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El marido engaado, de Pedro Orgambide
De Historias con tangos y corridos, Editorial Abril, Buenos Aires, 1984.
Haca mucho tiempo que Gualterio (o Walter Reed, autor de fotonovelas) sospechaba que su mujer lo engaaba. Aquella sospecha haba crecido con los aos, hasta transformarse en un monstruo que los celos alimentaban da a da. Sin embargo, Gualterio no tena ninguna prueba de la infidelidad de su esposa. Ella continuaba siendo tan tierna y solcita como en los primeros tiempos del matrimonio. O quiz ms: ahora Silvia viva pendiente de cada gesto del marido y trataba de complacerlo siguiendo cada una de sus pequeas manas. Silvia era, como suele decirse, una mujer de su casa. Su prolijidad, su limpieza, llegaban a extremos difciles de igualar. Si Gualterio arrojaba al azar la ceniza del cigarrillo, all encontraba el cenicero que la mano de Silvia le alcanzaba. As, nunca la ceniza llegaba al suelo ni los reproches a los labios. Jams Gualterio pudo protestar por una camisa arrugada o un pauelo extraviado. l escriba desde las ocho hasta el medioda, almorzaba con su mujer y despus del caf iba a vender su mercadera. "Voy a hacer la puta", sola decir, pero a Silvia no le gustaba ese lenguaje. Por lo tanto, l aprendi a medir sus palabras, a no decir, de tal o cual editor, que era un turro con suerte. Quiz no fuese este un gran esfuerzo para Walter Reed quien, por razones de oficio, saba administrar las palabras y venderlas a un precio razonable. Pero para Gualterio, que despreciaba su trabajo, aquello significaba una exigencia desmesurada. "Antes no hablabas as", le recordaba Silvia. l lo admita y prometa enmendarse. Gualterio volva al atardecer despus de vagar por las redacciones, en donde tena fama de tipo divertido. Abra la puerta y se encontraba con los patines. Varios aos de matrimonio le haban dado cierta prctica en patinaje sobre encerado y Gualterio se deslizaba suavemente hasta el silln donde Silvia lea. La besaba, comentaba alguna incidencia de su raro trabajo, mientras fumaba, los ojos fijos en los cuadros del living, o en las piernas de su mujer, a la que deseaba todava. A veces terminaban acostndose, otras, yendo al cine. "Te amo, te amo". Gualterio escriba en la mquina aquellas dos palabras que le daban dinero, mientras Silvia, en la terraza, se tostaba al sol. Gualterio inventaba situaciones dramticas, prolongaba indefinidamente los desencuentros de sus personajes y beba el caf que Silvia le haba preparado. Pensaba en el prximo verano, en los das que pasara con Silvia junto al mar. Y en el otro. Porque exista otro, sin duda. Lo sospechaba por el sueo agitado de Silvia, por esa manera de agarrarse a la almohada. No, no eran meras fantasas. Estaba seguro de que haba otro, ese que Silvia convocaba en el sueo, lejos de l, de su desesperada e intil vigilancia. Silvia volva de su bao de sol, untuosa de cremas. Abra la ducha del bao y cantaba. "Es lo ms divertido que he odo en mi vida". Sus compaeros de redaccin festejaban sus chistes. Oa sus risas y ellas lo animaban a contar otro y otro chiste ms, hasta que, por fin, fatigado por su propio histrionismo, se retiraba entre los rostros sonrientes y las voces que repetan el elogio: "Qu Gualterio este!" Es posible que Gualterio fuera un muchacho divertido. En las reuniones familiares decan que era el alma de la fiesta. Es posible, ya que Gualterio asista deportivamente a cuanto casamiento y bodas de plata se celebraban en la familia. Siempre con Silvia. En opinin de los parientes, formaban una pareja ideal. A veces Gualterio llegaba a creerlo, dispuesto, como estaba, a tomar en cuenta la opinin de los dems. Es cierto que cuando Silvia le acercaba un sandwich para que dejara de beber y de "hacerse el gracioso con las chicas", como ella deca, a l le sobrevena una leve nusea y un malestar en el estmago. Entonces, mientras tragaba la miga, el jamn y el queso del emparedado, degluta una dosis de desazn y otra de rabia. Sobre todo si Silvia bailaba con los primos, con aquellos empleados de banco y comisionistas que se contoneaban al comps del mambo... Qu rico es, es, es. Tal vez alguno de esos impetuosos primos se acostaba con ella... Baila, mi bien. Quiz fuera uno de esos innumerables jorges que le daban palmaditas en la espalda de Gualterio y le decan "a ver cundo se vienen por casa" ...Qu requetebuena ... ea! Y entre tanto la sidra, tibia en las copas, los sndwiches, las masas a medio comer, aumentaban el malestar de Gualterio hasta lo intolerable. Volva Silvia, con las mejillas encendidas y, tomando a Gualterio de la mano, lo invitaba a bailar. Fue al regreso de una de aquellas fiestas, cuando Gualterio descubri el engao. Por primera vez advirti que Silvia haba sacado la fotografa del casamiento y tambin las otras, las que registraban algunos felices momentos de su vida en comn: aquellas de las vacaciones en el mar y otras en las sierras de Crdoba y tambin aquella postal tan graciosa del Parque de Diversiones, en que ellos y otra pareja, "un matrimonio amigo", como deca Silvia, viajaban en un increble auto de cartn. Todas las fotos (que ella exhiba bajo el vidrio de la mesita de luz) haban desaparecido. Todas, menos una: aquella de la plaza del pueblo, cuando eran jvenes, muy jvenes, en la poca en que Gualterio escriba versos y otras tonteras. Silvia y Gualterio se acostaron para hacer el amor. Cada vez que volvan de una fiesta cumplan con aquella ceremonia, excitados an por la bebida y por el ruido, y cada vez (ahora Gualterio lo descubra) ella apagaba la luz. S, ya no caba la menor duda: mientras Silvia se entregaba en la oscuridad, no era l quien la posea sino ese maldito muchacho de la foto, ese joven de dieciocho aos, apasionado y loco. Era ese inoportuno adolescente a quien Gualterio, ms conocido por Walter Reed, autor de fotonovelas, ya ni recordaba.