Nuestra Vida y Nuestra Relación Con Dios.
Nuestra Vida y Nuestra Relación Con Dios.
Nuestra Vida y Nuestra Relación Con Dios.
Creo que antes de comenzar a hablar de nuestra relación con Dios, se hace
necesario que reflexionemos cuál es nuestro concepto de Dios, y con ello, de lo que es
transversal a nuestra vida espiritual y eclesial. Y creo en esta necesidad porque nuestras
palabras, y por ende nuestras concepciones, construyen realidad(es). Nos movemos en el
mundo del lenguaje. Por lo tanto, hay a lo menos tres preguntas a realizar. Son preguntas
que creo más de alguno de los presentes habrá realizado. 1) ¿Quién es Dios para mí?; 2)
¿qué sentido tiene para mí ser cristiano?; y, 3) ¿cuál es nuestra motivación al servir a
Dios? La primera pregunta supeditará a las dos siguientes, y luego, nuestras respuestas
son las que están determinando nuestra actual relación con Dios. Estas líneas, tienen la
1
Diplomado en Estudios Bíblicos del Instituto Bíblico Nacional. Estudiante de Licenciatura en Historia con
mención en Estudios Culturales de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. E-Mail:
[email protected].
Texto que corresponde a una exposición presentada en una “vigilia al aire libre” en Machalí organizada por
el Departamento Juvenil de la Iglesia Pentecostal Naciente, el sábado 7 de marzo de 2009.
* Todos los textos bíblicos fueron tomados de la versión Reina-Valera en su revisión de 1960.
Nuestra Vida y nuestra relación con Dios.
intención de ayudarte, trazando lineamientos bíblicos, con los cuales podremos establecer
una relación sana con Dios.
Son muchos los conceptos que la gente tiene de Dios. Algunos se imaginan que
Dios es lejano. El ideal deísta que plantea que Dios creó el mundo, pero que al ver que lo
había hecho perfecto lo dejó de lado. O, simplemente, es un concepto formado por gente
que después de orar por un motivo y al no tener la respuesta esperada piensa que Dios no
lo escuchó. O el que porque ha fallado, cree que Dios lo ha dejado, que se ha olvidado de
él. Es por eso que tienen la imagen de un Dios lejano, al cual para complacer, o para estar
cerquita de él, hay que hacer miles de cosas, llámense oraciones, ayunos, eventos
especiales. Otros piensan que Dios es como un empleador que luego de cumplir la labor
otorgará un sueldo a sus empleados. Por ende, buscan hacer cosas para en un futuro
recibir una corona, u otro premio. Por eso es que han llegado al extremo de señalar que
hay que ganarse la salvación, olvidándose que ésta es un regalo de Dios, que se hace
efectiva en nosotros en el momento en que creímos y aceptamos a Dios. Pero ellos siguen
luchando por ganar la salvación y recibir la corona de la vida, y de pasadita predicando
para ganar una perlita para la corona. Hay quienes ven en Dios a un Juez, castigador por
esencia. Se los escucha señalar: “-Hermanito, no olvide que Dios es amor, pero también es
fuego consumidor”. Ambas son verdades bíblicas, pero sacadas de contexto, por lo que se
constituyen en simples pretextos. ¿Cómo viven? Con miedo. Con miedo a hacer algo que
desagrade a Dios. Tienen miedo a la venida del Señor, miedo al tribunal de Cristo, miedo a
que Dios les castigue, inclusive, tienen miedo a la omnisciencia de Dios. Si los dos tipos de
personas anteriores estaban orientados a hacer, éstos últimos están orientados en no
hacer. Y aparte de los mandamientos bíblicos tienen una larga lista de preceptos que
comienzan con las palabras “no debo hacer”. De ellos habla Richard J. Neuhaus cuando
señala que:
2
Para las personas del primer tipo, ser cristiano tiene la intención de acercarse, o
tratar de hacerlo –muriendo en el intento-, por lo tanto, buscan que Dios les responda. Si
Dios lo hace, son felices; si no lo hace, se desilusionan. Los del segundo tipo, buscan servir
a Dios para agradarle. Y hacen todo y aún más de lo que dice la Biblia. Su meta: un
galardón. Viven con la finalidad de pisar las calles de oro, el mar de cristal, y vivir en la
mansión que hay más allá del sol. Los del tercer tipo, buscan ser cristianos para escapar de
la ira venidera. La doctrina esencial entonces sería la del apartamiento literal y sistemático
de todas las cosas, personas, objetos.
2
Citado por Swindoll, Charles. El despertar de la gracia. (Nashville: Editorial Caribe, 1995), p. 13.
Sobre todo se han olvidado que los creyentes cristianos somos libres, “porque el
Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2ª Corintios 3:17).
El teólogo Charles Swindoll define en su libro “El despertar de la gracia” la libertad de los
creyentes de la siguiente manera:
Esa libertad es uno de los resultados de la obra redentora de Cristo, la que es, sin
lugar a dudas una muestra clara y concreta del amor de Dios (Romanos 5:8). Cuando se es
libre uno debe vivir con libertad, y debe mantenerse firme en ella. También se deja de
preocupar en la aprobación de los demás, se permite a lo demás ser lo que son, se niega a
vivir esclavizado, se mantiene la franqueza respecto a la verdad y se guía a otros hacia la
libertad4.
3
Ibídem, p. 68.
4
Swindoll explica ampliamente en su texto, que ya es un clásico, este tema de la libertad cristiana.
vergüenza, la culpa y nos permite experimentar la gozosa vida junto al Amado de nuestras
almas. Junto a Aquél que vive y permanece para siempre. Cuando amamos no buscamos
pagar ni ganar nada, y con mayor razón no tenemos miedos, sino más bien certidumbres.
Por ello, es que James I. Packer plantea que:
En síntesis, podemos señalar que nuestra relación con Dios está sustentada y
solidificada en su amor eterno que sobrepasa todo nuestro entendimiento (Jeremías 31:3;
Efesios 3:19).
5
Packer, James I. Teología Concisa. Una guía a las creencias del cristianismo histórico. (Miami: Editorial
Unilit, 1998), p. 148.
Lo anterior, nos lleva a declarar que el amor de Dios nos otorga certezas. Cuando
sabemos que Dios nos ama, creemos que:
d. Nada ni nadie nos podrá hacer daño: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si
Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31).
Ése amor tiene implicancias tremendas para nuestras vidas. El apóstol Juan señala
en su primera carta: “Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con
nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. En
esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del
juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino
que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el
que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le amamos a él, porque él nos
amó primero” (1ª Juan 4:16-19). Por ese amor vivimos, somos lo que somos, tenemos
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esperanza, somos perfeccionados y podemos amar. Amamos a Dios simplemente porque
El conocer a Dios es una de las bendiciones del Nuevo Pacto (Jeremías 31:34). Sin
lugar a dudas, uno de los textos que más me ha impactado en mis lecturas de la Escritura
aparece en el libro de Oseas. Dice: “Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré
conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en fidelidad,
y conocerás a Jehová” (Oseas 2:19,20). Me impacta porque Dios nos invita a una relación
de amor con Él. Una relación eterna, justa, amante, fiel. Pero lo que más me impacta que
es una relación de conocimiento. El término “conocer” es usado en la Biblia, en varias
ocasiones, como un eufemismo de la relación sexual. Cuando conocemos a Dios
establecemos con él, y en Él, una relación íntima, espiritual y trascendental. Esta intimidad
nos lleva a la identificación, a la complicidad, a la convergencia, a la dependencia, es
decir, a una relación que necesita porque ama y no a una que ama porque necesita.
Al conocerle podemos distinguir su voz en medio de las otras voces. Jesús señaló
que “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen (…) Mis ovejas
oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (San Juan 10:14,27). Su voz está registrada en
Su Palabra y vive en nuestros corazones. Además, creemos que Dios sigue hablando hoy, y
cuando Dios nos habla no necesitamos que se nos confirme que es Él porque le
conocemos. Conocemos su tierna voz que penetra hasta lo más profundo de nuestro ser,
cambiándonos y cambiándonos para bien. Conocemos esa voz, porque Dios habita en
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nuestros corazones. Y aquí podemos compararnos con Job cuando la Escritura plantea:
“Yo conozco que todo lo puedes, que no hay pensamiento que se esconda de ti (…) De
oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:2,5). Cada momento de nuestra
vida podemos ver las manifestaciones de Dios. Estas palabras nos invitan a saturarnos de
la presencia del Altísimo, y así poder decir “Él es mí Dios”. El conocimiento de Dios es un
conocimiento vivo y constante. Es como un río inagotable.
“La fidelidad de Dios, junto con los demás aspectos de su misericordiosa bondad,
tal como los presenta su Palabra, constituye siempre un sólido fundamento sobre el
cual pueden descansar nuestra fe y nuestra esperanza” 6.
Dios, al ser el mismo de ayer, de hoy y por los siglos, en tanto eternidad e
inmutabilidad, es fiel por antonomasia. El apóstol Juan dice: “Si fuéremos infieles, él
permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo” (2ª Timoteo 2:13). Sabemos que Dios es
fiel. La pregunta es: ¿y nosotros? Humanamente no lo podemos ser. Pero eso no significa
que no podamos llegar a serlo, puesto que “solo unido y comprometido con Dios es que el
hombre puede ser fiel, fidedigno, confiable y estar firme. Por ello, un elemento indiscutible
de la espiritualidad es la fidelidad y la posibilidad de ser digno de confianza. El hombre es
fiel porque obedece la voluntad de Dios (1 S 2.35; Sal 78.8)”7. Asidos de Cristo, todo lo
podemos, porque su poder torna nuestras debilidades en fortaleza (Filipenses 4:13). Sólo
tomados de Dios podemos vivir una lealtad radical
9
6
Ibídem, p. 58.
7
Nelson, Wilton M. Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia. (Nashville: Editorial Caribe, 1998). En Biblioteca
Electrónica Caribe (BECA). Editorial Caribe, 2000.
Esta sensibilidad es factible puesto que Dios estableció con nosotros una relación
de cercanía. La Escritura dice: “Cercano está Jehová a todos los que le invocan, a todos los
que le invocan de veras” (Salmo 145:18); y también: “Cercano está de mí el que me salva”
(Isaías 50:8a). Dios no se pasea en la Iglesia ni se comporta como burócrata. Él está en
todo lugar, pero por sobre todas las cosas está en nuestros corazones. Podemos ir ante su
presencia en cualquier momento y circunstancia de nuestra vida y desde el lugar en el que
nos encontremos.
Esta cercanía permite que nuestra relación con sea de una vivencia constante.
Nuestra relación con el Señor no está basada en lo que escuchamos decir a nuestros
padres o en la Iglesia, o lo que aprendimos de memoria. Nuestra relación por Dios está
basada en vivencias que superan a nuestra razón. El apóstol Juan dijo: “lo que hemos visto
y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y
nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1ª Juan 1:3).
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Eso es lo que llamamos testimonio.
Nuestra relación con Dios tiene el poder de empapar nuestro/a cuerpo, alma,
espíritu, tiempo, espacio, sentidos, mente, voluntad, emoción, conciencia, comunión y
creatividad. Vale decir, todas las áreas de nuestra vida, puesto que la redención lograda
por Cristo en la cruz fue completa, abarcando todo nuestro ser. Cuando lo vivamos
entenderemos qué es adoración, porque seremos adoración. Porque sólo en Dios
podemos sentirnos completos, y por ende, integralmente plenos y con sentido y razón de
vivir. El apóstol Pablo dijo, hablando de nuestro Señor Jesucristo: “Porque en él habita
corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la
cabeza de todo principado y potestad” (Colosenses 2:9,10). Al estar plenos podemos
cumplir con gozo el “gran mandamiento” y la “gran comisión”, puesto que, como diría J. I.
Packer:
Cuando amamos buscamos dar en vez de recibir, porque nos mueve el bien de
nuestro prójimo. Bossuet lo planteó de manera certera, al formular las siguientes dos
frases: “Seamos cristianos, es decir, amemos a nuestros hermanos”. “Quien renuncia a la
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caridad fraterna, renuncia a la fe, abjura del cristianismo, se aparta de la escuela de
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Packer. Op. Cit., p. 190.
Jesucristo, es decir, de su Iglesia”9. El amor a nuestro prójimo debe brotar por nuestros
poros. Es condición sine qua non de un cristiano. Esa es la esencia del evangelio. Bien lo
dijo el sacerdote jesuita Alberto Hurtado:
“Al mirar esta tierra, que es nuestra, que nos señaló el Redentor; al mirar los males
del momento, el precepto de Cristo cobra una imperiosa necesidad: amémonos
mutuamente. La señal del cristiano no es la espada, símbolo de la fuerza; ni la
balanza, símbolo de la justicia; sino la cruz, símbolo del amor. Ser cristiano significa
amar a nuestros hermanos como Cristo los ha amado”10.
“Si pudiéramos nosotros en la vida realizar esta idea: ¿qué piensa de esto el
Corazón de Jesús, que siente de tal cosa…? y procurásemos pensar y sentir como Él,
¡cómo se agradaría nuestro corazón y se transformaría nuestra vida! Pequeñeces y
miserias que cometemos nosotros y que vemos que se cometen a nuestro lado
desaparecerían, y en nuestra comunidad reinaría una felicidad más sobrenatural y
también natural, mayor comprensión, un respeto mayor de cada uno de nuestros
hermanos, pues hasta el último merece que nos tomemos alguna molestia por él, y
que no lo pasemos por alto”11.
Debemos pugnar y vivir para que nuestra sociedad, la sociedad en la que nos
desenvolvemos sea transformada por el poder vivificador de Jesucristo, a través del
mensaje del evangelio de la gracia y de vidas que transmiten dicha gracia. No basta con
9
Citado por Alberto Hurtado s.j. en: “Seamos cristianos, es decir, amemos a nuestros hermanos”.
Conferencia sobre la orientación del catolicismo. En: Centro de Estudios y documentación “Padre Hurtado”
de la Pontificia Universidad Católica. Un fuego que enciende otros fuegos. Páginas escogidas del Padre 12
Alberto Hurtado. (Santiago: Arzobispado de Santiago, 2004), p. 157.
10
Ibídem, p. 159.
11
Alberto Hurtado s.j. “¡Sacerdote del Señor!”. Carta después de haber sido ordenado sacerdote. En:
Ibídem, p. 101.
decir ni pensar ni soñar. Es tiempo mostrar el amor, vivir el amor, dar el amor. Y es tiempo
de hacer obras de amor.
Vivamos alegremente nuestra relación con Dios. De un Dios que nos ama y al cual
nosotros amamos. Ése amor permitirá que nuestras congregaciones sean llenas de
entusiasmo, vitalidad, pasión y osadía. Quitemos esa seriedad mal entendida de nuestra
mentalidad, porque la sonrisa no nos queda mal en los rostros que Dios creó. No nos
queda mal, porque no somos como los payasos que a veces tienen que fingir una sonrisa.
Nuestra felicidad no se sustenta ni en momentos ni en posesiones ni en nada de de esta
vida, porque como decía el Qohelet: “vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés
1:2; 12:8). Nuestra felicidad está sustentada en Aquél que vive y permanece para siempre
y supeditada a su amor.
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