Antropologia Del Desarrollo Arturo Escobar

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CULTURA, AMBIENTE Y POLTICA


EN LA ANTROPOLOGA CONTEMPORNEA





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CULTURA, AMBIENTE Y POLTICA
EN LA ANTROPOLOGA CONTEMPORNEA











Arturo Escobar

















INSTITUTO COLOMBIANO DE ANTROPOLOGA
MINISTERIO DE CULTURA

3

Ministro de Cultura


Directora del Instituto Colombiano de Antropologa
Mara Victoria Uribe



Arturo Escobar
Instituto Colombiano de Antropologa


Isbn:



Primera edicin
Agosto, 1999


Impreso en Colombia-Printed in Colombia






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TABLA DE CONTENIDO



1. Introduccin: cultura, ambiente y poltica en la antropologa contempornea

Primera parte
ANTROPOLOGA DEL DESARROLLO

2. El desarrollo y la antropologa de la modernidad

3. Planificacin

4. El desarrollo sostenible: dilogo de discursos

5. Antropologa y desarrollo


Segunda parte
ANTROPOLOGA Y MOVIMIENTOS SOCIALES

6. Lo cultural y lo poltico en los movimientos sociales de Amrica Latina

7. El proceso organizativo de comunidades negras en el Pacfico sur colombiano


Tercera parte
ECOLOGA POLTICA

8. Cultura poltica y biodiversidad: Estado, capital y movimientos sociales en el Pacfico
colombiano

9. De quin es la naturaleza? La conservacin de la biodiversidad y la ecologa poltica
de los movimientos sociales

10. El mundo postnatural: elementos para una ecologa poltica anti-esencialista


Cuarta parte
ANTROPOLOGA DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGA

11. Viviendo en Ciberia?

12. El final del salvaje: antropologa y nuevas tecnologas

13. Gnero, redes y lugar: una ecologa poltica de la cibercultura


Bibliografa
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AGRADECIMIENTOS

El presente volumen es el resultado de mi creciente relacin con el Instituto Colombiano de
Antropologa, as como del apoyo e iniciativa de tres personas en el Instituto, a quienes quiero
agradecer de manera particular: Mauricio Pardo y Mara Victoria Uribe, por su apoyo decidido a
la idea y el inters en el trabajo y, muy especialmente, Eduardo Restrepo, por el animo que me ha
dado para adelantar el proyecto, por montar los textos y por encargarse de la edicin del libro en
su conjunto. Quisiera igualmente agradecer a Manuela lvarez por sus traducciones de varios de
los textos en ingls (captulos 6, 9, 10, 11 y 13), esencial para el xito de la empresa y, estoy
seguro, a veces frustrante y tediosa; Claudia Steiner, por vincularme al proyecto de investigacin
Cauca Sierra; Mara Luca Sotomayor y Carlos Vladimir Zambrano por abrirme las puertas de
este proyecto; y Juana Camacho por haberme invitado por primera vez a dar unas charlas en el
Instituto, ya hace casi seis aos. A todos ellos, igualmente, por mltiples ideas y dilogos sobre la
antropologa en Colombia y ms all de las fronteras de nuestro pas.

Como explicar en la introduccin, los artculos aqu recogidos cubren un espacio de seis aos
(1993-1998) y estn marcados tanto por mi trabajo acadmico en Estados Unidos y participacin
en debates intelectuales en Amrica Latina como por mi vinculacin como investigador a
procesos sociales en Colombia, particularmente en el sur de la costa Pacfica. Entre 1993 y 1998,
he pasado cerca de 24 meses en el pas. Me parece pertinente, y me es placentero, agradecer a los
amigos y colegas ms cercanos al desarrollo de los intereses acadmicos y polticos relacionados
con estos textos, entre los cuales se encuentran, adems de los arriba mencionados, Alvaro
Pedrosa (Universidad del Valle); Libia Grueso, Carlos Rosero, Yellen Aguilar, Victor Guevara y
Leyla Arroyo (Proceso de Comunidades Negras); Alberto Gaona, Jess Alberto Valdez y Jaime
Rivas (Fundacin Habla/Scribe, Cali); Claudia Leal, Enrique Snchez, Jos Manuel Navarrete y
Alfredo Vanin (Proyecto Biopacfico).

Los artculos aqu contenidos aparecieron originalmente en diversos medios de la siguiente
manera: captulo 2, en La Invencin del Tercer Mundo. Construccin y Deconstruccin del
Desarrollo (Bogot: Editorial Norma, 1998); captulo 3, en El Diccionario del Desarrollo, ed.
Wofgang Sachs (Lima: Pratec, 1996); captulo 4, en Revista Foro, N
o
23, 1994; captulo 5, en
Revista Internacional de Ciencias Sociales (Unesco) N
o
154, 1997; captulo 6, en Las Culturas de
la Poltica/la Poltica de las Culturas: Repensando los Movimientos Sociales en Amrica Latina,
ed. Sonia lvarez, Evelina Dagnino y Arturo Escobar (Caracas: Editorial Nueva Sociedad, 1999);
captulo 7, en Ecologa Poltica (Barcelona), N
o
14, 1997; captulo 8, en Antropologa en la
Modernidad, ed. Mara Victoria Uribe y Eduardo Restrepo (Bogot: Ican, 1997); captulo 9, en
Journal of Political Ecology (1999); captulo 10, en Current Anthropology Vol. 40 N
o
1, 1999;
captulo 11, en Organization Vol. 2 N
o
3-4, 1995; captulo 12, en la Coleccin La Ciencia y las
Humanidades en los Umbrales del Siglo XXI, Unam, Mxico, 1997; captulo 13, en
Women@Internet: Creating New Cultures in Cyberspace, ed. Wendy Harcourt (Londres: Zed
Books, 1999). Agradezco a las respectivas editoriales o revistas su permiso para que los ensayos
aqu contenidos fueran utilizados en este volumen. El captulo 6 (Lo cultural y lo poltico en los
movimientos sociales de Amrica Latina) fue escrito junto con Sonia lvarez y Evelina Dagnino,
mientras que el captulo 7 (El proceso organizativo de comunidades negras en el Pacfico sur
colombiano) con Libia Grueso y Carlos Rosero. Agradezco a ellos el permiso para reproducirlos
en este volumen.

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1. INTRODUCCIN: CULTURA, AMBIENTE Y POLTICA
EN LA ANTROPOLOGA CONTEMPORNEA



De la antropologa se puede decir, como de las otras ciencias sociales y humanas, que mantiene
una estrecha relacin con dos procesos diferenciables pero interrelacionados: de un lado, la
situacin y los cambios sociales de la poca y, del otro, la produccin de teora social en general,
la cual tambin es en gran medida especfica a una poca. Parecera, a veces, que las ciencias
sociales y humanas se olvidaran de esta doble atadura, y que anduvieran por su cuenta, un poco
solas y desubicadas. No obstante, es innegable que no existen por fuera del contexto histrico,
como errneamente suponen ciertas tendencias de las ciencias fsicas y naturales.

Los artculos aqu presentados son un reflejo de esta doble atadura. Por un lado, exploran
procesos sociales intensificados por el momento histrico, como son el desarrollo, la
problemtica ambiental, los movimientos sociales y las nuevas tecnologas. Por el otro, se
insertan en los debates tericos ms actuales en campos como el postestructuralismo, la economa
poltica, la fenomenologa, los estudios culturales y la teora feminista. Esta conjuncin de lo
social y lo terico, ambos en sus manifestaciones ms intensas, caracterizan estos textos. Son
textos antropolgicos, pero cuentan historias que van ms all de esta disciplina.


La antropologa y los tres modos de narrar la modernidad

Habra, por supuesto, que ubicar estos textos dentro de lo que algunas autoras llaman la
modernidad capitalista patriarcal de los ltimos doscientos aos, pero esto desbordara
cualquier introduccin. Quisiera, sin embargo, sealar cierto aspecto de su linaje intelectual que
me parece pertinente. A grandes rasgos, y siendo sin duda simplistas, podramos decir que la
teora social occidental moderna se debate actualmente entre tres grandes paradigmas. Primero, el
paradigma dominante, la teora social liberal, basada en los principios del individuo, el mercado y
una nocin de sociedad, Estado, etc. muy marcadas por la experiencia histrica de Europa. Los
fundamentos de esta teora fueron puestos desde la Ilustracin, pasando por Smith, Ricardo y
Mills, llegando hoy en da hasta las teoras neoliberales en la economa, cierto relativismo en la
filosofa y otras tendencias dominantes en las ciencias sociales como la rational choice theory.
Una crtica al paradigma liberal se encuentra en el marxismo el cual, en vez de basarse en el
individuo y el mercado, tom como puntos de partida la produccin y el trabajo. Opone a una
antropologa del valor de uso, la abstraccin del valor de cambio; desplaza la nocin de excedente
total por la de plusvala (teora de la explotacin); enfatiza el carcter social del conocimiento en
contraste con la epistemologa dominante que sita el conocimiento en la conciencia individual;
hace aparecer al mercado como producto de la historia y no como efecto de una simple
acumulacin de excedentes regulados por una mano invisible; sita el motor de la historia en la
lucha de clases; y presenta el fetichismo de las mercancas como rasgo cultural esencial de la
sociedad capitalista. En dcadas recientes, el marxismo dio origen a teoras tales como la
dependencia, la articulacin de modos de produccin, sistemas mundiales, regulacin,
postfordismo, etc.

Estos dos grandes cuerpos tericos son an importantes. Sin embargo, no proporcionan
respuestas a ciertos procesos sociales y culturales, y se quedan cortos en las preguntas que pueden
imaginar. Sin duda que el marxismo continua siendo esencial, aunque no suficiente, para pensar
el mundo globalizado capitalista de hoy en da; mientras que el liberalismo sigue siendo la teora
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dominante. No obstante, en el espacio abierto entre una teora liberal dominante pero que ya no
convence dado que las operaciones ideolgicas a su interior dejan entrever sus aspectos ms
grotescos, y un marxismo que se debate dudoso en su necesidad de renovacin, surge una
tercera gran vertiente en la teora social moderna, el postestructuralismo. Esta vertiente coloca en
la base del conocimiento y de la dinmica de lo social no el individuo/mercado ni la
produccin/trabajo sino el lenguaje y la significacin. El resultado es bien diferente en cuanto a la
explicacin de lo social y a los modos de accin, incluyendo la prctica poltica.

Nacida de la lingstica estructural, la hermenutica y la filosofa del lenguaje hace ya un buen
nmero de dcadas, la teora postestructuralista comenz a florecer a finales de los sesenta y ha
alcanzado cierta madurez en los ltimos quince aos. Su premisa fundamental es que el lenguaje y
la significacin son constitutivos de la realidad. Es a travs del lenguaje y el discurso que la
realidad llega a constituirse como tal. Esto no equivale a negar la existencia de la realidad material,
como algunas crticas simplistas sugieren. En los diferentes captulos del presente libro, el lector
asiduo encontrar indicaciones contundentes de que ste no es el caso. Tampoco, como se afirma
con frecuencia, es acertado que el postestructuralismo, al enfocarse en el discurso, hace imposible
la accin poltica y los juicios de valor. Todo lo contrario: cambiar la economa poltica de la
verdad que subyace a toda construccin social (para usar un trmino de Foucault) equivale a
modificar la realidad misma, pues implica la transformacin de prcticas concretas de hacer y
conocer, de significar y de usar. Como veremos en el captulo 10, por ejemplo, los modelos
locales de naturaleza conjuntos de significado-uso del entorno indican un modelo cultural
diferente del mundo y, por ende, una construccin de un mundo-lugar o mundo-regin diferentes.
A esto apunta el movimiento social de comunidades negras con su concepto del Pacfico como
territorio-regin de grupos tnicos (captulo 9).

Quiero ser claro en que el postestructuralismo no reemplaza al materialismo histrico, ni a otros
tipos de economa poltica. Estos continan siendo esenciales para la comprensin del mundo
capitalista contemporneo, desde el neoliberalismo en Colombia a la globalizacin. El
postestructuralismo es, simplemente, otra teora social, es decir, una forma diferente de hacer
sentido de la realidad circundante. Por ejemplo, entre las muchas cuestiones que el
postestrucuralismo aborda, que no se encuentran suficientemente desarrolladas en el marxismo,
estn las siguientes: la produccin de identidades y subjetividad a travs de prcticas de discurso
y poder; el anlisis de la relacin entre poder y conocimiento en la produccin de lo real y la
identificacin de sitios y formas subalternas de produccin de conocimiento, cuyo potencial para
reconstrucciones de mundos puede entonces ser alimentado; las dinmicas culturales de
hibridacin que, segn algunos, caracterizan las sociedades modernas en Amrica Latina; y un
delineamiento de la modernidad como configuracin cultural y epistmica particular. Veremos en
el siguiente captulo como un enfoque postestructuralista cambia por completo el tenor de las
preguntas que nos podemos plantear acerca del desarrollo, sus modos de funcionamiento y sus
posibles alternativas. El postestructuralismo, dira finalmente a modo de aclaracin, no es un
marco privilegiado en relacin a los otros paradigmas. Proporciona distintas preguntas/respuestas
posibilitando otro posicionamiento poltico en relacin a las teoras mencionadas anteriormente.
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Me parece que la antropologa tiene una afinidad natural con el postestructuralismo. Su lema
temprano de percibir desde el punto de vista del nativo aunque problemtico, como ya
sabemos, y domesticado casi desde su nacimiento por intentos de corte ms positivista que
interpretativo ya anunciaba la importancia del anlisis de la historicidad de todo orden social y
cultural que es inherente al postestructuralismo. Con la metfora de culturas como textos,
introducida por Geertz en los setenta, se intentaba vincular ms directamente a la antropologa
con las corrientes lingsticas. Pero no fue hasta el advenimiento de la mal llamada antropologa
postmoderna, en la segunda mitad de los ochenta, cuando se da una confluencia efectiva entre
antropologa y postestructuralismo (captulo 2). Preferira ver esta tendencia como una
antropologa de corte postestructuralista. Retiene del estructuralismo la crtica a la idea
burguesa/moderna del sujeto/individuo como ente autnomo; pero no sita la produccin del
sujeto y la cultura en estructuras universales y atemporales, sino en la historia misma: en
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discursos y prcticas concretos que la etnografa debe develar. No da por sentadas la cultura y la
identidad, sino que se pregunta por los procesos que devienen en identidades y culturas
particulares, en relacin con prcticas de todo tipo y con formas de conocimiento y de poder. Me
atrevera a decir, incluso, que el parentesco de la antropologa y del postestructuralismo surge de
la importancia que tiene para ambos la significacin como elemento esencial (el elemento
esencial) de la vida misma.

Los textos que siguen son de esta forma postestructuralistas sin ambigedad alguna. Quisiera que
el lector los interpretara, ms all de sus contenidos particulares, como un llamado a cultivar estos
tipos de anlisis, o al menos a escucharlos. Si bien es cierto que en su corta carrera el
postestructuralismo y algunos de sus campos de aplicacin ms inmediatos como la crtica
literaria, los estudios culturales y la teora feminista han cometido sus excesos, esto puede
achacarse a su juventud y al camino que an queda por recorrer. Recordemos, al menos, que todos
los otros paradigmas han cado en sus propios excesos, algunos de ellos muy costosos. No
sufrimos acaso de los efectos terribles de un mundo creado bajo los dictados frreos de la teora
liberal, desde el individualismo egosta y desmedido a la devastacin social y ecolgica causada
por los mercados libres? Y, acaso no hay quienes incluso matan a nombre de este u otro modo
de produccin (y no quiero con ello equipar a los paramilitares con la guerrilla, sino poner de
relieve como se justifica el uso de las armas)? Habr que imaginar otras maneras de respetar las
libertades individuales desde economas y relaciones sociales justas e igualitarias, el fin del
capitalismo. Entre tanto, abramos la posibilidad, como sugiere el postestructuralismo, de pensar y
actuar de otro modo.

Pero debo contextualizar ms estos textos. En primer lugar, estn marcados por su lugar de
produccin institucional, la academia norteamericana. Ya me refer brevemente a la
antropologa postmoderna, un fenmeno netamente norteamericano que comenz a comienzos
de los ochenta, particularmente en las universidades del rea de San Francisco y en la Universidad
de Rice en Houston, desde donde se ha extendido a muchas partes del mundo (captulo 2). Fue en
estas mismas universidades donde con mayor claridad se comenz a cultivar el
postestructuralismo y a importarlo a la antropologa. De hecho, los antroplogos estuvieron en la
vanguardia de este proceso. Este contexto se manifiesta en las discusiones tericas y las
referencias bibliogrficas, as como el hecho de que la gran mayora de los textos fueran
publicados inicialmente en ingls. Paradjicamente, como algunos pensarn, encontr in the
belly of beast un espacio generalmente abierto y progresista donde se pensaba con cierta
novedad temas socialmente importantes: la crtica al desarrollo, los movimientos sociales, el
gnero y las identidades tnicas, la ecologa poltica. Tal vez por su mismo tamao, que permite
una heterogeneidad de enfoques, la academia norteamericana alimenta espacios de pensamiento
crtico que difcilmente pueden encontrarse en otras partes.

El segundo contexto importante de produccin de estos textos, en el nivel acadmico, lo
conforman las investigaciones sobre movimientos sociales y, en menor medida, los estudios
culturales, ambos en Amrica Latina. Desde mediados de los ochenta he seguido muy de cerca los
debates sobre movimientos sociales en nuestro continente en las distintas disciplinas, con colegas
en varios pases, y contribuido a ellos. Es esta para m una de las reas ms vitales e innovadoras
del pensamiento crtico en el continente (captulo 6). Incluira aqu mi encuentro con la
antropologa colombiana, que ha tenido mucho que ver con debates sobre desarrollo,
movimientos sociales y estudios culturales. Este campo de investigacin est ligado al tercer
contexto que quisiera mencionar, el contexto poltico de los movimientos sociales en Colombia y
la situacin del pas en general. Sin duda el factor intelectual y poltico ms importante de mi
contacto con el Pacfico ha sido el encuentro con un grupo brillante y comprometido de activistas.
Una buena parte de los textos aqu incluidos reflejan la importancia de este contexto poltico. Ms
reciente es mi encuentro con el ambientalismo del pas, que ya se refleja en varios de los textos.
Me parece que el ambientalismo colombiano est pasando por un momento clave y muy
productivo, a pesar de las violencias que se ciernen sobre l.

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Del desarrollo a las nuevas tecnologas

El presente volumen abarca cuatro temticas singulares, pero interrelacionadas: el desarrollo, los
movimientos sociales, la ecologa poltica y la tecnociencia. El abordaje explcitamente
antropolgico de estos temas, como se ver, sugiere formas distintas de entenderlos en relacin
con las de otras disciplinas.

1. La antropologa del desarrollo

Esta seccin presenta los lineamientos generales del anlisis del desarrollo como discurso; pero
desde la antropologa, es decir, el desarrollo como prctica cultural. Para ello, comienza por
ubicar al desarrollo dentro de la antropologa de la modernidad, como prctica que vincula de
forma sistemtica la produccin de conocimiento experto con formas de poder. Analizar al
desarrollo como discurso significa suspender su naturalidad aparente, contribuir a darle una crisis
de identidad. Cmo, a travs de qu procesos y con qu consecuencias nos definimos frica,
Asia, Amrica Latina como subdesarrollados? (captulo 2). La planificacin es, desde esta
perspectiva, una prctica paradigmtica de la modernidad y su racionalidad. Desde los inicios de
la era del desarrollo, la planeacin del desarrollo fue el smbolo ms potente de este discurso.
La planificacin fue as la tecnologa poltica ms importante del proyecto de la modernidad en el
Tercer Mundo, as sus cultores la asuman como lo ms neutral posible (captulo 3). Con el paso de
los aos, la planificacin y el desarrollo colonizaron lo ambiental. Con el desarrollo sostenible,
llegamos a erigirle templos a la gestin ambiental. An estamos en esas, aunque ya se vislumbran
otras formas de pensar la naturaleza, la biodiversidad y la sustentabilidad (captulo 4). Podramos
preguntarnos finalmente (captulo 5) si la antropologa puede conducir a otra forma de estudiar el
desarrollo y si la prctica antropolgica podr llegar a trascender la dicotoma estril entre una
antropologa para el desarrollo antropologa aplicada al servicio de las agencias del
desarrollo y una antropologa del desarrollo definida como el anlisis crtico del aparato del
desarrollo como prctica cultural. Aunque este dilema tiene ms pertinencia en el contexto
anglosajn, donde la antropologa para el desarrollo est ms consolidada, no deja de tener
relevancia en el mbito latinoamericano, dentro del cual los antroplogos se ven obligados cada
vez ms a circular entre el Estado, las Ongs, la academia y los movimientos sociales.

2. La antropologa de los movimientos sociales

Podrn los movimientos sociales reorientar el desarrollo en formas culturalmente ms
apropiadas, socialmente ms justas y ecolgicamente ms sustentables? En los movimientos
sociales de hoy en da vemos algunas pautas para ello. Hay que comenzar por entender,
especialmente como antroplogos, la forma en que los movimientos sociales encarnan una crtica
de las culturas dominantes. Al investigar simultneamente la dimensin cultural de lo poltico y la
dimensin poltica de lo cultural, nos damos cuenta de que los movimientos sociales
contemporneos ponen en marcha una poltica cultural por medio de la cual las luchas
culturales devienen en hechos polticos. La afirmacin misma de la alteridad cultural y las
persistencia de las prcticas de diferencia se convierten en actos polticos, cuya efectividad puede
ser canalizada en ciertos casos por estrategias polticas colectivas (captulo 6). Este principio de la
poltica cultural el ineluctable entrelazamiento entre lo poltico y cultural en los movimientos
sociales contemporneos puede verse en ejercicio en el caso del movimiento social de
comunidades negras del Pacfico sur (captulo 7). Desde esta perspectiva, son las prcticas de las
comunidades negras e indgenas, y no las acciones del Estado, las que construyen la democracia y
la sostenibilidad en esta regin.

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3. La antropologa de la naturaleza y la ecologa poltica

Si el Pacfico colombiano no puede ser entendido sin discutir los movimientos sociales, el
desarrollo y el capital, la consideracin de las diversas construcciones de la conservacin de la
biodiversidad en la regin es igualmente ineludible. La preocupacin por la biodiversidad
obedece a una coyuntura mundial, la problematizacin de la conservacin de la especie humana y
la irrupcin de lo biolgico como hecho global, que los movimientos sociales de muchas partes
del mundo tratan de apropiarse para sus estrategias polticas, culturales y de conservacin
(captulo 8). Como resultado de este proceso, y en su encuentro con las instancias del aparato
conservacionista nacional e internacional, los movimientos sociales como el movimiento de
comunidades negras del Pacfico han producido una serie de innovaciones conceptuales y
polticas que constituyen una ecologa poltica alternativa que es importante analizar (captulo 9).
A un nivel muy general, lo que est en juego es la naturaleza de la naturaleza en s misma. Al
intentar abarcar en un solo marco las mltiples formas de produccin de lo natural que existen hoy
en da desde los bosques tropicales a los laboratorios de la biotecnologa donde se disean los
nuevos cuerpos, cultivos, ciborgs, etc. nos daremos cuenta de que existen varios regmenes de
naturaleza principales, cuya hibridacin por actores sociales diversos pareciera hacerse
inevitable. Finalmente, tendramos que concluir que con las nuevas tecnologas moleculares
hemos entrado a una poca postnatural, lo cual genera preguntas muy profundas con relacin a
una de las grandes preocupaciones de la antropologa de todos los tiempos, la relacin entre
naturaleza y cultura. Como antroplogos, podremos adntrarnos en la investigacin de estos
procesos si decidimos participar resueltamente en el campo emergente de la ecologa poltica, que
desborda la antropologa pero cuyo desarrollo depende en gran medida de ella (captulo 10).

4. La antropologa de la ciencia y la tecnologa

Es innegable que las nuevas tecnologas informticas, de computacin y biolgicas estn
transformando de modo fundamental las estructuras de la modernidad, incluyendo los
significados y prcticas de vida, trabajo, economa y lenguaje. Trastornan las grandes preguntas
de nuestro tiempo, como el desarrollo, la globalizacin, el capitalismo, lo orgnico y lo artificial
(captulo 11). En el contexto anglosajn, y en algunos pases de Amrica Latina y Europa, las
incursiones de los estudios sociales de la ciencia han dado paso a los estudios culturales de la
tecnociencia y, ms concretamente, a un campo nuevo y dinmico en nuestra disciplina, la
antropologa de la ciencia y la tecnologa. Este campo ya ha sido testigo de importantes trabajos
etnogrficos de las realidades virtuales, el ciberespacio y los laboratorios de biotecnologa, entre
otros. Es importante empezar a pensar en la forma de avanzar este proyecto desde las situaciones
y necesidades de Amrica Latina (captulo 12). El uso del internet y las nuevas tecnologas
informticas y comunicacionales, por ejemplo, est teniendo un gran impacto sobre las prcticas
de activismo de los movimientos sociales y las Ongs, desde los de grupos de mujeres hasta los de
los indgenas y los ecolgicos. Las redes de los movimientos evidencian nuevas prcticas e
identidades que no pueden ser entendidos apelando a los modelos convencionales de identidad.
Un tipo de activismo transnacional pareciera estar apareciendo que modifica la cuestin de lo
global y lo local y que sugiere formas de pensar el mundo en trminos de glocalidades, lugares,
flujos y redes. All debemos tambin estar los antroplogos (captulo 13).


Un lugar para la antropologa y la antropologa del lugar

La globalizacin y las nuevas tecnologas que la subyacen parecieran estar dando al traste con la
capacidad de los lugares para su propia reproduccin, es decir, para la configuracin de las
prcticas culturales y normas que rigen la vida social. En esto, por supuesto, slo profundizan
procesos que ya haban comenzado con la modernidad, el capitalismo y el desarrollo. Ms an, las
ciencias sociales contemporneas han devenido profundamente globalocntricas, si no
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globalitarias. Los discursos de la globalizacin, por ejemplo, sitan la capacidad para crear y
transformar en lo global. A lo local slo le queda adaptarse o perecer. En la economa poltica, los
lugares slo pueden ser reconstituidos por el capital como reserva de trabajo barato y no pueden,
por s mismos, crear condiciones para una resistencia significativa. Este desprecio por el lugar
tiene sus races ms profundas en la historia de la filosofa occidental, que ha desdeado
sistemticamente desde Aristteles el lugar, subordinndolo al Espacio y al Tiempo. Sabemos los
antroplogos, por supuesto, que ni siquiera la globalizacin est borrando de la faz de la tierra las
especificidades del lugar. stas se reconvierten, resisten o se recombinan con otros elementos
llegando a producir una gama de configuraciones impresionante. Con esto no quiero minimizar el
impacto de la globalizacin y del capitalismo salvaje que hoy impera, sino subrayar la
importancia de plantearse la defensa del lugar como proyecto terico, poltico y ecolgico.

En su nfasis en la defensa del territorio, por ejemplo, muchos movimientos sociales se
plantean una defensa del lugar como espacio de prcticas culturales, econmicas y ecolgicas de
alteridad a partir de las cuales se pueden derivar estrategias alternativas de desarrollo y
sostenibilidad. En la resistencia a los productos transgnicos y la mercantilizacin de la
biodiversidad, podemos ver igualmente una defensa del cuerpo, la naturaleza y la alimentacin
como prcticas de lugar, lejos de las prcticas normatizantes de la modernidad capitalista. Hasta
las mismas nuevas tecnologas de la comunicacin, en principio terriblemente deslocalizantes,
estn siendo utilizadas de manera creativa por muchos actores sociales para la defensa del lugar.
De esta forma, aunque la lgica de la virtualidad cierre espacios en el mundo real a travs de su
alianza con la economa capitalista globalizada, ella misma en su forma del ciberespacio se
presta para una prctica poltica que contribuye a la defensa del lugar. La antropologa ecolgica,
finalmente, en su documentacin etnogrfica de modelos locales de naturaleza, proporciona
elementos invaluables para lanzar una defensa del lugar.

Como antroplogos, podramos preguntarnos: quin defiende el lugar? Quin habla por l? Es
posible articular una defensa del lugar donde figure como punto de anclaje para la construccin de
teora y para la accin poltica? En ltima instancia, la pregunta puede formularse como un
aspecto de la imaginacin utpica para nuestro tiempo: es posible redefinir y reconstruir el
mundo desde la perspectiva de las mltiples prcticas culturales, ecolgicas y econmicas de la
alteridad existentes en muchos lugares del mundo? No es sta una utopa absoluta, sino relativa
(en el sentido de Manheim), en la medida en que el mundo siempre est siendo reconstruido en
toda prctica de diferencia, en todo acto de resistencia y en muchas estrategias polticas de
oposicin a las fuerzas normatizantes de la modernidad capitalista patriarcal. Acaso es imposible
imaginar otras formas de vida social, econmica y cultural? No slo la voluntad paranoica de
quienes detentan el poder capitalistas, narcotraficantes, polticos convencionales, violentos de
todo tipo pueden capturar los deseos colectivos; stos pueden tambin ser codificados por
proyectos liberadores, as sea dentro de los mismos parmetros de la modernidad. Si bien la
expansin tecnocientfica parece irreversible, no tiene que ser catastrfica para los grupos
populares y el ambiente. Esto supone la creacin de nuevos territorios existenciales. Lo que aqu
he llamado la defensa del lugar podra ser un punto de partida para ello. Me parece que es uno de
los temas que la antropologa puede abordar hoy da con mayor acierto terico y poltico.
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PRIMERA PARTE:


Antropologa del desarrollo




1. Los tres paradigmas que he sealado no son homogneos, por supuesto, ni son fcilmente
comparables, probablemente debera decirse que son inconmensurables. El postestructuralismo, por
ejemplo, tiene una gran gama de cultores, desde sus innovadores tempranos Foucault, Derrida,
Deleuze y Guattari, principalmente hasta sus mltiples practicantes contemporneos en los
estudios culturales, feministas, las comunicaciones, la geografa y la antropologa, entre otros. Las
diferencias pueden ser muy significativas. En los siguientes artculos, como se har pronto evidente,
utilizo primordialmente el postestructuralismo de Foucault, pero igualmente el de otros autores,
como Donna Haraway. Aunque he identificado tres corrientes principales, stas no agotan el campo
de la teora social. Una corriente en la filosofa occidental es la fenomenologa. Como una filosofa
no dualista de la experiencia humana, busca explicar la relacin entre experiencia y conciencia,
conciencia y cuerpo/mundo, sin apelar a un mundo externo objetivo como el cartesianismo y
sin postular la existencia de imgenes y metforas mentales como base de la cognicin, como en la
ciencia cognitiva. La fenomenologa pareciera estar teniendo un renacimiento interesante, por
ejemplo, en la antropologa ecolgica y la biologa de Maturana y Varela (captulo 10). Por otro
lado, tendramos que considerar tambin la existencia de modelos de pensamiento no occidentales
como opcin terica sobre la realidad, desde el budismo a los modelos indgenas. Esta posibilidad
est siendo favorecida en las discusiones sobre conocimiento local (captulo 10).



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2. EL DESARROLLO Y LA ANTROPOLOGA DE LA MODERNIDAD


En su discurso de posesin como presidente de los Estados Unidos el 20 de enero de 1949, Harry Truman
anunci al mundo entero su concepto de trato justo. Un componente esencial del concepto era su llamado
a los Estados Unidos y al mundo para resolver los problemas de las reas subdesarrolladas del globo:

Ms de la mitad de la poblacin del mundo vive en condiciones cercanas a la miseria.
Su alimentacin es inadecuada, es vctima de la enfermedad. Su vida econmica es
primitiva y est estancada. Su pobreza constituye un obstculo y una amenaza tanto
para ellos como para las reas ms prsperas. Por primera vez en la historia, la
humanidad posee el conocimiento y la capacidad para aliviar el sufrimiento de estas
gentes ... Creo que deberamos poner a disposicin de los amantes de la paz los
beneficios de nuestro acervo de conocimiento tcnico para ayudarlos a lograr sus
aspiraciones de una vida mejor ... Lo que tenemos en mente es un programa de
desarrollo basado en los conceptos del trato justo y democrtico ... Producir ms es
la clave para la paz y la prosperidad. Y la clave para producir ms es una aplicacin
mayor y ms vigorosa del conocimiento tcnico y cientfico moderno. (Truman,
1964).

La doctrina Truman inici una nueva era en la comprensin y el manejo de los asuntos mundiales, en
particular de aquellos que se referan a los pases econmicamente menos avanzados. El propsito era
bastante ambicioso: crear las condiciones necesarias para reproducir en todo el mundo los rasgos
caractersticos de las sociedades avanzadas de la poca: altos niveles de industrializacin y urbanizacin,
tecnificacin de la agricultura, rpido crecimiento de la produccin material y los niveles de vida, y
adopcin generalizada de la educacin y los valores culturales modernos. En concepto de Truman, el
capital, la ciencia y la tecnologa eran los principales componentes que haran posible tal revolucin masiva.
Slo as el sueo americano de paz y abundancia podra extenderse a todos los pueblos del planeta.

Este sueo no era creacin exclusiva de los Estados Unidos, sino resultado de la coyuntura histrica
especfica de finales de la Segunda Guerra Mundial. En pocos aos, recibi el respaldo universal de los
poderosos. Sin embargo, no se consideraba como un proceso fcil. Uno de los documentos ms influyentes
de la poca, preparado por un grupo de expertos congregados por Naciones Unidas con el objeto de disear
polticas y medidas concretas para el desarrollo econmico de los pases subdesarrollados lo expresaba
as:

Hay un sentido en el que el progreso econmico acelerado es imposible sin ajustes
dolorosos. Las filosofas ancestrales deben ser erradicadas; las viejas instituciones
sociales tienen que desintegrarse; los lazos de casta, credo y raza deben romperse; y
grandes masas de personas incapaces de seguir el ritmo del progreso debern ver
frustradas sus expectativas de una vida cmoda. Muy pocas comunidades estn
dispuestas a pagar el precio del progreso econmico. (Naciones Unidas, 1951:15).
1


Lo que propona el informe era nada menos que la reestructuracin total de las sociedades
subdesarrolladas. La declaracin podra parecernos hoy sorprendentemente etnocntrica y arrogante,
ingenua en el mejor de los casos; sin embargo, lo que requiere explicacin es precisamente el hecho de que
se emitiera y tuviera sentido. Demostraba la voluntad creciente de transformar de manera drstica dos
terceras partes del mundo en pos de los objetivos de prosperidad material y progreso econmico. A
comienzos de la dcada del cincuenta, esta voluntad era ya hegemnica en los crculos de poder. Pero en
vez del reino de abundancia prometido por tericos y polticos de los aos cincuenta, el discurso y la
estrategia del desarrollo produjeron lo contrario: miseria y subdesarrollo masivos, explotacin y opresin
sin nombre (Escobar, 1998a). La crisis de la deuda, la hambruna (saheliana), la creciente pobreza,
desnutricin y violencia son apenas los sntomas ms patticos del fracaso de cincuenta aos de desarrollo.


14
Orientalismo, africanismo, desarrollismo

Hasta finales de los aos setenta, el eje de las discusiones acerca de Asia, frica y Amrica Latina era la
naturaleza del desarrollo. Desde las teoras del desarrollo econmico de los aos cincuenta hasta el
enfoque de necesidades humanas bsicas de los setenta que pona nfasis no slo el crecimiento
econmico per se como en dcadas anteriores, sino tambin la distribucin de sus beneficios, la mayor
preocupacin de tericos y polticos era la de los tipos de desarrollo a buscar para resolver los problemas
sociales y econmicos en esas regiones. Aun quienes se oponan a las estrategias capitalistas del momento
se vean obligados a expresar sus crticas en trminos de la necesidad del desarrollo, a travs de conceptos
como otro desarrollo, desarrollo participativo, desarrollo socialista y otros por el estilo. En resumen,
se poda criticar un determinado enfoque, y proponer modificaciones o mejoras en concordancia con l,
pero el hecho mismo del desarrollo y su necesidad, no podan ponerse en duda. El desarrollo se haba
convertido en una certeza en el imaginario social.

De hecho, pareca imposible conceptualizar la realidad social en otros trminos. Por doquier se encontraba
la realidad omnipresente y reiterativa del desarrollo: gobiernos que diseaban y ejecutaban ambiciosos
planes de desarrollo, instituciones que llevaban a cabo por igual programas de desarrollo en ciudades y
campos, expertos de todo tipo estudiando el subdesarrollo y produciendo teoras ad nauseam. El hecho de
que las condiciones de la mayora de la poblacin no mejoraban sino que ms bien se deterioraban con el
transcurso del tiempo no pareca molestar a muchos expertos. La realidad, en resumen, haba sido
colonizada por el discurso del desarrollo, y quienes estaban insatisfechos con el estado de cosas tenan que
luchar dentro del mismo espacio discursivo por porciones de libertad, con la esperanza de que en el camino
pudiera construirse una realidad diferente.
2


Ms recientemente, sin embargo, la elaboracin de nuevos instrumentos analticos en gestacin desde
fines de los aos sesenta, pero cuyo empleo slo se generaliz durante los ochenta ha permitido el
anlisis de este tipo de colonizacin de la realidad en forma tal que pone de manifiesto cmo ciertas
representaciones se vuelven dominantes y dan forma indeleble a los modos de imaginar la realidad e
interactuar con ella. El trabajo de Michel Foucault sobre la dinmica del discurso y del poder en la
representacin de la realidad social, en particular, ha contribuido a develar los mecanismos mediante los
cuales un determinado orden de discurso produce unos modos permisibles de ser y pensar al tiempo que
descalifica e incluso imposibilita otros. La profundizacin de los anlisis de Foucault sobre las situaciones
coloniales y postcoloniales realizada por autores como Edward Said, V. Y. Mudimbe, Chandra Mohanty y
Homi Bhabha, entre otros, ha abierto nuevas formas de pensamiento acerca de las representaciones del
Tercer Mundo. La autocrtica de la antropologa y su renovacin durante los aos ochenta han sido tambin
importantes al respecto.

Analizar el desarrollo en trminos del discurso permite mantener el foco en la dominacin como lo
hacan, por ejemplo, los primeros anlisis marxistas y, a la vez, explorar ms productivamente sus
condiciones de posibilidad y efectos ms penetrantes. El anlisis del discurso crea la posibilidad de
mantenerse desligado de l [discurso del desarrollo], suspendiendo su familiaridad, para analizar el
contexto terico y prctico con que ha estado asociado (Foucault, 1986:3). Permite individualizar el
desarrollo como espacio cultural envolvente y a la vez abre la posibilidad de separarnos de l, para
percibirlo de otro modo. Esto es lo que trata de lograr en la presente seccin de este libro.
3


Analizar el desarrollo como discurso producido histricamente implica examinar las razones que tuvieron
tantos pases para comenzar a considerarse subdesarrollados a comienzos de la segunda postguerra, cmo
desarrollarse se convirti para ellos en problema fundamental y cmo, por ltimo, se embarcaron en la
tarea de des-subdesarrollarse sometiendo sus sociedades a intervenciones cada vez ms sistemticas,
detalladas y extensas. A medida que los expertos y polticos occidentales comenzaron a ver como problema
ciertas condiciones de Asia, frica y Amrica Latina en su mayor parte, lo que se perciba como pobreza
y atraso apareci un nuevo dominio del pensamiento y de la experiencia llamado desarrollo, todo lo cual
desemboc en una estrategia para afrontar aquellos problemas. Creada inicialmente en Estados Unidos y
Europa occidental, la estrategia del desarrollo se convirti al cabo de pocos aos en una fuerza poderosa en
el propio Tercer Mundo.

El estudio del desarrollo como discurso se asemeja al anlisis de Said de los discursos sobre el Oriente:

... el orientalismo puede discutirse y analizarse como la institucin corporativa para
tratar a Oriente, tratarlo mediante declaraciones referentes a l, autorizando opiniones
15
al respecto, describindolo, ensendolo, definindolo, rigindolo: en resumen, el
orientalismo como estilo occidental de dominacin, reestructuracin, y autoridad
sobre Oriente ... Mi argumento es que sin examinar el Orientalismo como discurso
posiblemente no lograremos entender la disciplina inmensamente sistemtica de la
cual se vali la cultura europea para manejar e incluso crear poltica, sociolgica,
ideolgica, e imaginativamente a Oriente durante el perodo posterior a la Ilustracin.
(Said, 1979:3).

Desde su publicacin, este libro de Said ha generado numerosos estudios e inquietudes acerca de las
representaciones del Tercer Mundo en varios contextos, aunque pocos de ellos han hecho referencia
explcita a la cuestin del desarrollo. No obstante, los interrogantes generales que algunos plantean sirven
de pauta para el anlisis del desarrollo como rgimen de representacin. En su excelente libro The Invention
of Africa, el filsofo africano V. Y. Mudimbe, por ejemplo, se propone el objetivo de estudiar el tema de
los fundamentos del discurso sobre el frica ... [cmo] se han establecido los mundos africanos como
realidades para el conocimiento (1988:XI) en el discurso occidental. Su preocupacin trasciende la
invencin del africanismo como disciplina cientfica (Mudimbe, 1988:9), particularmente en la
antropologa y la filosofa, a fin de investigar la amplificacin por parte de los acadmicos africanos del
trabajo de algunos pensadores crticos europeos, en particular Foucault y Lvi-Strauss. Aunque Mudimbe
encuentra que aun las perspectivas ms afrocntricas mantienen el mtodo epistemolgico occidental como
contexto y referente; encuentra tambin, no obstante, algunos trabajos en los cuales los anlisis crticos
europeos se llevan ms all de lo que las elaboraciones originales podran haber esperado. Lo que est en
juego en estos ltimos trabajos, explica Mudimbe, es la reinterpretacin crtica de la historia africana como
se ha sido vista su exterioridad epistemolgica, histrica, geogrfica, es decir, un debilitamiento de la
nocin misma de frica. Esto, para Mudimbe, implica un corte radical en la antropologa, la historia y la
ideologa africanas.

Un trabajo crtico de este tipo, cree Mudimbe, puede preparar el terreno para el proceso de volver a fundar
y asumir dentro de las representaciones una historicidad interrumpida (1988:183); en otras palabras, el
proceso mediante el cual los africanos pueden lograr mayor autonoma sobre la forma en que son
representados y la forma en que pueden construir sus propios modelos sociales y culturales de modos no tan
mediatizados por una episteme y una historicidad occidentales as sea dentro de un contexto cada vez
ms transnacional. Esta nocin puede extenderse al Tercer Mundo como un todo, pues lo que est en
juego es el proceso mediante el cual, en la historia occidental moderna, las reas no europeas han sido
organizadas y transformadas sistemticamente de acuerdo con los esquemas europeos. Las
representaciones de Asia, frica y Amrica Latina como Tercer Mundo y subdesarrolladas son las
herederas de una ilustre genealoga de concepciones occidentales acerca de otras partes del mundo.
4

Timothy Mitchell muestra otro importante mecanismo del engranaje de las representaciones europeas sobre
otras sociedades. Como para Mudimbe, el objetivo de Mitchell es explorar los mtodos peculiares de
orden y verdad que caracterizan al occidente moderno (1988:IX), y su impacto en el Egipto del siglo XIX.
La construccin del mundo como imagen, en el modelo de las exposiciones mundiales del siglo pasado,
sugiere Mitchell, constituye el ncleo de estos mtodos y de su eficacia poltica. Para el sujeto (europeo)
moderno, ello implicaba experimentar la vida mantenindose apartado del mundo fsico, como un visitante
de una exposicin. El observador encuadraba inevitablemente la realidad externa a fin de comprenderla;
este encuadre tena lugar de acuerdo con categoras europeas. Lo que surga era un rgimen de objetivismo
en el cual los europeos estaban sujetos a una doble demanda: ser imparciales y objetivos, de una parte, y
sumergirse en la vida local, de otra.

Una experiencia tal como observador participante era posible a travs de un truco curioso: eliminar del
cuadro la presencia del observador europeo (Clifford, 1988:145); en trminos ms concretos, observar el
mundo (colonial) como objeto desde una posicin invisible y aparte (Mitchell, 1988:28). Occidente haba
llegado a vivir como si el mundo estuviera dividido en dos: un campo de meras representaciones y un
campo de lo real; exhibiciones, por un lado, y una realidad externa, por el otro; en un orden de simples
modelos, descripciones de copias, y un orden de originales (Mitchell, 1988:32). Tal rgimen de orden y
verdad constituye la quintaesencia de la modernidad, y ha sido profundizado por la economa y el desarrollo.
Se refleja en una posicin objetivista y empiricista que dictamina que el Tercer Mundo y su gente existen
all afuera, para ser conocidos mediante teoras e intervenidos desde el exterior.

Las consecuencias de esta caracterstica de la modernidad han sido enormes. Chandra Mohanty, por
ejemplo, se refiere a ella cuando plantea la pregunta de quin produce el conocimiento acerca de la mujer
del Tercer Mundo, y desde dnde; descubre que las mujeres del Tercer Mundo son representadas en gran
16
parte de la literatura feminista como llenas de necesidades y problemas, pero carentes de opciones y de
libertad de accin. Lo que surge de tales modos de anlisis es la imagen de una mujer promedio del
Tercer Mundo, construida con ciertas categoras y estadsticas:

Esta mujer promedio del tercer mundo lleva una vida esencialmente frustrada basada
en su gnero femenino (lase: sexualmente restringida) y en su carcter
tercermundista (lase: ignorante, pobre, sin educacin, tradicionalista, domstica,
apegada a la familia, victimizada, etc.). Esto, sugiero, contrasta con la representacin
(implcita) de la mujer occidental como educada, moderna, en control de su cuerpo y
su sexualidad, y libre de tomar sus propias decisiones. (Mohanty, 1991b:56).

Tales representaciones asumen implcitamente patrones occidentales como parmetro para medir la
situacin de la mujer en el Tercer Mundo. El resultado, opina Mohanty, es una actitud paternalista de parte
de la mujer occidental hacia sus congneres del Tercer Mundo, y en general, la perpetuacin de la idea
hegemnica de la superioridad occidental. Dentro de este rgimen discursivo, los trabajos acerca de la
mujer en el Tercer Mundo adquieren una cierta coherencia de efectos que refuerza tal hegemona. Es en
este proceso de homogeneizacin y sistematizacin discursiva de la opresin de la mujer en el Tercer
Mundo concluye Mohanty (1991b:54) que el poder se ejerce en gran parte del reciente discurso
feminista occidental, y dicho poder debe ser definido y nombrado.
5


La crtica de Mohanty se aplica con mayor pertinencia a la corriente principal de la bibliografa sobre el
desarrollo, para la cual existe una verdadera subjetividad subdesarrollada dotada con rasgos como la
impotencia, la pasividad, la pobreza y la ignorancia, por lo comn de gente oscura y carente de
protagonismo como si se estuviera a la espera de una mano occidental (blanca), y no pocas veces
hambrienta, analfabeta, necesitada, oprimida por su propia obstinacin, carente de iniciativa y de
tradiciones. Esta imagen tambin universaliza y homogeneiza las culturas del Tercer Mundo en una forma
ahistrica. Solamente desde una cierta perspectiva occidental tal descripcin tiene sentido; su mera
existencia constituye ms un signo de dominio sobre el Tercer Mundo que una verdad acerca de l. Lo
importante de resaltar por ahora es que el despliegue de este discurso en un sistema mundial donde
Occidente tiene cierto dominio sobre el Tercer Mundo tiene profundos efectos de tipo poltico, econmico
y cultural que deben ser explorados.

La produccin de discurso bajo condiciones de desigualdad en el poder es lo que Mohanty y otros
denominan la jugada colonialista. Jugada que implica construcciones especficas del sujeto
colonial/tercermundista en/a travs del discurso de maneras que permitan el ejercicio del poder sobre l. El
discurso colonial, si bien constituye la forma del discurso ms subdesarrollada tericamente, segn Homi
Bhabha, resulta crucial para ejercer una gama de diferencias y discriminaciones que dan forma a las
prcticas discursivas y polticas de la jerarquizacin racial y cultural (1990:72). La definicin de Bhabha
del discurso colonial, aunque compleja, es ilustrativa:
[El discurso colonial] es un aparato que pone en marcha simultneamente el reconocimiento y la negacin de las diferencias raciales/culturales/histricas. Su
funcin estratgica predominante es la creacin de un espacio para una poblacin
sujeto, a travs de la produccin de conocimientos en trminos de los cuales se
ejerce la vigilancia y se incita a una forma compleja de placer/displacer ... El
objetivo del discurso colonial es interpretar al colonizado como una poblacin
compuesta por clases degeneradas sobre la base del origen racial, a fin de justificar la
conquista y de establecer sistemas de administracin e instruccin ... Me refiero a
una forma de gubernamentalidad que, en el acto de demarcar una nacin sujeto, se
apropia de sus diversas esferas de actividad, las dirige y las domina. (1990:75).

Aunque en sentido estricto algunos de los trminos de la definicin anterior seran ms aplicables al
contexto colonial, el discurso del desarrollo se rige por los mismos principios; ha producido un aparato
extremadamente eficiente para generar conocimiento acerca del Tercer mundo y ejercer el poder sobre l.
Dicho dispositivo surgi en el perodo comprendido entre 1945 y 1955, y desde entonces no ha cesado de
producir nuevas modalidades de conocimiento y poder, nuevas prcticas, teoras, estrategias, y as
sucesivamente. En resumen, ha desplegado exitosamente un rgimen de gobierno sobre el Tercer Mundo,
un espacio para los pueblos sujeto que asegura cierto control sobre l.

Este espacio es tambin un espacio geopoltico, una serie de geografas imaginarias, para usar el trmino
de Said (1979). El discurso del desarrollo inevitablemente contiene una imaginacin geopoltica que ha
dominado el significado del desarrollo durante ms de cuatro dcadas. Para algunos autores, esta voluntad
17
de poder espacial es uno de los rasgos esenciales del desarrollo (Slater, 1993), y est implcita en
expresiones tales como Primer y Tercer Mundo, Norte y Sur, centro y periferia. La produccin social del
espacio implcita en estos trminos est ligada a la produccin de diferencias, subjetividades y rdenes
sociales. A pesar de los cambios recientes en esta geopoltica el descentramiento del mundo, la
desaparicin del Segundo Mundo, la aparicin de una red de ciudades mundiales y la globalizacin de la
produccin cultural ella contina ejerciendo influencia a nivel del imaginario. Existe una relacin entre
historia, geografa y modernidad que se resiste a desintegrarse en cuanto al Tercer Mundo se refiere, a pesar
de los importantes cambios que han dado lugar a geografas postmodernas (Soja, 1993).

Para resumir, me propongo hablar del desarrollo como experiencia histricamente singular, como la
creacin de un dominio del pensamiento y de la accin, analizando las caractersticas e interrelaciones de
los tres ejes que lo definen: las formas de conocimiento que a l se refieren (a travs de las cuales llega a
existir y es elaborado en objetos, conceptos y teoras), el sistema de poder que regula su prctica y las
formas de subjetividad fomentadas por este discurso (aquellas por cuyo intermedio las personas llegan a
reconocerse a s mismas como desarrolladas o subdesarrolladas). El conjunto de formas que se hallan a
lo largo de estos ejes constituyen el desarrollo como formacin discursiva, dando origen a un aparato
eficiente que relaciona sistemticamente las formas de conocimiento con las tcnicas de poder.
6


El anlisis se establecer, entonces, en trminos de los regmenes del discurso y de representacin. Los
regmenes de representacin pueden analizarse como lugares de encuentro en los cuales las identidades
se construyen pero donde tambin se origina, simboliza y maneja la violencia. Esta til hiptesis,
desarrollada por una estudiosa colombiana para explicar la violencia en su pas durante el siglo XIX, y
basada especialmente en los trabajos de Bajtn, Foucault y Ren Girard, concibe los regmenes de
representacin como lugares de encuentro de los lenguajes del pasado y del futuro tales como los
lenguajes de civilizacin y barbarie de la Amrica Latina postindependentista, lenguajes externos e
internos, lenguajes propios y ajenos (Rojas, 1994). Un encuentro similar de regmenes de representacin
tuvo lugar a finales de los aos cuarenta, con el surgimiento del desarrollo, tambin acompaado de formas
especficas de violencia modernizada.
7


La nocin de los regmenes de representacin es otro principio terico y metodolgico para examinar los
mecanismos y consecuencias de la construccin del Tercer Mundo a travs de la representacin. La
descripcin de los regmenes de representacin sobre el Tercer Mundo propiciados por el discurso del
desarrollo representa un intento de trazar las cartografas o mapas de las configuraciones del conocimiento
y el poder que definen el perodo posterior a la segunda postguerra (Deleuze y Guattari, 1987). Se trata
tambin de cartografas de resistencia como aade Mohanty (1991a). Al tiempo que buscan entender los
mapas conceptuales usados para ubicar y describir la experiencia de las gentes del Tercer Mundo, revelan
tambin aunque a veces de forma indirecta las categora con las cuales ellas se ven obligadas a resistir.

En un libro anterior (Escobar, 1998a) elabor un mapa general para orientarse en el mbito de los discursos
y de las prcticas que justifican las formas dominantes de produccin econmica y sociocultural del Tercer
Mundo. Dicho libro examina el establecimiento y la consolidacin del discurso del desarrollo y su aparato
desde los albores de la segunda postguerra hasta el presente; analiza la construccin de una nocin de
subdesarrollo en las teoras del desarrollo econmico de la segunda postguerra; y demuestra cmo
funciona el aparato a travs de la produccin sistemtica del conocimiento y el poder en campos especficos,
tales como el desarrollo rural, el desarrollo sostenible, y la mujer y el desarrollo.

Lo anterior, podra decirse, constituye un estudio del desarrollismo como mbito discursivo. A diferencia
del estudio de Said (1979), en dicho trabajo prest ms atencin al despliegue del discurso a travs de sus
prcticas. Me interesaba mostrar que tal discurso deviene en prcticas concretas de pensamiento y de accin
mediante las cuales se llega realmente a crear el Tercer Mundo. Para un examen ms detallado seleccione
como ejemplo la implementacin de programas de desarrollo rural, salud y nutricin en Amrica Latina
durante la dcada del setenta y comienzos de los aos ochenta. Otra diferencia se origin en la advertencia
de Homi Bhabha de que siempre existe, en Said, la sugerencia de que el poder colonial es de posesin total
del colonizador, dadas su intencionalidad y unidireccionalidad (1990:77). Intent evadir este riesgo
considerando tambin las formas de resistencia de las gentes del Tercer Mundo contra las intervenciones
del desarrollo, y cmo luchan para crear alternativas de ser y de hacer. Como en el estudio de Mudimbe
(1988), me propuse evidenciar los fundamentos de un orden de conocimiento y un discurso acerca del
Tercer Mundo como subdesarrollado. Quera cartografiar, por as decirlo, la invencin del desarrollo. Sin
embargo, en vez de enfocarme en la antropologa y la filosofa, contextualice la era del desarrollo dentro del
espacio global de la modernidad, y ms particularmente desde las prcticas econmicas modernas.
18

Desde esta perspectiva, el desarrollo puede verse como un captulo de lo que puede llamarse antropologa
de la modernidad, es decir, una investigacin general acerca de la modernidad occidental como fenmeno
cultural e histrico especfico. Si realmente existe una estructura antropolgica (Foucault, 1975:198) que
sostiene al orden moderno y sus ciencias humanas, debe investigarse hasta qu punto dicha estructura
tambin ha dado origen al rgimen del desarrollo, tal vez como mutacin especfica de la modernidad. Ya
se ha sugerido una directriz general para la antropologa de la modernidad, en el sentido de tratar como
exticos los productos culturales de Occidente para poderlos ver como lo que son:

Necesitamos antropologizar a Occidente: mostrar lo extico de su construccin de la
realidad; enfatizar aquellos mbitos tomados ms comnmente como universales
esto incluye a la epistemologa y la economa; hacerlos ver tan peculiares
histricamente como sea posible; mostrar cmo sus pretensiones de verdad estn
ligadas a prcticas sociales y por tanto se han convertido en fuerzas efectivas dentro
del mundo social. (Rabinow, 1986:241).

La antropologa de la modernidad se apoyara en aproximaciones etnogrficas, que ven las formas sociales
como el resultado de prcticas histricas que combinan conocimiento y poder. Buscara estudiar cmo los
reclamos de verdad estn relacionados con prcticas y smbolos que producen y regulan la vida en sociedad.
La construccin del Tercer Mundo por medio de la articulacin entre conocimiento y poder es esencial para
el discurso del desarrollo (Escobar, 1998a).

Vistas desde muchos espacios del Tercer Mundo, hasta las prcticas sociales y culturales ms razonables de
Occidente pueden parecer bastante peculiares, incluso extraas. Ello no obsta para que todava hoy en da,
la mayora de occidentales y de muchos lugares del Tercer Mundo tenga grandes dificultades para
pensar en la gente y las situaciones del Tercer Mundo en trminos diferentes a los que permite el discurso
del desarrollo. La sobrepoblacin, la amenaza permanente de hambruna, la pobreza, el analfabetismo y
similares operan como significantes ms comunes, ya de por s estereotipados y cargados con los
significados del desarrollo. Las imgenes del Tercer Mundo que aparecen en los medios masivos
constituyen el ejemplo ms claro de las representaciones desarrollistas. Estas imgenes se rehusan a
desaparecer. Por ello es necesario examinar el desarrollo en relacin con las experiencias modernas de
conocer, ver, cuantificar, economizar, y otras por el estilo.


La deconstruccin del desarrollo

El anlisis discursivo del desarrollo comenz a finales de los aos ochenta acompaado de intentos por
articular regmenes alternativos de representacin y prctica. Sin embargo, pocos trabajos han encarado la
deconstruccin del discurso del desarrollo.
8

El libro de James Ferguson (1990) sobre el desarrollo en Lesotho constituye un sofisticado ejemplo del
enfoque deconstruccionista. Ferguson ofrece un anlisis profundo de los programas de desarrollo rural
implementados en ese pas bajo el patrocinio del Banco Mundial. El fortalecimiento del Estado, la
reestructuracin de las relaciones sociales rurales, la profundizacin de las influencias modernizadoras
occidentales y la despolitizacin de los problemas son algunos de los efectos ms importantes del
despliegue del desarrollo rural en Lesotho, a pesar del aparente fracaso de los programas en trminos de los
objetivos establecidos. Es en dichos efectos, concluye Ferguson, que debe evaluarse la productividad del
aparato del desarrollo.

Otro enfoque deconstructivista (Sachs, 1992a) analiza los conceptos centrales o palabras claves del
discurso del desarrollo, tales como mercado, planeacin, poblacin, medio ambiente, produccin, igualdad,
participacin, necesidad y pobreza. Luego de seguirle la pista brevemente al origen de cada uno de estos
conceptos en la civilizacin europea, cada captulo examina los usos y transformacin del concepto en el
discurso del desarrollo desde la dcada del cincuenta hasta el presente. La intencin del libro es poner de
manifiesto el carcter arbitrario de los conceptos, su especificidad cultural e histrica, y los peligros que su
uso representa en el contexto del Tercer Mundo.
9

Un proyecto colectivo anlogo se ha concebido con un enfoque de sistemas de conocimiento.
10
Este
grupo opina que las culturas no se caracterizan slo por sus normas y valores, sino tambin por sus maneras
de conocer (Apffel-Marglin y Marglin, 1990). El desarrollo se ha basado exclusivamente en un sistema de
conocimiento, es decir, el correspondiente al Occidente moderno. La predominancia de este sistema de
19
conocimiento ha dictaminado el marginamiento y descalificacin de los sistemas de conocimiento no
occidentales. En estos ltimos, concluyen los autores, los investigadores y activistas podran encontrar
racionalidades alternativas para orientar la accin social con criterio diferente a formas de pensamiento
economicistas y reduccionistas.


En los aos setenta, se descubri que las mujeres haban sido ignoradas por las intervenciones del desarrollo.
Tal descubrimiento trajo como resultado, desde finales de los aos setenta, la aparicin de un novedoso
enfoque Mujer en el desarrollo (Med), el cual ha sido estudiado como rgimen de representacin por
varias investigadoras feministas, entre las cuales se destacan Adele Mueller (1986, 1987a, 1991) y Chandra
Mohanty (1991a, 1991b). En el centro de estos trabajos se halla un anlisis profundo de las prcticas de las
instituciones dominantes del desarrollo en la creacin y administracin de sus poblaciones-cliente. Para
comprender el funcionamiento del desarrollo como discurso se requieren contribuciones analticas
similares en campos especficos del desarrollo.

Un grupo de antroplogos suecos trabaja sobre cmo los conceptos de desarrollo y modernidad se usan,
interpretan, cuestionan o reproducen en diversos contextos sociales de distintos lugares del mundo. Esta
investigacin muestra una constelacin completa de usos, modos de operacin y efectos locales asociados a
dichos conceptos. Trtese de una aldea de Papua Nueva Guinea o de pequeos poblados de Kenya o Etiopa,
las versiones locales del desarrollo y la modernidad se formulan siguiendo procesos complejos que
incluyen prcticas culturales tradicionales, historias del pasado colonialista, y la ubicacin contempornea
dentro de la economa global de bienes y smbolos (Dahl y Rabo, 1992). Estas etnografas locales del
desarrollo y la modernidad tambin son estudiadas por Pigg (1992) en su trabajo acerca de la introduccin
de prcticas de salud en Nepal.

Por ltimo, es importante mencionar algunos trabajos que se refieren al rol de las disciplinas
convencionales dentro del discurso del desarrollo. Irene Gendzier (1985) examina el papel que desempe
la ciencia poltica en la conformacin de las teoras de la modernizacin, en particular en los aos cincuenta,
y su relacin con asuntos importantes de ese entonces, como la seguridad nacional y los imperativos
econmicos. Tambin dentro de la ciencia poltica, Kathryn Sikkink (1991) estudi la aparicin del
desarrollismo en Brasil y Argentina durante las dcadas del cincuenta y sesenta. Su principal inters es el
rol de las ideas en la adopcin, implementacin y consolidacin del desarrollismo como modelo de
desarrollo econmico.
11

El chileno Pedro Morand (1984) analiza cmo la adopcin y el predominio de la sociologa
norteamericana de los aos cincuenta y sesenta en Amrica Latina prepar la escena para una concepcin
puramente funcional del desarrollo, concebido como la transformacin de una sociedad tradicional en
una sociedad moderna, desprovista por completo de consideraciones culturales. Kate Manzo (1991)
presenta un caso algo similar en su anlisis de las deficiencias de los enfoques modernistas del desarrollo,
como la teora de la dependencia, y su llamado a prestar atencin a alternativas contramodernistas
basadas en las prcticas de agentes de base del Tercer Mundo. Nuestro estudio tambin aboga por el retorno
a lo cultural en el anlisis crtico del desarrollo (Escobar, 1998a).


La antropologa y el encuentro del desarrollo

En su conocida compilacin acerca de la relacin entre antropologa y colonialismo, Talal Asad plante el
interrogante de si no segua existiendo una extraa reticencia en la mayora de los antroplogos sociales a
tomar en serio la estructura de poder dentro de la cual se ha estructurado su disciplina (1973:5), es decir,
toda la problemtica del colonialismo y el neocolonialismo, su economa poltica y sus instituciones. No
posibilita hoy en da el desarrollo, como en su poca lo hiciera el colonialismo, el tipo de intimidad
humana que sirve de base al trabajo de campo antropolgico, y que dicha intimidad siga teniendo un cariz
unilateral y provisional (Asad, 1973:17), aunque los sujetos contemporneos se resistan y respondan?
Adems, si durante el perodo colonial la tendencia general de la comprensin antropolgica no constitua
un reto esencial ante el mundo desigual representado por el sistema colonial (Asad, 1973:18), no es ste
tambin el caso del sistema de desarrollo? En sntesis, no podemos hablar con igual pertinencia de la
antropologa y el encuentro del desarrollo?

Por lo general resulta cierto que en su conjunto la antropologa no ha encarado en forma explcita el hecho
de que su prctica se desarrolla en el marco del encuentro entre naciones ricas y pobres establecido por el
discurso del desarrollo de la segunda postguerra. Mientras que algunos antroplogos se han opuesto a las
20
intervenciones del desarrollo, particularmente en representacin de los pueblos indgenas,
12
un nmero
igualmente apreciable ha estado comprometido con organizaciones de desarrollo como el Banco Mundial y
la Agencia Internacional para el Desarrollo de los Estados Unidos. Este inquietante nexo fue especialmente
notable en la dcada 1975-1985, y ha sido estudiado en otro trabajo (Escobar, 1991). Como lo seala
correctamente Stacey Leigh Pigg (1992), la mayora de los antroplogos han estado ya sea dentro del
desarrollo, como antroplogos aplicados, o fuera de l, a favor de lo autctono y del punto de vista del
nativo. Con ello, desconocen los modos en que opera el desarrollo como escenario del enfrentamiento
cultural y de la construccin de la identidad. Un pequeo nmero de antroplogos, sin embargo, ha
estudiado las formas y los procesos de resistencia ante las intervenciones del desarrollo (Taussig, 1980;
Fals Borda, 1984; Scott, 1985; Ong, 1987).
13


La ausencia de los antroplogos en las discusiones sobre el desarrollo como rgimen de representacin es
lamentable porque, si bien es cierto que muchos aspectos del colonialismo ya han sido superados, las
representaciones del Tercer Mundo a travs del desarrollo no son por ello menos penetrantes y efectivas
que sus homlogas coloniales. Tal vez lo sean ms. Tambin resulta inquietante, como lo seala Said
(1979:214), que existe una ausencia casi total de referencias a la intervencin imperial estadounidense
como factor de incidencia en la discusin terica en la literatura antropolgica reciente (vase tambin
Friedman, 1987; Ulin, 1991). Dicha intervencin imperial sucede a muchos niveles econmico, militar,
poltico, cultural que integran el tejido de las representaciones del desarrollo. Tambin resulta
inquietante, como lo sustenta este autor, la falta de atencin de los acadmicos occidentales a la abundante
y comprometida literatura de autores del Tercer Mundo sobre los temas del colonialismo, la historia, la
tradicin y la dominacin y, podramos aadir aqu, del desarrollo. Cada vez aumentan ms las voces
del Tercer Mundo que piden el desmonte del discurso del desarrollo.

Los profundos cambios experimentados por la antropologa durante los aos ochenta abrieron la
posibilidad de examinar el modo en que la antropologa est ligada con modos occidentales de crear el
mundo (Strathern, 1988:4). Tal examen crtico de las prcticas antropolgicas llev a la conclusin de que
ya nadie puede escribir sobre otros como si se tratara de textos u objetos aislados. Se insinu entonces una
nueva tarea: buscar maneras ms sutiles y concretas de escribir y leer otras culturas [...] nuevas
concepciones de la cultura como hecho histrico e interactivo (Clifford y Marcus, 1986:25). La
innovacin en la escritura antropolgica dentro de este contexto se consider como la orientacin de la
etnografa hacia una sensibilidad poltica e histrica sin precedentes, transformando as la forma en que la
diversidad cultural es representada (Marcus y Fisher, 1986:16).

Esta re-imaginacin de la antropologa, emprendida a mediados de los aos ochenta se ha convertido en
objeto de crticas, opiniones y ampliaciones diversas, por feministas, acadmicos del Tercer Mundo,
anti-postmodernistas, economistas polticos y otros. Algunas de estas crticas son ms objetivas y
constructivas que otras, y no viene al caso analizarlas aqu.
14
Hasta ahora, el momento experimental de
los aos ochenta ha sido fructfero y relativamente rico en aplicaciones. Re-imaginar la antropologa, sin
embargo, est claramente an en proceso y deber profundizarse, tal vez llevando los debates a otros
campos y hacia otras direcciones. La antropologa, se arguye actualmente, tiene que volver a entrar en el
mundo real, luego del auge de la crtica textualista de los aos ochenta. Para lograrlo, debe volver a
historiografiar su propia prctica y reconocer que sta se halla determinada por muchas fuerzas externas al
control del etngrafo. Ms an, debe estar dispuesta a someter a un escrutinio ms radical sus nociones ms
preciadas, como la etnografa, la ciencia y la cultura (Fox, 1991).

El llamado de Strathern (1988) para que tal cuestionamiento se adelante en el contexto de las prcticas de
las ciencias sociales occidentales y de su adhesin a ciertos intereses en la descripcin de la vida social
reviste fundamental importancia. En el ncleo de estos debates se encuentran los lmites que existen para el
proyecto occidental de deconstruccin y autocrtica. Cada vez resulta ms evidente, al menos para quienes
luchan por ser odos, que el proceso de deconstruccin y desmantelamiento deber estar acompaado por
otro proceso anlogo destinado a construir nuevos modos de ver y de actuar. Sobra decir que este aspecto es
crucial para las discusiones sobre el desarrollo, porque lo que est en juego es la supervivencia de los
pueblos. Mohanty (1991a) insiste en que ambos proyectos la deconstruccin y la reconstruccin deben
ser simultneos. El proyecto podra enfocarse estratgicamente en la accin colectiva de los movimientos
sociales (lvarez, Dagnino y Escobar, 1998); stos no solamente luchan por bienes y servicios sino por la
definicin misma de la vida, la economa, la naturaleza y la sociedad. Se trata, en sntesis, de luchas
culturales.

Como nos lo pide reconocer Bhabha, la deconstruccin y otros tipos de crticas no conducen
21
automticamente a una lectura no problemtica de otros sistemas discursivos y culturales. Tales crticas
podran ser necesarias para combatir el etnocentrismo, pero no pueden, por s mismas, sin ser reconstruidas,
representar la alteridad. Ms an, en dichas crticas existe la tendencia a individualizar la alteridad como si
fuera el descubrimiento de sus propios supuestos (Bhabha, 1990:75), esto es, presentarla en trminos de
los lmites del logocentrismo occidental, negando as la diferencia real ligada a un tipo de otredad cultural
que se encuentra implicada en condiciones histricas y discursivas especficas, requiriendo prcticas de
lectura diferentes (Bhabha, 1990:73). Existe una insistencia parecida en Amrica Latina respecto de que
las propuestas del postmodernismo, para ser fructferas en el continente, debern evidenciar su compromiso
con la justicia y la construccin de rdenes sociales alternativos.
15


Tales correctivos indican la necesidad de interrogantes y estrategias alternativas para la construccin de
discursos anticolonialistas, as como la reconstruccin de las sociedades del Tercer Mundo en/a travs de
representaciones que puedan devenir en prcticas alternativas. El cuestionamiento de las limitaciones de la
autocrtica occidental, como se lleva a cabo en gran parte de la teora contempornea, permite visualizar la
insurreccin discursiva por parte de la gente del Tercer Mundo, propuesta por Mudimbe con relacin a la
soberana del mismo pensamiento europeo del cual deseamos liberarnos (citado en Diawara, 1990:79).

La tan necesaria liberacin de la antropologa del espacio delimitado por el encuentro del desarrollo y,
ms generalmente, la modernidad mediante el examen profundo de las formas en que se ha visto en l
implicada, constituye un paso importante hacia el logro de regmenes de representacin ms autnomos; a
tal punto que podra motivar a los antroplogos y otros cientficos para explorar las estrategias de las gentes
del Tercer Mundo en su intento por dar significado y transformar su realidad a travs de la prctica poltica
colectiva. Este reto podra brindar caminos hacia la radicalizacin de la accin de re-imaginar la
antropologa emprendida con entusiasmo por la disciplina durante los aos ochenta.




Notas

1
.
Para un interesante anlisis de este documento, vase Frankel
(
1953:82-110
)
.


2
.
Existieron, claro est, tendencias en los aos sesenta y setenta que tenan una postura crtica frente al desarrollo, aunque fueron insuficientes para articular
un rechazo del discurso sobre el que se fundaba. Entre ellas es importante mencionar la pedagoga del oprimido de Paulo Freire (1970); el nacimiento de la
t
eologa de la
l
iberacin durante la Conferencia Episcopal Latinoamericana celebrada en Medelln en 1964; y las crticas al colonialismo intelectual (Fals
Borda
,
1970) y la dependencia econmica (Cardoso y Faletto
,
1979) de finales de los sesenta y comie
n
zos de los setenta. La crtica cultural ms perceptiva
del desarrollo corresponde a Illich (196
9
). Todas ellas fueron importantes para el enfoque discursivo de los aos noventa
.

3
. Vase, adems, Escobar (1998a).

4
.
De acuerdo con Ivan Illich, el concepto que se conoce actualmente como

desarrollo

ha atravesado seis etapas de metamorfosis desde las postrimeras de


la antig

edad. La percepcin del extranjero como alguien que necesita ayuda ha tomado sucesivamente las formas del brbaro, el pagano, el infiel, el salvaje,
el

nativo

y el subdesarrollado (Trinh, 1989:54). Vase Hirschman (1981:24) para una idea y un grupo de trminos similares al anterior. Debera sealarse,
sin embargo, que el trmino subdesarrollado ligado desde cierta ptica a la igualdad y los prospectos de liberacin a travs del desarrollo puede tomarse
en parte como respuesta a las concepciones abiertamente ms racistas del primitivo y el salvaje. En muchos contextos, sin embargo, el nuevo trmino no
pudo corregir las connotaciones negativas implcitas en los calificativos anteriores. El mito del nativo perezoso (Alatas, 1977) sobrevive an en muchos
lugares.


5
.
El trabajo de Mohanty puede ubicarse dentro de una crtica creciente de parte de las feministas, especialmente del Tercer Mundo, del etnocentrismo
implcito en el movimiento feminista y en su crculo acadmico. Vanse tambin Mani (1989); Trinh (1989); Spelman (1989); hooks (1990). La crtica del
discurso de mujer y desarrollo
la discuto ampliamente en (Escobar, 1998a: captulo 5)
.


6
.
El estudio del discurso a lo largo de estos ejes es propuesto por Foucault (1986:4). Las formas de subjetividad producidas por el desarrollo no son exploradas
de manera significativa en este libro. Un ilustre grupo de pensadores, incluyendo a Franz Fanon (1967, 1968), Albert Memmi (1967), Ashis Nandy (1983), y
Homi Bhabha (1990) han producido recuentos cada vez ms agudos sobre la creacin de la subjetividad y la conciencia bajo el colonialismo y el
postcolonialismo.


22

7
.

A
cerca de la violencia de la representacin
,

v
ase tambin Lauretis (1987).


8
.
Artculos sobre el anlisis del discurso del desarrollo incluyen Escobar
(
1984, 19
8
8
),
Mueller
(
1987b
),
Dubois
(
199
1),
Parajuli
(
1991
)
.


9
.
El grupo responsable por este diccionario de palabras txicas en el discurso del desarrollo incluye a Ivan Illich, Wolfgang Sachs, Barbara Duden, Ashis
Nandy, Vandana Shiva, Majid Rahnema, Gustavo Esteva y a este autor, entre otros.


10
.
El grupo, congregado bajo el patrocinio del Instituto Mundial de las Naciones Unidas para la Investigacin en Economa del Desarrollo (W
ider
), y
encabezado por Stephen Marglin y Frdrique Apffel Marglin, se ha reunido durante varios aos, e incluye a algunas de las personas mencionadas en la nota
anterior. Ya se ha publicado un volumen como resultado del proyecto (Apffel
-
Margliny Marglin
,
1990).


11
.
Sikkink
(1991)
diferencia correctamente su mtodo institucional-interpretativo de los enfoques de discurso y poder, aunque su caracterizacin de
e
stos ltimos refleja s
o
lamente la formulacin inicial del enfoque discursivo. Mi propia opinin es que ambos mtodos

la historia de las ideas y el estudio


de las formaciones discursivas

no son incompatibles. Mientras que el primero presta atencin a las dinmicas internas de la generacin social de las ideas
de modos que el segundo mtodo no toma en cuenta

dando con ello la impresin, por as decirlo, de que los modelos de desarrollo son solamente
impuestos al Tercer Mundo y no, como realmente sucede, producidos tambin desde su interior

, la historia de las ideas tiende a ignorar los efectos


sistemticos de la produccin del discurso, el cual estructura de modo importante lo que se considera como ideas. Al respecto de la diferenciacin entre la
historia de las ideas y la historia de los discursos, vase Foucault
(
1972, 1991
)
.


12
.
Este es tambin el caso de la organizacin Cultural Survival, por ejemplo, y su antropologa en nombre de los pueblos indgenas (Maybury-Lewis, 1985).
Su trabajo recicla algunas concepciones problemticas de la antropologa, tales como su pretensin de hablar a nombre de los nativos (Escobar, 1991). Vase
tambin en Price (1989) un ejemplo de antroplogos que se opusieron a un proyecto del Banco Mundial en defensa de poblaciones indgenas.


13
. Acerca de la resistencia en el contexto colonial vase Comaroff (1985), Comaroff y Comaroff
(1991).

14
.
Vase, por ejemplo, Ulin (1991); Sutton (1991); hooks (1990); Said (19
7
9); Trinh (1989); Mascia Lees, Sharpe y Cohen (1989); Gordon (1988);
Friedman (1987).


15
.
Las discusiones acerca de la modernidad y la postmodernidad en Amrica Latina se estn convirtiendo en uno de los focos principales de la investigacin
y la accin poltica. Vase especialmente Caldern (1988)
,
Quijano (1988)
,
Garca Canclini (199
0
), Sarlo (1991), Ydice, Flores y Franco (1992). Para una
resea al respecto de los anteriores, vase Montaldo (1991).

23




3. Planificacin


Las tcnicas y las prcticas de la planificacin han sido centrales al desarrollo desde sus inicios. Como
aplicacin de conocimiento cientfico y tcnico al dominio pblico, la planificacin dio legitimidad a y
aliment las esperanzas sobre la empresa del desarrollo. Hablando en trminos generales, el concepto de
planificacin encarna la creencia que el cambio social puede ser manipulado y dirigido, producido a voluntad.
As la idea de que los pases pobres podran moverse ms o menos fcilmente a lo largo del camino del
progreso mediante la planificacin ha sido siempre tenida como una verdad indudable, un axioma que no
necesita demostracin para los expertos del desarrollo y de diferentes layas.

Quizs ningn otro concepto ha sido tan insidioso, ninguna otra idea pas tan indiscutida. Esta aceptacin ciega
de la planificacin es tanto ms notable dados los penetrantes efectos que ha tenido histricamente, no slo en
el Tercer Mundo sino tambin en Occidente, donde ha estado asociado con procesos fundamentales de
dominacin y control social. Porque la planificacin ha estado inextricablemente ligada al ascenso de la
modernidad occidental. Las concepciones de la planificacin y la rutinas introducidas en el Tercer Mundo
durante el perodo posterior a la Segunda Guerra Mundial son el resultado acumulado de la accin intelectual,
econmica y poltica. No hay marcos neutros a travs de los cuales la realidad se mueva inocentemente. Ellos
llevan las marcas de la historia y de la cultura que los produjeron. Cuando se despleg en el Tercer Mundo, la
planificacin no slo portaba esta herencia histrica, sino que contribuy grandemente a la produccin de la
configuracin socioeconmica y cultural que hoy describimos como subdesarrollo.


La normalizacin de la gente en la Europa del siglo XIX

Cmo apareci la planificacin en la experiencia europea? En muy breve resumen, tres factores
fundamentales fueron esenciales en este proceso que comenz en el siglo XIX: el desarrollo del
planeamiento de las ciudades como una manera de tratar los problemas del crecimiento de las ciudades
industriales; el ascenso del planeamiento social con el incremento de la intervencin de profesionales y del
Estado en la sociedad en nombre de la promocin del bienestar del pueblo; y la intervencin de la economa
moderna que se cristaliza con la institucionalizacin del mercado y la formulacin de la economa poltica
clsica. Estos tres factores, que hoy nos parecen tan normales y naturales de nuestro mundo, tienen una
historia relativamente reciente y hasta precaria.

En la primera mitad del siglo XIX, el capitalismo y la revolucin industrial produjeron cambios drsticos en
la configuracin de las ciudades, especialmente en Europa noroccidental. Cada vez ms gente flua a viejos
barrios, proliferaban las fbricas y los humos industriales flotaban sobre las calles cubiertas de aguas de
albaal. Superpoblada y desordenada, la ciudad enferma, como deca la metfora, demandaba un nuevo
tipo de planeamiento que diera soluciones al desenfrenado caos urbano. En verdad, los funcionarios y
reformadores de esas ciudades eran quienes estaban principalmente preocupados con las normas de la salud,
las obras pblicas y las intervenciones sanitarias, y quienes primero pusieron las bases de un planeamiento
urbano global. La ciudad comenz a ser concebida como un objeto, analizado cientficamente y
transformado segn los requerimientos principales del trfico y de la higiene. Se supuso que la
respiracin y la circulacin deban ser restaurados en el organismo urbano, que haba sido abrumado
por una sbita presin. Las ciudades incluyendo los dameros coloniales fuera de Europa fueron
diseados o modificados para asegurar una apropiada circulacin del aire y del trfico, y los filntropos se
propusieron erradicar los espantosos barrios marginales y llevar los principios morales correctos a sus
habitantes. El rico significado tradicional de las ciudades y la ms ntima relacin entre ciudad y morador
fueron entonces erosionados a medida que devino dominante el orden higinico-industrial. Mediante la
reificacin del espacio y la objetivacin de la gente, la prctica del planeamiento urbano conjuntamente con
la ciencia del urbanismo, transform la configuracin espacial y social de la ciudad, dando nacimiento en el
siglo XX a lo que se ha llamado la taylorizacin de la arquitectura (McLeod, 1983).

Como los actuales planificadores del Tercer Mundo, la burguesa europea del siglo XIX tambin tuvo que
tratar el problema de la pobreza. El manejo de la pobreza realmente abri un mbito completo de
24
intervencin que algunos investigadores han llamado lo social. La pobreza, la salud, la educacin, la
higiene, el desempleo, etc. fueron construidos como problemas sociales que a su vez requeran un
conocimiento cientfico detallado sobre la sociedad y su poblacin y el planeamiento social e intervencin
extensivos en la vida cotidiana. A medida que el Estado emergi como garante del progreso, el objetivo del
gobierno devino en un manejo eficiente de la poblacin para asegurar as su bienestar y buen orden. Se
produjo un cuerpo de leyes y reglamentos con la intencin de regular las condiciones de trabajo y tratar los
accidentes, la vejez, el empleo de las mujeres y la proteccin y educacin de los nios. Las fbricas, las
escuelas, los hospitales, las prisiones se configuraron como lugares privilegiados para moldear la
experiencia y las formas de pensar en trminos de orden social. En resumen, el ascenso de lo social hizo
posible la creciente socializacin de la gente por las normas dominantes as como su insercin en la
maquinaria de la produccin capitalista. El resultado final de este proceso en el presente es el Estado
benefactor y la nueva actividad profesional conocida como trabajo social.

Conviene hacer nfasis en dos puntos en relacin con este proceso. Primero, que estos cambios no
ocurrieron naturalmente, sino que requirieron vastas operaciones ideolgicas y materiales y frecuentemente
la cruda coercin. La gente no se habitu de buen grado y de propia voluntad al trabajo en la fbrica o a
vivir en ciudades abigarradas e inhspitas; tenan que ser disciplinada en esto! Y segundo, que estas
mismas operaciones y formas de planificacin social han producido sujetos gobernables. Han modelado
no solamente estructuras sociales e instituciones, sino tambin la manera en que la gente vivencia su vida y
se construye a s misma como sujeto. Pero los expertos en desarrollo han sido ciegos a estos aspectos
insidiosos de la planificacin en sus propuestas de reproducir en el Tercer Mundo formas similares de
planeamiento social. Como deca Foucault, La Ilustracin, que descubri las libertades, tambin invent
las disciplinas (1979:222). No se puede mirar el lado luminoso de la planificacin, sus logros modernos
si hubiera que aceptarlos, sin ver al mismo tiempo su lado oscuro de dominacin. La administracin de
lo social ha producido sujetos modernos que no son solamente dependientes de los profesionales para sus
necesidades, sino que tambin se ordenan en realidades ciudades, sistemas de salud y educacionales,
economas, etc. que pueden ser gobernadas por el Estado mediante la planificacin. La planificacin
inevitablemente requiere la normalizacin y la estandarizacin de la realidad, lo que a su vez implica la
injusticia y la extincin de la diferencia y de la diversidad.

El tercer factor en la historia europea que fue de importancia central al desarrollo y el xito de la
planificacin fue la invencin de la economa. La economa, como la conocemos hoy, ni siquiera exista
an en el siglo XVIII en Europa y mucho menos en otras partes del mundo. La diseminacin e
institucionalizacin del mercado, ciertas corrientes filosficas como el utilitarismo e individualismo y el
nacimiento de la economa poltica clsica, a finales del siglo XVIII, suministran los elementos y el
cemento para el establecimiento de un dominio independiente, a saber la economa, aparentemente
separada de la moralidad, de la poltica y de la cultura. Karl Polanyi (1957b) se refiere a este proceso como
el desgajamiento de la economa de la sociedad, un proceso que estaba conectado a la consolidacin del
capitalismo y que supona la mercantilizacin de la tierra y del trabajo. Hubo muchas otras consecuencias
de este proceso, adems de la conversin generalizada de los bienes en mercancas. Otras formas de
organizacin econmica, aquellas fundadas en la reciprocidad o la redistribucin, por ejemplo, fueron
descalificadas y crecientemente marginalizadas. Las actividades de subsistencia llegaron a ser devaluadas o
destruidas y se puso en el orden del da una actitud instrumental hacia la naturaleza y la gente, lo que a su
vez condujo a formas sin precedentes de explotacin de los seres humanos y de la naturaleza. Aunque hoy
la mayora de nosotros da por sentada la moderna economa de mercado, esta nocin y la realidad de cmo
opera no ha existido siempre. A pesar de su dominancia, an hoy persisten en muchos lugares del Tercer
Mundo sociedades de subsistencia, economas informales y formas colectivas de organizacin
econmica.

En resumen, el perodo 1800-1950 vio la progresiva intromisin de aquellas formas de administracin y
regulacin de la sociedad, del espacio urbano y de la economa que resultaran en el gran edificio de la
planificacin a comienzos del perodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Una vez normalizados,
regulados y ordenados, los individuos, las sociedades y las economas pueden ser sometidas a la mirada
cientfica y al escalpelo de la ingeniera social del planificador quien, como un cirujano que opera sobre el
cuerpo humano, puede entonces intentar producir el tipo deseado de cambio social. Si la ciencia social y la
planificacin han tenido algn xito en la prediccin y manipulacin del cambio social, es precisamente
porque se ha logrado ya ciertas regularidades econmicas, culturales y sociales que otorgan un elemento
sistemtico y una consistencia entre el mundo real y los ensayos de los planificadores. Una vez que se
organiza el trabajo de las fbricas y se disciplina a los trabajadores, una vez que se empieza a hacer crecer
rboles en las plantaciones, entonces se puede predecir la produccin industrial o la produccin de madera.
25
En el proceso, tambin se realiza la explotacin de los trabajadores, la degradacin de la naturaleza y la
eliminacin de otras formas de conocimiento: sean las destrezas del artesano o las de quienes viven en el
bosque. Estas son las clases de procesos que estn en juego en el Tercer Mundo cuando la planificacin
redefine la vida social y econmica de acuerdo con los criterios de racionalidad, eficiencia y moralidad que
son coherentes con la historia y las necesidades de la sociedad capitalista e industrial, pero no con las del
Tercer Mundo.


El desmantelamiento y reconstruccin de las sociedades

La planificacin cientfica lleg a su madurez durante los aos veinte y treinta cuando emergi a partir de
orgenes ms bien heterogneos: la movilizacin de la produccin nacional durante la Primera Guerra
Mundial, la planificacin sovitica, el movimiento de la administracin cientfica en los Estados Unidos y
la poltica econmica keynesiana. Las tcnicas de planificacin fueron refinadas durante la Segunda Guerra
Mundial y el perodo inmediatamente posterior. Fue durante este perodo y en conexin con la guerra que se
difundieron la investigacin de operaciones, el anlisis de sistemas, la ingeniera humana y la visin de la
planificacin como accin social racional. Cuando la era del desarrollo en el Tercer Mundo apareci, a
fines de los aos cuarenta, el propsito de disear la sociedad mediante la planificacin encontr un suelo
an ms frtil. En Amrica Latina y Asia, la creacin de una sociedad en desarrollo entendida como una
civilizacin basada en la ciudad, caracterizada por el crecimiento, la estabilidad poltica y crecientes niveles
de vida, se convirti en un objetivo explcito y se disearon ambiciosos planes para lograrlo con la ansiosa
asistencia de las organizaciones internacionales y de expertos del mundo desarrollado.

Para planificar en el Tercer Mundo, sin embargo, era necesario establecer ciertas condiciones estructurales
y conductuales, usualmente a expensas de los conceptos de accin y cambio social existentes en la gente.
Frente al imperativo de la sociedad moderna, la planificacin involucraba la superacin o erradicacin de
las tradiciones, obstculos e irracionalidades, es decir, la modificacin general de las estructuras
humanas y sociales existentes y su reemplazo por nuevas estructuras racionales. Dada la naturaleza del
orden econmico de la postguerra, esto equivala a crear las condiciones para la produccin y reproduccin
capitalistas. Las teoras del crecimiento econmico que dominaban el desarrollo en ese tiempo,
proporcionaban la orientacin terica para la creacin del nuevo orden y los planes de desarrollo nacional,
los medios para lograrlo. La primera misin notse sus insinuaciones misioneras cristianas enviada
por el Banco Mundial a un pas subdesarrollado en 1949, por ejemplo, tena como propsito la
formulacin de un programa global de desarrollo para el pas en cuestin, Colombia. Compuesta por
expertos en muchos campos, la misin consider que su tarea era:

convocar a un programa global e internamente consistente [...] Slo mediante un
ataque generalizado en toda la economa, la educacin, la salud, la construccin de
viviendas, la alimentacin y la productividad, puede quebrarse decisivamente el
circulo vicioso de la pobreza, la ignorancia, la mala salud y la baja produccin.

(
International Bank for Reconstruction and Development
,
1950:
xv
)


Adems, estaba claro para la misin que:

No podemos escapar a la conclusin que la confianza en las fuerzas naturales no ha
producido los resultados ms felices. Es igualmente inevitable la conclusin que con
el conocimiento de los hechos y los procesos econmicos subyacentes, buen
planeamiento en establecer objetivos y asignar recursos y determinacin para realizar
un programa para la mejora y las reformas, se puede hacer mucho para mejorar el
entorno econmico dando forma a polticas econmicas que cumplan cientficamente
determinados requerimientos sociales [...] Al hacer ese esfuerzo, Colombia no slo
lograra su propia salvacin sino que al mismo tiempo dara un ejemplo alentador a
todas las otras reas subdesarrolladas del mundo.

(
International Bank for Reconstruction and Development
,

1950:
615).

Que el desarrollo trata de la salvacin nuevamente ecos de la misin civilizatoria colonial emerge
claramente de la mayor parte de la literatura de la poca. Los pases de Amrica Latina, Asia y frica eran
vistos como si confiaran en fuerzas naturales que no haban producido los resultados ms felices. No sobra
decir que toda la historia del colonialismo queda borrada por esta forma discursiva de narrarla. Lo que se
enfatiza ms bien es la introduccin de los pases pobres al mundo iluminado de la ciencia y de la economa
moderna occidentales, mientras las condiciones existentes en esos pases son construidas como caracterizadas
26
por un circulo vicioso de pobreza, ignorancia y trminos semejantes. La ciencia y la planificacin, por
otra parte, son vistos como neutrales, deseables y universalmente aplicables; mientras, en verdad, se estaba
transfiriendo una experiencia civilizatoria entera y una particular racionalidad al Tercer Mundo mediante el
proceso del desarrollo. El Tercer Mundo as entr a la conciencia occidental posterior a la Segunda Guerra
Mundial como la materia prima tcnica y socialmente apropiada para la planificacin. Naturalmente, esta
condicin dependa, y an depende, de un neocolonialismo extractivo. Epistemolgica y polticamente el
Tercer Mundo es construido como objeto natural-tcnico que debe ser normalizado y moldeado mediante la
planificacin para satisfacer las caractersticas cientficamente verificadas de una sociedad de desarrollo.

Para fines de los aos cincuenta, la mayora de los pases del Tercer Mundo estaban ya comprometidos en
actividades de planificacin. Al lanzar la primera dcada del desarrollo a comienzos de los aos sesenta, las
Naciones Unidas podan declar que:

El terreno ha sido despejado para una consideracin no doctrinaria de los problemas
reales del desarrollo, a saber, ahorro, entrenamiento y planificacin para actuar sobre
ellos. En particular, las ventajas de tratar con los diversos problemas sin
fragmentarlos, sino con un enfoque global mediante una slida planificacin del
desarrollo, se hizo ms completamente visible [...] La cuidadosa planificacin del
desarrollo puede ser un potente medio para movilizar[...] recursos latentes para la
solucin racional de los problemas involucrados. (
1962
:
2,10)
.

Del mismo optimismo y, simultneamente, de la misma ceguera hacia las actitudes etnocntricas y
parroquiales de los planificadores hizo eco la Alianza para el Progreso. En palabras del presidente Kennedy:

El mundo es muy diferente ahora. Pues el hombre tiene en sus manos mortales el
poder de abolir todas las formas de pobreza humana y todas las formas de vida
humana [...] A aquellos pueblos en las chozas y en las aldeas de la mitad del planeta
que luchan por romper las trabas de la miseria masiva [...] les ofrecemos una promesa
especial convertir nuestras buenas palabras en buenas acciones en una nueva
alianza para el progreso, para ayudar a los hombres libres y a los gobiernos libres a
despojarse de las cadenas de la pobreza.
1


Afirmaciones como stas reducen la vida en el Tercer Mundo simplemente a condiciones de miseria,
pasando por alto sus tradiciones, sus valores y estilos de vida diferentes as como sus logros histricos. A los
ojos de los planificadores y desarrolladores, las moradas de la gente aparecan nada ms que como chozas
miserables y sus vidas muchas veces, especialmente en este momento temprano de la era del desarrollo, an
caracterizadas por la subsistencia y la autosuficiencia como marcadas por una pobreza inaceptable. En
breve, son vistos nada ms que como materia prima en necesidad urgente de ser transformada por la
planificacin. No es necesario tener ideas romnticas sobre la tradicin para darse cuenta que lo que para los
economistas eran signos indudables de pobreza y atraso, para la gente del Tercer Mundo eran frecuentemente
componentes integrales de sistemas sociales y culturales viables, enraizados en relaciones sociales y
conocimientos diferentes, no modernos. Estos sistemas fueron precisamente blanco de ataque, primero por el
colonialismo y luego por el desarrollo, aunque no sin mucha resistencia entonces como ahora. An
concepciones alternativas del cambio econmico y social sostenidas por acadmicos y activistas del Tercer
Mundo en los aos cuarenta y cincuenta siendo la ms notable la del Mahatma Gandhi, pero tambin, por
ejemplo la de ciertos socialistas en Amrica Latina fueron desplazadas por la imposicin forzosa de la
planificacin y el desarrollo. Para los desarrollistas, lo que estaba en juego era la transicin de una sociedad
tradicional a una cultura econmica, es decir, la configuracin de un tipo de sociedad cuyos objetivos
estaban conectados a una racionalidad orientada hacia el futuro de manera cientfica-objetiva y realizada
mediante el dominio de ciertas tcnicas. Los planificadores crean que en la medida en que cada uno haga bien
su parte, el sistema estaba libre de fallas: el Estado planeara, la economa producira y los trabajadores se
concentraran en sus agendas privadas: criar familias, enriquecerse y consumir todo lo que desbordara del
cuerno de la abundancia (Friedman, 1965:8-9).

El dominio de la planificacin se hizo cada vez mayor a medida que las lites del Tercer Mundo se apropiaban
del ideal del progreso en la forma de la construccin de una nacin prspera, moderna, mediante el
desarrollo econmico y la planificacin; a medida que conceptos alternativos sobrevivientes del cambio y de
la accin social llegaron a ser cada vez ms marginalizados; y finalmente, a medida que los sistemas sociales
tradicionales se fueron trasformando y las condiciones de vida de la mayora de las gentes empeoraron. Las
lites y, muy frecuentemente, las contra-lites radicales, encontraron en la planificacin una herramienta para el
cambio social que a sus ojos era no solamente indispensable, sino irrefutable debido a su naturaleza cientfica.
27
La historia del desarrollo en el perodo posterior a la Segunda Guerra Mundial es, en muchos sentidos, la
historia de la institucionalizacin y despliegue cada vez ms penetrante de la planificacin. El proceso fue
facilitado una y otra vez por sucesivas estrategias de desarrollo. Del nfasis en el crecimiento y la
planificacin nacional en los aos cincuenta, hasta la revolucin verde y la planificacin sectorial y regional de
los aos sesenta y setenta; as como desde el enfoque de las necesidades bsicas y la planificacin a nivel
local en los aos setenta y ochenta, hasta la planificacin del medio ambiente para el desarrollo sustentable o
la planificacin para incorporar a las mujeres y a las bases en el desarrollo, de los aos ochenta, el alcance y
las desmesuradas ambiciones de la planificacin no han cesado de crecer.

Quizs ningn otro concepto ha servido tan bien para reformular y diseminar la planificacin como el de
necesidades humanas bsicas. Reconociendo que los objetivos de reducir la pobreza y asegurar un nivel de
vida decente para la mayora de la poblacin estaban tan distantes como siempre, los tericos del desarrollo
siempre listos para encontrar otra artimaa que podran presentar como un nuevo paradigma o estrategia
acuaron esta nocin con el propsito de promover un marco de referencia coherente que pueda acomodar los
creciententemente refinados conjuntos de objetivos de desarrollo que han evolucionado en los ltimos treinta
aos y pueda sistemticamente relacionar estos objetivos con diversos tipos de polticas (Crosswell, 1981:2).
Los puntos clave de intervencin eran la educacin primaria, la salud, la nutricin, la vivienda, la planificacin
familiar y el desarrollo rural. La mayora de las intervenciones mismas fueron dirigidas al hogar. Como en el
caso de la representacin de lo social en la Europa del siglo XIX, en que la propia sociedad se convirti en el
primer objetivo de una intervencin estatal sistemtica, las prcticas de la salud, la educacin, los cultivos y la
reproduccin de las gentes del Tercer Mundo devinieron en el objeto de un vasto abanico de programas
introducidos en nombre del incremento del capital humano de estos pases y del aseguramiento de un nivel
mnimo de bienestar para sus habitantes. Una vez ms, los lmites epistemolgicos y polticos de esta clase de
enfoque racional orientada a la modificacin de la condiciones de vida e inevitablemente marcada por las
caractersticas de clase, raza, gnero, cultura resulto en la construccin de un monocromo artificialmente
homogneo, el Tercer Mundo, una entidad que fue siempre deficitaria en relacin con Occidente, y por tanto
necesitada de proyectos imperialistas de progreso y desarrollo.

El desarrollo rural y los programas de salud durante los aos setenta y ochenta pueden ser citados como
ejemplos de este tipo de poltica. Ellos revelan tambin los mecanismos arbitrarios y las falacias de la
planificacin. El famoso discurso de Nairobi de Robert McNamara, pronunciado en 1973 ante la Junta de
Gobernadores del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, lanz la era de los programas
orientados a la pobreza en el desarrollo, que se transform en el enfoque de las necesidades humanas
bsicas. Central a esta concepcin eran la denominada planificacin nacional de la alimentacin y la nutricin
y el desarrollo rural integrado. La mayora de estos esquemas fueron diseados, a comienzos de los aos setenta,
en un puado de universidades norteamericanas y britnicas, en el Banco Mundial y en las agencias tcnicas de
las Naciones Unidas, e implementados en muchos pases del Tercer Mundo, desde mediados de los setenta
hasta fines de los ochenta. Se consider necesario la planificacin global de la alimentacin y la nutricin, dada
la magnitud y complejidad de los problemas de desnutricin y hambre. Tpicamente, un plan nacional de
alimentacin y nutricin inclua proyectos en atencin primaria de la salud, educacin nutricional y
complementacin de alimentos, huertos escolares y familiares, la promocin de la produccin y consumo de
alimentos ricos en protenas y un desarrollo rural integrado. Este ltimo componente contemplaba medidas
para incrementar la produccin de cultivos alimenticios por pequeos agricultores mediante el suministro de
crdito, asistencia tcnica e insumos agrcolas, e infraestructura bsica.


Cmo defina el Banco Mundial el desarrollo rural integrado?

El desarrollo rural, dictaba la poltica del Banco Mundial,

es una estrategia diseada para mejorar la vida econmica y social de un grupo
especfico de personas: los pobres rurales. Involucra la extensin de los beneficios del
desarrollo a los ms pobres entre aquellos que buscan su subsistencia en las reas
rurales. Una estrategia de desarrollo rural debe reconocer tres puntos. En primer lugar,
la tasa de transferencia de gente de la agricultura de baja productividad a ocupaciones
ms rentables ha sido lenta [...] En segundo lugar [...] la situacin empeorar si la
poblacin crece a tasas sin precedentes [...] En tercer lugar, las reas rurales tienen
fuerza de trabajo, tierra y por lo menos algn capital que, si se moviliza, podra
reducir la pobreza y mejorar la calidad de vida [...] El desarrollo rural est
claramente diseado para incrementar la produccin y elevar la productividad. Tiene
que ver con la monetizacin y la modernizacin de la sociedad y con su transicin del
28
aislamiento tradicional hacia su integracin a la economa nacional. (Banco Mundial,
1975:90, 91, 96).

Que la mayora de la gente del sector moderno, es decir los que viven en condiciones marginales en las
ciudades, no gozaban de los beneficios del desarrollo no se les ocurri a estos expertos. Los campesinos
ese grupo especfico de gente que es en realidad la mayora del Tercer Mundo son vistos en trminos
puramente econmicos, no como quienes tratan de hacer viable un sistema de vida completo. Que su tasa de
transferencia a ocupaciones ms rentables tena que ser acelerada, de otra parte, asume que sus vidas no son
satisfactorias; al fin y al cabo, ellos viven en aislamiento tradicional, an si estn rodeados de sus
comunidades y de aquellos a quienes aman. El enfoque tambin considera a los campesinos como aptos para
desplazarse como si fueran ganado o bienes. Como su fuerza de trabajo deba ser movilizada, ellos
seguramente deben haber estado sentados en ocio los cultivos de subsistencia no incluyen fuerza de
trabajo desde este punto de vista, o quizs haciendo demasiados hijos. Todos estos recursos retricos que
reflejan las percepciones normales del planificador contribuyen a oscurecer el hecho de que es precisamente
el aumento de la integracin de los campesinos en una economa moderna lo que est en la raz de muchos de
sus problemas. An ms fundamentalmente, estas afirmaciones, que se traducen en realidades mediante la
planificacin, reproducen el mundo tal como lo conocen los desarrollistas: un mundo compuesto de produccin
y mercados, de sectores tradicional y moderno o desarrollado y subdesarrollado, de la necesidad de ayuda e
inversiones por multinacionales, de capitalismo versus comunismo, el progreso material como felicidad, y as
sucesivamente. Aqu tenemos un ejemplo de primera del nexo entre la representacin y el poder de la violencia
de los modos de representacin aparentemente neutros.

En breve, la planificacin asegura un funcionamiento del poder que se basa en y ayuda a producir un tipo
de realidad que no es ciertamente la del campesino, mientras las culturas y luchas campesinas se hacen
invisibles. En realidad los campesinos han sido hechos irrelevantes an para sus propias comunidades rurales.
En su discurso del desarrollo rural, el Banco Mundial representa las vidas de los campesinos de manera tal que
la conciencia de la mediacin y de la historia inevitablemente implicadas en esta construccin es excluida de la
conciencia de sus economistas y de la de muchos actores importantes como los planificadores, los lectores
occidentales, las lites del Tercer Mundo, los cientficos, etc. Esta narracin particular de la planificacin y del
desarrollo, profundamente arraigada en la economa poltica y en el orden cultural en el perodo posterior a la
Segunda Guerra Mundial, es esencial a esos actores. Realmente configura un elemento importante en su
construccin insular como un nosotros desarrollado, moderno, civilizado, el nosotros del hombre
occidental. En esta narracin tambin, los campesinos, y en general la gente del Tercer Mundo, aparecen como
los hitos de referencia, semi-humanos, semi-cultivados, frente a los cuales el mundo euro-americano mide sus
propios logros.


El conocimiento como poder

Como sistema de representaciones, la planificacin depende as de hacer olvidar a la gente los orgenes de su
mediacin histrica. Esta invisibilidad de la historia y de la mediacin se logra mediante una serie de prcticas
particulares. La planificacin se apoya en, y procede mediante, varias prcticas consideradas racionales u
objetivas, pero que son en realidad altamente ideolgicas y polticas. Ante todo, como en otros dominios del
desarrollo, el conocimiento producido en el Primer Mundo sobre el Tercer Mundo da una cierta visibilidad a
realidades especficas de este ltimo, hacindolas por tanto objetivos del poder. Programas como el desarrollo
rural integrado deben ser vistos bajo esta luz. Mediante estos programas, pequeos agricultores, campesinos
sin tierra y sus semejantes logran una cierta visibilidad, aunque solamente como un problema del desarrollo,
que hace de ellos el objeto de intervenciones burocrticas, poderosas y hasta violentas. Y hay otros importantes
mecanismos de planificacin ocultos o no problematizados; por ejemplo, la demarcacin de nuevos campos y
su asignacin a expertos, algunas veces hasta la creacin de una nueva subdisciplina como la planificacin
de la alimentacin y la nutricin. Estas operaciones no slo asumen la existencia previa de
compartimientos discretos, tales como salud, agricultura y economa que en verdad no son ms que
ficciones creadas por los cientficos sino que imponen esta fragmentacin a culturas que no vivencian la vida
de la misma manera compartimentalizada. Y, naturalmente, los Estados, las instituciones dominantes y las
corrientes oficiales de opinin son reforzadas de paso a medida que el dominio de sus acciones se multiplica
inevitablemente.

Prcticas institucionales como la planificacin e implementacin de proyectos, por otra parte, da la impresin
que la poltica es el resultado de actos discretos, racionales, y no el proceso de conciliar intereses en conflicto,
un proceso en el que se hacen elecciones, se efectan exclusiones y se imponen visiones del mundo. Hay una
29
aparente neutralidad en la identificacin de la gente como problema, hasta que uno se da cuenta que esta
definicin del problema ha sido ya armada en Washington o en alguna capital del Tercer Mundo y que se
presenta de tal manera que tiene que aceptarse cierto tipo de programa de desarrollo como la solucin legtima.
Los discursos profesionales proveen las categoras desde las cuales pueden identificarse y analizarse los
hechos. Este efecto es reforzado mediante el uso de etiquetas, tales como pequeos agricultores o mujeres
embarazadas, que reducen la vida de una persona a un aspecto singular y la convierten en un caso que debe
ser tratado o reformado. El uso de etiquetas permite a expertos y lites desconectar explicaciones del
problema de s mismos y atribuirlos puramente a factores internos a los pobres. Inevitablemente, las vidas de
los pueblos en el nivel local son trascendidas y objetivadas cuando son traducidas a las categoras profesionales
significativamente determinadas por estas prcticas institucionales no locales, que por tanto deben ser vistas
como inherentemente polticas.

Los resultados de este tipo de planificacin han sido, en su mayor parte, nocivas tanto para la gente como para
las economas del Tercer Mundo. En el caso del desarrollo rural, por ejemplo, el resultado ha sido visto por los
expertos en trminos de dos posibilidades: (a) el pequeo productor puede estar en condiciones de tecnificar
su proceso productivo, lo que implica su conversin en empresario agrario o (b) el pequeo productor no est
preparado para asumir tal nivel de competividad, en cuyo caso ser desplazado del mercado y hasta quiz
enteramente de la produccin en esa rea (Dnp, 1979:47). En otras palabras, produces (para el mercado) o
pereces. An en trminos de la produccin incrementada, los programas de desarrollo rural han tenido
resultados dudosos en el mejor de los casos. Mucho del aumento de la produccin de alimentos en el Tercer
Mundo ha tenido lugar en el sector capitalista comercial, mientras que buena parte del incremento ha sido
hecho en cultivos comerciales o de exportacin. De hecho, como se ha mostrado ampliamente, los programas
de desarrollo rural y la planificacin del desarrollo en general han contribuido no solamente a la creciente
pauperizacin de los pobladores rurales, sino tambin a agravar los problemas de malnutricin y hambre. Los
planificadores pensaron que las economas agrcolas del Tercer Mundo podran ser mecnicamente
reestructuradas para parecerse a la agricultura modernizada de los Estados Unidos, pasando por alto
completamente no slo los deseos y las aspiraciones de los pueblos, sino la dinmica total de la economa, la
cultura y la sociedad que circunscriben las prcticas agrcolas en el Tercer Mundo. Este tipo de administracin
de la vida realmente constituy un teatro de la muerte ms notablemente en el caso de la hambruna
africana cuando la produccin aumentada de alimentacin result, por un giro perverso, en ms hambre.

El impacto de muchos programas de desarrollo ha sido particularmente negativo sobre las mujeres y los
pueblos indgenas, cuando los proyectos de desarrollo se apropian y destruyen sus bases de sostenimiento y
supervivencia. Histricamente el discurso occidental se ha rehusado ha reconocer el papel productivo y
creativo de la mujer, y este rechazo ha contribuido a propagar divisiones del trabajo que mantienen a las
mujeres en posiciones de subordinacin. Para los planificadores y economistas, la mujer no era
econmicamente activa hasta hace poco tiempo, a pesar del hecho que una gran parte del alimento
consumido en el Tercer Mundo es cultivado por mujeres. Adems, las posiciones econmica y de gnero de las
mujeres se deterioraron frecuentemente en los aos setenta como resultado de la participacin en programas de
desarrollo rural de los hombres cabezas de familia. No sorprende que las mujeres se hayan opuesto mucho ms
activamente que los hombres a estos programas de desarrollo. Con los paquetes tecnolgicos, la
especializacin en la produccin de ciertos cultivos, la disposicin rgida de los campos, las rutinas
pre-ordenadas de cultivo, la produccin para el mercado, etc., estos programas contrastan radicalmente con las
maneras de cultivar ms ecolgicas y variadas de los campesinos, defendidas por las mujeres en muchos
lugares del Tercer Mundo donde la produccin para la subsistencia y para el mercado son cuidadosamente
equilibrados. Desgraciadamente, la tendencia reciente hacia la incorporacin de la mujer en el desarrollo ha
dado por resultado, en su mayor parte, que sean colocadas en la mira para lo que en todos los otros aspectos se
mantienen como programas convencionales. Las categoras del grupo objetivo son construidas para fomentar
los procedimientos de las agencias de desarrollo para organizar, administrar, regular, enumerar y gobernar las
vidas de mujeres comunes (Mueller, 1987b:4). De esta manera la clientela de la industria del desarrollo ha
sido convenientemente duplicada por este cambio en la representacin.

Otra instancia reciente e importante del desarrollo planificado son los esquemas de industrializacin en las
llamadas zonas de libre comercio en el Tercer Mundo, donde las corporaciones multinacionales son recibidas
en condiciones muy favorables por ejemplo, con liberacin de impuestos, seguridades de fuerza de trabajo
barato y dcil, un clima poltico estable, niveles ms permisivos de polucin, etc.. Como todas las otras
formas de planificacin, estos proyectos de industrializacin involucran mucho ms que una transformacin
econmica. Lo que est en juego aqu es la transformacin de la sociedad y la cultura rurales al mundo de la
disciplina fabril y a la sociedad (occidental) moderna. Tradas a los pases del Tercer Mundo en nombre del
desarrollo, y activamente promovidas y mediadas por los Estados del Tercer Mundo, las zonas de libre
30
comercio representan un microcosmos en el que se juntan las familias, las aldeas, las tradiciones, las fbricas
modernas, los gobiernos y la economa mundial en una relacin desigual de conocimiento y poder. No es
accidental que la mayora de trabajadores en estas fbricas sean mujeres jvenes. Las industrias electrnicas en
el sudeste asitico, por ejemplo, se basan fuertemente en formas de subordinacin de gnero. La produccin de
jvenes trabajadoras fabriles como cuerpos dciles mediante formas sistemticas de disciplina en la fbrica o
fuera de ella, no pasan, sin embargo, sin resistencia, como Aijwa Ong (1987) muestra en su excelente estudio
de las trabajadoras fabriles de Malasia. Las formas de resistencia de las mujeres en la fbrica destruccin de
microchips, posesin espiritual, reduccin de la velocidad del trabajo, etc. pueden verse como expresiones
de protesta contra la disciplina laboral y el control masculino en la nueva situacin industrial. Adems, esto nos
recuerda que, si es verdad que nuevas formas de dominacin son crecientemente incorporadas en las
relaciones sociales de la ciencia y la tecnologa que organizan los sistemas de conocimiento y produccin, es
igualmente cierto que las voces divergentes y las prcticas innovadoras de los pueblos sometidos quiebran
tales reconstrucciones culturales en sociedades no occidentales. (Ong,1987:221).


El conocimiento en la oposicin

Las crticas feministas del desarrollo y los crticos del desarrollo como discurso han comenzado a sumar
fuerzas, precisamente mediante un examen de la dinmica de la dominacin, la creatividad y la resistencia que
circunscriben el desarrollo. Esta prometedora tendencia es ms visible en un tipo de activismo y teorizacin de
base que es sensible al rol del conocimiento, de la cultura y del gnero en el mantenimiento de la empresa del
desarrollo y, recprocamente, en la generacin de prcticas ms pluralistas e igualitarias. A medida que las
conexiones entre el desarrollo que articula el Estado y las ganancias, el patriarcado, y la ciencia y la
tecnologa objetivantes, de una parte, y la marginalizacin de las vidas y el conocimiento de los pueblos, de la
otra, resultan ms evidentes, la bsqueda de alternativas se profundiza tambin. Las ideas imaginarias del
desarrollo y de la igualacin con Occidente pierden su atractivo a medida que la violencia y las crisis
recurrentes econmicas, ecolgicas y polticas devienen en el orden del da. En resumen, el intento de los
Estados de establecer sistemas totalizadores de ingeniera socioeconmica y cultural mediante el desarrollo est
ingresando a un callejn sin salida. Se estn creando o reconstruyendo prcticas y nuevos espacios para pensar
y actuar, ms notablemente en las bases, en el vaco dejado por la crisis de los mecanismos colonizadores del
desarrollo.

As, hablando sobre movimientos ecolgicos en India, muchos de ellos iniciados por mujeres de base, Vandana
Shiva ve el proceso emergente como:

una redefinicin del crecimiento y la productividad como categoras ligadas a la
produccin de la vida y no a la destruccin. Es as simultneamente un proyecto
poltico, ecolgico y feminista que legitima las maneras de conocer y de ser que crea
riqueza promoviendo la vida y la diversidad que deslegitima el conocimiento y la
prctica de una cultura de la muerte como base de la acumulacin del capital [...]
Contemporneamente, las mujeres del Tercer Mundo, cuyas mentes no han sido an
desposedas o colonizadas, estn en una posicin privilegiada para hacer visibles las
categoras opuestas, invisibles, de las que ellas son custodias. (Shiva, 1989:13,46).

No es necesario imputar a las mujeres del Tercer Mundo, a los pueblos indgenas, a los campesinos, y otros, una
pureza que no tienen para darse cuenta que las formas importantes de resistencia a la colonizacin de su mundo
vital, han sido mantenidas y an recreadas entre ellos. Tampoco se necesita ser excesivamente optimista sobre
el potencial de los movimientos de base para transformar el orden del desarrollo, para visualizar la promesa que
estos movimientos contienen y el reto que plantean crecientemente a los convencionales enfoques de arriba
abajo, centralizados y hasta a aquellas estrategias aparentemente descentralizadas, participatorias, que estn en
su mayor parte engranadas con fines econmicos.
2
El argumento de Shiva de que muchos grupos del Tercer
Mundo, especialmente mujeres campesinas y pueblos indgenas, poseen conocimientos y prcticas opuestas a
aquellas que definen el nexo dominante entre ciencia reduccionista, patriarcado, violencia y ganancias
formas de relacionar a la gente, el conocimiento y la naturaleza que son menos explotadoras y reificantes,
ms localizadas, descentralizadas y en armona con el ecosistema es acogida por observadores en muchas
partes del mundo. Estas formas alternativas que no son ni tradicionales ni modernas, suministran la base para
un proceso lento pero constante de construccin de maneras diferentes de pensar y de actuar, de concebir el
cambio social, de organizar las economas y las sociedades, de vivir y curar.

La racionalidad occidental tiene que abrirse a la pluralidad de formas de conocimiento y concepciones de
cambio que existen en el mundo y reconocer que el conocimiento cientfico objetivo, desapegado, es slo una
31
forma posible entre muchas. Esto puede entreverse de una antropologa de la razn que mire crticamente los
discursos y prcticas bsicos de las sociedades occidentales modernas y que descubra en la razn y en sus
prcticas esenciales tales como la planificacin, no verdades universales sino ms bien maneras de ser
muy especficas, si bien algo extraas o por lo menos peculiares. Para quienes trabajan dentro de la tradicin
occidental, esto tambin implica reconocer sin pasar por alto el contenido cultural de la ciencia y la
tecnologa que:

(1) La produccin de teora universal, totalizante, es un error maysculo que no capta
la mayor parte de la realidad, posiblemente siempre, pero no ciertamente ahora; (2)
asumir responsabilidad de las relaciones sociales de la ciencia y la tecnologa
significa rechazar una metafsica anti-cientfica, una demonologa de la tecnologa y
de esta forma significa abarcar la diestra tarea de reconstruir las fronteras de la vida
diaria, en conexin parcial con otros, en comunicacin con todas nuestras partes.
(Haraway, 1985:100).

Como hemos visto, la planificacin ha sido uno de aquellos universales totalizantes. Mientras el cambio social
ha sido probablemente siempre parte de la experiencia humana, fue solamente dentro de la modernidad europea
que la sociedad, es decir toda la manera de vivir de un pueblo, fue abierta al anlisis emprico y fue hecha
objeto del cambio planeado. Y mientras las comunidades del Tercer Mundo pueden encontrar que hay una
necesidad de alguna clase de cambio social organizado o dirigido en parte para revertir los daos causados
por el desarrollo esto indudablemente no tomar la forma de diseo de la vida o de ingeniera social. En el
largo plazo, esto significa que categoras y significados tienen que ser redefinidos. Mediante su prctica poltica
innovadora, los nuevos movimientos sociales de varias clases estn ya embarcados en este proceso de redefinir
lo social y el conocimiento mismo.

Las prcticas que an sobreviven en el Tercer Mundo a pesar del desarrollo, entonces, sealan el camino para
moverse ms all del cambio social y, en el largo plazo, entrar en una era posteconmica de postdesarrollo. En
el proceso, la pluralidad de significados y prcticas que constituyen la historia humana se har nuevamente
visible, mientras que la planificacin misma ir perdiendo inters.


Notas

1
.
Discurso inaugural. Enero 20, 1961.

2
. La planificacin participatoria o de nivel local, en realidad, es ms frecuentemente concebida no
en trminos de un poder popular que la gente pueda ejercer, sino como un problema burocrtico que
la institucin del desarrollo debe resolver.
32




4. EL DESARROLLO SOSTENIBLE:
DILOGO DE DISCURSOS
1




Del problema al discurso

El concepto de desarrollo sostenible, o sustentable, aparece en condiciones histricas muy especficas. Es
parte de un proceso ms amplio, que podramos llamar problematizacin de la relacin entre naturaleza y
sociedad, motivada por el carcter destructivo del desarrollo y la degradacin ambiental a escala mundial. Esta
problematizacin ha sido influenciada por la aparicin de los movimientos ambientalistas, tanto en el Norte
como en el Sur, todo lo cual ha resultado en un complejo proceso de internacionalizacin del ambiente (Buttel,
Haekins y Power, 1990). Como en toda problematizacin, han aparecido una serie de discursos que buscan dar
forma a la realidad a la que se refieren.
2
Estos discursos no son necesariamente descripciones objetivas de la
realidad como en general se pretende, sino reflejo de la lucha por definir la realidad en cierta forma y no en
otra. Estas luchas siempre estn ligadas al poder, as sea slo por el hecho de que de unas percepciones y
definiciones dadas saldrn polticas e intervenciones que no son neutras en relacin a sus efectos sobre lo
social.
3


A principios de los setenta, especialmente con la conferencia de Estocolmo (1972) y los informes del Club de
Roma sobre los lmites del crecimiento, apareci una categora de anlisis inusitada: los problemas
globales. Dentro de esta perspectiva, el mundo es concebido como un sistema global cuyas partes estn
interrelacionadas, requiriendo por tanto formas de gestin igualmente globalizadas y globalizantes.

En el presente captulo, analizaremos tres de estas respuestas a la problematizacin de la relacin entre
naturaleza y sociedad desde la perspectiva de la globalizacin del ambiente. Para facilitar el argumento,
denominaremos estas respuestas con los eptetos de liberal, culturalista y ecosocialista respectivamente.
Las tres primeras partes del texto estarn dedicadas al recuento crtico de los tres discursos. En la cuarta y
ltima parte, se presenta un breve anlisis de la reinvencin de la naturaleza que est siendo producida por
ciencias tales como la biologa molecular y la gentica y por tecnologas biolgicas e informticas.

Se arguye que estamos pasando de un rgimen de naturaleza orgnica (de origen premoderno, hoy minoritario)
y de naturaleza capitalizada (moderno, hoy dominante), a un rgimen de naturaleza construida (postmoderno y
ascendente). La pregunta general es entonces: qu est ocurriendo con la naturaleza en el umbral del siglo
XXI?, qu forma est tomando la lucha por la naturaleza, y cmo esta lucha se refleja en los discursos y en las
prcticas?


Nuestro futuro comn: el discurso liberal del desarrollo sostenible

Es innegable que el esfuerzo por articular la relacin entre naturaleza y sociedad ms difundido en los ltimos
aos lo representa el famoso Informe Bruntland, publicado en 1987 bajo la direccin de Gro Harlem Noruega.
El informe, publicado en varios idiomas bajo el ttulo de Nuestro Futuro Comn, lanz al mundo la nocin de
desarrollo sostenible. Su prrafo introductorio reza as:

En la mitad del siglo XX, vimos nuestro planeta desde el espacio por primera vez.
Tarde o temprano los historiadores encontrarn que esta visin tuvo un impacto
mayor sobre el pensamiento que la revolucin de Cpernico del siglo XVI, la cual
cambi por completo la imagen de nosotros mismos al revelar que la tierra no era el
centro del universo. Desde el espacio, vimos una pequea y frgil esfera dominada no
por la actividad humana, sino por un patrn de nubes, ocanos, reas verdes y suelos.
La incapacidad de la humanidad para encuadrar sus actividades dentro de este patrn
est cambiando los sistemas planetarios en formas fundamentales. Muchos de estos
cambios vienen acompaados de amenazas letales. Esta nueva realidad, de la cual no
33
hay escapatoria, debe ser reconocida y gerenciada. (World Commision, 1987;
nfasis agregado).

El discurso del Informe Bruntland parte del corazn mismo de la modernidad occidental. Es por esta razn que
lo llamamos liberal, no en un sentido moral o poltico, sino en un sentido fundamentalmente antropolgico y
filosfico. El mundo de Bruntland, en efecto, da por sentadas una serie de realizaciones de la modernidad
liberal de Occidente: la creencia en la posibilidad de un conocimiento cientfico objetivo, cuya veracidad est
asegurada por el ejercicio instrumentado de la vista la visin desde el espacio es la misma visin a travs del
microscopio del bilogo, es decir, la visin cientfica; una actitud frente al mundo que exige que ste sea
considerado como algo externo al observador, pudiendo entonces ser aprehendido como tal, conocido y
manipulado la famosa divisin entre sujeto y objeto del cartesianismo; la insistencia en que la realidad
social puede ser gestionada, que el cambio social pude ser planificado, y que lo social pude ser mejorado
paulatinamente, ya que los nuevos conocimientos pueden ser retroalimentados en los esquemas vigentes de la
realidad para as modificar y afinar las intervenciones.

Pero tal vez el rasgo de la modernidad que el discurso liberal del desarrollo sustentable asume con mayor
claridad es el de la existencia de una cultura econmica dada. Es sabido que la modernidad descansa no slo en
una estructura epistemolgica particular, sino en una serie de concepciones y prcticas llamadas econmicas,
tambin inusitadas desde el punto de vista antropolgico e histrico. El desarrollo de la cultura econmica de
Occidente, y su consolidacin hacia finales del siglo XVIII, requiri de procesos sociales muy complejos, que
slo pueden ser mencionados brevemente en este trabajo. La expansin del mercado, la mercantilizacin de la
tierra y el trabajo, las nuevas formas de disciplina en las fbricas, escuelas, hospitales, etc., las doctrinas
filosficas basadas en el individualismo y utilitarismo y, finalmente, la constitucin de la economa como una
esfera real, autnoma, con sus propias leyes e independiente de lo poltico, lo social, lo cultural, etc.,
son tal vez los elementos ms sobresalientes de la construccin histrica de la cultura econmica occidental.

Para el ser moderno, el hecho de que exista algo llamado economa no puede ser puesto en duda. Hacerlo
significa dudar de la modernidad misma. Desde el punto de vista antropolgico, sin embargo, eso que hoy se
nos aparece como una realidad indudable la existencia de los mercados, los precios, las mercancas, etc. es
una concrecin relativamente reciente. Si miramos al Occidente desde una de las mal llamadas sociedades
primitivas, o desde una sociedad campesina del Tercer Mundo actual, percibiramos sin grandes dificultades
que el comportamiento econmico de los modernos es bastante peculiar. La misma distincin entre lo
econmico, lo poltico, lo religioso, etc. distinciones esenciales para la modernidad no existen en estas
sociedades. Esto tiene consecuencias serias para la relacin naturaleza-sociedad, como veremos.

La cultura econmica occidental cuenta muchas historias de importancia para los ecologistas. Nos habla, por
ejemplo, de que la naturaleza est compuesta de recursos, de que estos son limitados y, por tanto, con valor
monetario y sujetos a ser posedos. Nos habla tambin de que los deseos del hombre son ilimitados y
que, dada la escasez de los recursos, sus necesidades slo pueden ser satisfechas a travs de un sistema de
mercado regulado por precios; de que el bien social se asegura si cada individuo persigue su propio fin de la
forma ms eficiente posible; nos instiga a pensar, finalmente, que la bondad de la vida, su calidad, se mide en
trminos de productos materiales, de tal forma que los otros elementos de la cultura se desvanecen en los
intersticios de esa estructura ya slida y estable que es la civilizacin econmica de Occidente.

Estas premisas culturales estn implcitas en el discurso dominante del desarrollo sostenible; se repiten en todos
los espacios donde circula el discurso liberal, desde el Banco Mundial hasta muchas Ongs que actan a nivel
local. Quien fuera presidente del Banco Mundial en el momento de la publicacin del Informe Bruntland
resumi en forma sucinta el enfoque economicista del discurso al decir que una ecologa sana es buena
economa (Conable, 1987:6). Y agrega: La planificacin ambiental pude maximizar los recursos naturales,
de tal forma que la creatividad humana pueda maximizar el futuro. La economizacin de la naturaleza que
supone esta situacin histrica puede ser llevada a sus conclusiones lgicas, como la propuesta cada vez ms
audible de que se privaticen todos los recursos naturales. Segn estos economistas, esto involucrara una simple
operacin: la asignacin de precios generalizada. La solucin no sera otra que la de aceptar que todos los
recurso deben tener ttulos, y todo el mundo debe tener derecho a esos recursos, como lo expresaba un
economista recientemente (Panayotou, 1991:362). Se tratara de extender el sistema de precios a todos los
aspectos de la naturaleza que sea posible, incluyendo el aire, el agua, los genes, etc.

Es necesario mencionar que la tendencia privatizante de los recursos se est convirtiendo en realidad en
muchos pases del Tercer Mundo, particularmente en Amrica Latina, en el marco de las polticas de ajuste
econmico y de apertura de corte neoliberal y postneoliberal. Sin embargo, la teorizacin
latinoamericana del desarrollo sostenible difiere en forma significativa del discurso de Bruntland, as no
34
constituya una propuesta radical. La perspectiva latinoamericana del desarrollo sostenible comienza por
afirmar la necesidad de diferenciar los problemas ecolgicos por regiones, sin caer en una peligrosa
homogeneizacin del ambientalismo global. Se le da importancia a aspectos no tocados por Bruntland en forma
adecuada, tales como la deuda externa, la caducidad de los modelos de desarrollo convencionales, las
desigualdades mundiales, la deuda ambiental histrica de los pases del Norte, la equidad, la importancia de
respetar el pluralismo cultural, y la proteccin del patrimonio natural y gentico de la regin. Ms claramente
que sus contrapartidas en el Norte, y a pesar de una persistencia del enfoque tecnocrtico de la planificacin, los
tericos latinoamericanos del desarrollo sostenible se ven abocados a una conceptualizacin de la ecologa
como sujeto poltico (Cepal, 1990a, 1990b; Gligo, 1991).
4


Hasta aqu lo fundamental del discurso liberal del desarrollo sostenible. Sugerimos como metodologa que
antropologicemos nuestra propia cultura occidental, es decir, que tomemos cierta distancia de lo que hace
posible nuestra prctica diaria, para as ver, desde la distancia que nos permite el anlisis, las estructuras
histricas de donde surge el discurso del desarrollo sostenible. Digamos por lo pronto que este discurso, como
cualquier otro discurso, no es ni verdadero ni falso en s mismo, sino que produce efectos de verdad, como lo
explica Foucault. El discurso del desarrollo sostenible, en otras palabras, entra a participar en la produccin de
la realidad. Veamos qu dicen los crticos culturalistas de esta propuesta.


El discurso culturalista: la muerte de la naturaleza y el nacimiento del ambiente

Ms que una propuesta en s, el discurso culturalista constituye una crtica al discurso liberal que acabamos de
analizar.
5
Lo llamamos culturalista simplemente porque pone nfasis en la cultura como instancia fundamental
de nuestra relacin con la naturaleza. De hecho, el discurso culturalista comienza por someter a juicio aquello
que el liberal da por sentado: la cultura economicista y cientfica de Occidente. En efecto, es en esta cultura
donde los culturalistas encuentran el origen de la crisis ambiental actual. Segn la crtica culturalista, la
objetivacin de la naturaleza por la ciencia moderna reduccionista, su explotacin como recurso por las
economas de mercado, el deseo ilimitado de consumo instigado por el postulado de la escasez, la
subordinacin de la mujer por el hombre que algunos analistas ven como la otra cara de la moneda del
control de la naturaleza por el humano, y la explotacin de los no occidentales por los occidentales, son los
mecanismos culturales que han llevado al mundo moderno a la destruccin sistemtica de sus entornos
biofsicos. Analicemos en detalle algunos de estos aspectos.

Uno de los puntos claves a que se refieren los culturalistas es el tratamiento de la naturaleza como mercanca. El
presupuesto de la escasez, por otro lado, contribuye a cimentar la opinin de que lo que cuenta es encontrar
formas ms eficientes de usar los recursos, no sacar a la naturaleza del circuito del mercado. Como lo anota
claramente el Informe Bruntland, el objetivo de la gestin ambiental debe ser producir ms a partir de menos
(Word Commission, 1987:15). La Comisin no est sola en afirmar este punto. Ao tras ao, esta conviccin es
renovada por los reportes anuales del World Watch Institute (State of the World Reports), otra de las grandes
fuentes de los ecodesarrollistas. La ecologa, como lo afirma perceptivamente Wolfgang Sachs (1988), se
reduce en estos reportes a una forma de mayor eficiencia. Ms grave an, la economizacin de la naturaleza
permite que hasta las comunidades ms remotas del Tercer Mundo sean arrancadas de su contexto local y
redefinidas como recursos a ser gerenciados. Comienzan as estas comunidades su largo y peligroso viaje hacia
la economa mundial.

En general, los culturalistas ponen de relieve las consecuencias de la cultura economicista dominante sobre la
forma en que nos relacionamos con la naturaleza. Ms an, se rehusan a aceptar propuestas tales como la del
reverdecimiento de la economa (Marglin, 1992) y los intentos por subordinar la economa a los intereses
sociales y ecolgicos. Para estos es simplemente imposible racionalizar la defensa de la naturaleza en trminos
econmicos. Aquellos ecologistas y economistas ambientales que as lo hagan slo estaran contribuyendo con
sus bien intencionados argumentos a extender la sombra que la economa tiene sobre la vida y la historia.

Una denuncia hecha tanto por culturalistas como por ecosocialistas sobre el discurso liberal del desarrollo
sostenible es la imposibilidad de reconciliar el crecimiento econmico y ambiente. Al adoptar el concepto de
desarrollo sostenible, en efecto, se intenta reconciliar a estos dos viejos enemigos (Martnez Alier, 1992;
Redelift, 1987; Escobar, 1995). Esta articulacin de ecologa y economa est encaminada a crear la impresin
de que slo se necesitan pequeos ajustes en el sistema de mercados para inaugurar una poca de desarrollo
ecolgicamente respetuoso, encubriendo el hecho de que el marco de la economa tanto por su
individualismo metodolgico como por su estrecho marco disciplinario y su cortoplacismo no puede llegar a
acomodar las demandas ambientalistas sin una modificacin sustancial a su estructura, como arguyen los
35
culturalistas (Norgaard, 1991; Gligo, 1991).

En el discurso liberal del ecodesarrollo, no hay duda que el crecimiento econmico es necesario para erradicar
la pobreza. Como se piensa que la pobreza es tanto causa como efecto de los problemas ambientales, el
crecimiento econmico se hace necesario para eliminar la pobreza, con el objetivo, a su vez, de proteger el
ambiente. Este crculo vicioso se presenta dado el empirismo del discurso liberal, el cual ha llevado a los
analistas de ecosistemas a concentrarse en las actividades depredadoras de los pobres, sin discutir
satisfactoriamente la dinmica social que genera la actividad eco-destructiva de los pobres. La razn no es otra
que los mismos procesos de desarrollo econmico han desplazado a las comunidades indgenas y campesinos
de sus entornos habituales, empujndolas a sitios y ocupaciones donde necesariamente tienen que afectar
negativamente el ambiente. As, la economa de visibilidades efectuada por el discurso liberal del desarrollo
sostenible tiende a colocar la culpa de la crisis ecolgica en los pobres del Tercer Mundo, ms que en las
grandes fuentes de contaminacin en el Norte y los estilos de vida antiecolgicos propagados desde el Norte a
travs del colonialismo y el desarrollo.

Como lo manifiesta enfticamente el ecosocialista cataln Juan Martnez Alier,

la idea de que el crecimiento econmico es bueno para el ambiente no puede ser
aceptada [...] Un crecimiento econmico generalizado puede agravar, en vez de
disminuir, la degradacin ambiental, aunque la misma riqueza permita destinar ms
recursos a proteger el ambiente contra los efectos causados por ella misma. (1992:11).

Ms an, la ilusin del crecimiento econmico continuado es alimentada por los ricos del mundo para tener a
los pobres en paz. Por el contrario, la idea correcta es que el crecimiento econmico lleva al agotamiento de
recursos y la contaminacin y eso perjudica a los pobres. Existe un conflicto entre la destruccin de la
naturaleza para ganar dinero y la conservacin de la naturaleza para poder sobrevivir... La supervivencia de
estos grupos indgenas y campesinos no queda garantizada por la expansin del sistema de mercado sino
que es amenazado por ste (Martnez Alier, 1992:17).

En resumen, la redefinicin del crecimiento econmico que el discurso del desarrollo sostenible intenta realizar
no logra pasar por los filtros conceptuales de los culturalistas y ecosocialistas. Un conocido crtico del discurso
liberal del ecodesarrollo, el ecologista alemn Wolfgang Sachs, ha resumido este problemtico aspecto de este
discurso al sealar que, a diferencia de las propuestas de los aos setenta como la de los reportes del Club de
Roma, que se centraban en los lmites del crecimiento, el discurso liberal de los ochenta se centra en el
crecimiento de los lmites (Sachs, 1988).

Una de las principales contribuciones de los culturalistas es su inters en rescatar el valor de la naturaleza como
ente autnomo, fuente de vida no slo material sino tambin espiritual. Esta insistencia en el valor de la
naturaleza en s proviene del contacto que muchos de ellos han tenido con poblaciones indgenas y campesinas
del Tercer Mundo, para las cuales la naturaleza no es ni un ser aparte, ni algo externo a la vida humana. Como
es bien sabido, en muchas de las culturas llamadas tradicionales hay una continuidad entre el mundo material,
el espiritual y el humano. El ecofeminismo igualmente resalta la cercana que ha existido en numerosas
sociedades entre la mujer y la naturaleza.
6


Es indudable que la naturaleza ha cesado de ser un actor social importante en gran parte de la discusin sobre
el desarrollo sustentable. Si revisramos la mayora de los textos al respecto, probablemente encontraramos
que la palabra de naturaleza rara vez se menciona. Se mencionan recursos naturales, ambiente, diversidad
biolgica, etc., pero no la aparentemente anticuada nocin de naturaleza. La desaparicin de la naturaleza es un
resultado inevitable del desarrollo de la sociedad industrial, la cual ha afectado la transformacin de la
naturaleza en ambiente. Para aquellos dados a una visin de la naturaleza como recurso, el ambiente se
convierte en un concepto indispensable. En la forma en que se usa el trmino hoy en da, el ambiente representa
una visin de la naturaleza segn el sistema urbano-industrial. Todo lo que es indispensable para este sistema
deviene en parte del ambiente. Lo que circula no es la vida, sino materias primas, productos industriales,
contaminantes, recursos. La naturaleza se reduce a un xtasis, ha ser mero apndice del ambiente. Estamos
asistiendo a la muerte simblica de la naturaleza, al mismo tiempo que presenciamos su degradacin fsica
(Sachs, 1992b).

Implcito en el discurso liberal del desarrollo sostenible es la creencia de que debe ser una vez ms! la
mano benevolente de Occidente la que salve la tierra. Son los padres del Banco Mundial, junto a los eccratas
del Tercer Mundo que circulan en el jetset internacional de consultores ambientales, quienes habrn de
reconciliar a la humanidad con la naturaleza. Siguen siendo los occidentales los que hablen por la Tierra. Slo
36
en una segunda instancia se invita a las comunidades del Tercer Mundo a compartir su conocimiento
tradicional en los augustos templos del saber occidental y de las organizaciones internacionales. Es por todo
esto que un prominente crtico hind, Shiv Visvanathan (1991), se refiere al mundo de Bruntland como a un
cosmos desencantado. Constituye una renovacin del contrato entre la ciencia moderna y el Estado que resulta
en una visin empobrecida del futuro. Como otros culturalistas, Visvanatham manifiesta su preocupacin por
la influencia del lenguaje del desarrollo sostenible entre los ecologistas, y hace un llamado ardiente a estos a
resistir la cooptacin:

Bruntland busca cooptar los mismos grupos que estn creando una nueva danza
poltica, para la cual la democracia no es solamente orden y disciplina, donde la
Tierra es un cosmos mgico y la vida todava un misterio a ser celebrado [...] Los
expertos del Estado globalizado y globalizante querran cooptarlos, convirtindolos
en un mundillo de consultores de segunda clase, en un orden venido a menos de
enfermeros y paramdicos condenados a asistir a los verdaderos expertos [...]
Debemos ver al Informe Bruntland como una forma de analfabetismo letrado, y decir
una oracin por la energa gastada y los rboles desperdiciados en publicarlo.
(Visvanathan, 1991:384).


La capitalizacin de la naturaleza: visiones ecosocialistas

La crtica ecosocialista al discurso liberal del desarrollo sostenible comparte muchas de las observaciones de
los culturalistas. Se diferencia de estas ltimas, sin embargo, por la mayor atencin que presta a la economa
poltica como base conceptual de la crtica. El punto de partida es una economa poltica reformada, centrada en
la teorizacin de la naturaleza del capital en lo que se ha dado en llamar su fase ecolgica (OConnor, 1993).
En esta fase, arguyen los tericos ecosocialistas, el capital opera en dos formas distintas e interrelacionadas.
Llammoslas las formas moderna y postmoderna del capital ecolgico.

La forma moderna del capital ecolgico

La primera forma que el capital toma en su fase ecolgica opera segn la lgica de la cultura y racionalidad
capitalistas modernas. Se resalta, sin embargo, un cambio en el modo de operacin del capital mismo. Este
cambio es entendido en trminos de lo que James OConnor (1988, 1992) llama la segunda contradiccin del
capitalismo. Recordemos que, de acuerdo con la teora marxista clsica, la contradiccin fundamental del
capital es entre las fuerzas productivas y las relaciones de produccin, o entre la produccin y realizacin del
valor y la plusvala. Esta primera contradiccin es bien conocida por los economistas polticos. Hay, sin
embargo, un segundo aspecto de la dinmica del capitalismo que se ha convertido en acuciante con el
agravamiento de la crisis ecolgica contempornea. Este aspecto define la llamada segunda contradiccin del
capitalismo. La hiptesis central de este concepto es que el capitalismo se reestructura cada vez ms a expensas
de las llamadas condiciones de produccin. Una condicin de produccin se define como cualquier
elemento que es tratado como una mercanca, aunque no se produzca como tal, es decir, aunque no sea
producido de acuerdo con las leyes del valor y el mercado. La fuerza de trabajo, la naturaleza, el espacio urbano,
etc. son condiciones de produccin en este sentido. Vale la pena recordar que Karl Polanyi (1957a) se refiri a
la tierra (la naturaleza) y al trabajo (la vida humana) como mercancas ficticias. La historia de la modernidad,
de esta forma, puede ser vista como una capitalizacin progresiva de las condiciones de produccin. Para dar
algunos ejemplos, el cultivo de rboles en plantaciones capitalistas, la privatizacin de los derechos a la tierra y
al agua, y la formacin de fuerza de trabajo son instancias de la capitalizacin de la naturaleza y de la vida
humana.

Al degradar y destruir sus propias condiciones de produccin por ejemplo, la lluvia cida, la salinizacin de
las aguas, la congestin y contaminacin, etc., todo lo cual redunda en costos para el capital, el capital tiene
que encarar este hecho para mantener los niveles de ganancia. Esto lo hace de muchas maneras, tales como el
aceleramiento del cambio tecnolgico, el abaratamiento de las materias primas, mayor disciplina y menores
salarios para la fuerza de trabajo. Estas maniobras, sin embargo, requieren cada vez mayor cooperacin e
intervencin estatal, haciendo ms visible la naturaleza social y poltica de la produccin; al hacerse ms visible
el contenido social de polticas aparentemente neutras y benignas incluyendo los planes de desarrollo que
cada vez ms mediatizan la relacin entre naturaleza y capital, tambin se hacen ms susceptibles de
teorizacin y oposicin por parte de los movimientos sociales o los sectores afectados por ellas. Los lobbies
montados por las Ongs o grupos ambientalistas del Tercer Mundo para ejercer un control mnimo sobre el
37
Banco Mundial, por ejemplo, son instancias de esta creciente socializacin del proceso de acumulacin de
capital motivado por la segunda contradiccin.

El otro lado de la moneda es que las luchas sociales por la defensa de las condiciones de produccin el
ambientalismo en general, las luchas de las mujeres por el control del cuerpo, las movilizaciones en contra de
los basureros txicos en los vecindarios pobres del Norte y el Sur, las luchas contra la destruccin de la
biodiversidad y la privatizacin de los servicios, etc. tambin contribuyen a hacer ms visible el carcter
social de la produccin de la vida, la naturaleza, el espacio, etc., y pueden por tanto constituir una barrera para
el capital. Estas luchas tienen dos caras: luchas por proteger las condiciones de produccin ante la lgica
destructiva del capital, y las luchas por el control de los programas y polticas estatales y del capital para
reestructurar las condiciones de produccin usualmente a travs de una mayor privatizacin y
capitalizacin. En otras palabras, los movimientos sociales tienen que enfrentar simultneamente la
destruccin de la vida, el cuerpo, la naturaleza y el espacio y la reestructuracin de estas condiciones
introducida por la crisis ecolgica creada por el capital mismo (OConnor, 1988, 1992), todo lo cual requiere, a
su vez, la democratizacin del Estado, la familia y las comunidades locales.

Para los ecosocialistas, las luchas contra la pobreza y la explotacin son luchas ecolgicas. Existe un cierto
ecologismo de los pobres que deriva del hecho de que los pobres, al pedir acceso a los recursos contra el
capital y/o contra el Estado, contribuyen al mismo tiempo a la conservacin de los recursos. La ecologa de la
supervivencia hace a los pobres conscientes de la necesidad de conservar los recursos (Martnez Alier,
1992:19). Debe aadirse que tanto los culturalistas como algunos ecosocialistas resaltan el hecho de que con
frecuencia estas luchas son tambin luchas de gnero. En efecto, la destruccin de las condiciones de
produccin reflejada, por ejemplo, en mayores dificultades para acceder a agua, lea, alimentacin afecta
a la mujer en forma especial, y contribuye a transformar las relaciones de clase y gnero, en detrimento de las
mujeres pobres. Se ha probado tambin que las llamadas polticas de ajuste impuestas por el Fmi afectan ms
duramente a las mujeres de clases populares (Benera y Feldeman, 1992). La pregunta que surge, desde la
perspectiva de la ecologa, es cmo se debe integrar la variable de gnero y las luchas de la mujer a la
teorizacin de la relacin entre capital y naturaleza. Tanto los culturalistas como los ecosocialistas reconocen
que hay que avanzar mucho ms en la elaboracin de un marco terico adecuado del gnero en los anlisis y
conceptos alternativos de ecologa y sociedad.

La forma postmoderna del capital ecolgico

Martin OConnor (1993) sugiere que el capital est adquiriendo una nueva modalidad en lo que denomina la
fase ecolgica. Ya la naturaleza no es vista como una realidad externa a ser explotada por cualquier medio
como en la concepcin predominante de la modernidad, sino como una fuente de valor en s misma. Por
tanto, la dinmica primaria del capital cambia de forma, de la acumulacin y crecimiento con base en una
realidad externa, a la conservacin y autogestin de un sistema de naturaleza capitalizada cerrada sobre s
misma (OConnor, 1993:2). Este nuevo proceso de capitalizacin de la naturaleza ms profundo que el
precedente es efectuado a nivel de la representacin: aspectos que antes no estaban capitalizados, ahora se
convertirn en internos al capital por medio de una conquista semitica. Expliquemos este concepto de
reconversin semitica de la naturaleza.

En el discurso de la biodiversidad, por ejemplo, la naturaleza es vista no tanto como materia prima a ser usada
en otros procesos, sino como reserva de valor en s misma. Este valor, por supuesto, debe ser liberado para el
capital y, en teora, para las comunidades que lo han cultivado por medio del conocimiento cientfico y la
biotecnologa. Esta es una de las razones por las cuales las comunidades autctonas tales como las
comunidades indgenas y campesinas en las regiones del bosque tropical hmedo del Tercer Mundo estn
siendo finalmente reconocidas como dueas de sus territorios (o lo que queda de ellos), pero slo en la medida
en que los acepten como reservas del capital. En varias partes del mundo como en aquellos pases donde se
estn implementando proyectos de conservacin de la biodiversidad bajo el patrocinio del Global
Envioronment Facility (Gef), del Banco Mundial, las comunidades locales estn siendo invitadas a
convertirse en guardianes del capital natural y social, cuyo manejo sustentable es, en consecuencia, tanto su
responsabilidad como una cuestin de la economa mundial (OConnor, 1993:5). Martin OConnor se refiere
a este proceso como la conquista semitica del territorio, es decir, el hecho de que todo hasta los genes
mismos caen bajo la dictadura del cdigo de la produccin, de la visin econmica y de la ley del valor.
Todo parece ya estar economizado, en la opinin de OConnor. La realidad social y natural se convierte, en la
frase de Baudrillard (1975), en el espejo de la produccin. No hay naturaleza genes y molculas que
no est mediatizada por el signo del dinero y el valor.
38

Es necesario agregar que esta forma postmoderna del capital ecolgico depende no solamente de la conquista
semitica del territorio y de las comunidades, sino tambin de la conquista semitica de los conocimientos
locales. La biologa moderna comienza a darse cuenta que los llamados conocimientos tradicionales pueden
ser un complemento bien til en la conquista cientfica de la biodiversidad. Los discursos sobre los
conocimientos locales e indgenas, sin embargo, no respetan la lgica de dichos conocimientos. Por el contrario,
juzgan, a la manera occidental, que estos conocimientos existen en la mente de algunas personas shamanes,
ancianos, curanderos, etc., y que se refieren a objetos discretos plantas y especies, cuyo valor o
utilidad mdica, econmica o cientfica ser revelado por su poseedor al experto moderno que entra en
dilogo con ste. Pocas veces se dan cuenta los expertos modernos que los conocimientos populares son
complejas construcciones culturales que involucran no los objetos en s, sino procesos que son profundamente
histricos y relacionales. Ms an, los sistemas de conocimientos no completamente modernizados
generalmente dependen de formas de pensamiento muy diferentes a las occidentales; algunos filsofos se
refieren a estos conocimientos como forma de pensamiento nmadas (Deleuze y Guattari, 1987). Al
introducirlos en la poltica de la ciencia moderna, con frecuencia el resultado es una simple recodificacin del
conocimiento original en trminos modernos. Tampoco se tiene en cuenta que, segn Marnez Alier, el
ecologismo de los pobres tiene un componente implcito de resistencia semitica, en la medida en que los
pobres tratan de guardar los recursos naturales fuera de la economa crematstica, bajo control comunal [...]
impidiendo que la naturaleza se quede en el campo de la economa poltica, y no entre en la lgica del mercado,
ni tampoco en la lgica de servicio del Estado (Martnez Alier, 1992:21).

Desde la perspectiva ecosocialista, para resumir, el discurso liberal del desarrollo sostenible no pretende la
sustentabilidad de la naturaleza sino la del capital; desde la culturalista, lo que est en juego es la
sustentabilidad de la cultura occidental. Queda por ver qu papel podrn jugar los movimientos sociales frente a
estos procesos. Podrn insertarse creativa y efectivamente en los nuevos proyectos del capital, del desarrollo y
el Estado? Podrn resistir la triple conquista semitica del territorio, las comunidades y los conocimientos
populares? Es an muy temprano en el nuevo juego del capital ecolgico para dar una respuesta contundente.
Una cosa es clara, desde la perspectiva ecosocialista: los movimientos sociales y las comunidades del Tercer
Mundo necesitan articular estrategias productivas alternativas que sean sustentables ecolgica y culturalmente
y, al mismo tiempo, practicar una resistencia semitica a la redefinicin de la naturaleza buscada por el capital
ecolgico y los discursos eco y neoliberales.
7


A nivel mundial, hay poca claridad sobre las posibles formas alternativas de desarrollo y organizacin
socioeconmica desde el punto de vista de lo ecocultural (Escobar, 1995, 1998a). Varios ecosocialistas han
dedicado esfuerzos al desarrollo de lo que denominan una teora positiva de la produccin. Este nfasis se
refleja en el mbito de los estudios ambientales en Amrica Latina.
8
Enrique Leff, por ejemplo, asevera que no
existe una teora acabada del desarrollo sustentable y de la produccin basada en una racionalidad ambiental
(1992a:62). Su obra, de hecho, est dedicada a esta tarea, para lo cual propone una perspectiva integrada que
considere aspectos ecolgicos, culturales, y productivos/tecnolgicos. Esta perspectiva requiere de una
construccin terica sobre una racionalidad productiva alternativa, que incorpore los procesos culturales y
ecolgicos como fundamento del proceso productivo (Leff, 1992a:65). La cultura es vista no slo como
instancia mediadora del uso de la naturaleza y de la accin del capital, sino tambin como un sistema de
relaciones sociales que potencian el aprovechamiento integrado, sustentable y sostenido de los recursos
naturales (Leff, 1992a:66). La cultura, de esta forma, deviene en condicin general de la produccin y base de
la innovacin tecnolgica.

Leff introduce las nociones de productividad ecotecnolgica y de racionalidad ambiental donde el
proceso productivo est conformado por tres niveles de productividad: ecolgica, tecnolgica y cultural
(1992a:71). En el nivel cultural, se debe traducir los valores y organizaciones culturales en un principio de
productividad para el uso sustentable de los recursos naturales (Leff, 1993:50). La necesidad de esta
traduccin se ve ms claramente en el caso de los grupos tnicos que han mantenido una distancia socialmente
significativa de la modernidad. Estos grupos poseen una cultura ecolgica que debe ser vista como la base de
una propuesta econmica y tecnolgica propia, lo cual implica que la naturaleza no se reduzca a un objeto de
mercado bajo el signo de la ganancia.

Para que esta visin se convierta en realidad, los grupos sociales tendrn que desarrollar formas de democracia
ambiental y esquemas participativos de planificacin y gestin ambiental. Esto a su vez requiere como
principios la descentralizacin econmica, autogestin productiva, diversidad tnica, autonoma cultural y
calidad de vida (Leff, 1993:51). La creacin de espacios autnomos a nivel local en los cuales se pueda
promover proyectos alternativos podra ser una forma concreta de desarrollar esta estrategia. Otros
39
requerimientos implican la reorientacin de los procesos tecnolgicos y educativos, reformas estatales,
reasignacin de responsabilidades incluyendo nuevos derechos sobre la gestin de los recursos naturales,
tcnicos y culturales, y la creacin de una verdadera cultura ambiental que promueva los valores de la
racionalidad productiva alternativa. El xito de esta propuesta, segn Leff, depender de la posibilidad de
articulacin entre las economas autogestionarias locales que se embarquen en la construccin de esquemas
alternativos, y las economas nacionales y mundiales. Leff visualiza estas articulaciones como un proceso de
transicin que abra nuevos espacios de concertacin entre la economa dominante y los espacios de autogestin
locales y regionales basados en racionalidades alternativas. Es necesario agregar que las comunidades locales
necesitan hoy en da experimentar con formas productivas y organizativas alternativas y, al mismo tiempo,
practicar una resistencia semitica y cultural a la reestructuracin de la naturaleza efectuada por la ciencia y el
capital en su fase ecolgica. El balance de estas dos prcticas poltico-culturales es precario, pero los
movimientos sociales parecen abocados a ello.


La reinvencin de la naturaleza: biodiversidad, biotecnologa y cibercultura

Los esfuerzos de liberales, culturalistas y ecosocialistas por aprehender la relacin entre naturaleza y sociedad
que pareciera estarse tejiendo a finales del siglo XX podran palidecer ante la radical reinvencin de la
naturaleza que, al acercarse el nacimiento del nuevo milenio, estn proponiendo ciertos cientficos y
biotecnlogos del Primer Mundo. Creemos que los discursos de la biodiversidad y desarrollo sostenible deben
situarse dentro del marco ms global que la historiadora crtica cultural Donna Haraway (1989) ha llamado la
reinvencin postmoderna de la naturaleza. Esta reinvencin est siendo promovida por ciencias tales como la
biologa molecular, programas de investigacin como el Proyecto del Genoma Humano, y la nueva
biotecnologa. Estos cambios estn determinando la desaparicin final de nuestras nociones orgnicas de la
vida. Expliquemos brevemente esta nueva situacin.

El trabajo de Haraway (1989, 1991, 1992) forma parte de una nueva escuela de estudios sociales de la ciencia,
la cual examina la forma en que la ciencia, supuestamente objetiva, es sin embargo y necesariamente,
influenciada por la historia. No slo la naturaleza, como objeto de la ciencia, es socialmente construida; tanto la
ciencia como su objeto son influenciados por la historia, las formaciones econmicas, la tecnologa, etc. A
pesar de los esfuerzos por situarse fuera de la historia, la ciencia es una pieza en el trfico entre la naturaleza y la
cultura. Este trfico toma la forma de mltiples narrativas o discursos. La biologa, en palabras de Haraway
(1989), es una de esas narrativas en la cual tanto los cientficos como los organismos son actores en la
fabricacin de las historias. El referirse a la ciencia como una narrativa no equivale a descartarla; al contrario,
es considerarla en la forma ms seria posible, sin sucumbir ni a su mistificacin como la verdad, ni al
escepticismo irnico de muchos crticos. La ciencia produce potentes verdades, formas de crear e intervenir en
el mundo y en nosotros mismos. Pero estas verdades no son simplemente el reflejo de la esencia de las cosas.
Aunque la ciencia nos da valiosa informacin sobre el mundo, los cientficos tambin son partcipes en la
historia y la cultura, de tal modo que la ciencia se transforma en un discurso poltico de gran importancia.

Para Haraway, de este modo, la biologa aparece no como una empresa neutral, sino como una actividad ligada
a la reproduccin de relaciones sociales capitalistas. En ciertos campos, tales como la primatologa, la etologa
y la sociobiologa, es claro para Haraway que la naturaleza, incluyendo la humana, ha sido teorizada y
construida sobre la base de la escasez y la competencia, es decir, en trminos del capitalismo y el patriarcado.
En la inmunologa, el sistema inmune es modelado como un campo de batalla. Los nuevos discursos
inmunolgicos ya no describen al ser vivo en trminos de organismos jerarquizados, sino de acuerdo con
variables tales como cdigos, sistemas de comunicacin, redes de orden y control (command-control networks),
y resultados probabilsticos. Las patologas se convierten en el resultado de stress y fallas de comunicacin
en los sistemas (Haraway, 1991).

Haraway interpreta estos cambios como la des-naturalizacin de las nociones de organismo, individuo,
especie, etc., nociones esenciales a la modernidad y sus ciencias. Emerge en reemplazo una nueva entidad: el
ciborg. Ciborgs son criaturas hbridas, mezclas de mquina y organismo, tipos particulares de mquinas y
tipos particulares de organismos propios de finales del siglo XX (Haraway, 1991). Los ciborgs son
ensamblajes estratgicos de componentes orgnicos, tecnolgicos y textuales discursivos o culturales. La
Naturaleza con N mayscula, con toda la organicidad que le ha dado la modernidad cesa de existir;
empieza a ser construida con mayor claridad que nunca. Al mismo tiempo, las fronteras entre naturaleza y
cultura, y entre organismo y mquina, son redefinidas por fuerzas en las cuales los nuevos discursos de la
ciencia juegan un papel muy importante. La naturaleza, los organismos, el humano deben ser reinterpretados,
segn Haraway, como actores materiales-semiticos. Son construidos y se ven abocados a construirse a s
40
mismos, en medio de muchas fuerzas contradictorias y potentes, incluyendo, entre otras, intereses cientficos y
comerciales el capitalismo, la bioingeniera, mquinas de mltiples propsitos tecnologas de
produccin de imgenes del cuerpo, laboratorios cientficos, computadores, y producciones culturales de
diverso tipo, incluyendo las narrativas de la ciencia (Haraway, 1992).

Los organismos, de esta forma, deben ser vistos como articulaciones de elementos orgnicos, tecnolgicos
o tecnoeconmicos y textuales. Las fronteras entre estos tres dominios son permeables y difusas. Aunque
la naturaleza, los cuerpos y los organismos tienen sin duda una base orgnica se producen cada vez ms en
interacciones con mquinas prtesis de todo tipo, la computadora que uso para escribir estas frases, y
esta produccin es siempre mediatizada por narrativas o discursos culturales y cientficos. Para Haraway,
esto significa que la bsqueda de unidades orgnicas es estril. Por el contrario, debemos abrirnos a la
posibilidad de que lo orgnico y lo tecnolgico no son necesariamente opuestos. En la ruptura de las
distinciones ntidas entre organismo y mquina, podemos tal vez encontrar nuevas posibilidades de realizarnos
como humanos. Los ciborgs no son necesariamente el enemigo. Un corolario de este anlisis es que ecolgos,
feministas, activistas y cientficos disidentes deben prestar mayor atencin a las relaciones sociales de la ciencia
y la tecnologa, ya que stas determinan cada vez ms qu somos como humanos.

El trabajo de Haraway refleja la transformacin profunda que est siendo producida en la naturaleza de la vida
y de lo social por las tecnologas de computadores, la informtica y la biotecnologa basada en la gentica y la
biologa molecular. Esta transformacin que marcara el final de la modernidad como la conocemos y el
advenimiento de la cibercultura est avanzando rpidamente en el Primer Mundo y sin duda comienza a
extenderse en el Tercero (Escobar, 1998a). Los crticos de las nuevas tecnologas pintan un futuro gris.
9
Sin
embargo, como Haraway y otros sugieren, estas podran presentar posibilidades para configuraciones ms
justas.

Los obstculos a la realizacin de esta posibilidad son claros. Los logros de la biotecnologa hasta ahora slo
han ahondado e control sobre la naturaleza y el Tercer Mundo. En el campo de la biodiversidad, por ejemplo,
los nuevos tratados aseguran el control del material gentico casi todo del Sur por empresas y gobiernos
del Norte. De all la insistencia de estos ltimos en que se permita patentar los materiales contenidos en los
bancos de genes. Para las entidades del Norte, lo importante es asegurar el acceso continuado a los recursos del
Sur, ya que stos son la base de una inmensa industria. La proteccin de la propiedad intelectual de la materia
viva est siendo promovida por entidades internacionales no como forma de proteger a las comunidades del
Tercer Mundo, sino para asegurar su privatizacin y explotacin por el capital.

Muchos son los ejemplos que ya se mencionan como advertencia contra los peligros para las comunidades del
Tercer Mundo de estos nuevos adelantos cientficos.
10
Desde la perspectiva latinoamericana, por ejemplo, se
teme que el impacto de las nuevas biotecnologas basadas en la biologa molecular, pero tambin en
recientes desarrollos de la qumica de productos naturales, la ingeniera gentica, la energtica y la ciencia de
materiales sea tremendo si no se realizan profundos cambios en la estructura socioeconmica actual. Se
discute que, en la medida en que las nuevas tecnologas estn siendo gestadas por formaciones sociales
capitalistas, se reste cada vez ms autonoma a los pases pobres. El lado opuesto de la moneda, presenta la
posibilidad de disear estrategias cientfico-tecnolgicas que, entre otros logros, permitan la utilizacin de la
creatividad local, promuevan el pluralismo tecnolgico y la integracin positiva de las nuevas tecnologas a las
existentes, y hagan accesible tecnologas novedosas a las poblaciones marginadas (Gallopn, 1990).

Con referencia a la biodiversidad, se plantea la posibilidad de que las nuevas biotecnologas tengan gran
capacidad de articularse con tecnologas y conocimientos populares tradicionales y alternativos. As, se
hibridizaran las tcnicas de base cultural (tradicional), las modernas (intensivas en el uso de la energa) y las
nuevas tecnologas (dependientes de la informacin y la investigacin cientfica intensiva) en la preservacin y
valorizacin de la biodiversidad (Asss, 1991). Esta ltima alternativa, presentada a manera de hiptesis, sera
de gran importancia para los grupos populares y los movimientos sociales encargados de la biodiversidad, as
sea concebida dentro de una perspectiva capitalista moderna.

Para el Tercer Mundo, el significado de la reinvencin de la naturaleza est por verse. Hay que comenzar por
inventar un lenguaje para hablar de estos temas desde la perspectiva de las comunidades del Tercer Mundo. Es
necesario atreverse a imaginar un lenguaje de autoafirmacin cultural que, sin embargo, permita a las
comunidades y naciones del Tercer Mundo reposicionarse en los espacios de las conversaciones y procesos
globales que estn re(con)figurando al mundo. El Tercer Mundo no debe someterse pasivamente a las reglas
del juego sentadas por los poderes de siempre. El discurso del desarrollo sostenible es claramente inadecuado
para encarar este desafo. Las comunidades organizadas del Tercer Mundo tendrn que dialogar entre ellas para
41
poder enfrentar con algn margen de optimismo la internacionalizacin del capital ecolgico y la reinvencin
de la naturaleza y de la vida que se cierne sobre ellas. La solidaridad ecolgica especialmente Sur-Sur, pero
sin duda tambin Norte-Sur-Norte tendr que aprender a movilizarse en este peligroso terreno. Se trata del
futuro de las culturas, de la naturaleza y de la vida misma.


Conclusin

Los tres discursos analizados implican diferentes necesidades de conocimientos, espacios de lucha y tareas
polticas. Rara vez existen exponentes puros de uno de estos discursos; los discursos se influencian e
interpenetran unos a otros, tanto en teora como en la prctica. La ecologa contempornea debe entonces ser
vista como un espacio disputado por mltiples lenguajes, a pesar de que el lenguaje dominante intente con
persistencia traducir los lenguajes populares a su gramtica y reglas de juego (Lohmann, 1993); o, ms an, de
invitar a los grupos minoritarios a que participen en la traduccin de su propia realidad en los trminos
abstractos y cuantificables que definen los espacios que domina. Queda al lector desarrollar una prctica
ambientalista particular en conjuncin con otros actores sociales: Ongs, entidades internacionales,
comunidades locales, movimientos sociales, discursos de la ciencia y la modernidad. Es un signo de nuestros
tiempos el que la articulacin de una tica de la vida pase por las opciones ecolgicas. No es sta la nica
instancia mediadora de la tica como prctica poltica. Tambin las luchas culturales, tnicas y de gnero se
vislumbran siempre en el horizonte.

La dinmica del capital en el momento actual pareciera privilegiar las nuevas biotecnologas, las cuales
capitalizan la naturaleza al plantar valor en ella por medio de la investigacin cientfica. Hasta los genes
humanos y de otras especies se convierten en parte de las condiciones de produccin, es decir, una arena
importante para la reestructuracin del capital y, por tanto, para la resistencia. Si la produccin de rboles en
plantaciones constituy un paso importante en la capitalizacin de la naturaleza hace ms de dos siglos, la
produccin de rboles diseados genticamente o los famosos tomates cuadrados producidos en la
Universidad de California en Davis, transfiere este proceso a niveles inimaginados. Distancia al rbol un
paso ms de la naturaleza orgnica. Por esta razn, la ascendencia del rgimen biosocial debe ser considerado
como esencial en toda discusin ecolgica.

Si bien podemos hablar de un rgimen de naturaleza orgnica en las sociedades premodernas, de naturaleza
capitalizada en las modernas, y de naturaleza construida en la postmoderna, es necesario reconocer dos
cosas: a) para los humanos, no existe naturaleza fuera de la historia y, en este sentido, todos los regmenes son
de naturaleza construida; y b) al hablar de regmenes premodernos, modernos y postmodernos no queremos
demarcar procesos histricos estrictamente lineales. Los tres regmenes coinciden histricamente hoy en el
mundo, si bien con relaciones de poder claras entre ellos. Si hablamos de modernidades hbridas (Garca
Canclini, 1990), donde lo moderno se hibridiza con lo pre y lo postmoderno, tambin podremos hablar con
propiedad de naturalezas hbridas, construidas por grupos sociales concretos en sus luchas por la vida y la
cultura.

En resumidas cuentas, necesitamos nuevas narrativas de la cultura y de la vida. Estas narrativas debern ser
hbridos de algn tipo, en el sentido de que deben partir de las mediaciones e hibridaciones que las culturas
locales logren efectuar sobre los discursos y prcticas del capital y la modernidad. Esta es una tarea colectiva en
la cual los movimientos sociales sin duda van a jugar un papel primordial. La tarea supone luchas por construir
identidades colectivas y por redefinir las fronteras y modos de relacin entre naturaleza y cultura. Cmo
imaginar estas relaciones en forma dinmica? Cmo imaginar propuestas alternativas de relacionar a travs
de una prctica distinta cultura, economa y ambiente?


Notas

1
.
Trabajo presentado en el seminario La formacin del futuro: necesidad de un compromiso con el desarrollo sostenible, organizado por la Universidad
Complutense de Madrid y el Programa Iberoamericano de Ciencia y Tecnologa para el Desarrollo, en Escorial, agosto 23-27 de 1993.


2
.
El estudio de las problematizaciones de la verdad como la historia de los discursos a que ellas dan lugar ha sido propuesto por Foucault (198
6
).


3
.
Las distintas percepciones ideolgicas de la problemtica ambiental se han traducido en diferentes formaciones discursivas (sobre las causas de la crisis de
recursos, sobre las desigualdades del desarrollo econmico, sobre la distribucin social de los costos ecolgicos, sobre los beneficios y desventajas de la
42

dependencia tecnolgica y cultural), y ha establecido las condiciones de apropiacin y
d
e utilizacin poltica de un discurso, de ciertos conceptos
ambientales. (Leff, 1986a:80).


4
.
Vase los trabajos de la Cepal y de la Unidad Conjunta Cepal/Pnuma, tales como Cepal (1990a, 1990b, 1991a, 1991b). Vase tambin Dourojeanni (1991).
Una til recopilacin de reseas sobre el tema ha sido editada por Cepal (1992).


5
.
Aunque el grupo de culturalistas no es homogneo, la mayora comparten ciertas posiciones, tales como su oposicin radical al desarrollo, su postura crtica
frente a la ciencia, y su defensa de los movimientos alternativos de base. Nos referimos a autores tales como Wolfgang Sachs, Ivan Illich, Barbara Duden
(Alemania); Jean Robert y Gustavo Esteva (Mxico); Ashis Nandy, Vandana Shiva, Shiv Visvanathan y Claude Alares (India); Frderique y Steve Marglin
(E
stados Unidos
). Las revistas The Ecologist (Londres), Alternatives (Delhi/New York), e I
fda
Dossier (Suiza) incluyen con frecuencia
contribuciones de este grupo de autores y otros similares. El autor del presente
libro
ha participado en algunas reuniones con miembros de este grupo. Una
obra colectiva del grupo es The Development Dictionary (Sachs, 1992
a
).


6
.
La relacin entre ciencia reduccionista, sociedad patriarcal y capitalismo ha sido analizada exhaustivamente por la fsica y ecloga Vandana Shiva (1989).
Para Shiva, la violencia
sobre
la naturaleza y
contra
la mujer son aspectos del mismo fenmeno, es decir, la construccin de una sociedad sobre las
bases de un conocimiento cientfico que, por su marcado sesgo reduccionista, hace violencia sobre el objeto de conocimiento. Vase tambin el trabajo de
Merchant (1980).


7
.
Las dos formas del capital ecolgico no son mutuamente excluyentes. Ms an, un mismo Estado puede introducir polticas que buscan
esquizofr
e
nicamente fortalecer ambas tendencias. El Plan Pacfico obedece en general a la lgica de la primera forma del capital ecolgico, as sus adalides
hayan comenzado a enfatizar los aspectos sociales y de sostenibilidad, mientras que el Proyecto Biopacfico opera bajo la dinmica postmoderna
conservacionista. La relacin entre estos dos proyectos es bastante interesante, incluyendo el hecho de que los movimientos sociales participa
ron
en el
segundo pero no en el primero de ellos.


8
.
La obra de autores tales como Gilberto Gallopin, Nicolo Gligo, Julia Carabias, Pablo Gutman, Hebe Vessuri, Jorge Morello, Julio Carrizosa y Osvaldo
Sinkel, entre otros, forman parte del marco de referencia de los estudios ambientalistas en Amrica Latina en el cual participa el ecosocialista mexicano
Enrique Leff, cuyos conceptos se resaltan en este aparte.


9
.
Los autores de ciencia ficcin han captado acertadamente el carcter de esta tran
s
formacin. Los nuevos mundos de la ciencia ficcin estn poblados por
ciborgs de todo tipo

personajes con interfases y prtesis tecnolgicas con mltiples fines

, ciberespacios y realidades virtuales y, en general, nu


e
vas
posibilidades de ser en conjuncin con novedosos arreglos tecnolgicos. Un
reciente
gnero, el ciberpunk, relata y describe estos mundos que
prefiguran el avance de la cibercultura. Vase
,
por ejemplo
,
las novelas de William Ginson, en esp
e
cial Neuromancer

(1984)
,
que inaugurara la era del
ciberespacio. Para una introduccin y discusin de la cibercultura, vase Escobar (1994).


10
.
Uno de los ms recientes es la obtencin de una patente por parte de la compaa Norteam

rica de un biopesticida de uso tradicional en la India (Neem).


Un caso similar es la patente aprobada a la Universidad de Toledo (E
stados
U
nidos
) de un detergente natural de Etiop

a. Para otros ejemplos, vase los


trabajos de Hobbelink (1992), Shiva (1992)
, as como
Assis Action International (Grain, Jonqueres 16, 6 D. 08883. Barcelona).

43




5. ANTROPOLOGA Y DESARROLLO


Introduccin

Desde sus comienzos, la antropologa no ha cesado de darnos una leccin de gran importancia, y tan vital
como lo fue en el siglo XIX lo es hoy en da, si bien con aspectos significativamente distintos: la profunda
historicidad de todos los modelos sociales y el carcter arbitrario de todos los rdenes culturales.
Habindosele asignado el estudio de los salvajes y de los primitivos en la divisin del trabajo
intelectual que tuvo lugar al principio de la era moderna, la antropologa ha mantenido no obstante su
condicin de instrumento de crtica y de cuestionamiento de aquello que se daba por supuesto y establecido.
Ante el panorama de diferencias con que la antropologa los confronta, los nuevos rdenes de cuo europeo
no pueden por menos que admitir una cierta inestabilidad en sus fundamentos, por ms que se esfuercen en
eliminar o domesticar a los fantasmas de la alteridad. Al poner nfasis en la historicidad de todos los
rdenes existentes e imaginables, la antropologa presenta ante los nuevos rdenes dominantes un reflejo de
su propia historicidad, cuestionando radicalmente la nocin de Occidente. No obstante, esta disciplina
contina alimentando su razn de ser con una experiencia histrica y epistemolgica profundamente
occidental que todava configura las relaciones que la sociedad occidental puede tener con todas las culturas
del mundo, incluida la suya propia.

Pocos procesos histricos han propiciado esta situacin paradjica en la que parece haber encallado la
antropologa, tanto como lo ha hecho el desarrollo. Permtasenos definir el desarrollo, de momento, tal y
como se entenda inmediatamente despus de la Segunda Guerra Mundial: el proceso dirigido a preparar el
terreno para reproducir en la mayor parte de Asia, frica y Amrica Latina las condiciones que se supona
caracterizaban a las naciones econmicamente ms avanzadas del mundo: industrializacin, alta tasa de
urbanizacin y de educacin, tecnificacin de la agricultura y adopcin generalizada de los valores y
principios de la modernidad, incluyendo formas concretas de orden, de racionalidad y de actitud individual.
Definido de este modo, el desarrollo implica simultneamente el reconocimiento y la negacin de la
diferencia; mientras que a los habitantes del Tercer Mundo se les considera diferentes, el desarrollo es
precisamente el mecanismo a travs del cual esta diferencia deber ser eliminada. El hecho de que esta
dinmica de reconocimiento y desaprobacin de la diferencia se repita inacabablemente en cada nuevo plan
o en cada nueva estrategia de desarrollo no slo es un reflejo del fracaso del desarrollo en cumplir sus
promesas, sino un rasgo esencial de todo el concepto de desarrollo en s mismo. Si el fenmeno colonial
determin la estructura de poder dentro de la cual se constituy la antropologa, el fenmeno del desarrollo
ha proporcionado a su vez el marco general para la formacin de la antropologa contempornea. Slo
recientemente la antropologa ha empezado a tratar de explicar este hecho.

Los antroplogos se han mostrado por regla general muy ambivalentes respecto al desarrollo. En aos
recientes, se ha considerado casi axiomtico entre los antroplogos que el desarrollo constituye un concepto
problemtico y que a menudo significa un cierto grado de intromisin. Este punto de vista es aceptado por
parte de especialistas y estudiosos en todo el arco del espectro acadmico y poltico. El ltimo decenio,
como veremos, ha sido testigo de un debate muy activo y fecundo sobre este tema; como resultado tenemos
una comprensin ms matizada de la naturaleza del desarrollo y sus modos de operacin, incluso si la
relacin entre antropologa y desarrollo contina provocando debates apasionados. No obstante, mientras
que la ecuacin antropologa-desarrollo se entiende y se aborda desde puntos de vista muy distintos, es
posible distinguir, al final del decenio del noventa, dos grandes corrientes de pensamiento: aqulla que
favorece un compromiso activo con las instituciones que fomentan el desarrollo en favor de los pobres, con
el objetivo de transformar la prctica del desarrollo desde dentro, y aqulla que prescribe el distanciamiento
y la crtica radical del desarrollo institucionalizado. Este captulo examina estas dos perspectivas y analiza
las posibles salidas y limitaciones para el futuro del compromiso antropolgico con las exigencias
tanto de la investigacin acadmica y aplicada como de las intervenciones que se realicen en este mbito.
1


La primera parte del captulo analiza la labor de los antroplogos que trabajan en el campo autodefinido de
antropologa para el desarrollo, es decir, tanto quienes trabajan dentro de las instituciones para el fomento
del desarrollo como en los departamentos de antropologa preparando a los alumnos que habrn de trabajar
44
como antroplogos en los proyectos de desarrollo. La segunda parte esboza una crtica del desarrollo y de la
antropologa para el desarrollo tal como se viene elaborando desde finales de los ochenta por parte de un
nmero creciente de antroplogos inspirados en teoras y metodologas postestructuralistas; nos
referiremos a esta crtica con la expresin antropologa del desarrollo. Resultar obvio que la
antropologa para el desarrollo y la antropologa del desarrollo tienen sus orgenes en teoras contrapuestas
de la realidad social: una, basada principalmente en las teoras establecidas sobre cultura y economa
poltica; la otra, sobre formas relativamente nuevas de anlisis que dan prioridad al lenguaje y al significado.
Cada una de estas teoras con sus correspondientes recetas contrapuestas para la intervencin prctica y
poltica. En la tercera seccin del captulo se propondrn algunas de las distintas estrategias posibles para
salir del atolladero creado por estas dos posiciones, a partir del trabajo de varios antroplogos que parecen
experimentar con modos creativos de articular la teora y la prctica antropolgica en el campo del
desarrollo. Estos autores pueden considerarse, por consiguiente, artfices de una poderosa teora de la
prctica para la antropologa en general. La cuarta y ltima parte ampla este anlisis con un debate en torno
a los requisitos de una antropologa de la globalizacin y del postdesarrollo.

En la conclusin retomaremos el tema con que empezamos esta introduccin: puede la antropologa
zafarse de este atolladero a la que parecen haberla conducido los determinantes histricos tanto intrnsecos
a ella como imputables al desarrollo? Para formularlo con las mismas palabras de dos de los acadmicos a
quien nos referiremos en la tercera parte, la antropologa se halla irremediablemente comprometida por
su implicacin en el desarrollo general o pueden los antroplogos ofrecer una alternativa viable a los
paradigmas dominantes del desarrollo? (Gardner y Lewis, 1996:49). Dicha cuestin, est siendo
formulada de modo prometedor por parte de un grupo cada vez ms numeroso de antroplogos que intentan
hallar el camino entre la antropologa para el desarrollo y la antropologa del desarrollo, lanzndose a una
tarea que todos los antroplogos implicados en temas de desarrollo parecen compartir: contribuir a un
futuro mejor comprometindose con los temas candentes actuales desde la pobreza y la destruccin del
medio ambiente hasta la dominacin por motivos de clase, sexo y raza y apoyando al mismo tiempo una
poltica progresista de afirmacin cultural en medio de las poderosas tendencias globalizadoras. En el
proceso de definir una prctica alternativa, estos antroplogos se estn replanteando las nociones mismas
de antropologa acadmica y aplicada, convirtiendo la distincin entre antropologa para el desarrollo y
antropologa del desarrollo en una cuestin de nuevo problemtica y quizs obsoleta.


La cultura y la economa en la antropologa para el desarrollo

La cuestin del desarrollo contina sin ser resuelta por algn modelo social o epistemolgico moderno. Con
ello me refiero no solamente a nuestra incapacidad por referencia al aparato que dicta la poltica y el
conocimiento especializado moderno para afrontar situaciones en Asia, frica y Amrica Latina de
modo que conduzcan a un sostenido mejoramiento social, cultural, econmica y medioambiental; sino
tambin a que los modelos en los cuales nos basamos para explicar y actuar ya no generan respuestas
satisfactorias. Adems, la crisis del desarrollo tambin hace evidente que han caducado los campos
funcionales con los cuales la modernidad nos haba equipado para formular nuestras preocupaciones
sociales y polticas relativas a la naturaleza, la sociedad, la economa, el Estado y la cultura. Las sociedades
no son los todos orgnicos con estructuras y leyes que habamos credo hasta hace poco sino entes fluidos
que se extienden en todas direcciones gracias a las migraciones, a los desplazamientos por encima de
fronteras y a las fuerzas econmicas. Las culturas ya no estn constreidas, limitadas y localizadas, sino
profundamente desterritorializadas y sujetas a mltiples hibridaciones. De un modo parecido, la naturaleza
ya no puede considerarse como un principio esencial y una categora fundacional, un campo independiente
de valor y veracidad intrnsecos, sino como el objeto de constantes reinvenciones, especialmente aquellas
provocadas por procesos tecnocientficos sin precedentes. Finalmente, nadie sabe dnde empieza y termina
la economa, a pesar de que los economistas, en medio de la vorgine neoliberal y de la aparentemente
todopoderosa globalizacin, rpidamente se apuntan a la pretensin de reducir a la economa todos los
aspectos de la realidad social, extendiendo de este modo la sombra que la economa arroja sobre la vida y la
historia.

Es bien conocido que la teora y la prctica del desarrollo han sido moldeadas en gran parte por economistas
neoclsicos. En su mirada retrospectiva a la antropologa para el desarrollo del Banco Mundial, Michael
Cernea (1995:15) una de las figuras ms destacadas en este campo se refiri a las desviaciones
conceptuales econocntricas y tecnocntricas de las estrategias para el desarrollo, considerndolas
profundamente perjudiciales. Para Cernea, esta desviacin paradigmtica es una distorsin que los
antroplogos para el desarrollo han contribuido en gran parte a corregir. Su lucha contra esta desviacin
45
ciertamente ha representado siempre desde el punto de vista de Cernea un paso importante dentro del
proceso por el cual los antroplogos se han buscado un lugar en instituciones tan poderosas y prestigiosas
como el Banco Mundial, si bien no siempre ha sido as. El reconocimiento de la contribucin potencial al
desarrollo del conocimiento antropolgico y sus aplicaciones se produjo con lentitud, a pesar de que una
vez que empez pronto adquiri un fuerte impulso propio. La mayor parte de las explicaciones de la
evolucin de la antropologa para el desarrollo coinciden en esta visin de su historia: propiciada por el
fracaso aparente de los enfoques verticalistas de orientacin econmica, empez a producirse una
reevaluacin de los aspectos sociales y culturales del desarrollo a principios del decenio del setenta; lo cual,
para la antropologa, gener oportunidades insospechadas. La cultura que hasta aquel momento haba
constituido una categora residual puesto que a las sociedades tradicionales se las consideraba inmersas
en el proceso de modernizacin se convirti en problemtica inherente al desarrollo, requiriendo un
nuevo tipo de profesional capaz de relacionar la cultura con el desarrollo. Esto marc el despegue de la
antropologa para el desarrollo (Hoben, 1982; Bennet y Bowen, 1988; Horowitz, 1994; Cernea, 1985,
1995).
2


Los antroplogos para el desarrollo arguyen que a mediados de los aos setenta tuvo lugar una
transformacin significativa en el concepto de desarrollo, trayendo a primer plano la consideracin de
factores sociales y culturales en los proyectos de desarrollo. Esta nueva sensibilidad hacia factores sociales
y culturales se produjo despus de reconocer los pobres resultados obtenidos mediante las intervenciones
impuestas desde arriba y basadas en inyecciones masivas de capital y de tecnologa. Este cambio de rumbo
poltico se manifest claramente en el giro que efectu el Banco Mundial al adoptar una poltica de
programas orientados hacia la pobreza, anunciada por su presidente Robert MacNamara en 1973; pero
tambin se reflej en muchos otros mbitos de las instituciones para el desarrollo, incluyendo la Agencia
para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos, as como en algunas oficinas tcnicas de las Naciones
Unidas. Los expertos empezaron a aceptar que los pobres especialmente los pobres de las zonas
rurales deban participar activamente en los programas si se pretenda alcanzar algn resultado positivo.
De lo que se trataba era de dar prioridad a la gente (Cernea, 1985). Los proyectos deban tener contenido
social y ser culturalmente adecuados, para lo cual deban tomar en consideracin e implicar a los
beneficiarios directos de un modo substancial. Estas nuevas preocupaciones crearon una demanda de
antroplogos sin precedentes. Ante la disminucin creciente de puestos de trabajo dentro del mundo
acadmico, los antroplogos se acogieron rpidamente a la oportunidad de participar en este nuevo
proyecto. En trminos absolutos, esto tuvo como consecuencia un aumento sostenido en el nmero de
antroplogos que entraron a trabajar en organizaciones para el desarrollo de varios tipos. Incluso en el
Banco Mundial, el bastin del economicismo, la plantilla dedicada a ciencias sociales creci desde un
solitario primer antroplogo contratado en 1974 a los cerca de sesenta que hay en la actualidad; adems,
cientos de antroplogos y otros cientficos sociales de pases desarrollados y en vas de desarrollo son
contratados cada ao como consultores externos para proyectos puntuales (Cernea, 1995).

Tal como aade Cernea, ms all del cambio en estas cifras, tambin ha habido un cambio en profundidad
(1995:5). La dimensin cultural del desarrollo se convirti en una parte importante de la elaboracin terica
y de la elaboracin de proyectos, y el papel de los antroplogos acab por institucionalizarse. A principio de
los ochenta, Hoben poda afirmar que los antroplogos que trabajan para el desarrollo no han creado una
subdisciplina acadmica, puesto que su trabajo no se caracteriza por un cuerpo coherente y diferenciado de
teoras, de conceptos y de mtodos (1982:349). Este punto de vista ha sido revisado en profundidad en los
ltimos aos. Para empezar, la antropologa para el desarrollo ha dado lugar a una base institucional
considerable en diversos pases de Amrica del Norte y Europa.
3
Por ejemplo, en 1997 se ha creado en el
Reino Unido un Comit de Antropologa para el Desarrollo [] con el propsito de favorecer la
implicacin de la antropologa en el desarrollo del Tercer Mundo (Grillo, 1985:2). En 1976, tres
antroplogos crearon el Instituto de Antropologa para el Desarrollo en Binghampton, Nueva York. Desde
sus inicios, este instituto se ha destacado por sus trabajos tericos y aplicados en el campo de la
antropologa para el desarrollo. Del mismo modo, la formacin de licenciados en antropologa para el
desarrollo va en continuo aumento en muchas universidades, especialmente en Estados Unidos e Inglaterra.
Pero la revisin ms significativa de la posicin de Hoben ha provenido de destacados especialistas del
decenio de los noventa, como Cernea (1995) y Horowitz (1994), quienes consideran que mientras que el
nmero de antroplogos dedicados al desarrollo todava es insuficiente con relacin al trabajo por hacer, la
antropologa para el desarrollo va en camino de convertirse en una disciplina bien consolidada, tanto
acadmica como aplicada.

Cules son los factores que apoyan el aval que Cernea y Horowitz conceden a su disciplina? Lo principal
entre ellos a pesar del referente obvio de un aumento continuado de antroplogos en el mundo del
46
desarrollo, que se ha extendido en los noventa a la red creciente de Ongs es su visin del papel que los
antroplogos desempean dentro del desarrollo, de la importancia de este papel para la teora del desarrollo
en su conjunto y de su impacto sobre estrategias particulares y proyectos concretos. Si revisamos
brevemente estos tres argumentos veremos que a mediados de los aos ochenta un grupo de antroplogos
para el desarrollo lo formularon as:

la diferencia antropolgica es obvia en cada fase del proceso de resolucin de
problemas: los antroplogos disean programas que funcionan porque son
culturalmente adecuados; tambin corrigen las intervenciones que ya estn en marcha
y que a la larga no resultaran econmicamente factibles debido a la oposicin de la
gente; finalmente, realizan evaluaciones que proporcionan indicadores vlidos de los
resultados de los programas. Tambin ofrecen los conocimientos necesarios para los
intercambios culturales; recogen sobre el terreno datos primarios imprescindibles
para planificar y definir polticas a la vez que anticipan y encauzan los efectos
sociales y culturales de la intervencin. (Wulff y Fiske, 1987:10).

Actuando como intermediarios culturales entre quienes disean e implementan el desarrollo por un lado, y
las comunidades por otro; considerando la sabidura y los puntos de vista locales; situando las comunidades
y los proyectos locales en contextos ms amplios de economa poltica; pensando la cultura desde un punto
de vista holstico... Todas estas contribuciones antropolgicas se consideran importantes, por no decir
esenciales, dentro del proceso del desarrollo.

El resultado es la implantacin del desarrollo con ms beneficios y menos contrapartidas (Cernea,
1995:9). Este efecto reconocido ha sido particularmente importante en algunas reas tales como en
proyectos de repoblacin, sistemas de cultivo, desarrollo de cuencas fluviales, gestin de recursos naturales,
favorecimiento de economas de sectores informales, etc. No obstante, los antroplogos para el desarrollo
consideran que su papel va mucho ms all de estos campos concretos. Su papel se justifica por su
capacidad de ofrecer anlisis detallados de la organizacin social que circunscribe los proyectos y que
subyace a las actuaciones de la poblacin local, lo cual resulta imprescindible para la investigacin aplicada.
Al actuar as, transcienden la dicotoma entre investigacin terica y aplicada, y mientras que la mayor
parte del trabajo contina sometido a las necesidades perentorias de los proyectos en curso, en algunos
casos los antroplogos han conseguido ser tenidos en cuenta para realizar investigaciones a ms largo plazo.
Esta es la razn por la cual, desde su punto de vista, los antroplogos para el desarrollo se estn
convirtiendo en actores esenciales en el proceso de desarrollo. Al demostrar que los antroplogos son
especialmente tiles, se han convertido en colaboradores cada vez mejor aceptados tanto durante la fase de
diseo como de la realizacin de los proyectos (Cernea, 1995; Horowitz, 1994).
4


Quedan dos aspectos finales a considerar en relacin con el compromiso entre antropologa y desarrollo tal
como lo plantea la antropologa para el desarrollo. Puede decirse que su prctica se basa en tendencias
generalmente aceptadas tanto del desarrollo como de la antropologa y que se hallan relativamente inmunes
a las severas crticas dirigidas a ambas especialmente desde la segunda mitad de los aos ochenta, ya que no
cuestionan la necesidad general del desarrollo sino que lo aceptan como un hecho inevitable y como una
situacin real ineludible. Existen naturalmente quienes llevan este debate hasta el lmite dentro del entorno
institucional, si bien para cuestionar radicalmente el desarrollo sera necesario apuntarse a las tendencias
recientemente aparecidas dentro de la antropologa que ponen en duda su capacidad para defender la
diferencia cultural. La mayor parte de los antroplogos para el desarrollo, no obstante, defienden una
epistemologa realista como la que caracteriz la antropologa cultural y la poltica econmica de los aos
sesenta. Tal y como veremos, estos postulados son precisamente los que la antropologa del desarrollo
pretende poner a prueba. La disidencia interna sobre estas cuestiones suele manifestarse cuestionando el
mero hecho de intervenir. En este debate, los antroplogos para el desarrollo se encuentran doblemente
atacados, tanto por parte de los defensores del desarrollo que los consideran un escollo o unos romnticos
incurables como por los antroplogos acadmicos que los critican desde un punto de vista moral e
intelectual (Gow, 1993). Los debates sobre el dilema de la antropologa para el desarrollo implicarse o
no implicarse se plantean y generalmente se resuelven en favor de la implicacin, por motivos tanto
prcticos como polticos. Los argumentos ms interesantes abogan por comprometerse a decir las cosas tal
como son a los poderosos lo cual podra colocar a los antroplogos en una situacin difcil o bien
propugnan una variedad de papeles para los antroplogos, desde el intervencionismo activo hasta el
rechazo declarado (Grillo, 1985; Swantz, 1985). Este dilema se acenta al contraponer la antropologa para
el desarrollo a la antropologa del desarrollo. Nos ocuparemos ahora de analizar esta segunda articulacin
de la relacin entre antropologa y desarrollo.

47

Lenguaje, discurso y antropologa del desarrollo

Al final de esta seccin hablaremos de los puentes que deben tenderse entre la antropologa para el
desarrollo y la antropologa del desarrollo, as como de las crticas que deben realizarse mtuamente. Ha
llegado ahora el momento de caracterizar lo que hemos dado en llamar la antropologa del desarrollo. La
antropologa del desarrollo se basa en un cuerpo terico muy distinto, de origen reciente y en gran medida
asociado con la etiqueta de postestructuralismo, conducente a una visin distinta e inesperada del
desarrollo. Mientras que sera imposible resumir aqu los puntos bsicos del postestructuralismo, es
importante remarcar que en contraste con las teoras liberales basadas en el individuo y en el mercado y
con las teoras marxistas basadas en la produccin el postestructuralismo subraya el papel del lenguaje y
del significado en la constitucin de la realidad social. Segn el postestructuralismo el lenguaje y el
discurso no se consideran como un reflejo de la realidad social, sino como constituyentes de la misma,
defendiendo que es a travs del lenguaje y del discurso que la realidad social inevitablemente se construye.
El concepto de discurso permite a los tericos ir ms all de los dualismos crnicos inherentes a la mayor
parte de la teora social, aqullos que separan lo ideal de lo real, lo simblico de lo material y la produccin
del significado, dado que el discurso los abarca a todos. Este concepto se ha aplicado a un cierto nmero de
disciplinas acadmicas en aos recientes, desde la antropologa hasta la geografa pasando por los estudios
culturales y los estudios feministas, entre otros.

Desde sus inicios, se ha considerado que el desarrollo exista en la realidad, por s mismo, de un modo
slido y material. El desarrollo se ha considerado un instrumento vlido para describir la realidad, un
lenguaje neutral que puede emplearse inofensivamente y utilizarse para distintos fines segn la orientacin
poltica y epistemolgica que le den sus usuarios. Tanto en ciencia poltica como en sociologa, tanto en
economa como en economa poltica, se ha hablado del desarrollo sin cuestionar su estatus ontolgico.
Habindose identificado como teora de la modernizacin o incluso con conceptos como dependencia o
mundializacin, y habindolsele calificado desde desarrollo de mercado no intrusivo, hasta autodirigido,
sostenible, o ecolgico, los sinnimos y calificativos del trmino desarrollo se han multiplicado sin que el
sustantivo en s se haya considerado bsicamente problemtico. Esta tendencia aparentemente acrtica se ha
mantenido a lo largo de la era del desarrollo a pesar del hecho de que un comentarista del estudio de
lenguajes del desarrollo lo ha formulado recientemente como palestra de estudio y de experimentacin,
uno de los impulsos fundamentales de aqullos que publican artculos acerca del desarrollo con la intencin
de definir, categorizar y estructurar un campo de significado heterogneo y en continuo crecimiento
(Crush, 1995a:2). Al margen de que se ha cuestionado agriamente el significado de este trmino, la idea
bsica del desarrollo en s ha permanecido inalterada, el desarrollo considerado como principio central
organizador de la vida social, as como el hecho de que Asia, frica y Amrica Latina puedan definirse
como subdesarrollados y que sus poblaciones se hallen irremisiblemente necesitadas de desarrollo, sea
cual sea la forma que tome.

La antropologa del desarrollo empieza por cuestionar la misma nocin de desarrollo arguyendo que en un
ambiente postestructuralista, si pretendemos comprender el desarrollo debemos examinar cmo ha sido
entendido a lo largo de la historia, desde cules perspectivas y principios de autoridad, as como con qu
consecuencias para cules grupos de poblacin en particular. Cmo surgi este modo concreto de entender
y de construir el mundo, es decir, el desarrollo? Qu grados de veracidad, qu silencios trajo consigo el
lenguaje del desarrollo? En lo que toca a la antropologa del desarrollo, entonces, no se trata tanto de ofrecer
nuevas bases para mejorarlo, sino de examinar los mismos fundamentos sobre los cuales se construy el
desarrollo como objeto de pensamiento y de prctica. Su objetivo? Desestabilizar aquellas bases con el fin
de modificar el orden social que regula el proceso de produccin del lenguaje. El postestructuralismo
proporciona nuevas herramientas para realizar una tarea que se situ siempre en el centro de la antropologa,
aunque en pocas ocasiones fue llevada a cabo: desfamiliarizar lo familiar. Tal como Crush lo formula,

el discurso del desarrollo, el modo en que produce sus argumentos y establece su
autoridad, la manera en que interpreta un mundo, se consideran normalmente como
obvios y por lo tanto no merecedores de atencin. La intencin primaria [del anlisis
discursivo] es intentar hacer que lo obvio se convierta en problemtico. (1995a:3).

Otro grupo de autores, ms comprometidos con esta tarea de desfamiliarizacin, intentaron convertir el
lenguaje del desarrollo en impronunciable, transformar los modelos bsicos del discurso del desarrollo
mercados, necesidades, poblacin, participacin, ambiente, planificacin en palabras contaminadas
que los expertos no pudieran utilizar con la misma impunidad con la que lo haban hecho hasta la fecha
(Sachs, 1992a).
48

Un factor importante al plantearse el desarrollo desde una perspectiva postestructuralista fue la crtica de las
representaciones que los occidentales hacan de los no europeos, propiciada por el libro de Edward Said,
Orientalism. Su afirmacin inicial todava es vlida:

mi opinin es que, sin examinar el orientalismo como discurso no podremos nunca
comprender la disciplina terriblemente sistemtica mediante la cual la cultura europea
pudo gestionar e incluso producir al Oriente desde un punto de vista poltico,
sociolgico, ideolgico, cientfico y creativo durante el perodo subsiguiente a la
Ilustracin. (Said, 1979:3).

Por el mismo procedimiento el filsofo zaireo Mudimbe se planteaba el estudio del fundamento de un
discurso sobre frica [...] [el modo en que] los mundos africanos han sido establecidos como realidades
para ser estudiadas (1988:xi), mientras que Chandra Mohanty (1991a) interrogaba los textos que
comenzaban a proliferar sobre las mujeres dentro del desarrollo durante los aos setenta y ochenta con
referencia al diferencial de poder que inevitablemente promulgaban desde su visin de mujeres del Tercer
Mundo, implcitamente carentes de lo que sus homlogas del Primer Mundo haban conseguido. A partir de
estos planteamientos, Ferguson aport el razonamiento ms poderoso a favor de la antropologa del
desarrollo:

Igual que civilizacin en el siglo XIX, desarrollo es el trmino que describe no
slo un valor, sino tambin un marco interpretativo o problemtico a travs del cual
conocemos las regiones empobrecidas del mundo. Dentro de este marco
interpretativo, adquieren sentido y se hacen inteligibles una multitud de
observaciones cotidianas. (Ferguson, 1990:xiii).

Basndose en stos y otros trabajos relacionados, el anlisis discursivo del desarrollo y de la antropologa
del desarrollo en particular, ya que los antroplogos han sido fundamentales para esta crtica despeg a
final de los ochenta y ha continuado a lo largo de los noventa.
5
Los analistas han ofrecido nuevos modos
de comprender lo que es el desarrollo y lo que hace (Crush, 1995a:4), concretamente lo siguiente:

1. Para empezar, un modo distinto de plantear la cuestin del desarrollo en s misma. De qu
modo fue constituido el Tercer Mundo como una realidad a los ojos del conocimiento
especializado moderno? Cul fue el orden de conocimiento el rgimen de representacin
que surgi junto con el lenguaje del desarrollo? Hasta qu punto este lenguaje ha colonizado la
realidad social? Estas preguntas no podran plantearse si nos limitramos a los paradigmas que
daban por supuesto que el desarrollo constitua un instrumento vlido para describir la realidad.
2. Una visin del desarrollo como invencin, como experiencia histricamente singular que no
fue natural ni inevitable, sino el producto de procesos histricos bien identificables. Incluso si
sus races se extienden hasta el desarrollo del capitalismo y de la modernidad el desarrollo se
ha considerado parte de un mito originario profundamente enraizado en la modernidad
occidental el final de los aos cuarenta y el decenio de los cincuenta trajeron consigo una
globalizacin del desarrollo y una proliferacin de instituciones, organizaciones y formas de
conocimiento relacionadas con el desarrollo. Decir que el desarrollo fue un invento no equivale
a tacharlo de mentira, mito o conspiracin, sino a declarar su carcter estrictamente histrico y,
en el tradicional estilo antropolgico, evidenciarlo como una forma cultural concreta enmarcada
en un conjunto de prcticas que pueden estudiarse etnogrficamente. Considerar el desarrollo
como una invencin tambin sugiere que esta invencin puede desinventarse o reinventarse
de modos muy distintos.
3. Un mapa del rgimen discursivo del desarrollo, o sea, una visin del aparato de las formas
e instituciones de conocimiento especializado que organizan la produccin de los modos de
conocimiento y de estilos de poder, estableciendo relaciones sistemticas en su seno y dando
como resultado un diagrama concreto de poder. Este es el punto central del anlisis
postestructrualista del discurso en general: la organizacin de la produccin simultnea de
conocimiento y poder. Tal como Ferguson (1990) lo formul, cartografiar el aparato de
conocimiento-poder sac a la luz a quienes llevaban a cabo el desarrollo y su papel como
productores de cultura. De este modo la mirada del analista se desplaz desde los llamados
49
beneficiarios u objetivos del desarrollo hacia los tcnicos sociales pretendidamente neutrales del
aparato vinculado al desarrollo. A qu se dedican en realidad? Acaso no producen cultura,
modos de comprensin, transformaciones de las relaciones sociales? Lejos de ser neutral, el
trabajo del aparato vinculado al desarrollo pretende precisamente conseguir objetivos muy
concretos: la estatalizacin y gubernamentalizacin de la vida social, la despolitizacin de los
grandes temas, la implicacin de pases y comunidades en las economas mundiales de modos
muy concretos, y la transformacin de las culturas locales en sintona con los estndares y
tendencias modernas, incluyendo la extensin a las comunidades del Tercer Mundo de prcticas
culturales de origen moderno basadas en nociones de individualidad, racionalidad, economa,
etc. (Ferguson, 1990; Ribeiro, 1994a).
4. Tambin result importante para estos anlisis la aportacin de una visin de cmo el
discurso del desarrollo ha ido variando a travs de los aos desde su nfasis en el crecimiento
econmico y la industrializacin en los aos cincuenta hasta la propuesta de desarrollo
sostenible en el decenio del noventa consiguiendo, no obstante, mantener intacto un cierto
ncleo de elementos y de relaciones. A medida que el aparato vinculado al desarrollo
incorporaba nuevos dominios a su rea de influencia, ciertamente iba sufriendo cambios, si bien
su orientacin bsica no lleg nunca a ser cuestionada. Fuera cual fuera el calificativo que se le
aplicara, el hecho del desarrollo en s nunca se cuestion de un modo radical.
5. Finalmente, a la relacin existente entre los discursos del desarrollo y la identidad se le est
prestando cada vez ms atencin. De qu modo ha contribuido este discurso a moldear las
identidades de pueblos de todas partes del mundo? Qu diferencias pueden detectarse, en este
sentido, entre clases, sexos, razas y lugares? Los trabajos recientes sobre hibridacin cultural
pueden interpretarse a la luz de esta consideracin (Garca Canclini, 1990). Otro aspecto de la
cuestin de la subjetividad que en parte ha recibido atencin es la investigacin antropolgica de
la circulacin de conceptos de desarrollo y de modernidad en mbitos del Tercer Mundo.
Cmo se usan estos conceptos y cmo se transforman? Cules son sus efectos y su manera de
funcionar una vez han penetrado en una localidad del Tercer Mundo? Cul es su relacin tanto
con las historias locales como a los procesos globales? Cmo se procesan las condiciones
globales en mbitos locales, incluyendo aqullas de desarrollo y modernidad? En qu modos
concretos las utiliza la gente para negociar sus identidades? (Dahl y Rabo, 1992; Pigg, 1992).

El anlisis del desarrollo como discurso ha conseguido crear un subcampo, la antropologa del desarrollo,
relacionada pero distinta de otros subcampos inspirados por la economa poltica, el cambio cultural u otros
marcos de referencia aparecidos en los ltimos aos. Al aplicar teoras y mtodos desarrollados
fundamentalmente en el mbito de las humanidades a antiguos problemas de las ciencias sociales
desarrollo, economa, sociedad, la antropologa del desarrollo ha permitido a los investigadores
situarse en espacios distintos desde los cuales contemplar la realidad de un modo diferente. Actualmente
se est prestando atencin a aspectos tales como: los antecedentes histricos del desarrollo, particularmente
la transicin desde la situacin colonial hasta la de desarrollo; los perfiles etnogrficos de instituciones de
desarrollo concretas desde el Banco Mundial hasta las Ongs progresistas, as como de lenguajes y
subcampos; la investigacin de las protestas y resistencias que se oponen a las intervenciones ligadas al
desarrollo; y biografas y autobiografas crticas de los encargados de llevar a la prctica el desarrollo. Estas
investigaciones producen una visin ms matizada de la naturaleza y de los modos de operacin de los
discursos en favor del desarrollo que los anlisis de los aos ochenta y principios de los noventa parecan
sugerir.

Finalmente la nocin de postdesarrollo se ha convertido en un recurso heurstico para reaprender la
realidad en comunidades de Asia, frica y Amrica Latina. El postdesarrollo se refiere a la posibilidad de
disminuir el dominio de las representaciones del desarrollo cuando se contemplan determinadas situaciones
en Asia, frica y Amrica Latina. Qu ocurre cuando no contemplamos esa realidad a travs de los planes
de desarrollo? Tal como Crush lo plante, existe algn modo de escribir y de hablar y pensar ms
all del lenguaje del desarrollo? (1995a:18). El postdesarrollo es una manera de acotar esta posibilidad, un
intento de abrir un espacio para otros pensamientos, para ver otras cosas, para escribir en otros lenguajes.
Tal y como veremos, el postdesarrollo de hecho se halla siempre en construccin en todos y cada uno de los
actos de resistencia cultural ante los discursos y prcticas impositivas dictadas por el desarrollo y la
economa. La desfamiliarizacin de las descripciones del desarrollo sobre la cual se basa la idea de
50
postdesarrollo contribuye a dos procesos distintos: reafirmar el valor de las experiencias alternativas y los
modos de conocimiento distintos, y desvelar los lugares comunes y los mecanismos de produccin de
conocimiento que en este caso se considera inherentemente poltico, es decir, relacionado con el ejercicio
del poder y la creacin de modos de vida. El corolario de esta investigacin es cuestionarse si el
conocimiento puede producirse de algn modo distinto. Para los antroplogos y otros expertos que
reconocen la ntima vinculacin del conocimiento especializado con el ejercicio de poder, la situacin se
plantea del modo siguiente: Cmo deberamos comportarnos en tanto productores de conocimiento?
Cmo se articula una tica de conocimiento especializado considerado como prctica poltica?
Volveremos sobre esta cuestin a final del captulo.


Antropologa y desarrollo: hacia una nueva teora de la prctica y una nueva prctica de la
teora

La antropologa para el desarrollo y la antropologa del desarrollo se echan en cara recprocamente sus
propios defectos y limitaciones; podra decirse que se ren la una de la otra. Los antroplogos para el
desarrollo consideran las crticas postestructuralistas moralmente errneas porque a su entender conducen a
la falta de compromiso en un mundo que necesita desesperadamente la aportacin de la antropologa
(Horowitz, 1994). Se considera que centrarse en el discurso es pasar por alto cuestiones que tienen que ver
con el poder, ya que la pobreza, el subdesarrollo y la opresin, no son cuestiones de lenguaje sino
cuestiones histricas, polticas y econmicas. Esta interpretacin de la antropologa del desarrollo proviene
claramente de una falta de comprensin del enfoque postestructuralista, el cual tal como sus defensores
alegan trata de las condiciones materiales del poder, de la historia, de la cultura y de la identidad.
Abundando en este razonamiento, los antroplogos para el desarrollo aducen que la crtica
postestructuralista es una pirueta intelectual propia de acadmicos occidentales que no responde de ningn
modo a los problemas intelectuales o polticos del Tercer Mundo (Little y Painter, 1995); se pasa por alto
intencionadamente el hecho de que los activistas e intelectuales del Tercer Mundo se hayan situado a la
vanguardia de esta crtica y que un nmero creciente de movimientos sociales lo encuentren til para
reforzar sus luchas. Por su parte, para los crticos, la antropologa para el desarrollo es profundamente
problemtica porque subscribe un marco de referencia el desarrollo que ha posibilitado una poltica
cultural de dominio sobre el Tercer Mundo. Al hacerlo as, contribuyen a extender a Asia, frica y Amrica
Latina un proyecto de transformacin cultural basado, en lneas generales, en las experiencias de la
modernidad capitalista. Trabajar en general para instituciones como el Banco Mundial y para procesos de
desarrollo inducido representa para los crticos parte del problema y no parte de la solucin (Escobar,
1991). La antropologa del desarrollo saca a la luz la violencia silenciosa contenida en el discurso del
desarrollo a la vez que los antroplogos para el desarrollo, a ojos de sus crticos, no pueden ser absueltos de
esta violencia.

Estas diferencias son muy significativas ya que mientras que los antroplogos para el desarrollo se
concentran en la evolucin de sus proyectos, en el uso del conocimiento para elaborar proyectos a la medida
de la situacin y de la cultura de sus beneficiarios, as como en la posibilidad de contribuir a paliar las
necesidades de los pobres; los antroplogos del desarrollo centran sus anlisis en el aparato institucional, en
los vnculos con el poder que establece el conocimiento especializado, en el anlisis etnogrfico y la crtica
de los modelos modernistas, as como en la posibilidad de contribuir a los proyectos polticos de los
desfavorecidos. Quiz el punto ms dbil de la antropologa para el desarrollo sea la ausencia de una teora
de intervencin que vaya ms all de las retricas sobre la necesidad de trabajar en favor de los pobres. De
modo similar, la antropologa para el desarrollo sugiere que el punto ms dbil de la antropologa del
desarrollo no es tan diferente: estriba en cmo dar un sentido poltico prctico a sus crticas tericas. La
poltica de la antropologa del desarrollo se basa en su capacidad para proponer alternativas, en su sintona
con las luchas a favor del derecho a la diferencia, en su capacidad para reconocer focos de resistencia
comunitaria capaces de recrear identidades culturales, as como en su intento de airear una fuente de poder
que se haba mantenido oculta. Pero nada de ello constituye un programa elaborado en profundidad con
vistas al desarrollo alternativo. Lo que se juegan las dos tendencias, en ltima instancia es, aunque
distinto, comparable: los antroplogos para el desarrollo arriesgan sus altas remuneraciones por sus trabajos
de consultor y su deseo de contribuir a un mundo mejor; para el antroplogo del desarrollo lo que est en
juego son los ttulos acadmicos y el prestigio, as como el objetivo poltico de contribuir a transformar el
mundo, mucho mejor si puede ser conjuntamente con los movimientos sociales.

A pesar del hecho de que estas dos tendencias opuestas necesariamente simplificadas dado lo breve de
este captulo se superponen en parte, no resulta nada fcil reconciliarlas. Existen, no obstante, varias
51
tendencias que apuntan en esta direccin y hablaremos de ellas en esta seccin como paso previo hacia el
diseo de una nueva prctica. Una serie de estudios sobre los lenguajes del desarrollo a los que ya nos
hemos referido con anterioridad (Crush, 1995b), por ejemplo, aceptan el reto de analizar los textos y
palabras del desarrollo, a la vez que niegan que el lenguaje sea lo nico que existe (Crush, 1995a:5).
Muchos de los autores que participan en este volumen escribe el editor en su introduccin proceden
de una tradicin de economa poltica que defiende que la poltica y la economa tienen una existencia real
que no se puede reducir al texto que las describe y las representa (Crush, 1995:6). Dicho autor cree, no
obstante, que el giro textual, las teoras postcoloniales y feministas y las crticas hacia el dominio de los
sistemas de conocimiento occidentales proporcionan claves cruciales para entender el desarrollo, nuevos
modos de comprender lo que es y hace el desarrollo y por qu parece tan difcil imaginar un modo de
superarlo (Crush, 1995:4). La mayor parte de los gegrafos y antroplogos que contribuyeron al volumen
citado se encuentran comprometidos, en mayor o menor grado, con el anlisis discursivo, si bien la mayor
parte de ellos tambin se mantienen dentro de una tradicin de economa poltica acadmica.

El argumento ms esperanzador y constructivo con vistas a una convergencia entre la antropologa para el
desarrollo y la antropologa del desarrollo ha sido propuesto recientemente por parte de dos antroplogos
con una gran experiencia en instituciones para el desarrollo y que, a la vez, tienen una comprensin
profunda de la crtica postestructuralista (Gardner y Lewis, 1996). Su punto de partida es que tanto la
antropologa como el desarrollo se enfrentan a una crisis postmoderna, y que es esta crisis lo que puede
constituir la base para que se establezca una relacin distinta entre ambas tendencias. A la vez que aceptan
la crtica discursiva como vlida y esencial para esta nueva relacin, no dejan de insistir en la posibilidad de
cambiar el curso del desarrollo tanto apoyando la resistencia al desarrollo como trabajando desde dentro
del discurso para desafiar y desmontar sus supuestos (Gardner y Lewis, 1996:49). Su esfuerzo se orienta
pues a tender puentes entre la crtica discursiva por una parte y la planificacin concreta y las prcticas
polticas por otra, fundamentalmente en aquellos mbitos que creen que ofrecen ms esperanzas: la pobreza
y las desigualdades por razn de sexo. El desmantelamiento de los supuestos y las relaciones de poder del
desarrollo se considera una tarea esencial para los que se dedican a poner en prctica el desarrollo. Mientras
reconocen que el camino hacia el compromiso antropolgico en el marco del desarrollo se halla erizado de
dificultades y es altamente problemtico (Gardner y Lewis, 1996: 77, 161) dados los dilemas ticos,
los riesgos de corrupcin y las apresuradas etnografas que a menudo los antroplogos para el desarrollo
deben elaborar creen, no obstante, que los enfoques antropolgicos son importantes en la planificacin,
ejecucin y asesoramiento de intervenciones no opresivas para el desarrollo. Recordemos cules son sus
conclusiones:

A estas alturas debera estar claro que la relacin de la antropologa con el desarrollo
se halla repleta de contradicciones [...] En el contexto
postmoderno/postestructuralista del decenio de los noventa, no obstante, los dos
enfoques (el postestructuralista y el aplicado) parecen hallarse ms distanciados que
nunca [...] aunque no tiene por qu ser necesariamente as. Ciertamente, mientras que
es absolutamente necesario desentraar y desmontar el desarrollo, si los
antroplogos pretenden hacer contribuciones polticamente significativas a los
mundos en los que trabajan deben continuar manteniendo una conexin vital entre
conocimiento y accin. Ello significa que el uso de la antropologa aplicada, tanto
dentro como fuera de la industria del desarrollo, debe continuar jugando un papel,
aunque de un modo distinto y utilizando paradigmas conceptuales diferentes de los
que se han utilizado hasta el momento. (Gardner y Lewis, 1996:153).

Se trata, pues, de una propuesta muy ambiciosa aunque constructiva para superar el punto muerto actual. Lo
que est en juego es una relacin entre la teora y la prctica, una nueva prctica de la teora y una nueva
teora de la prctica. Qu paradigmas conceptuales distintos deben crearse para que esta propuesta sea
viable? Exigen estos nuevos paradigmas una transformacin significativa de la antropologa aplicada,
tal como ha ocurrido hasta hoy, y quiz incluso una reinvencin radical de la antropologa fuera del mbito
acadmico y las relaciones entre ambas que conduzcan a la disolucin de la misma antropologa
aplicada? Un cierto nmero de antroplogos que trabajan en distintos campos desde la antropologa y el
transnacionalismo poltico hasta las desigualdades de sexo y raza se han esforzado en alcanzar una
prctica de este tipo desde hace cierto tiempo. Repasaremos brevemente el trabajo de cuatro de estos
antroplogos a fin de extraer algunas conclusiones con vistas a una renovada articulacin entre
antropologa y desarrollo, y entre teora y prctica, antes de concluir con algunas consideraciones generales
sobre la antropologa de la globalizacin y sus implicaciones para esta disciplina en su conjunto. Estos
antroplogos trabajan desde lugares distintos y con grados de experiencia y de compromiso que tambin
varan; no obstante, todos intentan ampliar los lmites de nuestro pensamiento respecto a la teora
52
antropolgica y a la prctica del desarrollo, sugiriendo distintos tipos de anlisis de la articulacin de la
cultura y del desarrollo en el complejo mundo actual.

Con una experiencia de trabajo que abarca casi cuatro decenios en la regin de Chiapas al sur de Mxico,
June Nash representa lo mejor de la tradicin antropolgica de compromiso a largo plazo con una
comunidad y una regin en un contexto que ha sido testigo de cambios espectaculares desde que ella lleg
all por primera vez a finales de los aos cincuenta. El capitalismo y el desarrollo, as como la resistencia
cultural, han sido factores omnipresentes durante este perodo, al igual que la preocupacin de la
antroploga y su compromiso creciente con el destino de las comunidades de Chiapas. Sus anlisis no slo
han sido esenciales para comprender la transformacin histrica de esta regin desde los tiempos anteriores
a la conquista hasta el presente, sino adems extremadamente tiles para explicar la gnesis de la
reafirmacin de la identidad indgena durante los dos ltimos decenios, de los cuales el levantamiento
zapatista de estos ltimos aos constituye solamente su manifestacin ms visible y espectacular. A travs
de estos estudios, Nash desvela una serie de tensiones bsicas para la comprensin de la situacin actual:
entre el cambio y el mantenimiento de la integridad cultural; entre la resistencia al desarrollo y la adopcin
selectiva de innovaciones para mantener un cierto grado de equilibrio cultural y ecolgico; entre las
prcticas culturales compartidas y la heterogeneidad significativa y las jerarquas internas de clase y sexo;
entre el mantenimiento de fronteras locales y la creciente necesidad de alianzas regionales y nacionales; y
entre la comercializacin de la artesana tradicional y su impacto sobre la transmisin cultural. Estas
tensiones, junto con otras preocupaciones que vienen de antiguo por lo que se refiere a las relaciones
cambiantes entre sexos, razas y grupos lingsticos en Chiapas y en toda la Amrica Latina, figuran entre
los aspectos ms destacados del trabajo de Nash (1970, 1993a, 1995, 1997).

Ya en su primer escrito importante, Nash redefini el trabajo de campo como observacin participativa
combinada con la obtencin masiva de datos (1970:xxiii). Este enfoque aument en complejidad cuando
ella volvi a Chiapas a principios de los noventa despus de haber realizado trabajos de campo en Bolivia
y Massachusetts presagiando en muchos sentidos la movilizacin zapatista de 1994, y desempe el
papel de observadora internacional de las negociaciones entre gobierno y zapatistas, difundiendo
activamente la informacin sobre este movimiento en publicaciones especializadas en temas indgenas
(Nash, 1995). Su interpretacin de la situacin de Chiapas sugiere que el desarrollo adquiere un significado
alternativo cuando los movimientos sociales de la regin presionan, por un lado, hacia una combinacin de
autonoma cultural y de democracia y, por otro, hacia la construccin de infraestructuras materiales e
institucionales para mejorar las condiciones de vida locales. Las identidades situacionales emergentes
(Nash, 1993a) son un modo de anunciar despus de quinientos aos de resistencia, la llegada de un mundo
postmoderno esperanzador de existencias pluritnicas y multiculturales (Nash, 1997). El trabajo ejemplar
de Nash, antroploga comprometida y preocupada por el desarrollo, se complementa con su activo papel
consiguiendo becas destinadas a estudiantes para sus proyectos de trabajo de campo, con la publicacin de
sus artculos en espaol y su intento de llevar a su pas natal algunas de las preocupaciones acerca de temas
relacionados con clase, sexo y raza en su estudio de los efectos derivados de cambiar prcticas
empresariales en las comunidades locales de Massachusetts, entre los cuales figuran los intentos de
desarrollo realizados por la comunidad despus de la reduccin generalizada de empleos (Nash, 1989).
Tambin han sido de gran importancia las contribuciones de Nash a la antropologa feminista y a los
estudios de clase y etnicidad en la antropologa latinoamericana.

El inters de Nash en contextos ms amplios, donde las comunidades locales defienden sus culturas y se
replantean el desarrollo, adquiere especial importancia para el antroplogo brasileo Gustavo Lins Ribeiro.
Entre sus primeros artculos figura un estudio donde un tema clsico de antropologa para el desarrollo
un proyecto hidroelctrico a gran escala en una zona poblada constituye quiz el estudio etnogrfico
ms sofisticado de su clase hasta el presente. Al contrario de la mayor parte de estudios antropolgicos
sobre reubicacin de poblaciones, el estudio de Ribeiro contena una etnografa substancial de todos los
grupos de inters implicados incluyendo, adems de las comunidades locales, urbanizadores, entes e
instituciones gubernamentales, as como los marcos de referencia regionales y transnacionales que los
relacionaban a todos entre s. Convencido de que, para comprender en qu consiste el drama del
desarrollo es necesario explicar las complejas relaciones establecidas por la interaccin de las estructuras
locales y supralocales (Ribeiro, 1994a:xviii), procedi a examinar la naciente condicin de
transnacionalidad as como su impacto sobre los movimientos sociales y el debate medioambiental en
general (Ribeiro, 1994b; Ribeiro y Little, 1996). Desde su punto de vista, las nuevas tecnologas son bsicas
para explicar una sociedad cada vez ms transnacional que se ve representada en grandes acontecimientos
multitudinarios tales como conciertos de rock y conferencias de las Naciones Unidas del tipo de la Cumbre
de la Tierra celebrada en Ro de Janeiro en 1992, acontecimiento que para Ribeiro seal el reconocimiento
53
pblico de la transicin definitiva al Estado transnacional. Entre otras cosas, Ribeiro muestra como el
neoliberalismo y la globalizacin a la vez que un campo poltico complejo no tienen efectos ni
resultados uniformes, sino que dependen de las negociaciones llevadas a cabo con aqullos directamente
afectados. Concentrndose en la regin del Amazonas, este autor examina detalladamente los tipos de
instituciones impulsadas entre los grupos locales por los nuevos discursos del medioambientalismo y la
globalizacin (Ribeiro y Little, 1996).

La etnografa de Ribeiro del sector medioambiental brasileo y que abarca desde el gobierno y los
militares hasta los movimientos sociales y las Ongs tanto locales como transnacionales se centra en las
luchas por el poder en que se ven inextricablemente enzarzadas las fuerzas globales y locales, de modos tan
complejos que no se pueden explicar fcilmente. Cuestiones relacionadas con la representacin de lo
local; la comprensin, desde un punto de vista local, de las fuerzas globales; la movilizacin colectiva,
apoyada a menudo por las nuevas tecnologas, incluyendo internet; las luchas de poder y los nuevos
mbitos de interaccin, inditos a todos los efectos entre los interesados que participan en el debate
medioambiental del Amazonas, todo ello adquiere un nuevo significado terico-prctico a la luz de los
anlisis pioneros de Ribeiro (1998). Entre otras cosas, Ribeiro vuelve sobre su antigua preocupacin por
mostrar por qu las estrategias de desarrollo dominantes y los clculos econmicos no funcionan y,
viceversa, como los pueblos amaznicos as como otros de Amrica Latina pueden constituirse en
poderosos protagonistas sociales decididos a forjar su destino si se les permite usar y sacar partido de la
nuevas oportunidades que ofrece la doble dinmica local/global derivada de la condicin de
transnacionalidad que se ha abatido sobre ellos.

El papel de los discursos y prcticas de desarrollo mediantes entre procesos de transnacionalidad y de
cultura local constituye el ncleo del trabajo en Nepal de Stacey Pigg (1992, 1995a, 1995b, 1996), que
utiliza el trabajo de campo y la etnografa como base para realizar una exploracin terica continuada sobre
cuestiones clave como salud, desarrollo, modernidad, globalizacin e identidad. Qu explica la
persistencia de las diferencias culturales hoy en da? Qu conjunto de historias y prcticas explican la
(re)creacin continua de las diferencias en localidades al parecer tan remotas como los pueblos del Nepal?
La explicacin de la diferencia, segn dice Pigg, no es simple y toma la forma de relato original en el cual
los procesos de desarrollo, globalizacin y modernidad se hallan entretejidos de modos muy complejos. Por
ejemplo, esta autora demuestra que las nociones contrapuestas de salud chamnica y occidental
coadyuvan a las diferencias sociales e identidades locales. Las creencias no se hallan contrapuestas al
conocimiento moderno, sino que ambas se fragmentan y se cuestionan a medida que la gente se replantea
una cierta variedad de nociones y recursos sanitarios. De manera parecida, mientras que las nociones de
desarrollo se introducen en la cultura local, Pigg nos muestra de un modo admirable cmo se hallan sujetas
a una compleja nepalizacin: a medida que el desarrollo introduce nuevos signos de identidad, los
habitantes de las aldeas se reorientan en este paisaje ms complicado que pone en relacin su aldea con la
nacin y con el mundo, y su etnografa muestra cmo la gente simultneamente adopta, utiliza, modifica y
cuestiona los lenguajes del desarrollo y de la modernidad. Se crea pues una modernidad distinta que
tambin altera el significado de la globalizacin. En su trabajo Pigg tambin seala la importancia de las
consecuencias de su anlisis para la educacin de los usuarios de la sanidad local, cuyo conocimiento
local normalmente instrumentalizado y devaluado dentro de los programas convencionales de
educacin para el desarrollo puede tomarse en serio como fuerza dinmica y real que da forma a mundos
locales.

La ecologa poltica hablando en general, el estudio de las interrelaciones entre cultura, ambiente,
desarrollo y movimientos sociales es uno de los mbitos clave en el cual se est redefiniendo el desarrollo.
El trabajo de Soren Hvalkof con los ashnika de la zona del Gran Pajonal en el Amazonas peruano resulta
ejemplar desde este punto de vista. Aunque quiz se le conozca mejor por su anlisis crtico del trabajo
realizado por el Instituto Lingstico de Verano, los estudios de Hvalkof en el Amazonas abarcan dos
dcadas con un trabajo de campo considerable y van desde la etnografa histrica (Hvalkof y Veber, en
prensa) hasta los modelos locales de interpretacin de la naturaleza y del desarrollo (Hvalkof, 1989)
pasando por la ecologa poltica entendida como prctica antropolgica. Cabe destacar que las
intervenciones de Hvalkof, en coordinacin con los ashnika, han sido muy importantes para presionar al
Banco Mundial a fin de que interrumpiera su apoyo a ciertos planes de desarrollo en la zona del Gran
Pajonal y se dedicara a financiar en su lugar la adjudicacin colectiva de tierras a los indgenas (Hvalkof,
1986), as como para conseguir el apoyo de la Oficina Danesa para el Desarrollo Internacional en favor de
la adjudicacin de tierras entre las comunidades vecinas al final de los aos ochenta.
6
Estos proyectos de
adjudicacin de tierras fueron decisivos para invertir la situacin de virtual esclavitud de los pueblos
indgenas a manos de las lites locales que haban existido all desde siglos atrs, poniendo en marcha unos
54
procesos de afirmacin cultural indgena y de control poltico y econmico casi sin precedentes en Amrica
Latina. Hvalkof ha puesto de relieve los puntos de vista contrastados e interactivos del desarrollo en su
dimensin tanto local como regional por parte de los pueblos indgenas, de los colonos mestizos y de las
instituciones, as como en la conceptualizacin de la adjudicacin de tierras colectivas en un contexto
regional como requisito para invertir las polticas geonocidas y las estrategias de desarrollo convencionales.
Tambin ha documentado exhaustivamente las antiguas estrategias que empleaban los ashnika para
defenderse de los explotadores forneos, desde los colonizadores del pasado hasta los militares, los capos
de la cocana, las guerrillas y los expertos en desarrollo de hoy en da; y ha abierto vas de dilogo entre
mundos dispares pueblos indgenas, instituciones para el desarrollo, Ongs desde la perspectiva de las
comunidades indgenas.

Hacindose eco de los tres antroplogos antes citados, Hvalkof mantiene que si los antroplogos pretenden
mediar entre estos mundos deben elaborar un marco conceptual muy refinado que incluya una explicacin
de la funcin que deben tener los protagonistas del desarrollo y de las instituciones. De otro modo, la tarea
de los antroplogos para el desarrollo y de las bienintencionadas Ongs que pasan solamente periodos
muy cortos con los grupos locales probablemente ser contraproducente para la poblacin local. La
etnografa local y regional tambin resultan bsicas en este proceso, del mismo modo que lo son la claridad
y el compromiso tanto nacional como poltico en relacin a las culturas locales. Estos tres elementos un
marco conceptual complejo, una etnografa relevante y un compromiso poltico pueden considerarse
como constituyentes de una antropologa del desarrollo distinta y entendida como prctica poltica. El
marco terico sobrepasa la nocin que de realizacin social tienen los antroplogos para el desarrollo y
procede a conceptualizar las condiciones de modernidad, globalizacin, movilizacin colectiva e identidad;
la etnografa debe basarse entonces en el examen de las negociaciones locales sobre las condiciones que
van ms all del proyecto de desarrollo y de las situaciones concretas; y el compromiso poltico debe partir
de la premisa de alentar el desarrollo incluso cuando las consideraciones culturales pudieran contribuir a
mitigar el impacto del desarrollo hasta alcanzar las condiciones que apuntalen el protagonismo cultural y
poltico de los afectados.

Podra decirse que estos ejemplos apuntan a la existencia de elementos de una nueva teora de la prctica y
de una nueva prctica de la teora en el compromiso entre antropologa y desarrollo? Si ello es as,
podramos extraer de estos elementos una nueva visin de la antropologa ms all de la puramente
acadmica, a la vez que un intercambio ms fluido entre teora y prctica y entre los mismos antroplogos
situados en posiciones distintas? Parece que est naciendo una nueva generacin de antroplogos, en el
mbito medioambiental sin ir ms lejos, que se hallan dispuestos a teorizar sobre su prctica profesional en
relacin con sus posicionamientos a lo largo y a lo ancho de los distintos campos de aplicacin trabajos
de campo, trabajos en instituciones acadmicas, en instituciones polticas, en los medios de comunicacin,
en la universidad y en una gran diversidad de comunidades y desde los mltiples papeles y tareas
polticas que puedan asumir intermediario, mediador, aliado, traductor, testimonio, etngrafo, terico,
etc.. El despliegue en estos mbitos tan distintos, donde desempean papeles tan variados, de sus
fundamentados discursos sometidos a continuo debate, podra considerarse como el inicio de una nueva
tica del conocimiento antropolgico entendido como prctica poltica.


Hacia una antropologa de la globalizacin y del postdesarrollo?

Los distintos anlisis del desarrollo considerados hasta este momento desde la antropologa para el
desarrollo hasta la antropologa del desarrollo y lo que pueda surgir a continuacin sugieren que no todo
lo que se ha hallado sujeto a las acciones protagonizadas por el aparato para el desarrollo se ha
transformado irremediablemente en un ejemplo moderno de modelo capitalista. Estos anlisis tambin
plantean una pregunta difcil: Sabemos lo que hay sobre el terreno despus de siglos de capitalismo y
cinco decenios de desarrollo? Sabemos, siquiera, cmo contemplar la realidad social de modo que nos
permita detectar la existencia de elementos diferenciales que no sean reducibles a los modelos del
capitalismo y de la modernidad y que, adems, puedan servir como ncleos de articulacin de prcticas
alternativas sociales y econmicas? Y finalmente, si se nos permitiera entregarnos a un ejercicio de
imaginacin podramos alentar e impulsar prcticas alternativas?

Tal como indican los estudios de Nash, Pigg, Ribeiro y Hvalkof, el papel de la etnografa puede ser muy
importante en este sentido. En los aos ochenta, un cierto nmero de etnografas se centraron en la
resistencia al capitalismo y a la modernidad en varios mbitos, inaugurando de este modo la tarea de poner
de relieve el hecho de que el desarrollo en s mismo encontraba resistencia activa de modos muy variados
55
(Scott, 1985; Ong, 1987). La resistencia por s misma, no obstante, solamente es el punto de partida para
mostrar cmo la gente ha continuado creando y reconstruyendo sus modos de vida de una forma activa.
Diversos trabajos sucesivos han descrito los modelos locales de la economa y del entorno natural que han
continuado siendo mantenidos por parte de campesinos y de comunidades indgenas (Gudeman y Rivera,
1990; Dhal y Rabo, 1992; Hobart, 1993a; Milton, 1993; Descola y Plsson, 1996). Otra tendencia al parecer
fecunda ha sido la atencin que se ha prestado, particularmente en la antropologa de Amrica Latina, a los
procesos de hibridacin cultural a los que se entregan necesariamente las comunidades rurales y urbanas
con ms o menos xito por lo que se refiere a la afirmacin cultural y a la innovacin social y econmica. La
hibridacin cultural expone a la luz pblica el encuentro dinmico de prcticas distintas que provienen de
muchas matrices culturales y temporales, as como hasta qu punto los grupos locales, lejos de mostrarse
sujetos pasivos de las condiciones impuestas por las transnacionales, moldean de un modo activo el proceso
de construccin de identidades, relaciones sociales y prcticas econmicas (Garca Canclini, 1990; Escobar,
1995, 1998a).

La investigacin etnogrfica de este estilo que ciertamente se continuar practicando durante algunos
aos ha sido importante para sacar a la luz los debates sobre las diferencias culturales, sociales y
econmicas entre las comunidades del Tercer Mundo en contextos de globalizacin y desarrollo. A pesar de
que todava queda mucho por hacer al respecto, esta investigacin ya sugiere diversos modos en los que los
debates y las prcticas de la diferencia podran utilizarse como base para proyectos alternativos. Es cierto,
no obstante, que ni la antropologa del desarrollo transformada tal como se ha contemplado en la primera
seccin de este artculo, ni los movimientos sociales del Tercer Mundo basados en una poltica de la
diferencia, lograrn acabar con el desarrollo. Es posible decir, sin embargo, que juntos anuncian una era
del postdesarrollo as como el fin del desarrollo tal como lo hemos conocido hasta ahora? Hay algunas
consideraciones finales que pueden deducirse de esta posibilidad relativas a la relacin entre la produccin
del conocimiento y el postdesarrollo, y que son presentadas aqu como conclusin.

Los anlisis antropolgicos del desarrollo han provocado una crisis de identidad en el campo de las ciencias
sociales. En este sentido, no hay acaso muchos movimientos sociales del Tercer Mundo que expresan
abierta y claramente que la manera en que el desarrollo concibe el mundo no es la nica posible? No
existen numerosas comunidades del Tercer Mundo que dejan muy claro a travs de sus prcticas que el
capitalismo y el desarrollo a pesar de su poderosa e incluso creciente presencia en esas mismas
comunidades no han conseguido moldear completamente sus identidades y sus conceptos de naturaleza y
de modelos econmicos? Es posible imaginarse una era de postdesarrollo y aceptar por tanto que el
postdesarrollo ya se halla como siempre se ha hallado en continua (re)construccin? Atreverse a
tomarse en serio estas cuestiones supone una manera distinta de analizar por nuestra parte, con la necesidad
concomitante de contribuir a una prctica distinta de representacin de la realidad. A travs de la poltica
cultural que llevan a cabo, muchos movimientos sociales desde las selvas hmedas y los zapatistas hasta
los movimientos de ocupacin ilegal protagonizados por mujeres parecen haber aceptado este reto.

Lo que este cambio en la comprensin de la naturaleza, alcance y modos de actuar del desarrollo implica
para los estudios antropolgicos sobre desarrollo no est todava claro. Quienes trabajan en la relacin entre
el conocimiento local y los programas de conservacin o de desarrollo sostenible, por ejemplo, estn
decantando rpidamente la propuesta de un replanteamiento significativo de la prctica del desarrollo,
insistiendo en que la conservacin viable y sostenible slo puede conseguirse sobre la base de una
cuidadosa consideracin del conocimiento y de las prcticas locales sobre la naturaleza, quiz en
combinacin con ciertas formas (redefinidas) de conocimiento acadmico especializado (Escobar, 1996a;
Brosius, en prensa). Puede suceder que en ese proceso los antroplogos y los activistas locales acaben
participando conjuntamente en un proyecto de representacin y resistencia, y que tanto la cultura como la
teora se conviertan, hasta cierto punto, en nuestro proyecto conjunto. A medida que los habitantes locales
se acostumbren a utilizar smbolos y discursos cosmopolitas, incluido el conocimiento antropolgico, la
dimensin poltica de este conocimiento ser cada vez ms indiscutible (Conklin y Graham, 1995).

No existe, naturalmente, ninguna formula mgica o paradigma alternativo que pueda ofrecer una solucin
definitiva. Hoy en da parece existir una conciencia creciente en todo el mundo sobre lo que no funciona,
aunque no hay tanta unimidad acerca de lo que podra o debera funcionar. Muchos movimientos sociales se
enfrentan de hecho con este dilema ya que al mismo tiempo que se oponen al desarrollo convencional
intentan encontrar caminos alternativos para sus comunidades, a menudo con mltiples factores en contra.
Es necesaria mucha experimentacin, que de hecho se est llevando a cabo en muchos lugares, para buscar
combinaciones de conocimiento y de poder, de veracidad y de prctica, que incorporen a los grupos locales
como productores activos de conocimiento. Cmo puede traducirse el conocimiento local a poder real, y
56
cmo puede este binomio conocimiento-poder entrar a formar parte de proyectos y de programas concretos?
Cmo pueden estas combinaciones locales de conocimiento y poder tender puentes con formas de
conocimiento especializadas cuando sea necesario o conveniente? y cmo pueden ampliar su espacio
social de influencia cuando se las cuestiona, como suele suceder a menudo, y se las contrapone a las
condiciones dominantes locales, regionales, nacionales y transnacionales? Estas preguntas son las que una
renovada antropologa de y para el desarrollo, tendr que responder.

La antroploga malasia Wazir Jahan Karim lo dijo crudamente en un artculo inspirado sobre antropologa,
desarrollo y globalizacin desde la perspectiva del Tercer Mundo, y podemos terminar apropiadamente esta
seccin con sus palabras: Se ha generado el conocimiento antropolgico para enriquecer la tradicin
intelectual occidental o para desposeer a las poblaciones del conocimiento del cual se apropia? Qu
reserva el futuro para el uso del conocimiento social del tipo producido por la antropologa? (Karim,
1996:120). Mientras que la alternativa no tiene porqu ser una disyuntiva excluyente, lo que est en juego
parece bien claro. La antropologa necesita ocuparse de proyectos de transformacin social si no queremos
vernos simblicamente disociados de los procesos locales de reconstruccin e invencin cultural (Karim,
1996:124). Desde el punto de vista de esta autora, la antropologa tiene un papel importante que jugar en la
canalizacin del potencial global de los conocimientos locales, lo cual debe hacerse a conciencia ya que de
otro modo la antropologa podra contribuir a convertir el conocimiento del Tercer Mundo en algo todava
ms local e invisible. La autora apela a la reconstruccin de la antropologa orientndola hacia las
representaciones y luchas populares, proyectndolas al nivel de teora social. De otro modo la antropologa
continuar siendo una conversacin en gran parte irrelevante y provincial entre acadmicos del lenguaje de
la teora social occidental. Para que la antropologa sea verdaderamente universal, podemos aadir, deber
superar este provincialismo, como ya indicamos al principio de este captulo. Slo entonces la antropologa
ser verdaderamente postmoderna, postindgena y, podramos aadir, parte del postdesarrollo.


Conclusin

La idea de desarrollo, al parecer, est perdiendo parte de su fuerza. Su incapacidad para cumplir sus
promesas, junto con la resistencia que le oponen muchos movimientos sociales y muchas comunidades
estn debilitando su poderosa imagen; los autores de estudios crticos intentan a travs de sus anlisis dar
forma a este debilitamiento social y epistemolgico del desarrollo. Podra argirse que si el desarrollo est
perdiendo empuje es debido a que ya no es imprescindible para las estrategias de globalizacin del capital,
o porque los pases ricos simplemente han perdido el inters. Aunque estas explicaciones son ciertas hasta
cierto punto no agotan el repertorio de interpretaciones. Si es cierto que el postdesarrollo y las formas no
capitalistas y de modernidad alternativa se encuentran siempre en proceso de formacin, cabe la esperanza
de que puedan llegar a constituir nuevos fundamentos para su renacimiento y para una rearticulacin
significativa de la subjetividad y de la alteridad en sus dimensiones econmica, cultural y ecolgica. En
muchas partes del mundo estamos presenciando un movimiento histrico sin precedentes en la vida
econmica, cultural y ecolgica. Es necesario pensar acerca de las transformaciones polticas y econmicas
que podran convertir este movimiento en un acontecimiento sin precedentes en la historia social de las
culturas, de las economas y de las ecologas. Tanto en la teora como en la prctica y naturalmente en
ambas a la vez la antropologa tiene una importante aportacin que hacer a este ejercicio de imaginacin.

Para que la antropologa cumpla con su papel debe replantearse en profundidad su compromiso con el
mundo del desarrollo. Debe identificar aquellos casos en los cuales se manifiesta la diferencia de un modo
socialmente significativo y que pueden actuar como puntos de apoyo para la articulacin de alternativas, as
como debe tambin sacar a la luz los marcos locales de produccin de culturas y de identidades, de prcticas
econmicas y ecolgicas, que no cesan de emerger en comunidades de todo el mundo. Hasta qu punto
todo ello plantea retos importantes y quiz originales a las modernidades capitalistas y eurocntricas? De
qu modo se pueden hibridizar las prcticas locales con las fuerzas transnacionales y qu tipos de hbridos
parecen tener ms posibilidades polticas en lo que se refiere a impulsar la autonoma cultural y econmica?
Estas son cuestiones importantes para unas estrategias de produccin de conocimiento que pretendan
plantearse de un modo reflexivo sus posibilidades de contribuir a colocar en un primer plano y a posibilitar
modos de vida y construcciones de identidad alternativas, marginales y disidentes. En este proceso, quiz el
desarrollo dejar de existir como el objetivo incuestionado que ha sido hasta el presente.


57

Notas

1
.
Este artculo se centra fundamentalmente en bibliografa escrita en ingls. Por tanto
,
refleja principalmente los debates que tienen lugar en Amrica del
Norte y en el Reino Unido, aunque tambin presta atencin a otras partes de Europa y Amrica Latina. Para analizar la relacin entre las diversas antropologas
del Tercer Mundo y el desarrollo se requerira
de
un
c
a
p

t
ulo adicional y un modo distinto de abordar el tema.


2
.
Un examen ms detenido de la antropologa para el desarrollo requerira considerar la historia de la antropologa aplicada, lo cual va ms all del objetivo de
este
c
a
p

t
ulo. Para una exposicin reciente sobre dicha historia y su relacin con la antropologa para desarrollo vase Gardner y Lewis (1996).


3
.
Un anlisis de la antropologa para el desarrollo en Europa
se encuentra en
el nmero especial dedicado a este tema de Development Anthropology
Network
Vol.
10
,

N
o

1.

4
.
Podemos aceptar
,
sin ms
,
lo que piensan los antroplogos para el desarrollo de su contribucin al desarrollo, si bien puntualizando que a veces su punto de
vista es parcial. Cernea, por ejemplo, reconoce a los cientficos sociales del Banco Mundial algunos de los cambios habidos en su poltica de reubicacin de
poblaciones. En ningn lugar menciona el papel que jugaron en estos cambios la oposicin generalizada y la mo
v
ilizacin local contra los planes de
reubicacin en muchas partes del mundo.

5
.
Entre la primera horn
e
ada de libros dedicados exclusivamente al anlisis del desarrollo como discurso terico con aport
e
s antropolgic
o
s figuran:
Ferguson (1990)
,
Apfel-Marglin y Marglin (1990)
,
Sachs (1992
a
)
,
Dahl y Rabo (1992)
,
Escobar (1995)
,
Crush (1995
b
). Para una bibliografa ms completa
sobre este tema vase Escobar (199
8a
). Un anlisis relacionado del desarrollo entendido como campo semntico e institucional puede encontrarse en Bar
(1987). Actualmente estos anlisis se estn multiplicando y diversificando en muchas direcciones, tal como ver ms abajo.


6
.
Las organizaciones
a
shnika obtuvieron recientemente el preciado galardn anti-esclavismo otorgado por la organizacin Anti-Esclavitud Internacional
por su plan de adjudicacin colectiva de tierras, donde fue decisiva la aportacin de Hvalkof, junto con el Grupo de Trabajo Internacional para Asuntos
Indgenas (I
wgia
). Hvalkof y Escobar
,
en colaboracin con los activistas del movimiento social de comunidades negras, contribuyen a elaborar un plan
parecido para
el bosque hmedo tropical del Pacfico colombiano
.

58
















SEGUNDA PARTE:


ANTROPOLOGA Y MOVIMIENTOS SOCIALES

59




6. LO CULTURAL Y LO POLTICO EN LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
DE AMRICA LATINA
1




A medida que nos aproximamos al fin del milenio, cul es el futuro que albergan las sociedades
latinoamericanas? Niveles de violencia, pobreza, discriminacin y exclusin sin precedentes pareceran
indicar que los logros e, incluso, el mismo diseo de las nuevas democracias latinoamericanas est
lejos de ser satisfactorio. As, en Amrica Latina es precisamente alrededor de proyectos democrticos
alternativos que se est llevando a cabo gran parte de la lucha poltica. Argumentaremos que los
movimientos sociales juegan un rol crtico en dicha lucha. Los parmetros de la democracia estn
fundamentalmente en disputa, as como las fronteras de lo que se puede definir acertadamente como el
mbito poltico: sus participantes, instituciones, procesos, agenda y campo de accin.

Programas de ajuste econmico y social, inspirados por el neoliberalismo, han permeado esta discusin
como un contendor formidable y persuasivo. En respuesta a la supuesta inevitable lgica impuesta por los
procesos de globalizacin econmica, las polticas neoliberales han introducido un nuevo tipo de relacin
entre el Estado y la sociedad civil, as como han avanzado en una definicin distintiva de la esfera poltica y
sus participantes, basada en una concepcin minimalista del Estado y la democracia.

Mientras la sociedad civil asume cada vez ms las responsabilidades sociales evadidas por el Estado
neoliberal que se reduce, su capacidad como una esfera poltica crucial para el ejercicio de una ciudadana
democrtica est siendo minimizada de manera creciente. Desde esta perspectiva, los ciudadanos deben
salir adelante por sus propios medios, y la ciudadana est siendo equiparada de manera creciente con la
integracin del individuo al mercado.

Una concepcin de alternativa ciudadana planteada por varios movimientos sociales vera a las luchas
democrticas como abarcadoras de un proceso de redefinicin tanto del sistema poltico como de las
prcticas econmicas, sociales y culturales que podran generar un ordenamiento democrtico para la
sociedad como conjunto. Tal concepcin llama nuestra atencin hacia una amplia gama de esferas pblicas
posibles en donde la ciudadana pudiera ser ejercida y los intereses de la sociedad no slo representados,
sino fundamentalmente re-moldeados. El campo de accin de las luchas democratizantes sera extendido
para abarcar no slo el sistema poltico, sino tambin el futuro del desarrollo y la erradicacin de las
desigualdades sociales, tales como aquellas de raza y gnero, profundamente moldeadas por prcticas
sociales y culturales. Esta concepcin amplia tambin reconoce que el proceso de construccin de la
democracia no es homogneo, sino ms bien internamente discontinuo y desigual: diferentes esferas y
dimensiones tienen ritmos de cambio distintivos, llevando a algunos analistas a argumentar que este
proceso es inherentemente disyuntivo (Holston y Caldeira, en prensa; vase adems Jelin y Hershberg,
1996).

En algunos casos, los movimientos sociales no slo han tenido xito en traducir sus agendas a polticas
pblicas y en expandir las fronteras de la poltica institucional, sino que tambin han luchado por redefinir
los sentidos de las nociones convencionales de ciudadana, representacin poltica, participacin, y en
consecuencia, de la democracia. Por ejemplo, los procesos de traduccin de las agendas de los movimientos
en polticas, y la redefinicin del significado de desarrollo o ciudadana, implican el establecimiento de
una poltica cultural.
2



Reconceptualizando lo cultural en el estudio de los movimientos sociales de Amrica Latina

De la cultura a la poltica cultural
3


Este captulo aborda la relacin entre cultura y poltica. Dicha relacin puede ser productivamente
explorada ahondando en la naturaleza de la poltica de la cultura puesta en marcha en mayor o menor
60
medida por todos los movimientos sociales, as como examinando el potencial de dicha politizacin de la
cultura para alimentar y nutrir procesos de cambio social.

La ciencia social convencional no ha explorado sistemticamente las conexiones entre cultura y poltica.
Aludimos a este hecho en trabajos anteriores (Escobar y lvarez, 1992; Dagnino, 1994c). Es importante
discutir las concepciones cambiantes de cultura y poltica en la antropologa, la literatura y otras disciplinas
como una herramienta para entender la manera en la cual el concepto de poltica cultural (
cultural politics
)
emergi de un dilogo interdisciplinario intensivo y del desvanecimiento de fronteras disciplinarias dado en
la ltima dcada, alimentado por mltiples corrientes postestructuralistas. En un libro anterior (lvarez y
Escobar, 1992), sealamos que en varias disciplinas el concepto convencional de la cultura como ente
esttico encarnada en un conjunto de textos, creencias y artefactos cannicos ha contribuido en gran
medida a invisibilizar las prcticas culturales cotidianas como un terreno para, y una fuente de, prcticas
polticas. Algunos tericos de la cultura popular como de Certeau (1984), Fiske (1989) y Willis (1990)
trascendieron este entendimiento esttico para resaltar la manera en que la cultura comprende un proceso
colectivo e incesante de produccin de significados que moldea la experiencia social y, a su vez, configura
las relaciones sociales. De esta manera, los estudios sobre la cultura popular comenzaron a transformar la
investigacin del nfasis de la alta cultura originado en la literatura y las artes, hacia un entendimiento
ms antropolgico de la cultura. Dicha cercana ya haba sido propiciada por Raymond Williams, con su
caracterizacin de la cultura como el sistema de significados a travs del cual entre otros medios un
orden social es comunicado, reproducido, experimentado y explorado (1981:13). Como anotan Glenn
Jordan y Chris Weedon, desde esta perspectiva, la cultura no es una esfera sino una dimensin de todas las
instituciones econmicas, sociales y polticas. La cultura es un conjunto de prcticas materiales que
constituyen significados, valores y subjetividades (1995:8).

En un libro reciente, la definicin de Williams es elaborada de tal manera que concluye que en los estudios
culturales ... la cultura es entendida como una forma de vida que abarca ideas, actitudes, lenguajes,
prcticas, instituciones y estructuras de poder y una amplia gama de prcticas culturales: formas
artsticas, textos, cnones, arquitectura y mercancas producidas masivamente, entre otras (Nelson,
Treichler y Grossberg, 1992:5). Esta caracterizacin de la cultura apunta hacia las prcticas enraizadas y las
representaciones como centrales a la cultura. Sin embargo, en la prctica, su nfasis principal continua
estando cifrado por las formas textuales y artsticas. Esto explica, creemos nosotros, un gran nmero de
crticas esgrimidas contra los estudios culturales tales como su dependencia problemtica de etnografas
rpidas, la prominencia de los anlisis textuales, la importancia adscrita a las industrias culturales y a los
paradigmas de recepcin y consumo de productos culturales. Cualesquiera sea la validez de dichas crticas,
es justo plantear que los estudios culturales no le han dado la suficiente relevancia a los movimientos
sociales como un aspecto vital de la produccin cultural.
4


La nocin de cultura tambin es debatida activamente en la antropologa. La antropologa clsica se adhiri
a una epistemologa realista y a un entendimiento relativamente preestablecido de la cultura como
encarnada (embodied) en las instituciones, las prcticas, los rituales y los smbolos, entre otros. La cultura
era vista como perteneciente a un grupo y circunscrito en el tiempo y el espacio. Este paradigma de cultura
orgnica sufri golpes significativos con el desarrollo de la antropologa estructuralista, interpretativa y
aquella orientada por la economa poltica. Apuntalada en la hermenutica y la semitica, la antropologa
interpretativa avanz hacia un entendimiento no positivista y parcial de la cultura, en parte guiada por la
metfora de las culturas como textos. A mediados de los ochenta, otra transformacin en el concepto de
cultura consider el hecho de que no se puede continuar escribiendo sobre otros como si fueran objetos
discretos o textos, y se empe en desarrollar nuevas concepciones de la cultura como interactiva e
histrica (Clifford y Marcus, 1986:25). Desde entonces, la creciente conciencia alrededor de la
globalizacin de la produccin econmica y cultural ha empujado a los antroplogos a cuestionar las
nociones espaciales de la cultura, las dicotomas entre el nosotros homogneo y el otros discreto, as
como cualquier ilusin de fronteras claras entre grupos, entre lo propio y lo ajeno (Fox, 1991; Gupta y
Ferguson, 1992).
5


Uno de los aspectos ms tiles del entendimiento postestructuralista de la cultura en la antropologa es su
insistencia en el anlisis de la produccin y la significacin y de los significados y las prcticas, como
aspectos simultneos y profundamente relacionados de la realidad social. Desde esa perspectiva, Kay
Warren (1998) argumenta que las condiciones materiales son vistas a menudo como ms autnomas, reales
y bsicas que cualquier otra cosa. Generalmente, el reclamo comn de los crticos suele ser pero qu
sucede con la explotacin? con lo cual buscan dar una urgencia materialista que prima sobre cualquier
cuestin cultural, sin importar lo que sea. Warren (1998) sugiere que las demandas materiales de los
61
movimientos sociales son en la prctica construcciones polticas desarrolladas selectivamente, y
desplegadas en campos de relaciones sociales que tambin definen su significado y aboga por una
conceptualizacin alternativa que confronte los asuntos culturales (e intereses polticos) inscritos en los
marcos culturales de la poltica. Mientras que generalmente los antroplogos han pretendido entretejer el
anlisis de lo simblico y lo material, los defensores de la teora del discurso y la representacin han
proporcionado herramientas para la formulacin de explicaciones ms matizadas de la constitucin mutua,
sin duda, inseparable de los significados y las prcticas.
6


Este desarrollo le plantea tiles lecciones a los estudios culturales. De particular relevancia ha sido la
pregunta por lo que las metforas de la cultura y textualidad ayudan a explicar y fracasan en resolver. La
cuestin es expresada elocuentemente por Stuart Hall en su recuento retrospectivo del impacto del viraje
lingstico de los estudios culturales. Para Hall, el descubrimiento de la discursividad y la textualidad
posibilit ganar conciencia sobre la importancia crucial del lenguaje ... en cualquier estudio de la
cultura (1992:283). Fue as como los simpatizantes de los estudios culturales se encontraron arrojados de
nuevo al campo de la cultura. Sin embargo, a pesar de la importancia de la metfora de lo discursivo, para
Hall:

siempre hay algo descentrado con respecto a la cultura, el lenguaje, la textualidad y la
significacin que escapa y evade los intentos de ligarla, directa o inmediatamente, con
otras estructuras. Debemos asumir que la cultura siempre operar a travs de sus
textualidades, y al mismo tiempo, que dicha textualidad nunca es suficiente.
(1992:284).
7


Desde nuestra perspectiva, el dictamen de Hall en cuanto a que la cultura y la textualidad nunca son
suficientes, se refiere a la dificultad de abordar, a travs de la cultura y la textualidad, otras preguntas
importantes tales como las estructuras, las formaciones y las resistencias que estn inevitablemente
permeadas por la cultura. Hall pretende devolver los estudios culturales del aire puro de la significacin y
la textualidad al trabajo con el algo oscuro en el subsuelo de lo material (1992:278). En este sentido,
Hall reintroduce lo poltico al mbito de los estudios culturales, no slo porque su formulacin proporciona
un medio para mantener en tensin preguntas por lo terico y lo poltico, sino porque hace un llamado a los
tericos particularmente a aquellos demasiado propensos a permanecer en el nivel del texto y de la
poltica de la representacin para abordar el algo oscuro en el subsuelo como una pregunta tanto
terica como poltica.

En otras palabras, la tensin entre lo textual y aquello que lo fundamenta, entre la representacin y lo que la
subyace, entre los significados y las prcticas, entre las narrativas y los actores sociales, as como entre el
discurso y el poder, nunca podr ser resuelta en el terreno de la teora. Sin embargo, el no es suficiente
tiene dos caras. Si siempre hay algo ms all de la cultura que no es suficientemente captado por lo
textual/discursivo, tambin hay algo ms que desborda lo denominado material que siempre es cultural y
textual. Veremos la importancia de esta observacin en los casos de los movimientos sociales de personas
pobres y marginadas, para quienes a menudo la primera meta de la lucha es demostrar que son sujetos de
derechos, as como recobrar su esttus y dignidad en tanto ciudadanos e, incluso, seres humanos. En otras
palabras, esta tensin es resuelta slo provisionalmente en la prctica. Argumentamos que los movimientos
sociales son un mbito crucial para entender cmo este entrelazamiento quizs precario, pero vital de
lo cultural y lo poltico opera en la prctica. Ms an, creemos que la conceptualizacin e investigacin de
la poltica cultural de los movimientos sociales es un esfuerzo terico prometedor que atiende el llamado de
Hall.

De la poltica cultural a la cultura poltica

A pesar de su tendencia hacia un entendimiento amplio de la cultura, gran parte de los estudios culturales
continan estando fuertemente orientados hacia lo textual, particularmente en los Estados Unidos. Esto
tiene que ver con factores disciplinarios, histricos e institucionales (Ydice, 1998). Dicho sesgo se infiltra
en el concepto de poltica cultural. En su utilizacin actual a pesar del inters de quienes adelantan
estudios culturales en examinar las relaciones entre las prcticas culturales, el poder y sus compromisos con
la transformacin social el trmino poltica cultural con frecuencia se refiere a luchas incorpreas
alrededor de los significados y las representaciones, cuyos riesgos polticos a menudo son difciles de
percibir para actores sociales concretos.

62
Coincidimos con la definicin de poltica cultural propuesta por Jordan y Weedon en su reciente libro bajo
el mismo ttulo:

La legitimacin de relaciones sociales desiguales, y la lucha por transformarlas, son
preocupaciones centrales de la poltica cultural. Fundamentalmente, la poltica
cultural determina los significados de las prcticas sociales y, ms an, cules grupos
e individuos tienen el poder para definir dichos significados. La poltica cultural
tambin est involucrada en la subjetividad y la identidad, dado que la cultura juega
un papel central en la constitucin del sentido de nosotros mismos ... Las formas de
subjetividad que establecemos juegan una rol crucial en determinar si aceptamos o
rechazamos las relaciones de poder existentes. Ms an, para grupos marginados y
oprimidos, la construccin de identidades nuevas y opositoras son una dimensin
clave en la creacin de una lucha poltica ms amplia para transformar la sociedad.
(1995:5-6).

Sin embargo, al enfocar su anlisis en las concepciones dominantes de la cultura que se reducen a la
msica, literatura, pintura, escultura, teatro y cine, ahora ampliadas para incluir la industria cultural, la
cultura popular y los medios masivos, Jordan y Weedon parecen compartir el planteamiento de que la
poltica de la representacin fundamentalmente por formas de anlisis textual tiene un vnculo claro y
directo con el ejercicio del poder, y en consecuencia, con la resistencia hacia l. Sin embargo, los vnculos
no siempre son explcitos de tal forma que iluminen los riesgos reales o potenciales, as como las estrategias
polticas de actores sociales particulares. En este sentido, argumentamos que dichos vnculos se evidencian
en las prcticas y las acciones concretas de los movimientos sociales latinoamericanos, y en esta medida,
quisiramos extender el concepto de poltica cultural al analizar sus intervenciones polticas.

En Amrica Latina, es importante enfatizar el hecho de que hoy da todos los movimientos sociales ponen
en marcha una poltica cultural. Sera tentador restringir el concepto de poltica cultural a aquellos
movimientos que se constituyen ms claramente como culturales. En los aos ochenta, esta restriccin
result en una divisin entre movimientos sociales nuevos y viejos. Los nuevos movimientos sociales
eran aquellos para los cuales la identidad era importante, aquellos involucrados con nuevas formas de
hacer poltica, y aquellos que contribuan a nuevas formas de sociabilidad. Las opciones eran movimientos
indgenas, tnicos, ecolgicos, de gays, de mujeres y de derechos humanos. Por el contrario, los
movimientos urbanos, campesinos, obreros y vecinales, entre otros, eran vistos como luchas ms
convencionales en torno a necesidades y recursos concretos. Sin embargo, como ha sido evidenciado en
otra parte (lvarez, Dagnino y Escobar, 1998), los movimientos urbanos populares, de mujeres, de
personas marginales y otros, tambin despliegan fuerzas culturales. En sus continuas luchas contra
proyectos dominantes de desarrollo, construccin de nacin y de represin, los actores populares se
movilizan colectivamente en base a mltiples significados y riesgos. De esta manera, las identidades y
estrategias colectivas de todos los movimientos sociales estn inevitablemente ligadas al mbito de la
cultura.

Mltiples son las formas en que la poltica cultural entra en escena con la movilizacin de los actores
colectivos. Quizs, la poltica cultural es ms evidente cuando los movimientos hacen reclamos basados en
aspectos culturales como, por ejemplo, en el caso del movimiento social negro en Colombia (Grueso,
Rosero y Escobar, 1998) o en el movimiento Pan-Maya analizado por Kay Warren (1998) o en aquellos
que utilizan la cultura como un medio para captar o movilizar activistas, como se ilustra en el caso del
movimiento afrobrasileo discutido por Olivia Cunha (1998), as como la Cocei (Coalicin de Obreros,
Campesinos y Estudiantes del Istmo) analizada por Jeffrey Rubin (1998).

No obstante, queremos subrayar que la poltica cultural tambin es ejecutada cuando los movimientos
intervienen en debates alrededor de polticas, intentan resignificar las interpretaciones dominantes de lo
poltico o desafan prcticas polticas establecidas. Por ejemplo, Ydice (1998), Slater (1998) y Lins
Ribeiro (1998), llaman la atencin hacia la hbil guerra de medios lanzada por los zapatistas en el
combate contra el neoliberalismo y la promocin de la democratizacin de Mxico. Sonia lvarez (1998)
subraya que las batallas sobre polticas sostenidas por aquellas feministas latinoamericanas que en aos
recientes han penetrado las esferas del Estado o el aparato del desarrollo internacional, tambin deben ser
entendidas como luchas por resignificar las nociones prevalecientes de ciudadana, desarrollo y democracia.
Jean Franco (1998) anota algo similar cuando plantea que el feminismo debe ser descrito como una
posicin no exclusiva de las mujeres que desestabiliza tanto el fundamentalismo como las nuevas
estructuras opresivas que estn emergiendo del capitalismo tardo, y que la confrontacin feminista con
tales estructuras involucra, ms urgentemente que nunca, la lucha por el poder interpretativo. El anlisis
63
de Srgio Baierle (1998) de los movimientos populares urbanos en Porto Alegre, Brasil, conceptualiza
dichos movimientos como espacios estratgicos donde se debaten diferentes concepciones de ciudadana y
democracia. Igualmente, Paoli y Telles (1998) analizan las mltiples formas en las cuales los movimientos
populares y los sindicatos simultneamente se involucran en luchas alrededor de derechos y
significaciones.

Como lo argumenta Dagnino (1998), el concepto de poltica cultural es importante para valorar la esfera de
las luchas de los movimientos sociales en pos de la democratizacin de la sociedad, as como para subrayar
las implicaciones menos visibles, y a menudo descuidadas, de dichas luchas. Ella plantea que las disputas
culturales no son slo subproductos de la lucha poltica, sino por el contrario, son constitutivas de los
esfuerzos de los movimientos sociales por redefinir el significado y los lmites del sistema poltico. En este
sentido, Franco anota como

la discusin alrededor del uso de las palabras a menudo parece una trivialidad; el
lenguaje parece ser irrelevante para estas luchas reales. Sin embargo, el poder de
interpretar, y la apropiacin e invencin activa del lenguaje, son herramientas
cruciales para los movimientos emergentes en busca de visibilidad y reconocimiento
por las visiones y acciones que se filtran de sus discursos dominantes. (1998:278).

Sin duda, como lo sugiere Slater (1998), las luchas sociales pueden ser vistas como guerras de
interpretacin.

Nuestra definicin de poltica cultural es enactiva y relacional. Interpretamos la poltica cultural como el
proceso generado cuando diferentes conjuntos de actores polticos, marcados por, y encarnado prcticas y
significados culturales diferentes, entran en conflicto. Esta definicin de poltica cultural asume que las
prcticas y los significados particularmente aquellos teorizados como marginales, opositivos,
minoritarios, residuales, emergentes, alternativos y disidentes, entre otros, todos stos concebidos en
relacin con un orden cultural dominante pueden ser la fuente de procesos que deben ser aceptados como
polticos. Que esto raramente sea visto como tal es ms un reflejo de las enraizadas definiciones de lo
poltico, encarnadas en culturas polticas dominantes, que un indicativo de la fuerza social, la eficacia
poltica o la relevancia epistemolgica de la poltica cultural. La cultura es poltica puesto que los
significados son constitutivos de procesos que, implcita o explcitamente, buscan redefinir el poder social.
Esto es, cuando los movimientos establecen concepciones alternativas de la mujer, la naturaleza, la raza, la
economa, la democracia o la ciudadana remueven los significados de la cultura dominante, ellos efectan
una poltica cultural.

Hablamos de la formacin de poltica cultural en este sentido: es el resultado de articulaciones discursivas
que se originan en prcticas culturales existentes nunca puras, siempre hbridas, no obstante, mostrando
contrastes significativos en relacin a las culturas dominantes en el contexto de condiciones histricas
particulares. Claro est que la poltica cultural existe en el mbito de movimientos sociales de derecha e,
incluso, dentro de la estructura estatal. Por ejemplo, los neoconservadores intentan re-sacralizar la cultura
poltica mediante la defensa o la re-creacin de un mundo-vida tradicionalista y autoritario (Cohen y
Arato, 1992:24). As, Franco (1998) muestra cmo, en el marco de los preparativos para la Cuarta
Conferencia Mundial de Mujeres, los movimientos conservadores y fundamentalistas se unieron al
Vaticano para socavar el feminismo poniendo en escena un espectculo aparentemente trivial, es decir, un
ataque al uso de la palabra gnero . As mismo, Schild (1998) subraya los esfuerzos neoliberales por
reestructurar la cultura y la economa en Chile.

No obstante, quizs el ngulo ms importante para analizar la poltica cultural de los movimientos sociales
est en relacin con la cultura poltica. Cada sociedad est marcada por una cultura poltica dominante.
Definimos cultura poltica como la construccin social particular de cada sociedad de lo que cuenta como
poltico (lvarez, Dagnino y Escobar, 1998; vase tambin Slater, 1994a; Lechner, 1987a). De esta
forma, la cultura poltica es el campo de prcticas e instituciones, separado de la totalidad de la realidad
social, que histricamente viene a ser considerado como propiamente poltico; de la misma manera en que
otros campos son vistos como especficamente econmico, cultural o social. La cultura poltica
dominante de Occidente ha sido caracterizada como racionalista, universalista e individualista (Mouffe,
1993:2).
8
Como veremos, las formas dominantes de la cultura poltica en Amrica Latina difieren en alguna
medida, quizs significativamente en algunos casos, de esta definicin.

La poltica cultural de los movimientos sociales a menudo pretende desafiar o dislocar las culturas polticas
dominantes. En la medida en que los objetivos de los movimientos sociales contemporneos tienen
64
alcances que desbordan las ganancias materiales e institucionales percibidas; al punto que los movimientos
sociales estremecen las fronteras de la representacin poltica y cultural, as como de la prctica social,
cuestionando hasta lo que puede o no ser visto como poltico; finalmente, en tanto la poltica cultural de los
movimientos sociales establece confrontaciones culturales o presupone diferencias culturales; debemos
aceptar, entonces, que lo que est en juego para los movimientos sociales es la transformacin profunda de
la cultura poltica dominante en la cual se mueven y se constituyen a s mismos como actores sociales con
pretensiones polticas. Si los movimientos sociales abogan por modificar el poder social, y si la cultura
poltica tambin involucra campos institucionalizados para la negociacin del poder, entonces los
movimientos sociales abordan necesariamente la pregunta por la cultura poltica. En muchos casos, los
movimientos sociales no demandan ser incluidos, sino ms bien buscan reconfigurar la cultura poltica
dominante. El anlisis de Baierle (1998) sobre los movimientos populares que encuentra eco en Dagnino
(1998) y Paoli y Telles (1998) sugiere que estos movimientos a veces pueden jugar un rol fundacional
orientados a la transformacin del orden poltico en el cual operan, y plantea que los nuevos
ciudadanos que emergen de foros participativos y consejos populares en Porto Alegre y otras ciudades
brasileas, cuestionan radicalmente el modo en que debe ser ejercido el poder, en vez de simplemente tratar
de conquistarlo.

Tambin, la poltica cultural de los movimientos sociales puede ser vista como dispositivo que nutre
modernidades alternativas. Como lo propone Fernando Caldern, algunos movimientos esbozan la
pregunta de cmo ser modernos y a la vez diferentes: cmo entrar en la modernidad sin dejar de ser indios
(1988:225). As, pueden movilizar construcciones de individuos, derechos, economas y condiciones
sociales que no pueden ser estrictamente definidos dentro de los paradigmas de la modernidad occidental
(Slater, 1994a; Warren ,1998; Dagnino, 1994a, 1994b).
9


Las culturas polticas en Amrica Latina estn fuertemente influenciadas por aquellas que han prevalecido
en Europa y Estados Unidos. Esta influencia se encuentra claramente expresada en las referencias
recurrentes a principios como el racionalismo, el universalismo y el individualismo. Sin embargo, en
Amrica Latina estos principios, histricamente combinados de manera contradictoria con otros principios,
apuntaron a asegurar la exclusin poltica y social, y hasta el control sobre la definicin de lo que cuenta
como poltico en sociedades extremadamente desiguales y jerrquicas. Tal hibridacin ha alimentado el
anlisis sobre la peculiar adopcin del liberalismo como un caso de ideas fuera de lugar (Schwarz, 1988)
y, con respecto a pocas ms recientes, el anlisis de democracias fachada (Whitehead, 1993).

Este liberalismo fuera de lugar le sirvi a las lites latinoamericanas como respuesta a las presiones
internacionales y como medio para mantener un poder poltico excluyente, en cuanto estaba construido
sobre y coexista con una concepcin poltica oligrquica transferida de las prcticas polticas y sociales del
latifundio (Sales, 1994), donde el poder poltico personal y social se sobreponan constituyendo una misma
realidad. Esta falta de diferenciacin entre lo pblico y lo privado en la cual no slo lo pblico es
apropiado en el mbito privado, sino que tambin las relaciones polticas son percibidas como extensiones
de las relaciones privadas normatiza los favoritismos, los personalismos, los clientelismos y los
paternalismos como una prctica poltica regular. Ms an, apoyado por imaginarios como la democracia
racial, estas prcticas disimularon la desigualdad y la exclusin. Por tanto, los grupos subalternos y
excluidos llegaron a entender la poltica como un asunto privado de las lites, como el espacio privado
de los doctores Baierle (1998), resultando en una inmensa distancia entre la sociedad civil y la poltica,
incluso en momentos en que los mecanismos de exclusin dominantes supuestamente deban ser
redefinidos como, por ejemplo, con el advenimiento del perodo republicano (Carvalho, 1991).

Cuando en las primeras dcadas del siglo XX la urbanizacin y la industrializacin hicieron inevitable la
incorporacin poltica de las masas, no es sorprendente que esta misma tradicin inspirara el nuevo
paradigma poltico-cultural predominante: el populismo. Teniendo que compartir el espacio poltico con
participantes excluidos anteriormente, las lites latinoamericanas establecieron mecanismos para una
forma subordinada de inclusin poltica, en la cual las relaciones personalizadas de las masas con lderes
polticos aseguraban control y tutela sobre la heternima participacin popular. Ms que la denominada
irracionalidad de las masas, lo que estaba detrs de la emergencia del liderazgo populista identificado
por los excluidos como su padre y salvador era an la lgica dominante del personalismo.

Asociado a estos nuevos mecanismos de representacin poltica y a las reformas econmicas necesarias
para la modernizacin cuestin en la cual el liberalismo econmico haba revelado sus lmites (Flisfich,
Lechner y Moulian, 1986) en las culturas polticas de Amrica Latina se volvi crucial una redefinicin
del rol del Estado. Concebido como el promotor de cambios desde arriba y, por esto, como el agente nodal
65
de la transformacin social, el ideal de un Estado fuerte e intervencionista, cuyas funciones eran vistas de
tal manera que incluyeran la organizacin y, en algunos casos, la creacin misma de la sociedad,
lleg a ser compartida por culturas polticas populistas, nacionalistas y desarrollistas, en sus versiones
conservadoras e izquierdistas. En gran parte de los proyectos polticos la dimensin asumida por esta
centralidad del Estado inspir a los analistas a referirse a un culto del Estado o a una estadolatria
(Coutinho, 1980; Weffort, 1984). La definicin de lo que entonces era considerado como poltico lleg a
tener de esta forma un referente concreto, agravando las dificultades para la emergencia de nuevos sujetos
polticamente autnomos y, de esta manera, se intensific la exclusin que el populismo pretenda abordar
mediante concesiones polticas y sociales.

Bajo presiones internacionales por mantener viva la democracia y el capitalismo en Amrica Latina,
durante las dcadas del sesenta y setenta, emergieron regmenes militares a lo largo de gran parte de la
regin en reaccin a los esfuerzos por radicalizar las alianzas populistas o explorar alternativas socialistas
democrticas. Un autoritarismo exacerbado transform la exclusin poltica en eliminacin poltica
mediante la represin estatal y la violencia sistemtica. Procedimientos de toma de decisiones burocrticos
y tecnocrticos proporcionaron un motivo adicional para nuevas configuraciones en la definicin de la
poltica y de sus participantes.

Bsicamente originado alrededor de la administracin de la exclusin, las culturas polticas dominantes en
Amrica Latina con quizs unas cuantas excepciones de corta vida no pueden ser vistas como
ejemplos de ordenamientos hegemnicos de la sociedad. De hecho, todas han estado comprometidas, en
diferentes formas y grados, con el fuertemente enraizado autoritarismo social que penetra la organizacin
excluyente de las sociedades y culturas latinoamericanas.

Es significativo que en Amrica Latina, durante las ltimas dos dcadas, los movimientos sociales
emergentes de la sociedad civil tanto en pases bajo regmenes autoritarios como en naciones
formalmente democrticas han desarrollado visiones plurales de la poltica cultural que van ms all del
(re)establecimiento de la democracia liberal formal. De esta manera, redefiniciones emergentes de
conceptos tales como democracia y ciudadana apuntan en direcciones que confrontan la cultura
autoritarista mediante la resignificacin de nociones como derechos, espacios pblicos y privados, formas
de sociabilidad, tica, igualdad y diferencia, entre otros. Estos mltiples procesos de resignificacin
claramente revelan definiciones alternativas de lo que es considerado como poltico.


Reconceptualizando lo poltico en el estudio de los movimientos sociales de Amrica Latina

En la exploracin de lo poltico en los movimientos sociales, debemos conceptualizar la poltica como algo
ms que un conjunto de actividades especficas votar, hacer campaa o lobby que ocurre en espacios
institucionales claramente delimitados tales como parlamentos y partidos. La poltica debe ser vista
tambin como las luchas de poder generadas en una amplia gama de espacios culturalmente definidos como
privados, sociales, econmicos y culturales, entre otros. En este sentido, el poder no debe ser entendido
como bloques de estructuras institucionales, con tareas preestablecidas dominar, manipular, o como
mecanismos para imponer el orden de arriba a abajo, sino ms bien como una relacin social difuminada a
travs de todos los espacios (Garca Canclini, 1988:474). Sin embargo, una visin descentrada del poder y
la poltica no debe desviar nuestra atencin de la manera en la cual los movimientos sociales interactan
con la sociedad poltica y el Estado y no debe llevarnos a ignorar la manera en que el poder se sedimenta y
se concentra en agentes y instituciones sociales (Garca Canclini, 1988:475).

De esta manera, la relacin de los movimientos con los poderes sedimentados de los partidos, las
instituciones y el Estado nunca es suficiente para aprehender el impacto poltico o la eficacia de los
movimientos sociales.
10
Como lo argumenta Slater, el planteamiento de que los movimientos sociales
contemporneos han desafiado o redibujado las fronteras de lo poltico

puede significar, por ejemplo, que los movimientos pueden subvertir los legados
tradicionales de un sistema poltico poder estatal, partidos polticos, instituciones
formales siendo contestatarios a la legitimidad y al funcionamiento aparentemente
normal y natural de sus efectos dentro de la sociedad. No obstante, tambin el rol de
algunos movimientos sociales ha sido el de revelar los significados ocultos de lo
poltico insertados en lo social. (Slater, 1998:385).

En este sentido, el anlisis debe ir ms all de los entendimientos estticos de cultura y la poltica (textual)
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de la representacin, para transgredir ciertas concepciones estrechas y reduccionistas de categoras como
poltica, cultura poltica, ciudadana y democracia que prevalecen en las tendencias principales de la ciencia
poltica, as como en algunas versiones de las teoras de movilizacin de recursos y los enfoques del
proceso poltico.
11
En vez de evaluar o medir el xito de los movimientos, principal o exclusivamente, en
base a cmo las demandas de los movimientos son procesadas dentro de las polticas de representacin
institucional, hay que indagar sobre la manera en que los discursos y las prcticas de los movimientos
sociales pueden desestabilizar y, en esta medida, por lo menos parcialmente, transformar los discursos
dominantes y las prcticas excluyentes de la democracia latinoamericana actualmente existente (Fraser,
1993).

Habiendo experimentado recientemente algo como un renacimiento en el campo de la ciencia poltica y la
sociologa (Inglehart, 1988), el concepto de cultura poltica ha buscado cambiar los prejuicios
occidentalizadores (Almond y Verba, 1963, 1980). Sin embargo, este concepto permanece restringido en
gran medida a aquellas actitudes e imaginarios sobre ese mbito estrecho el sistema poltico
circunscrito que la cultura dominante ha definido histricamente como propiamente poltico, as como a
esas creencias que apuntalan o minan las reglas establecidas de un determinado juego poltico:

la cultura poltica involucra un nmero de orientaciones psicolgicas diferentes,
incluyendo elementos de valor y creencia ms profundos sobre la forma en la cual se
debe estructurar la autoridad poltica y relacionar con ella al individuo, as como
actitudes, sentimientos, y evaluaciones ms temporales y mutables concernientes al
sistema poltico. (Diamond y Linz, 1989:10).

De esta manera, para muchos politlogos, los valores y las disposiciones de comportamiento
particularmente al nivel de las lites en torno a la negociacin, la flexibilidad, la tolerancia, la
conciliacin, la moderacin y la coercin contribuyen significativamente al sostenimiento de la
democracia (Diamond y Linz, 1989:12-13).

Tales concepciones de la cultura poltica asumen lo poltico como dado y fracasan en abordar un aspecto
clave de las luchas de los movimientos. Como lo anota Slater (1994a), a menudo se refiere a la poltica de
tal forma que de antemano contiene un significado consensual y fundacional. En este sentido, estamos de
acuerdo con el planteamiento de Norbert Lechner de que el anlisis de cuestiones polticas necesariamente
esboza la pregunta de porqu un asunto dado es poltico. Entonces, podemos asumir que la cultura poltica
condiciona y expresa precisamente esta determinacin (1987a:8). La poltica cultural generada por los
movimientos sociales, desafiando y resignificando lo que cuenta como poltico y a quienes fuera de la
lite democrtica les es dado definir las reglas del juego poltico, puede ser crucial para nutrir culturas
polticas alternativas y, potencialmente, para extender y profundizar la democracia en Amrica Latina
(vase tambin Avritzer, 1994; Lechner, 1987a, 1987b; Dagnino, 1994a). Por ejemplo, Rubin sostiene que
fue la promocin de una nueva e hbrida cultura poltica la que le permiti al Cocei asegurar su poder aun
en un momento en el cual la reestructuracin econmica neoliberal y la desmovilizacin de los
movimientos populares dominaban la poltica pblica en Mxico y, en general, en Amrica Latina
(1998:148).

Ms an, aunque las disposiciones culturales de lite subrayadas por Diamond y Linz sin duda ayudaran a
fortalecer las democracias representativas basadas en las lites, revelan poco de cmo los patrones y las
prcticas culturales que nutren el autoritarismo social y la tremenda inequidad obstruyen el ejercicio de la
ciudadana democrtica para quienes no pertenecen a la lite (Sales, 1994; Telles, 1994; Oliveira, 1994;
Hanchard, 1994). Las rgidas jerarquas sociales de clase, raza y gnero que tipifican las relaciones sociales
de Amrica Latina, previenen que la gran mayora de los ciudadanos imaginen, y mucho menos reclamen
pblicamente, la prerrogativa de acceder a sus derechos. Como hemos argumentado, los movimientos
populares junto con los feministas, afrolatinoamericanos, ambientalistas, y de lesbianas y homosexuales,
han sido cruciales en la construccin de una nueva concepcin de ciudadana democrtica; una que reclama
derechos en la sociedad no slo del Estado, sino que tambin desafa las rgidas jerarquas sociales que
dictan lugares sociales preestablecidos a sus (no) ciudadanos en base a la clase, la raza y el gnero:

El autoritarismo social engendra formas de sociabilidad y una cultura autoritaria de la
exclusin que subyace a las prcticas sociales como un todo y reproduce a todos los
niveles la desigualdad en las relaciones sociales. En este sentido, su eliminacin
constituye un reto fundamental para la democratizacin efectiva de la sociedad. La
consideracin de esta dimensin necesariamente implica una redefinicin de aquello
normalmente visto como el terreno en donde se debe transformar lo poltico y las
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relaciones de poder. Y esto fundamentalmente requiere de una expansin y
profundizacin del concepto de democracia de tal manera que incluya las prcticas
sociales y culturales, una concepcin de democracia que trascienda el nivel
institucional formal y se extienda hacia todas las relaciones sociales permeadas por el
autoritarismo social y no slo por la exclusin poltica en un sentido estricto (Dagnino,
1994a:104-105).

El anlisis de Teresa Caldeira (1998) de cmo y por qu la defensa de los derechos humanos de los
criminales comunes contina siendo visto como algo malo y reprochable por la mayora de los
ciudadanos en el Brasil democrtico ilustra agudamente por qu a la luz del constante autoritarismo
sociocultural el anlisis social debe ver ms all del sistema poltico en la teorizacin de las
transiciones democrticas, as como explorar la manera en que los lmites de la democratizacin estn
profundamente enraizados en las concepciones populares del cuerpo, el castigo y los derechos
individuales. La capacidad de penetracin de dichas nociones culturales, argumenta Caldeira, inhiben
seriamente la consolidacin de derechos civiles e individuales bsicos en Brasil: Esta nocin es reiterada
no slo como un medio de ejercicio de poder en relaciones interpersonales, sino tambin como un
instrumento para desafiar de manera explcita los principios universales de la ciudadana y los derechos
individuales. Entonces, la poltica cultural de los movimientos de derechos humanos debe trabajar para
resignificar y transformar las concepciones culturales dominantes de los derechos y del cuerpo.

A pesar de la detallada atencin prestada a la cultura poltica por recientes anlisis polticos, lo cultural
contina jugando un papel secundario frente a los contenidos clsicos de lo electoral, los partidos y las
polticas que inspiran el anlisis liberal (neo)institucional. La mayora de los principales tericos concluyen
que los movimientos sociales y las asociaciones civiles juegan, en el mejor de los casos, un rol secundario
en la democratizacin, y por ende, han enfocado la atencin acadmica hacia la institucionalizacin poltica,
la cual es vista como el factor ms importante y urgente en la consolidacin de la democracia (Diamond,
1994:15).

En consecuencia, las discusiones sobre la democratizacin de Amrica Latina hoy da estn enfocadas, casi
exclusivamente, a la estabilidad de las instituciones y los procesos de las polticas representativas formales
como, por ejemplo, los peligros del presidencialismo (Linz, 1990; Linz y Valenzuela, 1994), la
formacin y consolidacin de partidos viables y sistemas de partidos (Mainwaring y Schully, 1995), as
como los requisitos de la gobernabilidad (Huntington, 1991; Mainwaring, ODonnell y Valenzuela, 1992;
Martins, 1989). Para resumir, los anlisis predominantes de la democracia se centran en lo que los
politlogos han denominado la ingeniera institucional requerida para consolidar la democracia
representativa en el sur de las Amricas.

Una reciente tendencia en el estudio de los movimientos sociales de Amrica Latina parecera apoyar este
exclusivo enfoque de lo formalmente institucional (Foweraker, 1995). A pesar de que la literatura temprana
sobre los movimientos de los setenta y principios de los ochenta alababa su manera de esquivar la poltica
formal, su defensa de la autonoma absoluta y su nfasis en la democracia directa, muchos anlisis recientes
plantean que dichas posturas dieron pie a un ethos de rechazo indiscriminado hacia lo institucional
(Doimo, 1993; Silva, 1994; Coelho, 1992; Hellman, 1994) que hizo difcil a los movimientos articular sus
reclamos efectivamente en mbitos polticos formales. Otros tericos han subrayado las cualidades
parroquiales y fragmentadas de los movimientos, y han enfatizado su incapacidad para trascender lo local y
embarcarse en la realpolitik que se ha hecho necesaria con el retorno de la democracia electoral (Cardoso,
1994, 1988; Silva, 1994; Coelho, 1992).

Aunque las relaciones de los movimientos sociales con los partidos, el Estado y las instituciones elitistas,
particularistas y a menudo corruptas de los regmenes civiles de Amrica Latina sin duda llaman la atencin
de los acadmicos, tales anlisis frecuentemente pasan por alto la posibilidad de que los mbitos pblicos
extra institucionales o los no gubernamentales principalmente aquellos inspirados o construidos por los
movimientos sociales puedan ser igualmente esenciales para la consolidacin de una ciudadana
democrtica significativa para los grupos y las clases sociales subalternas. Llamando la atencin hacia la
poltica cultural de los movimientos sociales, as como otras dimensiones menos mensurables y en
ocasiones menos visibles o sumergidas de la accin colectiva contempornea (Melucci, 1988), los autores
de una compilacin reciente (lvarez, Dagnino y Escobar, 1998) ofrecen lecturas alternativas de la manera
en la cual han contribuido los movimientos al cambio poltico y cultural desde que el neoliberalismo
econmico y la democracia representativa limitada y en gran medida protoliberal se convirtieron en
los dos pilares de dominacin en Amrica Latina.

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Dichos autores se detienen en una variedad de debates tericos que pueden ayudar a trascender algunas de
las limitaciones inherentes a las lecturas dominantes de lo poltico, as como arrojan diferentes luces en
cuanto a sus imbricaciones con lo cultural y las prcticas de los movimientos sociales latinoamericanos.
Entre ellos se encuentran las feministas, los estudios culturales, y los debates postmarxistas y
postestructuralistas sobre ciudadana y democracia, como tambin la correlacin de conceptos tales como
las redes de los movimientos sociales, la sociedad civil y los espacios o esfera(s) pblicas.


Cultura y poltica en las redes de los movimientos sociales

Una forma particularmente enriquecedora para explorar cmo las intervenciones polticas de un
movimiento social se extienden dentro y ms all de la sociedad poltica y el Estado es analizar la
configuracin de las redes del movimiento social (Melucci, 1988; Doimo, 1993; Landim, 1993a; Fernandes,
1994; Scherer-Warren, 1993; Putnam, 1993; lvarez, 1997). De un lado, es necesario llamar la atencin
sobre las prcticas culturales y redes interpersonales de la vida cotidiana que sostienen a los movimientos
sociales a travs de las oscilaciones y flujos de la movilizacin que infunden un nuevo significado cultural
a las prcticas polticas y la accin colectiva. Estos marcos de significado pueden incluir diferentes modos
de consciencia, adems de prcticas de la naturaleza, la vida comunitaria y la identidad.

Rubin (1998), por ejemplo, describe la manera en la cual algunos movimientos populares radicales en
Juchitn, Mxico, cobraron fuerza a travs de los vnculos familiares, comunitarios y ticos. l subraya
cmo ciertos espacios fsicos y sociales aparentemente apolticos tales como los puestos de mercado, los
bares locales y los patios familiares contribuyen a la reelaboracin de creencias culturales y prcticas
locales y se convirtieron en espacios importantes para la discusin y la movilizacin en Juchitn. Por sus
caractersticas de gnero y clase, estos espacios proporcionaron bases frtiles para repensar lo poltico,
adems de sacar a la gente a las calles. La centralidad atribuida a las redes sumergidas de la vida cotidiana
(Melucci, 1998) en el moldeamiento de la poltica cultural de los movimientos encuentra eco en la
discusin de Grueso, Rosero y Escobar (1998) sobre las luchas de las comunidades negras en Colombia
alrededor de la naturaleza y la identidad, as como en los trabajos de Baierle (1998) y Cunha (1998) sobre
los movimientos urbanos y negros brasileos, respectivamente.

De otra parte, los movimientos sociales deben ser entendidos no slo como dependientes y entramados en
las redes de la vida cotidiana, sino tambin como constructores y configuradores de nuevos vnculos
interpersonales, interorganizacionales y poltico-culturales con otros movimientos, as como con una
multiplicidad de actores y espacios culturales e institucionales. Dichos vnculos extienden los alcances
polticos y culturales de los movimientos, desbordando tanto los patios familiares como las comunidades
locales y ayudan a contrarrestar las supuestas propensiones parroquiales, fragmentarias y efmeras de los
movimientos.

Cuando evaluamos el impacto de los movimientos sociales en procesos de cambio poltico-cultural a mayor
escala, debemos entender que el alcance de dichos movimientos se extiende ms all de sus partes
constitutivas y sus manifestaciones de protesta visibles. Como Ana Mara Doimo sugiere en su incisivo
estudio sobre el movimiento popular en Brasil:

En general, cuando estudiamos fenmenos relacionados con participacin poltica
explcita, tales como partidos, elecciones, parlamentos, etc. sabemos dnde buscar los
datos e instrumentos para medirlos. Este no es el caso con el campo de los
movimientos en cuestin [...] tal campo depende de relaciones interpersonales que
ligan a unos individuos con otros, involucrando conexiones que van ms all de
grupos especficos y atraviesan transversalmente instituciones sociales particulares,
tales como la iglesia catlica, el protestantismo nacionales e internacionales la
academia cientfica, las organizaciones no gubernamentales (Ongs), las
organizaciones de izquierda, los sindicatos y los partidos polticos. (Doimo, 1993:44).

lvarez (1998) propone que las demandas polticas, los discursos y las prcticas, como tambin las
polticas y estrategias de movilizacin de muchos de los movimientos de hoy estn ampliamente
desplegados, algunas veces de manera invisible, a travs del tejido social, mientras que sus redes
poltico-comunicativas se amplan hacia los parlamentos, la academia, la Iglesia y los medios, entre otros.
Schild argumenta que:

69
vastas redes de profesionales y activistas que son feministas, o quienes por lo menos
son sensibles a cuestiones relacionadas con mujeres, estn trabajando hoy en Chile y
otros pases latinoamericanos. Estas redes no slo son responsables de sostener el
trabajo de organizaciones de base y ... Ongs, sino que tambin estn
comprometidas en la produccin de conocimiento, incluyendo categoras que se
convierten en una parte de los repertorios morales utilizados por el Estado. (1998:93).

Ms an, como ha sido ampliamente demostrado (lvarez, 1998; Lipschutz, 1992; Ribeiro, 1998; Keck y
Sikkink, 1992; Fernandes, 1994; Slater, 1998; Ydice, 1998), muchas redes de movimientos
latinoamericanos adquieren cada vez ms un alcance regional y transnacional.

El trmino red del movimiento social implica lo intrincado y lo precario de las imbricaciones y de los
lazos establecidos entre organizaciones del movimiento, participantes individuales y otros actores del
Estado y de la sociedad civil y poltica. La metfora de la red tambin nos posibilita imaginar ms
vvidamente las imbricaciones de los actores de los movimientos y los respectivos mbitos
natural-ambiental, poltico-institucional y cultural-discursivo en que se encuentran inmersos.

En otras palabras, las redes de los movimientos abarcan ms que a las organizaciones del movimiento y sus
miembros activos; incluye igualmente a los participantes ocasionales en eventos y acciones del movimiento,
simpatizantes y colaboradores de las Ongs, partidos polticos, universidades, otras instituciones culturales
y convencionalmente polticas, la Iglesia y el Estado que, por lo menos parcialmente, apoyan las metas de
un determinado movimiento y ayudan a desplegar discursos y demandas en contra de instituciones y
culturas polticas dominantes (Landim, 1993a; 1993b). Entonces, cuando estudiamos el impacto de los
movimientos, debemos evaluar el nivel en el que circulan sus demandas, discursos y prcticas en forma
capilar desplegadas, adaptadas, apropiadas, co-optadas o reconstruidas segn el caso en mbitos
institucionales y culturales ms amplios. Warren (1998), por ejemplo, crtica la nocin prevaleciente que
plantea que la medida del xito de un movimiento social es su habilidad para lograr movilizaciones
masivas y protestas pblicas argumentando que cuando se estima el impacto de un movimiento social tal
como el Pan-Maya basado en la educacin, el idioma, la reafirmacin cultural y los derechos
colectivos debemos considerar que pueden no haber manifestaciones para medir puesto que este no es
un movimiento masivo que genere protesta. No obstante, habrn nuevas generaciones de estudiantes,
lderes, profesores, agentes de desarrollo y ancianos de la comunidad que de alguna manera han sido
tocados por el movimiento y su produccin cultural.

Tambin debemos considerar cmo los discursos y las dinmicas de los movimientos sociales estn
moldeadas por instituciones sociales, culturales y polticas importantes que atraviesan las redes y, a su
vez, cmo los movimientos moldean los discursos y las dinmicas de dichas instituciones. Schild (1998),
por ejemplo, nota que las agencias gubernamentales y las iniciativas partidistas sin nimo de lucro que
trabajan a favor de las mujeres dependen en gran parte de los esfuerzos de mujeres posicionadas en redes
[de inspiracin feminista] en el Chile contemporneo. As mismo, lvarez (1998) analiza la absorcin,
apropiacin y resignificacin relativamente rpida, pero selectiva, de los discursos y demandas feministas
latinoamericanas por instituciones culturales dominantes, organizaciones paralelas de la sociedad civil y
poltica, el Estado y del aparato de desarrollo.


Los movimientos sociales y la revitalizacin de la sociedad civil

Al igual que la nocin de cultura poltica, el concepto de sociedad civil tambin ha presenciado un
significativo renacer en las ciencias sociales durante la ltima dcada (Cohen y Arato,1992:15; Walzer,
1992; Avritzer, 1994; Keane, 1988). Andrew Arato le atribuye la notable re-emergencia de este concepto a
que:

Expresaba las nuevas estrategias dualistas, radicales o reformistas de la
transformacin de las dictaduras, observadas primero en la Europa oriental y luego en
Amrica Latina, para lo cual provey un nuevo entendimiento terico. Estas
estrategias se basaron en la organizacin autnoma de la sociedad y la reconstruccin
de los vnculos sociales por fuera del Estado autoritario y la conceptualizacin de una
esfera pblica separada e independiente de toda forma de comunicacin controlada
por los partidos, el Estado o las esferas oficiales. (1995:19).

Sin duda, como lo plantea Alfred Stepan, la sociedad civil se convirti en la celebridad poltica de
70
muchas recientes transiciones latinoamericanas del rgimen autoritario (Stepan, 1988:5) y fue vista de
manera uniforme como un actor significativo as fuera secundario en la literatura democratizadora. Por
su parte, Ydice (1998) argumenta que, bajo la tendencia a encogerse del Estado neoliberal, la sociedad
civil ha florecido. En otros trabajos recientes, la sociedad civil ha devenido internacional (Ghils, 1992),
transnacional (Ribeiro, 1994a, 1998), global (Lipschutz, 1992; Leis, 1995; Walzer, 1995) y hasta
planetaria (Fernandes, 1994, 1995).

Y aunque los esfuerzos por delimitar este concepto varan ampliamente desde definiciones abarcativas
(en algunas versiones residuales) que incluyen todo lo que no es el Estado o el mercado, hasta concepciones
que restringen la nocin a formas de vida asociativas organizadas o propositivas que apuntalan la expresin
de intereses societales la mayora incluyen a los movimientos sociales como uno de sus componentes
centrales ms vitales. Ms an, tanto los analistas como los activistas, conservadores y progresistas, tienden
a aplaudir el potencial democratizante de la sociedad civil en una escala local, nacional, regional y global.

La sociedad civil ha constituido, en no pocos casos, la nica esfera disponible y la ms importante para
organizar resistencia y posiciones culturales y polticas contestatarias. Al respecto, es pertinente llamar la
atencin sobre tres aspectos pocas veces considerados. En primer lugar, la sociedad civil no es en s misma
una gran familia feliz o una comunidad global homognea, sino que es un campo de conflicto signado
algunas veces por relaciones de poder no democrticas y por los constantes problemas de racismo,
hetero-sexismo, destruccin ambiental, al igual que por otras formas de exclusin (Slater, 1998; lvarez,
1998; Ribeiro, 1998; Schild, 1998). Particularmente, la creciente predominancia de Ongs dentro de los
movimientos sociales de Amrica Latina y su compleja relacin con movimientos e instancias de base
locales, por un lado, y del otro, con agencias, fundaciones y Ongs transnacionales, bilaterales,
multilaterales y privadas basadas en Norte Amrica, tambin son sealadas hoy da como asuntos polticos
y tericos especialmente complicados para los movimientos de la regin (vase tambin a MacDonald,
1992; Ramos, 1995; Muoucah, 1995; Rielly, 1994; Walzer, 1992; Lebon, 1993). Ribeiro plantea que sin
duda, las Ongs pueden ser un sujeto poltico efectivo, fragmentado y descentrado en el mundo
postmoderno; sin embargo, el costo de la flexibilidad, el pragmatismo y la fragmentacin bien puede ser el
reformismo, su capacidad de promover cambios sociales radical se puede debilitar (1998:336). lvarez
(1998) analiza preguntas de representatividad, legitimidad y responsabilidad que a menudo plagan a las
Ongs feministas y, junto con Schild, seala las formas en que a veces las Ongs aparecen como
organizaciones neo o para, en vez de no gubernamentales. Por su parte, Ydice (1998) se pregunta si
no se podra entender la efervescencia de las Ongs de dos formas: ayudando a apuntalar a un sector
pblico evacuado por el Estado y, al mismo tiempo, hacindole posible al Estado librarse de lo que antes
fuera visto como su responsabilidad?.

En segundo lugar, es relevante estar alerta contra la celebracin poco crtica de las virtudes de la sociedad
civil en sus manifestaciones locales, nacionales, regionales o globales. Slater (1998) anota que no pocas
veces se ha esencializado a la sociedad civil en un marco positivo, como el terreno de lo bueno y lo
iluminado. Sin embargo, su texto, junto con los de Schild (1998), Ydice (1998), Ribeiro (1998) y lvarez
(1998), plantean que la sociedad civil es un terreno minado por relaciones de poder desiguales en donde
algunos actores pueden ganar ms acceso al poder que otros, como tambin accesos diferenciales a recursos
materiales, culturales y polticos. Dado que la democratizacin de las relaciones culturales y sociales
tanto en el nivel micro de la casa, el barrio y las asociaciones comunitarias, como el macro de las
relaciones entre mujeres y hombres, negros y blancos, ricos y pobres es una meta tangible de los
movimientos sociales en Amrica Latina, la sociedad civil debe ser entendida tanto su terreno como uno
de sus blancos privilegiados (Cohen y Arato, 1992:captulo 10). En este sentido, hay un vnculo evidente
entre las luchas democratizantes dentro de la sociedad civil y la poltica cultural de los movimientos
sociales.

En tercer lugar, hay que analizar la manera en que las fronteras entre la sociedad civil y el Estado a menudo
se vuelven borrosas en las prcticas de los movimientos sociales latinoamericanos contemporneos. Schild
(1998) enfatiza la frecuente transmigracin de las activistas feministas chilenas, que comnmente van y
vienen entre las Ongs y el Estado. Schild seala tambin el hecho de que el Estado en s mismo estructura
relaciones dentro de la sociedad civil, argumentando que esta estructuracin cuenta con recursos culturales
importantes de la misma sociedad civil. Por su parte, Slater (1998) sostiene que existen vnculos entre la
sociedad civil y el Estado que hacen ilusoria la idea de una confrontacin o, incluso, una delimitacin entre
las dos como entidades totalmente autnomas.

Rubin (1998) y Daz-Barriga (1998) ilustran la manera en que las prcticas hbridas de los movimientos
71
sociales a menudo tambin generan representaciones dicotmicas de la vida pblica y la privada o
domstica. Rubin argumenta que la poltica cultural de la Cocei se establecan en las zonas borrosas
intermedias. Y as mismo, Daz-Barriga sostiene que los colonos que participaban en el movimiento
urbano de la ciudad de Mxico, similarmente operaban dentro de las fronteras culturales. Ms an, el
autor plantea que el movimiento desafiaba y reforzaba los significados culturales y polticos de la
subordinacin de las mujeres, de la misma manera en que forjaban un espacio social lleno de ambigedad,
irona y conflicto.


Los movimientos sociales y la trans/formacin de las polticas pblicas

Diferentes concepciones de lo pblico tales como esferas pblicas y contrapblicas subalternas han
sido propuestas recientemente como aproximaciones esperanzadoras en la exploracin del nexo entre
cultura y poltica en los movimientos sociales contemporneos (Habermas, 1987, 1989; Fraser, 1989, 1993;
Cohen y Arato, 1992; Robbins, 1993; Costa, 1994).

Ydice argumenta que los acadmicos deben vrselas con los desafos por (re)construir la sociedad civil
y, en particular, las pugnas de las esferas pblicas dentro de las cuales las prcticas culturales son
canalizadas y evaluadas (1994:2). Jean Franco (citado en Ydice, 1994) igualmente sugiere que debemos
examinar los espacios pblicos en vez de esferas pblicas convencionalmente definidas, para as
identificar zonas de accin que presenten posibilidades de participacin a los grupos subordinados que
utilizan y se mueven a travs de estos espacios. Es en la re/apropiacin de los espacios pblicos como los
centros comerciales, uno de los ejemplos de Franco, en que se vuelve posible satisfacer necesidades para
los grupos subalternos no previstas en los usos convencionales de tales espacios (Ydice, 1994:6-7). El
anlisis de Rubin (1998) de los patios familiares y los mercados locales como espacios importantes para la
produccin de significados sobre la cultura, la poltica y la participacin; la nocin de fronteras culturales
de Daz-Barriga (1998) creada por mujeres activas en las luchas populares mexicanas; la utilizacin de los
ambientes de ro y selva por los activistas negros colombianos; y los creativos usos del ciberespacio hecho
por los zapatistas, son ejemplos ilustrativos de la re/construccin y apropiacin que los movimientos
sociales hacen de tales espacios pblicos.

Para comprender el impacto poltico-cultural de los movimientos sociales y estimar sus contribuciones al
socavamiento del autoritarismo social y la democratizacin de lites, entonces, no es suficiente examinar
las interacciones del movimiento con las esferas oficiales pblicas, tales como los parlamentos y otros
mbitos de polticas nacionales y transnacionales. Debemos virar nuestra mirada para abarcar otros
espacios pblicos construidos o apropiados por movimientos sociales en los cuales se ponen en
marcha las polticas culturales y se moldean las identidades, las demandas y las necesidades de los
subalternos.

Nancy Fraser sostiene que la teora de Habermas de la esfera pblica se basa en una premisa normativa
subyacente, la de que la restriccin institucional de la vida pblica a una esfera pblica nica que todo lo
abarque es algo positivo y deseable, mientras que la proliferacin de pblicos, por el contrario, representa
una desviacin de la democracia, en vez de un paso hacia ella (1993:13). Esta crtica tiene particular
relevancia en el caso de Amrica Latina, en donde an en contextos formalmente democrticos la
informacin, el acceso, e influencia sobre las esferas gubernamentales en las que se toman las decisiones
colectivas sobre polticas que afectan a toda la sociedad han quedado restringidas a una fraccin
privilegiada de la poblacin, con la exclusin de las clases subalternas. Dado que los subalternos han sido
relegados de facto a la calidad de no ciudadanos la multiplicacin de espacios contestatarios y de
resignificacin de las exclusiones de gnero, raza o socioeconmicas y culturales debe entonces ser vista
como un aspecto integral de la expansin y profundizacin de la democracia.

La proliferacin de pblicos alternativos asociados a los movimientos sociales configurados a partir de
redes poltico-comunicativas entre y al interior del movimiento es entonces positiva para la democracia
no slo porque sirve para medir el poder del Estado o porque da expresin a intereses populares
estructuralmente preordenados, como lo plantearan Diamond y Linz (1989:35), sino tambin porque es en
dichos espacios pblicos alternativos que esos interesas pueden ser continuamente re/construidos. Fraser
conceptualiza estos espacios alternativos como contrapblicos subalternos para sealar que son mbitos
discursivos paralelos en donde los miembros de los grupos sociales subordinados inventan y circulan
contradiscursos, de tal manera que formulan interpretaciones alternas de sus identidades, intereses y
necesidades (1993:14). Entonces, la contribucin de los movimientos sociales a la democracia
72
latinoamericana tambin puede ser encontrada en la proliferacin de mltiples esferas pblicas, y no slo
en su xito en procesar demandas dentro de los pblicos oficiales.

Como Baierle (1998) plantea, ms all de la lucha por la realizacin de los intereses, tales espacios hacen
posible el procesamiento de conflictos que rodean la construccin de identidades y la definicin de espacios
en donde se pueden expresar tales conflictos. De esta manera, se seala que en su mejor momento la
poltica incorpora la construccin social del inters, que jams es dado a priori. Para Paoli y Telles (1998),
las luchas sociales de la dcada del ochenta han dejado un legado importante para los noventa ya que
crearon espacios pblicos informales, discontinuos y plurales en donde pueden circulan diversas demandas
y en donde se puede reconocer a los otros como sujetos de derechos. Paoli y Telles (1998) sostienen que los
movimientos populares y obreros han aportado igualmente en la constitucin de esferas pblicas en las
cuales los conflictos ganan visibilidad, los sujetos colectivos se constituyen como interlocutores vlidos y
los derechos estructuran un lenguaje pblico que delimita el criterio mediante el cual se pueden
problematizar y evaluar las demandas por justicia y equidad. Como Baierle (1998) y Dagnino (1998), ellos
subrayan que estos nuevos mbitos pblicos de representacin, negociacin e interlocucin representan un
campo democrtico en construccin que seala por lo menos la posibilidad de repensar y expandir los
parmetros de la democracia brasilea existente.

Como anotbamos anteriormente, los pblicos basados o inspirados en los movimientos estn
acompaados, en muchos casos, por relaciones de poder desiguales. Sin duda, ms all de retratar a los
movimientos sociales como virtuosos intrnseca y polticamente, como lo proponen Paoli y Telles (1998),
se hace necesario explorar preguntas cruciales concernientes a la representacin, la responsabilidad y la
democracia interna dentro de estos pblicos alternativos, construidos o inspirados por movimientos
sociales. Sin embargo, rescatamos que, aunque contradictorio, la presencia pblica sostenida, la
proliferacin de redes de movimientos sociales y los pblicos alternativos han sido un desarrollo positivo
para las democracias existentes en Amrica Latina. En este sentido, coincidimos con el planteamiento de
Fraser de que:

los contrapblicos subalternos no son siempre necesariamente virtuosos.
Lamentablemente, algunos de ellos son explcitamente antidemocrticos y
anti-igualitarios e incluso aquellos con intensiones democrticas e igualitarias no
siempre estn exentos de practicar sus propios modos de exclusin y marginacin
informal. No obstante, en la medida en que estos contrapblicos surgen en respuesta a
la exclusin dentro de los pblicos dominantes, ayudan a expandir el espacio
discursivo. En principio, muchos planteamientos que se encontraban previamente
exentos de cuestionamiento ahora tendrn que ser debatidos pblicamente. En
general, la proliferacin de los contrapblicos subalternos significa una ampliacin de
la confrontacin discursiva, que resulta ser muy buena para las sociedades
estratificadas. (1993:15).

Aunque el putativo rol democratizante de los pblicos asociados a los movimientos seguramente ha
devenido ms problemtico por cuestiones de representatividad y responsabilidad, la creciente imbricacin
de los pblicos alternativos y oficiales pueden ampliar, no obstante, la confrontacin poltica y de polticas
al interior de las instituciones de la sociedad poltica y el Estado. Sin duda, como demuestra el estudio de
Dagnino (1998) sobre los activistas del movimiento de Campinas, Sao Paulo, los participantes del
movimiento social escasamente le han volteado la espalda a partidos e instituciones gubernamentales.
Por el contrario, su estudio revela que aunque la gran mayora de los ciudadanos brasileos desconfan de
los polticos y ven a los partidos como mecanismos para la consecucin de intereses particulares, ms del
setenta por ciento de los activistas de los movimientos sociales pertenecen o se identifican fuertemente con
un partido poltico y creen que las instituciones representativas son mbitos cruciales para la promocin del
cambio social.

Sin embargo, los activistas negros colombianos, las feministas en las Naciones Unidas, los lderes del
movimiento Pan-Maya e igualmente los zapatistas, no solamente estn luchando por acceso, incorporacin,
participacin o inclusin dentro de la nacin o el sistema poltico en trminos predefinidos por las
culturas polticas dominantes (lvarez, Dagnino y Escobar, 1998). Ms bien, como lo plantea Dagnino
(1998), lo que tambin est en juego en los movimientos sociales de hoy es el derecho a participar en la
definicin misma del sistema poltico, el derecho a definir aquello en lo que desean ser incluidos.


73
Globalizacin, neoliberalismo y la poltica cultural de los movimientos sociales

Para cerrar, es necesario considerar las innumerables formas en que la globalizacin y la proyecto
econmico neoliberal en boga a lo largo y ancho de Amrica Latina han afectado recientemente la poltica
cultural de los movimientos sociales. La globalizacin y su correlato, el transnacionalismo (Ribeiro, 1998),
parecen haber abierto nuevas posibilidades para los movimientos sociales. Ribeiro encuentra que las nuevas
tecnologas informticas, tales como el internet, han hecho posible nuevas formas de activismo poltico a
distancia. De igual manera, Ydice subraya que aunque

la mayora de visiones izquierdistas de la globalizacin son pesimistas, el vuelco
hacia la sociedad civil en el contexto de las polticas neoliberales y los usos de las
nuevas tecnologas en las cuales se fundamenta la globalizacin, han abierto nuevas
formas de lucha progresista en donde lo cultural es un mbito crucial de la lucha.
(1998:355).

En Colombia, las luchas tnicas tambin encuentran una coyuntura potencialmente favorable en la
globalizacin del entorno, particularmente la importancia de la conservacin de la biodiversidad (Grueso,
Rosero y Escobar, 1998).

De otra parte, la globalizacin y el neoliberalismo no slo han intensificado las desigualdades econmicas
de tal forma que un nmero cada vez mayor de personas viven en la pobreza absoluta y privados de la red
de seguridad mnima y siempre precaria que provean los Estados de mal-estar social del ayer sino que
tambin han redefinido significativamente el mbito poltico-cultural en los cuales los movimientos
sociales deben asumir sus luchas hoy da. Sin duda, las abrumadoras polticas neoliberales que han
recorrido el continente en aos recientes, parecen haber debilitado en algunos casos a los movimientos
populares y alterado los lenguajes de protesta existentes, situando a los movimientos a merced de otros
agentes articuladores, desde partidos conservadores y narcotrfico, hasta iglesias fundamentalistas y el
consumismo transnacional. La violencia ha tomado novedosas dimensiones como un moldeador de lo
social y lo cultural en muchas regiones; clases emergentes, vinculadas a negocios ilcitos y empresas
transnacionales basadas en el mercado, igualmente han ganado predominio social y poltico; y algunas
formas de racismo y sexismo se han acentuado, relacionado con divisiones del trabajo cambiantes que
sitan el peso del ajuste en las mujeres, las personas no blancas y los pobres.

Cada vez se hace ms claro que una dimensin poltico-cultural importante del neoliberalismo econmico
es lo que se podra denominar el ajuste social, es decir, el surgimiento de programas sociales enfocados
hacia aquellos grupos ms claramente excluidos o victimizados por polticas de ajuste estructural en
muchos pases (Pae). Ya sea el Fosis (Fondo de Solidaridad e Inversin Social) en Chile, la Comunidad
Solidaria en Brasil, la Red de Solidaridad en Colombia o Pronasol (Programa Nacional de Solidaridad) en
Mxico, estos programas constituyen curiosamente bajo el rtulo de solidaridad estrategias de ajuste
social que necesariamente deben acompaar el ajuste econmico (Cornelius, Craig y Fox, 1994; Graham,
1994; Rielly, 1994). Sin duda, podemos hablar de aparatos y prcticas de ajuste social (Apas) en juego
aqu. Con diferentes niveles de alcance, sofisticacin, apoyo estatal y hasta cinismo, las diversas Apas no
slo manifiestan nuevamente la propensin de las clases dominantes latinoamericanas a experimentar e
improvisar con las clases populares como lo sugerimos anteriormente en nuestra discusin sobre la
cultura poltica dominante del siglo XX sino que tambin se proponen transformar las bases sociales y
culturales de la movilizacin. Quizs esto es ms claro en el caso chileno, donde el proceso de refundar el
Estado y la sociedad en trminos neoliberales est ms avanzado y, sin duda, el Fosis chileno est siendo
planteado como un modelo a seguir por otros pases de Amrica Latina (Schild, 1998).

Como anotamos en el principio de este captulo, el neoliberalismo es un contendor poderoso y ubicuo en la
discusin contempornea sobre el significado de la ciudadana y el diseo de la democracia. Programas
tales como Fosis operan creando nuevas categoras clientelares entre los pobres e introduciendo nuevos
discursos individualizantes y atomizantes como aquellos de desarrollo personal, capacidad de
autogestin, auto ayuda y ciudadana activa, entre otros. Estos discursos van ms all del auto
gobierno de la pobreza. De una manera aparentemente foucaultiana, estos conceptos parecen introducir
nuevas formas de auto-subjetivizacin, formacin identitaria y disciplina. Es en este sentido que los
participantes de estos programas se ven cada vez ms a s mismos en los trminos individualizantes y
economizantes del mercado. De esta manera, los Apas podran despolitizar las bases para la movilizacin.
A veces, este efecto es facilitado por Ongs especializadas que, como ya hemos sugerido, en muchos casos
actan como mediadoras entre el Estado y los movimientos populares.

74
Ahora bien, cuando nos encontramos confrontados por estos desarrollos, debemos ser cautelosos en
concluir que el mundo va hacia el abismo. Para empezar, nada asegura que el modelo chileno ser
exportado con xito a otros pases o que continuar siendo exitoso en Chile y nada garantiza que el
efecto de la desmovilizacin ser permanente. Seguramente, se vern formas de resistencia hacia los Apas
cada vez ms claras. Como argumenta Schild (1998), no podemos prever qu formas puede tomar la
identidad de los ciudadanos mercadeados de hoy, o en qu contexto puede ser desplegada tal identidad por
diferentes grupos sociales. Sin embargo, contina insistiendo que los trminos en que la ciudadana
puede ser adoptada, confrontada y luchada estn predeterminados por la ofensiva del neoliberalismo
cultural y econmico. En contraste, Paoli y Telles (1998) plantean que el neoliberalismo no es un proyecto
coherente, homogneo o totalizante; que la lgica prevaleciente del ajuste estructural est lejos de ser
inevitable; y que es precisamente en los intersticios generados por estas contradicciones que a veces los
movimientos sociales articulan sus polticas. No obstante, el hecho es que el neoliberalismo y la
globalizacin transforman significativamente las condiciones bajo las cuales se puede llevar a cabo la
accin colectiva.

A qu nivel pueden producir reconversiones culturales de importancia las reformulaciones neoliberales de
la ciudadana y la democracia, as como la reciente concepcin reinante y restringida de poltica social
encarnada en los nuevos Apas? A qu nivel podrn los grupos populares y otros movimientos sociales
negociar o parcialmente utilizar los nuevos espacios sociales y polticos moldeados por los Apas o por la
profesada celebracin de la sociedad civil del neoliberalismo?

Finalmente, debemos formular una pregunta concerniente a la posibilidad de que las nuevas condiciones
dictadas por la globalizacin neoliberal quizs puedan transformar el significado de movimiento social.
Est siendo reconfigurado lo que cuenta como movimiento social? Estn decayendo los movimientos
sociales en las aparentemente desmovilizadoras Paes y Apas? No debemos observar crticamente la
participacin de mltiples movimientos sociales y Ongs previamente progresistas en el aparato del ajuste
social? En verdad, investigar la relacin entre la visin neoliberal de la ciudadana, el ajuste social y la
poltica cultural de los movimientos sociales es una labor especialmente urgente. Sin duda, los riesgos son
altos, y para nosotros acadmicos, intelectuales y activistas intelectuales estn entrelazados con
nuestras percepciones del mundo y el estado actual de nuestras tradiciones del conocimiento.


Notas

1
.

Texto escrito con
Sonia lvarez
y
Evelina Dagnino para la introducc
in del libro editado conjuntamente: Cultures
of Politics/Politics of Cultures: Re-visioning Latin American Movements. Boulder: Westview Press.

2
. Concepto de poltica cultural ha sido elaborado en el campo de los estudios culturales. Este
concepto, como ser argumentado, puede arrojar luces sobre los objetivos culturales y polticos de
los movimientos sociales en la lucha contempornea por la suerte de la democracia en Amrica
Latina.

3
.
En Amrica Latina, el uso corriente de la expresin poltica cultural normalmente designa acciones del Estado o de otras instituciones con respecto a la
cultura, vista como un terreno
autnomo
separado de la poltica, y muy frecuentemente reducido a la produccin y consumo de bienes culturales (arte,
cine, teatro, etc.). A diferencia del uso corriente, utilizamos
el concepto de
poltica cultural (cultural politics) para llamar la atencin sobre el vnculo
constitutivo entre cultura y poltica

y
sobre
la redefinicin de la poltica que
esta
visin
implica
. Este lazo constitutivo significa que la cultura,
entendida como concepcin del mundo y conjunto de significados que integran prcticas sociales, no puede ser comprendid
a
adecuadamente sin la
consideracin de las relaciones de poder im
bricadas

con
dichas prcticas. Por otro lado, la comprensin de la configuracin de esas relaciones de poder
no es posible sin el reconocimiento de su carcter cultural activo, en la medida que expresan, producen y comunican significados.
Con la
expresin poltica cultural nos referimos, entonces, al proceso por el cual lo cultural deviene en
hechos polticos.

4
.
Una excepcin reciente importante
lo constituye el libro de
Darnovsky, Epstein y Flacks (1995)
, el cual
se
centra
en los movimientos
sociales contemporneos de Estados Unidos y aborda debates sobre las polticas identitarias y la democracia radical.

5
.
Sin embargo, mientras que algunos hacen un llamado hacia el abandono de la cultura, la mayora de los antroplogos crticos continan creyendo que el
trabajo de campo y el estudio de las culturas sigue siendo importante. Ms an, construyen prcticas analticas, metodolgicas y polticas ejemplares para
examinar el mundo contemporneo, incluso si el trabajo de campo y la cultura en sus modos reflexivos y postestructuralistas son ahora entendidos de
75

formas significativamente distintas que hasta hace una dcada. Dichos antrop
logos consideran, entonces, que
la cultura contina siendo
un espacio para el ejercicio del poder, y dada la persistencia de las diferencias culturales a pesar de la globalizacin, la teorizacin de la cultura y el trabajo de
campo continan siendo proyectos intelectuales y polticos poderosos.

6
. Para un excelente ejemplo de dicha aproximacin vase Comaroff y Comaroff (1991).

7
.
El descentramiento y d
esplazamiento
asociad
o
a lo cultural y lo discursivo que menciona Hall, se origina en el hecho de que
e
l significa
do

nunca puede ser definido con certeza
y de que cualquier interpretacin de la realidad siempre puede ser cuestionada. De tal manera,
tenemos una tensin permanente entre la realidad material que parece slida y estable
,
y la semiosis siempre cambiante que le da significado y que, a la larga,
es lo que convierte lo material en real para la gente concreta. Esta tensin, bien conocida por los filsofos hermen
e
utas y los antroplogos, ha sido revaluada a
partir del colapso de la divisin base/superestructura. Los postestructuralistas foucaultianos
introdujeron
las formaciones discursivas y no discursivas,
enunciados
y visibilidades,
donde el discurso
organiza e incorpora l
o no discursivo
(instituciones, economas, condiciones histricas,
etc.). Laclau y Mouffe (1985) trataron de radicalizar
el planteamiento
foucaultian
o
disolviendo la distincin
al
reclama
r
la naturaleza
fundamentalmente discursiva de toda la realidad social. Para ellos, no existe materialidad que no se encuentre mediada por lo discursivo y
ningn
discurso
sin relacin a la materialidad. La diferenciacin entre lo material y lo discursivo slo se puede hacer, si es que se puede, con propsitos analticos.

8
.
Por supuesto, la cultura poltica occidental no es una entidad monoltica. Sin embargo, s
i
se refiere a la lite, a la democracia participativa, al liberalismo o
al comunitarismo basado en la defensa de los derechos, a las concepciones de bienestar o neoconservadoras, estamos lidiando con concepciones divergentes
dentro de las fronteras establecidas de la cultura poltica en la historia occidental moderna (Cohen y Arato, 1992).

9
.
Esta es la razn por la cual no estamos de acuerdo con la opinin que restringe el campo de accin de los movimientos sociales a la profundizacin del
imaginario democrtico de Occidente. Para rechazar
,

desde una perspectiva anti-esencialista,
las ideas del sujeto unitario y de
un

espacio poltico
nico
, tal y como Mouffe (1993) quiere que lo hagamos, puede requerir el desechar ms elementos de la modernidad de lo que ella, o
cualquier politlogo europeo o europeo-americano parecen
dispuestos a
hacer. Similarmente, mientras concidimos con el hecho de que los
movimientos sociales son un elemento clave de una sociedad civil, vital y moderna, no obstante, estamos en desacuerdo con el planteamiento de que stos no
deben ser vistos como prefigurando una forma de participacin ciudadana que sustituir o debera hacerlo los arreglos institucionales de la democracia
representativa (Cohen y Arato, 1992:19). En Amrica Latina, la cual se caracteriza por culturas hbridas y de precaria diferenciacin entre el Estado, la
economa y la sociedad civil, y donde lo convencionalmente poltico raramente ha cumplido con el papel encargado, la normatividad y estructuracin que los
politlogos europeos y norteamericanos pretenden
mantener
son, en el mejor de los casos, tenues y problemticos. De esta manera, encontramos ms
atractiva
, por ejemplo, la hiptesis de la existencia de mbitos polticos subalternos y paralelos a los mbitos dominantes y articulados por diferentes
prcticas e idiomas de protesta (Guha, 1988).

10
.
Para una mirada exhaustiva de la literatura existente sobre las relaciones de los movimientos sociales con los partidos y el Estado, vase Foweraker (1995).

11
.
Recientes revaluaciones de la teora de la movilizacin de recursos impulsado a los acadmicos a explorar simultneamente los lados institucionales,
estructurales y simblico-culturales de los movimientos sociales. Los
tericos de
la movilizacin de recursos reconocen de manera creciente que los
procesos culturales tales como los marcos de la accin colectiva de Tarrow (1992), los incentivos identitarios de Friedman y McAdam (1992), la
politizacin de las presentaciones simblicas de la vida diaria de Taylor y Whittier (1992), y la transformacin de significados hegemnicos y lealtades
grupales (Mueller, 1992:10) estn ntimamente entretejidos con el desplieg
u
e de oportunidades polticas y de estrategias de los movimientos sociales.
Carol McClurg Mueller (1992:21-22
)
resume lcidamente esta nueva lnea de investigacin subrayando la manera como, mientras el actor racional
economs
is
ta de la teora de la movilizacin de recursos minimizaba el rol de las ideas, creencias y configuraciones culturales, el actor del nuevo movimiento
social construye los significados que designan desde el principio los tipos de resentimientos, recursos y oportunidades relevantes. Vase tambin Johnston y
Klandermans (1995), McAdam, McCarthy y Zald (1996).





7. EL PROCESO ORGANIZATIVO DE COMUNIDADES NEGRAS
EN EL PACFICO SUR COLOMBIANO
1




101
Introduccin: etnicidad, territorio y poltica

Desde finales de la dcada del ochenta, el litoral Pacfico colombiano est presenciando un proceso
histrico sin precedentes: el surgimiento de identidades colectivas tnicas y su posicionamiento estratgico
en la relacin cultura-territorio. Este fenmeno toma lugar en una compleja coyuntura nacional y global,
cuyos diversos elementos se interrelacionan en formas novedosas aunque an difciles de discernir. A nivel
nacional, la presente coyuntura incluye la internacionalizacin de la economa mediante una apertura
radical a partir de 1990 y una transformacin de la Constitucin del pas realizada en 1991 que dictamin el
reconocimiento del derecho colectivo de las comunidades negras de la regin a los territorios que
tradicionalmente han ocupado. A nivel internacional, reas de bosque hmedo tropical como el Pacfico
colombiano han adquirido una especificidad nica tambin a partir de finales de la dcada pasada. Esta
especificidad est dictada por el hecho de que dichas regiones albergan la gran mayora de la diversidad
biolgica del planeta. Confrontados con la alarmante destruccin de los bosques tropicales, la concomitante
prdida de especies, y el impacto potencial negativo que dicha destruccin podra implicar para el futuro de
la humanidad, bilogos, ecologistas y entidades internacionales se han dado con fervor a la tarea de la
conservacin de la biodiversidad.

De esta forma, podra decirse que el surgimiento de identidades tnicas en el Pacfico colombiano y en
regiones similares en otras partes del mundo refleja un doble movimiento histrico: la emergencia de lo
biolgico como problema global la continuidad de la vida sobre el planeta como la conocemos y la
irrupcin de lo cultural y lo pluritnico, como bien lo reconoce la nueva Constitucin colombiana en su
intento de construir una nacin pluritnica y multicultural. Esta doble irrupcin ocurre en contextos
cambiantes de capitalismo y modernidad cuya naturaleza ha sido explicada en trminos tales como
globalizacin (Gonzles Casanova, 1994), postfordismo (Harvey, 1989) o etnoespacios (Appadurai, 1991),
y donde las mltiples intersecciones de lo local y lo global son vistas ya no a travs de categoras
polarizadas de espacio y tiempo tales como tradicin y modernidad, centro y periferia sino en trminos
de hibridaciones (Garca Canclini, 1990), procesamientos locales de lo global, transformaciones de la
modernidad, modernidades alternativas y postdesarrollo (Caldern, 1988; Escobar, 1995, 1998a).

El Pacfico colombiano, como veremos, es definido por los movimientos sociales negros e indgenas como
un territorio-regin de grupos tnicos. Basados en el principio de la diferencia cultural y los derechos a la
identidad y al territorio, dichos movimientos constituyen un desafo frontal a la modernidad
euro-colombiana que se ha impuesto en el resto del pas. De este modo, la poltica de las culturas
2
negras e
indgenas est desafiando las definiciones convencionales de cultura poltica albergada en los partidos
tradicionales y el clientelismo, las concepciones de lo nacional an reinantes, y las estrategias de
desarrollo convencionales, tambin de marcado corte capitalista moderno. Las fuerzas que se oponen a los
movimientos desde las lites locales y los nuevos capitalistas hasta los carteles de la droga siguen
insistiendo en las mismas construcciones de lo poltico, el capital, y el desarrollo que se han afianzado en el
pas especialmente durante los ltimos cincuenta aos con resultados desastrosos desde el punto de vista
social, ambiental y cultural. Los movimientos sociales pretenden, a partir de la apropiacin territorial y la
afirmacin de la cultura, resistir el embate del capital y la modernidad desde su regin.

El presente trabajo describe y analiza el surgimiento del movimiento de comunidades negras en el Pacfico
colombiano. La primera parte del captulo analiza la coyuntura nacional de la Constitucin de 1991, que
propici la estructuracin del movimiento a finales de los ochenta y comienzos de los noventa, enfocndose
en la negociacin y formulacin de la ley de derechos de las culturas negras (Ley 70), incluyendo los
territorios colectivos. La segunda parte examina la conformacin del movimiento de comunidades negras
como propuesta tnico-cultural, enfocndose en los principios poltico-organizativos acordados a partir de
la prctica desarrollada alrededor de la formulacin de la Ley 70 de 1993. Estos principios reflejan
importantes procesos de construccin de identidades colectivas, debates sobre lo negro, y teorizaciones de
la relacin entre territorio, desarrollo, biodiversidad y cultura que son analizados en la tercera parte desde la
perspectiva de la relacin entre la poltica de las culturas y la cultura poltica. La conclusin sugiere nuevas
formas de pensar la reformulacin de lo poltico desde las perspectivas de territorio, naturaleza y cultura.


La coyuntura de la Constitucin de 1991: el fin de la invisibilidad de las culturas negras

Desde la conquista y la esclavitud hasta el capitalismo extractivista de hoy da, pasando por los auges de oro,
platino, caucho y maderas preciosas que se han sucedido unos a otros desde el siglo XVI hasta el presente,
la regin del Pacfico colombiano ha sido afectada por procesos y fuerzas propias de la modernidad
102
capitalista (Whitten, 1986; Leyva, 1993; Aprile-Gniset, 1993). Desde tiempos inmemoriales, el Pacfico ha
sido reducido a la categora de productor de materia prima y depsito de riquezas naturales, as sea al precio
de su destruccin; mientras que sus habitantes han estado sujetos a una invisibilidad extrema y
representaciones etnocentristas tanto por las ciencias sociales la antropologa, por ejemplo, slo en aos
recientes ha prestado alguna atencin a las culturas negras como por la poblacin andina en general, que
ve en el Pacfico y sus habitantes una muestra casi irremediable de atraso econmico y cultural
(Friedemann y Arocha, 1984; Arocha, 1991; del Valle y Restrepo, 1996; Wade, 1993, 1997).

La costa Pacfica colombiana es una vasta regin predominantemente de bosque hmedo tropical que se
extiende desde Panam a Ecuador y desde la Cordillera Occidental hasta el litoral. Con una poblacin
aproximada de 900.000 personas, incluyendo cerca de 50.000 indgenas y 800.000 afrocolombianos, a
partir de la dcada de los setenta la regin est experimentando una avalancha desarrollista sin precedentes.
Cerca de 60% de los habitantes viven en los pueblos y ciudades ms grandes, mientras que el resto habitan
las mrgenes de los innumerables ros que cruzan la regin, manteniendo prcticas materiales y culturales
significativamente diferentes de las que predominan en la parte andina del pas.
3
Esta rica rea de bosque
hmedo tropical pareciera estar finalmente despertando el inters del Estado colombiano, quien, en su
ambicioso afn por integrarse a las economas del Mar del Siglo XXI, ve en el litoral Pacfico la
plataforma de lanzamiento para dicha integracin (Escobar y Pedrosa, 1996).

El nuevo inters por parte del Estado tiene lugar en un clima distinto al del marginamiento e invisibilidad de
la realidad socio-cultural y biolgica de la regin que caracterizara las representaciones oficiales de ella
hasta hace menos de una dcada. Por el lado biolgico, el debut del discurso de la biodiversidad en el teatro
mundial del desarrollo ha modificado sustancialmente la percepcin de la regin, tema este al que
volveremos al final del captulo. Por el otro, el cambio de la Constitucin nacional llevada a cabo en 1991
ha modificado para siempre la economa de visibilidades tnicas de la sociedad. La nueva Constitucin de
hecho transforma radicalmente el proyecto de nacin. Ya no se trata de construir una nacin cultural y
racialmente homognea (todos somos colombianos, todos somos iguales porque todos somos mestizos,
donde lo mestizo se codifica culturalmente como blanco); por el contrario, el nuevo proyecto se define
como la configuracin de una nacin pluritnica y multicultural.

Como para otros sectores, para las comunidades negras la Asamblea Nacional Constituyente (Anc)
represent la posibilidad de encontrar una salida institucional a la crisis social y poltica en que se
encontraba inmerso el pas.
4
Previo a la Anc se venan gestando expresiones organizativas negras,
generalmente locales y aisladas que tenan orgenes y orientaciones polticas diversas. En agosto de 1990,
en el marco del Encuentro Preconstituyente de Comunidades Negras celebrado en Cali, convocado para
definir una propuesta frente al momento, se hacen presentes organizaciones y personas ligadas a sectores
eclesiales de base, organizaciones polticas de izquierda y de los partidos tradicionales, entidades y
programas gubernamantales, y Ongs que tenan en comn la experiencia de trabajo en asentamientos de
comunidad negra y un mayor o menor grado de conciencia de la particularidad de las reivindicaciones de
dichas comunidades. De este encuentro surge la Coordinadora Nacional de Comunidades Negras (Cncn)
como mecanismo de coordinacin, trabajo conjunto e implementacin de las conclusiones del Encuentro.
Las profundas diferencias, divisiones y enfrentamientos entre los diversos sectores que la integraban y que
representaban perspectivas campesinistas, urbanas, populares, tnicas, poltico tradicionales y de
izquierdas, hicieron que la Cncn tuviera una vida limitada.
5


Al final y a pesar de la existencia de nombre de la Cncn, cada sector enfrent la Asamblea Nacional
Constituyente desde su propia lgica y valoracin del momento, y las distintas tendencias polticas e
ideolgicas reflejaron los intereses y modos de insercin histricos de los diversos sectores negros del pas.
6

Al no existir representacin de las comunidades negras en la Anc, sus propuestas son llevadas por uno de
los constituyentes indgenas, logrndose su inclusin provisional como Artculo Transitorio 55 (AT 55),
despus de campaas masivas de presin.

Desde un comienzo las demandas de reconocimiemto de los territorios ancestralmente ocupados y de los
derechos especficos de la comunidad negra como grupo, generaron reacciones de oposicin entre los
sectores representados en la Anc, incluso en sectores considerados como democrticos como la Alianza
M-19.
7
En conjunto los argumentos que se aducan tenan que ver con que estas comunidades no
respondan a la definicin acadmica de grupo tnico, no tenan lengua, autoridades ni formas de derecho
propias, culturalmente haban adoptado elementos que no les eran propios, estaban integrados plenamente
como ciudadanos a la vida del pas, en Colombia supuestamente todos eran mestizos, no se haban ganado
sus derechos en la guerra, o simplemente porque se ignoraban aspectos bsicos de la realidad de estas
103
comunidades y sus zonas de asentamiento. Se argument, igualmente, que la demanda de reconocimiento
territorial para las comunidades negras era una posicin separatista y que ms bien haba que buscar una
salida en el marco de la decentralizacin y regionalizacin del pas. La inclusin del AT 55, que recoge
algunas demandas de las comunidades negras, se logra despus de campaas masivas de presin que
incluy toma de edificios, envo de telegramas desde todo el pas y lobby permanente a los constituyentes.
8


El proceso de cambio de la Constitucin defini el primer espacio amplio e importante de expresin
organizativa de las comunidades negras a partir de reivindicaciones culturales, territoriales y tnicas, y de
movilizacin y construccin de una propuesta-protesta nacional de comunidades negras, centrada desde un
primer momento en lo cultural y en la bsqueda de reconocimiento como grupo tnico. Expedida la
Constitucin de 1991, se dan acercamientos entre sectores de comunidad negra, uno de ellos para evaluar
los resultados de la Anc y otro para definir la participacin conjunta en las elecciones al Congreso de los
representantes de grupos tnicos, contemplada por la Constitucin. Desde entonces se manifiesta la
contradiccin entre quienes sostienen la necesidad de conformar un movimiento poltico de comunidades
negras y los que abogan por un movimiento social en el que la participacin electoral fuera slo una
posibilidad y no el elemento central.

Esta diferencia marc el distanciamiento definitivo entre el ncleo que se mantena en la Cncn y sectores
polticos de comunidades negras cercanos a los partidos tradicionales. Los miembros de la Cncn dedicaron
sus esfuerzos a la reglamentacin del AT 55 y al fortalecimiento de las iniciativas organizativas de las
comunidades y su acercamiento a las organizaciones de base campesinas de Choc. De esta dinmica surge
en octubre de 1993 como expresin organizativa nacional el Proceso de Comunidades Negras (Pcn). Desde
este proceso organizativo se asumi la reglamentacin del AT 55, lo que gener un espacio en el cual los
nfasis estn marcados por la consolidacin de las propuestas organizativas y una mayor capacidad de
respuesta de las comunidades organizadas. As, los distanciamientos entre las dos concepciones se
profundizan, retomando fuerza actualmente en el contexto de la reglamentacin de la Ley 70, entre quienes
estn a favor de la representacin social de las comunidades negras y quienes se mantienen en la opcin de
la representacin poltica y burocrtica de las mismas.
9


El carcter tnico-cultural que se configura durante el proceso de la Anc, los resultados de sta
especialmente el AT 55 que reconoce los derechos colectivos al territorio, y las amenazas a la
poblacin y sus territorios, determinan el nfasis del trabajo organizativo en los espacios rurales. Dicho
nfasis reconoce la importancia dada por el proceso al control social del territorio y los recursos naturales
como condicin necesaria de sobrevivencia, recreacin y fortalecimiento de su cultura. En los ros, el
trabajo de los activistas apunt a: desarrollar un proceso pedaggico para la comunidad negra de la carta
constitucional; reflexionar sobre los conceptos bsicos de territorio, desarrollo, prcticas tradicionales de
produccin y uso de los recursos naturales, entre otros; y al fortalecimiento de las expresiones organizativas
de base. Los resultados de este trabajo sirvieron para la elaboracin de las propuestas de Ley y los
principios poltico-organizativos y, a otro nivel, para reconocer las diversas concepciones, trayectorias,
problemticas y estilos de trabajo entre las mltiples expresiones organizativas comprometidas con la
reglamentacin de la Ley 70.

Un espacio decisivo para la reafirmacin del proceso lo constituy la elaboracin colectiva de la propuesta
de ley (Ley 70). Esta se abord desde dos niveles, uno centrado en la cotidianidad y las prcticas de vida y
el otro en la elaboracin ideolgica y poltica. El primer nivel se caracteriz por la amplia participacin de
las comunidades en la elaboracin de sus derechos, aspiraciones y sueos, reconociendo sus
particularidades; este nivel de construccin se hizo desde lo que se llam internamente la lgica del ro.
El segundo nivel, aunque anclado en el ro y la vereda, intent trascender lo rural plantendose las
reivindiciones de la comunidad negra como grupo tnico, ms all an de lo que pudiese otorgar una ley. A
este nivel se busc rearticular desde las aspiraciones de la gente los conceptos de desarrollo, territorio y las
relaciones sociales y polticas de las comunidades negras con el resto de la sociedad colombiana. A pesar de
diferencias y de intentos de manipulacin de la negociacin por elementos ligados al partido liberal, se
logr llegar a un acuerdo sobre el texto de la ley para discutir con el gobierno, aunque ya desde entonces se
hicieron visibles dos concepciones diferentes de la movilizacin.
10


En este sentido, la negociacin con el gobierno implic un doble esfuerzo de construccin de acuerdos:
entre organizaciones y comunidades, y entre stas y el gobierno colombiano. En el contexto de la
implementacin de la apertura econmica y el aprovechamiento de la diversidad biolgica y los recursos
genticos, la negociaciones en torno a la Ley se volvieron cada vez ms tensas, entre un gobierno cada vez
ms intransigente al estar ms consciente de la capacidad de sus interlocutores y los alcances de los nuevos
104
derechos de la comunidad negra, y un proceso organizativo de comunidades negras cada vez ms
estructurado y con mayores niveles de coordinacin y claridad de sus derechos. Para los comisionados del
gobierno se hizo claro que las demandas de este proceso organizativo iban mucho ms all del reclamo por
la integracin e igualdad racial como hasta entonces lo haban mantenido otros sectores de la comunidad
negra.

Al seno de la Comisin Especial ordenada por la constitucin de 1991 para la reglamentacin del AT 55 se
desarroll adems todo un proceso de persuasin y concientizacin de parte de las organizaciones hacia los
funcionarios gubernamentales y de verdadera construccin social de la protesta (Klandermans, 1992). Esta
negociacin culmina con la aprobacin por parte del Senado de la versin de la Ley 70 negociada con las
comunidades (agosto de 1993).
11



El movimiento social de comunidades negras y la propuesta tnico-cultural del Proceso de
Comunidades Negras

La comunidad negra no es homognea; este hecho se explica por razones histricas, polticas y culturales.
Existen por lo menos seis regiones socioculturales en Colombia habitadas por comunidades negras: Caribe,
Pacfico, Valle del Magdalena, Valle geogrfico del ro Cauca, San Andrs y Providencia, y el Valle del
Pata, as como una gran variedad de interpretaciones, orientaciones poltico-ideolgicas, prcticas,
experiencias organizativas y concepciones de lucha. En este contexto se presentan constantes tensiones,
reacomodo de fuerzas, rupturas y acercamientos dependiendo de las coyunturas. En la historia de luchas de
la comunidad negra en Colombia se registran hechos espordicos que logran unificar y movilizar
masivamente sus comunidades. Podra asegurarse que la movilizacin, la protesta social y la construccin
de un movimiento en torno a derechos tnicos que surge en la coyuntura de la Anc corresponde a una de
estas excepciones.

En julio de 1992 se realiz en Tumaco, Nario, la primera Asamblea Nacional de Comunidades Negras, a la
que asistieron organizaciones de todo el Pacfico, costa Caribe y norte del Cauca. Las principales
conclusiones de la misma definieron los elementos marcos para la reglamentacin del AT 55 y precisaron
los aspectos organizativos y operativos necesarios para el desarrollo de este trabajo. La segunda Asamblea
Nacional, de mayo de 1993, conoci y aprob el texto acordado entre los representantes de las
organizaciones y el gobierno al seno de la comisin mixta ordenada por la Constitucin para la
reglamentacin del citado artculo.

La siguiente Asamblea Nacional se realiz en septiembre de 1993 en Puerto Tejada, con la asistencia de
ms de trescientos delegados, habiendo sido antecedida por una pre-asamblea. En ambos escenarios se
discuti la situacin poltico-organizativa de las comunidades negras. Con el logro de mecanismos legales
de reconocimiento de derechos para la comunidad negra generados por la movilizacin y construccin
social de la protesta, sectores polticos ligados a los partidos liberal y conservador y otros sectores que se
mantuvieron al margen del reconocimiento legal de los derechos con la nica pretensin de aprovechar los
espacios abiertos por la Ley 70, adoptaron el discurso de lo negro de manera confusa, en algunos casos
con planteamientos que no superaban el problema del color de la piel. En este sentido, la Asamblea
reconoci que el movimiento social de la comunidad negra del pas es diverso y representa distintos
intereses, algunos de ellos en funcin de cooptar las nuevas dinmicas para los partidos polticos en funcin
de sus intereses particulares. Para diferenciarse entre estos grupos y actores que empezaban a expresarse a
nombre de la comunidad negra, la Asamblea y las organizaciones all reunidas se autodefinieron y
caracterizaron como:

un sector del movimiento social de comunidades negras que agrupa organizaciones y
personas con diferentes experiencias y visiones pero unificadas en torno a unos
principios, criterios y propsitos que nos diferencian frente a otros sectores del
movimiento social de comunidades negras. Pero as mismo somos una propuesta a la
comunidad negra nacional, con la aspiracin de constituir un solo movimiento de las
comunidades negras que recoja sus derechos y aspiraciones.
12


Como objetivo del proceso organizativo se plante consolidar un movimiento social de comunidades
negras que asuma la reconstruccin y la afirmacin de la identidad cultural como base de la construccin de
una expresin organizativa autnoma que luche por la conquista de nuestros derechos culturales, sociales,
polticos, econmicos y territoriales, y por la defensa de los recursos naturales y el medio ambiente. Como
105
uno de sus aspectos centrales la Asamblea adopt una declaracin de principios poltico-organizativos
formulados a partir de la prctica, visin de vida y aspiraciones de las comunidades, que hacen referencia a
la identidad, el territorio, la autonoma y la perspectiva de futuro:

1. La reafirmacin del ser (del ser negros). En primer lugar: entendemos el ser, como
Negros, desde el punto de vista de nuestra lgica cultural, de nuestra manera
particular de ver el mundo, de nuestra visin de la vida en todas sus expresiones
sociales, econmicas y polticas. Una lgica que est en contradiccin y lucha con la
lgica de la dominacin, la que pretende explotarnos, avasallarnos y anularnos.
Nuestra visin cultural entra en confrontacin con un modelo de sociedad al que no le
conviene la diversidad de visiones porque necesita la uniformidad para seguir
imponindose; por eso el hecho de ser negros, de tener una visin distinta de las cosas
no puede ser slo para un momento especial, debe mantenerse para todos los
momentos de nuestra vida. En segundo lugar: el reafirmarnos como negros implica
una lucha hacia adentro, hacia nuestras propias conciencias; no fcilmente nos
reafirmamos en nuestro ser; muchas veces y por distintos medios se nos inculca que
todos somos iguales, y esta es la gran mentira de la lgica de la dominacin.

Este primer principio identifica claramente la cultura y la identidad como elementos ordenadores de la vida
cotidiana y de la actividad poltica. Afirma que somos negros y somos fieles a lo que somos y al orden
social que concebimos desde nuestra cultura.

2. Derecho al territorio (un espacio para ser). El desarrollo y la recreacin de nuestra
visin cultural requiere como espacio vital el territorio. No podremos ser si no
tenemos el espacio para vivir de acuerdo con lo que pensamos y queremos como
forma de vida. De ah que nuestra visin del territorio sea la visin del hbitat, el
espacio donde el hombre negro desarrolla su ser en armona con la naturaleza.

3. Autonoma (derechos al ejercicio del ser). Esta autonoma se entiende en relacin a
la sociedad dominante y frente a otros grupos tnicos y partidos polticos, partiendo
de nuestra lgica cultural, de lo que somos como pueblo negro. Entendida as,
internamente somos autnomos en lo poltico y aspiramos a ser autnomos en lo
econmico y lo social.

4. Construccin de una perspectiva propia de futuro. Se trata de construir una visin
propia del desarrollo econmico y social partiendo de nuestra visin cultural, de
nuestras formas tradicionales de produccin, y de nuestras formas tradicionales de
organizacin social. Consuetudinariamente, esta sociedad nos ha impuesto su visin
de desarrollo que corresponde a otros intereses y visiones. Tenemos derecho a
aportarle a la sociedad ese mundo nuestro, tal como lo queremos construir.

5. Somos parte de la lucha que desarrolla el pueblo negro en el mundo por la
conquista de sus derechos. Desde sus particularidades tnicas, el movimiento social
de comunidades negras aportar a la lucha conjunta con los sectores que propenden
por la construccin de un proyecto de vida alternativo.

Esta declaracin de principios implica una ruptura con las anteriores formulaciones poltico-organizativas y
desarrollistas de la izquierda, Cimarrn, y los sectores polticos tradicionales para dar cuenta de las
particularidades y reivindicaciones de las comunidades negras. Aunque se demandan soluciones concretas
a los problemas, la actividad del Pcn y sus organizaciones har nfasis a partir de estos principios en los
contenidos y caractersticas de ellas.

A partir de estos principios fueron mucho ms evidentes los desacuerdos entre el Pcn y los dems sectores
organizados de la comunidad negra. Las diferencias se centran en cuatro grandes temas: a) la percepcin de
la historia y la identidad; b) las aspiraciones en materia de desarrollo y su vinculacin con derechos
territoriales y recursos naturales; c) participacin y representacin de las comunidades y la relacin entre
stas y el conjunto de la sociedad colombiana; d) la concepcin sobre el tipo de organizacin y la forma de
construccin de movimiento.

En perspectiva, el Proceso de Comunidades Negras, con esta caracterizacin y propuesta organizativa,
pretende en trminos generales: construirse como una opcin de poder para las comunidades negras;
aportar a la consolidacin del movimiento social de las mismas; y contribuir desde su ideario y acciones a la
106
bsqueda de opciones de una sociedad ms justa. En este contexto, las iniciativas del Pcn y su posterior
desarrollo dependeran de la realidad histrica y cultural de las propias comunidades y del juego de fuerzas
que tanto en lo local, regional, nacional e internacional se presenten entre stas y las distintas expresiones
del movimiento social de comunidades negras, los sectores sociales, y los grupos econmicos y centros de
poder.

En una tendencia que se percibi una vez sancionada la Ley 70, los acuerdos bsicos con las organizaciones
del Choc se rompen por lo que stas no participan de la tercera Asamblea Nacional de Comunidades
Negras y se reiteran en una posicin que hace nfasis exclusivamente en los aspectos organizativos
locales.
13
La participacin electoral suscitada por la circunscripcin electoral especial para comunidades
negras a la Cmara de Representantes creada por el artculo 66 de la Ley 70, fracciona tambin los acuerdos
al interior de las organizaciones de este departamento y en lo nacional genera una explosin de listas,
muchas de ellas encabezadas por polticos negros de los partidos tradicionales. A esta situacin en torno a
lo electoral contribuy que el artculo arriba mencionado fue reglamentado por el Consejo Nacional
Electoral por fuera de la Comisin Consultiva de Alto Nivel, mecanismo previsto por la Ley 70 para su
desarrollo, desconociendo adems la definicin de comunidad negra de esta misma ley y la propuesta de
sectores comunitarios, lo que favoreci a los polticos negros de los partidos tradicionales y sus aparatos
electorales.
14


Al final las dos curules fueron ocupadas una por un poltico conservador que utiliz el nombre de
movimiento nacional de comunidades negras, logrando confundir a algunos sectores de opinin pblica
para beneficio de su campaa y que una vez electo declar que el tiempo de las organizaciones haba
terminado y deban desaparecer. La otra curul fue ocupada por una representante de las organizaciones
negras del Choc que haba participado en el proceso de reglamentacin de la Ley 70, su eleccin fue
apoyada por sectores del movimiento indgena, socialista, de mujeres y por entidades gubernamentales.
An cuando esta candidata provena del proceso organizativo en torno a los derechos de las comunidades
negras, una vez electa desplaza su planteamiento de lo tnico para hacer nfasis en los marginados del pas.

La representacin y legitimidad del Proceso de Comunidades Negras y las dinmicas que este logra generar
son puestas en entre dicho por el gobierno bajo el presupuesto de que existen otros sectores organizados de
comunidad negra. Con base en ello y dependiendo de las conveniencias gubernamentales y de las presiones,
se han avalado en muchos momentos las posiciones e iniciativas de los parlamentarios negros a quienes se
asume como los representantes legtimos de la comunidad negra. La prctica poltica de estos
representantes reproduce el esquema clientelista convencional; sus esfuerzos se centran en la bsqueda de
puestos, la ocupacin de cargos burocrticos, creacin de nuevos espacios institucionales, y el
aprovechamiento de los presupuestos pblicos como mecanismo para garantizar su reeleccin y
supervivencia poltica. Todo ello distorsiona el sentido de las demandas de la comunidad negra, as como
dificulta y entorpece decisiones y procesos importantes de concertacin de las comunidades relacionados
con el territorio y los recursos naturales.

Para frenar el proceso organizativo, el gobierno tambin ha intentado institucionalizar las iniciativas
comunitarias a travs de sus agencias tecnocrticas, las cuales dirigen paquetes de proyectos a las
comunidades de base desconociendo las instancias representativas del Pcn. A esto se suma una escalada en
los embates de los intereses privados tales como los madereros y mineros a gran escala, entre los que
tambin se mezclan los intereses del narcotrfico, con el propsito de frenar y manipular el desarrollo de la
Ley 70 de acuerdo con sus intereses. Con frecuencia las manipulaciones del sector privado se intentaron
realizar con la complicidad de los gobiernos locales y entidades descentralizadas de carcter regional.

Para algunos observadores, el periodo sucesivo a la eleccin de los representantes a la circunscripcin
especial marca un retroceso para las aspiraciones de la comunidad negra, y an cuando las concepciones y
prcticas de los partidos tradicionales logran permear amplios sectores de la comunidad, la propuesta
tnico-cultural logra mantenerse como dinmica organizativa a nivel nacional, siendo uno de sus aciertos la
lectura de la realidad social, econmica y poltica de la comunidad negra y de la regin del Pacfico como
mayor asentamiento de poblacin negra y unidad ecolgica estratgica, y el proponerse como objetivo la
defensa del territorio. As mismo, este sector del movimiento social de comunidades negras ha logrado
formar la mayora de los cuadros con el criterio de una relacin, dilogo, negociacin y concertacin
colectiva con el Estado dentro de una prctica poltica alternativa como grupo tnico, y el que se ha
esforzado en dotar a las comunidades de instrumentos y herramientas para la defensa de sus derechos en el
marco de la Ley 70 y la Ley 121 de 1991.
15


107
En los ltimos dos aos han habido cambios en el panorama organizativo de comunidades negras,
representados por la aparicin de nuevas fuerzas o sectores organizados que desde perspectivas diferentes,
complementarias y en ocasiones contradictorias, intentan influir o beneficiarse con el reconocimiento de
derechos de los afrocolombianos. Slo entre 1995 y 1996, los llamados sectores organizados de
comunidades negras pasaron de 7 a 15,
16
y las contradicciones entre todos ellos han constitudo una
dificultad que ha marcado de manera particular aspectos como la conformacin de la Comisin Consultiva
de Alto Nivel y la formulacin del Plan de Desarrollo para las Comunidades Negras, la reglamentacin del
captulo III y otros aspectos de la Ley 70, generando dispersin y restando oportunidades y mejores
condiciones en la negociacin entre las comunidades y el gobierno. La ausencia de propuestas en lo
ideolgico y lo poltico por parte de los grupos de comunidad negra no permiten realizar una
caracterizacin de los mismos ni precisar su tipologa, en la medida en que sus contradicciones se centran
en la competencia por el acceso a los espacios de poder y a la burocracia del Estado en el esquema de la
prctica clientelista como se explic anteriormente.


Estrategia, identidad y territorio: de la poltica de las culturas a la cultura poltica

El movimiento social de comunidades negras en el Pacfico colombiano tiene una serie de caractersticas
muy particulares, dada la historia de sus culturas, las coyunturas especficas del momento organizativo, y
las peculiaridades ecolgicas e histricas de la regin, incluyendo sus modos de insercin en la economa
mundial. El movimiento constituye una experiencia bastante compleja de construccin de identidad con
respecto a concepciones de lo tnico y cultural y en relacin a variables novedosas tales como territorio,
biodiversidad y desarrollo alternativo. En esta seccin, queremos resaltar algunos de los aspectos que nos
parecen ms relevantes de esta complejidad desde la perspectiva del efecto que la politizacin de la
diferencia cultural tiene sobre las nociones y prcticas vigentes de la cultura poltica, el desarrollo
alternativo, y la relacin entre naturaleza y cultura que caracteriza muchas de las regiones de bosque
hmedo tropical en el umbral del siglo XXI.

1. Construccin de una identidad colectiva

Desde hace muchos aos la aproximacin a la realidad de las comunidades negras ha estado marcada por
tres conceptos bsicos: igualdad, discriminacin y marginalidad. En Colombia, la identidad de los negros
ha sido planteada principalmente en trminos de igualdad ante la ley. Muchos han sealado el carcter
ambiguo de este planteamiento, ya que al afirmar que todos somos iguales y que no hay discriminacin
hace imposible la articulacin de demandas particulares tnicas y el reconocimiento especfico de derechos
como comunidad negra (Wade, 1993, 1997). Hasta una poca reciente, las propuestas organizativas
enfatizaban la existencia de un pasado comn comprendido por la trata, la esclavitud y las diversas formas
de resistencia presentadas a estas en Amrica, en especial en los palenques. En estas visiones, la
construccin cultural y la cultura son reducidas a un conjunto de manifestaciones externas, mientras que la
historia se vuelve conmemorativa, marcada por la representacin, muchas de ellas fabricada por los
vencedores, de un pasado disminuido por la dominacin.
17


En contraste, el Proceso de Comunidades Negras afirma que no basta la invocacin de un pasado comn si
ello no corre paralelo a la necesidad de construir un futuro comn y distinto para los afrocolombianos, y si
esta historia no sirve para derivar lecciones para el presente. Esta insistencia constituye una ruptura con
muchas de las experiencias organizativas de los aos 1970-1990 en el pas, basadas en la lucha contra la
discriminacin racial y la marginalizacin de las comunidades negras y el consiguiente llamado a la
integracin. Los bajos ndices de inversin social y el aislamiento de los afrocolombianos de la vida
econmica y poltica fueron los factores decisivos para la lucha concebida en trminos de igualdad y
articulacin con el resto del pas que predominaran durante dcadas. Este planteamiento desarrollado por
vertientes organizativas en Colombia tiene algunas similitudes con la lucha negra por los derechos civiles
en otras latitudes, y de hecho fue influenciado por las luchas del movimiento negro norteamericano. A
partir de la dcada del setenta, el Estado mismo entra a integrar la regin Pacfica al resto del pas a travs
de planes de desarrollo (Escobar y Pedrosa, 1996). Estos intentos de integracin al mercado y la cultura
nacional tiene efectos devastadores sobre los patrones culturales, las aspiraciones y los valores de las
comunidades negras del litoral. Se empiezan a introducir en las comunidades los valores consumistas y
materialistas de la modernidad colombiana en vas de desarrollo.

La visin del actual proceso tnico-cultural se concibe en trminos de rescatar y ejercitar el derecho a la
108
diferencia cultural como medio para avanzar en la eliminacin de las desigualdades socioeconmicas y
polticas; dicho ejercicio de la diferencia se hace a partir de las aspiraciones de las comunidades negras, e
implica una redefinicin de las relaciones entre stas y el conjunto de la sociedad colombiana. Esta visin
tnico-cultural qued firmemente establecida como una tendencia importante del movimiento negro a partir
de la Asamblea Nacional Constituyente. Para los activistas que comparten esta visin, la resistencia
histrica de las comunidades negras del Pacfico y de otras reas del pas sugiere la existencia de un cierto
distanciamiento intencional por parte de dichas comunidades con respecto al resto del pas, como requisito
para re-construir formas culturales y de organizacin social propias. Esta situacin explicara la persistencia
de sus elementos culturales distintivos en algunas regiones del pas como el Pacfico. Algunos de estos
elementos, como el manejo del tiempo, el marcado sentido de no acumulacin y el papel de las extensas
redes familiares, entre otros, son rescatados por los activistas y miembros de organizaciones y comunidades
como aspectos bsicos de la organizacin social y poltica. Histricamente, las comunidades nunca
pretendieron integrarse plenamente a la vida del pas, as sus reas de asentamiento como el Pacfico hayan
estado articuladas a la economa nacional y mundial desde la colonia como proveedores de materia prima.
18


En resumen, si las tendencias integracionistas buscan la plena incorporacin de las comunidades negras a la
vida nacional, las tnico-culturales problematizan la relacin entre dos expresiones culturales la nacional
y la minoritaria que configuran proyectos de sociedad diferenciados. Estos dos posicionamientos de las
organizaciones afrocolombianas en pocas recientes reflejan lecturas distintas de la historia, las
condiciones de vida y las expresiones socio-culturales de las comunidades del Pacfico; continan
marcando los debates actuales, las estrategias organizativas y las distintas opciones que an estn en
construccin. Para el proceso organizativo tnico-cultural, el movimiento debe ser construido en base a
demandas amplias por territorio, identidad, autonoma y derecho al desarrollo propio. Igualmente, estas
organizaciones interpretan lo negro como expresin de un punto de vista poltico y de una realidad cultural
que transciende el problema de la piel; se diferencian as de concepciones puramente raciales de la
identidad.

Puede afirmarse que el movimiento social de comunidades negras se encuentra embarcado en un
importante esfuerzo de construccin de identidades colectivas no muy distinto del planteado por Stuart Hall
(1990) en el contexto de las identidades caribeas y afrobritnicas. Para Hall, la identidad es algo que se
negocia en trminos culturales, econmicos y polticos y que involucra un carcter doble. Por un lado, la
identidad se concibe como enraizada en una serie de prcticas culturales compartidas, como una especie de
ser colectivo; esta visin de la identidad ha jugado un papel importante en momentos histricos
determinados, tales como las luchas anti-coloniales; supone un redescubrimiento imaginativo de la cultura,
y contribuye a dar coherencia a las experiencias de fragmentacin y dispersin nacidas de la opresin. Por
el otro, la identidad tambin se ve en trminos de las diferencias creadas por la historia; esta visin enfatiza
no tanto el ser como el llegar a ser, implica posicionamientos ms que esencias, discontinuidades al mismo
tiempo que continuidades. Diferencia y semejanza, de esta forma, constituyen para Hall la naturaleza doble
de la identidad de los grupos de la dispora africana. Reconoce igualmente las inevitables influencias de la
modernidad; en el contexto del Nuevo Mundo, lo africano y lo europeo se creolizan sin cesar, y las
identidades culturales son marcadas entonces por diferencia e hibridacin.

Para los activistas del Proceso de Comunidades Negras, la defensa de ciertas prcticas culturales de las
comunidades de los ros del Pacfico es una cuestin estratgica en la medida que encarnan cierta
resistencia al capitalismo y la modernidad. Esta defensa, sin embargo, no es intransigente ni esencialista,
sino que se interpreta en relacin con los desafos encarados por las comunidades y con las posibilidades
que puedan encontrar en discursos tales como el desarrollo alternativo y la biodiversidad. La identidad es
vista de esta forma en ambos sentidos: como anclada en prcticas culturales y saberes consuetudinarios, por
un lado; y como un proyecto de construccin poltico-cultural siempre cambiante, por el otro. De este modo,
el movimiento se surte de las redes sumergidas de prcticas y significados culturales de las comunidades
de los ros y su activa construccin de mundos (Melucci, 1989), y busca al mismo tiempo la defensa de ellas
al concebirlas en su capacidad transformadora de lo fsico y lo social.

Como aspecto crucial en la construccin de identidad, el gnero est recibiendo atencin creciente entre los
activistas de la vertiente tnico-cultural del movimiento. Muchos de los lderes mximos son mujeres, y
esto ha actuado como catalizador de discusiones de gnero. La necesidad de abordar la problemtica de
gnero como parte integral del movimiento en vez de crear organizaciones separadas de mujeres se
empez a sentir desde 1994 (Escobar y Pedrosa, 1996). De hecho, los procesos organizativos de mujeres
negras estn empezando a tomar una dinmica propia. En 1992 se llev a cabo la primera reunin de
mujeres negras del Pacfico con ms de quinientas participantes, y existe una visible red de organizaciones
109
de mujeres negras desde 1995 (Rojas, 1996). A pesar de que en muchas instancias la mujer negra se ve en
los trminos de discursos convencionales de mujer y desarrollo (Lozano, 1996), ya comienzan a aparecer
visiones ms sofisticadas de gnero, por ejemplo en relacin con la biodiversidad (Camacho y Tapia, 1996;
Camacho, 1998). Estudios actualmente en marcha se enfocan en la interseccin de gnero y etnia en la
construccin de identidad y estrategia poltica.

2. Reformulando lo poltico

Aunque las caractersticas biofsicas, sociales y culturales del Pacfico se prestan para la elaboracin de un
planteamiento poltico diferenciado del pensamiento poltico tradicional definido en Colombia por los
partidos tradicionales liberal y conservador este no ha sido el caso. La izquierda tampoco ha acertado en
articular desde lo poltico la realidad de la regin. Hasta el presente, las condiciones de la regin han
favorecido el fortalecimiento de un sistema clientelista, donde las clientelas polticas se articulan con los
mltiples lazos familiares y la pertenencia a espacios geogrficos determinados. El clientilismo capta los
elementos de autoridad y poder provenientes de la familia extensa y los troncos familiares que caracterizan
a las comunidades afrocolombianas del Pacfico, asegurando un cierto vnculo entre las zonas de la regin y
los centros de decisin del pas. A travs de estas articulaciones circulan y se cambian votos y favores y se
negocian los presupuestos para los programas sociales y estatales. En el Pacfico, como en muchas otras
partes del pas, el grupo poltico es de un jefe local quien impone internamente decisiones de todo tipo y a
todos los niveles. Los gamonales locales hacen parte a su vez de redes mayores donde existen jefes
superiores. A este esquema clientelista se suma el hecho de que la regin del Pacfico est fraccionada en
cuatro departamentos de los cuales slo uno el Choc, en la parte norte corresponde en todo su
territorio a la regin, mientras que el Pacfico centro-sur est dividido entre los departamentos de Valle,
Cauca y Nario, encontrndose sus capitales por fuera del Pacfico. Las diferenciaciones por este hecho
entre norte y centro-sur, la dependencia en todos los casos de centros de decisin ubicados por fuera de la
zona incluso en el caso del Choc y el esquema clientelista han imposibilitado la construccin poltica
como regin.

No han sido estos los nicos factores que han militado contra la configuracin de grandes movimientos
polticos negros. Como en otras partes de Amrica Latina, la ausencia de movimientos sociales negros de
importancia tambin est ligada a factores tales como la invisibilidad cultural de la poblacin negra, la
misceginacin racial, los mecanismos de cooptacin poltica iniciados desde la colonia y la legitimacin
ideolgica de las lites criollas a partir de la colonia (Serbin, 1991). Es as como las reivindiciones negras
han sido encauzadas a travs de canales y organizaciones polticas no diferenciadas desde el punto de vista
tnico y ms bien articuladas a reivindicaciones socioeconmicas y polticas especficas de sectores
subordinados. En Colombia han habido, sin embargo, varios intentos de participacin poltica desde lo
negro.
19
Pero esta posibilidad debi permanecer latente hasta la coyuntura de 1991. A partir de entonces,
tanto las organizaciones comunitarias como los sectores negros al interior de los partidos tradicionales
encuentran en lo negro una posibilidad de acceder a espacios que antes les estaban vedados.

Sin embargo, son poco los esfuerzos que han logrado romper con el sistema tradicional. En el caso del
Proceso de Comunidades Negras (Pcn), el trabajo inicial consisti en motivar a las comunidades a
participar y negociar decisiones, propuestas y candidatos electorales, convencindolos de que no exista
ningn impedimento legal, cultural, social o poltico para que ellos mismos fueran sus propios
representantes y voceros. A diferencia del clientilismo tradicional, los activistas de Pcn han buscado
incentivar procesos amplios de nominacin y decisin, y generar una conciencia de grupo que desborde los
lmites de cada una de las localidades de los ros, as como la construccin de referentes de participacin y
de propuestas mucho ms generales. Esta estrategia es abordada por los activistas con la conviccin de que
la relacin entre lo tnico y lo poltico es un aspecto por construir. As, por ejemplo, en los procesos
electorales se trata de lograr que las comunidades y sus organizaciones participen con sus propias listas y
planteamientos, no cambiando su voto por cosas que el Estado debe proporcionar. Esto es una afrenta a los
sectores tradicionales que en el Pacfico ha sido castigada con el sealamiento de los activistas, el bloqueo
de las iniciativas comunitarias y el cierre de filas de los grupos polticos dominantes.

Esta estrategia de construccin de lo poltico busca de esta forma irrumpir en un campo que hasta ahora
haba estado vedado a las comunidades, quitndole fuerza a las agrupaciones tradicionales y sirviendo
como elemento de nucleamiento poltico. Despus de la coyuntura de la Asamblea Nacional Constituyente,
donde primero se retoma esta estrategia de articulacin de una prctica poltica desde lo negro es en
Buenaventura en 1992. La estrategia se pone en marcha en varias oportunidades, como las elecciones de
110
1992 y 1994. La Ley 70 gener una explosin de listas de candidatos por comunidades negras a la Cmara,
logrando una votacin acumulada similar a la de las comunidades indgenas. A pesar de esta inusitada
participacin, la movilizacin poltica tanto electoral como del movimiento social en general no
corresponde a las propuestas de carcter tnico-cultural. La mayora de quienes participan a nombre de lo
negro siguen esgrimiendo reivindicaciones y derechos muy vagos, y el grueso de los candidatos
corresponden a los partidos tradicionales que encuentran en lo negro una alternativa a sus apetitos
electorales. Sin embargo, es posible afirmar que el movimiento social de comunidades negras, con sus
prcticas directas y participativas articuladas sobre la diferencia cultural, ha empezado el proceso de
transformar la cultura poltica convencional no slo en el Pacfico, sino tambin ms all de esta regin.

3. Cultura, territorio y biodiversidad

El Pacfico colombiano es un territorio ocupado por grupos tnicos, de inmensos recursos naturales, y de
importancia estratgica en las polticas actuales del gobierno y del aparato internacional del desarrollo. La
reivindicacin de derechos territoriales por las comunidades afrocolombianas que representan el 93% de la
poblacin regional es un aspecto que preocupa al gobierno y a los sectores polticos. Las distintas
expresiones organizativas de comunidades afrocolombianas en la regin han ido involucrndose cada vez
ms en las discusiones sobre manejo y control de recursos naturales, incluyendo la biodiversidad y los
recursos genticos, en la medida en que estn relacionados con la defensa del territorio.

De hecho, la relacin entre territorio, cultura y recursos naturales constituye uno de los ejes centrales de
discusin al interior del movimiento, as como de confrontacin entre ste y los programas del Estado.
Tambin ha estado presente en los conflictos por los impactos ambientales, sociales y culturales entre las
comunidades y empresarios madereros, mineros y agroindustriales. Igualmente, causa tensiones entre
diversas organizaciones comunitarias, y entre algunos sectores comunitarios y las organizaciones
tnico-territoriales. Todo esto se debe a una intensificacin sin precedentes de los proyectos de modernidad
y capitalismo, especialmente en la ltima dcada (Escobar y Pedrosa, 1996). Por un lado, los procesos de
colonizacin que se vienen desarrollando en la zona por parte de campesinos, proletarios o empresarios
desplazados del interior del pas son portadores de lgicas culturales distintas y estn teniendo un impacto
considerable. Por otro lado, el gobierno impulsa planes de desarrollo masivo que buscan crear
infraestructura para la entrada en grande del capital. Las intervenciones en defensa de recursos naturales
han tomado hasta ahora la forma de estrategias convencionales de ampliacin de parques nacionales y de
forestera social con poca o nula participacin comunitaria. Solamente un pequeo pero simblicamente
importante proyecto para la conservacin de la biodiversidad ha intentado, aunque de manera ambigua,
atender a las demandas del movimiento tnico-cultural.
20
Finalmente, el narcotrfico tambin est haciendo
su entrada en la zona en la forma de grandes proyectos mineros, tursticos y agroindustriales.

A pesar de que los procesos organizativos que reivindican el territorio y la perspectiva cultural y tnica del
manejo de recursos naturales son relativamente recientes, estos aspectos se han convertidos en centrales
para el movimiento en la articulacin de una estrategia poltica. Sin embargo, la situacin organizativa de
las comunidades mismas en el Pacfico centro y sur es an dbil, aunque ya se han acumulado varias
experiencias positivas de negociacin de conflictos ambientales entre stas y entidades del Estado.
21
Las
mismas experiencias han permitido constatar una serie de factores de importancia poltico-ambiental. No
slo las entidades pblicas a cargo de proteger los recursos naturales son dbiles, sino que con frecuencia
existen relaciones de inters entre los funcionarios de dichas entidades y quienes los explotan. En algunas
ocasiones, funcionarios pblicos se han aliado con empresarios para comprometer a miembros de las
organizaciones populares. Los funcionarios locales, por su lado, se sienten temerosos de enfrentar las
problemticas ambientales que ocurren en sus jurisdicciones. Finalmente, las resoluciones del gobierno
para el control de abusos ambientales son frecuentemente tardas e ineficientes, as en algunos casos los
perpetradores acepten asumir ciertas medidas mitigantes del impacto ambiental.

Es importante resaltar algunas de las concepciones sobre territorio y biodiversidad que han sido elaboradas
al interior del movimiento social, en alguna medida en el intercambio entre activistas y sectores estatales,
acadmicos o polticos. Como ya se haba evidenciado en la discusin de los principios, para las
organizaciones tnico-culturales, el territorio es un espacio fundamental multidimensional en el que se
crean y recrean las condiciones de sobrevivencia de los grupos tnicos y los valores y prcticas culturales,
sociales y econmicos que les son propios. La defensa del territorio es asumida en una perspectiva histrica
que liga el pasado con el futuro. En el pasado, la historia de los asentamientos mantuvieron cierta
autonoma, conocimientos, modos de vida, y sentidos ticos y estticos que permitieron ciertos usos y
111
manejo de los recursos naturales. Parte de estos elementos y saberes est siendo destruida hoy en da ante la
avalancha homogenizadora desarrollista que genera prdida de conocimientos, prcticas culturales y
territorio, y que convierte a la naturaleza en mercanca. Ante las fuertes presiones nacionales e
internacionales por los recursos naturales, genticos y de biodiversidad, las comunidades negras
organizadas se aprestan a dar una lucha desigual, decisiva y estratgica, la de mantener el ltimo espacio
territorial del pas sobre el cual an ejercen niveles de control social y cultural significativos.

A travs de la prctica organizativa misma, y especialmente en lo relacionado con la demarcacin de
territorios colectivos, los activistas del movimiento han desarrollado una importante concepcin del
territorio. Esta concepcin enfatiza varios aspectos en cuanto a las dinmicas de poblamiento, el uso de los
espacios, y las prcticas de significado y uso de recursos. Los asentamientos ribereos, por ejemplo,
muestran un poblamiento longitudinal y discontinuo a lo largo de los ros en los que las actividades
econmicas pesca, agricultura, aprovechamiento forestal y minera se articulan y combinan
dependiendo de la ubicacin de los pobladores en los segmentos bajo, medio y alto de las cuencas
hidrogrficas. A esta relacin longitudinal se superpone otra de orientacin transversal al ro regulada por
los saberes y utilizacin de los recursos del bosque. La vega es el espacio donde las variedades de flora y
fauna silvestre han sido domesticadas para el uso medicinal y alimenticio, mientras que en el bosque se
mantienen especies silvestres relacionadas. La ocupacin contigua por parte de varias comunidades crea
vnculos y relaciones sociales, econmicas y culturales entre ellas que tambin se reflejan en arreglos
espaciales para la utilizacin de recursos.
22


Estos patrones de significado-uso son de gran importancia en la teorizacin y cuantificacin de la
biodiversidad, punto que muchos activistas buscan entender y politizar. Son, de hecho, pensados por ellos
como una construccin cultural. La defensa del territorio tiene que ver con la defensa y desarrollo de la red
de relaciones sociales y culturales que se han estructurado a partir de l. Implica la configuracin de nuevos
sentidos de pertenencia ligados a un proyecto de vida colectivo y la redefinicin de las relaciones con la
sociedad colombiana. En la visin del Proceso de Comunidades Negras del Pacfico centro-sur, esta
posibilidad es ms real en los palenques que agrupan organizaciones de comunidades negras, tanto rurales
como urbanas. Lo que est en juego en la Ley 70, de esta forma, no es el territorio de tal o cual comunidad,
sino el concepto mismo de territorio y de territorialidad como elemento de una construccin poltica posible
desde lo afrocolombiano, o en trminos ms generales, desde los nativos y renacientes del Pacfico. Ms
all de los aspectos fsicos e incluso culturales, para los grupos tnicos la lucha por el territorio es la lucha
por la autonoma y la autodeterminacin. Y esto es, en esencia, una confrontacin poltica.

Para muchos de los activistas y pobladores del Pacfico, perder el territorio es volver a ser esclavos; dicho
de modo ms contundente, es convertirse simplemente en ciudadanos. Un corolario de esta afirmacin es la
definicin de biodiversidad por parte del movimiento social como territorio ms cultura. En esta
definicin se encarna todo una ecologa poltica que muchos actores sociales en muchas partes del mundo
ecologistas, activistas, bilogos y planificadores de la biodiversidad, Ongs intentan definir hoy en da.
Como lo hemos demostrado, los activistas y las comunidades afrocolombianas no son en ninguna medida
un actor a despreciar en la ya impresionante red de discursos y estrategias que constituye eso que hoy se
entiende por conservacin de la biodiversidad (vase el captulo 8). Tanto desde el punto de vista de sus
contribuciones tericas como polticas, el movimiento social de comunidades negras aqu reseado
constituye un actor de importancia en la redefinicin de la ecuacin naturaleza-cultura en el umbral del
siglo XXI.

4. Frente al problema del desarrollo

Desde la perspectiva del Pcn los planes de desarrollo en el contexto del Pacfico colombiano no han ido ms
all de soluciones materiales que corresponden a necesidades e intereses de los grupos econmicos
nacionales e internacionales. Corresponden en todos los casos a planes de inversin para potenciar la
dinmica extractiva y el aprovechamiento de los recursos naturales segn la ubicacin estratgica de la
regin en la red de relaciones comerciales que promete la cuenca del Pacfico a nivel mundial. Cuando se
revisan estas experiencias Plan de Desarrollo Integral de la Costa Pacfica, Pladeicop (1983-1993) y el
actual Plan Pacfico de Desarrollo Sostenible (Dnp, 1983, 1992) se encuentra que, en trminos generales,
la acepcin de desarrollo que implican est encaminada a generar una opcin contra las culturas, que apunta
no al fortalecimiento de las diversidades sino al entronizamiento de la homogeneizacin (Escobar y
Pedrosa, 1996).

112
Colombia, al igual que otros pases en Amrica Latina y el mundo, abri sus puertas a la globalizacin de la
economa. En este marco de relaciones, y teniendo en cuenta la riqueza natural y la ubicacin geopoltica de
la regin, es clara la contradiccin que existe con las expectativas e intereses de la comunidad negra a pesar
del reconocimiento de sus derechos tnico-territoriales. An cuando la nueva Constitucin reconoce y
protege la diversidad tnica y cultural, son las dinmicas del mercado las que continan definiendo las
pautas para el desarrollo y la biodiversidad en todo el pas as como en otras partes del mundo
(Martnez-Alier, 1996) pero es especialmente en la regin del Pacfico donde se centran los conflictos de
inters entre dichas dinmicas y las alternativas propuestas desde los grupos tnicos.

Para las organizaciones que conforman el Proceso de Comunidades Negras, el desarrollo debe inspirarse en
principios que reflejen las aspiraciones y derechos de las comunidades, y que propendan por mantener los
valores de la cultura ancestral y la riqueza natural de la regin. En tal sentido, los planes de desarrollo deben
ser canales para potenciar la capacidad de decisin, creatividad, solidaridad, respeto mutuo, valoracin de
lo propio, dignidad y conciencia de derechos y deberes, la identidad tnica y el sentido de pertenencia al
territorio. Los planes de desarrollo deben partir de una consideracin global de la gente del Pacfico, deben
tener una visin del presente y del futuro, permitir una visin colectiva y no individual de s mismos, y
facilitar la toma de decisiones desde la regin. Un plan no es slo la creacin de infraestructura y
condiciones materiales; debe respetar los lenguajes locales y alimentar las tradiciones y culturas.

Los principios de compensacin, equidad, dominio, autodeterminacin, afirmacin de ser y sostenibilidad
que propone el Pcn para cualquier propuesta de plan de desarrollo
23
deben en conjunto apuntar a reparar los
desbalances histricos entre el aporte de los afrocolombianos a la construccin de la nacionalidad en lo
poltico, social, ambiental, cultural y material y la escassima retribucin de la nacin a las comunidades;
garantizar el acceso equitativo a oportunidades de educacin, salud, vivienda digna, transporte, empleo y
promocin en general y la distribucin equitativa a las regiones de comunidad negra de recursos asignados
por los planes para la inversin social y productiva; fortalecer la relacin ser humano-territorio y el dominio
de los pobladores sobre sus territorios ancestrales; fortalecer la capacidad de las comunidades para ser
actores de destinos histricos; afirmar el derecho de las comunidades de determinar lo que les conviene e
incidir en la decisin, ejecucin y control de los procesos de planificacin; y afirmar el derecho a la
diferencia de las culturas, modos de ser social y visiones de vida.

Los cinco primeros principios son entendidos por el Pcn como constitutivos de la sostenibilidad y sta
como la condicin para seguirle apostando a la vida, la paz y la democracia en Colombia, en armona con la
naturaleza y en donde las diferencias y diversidades culturales no sean argumento para la discriminacin, la
exclusin y la violencia (Pcn, 1994). Constituyen una ecologa poltica orientada a reconstruir la relacin
entre naturaleza y cultura.


Conclusin

En el Pacfico colombiano se ha estado desarrollando un movimiento social de importancia. Concebido
desde una perspectiva abiertamente tnico-cultural, y en las condiciones histricas particulares de la regin
en los contextos nacional y global, el movimiento de comunidades negras ha venido creciendo en alcance y
complejidad. El movimiento se enfrenta a la creciente presencia de empresarios, colonos, expertos,
desarrollistas, narcotraficantes y otros agentes de la modernidad euro-andina, los cuales buscan instaurar un
rgimen de construccin de naturaleza y cultura distinto al que hasta pocas recientes ha prevalecido en la
regin.

El movimiento afrocolombiano del Pacfico, de esta manera, refleja una lucha intensa por la libertad y
autonoma de las culturas minoritarias y por la naturaleza misma. Esta lucha avanza a travs de una
laboriosa y lenta construccin de identidades colectivas afrocolombianas o afropacfico que se articulan
con relacin a discursos de desarrollo alternativo, conservacin de la biodiversidad y diferencia cultural. A
travs de su prctica, el movimiento afronta diversos problemas que implican lecciones de importancia para
otras luchas y campos de estudio, desde los anlisis crticos del desarrollo hasta la ecologa poltica. Las
concepciones de territorio como espacio existencial autoreferencial, en el sentido de Guattari (1993b)
y de biodiversidad como la interrelacin entre territorio y cultura proporcionan importantes elementos
para la reorientacin de estrategias de conservacin de la biodiversidad desde las perspectivas locales de
autonoma, identidad, y desarrollo alternativo.

En el presente trabajo hemos insistido en el hecho de que el movimiento afrocolombiano encarna una
113
politizacin de las culturas que repercute en la cultura poltica establecida. La crisis social y poltica que
vive el pas hoy en da encuentra en el movimiento negro como propuesta nacional una serie de elementos
para reordenar su imaginario y proyecto de sociedad y de nacin. Las posiciones firmes y radicales pero
pluralistas y no violentas del movimiento pueden servir igualmente para avanzar procesos de paz y
solidaridad con la naturaleza y la sociedad tan necesarios en Colombia. A pesar de las fuerzas destructivas
que se ciernen sobre el Pacfico, y en el clima de ciertas coyunturas favorables en lo ambiental y lo cultural,
no es imposible pensar que el movimiento social afrocolombiano est representando, a travs de su
innovadora articulacin de cultura, naturaleza y poltica, una defensa real de los paisajes sociales y
naturales del litoral.


114












TERCERA PARTE:


ECOLOGA POLTICA




115







8. CULTURA POLTICA Y BIODIVERSIDAD:
ESTADO, CAPITAL Y MOVIMIENTOS SOCIALES EN EL PACFICO COLOMBIANO


Introduccin: la poltica cultural sobre la naturaleza
24


La posicin central que ocupa la naturaleza en polticas de ndole diversa desde las reaccionarias hasta
las progresistas se vuelve cada vez ms clara. La invencin y reinvencin de la naturaleza es, en palabras
de la terica Donna Haraway, tal vez el tema ms crucial de esperanza, opresin y controversia de nuestro
tiempo para los habitantes del planeta (1991:1). Inherente a esta afirmacin se encuentra la propuesta de
que aquello que se entiende como naturaleza ya no puede darse por sentado. Mientras que muchos de
nosotros seguimos apegados a la idea anacrnica del naturalismo la creencia en una naturaleza externa y
prstina, anterior a cualquier construccin, e independiente de la historia de la humanidad recientes
avances tecno-cientficos prometen liberarnos de los grilletes de dicha tradicin. Comenzando por el Adn
recombinante, las incursiones de la tecnociencia en la trama molecular de la naturaleza han ido
constantemente en aumento. Hoy se pueden patentar formas de vida, perfeccionarse el genoma humano,
lograr la reproduccin bajo condiciones que apenas ayer parecan imposibles, y mejorar los cultivos con
genes tomados en prstamo de varios micro organismos. Todos estos logros representan transformaciones
profundas en la relacin entre los humanos y la naturaleza. En palabras de Rabinow cuando explica el
rgimen biosocial naciente: la naturaleza se fabricar y refabricar mediante tcnicas, y eventualmente se
volver artificial, tal como la cultura se vuelve natural (1992:141).

Si acaso todava existen lugares sobre la Tierra en donde la ideologa del naturalismo permanezca viva,
seran las selvas tropicales. Son sitios de naturaleza violenta, vida flexible [...] uno de los ltimos
repositorios del planeta de aquel sueo infinito (de naturaleza prstina), como lo explica Edward Wilson
(1993) en su ampliamente referenciado tratado sobre la diversidad biolgica. No en vano se perciben las
selvas hmedas tropicales como las formas ms naturales de naturaleza an sobre la Tierra, habitadas por
las personas ms naturales (gentes aborgenes) en posesin de los conocimientos tambin ms naturales
para salvar la naturaleza (conocimientos aborgenes). Sin embargo, veremos cmo los bosques tropicales
lluviosos de todo el mundo estn siendo inevitablemente lanzados hacia proyectos tecnocientficos y
administrativos que disean la naturaleza. Los proyectos para la conservacin de la biodiversidad casi
siempre financiados por Ongs del Norte y por el Fondo Mundial para el Ambiente (Gef) del Banco
Mundial incorporan planificadores nacionales y comunidades locales en las complejas polticas de la
tecnociencia, que ven en los genes de las especies selvticas la clave para conservar los frgiles ecosistemas;
y ello ocurre en pases tan diferentes como Costa Rica, Tailandia, Costa de Marfil, Colombia, Malasia,
Camern, Brasil y Ecuador. Segn el argumento bsico, los genes de las especies selvticas constituyen una
valiosa biblioteca de informacin gentica, fuente de drogas maravillosas y, tal vez, reserva de abundancia
de alimentos que podran convertirse en productos muy valiosos mediante biotecnologa. As, pues, se
preserva al bosque lluvioso, a la vez que se obtienen pinges ganancias que beneficiaran tambin a los
pobladores locales.

El motivo por el cual se le presta tanta atencin a la selva tropical actualmente radica en lo que podra
denominarse la irrupcin de lo biolgico como hecho social central de las polticas globales del siglo XX.
Despus de dos siglos de destruccin sistemtica de la vida y la naturaleza, la supervivencia de la vida ha
surgido como aspecto crucial de los intereses del capital y la ciencia, mediante un proceso dialctico
iniciado por el capitalismo y la modernidad. La conservacin y el desarrollo sostenible se convirtieron en
problemas ineludibles para el capital, obligndole a modificar su lgica anterior: la de la destruccin. De
acuerdo con ella, la naturaleza era vista como un mundo exterior de materias primas, las cuales deban
hacerse propias a cualquier costo. Sin embargo, con la irrupcin de lo biolgico en el teatro global del
desarrollo, la preocupacin por la seguridad y el medio ambiente han generado una nueva perspectiva hacia
la vida. En palabras de Wilson (1993): la clave para la supervivencia de la vida como la conocemos hoy, es
el mantenimiento de la diversidad biolgica. El creciente discurso sobre la biodiversidad es el resultado de
116
la problematizacin de lo biolgico, pues coloca a las reas de selva tropical lluviosa en una posicin
biopoltica global fundamental.

En este captulo examinamos las reconversiones de la naturaleza y la cultura que ocurren dentro del marco
de dicho discurso. El centro geogrfico de inters es el Pacfico colombiano; un rea de selva tropical
lluviosa de una diversidad casi legendaria. La poltica cultural de la naturaleza en esta regin est inscrita en
tres procesos bsicos desarrollados simultneamente despus de 1990: a) las radicales polticas de apertura
hacia los mercados mundiales, favorecidas por el gobierno en aos recientes, con especial nfasis en la
integracin de las economas de la cuenca del Pacfico con el resto del pas; b) las nuevas estrategias de
desarrollo sostenible y conservacin de la biodiversidad; y c) las crecientes y cada vez ms visibles formas
de movilizacin de poblaciones negras e indgenas.

Entiendo poltica cultural como el proceso que se ejecuta cuando los actores sociales, moldeados o
caracterizados por diferentes significados y prcticas culturales, entran en conflicto. La nocin de poltica
cultural asume que los significados y prcticas culturales en particular aquellas teorizadas como
marginales, de oposicin, minoritarias, residuales, emergentes, alternativas, disidentes y similares, todas
ellas concebidas con respecto a un orden cultural dominante son fuente de procesos que pueden
considerarse polticos. El que esto rara vez se observe como tal, es ms el reflejo de las encasilladas
definiciones de la poltica y no indicativo de fuerza social, eficiencia poltica o relevancia epistemolgica.

Una poltica cultural determinada tiene el potencial de redefinir las relaciones sociales existentes, las
culturas polticas y circuitos del conocimiento. La cultura se vuelve poltica cuando los significados se
convierten en fuente de procesos que, ya sea implcita o explcitamente, buscan redefinir el poder social. En
las reas de selva tropical lluviosa, dicha redefinicin est mediada por las formas de producir
conocimiento y movilizacin poltica, ntimamente relacionadas con la construccin de identidades tnicas.
Esta poltica cultural altera las prcticas y el entendimiento familiar que se tiene de la naturaleza, a la vez
que intenta liberar las ecologas locales, tanto mentalmente como en la naturaleza misma, de sistemas
arraigados en clases, gnero y de dominacin tnica y cultural.

La primera parte de este captulo describe la regin del Pacfico colombiano. Dicha regin ha sido objeto
reciente de intervencin por el capital y el Estado dentro del contexto de la apertura, bajo el estandarte del
desarrollo sostenible. La segunda parte examina brevemente el discurso de la biodiversidad, tal como se
gest en 1990 desde las Ongs del Norte y las organizaciones internacionales, y su aplicacin particular en
Colombia. La tercera parte analiza detalladamente el movimiento de las poblaciones negras, nacido como
respuesta contra la arremetida desarrollista. Tambin aborda las formas como este movimiento participa en
las discusiones sobre biodiversidad. Finalmente, en la cuarta parte se elabora la nocin de poltica cultural
de la naturaleza, mediante la imaginacin de una estrategia de naturalezas hbridas que dependeran de
nuevas articulaciones entre lo orgnico y lo artificial. Se discutir cmo los activistas de movimientos
sociales y los intelectuales progresistas interesados por la naturaleza de la naturaleza, se ven enfrentados a
defender las formas locales de conciencia y las prcticas de la naturaleza, cuyo xito podra depender de las
alianzas que establezcan con los defensores de las aplicaciones biotecnolgicas a la biodiversidad, es decir,
con los proponentes de lo artificial. Al igual que el concepto de culturas hbridas, la estrategia de la
naturaleza hbrida es vista como un medio para elaborar nuevas representaciones de la situacin del Tercer
Mundo, y tambin como posibilidad para el postdesarrollo.


La llegada del desarrollo al Pacfico colombiano

Las reas de selva tropical lluviosa constituyen un espacio social donde se observa la reinvencin de la
naturaleza, la bsqueda de acercamientos sociales y econmicos alternativos, y modos cambiantes del
capital. Ms an, el entramado de estos tres procesos sirve como marco interpretativo para investigar las
prcticas polticas de los diversos actores sociales. Dicha red de fuerzas sugiere los siguientes interrogantes:
primero, cmo se estn modificando las relaciones entre gente y naturaleza? Qu enseanza nos puede
dejar esta transformacin acerca de las teorizaciones postmodernas de la naturaleza y la cultura, derivada
especialmente de contextos del Primer Mundo? segundo, qu puede aprenderse de las luchas y los debates
sobre las selvas tropicales con respecto a los diseos socioeconmicos alternativos y sobre la posibilidad de
trascender el imaginario del desarrollo? (Escobar, 1995, 1998a); tercero, corroboran los hechos en estas
reas la afirmacin de que el capital est entrando a una fase ecolgica (OConnor, 1993), en la cual las
formas modernas de destruccin coexistiran con las formas postmodernas de conservacin? y, finalmente,
qu nos dicen los enfrentamientos socioeconmicos y culturales por definir a las selvas tropicales con
117
respecto a las polticas de oposicin, los imaginarios disidentes y la accin colectiva de grupos sociales? En
lo que sigue, exploraremos el significado de dichas preguntas basndonos en el trabajo de campo realizado
en una regin particular de la selva tropical colombiana.

La regin del Pacfico colombiano es una vasta rea de selva tropical lluviosa de aproximadamente 960
kilmetros de largo, que flucta entre 80 y 160 kilmetros de ancho. Se extiende desde Panam hasta
Ecuador, y desde la vertiente occidental de la Cordillera Occidental hasta el Ocano Pacfico.
Aproximadamente el 60% de la poblacin vive en algunas pocas ciudades y pueblos grandes, mientras que
el restante habita las reas a lo largo de los ros que corren desde la cordillera hasta el mar. Los
afrocolombianos, descendientes de esclavos trados del frica a comienzos del siglo XVII para la minera
del oro, conforman el grueso de la poblacin, aun cuando tambin hay aproximadamente unos cincuenta
mil indgenas. Estos ltimos pertenecen especialmente a las etnias embera y waunana que habitan al norte
del departamento del Choc. Los grupos negros, objeto central de este escrito, mantienen y han
desarrollado prcticas culturales de origen tanto africano como espaol como actividades econmicas
diferentes, familias extensas, bailes especiales, tradiciones orales y musicales, cultos fnebres, brujera y
otras a pesar de que dichas actividades se mezclan cada vez ms con formas urbanas modernas, debido en
parte a migraciones internas y externas, como tambin al impacto ocasionado por las mercancas, los
medios de comunicacin y los programas para el desarrollo que se disean desde el interior del pas.
Aunque la regin nunca ha estado aislada de los mercados mundiales los ciclos de bonanzas aurferas, del
platino, las maderas preciosas, el caucho, la industria maderera (Whitten, 1986; Friedemann, 1989) y, como
lo veremos enseguida, tambin los recursos genticos han amarrado a las comunidades negras con la
economa mundial fue apenas en la dcada del ochenta cuando se tuvo en cuenta a esta regin con
polticas organizadas para su desarrollo.

Lo que ocurre actualmente en el Pacfico es algo sin precedentes: planes para el desarrollo a gran escala,
apertura de nuevos frentes para la acumulacin de capital como cultivos de palma africana y criaderos
artificiales de camarn, y numerosas movilizaciones de indgenas y negros. Tres actores principales: el
Estado, el capital y los movimientos sociales, luchan por definir el futuro de la regin. Detrs de estos
actores hay ordenes culturales y polticas diferentes, cuyas genealogas y lazos de unin con racionalidades
socioeconmicas y culturales deben ser aclaradas. El estudio de la poltica cultural de cada uno de estos tres
actores es importante porque el futuro de la regin depender, en buena parte, de cmo se la defina y
represente. Analicemos, entonces, cmo el Estado, el capital y los movimientos sociales, buscan desplegar
su discurso y actividades en el Pacfico colombiano.

El discurso del Estado: apertura y desarrollo sostenible

Hasta hace poco, prcticamente todos los escritos sobre el Pacfico comenzaban mostrando la imagen de
una regin olvidada por Dios y el gobierno, sus habitantes viviendo bajo primitivas condiciones de
subsistencia, el medio ambiente malsano, clido y hmedo como en ninguna otra parte del planeta; una
especie de tierra de nadie donde slamente se aventuraban algunos capitalistas rudos, colonos,
misioneros y ocasionalmente algn antroplogo, que se atrevan a trabajar entre indios y negros. De
acuerdo con algunos indicadores, la regin es muy pobre. Algunos de estos indicadores son: el ingreso per
capita, la tasa de analfabetismo y el nivel nutricional. La malaria causa estragos dado que el rea,
especialmente hacia el norte, tiene uno de los ndices de precipitacin y humedad ms altos del mundo.

Estas caractersticas fueron enfatizadas a principios de la dcada del ochenta como argumento inevitable e
incontrovertible para hacer intervenciones desarrollistas. El determinismo geogrfico y ecolgico que se la
ha endilgado a la regin del Pacfico colombiano mediante estas representaciones atrasada, enferma,
necesitando de la mano blanca del gobierno, del capital y la tecnologa para liberarla de centurias de
letargo la presenta como una realidad emprica que debe afrontarse mediante una apropiada intervencin
tcnica y econmica. El Pacfico ingres a la era del desarrollo cuatro siglos despus que el resto del pas
mediante el lanzamiento del Plan de Desarrollo Integral para la Costa Pacfica (Pladeicop) en 1983. Este
plan cambi de manera significativa la poltica de abandono mantenida por el gobierno durante siglos. Fue
diseado e implementado por la Corporacin Autnoma del Cauca (Cvc), la cual inici labores a mediados
de la dcada del cincuenta con fondos del Banco Mundial y la asesora de David Lilienthal del Tennessee
Valley Authority. Desde sus inicios, la Cvc ha sido la principal fuerza social que ha moldeado el dinmico
desarrollo capitalista en el frtil Valle del Cauca, al suroccidente de Colombia.

Acorde con el acercamiento para el desarrollo regional seguido por la Cvc, el nuevo plan para el Pacfico
118
colombiano presentaba tres componentes bsicos: la construccin de infraestructura (carreteras,
electrificacin, suministro de agua, etc.), el ofrecimiento de servicios sociales (salud, educacin,
alimentacin, programas para generar ingresos para la mujer), y la implementacin de proyectos de
desarrollo rural para pequeos campesinos en reas ribereas. Sin embargo, el logro principal del programa
fue la creacin, por primera vez en la historia de Colombia, de la imagen del Pacfico como un todo regional
integrado geogrfica y ecoculturalmente, susceptible de un desarrollo sistemtico. Este desarrollismo es
el nuevo simbolismo al que se ha sometido la regin del Pacfico en tiempos modernos. Fue colocada
dentro de un nuevo rgimen de representacin en el cual el capital, la ciencia y las instituciones estatales,
suministran las categoras significantes. De esta manera, Pladeicop comenz y luego intensific el
proyecto de modernidad en el Pacfico, mediante la creacin de la infraestructura necesaria para la llegada
del capital de manera ordenada, como tambin mediante la iniciacin del proceso de intervencin social
con expertos un aspecto central de la modernidad por sus pueblos y asentamientos ribereos. Ms an,
Pladeicop intent colocar los programas sociales como base de su estrategia para el desarrollo integral, en
contraposicin a la filosofa convencional que vea en el crecimiento econmico la fuerza gestora del
desarrollo social, de acuerdo con la gua de la Unicef que se fundamenta en las necesidades humanas
bsicas tendencia muy en boga a comienzos de los aos ochenta.

Sin embargo, el diseo e implementacin de los programas bsicos de servicios sociales se vieron
perjudicados por muchos problemas, incluyendo el hecho de que se basaban en anteproyectos tecnocrticos
diseados para condiciones completamente diferentes, como aquellas existentes en la regin Andina del
interior del pas. A pesar de algunos intentos por enganchar la participacin local, estos programas no
tuvieron en cuenta las culturas ni las condiciones locales. Por ejemplo, a finales de los aos ochenta y
comienzos de los noventa, a los agricultores ribereos les ofrecieron crditos y asistencia tcnica para el
cultivo y comercializacin del cacao y del coco, programa copiado de los paquetes de desarrollo rural
integrado diseados desde haca ms de una dcada para campesinos andinos. El programa pas por alto no
slo las diferentes condiciones sociales, ecolgicas y agrcolas, sino tambin las actividades de la familia
afrocolombiana. Mediante la introduccin de prcticas como la metodologa de planificacin en la finca
que propenda por modelos orientados hacia la rentabilidad y la contabilidad agrcola, algo nunca antes
visto en la regin el programa alentaba una reconversin cultural que resultaba necesaria para
mercantilizar exitosamente la tierra, el trabajo y la agricultura de subsistencia. Ms an, algunos de los
campesinos que participan en el programa parecen estar haciendo esa transformacin, aunque retienen
muchas de sus prcticas y creencias tradicionales con respecto a la tierra, la naturaleza, la economa y la
vida en general. As, inician el proceso de hibridacin cultural entre formas modernas y no modernas
motivada por las intervenciones desarrollistas en tantos lugares del Tercer Mundo.

Desde finales de los aos ochenta, el gobierno persigue una amplia poltica de integracin con las
economas de la cuenca del Pacfico. El Ocano Pacfico rebautizado como el Mar del Siglo XXI se
percibe como el espacio socioeconmico, y en menor escala cultural, del futuro. Dentro de este imaginario
naciente, la regin del Pacfico colombiano ocupa un lugar importante como plataforma de lanzamiento
para la macroeconoma del futuro. Como veremos ms adelante, el descubrimiento de la biodiversidad en
esta regin es uno de los principales componentes de su imaginario. Sin embargo, dicho imaginario
coexiste de manera contradictoria con la radical poltica de apertura instaurada por el gobierno despus de
1990. En medio de esta contradiccin, los aspectos del desarrollo han tomado dos direcciones. Por una parte,
est la intervencin dominante mediante un ambicioso plan para el desarrollo sostenible, denominado
Plan Pacfico (Dnp, 1992). Este plan es ms convencional an en su diseo que Pladeicop, y sus resultados
sern ms devastadores, pues promueve el desarrollo capitalista. Por ello encuentra oposicin entre las
comunidades negras e indgenas, que ven en el discurso de la apertura una tendencia nefasta dirigida a
quitarles el control sobre los ricos recursos de la regin. Por otra parte, el gobierno tambin ha iniciado un
proyecto ms modesto nueve millones comparados con los doscientos cincuenta millones de dlares
destinados al Plan Pacfico para cuatro aos, para la conservacin de la biodiversidad regional, bajo el
auspicio de Gef del Banco Mundial (Gef/Pnud, 1993). En la prxima seccin trataremos sobre este
proyecto.

Nuevas formas de capital en el Pacfico

La explotacin maderera y la minera han sido actividades extractivas en el bosque tropical lluvioso del
Pacfico durante dcadas, aun cuando la escala de operaciones se ha intensificado con la aplicacin de
tcnicas como en la minera aurfera industrial, buena parte de la cual es financiada con dinero del
narcotrfico. La madera es recolectada por grandes compaas multinacionales y colombianas, al igual que
119
por colonos pobres. De acuerdo con algunos estimativos, la deforestacin alcanza doscientas mil hectreas
anuales. Durante los ltimos aos, adems del incremento en la acumulacin de capital en estos sectores, y
como secuela de las estrategias de integracin y apertura, ha aumentado la inversin en nuevos sectores,
como en las plantaciones de palma africana para la produccin de aceite; los cultivos artificiales de
camarn; enlatadoras de palmitos; la pesca costera y en mar adentro; pesca, procesamiento, y empaque de
camarn y pescado para exportacin; y el turismo.

Cada una de estas nuevas formas de inversin produce notables transformaciones culturales, ecolgicas y
sociales, especialmente observables en el rea de Tumaco, en la parte sur del Pacfico cerca a la frontera con
el Ecuador, donde la produccin de aceite de la palma africana y el cultivo de camarones alcanzan niveles
importantes. La tierra para el cultivo de la palma africana se obtiene de los campesinos negros, bien sea por
la fuerza o la compra, ocasionando desplazamientos masivos y el aumento de la proletarizacin. Los
desplazados trabajan en los cultivos por sumas exiguas o, como en el caso de las mujeres, en las
empaquetadoras de pescado en el puerto de Tumaco. Colombia es actualmente el quinto productor mundial
de aceite de palma africana, con un aumento muy notable a partir de 1985 especialmente en el rea de
Tumaco, ms que todo en plantaciones grandes de miles de hectreas organizadas por reconocidos grupos
capitalistas de Cali. La palma africana representa en dlares el 3% del Gdp en agricultura. Se trata de una
actividad muy significativa que ha transformado el paisaje biocultural de unos aislados parches de tierra
cultivada en medio del bosque por gente local a hileras interminables de rboles de palma, tan comunes en
la agricultura moderna. El ejrcito de trabajadores inicia su viaje por ro antes del amanecer desde los
pueblos aledaos, regresando a sus hogares al final de la jornada, da tras da, sin poder realizar jams sus
propias actividades agrcolas.

El paisaje cultural y fsico tambin se ha visto alterado por la construccin de grandes piscinas para el
cultivo de camarn. Esto ha desequilibrado el frgil balance de los ecosistemas ribereos y martimos,
destruyendo grandes reas de manglares y estuarios que son esenciales para la reproduccin de la vida
acutica. La destruccin es an ms extensa en el Ecuador, donde la produccin artificial de camarn es
muchas veces mayor que en Colombia. El camarn es procesado y empacado localmente por mujeres, bajo
condiciones que recuerdan las estudiadas por Aihwa Ong (1987) en las fbricas multinacionales de
electrnica en Malasia. Muchas de esas mujeres se dedicaban antes a la agricultura de subsistencia, a la
pesca o la preparacin de carbn de lea, pero ahora han ingresado a las filas del nuevo proletariado en
condiciones extremadamente precarias. En los sectores de produccin de palma y camarn, coexisten
formas de trabajo del siglo XIX con tecnologa del siglo XX. La produccin de palma africana se beneficia
en gran medida de las mejoras genticas realizadas en los pases de gran produccin, como Malasia e
Indonesia (Escobar, 1996b). El cultivo de camarn es una operacin altamente tcnica que requiere de la
preparacin de la semilla en el laboratorio, alimentacin artificial, y el cuidadoso monitoreo de las
condiciones de cultivo. De tal modo, la ciencia y el capital operan como aparatos de captura (Deleuze y
Guattari,1987) que han recreado y disciplinado el paisaje, el dinero y el trabajo en una misma y compleja
operacin.

De acuerdo con estudios antropolgicos, la integracin de los afrocolombianos a la economa mundial
capitalista en el pasado se limitaba a ciclos de bonanza y colapso que no produjeron transformaciones
duraderas en la cultura local ni en las estructuras econmicas. Las comunidades locales lograron resistir,
utilizar y adaptarse a la dinmica de las bonanzas y colapsos sin mostrar cambios permanentes
significativos (Whitten, 1986; Arocha, 1991). Sin embargo, la escala y forma de las nuevas fuerzas del
capital hacen insostenibles las estrategias adaptativas a largo plazo. Socialmente aparecen nuevas formas de
pobreza y desigualdad a medida que los desplazados llegan a los abarrotados barrios pobres en ciudades
como Tumaco, la cual ha duplicado su poblacin en menos de diez aos, contando ahora con cien mil
habitantes. Polticamente ha aparecido una lite negra queriendo controlar su parte del pastel desarrollista,
modernizar las instituciones y la cultura negra, y finalmente hacer que los negros ingresen al siglo XX.
Los capitalistas animan estos cambios con cierto grado de conciencia, formando las alianzas necesarias con
las nacientes lites locales. Aun cuando comienzan a vivir la oleada de violencia, como en otras partes del
pas, no estn dispuestos a disminuir el ritmo de acumulacin.


Biodiversidad: nuevo imaginario de la cultura y la naturaleza

Nada poda ser ms adverso a la tan discutida conservacin de la biodiversidad del bosque tropical que la
minera del oro, la agricultura a gran escala, la industria incontrolada de las maderas y otras actividades por
el estilo. Sin embargo, alguien ha planteado el argumento de que el capital est ingresando a una fase
120
ecolgica, en la cual la lgica de la destruccin podra coexistir con la tendencia conservacionista
postmoderna (OConnor, 1993). La etiqueta capitalismo verde es una expresin de ese cambio, a pesar de
que las formas verdaderas de operatividad y la mutua articulacin y conflictos entre ambas formas de
capital digamos moderna y postmoderna todava no se entienden bien, e indudablemente se escapan de
las connotaciones superficiales sugeridas por la nocin de capitalismo verde. Lo cierto es que el poderoso
discurso de la conservacin de las especies, los ecosistemas y la diversidad gentica, es uno de los temas
ms importantes que se hayan desarrollado en los ltimos tiempos, y se extiende rpidamente por muchos
lugares. No es, de ninguna manera, un hecho arbitrario. Luego de doscientos aos de destruccin
sistemtica de la naturaleza, el discurso de la biodiversidad responde a lo que podra llamarse la irrupcin
de lo biolgico: esto es, la supervivencia de lo bitico como problema central del orden moderno.

El discurso de la biodiversidad promete salvar a la naturaleza de las prcticas destructoras, y en su lugar
instituir una cultura de la conservacin. Es una nueva manera para hablar sobre la naturaleza dentro de una
profunda mediacin tecnocientfica, y tambin es una nueva interfase entre la naturaleza, el capital y la
ciencia. Por supuesto, el origen de este discurso es bastante reciente, y podra rastrearse hacia dos textos
fundamentales: la estrategia global de la biodiversidad (Wri/Iucn/Unep, 1991), y la Convencin sobre la
biodiversidad firmada durante la Cumbre Mundial de Ro de Janeiro en 1992. Los artfices de este discurso
se identifican fcilmente: las organizaciones ambientales no gubernamentales del Norte, particularmente el
Instituto de los Recursos Mundiales de Washington D.C. (Wri) y la Unin para la Conservacin Mundial,
con asiento en Suiza; el Fondo Global para el Ambiente del Banco Mundial, un fondo de miles de millones
de dlares, de los cuales el 40% se destina a la conservacin de la biodiversidad; y el Programa para el
Medio Ambiente de las Naciones Unidas (Unep). Decenas de documentos, informes y reuniones de
expertos sobre el tema de los aspectos cientficos, institucionales y programticos de la conservacin de la
biodiversidad, han tenido xito consolidando su discurso y el despliegue, cada vez ms sofisticado, del
aparato institucional destinado a lograr un mayor alcance.

La clave para la conservacin de la biodiversidad, segn la visin promulgada por las instituciones
dominantes, est en hallar formas de utilizacin de los recursos de los bosques tropicales que garanticen su
conservacin a largo plazo. Dicho uso se debe fundamentar en el conocimiento cientfico de la
biodiversidad,
25
en sistemas apropiados de administracin y en mecanismos adecuados que establezcan los
derechos de la propiedad intelectual que protejan los descubrimientos que podran ofrecer aplicaciones
comerciales. Tal como ha sido expuesto en la Estrategia Global de la Biodiversidad, planteada por Daniel
Janzen experto reconocido en el tema: hay que conocerla para usarla, y hay que usarla para salvarla. La
prospeccin de la biodiversidad es decir, la bsqueda y clasificacin de la naturaleza por taxnomos,
botnicos y otros especialistas con el objetivo de encontrar especies que pudieran conducir hacia
importantes aplicaciones comerciales farmacuticas, agroqumicas o alimenticias comienza a surgir
como prctica principal entre quienes se hacen partcipes de la ecuacin conocerla-salvarla-usarla.
Conocida tambin como cacera de genes, la prospeccin de la biodiversidad se presenta como un
protocolo respetable para salvar la naturaleza (Wri, 1993) porque se considera que la fuente de los
beneficios y ganancias de la conservacin estn en los genes de las especies. Las actividades de prospeccin
ya se realizan en algunos puntos candentes del Tercer Mundo, con cateadores como los jardines
botnicos norteamericanos y europeos, compaas farmacuticas, bilogos independientes y Ongs del Sur.
Los inventarios y prospecciones de la biodiversidad dependen, muchas veces, del trabajo de parataxnomos
y paraeclogos, como en el caso de Costa Rica, quienes actan como paramdicos de la naturaleza bajo la
gua de bilogos muy bien entrenados, pertenecientes a lo que Janzen denomina taxoesfera internacional
(Janzen y Hallwachs, 1993; Janzen et al, 1993).

El aparato para la produccin de biodiversidad incluye a una serie de actores diferentes desde las Ongs
del Norte, organizaciones internacionales, jardines botnicos, universidades y corporaciones, hasta los
recientemente creados institutos para la biodiversidad en el Tercer Mundo, planificadores y bilogos del
Tercer Mundo, y comunidades y activistas locales cada uno con su propio marco interpretativo sobre qu
es la biodiversidad, qu debera ser, o qu podra llegar a ser. Estos marcos estn mediados por todo tipo de
mquinas: desde la lupa del botnico hasta los datos satelitales procesados por computador e introducidos
en programas de sistemas de informacin geogrfica (Sig) y de prediccin. Las especies, los humanos y las
mquinas participan en la formacin de la biodiversidad como discurso histrico, en lo que viene a ser otro
ejemplo ms de produccin mutua entre las tecnociencias y la sociedad (Haraway, 1991). Esta formacin
discursiva puede teorizarse como una red con mltiples agentes y lugares donde se producen conocimientos,
se debaten, utilizan y transforman. En breve veremos cmo los activistas negros del Pacfico colombiano
han tratado de penetrar en esta red.

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Una caracterstica interesante de la red de biodiversidad es que, a pesar del dominio de los discursos del
Norte, por primera vez en la historia del desarrollo, cierto nmero de Ongs del Tercer Mundo han tenido
xito en la articulacin de una visin de oposicin que circula en algunos puntos de la red, gracias en buena
parte a nuevas prcticas y medios, como lo son las redes electrnicas y los encuentros preparatorios de las
Naciones Unidas. Aunque este es un punto que no se puede elaborar en este captulo, s es importante
destacar que desde la perspectiva de estas Ongs la mayora del Sur y sudeste de Asia y algunas de
Amrica Latina la estrategia dominante es una forma de bioimperialismo. Por ejemplo, los proyectos de
la Gef van unidos por lo general con otras iniciativas convencionales sobre la utilizacin y privatizacin del
bosque lluvioso. Ms importante an, los crticos sostienen que la conservacin de la biodiversidad basada
en la biotecnologa terminar por erosionar la biodiversidad puesto que toda biotecnologa depende de la
creacin de mercados uniformes de mercancas. La diversidad de las mercancas no puede resultar en la
diversidad de culturas y especies. Por ejemplo, la historia de la manipulacin gentica de semillas tambin
es la historia de su progresiva comercializacin y de la prdida de su diversidad (Kloppenburg, 1988). La
destruccin de hbitats por los proyectos de desarrollo y por la monocultura mental y agrcola, son las
principales fuentes de destruccin de la biodiversidad, y no las actividades de los habitantes pobres de la
selva. Con la bioprospeccin, la enfermedad se ofrece como cura: las estrategias dominantes son como
colocar las ovejas al cuidado del lobo (Shiva, 1994; Weizsacker, 1993).

Desde el punto de vista biolgico, los ecosistemas biodiversos se caracterizan por la multiplicidad de
interacciones y por la coevolucin de las especies, de tal forma que las alteraciones biolgicas se reducen,
las amenazas biolgicas son menores, y se favorece la posibilidad de productos mltiples. Los crticos del
Tercer Mundo argumentan, estratgicamente, que las sociedades culturalmente diversas de los bosques
tropicales han preferido la auto-organizacin, la produccin fundamentada en la lgica de la diversidad y
prcticas de cultivo que favorecen tambin la diversidad, tales como cultivos mltiples, rotacin de cultivos
y reservas para extraccin. Crticos como Vandana Shiva sostienen que al rgimen del bioimperialismo
debe oponerse la nocin de biodemocracia, la cual se fundamenta en la eliminacin de los proyectos de
desarrollo a gran escala, el reconocimiento de los derechos de las comunidades, la redefinicin de la
productividad y la eficiencia que refleje, como resultado, ecosistemas de usos mltiples: el reconocimiento
del carcter biodiverso de la cultura y el control de recursos localmente por las comunidades.

Sin tratar de llegar a analizar la racionalidad de estas afirmaciones eludiendo la trampa de asumir a priori
cualquier tipo de sabidura ambiental local o la existencia de una relacin benevolente entre la cultura
local y la sostenibilidad a lo cual tienden algunos ambientalistas (Dahl, 1993; Hobart, 1993b) es posible
recalcar desde la perspectiva antropolgica la conexin necesaria que existe entre un sistema de
significados de la naturaleza y las prcticas concretas que se realizan en ella. Esta no es una relacin esttica.
A nivel local se estn creando continuamente nuevos rdenes polticos y culturales, a medida que las
comunidades ingresan a la poltica del desarrollo, del capital y del conocimiento experto. Hay una conexin
entre historia, identidad y significados, que regulan las prcticas ambientales locales. Casi siempre uno
encuentra en los bosques tropicales del mundo que los patrones de significado-uso dan cuenta de las
prcticas sobre la naturaleza, las cuales son ostensiblemente diferentes de aquellas tpicas de la modernidad
occidental.

El discurso de la biodiversidad encarna las formas postmodernas de capital (Escobar, 1996a), al igual que
tiene efecto sobre la resignificacin de los bosques tropicales (como valiosa reserva a nivel gentico), sus
gentes (como guardianes de la naturaleza) y sus conocimientos (como conocimientos tradicionales de
conservar la naturaleza). El que este grupo de resignificados implique nuevas formas de colonizacin del
paisaje biofsico y humano, o que contribuya a la creacin de nuevas posibilidades polticas para las
comunidades locales, es un interrogante abierto. La respuesta depende, en gran medida, del grado en el cual
las comunidades locales se apropien y utilicen los nuevos significados para lograr sus propios objetivos,
relacionndolos con otras identidades, circuitos de conocimientos y proyectos polticos. A su vez, esto trae
a colacin la fuerza de los movimientos sociales locales. Podrn los movimientos sociales en los bosques
tropicales convertirse en actores importantes dentro de los discursos que estn moldeando el futuro de las
selvas? Podrn participar en la coproduccin de tecnociencia y sociedad, naturaleza y cultura que ha sido
puesta en marcha por la red de la biodiversidad?


Accin colectiva, identidad tnica y polticas de la naturaleza

Lo ocurrido durante los ltimos aos en los bosques tropicales lluviosos sugiere que se encuentra en juego
mucho ms que las polticas por los recursos, por el medio ambiente o, inclusive, por la representatividad.
122
Un punto crucial lo define las mltiples construcciones de la naturaleza en su dimensin ms compleja: el
contraste entre las prcticas de significado-uso, grupos enteros con visiones diferentes sobre la vida, los
sueos de las colectividades. Tambin se hace visible las nuevas estrategias de poder dentro de la trama del
aparato desarrollista, sobre la base del capital y de la tecnociencia. En pocas palabras, los hechos muestran
una poltica cultural de la naturaleza cuyas lecciones rebasan a los bosques mismos. Uno de los aspectos
ms sobresalientes de esta poltica cultural son las respuestas organizadas que resultan de ella en la forma
de movimientos sociales.

La organizacin de las comunidades negras en Colombia se inici en la dcada del setenta, especialmente
en las reas urbanas, inspirada por los movimientos negros de los Estados Unidos. Estos esfuerzos
enfatizaban la explotacin y la resistencia de los negros desde su llegada como esclavos al Nuevo Mundo.
Los estudios sobre la afrognesis en Colombia fueron importantes en ese sentido. Polticamente, las
estrategias tempranas de los grupos negros y las organizaciones urbanas actuales, se han concentrado en
buscar la igualdad y la integracin dentro de la sociedad mayor. Slamente en aos recientes, el
estandarte de la diferencia cultural ha sido el elemento ms importante de la organizacin negra,
particularmente como resultado de un nuevo movimiento en el Pacfico. En ese sentido, existen dos factores
principales: primero, la embestida desarrollista y capitalista sobre la regin, animada por el proceso de
apertura y su integracin al pas; y segundo, el proceso de reforma constitucional que culmin con la
eleccin de la Asamblea Nacional Constituyente y el cambio de la Constitucin Poltica de 1886.

Con la intencin de construir una sociedad multicultural y pluritnica, echando para atrs el proyecto del
siglo pasado de configurar una identidad nacional homognea mediante la mezcla racial y la asimilacin de
la cultura mestiza normalizada por la blanca, la nueva Constitucin le otorg derechos sin precedentes
a las minoras tnicas y religiosas. El cambio constitucional sirvi como coyuntura para una serie de
procesos sociales, siendo los ms visibles las organizaciones negras e indgenas. Para las comunidades
negras del Pacfico, esta fue una oportunidad nica para construir su identidad bajo el principio de
exigencias y propuestas culturales, polticas y socioeconmicas. Dado que los negros no tuvieron xito
asegurando a sus propios representantes en la Asamblea Nacional Constituyente, su situacin fue
presentada por los representantes indgenas. Inicialmente aprobada por la Asamblea como medida
provisional,
26
los derechos culturales y territoriales de las comunidades negras se incluyeron finalmente en
la Ley 70 de 1993, dos aos despus de la vigencia de la nueva Constitucin Poltica.

El proceso de organizacin de los negros en el Pacfico y en otros lugares de Colombia se hizo ms intenso
y complejo a partir de aquel primer intento por obtener la representacin en la Asamblea Nacional
Constituyente, pasando por la movilizacin en la reglamentacin del artculo transitorio como ley entre
1991-1993, hasta las conflictivas negociaciones sobre demarcacin de territorios colectivos bajo la Ley 70.
Cuando dicha Ley entr en efecto, el carcter coyuntural del proceso organizativo promovido por el cambio
Constitucional estaba prcticamente eliminado y en su lugar haba un movimiento grande y heterogneo. El
hecho de que la nueva Constitucin otorgara varias curules en el Congreso a las minoras tnicas y
religiosas, motiv la aparicin oportunista de los lderes negros, quienes se asociaban con los partidos
polticos tradicionales. A pesar de estas dificultades, y de las crecientes divisiones internas dentro del
movimiento negro en especial entre las organizaciones del norte del Choc y las del sur del Pacfico,
sigui el crecimiento articulado de este movimiento durante la primera mitad de la dcada.
27


El impulso organizativo del artculo transitorio 55 y la Ley 70, le pusieron de manifiesto a la nacin la
presencia de estas comunidades negras organizadas, muy activas a lo largo de los ros y el litoral Pacfico.
El hecho de que estas comunidades tenan prcticas culturales y relaciones sociales significativamente
diferentes se hizo patente, contribuyendo a desmontar la representacin tradicional que haba de la regin
desde los Andes, como la de una selva habitada por gentes indolentes, incapaces de explotar sus recursos.
La ricas tradiciones culturales, el creciente discurso acerca de la biodiversidad de la regin, el compromiso
del gobierno para su desarrollo sostenible y la posibilidad de titulaciones colectivas de la tierra para las
comunidades, fueron los principales elementos utilizados por los activistas en su intento por lanzar una
campaa masiva y bien coordinada sobre los derechos de las comunidades negras. Esta determinacin se
cristaliz en hechos importantes como la tercera Asamblea Nacional de Comunidades Negras realizada, en
Puerto Tejada, en septiembre de 1993. En este evento, al que asistieron ms de trescientos activistas de todo
el pas, se acord que la meta de su estrategia deba ser la consolidacin de un movimiento social de
comunidades negras de alcance nacional, capaz de asumir la reconstruccin y la afirmacin de la identidad
cultural negra; propsito que, a su vez, se basaba en la construccin de un proceso organizativo autnomo
enfocado hacia la lucha de nuestros [de los negros] derechos culturales, sociales, econmicos y territoriales,
y por la defensa de los recursos naturales y del ambiente.
123

Como expusimos con detalle en el captulo anterior, en la misma declaracin se identificaban y explicaban
los principios bsicos para su organizacin poltica. Primero, el derecho a la identidad, es decir, el derecho
a ser negro, de acuerdo con la lgica cultural y la visin del mundo cuyas races estn en la experiencia
negra, en su enfrentamiento a la cultura nacional dominante. Este principio tambin reclamaba la
reconstitucin de la conciencia negra y el rechazo al discurso dominante de la igualdad, y su
concomitante eliminacin de la diferencia. Segundo, el derecho al territorio como un espacio para el ser y
como elemento indispensable para el desarrollo de la cultura. Tercero, el derecho a la autonoma poltica en
tanto prerequisito para poder ser, con la posibilidad de apoyar la autonoma social y econmica. Cuarto, el
derecho a construir su propia visin del futuro, su desarrollo y su prctica social con base en las formas
tradicionales de produccin y organizacin social. Quinto, el principio de solidaridad con la lucha de la
gente negra en todo el mundo, en la bsqueda de una visin alternativa.

La aprobacin de estos principios, como base para la articulacin del movimiento negro en el plano
nacional, no se logr en la convencin porque las organizaciones negras del Choc se negaron a apoyarlos.
Argumentaban que, una vez aprobada la Ley 70, la direccin del movimiento no poda ser dictada
slamente por quienes sobresalieron en la organizacin del Artculo Transitorio 55, sino que debera
extenderse a todas las comunidades y actores sociales y, presumiblemente, tambin a los partidos polticos
tradicionales. Siendo el nico departamento negro del pas, el Choc tiene una larga historia de actividad
con los partidos polticos. Esto se hizo evidente cuando lleg el momento de elegir a los representantes
negros para el Congreso, dentro de cuyos candidatos predominaban los de dichos partidos. As, el debate
sobre la participacin electoral actu como una fuerza divisoria entre las comunidades negras del Pacfico
sur, del Choc y de la Costa Atlntica. Confrontadas por dichas divisiones, las organizaciones del Sur,
particularmente aquellas aglutinadas alrededor de la Organizacin de Comunidades Negras de
Buenaventura,
28
decidieron constituirse en Proceso de Comunidades Negras (Pcn) a la vez que seguan
presionando para la creacin de un movimiento nacional de comunidades negras (Grueso y Rosero, 1995).

La caracterstica ms distintiva del Pcn es la articulacin de una propuesta poltica con una base y un
carcter principalmente etnoculturales. Su visin no es aquella de un movimiento basado en un catlogo de
necesidades y exigencias para el desarrollo, sino la de una lucha expuesta en trminos de la defensa de
las diferencias culturales. All radica el carcter ms radical del movimiento. El cambio hacia el nfasis en
la diferencia fue una decisin de la mayor importancia, como lo explican algunos de los activistas
principales:

No sabemos exactamente cundo comenzamos a hablar sobre la diferencia. Pero en
algn momento decidimos no seguir construyendo la estrategia sobre el catlogo de
problemas y necesidades. El gobierno sigue apostndole a la democracia y a la
diferencia; nosotros respondemos enfatizando la autonoma cultural y con el derecho
a ser quienes somos y a defender nuestro propio proyecto de vida. El reconocer la
necesidad de ser diferente, el construir una identidad, son tareas difciles que
requieren del trabajo persistente con nuestras comunidades, tomando su propia
heterogeneidad como punto de partida. Sin embargo, el hecho de no haber trabajado
propuestas sociales y econmicas nos hace vulnerables ante la actual embestida del
capital. Esta es una de nuestras principales tareas polticas en la actualidad: avanzar
en la formulacin e implementacin de propuestas sociales y econmicas
alternativas.
29


El trabajo persistente al que se hace referencia en esta entrevista ha sido impresionante. Como se mencion
anteriormente, la concepcin y preparacin de la Ley 70 fue la pieza clave en la organizacin del proceso,
especialmente en las comunidades ribereas, y con menor intensidad, en las reas urbanas en donde la
organizacin de las comunidades ha sido ms difcil y menos efectiva. Entre 1991 y 1993, los activistas
organizaron informaciones y talleres de discusin en muchas comunidades ribereas sobre temas como el
concepto de territorio, de prcticas tradicionales de produccin, de recursos naturales, al igual que sobre el
significado del desarrollo y de la identidad negra. Los resultados de estos talleres locales se llevaron luego
hacia los subregionales y, finalmente, a los foros nacionales donde se discutieron las diferentes visiones.
Esta construccin se adelant como un proceso dual: primero, de acuerdo con la lgica del ro, es decir,
tomando como punto de partida la vida diaria y las aspiraciones de las comunidades locales; segundo,
elaborando una concepcin ms completa de identidad, territorio, desarrollo y estrategia poltica en el plano
regional y nacional. De este doble proceso surgieron los cinco principios propuestos en la Tercera
Asamblea Nacional de Comunidades Negras.
30


124
La eleccin de la diferencia cultural como concepto articulador de la estrategia poltica, fue el resultado de
varios factores histricos, al igual que tambin se relacion con los amplios debates propiciados por el
cambio constitucional. En su reinterpretacin de la historia regional, los activistas del Pacfico no
slamente se apartaron de la perspectiva integracionista, denunciando fuertemente el mito de la democracia
racial,
31
sino que tambin resaltaron el hecho de que las comunidades negras del Pacfico han favorecido
histricamente su aislamiento de la sociedad y la economa nacional, aunque reconocen que dicha tica de
aislamiento e independencia es cada vez menos plausible bajo las actuales fuerzas integracionistas, y ante la
inevitable presencia de los medios masivos de comunicacin, las mercancas modernas y dems cosas por
el estilo. En este sentido, la relacin entre territorio y cultura es de la mayor importancia. Los activistas
tienen un concepto de territorio como un espacio para la creacin de futuros, de esperanza y continuidad
de la existencia. La prdida de territorio se equipara con regresar a los tiempos de la esclavitud.
32
El
territorio tambin es un concepto econmico, mientras se relacione con los recursos naturales y la
biodiversidad.

De este reconocimiento nace el inters por la biodiversidad y suministra una puerta hacia el futuro. No es
coincidencial el que varios profesionales negros asociados con el movimiento hayan decidido participar en
el proyecto nacional sobre biodiversidad. Aunque reconocen los riesgos que implica esta participacin,
estn convencidos de que el discurso de la biodiversidad suministra posibilidades que no pueden darse el
lujo de ignorar. La biodiversidad tambin puede ser un elemento importante en la formulacin de
estrategias alternativas de desarrollo. Como lo sealan los activistas, ellos no quieren ningn tipo de
desarrollo convencional; no obstante existe menos claridad sobre qu es lo que quieren. Tambin reconocen
que los expertos ecologistas, antroplogos, bilogos, planificadores, etc. pueden ser aliados
importantes en este sentido. Esto sugiere la posibilidad de una colaboracin entre expertos y activistas de
los movimientos sociales. El papel de mediadores que juegan dichos expertos entre el Estado y los
movimientos sociales, debe teorizarse todava ms (Fraser, 1989). Las prcticas disidentes, de oposicin o
solidaridad de quienes se promulgan como expertos en la modernidad, an estn por ser imaginadas.

La nocin de territorio es un nuevo concepto en las luchas sociales de las selvas tropicales. Los
campesinos estn involucrados en luchas por la tierra en toda Amrica Latina. El derecho al territorio
como espacio ecolgico, productivo y cultural es una nueva exigencia poltica. Esta exigencia est
promoviendo una importante reterritorializacin,
33
es decir, la formacin de nuevos territorios motivada
por nuevas percepciones y prcticas polticas. Los activistas de los movimientos sociales tambin cumplen
con ese papel: hacen evidentes los procesos de desterritorializacin y reterritorializacin motivados por los
aparatos de la modernidad, tales como el capital, los medios y el desarrollo,
34
al igual que las potenciales
reterritorializaciones por las comunidades movilizadas. Con motivo de la Ley 70, este proceso adquiri
forma literal con viajes por los ros con el fin de identificar los patrones tradicionales de uso de la tierra,
seales de nuevas ocupaciones por ejemplo, por colonos provenientes del interior, y de la posible
reterritorializacin de las tierras selvticas baldas. Esta fue una prctica importante de movilizacin
facilitada por las caractersticas y contornos del litoral, los ros, estuarios, lmites de los bosques y patrones
de cultivo.

Al igual que el territorio, el interrogante sobre la identidad est en el corazn del movimiento. La mayora
de los activistas del Pacfico entienden la identidad como algo basado en una serie de prcticas culturales
que caracterizan a la cultura negra: prcticas como actividades econmicas cambiantes y diversas, la
relevancia de la tradicin oral, la tica de la no acumulacin, la importancia del parentesco y de las familias
extensas, el conocimiento local del bosque y cuestiones por el estilo. Sin embargo, cada vez ms dichos
activistas entienden la identidad como una construccin, asemejndose a veces con las tendencias
acadmicas actuales. Los tericos de los movimientos sociales han enfatizado que la construccin de
identidades colectivas es una caracterstica esencial de las luchas contemporneas.
35
Trabajos recientes en
estudios culturales han suministrado visiones adicionales sobre las identidades tnicas. Stuart Hall (1990),
por ejemplo, ha sugerido que la construccin de las identidades tnicas tiene una aspecto doble: de un lado,
se piensa la identidad como algo con sus races en una cultura compartida y caracterizada por prcticas
concretas, como un colectivo formado de partes. Este concepto de identidad ha jugado un papel
fundamental en las luchas anticolonialistas. Incluye un redescubrimiento imaginativo, cuya importancia no
puede sobrestimarse en la medida que contribuye a darle coherencia a la experiencia de la fragmentacin,
dispersin y opresin. Del otro lado, aun reconociendo continuidad y similitud, otra concepcin de
identidad resalta la diferencia creada por la historia. Hace nfasis en llegar a ser, en lugar de ser. Se
refiere a posicin en lugar de esencia; discontinuidad como tambin continuidad.

La coexistencia de la diferencia y semejanza constituye esa dualidad de la identidad cultural actual. De tal
125
manera, la identidad se concepta como algo que se negocia en trminos econmicos, polticos y culturales.
Para las comunidades de la dispora africana, identidad cultural incluye la narracin del pasado por otros
caminos (Hall, 1990:399): el frica no como la tierra ancestral, sino en lo que se convirti en el Nuevo
Mundo, con la mediacin del colonialismo. Esta narracin se realiza en dos contextos: aquel de la presencia
europea y euro-americana un dilogo de poder y resistencia, reconocimiento de la influencia inevitable e
irreversible de la modernidad; y el contexto del Nuevo Mundo, en donde el africano y el europeo
siempre se criollizan, donde la identidad cultural se caracteriza por diferencia, heterogeneidad e
hibridacin.

La dualidad de la identidad puede verse en accin en el movimiento negro del Pacfico. Para los activistas,
la defensa de ciertas prcticas culturales de las comunidades ribereas es una cuestin estratgica, hasta el
punto de ser vistas como puntos de resistencia contra el capital y la modernidad. Aun cuando casi siempre
se manifiestan en lenguaje culturalista, son conscientes de que ser intransigentes en la defensa de la cultura
negra es menos deseable que una apertura cuidadosa hacia el futuro, incluyendo una relacin crtica con la
modernidad.

Ellos ven los retos que debe afrontar el movimiento: reconocer la heterogeneidad del (o los) movimientos;
afrontar la especificidades del movimiento, particularmente la inclusin de gnero como su principio
organizador en su totalidad, sin descontextualizarlo de la lucha tnica y cultural global; consolidar las
organizaciones de las comunidades ribereas, especialmente mediante la creacin de consejos locales para
implementar la ley territorial; y llegarle a los negros que habitan las reas urbanas, lo que hasta ahora ha
sido difcil. Una de las necesidades ms importantes ha sido la de articular las propuestas socioeconmicas
antes de que sean arrastradas por el desarrollismo verde al estilo del Plan Pacfico. La presencia cada vez
mayor de los dineros del narcotrfico desde 1995, particularmente en la minera del oro, es una de las
fuerzas ms poderosas que obstaculizan el movimiento, dados sus efectos negativos sobre la ecologa fsica
y cultural. Ciertamente es un problema ante el cual se sienten incapaces de hacer frente sin la ayuda
nacional e internacional.

El discurso de la biodiversidad y el potencial para los proyectos econmicos basados en biotecnologa, son
atractivos para el movimiento, en la medida que pudieran ofrecer oportunidades para mejorar las
condiciones de vida, a la vez que evitan la destruccin de la naturaleza y de las culturas locales. A diferencia
de la visin desde el Estado y del aparato ecodesarrollista, el campo de accin para utilizar los recursos
naturales sostenibles es visto por el movimiento desde las perspectivas del territorio y la identidad. En
pocas palabras, es una cuestin de poltica cultural. Desafortunadamente, la posicin negociadora de las
comunidades locales es dbil. Adems, las organizaciones de movimientos negros deben competir con
instituciones y organizaciones ms fuertes por el espacio poltico generado alrededor del medio ambiente y
el desarrollo. La industria maderera, la minera del oro, el cultivo de camarn, las enlatadoras de palmitos y
otras actividades extractivas, siguen operando en varias partes an contraviniendo la Ley 70, muchas veces
con la complicidad de las autoridades locales, siendo el movimiento incapaz de detener dichas actividades.
Sin embargo, varias veces las organizaciones sociales han podido negociar exitosamente con el Estado en
casos que involucraban conflicto ambiental (Grueso, 1995).

Para resumir, los discursos sobre biodiversidad y dinmica del capital en su fase ecolgica, abre espacios
que los activistas tratan de utilizar como elementos de lucha. Esta dialctica presenta una serie de paradojas
para el movimiento, incluyendo los aspectos contradictorios de defender la naturaleza y cultura locales
mediante un lenguaje que no refleja la experiencia local sobre la naturaleza y la cultura. Es tenue la alianza
entre movimientos sociales y el Estado, motivada por los proyectos de biodiversidad. Se puede predecir que
la tensin ir aumentando mientras que el personal nacional encargado del proyecto siga intentando opacar
su naturaleza poltica, haciendo ms bien nfasis en los aspectos cientficos; como tambin mientras las
actividades y los acuerdos con entes privados empiezan a tomar forma. Las necesidades y aspiraciones
comunitarias no podrn acomodarse con facilidad a estos esquemas, como lo indican las experiencias en
otros pases con proyectos Gef. Sin embargo, como se ver ahora, existen fundamentos tericos para
preveer alianzas entre comunidades locales y tecnociencia, cuya conveniencia poltica no debe descartarse
de antemano.


Conclusin: la poltica cultural de las naturalezas hbridas

Las formas de entender y relacionarse con la naturaleza que han existido en la regin del Pacfico, se estn
transformando por el aumento creciente de capital, desarrollo y modernidad, incluyendo los discursos sobre
126
desarrollo sostenible y biodiversidad. Por ejemplo, los programas para pequeos campesinos en
comunidades ribereas alteran sus conceptos de tierra y bosque, aun cuando no dejen completamente de
lado los sistemas ms antiguos de uso y significado. La naturaleza comienza a concebirse en trminos de
recursos naturales, terminologa que cada vez es ms frecuente entre la gente local. Inclusive el concepto
de biodiversidad empieza a circular localmente como algo corriente, mas con significados ambiguos y poco
precisos.

Lo que le atribuye especificidad a los bosques tropicales en la poltica actual de la naturaleza y la cultura, es
la coexistencia an marcadamente contrastante de diferentes modos de conciencia histrica y prcticas
de la naturaleza. Las comunidades negras e indgenas, los capitalistas de la palma africana y del cultivo
artificial de camarn y los seguidores de las prospecciones de biodiversidad, pareceran promulgar
diferentes modos de la naturaleza. Podramos hablar de tres regmenes diferentes para la produccin de la
naturaleza orgnico, capitalista y tecnonaturaleza que en este captulo slo pueden caracterizarse
brevemente. En trminos generales, la naturaleza orgnica est representada por aquellos modos que no son
estrictamente modernos. Desde la perspectiva de la antropologa del conocimiento local, podran
caracterizarse en trminos de la relativa indisociabilidad de los mundos biofsico, humano y espiritual, las
relaciones sociales vernculas, circuitos no modernos del conocimiento, y formas de uso y significado de la
naturaleza que no implican su destruccin sistemtica. Por el contrario, la naturaleza capitalizada se basa en
la separacin del mundo humano y del natural, las relaciones sociales capitalistas y patriarcales, y aparece
como producida por la mediacin del trabajo. Finalmente, la tecnonaturaleza es naturaleza producida
mediante nuevas formas de tecnociencia, particularmente aquellas basadas en tecnologas moleculares. De
acuerdo con los estudios postestructuralistas y feministas de ciencia y tecnologa, parece como producida
ms por la intervencin tecnocientfica que por la produccin basada en el trabajo. Pero significado, trabajo
y tecnociencia son importantes para los tres regmenes.

Debe resaltarse que dichos regmenes de produccin de la naturaleza no representan etapas en la historia de
la naturaleza social. No se trata de una secuencia linear, puesto que los tres coexisten y se superponen. Aun
cuando los tres representan instancias de la naturaleza construida en la medida que la naturaleza nunca
existe para los humanos por fuera de la historia las respectivas prcticas de construccin son
relativamente distintas. Los trminos orgnico, capitalizado y tecnonaturaleza, se utilizan para transmitir
intereses y prcticas particulares de uso y significado. Ms importante an, los tres regmenes se producen
entre s tanto material como simblicamente. Representan formas relacionadas en la produccin de la
naturaleza. La naturaleza capitalista dominante, incluso, se inventa sus propias formas de organicidad y
tecnonaturaleza como, por ejemplo, el ecoturismo y buena parte del ambientalismo, que son formas de
organicidad capitalista. La mayora de las aplicaciones actuales resultantes de la prospeccin de la
biodiversidad podran considerarse como tecnonaturaleza capitalista. Es importante enfatizar que, en el
marco de la naturaleza orgnica, el bosque lluvioso no es un recurso externo, sino parte integral de la vida
social y cultural. All reside la diferencia, hasta el punto que las formas capitalistas de lo orgnico no
pueden reconstruir esa relacin integral.

Uno debera, entonces, proponer la hiptesis de que los paisajes actuales de la naturaleza y la cultura se
caracterizan por naturalezas hbridas. Las naturalezas hbridas tomaran una forma especial en las reas de
bosques tropicales, donde grupos populares y movimientos sociales buscaran defender, mediante prcticas
novedosas, la naturaleza orgnica contra el embate de la naturaleza capitalista, con tecnonaturaleza como
posible aliada. Son importantes muchos cuestionamientos polticos e intelectuales con respecto a la
viabilidad de dicha estrategia. Por ejemplo, qu tipo de prcticas colectivas realizadas por activistas
culturales, cientficos, ecologistas, feministas, planificadores podran propiciar naturalezas hbridas que
contribuyan a la reafirmacin de las culturas locales y del postdesarrollo? Cmo podran los activistas
locales posicionarse eficientemente en el entramado de la produccin en la biodiversidad? Cmo podran
los antroplogos y otras disciplinas contribuir en la invencin de nuevas formas para hablar de naturaleza
acorde con las nuevas herramientas para concebir y producir naturaleza?

Los obstculos a esta estrategia de naturalezas hbridas son inmensos y no es este el lugar para discutirlos.
Los activistas del Pacfico parecen estar conscientes de la necesidad de conducir las tradiciones por nuevos
caminos, algunos de los cuales pueden ser irreconocibles e inclusive indeseables, desde la perspectiva
actual en su intento por reconfigurar las tradiciones e infundirles una medida operacional de diversidad.
Esta podra ser la nica manera en que, con su limitado poder y con las probabilidades en su contra, los
afrocolombianos logren retener algn nivel de autonoma en un mundo en el cual no slamente las
tradiciones, sino muchos de los marcadores de la modernidad, parecen estar cada vez ms debilitados. En
los lmites del Atlntico Negro (Gilroy, 1993), nos hacen conscientes de los aspectos recombinantes de la
127
naturaleza y la cultura, en los cuales la organicidad y la artificialidad pueden no ser enemigos mortales, y
donde la problematizacin de la cultura y la etnicidad no implique el final de las comunidades locales, ricas
en tradiciones diversas.

En lugares como el Pacfico colombiano, las luchas por la diferencia cultural tambin son luchas por la
diversidad biolgica. Qu tipos de naturaleza ser posible disear y proteger bajo estas circunstancias? Es
posible construir una poltica cultural sobre biodiversidad que no profundice la colonizacin de los paisajes
naturales y culturales tan caracterstica de la modernidad? Tal vez tengamos la posibilidad de tejer en los
bosques tropicales lluviosos la socioesfera, la biosfera y la maquinoesfera en una nueva prctica
ecosfica (Deleuze y Guattari, 1993). Imaginando nuevas formas de modernidad, tal vez seamos capaces
de renovar nuestra solidaridad con lo que hasta ahora hemos llamado naturaleza.

Posicionadas en plena convergencia entre diferentes regmenes epistmicos histricos cuya hibridizacin
constituye una forma nica de postmodernidad las luchas en las selvas tropicales del mundo tendran
historias ejemplares que contarnos sobre qu ha sido la naturaleza, qu es y qu podra ser en el futuro.
Este sera uno de los significados ms profundos de la lucha: la creacin de posibilidades para la vida y
modos de existencia, mediante nuevos conceptos y prcticas, particularmente aquellas que la mayora de
personas consideraran impensables o imprcticas. Si es cierto que la prctica de la filosofa es la creacin
de conceptos una construccin de posibilidades para la vida mediante prcticas nuevas de pensamiento,
imaginacin y entendimiento (Deleuze y Guattari, 1993) y que dicha tarea hoy implica revalidar la
resistencia contra el capitalismo, los activistas en las selvas tropicales podran mantener vivo el sueo de
otras tierras y otras gentes para el futuro. Utpico? Tal vez. Pero tengamos presente que utopa designa la
conjuncin de la filosofa con el presente [...] Mediante la utopa la filosofa se vuelve poltica, llevando
hasta el extremo la crtica de su era (Deleuze y Guattari, 1993:101). Algunas de estas utopas de la
naturaleza y la cultura pueden verse en las prcticas disidentes de los activistas negros del Pacfico
colombiano.


Notas

1
.
El presente trabajo fue escrito por Libia Grueso
,
Carlos Rosero (Proceso de Comunidades Negras) y el autor, para el libro, Cultures of Politics/Politics of
Cultures: Revisioning Latin American Social Movements, editado por Sonia lvarez, Evelina Dagnino y Arturo Escobar (Boulder, Colorado,
Estados
Unidos
: Westview Press, 199
8
).

2. El trmino poltica cultura
l
(cultural politics) se refiere a la aparicin de hechos polticos a partir de contenidos culturales diferentes de los dominantes.
P
ara una explicacin completa de este concepto
,

v
ase
el captulo anterior que reproduce, con algunas ediciones para
este libro,
la
i
ntroduccin al volumen de lvarez, Dagnino y Escobar (1998).


3. No podemos entrar a resear aqu los trabajos antropolgicos sobre las culturas negras e indgenas de la regin Pacfica colombiana, los cuales han
aumentado considerablemente en nmero y complejidad en los ltimos cinco aos. Entre los estudios iniciales se cuentan los de Friedemann, Arocha y
Whitten ya citados. Para un estudio crtico del discurso antropolgico sobre culturas negras
en la regin
, vase Restrepo (1996
-1997
).


4. La Asamblea Nacional Constituyente cont con setenta miembros elegidos por votacin popular nacional en diciembre de 1990.


5
.
Entre las expresiones tempranas ligadas a la iglesia el caso ms importante fue el Movimiento Golconda creado en los
aos
sesenta por Monseor
Gerardo Valencia Cano, obispo de Buenaventura y apodado el obispo rojo
.
Su pensamiento social contribuy a la estructuracin de una incipiente
conciencia de lo negro, y su legado se expresa con mucha fuerza entre los sectores eclesiales que en el Pacfico trabajan la pastoral afroamericana. En crculos
urbanos y estudiantiles, el Movimiento Nacional por los Derechos de las Comunidades Negras Movimiento Cimarrn y el grupo Presencia Negra haban
logrado poner sobre el tapete algunas reivindicaciones e inquietar y formar una base militante. Algunos de estos aspectos del movimiento negro en Colombia
son discutidos por Wade (1995).


6
.
Estas diferencias se pueden pensar con respecto a varios ejes, tales como base social de la movilizacin

rural o urbana

, relacin con partidos


tradicionales y de izquierda, formacin intelectual de los activistas y ubicacin geogrfica. Una de las diferencias ms importantes se da entre las
organizaciones del departamento del Choc y su capital Quibd, en el norte del litoral, y el Pacfico
c
entro y
s
ur, con Buenaventura y Tumaco como centros
principales. Como el nico departamento mayoritariamente negro, Choc tiene una vinculacin con el Estado y el resto del pas ms fuerte que la parte centro
y sur del litoral. Otra rea importante de movilizacin negra es el sur del valle geogrfico del
r
o Cauca

norte del
d
epartamento del Cauca

, al sur de la
ciudad de Cali.

128


7. La Alianza Democrtica M-19 se form a partir de la desmovil
iz
acin del grupo guerrillero M-19 a finales de los
ochenta
. Para un anlisis de esta
Alianza previo a la A
nc
, vase Fals Borda (1992).


8. El texto del AT 55
dice
: Dentro de los dos aos sig
u
ientes a la entrada en vigencia de la presente constitucin [1991], el Congreso expedir, previo
estudio por parte de una comisin especial que el gobierno crear para tal efecto, una ley que le reconozca a las comunidades negras que han venido ocupando
tierras baldas en las zonas rurales ribereas de los ros de la cuenca del Pacfico, de acuerdo con sus prcticas tradicionales de produccin, el derecho a la
propiedad colectiva sobre las reas que habr de demarcar la misma ley. En la comisin de que trata el inciso anterior tendrn participacin en cada caso
representantes elegidos por las comunidades involucradas. La propiedad as reconocida slo ser enajenable en los trminos que seale la ley. La misma ley
establecer mecanismos para la proteccin de la identidad cultural y los derechos de esas comunidades, y para el fomento de su desarrollo econmico y social
(Pargrafo 1). Lo dispuesto en el presente artculo podr aplicarse a otras zonas del pas que presenten similares condiciones, por el mismo procedimiento y
previo estudio y concepto favorable de la comisin especial aqu prevista (Pargrafo 2). Si al vencimiento del trmino sealado en este artculo el Congreso
no hubiera expedido la ley a que se refiere, el gobierno proceder a hacerlo dentro de los seis meses siguientes, mediante norma con fuerza de ley.


9. Las instancias organizativas del Pcn son la siguientes:

L
os Palenques Regionales, espacios de discusin, toma de decisiones y definicin de orientaciones en el campo regional, en concordancia con las
directrices de la Ancn y el Consejo Nacional de Palenques. Estn constitu
i
dos por dos delegados de cada una de las organizaciones de base miembros del
Palenque.
Un Equipo de Coordinacin Nacional, encargado de la coordinacin y orientacin de las acciones, de impulsar la implementacin de las definiciones
adoptadas en la Asamblea y los Consejos Nacionales, de la representacin nacional e internacional del Pcn, y la coordinacin de los equipos tcnicos y de los
representantes de los palenques a la Comisin Consultiva de Alto Nivel que reglamenta la Ley 70.

E
quipos Tcnicos Nacionales. Estos equipos aportan elementos en la definicin de polticas y de procesos de trabajo especficos. En el Pcn existen los
siguientes: econmico, ambiental, planeacin y desarrollo, comunicacin y etnoeducacin.
Los palenques en cada una de las zonas han ido conformando tambin equipos de coordinacin; en algunos casos, como el de Nario, el palenque se ha
subdividido en zonas dotadas con sus correspondientes coordinaciones. Dependiendo de la fortaleza, algunos palenques han constitu
i
do equipos tcnicos
homlogos a los nacionales. Los miembros de los equipos nacionales asisten tanto a la Asamblea, Consejo Nacional de Palenques y Palenques Regionales por
derecho propio, pero no intervienen al momento de tomarse las decisiones que son adoptadas por los delegados plenos de las instancias respectivas. Algo
similar ocurre con quienes hacen parte de los espacios de representacin e interlocucin con el gobierno en lo departamental y nacional a nombre del Pcn.


10. En una hbil jugada poltica una representante al Senado y miembro de la direccin nacional del
p
artido Liberal, obtiene el documento borrador propuesto
para la reglamentaci

n del AT 55 trabajado masivamente por los procesos organizativos y presenta una versin desde su ptica al C
o
ngreso de la repblica.


11. La Ley 70 de 1993 est compuesta de 68 artculos distribu
i
dos en ocho captulos. Adems de los derechos sobre la propiedad colectiva y los recursos
naturales, reconoce expresamente a la comunidad negra de Colombia como un grupo tnico al que se garantiza el derecho a una identidad y a un proceso
educativo acorde con sus necesidades y aspiraciones culturales, y la adopcin por parte del Estado de medidas econmicas y sociales en correspondencia con
los elementos de su cultura. Los programas y proyectos que se adelantan para beneficio de las comunidades negras debern contar con su participacin en
todas las fases y responder a sus necesidades particulares, a la preservacin del medio ambiente, al desarrollo de sus prcticas de produccin, a erradicar la
pobreza, al respeto de su vida social y cultural, y reflejar las aspiraciones de las comunidades negras en materia de desarrollo.
Esta l
ey estipula igualmente
mecanismos institucionales participativos para
su
implementacin especialmente el nombramiento de una Comisin Consultiva de Alto Nivel y de
Comisiones Consultivas regionales, con participacin de diversos sectores de comunidad negr
a
y del gobierno
,
abre espacios de participacin de las
comunidades en la definicin de polticas
,
y crea una circunscripcin especial para elegir dos candidatos de comunidades negras a la Cmara de
Representantes.


12.

sta y las siguientes citas


corresponden
de las memorias de la Asamblea Nacional de Organizaciones de Comunidades Negras, Puerto Tejada,
septiembre 1993.


13. Posteriormente, con el apoyo de algunas de estas organizaciones, se lanza una candidata a la Cmara de Representantes a travs de la circunscripcin
electoral especial para comunidades negras, candidata que haba sido
miembro
de la
c
omisin especial para la reglamentacin del AT 55
.

E
sta decisin
iba en contradiccin con el mandato de la preasamblea y
,
posteriormente
,

de
la asamblea de no
participar

en las
elecciones
mediante
las
personas que conformaron dicha comisin.

14. Comunidad negra, segn la L
e
y 70, es
e
l conjunto de familias de ascendencia afrocolombiana que poseen una cultura propia, comparten una historia y
tienen sus propias tradiciones y costumbres dentro de la relacin campo-poblado, que revelan y conservan conciencia de identidad que las distinguen de otros
grupos tnicos.
129


15. La Ley 121 de 1991 ratifica el convenio 169 de la O
it
sobre comunidades indgenas y tribales.

16. Mesa de Trabajo de Organizaciones del Choc; Movimiento Social Afrocolombiano; Movimiento Nacional de Comunidades Negras; Movimiento
Nacional Cimarrn; Proceso de Comunidades Negras; Casa Nacional Afrocolombiana; Alianza Social Afrocolombiana; Alianza Democrtica
Afrocolombiana; Afrosur; Afroantioquia; Malcom; Consejo Comunitario de Cali; Vanguardia 21 de Mayo; Raizales; Federacin de Organizaciones de la
Costa Caucana.

17. Esta presentacin particular de la historia negra ya fue analizada por Fanon en su texto sobre la
c
ultura
n
acional (1968:206-248).

18. El nfasis de los activistas en la falta de sentido de acumulacin entre las comunidades ribereas resuena con la observacin de Marx de que slo con la
consolidacin de la estructura de clases del capitalismo aparece la acumulacin en s misma como imperativo cultural.

19. Por ejemplo, los intentos del escritor negro de la Costa Atlntica, Manuel Zapata Olivella, en los setenta.

20. Proyecto Biopacfico (G
ef
/P
nud,
1993). Este proyecto concebido dentro del mbito del G
ef
y financiado por el gobierno Suizo y el P
nud

c
o
nt

con cierta participacin de miembros de las organizaciones negras. Su presupuesto inicial para tres aos
fue
de
9
millones de dlares, comparado
con $256 millones para el Plan Pacfico. La poltica de la diversidad biolgica y cultural en el Pacfico es discutida en
el siguiente captulo
.

21. Por ejemplo en los siguientes casos: la construccin de un gran oleoducto que terminara en el puerto de Buenaventura; la suspensin de minera industrial
de oro en el rea de Buenaventura por parte del Ministerio del Ambiente; el cierre de una planta de palmito en la misma zona; y
la participacin en
el diseo de la segunda fase
de un proyecto de reforestacin de un ecosistema especial (bosque de guandal) en el sur del Pacfico, en una zona
de intensa actividad maderera. En todas estas oportunidades, y a pesar de conflictos con otras organizaciones comunitarias, representantes del movimiento
social lograron resultados parciales importantes. Para una discusin sustancial de estos casos y su impacto en la prctica poltica del movimiento, vase Grueso
(1995). El estudio de conflictos ambientales de este tipo debe ser uno de los aspectos ms importantes de la ecologa poltica (Martnez-Alier
,
1995), y desde
esta perspectiva el caso del Pacfico tiene mucho que ensearle a esta disciplina.


22. Estas concepciones de la relacin entre territorio, organizacin social, y prcticas tradicionales vienen siendo desarrollada por los activistas a travs de
actividades organizativas
concretas tales como talleres con comunidades, travesas y recorridos por los ros monteos, mapeo colectivo de
territorios, historias orales, asambleas regionales y nacionales, etc., van mucho ms all de lo que podemos resumir en estas pginas. M
ltiples
de estos
conocimientos se encuentran registrados en los archivos de las organizaciones del movimiento. Un esfuerzo similar por teorizar esta relacin se est dando en
algunos crculos intelectuales. Vase, por ejemplo, del Valle
y
Restrepo (1996) para una discusin de modelos de significados-usos de recursos naturales.

23. Estos principios fueron enunciados en discusiones colectivas del Plan Nacional de Desarrollo para Comunidades Negras propuesto por el Departamento
Nacional de Planeacin (Febrero de 1994).

Notas

24
. Este captulo se basa en el trabajo de campo realizado de enero a diciembre de 1993. La investigacin fue
llevada a cabo por un grupo pequeo, coordinado por Alvaro Pedrosa y el autor, incluyendo a dos
investigadores de la costa Pacfica. El proyecto de grupo fue financiado por subvenciones provenientes de
la Divisin de Artes y Humanidades de la Fundacin Rockefeller, el Consejo para Investigaciones en
Ciencias Sociales y la Fundacin Heinz. A todos ellos expreso mi gratitud. Tambin agradezco a Alvaro
Pedrosa (Universidad del Valle, Cali), Libia Grueso y Carlos Rosero (Organizacin de Comunidades
Negras de Buenaventura), Tracey Tsugawa, Jess Alberto Grueso y Betty Ruth Lozano (miembros del
grupo de investigacin); e igualmente a los participantes en la Conferencia Harry Guggenheim en Ecuador
(particularmente a Sonia E. lvarez, Orin Starn y Faye Ginsburg) por su inters y apoyo durante mi
hospitalizacin en Quito. Tambin agradezco a mis amigas en Quito, Beatriz Andrade y Susana
Wappenenstein, por esto mismo.

25
. Conocimiento que actualmente se considera inadecuado, puesto que la ciencia slamente conoce un
pequeo porcentaje de las especies en el mundo.

26
. En el Artculo Transitorio 55, conocido como el AT 55.

27
. Esta breve relacin del movimiento negro, presentada con mayor detalle en el captulo anterior, se basa
130

tanto mis investigaciones junto con Alvaro Pedrosa (Escobar y Pedrosa, 1996), como tambin en el trabajo
de dos de los principales activistas del movimiento en el sur del litoral (Libia Grueso y Carlos Rosero,
1995). Debo aclarar que dicha relacin se refiere especialmente a la experiencia del movimiento negro en la
costa Pacfica del sur, especialmente aquel dirigido por la Organizacin de Comunidades Negras de
Buenaventura, a la cual pertenecen Grueso y Rosero.

28
. La ciudad ms grande de la regin con unos doscientos cincuenta mil habitantes, en su mayora negros.

29
. Entrevista con Libia Grueso, Carlos Rosero, Leyla Arroyo y otros miembros de la Organizacin de
Comunidades Negras de Buenaventura (Ocn), enero 3 de 1994. Material a incluido en Escobar y Pedrosa
(1996).

30
. Aqu resulta apropiado una breve mencin sobre los activistas. En la parte sur de la costa, los lderes ms
importantes son cientficos sociales que crecieron junto a los ros y luego viajaron a educarse como
universitarios en ciudades como Cali, Bogot o Popayn. Son personas muy capaces y, a pesar de ciertos
desacuerdos, su visin poltica es sumamente clara. La presencia de mujeres en los niveles ms altos de
estos grupos, como por ejemplo en la Organizacin de Comunidades Negras de Buenaventura, y en el
movimiento en general, es sumamente importante. Pero la fuerza del movimiento est en el cuadro
relativamente extenso de activistas en el mismo litoral, de los cuales pocos han recibido educacin
universitaria. Frecuentemente el ritmo de las actividades lo determinan los activistas jvenes involucrados
con los diferentes aspectos de la creciente poltica cultural, como lo son las emisoras locales de radio,
grupos de danza y teatro, diarios locales, y la preparacin de talleres para la discusin de la Ley 70. Este
impresionante, an cuando frgil, proceso de organizacin todava est por documentarse adecuadamente.

31
. Vase tambin Wade (1993, 1997).

32
. Encuentro de comunidades en Buenaventura, celebrado en Puerto Merizalde, noviembre de 1991, al que
asistieron 1600 participantes.

33
. Como le llaman Deleuze y Guattari (1987) a los procesos de este tipo.

34
. Por ejemplo, la fuerza centrfuga de los medios sobre las culturas locales y la reorganizacin del paisaje
con cultivos de palma africana y camarn.

35
. Para un resumen bibliogrfico, vase Escobar y lvarez (1992).
131







9. DE QUIN ES LA NATURALEZA?
LA CONSERVACIN DE LA BIODIVERSIDAD Y LA ECOLOGA POLTICA DE LOS
MOVIMIENTOS SOCIALES


Introduccin: la biodiversidad como discurso cultural y poltico
1


Este captulo plantea las bases de un enfoque para reflexionar sobre la apropiacin y conservacin de la
diversidad biolgica desde la perspectiva de los movimientos sociales, particularmente aquellos que han
surgido en regiones ricas en biodiversidad como las selvas tropicales. Este no es el nico enfoque para
examinar dicho asunto. No obstante, es un enfoque necesario si se pretenden tomar en serio los argumentos
sobre la biodiversidad hechos por los movimientos sociales. En mbitos nacionales e internacionales, las
discusiones que mayor atencin han captado son aquellas concernientes a los mecanismos econmicos,
tecnolgicos y administrativos para la actualizacin y distribucin de los beneficios de la biodiversidad. Al
mismo tiempo, estas discusiones han estado acompaadas por un proceso paralelo de aparicin de nuevos
actores sociales, desde Ongs progresistas de muchos lugares del mundo hasta movimientos sociales locales
comprometidos con la redefinicin de sus identidades tnicas y culturales. Sus estrategias polticas son una
intervencin importante en lo que ya se constituye como un campo de naturaleza/cultura altamente
transnacionalizado.

El enfoque en cuestin se estructura alrededor del siguiente conjunto de proposiciones, desarrolladas en las
respectivas partes del captulo:

1. Aunque la biodiversidad tiene referentes biofsicos concretos, debe ser vista como una invencin
discursiva reciente. Este discurso se articula en una compleja red de actores, desde las organizaciones
internacionales y Ongs del Norte, hasta cientficos, prospectores, comunidades locales y movimientos
sociales. Es red est compuesta por localidades con perspectivas bio-culturales y actores polticos
divergentes.
2. A travs de la poltica cultural que generan, los movimientos sociales proponen una visin particular
para la conservacin y apropiacin de la biodiversidad. Esta visin est formulada en trminos de la
diferencia cultural, la defensa del territorio, y cierta medida de autonoma social y poltica. Al vincular
en su enfoque la biodiversidad articulada con la defensa cultural y territorial, estos movimientos
sociales configuran un marco de ecologa poltica alternativo.
3. Vistos desde esta perspectiva, aspectos particulares al interior de los debates sobre la biodiversidad
control territorial, desarrollo alternativo, derechos de propiedad intelectual, conocimiento local y la
conservacin misma cobran nuevas dimensiones; no se pueden seguir reduciendo a las
prescripciones tecnocraticas y economizantes ofrecidas por las posturas dominantes. Al situar estos
debates en el contexto de la ecologa poltica de los movimientos sociales, se transforma toda la red de
la biodiversidad. Localidades marginales tales como las comunidades y los movimientos sociales
empiezan a ser vistos como centros de innovacin y de mundos alternativos emergentes.

El objetivo de este texto es contribuir a imaginar tales mundos alternativos. Releva las construcciones de
naturaleza y cultura que habitan las estrategias polticas elaboradas por los movimientos sociales en su
encuentro con la destruccin ambiental y la conservacin de la biodiversidad.


La red de produccin de la biodiversidad

La dinmica de la actividad que actualmente caracteriza el campo de la biodiversidad es novedosa, pero no
carente de precedentes histricos. El antecedente ms claro se encuentra en la historia de la botanizacin
132
durante la era del imperio y la exploracin cuando los recolectores de ultramar conformaban la red
cientfica ms extensiva del mundo (Mackay, 1996:39). Durante esta poca, la recoleccin de plantas
estuvo ntimamente ligada a cuestiones de cultura, imperio y economa. Se pueden extraer lecciones
valiosas de esta experiencia examinando los debates actuales sobre la biodiversidad de una forma similar a
la que los historiadores de la ciencia y el imperio estn abordando sus casos histricos (Miller y Reill, 1996).
Algunos conceptos que fueron inicialmente introducidos en el campo de los estudios sociales de ciencia y
tecnologa (Esct) pueden ser utilizados para examinar el increblemente complejo campo de la
biodiversidad hoy. Comenzar por esbozar una aproximacin discursiva a la biodiversidad antes de
introducir el concepto de red que manejan los Esct.

Un enfoque postestructuralista sugiere que es posible examinar la biodiversidad como un discurso
histricamente producido, y no como un objeto verdadero que es progresivamente descubierto por la
ciencia. Este discurso es una respuesta a la problematizacin de la sobrevivencia provocada por la prdida
de diversidad biolgica. Como Wilson lo anota, la diversidad biolgica es la clave para la supervivencia
de la vida tal y como nosotros la conocemos (1993:19). Fue as como la biodiversidad irrumpi en el
escenario del desarrollo y la ciencia hacia finales de los ochenta. Los orgenes textuales de esta emergencia
se pueden identificar con precisin en la publicacin de la Estrategia Global de la Biodiversidad
(Wri/Iucn/Unep, 1991); y la Convencin de Diversidad Biolgica (Cdb), firmada en 1992 en la Cumbre
Mundial de Ro de Janeiro. Textos y elaboraciones posteriores desde la pltora de informes de reuniones
de las Naciones Unidas y las Ongs, hasta las descripciones de proyectos del Gef existen en los confines
de este discurso.

Pero, existe la biodiversidad como una realidad discreta diferente a la de la infinidad de seres vivientes,
incluyendo plantas, animales, microorganismos y el Homo sapiens, con sus interacciones e intercambios,
atraccin y repulsin, co-creaciones y destrucciones?
2
Desde el punto de vista biolgico, uno podra decir
que la biodiversidad es el efecto de toda esta complejidad, y que por ende podra ser especificada en
trminos funcionales y estructurales. Sin embargo, esto no es lo que plantean las definiciones establecidas.
Estas definiciones no crean un nuevo objeto de estudio, uno que no pueda ser encontrado en las definiciones
existentes de la biologa y la ecologa.
3
Ms bien, la biodiversidad es una respuesta a una situacin
concreta sin duda preocupante, pero que desborda el mbito cientfico. Como lo han demostrado los
estudios crticos de la ciencia, el acto de nombrar una nueva realidad jams es inocente. Qu visiones del
mundo ampara y propaga este nombrar? Por qu ha sido inventado este lenguaje en el ocaso de un siglo
que ha visto niveles insospechados de destruccin ecolgica?

Entonces, desde una perspectiva discursiva, la biodiversidad no existe en un sentido absoluto. Ms bien,
soporta un discurso que articula una nueva relacin entre naturaleza y sociedad en contextos globales de la
ciencia, las culturas y las economas. Como discurso cientfico, la biodiversidad puede ser vista como una
instancia fundamental en la co-produccin de la tecnociencia y la sociedad que los estudiosos de la ciencia
y la tecnologa analizan en trminos de redes. Las redes tecnocientficas son vistas como cadenas de
localidades caracterizadas por un conjunto de parmetros, prcticas y actores heterogneos. La identidad de
cada actor, a su vez, afecta y est afectada por la red. Las intervenciones en la red se efectan por medio de
modelos (de ecosistemas y estrategias de conservacin); teoras (de desarrollo y restauracin); objetos
(desde plantas y genes hasta tecnologas varias); actores (prospectores, taxonomistas, planificadores y
expertos); estrategias (manejo de recursos, derechos de propiedad intelectual); etc. Estas intervenciones
afectan y motivan traducciones, transferencias, viajes, mediaciones, apropiaciones y subversiones a travs
de la red. Aunque las prcticas locales puedan tener orgenes y consecuencias extra locales, cada localidad
puede ser la base de su propia red. Como veremos, el trabajo de los activistas de la regin del Pacfico
colombiano origina una red propia que contiene comunidades y ecosistemas locales.
4


La red de la biodiversidad inicialmente se origin hacia finales de los ochenta y principios de los noventa,
partiendo de la biologa conservacionista donde la idea de la biodiversidad (Takacs, 1996) comenz a
florecer primero. Rpidamente articul una narrativa maestra de la crisis biolgica si quiere salvar el
planeta, esto es lo que tiene que hacer, y aqu estn los conocimientos y recursos para hacerlo lanzada
globalmente en lo que ha sido denominado el primer rito de paso hacia el Estado transnacional, la
Cumbre de Ro de 1992 (Ribeiro, 1997). Segn la teora del actor-red, la narrativa de la biodiversidad cre
puntos de paso obligatorios para la construccin de discursos particulares. Este proceso traduce la
complejidad del mundo a narrativas simples de amenazas y soluciones posibles. El objetivo era crear una
construccin estable para el movimiento de objetos, recursos, conocimiento y materiales. Quizs el
planteamiento ms efectivo sobre esta construccin simplificada fue el lema de Janzen sobre la
biodiversidad: debemos conocerla para usarla y debemos usarla para salvarla (Janzen, 1992; Janzen y
133
Hallwachs, 1993). En pocos aos, se estableci una red entera que llev hacia lo que Brush (1998) ha
denominado una tremenda invasin de la esfera pblica. Sin embargo, la red de la biodiversidad no ha
resultado en una construccin hegemnica y estable como en otras instancias de la tecnociencia. Como
veremos, las contranarrativas y los discursos alternativos producidos por actores subalternos tambin
circulan activamente en la red con efectos importantes.

En este sentido, los discursos de la biodiversidad han resultado en un creciente aparato desde las
Naciones Unidas, el Gef y las Ongs ambientalistas del Norte, hasta gobiernos del Tercer Mundo, Ongs y
movimientos sociales del Sur que sistemticamente organiza la produccin de formas de conocimiento y
tipos de poder, ligando unas a otras a travs de estrategias y programas concretos. Las instituciones
internacionales, Ongs del Norte, jardines botnicos, universidades y centros de investigacin, compaas
farmacuticas, y la gran variedad de expertos localizados en cada uno de estos mbitos ocupan lugares
dominantes en la red. A medida que circulan en la red, las verdades que producen son transformadas y
re-inscritas en otras constelaciones de poder-conocimiento. Estas son resistidas, subvertidas y re-creadas de
maneras alternativas para servir a otros propsitos, por ejemplo, por los movimientos sociales que se
vuelven en s mismos un importante espacio de contradiscursos. Las redes son transformadas
continuamente a la luz de las traducciones, transferencias y mediaciones que ocurren dentro y a travs de
estas localidades. Estrictamente hablando, tales localidades son ms que sitios locales, y son en parte
definidos por procesos llevados a cabo al interior de la red, donde las fronteras de la tecnociencia y otras
esferas jams son estables.

A riesgo de sobresimplificar, es posible diferenciar cuatro grandes posiciones producidas por la red de la
biodiversidad hasta la fecha. Se debe enfatizar que cada una de estas posiciones son en s mismas
heterogneas y diversas, y que la red en su totalidad es extremadamente dinmica y cambiante. Sin
embargo, en el nivel de las regularidades discursivas, las cuatro posiciones pueden ser caracterizadas como
formaciones discursivas distintivas, incluso si a menudo se yuxtaponen (Escobar, 1997a).

1. Manejo de recursos: perspectiva globalocntrica

Esta es la visin de la biodiversidad producida por las instituciones dominantes, particularmente el Banco
Mundial y las principales Ongs ambientalistas del Norte (World Conservation Union, World Resource
Institute y World Wildlife Fund, entre otras), apoyadas por los pases del G-8. Est basada en
representaciones particulares de las amenazas de la biodiversidad con nfasis en la prdida de las
especies y hbitats y no en las causas subyacentes; ofrece un conjunto de prescripciones para la
conservacin y uso sostenible de los recursos en un nivel internacional, nacional y local; y sugiere
mecanismos apropiados para el manejo de recursos, incluyendo la investigacin cientfica, la conservacin
in-situ y ex-situ, planeacin nacional de la biodiversidad, y el establecimiento de mecanismos apropiados
para la compensacin y la utilizacin econmica de los recursos de la biodiversidad principalmente
mediante los derechos de propiedad intelectual. Este discurso dominante est siendo promovido
activamente desde una variedad de localidades y a travs de mltiples prcticas acadmicas, institucionales,
administrativas y polticas. Se origina en visiones dominantes de la ciencia, el capital y la gestin
(Wri/Iucn/Unep, 1991; Wri, 1994:149-151).

La Convencin de la Diversidad Biolgica (Cdb) ocupa un lugar central en la diseminacin de esta
perspectiva, incluyendo las Conferencias de las Partes, con sus respectivos subgrupos, polticas,
mecanismos y agendas cientficas e institucionales. La Cdb es el andamiaje que subyace a la arquitectura
bsica de la red de la biodiversidad. Como lo plantea la gua informativa para la cuarta reunin de la
Conferencia de las Partes (Cop 4) llevada a cabo en Bratislava el 4 y 15 de mayo de 1998:

Slo seis aos despus de su adopcin en la Cumbre Mundial de Ro en 1992, la
Convencin de Diversidad Biolgica (Cdb) ya est comenzando a transformar la
perspectiva de la biodiversidad de la comunidad internacional. Este proceso ha sido
guiado por las fortalezas inherentes a la Convencin y la adherencia casi universal
(ms de 170 miembros), un mandato comprehensivo cientficamente liderado, apoyo
financiero internacional para proyectos nacionales, asesora cientfica y tecnolgica a
escala mundial y la participacin poltica de mandatarios de gobierno.
5


Queda por realizar una etnografa de la Cdb y sus correspondientes actividades en la red, incluso si la
mayora de las prcticas institucionales y de conocimiento-poder pueden ser fcilmente identificadas. Entre
134
estas prcticas, que requieren un estudio ms detallado, estn: las reuniones nacionales, regionales e
internacionales anteriores a las reuniones del Cop; el establecimiento de grupos particulares dentro de la
estructura de redes de la Cdb (tales como el Subsidiary Body for Scientific, Technical y Technological
Advise, Sbstta, y el Grupo ad-hoc de Trabajo de Expertos sobre la Diversidad Biolgica); las prcticas de
los informes y las delegaciones nacionales; la progresiva especificacin e inclusin de nuevos
conocimientos y reas de poltica (biodiversidad forestal, biodiversidad agrcola, biodiversidad marina y
ocenica, bioseguridad); la proliferacin de temas (recursos genticos, mecanismos de compensacin,
biotecnologa, evaluacin de impacto, conocimiento indgena y tradicional, conservacin in-situ,
transferencia de tecnologa, etc.); el criterio de lo experto y el rol de los discursos cientficos, as como la
creciente participacin de Ongs, movimientos sociales y observadores.

Es a travs de este conjunto de prcticas que la formacin dominante es moldeada, implementada y
eventualmente negociada o subvertida. Esta negociacin se lleva a cabo a mltiples niveles. En la Cop 4,
por ejemplo, los representantes indgenas lograron un consenso sobre la implementacin del artculo 8j de
la Cdb, el cual hace un llamado hacia el respeto y el sostenimiento de las prcticas de conocimiento local.
Este consenso requiere de la creacin de un grupo de trabajo permanente con participacin total de personas
indgenas como el nico medio para promover, al interior de la Cdb, la defensa de sus recursos y
conocimientos. Instancias como estas han motivado a muchos observadores a subrayar el rol de la Cdb
como un espacio de resistencia en contra del desarrollismo verde que se ha apoderado de la Cdb y, en
general, de los debates globales de la biodiversidad (McAfee, 1997).

El discurso de la biodiversidad como manejo de recursos est ligado a otros tres discursos: la ciencia
conservacionista y campos relacionados, el desarrollo sostenible, y la reparticin de beneficios, ya sea
mediante derechos de propiedad intelectual u otros mecanismos. A pesar de que cada vez se le presta ms
atencin al conocimiento tradicional, las ciencias convencionales continan dominando el enfoque general.
Por ejemplo, la segunda reunin de la Sbstta en 1996 inclua asuntos tcnicos tales como aproximaciones
taxonmicas, el monitoreo y la evaluacin de biodiversidad, la valoracin econmica, los recursos
genticos, la bioseguridad, y varias formas de biodiversidad marina, costera, terrestre y agrcola; todos
estos tpicos caen dentro de la circunscripcin experta de la ciencia moderna. La concepcin del desarrollo
sostenible nunca es problematizada, a pesar de que algunos crticos han sealado elocuentemente la
imposibilidad de armonizar las necesidades de la economa y el medio ambiente dentro de los marcos e
instituciones existentes de la economa (Norgaard, 1995; Escobar, 1995). Finalmente, el discurso de los
derechos de propiedad intelectual domina los debates sobre reparticin de beneficios y la compensacin
ligados a las aplicaciones de la biodiversidad. Claramente se ve que se trata de una imposicin neoliberal de
los pases industrializados particularmente de Estados Unidos en vez de un opcin democrticamente
acordada.

Se deben mencionar especialmente las prcticas relacionadas con la prospeccin y la etnobioprospeccin.
Bajo el lema de la caza de genes, la bioprospeccin jug un rol importante, y algo desafortunado en los
primeros aos del discurso (Wri, 1993), generando esperanzas (fiebre de genes) y temores (biopirateria),
no completamente justificados, ni fcilmente mitigables. Desde entonces, mucho se ha aprendido, y los
trabajos recientes muestran un grado de sofisticacin conceptual y poltica mucho ms elaborado (Brush y
Stabinski, 1996; Balick, Elisabetsky y Laird, 1996). Muchos observadores creen que la bioprospeccin
mantendr su importancia en alguna medida al menos una dcada ms. Ligada al asunto de las patentes de
formas de vida, la bioprospeccin sin duda puede generar resultados problemticos, incluyendo la prdida
de derechos sobre sus propias plantas y conocimiento para algunos pequeos agricultores e indgenas
(Grain, 1998), y la mayor parte de las actividades prospectivas hoy da son concebidas en trminos
relativamente convencionales. No obstante, han surgido un nmero interesante de propuestas para la
colaboracin entre prospectores y comunidades. La farmacutica Shaman, por ejemplo, ha desarrollado un
protocolo sugestivo para proveer reciprocidades a largo plazo y beneficios a corto plazo para las
comunidades, mientras contribuyen a la preservacin de los ecosistemas y el conocimiento cultural local
(King, Carlson y Moran, 1996; Moran, 1997). Todava hay poca claridad, sin embargo, sobre la suerte y los
efectos de estas propuestas que no abordan las contradicciones inherentes a la creacin de este tipo de
naturalezas hbridas que hibridizan naturalezas capitalistas y no capitalistas (vase el captulo 10), que
surgen de las formas opuestas de ver y practicar la naturaleza, el conocimiento y la economa (Gudeman,
1996). Ahora bien, es un hecho que este encuentro de racionalidades continuar, ojal fortaleciendo la
autonoma de las comunidades locales con respecto a sus conocimientos y recursos.

135
2. Soberana: perspectivas nacionales del Tercer Mundo

A pesar de que hay grandes variaciones en las posiciones adoptadas por los gobiernos del Tercer Mundo, se
puede plantear la existencia de una perspectiva nacional del Tercer Mundo que, sin cuestionar de manera
fundamental el discurso globalocntrico, busca negociar los trminos de los tratados y las estrategias de la
biodiversidad. La cuestin de los recursos genticos ha despertado el inters de los gobiernos del Tercer
Mundo por estas negociaciones. Aspectos no resueltos como la conservacin in-situ y el acceso a
colecciones ex-situ, acceso soberano a los recursos genticos, la deuda ecolgica, y la transferencia de
recursos tcnicos y financieros al Tercer Mundo son importantes tpicos en la agenda de estas
negociaciones, algunas veces abordadas de manera colectiva por grupos regionales, como por ejemplo los
pases del Pacto Andino. Algunos pases han tomado un rol protagnico en el inters por ciertos aspectos
(por ejemplo, una moratoria sobre la prospeccin promovida por algunos pases en la Cop-3); otros se han
opuesto a polticas favorecidas por las naciones industrializadas (como algunos aspectos de los derechos de
propiedad intelectual); y otros ms presionan a los pases industrializados por su falta de disposicin para
negociar cuestiones claves como la transferencia de recursos tecnolgicos y financieros para la
conservacin.

La posicin de los gobiernos nacionales es clave en escenarios internacionales como la Cdb. Tambin es
crucial para las Ongs sub-nacionales y los movimientos sociales. Un estudio etnogrfico de este segundo
nivel de la red examinara las articulaciones de las prcticas nacionales, internacionales y sub-nacionales;
las subversiones, transferencias y mediaciones que a cada paso se llevan a cabo entre actores; y sus efectos
sobre las polticas, estrategias y programas de conservacin concretos. Bajo el mandato de la Cdb, los
gobiernos nacionales tienen que realizar planeacin de la biodiversidad, para lo cual ya han sido
establecidos detallados programas de accin (Wri, 1995). Estos planes y programas son concebidos en
trminos convencionales de la planeacin del desarrollo, y pueden ser analizadas etnogrficamente como
instancias concretas de la organizacin del conocimiento y el poder (Ferguson, 1990; Escobar, 1995,
1998a). Las configuraciones resultantes de la conservacin y el desarrollo sostenible dependern de la
lucha sobre los modelos de naturaleza y las prcticas sociales obtenidas por la intensa negociacin de los
grupos involucrados. Como veremos, la etnografa del caso colombiano sugiere que los movimientos
sociales pueden tener un efecto no despreciable en resultado de las polticas nacionales para la
conservacin.

3. Biodemocracia: perspectiva de las Ongs progresistas

Para un nmero creciente de Ongs del Sur, la perspectiva dominante y globalocntrica equivale a una
forma de bioimperialismo. Al reinterpretar las amenazas a la biodiversidad poniendo el nfasis en las
monoculturas de la mente y la agricultura promovidas por el capital y la ciencia reduccionista, as como los
hbitos consumistas del Norte nutridos por los modelos economicistas, y en la destruccin de hbitats
generada por megaproyectos de desarrollo, los simpatizantes de la biodemocracia dirigen su atencin del
Sur al Norte como fuente de la crisis de la diversidad. Al mismo tiempo, sugieren una redefinicin radical
de la produccin y de la productividad lejos de la lgica de la uniformidad y, por el contrario, hacia la lgica
de la diversidad. Esta utilizacin estratgica del holismo de la ecologa es presentada convincentemente
como ms cientfica. La propuesta resultante para la biodemocracia enfatiza el control local de los recursos
naturales; suspensin de megaproyectos de desarrollo y de subsidios para las actividades del capital que
destruyen la biodiversidad; apoyo a las prcticas basadas en la lgica de la diversidad; una redefinicin de
productividad y eficiencia; y reconocimiento de la base cultural de la diversidad biolgica.

Adems, estas crticas se oponen a la biotecnologa como herramienta para mantener la diversidad y a la
adopcin de derechos de propiedad intelectual como un mecanismo para la proteccin del conocimiento
local y los recursos. Por el contrario, abogan por formas de derechos colectivos que reconozcan el valor
intrnseco y el carcter compartido del conocimiento y los recursos (Third World Network and Research
Foundation, 1994; Grain, 1998). Estas posiciones se oponen a las construcciones ms fundamentales de la
modernidad, como la ciencia positivista, el mercado, la propiedad y el individuo. Como tal, esta lnea
constituye una crtica importante a las perspectivas globalocntricas. Desde el punto de vista etnogrfico, la
atencin debe centrarse en cmo se constituyen sub-redes a niveles nacionales y transnacionales; la
circulacin de discursos, activistas y acadmicos progresistas a travs de dichas redes y a travs de los
nodos principales de la red de biodiversidad; la recepcin y productividad de tales discursos; y la relacin
entre los actores de esta formacin discursiva y los movimientos sociales locales. Se necesita ms trabajo
etnogrfico para profundizar en la forma en que estas organizaciones articulan sus visiones y posiciones en
136
trminos de ciencia, gnero, naturaleza, cultura y poltica.
6

4. Autonoma cultural: perspectiva de los movimientos sociales

Esta perspectiva ser discutida ampliamente en lo que resta del captulo. Los movimientos sociales
considerados aqu son especficamente aquellos que explcitamente construyen una estrategia poltica para
la defensa del territorio, la cultura y la identidad ligada a lugares y territorios particulares. Estos
movimientos sociales generan una poltica cultural mediada por consideraciones ecolgicas definidas ms
adelante. De esta manera, aunque tienen muchos puntos en comn con la perspectiva de las Ongs del Sur,
es conceptual y polticamente distinta, ocupando una posicin diferente en la red de la biodiversidad.
Conscientes de que la biodiversidad es una construccin hegemnica, los activistas de estos movimientos
reconocen, no obstante, que dicho discurso abre un espacio para la configuracin de desarrollos
culturalmente apropiados que se puedan oponer a tendencias ms etnocntricas y extractivistas. Lo suyo es
la defensa de todo un proyecto de vida, y no slamente de los recursos o la biodiversidad.

El surgimiento de movimientos sociales que explcitamente apelan a los discursos de la biodiversidad como
parte de su estrategia es relativamente reciente. En muchos casos, la preocupacin por la biodiversidad ha
seguido a luchas ms amplias por el control territorial. En Amrica Latina, un nmero de experiencias
importantes se han llevado a cabo al respecto, fundamentalmente en conjuncin con la demarcacin de
territorios colectivos en pases como Ecuador, Per, Colombia, Bolivia y Brasil. An queda por examinar
detalladamente estas experiencias desde el lente etnogrfico y comparativo.
7

Hay un elemento final que debe ser mencionado brevemente antes de proceder al anlisis del caso
colombiano. De los cuatro discursos sobre la biodiversidad que hemos esbozado se deduce que hay una
asimetra fundamental en los textos de la biodiversidad entre la ciencia y la economa moderna, de un lado,
y el conocimiento local y las prcticas de la naturaleza, del otro. Aunque hoy da se presta atencin al
conocimiento local en los debates de la biodiversidad particularmente alrededor de la discusin e
implementacin del artculo 8j de la Cdb esta atencin es insuficiente y, a menudo, desviada en la medida
en que el conocimiento local es raramente entendido en sus propios trminos o es refuncionalizado para
servir a la conservacin al estilo occidental. Ms all del argumento de la predacin hecha por el capital de
las ecologas y el conocimiento local esbozado por la economa poltica (Shiva, 1997), existen
consideraciones culturales y epistemolgicas en juego, particularmente en la medida en que las formas del
conocimiento local y moderno constituyen diferentes formas de aprehender el mundo y de apropiar lo
natural (Leff, 1997). Hoy da hay pocas dudas de que este es el caso, especialmente si se mira la literatura
cada vez ms detallada sobre modelos culturales de la naturaleza.

Cada vez ms, los antroplogos, gegrafos y eclogos polticos demuestran elocuentemente que muchas
comunidades rurales del Tercer Mundo construyen la naturaleza de maneras sorprendentemente
diferentes a las prevalecientes formas modernas. Ellos significan y utilizan sus ambientes naturales de
maneras muy particulares. Los estudios etnogrficos revelan como dichas comunidades han construido un
conjunto de prcticas coherentes para pensar, relacionarse y utilizar lo biolgico. El proyecto de
documentar estos modelos culturales de la naturaleza fue formulado ya hace algn tiempo (Strathern, 1980)
y ha logrado un nivel de sofisticacin importante en aos recientes (Descola y Plsson, 1996; Gudeman y
Rivera, 1990). No existe, claro est, una visin unificada de lo que constituye un modelo cultural de la
naturaleza, o la manera en que estos modelos operan cognitiva y socialmente. El anlisis de la vasta
literatura existente desborda el campo de accin de este texto. Es suficiente decir que una de las nociones
ms aceptadas es que muchos modelos locales no se basan en la dicotoma naturaleza-sociedad. Al
contrario de las construcciones modernas en donde se hace una separacin estricta entre lo biofsico, lo
humano y lo sobrenatural, los modelos locales en muchos contextos no occidentales a menudo estn
basados en vnculos de continuidad entre las tres esferas e inmersos en relaciones sociales que no pueden
ser reducidas a trminos capitalistas modernos.
8


De manera similar, parece haber una cierta convergencia con los estudios antropolgicos recientes en
abordar el conocimiento local como una actividad localizada compuesta por una historia cambiante de
prcticas. Esta perspectiva asume que el conocimiento funciona en base a un cuerpo de prcticas y no bajo
un sistema de conocimientos compartidos independientes de todo contexto (Hobart, 1993b:17; Ingold,
1996a). Esta visin del conocimiento local orientada por la prctica tiene su origen en una variedad de
posiciones tericas, desde Heidegger hasta Bourdieu y Giddens. Una tendencia relacionada enfatiza los
aspectos corporalizados del conocimiento local. Para Ingold (1995b, 1996b), nuestro conocimiento del
mundo puede ser descrito como un proceso de aprendizaje de destrezas en el contexto del involucrarse con
137
el entorno. Desde esta visin, los humanos estn inmersos en la naturaleza e involucrados en actos prcticos
y localizados. Para Richards (1993), el conocimiento agrcola local debe ser visto como un conjunto de
capacidades especficas improvisables al tiempo y al contexto, ms que constitutivas de un sistema de
conocimiento indgena coherente, como lo sugera la literatura existente. En esta visin enactuada del
conocimiento local, es apropiado hablar de capacidades encarnadas en el desenvolvimiento de tareas en
contextos sociales moldeadas por lgicas culturales particulares. Estas importantes tendencias, claro est,
no resuelven todas las preguntas sobre la naturaleza y los modos de operacin del conocimiento local; por el
contrario, quedan muchas preguntas abiertas que no pueden ser tratadas aqu. Sin embargo, es importante
sealar que stas pueden propiciar un enfoque ms amplio para las discusiones de la conservacin de la
biodiversidad y aspectos relacionados, como los derechos de propiedad intelectual, tarea que est por
hacerse.

Desde el punto de vista etnogrfico, el nfasis se debe realizar en la documentacin de los conjuntos de
usos-significados que caracterizan el actuar de diversos grupos en el mundo natural. A partir de la
multiplicidad de los modelos culturales existententes podemos formular varias preguntas. Ser posible
lanzar una defensa de los modelos locales de la naturaleza dentro del campo de accin de los debates de
apropiacin y conservacin de la biodiversidad? De qu manera tendran que transformarse los conceptos
actuales de la biodiversidad y el conocimiento local para hacer posible esta reorientacin? Finalmente, qu
actores sociales podran abordar tal proyecto de manera ms pertinente?

Estas preguntas estn siendo exploradas activamente en dos mbitos separados, pero crecientemente
interrelacionados: la teora de la ecologa poltica, particularmente a travs del intento de articular una
racionalidad ecolgica alternativa (Leff, 1995a), y los movimientos sociales de regiones ricas en
biodiversidad. Mientras la primera trata de desarrollar un nuevo paradigma de la produccin que incorpore
factores culturales, ecolgicos y tecnoeconmicos en una estrategia que sea econmica y culturalmente
sostenible para un grupo humano y ecosistema dados; los segundos intentan construir una visin alternativa
del desarrollo y la prctica social mediante una estrategia poltica auto-consciente y localizada. Como
sugeriremos en la ltima parte de este captulo, estos dos proyectos tienen mucho que contribuir el uno al
otro. Ahora examinemos la manera en la cual los movimientos sociales estn enfrentando la pregunta por la
biodiversidad/sostenibilidad desde la perspectiva de la cultura y la poltica, enfocndonos concretamente en
el movimiento social de comunidades negras de la regin del Pacfico colombiano.


Etnicidad, territorio y poltica: los movimientos sociales y la cuestin de la biodiversidad

Desde finales de la dcada del ochenta, la regin del Pacfico colombiano est siendo objeto de un proceso
histrico sin precedentes: el surgimiento de identidades tnicas colectivas y su ubicacin estratgica en la
relacin cultura-territorio. Este proceso se lleva a cabo en una compleja coyuntura nacional e internacional.
En el nivel nacional, la coyuntura incluye, de un lado, la apertura neoliberal de la economa hacia mercados
mundiales desde 1990 y su integracin con las economas de la cuenca del Pacfico; y del otro, el cambio de
la Constitucin en 1991 que, entre otras cosas, le otorg a las comunidades negras de la regin del Pacfico
colombiano derechos colectivos sobre los territorios que han ocupado tradicionalmente. A nivel
internacional, las reas de selva tropical, tales como la regin del Pacfico, han adquirido cierta
especificidad a la luz del hecho de que son vistas como el lugar donde habita la mayor diversidad biolgica
del planeta.

La regin de la costa Pacfica colombiana cubre una vasta rea (alrededor de 700.000 km
2
) que abarca
desde Panam hasta el Ecuador y desde la Coordillera Occidental hasta el ocano. Es una regin de selva
hmeda nica, y en trminos cientficos, una de las ms biodiversas del mundo. Alrededor de un 60% de los
900.000 habitantes (800.000 afrocolombianos, alrededor de 50.000 emberas, waunanas y otros grupos
indgenas, as como colonizadores mestizos) viven en las ciudades y pueblos ms grandes, mientras que el
resto habita las mrgenes de los ms de 240 ros, la mayora de los cuales corren desde la cordillera hacia el
ocano. Las comunidades negras e indgenas han mantenido prcticas materiales y culturales particulares,
tales como mltiples actividades econmicas y de subsistencia que involucran la agricultura, la pesca, la
caza y la recoleccin, y explotacin minera a pequea escala; familias extensas y relaciones sociales
matrilocales; fuertes tradiciones orales y prcticas religiosas; formas de conocimiento particulares y
utilizacin de diversos ecosistemas selvticos; etc. que seran imposibles de resumir aqu. Lo que es
importante resaltar es la existencia continuada de culturas significativamente diferentes en una regin que
finalmente est atrayendo la atencin nacional e internacional. Es dicha atencin la que est transformando
la invisibilidad cultural y ecolgica de esta regin desde hasta hace una dcada.
9

138

La aparicin de identidades tnicas colectivas en el Pacfico colombiano y en regiones similares refleja un
movimiento histrico doble: por un lado, la irrupcin de lo biolgico como un problema global y, por el
otro, la emergencia de lo tnico y cultural, como es reconocido en la Constitucin colombiana en su deseo
por construir una sociedad pluritnica y multicultural. A qu nivel constituyen estas identidades un nuevo
contexto en la discusin sobre la biodiversidad del pas? Es posible articular una visin alternativa de la
conservacin de la biodiversidad desde la perspectiva de los objetivos y las necesidades de los movimientos?
Sera demasiado pronto para argumentar categricamente que los discursos de la biodiversidad pueden ser
reconcebidos desde el espacio creado por los movimientos. Sin embargo, la experiencia colombiana sugiere
pautas para la reflexin en este sentido. Veamos cmo.

Recientemente, los tericos de los movimientos sociales orientaron su atencin hacia la nocin de poltica
cultural (vase el captulo 6). La poltica cultural es el proceso que se genera cuando un conjunto de
actores sociales que exhiben diferentes significados y prcticas culturales entran en conflicto entre s. Esta
definicin de poltica cultural asume que los significados y las prcticas particularmente aquellos
teorizados como marginales, opositivos, minoritarios, emergentes, alternativos y disidentes, todos estos
concebidos en relacin con un orden cultural dominante determinado pueden ser fuente de procesos que
deben ser aceptados como polticos. La cultura es poltica dado que los significados son constitutivos de
procesos que implcita o explcitamente buscan redefinir el poder social. Cuando los movimientos
despliegan concepciones alternativas en relacin a las mujeres, la naturaleza, el desarrollo, la economa, la
democracia o la ciudadana que desestabilizan los significados culturales dominantes, stos generan una
poltica cultural. La poltica cultural es el resultado de articulaciones discursivas originadas en prcticas
culturales existentes. Estos procesos jams son puros, siempre son hbridos, no obstante evidencian
contrastes significativos en relacin con las culturas dominantes.
10


Se puede decir que estas dinmicas estn en juego en el Pacfico colombiano desde 1990, resultando en la
aparicin de movimientos negros e indgenas de importancia. Progresivamente, tales movimientos han
llegado a abordar cuestiones ecolgicas. Desde 1993, el Proceso de Comunidades Negras Pcn, una red de
ms de 140 organizaciones locales ha asumido un rol protagnico en la lucha por los derechos
constitucionales otorgados a las comunidades negras y en la defensa de sus territorios (vase el captulo 7).
El Pcn ha enfatizado en el control social del territorio como un prerequisito para la supervivencia, la
recreacin y el fortalecimiento de la cultura. En las comunidades ribereas, los esfuerzos de los activistas
han estado centrados hacia: a) la promocin de un proceso pedaggico con y al interior de las comunidades
en relacin al significado de la nueva Constitucin; b) la discusin tanto de conceptos fundamentales
como territorio, desarrollo, prcticas tradicionales de produccin como de la utilizacin de los
recursos naturales; y c) el fortalecimiento de la capacidad organizativa de las comunidades. Este esfuerzo
sirvi para sentar las bases, durante el perodo 1991-1993, de la elaboracin de una propuesta de ley de
derechos culturales y territoriales esbozados por la Constitucin de 1991 Ley 70, aprobada en 1993,
as como para afirmar una serie de principios poltico-organizativos.
11


La discusin colectiva en torno a la propuesta para la Ley 70 fue un espacio decisivo en el desarrollo del
movimiento. Este proceso se llev a cabo en dos niveles: uno centrado en la vida y las prcticas cotidianas
de las comunidades negras ribereas, y otro enfocado en las reflexiones polticas e ideolgicas de los
activistas. El primer nivel, realizado bajo el lema de la denominada la lgica del ro, se bas en una
amplia participacin de la gente local en la articulacin de sus propios derechos, aspiraciones y sueos. El
segundo nivel, aunque tuvo los asentamientos ribereos como referente, busc trascender el mbito rural
para plantear la pregunta de la gente negra como grupo tnico ms all de lo poda ser otorgado por la ley.
Este nivel produjo una rearticulacin de las nociones de territorio, desarrollo y las relaciones sociales de las
comunidades negras con el resto del pas. A pesar de las diferencias internas y la manipulacin del proceso
por parte de polticos negros ligados a los partidos tradicionales, las organizaciones del movimiento social
fueron capaces de desplegar una influencia considerable en el proyecto de ley negociado con el gobierno
nacional.
12


Paulatinamente, el movimiento ha ido sofisticando su elaboracin conceptual y poltica. En la tercera
Asamblea Nacional de Comunidades Negras, realizada en septiembre de 1993 en Puerto Tejada, se
propusieron metas como la consolidacin del movimiento social de comunidades negras para la
reconstruccin y afirmacin de la identidad cultural, desarrollando una estrategia organizativa autnoma
para el logro de derechos culturales, sociales, econmicos, polticos y territoriales as como para la defensa
de los recursos naturales y el medio ambiente. Uno de los aspectos centrales de la Asamblea fue la
adopcin de un conjunto de principios poltico-organizativos formulados a partir de la prctica, la visin de
139
mundo y los deseos de las comunidades negras. Estos principios, concernientes a aspectos claves de la
identidad, el territorio, la autonoma y el desarrollo son: a) la reafirmacin de la identidad (el derecho a ser
negros), que identifica a la cultura y la identidad como ejes organizativos de la vida cotidiana y la prctica
poltica; b) el derecho al territorio (como el espacio para ser), que concibe el territorio como una condicin
necesaria para la recreacin y el desarrollo de la visin cultural negra, y como un hbitat donde la gente
negra desarrolla su quehacer con la naturaleza; c) autonoma (el derecho a ejercer el ser/identidad),
particularmente en la esfera poltica, no obstante, con la aspiracin de alguna autonoma social y econmica,
y d) el derecho a construir una perspectiva autnoma del futuro, particularmente una visin autnoma del
desarrollo basada en la cultura negra. Un quinto principio incluy una declaracin de solidaridad para con
las luchas por los derechos de la gente negra en todo el mundo (vase el captulo 7).

Esta declaracin de principios ya sugera una lectura particular de la situacin socioeconmica y poltica de
la costa Pacfica como una unidad tnica y ecolgica estratgica con el nfasis concomitante en la
diferencia cultural y la defensa del territorio. Tambin subyace una aproximacin etno-cultural que subraya
la reconstruccin de la diferencia cultural como un medio para aminorar las formas de dominacin
ecolgicas, socioeconmicas y polticas. Para el proceso etno-cultural, el movimiento necesita ser
construido sobre la base de amplias demandas por el territorio, la identidad, la autonoma y el derecho a su
propia visin del desarrollo y del futuro. Igualmente, sus activistas involucran una visin del ser negro que
desborda con creces las cuestiones de color de la piel y los aspectos raciales de la identidad.

El movimiento social de comunidades negras est embarcado en un proceso de construccin de identidades
colectivas que guarda similitudes con el movimiento caribeo y afro-britnico analizado por Hall. En este
sentido, para Hall (1990), la construccin de la identidad tnica tiene un doble carcter: por un lado, la
identidad es pensada como enraizada en prcticas culturales compartidas, es decir, en un cierto ser colectivo
no cambiante. Esta concepcin de la identidad ha jugado un papel importante en las luchas anticolonialistas,
e involucra un imaginativo redescubrimiento de la cultura que le presta coherencia a la experiencia de
dispersin y opresin. Por otro lado, la identidad es vista en trminos de diferencias creadas por la historia.
Este aspecto de la construccin de la identidad hace nfasis en el llegar a ser ms que en el ser, en el
transformarse ms que en el permanecer y en la discontinuidad tanto como en la continuidad cultural.

Este doble carcter de la identidad puede ser vista en el enfoque etno-cultural del movimiento negro del
Pacfico colombiano. Para los activistas, la defensa de determinadas prcticas culturales de las
comunidades ribereas es una decisin estratgica, en la medida en que son reconocidas no slo por
incorporar resistencias al capitalismo, sino tambin como elementos para racionalidades ecolgicas
alternativas. Aunque a menudo se encuentra signada por un lenguaje culturalista, esta defensa no es
esencializante ya que responde a los desafos enfrentados por las comunidades. As, la identidad es vista de
ambas maneras: como anclada en prcticas y formas de conocimiento tradicionales, al igual que como un
proyecto de construccin cultural y poltica siempre cambiante. De esta manera, el movimiento se
construye sobre la base de redes de prcticas y significados culturales sumergidos dentro de las
comunidades ribereas y su construccin activa de mundos (Melucci, 1989); ahora bien, concibe estas
redes como base para la configuracin poltica de la identidad relacionada ms con el encuentro con la
modernidad Estado, capital, ciencia, biodiversidad, que con identidades esenciales y atemporales.

El gnero, elemento central de la construccin de la identidad, progresivamente se est convirtiendo en un
aspecto importante en la agenda de las organizaciones etno-culturales. Aunque an no se le da suficiente
atencin, el hecho de que muchos de los lderes y activistas principales del movimiento son mujeres
comprometidas con el enfoque etno-cultural est operando como un catalizador para la articulacin de
asuntos de gnero. Esta posibilidad fue sentida en 1994, cuando se reconoci la necesidad de abordar el
gnero como una parte integral del movimiento y no a partir de la promocin de la creacin de
organizaciones de mujeres separadas. La organizacin de mujeres negras est comenzando a desbordar las
fronteras del movimiento y a tomar una dinmica propia. En 1992, la primera reunin de mujeres negras de
la costa Pacfica atrajo ms de quinientos participantes; una red de organizaciones de mujeres negras ya
existe y comienza a ganar visibilidad en diversos mbitos, particularmente desde 1995 (Rojas, 1996); los
discursos de gnero y biodiversidad tambin estn surgiendo lentamente (Camacho y Tapia, 1996). A pesar
de que muchos esfuerzos organizativos de mujeres an estn enmarcados en trminos convencionales de
mujer y desarrollo (Lozano, 1996), el nmero de activistas comprometidas con una movilizacin tnica y
de gnero est creciendo de manera simultnea (Asher, 1998).
13


En qu medida representa el movimiento social de comunidades negras que sucintamente hemos descrito
una propuesta alternativa de conservacin de la biodiversidad? En la siguiente seccin se analizan los
140
conceptos particulares del movimiento al respecto. Como veremos, a travs de su encuentro con instancias
de conflicto e iniciativas ambientales, los activistas del movimiento estn tejiendo toda una ecologa
poltica que proporciona elementos importantes para la redefinicin de la apropiacin y conservacin de la
biodiversidad.


Poltica cultural, biodiversidad y ecologa poltica de los movimientos sociales

Por su riqueza en recursos naturales, la regin de la costa Pacfica colombiana actualmente se encuentra en
la mira de los aparatos nacionales e internacionales del desarrollo. La insercin de grupos negros e
indgenas en las discusiones nacionales e internacionales sobre la conservacin de la biodiversidad, los
recursos genticos, y el control y manejo de los recursos naturales es reciente. Desde el momento de la
nueva Constitucin y la Ley 70, cuando apenas se hablaba de la biodiversidad en la regin, hasta finales de
los noventa, se ha cubierto un vasto terreno. Esto incluye el compromiso activo de las comunidades
ribereas y los activistas del Pcn con el Proyecto Biopacfico (Pbp),
14
y la incipiente pero creciente
transnacionalizacin del movimiento.
15
Al mismo tiempo, los activistas del Pcn se han lanzado a las
elecciones locales; se continan organizando local y regionalmente; han buscado financiacin para la
titulacin territorial; y han participado en intensas negociaciones sobre el futuro de Pbp (1996-1998). Al
mismo tiempo, han sido testigos del crecimiento de la violencia en la regin, en ocasiones en contra de los
activistas y las comunidades para desanimarlos a presionar por sus demandas territoriales.

Aunque no se puede afirmar que la biodiversidad se haya convertido en la preocupacin central del
movimiento, es claro que la construccin de una estrategia poltica para la regin est cada vez ms inmersa
en la red de la biodiversidad, y que el Pcn, en conjuncin con el Pbp y otras actores, han creado un nodo
local que se constituye como una red en s mismo. Las relaciones entre cultura, territorio y recursos
naturales conforman un eje central de la estrategia construida dentro de las organizaciones del movimiento
y en sus negociaciones con el Estado. Contrariamente, algunos desacuerdos sobre la visin de los recursos
naturales han creado tensiones entre las organizaciones comunitarias, as como entre algunos sectores
comunitarios y las organizaciones etno-culturales. Muchas organizaciones negras subordinan los principios
etno-culturales a la obtencin de recursos del Estado para el desarrollo.

Estas tensiones estn relacionadas con la intensificacin del desarrollo, el capitalismo y la modernidad en la
regin (Escobar y Pedrosa, 1996). Primero, la creciente migracin de campesinos, proletarios y
empresarios hacia el Pacfico desplazados del interior del pas est teniendo un impacto ecolgico y social
visible, fundamentalmente a raz de la lgica cultural diferente que estos actores traen. Segundo, el
gobierno continua insistiendo en implementar planes de desarrollo convencionales en la regin que
propician la creacin de infraestructura para la intervencin del capitalismo a gran escala. Tercero, las
polticas del gobierno para la proteccin de los recursos naturales han consistido en medidas
convencionales de expansin de parques naturales o programas de forestera social con poca o ninguna
participacin comunitaria. Slamente el pequeo, pero simblicamente importante, Proyecto Biopacfico
ha tratado de incorporar las demandas de las comunidades negras organizadas. Finalmente, los carteles de
la droga tambin han incursionado en la regin, bajo la forma de grandes proyectos mineros,
agroindustriales y tursticos con consecuencias enormes, an difciles de discernir.

Adems de subrayar la existencia de estos factores es necesario decir que el nivel organizativo de las
comunidades negras en la regin central y sur del Pacfico es an bajo. Su vulnerabilidad ha sido revelada
en varios casos de conflictos ambientales entre las comunidades locales, el Estado, y los intereses mineros y
agroindustriales que han aumentado en nmero e intensidad desde la sancin de la Ley 70, y en algunos de
los cuales las organizaciones del movimiento han extrado victorias parciales pero importantes.
16
Estos
casos han evidenciado no slo la debilidad de las agencias del Estado a cargo de la proteccin de los
recursos naturales, sino tambin la no escasa confabulacin entre los funcionarios y los intereses privados
que explotan los recursos que ellas supuestamente deben proteger. En un gran nmero de casos, los
funcionarios estatales se han aliado con negociantes locales para reprimir a las organizaciones del
movimiento. Ms an, los funcionarios locales del gobierno temen enfrentar los serios problemas
ambientales que a veces afectan a las comunidades bajo su jurisdiccin. Finalmente, las medidas del
gobierno para el control de los abusos ambientales a menudo llegan tarde y son ineficientes, o inducen
pequeos correctivos en las actividades ambientalmente destructivas. Por el lado positivo, las
organizaciones negras han podido utilizar algunas de estas instancias de conflicto para construir alianzas
intertnicas con los movimientos indgenas.
17


141
En este contexto, los activistas del Pcn han desarrollado un marco de ecologa poltica que incorpora
conceptos de territorio, biodiversidad, economas locales, corredores de vida, gobernabilidad territorial y
desarrollo alternativo. Progresivamente han articulado este enfoque en su interaccin con las comunidades,
el Estado, las Ongs y los sectores acadmicos. Como ya se mencion, el territorio es visto como un espacio
multidimensional fundamental para la creacin y recreacin de las prcticas ecolgicas, econmicas y
culturales de las comunidades. La defensa del territorio es asumida dentro de una perspectiva histrica que
liga el pasado y el futuro. En el pasado, las comunidades mantuvieron un control relativo, as como formas
de conocimiento y de vida conducentes a determinados usos de los recursos naturales. Esta articulacin
entre los significados, las prcticas y las relaciones sociales est siendo actualmente transformada por la
embestida desarrollista. Confrontados con presiones nacionales e internacionales sobre los recursos
naturales y genticos de la regin, las comunidades negras organizadas se preparan para librar una lucha
desigual y estratgica por mantener el control sobre el ltimo espacio territorial en el cual an ejercen una
influencia cultural y social significativa.

La demarcacin de territorios colectivos ha llevado a los activistas a desarrollar una concepcin del
territorio que enfatiza articulaciones entre los patrones de asentamiento, los usos del espacio y las prcticas
de usos-significados de los recursos. Esta concepcin es validada por estudios antropolgicos recientes que
documentan modelos culturales de la naturaleza existentes entre las comunidades negras ribereas. Los
asentamientos ribereos evidencian un patrn longitudinal y discontinuo a lo largo de los ros en donde son
combinadas y articuladas mltiples actividades econmicas pesca, agricultura, minera a pequea escala,
uso forestal, caza y recoleccin, as como actividades de mercado segn la localizacin del asentamiento
en el segmento alto, medio o bajo del ro. La dimensin longitudinal se articula con el eje horizontal
regulado por el conocimiento y la utilizacin de mltiples recursos, desde aquellos que han sido
domesticados cerca a la margen del ro incluyendo las hierbas medicinales y los cultivos de alimentos
hasta las especies no domesticadas que se encuentran en las varias capas de selva lejos del ro. Un eje
vertical desde el inframundo al supramundo, poblado por espritus benevolentes o peligrosos, tambin
contribuye a articular los patrones de uso-significado de los recursos. Estos mltiples ejes dependen de las
relaciones sociales entre las comunidades, las cuales incluyen relaciones inter-tnicas entre las
comunidades negras e indgenas, como tambin relaciones sociales y ecolgicas intra-ros.
18


Una de las contribuciones importantes que ha hecho el Pbp ha sido el iniciar el estudio y la
conceptualizacin de los sistemas tradicionales de produccin de las comunidades ribereas. Para el
equipo del Pbp y los activistas del Pcn, es claro que estos sistemas, ms orientados al consumo local que al
mercado y la acumulacin, han operado como formas de resistencia, incluso si adems han contribuido a la
marginalizacin de la regin. Tambin se considera que las prcticas tradicionales tales como la
utilizacin mxima de los recursos forestales y agrcolas, la explotacin de baja intensidad, el uso
cambiante de los espacios productivos sobre amplias y diferentes reas ecolgicas, mltiples y diversas
actividades agrcolas y extractivas, y prcticas laborales basadas en las relaciones parentales y familiares,
etc. han sido sostenibles al punto de que han permitido la reproduccin de las ecologas culturales y
biofsicas. Concebidos en trminos de sistemas productivos adaptativos, estos estudios han generado
herramientas tiles para la planeacin y reflexin de la comunidad y el movimiento social. Finalmente, hay
acuerdo en el hecho de que en muchas partes de los ros estos sistemas no slo estn bajo condiciones de
mucho estres, fundamentalmente por las presiones extractivistas, sino tambin que cada vez son menos
sostenibles. Es bajo estas condiciones que se ven como necesarias las novedosas estrategias econmicas y
tecnolgicas, las cuales deben ser capaces de generar recursos para la conservacin (Snchez y Leal, 1995).

Los activistas han introducido otras innovaciones conceptuales, algunas de las cuales han surgido en el
proceso de negociacin con el equipo del Proyecto Biopacfico. La primera es la definicin de
biodiversidad como territorio ms cultura. Estrechamente relacionada a dicha definicin est una visin
del Pacfico como un territorio-regin de grupos tnicos: una unidad cultural y ecolgica que es un
espacio laboriosamente construido a travs de prcticas culturales y econmicas cotidianas de comunidades
negras e indgenas. El territorio-regin tambin es pensado en trminos de corredores de vida, verdaderos
modos de articulacin entre las formas socio-culturales de uso y el ambiente natural. Existen, por ejemplo,
corredores ligados a los ecosistemas de manglar, a las colinas, a las partes medias de los ros, extendindose
hacia adentro de la selva, y aquellos construidos por actividades particulares tales como la minera
tradicional. Cada uno de estos corredores est marcado por patrones de movilidad particulares, relaciones
sociales gnero, parentesco, etnicidad, usos del entorno y vnculos con otros corredores, y cada uno
involucra una estrategia de uso y manejo del territorio. En algunas partes de la regin, los corredores de
vida se basan en relaciones inter-tnicas e intra-ros.

142
A travs de estas concepciones tambin desarrolladas en contacto directo con las comunidades mediante
ejercicios de monteo y mapeo, los activistas le dan contenido a la ecuacin bsica de la biodiversidad de
territorio ms cultura. Son precisamente estas complejas dinmicas eco-culturales, que raramente se
toman en cuenta en los programas gubernamentales, las que dividen el territorio de acuerdo con principios
tales como la cuenca del ro, pasando por alto las complejas redes que articulan a varios ros entre s. Los
enfoques convencionales tambin fragmentan la espacialidad culturalmente construida, representada en
paisajes particulares, precisamente porque son miopes a las dinmicas socio-culturales.

De la misma manera, se podra decir que el territorio-regin es una categora de gestin de los grupos
tnicos; no obstante, es algo ms que eso. Es una categora de relaciones inter-tnicas que apunta hacia la
construccin de modelos sociales y de vida alternativos. El territorio-regin es una unidad conceptual, as
como un proyecto poltico. Es un esfuerzo por explicar la diversidad biolgica desde adentro de la lgica
eco-cultural del Pacfico. La demarcacin de los territorios colectivos cabe en este enfoque, incluso si las
disposiciones gubernamentales que divide la regin del Pacfico en territorios colectivos, parques naturales,
reas de utilizacin y reas de sacrificio donde se construirn megaproyectos violan este marco. Los planes
de desarrollo del gobierno, ideados con el propsito de crear infraestructura a gran escala para la inversin
capitalista, tambin militan en contra de la conservacin. Sera muy difcil articular una estrategia de
conservacin basada en los principios propuestos por el Pcn con las estrategias eco-destructivas del
desarrollo nacional que prevalecen en el pas.

Finalmente, es importante sealar que el concepto de territorio es una construccin que no emerge de las
prcticas consuetudinarias de las comunidades, donde los derechos a la tierra son distribuidos sobre una
base diferente de acuerdo con el parentesco, la tradicin de ocupacin, etc.. Algunos observadores ven
el nfasis sobre los territorios colectivos como un error del movimiento basado en la malinterpretacin de
su fortaleza. Sin embargo, es claro que el territorio-regin tambin es el resultado de prcticas
eco-culturales colectivas, inter e intra-comunitarias. El territorio es visto como el espacio de apropiacin
efectiva del ecosistema, es decir, aquellos espacios que la comunidad utiliza para satisfacer sus necesidades
y para su desarrollo social y cultural. Para una comunidad dada, esta apropiacin tiene dimensiones
horizontales y longitudinales, abarcando a veces varias cuencas. Definido de esta manera, el territorio
abarca varias unidades de paisaje y, lo que es ms importante, encarna el proyecto de vida de la comunidad.
El territorio-regin, por el contrario, es concebido como una construccin poltica de defensa del territorio
y de su sostenibilidad. De esta manera, el territorio-regin es una estrategia de sostenibilidad y, viceversa,
la sustentabilidad es una estrategia para la construccin y defensa del territorio-regin. La sostenibilidad
debe considerar procesos culturales de significacin, procesos biolgicos de funcionamiento de
ecosistemas, procesos tecno-econmicos de utilizacin de recursos. Dicho de otra forma, la sostenibilidad
no puede concebirse ni por pedazos ni por tareas, o tan slo en trminos econmicos. Debe responder al
carcter integral y multidimensional de los ecosistemas y de las prcticas de apropiacin de stos por las
comunidades.

Puede decirse, adems, que el territorio-regin articula el proyecto de vida de las comunidades con el
proyecto poltico del movimiento social. Es por esto que tiene sentido, desde la perspectiva del movimiento,
el hablar de territorio y territorio-regin. En resumen, la estrategia poltica del terriotorio-regin es esencial
para el fortalecimiento de territorios especficos en sus diversas dimensiones ecolgicas, econmicas y
culturales. Las presiones que los activistas estn enfrentando para preparar planes de conservacin y
desarrollo de cuencas implican contradicciones en trminos de las prcticas existentes de las comunidades.
Los activistas son muy conscientes de estas contradicciones al tiempo que se embarcan en el proceso de
planificacin, y en la medida que intentan ganar tiempo para el diseo de estrategias que reflejen ms
adecuadamente la realidad y aspiraciones locales.
19


A pesar de estos problemas, es innegable que la visin y la prctica poltica del Pcn es una contribucin
importante al fermento intelectual actual sobre la relacin naturaleza-cultura en Colombia y otras partes.
Se podra decir que encarna un enfoque de la biodiversidad alternativo, o incluso, una ecologa poltica
legtima? Si el territorio es un ensamblaje de proyectos y representaciones donde una serie entera de
comportamientos y compromisos puede emerger pragmticamente en el tiempo y en el espacio esttico,
social, cultural y cognitivo, es decir, un espacio existencial de auto-referencia de donde pueden surgir
subjetividades disidentes (Guattari, 1995a, 1995b), es claro que este proyecto est siendo promovido por
los movimientos sociales del Pacfico. Similarmente, la definicin de biodiversidad propuesta por el
movimiento provee elementos para reorientar los discursos de la biodiversidad segn los principios locales
de autonoma, conocimiento, identidad y economa (Shiva, 1993). Finalmente, de los esfuerzos de los
activistas por teorizar las prcticas locales de utilizacin de recursos aprendemos que la naturaleza no es
143
una entidad al margen de la historia humana, sino que es profundamente producida en conjuncin con las
prcticas colectivas de los seres humanos que se ven a s mismos como integralmente conectados a ella
(Descola y Plsson, 1996).

La defensa del territorio implica la defensa de un intrincado patrn de relaciones sociales y construcciones
culturales, y es entendida por los activistas del movimiento bajo esta luz. Tambin implica la creacin de un
nuevo sentido de pertenencia ligado a la construccin poltica de un proyecto de vida colectivo y a la
redefinicin de las relaciones con la sociedad dominante. En este sentido, lo que est en juego con la Ley 70
no es la tierra, ni siquiera el territorio de esta o aquella comunidad, sino el concepto de territorialidad en s
mismo como un elemento central en la construccin poltica de la realidad sobre la base de la experiencia
cultural negra. La lucha por el territorio es, entonces, una lucha cultural por la autonoma y la
auto-determinacin. Esto explica por qu para muchas personas del Pacfico la prdida del territorio
significara un retorno a la esclavitud, o quizs peor, a convertirse en ciudadanos comunes.

La cuestin del territorio es considerada por los activistas del Pcn como un desafo al desarrollo de
economas locales y formas de gobernabilidad que puedan apoyar su defensa efectiva. El fortalecimiento y
la transformacin de los sistemas tradicionales de produccin y los mercados y economas locales, la
necesidad de presionar el proceso de titulacin colectiva, y trabajar hacia el fortalecimiento organizativo y
el desarrollo de formas de gobernabilidad territorial son componentes importantes de una estrategia global
centrada en la regin. A pesar del hecho de que los intereses bsicos del aparato de conservacin del pas, ya
sean las agencias del Estado o las Ongs, son los recursos genticos y la proteccin del hbitat, y no las
demandas eco-culturales del movimiento, los activistas del Pcn encuentran en las discusiones y programas
alrededor de la biodiversidad un espacio importante de la lucha que converge parcialmente con las
estrategias de estos actores. Con respecto a la posibilidad de disminuir las actividades predatorias del
Estado y el capital, las discusiones de la biodiversidad son de suma importancia para los movimientos
negros e indgenas.

Finalmente, las economas locales y la gobernabilidad plantean la pregunta sobre el desarrollo. Para las
organizaciones etno-culturales, el desarrollo debe estar guiado por principios derivados de los derechos y
las aspiraciones de las comunidades locales y debe propender por la afirmacin de las culturas y la
proteccin de los ambientes naturales. Estos principios
20
incluyendo las nociones de compensacin,
equidad, autonoma, auto-determinacin, afirmacin de la identidad y sostenibilidad sugieren que
cualquier estrategia de desarrollo debe fortalecer la identidad tnica de las comunidades y la capacidad de
toma de decisiones, considerando su creatividad, solidaridad, orgullo en sus tradiciones, conciencia de sus
derechos, formas de conocimiento y apego al territorio. Cualquier alternativa de desarrollo debe articular
una visin de presente y de futuro posible basada en las aspiraciones colectivas. Debe ir ms all de la
creacin de infraestructura y el mejoramiento de las condiciones materiales para fortalecer las culturas y los
lenguajes locales.

Los activistas del Pcn no minimizan metas tales como la salud, la educacin, las comunicaciones, la
productividad econmica, o una reparticin justa de los recursos pblicos. Sin embargo, estas metas son
vistas desde la perspectiva de la necesidad de proteger los territorios colectivos y su control sobre ellos, los
derechos de las comunidades para determinar procesos de planeacin, as como la meta fundamental de la
diferencia cultural y social. La sostenibilidad no slo es un asunto ecolgico, econmico o tecnolgico,
sino que tambin involucra todos los principios planteados anteriormente. Refleja la manera en que las
comunidades negras del Pacfico le continan apostando a la vida, a la paz y a la democracia en Colombia,
sin que eso implique sacrificar la diversidad natural o cultural (Pcn, 1994). La articulacin entre lo
ecolgico, lo cultural y lo econmico que subyace esta visin constituye una ecologa poltica para la
reconstruccin de las relaciones entre naturaleza y sociedad en esta parte del mundo. Tambin apunta hacia
un momento de postdesarrollo en donde el carcter unidimensional del desarrollo economicista es puesto
en cuestin.
21


Es demasiado pronto para evaluar los resultados de la relacin de este movimiento social con la
red/discurso de la biodiversidad. Para gran parte del equipo del Pbp y para los activistas del Pcn, la
experiencia compartida de cinco aos ha sido dura, tensa y frustrante, no obstante generalmente positiva. El
Pbp y el Pcn han compartido el reto de construir regin en formas que contrastan con las visiones
dominantes, produciendo una mirada ms compleja del Pacfico y de las fuerzas socio-econmicas,
culturales y polticas que lo moldean. As han demostrado ampliamente el menor impacto que los sistemas
tradicionales tienen sobre la biodiversidad, mientras deconstruyen la percepcin de que las selvas estn
siendo destruidas por indgenas y negros pobres. Igualmente, han llevado a cabo algunos proyectos
144
concretos que han fortalecido a las organizaciones locales. Como el primer ejemplo en el pas de una
negociacin intensa y persistente de una estrategia de desarrollo/conservacin entre el Estado y el
movimiento social, la experiencia ha dejado lecciones novedosas para ambas partes. Para los planificadores
del Pbp, por ejemplo, fue importante aprender a llevar el ritmo de las dinmicas organizativas de la
comunidad y el movimiento social, ostensiblemente distinto del ciclo de un proyecto. Esto fue
particularmente difcil de aceptar para el equipo tcnico-cientfico a cargo de la elaboracin de un
inventario de la biodiversidad regional. La tensin entre los enfoques sobre la biodiversidad de las ciencias
sociales y las naturales es tan real en el caso colombiano como en cualquier otro sitio, incluyendo la Cdb,
incluso si no se puede reducir a una cuestin de entrenamiento disciplinario. Para los activistas del Pcn, fue
importante aceptar, aunque provisionalmente, al equipo del Pbp como un aliado entre los muchos
antagonistas a los que se enfrentan, una vez superada la desconfianza inicial.
22


Los futuros desarrollos en relacin con la biodiversidad estarn condicionados por tres factores: la cuestin
de la paz y la violencia, que cada vez ms afecta el devenir de la regin desde el interior del pas; la
capacidad para imaginar e implementar estrategias de desarrollo alternativas, incluyendo la conservacin,
quizs como un esfuerzo conjunto entre el Estado y los movimientos sociales en un contexto transnacional;
y la persistencia y fortaleza del movimiento, significativamente debilitado y aislado a finales de los noventa
como resultado de los preocupantes procesos sociales y econmicos que se estn dando en Colombia y que
han minado la capacidad del movimiento para cristalizar una amplia base organizativa. El ambiente actual
del pas est dominado por niveles de violencia sin precedentes, provenientes de muchos lados grupos
paramilitares y guerrilleros, el ejrcito y los carteles de la droga y por la imposicin de un modelo de
acumulacin ms excluyente que los del pasado. Paradjicamente, cuando las comunidades negras de la
costa Pacfica por primera vez encuentran un discurso nacional e internacional que no ve la regin
simplemente como una reserva de recursos a ser explotados, esta misma apertura est siendo estrechada por
la brutalidad y magnitud de las fuerzas explotadoras que estn afectando la regin como lo han hecho en
otras tantas partes del pas.

En esta coyuntura, puede ser importante la atencin internacional y acadmica dada a la regin. Por tanto,
quiero concluir discutiendo brevemente el potencial para un dilogo entre las ecologas polticas
acadmicas y las de los movimientos sociales. La visin de los movimientos sociales del Pacfico es
coherente con las propuestas actuales para repensar la produccin como una articulacin entre las
productividades ecolgicas, culturales y tecnoeconmicas (Leff, 1992a, 1995a, 1995b). En particular, Leff
argumenta la importancia de la incorporacin del criterio cultural y tecnolgico en un paradigma de
produccin que vaya ms all de la racionalidad econmica dominante. Si es cierto que la sostenibilidad
tiene que basarse en las propiedades estructurales y funcionales de un ecosistema particular, Leff insiste
que cualquier paradigma de produccin alternativo conducente a ello debe incorporar las condiciones
culturales y tecnolgicas actuales bajo las cuales la naturaleza es apropiada por los actores locales:

El desarrollo sostenible encuentra sus races en las condiciones de diversidad cultural
y biolgica. Estos procesos singulares y no reductibles, dependen de las estructuras
funcionales de los ecosistemas que sostienen la produccin de los recursos biticos y
los servicios ambientales; de la eficiencia energtica de los procesos tecnolgicos; de
los procesos simblicos y las formaciones ideolgicas que subyacen la valorizacin
cultural de los recursos naturales; a los procesos polticos que determinan la
apropiacin de la naturaleza. (Leff, 1995b:61).

Dicho de otra manera, la construccin de paradigmas de produccin alternativa, ordenes polticos y
sostenibilidad, son ejes de un mismo proceso generado en parte a travs de la poltica cultural de los
movimientos sociales y las comunidades en la defensa de sus modos de naturaleza/cultura. De esta manera,
el proyecto de los movimientos sociales constituye una expresin concreta en la bsqueda de la produccin
alternativa y los rdenes ambientales imaginados por los eclogos polticos.

La base cultural para la produccin alternativa se encuentra, en ltima instancia, en el conjunto de
usos/significados que subyace a los modelos culturales. Que estos usos/significados tambin implican
diferentes prcticas econmicas ha sido mostrado por los antroplogos. Las economas locales estn
enraizadas en el lugar incluso no estn restringidas a lo local, en la medida en que participan en mercado
trans-locales, y a menudo se basan en bienes comunales que incluyen la tierra, los recursos naturales, el
conocimiento, los ancestros, los espritus, etc. Dentro de un marco occidental, las ganancias surgen de
innovaciones que deben estar protegidas por derechos de propiedad intelectual. Sin embargo, en muchas
comunidades campesinas, la innovacin emerge al interior de la tradicin. Al imponer un lenguaje de
derechos de propiedad intelectual en los sistemas campesinos, los beneficios de las innovaciones de la
145
comunidad terminan acrecentando el capital externo (Gudeman y Rivera, 1990; Gudeman, 1996).

Es entonces necesario situar las innovaciones y los derechos de propiedad intelectual en un contexto ms
amplio, aquel de modelos culturales contrastantes. Sin sugerir que los derechos de propiedad intelectual son
inapropiados para todas las situaciones, es importante apoyar el conocimiento local y las innovaciones
locales no con la esperanza de asegurar el beneficio individual, sino como una manera de ayudar a la gente
a proteger sus espacios colectivos. Esto puede requerir proteger los espacios comunitarios por fuera del
mercado para que el lugar de las innovaciones locales sea preservado y los resultados puedan ser
disfrutados localmente (Gudeman, 1996:118). Para promover la innovacin en comunidades locales y
emergentes, como el Pacfico colombiano, e incluso pensando en los usos de ese conocimiento en la
economa global, es necesario considerar la manera en que el conocimiento global puede ser vinculado
positivamente a las prcticas locales. Esta aproximacin no slo se opone directamente a las propuestas
dominantes basadas en los derechos de propiedad intelectual, sino que tambin encuentra una articulacin
con la ecologa poltica configurada por los movimientos sociales. Como lo plantea Martnez Alier (1996),
el conflicto inherente a los debates de la biodiversidad entre el razonamiento econmico y el ecolgico
necesita ser solucionado polticamente. De otra manera, las estrategias de conservacin resultarn en la
mercantilizacin de la biodiversidad. Es posible defender una racionalidad de produccin ecolgica
posteconomsista? En la prctica, parece que los movimientos sociales son los ms claros defensores de las
economas ecolgicas. Por lo menos ellos se rehusan a reducirlas las demandas territoriales y ecolgicas
a los exclusivos trminos del mercado, y esta es una leccin importante para cualquier estrategia de
conservacin de la biodiversidad (Varese, 1996).


Conclusin

En este captulo he planteado una perspectiva de la biodiversidad como una construccin que constituye
una poderosa interfase entre la naturaleza y la cultura, y que origina una vasta red de localidades y actores a
travs de los cuales los conceptos, las polticas, y ltimamente, las culturas y las ecologas son debatidos y
negociados. Esta construccin tiene una creciente presencia en las estrategias de los movimientos sociales
en muchas partes del mundo. El movimiento social de comunidades negras de la regin del Pacfico
colombiano, por ejemplo, ha generado una poltica cultural que est significativamente mediatizada por
preocupaciones ecolgicas, incluyendo la biodiversidad. A pesar de las fuerzas negativas que se le oponen,
y bajo una coyuntura cultural y ecolgica particular, no es imposible pensar que este movimiento pueda
representar una defensa real del paisaje social y biofsico de la regin. Esta defensa avanza a travs de la
construccin lenta y laboriosa de identidades afrocolombianas que se articulan con construcciones
alternativas del desarrollo, el territorio y la conservacin de la biodiversidad. As, el movimiento social de
comunidades negras puede ser descrito como un movimiento de apego cultural y ecolgico al territorio,
incluso como un intento de crear nuevos territorios existenciales. Su articulacin an incipiente y precaria,
pero iluminadora de un vnculo entre cultura, naturaleza y desarrollo, constituye un marco de ecologa
poltica alternativo para las discusiones sobre la biodiversidad. El movimiento puede ser visto como un
intento por mostrar que la vida social, el trabajo, la naturaleza y la cultura pueden ser organizados de
manera diferentes a los modelos culturales y econmicos dominantes.

Esta ecologa poltica es validada por tendencias recientes en la antropologa y la ecologa poltica. Su
aproximacin a la conservacin de la biodiversidad desde la perspectiva de la construccin eco-cultural del
territorio-regin puede ser vista en trminos de la defensa de modelos locales de la naturaleza
documentados por los antroplogos ecolgicos; de los modelos de la prctica planteados por la
antropologa econmica y la antropologa del conocimiento local; y de las racionalidades de alternativas de
produccin articuladas por los eclogos polticos. Igualmente, tales conceptos acadmicos se pueden
decatar ms a travs de la reflexin sobre la prctica poltica de los movimientos sociales. Hay entonces
posibilidades para un dilogo de beneficio mutuo entre los acadmicos y los activistas de los movimientos
sociales interesados en la conservacin y los asuntos ambientales. Los antroplogos y otros acadmicos
estn comenzando a demostrar con gran elocuencia que los problemas de la conservacin, compensacin y
uso de recursos biodiversos no son slo ms complejos de lo que sugieren las visiones dominantes, sino que
se prestan para ideas creativas en la elaboracin de polticas alternativas (Brush y Stabinsky, 1996). Es el
momento para asumir este desafo en compaa de una variedad de actores sociales, desde los movimientos
sociales hasta acadmicos y Ongs progresistas.

Una cosa est clara: la distancia entre los discursos dominantes acerca de la conservacin de la
biodiversidad y la ecologa poltica de los movimientos sociales es inmensa y quizs creciente. Sin embargo,
146
uno esperara que en los espacios de encuentro y debate proporcionados por la red de la biodiversidad
pudieran hallarse maneras para que los acadmicos, cientficos, Ongs e intelectuales reflexionen
seriamente y apoyen los marcos alternativos que, con un mayor o menor grado de explicitez y sofisticacin,
estn elaborando los movimientos sociales del Tercer Mundo. Entonces podremos formular de una manera
ms slida la pregunta planteada inicialmente: puede ser redefinido y reconstruido el mundo desde la
perspectiva de las mltiples prcticas culturales y ecolgicas que continan existiendo en muchas
comunidades? Esta es una pregunta sobre todo poltica, no obstante, una que implica serias consideraciones
epistemolgicas, culturales y ecolgicas.




Notas

1
. Este texto fue elaborado inicialmente para el Foro de Ajusco titulado: De quin es la naturaleza?
Biodiversidad, globalizacin y sostenibilidad en Amrica Latina y el Caribe, realizado en el Colegio de
Mxico, del 19 al 21 de noviembre de 1997. Agradezco a Enrique Leff por su inters e invitacin a
participar en este evento. Tambin estoy profundamente en deuda con Libia Grueso, Yellen Aguilar y
Carlos Rosero del Proceso de Comunidades Negras (Pcn) por compartir conmigo sus valiosos
conocimientos e ideas sobre la ecologa poltica del Pcn, discutida en este trabajo.

2
. Se podra hacer un paralelo con la idea de Foucault (1980) de que el sexo no existe, sino que es una
construccin artificial requerida para el despliegue de la sexualidad con un discurso histrico. De esta
manera, la biodiversidad es la construccin alrededor de la cual se despliega un complejo discurso de la
naturaleza y la sociedad. Como en el caso de la sexualidad, con el discurso de la biodiversidad se ha
establecido un vasto aparato desde el cual las nuevas verdades son dispersadas a lo largo y ancho de vastos
mbitos sociales.

3
. De hecho, la aproximacin cientfica actual a la biodiversidad est enfocada no hacia teorizar la
biodiversidad per se, sino hacia evaluar la importancia de la prdida de biodiversidad para el
funcionamiento de los ecosistemas, as como a estudiar la relacin entre biodiversidad y los servicios que
los ecosistemas proveen. El Scope (Comit Cientfico para los Problemas Ambientales), con su Program on
Ecosystem Functioning of Biodiversity, y el Programa de la Evaluacin de la Diversidad Biolgica del
Pnuma siguen este enfoque. Vase los volmenes tcnicos de Scope, particularmente Mooney, Lubchenco
y Sala (1995); y un til resumen del proyecto en Baskin (1997). El artculo 2 de la Convencin de
Diversidad Biolgica da la siguiente definicin: La diversidad biolgica significa la variabilidad entre
los organismos vivos de todas las fuentes, incluyendo, inter alia, los ecosistemas terrestres, marinos y
acuticos, as como los complejos ecolgicos de los cuales forman parte; esto incluye la diversidad al
interior de las especies, y entre especies y ecosistemas. Esta definicin ha sido ampliada por el World
Resource Institute (Wri) como la diversidad gentica, la variacin entre los individuos y las poblaciones en
una especie, y la diversidad de especies y ecosistemas, a lo cual algunos agregan la diversidad funcional
(Wri, 1994:147).

4
. En su formulacin clsica, la teora del actor-red fue propuesta por Callon (1983) y Latour (1983,1993)
como una metodologa para estudiar la co-produccin de la tecnociencia y la sociedad. Desde entonces, ha
sido refinada y transformada por antroplogos de la ciencia y la tecnologa como Rayna Rapp, Emily
Martin, Deborah Heath y Donna Haraway. Para una introduccin a este campo, vase Hess (1997); sobre
las redes, vase el captulo 13.


5
. Obtenido de la pgina electrnica de la Cdb. Hay muchas fuentes, particularmente en el Internet, para
seguir los debates de la biodiversidad en general, y la Cdb en particular. Entre las ms tiles y visibles estn:
EcoNet, mantenida por el Instituto para las Comunicaciones Globales, San Francisco; y el Earth
Negotiations Bulletin ([email protected]), mantenida por el Instituto Internacional para el Desarrollo
Sostenible, que incluye informes detallados sobre las reuniones de la Cop. Las muchas redes y
publicaciones nacionales e internacionales son demasiado numerosas para nombrarlas ac.

6
. La Ong de Malasia, Third World Network, y la Research Foundation for Science, Technology and
Natural Resource Policy de Vandana Shiva de la India han tomado un rol protagnico en la denuncia del
bioimperialismo y la articulacin de la biodemocracia, ahora apoyado por un nmero creciente de Ongs en
147

Amrica Latina, frica y algunas en Norte Amrica y Europa. Hay Ongs progresistas en la mayora de los
pases de Amrica Latina con conexiones con esta perspectiva, tales como Accin Ecolgica en Ecuador y
el Grupo Semillas en Colombia. En Norteamrica y Europa, las ms activas incluyen el Rural Advancement
Foundation International, Rafi, el Genetic Resources Action International, Grain, Rainforest Action
Network, Ran y el World Rainforest Movement. Vase los trabajos de Vandana Shiva (1993, 1994, 1997) y
de Shiva et al. (1991); la revista del Third World Network, Resurgence; los comunicados de la Rafi y sus
publicaciones ocasionales (www.rafi.ca); y la publicacin de Grain, Seedlings en parte publicada como
Biodiversidad por Redes en Uruguay. Juntas, estas Ongs generan a travs de su prctica una red propia.
Para una presentacin ms exhaustiva de esta posicin, vase Escobar (1997).

7
. El trabajo de Soren Hvalkof con el proyecto de titulacin colectiva de los ashninka del Gran Pajonal del
Amazonas peruano es una de las pocas y ms interesantes instancias de trabajo etnogrfico a largo plazo
con comunidades indgenas alrededor de la cuestin cultura/territorio. Vase Hvalkof (1998).

8
. El grado en el cual los modelos locales posibilitan prcticas que son ambientalmente sostenibles es una
pregunta emprica. Es necesario decir que no todas las prcticas locales de la naturaleza son
ambientalmente benignas, y que no todas las relaciones sociales que las articulan son igualitarias. Dahl ha
resumido este punto de manera concisa: todas las personas mantienen ideas con respecto al entorno natural
sobre el cual actan. Esto no necesariamente significa que quienes viven como productores directos tienen
grandes revelaciones sistemticas, aunque en general los productores de subsistencia tienen un
conocimiento detallado del funcionamiento de muchos aspectos de su medio biolgico. Mucho de este
conocimiento ha probado ser verdadero y eficiente desde en la prctica, algo es errneo y contraproducente,
y algo ms es incorrecto pero funciona lo suficientemente bien (1993:6). Para una crtica del mito de la
sabidura ambiental primitiva, vase Milton (1996).

9
. La cantidad y la calidad de los estudios de culturas negras en la regin del Pacfico, que incluye
comunidades en Colombia y Ecuador, ha aumentado en los ltimos aos. Para una introduccin a la
literatura, vase Friedemann y Arocha (1984); Whitten (1986); Leyva (1993); Aprile-Gniset (1993); del
Valle y Restrepo (1996); Escobar y Pedrosa (1996). Los movimientos negros colombianos son analizados
por Wade (1995).

10
. Esta visin de poltica cultural ha sido trabajada en el captulo 6, que reproduce la introduccin al libro
de lvarez, Dagnino y Escobar (1998). Este volumen colectivo analiza la nocin de poltica cultural
examinando el vnculo entre cultura y poltica establecido por una variedad de movimientos sociales en
Amrica Latina, incluyendo el movimiento social de comunidades negras de la costa Pacfica. Claro est,
movimientos sociales de derecha tambin generan una poltica cultural en defensa de visiones del mundo
conservadoras. En este texto, estoy interesado en los movimientos sociales que crean una poltica cultural
vinculada a la defensa de la naturaleza y la cultura.

11
. Esta breve presentacin del movimiento social de comunidades negras es tomada de un texto mucho ms
extenso (vase el captulo 7) escrito con Libia Grueso y Carlos Rosero. Debe quedar claro que el
movimiento social discutido aqu la propuesta etno-cultural del Pcn est restringida en gran parte a la
regin central y sur del Pacfico.

12
. La Ley 70 est compuesta por 68 artculos distribuidos en ocho captulos. Fuera de reconocer la
pertenencia colectiva del territorio y de los recursos naturales, la Ley 70 reconoce a los negros colombianos
como un grupo tnico con derecho a su propia identidad y una educacin culturalmente apropiada, y le
exige al Estado adoptar medidas sociales y econmicas de acuerdo con la cultura negra. Similarmente, las
estrategias de desarrollo para las comunidades negras ribereas deben adecuarse a su cultura y aspiraciones,
as como a la preservacin de los ecosistemas. La Ley 70 defini a la comunidad negra como el conjunto
de familias de descendencia afrocolombiana que poseen su propia cultura, una historia compartida, y que
practican sus propias tradiciones y costumbres dentro de la relacin campo-poblado, y que mantienen una
conciencia de la identidad que los separa de otros grupos tnicos A pesar de que esta definicin ha sido
criticada por ser esencialista y modelada en la experiencia indgena, el reconocimiento de los derechos
tnicos para la gente negra es importante y sin precedente.

13
. Vase la entrevista conducida por Arturo Escobar y co-investigadores con los lderes del movimiento,
donde la cuestin de gnero ocup un lugar prominente, en su mayora abordada por Libia Grueso, Leyla
Arroyo y otras mujeres activistas. La entrevista se llev a cabo en Buenaventura el 3 de enero de 1994
148

(Escobar y Pedrosa, 1996: captulo 10).

14
. Este es el Proyecto Biopacfico (Pbp) para la conservacin de la biodiversidad, concebido como un
programa del Gef y financiado por el gobierno suizo y el Programa para el Desarrollo de las Naciones
Unidas (Pnud). Como resultado de la movilizacin de las comunidades negras y la Ley 70, el proyecto ha
permitido un cierto grado de participacin de las organizaciones negras, aceptndolas como un interlocutor
importante. Su presupuesto inicial de tres aos, sin embargo, fue ridculamente bajo en comparacin con el
presupuesto del plan de desarrollo a gran escala, Plan Pacfico nueve millones del primero, mientras que
el segundo tuvo para el mismo perodo ms de doscientos cincuenta millones de dlares. Uno de los
coordinadores regionales del Pbp pertenecen al Proceso de Comunidades Negras. Para un anlisis del
significado de este proyecto en las estrategias de capital conservacionista, vase Escobar (1996a).

15
. Los activistas han participado en reuniones tales como el Cop-3 en Buenos Aires (1996), la Agenda
Global contra el Libre Comercio en Ginebra (1997 y 1998), y el Grupo de Trabajo sobre Poblaciones
Indgenas de las Naciones Unidas (1998).

16
. Las organizaciones del movimiento social han logrado victorias parciales en varios casos, como ejemplo:
la construccin del oleoducto con una terminal en el puerto de Buenaventura; la suspencin de la minera de
oro industrial en la zona de Buenaventura realizada por el Ministerio del Medio Ambiente; la erradicacin
de las operaciones relacionadas con los enlatados de palmitos en la misma zona; la participacin en el
diseo de la segunda fase de un programa de manejo sostenible del bosque en la regin del Pacfico sur,
Proyecto Guandal una zona ecolgica particularmente importante con actividad maderera intensiva; y
el establecimiento del Instituto de Investigacin Ambiental del Pacfico von Neumann. Para una discusin
de estos casos y su impacto en el movimiento, vase Grueso (1995). Joan Martnez Alier (1995) ha sugerido
que el estudio de los conflictos ambiental y sus efectos distributivos deben ser una tarea central de la
ecologa poltica. En esta medida, la regin del Pacfico colombiano, como otros bosques tropicales, tiene
lecciones importantes que mostrar.

17
. La construccin de alianzas con las organizaciones indgenas del Choc fue especialmente importante en
las largas negociaciones en torno a la creacin del Instituto de Investigacin Ambiental del Pacfico von
Neumann (1996-1997). Sin embargo, el Instituto en gran parte cay bajo el control de los polticos negros
tradicionales del Choc. En 1995, se realiz una reunin importante que convoc a las organizaciones
negras e indgenas del Pacfico con el propsito de desarrollar un marco comn para discutir la relacin
territorio-etnicidad-cultura. Para las memorias de esta reunin, vase Pcn/Orewa (1995). Desde entonces
han continuado algunos intentos por consolidar la cooperacin inter-tnica, aunque las tensiones entre los
grupos negros e indgenas se han acrecentado en ciertas reas.

18
. Para una ampliacin de esta presentacin extremadamente breve de un modelo local de la naturaleza
en la regin del Pacfico, vase Losonczy (1997) y Restrepo (1996).

19
. Los avatares y contradicciones de las dimensiones histricas, culturales y polticas de la actual
demarcacin de territorios colectivos estn ms all del campo de accin de este captulo. Es una de las
reas de trabajo ms activas para el movimiento.

20
. Estos principios fueron acordados en febrero de 1994 como parte del anlisis realizado por el Pcn del
Plan Nacional para el Desarrollo de Comunidades Negras elaborado por el Departamento Nacional de
Planeacin (Dnp). A pesar de que hubo representantes de las comunidades negras en la comisin que traz
el plan, incluyendo representantes del Pcn, el gobierno rechaz la peticin del Pcn a tener su propio panel
de asesores y expertos en las deliberaciones. Como resultado, la visin tecnocrtica del Dnp, de los
polticos tradicionales y de los expertos prevaleci en la conceptualizacin general del plan. As, esta
batalla por el primer plan de desarrollo para comunidades negras la perdi el movimiento, aunque no
totalmente en la medida en que algunas de sus concepciones estn incluidas en el plan.

21
. Esta presentacin de la ecologa poltica desarrollada por el Pcn est basado fundamentalmente en
entrevistas a profundidad con algunos de sus activistas, particularmente Libia Grueso, Carlos Rosero y
Yellen Aguilar (realizadas en 1995, 1996, 1997). Tambin vase el captulo 7 y Escobar y Pedrosa (1996).

22
. Esta es una breve evaluacin basada en entrevistas con el equipo del Pbp y los activistas del Pcn,
realizadas en el verano de 1997. Para esta poca, no era claro si el proyecto continuara, fundamentalmente
149

a causa de la falta de compromiso gubernamental en proveer los fondos requeridos como contrapartida a la
financiacin internacional. En este punto, la opinin general del equipo y los activistas era que si bien el
encuentro entre las dos partes lleg demasiado tarde, no obstante la experiencia fue en general muy
positiva.

150





10. EL MUNDO POSTNATURAL:
ELEMENTOS PARA UNA ECOLOGA POLTICA ANTI-ESENCIALISTA


Introduccin: de la naturaleza a la historia
1


En el ocaso del siglo XX, la cuestin de la naturaleza an permanece sin resolver en cualquier orden social
o epistemolgico moderno. Con esto no slamente me refiero a nuestra incapacidad la de los
modernos para encontrar formas de relacionarnos con la naturaleza sin destruirla, sino al hecho de que la
respuesta dada a la cuestin de la naturaleza por las formas del conocimiento moderno desde las
ciencias naturales hasta las humanas se ha quedado corta en tal bsqueda, a pesar del extraordinario salto
que stas parecen haber dado en dcadas recientes. Que en la base de la mayora de los problemas
ambientales haya formas particulares de organizacin social imperialistas, capitalistas y patriarcales, entre
otras, no es una explicacin vlida para el impase en el que las ciencias ambientalistas se encuentran hoy da.
El hecho es que nosotros quines y porqu? nos vemos forzados a plantearnos la pregunta de la
naturaleza de una nueva manera. Podra ser tambin porque las construcciones bsicas con las cuales la
modernidad nos ha equipado para est bsqueda incluyendo la naturaleza y la cultura, as como la
sociedad, la poltica, y la economa ya no nos permiten cuestionarnos a nosotros mismos y a la naturaleza,
de formas que puedan darnos respuestas novedosas? O quizs es porque, como Marilyn Strathern (1992a)
ha sugerido, hemos entrado en una poca definida por el hecho de estar ms all de la naturaleza?

La crisis de la naturaleza tambin es una crisis de la identidad de la naturaleza. El significado de la
naturaleza se ha transformado a travs de la historia, de acuerdo con factores culturales, socioeconmicos y
polticos. Como Raymond Williams lo plantea, aunque a menudo pasa desapercibida, la idea de la
naturaleza contiene una extraordinaria cantidad de historia humana (1980:68). Rechazando
planteamientos esencialistas acerca de la naturaleza de la naturaleza, Williams va ms all para proponer
que en tales planteamientos la idea de la naturaleza es la idea del hombre [...] la idea del hombre en la
sociedad, claro est, las ideas de diferentes tipos de sociedades (1980:71). El hecho de que naturaleza haya
llegado a ser pensada de manera separada de la gente y producida a travs del trabajo, por ejemplo, est
relacionado con la visin de hombre producida por el capitalismo y la modernidad. Siguiendo los
planteamientos de Williams, Barbara Bender propone que la experiencia de las personas en cuanto a la
naturaleza y el paisaje se basa, en gran medida, en la particularidad de las relaciones sociales, polticas y
econmicas dentro de las cuales dichas personas viven sus vidas (1993:246). Una etnografa del paisaje
emerge de estos trabajos, los cuales reinscribiran la historia en el supuesto texto natural de la naturaleza.

Existen otras fuentes que alteran nuestro arraigado entendimiento de la naturaleza. Como varios autores han
observado (Haraway, 1991: Strathern, 1992b; Rabinow, 1992; Soper, 1996), en el despertar de una
intervencin sin precedentes a un nivel molecular de la naturaleza, podemos estar presenciando el ocaso de
la ideologa moderna del naturalismo, esto es, la creencia en la existencia de la naturaleza prstina por fuera
de la historia y del contexto humano. Debemos ser claros que dicha ideologa implica una concepcin de la
naturaleza como un principio esencial y una categora fundacional, un campo para el ser y la sociedad, la
naturaleza como un campo independiente de valor intrnseco, verdad o autenticidad (Soper, 1996:22). Sin
embargo, afirmar la desaparicin de dicha nocin es ostensiblemente diferente a negar la existencia de una
realidad biofsica, prediscursiva y presocial si se quiere, con estructuras y procesos propios, que las ciencias
de la vida tratan de entender. Por un lado, para nosotros los humanos incluyendo a bilogos y
ecologistas esto significa enfatizar que la naturaleza es siempre construida mediante nuestros procesos
discursivos y de significacin, de tal forma que lo que percibimos como natural es a su vez cultural y social;
dicho de otra manera, la naturaleza es simultneamente real, colectiva y discursiva hecho, poder y
discurso y, en consecuencia, necesita ser naturalizada, sociologizada y deconstruida (Latour, 1993). Por
otro lado, con las tecnociencias moleculares desde el Adn recombinante hasta el mapeo de genes y la
nanotecnologa nuestras propias creencias de la naturaleza como pura e independiente estn dando paso a
una nueva visin de la naturaleza como producida artificialmente. Esto apuntala una transformacin
ontolgica y epistemolgica sin precedentes, que apenas hemos comenzado a entender: qu nuevas
combinaciones de naturaleza y cultura llegarn a ser permisibles y practicables?
151

En todo el mundo, la transformacin de lo biolgico est dando lugar a una gran variedad de formas de lo
natural. Desde las selvas tropicales hasta los laboratorios de biotecnologa avanzada, los recursos culturales
y biolgicos para la invencin colectiva de naturalezas e identidades revelan un alto grado de
heterogeneidad y desigualdad. Argumentar que las naturalezas, como las identidades, pueden ser pensadas
como hbridas y mltiples, incluso si el carcter de dichas hibridaciones cambia de lugar en lugar, as como
de un conjunto de prcticas a otro. De hecho, los individuos y colectivos estn hoy obligados a mantener
diferentes naturalezas en tensin. Uno podra situar estas naturalezas segn varias coordenadas o construir
cartografas de conceptos y prcticas para orientarse en el increblemente complejo campo de lo natural de
hoy da. Este texto sugiere una cartografa particular, de acuerdo con el eje de lo orgnico y lo artificial.

La primera parte de este captulo presenta los principios ms importantes del anti-esencialismo filosfico y
poltico. La segunda parte propone un marco de los regmenes de naturaleza desde una perspectiva
anti-esencialista; me refiero a estos regmenes como orgnico, capitalista y de tecno-naturaleza. Finalmente,
la tercera parte argumenta la inevitabilidad de las naturalezas hbridas en el mundo contemporneo,
sustentando esta hiptesis desde la perspectiva de los movimientos sociales de la selva tropical. A su vez,
esta parte retoma la pregunta por las relaciones posibles entre las ciencias biolgicas y sociales dentro de
una concepcin anti-esencialista. En las conclusiones, trabajo algunas de las implicaciones polticas del
anlisis.


Anti-esencialismo: de la historia a la ecologa poltica

La ecologa poltica es el campo ms reciente que reclama la posibilidad iluminar la cuestin de la
naturaleza. Sus principales antecesores fueron una variedad de orientaciones en la ecologa cultural y
humana en boga desde la dcada del cincuenta a la del setenta (Hvalkof y Escobar, 1998; Kottak, 1997;
Moran 1990). Hoy da, el campo parece estar experimentando un renacimiento esperanzador. Mientras que
los gegrafos y los economistas ecolgicos han estado a la cabeza de este esfuerzo (Blaike y Brookfield,
1987; Bryant, 1992; Peet y Watts, 1996; Martnez Alier, 1995; Rocheleau, Thomas-Slayter y Wangari,
1996), otros campos, tales como la economa poltica antropolgica (Johnston, 1994, 1997; Greenberg y
Park, 1994), la ecologa social (Heller, 1998), la teora feminista, la historia ambiental, la sociologa y la
arqueologa histrica se estn uniendo a este esfuerzo colectivo. Algunos estudiosos recientes ven que el
paso inicial fue la articulacin, durante la dcada del setenta, de la ecologa cultural y humana con las
consideraciones de la economa poltica (Bryant, 1992; Peet y Watts, 1996). Durante los aos ochenta y
hasta entrados los noventa, esta ecologa poltica de orientacin econmico-poltica se nutri de otros
elementos, particularmente del anlisis postestructuralista del conocimiento, las instituciones, el desarrollo
y los movimientos sociales (Peet y Watts, 1996), as como de aportes feministas en torno al carcter de
gnero del conocimiento, el entorno y las organizaciones (Rocheleau, Thomas-Slayter y Wangari, 1996).
De estos dos recientes volmenes, que buscan guiar la investigacin bajo los rubros de ecologa de la
liberacin y de ecologa poltica feminista, est emergiendo una visin ms matizada de las relaciones
naturaleza/cultura y de la ecologa poltica. Dicha discusin resalta el carcter entretejido de las
dimensiones discursiva, material, social y cultural de la relacin entre el ser humano y la naturaleza.
Durante varios aos se ha dado lugar a estudios empricos basados en dichos marcos, por lo cual en un
cierto sentido el trabajo terico apenas comienza (Peet y Watts, 1996:39).

Este captulo parte de estos esfuerzos por reexaminar la relacin entre el ser humano y el entorno en el
contexto de la transformacin ontolgica de la naturaleza y sus heterogeneidades y desigualdades.
Partiendo del colapso de la ideologa esencialista de la naturaleza, as como de las tendencias mencionadas
en el postestructuralismo, el feminismo, la teora poltica, y las teoras crticas de raza,
2
se pregunta: ser
posible articular una teora de la naturaleza anti-esencialista? Podemos tener una visin de la naturaleza
ms all de la trivialidad de que sta se construye, para teorizar las mltiples formas en que es culturalmente
construida y socialmente producida, reconociendo, a su vez, la base biofsica de su constitucin? Ms an,
no es una posicin anti-esencialista una condicin necesaria para el entendimiento y la radicalizacin de
las luchas sociales contemporneas sobre lo biolgico y lo cultural? Por el lado poltico, qu implicaciones
tendra tal posicin para las luchas sociales, las identidades colectivas y la produccin de conocimiento
experto? Finalmente, ser posible construir una teora de la naturaleza que nos ofrezca una indicacin de
las mltiples formas tomadas por la naturaleza hoy sin ser totalizante?

Es un hecho que los postmodernistas y los postestructuralistas han llegado precipitadamente a pensar que al
igual que no hay naturaleza por fuera de la historia, no hay nada natural en la naturaleza. Esto ha situado a
152
los tericos culturales en contrapunto con los ambientalistas que en su mayora continan cifrando sus
creencias en la naturaleza externa y pre-discursiva (Soul y Lease, 1995). Es necesario abogar por una
posicin ms equilibrada que reconozca tanto la constructividad de la naturaleza en contextos humanos
es decir, el hecho de que gran parte de lo que los ecologistas denominan natural es tambin un producto
cultural como la naturaleza en un sentido realista, esto es, la existencia de un orden natural independiente,
incluyendo un cuerpo biolgico, y cuyas representaciones los constructivistas pueden cuestionar
legtimamente en trminos de su historia y sus implicaciones polticas. De esta manera, podremos navegar
entre perspectivas opuestas para incorporar una mayor consciencia de lo que sus respectivos discursos de
la naturaleza pueden estar ignorando y represando polticamente (Soper, 1996:23). Para los
constructivistas, el desafo consiste en aprender a incorporar en sus anlisis la base biofsica de la realidad.
Para los realistas, la cuestin consiste en examinar sus enfoques desde la perspectiva de su constitucin
histrica: aceptar que las ciencias naturales no son ahistricas ni se encuentran desidiologizadas, como
elocuentemente lo han venido demostrando los estudios sociales y culturales de ciencia y tecnologa. Esta
doble demanda debe ser abordada por toda ecologa poltica. Como lo plantea Roy Rappaport, la relacin
entre las acciones formuladas en trminos de significado y el sistema constituido por la ley natural dentro de
las cuales ocurren es, desde mi perspectiva, la problemtica esencial de la antropologa ecolgica
(1990:69). Este planteamiento sugiere la necesidad de dilogo entre quienes investigan los significados y
aquellos que estudian la ley natural.

A partir de aqu, sin embargo, hay un vasto terreno que recorrer hacia una teora anti-esencialista de la
naturaleza que reconozca tanto lo cultural como lo biolgico.
3
La poltica y la ciencia no se prestan para una
fcil articulacin. An queda por construir toda una teora poltica de la naturaleza. Las fuentes del
anti-esencialismo son mltiples. Dos de sus proponentes ms elocuentes, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe,
comienzan por reconocer que lo poltico debe ser concebido como una dimensin inherente a toda
sociedad humana determinando nuestra condicin ontolgica (Mouffe, 1993:3), incluyendo, debo aadir,
nuestra condicin como seres biolgicos. Estos autores argumentan (Laclau y Mouffe, 1985; Mouffe, 1993;
Laclau, 1996) que la vida social es inherentemente poltica dado que es el espacio de antagonismos que
emergen del ejercicio de la identidad misma. Toda identidad es relacional, lo cual significa que el ejercicio
de cualquier identidad implica la afirmacin de la diferencia y, por consiguiente, un antagonismo potencial.
Los antagonismos son constitutivos de la vida social. En este sentido, dado que el significado no puede ser
fijado de manera permanente un postulado bsico de la hermenutica y el postestructuralismo, las
identidades son el resultado de articulaciones que son siempre histricas y contingentes. Ninguna identidad
o sociedad puede ser descrita desde una perspectiva nica y universal.

Similarmente, con la teora postestructuralista del sujeto, estamos obligados a desechar la idea del sujeto
como un individuo autocontenido, autnomo y racional. El sujeto es producido por/en discursos y prcticas
histricas en una multiplicidad de esferas. Las concepciones anti-esencialistas de la identidad subrayan el
hecho de que las identidades racial, sexual y tnica, entre otras estn continua y diferencialmente
constituidas en parte en contextos de poder, en vez de desarrollarse a partir de un ncleo esttico y
pre-existente. En este sentido, lo importante es investigar la constitucin histrica de la subjetividad como
una complejidad de posiciones y determinaciones sin una esencia verdadera o esttica, siempre abierta e
incompleta. Algunos ven esta crtica del esencialismo desde el postestructuralismo, la filosofa del lenguaje
y la hermenutica como un sine qua non para la teora social radical de hoy, as como para entender la
ampliacin del campo de las luchas sociales (Laclau, 1996; lvarez, Dagnino y Escobar, 1998).

Es la categora de naturaleza susceptible a este tipo de anlisis? Si categoras aparentemente tan slidas
como sociedad y sujeto han sido sometidas a una crtica anti-esencialista, porqu ha sido tan resistente la
naturaleza? Incluso una categora tan arraigada como la economa capitalista ha sido objeto de un
reciente descentramiento anti-esencialista (Gibson-Graham, 1996). La reconsideracin postestructuralista
de lo social, lo econmico y el sujeto y otros tantos blancos del pensamiento anti-esencialista,
particularmente el gnero binario y las identidades raciales esencialistas sugiere formas de repensar la
naturaleza como carente de identidad esencial. Como en el caso de otras categoras mencionadas, el anlisis
tendra una doble meta. Por un lado, examinar las relaciones biolgicas, sociales y culturales constitutivas
de la naturaleza; por el otro, encontrar la manera de revelar etnogrficamente, o de imaginar, discursos de
diferencia ecolgica/cultural que no reduzcan la multiplicidad de los mundos sociales y biolgicos a un
principio nico de determinacin las leyes del ecosistema, el modo de produccin, el sistema de
conocimiento, la gentica, la evolucin, etc.. Puede plantearse que los discursos sobre la naturaleza han
sido biocntricos (particularmente en las ciencias naturales) o antropocntricos (en las ciencias sociales y
humanas). Es el momento para cuestionar lo que se considera como esencial a la naturaleza o al
Hombre en dichos discursos. Al final del camino quizs podramos reconocer una pluralidad de
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naturalezas capitalistas y no capitalistas, modernas y no modernas, digamos por ahora en donde ambos,
lo social y lo biolgico, jueguen roles centrales mas no esenciales.

Intentemos construir una definicin de la ecologa poltica que nos permita llevar a cabo este ejercicio
anti-esencialista. Propongo esta definicin como un mnimum terico para la tarea que nos concierne. La
ecologa poltica puede ser definida como el estudio de las mltiples articulaciones de la historia y la
biologa, y las inevitables mediaciones culturales a travs de las cuales se establecen tales articulaciones.
Esta definicin no se basa en las categoras comunes de naturaleza, medio ambiente o cultura como en la
ecologa cultural, la antropologa ecolgica, y gran parte del pensamiento ambientalista, ni en las
categoras sociolgicas de naturaleza y sociedad como en las teoras marxistas de la produccin de la
naturaleza. La opcin de la historia y la biologa tiene un precedente en el intento de Michelle Rosaldo
(1980) por analizar la relacin entre sexo y gnero en trminos de lo que denomin la acomodacin mutua
entre la biologa y la historia. Tambin hace eco con algunas propuestas recientes que miran la interaccin
historia-biologa desde perspectivas fenomenolgicas. Quizs se pueda objetar que en la definicin
propuesta introduzco la biologa y la historia como nuevos ejes de anlisis, quizs esenciales y binarios,
aunque dicho binarismo se problematizar ms adelante. Sin embargo, esta definicin desplaza a la
naturaleza y la sociedad de su posicin privilegiada en el anlisis occidental. La naturaleza es una
categora especficamente moderna, y muchas sociedades no modernas han mostrado carecer de dicha
categora tal y como nosotros la entendemos (Williams, 1980; Strathern, 1980); ya he sugerido que nuestra
propia nocin moderna de naturaleza est desapareciendo bajo el peso de las nuevas tecnologas.
Similarmente, los crticos postestructuralistas han demostrado que la sociedad no est dotada de las
estructuras y leyes que las ciencias sociales le imputan, e incluso no existen en muchos contextos no
modernos. As, en esferas no modernas y postmodernas encontramos a la naturaleza y la sociedad ausentes
conceptualmente. El intento por elaborar un tipo de anlisis que no se base en dichas categoras tiene,
entonces, dimensiones polticas y epistemolgicas claras.

Definida como la articulacin de la biologa y la historia, la ecologa poltica tiene como campo de estudio
las mltiples prcticas a travs de las cuales lo biofsico se ha incorporado a la historia o, ms precisamente,
aquellas prcticas en que lo biofsico y lo histrico estn mutuamente implicados. Los ejemplos varan de
aquellos entresacados del pasado prehistrico, hasta los ms contemporneos y futursticos; desde antiguas
articulaciones a travs de la agricultura y la forestera, hasta tecnologas moleculares y la vida artificial, si
entendemos esta ltima como una representacin particular de la relacin biologa/historia. Cada
articulacin tiene su historia y especificidad, est relacionada con modos de percepcin y experiencia,
determinada por relaciones sociales, polticas, econmicas y de conocimiento, as como caracterizada por
modos de utilizacin del espacio y condiciones ecolgicas, entre otras. Ser la tarea de la ecologa poltica
trazar y caracterizar dichos procesos de articulacin, y su meta ser sugerir articulaciones potenciales
realizables hoy da, que conduzcan hacia relaciones sociales y ecolgicas ms justas y sostenibles. Otra
manera de plantear dicha meta es decir que la ecologa poltica se ocupa de encontrar nuevas formas de
entretejer lo ecolgico (biofsico), lo cultural y lo tecnoeconmico para la produccin de otros tipos de
naturaleza social.


Ecologa poltica anti-esencialista: regmenes de naturaleza

Para facilitar la tarea de visualizar el espacio de las articulaciones de lo biolgico y lo histrico, podemos
realizar un breve ejercicio imaginativo. Situmonos en una rea de selva tropical como el Pacfico
colombiano, donde vengo trabajando desde hace algunos aos.
4
Vemos aqu a tres actores en accin.
Primeramente, comunidades locales negras e indgenas que han sido activas en la creacin de mundos y
paisajes particulares. Estos mundos y paisajes silvicolas con sus rasgos sociales, culturales y biofsicos
peculiares nos parecen poco familiares. Supongamos que comenzamos nuestro viaje navegando a contra
corriente en uno de los innumerables ros que fluyen de las vertientes andinas hacia el litoral y que, al
descender hacia el ocano, encontramos que las comunidades indgenas dan paso a asentamientos negros y
que, a medida que el ro se abre en un estuario, empezamos a divisar pequeos pueblos e, incluso, a algunos
blancos. Pronto nos encontramos ante un paisaje muy diferente, uno fcilmente reconocible para nosotros.
Quizs es una plantacin de palma africana o una sucesin ordenada de grandes estanques rectangulares
ms de una hectrea cada uno destinados al cultivo industrial de camarn para exportacin. Aqu
encontramos a un capitalista ocupado en generar desarrollo y proveer trabajo, segn l argumenta, a cientos
de trabajadores negros en las plantaciones o en las plantas de empaque de pescado y camarn; desde su
perspectiva, de otra manera, esos trabajadores estaran ociosos en los barrios pobres de un pueblo cercano
que ha doblado su poblacin, de 50.000 a 100.000 en menos de una dcada. Este capitalista y la naturaleza
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que ha producido, es nuestro segundo actor.

Sin embargo, nada lejos de la plantacin, hay un territorio indgena que ha recibido un visitante extrao
recientemente, bien conocido en otros lugares como un prospector de biodiversidad. l/ella ha venido a la
regin, quizs enviado/a por un jardn botnico de Estados Unidos o Europa, o por una compaa
farmacutica, en busca de plantas con uso potencial para aplicaciones comerciales. l/ella no est realmente
interesado/a en la planta en s misma sino en sus genes, que llevara de regreso a su pas de origen.
Imaginemos incluso en un futuro lejano que estos genes terminan siendo utilizados para modificar a los
humanos de formas que los hacen resistentes a ciertas enfermedades, para producir organismos o productos
transgnicos, o quizs hasta para crear, en una latitud del norte, todo un ambiente tropical a partir de la
coleccin de genes de muchas selvas tropicales, ya sea con forma biolgica o virtual. Este es nuestro tercer
y ltimo actor en la narrativa de la naturaleza que queremos construir.
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Finalmente, situmonos en el espacio de percepcin de un activista del movimiento social de comunidades
negras que ha surgido en esta regin como resultado de los muchos cambios ocurridos, incluyendo el
advenimiento del capitalista, el planificador del desarrollo y el bioprospector. Este activista creci en una
comunidad riberea y logr llegar a una de las grandes ciudades andinas en busca de educacin; ahora ha
vuelto a los ros para organizar la defensa de los paisajes culturales y biofsicos de su regin. Si observamos
lo que est haciendo, podemos decir que mantiene varios paisajes y naturalezas en tensin: ante todo en su
mente est el paisaje de los ros y asentamientos de su niez, poblado con todo tipo de seres, desde las
hermosas palmas de coco y naid,
6
hasta las visiones y los seres espirituales que pueblan sus sub- y
supra-mundos. Si se encuentra en sus veintes, quizs tambin creci al lado del paisaje disciplinado de las
plantaciones. Como activista, se ha concientizado con los discursos de la biodiversidad y con el hecho de
que su regin est en la mira de organizaciones y corporaciones internacionales, Ongs ambientalistas del
Norte, y el gobierno de su propio pas, todos interesados en acceder a la supuesta riqueza de recursos
genticos de la regin.

Los activistas de los movimientos sociales, como cada uno de nosotros a nuestra manera y con diferentes
naturalezas en mente, tienen que mantener estos mltiples paisajes en tensin: el paisaje orgnico de las
comunidades, el paisaje capitalista de las plantaciones y el tecnopaisaje de los investigadores y empresarios
de la biodiversidad y la biotecnologa. Corriendo el riesgo de la rigidez y la sobresimplificacin, quiero
sugerir que los tres actores esbozados anteriormente encarnan regmenes de articulacin de lo histrico y lo
biolgico significativamente diferentes. Me referir a estos regmenes como naturaleza orgnica,
naturaleza capitalista y tecno-naturaleza, respectivamente. Retengo el trmino naturaleza por su
proximidad histrica al rgimen moderno, para la cual la naturaleza es una categora dominante. En lo que
sigue, me gustara trazar los rudimentos de la caracterizacin de cada uno de dichos regmenes, aunque
antes es necesario hacer algunas observaciones generales al modelo para clarificar su carcter.

Primero, este es un modelo anti-esencialista. Es ampliamente aceptado que la naturaleza es experimentada
diferencialmente de acuerdo con nuestra posicin social, o que es producida diferencialmente por grupos o
perodos histricos dismiles. Sin embargo, estos planteamientos implican un orden moderno en el cual la
experiencia puede ser evaluada segn las formas de produccin y las relaciones sociales modernas, pero no
permiten la teorizacin de la alteridad radical de las formas sociales de la naturaleza. Estos regmenes de
naturaleza pueden ser vistos como constituyentes de una estructura social hecha de relaciones mltiples e
irreductibles sin centro ni origen, es decir, como un campo de articulaciones (Gibson-Graham, 1996:29);
como discutir, hay una doble articulacin tanto al interior de cada rgimen como entre ellos. La identidad
de cada rgimen es el resultado de articulaciones discursivas con acoplamientos biolgicos, sociales y
culturales llevadas a cabo en un amplio campo de discursividad que desborda cada rgimen particular
(Laclau y Mouffe, 1985).
7


Segundo, estos tres regmenes no representan una secuencia linear, como tampoco estadios en la historia de
la naturaleza social. Estos coexisten y se traslapan. Ms an, se co-producen a s mismos; as como las
culturas y las identidades, los regmenes de la naturaleza son relacionales. Lo que nos concierne es
examinar sus articulaciones y contradicciones mutuas, las formas en que compiten por control de lo social y
lo biolgico. En dichos regmenes, los humanos estn ubicados diferencialmente, tienen diversas
conceptualizaciones y hacen demandas dismiles sobre lo biolgico. De esta manera, los tres regmenes son
objeto de tensin y contestacin; leyes biofsicas, significados, trabajo, conocimiento e identidades son
importantes para los tres, aunque con intensidades y configuraciones divergentes. Los regmenes
representan aparatos reales o potenciales de produccin de lo social o biolgico. Pueden ser vistos como
momentos en la produccin total y diferenciada de la naturaleza social-biolgica. Finalmente, es importante
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plantear desde el comienzo que el rgimen denominado orgnico no es esencial, mas s histrico; no es
estable ni corresponde a lo natural, y est tan construido y conectado con otros ensamblajes como las
tecnonaturalezas o las naturalezas capitalistas. Lo orgnico no descansa en un marco cultural puro
aunque s est caracterizado por una conexin ms integral entre la cultura y la biologa sino que yace
en ensamblajes y recombinaciones de organismos y prcticas, que operan a travs de reglas a menudo
incongruentes con los parmetros de la naturaleza moderna.

Tercero, el conocimiento que tenemos a disposicin para examinar cada rgimen es desigual y diferencial.
Me propongo examinar cada rgimen desde la perspectiva de una forma particular de conocimiento.
Sugerir que podemos estudiar la naturaleza orgnica de una manera ms apropiada basndonos en la
antropologa del conocimiento local, la naturaleza capitalista de acuerdo con el materialismo histrico, y la
tecnonaturaleza desde la perspectiva de estudios culturales de ciencia y tecnologa. Estos marcos son
modos de anlisis especficos a cada rgimen por sus respectivas lealtades, compromisos y orientaciones
tericas. Una ltima consecuencia de estas cualificaciones es que el modelo est construido desde una
cierta perspectiva parcial: el punto de vista epistemolgico donde se sita quien conoce, estando ste
definido como el eclogo poltico crtico y anti-esencialista ligado a la naturaleza capitalista por la historia,
no obstante intentando visualizar un discurso de la diferencia en donde las naturalezas orgnicas y las
tecnonaturalezas puedan ser visibles en su alteridad, y en donde se puedan cultivar discursos alternativos de
naturaleza y cultura.
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Naturaleza capitalista: produccin y modernidad

Siguiendo con el modelo de los tres regmenes de naturaleza, es ms fcil comenzar con lo que mejor
conocemos: la naturaleza capitalista. Mucho se sabe ya sobre este rgimen, empezando por el proceso de su
surgimiento, que comenz en la Europa post-renacentista y cristaliz con el capitalismo y el advenimiento
de un orden epistmico moderno hacia finales del siglo XVIII. En este sentido, un nmero de aspectos han
sido subrayados, que sern repasados brevemente bajo cuatro tpicos: las nuevas formas de ver, la
racionalidad, la gobernabilidad, y la mercantilizacin de la naturaleza ligada a la modernidad capitalista.

El desarrollo de nuevas formas de ver ha estado directamente ligado al surgimiento de la naturaleza
capitalista: la invencin de la perspectiva linear, ligada a la pintura realista que ha congelado el lugar
desde un punto de vista particular, ubicando al observador por fuera del cuadro y, por ende, por fuera de la
naturaleza y la historia; la objetivacin del paisaje con su consecuente prctica de lo visual (Thomas,
1993); un rgimen de visualizacin que equipara a la consciencia con la visin y que inaugur la vigilancia
y el monitoreo a gran escala -el panopticismo de Foucault (1979); una mirada masculina totalizante
que objetiva al paisaje y a las mujeres de maneras particulares (Haraway, 1988; Ford, 1991). Con el arte
paisajstico, la naturaleza tom un rol pasivo, fue privada de agentividad bajo la mirada totalizante que
creaba la impresin de unidad y control.

Desde una perspectiva ms filosfica, la mirada fue instrumental para el nacimiento de las ciencias
modernas desde el desarrollo de la medicina clnica que, abriendo el cuerpo para observacin hacia finales
del siglo XVIII, estableci una alianza entre las palabras y las cosas, posibilitndonos ver y decir,
integrando de esta manera al individuo y lo biolgico en un discurso racional (Foucault, 1975:xii).
Desde el anlisis de tejidos a travs del microscopio y la cmara en el siglo XIX, a la vigilancia satelital, los
sistemas de informacin geogrfica (Sig) y la sonografa, la importancia de la visin en el tratamiento de la
naturaleza y de nosotros mismos slo se ha acrecentado. Ahora bien, el aspecto ms fundamental de la
modernidad al respecto es lo que Heidegger (1977) denomin la creacin de un retrato del mundo/visin
de mundo por el hombre moderno, dentro del cual la naturaleza est inevitablemente enmarcada y
ordenada para que la utilicemos segn nuestros deseos. De acuerdo con los crticos de la escuela de
Frankfurt, el dominio sobre la naturaleza se convirti en uno de los aspectos ms esenciales de la
racionalidad instrumental, aspecto que ha sido subrayado desde perspectivas feministas y ecolgicas por
varios autores (Merchant, 1980; Shiva, 1993). Como lo demostr Foucault (1968) vvidamente, todos estos
desarrollos son aspectos de la emergencia del Hombre como estructura antropolgica y fundamento de
todo conocimiento posible. Con la economa, el Hombre quedo atrapado en una analtica de la finitud,
un orden cultural en el cual estamos condenados eternamente a trabajar bajo la ley frrea de la escasez, un
orden cultural que se remonta a la separacin entre la naturaleza y la sociedad con particular virulencia.
Esta separacin es uno de los aspectos esenciales de las sociedades modernas incluso si, como Latour (1993)
argumenta, esta divisin slo ha hecho posible la proliferacin de hbridos de la naturaleza y la cultura y de
redes que los ligan de mltiples maneras.
156

La historia del Hombre y de la percepcin burguesa est relacionada con otros factores como la
colonizacin del tiempo (Landes, 1983), el desarrollo de mapas y estadsticas, y la asociacin de paisajes
particulares con identidades nacionales. Ms especficamente, la modernidad capitalista requiri del
desarrollo de formas de gobierno sobre recursos y poblaciones basado en el conocimiento de expertos
planificadores, estadistas, economistas y demgrafos, entre otros, lo que Foucault ha denominado
gobernabilidad.
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La gobernabilidad es un fenmeno moderno fundamental por medio del cual vastos
mbitos de la vida cotidiana fueron apropiados, procesados y transformados de manera creciente por el
conocimiento experto y los aparatos administrativos del Estado. Esto se ha extendido al orden natural a
partir de la forestera cientfica y la agricultura de plantacin hasta la gestin del desarrollo sostenible de
hoy. De esta manera, la evolucin de los ordenes sociales modernos ha situado lo natural tanto en el campo
de la mercantilizacin como en el de la gobernabilidad. Junto con el estudio de la naturaleza como
mercanca, es necesario investigar cmo la naturaleza ha sido gubernamentalizada por los aparatos del
Estado y del conocimiento, es decir, hecha objeto del conocimiento experto, regulada, simplificada,
disciplinada, administrada, planificada, etc. Este aspecto ha sido poco estudiado por la ecologa poltica
(Brosius, 1997).

El anlisis de la naturaleza como mercanca ha ocupado gran parte de la atencin de quienes buscan
entender la naturaleza capitalista. Sera imposible resumir la riqueza de los estudios contemporneos de la
naturaleza en este sentido. La articulacin de la biologa y la historia en la naturaleza capitalista
fundamentalmente toma la forma de la mercanca, y los anlisis a este nivel han apuntado a explicar la
produccin de la naturaleza como mercanca a travs de la mediacin del trabajo. Desde una perspectiva
marxista, la separacin de la naturaleza y la sociedad es vista como ideolgica; la unidad del capital implica
la fusin del valor de uso y el valor de cambio en la produccin de la naturaleza. Histricamente, la
produccin de excedentes, con la simultnea diferenciacin social e institucional, le permiti a los humanos
emanciparse de la naturaleza, incluso al costo de esclavizar a parte de la poblacin. Con el capitalismo, la
produccin de la naturaleza alcanz un nivel societal ms alto. Por la mediacin del trabajo, la sociedad
emergi de la naturaleza, produciendo lo que ha sido llamado una segunda naturaleza, es decir, el
conjunto de instituciones sociales que regulan el intercambio de mercancas, incluyendo la(s) naturaleza(s)
construida(s) por los seres humanos. La naturaleza se convirti en un medio universal de produccin a
escala mundial. Con el desarrollo de la ciencia y de las mquinas, la naturaleza y la sociedad alcanzaron una
unidad en la produccin generalizada promovida por el capitalismo. La distincin entre primera y segunda
naturaleza se torn obsoleta una vez que la produccin de la naturaleza se convirti en la realidad
dominante. La naturaleza capitalista se convirti en un rgimen hegemnico (Smith, 1984).
10


Todos los factores hasta ahora esbozados son el producto de un fase particular de la historia: la modernidad
patriarcal capitalista. Algunos escritos marxistas recientes han hecho grandes avances en conceptualizar
dicho rgimen en sus formas clsicas y actuales, as como su relacin con el capitalismo como un todo
(Smith, 1984; OConnor, 1988; Haraway, 1989; Leff, 1995a). No es nuestro propsito resumir estos
desarrollos aqu, ni sus implicaciones ecolgicas, los cuales representan uno de los espacios de trabajo ms
activos en relacin a la pregunta por la naturaleza hoy da. Sin embargo, es importante subrayar un aspecto
que ser pertinente para nuestra explicacin de la tecnonaturaleza. La naturaleza capitalista es uniforme,
legible, administrable, cosechable, fordista. Por razones sociales y ecolgicas, la acumulacin de la
naturaleza uniforme se est volviendo un obstculo para la acumulacin capitalista.
11
De esta manera, se ha
hecho necesario empezar el proceso de acumulacin de la naturaleza diversa o naturaleza flexible, si
aceptamos que hay un isomorfismo entre la diversidad en el campo biolgico y la flexibilidad en el campo
social. Los discursos de desarrollo sostenible y biodiversidad son un reflejo de esta tendencia, como
tambin lo es el argumento de que el capitalismo est entrando en una fase ecolgica, en donde su forma
moderna y destructiva coexistira con una forma postmoderna conservacionista (OConnor, 1993; Escobar,
1996a).

Como una conclusin provisional, quiero sugerir una definicin parcial de la ecologa poltica de la
naturaleza capitalista como el estudio de la incorporacin progresiva de la naturaleza en el doble campo de
la gobernabilidad y la mercanca. Ambos aspectos tienen consecuencias biolgicas, culturales y sociales
que requieren una indagacin ms cuidadosa. Sin embargo, es el momento de abordar el rgimen orgnico;
el cual, desde la perspectiva del capitalismo, puede parecer un caso de atavismo ecolgico, o como una
manifestacin local de la naturaleza universal, mientras que sus mecanismos culturales y simblicos
pueden parecer idolatra o primitivismo de la naturaleza. Pero es as? Recordemos nuevamente el primer
actor que introdujimos en nuestra discusin sobre las selvas tropicales: las comunidades locales. Sus
naturalezas no se pueden reducir a manifestaciones inferiores de la naturaleza moderna, ni se puede decir
157
que son producidas slamente en base a las leyes capitalistas. Aclararemos esta cuestin en la siguiente
seccin.


Naturaleza orgnica: cultura y conocimiento local
12


Para entender el rgimen orgnico hay que utilizar otras formas de anlisis. Un aspecto bsico de este
rgimen es el hecho de que la naturaleza y la sociedad no estn separadas por fronteras ontolgicas. Los
estudios antropolgicos y ecolgicos demuestran con creciente elocuencia que muchas comunidades
rurales del Tercer Mundo construyen la naturaleza de mltiples maneras. Para efectos del argumento, me
referir a la literatura antropolgica sobre este tema como a la antropologa del conocimiento local, aunque
de ninguna manera se restringe al conocimiento local.
13
Es claro que hay una increble actividad en esta
rea. Queda por verse si de esta actividad resultar una nueva antropologa ecolgica (Kottak, 1997), o la
refundacin de la antropologa ecolgica sobre bases ms firmes (Descola y Plsson, 1996). Sin embargo,
no hay duda de que la antropologa de orientacin ecolgica est siendo objeto de transformaciones
cualitativas, algunas de las cuales espero discutir en esta breve seccin.

En un artculo clsico sobre el tema, Marilyn Strathern (1980) demostr que no podemos interpretar las
construcciones nativas no modernas de lo social y lo biolgico en trminos de nuestros propios
conceptos de naturaleza, cultura y sociedad. Entre los hagen de las tierras altas de Nueva Guinea, como para
muchos grupos indgenas y rurales, la cultura no provee un conjunto distintivo de objetos con los que se
manipula la naturaleza [...] la naturaleza no es manipulada (Strathern, 1980:174-175). La imposicin
de dichas dicotomas sobre otros rdenes sociales es condicionada por nuestros intereses particulares, tales
como el control de medio ambiente. De esta manera, la naturaleza y la cultura no deben ser vistas como
dadas y presociales, sino como construcciones, si queremos entender la manera en que funcionan como
dispositivos para las creaciones culturales, desde las creencias humanas de todo tipo hasta al gnero y la
economa (MacCormack y Strathern, 1980).

Desde la perspectiva de una antropologa del conocimiento local aparecen preguntas como: cules son las
representaciones de otras sociedades de la relacin entre sus mundos humanos y sociales?, qu
distinciones y clasificaciones hacen de lo biolgico?, cmo significan su entorno biofsico?, en qu
lenguajes incluyendo tradiciones orales, mitos y rituales expresan tales distinciones?, a travs de qu
prcticas son efectuadas tales distinciones?, hay un lugar para la naturaleza humana en las
representaciones y los mapas cognitivos de las comunidades locales?, cul es la articulacin entre las
construcciones culturales y las relaciones de produccin, as como entre los significados y los usos de las
entidades biolgicas? En un sentido ms poltico, cmo se relacionan las construcciones locales con
nuestras preocupaciones actuales, particularmente con la sostenibilidad?, existen nociones afines al
manejo y al control en las representaciones nativas y los modelos locales de la naturaleza?

Ya existen algunas respuestas para tales preguntas, generalmente en forma de estudios de caso en
sociedades no industrializadas. No hay, claro est, una visin unificada de qu caracteriza los modelos
locales de la naturaleza. Quizs el aspecto mejor establecido actualmente es que los modelos culturales de
la naturaleza de muchas sociedades no se basan en una dicotoma naturaleza-sociedad (o cultura). De
manera contraria a las construcciones modernas con sus estrictas separaciones entre lo biofsico y los
mundos humanos y supranaturales, ahora se aprecia comnmente que los modelos locales en contextos no
occidentales a menudo establecen vnculos de continuidad entre estos tres mbitos. Esta continuidad, que
sin embargo puede ser experimentada como problemtica o incierta, es culturalmente establecida a travs
de rituales y prcticas, as como incrustada en relaciones sociales diferentes a las capitalistas y modernas.
De esta manera, los seres vivientes, inertes y supranaturales no son vistos como constitutivos de mbitos
distintivos y separados, ni como esferas separadas de naturaleza y cultura. Por ejemplo, Descola argumenta
que en tales sociedades de la naturaleza, los animales, las plantas y otras entidades pertenecen a una
comunidad socioeconmica, sujeta a las mismas reglas que los humanos (1996:14).
14


Un modelo local de la naturaleza puede exhibir aspectos como los siguientes, que pueden corresponder
completa o parcialmente a parmetros de naturaleza moderna: categorizaciones especficas de entidades
humanas, sociales o biolgicas (por ejemplo, de lo que es y no es humano, lo que se planta o no se planta, lo
domstico y lo salvaje, lo innato o lo que emerge de la accin humana, etc.); fronteras especficas, y
clasificaciones sistemticas de animales, espritus y plantas. Tambin puede contener mecanismos para
conservar el buen orden y el equilibrio de los circuitos biofsicos, humanos y espirituales (Descola, 1992,
1994); o una visin circular de la vida biolgica y socioeconmica, fundamentada en ltima instancia algn
158
tipo de divinidad (Gudeman y Rivera, 1990). Tambin puede existir una teora de cmo todos los seres del
universo son criados a partir de los mismos principios, dado que muchas culturas no modernas conciben
el universo entero como un ser viviente sin una estricta separacin entre los humanos y la naturaleza, el
individuo y la comunidad, la comunidad y los dioses (Grillo, 1991; Apffel-Margin y Valladolid, 1998).

Mientras la frmula especfica para el ordenamiento de estos factores vara significativamente de un grupo
a otro, stos tienden a presentar ciertos aspectos comunes: revelan una imagen compleja de la vida social
que no es necesariamente opuesta a la naturaleza en otras palabras, una en la cual el mundo natural es
integral al mundo social, y que puede ser pensada en trminos de relaciones humanas, de parentesco y de
gnero vernculo o analgico. Los modelos locales tambin evidencian una unin particular con un
territorio concebido como una entidad multidimensional que resulta de muchos tipos de prcticas y
relaciones. Establecen vnculos entre mundos biolgicos, humanos, espirituales; cuerpos, almas y
objetos que algunos han interpretado como una vasta comunidad de energa viviente (Descola,
1992:117), o como una teora en donde todos los seres humanos y no humanos renacen de manera
permanente (Restrepo, 1996). A menudo, el ritual es integral a la interaccin entre los mundos humanos y
naturales. Una actividad como limpiar el bosque para sembrar puede ser visto como un mecanismo
unificador del pueblo, los espritus, los ancestros y las cosechas con sus dioses y diosas correspondientes.
En este tipo de casos, las imbricaciones entre el sistema simblico y las relaciones productivas pueden ser
altamente complejas, como lo describi Lansing (1991) en su estudio de los templos de agua que regulan el
paisaje terraplenado de Bali. Los terraplenes de arroz reflejan una visin biolgica del tiempo y resultan de
la cooperacin de cientos de agricultores bajo la administracin de los templos de agua. Aqu tenemos en
juego relaciones de produccin simblicamente mediadas que no pueden ser entendidas en trminos
convencionales, marxistas o de otro tipo.
15


La existencia de mecanismos subyacentes comunes en todos los modelos, as como su conmensurabilidad o
no, son cuestiones importantes en los estudios recientes, con consecuencias para la ecologa poltica.
Debemos limitarnos a describir lo mejor que podemos las concepciones especficas de la naturaleza que
las diferentes culturas han producido?, se pregunta Descola, o debemos buscar principios generales de
orden que nos permitan comparar la diversidad emprica aparentemente infinita de los complejos
naturaleza-cultura? (1996:84). La pregunta se remonta a los debates de la etnobiologa (Berlin, 1992)
sobre la universalidad de las estructuras taxonmicas a partir de un mapa de la naturaleza subyacente. A
la restringida preocupacin etnobiolgica por las taxonomas tradicionales, los antroplogos ecolgicos
han respondido desplazando la clasificacin de su lugar de privilegio, argumentando que la clasificacin es
tan slo un aspecto del proceso en el cual los humanos dotan de significado al ambiente natural. Sin
embargo, en sus esfuerzos de desplazamiento, estos antroplogos estn renuentes a abandonar la idea de la
existencia de mecanismos subyacentes o procedimientos estructurantes schemata de praxis para
Descola (1996), ejes cognitivos para Ellen (1996) que organizaran las relaciones humano-ambientales.
16


Aunque estos debates desbordan los alcances del presente captulo, es importante considerar un asunto
estrechamente relacionado antes de concluir esta seccin: el del conocimiento local. Hay una cierta
convergencia en la antropologa que an se est trabajando que entiende el conocer como una actividad
prctica y situada, constituida por una historia de prcticas pasada pero cambiante (Hobart, 1993a:17;
vase tambin a Ingold, 1996). En otras palabras, asume que el conocimiento local opera a travs de un
cuerpo de prcticas, en vez de basarse en un sistema formal de conocimientos compartidos independientes
del contexto. Esta visin del conocimiento local basada en la prctica inspirada por una variedad de
posiciones, desde Bourdieu hasta Giddens es un desarrollo interesante y complejo. Una tendencia
cercana enfatiza en el aspecto embodied
17
del conocimiento local, esta vez apelando a principios filosficos
esbozados por Heidegger, Dewey, Marx y Merleau-Ponty. Para Ingold (1995a, 1996), exponente de dicha
tendencia, vivimos en un mundo que no est separado de nosotros, y nuestro conocimiento de l puede ser
descrito como un proceso de aprendizaje en el encuentro prctico con el entorno. Los humanos estn
ineluctablemente conectados con el mundo e involucrados en actos prcticos y localizados. Para Richards
(1993), el conocimiento agrcola local debe ser visto como un conjunto de capacidades improvisatorias
especficas al contexto, ms que constituyente de un sistema de conocimiento indgena coherente, como
se consideraba anteriormente. Este planteamiento encuentra un eco en la antropologa de la experiencia,
para la cual es el uso, y no la lgica, lo que condiciona las creencias (Jackson, 1996a:12).
18


Estas bienvenidas tendencias no resuelven todas las preguntas concernientes a la naturaleza y modos de
operacin del conocimiento local. Quedan muchas preguntas abiertas tales como si todo conocimiento es
encarnado o no, si el conocimiento encarnado puede ser visto como formal o abstracto, si est organizado
de formas que contrastan o se asemejan a los conocimientos cientficos, o si hay una transformacin
159
continua o espordica entre el conocimiento prctico y el conocimiento terico/formal que emerge de una
reflexin sistemtica sobre la experiencia. En un trabajo ejemplar, Gudeman y Rivera sugirieron que los
campesinos poseen un modelo local de la tierra, la economa y la produccin que es significativamente
distinto de los modelos modernos, y que fundamentalmente existe en la prctica. Los modelos locales de
este tipo son experimentos vivientes que se desarrollan a travs del uso en la imbricacin de las
prcticas locales con procesos y conversaciones a mayor escala (Gudeman y Rivera, 1990:14). Esta
propuesta sugiere que podemos tratar al conocimiento prctico y encarnado como constituyente de una
suerte de modelo comprehensivo del mundo. Es en este sentido que utilizamos el trmino modelo local.

Las consecuencias de repensar el conocimiento local y los modelos culturales son enormes. Mientras existe
el peligro de reinscribir el conocimiento local en constelaciones jerrquicas de formas de conocimiento
reproduciendo la devaluacin y subordinacin del conocimiento local que ha caracterizado gran parte de
la discusin al respecto, incluyendo los debates sobre la conservacin de la biodiversidad el
cuestionamiento efectuado por esta nueva orientacin etnogrfica es interesante de mltiples maneras. Esta
nueva lnea de trabajo contribuye a desmitificar la dicotoma naturaleza/cultura, de fundamental
importancia en el predominio del conocimiento experto; as como hace insostenible la concepcin de
mbitos separados de naturaleza y cultura que pueden ser conocidos y manejados de manera separada.

Se pueden derivar lecciones radicales de la reinterpretacin de la cognicin encontrada en una tendencia
relacionada que an est por incorporarse a la antropologa: la biologa fenomenolgica de Humberto
Maturana y Francisco Varela. Brevemente, estos bilogos sugieren que la cognicin no es el proceso de
construccin de representaciones de un mundo preestablecido por una mente preestablecida externa a ese
mundo, como lo proponen algunas corrientes de las ciencias cognitivas. Ms bien, la cognicin es siempre
una experiencia encarnada que se lleva a cabo en un contexto histrico y que debe ser teorizada desde la
perspectiva de la coincidencia ineludible de nuestro ser, hacer y conocer (Maturana y Varela, 1987;25).
En lo que denominan un enfoque enactivo, la cognicin es vista como la enaccin de una relacin entre
mente y mundo basada en la historia de su interaccin. Toda mente se despiertan en un mundo, plantean
Varela y sus colaboradores (Varela, Thompson y Rosch, 1991:3) para sugerir nuestra ineluctable
encarnacin doble, un concepto prestado de Merleau-Ponty aquel del cuerpo como vivido y como
estructura existencial, y el cuerpo como el contexto de la cognicin sealando el hecho de que todo acto
de conocimiento genera un mundo. Esta circularidad constitutiva del conocimiento y la existencia trae
mltiples consecuencias al estudio de los modelos locales de la naturaleza, al extremo de que:

nuestra experiencia, la praxis de nuestra vida, est ligada a un mundo circundante que
aparece lleno de regularidades que son a cada instante el resultado de nuestras
historias biolgicas y sociales [...] Las regularidades propias al acoplamiento de un
grupo social son su tradicin biolgica y social [...] Nuestra herencia biolgica comn
es la base para el mundo que los seres humanos construimos a travs de distinciones
congruentes [...] Esta herencia biolgica comn permite una divergencia de mundos
culturales llevada a cabo a travs de la constitucin de lo que pueden llegar a ser
amplias diferencias culturales. (Maturana y Varela, 1987:241-244).

Al rehusarse a separar el conocer del hacer, y stos del ser; dichos bilogos crean un lenguaje que nos
permite cuestionar los dualismos de naturaleza y cultura, teora y prctica. As mismo, corroboran los datos
etnogrficos de la continuidad de naturaleza y cultura, los aspectos encarnados del conocimiento y las
nociones del conocimiento local como aprendizaje y ejecucin. Todos estos conceptos, por supuesto, no
agotan el campo del conocimiento local, y tendrn que ser desarrollados ms exhaustivamente. Sin
embargo, proporcionan una base para avanzar en la antropologa del conocimiento, particularmente en el
campo de su aplicacin ecolgica. Estos conceptos tambin pueden llegar a formar parte de marcos
alternativos para repensar cuestiones como la biodiversidad, la defensa del lugar y la globalizacin (vase
el captulo 13).

Para resumir, los modelos culturales de la naturaleza estn constituidos por conjuntos de usos-significados
que, aunque existen en contextos de poder que cada vez ms incluyen fuerzas transnacionales, no pueden
ser reducidos a construcciones modernas ni explicados sin referencias a lugares, fronteras y culturas locales
concretas. Se basan en procesos histricos, lingsticos y culturales que, aunque nunca estn aislados de
historias ms amplias, retienen cierta especificidad del lugar. Desde el punto de vista etnogrfico, los
conjuntos de usos-significados deben ser recontextualizados en relacin con las formas de poder que
inevitablemente los afectan, en su articulacin con otros regmenes de naturaleza y, de manera ms general,
con respecto a las fuerzas globales en que se encuentran inmersos. Este es un paso que la antropologa
ecolgica ha eludido hasta ahora, pero que la ecologa poltica est abordando. Los modelos locales no
160
existen aislados, sino en contacto con modelos modernos de naturaleza y economa que tambin los
influencian (Escobar, 1998b).

Unas palabras finales sobre el concepto de naturaleza orgnica. En su propuesta de una nueva relacin
entre la antropologa y la biologa que reconceptualizara la antropologa de las personas como un aspecto
de la biologa post-darwinista de los organismos, Ingold (1995a) subraya la necesidad de una perspectiva
relacional de la vida orgnica y social. Por el lado de la vida orgnica, el hecho de que sta es originada y
mantenida por su perpetuo intercambio con el entorno. Por el de la vida social, el hecho de que las personas
se desarrollan en un sinnmero de nexos y relaciones con el entorno y otras personas, de forma que
convertirse en persona es inherente a convertirse en organismo, todo lo cual ocurre dentro un campo
relacional. Esta visin es muy diferente de la teora gentica neo-darwiniana de la diversidad, o de la visin
antropolgica de la diversidad cultural basada en rasgos o caractersticas.
19
La propuesta de Ingold busca
liberar nuestro pensamiento de la camisa de fuerza conceptual de los genes, la cultura y el
comportamiento (1995a:221). Esta provocativa reconceptualizacin de la relacin entre la vida biolgica
y social resuena con la perspectiva profundamente historizada de la vida biolgica y la evolucin en
trminos del acople estructural de los organismos y su ambiente con conservacin de la autopoiesis,
planteada por Maturana y Varela. Tambin puede ser relacionada con aquellos trabajos ya reseados que
disuelven los binarismos y las fronteras entre naturaleza y cultura, mente y mundo. Es en este sentido que
utilizo el trmino de orgnico, que sugiere un tipo de proceso y relacionalidad que ve la vida social en
trminos topolgicos, como el desdoblamiento de un campo generativo total (Ingold, 1995a:223). Este
campo es simultneamente biolgico y cultural.

Esta concepcin de lo orgnico permite una definicin parcial de ecologa poltica para este rgimen como
el estudio de las mltiples construcciones de naturaleza conjuntos de usos-significados en contextos de
poder. Aqu, el poder no slo debe ser pensado en trminos de las relaciones sociales y de produccin, sino
tambin en relacin con el conocimiento local, la cultura y la vida orgnica. Sin duda, es claro que la
variedad de naturalezas orgnicas es inmensa, desde las selvas hmedas a ecosistemas secos, y desde las
verdes montaas de la economa campesina a las estepas de los nmadas; cada cual con su propio conjunto
de actores, prcticas, significados, interacciones y relaciones sociales. As, el estudio de la naturaleza
orgnica desborda con creces el estudio de los ecosistemas y sus funciones, estructuras, fronteras, flujos y
mecanismos de retroalimentacin, an con los humanos como un elemento ms del sistema. La ecologa
de ecosistemas continua siendo una perspectiva externa y desde arriba que tambin necesita ser abordada
desde dimensiones relacionales constitutivas, as como desde la experiencia misma. La ecologa poltica de
la naturaleza orgnica tambin trasciende el anlisis de la produccin, la gobernabilidad y la mercanca. La
antropologa del conocimiento local sirve como un cdigo para lo que estos tipos de anlisis, por
importantes que sean, no alcanzan a vislumbrar.
20



Tecnonaturaleza: artificialidad y virtualidad

Si bien es cierto que lo orgnico existe en los conocimientos y las prcticas de una variedad de grupos
sociales a lo largo del mundo, tambin es cierto que el campo de la artificialidad est emergiendo
rpidamente. En este caso, no es el conocimiento local ni la experiencia, como tampoco la produccin
basada en el trabajo, lo que media entre la biologa y la historia, sino ms bien, la tecnociencia. Sin duda, es
necesario enfatizar que los significados, el conocimiento y el trabajo son importantes en los tres regmenes.
Aparecen nuevas y difciles preguntas: facilitarn las tecnonaturalezas la recreacin de una continuidad
diferente a la del rgimen orgnico entre lo social y lo natural?, nos permitirn las tecnonaturalezas
superar la alienacin generada por la naturaleza capitalista, su dependencia en la explotacin del trabajo, o
su fetichismo de la naturaleza como mercanca? Tambin son pertinentes las preguntas opuestas. Se
profundizarn las tendencias de la naturaleza capitalista con el advenimiento del nuevo rgimen de la
artificialidad? Es la tecnonaturaleza necesariamente capitalista? Y, sea capitalista o no, ser que las
tecnonaturalezas podrn desarrollar capacidades humanas para sostener y cuidar la vida o, por el contrario,
llevarn hacia la subordinacin de la vida a la tecnologa y a la produccin de valor?

Las respuestas a estas preguntas dependern en gran medida de nuestras formas de abordar las nuevas
tecnociencias. Desafortunadamente, las posiciones al respecto estn generalmente polarizadas, oscilando
entre los extremos de la tecnofilia y la tecnofobia, es decir, la celebracin acrtica o la demonizacin de las
nuevas tecnologas. Es necesario navegar entre estos extremos para ganar entendimiento. Sugerir algunos
elementos provisionales para esta labor en lo que sigue.

161
Con el advenimiento de las tecnociencias contemporneas desde el Adn recombinante en adelante,
nuevamente se altera el modelo moderno de relacin entre lo social y lo natural. Ms que nunca, lo natural
es visto como un producto de lo social. Se comienza a generalizar la creencia de que la biologa est bajo
control, y como lo anota Strathern, la biologa bajo control ya no es naturaleza (1992b:35). La
naturaleza desaparece y se convierte en el resultado de reinvenciones constantes (Haraway, 1991).
Desarrollos posteriores al Adn recombinante incluyendo el desarrollo de la Pcr (Rabinow, 1996), el
Proyecto del Genoma Humano, la modelacin biolgica, las nano-biotecnologas, la clonacin, los
alimentos transgenticos, etc. han reforzado estas creencias. Esta posibilidad, presente desde el
descubrimiento de la estructura de las primeras macromolculas (sin duda, del Adn), ha dado un salto
cualitativo con los descubrimientos recientes en biologa molecular.
21


El manejo pblico de las nuevas biotecnologas indican que se est volviendo culturalmente posible jugar
con combinaciones de lo orgnico y lo artificial, lo cual carece de precedente (Strathern, 1992b). Con la
tecnonaturaleza entramos en una era de anti-esencialismo puro frente a la naturaleza aunque en otros
campos se introduzcan nuevos esencialismos. Las naturalezas orgnicas y las tecnonaturalezas
convergen en este anti-esencialismo en la medida en que ambas son irrevocablemente locales y particulares,
incluso si hay presiones para que la tecnonaturaleza desarrolle aplicaciones universales, especialmente en el
campo mdico. Ms an, la naturaleza ya no est enmarcada en un cierto orden en relacin al hombre,
lo cual equivale a decir que hemos entrado a una poca post-naturaleza; lo biolgico, incluyendo la
naturaleza humana, a menudo se vuelve una cuestin de diseo.
22
En esto reside la relevancia de la
reinvencin de la naturaleza, como tambin en el potencial de la tecnonaturaleza para crear una alteridad
biolgica radical. Si la naturaleza capitalista introdujo a la naturaleza en el dominio de lo Mismo, y la
naturaleza orgnica era/es compuesta siempre de formas localizadas, la tecnonaturaleza hace que la
alteridad prolifere. La diversidad, concepto clave igualmente para la antropologa y la biologa, cobra
nuevos significados.
23


Qu suceder con las naturalezas orgnicas y capitalistas bajo el reino de la tecnonaturaleza? Algunas
claves para responder esta pregunta se pueden encontrar en los planteamientos actuales de las nuevas
tecnociencias. Algunos ven en la desaparicin de la naturaleza orgnica y capitalista el surgimiento de la
lgica de la virtualidad (Kroker y Weinstein, 1994; Heller, 1998). Esta lgica est dominada por el
principio de la recombinacin: cuerpo, naturaleza, mercanca y cultura recombinantes. La virtualidad
inaugurara un perodo de postcapitalismo caracterizado por el eclipse de lo orgnico y el triunfo de una
clase virtual estrechamente comprometida con la lgica informtica de la naturaleza-cultura recombinante.
Bajo la ilusin de la interactividad, la clase virtual estar libre para disear cibercuerpos y desaparecer
conviertindose en virtualidad pura (Kroker y Weinstein, 1994). A pesar de la tendencia de los autores
hacia el exceso de retrica, es importante reconocer que la virtualidad como la organicidad y el
capitalismo es un principio clave para la produccin de lo social y lo biolgico hoy da.
24
Virilio (1997)
retoma un aspecto igualmente crucial del orden emergente, esto es, el impacto de las tecnologas que
funcionan en tiempo real. Operando a la velocidad de la luz, estas tecnologas erosionan el valor del aqu
y el ahora a favor de un ms all comunicativo que no tiene nada que ver con presencias y lugares concretos.
Las tecnologas de tiempo real marcan la decadencia del cuerpo, el lugar y el territorio, a favor de una
identidad terminal, la deslocalizacin global de la actividad humana y la devaluacin del tiempo local. La
unicidad del tiempo reemplaza la unicidad del lugar, sealando una nueva forma de polucin caracterizada
por la eliminacin de la extensin y la duracin. Nos vemos abocados a una separacin entre actividad e
interactividad, presencia y telepresencia, existencia y tele-existencia (Virilio, 1997:44). Se puede
argumentar que la resolucin de esta separacin depender de una politizacin de la cultura sin precedentes
que vincule la organicidad, la virtualidad y la defensa transformadora del lugar y la identidad.

Para otros pensadores, la virtualidad propone nuevas oportunidades para la creacin de subjetividades y
prcticas ecolgicas. Para Guattari (1995a, 1995b), mientras las nuevas tecnologas permiten los aspectos
ms retrgrados de la valorizacin capitalista, tambin posibilitan otras formas y modalidades de ser:

El mundo contemporneo maniatado en sus impases ecolgicos, demogrficos y
urbanos es incapaz de absorber, de una manera compatible con los intereses de la
humanidad, las extraordinarias mutaciones tecno-cientficas que lo mueven. Est
atrapado en una vertiginosa carrera hacia la ruina o la renovacin radical. (Guattari,
1995a:91).

Una ecologa poltica de la virtualidad generar nuevas condiciones para la vida cultural y la subjetividad.
Una ecologa generalizada ecosofa, en el leguaje nico de Guattari no slo tendr que crear nuevas
relaciones con la naturaleza y entre humanos, sino una nueva tica que desafe la valorizacin
162
tecnocapitalista. Liberada de la hegemona del capital, una poltica del mundo virtual reivindicara la
procesualidad, la conectividad y la singularizacin.

Esta postura visionaria nace de una concepcin particular de la tecnologa en s misma. Las nuevas
tecnologas traen a colacin significaciones y universos de referencia novedosos. Estas conducen hacia la
alteridad y propician heterognesis ontolgicas, es decir, mltiples formas de ser. Para Guattari, el
descentramiento de la economa como principio organizativo de la vida social es un prerrequisito para esta
transformacin: una consciencia ecolgica expandida [...] debe llevar a volver a poner en cuestin la
ideologa de la produccin por la produccin misma, guiada por la deconstruccin del mercado y el
recentramiento de las actividades econmicas en la produccin de la subjetividad (1995a:122). Las
dimensiones ecolgicas, tecnoeconmicas, culturales y subjetivas necesitan ser incorporadas a la ecosofa
para llegar a un nuevo tipo de prctica social mejor equipada igualmente tanto para asuntos de naturaleza
local como para los problemas globales de nuestro tiempo (Guattari, 1995a:121). La ecosofa promueve
nuevos territorios existenciales donde la biosfera, la socioesfera y la tecnoesfera se pueden articular
constructivamente. Esta visin le hace eco al llamado de Haraway (1991) a repensar las posibilidades que
se le abren a varios grupos a partir del desmoronamiento de las fronteras ntidas entre lo orgnico y la
mquina, que deben ser actualizadas intentando ganar control sobre las relaciones sociales de la ciencia y la
tecnologa.

Estas no son slo posibilidades utpicas. Redes de todo tipo ligadas a las nuevas tecnologas estn siendo
utilizadas de maneras creativas en todo el mundo; la gran fragmentacin alimentada por las nuevas
tecnologas igualmente presenta oportunidades para la construccin de coaliciones y para configurar
formas de poder a partir de las diferencias (Chernaik, 1996). En el caso de los movimientos sociales como
los de mujeres, tnicos e indgenas ya se puede ver que tales redes dan cabida al surgimiento de formas de
glocalidad nada insignificantes (Dirlik, 1997a). En la medida en que ms grupos sociales aprendan a
desnaturalizar ciertas construcciones identitarias de gnero, sexuales y tnicas dadas por ciertas,
estarn ms abiertos a ensayar nuevas configuraciones relacionales en conexin con redes potenciadoras.
Los escritores de ciencia ficcin estn imaginando estas posibilidades activamente; visualizan otros
cuerpos, familias, organizaciones sociales y formas de vida que juegan con nuevas combinaciones de lo
orgnico, lo cultural y lo tecno (Haraway, 1992; Chernaik, 1996). Necesitamos pensar sobre las
condiciones sociales y polticas que podran transformar estas imaginaciones en procesos de afirmacin de
la vida en situaciones concretas. Como argumento en el captulo 13 (vase tambin a Dirlik, 1997b), las
posibilidades generadas por las nuevas tecnologas son prometedoras cuando se piensan en conjuncin con
la defensa de las prcticas ecolgicas, culturales y sociales del lugar. Bajo esta perspectiva tambin se
podran ver las redes alternativas que ligan a los humano con los no humanos.

Los estudios culturales de ciencia y tecnologa ofrecen una serie de conceptos para examinar las nuevas
realidades y posibilidades. Algunos de ellos estn bien desarrollados, mientras que otros son apenas
sugestivos. Por ejemplo, conceptos tales como el aparato de produccin de cuerpos/naturalezas,
25
el
ciborg como metfora de nuevas formas de ser y de alianzas entre lo orgnico y lo artificial, la simulacin
como modo de conocimiento principal en la era de la virtualidad, as como la interactividad y
posicionalidad como principios del conocimiento en la era de la tecnonaturaleza y la virtualidad. Todo el
campo de los estudios sociales de ciencia y tecnologa permite la investigacin de la co-produccin de la
tecnociencia y la sociedad (Hess, 1995; Franklin, 1995). En las ciencias, el lenguaje de la complejidad
como un intento esperanzador para un nuevo entendimiento del mundo puede sugerir ideas para liberar a la
naturaleza, la economa y el mundo de las garras del objetivismo, en direccin al llamado de Guattari.
26


Para terminar esta seccin, sugerir una definicin de la ecologa poltica para el rgimen de la
tecnonaturaleza. Esta definicin enfatiza las configuraciones bioculturales que se estn llevando a cabo, as
como aquellas que son posibles segn determinadas constelaciones de actores, tecnologas y prcticas. La
ecologa poltica de la tecnonaturaleza estudiara las configuraciones bioculturales reales y potenciales
ligadas a la tecnociencia, particularmente a lo largo de los ejes de la organicidad-artificialidad y la
realidad-virtualidad. Examinara prcticas y discursos de la vida, y el grado en que conducen a nuevas
naturalezas, relaciones sociales y prcticas culturales. Es importante que los etngrafos de la
tecnonaturaleza no limiten su enfoque slamente a contextos de lite o a su impacto en comunidades
subalternas; tambin deben explorar los recursos materiales y culturales que se constituyen localmente y
que las comunidades marginadas son capaces de movilizar para su adaptacin e hibridacin en la
produccin de sus identidades y estrategias polticas.
27



163
La poltica de las naturalezas hbridas

Es necesario decir que actualmente los grupos sociales son lanzados hacia lo biolgico de tal forma que
hace tal vez inevitable la hibridacin de los diferentes regmenes? Es posible hablar de naturalezas
hbridas de la misma manera en que otros han hablado de culturas hbridas? En los debates sobre el tema en
Amrica Latina (Garca Canclini, 1990), la hibridacin es conceptualizada como un proceso, un medio
hacia la alteridad y la afirmacin cultural. Es una forma de cruzar las fronteras entre lo tradicional y lo
moderno, y de utilizar los recursos culturales locales y transnacionales para la construccin de identidades
colectivas nicas. La hibridacin cultural involucra complejos procesos de produccin identitaria en
ambientes transnacionalizados donde, sin embargo, lo local retiene una vitalidad significativa.

Volvamos al contexto de la selva hmeda tropical para ver un ejemplo concreto de naturalezas hbridas.
Como ha sido expuesto en los captulos anteriores, los movimientos sociales de los bosques tropicales
enfatizan cuatro derechos fundamentales: al territorio, a la identidad, a la autonoma poltica y a tener su
propia visin del desarrollo o de la economa. De esta manera, ellos son movimientos de apego ecolgico y
cultural al territorio. Para ellos, el derecho a existir es una cuestin cultural, poltica y ecolgica.
Necesariamente estn involucrados en ciertas formas de mercantilizacin e intercambio de mercado, no
obstante, resisten la valoracin capitalista de la naturaleza (Guha, 1997; Martnez Alier, 1995). Adoptando
una apertura cautelosa hacia la tecnonaturaleza en su relacin con el aparato transnacional de la
biodiversidad, ellos asumen la posibilidad de hibridar lo orgnico con lo artificial. De esta manera puede
decirse que a travs de sus prcticas trazan una estrategia de naturalezas hbridas, en la cual lo orgnico
sirve como un punto de anclaje para la lucha? Lo cierto es que un proyecto como tal encuentra su razn de
ser y su poltica en la defensa de la cultura y del territorio.
28


Para estos movimientos, las naturalezas hbridas pueden constituir un intento por incorporar mltiples
construcciones de la naturaleza para negociar con fuerzas translocales, manteniendo al mismo tiempo un
mnimo grado de autonoma y cohesin cultural. Dichas hibridaciones pueden permitirle a los grupos
sociales introducir cierta diversidad en sus estrategias como una forma de enfrentarse con las dominantes.
En qu tipos de micro y macro polticas de la naturaleza y la cultura debe basarse la hibridacin para ser
una estrategia mnimamente productiva para los movimientos sociales de la selva hmeda? Cul sera la
relacin entre identidades colectivas, estrategia poltica y racionalidad ecolgica que podra hacer posible y
practicable la hibridacin para los grupos locales? Cules seran los obstculos locales y globales a
este tipo de estrategia? Cules prcticas y discursos conservacin de la biodiversidad,
conocimiento/derechos indgenas, prospeccin de genes, forestera social, derechos intelectuales (de
propiedad), etc. pueden proporcionar una superficie til de articulacin entre los grupos locales y otros
actores sociales cientficos, prospectores de la biodiversidad, feministas, Ongs, etc.? Estas preguntas
estn comenzando a ser analizadas activamente por quienes investigan la interfase conservacin/desarrollo,
como tambin por algunos movimientos sociales y Ongs en Asia, frica y Amrica Latina (Gupta,
1997).
29
En este captulo, son presentadas como hiptesis de trabajo, incluso si su significancia ya puede ser
entrevista a propsito de las luchas de la selva hmeda.

En la medida en que la conservacin de la biodiversidad y la biotecnologa se han convertido en interfases
poderosas entre las naturalezas de la selva tropical y las prcticas sociales, estas posibilidades no pueden ser
pasadas por alto. Podran los movimientos sociales visualizar alianzas entre la naturaleza orgnica y la
tecnonaturaleza en contra de los estragos de la naturaleza capitalista que, sin embargo, retengan algo de la
autonoma biocultural de lo orgnico? Dado que los grupos de mujeres e indgenas son considerados dentro
de los discursos dominantes como los guardianes de la naturaleza, no se necesitan nuevas articulaciones
del gnero, el poder y la cultura para arrojar nuevas luces sobre la naturaleza y la historia? De la prctica
colectiva de los movimientos sociales y las comunidades estn surgiendo hibridaciones de la naturaleza y la
cultura, as como nuevas narrativas del gnero y la biodiversidad, incluso en medio de dificultades,
contradicciones y obstculos tremendos (Escobar, 1998a; Camacho, 1998).

La hibridacin no se restringe a las articulaciones entre la naturaleza orgnica y la tecnonaturaleza.
Tambin puede ser posible al interior de los diferentes tipos de regmenes orgnicos y sus actores sociales
correspondientes (por ejemplo, entre grupos de un mismo ecosistema, tales como entre diferentes grupos
tnicos en una rea de selva tropical que confrontan enemigos comunes, o entre grupos en las selvas
tropicales de todo el mundo), o entre la naturaleza orgnica y capitalista (por ejemplo, va agroforesteria o
ecoturismo). Las nuevas tecnologas y el capitalismo tambin crean sus propias formas de lo orgnico
(ecoturismo, reservas naturales, naturalismo en Cr-Rom, etc.). Sin embargo, estas formas orgnicas slo
documentan formas de lo artificial. La hibridacin tambin puede arrojar claridad sobre las formas
164
econmicas capitalistas o no, mercantiles o no que estn en juego o estn siendo creadas en contextos
campesinos o de selva tropical (Gudeman, 1996), como tambin sobre las redefiniciones del gnero y el
medio ambiente que estn surgiendo de las formas de lucha y cooperacin de las mujeres (Rocheleau,
Thomas-Slayter y Wangari, 1996). Todo esto, a pesar del hecho de que los discursos dominantes de
derechos de propiedad intelectual y recursos genticos generan un nuevo tipo de depredacin sobre los
espacios de vida de quienes han existido al margen de las economas hegemnicas. Como lo anota Vandana
Shiva (1997), las corporaciones multinacionales se estn viendo obligadas a saquear a los campesinos ms
pobres para generar conocimiento tendiente a las aplicaciones de comerciales la vida. Sin embargo, al
mismo tiempo, los actores del Tercer Mundo por primera vez en la historia del desarrollo internacional y
nutridos por Ongs del Sur estn adquiriendo una presencia significativa en las discusiones internacionales
sobre el tema. Esta es otra indicacin de que la poltica de la naturaleza y la cultura rechaza las
categorizaciones fciles.

La visin de hibridacin presentada aqu difiere del anlisis de Latour de las redes de los humanos y no
humanos a travs de las cuales de producen hbridos de la naturaleza y la cultura. Para Latour, los modernos
y los denominados premodernos son parecidos en que todos construimos comunidades de naturalezas y
sociedades [...] Todas las naturalezas/culturas se parecen en que todas construyen simultneamente
humanos, divinidades y no humanos (1993:103,106). De esta manera, todas las naturalezas son hbridas,
lo cual tiene sentido desde la perspectiva de este texto. Latour argumenta que la diferencia entre las
sociedades se origina en el tamao y la escala de las redes que cada cual construye. Los modernos son
diferentes puesto que movilizan la naturaleza ms efectivamente para la construccin de la cultura,
utilizando no humanos ms poderosos las tecnologas, que a su vez producen ms y ms hbridos para
rehacer la sociedad. Un anlisis de esta sugestiva visin desborda los alcances del presente captulo. Es
suficiente con plantear que por el hecho de reducir la diferencia entre modernos y modernos al tamao de
las redes que cada cual inventa respectivamente, Latour minimiza otros factores importante en la
produccin de naturalezas/culturas, desde las relaciones de poder entre las redes (Dirlik, 1997b) hasta los
requisitos para construir sociedades ecolgicas y justas a travs de las redes tecnolgicas. Cmo pueden
los modernos regular la produccin de hbridos y, a su vez, respetar las diferencias ecolgicas y culturales?
La visin de Latour, aunque es anti-esencialista al plantear que las redes no deben ser vistas en trminos de
esencias sino de circulacin y de procesos, est influenciada por las redes modernas (acadmica,
eurocntrica), en las cuales l mismo est inmerso; ello limita otras formas de pensar la diferencia en
relacin con las prcticas de alteridad basadas en el lugar (vase el captulo 13).

Esto es para sugerir que necesitamos una visin ms poltica de la hibridacin. En la discusin sobre la
construccin de nuevas esferas pblicas a partir del carcter fragmentado de la sociedad actual, Laclau
agudamente resume la poltica del anti-esencialismo para las luchas sociales de manera que se aplica a las
luchas sobre la naturaleza y la construccin de nuevas esferas pblicas ecolgicas:

La diferencia y el particularismo son los puntos de partida bsicos, sin embargo, a
partir de ello, es posible abrir el camino hacia una universalizacin relativa de valores,
que puede ser la base para una hegemona popular. La universalizacin y su carcter
abierto sin duda condena la identidad a una inevitable hibridacin; no obstante, la
hibridacin no necesariamente significa una decadencia por prdida de identidad,
tambin puede significar el empoderamiento de identidades existentes a travs del
surgimiento de nuevas posibilidades. Slo una identidad conservadora, cerrada sobre
s misma, podra experimentar la hibridacin como una prdida. (Laclau, 1996:65).

Para terminar esta seccin, har unos apuntes breves sobre la cuestin de la ciencia. Puede ser teorizada la
naturaleza dentro de un marco anti-esencialista sin marginar lo biolgico? Es esta una pregunta
epistemolgica y poltica extremadamente compleja que indudablemente recibir mucha atencin en los
prximos aos si queremos seguir pensando en estos asuntos. La fragmentacin actual del conocimiento
slo puede darnos una imagen distorsionada de la realidad biocultural; lo cual hace inmanejable, si no
impensable, la solucin a la crisis ambiental. Es cierto que los rdenes culturales, biolgicos e histricos
probablemente requieran de estrategias epistemolgicas diferentes, y que los objetos de las ciencias
sociales y ecolgicas no deben ser fusionados de manera ligera. Sin embargo, stos se tienen que articular
en un tipo de concepcin ambiental novedosa. Numerosos autores han develado herramientas claves para el
abordaje de esta tarea. Inglold, por ejemplo, sugiere que el anlisis de la relacin entre la biologa y la
antropologa requiere nada menos que un cambio de paradigma en la biologa misma (1995a:208), as
como una transformacin significativa en la antropologa. Entre los elementos esenciales para esta sntesis
estaran un recentramiento de la biologa en el organismo marginado por el neo-darwinismo, la gentica
moderna y la biologa molecular y una recontextualizacin de la antropologa de las personas dentro de
165
una biologa de los organismos. Todo esto sera llevado a cabo, segn el planteamiento de Ingold, dentro de
una concepcin procesual y relacional de la vida orgnica y social.

Lo que est en juego es una sntesis biocultural que puede ser abordada desde mltiples perspectivas.
Goodman, Leatherman y Thomas han liderado este esfuerzo desde la perspectiva de la economa poltica
(Goodman, Leatherman y Brooke, 1996), esto es, prestando consideraciones de la economa poltica para
trabajar conceptos centrales de la antropologa biolgica, como el de adaptacin. Su proyecto le abre paso a
perspectivas complementarias como, por ejemplo, feministas y post-estructuralistas (Hvalkof y Escobar,
1998). Recientemente Plsson (1997) ha elaborado un argumento en pos de la integracin de la ecologa
humana y la teora social, basndose en ideas del pragmatismo y la fenomenologa, alejndose del
pensamiento dual. En este sentido, el trabajo de Maturana y Varela puede ser reinterpretado desde una
perspectiva biocultural. Sin embargo, para que sea una fuente efectiva para la antropologa, an queda
mucho trabajo por hacer. En general, la investigacin de teoras bioculturales que tomen en cuenta tanto
nuevas tendencias en la biologa como en la teora social apenas est comenzando.

La perspectiva desarrollada por el eclogo mexicano Enrique Leff es una de las ms avanzadas en este
sentido. Este autor propone desarrollar una nueva articulacin de las ciencias naturales y humanas en el
contexto de la creacin de nuevas racionalidades ambientales que, a su vez, entretejan las productividades
culturales, ecolgicas y tecnoeconmicas. Lo ecolgico necesita ser entendido en trminos biolgicos, sin
dejar de lado su compleja relacin con las prcticas culturales y econmicas. Esto implicara una
transformacin de los paradigmas, as como una reorientacin del desarrollo tecnocientfico. La
articulacin de procesos materiales, culturales y sociales tomara en cuenta el conocimiento cientfico del
mundo, aunque por fuera de una orientacin reduccionsta, promoviendo la dilucidacin de nuevos objetos
cientficos para los estudios ecolgicos (Leff, 1995b, 1986b). Este nuevo tipo de transdisciplinariedad an
est por crearse.
30


Finalmente, Hayles (1995) propone algunas consideraciones hacia un nuevo bioculturalismo. Ha llegado el
momento, dice ella, de buscar bases comunes entre ambientalistas, cientficos y constructivistas sociales
que sean satisfactorias para los tres grupos. En tanto anti-esencialistas, cmo teorizamos el flujo no
mediado de la realidad biofsica? Inmersa tanto en los dogmas principales de la ciencia como en el
constructivismo de las humanidades, Hayles sugiere que necesitamos reconocer el hecho de que siempre
somos observadores posicionados, por lo que nuestras observaciones son siempre llevadas a cabo en
interaccin continua con el mundo y nosotros mismos. Es slo desde una perspectiva de una interactividad
y posicionalidad ampliamente aceptada que podemos buscar consistencia en nuestras explicaciones
cientficas de la realidad. Esto, claro est, no resuelve completamente los problemas epistemolgicos
presentados por el encuentro entre ciencia y constructivismo el objeto de las recientes guerras de las
ciencias pero proporciona herramientas provisionales para moverse ms all del presente impase. La
cuestin de la naturaleza bien puede ser el terreno ms frtil para este esfuerzo y para nuevos dilogos
entre las ciencias naturales, humanas y sociales.


Conclusin: la poltica de la ecologa poltica

Una meta importante de la ecologa poltica es entender y participar en el ensamblaje de fuerzas que ligan el
cambio social, el medio ambiente y el desarrollo. Esta meta sugiere nuevas preguntas a los eclogos
polticos. Cmo nos situamos en los circuitos de poder-conocimiento por ejemplo, en el aparato de
produccin de biodiversidad que pretendemos entender? Con qu tipo de elementos podemos contribuir
a la articulacin de la poltica de la produccin de la naturaleza hecha por grupos subalternos u otros y,
dependiendo de nuestra situacin de expertos, a la elaboracin de propuestas ecolgicas y econmicas
alternativas? Estas preguntas requieren que explicitemos nuestros apegos ecolgicos, aquellos que se
intensifican dada nuestra participacin en culturas y regmenes de naturaleza, incluyendo la peculiar cultura
de las ciencias sociales y biolgicas modernas.

Al comienzo de este captulo suger que la crisis de la naturaleza es en realidad una crisis en la identidad de
la naturaleza. Esta idea me gui a esbozar una teora anti-esencialista de la naturaleza. La naturaleza ha
dejado de ser esencialmente algo en s misma para la mayora de la gente, incluyendo, en algunos casos, a
aquellos ligados a las naturalezas orgnicas.
31
No es gratuito que el surgimiento de la tecnonaturaleza y la
vida artificial coincide con una preocupacin planetaria por la suerte de la diversidad biolgica. Pueden las
nuevas tecnologas de la vida alimentar otros tipos de creatividad y medios para ganar control sobre la vida
lejos de objetivos puramente capitalistas? Podr la crisis actual del significado de lo natural llevarnos
166
hacia una nueva forma de vivir en la sociedad/naturaleza? Ser posible la creacin de nuevas bases para la
existencia, la rearticulacin de la subjetividad y la alteridad en sus dimensiones sociales, culturales y
ecolgicas? En varios espacios a travs de los tres regmenes y sus respectivas intersecciones, estamos
asistiendo a un movimiento histrico de la vida cultural y biolgica sin precedentes. Este movimiento
aparenta ser ms prometedor en el nivel de los regmenes orgnico y tecno. Es necesario pensar en las
transformaciones polticas y econmicas que haran de las intersecciones entre lo orgnico y lo artificial un
vuelco esperanzador en la historia de la naturaleza social.




Notas

1
. El esquema bsico de este texto fue inicialmente presentado en un panel sobre antropologa de la ciencia
en la reunin anual de la Asociacin Americana de Antropologa de 1994. La primera versin completa fue
preparada para el seminario de Neil Smith, denominado Ecologas: repensando la naturaleza/cultura, en
la Universidad Rutgers, el 22 de octubre de 1996. Agradezco a Neil Smith y a los participantes del
seminario por sus generosos y creativos comentarios. Igualmente agradezco a Rayna Rapp (participante en
el panel de 1994), Dianne Rocheleau, Soren Hvalkof, Aletta Biersack, como a los estudiantes de mi
seminario Antropologa de la naturaleza (otoo de 1996) por sus crticos comentarios sobre las ideas de
este texto.

2
. Para la teora poltica postestructuralista, me apoyo particularmente en el trabajo de Ernesto Laclau y
Chantal Mouffe (1985; Mouffe, 1993; Laclau, 1996). Para una compilacin comprehensiva de la teora
crtica de la raza vase Delgado (1995). Los debates postestructuralistas y antiesencialistas en la teora
feminista cubren un campo demasiado vasto, imposible de resumir en este texto. Entre quienes enfocan
cuestiones de medio ambiente y naturaleza esta el trabajo de Donna Haraway (1989, 1991, 1997).

3
. La contradiccin, quizs inevitable, entre lo cultural y lo biolgico es, desde mi perspectiva, uno de los
problemas fundamentales que deben ser abordados por toda antropologa ecolgica (Rappaport, 1990:56).

4
. Para antecedentes e informacin etnogrfica general sobre la regin, vase Escobar y Pedrosa (1996); se
puede encontrar un tratamiento etnogrfico de la conservacin de la biodiversidad en Escobar (1997,
1998b); y sobre el movimiento social negro vase el captulo 7, que reproduce un texto escrito
colectivamente con Grueso y Rosero. La ecologa poltica del movimiento negro se discute en el captulo 9.

5
. No quiero con esto reducir el movimiento de la conservacin de la biodiversidad a la bioprospeccin; este
ejercicio es slo sugestivo de ciertas tendencias y posibilidades.

6
. El pice del alto y elegante naid es utilizado para producir los palmitos que despus de enlatados, son
vendidos en los supermercados de los pases ricos. La palma es cortada en esta operacin. En algunas partes
de la regin Pacfica se estn promoviendo esfuerzos para establecer plantaciones de diferentes especies
para la produccin comercial; no obstante, gran parte del naid silvestre ha sido diezmado.

7
. Los regmenes de naturaleza se pueden asemejar a una totalidad fractal en el sentido en que Paul Gilroy
(1993) habla del Atlntico Negro como una estructura fractal en donde coexisten mltiples identidades,
culturas polticas y polticas culturales. Una estructura fractal siempre flucta entre estados que son
diferentes y similares a s mismos, de acuerdo con una recursividad incesante. Las teoras fractales, como
las teoras de la articulacin, dan una visin de la totalidad sin ser totalizantes. Se puede decir que los varios
regmenes de produccin de la naturaleza crean una ecologa fractal. Finalmente, el modelo
anti-esencialista de los regmenes de naturaleza se puede relacionar con el modelo proto-antiesencialista de
Polanyi (1957a) de la economa como un proceso instituido, as como a la nocin foucaultiana (1968) de
episteme.

8
. La perspectiva parcial y el punto de vista epistemolgico son principios bien conocidos introducidos por
las feministas en los estudios culturales de la ciencia, particularmente Donna Haraway y Sandra Hardin.

9
. El trmino original en francs es govermentalite, traducido al ingls como governmentality. Este
concepto es de difcil traduccin al castellano.

167

10
. Vase el trabajo pionero de Smith: Una vez la relacin con la naturaleza est determinada por la lgica
del valor de cambio, y la primera naturaleza es producida desde y como parte de la segunda naturaleza, la
primera y la segunda naturaleza son redefinidas. Con produccin para el intercambio, la diferencia entre la
primera y segunda naturaleza se convierte simplemente en la diferencia entre los mundos no humano y el
creado por los humanos. Esta distincin deja de tener significado real una vez la primera naturaleza tambin
es producida. Ahora la distincin es entre una primera naturaleza que es concreta y material, la naturaleza
de valores de uso en general, y una segunda naturaleza que es abstracta y derivada de la abstraccin de valor
de uso inherente en el valor de cambio (1984:54-55).

11
. Esta es otra dimensin de lo que James OConnor (1988) ha denominado la segunda contradiccin del
capitalismo. Segn dicha tesis, la reestructuracin capitalista es llevada a cabo hoy da bsicamente a
expensas de las condiciones de produccin: el trabajo, la tierra, el espacio, el cuerpo, esto es, de aquellos
elementos de produccin que no son producidos como mercancas, as sean tratados como tales. Motivada
por la competencia entre capitales individuales, esta reestructuracin significa la profundizacin de la
intrusin del capitalismo en la naturaleza y el trabajo, el agravamiento de la crisis ecolgica, y un deterioro
adicional de las condiciones de produccin y de la reproduccin de estas condiciones. Esta reestructuracin
es contradictoria para el capital, que busca sobreponerse a esta dinmica a travs de una variedad de
medidas, que no resuelven sino que desplazan la contradiccin hacia otros terrenos. Desde finales de los
ochenta, se ha mantenido un debate activo alrededor de esta tesis en la revista Capitalism, Nature,
Socialism.

12
. Soy consciente de lo problemtico del trmino orgnico, dada su asociacin con connotaciones de
pureza, integridad, atemporalidad, etc. En particular, los habitantes de los bosques tropicales han sido vistos
como orgnicos por excelencia e inmersos en la naturaleza. Sugiero que es posible articular una defensa de
lo orgnico como un rgimen histrico y utilizarlo como un punto de apoyo tanto para la construccin
terica como para la accin poltica. Una nocin anti-esencialista de lo orgnico puede servir como un
contrapunto al nfasis esencialista y a menudo colonialista en lo ntegro y lo puro que caracteriza gran parte
del discurso ambientalista.

13
. De nuevo, es imposible nombrar la literatura pertinente que nace de preocupaciones anteriores de la
etnobotnica, la etnociencia y la antropologa ecolgica. Los trabajos ms relevantes para el argumento de
este texto estn citados en la exposicin. El trabajo de Strathern (1980, 1988, 1992a, 1992b) constituye el
intento ms sistemtico en la antropologa por teorizar la naturaleza como producto local, ya sea en
espacios no modernos o postmodernos (postnaturaleza). Una excelente discusin sobre modelos
culturales de naturaleza se encuentra en Descola y Plsson (1996). Para un desarrollo reciente y til sobre
anlisis antropolgicos de ecosistemas, vase Moran (1990). Debates sobre etnobiologa estn resumidos
en Berlin (1992). El anlisis estructuralista est bien ejemplificado por Descola (1992, 1994), mientras que
la etnografa de paisaje es trabajada por Lansing (1991) y Bender (1993). La antropologa del conocimiento
local se encuentra discutida en Hobart (1993a), Milton (1993) y Descola y Plsson (1996).

14
. En lo que respecta a lo sobrenatural, incluso cuando hay espritus en juego, el propsito no es de
dominacin sino de negociacin en aras de que se pueda llevar a cabo la actividad humana (Strathern, 1980).
Sin duda, ninguna de estas distinciones implica que los mbitos de lo oscuro, lo no domesticado, o los
sueos pertenezcan a otros mundos, sobrenaturales o no empricos. Por el contrario, estos son mundos que
permean la experiencia y que generan experiencia directa. Son, por decirlo de algn modo, dimensiones de
un mundo-vida que usualmente no son trados a la consciencia, no obstante, son de manera integral, parte
de la realidad emprica (Jackson, 1996a:15; vase tambin Biersack, 1997). Igualmente son integrales a
muchos modelos culturales de la naturaleza a lo largo del mundo.

15
. Es necesario enfatizar el hecho de que muchas de las relaciones sociales que subyacen los modelos
locales a menudo son conflictivas, por ejemplo, en trminos de gnero y edad (Biersack, 1997). Los
regmenes orgnicos no suponen un Edn social o ecolgico. Por ejemplo, la nocin de algunas poblaciones
negras del Pacfico colombiano del renacimiento perpetuo de las cosas ha sido utilizada por los nativos para
legitimar, bajo la presin de las fuerzas capitalistas, una tala de rboles ms intensa. Dahl resumi de
manera precisa nuestro estado de conocimiento al respecto: Todas las personas tienen ideas y actan sobre
el medio ambiente natural. Esto no necesariamente significa que quienes viven como productores directos
tienen grandes revelaciones sistemticas, aunque en general los productores de subsistencia tienen
conocimientos detallados del funcionamiento de muchos pequeos aspectos de sus medios biolgicos.
Muchos de estos conocimientos han probado ser verdaderos y eficientes desde la experiencia, algunos son
168

errneos y contraproductivos, y otros pueden ser incorrectos, pero funcionan (1993:6). Para algunos, los
modelos locales de la naturaleza revelan un cierto grado de auto-consciencia y objetivacin de la naturaleza,
incluyendo mecanismos de manejo y control de fauna y cultivos locales (Descola, 1992).

16
. Analizando el trabajo de Atran (1990), recientemente Bloch (1996) ha sugerido que es la vida misma y
no la naturaleza o los tipos y rangos esenciales la que es vista como un aspecto compartido, esencial y
no cambiante. Bloch sugiere tres condiciones para formular explicaciones adecuadas sobre la construccin
de la naturaleza: 1) constreimientos que surgen del mundo natural como es y se presenta para la
produccin humana junto con 2) la historia cultural particular de grupos o individuos y 3) la naturaleza de la
sicologa humana (1996:3). Segn Bloch, los siclogos, etnobilogos y antroplogos, estn lejos de haber
resuelto la pregunta de la cognicin del mundo natural, a pesar de haber dado pasos importantes en esta
direccin.

17
. Concepto cardinal a la teora social contempornea de difcil traduccin al castellano. En los
diferentes captulos, he utilizado los trminos de encarnado y corporalizado, aunque no
expresan sin ambigedad el sentido de la categora embodied del ingls.

18
. Necesitamos ponderar las razones de este notable surgimiento, generalmente bienvenido, de los
enfoques fenomenolgicos en la antropologa ecolgica y otros campos. Es muy posible que est
relacionado con las formas de des-naturalizacin del cuerpo y la vida ocasionadas por las nuevas
tecnologas, as como con las crisis ecolgica y cultural en general. Esa tendencia necesita ser politizada
ms abiertamente.

19
. Se podra aadir que tambin es diferente al concepto de Latour (1993) sobre las redes cortas
que vinculan la naturaleza y la cultura en sociedades premodernas.

20
. Aletta Biersack (1997) ha planteado la cuestin de si la gobernabilidad foucaultiana no se podra aplicar
al rgimen orgnico. En la medida en que la gobernabilidad es explcitamente definida en trminos de
aparatos de poder/conocimiento experto moderno, creo que este no es el caso. Ello no significa que los
regmenes orgnicos no tengan mecanismos de regulacin y control. Es claro que en los actuales escenarios
de conservacin, los grupos locales estn cada vez ms enfrentados a la gubernamentalizacin de sus
entornos, as como empujados a participar en tales procesos (vase tambin Brosius, 1997).

21
. La seleccin del Adn recombinante como punto de partida de la tecnonaturaleza puede parecer arbitraria.
Aunque la biologa molecular como movimiento de personas e ideas en la interface de la biologa, la
fsica, la qumica y la informtica ha estado en ascenso desde los aos treinta, no fue sino hasta la dcada
del sesenta que alcanz prominencia, desplazando a algunos de sus competidores particularmente la
bioqumica y resultando en lo que algunos consideraron una revolucin similar a la de la fsica de
principios de siglo. Este proceso fue profundamente poltico: un proceso de poder-conocimiento alrededor
de lo que ha sido denominado la poltica de las macromolculas (Abir-Am, 1992).

22
. Con la vida artificial y otras formas de modelacin bilgica es posible decir que hemos entrado en la era
del diseo de la evolucin, por lo menos en las mentes de sus proponentes. Vase Helmreich (en prensa).

23
. Las nuevas tecnologas biolgicas, informticas y computacionales presagian una ruptura histrica
importante. Adems de la oralidad y la escritura como polos ya existentes de cultura y subjetividad, con
estas tecnologas se crea un nuevo polo: el de la virtualidad. De manera esquemtica, algunos de los
aspectos de estos polos son los siguientes. La oralidad est caracterizada por el tiempo biolgico/circular, lo
narrativo o ritual como formas de conocimiento, continuidad histrica, comunicacin cara a cara, tradicin
oral y naturaleza orgnica. La escritura, por el tiempo linear, la teora y la interpretacin como modos de
conocimiento, historia escrita, texto, y naturaleza capitalista. La virtualidad por el tiempo real (tiempo
puntual, sin retrasos), la simulacin y la modelacin como modos de conocimiento dominante, compresin
del espacio/tiempo, redes digitales (y biodigitales?), hipertexto y tecnonaturaleza. Estos polos de
subjetividad no son estadios de la historia, sino que coexisten actualmente. No obstante sus intensidades
varan: de la misma manera en que la escritura redefini y subordin la oralidad, hoy da los modos
informticos/hipertextuales estn subordinando la escritura y los modos de conocimiento basados en la
hermenutica (incluyendo la antropologa). Esta hiptesis es desarrollada por Pierre Lvy (1991,1995).

24
. Esta visin es desarrollada por la ciencia ficcin distopica, cuyo exponente ms notorio es William
169

Gibson.

25
. Esto es, el conjunto de procesos tecnoeconmicos, institucionales y discursivos que dan cuenta
de la produccin de la naturaleza hoy, incluyendo los discursos de la ciencia (Haraway, 1992).

26
. Una pregunta clave para la ecologa poltica es la relacin entre el capitalismo y las nuevas tecnologas.
Apenas comienza el estudio de la economa poltica de estas nuevas tecnologas, pero podra ser posible
imaginar novedosos procesos no capitalistas de apropiacin y distribucin de excedentes en conexin con
la naturaleza orgnica y la tecnonaturaleza (Gibson-Graham, 1996). Las transformaciones creadas por las
nuevas tecnologas no pueden ser reducidas a formaciones de poder capitalistas. Mientras que los
capitalismos convencionales y los ms recientes sin duda continuarn en vigor, los procesos
tecnocientficos requerirn de una definicin del capital expandida y transformada. Por ejemplo, la frmula
para la plusvala en base al trabajo es extremamente limitada en este sentido. A este respecto es necesario
relacionar la economa poltica con las sugerencias recientes de cmo funcionan el poder y la resistencia en
la tecnocultura nomdica, descentralizada, dispersa. Vase, por ejemplo, Critical Art Ensemble
(1996).

27
. Ron Englash propuso una sesin sobre este tema para el congreso anual de la Asociacin Americana de
Antropologa de 1996 titulado: Apropindose la tecnologa: la adaptacin y produccin de la ciencia entre
comunidades e identidades marginadas. Vase tambin Hess (1995).

28
. Analizo exhaustivamente la ecologa poltica del movimiento negro del Pacfico colombiano en el
captulo 9 de este volumen, en el cual hay un inters particular en el enfoque del movimiento sobre la
cuestin de la conservacin de la biodiversidad.

29
. Por ejemplo, Anil Gupta (1997) discute un mecanismo para hibridar los sistemas de conocimiento
tradicional y de alta tecnologa a travs de redes que permitan el registro y el desarrollo de innovaciones en
comunidades de base. En este sentido, su Honey Bee Network (Red Abeja) se est volviendo muy
conocido. Hay una experimentacin muy activa en esta rea, particularmente en conjuncin con la
bsqueda de alternativas a los regmenes de derechos de propiedad intelectual promovidos por la
Organizacin Mundial del Comercio. Para ahondar en esta lnea, vase Brush y Stabinski (1996).

30
. La mayor parte del trabajo de Leff se encuentra en espaol: sobre la articulacin de las ciencias, vase
Leff (1986a). En ingls, vase Leff (1993, 1994, 1995a). El argumento de Leff es marxista, foucaultiano y
ecolgico. Del lado ecolgico, la clave para Leff radica en intensificar las capacidades naturales mediante
la produccin negentrpica de la biomasa a partir de la fotosntesis y el diseo sistemas tecnolgicos que
minimicen las transformaciones entrpicas. Concebida de esta forma, la biotecnologa puede incrementar la
productividad ecolgica mientras conserva la complejidad de un ecosistema. Los procesos negentrpicos
para la produccin de biomasa, los procesos auto-organizados de sucesin ecolgica, la evolucin
ecolgica y el metabolismo, los procesos de apropiacin tecnolgicos y polticos e, igualmente, los
procesos culturales de significacin, deben ser pensados como un todo para imaginar una racionalidad
productiva alternativa.

31
. Hago este planteamiento cuidadosamente. Es cierto que muchos pueblos originarios o indgenas
explican su visin del mundo natural en trminos de una conexin esencial con la naturaleza. Sin embargo,
el aceptar este planteamiento no implica situar sus conceptos y relaciones con la naturaleza por fuera de la
historia.

















CUARTA PARTE:


ANTROPOLOGA DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGA




171






11. VIVIENDO EN CIBERIA?


Pocas veces en la historia uno puede decir: el futuro ya est aqu. En el ocaso de la Revolucin Industrial,
sucedi algo similar: para la mayora de la gente, signific un abismo en el tiempo. Historiadores,
escritores y etngrafos del pasado nos han relatado vvidamente la manera en que ciertos inventos, tales
como el motor a vapor, la industria y el ferrocarril para no mencionar la pobreza fueron
experimentados por muchos de una forma inusualmente enigmtica. Dos siglos despus, nos enfrentamos a
una situacin anloga. La realidad virtual, las tecnologas reproductivas y la ingeniera gentica estn
nuevamente transformando nuestras nociones del cuerpo, parentesco, sentidos y sueos, por tanto tiempo
asumidas. Vivir en ciberculturas dotadas con estas opciones es ya posible, al menos para algunas personas
en algunas partes del mundo, aunque an no para la mayora: esta tremenda inequidad es, en s misma, un
hecho enigmtico que amerita un anlisis detallado.

Las innovaciones tecnolgicas y las visiones mundiales dominantes generalmente se transforman a s
mismas, de tal manera que logran naturalizar y legitimar las tecnologas y ordenes sociales de su tiempo. Si
las tecnologas modernas lanzaron globalmente el imaginario tecnocientfico de origen europeo; con las
nuevas tecnologas informacionales, digitales y biolgicas, este imaginario est destinado a alcanzar mayor
profundidad en la conciencia de la gran mayora de la gente. Incluso, es posible que reinvente a las personas.
Las prcticas y nociones del cuerpo, el lenguaje, la visin de mundo y el trabajo sern transformadas; de
ninguna manera totalmente, aunque s significativamente. Esta situacin se est tornando, sin duda, cada
vez ms real con el pasar de los aos. Hay preguntas importantes que deben ser formuladas con respecto a
dichas tendencias. No es suficiente con discutir la inevitable globalizacin que se aproxima, o los nuevos
ordenes administrativos que demandarn del capital y del Estado, o la proliferacin de identidades y tipos
de hibridaciones culturales que acatarn. La profunda transformacin que puede estar tomando lugar no
obstante, las continuidades obvias con el perodo moderno demanda que nos aventuremos a nuevos
territorios vitales y de pensamiento.

Djenme esbozar brevemente algunas perspectivas recientes de cmo puede ser abordada esta aventura de
la imaginacin. Para Flix Guattari (1993b) y Donna Haraway (1991), por ejemplo, las tecnologas
emergentes estn facilitando una nueva visin de la vida; stas pueden proveer campos novedosos para
nuevas y creativas formas de subjetividad auto referenciales. Esto, sin embargo, es una posibilidad histrica
por la que hay que luchar. Para ser real, requerir de la actualizacin del derecho a la alteridad, nuevas
relaciones Norte-Sur y una democratizacin radical de las relaciones de gnero e interculturales. Lo que
Guattari ha denominado prcticas ecosficas (1993b) demanda profundas transformaciones de las
economas lejos de la estricta tecnovalorizacin capitalista, ecologas urbanas y rurales hacia
nuevas relaciones con la vida biolgica y nuevas formas de estar-en-el-espacio, y de las formas de
pensamiento, en trminos de reconocer y aceptar las crecientes complejidades sociales.

De manera similar, Jacques Attali (1991) ve en el fin del milenio el ocaso de una nueva mutacin. El
mercado se est generalizando y el mundo se est estructurando alrededor de dos espacios dominantes el
espacio Europeo (incluyendo oriente y occidente) y el espacio Pacfico, centrado en el Japn y Estados
Unidos cada uno con vastas periferias. Ms interesante an, la economa mundial se torna dependiente de
la produccin de objetos nmadas, tan esenciales para la informacin y comunicacin como para la
mayora de las esferas de la vida cotidinana, incluyendo la salud, la alimentacin, la educacin, el bienestar
y la seguridad. Dichos objetos sern cada vez ms inteligentes, permitiendo al usuario una independencia
nunca antes vista. Las personas ya no tendrn la necesidad de un hogar y una familia estable; estas sern
cargadas con todo lo que constituye su valor social. El mundo estar dividido ms tajantemente entre los
nmadas de lujo y los nmadas de miseria, para quienes las drogas sern el principal tipo de
nomadismo disponible. Mientras la escalera busca migrar hacia los centros, se edificarn nuevas paredes
entre Norte y Sur, ricos y pobres. En el mundo entero los ricos se refugiarn en sus riquezas, concectados a
centros de poder a travs de nuevas tecnologas y desconectados de sus propios espacios locales; no es
improbable que los ciudadanos del Norte justifiquen este estado de cosas en trminos de un orden racial.
172
nicamente necesitamos recordar a Somalia y Rwanda, o las nuevas formas de xenofobia en Estados
Unidos y Europa occidental, para caer en cuenta de lo cerca que nos encontramos de este orden. Con slo
recorrer las vastas superficies de las ciudades del Tercer Mundo notaremos que ricos y pobres estn cada
vez ms separados de s mismos, espacial, social y culturalmente, an mientras los ricos continan
extrayendo excedentes materiales y emocionales de los pobres y marginados. En lo que sigue presento
algunos de los procesos sociales que, a mi manera de ver, estn logrando relevancia en el contexto del orden
emergente.


El fracaso mundial del desarrollo

Es claro para la mayora de la gente que el sueo del desarrollo posterior a la Segunda Guerra Mundial est
muerto. Asia, frica y Amrica Latina no estn ms cerca de convertirse en desarrolladas de lo que
estaban en 1945, cuando los poderes del capital y la tecnologa se sumaron para convertilos en clones del
Primer Mundo. La pregunta es: qu viene despus del desarrollo? El eclogo alemn, Wolfgang Sachs
(1988) no tiene dudas al responder esta pregunta: despus del desarrollo viene la seguridad. Con esto se
refiere a que la relacin entre Norte y Sur ser, desde ahora en adelante, dictaminada fundamentalmente por
los intereses de seguridad del Norte. Esto parece lo suficientemente claro hay que recordar las guerras del
Golfo y Somalia, y antes, las de Panam y Granada; uno podra aadir que esto probablemente implicar
un incremento sistemtico fijo, estable en el flujo de armas hacia el Sur. Fondos para programas de
desarrollo an fluirn hacia el Sur en alguna medida, pero siempre estarn supeditados a asuntos de
seguridad. Algunos de los pases europeos ms pequeos particularmente los escandinavos tratarn de
mantener una poltica de cooperacin ms progresista con el Sur, pero ello ser la excepcin antes que la
regla. Ms preocupante, la emergencia del hambre y la desnutricin estarn acompaados de cada vez
menos sensibilidad hacia ellos. Ser imposible encontrar idiomas capaces de abarcar la magnitud de este
sufrimiento por parte de quienes pueden hacer algo al respecto. Este aspecto de la crisis del lenguaje y la
imaginacin merece una atencin urgente; y es an peor porque sin duda la crisis est acompaada por una
capacidad de penetracin de la violencia sin precedentes. El rol de la violencia como un mecanismo de
produccin cultural crecer, y sus resultados no sern placenteros para las mentes individuales o colectivas.


La irrupcin de lo biolgico como un hecho social global y local crucial

La destruccin sistemtica de la naturaleza agenciada por el capital y el conocimiento moderno, ha
propiciado durante las ltimas dos dcadas la emergencia de la sobrevivencia de la vida biolgica como un
problema fundamental. Aunque est relacionada con las preocupaciones por la seguridad del Norte, no
obstante, las desborda. La crisis de la naturaleza es ms evidente en la crisis de la biodiversidad causada por
la destruccin de las selvas tropicales. La paradoja consiste en que nuestro entendimiento (occidental,
experto) de la selva tropical an est condicionado por las ideologas naturalstas del siglo XIX la
creencia de la existencia de la naturaleza por fuera de la historia humana mientras que su sobreviencia
puede depender ms y ms de un incremento de la tecnologizacin de la naturaleza en un nivel gentico.
Para muchos, la clave para la preservacin de la biodiversidad radica en su utilizacin sostenible para la
produccin de productos tales como frmacos mediante la biotecnologa. Las comunidades locales en zonas
de selva hmeda parecen estar abocadas a dicho encuentro con estas nuevas tecnologas . Estamos siendo
testigos de la posibilidad de generar alianzas entre lo orgnico y lo artificial entre grupos locales y la
tecnociencia con el fin de defender a la naturaleza de las formas ms destructivas del capital. En el mejor
de los casos, uno podra hablar de estrategias de naturalezas hbridas que emergen del encuentro entre los
movimientos sociales y los intereses biotecnolgicos.


La intervencin a la vida biolgica hecha posible desde el Adn recombinante

Este es otro mbito en el cual nuestra preparacin cultural deja mucho que desear. Todava nos
encontramos inscritos en una ideologa en donde lo natural es siempre superior a lo artificial. Mientras
es ms comnmente aceptado que la naturaleza es construida socialmente que no es lo mismo que decir
que no hay naturaleza en s misma, algunos creen que las herramientas para intervenir la naturaleza
proporcionadas por la biologa molecular y las tecnologas digitales estn cambiando fundamentalmente el
carcter ontolgico de lo que los modernos llaman naturaleza. Los tecno-entusiastas de todos los tipos
tales como los ms ardientes defensores del Proyecto del Genoma Humano no ven ningn problema en
dejar atrs la era de la naturaleza orgnica. Si lo orgnico puede ser radicalmente mejorado por medios
173
artificiales, por qu no hacerlo? Debates alrededor de la tica de esta posibilidad estn entrampados en
lenguajes obsoletos. Cmo podemos aprender a relacionarnos epistemolgica, social y polticamente
con las visiones de cuerpos manipulados por la ingeniera y organismos manufacturados ahora posibles con
el despertar de las tecnologas moleculares? Quin defiende lo orgnico? Quin defiende lo artificial?
Quin puede abogar convincentemente por, y llevar a cabo, su hibridacin y articular una nueva tica de la
naturaleza social?


Incremento en las hibridaciones culturales

En el nivel cultural, hibridaciones de mltiples tipos tambin sobresaldrn de manera creciente. La pregunta
importante en este sentido es identificar y nutrir aquellas hibridaciones que parezcan polticamente
importantes, que redefinan el poder social y contribuyan a la afirmacin cultural de grupos subordinados as
como a la igualdad social. La hibridacin en Asia, frica y Amrica Latina nunca es una opcin individual,
sino que afecta a grupos sociales enteros. Es un proceso colectivo, no un estado alcanzado. Esto tambin
debilitar paulatinamente los reclamos de pureza agenciados por las lites. El fundamentalismo tambin
crecer, y parecer ser un rechazo a la hibridad. El papel de la religin tambin ser ms visible. Como
analistas sociales, hemos estado preocupados quizs por demasiado tiempo con el poder del capital
para moldear la vida social. En estos tiempos seculares hemos perdido perspectiva alrededor de la
importancia de la religin. En la medida en que otras formas de crear cohesin social tales como el
Estado y el mercado se debilitan, la religin entrar a reemplazarlas paralelamente. Las drogas tambin
se convertirn en un medio para sentirse conectado, as como, en un problema apremiante. La mayora de
los analistas han fallado igualmente en notar esta tendencia latente.

Manejar estos procesos va a requerir una creatividad sin precedentes en todos los campos de la vida social,
econmica y, quizs ms importante que todo, cultural. Esta creatividad tendr que enfrentar los problemas
cruciales de la poca tales como desnutricin, destruccin de la naturaleza, ingeniera gentica y la
desintegracin cultural apuntalando violencia e inseguridad. Reconversiones culturales y nuevas
subjetividades tendrn que ser imaginadas de tal forma que por lo menos suavicen los efectos ms mortales
de estos procesos, y que contribuyan de la mejor manera a la reconstruccin de ordenes sociales basados en
hibridaciones interesantes y experimentos socio-econmicos enfocados a niveles locales y regionales para
la construccin de una autonoma cultural y material. Considerando que el sistema de las Naciones Unidas
parece ser obsoleto, por tanto, somos testigos de las polticas anacrnicas del Banco Mundial y del Imf, o de
los eslgans vacos del Unced (United Nations Conference on Environment and Development). No hay
indicios de que un nuevo conjunto de instituciones planetarias, democrticamente elegidas, puedan
movilizar a la humanidad hacia una globalidad capaz de oponer la creatividad a la violencia, y objetos
nmadas al apiamiento sin sentido.

Subversiones electrnicas en la bsqueda de la democratizacin de la informacin y la tecnologa;
subversiones ecolgicas en nombre de una pluralidad de modos de conciencia y prcticas de la naturaleza; y
subversiones culturales que promuevan coexistencia de regmenes de alteridad y mltiples subjetividades
y todos estos como reto colectivo, por encima de lo meramente individual son proyectos que valen la
pena imaginar y poner en prctica. Utpico? Quizs. Pero mantengamos en mente que es mediante la
utopa que lo filosfico deviene poltico, llevando al extremo la crtica de su era [...] la utopa designa la
conjuncin de la filosofa con el presente (Deleuze y Guattari, 1993:101). Estn las formas modernas del
conocimiento preparadas para tales retos?

174




12. EL FINAL DEL SALVAJE:
ANTROPOLOGA Y NUEVAS TECNOLOGAS
1




Introduccin: de la tecnologa a la antropologa

Quisiera en este captulo desarrollo la siguiente proposicin, aunque ms que demostrarla a plenitud me
propongo slamente trazar algunos de sus contornos y fronteras: las nuevas tecnologas en los campos de la
biologa, la informtica y la computacin estaran forzando a la antropologa ya sea a su desaparicin o a una
transformacin radical. Como antroplogo, esta es una proposicin sesgada; ms an, mi argumento se inspira
en lo que ya podemos visualizar dentro de la disciplina como las semillas de un gran cambio. Me refiero
especialmente al campo creciente y cada vez ms visible de la antropologa de la ciencia y la tecnologa, que ha
visto a antroplogos primordialmente jvenes adentrarse en los arcanos mundos de la tecnociencia, tratando a
sus exticos pobladores cientficos y expertos en realidades virtuales, biologa molecular, simulacin, vida
artificial, fsica, metereologa, inmunologa o gentica, para mencionar slo algunos de los nuevos espacios de
exploracin etnogrfica no slo como informantes u objeto de estudio, sino como interlocutores y a veces,
como veremos, aliados existenciales y polticos.

Con esta proposicin no me refiero tanto a la transformacin de los cuerpos, las opciones reproductivas, o las
formas de comunicacin y comunidad vinculadas con las tecnologas de hoy en da especialmente en los pases
ricos; ni a la ubicuidad de las redes informticas, las ciudades globales propiciadas por stas, o las nuevas
estructuras de acumulacin de capital tambin vinculadas a ellas. Me refiero, en cambio, a algo ms
fundamental, a una mutacin ms bsica de la cual los nuevos cuerpos, comunidades, redes y formas de
acumulacin son slo los mensajeros y reflejo. Esta mutacin, impulsada casi que sin proponrselo por las
nuevas tecnologas y que concierne en una forma muy frontal a la antropologa a pesar de que esta an no
acabe de entenderla, y para cuyo estudio en sus mltiples dimensiones y facetas esta disciplina tal vez est
mejor posicionada que otras est ocurriendo en las estructuras bsicas del tipo de modernidad que se origin
en Europa a finales del siglo XVIII y que ha tendido desde entonces a volverse dominante.

En su obra, Las Palabras y las Cosas, Michel Foucault (1968) analiza en detalle la estructura antropolgica que
surgiera en Europa noroccidental a finales del siglo XVIII y que posibilit la aparicin de la figura del
Hombre como fundamento de todo conocimiento y, al mismo tiempo, objeto ltimo de l. Es con relacin a
este Hombre que las ciencias humanas se plantearon la historia de lo Mismo de aquello que, para una
cultura, es a la vez disperso y aparente y debe, por ello, distinguirse mediante seales y recogerse en las
identidades (Foucault, 1968:9). Fue as que surgieron los conceptos de vida, trabajo y lenguaje como
fundamentos de las positivides occidentales biologa, economa, lingstica, y a partir de las cuales los
seres, las sociedades y culturas seran organizados. Como veremos, es esta tripleta vida, trabajo y lenguaje
la que est siendo destabilizada por las nuevas tecnologas.

Encontramos, en el libro citado de Foucault, una doble referencia a la antropologa. En primer lugar, como
teora de lo humano, el episteme moderno suscita un sueo antropolgico, un soporte en el cual el Hombre se
siente complacido y se engaa con la posibilidad de un conocimiento emprico de s mismo y fundamentado en
s mismo, as este conocimiento lo refiera siempre a sus lmites lo pensado y lo impensado, lo emprico y lo
trascendental, el retroceso y el retorno al origen y a su ineluctable finitud.
2
En el pliegue de la modernidad, la
esencia del Hombre ha de buscarse en el anlisis de todo lo que puede darse a su experiencia. Se pierde la
posibilidad de un pensamiento radical de las modalidades del ser que no tenga como referente este Hombre
moderno, supuestamente universal pero realmente provinciano. Es por esto tal vez que el postestructuralismo
ms que el llamado postmodernismo se ha dado a la tarea de liberar al pensamiento occidental de las
cadenas discursivas que le han impuesto las ciencias humanas de los dos ltimos siglos. Gracias al
posteructuralismo podemos vislumbrar toda una antropologa de la razn, un anlisis crtico de las prcticas de
la racionalidad ms normalizadas y aceptadas como verdad, desde las ciencias del conocimiento hasta la
economa y las creencias modernas sobre la naturaleza y la vida. Slo abriendo la razn a esta deconstruccin
antropolgica podremos configurar un espacio donde sea posible de nuevo pensar y donde el pensamiento no
se reduzca a una expresin ms de las cansadas verdades del hombre moderno, ms an, donde este finalmente
175
desaparezca al menos como referente nico, si no como fundamento del pensamiento crtico. Podramos pensar,
por ejemplo, en una etnografa de los tcnicos sociales del desarrollo en Amrica Latina como objeto
importante en la antropologa de la razn en nuestro medio. Acaso ellos no crean modernidad y cultura?

Esta antropologa de la modernidad, aducir, se nutre en gran parte del anlisis cultural de las nuevas
tecnologas. Pero antes de entrar en este terreno, quisiera retornar una vez ms a Foucault, para quien, si bien
existe cierta antropologa como teora general de lo humano que le corta las alas al pensamiento, dicha
estructura al mismo tiempo le asign un papel especial a la etnologa y al psicoanlisis, precisamente aquel de
desplegar los lmites de la configuracin epistemolgica de la modernidad, en el sentido de que ambas ciencias
se enfocan en lo Otro, aquello que escapa a la tirana de la norma y al implacable orden de lo Mismo. Este es el
segundo significado de la antropologa. La etnologa, como las nuevas tecnologas, ha mantenido viva la
posibilidad de una alteridad radical y la proliferacin de subjetividades y universos de referencia, para usar la
expresin de Guattari (1993a).
3
En ello radica su valor como forma de conocimiento crtico.

A pesar de sus notables falencias y de olvidarse con frecuencia de su misin ms profunda, para no hablar de
sus complicidades polticas en ciertas pocas y contextos, la antropologa no ha dejado de ensearnos una
leccin de vital importancia: el carcter arbitrario es decir, histrico de todo orden social y de toda prctica
cultural. Habindosele asignado la categora residual desechada por las otras ciencias de la modernidad el
lugar del salvaje, como lo llamara el antroplogo Marc-Rolph Truillot (1991)
4
en un importante e
inexplorado ensayo la antropologa ha sido un instrumento de crtica y de desafo de lo establecido. Frente al
panorama de diferencias con que lo confronta la antropologa, el orden cultural de occidente no puede sino
estremecerse, as siempre trate de domesticar o eliminar los fantasmas de la otredad. Al enfatizar la historicidad
de todos los rdenes habidos o por concebir, la antropologa, en otras palabras, muestra al occidente su propia
historicidad. Disuelve la figura del Hombre, erigindose en esta forma como una contraciencia (Foucault,
1968:362-375). No obstante, esta disciplina contina alojndose en la relacin que la cultura occidental
establece con todas las otras culturas, es decir, contina derivando su derecho a existir de un ratio occidental
que polticamente se expresa como el lugar del salvaje y su inevitable insercin en situaciones de dominacin y
resistencia.

Es precisamente de su dependencia de esta ratio y de su primitivismo atvico de los cuales la antropologa
puede finalmente zafarse si aborda con determinacin el estudio de los cambios que estn teniendo lugar en los
terrenos de la vida, el trabajo y el lenguaje a partir de las nuevas tecnologas. Estos cambios son eminentemente
susceptibles de anlisis etnogrfico, as a primera vista la antropologa no parezca dotada para ello dada su
trayectoria al lado de los pueblos aparentemente fuera de la historia y de los grandes desarrollos tecnolgicos.
Cada vez es ms claro, sin embargo, que el proyecto antropolgico de entender las sociedades humanas desde
las perspectivas de la biologa, el lenguaje y la cultura tiene que pasar por las formaciones de vida, trabajo,
lenguaje e identidad propiciadas por las nuevas formas tecnolgicas. No es este el nico espacio donde la
antropologa contempornea se est renovando, pero es sin duda uno de los ms vitales y el que puede traerle
implicaciones ms profundas.
5


La antropologa de las nuevas tecnologas se enfoca en el estudio de los procesos culturales de los cuales surgen
las nuevas prcticas tecnolgicas y que estas, a su vez, contribuyen a crear. El punto de partida de esta
investigacin es que toda tecnologa inaugura un mundo, una multiplicidad de rituales y de prcticas. Las
tecnologas son intervenciones culturales que crean, ellas mismas, nuevas culturas y demarcaciones del campo
social. Hoy en da los antroplogos comienzan a adentrase en este campo con la intencin de renovar su inters
en la poltica de las transformaciones culturales.

Podemos hacer entonces las siguientes preguntas: Qu discursos y prcticas estn apareciendo a partir de la
introduccin de nuevas tecnologas biolgicas, informticas y digitales? Cmo estos discursos y prcticas
afectan desestabilizan, refuerzan o transforman los significados ms nodales de la modernidad,
incluyendo los de vida, naturaleza y sociedad? Cmo podemos hacer la etnografa de los nuevos dominios y
prcticas que estamos observando tales como la prctica rutinaria de la gente en los tecnoespacios
contemporneos, su efecto sobre identidades, subjetividad y relaciones sociales, as como las apropiaciones y
subversiones a que dichos tecnoespacios pudieran dar lugar? Finalmente, qu papel juega la tecnologa en la
redefinicin de las luchas, y cmo pueden ser vistas stas desde los lugares un poco alejados de los centros de
innovacin, particularmente Amrica Latina?

La primera parte del captulo discute los avances que estn ocurriendo en el campo de los estudios culturales y
etnogrficos de la ciencia y la tecnologa. En la segunda, presentamos los debates que dichos estudios estn
propiciando en un rea particular: los estudios sobre la naturaleza, el cuerpo y la vida biolgica. En la ltima
176
seccin, retornamos a la proposicin inicial y hacemos algunas sugerencias para el desarrollo de la antropologa
de la tecnociencia en Amrica Latina. Usar los debates sobre conservacin de la biodiversidad, por un lado, y
discusiones recientes sobre el diseo y el uso del internet, por el otro, como punto de apoyo para replantearse la
relacin entre tecnologa, sociedad y cultura en nuestros pases.
6



La ineluctable historicidad del conocimiento: los estudios culturales de la tecnociencia

La antropologa siempre ha mantenido cierta preocupacin por la ciencia y la tecnologa en contextos no
occidentales o perifricos. Su intencin inicial fue la de observar los efectos de la tecnologa en las poblaciones
menos tecnificadas: los grupos indgenas. Desde esta perspectiva, la tecnologa apareca como el mecanismo
principal de penetracin occidental en estas sociedades, y sus efectos eran en general sealados como causantes
de desintegracin social y an de etnocidio. Una variante de esta posicin la encontramos en los famosos
trabajos de Maurice Godelier entre los Baruya de Nueva Guinea inspirados por una concepcin marxista de la
tecnologa como parte de las fuerzas productivas. Como vemos en sus documentales, Godelier pudo recrear la
dinmica de trabajo agrcola y forestal tradicional con instrumentos de piedra que haban sido reemplazados
por herramientas de acero haca ya varias dcadas. Calcul as la diferencia en productividad del trabajo
atribuble al desarrollo de las fuerzas productivas el paso de los instrumentos de piedra a los de acero, y su
impacto sobre las relaciones de produccin. Encontrando, entre otras cosas, que las grandes perdedoras de este
desarrollo fueron las mujeres, cuyo trabajo aument. Estim, adems, la cantidad de trabajo necesaria para
producir barras de sal en una comunidad, comparndola con la requerida para fabricar costales de la corteza de
un rbol en otra comunidad distante; evidenciando el intercambio desigual existente, en trminos de trabajo,
entre ambas al cambiar un producto por el otro. Concluy, entonces, que la comunidad de la sal explotaba a
los productores de costal.

Todas estas orientaciones encontraron en el paradigma de la ecologa cultural de los aos cincuenta y sesenta
un espacio propicio para la teorizacin de la tecnologa. Sin embargo, son bien conocidas las crticas al
funcionalismo y materialismo crudo de este paradigma, que tanto la ecologa poltica (centrada en el anlisis de
la relacin entre ambiente, capital y movimientos sociales) como la antropologa ecolgica (desarrollada con
base al concepto de ecosistema) han tratado de remediar a partir de los setenta.
7
Ahora bien, los estudios
antropolgicos de tecnologas convencionales ms interesantes en pocas recientes han sido aquellos que
documentan etnogrficamente las mltiples formas de resistencia presentadas a stas por grupos locales ya
sean indgenas, campesinos o urbanos y la apropiacin que hacen de tecnologas tales como audiocassettes
(entre los beduinos), snowmobiles (por los esquimales y lapps), o cmaras de video (por los activistas kayapo
del Amazonas brasilero, entre otros). Las dinmicas de resistencia y apropiacin de muchos tipos de
microtecnologas cosmopolitas por grupos populares de todo el mundo ha sido una rea de investigacin
bastante frtil. Tambin han recibido atencin los cambios suscitados por estas microtecnologas al interior de
los grupos por ejemplo, en las relaciones de gnero y de edad y su papel en la conformacin de culturas
hbridas ms o menos exitosas.
8
Un problema relacionado que tambin ha sido objeto de estudio en la
antropologa, y que evidencia continuidad con las preocupaciones de pocas pasadas, es la resistencia por
grupos locales a macrotecnologas del desarrollo, especialmente las represas, los enclaves mineros y
madereros.
9


Estos estudios son valiosos y sin duda seguirn siendo realizados, especialmente en relacin a los movimientos
sociales. Sin embargo, en los noventa la antropologa ha comenzado a enfocarse en el estudio de las nuevas
tecnologas propiamente dichas. Me refer en la introduccin a esta tendencia como una de las ms promisorias
dentro de la antropologa contempornea, y el resto del trabajo ser dedicado a ella. Esta tendencia no puede
atrubursele slamente a la antropologa. De hecho, se origina en el vasto campo de estudios sociales de la
ciencia y la tecnologa en expansin en varios pases desde los aos cincuenta, con gran participacin de la
filosofa, la historia y la sociologa de la ciencia y, en menor grado, la tecnologa. Sera imposible resumir aqu
estos aportes, pero es importante sealar los ms pertinentes en trminos del desarrollo posterior de los estudios
culturales y etnogrficos de la tecnociencia. Discutir estos avances bajo tres rubros distintos pero
interrelacionados: los estudios sociales de la ciencia constructivismo social, los estudios culturales de la
tecnociencia, y los estudios antropolgicos de la ciencia y la tecnologa propiamente dichos.

1. Estudios sociales de la ciencia y la tecnologa

Los estudios sociales de la ciencia y la tecnologa (Esst) o, como se los llama ms comnmente en el mundo
anglosajn y francs science and technology studies (Sts) han producido avances tericos y metodolgicos
177
de importancia. Tal vez su resultado ms relevante ha sido el cuestionar las ideologas de la ciencia y la
tecnologa como neutrales y como resultado de procesos puramente lgicos y racionales el llamado
constructivismo social de la ciencia demostrando, en cambio, no slo que los hechos cientficos son
fabricados a partir de complejos procesos de negociacin entre grupos que tienen agendas e intereses
divergentes, sino que en la mayora de los casos la ciencia y la tecnologa son profundamente polticas, es decir,
que implican luchas de poder y redistribucin del poder social favoreciendo ms a unos grupos que a otros. En
la expresin de Langdon Winner (1986), todo artefacto es poltico; o como dice Bruno Latour (1987), uno de
los pioneros en este tipo de anlisis parodiando el dictum de Clausewitz, la tecnologa es poltica por otros
medios. Para Latour y sus seguidores, lo que importa es investigar las redes de actores involucrados en una
creacin determinada y sus respectivos mundos y sistemas interpretativos, para as llegar a entender por qu
ciertos hechos cientficos o tecnolgicos se concretan y no otros. Latour y Callon fueron ms lejos que otros en
postular que an los instrumentos y las mquinas utilizados en el proceso de creacin o desarrollo son actores
por derecho propio, cuyas historias debemos saber interpretar (Callon, 1983).
10


Tal vez la mayor innovacin metodolgica de estos pioneros de los Esst fue el desarrollo de los estudios
etnogrficos en laboratorios de diversos tipos. La metodologa etnogrfica que estos autores prestaron de la
antropologa les permiti visualizar cmo los hechos cientficos y tecnolgicos son producidos en la
actividad diaria del laboratorio, gracias especialmente a lo que Latour y Woolgar (1979) llamaron
inscripciones: la elaboracin en forma textual de toda prctica. Para Latour y Woolgar, nada especialmente
importante desde el punto de vista cognoscitivo o social tiene lugar en los laboratorios, sino una mundana y
rutinaria labor regulada por los dispositivos de inscripcin, mediante los cuales se traducen las prcticas diarias
en procedimientos validados de registro, cuantificacin, difusin, publicacin, etc. Para estos socilogos, no se
trataba de encontrar la manera en la cual el contexto social determina la ciencia y la tecnologa como pudo
haber sido en enfoques anteriores ni siquiera cmo se determinan los contenidos de la ciencia, o si estos son
verdaderos o falsos; estas no son preguntas realmente interesantes para ellos. Lo que sus estudios etnogrficos
buscan iluminar son los procesos mismos de construccin de los contenidos en la prctica diaria del laboratorio.

A pesar de su valor, estos estudios han estado sujetos a cierto nmero de crticas que no es del caso analizar,
incluyendo a antroplogos que objetan que la etnografa en cuestin ha sido en la mayora de los casos
superficial y no muy antropolgica (Hess, 1995). Es importante resaltar desde nuestra perspectiva, sin embargo,
varios logros de los Esst. El primero de ellos es una visin y enfoque inicial de la co-produccin de la
tecnociencia y la sociedad a partir de redes de actores que construyen significados especficos mediante
prcticas que pueden ser estudiadas etnogrficamente. El segundo es el identificar una variedad de actores
relevantes a esta coproduccin que va mucho ms all de los cientficos y expertos, y que incluye an en cierta
forma los instrumentos y mquinas, as sea gracias a las historias que demandamos de ellas.

2. Estudios culturales de la tecnociencia

Estas nociones son retomadas por los estudios culturales de la tecnociencia. Hablo aqu de tecnociencia porque
precisamente una de las fronteras que los estudios culturales han cuestionado es la existente en los discursos
dominantes entre ciencia y tecnologa. De hecho, los estudios culturales analizan la interseccin de cultura,
ciencia y tecnologa, tratndolas no como entidades independientes, sino como entramados que van mucho ms
all de relaciones fcilmente discernibles, tales como causa y efecto. As, la ciencia y la tecnologa se
relacionan mutuamente y al mismo tiempo moldean las culturas; las (tecno)culturas resultantes a su vez
producen la (tecno)ciencia; y la prctica de la ciencia debe tener siempre en cuenta los objetos tecnolgicos. La
tecnologa no determina la organizacin social como predican los deterministas tecnolgicos aunque la
permea completamente. No hay fronteras fijas entre estos tres dominios, sino relaciones complejas e
indeterminadas. Esta visin resuena con ciertas tendencias en la filosofa de la tecnologa que enfatiza, en
oposicin a la creencia dominante, la prioridad de la prctica/tecnologa sobre la teora/ciencia en la
conformacin del conocimiento. Es la racionalidad tcnica, segn estos autores inspirados en Heidegger y
Ortega y Gasset, la que tiene primaca como modo fundamental del conocimiento y del ser. Como algunos
fenomenlogos afirman, el uso, no la lgica, determinan las creencias (Jackson, 1996a:12). En cualquier caso,
los estudios culturales prefieren hablar de tecnociencia como una entidad que no puede ser reducida por
completo a sus dos componentes.

Al aadir a la tecnociencia la consideracin de la cultura, la situacin se complica an ms. No es posible
asumir, por ejemplo, que la tecnociencia tenga los mismos efectos o significados en todas las culturas o
situaciones. Mientras que la tecnologa de por s crea cultura rituales y prcticas no lo hace por el simple
hecho de ser depositada en una formacin social determinada a la cual afecta positiva o negativamente, sino por
178
medio de agenciamientos que incorporan a los humanos y a la naturaleza de tal manera que crea continuidad
entre todos ellos, sin poder percibirse dnde comienzan o terminan estas tres entidades. Por ello, hoy en da se
enfatiza en que ser sujeto es ser natural-culturo-tecnolgico (Menser y Aronowitz, 1996:21), y que toda
historia contempornea es natural-culturo-tecnolgica.
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Somos orgnicos, tecnolgicos, y mticos (culturales)
al mismo tiempo e ineluctablemente, nuevos seres que algunos investigadores prefieren ya considerar como
verdaderos ciborgs, es decir, entes donde lo orgnico no se opone a lo tecnolgico necesariamente, y donde
ambos son mediatizados por discursos cientficos y culturales (Haraway, 1991). El cuerpo, la naturaleza y la
vida misma cambian de significado. Aparece as el ciborg como figura paradigmtica de la nueva era. El futuro
le pertenece a los ciborgs.

3. Antropologa de la ciencia y la tecnologa

Llegamos finalmente al tercer enfoque, el de la antropologa. Cul ha sido, y podr llegar a ser, la contribucin
de la antropologa a los estudios de la ciencia y la tecnologa, ya sea en s misma o como participante en el
conjunto de disciplinas que conforman los estudios culturales? Ya es un hecho aceptado que las culturas son
permeables y no discretas, ni completamente suturadas o ligadas a un espacio con fronteras fijas. Esta visin de
la cultura est vinculada sin duda a la globalizacin de la produccin econmica y cultural, las cuales a su vez
dependen en gran medida de la tecnociencia; es por esto que podemos hablar con propiedad de tecnoculturas.
Las implicaciones de este hecho para el anlisis son significativas. Para algunos, tal vez la categora que ms
efectivamente problematiza la cultura es la tecnologa (Menser y Aronowitz, 1996:21). Hay un trfico
continuo entre la tecnociencia y las culturas que los antroplogos estn en posicin nica de explorar. As, por
ejemplo, Emily Martin (1996) examina cmo la aparicin en los ltimos aos del lenguaje de la flexibilidad
como preocupacin social no proviene tan slo de la economa, sino que dicho lenguaje discurre efectivamente
de otros dominios y discursos. Entre estos, cabe destacarse la nueva inmunologa donde el cuerpo aparece
como algo flexible que debe ser entrenado para maximizar su respuesta inmune; y los medios masivos, donde
los conocimientos cientficos del sistema inmune se presentan en forma sensacionalista desde criterios
geopolticos el cuerpo en estado de guerra contra los invasores, incluyendo los inmigrantes ilegales. Es
imposible saber si son los lenguajes de la ciencia los que influencian al mundo, o viceversa. Es importante
sealar que lo que ha cambiado es la complejidad de la lectura; se han derrumbado las fortificaciones que la
ciencia haba mantenido con tanta tenacidad y eficiencia hasta pocas recientes. Y ya los antroplogos estn all
atentos, detectando los flujos de materiales, seres, equipos e ideas que van y vienen por los poros de las
membranas frgiles de lo que antes eran las impenetrables murallas del conocimiento cientfico.

Para dar brevemente otro ejemplo, la antroploga Rayna Rapp (1995) describe cmo los consejeros genticos
12

desarrollan su prctica en medio de un tejido cultural complejo que involucra no slo los discursos y
estamentos cientficos, sino tambin las usuarias de las tecnologas que responden de forma activa a stas, las
creencias religiosas (especialmente con respecto al aborto), los derechos de los minusvlidos (cuando los tests
sugieren que el embarazo es problemtico), las relaciones entre los sexos, diferencias culturales (la mayor parte
de las usuarias en los hospitales pblicos de Nueva York donde se hizo el estudio son inmigrantes del Tercer
Mundo), y por supuesto todo el establecimiento mdico, incluyendo hospitales, laboratorios y compaas de
seguros. Uno de los propsitos de esta investigadora es estudiar en esta red de actores los desafos que se dan al
lenguaje de los expertos, para iluminar la posibilidad de crear lenguajes colectivos ms apropiados a las nuevas
formas de diagnstico en el contexto social en el que son desplegadas.

Podemos decir que el trabajo de Rapp ejemplifica los anlisis culturales de tecnologas emergentes para los
cuales los antroplogos estn desarrollando nuevos conceptos y metodologas de trabajo de campo, unidad de
anlisis, fronteras de investigacin, observacin participante, etc., as como una nueva tica de la investigacin
basada no ya en la supuesta produccin de conocimiento objetivo, sino en la posibilidad misma de intervencin
como experto cultural en los debates sobre tecnociencia. Al empezar a habitar los prestigiosos mundos de la
tecnociencia, los antroplogos se encuentran abocados a encarar una serie de preguntas novedosas: Cmo se
negocia el acceso etnogrfico cuando supone no ya comunidades subalternas sino instituciones de poder tales
como corporaciones, laboratorios, comunidades de cientficos, agencias del gobierno? No requiere el
antroplogo cierto dominio de las tecnologas estudiadas?
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Cmo construye el etngrafo su autoridad
profesional en un mundo donde los sujetos son ellos mismos expertos altamente calificados? Qu problemas
especiales debe afrontar el etngrafo en un trabajo de campo que no est restringido a un sitio o comunidad,
sino que ha de ser desarrollado en mltiples localidades y con una variedad de grupos sociales? Debe anticipar
el antroplogo la forma en que sus sujetos expertos en sus propios campos buscarn apropiarse de los
resultados de su investigacin? Cmo maneja el antroplogo sus mltiples roles como aliado, crtico,
traductor, observador, accesorio, consultor de poltica social o interventor con respecto a los mundos de la
179
tecnociencia que investiga?.

Una breve mirada a los trabajos en estudios sociales y culturales de la tecnociencia presentados durante la
conferencia anual de la Asociacin Americana de Antroplogos (noviembre de 1996) sirve para dar una idea de
la inmensa variedad de situaciones en las cuales se han aventurado estos etngrafos. Entre ellas estn las
siguientes: diseo de software; el Proyecto del Genoma Humano; vida artificial; comunidades virtuales;
patentes biolgicas; investigacin bsica en computacin, inteligencia artificial y simulacin; nuevas
tecnologas reproductivas; laboratorios genticos; fsica nuclear; cambio climtico global; biologa molecular;
laboratorios de investigacin sobre el Sida; biodiversidad y biotecnologa. Estos estudios estn propiciando una
serie de cuestionamientos y replanteamientos con relacin a los conceptos y metodologas ms establecidos de
la disciplina que sugieren una transformacin epistemolgica y poltica significativa. Tecnociencia y sociedad
surgen de estas investigaciones como inevitablemente interpenetrados, y la tecnociencia como produciendo y
siendo producida por pblicos mltiples para quienes la ciencia y la tecnologa son fuente importante de
significados. De este modo, el espacio de la ciencia y la cultura aparece como algo compartido as sea
heterogneo y fraccionado y en continuo cambio. El resultado final es un cuestionamiento de nociones
bsicas a la modernidad, tales como vida y muerte, trabajo y lenguaje, lo natural y lo artificial, lo orgnico y lo
tcnico. En juego, por supuesto, est la naturaleza del conocimiento mismo. Entenderemos mejor las
implicaciones de estos cuestionamientos si abordamos una rea donde los resultados han sido particularmente
contundentes: la relacin entre la tecnociencia y lo biolgico, especialmente la transformacin de las nociones
de naturaleza propiciadas por las nuevas tecnologas moleculares.


El mundo postnatural: ecologa poltica de lo orgnico y lo virtual

Tal vez el rea en la cual el efecto de las nuevas tecnologas ha sido ms notable es la referente a las creencias
modernas de lo natural. El concepto de naturaleza ha permanecido invariable en Occidente por varios siglos.
Me refiero a la visin de la naturaleza como principio esencial y categora ontolgica, como un ente de valor
intrnseco cuya autenticidad no puede ser puesta en duda. Segn esta concepcin, la naturaleza es prediscursiva
y presocial; tiene validez fuera de la historia y del contexto humano e independientemente de toda construccin.
Igualmente, los hechos biolgicos son universales e incambiables. Esta posicin subyace a las concepciones de
los sistemas de parentesco, por ejemplo. Los antroplogos han demostrado la inmensa variedad de sistemas de
parentesco, aunque se cree que todos son construdos a partir de los mismos hechos biolgicos. Pero, qu
ocurre cuando la base biolgica del parentesco puede ser alterada? Cules son las consecuencias ontolgicas,
sociales y culturales de las nuevas tecnologas reproductivas (Ntrs) desde la fertilizacin in vitro hasta la
concepcin postmenopasica y otras ms radicales que ya se vislumbran las cuales pretenden precisamente
controlar la base biolgica de la reproduccin para as transcender sus limitaciones? Qu implicaciones tiene
el expandir el rango de opciones reproductivas? Hay mucho ms en juego que el parentesco o la paternidad.
Las nuevas tecnologas reproductivas cuestionan radicalmente las premisas culturales sobre la familia, la
sociedad y la vida (Strathern, 1992a, 1992b).

No es coincidencia que las investigaciones ms creativas sobre la tecnociencia se hallen en el campo de las Ntrs.
Estas investigaciones muchas de ellas realizadas por antroplogas feministas que encuentran en la relacin
entre gnero y tecnociencia un campo de accin de vital importancia nos permiten entender el
estremecimiento al cual estn siendo sometidas nuestras ideas establecidas acerca de lo biolgico (Franklin,
1995). Si hasta hace poco pensbamos que la relacin entre el parentesco y la biologa era inmutable, con las
Ntrs nos abrimos a la posibilidad de disear la familia, la sociedad, los cuerpos. La nueva gentica, la biologa
molecular y las numerosas tecnologas moleculares que ya podemos intuir con ayuda de formas de
biocomputacin de alcances insospechados parecen estar inaugurando una nueva poca donde la biologa no
es una limitacin insalvable. Entramos, como la dice la antroploga inglesa Marilyn Strathern (1992a), a una
era postnatural; y, como ella agrega, la biologa bajo control no es ya naturaleza. Cambia el carcter de los
deseos culturalmente vlidos o an pensables, mientras que se crean clientes para cada nueva posibilidad
tecnolgica; la vida y la evolucin entran a la era del diseo en forma explcita.

En trminos generales, podemos decir que se est replanteando la frontera entre lo natural y lo artificial. Nuevas
combinaciones entre estos dos dominios aparecen como posibles. Imgenes de lo orgnico y lo inorgnico, de
lo natural y lo artificial, se superponen en formas insospechadas. No se trata tanto de decidir si las nuevas
opciones tecnolgicas son buenas o malas, sino cmo las pensamos y cmo ellas nos piensan (Strathern,
1992a:33). Qu ocurre con el estatus de lo natural cuando finalmente desaparece el naturalismo un poco
simplista, antropocntrico e interesado del siglo pasado? Como arguyen algunos, la naturaleza empieza a ser
concebida como cultura, es decir, como fabricable a partir de un conjunto de prcticas tecnocientficas; al
180
mismo tiempo, esta nueva posibilidad cultural se naturaliza, es decir, se convierte en un nuevo sentido comn e
inaugura una tradicin distinta (Rabinow, 1992). Cambia fundamentalmente el sentido de la vida. En esta era
de biosocialidad y gracias a la biopoltica que ponen en marcha las innovaciones tecnolgicas en gentica,
biologa y medicina las distinciones ticas de relevancia sern otras, como otros debern ser los
posicionamientos polticos.

Frente a estas transformaciones, como antroplogos nos preguntamos por los nuevos significados, identidades
y sujetos que dichas prcticas tecnosociales estn promoviendo. Nos situamos, para nuestras investigaciones,
en los espacios de interseccin entre lo cultural, lo biolgico y lo poltico creados por las nuevas biotecnologas.
Encontramos no slo que transforman las nociones y prcticas de cuerpo, vida, naturaleza, subjetividad y
trabajo, sino que estas transformaciones ocurren a lo largo de dos ejes principales: lo orgnico/lo artificial y lo
real/lo virtual. Los nuevos polos de lo artificial y lo virtual efectan una reorganizacin de la vida biolgica,
social y aun emocional. Para algunos, nos convertimos en cibernautas con capacidades aumentadas por las
realidades virtuales (Hayles, 1993; Lvy, 1993). Las realidades artificiales y virtuales confunden lo natural y lo
real; aparecen nuevas fronteras a ser conquistadas el ciberespacio, el interior de los cuerpos que slo se
perciben en la medida que plantean nuevas posibilidades hbridas de ser. En tanto analistas, nos preguntamos
cmo podemos o debemos ubicar estas posiblidades en la historia, la teora social, la formulacin de
polticas, las desigualdades y los movimientos sociales.

Es de hecho difcil encontrar posiciones ecunimes y bien razonadas al respecto. Los juicios sobre los efectos
de las nuevas tecnologas con frecuencia se encuentran polarizados entre los extremos de tecnofilia y
tecnofobia. Para los crticos ms severos, las nuevas tecnologas implicarn la subordinacin final de lo
orgnico a la tecnologa, incluyendo la naturaleza y el cuerpo, los cuales se convertirn en objetos secundarios
en los procesos recombinantes que lidera una clase dominante en ascenso que slo obedece la lgica de lo
virtual. Para la nueva clase y su voluntad de virtualidad, la mayora de los cuerpos sern desechables, mientras
que muchas regiones del Tercer Mundo sucumbirn al capitalismo virtual (Kroker y Weinstein, 1994). Para
Flix Guattari (1993a, 1993b), por el contrario, las nuevas tecnologas prometen otras posibilidades de ser e
inditas formas de alteridad. Entendiendo lo virtual como potencialidad de ser, Guattari vislumbra una ecosofa
que desafa la valoracin tecnocapitalista en vigencia para reivindicar la procesualidad, la subjetividad y las
relaciones democrcticas con la naturaleza, los otros y uno mismo. En ltima instancia, para dicho pensador lo
que est en juego con las nuevas tecnologas es la llegada de una era postmeditica, donde la interactividad y
los ensamblajes maqunicos combinaciones tecnoculturales contribuyan a crear nuevos territorios
existenciales de auto-referencia. Volveremos sobre estos criterios en la conclusin del captulo. Pero antes
reflexionaremos brevemente sobre lo que todos estos cambios podran significar para el Tercer Mundo y
Amrica Latina.


Organicidad e hibridacin en Amrica Latina: de la selva hmeda tropical a los
tecnoespacios

Es verdad, como lo afirma Casanova (1994), que el discurso de la globalidad, impuesto en pocas recientes, no
slo supone un triunfo de nuevas hegemonas econmicas sino de nuevas categoras. Seala con igual
pertinencia otro efecto de este discurso, quiz ms preocupante: la creciente discordancia entre los anlisis
radicales y la accin poltica alternativa, con la concomitante prdida de relevancia de los primeros. Quisiera
referirme a esta disyuntiva desde la perspectiva de las ideas ya presentadas. Un acercamiento inicial pero
limitado lo constituye la pregunta de si las nuevas tecnologas o, ms bien, los procesos econmicos y
sociales a que dan lugar contribuyen a reforzar la situacin de explotacin del Tercer Mundo. Dada la
concentracin econmica y de innovaciones en los pases histricamente hegemnicos as como en las
clases dominantes de los pases menos industrializados la respuesta a esta pregunta tiene que ser positiva.
Pareciera que los nuevos procesos tecnolgicos estn validando los juicios profticos que Jacques Attali (1991)
hiciera sobre el nuevo milenio, de un mundo dividido entre nmadas de lujo y nmadas de miseria, estos
ltimos en las grandes barriadas de las insalubres metrpolis del Tercer Mundo. Es indudable que al menos
hasta ahora la nuevas tecnologas no han favorecido en nada a los pobres del mundo.

Pero surgen otros tipos de interrogantes para el anlisis crtico de alternativas. Si las nuevas tecnologas estn
transformando las estructuras de la modernidad, aquellas que en Amrica Latina tambin hemos perseguido
por siglos, no estar el Tercer Mundo en capacidad de reposicionarse creativamente en los diversos espacios
de esta transformacin, no ya como ciudadanos de segunda clase, sino como actores relevantes en las
conversaciones que definen los cambios, y como productores de discursos alternativos sobre la sociedad, la
naturaleza y la economa? Abordaremos esta pregunta, para concluir, en dos mbitos aparentemente opuestos:
181
los debates sobre biodiversidad y biotecnologa en los bosques hmedos del trpico, por un lado, y los nuevos
conceptos sobre diseo social que con base en las nuevas tecnologas se empiezan a dar en algunas instancias
del continente entre acadmicos y grupos de empresarios de avanzada, por el otro.

En los bosques hmedos del trpico, estamos asistiendo a un movimiento histrico sin precedentes de la vida
biolgica y cultural. Es un hecho conocido que la gran mayora de la diversidad de especies del mundo se
encuentra en dichos bosques, cuya conservacin es indispensable para la supervivencia de la vida en el planeta.
Las alarmantes tasas de destruccin de tales especies est fomentando un gran discurso para su proteccin.
Bilogos, ecologistas, y entidades de desarrollo y de conservacin se han dado con fervor a la conservacin de
la biodiversidad. Como ha sido el caso en todas las experiencias de desarrollo de los ltimos cincuenta aos,
los discursos dominantes de conservacin y desarrollo sustentable son irremediablemente tecnocrticos y
jerrquicos, donde los grupos locales entran a figurar nicamente en menciones piadosas pero inefectivas de
sus conocimientos ancestrales o en la retrica estril de la participacin.

Estos grupos, sin embargo, tambin se estn movilizando en defensa de sus culturas y sus entornos. Asistimos
no slo al surgimiento de identidades culturales antes sumergidas, sino a su consolidacin como estratgicas en
los debates sobre naturaleza, cultura y desarrollo. Si bien el discurso dominante de conservacin quisiera
deshacerse de la gente para implementar su solucin favorita de reservas y parques deshabitados, los grupos
locales insisten en el control del territorio y la autodeterminacin. Mientras que las Ongs ambientalistas del
Norte enfatizan la conservacin de recursos genticos en bancos de gemoplasma del Norte conservacin
ex-situ, los grupos locales presionan por la conservacin in-situ de dichos recursos. Y en la medida en que la
prospeccin de la biodiversidad impulsada por compaas transnacionales y jardines botnicos la bsqueda
de compuestos naturales en los genes y molculas de las especies tropicales para el posible desarrollo de
productos comerciales, tales como drogas farmacuticas y nuevos materiales comienza a tomar forma, los
movimientos sociales de los bosques tropicales tratan de disear mecanismos de control sobre las actividades
de prospeccin; no en todas partes y no siempre con xito, por supuesto.

En la actitud de muchos movimientos sociales de los bosques tropicales tenemos una respuesta ejemplar y
constructiva a la globalizacin de la vida biolgica, econmica y cultural. Miremos un poco ms de cerca esta
experiencia desde la perspectiva de la ecologa poltica. Para estos movimientos tales como los de los grupos
negros e indgenas del litoral Pacfico colombiano, una de las zonas de mayor diversidad biolgica del
planeta la defensa del territorio y la cultura es el criterio ms importante de lucha. Es relevante mencionar
que la naturaleza para estos grupos significa algo muy distinto que para nosotros los modernos. Los
antroplogos que estudian las concepciones y prcticas locales de la naturaleza en ecosistemas como el
Pacfico colombiano han demostrado cmo sus habitantes construyen lo que podramos llamar un rgimen de
naturaleza orgnica, el cual se caracteriza por una relacin de continuidad entre los mundos biofsico, humano
y espiritual. No existe en este rgimen la separacin marcada entre estas tres esferas que se da en la naturaleza
capitalizada de la modernidad, y que ya se est implantando en las mismas regiones, por ejemplo a travs de las
plantaciones de palma africana y los estanques en serie para el cultivo del camarn. Plantaciones de palma y
camaroneras representan un rgimen de naturaleza capitalizada, que disciplina y simplifica el paisaje, el trabajo
y la vida. Frente a este tipo de naturaleza, el rgimen orgnico representa una alternativa y los posibles
cimientos para la sustentabilidad biolgica y cultural de la selva.
14


Junto a los regmenes de naturaleza orgnica y capitalizada, sin embargo, se vislumbra ya un tercer rgimen en
ascenso: la tecnonaturaleza. Con esta denominacin me refiero a las formas biolgicas producidas por las
nuevas tecnologas moleculares, tales como las discutidas en la segunda parte de este captulo. En los bosques
tropicales, la tecnonaturaleza est representada por las estrategias de prospeccin y desarrollo biotecnolgico a
partir de genes y compuestos tropicales, y que muchos ven como la clave de salvacin de estos ecosistemas.
Frente a estos tres regmenes que hemos bosquejado en forma tan rudimentaria, podemos preguntarnos: cul
ser la posicin de los movimientos sociales? Podrn defender la naturaleza orgnica contra los ataques
masivos de la naturaleza capitalizada y las pretensiones de la tecnonaturaleza? Podrn quizs encontrar en esta
ltima una posible alianza en contra de los estragos de la naturaleza capitalizada? No puedo entrar a analizar en
detalle esta posibilidad en este corto captulo, pero me parece que es precisamente esta opcin por la cual estn
luchando los movimientos sociales. La llamar una estrategia de naturalezas hbridas.

Los movimientos sociales de los bosques tropicales, tales como el movimiento negro del Pacfico colombiano,
construyen su lucha a partir de cuatro principios o derechos fundamentales: territorio, identidad cultural,
autonoma y visin propia de desarrollo. Pueden de esta forma ser definidos como movimientos de apego a un
territorio, concebido como un espacio multidimensional de ser. Muchos de los activistas de estos movimientos
han logrado insertarse en espacios que hasta hace poco les eran vedados; su accin no es slo local, sino
182
nacional y global. Varias Ongs del Tercer Mundo, por ejemplo, participan activamente en las negociaciones
globales sobre recursos genticos, derechos de propiedad intelectual, polticas de conservacin, conocimientos
locales, etc. Estos activistas han sabido aprovechar las oportunidades que les abre la coyuntura de la
globalizacin del ambiente y la preocupacin mundial por la conservacin. Podemos decir que estos activistas
han aprendido a mantener en tensin varios tipos de naturaleza varios tipos de paisaje biofsico y cultural a
travs de su prctica poltica, desde la naturaleza orgnica que les es ms querida hasta la tecnonaturaleza con la
cual vislumbran algn tipo de alianza. Se entregan cautelosamente as a una estrategia de naturaleza hbrida
desde su perspectiva. En esto radica su originalidad, la cual representa al mismo tiempo la defensa y afirmacin
de la cultura y una apertura crtica a ciertas posibilidades de la modernidad. Persiguen, de esta forma, una
modernidad alternativa.

Es posible pensar en modernidades alternativas en contextos donde la diferencia cultural con respecto a las
formas dominantes de modernidad contina siendo significativa como sucede con los grupos tnicos de los
bosques tropicales? Saltemos al otro extremo para ver mejor lo que est en juego con esta pregunta.
Preguntmonos cmo estn siendo utilizadas las nuevas tecnologas por los grupos medios o altos de nuestros
pases tales como los acadmicos y los empresarios. Desafortunadamente, no hay muchas investigaciones al
respecto: qu tipo de tecnologas estn siendo introducidas, en qu reas y con qu consecuencias para las
prcticas sociales, econmicas y polticas? Qu posicionamientos y divisiones estn propiciando estas
tecnologas? Cmo est afectando la acumulacin de capital el uso de los espacios, el ambiente y las
relaciones sociales? A pesar de la importancia de estos interrogantes, an es difcil encontrar datos y anlisis al
respecto. Intentar adentrarme provisionalmente en esta pregunta en una forma tangencial, desde las
perspectivas de ciertas nociones recientes de diseo y del internet, y en dilogo especialmente con aquellos
grupos que intentan construir un discurso crtico sobre estos temas.

Me refiero particularmente a quienes comienzan a preguntarse por la prctica del diseo desde la perspectiva de
las nuevas tecnologas. Esta pregunta ya se la haban planteado Terry Winograd y Fernando Flores (1986),
cuando elaboraron una nueva base para el diseo y para las prcticas empresariales. Otros elementos de este
nuevo paradigma, como muchos ya lo han observado, estn dados en los trabajos de Humberto Maturana y
Francisco Varela (1980, 1987) y de Varela, Thompson y Rosch (1991). La premisa fundamental de Winograd y
Flores (1986) encuentra gran resonancia entre los antroplogos: el diseo tecnolgico debe ser visto como
diseo de formas de ser, y se basa en la interaccin entre modos de comprensin y de accin. Toda sociedad
y todo individuo, podramos agregar necesariamente inventa su realidad, y esta invencin a su vez
transforma la sociedad. Una invencin tecnolgica dada trae consigo nuevos campos de posibilidad para los
pensamientos e interaccciones humanas y naturales. Como dira Foucault, todo discurso inventa dominios de
objetos y rituales de verdad. Sin embargo, dicha posibilidad siempre estar dada con respecto a una tradicin o
transfondo determinados, que han sido conformados por la historia particular de los grupos o sociedades en
cuestin. Es con respecto a esta tradicin que quiero destacar la importancia del diseo desde la perspectiva de
Amrica Latina.

Cul es la tradicin desde la cual podemos preguntarnos por la naturaleza y papel de las nuevas tecnologas en
nuestro continente? Es esta tradicin conducente a una apropiacin constructiva de las tecnologas desde una
perspectiva autnoma de diseo? En caso contrario, puede esta tradicin ser reorientada? Son muchos los
aspectos por discutir de esta tradicin, desde la historia de las culturas polticas de autoritarismo y exclusin, el
clasismo, racismo y sexismo, hasta la actitud generalmente servil de nuestras clases dominantes frente a los
poderes hegemnicos, y la falta de actitud crtica y autnoma frente a la ciencia y la tecnologa. Sin embargo,
quisiera mencionar slo un aspecto clave en trminos de las tradiciones que deben ser reorientadas. En los
ltimos cincuenta aos el discurso que ha regido la vida cultural, social, econmica y poltica de Amrica
Latina ha sido el desarrollo. Durante la postguerra, nos inventamos como subdesarrollados y desde entonces
no hemos podido salirnos de esta imaginario. La historia de esta invencin es bastante compleja (Escobar,
1998a), y no es necesario contarla en detalle para aceptar que el desarrollo es uno de los imaginarios centrales
que deben ser reorientados si queremos apropiarnos de las posibilidades presentadas por las nuevas tecnologas
para diseos de sociedad alternativos.

Las nuevas tecnologas se contraponen a muchas de las premisas del desarrollo. Mientras aquellas promueven
la interactividad, la multiplicidad y la procesualidad; el desarrollo demanda pasividad, homogeneidad y nfasis
no en los procesos sino en los estados a ser alcanzados. El mundo de las nuevas tecnologas, podra decirse, es
rizomtico, es decir, descentrado y mutidireccional (Deleuze y Guattari, 1987), mientras que el desarrollo es
unilinear, arborescente, predecible. Las nuevas tecnologas fomentan la alteridad de formas sociales y de
subjetividad, cuando el desarrollo pretende congelarlas segn los dictados de una racionalidad ya caduca. No
hay nada ms esencial para el desarrollo que la economa, la produccin, el crecimiento; en los mundos
183
concebibles desde las nuevas realizaciones tecnolgicas, por el contrario, como nos los dice Guattari, slo
abusivamente podremos colocar los determinantes econmicos en una posicin de primaca sobre la relaciones
sociales y la produccin de subjetividad (1993a:70). Esto, a su vez, sugiere la necesidad de cuestionar los
criterios de produccin y mercado como principios orientadores, algo a lo cual el desarrollo y la orga
neoliberal parecen incapaces de considerar.

Podramos continuar con los contrastes. Digamos, para resumir, que la tradicin del desarrollo est
completamente opuesta a los requerimientos culturales que haran posible imaginar mundos distintos desde la
tecnologa, y las condiciones para hacerlos reales. Ahora bien, el desarrollo es slamente el captulo ms
reciente de la modernidad en el Tercer Mundo. Por esto hablbamos antes de modernidad alternativa, y es
necesario enfatizar esta perspectiva en el discurso del diseo. Si bien para Habermas, Touraine y Giddens, la
modernidad es un proyecto inacabado que debe continuarse, o radicalizarse incluso (Laclau y Mouffe, 1985),
debemos atravernos a pensar que en el Tercer Mundo, incluyendo a Amrica Latina, la modernidad al menos
en la forma del desarrollo es un proyecto que ha corrido su curso y que debemos considerar agotado. Esto no
quiere decir, ni mucho menos, que todo lo moderno debe ser desechado; significa que no debemos seguir
aceptando al desarrollo como el principio organizador central de la vida social; significa que podemos
aventurarnos a imaginar una era postdesarrollo, donde no toda realidad sea sometida a la implacable lgica del
discurso del desarrollo o traducida en los trminos que exige.

Es cierto que a umbrales de un nuevo milenio, la tecnologa nos est ofreciendo la posibilidad de nuevos
diseos, lenguajes y metforas (Austerlic, 1996:3); as como que el diseo supone una ruptura con las
tradiciones establecidas y que las organizaciones sociales necesarias para el postdesarrollo y las modernidades
alternativas slo surgirn como resultado de conversaciones que creen posibilidades novedosas (Winograd y
Flores, 1986). Si aceptamos que la tecnologa es constitutiva de la realidad social, que inaugura nuevas
modalidades del ser, estamos en posibilidad de repensar la modernidad y la democracia en vez de insistir en su
definicin eurocentrista que todava siguen dando la mayora de los discursos sociales y polticos. Para los
tericos del diseo, la modernidad tiene una dimensin proyectual constitutiva similar a lo que Giddens
(1990) llama autoreflexin constitutiva la cual rene usuarios, tareas, herramientas e interfaces (Austerlic,
1996). Se requiere teorizar todos estos componentes desde las mltiples perspectivas latinoamericanas. En
particular, es necesario desarrollar una antropologa de la interface como elemento central de esta estrategia.

Esta antropologa relacionara identidades histricamente constitudas (usuarios), estrategias ecolgicas y
tecnopolticas (tareas) y posibilidades tecnolgicas culturalmente especficas. Debo insistir que se trata de
modernidades, culturas e identidades en plural. No cabemos todos en una sola denominacin, ni tenemos por
qu hacerlo; es decir, no hay una identidad latinoamericana. Algunas de estas preocupaciones ya comienzan
a aparecer en las listas del internet, tales como la Red de Humanistas Latinomericanos, donde se hacen
propuestas inusitadas tales como universidades y enciclopedias virtuales, y donde se plantea la construccin de
nuevas races e identidades, la metatcnica y, en general, una dinmica diferente para el trabajo intelectual. Para
algunos, las discusiones que las nuevas tecnologas estn propiciando son esenciales en la formulacin de
utopas sociales (Austerlic, 1996).
15


Podra objetarse que todos estos son deseos piadosos ante la magnitud de la globalizacin. Pensemos, sin
embargo, que no todo lo que surge del discurso de la globalizacin tiene que adecuarse a la lgica capitalista. El
pensamiento crtico ha adolecido de un capitalocentrismo que nos fuerza a reducir toda dinmica social a su
lgica inexorable (Gibson-Graham, 1996). En los discursos dominantes, slo el capitalismo tiene la capacidad
de invadir, de penetrar; todo lo toca y todo lo transforma. Pero, es inconcebible que la globalizacin genere
otras formas de economa y haga posible otros caminos? Acaso no hay prcticas sociales y econmicas no
capitalistas por doquier en las ciudades y campos del Tercer Mundo? Muchas comunidades del Tercer Mundo
an mantienen formas culturales y prcticas materiales diferentes. Habra que darle al capitalismo una crisis de
identidad haciendo visibles estas otras realidades mltiples, como se la han dado al desarrollo sus crticos ms
imaginativos. La antropologa de la globalizacin pone de manifiesto no slo que las diferencias existen, sino
tambin que son continuamente recreadas. Podemos afirmar entonces que siempre, en cada momento, se est
construyendo el postdesarrollo y se estn negociando modernidades alternativas. Es necesario pensar en la
contribucin que los diversos actores sociales estaran en capacidad de hacer a este proyecto colectivo con
ayuda de las opciones tecnolgicas de que hoy disponemos y que se seguirn creando.


Conclusin

La antropologa, como mencionbamos al comienzo, se encuentra an encasillada en el lugar del salvaje, sujeta
184
a una dinmica de lo Mismo y lo Otro concebida desde la experiencia histrica de Europa. Este rgimen de
representacin pareciera estar cediendo finalmente ante el impacto que las nuevas tecnologas estn teniendo
sobre lo social, lo biolgico y lo cultural. Se liberara as finalmente la antropologa del imaginario del salvaje
tal vez porque todos nos descubriremos como igualmente exticos convirtindose en una forma de
pensamiento verdaderamente universal. En varias partes del mundo, un nmero creciente de antroplogos se
preparan a aceptar este desafo adentrndose en los poderosos mundos de la tecnociencia. Es importante que la
antropologa latinomericana, abandonando el primitivismo y mesianismo que las ha caracterizado no
siempre y no en todas partes, y muchas veces con gran relevancia aborde la tarea de investigar a fondo la
naturaleza, modos de operacin y efectos de las transformaciones tecnolgicas que estamos viviendo. Cabe
preguntarse, desde las perspectivas de la antropologa y del diseo, si es posible reorientar las manifestaciones
dominantes de la tecnociencia para que sirvan a otros proyectos polticos y culturales. Podremos imaginar y
crear otras formas de organizar la sociedad y la economa, otras identidades, otras formas de ser, otras
naturalezas?

Recordemos que Foucault empieza Las Palabras y las Cosas con un comentario sobre un texto de Borges que
describe una cierta enciclopedia china que superpone categoras impensables dentro de un mismo sistema
clasificatorio. El texto, sacude, al leerlo, todo lo familiar al pensamiento [...] transtornando todas las
superficies ordenadas y todos los planos que ajustan la abundancia de seres, provocando una larga vacilacin e
inquietud en nuestra prctica milenaria de lo Mismo y lo Otro (Foucault, 1968:1). No es necesario ya decir que
los recientes desarrollos tecnolgicos nos estn acostumbrando a una abundancia de seres sin precedentes
que transtornan las superficies de nuestro pensamiento. A nosotros nos corresponde decidir qu tipos de
enciclopedias queremos imaginar, qu tipo de mundos estamos dispuestos a crear. Este parece ser el desafo
que nos hace la tecnociencia contempornea, un llamado al que la antropologa y otras disciplinas deben
responder con actitud crtica.


Notas

1
. Trabajo Presentado en el Seminario La Ciencia y las Humanidades en los Umbrales del Siglo XXI,
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (Ciich), Unam, Mxico, enero
12-17, 1997. Agradezco especialmente a Pablo Gonzles Casanova, director del Ciich, su invitacin a este
estimulante seminario.

2
.
Ante
s del
fin del siglo XVIII el hombre no exista (como tampoco la vida, el lenguaje y el trabajo); y las ciencias humanas
[
...
]
aparecieron el da en que el
hombre se constituy en la cultura occidental a la vez como aquello que hay que pensar y aquello que hay que saber (Foucault
,
1968: 334).

3. Foucault usa el trmino etnologa para referirse a lo que en el mundo anglosajn y en parte de Amrica Latina se conoce como antropologa socio-cultural. En este
trabajo, usaremos el trmino antropologa en este sentido.

4. La palabra inglesa que Truillot utiliza es slot, que prefiero traducir como lugar. Truillot habla de la estructuracin del orden moderno en trmino de tres lugares
o posiciones: el orden (
O
ccidente como es y como tiene que ser para el funcionamiento de la racionalidad), la utopa (Occidente como podra ser, sin l a carga de
dominacin impuesta por el orden) y el salvaje. A la antropologa le correspondi este ltimo, y permanece atrapada en

l. Arg
umentar
que el anlisis de las
nuevas tecnologas podran liberarla del lugar que le fuera acordado y que ha mantenido por ya varios siglos.

5. Otros campos importantes de innovacin terica y metodolgica dentro de la disciplina incluyen la antropologa feminista (Behar y Gordon, 1995), la antropologa
de la experiencia (Jackson, 1996
b
) y la ecologa poltica (Escobar 1996
a
).


6. No incluir en este trabajo el campo muy importante de la economa poltica de las nuevas tecnologas, que ya toqu en otro escrito (Escobar
,
1994). Me parece, sin
embargo, que los trabajos ms citados en este campo (por ejemplo, Castells
,
1996; Harvey
,
1989) se quedan cortos en su visin de las transformaciones actuales, en
parte porque no tienen una teora de la cultura
y/
o de la naturaleza. Lo mismo puede decirse de las teoras de la globalizacin, ya sea celebratorias o crticas. Todas
ellas adolecen de lo que dos gegrafas han denunciado correctamente como capitalocentrismo; subordinan toda realidad social a la lgica avasallante e ineludible
de un capital globalizante (Gibson-Graham
,
1996).


7
.
Para una introduccin a la ecologa pol

tica, vase el texto pionero de Leff (1986


a
). Los pronunciamientos ms recientes son Peet y Watts (1996)
, as como

Rocheleau, Thomas-Slayter y Wangari (1996). Una visin de la antropologa ecolgica y sus races en la ecologa cultural se encuentra en Moran (199
0
).


8. A este respecto han sido muy importante las investigaciones del Grupo de Trabajo sobre Polticas Cu
l
turales de C
lacso
encabezado por Nstor Garca Canclini.
Las obras de este grupo han abierto un gran programa de investigacin relacionado con el efecto de las tecnologas de la comun
i
cacin sobre las culturas populares.
Hoy en da e
l
campo de las comunicaciones se perfila como uno de los ms vibrantes en Amrica Latina.


185

9. David Hess (1995) presenta un valioso anlisis de estos estudios. Para un
anlisis
antropolgico de la construccin de una represa,
vase
la obra de Gustavo
Lins Ribeiro (1994
a
).


10. Para una introduccin a estos estudios en espaol, vase los trabajos del grupo I
nvescit
en Valencia (Espaa), especialmente Sanmartn et al (1992),
as
como
el nmero especial de la revista Anthropos No 94
-
95, 1989.


11. Esta breve presentacin de los estudios culturales de la tecnociencia se basa en Aronowitz, Martinsons y Menser (1996). Vase tambin Gray (1996).


12
. Una profesin paramdica de reciente data cultivada casi exclusivamente por mujeres y dedicada a
traducir el conocimiento de las nuevas tcnicas genticas de diagnstico a diversos pblicos, especialmente
mujeres embarazadas.

13
.
Rapp y Martin, por ejemplo, recibieron entrenamiento tcnico en las ciencias y tecnologas que estaban estudiando, las pruebas gen
t
icas y la inmunologa,
respectivamente. La mayora de los antroplogos trabajando en este campo tienen formacin cientfica
sobre el rea que estudian
o la adquieren sobre
la marcha.


14. Para un anlisis a fondo de la relacin entre

Estado, movimientos sociales y capital en el Pacfico colombiano, vase Escobar y Pedrosa (1996).


15. Agradezo a Silvia Austerlic sus envos regulares de estas listas, as como sus comentarios sobre los discursos del diseo en Amrica Latina.

186




13. GNERO, REDES Y LUGAR: UNA ECOLOGA
POLTICA DE LA CIBERCULTURA



Introduccin: de redes, gnero y entorno

No hay duda de que las redes estn de moda en nuestras descripciones del presente e imgenes del futuro. Las redes
particularmente las redes electrnicas han sido centrales en el surgimiento de un nuevo tipo de sociedad (la
sociedad de las redes), la co-produccin de la tecnociencia y la sociedad (teora del actor-red), y las polticas de
transformacin social (redes globales para el cambio). Las redes son esenciales no slo para un nuevo tipo de
comunidad transnacional virtual-imaginada, sino tambin para nuevos actores polticos tales como las Mujeres en
la Red
cxlix
as como para la utopa de la democracia en un mundo que se supone globalizado. En todas estas
concepciones, las redes son facilitadas por tecnologas informticas y electrnicas, particularmente el internet. Ahora,
una buena cantidad de nuestras vidas y esperanzas residen en las redes ligadas al ciberespacio.

Las redes, sin embargo, son apenas tan buenas como los ensamblajes de elementos humanos, naturales y no humanos
que renen y organizan. Similarmente, las redes son parte de un mundo ms vasto que puede ser hostil a sus
aspiraciones. Puede haber un balance entre, por ejemplo, la expansin de las oportunidades de resistencia cultural
proporcionadas por algunas redes tecnolgicas y el estrechamiento de espacios reales por las fuerzas de un capitalismo
transnacional alimentado por las mismas tecnologas? Es el ciberespacio una fuente de nuevas identidades y de
conocimiento del ser y el mundo, o tal vez el medio bajo el cual un ciudadano-terminal cada vez ms aislado del
resto del mundo y sumido en el consumo est siendo producido a una escala mundial? El activismo a distancia hecho
posible por el ciberespacio, no estar contrarrestado y vastamente excedido por los poderes represivos del
tecnocapitalismo global?

An no existen respuestas claras a estas preguntas. Como en perodos anteriores, deja mucho que desear nuestra
habilidad para conceptualizar los mundos que estn apareciendo y articular una poltica de la transformacin
correspondiente. Sin embargo, han habido cambios significativos en nuestra manera de abordar las preguntas y de
definir las acciones. En algunos campos, ahora buscamos derivar la teora de experiencias prcticas, observar la vida
cotidiana como una fuente de inspiracin terica, as como participar en los esfuerzos hechos por actores locales y
movimientos sociales en el entendimiento del mundo y de la manera como encajamos en l.

Estoy invocando aqu un nosotros difuso. El nosotros, digamos por ahora, de acadmicos e intelectuales luchando
por una nueva poltica del conocimiento experto en conjuncin con los proyectos polticos de grupos subalternos.
Mientras escribo, tambin pienso en los activistas del movimiento social de la regin del Pacfico colombiano, con
quienes vengo trabajando desde hace algunos aos, y quienes creo que lo saben con creces se beneficiaran del
acceso a recursos tnicos y ambientales en espacios tales como internet y las redes de la biodiversidad. Tambin
pienso en la emocin de una pequea y progresiva Ong que trabaja en el campo de las comunicaciones populares en
Cali, que acaba de inagurar su primera pgina electrnica, no obstante el hecho de que la mayora de sus miembros
escasamente pueden seguir una discusin en ingls. Y pienso en las vastas redes de ambientalistas y activistas de los
derechos indgenas cuyas voces y preocupaciones encuentro diariamente en el internet, mientras investigo los debates
rpidamente cambiantes sobre la consevacin de la biodiversidad. Finalmente, tengo en mente los crecientes grupos
de mujeres viajando en las redes tejidas por ellas, particularmente en el clima pre y pos Beijing.

El siguiente es el argumento que quiero desarrollar en este captulo. Las redes tales como las redes ambientales,
tnicas, de mujeres y otros movimientos sociales deben ser vistas como el espacio de nuevos actores polticos y la
fuente de prcticas culturales y posibilidades prometedoras. De esta manera, es posible hablar de una poltica cultural
del ciberespacio, as como de la produccin de ciberculturas que crean resistencia, transformacin o presentan
alternativas a los mundos dominantes, ya sean virtuales o reales. Esta poltica cibercultural puede llegar a ser ms
187
efectiva si cumple dos condiciones: ser consciente de los mundos dominantes que estn siendo creados por las mismas
tecnologas con las que cuentan las redes progresistas (incluyendo el anlisis de la manera como opera el poder en el
mundo de las redes y flujos transnacionales); y un movimiento contino entre la ciberpoltica (activismo poltico en el
internet) y lo que denomino las polticas situadas, es decir, el activismo poltico en las mismas locaciones fsicas donde
reside el trabajador de la red.

En la red las mujeres, los ambientalistas y los activistas de movimientos sociales son arrojados a este doble tipo de
activismo cargado de demandas contrastantes: por un lado, sobre el carcter del internet, las nuevas tecnologas
informticas y de la comunicacin (Nicts)
cl
en general, y por el otro, sobre el carcter de la reetructuracin del mundo
que est siendo propiciada por el capitalismo transnacional, guiado a su vez por las Nicts. Desde los corredores del
ciberespacio se puede lanzar, entonces, una defensa del lugar y de las prcticas ecolgicas y culturales locales que
pueden transformar, a su vez, los mundos que las redes dominantes contribuyen a crear. Por su vnculo histrico a
lugares concretos, y las diferencias culturales y ecolgicas que encarnan, las mujeres, los ambientalistas y los
movimientos sociales del Tercer Mundo estn particularmente habilitados para esta doble labor. Al final puede ser
posible pensar en una ecologa poltica del ciberespacio que teja lo real y lo virtual, el gnero, el entorno y el desarrollo
en una prctica poltica y cultural compleja.

La primera parte de este captulo discute la idea de una sociedad contempornea basada en redes y flujos, destacando
los riesgos y las tendencias de la cibercultura tal y como son visualizados por un nmero de acadmicos prominentes.
Como veremos, estas discusiones no abordan precisamente los usos locales y la apropiacin de recursos tecnolgicos
realizada por actores tales como las mujeres, los ambientalistas y los movimientos sociales en una gran cantidad de
lugares en el mundo. Lo que es definitivo sobre estas prcticas es su vnculo a lugares concretos. De esta manera, una
conceptualizacin del concepto de lugar es introducida en la segunda parte, con algunos ejemplos de luchas locales
en el campo ambiental. La ltima parte sugiere la aparicin de nuevas formas de saber, ser y hacer, basados en
principios de interactividad, posicionalidad y conectividad a partir del encuentro entre actores polticos locales y las
nuevas tecnologas. Estos principios proporcionan las directrices para nuevas prcticas del diseo social y biolgico,
esto es, nuevas combinaciones de la naturaleza, la cultura, la tecnologa y el lugar.


De flujos, redes y tecnologas de tiempo real

Durante siglos han existido mltiples tipos de redes. Lo que es especial de las redes de hoy no es slo que parezcan
haberse vuelto la columna vertebral de la sociedad y la economa, sino que tambin presentan novedosas
caractersticas y modos de operacin particulares. Para algunos, estamos ante un nuevo tipo de sociedad
cli

precisamente por las caractersticas originales que las redes adoptan. Las Nicts son el elemento fundamental de esta
profunda transformacin.
clii
Es el surgimiento de un nuevo paradigma tecnolgico y no cambios sociales,
econmicos y polticos per se los que estn guiando dicha transformacin. Este paradigma entr en gestacin desde
los aos cincuenta con el desarrollo de los circuitos integrados y, en los setenta, con los microprocesadores, viendo una
expansin progresiva hacia redes interactuantes ms poderosas en una escala global.

Desde esta perspectiva, el capitalismo informtico puede ser descrito de la mejor manera como una economa con la
capacidad de trabajar como una unidad en tiempo real y a una escala planetaria (Castells,1996:92). El capital, el
trabajo, el comercio y la administracin devienen altamente organizados en una escala global y toman la forma de una
red global flexible. Pero es claro que hay lmites a esta economa global: los Estados nacionales an son actores
relevantes, los mercados laborales no son realmente globales, etc. Sin embargo, la comunidad global est diferenciada
en trminos geogrficos y es altamente excluyente e inestable en sus fronteras. La mayora de las personas en el
planeta an no compran o trabajan para la economa global/internacional. Una nueva divisin internacional del trabajo
se asienta alrededor de cuatro posiciones: productores de valor agregado alto basados en el trabajo informtico la
red entre Estados Unidos, Japn y Europa occidental, que a su vez constituye una triada de riqueza, poder y
tecnologa, productores de gran volumen basados en el trabajo a bajo costo, productores de materias primas basados
en recursos naturales, y productores redundantes reducidos al trabajo devaluado (Castells, 1996:66-150). Estas
posiciones no coinciden necesariamente con pases, aunque estn organizados en redes y flujos de acuerdo con la
infraestructura de la economa informtica.

Uno de los puntos de mayor inters en la elocuente exposicin de Castells es el impacto de las redes y los flujos en la
188
vida cotidiana. Mientras que las redes interactivas continan su expansin, hay un divorcio creciente entre la
proximidad espacial y las funciones de la vida diaria, tales como el trabajo, la recreacin y la educacin, entre otros.
Las redes nutren un nuevo tipo de espacio, el espacio de los flujos. Las ciudades devienen globalmente conectadas y
localmente desconectadas fsica y socialmente (1996:404). Organizadas de manera creciente alrededor de flujos de
capital, informacin, tecnologa, imgenes, smbolos, etc., esto crea un nuevo tipo de realidad espacial que redefine
los lugares. Para Castells:

en esta red ningn lugar existe por s solo dado que las posiciones estn definidas por flujos. De
esta manera, la red de las comunicaciones es la configuracin espacial fundamental: los lugares
no desaparecen, pero su lgica y significado se absorben en la red [...] En algunas instancias,
algunos lugares pueden ser desconectados de la red, resultando su desconexin en un declinar
instantneo, y por ende, en un deterioro econmico, fsico y social. (1996:412-413).

Meterse a la red o perecer, parece ser el lema que emerge de esta perspectiva. La visin de Castells se oscurece an
ms: Articulacin de las lites, segmentacin y diferenciacin de las masas parecen ser los mecanismos gemelos de la
dominacin social en nuestras sociedades. El espacio juega un rol fundamental en este mecanismo. En resumen; las
lites son cosmopolitas mientras las personas son locales (1996:415, nfasis agregado). El mundo le pertenece a las
lites con acceso a redes, culturalmente conectadas por nuevas formas de vida y espacialmente aisladas en costosas
comunidades de enclave. El impacto de este espacio entretejido por flujos en el espacio de los lugares es notable:
segmentados el uno del otro, los lugares son cada vez menos capaces de mantener una cultura compartida. En el
espacio de los flujos rigen el tiempo (atemporal) real, mientras que el tiempo linear, determinado biolgica y
socialmente, contina determinando los lugares. No todas las personas locales o activistas desaparecen. Pero su
significado estructural s, subsumidos en la lgica tcita de la metared en donde se produce valor, se crean cdigos
culturales y se decide el poder (Castells, 1996:477).

Podemos negar que algo de esto est sucediendo cuando pensamos en muchos lugares del mundo, particularmente en
el denominado Tercer Mundo? Y ms an es esto todo lo que est sucediendo? Como podremos ver, la visin de
Castell es cuestionable precisamente porque deriva de una perspectiva globalocntrica, es decir, de una perspectiva
que slo encuentra agencia en los niveles en los cuales operan los denominados actores globales. Sin embargo, existe
una novedad real de las sociedad de las redes, que surge en gran medida de la prominencia del tiempo real. Este
aspecto ha sido analizado recientemente por Paul Virilio (1997). Para este autor, la esencia de la transformacin actual
es el efecto que estn teniendo las Nicts operando a la velocidad de la luz y bajo el principio del tiempo real en el
rgimen de tiempo y espacio que hasta ahora ha gobernado al mundo. Las tecnologas de tiempo real de la
comunicacin matan al presente aislndolo de su aqu y ahora, a favor de un otro espacio comunicativo que ya no
tiene nada que ver con nuestra presencia concreta en el mundo (Virilio, 1997:10).

Las tecnologas de tiempo real continuando con el anlisis de Virilio destruyen la duracin y la extensin.
Trabajando a la velocidad de la luz, la comunicacin ya no depende del intervalo entre lugares y cosas, o incluso, la
extensin del mundo, sino de la interfase de una transmisin instantnea de apariencias remotas [...] (Virilio,
1997:33). La tele-existencia posibilitada por la optoelectrnica promueve una divisin entre el tiempo real de
nuestras actividades inmediatas el aqu y el ahora y el tiempo real de la interactividad de los medios que
privilegian el ahora en detrimento del aqu:

Cmo podemos vivir si ya no hay ms el aqu y todo es ahora? Cmo podemos sobrevivir al
teletransporte instantneo de una realidad que ha devenido ubicua, fraccionndose en dos
rdenes de tiempo, cada uno tan real como el otro; aquel de la presencia del aqu y el ahora, y
aquel de la telepresencia en la distancia, ms all del horizonte de las apariencias tangibles?
(Virilio, 1997:37).

De una manera similar, Virilio anuncia una divisin entre la actividad y la interactividad, la presencia y la
telepresencia, la existencia y la tele-existencia (1997:44). La densidad material es reemplazada por la densidad
informtica. La globalizacin del presente reduce la habilidad del tiempo local para crear historia y geografa. La
separacin entre tiempo y espacio (la localizacin de los siglos del aqu y el ahora) se consuma en la medida en que los
eventos en tiempo real se separan del lugar donde acontecen. Las fronteras entre lo cercano y lo distante se opacan,
transformando nuestro sentido de la experiencia del aqu y el ahora. La accin basada en cuerpos y lugares concretos
pierde gran parte de su importancia social. La teletopia induce a una atopia generalizada. Los lugares nuevamente
189
devienen precarios. Como consecuencia, las dimensiones globales son redefinidas. Hay una divisin ms radical entre
quienes viven en la comunidad virtual del tiempo real de la ciudad global y quienes no tienen que sobreviven en las
mrgenes del espacio real de ciudades locales, el gran desierto planetario que en el futuro reunir a la nica
comunidad real de aquellas personas que ya no tienen trabajo o un lugar donde vivir, siendo probable que promuevan
socializaciones armnicas y duraderas (Virilio,1997:71).
cliii


Cmo podemos evaluar estas visiones desde la perspectiva de quienes quieren utilizar las mismas tecnologas con
pretensiones ecolgicas y sociales diferentes? Ser posible para las mujeres, los movimientos sociales y otros,
desplegar tecnologas ciberespaciales de formas que no marginen el lugar? Las metas pueden ser contradictorias: el
propsito feminista de crear lazos entre las mujeres en el ciberespacio puede contribuir a la erosin del lugar en la
medida en que separa a las mujeres de sus localidades. La pregunta entonces se convierte en: cmo pueden las
mujeres a) defender el lugar contra la deslocalizacin de la globalizacin que erosiona las culturas locales; b)
transformar los lugares interrumpiendo sus prcticas patriarcales/dominantes (dado que los lugares, como la familia y
el cuerpo, tambin han operado para encarcelar y controlar a las mujeres; dado que los lugares tienen sus propias
formas de dominacin y hasta de terror); c) aventurarse al reino de las tecnologas de tiempo real y las coaliciones
mundiales en busca de aliados e ideas para las luchas de gnero? Es importante observar las contradicciones
involucradas en cada paso. Mantener la conexin al lugar, a los actores locales, y a la necesidad de la proximidad
mientras al mismo tiempo, y de manera creciente, se comprometen en intercambios a distancia, requiere de un acto de
balance cuidadoso. Cmo pueden las Mujeres en la Red defender lugares concretos mientras se embarcan en las
autopistas de la informacin?

Dicho de otra forma, esto acarrea demandas conflictivas: a) mantener el valor de arraigo y lugar, la importancia de la
interaccin cara a cara para la creacin de culturas, la viabilidad de tiempos locales y el carcter orgnico de ciertas
relaciones con lo natural; b) afirmar el potencial transformativo de los lugares y la necesidad de transformarlos; y c)
avanzar en ambos procesos a travs de un compromiso crtico con la cibercultura, entre otros medios. Articular la
densidad del lugar con la densidad de la informacin; activismo de tiempo real y tiempo local; tele-alls con culturas
y cuerpos inmersos en lugares; culturas hbridas creadas en el ciberespacio y culturas hbridas locales: estas son, entre
otras, maneras diferentes de expresar las necesidades que confrontan quienes desean apropiarse de forma crtica y
creativa las nuevas tecnologas digitales, informativas y biolgicas. Qu tipo de mundos estamos en posicin de
tejer?

Para Castells y Virilio, los lugares devendrn deslocalizados y transformados bajo las presiones de las redes de tiempo
real. Pero cul es la naturaleza real de las redes en cuestin?. Si es cierto que las redes redefinen los lugares, a pesar de
eso no son los lugares esenciales para su trabajo? Estas son algunas de las preguntas que Bruno Latour (1993) intenta
responder en un estudio provocativo sobre redes y cultura moderna. En la visin del autor, lo que separa a las culturas
modernas del resto es el hecho de que estn basadas en una divisin doble, entre la naturaleza y la sociedad, y entre
nosotros y ellos. Estas divisiones, sin embargo, son altamente falsas dado que en la realidad siempre hay vnculos
entre la naturaleza y la sociedad as como entre nosotros y ellos. Independientemente de cun duro han tratado los
modernos de mantenerlas separadas, las mismas divisiones han alimentado una proliferacin de hbridos de los pares
aparentemente opuestos. Abra un peridico y se dar cuenta que este es el caso; la capa de ozono (naturaleza) est
ligada a corporaciones, consumidores, cientficos, polticas de gobierno (cultura); la biodiversidad es al mismo tiempo
biolgica, social, poltica y cultural; la clonacin involucra a criaturas reales, nuevas tecnologas, ticas, regulaciones,
economas, etc. Lo que ms define a los modernos es que han sido capaces de movilizar a la naturaleza para la creacin
de la cultura a travs de redes de hbridos como nunca antes. Existe, claro est, un factor esencial para el xito de este
proceso: la ciencia.

Una analoga con el ferrocarril ayuda a entender las redes ms fcilmente. Un ferrocarril no es ni local ni global. Es, de
hecho, local en todos su puntos; sin embargo, es global dado que lo lleva a uno a muchos lugares; lo cual es diferente
de ser universal puesto que no lo lleva a uno a cualquier parte. Latour utiliza esta metfora para explicar las redes
tecnolgicas y la dominacin de los modernos. Las redes tecnolgicas reclutan la ayuda de las mquinas como las
computadoras, herramientas como laboratorios, inventos como el motor, descubrimientos como los de Pasteur, etc.
ms, claro est, una coleccin de diversos sujetos. En estas redes se halla la especificidad moderna:

los modernos simplemente han inventado redes ms largas reclutando a un cierto tipo de no
humanos mquinas, ciencia y tecnologa, etc. [...] Este reclutamiento de nuevos seres tiene
190
enormes efectos de escala, causando que las relaciones varen de lo local a lo global [...] No
obstante, en el caso de las redes tecnolgicas, no tenemos ninguna dificultad para reconciliar
sus aspectos locales y su dimensin global. Dichas redes estn compuestas de lugares
particulares, alineadas por una serie de ramajes que cruzan hacia otros lugares (Latour,
1993:117).

Y qu sucede con esas otras sociedades que han fracasado en inventar esas redes largas? Estas sociedades, a las
cuales Latour se refiere como premodernas, tienen una ventaja sobre los modernos por cuanto no se engaan a s
mismas pensando que la naturaleza y la cultura estn separadas. Sin embargo, esta ventaja es su debilidad tambin
dado que en la insistencia de que toda transformacin de la naturaleza est en armona con una transformacin social
uno podra decir, por insistir en ser ecolgicos renunciaron a su habilidad para hacer proliferar hbridos, esto es,
para construir redes ms largas y poderosas. Esta caracterstica hizo imposible la experimentacin a gran escala
(Latour, 1993:140), confinando a las sociedades premodernas a permanecer por siempre prisioneras dentro de los
estrechos confines de sus peculiaridades regionales y su conocimiento local (Latour, 1993:118). Mientras que los
premodernos construyen territorios y asumo que lugares, los modernos construyen redes ms largas y ms
conectadas. Sin embargo, la universalidad de las redes modernas es un efecto ideolgico del racionalismo, apoyado
por la ciencia. En ltimas, los modernos y los premodernos se diferencian tan slo en el tamao y la escala de las redes
que inventan, dado que lo que todos producimos igualmente modernos y premodernos son comunidades de
naturalezas y sociedades: todas las naturalezas-culturas son similares en cuanto ambas simultneamente construyen
humanos, divinidades y no humanos (Latour, 1993:106). Los modernos tan slo aaden ms y ms hbridos a sus
redes de manera que puedan reconstruir sus sistemas sociales y extender su escala. Las ciencias y las tecnologas son
notables no porque son verdaderas o eficientes [...] sino porque ellas multiplican a los no humanos involucrados en la
manufactura de colectivos y porque ellas hacen ms ntima la comunidad que formamos con estos seres (Latour,
1993:108).

Esta visin es seductora para los llamados premodernos. Aceptar dicha perspectiva significara que el futuro y el
desarrollo se convertira tan slo en un asunto de construir redes ms largas y conectadas. Pero redes de qu tipo? Y
para qu propsito? Para evaluar esta posibilidad, es necesario examinar brevemente la propuesta de Latour de una
constitucin no moderna, una suerte de sntesis de lo mejor que tienen que ofrecer los modernos y los premodernos.
Esta constitucin o acuerdo est basado en las siguientes caractersticas: retiene de los premodernos su reconocimiento
de los vnculos entre naturaleza y cultura mientras a su vez rechaza de los premodernos su imperativo de siempre ligar
los mundos sociales y naturales podemos decir, su carcter orgnico. Retiene de los modernos su habilidad de
construir largas redes a travs de la experimentacin. La constitucin no moderna tambin debe rechazar de los
premodernos los lmites que stos le imponen al agrandamiento de colectivos, la localizacin por territorio, el
proceso de chivo expiatorio, el etnocentrismo, y finalmente, la no diferenciacin duradera de las naturalezas y las
sociedades (Latour, 1993:133). Latour aade un paso paradjico para la constitucin no moderna: basada en la
reintroduccin de la separacin de la naturaleza y la cultura, no obstante permitiendo de manera consciente la
proliferacin de hbridos y la coproduccin de la tecnociencia y la sociedad; en otras palabras, para hacer que la idea
de la separacin entre una naturaleza objetiva y una sociedad libre funcione de una vez por todas. Esto implica la
aceptacin de que la produccin de hbridos, conviertindose en explcita y colectiva, deviene en el objeto de una
democracia engrandecida que regula y desacelera su cadencia (Latour, 1993:141).

Latour es consciente de que las redes modernas han generado una verdadera operacin bulldozer sobre la mayor
parte de las culturas y naturalezas del mundo. Ms an, las sociedades modernas ya no pueden incorporar
efectivamente las naturalezas que tiende a destruir ni a las personas que ha degradado: de aqu que, en consecuencia,
su llamado a una forma de no modernidad se basa de manera mucho ms clara en lo que l considera los logros
modernos importantes que en cualquier prctica cultural redimible que los premodernos puedan ofrecer. Su
propuesta es problemtica en varios puntos; reducir las diferencias entre modernos y premodernos a una cuestin de
tamao y escala de redes no slo pasa por alto las condiciones de intercambio desigual entre redes, sino que evita
indagar las contradicciones de la hibridad, sus vnculos con el poder y su denigracin de los lugares. Tambin es
vlido preguntarse si la constitucin no moderna de Latour resuelve la contradiccin entre naturaleza y cultura, entre
modernos y otros, as como si es posible que su llamado por una nueva democracia mitigar el apetito de la
modernidad por conquistar y acumular (Dirlik,1997b). Ms an, no dice nada sobre cmo los no humanos vivientes
incluyendo a muchos de los que l denomina premodernos pueden vrselas con redes modernas e, igualmente,
construir redes propias diferentes.
191

Sin embargo, tenemos lecciones importantes que aprender de Latour en cuanto a la naturaleza de las redes modernas.
Las redes modernas a) incluyen elementos humanos y no humanos, estn hechas de y producen hbridos; b) establecen
conexiones y traducciones entre lo local y lo global, lo humano y lo no humano; c) producen grandes efectos dado su
escala, tamao y esfera de accin sin estar por fuera de lo ordinario; d) no dependen de identidades esenciales
humanos o naturaleza estticos sino de procesos, movimientos y travesas sin un significado preestablecido.
Humanos y no humanos, tecnociencia y sociedad son co-producidos a travs de estas redes. La perspectiva de Latour
podra ser llamada quizs una visin tecnoanarquista que encubre muchas de las prcticas a travs de las cuales las
redes operan para destruir naturalezas y culturas.

Ofrece lecciones para quienes desean construir redes que recluten y relacionen otro tipo de humanos y no humanos?
Ofrece alguna esperanza para la construccin de otras naturalezas y culturas? Al examinar las formas de protesta
contra las amenazas a la vida, la salud y el entorno; al ponerle atencin a las luchas por re-construir la sociedad y la
naturaleza en la vida cotidiana; al enfocarnos en las formas emergentes de construccin en cooperacin y coalicin
por ejemplo entre mujeres, indgenas y movimientos sociales; o en redes comunitarias y Redes-Libres
cliv
en muchas
partes del mundo (Schuler, 1996) nos damos cuenta que las redes pueden tomar (y de hecho toman) nuevos
significados y dimensiones para apoyar otros proyectos polticos y de vida. Creo que es esencial para dicha posibilidad,
en esta confluencia de la historia de las redes y flujos globalizantes, un entendimiento de qu est en juego en la
poltica de redes para lugares y entornos concretos. Ahora retorno sobre tal aspecto antes de entrar a esbozar algunas
conclusiones generales sobre los modos del conocimiento basados en la interactividad y posicionalidad que las redes
pueden estar generando.


Las redes y la defensa del lugar y la naturaleza

En los ltimos dos meses de 1997, los servidores de internet sobre cuestiones relacionadas con los indgenas del
Amazonas incluyeron reportes sobre los siguientes tpicos, entre otros: denuncias de concesiones gubernamentales
para la explotacin forestal por compaas extranjeras en Brasil y la Guyana; reclamos exitosos de tierras realizados
por los guarani kaiowa en Matto Grosso do Sul, Brasil; un apasionado discurso de David Kopenawa, un jefe
yanomami, en contra de los mineros de oro asentados en sus tierras, proclamando su deseo de progreso sin destruccin
y el derecho de defender sus tierras; asesinatos y amenazas dirigidas a activistas indgenas y ambientalistas en el Brasil,
Colombia y otros pases; oposicin a un gran proyecto de va fluvial (la hidrova Paraguay-Paran) en Uruguay, Brasil
y Bolivia mediante una coalicin de Ongs de Estados Unidos y Amrica Latina; acusaciones de biopirateria en contra
de una organizacin Suiza (Selva Viva) en Acre Acre, Brasil, tambin involucrando a una Ong en Londres, indgenas,
catlicos y organizaciones locales; denuncias realizadas por una Ong francesa alegando que la firma Chanel pone en
peligro la existencia de un raro rbol brasileo utilizado en sus productos; la formacin de consejos regionales
indgenas en el Brasil para oponerse a la minera y para la titulacin de territorios indgenas; una reunin de mujeres
rurales indgenas de las amricas contra el neoliberalismo; aprobacin de reclamos de tierra e identidad realizado por
descendientes de cimarrones en el Brasil; informes sobre la demanda contra Texaco por aos de devastacin de sus
tierras realizada por una coalicin de organizaciones indgenas ecuatorianas; declaraciones de mujeres indgenas de
las organizaciones del Amazonas ecuatoriano en Quito para demandar la inclusin de derechos indgenas sin
precedentes en una nueva Constitucin Poltica; reporte de la alarmante deforestacin en Venezuela (600.000
hectreas al ao durante los ochenta, que ha continuado durante los noventa); etc.

Similarmente, en 1997, la Conferencia de Biodiversidad en la Red EcoNet dirigida por el Institute for Global
Communications
clv
de San Francisco distribuy, sostuvo informacin y debates detallados previos a las reuniones
de la Convencin de Diversidad Biolgica; programas de biodiversidad en varios pases; oposicin a regmenes de
propiedad intelectual por Ongs nacionales e internacionales; reuniones sobre biodiversidad en varias partes del
mundo con grupos de actores diferentes; informacin sobre la patentacin de lneas de clulas; oposicin a mega
proyectos de desarrollo en nombre de la biodiversidad; nuevas formas de activismo de base a travs del mundo ligadas
a la defensa de la naturaleza; innovaciones hechas por mujeres en relacin a la conservacin de la biodiversidad; alerta
sobre un acuerdo pendiente para bioprospeccin entre el gobierno de Colombia y una compaa farmacutica
transnacional; etc.

No hay duda de que el internet ha propiciado un fermento de actividad sobre un vasto conjunto de asuntos que an
192
queda por ser entendido en trminos de sus contenidos, propsitos, polticas y modos de operacin. Qu sugiere este
fermento de actividades en trminos de redes? Quines son los actores involucrados, qu demandas articulan y qu
prcticas crean? Con qu visiones de la naturaleza y la cultura se comprometen o defienden? Si de hecho
constituyen redes, cul es el efecto de estas redes en la redefinicin del poder social, y a qu niveles? De manera
inversa qu riesgos, si es que los hay, acarrea la participacin de grupos indgenas y de base en redes de biodiversidad
para los significados y las prcticas locales de la naturaleza y la cultura?

Un aviso espordico, pero simblico, nos proporciona algunas pistas para explorar estas preguntas. En agosto y
septiembre de 1997, varios sitios de internet destellaron con un mensaje sin precedentes: los uwa, un grupo indgena
del oriente colombiano con aproximadamente cinco mil personas, amenaz con cometer un suicidio masivo saltando
de un peasco sagrado si la corporacin estaudinense Occidental Petroleum llevaba a cabo la exploracin de petrleo
que tena planeada en cualquier lugar de las cien mil hectreas que les quedaban de sus tierras ancestrales. Antes de su
debut en el internet, la lucha uwa haba visto la conformacin de un comit de solidaridad entre ambientalistas y
activistas de los derechos indgenas en Colombia. Tras negociaciones fallidas con el gobierno y la compaa petrolera,
hubo debates sobre la militarizacin y violencia que acarrarera la exploracin petrolera, as como movilizaciones de
los uwa. Como resultado de los avisos en internet, la lucha uwa se ramific en muchas direcciones, desde largos
artculos en peridicos mundiales que destacaban la asumida no violencia tradicional y los conocimientos ecolgicos
de los uwa, hasta el establecimiento de grupos de apoyo internacionales. Adoptada por varias Ongs internacionales,
la lucha uwa se expandi espacial y socialmente en direcciones inesperadas. Esto incluy viajes internacionales
realizados por lderes uwa para difundir conocimiento sobre su lucha y recolectar apoyo. Lderes que llegaron con sus
preocupaciones hasta las oficinas principales de la Occidental en Los ngeles, con el apoyo del transnacional
Proyecto en Defensa de los uwa.
clvi


Casos similares al de los uwa sugieren un nmero de prcticas de base emergentes, posibilitadas por el internet, entre
las cuales encontramos: la manera como se involucran, interelacionan e interactan mltiples actores en varios lugares
del mundo desde grupos de base entre ellos mismos, hasta Ongs locales, nacionales y transnacionales del Norte y
del Sur; coaliciones entre estos actores con varios fines, intensidades y grados de confianza; respuestas coyunturales
a amenazas en curso o particularmente agudas a culturas-naturalezas locales; expresiones de resistencia cultural o
ecolgica; muchas veces, oposicin a proyectos de desarrollo destructivos, reformas neoliberales, y tecnologas
destructivas tales como la minera, la tala de rboles y la construccin de diques; oposicin a los aparatos de la
muerte movilizados para acallar la protesta y la oposicin; la traduccin de las culturas locales al idioma del
ambientalismo global de los cuales, muchas veces emergen, de manera desafortunada, como otra versin del buen
salvaje; y la irrupcin de identidades colectivas en el teatro mundial del ambiente, la cultura, el gnero y el
desarrollo.

Los procesos detrs de estos elementos y eventos son muy complejos, desde la re-creacin de las identidades locales y
nacionales hasta la globalizacin, la destruccin ambiental as como las luchas tnicas y de gnero. En los discursos de
la biodiversidad, los cuales constituyen hasta cierto grado un caso ejemplificador de la poltica de las redes, es posible
observar varios procesos operando simultneamente: a) el discurso de la biodiversidad por s solo constituye una red,
ligando a humanos y no humanos de maneras particulares; b) en esta red, la apuesta de los actores locales puede ser
vista en trminos de la defensa de prcticas culturalmente especficas de construir naturalezas y sociedades; c) se
puede decir que tales prcticas estn comprendidas en lo que anteriormente denomin como la defensa del lugar.

Digamos pues que la biodiversidad es un discurso que articula una nueva relacin entre la naturaleza y la sociedad en
contextos globales de la ciencia, las culturas y las economas. Los discursos de la biodiversidad han constituido una
vasta red desde las Naciones Unidas, el World Banks Global Environment Facility (Gef) y Ongs ambientalistas
del Norte, hasta gobiernos del Tercer Mundo, Ongs del Sur y movimientos sociales que sistemticamente organiza
la produccin de conocimiento y tipos de poder, ligando la una a la otra a travs de estrategias y programas concretos.
Dicha red est compuesta de actores y sitios heterogneos, cada uno con su propio sistema interpretativo
cultural-especfico, as como con sitios y conocimientos dominantes y subalternos. En la medida en que circulan a
travs de la red, las verdades son transformadas y reincritas en otras constelaciones de conocimiento-poder, resistidas,
subvertidas o re-creadas para servir a otros fines, por movimientos sociales por ejemplo, que en s mismos devienen en
sitios de encuentros discursivos importantes. Redes orientadas tecnocientficamente tales como la biodiversidad estn
siendo transformadas continuamente a la luz de traducciones, viajes, transferencias, y mediaciones entre y a travs de
los sitios que las componen. De hecho, varias conceptualizaciones contratastantes sobre la biodiversidad han ido
193
emergiendo en aos recientes de sitios de redes y procesos diferentes.
clvii


Puede decirse, entonces, que la biodiversidad, lejos de ser el mbito de conservacin neutral de la ciencia y la
administracin que muchos asumen, sustenta una de las redes de produccin de la naturaleza ms importantes de
finales del siglo XX. Mientras que los lugares se imbrican con las redes, emergen controversias alrededor de las
concepciones de naturaleza-cultura. El caso uwa como muchos movimientos sociales en regiones ricas en
biodiversidad evidencia que la meta de su lucha es defender una manera particular de relacionarse con la naturaleza,
enraizada en su cultura. Estudios etnogrficos documentan, de manera elocuente y detallada, naturalezas-culturas
profundamente diferentes al interior de muchos grupos. Por ejemplo, una de las concepciones ms aceptada
comnmente es que muchos modelos locales no cuentan con la dicotoma naturaleza/sociedad. De manera diferente a
las construcciones modernas, los modelos en contextos no-occidentales a menudo estn fundados en vnculos de
continuidad entre tres esferas: biofsica, humana y sobrenatural. Esta continuidad que, sin embargo, puede ser
experimentada como incierta y problemtica es establecida culturalmente a travs de smbolos, rituales y prcticas
encarnadas en relaciones sociales que difieren de las de tipo capitalista.
clviii


Los modelos locales de la naturaleza existen en contextos transnacionales; sin embargo, no pueden ser explicados sin
referencia alguna al enraizamiento y a culturas locales. Dichos modelos estn basados en procesos histricos,
lingsticos y culturales que retienen alguna especificidad de lugar a pesar de su entroncamiento con procesos
translocales. Desde esta perspectiva, aparece una pregunta terica y utpica: puede ser redefinido y reconstruido el
mundo desde la perspectiva de las mltiples prcticas culturales, ecolgicas y sociales encarnadas en modelos y
lugares locales? Esta es quizs la pregunta ms profunda que puede ser formulada desde una perspectiva radical de
redes. Qu tipo de redes seran ms pertinentes para dicha reconstruccin? Esta pregunta requiere que examinemos
un poco ms detalladamente sobre los lugares y su defensa.

Como Arif Dirlik ha subrayado (1997b), los lugares y las prcticas de lugar han sido marginadas en los debates sobre
lo local y lo global. Esto es lamentable por cuanto el lugar es esencial para pensar construcciones alternativas de
poltica, conocimiento e identidad. La marginalizacin del lugar es reflejo de la asimetra existente entre lo global y lo
local en gran parte de la literatura contempornea de la globalizacin; en la cual lo global est asociado al espacio, el
capital, la historia y la agencia, mientras que lo local est ligado, por el contrario, a cuestiones como el lugar, el trabajo,
la tradicin, las mujeres, las minoras, los pobres y, uno podra agregar, las culturas locales.
clix
Algunas gegrafas
feministas han intentado corregir esta asimetra al argumentar que el lugar tambin puede construir articulaciones
mediante redes de varios tipos (Massey, 1994; Chernaik, 1996). Resistiendo la marginalizacin del lugar, otros autores
sugieren que la reapropiacin del lugar vivido y encarnadodebe ser parte de cualquier agenda poltica radical
contra el capitalismo y la globalizacin a-espacial y a-temporal. La poltica tambin est ubicada en el lugar, no tan
slo en los supra-niveles del capital y el espacio.
clx
Un paso paralelo implica reconocer que el lugar tal y como las
concepciones ecolgicas discutidas anteriormente lo evidencian claramente contina siendo una experiencia
enraizada y con algn tipo de fronteras, as sea poroso y cruzado por lo global.
clxi


Las teoras contemporneas sobre globalizacin tienden a asumir la existencia de un poder global al cual lo local se
encuentra necesariamente subordinado. Bajo estas condiciones, es posible lanzar una defensa del lugar en la cual el
lugar y lo local no deriven su significado tan slo de su yuxtaposicin con lo global? Quin habla por el lugar?
Quin lo defiende? Puede ser reconcebido el lugar como proyecto? Para que esto suceda, necesitamos un nuevo
lenguaje. Para volver a Dirlik (1997a, 1997b), lo glocal es una primera aproximacin que sugiere prestar la misma
atencin a la localizacin de lo global y a la globalizacin de lo local. Las formas concretas en las cuales este carril de
doble va toma cuerpo no es conceptualizado tan fcilmente. Como Massey lo esboza, lo global est al interior de lo
local en el mismsimo proceso de formacin de lo local [...] el entendimiento de cualquier localidad debe detenerse de
manera precisa en los vnculos que circulan ms all de sus fronteras (1994:120). Inversamente, muchas formas de lo
local son ofrecidas para consumo global, desde artesanas hasta ecoturismo. El punto clave a este respecto sera
identificar esas formas de globalizacin de lo local que pueden convertirse en fuerzas polticas efectivas en defensa del
lugar y su identidad, as como esas formas de localizacin de lo global que los locales pueden utilizar para sus propios
fines.

De seguro, el lugar y el conocimiento local no son las panaceas que resolvern los problemas mundiales. El
conocimiento local no es puro ni libre de dominacin; los lugares pueden tener sus propias formas de opresin y
hasta terror; tanto el lugar como el conocimiento local son histricos y estn conectados a un mundo ms amplio a
194
travs de relaciones de poder; ambos fcilmente pueden propiciar cambios reaccionarios y regresivos como tambin,
de igual manera, pueden originar transformaciones polticas progresistas; las mujeres, a menudo, son subordinadas a
travs de restricciones ligadas al lugar y la casa (Massey, 1994); y, claro est, los grupos nativos han sido encarcelados
y segregados espacialmente. Estos factores tienen que ser tomados en serio. No obstante, en contra de quienes piensan
que la defensa del lugar y el conocimiento local es indudablemente romntica, uno podra decir, de acuerdo con
Jacobs (1996a:161), que es una forma de nostalgia imperialista, un deseo por el nativo intacto que presume que
tales encuentros entre lo local y lo global slamente constituyen otra fase del imperialismo. Qu cambios ocurren
en lugares particulares como resultado de la globalizacin? O, contrariamente, qu nuevas maneras de pensar el
mundo emergen de los lugares como resultado de tal encuentro?

La defensa del lugar es una creciente necesidad sentida por parte de quienes trabajan en la interseccin entre el medio
ambiente y el desarrollo, precisamente porque la experiencia del desarrollo ha significado para la mayora de la gente
una separacin entre la vida local y el lugar, con dimensiones ms profundas que nunca antes. En el campo ambiental,
los acadmicos y los activistas no slo descubren que los movimientos sociales mantienen una referencia fuerte al
lugar verdaderos movimientos de apego ecolgico y cultural a lugares y territorios sino tambin que cualquier
curso de accin alternativo debe tener en cuenta modelos locales de la naturaleza, con sus respectivas prcticas
culturales, ecolgicas y culturales. Debates sobre el postdesarrollo (Rahnema y Bawtree, 1997), el conocimiento local,
y modelos culturales de la naturaleza estn teniendo que enfrentar la problemtica del lugar. Concebidos desde esta
perspectiva, la ecologa, la cibercultura y el postdesarrollo facilitaran la incorporacin de prcticas de lugar y modos
de conocimiento hacia procesos que instauren rdenes alternativos. En otras palabras, la reafirmacin del lugar y la
cultura local no capitalista debera resultar en teoras que hagan visibles las posibilidades de reconcebir y reconstruir el
mundo desde las prcticas de lugar.


Interactividad y posicionalidad: una ecologa poltica feminista de la cibercultura

Parece paradjico construir un vnculo entre el lugar y la cibercultura. Pero si es cierto que estamos siendo testigos de
la emergencia de una comunidad transnacional virtual-imaginada que altera las condiciones del activismo en un
mundo que se contrae (Ribeiro, 1998), entonces debemos reconocer la necesidad de construir tal vnculo. El activismo
a distancia tiene un sentido poltico perfecto en la cibercultura. Sin embargo, dicho activismo, como Ribeiro lo anota,
debe estar basado en un vnculo adicional entre el ciberactivismo y el activismo cara a cara del espacio fsico lo que
denomino aqu prctica poltica del lugar. Este vnculo debe ser pensado en trminos de la interaccin entre los
diferentes actores del nivel local, regional, nacional y transnacional de la integracin de redes; esto es, de acuerdo con
nuevas formas de relacionar el espacio, el lugar y la poltica. Tambin debe considerar los discursos que relacionan
esos niveles de integracin y que, quizs, pueden intensificar la efectividad del transnacionalismo los discursos
ambientalistas, feministas y de derechos indgenas, por ejemplo; as como debe estar atento al hecho de que la
globalizacin alimenta de manera simultnea la fragmentacin y la integracin, y que el internet incrementa la esfera
pblica y la accin poltica a travs del mundo virtual que los reduce en el mundo real (Ribeiro, 1998:345).

Esto es para decir que, no obstante la importancia de las ciber-herramientas y culturas, mucho de lo que necesita ser
cambiado depende de las relaciones de poder en el mundo real. Podramos darle a cada mujer en el mundo o a cada
grupo ecolgico una computadora y una cuenta en internet, y el mundo quiz se mantendra igual. Esto significa que
la relacin entre la cibercultura y el cambio poltico como tambin entre el ciberespacio y las prcticas del lugar
debe ser construida polticamente. Dicha relacin no est dada por las tecnologas en s mismas; aunque, como
discutir a continuacin, la tecnologa nutre nuevos modos de conocer, ser y hacer. Quizs aprendamos ms de esta
construccin poltica mirando el campo de la ecologa poltica feminista, cuyo enfoque se basa en la relacin entre el
entorno, el desarrollo y las cuestiones de gnero (Rocheleau, Thomas-Slayter y Wangari, 1996; Harcourt, 1994).

La ecologa poltica feminista comienza por abordar el gnero como una variable crtica que determina el acceso, el
conocimiento y la organizacin de los recursos naturales. Explica las experiencias del entorno y del gnero en
trminos de los conocimientos situados de las mujeres, que se encuentran tambin moldeados por la clase, la cultura y
la etnicidad. La ecologa poltica feminista devela la importancia de los distintos tipos de conocimiento local que
tienen las mujeres sobre el entorno. Ms an, trata de ligar esto con los movimientos sociales y la defensa de la cultura
local y las ecologas biofsicas. De manera anloga, la ecologa poltica feminista le presta atencin a la dinmica de
gnero de los derechos y los deberes, a menudo utilizados en contra de las mujeres. Dicha perspectiva disciplinaria
195
encuentra que

las mujeres estn comenzando a redefinir sus identidades y el significado del gnero a travs de
expresiones de agentividad humana y accin colectiva enfatizando la lucha, la resistencia y la
cooperacin. Haciendo esto, tambin han comenzado a redefinir asuntos ambientales para
incluir el conocimiento, la experiencia y los intereses de las mujeres. (Rocheleau,
Thomas-Slayter y Wangari, 1996:15).

El activismo ecolgico de las mujeres teje cuestiones de poltica ambiental, acceso y distribucin de recursos y
conocimiento con gnero, mientras alimenta una visin alternativa de la sostenibilidad:

La ecologa poltica feminista proporciona un marco valioso para analizar y comparar las
historias de mujeres alrededor del mundo. Ofrece un enfoque que deriva la teora de la
experiencia prctica, evitando los vacos de mantener una separacin entre la teora y la prctica.
Vincula la perspectiva ecolgica con anlisis de poder econmico y poltico, adems de las
polticas y acciones, al interior de un contexto local. La ecologa poltica feminista rechaza las
construcciones dualistas del gnero y el entorno a favor de la multiplicidad y la diversidad, y
enfatiza en la interconectividad las dimensiones ecolgicas, econmicas y polticas del cambio
ambiental. (Thomas-Slayter, Wangari y Rocheleau, 1996:289).

La relevancia de esta visin para el anlisis de las mujeres y la cibercultura es evidente, en particular: suministra un
marco para examinar las experiencias de las mujeres en todo el mundo, liga la teora y la prctica en las organizaciones
y movimientos de mujeres para el cambio social las races de gnero del activismo, subraya la importancia y el
carcter de gnero del conocimiento local, cuestiona la presuncin del desarrollo econmico as como la dominacin
de la naturaleza y las mujeres, identifica las diferentes posiciones estructurales ocupadas por mujeres y hombres,
utiliza los conceptos feministas para guiar los debates sobre polticas, e imagina perspectivas globales a partir de
experiencias locales. En la ecologa poltica feminista las mujeres luchan simultneamente en contra de la destruccin
de la naturaleza y de las polticas convencionales ciegas al gnero y la cultura para reestructurar la naturaleza a
travs del desarrollo y la administracin sostenible. En la poltica cibercultural feminista, las mujeres luchan en contra
del control de la cibercultura por parte de grupos patriarcales dominantes y en contra de la reestructuracin del mundo
por parte de las mismas tecnologas que stas buscan apropiar. En tanto la poltica cibercultural de las mujeres est
ligada a la defensa del lugar, es posible sugerir que se convierte en una manifestacin de la ecologa poltica feminista.
Esta ecologa poltica contemplara de manera similar el carcter de gnero de los conocimientos, los derechos, los
deberes y las organizaciones. En ltimas, esta perspectiva examinara las dinmicas de gnero de la tecnociencia y el
ciberespacio.

Para concluir hay dos aspectos que deben ser discutidos. El primero es el carcter poltico de las redes. El carcter
progresista de las redes no puede ser asegurado de antemano. Como ya he sugerido, las organizaciones y movimientos
sociales progresistas en el mbito de la conservacin de la biodiversidad no forma una red autnoma por s sola, sino
una que est contenida en otra ms grande, con sitios dominantes y subalternos que no son independientes. Que de
hecho sera difcil construir una red propia es atestiguado tambin por la experiencia del movimiento de mujeres pre
y pos Beijing, como Sonia lvarez lo ha analizado lcidamente. Para lvarez (1997, 1998) la transnacionalizacin de
la agenda feminista latinoamericana hecha posible por la proliferacin de las redes de mujeres ha tenido consecuencias
significativas, aunque no siempre felices. No hay duda de que la creciente transnacionalizacin de los movimientos de
mujeres ha tenido muchos efectos positivos, tales como la incorporacin de la diversidad tnica y sexual, el
fortalecimiento de alianzas con Ongs y movimientos transnacionales, as como la transformacin de polticas de
Estado en mltiples niveles. Sin embargo, estos logros tambin han tenido su lado flaco, que lvarez explica en
trminos de una creciente profesionalizacin, acomodacin discursiva y algunos compromisos que han hecho ciertas
Ongs con polticas patriarcales-dominantes a menudo guiadas por los regmenes del mercado. Esta acomodacin ha
limitado, en ciertos momentos, la poltica cultural feminista ms radical. El anlisis de Vernica Schild (1998) sobre la
profesionalizacin del movimiento de mujeres en Chile tambin sugiere que este proceso ha contribuido a la
desmovilizacin de movimientos populares de mujeres e introducido discursos culturales neoliberales de mercado e
individualidad entre las mujeres trabajadoras pobres.

Esto es para decir que la poltica de las redes no necesariamente van de la mano con el carcter de quien las construye.
No obstante, las redes tienen efectos polticos importantes. Las redes producen una forma de mirar el mundo no tanto
196
en trminos de fragmentacin como muchos marxistas tienden a hacerlo
clxii
sino de las posibilidades de coalicin.
Para algunas gegrafas feministas, la poltica de las coaliciones es una caracterstica de las redes basada en una nocin
positiva de la diferencia. Las prcticas sociales del lugar pueden conducir a articulaciones a travs del espacio: la
forma que toma esta articulacin global es a menudo ms una red que un sistema, una coalicin de grupos especficos
y diferentes antes que la universalizacin de cualquier identidad poltica (Chernaik, 1996:257). Esta forma de pensar
las redes tiene eco en la posicin feminista de conceptualizar el espacio, el lugar y la identidad ms en trminos de
relaciones que de la imposicin de barreras (Massey, 1994). Ms an, es claro que los movimientos sociales con base
en el lugar crean efectos espaciales que van ms all de la localidad. Estos producen formas de glocalidad que no
son insignificantes. Consideremos, por ejemplo, las redes de los movimientos sociales de indgenas en las amricas,
as como las de las mujeres y los ambientalistas en otras partes del mundo. Las redes de los indgenas de las amricas
son quizs el mejor ejemplo de la efectividad y las limitaciones de las redes transnacionales de organizacin e
identidad.

Pero ests formas paralelas de glocalidad conducirn a nuevos ordenes sociales? Este ltimo aspecto, la pregunta
por las alternativas permanece en gran medida sin resolver. Para Dirlik (1997a), la sobrevivencia de culturas de lugar
ser asegurada cuando la globalizacin de lo local compense la localizacin de lo global, esto es, cuando se
reintroduzca la simetra entre lo local y lo global en trminos sociales y conceptuales. La imaginacin y actualizacin
de rdenes diferentes demanda: la proyeccin de los lugares entre los espacios para crear nuevas estructuras de poder
[...] de tal forma que incorpore a los lugares en su propia constitucin (Dirlik, 1997a:39), la liberacin de imaginarios
no capitalistas hacia el establecimiento de otras economas, as como la defensa de culturas locales lejos de su
normalizacin por parte de las culturas dominantes. Para que esto suceda, los lugares deben proyectarse a s mismos
hacia los espacios que son actualmente dominios del capital y la modernidad (Dirlik, 1997a:40). En la medida en que
las Nicts son centrales para la re-creacin de los dominios del capital y la modernidad, la poltica cibercultural juega
papel esencial en este proyecto poltico. La poltica cibercultural puede ser un mecanismo importante para expansin
en los trminos de Latour (1993) de las redes a travs de las cuales los grupos subalternos buscan redefinir el
poder, as como defender y construir sus identidades.

No obstante, la cuestin de la glocalidad y la expansin de las coaliciones de luchas de defensa del lugar debe
aproximarse de manera cuidadosa. Como platean Esteva y Prakash (1997) cuando critican el eslgan piense
globalmente, acte localmente, debemos sospechar de todas las formas globales de pensar. De hecho lo que se
necesita es exactamente lo opuesto: personas pensando y actuando localmente, mientras forjan solidaridad con otras
fuerzas locales que comparten esta oposicin al pensar globlamente y a las fuerzas globales que amenazan los
espacios locales (Esteva y Prakash, 1997:282). Es claro que los lugares, al vincularse con otros, crean realidades
supralocales. Quizs el lenguaje de las redes y la glocalidad es slo una manera provisional de referirse a estas
realidades que an se encuentran pobremente entendidas desde perspectivas no globalistas. Iniciativas con base en
lugares concretos ofrecen formas de pluralismo radical que se oponen al globalismo; comprometerse con fuerzas
supralocales, como lo plantean Estava y Prakash, no convierte a las personas locales en globalistas.

Esto de ninguna manera implica concebir el lugar como puro o por fuera de la historia. Prestar atencin al lugar
implica desestabilizar los espacios ms seguros del poder, es decir, aquellos marcados por el mercado y por
perspectivas geopolticas y de la economa poltica (Jacobs,1996a:15). Hablar de activar los lugares locales, las
culturas, las naturalezas y el conocimiento en contra de las tendencias imperialistas del capitalismo y la modernidad no
es una operacin deus ex machina, sino una manera de moverse ms all del realismo crnico alimentado por los
modos de anlisis convencionales. Por ejemplo, es posible pensar en esferas pblicas ecolgicas alternativas o que
estn en contra de las ecologas imperialistas de la naturaleza y de la identidad de la modernidad capitalista. Podemos
pensar la cibercultura en trminos similares? Qu tipo de ciber esferas pblicas pueden ser creadas a travs de las
redes imaginadas por las mujeres y los ecologistas, entre otros? Y ms an, alimentarn nuevas formas de relacin,
interaccin, concepcin de la vida, el gnero, la justicia y la diversidad?

Esto nos trae el segundo y ltimo aspecto que quisiera discutir. Es posible pensar que las nuevas tecnologas, por su
propio carcter y en las manos de grupos subalternos, nutran nuevas prcticas del ser, el conocer y el hacer? Se trata de
una pregunta sumamente compleja a la cual slo puedo dar una respuesta parcial invocando brevemente el trabajo de
Katherine Hayles y Donna Haraway. Para ambas autoras, la crtica del objetivismo hecha posible por el feminismo y la
tecnociencia apuntalan nuevas prcticas del conocer. Para Hayles, el conocimiento puede ser pensado en trminos de
interactividad y posicionalidad:
197

La interactividad apunta hacia nuestra conexin con el mundo: todo lo que sabemos del mundo
lo sabemos porque interactuamos con l. La posicionalidad se refiere a nuestra locacin como
humanos en determinados tiempos, culturas y tradiciones histricas: interactuamos con el
mundo no desde un contexto abstracto generalizado, sino desde posiciones marcadas por las
particularidades de nuestras circunstancias como seres humanos situados en un cuerpo y
contexto especfico. Juntas, la interactividad y la posicionalidad le proponen un gran reto a la
objetividad tradicional, que para nuestros propsitos puede estar definida como la creencia de
que conocemos la realidad en la medida en que nos encontramos separados de ella. Qu sucede
si comenzamos desde la premisa opuesta, de que conocemos el mundo precisamente porque nos
encontramos conectados a dicha realidad? (1995:48).

Seguramente muchos grupos premodernos o no modernos siempre han vivido con la premisa opuesta de
inseparabilidad del ser y el Otro, del cuerpo y el mundo, de la naturaleza y la sociedad. Los modelos culturales de la
naturaleza mencionados anteriormente as lo atestiguan. La interactividad y la posicionalidad son entonces atributos
naturales de muchas personas y, como Hayles aade, para vivir bajo estos principios se necesita no slo otras
epistemologas sino valores diferentes. Las nuevas tecnologas son alabadas por su interactividad, pero en contextos
modernos esta interactividad a menudo se da sin cuerpos ni contextos concretos. Los grupos sociales del Tercer
Mundo pueden estar preparados para asumir la interactividad y posicionalidad facilitada por las Nicts. Como Austerlic
(1997) plantea, la ventaja de las periferias en este mbito yace no en el diseo de hardware sino de los contenidos, que
se encuentran definidos culturalmente. Ocasionalmente la ciencia ficcin juega con la idea de bajar las culturas del
Tercer Mundo en redes globales. La idea sugiere que est en juego toda una poltica cultural en la apropiacin de las
Nicts que hagan los grupos no dominantes.

Las nuevas tecnologas requieren de un tercer principio, el de la conectividad. Haraway retoma esta nocin, que ha
sido depolitizada en mucha de la literatura tecno-celebradora, a travs de la imagen del hipertexto quizs ms apta
para nuestra era que la metfora de la red. Las naturaleza del hipertexto es el hacer conexiones, slo que hoy da
estamos obligados por la tecnociencia a hacer conexiones nunca antes vistas: entre humanos y no humanos, lo
orgnico y lo artificial, as como con los cuerpos, las narrativas y las mquinas. En palabras de Haraway, debemos
aceptar que nos estamos volviendo ontolgicamente impuros (1997:127). Qu conexiones son importantes, porqu
y para quin, devienen en preguntas cruciales. El renovado llamado de Haraway se hace muy claro:

Quiero que las feministas participen ms estrechamente en los procesos de creacin de
significado en la construccin del mundo tecnocientfico [...] As mismo, la figura del
hipertexto debe incitar nuestro anhelo por mundos apenas imaginables, ms all de la lgica
explcita de cualquier Red [] Mi propsito es abogar por una prctica de conocimientos
situados en los mundos de la tecnociencia; mundos cuyas fibras se infiltran y esparsen
profundamente a lo largo de los tejidos del planeta, incluyendo la carne de nuestros propios
cuerpos. (1997:127, 129, 130).

Es claro que, como lo advirtieron Virilio (1997) y Castells (1996), debemos estar atentos a la miseria que el
capitalismo transnacional y la tecnociencia estn imponiendo a billones de personas. Sin embargo, Haraway insiste en
que debemos hacer visibles las innumerables formas en los que los conocimientos situados extraen libertades de estos
regmenes. Debemos prestar atencin a la manera en que mltiples grupos apropian los universos de conocimiento,
prcticas y poder dibujados por la tecnociencia, a menudo a travs de condensaciones sin precedente, fusiones e
implosiones de los sujetos y los objetos, de lo natural y lo artificial. Quizs podramos retejer aquella red denominada
lo global alimentando la produccin de otras formas de vida. Hoy da, el llamado de Haraway slo puede ser pasado
por alto a un costo muy alto. Tiene que ser abordado, por supuesto, desde la cultura y las perspectivas de lugar. Por
ejemplo, los defensores de la biodiversidad en regiones de selva hmeda estn teniendo que involucrarse con los
discursos tecnocientficos y de la biotecnologa dispuestos a utilizar la diversidad con propsitos comerciales. Los
activistas indgenas construyen redes de manera similar para defender sus culturas y ecologas del neoliberalismo y las
polticas depolitizadas de la diversidad. Las Mujeres en la Red es otro reflejo del hecho de que tal reto est siendo
asumido en muchos puntos del Asia, frica y Amrica Latina, entre otros.


198
Conclusin

Las nuevas tecnologas digitales e informticas ofrecen posibilidades nunca antes vistas para actores, identidades, y
prcticas sociales y polticas alternativas. Que esto se lleve a cabo depender de muchos factores, ms all de la
identidad de los tejedores de la red en s mismos, particularmente de la relacin mantenida entre el activismo en el
ciberespacio y el cambio social en los mundos locales. Los grupos progresistas que desean apropiarse de estas
tecnologas deben construir puentes entre el lugar y el ciberespacio; como dira Virilio, entre la actividad e
interactividad, la presencia y la telepresencia, la existencia y la tele-existencia. Estos puentes tienen que ser
construidos polticamente. La experiencia de quienes trabajan en la interseccin entre el gnero, el entorno y el
desarrollo ofrece lecciones valiosas para dicha construccin cultural en el campo de la poltica cibercultural.

Por razones histricas y culturales, las mujeres, los ambientalistas y los movimientos sociales del Tercer Mundo
pueden estar mejor sintonizados con los principios de interactividad, posicionalidad y conectividad que parecen
alimentar la crtica feminista de la ciencia y las nuevas tecnologas. Estos principios propician nuevas formas de
conocer, ser y hacer; quizs pueden generar, por tanto, una poltica cultural de la tecnociencia capaz de transformar el
impacto actual que ejerce la tecnociencia sobre el mundo. Esto requiere que las interfaces que construimos entre
nosotros mismos como usuarios de las nuevas tecnologas, las Nicts y los procesos de transformacin social se basen
en lugares y cuerpos concretos. Construir las experiencias comunicativas de las mujeres y sus formas de comunicar
sobre sus preocupaciones y transfondos sociales y culturales (Apc, 1997:9), constituye un principio de la
comunicacin feminista. En otras palabras, la transformacin de las relaciones ecolgicas y de gnero necesita de
acciones que vinculen el lugar y el ciberespacio. No es imposible pensar que esas mismas redes que tememos acaben
de una vez por todas con los lugares, podran posibilitar una defensa del lugar de la cual el gnero y las relaciones
ecolgicas pudieran emerger transformadas.



Notas

cxlix
.
Women on the Net (WoN).


cl
.
New Information and Communications Technologies.


cli
. Una sociedad de redes globales para Castells (1996), una sociedad moderna de redes largas e hbridos para Latour
(1993), una sociedad bajo la tirana de tecnologas de tiempo real para Virilio (1997), una comunidad transnacional
virtual-imaginada para Ribeiro (1998).

clii
.
M

s espec

ficamente Castells habla de la convergencia de la microelectr

nica, la computaci

n, las telecomunicaciones, la optoelectr

nica y las tecnolog

as biol

gicas tales
como la ingenier

a gen

tica.


cliii
.
Virilio tambi

n observa profundas consecuencias ecolgicas a propsito de estos cambios. Para l, la ecologa necesita estar preocupada por la degradacin de la proximidad
fsica de los seres de diferentes comunidades (
Virilio, 1997:
58). L
a
s N
ict
s tienden a romper las conexiones con la tierra y con los vecinos. Las transacciones a la velocidad
de la luz transforma nuestro entorno inmediato, el horizonte y las dimensiones fsicas de nuestras acciones. La ecologa urbana debera estar preocupada por la polucin creada por la
velocidad. El sentido del espacio y del estar all es lo que est

fundamentalmente contaminado.


cliv
.
Tambin llamadas Free-Nets
.

clv
.
Instituto para las Comunicaciones Globales.


clvi
.
El Proyecto en Defensa de los U

wa es una esfuerzo de colaboracin entre la Coalicin del Amazonas, Amazon Watch, Cabildo Mayor Uwa, Centro para la Justicia y el
Derecho Internacional, la Comisin de Derechos Humanos Colombiana, Earth Trust Foundation, F
ian
Alemania, Organizacin Nacional Indgena de Colombia, Project Under
Ground, Rainforest Action Network (R
an
) y S
ol
Communications.

Para ms informacin contactar:
http://www.solcommunications.com/uwa.html
(
[email protected]
).

clvii
.
Esta es una explicacin bastante corta de la red de
la
biodiversidad. Vase Escobar (1997, 1998a) para un anlisis detallado. Es posible diferenciar cuatro grandes posiciones
en la topologa desigual de la red de
la
biodiversidad: administracin de recursos (perspectiva globalocntrica)
,
Estado soberano (per
s
pectivas nacionales del Tercer Mundo)
,
la
199

biodemocracia (perspectiva progresiva de las Ong

s del Sur
),
y autonoma cultural (perspectiva de los movimientos sociales).
Sobre estas posiciones vase el
captulo 9.

clviii
.
Para una perspectiva de modelos de naturaleza desde el punto de

vista de la antropologa ecolgica, y casos etnogr

ficos de muchos lugares del mundo, vase Descola y


Plsson (1996). De otro lado, Gudeman y Rivera (1990) han sugerido un conjunto de principio tiles para pensar modelos culturales de tierra, naturaleza y economa; tambin vase
Escobar (1998b).


clix
.
Este es claramente el caso en los discursos ambientalistas, por ejemplo de conservacin de la biodiversidad, donde las mujeres y los indgenas aparecen dotados del
conocimiento para salvar la naturaleza. Massey (1994) ya ha denunciado la feminizacin del lugar y lo local en las teor

as del espacio. Para un buen ejemplo de la asimetra de la


que Dirlik
(1997a, 1997b)
habla, vase las citas del libro de Castell (1996).


clx
.
El vol
u
men de junio de 1998 de Development (Vol. 41, No 2) est dedicada a la pregunta de lugar y desarrollo alternativo, con un artculo central de Arif Dirlik. Tambin se
puede consultar a Massey (1994)
,
Lefebvre (1991)
,
Soja (1996).


clxi
.
No es el momento para retomar el complejo debate sobre espacio y lugar de los ltimos aos. Este debate

que inicialmente reuni a los gegrafos marxistas y a las


econom
i
stas polticas feministas, y al cual ms recientemente han contribuido antroplogos, filsofos y ecologstas

comenz con la preocupacin creciente con la globalizacin


y sus impactos en el espacio y el tiempo (la compresin espacio-tiempo teorizada por Harvey, 1989). El debate sobre lugar y espacio tambin tiene una fuente en las explicaciones
de la modernidad, particularmente el anlisis de Gidden
s
sobre la separacin del tiempo y el espacio que hizo posible la separacin de los sistemas sociales y la diferenciacin entre
el espacio y el lugar: El advenimiento de la modernidad

separa de manera creciente el espacio del lugar por cuanto alimenta relaciones entre otros ausentes, fsicamente distantes de
cualqu
i
er tipo de situacin de interaccin cara a cara (Giddens
,
1990:18). La telepresencia de las tecnologas de tiempo real de Virilio
(1997)
es un nuevo paso en esta
genealoga de la divisin entre el espacio y el lugar.


clxii
.
Para los crticos marxistas
,
las redes son una manifestacin de la fragmentacin que la economa mundial impone sobre la mayora de las localidades hoy da. Las redes, desde
esta visin, son incapaces de soportar una lucha significativa en contra del capitalismo y la globalizacin. En contra de esta visin capitalocntrica, algunas feministas han
reaccionado insistiendo en la necesidad de visualizar las m

ltiples formas de las diferencias econmicas, culturales y ecolgicas que a

n existen en el mundo, y el alcance de estas


diferencias para anclar economas y ecologas alternativas (Gibson-Graham, 1996).

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