, por el contrario, desnaturalizados subrepticiamente por una regresin a la religin (subjetiva).
A lo largo del desarrollo de este libro, cuando se hable de la oposicin entre religin y fe, el trmino religin se tomar en su sentido
subjetivo.
La religin objetiva, desde el momento en que comenz a ser objeto de crtica y de sospecha, dej de ser una realidad evidente, slida,
automticamente justa y santa. Cuando se dice religin, el hombre
no tiene ya por qu santiguarse y someterse; ahora es capaz de criticar y distinguir entre religin y religin; y esta situacin actual nos da
unos odos nuevos para ponernos a la escucha de los viejos profetas
que proclamaban ya dicha ruptura.
1.
Miqueas: he ah un nombre perfectamente indicado para significar la ruptura, la diferencia total entre el Dios que anima al profeta y
23
24
Y FE
2J
Pasado-Pecado
a liquidar
HOMBRE
Q)
En definitiva, y para preparar mejor la ruptura que vendr a continuacin, he aqu los rasgos fundamentales de la religin tal como
los encontramos ya:
1. El hombre tiene conciencia de un Poder divino sobre su existencia y organiza una relacin (religin) con l;
2. pero la organiza espontneamente, segn el modelo de relaciones humanas entre el dbil y el poderoso;
3. el dbil, por tanto, ha de hacerse valer ante el poderoso, actuar sobre (contra) l, para hacerle reaccionar favorablemente. La religin se convierte as en una iniciativa, en una accin del hombre sobre Dios con miras a provocar en l una reaccin, a ser posible favorable y til para el hombre;
26
R U P T U R A ENTRE RELIGIN Y FE
27
28
29
RELIGIN
DIOS
y agotarse en tal empeo, sino que es Dios quien hace valer al hombre. Dios, mediante el vuelo de su serafn. Dios, con el fuego de su
presencia en el Templo. Y he aqu que el hombre, asustado, angustiado, aplastado, hace sitio al profeta, al hombre en pie: Heme aqu:
envame; al hombre cuya boca que es el corazn y la palabra ha
sido visitada por Dios, y que vivir en adelante para el gozo de prolongar hacia los dems la experiencia que acaba de tener.
DIOS
Pasado
a liquidar
Futuro
a promover
Pueblo
nuevo
30
RELIGIN. ATESMO
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Y FE
31
Desaprobacin, murmuraciones como murmuraba antao Israel en el desierto contra aquel Yahv que haca pasar hambre al pueblo y lo conduca a la ruina... en lugar de dejarlo con las estupen-
RELIGIN,
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ATESMO Y FE
33
ZAQUEO
4.
Hemos odo tantas veces estas palabras que ya no nos preguntamos por su alcance real: el Evangelio?: una msica de fondo para
la vieja religin humana!; un texto sagrado ms! En realidad y ah
reside el inters dramtico de este texto la oposicin entre Jess y la
religin es tan total y tan declarada que desemboca rapidsimamente
en el asesinato.
Y, sin embargo, esta proclamacin no parece contener violencia
alguna: no es el ronroneo habitual de los sermones piadosos? Convertios, obedeced a la ley y a la verdad, practicad, sed buenos, etc..
Pero mejor ser que acudamos al evangelista y nos dejemos prender
por su relato, por el suspense. Al final, en 3,6, hay una virtual condena a muerte, lo cual no es nada banal.
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RELIGIN. ATESMO Y FE
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Jess
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DIOS
RELIGIN
FE
DIOS
HOMBRE
JUSTOS
PECADORES
Hombres reales,
todos pecadores
36
Y FE
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38
Y FE
se trata de emplear el poder contra ellos, los administradores del sistema religioso. Y no slo administradores! El acuerdo entre fariseos
y herodianos, finos polticos y perfectos pragmatistas, demuestra a
las claras que no son puros hombres de Dios, sino que defienden su
propio poder y su propio provecho. Marcos llegar a meterlos en el
mismo saco que al cruel Herodes (Me 8,15).
Cuando Marcos escribe este evangelio, no est haciendo historia
pasada. Se est dirigiendo a la Iglesia y a sus jefes, y los pone ante
una alternativa: alianza con el poder poltico y sus mtodos, a fin de
salvaguardar la administracin y el funcionamiento de un sistema y
mantener a los hombres en el temor, la sumisin y la observancia, o
alianza con Dios, a fin de acoger y celebrar el Poder de su Reino y
desencadenar en los hombres la libertad de un continuado empleo del
Poder en favor del hombre.
39
DIOS
HOMBRE
en sbado
D
I IOS^
La fe que se ve
/
sbado
HOMBRE
HOMBRE
en sbado
40
Y FE
una mirada espiritual como Jess ve su fe, sino en la abertura del techo, en su actuacin concreta, en su empleo del poder contra todos
los obstculos.
En torno a Jess estn la religin y el atesmo que de ella se desprende, como veremos: el acceso a Jess est obstruido. Ir resueltamente a l, ir despus resueltamente al hombre, emplear el poder en
favor del hombre cada vez que se presenta la ocasin: he ah la fe y la
vida en las que adquiere forma y presencia en el mundo el Reino de
Dios.
Por haber liberado a Dios de la mscara de la religin, por haber
revelado el Reino de Dios, en lugar del reino de los administradores
del sistema religioso, Jess deber morir. Y en la sinagoga, nadie se
levantar.
Pero Jess resucitar, y entonces alguien se levantar en la sinagoga, y habr quienes experimenten una conversin pasmosa: signo
y ejemplo para todos los hombres, judos o paganos (cf. 1 Tim 1,1216). Con Pablo de Tarso, la ruptura entre el Dios de la religin y el
Dios de la revelacin, entre religin y fe, ser sistemticamente analizada y afirmada. El propio Pablo acabar de iluminar la novedad
proftica definitivamente adquirida mediante la vida y la muerte de
Jess.
El judo y el pagano:
dos comportamientos religiosos
El apstol Pablo vivi intensamente la experiencia de la desquiciante conversin al Dios de la fe, antes de sistematizarla para responder a las exigencias de la evangelizacin. Nos fijaremos en dos
datos importantes para nuestro estudio:
1. la descripcin autobiogrfica de su ruptura con el mundo de
la religin lo cual vendr a confirmar lo ya expuesto;
2. el anlisis ms profundo que l hace de la religin lleva a esa
ruptura en virtud de la presencia de dos interlocutores: los judos y
los paganos lo cual nos permite avanzar un paso ms en nuestro recorrido.
1.
42
EL JUDIO Y EL PAGANO
43
que el hombre puede ser (3, 12-14; 3, 204,1) bajo la mocin de esta
revelacin.
Un curso que ya no cambiar
FE
Esta revelacin tuvo un efecto fulminante (Flp 3): todas las buenas razones que Pablo tena para hacerse valer ante Dios, todas las
piedras con las que edificaba su fortaleza para ocultar y defender su
debilidad ante Dios, todas sus ventajas, sus valores y sus mritos:
todo es vano. No en s mismo: el ser irreprochable, segn una ley
que, como es sabido, es muy puntillosa, no est al alcance de cualquiera. El motivo de que todo eso sea vano es Cristo. El contexto ha
cambiado por completo, el espacio es totalmente distinto: los valores
han sufrido un cambio radical. Lo nuevo es la revelacin de Dios
como poder de resurreccin; por lo tanto, comopoder-en-favor del
hombre. Viene luego la revelacin de Cristo como aquel en quien se
revela ese poder de resurreccin, aquel con quien y al lado de quien el
hombre puede conocer la misma vida que Jess. En un mundo en el
que las relaciones han quedado de tal modo transformadas, el valor
ya no consiste en producir (3,6) delante de Dios, sino, por el contrario, en conocer (3,10), es decir, en acoger la revelacin, en dejarse revivificar, liberar por ella. El valor no est ya en el pasado: la dignidad
de su cuna, el balance de sus mritos (3, 4-6), sino en el futuro, en lo
44
EL JUDIO Y EL PAGANO
45
2.
3.
46
4.
Judio y pagano son muy diferentes, y el primero considera al segundo un impo. Pero Pablo descubre en ellos un fondo comn: la
carne, que es enemiga de Dios y no puede comportarse de otra forma (cf. Rm 8, 7). Judo y pagano, en el fondo, se extravan en el mismo desconocimiento. Dbiles el uno y el otro, ambos pretenden realizar su frgil deseo mediante un mismo intento: triunfar sobre Dios;
por caminos diferentes, s, pero en el fondo se trata de la misma religin y del mismo callejn sin salida.
Ser carne es ser deseo y debilidad a un tiempo: una tensin difcil de soportar. Si, adems, se aade el desconocimiento de Dios,
considerado Poder hostil al hombre, la situacin se hace explosiva.
Deseo y debilidad constituyen la carne en proporciones diferentes,
segn el carcter, el entorno y la historia personal de cada persona.
Si la persona es, sobre todo, debilidad, entonces vence el temor
ese temor en el que el creyente no debe volver a caer, conducido por
el Espritu del conocimiento de Dios como Padre (cf. Rm 8, 14-17). Y
el temor le lleva a esta nica preocupacin: evitar la condenacin
mientras que en Jesucristo ya no hay condenacin (Rm 8, 1). La
ley ser una especie de manual de instrucciones de cmo levantar
un muro de obras contra Dios y su juicio. Este hombre est posedo
por un celo ejemplar y hasta fantico, pero no hay en l amor de
Dios, con el que an no se ha reconciliado. Tras el celo religioso, la
carne est siempre presente, con su desconocimiento y su hostilidad. Qu seguridad la del anlisis de Pablo para desvelar y desenmascarar!
Y si la persona es, sobre todo deseo, dinamismo, entonces es la
bsqueda del poder lo que prevalece, rechazando la ley como un obstculo insoportable. A pesar de ello, no es menos religioso; pero es en
el rito donde se centra su religin. Se considera el rito como un medio
apto para influir en Dios, para impulsarle a intervenir en favor del
hombre, a que le otorgue el incremento de poder necesario muchas
veces para llegar a realizar los propios deseos. Esa voluntad de servirse de Dios, de someterlo al juego del hombre, de embaucar al Poderoso, encubre la misma desconfianza, la misma irreconciliacin entre el hombre y Dios. Se trata de la misma carne.
Al situar su Evangelio frente a sus dos interlocutores, el judo y el
pagano, Pablo no se ha contentado con percibirlos en la superficie, en
sus apariencias completamente diferentes. Al contrario, ha puesto de
EL JUDIO Y EL PAGANO
47
La quiebra de la religin humana est, pues, claramente demostrada. El religioso del temor, cuantos ms aos vive, ms desespera
de lograr producir los suficientes mritos para salir triunfante en el
juicio de Dios. El religioso de lo til, cuantos ms aos vive, ms desespera de poder dar con el rito capaz de protegerle de la muerte.
Recogiendo una certeza del A. T., Pablo cita el maravilloso salmo 142: Ningn viviente se justifica ante Dios (Rm 3, 20). Por s
sola, esta frase es para el religioso un grito de rabia, un motivo de desesperacin un motivo tambin de atesmo, como veremos. La religin no mantiene sus promesas, no lleva a trmino su proyecto; el
hombre no da la medida frente a Dios.
Esa misma frase, en cambio, puede convertirse en un grito de alegra, en un suspiro de alivio, en el canto de liberacin del creyente: el
hombre no tiene que dar medida alguna; el hombre no tiene que defenderse de Dios. Dios se revela diferente de como el frgil deseo del
hombre lo proyecta en medio de su temor. En Jess muerto y resucitado, Dios se revela como Justicia (Rm 3, 21). Zaqueo, gozoso, salta de su sicmoro y acoge a Jess.
El callejn sin salida de la religin es, para el judo y para el
pagano de todas las pocas, el lugar de la existencia y de la experiencia en que Dios les aguarda. De este modo, el hombre es capaz de
percibir, gracias al Espritu de revelacin, un camino nuevo por el
que marchar humildemente con su Dios (Miq 6, 8). Que el Dios de
nuestro Seor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espritu de
sabidura y de revelacin para conocerle perfectamente (Ef 1,17).
50
ATESMO Y FE
2.
51
Lo propio del desarrollo moderno de la cultura es haber permitido al hombre un mayor dominio sobre s mismo y sobre cuanto le rodea. Este movimiento est ciertamente lejos de haber concluido. Tras
una primera fase en la que el Progreso justificaba un absoluto optimismo al palpar el xito de las conquistas humanas, se lleg a una
conciencia mucho ms matizada de los resultados obtenidos. La posibilidad que el hombre adquiere de regirse a s mismo y al mundo
que le rodea se revela cada vez ms ambigua, porque lo mismo es
fuente de orgullo, de entusiasmo, de autntico enriquecimiento y de
tareas maravillosas, como de vergenza, de temor, de incertidumbrel
y de servidumbre. Ahora que el desarrollo de la vida no est, decididamente, en las solas manos de las fuerzas naturales; ahora que, de
espectador, beneficiario o vctima, el hombre se convierte en actor
responsable a todos los niveles, la cuestin fundamental de la cultura
humana tiene mucho que ver con la calidad de la vida y con el modo
de administrarla algunos, ms pesimistas, piensan incluso que con
la supervivencia misma de la vida. Ecologa, debate atmico, subdesarrollo, democracia, salud, eugenesia, urbanismo, relaciones, trabajo, sentido de la vida... son otros tantos campos abiertos segn algunos, otros tantos campos ya irremediablemente deteriorados a la
aventura humana y en los que puede medirse el formidable dominio
del hombre sobre s mismo. Se puede y se debe tomar conciencia, por
ello, de que una dimensin del hombre terriblemente nueva ha surgido. Dicha toma de conciencia, ocultada muchas veces por la religin
y sus afirmaciones sobre el gobierno del mundo por Dios, ser objeto
de una reflexin ms detenida en la segunda parte. Pero constituye el
teln de fondo de la crtica de la religin de que hablamos aqu.
Si esta potestad sobre la vida se ha podido generalizar, se debe a J
que la cultura moderna ha desarrollado dos sentidos nuevos; el senti-l
do de la libertad y el sentido cientfico y tcnico, que, por otra parte, 1
se influyen mutuamente.
Por sentido de la libertad ha de entenderse aqu todo ese movimiento de anlisis y de conocimiento que ha sabido desvelar los mecanismos secretos de la vida fsica, poltica y social, y todo el movimiento de conciencia y de investigacin filosfica que, bajo toda clase de aspectos, a veces incluso aberrantes, se esfuerza por pensar al
hombre, su misterio y su deseo. En una poca ms reciente se ha sumado a esta ms antigua bsqueda el fenmeno global de la comuni-
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ATESMO Y FE
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RELIGIN
del TEMOR
+LEY
RELIGIN
de lo TIL
+RITOS
Sentido de la
LIBERTAD
ATESMO
""** EXISTENCIALISTA
ATESMO
Sentido
CIENTIFICO-TECNICO ~~** PRACTICO
El sentido tcnico, por su parte, encuentra en la religin la motivacin de lo til. Percibe la vanidad de apostar por la utilidad y la efi-
54
ATESMO Y FE
cacia tcnica de un rito y gira sin violencia a diferencia del anterior hacia un ateismo prctico.
Rechazada con violencia y resentimiento, o simplemente abandonada por considerarla superada fuera de lugar, la religin se pierde en
la misma medida en que el hombre se encuentra. Sin embargo, hace
su aparicin una evolucin realmente nueva y significativa, si es que
el futuro llega verdaderamente a confirmarla: el irresistible ascenso
del temor y de la duda respecto a nuestras posibilidades de lograr un
futuro dichoso para el mundo provocan, al parecer, un movimiento
de reflujo hacia la religin. Primero se dijo: Dios ha muerto; y un
poco ms tarde: Dios regresa! Religin abandonada o reencontrada... qu importa, en el fondo? No cantemos victoria: se trata de
unos mismos mecanismos humanos que juegan en un sentido o en
otro. Cundo, pues, el deseo del hombre hallar el verdadero Deseo
del Dios verdadero, de ese Dios que, entre los religiosos y los ateos,,
busca siempre verdaderos adoradores en espritu y en verdad?
5
Ensayo de una tipologa actual
El estudio del esfuerzo proftico por liberar la fe de la religin, esfuerzo que culmina en san Pablo, nos ha permitido encontrar ya dos
tipos bien caractersticos: el pagano y el judo. Acabamos de descubrir otros dos: el ateo existencialista y el ateo prctico. Deberemos
ahora reunir y completar estas indicaciones intentando extraer de
ellas una tipologa apta para poder leer la realidad actual de los posibles comportamientos a propsito de Dios.
1. Retratos. Clave de lectura
El religioso del temor
Qu ha sido en nuestros das del judo de Pablo? Es el religioso del temor en general o, en forma ms precisa y ms abierta: el integrista.
Lo que, en el fondo, anima su relacin con Dios es el temor. Es,
pues, extremadamente importante que entre l y Dios se alce la
fortaleza-Iglesia: institucin slida, inmutable e inamovible; dotada
de una jerarqua cuyo poder se hace fcilmente visible en los signos
de la casta sagrada: indumentaria, lenguaje, saber, etc.; dotada de
una ley (lo que hay que creer, lo que hay que hacer y, sobre todo, lo
que no hay que hacer, los ritos que hay que celebrar, las oraciones
que hay que decir, etc.) igualmente inmutable e intangible. Y para
acabar de exorcizar el temor, comn a todos los hombres en medio
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Y FE
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El ateo existencialista
Es la reaccin a la religin del temor, reaccin violenta las ms de
las veces, porque, con ella, el hombre se libera de una alienacin, y
porque una liberacin as no se produce nunca sin dificultad y sin
provocar hostilidad. Sus formas son muy diversas: cambio doloroso
y angustioso durante la adolescencia o al comienzo de la edad adulta,
toma de conciencia fcil y evidente a partir de la adolescencia o ms
tarde, o tal vez sublevacin brutal y repentina provocada por un
acontecimiento y que hace que se manifieste una saturacin muy antigua.
Es la negativa a entregar el deseo del hombre a un Poder externo
que aliena mediante la ley (lo que hay que hacer y no hacer para
mantenerse en orden) y mediante el temor (lo que ocurre si no ests
en orden). Ese Poder es tanto Dios mismo como el aparato religioso
que administra ese ciclo del temor y mantiene en l al hombre: ley,
pecado, culpabilidad, temor, rito compensatorio; ley, pecado..., etc.
Es la negativa, asimismo, a encerrar la existencia del hombre en un
binomio: ley-castigo, o pecado-gracia; es resistirse a desnaturalizar
esa existencia en una especie de angustiosa marcha a travs de un
campo minado.
Es la determinacin de abrirla, por el contrario, a todos los valores humanos, a la aventura, a la experimentacin, al futuro personal,
a la duda, a la bsqueda, a la responsabilidad, a los datos reales de la
vida, a la libertad.
Es la negativa, en fin, a permitir que el hombre se aliene en un
dios hipottico, en unos quehaceres religiosos que le distraigan de su
verdadera tarea de hombre, en una creencia religiosa que le aparte de
su compromiso y de su responsabilidad para con el futuro del mundo.
O Dios existe, y el hombre no es nada; o existe el hombre...: as formulaba Sartre el violento dilema en que la religin del temor sume
inevitablemente a todo hombre que se hace consciente del valor fundamental: su existencia.
/*-'/ religioso de lo til
Heredero del pagano de Pablo, el religioso de lo til tiene al rito
on muy alta estima, porque le atribuye el poder de atraerse a Dios y
obtener de l una ayuda til: encontrar vivienda o trabajo, tener salud... Se percibe a Dios fundamentalmente desde el ngulo de lo til.
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Y FE
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El ateo prctico
Debido a un progresivo relajamiento a partir, quiz, de la adolescencia, o tal vez por causa de una revisin tajante del asunto tras algn fracaso particularmente contundente, la prctica religiosa ha
sido abandonada: persiste, eso s, la bsqueda de lo til, pero sta se
orienta hacia los verdaderos medios de eficacia. La dimensin religiosa se tolera tadava en los dems, pero slo en la medida en que se
concreta en dedicacin y en una eficacia determinada. La prctica religiosa ha sido totalmente abandonada por intil, porque proviene de
la ignorancia acerca del funcionamiento de la realidad, de una ingenua voluntad de rehuir la condicin humana, hecha a la vez de poder
y de impotenciamotivaciones, por lo dems, de las que, en su opinin, se sirven las autoridades religiosas para ejercer un oficio rentable. Desde la lamparilla de a duro hasta la gran operacin financiera de un jefe de secta que promete la curacin, abundan los ejemplos
que justifican esta critica de la religin y, desgraciadamente, bloquean a esas gentes a ese estril nivel de la reaccin.
El malcreyente
Estas figuras-tipo que nosotros intentamos describir, en la realidad se encuentran de forma muy mezclada. Religin del temor y religin de lo til no se excluyen mutuamente: se pueden mezclar ambas
y se puede pasar de una a otra. Y es posible que religin y atesmo
tampoco se excluyan pura y simplemente, sino que se mezclen ciertos
restos de prctica religiosa, pequeos residuos de crtica y de rechazo
y hasta elementos de fe. Un autntico cocktail! En estos tiempos de
crtica, de sospecha, de incertidumbre y de violencia verbal de unas
opiniones contra otras, el malcreyente es probablemente el tipo ms
difundido. Su caracterstica principal es el desasosiego. Su actitud, la
de nadar entre dos aguas. An sigue rezando, pero se limita a la oracin oficial, a asistir a la misa dominical, porque no ha perdido el
miedo al pecado mortal. Permanece en la Iglesia, pero justamente el
mnimo necesario para no cortar los puentes, porque ...nunca se sabe. Se considera creyente, pero se refiere con ello a restos de conocimiento transmitidos antao y que tienen muy poco que ver con su
existencia real. Puede hasta ser sacerdote, pero se limita simplemente
a desempear una funcin y a emplear un lenguaje que l no vive personalmente.
60
Y FE
Estos seis tipos forman, todos ellos juntos, una clave de lectura
que sirve para descifrar mejor el comportamiento propio y el de los
dems. Para reaccionar, hay que entender lo que pasa. Nadie puede
61
62
Y FE
La realidad es que el hombre no est sujeto a un circuito de montaje, sino que se adiestra en una existencia, y es al ritmo de esa existencia como se constituye poco a poco. Podemos esbozar a grandes
rasgos las etapas fundamentales de este proceso.
La ittfancia: espontneamente religiosa
El nio prolonga hasta Dios las motivaciones profundas que animan su relacin con sus padres: ve a Dios en la lnea de la mirada
que dirige a sus padres. Por ser totalmente debilidad y necesidad, el
nio mantiene, inevitablemente, una doble relacin con sus padres: la
relacin de dependencia y la relacin de utilizacin.
La dependencia produce el temor a ser abandonado y, por tanto,
una situacin de tener-que-agradar. Con su buen comportamiento,
el nio ha de merecer de sus padres que no le dejen en el abandono,
que sera su perdicin.
Pero, por otra parte, los padres son adems los mayores, los
todo-poderosos: ellos lo arreglan todo; el nio puede confiar absolutamente en ellos, puede utilizarlos totalmente.
Naturalmente, esas dos relaciones producidas por el nio se vern equilibradas por las producidas por los padres: la dependencia, el
temor y el tener-que-agradar se vern transformados por la seguridad
en la confianza del amor; y la utilizacin se trocar, poco a poco, en
un sentido ms lcido de la realidad y de su propia responsabilidad.
Pero, aun equilibradas, tales relaciones no dejan de existir, dando
lugar en el nio a una primera captacin de Dios espontneamente
religiosa. Dios es un ser maravillosamente vivo, del que yo dependo:
si no le agrado, l me abandonar, y eso sera terrible. Dentro de esta
perspectiva, es bien conocida la actitud moralizante y perfeccionista
de los nios en su edad de oro, alrededor de los diez aos. Dios es
tambin un ser maravillosamente poderoso y benefactor: quiere el
bien para nosotros y soluciona nuestras vidas; basta con pedrselo.
Oraciones de nio!
Religin del temor y religin de lo til: ambos movimientos estn
espontneamente presentes en el nio. Por supuesto que pueden verse
equilibrados, por una parte, por la seguridad que proporciona el
amor y, por otra, por la creciente conciencia de la propia responsabilidad y estos elementos sern inestimables para la evolucin de la
persona, tanto en el plano psicolgico como en el religioso; pero la
infancia no incita todava a salir de esa ambigedad. La mejor educa-
63
cin, la mejor formacin del mundo, no puede hacer del nio un fiel
dispuesto a funcionar, provisto de su equipaje para la vida, porque el nio no ha empezado an a existir de verdad.
De su infancia recibe elementos, ciertamente fundamentales, para
su desarrollo humano y religioso; pero todo se mueve an dentro de
una ambigedad igualmente fundamental que slo la confrontacin
personal con la existencia habr de resolver en un sentido o en otro.
La juventud: afortunadamente crtica
Crtica, en el sentido de crisis. Con la adolescencia empieza el enfrentamiento consigo mismo como persona, libertad, proyecto y responsabilidad. Est la profesin: aprendizaje o estudios, eleccin de
un porvenir, proyecto de una vida. Estn las relaciones, el despertar
de la sexualidad, la entrada en relacin con los dems, constitutiva de
uno mismo.
En cuanto a la profesin, el adolescente, y despus el joven, se encuentra con la realidad, dura y slida: aprende a conocerla con sus
mecanismos reales, con sus exigencias de eficacia, de resultados. Es
la primera provocacin a la crtica: en la medida en que su religin de
infancia era portadora de una confianza ingenua en un Dios todo-poderoso que, en respuesta a sus oraciones, solucionaba sus problemas,
el joven va teniendo, cada vez ms, la experiencia de que no hay tal
cosa; descubre progresivamente y aprende a dominar los verdaderos
medios para llegar a ocupar su lugar en este mundo de la eficacia y
del trabajo. La religin, con su motivacin de utilidad, se ve en crisis
a partir de ahora. Atesmo prctico
En el campo de las relaciones y de la sexualidad, el adolescente, y
despus el joven, se encuentra con la libertad y con el temor. La religin de su infancia comporta una fuerte connotacin moral, como
hemos visto. Y en el tema de la sexualidad, el lenguaje religioso
es claro: su ejercicio est prohibido, es pecado antes de que se
haya creado y la cosa va para largo... el estatuto conyugal que
lo autoriza.
El despertar a la sexualidad, y toda la vida sexual, lleva consigo
ya un aspecto de temor, de inquietud, debido a la hondura y la globalidad que le son propias. Si a esta delicada situacin se aade el temor
de lo prohibido-religioso en general, las cosas, tambin aqu, no tardarn en estar maduras para que, en este plano del temor y de la Ley,
la religin entre en crisis. Atesmo existencialista.
64
Y FE
Es una crisis afortunada, porque libera de la ambigedad de la infancia. Por distintos caminos, ms o menos accidentados, lleva al joven a adoptar una postura personal. Su infancia y ya veremos
cmo se decantan sus elementos preponderantes, felices o desgraciados, su entorno ya veremos cmo aperece su capacidad de existir
y de acompaar y su propia dinmica marcarn al joven en su crisis. En su atesmo, lo rechazar todo, liberndose violentamente de la
Ley en el atesmo existencialista, y abandonando el rito, despreciativamente, en el atesmo prctico. O bien, volver atrs y se encerrar
en la religin, convirtindose, en el peor de los casos, en un ser dbil y
preocupado, mientras en el fondo de su ser van esbozndose ya las
rebeldas, los desbloqueos y los terribles resentimientos de los cuarenta. Ms vale tarde que nunca.
O tambin puede degenerar en un malcreyente, en un individuo
tenso o en un sujeto tibio, segn que su entorno le permita decantarse
y le ayude a ello o, por el contario, le mantenga sencillamente en la
mediocridad de una prctica religiosa socialmente aceptable.
O bien, por ltimo, se convierte a la fe. Abandona al falso-dios
del tener-que-agradar y del temor, al dios fcil y til del rito eficaz, y
accede aunque no se trata ms que del primero de una larga serie
de xodos al verdadero Dios, Aquel que existe para que yo exista;
Aquel que da Sentido global a mi vida para que yo la llene de sentido
para m y para los dems; Aquel que confia ese Sentido a mi responsabilidad, a mi bsqueda, a mis dudas y a mis proyectos; Aquel que
me entrega a la vida y a los dems para hacer que florezca el que yo
soy. Y ello para gloria nuestra: la de Dios y del hombre.
Hay que empezar a existir para llegar a ser creyente.
El adulto: el choque de las disociaciones
La vida del adulto, la etapa ms larga y ms movida, es ciertamente la que menos se parece a un ral bien derecho y con un recorrido perfectamente previsto. Los acontecimientos de la vida, los encuentros con otras personas, los compromisos adquiridos o rehuidos:
todo ello forma un verdadero complot en torno al hombre para hacerle llegar de pronto all adonde no tena previsto ir en absoluto.
A lo largo de esta confrontacin no en vano el tercer parmetro
de la fe es, segn el profeta, caminar humildemente y, por lo tanto,
permanece con su Dios, sabr el adulto alimentar su experiencia
creyente: jams dejarse arrastrar por nada, no llenarse como un cubo
65
de basura, rehacer incesantemente la unidad de su vida bajo la Revelacin de Dios? Encontrar el adulto en su entorno, en su comunidad, lugares apropiados para realizar esa humilde marcha con Dios
y con sus hermanos y hermanas?
Llamo disociacin a todo lo que viene a romper en un momento
dado el buen equilibrio que el adulto ha conseguido. Existen, en primer lugar, las disociaciones morales: un buen da se encuentra uno
atascado en el desorden, la marginalidad, el pecado. Experimenta entonces la propia debilidad, la vida que arrastra a situaciones no deseadas; tiene miedo, no se siente ya en orden... Se trata de situaciones de crisis que procovan nuevas sntesis, para mejor o para peor.
Fijmonos en alguien que se convertir en ateo, paradjicamente,
por una reflexin religiosa: hasta ahora me encontraba en orden; poda, por tanto, presentarme ante Dios con mis mritos; ahora que la
vida me ha llevado al desorden (por ejemplo: un divorcio, un amor
irregular, o simples dudas), dejo de tratar a Dios, abandono toda
prctica, ya no soy digno.
Habr quien, por el contrario, regresar a la religin: es preciso
que compense con toda clase de sacrificios este desorden que ha surgido en mi vida. Y helo ah, endurecido consigo mismo y con los
dems.
Ms all de estas reacciones, completamente naturales segn la
carne y la sangre, puede darse la sbita escucha de la enseanza del
Padre. La crisis ser la ocasin; la palabra de Dios un salmo, un
texto evanglico puede ser el instrumento; tal hermano o tal comunidad, el lugar; pero el Espritu es el actor: ese hombre va a realizar la
experiencia de la fe. Durante aos, cuando se encontraba en orden,
afirmaba su fe en Dios salvador. Ahora que se siente atascado, no en
orden, pecador, puede vivirlo, llevar a cabo el sobrecogedor descubrimiento del Amor de Dios.
Saber hacer del desorden inevitable la ocasin para abandonar
por fin el orden ante Dios!: Ningn viviente se justifica delante de
ti. Slo el pecador (no el pecador de mentirijillas, el que se distrae en
sus oraciones, sino el hombre verdaderamente atascado) puede tener la experiencia del Dios Salvador, y luego recuperar su existencia,
hasta entonces paralizada, para instalar en ella y no en otra parte el
obrar con justicia, el amar con ternura y el humilde persistir en la accin de gracias. Dios es quien justifica. Quin condenar? (Rm 8,
33-34).
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ATESMO Y FE
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6
La experiencia de la fe
Qu es, en definitiva, ser creyente? Se puede expresar? Se
puede contar una ciudad? S, se puede hacer, al menos describiendo
sus principales avenidas, sus grandes centros de encuentro, sus manifestaciones vitales... Lo suficiente para suscitar el deseo de llegarse a
ella y hacer uno sus propios descubrimientos. Pues, de la misma manera, intentemos contar la fe.
1.
70
ATESMO Y FE
LA EXPERIENCIA DE LA FE
71
propia vida con una dignidad irreprochable ante Dios y ante los hombres, dejndola a merced de todas las maniobras y presiones de quienes, en la religin o en cualquier otro contexto, saben sacar provecho
de dicho temor. No es alienador, sino restaurador, dilatador y liberador, el Dios de la fe a condicin de acceder a l y permanecer en l.
La crtica a la religin proveniente del atesmo existencialista es percibida por el creyente o como un ataque que no le concierne o como un
fuego graneado que le impide recaer en la religin.
2.
Si Dios es Poder-en-favor del hombre, el creyente que lo experimenta no puede menos de deducir de ello consecuencia lgica y visceral el deseo, el gusto y el sentido de una existencia que se inscriba
en la historia como un poder-en-favor del hombre, prolongando activamente, en direccin a los dems, la Vida de la que l ha sido antes
beneficiario por parte de Dios. Tal es el eje fundamental de esa religin real invocada por todo el movimiento proftico, desde Miqueas
hasta Jess; pero es conveniente analizar sus numerosos mecanismos.
Vuelta a la Ley y al Temor?
Se trata ahora, por lo tanto, de la vida real, del proceder humano:
cmo se hace la eleccin moral entre tal o cual manera de actuar?
Miqueas pide que el hombre practique la equidad y ame la piedad:
Perfecto, ...pero todava muy impreciso! No iremos a caer, bajo el
peso de una ley precisa, administrada por un aparato religioso dotado de saber y de mando, en la misma mentalidad de temor y de esfuerzos desesperados por satisfacer a la ley, cosa que hemos criticado
ms arriba? No volveremos a caer inevitablemente en la religin?
Ciertamente, el peligro existe. Y se sucumbe a l con facilidad. El
creyente, comprometido en la vida, no dejar de experimentar la insuficiencia, la cobarda y el pecado: ver que no prolonga suficientemente hacia los dems la vida que l recibe de Dios. El creyente podr evitar la inseguridad, la duda y el error en sus opciones. Helo ah,
pues, doblemente amenazado por el temor; doblemente incitado a recaer en la religin, a volver a someterse al yugo protector de la ley,
porque, con unas cuantas cosas concretas que hacer o no hacer, Dios
nos recompensar haciendo para nosotros un mundo hermoso...
72
Y FE
LA EXPERIENCIA DE LA FE
73
LEY
HOMBRE
HOMBRE LIBERADO
LEY
\
Exigencias de Dios
Recetario
Preciso, completo y cerrado
Dejante de y contra Dios
Para triunfar sobre Dios
Para estar en orden ante Dios
Por temor y sumisin
HOMBRES
Discernimiento o repeticin?
En el Nuevo Testamento, san Pablo construye sus cartas segn la
lgica que exponemos aqu. Para empezar, una primera parte que corresponde a nuestra funcin de acogida de la revelacin, parte teolgica que expone la vida que procede de Dios en Jess resucitado.
Despus, una segunda parte parentica (o moral) que declara la experiencia cristiana de una existencia que prolonga en la realidad la vida
recibida de Dios. Ahora bien, esta segunda parte comprende, ciertamente, determinado nmero de exigencias morales concretas la experiencia cristiana est ya en marcha, sabe decir ya muchas cosas
conseguidas, determinadas maneras de proceder que se inscriben o
no en la vida de Dios que hay que prolongar hacia los dems. Pero
comporta, sobre todo, una llamada al discernimiento (cf. Rm 12,2;
2 Cor 13,5; Ef 5, 9-10; 17,17; Flp 1,10) y, por lo tanto, ala experiencia, a la reflexin y a la opcin. La Ley permanece abierta, en bsqueda, viviendo de un solo principio absoluto: ejercer con Dios un
poder en favor de los hombres o, como dice san Pablo con otras palabras: (Todo) se resume en esta frmula: Amars a tu prjimo
74
como a ti mismo (Rm 13,9; cf. tambin Gal 5,14). Ms all de este
principio absoluto queda el espacio movedizo de la vida humana.
Competencia o tradicin?
En el siglo XX, el campo ha adquirido tales dimensiones que para
cualquier persona seria es evidente que no se le puede abarcar en una
vieja Ley religiosa, por venerable que sea. Por su parte, la Ley de la
fe s puede y debe, en cambio, proseguir su obra de discernimiento.
Cuanto ms avanza el hombre en el conocimiento de las funciones reales de la vida fisiologa, biologa, sexualidad, mecanismos sociales, polticos, econmicos, mejor domina el manejo de estas cosas y mayor es tambin la parte de discernimiento, de opcin y de
aventura en la decisin moral del hombre.
La actuacin del hombre creyente se desarrolla, pues, como un
rbol. Todo acontece a la luz del sol; pero las races extraen del terreno concreto todos los elementos que el rbol necesita. El sol no hace
superfluas las races, ni stas hacen intil al sol.
La actuacin del creyente bebe, pues, en dos fuentes. La primera
es la Ley. A travs de las palabras de experiencia del pueblo de Dios
desde el Antiguo Testamento (el declogo), travs del Nuevo Testamento (Evangelio, bienaventuranzas), a lo largo de los siglos de la
Iglesia (enseanza del magisterio), la Ley transmite este sentido absoluto: Dios hace vivir al hombre para que ste, a su vez, haga existir a
los dems.
Pero este sentido, por absoluto, por importante, por necesario
que sea, ha de tomar forma en proyectos concretos. La segunda fuente es, por tanto, el conocimiento de la realidad, la idoneidad real.
Practicar la justicia, dice el profeta y el creyente, beneficiario de
la Justicia de Dios, bebe en estas palabras el gusto absoluto del actuar. Pero es con el conocimiento de los mecanismos del subdesarro11o, por ejemplo, como podr articular un proyecto concreto. Sumido,
por supuesto, en los riesgos de la incertidumbre de la historia; pero
algo propio del Reino de Dios ocurrir! Amar con ternura, dice el
profeta. Y el creyente, amado as por Dios, obtendr en estas palabras el gusto absoluto de amar con esa peculiaridad. Pero ser gracias al conocimiento de los funcionamientos y de los significados reales de la sexualidad, por ejemplo, como podr amar verdaderamente
y evitar que su proyecto de amar se convierta en crueldad, tormento
o envilecimiento.
LA EXPERIENCIA DE LA FE
75
Tercera funcin:
Rendir el culto espiritual de la adoracin
76
Y Fr
LA EXPERIENCIA DE LA FE
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Y FE
LA EXPERIENCIA DE LA FE
19
ficante que se da entre el padre y el hijo ya adulto, libre y capaz de reconocer la paternidad de su padre.
La Gloria es la irradiacin de una existencia libre, fuerte, autntica. Y esa gloria se le da a Dios cuando una existencia humana reconoce que es Dios quien la origina y le da cumplimiento. El Sentido,
antes y despus, que hace posibles y acoge, para darles cumplimiento
en el mundo nuevo, los sentidos que el hombre realiza en su vida. La
Vida, antes y despus, que hace posibles y acoge, para consumarlas
en eternidad, las vidas que el hombre puede hacer existir.
El sacerdocio, donde culmina la accin proftica y regia, vive, en
efecto, de la esperanza de que un da Dios ser todo en todos (cf.
1 Cor 15,28). Pero, cuando venga el Hijo del hombre, qu encontrar sobre la tierra: religin, atesmo o fe? (cf. Le 18,8).
Segunda Parte
DIOS Y EL MUNDO
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DIOS
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Y EL MUNDO
Decididamente, no hay proyeccin que valga. Incluso para el creyente, el Dios de la fe sigue siendo un Dios ausente. La proyeccin
que fomenta la religin, aunque durante algn tiempo suponga su felicidad, su mstica tranquila mientras duren el xito, el amor y la salud, no tarda en convertirse, cuando las cosas comienzan a ir mal,
en un escndalo: Pero bueno, qu es lo que hace Dios?; cmo
puede permitir...?; qu he hecho yo a Dios para que...?, etc.
S, escndalo para el hombre a quien le concierne; pero tambin
problemas insolubles para el pensamiento religioso, para los defensores del sistema: cmo justificar, salvar a Dios en este o en aquel
caso? (Aunque es verdad que resulta muy fcil evocar el misterio, refugiarse tras los secretos caminos de la divina Providencia). Y tambin dudas, cada vez ms profundas, por parte del malcreyente. Y
adems, aversin del ateo hacia ese misterio de Dios y hacia ese deseo del hombre, tan fcilmente manipulados por la religin y sus profesionales.
El creyente, por su parte, no vive de proyecciones. No es que sea
insensible a ellas, contra las que no se ha inventado ninguna vacuna;
adems, cualquier infortunio siempre har que, en un primer momento, brote el loco deseo de ver a Dios intervenir y el loco intento de
arrastrarle a ello. El infortunio es camino de conversin y de crecimiento, no de evidencia y de facilidad. Despus de todo, tambin Jess tuvo miedo, un miedo horrible, hasta el punto de sudar sangre.
Tambin l grit, fuera de s: Dios mo, por qu este abandono?
Porque, aunque penosa y lentamente, el creyente no vive de proyeccin; para l no hay escndalo: lo que hay es, simplemente, el
combate de la libertad, la prueba. No existen problemas, razones que
buscar para justificar a Dios y el acontecimiento que, aparentemente,
l permite o provoca: hay simplemente espera del encuentro al final
del xodo, comunin con la presencia a travs de la Ausencia, aceptacin del obrar divino en el seno de la libertad, a pesar de la No-intervencin en los acontecimientos.
Ser mucho suponer el que semejante respeto por la realidad humana su formidable deseo, su grandeza, su fragilidad, su autonoma
y su infortunio y el negarse as a manipularla, a rodearla de seguridades y a ocultarla en la creencia pueda ayudar al ateo a curarse de
su aversin hacia Dios? Sin olvidar todo el bien que ello podra hacer
a los malcreyentes...
Este es, en todo caso, nuestro objetivo en esta Segunda Parte, que
ser, ante todo, una reflexin sistemtica. No ser en nombre de una
85
1
Los tres sistemas de pensamiento
El hombre se encuentra siempre, como suele decirse, en situacin, es decir, de cara a un acontecimiento. El hombre en cuanto tal,
en cuanto naturaleza, en cuanto ser en general, no existe. Tampoco
existe la relacin entre el hombre y Dios en general: tambin sta se
halla siempre concretada por la situacin, por el acontecimiento.
He ah, pues, los tres trminos que se trata de organizar para
comprender y dominar nuestra experiencia de hombres: Dios, el
Hombre y el Acontecimiento. En la organizacin de estos tres trminos se explicita mi sentido de Dios en su relacin con el mundo y, en
consecuencia, tambin mi sentido del mundo y, sobre todo, de m
mismo.
1. El atesmo: azar, necesidad, proyectos
El pensamiento ateo suprime uno de los tres trminos: slo quedan el Hombre y el Acontecimiento. El mundo es un conjunto de
fuerzas que actan de manera completamente autnoma: las fuerzas
fsicas, segn sus leyes perfectamente determinadas; las fuerzas morales, es decir, el hombre, los grupos, las sociedades, segn sus conocimientos, sus proyectos y sus capacidades. Frente al Hombre no hay
sino el acontecimiento. Todo proviene del azar, merced al libre funcionamiento de las fuerzas presentes; y este azar, una vez inscrito en
los hechos, pasa a ser, en lo sucesivo, necesidad, en el encadenamiento constante de los acontecimientos. Y si no se debe al azar, se deber
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DIOS Y EL MUNDO
DIOS
Acontecimiento
/
HOMBRE
(D
/
Ley-Ritos
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DIOS Y EL
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MUNDO
ocurre, por supuesto, que esos seres libres hacen el mal ese mal moral que no entra en los planes de Dios, como tampoco entra en sus
planes, por lo dems, el mal fsico: el dolor, los achaques, la enfermedad, la muerte..., todo eso viene del pecado del primer hombre. De
suyo, el plan de Dios sobre el mundo no inclua el mal fsico. Y ningn mal puede realizarse si Dios no lo permite. Tambin eso forma
parte del plan de Dios, que, consiguientemente, no se ve perturbado
en modo alguno por la presencia del mal. Nada escapa, en definitiva,
al gobierno de Dios.
Dios dispone de los acontecimientos y de los hombres
As las cosas, una de dos: o bien el hombre se somete al plan de
Dios sobre l y sobre el todo, o bien obra a su antojo. Esto es lo que
hace que haya buenos y malos.
Los malos, aunque prosperen, tengan xito y les vaya bien, no
quiere decir que hayan logrado escapar al Gobierno de Dios. Eso
nunca. De hecho, Dios se sirve de ellos para un proyecto que ellos ni
siquiera advierten. Pero un dia, la Justicia de Dios no dejar de precipitarlos en los acontecimientos que merecen. Venganza del sistema,
del orden del que crean haberse emancipado.
Los buenos buscan en todo la voluntad de Dios, porque cmo
llevar a buen trmino su vida y recorrer su andadura fuera del papel y
la trayectoria que el plan de Dios ha previsto para ellos? El bueno
sabe que hay una voluntad de Dios muy concreta acerca de l y de
cada uno de los seres que hay en torno a l. Sabe tambin que, en respuesta a su buena voluntad, puede contar con la Providencia divina:
todo acontecimiento es providencial, es cada vez como una seal viaria que indica la direccin de la etapa siguiente segn la voluntad de
Dios.
En principio, el bueno recibe de la Providencia divina acontecimientos buenos. Es lgico. Si no fuera as, entonces es que hay algn
bien ulterior querido por Dios, y se tratara entonces de una prueba
en orden al crecimiento en la sumisin, o de un autntico bien ya desde ahora, pero que no se manifestar como tal sino ms tarde.
Sobre toda mi vida, sobre todas las vidas y sobre el mundo entero
reina, pues, un sentido perfecto, sin falla: el sentido que la Sabidura
de Dios, por su omnisciencia eterna, ha definido; las funciones que su
predestinacin ha atribuido a cada ser; la realizacin por la que vela
su poder de gobierno. Y ello a pesar de los malos y los rebeldes, de
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los que se burla y acaba vengndose a travs del servicio de los buenos, a los que gua y acaba recompensando.
3.
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Miedo a ese Dios cuyo capricho, un buen da, mata o hace vivir,
deja vivir o morir. Miedo que da lugar al desesperado esfuerzo por
estar siempre en orden ante l, para que el capricho de Dios sea nocivo para m lo ms tarde posible. Miedo que alimenta la desesperada
sumisin a esa arbitraria voluntad divina.
Y a veces, el dolor y el sentido de la injusticia son tales que la resignacin se torna sbitamente rechazo, rebelin y fro y eterno rencor: No tena derecho a arrebatarme a mi hijita!.
Ese rencor y ese miedo son los frutos ms puros de la interpretacin religiosa: son el reflejo en el corazn del hombre de las mscaras
gesticulantes que le endosa a Dios.
Para el ateo, no hay que buscar otra razn que no sea la prdida
del control por parte del conductor. Son cosas que pasan, y punto.
Solo como est frente al acontecimiento, el hombre no siempre puede
dominarlo. Por ms que uno se d a una vida lo ms cmoda, protegida y asegurada posible, el acontecimiento siempre resultar ms
fuerte que uno mismo.
Esta huida de sentido al horizonte de la vida suscita dos comportamientos: o bien el miedo a la muerte, con sus locos esfuerzos por
protegerse y demorar el terrible vencimiento, o bien el apasionado
apresuramiento por vivir y gozar lo ms posible y a cualquier precio,
porque hay que aprovechar la vida mientras dure.
El creyente, por su parte, piensa y reacciona en un primer momento como el ateo, en cuanto al puro dato del acontecimiento: son
cosas que pasan! Ese accidente no tiene ms razn sino la que pueda
determinar, en principio, la investigacin policial: el conductor iba
demasiado rpido, por ejemplo. No hay que remontarse a Dios; Dios
no est implicado en este acontecimiento, como si por un decreto
suyo hubiese elegido la muerte de esos jvenes y la desgracia para
sus familiares, mientras conceda a otros alegra, juventud y salud.
Dios no ha provocado, Dios no ha permitido: la cosa ha sucedido
con autonoma propia. El rostro de Dios, por lo tanto, no queda en
modo alguno deteriorado por el acontecimiento.
Dar sentido
As es como reacciona y piensa el creyente en un primer momento. En un primer momento! Porque, a diferencia del ateo, no se queda en ese simple primer nivel del acontecimiento. Porque el creyente
auna en s dos niveles de percepcin, de los que l mismo debe hacer
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histrica: el acontecimiento
JESS, presente en la Iglesia
por la Palabra y los Sacramentos.
Mundo: no-intervencin,
excepto los milagros (raros!)
excepto el acontecimientoJESUS.
Ausencia de Dios
Accin de Dios
El Dios de la Resurreccin
y de la Parusa
Entierro de un joven de veinticuatro aos. En la introduccin de
la liturgia, el sacerdote habla (con pinceladas ciertamente discretas,
pero sumamente incisivas en un momento as) de la voluntad de Dios,
de la impenetrable sabidura de la divina Providencia que ha querido
hacernos pasar por esta prueba. En la homila se abordarn dos tesis: la de la experiencia y la de la fe.
La experiencia: la muerte brutal de un joven de veinticuatro aos
es un sin-sentido insoportable, y verdaderamente no se ve por qu
Dios lo quiere o lo permite. Ser que Dios es malo y sdico, que le
gusta hacer sufrir y sentir su omnipotencia destrozando arbitrariamente los proyectos del hombre?
La fe: Dios es bueno, Dios nos ama. Hay que creerlo. Aun en
contra de toda evidencia: Dios es bueno!
El sacerdote no dice ms. Deja, pues, a la gente a merced de esas
dos afirmaciones irreconciliadas. Eso es condernarlos a no hacer
ningn progreso en la fe, a sufrir para nada, en el mejor de los casos;
o a hundirse resueltamente en la religin: Qu hacer en adelante
para que Dios no se ensae ms con nuestra familia?; o a volcarse
de pronto en el rechazo de un Dios as, en la rebelda o en el atesmo.
Sin embargo, hace casi 2.000 aos dijo Pablo que la clave de
todo est en la resurreccin, que nuestro discurso ser vaco si no ha-
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DIOS Y EL
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nir el hombre con toda su grandeza de ser de deseo y de deseo infinito. Es realmente la ltima confidencia que nos hace la Biblia, la que
ha de liberarnos de los coktails y de las drogas para dejar que aflore en nosotros la sed del deseo: El Espritu y la Esposa (la Iglesia) dicen: 'Ven, Seor!' Y el que oiga, diga: 'Ven!' Y el que tenga sed, que
se acerque, y el que quiera, reciba gratuitamente agua de vida (Apoc
22,17).
Gobierno o Reino?
El shah huye de su pas; un reinado de treinta y siete aos se desploma; tras un enfrentamiento poltico muy duro, el ayatollah Jomeini publica un comunicado de victoria que termina con estas palabras:
Al es grande! En realidad, quin es grande, Al o Jomeini? Estar Dios involucrado en las luchas del poder humano? De ser as, pertenecera automticamente al partido del ms fuerte, del vencedor...
Si Dios gobierna el mundo disponiendo todos los acontecimientos
a su antojo y de acuerdo con sus propios planes, entonces el poderoso encontrar su justificacin en su triunfo; y el dbil, el vencido,
aprender de su humillacin que Dios no est con l.
As procede el pensamiento religioso, y el Espritu de Dios tendr
necesidad de todo el Antiguo Testamento para, poco a poco, ir sacando a la luz el pensamiento de Dios, cuyo proyecto no consiste en
un gobierno de fuerza y dominacin, sino en un Reino diferente,
no conforme a los criterios de este mundo, sino de verdad (cf. Jn
18,35 ss.). Ese alumbramiento del Reino de Dios culmina en Jess,
en su palabra y en su accin, en sus Bienaventuranzas y, especialmente, en la cruz, cuando los jefes religiosos se burlan: Que se salve a s mismo, si l es el Cristo de Dios, el Elegido (Le 23,35). Ah,
cmo desea el hombre religioso, el hombre naturalmente religioso,
ver al Dios poderoso gobernando poderosamente el mundo mediante
un rey poderoso! Y qu decepcin y qu venganza cuando ese Mesas es impotente, simplemente manso y humilde de corazn! (Mt
11,29). Entonces ya no se gritar: Yahv es grande!, sino Muerte
al impostor!. Y sin embargo, ya Isaas lo haba enseado: En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy tambin con el humillado y abatido
de espritu, para avivar el espritu de los abatidos, para avivar el nimo de los humillados (Is 57,15).
Dios es diferente: l es el todo-poderoso, no el ms poderoso de
entre todos y con todos los poderosos, sino el que es poderoso-de-
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un-modo-totalmente-distinto. Slo la fe puede percibir esta diferencia, y nosotros queremos deducir de ella, en cuanto al conocimiento
de Dios, todas las consecuencias que implica.
1.
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de permisin la experiencia, el espectculo del mundo, es una demostracin de su inanidad y hay que hablar de no-intervencin, de
la abscondeidad de Dios. Dios hace existir, pero luego deja que
las cosas sigan su curso.
3.
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Dios deja al hombre a su albedro; el hombre es, por lo tanto, libre; no est determinado de antemano a asumir este papel o el de
ms all; la historia entera no est programada previamente por
Dios, aun siendo su creador. Pero Dios procede as y esta lgica
desconcierta del todo a la religin porque es todo-poderoso. Si slo
fuera muy poderoso, el ms poderoso de los poderosos, entonces, al
igual que ellos, tendra que dominar. Lo mismo que los reyes, tendra
que hacer de los hombres sus cortesanos, los ejecutores de sus designios. Y eso es lo que piensa espontneamente la religin, proyectando
sobre Dios los comportamientos de los grandes de la sociedad.
Dios, en cambio, es nico, diferente, poderoso de un modo totalmente distinto. No tiene, pues, que defender su podero: libre, supremamente libre desde este punto de vista, l puede liberar tambin la libertad del hombre. Del dominio propio de un gobierno, puede pasar a
la atraccin de un Reino de libertad, de confianza, de colaboracin,
de agradecimiento. Y de amor. Con el riesgo, muchas veces hecho
realidad, de la ingratitud, de la violencia de los poderosos, del aplastamiento de los pequeos, del desprecio por la libertad, de todo lo que
es el pecado. Pero esto constituye una historia real que oscila constantemente entre la vida y la muerte, entre el agua y el fuego, una
aventura en la que los deseos del hombre pueden tomar cuerpo, o
pueden un da descubrir y optar por el Deseo de Dios, a saber, reunir
a todos en su Casa, al final de sus vidas, al trmino de sus caminos y
ms all de sus insalvables dificultades.
Y atraerlos participando en la historia de ellos.
Dios deviene con la historia
Y entonces, Dios ser todo en todos (1 Cor 15,28). Dios ser!
Se trata del Padre en persona. No del Hijo: l s se encarn y entr en
nuestro devenir. No del Espritu, atrado por Jess a la historia y que
habita a partir de entonces el deseo de acabamiento perfecto de la humanidad: El Espritu y la Novia dicen: Ven! (Apoc 22,17). No, se
trata del Padre, dehDios por excelencia, con toda la plenitud intangible de su misterio: hay para Dios un futuro y, por lo tanto, un porvenir y, consiguientemente, un devenir. Ser!
Aqu la religin se atasca una vez ms. No es indigno, antimetafsico, pensar en Dios de otra forma que como el ser inmutable, a
quien nada puede enriquecer, perfeccionar, dilatar?
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O en forma de fatalidad aplastante, a la que generalmente nos resignamos: Qu quiere usted? Hay otro que dirige nuestras vidas!.
Como un decreto ante el que quiz pudiera lograrse una pequea excepcin: Si ofrezco a mi primognito, tal vez se retracte de su clera,
de su ensaamiento contra nosotros.
Pero, sobre todo, en forma de Ojo que elimina todo secreto, viola
toda intimidad, detecta y advierte la falta desde su germen primero.
La omnisciencia divina equivale a vivir en examen perpetuo, a sentirse objeto de observacin, a convertirse en objeto escudriado por ese
Ojo de contable.
O bien, a desear de pronto existir y a dejar que aflore mi propio
deseo para poder reconocerme en l. Y matar a Dios. O, por lo
menos, abandonarlo. Y buscar verdaderamente la Mirada que me
contemplar de otra manera, la Mirada que reconoce, acoge y hace
existir.
Hay un salmo maravilloso en el que un hombre habla de su lucha
por descubrir la Mirada de Dios y por aprender a dejarse mirar por
Dios, en la fe y en la oracin. Es el salmo 139.
Al principio, el ojo viola y paraliza, presciencia que determina y
anula toda existencia humana.
Yahv, t me escrutas y me conoces...
mi pensamiento calas desde lejos...
Que no est an en mi lengua la palabra,
y ya t, Yahv, la conoces entera...
Mis acciones tus ojos las vean,
todas ellas estaban en tu libro;
escritos mis das, sealados,
antes de que ninguno de ellos existiera.
La vigilancia por televisin en los grandes almacenes, las ms absurdas previsiones de los relatos deficcinsobre la sociedad policial
de la era postatmica, son juegos de nios a su lado. Siempre se encontrar un pequeo rincn para escapar de la cmara, mientras que
el Ojo estaba en la tumba y miraba a Can.
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Hay en estas palabras el eco de una rebelin pasada, de un intento de escapar del Ojo. Pero el salmista ha caido en la cuenta de su
inutilidad. Por qu camino? El poema se limita a cantar slo el final.
El religioso se ha hecho creyente; el Ojo se ha convertido en Mirada;
el Libro de Dios, en el que est inscrito todo de antemano, ha dado
paso al Camino del hombre, camino peligroso, en absoluto trivial,
que hay que inventar constantemente. Pero sobre este hombre en camino est la Mirada, y el hombre se ofrece a ella y le suplica que no
mire a otra parte, porque ella es la nica que puede hacer existir eternamente.
Sondame, oh Dios, mi corazn conoce,
prubame, conoce mis desvelos;
mira no haya en m camino de dolor,
y llvame por el camino eterno.
El conocimiento de Dios
en medio del respeto al tiempo
Sumando ahora todos estos datos, es posible situar concretamente el conocimiento de Dios?
La dura y simple interpretacin religiosa describe el conocimiento
de Dios de tal forma que implica consecuencias totalmente deterministas para el hombre. Lo veremos ms tarde, al hablar de predestinacin y de reprobacin. Todo est escrito, toda la realidad est ya en
Dios, el hombre no tiene ms que apariencia de libertad; en realidad,
y por lo que se refiere a todos los hechos importantes de su vida, no
es ms que un ejecutor. El mecnico de una locomotora puede muy
bien llamarse conductor: rueda por unos rales y en unos tiempos estrictamente medidos y programados por un ingeniero.
Luego, una vez ms, est el cocktail de la malcreencia: mucho
de religin y una pizca de fe. De la religin se mantiene todo; de la fe,
la libertad del hombre, pero sobre todo con miras a mantener su responsabilidad y, en consecuencia, su pecado. Cmo conciliar entonces la omnisciencia divina y la libertad humana? Es conocida la imagen clsica: Dios, desde lo alto de su eternidad, puede observar al
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Y EL MUNDO
hombre en su lugar actual, con su pasado detrs de l y todo su futuro delante; y la presencia de este observador divino no impide que, a
su nivel, el hombre avance libremente. Eso es todo!
Pero el tiempo no es el espacio. Mi pasado no es una cosa que yo
he dejado detrs de m. Mi futuro no es algo que voy a encontrar en
mi camino, ms all del punto en que ahora me encuentro.
Mi pasado lo llevo en m mismo; es lo que yo he llegado a ser a
travs de mis sucesivos actos. Mi futuro no est delante de m, en el
sentido espacial del trmino. Est oculto en m; est constituido por
los actos que habr de realizar por m mismo. Las decisiones que yo
tome, no es que vaya a recogerlas del borde del camino, como si estuvieran all esperndome, sino que las producir por m mismo.
Es un problema de lenguaje: si yo digo que ahora Dios conoce lo
que yo har dentro de veinte aos, ese futuro, toda vez que es conocido, tiene ya una realidad, no depende ya de m; la conclusin determinista es inevitable, con todas sus lastimosas consecuencias para la
imagen de Dios y para la concepcin del hombre. Algunos se las
arreglan estupendamente para emplear este lenguaje sin sacar las debidas consecuencias. Sin embargo, sigue existiendo un divorcio que
frecuentemente da lugar a la malcreencia, se resuelve en atesmo y
obstaculiza el acceso a la fe.
Dilogo entre un sacerdote y una persona que, ante la certeza de
que iba a quedarse sin trabajo a los tres meses, prevea que deba reciclarse en otra profesin y cambiar de lugar de residencia, y a quien
angustiaba semejante perspectiva:
Qu ser de m dentro de dos aos?
Sabe Dios...!
As que no me queda sino adivinarlo? Pues s que me sirve de
mucho...!
Si Dios lo sabe, al hombre no le queda sino adivinarlo y ejecutarlo. O aadir adems a su propia angustia la de no corresponder un
da a la voluntad de Dios. O intentar obtener de Dios su intervencin
para que acuda a solucionar nuestros asuntos.
Por qu no va a ser ese futuro algo que Dios y el hombre van a
hacer juntos: Dios regocijndose al ver lo que ese hombre, superada
su angustia tras beber en Su Amor, va a lograr producir de vida nueva en la historia?
Es necesario, pues, encontrar un lenguaje que permanezca fiel a
la alianza, que no disuelva lo temporal en beneficio de lo eterno. Por
supuesto que nuestro lenguaje, como nosotros mismos, siempre esta-
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sotros ve las ocasiones que se avecinan, las convergencias de pensamientos y de corazones, de violencia y de codicia, todas esas interferencias que hacen o deshacen las existencias, los grupos, las sociedades y las naciones: Dios no necesita un ordenador para reuniras.
Dios lo ve todo. Todo cuanto existe.
O, mejor, lo mira y su Mirada es benevolencia atrayente, animacin por el Espritu; llamada de atencin hacia todo cuanto an est
oculto y es rico en futuro; repulsa y movilizacin contra todo cuanto
sea falso; perdn y aceptacin de todo cuanto signifique regeneracin, conversin y esfuerzo de vida.
Por los caminos de esta alianza y a travs del tiempo (de nuestro
tiempo y nuestra historia, pero tambin tiempo e historia suyos), es
como Dios se hace, segn su proyecto, todo en todos.
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Conocimiento y re-conocimiento. Yo reconozco que he sido conocido. Que alguien se acerc a m para conocerme y, por lo tanto,
para al mismo tiempo revelarme a m a m mismo; y yo reconozco,
conozco a mi vez a Aquel que me conoci primero. Cabe en alguna
otra parte o de alguna otra manera, entre los hombres, una alegra
como la que se da entre el hombre y Dios?
La predestinacin es el Amor que me precede, que me asedia, que
me forma, que me atrae, por s mismo y por el gusto de hacerme vivir, antes incluso de que yo lo sepa y tome conciencia de ello. La predestinacin es la tierra en que el rbol hunde sus races; es el sol, que
est ah y que nos llama a salir de la niebla.
Hacia los seis o siete aos, el nio empieza a entrar en una relacin razonable con sus padres, porque es entonces cuando descubre
que un comportamiento amable hace amables a sus padres. Pero
debe descubrir, sobre todo, que sus padres le han amado antes de que
l fuera amable, le han amado para que pudiera hacerse amable, le
han amado porque le vean ya tal como sera: amable. El amor de los
padres predestina al hijo a la vida: ah estn sus mejores races.
Lo mismo nuestro Dios y Padre. Nosotros aparecemos un buen
da en un espacio ya habitado y caldeado por un Amor infinito, cuyo
Proyecto nos abre un horizonte de existencia infinita. Y ese da estallan nuestro gozo y nuestro himno de reconocimiento. La predestinacin es el sol de la libertad.
Y no hay reprobacin al lado de la predestinacin. La humanidad no est dividida en P y R. En Dios no hay ms que voluntad salvfica.
Leyendo los difciles captulos 9-11 de la Carta a los Romanos,
puede tenerse, de entrada, la impresin de lo contrario. Parece que
all el pensamiento es dualista: Dios ama a uno y odia a otro, endurece a uno y es misericordioso con otro, trata a uno como vaso de clera y a otro como vaso de misericordia. Pero ese dualismo aparente
queda definitivamente superado por el final de todo este desarrollo,
donde aparece claramente la voluntad salvfica de Dios en su universalidad: Pues Dios encerr a todos los hombres en la rebelda para
usar con todos ellos de misericordia (11,32). Pero este paso a la Misericordia, este acceso a la revelacin, se realiza gradualmente y en
diferentes etapas, primero unas y luego otras. Es el caso de Pablo en el
momento en que los creyentes procedentes de Israel, para escndalo
suyo, vean cmo la inmensa mayora del pueblo judo caa en la incredulidad, en tanto que los paganos, los increyentes de antao, acce-
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dan a Cristo. Para aplacar aquel escndalo, Pablo hace ver que muchas veces, ya en el Antiguo Testamento, determinadas situaciones
concretas daban lugar a ambas reacciones de parte de Dios, que responda a unos con su repulsa y a otros con el don de la fe, a unos con
dureza y a otros con la revelacin. De ah el aparente dualismo; aparente, porque, de hecho, se trata de una situacin momentnea. En
realidad, todos si bien a travs de etapas y por caminos diferentes
estn predestinados, todos existen bajo el signo del amor, nadie est
reprobado.
Para que viva la aventura
Sin reprobar positivamente a nadie, no sabe Dios ya desde ahora quines se salvarn y quines se condenarn? Conocimiento divino de lo que an no es: hablar de este modo significa anular el tiempo, invalidar la aportacin real que Dios, en su alianza, espera de los
hombres en el tiempo.
Puesto que existe una alianza, puesto que hay una obra de vida
que est llevndose a cabo ahora con nosotros, su resultado an no
est conseguido. Cristo sigue creciendo para alcanzar la estatura de
Hombre pleno (cf. Ef 4,12); Dios est siendo todo en todos; la humanidad est avanzando, aunque penosamente, hacia su unificacin en
el Hijo; cada hombre est creciendo, animado por el ms alto deseo
de vida (y, por lo tanto, de Dios), hacia la ms elevada capacidad de
divinizacin y de resurreccin. La medida exacta de la consumacin
ltima no existe todava. Todo est an hacindose.
Seor, son pocos los que se salvan?. Esforzaos por entrar
por la puerta estrecha... (Le 13,22 ss.).
La revelacin no viene para ofrecernos, por anticipacin proftica, un reportaje sobre el resultado de la historia: 18 % de elegidos,
40 % de condenados, 42 % en el limbo. Nada del futuro es conocido.
Ni por la fe ni de ninguna otra manera se sabe que vaya a haber condenados al infierno. Lo nico que se sabe es la actual alianza entre un
Dios salvador universal y una historia que se est haciendo a duras
penas.
La revelacin rechaza toda pregunta nacida de la curiosidad y
dependiente de un pensamiento determinista, y remite al hombre a la
actualidad de su vida, la nica instancia en la que se hace algo: el
combate de la propia existencia. Por eso la revelacin no dice ms
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que lo esencial para tomarle gusto a esta aventura de la vida y tomrsela a pecho.
1. La revelacin nos dice, en primer lugar, que Dios es poder de
vida para el hombre, voluntad de hacer vivir y de salvar, que slo l
salva. De este modo, la aventura del hombre se sita bajo el signo de
la confianza, de la esperanza y del amor. Bajo el signo de la fe, en
una palabra. El hombre puede salir del desconocimiento de Dios y no
tiene que intentar desesperadamente hacer valer su propia justicia
contra el Dios enemigo, porque Dios salva.
2. Nos dice adems, e inseparablemente, que el hombre debe
acoger y prolongar activamente en el mundo la vida que recibe de
Dios. Sin esta segunda afirmacin, el hombre se establecera en el
quietismo y en el desinters por las cosas. Por el contrario, el hombre
puede negarse. El amor de Dios no es verdaderamente percibido y recibido ms que cuando es prolongado activa y concretamente hacia
los dems. Si no, el hombre se establece en la mentira (cf. Jn 4,20).
3. Pero esta segunda afirmacin tiene, entonces, el peligro de
anular la primera y de volver a hundir al hombre en el pnico religioso de no dar abasto, de no poder satisfacer las exigencias de Dios.
Queda, pues, una tercera afirmacin, sntesis de las dos primeras y
que devuelve la prioridad a Dios: Dios puede salvar al hombre del
peor de los rechazos, del peor endurecimiento; puede seducirle, revelarse a l y liberar su deseo para que se dirija hacia Dios. Dios atrae.
As pues, nada est adquirido, todo sigue abierto, la aventura est
en marcha. Y al igual que la andadura humana, se trata de un equilibrio que hay que rehacer a cada paso. El equilibrio de la alianza entre
las dos partes, Dios y el hombre; partes desiguales, ciertamente, pero
la ms fuerte de las cuales no anula a la ms dbil.
El vicio profundo de la religin es ste: que Dios anula al hombre. Con su gobierno poderoso, su omnisciencia determinista, su accin interventora, su providencia organizadora, su predestinacin
dualista, el Dios de la religin anula al hombre por todos los costados
de su existencia.
El verdadero Dios se revela al creyente en su filantropa (cf.
Tito 3,4). Un reino de libertad y de poder para el hombre, un conocimiento que es mirada amistosa y atrayente, una providencia de inspiracin en un contexto de abscondeidad, una predestinacin salvfica y universal, porque la gloria de Dios es el hombre viviente.
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6. Un mundo en obras
Un da se encontraron Jess y sus discpulos con un ciego de nacimiento. Pregunta de los discpulos: Quin pec, ste o sus padres?. Nos encontramos en plena religin: Dios est en el acontecimiento, del cual dispone libremente. Si el acontecimiento es malo, la
Sabidura y la Justicia de Dios harn que inevitablemente concluyamos la presencia de un pecado que ha merecido tal castigo. Dnde
estara, si no, el gobierno de Dios? Pero la alternativa es todava ms
audaz y compromete la presencia de Dios: el ciego podra haber nacido tal en previsin de sus futuros pecados!
Actitud caracterstica de la interpretacin religiosa de los acontecimientos: se busca en el pasado algo con lo que poder explicar el
acontecimiento presente y darle un sentido. La pregunta religiosa es:
por qu? Por qu, Dios mo, esta muerte?, por qu esta enfermedad...? Jess, una vez ms, barre la religin: Ni l pec ni sus padres; es para que se manifiesten en l las obras de Dios (Jn 9, 1-3).
Al pasar de la religin a la fe, se pasa del pasado al futuro, del
por qu? al para qu?: la fuente de sentido es el futuro. El futuro de la resurreccin: si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicacin y vana es nuestra fe (cf. 1 Cor 15,14).
Por qu el mal fsico?
Tal es la pregunta en la que, lamentablemente, se debate la religin, esperando que el atesmo la abandone a sus contradicciones y a
sus sofismas.
Se han dicho al respecto muchas cosas que recuerdan al famoso
cocktail: mucho de religin y una pizca de fe. Lo esencial de la respuesta religiosa es: el sufrimiento existe porque el hombre debe pagar. Pagar no es sino la accin determinante en la relacin entre poderosos y dbiles. Los verdaderos mecenas son raros entre los poderosos, y su favor siempre es muy limitado. Con nada no se obtiene
nada!
El hombre debe pagar; por eso sufre. Pagar, en primer lugar, por
el pasado. El plan primitivo de Dios no inclua ningn sufrimiento
para el hombre. Dios cre un mundo maravilloso en el que el hombre
sera maravillosamente feliz. Pero el primer hombre pec, y ese pecado, en el origen de la humanidad, mereci el castigo de Dios: sufrimientos y muerte formaran parte, en lo sucesivo, de la existencia de
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En cuanto al pecado original, hay, sin embargo, algunas afirmaciones que no permiten demora y que pueden y deben ser dichas en
este contexto. El origen del mundo puede concebirse de manera fixista o de manera evolucionista. En el primer caso, se imagina que el
mundo surgi de una sola vez, y que ya entonces era aproximadamente igual que hoy, con todas las cosas y todos los seres con que
ahora lo conocemos. Segn esta hiptesis, resulta bastante imaginable que al principio, aunque por muy poco tiempo, fue un mundo maravilloso en el que no haba sufrimiento ni muerte. Posteriormente, el
pecado de Adn habra introducido en l todas las penalidades que
ahora experimentamos.
Segn la concepcin evolucionista y ya no es posible pensar de
otra forma, sabemos que el mundo no fue hecho de una sola vez.
Por el contrario, su existencia est presidida por una muy lenta y larga evolucin. El hombre, en concreto, aparece en un mundo que exista ya haca millones de aos, y su cuerpo es el fruto y el apogeo de
un mundo orgnico, vegetal y animal, ya larga y plenamente constituido. Ese mundo de organismos funciona, desde hace ya mucho
tiempo, segn las reglas del crecimiento y la degeneracin, de la lucha
de individuos y razas, de la sensibilidad y el dolor. La gacela no tuvo
necesidad de esperar al hombre y su pecado para sentir el pnico de
ser presa de la leona y el dolor de verse desgarrada por ella. Cmo
admitir, en religin, que el sufrimiento y la muerte existen en el mundo a causa del pecado y a partir del pecado del hombre, cuando la
ciencia nos muestra cmo el mundo animal viva ya desde mucho antes esos ritmos, esas relaciones violentas y esos accidentes inherentes
a toda vida orgnica?
Pero la imaginacin creyente tambin tropieza a propsito de
Dios. Resulta justo y prudente de su parte hacer depender de un
solo hombre, ms an, de un hombre apenas liberado de los instintos
anteriores, la suerte de toda la humanidad? Si mi hija pequea muere
de cncer hoy, es porque nuestro antepasado, pariente bastante prximo de los primates, prefiri comer la manzana y desobedecer a
Dios. Dios no tiene nada que ver, y adems nos ama, pero haba que
aplicar la sentencia; de lo contrario, menudo descrdito y menudo
desprestigio...! Slo la religin, con su fondo secreto de desconocimiento, de temor y de enemistad para con Dios, puede explicar que el
hombre pudiera llegar a pensar tan monstruosamente de Dios.
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Ahora bien, para que se d esta situacin de eleccin, de confianza y de fe, es preciso que el hombre quede abandonado a s mismo,
entregado a todos los combates, a todas las amenazas, a todos los sufrimientos y a todas las muertes del mundo orgnico. Y ello, no porque el hombre haya hecho demritos y, consiguientemente, haya perdido un paraso original. El sentido reside en el futuro: el deseo del
hombre colmado junto a Dios, pero al trmino de una historia real,
como culminacin de su propia existencia, de su opcin, de su fe, de
su combate, de su devenir simplemente atrado por Dios.
Es Dios inocente del mal fsico?
Para la pura religin, el poder de Dios slo ser favorable al hombre si ste se hace merecedor de l, si es capaz de arrancrselo a
Dios. Dios es, pues, fundamentalmente hostil, o al menos indiferente
al hombre; los sufrimientos y la muerte son la prueba de ello, a la vez
que constituyen los lmites crueles y amargos de la religin.
Cuando se hace el cocktail de la malcreencia, en realidad se
mezclan dos informaciones sobre Dios: la de la religin (Dios es hostil, y el hombre debe vencerlo, o al menos intentarlo) y la de la fe
(Dios es bueno, y el hombre puede confiar en l). Se intenta, pues, salvar la bondad de Dios, declararle inocente del mal fsico mediante el
recurso al pecado y al necesario castigo: Dios es bueno y quera para
el hombre un paraso terrestre; es el hombre el que lo ha echado todo
a perder.
Pero el cocktail resulta indigerible: si Dios es verdaderamente
bueno, si quera verdaderamente que la humanidad viviera en un paraso terrestre, bastaba con no emitir aquel insostenible decreto que
ligaba la suerte de todos a la decisin de uno solo decisin prevista
por Dios y tomada por un individuo recin salido de la animalidad.
Malcreencia, oscuridad, sofismas, malestar...
La fe tiene el mrito de ser clara y de colocar al hombre frente a
una situacin concreta, a la escucha de una llamada precisa.
1. Dios, ciertamente, no est en tal o cual acontecimiento, organizando aqu una curacin, all un accidente mortal, aqu una riada
mortfera, all una cosecha maravillosa. Los acontecimientos se desarrollan segn su propia autonoma, afortunada o infausta para el
hombre, y no hay relacin directa entre Dios y tal acontecimiento.
En este plano, es inocente: no es l quien me arrebata a mi hija, no es
l quien me prueba envindome el cncer.
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Slo el futuro absuelve a Dios de su plan, de su forma de no intervenir, de su abscondeidad. Slo el futuro da sentido al mal fsico.
Para que se manifieste la Obra de Dios. Slo Dios es capaz de iluminar al ciego, de hacer vivir al muerto; pero slo un Dios que primero deje al ciego en su ceguera, y al hombre en su vida orgnica; slo
un Dios oculto puede hacer que el hombre escoja la luz, busque el
sentido, acepte la atraccin, tienda hacia la vida y pueda un da alegrarse locamente de la consumacin de su aventura en Dios.
Cmo sabr de dnele viene el dia,
si no reconozco mi noche?
Cmo sabr cul es tu vida,
si no acepto mi muerte?
(Didier Rimaud)
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MUNDO
tiempo, y nos fueron transmitidas por nuestros padres. Y los sacerdotes no decan lo contrario.
Pero Dios, en su inmensa bondad y justicia, ha hecho or su Palabra a algunos de nuestros hermanos, pequeos profetas populares. Con la Biblia en la mano, han empezado a descubrir en ella otro
rostro de Dios. Un Dios justo y bueno que incluso tiene un plan de
salvacin preparado desde el principio de la historia para todos los
hombres. Ellos descubren y empiezan a dar a conocer que Dios ha
acompaado siempre a los hombres; signo vivo de ello es la venida
de Cristo, que viene a iluminar y a reforzar el plan de salvacin. Dios
no quiere que el hombre sufra; en su plan encontramos la justicia, el
amor entre los hombres y, como trmino, la felicidad del hombre.
Nosotros, sobre esta base y acompaados por algunos sacerdotes,
hemos empezado a practicar la vida de amor fraterno, sabiendo que
Dios no era el responsable de nuestras desgracias y de nuestros sufrimientos.
Espiritualidad y sumisin
Entra dentro de la lgica de la religin segregar en la existencia de
los hombres una red de relaciones hecha de sumisin y de resignacin
para la mayora de ellos, y de dominio y de lucro para quienes detentan el poder, ya sea ste moral, intelectual, poltico o econmico.
En efecto, la religin consiste fundamentalmente en proyectar sobre Dios las relaciones humanas entre el dbil y el poderoso y, al mismo tiempo, hacer que dichas relaciones encuentren ah su legitimacin universal y definitiva: partiendo de Dios, fundndose en l, es
toda una red jerrquica de dominio la que se introduce en la existencia. El hombre no puede sino aguantar y resignarse, porque Dios ha
definido as fundamentalmente su ser. Aguantar y resignarse con respecto a las situaciones de la vida puesto que todo depende del gobierno de Dios y con respecto a la relacin con los poderosos, con
los que detentan el poder en el grado que sea puesto que ese poder
participa del poder de Dios.
En esta construccin religiosa de la vida, la piedra angular es
Dios, Poder de supremo dominio: ella es la que fundamenta y legitima todos los dems dominios y mantiene a los hombres en la actitud
adecuada: la sumisin.
Siendo esto as, la espiritualidad, por la que el hombre cultiva y
alimenta en s mismo el sentido de Dios, se convierte en la ocupacin
y la preocupacin primordial de la religin.
La Iglesia no tiene que hacer poltica, se dice; su empresa es espiritual. Lo que ha de hacer es ayudar al hombre a alimentar el sentido
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DIOS Y EL MUNDO
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dor? Liberar al hombre del sin-sentido de la vida! Liberar del poseer y del xito agresivo! Liberar del temor, del aislamiento, de la
marginacin! Liberar de una economa que saquea y oprime en
otras partes para hacer aqu hombres obesos e hipertensos! Hacer
de la gran mquina tcnica que nuestra sociedad ha puesto en marcha y de las maravillosas virtualidades de conocimiento y de produccin que ha adquirido, instrumentos para el hombre, y no armas de
dominacin y de guerra!
Pero estaremos ignorando todas estas posibilidades mientras permanezcamos en la alternativa religin o atesmo y, de ese modo, se
perpeten las vanas querellas de la malcreencia.
2.
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T, Eterno, indescriptible,
incomparable,
invisible y omnipresente.
Pero yo hablo del sentido de la vida.
Del sentido de mi vida en tu creacin.
Detrs de m, el derecho de decisin,
la eleccin y la accin.
T eres la palabra y el sentido,
t eres el vigilante.
Amo tu hierba que crece, oh Eterno,
el sol y el murmullo de la noche,
y a la mujer que todava no he encontrado,
el libro no escrito.
Amo los perfumes, los colores y el aspecto de las flores,
el mar, los pjaros.
La libertad.
Pero amo ms la sabidura:
que un rbol brote de la tierra,
que el nio se haga hombre,
que de la verdad venga la palabra.
La dulce uva,
la mar salada
y la oscura nube.
Pero no el dulzor de la mentira
ni la libertad amarga.
He aprendido a distinguir
la suavidad de las espinas del alambre de pas.
He comprendido que puede ser dulce ayunar cuatro meses
sin uvas, sin el olor del mar,
con los sonidos y las imgenes del campo de concentracin.
He experimentado y vivido con el pensamiento la dulzura de la libertad.
Mi palabra nacida de mi libertad,
el sentido y yo mismo
somos de tu mundo, oh Eterno.
Y he escogido,
sin haber encontrado a una mujer,
sin haber escrito un libro,
en el fro,
bajo la violencia,
he escogido, oh Eterno,
el sentido de la libertad.
(cf. Choisir, 231 [1979], pp. 28-30).
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1.
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HOMBRE!
EN EL ACONTECIMIENTO
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Soy el juguete de un Poderoso que, conforme a su propio capricho y a mis mritos, va a darme la felicidad o la desdicha? Entonces,
apresurmonos a mortificarnos, antes de que pase la ocasin de
agradar al Poderoso!
Jess, en cambio, invita a otro sentido: miremos de frente a nuestra existencia entregada a la fragilidad, pero reconozcamos tambin a
Aquel que crea y atrae nuestro deseo de vivir, y bebamos en esa fe la
libertad, el sentido y la confianza para proseguir el camino y hacerlo
amplio y acogedor.
2.
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pedagoga: usa de paciencia para dar a todos tiempo para la conversin (cf. 3,9). Tener paciencia no es acaso acompaar a la historia
con atencin e inters, temblar de impaciencia y de deseos de intervenir, y volver a recobrar la paciencia, consciente de que no hay que entrometerse ni actuar en lugar de los dems, sino, por el contrario, respetar el espacio de un devenir libre? Y ello en orden a la conversin: a la opcin por el Dios que viene, en el corazn mismo de una
historia en la que l no interviene; en orden a la fe en la Parusa, a pesar de la ausencia. Esta pedagoga de la ausencia es, pues, puro producto de su amor autntico: Usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversin
(3,9).
3. Este tiempo de la ausencia de Dios es tambin el tiempo de la
existencia del hombre. Existencia iluminada de sentido y de esperanza: la fragilidad del mundo (todas estas cosas han de disolverse:
3,11) se convierte en signo proftico y llamada del Da de Dios. El
combate contra la injusticia (esforzaos por ser hallados en paz ante
l, sin mancilla y sin tacha: 3,14) viene a ser la forma concreta, muy
real y muy seria, de la espera de la nueva tierra donde habite la justicia (3,13). Esta larga paciencia de Dios, lejos de ser desconcertante
y escandalizadora, puede y debe ser vista, por el contrario, como salvfica (3,15): cmo conviene que seis? (3,11). Pedagoga de libertad y de crecimiento! El malcreyente se imaginaba que Dios tardaba. Y he aqu que el autor, jugando un poco con las palabras, no
duda en decir que, al actuar as, el creyente acelera la Parusa (3,12).
Tardar, acelerar: es algo ms que un juego de palabras, que una paradoja. Es una inversin de papeles que pone de relieve que el asunto
sucede en la historia y que el Dios de la fe, a diferencia del de la religin, no quiere que todo gire alrededor suyo ni ser l el nico actor de
la historia. Los hombres no pueden devenir, manifestarse abiertamente, avanzar hacia su plenitud ni acelerar el final, el encuentro
definitivo, a no ser que Dios deje a la historia en absoluta libertad. La
Parusa no es retardada por Dios; Dios usa de paciencia para darnos la posibilidad de que aceleremos el momento del encuentro.
Pedagoga!
para impedir el curso natural de las cosas. Pero permanece cerca del
hombre por medio de su Espritu, de su Palabra y de los hermanos;
cerca para liberarlo, instruirlo, atraerlo, sostenerlo y amarlo. Providencia de inspiracin, hemos dicho; est bien as?
No hay en el Evangelio una invitacin a una confianza mucho
ms amplia en la Providencia del Padre? Fijaos en los cuervos, fijaos en los lirios (cf. Le 12, 22-23): no revela el Evangelio esencialmente al Padre que se cuida de nosotros? Ni siquiera hay que pedrselo (Mt 6,8; Le 12,30)! No hace falta preocuparse!
Los lirios y los cuervos: he ah uno de los textos ms conocidos
del Evangelio. Un texto que suscita el inters unnime de religiosos y
de ateos. Si hay un mundo que sea del gusto del religioso, es ciertamente el que l cree reconocer en el texto. El Poderoso enojado, aplacado por el sacrificio de Jess y el buen comportamiento de los fieles,
restablece al fin el modelo divino tan anhelado: el Abuelo de los siglos, el amable Anciano celestial que se ocupa de todas las cosas, haciendo que funcione su superjardn botnico y su gran casa de fieras,
dando a cada ser, desde el ms pequeo animalillo hasta la buena
mam rodeada de sus hijos, todo lo necesario para vivir. Ideal, maravilloso, encantador! Y adems, muy ecolgico.
Lo malo est, dice el malcreyente, en que eso no dura ms que el
tiempo de una idlica pausa mientras se escucha, en medio de la paz
de una iglesia, la serena armona de una coral de Bach. Pero, dejada
atrs la pila del agua bendita, estn de nuevo losfinesde mes, y el paro, y el trabajo diario.
Horror, dice el ateo: pensamiento alienante e infantilizador,
cumbre de la ingenuidad, prueba de que el Evangelio cristiano es
Pap Noel y Ca.! Prueba tambin de que la religin no es sino una
empresa lucrativa, que utiliza las amplias almenas del deseo, del miedo y de la ingenuidad de la gente para hacer el agosto de quienes la
administran.
Con todo lo cual no resulta nada fcil recuperar aquella mirada
que Jess diriga a los cuervos y a los lirios, y despus a los hombres
para hablarles, y por fin al Padre para revelar su Providencia. Pero al
menos hay que intentarlo.
3. En Dios, qu providencia?
Vencer la inquietud
Para mejor situar el pensamiento de Jess, podemos, antes de nada, precisar que los lirios tienen races que absorben, y que los cuer-
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vos se afanan sin cesar en buscar alimento. No estamos en un contexto de despreocupacin, sino en el del combate general por la subsistencia diaria.
Los cuervos que Jess contempla ni siembran, ni cosechan; no
tienen bodega ni granero (12,24). Pero los hombres a quienes se dirige s siembran y cosechan. Y entre la siembra y la cosecha, qu hacen? Se consumen de inquietud. Cuando la estacin es propicia, y
llueve lo suficiente y en el momento oportuno, resulta maravilloso y
tranquilizador. En otra ocasin propone Jess al respecto una parbola del Reino: el hombre siembra, y despus es la tierra la que trabaja. Duerma o se levante, de noche o de da, el grano brota y crece,
sin que l sepa cmo. La tierra da el fruto por s misma; primero hierba, luego espiga, despus trigo abundante en la espiga. Y cuando el
fruto lo admite, enseguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega (Me 4, 26-29).
Pero el pequeo campesino de entonces que constitua la inmensa mayora del pueblo no tena frecuentemente ocasin de alegrarse tanto. Si vena un ao malo, tena que endeudarse terriblemente con el usurero para comprar grano con que alimentarse y hacer
nuevas siembras. Entre stas y la nueva cosecha, pasaban largos meses en los que nada poda hacer ms que esperar, calcular la recoleccin, echar una y otra vez sus cuentas para ver si podra aquel ao liberarse un poco del usurero o si tendra que endeudarse an ms. En
una palabra, con o sin deudas, era el tiempo de la impotencia (sin
abonos, sin riegos) y, por lo tanto, de la inquietud.
No, Jess no habla a gentes que no hacen nada para animarles a
una infantil despreocupacin y a una ingenua confianza en un man
celestial. Habla a personas que se encuentran en el lmite de sus medios de accin, acorralados en su impotencia, en pleno combate por
la vida, y muchas veces incluso por la supervivencia.
En el siglo XX, por lo menos en nuestras regiones, el campesino
est mejor equipado, y la usura perseguida. La produccin industrial
se ha desarrollado, y apenas depende ya del buen ritmo de las estaciones. El hombre tarda ms en experimentar su impotencia. Pero,
aun as, acaba experimentndola. Liberar al hombre de la inquietud
que le ocasiona su impotencia sigue teniendo, pues, actualidad.
Pero Jess no lo hace recurriendo a lo maravilloso, sino revelando el Reino, un espacio de vida y de gozo ms all del garantizado
por el comer y el beber.
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DIOS Y EL
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MUNDO
(Le 12,33-34). La Providencia: Dios alcanza al hombre en el corazn mismo de su lucha por la vida, para atraerlo hacia el Reino,
donde su deseo est asegurado, y liberar en l la libertad victoriosa
(aunque todava no emancipada) de la materia.
Pero haba tambin una lucha propia de los cristianos, la de la
persecucin, fsica o social, por parte del mundo judo y pagano (cf.
Le 12,4-7; 21,12-29). Tendremos ah al menos una Providencia
que intervenga en favor del justo creyente contra el impo criminal?
No temis a los que matan el cuerpo, y despus de esto no pueden hacer ms (12,4). Vaya un alivio para un perseguidor, saber
que su perseguido no puede hacer ms que matarlo! Este humor, macabro para quien no crea en la resurreccin, no es bastante ya para
definir la Providencia en la que cree el Evangelio?
De pronto aparece, al borde del camino, un tenderete donde se
venden pajarillos: cinco gorriones atados con un cordel, y una etiqueta: 10 cntimos. Y todava se fuerza ms la imagen con lo ms insignificante que hay: un cabello! Los cabellos estn todos contados. De
los gorriones, ni uno queda en el olvido: No temis; valis ms que
muchos pajarillos (12,7). No olvidados, pero s abandonados a la
muerte? No olvidados, pero s entregados, perseguidos, traicionados
por los ms cercanos, odiados por todos y entregados a la muerte?
Pero qu Providencia es sta? Os matarn, pero no perecer ni un
cabello de vuestra cabeza (21,18) De quin se quiere burlar?
Pero, si se llega a entender que se trata de la resurreccin, el lenguaje entonces se hace muy claro: Con vuestra perseverancia salvaris la vida (21,19). La Vida que no ser la vaga perduracin de
algunos restos espirituales del hombre que yo he sido. La vida que no
perder nada de lo que yo he llegado a ser. La vida que ser la prueba
de que nadie est olvidado delante de Dios. La vida: Su obra, pero
tambin mi victoria!
Qu hace, pues, la Providencia? No olvidar al hombre en su
lucha, sostener su libertad y su perseverancia, darle, mediante el Espritu, una sabidura y un lenguaje para resistir y dar testimonio (21,15;
12,11-12); en una palabra: hacerle vivir ya en el corazn de la
muerte, a la espera de hacer que esa vida florezca en el espacio
nuevo del Reino junto a Dios. En griego, perseverar significa
exactamente permanecer bajo: la Providencia no interviene para
suprimir la carga, sino que sostiene al hombre para que la lleve
hasta el fin.
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MUNDO
acurdate de m cuando vengas como Rey. Jess le dice: Te lo aseguro: hoy estars conmigo en el Paraso (Le 23,43). Religin o fe:
dos maneras de vivir; y sobre todo, e inevitablemente, dos maneras
de morir. Una sola conduce a la Vida. Una sola hace que el deseo del
hombre frgil acceda al Deseo del Dios Vivo.
Tercera Parte
LA ORACIN
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LA ORACIN
1
Los avatares de la oracin
1. Orar para que Dios acte
En la religin, la oracin es esencialmente una accin emprendida
para que Dios haga lo que el deseo del hombre espera de l. El dbil
se esfuerza por llegar al poderoso para arrancarlo de su ausencia y de
su ira, para satisfacer sus exigencias y obtener de l algn favor. En el
esquema de la relacin religiosa, la oracin ocupa un puesto bien preciso:
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LA
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ORACIN
por hacerse valer delante de Dios, siendo muy fiel a sus exigencias.
Est motivada, a la vez, por el deseo de conseguir mritos delante de
Dios y por la necesidad de compensar los pecados cometidos y de recuperarse delante de Dios. El religioso del temor ora para que Dios
no le condene, para arrancarle un veredicto favorable.
O para no cometer un pecado mortal! Si no vas a misa el domingo, cometes un pecado mortal. Cumplir el deber dominical!
Todo el mundo lo sabe: el deber dominical es a la oracin lo que el
deber conyugal es al amor! Resulta asombroso comprobar cuntas
personas piensan que Dios no nota la diferencia.
Est tambin la religin de lo til. La oracin viene entonces motivada por el inters: sumidos en una situacin que supera nuestras
posibilidades habituales de accin, oramos para que Dios intervenga
y se haga til en nuestra vida.
Deber e inters, miedo y utilidad, son motivaciones que pueden
mezclarse. La oracin satisface entonces las exigencias de Dios, con
el fin de obtener, en pago, que Dios nos depare una buena vida, un
mundo vivible. Orar es conservar crdito ante Dios. Cuando, un buen
da, las cosas se ponen feas, uno se complace en poder disponer de
una cuenta bien provista.
Conozco a un sacerdote que proclamaba con orgullo, en un peridico local, que su parroquia, a diferencia de la parroquia vecina,
se vea exenta desde haca aos de accidentes mortales de circulacin
en su territorio, a pesar de estar las carreteras en malas condiciones,
gracias a la oracin constante de una cofrada del Santsimo Sacramento. Pero hete aqu, aada, que la tal cofrada entra en una fase de
decaimiento y comienza a hablar de disolverse. Pues bien, inmediatamente se producen dos accidentes mortales! Qu bien funciona la
oracin religiosa entre la zanahoria y el garrote!
Son muchos los hombres y mujeres que, hundidos de pronto en la
desgracia, reaccionan primero de esta forma; nada ms normal, segn veremos: la oracin de la fe, como la fe misma, no est nunca
conseguida. La conversin no est lograda desde el primer momento! Por el contrario, cuando, con sangre fra, sosegada y objetivamente y con una autoridad que se considera viene de Dios y de su palabra en Cristo y en la Iglesia, se encierra a la oracin en el espacio
del temor y del inters, se atenta contra la dignidad misma de Dios y
del hombre.
Qu tiene de extrao que semejante clima provoque el abandono
rebelde, o simplemente lcido, de la oracin? Hablar as de la ora-
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ORACIN
impulsa al joven decididamente hacia el atesmo. Es una coartada demasiado fcil culpar entonces a los sacerdotes jvenes de no atreverse ya a afirmar el estricto deber de la misa dominical.
Orar en la malcreencia
Cuando la religin concita una critica abierta y generalizada por
parte del atesmo, cuando la llamada a la conversin y a la fe aprovecha esta situacin abierta y generalizada para hacerse ms insistente,
ms provocadora, la malcreencia se convierte en un estado muy difundido: el de todos aquellos que no logran asumir esta mutacin y
llevarla hasta el final, que se quedan entre dos aguas sin atreverse a
decidirse, o sin saber cmo decidirse, o incluso sin percibir la necesidad de decidirse. Algunos se hallan as instalados en la malcreencia,
ocultando ese malestar como algo vergonzoso e indigno de su pertenencia activa a la Iglesia; o confesndolo y aprovechndose de ello
para llevar una vida apagada, tibia, ni fra ni caliente, el mnimo prescrito. Otros caen en la malcreencia con ocasin de determinados
acontecimientos penosos que hacen se tambalee un equilibrio ya conseguido, el de la fe, el de la religin o el del atesmo.
Malcreencia por insuficiente percepcin de la fe. As, por ejemplo, oye uno la frase: No los que dicen Seor, Seor, sino los que hacen la voluntad de Dios..., y se lanza generoso a la accin, mientras
que la oracin se diluye cada vez ms en la sospecha. Malestar que
provocar fcilmente un da el abandono, incluso el rechazo ateo de
la oracin o, cuando la accin haya resultado decepcionante y fatigosa, la regresin religiosa a una oracin que colonice todo el espacio
religioso. Cuntos grupos carismticos son fruto de tal evolucin!
Malcreencia por insuficiente crtica de la religin. Se queda uno
entre dos aguas, sin atreverse a determinarse, alimentando en s el veneno de la duda, sin saber aprovechar esa tensin para ir ms lejos en
la fe.
La bsqueda de libertad y de dignidad del atesmo existencialista
hace su impacto, aunque sin llegar a anular el recuerdo del Poderoso
y de sus exigencias: se cumple, pues, con los deberes religiosos, pero
reducindolos al mnimo cuantitativo y, sobre todo, cualitativo. En
esta malcreencia hay que ubicar a personas que satisfacen plenamente las exigencias religiosas cuantitativas, pero que han perdido toda
oracin personal, todo movimiento espontneo del corazn. Otros
quedan entre dos aguas en lo que a la utilidad prctica de la oracin
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2
La oracin de la fe
Orar porque Dios acta
La fe doble ruptura con la religin se desarrolla bajo el signo
de la Revelacin: Dios se manifiesta activamente como poder en favor del hombre, no al nivel utilitarista de la satisfaccin de sus necesidades, sino en el seno mismo de su libertad, como sentido y atraccin
de su deseo.
La oracin de la fe se inscribir, pues, en ese mismo contexto: el
creyente ora no para que Dios (re)accione, sino porque Dios acta
como poder de vida, y para que el hombre lo acoja y viva. La motivacin de esta oracin no es el temor y el deber, ni la fragilidad y el inters, sino simplemente el deseo de existir: la oracin de la fe es un
ejercicio explcito, un tiempo desinteresado, un encuentro cultivado,
un trato con Dios, para vivir e intensificar la experiencia de la fe.
Esta percepcin nueva de la oracin como acogida de Dios (puesto que Dios acta) y accin sobre uno mismo (para que el hombre lo
acoja y viva) se aleja radicalmente de la religin, que hace de la oracin una accin sobre Dios en beneficio de las necesidades del hombre: el esquema siguiente lo indica debidamente.
Esta oracin escapa adems a la crtica atea: la oracin de la fe
no es ni alienacin de la libertad, ni inmovilismo de la existencia, ni
bsqueda infantil de una proteccin maravillosa.
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ORACIN
~ DIOS
HOMBRE
HOMBRE EN ORACIN
LA ORACIN DE LA FE
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ORACIN
..A ORACIN DE LA FE
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(Sal 27,8)
(Sal 27,4)
Por qu habran las personas de vivir en armarios pudiendo habitar en un palacio? Pero tambin: cuando las personas, cuando los
jvenes se niegan a alojarse en armarios, por qu ha de haber quienes se esfuercen en obligarles a ello, en vez de aprovecharlo para llevarlos hasta el palacio?
Una oracin as no es sometimiento a un dolo, bsqueda infantil
de seguridad, estrechez de una existencia congelada en el deber y el
temor. Es existencia, existencia recogida en el propio corazn, que es
el deseo del Otro, libertad respirada en el encuentro con el Otro, gozo
que reanima las fuerzas vivas del hombre, sentido dado a toda la
aventura humana que va a desarrollarse a partir de ah.
La religin hace que adems funcione el inters, proporcionando
al hombre los medios considerados apropiados para poner a Dios a
favor de las empresas humanas: el da en que te veas en la desgracia,
te sentirs contento de haber orado y de poder llamar a Dios en tu
ayuda.
El inters sigue presente para la fe. Qu hay ms interesante que
dejarse amar y hacerse existir por otro? Qu ms interesante que
gozar largamente de ese encuentro? En este sentido, no existe el desinters. Existe, eso s, el desinters del tener: yo acto por el otro,
por su bien, no por ganar y tener algo. Pero no hay desinters del ser:
2.
La primera funcin de la fe es receptiva y recreadora: en el encuentro con Dios, que es Amor, Justicia y Predestinacin en favor
mo, mi deseo de hombre o de mujer ha podido florecer en sus capas
ms profundas. Ha podido reconocerse al ser reconocido; se sabe
amable, puesto que es amado: ahora puede dilatarse en libertad acti-"
va, puesto que se ha visto gratificado con una mirada de confianza.
La primera funcin de la oracin desencadena lasegunda. activa
y productiva. Es preciso prolongar hacia los dems, en medio del
combate por la vida, lo que se recibe de Dios: la oracin va ahora a
prepararme a ello. Dios me hace existir junto a l para que yo pueda
despus existir con l, actuar con su justicia, amar con su ternura,
caminar humilde y animosamente con l en medio del combate de
la vida.
La oracin me prepara, pues, a existir con Dios. Lo que he recibido de Dios, me dispongo a prolongarlo en lo real, a darle forma concreta, presencia personal, poder activo y transformante en la vida.
Qu he recibido? La existencia. Debo, pues, prepararme a hacer
existir a los dems/La existencia, es decir, ante todo y sobre todo, la
libertad: puesto que mi deseo est bien anclado y su centro de gravedad bien situado, no se precipitar como un loco hacia cuanto se
mueve y es deseable. Puedo, pues, preparar mi accin, orientarla,
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LA ORACIN DE LA FE
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ORACIN
po de la oracin, brotan en m las peticiones, peticin personal o intercesin por otro. La oracin se convierte entonces en escuela del
deseo: el hombre aprende en ella, con la fuerza de la libertad recibida,
a identificarse con el deseo de Dios, con el deseo profundo de su propio ser, ms que con los deseos y necesidades inmediatos de su vida.
Volveremos ms tarde sobre esto, pero subrayemos aqu que la
oracin no es ante todo una peticin, no es en absoluto una gestin
comercial, una accin tendente a aumentar, asegurar o recuperar el
patrimonio personal, sino ms bien el ejercicio del ser que, en el encuentro con Dios, endereza y relanza su existencia. Orar es ofrecerse
a la creacin de Dios para acogerla y proseguirla. Es dejar a Dios ser
Creador, dejar a Dios ser Dios.
3.
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ORACIN
LA ORACIN DE LA FE
177
cin, sobre todo para liberarla resueltamente de ese espantoso y mezquino regateo, o de ese enojoso y oprimente ejercicio que la religin
ha hecho de ella.
La descripcin aqu dada pretende ser sistemtica y necesariamente ideal. La oracin real, la diaria y la hecha en determinados
tiempos fuertes, no tiene que discurrir sistemtica y ordenadamente
por los tres tiempos enunciados. No siempre ser emocin, estremecimiento y exultacin. Basta con que lo sea a veces; basta con que se
haya hecho de ella esa experiencia que alimenta la paciencia y la perseverancia.
Dios merece, a pesar de todo, ser buscado. No el Dios de la religin, que no es ms que decepcin y ruina del hombre, sino el verdadero Dios, aquel cuya gloria es el hombre viviente.
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ORACIN
2.
A travs de la experiencia de la vida, poco a poco, el hombre puede aprender tambin a descender a lo ms hondo de su ser, a reconocer all, ms all de las necesidades y de los deseos, el deseo, y a no
confundirlo ya con las necesidades y deseos que l alienta. Entonces
se hace capaz de mantener el deseo, su deseo, a falta del nico ser
que puede satisfacerlo: Dios. Se hace entonces capaz de encontrarse
con el deseo de Dios, de percibir la misteriosa correspondencia entre
ambos deseos y de gozar con ello. Se hace capaz de orar. Porque
existe oracin cuando se encuentran el deseo de Dios y el deseo del
hombre: el deseo del hombre: deseo infinito de existir en el amor; y el
deseo de Dios: deseo de comunicar infinitamente la existencia en el
amor.
Al hablar de la abscondeidad de Dios, expusimos largamente
que este encuentro entre el deseo de Dios y el deseo del hombre no es
evidente. Dios est ausente, inoperante, intil en lo que a las necesidades y a los deseos del hombre se refiere; no interviene para satisfacerlos; no hace que acte su poder para satisfacerlos. Pero sa es la
pedagoga de la libertad, el nico camino que conduce al hombre al
descubrimiento de su deseo ilimitado, de su deseo de Dios. Inaprehensible a sus necesidades y deseos, Dios se descubre como lo que
atrae el deseo del hombre: revelacin que es recibida en la conversin
a la fe, y ejercitada y profundizada en la oracin.
181
Creer es, en primer lugar, descender en m hasta el nivel del deseo, y all, en lo ms hondo de la libertad, y a pesar del abandono a
m mismo en lo referente a necesidades y deseos, reconocerme beneficiario de la ternura de Aquel que me hace existir, y confiar en l absolutamente. Acogerlo y reconocerlo: son las funciones 1 y 3 de la fe.
Orar es, pues, volver a descender en m hasta el nivel de mi deseo,
captarlo de nuevo y volver a colocarlo bajo ese horizonte de fe, a la
luz del encuentro con Dios, para que all se dilate, respire, se libere y
estalle en accin de gracias (funciones 1 y 3 de la oracin). Y tambin
para que se prepare (funcin 2) a afrontar nuevamente el complejo
mbito de las necesidades y los deseos, donde, de momento, tiene que
realizarse concretamente cada da.
3.
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LA ORACIN
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todo. Pero all est la oracin para protegerle y sacarle de este peligro. En la oracin descubre la certidumbre de que el hombre es ms
que el acontecimiento que le asalta; reencuentra su deseo y al Dios
que lo satisface. Con la fuerza de la oracin aprender a vencer su temor, a superar la peticin de curarse (peticin que, en principio, tal
vez formula con tanta vehemencia como el religioso). Con la fuerza
de la oracin, y en virtud de este encuentro valerosa y fielmente practicado con Dios, y a pesar de la ausencia que la enfermedad hace ms
abrumadora, el hombre va a ver cmo se dilata su deseo de existir:
sin identificarse ya con tal o cual tener, sino volcndose totalmente
en la relacin con Dios, en su amor y en su poder de vida.
Si se cura, saldr de la enfermedad crecido sobre todo en su libertad, ms cercano^a su deseo profundo, ms libre con respecto a todos
los valores provisionales que lo realizan, ms creyente, ms habitado
por el amor de Dios. Y por todo ello dar gracias.
Si no se cura, si ve que va cada vez peor, no se empecinar en requerir a Dios que le cure, ni se desesperar. La oracin de la fe, al intensificarse, se ir desprendiendo cada vez ms de la peticin, para
irse llenando progresivamente del nico y maravilloso deseo de existir
y de la fe nica en Aquel que atrae y acoge ese deseo en la Vida. La
accin de gracias le acompaar hasta prorrumpir definitivamente
gozosa en la Resurreccin.
4.
Ante el deseo del hombre hay algo ms que la perspectiva extrema de la vida o de la muerte. Estn las perspectivas cotidianas de las
tareas que hay que realizar, de los compromisos que hay que asumir,
de las personas con las que hay que tratar, en medio de ese inmenso
trenzado de necesidades y de deseos que cada hombre teje en torno a
s, animado en lo ms hondo de su persona por el deseo, cuya medida
exacta percibe con mayor o menor perfeccin.
El ateo no ora; reflexiona y se concentra. El religioso s ora; de
hecho, pide, comercia, esperando aadir a la panoplia de los medios
naturales para satisfacer sus necesidades y deseos, este otro medio
mgico de la oracin para granjearse el favor divino.
El creyente tambin ora; y si su oracin incluye todava peticiones que expresan sus necesidades y deseos, es que no es an perfectamente creyente de una vez por todas. Creyente se hace uno y sigue
hacindose sin cesar. Por la oracin del creyente tiende a no conocer
183
La oracin en la experiencia
cristiana del Nuevo Testamento
No basta orar para estar en la verdad: la oracin ms santa en
apariencia puede arrastrar motivaciones que no lo son tanto. Se puede orar como los hipcritas o como los paganos o como nos ense Jess. La oracin puede verse agredida, por tanto, no slo desde el exterior: por la duda, por la evidente ausencia de Dios y entonces es preciso orar sin desfallecer. La oracin tambin se ve
agredida desde su mismo interior. Orar es una accin ambigua, y el
Nuevo Testamento lo sabe, cuando defiende la oracin autntica, a la
vez, contra el no-orar (atesmo) y contra el mal-orar (la religin).
1. La oracin y las peticiones
El Nuevo Testamento es perfectamente consciente de esta primera ambigedad de la oracin. Baste citar a san Pablo: Nosotros no
sabemos pedir como conviene (Rm 8,26).
Es ambigua la relacin entre oracin y peticin. Exigir que no
haya ms que oracin, sin peticin alguna concreta, no es desencarnar la oracin, sacarla de lo humano tal como es y, en consecuencia,
ver cmo no tarda en evaporarse? Pero si es la peticin la que se lleva
la palma, no habremos cado en la religin humana, en la que se trata nicamente de arrancar al Poderoso una reaccin til para nuestros deseos?
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mentos que necesita cada da para subsistir se llaman: sentido, certidumbre, esperanza y atraccin. He ah el alimento que necesita y que
no es posible recibir ms que de Dios en la oracin, ya que sta es la
que permite tomar contacto constantemente con su deseo que no
podr ser vano de establecer su Reino. El pan nuestro de maana
dnosle hoy: que cada da adquiera su sentido de marcha con Dios al
encuentro de su horizonte absoluto, de su consumacin en el Reino.
Si hablara del pan material, esta cuarta peticin estara fuera de
lugar en el Padrenuestro, mientras que, de este modo, efecta la transicin necesaria entre el Reino ya consumado y la labor diaria en la
que se encuentra el que ora; por lo tanto, entre las dos series de tres
peticiones que contiene el Padrenuestro.
Para que la realidad cotidiana del creyente se inscriba en la perspectiva o, mejor, en la marcha ya efectiva del Reino, es preciso, en
primer lugar, que el presente est alimentado sin cesar por esta esperanza: el pan nuestro de maana dnosle hoy. Es preciso, adems,
que nuestro pasado personal, que siempre registra miserias, cobardas, rechazos, no nos sujete como una cadena, precipitndonos de
nuevo en el temor: perdnanos nuestras deudas. Y puesto que es en
la prolongacin concreta hacia los dems donde se reconocen los dones recibidos de Dios, pedimos: perdnanos, lbranos, atrenos hacia
adelante, como nosotros lo hacemos con quienes nos rodean. Es
preciso, finalmente, que el paso siguiente en el futuro inmediato sea
una etapa hacia el Reino consumado: no nos dejes caer en tentacin
la tentacin religiosa o atea de hacerse uno a s mismo al precio que
sea y sin reparar en medios, mas lbranos del mal.
Orar para hacerse creyente
En ese espacio de libertad adquirido en el encuentro con el Dios
que libera el deseo del hombre, puede el creyente inscribir todo cuanto vive. Al entregarnos el Padrenuestro, Jess nos da el marco general de la oracin perfecta: al creyente le toca pintar en l su propia
vida con pinceladas cotidianas.
El Padrenuestro, tomado en su formulacin litrgica ms perfeccionada, reproduce perfectamente las tres fases de la oracin descritas ms arriba.
Tiempo 1: Dios me hace existir y yo acepto. En el Padrenuestro, es la introduccin. Llamamos a Dios Padre nuestro; es con la
fuerza del Espritu como nos atrevemos a gritar: Abb, Padre (Rm
192
8,15). Hablando as, nos hacemos ms sus hijos, acogemos esa seguridad fundamental que satisface no nuestras necesidades, sino nuestro deseo profundo: Mirad qu amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, y adems lo somos! (1 Jn 3,1).
Tiempo 2.a: Yo me preparo a existir con Dios. Ciertamente, el
Padrenuestro no habla de mi vida ms que en trminos generales. Me
toca a m precisar, actualizar en cada ocasin. En el horizonte infinito del Reino (las tres primeras peticiones), inscribo la etapa de la vida
que estoy afrontando (las tres ltimas peticiones), con su necesidad
de fuerza (de pan) para el presente y con su necesidad de liberacin
de los temores con respecto al pasado y al futuro inmediato.
Tiempo 3.: Yo hago existir a Dios. Mi existencia sale renovada
de la oracin hecha conforme al Padrenuestro. No es que se haya hecho ms confortable, ms fcil: el combate de la vida, con sus alegras y sus tristezas, no ha cambiado. Pero los acontecimientos, cualesquiera que sean, que Dios no va a transformar maravillosamente a
peticin ma peticin que ni siquiera hago ya en absoluto, esos
acontecimientos puedo abordarlos con libertad, sentido y valor:
como colaborador de Dios. Y esa libertad renovada, recreada, puede
exultar a su vez, puede reconocer a Aquel que la colma, la envia y la
atrae; a Aquel que la crea para que sea ella misma. S, Tuyo es el
Reino, el Poder y la Gloria por los siglos de los siglos. Amn.
Expresin suprema de la oracin, el Padrenuestro hace de ella lugar de encuentro y trato con Dios para ejercitar y profundizar la experiencia de la fe. No para pedir la satisfaccin de una necesidad ni
para forzar una intervencin til, sino para iluminar, elevar y atraer
la libertad del hombre hasta hacerla coincidir con la de Dios, deseo
con deseo, corazn con corazn. Y he ah cmo las peticiones del
creyente hablan de la misma expectativa que Dios: el Reino.
Sin embargo, inmediatamente antes de formular el Padrenuestro,
no haba dicho Jess, en contra de la oracin de los paganos: Vuestro Padre sabe lo que necesitis antes de pedrselo (Mt 6,8)? Tambin esto ha de valer para el Padrenuestro! Si el Padre sabe que necesitamos el Reino, por qu pedirlo? Por qu seguimos pidindolo en
el Padrenuestro?
En el plano de las necesidades alimento, salud, amor, xito, el
Padre sabe lo que necesitamos. Y si estas cosas nos faltan, no es l,
en su maldad, quien nos priva de ellas. Al contrario, su creacin fiel
193
194
LA ORACIN
el futuro; l ya lo sabe; tampoco es para disuadirle, a fuerza de llantos y splicas, de su sdico proyecto, que no lo tiene. Santiago, a
quien nadie ha acusado jams de secularista ms bien se piensa
de l (injustamente, por lo dems) que es todava excesivamente judo, nos advierte formalmente: Ninguno, cuando se vea tentado,
diga: 'Es Dios quien me tienta'; porque Dios ni es tentado por el mal
ni tienta a nadie. Sino que cada uno es tentado por su propia concupiscencia que le arrastra y Je seduce (Sant 1, 13-15).
Ciertamente, al pretender que el hombre tenga una historia, un
futuro personal en libertad, Dios quiere que el hombre experimente el
conflicto, que es inevitable y tiene que llegar. Pero l no organiza tal
acontecimiento, tal enfermedad, tal fracaso o tal xito para poner al
hombre a prueba, para someterle a tentacin.
Por lo tanto, las palabras de la ltima peticin del Padrenuestro
no van encaminadas a apartar a Dios de un maligno placer que pueda l sentir en ponernos en peligro. Una vez ms, y como sucede
con las restantes peticiones, es por nosotros por quienes hablamos: al pronunciar esta peticin, adquirimos, gracias al Espritu,
la certeza de que Dios no debe figurar en la lista de nuestros enemigos y de nuestros temores, de que no nos somete precisamente a la
tentacin, sino que, al contrario, est ah para librarnos de ella, para
hacernos crecer venciendo las tentaciones y los conflictos que surgen
en virtud de la autonoma de los acontecimientos, de la accin de los
hombres o de nuestra propia codicia.
195
te, a diferencia, una vez ms, de la de los paganos, no puede darse intermitentemente, como un acto puntual, aqu y all, sino que tiene
que acompaar necesariamente a la existencia, cuya respiracin la
constituye la fe, y cuyo ejercicio, esfuerzo y goce de respirar lo constituye la oracin. Es poco a poco, a travs de un largo aprendizaje,
como el espacio-hombre y el espacio-mujer podrn formarse y abrir
sus ventanas al sol.
En cuanto a la eficacia de la oracin, la oposicin religin-fe (o
pagano-creyente) es muy clara y susceptible de ser reflejada en un
esquema, aparte de que sirve para iluminar un determinado aspecto
de la parbola del hijo prdigo.
En la religin, el hombre, provocado por una necesidad que no
puede satisfacer por s mismo, lanza a Dios una peticin apoyada
con splicas, ritos eficaces y sacrificios. Con ello espera influir en
Dios para hacerle reaccionar y satisfacer su peticin. Tras constatar
que ha sido escuchado, entonces, y slo entonces, pensar en dar gracias. De lo contrario, maldecir o tendr muchas ganas de hacerlo, y
slo el miedo se lo impedir.
HOMBRE
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DIOS
que a c t a por e n c i m a
de t o d a p e t L c L o n .
HOMBRE
q u e se a b r e para a c o g e r
e n La o r a c i n .
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ORACIN
Decepcin, a no ser que se haga la experiencia de esa paz sorprendente, de esa paz que nuestro herido corazn y nuestros inquietos pensamientos no podran darnos. Esa paz que es gozo en el Seor en todo momento, que es superacin de la inquietud, que es
irradiacin de benevolencia para con todos los hombres (cf. Flp 4,
4-5); que es, en una palabra, libertad, porque el Seor est cerca.
No presente, ni a nuestro servicio, ni dispuesto a solucionar nuestras
vidas. Pero s cerca para tocar, sosegar y liberar nuestro deseo, y
para que esa libertad renovada pueda manifestarse en benevolencia
para con todos los hombres.
Ante todo, se ora como se puede, pero sabiendo que la oracin
misma va a arrastrarnos ms lejos. Es preciso saberlo, es preciso dejrselo decir; de lo contrario, volveremos a caer en la oracin de los
paganos... o incluso dejaremos de orar, despus de haber criticado
definitivamente la oracin religiosa y sin haber sospechado jams que
pudiera existir otra.
Ante todo, se ora como se puede, pero deseando aprender a orar
como se debe. Y si la oracin misma, emprendida y mantenida como
una aventura y un descubrimiento, nos arrastra inevitablemente ms
lejos, a una existencia segn el Reino, es que esa oracin est habitada por el Espritu mismo de Dios: El Espritu viene en ayuda de
nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos pedir como conviene
(Rm 8,26).
2. La oracin y el Espritu
Orar no es, pues, una aventurada operacin para llegar, por medios sutiles, hasta un Poder divino al que le guste hacerse de rogar
antes de prestar un servicio. Orar es algo que tiene lugar en nosotros;
orar es acoger y tratar a Dios. Nada tiene de extrao que el Espritu
de Dios est ah para algo, que sea el actor principal de esta ascensin hacia el Padrenuestro, hacia la libertad del Reino.
Orar para pedir el Espritu (Le 11,1-13)
No todo el mundo tiene la Biblia como libro de cabecera. Pero
hay algunas frases en el Nuevo Testamento que son universalmente
conocidas, incluso por los increyentes, y que constituyen, desgraciadamente, las nicas referencias que se tienen muchas veces de la fe
cristiana. Si se habla de la accin de Dios, se citar lo de los lirios
del campo; a continuacin, lo de los cabellos, de los que ni uno solo
199
cae sin consentimiento del Padre texto que se suele citar en estos
trminos y que, como tal, es inexistente; por ltimo, lo de la fe capaz de trasladar montaas. Si se trata de la oracin, disponemos del
famoso pedid y recibiris, frase que defrauda las esperanzas del
hombre religioso en la misma medida en que es motivo de regocijo o
de irritacin para el ateo. Un autntico folklore!
Algunos, ms iniciados, conocen la parbola del hombre que
acude a importunar a su amigo durante la noche hasta que ste se levanta a darle el pan que el otro le pide. O aquella otra de la viuda que
se siente perjudicada y logra obtener justicia del juez inicuo a base de
no dejar de darle la tabarra hasta que ste decide atenderla. Son parbolas ciertamente conocidas, pero suelen ser entendidas en flagrante
contradiccin con lo que Jess dice de la oracin de los paganos.
Porque, en definitiva, segn Jess, lo propio de los paganos es pensar que a fuerza de palabras, a fuerza de insistir, a fuerza de novenas,
se harn or y conseguirn doblegar a Dios.
La famosa frase clave, Pedid y se os dar, aparece en Le 11,9
como aplicacin de la parbola del amigo importuno o del amigo
que se deja conmover. Es sencillo, claro y muy prctico: si tienes una
necesidad, pide y Dios te dar. Si no ocurriera as, insiste, paga el
precio, y asunto arreglado. Si no es sta la oracin de los paganos
que Jess critica, la verdad es que se le parece mucho.
La parbola del amigo que porfinse deja conmover habla, ciertamente, de insistencia: se molesta al otro, no se le deja en paz, se le impide que vuelva a dormirse, se amenaza con despertar a toda la casa,
se est dispuesto a hacerle quedar mal delante de todo el barrio, se
procede sin vergenza. Y as es como se obtiene lo que se quiere.
Esa es la historia de base.
Pero la aplicacin, la leccin que de ah se saca con respecto a
Dios, es completamente distinta! Al amigo humano hay que insistirle
mucho para hacerle reaccionar, y la insistencia descarada es la nica
manera de conseguir que se mueva.
Con Dios, las cosas son muy distintas. Le pides, y te da sin demora. Llamas, y te abre sin hacerte esperar. Buscas, y encuentras sin el
menor problema. La diferencia entre el amigo y Dios no es de grado.
Es una diferencia absoluta.
La parbola no nos proporciona el mtodo la conclusin sera:
As pues, insistid tambin vosotros, y obtendris. El episodio sirve
para tomar conciencia de una cosa: ante un amigo, hay que insistir,
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seo de Dios para hacer que recaiga sobre la libertad del hombre convertida en sentido y en renovada certeza de que, a pesar de la ausencia de Dios, nada podr separarle del Amor de Dios. Tal es la maravillosa sntesis que Pablo nos propone en Rm 8, 14-39. Tome la Biblia el lector y lea primero este texto, antes de entrar en su anlisis.
La situacin de vida en que se sita Pablo es clara: Los sufrimientos del tiempo presente (8,18). La tensin que de ah se deriva
para el creyente es igualmente obvia y resulta perfectamente visible
en la oscilacin que se da entre 8, 14-17 y 8,31. El creyente vive, por
una parte, la nueva certeza, gritada en l por el Espritu, de que es
hijo de Dios y de que puede confiar en su Padre ahora Somos hijos
de Dios y en el futuro: Y, si hijos, tambin herederos (8, 14-17).
En la antigedad, el hijo y heredero de un gran propietario no tena
que preocuparse demasiado, a diferencia de sus hermanos menores.
As pues, la vida es hermosa y el futuro es prometedor: se puede
confiar en Dios!
Pero he ah que todo se viene abajo. Aun siendo hijo y heredero,
el creyente sigue, de hecho, en la misma situacin que todo el mundo:
nada ha cambiado en la vida real, fsica, desde su conversin; los sufrimientos del tiempo presente no perdonan. Sufrimientos concretos
y cotidianos como los que perfectamente experimenta el Apstol en
su vida apostlica y que recuerda en 8, 35-36. Hijos y herederos?
Digamos, mejor, animales destinados al matadero, seres entregados
al poder de la nada (8,20) y que gimen en la esclavitud de la corrupcin, como todo el mundo.
Seamos serios, pues, y comprendamos que Dios est contra nosotros (8,31), que la cosa es evidente y que es preciso abandonar la
fe, que no pasa de ser una vana ilusin, y volver a la vieja conviccin
religiosa de que Dios es un poder hostil y lejano, y que slo con esfuerzo y ocasionalmente consigue el hombre concillrselo.
He ah el problema! Recaer el creyente en el temor y en la
mentalidad de esclavo de este poder divino (8,15)? Esclavo, porque
vive una relacin lamentable de dominador a dominador, porque entiende su religin como un medio de lograr que se satisfaga tal o cual
peticin suya cualquier da en que el sueo absoluto se encuentre
de buen humor. Y temor, porque su deseo de vivir se ve amenazado
y atropellado de la manera ms absoluta: el propio Dios est en
contra!
O bien, enfrentado a esta situacin de ausencia, de abandono de
Dios, el creyente, aun gimiendo con todo el mundo y como todo el
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En efecto y ste es el primer piso de nuestro cono, los cristianos que, no obstante, saben, que tienen, por tanto, una esperanza
subjetivamente percibida, tambin gimen. Tienen las primicias, las
arras, pero todava queda lejos la realidad, es decir, la liberacin de
su existencia (8,23). La gloria de Dios, en principio, ya est en ellos
(8,18); ya estn glorificados (8,30); pero esta vida nueva no est todava revelada, no ha transformado an el cuerpo, es decir, toda la
existencia concreta del creyente. Por eso gimen tambin ellos. Y este
gemido puede recaer sobre uno mismo y volverse desesperacin, miedo y esclavitud. O puede tornarse en esperanza, en perseverancia, en
espera activa (8,25). En una palabra: el creyente puede volver a ser
pagano, religioso, e intentar de nuevo arrancar ciertos consuelos a
ese Poder divino hostil; o puede hacerse ms creyente, aprovechando
esa situacin de Ausencia para afirmar ms la Presencia de Dios,
para saber mejor que su existencia no es en vano y para obtener de
ese saber constantemente renovado una libertad nueva y un nuevo
obrar.
Aun cuando ciertamente exige e indica con toda claridad el objetivo a conseguir, Pablo no es ningn purista. Conoce el trayecto ascendente hacia la fe, lejos de la religin. El creyente, en su debilidad
(8,26), llevado ante todo por la angustia, dir cualquier cosa, lo que
sea, en su oracin. Gemir, tratar de imponer sus peticiones, suplicar a Dios que intervenga, le comunicar a que se muestre til y le
tratar de Dios de pega, para, a continuacin, volver a darle todos
los ttulos de amor y de respeto que piensa podrn ablandarlo. S,
verdaderamente en esos casos no sabemos pedir como conviene
(8,26). El Padrenuestro ha quedado muy lejos, demasiado vaco! Lo
nico que cuenta es la necesidad del hombre, y ah es donde se quiere emplazar a Dios!
Afortunadamente, a pesar de tan turbia oracin que existe, y
ah est; se ora como se puede, pero se ora, a fin de cuentas, Alguien acude a nuestro encuentro a poner orden y calmar la angustia,
pacificando el deseo y afianzndolo de nuevo en el deseo de Dios. En
el eje mismo del gemido que atraviesa a la humanidad entera y a los
propios creyentes, el Espritu mismo viene a ocupar su puesto; tambin l gime con gemidos inenarrables, porque l no habla ni grita.
No es actor de la historia; l habita las libertades que oran, que le
acogen.
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ORACIN
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va infinitamente ms all de la satisfaccin de las necesidades. Se trata de ser transformado segn la imagen de su Hijo, para que sea l el
primognito entre muchos hermanos (8,29).
Los sufrimientos del tiempo presente ponen a los creyentes ante
la alternativa fundamental: son hijos y herederos o son corderos
destinados al matadero? Alternativa fundamental no slo por lo que
se refiere al sentido que uno tiene de s mismo y de su existencia, sino
tambin por lo que concierne al modo de tratar a los dems.
La oracin no obtiene ni pretende siquiera obtener las peticiones s que cesen los sufrimientos, sino que la fe triunfe y los supere.
En medio de un espacio que parece cerrado, entregado a la vanidad,
sin un porvenir vlido, el creyente debe volver a ser, mediante la oracin, un hombre que sabe el espacio de vida que Dios abre ante l.
El ha vivido ya todo un camino de alianza con Dios ha sido predestinado, llamado, justificado, glorificado (8,29 s.). Conoce todo un pasado de alianza de Dios con los hombres toda la obra de vida llevada a cabo en Jess, entregado tambin l, no dispensado, lo mismo
que el resto de los hombres, pero que por ese camino accedi a la Vida
y a la Perfeccin (8, 32-34). Si el creyente percibe, si sabe, si gusta
de nuevo todo esto en la oracin gracias al Espritu, entonces el futuro
se abre de nuevo ante l y se le revela de nuevo el sentido que transDIOS
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ESPRITU
CREYENTES
HUMANIDAD
MIEDO-ESCLAVITUD
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La eficacia de la oracin
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ORACIN
una visin muy diferente; l sita la accin de Jess en el plano proftico. Jess no est preocupado por el honor del Templo, por hacer
que reine en l una moral buena, por reservarlo a la accin litrgica.
Lo que quiere es restituirle su ntegro significado proftico: el Templo
ha de ser una casa de oracin para todas las naciones. No se trata
ya de moralidad, sino de anuncio proftico de la universalidad de la
salvacin. El gesto de Jess, por lo dems, es perfectamente precisado: expulsa a los traficantes fuera del atrio de los paganos, el espacio
exterior del Templo, e incluso detalle propio de Marcos no permite que empleen dicho atrio como atajo. Jess quiere, pues, reintegrar
el atrio de los paganos al Templo, devolverle el mismo carcter sagrado y proftico que a los otros atrios interiores.
Al gesto aade Jess la enseanza detalle propio de Marcos y
que subraya perfectamente el carcter y alcance profticos del gesto.
Marcos resume dicha enseanza en una primera cita que es una referencia a todo un pasaje de Isaas (56, 1-8): Yavh no limitar su salvacin exclusivamente a Israel, sino que la abrir de par en par a todos los pueblos, su casa ser casa de oracin para todos los pueblos. Lo que siente Jess y lo que le impulsa a actuar no es, pues,
una oposicin moral entre casa de oracin y casa de comercio,
sino una oposicin proftica entre para todas las naciones y para
solo Israel.
La segunda referencia que hace Marcos (a Jeremas: 7,11) acaba
por establecer ese sentido proftico. Una cueva de bandidos es un
lugar fortificado, situado, por ejemplo, a media altura de un acantilado y, por lo mismo, inaccesible, inexpugnable; un lugar en el que uno
se siente perfectamente seguro! Ese es el sentido del texto
de Jeremas: Israel piensa poder hacer cualquier cosa, cometer el horror que sea, y despus acudir al Templo y decir: Aqu estamos
seguros!
Tal es la oposicin proftica que subraya Jess. Se ha reducido el
atrio de los paganos a un significado meramente profano, haciendo
de l un mercado y un lugar de paso. Y no se ha hecho por casualidad, sino que se debe a que Israel se ha cerrado sobre s mismo, ha
monopolizado la salvacin y cree estar seguro en su ghetto: Dios
nos es adicto; los dems, esos infieles, esos impuros, estn destinados
al castigo de Dios. Que se queden fuera!
El Templo de Jerusaln es la manifestacin pblica, oficial, de esa
actitud de los corazones: amputado de su dimensin de apertura a los
paganos, proclama la infidelidad de Israel a la obra y a las promesas
209
de Yavh. Israel deba ser el portador a todas las naciones de las promesas de la salvacin de Dios. Pero Israel no ha dado ese fruto esperado por el Seor, y se ha convertido en una decepcionante higuera a
la que la maldicin de Jess va a dejar seca.
Y llegamos a la higuera. Tambin aqu se trata de una accin
proftica de Jess. El nexo entre los dos signos el Templo abierto a
todos los pueblos y el rbol seco no lo inventa Jess. Forma parte
del orculo de Isaas 56. El profeta habla all de la sospecha que, en
lo referente a la salvacin, atormenta a los extranjeros, a los no-judos: De cierto que Yavh me separar de su pueblo! (56,3). Y el
eunuco, que es para el judo el colmo de la infidelidad, dir: No soy
ms que un rbol secoh Con su doble gesto proftico, uniendo de
nuevo Templo y rbol, Jess devuelve al Templo todo su significado
universal y rechaza a Israel, al que declara rbol seco, incapaz de dar
los frutos de la salvacin, abierta a todos los pueblos que Yahv le haba confiado.
Una Iglesia abierta a todos los hombres
El viejo Israel se ve rechazado; en lo sucesivo, no ser ms que
una higuera seca: quin va a encargarse, entonces, del Templo, casa
de Dios para todas las naciones? Si Israel ya no lo es, quin ser el
nuevo portador hacia todos los hombres de la salvacin de Dios?
Ser Pedro, los discpulos de Jess, la Iglesia. Al final del primer cuadro, Marcos hace un parntesis: Y sus discpulos oyeron esto
(11,14). Y al da siguiente comienzo del tercer cuadro es Pedro,
portavoz habitual de los discpulos, quien se acuerda (11,20) y
plantea el problema. Y termina este tercer cuadro, mediante un sbito
ensanchamiento de las perspectivas y una brusca aceleracin del
tiempo, con la imagen de la Iglesia, de una comunidad reunida en la
oracin.
Los tres cuadros de Marcos adquieren forma, por consiguiente.
Con un lenguaje muy simblico que permite formular las cosas con
sorprendente concisin, Marcos presenta primero a Jess recusando
a Israel (11, 12-14); luego, devolviendo al Templo su pleno significado universal (15-19); y, por ltimo, confiando a la Iglesia el mandato
retirado a Israel e instruyndola acerca del camino a seguir y los medios a emplear para no convertirse tambin ella en una higuera seca.
Esos medios son: la fe, la oracin y la fraternidad abierta (22-25).
Conviene prolongar la pregunta de Pedro: Maestro, mira, la higuera que maldijiste est seca. Y nosotros, tus discpulos, tu Iglesia,
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ORACIN
cmo haremos para no encerrarnos, a nuestra vez, en nosotros mismos, en una institucin segura de s y cerrada a cal y canto, en un refugio inaccesible? Cmo haremos para permanecer abiertos a todos
los hombres, para seguir siendo portadores de las promesas de un
mundo nuevo en el que Dios rena a todos los hombres? Cmo no
convertirnos, a nuestra vez, en un 'ghetto', en una higuera que ya no
d los frutos deseados y a la que t tengas que maldecir? Qu debe
mos hacer?.
Jess da tres medios a la Iglesia: creer en el poder de Dios, orar, y
vivir en el mundo en comunidades fraternas, en las que impere realmente el perdn que viene de Dios.
Y esas montaas que el creyente podra hacer que se arrojasen
al mar? En la Biblia, cuando las montaas se ponen a cambiar de sitio, significa que el mundo antiguo se ha cuarteado y se prepara otro
mundo nuevo. No es que se caiga en lo espectacular Jess se niega
siempre a ello, sino que se habla en imgenes, se toma del mundo
actual lo que tiene de ms masivo, de ms inquebrantable y que mejor indica su inamovilidad aparente las montaas, las colinas, y se
le da la vuelta a todo ello para decir que Dios hace algo nuevo: un
nuevo xodo (Is 40,6), una nueva venida de Yahv (Is 2,10-12), un
juicio sobre el antiguo mundo (Os 10,8, citado en Le 23,30 con ocasin de la Pasin, y en Apoc 6,16 y 16,20).
A propsito de fe y de oracin, no se trata, pues, de hacer algo espectacular, sino algo nuevo. Lo que inquieta a Pedro, y con l a todo
discpulo y a toda la Iglesia, es cmo seguir siendo portador de un
mundo nuevo en pleno mundo antiguo; cmo no convertirse en una
institucin perfectamente engrasada, pero cerrada en s misma;
cmo arreglrselas para no tener, por una parte, los templos y lugares de culto y, por otra, la vida, totalmente ajena a ellos y obsesivamente encerrada en su comercio, en su agitacin y en su sin-sentido;
cmo no ser una religin y un culto localizados e insignificantes, sino
ms bien una vida, una esperanza, un impulso hacia el mundo nuevo
en el centro mismo de la existencia de todos los hombres. A una institucin humana le es tan imposible dar esos frutos como a una higuera dar higos cuando no es su tiempo (Me 11,13) detalle propio de
Marcos y muy significativo para nuestra conclusin. Siendo imposible a los hombres, se les hace posible, no obstante, y hasta seguro si
acogen el poder de Dios: No temis, tened fe en Dios. Pero ese poder de Dios, nico capaz de hacer siempre lo nuevo puesto que supera incluso a la misma muerte, hay que percibirlo en la fe, acoger-
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ORACIN
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oracin como la gota de agua que acaba desgastando la roca ms dura. Y qu hay ms duro que Dios para el religioso?
De hecho, lo mismo que en Le 11, la parbola conduce a una
conclusin por oposicin: si a fuerza de insistir se consigue poner en
movimiento a un juez inicuo, con cunta mayor razn habr que
creer en la oracin que apela al Juez del mundo! Los creyentes, sumidos en la espantosa injusticia de la historia, claman a Dios y apelan a
su juicio. Pues bien, esa oracin no es vana, no hay que abandonarla,
porque Dios har justicia pronto (18,8).
Har! Porque, de momento, hace esperar (18,7). De momento,
lo que hay es la historia, y Dios no interviene entre la cizaa y el trigo, aun a riesgo de pasar por un juez inicuo y de desencadenar el reflejo religioso de que, pagando el precio, quiz pudiera llegarse a obtener algo. O la reaccin atea contra la religin: Yo rechazo a un
Dios que permite que exista Auschwitz!
Dios hace esperar, deja que la historia siga su camino. La venida del Hijo del hombre, segn la profeca de Daniel 7, 13-14, ha de
traer el juicio, poner fin al reino de la injusticia e inaugurar el mundo
nuevo: pero esa venida es para ms tarde; de momento, no queda
sino aguardarla. Frente al triunfo evidente del poder y de la injusticia
en el mundo, cmo saber que, de hecho, la historia camina hacia un
futuro distinto, hacia un mundo en el que habr de reinar la Justicia?
Y cmo podremos, en tales condiciones, mantener la propia vida,
los propios proyectos, la propia accin? Orando sin desfallecer jams! Es en la oracin, ejercicio consciente y aplicado de la fe, donde
se aprende todo esto, donde se adquiere esa certeza y de donde se
saca una libertad y una accin incesantemente renovadas. Libertad
y accin para conservarse en la fe hasta que l venga!
La oracin es un combate, s. Pero no contra Dios, contra su dureza y su indiferencia, ni contra su sdico disfrute. Es un combate
contra el mundo y contra uno mismo. Contra el mundo, que pretende
ser la nica fuerza de la historia. Contra m, que fcilmente me dejo
seducir o desalentar por la constante demostracin del mundo, con lo
cual dejo de esperar activamente la venida de Dios y de clamar hacia
l. Si llega a extinguirse ese clamor hacia Dios, si el gemido degenera en temor, entonces el hombre, frente a la injusticia, no tardar en
hundirse en la cobarda o en pasar a la complicidad.
Orar, pues, para resistir la Ausencia de ese Dios que hace esperar, para dejarse atraer por su Presencia misteriosa hasta el da de su
venida, y para ser hasta entonces el siervo vigilante y fiel. Orar para
214
ORACIN
entregarse incesantemente a esta pregunta: Cuando el Hijo del hombre venga, encontrar la fe sobre la tierra? (18,8).
4.
La oracin de Jess
215
La funcin de la oracin de Jess aparece, pues con toda claridad: en ella se prepara para existir con Dios. Por una parte, en ella se
une a Dios, que es su Padre, que le hace existir, que habla en la Biblia. Por otra, la vida y sus primeras experiencias pastorales le han
enseado unas cuantas cosas. Jess integra todo esto en una reflexin
orada, en la que escucha la palabra de su Padre, que propone a travs
de los profetas los tipos de Hijo del hombre y de Siervo sufriente;
aplica esa palabra a los acontecimientos, que condicionan cada vez
ms su accin, y deduce un proyecto, una identidad. Ahora ya sabe
quin es l, lo que hace y por qu lo hace. Es incluso capaz de arrastrar inmediatamente a los dems a esa misma empresa.
Y as es como puede enviar por delante de s (10,1) a setenta y
dos discpulos que le precedan en el camino que le conduce a Jerusaln. El Reino que va a proclamar en Jerusaln empieza ya a tomar
forma: el sentido de la historia no es, aunque lo parezca, la dominacin de los grandes y los poderosos, de los que Herodes y los jefes de
Jerusaln son los ejemplos ms prximos. El sentido de la historia es
Dios, y nos aproximamos a l cuando los pequeos lo descubren y se
ponen a vivirlo y anunciarlo.
Cuando Jess ve a sus setenta y dos pequeos entrar as en su
obra, en su identidad, descubre que lo que el Padre le descubre a l, a
Jess, l lo hace tambin con otros en torno a s. Lo cual le hace estallar de gozo: Yo te bendigo, Padre, Seor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeos (10,21). Tercera funcin de la oracin, y culminacin de la misma: Jess hace existir a Dios; lo hace al reconocer
en El el origen y el fundamento de su propia existencia. Lo que Jess
es y lo es verdaderamente, libremente, a travs de experiencias, dudas, bsquedas, proyectos y luchas lo es por Dios y con Dios. Al final de esta importante decisin de la vida de Jess, en la accin de
gracias que Jess le rinde, Dios es en la historia ms Dios que antes.
Orar para acceder a la vida
La subida a Jerusaln terminar con la muerte. Jess ora en el
monte de los Olivos; y, gracias a las discretas indicaciones que nos
ofrece Lucas, tambin aqu podemos descubrir las funciones esenciales de esta oracin.
En este dramtico momento de su subida a Jerusaln, Jess se enfrenta con el miedo y con la inmediata amenaza de muerte. Su deseo
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LA ORACIN
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con la oracin y aceptando vivir la abscondeidad, la no-intervencin, sin dejar de afirmar al Dios-Padre. Estas dos primeras funciones de la oracin exigen la tercera, y definitiva, que es situada por Lucas en el corazn mismo de la Pasin, en el grito postrero de Jess:
Padre, en tus manos pongo mi espritu! (23,46).
No hay en el mundo una palabra de hombre en la que Dios sea
tan Dios como en sta!
Jess le llama Padre y habla de sus manos: afirma, pues, a
Dios como un poder que engendra al hombre a la vida. Pero ese
hombre no es ms que un soplo desfalleciente, nada ms que un deseo; un deseo, eso s, totalmente abandonado a s mismo y a los acontecimientos que le frustran, pero un deseo que, a la vez, se abandona
a Dios, caminando humildemente con l hasta el final.
El hombre Jess ha llegado a ser esa palabra nica y definitiva
que hace existir a Dios. El la proclama, la grita porque es revelacin ante el mundo e inauguracin de una era nueva, y del otro lado
de la muerte le responde la palabra del Padre que le resucita: Hijo
mo eres t; yo te he engendrado hoy (Hech 13,33; Heb 1,5; 5,5).
La favorable acogida de la oracin no consiste en que Dios intervenga en los acontecimientos para modificarlos segn el deseo del
hombre, sino en que el hombre recupere la capacidad de dejarse
arrastrar cada vez ms lejos, sin necesidad de que nada cambie. Y al
final est la resurreccin. Orar para acceder a la vida, para saber tomar el camino que conduce a la vida. Nunca para obtener consuelo,
xito y proteccin.
All donde un hombre o una mujer accede a una palabra de abandono y de fe semejante a la de Jess, all est tambin el deseo de
Dios de hallar verdaderos adoradores en espritu y en verdad. La antigua adoracin religiosa del Templo y de los sacrificios rituales ha
quedado superada, el velo se ha rasgado (Le 23,45), Dios es reconocido en el verdadero Templo: el Templo vivo de los hombres y de
las mujeres que acceden a la fe. Padre, en tus manos pongo mi
espritu!
5
La oracin de intercesin
Para la religin, la oracin es esencialmente una peticin apoyada. La peticin expresa aquello de lo que tengo necesidad y que slo
el poder divino puede proporcionarme, porque mis medios son insuficientes. Pero esa peticin puede ir apoyada con splicas, sacrificios, dones, promesas y esfuerzos por merecer que el poder divino
tome nota de mi deseo, salga de su indiferencia, se deje conmover y
pase a realizar la deseada intervencin. Desde ese momento, el que
dicha intervencin la desee yo para m, que soy el que reza, o para
otro por quien yo rezo, es lo de menos. Basta con cambiar la direccin: en el paquete de mritos que envi al cielo en pago de la intervencin deseada, borro mi nombre y escribo el de cualquier otro, vivo
o muerto. Y asunto arreglado!
1. La intercesin por los vivos
A diferencia de la religin, que pone en marcha la oracin para
que Dios acte, el creyente, en cambio, se pone a orar porque Dios
acta y para encontrar l mismo el sentido de esa actuacin una
Presencia que vivifica y atrae su libertad al corazn de la Ausencia,
para acoger l la vida de Dios, ponerse a actuar con El y acceder as
a la accin de gracias.
Si tal es la oracin de la fe, no hay razn alguna para pensar que
pueda degenerar en religin cuando la oracin se hace intercesin. La
oracin de intercesin del creyente funcionar, pues, porque Dios
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ORACIN
LA ORACIN DE INTERCESIN
221
habis sido llamados a la unin con su Hijo Jesucristo, Seor nuestro (1 Cor 1,9).
As pues, en este punto de la intercesin, la oracin, espontneamente religiosa, debe convertirse a un nuevo sentido de Dios, a un
nuevo espacio de relaciones, pero tambin a una nueva percepcin de
nuestro compromiso. En efecto, la crtica proftica de la religin se
aplica tambin a la intercesin: qu fcil y qu superficial es prometer oraciones a quien sufre, y descargar en Dios lo que tendra que
hacer uno mismo! La expresin rezar por ti es muchas veces sinnimo de Adis, muy buenas, y arrglatelas como puedas!
2. Interceder para vivificar la solidaridad
La oracin de intercesin surge, lo mismo que la peticin, en la
segunda funcin de la oracin, en la que uno se dispone a existir con
Dios. Se trata entonces de hacer pasar a la vida concreta la justicia y
el amor que uno recibe de Dios. Y esa vida concreta, yo, que rezo, no
la vivo solo. La vivo con otros; ellos forman parte de mi vida, hay lazos que nos unen y que son casi tan fuertes como los que unen mis
rganos entre si. Su felicidad es mi felicidad, y su infortunio el mo.
Esa vida la vivo, adems, con otros con quienes me voy a encontrar; yo podra pasar sin verlos, o bien crear vnculos y aceptar prolongar hacia ellos y recibir de ellos la vida que todos recibimos de
Dios.
Todos esos seres surgen inevitablemente en mi oracin, ya que es
en ella donde se prepara la existencia en solidaridad activa y real, que
es esencial a la fe: practicar la justicia, amar la piedad. Las dificultades compartidas con esos seres sern tambin la ocasin de formular peticiones. El mero pensar en el infortunio de ciertas personas
queridas, o simplemente de ciertos grupos de hombres, aun desconocidos, despierta en m el temor: la ausencia de Dios, el abandono del
hombre a s mismo y a las fuerzas brutales de la historia, todo eso me
llega, me hiere y me tienta no slo a travs del camino de mi propia
vida, sino a travs de todo lo que es humano y, sobre todo, a travs
de lo humano que me es cercano y querido.
Todo eso que forma mi vida, mis compromisos, mis fidelidades,
mis solidaridades, surge en la segunda fase de la oracin y debe ser
por ella vivificado, pacificado. En la oracin es donde hallar la
certeza de que ninguno de aquellos por quienes rezo es olvidado por
Dios. Y descubrir adems el sentido de la adversidad que ellos estn
222
ORACIN
viviendo, el gusto de la solidaridad activa y fiel para ayudarles a superar la prueba, y el valor para ir ms all de mis peticiones y aceptar
la Ausencia, pero comprometiendo mi presencia.
Orar por los dems para permanecer en la solidaridad. Sin esta
oracin, en cambio, se corre el peligro de decirse enseguida: Es un
tipo acabado, es una situacin desesperada; mira a dnde conduce
siempre la vidal As que, ocupmonos de nosotros mismos. Provecho, egosmo y seguridades!
Orar por los dems tambin para irradiar, para difundir la fe en
Dios, la esperanza y el sentido. Eso se difunde concretamente con la
solidaridad activa y percibida. Pero tambin, y de un modo ms misterioso, con lo que Pablo llama el Cuerpo de Cristo (cf. Ef 4, 12-16).
Cristo es su cabeza, y nosotros los miembros. Los vnculos no son
nicamente entre la cabeza y los miembros, sino tambin entre unos
miembros y otros: Crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo recibe trabazn y cohesin por
medio de toda clase de junturas que llevan la nutricin segn la actividad propia de cada una de las partes, realizando as el crecimiento
del cuerpo para su edificacin en el amor (Ef 4,16).
No hay ms solidaridades reales que las concretas. La mejor manera de engaarse es declararse solidario de todo el mundo, sobre
todo de los que estn lejos. Ser humano es sentirse solidario de toda
la humanidad, ciertamente; pero no se llega a la humanidad ms que
por el camino de los seres concretos, prximos y lejanos, con quienes
se entra en alianza y en solidaridad real. Lo mismo ocurre con el
Cuerpo de Cristo. Es un hipcrita y un mentiroso el que hace funcionar esta solidaridad universal en su oracin de intercesin, pero evita
como la peste la solidaridad concreta que se le presenta.
Orar por los dems? Eso se parece a una transferencia de capitales: te mando un pequeo paquete de oraciones; no tardars en
recibirlas. Quiz fuera preferible decir: orar con los dems. Con
los dems vivo yo esta existencia abandonada a s misma por la Ausencia de Dios; con los dems oro yo para situar la fe en medio de
esta existencia y hacer de ella, los unos con los otros, un camino hacia la Presencia, hacia el encuentro con Aquel que viene.
Se explicite o no, orar es siempre, en primer lugar, un dilogo entre Dios y yo, pero un dilogo en el que los dems se nos unen inmediatamente.
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ORACIN
misma percepcin: la muerte entrega al hombre al Enemigo. Y constituye la ms sagrada solidaridad humana el proporcionar al muerto
las armas que ya no puede forjarse l mismo.
Conscientes de los errores que encubre este pensamiento religioso, otros consideran correcto eliminar totalmente la oracin por los
muertos. Cuando una persona muere, su suerte ha quedado echada,
el asunto est cerrado y ya es intil rezar por l.
Si yo entiendo bien esta reaccin, la diferencia con los primeros
no se refiere a la oracin de intercesin religiosa, la cual no es criticada y funciona para los vivos. La diferencia se refiere nicamente al
hecho de que se piensa que la muerte bloquea la cuenta. El asunto,
pues, concluye antes: justamente a partir de la muerte; pero hasta entonces se ha desarrollado conforme a los mismos principios religiosos: el hombre debe hacerse valer ante Dios y triunfar sobre este implacable Enemigo. Para los primeros, esa accin puede proseguirse
ms All de la muerte, mediante la oracin por los difuntos; para los
segundos, la accin se detiene con la muerte. Ambos estn de acuerdo, sin embargo, acerca del proceso de esa accin.
4.
LA ORACIN DE INTERCESIN
225
de oponerle otra, ms fuerte, y domino la muerte. Y esta otra informacin, ms fuerte que la primera, me viene de la fe. Ella me dice: s,
este hombre muerto est doblemente perdido: es pecador y est
muerto; pero est doblemente salvado, porque Dios perdona y Dios
resucita. Y me dice tambin: s, esta muerte es ya un poco, un mucho,
tu propia muerte; pero tambin t puedes, ya desde ahora, acceder a
la esperanza. Pero dnde recibir yo esta informacin? Dnde podr alcanzarme a m, personalmente, liberando lentamente mi corazn de la angustia y del temor, para poner en l la paz que supera
todo conocimiento (Flp 4,7)? Dnde, si no es en la oracin?
He ah un ser muy querido que la muerte acaba de arrebatarme.
Un intercambio maravillosamente vivificador nos una. El amor entre
nosotros daba y reciba: toda mi alegra de vivir era hacer vivir al
otro y recibir a cambio el mismo don. Y he aqu que la muerte ha
acabado con todo: el otro ha desaparecido. Ya no puedo darle ni recibir nada de l. Es el otro quien ha muerto, pero la muerte se ha instalado tambin en m, reduciendo a la nada cuanto me haca vivir. Y
entonces, no es la oracin por los muertos, ante todo, una oracin contra la muerte; contra una muerte que me amenaza doblemente, porque ni recibo ya nada de quien me haca vivir, ni yo
puedo darle nada?
La oracin contra la muerte me parece que es la forma ms radical de la oracin de la fe, la que lanza al hombre a la confrontacin
ms dolorosa con Dios, pero tambin la ms verdadera, la ms concluyeme.
La muerte me arrebata a un ser querido: en adelante, ya no podr
hacer nada por l, ya no podr hacerle existir; se me escapa, y ese vaco me hiere. En la oracin contra la muerte, debo aprender a dejar
marchar al ser querido junto a Dios. A partir de ahora, es El y slo
El quien le hace existir, y aprendo en la oracin a darle gracias por
ser, El slo, ms fuerte que la muerte. No se trata de resignarse, de
someterse a la cruel voluntad de Dios: la oracin degenerara en religin. En una oracin de la fe, se trata de confiar a Dios el cuidado de
ese ser, cuidado que a m se me escapa en tal medida que debo aprender, en la oracin, a confiarlo a Dios. Cmo no va uno a autodestruirse cuando intenta intilmente retener o llamar de nuevo a la vida
a quien ha muerto, a menos que aprenda a confiarlo a quien es ms
Viviente que uno mismo?
Pero la muerte me golpea tambin al privarme a m de cuanto reciba del ser querido. Su ausencia abre en m un vaco mortal: el que
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Orar contra la muerte y con los muertos es abrirse a esta enseanza del Padre, es acoger la muerte y superarla ya, es crecer en la
esperanza que no falla (Rm 5,5).
5.
Conclusin:
Ese Dios ausente
que inspira confianza
Es el Evangelio de Jess el que nos ha conducido hasta aqu. Y es
tambin al Evangelio al que le corresponde concluir, respondiendo
(tal vez con dureza, pero con toda claridad) al interrogante que plantea el ttulo de nuestro libro. Ese Dios ausente, tan problemtico, es el
que, al mismo tiempo, inspira confianza. El Reino de los Cielos es
semejante a un hombre que, al irse de viaje, llam a sus siervos y les
encomend sus bienes (Mt 25,14).
Por supuesto que la vida sera ms fcil y ms segura si el Amo
no partiera. Pero Dios desea estar ausente para ser el que libera el espacio de la histpria, de la dificultad, del fracaso y del xito; el nico
espacio que puede elaborar el hombre.
Dios quiere estar ausente para ser el que viene (Apoc 1,4), para
ser, por lo tanto, aquel a quien el hombre espera tomando parte real y
arriesgada en la inmensa obra de la vida.
Dios quiere estar ausente para ser aquel a quien escogemos, no
por miedo ni por inters, sino por exigencia del deseo, cada vez mejor
reconocido.
Dios quiere estar ausente para que el hombre pueda acceder a la
felicidad: Dichosos los siervos a quienes el amo, a su regreso, encuentre despiertos (Le 12,37).
As pues, todo nuestro trabajo se ha polarizado en un nico punto: el futuro de la Resurreccin, del hombre perfectamente consumado en el encuentro con el Dios Vivo. Si Cristo no ha resucitado,
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CONCLUSIN
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vana es nuestra predicacin (1 Cor 15,14). Toda bsqueda de sentido que no se oriente a la Resurreccin est condenada al fracaso. En
autntico cristianismo, en un cristianismo que sea fe y no simple religin, la Resurreccin es la nica fuente de sentido para la vida, para
el pensamiento y para cualquier problema.
nicamente el futuro con el Dios-que-Viene puede iluminar esa
mirada que ningn hombre puede evitar dirigir al misterio del Dios
Ausente.