Este documento resume las reflexiones del autor después de 30 años viviendo y estudiando en Chiapas, México. El autor destaca tres características sobresalientes de Chiapas: gran diversidad natural, marcada división entre indígenas y no indígenas, y extrema pobreza de la mayoría de la población, especialmente los indígenas. El autor se ha dedicado a investigar el pasado indígena de la región como historiador, aplicando métodos críticos y buscando comunicar sus hallazgos de manera accesible. A lo
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Este documento resume las reflexiones del autor después de 30 años viviendo y estudiando en Chiapas, México. El autor destaca tres características sobresalientes de Chiapas: gran diversidad natural, marcada división entre indígenas y no indígenas, y extrema pobreza de la mayoría de la población, especialmente los indígenas. El autor se ha dedicado a investigar el pasado indígena de la región como historiador, aplicando métodos críticos y buscando comunicar sus hallazgos de manera accesible. A lo
Este documento resume las reflexiones del autor después de 30 años viviendo y estudiando en Chiapas, México. El autor destaca tres características sobresalientes de Chiapas: gran diversidad natural, marcada división entre indígenas y no indígenas, y extrema pobreza de la mayoría de la población, especialmente los indígenas. El autor se ha dedicado a investigar el pasado indígena de la región como historiador, aplicando métodos críticos y buscando comunicar sus hallazgos de manera accesible. A lo
Este documento resume las reflexiones del autor después de 30 años viviendo y estudiando en Chiapas, México. El autor destaca tres características sobresalientes de Chiapas: gran diversidad natural, marcada división entre indígenas y no indígenas, y extrema pobreza de la mayoría de la población, especialmente los indígenas. El autor se ha dedicado a investigar el pasado indígena de la región como historiador, aplicando métodos críticos y buscando comunicar sus hallazgos de manera accesible. A lo
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E
scribo estas reflexiones al cumplir treinta aos
de vivir en Mxico, la mayor parte de ellos en el estado de Chiapas. Llegu al pas en I,,, y en ese mismo ao pis por primera vez tierra chiapaneca inte- grndome como agente pastoral en la dicesis de San Cristbal de las Casas. Desde este mirador muy particu- lar descubr pronto lo que son, sin duda, las tres caracte- rsticas sobresalientes de la sociedad de ese profundo sur mexicano que es Chiapas: una prodigiosa diversidad na- tural, una marcada divisin entre indgenas y no indge- nas, y la extrema necesidad que padece la mayora de la poblacin, incluido en ella un gran nmero de mestizos urbanos y rurales. Tampoco perd mucho tiempo para comprobar que en esa muchedumbre de pobres los ind- genas ocupan el estrato ms bajo. Tom partido por ellos, no slo movido por mi conviccin tica de cristiano sino tambin debido a mi identidad tnica de flamenco. En Blgica los flamencos habamos sido ciudadanos de segunda clase durante siglos. Slo en fecha muy reciente hemos conquistado nuestra autonoma frente a un go- bierno francfono centralista, muy despectivo de nues- tra lengua. Era, pues, natural que me identificara con aquellos chiapanecos que, adems de ser pobres, se en- contraban marginados de la vida nacional y estatal por ser indios. Tuve la suerte de acercarme a los campesinos mayas en la misin jesuita de Bachajn. Lo hice bajo la inspi- racin de la teologa de la liberacin, entonces en boga entre los agentes pastorales de la dicesis. Empujado por esta corriente ideolgica eclesial, busqu mi propia ma- nera de ayudar a los tzeltales en la tarea de convertirse, de objetos, en sujetos de su propio destino. Restringido por mi condicin de extranjero, decid sacar provecho de mi formacin de historiador recibida en la Universidad Catlica de Lovaina y dedicarme a la investigacin del pasado indgena de la regin. Ahora, seis lustros ms tar- de, puedo observar con satisfaccin que mi trabajo no ha sido en vano. Sin embargo, soy consciente del valor muy relativo de mis indagaciones, debido en primer lu- gar a mis limitaciones personales y en segundo lugar al modesto alcance que tiene, de por s, el oficio de histo- riar. Hay una buena dosis de ficcin en la interpretacin que los historiadores hacemos del pasado ya que nos acercamos a l a travs de unos pocos documentos que, ::: La memoria interrogada* Jan De Vos : CIESAS-Sureste. Desacatos, nm. I,-Io, otoo-invierno :oo, pp. :::-:,o. * Bajo el mismo ttulo, este texto fue publicado en una edicin de autor en San Cristbal de las Casas, :oo. o1oxo-ixviivxo :oo Desacatos iic:nos de manera muy sesgada, representan slo una pequea parte de la realidad. Adems, no podemos evitar leerlos con la distancia que impone el presente en que vivimos y que nos condiciona social y mentalmente. Esta falta de consistencia ha llevado a los profesionales de las ciencias duras a ubicarnos a veces muy cerca de los novelistas. Die Lust zum Fabulieren 1 llamaba Goethe a ese gusto de reconstruir los sucesos segn nuestro punto de vista personal. Pero ese proceder constituye por fortuna slo una cara de la medalla histrica. En el otro lado est el afn de averiguar, con la mayor precisin posible, wie es eigentlich gewesen, 2 como lo dijo otro alemn famoso. En efecto, los historiadores tambin pretendemos hacer ciencia, aunque sea slo interpretativa. Afirmamos que disponemos de una disciplina que lleva casi :, siglos de existencia y que ha recibido no pocas aportaciones y afi- naciones a lo largo del camino. He sido formado en esta venerable escuela de ciencia-ficcin y he seguido apli- cando sus enseanzas a lo largo de mi carrera profesional. En la medida de mis posibilidades he tratado de cultivar siempre una actitud crtica, no slo frente a los documen- tos disponibles sino tambin hacia mi manera personal de interpretarlos. Igual de constante ha sido mi afn de aplicar un tipo de escritura donde la seriedad acadmica no estuviera reida con la amenidad propia de la narra- tiva. Aun la pesquisa ms seria slo tiene sentido y valor si sus hallazgos son comunicados despus a un pblico amplio, dispuesto a ponerles atencin y capaz de enten- derlos. Durante las ltimas tres dcadas el objeto de mi inves- tigacin ha sido el pasado lejano y reciente de Chiapas. ::, Jan de Vos / Archivo personal. 1 El gusto por fabular. 2 Como ha sido realmente. iic:nos Desacatos o1oxo-ixviivxo :oo La entidad as llamada no se reduce al estado que lleva el mismo nombre y menos an al territorio fsico adminis- trado por l. Chiapas es para m ante todo una realidad social, es decir, un conglomerado de seres humanos, fluc- tuante y polifactico, que escapa de los moldes impues- tos por los regmenes que lo gobernaron sucesivamente. En este universo humano he tratado de identificar y resal- tar los diversos comportamientos regionales. Mi inters ha consistido en seleccionar y estudiar sucesos que se pro- dujeron o en espacios ms pequeos que el estatal o en comarcas situadas a caballo sobre la frontera que une a Chiapas con otros estados mexicanos del sureste o con el vecino pas de Guatemala. De nuevo, estoy consciente de que las regiones as descubiertas por m son en parte en- tidades producidas por la informacin objetiva encontra- da en los documentos y en parte construcciones mas. Llevo un buen rato indagando el pasado chiapaneco. Ha sido una labor de largo aliento, comparable al oficio de un psiquiatra que dedica aos a escuchar las confesio- nes de una paciente que viene a pedir ayuda. Digo: una paciente, porque es una sociedad la que he recibido duran- te todos estos aos en mi consultorio de historiador re- gional. Al principio ella me habl slo de sus problemas recientes, utilizando un lenguaje poco articulado. Sin em- bargo, poco a poco fuimos, ella y yo, poniendo orden en nuestras conversaciones y empezamos a desempolvar re- cuerdos ms profundos. Con el tiempo la seora Chia- pas lleg a confiarme cosas ntimas que le haban suce- dido en su niez y en su juventud, pero que no haba querido mencionar antes. A veces se trataba de experien- cias dolorosas que ella mantena almacenadas en el sta- no de su inconsciencia. Tuve que poner mucha atencin y armarme de mucha paciencia para sacarlas a la super- ficie. An no est concluida la terapia, pero despus de tanto tiempo de observar el pasado de mi cliente puedo decir que tengo una idea bastante completa y coherente de su vida. Considero que ha llegado el momento de poner orden en mis anotaciones dispersas y formar un texto a partir de ellas que rescate las confesiones que ms me han impresionado. Las presentar en la forma de una secuen- cia de ensayos que espero sern de fcil lectura, pero cu- ya elaboracin estar sujeta a las reglas que rigen toda investigacin seria. Pero, cules son estas reglas y de qu manera orientan el proceder del historiador? Existen sobre el tema varios manuales excelentes, entre los cuales destaca El oficio de historiar, de Luis Gonzlez y Gonzlez. Desde su aparicin en I,88, este texto ha sido mi libro de cabecera en cuanto a la metodologa que he tratado de aplicar en mis propias publicaciones. Inspirado por l, trac mi propio derrote- ro, al que titul El declogo del historiador. Este escrito es un modesto folleto y de ninguna manera comparable con la erudita y amena sntesis de don Luis. Presenta, en for- ma de mandamientos, los pasos que en mi opinin debe seguir cualquier historiador que se respete. La idea me vi- no de las doctrinas cristianas elaboradas por los misio- neros espaoles del siglo XVI. A la manera de aquellos tratados sencillos y didcticos, explico a los dems y a m mismo que mi oficio incluye diez preceptos que hay que obedecer en su totalidad si se quiere obtener un buen resultado. Slo que en este caso ya no es el profeta :: o1oxo-ixviivxo :oo Desacatos iic:nos judo Moiss el que baja del monte Sina cargando sus dos tablas de piedra, sino la musa griega Clo la que descien- de del Olimpo con un cdice doblado bajo el brazo. Y ya no es el pueblo creyente el destinatario del mensaje di- vino, sino un cenculo de discpulos vidos de aprender la esencia de una disciplina que desde los tiempos de He- rodoto llamamos Historia. El pergamino que Clo abre para nuestro conocimien- to contiene una declaracin programtica que consta de los siguientes diez puntos: I. Elegirs el campo :. Definirs el tema ,. Planears el trabajo . Buscars la informacin ,. Almacenars los datos o. Interrogars las fuentes 7. Explicars los sucesos 8. Estructurars los apuntes ,. Compondrs la obra Io. Comunicars el resultado Creo haber hecho un esfuerzo para cumplir con ese dec- logo mandado a lo largo de los treinta aos que he inte- rrogado la memoria chiapaneca. Recapitulo aqu frente a mis lectores y frente a m mismo el camino transitado. As hago el balance de mi desempeo como historiador regional y de paso abordo algunos problemas que arro- ja la investigacin del pasado de Chiapas. ELEG EL CAMPO? Al igual que el campesino maya que en su parcela busca el terreno ms idneo para el ao venidero, el historiador tambin debe elegir de antemano el campo donde desa- rrollar el estudio. Son cuatro los elementos que tiene que tomar en cuenta en ese esfuerzo inicial de delimita- cin: el espacio, el tiempo, el rea y la posicin desde la cual observar los tres primeros. Para hacer esta seleccin ten- dr razones personales. En mi caso tom las cuatro decisiones hacia I,,,, en la misin jesuita de Bachajn. Recib entonces del padre superior el encargo de indagar las causas del atraso que padecan las comunidades de la regin tzeltal. Me sent co- mo el aprendiz de mdico al que haban pedido elaborar la historia clnica de un enfermo. Me toc, pues, la parte inicial de un diagnstico ms amplio que mis compae- ros en el trabajo pastoral se encargaran de completar. El espacio que escog fue, obviamente, la zona habitada por los indgenas de habla tzeltal, y el tiempo, por razones tambin obvias, la poca colonial y los dos siglos poste- riores a ella. Llegu a identificar estos ltimos :oo aos como poca neocolonial, ya que para los indgenas de Chiapas ni la independencia de I8:I ni la revolucin de I,I, haban producido un cambio real en su vida. Como rea de preferencia se impuso el mundo de los indgenas, no slo observados en s mismos sino tambin en rela- cin con los kaxlanes, como llaman ellos a los mestizos de Chiapas y a cualquier persona que viene de fuera. Fi- nalmente, tom como mirador el lugar donde se ubica el campesino pobre y menospreciado: el de abajo. Con esta cudruple decisin descart todo un abanico de alterna- tivas igualmente vlidas. He sido fiel a aquella limitacin inicial que me puse entonces. A lo largo de los ,o aos posteriores no he querido escribir ni historia nacional ni historia estatal ni an menos historia del poder. El cul- tivo de estos campos, y muchos otros ms, lo he dejado ::, iic:nos Desacatos o1oxo-ixviivxo :oo a los colegas que los han preferido. En ello no hubo de mi parte ningn juicio de valor, sino la simple decisin de seguir una inclinacin y vocacin personal. DEFIN EL TEMA? Antes de lanzarse a la investigacin conviene al historia- dor in spe elegir un tema que cumpla con cinco requisi- tos: que sea posible, original, actual, til y del gusto de uno. Un tema es posible si las fuentes son suficientemente abundantes y de fcil acceso. Es original si an no ha si- do trillado por otros estudiosos. Es actual si se relaciona con algn problema que en el presente ocupa y preocu- pa a la gente. Es til si hace avanzar el conocimiento histrico como tal o ayuda a esclarecer desde el pasado algn proceso que se vive hoy. Finalmente, es del gusto de uno cuando le nace de manera espontnea en vez de ser inducido o impuesto por personas ajenas. El aprendiz que da sus primeros pasos en el terreno de la investiga- cin puede pedir consejo a sus maestros en lo referido a los cuatro primeros puntos, pero sera fatal si aceptara un tema por ser de la conveniencia de algn profesor y no de su propio inters. En mi caso ningn mentor influy en mi eleccin, ms bien al contrario. Mis compaeros en el trabajo pastoral consideraban mi labor de poca relevancia, ya que no vean en qu pudiera ayudar a solucionar la problemtica lace- rante que soportaban los campesinos tzeltales. Tuve, pues, entera libertad para resolver no slo la cuestin de mi gusto sino tambin los otros cuatro asuntos. As, escog los dos objetos de estudio que ahora, tres dcadas despus, siguen cautivando mi atencin: la sel- va Lacandona y las comunidades mayas. No lamento mi decisin. Indagar el pasado de ambos mundos ha sido una aventura que result sorpresivamente fructfera y que me ha procurado enorme satisfaccin personal. Gracias a ella pude dominar poco a poco las dos disciplinas en las cuales me fui especializando sobre la marcha: la his- toria regional y la etnohistoria. Los resultados estn a la vista. Escrib no menos de cuatro libros sobre la selva Lacandona: la antologa Viajes al Desierto de la Soledad ::o Quinientos aos de rezar a los santos / Foto: Pavel Hroch, tomada del libro de Jan de Vos, Nuestra raz (Clo-CIESAS). o1oxo-ixviivxo :oo Desacatos iic:nos (primera edicin: SEP-CIESAS, I,88; segunda edicin co- rregida y aumentada: Miguel ngel Porra-CIESAS, :oo,) y la triloga publicada por el Fondo de Cultura Econ- mica bajo los ttulos La paz de Dios y del rey (primera edi- cin: Fonapas, I,8o; segunda edicin: FCE-SEC, I,88), Oro verde (FCE-ICT, I,88) y Una tierra para sembrar sue- os (FCE-CIESAS, :oo:). Por otra parte, de mi preocupa- cin por los indgenas de Chiapas hablan sobre todo dos textos: Vivir en frontera (INI-CIESAS, I,,, I,,,) y Nues- tra raz (Clo-CIESAS, :ooI). Escrib todos estos libros con pasin, y el hecho de ha- ber encontrado no slo editores sino tambin lectores me confirma que los temas elegidos respondieron a las cua- tro condiciones de posibilidad, originalidad, actualidad y utilidad mencionadas arriba. La trayectoria de la selva La- candona y el destino de la poblacin indgena de Chia- pas cobraron especial importancia en la segunda mitad del siglo XX. Por varias razones ambos procesos ocupan un lugar de excepcin en la historia reciente de Mxico. La colonizacin campesina, la organizacin indgena, la formacin de una iglesia autctona, el refugio guatemal- teco y el movimiento zapatista que all se dieron, o bien son exclusivos de la regin o bien se verificaron all con mayor intensidad que en otras partes del pas. PLANE EL TRABAJO? Con el fin de no perderse en el camino, al historiador le conviene trazar con anticipacin la ruta, fijando el rum- bo y el derrotero del viaje. En otras palabras, debe pla- near el trabajo. Son cuatro las exigencias que aqu han de tomarse en cuenta. En primer lugar, est la obligacin de hacer ciencia, lo que significa en este momento ini- cial convertir el tema escogido en problema. Slo as es posible formular las hiptesis que darn aquella mirada alerta y crtica, tan indispensable en cualquier indagacin seria. Si no se toman estas dos medidas previas, el histo- riador no pasar de ser un simple contador de cuentos, pero sin la gracia del cuentero, especialista en ese oficio. La formulacin de hiptesis es un acto que exige una bue- na dosis de imaginacin creativa, pero no puede darse en el vaco. Depende de un paso previo, el estudio exhaustivo de lo que ya ha sido escrito y discutido en torno al tema elegido. Los acadmicos antiguos daban a ese escrutinio panormico el nombre latn de status quaestionis o esta- do de la cuestin. Una vez presentado el tema como pro- blema de investigacin, enriquecido con la elaboracin de las hiptesis y observado a la luz de opiniones pre- vias, es posible dar el ltimo paso de la planeacin: el di- seo de un esquema de trabajo provisional, anticipacin de lo que un da ser el ndice del libro acabado. Sin ese proyecto es difcil mantener el rumbo y entonces se per- der mucho tiempo durante la investigacin por venir. Cmo he tratado de cumplir con ese tercer manda- miento? No tuve que desarrollar mucha imaginacin pa- ra convertir en problemticos mis dos temas. En I,,, buena parte de la selva Lacandona fue objeto de una in- tervencin agraria por parte del gobierno federal. Por una desatinada resolucin presidencial, ms de ooo ooo hec- treas de selva fueron adjudicadas a un grupo indgena que no llegaba a ooopersonas. La medida unilateral exclu- y de ese reparto populista a otras treinta comunidades cuyos miembros rebasaban los , ooo individuos. Surgi as un problema social y poltico que no dejara de cre- cer en las dcadas posteriores. No es exagerado afirmar que aquel funesto decreto fue la causa lejana del alza- miento zapatista que en esa misma regin tom cuerpo a partir de I,8 y an persiste. En cuanto a la poblacin indgena en general, ella tambin por s sola se haba vuelto problemtica desde el momento en que empe- z a organizarse y a exigir sus ms elementales derechos frente al gobierno estatal y los dems sectores pudientes de la sociedad chiapaneca. Reconozco que me vi obligado a renovar y corregir continuamente mis hiptesis iniciales al ver multiplicar- se las investigaciones sobre Chiapas en las diversas cien- cias sociales. Al principio era yo uno entre pocos, despus tuve que hacer todo lo posible para no desaparecer entre el montn. El acervo de libros y artculos ha crecido enor- memente en cantidad y calidad, de manera que el estado de la cuestin se ha vuelto extremadamente complejo. Tambin la sociedad bajo escrutinio se fue diversificando y por esta razn se hizo cada vez ms difcil de analizar, como lo ilustran de manera elocuente dos fenmenos que afectaron a la gente comn y corriente el primero y ::, iic:nos Desacatos o1oxo-ixviivxo :oo al selecto mundo de la academia el segundo. En I,,o la abrumadora mayora de los chiapanecos eran feligre- ses catlicos y afiliados al PRI. Ahora, medio siglo despus, sus hijos y sus nietos confiesan una multitud de credos religiosos y se pelean el poder poltico desde una decena de partidos y un nmero an mayor de movimientos po- pulares. Igualmente en I,,o, Chiapas careca por comple- to de universidades y centros de investigacin cientfica. Ahora, medio siglo despus, los jvenes pueden escoger entre ms de cincuenta instituciones de educacin su- perior. En medio de esa inusitada efervescencia social y cultural la reflexin pausada es ms que nunca una exi- gencia. Razn suficiente para no cansarse de seguir for- mulando hiptesis originales y elaborar nuevos proyectos de investigacin! BUSQU LA INFORMACIN? Los manuales de historiografa distinguen por lo general cuatro tipos de fuentes que nos hablan del pasado y por ende estn disponibles para su interpretacin: escritas, orales, monumentales y rituales. Como bien se sabe, los documentos escritos siempre han ocupado un lugar de privilegio, a grado tal que muchos libros de historia se apoyan exclusivamente en aqullos. La clsica distincin entre fuentes primarias (documentos manuscritos) y se- cundarias (textos publicados) se refiere slo a esa primera clase de informacin. Ese amor desmedido por las letras se entiende si nos damos cuenta de dnde y cundo na- ci la historia como ciencia moderna: la Europa del siglo XIX. Sin embargo, no es justificable en obras que preten- den indagar el pasado de sociedades o sectores sociales en buena parte grafas. A pesar de que Mxico es un pas que slo es conocible incluyendo el uso de las otras tres variantes documentales, poco o nada se ha hecho al res- pecto en sus universidades. Dnde existe una ctedra de crtica histrica que capacite a los alumnos a manejar las fuentes orales, rituales, monumentales? Cunta gen- te leda e instruida sigue confundiendo tradicin oral con historia oral? Quines entre los historiadores se atreven a abrir el desconcertante abanico de ritos e incluir sus mensajes cifrados en la reconstruccin del pasado? Qui- nes estn dispuestos a imitar a los arquelogos en su afn de reconstruir procesos sociales, econmicos y polticos a partir de algn artefacto, edificio, imagen? Existe entre nosotros disposicin para dejarnos ayudar por los an- troplogos, lingistas y folcloristas en el desciframiento del lenguaje hablado, cantado y figurado? Por mi parte confieso que no he cumplido a cabalidad con el cuarto mandamiento. Formado a la antigua, pens durante mucho tiempo que bastaba el documento escri- to para la reconstruccin del pasado. Comenc la bsque- da de datos, como debe ser, en las fuentes secundarias, tanto las crnicas coloniales como las obras decimon- nicas y ms recientes. Pronto descubr que las bibliote- cas pblicas en Chiapas eran casi inexistentes. En cambio, un pequeo nmero de instituciones acadmicas haban hecho, o estaban haciendo, un esfuerzo loable para cons- truir acervos dignos de consulta. Pas, pues, largos ratos leyendo libros y folletos en la Casa Na Bolom, el Centro de Investigaciones Ecolgicas del Sureste, la Fundacin Arqueolgica Nuevo Mundo y el Centro de Estudios In- dgenas, todos ubicados en la ciudad de San Cristbal de las Casas. Al mismo tiempo empec a comprar a diestra y siniestra las publicaciones ms importantes que se ha- ban escrito sobre Chiapas. No hubo entonces otra mane- ra de tener acceso a la materia prima indispensable para poner la base de cualquier investigacin futura. El ham- bre y la sed de conocimiento me llevaron varias veces a las ciudades de Mxico, Guatemala y Villahermosa, don- de consegu libros que an conservo como reliquias. Entre ellas destacan las ediciones primas de las obras de Ma- nuel Trens, Emeterio Pineda y Marcos Becerra. Una visi- ta a la Academia de Historia y Geografa de Guatemala me proporcion la oportunidad de adquirir la crnica de fray Francisco Ximnez. En cambio, la Historia de fray Antonio de Remesal la conseguira aos ms tarde de paso por Madrid, en el camino a Sevilla y su Archivo Ge- neral de Indias. El Archivo de Indias de Sevilla! Pas ms de medio ao en esta Meca de la historia colonial iberoamericana. Cumpl as con creces el mandamiento moral y acad- mico de peregrinar, por lo menos una vez en la vida, a ese imponente depsito documental. Tuve la fortuna de poder trabajar an en los documentos mismos, antes ::8 o1oxo-ixviivxo :oo Desacatos iic:nos de la computarizacin posmoderna que tambin all se est imponiendo. Ha sido, sin duda, una de las experien- cias ms positivas en mi vida de investigador. La bsque- da de informacin documental es la fase ms gratificante de nuestro trabajo, porque raras veces transcurre un da en que no aparezca en los folios hojeados algn dato nuevo y fresco, con posibilidades de ser utilizado des- pus. Recorr con la energa propia del nefito los diver- sos fondos que la administracin de la corona espaola haba creado a lo largo de tres siglos. Encontr la infor- macin ms abundante en Audiencia de Guatemala, ya que la mayor parte del Chiapas actual haba formado par- te de aquella jurisdiccin durante casi ,oo aos. Datos adicionales fueron apareciendo en Contadura para los asuntos econmicos, en Justicia y Escribana de Cmara para los judiciales, en Patronato para los civiles, militares y eclesisticos, y en Indiferente General que, como dice su nombre, alberga documentos de toda ndole. Resul- tado de esa exploracin fue un acervo de ms de medio centenar de microfilmes y un catlogo mimeografiado en dos tomos que fueron a parar a cuatro centros de investigacin, dentro y fuera de Chiapas. Esta seleccin, a pesar de no ser exhaustiva, ha facilitado el trabajo a va- rios colegas mos, aunque esta ayuda no siempre ha sido reconocida pblicamente por ellos. Comprend as el escaso valor que en nuestro medio se sigue atribuyendo a la ardua cuanto indispensable labor de la catalogacin archivista. Por qu emprend la trabajosa expedicin a Sevilla en vez de quedarme a buscar y revisar primero lo que hu- biera podido encontrar en casa? La razn es muy simple. Chiapas es tal vez el estado mexicano que menos docu- mentacin conserva en sus archivos locales. Los acervos que en Oaxaca y Mrida, por ejemplo, constituyen ver- daderos monumentos coloniales, en Tuxtla Gutirrez y San Cristbal han sido o bien destruidos casi por com- pleto (el civil) o severamente mutilados (el eclesistico). Se trata de una prdida irreparable, no slo en cantidad sino tambin en calidad. La administracin local es la nica que refleja de manera directa y orgnica a la reali- dad procesada. En cambio, la informacin enviada a la lejana Espaa es, salvo pocas excepciones, la que la au- toridad provinciana deba o quera despachar. Es decir, que responda no pocas veces al inters, por parte de sus emisarios, de omitir, minimizar o exagerar los hechos. Este problema de credibilidad afecta asimismo a la do- cumentacin que sobre Chiapas se guarda en el Archivo General de Centroamrica. En l, igual que en el de In- dias, puede hallarse documentacin de las diversas ramas administrativas, tanto en el fondo llamado Chiapas co- mo en el titulado Guatemala. Del primero hice de nuevo un catlogo, esta vez exhaustivo que, asimismo, acompa- ado de los microfilmes correspondientes, se encuentra tambin en las instituciones arriba mencionadas. Sin embargo, han quedado en mi fichero ms de dos mil re- ferencias recopiladas del fondo Guatemala. Esperan ser rescatadas por algn colega ms joven y dinmico que yo, dispuesto a ordenarlas y as ponerlas tambin a dis- posicin de los estudiosos. Dicono tzeltal acompaado por su mujer / Foto: Pavel Hroch, to- mada del libro de Jan de Vos, Nuestra raz (Clo-CIESAS). ::, iic:nos Desacatos o1oxo-ixviivxo :oo En comparacin con los acervos de Sevilla y Guate- mala, los dems archivos dentro y fuera de Chiapas de- ben considerarse de segunda opcin. Entre ellos destaca el Archivo Diocesano de San Cristbal, a pesar de haber sido seriamente mutilado al caer en manos de las tropas carrancistas en I,I,. Muchos documentos fueron enton- ces destruidos junto con los libros de la valiosa biblioteca sobre la historia de Chiapas que haba formado monse- or Orozco y Jimnez durante los : aos que gobern la dicesis de San Cristbal de las Casas. Cuenta la gente que nicamente se salvaron aquellos legajos que el padre Flores, entonces cura de la catedral, logr sacar durante la noche anterior al saqueo. Si esa informacin oral es cierta, el encargado no tena gran inters en la documen- tacin ms antigua, porque son casi inexistentes los pa- peles que se refieren a los siglos XVI y XVII. Un segundo atentado archivstico fue perpetrado en fecha muy re- ciente al ser desmembrados legajos y expedientes. La pe- dacera as obtenida ha sido catalogada con base en una clasificacin absurda por inepta. Adems, en el proceso de restructuracin varios documentos muy valiosos se extraviaron y siguen hasta la fecha en condicin de desa- parecidos. El archivo civil, resguardado en el palacio de gobierno de San Cristbal, no fue vctima de igual atro- pello, slo porque en I8o, ya haba perecido en un incen- dio que destruy el edificio que lo albergaba. La escasa documentacin producida despus por la administracin estatal en Tuxtla Gutirrez fue destruida en I,I, por los mismos soldados que subieron ms tarde al valle de Jovel. Para infortunio nuestro el Archivo Diocesano de San Cristbal no es el nico monumento colonial de esta n- dole que ha padecido arreglos que en realidad son ver- daderos atentados contra la archivonoma. Algo similar sucedi en el ya mencionado Archivo de Centroamrica (ACA) en Guatemala y en el Archivo General de la Na- cin (AGN) en Mxico. All tambin se remplaz la orga- nizacin de procedencia, creada orgnicamente durante siglos, por una ordenacin, temtica en el primer caso, y alfabtica en el segundo. En el AGN de Mxico, por ejem- plo, el estudioso debe recorrer los ficheros de la A a la Z, empezando con abastos y pasando por cabildos, caciques e indios, capellanas, censos, colegios, competencias, con- ventos, curas, diezmos, ejidos, encomiendas, fincas, mi- nas, obras pas, pleitos civiles y criminales, poblaciones, polica, resguardos, residencias, testamentarias, tierras, hasta terminar con tributos. En el ACA de Guatemala le espera un desmenuzamiento an mucho ms rgido que roza a lo manitico. Joaqun Pardo, quien fue el encarga- do del archivo de I,,, a I,o, introdujo una clasificacin que, adems de ser numrica (lleva nmero de expe- diente y nmero de legajo), indica tambin el contenido de cada documento (indica su pertenencia a una de las tres grandes secciones del gobierno colonial Superior Gobierno, Mando Militar y Real Hacienda y dentro de ellas a un tema y subtema) y el ao de su redaccin. El archivo eclesistico de San Cristbal tiene el nombre de diocesano, y no de catedralicio, porque alberga tam- bin una buena cantidad de documentos que provienen de las parroquias chiapanecas. Esta integracin fue obra del obispo Orozco y Jimnez a principios del siglo XX. Sin embargo, varios pueblos conservaron sus expedien- tes in situ, no slo los relativos a la administracin ecle- sistica sino tambin los civiles. En general estos acervos se encuentran en un lamentable estado de conservacin. Me consta que desde hace una dcada se estn haciendo esfuerzos para rescatar lo que escap del abandono y la destruccin. Sin embargo, me acuerdo con amargura de las dos ocasiones en que pude presenciar personalmente el desprecio de la autoridad local por la vieja papelera arrinconada en algn cuartucho oscuro de la casa mu- nicipal. En Chiapa de Corzo y Comitn trat en vano de salvar sendos lotes de documentos a punto de ser llevados al basurero. An guardo como reliquia un expediente del siglo XIX sobre la secularizacin de las fincas domi- nicas de la Frailesca que logr apartar subrepticiamente y salvar as del holocausto. Admito que no me he esforzado lo suficiente para en- trar a otros archivos pblicos resguardados en varios edificios gubernamentales de San Cristbal y Tuxtla. Me desanimaba el difcil acceso a los acervos, su mal estado de conservacin, su nulo ordenamiento y su escasa do- cumentacin sobre la poca colonial, al principio de mi exclusivo inters. En aquellas dcadas de los setenta y ochenta an no se haba iniciado el proceso de rescate que ahora conocemos y disfrutamos. Por esta razn dirig mi bsqueda hacia colecciones privadas dentro y fuera del :,o o1oxo-ixviivxo :oo Desacatos iic:nos pas. En San Cristbal tuve la oportunidad de conocer el acervo de libros raros de la biblioteca de Na Bolom, antes de su saqueo. Tambin me abri las puertas de su biblioteca el profesor Prudencio Moscoso, aunque con la condicin de dedicar primero buena parte de mi pre- cioso tiempo a conversar con l antes de poder tener acceso a los documentos. Pero fueron sobre todo algunas colecciones estadounidenses las que me proporcionaron una cantidad nada despreciable de informacin adicio- nal. Las localic y aprovech en Nueva Orleans (Tulane University), Chicago (Newberry Library), Filadelfia (Phi- losophical Society), Berkeley (Bancroft Library), Austin (University of Texas Library) y, en menor grado, en Wa- shington (Library of Congress). En todas estas visitas hice una recopilacin ms o menos exhaustiva, cuyas referen- cias fueron a parar a un fichero que, una vez ms, espera ser transformado algn da en catlogo ad usum omnium. Me faltaron el presupuesto y el nimo para emprender una gira parecida a travs de Europa, pasando por ciu- dades como Pars, Londres, Berln y, sobre todo, Roma. All, en la capital italiana, el Vaticano y las sedes de las rdenes religiosas que misionaron en Chiapas deben al- bergar documentacin valiosa que an est por localizar y conocerse. Ha sido, pues, digna pero incompleta mi labor de re- copilacin de datos. Por esta razn creo que tarde o tem- prano todos mis libros sern corregidos y aumentados en cuanto a la informacin procesada. An mayor defi- ciencia observo en mis trabajos en cuanto al uso de las fuentes no escritas. Merezco realmente llamarme etno- historiador si veo el poco espacio que supe abrir a la interpretacin de la tradicin oral y ritual de las comu- nidades indgenas que pretendo haber estudiado? Reco- nozco que fue un grave error no haber aprendido algn idioma maya de Chiapas. Ahora, con la memoria ave- riada por la edad, siento que ya no tengo la capacidad de hacerlo, aunque s que es la nica manera de penetrar y moverse en el vasto y maravilloso mundo que se escon- de en el cuento, el rezo, la palabra casual y el discurso festivo. Tampoco tuve mayor preocupacin por incluir en mis interpretaciones el anlisis de imgenes, ni siquiera al abordar temas de historia reciente para los cuales la iconografa ya abunda. Es otro defecto ms con el que cargo debido a la formacin que recib en una escuela exageradamente fascinada por las letras. Por fortuna, tambin en Chiapas aquellas fuentes, por tanto tiempo despreciadas, se estn rescatando e integrando en el es- tudio del pasado y el presente de la poblacin. Son sobre todo los indgenas, mucho ms necesitados de ver su cultura afirmada y aceptada por propios y extraos, los que estn dedicados a esa noble tarea. ALMACEN LOS DATOS? El tipo de fuentes escogidas determina no slo la mane- ra de recopilar la informacin all encontrada sino tam- bin el modo de almacenarla. Si de documentos escritos se trata, hay que hacer anotaciones; si de documentos orales, grabaciones; si de documentos visuales, fotogra- fas y filmaciones. De nuevo, el historiador tradicional recurre principalmente a la primera va de almacena- miento. Mi caso no fue la excepcin. Ya mencion ms arriba los ficheros a donde fueron a parar las referencias a los documentos que localic en los diversos archivos y dems acervos. La redaccin de fichas bibliogrficas, es- critas a mano o mecanografiadas, es el primer paso en esta quinta etapa de la investigacin. Le sigue, como se- gunda fase, la elaboracin de las llamadas fichas de tra- bajo, de tamao media carta y de nuevo escritas a mano, mecanografiadas o computarizadas. Confieso que llevo ya ,o aos escribiendo mis fichas con lpiz y corrigindolas con goma sobre la marcha. No supe o no quise aprovechar el momento de subir al tren expreso de la informtica posmoderna. No acostum- bro llevar mi lap-top a los archivos y anotar all en directo lo que considero de importancia en algn documento. Sigo, pues, llenando por escrito infinidad de tarjetas y no dejo de colocarlas con esmero en cajoncitos de madera que mand fabricar especialmente para ese fin. Como de- be ser, pongo en cada ficha dos encabezados: el primero (a la izquierda) se refiere al asunto de inters, y el segun- do (a la derecha) indica el captulo del libro en gestacin donde pienso utilizar el dato. El hecho de haber elabo- rado de antemano ese ndice provisional me da la posi- bilidad de seleccionar de inmediato el dato relevante y no :,I iic:nos Desacatos o1oxo-ixviivxo :oo perder tiempo en copiar todo lo que encuentro. Sin em- bargo, prefiero exagerar en la anotacin en vez de ser parco, porque ms adelante me estar esperando un se- gundo filtro por el cual pasarn slo los datos dignos de ser integrados en el anlisis posterior. La disposicin de las fichas por captulos revelar pronto si cada uno es- t respaldado por suficiente documentacin. En el caso contrario, elimino el apartado sin futuro y reestructuro el ndice provisional sobre la marcha, en vez de dejar esa intervencin para la redaccin final. De nuevo, llevo tres dcadas haciendo fichas y no veo la necesidad de cambiar una tcnica que me ha dado bue- nos resultados. Todos mis libros y artculos estn endeu- dados con ella y aun los datos de historia y tradicin oral, captados en grabaciones, fueron despus convertidos por m en notas escritas. Muy recientemente, al tener que cambiar de casa y enfrentar el traslado de aquellos car- toncitos pesados, decid deshacerme de la mayora de ellos, junto con los libros que no haba yo abierto en los ltimos cinco aos. Procur seguir as el ejemplo de Da- niel Coso Villegas quien, una vez terminada una obra, acostumbraba eliminar de su biblioteca privada lo que l consideraba digno de ser trasladado a la naciente bi- blioteca de El Colegio de Mxico. INTERROGU LAS FUENTES? Este sexto mandamiento constituye, junto con el spti- mo, el plato fuerte de toda investigacin histrica. Luis Gonzlez, en su libro mencionado, llama ese paso el pro- ceso a las respuestas de la fuente. Yo prefiero poner el acento en el interrogatorio que es la primera fase del di- logo entablado por el investigador con los documentos. :,: Cinco aos de gritar ya basta / Foto: Pedro Valtierra, tomada del libro de Jan de Vos, Nuestra raz (Clo-CIESAS). o1oxo-ixviivxo :oo Desacatos iic:nos Le toca en este momento preciso aplicar la famosa crtica histrica, explicada con tanta precisin en los manuales de los eruditos decimonnicos Ernst Bernheim, Charles Victor Langlois y Charles Seignobos. Sin embargo, son pocos los historiadores que siguen a la letra las cuatro operaciones fundamentales all establecidas y que respon- den a las siguientes preguntas: I) Quin es el autor de la fuente y dnde, cmo y cundo la escribi?; :) pudo y quiso transmitir informacin verdadera?; ,) cmo en- tender bien lo que dice?; ) su testimonio concuerda, completa o contradice otros testimonios? Luis Gonzlez es el primero en aconsejarnos tomar con un grano de sal aquel requerimiento de autenticidad, credibilidad, signi- ficacin y concordancia que debemos hacer a las fuentes que pasan por nuestras manos. Si lo tomamos demasia- do en serio, corremos el peligro de caer vctimas de un positivismo que mata toda creatividad. Me sent, pues, respaldado por la autoridad del maes- tro michoacano, cuando opt por no dejarme quitar el sueo por los lineamientos severos que mi profesor de historiografa medieval, formado en la ms ortodoxa l- nea positivista, me haba inculcado desde su ctedra en la Universidad de Lovaina. Sin embargo, no pude resis- tir la tentacin de intentar, a guisa de divertimento, algn ejercicio de crtica histrica en relacin con la historio- grafa colonial de Chiapas. La vctima de mi requisitorio result ser fray Antonio de Remesal al descubrirle una serie de errores en la versin que sobre la conquista pre- senta en su Historia de IoI,. Entre los ms de veinte tro- pezones destaca su aceptacin del suicidio colectivo de los antiguos chiapanecas en el can El Sumidero. Al someter esa afirmacin a un riguroso examen de crtica interna llegu a la conclusin de que estaba yo frente a una hermosa leyenda. El paso siguiente fue elaborar una hiptesis de trabajo capaz de cautivar mi inters y el de mis futuros lectores. Cul podra haber sido el aconteci- miento que dio pie a la elaboracin legendaria y cundo, cmo y por quin fue creada esa grandiosa mitificacin? Mis indagaciones tuvieron como primer resultado el en- sayo La batalla del Sumidero (Katn, I,8,, e INI, I,,o). La satisfaccin que me haba procurado su escritura fue de corta duracin, ya que pronto fui acusado de agredir los cimientos mismos de la identidad chiapaneca. De es- te combate entre mi razn individual y los sentimientos de toda una comunidad era obvio quin iba a salir ganan- do. Ningn peso tuvo aqu el argumento de que un pue- blo que se suicida en su totalidad no deja descendencia y que por lo tanto los chiapanecos de hoy difcilmente pueden ser los herederos de aquellos que se tiraron de las peas al ro que dio nombre al estado. Aprend de mi desventura intelectual y ya no inclu el tema del suicidio colectivo en otro ensayo que publiqu bajo el ttulo Los enredos de Remesal (Conaculta, I,,:). Confieso que fui demasiado severo con el fraile dominico que sufri la crcel en Guatemala por haber osado escri- bir algunas verdades sobre los poderosos de su tiempo. El libro sigue gustndome porque considero haber logra- do un texto que une de manera satisfactoria dos temas que entonces eran de mi inters particular: la interpre- tacin acuciosa de las fuentes coloniales y el nacimiento de la sociedad chiapaneca. Junto con La batalla del Su- midero ha sido mi contribucin, muy modesta por cierto, a la crtica histrica. Una vez hecho el ejercicio, me des- ped de esta subdisciplina con la certeza de haber cum- plido ampliamente con sus exigencias poco gratas pero a veces indispensables si queremos dominar el oficio a la perfeccin. sta, sin embargo, tiene que ver, mucho ms que con el escrutinio negativo de las fuentes, con el saber explicar e interpretar los datos que ellas nos proporcio- nan. Eso me lleva al mandamiento que ocupa en mi de- clogo el sptimo lugar. De su examen depende realmen- te si pertenezco o no al gremio de los historiadores. Ya no puedo, pues, evitar hacerme la siguiente pregunta: EXPLIQU LOS SUCESOS? La interpretacin de los sucesos, una vez que stos han pasado el examen de su credibilidad y valor interno, es la verdadera esencia del quehacer histrico. Para realizarla estn disponibles varios modelos que slo en teora exis- ten en estado puro y se aplican de manera exclusiva. En la prctica se da generalmente una combinacin de va- rios, aunque casi siempre uno de ellos predomina. De esta manera han sido escritas las grandes obras de his- toriografa y hacemos bien en seguir el ejemplo de los :,, iic:nos Desacatos o1oxo-ixviivxo :oo maestros. Son cuatro los modelos explicativos ms co- munes, cada uno de ellos inspirado por un enfoque dis- tinto que les da su forma y contenido especial. Opera aqu, adems de una posicin ideolgica, la inclinacin particular de cada historiador. Unos prefieren explicar los procesos desde una visin holstica, otros por las in- tenciones de sus protagonistas, otros por sus anteceden- tes, otros por su inmersin en estructuras ms amplias que les dan sentido. Detrs de estas operaciones se es- conden cuatro corrientes que podran asustar por su nomenclatura: totalitarismo, intencionalismo, positivis- mo y estructuralismo. Son los ismosque uno aprendi de joven en la universidad y vio aparecer en los clsicos que tuvo que leer. Pero una cosa es la escuela y otra el es- pacio que uno se abre despus por gusto personal y se- gn las condiciones que ofrece la vida. El gusto me llev a preferir la segunda y la tercera vas, las circunstancias me llevaron a incluir en mis anlisis interpretativos tambin las otras dos. Confieso que me encanta armar un buen relato que avanza en el tiempo y relaciona causas y efectos. Lo hice en la mayora de mis libros, pero sobre todo en la triloga de la selva Lacando- na. En efecto, en esa obra trat de llevar a mis lectores por una larga travesa que se inicia con la conquista de aquella regin por los espaoles y termina en el umbral del tercer milenio. En aquellos tres libros fui tambin en bsqueda de los personajes clave que a mi modo de ver desencadenaron o padecieron los procesos. Llevado a sus ltimas consecuencias, este afn desemboca en la es- critura de una biografa histrica. Incursion una sola vez en este gnero, pero lo hice con enorme satisfaccin. All est como testimonio el pequeo libro que dediqu a la memoria de un hombre excepcional que en la se- gunda mitad del siglo XVI recorri lo ms inhspito de Chiapas y Tabasco: Fray Pedro Lorenzo de la Nada (Co- naculta, :ooI). Narrar sucesos y verlos protagonizados por sujetos humanos ha sido, indudablemente, mi ocupacin pre- ferida. Sin embargo, pienso que no he descuidado en demasa los otros dos modelos. Nunca pudo convencer- me la receta holstica de la interpretacin marxista, pero s opino que cualquier proceso histrico, tanto global como local, puede ser tratado como situacin conflicti- va. Una vez aceptada esa categora universal del conflic- to, toca sin embargo detectar y reconstruir con mucha finura las muy diversas maneras en las que aqul se vive segn el momento y el lugar. Puse mi grano de arena en este sentido al introducir en dos ocasiones el concepto de frontera, que considero como una variante de la eter- na confrontacin que opone y acerca a grupos o perso- nas. Nac en un pas dos veces invadido por su vecino oriental en tiempos recientes y, adems, dividido desde el siglo V por una invisible pero muy real barrera lin- gstica. Tal vez por eso desarroll una sensibilidad espe- cial hacia las dos fronteras padecidas por la mayora de la humanidad: la frrea frontera-lmite, inmvil y ntida, que divide drsticamente en dos un territorio o grupo tnico, y la no menos poderosa frontera-frente, mvil y dinmica sta, que permite a personas o comunidades humanas crear espacios sobre los cuales despus deci- den avanzar o retroceder. No cabe duda de que expe- riencias muy personales originaron la escritura de dos libros mos que abordan esa doble temtica: Las fronte- ras de la frontera sur (UJAT-CIESAS, I,,,) y Vivir en fron- tera. La experiencia de los indios de Chiapas (INI-CIESAS, I,, y I,,,). Es, sin duda, el modelo estructuralista el que menor atraccin ha ejercido sobre m. S que el hombre no se explica sin tomar en cuenta los condicionamientos que le imponen la naturaleza, la geografa, la economa, la psicologa, la cultura, la ecologa y otras situaciones ms. Pero reconozco que siempre me ha costado ejercer esa mirada, ms horizontal que vertical, que identifica e in- terpreta los sucesos por su pertenencia a procesos de lar- ga duracin o entornos de vasta extensin. No soy, pues, aficionado de los Annales, aunque an admiro en varios colegas mos su capacidad de escribir textos que aplican las enseanzas de aquella venerable escuela francesa. Tam- poco me fascina demasiado la tentacin braudeliana de explicar los sucesos desde su insercin en algn sistema de alcance mundial. Siete aos de estudios de filosofa y teologa me causaron una indigestin especulativa que fui curando despus con un tratamiento basado en una mayor atencin a lo concreto y local. Sigo con esta dieta hasta la fecha y confirmo que me he sentido bien al apli- carla ms o menos disciplinadamente. :, o1oxo-ixviivxo :oo Desacatos iic:nos ESTRUCTUR LOS APUNTES? La opcin por algn modelo explicativo est ntimamen- te ligada al empleo de cierto estilo de exposicin. Si- guiendo al maestro Luis Gonzlez, se pueden distinguir cinco maneras de estructurar los apuntes: la investigan- te, la polmica, la narrativa, la estructural y la comparati- va. De nuevo, estos estilos nunca se dan en estado puro sino en combinaciones ms o menos giles donde uno de ellos predomina. Es investigante una obra cuando su autor reproduce para el lector el camino que recorri para obtener el resultado de su investigacin. Es polmi- ca cuando contrapone su propia y nueva versin a otra te- sis ya establecida, pero considerada por l como invlida o insuficiente. Es narrativa cuando presenta los sucesos en forma cronolgica, sin por ello reducir la exposicin al simplismo de una crnica. Es estructural cuando se acerca al pasado como si fuera un presente observado con mtodo de socilogo, economista, antroplogo o po- litlogo. Es comparativa, finalmente, cuando hace resaltar las caractersticas de su tema de estudio contraponin- dolo a otro caso real o idealizado. Si observo el conjunto de mis publicaciones debo reconocer que en ellas predomina el gusto de narrar y que los dems elementos han sido aplicados con mu- cho menor frecuencia e intensidad. Lo polmico y lo investigante estn especialmente presentes en La batalla del Sumidero y Los enredos de Remesal, libros que deben mucho a las enseanzas pioneras que dio Edmundo OGorman en su ensayo Destierro de sombras. Pero, cla- ro, hay una diferencia enorme entre su magistral cues- tionamiento del origen de la devocin a la Virgen de Guadalupe y mi modesta indagacin sobre el mito del suicidio heroico de los antiguos chiapanecas. Tambin de polmico se podra calificar mi folleto El sentimiento chiapaneco (Cecytech, I,,8), ya que califica de fraude electoral el plebiscito por el cual en I8: se decidi la agregacin de Chiapas a la Repblica Mexicana. En cuan- to al estilo comparativo, veo que ste se me ha dado ms al yuxtaponer procesos similares, ocurridos no tanto en latitudes diferentes sino en distintos momentos del mis- mo devenir histrico. Pienso, por ejemplo, en artculos como La comunidad fracturada (:ooo) y Los indios de Chiapas frente al poder establecido (:ooI) donde llam la atencin sobre varios escenarios de violencia en el mundo indgena que se parecen tanto que dan la im- presin de repetirse, a pesar de una separacin de siglos en el tiempo. COMPUSE LA OBRA? Ningn conocimiento cientfico nuevo vale la pena si no llega a comunicarse a los dems. Los ltimos dos manda- mientos refieren a esa conditio sine qua non en el caso de la investigacin histrica. El noveno se ocupa de los cri- terios que deben regir la comunicacin; el dcimo, de los diversos pblicos a los cuales uno puede dirigirse y de los medios que estn a su disposicin para ese fin. Los criterios se reducen, por experiencia propia y ajena, a tres elementos fundamentales que no pueden faltar si no queremos correr el riesgo de ver naufragar toda nuestra empresa. Nuestro libro o artculo de historia debe ser: I) riguroso en su contenido; :) armonioso en su compo- sicin, y ,) atractivo en su exposicin. Es decir, que no basta comunicar a secas, hay que tratar de hacerlo con se- riedad, elegancia y claridad. Hay en el mercado muchos textos que nos ensean cmo no hacerlo, ya que son o superficiales o mal escritos o aburridos. Pero tambin es- tn a la mano obras cuyos autores procuraron responder a las tres exigencias del canon clsico de la perfeccin: producir algo verdadero, bello y bueno. Cumpl con este triple precepto al escribir mis libros y dar mis clases y conferencias? Sera muy presuntuoso contestar afirmativamente. Sin embargo, s ha sido mi preocupacin, desde el primer texto que escrib, respon- der a las tres condiciones mencionadas y establecer un equilibrio entre ellas. Pero son mis lectores y oyentes los que tienen aqu el derecho de emitir un juicio. Que ellos decidan si he sido serio, claro, interesante y didctico al formular mis opiniones, hiptesis, deducciones y con- clusiones! Pero, de qu pblico se trata realmente? Para saberlo falta examinar mi compromiso con el ltimo precepto: :,, iic:nos Desacatos o1oxo-ixviivxo :oo COMUNIQU EL RESULTADO? Ya vimos ms arriba que una investigacin es vana si no llega a comunicar sus resultados. Ya vimos tambin a qu virtudes la comunicacin debe aspirar para que sea aceptable. Pero an falta ver cul puede o debe ser el p- blico al que se dirige y cules los medios disponibles para llevarla a cabo. Hemos decidido seguir movindonos en el alto nivel acadmico que se nos exigi para la elabo- racin de nuestras tesis de grado o estamos dispuestos a escribir y hablar a un auditorio ms amplio? En el pri- mer caso, nuestro pblico se reducir al gremio de los colegas y la comunidad, siempre muy reducida, de as- pirantes a investigadores o maestros. Pero si elegimos la segunda opcin, se nos abre todo un abanico de gru- pos diferenciados segn su edad, cultura y condicin social. El tipo de pblico que entonces veremos enfrente adultos, jvenes, nios, campesinos, maestros de es- cuela, alumnos de secundaria y preparatoria, amas de casa, profesionistas de toda clase, etctera influir po- derosamente en la manera en que iremos comunicando nuestros resultados. Y una vez convencidos de las bon- dades de la divulgacin, buscaremos otros caminos, ade- ms de la escritura, para llegar a nuestro pblico. No se excluye, por supuesto, la elaboracin de textos accesibles, como son, por ejemplo, un libro en una coleccin popu- lar o algn folleto ilustrado. Pero, por qu no intentar canalizar nuestro conocimiento hacia una obra de tea- tro, un programa televisivo, una serie de plticas radia- les, un guin museogrfico, un video, etctera? Admito que opt por la segunda opcin desde el mo- mento en que me sent a escribir mi tesis de doctorado, en la misin de Bachajn. La batalla diaria con el idioma escrito a travs de un diccionario de bolsillo neerlan- ds-espaol me impuso la condicin inevitable de expre- sarme en un lenguaje sencillo. No he podido ni querido desviarme de ese camino que escog hace ,o aos; en cambio he tratado de seguir fiel a la decisin, asimismo tomada entonces, de poner mi trabajo al servicio de la causa indgena, sin por ello olvidarme de la seriedad que exige la investigacin. De vez en cuando algn lector u oyente me hace llegar seales de que tom la decisin correcta. Si he logrado dirigirme a un pblico amplio y diverso, lo debo en buena medida a los aos que aprend a predicar en el templo frente a los auditorios ms di- versos y complejos. All tambin me inici en el arte de utilizar imgenes y parbolas en vez de limitarme a con- ceptos abstractos, siempre con el fin de llegar mejor a la gente. He incursionado en los terrenos del video, del pro- grama de radio, de la entrevista televisiva, del guin museogrfico; pero han sido muy espordicas estas ex- periencias. Sigo siendo un hombre de libros que pasa la mayor parte de su tiempo sentado en un escritorio. Mis esfuerzos de divulgacin han desembocado en varias pu- blicaciones, entre las cuales cuatro me agradan particu- larmente: Viajes al Desierto de la Soledad (I,8o, :oo:), antologa razonada de textos sobre la selva Lacandona en los ltimos dos siglos; Nuestra raz (:ooI), introduc- cin a la historia de los pueblos indios de Chiapas en cinco lenguas (espaol, tzeltal, tzotzil, chol, tojolabal); Fray Pedro Lorenzo de la Nada (I,8o-:ooI), homenaje a un excepcional defensor de los indios de su tiempo, y El sentimiento chiapaneco, opus - (I,,:, I,,8), en- sayo escrito con el fin de explicar, a travs de la imagen de un cuarteto de msica de cmara, la decisin que to- maron los chiapanecos de independizarse de Espaa y agregarse a la nacin mexicana. Aqu termina mi interrogatorio con base en el dec- logo del historiador. Con ello quise matar dos pjaros de un tiro. Formul, en primer lugar, algunas inquietudes en torno a la memoria chiapaneca tal y como puede ser rescatada a travs del estudio de sus mltiples fuentes y las obras que ya han sido escritas a partir de ellas. Y en segundo lugar me hice algunas preguntas sobre el alcan- ce de mis propios intentos de historiar esa memoria. Creo que el balance arroja, a pesar de los inevitables errores y omisiones, un saldo positivo. As llegu a pen- sar al ver mi nombre en la entrada de la biblioteca del CIESAS-Sureste, centro que vio nacer varias publicacio- nes mas. Gracias por esta distincin, que se me da cuan- do an puedo disfrutar plenamente de ella. Los libros que con los aos coleccion y ahora conforman mi mo- desta biblioteca personal estn ya con ganas de enrique- cer algn da el acervo que desde hoy lleva mi nombre. :,o