Luis de Val - El Calvario de Un Ángel Ó El Manuscrito de Una Monja II
Luis de Val - El Calvario de Un Ángel Ó El Manuscrito de Una Monja II
Luis de Val - El Calvario de Un Ángel Ó El Manuscrito de Una Monja II
' ; ]'
EL CALVARI O DE UN NGE L
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA
ED
E
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
SU AUTOR
LXJXS D E V A L
I LUSTRADA CON PRECIOSOS CROMOS
TOMO TI
ES PROPI EDAD
LIBRO QUINTO
BUENOS Y MALOS
CAPI TULO PRI MERO
Un filntropo
I
Acababa de dar l a una de la madr ugada en los relojes
de la villa y corte de Madr i d.
La noche era desapacible, fra, lluviosa.
Las calles est aban solitarias.
Los escasos t ransent es que por ellas di scurr an, i ban
muy apri sa, deseosos, sin duda, de meterse bajo techado
para resguardarse de los rigores de la i nt emperi e.
Por lo mi smo l l amaba ms la atencin la cal ma d un
caballero que avanzaba por el final de la Ronda de Em-
bajadores.
Ni lo solitario del sitio, ni lo fro de la t emper at ur a,
ni la lluvia que volva caer despus de un corto inter-
val o, hacanle apr esur ar el paso.
6 EL CALVARIO DE UN NGEL
Verdad que iba envuelto en un largo chubasquero, ,
pero ste no poda bastar para resguardarl e por compl e
to de la humedad y del fro.
Pareca como si se complaciese en lo mi smo que los
dems tanto les cont rari aba, como si le gustase pasear
en condiciones en que su paseo no tena nada de agr
dabl e.
II
El que imaginase que aquel caballero andaba con t an
ta parsi moni a, porque le preocupaba algn grave pensa-
mi ent o, impidindole darse cuent a de lo que le r odeaba,
se hubiese llevado chasco.
El sugeto en cuestin, no iba distrado, ni mucho
menos.
Para convencerse de ello, bastaba fijarse en la aten-
cin conque mi raba frecuentemente en t orno suyo.
Pareca como que buscase algo alguien.
De vez en cuando, detenase y registraba los huecos
de las puert as.
En algunos encont raba guarecidos infelices golfos
desdichados mendigos quienes la desgracia y la injus-
ticia de la suerte pri vaban de mejor al bergue.
Entonces sola entablarse ent re l y los desgraci ados,
dilogos como el que sigue:
Qu hace usted aqu?
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 7
Guar ecer me del fro y de la lluvia, seor.
No tiene usted casa?
No.
De qu vive?
De la cari dad
Entonces el caballero sacaba al gunas monedas, las
pona en la mano de su interlocutor, y decale:
Tome y vayase dor mi r bajo t echado.
El desheredado de la fortuna alejbase mur mur ando
bendiciones, y el filntropo desconocido prosegua s uca
ritativa t area.
Ms de cuat ro infelices llevaba ya socorridos nuest ro
hombr e en la forma i ndi cada
Si i nt ent aban manifestarle su grat i t ud, i mped al o al e-
gndose presuroso.
Pobres seres, vctimas de la cruel dad de la desgra '
cia! decase.Por qu ha de haber en el mundo des-
igualdades tan injustificadas, tan odiosas? Por qu unos
hemos de tener hasta para lo superfluo y otros han de
carecer hasta de lo necesario? No somus todos hermanos?
No t enemos todos derecho la vida? Pues, por qu en
tonces no di sponemos todos por igual de los medios ne-
cesarios para at ender nuest ra subsistencia?
Estas her mosas reflexiones eran tanto ms de admi r ar
cuant o el que las hac a, apar ent aba pertenecer al pri vi -
legiado nmer o de los favorecidos por la suert e.
Su aspecto era el de un caballero, el de un hombr e
t i eo.
8 EL CALVARIO DE UN NGEL
La riqueza no puede estar oculta por mucho que se
esconda, y bastaba ver aquel i ndi vi duo para adi vi nar
que deba poseer muchos millones.
Acordbase, no obst ant e, de los pobres, y buscaba ei
modo de hacerles participar de sus ri quezas, segn ac
bamos de ver.
III
Sin que el caritativo y noct urno pasamel o advi rt i era,
un hombr e cami naba cautelosamente detrs de l, si
gui endo sus pasos, espi ando sus movi mi ent os.
Este segundo i ndi vi duo iba envuelto en una capa cuyo
embozo le cubr a hasta los ojos.
Si el pri mero se aet en a, detenase t ambi n el segundo,
pero guar dando si empre la mi sma distancia.
Vaya un capr i cho! mur mur aba el de la capa,
cada det enci n, con evidente tono de cont rari edad.
Recorrer las calles de Madri d estas horas y con esta
noche, para repart i r l i mosnas!. . . Ya mva resul t ando
m pesado seguir este hombr e. El mejor da le digo
Cristina que me sustituya por ot ro.
Una de las veces que se hizo esta reflexin, apresurse
aadi r:
Per o no, no me convi ene. Si los millones de Fer -
nando Espejo llegan al fin ser nuest ros, sera una ne
c
e d a d renunci ar la parte que me corresponde.
v
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA
9
Por las ant eri ores pal abras habr n comprendi do nes
tros lectores que el embozado era Romn de Pea flor,
vizconde de Arcilla,.el cmplice y ex amant e de Cristina,
el padre de Soledad.
Quin era el i ndi vi duo quin segua con tanto em-
peo?
No t ardaremos en saberl o.
guna especie, el desconocido del i mpermeabl e, i nt ernse
en la red de estrechas callejuelas que hay en las i nme
diaciones de la Ronda de Embaj adores.
Romn, aunque refunfuando, internse t ambi n,
siempre tras l.
Conocase que estaba muy i nt eresado en no perderl e
de vista.
Nuest ro filantrpico desconocido avanzaba tranquile
y confiado.
De pront o, al dobl ar una esqui na, topse de manos
boca con un hombr e de aspecto sospechoso.
Detvose, y el sugeto con qui en hab a tropezado l e
tendi la mano, dicindole, con voz ronca y spera que
nada tena de supl i cant e:
Una limosna por el amor de Dios!
Es un mendigo!pens ej pr i mer o.
TOMO n \ :..... - 2
IV
Dando muest ras de no abri gar t emor ni recelo de nin
10 EL CALVARI O DE UN NGEL
Y echndose mano al bolsillo, sac al gunas monedas
y las entreg su i nt erl ocut or, dicindole:
Tome , her mano.
El mendigo alarg una mano para coger las monedas,
y al mi smo t i empo sac la ot ra ar mada de un pual .
La bolsa la vida!exclam amenazador ament e.
Y se arroj sobre el que acababa de socorrerle.
El del i mpermeabl e no dio muest ras de asust arse ni
de sorprenderse siquiera.
Rechaz con fuerza al falso mendi go, evit con un r-
pido movi mi ent o el golpe que ste le diriga, y cogin-
dole por las muecas, le sujet, impidindole todo mo-
vi mi ent o. *
El vizconde lleg t i empo de presenciar la ant eri or
escena.
En vez de intervenir en ella, escondise en el hueco
de una puert a, mur mur ando:
Querr nuest ra buena suerte que la casual i dad nos
quite ese hombr e de enmedi o ant es de que nosotros nos
deci damos suprimirlo?
Y desde su escondite, observ con ansi edad cuant o
en la callejuela ocurr a.
Al ver cuan fcilmente se l i braba de la agresin del
falso mendigo aquel qui en l iba siguiendo, el cmplice
de Cristina pens:
Diablo! es un hombr e mucho ms temible de lo que
yo crea. Por lo menos sabe defenderse. Ser preciso
que tenga esto en cuenta cuando llegue el cas.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA
V
Ent re el agresor y el caritativo sugeto, entablse el si
guiente dilogo:
Perdn!. . . No me mate usted!. . . No me entregue
la justicia!balbuce el fingido mendi go, al verse
fcilmente domi nado.
Y ca> de rodillas los pies del mi smo quien ant es
agrediera.
Era un hombr e ya ent rado en aos.
Su traje pareca un muest rari o de asquerosos har apos.
Levntese usted, le dijo el caballero del i mpermea-
ble. Levntese usted y no t ema nada. -
No me har usted ni ngn mal?
No, se lo promet o. En castigo de lo que acaba de
hacer, le exijo que me conteste una pregunt a.
A cul?
Cuantas veces ha hecho ust ed en su vida lo mi smo
que pretenda hacer ahora?
Ni nguna, seor, respondi el otro sin vacilar.
De veras?
Se lo aseguro ust ed.
Pues entonces, por qu ha pret endi do usted hacerl o
esta noche?
Por que ello me ha obligado la necesidad.
12
EL CALVARIO DE UN NGEL
VI
Estas pal abras deb an ser sinceras juzgar por el t ono
conque fueron di chas.
El caballero debi compr ender l o as, porque no repli-
c, limitndose mi rar aj ment e al i ndi vi duo que tena
del ant e.
El i mprovi sado l adrn, no pudo resistir el brillo de
aquel l a mi rada.
Baj los ojos y rompi llorar.
Yo soy un hombr e honr ado, seor a- excl am entre
sollozos.Pero la desgracia se ha cebado en m despia
dadament e. Viejo, enfermo, sin fuerzas para trabajar y
sin recursos para vivir, he pasado toda clase de priva
ciones. Cuant o he sufrido, no lo siento por m , sino por
que de ello ha participado Quiteria, mi esposa, la santa
mujer que desde hace treinta aos es la compaer a de
mi vida.
Es V. casado?
S, seor.
Vive su mujer?
Por mi suerte y por mi desgracia. Por mi suert e,
porque sin sus consuelos me mori r a; por mi desgraci a;
porque vindola participar de mi miseria, sufro dobl e-
ment e.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 13
No tienen ustedes hijos?
Uno, pero esa es nuest ra mayor desvent ura.
Cmo es eso?
Vacil en responder e. anci ano, porque anci ano era el
que pri mero se fingiera mendi go, y luego l adrn y por
ltimo se empeaba en afi rmar que era un hombr e de
bien.
Mire V. , seor, di j o, al fin.Voy decirle la ver
dad, porque me parece una buena per sona. Si no lo
fuera, no me pregunt ar a lo que me pregunt a, ni me tra-
tara como me trata. Ot ro en su lugar me hubiese casti
gado, todo lo ms, me hubiese dejado ir desprecian
dome. Usted, por el cont rari o, parece interesarse por m .
Me intereso por todos los desgraci ados, respondi
el caballero, y no hay desgracia mayor que la de llegar
hast a el cri men.
Seor. . .
Cmo se llama V.?
Manuel , para servirle.
Pues bien, Manuel , hbl eme con la franqueza que
me ha promet i do, que yo le aseguro que no le pesar.
Y cambi ando de t ono, aadi :
Pero mejor habl aremos andando que aqu parados.
Los dos echaron andar el uno al lado del ot ro, como
si fuesen buenos ami gos.
El vizconde sali de su escondite para seguirles.
Cosa ms particular!iba pensando. He ah dos
EL CALVARI O DE UN NGEL
hombr es, el uno de los cuales hace un moment o pareca
que i ba mat ar al ot ro, y ahora se van juntos como si
tal cosa. Qu ser esto?
Y pasando de unas cosas ot ras, agregaba:
Esta noche me he convencido de que no hay nada
ms fcil que qui t ar de enmedi o un hombr e aguar dn-
dole al volver de una esqui na. Lo t endr presente.
Manuel y el caballero hab an vuelto salir la Ronda
de Embaj adores y se alejaban l ent ament e sosteniendo
una conversacin muy ani mada.
A Romn no le qued otro remedi o que resignarse
seguirles.
Noche t ol edana, mur mur . Si esto se repite mu-
cho, t endr que exigir Cristina que me mejore las con-
diciones de nuest ro conveni o.
jfv. ufv uf <af uf ufi aftf fcfa) j ^t j f )
^jp^ &}p ^ J ^ ^ ^^t^ (
CAPI TULO II
Donde se ver que el hambre puede converti r en
ladrn al ms honrado de l os hombres
I
Manuel habl con la mi sma sinceridad conque hab a
"hablado antes.
Yo, seor, empez di ci endo, he sido si empre un
hombr e honr ado y t rabaj ador.
Cual es su oficio?preguntle su acompaant e.
Forj ador, repuso l;pero los aos y una enfer-
medad, que pas hace poco,
f
me han dejado intil para el
t rabaj o.
Prosiga.
En mis mocedades tuve la suerte de casarme con la
Qui t er i a, una muj er que no era una belleza ni mucho
menos, vamos al decir, pero honrada como pocas y con
u n corazn t an grande como la plaza de Madr i d.
l 6 EL CALVARI O DE UN NGEL
Las hiprboles del pobre hombr e, tan propias del pue
blo madr i l eo, hicieron sonrer al que le oa.
Ani mado por aquella sonrisa, que l interpret como
una muest ra de afabilidad, Manuel sigui diciendo:
Nos casamos, t uvi mos un hijo, al que pusieron en
la pila baut i smal el nombr e de Faust i no, y mi mujer y
yo cre amos no necesitar nada ms para ser dichosos Y lo
fuimos por algn t i empo, pero, al fin,.nos lleg la negra,
y nuest ra dicha se troc en desgracia, por culpa del hijo
al que tanto quer amos.
II
El del i mper meabl e escuchaba at ent ament e el relato
de su compaer o.
Desde pequeo, cont i nu Manuel , Faust i no fu
crindose muy consent i do. Le quer amos tanto su ma-
dre y yo! Mira que el muchacho va salir un granuja
con la educacin que le estamos dando, le deca yo
mi pari ent a. Y ella se i ncomodaba conmi go. Crea lain
feliz que nuest ro hijo era un ngel. Bien es verdad que
si su madr e alguna vez le castigaba por esas travesuras
propias de chicos, yo era el pr i mer o en defenderle. Re-
sul t ado, que por cul pa de los dos, el muchacho sali un
pillo, como yo t em a.
Lo cual ocurre muchas veces,dijo el caballero.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA
Casi siempre tienen la culpa los padres de la perdicin
de los hijos.
Es verdad. Y lo peor del caso es que no conocemos
el mal hasta que ya no tiene r emedi o. Si Faust i no lo
hubiramos enderezado desde pequei t o, hoy sera un
hombre de provecho. Ahora ya no hay quien lo ende-
rece.
Qu edad tiene su hijo de V.?
Veintiocho aos.
A esa edad es muy difcil corregir un hombr e. . .
Pero quien sabe. Contine V.
Aquellos dos sugetos, habl aban ya con la mi sma con-
fianza que si fuesen buenos camar adas.
Nadie al verles y al orles, hubi era sospechado el modo
cmo se hab an conoci do.
Cuando Faust i no estuvo en edad de trabajar, si-
gui el forjador,quise ar r i mar l o un oficio; pero, que
si quieres. Ya no hab a qui en le metiera en ci nt ura. En
vez de ir al taller, sei ba por ah correrla con sus ami -
gotes. A los catorce aos, tena vicios que yo no tengo
los cincuenta y tantos. Fuma ba , beba y .. En fin, no le
quedaba nada que saber.
Entonces an pudo V. corregirlo,le i nt errumpi
el caballero.
Lo intent, pero i nt i l ment e. Un da, desesperado,
le di una paliza, y se fu de casa y no volvi en un mes.
Promet no volverle pegar, porque dur ant e aquel mes
TOMO
3
l8 EL CALVARI O DE UN NGEL
la Qui t ea no me dej en paz ni un moment o, dicin -
dome todas horas que por mi cul pa no vera ms su
hi j o. . . Yo haca como que me enfadaba al oira, pero en
el interior la compadec a. Al fin, era madr e, y las ma -
dres todo lo per donan.
III
La narraci n del obr er o, en su mi sma sencillez, era
i nt eresant e.
De esta opinin deba ser el cabal l ero, porque al ver
que su interlocutor se det en a, preguntle:
Y no volvi Faust i no por su casa?
Ya he di cho que volvi al cabo de un mes, repuso
el forjador.Ojal no hubi era vuelto!
Volvi peor que se hab a marchado?
S, seor.
Es nat ur al .
Ms desobedi ent e, ms descarado, ms vicioso, ms
pillo. Yo no intent siquiera hacerle que t rabaj ara, y du
rant e algunos aos se llev la gran vi da. Tr abaj aba yo
par a l.
Mal hecho.
El viva como un prnoipe y yo me mat aba para l l e-
var la casa por del ant e. Lleg la qui nt a y nuest ro hijo
cay sol dado.
Fu al servicio?
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJ V I Q
No, seor, y esa fu una de mis mayores tonteras.
Nosotros hab amos reuni do algunos ahorrillos. La Qui -
t ea comenz llorar, pensando en que iba dejar de
ver su hijo. Qu hab a de hacer yo? Pnesl o que hi ce,
lo que cual qui er hombr e de corazn hubiese hecho en
mi caso: saqu del fondo del arca los seis mil reales y
libr al chico. Las lgrimas de la Quiteria se cambi ar on
entonces en sonrisas Pobre, como le pes despus lo
que hab amos hecho!
IV
Si alguna debilidad hay disculpable y hasta si mpt i ca,
aunque no deje de ser peligrosa, es la que la mayor a de
los padres sienten hacia sus hijos.
El caballero sonrise, como encont rando simptica y
disculpable la debilidad de Manuel .
Por supuest o, di j o, que Faust i no no agradecera
el sacrificio que por l hab an hecho ustedes.
Ca, no seor!respondi el pobre padre. Todo lo
cont rari o. Sabe usted como nos demost r su agradeci-
miento?
. Comet i endo alguna infamia.
Ni ms ni menos. Robndonos los ahor r os que nos
quedaban y huyendo de casa.
Desdichado!
20 EL CALVARIO DE UN NGEL
Escuso decir $ V. que ste fu para nosotros un
golpe terrible.
Se compr ende.
No preci sament e por el di nero, sino por la accin.
Ves como deb amos haber dejado que nuestro hijo
fuese servir al rey?, deca yo la Qui t eri a. Ella, la po
bre. no me contestaba No haca ms que llorar. Loque
sobre todo senta era no tener su hijo su lado. Cosas
de las madr es .
Y de los padres tambin, pudo haber aadi do, por
qua al evocar tales recuerdos, el pobre hombr e no poda
casi contener el l l ant o.
Avergonzado, qui z, de su emoci n, Manuel hizo un
esfuerzo para domi nar se.
Faustino no volvi casa en mucho tiempo,"dijo.
Volvera cuando se le acab el di nero, aadi su
interlocutor.
Eso es.
Y le recibieron ustedes?
Qu hab amos de hacer, dejarle en la calle?... Era
nuest ro hijo!... Pero no estuvo mucho t i empo nuestro
l ado. Enredse en amores con una mujerzuela, y deja
mos otra vez de verle. Iba vernos muy de tarde en
t arde, y siempre iba pedi rnos l l evarse de casa al
guna cosa. No se acordaba de nosot ros ms que cuando
le hac amos falta... Como nuest ra pobreza era cada vez
ms grande, sus visitas iban siendo cada vez menos re
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 21
cuentes. Hoy se nos pasan veces los dos y los tres me
ses sin verle.
Vive en Madrid? .
S, seor, pero no s cmo ni de qu vive. En unas
ocasiones tiene mucho di nero y en otras le hace falta
hasta una peseta. Nunca se le ha ocurri do darnos un
cntimo, ni nosotros se lo hemos pedi do. . . hasta hoy.
Hoy me atrev pedirle por vez pri mera que nos soco
rriese con al guna cosa!
V
Las lgrimas volvieron embargar la voz del pobre
hombre, pero esta vez eran lgrimas de rabi a, de dol or,
de vergenza.
Hace unos cuant os meses ca enfermo, prosigui
con voz ent recort ada, y en mi enfermedad se agotaron
todos nuestros recursos. Cur , pero qued intil para el
trabajo No soy ya hombr e para nada. He t rabaj ado
tanto en, este mundo! . . . Si conservara parte de mis aho-
rros, pondra una tiendecilla, emprender a un negocio
cualquiera; pero todo se lo llev mi hijo. . . No qui ero
decir V. lo que la pobre Quiteria y yo hemos pasado!. . .
Cuntos das sin comer!. . . Al fin, ha llegado l a. l t i ma.
Nos echan del cuart o en que vivimos porque no hemos
pagado el al qui l er. . . Ya no vamos tener ni un ri ncn
de casa donde esconder nuest ro pesar!. . .
22 EL CALVARIO DE N NGEL
Detvose para secar sus l gri mas, y luego cont i nu:
Hoy ha estado mi hijo vernos, despus de una
ausencia de algunos meses. Iba muy bien vestido y hasta
llevaba reloj y sortijas, pero i ba, como si empre, pedir
nos di nero. Yo le expliqu la situacin y le dije que l
era el que deba ayudar me. Puest o que tena alhajas,
que las vendiese las empease para socorrernos. Que
rr V. creer que se ech reir al orme? Me ech enci
ma de l, cegado por la i ra, y no s como no le ahogu.
Su madr e me lo quit de ent re las manos y se fu juran
do que no volvera vernos. . . Poco me i mport a que
cumpl a su j ur ament o! . . . Su madr e es la que lo siente,
La pobre le quiere todava, pesar de todo!
La emocin con que el pobre hombr e habl aba, no po-
da ser fingida.
Descubranse en ella, su dol or, su amar gur a, su ver-
genza y hasta su desengao como padr e.
Poco me queda ya que decir usted, agreg, des-
pus de una corta pausa. El resto puede adivinarlo
sin necesidad de que yo se lo diga. Maana es el da se
al ado para echarnos la calle. . . Esta noche sal de mi
casa sin saber dnde ir ni qu hacer. . . Casi sin darme
cuent a de ello, me guard en el bolsillo un pual olvida-
do en casa por mi hi j o. . . He andado por esas calles pen
sando en muchas cosas, en. el suicidio, en el cri men. . .
Domi nando mi vergenza, tend mi mano para pedir
una limosna y nadie me dio nada. . . La casualidad hizo
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 23
que tropezara con V. Fu ms compasi vo que los ot ros,
pero lo que me dio no bastaba para sacarme de apur os. . .
jNo s lo que pas por m !. . . El sitio era solitario, la
ocasin propicia; me represent mi pobre Quiteria va
gando por esas calles de Dios sin tener donde recogerse. . .
Ya sabe V. io dems!
Interrumpise para t omar aliento y luego mur mur :
Esta es la verdad, aunque usted no qui era creerla.
Ahora, seor, haga usted conmigo lo que le d la gaa.
Castigeme, seguro de que no he de defenderme. . . Soy
el pri mero en conocer que he obrado mal y estoy arre
pentido y avergonzado de mi conduct a!. . . La necesidad
es mala consejera y yo me hallo en la miseria ms es-
pantosa! '
CAPI TULO III
Peri qui to
I
Ter mi n Manuel su triste narraci n y aguard que
su interlocutor habl ase.
El caballero no se hizo esperar.
Creo cuant o V. acaba de rel at arme, di j o.
Puede V. creerlo,afirm el forjador, porque es
la verdad pur a.
Si me ha engaado, peor para V.
Fci l ment e puede convencerse de que no he men-
t i do.
De qu modo?
Acompandome mi casa.
Vive usted lejos de aqu?
Muy cerca.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA
Vamos.
Manuel no mostr la menor vacilacin.
Ech andar de nuevo deci di dament e, dando en-
tender que ms le complaca que le cont r ar i aba el que
su interlocutor le acompaase.
El vizconde, que no hab a dejado de seguirles, al ver
que se i nt ernaban de nuevo por las revueltas y solitarias
callejuelas, mur mur :
A donde demoni os irn? A f que no tiene nada de
divertido el espiar un hombr e t an extravagante.
Y sigui andando det rs de ellos, pr ocur ando no ser
visto.
Manuel det vose, al fin, ant e una casa de modestsi-
ma apariencia.
Aqu es,dijo.
Su misterioso acompaant e le det uvo.
Basta,dijo;ahora creo que es ver dad, sin ni ngn
gnero de duda, cuant o antes me ha rel at ado.
No quiere V. ent rar en mi humi l de habitacin?
- N o .
Por qu?
Porque ya no es-iiecsario,.
II.
Y fu sacar la llave para abri r la puert a.
Sin embarj
TOMO lili
4
26 EL CALVARIO DE UN NGEL
Es ya muy tarde y necesito volver casa.
Como V. qui era. i
Vendr verle maana.
Vendr V.?
Se lo promet o. Me ha interesado cuant o me ha r e-
ferido y quiero conocer su esposa.
Una buena mujer carta cabal , seor.
Lo supongo. Por lo mi smo deseo hacer en bien de
ustedes cuant o me sea posible. Cuando venga verles
habl aremos. Por ahor a t ome V.
Y sacando su cart era, extrajo de ella cuant os billetes
contena y los entreg al anci ano.
El forjador no acert aba salir de su asombr o.
Mi raba al t ernat i vament e los billetes y al que se los
hab a dado sin saber lo que le pasaba.
Qu me da V. aqu?pregunt con voz temblorosa.
Cuant o dinero llevo enci ma, respondi sonriendo
el caballero.No era eso lo que V. me peda pual en
mano? Ent onces se lo negu y ahora que no me lo pide,
yo se lo doy espont neament e.
Pero aqu hay mucho di ner o. . .
No mucho; unos dos mil reales.
Dos mil reales!
Creo que habr suficiente para que de moment o
salga V. de apur os.
Ya lo creo!
Ms adelante le socorrer V. en otra forma. Como
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 2 7
/
le he di cho, maana vendr verle y habl ar emos. Hast a
maana.
Hizo ademn de ret i rarse, pero Manuel le det uvo,
arrojndose sus pies y cubrindole las manos de besos.
Hasta maana, repi t i el caballero, huyendo de
aquellas demostraciones de gratitud.
Y se alej presuroso.
III
En la esquina se det uvo para ver ent rar Manuel en
su casa.
Entonces retrocedi, y al estar ante la puert a, det vo-
se, sac la cartera y apunt en ella con lpiz el nmer o
de la casa donde viva su protegido.
Luego se alej, mur mur a ndo:
No he perdido la noche,
:
pues creo que he hecho
una verdadera obra de cari dad. Maana visitar esa,
pobre gente, y si es verdad cuant o Manuel me ha di cho,
les socorrer en otra forma.
El vizconde no hab a perdi do ni un solo movi mi ent o
del misterioso personaje.
Cuando l apunt a las seas de esa casa, pens,
por algo ser. Hagamos lo mi smo que l.
Y yendo hasta la puert a por donde Manuel hab a des
aparecido, apunt t ambi n el nmer o de la c a s a en su
cartera.
28 EL CALVARIO DE UN NGEL
\
Despus r eanudando su espionaje, ech andar de
nuevo tras nuest ro filantrpico desconocido.
IV.
El caballero del i mpermeabl e no mar chaba ya con la
mi sma calma y parsi moni a que al principio, sino que
apret aba el paso, como si dando por t er mi nada su cari -
tativa misin aquella noche, tuviera prisa en llegar cuan
t o antes su casa.
Ahora le da por correr!pensaba Romn, que
apenas poda segui rl e. Cuando digo que este hombre
acabar con mi paciencia!
Y aad a con acent o de odio:
No, pues como me fastidie mucho lo quito cuanto
ant es de enmedi o y en paz. Cuant o ms pront o vengan
nuest ro poder los millones que ambi ci onamos, mejor.
Ser preciso que esta mi sma noche habl e de este asunto
con Cristina. La situacin va prol ongndose ya dema-
si ado.
Verdaderament e hab a razn para que el vizconde es-
t uvi era rendi do.
Hab a andado en pocas horas medi o Madr i d.
Uno en pos de ot ro, llegaron la Puer t a del Sol.
A pesar de lo avanzado de la hor a y de lo despacible
de la t emper at ur a, all hab a, aun, al guna ani maci n.
El desconoci do dirigise la calle de Alcal.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 29
Va su casa, mur mur el vi zconde. Menos mal .
As mi misin habr concluido por esta noche. Ya era
hora.
En el moment o en que el caballero dobl aba la esqui -
na, un muchacho corri l, gritndole:
Don Fer nando! . . . Don Fer nando!
El desconocido se det uvo.
Calle, eres t , Peri qui t o!excl am, reconoci endo
al que le l l amaba.
El mi smo en persona.
De dnde sales?
Pues del cent ro de la plaza. Le he visto V. pasar,
le he conocido y me dige digo: pues voy darl e don
Fernando las buenas noches.
Muy bien hecho.
El vizconde hab ase det eni do en la esqui na, mu r mu -
rando:
Vaya, ot ro pl ant n. Con tal de que sea el l t i mo. . .
Periquito era un chicuelo de diez doce aos, feo,
muy feo, peln, picado de viruelas y con los ojos torc -
dos, pero simptico pesar de todo y listo como una
ardilla.
La inteligencia y la precocidad leanse en su viva in-
teligente mi rada.
Vesta modest si mament e, pero l i mpi o, aseado.
Colgado al cuello llevaba un cajn con cajas de cer i -
llas, peridicos y otras mercanc as por el estilo.
30 EL CALVARIO DE UN NGEL
Aquel era su comerci o.
Fer nando, pues ya sabemos que el desconocido as se
l l amaba, acarici' al chicuelo dndol e u.na pal mada en
la mejilla y le dijo, despus de exami narl e detenida -
ment e:
;.] Ests desconocido!
Verdad que s?repuso peri qui t o, pavonendose
con infantil vani dad. Zapat os nuevos , trage nuevo,
gorra nueva. . .
Y un cajn colgado al cuello, que es un comercio
ambul ant e.
El cajn sobre t odo. Mire V. que bien provisto
est! No falta nada. Con lo que hay aqu , un hombr e
puede ganarse muy bien la vi da.
Per o, de dnde has sacado todo eso?
Es una historia.
Historia tenemos? Cuent a, hombr e, cuent a, que ya
sabes que te aprecio y que me intereso por tu suerte.
Est i mando, seor!
V.
, Descargse el muchacho del peso del cajn, que puso
sobre la acera, para habl ar ms l i brement e, y luego se
expres de este modo:
Ha de saber V. que yo no soy ya un golfo aburri
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 3.1
como tantos otros. De la noche la maana me he c on-
vertido en una persona decente.
Ya lo veo, asinti Fer nando, sonri endo. Pero,
-cmo se ha obrado el milagro?
Pues ver V. Hace tres noches. . . <
La l t i ma que yo te vi?
Just o.
Sigue.
Hace tres noches, despus que V. me encontr y me
dio la limosna de cost umbre, estaba yo todava en el
sitio donde siempre nos encont rbamos, esperando que
saliera la gente de los teatros, para ver si caa al guna
cosa, cuando pas por delante de m una seora vestida
de negro, mi smament e que si fuera un fantasma. Es un
d,ecir, porque yo no s si los fantasmas usan ropa negra
blanca.
Rise Periquito de sus propi as pal abras y luego pr o-
sigui:
Aquella seora se me puso delante y yo le tend la
mano para ver si me daba alguna cosilla; pero c, no
seor, no me dio n. Lo que hizo fu mar ear me pr e-
guntas. Que si esto, que si lo ot ro, que si lo de ms all,
que si tena familia, que como me l l amaba, que de qu
viva... Qu s yo! Ni en el catecismo hay ms pr egun-
tas seor.
La charl a pintoresca del muchacho, pareca compl a-
cer al caballero, el cual le escuchaba at ent ament e.
32 EL CALVARIO DE UN NGEL
Yo le contest la verdad como la contesto si empre,
cont i nu Peri qui t o. Que no tengo ni he t eni do nun-
ca pari ent es, que no vivo en ni nguna parte, que como
de lo que me dan y que me llamo Peri co. Verdad que
en esto no hay motivo para que nadi e llore?
Ci ert ament e que no, asinti Fer nando.
Pues la seora aquella llor. Lgri mas como puos
se le caan al o rme. Y, sabe V. lo que hizo cuando aca-
b de hablar? Pues me bes sin darle asco la porquer a
que yo llevaba enci ma.
Te bes?
Como me bes V. la noche pri mera que nos encon-
t ramos y yo l e refer mi historia. Usted y esa seora son
las ni cas personas que me han basado en el mundo.
En el tono conque fueron dichas estas pal abras, haba
cierto dejo de amar gur a que pareci conmover al caba-
llero.
Cont i na, di j o. Esa historia me interesa.
Pues ver V.
VI.
Int errumpi se Perico para vender una caja de fsforos
un caballero que pasaba, y luego sigui habl ando de
este nodo:
Despus de habl ar mucho y de muchas cosas, la
seora me dijo si quer a trabajar y ser un hombr e de
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 33
provecho. Claro que le contest que s. Qu te gustara
hacer? me pregunt . Yo le respond : pues vender
peridicos y cerillas; es un negocio que da mucho; pero
se necesita lo menos un capital de dos tres duros.
La seora no me dijo ms que, ven conmigo Y con
ella me fui.
Te llev su casa?pregunt Fer nando.
S, seor. Me llev su casa, me dio de cenar y me
acost en una cama muy bl anda. . . Al a maana siguien
te cuando me levant, la seora hizo que me l avara y me
pusiera esta ropa nueva; luego me dio este cajn y me
dijo: tu deseo est cumpl i do; anda ganart e la vida
honradament e; si al guna vez necesitas algo, vuelve por
aqu. Y colorn colorao, mi cuent o se ha acabao. De esto
hace tres das, y vendi endo peridicos y fsforos, me
saco para comer y para dor mi r bajo t echado. Ahora vivo
muy bien. Todos mis amigos de ant es me tienen una
envidia...
Y, no has vuelto ver la seora?
No, seor; pero pienso ir un da de estos su casa
para decirle cmo me va y para darle las gracias. Por
ella he dejado de ser un golfo, y me he convertido en
una persona decente.
Fer nando felicit al ni o por su cambi o de fortuna y
se despidi de l, despus de darl e al gunas monedas, que
el chico no quer a t omar .
El no peda ya l i mosna!
TOMO n 5
3"4 EL CALVARI O DE UN NGEL
Fu necesario que su antiguo protector se pusiese serio
para que las admi t i era.
Promet i ronse volver verse.
Aquel encuent ro pareci preocupar mucho Fer -
nando.
Mi ent ras se diriga su casa, seguido si empre por el
vizconde, iba dicindose:
He ah la verdadera cari dad, la que esa seora ejer-
ce Cari dad previsora que alivia las necesidades de hoy
y procura recursos para las de maana. Hace mucho
t i empo que conozco Periquito y que le protejo dndole
al gunas l i mosnas, y nunca se me ha ocurri do hacer lo
que esa seora ha hecho. Con un pequeo desembolso,
el porveni r de esa pobre cri at ura queda asegurado, tal
vez para si empre. No caer el ejemplo en saco rot o.
Luego, preguntse con di scul pabl e curi osi dad:
Quin ser esa seora?
As pensando, lleg su casa, situada en la calle de
Alcal.
Ent r en ella, y el vi zconde, despus de verle entrar,
se alej, excl amando:
Gracias Dios! Por esta noche he concl ui do.
CAP TULO VI
Quin era el nocturno filntropo
I
Quin era el misterioso y filntropo caballero cuya
nocturna excursin por las calles de Madri d hemos pre
senciado, siendo testigos de sus actos de cari dad y de
amor al prjimo?
El- nombr e de Fer nando con que le design Peri qui t o
y con que nosotros hemos seguido designndole, y el
empeo con que el vizconde le espi aba, habr bast ado,
de seguro, para que nuest ros lectores adi vi nen la contes
tacin de la ant eri or pregunt a.
El sugeto en cuestin era Fer nando Espej o, el nt i mo
amigo del padre de Rogelio, aquel qui en Romn y-
Cristina quer an coger toda costa sus millones.
36 EL CALVARI O DE UN NGEL
Varias veces hemos hecho referencia l, pero nunca
hasta ahor a le hemos t r at ado di rect ament e.
Just o es, pues, que hagamos su presentacin en la de
bida forma.
II
Fer nando contara la sazn de cuarent a y cinco
ci ncuent a aos.
A pesar de lo mucho que hab a sufrido, estaba bien
conservado, y en su rostro advertanse aun rasgos de
enrgica vi ri l i dad.
Era simptico, afable, de exterior distinguido, bonda
doso, triste y compasi vo.
La sombra de amarga melancola que de cont i nuo nu
biaba su sembl ant e, daba idea de sus pasados sufri-
mientos.
Bastaba verl e, para compr ender que no era feliz.
El recuerdo de Consuel o, la que no hab a podido
ol vi dar, amar gaba su existencia.
Cansado de buscarla i nt i l ment e por todas part es, ha-
ba regresado Madr i d, fijando su residencia en la casa
que en otro t i empo habi t ar on sus padr es.
No le quedaba ya esperanza de encont rar la mujer
qui en t ant o quer a, y, sin embar go, pensaba en ella
t odas hor as.
El ejercicio de la cari dad, al que le hemos visto entre-
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 37
garse con tanto empeo, era para l una distraccin y
un consuelo.
Nada mitigaba sus pesares como el hacer bien sus
semejantes.
Entr Fer nando en su casa y retirse su despacho.
Sentse j unt o la mesa, en la que apoy los codos,
dejando caer la frente sobre las pal mas de las manos, y
en esta actitud permaneci algn t i empo.
Al cabo de un rato lanz un suspi ro.
Practicar el bien!exclam tristemente. S. No
hay ocupacin ms hermosa para una existencia intil
como la m a; pero t ambi n en la prctica del bien cabe
el egosmo; y yo he sido hasta ahora un egosta. He
practicado la cari dad, no por los dems, sino por m
mismo; no por favorecer los que socorra, sino porque
era para m un goce el socorrerlos. Esto qui t a mis
actos caritativos la mi t ad de su mri t o. No basta hacer
bien, sino que es necesario saber cmo se hace. Un mis-
mo favor puede produci r mayores menores resultados,
segn el modo como se haga. Desde hoy pensar ms
det eni dament e en el modo como ejerzo la cari dad.
Volvi quedarse pensativo y luego prosigui:
Lo que Peri qui t o me ba di cho de su misteriosa pro
tectora, ha provocado en mis ideas una verdadera revo
lucin. En el ejemplo de esa seora debo i nspi r ar me.
Ella, acaso con menos recursos que los m os, hace de
seguro ms, porque sabe empl earl os. Peri qui t o me debe
38 EL CALVARI O DE UN NGEL
m, por ejemplo, el haber comi do muchos das; esa
sieora le ha dado menos que yo, y, sin embargo, acaso
le deber el comer toda su vi da. Esta previsin, esta tac
tica, es lo que yo no tengo *
Sigui formul ando in ment e nuevos elogios dedi cados
la protectora de Peri qui t o, y acab por decirse:
Quin ser esa seora?
Sentase posedo de una curiosidad invencible por co
nocerl a.
III
Cambi ando de repent e el objeto de sus reflexiones,
Fer nando abri uno de los cajones de la mesa y sac de
l un ret rat o, cui dadosament e envuelto en papeles.
Antes de sacarlo, mi r receloso en t orno suyo, como
si temiese que alguien le sorprendi era.
Su precaucin era intil, porque sus criados se guar
dar an muy bien de ent rar all sin que l l l amar a.
El ret rat o era de una hermossima joven elegantemen-
te vestida.
Aquella joven era Consuel o.
En la parte inferior de la fotografa veanse escritas
estas pal abras, con letra desigual y pequea:
A mi Fernando.
Er a la ni ca prenda que Espejo conservaba de los
desdi chados amor es de su j uvent ud.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 39
Llev el ret rat o sus labios y lo bes repetidas
veces.
Al besarlo humedeci ronse sus ojos.
Luego, cont empl ando la i magen de su amada, como
si sta pudiese oirle, mur mur :
Acaso algn da te convencers de lo injusto que
conmigo fuiste! '.. Tu precipitacin nos hizo los dos
desgraciados. Si hubi eras esperado mis explicaciones,
hubieses comprendi do que lo que creste una infidelidad
no era sino el cumpl i mi ent o de un doloroso deber.
Volvi guar dar ei ret rat o, y mi ent ras lo guar daba
deca:
Sabe Dios si Consuelo vivir!, . . Sabe Dios si vol
ver ver. a!
Y con voz t embl orosa, aadi :
Sabe Dios si me habr ol vi dado y ser feliz con el
amor de otro hombr e!
Esta ltima reflexin hzole extremecerse.
No!murmur. No puede ser! .. Consuelo me
amaba!. . . Amndome no es posible que haya podi do
a ma r ot ro!. . . Si vive ser desgraciada, pero ser fiel
mi amor !
Levantse de su asiento, abandon el despacho y pas
su dormi t ori o.
" Su ayuda de cmar a acudi presuroso para desnu
darle.
Retrese,ie dijo l. Me desnudar yo slo.
40 EL CALVARI O DE UN NGEL
Poco despus haca intiles esfuerzos para dormi rse,
repitiendo una y otra vez el nombr e de Consuelo.
El corazn de aquel hombr e de ci ncuent a aos, con
servaba toda la amor osa vehemenci a de la j uvent ud.
IV
Mientras t ant o, el vizconde llegaba al hotel donde te
na su alojamiento Cristina.
Esta hallbase en compa a de su hija.
Soledad apar ent aba leer, pero en real i dad lo que haca
era entregarse sus pensami ent os.
Pensaba en ngel.
Al ent rar Romn, Cristina le indic la j oven, hacin
dol seas de que fuese discreto.
El vizconde salud su hija con refinada cortesa.
Ella casi no le devolvi el sal udo.
Puedes retirarte descansar, si quieres, dijo Cris
tina su hija.
La joven, que no deseaba otra cosa, psose en pi , bes
su madr e, sal ud Romn con una inclinacin de ca-
beza y se retir su cuart o, di ci endo:
Buenas noches.
Al fin iba verse sola y libre para pensar sus an-
chas en ngel!
Pensar en el hombr e qui en amaba era su ni co con-
suel o.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA
41
V
Apenas Soledad hubo salido, el vizconde, abandonan-
do su afectada compost ura, se arrellen en una but aca,
y dijo:
Parece que no le inspiro mucha simpata mi seo
ra hija.
Lo cual debe tenerte sin cui dado, l e respondi su
antigua amant e.
Es verdad. Pero si empre cont rar a verse t rat ado con
indiferencia por aquellos cuyo cario t enemos dere
cho. Me consuelo pensando que ella no sabe que soy su
padre. Cuando lo sepa. . .
Probabl ement e no lo sabr nunca.
Porqu?
Porque no es preciso.
Tant o como preciso no, per o. . .
Te va dar ahora por la sensiblera?
Quien sabe.
Tendr a gracia!
Con la edad se cambi a t ant o. . .
Djate de. tonteras y vamos lo que i mport a. Qu
noticias me traes hoy? Has espi ado Fernando?
- S .
Qu has descubierto?
TOMO II . . . 6
42 EL CALVARIO DE UN NGEL
Nada y mucho.
Veamos.
VI
Romn refiri Cristina punt o por punt o su excursin
de aquella noche.
Como ves, t ermi n di ci endo, he tenido motivos
ms que sobrados para abur r i r me.
Paciencia, le respondi ella.
. 'Siempre me dices lo mi smo!
Qu quieres que te diga?
Me canso ya de esperar.
Apr ende de m , que llevo ya esperando catorce
aos.
Dices bien.
Ya taita poco.
Cundo ser el casamiento?
Estoy esperando Rogelio . par a habl arl e de ese
asunt o y fijar la fecha.
No ha vuelto an?
- N o .
Me parece que le vas dando demasi ada libertad. El
d a menos pensado se va y no vuel ve.
N 9 t emas. Le tengo bien cogido. Y propsito: tie
lies algo ms que decirme?
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA " 43
No.
Pues ret rat e.
Me echas.
Cuando Rogelio vuel va no qui ero que te encuent r e.
Est bien: me voy.
VII
Se levant el vizconde y se despidi d su ex amant e,
diciendo:
Qu debo hacer maana?
Lo mi smo que hoy, le respondi Cristina.
Seguir Fernando?
S.
Pues voy di vert i rme.
-No hay r emedi o.
En fin, mi ent ras esto acabe pr ont o. . .
En cuant o nuest ra hija se case. . .
Ent onces. . . .
Ent onces habr que hacer otra cosa.
No digas ms, porque supongo lo que te refieres.
Esta noche me he convenci do de que qui t ar un hombr e
de en medi o es mucho ms fcil de lo que yo crea.
Mejor que mej or.
i
Pero, en fin, no habl emos de esto hasta que llegue
el caso.
44
E L
CALVARIO DE UN ANGEL
Es lo pr udent e.
Hast a maana.
Adis y que descanses.
Bien o necesito.
Dironse un l t i mo apret n de manos, el vizconde
marchse y Cristina quedse esperando Rogelio.
CAPI TULO V
s
Ni eves y Fausti no
I
Vaya V. con Dios, mal a persona! Ment i ra parece
que haya justicia en el mundo y que habi ndol a, dejen
ir por la cal l ea las mujeres como V., para que roben la
razn y el seno los hombr es de bien como yo.
El que as habl aba, era un mozo achul ado, no mal
parecido, que falta de mejor ocupaci n, segua por la
calle Mayor una joven de aspecto tmido y humi l de,
de esbelto cuerpo y hermosa cara.
La joven, no haca caso de los chicoleos del chul apo,
pero ste, firme en su empeo, cont i nuaba si gui ndol a,
sin dejarla en paz con su pal abrer a.
Pero rei na, dec al e. Qu le he hecho yo par a
que me mi re con t ant o desprecio? No me oye V.? Pues
46 EL CALVARIO DE N NGEL
si me oye, cmo es que no se abl anda su corazoncito
Lo tiene V. por vent ura de piedra ber r oquea, salero?
Sera una desgracia, porque un cuerpo como ese
cuerpo y una cara como esa cara, le corresponde tener
un corazn bl ando como la mant eca, que se derrita al
fuego de unos ojos que la mi ren V. como la mi ran los
m os.
Toda esta charl a era intil, porque la joven no se
daba por ent endi da de ella.
II
Apret la joven el paso para ver si de este modo se li
br aba del i mpor t uno moscn, cuando de pront o se de
t uvo al or que una voz deca sus espaldas:
Nieves!
Volvise la chica con presteza y exclam alegremente:
Don Fer nando!
Fer nando era, en efecto, el que la hab a nombr ado.
Los dos sal udronse como dos buenos y antiguos
ami gos.
El chul o se det uvo, haci endo un gesto picaresco.
Luego volvi la espal da y se alej mur mur ando:
Anda salero! Pues si era plaza t omada. Ti empo
perdi.
Y aadi sonri ndose:
Estas muchachas que tienen caballeros respetables
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 47
que las protegen, son fruta prohi bi da. Por eso despi ert an
ms el apetito, pero cuesta mucho ms vencerl as. No
estoy por gastar el t i empo.
Y como acertara pasar por su lado una moza de
mucho trapo, se fu tras ella dirigindole los mi smos
chicoleos que hab a dirigido la ot ra.
Gomo se ve, el tal era un tenorio de callejuela, de la
categora de chul apos fanfarrones.
Nieves y Fer nando sostenan ent re t ant o un ani mado
dilogo.
Cunto me alegro de vert e, excl am Espejo.
Y yo de verle V. , repuso la j oven. No puedo
olvidar, ni olvidar nunca, lo mucho que le debo.
Bah!
A pesar de todos mis defectos, soy agradeci da.
Y tu madre?
Tan buena y acordndose mucho de ust ed.
Pobre vieja!
Todos los d as, cuando vuelvo casa, me pregunt a:
no has encont rado por ah don Fernando?
Ya estuve el ot ro da veros.
1
Le diran V. que nos hab amos muda do.
S, pero no supi eron deci rme dnde vi v ai s.
Como i gnorbamos la direccin de V., no pudi mos
avisarle el cambi o de domicilio. Ahora vi vi mos. . .
No me lo digas.
Por qu?
48 EL CALVARI O DE UN NGEL
Vas tu casa?
S, seor.
Pues te acompaar y as sabr dnde vives.
Con mucho gusto.
III
Echar on andar .
Desde que no nos vemos, me han pasado muchas
cosas,dijo Nieves.
Buenas malas?pregunt Fer nando.
Buenas,
Ms vale as.
Ten a un deseo de verle para decirle cuant o me ha
ocurri do!
Pues cuent a, hi j a m a, cuent a, que ya sabes lo mucho
que me intereso por t.
Ya lo s, y por eso tengo en V. tanta confianza.
Vamos ver: qu novedades son esas?
Ant e t odo, ha de saber que tengo novio.
S? desde cuando?
Desde hace ocho das.
Quin es l?
Un chico que ocupa muy buena posicin.
Trabaja?
Cr eo que s.
En qu?
No lo s punt o fijo. Habl a mucho de sus negocios
r
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA
49
pero nunca me ha dicho qu negocios son esos, ni yo se
lo he pregunt ado.
Le quieres mucho?sigui pr egunt ando.
Bastante.
Quieres que te d un consejo?
Pues digo!
No pongas, hija m a, tu afecto en un hombr e, basta
que ests convencida de que lo mer ece.
Mi novio es bueno.
Lo creo; pero no confes demasi ado en su car i o,
hasta que ests convencida de que es un hombr e honra
do. Es una advertencia que te hago por lo mi smo que te
aprecio.
Pareci que estas pal abras no compl ac an mucho
Nieves.
No obst ant e, di si mul ando su cont rari edad, sigui di -
ciendo:
prendern ms.
Vamos ver.
Ha de saber usted, que mi madr e y yo vivimos
ahora con mucho desahogo. Ya no pasamos necesidades.
Cunto me alegro! Y, qu es debi do ese cambi o?
TOMO n ; . 7
Fer nando hizo un gesto de desagrado.
IV
Las otras noticias que tengo que darl e, aun le sor-
5o EL CALVARI O DE UN NGEL
- A u n a razn muy sencilla. Trabaj o^
Dnde?
En una tienda de confecciones. Ahora voy mi casa
comer, y por la t arde volver la tienda trabajar.
Soy muy di chosa, y t oda mi felicidad la debo un al ma
caritativa!
Espejo interrog la joven con la mi r ada.
Ella se apresur aadi r :
Se acuerda usted del da pr i mer o que se present
en mi casa?
- S . .
Fu usted para nosotras la Provi denci a! Mi madre
y yo vivamos en una horri bl e buhardi l l a, rodeadas de
la ms espantosa miseria; mi madr e estaba enferma:
nuest ra situacin no poda ser ms t ri st e. . . Dios le llev
ust ed, sin duda, nuest ro l ado. Nos socorri con lar
gueza y desde ent onces el hambr e y la desgracia huyeron
de nuest ro l ado. . .
A qu viene ahora recordar todo eso?
Ot ra persona, como usted generosa y como usted
caritativa, se ha encargado de compl et ar la obra por
usted comenzada.
La gratitud haba hecho asomar el llanto los ojos de
Ni eves.
Secse la joven las lgrimas y sigui diciendo:
Un da se present en nuest ra buhardi l l a una
seora.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 5 I
Una seora enl ut ada?excl am Espejo.
S. La conoce usted?
No, pero anoche otro de mis protegidos me habl
de una seora vestida de negro, que le haba auxiliado ..
Acaso sea la mi sma.
Cmo se llama?
No me lo dijo.
Tampoco yo se lo pregunt Peri qui t o anoche.
Sigue.
Aquella seora empez por ent erarse de nuestra si^
tuacin y acab por ofrecerme t rabaj o. Podra sealar
les ustedes una pensin como dicen que hace ese
caballero que t ambi n les protege; nos dijo; pero creo
para ustedes ms digno el que proporcione trabajo esta
joven; el trabajo es la base del bienestar.
Debe de ser la mi sma. En esas pal abras reconozco
su noble maner a de i nt erpret ar y de ejercer el bien.
Yo acept, y al da siguiente la seora volvi pre-
sentrsenos para deci rme que fuese una tienda donde
me admi t i r an como oficiala; fui, y en efecto, me admi
tieron sin ni nguna dificultad. Volvi visitarnos nuest ra
protectora al gunos das despus, y nos dijo: conviene
que se muden ustedes de habi t aci n, para que vivan con
alguna ms comodi dad. Y ella mi sma nos facilit lo
necesario para la mudanza. Despus no hemos vuelto
verla.
52 EL CALVARI O DE N NGEL
V
No pudo di si mul ar Espejo su preocupaci n.
El corazn le deca que la protectora de Nieves era la
mi sma protectora de Peri qui t o.
Aquella mujer qui en no conoca, comenzaba ob
sesionarle.
Pareca como si la casual i dad se empear a en ofrecer
sela const ant ement e por model o.
Esa seora ha hecho con esa pobre joven lo que yo
no supe hacer, pensaba. Yo la socorr, es cierto; pero
ella ha hecho ms; porque ha asegurado ms dignamente
su subsistencia.
En qu piensa usted?le pregunt Nieves, vindole
tan preocupado.
En nada, r espondi l procurando di si mul ar.
No se alegra usted de mi buena suerte?
Vaya si me alegro!
Si cree que hemos de estar ms agradecidas
nuest ra nueva protectora que ust ed, se engaa. Para
los dos habr si empre en nuest ro corazn profunda gra
titud, pues los dos han sido para nosotras muy buenos.
Hsbari llegado ant e una casa de modesta apariencia.
En el l t i mo piso de esta casa vivimos ahora,dijo
Nieves.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 53
Y ent r resuel t ament e en el portal.
Su acompaant e se qued en la calle.
No ent ra usted?le pregunt la joven.
No, ahora no puedo, respondi l.
Porqu?
Por que es t arde y tengo que ir ot ro sitio.
Mi madr e se alegrara t ant o de verl e!. . .
Puesto que ahor a ya s donde vivs, volver ot ro
d a,
Como usted qui era.
Adis y mi enhor abuena por cuant o acabas de de -
cirme.
Vaya usted con Dios, don Fer nando.
Iba ya separarse, despus de estrecharse la mano
ami st osament e, cuando Nieves excl am:
Mire usted Faust i no!
Quin es Faustino?
Mi novi o.
Ah!
Mrele ust ed.
Y sealaba hacia la esqui na, donde hab a par ado un
joven bien vestido, aunque con gusto un t ant o char r o.
Faust i no!. . . Faust i no! mur mur aba Espejo mien-
tras exami naba al novio de Nieves. Dnde he odo yo
este nombre?
Todos los das me espera la salida de la tienda
para acompaar me hasta aqu, dijo la j oven. Hoy,
54 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
como me acompaaba ust ed, no se atrevera acercarse
y nos habr seguido. Milagro ser que no est enojado;
pero yo le desenojar dicindole quien ha sido usted
par a nosotras.
VI
No quiso estorbar por ms t i empo Espejo los novi os,
y se mar ch, despus de despedirse por l t i ma vez de l a
j oven.
Esta, en vez de ent rar en la casa, permaneci en la
puert a.
Apenas Espejo se hubo alejado, Faust i no se acerc
su novia.
Nieves asustse al ver la seriedad del joven.
Qu tienes?preguntle.
El , en vez de contestarle, le interrog su vez:
Quin es ese caballero que te acompaaba?
Don Fer nando, nuest ro protector.
Ese de qui en me has habl ado t ant as veces?
S.
Ese seor tan ri co, que hace tantas obras de cari
dad?
El mi smo.
Pareci como que se disipaba en part e el enojo de
Faust i no.
Sube comer, dijo su novia, y baja pront o;
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 55
aqu te aguar do. Te acompaar hasta la enday habl a-
remos.
Me esperars?
Ya te digo que s.
Pues hasta muy pr ont o.
Hast a luego.
Desapareci Nieves en el port al , y el joven comenz
pasear por la acera, mur mur a ndo:
Quien sabe si esta chica podr servi rme de gancho
para hacer un buen negocio.
Mientras t ant o, Espejo alejbase pensat i vo.
Faustino!iba di ci ndose. Me suena ese nombr e.
Alguien lo ha pronunci ado ant e m hace poco t i empo,
pero no caigo en qui en puede ser. Lo que s aseguro,
desde l uego, es que yo ese joven no lo conozco. Hoy
le he visto por pri mera vez en mi vi da. Sin embargo,
sus facciones han quedado t an i mpresas en mi memor i a,
que creo le reconocer donde qui era que le vea.
Par un coche de alquiler que pasaba vaco y subi
l, diciendo al cochero:
Al final de la Ronda de Embaj adores.
Iba visitar Manuel el forjador, como la noche a n-
terior le hab a promet i do
Cuando baj del coche, internse por las callejuelas
que hab a recorri do la noche ant eri or.
Segua preocupado con el nombr e del n.jvio de Ni e-
ves.
5 6 E L CAL VARI O D E U N N G E L
De pront o se dio una pal mada en la frente.
Torpe de m !excl am. Faust i no se llama el hijo
de los infelices qui enes voy visitar. Ser el hijo de
Manuel el novio de mi protegida?. . . Pobre Nieves!. . .
Yo lo averi guar, y si as fuera, har todo lo posible por
salvarla de los peligros que para una joven honr ada
ofrece el amor de un hombr e semejante.
CAPI TULO VI
Otra vez la dama enlutada
I
La casa donde Manuel viva, era una de esas ant i guas
casas de veci ndad, de las que an se conservan al gunos
curiosos ejemplares en los barrios extremos de Madr i d;
verdaderas col menas, en las que viven aci nadas cente
nares de familias, como las abejas modest as y t rabaj a-
doras.
El rui do particular que al penet rar en tales casas se
percibe, rui do compuest o de la mul t i t ud de diferentes
rumores que de cada uno de los numerosos cuart os se
escapan, tiene t ambi n algo del mont ono y acompasado
zumbido de las col menas.
En tal rui do se confunde y se amal gama t odo, forman
do veces un conjunto di sonant e, horr sono: la conver -
T OMO n r~ 8
58 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
sacin de las comadres de la veci ndad, reuni das j unt o
la puert a, la gritera de los muchachos j ugando en el pa-
tio, las dest empl adas voces de las vecinas ri endo en los
pasillos y los r umor es de las varias industrias instaladas
en los cuart os bajos.
Estos l t i mos son los que domi nan y dan tono los
dems, sujetndolos su acompasado ri t mo.
II
Fer nando penet r en la casa, excitando la curiosidad
de las comadres reuni das j unt o la puer t a, ' y lleg al
patio.
Los muchachos que hab a en l suspendi eron sus jue
gos al verl e, y se quedar on cont empl ndol e con asom-
br o.
Er a la pr i mer a vez que vean ent rar all un caballero.
Espejo comprendi su admi raci n y sonrise bonda-
dosament e.
Ll am uno de los chicuelos, al que le pareci ms
espavi l ado, y preguntle, acari ci ndol e al mi smo tiempo
los no muy limpios mofletes de su redonda cara.
Dirne, hijo m o; en qu cuart o vive el seor Manuel
el forjador?
El muchacho que se hab a acercado no sin cierto re
celo, dirigi una mi rada de consulta sus ami gos, como
si les pregunt ara si deba contestar, y, al fin, respondi,
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 59
extendiendo el brazo ,ara sealar una dl as puert as del
pasillo del pri mer piso:
All.
- - Gr aci as. Toma , para que compres un dul ce.
Y le dio una moneda.
Fueron de ver entonces la envidia y la admi raci n de
los dems muchachos.
Todos sentan en su interior no haber sido ellos los
elegidos.
Rodear on al agraci ado y los ms audaces pusironse
pensar en el modo de apoderarse de la moneda codi-
ciada.
No fu necesario que desarrollasen su astucia y su i n-
genio.
Fer nando, que ya comenzaba subir la escalera, adi
vino la envidia de los rapaces, y ret rocedi endo, los l l am
todos y entre ellos reparti algn di ner o.
Qu algeraba se movi entonces!
Los muchachos todos comenzaron gritar desaforada-
mente.
Era una maner a como cual qui er otra de manifestar su
contento.
Arrepentido casi de lu que hab a hecho, por e escn
dalo de que era causa, Fer nando subi- la escalera lo
ms aprisa que pudo, para refugiarse en el cuart o del
forjador.
Pero ya era t arde.
6o E L C A L V A R I O D E U N N G E L
At ra das por los gritos de los chicuelos, hab an salido
de las habitaciones casi todas las veci nas, y, ent eradas
por sus hijos de lo que ocurr a, cont empl aban al r um
boso visitante con un asombr o bastante molesto.
Parec a que mi r aban un bicho r ar o.
III
Abrise la puert a la que Fer nando haba l l amado y
apareci Manuel .
Este, al .reconocer su noct urno protector, lanz un
grito de cont ent o.
Cre que no iba V. cumpl i r me su promesa!ex-
cl am. Pase V. , pase V.
Y comenz gritar:
Quiteria!. . . Sal en seguida!. . . Aqu est el caba-
llero cuya visita te anunci !
Hal l banse en una reduci da estancia, no muy clara,
en la que los muebl es eran muy escasos.
Aquella habitacin serva la vez de comedor y de
sala.
Por la puert a que comuni caba con las habitaciones in
t enor es, apareci una mujer ya ent rada en aos, muy
modest ament e vestida, pero muy amabl e, muy simpa
tica.
Era Qui t eri a.
E L MA N U S C R I T O D U N A MO N J A 6 l
Este caballero es el que te encontraste anoche?
pregunt su esposo.
x
S, respondi Manuel ; est e es el caballero que
supo conocer que yo era un hombr e honr ado, pesar
de haber me present ado l como un pillo. ,
IV
Antes de que Fer nando pudiese i mpedi rl o, Qui t eri a
se arroj sus pies y le bes las manos, dicindole:
Bendito sea V., seor, que tan bueno es y t an cari
tativo y tan generoso! Le debo V. el mayor bien que
pueda deberle: que mi mar i do, en un instante de l ocura,
no haya dej ado de ser un hombr e honr ado.
Tan expresivas y expont neas manifestaciones degr a
titud, conmovi eron Espej o.
Oblig la pobre muj er que se l evant ara, y le dijo:
No tiene V. nada que agradecerme. Arrebat os como
el que anoche sufri su esposo de V., los sufren muchos.
Se necesita tanta energa para soport ar el peso de la
desgracia! Pero si l t uvo un moment o de debilidad, al
menos supo r eponer se. Un hombr e honr ado era, y un
hombre honr ado sigue si endo, no por obra m a, sino
por obra de su propi a conciencia, que le advirti tiem -
po que no estaba bien hecho lo que hac a.
Quiteria escuchbal e embobada.
62 E L CALVARI O' D E U N N G E L
Su esposo la mi r, como dicindole: No te hab a di
cho yo que era muy bueno?
El mat ri moni o busc porfa la silla ms cmoda,
ms limpia y ms segura, de cuant as haba en la casa,
para que Fer nando se sentase.
Espejo most rbase compl aci do por todas aquel l as
pruebas ae deferencia, no porque halagasen su amor
propio, si no porque le daban compr ender , que los
dos pobres viejos eran buenos y agradeci dos.
Manuel cruz una mi rada de inteligencia con su espo
sa y sali de la estancia, volviendo ent rar poco.
Llevaba un pequeo envoltorio en la mano.
Tome ust ed, seor, di j o, present ndol o Espejo.
Este le mi r sor pr endi do.
Qu es esto?pregunt.
Lo que usted me dio anoche.
Los billetes que le entregu?
S, seor.
Cmo?
No falta ni uno.
Per o. . .
Quiteria y yo hemos decidido devolvrselos, porque
ya no nos hacen falta.
Ya no lo necesitan ustedes?
No, seor.
Cmo es eso?
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 63
V
Sentronse Manuel y Qui t eri a, y el pr i mer o dijo:
\ usted puede confirsele t odo. Anoche, mi ent r as
yo estaba fuera, sta t uvo una buena idea. Qu dir us
ted que hizo?
Qu se yo!repuso Espej o, lleno de curiosidad.
Pues se fu casa de una adi vi nadora.
Eh?
A casa de una de esas mujeres que echan las cartas
y adi vi nan el pensami ent o y lo que ha de suceder, y
otras muchas cosas.
Ya, ya compr endo.
La adi vi nadora le dijo: Vayase V. su casa, que la
suerte est punt o de entrrsele por las puertas. Y mi
re V. , acert la muy bruj a.
Es una mujer que vale mucho y tiene muy buena
clientela,dijo Qui t eri a, con tono ponderat i vo. Yo no
quera creer en esas cosas, pero la verdad: ahor a creo
en ellas ojos cerrados. Gomo que en m mi sma he ex
peri ment ado que son verdad.
Al otr aquella pobre gent e, Espejo senta la vez
compasin y risa.
Compasin por su i gnoranci a, risa por su credul i dad.
Se volvi mi par i ent a casita, sigui diciendo Ma-
nuel.
64 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
A esperar que la suerte llamase la puer t a?pr e-
gunt bur l onament e Espejo.
Ni ms ni menos.
Se cansara de esperar.
Nada de eso.
Cmo?
La suerte llam y llam muy pront o.
Dj ame m cont ar eso,dijo Qui t eri a, t omando la
pal abr a. Lo s mejor que t .
Y prosigui en esta forma, ei relato comenzado por su
esposo:
Har a como una hora que estaba yo de vuel t a,
cuando l l amaron la puert a del cuar t o. Abr y me en
cotr frente frente de ua seora vestida de negro.
Espejo se extremeci.
Sera t ambi n aquel l a enl ut ada la misteriosa pro-
tectora de Periquito y de Nieves? .
El caso comenzaba picar en historia.
VI
A partir de este punt o, Espejo escuch con mucha
ms atencin el relato de Qui t eri a.
Esta sigui diciendo:
Sin que yo la i nvi t ara ent rar, la seora se col
hasta aqu . Pareca una sombr a. Empez Labl arme,
dndose por muy ent erada de todas nuest ras desdichas.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 65
Yo no sala de mi asombr o. Quin poda haberle dicho
toda aquello? Lo que luego pense: era la suerte que ha -
ba t omado forma de mujer para vi si t arme.
Espejo no pudo menos de sonrerse.
Siga V.,dijo.
Despus de habl ar mucho rat o, cont i nu Qui t eri a,
la seora me pregunt: De modo que si ustedes pudie-
ran poner una tiendecita para ganarse la vi da, se consi -
deraran dichosos? S, seora, respondle. Ech mano
al bolsillo, sac un paquet e de billetes de banco, me lo
entreg, di ci ndome: Ah tiene usted lo necesario para
realizar su deseo. Y se fu sin aadi r ms.
Espejo sintise sobrecogido casi de misterioso t er r or .
t
Quin era aquella mujer ext raordi nari a que la casua
lidad pareca compl acer se en poner en su camino?
Hizo acerca de ella al gunas preguntas Qui t eri a, pero
sta no pudo responderl e.
La enl ut ada dama no haba dado su nombr e ni las
seas de su domicilio.
Despus llegu yo,dijo Manuel , y le refer mi
esposa lo que me hab a pasado. Tambi n yo me hab a
topado con la suerte en la calle al encont rarl e ust ed;
pero los dos conveni mos en que haba l l amado la suert e
de mala maner a, puesto que intent nada menos que
cometer un cri men, y de aqu que acor dr amos devolverle
el dinero que tan generosament e me dio.
66 E L C A L V A R I O D E N N G E L
Y present de nuevo Espejo los billetes, dicindole:
; Tme l os ust ed, seor, y socorra con ellos otros
desgraciados. A nosotros no nos hacen ya falta.
Tmel os usted, agreg Qui t eri a; pero no crea
que por eso hemos de dejar de estarle agradeci dos.
CAPI TULO VII
Obra de redencin
I
Guardse muy bien Espejo de manifestar el inters
que le i nspi raba la misteriosa protectora de Qui t eri a.
El mi smo no poda explicarse la causa de aquel i nt e-
rs.
Acaso fuese envidia al ver que saba ejercer mejor que
l y con ms provecho la candad.
Rechaz los billetes que el honr ado mat ri moni o se
empeaba en devolverle, y dijo:
Guar den ustedes ese di nero; se lo di Manuel
incondicionalmente y es muy suyo. No me pri ven de la
satisfaccin de cont ri bui r de ese modo su bienestar y
su di cha.
-
68 . E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Y aadi sonri endo:
Esa dama misteriosa, que Quiteria cree la suerte
encarnada en una mujer para veni r protegerla y que yo
considero sencillamente una de t ant as personas carita-
tivas como hay en el mundo, consagradas socorrer y
ampar ar sus semejantes, se me ha adel ant ado y lo
siento, pues yo pensaba hacer ustedes hoy ofrecimientos
parecidos los que ella les hizo anoche. Cmo ha de
ser! Para todo se necesita tener suerte y llegar tiempo,
hasta para hacer una obra de cari dad.
Ante la insistencia de su protector, Manuel y su espo
sa no tuvieron otro remedi o que guar dar de nuevo los
billetes.
Hicironlo, pero no sin repetir antes una vez ms sus
protestas de grat i t ud.
II
No haba qui en Quiteria convenciese de que la dama
que la noche ant eri or la haba visitado, fuera una per-
sona de carne y hueso.
S i es as,deca:cmo y por dnde supo mis
desgracias? Por que yo no he ido nunca contar nadie
mis apur os y ella est aba muy bien ent erada de mi situa-
ci n. Crame ust ed, seor, es un ser del otro mundo.
El caso resultaba inexplicable para el mi smo Fer nando.
En efecto, cmo la caritativa dama hab a descubierto
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 69
las desdichas de aquella familia y cmo haba llegado
tan t i empo para socorrerlas?
Por fuerza debe de tener una polica muy bien mon-
t ada, pensaba Espejo.
Y esto, que parecale i ndudabl e, tenalo por el col mo
de la perfeccin en la empresa caritativa que l se
consagraba.
Tampoco l habasele ocurri do nunca valerse de
discretos agentes, que descubri eran algunas de/las mu -
chas desgracias ocultas que hay en el mundo; hab ase
limitado socorrer los infortunios que la casualidad ha-
ba puesto ant e sus ojos.
Manuel , ignorante cj r ao Quiteria, participaba de la
opinin de su esposa respecto la caritativa dama.
En demost raci n de su asert o, dijo:
Figrese usted si la tal seora estara bien ent erada
de nuestra vida y milagros, que, segn me ha dicho sta,
hasta le habl de nuest ro hijo.
De Faustino?interrog Espejo.
S, seor.
Qu dijo?
Pues me dijo de buenas pri meras: Yo s que t o-
das las desgracias de ustedes provienen de tener un hijo,
quien la debilidad -de ust edes en un principio y las ma-
las compaas despus, han pervertido. Me hizo mu-
chas preguntas acerca de l, y acab di ci endo: Qu
obra de cari dad tan hermosa sera regenerar ese pobr e
7
o E L
C A L V A R I O D E U N N GE L
Eso dijo?
Eso. Yo le hice compr ender que mi hijo, por des-
gracia, no hay ya qui en lo regenere. Bastante me ha cos-
t ado convencerme de ello.
III
Espejo pareca muy pr eocupado.
En efecto,decase, habl ando consigo mi smo. Se
ra una hermosa obra de cari dad redi mi r ese joven,
hacer de l un hombr e honr ado.
Y tras algunos instantes de reflexin, aadi :
Por qu no intentarlo? Por qu no adel ant ar me
los deseos de mi misteriosa competidora? Por que ella, de
seguro, con los datos que le dio Qui t eri a, intentar hacer
algo en favor de Faust i no; es imposible suponer que no
lo intente al menos. Es una obra de caridad demasiado
hermosa para resistir la tentacin de empr ender l a.
Gall, an, algunos instantes ms, y de pront o dijo:
Esa seora tena razn. Debe i nt ent arse, por lo me-
nos, volver Faust i no la senda del bien. Yo me en
cargo de i nt ent arl o. . . y hasta confo conseguirlo. Ya que
no puedo favorecer ust edes de otro modo, pues ha
habi do qui en se me ha adel ant ado, les. favorecer devol-
vindoles su hijo.
Estas pal abras llenaron de asombr o al honr ado ma-
t r i moni o.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 71
Cmo, seor!exclam Qui t ea. Ust ed pret en-
de. . . ?
Corregir Faust i no, respondi Espejo.
En mala empresa se mete, dijo Manuel , y no-
conseguir nada. Mire ust ed, seor, que yo conozco
muy bien mi hijo. Es un pillo, un granuj a. . .
No t ant o, repl i c Qui t eri a, sintiendo despert arse
en su corazn el orgullo de madr e. No di r yo que sea
bueno, pero t ampoco es tan mal o como t quieres supo-
ner. Ot ros habr peores.
De seguro.
Sea como sea, i nt ervi no Espejo,si hasta ahor a
no ha sido bueno, es necesario que llegue serlo. Repito
que yo me encargo de i nt ent arl o y hasta confo conse-
guirlo Qu alegra para ustedes si vieran que un da su
hijo se les present aba hecho un hombr e de bien, para
pedirles per dn.
Sera una felicidad demasi ado grande.
Para nosotros no se ha hecho esa di cha.
Quin sabe!
Si ust ed consiguiera eso!exclam Qui t eri a, no
le pagaramos ni con la vida!
IV
Ms que nunca, ani mado en su empresa, Espejo c o -
72 E L CAL VARI O D E U N N G E L
menz pedir algunos datos relativos Faust i no, para,
dar i nmedi at ament e principio sus gestiones.
Lo pri mero era averi guar donde tena su domicilio.
Sus padres lo i gnoraban.
Y no es fcil que lo sepamos en mucho t i empo,
dijo Manuel , por que despus de la escena que ayer
medi entre los dos, no creo que se atreva volver por
aqu .
Quiteria aprovech la ocasin para reprochar su es-
poso.
En ella habl aba el egosmo de madr e.
Si ya te tena yo advert i do que un da conseguiras
con tus violencias que nuest ro hijo no volviese,dijo
su mari do. Sabe Dios si por tu culpa lo habr emos per-
di do para si empre.
Es o es, recri m name ahora, repl i c Manuel. No
t uve razn ayer para hacer lo que hice?
' Tanto como tener razn. . .
Te atrevers negarlo?
No, no lo niego, pero t t ambi n te fuiste un poco
del seguro. Te i ncomodast e demasi ado.
Los dos esposos hubi eran concluido quiz por pelear-
se, sin la intervencin de Espejo.
Habl ando estaban aun de Faustino, , cuando ste se
present i nopi nadament e.
Quiteria depuso su enojo del da ant eri or, y le recibid
con los brazos abiertos.
E L MA N U S C R I T O D E , U N A MON J A . 73
Manuel , por el bien parecer, mostrse ms ofendido
de lo que en realidad estaba.
Espejo reconoci en Faust i no al novio de Ni eves.
Era el mi smo joven que ella le hab a enseado, par ado
en la esqui na.
Qu casual i dad!pens:
Y djose:
Pues si Nieves le ama, como t emo, debo poner ma -
yor empeo en regenerarl e.
Faust i no, por su part e, t ambi n reconoci Espej o.
El caballero que acompaaba Ni eves!-murmur
sorprendido. Qu hace aqu?
Disimul su sorpresa y no formul l a menor pregunt a.
Ni el uno ni el otro dijeron que se conoci eran.
Los dos limitronse dirigirse una expresiva mi r ada.
V
Contestando las pregunt as de sus padres, Faust i no
manifest el motivo de su visita.
No pensaba volver por aqu , di j o; pero esta ma-
ana he recibido una car t a, que me ha hecho cambi ar
de pensami ent o.
Sac una carta del bolsillo y la entreg su padre.
Este ley en voz alta lo que sigue:
Vuelva usted su casa, pida perdn sus padr es,
arrepintase des s pasadas l ocuras, y ser protegido por
74 E L C A L V A R I O DE U N N G E L
una persona que desea su regeneracin y su di cha. Sus
padres de usted son felices: hgase digno de compart i r
con ellos su felicidad.
No deca ms la carta ni tena firma.
Todos mi rronse sorprendi dos y todos se les ocurri
la mi sma idea.
Aquella carta deba ser de la dama misteriosa.
Faust i no, que no tena motivos para pensar Jo mi smo
que los dems, dijo t ranqui l ament e:
Conque aqu estoy para que me digan ust edes lo
que ocurre.
Manuel y Quiteria apresurronse satisfacer la curi o-
sidad de su hijo.
Este les escuch asombr ado.
Conque es deci r, excl am, que de la miseria han
pasado ustedes la riqueza?
No t ant o.
Qu me place! pues nada, no hay para que habl ar
de nuestros pasados disgustillos. Aqu me quedo y como
si nada hubi era pasado entre nosotros.
Los infelices padres t omaron estas pal abras por una
muest ra de arrepent i mi ent o y abrazaron su hijo.
Espejo les t uvo l st i ma.
Consecuente con su propsito de regenerar aquel j o-
ven, le dijo, al l evant arse para irse:
Tengo que habl ar con ust ed.
Conmigo?pregunt Faust i no.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 75
Si .
Cuando usted qui era.
Maana.
Dnde?
En mi casa. Aqu tiene las seas de mi domicilio.
All le espero.
No faltar.
Despidise Espejo del forjador y su esposa, que le
repitieron una vez ms' sus protestas de agradeci mi ent o,
y sali de la casa.
Al at ravesar el patio, los muchachos le rodearon acl a-
mndol e.
El huy, avergonzado ms que compl aci do por a que -
lla imprevista ovaci n.
CAPI TULO VIII
Unas copas de ms y una ami stad de antao
I
Si Espejo no hubi era salido t an preci pi t adament e de
la casa de veci ndad, huyendo de las acl amaci ones de los
agradecidos muchachos, hubi era podido ver un hom-
bre que se escondi preci pi t adament e en el portal de una
casa cont i gua, al aparecer l en la calle.
Pero Espejo sala demasi ado preocupado y demasi ado
presuroso para fijarse en nada.
Cuando hubo desapareci do al volver una esquina,
sali otra vez la calle el hombr e que en el portal se
hab a ocul t ado.
Aquel nombr e era Romn, el ex amant e y cmplice
de Cristina.
Diablo!exclam el vi zconde, mi r ando haci a el
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 77
sitio por donde Espejo hab a desapareci do. Ha madr u
gado ms que yo. Vine inspeccionar el t erreno par a
comenzar mis averiguaciones fin de saber qui en es ese
hombre que aqu vive y con el cual anoche se desarrol l
una escena tan r ar a, y me lo encuent ro ya aqu . Muy
interesante debe de ser el asunt o que esta casa le t r ae.
Ser cuestin de enterarse de qu se trata.
Y con la cabeza inclinada sobre el. pecho, quedse
parado en el centro de la calle, pensativo y pr eocupado.
II
De pront o, el vizconde volvi en s y dijo:
Per o, torpe de m! Estoy perdi endo un tiempo pre-
cioso. En vez de empear me en adi vi nar lo que signifi
can todos estos misterios, debo pr ocur ar averi guarl o, lo
cual es mucho ms prctico y ms seguro.
Quedse de nuevo silencioso unos instantes y luego
prosigui:
Qu hago? A Espejo no debo pensar en seguirle
por ahora. Estar ya muy lejos y no le al canzar a. Ade -
ms, seguir una persona de da es muy expuesto. Ha y
peligro de ser descubierto, por lo menos de i nspi rar
sospechas. Si Espejo llega fijarse en m y sospechar,
estoy inutilizado para seguir espi ndol e. . . Debo de ser
prudente ant e todo. Por otra parte: no vine aqu para
hacer ciertas averiguaciones acerca del hombr e con qui en
78 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Espejo tuvo anoche la ext raa escena que yo presenci?
Pues debo at ener me al objeto que he veni do. Mi ines
perado encuent ro con Espejo, no debe pasar de ser un
incidente digno de ser tenido en cuent a, pero que en
nada puede modificar mi s pl anes.
Y despus de vacilar un moment o, se encami n la
casa de donde Espejo hab a salido, con el evidente pro-
psito de ent rar en ella.
Sin duda iba dar principio sus averiguaciones.
Hab a avanzado Romn slo algunos pasos, cuando
retrocedi preci pi t adament e, mur mur ando:
Qu veo!
Manuel y Faust i no acababan de aparecer en la puert a,
y la presencia de ellos era lo que tan grande i mpresi n
haba produci do en el vizconde.
Este escondise en el mi smo port al donde se haba es-
condi do antes.
Padr e hijo salan muy alegres, muy satisfechos, muy
afables uno con otro.
Iban la t aberna para cel ebrar con una copa su re -
A
conciliacin y su cambi o de fortuna.
Los dos acontecimientos valan la pena de ser celebra
dos.
Faust i no, hab a hecho formal promesa de corregirse y
de aceptar la proteccin que Espejo pensaba ofrecerle, y
esto fu bastante para que sus padres le per donar an.
Quiteria sali t ambi n la puert a despedirles.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 79
Que volvis pronto, les dijo,y que no bebis ms
que una copa, una sola.
Est usted t ranqui l a, madre, l e respondi el j oven.
Descuida, mujer, agreg el forjador.
Y los dos alejronse sonrientes, cogidos del brazo.
Qui t ea les sigui con la mi rada hasta verles desapa-
recer y luego se entr en la casa mur mur ando:
i Qu felicidad si mi hijo hubi era sido si empre como
promet e ser ahora!
I I
Al vizconde le falt t i empo para salir de su escondite
y echar andar detrs de Manuel y Faust i no.
Pareca muy sorprendi do y la vez muy alegre.
No contaba con esta favorable ci rcunst anci a, de-
case. Faustino amigo de ese hombr e! . . . Por que ese
hombre es el mi smo que anoche t uvo el encuent ro con
Espejo, no me queda la menor duda. Por Faust i no sa
br cuant o deseaba averi guar. No es posible que se haya
olvidado de m . Al fin y al cabo, en otro t i empo fuimos
buenos camar adas. No hubo nunca dos compaeros que
mejor se ent endi eran para despl umar j unt os al prj i mo.
Lstima que nuestra uni n se rompi era por ser l de -
masiado ambi ci oso. Bien me habr echado de menos
como yo le he echado de menos l.
Y sonrease, recordando con fruicin otros tiempos en
8o E L C A L V A R I O D E U N N G E L
los que, juzgar por sus propios razonami ent os, t uvo
ami st ades un poco sospechosas.
Segn las apari enci as, la del hijo de Manuel hab a
sido una de aquellas ami st ades.
Padre hijo ent raron en una t aberna, y Romn que-
dse pl ant ado en la calle sin sabsr qu hacer.
No se atrevi ent rar detrs de ellos.
De buena gana ent rar a, pensaba, porque no sera
la pri mera ni la milsima vez que ent r ar a en un sitio se -
mej ant e; pero vestido de este modo llamara demasi ado
la atencin.
Hay que advertir que, gracias la esplendidez de Cris-
tina, el vizconde iba vestido con verdadera elegancia.
Ader ss, pr osi gui . Aunque deseo habl ar con
Faust i no, no me conviene l l amar la atencin de su com-
paer o hasta saber qu casta de pjaro es y las relacio
nes que con l le unen. Parece que se t rat an con mucha
confianza. A juzgar por esa intimidad con un hombr e
como Faust i no y teniendo en cuenta lo que anoche hizo,
debe de ser t ambi n todo un cabal l ero. . .
Sonrise v aadi :
Por lo mi smo me conviene guar dar me de l. Hay
que desconfiar de todo el mundo y ms que de nadie de
lps que son capaces de meterse en nuestros negocios sin
darl es participacin en ellos.
Comenz pasearse por delante de la t aberna, y mien-
t ras se paseaba, deca:
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 81
Si yo lograse que Faust i no me viese, le har a una
sea, y tengo la seguridad de que dejara al otro para
venir habl ar conmi go.
Aunque procurando no compromet erse demasi ado,
siempre que pasaba por delante de la t aber na, mi r aba
hacia el interior, buscando el modo de hacerse ver del
joven.
Mientras t ant o, padre hijo apur aban copas una tras
ot ra, en celebracin de los faustos acontecimientos que
de tal modo hab an cambi ado su suert e.
Manuel no se hab a embor r achado nunca, pero un
da era un d a, y el buen hombr e pensaba que bien vala
la pena de que aquella maana se excediese un poco.
Su hijo le excitaba sin cesar beber, y l no saba re-
sistirse las excitaciones de su hijo.
Ya vers el escndalo que nos mueve tu madr e,
era todo lo ms que se atreva decir.
Faust i no encogase de hombr os y le present aba el
vaso, dicindole:
Este ms: slo ste.
El pobre hombr e, acept aba por no desai rar su hijo;
pero tras de aquel vaso vena ot ro, y luego ot r o. . .
Manuel no saba ya donde estaba.
IV
T O MO
82 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
El joven, por el cont rari o, conservaba la cabeza s e-
gura.
Acost umbrado beber, no era hombr e capaz de em-
borracharse por unas copas ms menos.
Aquello no era nada para l.
De pront o, Faust i no, que llevaba el vaso los labios,
lo solt sobre la mesa, levantse y sali presuroso la
puert a.
Er a que acababa de ver y reconocer al vi zconde.
Este le i mpuso silencio con un gesto y le indic por
seas que quera habl arl e.
El joven le contest del mi smo modo que aguar dar a.
Faust i no estaba admi r ado, y la causa principal de su
admi raci n, era la elegancia y riqueza con que iba vesti-
do su antiguo camar ada.
Habr hecho suerte?preguntbase.
Y se respond a s mi s ^ o:
Sin duda.
Luego, lanzando un suspiro de envi di a, agregaba:
Todos son, ms afort unados que yo!
Volvi ocupar su sitio j unt o la mesa, muy pensati-
vo y muy preocupado.
A donde has ido?le pregunt su padr e.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 83
El empez por re rse, para t omarse t i empo para fra-
guar una ment i ra.
Cuando la hubo i nvent ado, respondi:
Es que vi pasar una moza. . . Sabe usted? Qu
moza, santo Dios! Aquello era canel a de la fina... No
puedo remedi arl o; en cuant o veo una moza as, la sangre
se me revuelve y pierdo el juicio y har a cual qui er bar -
baridad.
Manuel , qui en el vino haca muy i ndul gent e, echse
reir.
Ves? Esa es una cosa que est puesta en razn,
repuso. Que te gusten las buenas mozas es nat ural y
yo te alabo el gusto. Tambi n m me gust aron en otros
tiempos, y aun hoy. . .
Int errumpi se con una carcajada.
Faust i no t ambi n se ech rer.
Por supuesto, agreg el forjador:que no digas
tu madre una pal abra de esto.
Descuide usted.
Buena se pondr a la Qui t ea si supiese que yo ha-
blo contigo de estas cosas! Dira que te pervierto. Mira
que pervertirte t . . . !
Los dos volvieron rerse.
Faust i no, que estaba impaciente desde que se hab a
asomado la puert a, l l am y pag el gasto.
Efecto de la borrachera, Manuel casi llor de emocin
al verse convi dado por su hijo.
84 E L C A L V A R I O D E U N . N G E L
Qu mejor prueba de arrepent i mi ent o que aquel con-
vate?
El pobre no se acordaba ya, de que aquel mi smo hijo,
le hab a negado el da ant eri or unos cuant os miserables
cntimos para compr ar pan.
El vi no le t ornaba muy olvidadizo.
Salieron juntos de la t aberna y volvieron la casa.
El vi zconde les sigui de nuevo y el joven le hizo sea
de que le aguardase.
En la puert a de la casa, se despidi Faust i no de su
padr e.
Voy sal udar un amigo, le dijo,y vuelvo en
seguida.
Y se fu al encuent ro del vizconde.
Manuel , ent r solo en su habi t aci n, y Qui t eri a le mo-
vi una gritera, al ver el estado de embriaguez en que
llegaba.
CAPI TULO IX
Romn encuentra lo que buscaba
T
El fuerte apret n de manos que Faust i no y Romn se
dieron al sal udarse, se poda i nt erpret ar muy bien como
la expresin de una ami st ad y de una alegra si nceras.
Si no hubi er an estado en medi o de la calle, tal vez se
hubiesen abr azado.
No te has muerto?exclam Faust i no, mi di endo
con los ojos su antiguo camar ada de alto bajo.
Ya ves que no, respondi el vizconde al egrement e.
4
Pues mi r a, llegu creerlo.
No lo dudo.
Como he estado t ant o t i empo sin vert e. . .
En ese tiempo me han pasado muchas cosas.
Favor abl es t odas ellas, juzgar por las apar i enci as.
86 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
As , as.
Vas hecho todo un seorn.
Voy como hab a ido si empre, menos en el t i empo en
que t me conociste; como le corresponde ir todo un
seor vizconde.
Per o, verdaderament e tienes ese ttulo?
Lo dudas?
Aunque muchas veces me lo digiste, la ver dad,
nunca lo cre.
Pues hiciste mal y t endrs que convencerte de t u
er r or .
Ya estoy convenci do.
Y qui t ndose el sombr er o, el joven exclam cmi ca-
ment e:
Tengo el honor de sal udar al seor vizconde! Viz-
conde de qu?
, De Arcilla.
Yo cre que sera de la t r ampa.
Y los dos se echaron rer al egrement e.
Formalizse Romn y dijo:
Tengo que habl art e.
Puedo consagrarte una hora, respondi el hijo del
forjador despus de consul t ar su reloj;nada ms que
una hor a.
1
Me basta.
Pues empieza habl ar cuando qui eras.
Aqu no estamos bien.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 87
5
A dnde quieres que vayamos?
Qu se yo?
Estoy tus rdenes.
Bien sabes que no soy orgulloso.
Al menos no lo eras.
Pero yendo yo vestido como voy, ni t ni m nos
convi ene que nos vean j unt os en gran i nt i mi dad. Ll a-
mar amos la at enci n.
Sin duda.
Por lo mi smo, no s qu hacer ni dnde i r.
Ests en fondos?
Por qu lo preguntas?
No t emas, no es mi i nt enci n dart e un sablazo.
Puedes disponer de unas cuant as pesetas?
Eso si empre.
Pues entonces si geme.
Per o. . .
Sigeme y vers como yo encuent ro el modo de que
hablemos cmodament e.
, Echaron andar y salieron juntos la Ronda de Em^
bajadores.
El hijo del forjador se par j unt o una esqui na.
Qu haces?le pregunt Romn.
Aguarda, respondi l e el j oven. No t ardars en
saberlo.
A los pocos moment os, pas un coche de alquiler des -
ocupado.
88 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Para, di j o el joven al cochero.
E hizo subir su ami go, dicindole:
Comprendes ahora lo que aguardaba? Dent ro de
coche podremos habl ar nuest ras anchas sin l l amar la
atencin de nadi e.
Veo que no te han abandonado tu ingenio y tu astu
cia de otros tiempos, dijo el vi zconde. He aqu un
medi o sencillsimo para que dos personas habl en cmo
da y l i brement e, y que, m , sin embar go, no se me
hab a ocurri do.
Al Retiro,dijo Faust i no al cochero, subi endo al
carruaj e y sentndose j unt o su ant i guo camar ada.
El auriga arre al esculido caballejo y el coche
part i .
II
Encendi Faust i no un rico habano que le ofreci el
vi zconde, y recostndose perezosamente en el respal do
del asiento, dijo:
Vamos, principia: qu deseas de m?
Muchas cosas, respondi Romn. Per o, por lo*
pr ont o, me contento con una.
Qu es ello?
Antes de exponrtelo qui ero recordart e nuest ra a n -
tigua ami st ad.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON, JA 89
No es preciso.
Si lo es, para que te muest res conmi go ms condes-
cendiente, y para que compr endas que casi tengo der e-
cho para pedirte toda clase de favores, y que casi tienes
t la obligacin de compl acerme en cuant o te pi da.
Qu diplomtico te has vuelto desde que riadas ot ra
vez en la opulencia!exclam el joven con tono de bur
la. Habla, hombr e, habl a sin t ant os rodeos, que si l o
que tienes que pedi r me es cosa que puedo hacer y me
conviene hacerl a, la har sin necesidad de tantas r equi -
sitorias. O no me conoces te has ol vi dado de mi ma -
nera de ser, cuando con tales embaj adas te me vienes.
III
No hizo caso Romn de estas pal abras, y sigui di-
ciendo:
Te acuerdas cmo nos conocimos?
No me he de acordar?respondi Faust i no. Hay
cosas que no se olvidan nunca.
T tallabas en una casa de juego y yo ent r apun-
tar el ltimo dur o. Yo perdi . Gomo me llevaba una
cambinacin infalible, al perderlo me dije: aqu hay
trampa. Y la Labia. Vaya si la hab a! Me puse ob-
servarte y descubr que echabas el pego. Pero con qu
wte, con qu perfeccin! Qued admi r ado, y en gracia
T OMO 11 ~ 12
QO E L C A L V A R I O D E U N N G E L
tu habi l i dad, casi te perdon el dur o que me habas
hecho perder.
Que es per donar .
Aguard que t ermi nase la sesin, y entonces te
cog por mi cuent a y te dije solas lo que vena al caso.
T te asustaste t emi endo que te descubri era.
La cosa no era para menos.
Te hice una proposicin y t aceptaste. Desde aquel
moment o fuimos dos buenos amigos , por mejor decir,
dos socios. Guando t tallabas yo serva de gancho para
llevar i ncaut os que soltasen el di nero, y cuando yo talla-
ba el gancho eras t . Nos llevamos muy bien y realiza-
mos grandes gananci as.
Gomo que hast a nos hubi ramos hecho ricos, si
aquel l o hubi ese dur ado.
No dur por t u culpa?
Por la t uya.
Por tu desmedi da ambi ci n.
Por t u mal geni o. . .
La amistosa pltica amenazaba degenerar en disputa.
Por suert e, los dos se cont uvi eron t i empo.
Echr onse re r, y Faust i no, dijo:
A qu discutir ya sobre cosas pasadas?
Ti enes razn, asinti el vizconde. El caso fu que
r ei mos .
En lo cual hicimos mal . No he encont rado otro ca-
mar ada como t . . .
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 0. 1
Ni yo ot ro compaer o t an excelente.
Nos ent end amos muy bien.
Pues bueno: pesar de nuest ra ri a, de la que ya
no hay para qu habl ar, yo segu tenindote si empre
cierto aprecio.
Y yo t.
Por eso no he dudado nunca de que me ayudar as
en cual qui er apur o, si de t necesitaba. Amistad como
la nuestra no se r ompe tan fcilmente.
Tienes razn.
Ahora, pues, que te he recordado lo que fuimos,
oye lo que deseo de t.
Escucho.
IV
Fij Romn en su amigo una penetrante mi r ada, como
si de aquel modo quisiera convencerse de que no le men-
ta en las contestaciones que diera al interrogatorio que
le iba somet er, y empez j.or pregunt arl e:
Ante t odo, quin es ese hombr e con qui en ibas
hace poco?
Mi padre, respondi Faust i no sin vacilar.
El vizconde se ech rer.
De qu te res?pregunt el joven su vez, algo
amoscado.
9 2
E L
CAL VARI O D E U N N G E L
V
La seguridad con que Faust i no habl aba, desconcert
Romn.
Sin embargo, no se dio por vencido y dijo:
Te acuer das de t us confidencias de otros tiempos?
Par a m no tenas secretos, y un da me referiste el modo
como hab as abandonado tu casa, r obando t us padres
sus ahorros.
-De tu poca vergenza.
Cmo?
O mejor di cho, de la frescura con que mi ent es.
No he ment i do. El que me acompaaba era mi pa-
dr e.
Vamos, hombr e, no me vengas m con esas.
Pero, qu inters haba de tener yo en engaarte
en una cosa t an sencilla?
El inters t te lo sabrs. Lo que yo te digo es que
no es tu padr e ese hombr e.
Dale!
A m no se me engaa tan fcilmente.
f
En qu te fundas para suponer que te engao?
En varias razones.
Vemosl as. Yo te demost rar que ests equivocado.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 3
La pal abra robando debi- parecer Faust i no un poco
dura y protest de ella, di ci endo:
Hombr e, tanto como r obar . . .
Bueno, llevndote el di nero que hab a en tu casa;
es lo mi smo. Ent onces me aseguraste que tu padre era
un hombr e honr ado.
Lo era y lo es.
Pues ya ves como no puede ser tu padre el hombr e
que te acompaaba, porque ese hombr e me consta que
es un pillo.
j Eh?
As como suena, un pillo.
Ten cuenta con lo que dices.
Te ofende oi rme habl ar de esta manera?
Me ofende y me ext raa. De mi padre nadi e ha ha-'
blado nunca de ese modo.
Pero si yo no habl o de tu padr e, sino de ese h o m-
bre.
Es que yo te repito una vez ms que ese hombr e es
mi padre.
El vizconde comenz vacilar ant e tan tenaz insisten-
cia.
Vers en lo que fundo mi apreciacin, dijo: \
Y refiri su amigo la escena que hab a presenciado
la noche ant eri or.
Convendrs conmi go, t ermi n di ci endo, que la
honradez de un hombr e que asalta de noche los t ran-
sentes, es muy convenci onal .
94
E L CAL VARI O D E N N G E L
Faust i no se ech rer.
Todo lo comprendo!excl am. Pues mi r a, pe-
s a r de l oque dices, ese hombr e es honr ado y es mi padre
Y refiri su vez la verdad, tal comoi el mi smo Ma-
nuel se la haba referido.
Con esto, Romn no t uvo que hacer ms pregunt as,
pues supo cuant o deseaba, esto es, la intervencin de
Espejo en aquel asunt o.
El joven fu tan franco con l, que no le ocult nada,
ni aun que al da siguiente deba ir visitar al i mpro
visado protector de sus padres.
Aun llev ms su confianza, pues bajando la voz,
dijo:
_Puesto que ese hombr e es muy rico y parece algo
t ont o, hast ahe pensado ver si puedo explotarle de algu-
na maner a.
Romn sonri pensando:
He encont rado lo que necesitaba.
CAPI TULO X
Tal pa r a cual
I
Por lo mi smo que haba contestado con tanta sinceri-
dad su ami go, Faust i no se crey aut ori zado para pe-
dirle algunas explicaciones acerca de sus pregunt as.
Pero vamos ver,dijo.A qu obedece tu inte-
rs en saber todo eso que me has preguntado? Por que
aqu veo algo muy raro y que no compr endo. Veo, en
primer lugar, que ese don Fer nando te interesa hasta el
punto de seguirle y expiarle, y averiguar cuant o hace y
hasta cuant o piensa. Sin embargo, si le ves en un pel i -
gro, como anoche, le dejas abandonado sin auxiliarle ni
defenderle. Qu significa todo esto? De qu conoces t
ese hombre? Te interesa por ami st ad por odio? Es
tu amigo tu enemigo?
96 EL C A L V A R I O D E U N N G E L
El vizconde, quien convena poner su antiguo ca-
mar ada de su parte para que le ayudase en la realizacin
de los planes que acariciaba y que en aquellos momen-
tos crea ms factibles que nunca, decidise ser t am-
bin sincero.
Era el nico modo de que los dos llegaran ent en-
derse. .
II
Cont est ando, pues, las preguntas del joven, Romn
habl de este modo:
Te acuerdas de que en nuest ras confidencias yo te
hab a dicho que tena un asunt pendiente, con el que
pod a llegar hacer me i nmensament e rico?
Un asunt o en el que intervena una mujer que ha-
ba sido tu amant e y que estaba en Amrica?interrog
Faust i no.
Just o. .
S que lo recuerdo. S trata de ese asunto?
De l se t rat a.
Se ha resuelto ya?
Aun no, pero est punt de resolverse.
Satisfactoriamente?
Es lo ms probabl e.
Te felicito.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 97
No me felicites aun, porque todava hay que vencer
un obstculo: uno slo, pero gr ande.
Y ese obstculo .. -
Es el hombr e de quien habl bamos ant es.
D. Fer nando.
El mi smo.
Ahora compr endo. . . . .
-^De l depende el xito de nuest ra empresa. No pue-
do entrar en ciertos detalles, porque se trata de un ne-
gocio que no me pertenece; pero con lo dicho basta, para
que compr endas si he de tener no inters en seguir
ese individuo y en averiguar cuant o hace.
Verdaderament e.
Quedronse callados los dos.
El vizconde no saba cmo seguir diciendo todo lo que
quera decir.
Al fin, decidise cont i nuar de esta maner a:
Por todo cuant o te digo me encuent r as en una sita*
cin tan difcil como delicada. No s qu hacer ni cmo
librarme de se hombr e.
Pero, ese hombr e te estorba?preguntle.
Claro que s! No te he dicho antes que es un obs-
tculo para la realizacin de mis planes?
Hay obstculos de muchas clases.
Espejo para m , ms de un obstculo, es un pe-
ligro.
98 E L C A L V A R I O D E N N G E L
- Di a b l o !
Con que mi ra si estar interesado en l i br ar me de l,
Qu me aconsejas que haga?
Para aconsejarte, necesitara conocer ciertos antece-
dent es. . .
Sin conocer nada. Si t un hombr e te estorbara,
^cmo te libraras de l? "
Mat ndol e, respondi el j oven, con una tranquili-
da d espant osa. Es el medio ms seguro.
IH
De nuevo el sembl ant e del vizconde, se i l umi n con
vi va expresin de gozo.
Veo que eres el mi smo de si empre!excl am con
alegra.
Faust i no se encogi de hombr os.
Quieres que te habl e con franqueza?agreg Ro-
mn.
No deseo otra cosa,le respondi su camarada.
Hace un rato que te estoy t i rando de la lengua intil-
ment e. Conozco que deseas.algo de m y que no te atre-
ves decirlo.
As es, en efecto.
- Pues habl a, hombr e, habl a sin t emor, que ya sabes
que m puede dec rseme t odo. Te responder con la
mi sma franqueza con que me habl es.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 99
Me lo prometes? ,
Te lo promet o, aunque no necesitaras que te lo pr o-
metiese. Parece que no me conozcas!
Es que. . .
Que la cosa es seria? Mejor- Los asunt os serios son
los que m me gust an, porque son los que pueden dar
ms provecho-
Eres un gran hombr e!
Y t uri pel ma que no hay qui en te aguante. Acaba
de una vez- Qu quieres de m? De qu se trata?
Allanado de este modo el cami no por el joven, Romn
ya no tuvo inconveniente alguno en habl ar con la fran-
queza que el otro le peda.
T mi smo acabas de aconsejarme, dijo, que si
ese hombr e me estorba le mate...
Alto ah , l e i nt errumpi Fa us t i no Yo no he
aconsejado tal cosa-
Cmo que no?
He di cho, que si m un hombr e me est orbara, le
matara-
Es lo mi smo.
Es muy diferente. Yo har a lo que digo; los dems
pueden hacer lo que mejor les parezca.
Es que m me parece muy bien eso que dices-
Pues hazlo-
Ah est la dificultad, en que no puedo hacerlo-
Porqu?
l O O E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Por que hay ocasiones en que ciertas cosas no puede
-hacerlas uno por s mi smo
Ent onces busca qui en te las haga.
No si empre se encuent ra.
Con dinero se encuent ra t odo.
De maner a que t crees que habi endo dinero. . . ?
No ha de faltar qui en de ese hombr e te libre.
Por cunto?
Segn y cmo. Eso depende de las circunstancias.
Per o poco ms menos. . .
IV
Faust i no no respondi .
Guar d silencio unos, i nst ant es, y luego dijo:
Ahora soy yo el que deseo que habl emos claros. Va-
mos ver: lo que t qui eres es que yo me encargue de
qui t ar ese hombr e de enmedi o, no es verdad?
Pues bi en, s , respondi resuel t ament e el vizconde.
Es o deseo.
Si por ah hubi eras empezado, antes nos hubise-
mos ent endi do.
Con qu es decir, que ests di spuest o compla-
cerme?
Yo estoy si empre dispuesto ganar una peseta cuan-
do llega el caso. Por que ya compr ender s que no he de
servirte gratis.
E L MANUSCRITO DE UNA MONJA I O I
Nunca lo he esperado, pero t ambi n creo que sien-
do mi ami gO) me t endrs a l g u n a consideracin.
Te equivocas.
Cmo?
Mis servicios te costarn ms caros que los de cual -
quier otro, por lo que voy decirte.
Veamos.
Como ya te i ndi qu, tengo formados mis proyectos
para explotar ese i ndi vi duo.
- Y bien. . .
Pues si te sirvo t, he de r enunci ar mis pl anes,
es decir, he de renunci ar esa explotacin de la que, sin
gran peligro, podra sacar mucho provecho.
V
No contaba el vizconde con esta cont rari edad, que r e-
dundara en perjuicio de su bolsillo , por mejor decir,
del bolsillo de Cristina, que era la que pagaba.
Este pillo qui ere aprovecharse de las circunstancias
para abusar de m , pens. Y lo mal o es que no habr
otro remedio que ceder sus exigencias.
Y aadi, en voz alta:
En resumen, cunto pides?
Reflexion Faust i no un i nst ant e, y respondi al fin.
Veinte mil peset as.
-Cuatro mil duros?
1 0 2 E L C A L V A R I O D E U N N G E L .
- Justos y cabales.
Es demasi ado-
No lo hago por menos.
Per o considera. . .
T eres el que debes consi derar vari as cosas. Por
servirte t, renunci o mi negocio, que con menos ex-
posicin, acaso me diera mejor resul t ado. Adems, t
mi smo me has dicho repetidas veces que se trata de un
asunt o que puede valerte una fortuna. Pues por una for-
t una pedir ochent a mil reales, es muy modest o.
Sin embargo. . .
Y, adems, debo hacert e una advert enci a.
Gual?
.La siguiente: si conmigo no te arregl as, renuncia
librarte de ese hombr e.
Por qu?
Porque yo defender su vida.
T?
Nada ms nat ural ni ms lgico, puest o que me de-
di car explotarle.
VI
Romn se mordi los labios para ocul t ar su despe-
cho-
Se hab a dejado prender en las redes de la astucia de
aquel pillo.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 103
O acceda todas sus exigencias, se creaba en l un
enemigo que desbarat ar a sus pl anes.
Estara Cristina dispuesta dar una cant i dad tan cre-
cida?
Yo no puedo resolver nada por m solo,dijo.
Lo comprendo, asi nt i Faust i no. Pero hazte la
vez cargo de que yo no puedo aguar dar mucho t i empo
tu decisin.
Qu plazo me concedes para decidirme?
Dos horas.
Me basta.
Entonces, dent ro de dos horas nos veremos donde
t digas.
Seala t el sitio.
No puede ser en ni ngn caf, porque no convi ene
que nos vean j unt os. . .
Yo ir buscarte en coche la puert a de t u casa.
Est bien.
Quedamos en eso?
En eso quedamos.
Pues hasta dent ro de dos hor as .
Hasta dent ro de dos horas.
Hicieron parar el coche, baj aron, y separronse t o-
mando opuestas direcciones.
Los dos iban muy pensativos.
Aquella t arde volvieron pasear en carruaj e por el
Retiro.
104 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
El paseo fu l argo.
Guando al anochecer se separaron, los dos parecan
muy cont ent os.
Est amos de acuerdo?pregunt Romn.
De acuerdo en t odo, respondi Faust i no.
Tienes tres das de t rmi no para l i brarme de ese
hombr e.
Antes de tres das estars libre de l.
Ah va por adel ant ado la mitad de la suma, segn
hemos conveni do.
Y el vizconde entreg su amigo diez billetes de mil
pesetas.
Faust i no los guard y se despidi, diciendo:
Antes de tres d as, t endrs que pagarme la otra
mitad;
Est rechronse la mano y se separaron, muy alegres y
satisfechos uno de ot ro, juzgar por las apari enci as.
CAPI TULO XI
Pura la cantaora
I
Eran las diez de la noche y la ani maci n en el caf
de la Perla estaba en todo su-apogeo.
Era aquel un caf muy part i cul ar, que tena su pbli-
co propio, pbl i co que no poda confundirse con el de
ningn ot ro establecimiento de la mi sma ndol e.
All se reuna todas las noches la flor y nat a de la pi -
llera, en sus vari adas y diferentes clases.
Domi naba, sin embar go, el elemento chulesco.
Mujeres ms provocat i vas que her mosas, envueltas en
paolones de Mani l a y ador nada la cabeza con peines y
flores, y hombr es de ajustado marsells y ancho sombr e-
ro, que fumaban mucho y_beban ms, y habl aban
T OMO n , y _ ~~ ~'^ >-..
1
4
106 \ E L C A L V A R I O D E U N N G E L
gritos en una jerga endemoni ada, mixta de andal uz y
gitano, que necesitaba su diccionario especial para ser
compr endi da.
Todos se conoc an, todos se t rat aban y, sin embargo,
ia vida ntima de la mayor a de aquellos seres, era, para
los dems, un misterio.
De vez en cuando, el misterio se romp a, y entonces
salan la superficie, horrores, miserias y cr menes, que
hac an muy bien en mant ener ocultos, por que daban
nuseas.
La vida de cada una de aquel l as mujeres y de cada
uno de aquellos hombr es, deba ser un dr ama, pero un
dr ama repugnant e, en el que t odo, hasta la pasin, toca-
ba los lmites del embrut eci mi ent o y del crimen. . .
Como hemos empezado di ci endo, eran las doce de la
noche y la ani maci n del citado caf estaba en todo su
apogeo.
En las mesas, repletas de gente, se gritaba y se rea;
en el t abl ado, que la atmsfera y el humo de los cigarros
envolvan como en un velo gri s, las bailaoras agitbanse
en voluptuosos movi mi ent os, los paleadores l anzaban con
su voz aguardent osa, exclamaciones ms desvergonzadas
que excitantes, y el rasgueo de la gui t arra acompaaba
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A Uf
la copla de la cantaora, copla casi si empre i mpregnada
-de un dulce ar oma de poesa popul ar, que purificaba, en
parte, aquel ambi ent e sat ur ado por los mi asmas del vi -
cio.
El pueblo expresa, por regla general, en sus cant ares,
sus ms dulces sent i mi ent os: la abnegaci n del amor , el
cario filial, la amar gur a del desengao. . .
Qu violento contraste el de aquellas coplas, que can-
taban cosas tan tristes, tan puras y hasta tan sant as, lan-
zadas all, para ser odas por los que no sentan nada de
aquello, por los que qui z, ni lo comprendi esen siquiera!
Y, sin embar go, dbase veces el caso de que al guna
de aquellas copl as, llegaba hasta lo ms nt i mo del cora-
zn de al guno de los que la o an; por que, por corrompi -
dos que aquellos corazones est uvi esen, algo quedaba en
el fondo de algunos de ellos, que la superficie sala
cuando en l penet raba la sonda del sentimiento. . .
Abrise de golpe la puert a del caf para dar paso
una hermosa hembr a, que slo con present arse pareci
empuar el cetro de rei na de todas las muj eres de r um-
bo que hab a en la sala.
Algo y ms que algo, mucho de reina hab a en su
arrogante apost ur a, en su majestuosa altivez, en el ai re
de superi ori dad con que at raves por ent re las mesas,
recibiendo los saludos de t odos, con la mi sma desdeosa
indiferencia con que una soberana pudi era recibir los
homenajes de sus subditos.
108 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Ah est la Pur a! exclamaron todos al verla.
Y su present aci n produjo un efecto tan extraordina-
r i o, que todas las conversaciones i nt errumpi ronse y
hast a las del t abl ado callaron un i nst ant e.
Cuando la gui t arra volvi su rasgueo despus de
aquel corto silencio, pareci como si fuese ent onar la
mar cha real en honor de la recin llegada.
- Fu un verdadero desengao, ver que se sala otra vez
por mal agueas.
Sin duda aquel deba ser el hi mno triunfal de la reina
de la chul aper a.
n
En verdad que Pur a mereca por su belleza el home-
naje que se le t ri but aba.
Su nombr e era un sarcasmo.
Pura!
Y sin embargo, juzgndola slo por su rost ro, cuadr-
bale las mil maravi l l as.
Aquella mujer deba ser como todas las que all la ro-
deaban, puesto que iba en busca de su compa a; y, sin
embar go, pureza, candor y sencillez, respi raba su her -
moso sembl ant e.
Er a blanca como la nieve y rubi a como el or o, con las
mejillas muy sonrosadas y con los ojos muy azules.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A I O Q
Qu dul zura la de sus facciones, qu encant o el de su
sonrisa y qu sereni dad la de su mi rada!
Nada haba en ella provocativo, y esto era, sin duda,
lo que ms la distingua de todas las mujeres de su
clase.
Era un tipo ideal y hasta distinguido.
Aqulla mujer hubi era vestido con tanta desenvol t ura
el rico traje de cola de las grandes seoronas, como ves-
ta la corta falda de seda celeste y el ampl i o paol n
blanco que envolva su bust o; con la mi sma majestad
hubiera pisado las mul l i das alfombras del saln ms aris-
tocrtico, que pisaba las grasientas tablas de aquel in-
mundo cafetucho.
En todos los detalles de su at av o, not base un refina-
miento de buen gusto que sor pr end a.
- Nada chilln, nada abi gar r ado, nada l l amat i vo.
Colores plidos t odos, que favorecan ext raordi nari a-
mente su espiritual her mosur a.
Aquella sencillez y aquella elegancia, no excL.an la
riqueza, porque ricas, dignas de la seora ms encope-
tada, eran las joyas que ador naban su cuello y sus or e-
jas.
- Cuntas debi eron sentirse desl umbr adas al mi r ar con
nvidia el centelleo de los brillantes y los capri chosos r e-
flejos de los zfiros, esmeral das y granat es!
Hasta en aquel l o tena una i ndudabl e superi ori dad
[sobre las dems mujeres que hab a all.
1 1 0 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Todas ost ent aban joyas falsas, y ella las luca verda-
deras.
IV
De intento, hemos dejado para citarlo en ltimo lugar,
el detalle ms caracterstico de Pur a.
- Detrs de ella ent r una jovencita de trece catorce
aos, vestida de blanco, la cual llevaba en sus brazos
una criaturita de algunos meses.
Aquella cri at uri t a era un ni o, el hijo de Pur a.
Quin era su padre?
Nadi e lo saba.
- Ella s, pero lo ocul t aba.
Cuando le habl aban del part i cul ar, deca siempre:
El padre de mi hijo es un seorn con muchos mi-
llones y muchos ttulos, pero con muy poco corazn y
menos vergenza. Quiso qui t ar me la cri at ura, no para
tenerla su l ado, sino por t emor de que yo le compro-
met i ese. . . Se llev chasco, porque m nadi e me quita
4o que me pertenece y mi hijo es m o, de nadi e ms que
m o. Se neg dar me una pensin para atender las
necesidades del pequeo, y yo le dije: pues no la nece-
si t o; yo ganar como sea, lo necesario para que mi hijo
no carezca de nada, para que se cre con el mismo lujo
que si fuera hijo legtimo t uyo y t u lado viviese. Y as
lo hago.
EL MA N U S C R I T O DE U N A MON J A I I I
V
En efecto, el ni o iba t an ri cament e vestido como pu-
diera ir el del aristcrata ms acaudal ado.
Este era el lado ms simptico de Pur a, el cario que
tena su hijo; cari o su maner a, pero cari o al fin y
al cabo.
As como las mujeres de su clase, abandonaban por
regla general, para que no les sirviesen de est orbo, los
hijos con que Dios castigaba sus deslices, Pur a no; Pur a
tena gala y orgullo presentar su hijo en todas par-
tes.
Llevbalo con ella donde quiera que i ba, y ambal e
con idolatra.
Por mi hijo soy yo capaz de todo,sola decir.
Y era verdad.
Otras veces excl amaba, con amar gur a desconsol adora:
Por mi hijo sigo yo viviendo de este modo! Si por
l no fuese, me retirara de esta vida de la que ya estoy
cansada. Pero no s ganar di nero de otro modo y no
quiero que mi hijo carezca de nada.
Esta muestra de abnegacin mat ernal sera mal enten-
dida, pero era gr ande, pesar de t odo; casi subl i me.
Las i mpurezas de aquella mujer, tenan por mvil y
estmulo un sentimiento noble y pur o.
1 1 2 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Puede darse aberraci n ms grande y al mi smo tiem-
po ms hermosa?
Muchos ofrecieron Pur a asiento su l ado, pero ella
despreci todos los ofrecimientos y fu sentarse sola,
es decir, sin ot ra compa a que su hijo y la ni er a, junto
la nica mesita que hab a desocupada.
El ni o rompi llorar y ella le dio el pecho, para
que cal l ara, si n cui darse de velar los encant os que al
desabr ochar se el corpi no quedaron al descubierto.
Aquella despreocupaci n no tena, sin embargo, nada
de provocat i va.
Adems, la Hiera quit la gorrita al pequeo, y la
rubi a y sedosa cabellera del ni o, cubri , como con fi-
nsima bl onda de or o, las t ent adoras desnudeces del
pecho de la madr e.
Un mozo se acerc la hermosa par r oqui ana para
pregunt arl e qu quer a, y ella pidi un refresco; pero
antes dijo:
No ha venido t ampoco hoy?
Tampoco, r espondi el mozo, que sin duda saba
ya por qui en le pr egunt aban.
Pur a lanz un suspiro inclinse para besar la rubia
cabeza de su hijo.
En aquel moment o, volvi abri rse la puert a y entr
un hombr e.
Er a Faust i no.
Al verl e, Pur a lanz una exclamacin de alegra, y,
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A I 13
ponindose en pi, hizo sea al recin llegado de qu se
acercara.
Faustino la vio y se dirigi ella sonri endo y mur -
murando: ' .
No me enga al pensar que la encont rar a aqu .
El nio hab a dejado de llorar.
Pura lo bes y lo entreg de nuevo la ni era, la cual
empez mecerle en sus brazos para dormi rl e.
CAPI TULO XII
Desdases c a u s a n c a r i o
I
Me esperabas?pregunt Faust i no, estrechando la
mano de Pjura.
S,respondi ella. Hace ya mucho t i empo que
t odas las noches vengo esperarte i nt i l ment e.
No he podido venir. . .
No mi ent as. Di no he queri do venir y dirs la verdad.
Ya sabes que m me gusta siempre la verdad en todo.
Muj er. . .
Cuando nos conocimos era diferente; entonces siem-
pr e estabas libre para dedi carme algunas horas.
Faust i no hizo un gesto de cont rari edad.
Sentse y pal mot eo rui dosament e para l l amar al ca-
mar er o.
e l c a l v a r i o d e U N N G E L i - i 5 . - '
Este acudi en seguida.
Jerez,dijo el joven.
El mozo volvi poco y puso sobre la mesa un refres-
co para Pur a, otrx) para la niera y una copa y una bo-
tella de Jerez para Faust i no.
Siempre la maldita aficin la bebi da! mur mur
'ella.
El no hizo caso.
Decididamente, aquella noche no llevaba ganas de
mover.disputa.
En cualquier otra ocasin, aquellas pal abras hubi er an
bastado para ser causa y origen de un disgusto.
II
Mir Pura de un modo particular al joven, y djole
con tono de amistoso reproche:
Qu olvidadizo eres!
Por qu lo dices?pregunt l.
No lo aciertas?
- N o . . . '
Entonces eres ago peor que olvidadizo.
Y como viera que t ampoco caa en lo que quera decir,
aadi:
Hombre no has dado ni siquiera un beso mi hijo!
Estaba visto que Faust i no tena aquella noche empeo
X 1 6 L C A L V A R I O D E U N N G E L
en most rarse complaciente, porque inclinndose sobre el
ni o, le bes y le acarici las mejillas, dicindole:
Hola mueco!
El calificativo de mueco, no pareci muy del agrado
de la madr e, pero lo dispens por las caricias de que fu
acompaado, y sonri al joven, dndol e las gracias.
Vaya, ests ya contenta?dijo Faust i no.
S que lo estoy, respondi ella. Muy contenta!
Y cuant o ms qui eras mi hijo de mi al ma, ms con-
tenta estar. Ya sabes que el que de m desee conseguir
algo, ha de empezar por querer mucho ese mueco,
como t dices; ese ngel, como yo le llamo.
Sin duda, Faust i no quera aquella noche a gode Pur a,
porque inclinndose sobre el ni o volvi besarle.
. Ella pag aquellos nuevos besos con nuevas sonrisas.
Apur el joven una copa de Jerez, sirvise otra y dijo:
Tengo que habl ar t e.
De qu?le pregunt Pur a mi rndol e fijamente.
De un asunt o muy i mport ant e.
No ser, de seguro, del asunt o que yo querr a que
me habl aras.
Siempre ests con lo mi smo!
Cada cual lo suyo.
Domi n el joven cierta cont rari edad produci da en l
por las l t i mas pal abras de la hermosa chul a, y sigui
di ci endo!
1
Pues mi ra, quiz habl ando de mi asunt o, vayamos
parar al t uyo.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A I 17
-De veras?
Si nos ent endemos, puede ser que s.
Pues pri nci pi a. . .
No, muj er, aqu no se puede habl ar de ciertas cosas.
Tienes razn.
Despus pedi remos un reservado.
No, vale ms que vayamos mi casa.
Tambi n.
Acostar mi nio y luego habl aremos l i brement e
de todo lo que qui eras. Vamos?
E hizo ademn de l evant arse, dispuesta part i r.
Espera mujer, le dijo l, cont eni ndol a. No urge
tanto. Hay t i empo para t odo.
Y sigui apur ando copas de Jerez.
Su intencin era, sin duda, beberse toda la botella.
III
En la palidez de su rostro y en lo nervioso de sus mo-
vimientos, conocase que Pur a estaba i mpaci ent e.
Faustino no haca caso de la impaciencia de su com-
paera.
Pareca muy di st ra do, j al eando las que bai l aban en
el tablado.
A cada requi ebro que echaba las bai l aoras, Pur a
mordase los labios despechada.
l S E L CAL VARI O D E U N N G E L
No nos vamos?dijo, al fin, sin poder contenerse
ms .
Qu prisa tienes?repuso l, con irritante calma.
S que la tengo.
Todo por saber lo que tengo que decirte.
Ni ms ni menos.
Apenas eres curiosa!
Soy como soy. . . Ojal fuera de otro modo, porque
si de otro modo fuese, no te burl ar as de m como te
burl as.
Mascull estas pal abras, mejor que las dijo, y en sus
ojos brill algo que muy bien pudo ser l l ant o.
El joven se encogi de hombr os y empez llevar con
el bastn el comps de los que bai l aban, pero mirando
con el rabillo del' ojo la hermosa chul apa y espiando
todos sus movi mi ent os.
Su conduct a era est udi ada.
Saba por experiencia que aquella infeliz era ms suya
cuant o ms la haca rabi ar, y aquella noche convenale
tenerla muy propicia sus deseos.
IT
Ext rem Faust i no demasi ado la suerte y la paciencia
de Pur a acabseant es de lo que l crea.
Levantse ella de su asiento y dijo con resolucin:
EL MA N U S C R I T O DE U N A MONJ A I 19
Pues si t no te vas, yo s. No puedo estar aqu ms,
me ahogo.
De calor?pregunt l burl onament e.
S, de calor, repuso ella.
Pero dirigi las que bai l aban en el tablado una mi -
rada tan expresi va, que bien dej comprender aunque
no lo dijo, por qu era per lo que se ahogaba.
Faustino, como la mayor a de los chul apos que de las
mujeres viven, era presumi do y gustaba de que las hem-
bras sufriesen por l.
Sonrise y dijo:
No es para t ant o, mujer, no es para tanto
Pero mi ent ras as deca, cont i nuaba mi r ando las del
tablado y hasta les hizo algunas seas.
No quiso, sin embargo, llevar la cosa ms adel ant e, y
se levant, di ci endo:
Vamos, puesto que tanta prisa tienes en mar char t e.
Pura, que estaba poniendo la gorrita su hijo, y arro-
pndolo bien para que al salir no se constipase, pr e-
gunt:
No pagas?
Tienes razn, respondi Faust i no. Se me hab a
olvidado.
Y echndose mano al bolsillo, agreg:
Pero el caso es que no traigo di nero. . . Paga t .
Siempre lo mi smo! mur mur ella, dirigindole
una mirada despreciativa.
1 2 0 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Y le dio escondidas al gunas monedas dicindole:
Toma. No qui ero ponerte en ridculo pagando yo.
Donde hay un hombr e, no pagan las mujeres.
El se ri de aquella delicadeza que debiera haber
agr adeci do.
Ll am al mozo, le pag el gasto y le dio una buena
propi na.
Se conoca que no pagaba con lo suyo.
. Le sobraron al gunas monedas y no las devolvi
Pur a, si no que se las guard en el bolsillo.
Ella no hizo alto en este detalle.
Deba estar ya acost umbr ada.
V
Salieron del caf, y en seal de despedi da, levantse
un mur mul l o que equivala al silencio que Pur a impuso
al ent rar.
Faust i no pavonebase, satisfecho y orgulloso de la
mujer que llevaba al l ado.
Sin embargo, no se det ermi n salir sin dirigir una
ltima mi rada y un l t i mo sal udo las bailaoras.
Saba que as rabi aba la otra y por eso lo hac a.
Es un sistema infaliblo para i nt eresar, no el corazn
de una persona, pero se su amor propi o.
Cuntos deben todos sus triunfos amorosos ardides
semejantes!
B L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 1 2 1
Pero llega un da en que abusan" demasi ado de su sis-
tema, en que ofenden la dignidad, y entonces las cosas
cambian y el encant o se r ompe y la fascinacin desapa-
rece y el desprecio sustituye al amor ficticio, provocado
y sostenido ant es con ficticios pinchazos al orgullo y
al egosmo.
Tambi n deber an saber esto por experiencia los qu
de tales recursos echan mano; pero, por desgracia par a
ellos y por suerte para sus v ct i mas, todos lo ignoran.
En la calle, Pur a y Faust i no, se cogieron del brazo, y
seguidos d l a muchacha que llevaba en sus brazos al
nio, dirigironse casa de la pri mera.
Durante el cami no, l cambi por completo de tctica.
Todo lo que ant es hab a sido indiferencia, fu ent on-
ces rendi mi ent o.
Ella escuchbale conmovi da, embel esada.
Por qu no me habl as si empre as?lleg deci rl e.
Y l deb pensar, para sus adent ros:
Porque no me convi ene: por que habl ndot e si empre
as, o te domi nar a como te domi no.
Cuando me habl as de este modo, s que creo que
me quieres, aadi ella.
Y l pens:
Pues preci sament e cuando te habl o de este modo es
cuando te engao.
Y pensar que qui enes les encont raron su paso, t n
1 2 2 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
j unt i t os, tan sonrientes, les t endr an por enamorados y
dichosos!
- Cuntas dichas envi di adas nos horrori zar an si de
cerca las conoci ramos!
Llegaron casa de Pur a, un tercer piso de una vieja
casa de la calle de la Luna, un cuart o muy chiquitn,
muy pobre, pero muy l i mpi o, muy cmodo y hasta bo-
ni t o.
Par a l acl ase de habi t aci n que era, estaba amuebl ada
hasta con lujo.
El objeto ms rico, era la cuna del ni o: una verda-
dera preciosidad.
Pura desnud su hijo, despus de darl e de mamar,
y-lo acost en la cuni t a.
Qu hermoso estaba entre aquellas blancas cascadas
de encajes!
La madr e llam Faust i no para que cont empl ase al
ni o, y l no hizo caso del l l amami ent o.
De pront o, hab ase puesto muy pensat i vo.
Respet ando su preocupaci n, Pur a no volvi lla-
mar l e.
Dio orden la niera de que se fuese acostar y
sent ndose j unt o la cuna del ni o, dijo:
Puedes habl ar lo que gustes; te escucho.
CAPI TULO X II
Las cadenas del amor
I
De que algo muy grave era lo que Faust i no tena que
decir Pur a, daban clara idea sus vacilaciones en deci -
dirse habl ar .
Decidise, al fin, que tro era l hombr e para andar se
con cortedades y remilgos, y se expres en la siguiente
forma:
Vamos ver, empez diciendo;m qui eres t
m?
La pregunta era intil, porque demasi ado saba l que
estaba muy metido en el corazn de la her mosa rubi a;
pero convenale punt ual i zar los ext remos de aquel cari-
o, para saber hasta donde poda llegar en sus exigencias.
Que si te qui ero!repuso ella, con la mi sma i mpe-
124
K L
CALVA R O D E U N N G E L
t uosi dad y el mismo arrojo que si acabar an de inferirle
una ofensa gravsima. Y me lo pregunt as!. . . Lo igno-
ras acaso?... Ojal no te quisiera tanto como te quiere,
porque mi desgracia mayor es querert e!
A otro que no hubiese sido Faust i no, hubi r al e impre-
si onado el tono con que fueron pronunci adas las anterio-
res frases,
Hab a en l dejos de amar gur a, de pasin, de celos,
hasta de clera, porque conocase sin gran esfuerzo que
aquella muj er no quer a querer aquel hombr e, y sin
embar go quer al exon toda su al ma y por quererl e contra
su voluntad encolerizbase consigo mi sma.
> Las pal abras de Pur a, no provocaron en el joven otra
cosa que una sonrisa.
Hal agaron su vani dad, pero no conmovi eron su co-
razn
n
Passe la chul apa una mano por la frente, para des-
pejarla de los rubios y rizados mechones de cabellos que
sobr e ella ca an, y prosigui di ci endo:
Mira, Faust i no; ya que pones en duda mi querer, voy
habl art e con una franqueza con que no te he hablado
n u n c a . Yo no s lo que me pasa contigo. A veces creo
que me has dado beber uno de esos brebajes que dicen
xjue despiertan el cari o; no de otro modo puedo expli-
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 125
carme este querert e sin t merecerlo y sin hacer nada
para que te qui era. Por que t no mereces el quer er de
una hembra como yo; no te enfades por lo que te digo,
pero no lo mereces.
Detvose, como si t emi era que sus pal abras fuesen de-
masiado dur as; pero vi endo que su amant e sonrea, sin
dar muestras de enojo, cont i nu:
Guapo no lo eres. No eres feo, pero t ampoco eres
lo que se llama un hombr e buen mozo Cuntos con
mejor tipo que t, me han requeri do de amores y yo les
he despreciado! Por lo que toca di nero, no lo tienes, y
si lo tienes, con otras te lo gastas, no conmi go; no es
que te lo eche en cara, pero bien sabes que en cuestin
de inters, ms tienes t que agradecerme m que yo
t En cuant o tus sent i mi ent os. . . esta es la ms
negra!... En cuant o t us sentimientos, no l os tienes
los tienes muy negros, que es peor que si no los t uvi er as.
Ni sabes querer, ni sabes respet ar, ni sabes ser agrade-
cido. Tienes mal as intenciones y tienes mal a sangre y
tienes majas ent raas. A, la persona que tiene la desgra-
cia la debilidad de quer er t e, te complaces en hacerla
sufrir. No eres carioso ms que cuando finges, cuando
mientes, yaun as , mientes tan mal, que la ment i ra aso-
ma por detrs del fingimiento. Halagas cuando tu i n-
ters le conviene y acaricias cuando le place tu capri cho;
cuando no, eres cruel y despreciativo y grosero. Ofender
te deleita y humi l l ar te regocija. Gozas con el sufrimiento
e los dems, conque ya ves si eres mal o.
T26 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
III
Faust i no la i nt errumpi con una carcajada y dijo:
- Sabes que me ests haci endo un retrato que me
favorece mucho?
Pues aun me quedo corta, repuso ella excitada por
la burl ona risa. Aun eres peor de lo que digo. Mira si
estar convencida de como eres, que no me extraara
que el da de maana me digesen que hab as cometido
hasta un cri men. . . No me ext raar a, crelo, porque yo
s que eres ambicioso y la ambi ci n pierde a u n hombre.
Adems, lo que t no has queri do cont ar me de tu vida,
yo lo he averi guado. . . y en esa vida hay cosas muy feas. .
mucho!. . . Cosas que debern avergonzart e como me
avergenzan m, con t odo y no ser mas!
Pues si tan malo soy y t lo sabes, dijo l, con re-
pugnant e al arde de ci ni smo; por que me quieres?
A eso voy, replic el l a. Te qui ero porque s, sin
deber ni querer querert e. . . Ni por tu tipo ni por tus sen-
timientos, ni por nada, mereces mi cario, yo jo s, lo
veo, y sin embargo te qui ero. . . A ot ro que fuese como
t , le despreciara. . . y t, no slo no te despreci o, sino
que te amo con toda mi al ma. . . Y si peor fueras aun, lo
mi smo te amar a. . . Yo no s lo que contigo me pasa:
cuant o ms y con mayor justicia te odian te despre-
cian los otros, ms te quiero yo. . . Conque ya ves si
E L MA N U S C R I T O D E U N A MO N J A 12J
estas al t uras, despus de las pr uebas de cari o que te
tengo dadas, no es una ofensa que todava por mi quer er
me preguntes y mi querer pongas en duda!
IV
Conmovise, al fin, el insensible corazn de Faus -
tino?
Lo fingi, al menos, porque as convi ni era sus
planes?
Ello fu, que mi r Pur a como no la hab a mi rado
jams, y la habl como nunca la hab a habl ado.
jTonta!le dijo, poni endo en el tono y en la voz
todas las acari ci adoras melosidades de una t ernura ver-
dadera.Si yo no dudo de que me qui eres!. . . Si lo s,
y me siento orgulloso de saberl o!. . . Pero me gusta que
me lo digas, por que, por lo mi smo que tu cari o vale
tanto para m, si empre estoy t emi endo que me lo qui t en.
Mal se conoce, bal buce ella, convirtiendo i nsen-
siblemente el tono de amargo reproche en acento de
cariosa queja.
Por qu? Porque no te estoy haciendo t odas
horas protestas de amor? Porque te hago rabi ar dndo-
te celos? Porque me muest ro contigo en ocasiones indi-
ferente?... Es mi carct er. . . Yo soy as y por lo mi smo
que te trato con tanta confianza, no creo preciso esfor-
zarme en ser de otro modo. . . Dices que finjo! Al con-
1 2 $ E L C A L V d R I O D E UN N G E L
t rari o; si mi falta contigo es no fingir, present arme d
cual soy; si de otro modo me present ara, quiz te com-
placiese ms, pero te engaar a. . . Vale ms que no ta
engae aunque sufras!
Iba domi nndol a y vencindola poco poco con as-
tucia r edomada, con un art e consumado que demostraba
cuan grande era su conoci mi ent o de las debilidades y
flaquezas del corazn de. la mujer.
Por lo dems, prosigui, que me qui eras como
me qui eres, no tiene nada de ext rao. Ti enes razn al
decir que no soy ni guapo, ' ni rico, ni siquiera bueno; no
soy nada de esto, lo l econozco; acaso sea todava peor
de lo que t te figuras; mira si soy franco contigo... Y
sin embargo rae qui eres! Sabes por qu? Pues porque
siendo tal como soy, me he metido en tu corazn y me
he hecho dueo de l y de all no me arroj ars aunque
te empees. . . Por qu habi endo otros hombr es que
valen ms que yo, e s a m a quien quieres? Pues porque
yo, aun siendo como soy, soy para t lo que no es nin-
gn otro. Te hago sufrir, pero t ambi n te hago gozar.
Vamos, di me; cuando te mi ro de este modo y de esta
maner a te habl o, verdad que me perdonas todo lo que
sufres por m?. . . S que me lo perdonas, y contenta vol-
vers sufrir para que yo con mis pal abr as y mis cari-
cias te desenoje. . . Y aun di rs que no s querer! Puede;
pero s hacer que me qui er an, porqu s robar un cora-
zn con una sola pal abra. Te he robado el t uyo, y no
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 129
podrs recuperarl o por ms que lo i nt ent es. . . No t e
apures, t ont a, que tu l adrn sabr guar dar lo que te ha
robado con todo el mi mo que tu corazn merece.
V
Habl ando, Faust i no hab a ido at rayendo hacia s l a
cabeza de la j oven, hasta reclinarla en su pecho.
Ella ya no pudo ms.
Las pal abras de aquel hombr e, la fascinaban, y sus
miradas la enl oquec an.
El alma se le sala por los ojos, ansiosa de saciarse
con los arrebat os de un amor hondament e sentido y
siempre cont rari ado, nunca satisfecho.
S, tienes razn!bal buce la infeliz, enl azando
con sus brazos el cuello de su amado y mi rndose en
sus ojos.Eres un l adr n, l adrn de mi al bedr o, de
mi al ma, de mi vol unt ad, de mi vi da!. . . Y mi dicha
est en que me hayas r obado todo eso, y en que no me
lo devuelvas!. . . Gurdal o aunque sea para burl art e, de
ello, para escarnecerlo, para despreciarlo!. . .
Y con voz ahogada y bal buci ent e por los est remeci -
mientos de la pasin que agitaba t odo su ser, agreg:
Por qu no me habl as si empre as?... {Por qu no
me miras si empre de este modo?. . . Ent onces s que es-
tara segura de qu^ m
r
^ u^ f e ^
:
y^ e t
3
a dichosa y ms te
T OMO H //"'-.'-
:
' ,.. _ X 17
l 30 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
quer r a, aunque peor fueses' . . . Qui reme mucho! . . . S
si empre bueno para m , aunque para los dems seas
mal o.
Sus l t i mas pal abr as, fueren un suspi ro, casi un so-
llozo .
- Ya no tena fuerzas ni aun para habl ar .
Faust i no sonri satisfecho.
Hab a puesto aquella mujer en el est ado que l de-
seaba, para hacerla transigir fcilmente con cuanto l
qui si era.
Dej de fingir, y volvi ser el mi smo hombr e cnico
y grosero de si empr e.
Me has hecho graci a!excl am, echndose rer.
Habl art e y mi rart e si empre de este modo!. . . Pasar-
nos la vida ar r ul l ndonos como dos tortolitos!... Qu
ridiculez y qu fastidio!... Chi ca, pr ont o nos cansaramos
los dos de nuest ros arrul l os. El at ract i vo de estos mo-
ment os de expansi n, est en no prodigarlos demasiado.
Si yo te estuviese di ci endo todas horas que te quiero,
en fuerza de o rmel o te abur r i r a. Vale ms que te lo
diga muy de t arde en t arde, y as t endr s, al menos, el
at ract i vo d la novedad. . .
Rechazla dul cement e, y aadi :
Basta de mi mos. Te dije que t en amos que hablar
<le un asunt o i mpor t ant e, y aun no hemos empezado.
Es verdad!excl am Pur a, l anzando un suspiro.
Pa r a t, lo menos i mport ant e es nuest ro amor .
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A I 31
Inclinse sbr el a cuna para besar su hijo, como si
en su cario mat er nal buscase la compensaci n y el con-
suelo de los desengaos de su amor de mujer, y prosi-
gui:
Qu deseas de m? Por que cuando tan carioso te
has most rado, es que algo tienes que pedi rme Dilo sin
temor, Sabes que, al fin, he de consentir en todo cuant o
de m desees ..
Y as era en efecto.
Escenas como la que acababa de desarrol l arse, enl o-
quecanla para mucho t i empo, y en aquel estado de lo-
cura amorosa, lo que pri mero perd a era la vol unt ad.
Aun sabi endo que el amor de aquel hombr e no era
ms que egosmo, l esclavizbase vol unt ari ament e y
en su esclavitud cifraba su dicha y era su consuelo
besar los eslabones de la cadena que la esclavizaba.
El amor no tiene slo sus hero nas y sus mrt i res, si
no que tiene t ambi n sus esclavas.
CAPI TULO XIV.
Una proposi ci n infame
I
Con el t ono grave con que corresponde t rat ar los asun-
tos serios, Faust i no, dijo:
Pues si tu cari o es ver dad, como aseguras, ocasin
ha llegado de que me des una prueba de ello.
Qu hay que hacer?pregunt Pur a con la incon-
dicional sumi si n de la esclava.
Despus de t odo, no pret endo pedirte ni ngn impo-
sible, respondi l, demost r ando con sus rodeos pre-
ci sament e lo cont rari o de lo que dec a.
Aunque de un imposible se t rat e, dilo, y procurar
compl acert e al menos.
Todo se reduce una cosa muy fcil y muy sencilla.
E L C A L V A R I O D E U N A N G E . I 33
Mejor que mejor.
A una cosa que cual qui era puede hacer sin com-
prometerse en nada.
Pues di pront o, que ya me tienes i mpaci ent e por
saber qu es ello.
Ten cal ma, que todo lo sabrs. Escchame at ent a-
mente. He aqu de lo que se t rat a.
Aproximo Pura su silla la del joven, para or mejor
y l tras una breve pausa, prosigui habl ando de esta
manera:
Se trata de un negocio en el que por lo pront o pue-
do ganar yo al gunos miles de reales.
Cuestin de intereses!exclam ella con mar cado
desdn.
Son las cuestiones ms i mport ant es.
Yo cre que se t rat aba de otra cosa.
Necesito de t para ayudar que un hombr e suelte
el di nero.
- Eh?
No te al ar mes, porque no se trata de un cr i men.
Pero se t rat ar por lo menos de un engao.
Eso. . . tal vez.
Y vienes m para que te ayude?
A quien mejor?
134 E L C A L V A R I O DE U N N G E L
No cuent es conmigo para eso.
No?
P deme todos los sacrificios i magi nabl es, dispuesta
estoy hacerlos. No me. pidas la menor infamia, porque
no la har por nadi e, ni aun por t, que t ant o te quiero.
Pues entonces tu cari o es ment i ra.
Porque no cedo t us deseos?
Claro.
Pero si es que ..
Tranqui l zat e. . . Te has al ar mado demasi ado pronto.
Djame que me expl i que.
Expl cat e, pues.
Escucho.
"Hubo una corta pausa.
Faust i no l uchaba evi dent ement e con el t emor de es-
candalizar la joven con sus proposiciones.
- Al fin, debi encont rar la maner a de convencerl a sin
gran esfuerzo, porque sonri ndose, dijo:
T sabes que muchas veces me has propuesto que
me case contigo.
Es verdad, afirm Pu r a . Pe r o , qu viene
ahora. . . ?
Djame proseguir, que ya te dije en el caf, que ha-
bl ando de mi pleito, quiz vi ni ramos parar al tuyo.
Pr os i gue .
T me ha* propuest o muchas veces que nos case-
mos y yo he rechazado tus proposiciones.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1 3 5
Con lo cual me has dado una prueba de no quer er me.
No, con lo cual te he dado una prueba de delicadeza
que t no has sabido compr ender . Para casarme contigo,
necesito tener di nero, porque no voy consentir que,
despus de casados, t sigas haci endo lo que ahor a.
Claro que no. Al casarme contigo sera pa r a us l a . . ,
Pues ya ves De qu bamos vivir?
Yo tengo mis ahor r os. . .
Nos los comer amos en cuat ro d as. Y luego? Yo no
s trabajar ni qui ero. . . Nos mori r amos de hambr e!
III
Al escuchar los anteriores razonami ent os, Pur a incli-
n la cabeza y lanz un suspi ro.
Si no fuese por mi hi j o, mur mur , como habl an-
do consigo misma, poco me i mport ar a m la miseria!
Pues bien, prosigui Faust i no, sin hacer caso de
las anteriores pal abras; qui z llegue el instante de que
nos casernos ant es de lo que t te figuras, si me prestas
la ayuda que solicito de t.
Es de veras?exclam la infeliz, en cuyos ojos
brill un rel mpago de esperanza y de alegra.
Como lo oyes.
Me engaas!
Te aseguro que no.
Si eso fuera verdad!. : .
l 3 6 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Lo es.
Por casar me contigo, sera yo capaz de t odo. . . De
t odo!. . . Por que ser tu esposa, es para m la seguridad de
t enert e si empre m o, de nadi e ms que m o .. Adems,
de ese modo mi hijo t endr a un padr e y un nombr e, dos
cosas que yo, por mi sola, no puedo dar l e. . . Recuerda
que siempre que de esto hemos habl ado, te he impuesto
como condicin que reconozcas como t uyo mi hi j o y
leudes tu nombr e. Sin esa condicin, no me caso.
Ya lo s.
Y pasas por ello?
Pasar por t odo, con tal de que t , tu vez, hagas
lo que yo te diga.
Pur a vacil, y al fin, repuso.
Acaba de explicarte y veremos. Si no me pides de-
masi ado, acaso consentir. . . Algnsacrificio ha de cos-
t ar me el conseguir que seas mi esposo y el padre de mi
hijo!... No encont rar a fcilmente un hombr e que en ello
consintiese, por que yo, al fin al cabo, soy qui en soy;
pero t no puedes echar me nada en cara. . . Eos dos te-
nemos que di spensarnos mut uament e muchas cosas...
Nos las di spensaremos, y una vez uni dos comenzaremos
nueva vi da: dej aremos de ser lo que hemos sido hasta
ahor a, para convert i rnos en dos personas honradas, y
con nuest ra honradez y con nuest ro car i o, seremos di-
chosos. . . Qu felicidad si eso llegara realizarse!...
Habla, por Dos, habla pronto y sepa yo de una vez el
EL MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 137
sacrificio que exiges de m para ot orgarme tanta vent ur a.
Y al habl ar as, estrechbale una mano con emoci n,
y dirigale una suplicante mi rada.
Faustino sonri satisfecho.
Haba encont r ado, al fin, el modo de convertir
aquella desdi chada en un dcil i nst rument o de sus
planes.
Gomo te dec a, cont i nu, yo, para casar me con-
tigo, necesito tener un pequeo capital que, uni do t us
ahorros, asegure nuest ro porveni r. Un capital, por in-
significante que sea, np se i mprovi sa, y menos cuando
se carece de toda clase de medi os. Par a reuni r un
capital, necesito hacer al gn negocio en el que las ganan*
cias estn en proporci n con los peligros. Te pr opuse uno
y t lo rechazaste.
Explotar ent re los dos al padre de mi hijo?excla-
m Pur a.
- S .
Hubiera sido una i ndi gni dad.
Hubiera sido sencillamente un negocio. T no qui *
siste ni an deci rme cmo se l l ama ese hombr e.
Ni te lo dir nunca.
Eso lo veremos, gens Faust i mo para s.
T OMO I I
;
. ' , ~ ~7^7>>^ 18
I 38 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Y prosigui en voz alta:
He tenido, pues, que buscar me ot ro negocio por m
excl usi vament e, y es el siguiente:
v
Nueva pausa y nueva supl i cant e mi rada por parte de
Pu r a .
Al fin, Faust i no sigui habl ando de este modo:
Hay en Madri d un hombr e i nmensament e rico, al
- que podr amos explotar muy bien los dos, si nos pusi-
- r amos de acuer do para engaarl e.
Quin es ese hombre?pregunt la j oven.
Gomo t te reservast e el nombr e del padre de tu
hijo, t emerosa, sin duda, de que te hiciese traicin, yo
me reservo el derecho de no deci rt e, hasta que me con-
-venga, como se l l ama ese i ndi vi duo.
El nombr e i mport a poco. Si gue.
Te reconoces t con fuerza para engaar ese
-hombre?
i
Enamorndol e?
" No.
Ent onces. . .
- Fi ngi ndot e una vctima m a.
No compr endo. . .
Ese hombr e es uno de esos que se l l aman s mis-
mos caritativos, y qui nes yo l l amo t ont os.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A l3g
Y bien...
Su mana es r emedi ar el infortunio geno. No com-
prendes an donde voy parar?
No. . . \ -
Pues eres muy t orpe. Si t finges estar en la miseria
y ser muy desgraciada por mi cul pa, ese hombr e te am-
parar, y si yo al mi smo t i empo finjo arrepent i mi ent o
de mis faltas, conseguir su proteccin, comprendes?
Protegidos por l, nos casaremos, y al casarnos, l asegu-
rar nuestro porveni r. Ves ahor a claro mi proyecto?
Yl
No pudo contener Pur a un gesto de repugnanci a.
Lo que me propones es infame!exclam. Yo no
sirvo para esas cosas.
Despus de todo, no es t ant o lo que tienes que ha-'
cer,raplic Faust i no.
Tengo que fingir.
Nada ms.
Te parece poco?
En el art e del fingimiento, todas las mujeres sois
maestras consumadas.
-r-Menos yo.
Vamos, que si te lo pr opones, bien sabrs echar, la-
grimitas. Con eso bast a.
14O E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Per o. . .
El sacrificio mayor aqu est, en pri vart e por algu-
nos das de las comodi dades de que gozas, en vestirte
con harapos y en ir vivir con tu hijo al sitio donde yo
te l l evar.
Eso sera lo de menos.
Ent onces. . .
No son las molestias que yo pueda sufrir, lo que me
hace vacilar; es el engao lo que me subl eva, lo que
me repugna; sobre t odo, t rat ndose de engaar un
hombr e que t empiezas por confesar que es muy
bueno.
Di mejor muy t ont o.
No l l ames tontera la bondad. Si no la compren-
des, respt al a.
Basta de discusiones!exclam Faust i no, ponin-
dose en pi.Ests dispuesta hacer lo que deseo?
Respndeme pront o, porque no tengo t i empo que per-
der, y si t no lo haces, lo har ot ra. Pero te advierto,
que en tal caso, debes r enunci ar para si empre la idea
de que nos casemos algn da.
Viendo que la joven no le respond a, se encami n la
puer t a, aadi endo:
Hemos concl ui do; adi s.
Pur a se abal anz l y le det uvo est rechndol e en sus
brazos.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A MI
No te vayas!exclam, Ya har todo lo que t.
quieras!
Gracias Di os?repuso Faust i no, volviendo sen-
tarse.
Y agreg para s:
Ya saba yo que acabar a por ceder.
CAPI TULO XV
La r a t one r a
I
Amanec a cuando Faust i no sali de casa de Pur a.
Al despedirse de ella, la abraz, dicindole:
Conque ests bien ent erada de lo que has de ha-
cer?
S , respondi ella, l anzando un suspiro.Puedes
estar descui dado; aunque me cueste mucha violencia,
sabr desempear bien mi papel .
Si as lo haces. . .
Est ar s t cont ent o, que es lo ni co que aspiro.
Ahora s que creo que me quieres!exclam l,
abrazndol a de nuevo.
La joven se sonri t ri st ement e.
Preferira que fueran de otra clase, las pruebas que
E L C A L V A R I O D E U N N G E L 43
me pidieses de mi cari o, respondi , pero con t odo
me conformo y todo me resigno, por que no tengo ot ra
voluntad que la t uya
No te pesar tu obediencia. El premi o de tu sacri -
ficio, ser nuest ro mat r i moni o.
Ojal!
II
Faust i no abrazla por l t i ma vez y excl am:
No olvides nada de lo que te he advert i do.
Descuida, repuso ella.
Probabl ement e, como el t i empo urge, esta mi sma
maana vendr buscart e.
Me encont r ar s pr epar ada.
Cuida mucho los detalles del vest i do. Que se revele
en todo una gran pobreza.
Fa e n m .
En cuant o tu hi j o. . .
Por qu no dices nuest ro hijo? Recuerda que me
has prometido ser su padre.
Es ver dad. Pues en cuant o nuest ro hi j o. . .
Tambin le vestir conveni ent ement e. Pobre ngel
mo!
No puedo det enerme ms . . . Es muy t arde y tengo
tnuchas cosas que hacer. . . Adis.
144
E L
C A L V A R I O D E U N N G E L
Adi s.
Hast a luego.
Que vuelvas pront o.
Separ r onse.
Faust i no baj la escalera, abri la puert a con la llave
que Pur a le hab a dado, y sali la calle.
La joven volvi ent rar en su habi t aci n, inclinn-
dose sobre la cuna, bes su hijo, diciendo:
S que hago mal al consentir en t omar part e en esta
infame farsa, pero qu no dar a yo por dart e el nombre
de que careces, hijo de mi alma?
Y cambi ando de t ono, aadi :
Adems, le qui ero tantos. .
Quedse pensativa unos i nst ant es, y luego exclam:
Debo cumpl i r cuant o l e' he promet i do, para que l,
su vez, me cumpl a sus pr omesas. Si vuelve t an pronto
como ha di cho, es necesario que me encuent re prepa-
r ada.
Y comenz abr i r cmodas y ar mar i os, guardndolo
y di sponi ndol o t odo, como si fuera empr ender un
viaje.
ni
Dejemos Pur a y sigamos Faust i no.
Est e pareca muy satisfecho.
Si mis pl anes se realizan tal como los tengo combi-
E L MA N U S C R I T O DK U N A MON J A 145
nados, decase, har un doble negoci. Por una part e,
sacar ese D. Fer nando lo que puedai, y por o. ra ga-
nar las vei nt e mil pesetas, que me ha ofrecido Ro-
mn.
Sonrise, y aadi , llevndose la mano al bolsillo i n-
terior de la chaquet a:
De esas veinte mil pesetas, tengo aqu ya diez mi l ,
que no me las quita nadi e. Algo es algo.
Sigui andando, y mi ent ras andaba, hacase las si-
guientes reflexiones.
Dos peligros hay, que debo tener en cuent a. El pr i -
mero, no compr omet er me al desempear la misin que
me ha confiado mi amigo Romn, el segundo, que las
cosas se combi nen de modo que no me quede ot ro re*
medio que casarme con Pur a. Despus de t odo, esto l -
timo no debe pr eocupar me. Vivira con ella mi ent ras
me conviniese, y l uego. . . No sera el pri mero ni el lti-
mo mari do que abandona su esposa.
Torn sonre rse, pero la sonrisa se extingui muy
pronto en sus labios.
El otro peligro ya es cosa ms seri a, cont i nu.
Puede costarme unos cuant os aos de presidio, y mal di -
ta la gracia que me har a. . .
Camin pensativo unos cuant os pasos, y de pr ont o
exclam:
Tal como lo tengo pensado, y t omando las debi das
precauciones, no es f cj ^ i j ae- me. compr omet a. Y des-
o w o n ' X.:-\ ' 7 f " -
:
- 19
I46 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
pues, por ganar veinte mil pesetas, bien puede correrse
algn peligro. . . La suerte me proteger como me ha
protegido en ot ras ocasiones!
Desde aquel i nst ant e, sus t emores desapareci eron, y
mostrse sonriente y alegre como el hombr e que se halla
satisfecho de s mi smo y de la mar cha de sus asunt os.
IV
Lleg nuest ro hombr e la Puer t a del Sol, y acercse
. uno de los coches de punt o que haba parados all.
El cochero dor m a en el pescant e.
No eran ms que las seis de la maana,
v. Eh, t! le grit Faust i no despert ndol e.
A. dnde?pregunt el auri ga, restregndose los
ojos.
- A la carretera de Aragn.
A dnde ha dicho V.?
A la carret era de Aragn. Ests sordo?
No, sordo no; pero me parece ext rao estas
hor as. . .
- No ha de parecert e nada, puesto que te pago para
que me lleves donde me convenga.
i.Ya, pero de todos modos. . .
Arrea y menos conversacin.
, El joven subi al carruaj e, el cochero arre al caballo
y, el vehculo se puso en mar cha.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A I47
Una vez en la carretera de Aragn, la al t ura de las
ltimas casas que por all hab a di semi nadas, Faust i no
hizo parar el car maj e, y dijo al auri ga:
Esprame aqu .
El cochero se acomod lo mejor que pudo para dor-
mirse de nuevo, y el joven se alej muy apri sa.
Poco despus, desapareci tras uno de los casi derru -
dos caserones que hab a en la orilla del cami no.
A corta distancia de la carret era, vease una casucha
aislada.
Constaba slo de pl ant a baja, y las paredes y la te-
chumbr e, parec an amenazar venirse abajo de un mo-
mento ot ro.
Faustino parse ant e la puert a de aquella casa, y l l am.
No le respondi nadi e.
Slo faltara ahora que ese no estuviera aqu , mur -
mur mal humor ado.
Volvi l l amar con ms fuerza, y, tras repetidos lla-
mamientos, oyse, al fin, una voz spera y ronca que
preguntaba:
Quin es?
Abre, con mil demoni os!respondi el j oven.
Transcurri eron algunos segundos y la puert a se abr i ,
apareciendo en ella un hombr e de aspecto poco sim-
ptico.
" Era joven, vesta miserablemente y -tena est ereot i pa-
dos en su rostro todos los vicios.
1.4-8 L C A L V A R I O D E UN N G E L
Tr as l, apareci una mujer no vieja ni mal parecida,
pero sucia y andraj osa.
For maban una buena pareja.
Eran dignos el uno del ot ro.
V
Al reconocer al que l l amaba, los dos l anzaron una
exclamacin de sorpresa.
T!dijo l . T por aqu !
Ya lo ests si endo, respondi Faust i no.
- Y estas horas!
Me parece, que para presentarse en casa de un ami-
go, cual qui era hora es buena.
Sin duda, per o. . .
Int errumpi se y aadi , bajando la voz:
Qu te ocurre? Has hecho al guna tontera? Te en-
. cuent ras en algn compromiso? Vienes, como ot ras ve-
<:es, para que te esconda?
No, le respondi Faust i no, empuj ndol e hacia
dentro. No vengo nada de lo que supones. Vengo
proponert e un negocio.
Los ojos de aquel hombr e, brillaron con expresin si-
ni es t r a.
Un negoci o!excl am.
Un negocio!repiti la muj er, avanzando con in-
vencible curi osi dad hacia los dos interlocutores-
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 149
Entrad y habl aremos, di j o el madr ugador visi-
tante.
Y entr el pr i mer o, sin ms ceremoni a.
Entraron los tres y la puert a volvi cerrarse.
La conversacin dur escasament e media hora.
Pronto se pusieron de acuer do.
Guando la puert a volvi abri rse, salieron los t res, al
parecer, muy satisfechos.
Con que ya lo sabis,dijo Faust i no. Dadme la
llave, largaos de aqu y no volvis hasta que yo os avi se.
Hablaron al gunas pal abras ms en voz baja, y el hom-
bre y la mujer se alejaron, sosteniendo ent re s una ani-
mada conversaci n.
Faustino siguiles con la mi rada hasta verles des-
aparecer.
Entonces cerr la puerta de la casucha, se guard la
llave y regres donde le esperaba el coche, dicindose:
Ya tengo la j aul a, que era lo ms difcil de conse-
guir, pronto estar dent ro el recl amo, y el pjaro acu-
dir sin ni ngn recelo.
Dirigi en t orno suyo una escrut adora mi r ada, y
aadi:
El sitio no puede estar mejor escogido. A las nueve
de la noche no debe de pasar por aqu un al ma bendi t a.
Sonrise, y subi endo al carruaj e, dijo al cochero:
A la calle de la Luna.
Era la calle donde viva Pur a.
l 5o E L C A L V A R I O D E U N N G E L
- Las once de la maana er an, cuando Faust i no entr
en su casa
En su rostro revel banse las huellas del insomnio y la
fatiga.
Sus padres esperbanl e entre inquietos y enojados.
Est visto que de t no se puede hacer carrera,le
dijo Manuel . Tus promesas de enmendar t e las cum-
ples pasndot e toda la noche fuera de casa.
No me ria V. sin oi rme, l e respondi Faustino
con una humi l dad la que sus padres no est aban acos-
-t umbrados. ' He pasado la noche fuera, no para diver-
t i r me, sino para r omper de una vez con todas mis anti-
guas ami st ades. No era cosa de desaparecer como por
t )bra de magi a. Yo tena mis compromi sos pendientes...
Pero ahor a, todo eso acab ya; lo aseguro.
- ^Si endo as . . .
Desde esta noche, las diez en casita.
Los infelices padres se dejaron engaar, y hasta Qui-
t e a pens:
Razn t en a al decir que no es t an mal o como mu-
chos se figuran.
Qu madr e no estar si empre dispuesta encontrar
bueno su hijo?
CAPI TULO XVI
Fausti no revela ser un buen cmi co
I
Hallbase Fer nando aquella maana en su despacho
escribiendo al gunas cart as, cuando se le present un
criado, dicindole:
Seor, ah hay un joven que desea ver l e. ' Asegura
que V. le. espera.
Que yo le espero!respondi Espejo, sorprendi -
do.No ha dicho su nombre?
Dice que se llama Faust i no. . . *
Faustino? Torpe de m! Es ver dad. . . Lo haba ol-
vidado. Que pase, que pase en seguida.
Y consultando la hora en la esfera del reloj que hab a
sobre la chi menea, sonrise diciendo:
I Quedamos en que vendr a las doce, y son las doce
I 5 2 L C A L V A R I O D E U N N G E L
en punt o. Su punt ual i dad es de buen auguri o. Por lo
menos , demuest ra que viene contento habl ar conmigo
Ojal nuest ra entrevista d el resul t ado que yo ape-
tezco I
Mientras as habl aba, guard en la carpeta los pape-
les que haba sobre la mesa.
Ent r e aquellos papeles vease un ret rat o.
Er a el de Consuelo.
Lo guar d en el cajn, despus de besarl o.
Luego levantse para recibir su visitante.
H
Faust i no se present en el despacho con aire tmido y
humi l de.
La palidez de su rost ro, efecto de haber pasado toda
la noche sin dor mi r , como sabemos, servale maravilla
para apar ent ar una emocin que estaba muy lejos de
sentir.
Detvose en la' -puerta y sal ud con una profunda re-
verenci a. .
- Pa s e V",le dijo Espejo, salindole al encuentro.
Pase V.
Y le t endi afablemente Ja mano.
El joven toc apenas con la suya aquella mano que el
protector de sus padres le ofreca.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 15 3
Fernanda, compadeci se de s uapar ent e cort edad, y
extrem sus demost raci ones de afecto para ani mar l e.
Veo que es V. punt ual , l e dijo, al mi smo tiempo-
que con una sea le invitaba sent arse.
Faustino permaneci en pi
Por nada del mundo me hubi era permi t i do mol es-
tarle haciendo que me esperara, respondi .
Complacido por esta respuest a, Espejo sonrise y l e
oblig que se sent ara.
Para ello t uvo que cogerle por un brazo y conduci rl e
hacia un silln.
Sentronse los dos y guardaron silencio.
Fernando fu el pri mero en habl ar.
-A V. le ext raar a ayer, empez di ci endo, que yo
le dijera que tena que hablarle.
S, seor, en efecto,respondi el j oven, me ex-
tra mucho. Tant o como encont rarl e V. en mi casa.
Me reconoci V.?
En seguid
De haber me visto acompaando Nieves?
Eso es.
Y hasta puede que por ello me guardara usted al -
gn rencor.
Faustino llev la perfeccin, en el fingimiento, hasta el
punto de rubori zarse, como s i s e hubiese visto descu-
bierto en uno de sus secretos ms nt i mos.
Di spnseme, bal buce; pero yo no saba qui en
TOMO I I _. 20
- X 5 4 EL CAL VARI O D E U N N G E L
era ust ed, y al pront o. . . lo confieso... me cont rari verle
acompaando mi novi a.
Y despus?
Despus, si le he de ser usted franco, no cre las dis-
cul pas que me dio Nieves. Mas, cuando le vi V. en mi
casa y supe lo que hab a hecho por mi padre, enton-
ces... entonces compr end que Nieves no minti al de-
ci r me que es usted el hombr e ms honr ado y bondadoso
del mundo!
III
No poda di si mul ar Fer nando su sorpresa al or como
se expresaba el joven.
Pues seor, pensaba para s.No es tan fiero el
len como le pi nt an; este chico no es tan malvado
como di cen, puesto que aun sabe ser respet uoso y hasta
most rarse agradeci do.
Faust i no, que le observaba con el rabillo del ojo,
aadi :
Aunque usted no me hubi era dicho que viniese
verl e, yo hubi era veni do.
Para qu?interrumpi Espejo.
Puede usted suponerl o.
- No caigo...
Par a darl e las gracias por lo que ha hecho en favor
de mis padres.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 15 5
Bah!
A usted hasta podr molestarle que le habl e de este
modo, porque la persona si ncerament e caritativa, las
demostraciones de grat i t ud, ms le cont rar an que le
holgan; pero mi obligacin es manifestarle mi agradeci -
miento. Es el nico modo como puedo cor r esponder
sus favores.-
Decididamente, este chico no es, ni con mucho, lo
que sus padres aseguraban, pens Fer nando.
Y dijo en alta voz:
No habl emos de eso; habl emos de ust ed, puesto que
para habl ar de usted le dije que vi ni era.
Estoy sus rdenes, respondi el j oven, haci en-
do una reverenci a.
Encont rbase Espejo indeciso, sin saber como empe-
zar habl ar de sus proyectos de regeneracin, qui en
tan correcto y humi l de y deferente se le present aba.
Opt por recurri r la franqueza, y dijo:
Empiezo por decirle que me dispense si en algo de
lo que voy decirle, encuent ra al guna cosa que le mo-
leste. No es mi propsito ofenderle ni mucho menos.
Lo supongo, respondi Faust i no sonriendo y
por consiguiente, di spensado est usted de ant emano.
Puede habl ar con ent era cl ari dad.
Me lo permite?
Mas an, se lo supl i co.
Pues ent onces, empezar por decirle que, al hacerl e
156 E L CAL VARI O D E U N N G E L
veni r mi casa, mi intencin no era otra que la de ofre-
cerle mi incondicional apoyo, para que se transforme en
t m hombr e de provecho.
En eso, ms encuent ro nuevos motivos de gratitud
que de ofensa.
Es que. . .
Fer nando se det uvo, porque no encont raba el modo
de decir: t Es me me han di cho que V no vive como es
debi do.
IV
Pareci como que Faust i no adi vi nase el apur o en que
se encont raba su interlocutor, y acudi en su auxilio,
di ci endo:
Ya que usted no se atreve ser t an franco como ha
. promet i do, lo ser yo por usted. Iba V. decir: Es que
las noticias que de V. tengo, no son muy satisfactorias.
Verdad?
Ef ect i vament e, af i r m Espej o, encant ado per
una sinceridad tan expont nea.
Y ami go si empre de at enuar cuant o los otros pudie-
r a ofender, apresurse aadi r:
Por supuest o, que yo no he concedi do gran impor-
tancia lo que me han dicho de ust ed, y ahor a, despus
de ver el modo como se presenta y como habl a, casi lo
-pongo en duda.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 157
Es usted muy bondadoso.
Soy justo. Por lo mi smo, sus faltas... l l ammosl as
as por l l amarl as de algn modo. . .
Es el nombr e que merecen.
Pues, cmo deca, sus faltas me han pareci do ms
bien locuras propi as de la j uvent ud, y de las que podr
usted fcilmente corregirse poco que se lo proponga.
Para esto es para l oque yo le ofrezco mi proteccin y
mi apoyo, para que se corrija. Acepta mi ofrecimiento?
Con noble y arrogant e energa, Faust i no levant la
cabeza y repuso:
No puedo aceptar el generoso ofrecimiento que usted
me hace.
Fernando le mi r sorprendi do.
Por qu?preguntle
Porque no merezco que V. me apoye y me proteja.
Cmo?
Me trata usted con demasi ada indulgencia, con una
indulgencia la que en modo alguno soy acreedor.
Pero. . .
Lo que usted cree locuras de mi j uvent ud, y que casi
no se atreve l l amar faltas, son ms que faltas, son cr -
menes.
Qu dice usted?
La verdad. Por lo mi smo que es usted tan genero-
so conmigo, no debo, o qui ero engaarl e. Sera una
nfamia! Le doy las gracias por sus ofertas, pero no las
158 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
acept o. Hgalas usted quien sea ms digno de ellas que
yo! Su inters me avergenza, porque slo merezco que
usted me desprecie.
Y como habl ando consigo mi smo, mur mur :
Nunca, hasta ahor a, la vergenza hab a enrojecido
mi . rost ro!. . . Lo que no hubi era conseguido mi propia
degradaci n, lo ha logrado la bondad de un hombr J
E inclin la cabeza sobre el pecho, como si verdade-
r ament e estuviera avergonzado. '
V
Fer nando iba de sorpresa en sorpresa.
Casi conmov ase al or su interlocutor explicarse del
modo que ant ecede.
Qui en de aquella maner a habl aba, no era, no poda
ser mal o.
Puest o que aquel hombr e reconoca sus faltas, y de
ellas se avergonzaba, poco le faltaba para arrepentirse y
regenerarse.
Creo que se juzga usted s mi smo con sobrada se-
veridad, dijo.
Ojal me hubi era juzgado si empre del mismo
modo!respondi Faust i no. Per o yo, hasta ahora, he
vi vi do sin dar me cuent a ni an de lo que hac a. Desde
ayer, yo no s que es lo que pasa por m, que hasta me
parece que soy ot ro. Pienso en cosas en que no haba j
E L MANUSCRI TO D E UNA. MONJA 159
pensado nunca, y me avergenzo de lo que antes me
pareca ms nat ural y ms corri ent e. Si yo pudi era bo-
rrar en un moment o todo mi pasado!. . . Entonces s que
aceptara gustosp esa generosa proteccin que usted me
ofrece; pero no puedo. . . !
Por qu no? Porque le falta usted quin le acon-
seje y le gue? Aqu estoy yo!
,lmposible!
Passe Faust i no una mano por la frente, y como si de
pronto tomase una resolucin supr ema, exclam:
Quiere usted saber quien soy yo? Pues esccheme-. ;
esccheme y horrorcese! Voy habl arl e con una fran-
queza con que no he habl ado nunca nadi e; voy re-
velarle mis secretos ms nt i mos. . .
No le pesar, i nt errumpi l e Fer nando, ani mndo-
le que habl ase.
Y acerc su asiento al que ocupaba el joven, para no
perder ni una sola pal abra de cuant o iba decirle.
La farsa concebida por Faust i no, comenzaba des-
arrollarse.
El, representaba el prlogo, y preciso es conveni r en
}ue lo representaba maravi l l a.
CAPI TULO XVII
Fausti no llora
I
Por lo mi smo que supon a la impaciencia con que
eran esperadas sus explicaciones, Faust i no t ard en em-
pezar habl ar.
De ant emano tena pensado lo que iba decir; pero
convenale excitar ms y ms la curiosidad de su inter-
locutor.
Posea en alto grado la astucia y el talento de saberse
hacer i nt eresant e.
Al fin decidise comenzar" como sigue, y lo hizo
con todos los preparativos propios del caso.
Pr i mer o, un suspi ro, salido, al parecer, de lo ms
profundo. del pecho; despus una l t i ma y corta vacila-
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A l 6 l
cin, y luego un enrgico ar r anque de resolucin deses-
perada.
No era posible fingir mejor la l ucha del que t eme y al
mismo tiempo desea confesar una cosa.
No me det endr enumer ar las faltas" que usted ya
conoce,principi di ci endo, porque sera t i empo per-
dido. Son faltas que conoce todo el mundo, y que pe-
sar de su gravedad, pierden toda su i mport anci a al lado
de otras que de muy pocos son conoci das. Que aban-
don muy joven la casa de mis padr es, robndol es sus
modestos ahor r os, que no he queri do trabajar nunca,
que he sido aficionado todos los vicios... Esto, que
de seguro ya sabe V. , lo repito, pesar de toda su gra-
vedad no tiene i mport anci a, si con ot ras faltas se. com-
para. De todo eso, fcilmente se corrige cual qui era; de
o que voy confesarle, no hay maner a de corregirse,
porque no hay modo de r epar ar sus tristes consecuen-
cias.
II
Este exordio, al arm j ust ament e Fer nando.
Muy graves deban de ser las faltas de aquel desdicha-
do, cuando de tal manera habl aba.
Sin embargo, ya era mucho que reconociese y confe-
sase su gravedad.
Para ani marl e, pues, que siguiera habl ando, le di r i -
gi una de sus ms afables sonrisas.
TOMO i ; 21
1 0 2 L C A L V A R I O D E U N N G E L
Esta sonrisa, pareci surt i r el efecto deseado, pues el
joven sonrise su vez, y prosigui de esta maner a:
La pri mera vez que V. me vio, fu siguiendo una
joven que me ama y la cual yo he j urado amar toda
mi vi da.
. En efecto,asinti Espejo; Ni eves.
Eso es; una de sus protegidas.
Es una joven por la cual me intereso sinceramente.
Lo s, y porque lo s empiezo por aqu la confesin
de mi falta, para que V. ms me desprecie.
Despreci arl e, no. Por qu? Si me convenzo deque
V. y Nieves se aman ver dader ament e, lo que har ser
cont ri bui r su dicha en la medi da de mis fuerzas.
Esa dicha es i mposi bl e.
Por qu?
Por la sencilla razn de que Ni eves, no puede ser mi
esposa.
-No la ama V?
No.
Cmo?
Le ment amor para bur l ar me de ella, como de tan-
tas otras me he burl ado, para robarl e su honr a como he
hecho con t ant as infelices, para aadi r una ms la lista
de mi s vctimas.
Oh!
Se horroriza V.?
Tant o como horrori zarme no'; casi supona todo eso.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A l 6 3
Por lo dems, la falta no es tan grave, puesto que sus
propsitos an rio se han realizado.
Gracias V. Si usted no hubi era i nt erveni do tan
tiempo, Nieves llorara muy pronto por mi cul pa, su
desdicha y su deshonra.
ni
Call Faust i no inclin la cabeza sobre el pecho,
como si le avergonzara la confesin que acababa de ha-
cer.
Fernando contemplle con ms compasi n que enojo.
Sea usted franco,le dijo, tras una nueva pausa.
De veras no ama V. Nieves?
El joven vacil en contestar.
No la amo, respondi al fin, pero con acento inde-
ciso.
Por qu ha t ardado usted t ant o en responderme?
Su vacilacin me i nduce creer que su respuesta no es
sincera. Se siente ust ed, por lo menos, capaz de cur ar
esa desdichada joven, qui en ha hecho concebir espe-
ranzas, que de dejar de realizarse, la har n infeliz t oda
su vida? Piense usted bien lo que me contesta, por que
su contestacin puede influir mucho en su suerte. El
amor, cuando es sincero, redi me todas las faltas. Si us -
ted llegase a ma r Nieves, y por su amor se redi mi era,
164 E L C A L V A R I O D E U N N GE L
yo protejera esos amor es, se casaran ustedes, asegura-
ra su porveni r y viviran ustedes t ranqui l os, honrados y
dichosos. Per o, para ello, habr a de estar t an convencido
dl a sinceridad de su amor , como de la de su arrepen-
timiento. Se siente usted con fuerzas para arrepentirse
y para amar?
Por toda contestacin, Faust i no dej escapar un sus-
pi ro
Llora usted?exclam Fer nando en el colmo del
asombr o.
[S, lloro de vergenza!-repuso el joven, cual si se
dejara llevar de sus sent i mi ent os. Nunca en mi vida
hab a l l orado, y ahor a, ya lo v usted) las lgrimas aci -
den mis ojos como si fuese una muj erzuel a. . . Qu
pensar usted de m, al ver me llorar de ese modo?
Pi enso que tiene usted corazn, respondi Espejo.
Sea cual sea la causa de su llanto, si no tuviese usted
corazn, no l l orara. . . Esas lgrimas le enaltecen mis
ojos!. . . Llore usted sin r epar o! . . . Yo no soy de los que
se ren cuando ven un hombr e llorar; soy de los que
se conmueven. . . Tambi n yo he llorado ms de una
vez, y me tengo por t an hombr e como cual qui era!
Gracias!
Por qu me d usted las gracias
Por su generosidad al compr ender me y al juzgar-
me. . .
E L MA N U S C R I T O D E U N A MO N J A l 6 5
Vaya, tranquilcese usted y siga babl ndome con la
misma sinceridad con que antes me habl aba.
S, en segui da. . . Ti ene usted derecho pedi rme que
le hable con franqueza. . . Lme nos que puedo hacer
para demost rarl e mi grat i t ud, es hacerle ver mis senti-
mientos tal cual son. . . Siga escuchndome y sabr por
qu lloro'
V
Sec Faust i no sus l gri mas, y continu diciendo:
Al pregunt arme usted si me siento capaz de a ma r
Nieves, he debi do decirle que s, porque ya casi la amo. . .
Su inocencia y la confianza con que se ha entregado
mi amor, han conseguido i nt eresarme y conmover me,
cosa que no ha logrado ni nguna de las otras mujeres
quienes, como ella, deca que las amaba. . .
Pues entonces, le i nt er r umpi Fer nando, t odo
puede arreglarse.
- N o .
Cmo que no?
Yo no puedo, mejor di cho, yo no debo amar
mujer al guna.
Por qu?
Porque un compromi so sagrado me lo i mpi de.
Un compromiso? No compr endo. . .
. l 6 6 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Hay en el mundo una mujer que tiene mi amor
ms derecho que t odas las ot ras mujeres.
Una de sus vctimas?
S.
La nica que usted amado, quiz?
La que he hecho ms desgraciada
Si desgraciadas ha hecho usted t ambi n las dems
que en sus j urament os de amor han credo, todas tienen
igual derecho.
No, todas no; el derecho de esa infeliz est por en-
cima del derecho de todas las dems.
Por qu?
Porque esa mujer de qui en le hablo," ms de ha-
brmel o sacrificado t odo, es la madr e de mi hijo.
Tiene usted un hijo?
- S .
Infeliz!
Esta exclamacin i nvol unt ari a, hizo que Faust i no se
cubri era el rostro con las manos, como si de este modo
quisiese ocultar su compasin y su vergenza.
Hubo unos instantes de silencio.
R. fiera me usted la historia de esos amores,dijo
Fer nando, despus de una larga pausa.
El joven no deseaba ot ra cosa.
Llevaba ya i nvent ada la hi st ori a que hab a de referir.
Con una sumisin respetuosa y humi l de, apresurse
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 167
complacer su interlocutor, y lo hizo en la siguiente
forma:
Conoc Pur a y me prend de su belleza. Interes-
se mi deseo, que no mi corazn, y me propuse hacerl a
ma. En empeos de amor , mis propsitos han sido casi
siempre realizados al mi smo t i empo que concebi dos.
Esto no tiene mrito al guno, puesto que para realizarlos
he recurrido todos los medios i magi nabl es, hasta la
violencia y al engao.
Interrumpise un moment o, y luego prosigui:
Pura era honr ada. Hurfana de padre y madr e, ga-
nbase la vida t rabaj ando. Cosa para una tienda, y
fuerza de economi zar, hasta haba logrado reuni r algu-
nos ahorros. Me present ella como si fuera un hom-
bre honr ado, crey en mi honradez y en mi cari o, y
sucumbi como t ant as otras. No es responsable de su
falta, porque, en su inocencia, casi no se dio cuent a de lo
que haca, hasta que ya el mal no tuvo remedi o,
I Y
El falso relato del joven, con todo y ser tan sencillo,
interesaba sobremanera Espejo.
Siga usted,dijo i mpaci ent e.
Si la cosa no hubi era pasado de aqu , cont i nu
Faustino, Pura no pasara de ser una ms de mis vc-
timas. Pero yo hice con ella lo que no hab a hecho con
. i 6 8 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
las ot ras. La despoj de sus ahorros y la abandon al sa-
ber que iba ser madr e.
Eso es indigno!exclam Fer nando, sin poder con-
t enerse.
Es ms que indigno: es cri mi nal . Hoy Pur a y nues-
tro hijo, viven en la mayor miseria, sin paz, sin tran-
qui l i dad, sin di cha, sin pan con que al i ment arse, y loque
es peor que todo esto, sin honra,
Levant la cabeza, y, mi r ando fijamente su interlo-
cut or, preguntle:
Negar usted ahora que esa infeliz tiene ms dere-
cho mi amor que todas mis otras vctimas? Ninguna
de las dems se encuent r a en sus especiales circunstan-
cias. Juzgue usted ahora en conciencia, atenindose lo
que acabo de confesarle.
CAPI TULO XVIII
Caer en e'l lazo
I
Obligado por las circunstancias ejercer de juez en
un asunto delicadsimo, en el que j ugaban por igual la
honra, el corazn y la conciencia, Fer nando quedse
pensativo.
Tentaciones sinti de decir al joven quien se propo-
na proteger: Amigo m o, decida usted mi smo lo que
mejor le plazca y haga lo que mejor le parezca; pero
esto no era cumpl i r los propsitos que s mi smo se ha-
ba hecho de ayudar aqul desgraciado en la obra de
su regeneracin.
La pri mera ayuda que estaba obligado prestarle, era
la de sus consejos.
Adems, t odo le haca esperar que aquel infeliz se
T OMO I I 2 2
170 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
arrepent i r a, y abandonarl a s mi smo, era mat ar tal vez
su naciente arrepent i mi ent o.
Tom, pues, sobre s la responsabilidad de resolver
aquel probl ema, y para disolverlo atvose lo que le
dictaban sus nobles sentimientos.
Seguro estaba de que as procedera rect ament e.
11
Despus de reflexionar algunos instantes, instantes
cada uno de los cuales tuvo para Faust i no la duraci n
de un siglo, Fer nando pregunt :
Donde vive esa infortunada mujer?
Pura?interrumpi su vez el joven.
S .
En Madr i d.
Sus seas?
Carretera de Aragn, nmer o. . .
Carret era de Aragn! All, no viven ms que men-
digos.
Desde que yo la abandon, Pur a y su hijo viven
i mpl or ando la cari dad pblica.
Infelices!
El da se lo pasan r odando por las calles de Madrid
pi di endo limosr.a.
De modo, que no van su casa ms que de. noche?
Nada ms.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 171
Luego para visitarles...
Hay que ir de noche.
Fernando sac su cartera y apunt en ella las seas
y los datos que acababa de darle Faustino.
Este se sonri imperceptiblemente.
Todo iba saliendo medida de su deseo..
Ir de noche visitar Pura,pens,que es lo
que m me conviene.
Hicieron otra nueva pausa, y Fernando la interrumpi
con una nueva pregunta.
-Ama V. Pura?pregunt de pronto, fijando en
su interlocutor una escrutadora mirada.
El joven no se turb en lo ms mnimo
No la amaba,respondi,pero creo que la voy
amando. En pocas horas se ha operado en m un cam-
bio notabilsimo. Antes, cuan Jo me acordaba de Pura,
me rea, y ahora, V. mismo lo ha visto: al acordarme de
ella, las lgrimas han asomado mis ojos Es esto amor?
No lo s, lo que s es que hoy sera mi mayor felicidad
casarme con ella, para compensarla del mal que le he
causado, y para dar un nombre mi hijo.
Esa es su obligacin.
Y ese es mi deseo, pero no puedo realizarlo.
Por qu?
Si me caso, cmo quiere V. que atienda mis ne-
cesidades, las de mi esposa y las de mi hijo? Yo no s
ganar el dinero; no s ms que gastarlo.
172 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
El trabajo es el tesoro de los pobres.
El trabajo!. . . Yo no s trabajar; no s hacer nada.
Per o, trabajara usted si pudiera?
Oh, s! Ant es, el trabajo hubiese sido para m una
gran violencia; hoy sera una satisfaccin.
III
Tor n Espejo quedarse silencioso y pensativo.
Faust i no cont empl bal e con i nqui et ud.
Aquellas pausas infundanle recelo.
Ha indicado usted antes,dijo Fer nando, que su
deseo sera casarse con la madr e de su hijo.
Eso dije,respondi el joven,y eso repito.
Nada ms fcil que realizar su deseo.
Cmo?
Yo me encargo de realizarlo
Ust ed!
Pero antes necesito convencerme de una cosa.
De cual?
De que est usted si ncerament e arrepent i do de t o-
das sus faltas; de que una vez casado, cambi ar de cos-
t umbr es y vivir honr adament e, consagrado por com-
pleto al trabajo, su mujer y su hijo.
Faust i no lanz un suspi ro inclin la cabeza.
A qu hacerle protestas de arrepent i mi ent o, re-
plic,si usted no ha de creerlas?
EL MA N U S C R I T O DE U N A MONJ A 73
Por qu no?
Porque es muy nat ural que dude de cuant o yo le
diga; porque es muy justo* que crea que le engao si le
prometo corregi rme.
Sin embargo, si usted me diese una prueba ..
Qu ms prueba puedo darle que el modo como le
hablo? Si yo no estuviera arrepent i do, le hubiese confe-
sado expont neament e mis faltas? Y si mi intencin no
fuera corregirme, sacrificara gustoso mi libertad, casn-
dome con la ms desgraciada de mis vctimas, slo por
remediar en lo posible las consecuencias de mis errores?
Era tan lgico este razonami ent o, que bast para des-
vanecer todos los recelos de Fer nando.
Adems, su corazn generoso, inclinbase siempre del
lado de la credul i dad con preferencia al de la descon-
fianza.
Qu inters poda tener aquel hombr e en engaarle?
Y en ltimo caso, si ment a, s mi smo se engaaba.
El se hab a propuest o ayudarl e en la obra de su rege-
neracin, y deba llegar hasta el fin, sin egostas vacila-
ciones.
Su obra era meri t ori a, ms por el esfuerzo que le cos-
tara, que por los resul t ados que obt uvi era.
Le creo ust ed, di j o, tendindole una mano.
Creo que de veras se arrepi ent e de todo el mal que ha
'hecho, y que evitar en lo sucesivo vol verl o hacer.
; Se lo juro!exclam Faust i no.
174
E L
C A L V A R I O D E U N N G E L
No es necesario que me lo j ure. Su conducta tendr
ms valor que todos sus j urament os. Su proceder me in-
dicar muy pront o si me he engaado al creerle sincera-
ment e arrepent i do y si usted menta al j urrmel o. En
tal caso, de mi engao y su ment i ra, usted ser el nico
responsable y la nica vctima Part i endo, pues, de la
base de su sincero arrepent i mi ent o, oiga lo que voy
decirle.
IV
Esta vez, Faust i no prest atencin sincera las pala-
bras de su interlocutor.
Al decirle ayer que viniera hoy verme,prosi-
gui Fer nando, mi objeto no era ot ro, como ya le indi-
qu, que ofrecerle mi proteccin. Conmovi ronme las
lgrimas de sus padres al habl ar me de los extravos de
ust ed, origen de todas sus desgracias, y me propuse pro-
tegerle para redimirle. Tal era mi intento.
i nt ent o noble al que yo no soy acreedor,repuso
Faust i no.
Al cont rari o; habl ando con ust ed, me he convencido
de que no est t an pervertido como yo t em a; he visto
con satisfaccin que an hay en usted sentimientos
instintos honr ados; me compl azco en decrselo. Esto me
ha ani mado ms y ms en mi empresa, porque la he
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 175
credo de xito seguro. Salvarle usted y volverle al
buen cami no, no slo no lo considero difcil, sino que lo
considero muy fcil, por poco que usted me ayude.
Si de mi vol unt ad dependi era. . .
Su vol unt ad es el factor ms i mport ant e de su rege-
neracin.
Pues con mi vol unt ad puede usted cont ar desde
ahora Qui ero dejar de ser lo que he sido.
Sonrise Fer nando al escuchar una confesin al pare-
cer tan i ngenua, y sigui di ci endo;
Para el caso de que usted se corrigiese, yo tena
formado mi plan; casarle con Nieves y asegurar su por-
venir. Usted, con una franqueza que le agradezco, me
ha convencido de que eso no puede ni debe ser.
Bien pesar m o, repl i c el j oven; pero ello se
opone mi conciencia.
He tenido, pues , que desechar esa idea y reformar
ni proyecto. Empi ezo por exigirle que no vuelva usted
ver Nieves.
No la ver. . . Creo, adems, que no tendra valor
para volver present arme ant e ella.
Yo le habl ar y procurar desengaarla del modo
que la infeliz le sea menos doloroso; yo la convencer
de que el cario de usted no le convi ene, de que debe
enunciar l
Sufrir mucho, porque me ama.
Entre su madre y yo, la consolaremos. Libre ust ed
I76 E L CAL VARI O D E U N N G E L
de este modo de sus compromi sos coa esa joven, se ca-
sar con Pur a, protegido por m , para de esta manera
satisfacer su nat ural deseo, cumpl i r con sus deberes y
dar un nombr e su hijo. Al casarse, yo asegur su
porveni r, siquiera sea modest ament e.
V
Faust i no no le dej t ermi nar.
Cay al suelo de rodillas, y cubri de besos la mano
de su i mprovi sado protector.
Fer nando levantle y le estrech en sus brazos.
No habl emos ms de esto por ahora,dijo.Nece-
sitamos ponernos de acuerdo con Pur a. Esta noche ir
verl a.
Ir usted?
A las diez. Procure us t ei estar all.
Est ar.
Los tres juntos, veremos la mejor manera de reali-
zar mis planes.
Y para sustraerse las manifestaciones de gratitud
del joven, le despidi, dicindole:
Tengo que hacer. Retrese y hasta la noche.
Faust i no quiso besarle otra vez la mano, y l no lo
consinti; quiso darl e de nuevo las gracias, y le empuja'
haci a la puert a, dicindole:
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A
r
77
An no he hecho ot ra cosa que formul ar al gunos
ofrecimientos; guarde ustecT su gratitud para cuando
esos ofrecimientos estn cumpl i dos.
Faustino sali al fin, en act i t ud humi l de, fingiendo
admi rabl ement e una gran t urbaci n que estaba muy
lejos de sentir.
CAP TULO XIX
E s p e r a n d o e l m o m e n t o
Fer nando sentase satisfecho y orgulloso de s mismo.
No poda menos que asociar su satisfaccin el recuer-
do de la dama misteriosa, en cuyo ejemplo inspirbase
para ejercer la caridad, ni co consuelo sus amargos
desengaos.
La regeneracin de Faust i no sera obra suya, pero
la desconocida dama deba el haberse lanzado una
empresa en la que tan fciles y satisfactorios resultados
se prometa al canzar.
Hubi era deseado cor ocer aquella mujer extraordi-
nar i a, slo para darle las gracias por la satisfaccin que
senta en aquellos moment os.
E L C A L V A R I O D E U N N G E L 179
Tambi n pens en Consuel o.
Qu orgullosa y contenta estara de l si supiese lo
que consagraba una existencia que hab a soado de-
dicar su cari o!
Sac el retrato y lo bes, diciendo:
Si vives, acaso sepas algn da lo que por t y en tu
memoria hago. Mis protegidos saben bendecir tu nom-
bre, porque t eres la i nspi radora de todas mis obr as
de cari dad.
Luego se entristeci pensando en Nieves.
La dicha, en e l mu n d o , nunca es compl et a.
Para que la regeneracin y la felicidad de Faust i no
fuesen un hecho, era necesario sacrificar la vent ura de
la hermosa y enamor ada joven.
Siempre el sacrificio corresponde la vctima i no-
cente, pens;nunca al cul pabl e. Ley que no debe ser
tan injusta, cuando es tan general. Quiz sea privilegio
de la inocencia el sacrificarse, porque t ambi n en el sa-
crificio hay su goce, goce supremo que slo pueden sen-
tir y saborear las al mas grandes.
Y procurando ret ardar en lo posible el instante de
desengaar de sus ilusiones y esperanzas la inocente y
desdichada joven, se dijo:
Maana la ver y pr ocur ar ar r ancar para si empre
de su corazn, ese amor que pudo hacerla tan dichosa
y que la hace tan infeliz. Si est tan arrai gado en l que
no puedo ar r ancar l o sin gran dolor, yo procurar com-
l80 E L C A L V A R I O D E U N A N G L
pensarl a de todos sus sufrimientos, haci endo los mayo-
Tes sacrificios por conseguir su dicha.
II
Mi ent ras Fer nando, solas en su despacho, entregba-
se las anteriores reflexiones, Faust i no cami naba muy
apri sa en direccin al Ret i ro.
Iba al parecer muy cont ent o, y deba estarlo real men-
t e, porque de vez en cuando sonrease y mur mur aba:
Todo va saliendo medi da de mis deseos La ca-
sual i dad me favorece. Si no surge algn i mpedi ment o
mprevi st o, lo cual no es de esperar, esta mi sma noche
quedar todo concl ui do. No es posible ms rapidez.
Y t ornaba sonrerse con vanidosa compl acenci a.
Tambi n l estaba satisfecho de s mi smo, como Fer-
nando; pero la satisfaccin de uno y ot ro, eran de ndo-
le muy diferente
La de Espejo era una satisfaccin nobl e y legtima,
como nobles eran los sentimientos que la mot i vaban; la
de Faust i no era una satisfaccin i ndi gna, como indignos
er an los sentimientos que le servan de origen.
Los dos tenan, sin embar go, una mi sma base.
La conversacin que acababan de t ener ent re s aque-
llos dos seres tan diferentes, tan opuestos.
EL MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 18 T
III
Junto la verja del retiro, haba parado un coche
con las cortinillas echadas.
Faustino se acer c l sin vacilar, y abri la porte-
zuela.
Gracias Dios!dijo dent ro una voz de hombr e.
Cre que no vendr as.
Yo cumpl o siempre mi pal abra, repuso el joven,
te di pal abra de veni r.
A la una, replic el de adent ro, y ya son cerca de
las tres.
No ha sido culpa ma si he t ar dado. Cuando se ocu-
pa uno en asunt os tan graves como los que yo traigo
ahora entre manos, una t ardanza involuntaria debe per-
donarse.
Bien, lo principal es que hayas veni do. Sube y ha-
blaremos.
Dispongo de muy poco t i empo. Vale ms que me
lleves en el coche al sitio donde me dirijo.
A dnde? -
A la carretera de Aragn.
Da t mi smo la orden al cochero.
Faustino dirigi algunas pal abras al auri ga, subi al
i
coche y ste parti.
182 E L CAL VARI O D E U N N G E L
IV
El que hab a en el interior del carruaj e, era el viz-
conde.
Los dos antiguos camar adas, ent abl aron un animado
dilogo.
No podan t emer que nadie les oyera, y sin embargo,
habl aban en voz muy baja.
Romn estrech ms de una vez con efusin, la mano
de su ami go, dicindole:
Eres un gran hombrel
Faust i no sonrease, halagado por aquellos elogios.
Det vose, al fin, el coche.
Hab a llegado al punt o de la carret era de Aragn, que
el joven indicara al cochero.
El protegido de Fer nando, salt al suelo y se despidi
de su ami go.
Con que esta noche?le pregunt el vizconde al
despedirle.
Est a noche, respondi l.
A qu hora podr saber el resultado?
A las doce.
Dnde?
Espr ame en el mi smo sitio de esta t arde.
Junt o la verja del Retiro?
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 183
- S .
All est ar.
No te olvides de llevar contigo las otras diez mil
ipesetas.
Descuida.
Hasta la noche.
Adis... y buena suert e.
Despidironse con un apret n de manos, y el vizconde
en el carruaje volvi Madr i d.
Esta noche quedar asegurada para Rogelio la he-
rencia de Fer nando, i ba dicindose,Rogelio se casar
dentro de pocos das con Soledad, y esos codiciados mi -
llones, vendr n, al fin, nuest ras manos. . . i Qu conten-
ta se pondr Cristina con la noticia que le llevo! No
puede quejarse de mi actividad.
V
Al bajar del carruaj e, Faust i no dirigise la mi sera-
ble casucha donde hab a estado aquella maana.
Al desviarse de la carret era, un coche pas por su
dado.
El no se fij en ello, pero por una de las ventenillas
del coche, asomse una cabeza de mujer.
Aquella mujer era hermosa, triste y vesta de negro.
Al ver al joven, hizo un movi mi ent o de sorpresa, y le
184 E L CAL VARI O D E U N N G E L
sigui con la mi rada hasta verle llegar la casucha que
ant es hemos menci onado.
Ent onces la cabeza desapareci de la ventanilla, y el
coche sigui en direccin Madr i d.
Todo esto, repet i mos, pas i nadvert i do para Faustino,
el cual , por otra part e, pareca muy preocupado.
Su preocupaci n, sin embar go, no deba tener nada
de desagradabl e, porque sonrea, como si sus pensa-
mientos fueran muy hal ageos.
VI
Como se recordar, Faust i no habase llevado aquella
maana la llave de la casucha.
No obst ant e, al llegar ella llam la puert a.
Esta se abri poco, apareci endo una mujer con un
ni o en los brazos.
Aquella mujer era Pur a, pero nadi e hubiese reconoci-
do en ella la rumbosa chul apa del cat de la Perla.
De la Pura que nosotros present amos, no conservaba
ms que su esplndida belleza.
En pocas horas hab ase operado en ella una completa
t ransformaci n.
Hab an desaparecido las joyas que la ador naban, y
asquerosos har apos hab an sustituido sus lujosas galas.
Su aspecto era el de una mendi ga.
El mi smo cambi o hab a sufrido el ni o,
E L M A N U S C R I T O D E U N A MONJ A l 8 5
Tambi n l hab a sido envuel t o en andraj os, lo cual
haca mucho ms i nt eresant e, an, su infantil belleza.
Reanimse el rostro de Pur a al ver Faust i no, y apr e
surse invitarle ent rar, dicindole:
Pasa. . . Cunto te agradezco que vengas! No puedo
seguir aqu dur ant e mucho t i empo. Esta soledad y esta
miseria, me espant an.
Paciencia,respondi l. Esta noche acabar todo
Esta noche?
S.
Qu alegra!
Conque ya ves que no tienes razn para quej ar t e.
Unas cuant as horas mal as cual qui era las pasa.
Ent r ar on.
El interior de la casucha era de lo ms miserable y
sucio que se pueda i magi nar .
Sabes que he tenido una visita?dijo Pur a, apenas
hubieron ent rado.
Quin?pregunt con inquietud Faust i no.
Una seora desconocida.
Qu quera?
Por lo visto es una de esas seoras que, en nombr e
de alguna sociedad ben ] %- Aaj ^ ocorri endo los nece
VII
sitados.
T O M O u
l86 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Ah!
Me ha hecho muchas pregunt as, y yo le he respon-
dido que nada necesitaba, que nada quer a.
Has hecho bien.
Me parece que se fu algo enoj ada.
VIII
No volvieron habl ar de la dama desconocida ni de
su visita.
Faust i no tena que dar Pur a sus l t i mas instruccio-
nes.
Guando hubo acabado de drsel as, se despidi de ella.
Ya te vas?le pregunt la joven.
Es preci so, respondi l.
Cundo volvers?
Est a noche.
A qu hora?
'A las nueve. Ese caballero vendr las diez, y ne-
cesito estar aqu cuando l venga.
Que no faltes.
Descuida.
Qu largas van parecerme las hor as, de aqu la
noche.
Despidironse, y Faust i no regres Madr i d.
No tuvo ms remedi o que regresar pi.
Encami nse su' casa, y al llegar ella, abraz sus
padres, dicindoles:
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A
l 8
7
He habl ado con D. Fer nando, al c u a l h e promet i do
corregirme, con tal de que l me ayude y me ampar e.
Con su proteccin, desde hoy ser otro hombr e.
Los pobres viejos lloraron de alegra, dando ent ero
crdito las pal abras de su hijo.
Ni con la vida pagaremos ese hombr e lo que le
debemos, exclam Manuel .
Como que le deberemos el haber recuperado nues-
tro hijo,agreg Quiteria.
Faustino sonrease al escuchar las exclamaciones de
aquellos dos infelices quienes deba el ser, y qui enes
tan villanamente engaaba.
CAPI TULO XX
D e s p u s
I
La noche era obscura y desapaci bl e.
Al t i empo mi smo que daban las diez en los relojes de
Madr i d, un carruaje avanzaba por la carretera de Ara-
gn, desierta por completo aquellas horas.
' Un hombr e, que aguar daba oculto en la obscuri dad,
uno de los lados del cami no, levantse del mont n de
grava donde estaba sent ado, y mur mur :
El debe ser. Veo que acude punt ual . . . Tem que
no viniera!
Cuando el carruaje estuvo cerca, el hombr e sali su
encuent r o, diciendo:
-Alto el coche!
El carruaje se det uvo.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 189
Qu hay?pregunt un cabal l ero, que iba en el in-
rior del vehculo, asomando la cabeza por la ventani-
i.
No se asuste usted, don Fernando, respondi el
troi Soy yo.
Quin es usted?
No me conoce?
Y se acerc al carruaj e.
v
Faustino!exclam el cabal l ero.
El mi smo.
Qu hace usted aqu?
Le esperaba.
A m?
Como la noche est tan obscura, pens: V cos-
rle el encont rar la casa; vale ms que le espere en la
irretera y le sirva de gua. Y as lo he hecho.
No vala la pena de que se molestase por m . De
dos modos, muchas gracias.
II
Salt Espejo del coche, ' pues l era, como nuest ros
atores habrn comprendi do, y est rechando la mano al
'en, le pregunt :
-No puede avanzar el carruaje hasta la puerta de la
i g O EL C A L V A R I O D E U N N G E L
No, seor, le respondi Faust i no. La casa est
al guna distancia de la carret era.
Nos encont ramos an muy lejos de ella?
No, seor, muy cerca.
Ent onces, vale ms que el coche me esper4 aqu,
Es mejor.
Dio Espejo al cochero la orden de que le aguardara,y,
cogindose luego del brazo de su protegido, djole:
Vamos cuando usted qui era.
Vamos, respondi el joven, con voz un tanto inse-
gur a.
Su brazo t embl aba, al sentir en l el contacto del bra
zo de su protector.
Est e, no advirti aquel t embl or no hizo caso de l
lo at r i buy la emocin de que el joven deba enaw
t rarse posedo en aquel l os moment os.
Echaron andar .
Pront o dej aron la carretera i nt ernronse en el can
po, un campo estril inculto, cubi ert o de escombros
Fer nando cami naba con dificultad.
Sin el apoyo de Faust i no, hubiese tropezado msd
una vez, y sin su gua acaso se hubi era perdi do.
Vaya un sitio que ha ido escoger esa desdichada
para vi vi r!excl am.
Faust i no guard silencio.
Parec a muy preocupado.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A I 9
1
Frecuentemente diriga en torno suyo i nqui et as mi r a-
das.
De pronto, llev r pi dament e la mano derecha al bol-
sillo interior de su amer i cana, pero la retir en seguida,
murmurando:
No, ahora no, despus.
Deca usted algo?le pregunt Espejo.
No... nada. . .
Cre...
Deca que ya pront o llegaremos.
Qu casa es?
Est .
Y se detuvieron ant e la casucha que ya conocemos.
III
Llamaron, y la puert a se abri en seguida.
Pase ust ed, seor, pase usted, dijo Pur a, l evan-
tando en alto el candil que tena en la mano.
Esperaba mi visita?pregunt Fer nando Faus-
tino.
Yo se la he avisado para que estuviera preveni da,
respondi el joven.
Entraron en la casucha.
En un ri ncn, sobre un mont n de paja y har apos,
orma el ni o.
192 E L C A t V A R I O D E U N N G E L
Su carita de ngel pareca an ms her mosa, rodeada
de t ant a miseria.
Fer nando dirigi una triste mi rada en t orno suyo.
Opri m al e el corazn, pensar que en aquel mezquino
reci nt o, pudi eran vivir seres humanos.
Distingui al ni o, y sonrise compasi vament e.
Dejndose llevar de sus generosos sent i mi ent os, acer-
cse al pequeuel o, se inclin sobre l y le bes en la
frente.
Pur a le dirigi una sincera mi rada de grat i t ud.
Aquella caricia expont nea, prodi gada su hijo, con-
movi su corazn de madr e.
Faust i no temi que la gratitud y la emocin de su
cmplice, compromet i eran el xito de su farsa, y acercn-
dose ella, le dijo en voz baja:
Cui dado con lo que haces y con lo que dices. No
olvides mis instrucciones.
No poda decir ms, porque Espejo, en aquel instante,
se volvi hacia ellos, para cont empl ar la madre des-
pues de haber acariciado al hijo.
IV
El efecto que Pur a produjo en Fer nando, no pudo ser
ms satisfactorio.
Su belleza ejerca una verdadera fascinacin en todos
cuant os la cont empl aban.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 1 g3
La admi r, compadeci ndol a al mi smo t i empo.
Pobre!pens. Cuan digna es de mej or suerte!
Faustino sonrea, satisfecho de la buena i mpresi n
producida por su amant e.
El nio se despert l l orando, y Pur a apresurse t o-
marlo en sus brazos y ponerle el pecho para que ca-
llase.
Fer nando segua con creciente inters todos los movi-
mientos de la joven, y conmov ase al ver su solicitud
mat ernal .
Es posible,dijo en voz baja Faust i no, que
haya podido usted r enunci ar vol unt ari ament e al cari o
de estos dos seres, capaces de hacer la dicha del hombre
ms exigente y descontentadizo?
El inclin la cabeza, como si le avergonzaran las an-
teriores pal abras, y lanz un suspi ro.
Compadecido de l y de su t urbaci n, Espejo aadi ,
dulcificando el tono de reproche con que hab a habl ado:
Menos mal que ha reconocido usted su error, tiem-
po para corregirlo.
Seducido por el simptico aspecto de Pur a, Fer nando
no crey necesario ent rar en averiguaciones de ni nguna
clase.
Bastbale con lo que Faust i no le hab a di cho.
Adems, era de los que creen, y creen bi en, que la
caridad debe ejercerse i ncondi ci onal ment e, sin limitarla
nuestro egosmo ni ^J^srmereci mi ent os de aquel que
TOMO II J<\-~^
1
' '' ' T f
:
N , . 25
194
L
C A L V A R I O D E UN N G E L
recibe sus beneficios. Lo cont rari o, es practicar el bien
con un criterio muy estrecho, muy mezqui no; qui t ar
la cari dad lo que tiene de ms nobl e: esa ampl i t ud con
que bajo su mant o prot ect or, acoje todos los desgracia-
dos, slo porque son desgraci ados.
Sin andarse en intiles rodeos, Fer nando sac su car-
t era, extrajo de ella los billetes de Banco que contena,
y los present Pur a, dicindole:
Tome ust ed; ese di nero es su dot e. Arrepent i do de
su ant eri or conduct a, Faust i no se encuent ra dispuesto
casarse con usted para dar nombr e su hijo. Con ese
modesto capital, ayudado por su honr ado trabajo, pue-
den ustedes asegurarse un porveni r tranquilo- Mi deseo
es que sean ustedes muy dichosos, y mi satistaccin ser
haber contribuido en parte esa di cha.
V
Pur a y Faust i no, cayeron al mi smo t i empo de rodillas
a los pies de su generoso protector, y le besaron las
manos.
Las manifestaciones de gratitud de la joven, eran sin-
ceras.
Crea que su amant e, una vez conseguido su objeto,
l e cumpl i r a su promesa de hacerla su esposa.
Las muest ras de agradeci mi ent o de Faust i no, eran,
por el cont rari o, fingidas.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MO N J A ro5
Contraribale que fuera Pur a, quien Espejo hubie-
se dado el di nero; pero pensaba para s:
No i mport a, yo me apoderar de l.
Y ext remaba sus frases de agradecimiento hasta un
punto tal, que otro menos confiado que Fer nando, hu-
biera dudado de la si nceri dad de aquellas exajeradas de-
mostraciones.
Pura, apenas dijo nada.
Remord al e la conciencia al pensar el infame engao
de que hacan vctima qui en con ellos se most raba t an
generoso.
IV
Poco aficionado que le agradeciesen sus favores, Es-
pejo dispsose mar char se.
Dispongan ustedes su casami ent o para lo ms pron-
to posible,dijo despidindose,y av senme para asistir
l. Tendr gusto en presenciar la boda.
Y se apr esur irse, para sust raerse unas demos-
traciones de agradeci mi ent o que ofendian su modest i a.
Despidise cari osament e de Pur a, y bes al ni o.
La joven estuvo t ent ada de decirle la verdad ant es de
que se fuera, pero su amant e la cont uvo con una mi r a-
da amenazadora.
Per m t ame que regrese Madri d con usted, dijo
Faust i no Espejo.
196 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Y sali con l, despus de indicar por seas Pur a,
que volvera ms t ar de.
Marchronse los dos juntos, y la joven, al quedarse
sola, exclam abr azando al ni o:
Al fin vas tener un padre y un nombre, " hijo de
mi al ma! Dios bendiga al hombr e generoso qui en de-
bemos nuestra di cha!
CAPI TULO XXI
A t r a i c i n
I
La noche era obscura y fra.
Fernando abrochse, el abrigo y ech andar , guiado
por Faustino.
Estaba muy cont ent o, como lo est siempre todo el
<jue acaba de hacer una buena obra.
Con orgullo pueril y disculpable, pensaba:
Si la dama misteriosa pretende hacer algo por estos
des infelices, se encont rar con que yo me he adelanta-
do sus propsitos. Y lo que es esta vez, creo que he
he.ho las cosas bien hechas, tan bien como pudi era ha-
berlas hecho ella mi sma. He conseguido el arrepent i -
miento de un hombr e y la redencin de una mujer, he
Mgurado su porveni r, les he hecho dichosos y, la vez,
I Q8 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
he al canzado que un pobre inocente ni o, tengq un
nombr e de que antes careca, y un padre que le eduque,
lo ampar e y lo defienda. No es posible hacer ms mi me-
jor en menos t i empo.
Y se sonrea, satisfecho y orgulloso de s mi smo
Nunca como aquella noche, haba encont rado tanto
placer y tanto consuelo en practicar la cari dad.
Aunque haca el bien por el bien mi smo y sin ningn
fin utilitario ni egosta, no poda menos que decirse:
Si es cierto que Dios premi a las buenas obras, no
podr menos que premi ar la m a.
Y continuacin agregaba, suspi rando:
Pero, cmo puede premiarla? Dndome la dicha!
Es imposible. La di cha, para m , no existe en el mundo,
por que mi felicidad consistira en encont rar Consuelo,
y ya he perdi do toda esperanza de encont rarl a.
Cuando as deca, olvidbase de que veces, lo que
ms cerca t enemos, es lo que ms lejos juzgamos.
II
Int errumpi se Fer nando en sus reflexiones, para dir
gir la pal abra Faust i no, que cami naba silencioso si
l ado.
Est usted contento?preguntle.
El joven extremecise al or la voz de su protector.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A IQ9
Dirase que hasta se hab a olvidado de que estaba j un-
> l.
Si la noche no hubi era sido tan obscura, hubi rasel e
isto densament e plido, dirigiendo en t orno suyo rece-
bas mi radas.
Contento y agradecido, contest, pr ocur ando domi -
arse.
Pero pesar de todos sus esfuerzos, su voz era tem-
ilorosa.
Espejo at ri buy aquel t embl or la emocin de que le
upona embar gado.
Le repito una vez ms, repuso, que no aspi ro
u gratitud; aspiro slo verle vivir honr ado y dichoso.
Promet sus padres de usted que intentara conseguir-
o, y quiero cumpl i rl es mi pr omesa.
La ha cumpl i do usted con exceso.
An no, porque an no est usted casado.
Lo estar muy pront o.
As lo espero. Cuando le vea uni do en mat r i moni o
esa hermosa joven, cuya ni ca falta ha sido amar l e
isted demasi ado, entonces s, ent onces dar mi misin
'or t ermi nada, y me recrear en mi obr a. Ser una va-
idad que habr n ust edes de di spensarme; la vani dad
e creer que su dicha futura es obra m a.
Vanidad legtima, porque creer V. lo cierto. Sin el
tnparo de V. , yo seguira siendo el mi smo de si empr e,
2 0 0 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
sin pensar en cumpl i r mis deberes para con Pur a y para
con nuest ro hijo.
ra
Siguieron andando.
Cunt o t ardamos en llegar la carretera!dijo
Fer nando, detenindose de pront o.
Es que para llevar mejor cami no, he dado un pe-
queo rodeo, repuso Faust i no.
Ya deca yo. . .
Pero pronto llegaremos donde aguarda el coche,
Es igual, porque no tengo prisa.
Anduvi eron algunos pasos ms en silencio, y Espejo
volvi habl ar, para decir:
Ha sido buena idea la de usted de acompaarme, y
se lo agradezco de veras. Yo solo, con seguridad me hu-
biera perdi do.
Faust i no no respondi .
Se limit sonrer.
Lo que ha de hacer V. ahora, prosi gui Fernando
volviendo sus consejos,es cumpl i r cuant o me ha
ofrecido. Hgal o, no ya por m , sino por usted mismo, J
en ello encont rar la t ranqui l i dad y 1 di cha. Con el pe'
queo capital ele que di spondr al casarse con Pur a, in-
vent e un modest o negocio, una i ndust ri a cualquiera, y
viva honr adament e de su trabajo. Si la suerte le es con-
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 2 0 1
traria y sufre al gunas vicisitudes, no se ami l ane, no se
desespere; aqu estoy yo para ayudarle, si empre en todo
lo que pueda.
Esta vez, Faust i no ni siquiera se dign dar las gracias
por los nuevos ofrecimientos que le haca su prot ect or.
Aquel silencio ext ra Fer nando, pero como no era
amigo de recibir protestas y demost raci ones de grat i t ud,
pens:
Sin duda ha conocido mi carcter y prefiere callar
por temor de cont rari arme.
Esta supuesta discrecin, aument en l la simpata
que ya le i nspi raba el joven.
Sobre t odo, cont i nu diciendo. no olvide usted
nunca sus pobres padres. En la situacin en que ac^
tualmente se hal l an, no creo que lleguen necesitar el
apoyo material de V.; pero s necesitarn si empre su ca-
rio y sus cui dados. Qui ral os usted y resptelos mucho,
Faustino, porque es su obligacin, porque se lo merece
y porque lo mi smo que haga usted con ellos, har des-
pus con usted su hijo. A los padres se lo debemos t odo,
hasta la vi da, y sacrificarnos por ellos no es un mri t o,
sino sencillamente un deber .
Aqu, Espejo i nt errumpi se para suspi rar, recordando
el
x
sacrificio i nmenso .que'irhaba hecho estando su pa-
2 6
2 0 2 L C A L V A R I O D E U N N G E L
dre mor i bundo, para asegurar la t ranqui l i dad de los l-
t i mos das de su pobre madr e.
Aquel sacrificio le haba costado la felicidad, y sin em-
bargo, no le pesaba haberlo hecho.
Lo volvera hacer si en el mi smo caso se encontrase.
El obst i nado silencio del j oven, lleg l l amar la aten-
cin de Fer nando.
En qu piensa usted, que nada responde cuanto
le digo?preguntle.
En nada, contest Faust i no. Le escucho usted
y reflexiono.
A propsito: se me ha olvidado nabl arl e usted de
una cosa.
De qu?
Sus padres de usted, conocan sus amores con
Pura?
No, seor.
Ni les ha di cho usted t ampoco, nada de su proyec-
t ado matrimonio?
Tampoco.
Mal hecho.
He tenido cierto r epar o ..
^Lo compr endo. Pues lo pri mero que hay que hacer
es ponerles en antecedentes de lo que ocurre, y conse-
guir su permi so para la boda.
No creo que lo ni eguen.
E L MA N U S C R I T O D E UNA. MONJ A 203
Lo mi smo opi no. De todas maner as, si usted le
parece, maana habl ar yo con ellos.
Si es usted tan amabl e. . .
Por qu no?
A usted le escucharn mejor que m .
Pues lo di cho. Maana mi smo me voy part i ci par
al bueno de Manuel y la simptica Qui t eri a, que su
hijo se casa y que yo ser el padri no de boda. Qu sor-
presa la suya!
espejo se rea con todas sus ganas.
De pronto i nt errumpi su risa para decir:
Tambin tengo que cumpl i r otra misin mucho ms
delicada: tengo que aconsejar Nieves que le olvide
usted para si empre.
V
Llevaban ya cerca de un cuart o de hora de andar , y
an no hab an salido la carret era.
Cami naban por un campo desierto y pedregoso.
Dispnseme usted, dijo Fer nando, par ndose;
pero me parece que nos hemos perdi do.
Lo mi smo creo, respondi Faust i no.
jPero hombr e! Yo cre que usted conoca mejor es-
tos sitios.
En mi deseo de llevarle usted por donde pudi era
caminar ms cmodament e, me he extraviado
204 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
Est amos lucidos!
No se asuste ust ed. Torceremos la derecha, y, de
un modo ot ro, pronto sal dremos la carret era.
Cmo la derecha? Yo creo, por el cont rari o, que
es la izquierda donde debemos t orcer.
o de ni ngn modo.
Est usted seguro?
Segursimo.
En fin, aunque no ha demost rado grandes condi-
ciones de gua, usted me confo. Tuerza por donde
qui er a.
Y sin el menor recelo, sigui andando por donde
Faust i no le gui aba.
Ot ro menos confiado que l, hubi era tenido razn ms
que suficiente para concebir ciertas sospechas.
Espejo era, por t emper ament o y p j r carcter, refracta-
ro la desconfianza, y ni por un instante le asalt el
emor ms leve.
VI
Insensi bl ement e, Faust i no fu quedndose un poco
at rs.
Fer nando no se fij en ello.
Hal l banse en una pequea hondonada.
Los dos guar daban silencio:
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 205
En l a obscuri dad, los ojos del joven brillaban si ni es-
tramente.
El sitio y la ocasin, no pueden ser ms propi ci os,
pens.A qu aguardo? Tengo dada mi pal abra al vi z-
conde de que esta mi sma noche acabar a nuest ro asun -
to... El me esperar las doce con las diez mil pesetas
restantes...
Vacilaba an.
Sin saber por qu, Espej o, tan confiado, tan inofensi-
vo, le i mpon a cierto t emor y cierto respet o.
Se haba visto en otros casos semejantes y nunca 'le
fiBba pasado lo que aquella noche le pasaba.
Si ahora no lo hago, no lo har nunca, mur mur ,
venciendo sus ltimos escrpul os.
Y llevndose la diestra al bolsillo interior de la ame-
ricana, la sac ar mada de un pual .
Fernando se volvi en aquel moment o.
Faustino no aguar d ms.
Arrojse sobre el hombr e generoso que con t ant a es-
plendidez acababa de socorrerle, y le clav el pual en
el pecho.
Espejo no t uvo t i empo de evitar la agresin, ni mu-
cho menos de defenderse.
Lanz un gemido, y cay al suelo baado en su
sangre.
El joven inclinse sobre l, le quit el reloj y la car -
tera, guardse estos objetos y el pual en el bolsillo, y
206 E l - C A L V A R I O D E U N N G E L
ech correr, ret rocedi endo por el mi smo cami no que
los dos hab an andado.
Pr ont o perdise en las sombras de la noche, y Fer-
nando qued solo, tendido en el suelo, ensangrentado
i nmvi l .
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^ vi
Sentada en el interior de la miserable casucha, con su
hijo durmi endo en el regazo, Pur a esperaba el regreso
i de Faustino para que la condujese de nuevo su casa.
No quera de ningn modo pasar la noche all, mucho
; menos habi endo t ermi nado ya la infame farsa en la que
tuvo la debilidad de consentir en t omar part e.
Para entretener de algn modo su impaciencia, entre-
gbase las ms hal ageas ilusiones.
Gracias la proteccin de ese generoso cabal l ero,
pensaba,Faustino ser mi esposo, y mi hijo t endi un
padre. Con mis ahorros y con el dinero que ese seor
nos ha dado, t endremos bastante para vivir t ranqui l a-
CAPI TULO XXII
I n f a mi a t r a s i n f a mi a
I
28 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
ment e sin pasar apur os, Qu dicha tan grande nos
aguarda!. . . Al fin Dios se ha compadeci do de m!. . . Al
fin podr abandonar esa infame vida que t ant o me re-
pugna!
Y no teniendo su lado qui en comuni car su alegra,
besaba repetidas veces su inocente hijo, sin que la de-
tuviera el t emor de despert arl e.
H
No haca an media hora que Fer nando y Faustino
se haban mar chado, cuando l l amaron la puerta de la
casucha*
Quin ser? pregunt se Pur a, sin atreverse
abr i r . No es posible que sea l, t an pront o.
Volvieron l l amar, y esta vez oyse al mi smo tiempo
la voz de Faust i no que deca:
Abre sin ni ngn recelo. Soy yo.
Es l!exclam alegremente la joven.
Y abri la puert a, para dejar libre el paso su
amant e.
Apenas ste hubo ent rado, Pur a se arroj en sus
brazos.
El la rechaz con violencia.
Ent onces se fij la joven en que Faust i no llegaba en
un estado ext rao, sospechoso.
E L MA N U S C R I T O D E U KA MON J A 2 ^ 9
Tena la ropa en desorden, estaba muy cansado, como
si hubiera corri do mucho, y en su rost ro hab a una ex-
presin siniestra que i nspi raba t error.
Adems, y esto fu lo que aterr Pur a: tena las ma -
nos manchadas en sangre.
Al fijarse en todos estos detalles, la joven lanz un
grito de espant o, y exclam con ansi edad:
.De dnde vienes?... Qu has hecho?
En vez de responderl e, su amant e se encar con ella,
dicindole:
Entrgame el di nero que te dio el hombr e que es-
tuvo aqu conmigo hace poco.
El dinero!
- S ,
Para qu?
Entrgamelo!
Es mi dote; ese di nero me asegura el cumpl i mi ent o
de tu promesa de casarte conmigo.
No me lo entregas?
Acompa estas frases con un gesto tan . amenazador,
que la joven retrocedi asust ada.
Con intuicin sobrenat ural , adivin parte de lo ocu-
rrido, y balbuce t embl ando:
Qu has hecho, desgraciado?. . . De qui n es esa
sangre que hay en t us manos?. . . Has pagado con un
crimen los beneficies de nuest ro generoso prot ect or!. . .
Qu infamia! ^^r
7
'^^ 7vv^>^
2 1 0 EL C \ L V A R 1 0 DE U N N G E L
Y horrori zada, se cubri el rostro con las manos.
. in
Faust i no aprovech la ocasin para acercarse ella,
cogerla por los brazos y decirle:
Me das ese di nero?. . . No me pongas en el caso de
hacer una nueva bar bar i dad! . . .
Luego es cierto lo que supongo?le interrumpi
Pura. Mi serabl e!. . , Asesino!
Y comenz gritar:
Favor!. . . Socorro!. . .
Galla!rugi l.
No!
Galla y dame el di nero!. . . Pronto!
Nunca!
Y segua gri t ando.
Yo te har callar aunque no qui eras!murmur
Faust i no, fuera de s.
Ent onces entablse entre los dos una lucha deses-
per ada.
Pur a era joven y fuerte, y defendase con valenta.
Sus gritos eran cada vez ms dbiles, pero segua gri-
t ando .
Enfurecido Faust i no, al ver que no poda hacerla ca-
l l ar, borbot con voz ronca:
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 2 1 1
Puesto que t lo qui eres, sea.
Y sacando el mi smo pual con que hab a heri do
Fernando, le asest una pual ada en el pecho.
La infeliz desplomse en el suelo como una masa
inerte.
Su boca permaneci ent reabi ert a, pero ya no gritaba.
IV
Con la rapidez y el azorami ent o del que t eme verse
sorprendido, el criminal registr las ropas de su nueva
vctima.
Encontrle en el pecho los billetes que le hab a dado
Fernando, y se apoder de ellos.
Iba ya mar char se, cuando se det uvo dicindose:
Si tuviera tiempo para pasar por su casa y apode-
rarme de sus ahor r os, sera un negocio redondo. Por si
acaso, me llevar las llaves.
Volvi registrar su v ct i ma.
En el bolsillo de la falda le encont r dos llaves gr an-
des y un manojo de llavecitas pequeas.
Las dos pri meras eran las de las puertas de la calle y
el cuarto; las otras eran las de los muebl es.
El joven se las guard en el bolsillo, mur mur ando:
Ahora casa de Pur a, luego j unt o la verja del Re-
tiro para recibir de manos del vizconde, las otras diez
2 T 2 E L CAL VARI O D E U N N G E L
mil pesetas, y despus. . . Despus lejos de aqu , donde
nadie me conozca, gozar t ranqui l ament e de este di-
ner o!
Mi r por l t i ma vez su vctima, echse reir y sa-
li, mur mur ando:
Y pens la imbcil que iba casarme con ella!...
An no ha nacido la que m me at rape.
Ech correr, sin cui darse de cerrar la puert a de la
casucha, y desapareci poco.
El lugar del cri men qued solitario.
Pur a permanec a i nmvi l , t endi da sobre un charco de
sangre.
El nio habase despertado y l l oraba.
Tr anscur r i un rat o.
De pront o, abrise la puert a de la casucha, que Faus-
t i no no hab a dejado ms que ent ornada al partir, y aso-
m por ella la cabeza de un hombr e.
Aquel hombr e exami n con escrut adora mi rada el in-
terior de la msera vi vi enda.
Al ver el cuerpo inmvil y ensangrent ado de la joven,
abri la puert a del todo y se precipit dent ro
Er a un hombr e de medi ana edad, modest ament e ves-
t i do.
Inclinse sobre Pur a y retrocedi, excl amando:
La han asesinado!
Repsose en seguida de la emocin nat ural producida
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 2l 3
en l por lo que vea, y reconoci ms det eni dament e
la joven.
Psole una mano sobre el corazn y mur mur con
alegra:
Vivel... No est ms que herida!. . . Acaso sea po-
sible salvarla.
v
La i ncert i dumbre se reflej en el rostro del descono-
cido.
Qu hacer?preguntse. La orden que yo tena
era la de averiguar si estaba aqu en compa a de esta
mujer, cierta persona. Mal poda suponer, qui en me
manda, lo que ha ocurri do aqu . Creo que lo prudent e
es participarle lo que hay, y que decida lo que mejor le
parezca.
Reflexion un instante, y luego excl am:
S, eso es lo que debo hacer. Lo contrario sera ex-
tralimitarme en el cumpl i mi ent o de las rdenes que ten-
go recibidas. Adems, por lo visto se trata de un cri-
men, y podra ver me en un compromi so. . .
Dirigi una compasi va mi r ada al cuerpo inmvil de
Pura y al ni o, que segua l l orando, y sali de la casu-
cha dejando la puert a ent or nada, tal como la hab a en-
contrado.
2 14 EL C A L V A R I O D E U N N G E L
En pocos mi nut os lleg la carret era, acercse un
coche que en ella hab a parado, y psose habl ar con
una persona que ocupaba el interior del carruaje.
VI
Poco despus, la puert a de la miserable casucha
abrise de nuevo, y por ella penet raron dos personas:
el mi smo desconocido que hab a ent rado ant es, y una
dama vestida de negro.
La dama arrodillse junto Pur a, la levant la cabe-
za, y dijo su acompaant e:
Aydeme V. curarla de pri mera intencin. No
podemos dejar que se muera sin auxilio de ninguna
clase. Guando la hayamos cur ado, deci di remos lo que
debe hacerse.
Improvi saron un vendaje para contener la hemorra-
gia de la heri da, y roci aron con agua el rostro de Pura.
Esta volvi en s.
Al pront o, no se dio cuent a de nada.
Pasados unos instantes, fij su mi rada en la seora, y
excl am:
Usted!
Ya lo v, respondi cari osament e la dama.
Usted rechaz esta maana los ofrecimientos que le
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 21 5
hice, y sin embargo, en el moment o del peligro, me en-
cuentra su lado para socorrerla.
VII
Fu recobrando Pur a, poco poco, el recuerdo de lo
ocurrido, y bal buce con ansi edad:
Socrranle t ambi n el!
A qui n?pregunt l e la desconocida.
A nuest ro protector. ,
Cmo?
El mi smo que m me ha heri do, debe haberl e
asesinado l . . . No puede estar muy lejos de aqu . . . El
crimen ha debi do cometerse por estas i nmedi aci ones, . .
Pero. . .
Por pi edad!. . . Despus dar cuant as explicaciones
me pidan, pero ant e todo registren los al rededores de
esta casa, ver si encuent r an el cadver de un caba-
llero.
Era tan suplicante el tono con que fueron pronunci a-
das las anteriores pal abras, que la dama dijo su acom-
paante:
Vaya V. buscar al cochero, y ent re los dos, regis-
tren estas i nmedi aci ones. No s si esta pobre mujer de-
lira, pero, por si dice verdad, debemos at ender sus s-
plicas. . "
2 . 6 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
El hombr e marchse, despus de sal udar respet uo
ment e, y Pur a y la dama se quedar on solas.
La pri mera cogi una mano de la segunda, y la 11(
sus labios
La desconocida t om en sus brazos al ni o, que
gua l l orando, y procur hacerle callar durmi ndol e.
CAPI TULO XXIII
Tr i s t e e n c u e n t r o
T
Como era nat ural , la darca interrog Pur a acerca
de lo que hab a pasado.
Que amaba un hombr e, que aquel hombr e le hab a
anunciado a visita de un cabal l ero que les protejera
para que se casasen, que el caballero en cuestin fu
verles aquella noche, que le entreg ella cierta canti-
dad, que salieron juntos de all su amant e y su protec-
tor, que el pri mero volvi poco en un estado que le
hizo sospechar que haba cometido un cri men, que le
pidi el di nero, que ella no quiso drselo y que la hi ri ,
huyendo despus.
Cmo se llama . e s e l i a mb r e ^ l e pregunt l a seora,
T O M O ii 28
La joven le dijo part e de la ver dad.
!
2 1 8 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Faust i no.
El mi smo que yo vena buscando.
Le conoce V.?
Slo de vista.
1
Ent onces. . .
Voy explicarme, para que V. me compr enda.
II
Con una afabilidad que le granjeaba la simpata, la
dama habl de este modo:
Hace pocos das socorr un honr ado matrimonio
que se hallaba en una situacin muy triste. Todas sus
desgracias proven an de su hijo, un cal avera, por me-
jor decir, un cri mi nal .
Ese hijo era Faustino?interrog Pur a.
S.
- Si ga V.
Promet los pobres padres hacer cuant o pudiera
para que volviese su hijo al buen cami no, y trabaj en se-
gui da en el cumpl i mi ent o de mi promesa, Las noticias
que adqui r del joven, no pudi eron ser peores; sin em-
bargo, no desmay en mi empeo. Le avis secreta-
ment e para que fuese vivir con sus padres y comenc
espiarle, Esta maana vine casual ment e por estos si-
tios, donde s que viven muchos desgraciados. Me
E L MA N U S C R I T O DE UNA MONJ A 2 1Q
present en esta casa, le ofrec V, mis socorros y ust ed
los rechaz.
Cunto me pesa ahor a haberl os rechazado!
Al regresar Madrid en mi coche, vi que un hom-
bre llegaba la puert a de esta casa. Le reconoc: era
Faustino.
En efecto.
No poda det enerme, porque asuntos i mport ant es
me l l amaban otro sitio; pero recordando la promesa
hecha los padres de ese joven, procur volver para
averiguar qu haba venido. He vuelto esta noche,
y, mientras yo me quedaba en mi coche esperando, un
criado de toda mi confianza vino saber si Faust i no
estaba aqu. Si aqu le hubiese encont rado, yo hubi era
entonces venido para habl ar con ustedes y ofrecerles mi
proteccin. Por desgracia, llegamos demasi ado t arde.
Mi criado la encontr V herida, fu avi sarme, y lo
que ha ocurri do despus, ya lo sabe.
En el moment o mi smo en que t ermi naban estas ex-
plicaciones, abrise la puerta de la caoucha, y apareci e-
ron el criado y el cochero, llevando el cuerpo de Fer -
nando.
Esa mujer tena razn, dijo el cri ado. Apenas el
cochero y yo comenzamos recorrer ese campo conti-
guo, nos pareci or algunos dbiles gemidos. Nos
acercamos al sitio donde los gemidos resonaban, y nos
encontramos este caballero tendido en el suelo sobre
2 2 J E L C A L V A R I O DE N N G E L
un charco de sangre. No nos hemos quer i do detener
interrogarle, y le hemos t ra do aqu para socorrerle.
Fer nando, que poco de caer herido hab a recobra .lo
el conoci mi ent o, segua quej ndose
Tendi ronl e en el suelo, j unt o Pur a.
Esta rompi llorar, excl amando:
| Mis temores se han cumpl i do!. . . Faustino es un
miserable!. . . Y he podido yo amar un hombr e como
l, Dios mo?
III
La dama se acerc Espejo para curarl e como haba
i
cur ado Pur a.
Apenas le hubo mi r ado, lanz un grito de asombro y
excl am, con acento indefinible:
Qu veo?... El!... Fernando!. . . Mi Fernando!
El heri do abri los ojos, y clav en la desconocida
una mi rada ansiosa
Tambi n de sus labios se escap un dbil grito de
gozo.
[Consuelo!balbuce.Mi Consuel o. . . Al fin la
hallo!. . . Gracias, Dios mo!
Y ani qui l adas por la emocin sus energas, perdi
ot ra vez el sentido.
La dama le abraz llorando:
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 22 [
Los que cont empl aban esta escena, mi rbanse sor-
prendidos.
No estaban en antecedentes de la historia de aquel l os
dos seres quienes un sincero amor hab a uni do,
quienes la fatalidad haba separado, y qui enes la Pro-
videncia, siempre justa, volva uni r, despus de un sin
fin de contrariedades
IV
Consuelo, pues ella era la dama misteriosa, recobr
pronto la serenidad.
Cur Femando con la mi sma destreza con que ha-
ba curado Pur a.
Espejo, no recobr el conoci mi ent o.
Conviene, por ahor a, que nadi e sepa lo que aqu
ha ocurrido,dijo Consuel o. Cuando estemos en an-
tecedentes de t odo, entonces decidiremos lo que debe
hacerse Lo pri mero y ms i mport ant e, es salvar la vida
de los dos heri dos. Me promet en ust edes, guar dar
silencio acerca de este asunt o, hasta que yo les autorice
Para hablar?
La respuesta fu afirmativa.
Pues bien, prosigui, dirigindose su cri ado y al
cochero Lleven ustedes ese caballero mi carruaj e.
Los dos servidores apresurronse obedecerla, y Fer -
222 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
nando fu conduci do al coche con todos los miramientos
que su estado requer a.
Al quedarse solas Consuelo y Pur a, la pri mera pre-
gunt la segunda:
Ti ene V. familia?
No tengo ms que mi hijo, respondi la joven.
Con qu es decir, que no tiene qui en la cuide?
No, seora.
Quiere V. que la lleve t ambi n mi
x
casa, hasta
que se encuent re restablecida? Ent onces pensaremos en
su porvenir y en su dicha.
Por toda contestacin, Pur a bes una mano de su
nueva protectora.
Consuelo orden que llevasen t ambi n Pur a aleo-
che, y ella se encarg del ni o.
Cerr la puerta de la casucha, y se guard la llave.
Poco despus, un carruaje dirigase por la carretera
de Aragn Madri d.
En l iban Consuelo, su cri ado, Fer nando, Pura y el
hijo de sta.
En el cami no encont rronse otro coche parado.
Er a el que hab a conduci do Espejo, y que, como
sabemos, hab a quedado esperndol e.
Esperaba i nt i l ment e.
Mi ent ras el coche se deslizaba por la carretera, Con-
suel o, sentada frente los dos heridos y con el nio de-
Pa r a en los br azos, sollozaba de emocin, pensando:
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 223
Para qu habr hecho la Provi denci a que le en-
cuentre al cabo de tantos aos, y de una maner a t an
extraordinaria? Debo acariciar an, una esperanza que
consideraba imposible?
El nico que hubi era podido desvanecer sus dudas
era Fer nando; pero ste, muy dbil por la prdi da de
sangre, segua desmayado.
V
Nadie t uvo noticia de los trgicos sucesos desarrol l a-
dos aquella noche en las inmediaciones de la carret era
de Aragn.
Al da siguiente, los criados de Fer nando reci bi eron
un recado de su seor, avisndoles que no le esperaran,
porque se haba ausent ado de Madri d por algn t i empo.
Aquella mi sma maana, un hombr e presentse en la
calle de la Luna, en el domicilio de Pur a.
Era el criado de confianza de Consuelo.
Un cerrajero abri la puert a.
En el cuart o rei naba un desorden i ndescri pt i bl e.
Los muebles estaban abiertos, y la ropa esparcida por
el suelo.
Todos los objetos de algn valor, hab an desapare-
cido.
Lo que la infeliz t em a, mur mur el cr i ado. La
rob despus de haber pret endi do asesi narl a.
2 2 } , E L C A L V A R I O DE UN N GE L
Y marchse, dejando otra vez cerrada la puerta.
VI
i Aquella maana, el vizconde se present en el hotel
donde se alojaba Cristina.
Pareca muy alegre.
Qu hay?le pregunt ella.
Ya est todo t ermi nado, respondi l.
Gracias L Dios!
Cuat ro mil duros nos cuesta, pero hemos suprimi-
do el mayor obstculo que se opona la realizacin de
nuest ros planes.
Los dos cmplices celebraron una larga conferencia.
Al separarse, parecan muy cont ent os, y Cristina dijo:
Dent ro de ocho das ser la boda.
Romn respondile, sonri endo: ^
Dentro de ocho das seremos mi l l onari os.
Daban ya por seguro el triunfo de sus infames pro-
yectos.
Nadie volvi ver Pura por el caf de la Perla, ni
nadi e supo nada de Faust i no.
Los padres de ste ltimo, estaban inconsolables.
Si ya te lo aseguraba yo, deca Manuel su espo-
sa. Si ese chico es incorregible.
Qui t ea no haca ms que llorar.
E L MA N U S C R I T O DE U N A MONJ A 225
Su corazn de madr e, le deca que hab a perdido su
hijo para si empre.
Toda* cuant as pesquisas hicieron para encont rarl e
fueron intiles
Contaron decirle Fer nando lo que les ocurr a, y en-
contrronse con que su protector estaba fuera de Ma-
drid, segn les dijeron los cri ados.
Los pobres padres, tuvieron que resignarse y renunci ar
tener noticias de su hijo.
La miseria hab a acabado para ellos, pero no eran
dichosos.
Como si empre, Faust i no era el causant e de sus desdi-
chas.
Manuel consolbase repitiendo cada paso:
Es incorregible!
LIBRO SEXTO
AL P I DEL ALTAR
CAP TULO PRI MERO
N i e v e s y P e r i q u i t o
1
Llova cnt aros.
Esto haca que la afluencia de t ransent es fuese menor
que de cost umbre en las calles cntricas de Madrid, de
ordi nari o muy concurri das aquel l a hora, las siete de
la noche.
Slo t ransi t aban por ellas, los que volvan del trabajo,
aquellos qui enes una razn poderosa sacaba de sus
casas.
Par ada en una esquina de la calle de Fuencarral,
sin mi edo la lluvia y sin paraguas que la cubriese,
vease una hermos si ma joven, modestamente ves-
tida.
Todo en ella indicaba la desolacin y el trastorno.
EL CAL VARI O D E UN N G E L 227
El dolor retratbase en su rostro de virgen, y las l-
grimas corr an abundant es por sus plidas mejillas.
Tena la ropa empapada, pegada al cuerpo, tiritaba de
fro, y sin embar go, permanec a all, como si una fuerza
superior la retuviese en aquel sitio.
Los t ransent es, al pasar, mi rbanl a sorprendi dos,
pensando quiz para sus adent ros:
Vaya un humor , estarse aqu pi quieto aguan-
tando el chubasco!
Pero nadie se atrevi dirigirle palabra al guna.
II
Como si de pront o saliera de su dolorosa abst racci n,
la joven dirigi en t orno suyo una inquieta mi r ada, y
murmur:
Tampoco viene hoy!. . . Dios m o, qu debe de ha-
berle pasado?. . . Le habr ocurri do al guna desgracia?...
Estar enfermo?.. Pero si es as, por qu no me ha
avisado?... Ocho das sin verle!. . . Ocho das de inquie-
tud, de desesperacin y de sufrimiento!. . .
Detvose para llevar el pauel o sus ojos y secar el
llanto que los baaba, y luego prosigui:
Me habr olvidado?. . . No lo creo. . . No se olvida
tan pronto, y in una razn que lo motive, un amor tan
inmenso como el que l me pi nt aba. . . Eso equivaldra
228 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
no haber me amado nunca, y no amndome, quin le
obligaba decrmelo?
Y redobl ando sus sollozos, bal buce:
Dios m o!. . . Haced que mi Faust i no no le haya
ocurri do una desgracia, y que siga amndome como an-
tes me amaba! . . . Si me dejase de amar , me morira de
pena. . . Le adoro con todo mi corazn!
Y llevse de nuevo el pauel o los ojos para secar
su l l ant o.
Necesitaremos decir qui en era la triste y desesperada
oven?
Al leer lo que ant ecede, no habr acudi do la me-
moria de la mayora de nuestros lectores, el nombr e de
Nieves?
S, Nieves era, la l t i ma novia de Faust i no, la prote-
gida de Fer nando, una de las que ste habl de la en-
l ut ada y caritativa dama, la que tanto deseaba cono-
cer, bien ageno de que fuese Consuel o, su ador ada Con-
suelo, la que con tan intil empeo busc durant e tan-
tos aos, y la que, por fin, hab a encont rado cuando
menos lo esperaba, y en moment os tan crticos.
Nieves esperaba su novi o.
Aquel era el sitio donde acost umbraban encontrarse
cuando ella sala del obr ador .
Desde el da en que Fer nando la acompa hasta su
casa, no haba vuelto ver al j oven.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 2 29
Intilmente le haba esperado all todas las maanas
y todas las t ardes.
Cansada de esperar, tena que retirarse su casa,
llena d angustia y de tristeza, por no haber visto
Faustino.
Como ignoraba el domicilio de ste, no pudo hacer
averiguacin al guna para descubri r la causa de aquella
extraa ausenci a.
Una vez en su casa, la infeliz tena que di si mul ar su
dolor, y esforzarse en sonrer para no asustar su pobre
madre.
Ya no poda ms.
Aquel sufrimiento constante de ocho d as, agot sus
fuerzas, y aquella t arde, al salir del obrador, hab ase
dicho: "
No volver mi casa sin saber qu es de Faust i no.
Si no va buscarme al sitio de cost umbre, le buscar yo
por todas partes hasta que le encuent re
En su desesperacin la infeliz no se daba cuenta de lo
descabellado irrealizable de su plan,
III
An esper Nieves un buen rat o, hasta que por fin, se
dijo:
Es intil esperar ms; ya no viene.
23o EL C A L V A R O D "t) NGEL
Y ech andar maqui nal ment e, sin r umbo fijo, sin
saber donde se diriga.
Qa hacer? mur mur aba. A qui n dirigirme
para que me preste ayuda y consejo?... Por que yo debo
i nt ent ar algo. . . Todo, menos permanecer en esta incer
t i dumbr e espantosa!. . .
Lanz un suspiro y sigui diciendo:
No tengo en el mundo ms que mi madr e. . . Po-
bre ma dr e ma!. . . Si ella supiese lo que me ocurre, no
podra hacer otra cosa que llorar conmi go. . . Para qu
darl e un disgusto?... Que al menos viva tranquila, cre-
yendo que su hija es dichosa!. . . Adems, me recrimi-
nara y con razn. . . Ella no aprob nunca de buena
gana mis amores con Faust i no. . . Transi gi con ellos por-
que yo le di comprender que amaba ese hombr e con
toda mi al ma. . . Sera su oposicin, que yo venc, un
anunci o de lo que me est pasando?. . .
Y con resolucin, excl am:
No!. . . Faustino es bueno!. . . Aunque todos me
digeran lo cont rari o, yo sostendra siempre que es bueno
y que me qui ere. . . Por lo mi smo, debo tener doble em-
peo en buscarle, en saber de l . . .
IV
Detvose de pront o, y exclam:
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 231
Ah, qu idea!. . . Cmo no se me ha ocurri do an-
tes?... D. Fer nando. . . S, debo recurri r l par a que
me aconseje y me ayude en mis pesqui sas. . . Quin me-
jor?... Es bueno, me aprecia y dispone de medios para
averiguar cuant o le convenga. . . Precisamente, la otra
maana cuando le encont r, me dio las seas de su do-
micilio . Tampoco l pareci quedar muy satisfecho
de mis amores y de mi novi o!. . . A todos cuant os por m
se interesan, les es antiptico Faust i no. . . Ser esta
antipata una prueba de que ese hombr e no merece mi
amor?
Passe una mano por la frente, y aadi :
Yo lo sabr; pero para saberl o, lo pri mero es en-
contrarle, y para encont rarl e debo solicitar la ayuda de
mi antiguo protector. . . Por qu no ir ahora mi smo
verle y contarle lo que me ocurre?
Y cual si de pronto tomase una enrgica det er mi na-
cin, apret el paso, dirigindose al domicilio de Espej o.
Poco despus ent raba en l, l l amaba la puerta y
deca al cri ado que sali abri r:
Y el seorito? , . -
No est,respondi el sirviente.
La joven, creyendo que aquella contestacin poda ser
muy bien una excusa, agreg:
Le advierto V. , que aunque D. Fer nando tenga
dada orden de que no reciba nadi e, m me recibir.
D. Fer nando no d nunca rdenes semejantes,
232 E L CAL VARI O D E U N N G E L
Estas pal abras convencieron Nieves de que su in-
terlocutor no ment a.
Est bi en, bal buce, resignndose aplazar para
el da siguiente la realizasin de su proyecto:Volver
maana.
Ser i nt i l , repuso el cri ado.
Por qu?
Por que el seor no se halla en Madri d.
Est ausent e de la corte?
- S .
Desde cuando?
Desde hace muy pocos das
Como ya sabemos, al da siguiente de la noche en que
Faust i no hiri Fer nando, los criados de ste recibie-
ron un aviso de su seor, dicindoles que haba tenido
que mar char de Madri d preci pi t adament e
Aquel viaje i nesperado, cont rari de un modo ex-
t raordi nari o Nieves.
Cundo volver?pregunt.
Lo ignoro, respondi el sirviente.
replic el cri ado. Cuando est en casa,^ recibe siempre
cuant as personas vienen visitarle, aunque no las co-
nozca.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 233
Volver dent r o de unos das par a saber si ha r e-
gresado.
Como V. guste.
Dispense V. la mol est i a, y muchas gracias por su
amabilidad.
No hay de qu, joven
Hasta la vista.
Hasta la vista.
Nieves sali la calle, desani mada y triste.
Hasta la esperanza de la ayuda y de los consejos
de Fernando, le resultaba fallida.
A quin recurrir?
Y el caso era que ella necesitaba que alguien le,acon-
De nuevo ech andar sin r umbo fijo.
Segua lloviendo, pero la lluvia no era t an copiosa
como antes,
La joven sali de su ensi mi smami ent o al oir una voz
fresca y sonora qu gritaba:
Fsforos!... El Imparcial! Quin quiere fsforos?
Aquella voz no le era desconocida.
Casi al mi smo t i empo, vio pasar por delante de ella,
corriendo, un chiquillo que llevaba colgado al cuello
un cajn, cont eni endo la mercanc a que pregonaba.
TOMO n ..
r
-"-TT"^ 3
VI
sajase.
" 234 . E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Par a que los fsforos no se le moj asen, llevaba el ca-
jn cubi ert o con un hul e.
Periquito!exclam Nieves al verle.
El muchacho detvose, mir la joven y corri hacia
ella, gritando con alegra:
Seorita Nieves!
El muchacho era en efecto Periquito, otro de los pro-
tegidos de Fer nando, segn recordarn: nuestros lec-
tores.
El ni o y la joven, manifestaron gran alegra al verse.
Crcholis, seorita! dijo Periquito.A dnde v
usted con una noche como la que hace?
Voy mi casa, respondi Nieves.
Y no lleva V. paraguas?
No.
Buena se v poner!
Bah!
Por supuest o, que ms mojada que est ya,.. Va
hecha una sopa.
Me cogi la lluvia en la calla, y vengo de muy lejos.
. Per o di me, qu transformacin es esta? T convertido
en un vendedor ambul ant e! . . . Gomo has progresado
desde que no te veo!
Ah ver V. , respondi el muchacho, con cierto
tonillo de i mport anci a. El destino de las criaturas se
cumpl e t arde t empr ano, Yo nac para rico, y llegar
serlo. Gasi puedo decir que ya lo soy.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 235
Nieves no pudo menos que sonrer al escuchar al mo-
desto vendedor. " - -- '
Te ha cado la l ot er a?pregunt l e con t ono de
cariosa burl a.
Mejor que eso.
Mejor? .. Has heredado?
Mejor an. . . He encont rado qui en me proteja.
VII
Guarecironse en el hueco de una puert a, para res-
guardarse de la lluvia, y Periquito prosigui diciendo:
Deseaba verla V. para referirle lo que me sucede;
porque es V. una de las pocas personas quienes apr e-
cio... Ya sabe V. que la apr eci o.
Gracias, hombr e, r espondi la joven.
No hay que dar me las gracias, porque apreciara s
para m una obligacin. Usted ha sido muy buena par a
conmigo. Cuando yo no tena que comer, lo cual me
pasaba muchas veCes, ya saba lo que tena que hacer:
irme casa de la seorita Nieves y de la seora Ni co-
lasa, donde si empre hab a par a m un pedazo de pan.
A. qu viene recordar eso?
Hay que recordarl o, porque ciertas cosas no deben
olvidarse nunca, . . Y lo que V. y su madr e hacan por
m, tiene ms mri t o, porque ustedes eran t an pobres
236 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
como yo. . . Muchas veces me daban lo que les poda ha-
cer falta para el da siguiente... Y t odo, porque una tarde
me encont raron ustedes en la calle y les ped limosna,
y habl amos y les fui si mpt i co. . . Luego dio la casuali-
dad de que t ambi n conocan ustedes D. Fernando,
uno de mis protectores. . .
-De su casa vengo; pero no est en Madr i d.
Yo habl con l la otra noche.
S, pero se ha ausent ado repent i nament e hace pocos
d as. Lo siento, porque me hubi era convenido mucho
verl e.
VIII
El tono de tristeza con que la joven pronunci estas
pal abras, l l am la atencin de Peri qui t o.
Mirla fijamente, y not que tena los ojos brillantes
por haber l l orado.
Qu le ocurre V. , seorita Nieves?preguntle
con i nqui et ud.
Nadarespondi ella, esforzndose por sonrer.
Eso no es ver dad, porque tiene V. la cara muy tris-
t e. . . Gara de ngel, como de cost umbr e, pero de ngel
triste.
Y con simptica vehemenci a, excl am:
Le ha ofendido V. al guno?. . . Dgamelo con fran-
queza, porque ni o y t odo como soy, busco al que le
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A i 3 7
haya faltao, y le doy una t anda de manguzs, que has-
ta all.
No, hombre, no;-repuso Nieves sonri ndose. No
me ha ofendido nadi e.
Ms vale as. Pero ent onces. . . S, eso es. Cmo no
lo he adivinao antes! Ent onces, lo que pasa es. . .
Detvose, como si no se atreviera proseguir, y luego
aadi:
No se ofenda conmi go, seorita; pero V. se encuen-
tra en algn apur o, verdad que s?... Un apuri l l o de di -
nero, lo cual no ti n de part i cul ar, siendo como es t an
pobre... Por eso ha ido ver D. Fer nando, que es su
pao de lgrimas, y por eso siente tanto no haberl e en-
contrao... Pues mire V. , yo no he ganao hoy gran cosa,
porque con la maldita lluvia no hay quien se pare en la
calle compr ar n; pero dos reales he hecho de ganan-
cia, y aqu los tiene V. pa que se remedi e por hoy, que
maana ser ot ro da. No es mucho, pero se lo ofrezco
con buena vol unt ad, y no debe usted tener reparo en
aceptarlos. Vaya por las muchas veces que usted me ha
socorrido m.
Y el simptico chicuelo sac del bolsillo al gunas mo-
nedas de cobre, y las present Ni eves.
El rasgo de Periquito conmovi la joven.
Gracias, hijo m o, muchas gracias;le dijo acari -
cindole.Guarda tu di nero, porque no lo necesito. Si
lo necesitara, cree que lo aceptara.
238 E L C A L V A R I O DE U N N G E L
Al oirle habl ar de la dama misteriosa que le haba
Y como para convencerle, sac algunas monedas y se
las ense, diciendo:
Ves? He cobr ado hoy.
Periquito se guard sus dos reales.
Conque es decir que trabaja usted?pregunt.
S, trabajo desde hace unos das, y con el producto
d mi trabajo la pasamos bastante bien.
Mas vale as. Pero ya no viven ustedes en la misma
casa, verdad?
No; nos mudamos .
Por eso, porque yo estuve el ot ro da enterarles
de mi cambi o de vida, y no las encont r. Una vecina
rile dijo que se hab an mudado, per o no supo indicarme
la nueva casa.
Nieves le dio las seas de su domicilio.
Un da de estos ir hacerle una visita la seora
Nicolasa, prosigui el muchacho. Pero no quiero es-
perar hast a ent onces, pa que conozcan ustedes mi buena
suert e, y voy referirle en pocas pal abras lo qtie me ha
pasao.
Y refiri lo mi smo que pocas noches ant es le haba
referido Fer nando.
IX
E L MA N U S C R I T O D E UNA. MON J A 23o.
amparado y protegido, Nieves lanz una exclamacin de
sorpresa, y pens:
Ser esa seora la mi sma que nos ha protegido
rni madre y m , y la que debemos el bienestar de
que ahora disfrutamos.
Interrog al ni o, le pidi minuciosos datos de su pr o-
tectora, y acab por excl amar:
Es la mi sma!
La conoce usted? le pregunt el muchacho.
Ya lo creo que la conozco! Tambi n nosotras Je
debemos ella nuest ra suert e.
Y refiri su vez lo que la dama misteriosa hab a
hecho por ella y por su madr e.
No hay duda, afi rm Peri qui t o. Es ella. . . Eso
que usted dice no puede ha cerio nadi e ma s q u e aquella
seora... Mire usted por donde- l os dos debemos una
misma persona el haber sali de la miseria en que ant es
vivamos. Y luego di rn que no hav ngeles en el
mundo!
Habase quedado Nieves muy pensat i va.
Aquella seora me di j o, pensaba, que en cual-
quier compromi so que me encont rase, fuese de ia ndole
240 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
que fuese, recurriese ella... Puest o que D. Fernando
no est en Madr i d, y acaso tarde en volver, y yo no pue-
do seguir ms tiempo de este modo, qui n recurrir
mejor que mi prot ect ora para q u e me aconseje?...
Puedo tener en ella confianza absol ut a. . . No me dijo
donde viva, pero Periquito lo sabe, puesto que le llev
su casa. . . Si consintiera en dirigirme ella.
No se det uvo reflexionar mucho. \
Me has dicho ant es, que sabes donde vive nuestra
prot ect ora, no es eso?:pregunt.
Ya lo creo!repuso el muchacho.
Quieres acompaar me su casa?
Ahora?
- S .
Con mucho gusto.
Pues vamos.
Vamos.
Y ' os dos echaron andar .
La joven iba dicindose:
Por lo menos, ella me aconsejar.
Llegaron casa de Consuelo, la cual viva, como sa-
bemos, en la calle del Pr nci pe.
Aqu es,dijo Periquito. Me necesita usted para
algo ms?
No, hijo m o, respondi Ni eves.
Pues entonces, con su permi so, voy ver si vendo
al guna cosa.
KL MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 24!
Anda con Dios.
Ya ir visitarlas, recuerdos la seora Nicolasa,
Y se alej, gri t ando:
Cerillas finas! La Correspondencia!
Nieves ent r en la casa.
CAPI TULO II
En c a s a d e Co n s u e l o
I
Sobre cmodo l echo, colocado en el fondo de una lu-
josa alcoba, yaca Fer nando, plido como un cadver.
Ten a los ojos cerrados y pareca dor mi r .
La suave luz de una l mpar a, encerrada en artstico
globo de cristal esmeri l ado, i l umi naba la estancia.
De pi j unt o la cama, casi tan plida como el heri-
do, pero con el rostro ani mado por una expresin inde-
finible de gozo y de t er nur a, estaba Consuelo, la carita-
tiva y enamor ada Consuelo.
Fri saba ya en los cuarent a aos, pero an hallbase
en todo el esplendor y en t odo el apogeo de su hermo-
s ur a .
E L CAL VARI O DE U N N G E L 243'
Los sufrimientos no hab an conseguido otra cosa que
idealizar su belleza, sin lograr dest rui rl a.
Todo su amor , aquel amor pur o y grande, guar dado
religiosamente en su corazn como en un sant uari o, du-
rante tantos aos, resplandeca en sus hermosos ojos, al
contemplar en aquellos instantes, sin que nadi e fuera
testigo de su amor osa cont empl aci n, al hombr e a qui en
tanto quera
II
Hizo Fer nando un lijero movi mi ent o, y Consuel o
apresurse inclinarse sobre l.
El herido sonri en sueos.
Duerme y sonr e, mur mur ella.Acaso suee
conmigo.
Y sonri su vez, con infinita t er nur a.
Duer me, duer me t ranqui l o, amor mo;repiti lue-
go, sentndose en un silln la cabecera de la cama.
Yo velar tu sueo. Mis cui dados te devol vern la sa-
lud, y cuando ests bueno, la felicidad ser el premi o
concedido por la Providencia nuest ra abnegacin y
nuestros sufrimientos.
Y sonri endo agreg:
La casualidad nos ha reuni do tras larga separaci n,
que yo en mi error dese y me propuse injustamente que
244 E L C A L V A R I O D E U N N GE L
fuese et erna, y le hallo ms digno que nunca de mi ca-
ri o. Su falta no fu falta, sino sacrificio filial hermoso,
subl i me, digno de ser admi r ado. . . Qu injusta fui para
con l!.., No deb haberle juzgado con tanta lijereza. Por
mi precipitacin, los dos hemos sufrido mucho, pero los
dos hemos permaneci do fieles nuest ro afecto... Nece-
sito quererl e mucho, ms an de lo que antes le quera,
para compensarl e de este modo, de lo mucho que ha su-
frido por m .
Y le cont empl aba sin cesar, como si quisiera desqui-
tarse del t i empo que haba estado sin verle.
Gomo se comprender por las ant eri ores reflexiones
de Consuelo, sta estaba ya al t ant o de los mviles que
i mpul saran Espejo confesarse amant e de Cristina.
Aunque breves, puesto que el estado del heri do no
permita otra cosa, entre los dos hab an medi ado las na-
turales explicaciones.
Consuelo condujo su casa Fer nando y Pur a he-
ri dos, y en su casa los t en a.
Por fortuna, no peligraba la vida de las vctimas de
Faust i no.
Las heri das no eran de tanta i mport anci a como se te-
mi en un principio.
Cuando hecha la pri mera cura, Fer nando recobr el
conoci mi ent o, prodjose entre l y su antigua novia una
conmovedora escena.
E L M A N U S C R I T O D E U N A M O N J A 245
E'la, al principio, quiso resistirse oir sus expl i cado -
'lies, dicindole:
Para qu habl ar del pasado? Me hiciste mucho
mal, pero te lo perdon y no te guard rencor al guno.
Para m, eres hoy uno cual qui era de mis semej ant es, al
que debo socorrer, puesto que necesita ser socorri do.
III
Gomo se compr ender , estas palabras llegaron al al ma
de Fernando.
No quiero que me hables de ese modo ni que me
consideres como un ser para t desconocido indiferen-
te,repuso,porque no lo merezco. Antes bien, soy
acreedor que me devuelvas tu cari o, que veas en
m, como ant es, el hombr e quien amas , el elegido de
tu corazn.
Y sin atender las recomendaci ones que le hac an para
qus guardase silencio, sin hacer caso de las advert enci as
de! mdico, que le haba cur ado, con una exaltacin y
una resolucin que justificaban sus muchos aos de su-
frimiento, confes la verdad, toda la ver dad, los deva-
neos de su padre; su sacrificio, por compasi n y respeto
41a que le hab a dado el ser; sus penas, sus sufrimien-
tos, sus intiles esfuerzos para encont rar su amada y
justificarse sus ojos...
246 E L CAL VARI O D E U N N G E L
Consuelo escuchle conmovi da, asombr ada.
T has hecho todo eso? preguntle, cundo acaba
de habl ar.
S, respondi l;y esto te hubi era dicho si no
hubieses hui do de m .
IV
No hay maner a de pintar la emocin y la ternura de
aquella mujer generosa.
Arrodillse los pies de su amado, y le cubri las
manos de besos y de l gri mas, dicindole:
Ahora soy yo la que debo pedirte que me perdo
nes!. . . Qu injusta he si do!. . . Me avergenzo de m
ligereza al juzgarte!.. Te conden sin oi rt e, cuando me
recas ser admi r ado por t odos. , . Te cre culpable, cuan
do eras, por el cont rari o, un mrt i r, un hroe!. . . Per-
dn! . . .
Y sin hipcrita recat o, con la sinceridad de un alma
que est convencida de la pureza de sus sentimientos,
habl de su amor , de aquel amor que ella tambin haba
conservado intacto, pesar de t odo.
Te amo!excl am. Te amo ms que nunca, y
mi amor me parece ahor a pobre premi o para tu abne
gacin subl i me!. . . Acptalo, sin embar go, y seamos,^
fin, di chosos, | despus de haber sido tan desgraciados,.
EL MA N U S C R I T O DE U N A MONJ A 247
Unironse en un abrazo, y sus relaciones quedaron
reanudadas, y la esperanza de una felicidad prxi ma,
sirviles desde entonces de compensaci n y consuelo
sus anteriores pesares.
Pronto estars curado, l e dijo ella.Yo salvar
tu vida!
Y l le respondi :
Cuando abandone este lecho, sers mi esposa, y ya
nadie podr separarnos.
Despus, en sucesivos dilogos, apr ovechando los pe-
rodos de mejora del heri do, fueron compl et ando sus
explicaciones.
Refirironse mut uament e, hasta en sus menores det a-
lles, cuanto de ellos haba sido en aquellos aos de tris-
te separacin.
Los dos encont raron motivos ms que sobrados, para
estar orgullosos el uno del ot ro.
Haban buscado consuelo sus pesares, en el mi smo
noble sentimiento de la cari dad, y ejerciendo la cari dad
habanse encont rado.
Qu mejor premi o sus generosos sacrificios?
Tambin habl aron de Faust i no.
Le perdono, di j o Fer nando. Bi en castigado est
con ser como es!. . . Hasta casi le estoy agradecido, pues-
to que su cri men debo el habert e encont rado.
Y para que sus nobles propsitos fueran cumpl i dos, y
. 248 E L CAL VARI O D E UN N G E L
para no provocar intiles complicaciones, dicidieron no
hacer pblico lo que hab a pasado.
De aqu que decidieran que el enfermo continuase all
hast a que estuviera cur ado, y para que su servidumbre
no se al armase con su ausenci a, se le avis, como ya sa-
bemos, que Espejo hab a salido de la corte,
V
Consuelo o era egoista en su felicidad, y sin descui-
dar Fer nando, consagraba t ambi n sus mi radas la
pobre Pur a, la que tena en su casa.
Tampoco las heri das de la hermosa joven, eran gra-
ves.
Refiri Consuelo su historia, dicindole la verdad, y
llor amar gament e su desengao, al ver como Faustino
hab a pagado su amor sin lmites.
Al saber que su amant e le hab a r obado, y que que-
daba en la miseria, llor, no por ella, sino por su hijo.
Qu hacer ahora?exclam.De qu vivir?...
Por que no qui ero de ni ngn modo Volver las humilla-
ci ones y las vergenzas de ant es. . . Prefiero morir!,.
Est V. t ranqui l a, l e respondi Consuelo,gozosa
al ver que se le presentaba ocasin de hacer una nueva
obra de cari dad, y de volver al cami no del bien y de la
honradez, una pobre joven, ms desgraciada que cu!-
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A
249
pable, una infeliz que hab a cado en las garras del
vicio, ms por necesidad y por ignorancia, que por su
propio i mpul so.
Pngase V. pront o buena, aadi , y no piense
en nada ms. Su porveni r y el de su hijo, corren de mi
cuenta. La casualidad la ha hecho intervenir directa-
mente en sucesos para m muy i mport ant es, y no puedo
ni debo abandonar l a. Aun puede usted redimirse de sus
culpas y ser dichosa.
Y desde aquel da, Pur a ocup para ella lugar prefe-
rente ent re sus numerosas protegidas.
Tal era la situacin en casa de Consuelo, la noche que
penetramos por pri mera vez en ella, algunos das des-
pus de aqul en que t uvo lugar el doble cri men de
Faust i no.
f f i cjw ptw f>& ~Wt}lpi
i&y ffcjot fgjin ufo ^ cjt ^ vfr
CAPI TULO III
Gr a t i t u d d e ma d r e
I
Fer nando segua dur mi endo, y Consuelo segua ve-
l ndol e.
De pront o, en una habitacin i nmedi at a, reson el
llanto de un ni o.
Consuelo levantse, y despus de dirigir una expre-
siva mi rada su amado, sali presurosa de la alcoba,
pr ocur ando no hacer rui do.
Pas un gabinete prxi mo, y de l un dormitorio
en el que haba un lecho y una cuna.
En el lecho yaca acostada Pur a, bastante mejorada
<de sus heri das.
Su hijo estaba en la cuni t a, y l era qui en lloraba.
Una doncella procuraba en vano a9allarle.
EL C A L V A R I O D E U N N G E L 251
II
Pura cont empl aba gozosa las caricias de que su hijo
era objeto por parte de su protectora; pero, al mi smo
tiempo, pareca que tuviese envidia de que otros lo aca-
riciasen.
Como si adi vi nara este disculpable refinamiento de
maternal egosmo, Consuelo la present el ni o, dicin-
dole:
Vaya, dle V- tambin un beso, pero uno solo. Se
afecta V. demasi ado cuando le acaricia, y en su est ado
necesita una t ranqui l i dad absoluta.
La joven dio las gracias su protectora, con una ex-
Consuelo ent r, t om en sus brazos al ni o, y ste
call como por encant o.
Hasta mi ngel la conoce V 1 exclam Pur a.
Hasta l la quiere y la respeta, an sin poder compren-
der el pobrecito, lo mucho que la debemos!
Ella sonrise y acarici al ni o, diciendo:
Hace V. bien en llamarle ngel, porque lo es.
Y tal vez concibiera en aquellos instantes, el deseo de
que Dios bendigese su prxi ma uni n con Fer nando,
dndole un hijo como aquel , porque sus mejillas se cu-
brieron de car m n, y para disimular su t urbaci n, vol -
vi besar al ni o.
252 E L CAL VARI O D E U N N G E L
presiva mi rada, y bes su hijo con pasin, con t ernu-
r a, como slo besan las madr es, poni endo su al ma ente-
ra en un beso.
El ni o le tendi los bracitos y le acarici la cara con
las manos.
Basta ya, di j o Consuelo, separndose, del lecho.
Ahor a, V. descansar, y este seorito dor mi r .
Y volvi poner el nio en la cuna.
Pero apenas lo hubo soltado, empez de nuevo llo-
rar.
Cogilo la doncel l a, y no pudo conseguir que callara.
Lo t om de nuevo Consuelo en sus brazos, y call en
seguida.
Lo que Pur a l l amaba el instinto de su hijo, tenala
satisfecha y orgullosa.
Tampoco desagradaba Consuelo, la predileccin que
por ella most raba el ni o.
Nada, dijo esta l t i ma, no t endr ms remedio
que encar gar me yo de dormi rl e.
Y agreg, con cierta i nqui et ud:
El caso es que Fer nando puede despert arse de un
moment o ot ro, y no me gustara que no me encontra-
se su lado cuando despert ara.
Cmo sigue don Fernando? pregunt Pur a, con
visible inters.
Mejor, mucho mejor.
Cuando pienso que por culpa de aquel miserable,
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 253
ese hombre noble y generoso ha estado expuesto per-
der la vi da, siento crecer hacia l mi rencor y mi des-
precio. Le he perdonado lo que conmigo ha hecho, por-
que V. me ha aconsejado que le perdonara; pero no le
perdonar nunca el cri men que cometi contra D. Fer -
nando.
Y cubrindose el rostro con las manos, como si sus
recuerdos la avergonzaran, aadi :
Y pensar que yo fui, en cierto modo, cmplice de
su infamia!
III '
Acercse Consuelo al lecho, y dijo cari osament e la
joven:
Vaya, tranquilcese V. A qu pensar ya en eso?
Hay cosas que no deben olvidarse j ams, repuso
Pura,y esa es una de ellas.
Bien, recurdelo V. para arrepent i rse de sus errores,
pero no se mortifique evocando sus recuerdos para
atribuirse una responsabilidad que no le pertenece.
Y cambi ando de t ono, agreg:
Dele V. otro beso su hijo, que me lo llevo.
Se lo lleva usted?exclam, con i nqui et ud la extre-
mosa madr e.
S; puesto que no qui ere estar con nadi e ms que
conmigo, y puesto que yo no puedo permanecer aqu ,
254 E L C A I V A F I O D E U N N G E L
por t emor de que Fer nando se despi ert e, me lo llevo
par a dormi rl o, y cuando se haya dor mi do, lo traer y
lo acostar er? su cunita
Qu buena es V.! balbuce Pur a, besando su
hijo.
Consuelo dirigile una afable sonrisa, y sali de la es
t anci a, llevndose al ni o.
I
v
Cuando volvi Consuel o la alcoba de Fer nando, su
pri mer cui dado fu inclinarse sobre el heri do, para ver
si an dor m a.
Le pareci que s, y fu sentarse en el silln en que
hab a estado sent ada ant es, pero al ir hacerl o, sinti
que le cogan una mano, y oy que una voz que le era
muy quer i da, decale:
No te vayas; si estoy despierto.
Volvise, y vio que Fer nando la mi raba sonrindose.
Hace mucho que has despertado?le pregunt.
Un moment o, r epuso l.Despert en el preciso
instante en que t te inclinabas sobre m para ver si
dor m a. Qui se ver lo que hac as, y por eso no te habl.
Lo cual es una traicin. Supont e que hubi era tenido
que hacer algo que t no debi eras ver. . .
Te hubiese sorprendi do infraganti. . . Muchas veces
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 25'5
me he valido de este ardi d para expi art e, y, sabes l oque
he visto?
- Qu?
Que cuando me crees dormi do me mi ras con ms
ternura que cuando me ves despi ert o, y es que ent onces
me miras sin r ubor . Por eso me finjo dor mi do muchas
veces; para verte mi r ar me de ese modo.
Hizo Consuelo como que se enfadaba, pero en reali-
dad complacanla en ext remo aquel l os inocentes ardi des
de enamor ado.
Cmo te encuent ras?pregunt l e, sent ndose j un-
to la cama.
Ahora mejor que nunca, l e respondi l, puesto
que te tengo mi l ado.
Contstame con formal i dad.
Con formalidad te contesto.
Por el estado de tus heri das, quise pregunt art e.
Bueno, muy bueno. Apenas me duel en.
Mas vale as.
Dentro de pocos das podr abandonar el l echo, y
entonces. .
Consuelo rubori zse, y l aadi , sonri endo:
No te avergences. Por qu?. . . Tenemos derecho
hablar todas horas de una felicidad t an ansi ada y t an
tardamente conseguida. Hemos de gozar de ella mucho
para desquitarnos del tiempo que hemos estado pri vados
de ella.
256 EL C A L V A B 1 0 DE UN N G E L
Consuelo no le respond a, pero mi rbal e sonriente,,
como asintiendo sus pal abras.
V
Fijse Fer nando en el ni o, y pregunt :
Es el hijo de Pura?
S , respondi Consuel o. El muy picaro no quiere
callar con nadi e ms que conmigo, y he tenido que
t rarmel o para dormi rl e.
Qu hermoso es!
Un ngel.
Dj ame que le d un beso.
Consuel o presentle el ni o para que lo besara.
Al besarl o, Espejo sonrise y dijo:
No te parece que nuest ra felicidad sera completa,
si una vez casados, el cielo nos concediese un hijo como
este angelito?
Consuel o inclin la cabeza sin responder y rubori-
zse.
Aquel l o era lo mi smo que ella se le hab a ocurrido
poco ant es.
Par a cambi ar de conversaci n, dijo, mi ent ras procu-
raba dormi r al ni o.
La pobr e Pur a, me pregunta siempre por t con mu-
cho inters.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 257
Y ella, cmo est?interrog Fer nando.
Mucho mejor.
Se conforma con su suerte?
Qu remedi o le queda?
Infeliz!
Susi t uaci n es muy triste.
Se acuerda todava de Faustino?
Ya no le ama, pero lo recuerda todas hor as, para
maldecirle. He conseguido que le perdone, pero no de
corazn; le odia, ms an por lo que hizo contigo, que
por lo que hizo con ella.
Es agradeci da.
Mucho.
Guando los dos estemos restablecidos, habr que
pensar en el porveni r de esa desgraciada.
Eso es cuenta ma. Tengo mis proyectos, que cono-
cers cuando llegue el caso.
Siendo t uyos, han de ser buenos por fuerza, y i os
apruebo desde al t era.
Su conversacin fu i nt errumpi da por la presencia de
un criado.
Salud respet uosament e, y dijo:
Ah hay una joven que pregunt a por la seora.
Por m? respondi Consuel o.
Ha indicado que deseaba ver la seora de la
casa... ..
Quin es?
3 3
5 8 , ... E L C A L V A R I O D E . U N N G E L
No ha dicho su nombre, ni recuerdo haberl a visto
i unca.
Alguna de t us protegidas,dijo Fer nando su
amada.
Me sorprende, porque ni nguna recuerdo haber
dado las. seas de mi domicilio.
Pront o puede salirse de dudas , reci bi ndol a.
S, la recibir, porque no acost umbro negarme
recibir las personas que m acuden. Pero quiero sa-
ber antes quin es.
Y dirigindose al cri ado, aadi :
Pregunt e V. esa joven su nombr e.
El criado sali y volvi poco, diciendo:
Dice que se l l ama Nieves. ' ,: ,
Nieves!exclam Fer nando.
La conoces?pregunt Consuelo.
Conozco una joven de ese nombr e, la que t pro-
tegiste.
Es verdad. Una de mis protegidas se l l ama de ese
modo.
Debe ser ella.
A. qu vendr?
Recbela,, pero recbela aqu , en mi .presencia.
Cmo?
Qui ero verla. . . Es una desdichada por l a q u e me
intereso mucho. Preci sament e pensaba haber ido su
casa para darle una mala noticia; pero no he podido ha-
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A
cerlo, por los motivos que conoces y que aqu me r e-
tienen sujeto.
Y bajando la voz para que su amada ni cament e pu-
diera oirle, agreg:
Esa infeliz estaba destinada ser una de las vcti-
mas de Faust i no.
Consuelo no pidi ms explicaciones.
Conduzca V. aqu esa joven,dijo al criado.
Este sali, y los dos prot ect ores de Nieves quedronse
preguntndose qu le ocurri r a la joven, para presen-
tarse en aquella casa tales horas.
CAPI TULO IV
De s e n g a o c r u e l
I
Nieves presentse en la alcoba en compa a del
cri ado.
Retirse ste una seal de su seora, y a joven per-
maneci en la puert e, sin atreverse ent r ar .
Acerqese V. , hija ma, le dijo Consuel o, sin mo-
verse del silln donde estaba sent ada.
Ella avanz algunos pasos.
En su t urbaci n, no haba visto Fer nando.
El la mi r aba sonri endo
Per dneme V. si vengo mol est arl a, empez di-
ci endo, pero. . .
No concluy la frase.
E L C A L V A R I O D E U N N G E L 261
Acababa de reconocer al heri do.
Detvose, lanz una exclamacin de asombr o, y re-
trocediendo algunos pasos, bal buce:
Usted!... Usted aqu !. . . *
Ya lo ves,le respondi Espejo. No esperabas en-
contrarme en esta casa, verdad?
Ciertamente que no. . . Hace poco he estado en su
domicilio, y sus criados me dijeron que estaba ust ed. au-
sente de Madri d. . ,
Eso creen t odos.
II
En vez de cal marse, la admi raci n de la joven iba en
aumento.
Acrcate,le dijo cari osament e Fer nando. Me
tienes miedo?
Oh, no! repasD ella, acercndose presurosa al
lecho.
Y como para justificarse, se volvi Consuelo y le
dijo:
Es el noble caballero que me protegi antes que V ,
segn le dige. No s qu casualidad debo la dicha de
encontrar reuni dos mis dos protectores. . Se conoc an
ustedes?
Ya lo creo! respondi Consuel o.
2 2 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
.Y Fer nando agreg:
Aqu donde me ves, soy t ambi n un protegido de
esta seora.
De veras?
Sin su proteccin, sin sus cui dados, quiz estas
horas ya no existira.
Est usted enferm?
Estoy heri do.
Heri do! >
S, hija m a. Se trata de una desgracia, mejor di-
cho, de un cri men que debes conocer, porque se rela-
ciona con una persona por la cual te interesas mucho.
Preci sament e para habl art e de esa persona te hubiera
visitado si mi heri da no me lo hubi ese i mpedi do. Pero
ya que te presentas aqu de una maner a tan inesperada,
habl ar emos de todo c ua ndo hayas expuesto el objeto que
esta casa te t rae.
For mul Nieves al gunas pregunt as, hasta convencerse
de que la heri da de su protector no ofreca ya gravedad,
y luego Consuelo djole:
Habl e ust ed, hija m a, habl e usted sin t emor. Nos
tiene impacientes por saber lo que le ocurre.
Ocup la joven la silla que le ofreci su protectora, y
t r as una corta pausa, empez habl ar de este modo:
Vengo esta casa, despus de haber ido la de
D. . Fernando, porque me encuent ro en una situacin en
a que necesito consejo y ayuda y no s quien recu-
EL" MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 263
rrir... No tengo en el mundo nadie ms que mi ma-
dre, y no querr a que la pobre supiese lo que me ocu-
rre... Al verme sufrir, t ambi n sufrira ella mucho.
Detvose, porque la emoci n le impeda cont i nuar.
Ten a los ojos llenos de l gri mas.
Aquel exordio y aquel l l ant o, asust aron los que la
escuchaban.
Invitronla proseguir, y ella excl am, rompi endo
llorar.
Soy muy desgraciada!
Luego, algo ms t ranqui l a, expres los motivos de su
desgracia.
Habl de su amor Faust i no y de la ext raa ausenci a
de ste, causa de su desesperacin y de su zozobra.
Qu debo hacer? - a c a b di ci endo. He aqu lo que
necesito que me digan, el consejo que vengo pedi rl es. . .
Yo no me at revo decir nada por m mi sma, y no
tengo quien consul t ar l o que me sucede. . . Debo olvi-
dar ese hombre?. . . Debo averiguar su paradero?. . . Si
esto l t i mo, quieren ustedes ayudar me en mis pesquisas?
III
Fernando y Consuelo, que hab an escuchado con do-
torosa atencin la joven, cruzaron una triste mi r ada,
y el primero, dijo:
264 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Vienes pedi rme consejo? Pues bien, hija ma, voy
drtelo en muy pocas pal abras: desprecia ese hombre.
Que desprecie Faust i no!excl am Nieves.
S .
Luego no es digno de que le ame?
- N o .
Usted le conoce?
Antes no le conoca, pero ahor a, para mi desgracia,
le conozco demasi ado. El da que me lo enseaste, di-
ci ndome que era tu novi o, no me gust su aspecto, y
como me intereso por t, me propuse hacer al gunas ave-
riguaciones.
Oh, gracias!
Las hice, y el resul t ado de ellas fu tan poco favo-
rabl e tu novio, que me propuse ir verte para decirte:
olvdale. Hoy te digo ms, hoy te digo: desprecale
IV
Nieves inclin la cabeza sobre el pecho, como anona-
dada por aquellas pal abras.
Comprendi Fer nando que para ar r ancar del corazn
de la joven un amor tan peligroso, necesitaba recurrir
Un golpe de efecto, y aadi :
r-Sabes por qu te digo que le desprecies? Porque es
u n criminal, un miserable. Una sola cosa que te diga,
E L MANUSCRITO D E UNA MONJA 265
te bastar para que te convenzas de ello: l es el que me
ha herido, poni endo en peligro mi vida, con el objeto de
robarme.
Jess!exclam la infeliz joven, cubri ndose el
rostro con las manos.
Sin t emor de ahonar la heri da abierta en el corazn
de aquella desdi chada, porque saba muy bien que par a
curar una llaga, hab a que operarla despi adadament e,
Fernando refiri, omitiendo ciertos detalles i nnecesari os
el crimen de Faust i no.
Nieves no se atreva dar crdito lo que escuchaba.
Miraba sus protectores con espant o, hasta que por
fin pr or r umpi en sollozos, excl amando:
jY yo que le amaba con toda mi al ma!. . .
Aquel grito era el grito de un corazn nobl e, her i do
despiadadamente por el desengao.
Consuelo y Fer nando prodigaron sus cari esos con-
suelos la infortunada j oven, haci ndol e compr ender
que aquel amor era indigno de ella.
S,deca la infeliz.Le ol vi dar. . . No he de ol vi -
darle?... Haber at ent ado contra la vida de mi genero-
so protector!... Pero le amaba, y me costar mucho de-
jar de amarl e. . . No puedo remedi arl o!. . . No hab a ama-
do nunca hombr e alguno .. Dios m o!. . . Era un cri -
men mi amor , para que lo castiguis de esta manera?
Con las explicaciones recibidas lo comprendi t odo:
266 - EL C A L V A R I O D E U N N G E L
,1a ^usencia de Faust i no, las extraas proposiciones que
vari as veces le haba hecho. . .
Era un miserable que quera perderme! balbu-
ceaba. Di os se ha compadeci do de m , puesto que me
ha librado de sucumbi r sus infames intenciones, que
yo crea pr uebasdel ms acendr ado afecto!... Qu bien
he hecho en veni r esta casa en busca de consuelo!,..
j Sin lo que ustedes acaban de deci rme, yo seguira amn-
dol e.
Y
Para acabar; de desengaar la joven, para que no
quedase en ella ni el ms leve rast ro de aquel amor im-
posible, Fer nando dijo su amada:
Presntala Pur a, y que ella le confirme cuanto
-nosotros le hemos di cho.
. Consuelo apr ob con un movi mi ent o de cabeza, las
pal abras del heri do. .;
fVenga V; conmi go, hija maV-^dijo Nieves levan-
-lndose:Antes de que salga usted de esta cqsa, quiero
pr e s e nt a r l a una persona la que conviene que co-
; nozca. ''
Y como viera que la joven la i nt errogaba con la mi-
r ada, aadi :
: Ea persona es la mujer que sirvi Faustino de
cmpl i ce inconsciente en sus cr menes. La infeliz tam-
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 267
VI
Pasaron la habitacin que ocupaba Pu r a .
Esta aguardaba i mpaci ent e que le devolvieran su hi j o.
Al ver su protectora en compa a de una joven des-
conocida, no pudo di si mul ar su sorpresa.
El nio se haba dor mi do.
Consuelo lo deposit en la cuna, pr ocur ando n des-
pertarle, luego dijo la enferma:
<Aqu tiene usted, hija m a, una joven qui en puede
hacer un gran bien.
Yo?exclam Pura, cada vez ms asombr ada. .
Pobre de m! Qu bien he de poder hacer nadi e, es-
bien est enamor ada de ese hombr e; pero su amor se
ha trocado en aborreci mi ent o. Se halla arrepent i da de
sus cul pas, est bajo mi proteccin, y hoy es digna de la
compasin y del respeto de todos.
Nieves se puso en pi para seguir su protectora, y se
despidi de Fer nando, dicindole:
Si Dios escucha mis splicas, pronto recobrar V. la
salud. Mi ent ras esto sucede, le promet o venir visitarle,
hasta por egosmo. Sus cariosas pal abras son el mejor
coasuelo para mi corazn at r i bul ado.
V sali de la alcoba con la seora dl a casa.
268 EL CALVARIO DE U N NGEL
t ando como estoy t an necesitada de que las personas
compasi vas me protejan?
Hay muchas maner as de hacer bien, le replic
Consuelo. Lo que esa joven necesita y desea, es que le
d usted algunos antecedentes de Faust i no. Dicindole
la ver dad, toda la ver dad, le har un favor i nmenso, un
favor mucho ms grande de lo que usted se figura. Ya
v, pues, como no es tan difcil hacer bien, an encon-
t rndose en la situacin en que V. se encuent ra.
Estas pal abras, y el llanto que baaba los ojos de Nie-
ves, fueron para Pur a una revelacin.
Cmo! exclam. Ser posible lo que yo sospe-
cho? Esta hermosa joven, habr tenido la desgracia de
ser una de 1-as vctimas de Faustino?
He t eni do la desgracia de amar l e y de creer que l
t ambi n me ama, bal buce Ni eves, r ompi endo llo-
rar.
Infeliz! repuso compasi vament e Pur a.
Y con i nqui et ud, agreg:
Y cegada y enloquecida por su amor , ha hecho algo
de lo que pueda avergonzarse?
Oh, no!respondi la j oven, l evant ando la cabeza
con arroganci a. Mi amor es y ha sido siempre puro.
Menos mal . Pues ent onces, an puede usted sal-
var se. . . Arranque de su corazn ese cari o, y desprecie
al hombre que logr i nspi rrsel o, por que ese hombre
slo merece su despreci o. . . Huya usted de l . . . Olvdese
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 269
hasta de que existe... Si as no lo hace, llegar da en
que se avergence y se arrepi ent a de haberl e amado. . .
En m tiene usted un ejemplo del triste ext remo que
conduce el amor de un hombr e semej ant e.
Y para ms convencerl a, le refiri, grandes rasgos,
la historia de sus amores con Faust i no, poni endo de re-
lieve las mal dades de ste.
Aquel relato, impresion profundament e Nieves.
Vena ser lo mi smo que Fer nanda le digera poco
antes, pero tena para ella ms val or y ms aut or i dad,
por salir de los labios de una mujer, vctima como ella,
de las infamias de un hombr e.
Despidise de Pur a, ofrecindole su ami st ad, y com-
padeciendo su infortunio, y sali de la estancia en com-
paa de Consuelo.
Esta fu con ella hasta la ant esal a.
All se despidieron.
Vuelva usted por aqu , hija ma,di jola su protec-
tora al despedirla.
Volver,respondi ella.
Y ahora, despus de cuant o acabamos de decirle y
demostrarle, ya sabe usted lo que tiene que hacer: olvi-
dar ese hombr e.
Oh, s!. . . Le ol vi dar!. . .
Y rompiendo de nuevo en sollozos, aadi :
Pero de todas maner as, ha de cost arme un gran es*
fuerzo y un gran sacrificio ol vi darl e. . . Leamaba t ant o! . . .
270 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Valor!
Abrazronse por l t i ma vez, y Nieves se mar ch a!
fin.
Consuelo apresurse volver j unt o Fer nando, di-
cindose:
Pobre nia! El desengao ha sido tan grande, que
t ardar mucho t i empo en cicatrizarse la herida abierta
en su corazn!. . . Dios tenga piedad de ella!
CAPI TULO V
S u i c i d i o f r u s t r a d o
TI
, I
La pobre Nieves.sali de casa de Consuelo en un es-
tado difcil de describir.
La desesperaci n, el desaliento y la amar gur a disput-
banse el domi ni o de su alma*
Debo olvidarle, repetase; debo ol vi darl e. . . Pero
si no puedo!. . , Acabo de convencerme de que es indigno
de mi amor , y sin embargo, y pesar m o, le sigo aman-
do. ,. y t emo que pesar m o le amar toda mi vida...,
jDios mo! Por qu converts en t orment o y en vergen-
za el ms dulce de los sent i mi ent os, el amor?
Y lloraba la infeliz, lloraba sin. dar tregua su pesar,
sin conseguir sobreponerse los impulsos de su corazn,
los inflexibles consejos de su conciencia.-
272 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Er a ya muy t arde, y sin embar go, no pensaba en vol-
ver su casa ni ocurrasele ir cal mar la ansi edad de su
pobre madr e, que estara esperndol a inquieta, temero-
sa de que le hubiese ocurri do una desgracia.
En su dolor y en su amar gur a, olvidbase de t odo, has-
ta de aquella bondadosa vi ej eci t a, l a que siempre haba
tenido tanto amor y tanto respeto, y en cuyos brazos ni-
cament e poda encont rar consuelo para sus pesares.
En los grandes dolores, no hay caricias que puedan
consolarnos de ellos, como las caricias de una madre.
II
Cami naba nuest ra joven por calles y plazas, sin saber
donde i ba, i mpul sada andar por su propio dolor,
andar si empre sin descanse-, como si andando mucho y
muy aprisa pudiese hui r de su infortunio.
El desengao, un desengao cruel y constante,
mur mur aba: he aqu mi nico porveni r. Acab para
m la t ranqui l i dad, acab la di cha, acabaron las espe-
r anzas, acab t odo. Mi corazn queda por siempre in-
til para el amor . No cabe en l otro sentimiento que
el que lo ocupa, y que en vano pret endo echar fue-
r a. . . No lo consigo, ni lo conseguir nunca!. . . Le
amar si empr e, y como mi razn y mi conciencia me
dicen que no debo amar l e, ese amor , que un da so
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 273
fuera mi dicha, ser mi suplicio. . . Me avergonzar de
amar, en vez de enorgul l ecerme. . . Tendr que escon-
der mi cario, como lo que es, como un cr i men. . . Ni
siquiera le quedar mi dolor, el consuelo de la compa-
sin de mis semejantes!. . . Los que sepan que sufro por
seguir amando un hombr e que no merece ser amado,
me despreci arn, y con razn, en lugar de compadecer-
me... A mis sufrimientos t endr que uni r el desprecio
de todos. . la vergenza!. . . No tengo valor para t ant o!. . .
Slo al pensar en el martirio que me espera, mi energa
desfallece, y mi razn vacila!. . . No, no tengo fuerzas
para soportar un sufrimiento tan grande!
Y redoblaba sus sollozos, al par que crecan su deses-
peracin y su amar gur a.
ni
Hallbase en una calle solitaria.
Sentase desfallecida y se sent en el borde de la ace-
ra para t omar aliento.
Segua lloviendo, aunque no t an copiosamente como
primeras horas de la noche.
Nieves apoy la cabeza entre las manos, y quedse
pensativa.
As permaneci largo rat o.
De pront o, extremecise, y bal buce:
S... Por qu no?,^.;Sera el mejor remedi o. . . El
T OMO ii v- ' - ' T' . ; L' : ;
;
. - pvx. 35
274 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
' nico modo de acabar para si empre con t odos mis pesa-
r es. . . jMorir! {Qu i mport a mor i r , cuando la vida no
ofrece otra cosa que sufrimientos y desengaos?. . . Mu-
ri endo se acaba t odo. . . Todo!. . .
Passe una mano por la frente para separar los rizos
-que, empapados en agua, caan sobre ella, y prosigui:
Ahora compr endo lo que nunca hab a comprendi-
d o : esos suicidios por amor que los peridicos nos rela-
t an todos los d as. . . Cuntas infelices se habr n encon-
t rado en una situacin semejante la m a, y cuantas
habr n buscado en el suicidio el fin de sus desengaos
amorosos!. . . Es un medio como ot ro cual qui era, para
cesar de sufrir... Estaran locas, deca yo, de las que
por amor se mat aban; ahora digo: estaras desespera-
das, como yo lo estoy. . .
Un nuevo ext remeci mi ent o agit su cuerpo. Luego bal-
buce:
Per o, y mi pobre madre?. . . Quser de ella, si yo
la dejo sol a. . . abandonada?. . . Las que con la muert e han
puesto fin sus infortunios, acaso no t uvi eran madre,
como yo la t engo. . . Madre, madr e m a!. . . *
Y de nuevo los sollozos ahogaron su voz, y de nuevo
l as l gri mas br ot ar on abundant es de sus ojos
Volvi cubrirse el rostro con las manos, y llor en
-silencio.
El rui do de un carruaje que se acercaba, la sac de
s u abst racci n dol orosa.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 275
El coche avanzaba por uno de los ext remos de la ca
lie.
La blanca luz de sus faroles, destacbase sobre el obs -
curo fondo de la noche.
| Nieves psose en pi vi ol ent ament e.
Una expresin siniestra, resplandeca en su rost ro.
Todo sera cuestin, de un moment o, mur mur .
Con dej arme caer al suelo, bastara para que las r uedas
de ese coche pasaran por encima de mi cuerpo y me li-
braran de la carga de esa vida que t ant o me pesa. . .
El carruaje segua avanzando.
La joven mi rbal o acercarse, con los ojos desmesur a-
damente abi ert os.
Estaba ya muy cerca. . . slo algunos pasos de distan-
cia...
Nieves no se dio cuent a de lo que le suced a.
Como si la empuj ara una fuerza superi or su vol un-
tad, la fuerza de sus propios pensami ent os, se dej caer
al suelo.
Su cuerpo qued at ravesado en el cent ro del ar r oyo.
El cochero lanz un grito y quiso sujetar los cabal l os,
pero no pudo, y el cuerpo de la joven qued bajo l os .
pies de los ani mal es.
Detvoso el coche, y el cochero salt del pescant e.
276 E L CAL VARI O D E U N A N G L
Qu es eso?pregunt desde el interior delar ruca
re una voz de hombr e.
v
Hemos atropellado una muj er, respondi con voz
t embl orosa el cochero. No s cmo ha si do. . . No pa
rece sino que ella mi sma se haya arroj ado expresamente
para que la at repel l semos.
Abrise una de las port ezuel as, y saltaron al suelo dos
caballeros, el uno de ellos joven, y el otro de mediana
edad.
Ayudaron al cochero, y entre los tres sacar on de deba
jo de los pies de los caballos, el cuerpo de la joven.
Esta no hab a recibido ms que al gunas lesiones sin
i mport anci a; pero estaba desmayada.
Lo pri mero es hacer que esta infeliz le sean pro
digados los auxilios que necesita,dijo el ms viejo de
Jos dos caballejos. Dnde llevarla?
A la casa de socorro, repuso su acompaant e.
No ser yo el que la lleve,replic el cochero.
Par qu?
Por que en la casa de socorro, quer r n saber lo
Tr i do, i nt ervendr la justicia, y me ver met i do en un
lo, siendo as que no tengo culpa al guna de lo que ha
pasado, pues sostengo que e s a joven se arroj expresa
ment e l os pies de l os caballos, para que stos la atro
pel l asen.
E L MA N U S C R I T O DE UNA. MONJ A 277
V
Las razones del auri ga, parecieron muy atendibles al
ms anci ano de los dos caballeros.
Tienes razn, muchacho, l e dijo;y nuest ro i n-
tento no es perjudicarte en lo ms m ni mo. Pero t
comprenders que t ampoco podemos dejar abandonada
esta pobre joven, despus de lo ocurri do. Sera poco
humano.
Claro que no, afirm el cochero. Eso no estara
bien.
Qu hacemos con ella?
Podemos llevarla una farmacia para que la cu-
Ten.
Tienes razn.
Es lo menos compromet i do y lo ms/fcil.
Hay al guna por aqu cerca?
Hay vari as.
Pues col oquemos esa infeliz en el coche, y llev-
mosla la ms prxi ma.
A esto, el cochero no Opuso el menor r epar o; ant es
bien, asinti con un expresivo movi mi ent o de cabeza
lo que el caballero deca.
Nieves cont i nuaba desmayada.
Entre los dos caballeros, subi ronl a al coche, sent-
278 E L CAL VARI O DE U N N G E L
ronse luego su l ado, se encar am el cochero al pescan-
t e, y el carruaje se puso en mar cha.
Graci as lo apart ado de la calle y lo desagradable
de la noche, que haca que los t ransent es fueran muy
escasos, nadie presenci la ant eri or escena.
Mi ent ras el carruaj e conducales una farmacia, el
ms joven de los dos caballeros, dijo su acompa-
ant e:
Se t rat ar ver dader ament e de un suicidio y no de
una desgracia casual?
Qui n sabe!respondi el ot ro. Hay tantos infe-
lices en el mundo, qui enes la desesperacin impulsa
buscar en la muert e el t rmi no de sus males!
Pobre joven!
Y es muy her mosa.
Mucho.
Cules sern sus desgracias, para que haya preten-
di do poner t rmi no ellas qui t ndose la vida?
Casi me atrevera adi vi narl o.
Qu supone V.?
Supongo, y no creo equi vocarme, que esta desgra-
ciada es vctima de algn desengao amor oso.
El mayor de los dos cabal l eros, sonrise, y dijo:
Cada loco con su t ema. Como V. es infeliz por el
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 279
amor, cree que los desengaos amorosos son las mayo-
i r e s desgracias de la vi da.
Y tengo motivos ms que sobrados para creerl o,
repuso con vehemenci a el joven.A mi edad, y la de
esta pobre ni a, slo el amor puede hacernos pensar en
la muert e. La j uvent ud nos d fuerzas para sufrir la po-
breza, las injusticias de la suert e, t odo, menos las con*
trariedades amorosas; estas nos anonadan, nos trastor-
nan. Mi ent ras nos alienta una esperanza, l uchamos con
valor, con energa; pero cuando hasta la esperanza nos
abandona, entonces slo pensamos en mori r.
Y l anzando un suspi ro, agreg:
Yo mi smo, que tantas l uchas he sostenido, que t an-
tos obstculos he al l anado y que tantos sacrificios he
hecho, cree V. que no sucumbi r a t ambi n la deses-
peracin, si me faltase mi l t i ma esperanza, la esperanza
que an acari ci amos de descubri r el par ader o de Soledad
antes de que sea la esposa de Rogelio? Si tai sucediese,
si cuando encont rsemos la mujer que ador o, fuera ya
la esposa de ese hombr e qui en respet o, porque debo
Tespetarle pesar de ser el obstculo mayor que se opo-
ne mi di cha, sucumbi r a la desesperacin, D. Pabl o,
yo le j uro V. que sucumbi r a, y ent onces. . . Entonces
puede que buscase en la muer t e, el fin de mis sufrimien-
tos, como esta desgraciada!
Estas pal abras i mpresi onaron al acompaant e del que
las haba pr onunci ado.
28o E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Vamos, ngel, val or, l e dijo afectuosamente.No
hay que desesperar. An no est todo perdi do.
El joven lanz un suspi ro y respondi :
En efecto, an no est todo perdi do, an resta al-
guna esperanza, pero es una esperanza muy remot a. El
t i empo urge, y sin embar go, hace ya ms de una semana
que est amos en Madri d y an no hemos podi do dar coa
el par ader o de Soledad ni el de su madr e y Rogelio,
En verdad, no hemos sido afort unados en nuestras
pesquisas.
Y el corazn me dice que no lo seremos tampoco en;
lo sucesivo.
Quin sabe!
No, D. Pabl o, no. A qu forjarnos qui mri cas ilu-
si ones, que har n luego mayor nuest ro desengao...
Usted dice lo que no cree, por ani mar me; pero no con-
sigue su propsito, porque yo adivino su pensamiento...
Usted piensa lo mi smo que yo, y como yo, t eme que en-
cont remos demasi ado t arde los que con t ant o empeo
buscamos.
Los dos quedronse silenciosos, como si no se atrevie-
r an seguir comuni cndose sus pensami ent os.
Por lo que antecede, nuest ros lectores habr n conoc*
do en aquellos dos caballeros, Pabl o y ngel.
Salieron j unt os, como sabemos, de B. . , , par a ir Ma-
dr i d en busca de Rogelio y en seguimiento de Soledad,,
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 28l
y en Madri d est aban haca ya algunos d as, sin adel an-
tar un paso en sus pesquisas.
Como llova, hab an t omado un coche para regre-
sar al hot el , y la casualidad dispuso su encuent ro con
Nieves, encuent ro fatal y la vez afortunado, como po-
dremos ver en breve.
CAPI TULO VI
De r egr es o al hogar
I
Detvose el carruaje ant e la puert a de una farmacia.
El cochero salt del pescant e y abri la portezuela.
Pabl o y ngel, bajaron del coche, cogieron en sus bra-
zos Nieves, que segua desmayada, y ent raron en la
farmaci a con ella.
El farmacutico, un seor muy simptico, muy servi-
ci al y muy afable, sali presuroso su encuent ro, pre-
gunt ndol es:
Ha ocurri do al guna desgracia? Ha sido vctima
de algn accidente esta seorita?
Y vi endo que la joven tena sangre en la cara, ex-
cl am:
E L C A L V A R I O D E N N G E L 283
Pero, qu veo!. . . Est her i da! . . .
Pablo dio rpi dament e algunas explicaciones.
Se trata de un hecho pur ament e casual, dijo;
pero que ha podido tener fatales consecuencias.
Y refiri la verdad de lo ocurri do, sin desfigurarlo en
nada.
Vlgame Dios!repuso el f ar macut i coHan po-
dido verse ustedes en un verdadero compr omi so. Pero
en fin, no pensemos ahora en eso. Lo i mport ant e es au-
xiliar esta joven.
E hizo que pasaran la rebotica, y colocasen Ni eves
en un sof.
II
Un ligero reconocimiento, bast para convencerse de
que la joven no hab a reci bi do, por fort una, lesiones de
importancia.
Algunas erosiones en la car a, produci das por las he-
rraduras de uno de los Caballos, pero nada ms.
El farmacut i co lav las heri das con rni ca y las ven-
d cui dadosament e.
Dentro de al gunos d as, di j o, ^-n le quedar ni
seal siquiera. Las heri das son poco extensas y poco
profundas, y no dej arn cicatriz. Ha sido un mi l agro, un
verdadero milagro, que esta hermosa joven haya salido
284 E L CAL VARI O D E U N N G E L
t an bien l i brada. Su t emeri dad su torpeza, pudieron
haberl e costado la vi da.
Y cambi ando de t ono, aadi :
Ahora veamos de hacerl a recobrar el conocimiento.
Fu buscar el frasco del ter, y lo aplic la nariz
de Nieves.
Esta agitse.
Al cabo de algunos instantes, abri los ojos, pero volvi
cerrarl os en seguida.
El farmacutico ech algunas gotas de antiespasmdico
en una copa de agua, hizo que la joven bebiera parte
del contenido de ella.
Nieves volvi abri r los ojos, incorporse en el sof
donde estaba recostada, dirigi en torno suyo una mi-
r ada de asombro, y de pr ont o, como si acudiese su
memori a el recuerdo de todo lo ocur r i do, cubrise el
rostro con las manos y r ompi l l orar.
Pabl o y ngel, i nt ent aron dirigirle al gunas cariosas
frases de consuel o, pero el farmacut i co lo impidi,
dicindoles en voz baja:
No le digan ustedes nada ahor a; djenla que llore
libremente que se desahogue: eso le har mucho bien.
III
Dur ant e algunos moment os, no se oy en la rebotica,
ot ro r umor que el de los sollozos de Nieves.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 285
Todos cont empl banl a compasi vament e.
Ella fu la pri mera en r omper aquel silencio.
Descubri su hermoso sembl ant e, dirigi todos una
triste mi rada y bal buce, con voz t embl orosa:
Perdn!. . . Ignoro lo ocur r i do, pero lo supongo. . .
Era muy desgraci ada. . . sufra mucho. . . y la muert e es
el fin de todos los sufrimientos. . . Perdn!
Y sigui l l orando.
Estas pal abr as, convencieron todos de que no se
haban equi vocado, al suponer que se t rat aba de un
intento de suicidio.
Pablo se acerc la joven y le dijo cari osament e:
Puesto que pide V. per dn, seal es de que com-
prende que lo que intent hacer, es una l ocura. . . No la
recriminamos por ello; no t enemos derecho para recri -
minarla. Adems, la desesperacin es causa de muchas
cosas, y no hay ms que mi rarl a V. , para compr ender
que la desesperacin la domi na. . . Cal ma, hija m a,
calma. A veces, nuest ros infortunios no son tan grandes
como suponemos en nuest ra exal t aci n. . . Resgnese con
su suerte, y d abrigo la esperanza de que Dios pondr
fin sus sufrimientos.
IV
Las cariosas pal abras del her mano de Mat i l de, pro-
dujeron en Nieves un efecto consolador-
286 E L CAL VARI O DE UN N G E L
Su llanto sigui siendo copioso, pero hzose menos
amar go.
Gr aci as! mur mur . Muchas gracias!. . . No me-
rezco ser t rat ada de este modo!. . . Yo estaba loca; ahora
lo compr endo. . . El dolor t rast orn mi juicio!... El
deber de los que sufri mos, es resignarnos con nuestros
sufrimientos!... Dios me dar fuerzas para soport ar los
m os!. . .
ngel, que haba per maneci do silencioso hasta enton-
ces, se acerc su vez la j oven, y le dijo:
No estamos aut ori zados, seorita, para interrogarla
cerca de sus secretos; pero el inters que nos inspira
me i mpul sa ^preguntarle: podemos conocer l a causa
de su infortunio?... Podemos remediarlo?
Oh, no!repuso ella.Mis desgracias no puede
remedi arl as nadi e! . . .
De modo, que nada podemos hacer por V.?agreg
Pabl o
Nada absol ut ament e!
Por delicadeza no se at revi eron insistir ni en sus
pregunt as ni en sus ofrecimientos.
V
Posse Nieves en pi y dijo:
Gracias por los auxilios que me han prestado!...
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 287
Y ahora. . . per m t anme que me retire, que me vaya mi
casa, al l ado de mi madr e. . .
Tiene V. madre?la interrog ngel, con un t ono
tal, que pareci querer decir: Y teniendo madr e ha
pensado en el suicidio?
S,respondi ela avergonzada, compr endi endo
quiz el verdadero sentido de la pregunt a del joven.
Tengo madr e, y la pobre estar esper ndome i nqui et a. . .
Debe de ser ya muy t arde.
Cerca de las diez.
Las diez!... Y deb haber vuelto casa las ocho! . . .
jPobre madr e m a!. . . Qu hor as de angustia estar pa-
sando!...
Intent ech r andar , pero las fuerzas la abandona-
ron, y ext enuada, dejse caer sobre el sof, en el que
antes estuvo t endi da.
; La violentas emociones que acababa de sufrir, hab an
[agotado sus energas.
i
i
VI
I Pablo consult con la mi rada ngel, y dirigindose
j& la joven, le dijo:
| -Seorita, si V. se digna acept arl o, le ofrecemos, par a
levarla su casa, el mi smo carruaj e en que la hemos
trado aqu , el mi smo bajo cuyas ruedas quiso V. bus-
P a r la muert e.
288 EL C A L V A R I O D E U N N G E L
Oh, no!repuso el l a. Muchas gracias.
Por qu, no?
Sera abusar de ustedes.
Cmo abusar?
Dentro de unos instantes, estar un poco ms re-
puesta y podr i rme pi.
Con lo cual ret ardar el moment o de que su se-
or a madr e se tranquilice vi ndol a llegar su casa.
Mi pobre madrel
Adems, cree V. que hab amos de dejarla ir sola
en el estado en que se halla? Y si por el cami no le daba
V. algn accidente? Y si volvan domi narl a los mis-
mos insensatos y peligrosos pensami ent os de antes?
Pi erda V. cui dado. Si hasta me avergenzo de mi
l ocur a. . .
No obst ant e. . .
VII
El farmacutico y ngel, i nt ervi ni eron en la convesa-
cin.
No me quedar t ranqui l o si esta seora se va sola,
dijo el pr i mer o.
Sola no se ir, agreg el segundo. Por que si re-
chaza nuest ro ofrecimiento y no consiente que la acoffl"
paemos, la seguiremos cierta distancia para auxiliarla
si es preciso. Ella no puede i mpedi r que la sigamos.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 289
Revelaban estas pal abras un inters tan grande y t an
sincero, que Nieves no pudo menos de dar las gracias al
joven con una triste sonrisa.
Pablo insisti en sus ofrecimientos.
-No vacile V. en acept ar nuest ra compa a, l e dijo.
Aunque no nos conoce, le aseguro que puede confiarse
nosotros sin t emor algusio.
En verdad, ni su aspecto ni el de ngel, tenan nada
de sospechoso; antes bi en, i nspi raban confianza desde el
primer moment o.
Comprendi Nieves, que seguir negndoseera ofender
los que con tanto cari o y respeto la trataban-
Ademas, se senta muy dbil, y no confiaba en tener
fuerzas para llegar su domi ci l i o.
Bueno;dijo,al fin.Puesto que son ustedes t an
amables* acepto su generoso ofrecimiento. . . Lo rechac
antes, no por desconfianza, sino porque no quer a que
por m se molestasen ms de lo que ya se han mol est ado.
Y se puso de nuevo en pi, aadi endo:
Vamos cuando ustedes gust en. . . Vamos cuant o an-
tes. . Mi pobre madr e estar esper ndome!
Como Pablo viera que vacilaba al pret ender echar
andar, se apr esur ofrecerle su apoyo, dicindole:
Cjase V. de mj Jb^a^f i j aj t r i a; . . Cjase de l sin
VIII
T OMO 11
3 7
290 E L C A L V A R I O D E U N N GE L
ni ngn escrpul o. No [hay nada de censurabl e en que
u n a joven como V. se apoye en el brazo de un hombre
c omo yo. Por mi edad puedo muy bien ser su padr e.
Ni eves, acept sonri endo el brazo que el her mano de
Mat i l de le ofreci.
Despidironse del farmacut i co, des pus de darl e las
graci as por sus cui dados, y salieron la calle.
El coche, esperaba la puert a de la farmaci a.
Subi eron l Nieves pri mero Pabl o despus.
ngel subi el l t i mo, para t ransmi t i r al cochero las
seas que de su domicilio le dio la j oven.
CAPI TULO VII
Co n s u e l o ma t e r n a l
I
Al a puert a de su casa, Nieves quiso despedirse de sus
acompaant es, pero ellos, emper onse en subir con
ella hasta su buhardi l l a.
No hubo maner a de di suadi rl es de su i nt ent o.
Tem an, y con razn, que la joven le faltaran fuer-
zas para subi r sola la escalera.
Ella consinti, al fin, en que la acompaasen.
Cmo les pagar,djoles conmovi da, sus bonda-
des para conmi go!
La puerta estaba ya cerrada, y fu preciso l l amar al
sereno para que abri ese.
El noct urno guar di n, al reconocer la joven, le dijo:
292 E L CAL VARI O D E U N N G E L
Buena tiene V. su madr e! Lo menos ha bajado
seis ocho veces para ver si V. ven a. La pobre pensaba
que le haba ocurri do V. algo mal o,
Y al ver el aspecto de la joven, agreg:
Y por las seas, no se equivoca del todo en sus te-
mor es.
Nieves no contest.
Apresurse ent rar en el portal, mur mur ando:
Pobre madr e m a!. . . Qui se evitarle un mal rat o, y
le he dado un gran disgusto.
No cierre V.,dijo Pabl o al sereno. Volveremos
bajar muy pront o.
- La puert a qued ent or nada.
II
Comenzaron subir la' escalera l ent ament e.
El estado de Nieves impedales subi r ms apri sa.
A medi da que sub an, la emocin de la joven iba en
aument o.
Pabl o t uvo que ofrecerle de nuevo su brazo, para que
en l se apoyase, dicindole cari osament e:
Valor!
Y como adi vi nando lo que en el interior de la joven
pasaba, agreg:
Una madr e lo compr ende, lo per dona y lo compa-
dece t odo.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 20, 3
ngel iba delante encendi endo cerillas para al umbr ar .
De vez en cuant o, volvase para cont empl ar Nieves
compasivamente.
No tena ni ngn parecido con su Soledad, y sin em-
bargo, no poda mi rarl a sin acordarse de ella.
Es hermosa como el l a, pensaba; y si mi amor
llegara faltarle, quiz se desesperara tanto como esta
infeliz se desespera.
Acaso estas reflexiones hicieron que la vctima de
Faustino le fuera dobl ement e si mpt i ca.
III
Llegaron, al fin, las buhardi l l as,
La pri mera puert a era la de la habitacin de Ni eves.
Antes de que l l amaran ella, la puert a se abri y pr e-
sentse Ncolasa, la madr e de la joven.
Oy rui do en la escalera y abri , ansiosa de ver si era
su hija, la que aguardaba inquieta haca ya ms de dos
horas.
Nicolasa era una pobre mujer modest a, sencilla, afa-
ble, simptica,
Al ver llegar su hija en compa a de dos desconoci-
dos y con la cabeza vendada, la alegra de volver verl a,
trocse en t error.
Hija de mi alma! exclam abrazndola, Al fin
ests aqu!. . . Qu mal rato me has hecho pasar!
294 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Y le cubr a el rostro de l gri mas y besos.
Luego, aadi inquieta:
Per o. . . qu te ha ocurri do?. . . Est s herida?. . . Dios;
m o!. . . Habl a, hija de mi vi da, habl a, por Dios!
Nieves quiso contestar, pero no pudo.
La voz espir en su gargant a, y slo t uvo fuerzas para
arroj arse, l l orando, en los brazos de su madr e.
IV
El terror de la pobre Nicolasa, iba en aument o.
Dios de bondad! dec a. Per o, ques esto?...No
me respondes, hija de mi al ma?. . . Han i nt ent ado ha-
certe mal?... Dmelo!... Ay del que se haya atrevido
t ocart e!. . . Vieja y todo como soy, capaz me siento de
ar r ancar los ojos al que te ponga la mano enci ma.
Y mi r Pabl o y ngel amenazador ament e.
Ellos sonri ronse, comprendi endo y disculpando las
sospechas de la at ri bul ada madr e.
Aquella sonrisa bast para que Nicolasa se convencie-
se de lo injusto de sus sospechas.
Como si lo vi era, aadi . De todo t endr la cul-
pa el pillo de tu novi o. . . Si es un pillo, hija ma, bien
sabes que desde el pri mer moment o te estoy diciendo
que no me gust a, que me parece un pillo; pero ya se v;
t ests embobada con l y no me haces caso. . . Algn
da te pesar, si no es que ya te pesa. . . Por que no hay
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 295
V
Redobl Nieves sus sollozos al or su madr e habl ar
de esta maner a, y Pabl o y ngel cruzaron una mi r ada,
como dicindose: Ciertos son los toros; de amor os se
trata.
Considere V., seora, dijo el her mano de Mar a
i Nicolasa,que el est ado de esta seorita no es para
estar aqu mucho t i empo, ni es este sitio propsito para
cierta clase de explicaciones.
Tiene V. razn, cabal l ero, tiene V. razn, repuso
Nicolasa, empuj ando su hija hacia dent r o.
Nuestro objeto no ha sido otro que el de acompa-
arla,aadi Pabl o. As , pues, si nuest ra presencia
no les es ya precisa, con su permiso nos ret i raremos.
Oh, no!exclam Ni eves, haci endo un poderoso
esfuerzo para poder habl ar . Ent r en ust edes. . . Descan-
sarn, y mi madr e podr darles las gracias por lo que
en mi favor han hecho.
Ellos quisieron escusarse, pero no hubo maner a.
Bast que Nicolasa oyese que hab an favorecido su
^ija, para que se empease en que ent r ar an.
quien me convenza de que no es suya la cul pa de o u s
suelvas casa tan t arde y en el estado en que vuel ves.
296 E L C A l V A R I O D E U N N G E L
V I
Ent r ar on todos en a buhardi l l a, una buhardi l l a mo-
dest a, pero no mi serabl e, y muy aseada.
Apenas estuvieron dent r o, Nieves, sin poder contener-
se por ms t i empo, abraz de nuevo su madr e lloan
;
do, y le dijo:
Soy may desgraciada, madr e m a!. . . Muy desgra-
ci ada!. . .
Y como explicacin y compendi o de sus dolorosas ex-
cl amac ones, bal buce:
Faust i no no merece que le ame. . . Es un misera-
ble!...
ngel y Pabl o cruzaron una nueva mi r ada.
Sus sospechas iban confi rmndose.
Lo ves?-repuso Nicolasa Lo ves como mis pre-
sentimientos o me engaaban? Recuerda que la primera
vez que vi tu novi o, te dije lo mi smo que t ahora
dices: Ese hombr e es un mi serabl e, un pillo... No
quisiste creerme, y ahor a tocas las consecuencias. . . Las
buenas hijas deben creer si empre cuant o les dice su ma-
dr e.
Y volvise sus dos visitantes, para decirles:
Ya ven ustedes si es triste, que una se sacrifique por
su hija y la cre como Dios manda, y la eduque lo mejor
que puede, y se quite un pedazo de pan de la boca para
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A .
297
que ella no carezca de nada, y venga luego un cualquie-
ra, un pillo, hacer infeliz la hija que t ant os sacrificios
cuesta.
La indignacin de Nicolosa, por su mi sma sencillez,
era simptica, conmovedora.
Volvise de nuevo su hija y djole, con mat er nal
indignacin:
Qu te ha hecho ese bandido? .. En qu te ha fal-
tado?. . Dmelo!... Ay de l, si se ha permi t i do contigo
algn at revi mi ent o!. . . Se acordar de m !. . . Mi ent ras
tu madre viva, no ha de haber en el mundo qui en t e
ofenda... Vamos, no llores ms y di me en qu te ha fal-
tado ese pillo. . .
Faltarme no me ha faltado en nada, respondi
Nieves.
Ent onces. . .
Dios ha hecho que me entere t i empo de qui en
es!... Pero ha hecho que le ame, y no debo amar l e. . .
Te parece poca esta desgracia?. . . Le he de olvidar, he
de despreci arl e. . . , y no me siento con fuerzas ni para el
olvido ni para el despreci o. . . Este es el mal que me ha
hecho, causar mi infelicidad para toda la vida. .
Estas pal abras, eran todo un poema de amor y de
amargura. ^
VII
38
298 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
Pabl o y ngel sintironse conmovi dos al oiras.
VIII
Logr Nieves serenarse un poco, y dijo su madre:
Ll evaba ya al gunos das sin ver Faust i no. Su
ausenci a me haca sufrir mucho, pero no quise decirte
nada por no di sgust art e. . . Hoy, no sabiendo qu hacer,
sent necesidad de aconsej arme de alguien .. Deba ol-
vi dar mi novio? .. Deba hacer al gunas pesquisas para
ent er ar me de los motivos de su ext raa ausencia?. . .
Debas olvidarle,replic Nicolasa.
Eso se dice muy fcilmente cuando no se ama,
r epuso la j oven.
Sigue, hija m a, sigue Qu hiciste?
Fui pedir consejo nuest ro prot ect or.
A D. Fer nando Espejo?
S .
Bien hecho. D. Fer nando no poda aconsejarte nada
que no fuera para tu bi en.
Al oir nombr ar Fer nando, Ang<?l extremecise, y
r edobl su at enci n.
Nadi e se fij en el efecto produci do en l por el nom-
bre del amado de Consuel o.
Pabl o, segua con creciente inters el sencillo relato de
na joven.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 99
I X
Siguiendo las insinuaciones de su madr e, Nieves pro-
sigui:
He visto nuest ro protector, y t ambi n nuest ra
protectora.
A. la misteriosa dama la cual tanto debemos?
interrog Nicolasa.
S. Esa seora ya no es un misterio para m . Se
llama Doa Consuelo Astur, y s donde v ve .. Luego te
dar, sobre este part i cul ar, detalles que ahor a no vienen
al caso.
Nuevo movi mi ent o de sorpresa en ngel, al escuchar
el nombre de Consuel o.
ISi supi eras lo que D. Fer nando y Doa Ccnsuel o
me han dicho de Faust i no! continu la joven.
Le conocen?pregunt Nicolasa.
S; le conocen y saben de l cosas horri bl es. . . Faus-
tino es un mal vado, un cr i mi nal . . .
Dios mo!
Me convencieron de que no debo amarl e!. . . Me-
rece mejor mi despreci o, mi odi o!. . . Pero su amor ha
llegado ser mi ilusin, mi esperanza, mi vi da, . . Al
convencerme de que ese amor es i mposi bl e, yo no s lo
que pas por m . . . Me olvid de t odo, hasta de t, madr e
ma,..
3 J O E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Nieves!. . .
Perdname, madre de mi al ma, per dname!
Per o. .
Quise mori r.
Jess!. . .
No tengo fuerzas para decirte ms. , . Estos caballe-
ros te dirn lo que fal t a. .
X
Nicolasa interrog con la mi rada Pabl o, y ste le
dijo:
Debe V. ser indulgente para con su pobre hija...
La infeliz estaba loca!. . . No se daba siquiera cuenta de
lo que hac a!. . . Quin, que la desesperacin le agobie,
no ha acari ci ado al guna vez la idea del suicidio!
Cmo!exclam la pobre madre. Mi hija?...
Perdn! gimi Nieves, cayendo de rodillas ante la
que le hab a dado el ser. Este caballero lo ha dicho...
No supe lo que hac a. . . Estaba desesperada, Toca!. . .
El pri mer i mpul so de Nicolasa fu de indignacin,
pero^el cari o mat ernal pudo ms que la clera, y abrien-
do su hija los brazos, la estrech en ellos, dicindole
ent re sollozos:
Has ofendido mi cario!.... Antes que pensar en la
muer t e, debiste habert e acordado de que tienes una ma-
dr e, dispuesta siempre sufrir cont i go. . . . Ingrata!...
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 3 J I
Qu te he hecho yo, para que me ofendas de ese modo,
para que hayas pret endi do abandonarme?
Y sus reproches se convert an en caricias, en apasi o-
nados besos.
XI
Complet Pablo sus explicaciones, refiriendo lo ocu-
rrido, y que nuest r os lectores ya conocen,
La pobre Nicolasa deshzse en manifestaciones de
gratitud, tan expresivas como sinceras.
Ustedes han salvado mi hija!decales.Uste-
des me la han devuelto! .. Dios se lo pague!
Y hasta quiso besarles las manos.
Ellos despidironse, ms que por nada, por sustraerse
aquellas muest ras de grat i t ud, que no crean merecer.
Cuando ya iban salir, ngel dijo Pabl o al odo:
Pdales V. permiso para volver visitarlas.
El her mano de Matilde le mi r sorprendi do, sin com-
prender aquel ext rao deseo.
No obstante, se apresur complacer 1 joven, di -
ciendo:
Como el estado de esta seorita, aunque no es gra-
ve, no es t ampoco todo lo satisfactorio que fuera de de-
sear, me at revo suplicar ustedes, que nos permi t an
volver ent erarnos de como sigue.
No hay que decir que el permi so fu ot orgado con
nuevas demostraciones de agradeci mi ent o.
302 E L C A l V A R r O D E U N N G E L
Marchronse ngel y Pabl o, y madr e hija quej -
ronse solas.
Ent onces Nieves complet sus explicaciones, refirien-
do su madr e cuant o Consuelo y Fer nando le haban
di cho, y que nosotros ya conocemos
Nicolasa se indign al oirlo, y pregunt su hija:
Y an seguirs amando un hombr e semejante?
No, madr e m a, no, le respondi la joven Le
olvidar!. . , Aunque me cueste un gran sacrificio, procu-
r ar olvidarle .. Pero necesito el consuel o de tu cario y
la ayuda de tus consejos. . .
No han de faltarte ni uno ni otra, hija de mi vida,
respondile Nicolasa.
Y de nuevo se abr azar on y lloraron j unt as.
Nieves pensaba:
Qu loca fui al buscar en la muert e el fin de mis
sufrimientos!... Qu mejor consuelo que el cario de
una madre?
CAPI TULO Vili
P o r e l h i l o s e s a c a e l o v i l l o
I
Apenas subieron al , carruaj e que les esperaba la
)uerta de la casa de la j oven, Pabl o dijo ngel:
Hombre, ardo en deseos de hacerle V. una pre-
sunta.
Supongo qu pregunta es esa, repuso el j oven.
La supone?
Quiere V. pr e gnt a me , qu obedece mi deseo de
onseguir parmi so de esas dos pobres mujeres para vol -
er visitarlas, verdad?
Justo.
Comprendo su curi osi dad.
Si he de serle franco, y ya sabe V. que lo soy si em-
3 C 4 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
pr e, le dir que su inters me parece un poco sospecho-
so, y no s qu at ri bui rl o.
Supongo que no lo at ri bui r V. que me haya ena-
mor ado de pront o de esa joven.
No, ci ert ament e, y no porque la tal Nieves no sea
her mosa.
Es un ngel!
Per o sabiendo, como s, que ama V. Soledad. . .
No es lgico sospechar que tan repent i nament e s u s -
t i t uya un amor por ot ro.
Cl aro.
Y est V. en lo cierto. Slo Soledad amo y he
amado; y slo ella amar mi ent ras viva, suceda lo que
suceda.
No esperaba otra cosa de V.
II
Guar dar on silencio.
Pabl o esperaba impaciente que su compaer o le diera
las explicaciones pedi das, y ngel pareca complacerse
en aument ar su i mpaci enci a.
Al fin, el joven dijo:
Deseo volver casa de esas dos mujeres, porque
creo que por ellas podremos llegar descubri r [el para-
dero de los que hasta ahora hemos buscado intilmente.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
3o5
El par ader o de Rogelio, Soledad y Cristina?pre-
gunt Pabl o, en el colmo del asombr o.
S; y el de mi padr e, que, como si empre, estar j un-
to su seora.
Est V. loco, ami go mo?
No creo haber t eni do nunca mi juicio t an seguro
como ahor a.
Pero, qu relacin pueden tener esas dos muj eres,
con los que buscamos?
Ninguna.
Ent onces. . .
Pero pueden conocer per sonas que con ellas estn
relacionadas.
No compr endo. . .
Me explicar, y ver usted como no voy tan descon-
certado en mis suposi ci ones.
Tuvieron que i nt er r umpi r su conversaci n, por que
haban llegado la fonda donde se hospedaban.
Bajaron del carruaj e, pagaron al cochero, ent raron en
la fonda, y subieron sus habi t aci ones.
Ocupaban dos cuartos contiguos, puestos en comuni -
cacin por una puerta de escape.
Entraron en el cuart o de Pabl o, sentse st e, invit
su compaero que se sent ara, y djole:
TOMO I I y ^ - ' \ > - : 39
III
EL CALVARIO DE UN NGEL
^ Expl i qese, porque de veras ha consegui do excitar
mi curi osi dad y mi i mpaci enci a.
No se abandune usted demasi ado la esperanza, le
dijo ngel.Se trata slo de una suposicin, de una sos
pecha, de un i ndi ci o. . .
Bien, no i mpor t a. Algo es algo, Desde que estamos
aqu , pesar de todos nuestros esfuerzos, no hemos
conseguido encont rar ni siquiera un indicio, por el cual
descubri r el par ader o de los que veni mos buscando. No
parece sino que se los haya tragado la tierra. No hemos
conseguido verles ni en teatros ni en paseos; en ninguna
par t e. Ya empiezo sospechar que no estn en Madrid.
Eso sera lo peor que pudi era ocur r i mos.
Per o, dejmonos de suposiciones y vamos lo que
importa. Dme usted cuant o ant es, las explicaciones pro
met i das.
IV
Encendi ngel un cigarro, despus de ofrecer otro
Pabl o, y luego dijo:
Se fij V. en el nombr e del caballero y de la seora
qui enes Nieves cit como sus protectores?
No, respondi el her mano de Matilde.
Yo s, porque esos nombr es me son muy conocidos.
Los he escuchado muchas veces en labios de Cristina.
De la madr e de su novia de V.?
E L M A N U S C R I T O D E U N A MONJA ^CJ
- S .
Eso vara.
Slo de orselos pronunci ar ella, me son conoci-
dos: Fer nando Espejo y Consuelo Astur.
Pero, amigo m-
1
,dijo Pabl o; perm t ame V. que
le diga, que an suponi endo que los protectores de Ni e-
ves sean las mi smas personas quienes Cristina, segn
usted, tanto nombr aba, esta circunstancia no tiene, para
nuestro objeto, valor al guno.
Al cont rari o, respondi ngel Ti ene n valor
n.uy grande.
Pues, confieso mi torpeza; no alcanzo compren-
der...
Siga V. pr est ndome su at enci n.
V
Acerc el joven su silla la de su interlocutor, y con-
tinu diciendo:
Cristina nombr aba ese D. Fer nando y esa doa
Consuelo, no en sus conversaciones con cual qui era, sino
en sus conversaci ones nt i mas con mi padr e, confidente
y depositario de todos sus secretos. . .
Y protector de los amores de ust ed, l e i nt er r umpi
Pablo.
Hasta cierto punt e. Qu menos puede hacer uv
padre por su hijo, que lo que l hace por m? Protege
3p8 L C A L V A R I O D E U N N G E L
mis amores, es verdad; por que sabe que de esos amores
depende mi di cha, pero los protege espaldas de su se-
ora: no se at reve ponerse frente frente de ella.
En lo cual hace bi en, porque as t enemos un cm-
plice en las l as enemi gas.
Por l supe el viaje de Soledad Espaa y su para-
der o, y por l sabra donde se encuent ran los que bus-
camos, si tuviese medios para llegar hasta l. Acaso me
escribiera B. . . , dndome las seas de su alojamiento,
y nuest ra precipitada salida para la corte, haya impedido
que yo recibiese su cart a.
Si es as, ya el mal no tiene remedi o. Contine V,
sus explicaciones.
VI
ngel apresurse complacer s u ami go, expresndo-
se de esta maner a:
Puest o que Cristina slo habl aba con mi padre de
ese don Fer nando y de doa Consuelo, y si empre le ha-
bl aba de ellos con gran inters y gran misterio, cabe su-
poner que esos individuos no son para ella personas in-
diferentes.
Sin duda, asi nt i Pabl o.
Deben de ser personas las que la liguen relaciones
nt i mas de afecto de intereses, hast a, quien sabe si de
odi o.
EL MA N U S C R I T O DE U N A MONJ A 3og
Y bi en. . .
Pues bueno; si tan nt i mament e relacionada est
:on esas personas, no es lgico sospechar que al hal l ar-
l e en Madr i d, se haya puesto en comuni caci n con ellas?
Tal vez.
A. mi me parece i ndudabl e.
Y" si es as . . .
Si es as, por medio de esas personas, podemos lle-
;ar descubri r el par ader o de los ot ros. Me compr ende
isted, ahora?
VII
: Al fin, comprendi Pabl o lo que el joven se propo-
la.
E s un medio, dijo;pero un medi o de resul t ados
nuy dudosos.
A falta de ot ro mej or, repuso ngel , debemos
ceptarlo.
Nada se pierde con pr obar .
Para m, el plan debe ser est e.
Veamos.
Volver casa de Nieves, y de un modo i ndi rect o,
3 r ella por su madr e, averi guar las seas del domi ci -
o de ese D. Fer nando y esa doa Consuel o.
Eso es fcil de averi guar.
310 EL CALVARIO DE UN NGEL
Lo mi smo me parece. Hoy no quise hacer pregunta
al guna, porque la ocasin no me pareci adecuada.
Hubi ese sido una i mprudenci a.
Cuando tengamos esas seas, espi aremos esos dos
i ndi vi duos. . .
-Y veremos lo que resulta.
Eso es.
No me parece mal .
Sobre t odo, falta de otro recurso mej or. . .
No hay otro remedi o que conformarnos con el que
la casual i dad nos ofrece.
VIII
Siguieron habl ando, hasta quedar decidido que al
da siguiente volveran casa de Ni eves, para averiguar
l oque deseaban, y luego se separaron para entregarse al
descanso.
Ni nguno de los dos estaba satisfecho del resultado de
sus esfuerzos dur ant e su permanenci a en Madri d; pero
ni uo ni ot ro desistan de proseguir sus averiguaciones,
No habr medio que no intente, ni sacrificio que no
realice, para defender mi amor , est orbando la boda de
Soledad y Rogelio, decase ngel.
Y Pabl o pensaba:
D bo cumpl i r la promesa que hice Mercedes, y
EL MANUSCRITO D UNA MONJA 311
debo, al mi smo t i empo, procurar que Rogelio me aut o-
rice para empl ear las pr uebas que posee cont ra mi seor
cuado. As lo exigen, la felicidad de mi hijo y la honr a
de mi her mana. - Con esas pruebas en mi poder, Guiller-
mo no tendr otro remedi o que transigir. Prosi gamos,
pues, nuest ros t rabaj os.
CAPI TULO IX
LOB pr ops i t os de Soledad
I
Desde que Soledad fu llevada Madr i d, buscaba
i nt i l ment e la ocasin de habl ar solas con Rogelio,
par a darl e noticias de Mercedes, y buscar ent re los dos
el modo de i mpedi r aquella boda que tantas felicidades
dest ru a,
Pero no hab a conseguido realizar su objeto, pesar
de vivir en el mi s mo hotel que su promet i do esposo.
Como si Cristina adi vi nase los propsitos de su hija,
ni un instante la dejaba sola.
Cuando la joven vea Rogelio, veale siempre en
presencia de su madr e, y no le era posible cruzar con l
ms que algunas pal abras insignificantes.
EL CALVARIO DE UN NGEL 3 13
40
Los dos most rbanse, en la apari enci a, resignados con
su suerte, pero los dos hab anse mi r ado ms de una vez
significativamente, como comuni cndose con sus mi ra-
das, sus deseos de ponerse de acuer do para librarse del
peligro que les amenazaba.
Cristina era demasi ado ast ut a, para no haber sorpren-
dido alguna de aquellas mi r adas, y compr endi endo su
significado, decase:
Necios! Creis que vais burl aros de m? Pues os
engais Yo estorbar todos vuest ros propsitos de re-
belin mis mandat os, an ant es de que los conci bi s.
Y e aqu la excesiva vigilancia que sujetaba su
hija y al hombr e con el que quer a casarla t oda costa.
II
Por fin, un d a, el mi smo da en que el vizconde fu
dar su amant e la para ellos feliz noticia de que Faus-
tino hab a qui t ado de enmedi o Fer nando, Soledad
hall modo de habl ar solas con el amado de Mercedes.
La joven, hallbase con su madr e, cuando ent r Ro-
mn.
Como siempre que reciba la visita de su cmpl i ce,
Cristina orden su hija que se ret i rara su cuart o.
Soledad apresurse obedecerl a.
Sin saber por qu , el vizconde ral e ant i pt i co, y com-
placale que su madr e la librara de su presencia.
314 EL CALVARIO DE UN NGEL
Adems, ni nguna ocasin mejor que aquel l a, para ha-
blar con Rogelio.
Dirigise al cuarto de ste, en vez de dirigirse al suyo.
Si est uvi era, pensaba, ahora podr amos habl ar,
y el encargo que me hizo la pobre Mercedes, quedar a
cumpl i do.
Ll am la puert a, y con gran contento suyo, oy que
la voz de aquel qui en iba buscando, le pregunt aba
desde dent r o:
Quin es?
Soy yo, respondi ella Abr e.
Abrise la puert a. Rogelio, al ver sola la j nven, lan-
z una exclamacin de alegra, y los dos se abrazaron
est rechament e, como se hubi eran podi do abrazar dos her-
manos.
III
Ni nguno de los dos vio la sombra de un hombr e que
les espiaba desde el extremo del pasillo.
Aquel hombr e era Andrs, el padre de ngel.
Al fin puedo habl art e sin testigos!exclam Roge-
lio, acari ci ando la joven con t ernura pat ernal .
Yo t ambi n lo deseaba, repuso el l a. Pero hasta
ahor a no he podi do realizar mi deseo. Mi madr e acaba
de recibir la visita de ese seor vizconde que viene
verla con tanta frecuencia, y que tan antiptico me es.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA ' 3 I 5
Como si empr e, la visita dur ar largo rat o. Aproveche-
mos nosotros el t i empo para cambi ar nuest ras impresio-
nes. Tengo muchas cosas que decirte.
Y yo muchas cosas que pregunt art e.
Pues ent remos, y cierra la puert a.
Y si tu madr e nos sorprende?
Si nos sorprende despus de que nos hayamos di cho
cuanto t enemos que deci rnos, poco me i mpor t a.
Ent r ar on, y cerraron la puert a.
Apenas hubi eron desapareci do, acercse Andrs, mur-
mur ando:
Me conviene saber lo que deciden porque ello pue-
de influir en la felicidad de mi hijo.
Y pegando el odo la puert a, psose escuchar lo
que dent ro del cuart o se habl aba.
IV
Apenas hubi er on cerrado la puert a, Soledad y Roge-
lio volvieron abrazarse, y la pri mera excl am, lloran-
do:
Qu desgraciados somos!
S, muy desgraciados, asinti l, con acento som-
br o.
Mi madre se empea en que nos casemos. . .
Y no habr ms remedi o que compl acerl a, sacrifi-
cndole t , el amor de Angel
r
y yo el amor de Merco-
3 1 6 EL CALVARIO DE UN NGEL
des,, que es lo mi smo que sacrificarle nuest ra felicidad.
Conque es decir, que ests dispuesto hacer tan
doloroso sacrificio?
Qu remedi o! He agot ado, como sabes, todos los
medi os para l i brarme de l. Pr i mer o, proteg t us amores
con ngel, luego hu de Amri ca y me vine Espaa. . .
Nada he conseguido con t odo eso. Ya no me queda otro
recurso que resi gnarme con mi desgracia: resgnate t,
como yo me resigno.
Y Rogelio inclin la cabeza sobre el pecho, l anzando
un profundo suspi ro.
V
Mirle Soledad con fijeza, y replicle enrgi cament e:
Pues yo no me resigno, an que t te resignes. Soy
una ni a, y sin embar go, tengo ms valor que t , para
defender mi di cha. Sabes por qu? Por que amo n-
gel ms, mucho ms que t amas Mercedes.
Eso no!exclam l.
S, Rogelio, s Y haces mal en no amar esa mu-
j er, por que es digna por todos conceptos de que la
ames
Qu sabes t?
Lo digo porque la conozco.
La conoces?
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 3 17
La casualidad llevme j unt o ella.
Dnde la has viste?
En B e n el convento donde me encerr mi ma-
dre.
Ella en un convent o!
Perdi su padr e, y al verse sola en el mundo, se
refugi all para esperar que t vayas cumpl i rl e los
juramentos que en otro tiempo le hiciste, para consa-
grarse por completo Dios, si llega convencerse de
que de t no puede esperar ya nada.
Luego no me desprecia?
Despreciarte!
Luego me sigue amando?
Ms qu nunca!
- Oh!
yeme, Rogelio, yeme, y sabrs todo lo que esa
mujer y yo hemos habl ado, y por ello compr ender s lo
que ests obligado hacer por la felicidad de la que te
quiere con toda su al ma.
VI
Rpidamente, pero sin omitir ni ngn detalle i mpor-
tante, Soledad refiri cuant o nuestros lectores ya cono-
cen: esto es, su encuent ro con Mercedes, las explica-
ciones que entre las dos medi aron, y la noct urna visita de
jAngel al convent o, en la cual qued concert ada la fuga,
3 18 EL CALVARIO. DE UN NGEL
fuga que no pudo llevarse efecto por la i nesperada pre-
sencia del vi zconde, encargado por Cristina de ir bus-
car su hija.
Rogelio escuchla conmovi do.
Mercedes me encarg e di j era, t ermi n diciendo
la joven, que te per donaba; pero que la vez exiga de
t que te opusieses nuest ro casami ent o. Por lo menos,
que procurases ret ardarl o hasta que ngel venga en
nuest ro auxilio; por que vendr , no te quepa la menor
duda de que vendr . Ahora bien: qu ests dispuesto
hacer? Respndeme con franqueza.
VII
Rogelio vacil en contestar.
No lo s, respondi al fin.
No lo sabes?replic la j oven. Despus dlo que
acabo de decirte, an no lo sabes?... Tu deber es negarte
ser mi esposo. Es la ni ca maner a de arreglarlo todo.
No puedo, Sol edad, no puedo.
No?... Por qu?
Por que me es imposible desobedecer tu madre
Per o, qu misterio existe entre mi madr e y t, pan
que ests t an s upedi t ado su vol unt ad, y para que no
vaciles en sacrificarle hasta tu dicha?
Mi st eri o. . . ni nguno.
Ent onces. .
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 3 1 9
S l o h a y u n a d e u d a d e g r a t i t u d y u n j u r a m e n t o ,
p e r o d e u d a y j u r a m e n t o s a g r a d o s , l o s q u e no f a l t a r
n u n c a . . . S e r a u n a i n f a m i a .
Y l e r e f i r i c u a n t o C r i s t i n a h a b a h e c h o por l , y c u a n -
t o l, c a m b i o , l e h a b a p r o m e t i d o y j u r a d o .
- C o m o v e s , d i j o , t u m a d r e h a sido m u y buena
p a r a m M.e s a l v p r i m e r o l a v i d a , me f a c i l i t luego
" m e d i o s p a r a s a l v a r m i l i b e r t a d y mi h o n r a , r e u n i e n d o
e s a s p r u e b a s q u e h a s v i s t o e n m a n o s d e M e r c e d e s . Est o,
)yo n o p u e d o n i d e b o o l v i d a r l o . La g r a t i t u d , m e o b l i g a
o b e d e c e r . L o q u e m e p i d e e s i n j u s t o , p e r o n o i m p o r t a ,
l a o b e d e c e r . L e j u r u n d a , e n p r e m i o s u s f a v o r e s ,
s a c r i f i c a r l e hasta la vi . i d , s i a s m e lo' exiga, y debo
c u m p l i r l e m i j u r a m e n t o .
VIII
;
L a s a n t e r i o r e s p a l a b r a s v a l i r o n l e u n a c o m p a s i v a m i -
g a d a d e l a oven.
; P o b r e R o g e l i o ! d i j o s t a . - E r e s m u y b u e n o , de-
m a s i a d o b u e n o , y m i m a d r e a b u s a d e t u b o n d a d . La
i g r a t i t u d t i e n e s u s l m i t e s , y u n j u r a m e n t o , por s a g r a d o
jque s e a , n o d e b e c u m p l i r s e s e g n e n q u c o n d i c i o n e s .
B u e n o q u e e s t s a g r a d e c i d o l o s f a v o r e s que t e d i s p e n s
| t o i m a d r e , b u e n o q u e l e c u m p l a s l a p r o m e s a q u e l e hi -
g c i s t e ; p e r o d e t o d o e s t s d i s p e n s a d o , p u e s t o q u e s u s exi-
g e n c i a s s o n t a n i n j u s t a s . A d e m s , c o n s i d e r a q u e no te
320 EL CALVARIO DE UN NGEL
IX
Pareci como si estos enrgicos y lgicos razonamien-
tos, avergonzasen Rogelio.
Inclin la cabeza y bal buce:
Eso mi smo que l dices, me lo digo yo muchas ve-
ces.
Pues si comprendes la razn de lo que te digo, -
repuso Soledad, por qu no haces lo que te acon-
sejo?
Porque no puedo! .. Me propongo hacerlo, y al
proponrmel o, acuden mi memori a los beneficios que
tu madr e debo, y vacila mi resolucin. Por ella vivo,
sacrificas t slo, sino que adems sacrificas Merce-
des, sacrificas ngel, me sacrificas m. . . Sacrificn-
dote t , l abras tu infelicidad y la nuest ra; en cambio, si
te niegas los deseos de mi madr e, t y todos seremoj
di chosos. . . Eres hombr e. . . Da una prueba de valor y de
energa. Di mi madr e, con mucho respeto, pero con
mucha firmeza, que te pida otra cosa, pero que en esto
no ests dispuesto compl acerl a, porque te exige dema-
si ado, porque te pide ms que ella te concedi. Si se
enoja, que se enoje; si te llama i ngrat o, que te lo llame,
Qu tienes que t emer de ^lla? Nada. Menos debe preo-
cupart e *u enojo, que nuest ra. desvent ura.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 3i l
pienso: por ella puedo vengarme y recuperar mi liber-
tad y mi honr a. . . Y me basta pensar en eso para sen-
tirme incapaz de desobedecerla, aunque mi obediencia
me cueste los mayores sacrificios.
Detvose un moment o, y luego prosigui:
Adems, mi carcter es dbil y apocado. . . Me aver-
genzo de que sea as, pero no puedo r emedi ar l o. . . El
carcter de tu madr e, por el cont rari o, es enrgico y de-
cidido... Ha logrado adqui ri r tal ascendiente sobre m ,
que no slo me inspira respet o, sino t ambi n t emor. . .
Al encont rarme en su presencia, ya no tengo valor ni
energa para nada. Me resistira sus deseos si estuviese
lejos de ella; pero est ando su laclo no puedo; me do-
mina; con una sola mi r ada suya, me confunde; tiemblo
slo al pensar que sus labios pueden dirigirme un re-
proche.
Esto, casi lo comprend a Soledad.
Ella t ambi n tema su madr e.
Era Cristina uno de esos seres que nacen par a man-
dar, para sobreponerse cuant os les rodean.
Se encontr con un carct er dbil y apocado como el
de Rogelio, y lo someti fcilmente su domi ni o.
Pues si la presencia de mi madr e te subyuga, di j o
la joven,por qu no huyes de ella?
X
TOMO
322 EL CALVARIO DE UN NGEL
Para qu?repuso Rogelio, encogindose de hom-
bros. Sera intil. Me encont rar a donde quiera que
me escondiese. Hu de Amrica y vine Espaa, y ella
vi no tras de m y me encont r y encadenme de nuevo
su vol unt ad. . . Hay moment os en los que creo que po-
see un poder sobrenat ural , mi st eri oso. . . La tengo respeto
y grat i t ud, pero t ambi n me inspira mi edo. . . No puedo
r emedi ar l o. . . Ta n convenci do estoy de que su voluntad
ha de cumpl i rse aunque yo no qui era, que ya lo ves, se
t rat a de tu di cha, por la que tanto me intereso, de la de
Mercedes, la que tanto a mo, de la ma propi a. . . , y sin
embar go, no me resisto ni me defiendo siquiera. Sucum-
bo, porque no tengo otro remedi o que sucumbi r la
desgracia. Par a que as no fuera, . era preciso que des-
apareci esen los motivos de gratitud y de obediencia que
tengo par a con tu madr e, y sera preciso, adems que
se desvaneciera esa superi ori dad misteriosa, ant e la cual
me humi l l o. Mientras subsista todo eso, yo no ser, ni
puedo ser, otra cosa que un esclavo suyo.
XI
No insisti Soledad en sus excitaciones, porque com-
prendi que era intil.
Pues oye, dijo. Lo que t no te atreves hacer,
lo har yo.
T?excl ax Rogelio, sorprendi do.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 3 3
- S
Pero ..
Si t transiges con ese mat ri moni o, cuyo fin no al-
canzo, sacrificando tu dicha y la de las personas cuya
felicidad debieras defender, yo no transijo. Qu se pro
pone mi madr e en su empeo de casarme contigo?
Lo ignoro.
Pues esto slo debiera bastarte para negarte sus
deseos.
Trat ndose de ella, no puede proponerse nada mal o.
Acaso dar me una nueva muest ra de su bondad, asegu-
rando de este modo mi porveni r; quiz proporci onart e
t un mari do de cuya honradez est pl enament e conven-
cida. No creo. que pueda proponerse otra cosa.
XII
Estas pal abras, demuest r an por s solas, el errneo
concepto que Rogelio tena formado de Cristina.
Suponala una mujer superi or, ador nada de todas l as
virtudes, y generosa hasta en sus injustas exigencias, y
de aqu aquel respeto supersticioso, r ayano en ador a-
cin, que la profesaba.
Si la hubiese conocido fondo, si se hubiese presen-
tado sus ojos tal cual era, acaso se habr a desvaneci do
y roto el encanto que ella le sugetaba, y hubiese dismi-
324 EL CALVARIO DE UN NGEL
nu do su gratitud, al saber que sus favores fueron inte-
resados, y se hubi era sentido con energas para desobe-
decerl a, al convencerse de que era una mi serabl e.
Sol edad, no tena formado tan elevado concepto de su
madr e.
Conoca al guno de sus defectos; pero no se atrevi
menci onarl os.
Le pareci repugnant e, desacreditar ella mi sma la
que le hab a dado el ser.
XIII
Dej, la joven sin contestacin las ant eri ores observa-
ci ones, y dijo:
Por ahor a no har nada ni i nt ent ar nada, porque
na da puedo hacer ni i nt ent ar, mxi me no cont ando como
no cuent o con tu ayuda. Me limitar acari ci ar la es-
peranza de que ngel venga en nuest ro auxilio, y dejar
que cont i nen los preparat i vos de nuest ra boda. Nada
ganar a con oponer me ello; pero si llega el da de nues-
t r o mat r i moni o, sin que se haya encont rado modo de
i mpedi rl o, ent onces. . .
Qu hars?la interrog Rogelio ansi osament e.
Qu har?repuso ella, mi r ando recelosa en torno
suyo, como si temiese que la escucharan.Imposibilitar
yo mi sma nuest ro casami ent o.
De qa modo!
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 325
Apelando un recurso ext remo.
Qu recurso es ese?
No lo adivinas?
No. . .
XIV
Acercse Soledad su interlocutor y le dijo, baj ando
la voz:
No habr sacerdote que bendiga nuest r a uni n, si
al preguntarme si te admi t o por esposo, le?.respondo con
un no r ot undo.
T hars eso?exclam Rogelio, cont empl ando
admirado aquella nia que tal ejemplo de energa le
daba.
S, lo har , si no queda otro remedi o, afi rm el l a.
Pero. . . y tu madre?
Se encolerizar conmi go, ya lo s; pero no me im-
porta. Prefiero su clera mi infelicidad. Y cuant as ve-
ces me obliguen ir al altar con un hombr e que no sea
el que amo, ot ras t ant as veces dar la mi sma contesta-
cin la pregunta del sacerdot e.
Y sonri endo, aadi :
Con que ya lo sabes. Confa en m , que yo i mpedi -
r nuestra desgracia, ya que t no te sientes con fuerzas
bastantes para i mpedi rl a. Haci ndot e un pblico desaire
3,26 EL CALVARIO DE UN NGEL
t, qui n t ant o qui ero, evitar tu desvent ura y la ma.
Est os son mis propsitos. Ahor a, di me si les das tu
aprobaci n.
Y ponindole las manos sobre los hombr os, quedse
mi r ndol e fijamente.
CAPI TULO X
D o b e j u e g o
I
La conversacin de Soledad y Rogelio, fu i nt errum-
pida por algunos golpes dados en la puert a del cuarto-
Los dos mi rronse sorprendi dos, y al mi smo t i empo,
oyeron una voz que deca:
Abran ustedes, seoritos, abran ustedes pront o; soy
j o .
Es Andrs! exclam la joven.
Rogelio abri la puert a, y el fiel servidor de Cristina
| e precipit en la estancia.
Pareca muy emoci onado.
Pronto!dijo.Seprense ust edes. . . El seor viz-
conde se ha ido, y la ssora busca por todas partes la
38 EL CALVARIO DE UN NGEL
seori t a. . . Va veni r y les va sorprender solos y
j unt os. . .
Aquel ext rao inters, sorprendi los dos jvenes.
Andrs, comprendi aquel l a sorpresa, y para desva-
necerla y justificar su conduct a, dijo:
Les ext raa ustedes que les proteja? Pues no ha
de ext raarl es, t rat ndose, como se t rat a, de la felicidad
de mi h j o. . . Mucha y muy grande es mi adhesi n la
seora, pero mayor es mi deseo de que mi ngel sea
di choso, y su dicha depende de su amor la seorita.
Y dirigindose la joven, aadi , conmovi do:
Gracias, muchas gracias! Todo lo he o do, y no
puedo menos de agradecerle que ame mi hijo como le
ama. . . No ser necesario que haga lo que se propone.
ngel vendr; por m sabe donde est amos, como por m
supo nuest ro viaje Espaa y la estancia de V. en el
convent o, y no t ardar en present arse aqu . Entonces
veremos lo que debe hacerse. Que perdone la seora,
per o la felicidad de mi hijo es lo pri mero.
II
Estas pal abras, fueron para Soledad y Rogelio, una
revelacin.
Hast a entonces se hab an guar dado de Andrs, supo-
nindole adicto los planes de Cristina.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 320
Aquel d a, convencironse de que tenan en l un
aliado.
La joven lanz una exclamacin de alegra al orle, y
le abraz, dicindole:
Si no poda ser por menos!. . . Alfin eres padre!
Pronto!repiti l.Vayase V. , seorita.
Y se alej corri endo, la vez que deca:
No conviene que la seora me encuent re con ust e-
des; sospechara de m .
Soledad fu salir del cuart o, pero se det uvo di-
ciendo:
Si mi madr e ha ido buscar me mi habitacin y
no me ha encont rado en ella, supondr que estoy aqu ;
aun que aqu no me encuent re, sospechar, y sus sospe-
chas pueden sernos muy perjudiciales. Vale ms des-
truirlas y ganarnos su confianza.
Y se sent t r anqui l ament e.
Qu haces?le pregunt Rogelio.
Ella le contest con una sonr i sa.
III
En aquel moment o, oyse ligero r umor de pasos, que
se detuvieron ant e la puert a.
Soledad hizo Rogelio una sea, como i ndi cndol e
que no se sorprendiese po^ na da , y dijo en voz alta.
He aqu cuant o tena que decirte, y par a lo que de -
TOMO n ^<^
r
^- *~~r~-r-\ 42
330 EL CALVARIO DE UN NGEL
seaba habl art e solas. Nuest ro mat ri moni o nos hace
los dos infelices para t oda la vi da; pero mi madr e se em-
pea en que os casemos, y no nos queda otro remedio
que obedecerl a. Resgnate t , como yo me resigno, y no
t r at emos de oponer obstculos la vol unt ad de mi ma-
dr e, porque sera intil.
Y l evant ndose, aadi :
Que nadi e sepa lo que hemos habl ado. Me voy
t r anqui l a, puesto que me has promet i do no hacer nada
para i mpedi r nuest ra boda. Ya que no podemos ser di-
chosos, no provoquemos intiles disgustos. Resignmo-
nos con nuestra suert e.
IV
Rogelio estaba admi r ado de la astucia de Soledad.
Encami nse sta la puert a, y oyse de nuevo rumor
de pasos; pero esta vez se alejaban.
Ent onces, la joven volvi preci pi t adament e y dijo:
Acabo de engaar mi madr e, y esto nos asegura
el poder comuni carnos desde hoy sin dificultad de nin-
guna clase.
Y saliendo presurosa, encami nse la habitacin de
Cristina.
Est a la recibi mucho ms afable que de costumbre,
j no le dijo siquiera que la hubi ese echado de menos.
. Como se compr ender , ella era la que, yendo en bus-
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 331
ca de su hija, se detuvo j unt o la puert a del cuart o de
Rogelio.
Desde all, escuch las l t i mas pal abras de la joven, y
muy agena que aquellas palabras fuesen un ardid para
engaarla, las crey al pi de la letra, pensando:
Se han convenci do, por ltimo^ de que es intil que
se opongan mis deseos. Ms vale as. Casi debo al e-
grarme de que hayan burl ado mi vigilancia para habl ar
solas.
Y no quiso i nt errumpi rl es ni se dio por ent erada de
su entrevista.
Desde aquel d a, los dos futuros esposos pudi eron co-
municarse l i brement e sus i mpresi ones.
Cristina, en vez de evitarlo como ant es, pareca com-
placerse en facilitarles ocasin para ello.
V
Activronse los preparat i vos para la boda, sin que
ni Soledad ni Rogelio, opusiesen la menor resistencia.
El segundo, resignbase con su suert e, y la pr i mer a
continuaba esperando el auxilio de ngel.
El me salvar!decase.
Sin embar go, comenzaba i nqui et arl e la t ardanza de
su novio de presentarse.
Andrs, con qui en ms de una vez habl de este par-
ticular, decale:
332 EL CALVARIO DE UN NGEL
No s qu at ri bui rl o. Yo le escrib B. ., dndole
las seas de esta fonda. Acaso no haya recibido mi
car t a.
Y as era.
La carta de Andrs, lleg su destino, despus de n-
gel haberse ausent ado de B. . . , en compa a de Pabl o.
Estos dos, buscaban mi ent ras t ant o en Madri d, el pa-
r ader o de Cristina y Rogelio.
Soledad, firme en su propsito, pensaba:
No i mport a: aunque ngel no venga, yo no ser la
esposa del hombr e que mi madr e me destina.
De aqu la t ranqui l i dad con que vea todos aquellos
preparat i vos.
V I
Mi ent ras t ant o, Cristina y el vi zconde, comenzaban
sentir cierta i nqui et ud.
Crean que Faust i no hab a cumpl i do fielmente el en-
cargo que recibiera de dar muert e Fer nando; pero sor-
prend al es que el cadver de la vctima no hubi era pa-
reci do por part e al guna.
Ignorbase el paradero del asesino, y por lo t ant o, no
se le poda interrogar acerca del modo como cometiera el
cr i men, para justificar aquella ext raa desaparicin-
Te engaara ese amigte qui en confiaste el
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 333
desempeo de una comisin tan delicada?deca Cristi-
na al vizconde.
No lo creo, respondi l.
Sin embar go, es muy ext rao que no se tenga noti-
cia de la muert e de Espejo.
En efecto, es muy ext rao.
Y los dos part i ci paban de las mi smas dudas y de la
misma i nqui et ud.
Tras las dudas y sobresaltos, ven an los t emores.
No sirves para nada! exclamaba Cristina, mi ran-
do despreciativamente su cmpl i ce. Lo que Faust i no
hizo por encargo t uyo, debiste de haberl o hecho t
mismo, con lo cual nos hubi ramos ahor r ado cuat ro mi l
duros, y est ar amos ms seguros del resul t ado.
Mujer, respondale Reman; consi der a que yo no
soy un asesi no. . .
El hombr e que, como t, qui ere enri quecerse, re-
plicbate ella, debe de ser apt o para t odo. Si no lo es,
que renunci e su ambi ci n.
El vizconde, sintindose subyugado por el sobrenat u-
ral influjo que aquella mujer ejerca sobre cuant os la
rodeaban, quedbase silencioso, sin atreverse cont ra-
decirla.
V I I
Para salir de dudas, decidironse hacer al gunas
averiguaciones.
334
E L
CALVARIO DE UN NGEL
Conveni ent ement e disfrazado, el vizconde se present
en casa de Fer nando para pregunt ar por l.
Contestronle lo que cont est aban t odos, que el seor
estaba ausent e y que i gnoraban cuando volvera.
Saben ustedes dnde est?sigui interrogando.
Lo i gnoramos, respondi ronl e los criados.
Hace mucho que se march?
Tambi n lo i gnoramos. Una noche, el seor sali
de casa sin decir donde iba. No volvi, y al da si-
guiente recibimos un aviso suyo part i ci pndonos que
empr end a un viaje. No sabemos ms.
Qu da recibieron ustedes ese aviso?
La fecha que le citaron fu la del da siguiente la
noche en que debi cometerse el cr i men.
El vizconde no necesit pregunt ar ms para conven-
cerse de que Fer nando no hab a muer t o, puesto que al
d a siguiente de la noche en que debi ser asesinado,
mand un aviso sus sirvientes.
Sin duda no qued ms que herido, pens, y su
desaparicin obedece, no un viaje, sino la curacin
de sus heri das.
Comuni c su amant e el resul t ado de sus pesquisas
y sus sospechas, y Cristina fu de su mi sma opinin.
Quin le recogera? - ^pregunt banse. Dnde es-
tar?
Int i l ment e pret endi eron averi guar su paradero.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 335
Donde menos pensaron en buscarl e, fu en casa de
Consuelo.
Ni siquiera se les ocurri la idea de que su mi smo
crimen, hubiese servido de medio para que se encont ra-
sen y se reuni esen aquellos dos seres, separados dur ant e
tanto t i empo.
Todo esto justificaba cumpl i dament e la inquietud de
los dos cmplices.
Sin embar go, decidieron que la boda se verificase.
Eso t endr emos adel ant ado, dec a Cri st i na. Una
vez casados Soledad y Rogelio, ya no t endremos que
pensar en otra cosa que en descubri r todo t rance el
paradero de Fer nando, si es que vive, adqui ri r pr ue-
bas de su muer t e, si es que ha muer t o.
Y si nuest ras pesquisas son intiles?preguntaba
el vizconde.
A la corta la larga dar n resul t ado. Si vive, un
da otro regresar su casa.
Tienes razn.
Si ha muer t o, su muert e se sabr, al fin.
Es verdad.
Si lo segundo, ya no t endremos que hacer otra cosa
que recl amar la mi t ad de su herenci a para el esposo de
nuestra hija, segn su t est ament o. Una vez la herenci a
en manos de Rogelio, ya veremos el modo de que venga
nuestro poder.
Y si vive?
33 EL CALVARIO DE UN NGEL
Si vi ve. . .
Ser preciso que muer a.
Eso es. Pero encar gando su muert e quien sepa
cumpl i r el encargo mejor que Faust i no.
Tal es eran los planes de aquellos dos miserables, y
su realizacin procedan con el debido orden.
La pri mera parte de sus proyectos, era el casamiento
de Soledad y Rogelio, y todo qued pront o arreglado
par a que la boda se verifcase.
CAPI TULO XI
Gr a n d e s n o v e d a d e s
1
A falta de otro recurso mejor, ngel y Pabl o pusieron
en prctica el pensami ent o del j oven, de averi guar por
Nieves, las seas del domicilio de Fer nando y Consuel o,
para ver si por stos descubr an el par ader o de Sol edad,
Rogelio y Cristina.
Para ello, al da siguiente de haber llevado la joven
su casa, fueron visitarla con el pretexto de ent erarse
del estado de su salud.
Nicolasa y su hija, recibironles muy afables.
Cunto les agradezco ustedes el inters que por
mi pobre hija se toman!dijo la pri mera. Bi en lo me-
rece y lo necesita la infeliz, porque la hija de mi vida es
muy desgraciada. ^ .
TOMO ir /^ ' '""--V"^ x 43
338 EL CALVARIO DE UN NGEL
Y la pobre madr e se le l l enaban los ojos de lgrimas
al habl ar de este modo.
Sin embar go, Nieves estaba mucho ms t ranqui l a.
Iba convencindose poco poco, de que deba renun-
ci ar para si empre Faust i no, y este convencimiento
acabar a por devolverle compl et ament e la tranquilidad,
mat ando en su pecho aquel desdi chado amor .
Si Faust i no hubiese sido infiel su amada, sta tal
vez le hubi era seguido amando; pero provi ni endo la im-
posibilidad de su car i o, no de infidelidades amorosas,
si no de la mal dad del objeto amado, poco que su ra-
zn y su vol unt ad le ayudasen, poda abri gar la espe
ranza de dejar de amar l e.
II
Pabl o, llev la conversacin di est rament e al terreno
que le conven a, y encont r modo de deslizar, sin ha-
cerse sospechoso, al gunas pregunt as relativas Fernan-
do y Consuel o.
Sus preguntas fueron cont est adas sin ni ngn recelo, y
cuando ngel y el her mano de Matilde salieron de all,
promet i endo volver, ya sab an cuant o deseaban.
Ya t enemos los pri meros datos,dijo el joven.
For memos ahor a nuest ro pl an.
El pl an, segn mi opi ni n, respondi Pablo,es
muy sencillo.
EL CALVARIO DE UN NGEL 33g
Veamos.
Se reduce present arnos cual qui era de nosotros, 6
los dos j unt os, esa seora y ese cabal l ero, y pregun-
tarles: tienen ustedes la bondad de decirnos si saben el
paradero de tal y tal persona?. Es lo ms seguro y lo
ms rpi do.
III
ngel, sonrise al escuchar su ami go.
Su plan hace honor su sencillez y su franqueza,
dijo;pero no su ingenio.
%
Con que es decir, que no lo apr ueba V.?interrog
Pablo.
- N o .
Por qu?
Por vari as razones.
Vamos verlas.
La pri mera y principal, porque no as como as se
presenta uno en una casa ext raa y personas qui e-
nes no conoce, para formul ar semejante pregunt a.
Un poco at revi do es, per o. . .
En segundo lugar, cree V. que esa doa Consuel o
y ese D. Fer nando, nos recibiran?
{Por que no?
No nos conocen.
Qu importa?
340 EL CALVARIO DE UN NGEL
Tercera y ltima razn: responderan nuestras
preguntas? No podra ocurri r que cometisemos una
mprudenci a de la que pudi era resultar un peligro?
IV.
Estas l t i mas pal abras, causaron la admi raci n de
Pabl o.
ngel lo comprendi as, y aadi :
Me explicar. Nosotros suponemos que el tal D.Fer
nando y la tal doa Consuelo, conocen Cristina, por la
frecuencia con que sta pronunci aba sus nombres. Pero,
iqu clase de conocimientos hay ent re ellos? Porque lo
mi smo se nombr a mucho una persona quien se a ma ,
que una persona quien se odia.
He ah una observacin muy justa, asinti Pa blo.
Yo odio con toda mi al ma mi seor cuado, y no
obst ant e, todas horas l nombr o y todas horas lo
tengo presente, como si con toda mi al ma le quisiera.
Pues bien: supongamos que D. Fer nando y doa
Consuel o son enemigos de Cristina: no slo no podrn
cont est ar probabl ement e nuest ra pregunt a, sino que
les cont rari ar que les habl emos de personas que no les
son simpticas. Est o, sin cont ar con la sorpresa que ne-
cesari ament e ha de producirles el que vayamos ellos
preguntarles el paradero de tales personas. Por quienes
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 341
saben stos, que nosotros las conocemos?, se pr egunt a-
rn, y con razn.
V
De que Pabl o encont raba muy acert adas las observa-
ciones de su interlocutor, era prueba su silencio.
Supongamos, por el cont rari o, prosi gui ngel,
que son amigos: les sorprender dobl ement e nuest ra
pregunta, les pondr en guardi a y avi sarn los otros
de que hay quienes estn interesados en descubri r su
paradero. Resul t ado, que los ot ros, como tienen por qu
t emer, l evant arn el campo, y nosotros nos quedar emos
sin conseguir lo que deseamos.
Es V. mucho ms astuto que yo,dijo Pabl o. A
m no se me hubi era ocurri do todo eso.
Pero, no encuent ra V. at i nadas mis observaciones?
S. Tant o, que doy mi plan por desechado. Veamos
el de V. Por que supongo que V. t ambi n t endr formado
su plan.
Ya lo creo!
Pues vemosl o.
El plan de ngel era menos seguro, pero t ambi n me-
nos expuesto.
Se reduce, dijo, sujetar doa Consuel o y
D. Fer nando, una estrecha vigilancia.
Para qu?interrog Pabl o.
342 EL CALVARIO DE UN NGEL
Par a seguir sus pasos, descubri r donde van y ver
con qui en habl an. Puede que les veamos habl ar con al -
guna de las personas que buscamos, que siguindoles
nos lleven donde se hal l an.
De maner a, que vamos convertirnos en espas?
Qu remedio?
No me gusta el papel.
Ni m t ampoco.
Adems, nos exponemos malgastar mucho tiempo
en bal de.
Per o, qu hacer? No se nos ofrece otro recurso
mej or. . .
VI
La observacin era opor t una, y Pabl o no supo qu
contestar ella.
El plan del j oven, qued, pues, definitivamente adop
t ado.
A partir desde aquel d a, la casa de Consuelo vise
somet i da la ms estrecha vigilancia.
Su espionaje no les produc a el menor resul t ado.
Fer nando, como sabemos, estaba en la cama; y Con-
suel o, mi ent ras dur la enfermedad de aqul , no sali ni
u n a sola vez la calle.
As t ranscurri eron algunos das.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
Para saber al gunas noticias de aquellos qui enes es -
pi aban, tenan que pregunt arl as Nieves, la cual iba con
alguna frecuencia visitar sus protectores.
VII
Durant e aquellos das, en el interior de la casa de
Consuelo, tan t ranqui l a en la apari enci a, ocurri eron
grandes novedades, y se pr epar aban ot ras an ma -
yores.
La ms i mport ant e de t odas, era el restablecimiento
de Fer nando.
La curacin fu rpi da y compl et a.
Tambi n Pur a restablecise de sus heri das, y mani -
fest su deseo de abandonar aquella casa, por t emor
abusar de su protectora.
Esta, fingi enfadarse con ella, y le dijo:
No lo consiento. Le repito V. lo que ya en otra
ocasin le dige. Su porvenir y el de su hijo, corren de
mi cuenta. De moment o, permanezcan ustedes aqu ,
donde no creo que les vaya tan mal . Luego, cuando yo
termine otros asunt os que ahora me preocupan, veremos
el modo de asegurar su posicin.
Pura dio muest ras de sincera gratitud, y per manec a
en casa de su protector.
3
4
4
EL CALVARIO DE UN NGEL
vrn
Vaya si estaba ocupada, Consuelo, en asunt os que la
i nt eresaban!
Como que se t rat aba nada menos que de su boda.
Apenas hubo ent rado en la convalescencia, Fernando,
le dijo:
Puest o que la Provi denci a no ha r euni do, al fin, no
qui ero que vol vamos separarnos ni un solo instante.
Unmonos para si empre, ya que han desaparecido las
causas que se opon an nuest ro casami ent o.
Como los deseos de ella eran los mismos que los de
l, no hubo por su parte oposicin al guna.
Bi en, respondi . Acaba de restablecerte, y en-
tonces pri nci pi aremos los preparat i vos de nuest ra boda.
No , no esperemos t ant o, empecrnoslos ahora
mi smo.
Ahora?^
Cuando est del todo cur ado y restablecido, tendr
que volver mi casa, y no qui ero volver ella solo, sino
contigo. '
Consuelo sonrise y accedi sus deseos.
Todo se hizo tal como Espejo hab a i ndi cado.
Como con di nero todo se consigue, activos agentes
debi dament e ret ri bui dos, evacuaron todas las diligencias
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 345
preliminares para una boda, y en pocos d as, los pr epa-
rativos para el casami ent o, quedar on t ermi nados.
Ya se v, pues, si ocurr an no, novedades en aque-
lla casa, en apariencia tan t ranqui l a y t an i nt i l ment e
vigilada por Pabl o y ngel.
CAPI TULO XII
La boda
I.
Lleg el da sealado para la boda de Fer nando y
Consuelo.
No se t rat aba de una fiesta aparat osa, sino de una
sencilla ceremoni a que consagrase un amor puro y
const ant e.
Ni se repart i eron invitaciones, ni siquiera se dio cuenta
nadi e del casami ent o.
Para qu?
El aparat o de que acost umbra rodearse esta clase
de acont eci mi ent os, no hab a de influir poco ni mucho
en la felicidad de los dos cont rayent es.
ni cament e hab an de acompaarl es la iglesia los
EL CALVARIO DE UN NGEL 347
padri nos, una respetable seora, antigua amiga de la
madre de Consuelo, y un anci ano y distinguido caballero,
antiguo amigo de los padres de Fer nando.
As lo hab an decidido los novios de comn acuer do,
deseosos de evitar en lo posible, las habl adur as que
necesariamente haba de dar lugar su repent i no i nes-
perado enlace.
II
A la hora conveni da, novios y padri nos, subieron en
un coche y t rasl adronse la iglesia.
Pur a, con su ni o en los brazos, y la servi dumbre
toda, despidironles profundament e conmovi dos.
La vctima de Faust i no, regres su habi t aci n, y
arrodillndose ant e la imagen que hab a la cabecera
de su l echo, excl am:
Hacedles felices, Dios m o!. . . Premi ad sus vi rt udes,
como tienen merecido!
Luego, pensando en que ella no hab a de tener j ams
la dicha de ver santificado por la bendicin de un sa-
cerdote el ni co amor verdadero que haba tenido en su
vida, el amor Faust i no, las lgrimas acudi eron sus
ojos.
Para consolar su dolor y su tristeza, colm de caricias
su hijo, di ci endo:
T sers desde hoy el ni co objeto de toda mi
348 EL CALVARIO DE UN NGEL
t er nur a, al ma de mi al ma. Por t y para t, ni cament e
qui ero vivir. . . Que Dios me perdone y nos proteja!
Los cri ados, su vez, quedronse haci endo votos por
la felicidad de sus seores.
Fer nando y Consuel o, hab an repart i do en t orno suyo
el bien manos llenas, y recogan el fruto de su caridad
en forma de bendi ci ones.
III
Bastaba mi rar los dos novios, para comprender cuan
felices eran.
Consuelo pareca haberse rej uveneci do, y en su her-
moso rost ro, ani mado por una expresi n dulcsima,
resplandeca la vent ur a.
Fer nando estaba muy plido, en parte por la expresin
nat ur al , y en parte por la enfermedad de que acababa
de salir; pero en sus l abi os, contrados dur ant e tanto
t i empo por una i nvol unt ari a mueca de dolor y de
amar gur a, volva juguetear una sonri sa, no la sonrisa
de la resignacin, como ant es, si no la de la di cha.
Mi raba j unt o s, la que dent ro de poco iba ser
su esposa, y todo cuant o le suceda parecale un sueo.
Los dos i ban sencillamente vestidos de negro, sin os-
t ent aci n, sin lujo, sin ni nguno de esos refinamientos de
riqueza y de elegancia, que dan un acto t an santo y
t an sencillo, apari enci as mundanas .
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 349
Qu mejores ni ms ricas galas que la t ernura y la
legra que i nundaban sus corazones, como indicios de
:gura felicidad?
IV
Un carruaje parti tras el que conduca la iglesia
i nupcial comitiva.
En aquel carruaje iban dos caballeros.
Eran ngel y Pabl o.
Estaban como de cost umbre en acecho frente la
uerta de la casa de Consuelo, y vieron salir los dos
I OV OS , acompaados de los padri nos.
Era la pri mera vez que los vean.
Por las seas que de ellos les hab a dado Ni eves, adi-
inaron que aquella seora y aquel caballero t an simpa-
eos, y al parecer tan di chosos, eran los que ellos ace-
haban haca ya tantos d as, esperando descubri r por
los, el paradero de Cristina.
A dnde irn?pregunt Pabl o.
Sigmosles y lo sabremos, respondi ngel.
Y tomaron un coche y les siguieron.
Al verles ent rar en la iglesia, no pudi eron menos de
aprenderse, y casi comenzaron sospechar de lo que
e trataba.
Veamos en lo que para esto,dijo Pabl o.
Y entraron t ambi n en la iglesia.
35
EL CALVARIO DE UN NGEL
V
Otros dos espectadores, no invitados al acto, tuvo la
nupci al ceremoni a.
Fuer on Nieves y Peri qui t o.
La joven, supo por Consuelo y Fer nando mismo, el
casami ent o, y quiso presenci arl o, como si de este modo
pretendiese manifestar su deseo de asociarse la dicha
de sus prot e; t ores.
Cuando se diriga la iglesia, se encontr Periquito.
No sabes la novedad?le dijo.Doa Consuelo y
D. Fer nando se casan.
El muchacho quedse al pront o como qui en ve vi
si ones.
Luego, t i rando la gorra al ai re, pr or r umpi en ruido
sas exclamaciones de alegra, y dijo, con una lgica que
no tena nada de slida, pero s mucho de conmovedora:
Despus de todo es nat ural . Doa Consuelo es una
sant a, y D. Fer nando un sant o; por fuerza haban de
conocerse, amar se y uni rse.
Qui so tambin' asistir la boda, y confiando su cajn
la vigilancia de una vendedora de peridicos que me-
Teca toda su confianza, se fu con Nieves la iglesia.
Llegaron ant es que los novios, y all, arri mados una
col umna, temblorosos y emoci onados, rogaron Dios
por la felicidad de sus bondadosos protectores.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 3 5 l
VI
Cuando ngel y Pabl o, ent raron en la iglesia, vieron
Nieves y acercronse ella.
Ustedes aqu?exclam sorprendi da la joven.
Y sin aguardar respuest a, agreg:
Vienen ustedes acaso asistir t ambi n la boda de*
D. Fernando y doa Consuelo?
Y rengln seguido les puso en antecedentes de todos
los detalles relativos aquel mat ri moni o, y de lo que los
contrayentes hab an tenido que sufrir y esperar para que
se verificase.
Aprenda V,dijo Pabl o su compaer o. Ms de
catorce aos de abnegaci n, de sufrimiento, de espera.
Yo no t endr a paciencia para esperar t ant o, repuso
el joven.
Pues veces, el secreto de la vida estriba en saber
esperar, en no i mpaci ent arse, en sufrir con resignacin
y tranquilidad las cont rari edades de la vida.
Y aunque no era all donde esperaban encont rar los
que buscaban con tanto empeo, interesados en aquella
boda por lo que Nieves les hab a di cho, decidieron que-
darse y asistir como espectadores, la nupci al ceremo
nia.
Sali el sacerdote, vestido con los sagrados or namen-
352 EL CALVARIO DE UN NGEL
i os, y dio principio al act o, i mponent e y conmovedor
por su mi sma sencillez.
Los que lo presenci aban, hal l banse profundamente
conmovi dos, casi tan conmovi dos como los contrayentes,
y hasta puede decirse que ms, porque Fer nando y Con-
suelo sonre an, al ver al fin realizadas sus amorosas ilu-
siones, y algunos de los que les vean l l oraban, no de
envidia, pero s de emocin y de amargura. .
Nieves, no cur ada an del todo de su funesto amor
Faust i no, lloraba presenci ando una vent ura que para
ella era ya i mposi bl e; y ngel senta t ambi n sus ojos
humedeci dos por las l gri mas, pensando:
Querr el cielo que el amor que Soledad me une,
se vea t ambi n algn da santificado por la bendicin de
un sacerdote?
Pabl o y Peri qui t o, no permaneci eron t ampoco indife
rent es.
El pri mero pensaba en su hijo, cuya felicidad depen-
da t ambi n de un mat r i moni o, de su mat ri moni o con
Esperanza, y el segundo re a, dicindose:
Claro que se hab an de querer y se hab an de casar,
siendo como son t an buenos los dos!
VII
Pocos' mi nut os bast aron par a que aquellos dos seres,
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 3 5 3
separados por la fatalidad dur ant e tantos aos, quedasen
unidos par a toda la vida.
Ent onces, al verse casados, fu cuando Fer nando y
Consuelo l l oraron, pero l l oraron, no de pesar de t ri s-
teza como tanto hab an llorado hasta entonces, sino de
amor y de vent ura.
Arrodillronse cogidos de la mano, ant e el al t ar, y
ofrecieron Dios su di cha, pidindole que la conservara
y protegiera,
No estuvieron solos en sus oraci ones.
Periquito y Nieves, oraron la par que ellos, pidiendo
lo mi smo.
Cmo no hab an de llegar hasta el t rono del Altsimo,
aquellas oraciones i mpul sadas por sentimientos t an no-
bles como un puro amor y una gratitud sincera?
Hasta Pabl o y ngel, hicieron en su interior, votos por
la felicidad de los dos desposados.
La dicha agena, no despierta la envidia en los corazo -
nes generosos, sino que produce en ellos satisfaccin
dulce y consol adora.
Levantronse los dos recien casados para mar char se,
y entonces se acercaron ellos Nieves y Peri qui t o, para
hacerles presentes sus felicitaciones.
Los dos sorprendi ronse al verles.
-Vosotros aqu?les pregunt Fer nando.
Hemos queri do ser testigos de la felicidad de aque-
llos quienes tanto cTebemosT^rs^uso la joven.
TOMO
i
4
5
3 5 4 EL CALVARIO DE UN NGEL
Y el chicuelo, no acert ando expresar sus sent i mi en-
tos como su compaer a, bal buce:
Tengo una alegra!... Una alegra tan grande al
verles ustedes casaos, que. . . que vamos, que no s lo
que me pasa!
Y el llanto humedeci sus ojos, al tiempo mi smo que
la risa, una risa franca y expresiva, asomaba sus la
bios.
Los novios agradecieron en el al ma las sencillas pero
elocuentes muest ras de gratitud y afecto de sus protegi-
dos.
Dironles las gracias, y Fer nando les dijo:
Venid con nosotros casa. No hemos invitado
nadi e, pero acept amos la compa a de los que exponte
neament e han queri do ser testigos de nuest ra felicidad.
V W % ' W V% ' W W W W~%
f
VI
CAPI TULO XIII
N o
I
Iban salir ya de la iglesia, cuando ent r en ella ot ro
cortejo nupci al .
Que se t rat aba de otra boda, i ndi cbanl o el blanco
vestido y el blanco velo de una hermos si ma joven, cuya
frente cea la embl emt i ca corona de azahar.
Consuelo, Fer nando y los que les acompaaban, apar-
tronse para dejarles libre el paso, y cont empl aron la
novia con cierta curiosidad no exenta de admiracin, ,
por su ext raordi nari a belleza.
De pront o, Consuelo sinti que el brazo de su esposo,
en el cual se apoyaba, se extremeca.
Mirle, y le vio densament e plido.
356 EL CALVARIO DE UN NGEL
Qu tienes?le pregunt i nqui et a.
El , seal una hermosa seora, lujosamente vestida,
que acompaaba la novi a, y repuso:
M ral a, es ella. . .
Quin?
La causant e de todos nuest ros infortunios: Cristina.
Cristina!
Y Consuelo se extremeci su vez.
Como entre ella y el que ya era su esposo hab an me-
di ado ampl i as explicaciones, conoca los antecedentes de
la osada avent ur er a, cuyo nombr e acababa de pronun
ci ar.
n
En efecto, Cristina era; Cristina que llevaba su hija
al t empl o, para casarla con Rogelio, lo cual era lo mis
mo que llevarla al sacrificio.
Este segundo cortejo, t ambi n era poco numer oso.
Reduc ase Soledad, Cristina, Rogelio y el vizconde.
Romn y su amant e, deb an ser los padr i nos.
Andrs habales seguido, ansioso de presenciar la ce
r emoni a, y de ver si la amada de su hijo tena valor para
contestar con un no, que provocase un escndalo im-
posibilitase aquel l a boda.
El anci ano sirviente, ent r det rs de todos, inquieto
i mpaci ent e.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 357
Iba decidirse el porveni r de su hijo.
Soledad estaba plida, muy plida; pero t ranqui l a.
En sus hermosos ojos, brillaban la resolucin y la ener
ga.
Rogelio, por el cont rari o, pareca abat i do.
En vano la joven mi rbal e, pr ocur ando reani marl e
con sus sonri sas.
En cuant o Cristina y el vi zconde, no experi ment a-
ban otra cosa que la impaciencia nat ur al , por ver reali-
zada la pri mera parte de sus proyectos.
III
Los que ent r aban, no se fijaron en los que se dispo-
nan salir.
Esa hermosa joven debe de ser la que pret endi eron
hacer pasar por hija de mi padr e pr i mer o, y por hija
ma despus, mur mur Fer nando.
Y fijndose luego en Rogelio, aadi :
La cara del novio no me es desconoci da. . . La he
visto antes de ahora en ot ra part e, pero no recuerdo
donde... Dirase que me recuerda las facciones de una
persona para m muy quer i da, de un ami go del al ma.
Vamonos, le dijo Cons ue l o. No amar guemos
nuestra vent ura con el recuerdo de pasados rencores.
El, no se movi .
3 5 8 EL CALVARIO DE UN NGEL
Pareca que una fuerza superi or su vol unt ad, le re-
tuviese all.
Aguarda, respondi su esposa. Qui ero saber
qui en es el hombr e que va casarse con la hija de esa
avent urera.
Per o. . .
Espera un moment o, te lo suplico.
Y retrocedi con ella hacia el interior del templo.
Consuelo, no se atrevi oponerse al deseo de su es-
poso.
Nieves y Peri qui t o, retrocedieron con ellos, sin acertar
explicarse lo que aquello significaba.
IV
Tambi n iban salir ngel y Pabl o, cuando vieron
ent rar Soledad y Rogelio, con Cristina y el vizconde.
El joven ret rocedi , l anzando una exclamacin de
asombro.
El l os! mur mur .
Quines son ellos?le pregunt el her mano de Ma
tilde.
rr-Rogelio y Soledad.
Es posible?
S, mrelos V. , vienen casarse. . . Dios, sin duda,
me ha t r a do aqu para que estorbe la boda.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 359
Y fu lanzarse al encuent ro de su amada, pero Pabl o
le detuvo, dicindole:
Prudencia.
Me aconseja V. que tenga prudenci a?. . . Imposi-
ble!... Cmo he de ver t ranqui l o que la que adoro se
casa con otro hombr e, lo cual equivale perderla para
siempre?... Se trata preci sament e de la boda que preten-
damos evi t ar. . . Afort unadament e, hemos llegado
tiempo para evitarla!
Y exaltado, fuera de s, forcejeaba por desprenderse
de los brazos de Pabl o.
Este, no saba qu hacer.
Por ua part e, comprend a la emocin del joven, y
participaba de ella, y por ot ra, tema dar un escndalo
intil.
Tambin l le hab a i mpresi onado profundament e
la presencia de Rogelio, el supuest o amant e de Mat i l de,
el novio de Mercedes.
Mirndole fijamente, record haberl e visto alguna vez
baca ya muchos aos, en las oficinas de la casa de ban-
ca de su cuado.
Mal pudo suponer entonces, que aquel jovenzuelo, en
el que se fij apenas, interviniese de una maner a tan di
recta, en la suerte y en el porveni r de su her mana.
V
Cuando ms empeadas eran entre ngel y Pabl o la
360 EL CALVARIO DE UN NGEL
discusin y la l ucha, Andrs vio su hijo y corri l,
lleno de alegra:
ngel, lanz una exclamacin de gozo al verle.
Es mi padre!dijo Pabl o.
Y abrazando al criado de Cristina, exclam:
Padre!. . . Padre m o!. . . Por qu no has impedido
esa boda mal di t a, que es mi desgracia?
Silencio y prudenci a!respondi l e Andrs, tirando
de l hasta enconderle detrs de una col umna, fin de
que Cristina no pudi era verle.Al fin has venido!...
Con cuant a impaciencia te aguar dbamos!
Y luego, hacindose cargo del joven, agreg:
No tengas miedo; esa boda no se verificar.
Que n?
No.
Per o. . .
Yo te lo aseguro.
Me engaas, padr e, me engaas.
Cmo hab a de engaart e en una cosa de la que
depende tu felicidad?... Dom nat e; no cometas ninguna
i mpr udenci a, porque sera intil. Observa con calma
cuant o aqu va suceder, y pront o te convencers de lo
que digo, y t endrs una prueba inequvoca de lo mucho
que Soledad te ama.
Pabl o, que adi vi n un misterio en las palabras de An-
drs, dijo su vez al joven:
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 3 6 l
Obedezca V. su padre. A quin puede i nt eresar
su dicha ms que el?
Y como estos razonami ent os no bastasen par a con-
vencer ngel, Pabl o y Andrs permaneci eron su lado
sugetndole, contenindole.
Nada de lo que ant ecede, fu observado por Sol edad,
Cristina, Rogelio y el vizconde.
Est aban demasi ado abstrados en sus pensami ent os,
para fijarse en lo que suceda su al rededor.
Sali el sacerdote y dio principio la ceremoni a, r epe-
ticin en todos sus detalles, de la que poco antes se ha-
ba celebrado.
Pablo y Andrs, t en an que hacer desesperados es-
fuerzos para contener ngel.
Fer nando no cesaba de cont empl ar Rogelio, mur -
murando:
Le conozco y no puedo recordar de donde ni de
qu.
El novio estaba ms abat i do que nunca, y Sol edad,
por el cont rari o, pareca ms t ranqui l a y ani mosa an
que antes.
La palidez de su rost ro, era por moment os ms i nt en-
sa, pero medi da que su palidez creca, aument aba el
brillo desl umbrador de sus ojos.
VI
t o mo i i
362 EL CALVARIO DE UN NGEL
Su madr e mi rbal a asust ada, como si la resuelta y
ext raa actitud de la joven, despertasen en ella el temor
y la desconfianza.
VII
Lleg el moment o sol emne, el moment o en que el sa-
cerdote pregunt los novi os si se acept aban mut ua
ment e por esposos
Rogelio contest con un s t embl oroso, vacilante.
Y V.,repiti el cur a, dirigindose Soledad,
acepta por esposo D. Rogelio Valles?
Rogelio Valles!exclam Fer nando, al oir este
nombr e. El hijo de mi mejor ami go, mi heredero!. . .
Bien deca yo que no me era desconocido!
Al a pregunt a del sacerdote, sucedi un silencio se-
pul cral .
Todas las mi radas estaban fijas en la desposada.
La mi rada de Rogelio expresaba ansi edad, la de Cris-
tina t emor!
At ri buyendo el silencio de la joven la emocin na-
t ural propi a de aquellos instantes, el cura dijo, sonrien-
do bondadosament e:
Conteste V. , hija m a.
Y repiti la pregunt a.
Soledad levant la cabeza, fij su mi rada en el altar,
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 363
VIII
No hay maner a de describir el efecto de estupefaccin
y de asombr o que produjo en todos la respuesta de la
joven.
Como si t emi era haber odo mal , el sacerdote formul
por tercera vez su pregunt a.
No!repiti Sol edad, con ms firmeza an que la
vez ant eri or.
Oyronse un grito de alegra y una exclamacin de
clera.
El grito sali de los labios de ngel.
La exclamacin fu l anzada por Cristina.
El cura, domi nando su sorpresa, mir todos los pre-
sentes y dijo, con el tono grave y solemne que requera
el caso:
En vista de la negativa de uno de los cont rayent es,
la boda no puede celebrarse*
Y se retir la sacrista, seguido del sacristn y los
aclitos.
Entonces, prodjose una confusin espantosa.
Cristina hubi rase arroj ado sobre su hija, no cont
nerla Rogelio y el vizconde.
como pidiendo Dios que le diese fuerzas, y respondi ,
con voz clara y vi brant e:
No.
34 EL CALVARIO DE UN NGEL
Su clera tocaba los lmites de la desesperacin.
Rogelio mi raba Sol edad, como dndol e las gracias
por lo que acababa de hacer, y ella, t ranqui l a, arrogan-
t e, sonriente, sin que la ami l anasen el escndalo que
acababa de dar y la indignacin de Cristina, deca:
Er a el nico modo de i mpedi r un casami ent o que
me hubiese hecho infeliz para toda la vida.
IX
Al escuchar el r ot undo no de su amada, ngel no
pudo contener un grito de alegra, segn antes hemos
consi gnado.
Ves como tena razn, al decirte que la boda no se
verificara y que recibiras de Soledad una nueva prueba
,de ca rio.'di jle su padr e.
Bendita seas!exclam l.
Y Pabl o, agreg:
Me gusta la ni a. Vaya una decisin y una firmeza!
Logr, al fin, ngel, desprenderse de las manos de los
que le suj et aban, y ant es de que nadi e pudi era impedir
lo, corri al encuent ro de Soledad y se arroj sus pies,
excl amando:
Graci as, amor m o, gracias!
ngel!grit el l a, perdi endo toda su serenidad.
Y se despl om en sus brazos, bal buceando entre so-
llozos:
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 3 6 5
Al fin has veni do!. . . A. no ser por m , hubi eras
llegado demasi ado t arde!
X
La confusin subi entonces de punt o.
Cristina se arroj indignada sobre su hija, y la arranc
de los brazos de ngel.
Andrs!grit, dirigindose tu criado. Llvate
tu hijo!
S, s, seora, me lo llevo, respondile el servi dor,
rompiendo los lazos de interesada fidelidad que hasta
^entonces le hab an ligado aquella muj er. Me lo llevo,
pero yo me voy con l.
\ Y abraz al joven, dicindole:
{ Vamonos, hijo m o. . . T eres antes que t odo. . . Tu
padre te ayudar conseguir tu dicha.
| Mientras todos estos incidentes tenan lugar, Rogelio,
fque contemplaba at urdi do aquella escena, sinti que le
Rocaban en un hombr o
I
j Volvise, y vi o junto l un caballero quien no co-
poca.
Era Pablo.
Este, le dijo:
All en B. . . , le espera V. Mercedes, y le esperan,
fedetns, su rehabilitacin y su venganza.
3 6 6 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
XI
An no hab a salido Rogelio de su asombr o, cuando
vio que se le acercaban otro caballero y una seora.
Er an Fer nando y Consuel o.
El pr i mer o, le dijo:
Abr zame.
Y como en contestacin la mi r ada de asombro que
l le dirigiera, aadi :
Soy Fer nando Espejo, el mejor, acaso el nico ami-
go de tu pobre padre. Mi nombr e no debe serte desco-
noci do. Durant e muchos aos te he buscado intilmente
para ocupar j unt o t, el sitio que tu padre dej vaco
con su muer t e.
Fer nando Espejo!exclam Rogelio, con expresin
de indefinible alegra.
Y le abraz, bal buceando conmovi do:
Al fin le encuent ro V. !. . . Yo t ambi n le he bus
cado mucho i nt i l ment e, seguro de que en V. encontra
ra el apoyo, la defensa y la proteccin que necesito!
Deseosa de poner fin aquella escena, Cristina dijo a
vizconde:
-Vamos.
Y mi r en t orno suyo buscando Rogelio.
Le vio en los brazos de Fer nando, vio Consuelo jun
to ste, y dijo su amant e:
EL MANUSCR.TO DE UNA MONJA 36y
Mi ra.
El l os!murmur Romn.
No ha muert o!
Y se ha encont rado con ella!
Maldicin!
Estamos perdidos!
Y arrast rando tras s Soledad, y sin cui darse ya para
ada de Rogelio, salieron presurosos de la iglesia.
Adis, ngel!grit la joven, t endi endo los brazos
lacia su amado.
Este, quiso seguirla, pero su padre le cont uvo, dicin
lole:
No conseguiras nada. . . Deja por cuenta ma la rear
izacin de t u di cha.
Adis, Sol edad!respondi l.
Y la sigui con la mi r ada, hast a verla desapar ecer po-
a ancha puerta del t empl o.
Luego se acerc Rogelio y le estrech la mano, di -
:indole:
No le guardo V. rencor, al cont rari o: V. era una
vctima como nosot ros.
Ella nos ha salvado t odos, respondi l e Rogelio
abrazndole.
XII
Salieron todos de la iglesia.
T ya no te separas de m,dijo Fer nando Rog-
368 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
l i o. Te vienes mi casa, es decir, nuest ra casa,
rectific, mi r ando su esposa.Dios hecho que te en
cuent re hoy, para que mi felicidad sea compl et a.
Tenemos que habl ar con V.,dijo ngel, al que
hab a estado punt o de robarle la felicidad, siendo es
poso obligado de la que tanto amaba. Est e caballero,
y seal Pablo, y yo, hemos veni do Madri d expre
sment e para verle.
Y aadi en voz baja:
Veni mos de parte de Mercedes.
Mercedes!repiti Rogelio, ext remeci ndose.
Y se volvi Fer nando y Consuelo, y les dijo:
Di spnsenme ustedes; no puedo admi t i r la hospita-
lidad que antes me ofrecieron. Tengo que arreglar coa
estos caballeros, asunt os para m muy interesantes.
Tambi n para esos caballeros hay sitio en mi casa,
le respondi Espejo;y si tan interesantes son para t
esos asunt os que dices, debo intervenir en ellos. Tu feli-
cidad me at ae muy de cerca, pues antes te he dicho, y
teTepito ahor a, que te considero como un hijo, puesto
que lo eres de mi mejor ami go, y pront o te dar pruebas
inequvocas de lo que digo.
Y dirigindose todos los presentes, aadi :
Seores, yo les suplico ustedes que tengan la bon-
dad de acompaar me. Acabamos de presenciar sucesos
ext raordi nari os que tocan muy de cerca una persona,.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 36g
por la cual me intereso como por mi hijo, y es necesario
que medien ent re nosotros ciertas explicaciones.
Todos acept aron la invitacin.
Acomodronse en el coche de Fer nando, en el que
haba llevado hasta all Pabl o y ngel y en otro que
fu buscar Peri qui t o, y encami nronse al domicilio de
os dos venturosos recien casados.
47
CAPI TULO XIV
Ro g e l i o e n c u e n t r a e n F e r n a n d o l a s e n e r g a s
q u e l l e f a l t a r o n s i e mp r e
I.
Mi ent ras Consuelo, Nieves y Peri qui t o, iban reuni r-
se con Pur a, Fer nando, Rogelio, ngel, Pabl o y Andrs,
cel ebraron una larga y detenida entrevista.
En ella, medi aron por part e de unos y otros, mut uas y
explcitas explicaciones, y todo se puso en cl aro, hasta
en sus menores detalles.
Rogelio cont sus desvent uras, las razones por las que
se vea esclavizado D. Gui l l ermo, y los motivos de
grat i t ud y respeto que le ligaban Cristina; Pabl o habl
de las infamias de su cuado, las cuales Rogelio estaba
uni do, por su desgracia, y expuso adems la ayuda que
de Rogelio pret end a y esperaba, para rehabilitar su
EL CALVARIO DE UN NGEL 37
1
hermana y asegurar la dicha de Esperanza y Ri cardo.
Fernando refiri cuant o en otro t i empo medi ent re l
y Cristina, y los infortunios que la ambi ci n de la a u-
daz avent urera hab a dado origen; ngel relat la sen-
cilla historia de sus amor es y de sus esfuerzos y sacrifi-
cios para conseguir la dicha que ambi ci onaba; Andr s,
por l t i mo, acab de ponerlo todo en cl aro, haci endo
pblicos los proyect os de la que hasta entonces hab a
sido su seora.
I I
El relato de cada uno de ellos, caus profunda i mpre-
sin en los que lo escuchaban, pero el que ms efecto
produjo, fu el de Andrs, por los cr menes que reve-
laba.
El antiguo cri ado y confidente de Cristina, desvaneci
todas las sombr as y dudas con' sus explicaciones.
Puso en claro las intenciones de su seora al pret en-
der con tanto empeo que Rogelio se casase con Sole-
dad, y revel que el at ent ado de que Fer nando estuvo
punt o de ser vctima, fu obra del vizconde y su amant e.
Faust i no no fu ms que el i nst rument o de que se
sirvieron.
Hago todas estas revelaciones, dijo, avergonzado
y arrepentido de haber sido dur ant e t ant o t i empo, cm-
plice y confidente de tantas infamias. Pero yo estaba ce-
3 7
2 E L
CALVARIO DE UN NGEL
gado por la ambi ci n. Doa Cristina pagaba expl ndi -
dament e mis servicios, y yo no aspi raba otra cosa que
enri quecerme. Adems, esa mujer ext raordi nari a me
tena subyugado, como todas las personas que la r o-
dean. La venda que cubr a mis ojos ha ca do, al fin,
dej ndome ver con cl ari dad lo i nsent at ode mi conduct a.
Mi amor de padre me ha vuelto la razn, y hoy no
tengo ot ro deseo que conseguir la felicidad de mi hijo.
ngel es bueno, honr ado i nst rui do. Aunque sea hijo
m o y aunque la seorita Soledad sea un dechado de
todas las perfecciones, puesto que ella corresponde su
amor , como bi en cl arament e ha demost rado hoy, no
creo que haya desigualdad en un casami ent o entre un
joven de modesto pero honrado' origen, y una seorita
hija ilegtima de los ilegtimos amores habi dos entre una
avent urera y un vizconde que ha descendi do, en su de
gradacin y su r ui na, hasta las l t i mas et apas del vicio.
III
Cmo pintar la sorpresa y la indignacin de Rogelio,
al convencerse de qui en era Cristina, de los mviles con
que le hab a protegido, y del papel poco airoso que ha-
ba estado represent ando j unt o ella?
, Conque es deci r, excl am, que esa mujer no
slo no es acreedora mi gratitud y mi respeto, sino
que merece ser despreci ada?. . . Y he podido estar
E L MANUSCRITO D E UNA MONJA 373
supeditado ella como un esclavo!. . . Qu vergenza!. . .
Si antes hubi era sabido lo que ahora s, en vez de do-
blegarme su vol unt ad, me hubiese revel ado contra su
vergonzosa tirana.
El encanto estaba deshecho, y el falso prestigio con
que Cristina le hab a domi nado hasta entonces, desapa-
reci compl et ament e.
Al recobrar Rogelio su i ndependenci a, renacan en l
el instinto de su di gni dad y su energa.
Luego manifest su gratitud Fer nando, qui en casi
sin conocerle, slo en recuerdo de la ami st ad que en otro
tiempo tuvo su padr e, habale escogido como heredero
de la mitad de su cuantiosa fortuna.
Nada tienes que agradecerme, l e replic Espej o,
puesto que ese legado, que desconocas, ha sido causa
de gran parte de tus infortunios. Por l, Cristina concibi
la idea de esclavizarte, y por l he estado yo punt o de
perecer asesinado para que ent raras cuant o antes en po
sesin de la herencia y para i mpedi r que me uniese
Consuelo, en cuyo caso, mi testamento poda ser modi-
ficado.
IV
Despus de larga y empeada discusin sobre lo que
se haba de hacer, y en la cual cada uno expuso sus a s -
piraciones y sus deseos, Fer nando recl am, y obt uvo,
374
L
CAL VARI O D E U N N G E L
que se le confiara l la direccin de t odos aquellos
asunt os.
Rogelio deseaba vengarse de D. Gui l l ermo, rom p er la
cadena que l le un a, y casarse con Mercedes; Pa blo,
peda ayuda contra su cuado para rehabilitar s u her-
mana y casar Ricardo con Esperanza; ngel, p or l-
t i mo, sostuvo su propsito firme y decidido de casarse
con Soledad, costrale lo que le costara.
Espejo resumi todas estas explicaciones, diciendo:
Lo que ustedes se proponen y desean, es muy justo,
y yo, que me he compl aci do si empre en contribuir en la
medi da de mis fuerzas la felicidad de mis semejantes,
tengo hoy un verdadero placer en ofrecerles mi c oop e-
raci n, mi ayuda y mis servicios. Estoy en mejores c on-
diciones que todos ustedes, para l uchar y vencer, puesto
que no lucho en defensa de intereses propi os. Tambin
podr a figurar como part e interesada en este a sunt o,
aunque slo fuera para pedi r Cristina y al vizconde,
estrecha cuenta de los perjuicios que me han ocasionado:
de lo mucho que he sufrido al ver me separado durante
tantos aos, por sus manej os, de la mujer que adoro, y
de la tentativa de asesinato que ha estado punto de
cost arme la vi da; per o, uni do, al fin, para siempre
Consuel o, soy di choso, y la dicha no deja sitio en mi
corazn ni al odio ni la venganza. Por lo que m
t oca, perdono esos miserables todo el mal que me han
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 375
causado. As me coloco, adems, en mejor t erreno para
luchar en defensa de ust edes.
V
Todos admi r ar on la grandeza de al ma del esposo de
Consuelo, y l agreg:
Pasemos ahor a ocuparnos en los asunt os de cada
uno de ust edes, y para proceder con or den, empecemos
por Rogelio.
Hizo una breve pausa, y luego cont i nu:
La situacin de Rogelio se ha despejado por com-
pleto, y ya no hay para l peligros de ni nguna clase. La
sumisin un tanto exajerada que le sujetaba Cristina,
ya no existe, puesto que han desapareci do los motivos
de gratitud y respeto que la servan de base. Ya no tiene
por qu t emer esa muj er, ni por qu obedecerla, ni
por qu estarle agradecido. No creo que ella insista en
que se cas.e con Soledad, puesto que esta se niega ello,
y puesto que el tal casami ent o, despus de nuest ro en-
cuentro, de mi boda con Consuelo y de todo lo ocurri do,
es, no slo imposible, sino t ambi n intil; pero si pesar
de todo ello insistiera, Rogelio puede rerse de su i n-
sistencia.
Naturalmente, asinti el al udi do. Con lo cual ,
desaparece, la vez, el principal obstculo que se opone
la realizacin de los amorosos deseos de ngel.
3 7 ^ EL CALVARIO DE UN NGEL
Est e, correspondi con una sonrisa al inters que su
*
amigo y protector le demost raba.
VI
En cuant o la vergonzosa esclavitud queD. Gui -
llermo ha tenido hasta ahora sugeto Rogelio,p ros i-
gui Fer nando, t ambi n queda para siempre rot a . El
ar ma principal de que el seor Pastor di spone para des-
honrar la memori a de mi pobre ami go, memoria la
cual su hijo se ha sacrificado con upa abnegacin tal vez
exagerada, pero que merece de todas maner as respeto,
es la letra cuyo pi figura mi firma falsificada. Pues
bien, esa ar ma pierde todo su val or desde el moment o
en que yo declare, como declarar si el caso llega, que
aquella firma es m a. Est a declaracin basta para impe
dir que sobre la memori a de mi ami go, caiga la ma nc ha
de falsificacin, y Rogelio puede rerse de todas las ame
nazas de D. Gui l l ermo.
Usted har eso?exclam Rogelio, conmovido.
No lo he de hacer?repuso Fer nando. Ant es lo
hubi era hecho, si antes hubiese sabido lo que a c a bo de
saber ahora. Si tu padre hubiese t eni do valor para c on-
fesarme su ligereza, ni l se hubi era sui ci dado, ni t ha-
bras sido hasta ahora juguete de un miserable.
Rogelio, abraz l l orando su generoso protector.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 377
Hay, adems, otra cosa que V. no tiene en cuent a,
dijo.
Qu?pregunt Espejo.
Al mori r mi padr e, en la caja, de la cual estaba en-
cargado, se encontr un desfalco, al que fu at ri bui do
su suicidio. Me consta, y tengo pruebas de ello, que el
tal desfalco fu obra del mi smo D. Gui l l ermo.
Pues si tienes pr uebas, como dices, nada hay que
temer. Supongamos que Past or, pr ocur ar evitar el es-
cndalo por la cuent a que le tiene; si as no lo hiciera,
se cubrir el supuest o desfalco y en paz; y si ni an esto
bastase, entonces empl earemos esas pruebas que dices
que
8
posees. Pero esto l t i mo, slo apel aremos en un
caso ext remo. La venganza me repugna, aun siendo jus
ta. Debes perdonar tus enemigos, como yo perdono
los mos. Li bre, de la maner a que ant es he di cho, de
todas las t rabas que hasta ahora te han ligado, te casars
con Mercedes puesto que la amas, y si ella es digna de tu
amor, yo asegurar vuest ro porveni r y sers dichoso.
Todo esto me parece tan fcil, que no creo que se pre-
senten grandes dificultades para conseguirlo.
Rogelio volvi abrazar su protector, dicindole:
Es V. para m un segundo padre! Arregle mis asun-
tos como mejor le parezca; V. me entrego, por com -
pleto, tranquilo y confiado.
Tocle luego el t ur no Pabl o.
-Poco podemos hacer por V.,-djole Espej o, pero
TOMO II \ ' ^ v
4
s
378 EL CALVARIO DE UN NGEL
creo que podemos hacer lo nico que V. desea. Puesto
que Rogelio no necesita para su defensa ni para su ven-
ganza, las ar mas que posee cont ra D. Gui l l ermo, y que
deposit en manos de Mercedes, esas pruebas le sern
ent regadas para que las utilice como mejor le plazca en
cont ra de su cuado.
Es cuant o necesito y cuant o deseo, respondi el
al udi do. Con esas pr uebas, que conozco, me basta para
obligar mi cuado transigir en todo aquel l o que
aspi r o.
Adems, puede V. cont ar con nuest ra incondicional
ayuda en todo y por t odo.
Gracias. Si llego necesitarla, la recl amar sin nin-
gn escrpul o, pues conozco que me es sinceramente
ofrecida.
VII
Por lo que V. toca,dijo Fer nando dirigindose
ngel,le promet o que ser el esposo de Soledad, tal
vez mucho ant es de lo que i magi na.
El joven mirle ansi osament e, y l aadi , sonriendo:
Maana mi smo le promet o ir ver Cristina.
Usted?
S .
Con qu objeto?
Con el de pedirle para V. , la mano de su hija.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 379
No se la conceder.
Creo que s, y si me at revo usur par en este as un-
to las atribuciones de su seor padr e, es porque espero
conseguir lo que me propongo. Si Cristina no accede
las buenas, acceder las mal as. Tengo medios para
obligarla ello. Antes he dicho que no pienso en ven-
garme, pero si esa mujer se niega mi peticin, la ame
nazar con denunci arl a la justicia como instigadora del
crimen de que fui vctima, y confio en que la amenaza
producir el efecto deseado. Adems, no teniendo ya i n-
ters, como no debe t enerl o, en que su hija sea la esposa
de Rogelio, por qu razn ha de oponerse que Soledad
se case con V.?
VIII
Estas pal abr as, r eani mar on las esperanzas del enamo-
rado joven.
Estrech conmovi do la mano de Fer nando, y ste le.
dijo:
Una vez casado con la muj er qui en ador a, y vi-
viendo con ella y con su padr e, no ha de serle difcil en-
contrar la felicidad que ansia.
Andrs y su hijo, t rat aron de manifestarle su grat i t ud,
y l, rehuyendo aquellas demostraciones que ofendan su
natural modestia, sigui diciendo:
380 EL CALVARIO DE UN NGEL
El plan que debemos seguir, se desprende lgico y
nat ural de cuant o acaba de exponer. He aqu el orden
que creo debemos seguir en nuest ros trabajos. Maana
visitar Cristina, para arregl ar el casami ent o de
Soledad con ngel. No creo encont rar grandes dificulta-
des, por lo que antes he di cho, y una vez este asunto
arregl ado, mi ent ras aqu ngel y Soledad preparan su
boda, los dems nos t rasl adaremos B. . . , donde se rea-
lizar la segunda parte de nuest ros proyectos. All em-
pezaremos por deslindar las cuestiones pendientes entre
D. Gui l l ermo y Rogelio; despus, ste se casar con Mer-
cedes, las pr uebas que sta guarda como un depsito
sagrado, le sern entregadas D. Pabl o, y una vez ste
haya arregl ado sus cuestiones con su cuado, mi misin
habr concl ui do, y todos seremos felices, al fin.
I X
No hay que decir que este plan fu apr obado con en"
t usi asmo.
Todos di eron las gracias Espejo por su desinteresada
y generosa ayuda, y Pabl o le dijo:
Per o, hal l ndose V. como se halla en plena luna de
mi el , ser un abuso y un egosmo, por part e nuestra,
acept ar sus ofrecimientos. Necesita V. estos das todo su
t i empo para consagrarlo su amor y su felicidad.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 381
Esos trabajos, con los que me propongo cont ri bui r
la vent ura de ust edes, repuso l, sern un compl e-
mento de mi di cha. Por lo mi smo que soy tan feliz,
quiero que todos lo sean t ambi n.
X
Rogelio, quedse definitivamente en casa de su pr o-
tector, y los dems marchronse promet i endo volver al
da siguiente.
Andrs, se fu la mi sma fonda donde par aban Pabl o
y ngel.
Todos estaban contentos y esperanzados.
Fernando y Consuelo, cel ebraron nt i mament e su
J
xn6n, comiendo en compa a de Rogelio, Pur a, Nieves
y Periquito. .
Cuando aquella noche, los dos desposados vi ronse,
al fin, solos en la cmar a nupci al , uni dos en dulce y es-
trecho abrazo de amor , Espejo confi s u esposa cuant o
le haba sido revelado y cuant o hab a promet i do.
Ella, aprob sin vacilar sus pr omesas.
S,le dijo;trabajemos en conseguir la felicidad
de todos esos desgraciados. En qu podemos empl ear
'mejor nuestra existencia, que en hacer bien?
Los generosos sentimientos de aquellos dos seres, ma -
nifestbanse hasta en las apasi onadas expansiones de su
cario puro i nmenso.
382 EL CALVARIO DE UN NGEL
No debi velar aquella noche slo l ngel del amor,
el sueo de los dos felices recien casados, sino que con
l debieron velarlo t ambi n, el ngel de la caridad y el
de la di cha.
Se amaban, eran dichosos, y en su dicha no se olvi-
daban de los infortunios de sus semejantes.
CAPI TULO XV
N o est
I
Al da siguiente por la maana, en cumpl i mi ent o de
su promesa, Fer nando fu visitar Cristina.
Rogelio dile las seas del hotel donde se hospedaba
la avent urera, que era el mi smo donde l se hab a hos -
pedado hasta ent onces.
Quiere V. que le acompae?pregunt su pr o-
tector.
Para qu?replicle Espejo.
Esa mujer es t emi bl e.
Lo es para los que no l conocen. Conocindola
como yo la conozco, en vez de temerle yo ella, es ella,
la que tiene por qu t emer me m .
38| EL CALVARIO DE UN NGEL
Sin embar go. . .
Adems, tendras valor para present art e ante elia?
Por qu no?
No temes que conserve aun parte de su ascendiente
sobre t?
Oh, no, de ni ngn modo! Antes, esa mujer me ins-
pi raba una admi raci n sin lmites, un respeto casi su-
persticioso, y de aqu mi docilidad y mi obediencia
todos sus mandat os. Hoy, despus de todo lo que de ella
he sabi do, no dir que me inspire odio, pero s me ins-
pira desprecio.
, No obst ant e. . .
Si hasta me alegrara verla para desahogarme,
echndole en car-a su proceder para conmi go.
II.
Sonrise Fer nando, como si no estuviese muy seguro
de la energa de que al ardeaba su protegido, y replicle:
De todas maner as, tu compa a, no slo me sera
intil, si no que acaso me sirviese de estorbo. El asunto
que tengo que arregl ar con Cristina, lo arreglaremos me-
jor solas, que en presencia de ext raos. Ir solo.
Como V. qui era, respondi Rogelio.
Por otra part e, no conviene que provoques su eno-
EL MANUSCRIRO DE UNA MONJA 385
III
Dej Fer nando su protegido en compa a de Con-
suelo, y rog sta que procurase distraerle mi ent ras l
volva.
Vete descui dado, l e respondi su esposa. Yo me
encargo de que nuest ro amigo no se abur r a demasi ado
ni eche de menos tu presencia.
Y en efecto, esforzse en granjearse el afecto de Roge-
lio con sus amabi l i dades.
No le fu difcil vencer en su empeo.
Sin esfuerzo de ninguna clase, capt base desde el pr i -
mer moment o, la simpata y el cari o de cuant as perso
as le t rat aban.
TOMO n / / ; _ , ' T c
r r i
49
jo con intiles recri mi naci ones. No convi ene ofender ni
excitar una mujer que no vacilara en la eleccin de
medios para vengarse de t. Yo me encargo de r omper
para si empre, los ltimos lazos que ella puedan uni rt e
y le arrancar la promesa de no molestarte de hoy en
adelante en lo ms m ni mo. Por mi part e, le promet er
en tu nombr e, que no te acordars ni siquiera de que ella
exista en el mundo.
Puede V. promet rsel o, porque eso preci sament e es
lo que me propongo.
Y es lo ms cuerdo.
386 EL CALVARIO DE UN NGEL
Rogelio no hab a de ser una excepcin.
Habl aron de Fer nando, del que hicieron porfa un
cumpl i do elogio, y luego fueron en busca de Pur a y de
su hijo.
El ni o les ent ret uvo agradabl ement e hasta el regreso
de Espejo.
Aquel angelito y su hermosa madr e, hab an de ser por
fuerza muy interesantes y muy simpticos, para quien,
como Rogelio, conociese la triste historia de sus desven-
t ur as.
Aquella historia, menci onada de paso el da anterior
por Fer nando en sus explicaciones, hab al a completado
Consuel o con algunos detalles de los que ya nos son co
noci dos.
IV
Er an las doce de la maana cuando Fer nando lleg al
hotel.
Pregunt por Cristina, y el cri ado qui en dirigi la
pregunt a, respondi l e:
Esa seora ya no est aqu .
Cmo que no est?repuso Espej o, contrariado y
sorprendi do.
Se ha mar chado.
Sabe V. qui en me refiero?
A una seora que tiene una hija muy hermosa. . .
EL MANUSCRITO D UNA - MONJA 387
Eso es.
La cual debi haberse casado ayer con D. Rogelio^
un caballero que t ambi n t en amos en la casa y que sa-
li ayer para casarse y an no ha vuelto.
Preci sament e.
Pues le repito lo que ant es le dige: esa seora no
est ya aqu ; se ha mar chado esta maana.
A donde?
Lo ignoro. Slo s que los mozos de la casa bajaron
su equipaje la estacin.
Luego se halla ausent e de Madrid?
As parece. ,
Y no sabe V. qu punt o se ha dirigido?
No, seor.
V
Hizo Fer nando al gunas otras preguntas para i nqui ri r
el paradero de Cristina, pero todo fu intil.
Ningn dependi ent e de la casa, saba ms que lo que
le digera aquel quien pri mero hab a i nt er r umpi do.
Volvi su casa pensativo y cont rari ado.
No esperaba aquel nuevo i mprevi st o ent orpeci -
miento.
El que Cristina hubi ese hui do, r enunci ando con su
fuga todos sus anteriores pl anes, era, segn l, t i na
388 EL CALVARIO DE UN NGEL
seal de miedo muy favorable para el porveni r de Ro -
gelio; pero era la vez un grave obstculo para conse
guir la dicha de Soledad y ngel.
Nada podr an sus amenazas cont ra la avent ur er a, si
i gnoraba el paradero de sta y su hija.
Y si Soledad no parec a, qu iba ser del vehemente
y enamor ado joven?
Tendr a paciencia para buscar su amant e durante
t ant os aos como l hab a buscado Consuelo?
Segurament e que no, porque hab a pocos que tuviesen
su abnegacin y su constancia.
VI
Su esposa y Rogelio, no necesitaron ms que verle para
compr ender que el resul t ado de su visita no haba sido
satisfactorio.
No ha conseguido V. nada, verdad?djole su pro
t egi do. No me sorprende; es ms, lo esperaba. Conozco
demasi ado la mujer qui en ha ido V. visitar. Es
una de esas mujeres las que no se vence y domina
t an fcilmente.
No me propon a domi narl a ni vencerla,repuso
Espejo,si no ni cament e conseguir que me concediese
para ngel la mano de su hija.
Par a el caso es lo mi smo.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 38o.
VII
Poco despus, presentronse Pabl o, ngel y Andr s.
Iban saber el resul t ado de las pri meras gestiones de
Fernando.
Cuando ste les dijo lo que suceda, los tres most r-
ronse cont rari ados y sorprendi dos.
He perdido Soledad para siempre!exclam n-
gel con desesperacin. Sabe Dios donde la habr lle-
vado su madr e, para esconderla mis pesquisas, y a ho-
ra no tengo mi padre su lado para que me avise su
paradero y vele por mi amor!
Creo que hubi era logrado mi intento si la hubi ese
visto.
Luego no ha habl ado V. con ella?
No, y de aqu mi cont rari edad.
Se ha negado recibirle?
Peor que eso. Se ha ausent ado de Madri d y se i g-
nora su par ader o. Me parece, que de moment o, al me-
nos, ngel t endr que r enunci ar al amor de Sol edad.
No renunci ar l tan fcilmente.
Pues entonces, le esperan muchos y muy grandes
sufrimientos.
Pobre joven!exclam Consuel o, verdaderament e
interesada en favor de los dos enamor ados.
39
E L
CALVARIO DE UN NGEL
Nadie se atrevi desvanecer los temores del joven,
sobr adament e fundados.
Todos i ncl i naron la cabeza, compadecindole de todo
corazn, pero sin saber cmo ayudarl e para remediar su
infortunio.
No podan hacer otra cosa que compadecerl e.
VIII
Andrs fu el pri mero en i nt er r umpi r el silencio que
sigui las tristes exclamaciones de ngel.
An no est todo perdido, dijo. Conozco muy
bien mi antigua seora, y casi podra asegurar que no
ha salido de Madri d. El llevar su equipaje la estacin,
ha podi do ser muy bien un ardid muy propio de ella
para despistarnos si i nt ent bamos descubri r su parade-
r o, como lo hemos intentado y como seguiremos inten-
t ndol o.
Estas pal abras pareci eron r eani mar las decadas espe-
r anzas de ngel.
En qu se funda V. para decir lo que dice?pre-
gunt Fer nando.
En vari as razones, respondi el antiguo servidor
de Cristina.
Vernoslas.
En pri mer l ugar, mi ant i gua seora no tiene nada
EL MANUSCRITO DE UNA. MONJA 39I
que hacer en ni nguna otra part e. Todos sus intereses los
tiene aqu . Yo, que conozco sus secretos ms nt i mos,
puedo asegurarl o. . -
Pero es que no creo que se haya ausent ado por que
sus intereses la llamen otro sitio, sino por mi edo. . .
Sin duda, pero por mi edo le habr bastado con es -
conderse. La conozco muy bien para poder asegurar
que por lo menos no habr desistido de vengarse.
Vengarse de quin?
De los que han i mpedi do la realizacin de sus pl a-
nes: es decir, de todos nosot ros.
IX
Rogelio, que t ambi n conoca Cristina, asinti las
palabras de Andr s.
Este, sigui di ci endo:
Por lo t ant o, me parece que debemos^buscar doa
Cristina en Madr i d, no i nt ent ando buscarla en otra par-
te hasta convencernos de que aqu no est. Tal vez yo
logre dar con su par ader o. Por lo menos dar con el del
vizconde, su amant e, lo cual , para el caso, viene ser
lo mismo.
Fernando asinti lo propuest o por Andrs, aunque
no tena gran confianza en su resul t ado.
Para l, Cristina estaba ausent e de la cort e.
Bien, dijo. Hagamos esta l t i ma tentativa. Y
3' 9
2 E L
CALVARIO DE UN NGEL
aunque otros asunt os no menos urgentes ni menos i m -
portantes nos l l aman B. . . , ret rasaremos nuest ro via je
y permaneceremos algunos d as en Madri d para a yuda r
ustedes en sus pesqui sas.
Pabl o y Rogelio, asintieron lo dicho por Fernando,
y ngel y Andrs, dieron todos las gracias por aquel
sacrificio que era una prueba de inters y de amistad.
El viaje qued, pues, apl azado, hasta que p a rec iera
Cristina hasta que se adquiriese el convencimiento de
que no estaba en la corte.
Todos separronse para empr ender cada cual por su
part e sus pesquisas.
Aquel mi smo d a, Pabl o telegrafi Ricardo, dicin-
dole:
Encont rado Rogelio. Desaparecidos obstculos que
se opon an su casami ent o con Mercedes. Grandes no
vedades favorables nuest ros intereses. Nos traslada-
mos pronto sa.Avsese Mercedes tan gratas noti-
cias.
Pablo.
A la maana siguiente recibi otro telegrama en con-
testacin al suyo.
Deca as:
Por aqu t ambi n ocurren novedades favorables para
nuest ro i nt ent o. Venceremos en nuest ra empresa.
Regrese cuant o ant es y trigase Rogelio.Yo comple
l ament e restablecido.
Ricardo.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 3a3
Este part e, llen de ansiedad y de impaciencia Pabl o.
Qu novedades favorables seran aquellas que su
hijo se refera?
Deseaba regresar B. . . cuant o ant es, pero retenale en
la corte la promesa hecha ngel, de ayudarl e en sus
trabajos para conseguir su di cha.
CAPI TULO XVI
Qu e h a b l a s i d o de Cr i s t i n a
1
Estaba Cristina oculta en Madr i d, como supona An-
drs?
Se haba ausent ado en cambi o de la cort e, como ase-
gur aba Fernando?
Par a responder estas pregunt as, necesitamos retro-
ceder al moment o en que Cristina y el vizconde, salieron
de la iglesia, llevndose consigo Sol edad, enfurecidos
al ver por tierra sus ambiciosos pl anes, y desesperados
al ver que Fer nando viva y estaba j unt o Consuelo.
Lo que menos les preocupaba ya, era que el c a s a -
mi ent o de Soledad y Rogelio, no se hubi ese verificado.
Tal vez aquella boda hubi era sido intil para sus pro-
EL CALVARIO DE UN NGEL 395
psitos, viviendo como viva Espejo, y habi endo encon-
trado su ant i gua novi a.
No poda ser todo esto causa de que reformase su
testamento?
Y en tal caso, qu provecho hubi er an sacado de que
Soledad fuese la esposa de Rogelio?
De aqu que no volvieran dirigir reproches y recri -
minaciones la joven, por su desobediencia y por el es
cndalo que acababa de dar.
Ten an que pensar en cosas para ellos mucho ms i n-
teresantes.
II
En cuant o llegaron al hotel, encerraron Soledad en
su cuarto, y los dos amant es tuvieron una larga confe-
rencia.
Estamos perdi dos!excl am Cristina, en cuant o se
vio solas con el vizconde.
s
Lo mi smo creo, afirm Romn. Me parece que
debemos desistir de este asunt o.
Desistir? Nunca! Bueno estara, despus de haber
trabajado en l dur ant e tantos aos!
Qu piensas hacer?
Por lo menos vengarme.
Vengarse sin provecho, slo por satisfacer el amor
propio, lo estimo una tontera.
3 9 * 5 EL CALVARIO DE UN NGEL
Mayor tontera es decl ararnos vencidos sin pe-
lear. Adems, quin te dice que este asunt o, no pueda
proporci onarnos an al gunas ganancias?
No lo espero.
Quin sabe! Ante todo t ranqui l i cmonos y estudie-
mos det eni dament e lo ocur r i do, para deduci r de ello las
nat ural es consecuenci as.
Al decir esto, Cristina hab ase cal mado como por en-
cant o.
III
Sent ronse, y la audaz y ast ut a avent ur er a, comenz
razonar de este modo:
Tenemos, en pri mer lugar, que el casamiento de
nuest ra hija con Rogelio, no se ha verificado y quiz no
sea ya preciso que se verifique.
Porqu?la interrog el vizconde.
Por que si por el encuent ro de Fer nando con Con
suelo por cual qui era otra causa, Rogelio no es ya here-
der o de Espejo, poco nos i mport a que se case no con
Sol edad.
Ti enes razn; sigue.
Supongamos que la boda ya no es necesaria. En tal
caso, hemos de prescindir de Rogelio en absoluto. Ni
val e la pena de que nos venguemos de l, puesto
que si la boda no se ha verificado, no ha sido por su
cul pa, sino por la de nuest ra hija.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 397
Y entonces, como esa chica ms nos sirve de estor-
bo que de otra cosa, podemos consentir en que se case
con ngel, y que se la lleve bendita de Dios.
Eso, nunca!
Porqu no?
Ent re otras razones, para castigar de ese modo la
infidelidad de Andrs, que en el moment o ms crtico
nos ha abandonado poni ndose de parte de su hijo, que
es lo mi smo que ponerse al lado de nuestros enemigos.
S, pero considera que Andrs posee todos nuest ros
secretos, y que para compr ar su silencio, acaso conven-
dra consentir en esa boda.
Es ver dad. . . Pero en fin, este asunt o no debe preo-
cuparnos de moment o. Lo que sobre el particular deci-
damos, depender del modo como se desarrollen los su-
cesos. Si no hay otro remedi o, Soledad se casar con
ngel. Sigamos pensando en lo que ms nos i mpor t a.
IV.
Hizo Cristina una breve pausa, y luego prosigui:
Supongamos, por el cont rari o, aunque me parece
una hiptesis muy avent ur ada, que Rogelio sigue siendo
heredero de Fer nando, y que por consiguiente, conviene
que se case con nuest ra hija; entonces hemos de at raerl e
otra vez nuest ro lado para celebrar toda costa ese
casamiento.
3 a8 EL CALVARIO DE UN NGEL
Eso me parece muy difcil,repuso Romn. Soie
dad persistir en su negativa, y Rogelio no se dejar do
mi nar de nuevo. '
Eso lo veremos.
Ent er ado por Andrs de quin eres t , y protegido
por Fer nando, se resistir todas t us imposiciones.
Si el caso llega, entonces buscaremos el modo de
domi narl e. Pero mi ent ras t ant o, lo que conviene es sa
ber la disposicin en que nuest ros enemigos se encuen
t r an, y de eso has de encargart e t .
Yo?
S . Has de averi guar cundo se encont raron Fer-
nando y Consuelo, cuales son sus propsitos, por qu es
t aban en la iglesia y hasta dnde puede llegar su protec
cin Rogelio. Adems, conviene saber si sospechan de
nosotros en la tentativa de asesinato de que Espejo fu
v ct i ma.
Demoni o! Crees?...
Todo es de t emer. Cabe hasta que Andrs le haya
ent erado de nuest ra participacin en ese asunt o.
<Dices bien, y en ese caso. . .
En ese caso no nos queda otro remedi o que aban
donarl o todo y hui r para ponernos en salvo.
V
Est as pal abras, pr onunci adas con la mayor naturali-
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 399
dad por la avent ur er a, llenaron de mi edo al vizconde.
El temor le hizo consentir en hacer cuant as averi gua-
ciones fueran precisas.
Pues no te detengas,le dijo su amant e. Empi eza
ahora mi smo tus pesquisas, pues conviene saber cuant o
antes qu at enernos para t omar una det ermi naci n.
Sali Romn, y Cristina encami nse al cuart o de su
hija.
Quera saber los mviles que hab an i nspi rado su enr-
gica conduct a.
Encont r la joven serena y ani mosa.
No vengo recri mi nart e ni rei rt e, l e dijo,
aunque t endr a motivos sobrados para ello; vengo slo
preguntarte por qu has hecho lo que has hecho.
Puedes suponerl o sin que yo te lo diga, respondi
Soledad.No amaba Rogelio, y en cambi o amo An
gel con todo mi corazn. Aunque el pri mero es muy
bueno, casndome con l hubi era sido desgraciada toda
mi vida: he procurado-evi t ar mi desdicha y permanecer
fiel al amor del segundo. Como mi oposicin est boda
hasta ahora ha sido intil, y como tena la seguridad de
que mis razonami ent os no hubi eran logrado hacert e de-
sistir de ella, la he i mpedi do de la nica maner a que
poda: contestando con un no la pregunta del sacerdote.
V I
Admir Cristina la energa de la joven, y sospechan-*
40O L CALVARIO D UN NGEL
do qu en todo aquello poda haber muy bien la inflen
cia de una persona para ella desconoci da, la interrog
ast ut ament e, hasta que Soledad acab por decirle:
Mi ra, mam: para hacer l o que he hecho, no se ne
cesita otro motivo que mi amor ; pero hay adems otra
causa que voy decirte: el deseo de salvar la dicha de
Mercedes y de Rogelio, ya que ese l t i mo no se senta
con fuerzas para salvarla.
De Mercedes has dicho?le interrog su madre.
S , la novia de Rogelio, una mujer que le adora y
qui en ama.
Qu inters puede inspirarte una persona la que
no conoces?
Te equivocas: la conozco.
T conoces Mercedes?
S , la conozco y la promet no casarme con el que
ella adora. Le he cumpl i do mi promesa.
Dnde la conociste?
En B. . .
Pero t en B. . . no has estado ms que en el con-
vent o.
En el convent o la conoc.
Es posible?
Y en condiciones tales, que hicieron que las dos no
s
t omr amos en poco tiempo mucho cari o.
Sin necesidad de que su madr e la excitase ello, la
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 401
joven refiri como hab a conocido Mercedes y cuant o
entre ellas hab a medi ado.
Por ella conoc la hi st ori a^de Rogelio, dijo, que
antes no conoca. Una historia muy triste, en la que pa-
rece haber grandes infamias, y sin embargo, no hay en
ella ms que grandes desdi chas. Mercedes tiene en su
poder las pruebas de la inocencia de su novio y de la
maldad del hombr e que le convirtiera en su esclavo, yo
las he visto, y medi ant e esas pr uebas, Rogelio podr
rehabilitarse algn d a.
Conque es decir, que las pruebas que yo facilit
ese imbcil para que se vengase de D. Gui l l ermo, mur-\ ;
mur Cristina, habl ando consigo mi sma, est n en po-
der de Mercedes? Bueno es saberl o.
Por esas pruebas, prosigui Soledad, aquella po-
bre mujer habase convencido de la inocencia y del amor
del hombre qui en tanto qui ere; pero otro obstculo
oponase su misin con ese hombr e, y ese obstculo
era yo, por mejor decir, tu empeo en que yo me ca-
sara con ese hombr e. Compadeci da de Mercedes, y no
queriendo ser un obstculo para su felicidad, le dije: Yo
le prometo que no me casar con Rogelio. Y le he c um-
plido mi promesa. Conque ya lo sabes: he imposibilitado
esa boda, pri mero por mi amor ngel, y despus, por
la promesa hecha una infeliz muj er, que fu para m
muy compasiva y muy^-buena; .
5i
402 EL CALVARIO DE UN NGEL
Vli
Fingiendo mayor enojo del que en realidad senta,
Cristina dijo su hija:
Pues yo te j uro que de nada te servir tu desobe-
di enci a, por que, suceda lo que suceda, no te casars con
ngel, y si mis pl anes convi ene, sers la esposa de
Rogelio.
Y sali sin decir una pal abra ms.
Soledad, quedse l l orando.
Una vez sola en su habi t aci n, Cristina entregse
profundas reflexiones.
De vez en cuando i nt errump al as para mur mur ar :
Despus de t odo, si las noticias que Romn me trae
no son satisfactorias, sera un medi o de sacar algn pro-
vecho y de vengarme.
Y volva entregarse sus pensami ent os.
As estuvo hasta que regres el vizconde.
Er a ya de noche.
Cristina comprendi , con slo mi rar su amant e, que
no era port ador de buenas noticias.
Sentse Romn, como el hombr e que se encuentra
muy fatigado, y dijo:
Malas nuevas.
Qu hay?le interrog con ansiedad Cristina.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 403
Pues hay, que Fer nando y Consuelo se han casado.
Casados!
As lo he sabi do.
Y cuando?
Hoy.
Se han casado hoy mismo?
Cuando les encont ramos en la iglesia, acababan de
casarse.
Qu casual i dad!
Es lgico suponer, por lo t ant o, que Espejo refor-
mar su t est ament o, y que toda su fortuna ir parar
su esposa.
Sin duda.
Luego ya es compl et ament e intil el casami ent o de
nuestra hija con Rogelio, y casi debemos al egrarnos de
que no se haya verificado.
Claro.
Hay, sin embargo, una ci rcunst anci a.
Cual?
Fer nando se ha llevado Rogelio su casa, como
si quisiera convertirse en su protector.
Lo cual le aleja an ms de nosotros.
Es nat ur al .
Espejo le defender contra todas nuest ras acechan-
zas.
Hubo una breve pausa, y luego Cristina pregunt :
404 EL CALVARIO DE UN NGEL
-Has averi guado cmo llegaron encont rarse Fer -
nando y Consuelo?
No, respondi el vizconde,ni creo que ese deta-
lle i mport e mucho. El caso es que se han encont rado.
Tampoco sabes si Espejo sospecha nuest ra partici-
pacin en la tentativa de asesinato?
Tampoco, pero, por si acaso, conviene que nos pon-
gamos en salvo, renunci ando en absoluto este negocio.
S , debemos renunci ar; ya es imposible conseguir
algo; pero hay otro nuevo negocio en perspectiva, que
puede considerarse como una consecuencia de ste.
Otro?
No tan brillante, pero s ms seguro.
A ver. . .
Negocio en el que podremos ganarnos algunos miles
de dur os, y medi ant e el cual nos vengaremos indirecta-
ment e de los que nos han burl ado en nuest ros planes.
VIO
No se necesitaba ms para excitar la codicia y la cu-
riosidad del vi zconde.
Pidi explicaciones, y su amant e se las dio en esta
forma:
Como sabes, por el relato que te hice de todos mis
trabajos en Amri ca, para mejor at raerme y dominar
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 405
Rogelio, le proporci on al gunas pruebas contra D. Gui-
llermo Past or, para que se vengase de ste y revi ndi cara
su libertad.
S, recuerdo perfectamente todo eso, asinti el
vizconde.
Dichas pruebas, son de tal i mport anci a, que el seor
Pastor har a segurament e algn sacrificio por apoderarse
de ellas, pues bastara su presentacin para perderl e.
Y bi en. . .
Facilitemos dicho seor Pastor la adquisicin de
esas pruebas, que tanto le compromet en, medi ant e una
cantidad det ermi nada. De esta maner a sacamos algunos
miles de duros y os vengamos de Rogelio, imposibili-
tndole de utilizar esas pruebas para conseguir su r eha-
bilitacin.
No est mal pensado eso. Pero las tales pr uebas,
estn en tu poder?
- N o .
Ent onces. . .
Pero s dnde estn.
En dnde?
En poder de Mercedes, la novia de Rogelio, la cual
se halla de novicia en el mi smo convent o donde est uvo
nuestra hija.
Y le repiti cunt o Soledad le hab a referido i mpr u-
dentemente poco antes.
El negocio no pareci al vizconde gran cosa, pero
406 EL CALVARIO DE UN NGEL
falta de otro mejor y de resultados ms positivos,
convi no en que deb an i nt ent arl o.
El xito depend a, en gran part e, de la actividad con
que se llevara aquel asunt o, pues convena que se en
' t endi eran con D. Gui l l ermo, antes de que Rogelio
pudi ese i nt ent ar hacer uso de las pruebas que Mercedes
guardaba en su poder.
Adems, convenales salir de Madri d cuant o antes,
por si Fer nando tena sospechas de su participacin en
el cri men de que fu v ct i ma, i nt ent aba vengarse de
ellos.
En vista de todo esto, qued decidido que partiran
par a B. . . i nmedi at ament e.
x
Aquella mi sma noche, quedar on hechos todos los
preparat i vos, y al da siguiente por la maana partieron
para B. . . , sin decir nadi e donde i ban.
Soledad parti con ellos sin saber dnde la llevaban,
ni encont rar modo de anunci ar ngel su partida.
He aqu lo que hab a pasado, y por qu Fernando no
se equi vocaba al suponer que cuant as pesquisas se hi
cieran en la corte para descubri r el par ader o de Cristina
y Soledad, seran compl et ament e intiles.
CAPI TULO XVII
P o r v e n i r a s e g u r a d o
l
En previsin de su prxima y segura marcha para
B. . . , Fer nando dijo su esposa:
Qu opi nas que hagamos de Pur a ant es de ausen-
tarnos de la corte? Por que acaso nuest ra ausenci a se
prolongue ms de lo que. i magi namos; no volveremos
hasta haber conseguido compl et ament e la felicidad de
Rogelio, y esa pobre mujer y su hijo no pueden pasar
tanto tiempo en una i nt eri ni dad poco agradabl e y t r an-
quilizadora.
Ya haba pensado en eso, respondi Consuelo, y
tengo formado mi pl an, al que Pur a ha concedido su
autorizacin. Tengo, adems, otros proyectos que c on-
sultarte.
408 EL CALVARIO DE UN NGEL
Veamos.
Escchame y, vers como yo he pensado antes que
t en lo mi smo que t tanto te preocupa.
II
Consuelo se explic de este modo, segura por adelan
t ado, de que su esposo aprobar a sus planes:
Lo de asegurar el porveni r de Pur a es lo de menos,
pues par a ello, bastara que le asi gnramos una pensin
que le entregsemos una cant i dad.
Sin duda, asi nt i Fer nando.
Pero esa pobre mujer necesita algo ms: necesita
una familia, personas que la qui er an, que la consuelen,
y que con sus consejos i mpi dan que le d la tentacin de
volver la vida que hac a ant es.
Lo mi smo me parece.
Pues bien, yo le he encont rado esa familia. No te
parece que los padres de Faust i no acogeran muy bien
esa desdi chada, vctima en cierto modo de la maldad de
su hijo? Ti enen casi la obligacin de hacerlo.
No est mal pensado, y creo que Manuel y Quitea
accedern ello con una sola indicacin que se les haga:
pero Pur a. . .
Ya te he dicho antes que Pur a consiente muy con-
t ent a.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
409
Ent onces no hay ms que habl ar. Ese es asunt o
resuelto. Iremos ver los padres de Faust i no, les ex-
pondremos nuest ro plan y har emos que lo acepten.
Decidida de este modo la suerte de Pur a, faltaba de -
cidir la de Nieves y Peri qui t o.
Por Nieves podemos hacer de moment o muy poca
cosa,dijo Consuelo.Si llega un da en que olvide por '
completo Faust i no y ame otro hombr e, entonces
veremos la maner a mejor y ms segura de cont ri bui r
su felicidad. Por ahor a slo podemos socorrerla pecu-
niariamente si su trabajo no basta para at ender sus
necesidades; de esto se encargar nuest ro admi ni st rador
durante nuest ra ausenci a. En cuant o Peri qui t o, hab a
pensado suplicar Nieves y su madr e, que le admi t an
en su compa a. El pobre ni o no tiene quien le quiera
ni quien le cui de. Que siga ganndose la vida con su'
pequea industria, pero que tenga un hogar donde re-
cogerse.
En todo piensas!exclam Fer nando, orgulloso y
satisfecho de tener una mujer tan buena.
Conque, apruebas mi plan?
En todas sus part es.
Pues ponga mo s j p ^ e i r p ^ c t c ! ^ ^ ^
III
T O M O II
410 EL CALVARIO DE UN NGEL
En seguida. No creo que encont remos grandes obs-
tculos para realizarlo, pues Nieves y su madr e, t ambi n
accedern lo que les pi damos.
IV
Aquel mi smo d a, Consuelo y Fer nando, fueron
visitar los padres de Faust i no.
Estos, recibironles muy bien, sorprendi ronse mucho
al verles j unt os, y most raron gran alegra al saber que
se hab an casado.
Los pobres estaban inconsolables por la para ellos
inexplicable ausenci a de su hijo.
Sus protectores guardronse muy bien de enterarles
de la l t i ma hazaa de Faust i no.
Para qu aument ar su dolor y su vergenza?
Expusironles lo que pret end an, habl ndol es de Pura
como de una vctima de aquel cuya ausenci a lloraban, y
ellos consintieron gustosos en recibirla en su casa, para
compensarl a de algn modo de las infamias de su hijo.
Ser para ella una madre, di j o Qui t ea.
Y Manuel agreg:
Que venga, que venga esa infeliz, y que se considere
desde este moment o como una hija nuest ra.
Pur a se traslad aquella mi sma noche con su hijo,
casa de los padres de su antiguo amant e.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 41 I
Fu muy bien recibida, y prodjose una escena con-
movedora.
Aunque Manuel y Quiteria hab an establecido un
pequeo comerci o, con el product o del cual vivan con
relativa hol gura, para que Pur a y su hijo no les fuesen
gravosos, sus protectores sealaron stos dos l t i mos
una pensi n.
V
Tampoco en Nieves y su madr e encont raron los dos
caritativos esposos obstculo al guno para la realizacin
de sus proyectos.
Las dos mujeres consintieron gustosas en encargarse
de Peri qui t o, y ste, al saberlo, mostrse muy alegre.
Ya no estar solo en el mundo! excl am. Tendr
una madr e y una her mana. Era para m t an triste n
tener qui en querer ni qui en me quisiese!
Y se propon a trabajar con ms empeo que nunca,
para no ser gravoso su i mprovi sada familia.
Adems, Consuel o y Fer nando sealronles t ambi n
los tres una modest a pensin, para que les ayudar a
vivir hol gadament e.
Los tres hubi er an sido muy felices sin la tristeza de
Nieves, produci da por el recuerdo de Faust i no, al cual
no haba logrado olvidar en absol ut o, pesar de t odos
sus esfuerzos.
412 EL CALVARIO DE UN NGEL
Hecho lo que ant ecede, Fer nando y Consuelo sinti -
ronse tranquilos respecto al porveni r de sus protegidos.
Si llegaba el caso, podan ya ausent arse de Madri d,
por todo el t i empo que necesitaran qui si eran, sin preo-
cupaci n al guna.
VI
Como pasasen los das y las pesquisas para encontrar
Cristina y Soledad no diesen el menor resul t ado, Fer-
nando reuni sus amigos y les dijo:
Creo que ha llegado el moment o de pensar en nuestro
viaje B. . . Aqu no hacemos nada, y en cambi o en B. . .
nos espera la resolucin de asunt os interesantsimos.
Pabl o y Rogelio, asintieron estas pal abras, y ngel
.dijo:
Ti enen ustedes razn, y detenerles aqu ms tiempo
sera en m , censurabl e egosmo. Demasi ado han hecho
en sacrificarme estos d as. No tengo ni ngn cargo que
hacerles, si no todo l cont rari o, les estoy profundamente
agradecido por sus bondades y por el inters que. me han
demost rado.
Nosot ros cont i nuaremos aqu , aadi Andrs,
para proseguir nuest ras pesqui sas. No par ar emos hasta
encont rar -mi antig& ajieora y la seorita Soledad;
as lo exige la dicha de mi hijo.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 413
Si ocurre algo nuevo, repuso Fer nando, no tienen
ustedes ms que avi sarnos, y vendremos i nmedi at a-
mente en su auxilio.
VII
Como todos los preparat i vos para el viaje, estaban
hechos de ant emano, al da siguiente por la maana
partieron para B. . . , Consuelo, Fer nando, Rogelio y
Pablo.
ngel y Andr s, quedr onse en Madr i d.
Estos ltimos fueron la estacin despedir los
primeros.
La despedida fu en ext remo afectuosa.
Prometironse mut uament e escribirse, para tenerse al
tanto de la mar cha de sus respectivos asunt os.
Que sea V. tan feliz como merece y yo deseo!dijo
Andrs, abrazando Rogelio.
Y luego aadi , est rechando la mano de Pabl o:
Que consiga V. cuant o se propone.
Parti el t r en, y Andrs y su hijo salieron dl a estacin
tristes y preocupados.
Ellos sern di c hos os , mur mur ngel; per o,
iy yo?
T t ambi n lo sers,le respondi su padr e.
Dios lo quiera!
Desde aquel d a, dedi cronse con ms empeo que
4*4 L CALVARIO DE UN NGEL
nunca sus pesquisas, para descubri r el paradero de
Cristina y Soledad.
Dejmosles en Madri d y t rasl admonos tambin
nosotros B. . . , donde nos esperan otros personajes y
otros sucesos, no menos interesantes.
- As lo exige el desarrollo d la compl i cada trama de
esta obra.
LIBRO SPTIMO
VENCIDO!
CAPI TULO PRI MERO
Es per ando
I
Era la maana del da en que D. Guillermo y Espe-
ranza, deban ir comer en compa a de Ivona y el
barn.
Un carruaje avanzaba por el cami no que conduc a al
castillo, residencia de la baronesa y su padr e.
En una de las torres de la antigua mansi n seori al ,
modernizada y convertida en elegante mi r ador con
magnficas vidrieras de colores, vease de pi , inmvil
como una estatua, l etope, cuya presentacin hicimos
oportunamente.
Su inmovilidad hubi era sido absol ut a, si el viento no
416 EL CALVARIO DE UN NGEL
hubi ese agitado suavement e, al guna que otra vez, los
artsticos y flotantes pliegues de su blanca t ni ca.
Al ver dirigirse al castillo el carruaj e de que antes
hemos hecho menci n, el etope abandon su inmovilidad,
baj presuroso de la torre y encami nse las habitaciones
de la baronesa.
Est a, hallbase en el gabinete oriental que ya nos es
conoci do, en compa a de su fiel Catalina.
Su traje era ms rico y elegante an que de ordinario,
y las joyas que luca represent aban una fortuna.
Conocase que se hab a engal anado para recibir
di gnament e sus i nvi t ados.
II
El etope inclinse respet uosament e ant e su seora, y
pr onunci al gunas pal abras en la lengua extraa con
que habl aba si empre.
Ivona, al oirle, psose r pi dament e en pi.
Deben de ser ellos,dijo, dirigindose Catalina.
Gracias Dios! Tem que llegasen despus de los otros,
lo cual hubi era sido una complicacin.
Y extremecindose, aadi en voz baja:
Vendr l?
Valor, hia ma,djole su nodri za. Si viene l,
cubre tu rostro con la mscara de la indiferencia, para
que no pueda adi vi nar tus sentimientos.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
4*7
Descuida, le respondi ella sonri endo.
Y repuest a de su pasajera emoci n, t ranqui l a, al me -
nos en la apari enci a, sali presurosa de la estancia.
Cruz varios salones y galeras, lleg la escalera, la
baj casi corri endo y se encontr en el patio, al t i empo
mi smo que penet raba en l el carruaje cuya llegada ha -
bale anunci ado el etope.
Los criados de la casa, acudi eron graves y ceremoni o-
sos, para formar dobl e fila de honor al pi de la escalera.
Detvose el coche, y de l bajaron una seora y un
caballero.
El caballero era Renat o.
La seora iba vestida de negro y llevaba cubi ert o el
rostro con el tupido velo de su elegante capot a.
Ivona se adel ant al encuent ro de la seora, y t en-
dindole sus manos, le dijo:
Bien veni da sea V. , seora. Es para m un placer y
una honr a, recibirla en mi casa.
Y la salud con una graciosa reverencia.
Luego estrech familiarmente una mano de Renat o, y
aadi:
Les esperaba ustedes con verdadera i mpaci enci a.
Tema que llegaran ant es l os otros.
III
TOMO
. 418 EL CALVARIO DE UN NGEL
Y agreg, con encant ador at urdi mi ent o:
Pero vamos. . . vamos arri ba. Aqu no est amos bien.
Ofreci su mano la desconocida dama, para que en
ella se apoyase, y subi eron la escalera.
Renat o subi tras ellas, y el coche desapareci por el
ancho portaln que daba paso las caballerizas.
La servi dumbre retirse, y el patio volvi quedar
solitario.
IV
Una vez en el gabinete oriental que ya nos es conoc
do, la dama levant el velo de su capot a, y dej el rostro
al descubi ert o.
Era Mat i l de.
Est aba muy plida y pareca muy conmovi da.
Per m t ame V. ant e t odo, hija ma, dijo la baro-
nesa, que le d las gracias por sus bondades. Ignoro los
motivos que la i mpul san interesarse en nuest ros asun-
tos y prest arnos en ellos una proteccin tan valiosa y
t an decidida; pero, sean esos motivos los que sean, yo le
agradezco su ayuda, con t oda la sinceridad y toda la
vehemenci a con que una madr e agradece si empre los
favores que se hacen sus hijos. No se trata slo de m,
sino t ambi n de mi hija y del que como un hijo consi-
der o y amo, y por ellos pri nci pal ment e le doy las gracias.
Ivona sonrise, y r epuso:
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 419
Lo que hago no merece ser agradeci do, seora.
Usted, que es tan buena, debe saber lo que halaga y
complace hacer bien. Mis humi l des servicios, los que
V. da el i nmereci do nombr e de favores, estn suficien-
temente compensados con la satisfaccin de hacer una
buena obra, y el egosmo de gozar de esa satisfaccin, es
el nico mvil de mi conduct a. Tal vez todo esto le pa-
rezca V. un poco ext raordi nari o y hasta ext ravagant e;
pero yo soy muy original en todas mis cosas, y este ca-
ballero, que conoce al gunas de mis avent uras, puede dar
f de ello. No s si lo que hago est bien, ni si es la mejor
manera la que escojo para satisfacer mi capri cho mi
deseo de cont ri bui r la felicidad de mis semejantes; pero
me i mport a poco la opinin que de m y de mis actos
pueda formarse. Se me presenta una ocasin propicia
para proporci onarme el placer de hacer algo en favor de
los dems, y la aprovecho.
V
Con la volubilidad que la caract eri zaba, Ivona cambi
de tono y dijo:
Y Ricardo? No se ha sentido con fuerzas bastantes
para venir?
Su voz tembl ligeramente al pronunci ar el nombr e
del pintor.
Su deseo era acompaarnos, respondi Mat i l de;
420 EL CALVARIO DE UN NGEL
pero an no est cur ado del todo de sus heri das, y no se
lo hemos permi t i do.
Han hecho ustedes muy bien. En el estado en que
se hal l a, acaso hubiese sido una i mpr udenci a exponerle
una emocin tan fuerte. Adems, que si nuest ro plan
sale medi da de nuestros deseos, y confo en que s,
pr ont o, muy pront o, podr gozar de la dicha de ver
Esperanza, sin necesidad de molestarse en lo ms m -
ni mo.
Per m t ame V. que le diga, que su pl an me parece
muy at revi do, bal buce la esposa de D. Gui l l ermo.
Y lo es efectivamente; pero, por lo mi smo, sus re-
sultados acaso sean ms seguros. l seor de San Ger -
mn, se dign darl e su aprobaci n.
Tengo en l gran confianza,asinti Renat o.
Por lo menos, agreg Mat i l de, aunque ese plan
no d resul t ado, le deber si empre la satisfaccin de haber
abrazado mi hija.
VI
Levant se la rusa del di vn donde se hab a sent ado,
y dijo:
Deseara tener el gusto de presentarles mi padr e,
si ustedes me lo permi t en. Tambi n l se interesa mucho
en el xito de nuest ra empr esa, y escuso decirles que
todo cuant o hago, l o hago con su autorizacin.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 421
Por toda respuesta, Matilde y Renat o pusironse en
pi, haciendo una ligera reverencia en seal de asent i -
miento.
Salieron del gabinete.
El etope, que estaba de pi, inmvil j unt o a l a puert a,
apresurse l evant ar el bordado tapiz que la cubr a.
Para llegar la estancia del bar n, tuvieron que cr u-
zar varios salones, en los que Matilde detvose ms de
ua vez, admi r ada ante cuadros que reconoci como de
su hijo adopt i vo.
Ese lienzo es de Ri cardo, dec a Ivona.
Y sonrease y segua andando.
Renato y Matilde, cruzaban una mi rada de inteligen-
cia, como dicindose: Loque supon amos: esta muj er es
el misterioso comprador que Ricardo encuent ra para
todas sus obras.
VII
Entraron en la estancia del bar n, el cual , como de
costumbre, estaba en su lecho, y la rusa hizo la presen-
tacin en la forma i mpuest a por las leyes de la urbani -
dad y la cortesa.
El anciano fij su mi rada profunda en Mat i l de, y le
dijo:
Hnme di cho, seora, que su hija es un ngel, y
422 e l c a l v a r i o d e u n n g e l
desde que tal me digeron la compadec V. , sin tener
el gusto de conocerla. Por lo que yo sufrira si me
separasen de mi Ivona, compr endo cuant o debe sufrir
usted al verse separada dur ant e tanto t i empo de su Es-
peranza.
Estas pal abras, hal l aron eco en el corazn de madre de
Mat i l de.
Ah, seor!repuso conmovi da. No es lo mismo
i magi nar un mal que sufrirlo. Por mucho que me com-
padezca, no puede V. hacerse cargo de la inmensidad de
mis pesares.
El barn envolvila en una dulce mi r ada, y exclam:
Felices nosotros si logramos la dicha de remediar
sus males y consolar sus penas!
Y mi r ando furtivamente su hija, agreg:
No es otro nuest ro deseo, ni otra ha sido nuestra
intencin al mezclarnos en sus asunt os, sin ttulos ni
derechos de ni nguna clase que para ello nos autorizaran.
VIII
A este punt o llegaba la conversacin, cuando se pre-
sent el etope, el cual pronunci en su ext rao idioma
al gunas frases, que slo fueron comprendi das por el
bar n y su hija.
Est n punt o de llegar nuest ros invitados,dijo
I vona . '
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 423
Mi hija y mi esposo?interrog Mat i l de, ext r eme-
cindose.
S.
Oh!
Por el cami no del castillo, avanza un coche que debe
de ser el que les conduce ellos. No hay t i empo que per-
der, pues debo salir recibirles con los honores debi dos.
Aqu no pueden permanecer ustedes, porque las leyes de
la cortesa me obligan traer esta habi t aci n D. Gui -
llermo, para presentarlo mi padr e. Voy dar orden
de que les conduzcan ustedes la estancia donde deben
permanecer hasta el moment o oport uno. Les recomi endo
muy eficazmente que no olviden ni nguna de mis adver -
tencias.
Descuide,respondi Matilde.
Usted, revstase de paciencia para esperar el dichoso
momento de abrazar su hija; y ust ed, aadi diri-
gindose Renat o, presnt ese como uno de mis invi-
tados.
As diciendo, la baronesa hab a tocado un t i mbr e.
Catalina se present en la puert a.
Acompaa esta seora y este caballero donde
ya sabes,djole Ivona.
Matilde y Renat o, despidironse del bar n, y salieron
en compaa de Catalina.
Al quedarse solos, j>adre hija abrazronse, y la
segunda dijo al pri mero:
424
E L C A L V A R I O D E UN N G E L
Dios me proteja!
Te proteger, hija ma, le respondi el anci ano, -
por que t us intenciones no pueden ser ms nobles. Mien-
t ras t llevas efecto tu heroico pl an, yo aqu , solas,
rogar al cielo que te ayude en l.
La rusa bes la mano del bar n, y sali corriendo.
Es un ngel ! mur mur el anci ano, vindola salir.
Ent or n los ojos, cruz sus manos sobre el pecho, y
sus labios agitronse suave y acompasadament e, como
si recitara una oraci n.
CAPI TULO II
La i nqui et ud del ba nque r o
I
Un segundo carruaj e, penetr en el patio del castillo, y
de l descendieron D. Guillermo y su hija.
Ivona, rodeada de su servi dumbre, esperaba sus
invitados al pi de la escalera.
Pareca una reina con su squito.
, El etope, destacbase entre todos los servi dores, col o-
cado de pi, inmvil y con los brazos cruzados sobre el
pecho, detrs de su seora.
La expresin del rostro de aquel hombr e de tez br on-
ceada, magnfico ejemplar de una raza desapareci da casi
por las injusticias del destino, era indiferente, t ranqui l a,
y sin embargo, sin saber por_qu, causaba miedo mi rarl e.
T OMO ti
426 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Hab a en todo l una fiereza i mponent e.
Su nica ocupaci n, pareca la de seguir las miradas
que se posaban en su seora, pront o castigar con la
muer t e la ms insignificante irreverencia cometida hacia
aquella muj er, la que pareca defender y amar con la
fidelidad instintiva del perro con la sumisin i ncondi -
cional del esclavo.
No ostentaba ar mas de ni nguna clase ni le hacan
falta.
Bastaba fijarse en su herclea muscul at ura y en sus
robust os brazos, para sentirse posedo de involuntario
respet o.
II
El recibimiento que la rusa hizo sus invitados, fu
ms corts que afectuoso.
Dirase que se hab a propuest o desl umhrarl es con
fastuosos al ardes de su poder y su riqueza.
Aguard . que el banquero y su hija se acercasen
ella, y acogiles con una graciosa sonrisa.
Al pri mero tendi su diestra para que la estrechara, y
la segunda la abraz cari osament e.
Bien venidos sean ustedes mi humi l de mansin,
Jes dijo, que hoy se honr a al bergndol es aunque sea
por al gunas horas.
Los criados permanec an respet uosament e inclinados.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 427
A una seal de su seora, ret i rronse todos, graves y
silenciosos, menos el etope.
Est e, pareca una sombra de la baronesa.
Cogise, Ivona, del brazo de Esperanza, y subi eron la
ancha y al fombrada escalera, seguidas por D Gui l l ermo,
el cual no poda cont ener su admi raci n por todo cuant o
cont empl aba.
El etope sub a det rs del banquer o, respetuosa dis -
tancia.
Sin saber por qu, D. Gui l l ermo no pareca muy
tranquilo de que aquel hombr e le siguiera, y de vez en
cuando volva la cabeza par a mi rarl e con cierto recel o.
III
Concedindoles toda clase de honores, los i nvi t ados
fueron conduci dos al gran saln, que en otro t i empo
debi ser sala de honor de la seorial mor ada.
El etope qued de pi j unt o la puert a. .
All, la admi raci n de D. Gui l l ermo y Esperanza l l e-
garon su col mo.
Nunca hab an visto ni i magi nado siquiera una riqueza
tan grande, t ant o lujo, tanta elegancia y t ant o art e.
Los mil objetos acumul ados en aquel grandioso sal n,
representaban una fort una.
Haba muebl es y obr as de art e que represent aban dig-
428 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
ment e y en toda su pureza, todos los estilos, todas las
escuelas, todas las pocas y todos los pases.
Lo antiguo y lo moder no, lo til y lo caprichoso, lo
artstico y lo bello, confundase all en armni co y des-
l umbr ador conj unt o, y todo ello tena un sello caract e-
rstico de originalidad y buen gusto, que haca honor al
que haba dirigido su colocacin y arreglo.
Ms que saln decorado la moder na, aquella estan-
cia pareca un museo de todo cuant o el art e, la riqueza y
la molicie, pueden haber produci do para hacer agradable
la vida.
IV
Si empre prctico y si empre cal cul ador, D. Guillermo
pensaba:
Est a muj er debe de ser i nmensament e rica, porque
el capital amort i zado en la adquisicin de' todos estos
objetos, represent a una cant i dad mucho mayor que
aquella que asciende toda mi fort una.
Estos clculos, hac an que aument asen su respeto y su
admi raci n hacia la baronesa, y que sedi gese, con cierto
despecho:
Pobre presa son cincuenta mil dur os, tratndose de
u n a mujer t an poderosa.
Y en su interior, encont raba muy disculpable la estafa
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 429
que se propon a realizar, mejor di cho, que ya daba
por realizada.
Qu poda i mport arl e la opul ent a rusa, un milln
de reales ms menos?
En cuant o Esperanza, no estaba ms que sorprendi-
da, sencillamente sorprendi da por una fastuosidad t an
extraordinaria.
Pero su sorpresa no toc siquiera los lmites de la am-
bicin, ni mucho menos de la envi di a.
Haba otra cosa que le preocupaba ms que t odo
aquello: el recuerdo de las misteriosas pal abras que la
rusa le dirigiera la ni ca vez que con ella habl ar.
Le nombr Ri cardo. . .
Qu relaciones podan existir ent re su novio y aquel l a
mujer extraordinaria?
Gomo si adi vi nara sus pensami ent os, Ivona sonre a,
cual si quisiera decirle: Paciencia; no t ardar mucho en
descifrarse el enigma.
V
Dirigi D. Gui l l ermo Ivona algunas frases de a dmi -
racin por cuant o ve a, y de gratitud por la acogida que
le dispensaba, y luego, l y su hija pusironse exami nar
detenidamente todas las preciosidades que el saln enr-
cerraba.
430 E L CAL VARI O D E N N G E L
La baronesa servales de cicern, explicndoles con
una erudicin que les tena asombr ados, la procedencia,
mrito i mport anci a de cada objeto.
Con una sencillez y una nat ural i dad que excluan todo
vani doso al arde, demost r poseer grandes y profundos
conocimientos en Historia, Art e, Arqueologa. . .
Los que la escuchaban, iban de sorpresa en sorpresa.
De pront o, Esperanza lanz una exclamacin de
asombr o.
Acababa de ver la firma de Ri cardo en uno de los
cuadros que decoraban las paredes.
Le gusta V. ese cuadro?djole Ivona, aparen-
t ando no compr ender el verdadero motivo de la emocin
de la j oven. No me ext raa. Es una obra maestra de
un clebre pi nt or compat ri ot a de ustedes; un artista emi
nent e: cuya .firma pone el nombr e de Espaa muy alto
nivel en el extranjero.
Y aprovech una ocasin propicia par a decir Espe
anza, de modo que ni came nt e ella pudi era oira:
Pr udenci a.
VI
Acercse D. Gui l l ermo par a cont empl ar el cuadro del
que tantos elogios se hac an, y al ver l a firma de Ricardo
escrita en l, comprendi la exclamacin de su hija.
Ms dueo de s mi smo, permaneci tranquilo en la
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 431
apariencia, pero una sbita palidez cubri su rost ro.
Dirigi una severa mi rada Esperanza, como r eco-
mendndole que se cont uvi era, y dijo:
En efecto, es una hermosa obra.
Tengo muchas del mi smo aut or, repuso Ivona.
No le conozco ni s qui n es, pero soy entusiasta a dmi -
radora de su talento. Si empre que he visto un lienzo
suyo, he procurado adqui ri rl o sin r epar ar en el precio.
Y comenz mostrarles cuadros y ms cuadros, al
pi de todos los cuales lease la firma de Ri cardo Ma r -
tn.'
Conocen ustedes personal ment e al clebre pintor?
pregunt.
S...,respondi el banquer o.
Pues les agradecer que me lo present en, si se ofrece
ocasin oport una para ello.
No le conoce ni sabe lo que entre nosotros media,-
se dijo D. Gui l l ermo. Menos mal .
Y Esperanza, pens:
Por qu niega que conoce Ri cardo, cuando m ,
1 hablarme de l, me dio ent ender lo contrario? Qu
misterio es este?
VII
\
| Siguieron visitando todo el castillo, encont rando cada
432 EL CALVARI O DE UN NGEL
paso nuevos motivos de admi raci n y de asombr o, y por
l t i mo, llegaron la estancia del barn.
Este dirigi D. Guillermo una mi rada profunda y
escudri adora que le hizo extremecer.
Qu maner a tan ext raa de mi rar tiene este hom-
bre!pens el banquer o, como si temiese que el an-
ciano hubi era penet rado con la mi rada hasta los se-
cretos ms ntimos de su conciencia.
El barn recibiles muy afect uosament e.
Antes de que mi hija se present ara en su casa para
entregarle el modesto depsito que confiamos su pro-
bidad, dijo al esposo de Mat i l de, hab an llegado ya
m , noticias de su inteligencia en los negocios, de su ca-
tividad y sobre todo de su honradez. Est o, hzome entrar
en deseos de conocerl e, y hoy me considero dichoso al
tener el honor de estrechar su mano. .
VIII
Estas pal abras, fueron dichas con nat ural i dad, con
cortesa, y sin embar go, el banquero extremecise al
oiras, y mir receloso al anci ano, como si temiera que
se burlase de l.
Los elogios prodigados su honradez, produjronle
pri nci pal ment e part i cul ar efecto.
No obst ant e, la siguiente reflexin que se hizo, bast
par a tranquilizarle:
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A
43 3
Si no creyera lo que dice, no hubiese aconsejado
su hija que me hiciera depositario de una part e de su
fortuna.
Y contest con una hipcrita sonrisa las frases del
anci ano.
i
Este aadi , dirigindose Esperanza:
Hija m a: me permi t e V. que pose mis labios en su
frente? A mi edad, mi beso no puede significar otra cosa
que admi raci n por sus vi rt udes pat ernal t er nur a.
Su voz pareca haber cambi ado, al dirigirse la joven.
Esta, sintise conmovi da.
Se inclin sobre el lecho, y present su frente al barn
para que la besara.
El , al besarla, le dijo r pi dament e al odo:
Valor y esperanza: hay qui en vela por su amor y
por su di cha.
La hija del banquer o, t uvo que hacer un gran esfuerzo
sobre s mi sma, para no lanzar una exclamacin de
asombro al escuchar las anteriores pal abras.
Un criado se present en la puert a y anunci :
D. Alejandro Rosales.
E i nmedi at ament e penet r en la estancia el agente se-
IX
creto de Ivona, que ya nos es conocido.
T O MO it 55
434
E L
C A L V A R I O D E U N N G E L
D Gui l l ermo, reconoci en l al i ndi vi duo que se pre-
sentara en su casa de banca pidindole participacin en
sus negocios, y se extremeci al verle.
Este hombr e aqu ! mur mur .
Rosales salud Ivona y al bar n, hizo una ceremo-
niosa reverencia Esperanza, y luego estrech la mane
del banquer o.
Se conocen ustedes?dijo la baronesa. Ent onces,
no es necesario que les presente.
X
Despus de Rosales, ent raron algunos otros caballeros,
todos ellos agentes de la baronesa, la cual los present
D. Guillermo como amigos ntimos qui enes tendra
aquel da por compaeros en la mesa.
Por ul t i mo, un cri ado anunci Renat o.
La aparicin de ste, produjo ext raordi nari o efecto en
el banquero y en su hija.
Era el amigo nt i mo de Ri cardo!
Qu de particular tena que la baronesa conociese y
tratase aquel joven?
Ella mi sma apresurse justificar aquel conocimiento
diciendo que se lo present aron en Par s, y que al encon-
trarse en B. . . , r eanudar on sus relaciones.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 435
Sin embar go, D. Gui l l ermo comenz sentirse inquie
to, sin acert ar explicarse la causa.
Hasta lleg pensar:
Sin saber por qu, esta mujer me parece peligrosa.
Creo que renunci ar mis propsitos, y que el da que
me recl ame sus cincuenta mil dur os, se los devolver sin
la menor vacilacin.
El miedo comenzaba apoderarse de l.
XI
Comenz el barn habl ar de poltica, y la baronesa
aprovech esta ci rcunst anci a, que parec a preparada de
ant emano, para decir:
Con el permi so de ust edes, me retiro con Esperanza
mis habi t aci ones, hasta la hora de comer. La poltica,
que ustedes les interesa t ant o, no es asunt o muy agr a-
dable para dos jvenes. Mi ent ras ustedes arreglan el
mundo. . . en teora, nosotras habl aremos de nuest ras
cosas.
Y despus de sal udar con una graciosa reverencia,
sali llevndose Esperanza.
D. Guillermo no pudo oponerse ello.
Hubi era sido una grosera.
43^ " E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Pero aument su i nt ranqui l i dad, al ver alejarse Es-
peranza, como si temiese no verla ms.
Al dirigir sus mi radas la puert a por donde hab an
desaparecido las dos jvenes, vio de pi al etope junto
aquella puert a, como si estuviese guardndol a.
CAPI TULO III
Llanto!
I
Cogida del brazo de Ivona, Esperanza atraves los
salones y gabinetes por donde antes hab a pasado.
No los anduvo como ant es muy despaci o, det eni n-
dose cont empl ar las maravi l l as y riquezas que encerra-
ban, si no que los cruz, por el cont rari o, muy apri sa.
La rusa tiraba sin cesar de ella, obligndola se-
guirla.
A dnde me lleva V.?atrevise pregunt ar t mi -
damente la joven.
Por toda contestacin, la baronesa la mi r sonri endo.
Aquel-silencio y aquella sonrisa, sorprendi eron la
pinada de Ri cardo.
438 E L CAL VARI O D E U N N G E L
A cada i nst ant e, parecale aquella mujer ms original,
m s i ncomprensi bl e.
Llegaron, al fin, una antesala, y all se detuvieron.
Crey Esperanza que hab an llegado al sitio donde su
misteriosa protectora quer a llevarla, y mi r ando fija-
ment e la rusa, le dijo:
Compr ender V. , que despus de cuant o entre
nosot ras ha medi ado y de las pal abras que en distintas
ocasiones me ha dirigido, dndome ent ender que est
ent erada de todos mis asunt os, necesito pedirle una ex-
plicacin. . .
II
La baronesa no la dej concluir.
Le inspiro V. desconfianza?preguntle, estre-
chndol e cari osament e las manos.
j Oh, no! Desconfianza no, repuso con encantadora
i ngenui dad la hija de D. Gui l l ermo. Todo lo contrario.
No la conozco V. , apenas le he habl ado, y sin embar-
go, la qui ero, crame V. que la qui ero. Al mismo tiempo
que compr endo que V. conoce todos mis secretos, adi-
vi no que me compadece. . .
Mucho!
Yo no soy ingrata; ant es bien, correspondo con efu-
sin los afectos que i nspi ro, y esa compasin que en
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 439
usted adi vi no, y cuyas causas ignoro, la hacen acreedora
mi grat i t ud.
No aspiro su agradeci mi ent o, sino su cari o.
Es lo mi smo. Cmo puedo estarle agradecida sin
quererla?
Pues si de veras tiene confianza en m , no me pr e-
gunte nada, no me pida explicaciones de lo que vea, por
extrao que le parezca. No podr a drselas. Adems,
qu i mport an los mviles de mi conduct a, si el r esul -
tado de sta, le es beneficioso V*.? Le aseguro que me
propongo su bien, nada ms que su bien. No puedo de -
cirle otra cosa. En cambi o, qui ero que me conteste V.
una pregunt a. Casi podra di spensarme de hacrsela,
pues adivino su contestacin; no obst ant e, qui ero ver si
su respuesta confirma lo que yo pienso.
III
Al llegar este punt o, la voz de Ivona hzose dbil y
temblorosa.
Dgame V , hija m a, aadi , con particular acen -
to.Ama V. mucho Ricardo?
Y quedse mi rndol a con ansi edad.
Esperanza, en vez de contestar la pregunt a que se le
haca, dijo:
Pero, quin es V. , que de Ri cardo me habl a y que
440 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
de. tal modo pret ende escudri ar los secretos de mi co-
razn?
Quin soy?repuso la rusa, sonri endo tristemente.
Una amiga de V. , una prot ect ora, una mujer que co-
noce sus desvent uras, y se propone remedi arl as en lo
posible. . . S cuant o V. le ha sucedido.
Usted sabe?...
Todo.
Per o. . .
Si de veras tiene en m la confianza que antes ha
di cho, r espndame la pregunt a que acabo de hacerle.
Ama V. mucho Ricardo? Sera muy desgraciada si
con l no se uniese?
IV
Esperanza inclin la cabeza sobre el pecho, y de sus
hermosos ojos desprendi ronse dos raudal es de lgrimas.
Que si amo Ricardo!exclam, ms como si
habl ara consigo mi sma que contestando la pregunta
que le dirigan.Decir que le amo, es decir poco!... Le
ador o, le idolatro!. . . Sin su amor , no qui ero para nada
la vida!
Est as pal abras fueron pronunci adas con una vehe>
menci a, que produjo en Ivona una dolorosa impresin^
Se repuso en seguida, y respondi la joven:
E L MA N U S C R I T O D E U N A MO N J A
441
Pues bien, hija ma: pront o ver V. Ri cardo, y
pronto ser V. su esposa:
Esperanza la mi r como dudando de sus pal abras.
No t ardar V. mucho en convencerse de lo que la
digo,prosigui la baronesa. S que su felicidad se
oponen muchos obstculos, tan grandes como injustos,
pero todos estos obstculos sern vencidos pront o.
Por quin?pregunt ansi osament e la hija de don
Guillermo.
Por m .
Por V.!
Todo se consigue, cuando en conseguirlo ponemos
nuestro empeo, y yo me he empeado en conseguir que
sea V. dichosa.
Pero, por qu?
Porque merece V. serlo.
Y como para i mpedi r el ent rar en explicaciones, a a -
di:
Voy empezar demost rarl e lo que digo, presen-
tndola una ami ga.
Una amiga!
S. Ella, con su sola presencia, la convencer V.
de mis pal abras, mejor que yo lo pudi era hacer con IOT
dos mis razonami ent os.
As diciendo, Ivona abri una de las vari as puert as
que haba en la ant esal a.
Era la puerta del gabinete oriental, la ni ca habi t a -
T OMO 11 _ 56
4 4
2
E L CAL VARI O D E U N N G E L
cin del castillo que no hab a visitado antes con don
Gui l l ermo.
De pi, en el cent ro del gabinete, hab a una hermosa
dama vestida de negro.
Er a Mat i l de.
Al verl a, Esperanza lanz un grito de sorpresa y que-
dse i nmvi l .
Hija de mi al ma!excl am la pobre madr e, ten-
dindole los brazos.
Esto bast para que la joven saliese de su sorpresa y
de su i nmovi l i dad, y corriese arrojarse en aquellos
brazos que hacia ella se t end an.
Madr e, madr e de mi corazn!balbuce entre so-
llozos.
Y aquellos dos seres, separados dur ant e tantos aos,
est rechronse fuertemente, como si t emi eran que de
nuevo los separ ar an, y se prodigaron las ms tiernas ca-
ricias.
V
Al fin te estrecho contra mi corazn, hija de mi
vida!deca Mat i l de, l l orando de t er nur a y riendo al
mi smo tiempo de al egr a. Tem que no llegara nunca
este moment o!
Yo en tus brazos!deca su vez Esperanza, com-
E L MA N U S C R I R O D E U N A MONJ A 443
placindose en cont empl ar cari osament e el rostro her -
moso y dolorido de su madre. Si me parece un sue-
o!. . . Desde que supe que vivas, desde que te vi por
primera y nica vez en mi vi da, no he tenido otro a n-
helo que el de abrazart e. . . T sabes que si ant es no te
he abrazado, no ha sido por mi cul pa, madr e m a. . .
Ya lo s, hija de mi al ma. . .
Acced las proposiciones de Ri cardo, ms que por
amor l, por correr j unt o t . . . Pero nuestros propsi-
tos salieron frustrados, bien lo sabes. . .
Por desgracia.
Y cuando ms imposible me pareca vert e, la ca-
sualidad me depara ocasin de abr azar t e. . .
La casualidad no; s ms justa y ms agradeci da.
La dicha que en estos instantes gozamos, la debemos
la compasin de esa muj er generosa.
Y seal la baronesa, que algunos pasos de di s-
tancia comt empl aba, plida y t embl orosa, aquella con-
movedora escena.
VI
Volvise Esperanza hacia la rusa, contemplla un mo-
mento, se acerc luego ella, y le dijo:
Me permite V. que la abrace? No encuent ro otra
manera mejor de demost rarl e mi agradeci mi ent o.
444
E L
C A L V A R I O D E U N N G E L
Ivona, le abri sus brazos, y la joven se precipit en
ellos.
Tocl e luego el t urno Matilde, la cual t ambi n abra-
z la r usa, dicindole:
Le debo V. la felicidad mayor de mi existencia...
La de abrazar mi hija!... Aunque otros beneficios ma-
yores no se propusi era V. di spensarme, este bastara
par a que le estuviese et ernament e agradeci da.
Estas demost raci ones de grat i t ud, i mpresi onaron pro-
fundament e aquella qui en i ban dirigidas.
Quiz por lo mi smo, apresurse ponerles trmino,
di ci endo:
No t enemos t i empo que perder. Deben medi ar entre
ustedes ciertas explicaciones, y voy ret i rarme para que
puedan habl ar con libertad compl et a.
Usted no nos estorba, le replic Matilde.
Sin embar go, debo r et i r ar me. . . Tengo que hacer
algunos preparat i vos para la realizacin de nuestros pro-
yect os. . . Ponga V. su hija al tanto de nuestros planes.
Guando llegue la ocasin, yo vendr en su busca.
Y sali presurosa, como si temiese que la detuvieran.
Vil
Al quedarse solas madr e hija, volvieron abrazarse,
y la segunda pregunt la pri mera:
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 445
Qu significa esto, madr e ma? Quin es esa muj er
extraordinaria, que tanto parece interesarse en nuest ros
asuntos?
Lo ignoro,le respondi Matilde.Slo s que
esta mujer deberemos nuest ra felicidad, si sus proyectos
se realizan.
Qu proyectos son esos?
Luego te los expondr; pero antes t enemos que ha-
blar de otras muchas cosas: de t, de m , de Ri car do. . .
Oh, s!... Hab ame de l, madr e de mi vi da!. . .
Dnde est?... Por qu no ha venido contigo?... Ha
desistido ya de mi amor?. . . Cules son sus intenciones?
Todo lo sabrs, hija de mi al ma, todo lo sabrs.
le respondi su madr e sonri endo. Tengo muchas cosas
que decirte de parte suya, y tengo que habl art e mucho
de m. Escchame at ent ament e y vers como de una
vez desaparecen todas las dudas que hasta ahora te han
mortificado.
Y empezaron ent re la madr e y la hija, una serie de
explicaciones de las que hacemos gracia nuest ros lec-
tores, por tratarse en ellas de asunt os que ya nos son co
nocidos.
Matilde refiri su historia, el modo como hab a cono-
cido Ri cardo, lo mucho que ste deb a, y las i nj ust i -
cias de que su esposo la hab a hecho vctima.
De este modo, qued si ncerada los ojos de su hija, y
su situacin qued bien definida.
446 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
VIII
Mi ent ras t ant o, Ivona, en una habitacin contigua,
l or aba en brazos de su fiel Cat al i na.
Valor, ni a m a, valor!decale la cariosa anciana.
No me falta val or, respondi ella.Al contrario.
Bast a que piense en lo que me he propuest o, para que
sienta cent upl i cadas mis energas. Me vers ir hasta el
fin de mi sacrificio, sin vacilar, sin det enerme, sin me-
di r las consecuencias de lo que t y mi padre llamis mi
abnegacin y yo llamo mi deber; pero de todas maneras,
cuando me convenzo dl o mucho que esa mujer le ama,
siento en m algo que no s expl i cart e. . . No son celos,
no. . . Es amar gur a, al pensar que yo t ambi n le quiero
del mi smo modo, y la di cha, sin embar go, para m es
i mposi bl e.
Esper anza, su vez, habl de las cruel dades de su
padr e para con ella, y de sus propsitos de abandonarle
en cuant o pudi era, para ir reuni rse con su madre.
Luego, las dos habl aron de aquellos planes los que
Ivona se hab a referido.
Gomo que estos planes hemos de verlos puestos en
prctica muy pront o, preferimos no decir t ampoco nada
de ellos nuestros lectores.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MO N J A 4 4 7
Y lloraba sin cesar, sin que las cariosas pal abras de
s u fiel nodri za, lograsen consolarla.
Al verla poco ant es, sonrer en presenci a de sus convi -
dados, nadie hubiese podido sospechar que aquella mu-
j e r guardase escondido en el fondo de su corazn, un
pesar tan grande.
CAPI TULO IV
Cogido en l a r ed
I
Lleg la hora de la comi da.
Los invitados abandonar on el cuart o del barn y pa-
saron una galera i nmedi at a al comedor.
Ivona, presentse en el gabinete ori ent al , y dijo Es-
peranza:
Vamos, hija m a, sgame V. Ha llegado el momento
de volver j unt o nuestros invitados, los cuales, de
seguro, sorprender nuest ra prolongada ausencia. Es
preciso no dar motivos de sospecha ni de desconfianza.
Su padre de V. podra ponerse sobre aviso y estorbar la
realizacin de nuest ros pl anes, los cuales supongo que
le habr confiado ya esta seora.
E L CAL VARI O D E U N N G E L
449
S,asinti la j oven. Todo me lo ha dicho.
No he de aprobarlos? Los apruebo y los agradezco.
Pues vamos, vamos cuant o ant es ponerlos en
prctica.
Para Matilde pareca un gran sacrificio tenerse que
separar de nuevo de su hija.
Tampoco Esperanza pareca muy decidida abando
nar la que le hab a dado el ser.
Valor,les dijo Ivona. Est a separacin ser muy
breve. Si todo sale medi da de mis deseos, pront o, muy
pronto, volvern ustedes reunirse para no separarse
ms.
Y si sus nobles propsitos no se realizan?le re
plic Matilde.
Ent onces. . .
La rusa no t ermi n la expresin de su pensami ent o.
Detvose, y cambi ando de t ono, aadi :
No nos abandonemos la esperanza, pero no des -
confiemos t ampoco demasi ado de la suert e. Pongamos
nuestra f en la ?."?videncia, la cual no dejar de prot e-
ger nuestros deseos, puesto que son justos.
Y cogindose del brazo de Esperanza, la sac de la
estancia casi la fuerza,.-"'. \ .
Y apr ueba usted mis propsitos?
II
TOMO n
4 5 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Desde la puert a volvise para decir Matilde:
No olvide V. ni nguna de las instrucciones que Re-
nato le transmiti de parte m a.
Al quedarse sola, la esposa de D. Gui l l ermo, dejse
caer sobre un di vn, excl amando:
Protgela en su noble y generoso i nt ent o, Dios mo!
III
Al reuni rse las dos jvenes con los invitados, D. Gui-
llermo no pudo menos que sorprenderse al fijarse en la
expresi n de gozo y de esperanza que resplandeca en el
rostro de su hija.
Qu habr habl ado con la baronesa?preguntba-
se. Habr comet i do la i mpr udenci a de confiarle sus
amores? Las jvenes son muy aficionadas esta clase de
confidencias.
Y mi raba sin cesar Esper anza, como buscando en
su rostro la confirmacin de sus sospechas.
Aquellas mi r adas escudri adoras, no intimidaban la
joven.
Sostenalas con firmeza, y hasta responda ellas con
ext r aas sonrisas.
El banquer o no estaba t ranqui l o.
Todo aquello no tena nada de part i cul ar, y sin em-
bargo, arrepent ase de haber acept ado el convite de la
baronesa, y de haber llevado aquel l a casa su hija.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A
451
IV
Pasaron al comedor, y dio principio la comi da.
Esta, fu un verdadero festn.
El servicio de mesa, todo de plata, vala un di neral .
Una legin de cri ados, graves y silenciosos, servan
los invitados con t ant a solicitud como esmero.
A pesar de t odo, la comi da t ranscurri triste, sin que
todo el ingenio de Ivona, consiguiera prestarle ani ma
cin.
Cada cual pareca entregado sus pensami ent os.
Los agentes de la rusa, que represent aban aquel da el
papel de sus amigos nt i mos, eran meras figuras decora
tivas.
Todas las atenciones eran para Esper anza, D. Gui -
llermo y Renat o.
Este l t i mo, cruz ms de una vez mi radas de inteli-
gencia con la baronesa.
Una de aquellas mi radas, sorprendi da por el banque-
ro, le hizo pensar:
Qu t endrn concertado esos dos? El , es nt i mo
amigo de Ri cardo, y ella es entusiasta admi r ador a del
talento del pi nt or, aunque asegura que no le conoce
personalmente. . .
Y crecan su inquietud y su disgusto.
453 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
V
Ter mi nada la comi da, volvieron la galera para to-
mar el caf.
Sirvilo Ivona, y luego dijo, con voz ligeramente alte
rada:
Tengo que pedir todos ust edes un favor. Se trata
de satisfacer una genialidad m a, un capri cho, si quie
ren. Tengo un l bum, en el que acost umbr o reuni r las
firmas de todos mis ami gos. As, con hojearlo, recuerdo
el nombr e de las personas con cuya ami st ad me honro.
En ese l bum no figura an la firma de algunos de us
tedes, y deseo que en l la est ampen. Di spnsenme este
capri cho, por mejor decir, este at revi mi ent o.
Gomo si las ant eri ores pal abras hubiesen sido una or-
den, el etope desapareci , volviendo los pocos instan-
tes con un precioso l bum ri cament e encuader nado.
Las t apas eran una maravi l l a.
La plata, el oro, el marfil y las pi edras preciosas,
combi nbanse en ellas art st i cament e.
Ivona lo most r sus convi dados, dicindoles:
Vean ust edes, amigos m os, vean ustedes cuantos
nombr es figuran ya en l.
En efecto, la mayor parte de sus hojas estaban cubier
tas de firmas.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 453
Aquellas firmas fueron nuevo motivo de admi raci n
para D. Gui l l ermo.
Todas ellas eran de personajes emi nent si mos.
Fi rmar en aquel l bum, era un honor .
VI
La pri mera persona qui en la rusa ofreci la pl uma
para que firmase, una riqusima pl uma de oro, fu
Esperanza.
Esta, escribi su nombr e con mano t embl orosa.
Luego firm D. Gui l l ermo.
Pareci vacilar antes de hacerlo, pero al fin decidise,
y escribi su nombr e con mano firme y segura.
Ivona y Rosales, que estaban junto l, fijronse en l
firma del banquero y cruzaron una rpi da mi r ada de
inteligencia y de alegra
Aquella firma era exact ament e igual la del resguardo
de los cincuenta mil dur os, pero en un todo distinta de
la del recibo entregado Rosales.
Quedaba demost rado una vez ms, que D. Gui l l ermo
firmaba de dos maner as distintas, lo cual , en un hombr e
de negocios, poda ser de gran i mpor t anci a.
Firmaron despus Renat o y los dems i nvi t ados, y
cuando todos hubi eron firmado, el etope llevse el l -
bum.
454
E L C A L V A R I O D E U N N G E L
VII
A una seal, para todos imperceptible, de Ivona, Re
nat o levantse y se despidi, escusndose por su prisa
en mar char se.
Poco despus, la rusa y Esperanza, retirronse, fia
de dejar los caballeros en libertad para que fumaran.
Tal fu, al menos, la excusa que la baronesa dio para
justificar su salida.
Pero no debi de ser ms que una excusa, porque al
gunos mi nut os ms t arde, volvi presentarse en la ga-
lera.
Volva sola.
Y mi hija?le pregunt D. Gui l l ermo, adelantn-
dose su encuent r o.
En vez de responderl e, Ivona le cogi de la mano, lie
vle uno de los vent anal es de la gal ena, que daban al
patio de ent r ada, invitndole que se asomase, le
dijo:
Mi re V.
Un grito de sorpresa pri mero, y un rugido de rabia
despus, escapronse de la garganta de D. Guillermo.
En el patio, al pi de la escalera, hab a un carruaje.
En el preciso moment o de D. Gui l l ermo asomarse
la vent ana, sub an aquel car r uaj e dos seoras y un ca-
ballero.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 455
Las seoras eran Mat i l de y Esper anza; el cabal l ero
era Renat o.
El banquero les vio los tres muy bien, y reconoci
su esposa.
Esta levant la cabeza par a mi r ar l e, y le dirigi una
sonrisa.
Esperanza, su vez, hizo un ademn con la mano,
como despidindose de l.
Renato subi el l t i mo, y el carruaje part i .
D. Gui l l ermo lanz una exclamacin de clera, como
sifsaliese de un sueo, y retirndose de la vent ana, co-
rri la puert a de la galera.
Al acercarse la puert a, vio aparecer en ella al etope,
que con los brazos cruzados sobre el pecho, le cerraba
el paso.
VIII
El banquero retrocedi y dirigi en t orno suyo una
mirada t erri bl e.
Ivona cont empl bal e sonri endo.
Qu significa esto?rugi l, encarndose con la
baronesa.
Los agentes de la rusa, roderonl a como para defen
derla.
Ella les tranquiliz con una sonrisa.
Esto significa, senci l l ament e, repuso, que V. es -
456 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
t aba comet i endo una gran injusticia, y yo la he repara
do. Es un favor que debe V. agradecerme. He devuelto
una hija su madr e, con lo cual he qui t ado un gran
peso de la conciencia de V.
Traicin!exclam D. Gui l l ermo, ms y ms en
furecido.
No, no cambi e V. tan l ast i mosament e el significado
de las pal abras, ami go mo, replicle la baronesa, con
una t ranqui l i dad abr umador a. No llame V. traicin
lo que no es sino un acto de justicia. Usted retena
Esperanza su l ado, i ndebi dament e, hacindola des
graci ada: yo la he ar r ancado de su poder y la he de
vuelto su madr e, para que sea dichosa. Esto es todo.
IX
Como se comprender fcilmente, los anteriores razo
nami ent os aument ar on la exaltacin del banquero en
lugar de cal marl a.
Comprendi por ellos, que la rusa estaba enterada de
t odo, y no se t om la molestia de ocultar ni de negar
nada.
Y qui n es V. , excl am fuera de s , para inmis
cuirse en mis asuntos? Con qu derecho atrepella mi
aut ori dad de padre?
No me asiste derecho al guno par a hacer lo que hr.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A
457
hecho, repuso Ivona;lo s, lo reconozco y lo con-
fieso.
Ent onces. . .
Pero no si empre nos fundamos en un derecho legal
para inspirar en l nuest ra conduct a. Si as lo hi ci ramos
todos., se evitaran muchos cr menes y muchas infamias.
Exami ne V. su conciencia, y diga si en todos los actos
de su vi da, ha obrado si empre, no ya slo con arreglo
sus derechos, sino t ambi n sus deberes.
No se t rat a aqu de juzgar mi conduct a, sino la de
usted.
La m a es una consecuencia de la suya. Con ot ro
hombre, me hubiese guardado muy bien de hacer lo que
hago con V.
Cmo?
Crame, amigo mo: t ermi ne aqu este i nci dent e,
tome V. por una oficiosidad i mpor t una lo que acabo de
hacer, y resgnese qu" Esperanza sea di chosa; es lo
menos que un padre puede resignarse. Se lo aconsejo
en bien suyo.
La exaltacin de D. Gui l l ermo, lleg su colmo al es -
cuchar lo que ant ecede.
Que me resigne sufrir semejante burl a! - g n .
Que me resigne que se me arrebat e mi hija, para en-
X
T OMO I I 5 8
4-58 E L CAL VARI O DK U N N GE L
tregarla cont ra mi vol unt ad personas qui enes tengo
por enemi gas!. . . No!. . . Jams!. . . Aqu se ha cometido
un rapt o, un verdadero rapt o, que denunci ar la jus-
ticia, para que lo castigue como es debi do. Se me ha
trado con engao esta casa, y una vez en ella se ha
abusado de mi confianza i ndi gnament e. La justicia in-
t ervendr en este asunt o.
Est V. en su derecho al denunci ar lo ocurrido,
respondile Ivona; pero t ambi n estar yo en el mo,
al denunci ar un r obo, por mejor decir, una estafa, de
que me ha hecho V. vctima.
Cmo?
Denunci a por denunci a, veremos cual de las dos es
ms grave y de peores y ms fatales consecuencias.
XI
Estas pal abras, aun sin comprenderl as del t odo, ate
rraron D. Gui l l ermo.
Ivona dirigile una sonrisa, y sigui diciendo:
Ayer deposit en manos de V. una cant i dad, y usted,
expont neament e, me firm el oport uno resguardo.
Aqu est.
Y le mostr un papel, que sac del bolsillo.
Ayer mi smo, prosi gui , el seor Rosales, aqu
presente, le entreg t ambi n una i mport ant e suma, y
E L C A L V A R I O D E U N N G E L 459
usted t ambi n le firm el opor t uno recibo. Dicho reci bo
obra t ambi n en mi poder.
Y como en demostracin de sus pal abras, mostrle un
segundo papel que t ambi n guar daba en el bolsillo.
Hasta aqu , la cosa no tiene nada de part i cul ar,
continu diciendo. Pero se ofrece la ext raa anomal a
de que las firmas puestas por V. al pi de uno y otro
resguardo, no se parecen en nada; son compl et ament e
distintas, luego una ha de ser verdadera y la otra falsa.
Cul es la falsa y cual es la verdadera? Est o, para el caso,
importa poco. Qu se propuso V. al desfigurar una de
las dos firmas? Rechazarla como suya el da que se le
exigiese la devolucin del di nero confiado su honradez.
Esto es evidente.
XII
A pesar del at urdi mi ent o nat ural al ver descubiertas
sus intenciones, D. Gui l l ermo quiso replicar, defenderse;
pero la baronesa lo i mpi di , aadi endo:
Djeme V. concluir. La firma que puso en el recibo
del seor Rosales, no puede V. negarla, puesto que es la
que usa para firmar todos los document os de su casa de
banca. Su identidad est de sobra defendida; luego la
que se propon a V. negar, es la de mi resguardo. Ll e-
gado el moment o de recl amarl e yo mi depsito, poda
4 - 6 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
usted deci rme: No le debo V. nada; esa firma no es
m a. Y yo no tena medio de demost rarl e V. lo con-
t rari o. Pero mi astucia ha podido ms que su mal dad.
Hace poco, en presencia de todos estos seores, que si el
cas llega me servirn de testigos, ha firmado V. en mi
l bum, y para que yo no pudiese conocer diferencia
al guna ent re una y otra firma, ha firmado V. en l como
en mi resguardo. Era preci sament e lo que yo quer a.
El testimonio de estos seores prueba la identidad de esa
firma, que es lo mi smo que probar la de mi reci bo, pues
to que son en un todo iguales. De donde resulta que hay
dos firmas compl et ament e distintas, la del resguardo del
seor Rosales y la del m o, que V. no puede menos de
reconocer como suyas. Ahora bien: si yo entrego esos
dos document os la justicia, no t endr sta motivos so
brados para averi guar por qu V: , en document os im
port ant es, emplea dos firmas diferentes? No puede ver
en todo eso un medio ilcito para realizar una estafa? Y
si para compr obar sus sospechas ampl a sus averigua-
ciones, no puede descubri r al guna estafa realizada por
un medio t an sencillo? Usted sabe que s, y yo tambin
lo s, y he aqu por qu hago un ar ma de defensa de
estos dos document os.
Y sonri ndose, agreg:
Conque ya v que estamos en igualdad de ci rcuns-
t anci as, amigo mo. Usted puede acusar me m como
cmplice del rapt o de su hija, y yo en cambi o puedo
E L MA N U S C R I T O DE U N A MONJ A 461
acusarle V. como estafador. Yo no tengo derecho para
intervenir en sus asuntos y burl ar su aut or i dad de pa-
dre; pero V. t ampoco lo tiene para procurar apoderarse
con falsedad y engao, de lo que legtimamente me per -
tenece. Los dos hemos faltado, pero la falta de V. es ms
grave, y me asegura la i mpuni dad de la ma.
XIII
D. Guillermo estaba anonadado.
Casi inspiraba lstima.
Se vio perdido, imposibilitado para defenderse, mer-
ced de aquella astuta mujer que haba sabido prenderl e
en sus redes, poni endo su ambicin el cebo de un buen
negocio.
En su desesperacin, no se le ocurri otra cosa que
exclamar, provocando con ello una sonrisa de Ivona:
Qu infame intriga!
Luego aadi , mi r ando fijamente la rusa:
Pero, qu inters tiene V. en ponerse de ese modo
frente m? Qu mal le he causado yo V., ni qu bien
le han hecho mis enemigos?
Los mviles que i mpul sen mi conduct a, i mport an
poco,le respondi la baronesa. Para qu ent rar en
cierta clase de explicaciones, si usted no hab a de com-
prenderme? Si yo le digera, por ejemplo, que no me
p a otro fin que el de hacer una buena obra, y que por
462 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
hacerla sacrificar gustosa los cincuenta mil duros que
en sus manos he deposi t ado, ms la cant i dad que le en-
treg el seor Rosales, V. no me creera. Es V. incapaz
de compr ender todo lo que sea generoso y nobl e.
XIV
De pront o, iluminse con sbita expresin de alegra,
el rostro del banquer o.
Se me ha inferido una grave ofensa al suponer en
m det ermi nadas intenciones, dijo. En prueba de ello,
dispuesto estoy devolver hoy mi smo las cantidades que
usted y ese caballero me entregaron.
Ivona se ech reir.
Qu ms quisiera usted?repuso. De ese modo
recogera los dos resguardo que sera l o mi smo que,
pri varme de las ar mas que poseo contra ust ed. No soy
t an tonta. El di nero del seor Rosales lo tiene usted ya
invertido en un negocio, y hasta que ese negocio se rea-
lice, no puede usted devolverlo; en cuant o al mo, lo
acept usted en depsito por tres meses, y hasta que ese
plazo expire, puedo negarme acept ar su devolucin.
Tr es meses bastan y sobran para que Esperanza y Ri-
cardo se casen y aseguren su felicidad de manera que
usted no pueda destruirla, que es cuant o me propongo-
Y sal udndol e, como en seal de despedi da, aadi:
A su conduct a ajustar la m a. Si usted me denun-
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 43
cia como rapt ora de su hija, yo mi vez le denunci ar
como estafador, y veremos quin sale perdi endo.
Dicho esto, retirse seguida de todos los que la rodea
ban.
nicamente qued el etope, de pi j unt o la puert a.
No se haba repuesto aun D. Guillermo de la i mpr e
sin producida en l por las l t i mas pal abras de Ivona,
cuando acercsele el etope y le seal la puert a.
La indicacin no poda ser ms expresiva.
Atemorizado por el aspecto de aquel hombr e, y no te
riiendo ya nada que hacer all, puesto que le hab an de-
jado solo, el seor Pastor decidise partir.
Dirigi en torno suyo una colrica mi r ada, y sali
murmurando:
Ya me vengar!
El etope le acompa hasta el pat i o, donde le espe
raba el coche.
Cuando el carruaje hubo salido del castillo, el etope
fu al encuent ro de su seora.
Esta, hallbase con el barn.
Todo ha salido medi da de nuest ros deseos, padre
mo,decale.Esperanza debe estar ya estas horas
en los brazos de Ri cardo.
Tu misin, pues, ya est cumpl i da, l e respondi
el anciano.
Aun no. Debo seguir protegiendo esos dos seres
hasta que su felicidad sea un hecho.
464 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
No t emes la venganza de ese hombre?
Mi ent ras conserve en mi poder ar mas para perder-
le, me respet ar. Luego. . . ya pr ocur ar ponerme fuera
del alcance de su venganza.
El barn cogi entre sus manos la cabeza de su hija y
la bes en la frente.
CAPI TULO V
De s e s pe r a c i n
J
D. Gui l l ermo lleg su casa desesperado, furioso, sin
saber qu hacer ni cmo desahogar su clera.
Los criados sorprendi ronse al verle regresar sin Es -
peranza.
Encerrse en su despacho, y dio orden de que no es -
taba para nadi e.
Una vez solo, entregse sus reflexiones.
Quin es esa mujer, decase, que de tal modo
ha venido dest rui r todos mis planes? Qu se propone?
Por qu defiende mi s enemigos y se coloca deci di da-
mente en contra ma?. . . Y el caso es que no puedo hacer
nada contra ella; ni an vengarme. . . Es os malditos res-
TOMO It en
4 ^ 6 E L C A L V A R I O D E U N N G E L -
guardos que tiene en su poder, bastaran para perder-
me. . . Si la denunci o, ella me denunci ar t ambi n, y en
t onces. . .
Ten a sus razones para no querer de ni ngn modo
que la justicia averiguase que usaba dos firmas.
No era aquel el nico caso en que hab a empl eado tal
recurso.
Mi estpida ambi ci n me ha perdido!acab por
exclamar. No era ya bastante rico? Para qu quise
apoder ar me de esos cincuenta mil duros, que debieron
despertar desde un principio mis recelos, puesto que con
tan excesiva confianza se me entregaban?
Gomo todo el que obra mal , conoca sus errores de
masiado t arde, cuando ya no t en an remedi o.
II
Convencido de que contra Ivona no poda nada, pens
en Matilde, en Esperanza y en Ri cardo.
Tampoco contra ellos puedo t omar resolucin al-
guna, mur mur . Se han bur l adode m , y no me queda
ni an el placer de la venganza. En uso de mis derechos
de padre, puedo exigir que mi hija me sea devuelta; pero
esto equivaldra provocarles. Ellos, ent onces, podran
proceder contra m por las heri das que infer Ricardo,
por el despojo de que hice vctimas Matilde y su her-
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 467
mano. . . No, no me conviene provocar sus i ras, porque
en la lucha saldra yo perdi endo. Adems, debo evitar
toda costa que la justicia intervenga de un modo ms
menos directo en mis asunt os. . . De averiguacin en ave-
riguacin, podra llegarse al descubri mi ent o de cosas que
deben permanecer siempre ocultas. . . Debo hacer toda
clase de sacrificios para evitar que esas cosas salgan la
superficie..
:
No,respondi, la j oven. Dudar sin mot i vo, sera
ofenderte, y t no me has dado mot i vo para que dude.
Ent onces. . .
Pero dudar es una cosa, y t emer es ot ra.
T temes?
S .
> Qu temes?
Que me retires tu amor .
Esperanza!
No te enojes. Si tal hicieras, yo no podra reprochar-
, telo, porque t endr as razn para hacerl o.
EL . MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 781
Ests loca?
Hay moment os en que s, es que creo que mi razn
vacila, en que lo amargo de mis pensami ent os, t urba mi
razn.. .
Y rompi endo l l orar, excl am:
Sufro mucho!
III
Cmo pintar el dolor y la sorpresa de Ricardo?
Cuando cra llegado el moment o de su felicidad, su
amada revelbale la existencia de ocultos, y al parecer
grandes sufrimientos.
Qu significaba aquello?
El pintor cogi una mano de su novia entre las suyas,
y estrechndola cari osament e, dijo:
T sufres, y yo lo ignoro?... Imposible!. . . Si as
fuera, me dar as derecho para dudar de tu cari o. No
son mas tus alegras? Pues t ambi n deben serlo tus pe -
nas... Habl a, amor m o, habl a. Di me la causa de tus pe
sares, y vers qu pronto desaparecen. . . De qu no ser
yo capaz, t rat ndose de tu t ranqui l i dad y de tu di cha!. . .
Y si no puedo supri mi r t us sufrimientos, los compart i r
contigo, lo cual siempre ser un consuel o. . . Vamos, di ,
di pront o. . . Qu te entristece?... Qu es lo que hace,
que entre tu mi rada y la ma, se i nt erponga esa niebla
de lgrimas que t ant o me asusta?. . . D mel o, y cuando
me lo digas, vers cunt o te quiere tu Ri car do.
782 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Estas apasi onadas frases, aument aban la emocin de
la j oven, en lugar de cal marl a.
Si yo s que me qui eres mucho, --repuso;antes te
he dicho que lo s, que estoy segura de ello; pero, me
quer r s siempre del mi smo modo?
Ot ra vez esa sospecha!exclam el pintor.
Ella es la causa ni ca de mi pesar.
Per o, en qu te fundas para suponer que yo pueda
dejar de quererte?
En una sola cosa.
Veamos.
Hoy me amas con toda la irreflexin de un amor
vehement e, y amndome de ese modo, no puedes ver
los defectos que haya en m , y que me hagan indigna de
t u cari o.
Defectos en t!
Dj ame cont i nuar.
Cmo quieres que, t e deje, si ests ofendindote
t misma? Defectos t , cuando eres un dechado de todas
las perfecciones!
IV
Sonrise Esperanza sin dejar de llorar, y sigui di-
ci endo:
La irreflexin y la vehemenci a de tu amor pasarn,
no porque dejes de quer er me, sino porque el tiempo
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 783
transforma el afecto ms apasi onado, en un sentimiento
dulce y apacible, ganando en solidez, lo que pierde en
violencia. Pues bien, cuando ese da llegue, no te aver-
gonzars de m?
Avergonzarme!exclam Ri cardo.
- S .
Por qu?
Por ser hija de mi padre.
Qu dices? *
Las cul pas del que me dio la vi da, pesan sobre m ,
me opri men, me t ort uran y manchan mi frente.
Oh, no!
S, Ri cardo, si. Yo tengo el deber de soport ar e l pe -
so de esas cul pas, pero t no. Si m me dicen maana:
es la hija de un infame, no t endr otro remedi o que
sufrirlo resi gnada. . .
Nadie se at rever decirte tal cosa mi ent ras yo viva.
Me lo di rn t ant os, sin que t lo oigas!
A esos se les desprecia.
Como te digo, yo me resi gnar, porque tal es mi
obligacin; pero t acaso no puedas resignarte como yo
si te dicen; es el esposo de la hija de un miserable. Te
avergonzars pri mero de mi padr e, luego de m , que soy
el lazo que los dos os une, y acabars por dejar de
amarme, por despreci arme acaso. . . Esto es lo que me en-
tristece, esto es lo que me at emori za, esto es lo que me
desespera...
784 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Los sollozos hicironse ms profundos, ms desgarra-
dores.
V
Ri cardo llev sus labios, la mano de su amada que
retena entre las suyas, y dijo:
Est e beso es mi perdn por la ofensa que acabas de
inferirme con tus injustos t emores. Avergonzarme yode
t !. . . Dejar de querert e!. . . Per o, crees t que eso es po
sible? Aunque hubi era razn para ello, que no la hay,
yo no podr a hacer ni lo uno ni lo ot r o. Mi amor est por
encima de todas esas preocupaci ones.
Ri car do! mur mur ella, ' con indecible t ernura.
Las cul pas de tu padr e, que ya hemos perdonado,
prosigui l,no manchan ni pueden manchar tu frente
pur si ma. Qu has sido t , pobre ngel, si no una mr-
tir de esas mi smas culpas?. . . Si sobre t cayesen, tambin
caeran sobre m , y yo las aceptara gustoso. Desde el
moment o en que sea tu esposo, tu padr e t ambi n lo es
m o, y si t tienes la obligacin de sufrir las consecuen-
cias de sus faltas, yo tengo esa mi sma obligacin, y la
vez, como hombr e, tengo el deber de defenderte. . . Ay
del que se at reva ultrajarlo en mi presencia!
Qu nobl e, y qu generoso eres!exclam Esperan
za, sin poder cont enerse.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 785
VI
Guard silencio Ri cardo un moment o, y luego aadi :
Si eso furamos, y si m me mortificaran tus i n-
justos t emores, yo si que debera t emer, que algn da
me despreciases, y dejaras de quer er me.
Por qu?pregunt ansi osament e la joven.
Porque tengo para ello ms motivos que t . ,
Oh, no!
S, Esperanza, s. Tu padre no ser tan bueno como
t quisieras; pero sabes qui en es; yo, en cambi o, ignoro
quienes debo la vi da. . . No cabe suponer que sus infa
mias sean mayores que las del aut or de tus d as.
Imposible!
Por lo menos, hay que admi t i r que cometieron la
infamia de abandonar me. . . Pues haci endo tu mi smo r a-
zonamiento, puedo decir, yo debo perdonarl es, porque
son mis-padres, pero ella no est en el mi smo caso, y
quiz por su cul pa me despreci e. . . Sin embargo, no he
pensado tal cosa; luego, tengo ms f y ms confianza en
tu amor, que t en el m o.
Las anteriores frases, produj eron el efecto que Ri cardo
deseaba.
La joven le mi r con t er nur a, sec sus lgrimas y dijo:
Perdname! Compr endo que he sido injusta en mi s
temores... Pero mi disculpa est en lo mucho que te
TOMO i - ^ . 9 9
786 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
qui er o. La mayor desgracia para m , sera perder tu ca-
ri o. . . Ahora ya estoy segura de que no lo perder por na
da, suceda lo que suceda. Puest o que t ests seguro de
lo mi smo respecto m , abandonmonos sin escrpulos
nuest ra felicidad... Convenzmonos de que el destino
ha di spuest o, al fin, que seamos di chosos!. . .
As me gusta que hables!exclam el pintor.
Y agreg sonri endo:
Ves como t he cumpl i do mi promesa? Mira cuan
fcilmente he supri mi do t us sufrimientos. Esto te ense-
ar tener confianza en m , y comuni car me todos
t us pesares.
VII
Siguieron habl ando de lo mi smo dur ant e un rat o, has
ta que Esperanza dijo:
Est o ya no puede soport arse. Deci di dament e, nes
tra madr e se olvida de nosot ros.
Pues castigumosla yendo buscarla,respondi
Ri cardo, ya que ella no se acuerda de venir en busca
nuest r a.
Muy bien pensado!
Donde supones que estar?
Donde si empre: en el cuart o de Rosari o. Nos aban-
dona por ella.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 787
Si Rosario no fuera tan buena, y no la qui si ramos
tanto como la quer emos, sera cuestin de tener celos
del cario que nuest ra madr e la profesa.
Pobre!
La quiere t ant o como nosot ros.
Tant o no.
Pero la qui ere mucho.
Eso s.
Vamos en busca suya?
Vamos.
Ricardo ofreci el brazo su amada, y los dos salie-
ron juntos del gabinete para ir en busca de Matilde.
VIII
Como esperanza hab a i ndi cado, encami nronse la
habitacin de Rosari o.
Estaban seguros de encont rar all la que buscaban.
Antes de llegar, convenci ronse de que sus suposi ci o-
nes eran ciertas, pues oyeron cl arament e el rui do de un
animado dilogo.
Se me ocurre una idea,dijo Ri car do. Acer qu-
monos la puert a sin hacer r ui do, y as oi remos lo que
hablan, y nos ent eraremos de esos misteriosos proyect os
que t sospechas, y que tanta curiosidad nos i nspi ran.
No-me parece bi en, repuso la j oven.
788 EL CALVARIO DE UN NGEL
Por qu?
El espionaje, aun siendo t an inocente- como el que
me propones, me r epugna.
Tont a, si ms que espionaje ser una br oma. Crees
que si yo supusi era que estn t r at ando de algo grave, te
pr opondr a lo que te propongo? As nos rei remos de ellas,
y dest rui remos la sorpresa que nos pr epar an.
VI
Vacil Esperanza en acept ar, pero dejse convencer al
fin, y los dos jvenes se acercaron la puert a de la ha-
bitacin d Rosario cogidos de la mano, y procurando
no hacer r ui do.
*La puert a estaba abi er t a.
s
Por la abert ura del cortinaje, se vea casi toda la habi-
tacin.
Los dos jvenes acercronse, mi r ar on, y tuvieron que
hacer un gran esfuerzo par a no l anzar una exclamacin
de sorpresa.
Rosario estaba de pi en el cent ro de la estancia, y
arrodi l l ado ant e ella vean Pabl o.
Ella pareca muy emoci onada.
Pabl o besbale una ma no, di ci ndol e:
S , pobr e mrt i r, s; hora es ya de que nuest ro amor
se santifique.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 789
Matilde, algunos pasos de distancia, cont empl aba
conmovi da aquella escena.
Ricardo y Esperanza mi rronse sorprendi dos, y mur -
muraron en voz baja:
Se aman!
I V i i < i ^ > h < ^ h i ^ i h WRtffili^Sj^&i'- Mx<^>ititiiMiii>\<R
CAPI TULO V
Duda
I.
Aquella maana, dor m a Pabl o t odav a, cuando Ma
tilde ent r en la al coba de su her mano y le despert,
dicindole:
Levnt at e; t enemos que habl ar .
Qu ocurre?pregunt l, i ncorporndose en el
l echo.
Levnt at e, repi t o, y cuando ests l evant ado lo sa-
br s.
Per o, no se t rat a de al guna novedad desagradable?
No, hombr e, no, t ranqui l zat e; no se trata de nada
nuevo; al cont rari o, se trata de una cosa muy vieja.
Qu es ello?
1
L CAL VARI O D E U N N G E L 79
Levnt at e, te digo por l t i ma vez, y lo sabr s.
Vencido por tal insistencia, Pabl o depuso su pereza y
dijo:
Bien, djame solo para que me vista, y al moment o
soy contigo.
En mi habi t aci n te aguardo, l e respondi su her -
mana, saliendo de la alcoba.
Antes de cinco mi nut os me t endrs all.
II
Levantse Pabl o, aunque hubi era preferido per mane-
cer un rato ms en el lecho, y vistise presuroso para
ir en busca de su her mana.
Esta hab a regresado su habi t aci n, donde estaba
Esperanza.
Antes hab a pasado por el cuart o de Rosari o, la que
dijo:
Voy reir ahor a mi smo la gran batalla con Pabl o.
Vale ms que le dejes que l se decida por s mi s -
mo, respondi la pobre muj er.
De ni ngn modo. Sera capaz de no decidirse nunca,
y as no podemos seguir. Es necesario que esta situacin
concluya.
Per o. . .
792 EL CALVARIO DE U N NGEL
Dj ame m , que yo s lo que hago.
Pensar l que obras por consejo m o.
Que piense lo que qui er a.
Supondr que me falta abnegacin para llegar hasta
el fin de mi sacrificio.
Sobradas muest ras has dado de lo cont rari o.
Agradezco tu inters, her mana m a, pero te su-
pl i co. . .
No supliques nada, porque es intil. Ha llegado ya
el moment o de que yo medi e en este asunt o.
Y se ret i r, aadi endo:
Espera aqu el resultado de nuest ra conferencia.
III
Con gr an admi raci n de Esperanza, su madr e le dijo:
Hija m a, ten la bondad de dej arme sola. Va ve-
ni r t u to Pabl o, y necesito habl ar con l sin testigos.
La joven pidi explicaciones, y entonces su madr e d-
jole lo que ella despus repiti Ri cardo y que fu base
de sus sospechas.
Segura cmo estaba del cari o de Mat i l de, Esperanza
fuese t ranqui l a, pero se retir pensando:
Qu t r amar n ent re ella, Rosari o y el t o Pablo?
No era i nqui et ud lo que aquel misterio le produca,
sino curiosidad muy disculpable.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 793
Apenas la joven hubo salido, ent r Pabl o, y su her -
mana le dijo: '
1
Sintate y escchame.
El la obedeci, sorprendi do por el t ono aut ori t ari o con
que por pri mera vez le habl aba Mat i l de.
Estaba acost umbr ado que si empre se dirigiese l
con ext remada dul zur a.
IV
Viendo que su her mana no se apr esur aba habl ar ,
Pablo no pudo contenerse y pregunt :
Sepamos, de qu se trata? Por que algo muy i mpor-
tante t endrs que deci r me, cuando con tanta urgencia
me has obligado que me l evant e.
Se trata sencillamente, respondi Mat i l de, de
echarte una r epr i menda.
A m?
S.
Por qu?
Porque la mereces.
Y para eso me has r obado lo menos una hor a de
sueo?
Hay algo ms i mpor t ant e y ms necesario en la
vida que dor mi r .
Qu es ello?
TOMO 11 100
7 9 4
E L
CALVARI O DE UN NGEL
Cumpl i r con nuest ros deberes. ' /
Diablo! Sabes que empieza pr eocupar me el modo
como me hablas?
Te suplico que me oigas y me contestes en serio.
Luego, t an grave es lo que tienes que decirme?
Mucho.
Ent onces, me formalizo.
Y en efecto: Pabl o procur poner cara de circunstan-
cias.
V
Fij Matilde en su her mano una mi r ada penetrante,
y le dijo:
Vamos ver: por qu, siendo como eres tan bue-
no, te empeas en parecer malo?
Pabl o echse reir, y repuso:
Me pides formalidad, y mi ent ras me hablen de ese
modo, me ser imposible t enerl a. Empi ezas por decirme
que soy bueno; un di sparat e, porque todos cuantos me
conocen, distan mucho de t enerme por tal; luego te con-
tradices diciendo que soy mal o. . . En qu quedamos?
En que eres las dos cosas.
No puede ser.
Pues es. Eres bueno en el fondo, pero procedes como
un egosta, un loco y un egosta, y por eso pareces malo.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 795
Te agradecera que hicieras el favor de explicarte
con ms cl ari dad, porque ese es un galimatas que no
hay quien lo ent i enda.
Me explicar con toda la claridad que pi des.
Te escucho.
VI
Comprendi endo que su her mano no deba irle con
largos razonami ent os, Matilde le di spar, de buenas
primeras, esta pregunt a:
Cundo piensas casarte con Rosario?
Pabl o formalizse, y respondi , encogindose de hom-
bros:
A decir ver dad, no he pensado hasta ahor a en tal
cosa.
De veras?
Como te lo digo.
Pues ya ves si tengo razn no, al decirte que no
procedes en t us cosas con la rectitud debi da.
En cierta ocasin te dige que hast a que Ri cardo t u-
viera su dicha asegurada, no quer a pensar en la tran-
quilidad de Rosario y m a.
Ese es un egosmo como otro cual qui era, y como
cualquiera otro censurabl e. No por pensar en tu hijo
7g6 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
debes olvidarte de la pobre muj er la que por tantos
y t an distintos conceptos ests obligado. La felicidad de
la una, debe interesarte t ant o como la felicidad del
ot ro. ,
VII
Sin duda, Pabl o debi encont rar estas observaciones
muy j ust as, pues inclin la cabeza sin atreverse con-
testar.
Matilde,, propsose sacar part i do de la favorable dis-
posicin que crea advert i r en su her mano.
Habl emos con franqueza, dijo. Qu motivo tie-
nes par a demor ar ese mat r i moni o, que ya debera ha-
berse celebrado? Por que te prepones demorarl o por
al guna razn que i gnoro.
Como si de pront o se decidiese habl ar, Pablo re-
puso:
Pues bien, s, qu engaarte? Me propongo algo
ms que demor ar l o; me propongo que no se celebre
nunca.
Ests en t?
Creo que para todos es muy conveni ent e que Rosa-
rio y yo no nos casemos.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MO N J A 797
VIII
Matilde, crey que su her mano se hab a vuelto loco.
Le mir de tal modo, que l no pudo menos que echar-
se reir.
Mi ra, her mana m a, di j o Pabl o, con acent o mu -
cho ms grave y reposado que el que acost umbr aba
usar en sus conversaciones:en el mundo, la felicidad
nunca es compl et a; si empre hay algo que la amar ga,
que la t ur ba, que al que la goza le i mpi de ser dichoso en
absoluto. Hace algunos meses, el colmo de la vent ur a
para Rosario y para m , hubi era consistido en vivir jun-
to nuest ro hijo, aunque fuese como cri ados, en verle
todas hor as, en servirle, en sacrificarnos por su bienestar;
hoy t enemos eso que ant es nos pareca i mposi bl e, y no
nos basta. Ambi ci onamos ms; pret endemos que nues -
tro hijo sepa qui enes somos, y nos perdone, nos r es -
pete, y nos qui era y nos llame padres.
Pretensin muy j ust a, repuso Mat i l de.
Lo crees t as?
Sin duda.
A m , por el cont rari o, me parece una pretensin
muy ambiciosa y arbi t rari a. Qu hemos hecho nosotros
para merecer de Ri cardo todo eso que deseamos? Nada;
antes bi en, le hemos dado motivo con nuest ra conduct a,
para que nos desprecie y nos odie. No lo har as por-
798' E L C A L V A R I O D E U N N G E L
que es muy bueno; pero su bondad, por grande que sea,
no nos eximir de nuest ras cul pas. Su perdn no nos
convertir en buenos padres, por que nuest ro mal com-
port ami ent o, no depende de l, sino de nosotros mismos,
y aunque l no nos acuse, nos acusar constantemente
nuest ra propi a conciencia.
IX
Tr at Matilde de replicarle, y l lo i mpi di aadiendo:
Per o supongamos que todos estos escrpulos son
infundados; admi t amos que Rosario y yo nos uni mos en
mat r i moni o, par a legalizar nuest ra uni n y reconocer
nuest ro hijo. Seremos por ello ms felices?
S, afirm Matilde. Qun lo duda?
Est s en un error.
Por lo menos, tendris la satisfaccin y el consuelo
de oiros l l amar padres por aquel qui en disteis la vida.
Pero qu costa!
A costa de qu?
A costa de nuest ra dignidad y de nuest ra honra.
Par a llegar conseguir que nuest ro hijo nos llame pa-
dres, t endremos que pasar antes la vergenza de confe-
sarle nuest ras faltas.
Qu importa?
Esa confesin humi l l ant e, no puede enagenarnos
su cario?
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 799
De ni ngn modo.
Aunque as sea, aunque l lleve su generosidad hasta
el extremo de per donar nos y querernos sin reserva de
ninguna clase, no puede llegar un d a, una ocasin, un
momento en que piense: los que me di eron la vi da, al
drmela perdieron la honra.
Ricardo no ha de pensar nunca eso.
Pero cabe en lo posible que lo piense, y esta posi bi -
lidad, este t emor, bastar para amargar nuest ra vent ur a.
A pesar suyo, cuando acab de habl ar, Pabl o estaba
conmovido.
Su her mana le mi r aba sorprendi da.
Nunca le hab a visto de aquel modo.
El, sonrise y agreg:
Creme, her mana m a; yo, qui en todos tachis de
loco, doy en esta ocasin ms pruebas de cordura que
vosotras. Rosario desea de seguro lo mi smo que t me
propones con un inters que te agradezco; pero ni ella
ni t habis medi do las consecuencias de ese casami ent o
que creis justo y necesario. A ella la inspira un egosmo
tan nat ural como di scul pabl e; t te i mpul san senti-
mientos demasi ado nobles para no ser respet ados. Pero
yo soy ms prctico que vosot ras, y veo lo que en vues-
tra obcecacin no veis. Cont ent monos con vivir j unt o
nuestro"hijo, siendo testigos de su di cha, y no aspi remos
ms, no sea que por quererl o t odo, todo lo per damos;
sacrifiquemos nuest ro amor y la dicha de que Ri cardo
800 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
nos llame padr es, y sea este sacrificio la expiacin de
nuest ras faltas. As nos ahor r ar emos, por lo menos, la
humi l l aci n de confesar nuest ras cul pas y el sufrimiento
probabl e de que nuest ro hijo se avergence de nosotros.
Y mur mur , como habl ando consigo mi smo:
A todo me resignara menos esto l t i mo.
CAPI TULO VI
Pabl o aoaba por c umpl i r con s u deber
I
Chasco se llev Pabl o, si crey que hab a conseguido
convencer su her mana.
En cuant o hubo concluido de habl ar , preguntle ella:
Me has di cho ya todo lo que tenas que decirme?
S,respondi l, sorprendi do por aquella pregunt a.
Pues escchame, porque ahor a me toca m habl ar.
Si pret endes convencerme de que mi s r azonami en-
tos son injustos, es intil que lo intentes, porque no me
convencers.
Escchame,dijo.Tengo derecho par a exigrtelo,
puesto que yo te he escuchado t.
Pero. . .
Ser necesario que te lo ruegue?
T OMO I I I O I
802 EL CALVARIO DE N NGEL
No, no t ant o. Slo quer a evitar ent re nosot ros, dis
cusiones intiles, pero puesto que te empeas, habla.
Dispuesto estoy oir cuant o tengas por' conveni ent e de
ci rme.
Gracias Dios!
II
Hubo una corta pausa, y luego Matilde habl de este
modo: *
No quiero met er me juzgar las explicaciones que
acabas de dar me. Para m , las tengo por i nfundadas, por
injustas, por capri chosas, por pueriles; pero no temas
que qui era convencert e de ello; al cont rari o, ya ves si
soy compl aci ent e, que las admi t o como buenas. Empie-
zo, pues, por concederte que, at endi dos t us razonamien-
tos, no debes casarte ni debes revelar Ri cardo que es
tu hijo.
Pues entonces, si hasta tal punt o ests conmigo,
repuso Pabl o sonri endo, t oda discusin es ociosa.
Djame proseguir y no me i nt er r umpas.
Pr os i gue.
Cambi Matilde de t ono, y* cont i nu di ci endo:
Dejemos tu hijo y habl emos de Rosari o. Qu sen-
timientos te inspira esa desgraciada?
Los mi smos que me ha i nspi rado siempre, repuso
Pabl o. Sent i mi ent os de amor sincero y profundo.
Muy bien.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 8o3
Me i nspi ra, adems, compasi n y respeto por sus
desgracias.
Perfectamente.
Despus de mi hijo y de t, es la persona qui en
ms quiero en el mundo.
No haces ms que lo que debes, y an debi eras co-
locarla delante de m , como creo que en tu interior la
colocars, aunque otra cosa hayas dicho creyendo hal a-
garme. Pero en fin, no se trata ahor a de eso; se trata de
saber cmo demost rars la madr e de tu hijo, ese ca-
rio, ese respeto y esa compasi n que te inspira. Por que
los sentimientos no basta tenerlos en el corazn, sino
que hay que demost rarl os. T ya has decidido tu por -
venir, segn tu gusto tu conveniencia. Y el de Rosa-
rio? Por que t ambi n t te toca decidirlo.
III
Quedse Pabl o perplejo un instante sin saber qu con-
testar, y al fin repuso:
El porvenir de Rosari o, ser el mi smo que el m o.
Como yo, vivir en esta casa, tu l ado, j unt o nuest ro
hijo, gozando con veros felices y expi ando juntos nues-
tras culpas, con ser slo testigos de vuest ra felicidad.
Sin permitirle que l l ame Ri cardo su hijo?inte-
rrog Matilde.
Nat ural ment e;
E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Sin ser t u esposa?
Cl aro que no, puesto que si lo fuera se descubrira
lo que yo tengo tanto empeo en ocul t ar.
Sin derecho alguno tu amor?
Eso si empre; pero amor de distinta ndole del que
en otro t i empo nos t uvi mos. Si un da fuimos amantes,
desde hoy seremos ami gos, her manos.
Crees que ella se conformar?
Por qu no?
Pues sencillamente, porque no puede ni debe con-
formarse, ni es justo que se conforme. No hay mujer en
el mundo que en su caso se conformara con lo que t
ofreces esa infeliz. Ti ene derecho exigirte mucho ms,
aunque su abnegacin y su bondad se opongan que te
lo exija.
IV
No pudo cont ener Pabl o, un gesto de disgusto.
Su her mana lo not , y sigui di ci endo:
Aunque te cont rar en mis pal abr as, debo decirte
todo lo que pienso en este asunt o; tal es mi obligacin de
her mana. A esa muj er, le j urast e amor y debes cum-
plirle, tu j ur ament o; esa muj er la deshonrast e y de-
bes devolverle su honr a; esa muj er la hiciste madre
y debes ponerla en posesin de todos los sagrados dere-
chos que concede la mat er ni dad. Estoy segura de que
tu conciencia as te lo aconseja, ^aunque t te empees
E L MA N U S C R I T O D E U N A MO N J A 8o5
t
en desor sus consejos. Ahora bien: cmo se consigue
todo eso que tienes la obligacin de hacer? Casndot e
con Rosario; no hay otro medi o. Haci ndol a tu esposa,
le cumples el j ur ament o de amor que le hiciste, le de -
vuelves la honr a que le quitaste y la pones en condicio-
nes de ejercer todos los derechos de la mat er ni dad. En
cambi o, si as no lo haces, ella te podr decir algn da:
Por qu me engaast e, haci ndome j ur ament os que
no habas de cumpl i rme? Por qu abusast e de mi buena
f, robndome una honra que no hab as de devolverme?
Por qu me hiciste desgraciada, dndome un hijo al
cual no hab a de serme permi t i do estrechar en mis br a-
zos? Esto di r, y t endr razn ms que sobrada par a
decirlo. Qu le responders t entonces? Cmo te di s-
culpars de los cargos que te dirija y de las recl amaci o-
nes que te haga? No t endrs otro remedi o que callar, in-
clinando la cabeza avergonzado. Cmo se evita todo
esto? Casndot e. He aqu demost rado que existen razo-
nes ms poderosas en favor de t u . mat ri moni o, que las
que t aduces en cont ra.
V
Estos argument os no admi t an rplica.
Comprendi ndol o sin duda as, Pabl o permaneci si-
lencioso.
Su her mana se l evant , aadi endo:
No necesito ni qui ero decirte nada ms; con lo di cho
806 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
basta y sobra para que compr endas cuales son t us debe
res. Ahor a, sigeme.
.A dnde?pregunt Pabl o, poni ndose en pi.
AI cuart o de Rosari o.
Al cuart o de Rosario!
S .
A qu?
A que digas delante de ella lo que hayas decidido.
Per o. . .
Las ci rcunst anci as exigen que se t ome sin vacilar y
sin prdi da de t i empo, una resolucin definitiva. Hoy
mi smo ha de quedar desechada para si empre, la idea de
vuestra boda, ha de sealarse el da de su celebracin.
Ri cardo y mi hija, se casan muy pr ont o, y conviene que
vosotros os casis ant es, si es que habi s de casaros. Ro-
sario aguar da t u respuest a. Ven drsela de una vez.
Veremos si te at reves decirle cara cara que no quie-
res cumpl i rl e ni nguna de t us promesas.
Y cogindose del brazo de su her mano, le sac del ga
bnete casi a la fuerza.
VI
Rosario aguardaba i mpaci ent e en su habi t aci n, el re
sultado de la entrevista de los dos her manos.
Al verles ent rar, les mi r curi osament e, sin atreverse
interrogarles.
-' -Ah la tienes,dijo Matilde su her mano, sealan-
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 807
dol Rosari o. Rep t el e lo que m me has contestado;
dile lo que has deci di do; qui ero que se lo digas tu mi s-
mo, porque si se lo digese yo, de seguro no me creera.
Es necesario que lo escuche de t us labios.
La pobre Rosari o, i nt erpret mal aquellas pal abras.
Crey que Mat i l de quer a darl e ent ender que el pa-
dre de su hijo hab a accedido sus deseos, y acercn-
dose l y cogindole las manos, djole conmovi da:
Es posible, Pabl o m o?. . . Ser verdad tanta ven-
tura?... No me at r evo creerl o!. . . Me consideras digna
de ser tu esposa, y me crees bastante arrepent i da para
merecer el perdn y el afecto de nuest ro hijo!... Oh,
gracias, Pabl o de mi vi da, gracias!. . . Perdname si un
momento dud de t y de t generosi dad!. . . No me atre-
va creer que fueses tan bueno para m ! . . . Gracias!. . .
Y le besaba las manos, l l orando de grat i t ud y de gozo.
VII
Cmo destruir el error de aquel l a pobre mujer? ,
Cmo t rocar en desesperacin su alegra, hirindola
con el ms cruel desengao?
Pablo era bueno, y no tuvo valor para una cruel dad
semejante.
Adems, las lgrimas de aquel l a infeliz le conmov an.
En aquel moment o, la vio como lo que era, como una
mrtir, digna de compasi n y de respeto.
808 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Repent i nament e, operse en l una transformacin
compl et a.
Depuso sus escrpulos y sus t emores, y, dejndose
llevar de sus sentimientos, se arrodill los pies de su
amada, y pronunci las pal abras que Ri cardo y Espe-
ranza oyeron desde la puert a.
Rosari o lanz una exclamacin de alegra al ver con-
firmada una felicidad que parecale imposible, y Matilde
mur mur :
Ya saba yo que mi her mano acabar a por cumplir
con su deber.
CAPI TULO VII
I magi naci n de ar t i s t a
I
Sorprendidos y anonadados por lo que acababan de
ver y or, Ri cardo y Esperanza ret i rronse di scr et amen-
te, temerosos de que su presencia fuese not ada.
De buena gana hubi esen ent rado felicitar Pabl o y
Rosario por aquel amor que les un a, que ellos ignora-
ban* y que hab an descubierto de un modo t an casual ;
pero no se at revi eron.
Creyronlo una i mpr udenci a.
Sus razones habr n tenido para ocultrnoslo hasta
ahora,dijo Ri cardo.
Y esperanza aadi :
Ya nos lo part i ci parn cuando debamos saberl o.
TOMO II 102
8 1 0 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Luego, los dos convi ni eron en que si aquella era la
sorpresa que les pr epar aba Mat i l de, era en verdad una
sorpresa muy agradabl e para ellos.
II
El descubri mi ent o que acababan de hacer, produjo en
Ri cardo una i mpresi n muy gr ande.
Tal era su preocupaci n, que su novia le pregunt in-
qui et a:
Qu tienes?
Nada, r espondi l.
Y como si se arrepi nt i era de haber di cho una ment i ra,
apresurse aadi r :
Es part i cul ar lo que me sucede! Despus de todo,
qu tiene de ext raordi nari o que Pabl o y Rosari o se
amen? Bien mi r ado, nada. Pues no obst ant e, mi ra t
qu tontera: desde que he descubi ert o ese amor , me pa-
rece que te qui ero ms, y que soy ms di choso. No pa-
rece sino que el cari o de esos dos seres, los que slo
nos unen lazos de si mpat a, sea para m un nuevo elemen-
to de felicidad. No encuent ras muy extravagante todo
esto?
Sonrise Esper anza, y repuso.
En eso que t l l amas ext ravanci a, yo no veo otra
r
cosa que una prueba de t us buenos sent i mi ent os.
Qu tienen que ver mis sent i mi ent os, con lo que te
digo?replic Ri cardo.
E L MA N U S C R I T O D E U A MON J A 8 I I
Mucho.
No lo compr endo.
Pues yo te lo explicar.
Veamos.
Lo que t te sucede es muy nat ur al y muy lgico,
dada tu maner a de ser. T eres bueno; t an bueno, que
me siento orgullosa de haber mereci do el afecto de un
hombre como t .
Dirigirme elogios que no merezco, no es la mejor
manera de desvanecer las dudas que te consulto, la i n-
t errumpi l sonri endo.
Djame prosegui r, y vers como llega la explicacin
que deseas.
Prosi gue.
III
Con acento cada vez ms dul ce, Esperanza cont i nu
diciendo:
Tu corazn est si empre abierto la compasi n y ai
cario. En l no caben el rencor ni el odi o, ni siquiera
la indiferencia. Qui eres todos cuant os te r odean, t o-
dos cuant os conoces.
Eso es verdad, afi rm el j oven, con una sencillez
que exclua todo al arde de i nmodest i a.
Por cont ri bui r la felicidad, no ya de una persona
t allegada, sino de un desconoci do, de un ext r ao, se
ras capaz de los mayores sacrificios.
8 1 2 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Int eresarme por el bien de mis semejantes, lo creo
un deber.
Per o es un deber que muy pocos cumpl en.
Eso me i mport a poco.
Pues si tanta part e seras capaz de t omar en la dicha
de un desconoci do, cmo no has de alegrarte de la fe-
licidad de dos personas que te son queri das, como Rosa
rio y el to Pablo?
Ti enes razn.
Al descubri r que se aman, supones con fundament o,
que ese amor puede hacerles dichosos, y la posibilidad
de su dicha aument a la t uya. Esto es l oque te sucede.
Tal vez.
Es lo mi smo que me sucede m , pero yo soy me-
nos buena que t , menos sensible menos exagerada
en mis sent i mi ent os, y por eso mi i mpresi n no ha sido
t an gr ande.
IV
Ri cardo quedse pensativo algunos mi nut os.
Debe de ser eso que me di ces, mur mur , al fin,
no puede ser ot ra caso, y sin embar go. . .
Detvose como si no acert ara expresar sus senti-
mi ent os, y luego prosigui.
De t odas maner as, sea por lo que sea, me alegra lo
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 8 1 3
que hemos descubi ert o, y estoy deseando poder dar me
por ent erado de ello, por abr azar los nuevos enamora-
dos y decirles: conste que el mejor regalo de boda que
podan ustedes hacer me, es ese cari o por el cual les fe-
licito. Y mira que puerilidad: me gustara que Rosario
y Pablo se casasen, y asistir yo su casami ent o.
Ya se casarn, l e respondi Esperanza, y no por
darte t gusto preci sament e, sino porque el mat r i mo-
nio es el bello ideal de todos los que bien se qui eren.
Y aadi jovialmente"
Esto es una verdadera racha de mat ri moni os.
V
Aunque vari as veces i nt ent aron cambi ar de conversa -
cin, siempre volvan los dos jvenes lo mi smo: al
asunto del d a, al amor que acababan de descubr i r .
Ricardo, sobre t odo, no saba habl ar de otra cosa.
Encont raba ms atractivo en habl ar de aquello, que
en repetir las protestas de su propi o cari o.
-Hay en todo eso, cierto misterio que me seduce y
me atrae,dijo su novi a.
Esta echse rer y respondile:
Adis! Ya encontr motivo tu imaginacin de artis
ta, para forjar una novel a.
Y muy i nt eresant e, por cierto.
814 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Y muy conmovedor a.
Tambi n, aunque te burl es.
Qu supones?
Nada en concret o; pero di me si no hay razn para
suponer muchas cosas y muy peregrinas. En primer
l ugar, ese amor , debe de ser un amor ant i guo.
Tal creo. Ni el to Pabl o ni Rosari o, estn ya en
edad de concebir de pront o una pasi n.
Un amor i nmenso, conservado fielmente travs de
los aos, pesar de sabe Dios cuant as contrariedades.
Las l uchas que habr tenido que sostener, las pruebas
que se habr somet i do, los obstculos con que habr
t ropezado!. . .
Para llegar, al fin, su realizacin. Por que no es
avent ur ado suponer, juzgar por lo que hemos odo,
que ese amor va, por fin, realizarse.
VI
As creo. Y si par a ello fuera necesaria mi ayuda,
se la prestara gustoso.^
De esta maner a estuvieron haci endo, dur ant e largo
rat o, toda clase de suposiciones y coment ari os.
No di eron con la ver dad, no era posible que diesen
con ella, y sin embargo, Ri cardo presenta, aseguraba
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 8 1 S
***
que aquel descubri mi ent o, hab a de ejercer una gran i n-
fluencia en su porveni r.
VII
e
Esperanza no consegua disuadirle de ello.
En vano le deca:
No es ms que un inters muy nat ural , hijo de la
simpata y el afecto que esos dos seres te i nspi ran.
El , contestaba:
Es algo ms que no s explicarte. En todo esto hay
un misterio que se descubri r algn d a, y entonces te
convencers de que tengo razn en lo que digo. Ya ves,
tambin se casa Renat o, que es para m un ntimo a mi -
go, casi un her mano, y no obst ant e, su casami ent o se-
guro, no me i mpresi ona tanto como el mat ri moni o pr o-
bable de Pabl o y Rosari o.
Porque este l t i mo es para t ms i mprevi st o.
No, no es por eso. Es porque hay en l, algo que
me interesa. Parece como si ese amor y ese mat r i moni o,
fueran lo ni co que faltara para mi completa felicidad.
Esperanza rease de lo que l l amaba: las exajeracio-
nes de su novio, y l segua interesndose ms y ms
en aquel imprevisto acontecimiento, cuant o en l ms
pensaba.
Pareca como si su corazn le anunci ase que efectiva-
8 l 6 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
ment e, aquel amor estaba con l, con su vida y con su
porveni r, nt i mament e rel aci onado.
Los que niegan la existencia y eficacia de los presenti-
mi ent os, desconocen una de las leyes an mi cas ms mis-
teriosas, pero ms i ndudabl es, y ms fijas.
CAPI TULO VIII
Eleccin de padrinos
I
Mientras t ant o, Matilde, Pablo y Rosari o, genos la
indiscrecin de los dos jvenes, gracias la cual hab an
descubierto part e del secreto que ellos les hab an ocul -
tado hasta entonces con tanto empeo, ocupbanse en
decidir qu da hab a de celebrarse la boda de los padres
de Ricardo.
Matilde, recl am para s la direccin de aquel asunt o.
Arregla t las cosas como quieras, le dijo Pabl o.
A t me entrego en absol ut o. Ordena lo que tengas por
conveniente, en la seguridad de que sers obedecida sin
replicar.
Rosario, asinti las pal abras de su futuro esposo.
T OMO n 103
,818 E L CAL VARI O D E N N G E L
As me gusta,djoles Matilde. Gracias Dios,
que, al fin, os confiis mi cario! Yo os j uro que no os
pesar. Me he propuest o haceros felices y lo seris aun
que no queri s.
II
Sin prdida de moment o, t emi endo tal vez que su
her mano se desdijese de su pal abra, Matilde quiso que
quedase fijada la poca del casami ent o.
Gomo sabis,les dijo, Ricardo y Esperanza, se
casan dent ro de un mes. Es necesario que antes os ca-
sis vosot ros.
Es o no es posible,replic Pabl o.
Por qu no?
Por que hay muchos preparat i vos que hacer.
Los preparat i vos se aligeran, cuando se dispone de
act i vi dad y de di nero, y habi ndome yo encargado de
este asunt o, os promet o que no han de faltar ni la una
ni el ot ro.
Sin embar go. . .
Parece que tengas empeo en que se retrase lo que
debi er as querer apr esur ar .
/ No es eso. Decididos ya casarnos, cuant o antes
mej or.
Ent onces. . .
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 8 1 g
Pero no veo la necesidad ni la conveniencia de que
vayamos tan apri sa.
III
Rosario no intervena en la conversacin.
Estaba compl et ament e abst ra da, pensando en su fu-
tura felicidad.
He aqu el plan que tengo formado, dijo Mat i l de
su her mano.
Veamos, le respondi Pabl o sonri endo. Como
tuyo, no hay que decir que ser bueno.
Segn eso, lo aceptas desde luego?
No digo t ant o.
Recuerda que me has promet i do incondicional obe-
diencia.
Tienes razn. Lo acept o.
Pues escucha.
- D i .
Como conozco muy bien Ri cardo, puedo, asegu-
rarte que el da de su boda, ser mucho ms di choso, si
para ese da sabe ya que sois sus padres.
Lo crees as?
Repito que lo aseguro.
Ojal no te equivoques!
820 - E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Estoy cierta de que no.
Cont i na.
IV
Matilde, consult con la mi rada Rosario, como pi
di ndol e su opi ni n, pero vi endo que no haca caso de
nada, sonrise y sigui diciendo:
Queda, pues, conveni do, que Ri cardo debe saber
ant es de su casami ent o, que es vuestro hijo. Ahora bien:
por vuest ro decoro y por que vuest ro hijo no tenga nada
que deciros ni que echaros en cara, opi no que, cuando le
revelis qui enes sois, debis estar ya casados.
En cuando eso, no cabe la menor duda, asinti
Pabl o. Nuest ro casami ent o, ser la nica compensacin
y disculpa que podremos ofrecerle de las faltas de que
necesari ament e hemos de acusar nos.
Pues ya ves como, al fin, reconoces la urgencia de
vuest ro mat ri moni o. Si os parece, este se cel ebrar den
tro de qui nce das. Yo me compr omet o al l anar todos
los obstculos que ello se opongan.
Pabl o accedi , y en cuant o Rosario, al preguntarle
su parecer, exclam t embl ando:
Tan pront o!
Pero esta excl amaci n no fu de t error, sino de ale-
gr a.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 821
V
Puestos de acuerdo sobre este punt o esencial, poco
tuvieron ya que discutir.
Slo me resta haceros una consulta, dijo Mat i l de,
por mejor decir, una advert enci a, pues desde ahor a
aseguro que estaris conformes con lo que voy deciros
Qu es ello?pregunt Pabl o.
Como en estas cosas convi ene si empre evitar las
murmuraci ones y el escndal o, creo que debis casaros
sin decir nada nadi e.
Es lo mejor.
Ni Ricardo si qui era. .
Para qu?
De este modo, al presentaros l como sus padres
y al decirle que estis casados, no ser preciso que sepa
cundo os casasteis. Para qu ha de ent erarse de que
habis vivido en una situacin t an irregular dur ant e
tantos aos?
En todo piensas!exclam Rosari o, abr azando
la que muy pront o sera su her mana.
Te advi ert o, de todos modos, dijo Pabl o, que yo
nuestro hijo le revel ar la ver dad, toda la verdad.
Qu duda cabe? Per o no es necesario que en t us
822 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
VI
Resueltas de este modo todas las dificultades, Matilde
dijo:
Pues ahor a, lo que hay que hacer es muy sencillo.
Llegado el da de vuestra boda, por la maana salimos
de aqu los t res, como si furamos dar un paseo, nos
vamos la iglesia, os casis, y cuando vol vamos, se
busca la maner a menos violenta de revel ar Ricardo lo
que ha de ser para l una gran alegra. Slo falta una
pequea dificultad que vencer.
Cul?pregunt Pabl o.
La cuestin de padri nos.
No te apur es.
Yo ser vuest ra madr i na; pero, y el padrino?
Lo encont rar fcilmente.
Ha de ser un hombr e que r ena ciertas condiciones.
Desde luego.
Reservado.
Persona de confianza, que sepa callar lo que nos
otros nos convenga que calle.
revelaciones, menciones ciertos detalles que no vienen ai
caso. El de vuest ro casami ent o es uno de ellos. Bastar
con que sepa que estis casados.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 823
-Eso es.
Lo"encont rar.
Pues t te encargas de eso.
Fiaren m.
Vil
Siguieron habl ando al gunos instantes ms, y luego
Pablo se despi di .
Voy la cal l e, di j o. Para que no me tachis de
perezoso, ahora mi smo ir hacer lo nico de que me
habis encargado.
Vas buscar padrino?le pregunt su her mana.
S.
A. qui n vas dirigirte?
Lo sabrs si acepta, y creo que no quedars des -
contenta de mi eleccin.
Marchse, despus de despedirse cari osament e de las
dos seoras, y estas, al quedarse solas, abrazronse con
ternura.
Te deber mi dicha!exclam Rosario, c onmo-
vida.
Se la debers l, que es muy bueno y te qui ere
mucho,le respondi Mat i l de, y te la debers t
nisma, por haber sabido hacerte di gna, con tu abnega-
824 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
cin, de la felicidad que te espera. Pr ont o t endrs el pla-
cer de que tu hijo te llame madr e.
- ^ Oh, s!
Per o no me niegues m , el derecho de que me lla-
me del mi smo modo.
Por toda contestacin, Rosario bes las manos de la
que dur ant e tantos aos hab a servido de madr e su
hijo.!
No poda ni deba tener celos de ella; al cont rari o, de-
bale gratitud y respet o.
VIH
Aquella mi sma maana, Pabl o se present en el hotel
donde se alojaba Espej o.
Tengo que habl ar con V. solas,dijo don Fer-
nando.
Est e, se apr esur escucharl e.
Guando estuvieron solos, Pabl o agreg:
Vengo pedi r V. un favor.
Concedido, le respondi Espej o.
Quiere V. ser padr i no de mi boda?
Cmo!excl am Fer nando, en el col mo de la sor-
presa.Usted t ambi n se casa?
Tambi n.
Per o. . .
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 825
No quiero ser menos que los dems.
Y cuando?
Dentro de qui nce d as.
Tan pront o!
Yo soy as. Me gusta hacer las cosas apenas pensa-
das.
Quin es ella?... Digo, si puede saberse.
Ya lo creo!
IX
Aunque sin ent rar en ciertos detalles, Pabl o puso
Fernando en antecedentes de lo que se t r at aba.
Como v V. , acab dicindole,al pedirle que me
apadrine, le doy una prueba de confianza
Prueba que yo agradezco en lo mucho que val e,
respondi Espejo.
Con que, acepta usted?
Ya lo creo!
Ent onces, no hay ms que habl ar ni tengo nada que
advertirle.
Descuide V.
Despidise Pabl o de Fer nando, despus de darl e las
gracias y de recomendarl e la mayor reserva, y regres
su casa.
En cuant o pudo habl ar solas con Rosario y con Ma-
T OMO 11 104
826 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
tilde, les comuni c que ya tena padri no y les dijo quin
er a.
Gomo esperaba l de ant emano, las dos aplaudieron
su eleccin.
Fer nando, era el hombr e reservado y discreto que ne-
cesi t aban.
CAPI TULO IX
Espi onaj e
I
Transcurri eron algunos d as, sin que ocurri era nada de
particular.
Ricardo hab a empezado el ret rat o de Ivona, sirvin-
dose para ello, del que le proporci on su ami go, publi
cado en una ilustracin francesa, y adel ant aba mucho
en su trabajo.
Quera tenerlo concluido para antes del da su boda.
El tal ret rat o, era una de las obras de art e de mayor
mrito que hab an produci do los privilegiados pinceles
del famoso artista.
Renato estaba ent usi asmado.
No puede darse un parecido ms ext raordi nari o,
828 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
dec a. Es la baronesa mi sma. En esas facciones, fiel-
ment e reproduci das, parecen palpitar el al ma y el pensa
mi ent o de la mujer ext raordi nari a, la que dedicas tan
delicada muest ra de gratitud y afecto. Bien se conoce
que pones todo tu empeo en esta obr a.
El pintor sonrise, halagado por los ant eri ores elogios,
pero no envaneci do, y contestaba:
Est oy obligado hacer en ese ret rat o, todo lo que
s y todo lo que pueda. Bien lo merece la persona
qui en est dedi cado.
Esperanza, Malilde y Pabl o, que sub an frecuente-
ment e al estudio, para ver cmo mar chaba la obra del
art i st a, eran de la mi sma opinin que Renat o, y dedica
ban al ret rat o los mi smos elogios.
Todos ani mbanl e seguir t rabaj ando con el mismo
empeo que hasta entonces, y Esperanza decale:
Pi ensa, cuando cojas los pinceles, que esa mujer
deberemos en gran parte nuest ra di cha; este pensamien
t o, aument ar tu i nspi raci n.
II
El trabajo no lograba distraer Ri cardo, de la preocu
pacin produci da en l, por el descubri mi ent o del amor
de Rosario y Pabl o.
Aquello lleg ser en l una obsesin, una man a.
Mil veces estuvo t ent ado de decirles:
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 829
Aunque ustedes no han tenido confianza bastante
para comuni crmel o, pesar de lo mucho que dicen que
me qui eren, yo s que se aman, y siento necesidad de
felicitarles por un amor , que sin acert ar explicarme la
causa, me llena de alegra.
Pero se cont uvo, por t emor cometer una i mpr u-
dencia.
No, decase;que me lo revelen ellos si qui eren.
Si no me lo revel an, da llegar en que su cari o se haga
pblico hasta contra su vol unt ad, y ent onces formul ar
mis quejas por su falta de confianza par a conmi go.
III
Con quien ni cament e poda habl ar de este asunt o,
era con Esperanza, la cual t ambi n estaba i nt eresada,
aunque no tanto como l, en que aquel misterio se acia -
rase.
Los dos jvenes, se hab an puesto de acuerdo par a
descubrir los planes de los nuevos enamorados y de Ma-
tilde, su prot ect ora, sin que ellos lo sospechasen.
Por compl acer su novi o, Esperanza pr ocur aba ave-
riguar todo lo que poda relativo aquel asunt o, y cuan-
to averiguaba, comuni cbal o al instante Ri car do.
Me parece que proyect an al guna cosa, dec al e,
porque nuest ra madr e sale y ent ra mucho, y celebra con
830 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
ellos misteriosas conferencias. Algo pr epar an, pero no
puedo averi guar qu.
Sigue espindoles, contestbale el pi nt or.
Y los dos sentan crecer su curiosidad medi da que
pon an mayor empeo en penet rar aquel misterio.
IV
Una noche, cuando se dirigan al comedor para cenar,.
Esperanza dijo en voz baja su novi o:
Tengo que habl art e con precisin esta mi sma no
che.
De nuest ro asunt o?pregunt l.
S . . .
Ll amaban nuestro asunto, sus averi guaci ones.
Ocurre algo de particular?agreg el artista, lleno^
de impaciencia.
Creo que s.
Qu es ello?
Pr ocur a que podamos habl ar sin que nos oigan, y te
lo di r.
No pudi er on prol ongar ms su dilogo.
Reuni ronse todos en el comedor , y Ri cardo not al
i nst ant e, que Rosario estaba muy plida.
En cuant o Pabl o, parecile muy pensat i vo.
La ni ca que estaba t ranqui l a y como si empre, era
Mat i l de.
E L ^ MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 8 3 1
Si algo de anor mal se adverta en ella, era una expre -
sin de alegra que anunci aba muy raras veces su her-
moso y de ordi nari o triste sembl ant e.
Estas rpi das observaciones, bastaron para que Ri -
cardo pensase:
Esperanza tiene razn; debe de ocurri r algo extraor
dinario.
V
La cena t ranscurri silenciosa.
nicamente Matilde pareca tener ganas de habl ar.
Contra su cost umbre, Pabl o apenas pronunci pa-
labra.
El y Rosari o, mi r aban frecuentemente su hijo de un
modo part i cul ar.
Ricardo sorprendi al gunas de aquellas mi radas, y
pregunta base:
Por qu me mi ran de ese modo?
Supona que la explicacin de todo aquel l o, deba estar
en lo que Esperanza tena que decirle, y deseaba que
acabase la cena para buscar el modo de habl ar solas
con su novia.
Tambi n Matilde mi raba con frecuencia su hijo
adoptivo; pero sus mi radas eran ms t ranqui l i zadoras.
Pareca como si con ellas le anunci ase le pr omet i e-
se una grata nueva.
832 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
VI
Concl uyeron, al fin, de cenar, y pasaron al gabinete
donde acost umbr aban reuni rse dur ant e las vel adas.
Algunas noches, Esperanza les distraa t ocando el pia-
no, pero aquella noche nadi e le pidi que lo tocara, ni
ella se prest expont neament e hacerl o.
Todos parecan seguir muy pensativos.
Esto protegi los deseos de los dos jvenes.
Tr as al gunas evoluciones hbi l ment e est udi adas, en-
cont rronse reuni dos en un ext remo del gabinete, la
vista de los dems, pero s suficiente distancia de ellos
para poder habl ar en voz baja sin ser odos.
Matilde fu la nica que en ellos se fij, y se sonri
pensando:
Pobrecillos! Cuantas combi naci ones para buscar
ocasin de decirse una vez ms, lo mucho que se quie-
ren!
Y les dej t ranqui l os, que habl asen sus anchas.
No perdieron los dos jvenes el t i empo y la libertad en
que se les dejaba.
Qu hay?apresurse pregunt ar Ri cardo su
novi a.
Grandes novedades, repuso ella.
Di .
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 833
Maana muy t empr ano, las siete, sal drn de casa
Rosario y el to Pabl o.
A dnde irn?
Lo ignoro.
Ent onces. . .
Pero algo muy i mport ant e deben ir, por que tienen
grande empeo en que nadi e sepa su salida.
Es extrao!
i
Con ese fin, sal drn tan de maana.
Qu ms?
Les he odo decir que m anana ser para todos el
gran da;
El gran da! De qu?
No s; pero esa frase me ha parecido muy significa-
tiva.
Bastante.
Por eso te la repi t o.
Cmo has averi guado todo eso?
Haciendo una cosa que me repugna' : escuchando
detrs de una puert a.
Ricardo dio las gracias su amada con una sonrisa.
Vil
Esperanza no dijo nada ms; pero con l poco que
dijo, bast para excitar ms y ms la curiosidad y el i n-
ters de Ri cardo.
T OMO I I ' i o5
-834 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
A. donde t endr n que ir t an t emprano?pregunt -
base. Por qu di rn que maana es el gran da?
Claro que era intil que se hiciese s mi smo estas
pr egunt as.
No poda descifrar el enigma. *
Conformse con suplicar su novi a, que prosiguiese
sus indagaciones.
Esperanza le promet i hacerl o, slo por compla-
cerle.
Parec a como si todos t uvi eran aquel l a noche mucho
sueo, pues ret i rronse dor mi r ms t empr ano que de
cost umbr e.
Tambi n al despedi rse de Ri cardo, Rosari o y Pablo,
mi rronl e del modo particular como le hab an mirado
ant es.
VIII
El joven se retir su habi t aci n, profundamente
pr eocupado. -
Cuando ya todos est aban en su cuart o respectivo, Pa-
blo y Mat i l de, reuni ronse con Rosario en la habitacin
de esta l t i ma, donde cel ebraron los tres una larga con-
ferencia.
Esperanza, que vio su madr e salir de su dormitorio,
pens:
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 835
w
Ya tengo una noticia que dar maana Ri
cardo.
Este, mi ent ras t ant o, pr ocur aba dormi rse, di ci n-
dose:
Yo sabr dnde van maana!
CAPI TULO X.
Por qu?
El da siguiente la noche en que t uvi eron lugar los
sucesos nar r ados en el captulo ant eri or, era el sealado
par a la celebracin de la boda de Rosari o y Pabl o.
Mat i l de, hab a cumpl i do su promesa, y en quince
d as, fuerza de actividad y di nero, hab a ul t i mado to
dos los preparat i vos.
Consecuentes en su propsito de que nadi e tuviera
noticia de aquel acont eci mi ent o, preparronl o todo con
el mayor sigilo, y decidieron ir la iglesia muy tem-
pr ano.
All estara esperndol es Espejo, ni co que deba pre-
senci ar la nupcial ceremoni a.
E L C A L V A R I O D E U N N G E L 837
Despus, el padri no se volvera su hotel, y los recin
casados y Mat i l de, regresaran su casa, como si vol vi e-
ran de dar un paseo.
Esto era lo que hab an acor dado, sin cont ar con que
Ricardo y Esperanza, gracias una curiosidad justifica-
da y disculpable, hab an descubierto part e de su secreto.
I I
Al amanecer , Matilde levantse, pr ocur ando no ha
cer rui do, para que su hija, que dor m a en una habi t a
cin i nmedi at a, no la oyera.
Sus precauciones fueron intiles, pues Esperanza, que
como Ri cardo hab ase acostado la noche ant eri or obse-
sionada con la idea de aquella extraa salida, estaba
despierta, aunque fingi dormi r cuando su madr e ent r
darle un beso.
Matilde, sonrise al besar su hija, como dicindose:
No sabes t bien la sorpresa que te aguarda.
Esperanza, por su part e, pens;
No o mal ; salen muy t empr ano. A dnde irn?
Y en cuant o su madr e hubo traspuesto la puer t a, salt
del lecho, envolvise en una bat a, y psose en acecho
la puerta del t ocador, que daba al pasillo.
Desde all podra verles cuando pasaran para salir la
calle.
De buena gana, la joven les hubi era seguido para s a-
ber donde i ban.
838 E L CAL VARI O D E N N G E L
Conformbase, pensando:
Puede que Ri cardo, advert i do por m , les siga, y en
tal caso, l me di r donde van.
IH
Cuando Matilde ent r en el cuart o de Rosario, esta
estaba ya l evant ada.
No hab a dor mi do en toda la noche, y bien claramen-
te revel bal o la palidez de su sembl ant e, y los amorata-
dos crculos que r odeaban sus ojos.
Parec a, no obst ant e, t ranqui l a y satisfecha.
Matilde la abr az, sal udndol a con una sonrisa.
Cmo va ese ni mo?pregunt l e.
Bi en, respondi ella.
Valor!
No t emas que me falte. Lo he tenido par al a desgra
ca, no quieres que lo tenga para la dicha?
Es que el peso de la felicidad, veces abr uma ms
que el del infortunio.
Ti enes razn.
Per o dat e prisa en vestirte, no sea que venga Pablo
l l amarnos y se encuent re con que an no ests prepa-
r ada.
Y haci endo las veces de doncella, ella mi sma la ayud
vestirse.
La operaci n fu breve.
E L MA N U S C R I T O D E . U N A MONJ A 83a
Todas las galas que Rosario psose para la ceremoni a
que se iba cel ebrar, reduj ronse un vestido negro
muy sencillo y una mantilla de encaje.
IV
Acababa la novia su t ocado, cuando l l amaron la
puerta del cuart o.
Debe de ser Pablo, dijo Mat i l de.
Y aadi en voz alta:
Adelante.
Pablo era en efecto.
Tambi n l estaba muy pl i do, y el traje negro de le-
vita que vesta, haca resaltar an ms la palidez de su
rostro.
Es la hora, di j o al entrar. Estis ya dispuestas?
Vamos cuando qui eras, l e respondi su her mana.
Pues en mar cha.
En mar cha.
Y los tres salieron juntos de la habi t aci n.
Los futuros esposos, no se dirigieron la pal abra.
Se conformaron con mi r ar se.
Al cruzar el pasillo y pasar por delante de la puert a
del cuarto de Ri cardo, los tres mi r ar on aquella puert a,
como si pensar an: Si el que due r me t ranqui l ament e
ah dent ro, supiera donde vamos!
Si hubi eran l evant ado el tapiz que cubr a aquel l a
84O E L C A L V A R I O D E U N N G E L
puert a, hubi er an visto escondido tras l, al pintor, el
cual mur mur a ba :
Yo sabr donde van!
V
Un carruaj e esperaba los novios y la madr i na,
la puert a de la casa.
Subi eron los tres l, y el cochero, que ya deba tener
recibidas las oport unas rdenes, les condujo la iglesia,
A la puert a de sta, hab a par ado ot ro coche.
\ Er a el en que hab a ido Espej o.
Fer nando, esperbales paseando bajo el prtico.
Al verles llegar, se adel ant recibirles y les salud
afectuosamente. ,
Hace mucho que aguar da V.?le pregunt Pablo.
Unos cuant os mi nut os, respondi el esposo de
Consuelo.
Es la hora en punt o.
Ya lo s; pero cuando yo tengo una cita, me gusta
si empre asistir ella con al guna anticipacin.
Esta respuesta daba idea, por s sola, de la formalidad
de su carct er.
Los cuat ro apresurronse ent rar en la iglesia.
Si no hubiesen ent rado tan preci pi t adament e en el
t empl o, hubi er an visto llegar un tercer carruaj e, del que
descendi un caballero j oven, elegante y apuest o.
Er a Ri cardo, que les haba seguido.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A
841
VI
La ceremoni a de la boda, no t uvo otros testigos que
Matilde, Fer nando, los escasos fieles que aquella hora
haba en la iglesia, y Ri cardo, el cual , pr ocur ando no
ser visto, sigui con creciente inters todos sus inciden
tes.
El joven, estaba profundament e conmovi do.
Guando comprendi de qu se t rat aba, experi ment
una alegra i nmensa, una alegra que l mi smo no acer
taba explicarse.
Su i magi naci n, adi vi naba en aquel casami ent o, el
desenlade de un dr ama de amor .
Quin sabe si queri ndose mucho, pensaba, ha
brn sido los dos hasta ahor a muy desgraciados, por
causa de su mi smo cari o.
Y como consecuencia de este mi smo pensami ent o,
balbuceaba, con todo el fervor de su corazn:
Dios m o, hacedles muy dichosos!
Cuando el sacerdote bendijo los desposados, la
emocin de Ri cardo subi de punt o.
Parecale que aquella bendicin sant a, que purificaba
el amor de dos seres y les un a para si empre, caa t am-
bin sobre su cabeza.
Arrodillse y or .
Su al ma, conmovi da por mil encont rados i mpul sos,
necesitaba el desahogo y el consuelo de la oraci n.
T OMO 11 106
842
E L CAL VARI O D E U N N G E L
VII
En pocos instantes, Pabl o y Rosario, pareci eron trans-
formarse por compl et o.
Al vers casados, al purificar y redi mi r su amor con
la bendicin del represent ant e de Dios en la tierra, sin-
tironse aligerados del peso que antes opri m a su con-
ciencia.
Desvanecise de repent e su pasado, y alejronse los
recuerdos de s-u falta, de aquella falta para la que te-
nan tantas disculpas, y que sin embar go, tan infelices
les hab a hecho.
En sus rostros, i rradi aban la satisfaccin y la ventura.
Mi rronse, y con la mi r ada comuni cronse sus pen-
sami ent os.
Los dos pensaban lo mi smo.
Ya eran dignos de su Ri cardo.
Ya pod an present arse l sin t emor ni escrpulo de
ni nguna clase.
Su falta hab a sido redi mi da.
El amor que le sirviera de origen, estaba purificado.
Su expiacin hab a concl ui do, y empezaba para ellos
una era de t ranqui l i dad y vent ur a.
Los novios y los padri nos, salieron de la iglesia, y Ri-
car do sali tras ellos.
El joven ya no pr ocur aba recat arse.
En su t urbaci n, i mport bal e poco que le vieran.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 848
Mas an, deseaba most rarse los que iba si gui endo,
para recl amarl es la part e que en su felicidad le corres-
ponda.
Mientras en el atrio despedanse de Espejo, el cual di-
riga los recin casados sus felicitaciones, Ricardo no
pudo contenerse ms y se acerc ellos.
Rosario y Pabl o, al verle, retrocedieron asust ados.
Matilde, no se most r menos sorprendi da.
No esperaban ustedes verme aqu y en estos mo-
mentos?dijo el pi nt or. Pues ya ven que yo he subsa-
nado su ingratitud su ol vi do, asistiendo expont nea-
mente la ceremoni a para la cual no me han convida
do. Lo s t odo, y mi propsito era aparent ar i gnorarl o
hasta que ustedes se decidieran decrmelo, pero mi
alegra se sobrepuso mi vol unt ad, y an t rueque de
cometer una i mpr udenci a, qui ero ser el pri mero en feli-
citarles. Creo que es un derecho que no me puede negar
nadie
Y tendi sus manos los desposados.
VII
Rosari o y Pabl o, mi r aban su hijo con espant o.
Acababa de decir que lo saba t odo.
Qu alcance tenan estas palabras?
Saba que eran ellos sus padres?
Ri cardo, mostrse sorprendi do al ver que no est re-
chaban las manos que l les ofreca.
844
E L
C A L V A R I O D E U N N G E L
Qu es esto?exclam.Les enoja ustedes que
yo sepa lo que t ant o empeo parecan tener en ocultar
me?. . . A qu ese empeo y qu ese enojo?... Qusig-
nifica esto?
Y mi r su madr e adopt i va, como pidindole la ex-
plicacin de aquel enigna.
Qu esperis?dijo Matilde sus hermanos. Os
dice que lo sabe todo y os tiende sus brazos, y no os
arroj i s en ellos?
Pabl o y Rosari o, cruzaron una mi r ada, y la segunda
i nt ent arroj arse en los brazos de su hijo; pero le falta-
ron las fuerzas, perdi el sentido, y hubi era cado al sue
lo de no recibirla Matilde en sus brazos.
IX
Aquel i nesperado desmayo, i mpresi on ms y ms
Ri cardo.
Vea en todo aquello, un misterio que no acert aba
compr ender .
A qu obedeca el secreto de aquel casamiento?
Por qu Rosario se desmayaba, al saber que l lo ha
ba descubierto?
Lleno de asombr o, guard silencio, y ayud colocar
Rosario en uno de los carruaj es, al cual subi tambin
Mat i l de.
Pabl o y Ri cardo, subi eron ot r o, y los cuat ro enca-
mi nr onse casa.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 845
Espejo, quiso acompaar l es, pero convencironle de
que no era preciso que se molestara.
Al despedirle, Pabl o le dijo en voz baja:
Ya no es preciso guar dar el secreto de mi boda,
puesto que ni cament e por Ricardo lo guar dbamos.
Puede V. participar en mi nombr e nuest ros ami gos,
mi casamiento.
J^. ufa) Wf*' 4tjv# tsfff <*f* T^uri. <h <^ f <('1 >e
CAPI TULO XI
Si gue el secr et o
I
Pabl o estaba cohi bi do, avergonzado.
No se atrevi habl ar ni aun su hijo.
Este hab a di cho, lo s todo, les hab a felicitado por
su mat ri moni o y les hab a ofrecido su mano; pero no
hab a tenido una de esas elocuentes explosiones de ge-
nerosi dad de car i o, que pudi era interpretarse por
todo os lo perdono.
Era que el joven no saba ms que una parte de su
secreto?
Era que ant es de perdonar, necesitaba ciertas expli
caciones?
Qu deba hacer l?
E L C A L V A R I O D E U N N G E L 847
Abrazarle, l l amndol e hijo mo?
Y si le rechazaba?
Y si no estaba ent erado de t odo, como deca, y con
una sola frase revelbale un grave secreto que necesita
ba la debida preparacin?
Por otra part e, cmo permanecer callado sin dar ex
plicaciones de lo ocurrido?
Tal reserva, no era propia de su carct er.
II
Por suerte suya, Ri cardo le sac del apur o en que se
vea, t omando l la pal abra.
No s qu pensar de lo que acaba de ocurri r, l e
dijo, mi ent ras el carruaj e les t rasl adaba su casa, y
necesito que V. y Rosario me per donen. Conozco que
he cometido una i mpr udenci a, pero yo no cre nunca
que mi indiscrecin pudi era tener tanta i mport anci a.
Para m fu una verdadera satisfaccin descubri r que V.
y Rosario se amaban, puede creerlo, una satisfaccin
muy grande, tan gr ande como si fuesen ustedes para m
personas muy allegadas, ms que ami gos, parientes.
No sabe nada, pens Pabl o, al oirle explicarse de
este modo.
Y l mi smo no supo si se alegraba se entristeca, de
la ignorancia de su hijo.
848 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Lo que i gnoraba, habr a de saberlo muy pront o
Qu pensar a entonces?
III
Sin hacer caso del ext rao silencio de su interlocutor,
si empre tan locuaz y si empre tan comuni cat i vo, el joven
sigui dando sus explicaciones y sus disculpas.
Refiri cmo l y Esperanza, hab an descubierto el
secreto de aquel amor , y la i mpresi n que en ellos ha-
ba produci do tal descubr i mi ent o.
Luego, prosigui diciendo:
Nuest ra curi osi dad fu i ndi scret a, lo comprendo;
pero cremos que nos disculpara el cari o que V . y
Rosario profesamos. Desde luego, compr endi mos que en
ese amor , durant e, tanto t i empo conservado en el mayor
misterio, deba haber algo que nosotros acaso no pudi-
r amos saber; pero no fu eso lo que nos propusi mos des-
cubri r; en este punt o nos cont ent aremos con lo que us-
tedes nos di gan, sin formular ni una pregunt a; lo que
nosot ros desebamos, era t omar part e en su dicha, por
que nos cre amos tener derecho para ello. Tar de conoz-
co que nos engabamos. Rosario se desmaya al saber
que conozco su secreto, y V. no responde mis explica
ciones, lo que me indica que no las acept a, que est eno-
j ado conmi go. . . Queri endo darle una prueba de cario,
slo he logrado provocar su enojo!
e l MA N U S C R I T O d e U N A MONJ A
849
IV
Pronunci estas pal abras con un acent o tan c ompun-
gido, tan triste, que Pabl o estuvo t ent ado de decirle:
Pero si t tienes derecho saberlo t odo. . .
Contvose, sin embargo, y se limit decir:
No hay tal enojo, Ri cardo. Lo que hay es la nat ural
sorpresa... y hasta cierto r ubor muy justificado... Todo
lo sabrs, yo te lo j uro. Aun sin lo que ha ocur r i do,
nuestro propsito era hacerte grandes revelaciones, y
ahora te las haremos con doble mot i vo. . . Pero no en los
actuales moment os; despus, cuando estemos ms t r an-
quilos... Tenemos que habl ar mucho y de muchas co-
sas, y para ello necesito que ests t ranqui l o, y estarlo
tambin yo. . . No formes juicio al guno; espera. . .
Y le mi raba de un modo tan ext rao al habl arl e de
esta manera, que el joven senta crecer su curiosidad y
su impaciencia.
Llegaron casa.
El desmayo de Rosario, hab a sido pasajero.
Haba recobrado el sentido, pero estaba aun muy i m-
presionada.
Trasladronla sus habitaciones, y para evitar un
nuevo accidente, dejronla sola.
Mi hijo!exclamaba ella.Quiero ver mi hijo!
Ten cal ma, respond al e Mat i l de. Pront o vers tu
TOMO 11 107
850 e l c a l v a r i o DE UN n g e l
deseo satisfecho . . Per o antes hay que convencerse pun-
to fijo, de lo que sabe Ricardo, y del modo como lo ha
sabi do. . . Piensa que una i mprudenci a, puede sernos
todos muy perjudicial. . Fa en m. Yo habl ar con nes
tro hijo, y le prepar como es debi do.
Y convencida de que todos sus razonami ent os seran
intiles, la dej sola sin escuchar sus splicas y sus rue-
gos.
Volver pront o, l a dijo al marcharse, y cuando
vuel va, espero ser la port adora de tu dicha ..
V
Mat i l de no quiso dar paso al guno, sin consultarlo an-
t es con su her mano, para lo cual habl con ste.
Pabl o le repiti cuant o Ri cardo le hab a di cho.
Ignora lo ms i mport ant e, t ermi n di ci endo.
Pues es necesario que lo sepa todo,le replic su
her mana.
De qu modo?
Dicindoselo
Quin va encarga. se de una misin tan delica-
da?. . . Yo no me siento con fuerzas para ello.
Aqu estoy yo. ,
T?
Quin mejor? ,
Es verdad.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 85 I
Voy habl ar con Ri cardo ahora mi smo. Ve t
reunirte con Rosario, consulala, an mal a y esperad jun
tos el resultado de nuest ra entrevista.
Per o. . .
Lo que ha de hacerse, cuant o antes mejor. Hay qu
dar tu hijo una explicacin de lo que ha pasado, y la
mejor explicacin es decirle la verdad.
Y oblig su her mano qu se fuese hacer compa-
a su esposa.
V I
Los dos recien casados, aguardaron con la impaciencia
que es fcil suponer.
Ha llegado para nosotros el moment o terrible, en
que ha de decidirse nuest ra felicidad nuest ra desven-
tura,dijo Pablo su esposa. Matilde va habl ar aho
ra mismo con nuest ro hijo.
Para qu?pregunt Rosari o.
Para revelrselo t odo.
Pero, l no sabe...?
- N o .
Cmo se explica, entonces, su presencia en la igle-
sia?
Conoca nuest ro amor y nuestros proyectos de ma -
trimonio; pero nada ms.
852 EL CALVARIO DE UN NGEL
Y repiti una vez ms , cuant o Ri cardo le haba dicho
al volver. casa.
Rosari o rompi l l orar, y mur mur entre sollozos:
Dios m o, haced que nuest ro hijo no nos despre
ci !. . . Haced que nos perdone y nos abr a sus bra
zos!
Dios, todo bondad y compasi n y misericordia, no
poda menos de or la sentida plegaria de aquella pobre
madr e.
VII
Mi ent ras t ant o, vi endo que Pabl o no le daba explica
cin al guna, que Matilde no le escuchaba, y que no le
era permi t i do presentar sus escusas Rosario, Ricardo
fu en busca de Esper anza, para desahogarse comuni-
cando su novia cuant o hab a ocurri do.
La joven, se sorprendi tanto como se haba sorpren
di do l.
Voy creyendo como t , di j o, que en todo esto hay
un misterio.
Misterio que me at ae y que yo aclarar, respon-
di el pintor.
De qu manera?
Slo se me ocurre un medi o.
Cual?
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 853
Interrogar nuest ra madr e.
Crees que ella te di r la verdad?
Estoy seguro de ello. Me qui ere demasi ado para no
atender mis ruegos.
Ti enes razn.
No pasar el da de hoy sin que yo la interrogue
acerca de este asunt o.
VIII
Cual si estas pal abras hubiesen sido una evocacin,
presentse un criado diciendo, al joven, que Matilde le
llamaba.
Tal vez nuest ra madr e se apresure dart e expon-
tneamente, las explicaciones que t piensas pedirle,
dijo Esperanza su amado.
Tal creo, respondi i.
Me repetirs lo que nuest ra madr e te diga?
Te lo promet o.
Y el pintor separse de su novi a, para ir las habi t a-
ciones de su madr e adopt i va.
Siempre que ella le l l amaba, acud a presuroso su
llamamiento.
Aquel da con doble razn, porque en ello estaba in-
teresada su curi osi dad.
854 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Al dirigirse al cuart o de Matilde, iba dicindose
No t ar dar mucho en saberlo t odo.
Esperanza, por su part e, se qued pensando:
Qu significar todo esto?
No t ardar a, ci ert ament e, en saberlo t odo.
CAPI TULO XII
Preliminares
1
Abraz Ri cardo Mat i l de, como tena por cost umbr e,
J sentndose su l ado, le dijo:
Y bien, madr e m a, para qu me has llamado?
iQu deseas?
Ante todo verte, le respondi ella.Bien sabes que
rio hay para m en el mundo, placer comparabl e al de
tenerte mi lado.
Qu buena eres!
No se trata aqu de mi bondad, sino de mi cari o;
no debes decir: qu buena eres!, si no cunto me
amas!.
Es ver dad. . . Pero con eso, no haces ms que cor r es-
ponderme. . .
856 EL CALVARIO DE UN NGEL
Lo s, hijo m o, lo s. Los dos podemos estar segu-
ros de nuest ro mut uo afecto, sin que de l necesitemos
dar nos repet i das pr uebas.
Y cambi ando de t ono, aadi :
Pues, como te deca: en pri mer lugar, deseaba verte;
despus. . . cal mar la nat ural curiosidad y hasta la inquie
t ud que en t deben haber produci do los sucesos que
hace poco se han desarrol l ado.
II
Ani mse el rostro del pi nt or, al oir estas pal abras, y
dijo:
Conque, es decir, que vas ha habl ar me del amor de
Pabl o y Rosari o, y de su casami ent o y el misterio con
que lo han r odeado, y de la extraa i mpresi n que en
ellos produjo mi i nesperada presencia en el templo?
S, hijo m o, repuso Matilde. De todo eso te quie-
ro habl ar.
Que me place! Preci sament e, pensaba interrogarte
cerca de ello. . .
Pues ya ves que, como si empre, me he adelantado
t us deseos.
Y luego no quer r s que diga que eres muy buena!
No todo es, bondad, en m . Al hacer lo que hago,
cumpl o un deber.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A
857
Un deber?
S. Rosario y mi her mano, me han supl i cado que t e
en su nombr e ciertas explicaciones, y yo les he pro
netido complacerles.
Luego me vas habl ar de parte de ellos?
Eso es una falta de confianza con que me ofenden,
i algo tienen que deci rme, por qu no me lo dicen ellos
nismos? Cuando hay la i nt i mi dad y la franqueza que
nedian entre ellos y yo, no hacen falta embaj adores,
mnque stos sean tan discretos y tan queri dos como t .
Mostr Matilde cierta timidez, que no dej de ext ra
iaral joven, y bal buce:
Hay ciertas revelaciones, Ri cardo, que son muy vio-
entas, para hechas por los mi smos interesados; por
jemplo, cuando esas revelaciones son la confesin de
ina falta. Ent onces, se busca una tercera persona que
irva de i nt ermedi ari a. . .
Conque es decir, la i nt er r umpi el pi nt or , que
losario y Pabl o, tienen que confesarse de una falta?
- S .
Y vas hacer me en su nombr e esa confesin?
- S .
III
T OMO I I 108
858 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Preci sament e; y por adel ant ado te pido para ellos
i ndul genci a.
No prosigas.
Por qu?
Por que no me creo con derecho para que nadie me
confiese sus cul pas. Yo cre que se t rat aba de un secreto
de otra clase. Si hubi ese sospechado lo que me indicas,
me hubi era abst eni do de most rar una curiosidad de la
que ya me arrepi ent o.
IV
Matilde, sonri cari osament e.
Esa susceptibilidad y esa delicadeza, te honran,
dijo;pero puedes escucharme sin escrpul o, porque es
vol unt ad de Rosario y de mi her mano, que sepas lo que
en su nombr e voy revelarte; es ms, debes saberlo y
te lo hubi eran revel ado, aunque no hubi ese ocurrido
nada de lo que ha ocurri do.
El joven, mi r con creciente sorpresa su madr e adop
t i va.
Que yo debo conocer los secretos de unas personas
las que no me ligan otros lazos que los de la a mistad y
la si mpat a?excl am.
- S .
Por qu?
Por razones que luego sabrs.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 85o.
Mas me confundes cuant o ms habl as. Slo esta
mos obligados conocer los secretos de aquellas perso
as quienes est amos ligados por lazos muy nt i mos de
parentesco. . .
Te repito que tienes el deber y el derecho de saber
lo que voy revel art e; no puedo decirte ms.
V
La sorpresa del pintor, suba de punt o por instantes.
Habl a, madr e m a, habl a, di j o, tras una breve
pausa. Puest o que t dices que debo escucharte, te es
cucho. As como as, deseo cal mar de una vez esta cu
riosidad que me t ort ura. . . Por que de algunos das esta
parte, todo son misterios para m . . . Veo cosas que no
me explico y que me i mpresi onan ms, tal vez, de lo
que debi eran. . . Es e amor , para todos oculto hasta hoy ..
ese mat ri moni o, cel ebrado en secreto como si fuera un
crimen. . . Lo mi smo que t me dices ahor a, de que yo
debo saber la causa de todo eso, es lo mi smo que decir
que yo con todo eso estoy rel aci onado. . . No puedo des-
cifrar, por m solo, tantos eni gmas. . Puest o que t me
ofreces tu ayuda, la acept o. . . Vengan esas explicaciones,
dsmelas en nombr e de qui en me las des. . . Qu me
importa, si con ellas salgo de dudas?
Y as como antes por un exceso de delicadeza resi s-
860 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
tase escuchar su madr e adopt i va, ahora excitbala
que habl ase.
' VI
Matilde, trat de cal mar al joven, con una cariosa
sonri sa, y luego dijo:
Voy empezar por referirte una historia muy vul-
gar , pero muy interesante: la triste historia de unos amo
res desgraciados.
Esos amores son los de Rosario y Pablo?inter-
rog Ri cardo.
S.
Refirela, madr e m a; la escucho con profunda
at enci n. Nada me di rs, sin embar go, que me sorpren-
da, porque ya supon a yo que esos amor es eran muy
ant i guos, y deb an haber t ropezado con grandes contra
riedades
No te equi vocas.
Pues, ves? Eso slo hace ya simpticos mis ojos,
los protagonistas de tu historia. Los que sufren, deben
i nspi rarnos si empre compasi n y simpata. Y si sus
pesares se mezcla al guna falta, debe serles perdonada,
en gracia sus sufri mi ent os. . . Di, madr e m a, di. Re-
fireme las desvent uras de los que, al fin, han visto hoy
santificado su amor por la bendicin de un sacerdote.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A
V I I
No se hizo Matilde rogar mucho, y refiri con todos
sus detalles, la historia que nuestros lectores ya cono-
cen; esto es, la historia de los amores y de las desvent u-
ras de Rosario y Pabl o.
No omiti nada: ni sus faltas ni sus sufrimientos.
Ricardo, t uvo frases de disculpa para las unas y de
conmiseracin para los ot ros.
Cmo se alegraran sus infelices padres, si le oye
ran!pensaba Mat i l de.
Al pintarle la expiacin y el arrepent i mi ent o de los dos
amantes, lo hizo con t ant a vehemenci a, que consigui
que el joven llorase.
Faltaron, dijo Ri cardo; pero su falta no fu t an
grande como ellos se empean en suponer, y de sobras
la han expiado. A faltar, vironse obligados por las cir-
cunstancias. No hay qui en no deba tener esto en cuent a
al juzgarles, y qui en, por consecuencia, no deba absol -
verles.
Lo crees as?
Lo afirmo.
Cunto gozaran ellos, oyendo de tus labios esas
palabras!
862 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
VIII
Pag Mat i l de, con una sonrisa, la generosidad de s u
hijo adopt i vo, y sigui diciendo:
Creo lo mi smo que t. Y la prueba de que los dos
estamos en lo justo, la tienes en que Dios, compadecido
al fin de ellos, les ha puesto en condiciones de que pue-
dan purificar su falta y santificar su amor con el matri
moni o. Qu prueba ms elocuente de que la justicia di-
vina les ha perdonado?
S , sin duda, afi rm el joven. Y merecen de so-
bra ese per dn, que les har tan dichosos como antes
fueron desgraci ados. Por que les espera la felicidad. Des
de hoy, gozarn tanto como ant es sufrieron, y su dicha
ser mucho ms gr ande, por lo mi smo que les ha cos-
t ado tantos sacrificios y esfuerzos lograrla.
Mat i l de, movi la cabeza negat i vament e
Mi pobre her mano y su esposa, no son ni pueden
ser felices,repuso, l anzando un suspi ro.
Por qu no?pregunt el joven.
Por que ello se opone un obstculo, uno slo, pero
gr ande.
Qu obst cul o es ese?
Tar d Matilde en contestar, hasta que, por fin, dijo:
Dispuesto estar siempre repetirlas en presencia
de ellos.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 863
Puesto que, como te he di cho ant es, debes saberlo
todo, sigue oyndome. Conoces ya los motivos por los
que mi her mano y Rosari o, han r odeado de t ant o mi st e-
rio su amor y su mat r i moni o; ahor a sabrs por qu no
son dichosos, pesar de haberse casado.
CAPI TULO XIII
Un grito del alma
I
En su relato de las desvent uras de Rosario y Pablo,,
al referirse Matilde aquel hijo que los infelices se vie
ron obligados abandonar , hzolo de modo que el joven
no pudiese sospechar nada, y no volvi habl ar de l,
hasta que trat de explicar al joven, los motivos que im-
posibilitaban la felicidad de los recin casados.
Empez esta segunda part e de sus explicaciones, de la
siguiente maner a:
Como te he indicado ant es, fruto de su amor y de
su falta de un instante de l ocura, mi her mano y Rosa
ri o tuvieron un hijo, un hijo al que abandonar on, no
por su vol unt ad, sino porque ello se vieron obligados.
E L C A L V A R I O D E U N N G E L 8 6 5
El padre de Rosari o, lo arrebat de los brazos de sta, y
Pablo estaba muy lejos para poder ampar ar y defender
su hijo. Ellos no fueron, pues, responsables de tal
abandono.
II
Al llegar este punt o, se det uvo para estudiar el efec
to que sus pal abras pr oduc an en el joven.
Este, lanz un suspiro, y exclam tristemente:
Pobre ni o, abandonado como yo y como yo pri-
vado, al nacer, de las caricias y de la proteccin de los
que le dieron la vida! Sabe Dios lo que habr sido de l.
Si vive, acaso estas horas maldiga sus padres, y sin
embargo, sus padres no son responsables de su a ba n-
dono.
Lo supones as?interrog Matilde con ansi edad.
Lo aseguro.
Luego, par a t, esos dos desgraciados, son inocentes
del abandono de su hijo?
Quin lo duda, siendo como ser verdad cuant o t
acabas de decirme? Por eso me alegro ms cada vez, de
no odiar los que conmigo hicieron lo que Pabl o y Ro-
sario se vieron precisados hacer con su hijo. Tal vez
como ellos, fuerza mayor les oblig abandonar me. . .
No se puede ni se debe juzgar la conduct a de nadi e, sin
conocer sus mviles.
T OMO I I 109
866 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Segn eso, perdonar as tus padr es, si su conduc-
ta tuviese las mi smas disculpas que la de esos dos des-
graciados?
Nat ur al ment e. Les perdonar a, aunque en realidad
fuesen cul pabl es; con dobl e razn, si al encontrarlos me
convenciera de que su cul pabi l i dad era muy relativa.
III
La t er nur a y la alegra, brillaron en el semblante de
Mat i l de.
No atrevindose habl ar , por t emor de dar enten-
der con demasi ada claridad sus pensami ent os, permane
ci silenciosa.
No necesitas deci rme ms, par a que comprenda la
causa de la desdicha de esas dos infelices vctimas del
destino, prosigui el j oven. No pueden ser dichosos
porque les falta su hijo.
En efecto,asinti Matilde.
Eso les enaltece an ms mis ojos.
Sin su hijo, de nada les sirven su amor y su matri
moni o, realizacin, ste l t i mo, de todas sus ilusiones.
Lo compr endo. Les at or ment ar , de continuo, la
duda de si habr muer t o. . .
Esa duda les ha at or ment ado hasta hace poco; pero
han sabi do que vive.
Vive?
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 867
S.
Y saben su paradero?
Tambi n.
Y no han corrido en su busca par a estrecharle en
sus brazos?
No se at reven.
Porqu?
IV
Pareci como si Matilde vacilara en contestar.
Al fin, dijo:
Hazte cargo de la triste situacin de esos pobres pa-
dres. No creas que se han casado por el egosmo de su
felicidad, sino por hacerse dignos de ese hijo que llora-
ban perdi do, y cuyo paradero les revela la casualidad
cuando menos pensaban. Si fal t aron, su falta queda re-
parada con el mat r i moni o, y hoy pueden present arse al
que dieron el ser, sin t emor ni escrpul o de ni nguna
clase.
Quin lo duda?replic el j oven.
Ellos, sin embar go, no opi nan as.
Cmo?
Temen. . .
Qu temen?
Que su hijo les rechace, que les recri mi ne, que se
avergence de ellos.
868 E L CAL VARI O D E U N N G E L
Oh!
Y aqu tienes la razn de su infelicidad. Si renun
cian presentarse su hijo, decirle que son sus pa-
dres, por el t emor de un desprecio posible, aunque in
justo, se condenan no gozar j ams del cari o de aquel
qui en di eron la vi da; si, por el cont rari o, se presentan
l y le dicen: somos t us padres, y l les rechaza y les
desprecia y les pide cuent as de su pasada conduct a, en
vez de encont rar la di cha, encont rarn la desesperacin,
la vergenza, el sufrimiento. . . De aqu sus dudas, su
ansi edad y sus t emores. . . No saben qu hacer ni qu
deci di r, ni yo s qu aconsej arl es. . . Qu te parece t
que hagan?. . . El t uyo es voto de cal i dad. Fi grat e, por
un moment o, que t fueras ese hijo de que se t rat a: qu
desearas que hiciesen tus padres?
V
Sin detenerse reflexionar, con la firmeza y prontitud
del que siente lo que di ce, el joven repuso:
Pabl o y Rosari o, deben presentarse su hijo sin te-
mores ni vacilaciones de ni nguna clase; deben presen-
t arse l y decirle: somos t us padres. Y cuando esto
le hayan di cho, deben justificarse sus ojos explicndole
su conduct a. El , les abri r sus brazos, estoy seguro de
ello; es lo nat ur al , lo justo; si yo me hal l ara en el caso
de ese hijo, les abrazar a sin vacilar y me considerara
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A. 869
el ser ms feliz de la creaci n, por haber encont rado, al
fin, los que me di eron la vi da. Pero si l no procedi e
ra as, si fuese bast ant e cruel y bast ant e insensible para
rechazarles, entonces ellos deben t rocar su cari o en
desprecio. Poco debe i mport arl es ent onces r enunci ar
para si empre al afecto de un hijo que no merece la dicha
de encont rar sus padr es.
Y aadi , con exaltacin creciente:
Pero esto ltimo no suceder, te lo aseguro. Creo
que todos los que sin el amor de nuest ros padres nos
criamos y vi vi mos, debemos pensar de la mi sma ma -
nera. Par a ese hijo, ser una felicidad i nmensa encon-
trar los que le dieron la vi da, como para m lo ser a. . .
Pero yo no t endr esa di cha. . . Esa vent ura no est re-
servada para m . . .
Quin sabe!le i nt errumpi Mat i l de.
VI
Ricardo, mi r sorprendi do su madr e adopt i va.
Esta le dijo, sonri endo:
Respndeme con si nceri dad, hijo m o: te alegraras
encontrando los que te di eron el ser?
Que si me al egrar a!repuso el joven.Necesitas
acaso preguntrmelo?
Y como si t emi era haber ofendido Mat i l de, con la
vehemencia de sus pal abras, aadi :
87O E L C A L V A R I O D E U N N G E L
No te enojes, madr e m a. . . Nada hay, en lo que
acabo de deci rt e, que deba enoj art e. . . Mi nat ural deseo,
no es una ofensa tu car i o. . . T , eres mi madr e del
al ma. . . Gracias t, me ha pareci do menos dur a mi hor-
fandad; mi gratitud y mi car i o, te pertenecen por com-
pl et o. . . Pero esto no qui t a para que yo desee conocer
mi madr e ver dader a. . . Es un deseo muy nat ur al . . . Si la
conociese, no creas que por ello te querr a menos, no; os
querr a las dos lo mi s mo. . . Er es demasi ado buena
par a tener el egosmo de desear que te quisiese t sola...
Vi l
Sonrise Mat i l de, y r epuso:
Si tu madr e verdadera encont raras, yo no me
ofendera porque la qui si eras, mi ent ras m me siguie-
ses queri endo como ahor a.
Eso si empre, respondi el j oven.
Pues con eso me bast ar a. . . Y si hab as de ser ms
dichoso por encont rar t us padr es, yo sera la primera
en al egrarme de tal encuent ro, porque yo no ambiciono
otra cosa que tu di cha. . . Los celos que pudi era inspirar-
me el verte dedi car ot ra, part e del cari o que hasta
ahor a ha sido slo m o, quedar an ahogados por la sa-
tisfaccin de verte compl et ament e feliz...
Qu buena eres y cuant o me amas!excl am Ri-
car do, abr azando con t er nur a su madr e adopt i va.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MO N J A 871
Y exhal ando un suspi ro, agreg:
Pero no hay que pensar en eso de que habl bamos.
No me est dest i nada m la di cha de encont rar los
que me di eron la existencia.
Quin sabe!repiti Matilde, dando sus pal abras
una entonacin part i cul ar.
VIII
Extremecise el pi nt or, y mi r ando fijamente Mat i l de,
le dijo:
Dos veces has pr onunci ado la mi sma frase, como si
quisieras despert ar con ella en mi corazn la esperanza.
Nunca, hasta hoy, me has expresado la posibilidad de
que encuent re mis padr es. . . Qu significa esto?...
Tienes por vent ur a algn indicio?
No, respondi ella, pero de un modo tal, que pa-
reca querer dar ent ender lo cont rari o de l oque deca.
Ent onces. . .
Pero en el mundo nada hay i mposi bl e, hijo m o. A
veces, lo que creemos ms lejos, es precisamente lo que
est ms cerca. . . Ya ves, Pabl o y Rosari o, han encon-
trado su hi j o. . .
Y bi en. . .
Por qu no hab as t , del mi smo modo, de encont rar
tus padres?
872 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
IX
La emocin y la ansi edad de Ri cardo, i ban en au-
ment o.
Parecale advert i r en las pal abras de su madr e adop-
tiva, algo misterioso que no saba explicarse.
La casualidad la Provi denci a, pod an haber sido
contigo ms generosas, porque lo mereces,prosigui
Mat i l de. Nos hubi er an hecho todos tan felices con
tan poco!. . . Fi grat e por un moment o, que t hubieras
sido ese hijo de qui en dependen la t ranqui l i dad y la ven-
t ura de mi her mano y su esposa.
Qu qui er es decir?exclam Ri cardo.
Es verdad!
Mxi me, est ando, como ests, di spuest o conceder-
les un generoso perdn.
Oh, s!
Esa generosi dad, Dios no puede menos de premiar-
la. Te repito una vez ms esa frase que tanto te ha im-
presi onado: Quin sabe!... Te n esperanza, hijo mo,
que cuando la suerte nos protege, todo le parece poco
para aument ar nuest ra dicha,- y t, la suerte te ha co-
menzado proteger despus de habert e t eni do olvidado
dur ant e mucho t i empo.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A ' 873
X
Ricardo t embl aba.
A qu habl ar de lo imposible?balbuce. Eso
sera para todos el colmo de la felicidad 1
Antes te he di cho, y repito ahora, cont est Matil-
de,que no hay nada imposible en el mundo.
T O MO I I n o
Hago slo una suposicin, que no ser desgraciada
mente cierta, pero que podra serl o, repuso ella. Nada
ms fcil. T eres un hijo abandonado. . . Un hijo a ba n-
donado buscan Rosari o y su esposo. . . Qu falta para
que mi suposicin se cumpl a? Slo un capri cho de la
casualidad.
Es cierto.
Supon, repi t o, que t fueras ese hijo que mis her-
manos buscan. . . Qu alegra para todos!. . . Tus padr es,
no seran par a t unos desconocidos, sino unos seres
los que ya amas. . .
Dices bien.
Les perdonar as y seran di chosos con tu per dn. . .
Oh, s, les perdonar a!. . .
Y yo. . . jyo sera feliz, vi endo uni dos por lazos
tan estrechos, los seres qui enes ms amo en el
mundo!. . .
874 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
El j oven, palideci i nt ensament e.
Cmo!excl am. Admi t es la posibilidad de que
tu suposicin se realice?
Por qu no?
Crees posible que Pabl o y Rosari o sean mis padres?
S . . .
Oh!. . .
Ya te dije ant es, que ellos buscan un hijo abando-
nado, y un hijo abandonado eres t . . .
Per o me has dicho que ellos saben ya el paradero
de su hijo. . .
Y bi en. . .
Si tal me has di cho, cmo supones. . . ?
Pues por lo mi smo.
Qu!. . . Qu dices?... El hijo que ellos buscan. . .
Ellos y yo, sabemos dnde est.
Dnde?
Adivnalo.
Dios m o! . . . Es esto un sueo?. . . Hab ame con
cl ari dad, madr e de mi al ma! . . .
Con mayor claridad aun?
Per o. . . Ellos!... Yo!. . .
S .
Ah, madr e ma!
S , Ri cardo, s. Mi suposicin es ci ert a. . . Lo que
t omas por un sueo, es r eal i dad. . . Rosari o y Pabl o, son
y
t us padr es. . .
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 875
*
El joven, psose en pi vi ol ent ament e, se llev las
anos la cabeza, y luego, como si de pront o volviera
n s, sali de la estancia, corri endo y gri t ando:
Padres!. . . Padres m os!. . .
Matilde, sali tras l profundament e conmovi da.
CAPI TULO XIV
Padr es mi os!
I
Pabl o y Rosari o, esperaban impacientes el resultado
de la entrevista de Ri cardo y Mat i l de.
Los dos t embl aban, como reos que estuviesen aguar-
dando el moment o de conocer su sentencia.
No se atrevan ni comuni carse sus i mpresi ones.
Silenciosos y preocupados, mi rbanse de reojo, como
compadeci ndose mut uament e por sus sufrimientos.
Nos per donar , pensaba Rosari o, abri endo su co-
razn la esperanza. Es demasi ado noble y demasiado
generoso para no per donar nos.
Si no nos perdona, dec ase Pabl o, nos demostra-
r que no es t an bueno como todos creen, que no es
E L MA N U S C R I T O D E U N A MO N J A 877
digno de ser hijo m o, por que yo no s guar dar rencor
nadie, ni an por las ofensas ms graves.
De este modo, pr ocur aban los dos contener su i nqui e-
tud y r eani mar sus esperanzas.
II
Llevaban ya mucho rato de esperar, cuando oyeron
gritos que no pudi eron ent ender, y vieron abri rse con
mpetu la puert a de la estancia.
Ri cardo, se present en ella, plido y t embl oroso.
Sus padres le mi raron ansi osament e.
El, al verles, lanz una exclamacin indefinible y co-
rriendo ellos, les pregunt :
Es verdad lo que mi madr e me ha di cho. . . lo que
acaba de revelarme? Respndanme, por Dios!. . . La
verdad. . . quiero saber la verdad!. . .
Como obedeciendo un mi smo i mpul so, Pabl o y su
esposa, arrodillronse los pies del j oven, bal buceando:
Perdn!
Luego es cierto?exclam el pintor. Luego sois
mis padres?. . . Padres!. . . Padres m os!. . . Vuestro sitio
no est mis pies, sino en mis brazos ..
Y obligndoles l evant arse, les estrech contra su
corazn.
878 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Matilde y Esperanza, penet raron en aquel moment o
en la habi t aci n.
La j oven, hab a acudi do at ra da por los gritos de su
novi o.
III
Cmo describir la escena que all se desarrol l en
tonces?
Todos l l oraban.
Ri cardo, pareca como si fuera volverse loco de fe -
licidd.
Sois mis padres!gritaba. Mis padres queridos!. . .
Si casi no me atrevo creerlo!. . . Padres m os!. . . Por
qu habis r et ar dado t ant o este feliz instante?. . . Ya no
soy un hijo abandonado! . . . Ya s qui enes debo la
existencia!... Por algo os quise tanto desde el primer
moment o en que os vi !. . . Mi corazn me anunci aba
qui nes erai s. . . Qu felicidad t an grande!. . .
Y no se cansaba de abrazarl es, de colmarles de cari-
ci as. . .
Ellos, por su part e, no cesaban de repetir:
Perdn!
Per dn! porqu?replic el j oven. Nada tengo
que perdonaros .. Me guardar a muy bien de juzgaros
siendo culpables, mucho menos sabi endo como s que
E L MA N U S C R I T O D E UNA* MON J A 879
sois i nocent es. . . Mi madr e me lo ha dicho t odo. . . Infe-
lices!... Cunt o habi s sufrido!. . . Y. llegasteis dudar
que yo os recibiera en mis brazos!. . . Es la nica ofensa
que me habis inferido, la nica que tengo que per do-
naros. . .
IV
Pablo y Rosari o, no saban darse cuent a de lo que les
pasaba.
Su felicidad, exceda todas sus esperanzas.
Hijo de mi vida!deca ella.Al fin, al fin puedo
llamarte mi hijo!. . . Mi hijo!... No me sacio de pr onun-
ciar este dul ce nombr e. . . He tenido que ahogarlo t ant as
veces, cuando cont ra mi vol unt ad suba de mi corazn
mis labios!. . . Mi hijo!. . . El hijo de mi al ma!. . . Hijo
mo!...
Y agregaba, volvindose su esposo:
Ves como nos ha perdonado?
Por su part e, Pabl o di sput aba su esposa el derecho
de acariciar al j oven, y estrechndolo contra su corazn,
exclamaba:
Eres tal como yo supon a, como yo deseaba que
fueras!... A la dicha de encont rart e, se une el orgullo de
que seas tan generoso y tan nobl e. . . Dios ha sido dema-
siado generoso para con nosotros, pues en vez de casti-
880 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
garnos por nuest ras faltas, nos otorga la vent ura de que
seas tan bueno como eres. . . Desde hoy, nuest ro empeo
no ser otro que hacernos dignos de tu afecto y de esa
generosidad con que nos perdonas.
V
Necesi t ar amos mucho espacio, para reproduci r todas
las frases tiernas y cariosas que se dirigieron aquellos
tres seres quienes el destino abr a una nueva era de fe
licidad inefable.
Matilde y Esperanza, presenci aban conmovi das aque-
lla escena.
La joven no acert aba salir de su admi raci n.
El to Pabl o y Rosari o, los padres de su novio!
Manifest su sorpresa su madr e, y sta le dijo:
S , hija m a. Es una nueva vent ur a con la que Ri-
cardo y t no cont abai s.
Una y ot ra, mant en anse alejadas, sin at reverse in-
t erveni r en aquella escena que t ant o las conmov a y
t ant o las al egraba.
Pero Ri cardo no era egosta, y no poda dar al olvido
aquellos dos seres para l t an queri dos.
Pasados los pri meros instantes de nat ural emocin,
volvise hacia ellas y les sonri carioso, como si con su
sonrisa quisiera comuni carl es su felicidad.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 881
VI
Esperanza, felicit su novio con una tierna sonrisa,
y luego abraz Rosario y Pabl o.
Mientras t ant o, Ricardo abraz su vez Matilde y le
dijo:
No tengas celos, madr e m a. . . T seguirs ocupan
do siempre el sitio que hast a ahor a has ocupado en mi
corazn... Te pertenece de derecho, y nadi e podr ar r o-
jarte de l. . . Desde hoy, t endr dos madr es y al as dos las
querr del mi smo modo. . . Ests contenta?
Para estarlo me basta con que t lo est s, respon-
di Matilde.
Y agreg, sonri endo:
Mal podr a ser causa y origen de mis celos, una fe-
licidad la que yo mi sma he cont ri bui do.
Abraz luego su her mano y Rosari o, y les dijo:
T OMO I I I I I
Cogi Esperanza de la mano, y la present Pabl o
y Rosario, dicindoles:
Son mis padres, y pront o lo sern t ambi n t uyos!. . .
Amales y resptales, como los padres de tu esposo de
ben ser amados y respetados por t i !. . . Mira si tena yo
razn al decirte que aquel amor que descubri mos y que
hoy ha santificado el mat r i moni o, era un amor que ha-
ba de cont ri bui r nuest ra dicha!
882 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Mi promesa est cumpl i da. Ya podis dar Ricardo
el nombr e de hijo, y podis gozar l i brement e de su ca-
r i o.
Graci as t, her mana ma, le respondi Rosario.
Y aadi sta l t i ma, dirigindose su hijo:
Sigue queri ndol a y respetndola ms que m.
Ti ene derechos ms sagrados que yo tu respeto y tu
cari o.
VII
Vi ni eron despus las nat ural es explicaciones, como
compl ement o de las que Matilde hab a dado al jo-
ven.
Est e, necesitaba saber aun muchas cosas.
Todo le fu debi da y det al l adament e explicado.
El y Esperanza, admi r ar on, como ant es hab an admi
rado los dems, la feliz casualidad de que el destino la
Provi denci a, hubi esen uni do Matilde y al hijo de Pa-
blo.
Est e, constante en sus preocupaci ones, dijo su hijo:
Tu generosidad ha sido t an gr ande, qu nos has
per donado; pero acaso, pesar t uyo, te avergences de
revel ar que somos tus padres, por la falta que acompaa
tu origen Si es as, dilo con franqueza, sin temor
que te hagamos cargo al guuo, y ocultemos todos, los
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 883
lazos que nos unen. A tu madr e y m , nos basta con
que t lo sepas y con que nos permi t as llamarte hijo
cuando nadie nos oiga.
Oh, s!exclam Rosari o. No necesito ms par a
ser dichosa.. Qu me i mport a m que el mundo co
nozca no conozca mi dicha?
VIII
Ricardo rechaz con energa la ant eri or proposicin.
Pues si vosotros tenis bastante para vuestra felici-
dad,dijo,con que yo sepa que soy hijo vuest ro, mi
no me basta; necesito que lo sepan todos los dems ,
para que me envi di en, porque digno de envidia esqu en
como yo, encuent ra sus padres despus de tantos aos.
Lo que vosotros suponi s que puede ser causa de humi -
llacin y de vergenza, es para m , por el contrario, mo-
tivo de vani dad y orgullo. Gozar con que todos sepan
que yo t ambi n tengo padres, i mpor t ndome poco lo
que de vosotros y de mi origen piense el mundo. Par a
m, como para todo buen hijo, mis padres son los mejo
res. De nada tenis que avergonzaros ni de nada tengo
yo que avergonzarme. Si una falta cometisteis, r epar ada
est con vuest ro mat r i moni o. Podi s presentaros con la
cabeza muy alta, y, ay del que se atreviese ofenderos!
Si desde hoy tengo padres que me amen, vosotros te
neis un hijo que os defi enda. . . . Qui ero que se hagan p-
884 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
bucos vuestro casami ent o y los lazos que nos unen, y
qui ero ser reconocido por vosotros legalmente, para usar
vuest ro apellido, del que hasta hoy he estado privado.
Estas nobles y enrgicas frases, mot i varon nuevas de
mostraciones de cari o y de t er nur a.
Pabl o, estaba cada vez ms orgulloso de su hijo, y
Rosario descubr a cada instante en l, una nueva per-
feccin y un nuevo mri t o.
No pod an dudar de que sus faltas estuviesen por Dios
per donadas, puesto que su hijo de tal modo las perdo-
naba.
Matilde y Esper anza, apoyaron los deseos del joven,
apl audi ndol os como merec an ser apl audi dos, y convi-
nise en dar i nmedi at ament e los pasos precisos para le
gitimar al joven.
Est e, encont r muy pront o ocasin de cumpl i r sus
propsitos.
Anunci ronl e la visita de Renat o, que no habindole
encont rado en su est udi o, bajaba verle.
El pi nt or le hizo pasar y le dijo, present ndol e Pa-
blo y Rosario.
He aqu mi s padr es.
Luego le dio las opor t unas explicaciones.
Toma ndo una part e sincera en la alegra de su amigo,
Renat o felicit todos y corri comuni car Rafaela,
Ins y Ger mn, t an grata nueva.
Estos l t i mos, fueron aquella mi sma t arde visitarles.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 885
Tambi n les visitaron Fer nando, Consuel o, Rogelio,
Mercedes, ngel y Andrs, y todos complacise Ri -
cardo en presentarles sus padr es.
Ent re las felicitaciones que recibi Rosari o, una de las
que ms agradeci , fu la de Mercedes, su amiga del
al ma, la cual , abrazndol a, le dijo:
Al fin, hemos conseguido ser dichosas!
CAPI TULO XV
Volvemos saber de Ivona
I
Haca ya ms de una semana que Ivona no sala d*
las habitaciones de su padre.
El barn estaba gravement e enfermo.
Se mor a, segn la opinin de los mdicos de B , que
fueron avisados i nmedi at ament e para que se encargasen
de su asistencia.
Agravada de pront o la enfermedad que le retena en
el lecho haca ya algunos aos, dudbase de que su na-
t ural eza, ya vieja y gast ada, pudiese resistir aquel nuevo
at aque.
Al ver la vida de su padre en peligro, la baronesa lo
abandon t odo para consagrarse en absoluto al cuidado
del enfermo, auxiliada por su fiel Catalina.
EL CAL VARI O D E U N N G E L 887
El t emor de que llegaran faltarle la proteccin y eL
cari o de aquel anci ano venerabl e, la at erraba.
No tena en el mundo otro ser en qui en depositar su
afecto, y su corazn sensible y generoso necesitaba amar
alguien.
II
En los moment os en que el enfermo estaba algo ms
t ranqui l o, sostena con su hija cariosas plticas, en las
que pareca quer er prepararl a para recibir el nuevo y
doloroso golpe que el infortunio le pr epar aba.
Pobre hija ma!decale, acaricindole la cabeza.
Qu sola voy dejarte!. . . Tar de conozco mi egosmo
y me arrepi ent o de l. Obsesi onado por una sola idea
constante, la de mis ideales polticos, te he sacrificado
ella, i mpi di endo que tu corazn se crease esas afecciones
que son t an necesarias la vida. Pensaba, y pensaba
bien, que mi ent ras tuvieses mi cari o, no te haca falta
ningn ot ro; pero mi cario va faltarte, y no hay en t
otro afecto que llene el vaco que en tu corazn dejar
mi muert e.
A qu pensar en mori r?i nt errump al e ella, inten
tando en vano cambi ar el r umbo de sus tristes ideas.
El anci ano mova tristemente la cabeza, aadi endo:
Si crees, como yo, que el peligro que me amenaza
s i nmi nent e, no te esfuerces en convencerme de lo con-
888 E L C A L V A R I O D E N N G E L
III
As, por este estilo, habl aba si empre el enfermo, y su
hija, despus de agotar sus energas para fingir tranqui-
lidad y confianza, romp a llorar y abr azaba al barn,
excl amando:
No me abandones padr e m o!. . . No me dejes so-
la!. . . No tengo nadi e ms que t en el mundo! . .
Qu ser de m , si t me faltas?
El anci ano procuraba tranquilizarla infundirle alien-
t os.
Guando con sus razonami ent os la hab a calmado,
aconsejbala det al l adament e lo que deba hacer cuando
l mur i er a.
Su previsin pat ernal , noMescui daba ni ngn punto;,
descend a hasta los pormenores ms insignificantes.
t rari o, porque es intil; adems, la desgracia no se aleja
con no creer jen ella. Si por el cont rari o, no tedas,
cuent a exacta de mi verdadera situacin, abre los ojos
la real i dad, y no te forjes qui mri cas i l usi ones, las cua-
les no conseguiran otra cosa que hacer ms cruel y ms
terrible el golpe que te aguar da. Mi muer t e est prxi-
ma, hija m a; lo s, y es necesario que t t ambi n lo se
pas, si por casualidad lo i gnoras.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 889
Ivona escuchaba con religiosa at enci n, y propon ase
firmemente seguir todas sus advert enci as.
De quien pod a fiarse mejor que de su padre?
IV
Cuando el enfermo descansaba, Ivona sostena con
Catalina plticas en las que se manifestaban sin reservas
su inquietud y su angust i a.
En vano su vieja nodriza pretenda consolarla.
Mi padre se muere!excl amaba la hermosa joven.
No intentes convencerme de lo cont rari o, por que es
intil. El me lo asegura y yo lo conozco. . . Se muer e! . . .
Y desahogando su dolor en desgarradores sollozos, ex
clamaba:
Por qu sois para m t an cruel , Dios mi?. . . Pr eci -
samente cuando acabo de recibir un r udo desengao,
que ha destrozado mi corazn; cuando ms necesitada
estoy de compasin y de consuel o, me robis el ni co
cario que tengo en el mundo. . . Compadeceosde m ! . . .
Tened piedad del abandono en que quedar si mi padr e
muere!
Otras veces, deca:
Ser esto un castigo por haber puesto mi amor en
un hombr e sin el consentimiento de mi padre?. . . Per o
no, no puede ser. . . Esa falta quedar a de sobra castiga-
da con no verme correspondi da por aquel qui en a mo. . .
T O MO 11 112
89O E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Adems, mi padre me perdon y me autoriz para que
siguiera amndol e. . . Hubiese bendecido nuest ro amor,
si l hubiese correspondi do mi cari o!. . .
Asustada por estas ideas, la pobre Catalina esforzaba
se en convencerla de que la desgracia que la amenazaba,
caso de realizarse, era una desgracia nat ural inevitable
y no provocada por su conduct a.
En tu comport ami ent o, dec al e, no hay nada que
merezca ser castigado; al cont rari o; mereces admiracin
ent usi ast a. . . Cmo ha de castigar Dios tu generosidad y
tu nobleza, al vengarte de tu rival cont ri buyendo su
di cha?
V
Con frecuencia at orment aba Ivona el deseo de saber
lo que era de Ri cardo.
Se habr an present ado nuevos obstculos su feli -
cidad?
Pero hubiese credo faltar sus deberes de hija, apar-
t ando por un instante su atencin de la enfermedad de
su padr e, para fijarla en aquellos asunt os.
Dio orden sus agentes de que no la comuni casen no
ticia al guna.
No quer a ocuparse en ot ra cosa, que en di sput ar la
muer t e la presa de la vida de aquel ser que le era tan
necesari o.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MO N J A 8g I
Sin embargo, su vol unt ad con ser muy poderosa, no
lograba sugetar su pensami ent o, y frecuentemente acor -
dbase de Ri cardo, y decase:
Dios le haga t an dichoso como merece y. deseo!
Consolbale la idea de que ella haba hecho cuant o en
su mano estaba, para ponerle en cami no de realizar su
ventura.
V I
As las cosas, una maana, el etope presentse en el
cuarto del bar n, y llam por seas Catalina.
El enfermo dor m a.
La anci ana sali sin que la joven lo advirtiese.
Volvi poco, y acercndose la baronesa, le dijo t -
midamente y en voz baja:
Per dname, ni a m a, si me at revo habl art e de
un asunto del que todos nos tienes prohi bi do que te
hablemos mi ent ras dur e la enfermedad de tu padr e; pe-
ro despus podras enojarte conmigo si no te part i ci para
lo que ocurre.
Qu ocurre?pregunt Ivona.
Ah est D. Pabl o, ese caballero que vive en casa de
Ricardo, y solicita con empeo vert e.
Extremecise la r usa, y mur mur :
Viene solo?
S .
Hubo una corta pausa.
8o,2 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Ivona pareca vacilar.
Puesto que mi padr e no necesita ahor a mis cuida-
dos, dijo, al fin,y puesto que ese caballero viene solo,
le recibir. Si viniera con l, me negara verl e.
Y despus de encargar Catalina que cuidase al ba
ron y la llamase si se despert aba, sali de la estancia,
dicindose:
Voy tener noticias suyas!
CAPI TULO XVI
Ivona llora
I
Ivona y Pabl o, sal udronse como buenos y antiguos
amigos.
Ya sabemos que los dos hab an simpatizado desde un
principio.
Seguro estaba de que me recibira usted, dijo el
hermano de Mat i l de, aunque la l t i ma vez que vine
visitarla, no tuve el gusto de verla; pero su negativa
recibirnos no me ofendi, pues compr end desde luego
que no iba por m . Le aseguro que Ri car do, mi acompa
fiante, t ampoco se dio por ofendido. Respet ando las r a -
zones que pudi era usted tener para no permi t i rnos ofre-
cerle nuestros respetos, limitse l ament ar la desgracia
de no verla.
8g4 L C A L V A R I O D E U N N G E L
La misteriosa significacin de estas pal abras, que pa-
rec an dar ent ender que los secretos del corazn de la
rusa no eran desconocidos para el que las pronunci aba,
hicieron que la baronesa se rubori zase.
Sin pret ender siquiera contestar ellas, dijo:
Por ser usted el que deseaba ver me, le he recibido,
pues hace das que no veo nadie ni con nadie hablo.
Mis deberes de hija, me retienen const ant ement e junto
al lecho de mi pobre padr e, el cual se halla en peligro
de muer t e.
Es posible?exclam Pabl o, si ncerament e intere-
sado por la salud del bar n.
Ivona expuso brevement e la gravedad del anci ano, y
su visitante le dijo:
Crea usted que l ament o vi vament e la posibilidad de
esa desgracia que la amenaza, y que si antes hubiese
t eni do noticia de ella, ant es me habr a apr esur ado ve
nir hacerl e presente mi sentimiento y ofrecerle mis
servicios. Me pongo i ncndi ci onal ment e sus rdenes,
para todo aquel l o en que pueda serle til, y el mismo
ofrecimiento le hago en nombr e de todos los mios. No
le digo que vendr n ellos personal ment e hacrselos,
por que quizs la cont rari asen en vez de hal agarl a.
La baronesa dio las gracias sin desment i r la ltima
suposicin de su interlocutor, como ello pareca obli-
garla la cortesa.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 8 Q 5
II
Sentronse, y Pabl o dijo;
Perm t ame usted que le exponga el objeto de mi
visita. Est a, obedece vari os fines. El pri mero y princi
pal, tener el gusto de sal udarl a y ponerl a al corriente de
la marcha de nuest ros asunt os. Aunque ust ed, por r a-
zones que desconozco y respet o, muest ra ahor a una i n-
diferencia* que contrasta con su ant eri or i nt ers, yo s,
supongo al menos, sin t emor de equi vocar me, que sigue
pensando interesndose por nuest ras cosas.
La felicidad de mis ami gos, es siempre para m , un
asunto i nt eresant e, repuso Ivona, cont est ando de este
modo con una generalidad las pal abras de Pabl o.
Este, sonrise y aadi :
Pues por lo mi smo, como en el nmer o de sus ami
gos ha tenido usted la bondad de cont arnos, justo es que
sepa que todo marcha satisfactoriamente, y que la obr a
de vent ura la que usted t ant o y tan desi nt eresadamen-
te ha cont ri bui do, est punt o de quedar t ermi nada.
Yo celebrar que todos ust edes sean muy di chosos,
dijo la baronesa, habl ando muy l ent ament e, como
para evitar que el t embl or de su voz, denunci ase la emo-
cin de que se hallaba poseda.
8o6
E L C A L V A R I O D E U N N G E L
I I I
Aunque apar ent aba no fijarse en nada, ni uno solo de
los movi mi ent os de la r usa, pasbale Pablo inadver-
tido.
Pasemos otra cosa,sigui diciendo. Despus
de tener el gusto de sal udarl a y de comuni carl e la mar
cha feliz de nuest ros asunt os, vengo invitarla en ei
nombr e de Ri cardo, en el de Esperanza, en el de Ma
tilde, en el de mi esposa y en el m o, para que asista
la boda de los dos pri meros, que se cel ebrar dent ro de
ocho das. Se cel ebrar como deben celebrarse estos
acontecimientos, en familia, sin la presencia de personas
ext raas; pero hacemos una excepcin en favor de V.,
por que ust ed, para nosotros, no es una persona extraa;
es la protectora de esos dos pobres enamor ados, que,
gracias ust ed, pri nci pal ment e, van ver realizada su
di cha. Ti ene usted derecho indiscutible para t omar par-
te en nuest ra felicidad y en nuest ra alegra.
Y con acento cari osament e i nsi nuant e, agreg:
Tendremos la honra de que acepte usted nuestra
invitacin? Su presencia j unt o nosotros, en tal da,
servir todos de gran satisfaccin.
Acentu la pal abra todos, como para convencerla sin
ni ngn gnero de duda, de que no hab a ent re las per-
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 897
sonas en cuyo nombr e le habl aba, ni una sola que no le
profesase respeto, gratitud y cari o.
IV
La baronesa hab a palidecido.
Saba de ant emano, que Esperanza y Ri cardo i ban
casarse, y ella mi sma hab a cont ri bui do supri mi r los
obstculos que se opon an aquel casami ent o; pero,
pesar de t odo, la noticia de aquel l a boda le hab a i m-
presionado profundament e, porque era la losa que ce-
rraba la t umba donde quedaba sepul t ado para si empre,
el cadver de sus desdi chados amores.
Cundo dice usted que es la boda?pregunt , con
voz que consigui hacer firme por un esfuerzo supr emo
de su vol unt ad.
Dentro de ocho d as, respondi Pabl o.
De maner a, que no han surgido nuevos obstculos
que ella se opongan?
No, afort unadament e; y de haber surgi do, los hu-
biramos al l anado, y para allanarlos no hubiese vaci-
lado en veni r r ecl amar su auxilio.
Yo agradezco en el al ma la invitacin que usted me
hace en su nombr e y en el de los dems, pero pesar
mo, no puedo acept arl a. El estado de mi padr e. . .
Comprendo. Y si su seor padre no estuviera des-
T O MO 11 113
898 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
graci adament e enfermo, hubi ese encont rado usted otra
excusa para t ambi n r ehusar l a.
Y con una vehemenci a que no pudo contener, ex-
cl am:
En que la hemos ofendido ust ed, para que se
porte con nosotros de esta manera?
Ivona no respondi esta pregunt a. Limitse decir:
Si mi padre no se hal l ara enfermo, yo no estara ya
en Espaa; habr amos part i do hace muchos das para
Rusi a.
Estas pal abras excluan las francas explicaciones que
Pabl o parec a haber queri do provocar.
V
Hubo una breve pausa.
El her mano de Matilde, puso fin ella, diciendo.
No insisto sobre este punt o y paso exponerle otro
de los motivos de mi visita; por que son varios y muy di
ferentes, como ir usted vi endo.
Detvose un i nst ant e, y luego prosigui:
A pesar del injustificado desvo que usted nos mus
t r a, desvo que no me enoja pprque estoy convencido de
que no es ms que apar ent e, nosotros nos creemos obli
gados tenerla usted al t ant o de todo lo que nos ocu
r r a, mxi me si se trata de al guna cosa que pueda influir
directa i ndi rect ament e, en esa felicidad por la que us-
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 899
ted tanto se ha i nt eresado. As, pues, vengo comuni -
carle un acont eci mi ent o, .mejor dicho dos, que Tevis
ten para nosotros ext raordi nari a i mport anci a.
Estas frases, despert aron la curiosidad de la rusa.
Sin poder domi narse y rompi endo la est udi ada indi
ferencia en que se haba encer r ado, pregunt ansi osa-
mente:
Pero, esos acont eci mi ent os, son favorables ad
versos?
Favorabl es, respondi Pabl o sonri ndose.
Menos mal
Y aunque tena grandes deseos de saber de qu se
trataba, abstvose de hacer nuevas pregunt as, por t emor
dejar traslucir con demasi ada claridad sus sentimien-
tos.
VI
Gozndose de ant emano en la sorpresa que sus pal a-
bras iban produci r, Pabl o dijo:
Acaso no se haya fijado usted ant es, en que al invi
tarla en nombr e de todos, dije que la invitaba t ambi n
en nombre de mi esposa.
En efecto,asinti la baronesa; me fij y me sor
prendi, por que no saba que fuera usted casado; per o
tem ser indiscreta interrogndole sobre el particular.
Conmigo usted nunca puede ser indiscreta.
Oh! Gracias.
900 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
En lo cierto estaba usted al creer que yo no era ca-
sado. No lo era, pero ahora lo soy.
Se ha casado usted?
S.
Cuando?
Hace ocho d as.
Con quin?
Con una mujer qui en usted conoce.
Yo?
- S .
No caigo. . .
La ha visto usted una sola vez, pero la conoce, y
ella participa del respet o, la gratitud y el cari o que
t odos profesamos ust ed. Recuerda una seora que
hab a en casa, el da que usted t uvo la bondad de visi-
t arnos para l eernos la carta de mi cuado?
La r ecuer do. Una seora muy simptica y muy
triste, en cuyo rostro se descubr an las huellas de pro-
fundos sufrimientos?
Just o.
Y es esa...?
Preci sament e: esa muj er es mi esposa.
Cumpl i endo un deber de cortesa, Ivona felicit Pa-
blo por su mat r i moni o; pero sin atreverse dirigirle
pregunt a al guna, por ms que aquel i nesperado aconte-
ci mi ent o, sorprend al a sobre maner a.
E L MANUSCRITO D E UNA MONJA gOI
Como si adivinase su curi osi dad y su sorpresa, Pabl o
le dijo:
Despus le dar usted ciertos ant ecedent es, justifi-
cativos de la noticia que acabo de comuni carl e; pero
antes perm t ame que le participe el ot ro acontecimiento
de que le he habl ado, pues tiene nt i ma relacin con el
que ya conoce; as, mis explicaciones servi rn luego par a
los dos.
VII
Detvose, como si l mi smo no supi era de qu modo
seguir habl ando, hasta que por fin cont i nu:
No ignora usted que Ricardo no conoca sus pa-
dres ni saba qui enes er an, const i t uyendo esto uno de
sus mayores sufrimientos.
Efectivamente, afirm la baronesa.
Pues bien, hoy Ri cardo sabe ya qui enes debe la
vida, y les conoce, y les tiene j unt o l, y les ama, y les
ha perdonado el i nvol unt ari o abandono en que le han
tenido hasta ahor a.
Es posible?exclam sorprendi da la baronesa.
Y su sorpresa subi de punt o, al oir que su i nt erl ocu-
tor agregaba:
Los padres de Ri cardo, somos mi esposa y yo.
902
E L C A L V A R I O D E U N N G E L
VIII
Ta n gr ande fu el asombr o de la r usa, que no supo ni
qu decir siquiera.
Pabl o, apresurse darl e las explicaciones prometi-
das, refirindole la ligera, y sin descender ciertos
detalles, cuant o nuest ros lectores ya conocen.
Ivona, escuchle con creciente at enci n, y medi da
que l habl aba, iba serenndose, hasta el punt o de ad-
qui ri r de nuevo, toda su perdi da t ranqui l i dad.
Sol se adverta en ella la emocin nat ural que en
toda persona de buenos sentimientos, producen siempre
sucesos de la ndole de los que Pabl o le relataba.
Est e, acab diciendo:
Con que ya lo sabe ust ed. Ri cardo es mi hijo, y
desde hoy deja de l l amarse Ri cardo Mar t n, nombre
obscuro que l ha ennobl eci do con su t al ent o, para lla-
marse Ricardo Lpez.
La baronesa le felicit si ncerament e, y l acept agr -
decido sus felicitaciones.
Profundament e emoci onada, la rusa dijo:
De qu medi os t an misteriosos se sirve la Pr ovi -
dencia para cont ri bui r la di cha de sus protegidos!
Unos padres qui enes querer y de qui enes ser querido
era lo ni co que faltaba Ri cardo para que su felicidad
fuese compl et a. Hgal e usted presente de parte ma,
cunt a es mi satisfaccin por esta nueva inesperada
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A
903
vent ura. Y en cuant o usted y su esposa. . . toda feli
citacin resultara plida ant e la dicha y el orgullo de
tener tal hijo.
Su ent usi asmo y su alegra eran t an grandes, que al
decir lo que ant ecede, sin que pudi era evitarlo, las l -
grimas asomaron sus ojos.
CAPI TULO XVII
Dos r ecuer dos
I
Despus de coment ar cumpl i dament e las nuevas co-
muni cadas la rusa por Pabl o, ste dijo:
Y ahora pasemos al ltimo objeto de mi visita, que
como ve V. , obedeca muchos y muy diferentes mo-
t i vos.
As es, repuso vona. Per o, por fortuna, son todos
ellos muy satisfactorios.
Tambi n espero que ser de su agrado lo ltimo que
tengo que exponerle.
Qu es ello? *
Antes de contestar su pregunt a, voy pedirle un
favor.
E L C A L V A R I O D E U N N G E L 905
Usted di r.
Srvase or denar uno de sus cri ados, que traiga un
envoltorio que hay en el carruaje en que yo he veni do.
Con mucho gusto.
Toc la baronesa un t i mbre, y dio al etope, que se
present en la puert a de la estancia, las rdenes que su
visitante acababa de indicarle.
El etope sali, volviendo poco con un envol t ori o,
que coloc sobre una silla.
Luego volvi mar char se una sea de su seora.
II
Despus de pedir permi so la baronesa, Pabl o co-
menz qui t ar los papeles del envoltorio.
La rusa aguardaba con ansi edad saber qu era aque-
llo.
Quitados los papeles, apareci un precioso lienzo, e n-
cerrado en un magnfico marco.
Er a el retrato de la rusa, pi nt ado por Ri cardo.
Ivona no pudo contener una exclamacin de sorpresa.
Luego, exami n con detencin la obra de art e, demos -
trando ser en la mat eri a muy inteligente, y exclam:
Es admi rabl e!. . . Qu parecido tan ext raordi nari o!
No tengo ni ngn otro ret rat o de semejanza tan perfec-
ta ni de un valor artstico tan ext raordi nari o.
T OMO 11 114
96" E L CAL VARI O D E U N . N G E L
Pues casi puede decirse que mi hijo lo ha pintado
de memor i a, r epuso Pabl o con pat ernal y disculpable
orgul l o.
Ya lo supongo.
Y no cesaba de admi r ar la pi nt ura, dedi cndol e los
elogios ms ent usi ast as.
III
, Cuando la baronesa hubo cont empl ado el retrato su
sabor, Pabl o le dijo:
Tengo el encargo de mi hijo, que cumpl o gustoso,
de ofrecerle en su nombr e esta humi l de muest ra de gra-
titud profunda y de sincero afecto.
Cmo!bal buce I vona, conmovida. Este her
moso retrato es para m?
Sin duda.
Oh!
. Dgnese V. acept arl o, y gurdel o como un recuerdo
de mi hijo. Ricardo deseaba hacer V. un obsequi o, pe
r o tema no dar con una cosa que fuese de su gusto. En
fuerza de pensar sobre esto, se acord de que la vez pri
mer a que se present V. en su est udi o, lo hizo con el fin
tai vez con el pretexto, de que la ret rat ase. Si ella
qui er e tener un ret rat o hecho p o r m lo tendr, pens
mi hijo, y de este modo le regal ar un objeto que s
EL MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 907
que es de su agrado. Todos apl audi mos su idea. Puso
se trabajar con ahi nco, y en pocos das el ret rat o que
d t ermi nado. Aqu lo tiene V. Ricardo en persona hu-
biera venido ofrecrselo, saber que V. le hubiese r e -
tido; no estando seguro de ello, me encarg que se lo
ofreciese yo en su nombr e.
IV
Necesit Ivona hacer un esfuerzo sobre s mi sma par a
dominar la emocin que la embar gaba.
Acepto el regalo,dijo,y lo acept o agradeci da.
Este retrato siempre ser para m , un recuerdo de us-
tedes.
Volvi admi r ar la obra de ar t e, y volvi elogiarla.
Lo que ms la sorprend a era que el pintor hubi ese
podido conservar en la memori a sus facciones con t ant a
firmeza, para poder reproduci rl as luego con tan rara fi-
delidad.
Pablo hubi era podi do decir que el artista se auxili en
su trabajo con otro ret rat o, pero no lo hizo as, por no
restar mritos su hijo.
Su reserva hizo que la rusa pensase con consol adora
alegra.
No le soy tan indiferente, -puesto que me recuerda
con tanta fidelidad.
Q08 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Pero t rat ando de di si mul ar sus pensami ent os, limitse
decir:
Est a pi nt ura tiene para m el mrito de estar firma-
da con el verdadero nombr e de Ri cardo.
En efecto, al pi del retrato lease Ricardo Lpez.
Es la pri mera obra que firma de tal modo, respon-
di el her mano de Matilde.
V
Psose Pabl o en pi , como dando por t ermi nada la
entrevista
Ya se retira V.?pregunt la baronesa, con i nvo-
l unt ari o pesar.
No qui ero abusar ms de su benevolencia, contes
t l . Adems, quedan cumpl i dos todos los fines que
mot i vaban mi visita. Slo me resta ahor a pedirle que me
conceda permi so para veni r con frecuencia saber cmo
sigue su seor padr e.
No es necesario que se mol est e, apresurse res-
ponderl e la baronesa.
No es molestia; pero si V. pueden cont rari arl a en
algo mis visitas, me limitar mandar todos los das un
cri ado, para saber cmo sigue el seor bar n.
Con eso basta, y le agradezco V. en el al ma, el in-
ters que por mi padre demuest r a.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A QOQ
Inters del que part i ci parn t odos, cuando sepan la
gravedad del seor bar n.
As lo creo. Adelnteles V. las gracias en mi nom-
bre.
Cumplir su encargo. En cambi o voy dirigirle un
ruego.
Usted di r.
Promt ame, que si sucede la desgracia que t eme, si
ocurre algo que haga necesario el auxilio de un amigo
verdadero, se acuerde V. de m .
Si llego necesitar el auxilio la proteccin de al -
guien,repuso la rusa, me dirigir V. Se lo pr omet o.
Fo en su pal abra.
La cumpl i r si llega el caso.
VI
A pesar de haberse l evant ado, Pabl o no se i ba.
Pareca como si tuviese aun que decir algo, y no se
atreviera.
Y si yo tuviese la osada de ofrecer V. un regalo,
como prueba de mi ami st ad, lo rechazara?pregunt,
al fin.
De ni ngn modo, r espondi la baronesa. Al con-
trario, me proporci onar a V. el placer de tener un r e -
cuerdo suyo.
Pues ent onces, dgnese aceptar este presente, que
Q I O E L C A L V A R I O D E U N N G E L
val e muy poco y que, sin embargo, estoy seguro de que
para ust ed, como para m , represent a mucho.
Y le entreg un pequeo sobre que sac de su car-
tera.
La rusa lo t om con mano t embl orosa.
Al ver lo que encerraba el sobre, no pudo contener un
grito de gozo.
El sobre contena un ret rat o de Ri cardo.
Pabl o sonrise y dijo:
Puede usted aceptarlo sin ningn escrpul o, pues
t odos, hasta Ricardo mi smo, i gnorarn si empre que us-
ted posee esa fotografa. Es un regalo m o, exclusiva-
ment e m o, y de m puede usted acept arl o.
VII
La baronesa le dio las gracias con una expresiva mi-
r ada.
Est aba muy conmovi da.
Halagbale ver dader ament e tener un retratp del hom-
bre quien tanto amaba, para poder cont empl arl o te-
das hor as, y tenerlo sin que nadi e lo supiese.
No t rat de di si mul ar su alegra, porque con ese deli-
cado instinto que caracteriza las muj eres, comprendi
que aquel hombr e que tal presente le hac a, haba adi-
vi nado sus sentimientos.
Gracias!se limit bal bucear . Muchas gracias!
EL MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A g i l
Pablo se acerc ella, y en uno de aquellos si mpt i -
cos arranques de franqueza que le eran propi os, ex-
clam:
Por qu no es usted franca conmigo?. . . Por qu no
es expontnea?
La rusa inclin avergonzada la cabeza, y l aadi :
Pocos como yo habr n sabido leer en su corazn, y
pocos como yo podrn compadecerl a y admi r ar l a. . . Adi-
vino sus sentimientos y admi r o su abnegaci n. . . Gracias
en nombre de mi hijo!... En compensaci n de un afecto,
que l no puede darl e, porque antes de conocerla usted
lo haba dado ot ra, le ofrezco todo mi cari o y toda mi
gratitud de padr e. . . Su corazn y el m o, se compr en-
den... Yo le promet o, que si en el egosmo de su felici-
dad, Ri cardo se olvidara de ust ed, yoevc' car su recuer
do en su memor i a. . . Si empre ser para usted un consue-
lo, estar segura de que Ri cardo no la olvida.
En estas pal abras, vi o la rusa una confirmacin de sus
sospechas de que Pabl o haba adi vi nado los mviles de
su conducta.
Comprendi que apel ar al fingimiento era intil, y
tendi su interlocutor la mano, repi t i endo:
-Gracias!
Pablo estrech t i ernament e la mano que la joven le
ofreca, y la ret uvo unos instantes ent re las suyas.
-Quiere usted concederme la l t i ma graci a?pre-
gunt de pront o.
912 E L C A L V A R I O D E un N G E L
Cual?interrog ella su vez.
La de darl a un beso. . . como si fuera usted mi hija.
Por toda contestacin, la baronesa le present su fren-
t e para que la besara.
El la bes, y l uego, para di si mul ar su emoci n, sali
preci pi t adament e, diciendo:
Hast a la vista.
La baronesa n t uvo fuerzas ni aun para responderle.
Dejse caer en una but aca y rompi llorar.
CAPI TULO XVIII
La ni ca confidente
I
La baronesa lloraba de tristeza y de alegra.
De tristeza, porque se ahondaba ms y ms su pesar,
cada vez que se renovaba en su corazn la heri da abi er -
ta en l por el desengao; de alegra, porque la visita de
Pablo era para ella un gran consuel o.
Consuelo por las nuevas satisfactorias que le hab a
dado, relativas aquellos por qui enes tanto se interesaba;
consuelo, al recibir el obsequio de Ri cardo, prueba ine-
quvoca de que no le era indiferente; consuelo por tener
desde entonces un ret rat o del hombr e quer i do, para r e -
crearse en su cont empl aci n cuando en absoluto r e nun-
ciara verle; consuelo, al fin, por verse compr endi da,
T OMO ir 1 1 5
9 H
E L
CALVARIO DE UN NGEL
compadeci da y admi r ada por Pabl o, por el padre del
hombr e quien t ant o quer a.
El beso que deposit en su frente, era para ella algo
as como la bendicin pat ernal de sus desdichados amo-
res, como el premi o de su heroico sacrificio.
El padre de Ri cardo, saba que ella amaba su hijo,
y agradecale aquel amor !
Aquella gratitud era para ella la mejor recompensa
su noble comport ami ent o.
II
Aun conservaba en la mano el retrato del pintor.
Contempllo ansi osament e algunos instantes, y luego,
despus de convencerse de que nadie la vea, lo cubri
de apasi onados besos.
A sus besos, uni ronse al gunas lgrimas que empaa-
ron el brillo de la satinada cart ul i na.
Ojal seas tan dichoso como mereces, como yo de-
seo y como yo soy desgraciada!. . . Tu dicha es base de
mi eterna infelicidad; pero no i mport a. Par a mis sufri-
mi ent os, ser siempre un consuelo saber que t gozas
tanto como yo sufro. Ser los dos felices era imposible; el
destino as lo ha queri do; para que yo fuera dichosa,
hab as de ser desgraciado t . . . El verdadero amor,ex-
cl uye toda sombra de egosmo, y yo me resigno gustosa
sufrir, con tal de que t goces... Nunca sabrs mi sa-
EL MA N U S C R I T O DE U N A MON J A g i 5
orificio; pero me basta para mi t ranqui l i dad y para mi
satisfaccin, con que mi conciencia lo sepa y lo apr ue-
be. . Dios se compadecer de m !. . La compasi n Di-
vina, es ya la ni ca vent ura que aspiro!
I I
Abstrada en sus reflexiones y en la contemplacin
del retrato, olvidse de t odo, hasta de que haca ya ms
de una hora que faltaba del lado de su padre.
Para verte t personal ment e no tendra val or,
sigui diciendo, dirigindose al ret rat o, como si este pu -
diera oira y ent enderl a; pero cont empl ar tu imagen es
distinto. Vindote t en persona, me faltaran acaso las
fuerzas para consumar mi sacrificio; no viendo ms que
una imagen t uya, tu cont empl aci n me ani ma ms y
ms en mi empeo Tu imagen la llevaba ant es dent ro de
mi corazn; pero el olvido poda borrarl a, y por si tal su-
cediera, la bondad de tu padre me proporci ona tu ret rat o,
para que const ant ement e la renueve. Podr cont em-
plarte mi sabor todas horas. . . Bendito sea el hombr e
generoso que tal placer y tal consuelo me ofrece!
Y bes de nuevo la fotografa, no tan emoci onada
como ant es, pero con la misma t ernura.
La aparicin de Catalina, volvi la joven la real i -
dad.
916 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
Bastle ver su nodri za, para acordarse del barn,
del que hasta hab a llegado ol vi darse.
Y mi padre?pregunt ansi osament e. Se ha
despertado?
S , respondi la anci ana.
Hace mucho?
Ahora mi smo.
Cmo est?
Bien.
Ha pregunt ado por m?
Es lo pri mero que hace si empre al abrir los ojos.
Pobre padre mo!
Er es vida de su vida y al ma de su al ma.
Qu habr pensado al no encont r ar me j unt o su
lecho?
Yo le he dicho que tenas una visita, y se ha con-
formado esperar que pudieses ir verle.
Vamos, vamos en seguida.
Vamos.
IV
Iban ya salir de la estancia, cuando Catalina se de-
t uvo, diciendo:
Pero si no quieres al ar mar tu padr e, ni a ma,
domi na t u emoci n.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 917
Es verdad, repuso la baronesa, colocndose ant e
un espejo y est udi ando el modo de componer su sem-
blante, hasta borrar de l las huellas de la emocin que
le haba produci do la escena que acababa de tener l ugar.
Tu visitante ha sido port ador de mal as noticias,
verdad?interrog la anci ana.
Al contrario, contest la j oven. Me ha comuni -
cado noticias muy satisfactorias.
Ent onces. . .
Figrate que me ha dicho que ni ngn \obstculo se
opone al casami ent o de Esperanza y Ri cardo, y que este
ltimo ha encont rado sus padres.
Tienes por buenas las noticias que hacen irreme-
diable tu desvent ura!
No se trata de mi desvent ura, sino de la felicidad de
aquellos por los que t ant o me intereso.
V
Catalina, cont empl con admi raci n la j oven, y ex-
clam:
ac-Eres urja santa!
Sin hacer caso de este elogio, la baronesa most r la
nodriza su ret rat o, dicindole:
Mira.
La anciana lanz una exclamacin de asombr o.
Es un regalo de l,prosigui la baronesa. Lo ha
918 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
pi nt ado expresament e para m y de memor i a, lo cual
demuest ra que recuerda bien mis facciones. Mira, pues,
si estar cont ent a y si este ret rat o t endr val or para m!
Luego aadi , baj ando la voz:
Tambi n tengo el retrato de l. . . No se lo digas
nadi e. . . Me lo ha dado su padr e. . . Mralo!
Y le most r el ret rat o del pintor.
Cat al i na, sonrise tristemente y mur mur :
Pobre ni a ma! Todo eso que tanto te alegra, de
biera mejor entristecerte, porque son recuerdos que, en
la ausenci a, renovarn cont i nuament e tus pesares.
V I
Ant es de salir de la est anci a, la rusa desabroch el
cuerpo de su vestido y coloc sobre su corazn el re-
t rat o del pi nt or, despus de haberl o besado una vez m s ,
di ci endo:
Ocupa el sitio que te cor r esponde. . . El que desde
hoy ocupars si empr e. . . Eres para m una reliquia, la
reliquia santa de mis amor es, y qui ero llevarte siempre
conmi go, para que me libres del ol vi do. . . T recogers
todos los latidos de mi corazn, lleno por un slo senti-
mi ent o: el del amor al hombr e cuya i magen reproduces;
y cuando mi corazn deje de latir, t seguirs estando
Junto l, cual si vel aras su muer t e, por que ordenar
que de m no te separen cuando me lleven la tumba...
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 919
Catalina, cont empl bal a con conmovedora t er nur a.
Vamos, dijo la joven, abrochndose el cuerpo del
vestido.
Vamos, respondi la anci ana, l anzando un sus-
piro.
Y salieron del saln, cuya puert a estaba el etope,
inmvil como una est at ua.
La estatua se ani m para inclinarse respet uosament e
al paso de la baronesa, y luego ech andar det rs de
ella.
Cuando Ivona ent r en el cuart o de su padr e, acom
panada de Catalina, el etope quedse en la puert a, vol-
viendo adqui ri r su rgida i nmovi l i dad.
VIII
El barn conoci que su hija hab a l l orado, pesar
de los esfuerzos que la joven hizo para aparecer t ran
quila.
Preguntle la causa de sus l gri mas, y ella acab por
confesarle la visita que hab a tenido y cuant o en ella
haba pasado.
El anci ano, escuch su hija con triste y religiosa
atencin, y cuando hubo t er mi nado de habl ar , le dijo:
Dios se compadezca de t, hija ma! Si no te da la
felicidad que mereces, porque eso es ya casi i mposi bl e,
Q 2 0 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
al menos que siga dndot e la resignacin y las fuerzas,
que necesitas para soport ar el peso de tu infortunio.
Luego, la abraz cari osament e y llor con ella.
Su cari o de padr e, adi vi naba los sufrimientos que
t or t ur aban el corazn de su pobre hija.
CAPI TULO XIX
El l ti mo suspi ro
I
A partir desde aquel da, todas las maanas se pre
sent en el castillo un criado que iba de parte de Pabl o
saber noticias del estado del barn.
Por desgracia, las noticias eran si empre desagrada
bles.
El enfermo, segua cada vez peor.
Los esfuerzos de los mdicos, secundados por Ivona,
eran intiles para salvarle.
La muert e hab ase cogido t an fuertemente su presa,
que no hab a modo de conseguir que la soltase.
En su dol or, era para la baronesa un consuel o el in-
ters que Pabl o manifestaba por el enfermo, y la asi-
duidad con que mandaba saber noticias suyas.
T OMO 11 116
922 EL CALVARI O DE U N NGEL
' Participar Ricardo del mi smo inters?pregun
t base.
Y se forjaba la ilusin de que s, porque, para ella, hu
biera sido un desengao horrible, la indiferencia del
hombr e por el cual se hab a sacrificado.
II
Lo que ms entristeca al barn, era la idea de morir
en tierra ext raa.
Cuando habl aba de esto con su hija, decale:
No descansar en la tierra que me vio nacer!. . . No
recibir en mi t umba las suaves caricias del sol que dor
mi cuna!. . . All reposan y duer men el sueo eterno,
t odos mis ant epasados, y mis restos quedar n para siem
pre abandonados y perdi dos en tierra extranjera, donde
no habr qui en los visite ni qui en sobre su t umba rece...
Como si la soledad de la muert e no fuera bastante, me
aguar da el ms triste abandono!
Y el venerabl e anci ano, lloraba como un ni o al pro
nunci ar estas frases, en las que se trasluca un afecto
s u pat ri a, conmovedor por lo profundo y lo sincero.
En su patria hab a vivido pensando y en su patria
pensaba al mor i r . . .
Ivona no quiso pri var su padre del ni co consuelo
y de la nica alegra que poda ofrecerle en sus ltimos
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 923
instantes; la seguridad de que sus restos no descansar an
en tierra ext raa.
Yo te j uro, padre mo,djole un d a, que tu
cadver, si es que la muert e te arrebat a mi cari o,
como te empeas en asegurar, ir dormi r el sueo
eterno en el pant en donde reposan tus mayores. Como
en la vida no te han faltado nunca mis caricias y mi s
cuidados, en la muert e no te faltar la compa a de t us
antepasados. Te lo promet o. Ests donde ests, cuando
la muerte te sorprenda, yo conduci r tus restos queri dos
' nuestra patria amada, y en ella me quedar por toda
mi vida, para poder orar todos los das sobre tu
t umba. Muere t ranqui l o, que tu hija te cumpl i r esta
promesa, como te ha cumpl i do si empre todas cuant as te
ha hecho.
III
Desde que la joven le habl de este modo, el mor i -
bundo pareci reani marse.
La muert e ya no le asust aba.
Esperbal a t ranqui l o, resi gnado.
Ya no pensaba en otra cosa que en aconsejar su hija
lo que deba hacer cuando l mur i er a.
Aprt at e par a si empre de las l uchas polticas,
decale,en las que te he obligado i nt erveni r con un
egosmo que debes per donar me en gracia al fin que lo
924 E L C A L V A R I O "DE U N N G E L
i nspi raba; busca la t ranqui l i dad ret i rndot e vivir en
nuest ra queri da mansi n de las orillas del Deva, porque
slo en la t ranqui l i dad y el ret i ro, puedes hallar consuelo
tus pesares; revstete de paciencia, hija m a, para es
perar el premi o que Dios ha de concederte por tu noble
compor t ami ent o; ese premi o vendr t arde t emprano,
por que no hay en la vida de la humani dad, falla
que no se castigue, ni mrito que no se premi e. Si sabes
esperarl o, confiada si empre en la justicia di vi na, que
si empre se cumpl e, el da que ese premi o recibas, sers
di chosa. No te i mport e no reci bi rl o en esta vida; casi
vale ms que lo recibas en la ot ra; en esta existencia
t odo es pasajero y deleznable, mi ent ras que en la otra
t odo es et erno. . .
Ivona, promet a su padre hacer todo cuant o l le
aconsej aba.
IV
Pasaron tres d as, en los que el estado del enfermo se
fu agravando de un modo al ar mant e.
Al cuart o d a, el mdi co de cabecera, dijo:
Se muer e; de hoy no sale.
La baronesa sobrepsose su dol or, y most r ms
el ocuent ement e que nunca, la firmeza de su carcter.
Pas su gabinete y escribi Pabl o, la carta que
sigue:
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 925
Mi padre se muer e y estoy sola; no tengo j unt o m
una persona queri da que me acompae y me consuel e. . .
Quiere usted veni r mi l ado, en cumpl i mi ent o de la
promesa que me hizo?
Pero venga usted solo.
Si otras personas le acompaar an, su presencia t ur -
bara mi dolor, sin consolarlo.
Envi la carta su destino y situse j unt o la cabe -
cera del lecho del bar n, resuelta no moverse de all
hasta recibir el l t i mo suspiro del que le hab a dado el
ser.
V
La tarde era her mosa, alegre.
La Pri mavera pareca haberse adel ant ado, y travs
de los vidrios del bal cn, vease el campo ador nado con
todas las hermosas galas de la Nat ural eza.
Prximo ponerse el sol, los pajarillos desped an con
sus alegres cant os, al astro del d a.
El barn, recostado sobre los al mohadones del lecho,
contemplaba aquel cuadr o Con la avidez de qui en v por
vez primera una cosa, de qui en est seguro que no ha
de volver verl a.
Contemplando el sol, que se esconda tras los vecinos
926 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
mont es, t i endo el cielo con encendi dos arreboles, el
mor i bundo mur mur :
Qu hermoso es el sol!. . . Ya no volver verlo!. .
Me despido de l por vez post rera!. . . Hoy me deja an
con vida, y maana me encont rar muer t o!
La baronesa l l oraba.
Ya no se atreva desment i r su padr e, convencida
de que el moment o terrible se acercaba.
VI
A medi da que mor a el da, -debilibanse poco poco
las fuerzas del enfermo.
Repeta sus consejos una vez ms su hija, y su voz
iba siendo por instantes ms apagada, ms dbil.
Lleg ser casi un gemi do, apenas perceptible.
Al fin, se apag por compl et o.
El mor i bundo dej de habl ar.
Sus labios agitbanse an, pero sin emitir sonido al-
guno.
Padr e m o!excl am la baronesa, abrazndose
su cuello.
El,- no pudo contestarle ms que con una sonrisa.
Ent onces, pri vado de la pal abra, recurri al lenguaje
de los ojos.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A Q2J
Con la mi r ada, sigui despidindose de ella y rei t e-
rndole su car i o.
Pero t ambi n su mi rada fu poco poco obscurecin-
dose, como se obscureca la luz de aquel sol que ant es
brillaba con tanta magnificencia.
VII
Fu la muert e del barn una muer t e dul ce, plcida,
tranquila, sin ext remeci mi ent os de dol or, sin estertores,
sin nada de cuant o hace ms triste y ms i mponent e una
agona.
Semejante una luz que se apaga, fu debi l i t ndose
poco poco, hasta que la vida se extingui en l por
completo, al hacer un l t i mo estuerzo para besar por
postrera vez su hija.
Con aquel beso, la rusa recibi el ltimo suspiro de
su padre.
Tampoco su dolor fu el dolor violento que se deses-
pera; fu el dolor reconcent rado que se resigna.
Cerr los ojos su padr e, le bes en la frente, arrodi -
llse y or.
Or hasta oir sus espal das, una voz que pr onunci a-
ba su nombr e.
928 E L CAL VARI O D E U N N G E L
w
Er a Pabl o que acud a su l l amami ent o, y acuda
solo, como en su carta le advi rt i era.
Gracias!dijo la joven.
El le t endi sus brazos, y la baronesa se arroj en
ellos.
CAPI TULO XX
Luz sol i t ar i a
I
Cumpliendo los deseos de su padre, Ivona dispuso que
el cuerpo del barn fuese embal samado y trasladado
Rusia.
Durante-los dos das que dur ar on los fnubres prepa-
rativos, Pablo no se separ de la baronesa.
Advertidos por l, su hijo, Esperanza, Matilde y Ro-
sario, no fueron visitar la rusa.
Esta no quer a que nadi e la t urbase en su dol or.
El nico que la visit, fu Renat o, pero no lo recibi
ella.
Suplic Pabl o que lo recibiese en su nombr e.
Todos respetaron el dolor de la joven, sin most rarse
ofendidos por su alejamiento.
T OMO ii ^ 117
g30 EL CAL VARI O DE U N N G E L
Los grandes dolores son si empre compadeci dos y res-
pet ados en sus manifestaciones, por las personas sensatas
y compasi vas.
II
Ul t i mados los preparat i vos necesarios, el cadver del
barn fu conduci do al t ren, para que ste lo transpor-
tase su patria quer i da, para que lo llevase dormi r el
sueo et erno en el pant en de sus mayores.
De este modo, la promesa de la baronesa quedaba
cumpl i da.
Toda la ser vi dumbr e, parti acompaando el cadver
de su seor, menos Catalina y el etope.
, Est os, quedar on j unt o la baronesa.
Ivona deba partir t ambi n aquella noche.
Convenci ronl a sin gran esfuerzo de que no marchara
en el mi smo t ren que conduc a los restos de su padre.
Ella se dej convencer, pero manifest su firme pro
psito de partir en el tren i nmedi at o, para llegar Rusia
casi al mi smo t i empo que aquellos restos queri dos, de
los que se propon a no separarse en lo que le quedaba
d e vi da.
Pabl o acompa el cadver del barn hasta el tren, y
luego volvi al castillo para permanecer j unt o la baro-
sa hasta el instante de la part i da.
E L MA N U S C R I T O D E UNA. MON J A g 3 l
El esposo de Rosari o, senta una tristeza i nmensa, al
pensar que iba separarse para si empre de aquella her-
mosa j oven, tan original como buena, t an extravagante
como heroica.
Ella, por su part e, tratbale con I B mi sma i nt i mi dad y
afecto que si toda su vida le hubi ese conoci do.
Ya no se abstena de habl ar con l de Ri cardo; al con
trario, habl bal e de l y de su cari o, como si desde un
principio le hubiese t omado por confidente de sus amo
res.
De qu le hubiese servido su reserva, con qui en hab a
adivinado sus sentimientos?
Al orla, Pabl o pensaba conmovi do:
Qu buena es y cunt o le ama!
III
Lleg la noche, y con la noche, el instante de la sepa-
racin, de la despedi da.
La baronesa no quiso que Pabl o la acompaase hast a
el tren.
No podr separ ar me de usted sin l gri mas, ^-di j o,
y no quiero dar un espectculo en pbl i co. Sabe Dios
cmo i nt erpret ar an mi llanto los que me vi eran llorar
al despedirnos!
932 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Despidironse, pues, all, en el castillo.
La despedi da fu tan breve como conmovedor a.
Los dos abrazronse como se hubi eran podido abrazar
un padre y una hija.
Cmpl ame usted su promesa, djole ella al odo.
Hab al e ust ed al guna vez de m ..
No ser necesario para que l la recuerde, repuso
Pabl o. Su recuerdo vivir et ernament e en nuestra
memor i a; y si en la memori a de al guno muri ese, lo cual
sera una i ngrat i t ud, yo sabr resuci t arl o.
IV
Parec an no tener fuerzas para separarse el uno del
ot r o.
Repetanse una y otra vez lo mi smo, y siempre pensa
ban que se decan cosas nuevas.
Que la dicha de ustedes sea eterna!deca Ivona.
Pero si as no fuese,
1
! si algn da les amenazara la
desgracia, l l mame ust ed, y en seguida acudi r en su
auxi l i o. . . Slo en ese caso abandonar mi retiro, el reti
ro donde me propongo encer r ar me por todo el resto de
mis das, para llorar solas mis pesares.
Dios le d consuelo para su injusto infortunio!
respond al e Pabl o. El colmo de nuest ra felicidad sera
. E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 0.33
saber que t ambi n hab a usted conseguido ser di -
chosa.
Eso es imposible!
Quin sabe!. . . Si lo fuera y esto pudiese consolarla,
est usted segura de que aqu , en Espaa, quedan unos
cuantos seres que, mi ent ras vi van, amar n y respet arn
su memori a, y bendicirn su nombr e cada vez que lo
pronuncien.
V
La baronesa fu la ms enrgi ca.
Adis, amigo mo, dijo, desprendi ndose de los
brazos del padre de Ri cardo. Adi s para si empre!. . .
Adis, respondi l, pudi endo apenas cont ener las
lgrimas.Adis' hija m a!. . . Per m t ame usted que, por
una vez ni ca, le d este nombr e.
Y la bes en la frente.
La baronesa subi con precipitacin en carruaj e.
Catalina y el etope, subi eron tras ella, despus de ce
rrar las puert as del castillo, de aquella vetusta mansi n
que quedaba para si empre abandonada.
Pablo permaneci de pi en medi o de la carret era,
hasta que hubo visto desaparecer el carruaje en que iba
la baronesa.
9 3 4
E L
C A L V A R I O D E U N N G E L
Esta se asom la ventanilla para sal udarl e por l-
tima vez.
El her mano de Mat i l de, subi entonces al coche que
estaba aguar dndol e, y dijo al cochero:
A casa.
VI
Poco despus, Pabl o refera Ri cardo, Esperanza,
Mat i l de y Rosari o, la triste despedi da.
Todos escuchbanl e conmovi dos.
Aun sin conocer los mviles de la ext raa conducta
de aquella mujer ext raordi nari a, sentan hacia ella gra-
t i t ud y respet o.
Dios la haga muy dichosa!exclam Esperanza.
No hubo qui en no participase de los deseos de la jo-
ven.
Sin embar go, sin que pueda tachrseles de egostas,
pront o olvidronse de la baronesa, para pensar en su
prxi ma felicidad.
El casami ent o de Esperanza y Ri cardo, celebrarase
de all tres d as. . .
. Aquella noche y la mi sma hora en que Pabl o, su es
posa, Ri cardo, Esperanza y Matilde coment aban la par-
tida de la baronesa, en una de las vent anas del castillo,
E L MA N U S C R I T O D E U N A MO N J A 0,35
de aquella mansi n que habi a quedado abandonada,
brillaba una luz.
Aquella vent ana, era la que correspond a al capri cho -
so gabinete oriental de Ivona.
Su luz tnu y solitaria, brillaba all, como una est r e-
lla triste... mor i bunda.
CAPI TULO XXI
Lazos de amor f
I
Lleg l da seal ado par a la celebracin de las bodas
de Esperanza y Ri cardo, Rafaela y Renat o, Mercedes y
Rogelio y Soledad y ngel.
Al fin, iban ser felices aquellos seres que t ant o ha-
ban l uchado por su di cha, y qui enes t an despiadada-
ment e persiguiera hasta ent onces la desgracia.
La felicidad de todos reuni dos, pareca aument ar la de
cada uno part i cul arment e.
Y no er an los novios solos los que se crean felices,
sino que t ambi n compar t an con ellos su vent ur a, todos
los seres queri dos que les r odeaban.
Cmo era posible que Matilde, Pabl o y Rosario, no
participasen de la felicidad de Ri cardo y Esperanza?
E L C A L V A R I O D E U N N G E L Q3j
Cmo Ins y Ger mn, hab an de permanecer indife
rentes ant e la vent ur a de Renato y Rafaela?
Cmo Consuelo y Fer nando, no hab an de ver con
satisfaccin la dicha de Mercedes y Rogelio?
Cmo, por l t i mo, Andrs hab a de permanecer i n-
sensible la i nesperada realizacin de las amorosas-
ilusiones de Soledad y ngel?
Y, cmo, en fin, todos y cada uno de aquellos seres,
unidos por tantos y tan estrechos lazos, no hab an de
considerar como propi a, la alegra de los dems?
Juntos hab an subi do el calvario del sufrimiento, y
juntos llegaban la cumbr e de la di cha.
II
En el domicilio de cada una de las novi as, desarrolla
banse escenas idnticas en el fondo, pero diferentes en
la forma, segn las condiciones en que cada una de ellas
viva y las circunstancias que la r odeaban.
En caso de Ri cardo, por ejemplo, todo era ani maci n
y bullicio.
Aunque no se hab a invitado nadie la boda, todos
los amigos y admi r ador es del clebre pi nt or, que eran
muchos, apresurronse mandar l e sus regalos, y el
saln principal pareca un bazar de objetos preciosos,,
que represent aban una fortuna.
T OMO ti 1 1 8
938 E L CAL VARI O D E U N N G E L
Las felicitaciones que acompaaban aquellos obje-
t os, obedec an, no slo al casami ent o de los dos jvenes,
sino t ambi n al hecho de haber encont rado Ricardo
sus padres, lo cual hab a sido muy coment ado por todos
cuant os al joven conoc an.
Pabl o y Rosari o, hab an llevado cabo el reconoc
mi ent o y la legitimacin de su hijo, segn vol unt ad ex
presa de ste, y el pintor firmara ya sus contratos ma-
trimoniales, con el nombr e de Ricardo Lpez.
III
La ni ca que segua siendo un misterio para todos,
era Matilde. , '
Ni quiso que se identificase pbl i cament e su persona
l i dad, ni que se intentara su rehabilitacin.
Esto l t i mo, hubi era sido rel at i vament e fcil, con las
declaraciones de Rogelio.
La falsedad del supuesto adul t eri o, hubiese quedado
pr obada, y, como consecuencia nat ural y lgica, el di-
vorcio se hubiese anul ado.
Matilde se opuso que se hiciese tentativa alguna en
tal sentido.
Para qu?dijo.Sera dar un nuevo escndalo
compl et ament e intil. Yo no quer a otra cosa que con
seguir la felicidad de Ri cardo y tener mi hija junto
m , y ambas cosas las veo ya logradas. Todo lo dems
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 939
me importa poco. Los que en otro tiempo me conocie-
ron y me juzgaron adl t era, dando crdito la infame
farsa de mi esposo, se han olvidado ya de m ; pues que
sigan i gnorando quin soy. No porque lo sepan y porque
mi inocencia quede demost rada, he de ser ms dichosa.
IV
No se avi ni eron Pabl o y Ricardo en un principio con
estos razonami ent os.
Se aviene mal con mi carcter, deca el pr i mer o,
que sigan tenindote por cul pabl e, y que en cambi o
tu marido le crean un dechado de perfecciones. Eso no
es justo, y lo que no es justo no debe ser.
El joven agregaba:
Despus del escndalo que se dio cuando se inter
rumpi mi casami ent o con Esperanza, tu existencia,
madre ma, no puede seguir siendo para todos un mi s-
terio Muchos saben que vives, y es necesario que t e
justifiques sus ojos.
Me basta con estar justificada para vosotros y para
mi conciencia,replicaba ella.La opinin de los dems
me tiene sin cui dado. Adems, del proceso de mi reha-
bilitacin, acaso salieran para Gui l l ermo cargos t erri bl es
T
por los que se pudiese llegar al descubri mi ent o de t odas
sus faltas. Puest o que l se ha retirado decl arndose
940 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
venci do, qu ensaarnos en l? Si por aumentar
nuest ra dicha con la vanidosa satisfaccin del reconoci-
mi ent o de mi inocencia, mi esposo le sobreviniese al-
gn perjuicio, no sera este un remordi mi ent o que tur-
bara nuest ra ventura? Puest o que le hemos perdonado,
hagamos efectivo nuest ro per dn.
V
Esperanza, apoyaba estas razones y hast a daba su
madr e las gracias por ellas.
Al fin y al cabo, se t rat aba de su padr e.
Pabl o y Ri cardo, acabar on por ceder, admi rando la
abnegacin de aquella mrt i r.
En un da como aquel , no poda menos que evocarse
estos recuerdos.
Mis deseos van cumpl i rse, padre mo,deca Ri-
car do Pabl o, mi ent ras en la habitacin del primero
aguar daban los dos que Esperanza se vistiese para ir
la iglesia.Gracias tus esfuerzos, los mos, los de
t odos, y la proteccin ext raa y misteriosa de la baro-
nesa, Esperanza va ser mi esposa. Per o mis proyectos
compr end an dos part es, y ni cament e una de las dos
queda realizada: la relativa mi boda; la otra era la
rehabilitacin de mi madr e adopt i va, y me entristece
haber tenido que renunci ar ella.
E L MA N U S C R I T O D E U N A M O N J A . 941
De que su tristeza era cierta, daba clara idea el t ono
coa que pronunci estas frases.
Qu le hemos de hacer, respondi l e Pabl o, si
mi her mana es tan testaruda? Tambi n yo deseara que
todo el mundo supiera que Matilde vive y es inocente,
aunque slo fuera por hacer rabi ar mi cuado donde
quiera que este; pero ella se opone nuest ros deseos, y
no nos queda otro remedi o que conformarnos.
VI
Mientras t ant o, al t i empo mi smo que vesta por se
gunda vez el traje de desposada, con la ayuda de Ma -
tilde y Rosari o, Esperanza deca:
Hoy sera compl et ament e di chosa, si j unt o nos
otros estuviese t ambi n mi padr e. A pesar de todo lo
ocurri do, no puedo menos que acor dar me de l con
tristeza. Fu el aut or de mi mart i ri o y por l he sufrido
mucho; pero no le odi o, al cont rari o, le compadezco. . .
Odi arl e sera una monst ruosi dad.
Y volvindose su madr e, le dijo: -
No te enojes ni te ofendas, porque habl e de este
modo del hombr e de qui en tantos mal es tienes r eci bi -
dos. . . Es mi padre!
Enoj arme y ofenderme dices?repuso Mat i l de.
Oh, no! . . . De ni ngn modo. Antes bi en, celebro que
pienses y sientas como dices. Antes lo has di cho: odi ar
9 4
2
E L C A L V A R I O D E U N N G E L
un padre sera monst ruoso. . . Compadcele y resptale,
hija m a, sin que te asalte el t emor de que yo condene
t us nobles sentimientos; al cont rari o: me siento orgullosa
de tener una hija t an buena.
Y la acariciaba con t er nur a.
Todos hubi er an consi derado una dicha que don Gui
l l ermo, cuyo par ader o i gnoraban, hubi ese sido digno de
estar j unt o ellos para compart i r su felicidad.
As demost rbanl o los recuerdos que en aquel da
vent uroso le dedi caban.
Vil
El cuadro que ofreca la modesta vivienda de Rafaela,,
era muy diferente.
La hermosa j oven, hab a recibido de su novi o, como
regalo de boda, un magnfico traje de desposada, y
vestida con l, esperando la hora de ir la iglesia, era
la admi raci n de todas las veci nas, que no acababan de
ponder ar l a suerte de aquella muchacha, al encont rar un
esposo tan rico.
Ins lloraba de alegra, parecindole ment i ra tanta
felicidad, y Ger mn, no menos emoci onado que ella,
dec al e:
Ya ves que no todos los hombr es son t an infames
-como el que te deshonr, abusando de tu inocencia. Por
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 943
tu hija te redi mes, y en su vent ura encuent ras el t r mi no
de tu expiacin.
Y Rafaela, compl et ando las pal abras de su to, como
si las adi vi nase, abrazaba su madr e, dicindole:
Ves como no te engaaba, al decirte que Renat o era
muy bueno?
Ins, abandonbase su di cha, no sindole ya posible
dudar de ella, y daba gracias Dios desde el fondo de su
al ma, por tantos dones como reciba.
El perdn de su her mano y el casami ent o de su hija,
colmaban todas sus aspiraciones.
VIH
Tambi n Mercedes y Rogelio, preparbanse para la
ceremonia de la boda, en el hotel donde se alojaban en
compa a de Fer nando y Consuel o.
Estos l t i mos, servanles de padres en aquella ocasin
para ellos supr ema.
Vuestra dicha tiene muchos punt os de semejanza
con la nuestra, decale Consuel o. Tambi n Fer nando
y yo sufrimos mucho y aguar damos dur ant e mucho
tiempo el instante de nuest ra felicidad.
Y t ambi n una mi sma persona fu la causant e de
nuestra desvent ura, agreg Espejo. Por Cristina fui-
mos nosotros desgraciados, y por Cristina habis t ar dado
tanto en ser felices vosotros.
944 E L CAL VARI O D E N N G E L
Por Cristina y por don Guillermo,rectific Rog
l i o. Pero la una ya no existe, y el otro ha desapareci-
do, reconocindose cul pabl e. Dios les per done como yo
les perdono!
La nica sombra que obscureca en aquellos momen-
tos la dicha de Mercedes, era el recuerdo de su padre,
Est aba an muy reciente la muert e de don Manuel,
para que de l no se acordase la futura desposada.
Qu dichoso sera el pobre si vi vi era!murmu-
r aba, pudi endo apenas contener el llanto.
IX
Por l t i mo, en el convent o de Carmel i t as, tena lugar
una escena que muy pocas veces se hab a desarrollado
en aquel santo recinto.
Como Soledad estaba sola en el mundo, convnose en,
que permaneci era en el convent o hasta el instante mis-
mo en que ngel fuese buscarla para conducirla al
altar y hacerla su esposa. ^
Aquella maana, todas las monjas y novicias, reuni
ronse en la celda de la joven para ayudarl a vestir el
traje de desposada.
En cunt as de aquellas infelices, provocara amargura
y envidia aquella escena mundana, y cunt as sentiran
renacer en su memori a el recuerdo de mal ogradas ilu-
siones!
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 945
Todas acari ci aban porfa, la que iba dejar de ser
su compaera.
Soledad sonrea.
Su uni n con ngel la haca dichosa.
Pero sonrea t ri st ement e.
El recuerdo del trgico fin de su madr e, amar gaba su
dicha.
T OMO I I
119
CAPITULO XXII
En l as sombras
1
Hab ase acordado que una hora conveni da, las cu a
.tro comitivas nupciales se dirigieran la iglesia de! con-
vento de Carmelitas, donde se reuni r an todos, y donde
se celebrara la cudrupl e ceremoni a.
No hay que decir que todos fueron punt ual es.
ngel y Andrs derogaron los pri meros.
Luego fueron llegando Esperanza, Ri cardo, Matilde,
Rosario y Pabl o, ms t arde Mercedes, Rogelio Consuelo
y Fer nando, y por ltimo Rafaela, Renat o, Ins y Ger
man.
Unos y otros sal udbanse con la alegra y la franqueza
de los que ven realizada su vent ura al mi smo tiempo.
E L C A L V A R I O D E U N N G E L 947
Una vez celebradas las cuat ro bodas, todos deb an di -
rigirse al domilio de Ri cardo, donde pasar an reuni dos
el resto del d a.
Por la noche, cada pareja retirarase al hogar que de
antemano hab an preparado para que sirviese de templo
su felicidad, y. de nido sus amores.
La idea de celebrar juntos en familia, el funesto acon-
tecimiento, fu propuesto por el pintor y todos lo acep-
taron.
II
Cuando estuvieron todos reuni dos, pasaron de la igle-
sia al claustro, para ir en busca de Soledad.
Abrironse las puert as que comuni caban con el recin-
to sagrado inviolable del convent o, y apareci la joven
vestida de blanco y radi ant e de felicidad y de he r mo-
sura. .
Toda la comuni dad ia acompaaba.
El cuadro era i mponent e.
Los hbitos de las que un l ado. de la puerta despe-
dan su compaer a, cont rast aban con las galas de los
que al otro lado esperaban la joven.'
La despedida fu conmovedora.
Todas las monjas y novicias, abrazaron Soledad, ha-
ciendo votos por su vent ur a.
Ella les prometi no olvidarlas, y desprendi ndose de
948 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
sus brazos t raspuso la puert a, que volvi cerrarse tras
ella, vindose rodeada por los que la aguar daban.
Todos la col maron de caricias, y ngel, cogindola de
la mano, la dijo, con acent o conmovi do:
Al fin!
Estas dos pal abras, eran todo un poema; era la lacni-
ca y elocuente manifestacin de todas las contrariedades
venci das, y de todas las ilusiones realizadas.
III
Volvieron todos la iglesia, y dio principio la cudru
pie ceremoni a.
A Ri cardo y Esper anza, apadri nbanl es Matilde y
Pabl o; Rogelio y Mercedes, Consuelo y Fernando;
Renat o y Rafaela, Ins y Ger mn; y ngel y Soledad,
Rosario y Andrs.
La comuni dad t oda, estaba en el coro, , y la iglesia
hab an acudi do muchos curiosos, at ra dos por lo extra-
ordi nari o del suceso.
No todos los das puede presenciarse la celebracin de
cuat ro casamientos la vez.
Ent re los curiosos, corran los coment ari os ms absur-
dos, pero t odos conven an en una cosa que era induda-
ble, puesto que estaba la vista: en que las cuat ro novias
eran muy hermosas.
Y como le her mosur a, despierta si empre misteriosa
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 949
invencible si mpat a, todos, en su interior, deseaban que
los cuatro desposados fueran muy felices en su mat r i -
monio.
IV
Confundida entre los curiosos, con ellos mezclada, y
procurando no ser vista, hab a una dama vestida de
negro, cubierto el rostro con t upi do velo de seda.
Era imposible distinguir sus facciones, pero todo en
ella, revelaba una dama her mosa, rica y elegante.
Haba en ella una distincin, que no lograba di si mul ar
la modesta severidad con que vesta.
La dama en cuestin, pareca muy enamor ada.
Un t embl or nervioso agitaba su cuerpo, y bajo el
manto que la cubr a, not banse las violentas palpitacio
nes de su abul t ado seno.
Los que estaban j unt o ella, oyronla gemir y sollozar,
pero ni nguno se atrevi i nt errogarl a.
Muchos cont empl aron, no obst ant e, con invencible
curiosidad, la misteriosa y enl ut ada dama, que por sus
negras vest i duras y por la agitacin de que pareca
presa, era una nota discordante en aquei hermoso y
brillante cuadro de amor , de felicidad y de alegra.
Agena la curiosidad de que era objeto, la desconoc
da segua con visible atencin, los incidentes todos de la
nupcial ceremoni a.
9 5b E L C A L V A R I O D E U N N G E L
V
Cuando el sacerdote bendijo los desposados, l aemo
cin de la dama subi de punt o.
Como si no pudi era domi narse por ms t i empo,
como si las fuerzas la abandonasen, dej escapar un
sollozo desgarrador, y pareci que iba caer al suelo sin
sent i do.
Los que la r odeaban, apresurronse socorrerla,
pregunt ndol e:
Qu tiene V.?
Se pone mala?
No. . . no es nada, r epuso ella, en correcto espaol,
pero con mar cado acento ext rangero. Graci as. . . muchas
graci as. . .
Y separndose del gr upo, como si huyer a de las ofi-
ciosidades de los curi osos, refugise en el ri ncn ms
obscuro y apar t ado de la iglesia, donde se arrodill,
poni ndose orar fervorosament e.
Si alguien se hubiese acercado ella, hubiese podido
or que mur mur aba estas frases:
Hacedle muy feliz, Dios m o. . . y dadme m fuer-
zas para soport ar el peso de mi eterna desvent ura.
Antes de que la ceremoni a t ermi nase, la desconocida
sali del t empl o, deslizndose en las sombr as de las co-
l umnas , sin ser vista por nadi e.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 951
Ya no tengo nada que hacer aqu , i ba mur mur a n
do, como un hecho es mi despedi da. . . He satisfecho mi
deseo de ser testigo d l a realizacin de su vent ur a. . .
Ahora mis deberes me l l aman otra par t e. . .
Al llegar la puert a se det uvo, y volvindose hacia el
sitio donde la ceremoni a nupci al t er mi naba, bal buce,
con acento de indefinible tristeza:
Adis, Ri cardo!. . . Adis para si empre!. . . Ya no
te ver ms! . . . Si algn da liegas saber cunt o te he
amado. . . comprenders cunt o he sufrido y cuan grande
es mi abnegaci n, al hacer lo que he hecho!. . .
Y sali de la iglesia, repitiendo ent re sollozos.
-Adis!...
VI
Jnnt o las tapias del j ard n del convent o, hab a una
mujer y un cabal l ero, los cuales adel ant ronse presuro-
sos al encuent ro de la enl ut ada desconocida.
El caballero era don Alejandro Rosales, el agente
secreto de confianza de la baronesa de Alaska.
A la mujer era imposible reconocerla, por que como la
misteriosa dama, llevaba el rostro cubierto con un t upi -
do velo de luto.
Nia m a!excl am la muj er, t endi endo los brazos
la desconocida.
Esta se dej caer en ellos, mur mur ando:
g52 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
No puedo ms!. . . He confiado sobradament e en
mis fuerzas!... He queri do ser hasta el l t i mo instante
testigo de la felicidad de mi rival!. . . Ha sido excesivo
mi atrevimiento!
Y con explosin de dolor sincero y profundo, como si
en aquella frase encerrara todo su pesar y toda su amar-
gur a, exclam:
Ya est casado!
Hubo una corta pausa.
La dama se irgui de pr ont o, y dijo con heroica reso-
lucin:
Concl uyamos.
Luego aadi , dirigindose don Alejandro:
A V. le toca t er mi nar mi obr a.
El seor Rosales, se inclin respet uosament e.
Haga V. cuant o le he ordenado, prosigui la dama,
y esta noche vaya buscar me al sitio que sabe, para
partir j unt os. Ya que V. es tan bondadoso, que no quie
re abandonar l e, me acompaar mi pat ri a, vivir
conmi go, y ser mi admi ni st rador. Hast a la noche, pues.
Hast a la noche, respondi Rosales, inclinndose
de nuevo.
Las dos mujeres subi eron en un coche que las esperaba
all cerca, el cochero arre los caballos, y el carruaje
part i .
En aquel moment o, sala de la iglesia la comitiva nup-
cial.
L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 0,53
T O MO t i
f
I 2 0
Don Al ej andro se escondi tras una esqui na, para que
no le vi eran.
Los recin casados y sus acompaant es, subi eron en
los coches que les esper aban, y t rasl adronse casa de
Ricardo.
Cuando el l t i mo carruaje hubo desapareci do, don
Alejandro se alej su vez, diciendo:
Esta t arde cumpl i r la misin que me ha sido con-
fiada, y esta noche part i r en compa a de esa mujer
extraordinaria, para ya no separ ar me de ella. Servir
una mujer semejante es una satisfaccin y un orgullo.
CAPI TULO XXIII
Los r egal os de boda de la bar ones a
I
El resto del da, t ranscurri agradabl ement e para los
recin casados y para sus parientes y amigos.
A qu det enernos en describir el cuadr o de su felici-
dad?
Nuest ros lectores pueden imaginrselo sin gran es-
fuerzo.
Adems, nuest ra descripcin sera plida, comparada
con la real i dad.
Hay cosas que se compr enden, que se conciben, pero
que no es posible expresarl as con la debi da exactitud.
Reuni dos todos en casa de Ri cardo, comunicbanse
mut uament e su di cha.
E L C A L V A R I O D E U N N GE L 955
No podan envidiarse los unos los. otros, porque
todos eran igualmente dichosos.
Como sucede siempre que la vent ura nos sonr e, for-
maron hermosos proyectos para el porveni r, proyectos
que podan tener la esperanza de que se realizasen, pues
todo les sonrea prometindoles una existencia dichosa.
El modo como la situacin de cada cual qued ase-
gurada, lo sabremos su debido t i empo.
II
Era la cada de la t arde, cuando un cri ado se present
en el saln, donde todos estaban r euni dos, anunci ando
Ricardo la visita de un caballero.
No recibo nadi e hoy, respondi el joven.
Sepamos al menos quin es el i mpor t uno que en un
da como este, tiene la intempestiva pret ensi n de vert e,
le dijo su padre.
El pintor ley el nombr e que hab a i mpreso en la t ar -
jeta que el sirviente le hab a dado.
Aquel nombr e era el de don Al ej andro Rosal es.
Ninguno de los presentes recordaba haberl o odo
nunca.
-Un desconocido!exclam el joven.
Y aadi , dirigindose al criado:
Nada, lo di cho. Participa ese cabal l ero, que hoy
me es imposible recibirle, y explcale la causa de ello.
Q56 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Ya se la hemos i ndi cado, respondi el sirviente;
pero l se empe en que le passemos r ecado. . .
Pues dile que lo siento mucho, pero que es intil
que insista, que hoy no puedo recibir nadi e. Si tanto
le interesa ver me, que vuel va maana.
III
Iba ya salir el cri ado para cumpl i r las rdenes de su
seori t o, cuando Renat o le detuvo di ci endo;
Un moment o.
Luego, pregunt su ami go:
Cmo dices que se l l ama ese caballero?
Alejandro Rosal es, respondi el pintor, volviendo
leer la tarjeta que tena en la mano. Le conoces?
Creo que s.
Quin es?
Al pront o no ca, pero ahor a me parece. . . S, justo:
ese hombr e me lo present Ivona como uno de sus agen-
tes secretos de mayor confianza.
La baronesa?
S . Fu del que se sirvi en la ingeniosa farsa de
que hizo vctima don Gui l l ermo.
Ah!
Ahora recuerdo perfect amnnt e su nombr e: Alejan-
dr o Rosales; debe de ser el mi smo.
Pues si est rel aci onado con la baronesa, no hay
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 9D7
ms remedi o que recibirle. Hasta qui en sabe si vendr
de parte suya.
Tal vez.
IV
Disponase Ricardo salir del saln para dirigirse
su despacho y recibir al visitante, cuando su padre le
dijo:
Djame que le reciba yo.
Sers tan amabl e, padre mo?le pregunt el j o-
ven.
Pues ya lo creo.
Ent onces, v recibirle en mi nombr e.
Yo habl ar con l, y si viene de parte de la ba r o-
nesa y tiene algo i mport ant e que decirte, le har ent rar
te enviar un aviso para que pases al despacho.
Pabl o sali del saln seguido del cri ado, y los dems
quedaron coment ando aquella visita, que no dejaba de
parecerles misteriosa.
Ira aquel hombr e de part e de Ivona?
Y si era as, qu misin tendra que cumpl i r en nom-
bre de la baronesa? *
La curiosidad hab ase despert ado en todos, y par a
distraerla de alguna maner a, pusironse coment ar las
originalidades de la r usa.
No las coment aban en t ono de burl a, sino de a dmi r a -
95<3 E L C A L V R I O D E U N N G E L
cin, porque aquellas originalidades, bien estudiadas,
eran todas ellas actos de bondad, de abnegaci n de
heroi smo.
V
Hab an t ranscurri do slo algunos mi nut os, cuando
volvi Pabl o al sal n.
Acompabal e don Al ej andro.
Est e, salud todos respet uosament e con una inclina
cin de cabeza.
Es el que yo me figuraba,murmur Renat o, ape-
nas le hubo visto.
Esperanza, t ambi n le reconoci, aunque no le viera
ms que una sola vez, el da que comi en el castillo en
compa a de la baronesa.
He invitado este caballero ent rar, di j o Pablo
su hi j o, porque dice que tiene que cumpl i r cerca de
t un encargo de Ivona. Asegura que no es reservado.
Adems, desea decir t ambi n algo Renat o.
A m?exclam sorprendi do este l t i mo.
As dice.
Y^as es,asinti Rosales.
Vi ni endo en nombr e de la baronesa, caballero,
dijo Ri cardo, debe V. ser recibido aqu con Jos mismos
honor es que si ella se present ara. Yo no saba de parte
de quien ven a V. ; saberlo, antes le hubi ese recibido.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 959
Hable V.; le escucho. Qu encargo es ese que t rae
de parte de nuestra protectora y amiga?
VI
Inclinse de nuevo don Alejando, y repuso:
Per m t anme ust edes, en pr i mer l ugar, que todos
les felicite por la dicha de que gozan; y ahor a, cumpl i do
este deber de cortesa, pasar cumpl i r el doble encargo
de mi seora la baronesa.
Mi ent ras as deca, sac del bolsillo interior de la l e-
vita, un abul t ado pliego y un est uche.
El pliego lo entreg Ri cardo y el estuche Renat o,
dicindoles:
Esto me encarg la seora baronesa que les entre-
gase, felicitndoles al mi smo t i empo en su nombr e por
su mat ri moni o.
Dicho esto, salud de nuevo, aadi endo:
Cumpl i do el objeto de mi visita, me permi t i rn us -
tedes que me retire. Esta noche part o para Rusi a, y den-
tro de algunos das har presente mi seora la bar o-
nesa, el modo como la doble misin- que me confiara,
ha sido cumpl i da.
Hgale V. t ambi n present e, el testimonio de nues -
tra grat i t ud, respondi el pi nt or.
Y de nuest ra amistad, dijo Esperanza.
Y de nuest ro cario. agreg Matilde.
960 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Y de nuest ro respet o, aadi Renat o.
Dgale V. de parte ma, dijo Pabl o, que aqu
t odos nos acor damos mucho de ella y somos muy feli-
ces, no t eni endo en nuest ra felicidad, ot ro disgusto que
el de que ella no pueda participar de nuest ra vent ura.
As lo har, repuso Rosales.
Y sal udando por l t i ma vez, se ret i r, saliendo en
seguida de la casa.
VII
La curiosidad de todos, hab a subi do de punt o.
Apenas don Alejandro se hubo mar chado, Ricardo
r ompi el sobre que acababa de recibir de parte de la
baronesa, di ci endo:
Veamos qu es esto.
El sobre contena una cart a, una llave y un pliego.
La carta deca as:
Acepte V. , amigo m o, como regalo de boda, la ad-
j unt a escritura de propi edad de mi castillo.
Es una mansi n que enci erra, par a m , muchos y
muy queri dos recuerdos, pesar del poco t i empo que he
vivido en ella, y no qui ero que pase manos extraas.
Para V. , por su condicin de artista, puede tener
algn valor la vieja mor ada y los objetos que encierra.
N0 intente V. rechazar mi obsequi o, porque ser
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 961
intil, puesto que no sabe ni sabr V. nunca mi par a-
dero; adems, rehusarl o sera una ofensa. Acptelo como
un ltimo recuerdo de mi ami st ad.
Mis afectuosos recuerdos sus padres y su madr e
adoptiva.
Abrace en mi nombr e Esperanza y hgala muy
dichosa...
Adis, amigo m o; adis para si empre. . .
IVONA.
VI I I
La lectura de esta carta llen todos de asombr o.
Esto es demasi ado, di j o Ri cardo. El regalo que
esta mujer me hace, representa una fortuna.
Y que no slo te regala la finca,repuso Renat o,
sino t ambi n los objetos que enci erra, y los objetos que
encierra valen un di neral .
Por lo mi smo, no debo aceptar su obsequi o.
Debes aceptarlo, replic Pabl o, porque bien claro
dice, que si lo r ehusar as la ofenderas.
Sin embar go. . .
Adems, no sabiendo dnde se halla, mal podr as
devolverle esa escritura.
Es verdad .
Acptalo sin ni ngn escrpul o, que no hay humi -
TOMO IT , 121
962 ' E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Ilacin, en aceptar lo que con tanta delicadeza se ofrece.
Todos fueron de la mi sma opi ni n; incluso Esperanza
y Mat i l de, y Ri cardo resignse acept ar, al fin.
La escritura estaba extendida su nombr e en toda
regla, y la llave que la acompaaba era la del castillo.
IX
Tocl e el t ur no Renat o, y abri el estuche que don
Alejandro le ent regara.
El estuche contena un magnfico aderezo de brillan'
tes de inestimable precio, que hizo pr or r umpi r todos
en exclamaciones de admi raci n.
Al aderezo acompabal e una carta concebida en los
siguientes t rmi nos:
Amigo m o: tenga V. la bondad de ofrecer su es
posa en mi nombr e, este presente, como regalo de boda.
N0 vea V. en ello sino una prueba de mi amistad y
de la gratitud que le tengo y le t endr si empre, por la
desinteresada ayuda que me prest en la realizacin de
mis pl anes.
Sean ust edes muy dichosos y acurdense alguna vez
de su amiga
IVONA.
No fu menor la sorpresa que produjo esta segunda
cart a.
El regalo era digno de una rei na.
Renat o no t uvo ms remedi o que acept ar, como haba
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 963
aceptado Ri cardo, y puso el estuche en manos de Ra
faela, la cual excl am:
Deci di dament e, la tal baronesa es una muj er ex-
traordinaria.
Durante el resto del da, la explendidez de la baronesa
fu el t ema obligado de la conversacin.
CAPI TULO XXIV
El postrer reti ro
I
Aquella noche en el expreso, don Alejando Rosales
parti de B. , en compa a de dos seoras vestidas de
negro, y de un criado de tez br onceada.
Cuando el tren se puso en mar cha, las dos seoras le-
vant aron el t upi do velo con que cubr an su rost ro, y en-
tonces pudo verse que eran Ivona y Catalina.
El criado que las acompaaba era el etope.
La baronesa no hab a salido de B. , aunque asilo
cre an todos.
La noche que se despidi de Pabl o, en vez de dirigirse
la estacin, regres al castillo, y por eso aquella misma
noche, vis brillar una luz en la vent ana del gabinete
ori ent al .
E L C A L V A R I O D E U N N G E L 965
Al arrancar el t ren, la baronesa cubrise el rostro con
las manos, y rompi llorar.
Sus servidores cont empl ronl a tristemente, compade-
ciendo y . respetando su dolor.
No i nt ent aron consolarla, porque saban que era i n-
til.
Ivona, con ese refinamiento con que veces nos ensa
fiamos nosotros mi smos en nuest ros propios pesares,
quiso presenciar el casamiento de Ri cardo y Esperanza,
y con este ni co fin, demor su viaje Rusi a.
Quer a llevarse su patria el triste y seguro convenc
miento, de que la realizacin de sus ilusiones amorosas
era i mposi bl e.
En vano sus fieles servidores t rat aron de disuadirla de
su empeo.
Ella era la enl ut ada que presenci en la iglesia la ce-
remonia de la boda, como de seguro adi vi nar an mu-
chos de nuestros lectores.
Cumpl i do su deseo, alejbase de B para no volver
nunca ms, despus de dar Ricardo la ltima prueba
de su amor , con el regalo de la mansi n en que, dur ant e
su estancia en Espaa, haba vivido, segn ya sabe-
mos.
II '
0. 66 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Catalina t ambi n lloraba en silencio,- viendo llorar
su nia.; y en los ojos del etope, el cual tena para su
seora la fidelidad de un perro, vironse brillar algunas
lgrimas.
Don Alejandro no estaba menos conmovi do en pre-
sencia de un dolor tan grande como resignado.
La baronesa sec sus ojos, psose en pi, y se asom
la ventanilla.
All estuvo mi ent ras pudo distinguir lo lejos las l u-
ces de B. , de aquella ciudad en la que dejaba su corazn
y su dicha.
Cuando la ciudad desapareci por completo sus ojos,
volvi sentarse y exhal un suspi ro, mur mur ando:
Todo acab!
No dijo ms, ni en sus ojos volvieron brillar las l -
gri mas.
Dur ant e todo el cami no, estuvo triste y silenciosa; pero
resignada, t ranqui l a.
III
Algunos das despus, la baronesa y sus acompaan-
tes, llegaron la vieja y lujosa mansi n l evant ada por
los primitivos barones de Alaska, j unt o las orillas del
Deva.
Era un antiguo castillo i nmenso, triste, solitario, gran-
dioso, con esa grandiosidad de las construcciones anfi-
EL MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 967
guas, en las que cada siglo, va dejando huellas i ndel e-
bles de su paso.
Los habi t ant es todos de aquellos cont ornos, fuedata-
rios del castillo, salieron recibir su seora, vestidos
de luto por la muer t e del barn.
El cadver de ste, haba llegado algunos das ant es,
escoltado por su numerosa ser vi dumbr e, y reposaba
sobre un lujoso t mul o en la ampl i a nave de la capilla
del castillo, hasta que la baronesa ilegara y se procediera
su ent errami ent o, despus de celebrar pomposos f u- .
nerales.
La rusa, dirigise en seguida la capilla, y or j unt o al
cadver de su padr e.
Ya estoy aqu , padre mo, dijo, besando el fro
cristal del fretro, por el que se vea el rostro lvido
inmvil del difunto.Ya no nos separaremos nunca, y
acaso muy pront o vaya r euni r me contigo en la otra
vida, y mis restos descansen para siempre j unt o los
tuyos en la mi sma t umba.
Y aadi , sonri endo con amar gur a:
La muert e sera el mayor bien que pudiera conce-
derme el cielo!
IV
Al da siguiente, celebrronse los funerales y el entie -
rro del barn, con asistencia de todos sus deudos, servi -
dores y amigos.
968 EL CALVARIO DE U N NGEL
Los desees del anci ano quedaron cumpl i dos, y cum-
plida qued la promesa que su hija le hiciera.
Los restos descansaban en su patria queri da, en Rusia
y en el pant en de sus ant epasados, j unt o los venera-
dos restos de sus mayores.
Junt o la t umba del bar n, haba otra t umba vaca,
que con la losa l evant ada, pareca estar esperando el ca-
dver que la hab a de ocupar .
Er a la destinada la baronesa cuando muri ese.
si mora sin sucesin, segn era de esperar, como
en ella acababa la noble estirpe de los Paul eski , el pan-
ten sera cerrado, y nadi e ms podra dormi r en l el
sueo eterno de la muert e.
Todos los das bajaba la joven al panten orar junto
la sepul t ura de su padre, y al fijar su mi rada en aque
lia t umba abi ert a, que pareca i nvi t arl a buscar en su
obscuro recinto el descanso et erno, sonrease, mur mu-
r ando:
-W;Ojal fuese pront o!
V
Al saber los moradores de aquellos cont ornos, que
la noble y opul ent a baronesa fijaba definitibamente su
residencia en el castillo, alegrronse y pront o pudieron
convencerse de que no les hab a faltado motives para
al egrarse.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 969
Ivona convirtise en madr e de sus deudos, y en pro
tectora de los desvalidos.
Renunci las luchas de la poltica, en las que slo
haba intervenido por compl acer su padr e, y busc en
el ejercicio de la cari dad consuelo para sus penas.
Retirada por completo del mundo, sin otra compa a
que la de sus fieles servidores, entre los que se cont aban
Catalina, el etope y D. Al ej andro, al cual hab a nom-
brado su admi ni st rador, vivi all, t ranqui l a si no dicho-
sa, consagrada en absoluto l cari dad y sus recuerdos.
A excepcin de Catalina y don Al ej andro, nadi e supo
jams la causa de la tristeza profunda que vel aba cons-
tantemente el hermoso rostro de la baronesa.
Ella, por su part e, prohibi en absoluto t odos que
le hablasen de los sucesos y de las personas que la ha-
ban hecho desgraciada para toda la vi da.
No volvi tener noticias de los que hab an quedado
en Espaa ni procur adqui ri rl as.
Sin embargo, el recuerdo de aquellos seres no se bo-
rr en ella dur ant e toda su vi da.
Cuando estaba sola, sacaba veces del pecho un ob-
jeto que cubr a de l gri mas, y de apasi onados besos.
Aquel objeto era un ret rat o; el ret rat o de Ri cardo.
Cuando al cabo de algunos aos mur i agobiada por
el pesar, en la pl eni t ud, aun, de la j uvent ud y de la her-
mosura, aquel ret rat o fu con ella la t umba, colocado
sobre su corazn.
T OMO 11 122
970
L CAL VARI O D E U N N G E L
Al mori r, despus, de asegurar la subsistencia de todos
sus fieles servi dores, leg el resto de su colosal fortuna
los pobres, lo cual hizo que todos respetasen su memo-
ri a, y bendigesen su nombr e despus de muer t a, como
en vida lo hab an bendeci do.
f V r*- Pi- iSfc.t "t*
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CAPI TULO XXV
Pablo suea con ser abuelo
I
Al otro da de la boda, despus de visitar con sus
amigos el castillo, regalo de la baronesa, quedando todos
admirados de la riqueza y valor artstico de los objetos
que encerraba, Ri cardo y Esperanza, part i eron para el
extranjero, para hacer su viaje de novi os, que deba du-
rar algunos meses.
Los jvenes desposados, pod an permitirse tal lujo,
pues eran i nmensament e ricos.
A parte del capital que Ri cardo hab a logrado reuni r
con su trabajo en pocos aos, Esperanza recibi de ma -
nos del apoderado de D. Gui l l ermo, la mi t ad de la for-
tuna de su padr e, que ascenda algunos millones.
972 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Tambi n en esto hab a cumpl i do el banquero su pa-
l abra.
El porveni r de los nuevos esposos, estaba, pues, ase-
gur ado, y con su porveni r el bienestar de las personas
que con ellos vivan y las que tanto amaban.
' I
El tal viaje, fu objeto de al gunas discusiones.
Los dos esposos, quer an que en l les acompaaran
sus padres, y stos se negaron ello.
Si se t rat ara de uno solo,dijo Pabl o, menos mal.
Per o somos tres Por que si Matilde va, Rosario y yo
no nos quedar emos muy contentos, y si vamos Rosario
y yo, es nat ural que Matilde se quede disgustada. Vale
ms que os vayis los dos solos. Despus de t odo, nues-
t ra compa a os servira de estorbo ms que de otra
cosa. Todos los recin casados necesitan estar solos al
gn t i empo para entregarse sin reservas las naturales
expansiones de su amor y de su di cha. Partid solitos
arrul l aros por esos mundos de Dios, como dos trtolos;
nosot ros nos quedar emos aqu , esperando vuestro re-
greso.
Los jvenes prot est aban, asegurando que la compaa
de seres para ellos tan queri dos como sus padres, no les
pod a estorbar en modo al guno; pero prevaleci el pa-
recer de Pabl o, apoyado por Rosari o y Matilde.
EL
1
MANUSCRITO DE UNA MONJA 973
Los tres, sentan mucho separarse de sus hijos, pero
no quisieron pecar de i mpor t unos, y los recin casados
tuvieron que resignarse partir sin otra compa a que
la de su amor y su vent ura.
Convnose en que Rosario, Matilde y Pabl o, les aguar-
daran instalados en el castillo, que les bri ndaba grandes
comodidades, y les ofreca, por otra part e, el atractivo
de la novedad.
Pero, de todas maneras, di j o Pabl o a sus hijos,
por contentos y resignados que nos dejis, no alarguis
mucho vuestro viaje, si no queris que, al volver, nos
hayamos muert o de abur r i mi ent o.
Ellos prometieron regresar muy pront o, y al pr ome
terlo propon anse cumpl i rl o; pero despus faltaron al
cumplimiento de su promesa, al argando el viaje ms de
lo conveniente.
Eran tan felices gozando de la vi da, de su amor y de
sus riquezas!
III
Todos fueron despedirles la estacin, y la despe-
dida fu conmovedor a, como todas las despedi das.
Por un instante, eclipsronse las sonrisas que la feli-
cidad haca asomar los labios, y llenronse de l gri mas
los ojos.
974 EL CALVARIO DE u n NGEL'
IV
Claro que las pal abras de Pabl o, envolvan una exage
raci n; pero de todas maner as, tristes y aburri dos esta-
ban hasta el punt o de que no pareca sino que su felici-
dad se hubiese nubl ado de pront o, volviendo de nuevo
la desgracia.
Las dos madr es, l l oraban pensando en sus hijos, y!; l,
aunque haca como si se enfadase por aquel l as lgrimas
Pero aquella tristeza fu pasajera.
No haba motivos para llorar, sino para reir.
Aquel viaje, era un compl ement o de la felicidad dl os
dos jvenes.
Estos, abrazaron sus padres, despidironse de sus
ami gos, y por una y ot ra part e, medi aron mut uas pro-
testas, mut uas felicitaciones y mut uos ofrecimientos.
Part i el t ren, y Pabl o, Rosario y Mat i l de, volvieron al
castillo, acompaados de sus amigos.
Las dos madres l l oraban, y no hab a quien las con-
venciese de que no haba motivos para llorar, sino para
reir.
Pabl o, no mucho ms resignado, deca:
Nada, que si no vuel ven pront o, nos encont rarn
muert os de abur r i mi ent o y de tristeza.
EL M A N U S C R I T O DE U N A MO N J A 975
que calificaba de ridiculas, tena que recurri r toda su
energa para no r omper t ambi n llorar.
Cual qui era dira que me han cambi ado, pensaba,
indignado consigo mi smo. Yo, siempre tan despreocu -
pado, que en mi vida me he apur ado por nada, me
acongojo ahor a como si fuese una nia sensible, por ua
ausencia que no tiene nada de particular. Por vida de. . . !
Pront o su indignacin trocbase en t er nur a, y mur -
mur aba:
Despus de t odo, es nat ural lo que me sucede. Se
trata de mi hijo, y nadie sabe lo que se quiere un hijo,
hasta que llega uno verse pri vado de su compa a,
despus de haberl a conseguido costa de grandes es-
fuerzos.
V
Mientras les acompaar on sus ami gos, los acongoja-
dos padres estuvieron algo ms t ranqui l os; pero cuando
se quedaron solos en aquel l a vieja mansi n, llena de
preciosidades, pero desprovista, para ellos, de recuerdos
queridos, su tristeza subi de punt o.
Pabl o, rindise di screci n, y en vez de r epr ochar el
llanto de las dos madr es, llor con ellas.
Aquella pri mera noche que pasaron solos, fu una
noche muy t ri st e.
976 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
No hab a reflexiones que les consol aran.
Ya s que no t enemos motivos para entristecernos,
de c a Matilde,si no todo lo cont rari o. Per o, no es
una pena, vernos separados de nuevo de nuestros hijos?
Rosari o, no deca nada, pero corroboraba con su lian
t o, las palabras de la otra madr e.
Ella, ms que nadi e, tena motivos para quejarse,
puest o que se vea pri vada del placer de abrazar su
hijo, sin haber tenido casi t i empo para gozarlo.
VI
A tal punt o llegaron las cosas, que Pabl o dijo:
Vaya, esto no puede cont i nuar as. En cuant o ten
gamos carta de esos ingratos y sepamos dnde estn, les
escribo dicindoles que regresen en seguida.
Rosari o y Mat i l de, opusi ronse esta idea, pero l
replic:
Despus de t odo, no se trata de exigirles un sacrifi-
cio tan grande. Por qu viajan ellos? Por gusto. Pues
que se priven de ese gusto. Bien pueden i mponerse por
nosotros y por nuest ra t ranqui l i dad, una privacin tan
insignificante.
Y como viera que su pensami ent o no era aprobado,
aadi :
E L MANUSCRI TO D E UNA MONJA 977
Pues entonces hacemos otra cosa. En cuant o sepa-
mos el itinerario que siguen, cogemos nuest ras maletas
y nos vamos det rs de. ellos. No creo que se enojen,
puesto que tan gran empeo most raban en que les acom-
pasemos.
No hubo necesidad de hacer nada de lo que Pabl o
propona.
El t i empo, que todo lo cal ma, cal m la i nqui et ud y la
tristeza,en cierto modo injustificada, de aquellstres seres.
A ello cont ri buy el haber tenido noticias de los via -
jeros.
A la maana siguiente, recibieron un telegrama, pues
to desde la frontera, en el que les part i ci paban que el
viaje prosegua sin novedad y que se acordaban mucho
de ellos.
Aquel telegrama sirviles de gran consuelo.
Estn bien y se acuerdan de nosotros,deca Pabl o.
Qu ms podemos desear?
Dos das despus, recibieron una extensa cart a, en la
que los recin casados les comuni caban sus impresiones
de viaje.
Aquella cart a, acab de tranquilizarles.
Seguan deseando verles, pero con menos impacien-
cia, ms resignados.
Las cartas, repitironse con frecuencia, y poco poco
acostumbrronse darse por contentos con las noticias
que reciban de los ausent es.
TOMO II ,^"^\ I
;
L,_."- 123
. 978 EL CALVARIO DE UN NGEL
Sab an que est aban bi en, que eran dichosos y que
pensaban mucho en ellos, y esto les bast aba.
Adems, ani mbal es la esperanza de un pront o re
greso, y cuando regresaran ya no volveran separarse.
Como que entonces, deca Pabl o, ms de sus
deberes de hijos, les ret endrn aqu sus deberes de pa-
dres.
Adel ant ndose los acontecimientos, el her mano de
Matilde soaba ya nada menos que con ser abuel o.
CAPI TULO XXVI
Viaje de bodas
I
Tambi n Rafaela y Renat o, empr endi er on su viaje de
boda, pero t ardaron algunos d as en empr ender l o.
Antes, quisieron dejar bien asegurada y definida su
situacin, cosa no t an fcil, dado el cambi o radical que
en la vida de Rafaela se operaba con aquel casami ent o.
La joven pasaba, de un salto, de la modestia la opu-
lencia, y claro es que de su transformacin hab an de
participar-su madr e y su to.
Esta cuestin, no haba sido t rat ada antes de la boda.
Ins y Ger mn, no la abor dar on por delicadeza, y
Renato pareca no haber pensado en ella.
Pront o, no obst ant e, pudi eron convencerse de lo con-
trario.
980 E L CALVARI O DE UN NGEL
Habl ando los dos her manos del part i cul ar, Ins haba
di cho:
Lo principal, aqu , es que mi hija sea dichosa. Mi
gusto sera vivir si empre su l ado; pero no puedo exi-
gi r mi ut uro yer no, que me lleve en su compaa.
Sera abusar de l. Bastante hace en casarse con Rafae-
la, pesar de ser tan pobr e. Que vi van ellos felices, y
yo seguir t rabaj ando para mant ener me.
. II
Ger mn, haba apr obado sin reservas, la decisin de
su her mana.
Est s en lo nat ural y en lo justo,respondile.
Tambi n yo deseara no separarme de mi sobri na; pero
esto no es posible. Si t tienes escrpul os en vivir
costa de Renat o, con doble motivo debo tenerlos yo.
Tambi n yo t rabaj ar en cual qui er cosa, y con el fruto
de nuest ro trabajo y con mis ahorros, viviremos los dos
modest ament e, bast ndonos para nuest ra di cha, con ver
de vez en cuando Rafaela y con saber que es feliz.
Bien mi r ado, nuest ra humi l dad cont rast ar a con la bri
liante posicin que Rafaela va ocupar desde el da de
su mat ri moni o. Que viva ella su modo y nosotros al
nuest ro.
Esto decidieron y esto participaron la joven, la cual
les abraz, dicindoles:
E L MANUSCRITO DE UNA MONJA g 8 l
De ni nguna maner a; yo no puedo consentir que de
m os separis. Si yo subo, t ambi n debis subir voso-
tros; no es nat ural ni justo que yo me encumbr e y que
vosotros os quedis abajo. Ya tratar esta cuestin con
Renato.
III
Trabaj o costles los dos her manos, di suadi r la
joven de que habl ara su novio de aquel asunt o.
Pero si l no se ha de enfadar,.deca ella;al con-
trario. Es tan bueno y me quiere t ant o, que consentir
gustoso en cuant o yo le pi da. - .
No i mport a. l e replic su madr e. Es cuestin de
delicadeza, y por lo mi smo que somos pobres, hemos de
poner doble empeo en que nuest ra dignidad no padezca
en lo ms m ni mo.
Rafaela quiso protestar, consi derando todo aquello
como una ofensa los buenos sentimientos de su futuro;
pero se dej convencer, viendo las razones de Ins, a po-
yadas por Ger mn.
Est bi en, di j o. Har lo que me decs. Pero, sa-
bis por qu? Pues por que t engo la seguridad de que mi
novio proceder como es debi do, sin que sea necesario
que yo se lo pida ni se lo aconseje. Y sino, ya lo veri s;
Cumpli su pal abra de no habl ar Renat o de aquel
982 EL CALVARIO DE UN NGEL
asunt o, y lleg el da de la boda sin que tan i mport ant e
cuestin estuviera decidida.
IV
Cuando los recin casados ret i rronse de casa de Ri
car do, Renato condujo su esposa su domicilio; la
magnfica casa donde hab a vivido hasta entonces solo,
desde la muert e de sus padres.
Ins y Ger mn, acompar onl es con el propsito de
t rasl adarse despus su modesta vivienda.
Renat o, llam la ser vi dumbr e y les present su es-
posa, y luego, sta, Ger mn y Ins, les ense l
mi smo la casa.
La mor ada del nuevo mat r i moni o, era real ment e fas-
t uosa.
Todo el mobiliario hab a sido renovado con gran de-
rroche de lujo, elegancia y magnificencia.
Per o, para qu has hecho esto?decale Rafaela,
mi rndol e cari osament e. No debas haber gastado
t ant o. Est ando como estoy acost umbrada vivir muy
modest ament e, todo esto sobra.
El , sonrease y contestbale:
Ms mereces; Adems, por el bien parecer, es ne-
cesario que te instales como corresponde la que ha de
llevar mi nombr e. El mundo tiene sus exigencias, y es
menest er respetarlas.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 9 8 3
V
Todo era magnfico, pero donde tapiceros y muebl i s-
tas hab an echado el resto, era en las habitaciones parti-
culares de Rafaela.
Jams la riqueza y el arte se hab an her manado de tal
modo para presentar un conjunto tan encant ador.
Rafaela, most raba una alegra infantil.
Todo exami nbal o con curi osi dad, y todo lo admi r aba
con profunda gratitud y sincero ent usi asmo.
Te gusta?preguntbale l, sonri endo.
No ha de gust arme, respond a ella.
Y conmovi da, repeta:
Es demasi ado.
Ests contenta?
Cmo no, si eres tan bueno, y tantas y tan i nequ -
vocas muest ras me das de tu cario?
Pues con que ests contenta me basta. Con todo
esto, yo no me he propuest o otra cosa que halagarte y
complacerte. Lo he conseguido? Pues doy todos mis s a -
crificios por bien empl eados.
Despus de exami nar det eni dament e las preciosidades
que encerraban las habitaciones dl a desposada, Renat o
dijo, dirigindose Ins y Ger mn:
984 EL CALVARIO DE UN NGEL
-Ahora vamos ver las habitaciones destinadas us-
tedes. Celebrar que t ambi n sean de su agrado.
Los dos her manos mi rronse confusos y sorprendi dos,
y Rafaela lanz una exclamacin de alegra.
Nuest ras habi t aci ones!bal bucearon los dos.
Nat ural ment e, repuso Renat o.
Per o. . . nosotros vamos vivir t ambi n aqu?pre
gunt Ins.
Quin lo duda?
No, no debe ser,agreg Ger mn.
Por qu?
Los dos guar dar on silencio.
Yo te lo explicar,dijo Rafaela.
Y expuso con encant adora i ngenui dad, los escrpulos
de su madr e y de su to, sus propsitos de volver su
antigua vivienda, y la advertencia que le hicieron deque
no hablase de aquel asunt o.
VI
Renat o, formalizse.
Casi se enfad.
Cmo!dijo.Es posible que me hayan ustedes
inferido la ofensa de creer que yo, por egosmo por un
orgullo injustificado, no quisiera tenerlos en mi casa?
Pues si tal supusi eron, ya ven que se equi vocan. Su
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA a85
VII
Ins y Ger mn, hal l banse muy emoci onados.
Aquello col maba sus aspiraciones.
Sin embargo, no se decidan aceptar de buenas
primeras, y el segundo dijo:
Agradecemos en el al ma tu agradeci mi ent o, pero no
podemos acept arl o.
Por qu no?interrog el j oven.
Por varias razones.
Vemoslas.
La pri mera, por nuest ra humi l de condicin.
TOMO ir , 124
puesto est aqu , en esta casa, mi l ado, j unt o mi es-
posa. Siendo seres tan queri dos de sta, cmo hab a yo
de abandonarlos?
Y con la nat ural franqueza que le era propi a, sigui
diciendo:
Si no he t rat ado antes de este asunt o, es porque me
pareci tan lgico que ustedes vinieran vivir conmi go,
que no cre necesario habl ar de ello. Pens que ustedes
opinaran lo mi smo que yo, sin necesidad de que nos
pusiramos de acuer do. La prueba la tienen en que sin
consultarles, les he hecho preparar habi t aci ones, segn
antes he di cho.
986 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Qu importa? Si esa humi i dad fuese para m moti
vo de vergenza, me hubi era casado con Rafaela?
La segunda, porque sera abusar de t.
Cmo se entiende?
Tendr amos que vivir tu costa. . .
Y qu?
Y si t no; porque nos conoces demasi ado, el mun-
do pudi era creer que hab amos consentido en vuestro
casami ent o para expl ot art e. . .
VIH
No le dej Renat o que cont i nuara.
Basta, dijo. Respeto todos los escrpul os, pero
no los que tienen por base una injustificada susceptibili-
dad un excesivo orgul l o. Lo que el mundo diga, debe
tenerles ustedes sin cui dado, parte de que no puede
decir nada, pues hay mil razones que justifican su pre
sencia en esta casa. Qu cosa ms nat ur al , que el que
mi esposa tenga su madr e su lado? Lo ext rao sera
que no la t uvi era, que la dejase sola, viviendo en la mo-
destia que hasta ahora ha vi vi do.
En eso tienes razn, repuso Ger mn; per o yo...
"Ust ed tiene t ambi n aqu su sitio, slo por ser her-
mano de la madr e de mi esposa; pero como podran
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 987
ocurrrsele escrpulos de delicadeza que respet o, he jus
tincado su presencia j unt o nosot ros, de otra ma-
nera.
X
Estas pal abras, despert aron la curi osi dad de todos.
Renato sonrise, y sigui di ci endo:
Como desde hoy t endr demasi ado en que pensar,
con pensar en mi dicha y en el amor de mi muj er, n e -
cesito mi lado una persona de confianza que mi re por
mis intereses, que admi ni st re mis negocios, en una pa-
labra, que haga 1^ que yo no har . Quin puede ser
esa persona, mejor que usted? Acepte el cargo de admi -
nistrador que le ofrezco, y de ese modo nadie podr de -
cir nada por que viva en nuest ra compa a.
Germn no pudo cont enerse, y rompi endo l l orar,
abraz su sobri no, dicindole:
No hay un hombr e mejor que t en el mundo!
Mientras t ant o, Ins abrazaba su hija sin acer t ar
manifestarle su alegra.
Tan grande era su emoci n.
Nada, lo dicho,dijo al egrement e Renat o. No
hay ms que habl ar. Este es negocio concl ui do. Se que-
dan ustedes aqu con nosotros.
0 , 8 8 EL CALVARIO DE UN NGEL
Rafaela, dile las gracias con una expresiva mi rada, y
dijo, dirigindose su madr e y su to:
Veis como tena razn al confiar en l, y al decir
que har a lo que era debido?
X
Quedr onse, pues, los dos her manos, vivir en com-
pa a de los jvenes y felices esposos, y Ger mn tom
posesin, al da siguiente, de su cargo de administra
dor.
Antes de empr ender su viaje de novios, Renat o quiso
present ar su esposa todas sus relaciones, sobreponan
dose de este modo, todas las habl adur as provocadas
por un casami ent o tan desigual.
Guando hubo asegurado el respeto debi do la que
llevaba su nombr e, sali de B. . . con su esposa, para
viajar por el extranjero unos cuant os meses.
Ger mn Ins quedaron al cui dado de la casa.
Tambi n los dos her manos est aban muy tristes con la
ausenci a de los jvenes, y t ambi n las cartas de stos
servanles de consuelo en su tristeza.
La esperanza de que volviesen pront o, les animaba.
Fr ecuent ement e i ban visitar Matilde, Rosario y
Pabl o, comuni cbanse mut uament e las noticias que te-
r EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 989
nan de sus respectivos viajeros, y mut uament e conso-
lbanse habl ando de los ausent es.
No hay cosa que ms afirme la amistad y la si mpat a,
que la comuni dad y semejanza de dichas de infortu-
nios.
CAPI TULO XXVII
Por ve ni r as egur ado
I
Mercedes y Rogelio no se movi eron de B.
A part e de que su posicin no les permita el lujo de
viajar por el extranjero, como Esperadza y Ri cardo, y
Rafaela y Renat o, creyeron, y creyeron bien, que se-
ran mucho ms dichosos en aquellos lugares tan llenos
par a ellos de recuerdos queri dos.
Par a nido de sus amores hab an escogido la casita
dondo muri el padre de Mercedes, y que desde enton -
ees hab a permaneci do cerrada.
All establecironse, y all, alejados del mundo, refu-
giados en su amor y en su dicha propon anse vivir mo-
dest ament e, pero t ranqui l os y felices^ si la desgracia no
EL CALVARIO DE UN NGEL 991
les escoga de nuevo pa r a blanco de sus crueles y des -
piadados golpes.
No posean grandes riquezas, pero con el modest o ca
pital de Mercedes y con lo que Rogelio ganaba t rabaj an-
do, pensaban vivir, si no con lujo, con relativo desa
hogo.
A. la casita errcuest i n retirronse, pues, para pasar
su noche de novios.
I I
A la maana siguiente fueron visitarles sus protecto
res, Fer nando y Consuel o.
Veni mos pasar el da con vosotros,-dijo el pri-
mero.
Y la segunda aadi :
Acaso os si rvamos de estorbo en las nat ural es ex-
pansiones de vuest ro amor y de vuest ra felicidad, pero
debis resignaros sufrirnos, pensando que nos queda
muy poco, t i empo que estar vuestro l ado.
La presencia de ust edes, que tan buenos han sido y
son para nosotros' ,repuso Mercedes, aument a nues-
tra dicha en vez de est orbarl a.
Y Rogelio aadi , con una i nqui et ud que no cuid de
disimular:
Per o, van ustedes abandonarnos?
992 EL CALVARIO DE N NGEL
Es preciso, respondile Espej o. Como sabes, no
nos trajo B. otro fin que el de l abrar tu vent ur a. Ya
eres dichoso y nada t enemos aqu que hacer. Nuest ra
misin tu lado ha concluido, y nuestros asuntos y la fe-
licidad de otros seres nos lllaman Madr i d, para donde
part i remos muy en breve.
III
Aunque la noticia de la prxima part i da de sus pr o-
tectores entristeci los dos recin casados, los cuat ro
reuni dos pasaron el da muy agr adabl ement e.
Consuelo y su esposo, eran felices~slo con que lo fue
sen los dems.
Mercedes y Rogelio, aprovecharon cuant as ocasiones
se les ofrecieron para suplicarles que no se fueran, que
no les abandonar an tan pront o, que siguiesen algunos
das ms su l ado; pero ellos negronse en absoluto
ceder sus deseos.
No seis egostas,respondales Espejo.Vosotros
no necesitis ya de nuest ra proteccin, mi ent ras que en
Madr i d, hay muchos infelices que la recl aman.
Si tanto sent s, que nos separemos, agreg Con-
suelo, venid en nuest ra compa a.
Qued acordado que dur ant e la pr i maver a, Rogelio y
Mercedes iran Madri d para pasar una t emporada
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 993
junto sus prot ect ores, y esto ayud consolarles de
aquella triste inevitable separacin.
IV
A la cada de la t arde, despus de pasear un rato por
el pequeo huert o que hab a en la part e posterior de la
modesta casita, ent raron los cuat ro en la salita del piso
bajo, en cuya reja present amos Mercedes por vez pr i -
mera.
Fernando y su esposa, cruzaron una mi rada de inteli-
gencia, y aquel dijo:
Antes de separarnos de vosotros para regresar al
hotel, es necesario que habl emos de asunt os ms serios
importantes que aquellos de que hasta ahora hemos
hablado.
Este pr embul o sorprendi los dos esposos.
Al ver aquella sorpresa, no desprovista de cierta i n-
quietud, Consuelo echse reir y les tranquiliz, dicin-
doles:
No os asustis; no se t rat a de una cosa desagradabl e
ni mucho menos. Se trata ni cament e de dar os una
nueva muest ra del cari o y del inters que nos inspiris.
Y dirigindose su esposo, aadi :
No les hables de ese modo, porque les al ar mas, y la
cosa no es par a t ant o.
TOMO II 125
994
EL CALVARIO DE UN NGEL
V
Sonrise su vez Espej o, y prosigui diciendo:
Se trata de una sencilla cuestin de intereses.
Los dos recin casados respiraron como si les hubiesen
qui t ado de enci ma un gran peso.
Temi er on que se t rat ara de algo ms grave.
Gomo sabis, continu Fer nando, en el testa-
ment o que otorgu hace algunos aos, por si la muerte
me sorprend a i nesperadament e, taita de otros herede-
ros, legaba Rogelio la mitad de mi fortuna.
Lo s, repuso el esposo de Mercedes, y ese es uno
de los mayores motivos de gratitud que tengo para con
ust ed.
No s si verdaderament e debes agradecrmel o, pues-
to que esa disposicin de mi t est ament o fu la causa de
que Cristina te persiguiera, estando punt o de destruir
para si empre tu di cha. Per o, en fin, esto no viene ahora
al caso, puesto que todos los peligros conj urados sobre t
por mi t est ament o, han desapareci do, afortunadamente.
En cuant o la intencin que me gui al instituirte mi he-
r eder o, no necesito explicarla. Eres el hijo de mi mejor,
de mi ni co ami go, y tenas derecho mi proteccin y
mi afecto.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 995
VI
Detvose Fer nando un instante, y lu ego prosigui di -
ciendo:
De ent onces ac, !as cosas han cambi ado mucho
Yo encontr Consuelo, me cas con ella y esto me
obliga cambi ar en un todo mi t est ament o. Hoy no es-
toy como entonces solo en el mundo, puesto que tengo
mi esposa, y qui n sabe si el cielo me conceder hijos,
en cuyo caso, ellos deben ser mis herederos.
Es nat ural , respondi Rogelio,y yo soy el pr i -
mero en suplicarle que reforme su t est ament o.
As he de hacerl o necesari ament e; pero eso no
quiere decir de ni ngn modo que yo te abandone por
completo, y por completo te retire mi proteccin.
No tengo el derecho de recl amar V. nada. . .
Pero yo tengo la obligacin de hacer algo por t. Es
un caso de conciencia, y las cuestiones de mi conciencia
yo acost umbro arreglarlas siempre en el sentido que
me parece ms justo. As, pues, no me repliques ni tra-
tes de rechazar lo que voy ofrecerte. Acptalo con la
misma buena vol unt ad con que te es ofrecido.
Rogelio, no se atrevi replicar Fer nando.
Este, cont i nu diciendo:
H aqu lo que mi esposa y yo hemos deci di do, de
996 EL CALVARIO DE UN NGEL
comn acuer do: Hoy, t , ests casado, tienes una esposa,
tienes una casa, puedes llegar tener una familia, y es
necesario que cuentes con medi os par a at ender todas
t us necesi dades.
Trabaj ar, di j o Rogelio.
Eso es muy hermoso, y te aconsejo que persistas en
tal propsi t o; pero el trabajo no basta siempre para
at ender todas las necesidades de la vi da.
Mercedes tiene un pequeo capi t al i t o. . .
Que debis conservar y aument ar con vuest ro tra^
bajo y vuest ras econom as, seros posible, para asegu-
r ar el porveni r de vuest ros hijos, si los tenis.
Sus rent as nos bastarn par a vivir. , .
Pero si empre vivirs mej or, si esas rent as se au-
ment an con las que tu capital pr oduzca.
Cmo?
Nuestro plan no es otro que entregarte un pequeo
capital, equivalente al de tu esposa, para que con las
rent as de uno y ot ro, podis vivir modest ament e, pero
sin carecer de nada. De este modo, vuest ro porvenir
queda asegurado, y yo cumpl o contigo como mi afecto y
mi conciencia me di ct an.
As di ci endo, sac del bolsillo una cart era y psola en
manos de su protegido, aadi endo:
Aqu tienes el modesto capital que te asigno. Acp-
talo como donat i vo, como regalo de boda como mejor
te parezca, pero acptalo. Tengo derecho para exigirte
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA . 997
que lo aceptes, puest o que hast a ahora has sido mi h e -
redero. . . y qui en sabe si lo seguirs si endo. Fi grat e que
es tu padre qui en te lo ofrece.
VII
Con la cartera en la mano^ Rogelio permanec a i nde-
ciso, sin saber qu hacer.
La emocin le embar gaba.
No debo acept ar, bal buce, al fin.
Por qu no?replicle Espejo.Merezco tal ofen-
sa, despus del cari o que te he demost rado?. . . Ya ves
que no he podi do habl art e con ms si nceri dad. Te des -
heredo, porque las ci rcunst anci as han cambi ado; pero
esto no quiere decir de ni ngn modo que te abandone.
Sera injusto. Y si la hor a de mi muert e no tengo hi -
jos... acaso vuel va acor dar me de t en mi t est ament o.
Rogelio, quiso seguir resistindose, pero tantos y tales
argumentos empl earon Espejo y su esposa para decidirle
que acept ara, que al fin acept , besando agradecido
las manos de sus prot ect ores.
Estos, para sustraerse las demostraciones de grat i -
tud, apresurronse despedi rse, promet i endo volver al
da siguiente.
Los dos i ban cont ent os, como si empre que hac an una
buena obr a.
Cuando Mercedes y Rogelio se quedar on solos, abr i e-
ron la cart era.
9 9 ^ EL CALVARIO DE N .NGEL
Contena doce mil duros en billetes del Banco; apro-
xi madament e la mi sma cantidad que ascenda la for-
t una de Mercedes.
Con la rent a de aquel medi o milln, pod an vivir sin
necesidad de que Rogelio trabajase.
El porveni r de los dos esposos, quedaba, pues, asegu
r ado.
CAPI TULO XXVIII
Trabajo
I
La situacin de Soledad y ngel, era la nica que
quedaba insegura, indefinida, llena de t emores i nqui e-
t udes para el porveni r.
La herencia de Cristina ascend a unos seis mil d u -
ros, como sabemos, y aunque ella se uni er an los mo -
destos ahor r os de Andrs, todo j unt o no bast aba, ni con
mucho, para que los dos jvenes y el ant i guo servi dor
de la avent urera, pudi eran vivir con relativo desahogo.
No les quedaba otro recurso que el trabajo.
ngel no se asust aba, porque reconocase apto par a
trabajar.
Aunque no hab a seguido carrera alguna det er mi nada,
1000 EL CALVARIO DE UN NGEL
era muy i nst rui do y poda dedicarse muchas cosas,
La dificultad estaba en encont rar una colocacin cuyo
sueldo le permitiese at ender todas sus necesidades.
Esto no era t an fcil, por que l se propon a dos cosas:
la pr i mer a, que su mujercita no careciese de nada; la
segunda, que su padre no trabajase.
Bastante hab a t rabaj ado ya, el pobre.
Est as preocupaci ones, eran la ni ca nube que obscu-
reca el cielo de su vent ur a, una vez casado con Sole-
dad.
No en vano es frase vulgar y corri ent e, que el nteres
y el amor son encarni zados enemi gos.
II
Fer nando y Consuel o, fueron la providencia de los
jvenes desposados.
En su empeo de hacer bien, no hab a de pasarles
i nadvert i da la situacin de aquellos infelices, y guiados
por sus generosos i mpul sos, propusi ronse ayudarl es
salir de ella.
Espej o, fu el pri mero qui en se le ocurri tal idea,
y apresurse consultarla con su esposa.
En lo mi smo hab a pensado yo, respondile
el l a. Pero me parece muy difcil encont rar un medio
de realizar nuest ro propsito. .
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA IOOI
Por qu?
Porque no si endo, como no somos-, pari ent es de
esos simpticos jvenes y dat ando de t an corta fecha la
amistad que ellos nos une, no est amos aut ori zados
para hacerles cierta clase de ofrecimientos.
Tienes razn.
Podr amos ofenderles en su delicadeza.
Pues es necesario hacer al guna cosa.
III
Quedse Fer nando un instante pensat i vo, y de pr ont o
exclam:
Ya tengo el medio que necesitamos!
Cul es?pregunt con curi osi dad Consuel o.
Escucha.
Expuso Espejo su proyecto su esposa, y sta lo en-
contr muy de su agrado.
En t rat ndose de hacer bien, dijo, emoci onada,
tu inventiva es maravillosa.
Conque es decir, que apr uebas mi plan?pregun-
t l.
Lo apr uebo y lo admi r o.
No creo que tengan motivos para ofenderse. . .
Ni casi para sospechar que nos pr oponemos pr ot e-
gerles.
TOMO II 126
I 0 0 2 EL CALVARIO DE UN NGEL
Antes bi en, parece que los favorecidos seamos no
sot ros.
Lo cual , nos libra hasta de su grat i t ud.
Como se ve por estas pal abras, pract i caban el bien por
el bien mi smo, sin desear siquiera que se lo agradecie
sen, antes por el cont rari o, pr ocur ando evitarlo.
Debi dament e estudiado su proyecto hasta en los me
ores detalles, apresurronse ponerlo en prctica.
IV
Aquella mi sma t arde, Consuelo y Fer nando fueron
visitar Soledad y ngel, al hotel en que estos ltimos
se al oj aban.
Aquella visita era, en la apari enci a, de pur a cortesa.
Los desposados, despidironles con grandes demos-
traciones de cont ent o.
Acompabal es Andrs, qui en preocupaba ms que
nadi e, el porveni r de sus hijos.
Soledad pareca muy feliz, aunque de vez en cuando
obscureca su hermoso rost ro, una sombr a de tristeza.
Er a que acud a su memor i a, el recuerdo de su ma-
dr e.
Despus de los nat ural es cumpl i dos y sal udos, Espejo
dijo:
No nos agradezcan ust edes la visita, por que, parte
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA IOo3
del gusto de sal udarl es, nos t rae verles un mvil inte-
resado.
As es,afirm Consuel o.
ngel, Soledad y Andr s, mi r r onse sorprendi dos, y
el pri mero contest:
Pues digan ustedes con cl ari dad lo que de nosotros
desean. Ser para los tres una satisfaccin, si podemos
servirles en algo, demost rndol es de este modo nuest ra
gratitud por los muchos favores que les debemos.
V.
Iniciada la conversacin de este modo, Fer nando con
tinu habl ando como sigue:
Ante todo, amigo mo, dijo, dirigindose ngel,
va usted permi t i rme que le dirija una pregunt a, que
acaso sea indiscreta.
Puede V. pregunt ar cuant o gust e, respondi el jo
ven.No cabe indiscrecin en una persona como V.
Gracias. He aqu lo que deseo saber, y luego le ex-
plicar el mot i vo: qu proyectos tiene V. formados para
el porvenir?
Al sentirse di rect ament e at acado en una cuestin que
tanto le pr eocupaba, ngel inclin la cabeza y r epuso,
lanzando un suspi ro:
Ni nguno.
1004
E L
CALVARIO DE UN NGEL
De veras?exclam Espej o, con fingida alegra.
Cuanto lo celebro!
Pues crea V. que m , por el cont rari o, mi porve
nir me preocupa bastante, replic el joven, sonriendo
t ri st ement e.
Dispense V. si mis pal abr as. . .
No tengo nada que di spensarl e. Pero es que usted
acaso no conozca bien mi situacin. Soy pobre, Soledad
t ambi n casi lo es. . . Necesito t rabaj ar y no estoy seguro
de encont rar trabajo tan pront o como me conviniera y
en las condiciones que lo necesito.
VI
Consuelo y su esposo, cruzaron una rpi da mi rada de
inteligencia, y el segundo dijo:
Supon a lo mi smo que acaba V. de i ndi carme, y mi
t emor era que hubi ese encont rado ya esa colocacin que
t ant o ansi a. Por eso me he alegrado al oirle decir que
a un no tiene nada decidido. Mi alegra es egosta, y se
convencer de ello con decirle que yo vengo ofrecerle
ese trabajo que t ant o anhel a; ms cl aro, que le necesito
V. , y que hubi era experi ment ado una gran contrari
dad, si tuviese ya otro compr omi so.
Andrs y ngel, mi rronl e ansi osament e, y l aadi:
Me explicar.
Padr e hijo, dispusironse escucharle con la mayor
at enci n.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1005
Soledad, aunque igualmente interesada en aquel asun-
t o, no le conceda la mi sma i mport anci a.
Aun desconoca casi en absol ut o, la part e prctica de
la vida.
Vil
Despus de una corta pausa, Fer nando se explic de
este modo:
La cuestin es muy sencilla, empez diciendo.
Como ustedes saben, me he casado hace poco, y por mi
casamiento, la fortuna de mi esposa y la m a, bastante
crecidas una y otra ai sl adament e, se han uni do forman-
do un capital cuantioso y de difcil admi ni st raci n. Us
tedes compr ender n, que si al cabo de tantos aos he
conseguido al fin ser di choso, no he de robar mi feli-
cidad, t ard ament e consegui da, el t i empo que mis nego-
cios recl aman. Si tal hiciera, demost rar a estar domi nado
por la ambi ci n, y ent re mis vicios y defectos, no he
contado nunca el de la codicia. Prefiero mi felicidad al
dinero, y ant es que robar la pri mera un solo momen-
to, sacrificara gustoso todas mis ri quezas.
Detvose para sonre r, y l uego prosigui:
Deducirn ust edes, como consecuencia lgica y na-
tural de estos razonami ent os, que necesito un admi ni s
trador, una persona inteligente, activa y de confianza,
que cuide de mi haci enda y de la de mi esposa, puesto
que yo no puedo ni qui ero hacerl o.
IO06 EL CALVARIO DE UN NGEL
Andrs y ngel, comenzaban compr ender de lo que
se t rat aba, y cruzaron ent re s una mi rada de alegra,
mi r ada que no pas i nadvert i da para Consuelo y Fer-
nando.
Est e, cont i nu:
Ahora bien: encont rar una persona que rena las
condiciones i ndi cadas, no es empresa fcil. Por eso yo
he pensado en ngel para ofrecerle el cargo que antes
me he referido, pues reconozco en l todas las cual i da-
des de inteligencia y honradez que deseo. Si mi proposi-
cin no les convi ene, rehsenl a sin ni ngn escrpul o;
pero si por el cont rari o la acept an, me dar n con ello
una alegra, y me har n un favor muy grande.
Y dirigindose al joven, aadi :
Conque contsteme usted con entera franqueza.
Acepta?
En vez de responderl e, ngel le estrech la mano con-
movi do.
Luego, cuando la emocin y la alegra le permitieron
habl ar , excl am:
Es usted mi providencia! Acepto y le vivir eterna-
ment e agradecido por el ofrecimiento que me hace, con
el cual me saca de un verdadero apur o. Mi porveni r me
preocupaba, y gracias ust ed, desde ahor a lo veo ase-
gur ado. . .
Pues si acept a, l e i nt errumpi Espej o, no hay
ms que habl ar. Ya t rat aremos la cuestin de sueldo y
E L M A N U S C R I T O D E U N A M O N J A IOO7
dems condiciones. ni cament e le advi ert o que ma r -
charemos Madri d dent ro de muy pocos d as.
Estoy por compl et o sus rdenes.
Consuelo y Fer nando, despidironse de Andrs y de
los jvenes desposados.
Hab an conseguido su propsito.
Gracias ellos y su cari dad inagotable, la situacin
del novel mat ri moni o t ambi n quedaba asegurada.
Cuando sus visitantes se hubi eron mar chado, ngel
abraz su esposa y su padre, excl amando:
Ahora s que soy compl et ament e dichoso!
CAPI TULO XXIX
Despedida
I
Despus de varios apl azami ent os, lleg al fin, el da
de la part i da de Fer nando y Consuel o.
Si empre que de su mar cha hab an habl ado, los ruegos
de Mercedes y Rogelio hab anl es hecho apl azarl a.
Ocho das ms, dec anl es; permanezcan ustedes
solo ocho das ms nuest ro lado y luego mrchense.
Tr a s aquellos ocho d as, ven an otros ocho, y as el
viaje iba apl azndose indefinidamente.
Por l t i mo, un d a, Espej o, dijo:
Ahor a va de veras. Con nuest ra permanenci a en B.,
nos estamos perj udi cando en nuest ros intereses, y no
creo que nos queri s tan mal , que deseis que, por daros
L MANUSCRITO DE UNA MONJA IOOQ
II
El da ant eri or al de la mar cha, Consuelo y su esposo
fueron despedirse de sus amigos.
Su pri mera visita de despedi da, fu para Mat i l de, Ro-
sario y Pabl o.
No hay que decir que en el castillo, fueron muy bien
recibidos.
Nada, que nos vamos quedando compl et ament e so-
los,dijo Pabl o.
La soledad, cuando la acompaa la di cha, respon-
dile Fer nando, no entristece, sino que, por el cont rari o
TOMO II 127
/ / ' f f ! T ,~ r, - . .' O,
el gusto de estar vuest ro l ado, nos sobrevenga algn
perjuicio. Dent ro de tres das mar chamos irremisible-
ment e.
Y lo dijo tan formal, tan grave, que Rogelio y Merce
des, no se atrevieron insistir en sus splicas de nuevos
aplazamientos.
Resignronse, pesar suyo, perder la compa a de
sus bondadosos protectores.
ngel, recibi orden de pr epar ar su viaje y el de su
padre y su esposa para el da seal ado.
Tal orden, fu para el j oven, motivo de gran alegra.
Nada retenale ya en B. , y deseaba ent rar cuant o an
tes en el desempeo de sus funciones de admi ni st r ador .
IOIO EL CALVARIO DE N NGEL
alegra. Ti ene uno ms t i empo para saborear su ventura,
Guando necesitamos la compa a de los seres que nos
son queri dos, es cuando el infortunio nos agobia; enton-
ces si, entonces el estar solo, aument a nuest ro dolor y
nuest ros sufrimientos.
Y cambi ando de t ono, aadi :
Lo cual quiere decir, que el da que vuel van ustedes
necesitar de los consuelos y auxilios de nuest ra amis-
t ad, no tienen ms que avi sarnos y vendr emos en segui-
da ponernos sus rdenes. No creo, sin embargo, que
ese da llegue. La felicidad les sonr e, y por lo mismo
que les ha costado mucho conseguirla, creo que esa feli-
ci dad ser muy dur ader a.
III
Los ofrecimientos de Espejo, fueron sinceramente
agradecidos y cont est ados.
Lo mi smo digo ust edes, repuso Pabl o. Si para
cual qui er cosa nos necesitan, un aviso bastar para que
cor r amos ponernos sus rdenes. No por que nuestra
ami st ad sea reciente, deja de ser sincera y profunda. Si
Esperanza y Ri cardo estuviesen aqu , tengo la seguridad
de que les har an los mi smos ofrecimientos que les hago
yo en mi nombr e y en el de mi esposa y mi her mana.
Est as l t i mas, asintieron las pal abras de Pabl o.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA - 10I I
Consuelo y su esposo, despidironse de aquellos tres
seres tan felices, despus de haber sido tan desgraciados;
recomendaron que les enviasen sus saludos los viajeros
cuando les escribiesen, y retirronse bastante conmo- ,
vidos.
He ah tres personas qui enes hace algunos meses
no conocamos siquiera, qui enes probabl ement e no
volveremos ver en nuest ra vida, y por cuya felicidad,
no obstante, me intereso muy de veras, dijo Fer nando
su esposa.
Esta, se limit responder:
Dios har que cont i nen siendo dichosos, por que
merecen serlo.
IV
Desde el castillo, dirigironse casa de Renat o, para
despedirse de Ins y Ger mn.
Los dos her manos, most rronse muy agradecidos la
honrosa distincin de que aquellos bondadosos seores
les hacan objeto.
Cuando escriba mis hijos, les participar su vi si -
ta,dijo Ins, y de seguro la agradecern mucho.
Sentimos en el al ma no despedi rnos de ellos perso-
nalmente,^respondi Fer nando; per o confo en que
un da otro les veremos en Madr i d, donde ellos y us-
tedes tienen una casa su disposicin.
I O I 2 EL CALVARIO DE UN NGEL
El pobre Ger mn y su her mana, no sab an cmo cor-
responder ni cmo contestar tantas y t an repetidas
bondades.
Consuelo y su esposo, tenan por sistema ext remar su
afabilidad cuant o ms humi l des eran las personas
qui enes se dirigan.
Despidironse de los dos her manos, y frironse la
casita de Rogelio y Mercedes, donde pensaban pasar con
sus protegidos el resto del da.
V
Tambi n Soledad, ngel y Andrs, fueron despe-
di rse de sus amigos.
No hubo qui en no les manifestara sus deseos de que
fueran muy dichosos, y les felicitase por el empleo con
que Fer nando les hab a protegido.
Despus fueron casa de Mercedes, donde se encon
t raron con sus protectores.
Rogelio y su esposa, invitronlas que se quedaran
comer con ellos, como ant es hab an invitado Consuelo
y Fer nando.
Comi eron todos reuni dos, gozando de la dicha de verse
j unt os, y pensando con tristeza en su prxi ma inevita-
ble separacin.
EL MANUSCRITO D UNA MONJA I Ol 3
En la conversacin, se hicieron varias alusiones al pa-
sado.
Quin hab a de decirnos hace algunos meses, ex-
clam Rogelio, que hab amos de vernos todos r euni -
dos, contentos y felices! Un sueo me parece que Soledad
sea la esposa de ngel, y que Mercedes est casada con-
migo.
Eso le demost rar, l e respondi Espejo, que en
el mundo nunoa debe perderse la esperanza de conse-
guir lo que se desea, cuando lo que se desea es justo. La
razn y la justicia, acaban por vencer si empre de cuan-
tos obstculos les oponen el egosmo y la envidia.
VI
Por la t arde, despus de comer, luego de haber cele-
brado Soledad y Mercedes una breve y secreta confe-
rencia, la segunda dijo:
Con el permi so de ust edes, mi antigua compaer a
de cl ausura y yo, nos ausent amos por espacio de una
hora. Slo Consuelo le est permi t i do acompaar nos,
si as lo desea.
Y nosotros no?pregunt Rogelio.
A vosotros no, le respondi j uvi al ment e su esposa.
Por qu?
Por que nos estorbarais.
Cmo se entiende?
I OI 4 EL CALVARIO DE UN NGEL
Vamos hacer una visita, la que i remos mejor
yendo solas.
Y despus de algunas br omas, acab por decir:
Soledad qui ere despedirse de las monjas, j unt o las
cuales pasamos las dos algn t i empo, y yo le he ofrecido
acompaar l a. En mi antigua compaer a sera una in
gratitud no despedirse de las que tan buenas fueron para
nosot ras.
El deseo de Sol edad, pareci todos muy justo, y las
tres seoras fueron aut ori zadas por sus respectivos espo
sos, para ir al convent o visitar las monj as.
VII
Toda la comuni dad baj al locutorio para sal udar
las dos exnovi as.
Al saber que Soledad ausent base de B. , acaso para
si empre, las pobres monj as l l oraban.
En el t i empo que la hab an tenido su l ado, la joven
supo capt arse su cari o.
Adems, por sus desvent uras, Soledad hab ase hecho
muy simptica t odas.
Que seas muy dichosa, hija m a, l e dijo la supe-
ri ora. No te ol vi daremos en nuest ras oraci ones; puedes
estar segura de que di ari ament e pedi remos Dios que te
conserve la felicidad que al fin has al canzado y que tanto
mereces.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I Ol 5
Luego, con una gravedad y una t er nur a que conmo-
vieron profundament e aquella qui en habl aba, agreg:
Pero si nuest ras oraciones no fuesen odas y nues -
tros deseos no se cumpl i eran; si la desgracia volviese
perseguirte, acurdat e, hija m a, de que aqu tienes
siempre un refugio seguro contra las injusticias y adver -
sidades de la vida. Nuest ros brazos estarn si empre
abiertos para recibirte.
V I H
Soledad, no pudo cont ener las l gri mas, y l l orando
dio las gracias la superi ora por sus ofrecimientos. .
Como V. desea, espero, le di j o, que la desgracia
no vuel va persegui rme. Confo en que sus oraciones
contribuirn poderosament e que as sea; pero si me
equivocase y de nuevo me viese vctima del infortunio,
recordando sus cariosas pal abr as, este sant o asilo
vendr a pedir hospitalidad y ampar o. . .
La despedida fu muy conmovedor a.
Todas l l oraban: las monj as, las novicias y las tres vi-
sitantes.
Mercedes, promet i las buenas madres ir visitarlas
con frecuencia, llevndoles en sus visitas noticias de su
ami ga.
Las tres salieron muy conmovi das del convent o.
IOI6 EL CALVARIO DE UN NGEL
Pobrecillas!deca Sol edad, refirindose las
monj as. Han sido para m muy buenas f no las olvi
dar . Consuela si empre, saber que hay qui en por noso
t ras se interesa.
Y dur ant e la vel ada, que pasaron todos reuni dos en
casa de Mercedes, no habl de otra cosa que de las mon-
jas.
IX
A la maana siguiente, reuni ronse todos en la esta
cin para despedir los viajeros.
All estaban Rogelio, Mercedes, Matilde, Rosari o, Pa-
bl o, Ins y Ger mn.
Quer an dar el ltimo adis sus buenos y generosos
amigos.
Todos revel aban en su rost ro, cierta tristeza por aque-
lla separacin que les pri vaba de la agradabl e compaa
de seres tan queri dos.
En Mercedes y Rogelio, la tristeza tocaba casi los l-
mites del pesar.
Los qu se iban eran sus protectores, aquellos quie-
nes deb an su dicha.
Adems, ' con ellos base Sol edad, la compaera de
Mercedes, la que Rogelio hab a queri do si empre como
una her mana.
Ellos pr ocur aban ani marl es.
No os entristezcis de ese modo, decales Fer nando.
La distancia que nos separa no es tan grande.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I OI 7
Un aviso vuest ro, bast ar para que vol vamos
reuni mos, aadi Consuelo.
Y Sol edad, agregaba:
Yo promet o escribirles con mucha frecuencia, dn-
doles noticias de nosotros y de nuest ros protectores.
Esta l t i ma promesa, era la que ms les consol aba.
X
Lleg la hora de la part i da.
Son la campana, avi sando los viajeros que el tren
iba ar r ancar , y comenzaron los abrazos.
Hubo sus tagrimitas correspondi ent es por parte de los
que se quedaban.
Como ocurre casi si empre, los que se quedaban eran
los ms tristes.
Fu necesario acabar, separarse definitivamente.
Consuelo, Fer nando, Soledad, ngel y Andrs, abr a-
zaron por l t i ma vez sus ami gos, instalronse en su
depart ament o de pri mera clase.
Silb la locomotora y parti el t ren.
Adis!dijeron por l t i ma vez los que se i ban.
Adis!respondieron tristemente los que se que-
daban.
Y unos y ot ros, sal udronse con los pauel os, y salu-
dndose cont i nuar on hasta que dej aron de verse.
Ent onces, los qu est aban en el andn, salieron tristes
TOMO 11 128
I O l 8 EL CALVARIO DE UN NGEL
y, cabizbajos de la estacin, despidironse unos de otros
y encami nronse cada cual su domi ci l i o.
Mercedes y Rogelio, su modest a casita gozar de su
amor ; Ins y Ger mn, su lujosa mor ada, pensar en
Renat o y Rafaela; Pabl o, Matilde y Rosario, al castillo,
esperar el ansi ado regreso de sus hijos.
CAPI TULO XXX
El secreto de Andrs
1
El viaje fu feliz, y aquella mi sma noche llegaban Fer-
nando su esposa y Soledad, ngel y Andrs, la villa
y corte.
Los dos pri meros, fueron recibidos con grandes der
mostraciones de alegra por toda la ser vi dumbr e.
Desde la estacin, ngel con su padr e y su esposa,
quiso dirigirse un hotel, donde se instalaran hasta que
preparasen vi vi enda adecuada su modesta posicin.
Cmo se entiende?les dijo Espejo. Ustedes vi e-
nen con nosotros nuest ra casa, donde tienen ya prepa-
radas sus habi t aci ones. Con la debi da anticipacin, escri-
b mi mayor domo dndol e las rdenes convenientes
sobre el part i cul ar.
1020 EL CALVARIO DE UN NGEL
Y como el joven pretendiese rechazar aquel nuevo be
neficio, Fer nando replicle:
Per o si no se trata de hacer ustedes un favor; al
cont rari o; lo que t oman por prueba de mi bondad, es na
al arde de egosmo. Qui ero tener mi admi ni st rador cer-
ca de m , para estar ms seguro del exacto cumpl i mi en-
to de sus deberes.
Esto era un delicado ardi d para di si mul ar sus favo-
res.
As lo comprendi eron todos y agradecironle doble-
ment e sus beneficios y la forma delicada en que los ha-
ca.
II.
Despus del carioso recibimiento que los criados hi
cieron sus seores, Espejo pregunt su mayordomo:
Se han cumpl i do las rdenes que yo envi por es-
crito hace unos das?
Al pi de la letra, seor, respondi el interpelado.
De modo, que las habitaciones del seor adminis
t rador su familia, estn ya preparadas?
Pueden ocuparl as cuando gust en.
Pues acompel es V. ellas.
Y dirigindose ngel, aadi :
Mi mayor domo les dar posesin de las habitacio-
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1021
nes que les destino. Di spnsenme si no son todo lo c -
modas y confortables que yo quisiera; pero creo, de todos
modos que no est arn mal en ellas. Como soy part i dari o
de que cada cual conserve su i ndependenci a, dispuse que
sus habitaciones se prepararan en el piso segundo de esta
misma casa. As estn ustedes cerca de nosotros, pero rto
bajo el mi smo t echo, y pueden ent rar y salir cuando les
acomode, y vivir como mejor les cuadr e.
III
Esto no era sino una nueva muest ra de bondad y de
delicadeza.
Hasta en el menor detalle, encont raban Soledad, ngel
y Andrs, motivos para estar agradecidos sus protec-
tores.
El joven quiso hacer nuevas protestas de gratitud, pe
ro Fer nando le i nt er r umpi , dicindole:
Vayan ustedes descansar, que bien lo necesitan.
Adems, deseo que maana mi smo, est V. ya dispuesto
tomar posesin de su cargo.
Lo estoy en este instante si V. lo desea, apresurse
responder ngel.
No t ant o, hombr e; no corre tanta prisa. Conque
maana me descargue V. del peso de mis negocios, me
dar por satisfecho.
1022 EL CALVARIO DE UN .NGEL
Como V. guste.
Hast a maana, pues.
Hast a maana, y que ustedes descansen.
Graci as; i gual ment e.
Despidironse, y Fer nando y su esposa, retirronse
sus habitaciones para entregarse t ambi n al descanso.
Al acostarse, dijo Consuelo sonri endo:
Necesitamos r eponer nuest ras fuerzas, para maana
poder ocuparnos en averi guar que ha sido de nuestros
protegidos de por aqu .
IV
Como Espejo hab a dicho,- las habitaciones de su ad-
mi ni st rador est aban situadas en el segundo piso de la
casa, con ent rada i ndependi ent e por la escalera, y co-
muni caci n interior con el pri nci pal , donde vivan Con-
suelo y Fer nando.
As, era como si al mi smo t i empo viviesen juntos y se"
par ados.
No eran habi t aci ones excesi vament e modest as, como
Espejo hab a queri do dar ent ender, sino cmodas y
hast a elegantes.
- El mayor domo hab al as amuebl ado con relativo lujo,
siguiendo las indicaciones de su seor, qui en no ech en
olvido que Soledad hab a vivido hasta entonces rodeada
de comodi dades.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1023
Para que esa pobre ni a sea compl et ament e dicho-
sa,pens Espejo,es preciso que, en lo posible, no
eehe de menos cuant o hasta hace poco ha t eni do.
Y de aqu sus rdenes par a que las habi t aci ones del
nuevo admi ni st rador, se amuebl asen con cierta elegan-
cia.
Soledad, ngel y Andr s, comprendi eron la del i cade-
za de las intenciones de su protector, y se la agradeci e-
ron en el al ma.
Cuando el mayor domo se hubo separado de ellos,
despus de darles posesin de su nueva vi vi enda, los tres
se abrazaron felices y conmovi dos.
Ya tenan casa, y superi or cuant o hab an ambi ci o-
nado.
No podan quejarse de la suert e.
La situacin, antes tan i nsegura, afirmbase por mo -
mentos, y el porveni r, ant es t an obscuro, comenzaba
sonreirles.
V
Al da siguiente por la maana, ngel baj las ha bi -
taciones de Fer nando.
Este esperbale ya en su despacho.
Le recibi en seguida y le puso i nmedi at ament e en
posesin de su cargo de admi ni st rador.
1024 EL CALVARIO DE UN NGEL
Ant es, le djole:
Aun no hemos habl ado de la cuestin de sueldo, y
conviene que nos pongamos de acuerdo sobre este im-
port ant e punt o. He aqu lo que yo puedo ofrecerle: casa
gratis, diez y ocho mil reales al ao sean setenta y cin-
co duros mensual es, y el medio por ciento de mis ren-
t as. Est V. conforme? Si le parece poco, dgamelo con
franqueza.
En vez de responderl e, ngel le bes la mano.
Qu hace V. ?pregunt Espejo.
Lo que debo, respondi el joven. A pesar de to-
da su delicadeza, no puede V. ocultar su propsito de
favorecernos. El sueldo que me ofrece y las otras venta-
jas que l aade, son superiores mis merecimientos
y al cargo que he de desempear; sin embar go, est
ofrecido todo ello con tanta delicadeza, que, como rehu-
sarlo sera ofenderle, lo acepto agradeci do.
Con que es decir que est usted contento con loque
le doy?insisti Fer nando, sin hacer caso de las ante-
r i or e s pal abr as.
Ya lo creol Cmo no estarlo, si me d usted ms
de lo que debe, de lo que merezco y de lo que nece-
sito?
Pues no hay ms que habl ar del asunt o; estamos
ent endi dos.
Y cambi ando de conversaci n, psose t rat ar de ne-
gocios.
. EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1025
VI
A la hora de comer, ngel subi sus habitaciones,
ansioso de participar su esposa y su padr e, lo que
Espejo le haba di cho.
Los dos esperbanl e impacientes.
Al conocer la magnani mi dad de su protector, Andrs
y Soledad emoci onronse.
D. Fer nando y su esposa son muy buenos!excla-
m la segunda. Dios les bendiga!
Y el pr i mer o, dijo:
Ya estoy t ranqui l o. Con el sueldo de ngel y la ren-
ta de nuest ro pequeo capital, reuni mos ms de cien
duros mensual es. Es ms de lo que se necesita para que
una familia viva modest ament e, pero sin carecer de nada.
Sobre todo, no teniendo que pagar casa.
Y los tres abandonr onse su alegra, formando
hermosos proyectos para el porvenir.
Eran dichosos.
El secreto de su di cha, estaba en que saban limitar sus
aspiraciones lo que la suerte les ofreca.
La ambi ci n, ms que el infortunio, hace muchos
desgraciados.
Despus de comer, Andrs dispsose salir.
Pregunt ronl e sus hijos donde iba, y l se neg
decirlo.
TOMO n 129
1026 EL CALVARIO DE UN NGEL
A cuant as pregunt as le dirigieron, l i mi t se contestar:
Voy cumpl i r un deber.
Y no hubo qui en de aqu le sacara.
Aquella reserva, excit la curiosidad de los dos jvenes.
Per o, no podemos saber nosotros donde vas?-le
pregunt su hijo.
No, respondi l.
Por qu?
Tampoco podis saber la causa de mi reserva.
Misterioso ests.
Cada cual tiene sus secretos, y yo t ambi n tengo los
m os. Mis aos me dan el derecho de tenerlos, y os im-
ponen vosotros la obligacin de respetarlos.
Pero. . .
No insistas en saber lo que te ocul t o, porque ser
intil; no te lo di r.
ngel quiso insistir en sus pregunt as, y su esposa d-
jole:
Djale que vaya donde qui era. No seas curioso ni
egosta. Bueno sera que nosotros abusr amos del cario
que nos tiene, para esclavizarle hasta el punt o de no
poder dar ni un paso sin nuest ro permi so.
El joven cedi en su empeo, por no cont rari ar su
esposa.
Andrs agradeci la joven su i nt enci n, besla en la
frente para manifestarle su agradeci mi ent o, y marchse,
di ci endo:
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1027
w
No extrais si t ardo un poco; he de ir muy lejos.
No dio otra explicacin de su ext raa salida.
ngel, se qued pregunt ndol e:
Pero, donde demoni os ir mi padre con t ant o
misterio?
CAP TULO XXXI
Tambi n Soledad qui ere sal i r sola
I
La causa ms sencilla, produce veces, en nosotros,
una preocupacin muy grande.
Esto le sucedi ngel, con la misteriosa marcha de su
padr e.
Bien mi r ado, aquella salida no tena nada de particu-
l ar, y sin embargo, al joven le preocupaba sin saber por
qu.
Ta n abst ra do estaba pensando en ello, que su esposa
no pudo menos que pregunt arl e:
-r-Qu tienes?
Nada, respondi l.
No mi ent as.
EL CALVARIO DE UN NGEL I02Q
Cmo?
Ment i r es decir que no tienes nada, estando como
ests preocupado: lo ests, yo lo veo. . . y s la causa,
aunque t no quieras decrmela.
Que sabes...?
S.
Imposible.
Vas convencerte de lo cont rari o.
Veamos.
Tu preocupaci n reconoce por mot i vo, lo que t u
padre acaba de decirnos, no es as?
II
ngel, comprendi que era intil di si mul ar, y algo
avergonzado, dijo:
Pues bien, s, tienes razn. Qu tontera, verdad?
Preocuparme porque mi padre se le antoje salir para
dar un paseo para ir donde tenga por conveni ent e. . .
Es ms que una tontera, le i nt errumpi su esposa.
Es una arbi t rari edad.
Cmo se entiende?
As como suena, una arbi t rari edad muy grande. Te
lo digo aunque te enojes.
Vaya un modo que tienes de j uzgarme!
El que mereces. Yo soy si empre muy severa en
todos mis juicios.
Ya lo veo.
I O3O EL CALVARIO DE UN NGEL
Per o mi severidad es siempre justa.
No en la presente ocasin.
Que no? Conque, segn eso, para t, lo justo sera
que t u pobre padre, al fin de sus aos, tuviera quedar t e
cuent a de todas sus acciones, hasta de todos sus pensa -
mi ent os. . .
No t ant o.
Pues eso y no ot ra cosa se desprende de tu preocu -
paci n, y por eso la juzgo tan severament e. Donde hay
verdadero cari o, no debe haber ni tirana ni recelo, sino
absoluta confianza.
III
Habl aba Soledad tan gravement e, que ngel no pudo
menos de echarse reir, excl amando:
Vaya si t omas en serio la defensa de mi padre!
Es que al defenderle l, me defiendo m mi sma,
contest Soledad, en el mi smo tono jovial en que su
esposo le habl aba.
Cmo es eso?
Muy sencillo: Al sostener que no debes ser para con
tu padre exigente y t i rni co, sostengo que t ampoco debes
serlo para m .
Hol a, hola!
Supon que m me convi ni era gozar de cierta inde
pendenci a.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I o3 l
Eh?
Ir algn sitio sin que t lo supi eras.
Esas tenemos?
Empear t e en no dej arme ir en saber donde
i ba, sera una cruel dad.
Sera un derecho. Como esposo t uyo, puedo y debo
saber todos tus pasos.
S, no lo dudo. . . Pero no t endr as motivo de enojo
ni de desconfianza, si yo antes de hacer una cosa te pi-
diera el debido permi so.
Claro que no.
Aunque te ocultase qu cosa era esa.
Si me lo ocul t abas, el pedir permi so estaba de ms.
IV
Insensi bl ement e, la conversacin hab a ido t omando
un giro ext rao.
Y lo ms part i cul ar del caso, era que Soledad habl aba
muy seri ament e.
Su esposo la cont empl con fijeza y pregunt l e, con
mal di si mul ada i nqui et ud:
Qu significa esto?... Me habl as de un modo que
me sor pr ende. . . Parece que tengas que deci rme algo y
no te at revas.
Quin? yo?repuso ella rubori zndose. Te equi -
vocas.
1032 EL CALVARIO DE UN NGEL
Ahora eres t la que mi ent es.
Te aseguro. . .
No asegures nada, porque aun agravars ms tu
ment i ra.
Y cogindole las manos, agreg, cari osament e:
Si no sabes ment i r!. . . Lo que tus labios dicen, lo
desmienten tu t urbaci n, tu timidez, tu vergenza. . . No
mi ent as nunca, porque mi nt i endo te rebajas t misma!
De t us labios no debe salir ms que la ver dad, la verdad
si empre. . . Sobre t odo, cuando habl as conmigo. No sa-
bes lo que te quiero? Pues confiada en mi cari o, di sin
escrpul os cuant o sientas, cuant o desees, cuant o pien-
ses. . . Quin mejor que yo podr comprenderl o y com-
placerte!
V
Estas cariosas pal abras, penet raron hasta lo ms n-
t i mo del sencillo y enamor ado corazn de Soledad.
Qu bueno eres!exclam, arroj ndose en los
brazos de su esposo. Qu bueno. . . y cunt o me amas!. . .
Dices bien; entre nosotros no debe haber secretos; de-
bemos decrnoslo t odo, absol ut ament e t odo, y decrnoslo
sin reservas de ni nguna clase, sin escrpul os, sin temores
injustificados. . Si algo de lo que nos decimos no est
bi en, sabremos perdonrnosl o mut uament e. . .
As me gusta que hables, le i nt errumpi l.Y
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1033
para dar me una prueba de esa sinceridad que pregonas,
dime sin rodeos lo que tienes que deci rme; porque t
tienes que deci rme que pedi rme al go. . .
No te equivocas. De dirigirte una peticin s t rat a.
Pues venga.
No me at revo.
Por qu?
Por . . .
Aun vacilas?
Temo que te enojes.
Cuando se ama como yo te amo, el enojo no puede
ser dur ader o.
Sin embargo. . .
Me ofendes con tus vacilaciones.
Es que por mucho menos, te has enojado hace poco
con tu padre, y l t ambi n le amas, luego no me puedo
fiar gran cosa de tus promesas.
VI
La i ngenui dad de la joven, provoc una sonrisa en su
feliz y enamor ado esposo.
Te ries?exclam ella al egrement e. Buena seal!
Ea, valor; voy decirte de qu se t rat a.
Reclin la cabeza en su hombr o y le dijo, mi rndol e
con seductora coquetera:
Se t rat a. . . de que yo t ambi n qui ero salir esta t ar de.
TOMO II 130
1034 EL CALVARIO DE UN NGEL
No es ms que eso?respondi ngel, echndose
rei r. Acabramos! Yo cre que se t rat aba de algo
ms grave.
No te enojas?
Por qu me he de enojar?
Luego me das permi so para que salga?
Ya lo creo!
Qu bueno eres!
Y an har ms.
Qu?
Acompaar t e.
Cmo? *
Sal dr emos j unt os.
Per o. . .
Los dos cogiditos del brazo. . . Ya vers. Y si nos en-
cont r amos por esas calles de Dios nuest ro seor padre,
le di remos: Tambi n nosotros salimos paseo. . . Ests
contenta?
VII
Con gran asombr o, vio ngel que su esposa haba
vuel t o ponerse muy seria y hasta muy triste.
Qu es eso?le pregunt sorprendido. No te
gusta mi proposicin?
S . . . respondi ella, con un t ono que parec a sig-
nificar todo lo cont rari o.
Pues mi r a, no se conoce.
e l MA N U S C R I T O d e U N A MON J A 1035
Es que. . .
Otra vez vacilas? Otra vez se te t raba la lengua?
Pero, qu diablos te pasa hoy?
Nada. . .
Cual qui era dira lo cont rari o.
Mi ra, ngel, es que. . . la verdad, sentira que por
mi causa tuvieras un disgusto.
Un disgusto?
S. -
No compr endo. . .
Por compl acerme, t me propones salir conmi go,
abandonando tus obligaciones, y eso no est bien; yo no
puedo ni debo permi t i rl o. Ante t odo, debes hacer honor
la confianza que en t ha depositado nuest ro protector,
no abandonando sus negocios. Bueno sera que por un
capricho m o. . . ! No lo consi ent o. . . Que no lo consi en-
to, ea!
VIII
Mientras habl aba, su cont rari edad pareca haber ido
trocndose en enoj o.
Su esposo se tranquiliz al oira, y volvi sonrer.
No temas, le di j o. Puedo salir esta t arde contigo,
sin faltar mis deberes. No tengo nada que hacer.
De vers?pregunt ella, ms y ms cont rari ada.
Te lo aseguro. No hay ni ngn negocio urgent e.
Io3 6 e l c a l v a r i o d e u n n g e l
Tant o es as, que an sin deci rme que quer as que sa
riramos paseo, pensaba pasar la tarde tu l ado. Le
mi smo da que la pasemos aqu que paseando. Hast a cas:
es mejor lo segundo. La pasaremos ms distrados.
Y aadi , alegremente:
Conque vstete prontito y vamonos. Iremos donde
t qui eras: al Ret i ro, la Castellana, dar vueltas por
las calles, det eni ndonos ant e los escaparates de todas
las t i endas. . . T dirigirs el paseo y yo te seguir dcil-
ment e todas part es. . . Qu aguardas, que no te ests
ya visiiendo?... Date prisa, que va hacerse t arde.
IX
Soledad, habase sentado y permanec a i nmvi l .
Ya no qui ero salir,dijo.
ngel, la mi r con asombro.
Tr as una breve pausa, acercse ella, y djole:
Sabes que podra sospechar muy bien que es que
.- no quieres salir conmigo?
La joven, pareci vacilar un i nst ant e.
De pront o, rode con sus brazos el cuello de. su esposo
y excl am, con voz t embl orosa:
No te enojes, ngel m o!. . . Si tal sospecharas, sos-
pechar as la verdad; hoy. . . qui ero salir sola, lo mismo
qu t u padr e.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A ' IO37
Cmo se entiende?interrog l, cada vez ms
asombrado.
No me preguntes la causa; no puedo decrtela.
Pero. . .
No tienes confianza en m?
Absoluta.
Pues ent onces, djame salir sola, sin pregunt arme
donde voy ni lo que voy. Te promet o que esto no se
volver repetir. En lo sucesivo, si empre que salga ser
con tu consentimiento y sabiendo t lo que salgo. . .
Pero hoy necesito salir sola, compl et ament e sol a. . .
X
La admi raci n de ngel iba en aument o.
No dudaba de su esposa, pero le sorprend a su ext rao
y tenaz empeo.
Pues s eor , mur mur , ms pensativo que enoja-
do.Vaya una man a que les ha ent rado hoy todos
los de esta casa, de salir sin querer que se sepa donde
van!
Reflexion un instante, y luego dijo su esposa:
Consiento en lo que me pides.
De veras?exclam con alegra Soledad.
Consiento, para que veas que tengo en t ms c on-
fianza que t .
Oh, gracias!
I 038. E L C A L V A R I O D E U N N G E L
X I
Esta bondadosa act i t ud, pareci conmover Soledad.
De veras me promet es no oponert e que salga
cuando te diga donde voy?
Te lo promet o formal ment e, respondi l.
Pues bien; ent onces. . . sbelo todo: mereces saberlo
por confiado y condescendi ent e. As como as, me re-
mord a la conciencia por ocul t rt el o. . .
Vamos, di, la i nt er r umpi l, i mpaci ent e.
No olvides tu promesa. . .
Ti enes mi pal abra, y mi pal abra no he faltado
nunca, bien lo sabes.
Puedes marchart e cuando qui eras donde tengas
por conveni ent e, sin t emor de que yo te detenga ni e
siga.
No s cmo agradecert e tanta bondad!
Pero si algo merezco por mi condescendenci a. . . te
suplico que me digas donde vas. . . No es una imposi-
cin; es un ruego. Aunque no me lo digas, no t emas que
te retire mi permi so; y si me lo dices, t ampoco te lo re
tirar sea el que sea el sitio al que te propones ir. Ya ves
que no puedo most r ar me contigo ms confiado ni ms
humi l de.
E L MANUSCRI TO DE UNA MONJA IO39
La joven se acerc su esposo, y con )a cabeza baja,
como el reo que confiesa su cr i men, bal buce:
Voy al cementerio!
Al cementerio!repuso ngel, cada vez ms sor -
prendido.
S . " .
A qu?
No lo adivinas?
No cai go. . .
A orar sobre la t umba de mi pobre madr e.
X J I
Sin dejarla concl ui r, ngel la estrech en sus brazos,
dicindole:
Eres un ngel! Por qu no me has habl ado ant es
con franqueza? Por qu no me has dicho lo que me
dices ahora?
Tem que te enfadaras, repuso ella.
Enfadarme!. . . Por qu?
Como mi madr e fu para t t an i nj ust a. . .
Y eso, qu i mport a?. . . Er a t u madr e, y debes que -
rer y respetar su memor i a.
Verdad que s?
No seras digna de mi car i o, si as no l&> hi ci eras.
Luego no te opones que vaya al cementerio?
1 0 4 0 EL CALVARIO DE UN NGEL
No.
Ni te enojas?
Tampoco.
Gracias!
Y an har ms.
Qu ms?
Ir yo contigo. ^
A orar sobre la t umba de mi madre?
S .
-Es posible?
Los dos rezaremos j unt os, pidiendo Dios que la
per done, como nosotros la hemos per donado.
XIII
Bendito seas!exclam Soledad, abrazndol e con
efusin.Ahora s que creo que me qui eres, y ahora s
que me arrepi ent o de haber sido contigo tan reservada...
A un hombr e t an bueno como t , debe decrsele todo...
Que te sirva este caso de escarmiento,djole l,
sonri endo.
Me servi r, no lo dudes.
Y ahor a vamos vestirnos.
S , vestirnos cuant o ant es.
Los dos volvieron sonrer gozosos, elices, conten-
tos.
E L MA N U S C R I T O D E UNA^ MONJ A. IO4I
T OMO tt" I 3 I
Vistironse t an aprisa como les fu posible, y poco
despus, salan la calle cogidos del brazo.
Iban hacer una obra de misericordia y cumpl i r un
deber.
Iban orar j unt o la t umba de Cristina!
CAPI TULO XXXII
Vi si t a l os mue r t os
I
La tarde era hermosa.
La proxi mi dad de la Pri mavera advertase en lo per-
fumado del ambi ent e, en lo suave de la brisa, en la bri-
llantez del sol, en la alegra que rei naba por todas partes,
como si la Nat ural eza se desperezase y saliese del sueo
del i nvi erno, pletrica de vi da.
Un carruaje detvose ant e las puert as de uno de los
cementerios de Madr i d, y de l bajaron dos jvenes her-
mosos y al parecer felices.
Sus ropas eran del color del dolor y la tristeza; pero
la dicha resplandeca en sus rostros.
Aquellos dos jvenes, eran Soledad y ngel.
E L CAL VARI O D E U N N G E L 1043
Espera, dijo el segundo al cochero.
Y ofreciendo el brazo su esposa, i nt ernronse los dos
en la mansin de los muer t os.
Cami naban l ent ament e y silenciosos, con el respeto
debido al lugar en que se hal l aban.
Acertars con la t umba?pregunt ella.
S, respondi l. Las seas son muy detalladas.
No dijeron ms, y an estas palabras pronunci ronl as
en voz muy baja, como si temiesen t urbar la t r anqui l i -
dad y el silencio del fnebre recinto.
I I .
El aspecto que aquella hora ofreca el cement eri o,
no tena nada de terrorfico; al cont rari o, era potico,
agradable, casi alegre.
Las t umbas, sobresaliendo por entre el ramaj e, ofre-
can artsticos contrastes y vari ados punt os de vista; los
lnguidos sauces, al inclinarse sobre ellas, parec an pr o-
tegerlas y resguardarl as de toda profanacin, con su mo-
vible y caprichoso toldo de ver dur a. . .
Las mari posas revoloteaban por todas part es, l i bando
la esencia de las flores consagradas por la piedad de los
vivos la memori a de los muer t os, y los pjaros cant a-
ban en las r amas de los rbol es, como si con s us
:
armo-
niosos t ri nos, quisieran arrul l ar el sueo eterno de los
que all reposaban.
1044 EL CALVARIO DE UN NGEL
Todo esto, los dorados y ardientes rayos de aquel
sol brillante, espl endoroso, ofreca un espectculo en-
cant ador.
La idea de la muer t e, no poda ofrecerse de una ma-
nera ms potica y hasta ms hal agadora.
Casi daban ganas de quedarse all para gozar eterna
ment e de aquella qui et ud, de aquella cal ma.
III
Tr as detenidas pesquisas, guindose por las seas que
de ella t en an, los jvenes esposos di eron, al fin, con la
sepul t ura de Cristina.
Era una t umba modest a, sencilla, sin ni nguno de esos
artsticos al ardes de lujo, que la vani dad ha inventado.
En la losa que la cubr a lease este nombr e: Cristina
Guillen.
Nada ms, sin epitafio de ni nguna clase.
Junt o ella, estaba la t umba del vi zconde, igual en un
t odo la de su antigua amant e.
Sobre su losa, lease: Romn de Pea Flor.
El ttulo habase omi t i do muy opor t unament e.
All mor an todas las vanidades^ y hubi ese' si do un
cont rasent i do hacer al arde de ellas en sitio semejante.
Aquellas dos t umbas eran debi das la pi edad filial de
Sol edad,
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 1045
El juez encargado de entregarle la herencia de su ma -
dre, las compr perpet ui dad, siguiendo sus instruccio-
nes.
La joven quiso saber siquiera donde descansaban los
restos de los que le hab an dado el ser.
IV
Antes de que los jvenes se diesen cuent a de que
aquellas eran las dos sepul t uras que iban buscando, lia -
moles la atencin un hombr e que al parecer oraba fer
vorosamente, arrodi l l ado j unt o una de las dos t umbas,
junto la de Cristina.
Al verl e, los esposos l anzaron una exclamacin de
sorpresa.
Mrale,dijo Soledad su mar i do. Ha tenido la
misma idea y el mi smo deseo que nosotros.
Ya sabemos para lo que quiso salir t an misteriosa-
mente,agreg ngel.
Como se comprender por estas pal abr as, los dos j -
venes hab an reconocido Andrs en aquel hombr e.
En efecto, Andrs era.
Tambi n l quer a, al volver la corte, que su pr i -
mera visita fuese para su antigua seora.
No en vano la haba servido dur ant e t ant os aos,
siendo su hombr e de confianza.
I O46 EL CALVARI O DE UN NGEL
La muert e hab a borrado de una vez y para siempre,
todos sus resentimientos.
V
Soledad y ngel, acercronse procurando no hacer
r ui do.
Andr s, no les oy llegar.
Est aba muy abst ra do en sus oraciones.
Cuando los dos jvenes estuvieron j unt o al anci ano,
vieron que ste l l oraba.
Al ver aquellas l gri mas, la joven no pudo contenerse,
y abr azndol e, le dijo:
Gracias!... Gracias en nombr e de mi madr e!
Andrs, lanz un grito de sorpresa y psose en pi.
Vosotros aqu !excl am.
S , nosotros,le respondi sonriendo su hijo.Qu
te sorprende? No podemos venir t ambi n nosotros
donde vienes t?
Me habis seguido?
No , nada de eso.
Ent onces. .
Hemos tenido la mi sma idea, le respondi Sole-
dad. Hemos comprendi do que nuest ro deber era venir
orar j unt o la t umba de mi madr e. Si t nos hubi e
ses habl ado con franqueza, hubi ramos veni do los tres
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A IO47
juntos; pero para el caso es igual, puesto que aqu nos
hemos j unt ado.
VI
Andrs, estaba emoci onado y la vez pareca confun-
dido.
No os dije que aqui ven a, bal buce, como el ni o
que comete una falta y la confiesa, porque tem que os
enfadarais conmigo.
Enfadarnos!le respondi ngel.
S.
Por qu?
Porque como todos, y pri nci pal ment e t , t enemos
tantos motivos para estar quejosos de la pobre doa
Cristina... Pero yo no lo puedo remedi ar. Su memor i a,
despus de muer t a, me es tan queri da, como en vida me
lo fu su persona. . . Porque yo la quer a y la respet aba,
pesar de conocer sus defectos... Tambi n tena buenas
cualidades. . .
No es ahora ocasin de discutir sus mritos y sus
imperfecciones,le i nt errumpi su hijo.Me ofendiste,
al suponer que poda cont rari arme el que aqu vinieses,
como me ofendi Soledad, al figurarse que haba de ver
con malos ojos el que viniese orar j unt o la t umba de
su madr e. Los dos me juzgasteis mal . Si con doa Cri s-
tina tuve en vida grandes resentimientos, esos resent i -
mientos desaparecieron desde el instante de su muer t e.
1648 EL C A L V A R I O D E U N N G E L
Que no le guardo rencor, os lo demuest ra mi presencia
en este sitio, y para mejor probrosl o, qui ero ser el pri-
mero que ant e su sepul t ura rece.
Y descubrindose respet uosament e, dejse caer ai
suelo de rodillas.
Soledad y Andrs, arrodi l l ronse su l ado, y las ora-
ciones de los tres, pidiendo Dios por Cristina y el viz
conde, subi eron j unt as aquel cielo azul y hermoso que
les cobijaba.
VII
Or ar on dur ant e largo rat o.
Al fin, l evant ronse.
Bien, hijo mo!exclam Andrs, abr azando al jo
ven. Acabas de dar una elocuente muest ra de tu buen
corazn. Estoy satisfecho y orgulloso de t.
Sol edad, djole, su vez:
Graci as, ngel!. . . Gracias en nombr e de los que
me dieron la vi da!. . . Ellos, que tanto mal te hicieron en
este mundo, con seguridad te bendicen en el ot ro, y te
pi den que les perdones.
Per donados estn para si empre y de todo corazn,
repuso el joven, y ojal Dios les haya perdonado
como yo les perdono.
Su esposadle dio de nuevo las gracias con la mi r ada,
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A IO49
VIII
La visita se prolong aun un buen rat o.
No salieron del cement eri o, hasta que el sol comenz
ponerse.
Con la luz del crepscul o, el fnebre recinto perdi la
postiza alegra que le prest aran los brillantes rayos del
sol, y recobr el aspecto triste que le era propi o.
Las mari posas dor m an acurrucadas en las must i as
corolas de las flores, y los pjaros ya no cant aban.
Todo era qui et ud y silencio.
ni cament e se oa el dbil susurro de la brisa, que al
deslizarse ent re las hojas de los rbol es, pareca gemi r
lgubremente.
Soledad, cami naba muy aprisa y opri m a fuertemente
el brazo de su esposo en que se apoyaba, como si tuviera
miedo.
Salieron, al fin.
TOMO II l32
y dirigindose luego las dos t umbas, como si los que
reposaban dent ro, de ellas pudi eran oira, exclam:
Ya veis cmo os pagan vuestros hijos las injusticias
que con ellos cometisteis. . . Quiz el castigo de vuest ras
culpas, fuera mori r para no compart i r con nosotros
nuestra dicha y no gozar de nuest ro cari o!
1050 E L CAL VARI O D E U N N G E L
Los tres mont ar on en el carruaj e que hab a llevado
hasta all los dos jvenes, y ngel dijo al cochero:
A casa.
Poco despus, el bullicio de las calles de Madri d, h-
zoles olvidar la tristeza y soledad del cement eri o, donde
quedaban solos aquellos qui enes hab an ido visi
t ar.
IX
A partir de aquel d a, las visitas de Andrs y los dos
jvenes la fnebre mansi n, repitironse con bastante
frecuencia.
Unas veces iban ai sl adament e: otras veces los tres
j unt os.
Er an dichosos, muy dichosos;- pero por lo mismo,
acordbanse ms de los que no pod an compart i r con
ellos su di cha.
El egosmo, el olvido y la indiferencia, ranles deseo
nocidos.
Pasados algunos meses, en una de sus visitas acom
paoles una robusta ast uri ana, la cual llevaba en sus
brazos un hermoso ni o.
Era el fruto con que Dios hab a bendecido la unin de
Soledad y ngel.
E L MANUSCRITO D E UNA MONJA I 05l
Cuando pasados algunos aos, aquel ni o, convertido
ya en un hermoso adolescente, acompaaba su madr e
en sus fnebres visitas, llevaba si empre un magnfico
ramo de flores, que colocaba como piadosa ofrenda, so-
bre la t umba de su abuelita.
CAPI TULO XXXIII
Una vi si ta anti guos ami gos
I
Al da siguiente de su llegada la corte, Consuelo y
Fer nando salieron juntos para visitar todos sus prote-
gidos, ansiosos de saber lo que hab a sido de ellos du-
rant e su ausenci a.
La pri mera visita fu para los padres de Faustino y
Pur a.
Er an los que mayor y ms profundo inters les inspi-
r aban, porque eran los ms desgraciados.
Seran las once de la maana, cuando el caritativo
mat ri moni o presentse en la modesta casa de Manuel el
forjador.
Qui t ea, su esposo y Pur a, hal l banse bien ajenos
la agradabl e visita que iban recibir.
E L C A L V A R I O D E U N N G E L 1053
Hasta i gnor aban que sus protectores hubi esen regre-
sado Madr i d.
Sentado la puert a de su vivienda, t omando el sol,
Manuel pareca dor mi t ar .
No dor m a, sin embargo, el pobre hombr e.
Pensaba en la desgracia de su hijo, que l l l amaba su
deshonra.
Desde el l t i mo cri men cometido por Faust i no, Ma-
nuel haba cambi ado hasta tal punt o, que pareca ot ro.
Habl aba apenas, y su rostro vease si empre obscur e-
cido por una sombra de profunda tristeza.
Quiteria hal l base, como de cost umbre, entregada
los quehaceres de la casa.
Tambi n la pobre mujer hab a cambi ado mucho.
Por no cont rari ar su esposo, no pr onunci aba j ams
el nombr e de su hijo; pero frecuent ement e l anzaba pro-
fundos suspiros que l iban dedi cados.
Pura cosa j unt o la cama de su hijo.
La joven era la ms t ranqui l a y hasta la ms dichosa;
pero de todas maner as, no poda sustraerse en absol ut o
al influjo que sobre ella ej er c al a tristeza de aquellos
infelices padres, qui enes haba llegado respet ar y
querer si ncerament e.
En el patio de la casa, los muchachos de la veci ndad
entregbanse sus juegos movi endo gran algazara.
Aunque como si empre que hacan cierta clase de vi si -
as, Consuelo y Fer nando hab anse vestido modes t a-
1054 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
ment e, su aspecto distinguido, produjo en la bulliciosa
t ropa del patio ext raordi nari o efecto.
Vers que recibimiento nos hacen, y qu ovacin
reci bi mos, hab a dicho Espejo su esposa. Y si algu
no de esos arrapiezos se acuerda de las monedas que les
repart cierto da, estamos perdi dos.
II.
Con esta impresin ent r ar on, y al ver los muchachos
suspender sus juegos para mirarles con asombr o, Fer
nando agreg:
No te lo deca? Mi ra si hemos causado efecto. Y
menos mal si se cont ent an con mi rarnos con la estupe
faccin y fijeza con que ahora nos mi r an.
Al pr ont o, pareci que los chicuelos no se decidan
dar otras muest ras de curi osi dad, que sus escrut ado-
ras mi r adas; pero al guno de ellos debi reconocer
Fer nando, y despus de celebrar todos entre s un breve
concilibulo, corrieron en tropel hacia los distinguidos
visitantes, les al canzaron cuando ya comenzaban subir
la escalera, y roderonl es gri t ando:
Cnt i mos!. . . Cntimos!
No poda darse una maner a ms descarada irrespe
tuosa de pedir.
Por lo mi smo, echronse reir los dos esposos.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 1055
La audaci a y la desvergenza de los chiquillos les ha -
can gracia,.
I I I
Consultronse con la mi rada Fer nando y Consuelo, y
el pri mero dijo:
Ya te lo avis. Ha ocurri do lo que yo tema.
Pues no habr ms remedi o que complacer estos
diablillos para que no escandalicen, le respondi son
riendo su esposa.
Y mi ent ras as deca, acariciaba con su enguant ada
mano, las sucias y mofletudas mejillas de los que ms
atrevidos que los otros, hab an osado cogerse su ves-
tido. -
Los dos un t i empo abri eron sus por t amonedas, y
repartieron al gunas monedas entre los muchachos.
Estos, pr or r umpi er on en at ronadores gritos de ent u-
siasmo y de alegra, que atrajeron corredores y vent a-
nas, todas las mujeres de la vecindad.
Ha sido peor el remedi o que la enfermedad, dijo
Consuelo, echando correr escaleras arri ba, seguida de
su esposo. En vez de evitar el escndal o, lo hemos
aument ado.
Los dos sonre an, entre satisfechos y enojados por
aquella escena.
I056 E L CAL VARI O D E U N N G E L
Aunque se di eron mucha prisa en llegar arri ba, no
pudi eron escapar la curiosidad de las veci nas, las cua
les quedronse coment ando lo ocurri do.
IV
Como todas las dems mujeres, Pur a haba acudi do al
corredor at ra da por la gritera de los muchachos.
Vio subir sus protectores, y lanz una exclamacin
de gozo.
Ustedes!dijo.Ustedes aqu !. . . Qu alegra!
Y dirigindose Manuel , que permanec a indiferente
todo lo que su al rededor pasaba, agreg:
Mi re V. quienes vienen visitarnos!
Luego, asomndose la puert a d l a modesta habita
cin, comenz gritar:
Qui t eri a, salga V. . . . ! Salga V. en seguida!. . .
Las seas que los dos esposos hicieron la joven para
que no gritara y no escandalizase ms, fueron intiles.
En el col mo de la alegra, Pur a no call hasta que
Consuelo la estrech en sus brazos, dicindole:
Pero no sea V. loca. . . Vaya una maner a de albo-
rot ar!
Dispnseme V. , respondi ella disculpndose;
pero la alegra de verles ust edes. . .
Ya, ya me hago cargo. Nosotros t ambi n nos ale-
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 1057
gramos mucho de verl a. . . Pero hija ma, para darnos
conocer su satisfaccin, no necesita escandalizar de ese
modo. r
V
Dise cuenta Manuel de lo que pasaba, sali Qui t eri a,
y entonces las exclamaciones de alegra, t rocronse en
lagrimes.
Los pobres padres rompi eron llorar, al ver sus
protectores.
Sentan dolor y vergenza.
Su pri mer i mpul so fu arrojarse los pies de Consuelo
y Fernando.
Qu hacen ustedes?les pregunt el segundo.
No nuestros pies, sino en nuest ros brazos, aadi
lo pri mera.
Ellos t ardaron un gran rato en poder habl ar.
Al fin, Manuel , pudo decir.
Lo sabemos t odo!. . . Aquel pillo quiso at ent ar con-
tra la vida de don Fer nando. . . Nosotros no sab amos
nada. . . Qu desgracia t an i nmensa, tener un hijo seme-
jante!
Y Quiteria agregaba, l l orando:
Perdnenle ust edes. . . El infeliz deba de estar l o-
co .. Slo as se compr ende que hiciera lo que hi zo. . .
T OMO I I i 33
i o58
EL CALVARIO DE UN NGEL
VI
Estas humi l des splicas, y estas sentidas exclamacio-
nes, conmovi eron los dos esposos.
Quin se acuerda ya de eso?dijo Fer nando.
Y Consuelo, aadi :
Per donado est, y as la justicia de Dios y la de los
hombr es pudi eran perdonarl e como nosotros le perdona-
mos.
La emocin de los infelices viejos, subi de punt o al
escuchar estas bondadosas frases.
Graci as!murmur Qui t ea, hecha una mar de
lgrimas. Mil y mil gracias por su perdn generoso!...
Al fin es mi hijo!
Y Manuel refunfu entre di ent es, con ms amargura
que clera:
Pillo, ms que pillo!... No es acreedor una gene
rosi dad tan grande!
Pur a, mi ent ras t ant o, sonrea dul cement e sus protec
t ores, como dndoles su vez las gracias, y acercando
seles, les dijo:
Hacen ustedes bien en perdonarl e, aunque slo sea
por ellos... Pobres!. . . Si supi eran lo que sufren!. . . Por
ellos, yo t ambi n le he per donado.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A
VII
La visita redjose prodigar los infelices padres pa-
labras de cari o y de consuel o.
Por desgracia, en favor de Faust i no no puede hacer-
se nada, dijo Fer nando. Ni merece t ampoco que se
haga. No obst ant e, por compasi n ustedes, yo pondra
en juego algunas influencias para conseguir que su pena
fuese lo menos dur a posible. Pero repito que no hay
manera de favorecerle. La acusacin formul ada cont ra
l por Cristina, poco ant es de mori r, es terrible; no deja
lugar dudas respecto su cul pabi l i dad. Lo que si har ,
ser no most rarme parte en la otra causa que se le sigue,
por el at ent ado que cometi contra m. Mi deseo, hubie-
ra sido que este asunt o no se hubiese di vul gado; pero
Cristina lo incluy en su decl araci n, y la justicia no
puede dejar de hacer luz en l.
La promesa de no mostrarse parte en el proceso, fu
sinceramente agradeci da.
En realidad era lo ni co que poda hacer en favor del
acusado.
Habl ando luego de otra cosa, los dos esposos pr egun-
taron Pur a y los padres de Faust i no si se llevaban
bien, si est aban contentos de vivir reuni dos, y si quer an
seguir de aquel modo.
I O& O E L C A L V A R I O D E U N N G E L
VIII
Por mi parte s,dijo la joven. Desde que estoy
en esta casa, la t ranqui l i dad ha vuelto m , y creo que
si de ella saliera, otra vez sera desgraciada. Yo necesita
ba una familia, y aqu la he encont rado; como no sea
que ellos se opongan, mis propsitos y mis deseos son
cont i nuar al lado de los padres del hombr e que tan des-
graciada me hi zo. . .
Manuel y Qui t eri a, no la dejaron t ermi nar.
" Oponernos!exclam el pr i mer o.
Permi t i r que te vayas!aadi la segunda.
Ests en t?
Qu sera de nosotros, si t t ambi n nos abando-
nases?
Tu compa a nos es ms necesaria que nunca.
Er es nuest ra hija.
Ocupas nuest ro lado el sitio de ese hijo maldi-
g o , del que no podemos acordarnos sin dolor y ver-
genza.
No hables de irte!
No nos abandones!
Y los dos la abrazaron con pat ernal t er nur a, col mn-
dola de caricias.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA IOl
IX
N se necesitaba ms, para compr ender que la t r an-
quilidad y la dicha de aquellos tres seres, depend a de
que continuasen j unt os.
Consuelo y Fer nando, alegrronse de ello, pues as la
posicin de Pur a, quedaba asegurada para si empre.
Tocaron di scret ament e la parte econmi ca, y se con-
vencieron de que t ampoco en este sentido tenan nada
que t emer.
El mat r i mo nio hab a colocado conveni ent ement e e
capitalito que ellos le di eran, y con su rent a y la pensin
que mensual ment e pasaban Pur a, tenan de sobra pa-
ra at ender sus necesidades.
Eran gente acost umbr ada vivir modest ament e, y con
poco tenan bast ant e.
Faltaba slo asegurar el porvenir del hijo de Pur a, y
de esto se encargar an ellos en t i empo opor t uno.
Despidironse promet i endo volver visitarles con al-
guna frecuencia, y encargndoles que ellos t ambi n fue-
ran verles,
Sobre todo si nos necesitaban ustedes para algo,
dijo Fer nando.
Y consuelo agreg:
Ya saben ustedes que en nuest ra casa sern si empre
bien recibidos.
I062
EL CALVARIO DE UN NGEL
Antes de irse, Espejo repiti su promesa de no mes
trarse parte en el proceso de Faust i no;
Y hasta intentar hacer algo en favor suyo,aadi,
aunque no espero conseguir nada.
Qui t eri a, Manuel y Pur a, acompar onl es hasta la
escalera col mndol es de bendiciones, y la joven hizo
su hijo que les envi ara un beso con su blanca y pequea
mani t a.
CAPI TULO XXXIV
El luto de Peri qui to
I
Su salida de la casa, vali los dos esposos una nueva
ovacin.
Los muchachos apl audi ronl es y acl amronl es con en-
tusiasmo, y al gunas de sus madr es, sospechando que
aquellos eran los bondadosos protectores de qui enes la
Quiteria tanto les hab a habl ado, acercronse ellos t-
midamente para darles las gracias por lo que hab an he-
cho por sus hijos; pero en real i dad, para ver si encon
traban modo de solicitar y obt ener su proteccin.
Ya ven ustedes,djoles una de ellas, consul t ando
con la mi rada sus compaeras. Somos t an pobres y
pasamos tantos apur os, que todo nos viene bien y todo
IO64 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
lo acept amos y agradecemos. Esas monedas que han
dado ustedes nuest ros hijos, nos servirn muchas de
nosotras para compr ar pan. . . Por que las cosas estn
muy mal as. . . y la ver dad, no si empre t enemos todo lo
que necesitamos.
Y l anzando un suspi ro, agreg, con muest ras de apro
bacin por parte de todas sus compaer as.
Ustedes, los ricos, por buenos y compasivos que
sean, no pueden figurarse las penas y las necesidades
que pasamos los pobres.
II
El verdadero significado de estas pal abras, fu perfec-
t ament e comprendi do por aquellos qui enes iban diri-
gidas.
Er a un modo indirecto de pedir ayuda. . .
Cmo desperdiciar aquella ocasin que se les ofreca
para ejercitar una vez ms sus generosos y caritativos sen-
timientos?
Si precisamente lo que ellos i ban buscando era necesi-
dades que socorrer infortunios que consolar.
Una mi rada les bast para comprenderse, y los dos,
cada uno por sus part e, como si obr ar an aisladamente,
comenzaron interrogar las mujeres acerca de sus
respectivas necesidades.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A 1065
III
Claro est que Fer nando y Consuel o, tan buenos y tan
compasivos, no pudi eron permanecer indiferentes ant e
tantas desgracias.
Comprendieron que hab a hipcrita exajeracin en l o
que escuchaban; pero de todas maner as el mal exista, y
sus generosos sentimientos i mpul sbal es remedi arl o.
Segn las necesidades que cada cual les expona, so
T O MO ii i 3 4
De cada una de ellas, tuvieron que escuchar una histo
ria de penas y desdi chas.
Todas exajeraban sus males, para mejor y ms pro
fundamente conmoverl es.
La una era viuda con una porcin de hijos, los que
no saba cmo sostener; la otra tena su hombr e en-
fermo, no hab a en la casa qui en ganase el pan, y hab an
ido parar ya la prender a la casa de prst amos,
los muebles y la ropa; no falt qui en confesara que su
marido era un borracho que se gastaba en la t aberna el
importe ntegro de sus j ornal es, sin darl e ella un slo
cntimo y pegndole brut al ment e cuando le peda al guna
cosa le recri mi naba su conduct a. . .
En fin, fu aquello una exposicin rpi da, pero com
pleta, de todas las miserias y desdichas humanas .
1066 EL CALVARIO DE UN NGEL
IV
En su emocin y en su azorami ent o, los dos esposos
mi rbanse sonrientes y felices.
Consuel o, tena los ojos llenos de l gri mas.
Qu dul ce y qu agradabl e es el hacer bien!ex-
cl am, cuando lograron verse libres de la gritera de los
muchachos.
Es lo ni co por lo que se puede desear ser rico,le
respondi su esposo.
o frieron con esplendidez todas aquel l as muj eres, y en
cuant o las hubi eron socorri do, salieron presurosos para
sustraerse sus demost raci ones de grat i t ud.
Pero no les vali, porque ellas acomparonl es hasta,
la puert a de la calle acl amndol es, bendicindoles.
o pasaron de la puert a, pero excitaron sus hijos
que les siguiesen repitiendo sus bendiciones, y los dos
esposos, avergonzados y corri dos, vironse rodeados por
una t urba de chiquillos que les segua corri endo y gri
t ando.
Par a no l l amar la atencin de los t ransent es, tuvie-
ron que subir un coche de alquiler que pas vaco.
Aun siguieron los muchachos al coche un buen tre-
cho, pero al fin furonse quedando at rs.
E L MANUSCRITO DE UNA MONJA IO67
Tal vez Dios nos ha dado nuest ras riquezas para
eso, para que las i nvi rt amos en socorrer los desvalidos.
En qu podr amos invertirlas mejor?
Dices bien.
El placer y el gozo que experi ment amos ahor a, no
lo experi ment ar amos con nada.
Pues sigamos haci endo si empre lo que hemos hecho
hoy, lo que veni mos haci endo de algunos aos esta
parte.
Oh, s!
Cont i nuemos dando nuest ras riquezas el empl eo
que hasta ahor a les hemos dado. Las bendiciones de esa
pobre gente, qui en acabamos de socorrer, nos demues-
tran que Dios apr ueba lo que hacemos y que t ambi n
nos bendi ce.
Los dos estrechronse las manos, como si de este modo
quisieran sellar su hermoso pacto de consagrarse en ob
soluto socorrer y ampar ar los desvalidos.
V
Hicieron al gunas visitas semejantes la que en el ca -
ptulo ant eri or hemos reseado, pues eran muchos sus
protegidos, y al fin el carruaje que les conduca detvose
ante la casa donde viva Nieves.
1068 EL CAL VARI O D E U N N G E L
Un muchacho ent raba en aquel moment o en el por
tal, llevando colgado al cuello un cajn con cajas de tos
foros y al gunas otras modestas mercanc as.
Er a Peri qui t o.
El chicuelo reconoci sus protectores, y t i rando la
gorra en alto, como demost raci n de alegra, exclam:
Bien venidos sean!. . . El otro da estuve en su casa
por encargo de Nieves, para pregunt ar cuando volvan,
y el port ero me respondi que lo ignoraba. Grandsimo
t rapal n!. . . Cuando yo le vea, le ensear que no est
bien engaar nadi e, aunque sea un ni o.
Y en su cont ent o, hizo tales contorsiones y piruetas,
que sus mercanc as rodaron por el suelo.
VI
Fijronse los dos esposos en que Peri qui t o llevaba,
arrol l ado al cuello, un pauelo de seda negro, como en
seal de l ut o.
Interrogronle acerca de ello, y el muchacho, ponin
dose muy triste y muy serio, exclam:
Cmo! Per o, no saben ustedes lo que pasa?...
Anda, anda!. . . Pues si yo pens al verles aqu , que ve
n an dar el psame Nieves.
El psame has dicho?interrog con ansi edad Fer-
nando.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A I QO,
VII
Periquito l l oraba, y los dos esposos estaban t ambi n
muy conmovi dos.
Hemos pensado mucho en ustedes, prosigui el
muchado. Por que era lo que Nieves deca: qu voy
Ya lo creo.
Pues, quin se ha muert o?aadi Consuelo.
La sea Nicolasa.
Nicolasa!
La madr e de Nieves!
Just o.
Pobre!
Su hija estar inconsolable.
Fi grense ust edes. . . Fu una desgracia muy grande;
pero muy grande. Est aba muy buena y hast a muy con-
tenta, al ver que su hija no pensaba ya en ese pillo de
Faust i no, y de la noche la maana. . . Los mdicos di-
jeron que fu una pul mon a ful mi nant e. Yo no s l oque
es eso. Lo que s, es que se mur i y que yo lo sent mu-
cho, porque era una sant a. . . Yo qui ero ponerme luto
como si se hubi er a muer t o mi madr e, dije Nieves. Y.
ella mi sma me compr este pauel o y me lo puso al
cuello, y al cuello lo llevar hast a que se r ompa.
IO7O E L C A L V A R I O D E UN N G E L
hacer yo sola en el mundo?. . . Y tiene razn. Si yo t u-
viera ms aos. . . Pero soy todava un mocoso. Es nece-
sario que ustedes le aconsejen lo que debe hacer, que ia
ampar en, que la defi endan. . .
Int errumpi se, porque las lgrimas le i mped an con-
t i nuar.
Al fin, agreg entre sollozos:
Pero no me separen ustedes de ella!
Descuida, le respondi Consuelo acari ci ndol e.
Vamos arri ba, di j o Espej o. Vamos cuant o antes
ver y consolar esa desgraciada. Por qu no ha-
bremos sabido ant es lo que ocurre?
Y comenzaron subir la escalera, seguidos de Peri-
qui t o.
VIII
Los dos i ban pensando en lo mi smo: en el modo de
socorrer la orfandad de la pobre joven.
Peri qui t o, por su part e, iba dicindose, con cierta des-
confianza:
Nos separarn?
A mi t ad de la escalera, Consuelo detvose para pre-
gunt ar su esposo:
Aprobars cuant o yo disponga?
Sin duda, respondi l. '
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA IOyi '
Pues ent onces, deja este asunt o por cuent a m a. Yo
me encargo de decidir l posicin de Ni eves, pr oponi n-
dola lo que me parezca ms conveni ent e.
Gomo Espejo tena motivos sobrados para confiar en
su esposa, asinti con un movi mi ent o de cabeza.
CAPI TULO XXXV
Caridad inagotable
I
Nieves sali abri r la puer t a, bien agena la sorpre
sa que le esperaba.
Hab a adelgazado algo y estaba muy plida.
El negro color de sus vestidos, haca resaltar ms an
la palidez de su rost ro.
Eres t , Peri qui t o?pregunt ant es de abri r.
S , yo soy, respondi el muchacho, gozndose de
ant emano en la sorpresa que se iba llevar cuando
abri ese. Abra V. en seguida.
Abri la joven, y al encont rarse con una seora y un
* cabal l ero, quedse t urbada sin saber qu hacer ni qu
decir.
Al pront o, no conoci sus protectores.
E L M A N U S C R I T O DE U N A MONJ A 73
Estos, sonrironse bondadosament e
Pues me gusta!exclam Periquito. Es este el
recibimiento que merecen los que vienen visitarnos?
Buenas t ardes, Nieves,dijo Fer nando.
Buenas t ardes, hija m a, aadi Consuelo.
i i r
Ella les reconoci entonces, y l anzando un grito de
alegra, exclam:
Ustedes!
No pudo decir ms, porque pr or r umpi en sollozos.
I I
Ent raron todos y cerraron la puert a.
Consuelo y su esposo, apresurronse consolar al a
joven.
La pri mera, la abr az, dicindole:
No llore V. , hija m a. Ya sabemos su desgracia. Si
antes la hubi semos sabido, antes hubi semos veni do
consolarla. Peri qui t o ha sido el pri mero en dar nos la
triste noticia. Resignacin. . .
S, Ni eves, s, resignacin, aadi Espej o. Hay
desgracias i rreparabl es contra las que no podemos ni de
bemos revel arnos, porque son dispuestas por Dios.
Y Peri oui t o, su vez, le deca:
No llore V. , seori t a. . . Si no hay motivo para l l o
rar... Al cont rari o. . . No deseaba V. que don Fer nando
doa Consuel o volvieran? Pues ya estn aqu . . . Ellos
TOMO 11 i35
1074
E L
C A L V A R I O D E N N G E L
la ampar ar n V., y le aconsejarn lo que debe hacer...
Ya les he supl i cado, ant e t odo, que no nos separen. . .
Todo menos eso!. . . Y ellos at endern mis splicas, por
que son muy buenos. . . Vaya, no llore V. ms, si no
qui ere que yo llore t ambi n.
Y al decir esto, al pobre muchacho faltbale poco para
que se le saltaran las l gri mas.
III
Pasaron todos la pequea y modesta salita, sent-
ronse, y Nieves se tranquiliz, al fin, un poco.
Ya ven ustedes si soy desgraciada!dijo, cuando
pudo habl ar. No repuest a an del pesar producido en
m por el cruel desengao del amor de Faust i no, el in-
fortunio me hiere con este nuevo y terrible golpe. . . No
s como he tenido fuerzas para soportarlo!. . . Perder
mi madr e, mi pobre madr e, y precisamente cuando
ms falta me hac an su cari o y sus consejos!... Yo no
s en qu habr podido ofender Dios, para que me
trate t an severament e. . .
Y la infeliz, volva su llanto desgarrador, angus
t i oso. . .
Sus protectores, hicieron nuevos esfuerzos para con-
solarla.
E L MANUSCRITO D E UNA MONJA 1075
Ella, les refiri el modo como hab a muer t o su ma-
dre.
Segn Periquito hab a indicado ya, fu una cosa casi
repentina.
Una pul mon a fulminante la mat en pocas hor as.
La infeliz conoci que iba mor i r , y recomend su
hija que recurriese sus protectores para que siguieran
amparndol a, para que no la abandonasen.
Al recordar las l t i mas pal abras de su madr e, la joven
redoblaba sus sollozos, y Peri qui t o acompabal a en su
llanto.
IV
Tr as estas explicaciones, Consuelo pregunt Nieves:
Y bien, hija ma: ant e t odo, perm t ame V. que la
interrogue acerca de un punt o i mport ant si mo, sin acl a-
rar el cual no podemos aconsejarle nada ni t omar r eso-
lucin al guna.
Interrogue V. cuant o gust e, respondi ella.
Me promet e deci rme la verdad?
Lo promet o. Engaarl es ustedes sera casi un cri -
men. . . Si les engaara, no merecera la proteccin que
de ustedes necesito y espero. . .
Bien. Vamos ver: cul es el estado de su corazn?
Sigue V. amando aun Faustino?
IO76 EL CALVARIO DE UN NGEL
Oh, no!respondi Nieves con firmeza.
De veras?
Lo juro!.
Ms vale as.
Mucho le am y mucho trabajo me cost olvidarle;
pero, al fin, le he dejado de amar . Es el favor ms grande
que tengo que agradecerle la Provi denci a. Al conocer
los cr menes de aquel hombr e, me horrori c, sent ver-
genza de haberl e amado, y todo el amor que antes le
tena, convirtise en desprecio. No dir que me halle en
disposicin de poder amar ot ro, porque un cario
como el m o, mat a un corazn cuando de l se arranca;
pero s puedo asegurar, sin t emor equi vocar me, que
l ya no le amo.
V
Expresbase con t ant a conviccin, con tal firmeza
que no era posible dudar de lo que deca.
-Consuelo, la abraz de nuevo, dicindole:
La felicito V. , hija m a. No es t an desgraciada,
puest o que ha conseguido arroj ar de s una pasin que
hubi era l abrado su et erno infortunio. Ahora, puede us
ted acariciar la esperanza de poder llegar algn da ser
dichosa.
Y cOmo viera que la joven mov a la cabeza negativa
ment e, aadi :
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA IO77
No est V. ahor a en condiciones de confiar mucho
en su porveni r; pero el tiempo le devolver la t ranqui l i -
dad, y con la t ranqui l i dad renacern en V. las esperan-
zas. Es V. an demasi ado joven para dejarse vencer de
se modo por el desengao. Habl emos ahor a de otra
cosa.
Le cogi las manos, que ret uvo entre las s uyas , y pre
guntle, cari osament e:
Qu piensa V. hacer?
VI
Al pront o, Nieves no respondi esta pregunt a.
Pasados unos i nst ant es, dijo:
No lo s. Preci sament e deseaba verles ustedes para
pedirles que me aconsej aran. Estoy sola en el mundo, y
si ustedes no me aconsejan, no s qui n podr dirigir-
me pidindole ampar o.
Esa respuesta me satisface,repuso Consuel o, y
no t ardar mucho en convencerse de que hace bien al
depositar en nosotros su confianza. No la abandonar e
mos V. , y hasta pr ocur ar emos sustituir en lo posi bl e
'a madr e que ha perdi do.
Oh, gracias!.
Tal es nuest ra obligacin y nuest ro deseo. Pero, para
que nuest ro apoyo sea ms eficaz, convendra que V. nos
expusiese con franqueza sus pensami ent os. Si son acer-
IO78 EL CALVARIO DE UN NGEL
t ados, merecern nuest ra aprobaci n y le ayudar emos
realizarlos; si son errneos, pr ocur ar emos hacrselo
compr ender y le i ndi caremos la conduct a que debe se
guir. Conque habl e V. , hija m a; habl emos con entera
i ncer i dad. .
VII
De nuevo guar d Nieves silencio unos instantes
Pero, Dios m o!excl am, al fin.Si yo no tengo
pensado nada! . . . Yo no s ms sino que me asusta vivir
en esta soledad en que vi vo. . . Si teniendo mi madre
estuve punt o de per der me, haci endo caso del amor de
un hombr e, qu me suceder est ando sola?.. Me ro
dear n los peligros, y yo no sabr conjurarlos ni cono
cerlos si qui era. . .
Conque es decir que su soledad es la que ms la
asusta?la i nt errumpi Consuel o.
S . . .
Y para dest rui r esa triste sol edad. . .
Aceptar lo que V. me proponga, har lo que usted
me ordene. .
Consuelo, mi r su esposo, ' como dicindole: ahora
ent ro yo.
Luego, dijo la joven:
Quiere usted vivir conmigo?
Nieves, la mi r sorprendi da, como si no comprendiese
sus pal abras.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A IO79
Me explicar,sigui diciendo ella.Yo necesito
mi lado una doncella de confianza, una confidenta, una
amiga, una persona que me acompae. . . Quiere usted
ser esa persona? No es una plaza de' cri ada, lo que le
ofrezco. For mar ust ed, en la apari enci a, parte de mi
servi dumbre, para justificar su estancia mi l ado; pero
en realidad, ser usted para m una compaer a, una
amiga. . .
VIII
Nieves, no la dej concl ui r.
Arrojse sus pies y le bes las manos, excla-
mando:
Qu buena es ust ed!. . . Est ar. si empre su l ado!. . .
Eso era lo que yo deseaba, pero no me atreva decr-
selo... Me concede ms, mucho ms de l oque le pi do!. . .
Gracias, seora!. . . Dios se lo premie!
Consuelo, la oblig l evant arse y la estrech en sus
brazos, diciendo:
Pues no hay ms que habl ar. Maana deja usted
esta vivienda y se traslada mi casa, donde har que le
preparen habitacin. Todo lo dems es cuent a m a, y lo
iremos arregl ando poco poco. Antes le he dicho que
confo en que aun ha de ser usted dichosa. En mi e m-
108o EL CALVARIO DE UN NGEL
peo est el hacer todo lo posible para que mis profecas
se cumpl an.
Y volvindose su esposo, le pregunt :
Apruebas lo que he hecho?
Cmo no?le respondi l . Todo lo que t haces,
hay que aprobarl o y admi r ar l o.
IX
Durant e el ant eri or dilogo, hab anse olvidado de Pe
riquito.
Buscronle por todas part es, y virole acur r ucado en
- un ri ncn.
El chicuelo' estaba l l orando.
Qu tienes?preguntronle.
El , mi r tristemente,, sus protectores,, y repuso:
Se han olvidado ustedes de lo que les supl i qu. . .
Les ped que no nos separasen de la seorita Nieves.
Y bi en. . .
Yo t ampoco quiero que nos separemos, dijo la
j oven. Peri qui t o ha sido para m un her mano, desde
que muri mi madr e.
El muchacho dirigile una mi r ada de gratitud y sigui
di ci endo:
A la seorita Nieves se la llevan ustedes su casa,
y m . . .
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A I o 8 l
Y t t ambi n, l e i nt errumpi Fer nando.
Es posible?
S, hombr e s. Por ahora sers nuest ro groom; des -
pues, si andando el t i empo te aplicas y te haces un hom
bre de provecho, nuest ra proteccin y nuest ro apoyo no
han de faltarte. Conque ya lo sabes; basta de vender ca
jas de fsforos. Desde maana vestirs librea.
Cmo pintar la alegra del pobre muchacho?
De buena gana abandonaba la vida avent urera que
hasta entonces haba seguido, por no separarse de Nieves.
Esta, le felicit abrazndol e, y abrazados lloraron de
gozo, como antes hab an llorado de dolor.
Los dos esposos, despidironse de ellos, r ecomendn
doles que no dejaran de ir su casa al da siguiente.
La recomendaci n era intil.
A la maana siguiente muy t empr ano, ya estaban all.
Aquel mi smo d a, t omar on posesin de sus nuevos
cargos.
Nieves, fu desde entonces la doncella de confianza de
Consuelo, la depositara de todos sus secretos, la que la
auxiliaba en todas sus empresas caritativas.
Tan desengaado hab a quedado su corazn, que no
volvi a ma r en su vi da, y envejeci y vivi si empre al
servicio de su protectora.
En cuant o Peri qui t o, de groom pas cri ado, y de
criado ayuda de cmar a de Espejo.
Al fin, acab por ser el mayor domo de la casa, cuando
T O MO n 136
1082 L C A V A R l O D E U N N G E L
mur i el que hab a y t uvo edad para ello, y su seor
t uvo si empre en l una ilimitada confianza.
Pod a t enerl a, porque aquel pobre ser abandonado,
estaba l fuertemente uni do por los lazos de la gra-
t i t ud.
CAPI TULO XXXVI
* El fruto del ori men
I
LUeg el da de la vista de la causa seguida cont ra
Faustino.
Como el cri men hab a excitado la curiosidad pbl i ca,
acudi la audiencia un gran contingente de curiosos.
Manuel saba que aquel da iba juzgarse su hijo.
Habalo ledo en los peridicos.
No quiso decir nada Qui t eri a y Pur a, pero deci -
dise asistir la vista.
Si ellas se hubi esen ent erado de sus propsitos, no le
hubieran permi t i do que los realizara.
Cuando por la maana t empr ano se visti con la r opa
de los das de fiesta, y se dispuso salir, su esposa sor
1084 EL CALVARIO DE UN NGEL
prendi da, pues desde el cri men de su hijo pasbase la
vida en casa, preguntle:
A dnde vas?
El no saba ment i r, y no acert responder.
No encont rando mejor salida, Contest:
Voy donde me conviene; pues qu no puedo yo
ent rar y salir cuando bien me plazca, sin pedirte t
permiso?
Bien, hombr e, bien
y
replicle Qui t ea. No tomes
Jas cosas de ese modo. Vaya un genio que has echado!
No insisti en sus pregunt as, pero cuando Manuel hu
bo salido y se qued sola con Pur a, dijo sta:
Me extraa la salida de mi hombr e. A dnde habr
ido?
Creo que no tiene V. motivos para alarmarse,le
contest la joven, pr ocur ando cal marl a.
A pesar de t odo, Qui t ea no estaba t ranqui l a, y pas
toda l maana muy inquieta.
Pareca como si el corazn le anunciase, una desgra
cia.
II.
Fer nando asisti la vista como testigo.
Como Cristina nombrl e en su confesin, fu llamado
decl arar, y aunque renunci most rarse parte en el
proceso, no t uvo ms remedi o que decir lo que saba.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MON J A 1085
Tambi n fu l l amada decl arar Consuel o, pero fu
renunci ada en vista de la expont anei dad de las decl ar a-
ciones de su esposo.
La culpabilidad de Faust i no, era t an evidente, que la
vista no pasara de ser una pur a frmul a, necesaria para
dictar sentencia.
Nadi e dudaba de que sera condenado.
Lo que todos estaban interesados en saber, era la clase
de pena que le apl i car an.
No faltaba qui en asegurase que sera condenado
muert e.
Y eso que i gnoraban uno de sus cr menes; el comet i -
do con Pur a.
Como Cristina no lo conoc a, no pudo menci onarl o en
su confesin, y no hubo qui en lo denunci ase la justi-
cia.
III
Constituyeron el t ri bunal , y con la sala compl et amen-
te atestada de curiosos, dio principio el acto.
Ent re los espect adores, hallbase el padr e del reo.
Manuel estaba lvido, desencaj ado.
Casi t uvo tentaciones de volverse su casa, pero una
fuerza superior su vol unt ad retenale all.
La aparicin del reo, fu sal udada con un mur mul l o.
1086 EL CALVARIO DE UN NGEL
Todos fijaron en l sus mi r adas.
Faust i no presentse sereno y sonri ent e, dando mus
tras de un cinismo repugnant e.
No hay ms que verle, para compr ender que ese
hombr e es un criminal, dijeron al gunos.
Lleva sus malos instintos ret rat ados en su sembl an
t e, aadi eron otros.
Juzgese lo que sufrira el pobre padr e, oyendo estos
coment ari os.
El dolor y la vergenza le agobi aban.
He hecho mal en veni r presenciar mi propia des
honra, dec ase.
Pero con una testarudez de que l mi smo no se daba
cuent a, permanec a all.
IV
El acto fu breve.
Despus de la lectura de las diligencias sumari al es,
comenz el desfile de testigos.
Las declaraciones de todos, fueron cont rari as al acu-
sado.
Est e, cont i nuaba t ranqui l o.
Ter mi nado el interrogatorio de los testigos, el fiscal
pronunci su di scurso, formul ando sus conclusiones.
Estas eran fatales para el reo.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A IO87
De ellas deducase que necesari ament e hab a de apli -
crsele la pena de muer t e.
Manuel , lloraba al orle.
No le fu posible contener su dolor por ms t i empo.
Los que est aban cerca de l, mi rbanse sorprendi dos,
preguntndose unos otros:
Quin ser este hombr e que t ant o parece interesar
se por la suerte del criminal?
Manuel oa estas pregunt as y faltbale valor para decir:
Ese hombr e que van condenar , es mi hijo. . .
Si tal hubiese confesado, de seguro le hubi er an tenido
compasin; pero l tema, por el cont rari o, que le des-
preciasen.
V
Despus, del fiscal, habl el abogado defensor.
Todos los esfuerzos de su elocuencia, fueron intiles
para interesar al t ri bunal y al audi t ori o en favor de su
defendido.
Este era antiptico todos, y aun se enagenaba ms
las generales simpatas, con sus repugnant es al ardes de
cinismo.
Mientras su defensor habl aba, el volva la cabeza para
mirar al pblico.
nicamente se t urb un poco, al ver su padre ent re
los espectadores.
1088 E L CAL VARI O D E UN N G E L
Ta n conmovedora era la expresin del pobre Manuel,,
que casi le dio lstima.
No volvi mi rar hacia aquel sitio.
Fer nando estaba casi tan i nqui et o como el pobre
padr e.
Ignoraba que ste estuviese all, y pensaba:
Le condenar n, y yo t endr que dar sus infelices
padr es, la triste noticia de su condena.
VI -
El presidente hizo el resumen de cost umbr e, formu-
lronse las pregunt as que tena que responder el j ur ado,
y este retirse del i berar.
El t i empo que t ard en r eanudar se la vista,- fu para
todos de ansi edad horri bl e.
Deseaban y t em an al mi smo t i empo, conocer la sen
tencia.
El ni co que segua est ando t ranqui l o, era el reo.
Parec a como si no le i mport ase su propia suert e.
Present se de nuevo el j ur ado, y procedise la lec-
t ura de sus contestaciones.
Todas eran afirmativas.
En su consecuencia, dictse veredicto de culpabilidad.
Esto no sorprendi nadi e.
Pero faltaba aun lo ms i mport ant e: la determinacin
de la pena que haba de i mponerse al cul pabl e.
E L MA N U S C R I T O D E U N A MONJ A I089
Tras breve deliberacin, at enuando un t ant o las con-
clusiones del ministerio fiscal, fu condenado cadena
perpetua.
Vil
Al acabarse la lectura de la sentencia, reson en la sa-
la un grito penet rant e, doloroso, indefinible.
Todos volvironse hacia el sitio donde aquel grito ha-
ba sonado, y vieron un hombr e que se* despl omaba
al suelo sin sentido.
Era Manuel .
El pobre no pudo acabar de or t ranqui l o la lectura de
la sentencia de su hijo.
Faust i no, por el cont rari o, habala escuchado sin pes-
taear.
nicamente perdi la sereni dad, cuando oy el grito
desgarrador lanzado por su padre.
Entonces inclin la cabeza sobre el pecho, como si le
agobiase el peso de su culpa.
Guando le sacaron de la sala para t rasl adarl e de n u -
vo su prisin, lloraba.
Eran las pri meras lgrimas que vert a.
Acaso el grito de su padr e, hubi era despert ado en l
el remordi mi ent o. . .
T O MO 11 137
I O g O E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Remordi mi ent o t ard o, que ya no poda devolverle ia
libertad perdida, ni r epar ar t odo el mal que con sus cr-
menes hab a causado.
VIII
Ent er ado de lo que ocurr a, Fer nando acudi en au-
xilio de Manuel , y en un carruaje le traslad su casa.
Al ver que ent raban al forjador, inmvil como un ca-
dver , Qui t ea y Pur a se asust aron.
No en vano el corazn me anunci aba una desgra-
cia!exclam la pri mera.
Y ent re sollozos, deca:
Slo me faltaba perder mi esposo, despus de ha-
ber perdido mi hijo.
Quiso saber lo que hab a pasado, y Fer nando no ere
y prudent e decirle la verdad.
Cmo haba de poder sufrir la pobre mujer tantos
y tan repetidos golpes?
A qui en lo revel todo fu Pur a, y la joven excla
m, al saber lo ocurri do:
^Quiera Dios que aquel desgraciado no sea tambin
causant e de la muert e de su padre!
Los mi smos temores abrigaba Espejo.
En verdad, el estado del forjador era gravsimo.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
IOO I
IX
Fu avisado un mdico toda prisa, para que presta-
se sus auxilios al enfermo.
El diagnstico del facultativo, no pudo ser ms des-
consolador.
No puedo hacer nada, di j o. La muert e de ese
hombre es segura. Se trata de un at aque cerebral inten-
ssimo, que no hay maner a de combat i r.
Sus pronsticos se cumpl i eron, desgraci adament e.
Manuel falleci las pocas hor as.
Antes de mori r, t uvo un moment o de lucidez, y revel
su esposa la triste verdad.
Condenado cadena perpet ua!excl am. Mi
nombre queda deshonr ado para si empre!
Perdnale!suplic Qui t eri a, arrodillndose j unt o
al lecho donde yaca su esposo.
El mori bundo compadecise de la pobre madr e, y
ablandado por sus splicas, mur i per donando su
hijo...
Algunos das despus, una cuerda de presi di ari os sa-
'a de Madri d en direccin Cdiz, donde se embar ca-
ran para Ceut a.
Entre aquellos presidiarios iba Faust i no.
I 0 Q 2 EL CALVARO DE UN NGEL
A Ceuta le l l evaban cumpl i r su condena.
A la puert a de la crcel hab a un grupo de curio
sos.
Ent re ellos veanse dos mujeres enl ut adas.
Er an Quileria y Pur a.
Faust i no las vio al salir y extremecise.
X.
La pobre madr e tendi hacia l los brazos, dicindole
ent re sollozos
-
Adis, hijo m o!. . . Tu padre te perdon al morir,
y yo t ambi n te perdono. . .
Las dos te perdonamos, agreg Pur a.
Los ojos de Faust i no, llenronse de l gri mas, y diri-
giendo una supr ema mi rada de despedida las dos
mujeres, mur mur :
Si las cosas pudi eran hacerse dos veces!
La cuerda de presidiarios desapareci lo lejos, y las
dos mujeres volvieron su casa.
A partir desde aquel d a, la pobre Quiteria no t uvo un
moment o de t ranqui l i dad.
. Const ant ement e pensaba en su esposo y en su hijo.
Si al menos hubi era tenido la esperanza de volver
abrazar ste l t i mo!
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1 0 0 , 3
XI
Como esta esperanza era imposible, Pur a no saba de
qu recursos echar mano para consolarla.
Pasados algunos meses, los peridicos dieron noticia
de una tentativa de fuga realizada en el penal de
Ceuta.
Los fugitivos, fueron sorprendi dos en el moment o de
escapar, di spararon sobre ellos y mat ar on t res.
Ent re los nombr es de aquellos tres, figuraba el de
tino. . .
Una vecina cometi la i mprudenci a de dar Quiteria
la triste noticia.
La pobre mujer no t uvo fuerzas par a soport ar aque
nuevo golpe.
Muertos mi esposo y mi hijo, deca, para qu
quiero yo vivir?
El deseo que expresaban estas desesperadas frases,
vise pront o satisfecho.
La pobre madr e cay enferma de pesar, y de pesar
muri en los brazos de Pur a, que fu par a ella una
hija.
Cmo no dejaba nadie en el mundo, la joven leg
cuanto posea.
1094 EL CALVARIO DE UN NGEL
J
De este modo, Pur a vino quedar otra vez sola, pero
en situacin i ndependi ent e.
Protegida si empre por Fer nando y Consuelo, vivi
consagrada su hijo, del que supo hacer un hombr e
honr ado y de provecho.
CAPI TULO XXXVII
La ni ca sombra ,
I
Como todo llega en el mundo, aun lo que nos parece
ms imposible y ms lejano, lleg, al fin, el da del r e-
greso de Esperanza y Ri cardo, y Renat o y Rafaela.
Los dos mat ri moni os, hab anse encont rado en Par s
y regresaban j unt os.
Cmo pintar la alegra de Matilde, Rosario y Pabl o,
y de Ins y Ger mn, cuando tuvieron aviso de la vuelta
de los que esperaban con tanta impaciencia?
Pareciles ment i ra tanta dicha.
Pero su gozo sufri un nuevo apl azami ent o.
. Los cuat ro jvenes, pasaban por Madri d su regre
so, y quisieron detenerse en la corte unos d as, para sa-
ludar Consuelo y Fer nando y Soledad y ngel.
. IO96 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
El deseo era muy nat ural y muy justo, y los i mpa
tientes padres no tuvieron otro remedi o que conformar
se con aquel nuevo ret raso.
II
No es necesario consignar que los dos mat r i mo-
nios fueron muy bien recibidos por sus amigos de Ma
dri d.
Fer nando y Consuelo, alojronles en su casa, y les
col maron de at enci ones.
Preci sament e mi esposa y yo, t enemos que trasla
darnos B.,djoles .Espejo;de maner a que haremos
el viaje j unt os.
La causa de aquel viaje, era una nueva satisac
cin.
Mercedes, estaba punt o desdar luz, y quer a que
sus protectores se hallasen j unt o ella en aquel dichoso
y delicado trance.
1
Cuando de tal asunt o habl aban, Soledad, que estaba
present e, sonrease con cierto orgullo, y most raba todos
su hijo, un hermoso beb de pocos meses, como dicien -
do: Nosot roshemos aprovechado mejor el t i empo.
Y mi raba ngel, con indecible expresin de ter
nur a.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA l 97
A los pocos das, Esperanza y Ri cardo, Rafaela y Re
nato y Consuelo y Fer nando, partieron juntos para B.
Soledad y ngel, quedronse en Madri d al cui dado
de la casa y de los negocios de sus protectores.
Al despedirles, la pri mera les dijo:
Avsenme ustedes en cuant o salga de su apur o Mer
cedes, y digan sta de mi part e, que si da luz una
nia, la qui ero para novia de mi hijo.
III
El arri bo de los viajeros B. , fu un acontecimiento.
Esperndoles en la estacin, estaban Pabl o, Mat i l de,
Rosario, Ins, Ger mn y Rogelio.
Mercedes no pudo ir muy pesar suyo, por su estado.
Cmo expresar la alegra de todos, al verse otra vez
reunidos?
Abundar on los abrazos, las caricias, las l gri mas, y
sobre t odo, las promesas de no volver separarse.
No, lo que es si ahora intentis de nuevo abando-
narnos,deca Pabl o sus hijos,no os lo consiento.
Si os marchi s, me voy con vosotros.
Y nosotras, agregaban Rosario y Mat i l de.
No habr caso, respondales el pi nt or, porque
venimos deseosos de descansar, de estar vuestro lado.
No ms viajes... por ahor a, aadi Esperanza.
La misma promesa hicieron Renat o y Rafaela Ins
TOMO II i 3 8
v
1
1098 EL CALVARIO DE UN NGEL
y Ger mn, con lo que todos dironse por cont ent os, ol-
vi dando lo que aquella separacin les hab a hecho su-
frir.
En la felicidad, se olvidan muy fcilmente los infortu-
nios.
IV
Algunos das despus, Mercedes dio luz una hermo-
sa ni a.
Los deseos de Sol edad, hab anse realizado.
Avisronla en seguida el fausto acont eci mi ent o, como
ella encarg, y al escribir en su nombr e y en el de su
esposo felicitando los felices padres, decales: No ol
vidis que la qui ero para novia de mi hijo; no os pesar
concederme desde ahora su mano, porque os aseguro
que mi hijo es muy guapo, y de seguro ser tambin
muy bueno y tendr mucho talento.
Consuelo y Fer nando, fueron los padri nos de la recin
naci da, como lo hab an sido t ambi n del hijo de Soledad
y ngel, y despus de hacer su ahijada un esplndido
regalo, volvironse la cort e, dej ando ms y ms ci-
ment ada la di cha de Mercedes y Rogelio.
Aquella hija con que el cielo bendeca sus amores, era
para ellos el colmo de la vent ura.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA IOQQ
Aunque un poco t arde, hab an consegui do, al fin, ser
completamente dichosos.
V
A los pocos meses, y casi al mi smo t i empo, tuvieron
lugar otros dos acontecimientos, que fueron otros dos
faustos sucesos.
Esperanza y Rafaela, dieron luz, la pri mera un ni o
y la segunda una ni a.
Pareca como si no hubi eran queri do ser menos que
sus amigas.
Aquellos dos angelitos, fueron l compl ement o de la
felicidad de aquellos dos hogares t ranqui l os y di cho -
sos.
Mi hijo, ser pintor como su padre, dec a Espe
ranza,y como su padr e t endr mucho talento.
Mi hija ser t an hermosa como su madr e, pen
saba Renato, y como su madre ser t ambi n muy
buena.
En aquellos dos seres, cifrronse desde entonces las
esperanzas y las ilusiones de las dos familias.
Ricardo, volvi su antigua act i vi dad, que las deli
cias del amor hab an amort i guado, y pint mucho y con
gran provecho, para ennobl ecer an ms el nombr e
y aument ar an ms la fortuna que hab a de legar su
hijo.
I 1 0 0 EL CALVARIO DE UN NGEL
En cuant o Renat o, por pri mera vez en su vida, sin-
tise ambicioso de sus ri quezas, por amor su hija.
VI
Hab a que ver Pabl o meciendo al sol su nietecillo,
en la galera del castillo, regalo de Ivona, donde defini
t i vament e se hab an i nst al ado; y hab a que ver Ger
man pasear en sus brazos la hija de sus sobrinos,
por las enar enadas calles del j ard n de la casa de R e
nat o.
Guando las dos familias se visitaban, lo que tena lu-
gar con mucha frecuencia, ent abl banse serias discusio
nes acerca de los mritos y belleza de los dos nios.
A veces, encont rbanse presentes Mercedes y Rogelio,
y echaban t ambi n su cuart o espadas, recl amando la
pri mac a para su hija.
Aquellos hermosos egosmos, no eran sino la natural
expansi n de la felicidad que todos embargaba.
En ms de una ocasin, parodi ando los proyectos d e
Soledad respecto la hija de Rogelio, Ri cardo deca
Renat o:
Qu dicha si algn da tu hija y mi hijo, llegaran
casarse!
Quin sabe!respond a el esposo de Rafaela,
qui en no disgustaba la idea, Cosas ms difciles hay.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 1 0 1
VII
A qu seguir pi nt ando el cuadr o de la felicidad de
aquellos seres, que al fin hab an conseguido ser dicho-
sos, despus de haber sido t an desgraciados?
Con lo que ant ecede, basta y sobra para que nuestros
lectores puedan formarse idea de ella.
Claro que en aquella felicidad hab a t ambi n som
bras.
No hay dicha en que no las haya.
Aquellas sombr as, eran precisamente ms densas en
los que eran ms dichosos, por lo mi smo que habari
sido ms desgraciados.
Para Matilde y Esperanza, era una sombra que obs-
cureca el cielo de su vent ura, el recuerdo de don Gui-
llermo
No le guar daban rencor, y hubi eran deseado hacerle
partcipe de su vent ur a.
Desde que desapareci de B de un modo tan i mpre-
visto, no hab an tenido noticias suyas.
Habr muert o?pregunt banse. Se habr arre-
pentido de sus pasadas faltas?
La i ncert i dumbre, el no poderse contestar estas pre-
gunt as, era lo que les at or ment aba.
I 1 0 2 EL CALVARIO DE UN NGEL
Tampoco hab an vuelto tener noticias de Ivona, y
t ambi n acordbanse mucho de ella, sobre todo Pabl o:
pero este recuerdo no les entristeca, les al egraba, porque
iba si empre uni do l, el dulce sentimiento de la gra
t i t ud.
E P L O G O
C A P I T U L O P R I M E R O
Pensando en la muerte
I
Las doce daban en los relojes de Opor t o, y el sonido
metlico de las campanas, en el silencio de la noche,
difundase hasta los extremos ms apart ados dl a popu-
losa ci udad.
Los habitantes de Oport o, poblacin esencialmente
mercantil, no t rasnochan: necesitan acostarse t empr ano
para madr ugar al da siguiente y dedicarse sus nego-
cios.
Esto haca que, pesar de no ser muy t arde, las calles
estuvieran casi desiertas,.
Adems, la t emperat ura no convi daba pasear se-
mejantes horas. Haca un viento hur acanado muy fro,
I T04 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
densas nubes cubr an el firmamento y todo presagiaba
prxi ma t empest ad.
El muelle estaba ms solitario an que las calles, y su
soledad y su silencio eran i nt errumpi dos ni cament e por
el lejano y sordo r umor del r o, que pareca rugir airado
al mezclar sus obscuras aguas con las azuladas ondas de
mar .
El Duero, hab a aument ado consi derabl ement e su
caudal con las l t i mas lluvias, y amenazaba desbordarse
por sus frtiles r i ber as, llevando en pos de s la desoa
cin y la rui na.
II
A tales horas, y por lugar tan apart ado y solitario, un
caballero anci ano, elegantemente vestido, transitaba sin
fijarse, al parecer, en nada de cuant o le r odeaba, sin
que le amedrent asen en su paseo, ni el peligro de la
t empest ad, ni lo desapacible de la noche.
Cami naba muy despacio y maqui nal ment e, sin r umbo
fijo, dirigindose tan pront o hacia la izquierda como ha-
cia la derecha al frente.
Todo revelaba en l, que iba entregado profundas
meditaciones y posedo de febril preocupaci n.
De vez en cuando detenase, pronunci aba al gunas pa
l abras ininteligibles, mova los brazos con ademn enr-
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I 105
gico, como si hablase con algn ser i magi nari o, y luego
reanudaba su marcha para volver detenerse los po-
cos pasos.
Cualquiera hubi ral o t omado por un loco, a n o fijarse
en la expresin de su rostro pl i do, expresin amar ga,
triste, dolorosa; pero t ranqui l a.
Su estado era ms bien de ensi mi smami ent o y at on a,
que de exaltacin.
Una de las veces que se det uvo, para razonar consigo
mismo en voz alta, sobre el objeto de sus preocupacio-
nes, sus frases fueron ms ininteligibles.
Hablaba en correcto espaol, y dijo:
Es la mejor solucin, la ni ca. Despus de t odo,
para qu qui ero vivir? Qu atractivos tiene para m la
vida? Mientras tuve di nero, pude bur l ar me del desprecio
del odio que inspiro; pero pobre, sin recursos de ni n-
guna clase y en un pas ext rao, qu porveni r me aguar-
da? La miseria, y la miseria se aviene mal con mi ca-
rcter altivo y ambicioso. Por l i brarme de ella, he hecho
lo que he hecho, y no estoy arrepent i do Si mil veces me
encontrase en las mi smas ci rcunst anci as, mil veces vol-
vera obrar del mi smo modo. El arrepent i mi ent o no
cabe en m ; sera una debilidad, y por t emper ament o
TOMO II j 3 g
III
I i c 6 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
soy refractario todas las debilidades. He l uchado con
tra todo y contra todos, atento ni cament e mi inters;
hoy que la suerte me vuelve la espal da, ant es que ren
di r me, prefiero sucumbi r . Tambi n en el vencimiento
puede haber grandeza y dignidad y orgullo.
IV
Sigui andando, para de nuevo detenerse poco, y
excl amar:
Qu ms quisieran ellos, sino que yo me humillase
para gozarse en mi infortunio con hipcritos alardes de
fingida generosidad! Mi esposa, mi hija, mi cuado,
cuant os se tienen por vctimas de mis mal dades, y no
fueron sino i nst rument os de mis planes, celebraran mi
der r ot a, dndol e el nombr e de castigo... Nol es propor
ci onar ese placer! As como desaparec de su lado
cuando me convi no, desaparecer ahora del mundo,
puesto que as me convi ene. Que no vuelvan saber de
m ; que ignoren si empre cual ha sido el desenlace de mi
vi da. As como no quiero tener noticias de su felicidad,
no quiero t ampoco que ellos las tengan de mi desgracia.
Y sonriendo si ni est rament e, agreg:
El opul ent o banquer o don Gui l l ermo Past or, no
vive ya para ellos, y dent ro de poco no vivir ya para
nadi e.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA IIO7
V
Por las l t i mas pal abras, compr ender n nuestros lec-
tores quin era aquel caballero.
Cmo haba llegado don Gui l l ermo aquella deses -
perada situacin?
Sigamos escuchndol e, y l mi smo nos lo di r.
Bien mi rado, prosi gui , despus de una breve
pausa, todo cuant o me ocurre me est bien empl eado;
lo merezco, no por mis cr menes, como ellos di r an, sino
por mi estupidez. Quin me mandaba desprenderme
de la dote de mi hija, que constitua la mayor parte de
mi fortuna? Un instante de debilidad que yo est pi da-
mente traduje por un i mpul so de remordi mi ent o, me ha
bastado para per der me. Bueno que huyer a de B. para
no verme derrot ado y perdi do; pero, por qu no hui r
con todas mis riquezas? Ot ra sera hoy mi suerte. Tuve
que conformarme con el resultado de la liquidacin que
me envi mi apoderado; una bonita suma, pero insufi-
ciente para qui en, como yo, estaba acost umbr ado ma
nejar millones. Sucedi lo que hab a de suceder necesa-
riamente: quise enri quecerme de nuevo, y como mi ca-
pital no era tan slido como ant es, al pri mer embat e
contrario de la suert e, vacil Hoy estoy ar r ui nado,
completamente ar r ui nado, y no me queda otro recurso
I I 08 E L CAL VARI O D E UN N G E L
salvador que la muert e. Me he empobreci do en los ne
gocios, como en los negocios me enriquec. Si tuviera
recursos, volvera an probar fortuna, pero sin dinero
no puede hacerse nada.
Y de sus labios se escap un suspi ro, no de resigna
cin, sino de clera.
No creemos necesario aadi r nada ms, para que se
compr enda lo que hab a sido del banquero desde su
desaparicin de B. , hasta que volvemos presentarlo
nuest ros lectores.
VI
Como si fuese nat ural consecuencia de las anteriores
reflexiones el deseo de poner cuant o antes fin su sita
cin, don Gui l l ermo apret el paso.
Dirase que repent i nament e hab a vuelto la vida, y
aunque su propsito era suicidarse, levantse el cuello
del gabn para resguardarse del fro, como si temiese
constiparse.
Ya no se detena, sino que avanzaba rpi dament e por
el muel l e, en direccin la desembocadura del ro.
El sordo r umor produci do por ste, era cada vez ms
perceptible.
Aquel r umor , lejos de r omper el l gubre silencio de
aquellos sitios, por el cont rari o, pareca acent uarl o an
ms, hacindolo ms ttrico.
EL M A N U S C R I T O DE U N A M O N J A I I O g
Era como un l ament o prol ongado de las aguas, con-
denadas arrast rarse sobre los guijarros del fondo, para
ir perderse en las i nmensi dades del mar .
Del mi smo modo, la vida es un ro que cont ra su vo -
Juntad corre ms aprisa de lo que qui si era, para ir
perderse en las i nmensi dades infinitas de la muer t e.
VII
Lleg, por fin, don Gui l l ermo, al sitio donde las aguas
del ro, saltando por encima de la frgil barrera formada
por la movediza ar ena, se precipitaban en el mar .
El rui do era all ensordecedor, i mponent e.
Ningn sitio mejor para mi obj et o, mur mur el
banquero. El r umor del ro apagar aqu el de la det o-
nacin, y aunque mi mano sea ms dbil ms torpe
que mi vol unt ad, y no acierte qui t ar me la vida de una
vez, como nadie podr acudi r eri mi auxilio^ cuando me
encuentren habr dejado ya de existir.
Parse n moment o cont empl ar la encrespada s u-
perficie de las olas, que se perda lo lejos hasta des-
aparecer en las negruras de la noche, y bal buce:
Mi deseo es que m i cadver no pueda ser identifi -
cado, fin de que los que me conocen y podr an al e-
grarse de mi muer t e, no tengan noticia de ella. Par a
conseguirlo, no tengo que hacer otra cosa que dest rui r
I I I O EL CALVARI O DE UN NGEL
todos mis document os. Por mi cara ni cament e, no es
fcil que haya qui en me reconozca.
Y sacando su cartera y cuant os papeles tena en l os
bolsillos, lo arroj todo al agua.
Fu hacer lo mi smo con el reloj, el alfiler de la cor-
bat a, las sortijas y cuant os objetos de valor llevaba en
ci ma, pero se cont uvo, mur mur ando:
No. Para qu? Vale ms que alguien se aproveche
de ello.
VIH
Con la mi sma t ranqui l i dad que si se propusi era ni
cament e cont empl ar el medroso i mponent e espectculo
que ofrecan su vista el mar encrespado, el ro crecido
y las nubes amenazador as, sentse en el suel o, quitan
dose el abrigo y ponindoselo debajo para que le sirviese
de asiento.
Una vez sent ado, inclin la cabeza sobre el pecho y
quedse pensat i vo. . .
La meditacin dur al gunos mi nut os.
Sacle de ella, el soni do. de la campana de u reloj
que dio la una.
A pesar de hallarse muy distante de la ci udad, en el
silencio de la noche el soni do del reloj lleg hasta l
claro y perceptible.
Es necesario concl ui r, bal buce. Ani mo!
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I I I I
Permaneci an pensativo unos instantes.
Al fin, sali definitivamente de su abst racci n.
Sac de uno de sus bolsillos una pistola, la exami n
det eni dament e como para convencerse de que estaba
bien cargada, y el tiro no poda fallar, y amart i l l ndol a,
la aplic una de sus sienes.
C A P I T U L O I I
Oliveiro
I
Don Gui l l ermo no estaba tan solo como crea.
Si se hubiese t omado la molestia de dirigir en torno
suyo una mi r ada, hubi era visto pocos pasos de distan
cia de l, una joven que le mi raba at ent ament e.
Una joven hemos dicho y hemos dicho mal: era mejor
una ni a.
Segn lo poco que en la obscuri dad de la noche dis
tinguase, poda asegurarse que aquella ni a no contara
ms all de catorce qui nce aos, que era rubi a y her-
mosa y que vesta mi serabl ement e.
Llevaba los pies desnudos y la cabeza descubierta, y
sus despei nados cabellos flotaban impulsos del viento.
EL CALVARIO DE UN NGEL I I j 3
Cuando el banquero lleg aquel sitio, ya se hallaba
ella all.
Estaba sentada en el suelo, con las manos cruzadas
sobre las rodillas y la cabeza inclinada sobre el pecho.
Al ms leve r umor , estremecase y mur mur aba:
Cuanto t arda hoy!. . . Si no vendr!
II
Cuando vio aparecer lo lejos la figura del banquer o,
psose en pi precipitadamente y avanz algunos pasos,
exclamando con alegra:
El es!. . . Al fin!... Gracias, Dios m o!
Pero se det uvo de pront o, diciendo:
No, no es l . . . Oliveiro no es tan al t o. . . Ser Tor -
cuato?... Tampoco. . . Me dijo que hoy no volvera hasta
el amanecer. A pesar de la mal a noche que hace, ha sa-
lido echar las redes. Dios qui era que no le ocurra al -
guna desgracia!... Quin ser?
Y retrocedi, sin dejar de observar al recin llegado.
Su rostro triste y hermoso, reflejaba la curi osi dad.
Parece un caballero, sigui mur mur a ndo. Es
extrao! Qu viene hacer un caballero este sitio,
tales horas y con esta noche?. . .
Y sigui observndol e at ent ament e, sin perder uno
solo de sus movi mi ent os.
TOMO II 140
I I 14 &L CALVARIO DE U N NGEL
La obscuri dad de la noche favoreca su espionaje, im
pidindole ser descubierta.
En su curi osi dad, aunque pr ocur ando no hacer ruido,
t uvo el at revi mi ent o de ir acercndose hasta colocarse
muy pocos pasos de distancia del banquer o.
TU
Con asombro creciente, la ni a observ todos los pre-
l i mi nares que se entreg don Gui l l ermo antes de po
ner en prctica su propsito de quitarse la vida y que ya
conocemos.
Parecile todo aquello tan ext rao, que lleg mur-
mur ar :
Estar loco?
Como at ra da por una fuerza irresistible, iba acercn-
dose l l ent ament e.
En el moment o en que don Guillermo aplic su sien
el can de la pistola despus de haberl a amart i l l ado, la
ni a estaba casi j unt o l.
Aquella ar ma lo explic todo la joven.
Adivin el propsito del caballero y lanz un grito de
espant o en el moment o mi smo que el suicida di sparaba.
Don Guillermo oy aquel grito, tembl su mano y el
tiro sali, pero sin herirle; rozando no ms su frente*
Sin embargo, repondi al grito de espanto de la des-
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I 1 1 5
conocida, con otro grito de dolor, y cay al suelo sin
sentido.
La joven, se precipit sobre l, pero al verlo i nmvi l ,
retrocedi asust ada, mur mur ando:
Muerto!
Y ech correr, poseda de t error.
IV
En aquel preciso i nst ant e, apareci en aquellos solita-
rios lugares, un tercer personaje.
Era un joven de apuesta y gallarda figura, envuelto en
un largo chubasquer o, cuyo capuchn cubrale la ca-
beza, i mpi di endo distinguir bien sus facciones.
El capuchn y el chubasquero no estaban de ms,
pues comenzaron desprenderse de las nubes, gruesas
gotas de agua, precursoras de la t empest ad, cuyos pri -
meros fragores percibanse lo lejos como un aviso.
El joven vio hui r la nia y le sali al encuertro y la
suget cari osament e por los brazos, dicindole:
Mi Constanza! Por qu huyes?
Hablle en portugus, y ella respondile en el mi s mo
idioma, pero habl ndol o con menos correccin y pu-
reza.
Mi Oliveiro!contest t embl ando. Al fin, eres
t! .. Cunto te agradezco que hayas venido! Te aguar-
I I l 6 EL CALVARIO DE UN NGEL
daba i mpaci ent e; todas las noches te aguardo lo mismo,
pero hoy ms que otras. Si supi eras!. . . Vamonos de
aqu !
Por qu?
Vamonos!
Per o. . .
Tengo mi edo!
Miedo estando yo tu lado?
Y rodendol e con un brazo la ci nt ura, la estrech con
t r a su corazn.
V
En vez de resistirse aquella prueba de cari o, Cons
tanza abandonse en los brazos del joven, y rompi
llorar.
Tengo mucho miedo!repiti, con quej umbroso
acent o de ni a mi mada. Ah cerca hay un hombr e. . .
Quin es?pregunt Oliveiro con desconfianza.
No s. . . Un hombr e muer t o. . .
Muerto, dices?
S . . . Se ha mat ado. . . Yo he visto como s mat aba. . .
T?
Qu horror!. . . No pude i mpedi rl o. . . Dispar la
pistola ant es de que llegara junto l . . . Cay al suelo y
est i nmvi l . . . Se ha mat ado! . . . Yo hu porque me dio
mucho mi edo. . . Mucho!. . . Vamonos de aqu !
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I 117
Y tiraba del joven, como para alejarle de aquel sitio.
Oliveiro, no se movi .
Lo que haces, es indigno de t, Constanza, dijo
gravemente. No debemos hui r, sino al cont rari o; de
bemos ver si ese hombr e est muert o real ment e, para si
no lo est, prestarle los debidos auxilios. Dnde se
halla?
All,respondi ella, seal ando el sitio donde es-
taba don Gui l l ermo.
Ven conmi go.
No me at r evo. . .
Ven y no t emas.
Pero, tendrs valor para acercart e l?
Ya lo creo.
Aunque est muerto?
El joven se ech reir.
Buen mdico sera, repuso, si me asust aran los
muertos.
VI
Acercronse los dos don Gui l l ermo.
Sin poder vencer del todo su mi edo su repugnanci a,
la joven se qued apart ada algunos pasos.
Oliveiro, por el cont rari o, arrodillse j unt o al cuer po
inmvil del banquer o, y le puso una mano sobre el co-
razn.
I I 18 EL CALVARIO DE UN NGEL
Est e hombr e no est muerto, dijo. Su corazn
pal pi t a.
El mi edo de Const anza, desapareci como por encanto,
No est muerto?exclam acercndose. Pues en
tonces ya no me inspira tanto t emor.
Los dos convencironse de que en efecto don Guiller
mo viva.
El joven le exami n r pi dament e, y mur mur :
Es ext rao! No parece que est heri do de grave
dad. Qu le ha hecho, pues, perder el conocimiento?
Sigui exami nndol e, y aadi :
Aqu es imposible asistirle. Adems, empieza
arreci ar la lluvia. Necesitaramos llevarle alguna parte.
A dnde?pregunt . Const anza.
Qu s yo!
Los dos estaban perplejos indecisos.
No saban qu hacer.
Est oes grave,dijo Oliveiro, despus de una breve
pausa. Abandonar este pobre hombr e no est bien.
Sera una falta de humani dad.
Puest o que vive,asinti Const anza, debemos au
xiliarle.
S , pero el caso es que eso puede cost amos caro.
Por qu?
Segn t dices, este hombr e ha at ent ado contra su
vi da.
S . . .
E L M A N U S C R I T O D E U N A MO N J A 1 I I g
Quin te dice que no t omen por tentativa de asesi -
nato, lo que ha sido intento de suicidio? Y en ese caso
podran creernos los cri mi nal es.
Es verdad.
Lo mejor sera dar part e, pero t ampoco podemos,
porque entonces descubri r amos mi presencia en este s i -
tio, y ya sabes que no me convi ene.
De ni ngn modo?
Qu hacer?
Y de nuevo quedronse silenciosos y pensativos.
Al fin, pareci que Oliveiro t omaba una resolucin.
El deber no es ms que uno, di j o, con energa, y
el deber ha de cumpl i rse si empre.
Qu quieres decir?le pregunt Constanza.
Que nuest ro deber es auxiliar ese desgraciado, y
hemos de cumpl i rl o.
De qu modo?
No se me ocurre ms que un medi o.
Cul?
A qu hora vuelve Tor cuat o tu choza?
Al amanecer.
Disponemos de t i empo suficiente para llevar ella
este hombr e y curarl e.
Y despus?
Despus. . . all veremos. Lo pri mero es salvar su
; vida, y para conseguirlo no hay t i empo que perder.
I Y si nos compromet emos?
1 1 2 0 EL CALVARIO DE UN NGEL
' Aunque nos compr omet amos. Ya ves que en ltimo
caso, yo soy el que ms pi erdo y el que ms me ex
pongo; pero no i mport a; lo pr i mer o es lo pr i mer o.
.Qu bueno eres, mi Oliveiro!exclam con orgullo
la j oven. No es extrao que yo te qui era t ant o; lo me
reces.
El , respondi estas pal abras con una sonrisa.
Aydame, di j o.
Y cogiendo don Gui l l ermo por debajo de los brazos,
le indic que ella lo cogiese por los pies.
Const anza, le obedeci, y echaron andar , llevando
de este modo el cuerpo del suicida.
La lluvia era abundant e, amenazando convertirse en
torrencial.
La azul ada cl ari dad de los rel mpagos, i l umi naba
intervalos la obscuri dad del firmamento, y al lejano re-
t umbar del t r ueno, un ase el sordo r umor . de l ro y el
mur mul l o de las olas.
CAPI TULO III
Bajo t echado y bajo l as nubes
I
No lejos del sitio donde tenan lugar estos sucesos, en
un recodo del r o, entre juncos y caaveral es, levantba-
se una modesta casucha, que ms que casa, era una mi -
serable choza de tablas mal uni das, cubi ert a con hoja-
rasca.
Los dos jvenes, llegaron con su carga ante aquella
humilde habi t aci n.
Ambos est aban sudorosos, fatigados.
El agua caa ya t orrent es, empapando sus ropas.
Tienes la llave? pregunt Oliveiro.
S, respondi Constanza.
Pues abre en seguida y ent remos.
TOMO n 141
I 1 2 2 EL CALVARI O DE UN NGEL
La joven se apr esur obedecerle.
Dejaron en el suelo el cuerpo de don Gui l l ermo, eia
sac una llave de uno de los bolsillos de sus harapientas
vest i duras, abri con ella la puert a de la casucha, y en-
t r di ci endo:
Espera que encienda luz.
Volvi salir poco, y dijo:
Ent r emos .
Cargaron de nuevo con el cuerpo de don Guillermo, y
ent r ar on.
La casa no const aba ms que de tres habitaciones:
una que baca las veces de sala comedor y cocina, y dos
dormi t ori os.
Los muebl es de la pr i mer a, eran escasos y pobres.
En uno de los ri ncones, estaba el hogar, en el que ar-
d an aun al gunas brasas.
Dnde le acostamos?pregunt el j oven.
En mi cama, respondi Const anza; en la habita
cin de la derecha.
Y desaparecieron por una puert a, cubierta por un gi
r on de cort i na, viejo y descol ori do.
II
Todo el mobiliario de aquella segunda habi t aci n, re
duc ase una silla y un jergn t endi do en el suelo.
^EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I I 23
En la pared hab a pegada una est ampa de la Virgen.
Depositaron D. Guillermo sobre el jergn, y Cons-
tanza sali buscar la luz.
Volvi ent rar en seguida, puso la luz sobre la silla,
arrodillronse los dos juntos al suicida, y comenzaron
curarle.
Oliveiro empez por reconocerlo det eni dament e.
No le encont r heri da al guna de gravedad.
Slo tena una pel adura en la frente, produci da por el
roce de la bala.
Es ext rao!repet a. No acierto c ompr e nde r
lo que obedece su desmayo.
Fijse entonces en que el banquero tena la part e s u-
perior del rostro ennegrecida por el fogonazo de la pi s-
tola, y se extremeci, como si aquello le diese la explica
cin de t odo.
Qu sucede?preguntle ella, not ando su ext reme-
cimiento.
Nada, respondi l.Dios qui era que este infeliz
no tenga que l ament ar una de las mayores desgracias
que pudi eran ocurri rl e.
Y como para evitarse el dar nuevas explicaciones,
aadi:
Curmosl e, y pr ocur emos devolverle el sent i do.
Orden Constanza que le llevase agua fresca, y con
ella lav cui dadosament e el rostro de don Gui l l ermo, el
J 124 EL CALVARIO DE UN NGEL
cual , al sentir la impresin del agua fra, hizo un ligero
movi mi ent o.
Ya vuelve en s , bal buce Oliveiro.
Los dos jvenes, quedronse cont empl ndol e con an-
si edad.
III
Mi ent ras esta escena se desarrol l aba en el i nt eri or de
la casucha, dos hombr es llegaban caballo al sitio don-
de hab a tenido lugar el encuent ro de los dos jvenes.
Vaya una noche de perros!exclam uno de ellos,
echando pi tierra.
Ya se lo previ ne, seor, respondi el otro;pero
V. se empe en veni r. . .
Er a preciso; as lo exiga mi t ranqui l i dad.
Sin embar go, dispense V. que, una vez ms, le diga
que considero este paso compl et ament e intil.
Qui n sabe!
Si Tor cuat o posee ver dader ament e el secreto que V .
desea descubri r, no lo revelar de buenas pri meras.
.. Yo sabr obligarle que lo revele.
Lo dudo.
Tengo muy buenos argument os para convencerle;
ar gument os que convencen cual oui era. Pri mero mi
or o.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I 125
^No si empre el oro sirve para consenguir lo que se
desea. Hay cosas que no se compr an con l, y hay hom
bres que l no se venden.
Pues si mi oro no consigue nada, tengo mi revlver.
Tampoco ese argument o es infalible. Hay qui en no
tiembla ant e el can de un revlver, por amenazador a -
mente que ste le apunt e.
IV
Estas objeciones parecan cont rari ar sobremanera al
que pri mero hab a habl ado.
Era un caballero como de cuarent a y cinco aos, de
aspecto elegante y distinguido.
Su rostro era si mpt i co, pesar de la expresin de du-
reza que lo ani maba.
Su acompaant e tena todas las trazas de un sirviente.
Qudat e aqu cui dando de los caballos,dijo el
pri mero.
Insiste V. en ver Torcuat o?pregunt el s e- '
gundo.
S.
Pinselo V. bi en, seor. Puede ser una i mpr udenci a
de la que luego se arrepi ent a.
No i mpor t a. '
Se lo aconsejo por su bi en. . .
1126 EL CALVARI O DE N NGEL
Basta!
El criado sal ud con una humi l de reverenci a.
Dispense V. , bal buce, si me he at revi do re-
plicarle; pero el inters que me inspira y si empre me ha
i nspi rado. . .
Lo s, Rodolfo, lo s, le respondi el caballero,
tendindole una mano, como pudi era hacer con un
ami go. Yo soy en todo caso el que debo pedirte t
que me perdones por mis exabrupt os. Pero ya sabes que
tengo motivos para estar muy exci t ado. . . Dispnsame!
V
Aunque resguardados amo y criado por sus imper-
meabl es, la lluvia calbales ya hasta los huesos.
Puest o qne insiste V. en ir, dijo Rodolfo,vaya y
vuel va cuant o ant es, seor; aqu le espero.
Siento que tengas que esperarme a l a intemperie,
con la noche que hace, le respondi su amo.
Qu remedio?
Dices bien. Pr ocur ar no hacert e esperar dema-
si ado.
No se apr esur e V. por m .
Hast a luego.
Hast a la vuel t a, seor.
El cabal l ero, alejse en direccin la casucha donde
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I 127
los dos jvenes hab an conduci do don Gui l l ermo, y
Rodolfo refugise debajo de un rbol , al tronco del cual
at los dos caballos.
La t empest ad estaba en todo su apogeo.
La lluvia era torrencial, y los t ruenos y los rel mpa
gos sucedanse casi sin i nt errupci n.
El fragor de la t orment a, sobrepon ase al sordo r umor
de las aguas del r o.
Apenas el caballero hubo desapareci do, Rodolfo,
abandonando el refugio que haba buscado bajo las r a -
mas del rbol , ech correr haci a el muel l e, despre-
ciando la lluvia.
Torcuat o no debe estar aun en su casa, iba di -
ciendo. Aun que hace t an mal a noche, es posible que
est en su barca esperando que la t empest ad cal me para
hacerse la mar . Si yo pudi era verle antes de que re
grese su choza y habl e con mi seor!. . . De este modo
evitara un verdadero conflicto.
Y segua corri endo sin hacer caso de la lluvia que le
empapaba la r opa, ni del viento que le azotaba el r os -
tro.
De pronto det vose.
Hasta l lleg r umor de voces.
I 128 EL CALVARIO DE UN NGEL
Ser l que vuelve con sus compaer os, mur mu-
r, desi st i endo de salir echar las redes en vista de ia
noche que haca?. . . Ojal! Si es l, el cielo me lo enva,
sin duda, para que cumpl a lo que creo un deber de con
ciencia.
VII
Aparecieron tres hombr es, tres mar i ner os, mejor
aun pescadores, juzgar por su traje.
Cami naban muy apri sa, y sostenan el siguiente di-
logo:
Mal a noche para nuest ro oficio.
Tan mal a que no t enemos otro remedi o que renun-
ciar salir con nuest ras barcas.
Como que si salimos nos exponemos mori r.
Y si no salimos t ambi n; porque si hoy no pesca-
mos, de qu comeremos maana?
Los tres callaron unos instantes.
Desengaaos, dijo tras una breve pausa uno de
ellos, r eanudando la conversaci n. No nos quedar
ms remedi o que salir al amanecer , aunque no amaine
la t orment a, y sea lo que Dios qui era.
S , no nos queda otro r emedi o, afirmaron los otros
dos.
A qu hora, pues, nos reuniremos?
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA
I I 29
A la que t qui er as, Tor cuat o.
A las cinco?
Bien, sea las cinco.
Pues descansar, y hasta luego.
Adis.
Igualmente.
Buenas noches, ami gos.
Buenas noches, Tor cuat o.
Separse de ellos el l l amado Tor cuat o, que era el ms
viejo de los tres, y se dirigi su casa.
Los otros tres, siguieron andando en direccin opuest a.
Rodolfo, que hab a oido muy bien todo l que ant e-
cede, ech andar det rs del pr i mer o, mur mur ando:
El es!. . . Estamos salvados!
Y cuando se convenci de que los otros no pod an
verle ni oirle, se acerc Tor cuat o, y le llam por su
nombre.
Este volvise sorprendi do, pr egunt ando:
iQuin llama?
Ya no me conoces?le dijo Rodolfo, poni ndose
delante de l.
Torcuato le mi r fijamente.
TOMO 11 142
VIII
EL CALVARI O DE UN NGEL
No recuerdo habert e visto en mi vida, respondi,
encogindose de hombr os.
Mal a memori a tienes.
Memori a de viejo... Adems, cmo quieres que te
reconozca, si con esta obscuri dad no te veo?
Ti enes razn.
Per o seas qui en seas, que eso i mport a poco, si tie
nes algo que deci rme, dilo pr ont o, pues estoy deseando
llegar mi casa para guarecerme de la lluvia. Siquie
res acompaar me ella. . .
Graci as.
Como gustes.
IX
Acercse aun ms Rodolfo su interlocutor, y ha
blndole en voz muy baja, le dijo:
Escchame, pues tengo cosas muy i mport ant es que
decirte. Ya que t no me recuerdas, empezar por de
cirte qui en soy. Soy Rodolfo.
Rodolfo!exclam Tor cuat o.
El mi smo.
A qu vuelves por aqu despus de tan larga au
sencia?
A acompaar mi seor.
D. Rai mando est aqu?
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA ' I 13 1
S.
Dnde?
En tu casa.
Para qu?
Para arrancart e el secreto que te fu confiado.
No lo consegui r.
As lo espero, pero por si acaso, para que ests pre
venido, he queri do avisarte.
Gracias.
Ahora ya sabes lo que tienes que hacer.
Callar todo t r ance. . .
Just ament e.
Puedes estar t r anqui l o.
Ahora ve tu casa; mi amo te esper a.
T no vienes?
- No . . .
v
Te quedas aqu con la noche que hace?
Tengo que cui dar de los caballos en que hemos ve -
nido.
- - Pues hasta la vista.
Adis.
Despidironse con un fuerte apret n de manos.
D. Rai mundo en mi casa!iba repitiendo Tor cua-
to, como si no se atreviese dar crdito semejante no-
ticia.
En cuant o Rodolfo, volvi donde est aban los ca-
ballos, di ci endo:
I I 3 2 EL CALVARI O DE UN NGEL
Creo que he conseguido conj urar el conflicto, de
moment o, a menos. Ms vale as. Si llegara descu-
brirse la verdad, el mal sera i rremedi abl e.
Y envolvindose bien en su chubasquer o, se refugi
bajo la copa del rbol .
CAPI TULO IV
Don Raimundo de Ribeira ~
I
Los dos jvenes no se equi vocaron, don Gui l l ermo c o -
menz volver en s.
Tar d en recobrar por completo el sentido, pero lo
recobr por l t i mo.
Al abri r los ojos, las pupilas de stos, apareci eron ho-
rrorosament e ensangrent adas.
El fogonazo de la pistola se las hab a quemado.
Comprendi ronl o as los dos jvenes, solo con verl e,
y lanzaron un grito de espant o.
Lo que yo t em a, bal buce Oliveiro. Ya est ex-
plicado su desmayo.
Don Gui l l ermo incorporse sobresaltado.
1 1 3 4 EL CALVARIO DE UN NGEL
Qu es esto?balbuce.Qu me ha pasado
m ?. . . Qu dolor en los ojos!. . . No veo nada. . .
Y como si los recuerdos fuesen acudi endo su me-
mori a, aadi , con ansi edad creciente:
S . . . eso es. . . Yo quer a mat ar me. . . Me dispar un
t i ro. . . O un grito. . . Mi mano t embl . . . No me mat,
pero el fogonazo me ha dejado ciego. . . Ciego!
Y l anzando un gemi do, desplomse sobr e. el jergn,
perdi endo otra vez el conoci mi ent o.
II
Oliveiro y Const anza, acercronse l, profundamen-
te conmovi dos.
Pobre seor!dijo el l a. ^- Para quedarse sin vista,
ms le valiera haberse mat ado. . . Di me, Oliveiro: cu-
rar?
No, respondi el j oven, movi endo tristemente la
cabeza. Hay lesin orgnica y su ceguera es incurable
Ests seguro?
Segur si mo.
Infeliz!
Se ha vuelto desmayar .
El golpe no es para menos.
Ser necesario hacerle volver de nuevo en s . . .
Y entonces le explicaremos lo ocurri do.
Es o es, y que l su vez nos explique qui n es y
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 135
nos diga qu quiere que hagamos con l. Bien t endr
parientes, conoci dos, ami gos. . .
Parece espaol, paisano m o.
En efecto.
Su rostro es venerable y tiene todo el aspecto de un
caballero.
Sabe Dios los infortunios que le habr n trado la
triste situacin en que se halla!
III
Tuvi eron que empezar otra vez auxiliarle para ha-
cerle volver de nuevo en s.
Si la heri da' hubiese sido grave, deca Oliveiro
mientras t ant o, yo hubi era buscado el modo de sacarlo
de aqu para no compromet ert e; pero ahor a. . .
Ahora hay que esperar que l nos diga lo que de-
hemos hacer, l e-i nt errumpi Constanza.
El caso es que yo no puedo esperar mucho.
Verdad.
Y eso por dos razones: La pri mera, porque puede
volver Tor cuat o y me encont rar a aqu .
Eso sera lo de menos. Tar de t empr ano lo ha de.
saber . . .
La segunda, porque me echarn de menos.
Eso es lo ms grave.
I I 3 6 EL CALVARI O DE UN NGEL
De todas maner as, siento dejarte sola con este n
feliz.
Qu remedio?
Tendr s que explicarle Tor cuat o lo ocurri do. . .
Se lo explicar sin nombr ar t e t para nada.
Pero l no creer que t sola has trado aqu este
hombr e.
Ti enes razn.
IV
Este dilogo fu i nt errumpi do por dos fuertes golpes
dados en la puert a de la casucha.
Los jvenes mi rronse at er r ados.
Quin sera?
Tor cuat o, sin duda, bal buce Oliveiro.
. No, l no, replicle la j oven. Nunca l l ama; tiene
otra llave, y con ella abr e y ent ra sin l l amar.
Ent onces. . .
No s qui en puede ser.
Ll amar on de nuevo.
Puest o que no puede ser Torcuat o, di j o el joven,
yo ir abri r.
Y encami nse la puert a.
En aquel moment o volvan l l amar por tercera vez,
y los golpes unise una voz que dijo:
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I I 3 7
V
En efecto, porraceaban de nuevo la puert a con estr-
pito.
Oliveiro, desapareci por la puert a del cuart o donde
estaba don Gui l l ermo, mur mur ando:
Qu vendr buscar aqu mi padre?
Constanza, procur domi nar su emoci n, y fu abri r
la puerta.
TOMO ii 143
Abre, Tor cuat o, soy yo; tu antiguo amo don Rai -
mundo de Ri bei ra.
Al oir este nombr e, Oliveiro, que iba ya abr i r , re-
trocedi t embl ando.
Mi padre!excl am, en el colmo del asombr o.
Tu padre aqu?repuso Constanza, no menos sor -
prendida.
No lo has odo?... Ha dicho su nombr e. . . Es l!
Dios mo!
Es necesario que no me vea. . .
Dnde esconderte?
No s. . .
Entra ah , en mi cuart o, donde est ese desconocido.
Nadie ent rar, te lo pr omet o.
Pero. . .
No pierdas t i empo!. . . Vuelven llamar!
II38 EL CALVARIO DE UN NGEL
Don Rai mundo, precipitse en el interior de la ca-
sucha.
. Vaya un modo de hacer me esperar!entr gri-
t ando.
Y al ver que era la, joven qui en le abr a la puerta,
moderse y agreg:
v
Calle! No est Torcuat o?
No, seor, respondi ella. No est; yo dorma, y
por eso. . .
Dispense usted.
No hay de qu, seor.
Per o Tor cuat o, volver?...
-Sin duda.
Cundo?
Lo ignoro. Tal vez dent ro de pocos i nst ant es; tal vez
maana. Depende de que haya salido no pescar.
Pescar con la noche que hace?
Cuando la necesidad obliga. . .
Puest o que he hecho un viaje nada ms que por
verl e, le esperar.
Como usted guste, seor.
VI
Sentse don Rai mundo sin ms ceremoni as, y la joven
quedse en pi respetuosa distancia.
EL MANUSCRI TO DE UNA. MONJA I l 3 o.
Constanza, rompi llorar.
Estaba muy pl i da, y no cesaba de dirigir inquietas
miradas la puert a por donde hab a desapareci do Ol i -
veiro.
Tema que una i mprudenci a del j oven, le denunci ase.
Si tiene V. sueo, hija ma,djole don Rai mundo, ,
acustese. Ya esperar solo que Tor cuat o vuel va.
No, seor, de ni ngn modo, respondi Constanza.
Le acompaar V.
Me har con ello un gran favor. Usted creo que es
una nia que Tor cuat o recogi hace ya muchos aos?
La mi sma. Yo no me acuerdo ya de ello. Era t an
pequeita!... Pero Tor cuat o me lo ha referido muchas
veces y me lo s de-memori a. Era una noche como esta,
tempestuosa, horri bl e. Tor cuat o, volva con sus redes
que no pudo salir echar, por lo embraveci do de las
olas. Volva solo. De pront o, oy gemidos en la pl aya.
Acercse al siti donde aquellos gemidos se o an, y se
encontr con una mujer y una ni a. La mujer estaba
desesperada. Ah le entrego mi hija, grit Tor cuat o,
al verle acercarse; si es V. buen cristiano, rece por m
y cudela ella. Y sin decir ms, se arroj al agua. . .
Pobre madr e m a!
VII
I I 40 EL CALVARIO DE UN NGEL
Eso es lo mi smo que- m me han cont ado varias
veces,dijo don Rai mundo.
Y por lo visto es la ver dad, r epsol a joven.Tor-
cuat o me recogi, me trajo su casa y ha sido para m
un padr e. . . No tengo en el mundo nadi e ms que l,
y como un padr e le qui ero.
Es nat ur al .
Adems, es tan bueno el pobre!
Nadi e lo sabe mejor que yo. Le t uve muchos aosa
mi servicio, y j ams me dio motivo para la queja ms
insignificante.
El , le quiere y le respeta V. mucho.
Lo creo.
Sin conocerle V. , ya yo le respet aba, slo por lo
que l me deca de V.
A este punt o llegaba la conversacin, cuando se abri
la puert a y presentse Tor cuat o, ent erado ya por Ro-
dolfo, como sabemos, de la visita que tena en su casa.
No obst ant e, aparent sorprenderse, y salud respe-
t uosament e su visitante, dicindole:
Es posible, seor? Usted por aqu , despus de tan-
tos aos de no verle?
VIII
Despus que se hubi er on cambi ado los saludos natu
ral es, Rai mundo dijo en voz baja su antiguo servidor:
Necesito habl art e solas.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA - I I^l
Estoy sus rdenes, seor, respondi humi l de-
ment e Tor cuat o.
Pues despide esa j oven.
Ahora?
No tengo t i empo que perder; he de regresar mi
casa esta mi sma noche.
Considere usted que est l l ovi endo. . .
Y qu?
Y no puedo mandar Constanza fuera. Si se queda
aqui , como la casa es tan pequea, puede o rnos, y si
tan grave es lo que tiene usted que deci rme. . .
Tan grave, que nadie ms que t puede oirlo.
Ent onces. . .
Despdela sea como sea; te lo or deno. Es necesario
que t y yo nos quedemos solos.
IX
Fueron dichas estas pal abras con tal acent o de autori-
dad, que Tor cuat o no se at revi formul ar nuevas ob
jeciones.
Inclinse en seal de acat ami ent o, y l l amando apart e
Constanza, le dijo:
Hija m a, es necesario que salgas y nos dejes solos:
Don Rai mundo, ha de habl ar me de algo que no debes
oir.
1142 ' EL CALVARIO DE UN NGEL
La joven se extremeci y dirigi una mi r ada la puer
ta del cuart o donde estaba escondido Oliveiro.
Int erpret ando mal aquella mi r ada, Tor cuat o aadi :
No, ah no puedes quedar t e; es necesario que sal
gas.
Per o est l l ovi endo. . .
Refugate en el cobertizo que nos sirve para guardar
las redes. No hay otro remedi o, hija m a.
Const anza, hizo como que se resi gnaba.
i r buscar abrigo, dijo.
Y desapareci por la puerta de su cuart o.
Oliveiro, no se cui daba ya de hacer recobrar el sen-
tido don Gui l l ermo. Pegado la cortina de la puerta,
no pensaba en otra cosa que en observar lo que en la
estancia i nmedi at a ocurr a.
Qu hago?le pregunt en voz baja la joven.
Lo que te or denan, r epuso l del mi smo modo:
salir.
Y t?
Yo me quedo aqu .
Pr ocur a no comet er ni nguna i mpr udenci a. . .
Descui da. ^
Const anza, envolvise en un har apo que haca las ve-
ces de mant n, pas la estancia donde est aban Tor -
cuat o y don Rai mundo, y sali de la casucha.
Segua lloviendo.
A pesar de la lluvia, la joven se qued j unt o la
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA . II43
puert a, para ver si poda oir algo de aquella conver sa-
cin misteriosa.
Viendo que no oa nada, para guarecerse de la lluvia
retirse al cobertizo donde su padr e adoptivo guar daba
las redes.
CAPI TULO V
Torcuato calla
1
Creyndose solos, y muy lejos de sospechar que Oli
vei ro y un ext rao pudi eran orles desde una de las ha-
bitaciones contiguas, don Rai mundo y Tor cuat o enta-
bl aron una ani mada i mport ant e conversaci n.
He aqu lo que habl ar on:
-Recuerdas,empez diciendo el caballero,los
avores que me debes? No los menci ono para echrtelos
en cara, sino para que compr endas que debes conceder-
me el favor que vengo pedi rt e.
Me tengo por agradeci do, seor, respondi er ma-
r i ner o, y esos favores de que habl a, estn presentes en
mi memor i a, y lo est arn si empre sin necesidad de que
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I 145
usted me los recuerde. Diga, pues, lo que de m desea,
que dispuesto estoy servirle en todo aquello que de mi
dependa. Aunque hace muchos aos que dej de estar
su inmediato servicio, por uno de sus ms humi l des y
obedientes criados me tengo.
No como un cri ado vengo buscart e, sino como
un amigo.
Gracias; seor. Sus bondades aun ms me obl i gan,
cuanto ms me las di spensa. Le escucho.
II
Tras una breve pausa, don Rai mundo se explic as :
Supongo que no habrs olvidado las condiciones y
las circunstancias en que me cas. Est abas mi i nme -
diato servicio, eras ms mi confidente que mi cri ado, y
conocas tan bien como yo mi smo, todos mis secretos.
Yo no amaba mi esposa ni ella me amaba m . Nes
tros padres nos obligaron uni r nos por razones de i nt e-
rs y conveniencia, y nos casamos sin amor .
Todo eso lo recuerdo muy bien, asinti Tor cuat o.
Raro es el mat ri moni o sin cari o que sale bueno.
El nuest ro, no obst ant e, no sali mal o. Jams mi
esposa y yo t uvi mos el menor disgusto.
Lo cual demuest ra que si ustedes no se amaban al
casarse, se amar on despus.
No, no es eso. Los dos fingamos y los dos nos ocu-
TOMO u 144
I I 46 EL CALVARIO DE UN NGEL
t bamos mut uament e nuest ros sentimientos. Siempre
nos separ la mi sma indiferencia, aunque aparentemen
te viviramos en la mayor cordialidad. Ni aun el naci
mi ent o de nuest ro hijo Oliveiro, modific nuest ro des
vi o: seguimos t rat ndonos si empre del mi smo modo, y
sindonos repulsivos de la mi sma maner a. Hay repug
nanci as que la vol unt ad no puede vencer.
Sonrise framente, y aadi :
Mur i hace algunos aos Fl ori nda, y ni me alegr
de su muert e ni la sent. Su prdi da fu para m un de
talle de la vida desprovisto de i mport anci a. La libertad
en que me dej no me hal agaba, porque libre lo haba
sido si empre en mis sentimientos, hasta dur ant e mi ma
t ri moni o.
III
Oliveiro no perda una sola pal abra de cuant o deca
su padr e.
Fci l ment e se comprender el inters extraordinario
que para l tena aquel l a conversaci n.
Han t ranscurri do algunos aos ms, cont i nu don
Rai mundo, y hoy, despus de muer t a, mi esposa des
pierta en m un inters que nunca me hab a inspirado.
La casualidad ha hecho que descubra traiciones que
nunca haba ni sospechado. Tuve si empre Florinda
por honr ada, pesar de no amar me; pero hoy me creo
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I J 4 7
autorizado para pensar que falt sus deberes. La falta
me ofende y qui ero convencerme de ella, aunque solo
sea para acallar mis remordi mi ent os. Por que yo t ambi n
falt y veces pensaba con rubor: Tengo menos ener
ga que ella. . . Pues bien, t vengo para que desvanez-
cas mis dudas.
A mi , seor?exclam Tor cuat o.
S; eres el nico que puede hacerl o, y este es el fa-
vor que de t espero y exijo.
Pero compr enda usted que yo no s. . .
T lo sabes todo mejor que nadi e. As como fuiste
mi hombr e de confianza y sabas todas mis cosas, la
mujer con qui en te casaste, fu la confidente de Florin-
da, y posea todos sus secretos.
Eso no qui ere decir que yo. . .
Tu esposa te amaba y debi confiarte cuant o sobre
el particular saba.
Le aseguro usted que no!
Y el pescador, sostuvo con firmeza la escrutadora mi -
rada que su antiguo seor le diriga.
IV
Don Rai mundo, no se dio por venci do, y volvi sus
excitaciones.
Torcuat o, todo responda:
I I48 EL CALVARIO'DE UN NGEL
Le repito usted que no s nada, absolutamente
nada.
Pero el padre de Oliyeiro era tenaz hasta la pesadez.
No tengas i nconveni ent e en habl ar me con franque-
za, di j o, porque no creas que con ello me causes un
disgusto; al cont rari o. Fal t as de una persona quien no
se ama, no ofenden. Lo que yo qui er o, es satisfacer mi
curi osi dad, y sobre todo cal mar mis escrpul os; porque
tengo escrpul os por lo que hice. Si adqui ero el conven-
cimiento de que mi esposa me enga, me tranquilizar
pensando que bien hice yo mi vez en engaarla; es
una cuestin de amor propio ms que otra cosa.
Pareci que estas razones hac an algn efecto en el
pescador, pero se repuso al instante insisti en sus ne-
gativas.
Don Rai mundo perdi la paciencia.
Te aseguro, di j o, abandonando una indiferencia
que~ estaba muy lejos de sent i r, que sabr lo que me
cal l as, aunque no qui eras dec rmel o. Ya que el recuerdo
de mis favores no basta para decidirte habl ar, te tra
t ar como un ext rao. Sabes que soy rico: pdeme lo
que qui eras por tu secreto; te lo pagar al precio que me
pi das.
V
Estas pal abras, provocaron en Tor cuat o, un gesto de
indignacin.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I I49
Aunque pobre, seor, dijo, tengo mi dignidad y
mi conciencia, y lo que una y ot ra me aconsejan que
calle, no lo dir por todo el oro del mundo. Por di nero
que usted tenga, no tiene bastante para compr ar un
hombre como yo.
Eso equivale decir que sabes algo y me lo ocultas,
replicle el padre de Oliveiro.
Eso equivale sencillamente decir, que aunque su-
piera algo, no lo di r a, y menos por di ner o.
Y si yo te obligara ello?
De qu manera? Cuando un hombr e se resiste
una cosa, si l qui ere, no hay quien ella le obligue.
Ya. me conoces, y sabes que yo no me detengo ant e
nada.
Me amenaza ust ed, seor?
Pues bien, s, te amenazo.
Olvida ust ed, sin duda, que no tiene aut ori dad a l -
guna sobre m .
Ni la necesito. ^
Apelara usted quiz la violencia?
Por qu no?
VI
Los dos se mi raron frente frente, como si se desafia-
sen con la mi r ada.
En el pri mer moment o, Tor cuat o, psose en pi a me -
I I 5 0 EL CALVARIO DE UN NGEL
nazador ament e, pero volvi sent arse, diciendo con el
mayor respeto:
No me exalte ust ed, seor; no me ponga en el caso
de ol vi darme de qui en es usted y de quien yo soy.
Ahora eres t , el que amenazas?exclam con al-
tanera don Rai mundo.
Yo no amenazo, advi ert o. Mi deseo es tenerle us -
ted si empre el debi do respeto.
-Me lo t endrs aunque no qui eras, porque yo sabr
obligarte.
No ser ci ert ament e habi ndome en la forma en
que antes lo ha hecho.
Te habl ar como ms me convenga.
En cuyo caso, estar yo en mi derecho respondan
dol sin mi rami ent os y como estime ms conveniente.
Todo puede sufrirlo un hombr e de ot ro, menos las ame
nazas y los insultos.
VII
La cuestin agribase de nuevo.
Tor cuat o, hizo un l t i mo esfuerzo para contenerse, y
dijo:
Cr ame ust ed, seor; por su propi o inters se lo
aconsejo: vuel va su casa, djeme m en paz y olvide
este asunt o. Qu conseguir convencindose de lo que
desea saber? nada. Se trata de una persona que ya no
existe y la que usted no amaba. Deje en paz su me
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I I 5 I
moria y perdnel a, en el caso en que le ofendiera, si es
que tanto le duele usted la ofensa pesar de su falta
de cario Considere ust ed, adems, que t ambi n la
ofendi ella, segn ha confesado. Pues ofensa por ofensa
y falta por falta...
La defiendes?le i nt errumpi don Rai mundo.
Ni la defiendo ni la at aco. Digo ni cament e lo que
me parece justo.
Y, quin eres t para aconsej arme ni para juzgar
mis actos?
Yo no soy, seor, sino uno de sus ms humi l des
servidores, que est dndol e act ual ment e pr uebas de un
inters y de un respet o, que usted no sabe compr ender .
Estas pal abras, parecieron i mpresi onar don Rai -
mundo.
Esta bien, dijo, l evant ndose; me voy. Pero no
creas que por ello desista de saber lo que qui er o. Bus-
car otros modos de averi guarl o, y si no lo consigo, vol -
ver en tu busca para de nuevo interrogarte.
Ser i nt i l , respondi el pescador.
All lo veremos.
Si vuel ve, se convencer usted de ello.
Adis, pues.
Aunque por lo ocurri do suponga usted otra cosa,
siempre estar sus rdenes en todo aquel l o en que
pueda servirle. La grat i t ud me obliga ello.
Gratitud que no est ms que en los labios, no vale,
nada.
I l 5 2 EL CALVARIO DE UN NGEL
' Me ha pedido V. una cosa en la que no puedo com
Se encami n don Rai mundo la puer t a, iba ya
salir, cuando se levant la cortina que cubr a la entrada
del cuart o de Const anza, y apareci Oliveiro, densa-
ment e plido.
Un moment o, padr e mo,dijo el joven.
Los dos volvironse al oir su voz, y l anzaron un grito
de asombr o.
placerle.
CAPI TULO VI
Tor c ua t o habl a
I
Se comprender fcilmente la i mpresi n que en don
Rai mundo y en Tor cuat o produjo la i nesperada presen-
cia del joven.
Mi hijo!exclam el pr i mer o.
El seorito Oliveiro!aadi el segundo.
S, yo soy, repuso el novio de Const anza, yo,
trado aqu , sin duda por la Provi denci a, para defender
la memoria de mi santa madr e. Todo lo he oi do, padre
mo. Sus dudas acerca de la vi rt ud de la que me dio el
ser, me han llegado al al ma. Esas dudas ofenden mi
madre, aquella la que he consi derado si empre como
la ms santa de las mujeres! Es necesario que esas d u -
TOMO n 145
I I 5 4 EL CALVARIO DE UN NGEL
das desaparezcan; m me toca dest rui rl as, y para con-
seguirlo, ruego Tor cuat o que me d las explicaciones
que V. le ha negado. A un hijo que suplica, no se le
desatiende tan fcilmente.
Y dirigindose al pescador, aadi :
Habl a, amigo m o; yo te Jo ruego.
Tor cuat o inclin la cabeza sobre el pecho, y perma-
neci callado.
II
Repuest o de su sorpresa, don Rai mundo dijo severa
ment e su hijo:
Ya que de explicaciones habl as, t debes ser el
pri mero en darl as. Cmo explicar tu presencia en esta
casa, tales horas?
De un modo muy sencillo, respondi el joven,
sin desconcertarse. Ya que ha llegado la hora de decir
la verdad, digmosla todos y yo el pr i mer o. Esccheme
V. , padre~mo; y t t ambi n, Tor cuat o, porque tambin
t te interesa lo que voy decir.
Hizo una breve pausa, y luego prosigui:
Venido practicar mi carrera de mdi co, la casa
de curacin instalada en estas i nmedi aci ones, la casua
lidad hizo que conociese Constanza, la joven que Tor-
cuat o tiene su l ado. Hace algunos meses, cay grave-
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I 15 5
mente enferma, fu llevada la casa de curacin donde
yo estoy, me toc m asistirla, y as nos conoci mos.
Estaba de Dios que llegramos conocernos.
III
Torcuat o segua con vivsimo inters, casi con espan-
to, el relato del joven.
Este, cont i nu:
En gracia la brevedad que me i mponen las ci r-
cunstancias, no dir cmo en Constanza y en m , naci
una simpata que fcilmente trocse en amor .
Os ami s!excl am don Rai mundo.
Se aman! excl am el pescador, extremecindose.
Con al ma y vida!respondi Ol i vei ro. En el deli-
rio de nuest ra pasin, no dejamos de comprender que
nuestro cari o hab a de tropezar con grandes obstculos.
El mayor de todos, la diferencia de nuest ra posicin.
Constanza es pobre y yo soy rico; ella vive humi l demen-
te y yo con lujo; mi novia no sabe quienes frueron sus
padres y yo soy descendiente de una familia ilustre.. Por
todo esto, supusi mos que hal l ar amos gran oposicin
nuestros amor es. En mi padr e obedecera un orgullo
disculpable; en Tor cuat o, que viene ser el padre de
Constanza, al t emor de que yo slo pretendiese burl ar
me de ella. De comn acuerdo, decidimos ocultar t o-
I I 56 EL CALVARIO DE UN NGEL
dos nuest ro amor , hasta el da en que los dos tuviramos
edad bastante para poder disponer l i brement e de noso-
tros mi smos.
IV
La sinceridad del joven era nobl e, si mpt i ca.
Nuest ro silencio,rsigui di ci endo, ha sido nues-
tra nica falta. Todas las dems, son menos graves y
nat uraLconsecuenci a de ella. Hemos hecho l oque hacen
todos los amant es: buscar la maner a de vernos. . . Desde
que Const anza, una vez cur ada, volvi est a, casa, nos
hemos visto todos los das. A altas horas de la noche,
sala yo de la casa de curaci n, donde estoy como pen-
sionista, escapndome por una vent ana sin que nadie
me viera, pues el director no me hubiese dado permiso
para salir. Tor cuat o estaba ausent e, echando al mar sus
redes. . . Mi novia esperbame en la pl aya, y juntos pa-
sbamos al gunas hor as.
Como para evitar toda sospecha ofensiva, apresurse
aadi r:
Nuest ras plticas eran apasi onadas, pero puras.
Qui ero Constanza demasi ado para haber me atrevido
nunca faltarle al respeto. Lo juro por la memori a de
mi madr e, que es para m lo ms sagrado que hay en el
mundo!
. EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I I 5 7
V
No hab a modo de dudar de la sinceridad de estas
palabras.
Al oiras, don Rai mundo sonri bondadosament e, y
Torcuata dej escapar un suspiro de satisfaccin.
Jams hab a penet rado en esta vivienda, agreg el
joven;pero esta noche, un incidente imprevisto me
oblig ello. Mientras Constanza me esperaba, un po-
bre hombr e, un desgraciado, trat de poner fin su vi da;
no lo consigui; slo ha logrado que el fogonazo del
disparo con que quiso mat arse, le haya dejado ciego;
una desgracia mayor aun que la muer t e. Constanza y
yo, cremos que por humani dad deb amos auxiliarle, y
para mejor asistirle, le tragimos aqu . Ah est, en ese
cuarto. Mi ent ras lo cur bamos, lleg mi padr e, y yo me
ocult para que no me viera, sorprendi do por su visita. . .
Un ext rao ha oido lo mi smo que t has escucha-
do!exclam don Rai mundo.
No, padre m o, ese hombr e no est en estado de oir
nada. Convnzase V. mi smo.
Levant la cortina que cubr a la puert a del cuart o de
Constanza, y vi eron don Gui l l ermo t endi do en el le-
cho de la joven, plido inmvil como un cadver.
Segua aun sin sent i do.
u 5 8
EL CALVARIO DE UN NGEL
V I
Lo dems que ha pasado, t ermi n diciendo OH
vei ro, ya lo saben ust edes. Obligado permanecer es
condi do ah , he oido lo que no debi era, y mis deberes
de hijo, me i mponen la obligacin de acl arar lo que he
oido. Par a esto me he present ado ust edes.
Y dirigindose su padr e, aadi :
Si en algo he faltado le he ofendido, perdneme,.
S has faltado, respondi don Rai mundo; pero
tu falta merece el perdn que humi l dement e pides.
Me perdona V. , pues?
Te per dono.
Oh, gracias!
Y aun har ms. Amas ver dader ament e esa j o -
ven?
Que si la amo!
Pues bien: ya que s por experiencia lo que hace
sufrir un amor cont rari ado, yo, para qui en la riqueza y
los pergami nos no significan nada; yo, tu padr e, para
que te convenzas de lo mucho que te qui er o y el gran
inters que me i nspi ran t u porveni r y tu vent ur a, te au
torizo para que ames Const anza.
Es posible?
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I I 5o,
Y espero que Tor cuat o, aqu presente, conceder
esa joven la mi sma autorizacin que yo te concedo
t.
VII
Con gran as ombr o de los dos, el pescador excl am,
fuera de s:
No, de ni ngn modo!. . . Yo no puedo consentir
eso!... Jams!. . . Ese amor es imposible!
Padre hijo, mi rronl e ms sorprendi dos aun por su
exaltacin que por sus mi smas pal abras.
Imposible!repiti.
Por qu?preguntronle.
Porque sera una infamia, una enor mi dad, un cri-
men. '
Explcate...
No puedo.
Qu nuevo misterio es este?
Un misterio espantoso.
Pero. . .
No me interroguen ustedes, es i nt i l , no puedo ha-
blar; pero t ampoco puedo permitir que Constanza y el
seorito Oliveiro se amen. Antes que consentirlo, | sera
capaz de revelarlo t odo. . .
I I 6 0 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
Luego, al fin confiesas que algo ocultas? -
S, lo confieso... Jur no deci rl o. . .
Pero lo di rs.
Slo en el caso de que ustedes me obliguen insis-
t i endo en ese insensato amor .
i Amar Constanza aun que se oponga el mundo
entero!exclam el joven.
Y yo proteger esos amores, aadi su padr e.
VIII
Tor cuat o les mi r los dos con desvari o.
Conocase que sostena una encarni zada l ucha consi-
go mi smo.
Puest o que ustedes lo qui eren; sea!exclam al fin.
La gravedad de las circunstancias me dispensa de
cumpl i r mi j urament e. Oigan ust edes. . .
Habl a, di j ronl e los dos.
Ese amor es i mposi bl e. . .
Por-qu?
Por . . .
Acaba.
Es espantoso! Por que el seorito Oliverio y Cons-
t anza. . .
Si gue.
Son her manos!
EL MANUSCRI TO DE UNAI MONJ A I l 6l
Los dos l anzaron un grito de espant o, y quedronse
mirando al pescardor, como si t emi eran que se hubiese
vuelto loco.
Son hermanos!repi t i l, cual si tratase de con-
vencerles de la verdad de lo que deca.
TOMO II A 146
CAPI TULO VII
Revelacin compl eta
I
La revelacin de Tor cuat o, era t an extraordinaria y
t an grave, que. necesi t aba ser confi rmada.
Yo les demost rar ustedes que es cierta,dijo el
pescador . Escchenme y se convencern de ello. Las
expljcaciones que ant es les negu, voy drselas ahora;
las circunstancias me obligan.
Y cuando logr reponerse algn tanto de su emocin,
les habl de este modo:
Las sospechas de don Rai mundo, son fundadas; su
esposa falt sus deberes. - "
Mi madre!excl am Oliveiro, palideciendo aun
ms de lo que estaba.
S .
E L C A L V A R I O D E U N N G E L . I 1 6 3
Oh!
Sigue,dijo framente don Rai mundo al pescador.
Este obedecile, aadi endo:
Guando doa Fl ori nda se cas con el seor, por
obedecer su padre, ya arriaba otro hombr e. Gomo al
corazn es muy difcil domi nar l o, sigui amndol e aun
despus de casada. Sin embar go, supo defenderse cont ra
su misma pasin y, dur ant e mucho t i empo, fu honr ada.
Yo s todos estos detalles por mi esposa, que era ent on-
ces doncella de doa Fl or i nda, por mejor decir, su
confidente.
II
Los dos escuchaban Tor cuat o con atencin pr o-
funda.
El, prosigui:
La fatalidad hizo que don Rai mundo tuviera que
emprender un largo viaje Espaa.
Es verdad, afi rm el al udi do.
Aquel viaje dio ocasin doa Fl ori nda, para ha -
cer lo que quiz no hubi era hecho nunca j unt o su es-
poso. Tuvo un instante de debilidad y cedi las reite-
radas instancias del hombr e qui en t ant o quer a. Mi
esposa y yo, est bamos ya casados, y las entrevistas de
los dos amant es tenan lugar aqu , en esta casa. . . El fruto*
I I 64 . E L C A L V A R I O D E U N N G E L
de aquellas entrevistas y de aquellos ilcitos amor es, f
Const anza.
Don Rai mundo, hizo un esfuerzo para mant enerse en
su fingida t ranqui l i dad, y Oliveiro se ocult el rostro con
las manos, como si le horrorizase lo que oa.
Cuando Constanza naci , cont i nu Torcuato, su
padr e, par a evitar la posibilidad de que todo se descu -
bri era, llev la ni a Espaa, Galicia, confindola
los cui dados de una honr ada familia. Al poco tiempo,
desapareci y no se supo ms de l; sin duda debe de
haber muer t o.
Ese hombr e vive,replic don Rai mundo.
Vive!
S .
Dnde est?
En Oport o. Todo lo que me refieres, coincide con
lo que yo ya saba. Cont i na.
III
Despus de cont empl ar al ofendido esposo con cierto
recelo, el pescador sigui di ci endo:
Doa Fl ori nda, tuvo que cui darse entonces de su
hija, y mi esposa y yo, nicos que conoc amos la exis-
tencia y paradero de la ni a, ramos los encargados de
ir verla y de llevar la pensin la familia que se haba
rhecho cargo de ella. La madre nos hizo j urar que no r e-
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I I 6 5
Hubo una corta pausa.
velaramos nunca nadie su secreto, y de a qu l a resis-
tencia que he most rado ant es habl ar .
Bien, dijo don Rai mundo, i mpaci ent e; per o,
cmo esa ni a vino vivir j unt o t?
Es lo que iba deci rl e ahor a, r espondi Tor cuat o.
Pues di .
Regres V. de Espaa, y al poco t i empo, mur i su
esposa, casi de repent e.
Y bi en. . .
Doa Fl ori nda, no t uvo t i empo para asegurar el
porvenir de su hija. Muri sin testar, y t odas sus r i que-
zas hab an de ir su hijo lejtimo, al seorito Oliveiro.
Constanza, quedaba reduci da la mayor miseria. La
familia con qui en estaba, negse seguir tenindola, si
no se le pagaba la pensin conveni da, y entonces mi es-
posa y yo, para no desampar ar l a, deci di mos traerla
nuestro l ado. Par a que la gente no sospechase la ver dad,
inventamos la historia que ustedes ya conocen, que e n-
contramos la ni a abandonada en la pl aya. . . Mi espo-
sa muri t ambi n poco, yo conserv Constanza mi
lado, y como Dios no me hab a dado hijos, la quise y la
quiero como una hija.
IV
I I 6 6 EL CALVARIO DE UN NGEL
Tor cuat a, puso fin ella, di ci endo:
-Ahora ya lo saben ustedes t odo. Acabo de revelaras
la verdad. Jur no revelarla nunca, pero creo que as
circunstancias me rel evan de cumpl i r mi j ur ament o. La
fatalidad ha hecho que Const anza y el seorito Oliveiro
- se conozcan y se amen. Consentir ese amor , sera una
monst r uosi dad, puesto que son her manos. He aqu lo
que me ha decidido revelarlo t odo. Ahor a, ustedes
deci di rn.
He perdi do para si empre mi amor y mi ventura!
excl am Oliveiro, r ompi endo llorar.
Y su padre mur mur , con voz ronca:
No me engaaron los que me hicieron la revelacin
de mi deshonr a. . . Necesitaba pr uebas de ella y las he
encont r ado. , . Ahora ya s lo que tengo que hacer.
V
Tr as una nueva y prol ongada pausa, don Raimundo
psose en pi , diciendo secament e s hijo:
-Sigeme.
El joven, levant la cabeza para mi rarl e, pero no se
movi .
No has oido que me sigas?agreg severamente su
padr e.
A dnde?pregunt Oliveiro.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I 167
A casa.
Mi deber es estar en otro sitio.
En la casa de curacin? No te preocupe eso. Ma -
ana iremos los dos habl ar con el director.
No, no es en la casa de curaci n donde el deber me
reclama, padr e m o, sino aqu .
Aqu!
Junto Const anza.
Pero insensato: an no te has convenci do de que
es necesario que la dejes de amar?
No. ,
Ests loco? Seras capaz?. . .
De nada que no sea honr ado y digno. No puedo se-
guir amando esa joven como la he amado hasta a ho-
ra; pero debo seguir queri ndol a como al o que es: como
una her mana. Nadi e, ni an V. , puede i mped rmel o.
Qu te propones?
Cumplir con lo que creo mi deber de her mano. Re
velar Constanza el lazo que nos une, convencerla de
que es imposible nuest ro amor , y ofrecerle mi apoyo.
Soy rico y ella es pobre, y esta - desigualdad entre los
hermanos, es injusta. El porveni r de esa pobre ni a,
corre desde hoy de mi cuent a.
Y con acento dulce y cari oso, agreg:
Por grandes que sean sus resentimientos para con
mi madr e, V. no puede exigir que yo participe de ellos
ni puede hacer de ellos responsabl e una pobre ni a
I I 6 8 EL CALVARI O DE UN NGEL
inocente. Los dos somos las pri meras vctimas de una
falta que V. le deshonra. No debemos pedirle que per-
done, pero t enemos la obligacin de per donar . Se trata
de nuest ra madr e! . . . No se oponga V. , padre mo,
que cumpl a mis deberes de hijo y de her mano!
VI
Est as pal abr as, conmovi eron Tor cuat o.
Don Rai mundo, que las hab a escuchado impasible,
reflexion un i nst ant e, y luego dijo:
Tienes razn. Mis resentimientos para con vuestra
madr e, no deben al canzar vosot ros; t ampoco, puedo
i mpedi r que os queri s, como tenis la obligacin de
quereros. Lo reconozco as, y te promet o que no me
opondr que cumpl as tus fraternales deberes.
De veras?exclam con alegra el joven.
Ms an; yo mi smo te ayudar cumpl i rl as.
Oh, gracias!
Per o conviene ser prudent es. En el estado en que
los dos nos encont r amos, no es esta la ocasin ms pro-
picia para hacer Constanza una revelacin semejante.
Es necesario prepararl a.
Dice V. bien.
Apl aza, pues, esa revelacin hasta maana; ya ves
que no te pido mucho.
Per m t ame V., al menos, verl a.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I l 6 g
Para qu?
Para despedi rme.
Ests seguro de que, al verla, podrs contenerte y no
iecirle lo que aun no debe saber?
Es, verdad. . .
Para que no dudes de que la vers maana, que
Ibrcuato la lleve nuest ra mi sma casa. All se lo rev
aremos todo y deci di remos, de acuerdo con ella, su por
/enir.
La proposicin de don Rai mundo, era tan generosa y
an razonable, que no hab a maner a de rechazarl a.
Oliveiro aceptla resi gnado, aunque mejor hubi er a
>referido ver Const anza.
Torcuato, prometi que al da siguiente llevara la jo
r
en Oport o.
Tranquilos con esta promesa padre hijo, despidi
onse de l y salieron de la casucha.
Rodolfo, sorprendise al ver al hijo de su seor.
Cedile su cabal l o, y padre hijo regresaron
)porto.
El criado tuvo que hacer el cami no pi.
Antes de empr ender l o, fu ver Torcuat o para pr e
TOMO it . 147
Vil
I I 7 0 . EL CALVARI O DE UN NGEL
gunt arl e lo que hab a ocurri do, y el pescador djoie
verdad.
Rodolfo no contest nada, pero al regresar Opoi
iba mur mur ando:
Dios quiera que no tengamos que l ament ar nuev
desdi chas.
CAPI TULO Vili
Ciego!
I
Apenas don Rai mundo y su hijo hubi ronse marcha -
ido, Torcuat o fu buscar Constanza al cobertizo
donde guardaba sus redes.
La joven, estaba all esperando.
El pescador, la cogi cari osament e por el brazo y la
llev su casa.
Al ent rar, lo pri mero que hizo ella fu dirigir una mi -
rada la puerta de su cuart o, pensando:
Estar Oliveiro escondido ah todava?
El pescador adi vi n el significado de aquella mi r ada,
7 dijo sonri endo:
El que estaba ah se ha mar chado ya.
1172 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
La j oven, le mi r asust ada.
Sabe V. qui en me refiero?pregunt tmida-
ment e.
Al seorito Ol i vei ro.
Lo sabe V.?
Y se arroj en sus brazos, excl amando:
Perdn!
II
Tor cuat o, t uvo compasi n de ella y no quiso revelarle
sino part e de lo ocur r i do.
Todo lo sabr maana, pens.
Y se limit decirle:
Conque amabas un hombr e sin yo saberlo! Es
as como me demuest ras el cari o y el respeto que dices
me tienes?
Perdn!repiti ella.
No lo mereces; pero en fin, te lo concedo.
Y respondi endo luego sus pregunt as, djole:
Don Rai mundo se ha ent erado de todo y se ha lle-
vado su hijo. Por hoy no puedo decirte ms. Maana
sabrs cosas que de seguro han de sorprendert e y emo-
ci onart e. Revstete de valor para oi r as.
Y se neg en absoluto dar ms explicaciones, aun-
- que la joven se las peda con empeo.
L MANUSCRI TO DE UNA MONJA 11^3
Maana, l e respond a i nvari abl ement e Tor cuat o;
hasta maana n debes conocer las revelaciones de
que te habl o.
III
Tal vez el pescador se hubiese abl andado y hubi era
concluido por decir lo que se propon a callar; pero en el
cuarto de la joven, rese un gemi do, que puso fin la
conversacin.
Qu es eso?pregunt Torcuat o. Qui n hay ah?
Y recordando lo que Oliveiro hab a di cho, agreg:
Ah, s, ya s! Ese pobre hombr e que atent contra
su vi da. . .
Tiene V. noticia de ello? interrog su vez
Constanza.
El seorito Oliveiro nos expl i c. . .
No s si hi ci mos bien en traerle aqu .
Sin duda. Habais de dejar de prestarle los auxilios
que el infeliz necesitaba?
Con lo ocurri do, nos hemos olvidado de l . . .
Vamos verje.
S, vamos.
Y los dos ent raron en la habitacin donde estaba el
suicida.
1174 EL CALVARIO DE UN NGEL
En aquellos moment os, olvidronse de t odo para se
guir los generosos impulsos de l cari dad.
IV
Don Guillermo haba recobrado el conoci mi ent o, y ai
darse cuent a de toda la magni t ud de su desgracia, llora
ba de desesperacin:
En vez de mat arse, slo hab a conseguido aument ar
su infortunio.
Estaba ciego!
Ciego!repeta, mesndose los cabellos.Qu va
ser de m?
Tor cuat o y Constanza, t rat aron de consol arl e, y l no
hizo caso de sus cariosas pal abras.
Djenme ust edes!respond al es.
Y en un acceso de furor, quiso levantarse para huir
de all en busca de la muer t e.
El pescador y la joven, vironse en grandes apuros
para conseguir cont enerl e.
Al f i n, vi nol a nat ural enervaci n, y el desaliento suce-
di al delirio.
Sus lgrimas fueron entonces de pesar y de amargura. .
Quienes son ustedes?pregunt, algo ms tranqui
lo.Dnde estoy? Por qu, voces para m desconoci -
das, me dirigen frases de inters y afecto?
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I I 7 5
Const anza, satisfizo su curi osi dad, explicndole todo lo
ocurri do y cmo y por qu le hab an llevado aquella
casa.
Y yo, aadi Tor cuat o, dueo de esta humi l de
morada, tengo mucho gusto en albergarle V. en ella y
en auxiliarle en cuant o me sea posible.
Per o, usted me conoce?pregunt el ex banquer o.
No seor.
Ni sabe qui en soy yo?
Tampoco.
Y sin embargo me ampar a y me socorre!
Qu tiene eso de extrao? Una obra de cari dad se
hace por cual qui era, por una persona desconocida, hasta
por un enemigo.
V
Esta lenguaje era nuevo para don Gui l l ermo; no re-
cordaba haberl o odo nunca, por lo menos era la vez
primera que en l fijaba su at enci n.
Incapaz de dar albergue en su al ma sentimientos
generosos, desconfi de ellos.
Inst i nt i vament e, escondi las manos, como para ocul-
tar las ricas sortijas que ador naban sus dedos, y dijo:
Les advi ert o ustedes que no podr pagar los favo-
res que me br i ndan; no poseo nada, absol ut ament e
nada. Resuelto mori r, cuant o posea lo arroj al agua.
I I 7 6 EL CALVARI O DE* N NGEL
Es verdad, asi nt i Const anza, yo lo vi.
Pues por lo mi smo, no tengo di nero para pagarles
sus beneficios.
Y qui n le ha dicho V. que pret endamos que nos
las pague?le replic Tor cuat o. No queremos nada ni
pedi mos nada, ni acept ar amos lo que usted nos ofrecie
se. Con todo el oro del mundo no pagara lo que llama
nuest ros favores; esos favores estn suficientemente pa
gados con la satisfaccin que produce si empre el hacer
bien; no aspi ramos otro premi o. Lejos de eso, si su
situacin es tal como dice, dispuestos estamos com
part i r con V. nuest ra pobreza y darl e un pedazo de
pan del que con penoso trabajo ganamos para nuestro
al i ment o.
Esta generosidad, pareca al suicida cada vez ms sos
pechosa y cont i nuaba desconfiando.
V I
Con la intencin de poder consolarle mejor en sus
tristezas, Tor cuat o pregunt su husped la causa de
sus infortunios; infortunios t an grandes que le haban
i nspi rado la terrible resolucin de qui t arse la vi da.
Desconfiado si empre, don Gui l l ermo negse respon
der sus pregunt as.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I I 7 7
Si verdaderament e me socorren no ms que por
caridad, segn di cen, repuso, no me pregunt en nada;
amparen mi desvent ura sin necesidad de saber sus cau-
sas.
Est bien,replicle el pescador. No t ema usted
que por su reserva ni por su despego, nuest ra compasi n
disminuya. Nada tiene V. que t emer de nosot ros; pero
como es dueo de sus secretos, puede seguir guar dndo-
los, si as le place. Slo deseo que me diga si tiene usted
familia.
No; estoy solo en el mundo.
Pero tendr V. ami gos. . .
Tampoco; no tengo nadi e.
A juzgar por s acent o, debe V. ser espaol .
Desea V. regresar su patria?
Me es igual.
Quiere V. que se avise en su nombr e alguna per-
sona?
Ya le he di cho que no tengo nadi e.
Est bien; permanezca V. aqu todo el t i empo que
le convenga que necesite para curarse, y l uego. . .
Luego me arroj arn ustedes de esta casa.
Luego podr irse quedar se, segn le plazca. Ot ra
pregunta ms y concl uyo de i mpor t unar l e: Cmo se
. llama usted?
Gui l l ermo, respondi el i nt erpel ado. No puedo
decirles ms. < : " ~f
- S .
TOMO II
148
1178 EL CALVARIO DE UN NGEL
Ni ms necesitamos; con eso basta.
Vil
Curronl e lo mejor que supi eron, dada la escasez de
recursos de que di spon an, y luego, cuando le vieron
ms t ranqui l o, dejronle solo.
Ese hombr e, tiene ms trazas de haber sido un gran
cri mi nal que un gran desgraciado, dijo Torcuato
Const anza.
Lo cual no i mpedi r que nosotros le socorramos en
cuant o nos sea posi bl e, repuso la joven.
Si n duda.
Nosotros no debemos ver en l, ms que su desgra-
cia.
Y debemos favorecerle aunque no sea capaz de
agradecer nuestros beneficios.
Nosotros no se los di spensamos para que nos los
agradezca.
Peor para l, si no es capaz de agradecerlos.
El ser desgraciado es tan gran desdi cha. . . !
Como que siendo ingrato es imposible ser feliz.
Don Gui l l ermo, mi ent ras t ant o, pensaba:
Ser cierto que esta gente me ampar a sin ningn
inters?... Si lo fuera, sera t ambi n Verdad que el bien
y la vi rt ud existen en el mundo. . .
Aun desconfiaba; pero su propio infortunio iba desva*
neciendo las sombras que hasta entonces hab an rodeado
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I I 7 9
su cerebro y la indiferencia en que hasta entonces haba
vivido su corazn.
El da que tales sombras y tal indiferencia desapare -
ciesen compl et ament e, empezar an para el infeliz, la
expiacin y el arrepent i mi ent o.
Y cu an desgraciado sera entonces!
CAPI TULO IX
L a t o r me n t a
I
Tar d poco en amanecer , y apenas la pri mera claridad
del da penet r en la miserable casucha, por los intersti-
cios de las mal uni das t abl as, l l amaron la puert a.
Tor cuat o fu abri r, y encont rse con algunos de sus
compaer os que i ban en busca suya.
1
El t i empo ha abonanzado, di j ronl e. Te parece
que salgamos al mar echar nuest r as redes?
Por qu no?repuso l . Nuest ra pobreza nos obli
ga ello. Adems, el mar es nuest ro antiguo compaero
y no hay que t emer que nos juegue una mala partida.
En mar cha, pues.
En seguida.
EL CALVARI O DE UN NGEL I i 8 l .
Vamos.
Esperad un poco.
Y yendo donde estaba Const anza, le dijo:
Hija m a, el deber me obliga separ ar me d t; mis
compaeros me aguar dan para salir pescar.
No salgan ustedes hoy, le suplic la j oven.
Por qu?
El tiempo est muy inseguro.
No i mport a.
Puede ocurrirles una desgraci a. . .
Descuida. Dios vela si empre por los que necesitan
ganarse el sustento exponi endo su existencia.
II
Constanza no insisti, pero hubi era preferido que
Torcuato no hubiese salido de pesca aquel da.
El, advirti su cont rari edad, y la dijo cari osament e.
No t emas, t ont a.
Luego, aadi :
Espera mi regreso, que cuando yo vuel va, te dir
cosas que te interesan mucho.
Lo mi smo me indic V. anoche, promet i ndome ser
hoy ms explcito,repuso ella.
Lo ser mi regreso.
Mientras t ant o, para cal mar mi impaciencia, d game
V. si esas cosas son hal ageas desagradabl es.
I I 8 2 EL CALVARI O DE UN NGEL
La joven iba de sorpresa en sorpresa.
De todo^hay.
Dios m o!
Tranqui l zat e. Lo ni co que puedo adel ant art e, es
que tu posicin y tu porveni r, van cambi ar en abso-
l ut o.
En qu sentido?
Supongo que en sentido beneficioso.
Y Oliveiro ser el aut or y causant e] de ese cambio?
Pr eci sament e.
Cuanto me ama!
No se trata de su amor .
De qu, entonces?
De algo que ni sospechas siquiera.
Expliqese usted!
No puedo.
-r-Pero. . .
Hast a la vuelta. Esta t arde iremos Oport o.
A qu?
A visitar don Rai mundo.
Al padre de Oliveiro?
S.
Y Oliveiro t ambi n estar all?
Tambi n. '
III
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I 183
Todo aquello aument aba su curiosidad en grado s u-
perlativo.
For mul nuevas pregunt as; pero Tr cuat o no pudo
responder ellas.
Uno de sus compaeros, se asom al a puert a, pregun-
tndole impaciente:
No vienes?
All voy,contest el pescador.
Y abraz la joven, dicindole:
Adis, hija m a, hasta luego. Acaso muy pronto nos
separaremos.
Separarnos!exclam Constanza extremecindose:
Pero abrigo la seguridad de que no dejars de que-
rerme.
Esa nueva. . !
Adis!
Adis, padre m o!. . .
As me gusta que me llames.
Y Tor cuat o, besndola en la frente, sali de la casa,
se reuni con sus compaer os, y todos juntos encami -
nronse la playa.
La joven se asom la puerta para despedirle, y all
permaneci hasta despus que hubo desapareci do.
IV
Las l t i mas pal abras de Tor cuat o, i mpresi onaron
mucho Constanza.
1184 EL CALVARIO DE UN NGEL
No acert aba comprenderl as, por ms que reflexio
naba.
Que nos separ ar emos, que mi suerte va cambiar,
y que este cambi o es obra de Oliveiro, pero que no obe
ce su car i o! mur mur . Qu significa esto?
Y aun aument ms su preocupaci n, pensando:
Me ha habl ado en un tono misterioso, que nunca
hasta ahora emple para habl ar me. . . Dice que tiene im-
portantes revelaciones que hacer me. . . Qu revelaciones
sern esas?
Y sin saber por qu, sentase presa de una inquietud
y de una ansi edad que la angust i aban.
Parec a como si su corazn le vaticinase una gran
desdicha.
Luego, acordndose de su anunci ada visita don Rai
mundo, se dijo:
Visitaremos al padre de Oliveiro, y l est ar all. .
Conocer don Rai mundo nuest ros amores? Sin duda,
puesto que los conoce Tor cuat o; los dos los habr n des
cubi ert o al mi smo t i empo, al encont rar aqu mi no-
vi o. . . Pero si los conoce, y sin embargo me recibe en su
casa, seal es de que no le enoj an. . . .Hasta quiz los
aut ori ce. . . Si as fuera!... Por qu no? El amor no es
un cri men; por lo menos merece i ndul genci a. . . Poder
amar Oliveiro con el consent i mi ent o de su padre y de
Tor cuat o! Esto sera para m el col mo de la felici-
dad.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I l 8 5
Y Ta pobre ni a, entregbase la esperanza, hal l ando
en ella consuelo para sus i nqui et udes.
Sus meditaciones prol ongronse dur ant e largo rat o, y
sabe Dios hasta cuando hubi esen dur ado, si de ellas no
le hubi era hecho salir una rfaga de viento fro y h -
medo que le azot el rost ro.
Entonces, se dio cuent a de que el cielo comenzaba ot ra
vez encapot arse.
Todo haca presumi r qu se repetira la tempestad de
la noche ant eri or.
Los dbiles rayos del sol naciente, pugnaban en vano
por atravesar los negros nubar r ones que se i nt erpon an
ante ellos.
La atmsfera era hmeda y el ambi ent e pesado.
El mar br amaba sordament e, y sus encrespadas ol as
veanse avanzar lo lejos como gigantestas mont aas.
No debieron salir pescar , mur mur Const anza.
Fu una gran i mprudenci a. Dios les libre de todo pe-
ligro!
Y despus de consul t ar con i nqui et ud el hori zont e,
entr en su casa y cerr la puert a.
TOMO II 149
V
i i 86 EL CALVARIO DE UN NGEL
VI
Acordse entonces de don Gui l l ermo, y fu ver si
necesitaba al guna cosa.
El enfermo dor m a.
La joven se acerc l, procurando no hacer ruido,
y sentse j unt o al miserable lecho.
Pobre!pens. Que duer ma, que descanse, que
reponga sus fuerzas con el reposo; mas que nunca lasne
cesita para soport ar el peso de su i nmensa desgracia.
Y permaneci all, vel ando su sueo.
Este era i nt ranqui l o, desasosegado.
Don Gui l l ermo, agitbase sin cesar en el lecho, mur-
mur ando entre dientes pal abras ininteligibles.
Su rost ro, expresaba unas veces el espant o y otras la
desesperaci n.
Pareca presa de una horri bl e pesadilla.
A pesar de sus propsitos de dejarle dor mi r , Constan-
za crey que deba despert arl e para hacer cesar aquel
supl i ci o.
Se inclin sobre l, le movi dul cement e, cogindole
por un brazo, y le l l am por su nombr e.
Don Gui l l ermo, despertse sobresal t ado.
Quin es? Quin me llama?exclam.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I I 8 7
Y luego, sin esperar obt ener respuesta, aadi :
Qu por qu intent reatarme? Por que quise; por -
que para m no hab a ot ra solucin que la muer t e. . . Mis
enemigos me hubi er an perdonado hi pcri t ament e, ha-
ciendo al ardes de fingida generosidad; pero yo no qui ero
su perdn. . . Les odio y les desprecio!. . . Que no sepan
de m; que no tengan para su felicidad el compl ement o
de mi desgracia.
Y as por el estilo, sigui habl ando sin or den, pr onun-
ciando pal abras cuyo significado era imposible i nt erpre -
tar sin conocer los hechos que se referan.
VII
Constanza, conoci que del i raba y asustse.
. Cmo prestar aquel infeliz, los auxilios que en su
estado requera?
Si al menos estuviese aqu Ol i vei ro. . . pens.
Y luego se dijo:
Torcuat o di r, cuando venga, lo que debemos ha-
cer.
Durant e largo rat o, permaneci all, compadeci endo
sinceramente aquel infeliz, cuyos sufrimientos no po-
da aliviar.
De todo lleg olvidarse ant e la desgracia agena: has-
ta de sus propi as desdi chas.
ri 8 8 EL CALVARI O DE UN NGEL
De pr ont o, reson un t rueno horri bl e, que hizo r e-
t umbar la miserable casucha.
La joven lanz un grito de espant o, y acordndose
de que Tor cuat a estaba en el mar , sali despavori da de
i a' casa.
CAPI TULO X
El naufragio
, I
La t orment a hab a vuelto estallar con ms furia,
aun, que la noche ant eri or.
Las nubes deshacanse en lluvia, que el viento agitaba
en remol i nos, y los rel mpagos y los t ruenos suced anse
casi sin i nt errupci n.
A pesar de la lluvia y del vi ent o, en el muel l e hab a
mucha, gente, abundando sobre todo las muj eres.
Er an las esposas, las hijas, las madr es y las her manas
de los que hab an salido i mpr udent ement e pescar.
Todas lloraban i nvocaban el nombr e de Dios, pi -
dindole gritos, entre sollozos, que les devolviera los
seres queri dos que en aquellos moment os corr an peligro
de muer t e.
I i g O E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Con la ropa empapada en agua, los cabellos pegados
las sienes y los ojos arrasados en l gri mas, mi r aban
ansi osament e hacia las lejanas del mar , deseando y t e-
mi endo ver aparecer sobre las espumosas crestas de las
gigantescas olas, la frgil barquilla en que los pobres
pescadores hab an salido ganar su sustento, desafiando
la muer t e.
Algunas tenan en sus brazos inocentes cri at uri t as,
que l l oraban al verlas llorar ellas, y muchas arrodi l l -
banse para elevar al cielo sus plegarias.
Los anci anos, lloraban y pedan con ellos, recono-
cindose impotentes para defender los que desafiaban
los mi smos peligros que ellos, en ms de una ocasin, ha-
ban desafiado.
El espectculo era conmovedor i mponent e.
II
Const anza, acercse aquella pobre gente, y pregunt
con ansi edad.
Sabis si Tor cuat o sali t ambi n en su barca?
La pregunt a era i nnecesari a, pues demasi ado saba
que s; pero la formul acari ci ando por un moment o la
esperanza de que le respondiesen que no haba salido.y
Costle trabajo encont rar qui en le contestara:
En el egoism de su dolor, cada cual pensaba en si-
mi smo sin cui darse par a nada de los ot ros.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I I O
Al fin, encont r una pobre muj er, esposa de uno
de los que hab an salido en compa a de Tor cuat o, y
aquella respondi l e:
S, salieron. Mis splicas fueron intiles para dete-
nerles; no me hicieron caso. Dios haga que vol vamos
verles y abrazarl es!
Y lloraba, est rechando contra su corazn un pobre
nio de pocos meses, amenazado de quedarse sin padr e.
III
Apareci , al fin, lo lejos, una l ancha pescadora.
La ansi edad y la angustia, hicieron cesar por un mo
ment las plegarias y los sollozos.
Todos deseaban y t em an la vez, que en aquella
barquilla se hallase aquel por qui n l l oraban.
La frgil embarcaci n, se r emont aba tan pront o en la
cumbr e de las olas, como desaparec a.
Todos t em an no volver verla aparecer.
Tr as aquella barca apareci ot ra, y luego otra y des-
pus vari as.
Todas volvan al abrigo de la pl aya, desafiando va-
lientemente el t emporal .
Ent onces, ya no hubo corazn que no palpitase, ni
labios que no formul aran una plegaria.
Regresaban t odos. . .
1102 EL CALVARI O DE UN NGEL
Llegaran la orilla?
El mar , pareca compl acerse en inutilizar sus desespe-
r ados esfuerzos y avanzaban muy l ent ament e.
A veces, cuando ya pareca que estaban muy cerca,,
el mar alejbalos de nuevo, como si jugase con ellos.
Todas las barqui l l as enfilaban su proa la desembo-
cadur a del r o, el lugar ms seguro para desembarcar,
pero el ms difcil, porque las aguas del Duero, al pre-
cipitarse en el mar , repelan las barcas hacia fuera.
I V
Er a muy difcil hacer algo en favor de aquellos des-
graciados, y sin embargo, todos buscaron la manera de
prestarles sus auxilios.
Salir socorrerles, hubi era sido una l ocura, pues., la
barca que les condujese, correra pront o los mi smos pe-
ligros.
No era posible otra cosa que echarles algunos cabos
para que se agarraran ellos; pero, cmo arroj ar los
cabos tan inmensa distancia?
Hubo qui en pretendi ir ayudarl es nado; pero los
que lo i nt ent aron t uvi eron que desistir de ello.
Er a i mposi bl e.
Y mi ent ras t ant o, las barcas no avanzaban.
Se las vea si empre igual distancia, l uchando con
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA
I 193
las olas, empeadas en i mpedi r que se acercasen l a
orilla.
El mar , no soltaba fcilmente una presa que ya con -
sideraba suya.
Ent re las barcas que ms denodadament e avanzaban
en pri mera lnea, Constanza distingui la de Tor cuat o,
La reconoci muy bien, pesar de la distancia, por la
faja encarnada" de sus bordas.
Junt o al t i mn, vease un hombr e i nmvi l .
Deba de ser Tor cuat o.
Mi ent ras sus compaer os r emaban, l diriga la em -
barcacin por entre las revueltas ol as.
Pero los esfuerzos de uno y otros eran intiles.
Se les vea l uchar, y se adi vi naban su angustia, su an-
siedad, su espant o. . .
Tal vez l l oraban como los que les aguar daban ansio-
samente en la orilla; tal vez entre sollozos y pl egari as,
repetan t ambi n, como l t i mo y supr emo adi s, los
nombres de los seres queri dos. . .
Tor cuat o, no poda repetir otro nombr e que el de
Constanza; no tena en el mundo otra persona qui en
querer. . .
, De seguro aquel nombr e, con el que en prueba de
afecto la joven, baut i z^ j j aar ca, sala en aquel l osi ns-
V
TOMO 11
J i 94
E L
CALVARIO DE UN NGEL
tantes de sus labios, mezcl ado con sollozos de desespe-
raci n.
Constanza lo adi vi n as, y cayendo de rodillas, excla-
m, l evant ando sus brazos al cielo:
Slvale, Dios mo!
Con un supr emo y desesperado esfuerzo, dos de las
barcas lograron acercarse la orilla.
Una de ellas era la de Tor cuat o.
Las otras cont i nuaban lejos.
Par a los que t ri pul aban aquellas dos barcas, el peli-
gro no hab a di smi nui do; pero tenan ms probabilida-
des de salvarse.
Por lo menos, se poda intentar prestarles algn auxi
lio.
Compadceos de elios!suplic Constanza los
hombr es, que agrupados en la pl aya, vaci l aban en to-
mar una det ermi naci n, mi di endo las probabilidades y
peligros, de i nt ent ar el sal vament o de aquellos desgra
ciados. Considerad si os hallarais en su caso! Tenis
la obligacin de auxiliaros los unos los otros
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1195,
A sus splicas, uni ronse otras splicas, y sus exci-
taciones otras excitaciones.
Consigui lo que s propon a.
Aquellos hombr es decidironse, al fin, intentar la
salvacin de sus compaer os.
VII
Ani mados por todos, arroj aron algunos cables los
que t ri pul aban las barqui l l as. ;
Las tentativas fueron intiles en un principio.
Los cables, no llegaban aquellos qui enes eran
arrojados.
No desmayaron en su empresa, y el xito coron, al
fin, sus esfuerzos.
De una de las barquillas, cogieron un cabo.
Aquellos ya podan considerarse sal vados.
Los que cogieron el cable, no fueron los que iban en ,
la barca de Torcuat o, -si no los de la ot ra; pero Constan-
za se ani m, pensando:
Como lo han cogido los ot ros, t ambi n lo cogern
ellos.
Y ani maba los i mprovi sados sal vadores. .'
Pront o los de la pri mera barca estuvieron en tierra, y
entonces desarrollronse escenas conmovedoras.
1 I96 EL CALVARI O DE UN NGEL
Algunos de los que l l oraban, al ver salvados ios
seres queri dos, l anzaban exclamaciones de alegra, que
contrastaban con los sollozos de los qu aun vean los
suyos en peligro de muer t e.
VIII
El xito obt eni do en su pri mera tentativa, les ani m
hacer lo posible por salvar la otra barca y las otras que
a u n est aban lejos, pero que iban acercndose lentamente
l uchando con el t emporal .
Gontanza, segua ani mndol es con sus splicas.
Tor cuat o, cont i nuaba si empre agarrado al t i mn, fir
me, i nmvi l .
En su act i t ud, adi vi nbase la energa.
Un grito de alegra se escap de algunos labios, al ver
que los de aquella otra barca t ambi n cogan uno de los
cabl es que les arroj aban.
Los crean salvados.
Pero entonces ocurri una cosa i mprevi st a, horrible.
A los esfuerzos que los infelices realizaron para coger
I cable, al que confiaban su salvacin, la barca tumbse
y todos cayeron al agua.
Reson un segundo grito, pero no de alegra como el
pr i mer o, sino de espant o.
Vise los nufragos l uchar con las embraveci das
ol as, pugnando por ganar nado la orilla.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA
" 9 7
Uno de ellos lo consigui, pero uno sol o.
No era Tor cuat o! ,
Los otros siguieron l uchando desesperadament e, hasta
que desaparecieron en las profundidades del mar .
Constanza, lanz un desgarrador gemi do y cay al
suelo desmayada.
CAPI TULO XI
Sombras
I
Cuando Constanza volvi en s de su desmayo, se hall
en su casa, tendida en el lecho de Tor cuat o, pues el
suyo, como sabemos, estaba ocupado por don Gui -
l l ermo.
Rodebanl a al gunas compasi vas muj eres, que eran las
- que all la hab an conduci do al verla caer desmayada en
la playa.
' Todas la cont empl aban con muest ras de sincera com-
pasin y de profundo inters.
Ella, al recobrar el conoci mi ent o, no se-di al pront o
cuent a de nada, pero el recuerdo de lo ocurri do, fu
brot ando poco poco en su memor i a, y, rompi endo
llorar desconsol adament e, pregunt ent re sollozos:
EL CALVARI O DE UN NGEL
1 1
9 9 -
Se ha salvado?
No hubo qui en contestase su pregunt a, y aquel si
lencio le hizo compr ender que el pobre Tor cuat o hab a
perecido.
Muerto!exclam. Dios mo! Qu va ser^de
m? El era mi nico protector, mi ni co ampar o.
Y el dolor, le hizo perder de nuevo el conocimiento.
Las mujeres que la r odeaban, consiguieron que lo re-
cobrase en fuerza de cui dados; pero al recobrarl o, nota-
ron que pronunci aba pal abras i ncoherent es, como si
hubi ese perdido la razn.
La infelil deliraba.
II
La situacin era grave, y las pobres mujeres que asi s-
tan la joven, no saban qu hacer.
Encont rronse, adems, en la casa, con don Gui l l ermo,
del cual no saban qui n era ni por qu estaba all, pero
cuyo estado requer a t ambi n ciertos auxilios.
Alguien indic la idea de llevarlos al Hospital, pero
los dems la rechazaron i ndi gnados.
Ent re aquella pobre gente, perteneciente la clase ms
humi l de del t rabaj o, abrise una suscripcin para
atender los gastos de la enfermedad de los dos desgra-
ciados, y no hubo quien no se prestara vol unt ari ament e
cuidarles y asistirles en la medi da de sus fuerzas.
I 2 0 O EL CALVARIO DE UN NGEL
Avisse un mdi co, y ste diagnostic que el estado
de los dos enfermos era muy grave.
Tambi n don Gui l l ermo del i raba, de modo que no era
posible dirigirle pregunta al guna, y t uvi eron que apl a-
zar, sus deseos de saber qui n era aquel hombr e, y por-
qu estaba all, hasta que se hallase en disposicin de
ser sometido un interrogatorio.
El mdico dijo que la ceguera de aqul infeliz, haba
sido ocasionada por el fogonazo de un ar ma de fuego, y
esto aument en todos la curi osi dad y el inters que ya
les i nspi raba.
III
Con todo esto, lleg la noche.
L t empest ad hab a pasado, y el mar , como cansado
arrepent i do de sus furores, mur mur aba t ranqui l o bor-
dando de espuma con sus olas, las arenas de la playa,
que pocas horas antes barri era con mpet u.
La l una, brillaba en un cielo limpio y pur o, y la brisa
mur mur aba dul cement e, deslizndose ent re los caave-
rales de las orillas del r o.
Todo hab a cambi ado, y la cal ma hab a vuelto r e-
nacer, pero en algunos hogares l l oraban la muert e de
seres queri dos.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1 2 0 1
IV
La noche fu i nt er mi nabl e para los que vel aban el
cadver de Tor cuat o y asistan don Guillermo y Cons-
tanza.
Despunt , al fin, la aur or a, y con la luz del nuevo da
TOMO n , - " . 1 5 1
La tempestad haba hecho numer osas Vctimas, ent re
las que figuraba el pobre Tor cuat o.
Algunos cadveres hab an sido ya devueltos por las
olas, y sus parientes y amigos velbanlos en sus casas,
rindindoles aquel ltimo t ri but o de afecto; otros ios
conservaba el mar en su seno, y por la playa, vaga-
ban tristes y llorosas algunas personas, esperando que
las aguas arrojasen la orilla los restos de aquellos
seres queri dos.
El cadver de Tor cuat o, fu uno de los pri meros que
el mar arroj , y al gunos piadosos pescadores hici -
ronse cargo de l, y lo condujeron su casa.
All, en el centro de la destartalada estancia, yaca
tendido en el suel o, entre cuat ro amarillos bl andones,
mientras en los cuart os contiguos, Constanza y don
Guillermo, l uchaban entre la vida y la muert e.
Por fortuna, la joven no estaba en disposicin de darse
cuenta de aquel cuadro tristsimo.
1 2 0 2 EL CALVARIO DE N NGEL
lleg el desconsolador instante de dar sepul t ura las
infelices vctimas de la catstrofe del da ant eri or.
Un numer oso cortejo, detvose ant e la puert a de la
mi serabl e casucha.
Er an los que, conduc an al cement eri o los otros
cadveres.
Iban en busca de Tor cuat o, para ent errarl os todos
j unt os, como juntos hab an muer t o.
A falta de un i ndi vi duo de la familia, uno de los
pescadores ms anci anos, hizo entrega del cadver; pero
ant es, en presencia de todos, registrle para hacerse
cargo de los objetos que llevara enci ma, fin de ent re
grselos Constanza cuando estuviese en disposicin
par a ello.
Encont rronl e, en uno de los bolsillos, una cart era,
que el anci ano guard sin abri rl a, para depositarla su
debi do t i empo, en manos de la joven.
La fnebre comitiva, se puso en mar cha, y poco des
pues, aquellos infelices reciban cristiana sepul t ura.
Los que le acompaar on su l t i ma mor ada, or ar on
sobre su t umba, y luego regresaron sus hogares, tristes
y preocupados, pensando, qui z, que todos ellos est aban
expuestos perecer de la mi sma maner a el da menos
pensado.
Aquella horri bl e catstrofe, t uvo mucha resonancia en
t odo Port ugal , y dur ant e no poco t i empo, dur la honda
i mpresi n que produj o.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1203
Aun hoy se recuerda con espant o.
V
Dur ant e algunos das, la vida de Constanza y don
Guillermo, sigui ofreciendo graves peligros.
Los que les asistan, desconfiaban de salvarles.
Al fin, inicise una ligera mejora que hizo renacer en
todos la esperanza.
Pero aun no estaban los enfermos en disposicin de
ser interrogados.
En sus breves instantes de lucidez, no acert aban
hacer otra cosa que llorar su desgracia, y ani qui l ados
por el dolor, volvan de nuevo su delirio.
Estas al t ernat i vas, dur ar on ms de una semana, t i empo
ms oue suficiente para que la curiosidad di smi nuyera
y para que la compasi n se enfriase.
Pocos eran ya los que seguan asistiendo con asi dui dad
los dos enfermos, y no muchos los que sentan el
mi smo inters que antes en conocer las desvent uras del
ciego, como l l amaban don Gui l l ermo.
La indiferencia y el egosmo, fueron mat ando en ellos
la compasi n y la curi osi dad.
El exbanquer o, fu el pri mero en estar en disposicin
1204
E L
CALVARIO DE UN NGEL
de ser i nt errogado, y no falt quien lp hiciera pesar de
ser ya pocos, rel at i vament e, los que por l se interesa-
ban.
Don Guillermo respondi la verdad.
Soy un i nfel i z, di j o, v ct i ma de las mayores
desdi chas, que quiso buscar en la muert e el fin de sus
infortunios. Dios me castig, pues lejos de qui t arme la
vi da, no consegu otra cosa que pri varme de uno de los
sentidos ms preciosos y ms necesarios, con lo cual,
mi situacin se ha hecho ms triste.
Y despus de explicarles cmo se hab a quedado
ciego, t ermi n dicindoles:
Yo les suplico ustedes, por Dios, que no repitan
lo que acabo de decirles! El suicidio est penado como
un cri men, por la ley ds todos los pases civilizados, y la
justicia castigara mi tentativa de suicidio si se enterase
de ella. Slo me faltara, para colmo de mis males,
tener que habrmel as con la justicia!
Compadeci dos de l, todos le promet i eron callar, y le
cumpl i eron su promesa.
Lo que no consiguieron sacarle, fu cmo se l l amaba,
qui n era y qu desgracias le hab an puest o en el caso
de i nt ent ar quitarse la vida.
Encerrse, sobre el particular, en un silencio absoluto
y tuvieron que conformarse seguir l l amndol e el
ciego.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 120.5
VI
Constanza, por el cont rari o, al salir de su delirio, en
las expansiones de dolor, dio conocer cl arament e sus
sentimientos.
El pesar por la muert e de Tor cuat o, qui en quer a
como un padr e, no le i mpi di pensar en Oliveiro, y
todos pregunt repetidas veces por l, ext raando que
no hubi era ido verla en tantos d as.
No debe tener noticia de mi desgracia, decase;
porque si la tiene, cmo no ha venido ofrecerme los
consuelos de su cario?
Y rengln seguido, pensaba:
Pero, aunque no sepa nada, cmo i nt erpret ar su
prolongada ausencia? Se habr olvidado de m ?. . . Ha-
br dejado de quererme?
Resistase creer esto l t i mo, y acababa por exclamar:
No, de ni ngn modo! Acaso l sea t ambi n vctima
de algn infortunio.
Tampoco ech en olvido don Gui l l ermo. Pregunt
por l con inters, y tuvo una gran alegra al saber que
ya estaba fuera de cui dado, aunque hab a perdido la
vista para si empre.
Pobre!dijo.No le abandonen ustedes; cudenle
y amprenl e como m .
El mi smo deseo de hallarse en estado de hacer las
averiguaciones necesarias para saber qu haba sido de
1206 EL CALVARIO DE N NGEL
liveiro, aceler la curaci n de la j oven, la cual pudo,
al fin, abandonar el lecho.
Su restablecimiento fu el principio de su [triste sole-
dad, pues las mujeres que la hab an asistido, al verla
rest abl eci da, dejronla sola, despus de recibir las ex-
presi vas y sinceras demost raci ones de su gratitud.
CAPI TULO XII
El consuel o de la compasi n
I
Eran las diez de la noche.
En la casucha de Tor cuat o, no haba otra luz que los
rojizos respl andores de la hoguera que las vecinas de-
jaron encendida antes de retirarse.
Constanza, no poda conciliar el sueo.
En plena posesin de todas sus facultades, daba vue
tas en el lecho que fu de su padre adopt i vo, t r at ando
en vano de encont rar explicacin la extraa ausenci a
de Oliveiro.
Maana saldr de dudas, acab por decir.
Y trat de dormi rse, pero su empeo fu intil.
Se encont raba mal en la cama y decidi l evant arse.
1208 EL CALVARIO DE UN NGEL
Para no dor mi r , mejor estara en la cocina, sentada
j unt o al fuego.
Los rojizos respl andores de las l l amas, parece que
acompaan y al egran.
Salt del lecho, vistise y sali del cuart o.
II
Su pri mer i mpul so, fu l l amar don Gui l l ermo para
que le hiciese compa a; pero desisti de ello, pensando:
Sin duda duer me. . . Pobre! Que descanse.
Y se sent sola j unt o la hoguera, entregndose all
de nuevo sus meditaciones.
Llevaba un rato en aquel sitio en la mi sma postura,
con la mi rada fija en las oscilantes l l amas, como si en
ellas quisiera leer los destinos de su porveni r, cuando
sinti que le cogan una mano y se la besaban.
Volvise con el nat ural sobresalto, y vio que era don
Gui l l ermo, el cual , sin soltar la mano que le hab a co-
gido y besado, sonreale cari osament e,
i Durant e la enfermedad que le hab a puesto las puer-
tas de la muer t e, en el rostro del exbanquero habase
oper ado una compl et a t ransformaci n.
No pareca el mi smo.
Hab a envejecido mucho, y la prdi da de la vista qui-
t aba su sembl ant e la expresin de dureza que antes le
daba su mi rada.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1 2 0 9
Hasta su voz haba cambi ado, pues el acento con que
hablaba, si bien muy triste, era dulce y cari oso.
Los que en otro tiempo sufrieron la violencia de su
carcter, no le hubi eran reconocido.
El infortunio acab, al fin, por domar l e.
III
La joven sonri su vez, al ver quin era el que la
i nt errump a en sus meditaciones, y exclam:
Es V. !
Te he asustado?pregunt l, con acent o tmido y
miedoso.
No, tanto como asust arme no.
Es que lo sentira.
Me ha sorprendi do y nada ms.
Perdname!
Por qu?
Por habert e i nt er r umpi do, molestndote tal vez.
Oh, no! Nada de eso.
De veras?
Se lo aseguro.
Ms vale as, pues sentira causart e el menor pesar,
No solo no me molesta, sino que hasta le agradezca
que haya venido en busca m a.
No me e n g a a s ? ^ - ^ ' \ .' ~ -
TOMO II
1 2 1 0 EL CALVARIO DE U N NGEL
Como que le hubiese l l amado para que me acom-
paase un rat o, si no me hubi era contenido el t emor de
que estuviese dur mi endo.
Aunque as fuera. . .
Me guardar a muy bien de t urbar su sueo. El
sueo es un consuelo y un bien inapreciable para los
que sufrimos.
Cuando logramos conciliario. Yo no consigo- dormir
sino cuando la nat ural eza, rendi da, ha agotado todas sus
fuerzas; de no ser as, mis tristes pensami ent os me tienen
si empre desvel ado.
Como m los mios me tienen si empre intranquila.
Los dos sufrimos mucho.
Mucho!
Y l anzando un doble suspi ro, quedronse silenciosos.
IV
De nuevo el ciego bes la mano de la joven, diciendo:
Perdn!. . . En vez de alegrarte, te entristezco con
mi s l ament aci ones. . .
Y tras una breve pausa, aadi :
No poda dormi r. Me levant desvelado, sal esta
habi t aci n, y el instinto, ms que los sentidos, me re
vel tu presenci a. . . El corazn me gui donde t esta
bas, y heme aqu tu l ado, deseoso de decirte cuan
gr andes son el cari o y la gratitud que me inspiras. Por-
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1 2 1 1
que te qui ero y te estoy agradecido por tus favores, hija
ma, y t no sabes lo que es haber conseguido hacer
brotar en un corazn como el m o, estos sentimientos.
Detvose un instante, y despus prosigui:
Dispensa que te hable de este modo, con esta fami
liaridad, con esta confianza. . . El verdadero afecto, nunca
fu comedi do ni respetuoso;, gusta ms de la intimidad
que de la cortesa.
Y efectivamente, habl bal e con una cariosa franque
za con la que nunca, hasta ent onces, le haba habl ado.
V
Agradabl ement e sorprendi da al verse tratada de aquel
modo, Constanza repuso:
No puede V. figurarse lo que me alegro y lo que le
agradezco que as me habl e. . . Estoy muy necesitada de
cario. El mejor consuelo para un pesar tan grande
como el m o, es un afecto sincero, y no tengo qui en me
lo profese...
Conque aceptas el que yo te ofrezco?interrog
D. Guillermo, t embl ando de emoci n.
Qu si lo acepto! Ya lo creo!
Oh, gracias! .
Lo acepto y lo agradezco.
Qu buena eres!
No tanto como V. , que tan si ncerament e compadece
mis desdi chas.
1 2 1 2 EL CALVARI O DE UN NGEL
Antes compadeci st e t las m as.
Y con todo mi corazn; lo aseguro.
Lo s.
Ent ri st ec ame la idea de que V. no creyese en lo
sincero de mi compasi n.
Y no crea, real ment e; pero en pocos das he cam-
biado mucho.
Bien se conoce.
Al cerrar para si empre la luz, los ojos de mi cuer
po, parece como que en compensaci n se haya abierto
los de mi al ma. . . Veo muchas cosas que antes no
vea, y me conmueven sentimientos que antes me eran
desconoci dos. . . Mira si he cambi ado!
Y como para dar una pr ueba de ello, inclin la cabe-
za, y de sus ojos sin luz, desprendi ronse dos gruesas l-
gri mas.
Lloraba, y lloraba de gratitud y de emoci n!
Verdaderament e estaba muy cambi ado.
VI
Hubo una nueva pausa.
No llore V.!dijo, cari osament e Const anza.
No te preocupe mi l l ant o, repuso l . Es uno de
los bienes ms grandes que te debo. El llanto es necesa -
rio para un corazn que sufre, y yo ant es no poda lio-
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I 2 l 3
Lo que ant ecede, i mpresi on profundament e la jo-
ven, que guard silencio.
rar. Ahora lloro por t, conque. mi r a si tengo razn para
estarte agradeci do.
Pues lloremos j unt os nuest ras mut uas desdi chas.
No me atreva proponrt el o. . .
Cunt eme usted sus pesares, y yo le cont ar los
mos.
Mis pesares! Ya los conoces.
No, todos no; ignoro an los que le i nspi raron la
triste resolucin de qui t arse la vida.
Vale ms que sigas ignorndolos.
Por qu?
Porque si los conoci eras me despreciaras.
Despreciarle!
S, hija m a, s. Yo he sido mal o, muy mal o, y
cuant o sufro ahor a, no es sino consecuencia nat ural de
mis mal dades. Conoce en buen hora mis sufrimientos y
compadcel os, pero sus causas no, porque si las cono-
cieras, tu compasi n se trocara en desprecio. Verme
despreciado por t, por t, cuyos compasi vos sentimien-
tos me han redi mi do, sera horri bl e!. . . No me despre-
cies, hija m a!. . . Sigue t eni ndome compasi n!
Y t ermi n sus pal abras con un sollozo.
1214 EL CALVARIO DE UN NGEL
Te he asust ado con lo que te he dicho?le pregun
t i nqui et o el anci ano.
No, asust arme no, respondi ella.Por que?...
Pero debe de ser muy triste, sufrir lo que V. sufre...
No lo sabes bien!
Verse desgraciado y decirse todas horas: lo soy
por mi culpa!
Es espantoso!
Infeliz!
Por lo mi smo, merezco dobl ement e compasi n.
Quin lo duda?
Luego no me desprecias?
Oh, no, al cont rari o! Le compadezco ms que an-
tes.
Gracias, hija ma!
Galle en buen hora sus faltas, que yo cre no eran
ms que desdi chas. . . Me basta con saber que es desgra
ci ado. . .
Eres un ngel!
Nuest ras faltas solo debemos confesarlas Dios,
que es el nico que puede perdonarl as.
Yo no s si perdonar las m as.
Por qu?
Por que son muy grandes.
No i mport a! Dios es muy bueno.
Pdele t, hija ma, que me perdone!
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1 2 1 5
V I I I
Habl aban con la mi sma i nt i mi dad y cari o que si fue-
sen padre hija.
Gomo t no ests en el mi smo caso que yo, dijo
don Gui l l ermo; como en tu conduct a no hay nada de
que tengas que arrepent i rt e, ni de que puedas avergon-
zarte, hazme t la confesin que yo no puedo hacert e;
confame tus desdichas, para que mejor las compadezca
y las consuele, ya que eres tan bondadosa que aceptas
el consuelo de mi cari o.
Mis sufrimientos los conoce V. , repuso la joven.
No todos. S que has perdi do al hombr e que te ser-
Ta de padr e, pero nada ms.
Esa es mi desgracia mayor.
Pero no la ni ca.
Es ver dad.
Adivino en t otros pesares.
No se engaa.
Pues esos pesares son los que qui ero que me con-
fieses.
Y como viera que Constanza guar daba silencio, aa-
di:
1 2 1 6 EL CALVARIO DE N NGEL
No te atreves? Pues yo te ayudar el l o. . . Los v e-
jos sabemos adi vi nar muchas cosas, y yo he adivinado
part e de lo que me ocultas. En esos sufrimientos que no
te decides confiarme, figura como causant e ms me-
nos directo, el joven que contigo me recogi y me trajo
esta casa; tu novi o, no es as?
Quin le ha dicho V. que Oliveiro es mi novio?
exclam ella.
Se llama Oliveiro, aquel joven?
S . . .
Pues que es tu novio no me lo ha di cho nadi e; pero
ya ves como yo he adi vi nado que le amas .
Oh, s!. . . Le amo con todo mi corazn!
IX
Y despus de pronunci ar estas pal abras, como si ne-
cesitara el ampar o y el apoyo de una persona queri da,
la joven se arroj en los brazos del anci ano, apoy la
frente en su pecho y llor.
Llora, hija ma!le dijo l conmovido. Llora
confiada sobre mi corazn, que no encont rars fcil-
ment e ot ro, que con tanta sinceridad te compadezca!
Y la acari ci aba como una hija, y la besaba en la
frente con t ernura pat ernal .
Aquellas carigias y aquellos besos, eran un blsamo
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I 2I 7
consolador para las heridas abiertas en el corazn de
Constanza por el infortunio.
Reciba agradecida aquellas muestras de afecto, y
corresponda ellas con vehemencia.
Desde que haba quien la compadeciera, no se crea
tan desgraciada.
TOMO II
CAPTULO XIII
Obra de redencin
I
Despus de la ant eri or escena, la i nt i mi dad entre
aquellos dos infelices seres, era ya inevitable, ms aun,
necesaria.
Cmo ocultarse sus secretos, cuando sus corazones
se ent end an tan perfectamente?
Bueno que don Guillermo los callase por el natural
r ubor que deba producirle la confesin de sus culpas;
pero la joven no estaba en el mi smo caso, y habl sin
reservas, sin escrpul os, como habl ar a si se hubiese
dirigido un padr e.
Su corazn angust i ado, necesitaba aquel desahogo.
Lo revel t odo, su horfandad, los beneficios que de
e l c a l v a r i o d e u n n g e l 1 2 1 9
Torcuato tena recibidos, cmo conoci Oliveiro, cuan
do una grave enfermedad obligla ir la casa de cura
cin donde l estaba de pract i cant e, y cmo se llegaron
amar; sus i nqui et udes, sus temores y sus recelos al
saber que aquel quien amaba era hijo del antiguo amo
de su padre adopt i vo; sus ardi des para ocultar aquel
cario como si fuese un cri men, sus ilusiones, sus pro
psitos y sus esperanzas; por l t i mo, la extraa ausencia
de Oliveiro, y las no menos ext raas pal abras de Tor
cuato al habl arl e de la revelacin de un secreto, y de su
prxima visita casa de don Rai mundo; en fin, no le
ocult nada, se lo revel t odo, y acab diciendo:
Comprenda V. ahora si tengo motivos no para
sufrir y creerme desgraciada. Oliveiro no vuelto, y mi
protector mur i sin revel arme el secreto de que me ha
ba habl ado. Qu secreto ser ese? No acierto com -
prenderlo... Adems, la muert e de Tor cuat o y mi en-
fermedad, me han i mpedi do i r casa de don Rai mundo,
donde quiz hubiese encont rado la explicacin de t odo.
Qu pensar de esto? Usted que tiene experiencia del
mundo, y que se interesa por m , qu opina?. . Acons
jeme, qu debo hacer?
II
Don Gui l l ermo escuchla at ent ament e, sin perder una
sola de s us pal abras, conmovi ndose cada instante con
1 2 2 0 EL CALVARI O DE u n NGEL
rasgos de sencillez y de t er nur a, que hasta entonces no
hab a sido capaz de compr ender ni de apreciar, pensan-
do cada moment o:
Yo no saba que en el mundo existiesen tanta bon
dad, tanta vi rt ud y tanta inocencia.
Cuando la joven hubo concluido de habl ar, l la abra
z de nuevo, y le dijo:
Pobrecita! Verdaderament e eres muy desgraciada,
mereci endo ser muy di chosa. Pero no te apur es; por lo
mi smo que tus desgracias son injustas, y no te las has
buscado t mi sma con tu comport ami ent o, tendrn
pronto remedi o. . . Las que no acaban nunca son las que,
como las m as, nacen de nuest ros propios errores!...
Esas dur an si empre para castigo de nuest ras faltas,..
Y luego de reani marl a con sus caricias y con sus con-
sol adoras frases, le dijo:
Un consejo me has pedido y debo drt el o. No te
exijo que lo sigas, porque acaso te aconseje mal . Estoy
t an poco acost umbrado proceder j ust ament e!. , . Pero
no i mport a; pondr mucho tiento en lo que te diga, y
*e dir lo que mi conciencia me di ct e. . . A donde no lie
gue la dudosa rectitud de mis sent i mi ent os, llegar la
si nceri dad de mi cari o.
III
Medit don Gui l l ermo largo espacio, como para mejor
E L M A N U S C R I T O D E U N A MO N J A I 2 2 1
Con toda la seguridad, todo el orden y toda la lgica
y ms conciencia desempear su papel de i mprovi sado
consejero, y luego habl de esta maner a.
En todo eso que acabas de deci rme, hija m a, hay
algo misterioso que no acierto comprender. No me
refiero tus amor es, porque esas son cosas tan nat ur a-
les y tan sencillas, que se comprenden sin gran esfuerzo;
ya ves que yo los adivin en seguida; me refiero la ex
trafa ausencia de tu novio, y las no menos ext raas
palabras de Tor cuat o. Nunca te haba habl ado l de
revelarte un secreto?
Nunca, respondi la joven.
Luego cabe suponer que esa revel aci n, ser a conse
cuencia de su entrevista con el padre de Oliveiro.
Tal vez.
Sin duda.
La mi sma idea se me ha ocurri do varias veces
Y al mi smo t i empo, no es avent urado sospechar que
vuest ra anunci ada visita don Rai mundo, era la vez
consecuencia de tal entrevista y de tal secreto.
Es fcil.
Part i endo de esta hiptesis, hagamos al gunas d e -
ducci ones.
I V
1 2 2 2 EL CALVARI O DE U N NGEL
de un espritu acost umbr ado razonar sobre los asuntos
ms intrincados y obscuros, don Gui l l ermo continu di
ciendo:
Si , la revelacin de ese secreto era consecuen-
cia de la entrevista entre Tor cuat o y don Rai mundo, y
si la visita ste l t i mo era consecuencia su vez de tal
secreto y tal entrevista, el asunt o en cuestin debe ser
conocido por el padre de Oliveiro.
Lo mi smo me parece, asinti Constanza.
Pasemos otra cosa: si conociendo ese misterio^y
sabi endo la vez tus amores con su hijo, don Rai-
mundo estaba dispuesto recibirte en su casa, sear es
de que ni desaprueba vuest ro amor , ni ese secreto es
para l un obst cul o.
V
Esta deducci n, que encontr muy lgica, aunque
ella nunca se le hubi era ocurri do, fu muy del agrado
de Const anza.
Todo eso est muy bien, dijo;pero no explica la
ext raa ausenci a de Ol i vei ro.
Djame proseguir,replicle el anci ano. Esa au-
sencia, que t te parece lo ms i mport ant e, no deja de
ser un caso secundari o que puede obedecer causas
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1223
fortuitas. Ya llegaremos ello. Lo pri mero aqu , es ave-
ri guar lo que Tor cuat o no pudo revelarte, y en lo cual
quiz estribe la explicacin de todo, hasta de la ausen-
cia de tu novio.
Pero, cmo descubrir ese secreto?
Muy fcilmente.
A V. todo le parece muy fcil, y m todo me pare
ce muy difcil.
No hemos quedado en que lo ms seguro, es que
don Rai mundo lo sepa todo?
- S . . .
Pues bien: todo se reduce ir pedirle que lo re
vele.
Es verdad.
Sabes t donde vive?
Si seor.
Pues entonces no hay obstculo al guno.
Hay solo un inconveniente.
Cual?
Me recibir don Rai mundo?
Claro que s, puesto que ya antes te avis Tor cuat o
que estaba dispuesto recibir vuestra visita.
Ti ene V. razn. Otra duda se me ocurre.
Veamos.
Y si aun conociendo el secreto no qui ere r evel r -
melo?
Todo cabe en lo posible; pero debe intentarse; adq-
1224
E L
CALVARI O DE UN NGEL
VI
La esperanza renaci en la joven, ant e la posibilidad
de desvanecer muy pronto los misterios que la rodea
ban.
Cunt o tengo que agradecerle!exclam, abrazan-
do al anci ano.
\ m?repuso el ciego.Por qu?
Y aun me lo pregunt a! Me ha ofrecido el consuelo
de su cari o, y el consejo de su experiencia, i
Todo eso va' e t an poco. . . ! '
Vala mucho para la que como yo no, tiene quien se
lo ofrezca.
ms, hemos supuest o que la revelacin de ese misterio
era una consecuencia de la entrevista entre don Rai mun
do y Tor cuat o, y si el pri mero encarg al segundo que
te lo revel ara, y l no pudo cumpl i r el encargo, aquel no
ha de tener inconveniente alguno en revelrtelo.
Par a todo halla V. salida.
Un consejo me has pedido, y mi consejo es que veas
don Rai mundo Por l puedes saberlo t odo, hasta la
causa de la ausencia de Oliveiro.
Dice V. bien: le ver maana mi smo, y as saldr de
dudas:
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1225
Lo malo es que todo eso no podr ofrecrtelo por
mucho t i empo, hija m a.
Por qu?
Ser preciso que nos separemos.
Separarnos!
Nat ural ment e.
No veo la razn.
Yo no soy nadie para t.
Cmo que no? Es V. mi amigo.
Bastante has hecho ya por m Seguir tu lado sera
abusar de tus bondades.
No hable V. de ese modo.
Debo seguir mi dest i no, que es muy diferente del
tuyo.
Tal vez, pero los dos podemos seguir juntos cada
uno el nuest ro.
No es posible!
Por qu no, uni ndonos como nos unen los lazos
de la desgracia y el afecto? Cree V. que he de dejarle
solo cuando ms necesita de m, ni que he de quedar me
sola, cuando ms necesito de V. De ni ngn modo!
Hija ma!
Usted dice que ha sido muy mal o.
L he sido mucho.
Pero en cambi o, para m es muy bueno.
T me has enseado serlo.
He encont rado en..--W cuant o necesitaba; cari o y
TOMO H v ^ ' Y * " - - - - - y
;
; Yx 154
1226 EL CALVARIO DE UN NGEL
consejos. Por qu he de renunci ar ello? Usted, en
cambi o, ha encont rado en m compasi n y cari o. . . Nos
necesi t amos jeljuno apot r o.
VII
Don Gui l l ermo lloraba
Lo poco en que yo puedo auxiliarte, dijo, procu-
r ando sobreponerse su emocin, lo encont rars en
cual qui era, y hasta encont rars quien te auxilie mejor
que yo. En m hay si empre el peligro de que en mis
consejos, influyan mis pasados errores.
Eso no, protest Constanza,-porque el cario
que me profesa le i nspi ra, y un cari o grande y sincero
no se equivoca nunca.
De la sinceridad de mi cari o, te respondo.
Pues por eso sus consejos me merecen una confianza
absol ut a.
En cuant o m , tu compa a me es real ment e muy
necesari a, y no he de encont rar qui en la sustituya.
Ent onces. . .
Per o no debo abusar; no tengo derecho tu auxilio;
no lo merezco; sera alcanzar un pr emi o, cuando por el
cont r ar i o, debo sufrir el castigo que por mis faltas me
hi ce acreedor.
Si esas faltas existieron, bien castigadas estn con
sus desdichas.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1227
No, hija m a, no; merezco ms; me juzgas as por -
que desconoces mis cul pas, que si las conocieras, de
otro modo me juzgaras. Dios, con ser Dios, no puede
juzgarme con tanta i ndul genci a. . . Djame seguir mi
destino solo!. . . No te asocies l, porque participaras
de mi castigo y de mis desvent uras.
VIH
Habl aba con una enrgica y amarga desesperacin
que impresion la joven.
Adems, agreg:yo no debo ser un estorbo para
t, ni un obst cul o para tu felicidad, y lo sera si tu la
siguiese.
Por qu?pregunt Constanza.
Porque s. Si, como es pero y deseo, en tu vi si t adon
Rai mundo tu situacin se aclara y tus desdichas t ermi -
nan, yo no puedo ni debo compart i r tu suert e. Irs
junto otros protectores, junto al hombr e que amas , y
yo no podr acompaart e aunque qui era y t te empe
es. Si, por el cont rari o, tu situacin sigue siendo la mis-
ma, lo que Dios no qui era, siguiendo tu lado sera una
carga para t . . .
Por eso si que no paso. En el pri mer caso, bueno:
tal podan ocurri r las cosas, que los esfuerzos de mi vo-
1228 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
l unt ad fueran intiles para retenerle mi lado; pero en
el segundo caso es distinto. Si yo sigo sola, V. continua
r mi l ado, porque yo lo qui ero, porque le necesito; y
lejos de ser para m una carga su compa a, como acaba
de decir, t endr una satisfaccin en cui darl e, en asistirle,
en pr ocur ar su sustento la vez que procuro el m o, en
ser, en fin, para V. una hija; y V. en cambi o me querr
mucho, como un padr e, y con su cari o quedar de
sobra pagada. . .
IX
El viejo no se atreva protestar.
Cont i nuaba l l orando.
Basta de lgrimas,dijo la joven,y basta de hablar
de esas cosas. Por clculos y propsitos que hagamos,
ser lo que est de Dios que sea. No pensemos en el
porveni r, sino en lo presente. Los acontecimientos mis-
mos, con la ayuda de nuest ro mi smo afecto, nos dirn
lo que debemos hacer cuando el caso llegue. Mientras
t ant o, pensemos slo en que somos dos infelices seres,
qui enes el infortunio y el cari o unen. Para nuestro
mu t u o consuelo, forjmonos la consoladora ilusin de
que somos padre hija, y gocemos de esta ficin todo el
t i empo que dur e. . .
Y recostando la cabeza en un hombr o del ciego, bal -
buce con mi moso acento:
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I 2 2 0
Estoy cansada, padre m o. . . Tengo sueo. . .
Don Gui l l ermo besla en la frente, y luego estvose
muy quieto para no molestarla en la post ura que hab a
t omado.
Poco despus, la joven dor m a, recostada la cabeza en
el hombr o de su i mprovi sadp ami go.
Sus sueos deb an de ser muy hal agadores, porque
sonrea.
Don Gui l l ermo, por el cont rari o, l l oraba.
El remordi mi ent o hab ase despert ado, al fin, en l.
Aunque t arde, apreciaba el bien, de cuya existencia
haba hasta entonces dudado, y arrepent ase y avergon-
zbase de sus pasadas faltas.
La inocencia y la cari dad de una pobre ni a, hab an
obrado el milagro de su redenci n.
CAPI TULO XIV
Desapar eci do
I
A la maana siguiente, Const anza despertse mucho
ms ani mada y t ranqui l a.
Pr epar un frugal desayuno, y mi ent ras almorzaban,
dijo al ciego:
Dur ant e mi sueo, he tenido una inspiracin que la
considero consecuencia de nuest ra conversacin de ano-
che.
Qu es ello?pregunt don Gui l l ermo.
A ver si V. apr ueba lo que he deci di do.
Veamos.
Est oy resuelta hacer lo que V. me aconsej: ir
ver don Rai mundo.
Me parece muy bien.
EL CALVARIO DE UN NGEL 1231
Pero ant es. . .
Qu?
La casa de curacin donde Oliveiro est de pr act i -
cante, se halla aqu muy cerca. . .
Y has pensado ir verle l, antes de ver su
padre?
Preci sament e. Cmo lo ha adi vi nado V.?
No es cosa difcil de adi vi nar. Los sentimientos de
una nia inocente como t , son t ranparent es para un
viejo como yo. Aunque pri vado de la vista, con los ojos
del al ma leo en tu corazn como con los del rostro lee-
ra en tu cara. Acabo de darte una prueba de ello.
II
Constanza, se rubori z.
Que adivine V. mis sentimientos no me pesa, dijo,
porque si usted no los adi vi nara, yo se los revel ar a.
Pero dejemos esto y vamos lo que i mport a. Qu le
parece usted mi pensamiento?
;Ni bueno ni mal o, respondi el anci ano, No veo
en l ms que un deseo nat ural y disculpable de a dqui -
rir cuant o antes noticias del que amas .
Es ver dad. . . Hay en ello algo malo?
N o , hija m a.
Ent onces .. '
1232 EL CALVARI O DE UN NGEL
Solo hay el peligro de perder un t i empo precioso.
Por qu?
Por que si Oliveiro no est, como i magi no, en el si
tio donde quieres ir buscarl e, ret ardars intilmente tu
visita don Rai mundo, que es en la que has de aclarar-
lo t odo.
Y por qu supone VI que Oliveiro no estar en la
casa de curacin?
Por vari as razones muy lgicas.
Su obligacin es estar all.
Con un solo argument o voy convencert e.
Veamos.
III
Sentse la joven j unt o al anci ano, para no perder ni
una sola de sus pal abras, y l le habl as:
Por cuant o me has di cho, creo, como t , que Oli-
veiro te ama de veras.
Oh, s, me ama!excl am Const anza. Est oy se-
gura de ello, y creera ofenderle slo con dudar l o.
Pues bien, si amndot e estuviera t an cerca de t
como supones, por qu no ha veni do verte?
No s. . .
Aun sin tener noticia de la desgracia que te aflige
por la muert e de Tor cuat o, hubi era veni do como vena
ant es.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1233
Es ver dad. . . Pero acaso no haya podido.
Qu hab a de estorbrselo?
Qu se yo!
Para el amor no hay obstculos. El se escapaba an-
tes por ua, vent ana todas las noches, para veni r vert e,
Acaso est enfermo.
Si as fuera, doble motivo para suponer que se ha-
llar en su casa.
Quiz haya veni do, y como yo estaba enferma, no
me haya visto.
Quin se lo impeda? Muert o Tor cuat o, nadi e le
hubiese est orbado la ent rada en esta casa.
Ti ene usted razn.
Desengate: Oliveiro no est donde t supones.
Ante tan lgicos razonami ent os, la joven t uvo que
rendirse la evidencia.
Cuant o usted dice, est muy bi en, bal buce;
pero. . .
Pero t tienes empeo en ir ver si encuent ras t u
novio, no es verdad?la i nt errumpi don Gui l l ermo.
Pues bien, s; por qu negarlo?
Cumpl e tu capri cho, hija m a, que nada hay en l
de censurabl e.
I V
TOMO II
1234
E L
CALVARIO DE UN NGEL
Me autoriza usted para ello?
Autorizarte yo! Qu derechos tengo sobre t para
oponer me tu voluntad?
Los derechos que le concede mi cari o. Qui ero que
cuando piense haga una cosa que est mal , me la re-
prenda y me la prohi ba como si fuese mi padre. V el
empeo que tengo en ir donde le he dicho? Pues si
usted me lo prohi be no ir.
No, hija m a, ve; en ello no hay nada malo.
Ojal pudi eras satisfacer con tanta facilidad y con tan
poco riesgo, todos tus capri chos.
Satisfecha con el permi so al canzado, aunque ninguna
necesidad tena de l, Constanza, se dispuso partir.
Quiere usted acompaarme?di j o.
No, hija ma, le respondi el ciego.Para qu?
Aunque el cami no es muy mal o, no t ema, yo le ser
vi r de lazarillo.
V t sola; as volvers ant es.
Ent onces, hasta luego.
Adis, hija m a.
Volver pront o.
S , no t ardes mucho, aunque slo sea por cal marl a
ansi edad con que estar esperndot e.
V
Marchse la joven, y don Gui l l ermo se qued espe-
r ndol a, sentado al sol en la puert a de la casucha.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1235
Poco despus, estaba abi smado en sus profundas me
ditaciones.
Tena tantas cosas en que pensar!
Gomo si empre que estaba solo, los recuerdos de su
pasado, acud an su memor i a, y con los recuerdos au-
ment aban sus remordi mi ent os.
Si ellos supi eran la situacin en que estoy! mur
mur, tras largas y dolorosas reflexiones
Y aadi , ext remeci ndose:
No, no deben saberl a. Para qu?. . Acaso t endr an
la abnegacin de compadecer me y per donar me, y su
generosidad me har a sufrir mucho ms an de lo que
sufro... No merezco ser compadeci do, sino desprecia-
do!. . . Y qui en sabe si ellos me despreci ar an, pesar de
mi castigo y de mi ar r epent i mi ent o. . No les faltaran
motivos. . .
Y cubri ndose el rostro con las manos, para ahogar
sus sollozos, exclam:
Que no sepan j ams de m , ni que yo j ams sepa
de ellos!... Ojal pudi era borrar los horrores del pasado
con un completo olvido!
VI
Las tristes meditaciones de don Gui l l ermo, fueron i n
:
t errumpi das por una voz de hombr e que dijo, su l ado:
A la paz de Dios.
1236 EL CALVARIO DE UN NGEL
El ciego levant la cabeza, aunque no poda ver al
que de tal modo le sal udaba, y r epuso:
Con El venga, ami go.
Est Constanza?
No, seor.
Pero volver?
Sin duda.
Cundo?
Creo que muy pront o.
Si estuviera seguro de que no hab a de t ardar, la
esperar a.
Como V. guste.
Pero no, vale ms que vuel va. Dgale usted que ha
est ado aqu el viejo Laurenci o, que necesita verl a.
Est bi en.
Ya me har ese favor, eh?
Con mucho gust o.
Laurenci o, no se olvide.
Pi erda cui dado.
Hast a ot ro rato y gracias.
Vaya usted con Dios.
El visitante, alejse hacia la orilla del mar .
Er a un viejo pescador, de aspecto bonachn y simp-
tico; el mi smo que ant es del entierro de Tor cuat o, se
hizo cargo de la cartera que el muert o llevaba en uno de
los bolsillos, para entregarla Constanza cuando est u-
viese en disposicin de recibirla.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1237
Sin duda, iba en busca de la joven para cumpl i r su
piadoso deber.
VII
Constanza, volvi poco, y volvi triste y llorosa.
Don Guillermo no necesit ms que oir el sal udo que
le dirigi, para compr ender que el resul t ado de aquella
primera pesquisa, no haba sido satisfactorio.
No has encont rado al que ibas buscando, verdad?
le pregunt .
No seor, respondi l e la joven.
Lo esperaba.
Ten a usted razn, al suponer que Oliveiro no e s -
taba all.
Pero al menos te habr n dado noticias suyas. . .
Ni nguna.
Qu te han dicho?
Ver usted: yo pregunt pri mero por Oliveiro.
Y qu?
Me respondi eron que no estaba. Ent onces, ped ver
al director, que me conoce de cuando estuve all, y que
siempre me ha t rat ado con cari o. Es un buen seor.
Qu te dijo el director?
Al verme en su presencia me avergonc, por que,
con qu escusa iba yo pregunt ar por uno de los prac-
ticantes?
123 8 EL CALVARIO DE UN NGEL
Nat ur al ment e.
Me decid, al fin, habl arl e, y sin saber lo que de
ca, empec por darl e ent ender que iba en busca de:
mi novi o.
VIII
Al escuchar estas pal abras, el ciego sonrise.
La j oven, que le vio sonrer, dijo:
Tambi n al seor director le causaron risa mis pre-
gunt as.
Se comprende, asi nt i don Gui l l ermo.
Despus de haber me escuchado, me respondi que
Oliveiro no estaba all, y que ignoraba su paradero.
Una noche desapareci de aqu , dijo, y no hemos
vuel t o verle.
Debi de ser la noche que vino verte y se encon-
tr con su padr e.
Sin duda.
Pero el director habr hecho al gunas averiguacio-
nes. . .
S , seor.
Y qu?
Mand aviso don Rai mundo de la desaparicin
de su hijo. . . y en casa de don Rai mundo no haba
nadi e.
Es posible?
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1239
Ni don Rai mundo ni Oliveiro ni nadi e; ni siquiera
criados. La casa estaba cerrada.
Es ext rao!
IX
Hubo una breve pausa.
Eso es grave, hija ma, dijo don Gui l l ermo.
Tan grave, asinti la j oven, que he resuelto tras-
ladarme en seguida Oport o.
Para qu?
Para saber si ver dader ament e don Rai mundo y su
hijo, estn en su casa no.
S, eso es lo ms urgent e.
Y en caso de que no estn, alguien sabr dar me no-
ticia de su par ader o.
En cuyo caso, irs buscarles donde qui era que
se hallen.
Eso es.
As lo exigen tu t ranqui l i dad, tu amor y la revela-
cin de ese secreto, del que acaso depende tu di cha.
Luego apr ueba usted mi propsito?
. En absol ut o.
Ent onces, voy ponerlo en prctica en seguida.
S, cuant o antes mejor.
Ahora mi smo.
En esta ocasin, soy yo el que te pregunt o: Quie^
res que te acompae, hija ma?
1240 EL CALVARI O DE UN NGEL
Y en esta ocasin soy yo la que le respondo que no,
Como qui eras. Lo deca por si mi presencia poda
serte necesari a. . .
Tendr a mucho gusto en que usted me acompaase,
pero yendo sola volver ms pront o.
Pues part e, hija m a, part e y no te detengas.
Iba mar char se ya Constanza, cuando el ciego la de
t uvo, para decirle:
Aqu ha estado un hombr e que dice que se llama
Laurenci o.
Qu quera?
Vert e.
Qued en volver?
S.
No puedo det ener me. . .
No; lo pri mero es lo pr i mer o.
Si viene, dgale usted que vuel va, y que si no quie -
re molestarse en volver, que yo ir su casa.
-r-Est bien.
Hast a luego, padr e m o.
Adi s.
Alejse la joven, y don Gui l l ermo se qued pensando:
Si ver dader ament e Oliveiro y su padre han desapa-
reci do, su desaparicin es muy ext raa. . . Dios quiera
que en todo esto no haya nada perjudicial para esa po-
bre ni a!
Y esper impaciente que Constanza volviera.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I24I
Poco despus, se present de nuevo Laurenci o.
Al oir lo que el ciego le deca, de part e de la j oven,
respondi:
Tenga usted la bondad de decirle que volver esta
noche, que me aguarde. Se trata de un encargo muy im-
portante que tengo que cumpl i r cerca de ella.
TOMO 11
c
i 5 6
CAPI TULO XV
La herencia de Torcuato
I
Er a ya de noche cuando regres Constanza de la ciu-
dad.
El ciego esperbal a sentado aun, la puert a de la
casucha.
Antes de que tuviera tiempo para interrogar la jo-
ven, sta le abraz, diciendo:
Soy muy desgraciada!
Qu ocur r e, hija ma?interrog [l con inquietud.
Que el director dijo ver dad. Ni Oliveiro ni su padre
est n en Opor t o.
Dnde estn?
Se i gnora.
EL CALVARI O DE UN NGEL 1243
No has podido averiguarlo?
No. Part i eron sin despedirse, y sin decir nadi e
donde i ban.
Eso tiene todos los caracteres de una fuga.
Tal parece.
Tranqui l zat e, hija m a, tranquilzate y di me todo
lo ocurri do. Tal vez halle en ello al gn detalle al que t
no concedas i mport anci a, y del que yo pueda sacar im
portantes deducci ones.
S , esccheme ust ed, necesito el auxilio de sus con-
sejos.
Habl a, hija m a, habl a.
II
Sec Constanza el llanto que baaba sus hermosos
ojos, y dijo:
Me dirig pri mero casa de don Rai mundo; no ha-
ba nadie; estaba cerrada.
No hab a criados siquiera?pregunt don Gui -
llermo.
Nadie.
Resuelto averiguar algo, pregunt los vecinos.
Y qu te dijeron?
Casi nada.
Veamos.
1244
E L
CALVARI O DE UN NGEL
Que una maana apareci la casa cerrada, y que
no sab an ms. Pero hay un detalle. El da de la desa-
paricin de don Rai mundo, fu el mi smo en que Tor-
cuat a y yo debi mos haber ido visitarle.
Ests seguro?
De ello me he convenci do, confrontando las fechas.
De modo que si hubi semos i do, no le hubi ramos en-
cont r ado.
Cl aro est.
No le parece usted que este detalle tiene impor-
tancia?
Acaso mucho ms de la que t crees. Cont i na.
III
At ent ament e escuchada por el anci ano, la joven sigui
di ci endo:
No pude averiguar nada ms. Pr ocur inquirir el
par ader o de alguno de los criados, y no lo consegu.
ni cament e un vecino me dijo una cosa, que no por ser
una suposicin suya, deja de tener fundament o.
Qu es ello?
Djome aquel hombr e, que don Rai mundo tena en
Espaa al gunas posesiones, las cuales est aban en pleito.
Qui z habr a tenido que partir preci pi t adament e para
Espaa, l l amado por sus intereses.
EL MANUSCRI TO DE UA MONJA 1245
Es posible, pero no probabl e. Sobre t odo, no se
compr ende que tuviera necesidad de llevarse su hijo,
y todos sus cri ados.
Eso mi smo pens yo.
Por que Oliveiro est con su padr e.
Tal creo.
Que se hallen en Espaa es fcil-, que partieran por
causa del pleito, es dudoso. Ms bien cabe suponer ot ra
cosa.
Qu supone V.?
IV
Vacil don Gui l l ermo en responder esta pr egunt a,
hasta que por fin dijo:
Mira hija ma: no des entero crdito mis suposi -
ciones, porque yo puedo muy bien equi vocarme; pero
no las desprecies t ampoco, porque, qui n sabe si acerta-
r. Mi experiencia me abona. . . Sobre t odo, no te ofen-
das por lo que te voy decir.
Todo menos eso, repuso la j oven. Ofenderme
V.! Imposible! Me quiere demasi ado para deci rme nada
que pueda mol est arme.
Es que veces, sin uno quer er . . .
Habl e V. sin t emor.
I246 EL CALVARIO DE UN NGEL
Pues bien, yo creo que don Rai mundo ha hui do de
t, obligando su hijo seguirle.
Hu i r de m!
Todo me i nduce sospecharlo.
Per o, por qu? Yo no le he dado motivos para que
me t ema.
No si empre se huye por t emor.
No compr endo. . .
Saco esta deduccin de los mi smos datos que t me
has facilitado.
Expl i qese V.
Escchame at ent ament e.
La recomendaci n era intil, porque la joven no per-
d a ni una sola de las pal abras del anci ano.
V
Guar d silencio don Gui l l ermo unos instantes y luego
di j o:
Segn t mi sma me has comuni cado, don Rai mun-
do desapareci de su casa el mi smo da en que t debis
te visitarle con Tor cuat o.
As parece, asi nt i Const anza.
Pues bien: no te parece esa coincidencia hart o sos-
pechosa?
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1247
'Me parece r ar a; ya se lo dije V.
Es ms que rara. Tu visita, aun sin conocer su ob-
jeto, ya tena algo de misteriosa.
Efectivamente. Sobre todo si se tiene en cuenta la
manera particular como me la anunci Tor cuat o.
No pudo suceder que esa visita no fuera del agrado
de don Rai mundo.
Por qu?
Por razones que nosotros no podemos adi vi nar.
Si as era, por qu consinti en ello?
A veces, obligados por causas superi ores, consent i -
mos en cosas que nos cont rari an.
Adivino donde va V. parar. Supone que obl i -
gado reci bi rme, y no queri endo no convi ni ndol e
verme, don Rai mundo desapareci de su casa, para que
Tor cuat o y yo no le encont rsemos.
Llevndose consigo Oliviro.
VI
Reflexion Constanza un moment o, y luego dijo:
Pues mire V. , no me parecen tan descabel l adas sus
suposiciones. Todo eso que dice es posible. Ms aun: los
hechos parecen demost rar que es cierto.
Me alegro de que as opi nes, respondi el ciego.
I248 EL CALVARIO DE UN NGEL
VII
A este punt o llegaba la conversacin, cuando se pre-
sent el viejo Laurenci o.
Lo que no me explico es por qu don Rai mundo
consinti en una visita que luego ha evitado nada menos
que con la fuga.
Acaso la explicacin de todo eso, est en el secreto
que Tor cuat o prometi revelarte.
Tal vez.
Ese secreto debe ser el punt o preferente al que diri-
jas todas tus averiguaciones.
Cmo descubrirlo?
Es difcil.
A m me parece ms aun; me parece imposible.
Imposible no hay nada en el mundo.
El ni co que segn nuestros clculos poda revelr-
noslo era el padre de Oliveiro, y don Rai mundo ha de-
sapareci do.
Qui en sabe si lo conocer alguien ms. No pierdas
la esperanza, hija m a; veces, la casualidad hace lo que
no pueden conseguir nuest ros esfuerzos. Revstete de
paciencia, y aguarda t ranqui l a que la casualidad te au-
xilie.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I24Q _
Todos estos prel i mi nares, excitaron la curiosidad de
Constanza, la cual esper i mpaci ent e que el viejo pes-
cador habl ara.
TOMO 11 j , t r > ^ 157
La joven, se adel ant recibirle, diciendo:
S que ha estado V. dos veces en busca m a, y nin-
guna de las dos me ha encont rado; di spnseme.
Necesitaba verte para habl art e de un asunt o de im-
portancia, respondile el anci ano pescador.
Pues hable usted. A sus rdenes me tiene.
Si estorbo,dijo el ciego, haci endo ademn de le-
vantarse, me ret i rar.
No, seor, contest el pescador, obligndole
permanecer sent ado. Repi t o que lo que tengo que de-
cir esta ni a es muy i mport ant e, pero puede oirlo V.
como podra oirlo todo el mundo. No se trata de un s e-
creto. Casi estoy por decirle que celebro que est usted
presente; as habr siempre un testigo de que el viejo
Laurencio, sabe cumpl i r las comisiones de que vol unt a-
riamente se encarga.
Siendo as, me quedo.
S, qudese usted. No slo se lo permi t o, si no que
se le ruego
v
VIII.
I 25o EL CALVARIO DE UN NGEL
Este se explic, al fin, como sigue:
Todos los que en estos al rededores vivimos, sabe-
mos que el pobre Tor cuat o no tena familia, pues su
esposa muri sin haberl e dado hijos; pero nos consta
i gual ment e, que t te quer a como si hubiese sido tu
padr e, y cual hija suya te hemos consi derado siempre y
te seguimos consi derando.
Hizo una breve pausa, y luego prosigui:
En su consecuencia, te creemos su heredera, pues
est amos convencidos de que, tener bienes y t i empo pa-
ra testar, te los hubiese legado. Ahora bien: bienes no
hab a, pero los objetos todos de su pertenencia, tuyos
son; as, pues, el objeto de mi visita no es otro que en-
tregarte esta cartera que el difunto llevaba enci ma. Ig
nor o lo que contiene, pues no me ha t ent ado la curiosi
dad de abri rl a dur ant e el t i empo que la he tenido en mi
poder; sea lo que sea, t uyo es, y puedes aceptarlo sin el
menor escrpul o.
Y puso en manos de la joven, la cartera de que se ha-
ba hecho cargo poco antes de ent errar Tor cuat o.
XI
Const anza, sufri una decepcin.
Al orle decir que tena que hablarle de un asunt o muy
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 25I
serio, crey que el objeto de la visita del anci ano sera
otro.
De todas maner as, le dio las gracias, y le dijo:
No porque lo que contenga sea de mucho poco
valor, si no por haber pertenecido al que llam padr e,
acepto esta cartera y le doy V. las gracias por habr-
mela entregado. Ser un recuerdo ms de aquel qui en
tanto quise, y cuya muert e llorar si empre. Acepto sin
escrpulos lo que pudi ramos l l amar su herencia, por -
que me consta, como V., que no existen otras perso-
nas que tengan ello derecho. Si existiesen, se la cedera
gustosa.
No sera preciso, porque yo no te la hubiese ent r e-
gado.
Prolong el pes; ador algunos mi nut os ms la visita, y
luego despidise, deseando la joven todo gnero de
felicidades.
En lo poco que yo valgo,djole,ya sabes que
puedes confiar conmigo.
Tambi n t uvo afectuosas frases de compasi n para
don Gui l l ermo.
Era Laurenci o un buen hombr e, en la verdadera
acepcin de la pal abra, y como tal proceda en todas sus
cosas.
Dironle los dos una vez ms las gracias por todo y
acomparonl e hasta fuera.
Luego ent raron cerrando la puert a, porque la hora era
1252 EL CALVARIO DE UN NGEL
ya algo avanzada, y comenzaba sentirse un airecillo
fro muy molesto.
Constanza suspi r, pensando:
Ser intil que salga esperar Oliveiro la hora
de cost umbre. No vendr!
CAPI TULO XVI
Triste amor
I
Psose la joven preparar la cena, y mi ent ras herva
el agua para hacer una sopa de mendrugos de pan, ni -
co alimento conque cont aban para aquella noche, dijo:
Veamos lo que contiene la cartera de Tor cuat o. No
encerrar de seguro una fortuna.
Pero puede que encierre algo que valga mucho ms ,
replicle el ciego.
Qu quiere usted decir?
Registra la cart era, hija m a, y ve diciendo lo
que encuent ras en ella.
Sentronse los dos j unt o la mesa, sobre la que ard a
una mezqui na luz de petrleo, y Constanza, co -
menz registrar la cart era.
1252 EL CALVARIO DE UN NGEL
ya algo avanzada, y comenzaba sentirse un airecillo
fro muy molesto.
Constanza suspi r, pensando:
Ser intil que salga esperar Oliveiro la hora
de cost umbre. No vendr!
CAPI TULO XVI
Tri ste amor
I
Psose la joven preparar la cena, y mi ent ras herva
el agua para hacer una sopa de mendrugos de pan, ni -
co alimento conque cont aban para aquella noche, dijo:
Veamos lo que contiene la cartera de Tor cuat a. No
encerrar de seguro una fortuna.
Pero puede que encierre algo que valga mucho ms ,
replicle el ciego.
Qu quiere usted decir?
Registra la cart era, hija m a, y ve diciendo lo
que encuent ras en ella.
Sentronse los dos j unt o la mesa, sobre la que ard a
una mezqui na luz de petrleo, y Constanza, co -
menz registrar la cart era.
1 2 5 4
E L
CALVARIO DE UN NGEL
Lo pri mero que sac, fu un ret rat o.
El retrato de la esposa de mi protector,dijo.Yo
no la conoc, pero el pobre me ense este retrato mu-
chas veces.
Psol o un l ado, y sac unos cuant os papeles.
Est aban medio borrados por la humedad.
Apunt es y notas sin i mport anci a, aadi , despus
de haberl os exami nado r pi dament e.
II
En la cart era, quedaba ni cament e un sobre cerrado
y l acrado.
La joven lo sac y cont empl l o con curi osi dad.
Enci ma de l, hab an escritas estas pal abras, que ella
ley en voz alta:
Para Const anza, despus de mi muert e.
. Qu es esto?exclam sorprendi da.
;Algo que sin duda te interesa mucho conocer,le
respondi don Gui l l ermo.
Una carta de Tor cuat o dirigida m!
Par a que te sea ent regada despus de su muer t e.
Cada vez lo compr endo menos.
Pues fcil te es comprenderl o t odo. Rompe el so-
br e, lee la carta y saldrs de dudas .
Ti ene usted razn.
Y con mano t embl orosa, rompi el sobre.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1255
El anci ano esperaba que leyese en voz al t a, pero el l a,
por distraccin, sin duda, comenz leer la cart a
para s.
Don Gui l l ermo, t uvo la prudenci a necesaria para con
tener su curi osi dad, y esper que la joven concl uyera
de leer.
III
A las pri meras lneas que ley, una densa palidez cu-
. bri el rostro de Const anza.
Sigui l eyendo, y medi da que lea, su emocin iba
en aument o.
El ciego, escuchaba perfectamente su respiracin an
helante y ent recort ada.
De pront o, la joven lanz un grito penet rant e.
Qa te sucede, hija ma?le pregunt don Gui -
l l ermo.
Ella, no le respondi .
Ni pareci escucharl e siquiera.
Habase puesto en pi, y con ansi edad creciente, s e -
gua l eyendo.
Deba de ser muy grave lo que lea, juzgar por la
expresin de su plido rost ro.
Un nuevo grito de angustia se escap de sus labios, y
mur mur , con voz t embl orosa:
1256 EL CALVARIO DE UN NGEL
]Pero esto es imposible!
Sigui leyendo an, pero lleg un i nst ant e en que no
pudo ms.
Algo tan espantoso debi leer, que las fuerzas la aban
donar on, l a carta desprendi se de sus manos, y se des-
pl om en el suelo sin sentido.
IV
El rui do produci do por el cuerpo de Constanza al
caer, revel don Guillermo lo que pasaba.
Const anza, hija m a! excl am levantndose.
Qu te sucede?
Avanz hacia ella con los brazos extendidos.
Sus pies tocaron con el cuerpo de la joven, y entonces
se arrodill en el suelo y la levant con ansi edad, excla-
mando:
Se ha desmayado! Qu significa esto, Dios mo?
Qu ha podido leer en esa carta que le haya causado
una i mpresi n tan honda? Pobre ni a! El infortunio
parece haberl a escogido i nj ust ament e, por blanco de sus
cruel dades.
Don Gui l l ermo no saba qu hacer.
Cmo auxiliarla?decase. Estoy imposibilitado
par a todo .. Dios m o, tened piedad de este pobre n-
gel!
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA
1257
Y falta de otros auxilios, col mbal a de cari ci as,
como si con ellas quisiese devolverle el conocimiento.
Las lgrimas corran abundant es por su rostro enra
quecido, y aquellas lgrimas iban caer sobre la plida
Dudando estaba el ciego, en si se asomar a la puerta
para gritar pidiendo socorro, cuando sinti que la joven
se agitaba entre sus brazos.
Era que volva en s.
Poco despus, oy que exhal aba un suspi ro.
Dio gracias Dios y dirigi la joven las pal abr as
ms cariosas.
Ella, al pront o, pareci no ent enderl e, pero, al fin,
dio muestras de escucharle.
Le rode con los brazos el cuello, y solloz:
Qu desgraciada soy!
Pero, qu te ha ocurri do, hija ma?le pregunt
l.Me has dado un susto muy grande.
Si usted supiera! ..
Di me, hija m a, di me qu es ello.
Una cosa horri bl e!
Lo supongo, cuando tal efecto te ha produci do.
y pursima frente de la joven.
V
I258 EL CALVARI O DE UN NGEL
VI
Al fin, pudo conseguir el ciego que la joven ha-
blase.
En vez de referirle yo lo que ocurre, di j o ella,
oiga usted la lectura de esta cai t a. As lo comprender
todo mejor y ms pront o que si yo se lo explico.
Y con voz t embl orosa, ley la carta dirigida ella por
Tor cuat o, para que le fuese entregada despus de su
muer t e,
Aquella cart a, era una revelacin de lo que ya sabe-
mos, esto es, de los lazos que un an Oliveiro y Cons-
t anza.
En descargo de su conciencia, el buen hombr e escri-
bi aquella decl araci n, para que fuese conocida por los
i nt eresados cuando l mur i er a.
No quer a llevar aquel secreto al sepul cro, y de tal
modo, no crea faltar al j ur ament o prest ado.
Lo ms i ncomprensi bl e, lo ms i nesperado, lo que
ms puede i mpedi r mi amor y mi vent ur a. . . Me deses
pera mi desgracia y me horroriza el peligro que he corri
do. . . Hubiera sido espantoso!
Y redobl aba aun ms sus sollozos y sus suspiros.
EL MA N U S C R I T O DE U N A MON J A I 25Q
Daba prolijos detalles que demost raban de un modo
indudable, que su revelacin era cierta.
Se comprender, pues, cuan nat ural era la emocin
de la joven, al leer aquella misiva post uma, reveladora
de un secreto tan trascendental i nesperado.
VII
En su asombr o, don Gui l l ermo no supo, al pr ont o,
qu decir Constanza.
Todo lo esperaba menos aquello.
La joven excl amaba, con desesperacin:
Comprende usted nada ms espantoso? Oliveiro
mi hermano!. . . Mi her mano! . . . Luego el amor que nos
hemos profesado era cri mi nal , mont ruoso. . . Y nosot ros
en nuestra ignorancia lo cre amos tan puro! .. Hemos
estado punt o de cometer un cri men. . Dios m o, gra-
cias por haber me salvado de una desgracia tan grande!
Luego, aad a:
Ya no puedo seguir queri endo Oliveiro del mi smo
modo; de hoy en adel ant e, he de quererl e de manera
muy distinta. . . Las vehemenci as de mi amor , han de
convertirse en dulces y apacibles expansiones de cari o
fraternal... Est o es lo de menos; el caso es estar aut ori
zada para quererl e, sea como sea, y ahora lo estoy; na
126o EL CALVARIO DE UN NGEL
di e podr i mpedi r me que le qui era. . . Quiz lo que
nosotros i nt erpret amos por amor , no era mas que la voz
de la sangre. . . Tengo un her mano! . . . Qu alegra!...
Y agregaba, con amar gur a:
Per o, de qu me sirve t enerl o, si ni siquiera me
-est permi t i do verle?
VIII
Repuesto, al fin, de su sorpresa, don Gui l l ermo pro-
dig la joven al gunas cariosas frases de consuelo.
Luego, le dijo:
Ahora se compr ende y se explica todo: las extraas
y misteriosas pal abras de Tor cuat o y la desaparicin de
don Rai mundo con su hijo. Ese debe ser el secreto que
pret end amos averiguar, y ese secreto debe ser la causa
de todo lo ocurri do.
S , sin duda, afi rm ella.
^1 ser descubiertos vuestros amores por la presencia
de Oliveiro en esta casa, Tor cuat o, horrori zado, revela-
ra que eris her manos.
Y en Oliveiro, esa revelacin produci r a el mismo
fecto que en m .
Es nat ural .
Pobre!
Para ar r ancar su hijo de tu l ado, don Raimundo
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA I 26l
fingira conmoverse y hasta promet er a concederte su
proteccin: de aqu la visita anunci ada por Tor cuat o.
Eso es.
Pero luego faltara su promesa y hui r a llevndose
Oliveiro para que no te viese.
Con qu derecho se opone que dos her manos se
vean y se amen?
Con el de su egosmo.
Es una cruel dad.
Don Rai mundo no puede querert e bien, aunque t
no le hayas hecho mal alguno: ver si empre en t el tes -
timonio de su deshonra.
Ti ene usted razn.
IX
As por el estilo, siguieron sacando deducci ones, apr o-
xi mndose en ellas al conocimiento exacto de la ver-
dad.
Pero lo que urga, ant e t odo, era t omar una resolu-
cin.
Ahora no estamos para decidir nada, di j o don Gui -
l l ermo. Cual qui er cosa que resol vi ramos, sera injus-
ta, por lo menos precipitada. Es un asunt o muy gr a-
^ve y conviene reflexionar sobre l con el debi do det eni -
I 2 2 EL CALVARI O DE UN NGEL
mi ent o. Gomo en t odo, te auxiliar con mi s consejos,,
pero no te exijo que los sigas. Puedo equi vocarme. Re-
trate, pues, descansar, hija m a. Maana habl aremos.
Pr ocur a dor mi r para r ecuper ar tus fuerzas.
No s si podr conseguirlo.
Int nt al o, al menos.
X
Ya no pensaron en cenar.
El anci ano condujo la joven su cuart o, y la oblig-
acostarse.
El , se sent su l ado, j unt o la cabecera del lecho.
No va ust ed acostarse tambin?le pregunt
ella.
No, repuso el ciego; no qui ero separ ar me de t;
pasar aqu la noche.
No puedo consent i rl o.
Por qu? Dnde estar mejor ni ms gusto que
t u lado?. . . Duer me, hija m a; duer me t ranqui l a; yo ve-
l ar tu sueo.
Y la bes en la frente.
Gracias!le dijo Const anza, abrazndol e. Qu
bueno es usted!
Luego, recost la cabeza en su hombr o, y rendida por
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I23
(las emociones del d a, se dur mi , pr onunci ando el nom
t>re de Oliveiro.
Guando ya dor m a, don Gui l l ermo la bes de nuevo
mur mur ando:
Tan buena y tan hermosa como ella era mi hija..
y yo me empe en hacerla desgraciada.
f-spt-apfspf -apt -sp t ^ ' ^ ^ f j ^ j ^ ' ^ -fs pra pra pf Pf -s pfs p*.
CAPI TULO XVII
Mut uo apoyo
I
Al da siguiente por la maana, despus que hubi eron
al morzado, don Gui l l ermo dijo Constanza: i
Y bien, hija ma: ha llegado el moment o de que ha
blemos formalmente y deci damos lo que debes hacer.
Est s en una situacin muy crtica, en la que no puedes
cont i nuar dur ant e mucho t i empo, y necesitas resolver
una cosa otra. Ant es, por grandes que fuesen tus in-
fortunios, tenas si empre una esperanza: la esperanza de
t u amor ; hoy hasta eso te falta. Aunque Oliveiro te
qui era, ert el concepto de her mano, como ant es te que-
ra en el concepto de novi o, no es lo mi smo. Adems,
todo hace suponer que no es dueo de demost rart e su
Cario. Debe obediencia su padr e, y su padre no tran-
EL CALVARIO DE UN NGEL 1 25
II
Trat el anci ano de cal marl a, y cuando lo hubo con
seguido en part e, Constanza habl de este modo.
Todo eso que V. me dice, me lo he dicho yo mi
misma; pero lejos de servirme para resolver el problema
de mi porveni r, me ha servido slo para aument ar mis
dudas, mis temores y mis sobresaltos. Qu pienso hacer!
Lo s por ventura? Todo cuant o se me ocurre, me pa
rece mal o, y si V. no me auxilia con sus consejos, creo
que acabar por no resolver nada, por dejar que los
acontecimientos mi smos, me mar quen la lnea de con
ducta que debo seguir.
TOMO \
J
5g
f COKEEJ Od o CI Zi I TO, 2 2 7
sigir nunca contigo, que represent as su deshonra. La
desaparecin de don Rai mundo as lo demuest ra. Oii
veiro se ve en la dur a alternativa de tener que elegir en
tre sus deberes de her mano y sus deberes de hijo. Tal
vez en justicia, debiera opt ar por los pri meros, pero si
opta por los segundos, no podemos culparle. Debes, por
lo tanto, prescindir de el, y resolver tu situacin por t
misma, sin otro auxilio que el de tus propias fuerzas.
Sepamos, por lo t ant o, qu es lo que piensas hacer.
Los yo acaso?repuso la joven, rompi endo
llorar.
1266 EL CALVARIO DE UN NGEL
Quin sabe si eso mi smo sera una solucin?mur
mur el viejo. Porque la verdad, yo no s qu acon-
sejarte. Si se tratase de una persona ext raa que me
fuera indiferente, quiz tendra la serenidad de juicio
necesaria para darl e mi opi ni n; pero se trata de t, de
la nica persona cuyo porvenir me interesa hoy en el
mundo, y el t emor de equi vocarme y de hacerte aun ms
desgraci ada con mis consejos, me ofusca. Es una respon
sabilidad que me abr uma, la que contraera influyendo
en tu det ermi naci n; por eso prefiero que me digas qu
es lo que piensas, y yo mi vez te dir con toda sinceri
dad si me parece acert ado no. Hay en ello menos
responsabilidad para m .
III
Reflexion la joven un i nst ant e, y luego, dijo.
Pues ya lo he dicho antes: pienso no hacer nada;
porque en las condiciones en que me hallo, qu quiere
V. que haga?
Tienes razn, asinti don Gui l l ermo.
Si supi era dnde est Oliveiro, entonces la cosa
vari ar a. Como tengo f en su cari o, ira en busca suya.
Para qu?
Par a solicitar su proteccin.
Dado caso de que pudi era prestrtela.
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 126?'
IV
Asinti estas pal abras el anci ano con un movi mi ent o
afirmativo de cabeza, y repuso:
Repito que eso es una solucin como otra cual qui era;
la mejor, tal vez la ni ca. Aqu te conocen todos, y t odos
te compadecen; pues espera aqu que Oliveiro venga
buscarte para protegerte, sea como novio sea como
her mano; porque conto que, t arde t empr ano, ven-
dr.
S , vendr, afi rm Constanza;el corazn me lo
dice.
No tienes que hacer ms que aguardarl e, sufriendo
Me la prestara, estoy segura. Si conoce ya los lazos
que nos unen, me recibira como her mana; si no los
conoce, yo se los revelara, y me abri r a sus brazos. En
uno otro caso, yo no tendra nada que t emer, pues l
velara por m , mejor di cho, velara por los dos. Todo
se reducira un cambi o de sentimientos y de ilusiones; -
convertir en cari o fraternal, lo que antes fu amor
ardiente; pero como no s donde est Oliveiro, no puedo
hacer nada; no me toca ms que conformarme con mi
suerte, sin pret ender siquiera defenderme del infortunio
que me persigue con tan injusto ensaami ent o.
1268 EL CALVARI O DE UN NGEL
Constanza no le dej proseguir.
Una carga!excl am. Puede ser carga nunca la
-compaa de una persona qui n se apreci a, digo mal,
quin se quiere? De ni ngn modo. Todo lo contrario.
mi ent ras tanto resignada, las penal i dades que el destino
te depare. -
Las penalidades no me asust an. Estoy ya tan acos
t umbr ada sufrir!
Ya ves, pues, cuan fcilmente hemos resuelto la
cuestin. Sin embargo, ahora todava falta resolver otra
cosa.
Cual?
Lo que debo hacer.
Usted!
Sin duda.
No compr endo. . .
Fci l ment e te hars cargo, hija m a, de que yo no
. puedo cont i nuar tu lado.
Por qu no?
Ayer te lo dije y hoy te lo repito: soy una carga
pesada para t, y mxi me en la situacin en que te
hal l as. . .
V
EL MANUSCRI TO DE UA MONJA 1269
Las dificultades que haya que vencer para tenerle V.
mi l ado, yo las vencer gustosa, y cada una de ellas
que venza, ser una demost raci n de mi cari o. Aun
que yo no le quisiera usted como le qui ero, sera una
i nhumani dad dejarle ir solo, sin ampar o; y si algn da
llegase ser dichosa, su recuerdo sera para m un
remordi mi ent o. . . Adems, yo le necesito V. Quedn-
dose mi l ado, me hace un gran favor en vez de ser el
favorecido. Y no tengo nadi e, bien lo sabe, y mi
soledad me asust a. . . Por egosmo, pues, necesito que se
quede usted mi l ado, para tener el consuelo de su
compaa y de su car i o. . .
VI
1
Y con acent o repl i cant e, agreg:
No me abandone ust ed, yo se lo ruego! Piense en
mi soledad y en mi tristeza, y compadzcame. Apoy-
monos mut uament e. Unmonos en nuest ra desgracia, y
que lo que sea de uno, sea t ambi n del ot ro. . . Si la
suerte me sonre al gn d a, compart i remos j unt os sus
favores, y si sigue si ndome adversa, sufriremos j unt os
sus injusticias. No me ha permitido usted que le qui er a
como un padre? Pues qui r ame su vez como una
hija, y una hija no se la abandona de ese modo.
EL anci ano enternecise.
1270 EL CALVARIO DE N NGEL
Hija m a!bal buce, casi l l orando. Qu buena
eres! Dices bien: yo no puedo ni debo abandonar t e; te
necesito.
Como yo le necesito V. , respondi ella.
Puest o que le quieres, sea; tu lado me quedo.
A.1 fin!
Sea de nosotros lo que Dios qui era. No te obligare
que compart as mis sufrimientos; sera injusto; pero en
cambi o, recl amo el derecho de compart i r tus pesa-
res.
Y t ambi n mis alegras.
Tus pesares, sobre t odo. En cuant o tus alegras,
el da en que seas dichosa, que lo sers porque lo me-
reces, si rae considero suficientemente redi mi do, com-
part i remos tu felicidad, como premi o mi ar r epent i -
mi ent o; si por el cont rari o me considero todava cul pa-
ble, me separar de t para seguir expi ando mis fal-
t as.
Eso no!
Es lo que debe ser.
Per o, en fin: consiente V. por ahor a en seguir mi
l ado, verdad?
Qu remedi o, si t as lo deseas?
Pues entonces no habl emos ms de esto. Si llega el
d a de separarnos, que no llegar, entonces volveremos
t rat ar de este asunt o. Mientras t ant o, hagmonos
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1271
cuent a de que la providencia nos ha uni do para siempre
y sellemos nuest ra uni n con un abrazo.
V i l
Abrazronse los dos muy conmovi dos, y luego dijo
la joven:
Aguardemos tranquilos los acontecimientos, y pen-
semos en la maner a mejor y ms segura de hacer
frente nuest ras necesidades. No se me ocurre ms que
un medi o.
Cual?pregunt el anci ano.
El trabajo.
Trabajar!
Qu remedi o, puesto que somos pobres?
Pero, en qu?
Qu s yo! En cual qui er cosa.
Lo mal o es que yo no puedo trabajar en nada.
No i mport a.
Cmo?
Ni falta que hace. Ya t rabaj er por los dos.
Hija ma!
Y muy cont ent a.
Ya ves como tena razn al decir que soy una
carga.
No lo repita ust ed, si no quiere que me enoje. Yo
soy joven y puedo trabajar, al paso que usted est inu.-*
1272 EL CALVARIO DE UN NGEL
tilizado para t odo. Qu ms nat ural que el que yo
gane el sustento para los dos? No lo har a usted as
por m?
Quin lo duda?
Adems, la satisfaccin' de poder decir: Hay una
persona queri da cuyas necesidades atiendo. Vale
mucho. Eso solo bastara para que yo, Cnicamente por
gozar de esa satisfaccin, hiciera lo que le promet o. No
hay, pues, ms que habl ar. Tr abaj ar , y yo le prometo
que no nos mori remos de hambr e. . .
Acaso no sea necesario que te mates t rabaj ando,
hija ma, la i nt errumpi don Guillermo.
Porqu?
Si yo te brindase mis auxilios, como t me brindas
los tuyos, los aceptaras?
Del mismo modo, y con la mi sma franqueza que
V. acepta los mos.
Pues entonces, repito que puede ser que vi vamos
.sin necesidad de que trabajes t.
CAPI TULO XVIII
Amor f r at er nal
I
Iba la joven pedir don Guillermo que le explicase
sus misteriosas pal abras, cuando se present un hombr e
en la puert a de la casa.
Era el cart ero.
Constanza sorprendise al verle, porque no acost um-
braba recibir correspondenci a de nadi e.
El cart ero, le entreg una cart a.
Es para m?pregunt ella, cada vez ms sorpren-
dida.
S
1
,respondi el i nt erpel ado.
Y rectific, aadi endo:
O mejor di cho, lo es.y no lo e s ^ En el sobre dice:
TOMO ti \ y (>^ 160
V r i T c r . n %
1 2 7 4
E L
CALVARIO DE UN NGEL
Seor don Tor cuat o Sandei ro, para entregar Cons-
t anza. Sin este l t i mo adi t ament o, hubiese vacilado en
drt el a, puesto que Tor cuat o ya no existe; pero como
de todos modos hab a de serte entregada t . . .
El cartero esper, i nt i l ment e, que le pagasen el
precio de su servicio.
Convenci do, al fin, de que era intil que esperara, se
alej mur mur ando:
Yo no s por qu se permi t e esta gente el lujo de
recibir cart as, como si fueran ricos, cuando ni an para
pagar al cartero t i enen.
Y aadi :
Lo que es si viene otra carta para ella, no ser yo
qui en se la traiga.
Const anza, quedse con la carta en la mano, sin
at reverse abri rl a.
Es extrao!repeta. Quin puede escribirme
m?
Casi lo adi vi no, respondi l e sonri endo don Gui-
l l er mo.
Quin?
No lo adi vi nas t tambin?
Oliveiro?
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1275
Just ament e.
Puede ser.
O su padr e.
Don Rai mundo!
Disculpndose por no haber aguar dado vuest ra
visita.
Tal vez, pero ms me inclino creer que sea del
hijo.
Y yo.
Si es suya, el dirigirla Tor cuat o, demuest ra que
ignora su muer t e.
Como que por lo visto sali de Oport o el mi smo d a
en que mur i tu padre adopt i vo.
Es ver dad.
Tu no conoces la letra de Oliveiro?
No. . .
No te hab a escrito nunca?
Jams.
Es ext rao.
Como nos ve amos todas las noches. . .
Ent onces se compr ende.
Si esta misiva fuese suya!
brela y sal dremos de dudas!
Ti ene V. razn.
La joven r ompi el sobre, sac la cart a, mi r l a firma,
y lanz un grito de alegra, excl amando:
De Oliveiro!
1276 EL CALVARI O DE UN NGEL
Ya ves como no nos hemos engaado en nuestras
suposiciones, repuso el anci ano. Lee, hija m a, lee en
voz alta y sepamos lo que te dice.
III
Con la emocin que fcilmente puede suponerse,
Constanza ley en voz alta lo que sigue:
Constanza m a: Qu habr s pensado de m , al tener
noticia de mi desaparicin! Hasta habr s dudado de mi
cari o, aunque no me at revo creerte capaz de inferirme
una ofensa semejante. Si t supi eras!. . . Tengo tantas y
t an i mport ant es cosas que decirte, que no s por donde
empezar .
La l t i ma noche que nos vi mos, supe una cosa ho-
rri bl e. . . No s como participrtela, y sin embargo, es
necesario que la sepas. Sabes el amor que nos tenamos?
Pues es imposible. A l se oponen obstculos i nsupera-
bles. Figrate que obstculos sern, cuando no intento
siquiera vencerlos! Podr emos seguir queri ndonos tanto
como ant es, ms aun, pero de distinto modo. . . No me
compr endes, verdad? Yy o n o s cmo expl i carme. . . La
revelacin que he de hacert e, es tan delicada!. . . Prefiero
hacrtela sin explicaciones de ni nguna clase. No podemos
seguir amndonos, aunque s queri ndonos, porque. . . ;
porque somos her manos!
EL MANUSCRI TO DE UNA MONJA 1277
Lo sabe!exclam Constanza.
Y vale ms que t t ambi n lo sepas,agreg don
Gui l l ermo; porque sino hubieses estado pr epar ada, esa
revelacin hecha as, tan en seco, tan sin pr epar aci n,
te hubiese i mpresi onado mucho.
A pesar de tratarse de una cosa que ya saba, me
i mpresi ona. . .
Sigue, hija m a, sigue.
IV
Tr as esta breve i nt errupci n, la joven sigui leyendo
de este modo:
Por la que en m . produj o, compr endo la i mpresi n
que en t produci r esta revelacin i nesperada. Repi t o
que no puedo dart e explicaciones; seran incompletas y
me ent ret endr an demasi ado. Que te las d Tor cuat o; l
conoce este secreto mejor que nadi e, puesto que ha sido
el que nos lo ha revelado.
Esas explicaciones ya las conozco, i nt errumpi se
para decir la joven.
Y r eanud la lectura en esta forma:
Hemos de r enunci ar nuest ro amor , Const anza,
pero no nuest ro cari o; al cont rari o; hemos de quer er -
nos ms que nunca. . . como her manos .
Esto, al pri nci pi o, parece muy triste y cuesta cierta
violencia; pero luego se acost umbra uno ello; t te
I278 EL CALVARIO DE UN NGEL
acost umbr ar s, como yo me he acost umbr ado. Herma-
nos! Esta pal abra tiene hoy, para m , un significado que
no tena ant es; me parece ms t i erna, ms cari osa. . .
En cuant o supe los lazos que nos un an, mi deseo
fu revelrtelo, porque me pareci un cri men que si
gui ramos queri ndonos como hasta entonces. Mi padre
se opuso ello, con razones que me parecieron atend
bles. Hasta me prometi ayudar me en el cumpl i mi ent o
de los fraternales deberes que para contigo tena desde
ent onces, y quedamos en que Tor cuat o te llevara al da
siguiente, nuest ra casa para que ya no te separases de
nosot ros. Mi obligacin de her mano, era velar por t,
ampar ar t e, protejerte, y estaba decidido cumpl i rl a y
mi padre pareca no oponerse que la cumpl i era.
- V
I nt er r umpi Constanza la l ect ura, fin de tomar
aliento, y don Guillermo aprovech aquella interrupcin
para decir:
Ya ves como todo se va acl ar ando, y cmo se de -
muest ra que nuest ras suposiciones no fueron t an infun
dadas.
La joven sigui l eyendo.
La aquiescencia de mi padr e, era fingida. Se vali de
ella para conseguir que le siguiese sin empear me en
E L M A N U S C R I T O D E U N A MO N J A . 1279
verte. Una vez.en nuest ra casa, mq habl de muy dis-
tinto modo de como ant es me hab a habl ado, dicindome
que no consentira de ni ngn modo, que tuviese rel
ciones de ni nguna clase contigo, pues t eras, para l,
el testimonio de su deshonr a.
Protest de tal injusticia, exig, supl i qu, pero todo
intil. Mi padre se mostr inflexible, y aquella mi sma
noche, me oblig salir con l de Opor t o, para trasla
darnos Espaa. De nada valieron mi oposicin y mi
resistencia; lo que no pudo conseguir su aut ori dad de
padre, lo consigui su arbi t rari edad de t i rano. Apel
/la violencia y sucumb sus deseos.
Desde mi part i da, he buscado i nt i l ment e una oca -
sin de escribirte. Est rechament e vigilado, hasta ahor a
no he podido hacerl o.
Puesto que ya sabes todo lo que ocurre, fjate bien
en lo que cont i nuaci n te digo. Me parece que es lo
que debe hacerse para que podamos vernos y normal i zar
nuestra situacin.
VI
Haba llegado la parte ms i mport ant e de la larga
misiva, y don Guillermo redobl el inters con que
escuchaba su l ect ura.
En cuant o recibas est a, cont i nu leyendo Constan-
I280 EL CALVARIO DE UN NGEL
za, pont e en cami no con Tor cuat o, y venid los dos en
nuest ra busca. Nos hal l amos en Madri d y nos alojamos
i nt eri nament e en el hotel Peni nsul ar. No perdi s tiempo,
pues el da menos pensado, temeroso de que yo os es
criba y vosotros vengis, mi padre mudar de residen-
cia, obl i gndome seguirle.
Una vez aqu , apoyados por Tor cuat o, cuyo testimo-
nio en este asunt o es valioso, los dos har emos valer
nuest ros derechos, y mi padre no t endr ms remedio
que transigir, deponi endo su injusta actitud. Si as no
uer a, yo pronto llegar mi mayor edad, y entonces
nadi e podr i mpedi r me que cumpl a para contigo mis
deberes de her mano. Mi ent ras t ant o, si te hallas cerca
de m , mi ampar o no ha de faltarte.
Mis propsitos puedes adi vi narl os sin necesidad de
que yo te los exponga: se reducen querert e mucho,
ser para t un ami go, un protector, un her mano, en fin,
ya que por desgracia no podemos ser otra cosa, como
t ant as veces hab amos soado. Convertido nuest ro amor
en cario fraternal, puro y ent raabl e, viviremos juntos,
compart i r contigo la fortuna de nuest ra madr e, con lo
que tu porveni r quedar asegurado, y velar por tu di-
cha. A qu hacert e ofrecimientos de ni nguna clase? Har
lo que deba hacer, y con esto est dicho t odo.
Lo principal es que vengas en seguida,sin prdida
de moment o, pues de ello depende quiz nuest ro porve-
ni r. Hazlo aunque slo sea por compasin m ; refle-
EL. MANUSCRI TO DE UNA MONJA I28l
xiona cuant o ansi ar estrecharte en mis brazos y l l amart e
hermana.
N0 dispongo de t i empo para escribir ms, pues t emo
que me sorprendan.
Adis, mi Const anza.
Te abraza con el corazn, tu her mano
OLI VEI RO.
VIJ
Rompi Const anza llorar al t er mi nar la l ect ura, y
bes la firma de Ol i vei ro, excl amando ent re sollozos:
Qu bueno y qu noble es!
Cumpl e sus deberes de hermano, rect i fi c don
Guillermo.
Pero ot ro, en su caso, quiz no los cumpl i r a.
Tal vez.
Y si no los ha Cumpl i do mejor y ms pr ont o, no ha
sido por cul pa suya, sino de su padr e.
La injusta obcecacin de don Rai mundo, es en cier
to modo disculpable y comprensi bl e.
Le defiende V.?
Le disculpo.
Oponerse al pur o car io de dos her manos!
Lo hace impulsos del despecho de su deshonr a.
Pero de esa deshonr a, nosotros no somos r esponsa-
bles.
Claro que no; ant es por el cont rari o, sois v ct i mas.
TOMO 11 ^ 161
1282 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
Ent onces. . .
Pero la verdadera justicia, en el mundo, raras veces
se observa, hija ma.
Lo cual es muy triste.
Qu remedio?
En fin, el caso es que despecho de todos, Oliveiro
me quiere como debe quer er me.
Esa es tu compensaci n.
Y mi consuelo y mi esperanza. Ya no estoy sola en
el mundo! . . . Tengo un her mano! ..
Y como si temiese que el ciego se ofendiera, le abraz
aadi endo:
Un her mano y un padr e. Qu ms puedo desear!
Luego, repiti muchas veces la pal abra her mano, di-
ci endo:
Oliveiro tiene razn; esta pal abra tiene desde hoy,
ent re nosotros, un significado nuevo. . . Qu dulce y qu
consol ador es el cari o de hermanof
CAPI TULO XIX
Viaje decidido
I
Dej el anci ano que la joven se entregara la expan-
sin nat ural de los sent i mi ent os despert ados en ella por
la lectura de la carta de Oliveiro, y luego le dijo:
Y bien, hija m a, qu hacemos ahora? Por que, con
esa carta, la situacin ha cambi ado, y deben cambi ar
tambin tus propsitos. Sigues siendo duea absoluta de
tu vol unt ad, y yo slo me permitir darte mi opinin
sobre lo que decidas. Veamos: qu resuelves?
Constanza quedse perpleja, sin saber qu contestar.
Has de tener en cuent a, agreg don Gui l l ermo,
que tu her mano te aconsejae n su carta que vayas reu
nirte con l.
Es ver dad. . .
1284
E L
C A L V A R I O D E U N N G E L
Y te aconseja que vayas lo antes posible; por lo
mi smo es necesario que tu resolucin sea rpi da; no
debes perder t i empo en t omarl a. Reflexiona, pues, y
respndeme.
II
- No necesit la joven reflexionar mucho r at o.
Despus de medi t ar un i nst ant e, dijo resuel t ament e:
Ir Madri d r euni r me con Oliveiro.
Es esa tu determinacin?la interrog el ciego.
Despus de loque mi her mano' me dice, no creo que
deba t omar ot r a.
Efectivamente; pero todo hay que tenerlo en cuenta:
Oliveiro te dice que vayas con Tor cuat o, y Tor cuat o ya
no existe.
Y qu?
Acaso esta circunstancia deba influir en tu determi-
naci n.
No s por qu.
Por varios razones.
Vemosl as.
La pri mera y pri nci pal , porque tu no puedes em
prender un viaje t an l argo.
No lo empr ender sola.
Quin te acompaar?
E L MANUSCRI TO D E UNA MONJA 1285
Quin ha de acompaar me sino V .
i Yo!
Nos hemos promet i do mut uament e no separarnos.
No puede ser!
Por qu?
En vez de contestar, don Gui l l ermo quedse pensa-
tivo.
Su semblante estaba visiblemente al t erado.
Asustbale la sola idea de regresar Espaa, donde
estaban los suyos, aquellos qui enes t ant o mal hab a
hecho, de qui enes hab a hui do, y en presencia de los
cuales tema volver verse.
111
Gomo no quer a ent rar en ciertas explicaciones con la
joven, procur domi narse, y dijo:
Yo no puedo ni debo regresar Espaa, por razo "
nes que no son ahor a del caso; pero en fin, eso sera lo
de menos. Supongamos que tales razones no existieran:
cr eesqueenun viaje semejante, la compa a de un pobr e
ciego como yo, sera la mejor y ms adecuada para una
We n como t? Yo no podra salvarte de los peligros que
*e amenazasen. .
Dios nos salvara los dos,le i nt errumpi Cons -
tanza ..
1286 EL CALVARIO DE UN NGEL
De nuevo se qued Constanza pensativa.
Tiene V. mucha razn en todo lo que me advierte,
dijo, al fin;pero, pesar de ello, insisto en trasladar
me Madri d.
Bueno es confiar en Dios, pero. . .
No di scut amos ahora eso; vengan las otras razones
que cree V. deben influir en mi decisin.
Slo me resta una, pero de mucho peso.
Cual?
Oliveiro desea que vaya Tor cuat o, porque el testi
moni o de tu padre adopt i vo, hubi era sido muy valioso
para probar que sois her manos, y su ayuda muy eficaz
para convencer don Rai mundo.
Y qu?
En ese sent i do, Tor cuat o no puede ser sustituido
por m ni por nadi e.
Qu hemos de hacerle si ha muerto? -
Es una desgracia i rremedi abl e; pero sin Torcuat o,
no puede resul t ar intil tu viaje?
Tal vez.
Pues , he aqu , por qu creo que debes meditarlo
mucho, antes de decidirte emprenderl o.
I V
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1287
Don Gui l l ermo ya no hizo ms objeciones.
Pinsalo bien,insisti el anci ano.
Por mucho que lo piense, estar si empre en lo mis-
mo. Cuando no otra cosa, conseguir la dicha de ver
Oliveiro.
Eso s.
Si pudi era escribirle, aplazara mi det ermi naci n
hasta consul t arl e.
No me parece mal .
Pero quiz mi carta no llegara sus manos.
Por qu?
Olvida V. que le vigilan para evitar que se comu-
nique conmigo?
Ti enes razn.
Me expondra que mi carta fuese dar en manos
de don Rai mundo. . .
Lo cual sera un peligro.
Por lo menos bastara para que se apresurase
cambi ar de residencia.
Segurament e.
Insisto, pues, en que debo ir Madri d sin prdi da
de moment o.
V
1288 EL CALVARI O DE UN NGEL
Si te he de habl ar con franqueza, hija ma,dijo,
t e dir que apr uebo tu resol uci n, por parecerme la
ms nat ural y la ms lgica.
Por qu, pues, se opon a V. antes ella?interrog
Const anza.
Por que deba hacerl o. Mi obligacin era hacerte ver
los i nconveni ent es y los peligros.
Ya habr V. podido convencerse d que ni unos ni
otros me asust an.
De todas maner as, y una vez admi t i do y aprobado
el viaje, insisto en lo mi smo: quin te acompaar?
r - Y yo mi vez insisto en lo que antes dije: usted.
Es imposible!
Per o, por qu?
Ya te i ndi qu que hay razones poderosas. . .
Y no merezco yo que me sacrifique V. esas razo
nes?
No puedo!
Yo, por no separarme de ust ed, lo sacrificara todo.
Oh! . . .
Lo digo como lo siento. Dejarle aqu abandonado
i rme sola!. . . Nunca! Ve V. cuan grandes son mis de
seos de ver y abrazar mi hermano? Pues ello r enun -
ci si V. no me acompaa.
De veras?
Se lo j uro!
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
1289
VI
Ante esta muest ra de abnegaci n, don Gui l l ermo no
tuvo valor para seguir resistindose.
Bien mi rado, pens, no vamos B. , si no Ma
drid. Ser mucha casualidad que en Madri d me encuen-
tre con una persona conoci da. . . Y luego, quin ha de
reconocerme, estando tan cambiado? No debo parecer
el mismo. Ciego y miserable. Quin ha de reconocer en
m al opulento banquer o, cuyo capri cho se enri quec an
se ar r ui naban los infelices que tenan la debilidad de
confiarle su fortuna?
Aun estaba perplejo.
Qu decide usted?le pregunt la joven.Nos
vamos nos quedamos? Por que repito que yo s ol a no
voy.
El anci ano cedi , al fin.
Sea, puesto que t lo quieres, dijo, ya que t a-
les muestras de abnegacin me ofreces. Iremos Madri d
juntos.
Oh, gracias!exclam Const anza, abrazndol e l l e-
na de gozo.Ya saba yo que acabar a usted por ce-
der. Es demasi ado bueno par a negarse una-cosa tan
justa.
TOMO n
I 2 Q0 EL CAVARIOT DE UN NGEL
VII
Ces repent i nament e la alegra de la joven, y dijo,
punt o casi de llorar:
^- Per o ahora que caigo: no podemos empr ender ese
viaje.
Qu lo impide?pregunt don Gui l l ermo.
La falta de di nero.
No tienes fondos?
No seor. . . Y pi no llegaramos nunca.
Llegar s, pero t ardar amos mucho.
Demasi ado. Ya no estarla Oliveiro all cuando lie
gr amos.
Y luego, que pi aument ar an las molestias y los
peligros.
No t endremos otro remedi o que renunci ar & \
viaje.
Y su rostro expres una gran cont rari edad.
El ciego se ech reir.
Se rie usted?exclam ella enojada.Con qu
es decir que mis cont rari edades provocan su risa?
Eres injusta; no es eso.
Ent onces. . .
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 2 QI
Me ro porque tu tristeza va trocarse en gozo i n-
medi at ament e.
Por qu?
Solo con que yo te diga que i remos Madr i d. . .
Pero si no t enemos di nero.
Te equivocas.
Eh?
VIII
Cogi el anci ano entre las suyas una mano de la joven,
y le dijo, sin dejar de sonrer:
Te acuerdas de lo que habl bamos cuando ent r el
cartero?
Lo he olvidado, respondi Constanza.
T me decas que trabajaras para los dos. . .
Y lo har .
Y yo te responda que no era necesario que de mo -
ment trabajases.
Ah, s, es verdad! Por cierto que me ext ra mu -
cho. Acaso es usted rico?
Soy pobre.
Pues no compr endo. . .
Pero fui poderoso, y los restos de mi pesada gran -
deza, pueden sernos muy tiles. Con ellos bastar
120, 2 EL CALVARIO DE UN NGEL
para que nos t rasl ademos Madri d con relativa como-
di dad.
Pero esos recursos misteriosos. . .
Voy most rart e en qu consi st en.
La curiosidad hab ase sobrepuesto en Constanza todo,
hast a su deseo de ver y abrazar su her mano.
CAPI TULO XX
Los recursos de don Guillermo
I
Como se recordar, don Gui l l ermo haba conservado
sus sortijas, el reloj y cuant as joyas llevaba encima al
intentar suicidarse; despus se las qui t escondindolas
en sus bolsillos, por temor de excitar con ellas la codicia
de Tor cuat o, de cuyo generoso desinters dud en un
principio, y escondidas las hab a tenido hasta ent onces,
sin most rarl as nadi e.
Con el product o de la venta de aquellas joyas, era con
lo que contaba para mejorar la situacin de la joven, y
no serle tan gravoso.
Puesto que ella tena empeo en ir Madri d y no
contaba con el di nero necesario para el viaje, parecile
.1294 EL CALVARIO DE UN NGEL
que no se le poda present ar ocasin ms propicia para
ofrecerle aquellas alhajas, l t i mos restos de su pasada
ri queza.
Las sac, pues, y mostrlas Const anza, dicindole:
Con lo que esto vale, basta y sobra para que los dos
nos t rasl ademos Madri d sin carecer de nada durant e
el viaje.
II
La joven, no pudo contener un grito de sorpresa.
' Qu joyas tan hermosas!excl am. Est o debe
valer mucho di nero.
Costaron una cant i dad fabulosa, pero ahora no nos
dar n por ellas, ni la cuart a parte de su valor, respon-
di el anci ano.
Per o, cmo se ha pr ocur ado V. estas alhajas?
Son m as.
Suyas!
Ya recordars que en ms de una ocasin te he di-
cho, que yo no si empre he sido pobre.
En efecto: recuerdo que me ha asegurado V. , que
ha sido muy rico.
Ah tienes una prueba de ello. De mi pasada rique-
za, no conservo ms que esos costosos adornos, que para
nada necesito.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 2Q5
Y va V. desprenderse de ellos, para que yo satis-
faga mi deseo de ir Madrid?
Preci sament e.
Oh, no, no lo consiento!
Por qu no? En qu poda empl earl os mejor? En
mi situacin, sera ridculo que yo luciera esas joyas.
Sin embar go. . .
' Pensaba despr ender me de ellas, para con el pro-
ducto de su vent a, aliviar tu situacin; por eso te dige
ant es, que no era preciso que t rabaj aras t ant o. Lo mi smo
me da venderl as para costear ese viaje del que acaso de
penda tu di cha.
III
Constanza, l uchaba entre el deseo de acept ar aquel
ofrecimiento, y el t emor de cometer un abuso.
Don Gui l l ermo, lo comprendi as, y djole:
Me ofenders, no acept ando lo que te ofrezco, hija
ma. Recuerda que hemos conveni do en querernos como
si furamos padre hija, y entre una hija y un padr e,
los bienes son comunes; no hay tuyo ni m o. No he
aceptado yo tu proteccin? Pues, por qu no has de
aceptar t del mi smo modo mi ayuda? Adems, que se-
ras cruel injusta, si me privases de cont ri bui r de ese
modo tu di cha. , .
I296 EL CALVARIO DE UN NGEL
La joven, no le dej proseguir.
Int errumpi l e para excl amar:
Acepto y le pido perdn por mis vacilaciones. Dice
usted bien: entre nosot ros, escrpulos que entre otras
personas estaran justificados', constituyen verdaderas
ofensas. El mi smo cari o que le tengo, me obliga acep
t ar su oferta y la acepto agradecida. No hay ms que
habl ar: iremos Madr i d, y si de ese viaje resulta mi fe
licidad, usted la deber mejor que nadi e.
IV
Resueltas en principio las pri meras dificultades, deci
di eron activar los preparat i vos para empr ender la mar
cha lo ms pront o posible.
Ant e t odo, haba que vender las joyas, para procurarse
di nero.
Yo ir Oport o esta mi sma tarde venderlas,-
dijo Constanza.
El anci ano respondi :
Iremos los dos, hija m a. Y no vayas creer que
es por desconfianza; pero podr as verte en un compro-
mi so. Desde luego, todos les ext raar que t , t an mo
desfmente vestida, vayas vender alhajas de tanto pre
ci .
Es ver dad.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I297
V
Aquella t arde, despus de comer, fueron los dos
Oporto, y ent raron en la tienda de un joyero.
Como don Gui l l ermo hab a t emi do, no dej de extra -
ar al comerci ant e, que dos mendigos tuvieran en su
poder joyas de tanto valor; pero atento ni cament e s
negocio, se guar d muy bien de manifestar sus sospe-
chas, y se vali de ellas ni cament e, para dar por las
alhajas menos de lo que val an.
El anci ano dejse engaar sabi endas, porque com-
TOMO 11 .. i 63
Esto puede dar lugar injustas sospechas. Pueden
suponer. . .
Que las he robado?
Eso cosa por el estilo.
Qu vergenza!
Y si no sospechaban eso, comprendi endo que desco-
noces el valor de esas j oyas, te dar an por ellas lo que
quisieran.
Tiene usted razn.
Por lo mi smo, conviene que vayamos los dos j un-
tos.
Oh, s! No me deje ir sola: yo se lo suplico.
120,8 EL CALVARIO DE UN NGEL
V I
Antes de volver casa, hicieron al gunas compras.
Don Gui l l ermo, comprendi que no deb an viajar ni
present arse en Madri d vestidos de aquel modo; compr,
pues, la j oven, ropas modest as, pero nuevas, y l, su
vez, se compr un traje ms en armon a con su ac-
tual situacin, que su elegante aunque estropeada le-
vita.
Quer a desfigurarse todo lo posible.
Ga s t a V. demasi ado, dec al e Const anza, casi con
r emor di mi ent o.
No t emas, t ont a, respond al e l sonriendo:nos
prendi que, en cual qui era otra tienda que fuese, le
pasara lo mi smo algo peor.
Cerrado el t rat o, el joyero se qued con las alhajas,
dando en pago de ellas, una porcin de miles der ei s, que
en moneda espaola represent aban unas dos mil pe-
setas.
Aquello era ver dader ament e una fortuna para los dos
mendi gos.
Constanza, no recordaba haber visto j ams tanto di-
nero reuni do.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1299
quedar di nero ms que sobrado para el viaje. Adems,
que todo lo que gast amos, es en cosas precisas. Ya com-
prenders que, por tu mi smo decoro, no debes presen-
tarte Oliveiro hecha una pordi osera.
Ella callaba y le agradeca si ncerament e en el fon-
do del corazn, tantas y tan repetidas muest ras de in-
ters.
VII
Aquella noche no dur mi er on t ranqui l os, t emi endo que
les robasen.
A la maana siguiente, Constanza fu al cementerio
orar sobre la t umba de Tor cuat o.
Ya que l no poda- acompaar l a, llevbase su
carta para que le sirviese de testimonio, en caso de
apuro.
Luego regres su casa y ocupse en hacer los ltimos
preparativos para el viaje.
Por la t ar de, el anci ano y ella, salieron de la mi sera-
ble casucha, cerraron la puert a y alejronse sin despe-
dirse de nadi e.
Pocas hor as despus, sala un tren de la estacin de
Oporto.
En un depar t ament o. de t ercera, iban un anci ano
i 3 oo EL CALVARIO DE UN NGEL
ciego y una hermosa joven, ambos modest ament e vesti
dos.
Er an don Gui l l ermo y Constanza que se dirigan
Espaa en busca de Oliveiro.
Don Gui l l ermo, al pensar en su pat ri a, senta la ms
atroz i nqui et ud en su conciencia.
CAPITULO XXI
Robados
I
El plan de don Gui l l ermo y Constanza, consista en
llegar Madr i d, instalarse, y una vez i nst al ados, buscar
el modo de ponerse en relacin con Olivero sin que don
Rai mundo se enterase ni lo sospechara siquiera.
El joven les dira entonces lo que tenan que hacer.
Este plan sufri grandes modificaciones por causas
imprevistas, que ellos no pudi eron preveni r, y que les
demostraron que el infortunio no se hab a cansado aun
de perseguirles.
Instalados en un vagn de t ercera, el anci ano y la
joven emprendi eron su viaje, llenos de risueas esperan-
zas.
l302 EL CALVARIO DE UN NGEL
La segunda, crea prxi mo el instante de su felicidad,
cifrada entonces en abrazar su her mano, y el primero
gozaba con la dicha de su compaer a.
Despus de t odo, pensaba don Guillermo,por
bien empl eada puedo dar mi i mprudenci a al regresar
Espaa, si de este modo puedo contribuir la ventura
de esta pobre ni a, la que me unen i nrrorrpi bl es lazos
de gratitud y de cari o.
Para mayor seguri dad, el di nero llevbalo Constanza.
Esta quiso entregarlo al ciego, pero l lo rechaz, di-
ci endo:
No, hija m a, gurdal o t . En mi poder no estara
seguro. A un pobre ciego cualquiera le roba.
La razn era muy at endi bl e, y la joven se avino ser
la depositara y guardadora de los cuat ro mil y pico de
reales, que aun les quedaban de fondos.
Como eran su ni ca fortuna, si empre estaba sobresal
t ada t emi endo que se los robasen, y el anci ano rease de
sus sobresaltos.
No, no temas, decale. Quin ha de sospechar,
al vernos, que llevamos esa cantidad?
Y en efecto, aunque se hab an adecent ado un poco,
cont i nuaban teniendo facha de mendigos, por lo me-
nos, de gente muy pobre.
II
La pri mera part e del viaje, fu muy alegre y distrada.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA - l 3 o 3
La joven extasibase cot emnpl ando los hermosos
paisajes que vea por vez pr i mer a, y por los datos que
de ellos daba, don Gui l l ermo, decale:
Ahora vamos por tal cual part e. ^
Y le refera las particularidades y detalles ms salien
tes de los sitios por donde iban pasando.
La pregunta de Constanza era siempre la mi sma:
Nos falta todava mucho para llegar Madrid?
Comenz pregunt arl o en la pri mera estacin en que
pararon.
Don. Guillermo comprend a su impaciencia, y contes-
tbale sonri endo:
Ten cal ma, hija m a. No porque te impacientes
mucho, llegaremos antes.
Pero estas razones no produc an efecto al guno, y la
joven volva pregunt ar los pocos moment os:
Llegaremos pronto Madrid?
Para ella, unas cuant as horas de t ren, eran una et er -
nidad.
III
Los pasajeros que ocupaban el vagn, eran pocos y
todos ellos de aspecto t ambi n modest o.
En la frontera, subi al tren un caballero joven y sim-
ptico. .
l304 EL CALVARIO DE UN NGEL
Por su aspecto distinguido, y por la elegancia y riqueza
de la ropa que vesta, pareca que debi era viajar en pri
mera clase; sin embar go, no viaja siquiera en segunda.
Despus de registrar varios vagones, se instal en el
que iban la joven y el anci ano, pesar de que era uno
de los ms llenos.
Constanza no hizo caso de l.
Advirti que se hab a sent ado frente ella, y que la
mi r aba con fijeza insistenta; pero slo pens:
Qu hombr e tan cargante! Por qu me mi rar de
ese modo?
Y procur que su mi rada no se cruzase ni una vez si
qui era con la de l.
Ot ro hombr e ms discreto menos at revi do, l ahubi e
se dejado de mi r ar , compr endi endo que la molestaba;
pero l, lejos de hacerlo as, segua mi rndol a cada vez
con mayor insistencia.
IV
Furonse r enovando todos los viajeros, menos aquel
Ent r en conversacin con don Gui l l ermo, cosa casi
imposible de evitar en un viaje tan largo, en el que por
fuerza establecise cierta i nt i mi dad, y pregunt al an
ci ano:
A dnde van ustedes?
A Madri d, l e respondi sin la menor desconfianza
el ciego.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
I3 05
Hombre, que casual i dad, repuso l . A Madri d
voy t ambi n yo.
Pues nos hemos divertido, pens para s la joven,
quien le era cada vez ms molesta la compa a de
aquel hombr e.
En la estacin i nmedi at a, Constanza vio que el desco-
nocido bajaba del vagn, y acercbase al despacho de
billetes.
Ad i v i n lo que aquello significaba, y se dijo:
Pues no iba hasta Madri d, puesto que ha renovado
su billete. Cual qui era dira que este hombr e nos sigue.
Qu querr?
Comunic sus observaciones y sus temores don Gui -
llermo, y ste le pregunt :
Dices que es joven y elegante?
S seor, respondi ella.
Y que te mi ra con mucha insistencia?
Con una insistencia i mpor t una.
Entonces no digas ms; es que le has gustado.
Vaya un gusto!
Y la joven, en vez de sentirse hal agada, sinti que su
contrariedad creca.
El desconocido t uvo para ellos toda clase de at enci b-
V
TOMO II
164
l 3 o 6 EL CALVARIO DE UN NGEL
r e s que no hab a manera de r ehusar y que era preciso
agradecer.
En una estacin compr flores para Const anza.
Esta no quiso admi t i rl as, pero cedi, al fin, obeciendo
al anci ano, que le dijo en voz baja:
Acptalas; no est bien desai rar as la gente.
El viajero habl aba sin cesar, y de los asunt os que
pensaba, podan serle ms agradabl es sus compaeros
de viaje.
La conversacin era amena y di st ra da, y revelaba en
ella una ilustracin poco comn.
A pesar de t odo, la joven segua sindole profunda
ment e ant i pt i co.
Sin que nadie le i nt errogara, dijo que se l l amaba Juan
Rosell, y que era viajante de casa de comercio de
Barcel ona.
Esto era verosmil, y no hab a por qu sospechar de
ello.
Como en justificacin de viajar en tercera clase,
dijo:
La casa me paga los viajes en pri mera; pero la
ver dad, yo no soy comodn ni vani doso, y prefiero via
j ar ms modest ament e, y guar dar me el resto del dinero
que mis principales me dan para gastos de viaje. As
puedo llevar si empre algn regalito mi pobre madre
que me qui ere mucho, y que no tiene nadi e ms que
m en el mundo.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA l 3 o j
VI
Estas l t i mas pal abras le dieron motivo para habl ar
extensamente de su madr e, de su viejecta, como l la lla-
maba, y para referir su historia; una historia que no te-
na nada de particular.
Tan buen hijo mostrse, tan obediente y carioso, que
Constanza casi empez encont rarl e simptico.
No poda ser mal o un hombr e que t ant o quera su
madre.
Como si su charl a no hubi ese sido ms que un pretex
to para averiguar al gunas noticias referentes la j oven,
dijo sta:
Usted comprender muy bien mis sent i mi ent os,
seorita, porque de seguro V. querr su madr e, si la
tiene, tanto como yo qui ero la m a.
No tengo madr e, r espondi Constanza.
Pues la compadezco ust ed, porque no tener madr e
lo considero una de las mayores desgracias del mundo.
Pero en fin, tiene usted padr e, y para el caso es lo
mismo.
Ni la joven ni el anci ano, se t omaron la molestia de
destruir su creencia, de que el segundo era padre de la
primera.
l3o8 EL CALVARIO DE UN NGEL
Despus de t odo, su engao no tena nada de particu
lar, pues cual qui era en su caso hubiese supuesto lo
mi smo.
Vil
Con mucha discrecin, y asi como qui en no quiere la
cosa, el viajante dijo:
Y van ustedes Madri d reuni rse con la fami-
lia?
No seor, le respondi don Gui l l ermo; no tee
mos familia; somos los dos solos.
Ent onces irn ustedes negocios. . .
Tampoco.
Ah, vamos, comprendo! Viajan ustedes por pa
cer.
S . . .
Dichosos ustedes. Viajar por placer es un lujo que
solo puede permitirse la gente rica. Los pobres, como yo,
viajamos por necesidad, lo cual no tiene nada de agr
dabl e.
A partir de aquel moment o, habl muy poco, como si
ya hubiese averi guado cuant o deseaba saber.
Sigui est ando t an fino y obsequioso como ant es, pero
mostrse muy reservado.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1309
Sin embargo, no pasaba un instante sin mi rar Cons-
tanza
Esta, t emi endo si empre que le robasen su di ner o,
llevbase con frecuencia la mano al bolsillo donde lo
guar daba.
Cada vez que haca uno de estos ademanes, su com-
paero de viaje sonrease i mpercept i bl ement e.
VIII
Lleg la noche, y el viajante, despus de pedir permi -
so sus compaeros, acurrucse en un rincn del coche,
y se dur mi .
Constanza, que hasta entonces apenas le hab a mi r a-
do, pudo cont empl arl e su gusto.
No lo encontr ni ms feo ni ms guapo que ant es,
pero parecile que no era la pri mera vez que le vea.
Yo he visto antes de ahor a esta cara, pens.
Dnde ha sido?
Y desde aquel moment o empese i nt i l ment e en re
cordar dnde y cundo haba visto aquel hombr e.
Al fin acab por decirse:
Qu me importa? Me parecer m que le he
visto.
Y procur no pensar ms en l.
l 3 l O EL CALVARIO DE UN NGEL
Sin embar go, pesar suyo no poda dejar de mirarle
y de decirse:
Nada, que deci di dament e, yo he visto este hombre
ant es de ahor a, sin que pueda caer en donde y cuando
ha sido.
Comuni c sus sospechas don Gui l l ermo, y ste res
pondi l e:
Sern aprensi ones t uyas. En el mundo hay mucha
gente que se parece.
IX
Empez Constanza sentir sueo, aunque haca gran
des esfuerzos para no dormi rse.
Conocilo el anci ano, y le dijo:
Duer me, hija m a, recuesta tu cabeza en mi hombr o,
y duer me sin t emor.
(Y si nos roban mi ent ras dormimos?replicle ella
en voz baja
No t emas; yo no me dormi r, no tengo sueo; vela
r mi ent ras t duer mas .
Estas pal abras la t ranqui l i zaron, sin pararse pensar
en la escasa eficacia de la vigilancia de un ciego.
Recost la cabeza en un hombr o del anci ano, y poco
despus dorm a profundament e.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 13 I I
X
De pronto Constanza despertse sobresaltada.
Qu es eso? Qu te pasa?le pregunt el anci ano.
No s, bal buce ella;cre ..
Qu? -
Cre que me t ocaban. . .
Quin?
En el vagn hab anse quedado solos el anci ano, la
joven y el viajante.
Los dos l t i mos, dor m an.
El silencio era absol ut o.
Concent rado en s mi smo, don Gui l l ermo pensaba en
su pasado.
Al considerar que estaba de nuevo en Espaa, cerca
de los suyos, sentase presa de una profunda emoci n.
Respondi endo sus pensami ent os, mur mur aba:
No les ver ni me ver n. . . Para qu?. . . Yo no exis-
to ya para ellos ni para nadi e; slo vivo para mi ar r e
pentimiento y para el cari o de este pobre ngel, que
con sus vi rt udes y su inocencia, me ha redi mi do.
Y de sus ojos sin luz, brot aban lgrimas amargas y
abundant es.
l 3l 2 EL CALVARIO DE UN NGEL
XI
Poco despus, llegaba el tren una estacin.
Constanza sigui asomada la vent ani l l a, ent ret eni da
en ver la gente que hab a en el andn.
Aunque estaba ya prxi mo el amanecer , la t empera
t ur a era muy agradabl e.
Qu s yo!
Mi r recelosa al viajante, y vio que segua dur
mi endo profundament e.
No obst ant e, le pareci que hab a cambi ado de sitio.
No particip su sospecha al ciego por no asustarle,
pero pens:
Jurar a que ant es estaba sentado en el ri ncn de
enfrente. Y sin embar go, parece que no ha dejado de
dor mi r . . .
Acomdat e, y durmet e de nuevo, djole el a n-
ci ano.
Y ella respondi :
No, ya no qui ero dor mi r ms.
Pero si apenas has dor mi do.
Noi mport a, se me ha pasado el sueo.
Y para mejor desvelarse, se asom la vent ani l l a.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
I 3 l 3
Reanud el tren su mar cha, y
4
don Guillermo dijo
la joven:
No ests en la vent ani l l a, hija ma. El aire fresco de
la maana puede serte perjudicial.
Pero si no hace fro,protest ella.
No i mport a.
Constanza le obedeci por no enojarle.
Levant el cristal, y volvi ocupar su asi ent o.
Apenas se hubo sent ado, lanz una exclamacin de
sorpresa.
Qu es eso?le pregunt el anci ano.
Nuestro compaer o de viaje ha desapareci do, res-
pondi ella.
Cmo?
Ya no est aqu .
Y era verdad.
Hallbanse los dos solos en el vagn.
Habr bajado en la estacin pasada, y se habr
equivocado de coche al subi r.
No, no puede ser eso, porque se ha llevado su ma -
leta.
Es posible?
Aqu no hay ms equipaje que el nuest ro.
Es ext rao!
Dijo que iba Madr i d. . .
S; y adems, me sorprende que se haya mar chado
sin despedi rse. . .
TOMO II '; 165
l 3 l 4 EL CALVARIO DE UN NGEL
XII
Estos coment ari os fueron i nt errumpi dos por una nue-
va exclamacin de Constanza.
Nos han robado!gri t .
Qu dices?exclam don Gui l l ermo.
Nos han robado!repiti ella.
En efecto, haba met i do la mano en el bolsillo, y no
encont raba en l el di nero.
Sac cuant o en el bolsillo llevaba, y nada, el dinero
no parec a.
Los dos tuvieron que convencerse de su desgracia.
La desesperacin se apoder de los dos.
Ese hombr e ha sido!exclam la joven llorando.
El viajante?interrog el anci ano.
S .
Es muy posible.
Su extraa desapari ci n. . . El haber cambi ado de
sitio cuando me despert sobresal t ada. . . Por algo no me
inspir confianza desde un pri nci pi o. . .
De repent e i nt errumpi su l l ant o, para decir:
Y ahor a r ecuer do. . . S, eso es. . . Ya s dnde le ha-
b a vi st o. . .
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA l 3 1 5
En la estacin i nmedi at a, di eron cuent a al jefe de tren
de lo ocurri do.
Registrronse todos los vagones, sin encont rar al su-
puesto viajante.
Telegrafise la estacin ant eri or, y contestaron que
no hab an visto tal sujeto.
Sin duda, huy campo atraviesa, sin salir por la es-
tacin.
No hab a, pues, esperanza de recuperar el di nero r o-
bado.
El anci ano y la j oven, estaban inconsolables.
Cmo instalarse en Madri d hasta que tuvieran oca-
sin de habl ar Oliveiro?
Dnde?
Junto al escaparate de la tienda del joyero donde
vendimos las al haj as.
Ests segura?
Segursima.
Entonces todo se compr ende. Presenci la vent a, y
nos ha seguido para apoderarse del di nero.
Estamos perdi dos!
Y los dos se abrazaron l l or ando.
XIII.
i 3 i 6 EL CALVARIO DE UN NGEL
Por - un, moment o creyeron haber hui do de la mi-
seria, y la miseria volva aprisionarles entre sus ga-
r r as.
Un viaje que haba empezado bajo tan buenos aus-
picios, t ermi naba de una maner a muy triste.
CAPI TULO XXII
Ll egar t a r de
I
La ent rada de nuestros viajeros en Madr i d, fu muy
triste.
Llegaban una poblacin desconocida, sin recursos
de ni nguna clase y sin conocer nadi e quien pedi r
auxilio.
En otro t i empo, pensaba don Gui l l ermo, hab a
aqu personas que me hubi esen dado cuant o yo hubi era
querido; pero ahora todos me cerrar an sus puert as, si
cometiese la i mprudenci a de l l amar ellas. Adems, no
me conviene que me reconozcan.
Y haciendo los mayores esfuerzos para di si mul ar su
inquietud y su tristeza, pr ocur aba reani mar Constanza,
dcindole:
1318 EL CALVARIO DE UN NGEL
No te apur es, hija ma; Dios velar por nosotros
Yo no merezco la proteccin di vi na, pero t si. Eres un
ngel, y la Providencia no puede desampar ar t e.
Par a infundirle ms valor ^ agregaba:
Ten por seguro, que podremos habl ar en seguida
con Oliveiro, y que este nos socorrer.
Tal era, t ambi n, la nica esperanza de la joven.
II
El robo de los recursos de que di spon an, les oblig
modificar sus planes.
Ya no podan instalarse pr i mer o, y buscar luego el
triodo de ver Oliveiro sin compromet erl e; necesitaban
ver al joven en seguida, pasara lo que pasara.
Qu te parece que debemos hacer?pregunt el
anci ano la joven. "
Lo que V. qui era, respondi ella.
Avent urado es presentarse sin ms ni ms en la
fonda donde se alojan don Rai mundo y su hijo.
Lo mi smo creo.
Per o no nos queda otro remedi o.
Ti ene V. razn.
Cor r emos el peligro de perjudicar tu her mano, f
de echarl o todo perder.
Qu hacemos, entonces?
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1319
Vamos la fonda, y sea lo que Dios qui era.
Vamos.
Y desde la estacin, se dirigieron al hotel donde saban .
que paraban los que i ban buscando, segn la carta de
Oliveiro recibida por Constanza.
III
Aunque don Gui l l ermo haba estado ms de una vez
en Madri d, como volva l ciego, era lo mi smo que si
lo desconociese.
Tuvi er on, pues, que ir pregunt ando l os t ransent es,
para llegar al sitio donde se dirigan.
Esto les ent ret uvo mucho, y cuando llegaron al hot el ,
estaban rendi dos.
Ent r ar on resuel t ament e, y pregunt aron por don Rai -
mundo, un cri ado que les sali al encuent ro.
Desean ustedes verle?interrog el i nt erpel ado.
No, seor; repuso don Gui l l ermo. ni cament e si
est an aqu .
Si le contestaba afi rmat i vament e, ya buscara l el
modo de llegar hasta Oliveiro sin que su padre se ent e-
rara.
Pues no est,dijo el cri ado.
Ha salido?
1 3 2 0 EL CALVARIO DE UN NGEL
Se ha mar chado.
Fuera de Madri d?
S .
Cundo?
Anoche.
A dnde?
No lo s.
Slo?
Con su hijo y dos criados que les acompaaban.
Los infelices vi aj eros, estuvieron punt o de caer re
dondos al suel o.
Hab an llegado t arde!
Don Gui l l ermo, inclin la cabeza sobre el pecho, ano
nadado por aquella nueva cont rari edad, y Constanza
pr or r umpi en sollozos.
IV
Compadeci do de ellos, el criado dirigiles algunas fra
ses de consuelo.
Tant o les interesaba ustedes ver ese caballero?
les pregunt .
Mucho, r epuso el anci ano.
Como que con ese objeto hemos venido desde muy
lejos. . . ,
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1321
Y el servicial muchado, alejse presuroso.
Qu va ser de nosotros!exclam Const anza,
abrazando don Gui l l ermo. Nuest ra ni ca esperanza
era Oliveiro, y Oliveiro ya no est aqu . . . Est de Dios
que yo no abrace mi her mano de mi alma!
El anci ano, no intent siquiera consolarla.
Saba que era intil.
Adems, su i nqui et ud era tan grande como la de la
joven, al pensar que iban verse abandonados en Ma-
dri d, sin ampar o ni auxilio de ni nguna clase.
i TOMO II \ . 166
t r . i T f r
Pues han llegado ustedes t arde.
Ya lo vemos.
Si al menos pudi ramos saber el sitio donde se
han dirigido. . .
Yo no s ms que lo que acabo de decirles.
Quedse el criado pensativo un instante, y luego
dijo:
Esperen ustedes. El camarero que tena su cargo
las habitaciones que ocupaban esos seores, acaso sepa
algo ms que yo. Voy l l amarl e.
Si nos hiciera V. ese favor...
Pues no faltaba ms! Con mucho gusto.
l 322 EL CALVARIO DE UN NGEL
Casi les hubi era valido ms no haber abandonado la
mi serabl e casucha de las orillas del Duer o.
Al menos, all tenan seguro un hogar modest o.
VI
Presentse ellos un nuevo cri ado, el cual , mirles
con part i cul ar atencin.
Son ust edes los que vienen buscando don Ra
mundo y su hijo?preguntles, sin dejar de mirarles.
S, seor, respondi el anci ano. Y V. ser el que
nos han dicho que nos dara noticia de su par ader o.
Segn y conforme.
Eh?
Ant e todo, digan ustedes qui enes son.
Per o. . .
Esta joven, se l l ama Constanza?
Cmo sabe usted mi nombre?pregunt la aludi-
da, en el colmo del asombr o.
Tenga V. la bondad de responder mi pregunta,
insisti l.Se l l ama V. Constanza?
S, seor.
Y viene usted de Oporto?
Preci sament e.
Ent onces, este caballero que la acompaa se llama-
r Tor cuat o.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA l 3 2 3 .
No, seor.
Cmo?
Torcuat o se l l amaba el que haba de acompa-
ar me.
Ah!
Pero mur i .
Es eso cierto?
Qu inters hab a de tener en engaarle?
VII
Quedse pensativo el cri ado, como si dudase de lo que
oa, pero Constanza le sac pront o de sus reflexiones,
preguntndole con ansi edad:
Cmo est V. tan ent erado de circunstancias que
m se refieren? Yo no le conozco V.
En vez de contestarle, el camar er o dijo:
Per m t anme ustedes que les dirija al gunas otras
preguntas, y luego, segn lo que me respondan, les dar
mis explicaciones.
Pregunt e V. cuant o qui era.
No vacile en responderme la ver dad.
Se lo pr omet o.
Veamos, ustedes vienen buscando don Rai mundo
al seorito Oliveiro?
A Ol i vei ro, respondi sin vacilar la joven.
l324 EL CALVARIO DE UN NGEL
Y les convena ustedes verle sin que don Raimun-
do se enterase, no es as?
Preci sament e. Cmo lo sabe V.?
Ot ra pregunta ms y concluyo. Por qu han venido
ustedes Madri d desde Oporto?
Porque Oliveiro nos mand l l amar. . .
Sin que su padre lo supi era.
Eso es.
VIII
Debi darse por satisfecho el cri ado con estas indaga
ciones, porque cambi ando de t ono, aadi :
Con lo di cho, basta para que me convenza de que
esta seorita es la que yo me figuraba.
Y luego dijo, dando las explicaciones promet i das:
Durant e el t i empo que ha estado aqu el seorito
Oliveiro, me t om mucho cari o y deposit en m gran
confianza. Hizo bien, porque yo le serva con mucho
gusto y le apreci aba como si toda mi vida le hubiese co
noci do. Es un seorito muy bueno.
Verdad que s?exclam Constanza, hal agada por
aquellos elogios, dirigidos su her mano.
Muy bueno y nada orgulloso,insisti el criado.
Al cont rari o, muy franco, demasi ado franco. Yo no s
cmo su padre no se llevaba bien con l. Por que no se
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1325
llevaban bien, y frecuentemente sostenan acal oradas
discusiones. Una maana, hace ya de esto algunos das-,
el seorito me llam y me dijo: oye, Juan. Yo me
llamo Juan, para lo que ustedes gusten mandar me.
Gracias.
Pues me dijo: Oye, Juan; voy pedirte un favor.
Pida V. lo que guste, seorito, que para m es una sa-
tisfaccin servirle; respond yo. Ent onces l, con mu -
cho misterio, me dio una carta para que la llevase al
correo. Me encarg que la llevase yo mi smo y sin qu
nadie se ent erara, pues, segn me dijo, iba dirigida
una persona con quien su padre le tena prohi bi do que
se entendiese.
- - I ba dirigida m, le i nt er r umpi Const anza.
Preci sament e. O mejor di cha, iba dirigida un tal
Torcuato, para que la entregase V.
Eso es.
IX
El anci ano y la joven, oan con gran atencin el relato
del cri ado.
Este, prosigui:
Don Rai mundo tena tan vigilado su hijo por los
dos criados que le acompaaban, que el pobre seorito
no poda dar un paso sin que su padre lo supi era. Par a
$26 EL CALVARIO DE UN NGEL
poder escribir aquella cart a, t uvo que valerse de mil ir?
geniosos ardi des.
Pobre!exclam compasi vament e Const anza.
Yo compr end el encargo del seori t o, y l me lo.,
agradeci con una buena propi na. Era muy esplndido!
Pasaron unos das sin que ocurri era nada de particular,
hasta que ayer, don Rai mundo y su hijo, tuvieron una
gran cuestin. Se les oa gritar desde el pasillo y deban
habl ar de V. , porque vari as veces pronunci aron el nom
bre de Const anza.
Comprendo!
El resultado de aquel l a cuest i n, fu que don Rai
mundo pidi en seguida la cuent a. Hab a decidido
salir i nmedi at ament e de Madri d con su hijo y sus cria
dos.
Y, dnde iban?
Tenga ust ed paciencia y siga escuchndome.
X
Don Gui l l ermo, menos i mpaci ent e que la joven, no
i nt er r ump a J uan.
Est e, cont i nu di ci endo:
Pasaba yo casual ment e por del ant e de la puerta del
cuart o del seorito Oliveiro, cuando ste me sali al
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I327
encuentro, como si estuviera acechndome, y me dijo:
Necesito de t un nuevo favor; me voy. Ya lo s, le
respond yo, muy triste; porque la ver dad, senta que se
fuera. Ent onces, l me entreg una cart a, dicindome
que la diese una joven l l amada Constanza, que se pre
sentara aqu pregunt ando por l, en compa a de un
hombre l l amado Tor cuat o. Y para que no lo confundie
se, me dio todos los dat os, acerca de los cuales yo la he
interrogado V. ant es, para convencerme de que era
la joven que el seorito Oliveiro me dijo.
Dnde est esa carta?pregunt Constanza.
Aqu la tiene V.
Y entregle una que sac del bolsillo.
El seorito Oliveiro, aadi, se fu anoche en
compaa de su padr e, ignoro para donde, y al despe-
dirse de m , me recomend en voz baja que cumpliese
su encargo. Puest o que la seorita Constanza es V. , el
encargo est cumpl i do. Dgalo as al seorito si al guna
vez le ve, para que se convenza de que yo cumpl o siem-
pre lo que promet o.
XI
Iba Juan seguir habl ando, pero le l l amaron y tuvo
que retirarse.
1328 EL CALVARIO DE UN NGEL
' Conque ya lo saben ustedes,dijo despidindose,
basta que sean personas del agrado del seorito Olivei
r o, para que yo tenga mucho gusto en servirles.
Gracias, le respondi don Gui l l ermo, pues la jo
ven, en su impaciencia por l eer l a cart a, no se cuid
siquiera de contestar.
Cual qui er cosa que se les ocurra, ya saben que pue
den disponer de m en todo y por t odo.
Le repito V. las gracias en nombr e de Constanza
y en el mo.
Conque ya lo saben ustedes. Lo di cho, y hasta la
vista.
Vaya usted con Dios.
V
Con sus repetidos ofrecimientos, Juan dio lugar que
volvieran l l amarl e.
Aun l ormul algunos cumpl i dos ms, y luego se alej
presuroso.
Como nada tenan ya que hacer all, el anci ano y la
joven salieron la calle, temerosos de que los echa-
r an.
Los dos abri gaban la esperanza de que Oliveiro dijese
Constanza en aquella cart a, el sitio donde se diriga
con su padre y lo que deb an hacer.
Si era as, aun podr a tener remedi o su infortunio.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA ' l320.
Pero sino pod an ir buscar el ampar o de Oliveiro,
qu sera de ellos?
Su porvenir era, en verdad, poco agradabl e.
La desgracia, pareca no cansarse nunca de perseguir
les.
CAPI TULO XXIII
La carta
I
Una vez en la calle, cami nar on silenciosos durante
algunos mi nut os, buscando un sitio propsito donde
leer la cart a.
Tr ansi t aba mucha gente y no saban donde pararse,
Al fin, Const anza, internse en una callejuela poco
concurri da.
Aqu no nos i nt errumpi r nadie, dijo.
Y se det uvi eron j unt o una esqui na.
Lee, hija m a, lee,dijo con ansi edad don Gui-
l l ermo.
La joven, senta ms impaciencia aun que l, porque
compr end a que de aquella carta acaso dependi era su por-
EL CALVARIO DE UN NGEL 1331
venir; pero por lo mi smo, no se atreva r omper el
sobre.
En ste, se lean estas dos pal abras:
Para Constanza.
Decidise, al fin, la joven, salir de dudas, y r om-
piendo el sobre, con mano t embl orosa, extrajo el pliego
de papel que contena, y ley en voz alta lo que sigue:
II
No s si est acar a llegar tus manos, her mana m a.
Ala casualidad y la complacencia deuncr i ado la con-
fo, imposibilitado de hacerla llegar t de otro modo.
A pesar de la reserva con que te escrib mi ant eri or,
mi padre se ha ent erado de ello, y para i mpedi r que
nos veamos, ha dispuesto que nos t rasl ademos hoy mi s-
mo nuest ras posesiones de Andal uc a.
Acabo de tener con l una borrascosa escena, en la
que los dos hemos fijado y definido nuest ra situacin. El
no transigir nunca con que yo te reconozca como mi
hermana, y yo no desistir j ams de lo que creo un deber
sagrado, de lo que m i mponen nuest ro cari o y los
lazos que nos unen.
En nuest ra discusin, he credo comprender que lo
que ms t eme mi padre es el escndal o. Si le promet i -
ramos ocultar todos que somos her manos, creo que
1332 EL CALVARIO DE UN NGEL
transigira con que nos vi ramos y hasta con que yo te
cediese la mitad de la fortuna de nuest ra madr e.
N0 es mi ni mo escatimarte ni nguno de tus derechos,
pero creo que no ser para t un gran sacrificio acceder
lo que mi padre desea. Qu importa que los dems
ignoren que somos her manos, mi ent ras lo sepamos nos-
otros? Adems, la honra de un hombr e, bien vale algn
sacrificio, y la honr a de mi padre quedar a manchada,
haci endo pblico que t eres hija de su esposa.
Repito que no pienso exigirte ni i mponert e nada,
pero si r enunci ar as la publicidad que mi padre tanto
t eme, y con razn, creo que todo podria arreglarse. A tu
conciencia y tus buenos sentimientos, dejo la resolu
cin de este asunt o.
III
Int errumpi se Const anza en la l ect ura, y don Guiller
mo aprovech la ocasin para decir:
Creo que el deseo de don Rai mundo es disculpable
y hasta justo, en cierto modo. .
Quin lo duda?respondi la joven.Justsimo.
Oliveiro dice muy bien: la honr a de un hombr e es cosa
muy delicada, y yo, para consi derarme feliz, no necesito
que se divulgue el secreto de mi naci mi ent o. Al contra-
ri o, hasta por respeto mi madr e, creo que debe per-
manecer oculto.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1333
Me place oirte razonar de ese modo, r epuso el
anci ano. Si gue, hija m a, sigue leyendo.
Constanza, le obedeci.
La carta cont i nuaba de este modo:
Si llegas Madri d, acudi endo mi l l amami ent o, y te
es entregada esta cart a, y lees lo que antecede y ests
conforme con ello, no tienes que hacer otra cosa que
trasladarte Osuna, pueblo de la provincia de Sevilla,
donde radi can nuest ras posesiones, y donde est aremos
nosotros, menos que mi padr e, i mpul sos de sus
sospechas, se le ocurra otra vez mudar de residencia.
En Osuna, cual qui era te dar razn de dnde vi vi -
mos, presntate nosotros, dile mi padre que lo sabes
todo, asegrale que te basta con mi cari o de her mano,
promtele no divulgar el parentesco que nos une, y creo
que todo quedar pront o y satisfactoriamente arregl ado.
Esto es lo que tienes que hacer, si aceptas lo que te
propongo; lo dems es cuenta m a.
Antes de decidirte, consltalo con Tor cuat o, que te
qui ere como un padr e, y que no te aconsejar nada que
no sea en tu provecho.
n Adis, her mana ma; ojal nos veamos pront o y
desaparezcan de una vez los obstculos que nos tienen
separados.
Te abraza, tu her mano
OLIVEIRO.
i 3 3 4 EL CALVARIO DE UN NGEL
IV
Dobl Constanza la cart a, se la guard en el bolsillo,
cogise del brazo del anci ano y ech andar con l,
pregunt ndol e:
Qu opi na V. que debo hacer?
Ir Osuna, respondi sin vacilar don Guillermo.
Luego V. me aconseja que acepte las condiciones
que don Rai mundo exige?
Ant es te i ndi qu que las creo justas.
Tambi n m me lo parecen.
Y aunque no lo fueran, en tu situacin creo que
debes sacrificarte en algo.
Oh, s! Porque si de este modo no consigo la pro-
teccin de Ol i vei roy su padr e, qu ser de m? O mejor
di cho, qu ser de los dos?
Por m no te preocupes.
Ya le he dicho V. muchas veces, que su suerte va
uni da la m a, y lo que sea de uno ser de ot ro.
^Graci as, hija ma!
Queda, pues, deci di do, que debemos ir Osuna.
Y lo antes posible.
S , no sea que don Rai mundo se le ocurra mudar
ot ra vez de residencia, como Oliveiro indica en su carta.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA l 3 3 5
V
Siguieron andando silenciosos.
Los dos pensaban en lo mi smo, aunque no se at rev an
comuni carse sus pensami ent os;
Con qu recursos realizaran aquel nuevo viaje?
La joven, fu la pri mera en expresar lo que pensaba.
S, debemos partir en seguida, dijo, como siguien-
do la' conversacin i nt errumpi da; pero, de qu manera?
No t enemos recursos. . .
En' l o mi smo estaba pensando, respondi don Gui-
l l ermo.
Y sin embar go, es necesario ir Osuna.
Indi spensabl e.
Qu hacer?
El viaje es l argo. . .
Y costoso...
-Cmo hacerlo?
A qui n recurri r para que nos ayude?
No t enemos nadi e.
Cont amos ni cament e con nosotros mi smos.
Y podemos los dos t an poco!
Aquel miserable que nos rob en el t ren, nos ha
perdi do.
Dios le perdone el dao que nos ha hecho!
i 3 3 6 EL CALVARIO DE UN NGEL
VI
Volvieron quedarse callados.
Pasados unos instantes, la joven dijo:
Veamos. Si nos quedr amos en Madri d, qu ha
riamos?
Mori rnos de hambr e, r espondi don Gui l l ermo.
Per o antes pr ocur ar amos defendernos de la miseria
y de la muer t e.
Sin duda.
De qu modo?
Como se defienden y viven los desgraciados: a pe
l ando la cari dad.
Pidiendo limosna?
Eso es. Sera muy triste, pero no nos quedar a otro
remedi o.
Pues bien: por qu no apel amos ese recurso,
para ir Osuna?
Cmo?
Qu ms nos da pedir limosna por las calles que
por los caminos? En todas partes se encuent ran personas
caritativas. En vez de rodar por las calles de Madri d,
cami nemos hacia Andal uc a. Comeremos de lo que nos
den, y dormi remos donde podamos. Tampoco aqu
t enemos qu comer ni dnde dor mi r . . . Qu le parece
V. mi proposicin?
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1337
VII
El anciano permaneci silencioso.
Pensaba en muchas cosas, entre ot ras, en que para ir
Andaluca desde Madr i d, tenan que pasar muy cerca
de B.
fgPens que esto era lo de menos, despus de todo.
Quin hab a de reconocerle en t an mi serabl e estado
Adems, podan evitar el pasar por B. , dando un pe-
queo rodeo.
Descart, pues, este inconveniente, y dijo:
T sabes lo que te "propones, hija ma?
Una cosa muy difcil, ya lo s, respondi Cons-
tanza; per o, qu quiere usted que haga?
En eso tienes razn. Sin embargo, reflexinalo bi en.
Es un cami no muy l argo. . .
Si no llegamos su t rmi no en un mes, llegaremos
en un ao.
Tendrs que sufrir muchas penal i dades. . .
No me faltarn fuerzas para sufrirlas.
Nos amenazar n grandes peligros.
Dios nos defender de ellos,
Si tan grande es tu resolucin. . .
Slo siento que usted tenga que sufrir lo mi smo
que yo.
'Eso es lo de menos.
TOMO n 168
l 3 3 8 EL CALVARIO DE UN NGEL
Pues ent onces. . .
A Andal uc a!
A Osuna!
. Y los dos se abrazaron, como para ani mar se mut ua-
ment e.
CAPI TULO XXIV
Abatidos
I
La tarde era lluviosa y desapacible.
El sol no hab a brillado durant e todo el da, y la luz
iba extinguindose poco poco en la mont ona vague -
dad de un crepscul o fnebre y triste.
Sobre el fondo ploimzo de las nubes, destacnbanse los
picachos de la sierra, recortados en formas capri chosas,
y fantsticas, semejantes gigantes de granito petrificados
por el t i empo.
A medi da que la obscuri dad avanzaba, aquel l os gigan
tes parecan revivir y ani mar se, disfumbanse sus con-
tornos, y el dbil respl andor de la ltima lucha de la luz
y las sombr as, pareca como si se moviesen y agitasen en
danza macabr a.
l340 EL CALVARIO DE UN NGEL
El graznido del cuervo resonaba en las al t uras de las
rocas, y el viento t empest uoso, al rozar las aristas de ios
peascos, gema l gubrement e.
El suelo era un i nmenso lodazal resbaladizo, aumen-
t ado cada instante por la llovizna menuda, pero pesa-
da y persistente, que sin cesar desprendase del negro
seno de las obscuras nubes.
Los pjaros refugibanse en sus nidos, y la naturaleza
t oda pareca sumi da en letal letargo
II
En t arde tal y tan poco agradabl e, un hombr e y una
mujer avanzaban penosament e por los abrupt os desfila-
deros de Despea Perros.
El , era anci ano, y ella joven; el pri mero apoybase en
la segunda, y los dos cami naban con gran esfuerzo, como
si estuviesen ani qui l ados.
La mar cha por aquellas pendientes desiguales y resba-
ladizas, era en verdad fatigosa.
Los dos cami naban sin habl arse, pero muy juntos,
como si necesitasen prestarse mut uo apoyo.
De vez en cuando, la joven l evant aba al cielo sus her
mosos ojos, llenos de l gri mas, como i mpl or ando piedad.
El anci ano, por el cont rari o, j ams l evant aba la ca-
beza.
EL M A N U S C R I T O D E UNA. M O N J A 1341
Hubiera sido i n t i l q u e a l c i e l o hubiese mirado por-
q u e no lo habra v i s t o .
Sus ojos estaban cerrados para siempre la luz.
El infeliz era ciego.
Gomo nuestros lectores habrn adivinado ya, aquel
hombre y aquella mujer, eran don Guillermo y Cons-
tanza.
III
El anciano y la joven, salieron de Madrid el mis-
mo da en que determinaron trasladarse Osuna pa-
ra reunirse Oliveiro y don Raimundo, y emprendie-
ron su largo y arriesgado viaje, llenos de energa y de
esperanza.
Grandes son los obstculos que tenemos que vencer,
y n o pocos los peligros que tenemos que desafiar,de-
ca don Guillermo-,pero Dios n o s sacar con bien de
todo.
Y Constanza, responda:
Yendo con usted nada temo. Los peligros mate
nales no me asustan; lo que me arredrara es la soledad;
pero con V. me veo asegura de esta ltima.
Y as procuraban animarse uno otro, ocultndose
compasivamente los peligros que cada cual vea para
llegar la realizacin de su atrevida empresa.
1342. e l c a l v a r i o D E u n n g e l
Puest o que hab an decidido acometerla, qu hubieran
sacado acobardndose?
Ya no era t i empo de retroceder ni de medi r los incon-
venientes de su atrevida resolucin.
IV
Al principio todo fu bien.
Descansados por las buenas condiciones en que hicie
ron el viaje de Oport o Madr i d, venci eron fcilmente
las pri meras dificultades que se les present aron en su
cami no, y adel ant aron mucho en pocos das.
El caso era llegar cuant o ant es al fin de su viaje.
Cami naban de d a, y por la noche refugibanse en
una vent a, en una casa de campo, en un hato de pasto-
r e s t e n cual qui er parte donde por cari dad les concedan
al bergue. ,
Com an de l i mosna, y Constanza era si empr e la en-
cargada de pedirla.
Esa humillacin me corresponde m, deca la
j oven, puest o que por causa m a viajamos.
Y aunque el anci ano i nt ent aba oponerse, replicando
que las penalidades deb an repartirse equitativamente
ent re los dos, como su ceguera le haca depender en todo
de la j oven, la vol unt ad de sta era la que se haca
si empre.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1
V '
Aunque todos les compadec an, tomndoles por padre
hija, da hubo en que casi no recogieron lo suficiente
para comer.
En tales casos, Constanza era siempre la que se sacri
ficaba, poniendo gran empeo en ocultar su sacrificio.
Daba al anci ano los escasos mendrugos de pan que
recoga, hacindole creer que ella se quedaba con otros
tantos, y l coma mi ent ras ella ayunaba.
Esto, tenalo la infeliz por muy justo, y de aqu que lo
hiciese con tanta resignacin y compl acenci a.
En pri mer lugar,decase,l es ms viejo, tiene
menos fuerzas que yo, y necesita sostenerlas; en segundo
lugar, agregaba, se sacrifica por acompaar me, y no
estara bien que yo no procurase ami norar en lo posible
las contrariedades que sufre por s condescendencia.
Este razonami ent o no era justo ms que en cierto
modo.
Si ella necesitaba de su compaer o, su compaero
su vez necesitaba de ella, de modo que los dos se ayu-
daban y se protegan mut uament e al acompaarse.
Pasados los pri meros das, comenzaron gastarse sus
fuerzas, y empezaron las penalidades.
Las j ornadas eran cada vez ms cortas, y sin embar-
go, cansbanse dobl ement e.
1344
E L
CAVARI OT D E U N N G E L
Er a que sus energas se ani qui l aban.
En un principio cami naban habl ando, comuni cndose
sus impresiones y sus esperanzas, y as el cami no se les
haca ms corto; despus, llenos de melanclica tristeza,
habl banse apenas, y entregados sus pensami ent os, el
cami no parecales ms corto.
De vez en cuando, pregunt aban por donde i ban, te
merosos de perderse, y al ver que les faltaba tanto
para llegar al sitio donde se dirigan, el desaliento
apoderbase de ellos.
Tendran fuerzas para llegar al t rmi no de su viaje?
Unas veces parecales que s, y ot ras desconfiaban de
ello.
Por consejo de don Gui l l ermo, hu an de los poblados
El pobre tema ir dar en B. , donde estaban los suyos,
aquellos precisamente de qui enes hab a hui do, y ante
qui enes no tena valor para volver present arse.
En esta repugnanci a, hab a parte de remordi mi ent o y
part e de orgullo.
Este ltimo manifestbase en la reflexin que frecuen-
temente hacase s mi smo.
Qu pensaran, decase, si me vieran de este
modo? Probabl ement e me despreci ar an aun ms . Por
lo t ant o conviene que no me vean.
Segua juzgando por los suyos, los sentimientos de los
dems, y de aqu su er r or .
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1345
VI
Tal era la situacin de aquellos infelices, la t arde en
que volvemos encontrarles en sitio bastante avanzado
ya de su cami no.
cielo amenazaba lluvia.
Har amos bien en quedarnos aqu hoy, dijo t mi -
damente don Guillermo. Si la lluvia nos coge en esos
campos, dnde nos refugiaremos.
Estaban en la casita de un pen cami nero, donde ha I
banse pasado la noche.
Gomo V. qui era, respondi la joven humi l demen-
te, pero dando ent ender en el tono de su voz, cuant o
la contrariaba perder aquel da.
El anci ano lo comprendi as, y hacindose cargo de
la natural impaciencia de su compaer a, dijo:
No hay nada de lo di cho; vamos; r eanudemos
nuestro cami no.
Y no quiso decir que se encont raba tan sansado, que
10 se senta bien, y hasta se esforz en aparecer ms
mimoso que nunca para no inquietar su compaer a.
Esta agradecile en el al ma su condescendenci a, y em-
prendieron la mar cha; ..; ; "li-
c ua ndo por la maana empr endi er on la mar cha, e
TOMO 11
l348 EL CAL VARI O DE UN NGEL
Per dname, hija m a!. . . No puedo ms!. . . No
puedo! . . .
Constanza se dej caer junto l, y le abraz llorando
y diciendo:
Yo t ampoco tengo fuerzas para proseguir nes-
t ro cami no!. . . Dios se api adej i e nosotros!
C A P I T U L O X X V
Auxi l i o
I
Ll orando estuvieron dur ant e largo rat o, sin acert ar
dirigirse una pal abra de consuelo.
Toda su buena vol unt ad, era intil para ocultarse su
triste situacin.
Ya ves, hija m a, di j o, al fin, don Gui l l ermo,
como tena razn al indicarte que no era yo el compa-
ero de viaje que ms te conven a. Mi debilidad es para
t un obst cul o.
No diga ust ed eso,le replic la joven;la cau-
sante de t odo soy yo, yo sola, que sin consideracin al-
guna, le obligu usted esta maana, ponerse en c a -
mi no. Pero mi nat ur al y justa impaciencia, me disculpa
l 3 5o E L C A L V A R I O D E UN N G E L
No ser yo el que te recri mi ne. Lo que ha sucedido
hoy, hubiese sucedido otro da cual qui era. El mal no
est en t, sino en m , que ya no sirvo para nada. Soy un
estorbo para t, en vez de ser una ayuda y un apoyo.
No diga usted eso! Al cont rari o, sin ust ed, qu se-
ra de m?
Y Constanza, le volvi abrazar, y abrazados siguie
ron l l orando.
II ,
Er a ya compl et ament e de noche, y urga t omar una
resolucin.
Aqu no podemos quedarnos, di j o la joven.
A dnde quieres que vayamos?le respondi tris
t ement e el anci ano. Yo no puedo andar .
Yo t ampoco.
Ent onces. . .
Sin embargo, es necesario hacer un ltimo esfuerzo
P a r a qu?
Par a dirigirnos algn sitio donde nos auxilien.
Distingues desde aqu al guna mor ada algn pue-
blo?
No.
Pues, dnde quieres dirigirte?
Qu se yo!
Y sus sollozos hicironse ms desgarradores.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1351
Tranqui l zat e, hija ma, djole cari osament e don
-Guillermo.Luchar cont ra lo i mposi bl e, es una l ocura,
y nosotros ani qui l ar amos i nt i l ment e nuest ras escasas
energas l uchando contra las adversi dades, que se e m-
pean en persegui rnos. Confesmonos venci dos. Confi-
monos Dios y sea de nosotros lo que su vol unt ad di s -
ponga.
Resignacin no me falta para sufrirlo t odo, y por
m no me apur o, sino por ust ed.
Pues yo t ambi n lo espero todo resi gnado, con que
t ranqui l zat e.
III
Muy cerca uno de ot ro, como para prestarse el mut uo
calor de sus cuerpos, permanec an sent amos en una de
las orillas del cami no, recibiendo la lluvia persistente y
cada vez ms abundant e.
Quedronse silenciosos, porque cuant o ms habl aban
ahondando en sus desvent uras, ms crecan su desespe-
racin y su pesar.
Don Gui l l ermo, pensaba:
Cuant o me sucede es justo, y ms an merezco para
castigo de mis cul pas. No hay falta que no se expe, y yo
comet muchas y aun no las he expiado bastante. Sea
de m lo que Dios quiera!
l 352 EL- CA LVARIO DE UN NGEL
Constanza, por el cont rari o, decase, con toda la l-
gica inflexible de una conciencia t ranqui l a y libre de:
todo r emor di mi ent o:
Por qu Dios me castiga de este modo? En qu le
he ofendido? En qu he faltado?
Y acababa por pensar:
Mis sufrimientos han de tener un pronto y feliz tr
mi no, porque son i nmereci dos.
Esta fundada esperanza, servale de consuel o.
IV
En el silencio de la noche, reson lo lejos una voz
de hombr e, dulce y armoni osa, que ent onaba uno de
esos melanclicos cant ares andal uces, oue tienen algo de
queja y mucho de l ament o.
La voz resonaba lejos, muy lejos, pero el anci ano y la
joven oyronla perfectamente, y los dos
1
se extremecie
r on.
Acaso se acercaba alguien que pudiera socorrerles.
Un fraginante, sin Muda, di j o con desaliento la
joven.
Tal vez,asinti don Gui l l ermo.
Y aadi :
Pero si bien l no podr facilitarnos albergue, po-
dr , por lo menos, i ndi carnos donde lo encont raremos.
Ti ene V. razn.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA i 3 53
Y Constanza psose en pi y comenz gritar con
todas sus fuerzas:
Favor!. . . Socorro!. . .
La voz que cant aba, ces de repent e.
Nos han o do, sin duda!excl am con alegra la
joven.
Y renov sus gritos.
Poco despus, oyse el chirriar de una carret a, y la
voz de un hombr e que pregunt aba:
Quin grita pidiendo socorro?
Aqu!repuso Constanza, saliendo al cent ro del
camino. Por favor! Qui en quiera que sea el que por
aqu cerca pasa, acuda en nuest ro auxilio.
En lo alto de la cuesta, apareci una carret a, y de-
lante de ella, distinguise un hombr e que avanzaba c o-
rriendo.
La joven se adel ant su encuent ro, y l, al verl a,
detvose, pregunt ndol e:
Es usted la que gritaba?
S, yo soy, respondi ella.La noche y la lluvia
nos han sorprendi do mi padre y m en la espantosa
soledad de este cami no. Ni sabemos donde estamos, no
tenemos donde ir ni nos quedan ya fuerzas para a n -
dar.
TOMO II I 7 0
V
I 3 54 EL CALVARI O DE UN NGEL
Dice usted que la acompaa su padre?pregunt
el desconocido
S.
Dnde est?
All.
Viajaban ustedes solos?
S , seor.
A pi?
No t en amos recursos para viajar de otra maner a.
Y dnde iban?
A Osuna.
El carretero pareci al pronto sorprendi do, y luego se
ech rei r, excl amando:
Pues si han de hacer todo el viaje pi, para tiempo
t i enen.
VI
Acercronse donde estaba don Gui l l ermo, el cual
fu exami nado det eni dament e por el carret ero.
Er a ste, un joven de aspecto r udo, pero simptico.
Vlgame Dios!dijo, cuando se hubo impuesto de
la situacin de aquellos infelices, por al gunas rpidas
explicaciones que le di er on. Tambi n es ocurrencia,
meterse por estos desfiladeros pi, de noche y sin co-
nocer el cami no. Pero en fin, eso no es cuent a ma. El
EL MANUSCRITO D K U N A M O N J A I 3 5 5
caso es que se hallan ustedes en un grave apur o, y que
yo debo ayudarl es salir de l, que si en un compr omi
so igual me encont rase, t ambi n me gustara que me
ayudaran.
Quedse pensativo, se rasc la cabeza, como el hom
bre que no sabe qu det ermi naci n t omar, y por ltimo
sigui diciendo:
La cosa es ms grave y difcil de resolver de lo que
primera vista parece. Est amos muy lejos de pobl ado,
y aunque hay por aqu al gunas casas de campo donde
les socorrer an, yo no puedo det ener me llevarles una
de ellas, porque he de estar esta mi sma noche en la finca
del amo, y si les indico donde han de ir, se per der n,
de seguro. Por vida de. . . ! En qu compromi sos se v
un hombr e cuando menos lo espera! Heme aqu sin
saber qu hacer.
Y pareca muy cont r ar i ado, l uchando entre sus bue-
nos sentimientos y la imposibilidad en que se vea de
seguir sus generosos i mpul sos.
VII
Comprendi Const anza, que aquel buen hombr e era
compasivo, y trat de conmoverle y excitar su pi edad,
diciendo:
Haga usted lo que pueda por nosotros, y Dios se lo
pagar! Se lo pi do, no ya por mi , sino por mi pobre
1356 EL CALVARIO DE UN NGEL
padre. Es muy anci ano, carece de la vista y est enfer
mo. . . Qu va ser de nosotros si usted nos abandona?
Conque es decir, que el viejo est ciego, por aadi-
dura?excl am el carret ero. Pues razn de ms para
no poderl es dejar ir solos. Se perder an ustedes irremi-
si bl ement e. Pero es el caso que aqu t ampoco les puedo
dej ar. Vaya una noche que hace, para pasarla la ln-
t emperi e! Si yo encont rara un medio de arreglarlo todo...
Tor n sus cavilaciones, hasta que por l t i mo dijo:
Ya lo tengo! Oigan ust edes.
El anci ano y la joven, prestaron toda su at enci n, se
guros de que aquel buen hombr e les sacara del apuro
en que se hal l aban.
VIII
Con la satisfaccin de qui en cree haber resuel t o un
difcil probl ema, el carret ero se explic de este modo:
No muy lejos de aqu , un cuart o de legua, prxi-
mament e, hay un cortijo que es propi edad de mi amo,
del rico hacendado don Vent ura ' Cspedes, dueo de
gran parte de las tierras de labor que desde estos pica-
chos se distinguen. Yo no voy ese cortijo ni tengo que
pasar por l, sino que voy la haci enda de la Estrella,
donde he de cargar mi carret a de trigo para llevarlo
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1357
vender uno de los pueblos comarcanos. Ese es m ofi-
cio, y en eso me ocupo todos los das del ao. Pues
bueno, mont an ustedes en la carret a, que va de vac o,
yo les llevo al cortijo, les dejo en l, vuelvo luego to-
mar mi cami no, arreo las caballeras para ganar el tiem
po perdi do, llego la Estrella la hora debi da, mi amo
no se entera de nada, he hecho una buena obra y todos
contentos. Conque si ustedes acept an, andando, que
cuanto ms t ardemos, ms tendr que hacer correr luego
mis pobres mu as, llegarn muy cansadas, el amo co-
nocer que han corrido y me ar mar una escandal era.
IX
Aunque se empear an en demost rar su grat i t ud al
carretero, ste no quiso permitirlo.
Lo que hago no vale la pena, dec a el buen hom
bre. Hoy por t y maana por m . Tambi n me gust a-
ra que me socorriesen si en el caso de ustedes me ha-
llase. Conque, basta de conversacin y en mar cha.
Acerc la carret a para que subiesen, les ech enci ma
el toldo para que no se mojasen, se sent l en una de
las varas, arre las mu as, internse en u nv cami no que
se abra la derecha, y enton de nuevo el melanclico
cantar con que anunci ar a su llegada.
Don Gui l l ermo y Constanza, lloraban de alegra.
1358 EL CALVARIO DE UN NGEL
La Provi denci a sigue prot egi ndome mucho ms de
lo que merezco, decase aquel .
Y la joven pensaba:
^Bien saba yo que nuest ro infortunio hab a de tener
pront o remedi o. Era injusto, y Dios no puede permitir
que dur e mucho t i empo la injusticia.
CAPI TULO XXVI
En el cortijo
I.
Al cabo de media hor a, la carreta detvose ante la
puerta de una pequea casa de campo, que constaba
ni cament e de planta baja.
Dentro del corral , que estaba en la parte trasera de la
casa, resonaron los amenazadores ladridos de un perro.
Por las rendijas de la puert a, salan algunos rayos de
luz.
Es r ar o que los cortijeros estn levantados todava
estas horas, dijo el carretero;-porque segn mi scuen
tas, debe ya de ser t arde. Pero en fin, mejor. As nos
harn esperar menos para abri r.
Y sal t ando al suelo, llam la puerta del cortijo.
a
l360 EL CALVARIO DE UN NGEL
Quin es?pr egunt desde dent ro una voz de
hombr e, ronca y spera.
S o y yo, respondi el carret ero.
Y qui n eres t?volvi pregunt ar la voz.
Mi ra qu gracia! No me conoces? Soy Pascual .
Pascual!repiti otra voz de hombr e, distinta de
la que antes hab a habl ado.
El carret ero pareci sorprenderse, al oir aquella se-
gunda voz.
Quin estar ah?murmur. -Yo crea que el cor
tijero habi t aba esta casa solo con su muj er. Pero en fin,
pront o sal dremos de dudas, porque ya se abre la puerta,
II
En efecto, la puerta abri se, apareci endo en ella un
hombr e anci ano, vestido de labriego, con un candil en
la mano.
Er a el cortijero.
Det rs, apareci la cabeza de otro hombr e, cuyo as-
pecto no se pareca en nada al del ant eri or.
Represent ar a unos treinta aos, y sus facciones eran
correct as, aunque un t ant o dur as.
Su rost ro, mor eno y ador nado por hermosas patillas
negras la andal uza, no estaba desprovisto de varonil
belleza, aunque hab a en l algo que lo haca antiptico,
repul si vo.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1361
Su traje, aunque un poco char r o, era rico y elegante,
admitido el modo de vestir del pas.
Componase de un ajustado pant al n de pana, que des
apareca desde la rodilla por la campana de las botas,
de mont ar; de un marsells de pao color de avel l ana,
con coderas negras y de un sombrero gris de anchas
alas.
En los dedos de las manos de aquel hombr e, brillaban
ricas sortijas, y una gruesa cadena de oro pend a de uno
de los bolsillos de su chaleco, cayendo sobre la roja faja
de lana.
Al verle, Pascual?exclam asust ado:
El amo!
Efectivamente: el i ndi vi duo en cuestin era don
Ventura Cspedes, dueo de aquel cortijo, de la hacien-
da de la Estrella, donde el carretero se diriga, y de
otras muchas fincas.
Tenasele, y con razn, por uno de los propietarios
ms ricos de la comarca.
III
Apart Vent ura bruscament e al cortijero, para salir i
la puerta, encarse con Pascual , y encolerizado le
dijo:
Cmo es esto, bribn? Qu vienes hacer aqu?
TOMO n 171
1 3 02 EL CALVARIO DE UN NGEL
Es as como cumpl es mis rdenes de volver la Estre
lia lo ms pront o posible?
Per dneme V., mi amo, r espondi el carretero.
Todo tiene su explicacin.
No hay explicacin que valga.
Le dir V. . . .
No tienes que decir nada.
Pues ent onces, cmo va V. saber lo que ha pa
sado?
Bien, habl a.
Es el caso, que ah abajo, en el cami no, me encontr
esta pobre gente sin saber donde ir ni donde recogerse
para pasar la noche. Son un viejo y una joven; mrelos
V. Infelices! Ti enen cara de ser muy desgraciados.
Qu me i mport a m t odo eso?
No lo digo porque le i mport e, sino para disculpar
me. Cada uno tiene su corazn, y m se me oprimi el
m o con la desgracia de esa pobre gente. En qu ofen
do yo al amo, ni en qu falto mi obligacin,pens,
llevando estos infelices al cortijo para que pasen all
la noche, y sigan despus su camino? Y as lo hice:
total medi a hora de ret raso, que t ambi n la hubi era per
di do det eni ndome echar una copa en cual qui er ven-
t orro. Est o es lo que hay.
VI
En vez de apl acarse, Vent ura se enfureci aun ms, al
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1363
or las anteriores explicaciones hechas con humi l -
dad.
Conque esas tenemos?grit.Conque te per mi -
tes el lujo de traer mis posesiones le gente perdida que
recoges e nl os cami nos, como si fueses el dueo de ellas?
Pues me gusta!
Mi amo, at revi se replicar Pascual . No creo
que en eso haya nada de mal o. . .
Conque no, eh? Pues mi ra, lo haya no lo haya,
que eso no es cuent a m a, esa gente la bajas ahor a mis
mo de la carret a, y que se vaya donde bien le plazca.
No qui ere usted dejarles que pasen aqu la noche?
No.
Pero considere V. .
En mi casa soy yo el amo, y mando, y dispongo lo
que bien me parece.
Est V. en su derecho; pero la compasi n or dena. . .
Eh? Cmo es eso? Te atrevers dar me m lee
ciones? Haz lo que te he dicho y cllate, si no qui e-
res que. . . !
No se atrevi t ermi nar su amenaza, porque el ca-
rretero le mi r de un modo tal, que le hizo enmudecer .
V
Constanza hab a bajado ya de la carret a, y ayudaba
don Guillermo hacer lo propi o.
l 3 6 4 EL CALVARIO DE UN NGEL
Impaci ent e por aquel dilogo que no oa, Vent ura se
acerc ellos, dicindoles:
Aun no acaban Ustedes?
Don Gui l l ermo aprovech la ocasin para decirle:
Somos los pri meros en l ament ar lo que ha sucedido,
Pascual acercse ellos, y les dijo en voz baj:
Ya ven ustedes que no es culpa ma si no les pro
porciono albergue como les promet .
Y sigui mur mur ando:
Mentira parece que Dios d tantas riquezas quien
t an mal sabe empl earl as!
Lo que nosotros sentimos,djole la joven,es el
disgusto que, sin querer, le hemos proporci onado.
Quiere V. callar?replic l. La cul pa no es de
ustedes ni m a, sino de qui en n.) sabe compadecer los
infelices. El disgusto es lo de menos. Aunque me cueste
quedar me sin trabajo, yo les aseguro, que si mil veces
me veo en igual caso, mil veces har lo mi smo que esta
noche.
Es V. un buen hombre!excl am don Guillermo,
est rechndol e la mano. Di os le pr emi ar algn da sus
caritativos sentimientos!
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1365
caballero; si lo hubi ramos sospechado siquiera, no hu
bisemos veni do aqu . Le pedimos que nos dispense.
Puesto que nos niega V. hospitalidad por esta noche,
agreg Const anza, nos iremos y sea de nosotros lo
que Dios qui era. Pero le suplico que modere su enojo
para con su cri ado. Es la nica gracia que le pido, y creo
que me la conceder, pues no creo que el haberse com
padecido de nosotros sea un cri men i nper donabl e.
Y el anci ano aadi :
Si no fusemos tan pobres, crea V. que de buena
gana le compensar a los perjuicios que sus intereses
pueda causar el retraso de su cr i ado; ' per o ya ve V. :
por cari dad pedimos un albergue para pasar la noche, y
ni por cari dad lo hal l amos.
VII
Desde que habl Constanza, operse en Vent ura un
cambio compl et o.
En su rostro reflejbase cl arament e el asombr o y la
profunda impresin que le produca la belleza de la j o-
ven.
Hasta pareci que la dureza de sus facciones se dul ci -
ficaba.
Las ltimas pal abras del anci ano, le avergonzaron.
Yo soy el que he de pedir ustedes que me pe r do-
1366 EL CALVARIO DE UN NGEL
Mi ent ras t ant o, Pascual pregunt aba al cortijero:
nen, ' balbuce;he estado inconveniente . injusto, ic
reconozco y lo confieso; pero la violencia de mi carcter,
que no si empre logro domi nar , me disculpa. Por lo de
ms, yo les ruego que acepten lo mi smo que antes les
negaba. Qudense ustedes aqu esta noche, y todo el
t i empo que gusten.
Oh, no, de ni ngn modo!respondi la joven,
qui en infunda cierto inexplicable t emor la insistencia
conque aquel hombr e la mi r aba. Le molestaramos
V. , y nosotros, aunque acept amos y agradecemos todos
los favores que se nos di spensan, no queremos molestar
nadi e.
Su respuesta me indica que estn ustedes enojados
conmigo, replic Vent ura.
Par a demost rarl e que no, aadi don Guillermo,
acept amos su ofrecimiento.
Constanza hizo un gesto de desagrado.
Como si e| anci ano adi vi nara su cont rari edad, di jle
en voz baja:
Reflexiona cual es nuest ra situacin, hija m a.
La joven lanz un suspiro inclin la cabeza, resig-
nada.
VIII
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA l 3 6 j
Cmo est el amo aqu estas horas? Yo le crea en
la Estrella.
Se me present esta noche cuando menos lo espera
ba,le respondi el i nt erpel ado. Por lo visto sali
caballo visitar sus posesiones, la noche y la lluvia le
sorprendieren cerca de aqu , y aqu se qued.
Si yo hubi era sabi do. . .
Y viendo en aquel moment o que la joven y el anci ano
entraban con Ventura en el cortijo, el carretero excl a-
m:
Pero calla! Ahora recoge los que rechaz antes!
Esto s que es bueno! Ms vale as. Aunque bien mi -
rado. . .
-Qu?le interrog el cortijero.
Ya conoces t al amo, y sabes sus rr.aas: no tiene
corazn para compadecer, pero lo que es para ena-
morar. . .
Hasta las aceituneras les hace el amor cuando He -
ga la poca de la recoleccin...
Pues, por lo mi smo: como esa joven est n guapa. . .
Compr endo.
Pero no creo que se atreva nada.
C! Esa pobre gente se ir maana. . .
Y el amo t ambi n.
Es lo probabl e.
No hay nada que t emer, por consiguiente.
1368 EL CALVARIO DE UN NGEL
Despidironse los dos criados de Vent ura, y Pas
cual arre las mu as, ret rocedi endo en el cami no ques ui
caritativos sentimientos le hab an hecho recorrer.
Pues seor, iba pensando. No me cambi o por m i
amo pesar de ser tan rico. Para qu le sirve su dinero,
si no sabe empl earl o en obras de cari dad, que es en lo
mejor que el di nero puede emplearse? Si yo estuviera en
su l ugar. . . En fin, all l. He hecho esta noche una bue
na obr a, y no me arrepi ent o aunque el amo se en
Y poni endo fin sus meditaciones, lanz de nuevo
al viento las melodiosas notas de un melanclico can
t ar.
El cortijero, su vez, ent r en la casa y at ranc la
puert a, diciendo:
Ent r e unas cosas y ot ras, no van dej arme dormir
en toda la noche. Para qu se le ocurri r a al amo venir
al cortijo, y para qu tendra Pascual la idea de traer esa
gente? Parece que todos se han propuest o fastidiarme.
Y' desahog su sueo y su mal humor con un bostezo.
fade
CAPI TULO XXXVII
El pr eci o del hospedaj e
I
En la cocina del cortijo, ar d a una hermosa hoguera,
y junto ella sentronse don Guillermo y Constanza,
invitados por Vent ura.
Este, que hab a vuelto ponerse hosco y pensat i vo,
como si aquel fuese su estado nor mal , no cesaba ni un
moment o de cont empl ar la joven.
Aquella insistencia, asustaba Const anza, la cual no
estaba acost umbrada que los hombr es la mirasen de
aquel modo.
Acurrucada j unt o don Gui l l ermo, como si buscase
su proteccin y su defensa, tena la mi rada fija en las
llamas de la hoguera, sin atreverse l evant arl a, t eme-
TOMO n 172
l370 EL CALVARIO DE UN NGEL
r osa de que se- encont rase con la mi r ada brillante del
ri co hacendado.
El agradabl e calor que esparca el fuego por toda la
ennegreci da estancia, iba devolviendo al anci ano y la
j oven, la elasticidad de sus cuerpos, ent umeci dos por la
humedad y el fro.
II
Parec a como si nadi e se atreviese habl ar .
Al fin, Vent ura rompi el silencio, diciendo:
Ustedes t endrn hambr e, de seguro.
La br usquedad de esta pregunt a, ofendi aquellos
qui enes iba dirigida.
Graci as, repuso el anci ano; no quer emos nada.
Nos basta con que haya usted t eni do la bondad de aco-
gernos aqu por esta noche. No quer emos abusar de
ust ed.
No hay abuso, desde el moment o que yo ofrezco una
cosa sin que ustedes me la pi dan, repl i c el hacen-
dado.
Y dirigindose al cortijero, le dijo:
Dal es de comer alguna cosa, lo mejor que tengas.
Si qui ere ust ed, har que mi mujer se l evant e,
respondi el cortijero.
No, no es preciso.
Ent onces, poca cosa les podr dar .
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA l 3yi
Bien, lo que sea, pero pr ont o, porque sin duda que
rrn retirarse dormi r.
Pero si no queremos nada, i nsi st i don Gui l l ermo.
No se molesten ust edes, agreg Const anza.
III
No hicieron caso de estas protestas, y peco despus,
el cortijero les pona del ant e, en una mesita, al gunas
viandas.
Fu preciso que Vent ura les instase de nuevo, para
que se decidieran comer.
La joven, sirvi pri mero al anci ano, ponindole lo
mejor y la mayor part e, y luego sirvise ella.
A pesar de no haber comi do dur ant e todo el d a, n o
tena gana.
Adems, sin saber por qu, encont rbase all vi ol en-
ta, casi asust ada.
Cont rari bal a el modo de mi rar de aquel hombr e.
Comi muy poco, y cuando Vent ura la inst con ma -
yor afabilidad de la que tena por cost umbre, que c o-
miese ms, respondi secament e:
Gracias.
El hacendado no se atrevi insistir y se encogi de
hombros con visibles muest ras de enojo.
Sin duda comprendi que no era simptico la j oven,
y esto le enfadaba.
EL CALVARIO DE UN NGEL
IV
El cortijero habase quedado dor mi do, sentado en una
silla.
Su amo le despert y le dijo:
Puedes ir acostarte.
Y usted?pregunt l, di si mul ando su alegra.
Yo me acostar luego no me acost ar, segn me
parezca.
Lo deca por. . .
Basta.
Y esa gente?
Se acost arn en el pajar, si qui eren. No podemos
ofrecerles mejor alojamiento.
En cual qui er parte est aremos bi en, repuso Cons-
t anza; aqu mi smo. . .
Vent ura mirla de una manera part i cul ar, y ella baj
la vista avergonzada.
Vaya, pues, buenas noches, dijo el cortijero,y
que ustedes duer man bien. Si se les ocurre al guna cosa,
ya lo saben: no tienen ms que l l amar .
Y se retir su dormi t ori o, pensando:
Pues seor, he escapado mucho mejor de lo que
cre a; menos mal .
Poco despus, roncaba r ui dosament e, acostado junto
su esposa.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA iZ'jZ
V
Al quedarse solos, Ventura comenz hacer sus
huspedes un si nnmero de preguntas: que como se l l a-
maban, que donde i ban, que de donde ven an. . .
Don Guillermo encargse de contestar ellas con la
mayor discrecin posible; sin . ment i r, pero sin darle
t ampoco muchos detalles.
Tambi n l le inspiraba aquel hombr e cierta des-
confianza.
Constanza, permaneci silenciosa.
Dos tres veces le dirigi Vent ura di rect ament e la pa-
labra, y entonces, obligada contestar, hzolo con mo-
noslabos.
Su reserva pareca enojar ms y ms al rico hacenda-
do, hasta el punt o de que en ms de una ocasin, lleg
mirarla amenazador ament e.
Entonces, ella echbase t embl ar, y como presintien-
do un i nmi nent e y misterioso peligro, pensaba: ,
Casi nos hubi era valido ms pasar la noche la i n-
t emperi e.
A tal punt o llegaron las insistentes mi radas de Ve n -
t ur a, que Const anza, no pudi endo sufrirlas por ms
tiempo y no sabi endo cmo librarse de ellas, se puso en
pi y dijo:
1374
E L
CALVARIO DE UN NGEL
Vi endo que el hacendado guar daba silencio y segua
sent ado, Constanza repiti:
Mi padre est enfermo, yo estoy muy. rendi da y ne-
cesitamos descansar. Antes nos promet i usted permi -
tirnos pasar la noche en el pajar: ser tan amabl e que
nos cumpl a su promesa?
Vent ura la mi r fijamente, y repuso:
En el pajar dor mi r su padr e, puesto que no puedo
ofrecerle otra cosa, pero para usted hay una cama: la
que yo hab a de ocupar.
No, de ni ngn modo, respondi la joven.
Acptela ust ed, porque yo no pienso acostarme:
pasar aqu la noch,e.
Digo que no.
Bien, pues que la ocupe su padre de usted y duer-
ma usted en el pajar, si tal es su gusto.
Tampoco.
Por qu?
Por que mi padre y yo no nos separaremos.
No; no nos separaremos, repi t i el anci ano.
Vaya una t ont er a! mur mur Vent ura, cada vez
ms visiblemente cont rari ado.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1375
Quiere usted hacer ei favor de i ndi carnos donde
est el pajar?
Ventura la mi r con enojo, y l evant ndose r epuso:
Sea, puesto que ustedes lo qui eren. Mi intencin
no era otra que la de que pasaran la noche lo ms c-
modament e posible. . .
Graci as.
Sganme ustedes.
Cogi el candil que hab a colgado en la pared, y sali
de la coci na.
El anci ano y la joven le siguieron.
Junt o la puert a del corral , hab a una escalerilla de
madera, estrecha y carcomi da.
Ese es el pajar,dijo el hacendado, seal ando la
puerta que hab a al final de la escalera.
Y comenz subi r.
Constanza trat de det enerl e, di ci endo:
No se moleste ust ed, subi remos nosotros solos.
El no respondi ni se det uvo.
VII
Una vez arri ba, la joven not con alegra que la puer-
ta del pajar tena llave.
Ent raron, y Vent ura les dijo, sealndoles el mont n
de paja que hab a en el centro de la reduci da estancia:
l376 EL CALVARIO DE UN NGEL
He ah su lecho, puesto que r ehusan el otro que les
he ofrecido.
Nos basta con est e, respondi Constanza. Esta-
mos ya acost umbrados dor mi r de este modo, y aun
peor.
No les dejo la luz, por t emor de que prendan fuego.
No, no nos hace falta.
Hast a maana, pues, y que pasen ustedes buenas
noches.
Graci as, i gual ment e; hasta maana.
, Hast a maana, r espondi don Guillermo,y gra-
cias por todas sus bondades.
A pesar de haberse ya despedi do, Vent ura no se mo-
v a.
La joven le mi raba con t emor y sorpresa.
El , pareca vacilar.
Decidise, al fin, acercarse Constanza, y le dijo
muy bajo:
Luego, cuando el viejo duer ma volver, agurdame
despi ert a.
Ella fu lanzar una exclamacin de espant o, pero l
le i mpuso silencio con un enrgico ademn, y sali pre-
ci pi t adament e.
VIII
Const anza se arroj , l l orando, en los brazos de don
Gui l l ermo.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
1377
Qu tienes?le pregunt ste, sorprendi do.
Vamonos de aqu en seguida!exclam ella.
Ests loca?
Vamonos!
Per o. . .
Nos amenaza el mayor de los peligros.
Explcate, por Dios!
Ese hombr e. . .
Qu?
Es un infame!
Nada t enemos que temer de l. Maana nos mar-
charemos y. . .
Maana acaso sea t ar de. . .
Tarde para qu?
Para conj urar el peligro que me amenaza.
Un peligro?
Horrible!
Cul?
Entre suspiros y sollozos, la joven confi al anci ano
sus temores; las insistentes mi radas del hacendado y las
ltimas pal abras que t uvo la audaci a de dirigirle.
El infame!exclam don Guillermo. A ese pre-
cio quiere cobrarse su mezqui na hospi t al i dad!. . . Y no
poder yo castigarle como merece!. . . Pero ni par a eso
sirvo!...
Y lloraba de desesperacin y de clera.
TOMO 11
173
EL CALVARIO DE UN NGEL
IX
Cada vez ms asust ada, la joven repiti:
Vamonos!
Per o, cmo quieres que. nos vayamos?replicle
don Gui l l ermo. Pasar el resto de la noche la intem-
peri e, sera lo de menos. Pero ese hombr e no nos dejar
salir.
Ti ene usted razn.
Y salir sin que l se entere es i mposi bl e.
Dios mo!
No nos queda ms remedi o que pasar la noche aqu.
Y si viene, como me ha indicado?
Tal vez no se at reva.
Y si se atreve?
Yo te defender!
Usted!
Me dejar mat ar ant es qug consiga tocar ni un hilo
de t u r opa.
Dios mo!
No tiene llave la puert a del pajar?
S . . .
Pues ent onces. . .
Ahora recuerdo que cuando ent r amos, estaba' pues-
t a en la cer r adur a. . .
Ci erra y qu t al a.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1379
Es lo mejor.
Anda, no te detengas.
X
La joven avanz pal pando en la obscuri dad, hasta lle-
gar la puert a, que estaba ent or nada.
Busc la cer r adur a, y de sus labios escapse una ex-
clamacin de espant o.
Qu es eso?le pregunt don Gui l l ermo.
La llave no est, respondi ella.
No dices que estaba?
S; pero el miserable se la ha llevado al salir.
Oh!. . .
Estamos perdi dos!
Y volviendo j unt o al anci ano, de nuevo le abraz llo-
rando.
No temas,djole l.Le aguardaremos los dos des-
piertos y nos defenderemos. . . . Dios no nos abandonar !
Y la estrech fuertemente en sus brazos, como para
escudarla con ellos.
Constanza, t embl aba y extremecase al menor rui do, y
don Gui l l ermo no pod a tranquilizarla por ms esfuerzos
que haca.
As t ranscurri un rat o, que para ellos tuvo la dura-
cin de un siglo.
l380 EL CALVARIO DE UN NGEL
Al fin, llegaron decirse, llenos de esperanza:
Ya no vendr !
En aquel preciso moment o, y como para desmentir
sus ilusiones, oyronse pasos en la escalerilla.
El anci ano y la j oven, abrazronse ms fuertemente
a n, y' esperaron t embl ando.
C A P I T U L O X X V I I I
Grave compl i caci n
I
Rechi naron los enmoheci dos goznes de la puert a del
pajar, abrise sta y en su cuadr o, dbi l ment e i l umi nado
por la claridad que sub a de la cocina, destacse la silue-
ta de un hombr e.
Er a Vent ura.
La joven le reconoci por las lneas de su atltica figu-
ra, y se abraz ms fuertemente an al anci ano, di ci n-
dole, de modo que nadi e ms que l pudi era orla:
Ah est!. . .
El hacendado detvose un i nst ant e, indeciso, en la
puerta, luego avanz al gunos pasos, pr ocur ando no ha-
cer el menor r ui do, y cuando estuvo en el centro del
pajar, mur mur quedo, muy quedo:
l382 EL CALVARIO DE UN NGEL
Const anza. . . Aqu me tienes, como te promet . . .
Dnde ests?
En mis brazos!exclam don Gui l l ermo, con voz
estentrea. Venga usted arrancarl a de ellos, si se
at reve.
Maldicin!rugi mejor que dijo Vent ura. El
viejo est despierto.
Despi ert o y esperndole, replic l . Anci ano y
todo como soy, no le t emo, y sabr defender con mi vida
la honra que qui ere V. robar. Si yo hubiese sabido que
esta casa no era un hogar honr ado, sino una madri guera
de bandi dos, donde se cobran alto precio los favores
que se otorgan en nombr e de la cari dad, no hubi semos
ent r ado en ella; hubi r amos preferido pasar la noche
la i nt emperi e.
II
Vent ura retrocedi, como si la actitud del ciego le
amedr ant ase.
Pareci vacilar un moment o, como si dudar a arroj ar-
se sobre aquel infeliz, para arrebat arl e la codiciada presa
que con tanto arrojo defenda, y luego, l anzando una
enrgica exclamacin, que casi fu una blasfemia, lan-
zse por la estrecha escalerilla, que crugi bajo s peso.
Retirse mur mur ando entre dientes frases ininteligi-
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1383
bles, que acaso ueran amenazas; despus, todo qued en
silencio, y hasta se obscureci la dbil claridad que ilu
mi naba el vano de la puert a.
Seal que la luz de la cocina haba sido apagada.
Se fu! exclam la joven, creyndose salvada.
No esperaba encont r ar me despierto, repuso don
Gui l l ermo, y esto le ha desconcert ado.
Sin duda.
Per o, qui n sabe si vol ver.
Lo cree V.?
Es lo ms probabl e.
Dios mo!
No t emas.
Si vuel ve. . .
Veremos la maner a de defendernos.
Y si no lo conseguimos?
Ent onces. . .
II
Algo muy sombr o y terrible deba ser lo que pensaba
el anci ano, cuando no se atrevi expresarl o.
De moment o, hemos conj urado el peligro,dijo.
Gracias V. , respondi la joven.
Gracias Dios, que es el que nos ha sal vado. El nos
salvar t ambi n, si el peligro se renueva. Pero puede que
nos equi voquemos y que ese hombr e no vuel va.
l 3 8 4 EL CALVARIO DE UN NGEL
Ojal!
Tranqui l zat e, pues, y confa en Dios.
En Dios y en V. ! excl am Const anza, abr azn-
dole.
Yo puedo muy poco, hija m a.
No i mport a.
De todas maner as, en lo poco que puedo, no con
sentir que nadie te ofenda. Antes la muert e!
Y la acarici con paternal t er nur a.
Hzole luego que recostara la cabeza en su pecho, y
aadi :
Duer me, y duer me descui dada; yo vel ar.
Aunque la promesa no bastaba ni con mucho para
t ranqui l i zarl a, Constanza reclin la cabeza en el pecho
de don Gui l l ermo, no para dor mi r , sino para estar ms
cerca de l.
Aquel pobre ciego, era su nica defensa y su nico
ampar o.
Sin l, hubi ese perdi do la honr a, que p a r a d l a era ms
que perder la vida.
IV
Las horas que aun quedaban de noche, las pas la
joven inquieta, sobresal t ada, sin poder dor mi r , temiendo
cada instante que Vent ura volviese.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1385
Al menor rui do estremecase, y apret base contra su
compaero.
Al convencerse de que aquel rui do nb era seal de que
el hacendado volva, suspi raba con satisfaccin, mur-
murando:
Dios quiera que no vuelva!
Para ms y mejor tranquilizarse, cada moment o
preguntaba al anci ano:
Cree V. que vendr?
Y don Guillermo respondale:
Tal vez no .. pero en todo caso no t emas; yo sabr
defenderte.
Entonces ella, ms ani mada, habl aba de sus proyec-
tos para el porveni r, y procuraba at urdi rse s mi sma
con ilusiones que no haba en su ment e, aunque s las
acariciaba.
En cuant o amanezca part i remos, dec a. No me
tranquilizar del todo hasta verme lejos de ese hombr e,
muy lejos... Part i remos, y con el descanso de esta noche,
repuestas nuest ras i uer zas, cami nar emos mucho. . . Y
llegaremos pront o al t rmi no de nuest ro viaje, y entonces
acabarn para siempre las penal i dades y los peligros. Yo
consentir en todo lo que don Rai mundo qui era, y ste
transigir y seremos felices, muy felices... Y V. partici-
par de nuest ra vent ura .. Seguir siendo si empre mi
padre, mi padre queri do, mi padre del al ma. . . Y Olivei-
ro t ambi n le querr mucho cuando sepa todo lo que
TOMO n 174
1386 EL CALVARIO DE UN NGEL
ha hecho por m . . . Y una vez dichosos, al recordar estos
peligros, nos rei remos t ant o como ahora t embl amos. . .
V
As habl aba, y don Gui l l ermo al oira, sonrea sin
atreverse destruir tan her mosas ilusiones, aunque es-
t aba muy lejos de part i ci par de ellas.
Pero la joven obligbale responderl e, dicindole:
Verdad que suceder todo tal como yo me lo ima-
gino?
El , por compl acerl a, contestaba:
As debe suceder, porque as es justo que suceda.
Y de este modo, los dos se engaaban buscando en los
qui mri cos ensueos de la fantasa, consuelos las des
car nadas, y crueles desnudeces de la real i dad.
Aunque parezca ment i ra, es un fenmeno muy fre-
cuent e, aunque inexplicable, que cuant o ms nos persi-
gue el infortunio, ms soamos y ms hermosos y hala-
gadores son nuest ros ensueos.
De estos ensueos, nacen esperanzas que rara vez se
real i zan; pero que sirven moment neament e de con-
suel o.
Lo que pudi era consi derarse, pues, como una locura,
no es sino una compensacin ques nuest ra fantasa nos
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1387
ofrece, para alivio pasajero; pero alivio, al fin, de nues-
tros mal es.
Sin aquellos halagadores pensami ent os, las horas de
aquella noche hubi eran parecido Constanza ms largas
y ms tristes, y ms i nmi nent e hubi ral e parecido la
vez el peligro que la amenazaba.
VI
Lleg un moment o en que el anci ano no respondi
las palabras de la joven.
En vano sta le peda una respuesta que sirviese de
confirmacin sus ilusiones.
Don Gui l l ermo permanec a silencioso.
Constanza le llam repetidas veces por su nombr e, y
no contest, t ampoco.
Pobre, se ha dormi do!pens ella. Es nat ur al !
Debe estar de muy cansado. . .
Y desde aquel moment o, fu todo su empeo y todo su
cuidado no despertarle
Si ese hombr e vuelve, decase, entonces le des
pertar para que me ayude defenderme; pero mi ent ras
tanto, que duer ma, que descanse, que reponga sus fuer-
zas. As maana estar en disposicin de que r eanude
mos nuest ro cami no.
Ella, en cambi o, no dur mi .
1388 EL CALVARIO DE UN NGEL
Ni tena sueo, ni hubi era podido dor mi r se, con el
t emor de que Vent ura volviese.
Despierta estuvo toda la noche, t embl ando unas veces
de ansi edad, y estremecindose otras de esperanza.
Cuando pensaba en las pretensiones del hacendado, la
angust i a apri si onaba su corazn; cuando recurr a sus
ensueos ilusiones, la esperanza enchala de gozo.
Vil
Amaneci , al fin.
Los gorriones que tenan sus nidos bajo el alero del
tejado del pajar, anunci aron el nuevo da con sus alegres
y bulliciosos cant os, y la luz penet r indecisa al principio,
ms viva despus, repl egando las sombras los rincones,
y acabando por desalojarlas t ambi n de ellos.
No ha vuelto!exclam Const anza, con expresin
de alegra indefinible,
Crease sal vada, y arrodi l l ndose sobre la paja, dio
gracias Dios por haberl a sacado en bien de aquel pe-
ligro.
Ter mi nada su fervorosa plegaria, djose:
Es ya hora de que nos mar chemos. No estar del
t odo t ranqui l a hasta verme fuera y lejos de esta casa. La
sola proxi mi dad del dueo de ella, me asust a.
Y se dispuso l l amar don Gui l l ermo.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1389
Pobre! pens. Qu profundament e duer me!
Pero no hay remedi o; debo despertarle para que part a-
mos en seguida.
VIII
El anci ano estaba tendido sobre el mont n de paja,
el cual servale de mullido lecho.
La joven se inclin sobre l para despert arl e, y enton
ees not que su respiracin era entrecortada y fatigosa,
y que tena el rostro muy encendi do.
Se dur mi rendi do por el cansancio, djose, pero
su sueo dista de ser t ranqui l o. No perder mucho a un-
que le despierte.
Y le l l am repet i das veces, y le movi pri mero sua
vement e, y luego con ms fuerza, para despertarle."
Con gran admi raci n suya, don Guillermo no se des
pertaba.
Constanza comenz asustarse.
A.y, Dios m o!murmur. Se habr puesto en.
fermo?
Sigui l l amndol e y nada.
Le toc entonces la frente, y vio que abr asaba.
Ten a fiebre.
S, se ha puesto enfermo!exclam.Ya anoche
no estaba muy bueno, y con la humedad y el fro...
139O EL CALVARIO DE N NGEL
Y r ompi endo llorar, balbuce entre sollozos:
Esto solo me faltaba!
IX
La mi sma gravedad de las ci rcunst anci as, hizo que la
joven recobrase sus energas.
Qu hago yo ahora?se pregunt , secndose las
l gri mas. No puedo permanecer en esta casa, puesto
que aqu peligra mi honr a, ni puedo t ampoco ponerme
en cami no, estando enfermo el que me sirve de padre. . .
He de abandonarle? Oh, no! . . . Sera una infamia!...
Por lo menos, mi viaje ha de sufrir un apl azami ent o. . .
Qu hacer, Dios m o, qu hacer?
Y en vano buscaba una solucin aquel nuevo con-
flicto.
Al fin, psose en pi resuel t ament e, dirigi al anciano
una cariosa mi r ada, y baj del pajar, diciendo:
Yo ver ese hombr e, y por poco corazn que tenga,
lograr conmoverl e. Ahor a, la luz del da, no le temo,
La presencia del cortijero y su muj er, me sirven de
sal vaguardi a. Le demost rar que se ha equi vocado, que
yo no soy lo que sin duda cree. . . Y por pensarlo se atre-
vi hacer lo que hizo; le perdonar su at revi mi ent o, y
en cambi o le pedir que socorra ese infeliz... Pero
arrancndol e al mi smo tiempo la promesa de que ser
respet ada. ,
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 13 91
A pesar de estos razonami ent os tena mi edo, un mi edo
muy grande de verse otra vez en presencia de Vent ura.
Pero el estado de don Gui l l ermo lo exiga as, y por
aquel pobre viejo, al que quera y respetaba como un
padre, hallbase dispuesta t odo.
Sobrepsose, pues, su t emor, y se prepar habl ar
con el acendado, esperanzada en convencerle, y en con-
mover su corazn, esclavo de indignas pasiones.
CAPI TULO XXIX
Al mas generosas
1
Avanz t embl ando Constanza hacia la cocina, en la
que oa conversacin, y ant es de ent rar asom la ca-
beza.
Vio en ella al cortijero y una mujer ya de alguna
edad, pero fresca y bien conservada, que deba ser, sin
duda, la mujer del pr i mer o.
Vent ura no est aba.
La cortijera daba vueltas en la l umbr e una enorme
sart n, friendo sustanciosas migas, y su mari do, senta-
do ant e una mesa, cubi ert a con tosco pero blanqusimo
mant el , esperaba que las migas estuviesen punt o para
comerl as.
EL CALVARI O DE UN NGEL l 3 9 3
El no ver all al hacendado, ani m la joven, la cual
entr resuel t ament e en la cocina, diciendo:
Muy buenos das tengan ust edes.
Muy buenos das,le respondi el cortijero, levan-
tndose para sal udarl a.
Y dirigindose su mujer, le dijo:
Mi ra, Concepcin, esta es la joven de que te he
hablado. La que Pascual trajo en su carret a, ganndose
por ello una fuerte r epr i menda del amo.
Dej Concepcin de remover las migas, aun t rueque
de que se convirtieran en chi charrones, volvise para
mirar Constanza, y despus de haberl a medi do con la
vista de los pies la cabeza, dijole afectuosamente.
Dios la guar de, hija m a. Ya Rufo me hab a ha -
blado de usted y de su padr e, y en ver dad, que tena
ganas de conocerl a.
Y volvindose hacia su mar i do, aadi :
Sabes que es muy guapa, Rufo? Pero muy rete -
guapa.
Los dos sonrironse bondadosament e, y la joven se
ruboriz.
Volvi la cortijera cui darse de sus migas, y Rufo
dijo:
II
TOMO It
175
l 3 9 4
E L
CALVARIO DE UN NGEL
Pues no hab a queri do subi r despert arl es, porque
pense: que duer man, que los pobres deben de estar
muy cansados. Le mand esta que hiciese una buena
sart n de migas, y mi intencin era llamarles cuando las
migas estuviesen punt o, para que al morzsemos todos
r euni dos.
Mu c h a s graci as, bal buce Const anza, conmovida
por aquella bondad sencilla y sincera;son ustedes muy
buenos.
Y agreg:
Dnde est Venture?
El amo se fu, repuso ei cortijero.
Se fu?exclam la joven, con mal disimulada
al egr a.
En cuant o amaneci . Por cierto que haca una ca-
r a. . . Qu cara! La mi sma que si bubi ese pasado un gran
disgusto. Pero eso no es raro en l, porque hombr e de
un genio ms endi abl ado no le hay. Ya lo vio usted ano-
che .
S . . .
Pues como deca, se fu, y al irse me dijo: cuando
esa gente baje del pajar, dile que yo me he i do, y que
pueden marcharse quedarse aqu todo el t i empo que
gusten; que no es fcil que vuelvan ver me, porque mis
ocupaci ones me l l aman otro sitio, pero que consideren
esta casa como suya, igual que si yo estuviese en ella
par a ofrecrsela.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA l3o5
Eso dijo?
Por cierto que me ext ra, porque l no acost umbra
ser tan generoso. Y me dijo ms: me dijo quedes diese
ustedes todo lo que necesitasen, y en fin, que les t r a-
tara como si fueran l mi smo.
III
Constanza comprendi que Vent uraJi ab a hui do ayer
gonzado, y que todas aquellas rdenes no eran sino una
prueba de sus remordi mi ent os por lo que hab a i nt ent ado
hacer.
El convencerse de ello, emocise de tal modo, que no
pudo domi narse, y dejse caer en una silla, mur mur a n-
do entre sollozos:
Gracias, Dios m o!. . . Gracias, por haberl e tocado
el corazn!
Estas frases, y el llanto de que i ban acompaadas, sor-
prendieron los cortijeros.
Rufo se acerc solcito la j oven, y Concepcin, apar -
tando las migas de la l umbr e, se acerc t ambi n.
Por qu llora ust ed?pregunt ronl e.
Y viendo que no respond a, la cortijera exclam:
Cmo si lo viera! El amo ha i nt ent ado hacer con
usted al guna per r ada, verdad? Si ya me pareca m
mentira qu siendo usted tan guapa, l no se hubi ese
r3g6 EL CALVARIO DE UN NGEL
Conmovi da por t an sinceras y expont neas manifesta-
ciones de compasi n y afecto, la joven confes la verdad,
refiriendo todo lo ocurri do.
at revi do. Demonio de hombr e! Si empre Jo mi smo. Co-
mo tiene t ant as ri quezas, se cree con derecho para todo...
Pero se lleva muchos chascos, y con ust ed, por lo visto,
se ha llevado uno muy gordo. . . Me alegro! Crea usted
que me alegro!
Mujer!le i nt errumpi su mar i do, como llamn-
dola al orden.
Dj ame que me desahogue ahora que l no est y
no puede oirme, replic ella.Bien sabes que no pue-
do verle ni en pi nt ura.
Yo t ampoco. . . Pero esas cosas, aunque se sientan,
no se di cen.
Pues yo las siento y las digo, que para eso me ha
dado Dios la lengua, para que eche fuera l oque tengo en
el corazn.
Y abr azando Constanza, y dndol e dos sonoros besos
en las mejillas, aadi :
No llore ust ed, hija m a, acabar por hacer que
yo llore t ambi n.
IV
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA l 3 g j
V
Con gran admi raci n de los dos esposos Constanza
rompi de nuevo l l orar.
Mi padre est enfermo!exclam.
Ave Mara Pur si ma!repuso Concepci n. Pero
hija, por qu no lo ha dicho usted antes? Por ah deb a
haber empezado. Enfermo! Se compr ende: con la sofo-
qui na. . . Pues hay que auxiliarle al moment o. Pobre
Los cortijeros se i ndi gnaron, admi r ando la vez el
valor del pobre ciego.
Se comprende que la actitud del infeliz viejo con-
moviera al a mo
;
pesar de t ener tan dur o el corazn,
exclam ella.Si eso es capaz de hacer llorar las
piedras!
Y efectivamente, la buena mujer lloraba.
Vaya,sigui diciendo:pues eso pas, y no hay que
pensar ms en ello. A qui en se port a como es debi do,
Dios le ayuda si empre, y Dios les ayudar ustedes en
todas sus necesidades, por que son buenos; conque
llamar ese buen viejo que tan valiente es, y al morzar,
que las migas se enfran, y van ponerse hechas pe-
lotes. Tengo deseos de conocer mi hombr e, y hasta de
abrazarle.
I398 EL CALVARIO DE UN NGEL
viejo! Vamos, vamos al pajar verle. Yo ent i endo algo
de eso de enfermedades, y acaso pueda decir qu es lo
que tiene.
Subieron los tres donde estaba don Guillermo, y la
cortijera, despus de exami narl e, dijo:
Nq se asuste usted, hija m a; pero para m est muy
mal i t o; tan malito, que creo que habr que l l amar al
mdi co. Yo conozco algunos remedios, pero no me atre-
vo drselos, no vaya hacer una bar bar i dad.
Y como Constanza siguiera l l orando, dijo:
No hay que apurarse, que con la ayuda de Dios,
sal dremos con bien de t odo.
Pero si es que no s qu hacer, repuso la joven.
Mi intencin al bajar en busca de Vent ura, era decirle lo
que ocurre, pidindole que nos consintiera permanecer
aqu hasta que mi padre se curase, y que me respe-
t ar a, siquiera por compasi n; pero Vent ura se ha
i do. . .
Y qu? Mejor que mejor. Ya ha odo usted lo que
dijo mi esposa: que estuvieran aqu todo el t i empo que
gust asen.
S , pero puede vol ver. . .
No volver, y si vuelve que vuel va. Yol a defender
usted. Vaya! Con ser el amo y t odo, que se atreva
ponerl e V. la mano enci ma, est ando yo de por medio.
j Bi en se guar dar !
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1399
VI
Qu hab a de hacer Const anza, sino aceptar los
ofrecimientos de la buena cortijera, y aceptarlos agra-
decida?
Abrazla l l orando, y le dijo:
A usted me confo; hgase lo que V. disponga.
As me gusta!exclam Concepcin, cor r espon-
diendo sus cari ci as.
Y aadi , con tono de mando:
Pues lo pri mero que yo dispongo, es que llevemos
el abuelo abajo, la cama que acost umbra ocupar el
amo cuando vi ene. All estar mejor que aqu .
La joven quiso prot est ar, y ella lo impidi dicin-
dole:
No hay que repl i carme, que yo s lo que me hago.
Su padre dor mi r en la cama que he di cho, donde esta-
r cmo un rey, y V. se le sacar un colchn de la m a,
para que duer ma su l ado.
No puedo consentir que por m . . .
Silencio! Y como no hay t i empo que perder, vamos
con el abuel o abajo. T , Rufo, aydame.
Entre los dos cog' eron don Gui l l ermo, y lo bajaron
del pajar.
I40O EL CALVARIO DE UN NGEL
Const anza quiso ayudarl es, pero no se lo permitieron.
Usted no tiene fuerzas, para estas cosas,dijronle,
VII
Acostado el anci ano en una buena cama, la cortijera
dijo:
Ahor a nosotros al morzar, para que en seguida Ru-
fo se vaya al pueblo ms cercano buscar un mdico.
Conviene no perder t i empo, y no es cosa de que el po-
bre se vaya en ayunas.
Constanza dijo que no tena ganas de comer, insisti
en quedarse j unt o al enfermo, pero no le vali su em-
peo.
Concepcin era un tirano al quien no hab a ms reme-
dio que obecer aunque fuese la fuerza.
. Cmo se entiende?dijo.Quiere usted caer tam-
bin enferma? Arreglados est ar amos entonces. Nada,
nada, aqu se hace lo que yo digo.
Y no se content con que la j j ven les acompaase la
cocina, sino que la oblig que comi era.
No hubo ms remedi o que darl e gusto.
Todas aquellas pr uebas de afecto, ent ernec an Cons
t anza.
Ter mi nado el al muerzo, Ru fo mont en su bur r o, y
mar ch al pueblo i nmedi at o en busca del mdi co.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I4OI
Que vuelvas pronto, le dijo su mujer.
Luego agreg, dirigindose la joven:
Ahora nosot ras, cui dar al pobre viejo.
Y las dos instalronse junto la cabecera del lecho
donde yaca don Gui l l ermo.
CAPI TULO XXX
El pl acer de ha c e r bi en
I
Er a ya media t arde cuando regres el cortijero en
compa a de un seor de aspecto sencillo, y hasta un
tanto grotesco, pero bonachn y simptico.
Vesta con ciertas pretensiones de elegancia, pero su
ropa era de forma muy ant i cuada, y de aqu la grotesca
ridiculez menci onada.
Aquel seor, era el mdico; un mdico r ur al que ha-
ba estudiado muy poco en los libros de medi ci na, que
estaba en ayunas de los modernos adelantos de la ciencia
de cur ar , pero que posea una gran prctica, lo cual va-
la casi tanto como lo mucho que i gnoraba.
El caso era que l se le mor an muy pocos enfermos,
EL CALVARIO DE UN NGEL 1403
y que en todos aquellos contornos tena fama de sabi o,
aunque distase mucho de serlo.
Era sobre todo muy bueno, se interesaba si ncerament e
en la curacin de sus enfermos, y esto supla en muchas
ocasiones su falta de ciencia.
II
Puls el doctor al enfermo, enterse det al l adament e
de los preliminares de su enfermedad, y acab por de-
cir:
Esto no es nada; unas calenturillas sin i mport anci a.
Lo nico grave aqu , es que este pobre hombr e tiene ya
muchos aos, debe haber sufrido un poco, y sus fuerzas
estn muy gastadas; pero de todas maner as le sal vare-
mos. Antes de ocho das estar ms fuerte que un mozo
de quince aos.
Intil es decir la alegra que este diagnstico caus
Constanza
Recet el mdi co, dio las instrucciones necesarias para
la buena asistencia del paciente, y marchse, promet i en
do volver al ot ro da por la maana.
Fu necesario que Rufo mont ase otra vez en su bur r o,
para ir de nuevo al pueblo buscar la medicina recetada
por el doctor.
I404 EL CALVARIO DE UN NGEL
" Per o cuant as molestias les estamos ocasionando
ustedes,dijo la joven.
Y la cortijera le replic:
Quiere usted callar? Esto y ms, hacemos nosotros
por las personas cuando se lo merecen.
Dios se lo pague!balbuce Constanza.
III
Aquella noche, la joven y Concepcin no se acosta-
r on.
Quedronse vel ando al enfermo.
Al da siguiente, l mdico le encontr lo mi smo, y as
por espacio de tres d as.
Constanza comenz i nqui et arse.
Tenga usted cal ma, dec al e la cortijera. El mdi-
co ha dicho que cur ar , y l sabe lo que se dice.
S , pero el caso es que no mejora.
Ya mej orar.
Y mi ent ras t ant o, ustedes estn haciendo sacrificios,
y dndose malos ratos por nosot ros.
Eso es lo de menos.
Ot ras veces, la joven la asaltaba el t emor de que
Vent ura volviera.
No volver, decale Concepcin. A veces se pasa
semanas y semanas sin venir por aqu . Y si vuel ve, bien
e l MANUSCRIBO d e UNA MONJA 1405
venido sea Ya le he di cho, y vuelvo repetirlo, que no
tiene nada que t emer. Si t orna las andadas, tendr que ;
habrselas conmi go, y crea ust ed, que aunque se trate
del amo, le dira cuat ro verdades, y se las dira muy cla-
ras. Conque ni mo y no apurarse.
IV
De este modo, entre sobresaltos y esperanzas, i nqui e -
tudes y t emores, t ranscurri eron dos das ms .
La fiebre no ceda, y el enfermo pasbase las horas
del i rando.
En su delirio habl aba de cosas de que Constanza no
le haba odo habl ar nunca: de su hija, de su esposa, de
su cuado, de sus negocios, de sus mal dades.
Con todos estos dat os, la joven reconst ruy, casi, el
pasado de aquel hombr e; pero lo reconstruy i ncompl e-
t ament e, y experi ment deseo de conocerlo.
Por qu no ha de tener l confianza en m , como
yo la he tenido en l?pensaba.Por qu no ha de
cont arme sus penas? Acaso encont rar a el medi o de con-
solarlas. . .
Y agregaba, pensativa:
Ti ene esposa y tiene hija, y sin embargo no est con
ellas ni las nombr a nunca. . . Infeliz! Sabe Dios el abi s -
mo que de ellas le t endr separado!
1 4 0 6 EL CALVARIO DE UN NGEL
Si empre que se entregaba estas reflexiones, acababa
por decirse:
Guando est bueno le obligar que me refiera su
historia, no para satisfacer mi curi osi dad, sino para me-
jor ofrecerle el consuelo de mi compasi n y mi cario.
Tambi n at orment aba la joven el t emor de no en-
cont rar Oliveiro cuando llegase Osuna, por culpa
de aquel ret raso; pero conformbase, pensando:
Qu remedio? No puedo ni debo abandonar e s t e
pobre hombr e que tan bueno ha sido para conmigo.
V
Al fin, una maana, el doctor dijo:
Desapareci la gravedad, y empieza la mejora.
Y efectivamente, el enfermo estaba aquel da mucho
ms mej orado; t ant o, que ces el delirio, y recobr por
compl et o el conocimiento.
Pero estaba muy dbil, y el mdico advi rt i :
Que habl e lo menos posible.
Atenindose esta advert enci a, cuando don Guillermo
interrog la joven acerca de lo que haba pasado y del
sitio donde est aban, ella negse responder sus pre-
gunt as.
Bstele usted saber, se limit decirle, que es-
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I4O7
t amos entre amigos, donde no carecemos de nada y
donde no nos amenaza ni ngn peligro.
Y se neg decirle ms.
A todas las preguntas del anci ano, contestaba:
En lo que ha de pensar ust ed, es en ponerse pront o
bueno.
El enfermo comprendi la inutilidad de su insistencia,
y acab por desistir de ella.
VI
La convalescencia fu cosa de pocos das.
Gracias los solcitos cui dados que le prodi gaban, don
Gui l l ermo repsose pronto de su enfermedad.
Concepcin estaba que no caba en s de gozo, y dec a,
con orgullo di scul pabl e:
Nosotros le hemos salvado!
Verdaderament e, ella debase en gran parte aque-
lla curaci n.
Como el estado del paciente era en ext remo satisfac-
torio, el mdi co se despidi, pues sus auxilios eran ya
intiles.
Antes de que se mar chase, Constanza preguntle:
Estar mi padre en disposicin de emprender el
camino?
Para dnde? interrog su vez el doctor.
1408 EL CALVARIO DE UN NGEL
P a r a muy lejos.
Cmo viajan ustedes?
Andando.
, Ent onces espere V. aun unos d as, para que repon-
ga del todo sus fuerzas.
Es que tengo prisa por partir.
Si ahora part i eran ustedes, el enfermo sufrira una
peligrosa recada.
Cunto t endr que esperar?
Dos tres das sern bast ant es.
La joven lanz un suspi ro.
o le quedaba otro remedi o que resignarse aquella
nueva demor a.
Para pagar al mdico su asistencia, Concepcin tuvo
que dar un buen pellizco sus ahorros, cosa que no fu
muy del agrado de Rufo; pero ella le convenci, dicin
dol:
No t eni endo como no t enemos hijos, en qu pode-
mos invertir mejor nuest ro di nero que en obras de ca
ridad?
Deci di dament e, la cortijera era una buena muj er.
Vil
Corri don Guillermo estaba ya en disposicin de sa-
berlo t odo, Constanza le refiri lo ocurri do.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
I409
El pobre viejo la escuch l l orando, y cuando hubo
concluido de habl ar, la abraz, dicindole:
Vete, hija m a, vete y dj ame.
Que le deje y que me vaya!excl am la joven.
Por qu?
Porque yo soy un ent orpeci mi ent o para la realiza-
cin de tus planes. Si por m no fuera, estas horas es
taras ya tal vez cerca de Osuna.
Lo cree usted as? Cree usted que hubi era llegado
al t rmi no de mi viaje, sin el auxilio de su compaa?
Y acaricindole, agreg:
Y aunque as no fuera y de mi egosmo no se tratase,
cree usted que yo le abandonar a, querindole como le
quiero? Guando est usted restablecido del todo, partir
mos, y Dios har que encont remos Oliveiro para que
de una vez t ermi nen nuest ras adversi dades. Y si no le
encontramos, cmo hades er ! Me quedar si empre, par a
mi consuelo, la seguridad de haber cumpl i do. mi s deberes
de hija... Usted es para m un padre, y un padre no se
le abandona nunca por nada.
Esta escena acab, como era de esperar, en besos,
lgrimas y sonrisas.
Qued decidido que el anci ano y la joven, reanuda-
ran su viaje de all tres d as.
VIH
TOMO II
1410 EL CALVARIO DE UN NGEL
Er a el t i empo que el mdico hab a di choque necesita
ba el convalesciente para reponerse por compl et o.
Don Guillermo quiso dar las gracias los cortijeros,
por todas sus bondades, y la joven les llam para que el
anci ano satisfaciese su deseo.
Ent onces se desarroll otra nueva y conmovedora es
cena.
Don Gui l l ermo estuvo tan elocuente y expresivo, que
hizo llorar de emocin Rufo y su esposa, cosa en ver
dad no difcil, pues eran gente que lloraban por nada.
Guando poco despus los dos esposos hal l banse sol os
en la cocina, Concepcin dijo su mari do:
Te convences de que no hay en el mundo nada tan
bueno como hacer bien?
El no le contest por no dar su brazo torcer; pero
no volvi enfadarla habl ndol e del pellizco dado sus
ahor r os para pagar la cuenta del mdico.
CAPI TULO XXXI
Rufo opina que le han cambiado el amo
I .
El sol ocultbase tras los recortados picachos de la
sierra, y las sombr as del crepscul o comenzaban inv
dir el agreste y pintoresco paisaje.
Sentado en un silln j unt o la vent ana del cuar t o
donde hab a pasado su enfermedad, don Guillermo dor
mitaba t ranqui l ament e, y Constanza, sent ada sus pi es,
ocupbase en t ermi nar un bordado que quera dejar
Concepcin como muest ra de cari o y gratitud por sus
bondades, y como recuerdo de su estancia en el cortijo.
La part i da deba verificarse dos das despus, y era
preciso que el bordado quedase concluido ant es; de aqu
que la joven trabajara en l con gran ahi nco.
1 4 * 2 E L CALVARI O DE U N NGE L
En la cocina oase el ir y venir de la cortijera, prepa-
r ando la cena.
De vez en cuando, Concepcin asombase la puerta
del cuart o, cont empl aba el grupo que formaban la joven
y el anci ano, sonrease y desapareca sin pr onunci ar una
pal abra, como si temiese i nt er r umpi r el trabajo de la una
y el sueo apacible del ot ro.
Por la vent ana, que estaba abi ert a, y no tena hierros,
vease Rufo regar las hortalizas del pequeo huertecillo
que hab a uno de los lados de la casa.
Alguna que otra vez, Constanza suspenda la labor para
mi rar don Gui l l ermo, mi raba luego al cortijero, y
mur mur aba suspi rando:
Qu bien se est aqu ! Esta vida apaci bl e, encierra
la felicidad para qui en no se sienta at or ment ado por la
ambi ci n. Sin embargo, he de r enunci ar ella; mi desti-
no me lleva ot ra par t e. . . y qui en sabe si estar tardan
do demasi ado en ir al sitio donde mi destino me em-
puja.
Y quedbase pensativa, hasta que r eanudaba su tra
bajo, recordando que aquella l abor deba quedar termi-
nada en plazo breve.
II
Er a ya casi de noche, cuando se oy el chocar de los
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 4 l 3
cascos de un caballo con los guijarros del cami no, y al
principio de la cuesta que conduc a al cortijo, apareci
un ginete.
Constanza vio recortarse su silueta sobre el fondo gris
del cielo, y preguntse i nqui et a:
Quin ser?
La idea de que pudiese ser Vent ura, la at er r .
Pront o saldra de dudas, porque el ginete avanzaba
buen paso.
A medi da que se acercaba, iban det ermi ndose los
detalles de su i ndument ar i a, aunque sus facciones aun
permanecan veladas por la semi obscuri dad del cr e-
psculo.
Pintada mant a jerezana colgaba del arzn de la silla
de su caballo, y entre ios flecos de la mant a enredbase
el brillante can de una escopeta; bordadas bot as de
montar, ador nadas con caireles, cean sus pi ernas hasta
las rodillas; airoso marsells cea su cuerpo robust o, y
sombrero cordobs de anchas alas, cubr a su cabeza.
Bajo el sombr er o, fuese det er mi nando poco poco un
rostro moreno y expresivo, ador nado con hermosas y
pobladas patillas negras.
Al fijarse en estos detalles, la joven psose en pi
violentamente, excl amando con sobresalto:
Ventura!
Por si alguna duda le quedaba, oy que Rufo s al uda-
ba al recin llegado, diciendo:
1414 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Bien veni do sea, mi amo.
En efecto, Vent ura era; Vent ura, hosco y sombr o,
como de cost umbr e, pero ms plido que de ordi na-
ri o.
Parec a como si le aquej ara alguna dolencia, como
si acabase de salir de una grave enfermedad.
III
Al convencerse de que el ginete era el hombr ea quien
ella tanto tema, Constanza se ech t embl ar, y despert
al anci ano, dicindole asust ada:
Ah est!
Don Gui l l ermo, al pront o no se dio cuent a de lo que la
j oven le deca.
Quin est ah?pregunt bostezando.
El .
Y qui n es l?
Cmo! No lo adivina V.?
No. . .
Vent ur a.
Eh?
S , el amo de esta finca, el que nos dio aquella noche
un susto tan gr ande.
Ha llegado?
Ahora mi smo.
EL MANUSCRITO D UNA MONJA I415
Cmo sabes que es l?
Le he visto llegar.
No te habrs equivocado?
No me he equi vocado, por desgracia; es l; desde
aqu le veo habl ar con Rufo.
Bien, no te asustes de ese modo.
Que no me asuste!
Quin te asegura que ese hombr e tenga las mi smas
intenciones que antes?
Y, quin me dice que no las tenga?
Es ver dad.
Por qu no ha t ardado dos das ms en regresar al
cortijo!
De todas maner as, tranquilzate.
El consejo era nas fcil de dar que de seguir, porque
el mi smo don Gui l l ermo distaba mucho de estar t r an-
quilo, aunque aconsejaba la t ranqui l i dad la joven.
IV
Mientras t ant o, Vent ura ent raba en el cortijo seguido
de Rufo, el cual no pareca muy satisfecho de la i nespe-
rada visita del amo.
En la cocina encont rronse con Concepcin, la cual
no pudo contener , una exclamacin de sorpresa al ver
entrar al hacendado.
1416 EL CALVARO DE UN NGEL
Usted aqu!exclam at urdi da. No le esperaba
mos.
Y en su azorami ent o, no acert siquiera sal udarl e.
Es necesario avisar los ot ros, pens.
E iba ya salir de la cocina, cuando Ventura la detu-
vo, dicindole:
Aguarda
Le entreg la escopeta y la mant a, que hab a descol
gado de su caballo al bajar de l, y le dijo:
Lleva eso mi cuart o, y pr epr ame la cama. Esta
noche duer mo aqu .
La cortijera y su esposo, cruzaron una mi rada.
Deban decirle que su cuart o estaba ocupado por [la
joven y el anciano?
Concepcin hizo sea su mari do de que callara, pen
sando:
Vale ms avisar pri mero los otros.
Y sali de la cocina, con la escopeta y la mant a.
Rufo, temeroso de que su amo le dirigiese al guna pre-
gunta la que no supiera qu contestar, sali tambin
con la escusa de ir llevar el caballo la cuadr a.
V
Al quedarse solo, Ventura sentse j unt o la hoguera,
y se qued pensativo.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I417
Concepcin lleg al cuart o donde estaban sus huspe-
es, y les dijo preci pi t adament e, en voz baja:
Ah est!
Ya lo s,le respondi la j oven. Le he visto llegar.
Sabe l que estamos nosotros aqu?
Aun no.
Si pudi ramos ocultrselo. . .
No es fcil.
Ni estara bien que se lo ocul t ramos, aadi don
uillermo.Al fin y al cabo, l es el dueo de esta casa.
Tiene usted r azn.
Qu hacemos?pregunt la cortijera.Yo no he
uerido decidir nada sin consultarles antes,
Lo pri mero, dejar libre esta habi t aci n, repuso el
nciano.
Dice usted bien.
Volvmonos al paj ar. . .
Y permanezcamos all todo el t i empo que Vent ura
st en la casa. As, si l no pregunta por nosotros, no
lay necesidad de que sepa que permanecemos aqu t o-
la va.
Concepcin quiso protestar, y hasta repiti una vez
ns lo que en tantas ocasiones hab a di cho:
No t eman ustedes nada, que estando yo de por me -
lio, el amo se guardar muy bien de faltarles.
Pero Constanza no la convencan razones, y para
TOMO n ' 78
1418 EL CALVARI O DE UN NGEL
t ranqui l i zarl a hubo que consentir en que se fuera al pa-
j ar con su padr e.
Para ms seguridad, la cortijera le dio la llave, para
que se encerrasen por dent r o.
VI
Volvi la cortijera la cocina, y viendo al amo inm-
vil y pensativo, no se atrevi i nt errumpi rl e en sus me-
di t aci ones.
Poco despus, entr Rufo de vuelta de la cuadr a, y los
dos pregunt ronse sorprendi dos por el silencio y la in-
movi l i dad del amo:
Qu le pasar?
Vent ura no pareca haber not ado siquiera la presencia
de los cortijeros.
De pront o volvise ellos, y les pregunt :
Deci dme, y aquel l a gente?
Demasi ado sab an los dos por quien les preguntaba;
per o fin de tener ms t i empo para pr epar ar l a respues-
t a, mi rronse, fingindose sorprendi dos, y Concepcin
bal buce:
Qu gente?
Qu gente ha de ser?le replic con violencia el
hacendado. Aquel viejo y aquella joven que pasaron
aqu la noche, la l t i ma vez que yo estuve.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 4I Q
No era la cortijera mujer apropi ada para guardar
grandes di si mul os, as fu, que despus de dirigir su
marido una mi rada de consulta, dijo resuel t ament e:
Pues el viejo y la joven, estn aqu todava.
Todav a!excl am Vent ur a, palideciendo aun ms
de lo que estaba, y l evant ndose preci pi t adament e.
Luego, como avergonzado de su i nvol unt ari a emo-
cin, se volvi sent ar, aadi endo con t ranqui l i dad
aparente:
Por qu no me lo habis dicho antes?
Usted nada nos ha pregunt ado hasta ahor a, nuest ro
amo, respondile t mi dament e Concepcin.
Y donde estn?
En el pajar.
Saben que yo he llegado?
Porque lo saben se subi eron all. *
- Eh ?
La cortijera comprendi que hab a dicho una tontera,
Ah, s!
Parecis t ont os! A qu gente querais que me r e-
firiera?
Vil
1420 EL CALVARIO DE UN NGEL
se at urdi , quiso enmendar su torpeza, y aun la ech
ms perder, bal buceando:
Como la muchacha le tiene usted tanto miedo...
VIH
Levant Vent ura la cabeza al or lo que ant ecede, y
mi r la cortijera de un modo tal, que la pobr e mujer
retrocedi asust ada.
Su mari do la mi r su vez comodi ci ndol e: Buena
la has hecho!
Concepcin acab de at urdi rse con aquellas miradas,
y, echando por la calle de enmedi o, dijo:
Mi re ust ed, nuest ro amo; yo no tengo carcter para
andar me con tapujos; as es, que sepa usted lo que ha
ocur r i do.
Y sin hacer caso de Rufo, el cual le indicaba por seas
que callase y no echara la cosa ms per der , sigui di
ci endo:
Ha de saber ust ed, que con el disgusto de aquella
noche, el viejo se puso enfermo; pero muy enfermo;
las puert as de la muer t e, como qui en di ce. Ya usted
compr ender lo que me refiero. La joven me lo refiri
todo la maana siguiente, l l orando como una Magda
l ena. Pobrecita! La verdad es que les dio ust ed un sus
t o. . . Lo que usted hizo estuvo muy mal mi amo; muy
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1421
mal, y dispense usted que se lo diga. Pero ya se ve, c o-
mo la muchacha es tan guapa. . . Y usted se creera que
era una. . . Vamos, ya usted me compr ende. Pues se en-
ga, porque es un ngel de inocencia. Hizo usted mal ,
pero, al fin y al cabo, cual qui era se equi voca. . .
IX
A Rufo le tena at errado el at revi mi ent o de su mujer;
pero con gran admi raci n suya, Vent ura no se enoj; an
tes bien pareci avergonzarse, y dijo:
Pero en fin, la enfermedad del viejo...
Se cur, gracias nuestros cuidados, le contest la
cortijera.Pero ha estado muy malito, mucho. Por eso
se quedaron aqu . No era cosa de dejarles ir con el viejo
enfermo.
Nat ural ment e
Pues la chica quer a marcharse de todos modos;
tema que usted volviese.
Ya le encargu Rufo que les digera que se quedar an
aqu todo el t i empo que quisiesen.
S, pero la pobre tena mi edo. Tant o, que yo para
tranquilizarla t uve que decirle: no t ema ust ed, que el
amo no vol ver, y si vuel ve, se guar dar muy bien de
ofenderla. . . Y es necesario que no me haga usted que-
dar mal , seor. Yo le pido que deje en paz esa mucha
cha. Dent ro de dos das se i rn ella y su padre, as lo
1422 EL CALVARIO DE UN NGEL
tienen decidido, y usted le quedar a siempre el remor
di mi ent o de haber hecho una mal a accin.
X
Aquello era ya demasi ado.
As, al menos, opin Rufo; pero su admi raci n creci
al ver que el amo t ampoco se enojaba.
Cual qui era dira que lo han cambi ado, pens para
s el pobre hombr e. En otra ocasin, con mucho me
nos hubi era tenido bastante para echarnos de aqu con
cajas dest empl adas.
Ani mada por la extraa incomprensible benevolen-
- ci a de Vent ura, la cortijera prosigui:
Par a que el enfermo estuviera ms cmodament e,
lo instalamos en la cama de ust ed.
Muy bien hecho, asi nt i el hacendado. Supongo
que se llamara al mdi co. . .
S, seor.
Quin ha pagado los gastos de la enfermedad?
Nosotros.
Pues ya me diris lo que os ha costado, y yo os lo
dar .
Los dos esposos mi rronse en el colmo del asombro,
Al llegar usted, agreg Concepcin, se retiraron
a l pa j a r para
r
dej arl e usted Ubre el cuar t o. . . Por qu
no decirlo todo? Y para que^ usted no les viera. No se
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1423
ofenda usted, pero lo t emen. . . y casi tienen razn par a
temerle.
i
XI
La mi sma Concepcin crey haber ido demasi ado le
jos en sus at revi mi ent os, pero deci di dament e el amo es-
taba aquel da de muy buen humor , aunque su rostro no
lo demost rara, porque no se enoj t ampoco
Quedse un instante silencioso, y luego dijo:
Ve al pajar, y dile esa gente de parte m a, que
vuelvan ocupar el cuart o que han ocupado hasta aho
ra, y que no t eman nada; que yo no les ver siquiera, ya
que tanto les asusta mi presencia, y que si esto no basta
para que estn t ranqui l os, que me mar char ahora mis
mo, y no volver hasta que ellos se hayan mar chado.
Y como viese que la cortijera permanec a i nmvi l , mi
rndole con asombr o, aadi :
Anda y cumpl e mi encargo.
S que lo cumplir!exclam con vehemenci a Con
cepcin.Y de muy buena gana! As se porta un hom-
bre! Mire V. , mi amo: hasta hoy le hab a t eni do. . . No
se ofenda! Pero la verdad, le haba tenido por un hom
bre que no mi raba ms que su capri cho; pero desde
hoy, dir en todas partes que es V. muy bueno, y que tie
nemuy buen corazn. S seor, que lo di r. Lo que hace
usted ahora, est muy bien hecho, y. . . vamos, que est
muy bien hecho.
I424 EL CALVARIO DE UN NGEL
v
Y la buena mujer sali de la cocina, punt o casi de
llorar.
Vent ura volvi abi smarse en profundas meditacio-
nes, y Rufo que le cont empl aba at ent ament e, mur mur :
Nada, lo di cho, que no es el mi smo de ant es, que lo
han cambi ado.
-K-j? rt, <t >f> ^ i _ J a s 3 j ^ l _ Ug k _ _
_ _ _ _ _ - _ ^ j g _ * g _ f f i -
CAPI TULO XXXII
Igual es pal abras con distinto tono
Presentse Concepcin al anci ano y la joven, y les
puso al tanto de lo que ocurr a, repitindoles las pal abras
de Vent ura.
Crean ust edes, t ermi n di ci endo, que no es el
mismo que era y que est avergonzado y arrepent i do de
lo de la otra noche. A m casi me ha hecho llorar.
Ms vale as, respondi don Gui l l ermo, y obli-
gacin nuest ra es ahora darl e las gracias, demost rndol e
al mismo tiempo que no le guar damos rencor.
A la cortijera, parecironle muy puest os en su lugar,
los deseos del anci ano.
Constanza, en cambi o, exclam asust ada:
Vamos ver ese hombre?
TOMO n 179
I426 EL CALVARIO DE UN NGEL
Qu mal hay en ello,replicle Concepcin,
puesto que ya no es lo que era?
Oh, no! No qui ero verle, me da mi edo.
Eh?
Si su arrepent i mi ent o fuera fingido, si volviese
sus infames pretensiones. . .
II
Costles mucho convencer la joven, y para conse-
guirlo fu necesario que don Gui l l ermo apelara toda
su aut ori dad.
No seas as,le dijo severament e. Tu t emor es
exajerado. Ese hombr e nos pide i ndi rect ament e, que le
perdonemos y debemos per donar l e. Si finge y nos en-
gaa, peor para l, porque entonces demost rar que,
ms de ser un mal vado, es un hipcrita.
S, pero nosotros seremos los que suframos las
consecuenci as de su hi pocres a, repuso Const anza.
No t emas ni seas tan desconfiada.
Y en l t i mo caso, aadi la cortijera, aqu estoy
yo. Le promet que la defendera, y si empre me hallar
pr ont a cumpl i rl e mi promesa. . .
Sin embar go. . .
Nada, que no hay motivo para su t emor .
Y t ant as y tales cosas le dijeron, que la joven depuso
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA H
2
7
al fin su repugnanci a, y consinti en bajar la cocina
saludar al dueo del cortijo.
Pero no bajaba muy t ranqui l a, sino antes bien, i n-
quieta y sobresaltada.
III
Al verles ent rar, Vent ura se levant para recibirles, y
adelantse su encuent ro, dicindoles:
Si yo hubi era sabi do que estaban ustedes aqu , y
hubiese sospechado que mi presencia haba de moles
tarles, me habr a guar dado muy bien de haber venido:
pero yo gnoraba. . .
Ha venido usted su casa,le i nt errumpi don
Guillermo, cort ando unas explicaciones que crea i m-
portunas y que eran violentas para todos,y nosotros
somos los que debemos pedirle que nos perdone por
permanecer aun en ella. Adems, debemos darl e las
gracias por la hospitalidad que aqu se nos ha dispensa-
do, y por las pal abras que en su nombr e nos han repet
do hace un' i nst ant e Como sabemos perdonar las ofen-
sas que se nos infieren, sabemos agradecer los favores
que se nos di spensan. Mi hija y yo, agradecemos y per-
donamos.
Y para demost rar su intencin y su deseo de no habl ar
ms de aquel asunt o, aadi :
1428 EL CALVARIO DE UN NGEL
Y qu tal de salud? Yo, como ya le habr n dicho
V. , he estado muy enfermo, y esa es la causa de que
todava me encuent re aqu .
IV
Pareci que Vent ura agradeca si nceramant e la deli-
cadeza del anci ano, juzgar por la expresiva mirada
que le dirigi; pero qui en mi raba con singular prefe
rencia, era Constanza.
Al verla, hab a palidecido hasta la lividez, y luego, de
pr ont o, enrojeci hasta t omar su rostro un tinte amora
t ado.
No se atrevi habl arl e, pero mi rbal a sin cesar, hasta
el punt o de que la joven se extremeci, pensando:
:
Sus intenciones deben de ser l as mi smas, puesto que
me mi ra de igual modo que ant es.
Sent ronse todos en t orno de la hoguera, y Ventura
dijo:
-Supongo que t endr el gusto de que me acompaen
ustedes cenar.
El silencio que sucedi estas pal abras, fu interpre-
t ado por una respuesta afirmativa, y la cortijera se
apr esur decir:
ni cament e t endrn ustedes que molestarse en
esperar un poco, porque como yo no aguardaba al amo,
no tengo cena preparada para l. Pero pront o estar.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1429
Y comenz r emover sartenes y cacerolas, dando
muestras de una gran act i vi dad.
V
Poco despus, una suculenta fritada de magras con
tomate, humeaba sobre la limpia mesa, en t orno de la
cual sent banse Vent ura, don Gui l l ermo, Constanza,
Concepcin y Rut o.
A los cortijeros, fules concedido aquel da, como
gracia especial, que ellos tuvieron en mucho, el honor
de cenar an compa a del a mo.
La cena, t ranscurri triste y silenciosa, procurando en
vano la cortijera, ani marl a con su charl a i ncesant e.
Vent ura, segua mi r ando con insistencia la joven,
haciendo que sta pensara:
Lo mi smo, lo mi smo que ant es.
Hasta Concepci n, que se fij en aquellas mi radas,
di jse:
Ser pur a hipocreca todo lo que el amo dijo? Por
si acaso, estar la mi ra y evitar cual qui er locura.
Don Gui l l ermo no poda ver nada, y en cuant o
Rufo, hallbase demasi ado at areadoen dar buena cuenta
de su abundant e racin de magras, para fijarse en tales
cosas.
143 o EL CALVARIO DE U N NGEL
ni cament e las dos mujeres er an, pues, las que se
daban cuenta de las mi radas del hacendado.
VI
Ter mi n la cena, y mi ent ras Concepcin levantaba la
mesa, Vent ur a, dijo al anci ano y la joven:
Ruego ustedes que ocupen t ambi n esta noche mi
cuart o, como lo han ocupado basta ahor a.
De ni ngn modo, respondi don Guillermo.El
cuart o lo ocupar ust ed, y nosotros dormi remos en el
pajar.
No lo consiento, y si rechazan ustedes mi invitacin,
lo t omar desaire.
Pero, y usted?
Por m no se pr eocupen. No tengo sueo y pasar
la noche aqu , sentado como el otro da. Adems, he de
part i r, en cuant o amanezca, para otra de mis posesio-
nes.
Sin embar go. . .
1
Me obligarn ustedes que me marche ahora mis
mo, y la ver dad, viajar altas horas de la noche por es
tos desiertos l ugares, es poco hal ageo y muy peli
groso.
Ante tal insistencia, don Gui l l ermo crey que deba
ceder, y as lo hizo, despus de dar las gracias.
EL MANUSCRITO DE UNA^ MONJA 143 I
Estuvieron habl ando todos un rato al amor de la
lumbre, hasta que por fin, el anci ano y- l a joven levan-
tronse para retirarse dor mi r .
VII
Despidironse como si ya no hubi eran de volver
verse.
Puesto que ha de part i r usted tan de maana, di j o
don Gui l l ermo, no es fcil que nos veamos. Nosotros
partiremos dent ro de dos d as, y por ltima vez le rei t e-
ramos el testimonio de nuest ro reconocimiento.
No les insto que permanezcan aqu ms tiempo,
repuso Vent ura, porque podr an ustedes creer que
me ani maba hacerlo al guna mi ra interesada; pero les
aseguro que t endr a una satisfaccin en encontrarles
aqu todava cuando volviese.
No es fcil.
Eso es decir que no nos veremos ms?
Probabl ement e.
El hacendado pareci conmoverse mucho.
Pues si es as, balbuce, sean ustedes tan felices
como merecen y yo deseo.
Gracias. Tambi n usted le deseamos nosotros la
dicha ms compl et a.
Vent ura, sonri amar gament e, y dirigi la joven,
una de sus mi radas ms expresivas.
Constanza, inclin los ojos rubori zada.
1432
E L
CALVARIO DE UN NGEL
VIII
Est rech el hacendado la mano de don Gui l l ermo, y
luego se acerc la joven y le dijo:
Y ust ed, no quiere concederme el honor de estre-
char mi mano? Tan ofendida est usted conmigo?
Ella tendile su di est ra, sin pr onunci ar pal abra.
Vent ur a, apoderse ansi osament e de la mano que la
joven le tenda, la estrech con fuerza entre las suyas, y
dijo r pi dament e, con voz muy baja:
Necesito habl ar con usted esta noche sin falta; lo
necesito. . . Ms t arde, ir l l amar la puert a de su
cuar t o. . .
Estas pal abras, no fueron dichas con igual t ono que
las que otra noche, con el mi smo objeto, le dirigiera, y sin
embar go, Const anza las i nt erpret del mi smo modo.
Vio en ellas, confirmadas sus sospechas de que aquel
hombr e no hab a cambi ado de intenciones, y estuvo
punt o de lanzar una exclamacin de espant o.
El, lo i mpi di , aadi endo:
Calle V. , por Dios! . -
Const anza, call at errada.
Crey que Vent ura sera capaz de t odo, hasta de la
violencia, si provocaba su clera.
Ent r Concepcin con un candi l encendi do, diciendo:
Cuando ustedes qui eran, la cama est ya preparada.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
1433
La joven, t om el candil que le presentaba la cort i -
jera.
Su mano t embl aba.
Fijse Concepcin en aquel t embl or, y pregunt su
marido:
Qu ha pasado aqu?
Yo no he visto que pasara nada, respondi l e Rufo,
en el mi smo tono con que ella formul su pregunt a.
T nunca te enteras de nada, ni ves lo que tienes
delante de las narices.
Pero muj er. . .
Calla!
Y pens para s:
Est ar alerta, y si el amo, pesar de sus ofrec
mientes intenta hacer una de las suyas, sabr evitarlo.
Lo que es con mi consent i mi ent o, no pasarn aqu nun
ca ciertas cosas.
Don Gui l l ermo y Const anza, retirronse su habi t a
cin, y la cortijera les acompa hasta la puert a de la
cocina, dicindoles con voz muy baja:
Duer man ustedes t ranqui l os.
La joven, no se atrevi comuni carl e sus nuevos t e-
mores.
Vent ura, sigui Constanza con la mi r ada, hasta que
hubo desapareci do, y entonces se dej caer en su asiento
y hundi la cabeza ent re las manos, quedndose en ac-
titud pensativa.
TOMO u / \ , 180
M3 4
EL CALVARIO DE UN NGEL
Necesita usted algo, seor?preguntle Concep
ci n, despus de cont empl arl e un moment o con descon-
fianza.
No, nada, respondi l. Os podis retirar dor-
mi r.
Pues entonces, hasta maana.
Hast a maana, repi t i Rufo.
Hast a maana, cont est Vent ura.
Poco despus, en el cortijo rei naba el ms profundo
silencio, i nt er r umpi do ni cament e de vez en cuando,
por el canto de los gallos y los l adri dos del perro.
CAPI TULO XXXIII
Huir!
I
Al estar solos en el cuart o, el anci ano y la joven, la
egunda se arroj l l orando en los brazos del pri mero, y
e dijo:
Huyamos.
Don Gui l l ermo, extremecise.
Ests en t?le replic. Huir! Por qu? Tus te
ores son ahor a i nfundados. . .
No lo son, le i nt errumpi ella.
Ningn peligro nos amenaza. . .
S, nos amenaza el mi smo peligro que antes.
Cmo?
Ese hombr e es un hi pcri t a.
143 6 EL CALVARIO DE N NGEL
Per o. . .
Insiste en sus pret ensi ones. . .
Cmo lo sabes?
Me lo dio ent ender pri mero con sus mi r adas, y
luego ha tenido la audaci a de confi rmrmel o con sus
frases.
Es posible?
Al despedirse de m . . .
Qu?
Me dijo que necesitaba verme y habl ar me.
Y bi en. . .
Que vendr a ms t arde l l amar la puert a de este
cuar t o. . .
Oh!. . .
Lo mi smo que la otra vez. . . El peligro se acerca. . .
Huyamos, padre m o, huyamos!
II
Don Gui l l ermo, acab por participar de la inquietud
de la joven.
La cosa era, en ver dad, grave.
De un hombr e que insista en sus pretensiones, des
pues de haber fingido arrepent i rse de ellas, poda espe
rarse y temerse t odo.
Sin embar go, el anci ano procur domi narse, y dijo:
Quiz tus sospechas sean i nfundadas. El que Ven-
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1437
tura te haya dicho que desea habl ar contigo, no te aut o-
riza para suponer . . .
Mas, para qu ha de hablarme?exclam Cons -
tanza.
Ve saber: acaso para present art e sus excusas por
lo de la otra noche.
Oh, no! Sus excusas me las hubi ese present ado de
lante de ust ed, delante de t odos.
No se habr at revi do.
V se at reve, en cambi o, ofenderme con una nue-
va cita que sabe que no he de aceptar! Por que, aunque
fuese lo que usted supone, m no me consta, y no
const ndome, no he de exponerme caer en un lazo.
Nat ur al ment e.
El supondr , adems, que como la otra vez, yo he
de decirle ust ed lo que sucede.
Sin duda.
Lo cual no es obstculo para que insista en su pre-
tensin. Esto demuest ra que usted ya no lograr cont e-
nerle, como le cont uvo la otra noche, que est dispuesto
t odo. . .
La joven r ompi llorar, y don Gui l l ermo, extreme-
cise.
Aquellos t emores, no eran del todo infundados.
III
Tr as una breve pausa, Constanza insisti:
1438 EL CALVARIO DE UN NGEL
Vamonos, padre m o, vamonos de aqu! Es l ani
ca maner a de conj urar el peligro de que me veo amena'
zada. Ese hombr e est loco. Si usted hubi era podido
ver la amenazador a mi rada que me dirigi cuando a l
escuchar sus infames pal abras estuve punt o de lanzar
una exclamacin de asombr o! . . . Me cont uve por miedo.
No me mi r come ant es, sino de un modo muy distinto,
amenazndome, dndome ent ender que est dispuesto
t odo; y lo est, no le quepa usted duda de que l o
est . En su delirio, prescindir de ust ed, de los cortije
ros, de t odos, y apelar la vi ol enci a. . . El , es aqu e l
amo. . . Concepcin y Rufo, acabar n por obedecerle...
Usted no puede l uchar con l . . . Quin me defender?.^
Vamonos!
Per o, cmo?, por dnde?interrog at urdi do e l
anci ano.
Por esta vent ana. Da al campo, no tiene hierros
que la cierren y est casi al nivel del suelo. Nada ms
fc.l que saltar por ella... Saltemos y huyamos! . . . Bien
s que usted no est del todo repuest o t odav a; el mdi-
co dijo que usted necesitaba aun dos tres das para r e
ponerse; pero la situacin es tan grave. . .
Eso sera lo de menos; me encuent ro bien, muy
bi en; he recuperado mis fuerzas.
Pues entonces, no nos det engamos ms; vamonos
en seguida.
E L M A N U S C R t T O D E U N A MO N J A J.43 9
IV
A pesar de t odo, don Gui l l ermo no se dejaba conven -
cer fcilmente.
Aquella hui da le pareca una l ocura.
Tengamos calma, dijo. No est bien salir de ese
modo de una casa en la que tan franca hospitalidad se
nos ha concedido. Qu pensarn Concepcin y Rufo?
Compr ender n nuest ros temores, contest Cons-
tanza,y nos perdonarn. Adems, podemos despedi r-
nos de ellos, dicindoles la causa de nuest ra fuga.
De qu modo?
Por escrito. Aqu sobre la mesa hay tintero, papel
y pl uma. Es el recado de escribir que el mdico utiliza-
ba para ext ender sus recetas. Puedo escribir una carta
de despedida para nuestros buenos amigos; la dejaremos
aqu enci ma, y ellos la encont rarn maana.
Pero supon que tus temores sean exajerados.
Aunque lo sean, la prudenci a nos aconseja tenerlos
en cuent a.
No tiene llave la puerta de esta habitacin?
- S .
Pues ci erra.
Cerr al ent rar.
Ent onces. . .
1 4 4 EL CALVARIO DE UN NGEL
Pero la puert a es muy endebl e.
Temes que Vent ura se at reva forzarla?
Lo t emo t odo.
Sera demasi ado.
Usted no sabe cmo me mi raba ese infame.
V
Sin detenerse ms, la joven se sent j unt o la mesa y
psose escribir.
Don Gui l l ermo, quedse pensativo.
Por una part e, crea exajerados los temores de Cons-
t anza, y por otra decase:
Si fueran ciertos, no contraigo una grave responsa-
bilidad al despreciarlos?
No saba qu hacer ni qu decidir.
La joven le sac de sus meditaciones, diciendo:
Ya est.
Qu?pregunt l.
La carta para Concepcin y su esposa.
-Pero insistes...?
Ms que nunca.
Pi nsal o bien.
Est amos perdi endo un tiempo precioso, padre mo.
Cuando ese hombr e venga l l amar la puert a de esta
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 4 4 I
habitacin, es necesario que estemos ya muy lejos de
aqu. Es capaz de salir en persecucin nuest ra, y si nos
alcanza estamos perdi dos.
Exaj eras.
Crea usted que no. El corazn me dice que si se-
guimos aqu , nos pasar una gran desgracia.
Y volviendo si empre lo mi smo, repiti una vez
ms: ,
Vamonos!. . . Vamonos en seguida!
VI
Constanza hab a abierto la vent ana, y el aire fresco y
hfimedo de la noche, penet raba en la habi t aci n.
Don Gui l l ermo no se acababa de decidir.
No poda sustraerse la sugestin que ejercan en l
los temores de su compaer a, y por otra part e parecale
exagerado escaparse de aquel modo.
Viendo la inutilidad de sus esfuerzos, la joven acab
por r omper llorar, excl amando:
No me quiere usted t ant o como dice, cuando de tal
modo desprecia mis splicas!
El anci ano t uvo energa suficiente para no dejarse
convencer por aquellas l gri mas.
TOMO 11
I~442 EL CALVARIO DE UN NGEL
Insistiendo ella, y dudando l, t ranscurri un largo
r at o.
A medi da que el tiempo pasaba, crecan la ansiedad y
la i nqui et ud de la j oven.
Que va venir!deca con desesperacin.Dec-
dase usted!. . . Dentro de poco, acaso sea demasiado
t ar de!
Y al convencerse de que no conseguira nada, lleg
excl amar:
Pues bien, si usted no qui ere hui r , hui r yo sola!
Mucho le qui ero, pero qui ero ms mi honr a.
Estas pal abras fueron el golpe de gracia para don Gui-
l l ermo.
Huir t sola!repuso. Crees que hab a de con-
sentirlo?... No, si el caso llega, hui remos j unt os, siempre
j unt os.
Const anza le abraz l anzando un grito de gozo.
Crea ganada la part i da.
VII
En esto est aban, cuando les pareci oir un leve rumor
j unt o la puert a.
Ya est ah !bal buce Constanza temblando.
Nos hemos entretenido demasi ado!
Don Gui l l ermo estremecise.
La joven tiraba de l hacia l vent ana, sin conseguir
que se movi era.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
x
4 4 - 3
Pareca como si se hubi ese quedado petrificado.
Volvise or el mi smo r umor de ant es, pero esta vez
acompaado de dos golpecitos dados sobre el endebl e
tablero de la puert a, y de una voz que deca muy bajo:
Constanza!. . . Constanza!...
La joven y el anci ano, se est remeci eron.
No me responde usted?prosigui la voz.Soy
yo... Vent ura. . . Abra usted sin t emor. . . Ya le dije que
tena que habl arl e. . . Sea usted compl aci ent e! .. Com-
padzcase usted de m !. . .
Al ver que no obtena respuesta al guna, la voz del ha-
cendado iba hacindose ms fuerte i mperi osa.
Golpe de nuevo la puert a, y dijo:
Respndame usted al menos. . . Le advierto que no
me importa que su padre se entere de mi pretensin. . .
Necesito habl arl e, y le habl ar aunque tenga usted que
oirme la fuerza...
Y cada vez ms i mpaci ent e, agreg:
No me exalte ust ed!. . . No abuse de mi paciencia,
porque soy capaz de t odo, hasta de echar esta puert a al
suelo!... Usted no me conoce t odav a!. . . Cuando me
sulfuro no s lo que hago, y usted parece que se com
plazca en sul furarme. . .
Y comenz zar andear la puert a de tal modo,
que pareci que iba desprende-.se del mar co que la
sostena.
1444
E L
CALVARIO DE UN NGEL
VIII
V
Cmo dudar ya de las intenciones de Ventura?
Don Gui l l ermo convencise de que los temores de
Constanza eran fundados, y se arrepinti de no haberlos
t omado antes en cuent a.
Mi ser abl e mur mur .
Y la joven le dijo t embl ando, en voz muy baja:
Se convence usted? Va tirar la puert a al suelo...
Huyamos!. . .
Y t i raba de l hacia la vent ana.
.. El anci ano no opuso ya resistencia.
Se dej llevar.
Vent ura segua gol peando la puert a cada vez con ms
furia.
Yo saltar pr i mer o, y le dar usted l mano,
dijo la joven.'
Y salt ligera por la vent ana al campo-
Ayudado por ella, don Gui l l ermo salt t ambi n.
Los dos t embl aban.
Det uvi ronse n moment o.
Qu direccin t omar , para que no les encontrasen si
les persegu an?
Decidieron encomendarse la casual i dad, y torciendo
la derecha, alejronse del cortijo lo ms ' apri sa que
pudi eron.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1445
No pod an correr mucho por la ceguera del anci ano.
Este lleg decir:
Djame m , y huye tu sola!
La joven no quiso abandonar l e.
En su carrera, oan perfectamente la colrica voz de
Ventura, que l l amaba Constanza con gritos destempla
dos.
CAPI TULO XXXIV
Amor, domesti ca l as eras
I
Concepci n, no se dur mi t ranqui l a aquella noche.
Al acostarse, hab a dicho su esposo:
No las tengo todas conmigo. No s por qu, me pa-
rece que el amo se propone hacer una de las suyas.
C, mujer!respondile Rufo.No oiste lo que
dijo?
S ; pero muchas veces se dice una cosa y se hace
ot ra. He sorprendi do ciertas mi r adi t as. . .
Aprensi ones t uyas.
Bueno, pues por si acaso, pr ocur emos no dormi r-
nos. - '
Quieres que pasemos toda la noche en vela?
EL CALVARIO DE UN NGEL 1447
S .
Para qu?
Para i mpedi r al amo que haga lo que no debe hacer,
si mis sospechas son fundadas.
Te atreveras t . . ?
A oponer me sus deseos? Ya lo creo.
Me parece que vas t omndot e con el amo, unas l i -
bertades que pueden cost amos car as.
Yo hago l oque debo, y poco me i mport an las c o n -
secuencias.
Me gusta!
El inters no me har nunca faltar lo que me or -
dena la conciencia.
II
Esta discusin, prolongse dur ant e largo rat o, hasta
que, por fin, los cortijeros quedronse dormi dos, pe -
sar del empeo de Concepcin en permanecer des-
piertos.
Ella fu la pri mera en dor mi r se, y su esposo imit su
ejemplo.
De pront o, la cortijera despertse sobresaltada, al oir
mertes golpes que resonaban en todo el cortijo, y l voz
de Ventura l l amando Constanza.
I 4 4 8 , EL CALVARIO DE UN NGEL
No lo dige?exclam, saltando del lecho y comen-
zando vestirse preci pi t adament e.
Mi ent ras se vesta, llam su mar i do, dicindole:
Levnt at e en seguida. No oyes como el amo grita
y golpea? Sabe Dios lo que suceder!
El cortijero levantse su vez de no muy buen ta-
l ant e.
Mi ent ras se vesta, refunfuaba:
Me parece que lo mejor que podr amos hacer, es no
met ernos en lo que no nos i mpor t a.
Su mujer no le hizo caso, y cuando estuvieron vesti-
dos, salieron presurosos de la habi t aci n.
III
Ante la puert a del cuart o ocupado por Constanza y
don Gui l l ermo, encont raron Vent ura lvido, desenca-
j ado, con aspecto de loco.
Golpeaba la puert a furiosamente, y l l amaba grandes
gritos la joven.
Pero mi amo, l e dijo Concepcin. Ha perdido
usted el juicio?' ,
Dejadme!le respondi l.A qu vens? Yo no
os he l l amado,
Creme, dijo en voz baja el cortijero su mujer.
Dejmosle.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1449
IV
Contra lo que los dos esper aban, Vent ura, en vez de
enfurecerse con lo que ant ecede, calmse como por en-
canto y dijo la cortijera, con tono casi suplicante:
Ll mal a t , ver si t te responde.
Y viendo que dudaba en obedecerle, agreg:
No t emas; ya ves que delante de vosotros y de su
padre, no he de hacerle nada mal o. No quiero ms que
hablarle, y puesto que no ha consentido en escucharme
solas, le dir delante de todos lo que tengo que de-
cirle.
A Concepcin parecile muy r ar o todo esto, pero
TOMO n ^ " ^ N ^ 182
Ella no le hizo caso.
Al cont rari o; con una osada que at err su mar i do,
cuadrse ant e el hacendado, dicindole:
Vaya, seor, que lo que est usted haciendo no est
bien hecho, y rio es lo q u usted me prometi que har a.
Deje usted esa pobre gente en paz, y no se eche sobre
la conciencia el remordi mi ent o de una mal a accin.
Y acercndose la puert a, grit, dirigindose los que
supona dent ro:
No se asusten ustedes, que aqu est amos mi mar i do
y yo para defenderles!
Rufo, se asust aun ms, y tuvo . su mujer por loca.
I45o EL CALVARIO DE UN NGEL
como ver dader ament e no hab a peligro en hacer lo que
el amo le supl i caba, se acerc de nuevo la puert a, y
dijo:
Const anza. . . Soy yo. . . Abra usted sin mi edo.
Viendo que t ampoco ella le cont est aban, se inclin
par a mi rar por el agujero de la cer r adur a, cosa que al
hacendado, en su at urdi mi ent o, no se le haba ocurrido,
y excl am:
Pero como han de responder, si aqu dent ro no hay
nadi e!
Qu dices?grit Vent ura.
Lo que usted oye. Mi re y convnzase por si mismo:
n o hay nadi e.
V
Apart Vent ura con violencia la cortijera para mi-
r ar l, y convencise de que, en efecto, la habitacin esta-
ba vac a.
Como si dudar a aun, comenz descargar fuertes
golpes sobre la puert a, para derri barl a al suelo.
La clera volvi apoder ar s e de l, y los cortijeros in
t ent aron en vano cont enerl e.
La puert a era endebl e y cedi pr ont o, cayendo al sue-
lo desprendi da del marco que la sust ent aba.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1451
Vent ura, se precipit en la estancia, y Concepcin y
Rufo, ent raron detrs de l.
La i l umi naba la luz del candil que haba colgado en la
pared, y una sola ojeada les bast para convencerse d e
que, en efecto, no haba nadi e.
Han huido!rugi el hacendado.
Por la vent ana, sin duda, respondi la cortijera.
He aqu por qu no r espond an, aadi filosfica-
mente Rufo.
Vent ura, se dej caer sobre una silla, y de su pecha
exhalse un sollozo semejante un rugi do.
Los cortijeros, cont empl banl e con creciente asom-
bro.
El amo lloraba!
Qu quera decir aquello?
VI
Vio Concepcin la carta que la joven hab a dej ado
sobre la mesa, y la cogi, diciendo: ,
Una carta!
Vent ura, se la ar r ebat de las manos.
De ella, acaso, mur mur .
Y aadi , despus de* leer el sobre: .
Es para vosot ros.
Pues haga usted el favor de leerla en voz alta, seor,
1452 EL CALVARIO DE UN NGEL
dijo la cortijera, que mi mari do y m nos estorba
lo negro.
El hacendado rompi el sobre, y con voz temblorosa
ley lo que sigue:
Adis, amigos m os, adis para si empre. Las circuns
t anci as nos obligan hui r de vosotros sin poder reitera-
ros una vez ms nuest ras protestas de gratitud y cario.
Vuestro amo ha ment i do y sigue abri gando respecto
m , las mi smas intenciones que en un pri nci pi o; lo he
compr endi do por sus mi radas, y luego l, confirm mis
sospechas, teniendo la osada de pedi rme una cita.
Ante el t emor de que ese hombr e cometa conmigo
una infamia, no nos queda otro remedi o que hui r . . .
Compadecednos y perdonadnos, como yo l le
perdono!. . .
Sabe Dios lo que ser de nosotros! Lo mi smo si nos
sonre la fortura que si cont i na persiguindonos la des
gracia, guardaremos si empre de vosotros y de vuestras
bondades, un i mperecedero recuerdo.
Mi padre me encarga que le despida de vosotros.
Sed tan felices como mereci s, amigos mos, y mi,
Dios me haga menos desgraciada que soy, y me saque
en bien de todos los peligros.
CONSTANZA.
VII
Cuando t ermi n la lectura de lo que ant ecede, Con-
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1453
cepcin l l oraba, Rufo secbase los ojos hurt adi l l as, y
Ventura estaba ms sombr o que ant es.
Para siempre!exclam con desesperacin el ha-
cendado.
Qui era Dios que por culpa de usted no tengan esos
infelices que l ament ar nuevas desgracias,le dijo con
tono de reproche la cort i j era. Porque por usted han
hui do, bien claro lo dicen en esa cart a, y en su hui da,
sabe Dios los peligros con que t ropezarn.
Pero si yo no me propon a hacerles mal !repuso
Ventura. Al cont rari o.
Y como si necesitara expansionarse y desahogar su co-
razn, aadi :
Pensaba proponerl e Constanza, que fuese mi es -
posa.
Los cortijeros mi rronl e asombrados, y l prosigui,
con creciente vehemenci a:
Al conocer esa joven, pr endado de su her mosur a,
pens abusar de ella, no lo niego; su pobreza me hizo
creer que no sera muy difcil el logro de mis deseos. Su
resistencia demost rme que me engaaba, y entonces
dej de desearla para quererl a. S!, la qui ero con t odo
mi corazn! Por qu he de negarlo?
VIII
Cubri se Vent ura el rostro con las manos , como si se
1454
E L
CALVARIO DE UN NGEL
avergonzara de esta confesin, y luego cont i nu di-
ci endo:
Ya hab a renunci ado ella, cuando al regresar aqu
y encont rarl a, renaci eron mis esperanzas. Me pareci
que su permanenci a aqu era provi denci al . Tr as muchas
vacilaciones, me decid manifestarle mis sentimientos
y ofrecerle mi nombr e, mi corazn y mi fortuna. Qu
me i mport aba que fuese pobre? Yo soy rico por los dos. . .
Par a habl arl e de todo esto, le ped esa entrevista que
ella t an mal ha i nt erpret ado. Ya se ve: tena formado
t an mal concepto de m . . . '
Y con razn, le i nt errumpi la cortijera.
Per eso no me quej o, por que su opinin era justa...
Violento como soy en la manifestacin de mis afectos,,
aun le di ms motivo con mi violencia para que sospe-
chase. . . En fin, el mal no tiene ya remedi o. He tenido
la felicidad j unt o m , y yo mi smo la he al ej ado.
He inclin la cabeza sobre el pecho, como si aquel gol-
p e le anonadase.
IX
Concepcin, t uvo lstima del amo.
No era ella muj er para permanecer impasible oyendo
habl ar de aquel modo.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1455
Se acerc l y le dijo:
Crea ust ed, seor, que si yo hubi era sabi do lo que
ahor a s, no hubiese pasado lo que ha pasado. Pero si
lo que usted acaba de decir es ver dad, todo puede ar r e-
glarse.
De qu modo?pregunt Vent ura con ansi edad.
Muy fcilmente.
Di .
Rufo y yo, salimos ahor a mi smo cada uno por un
lado en busca de los fugitivos, y les hacemos volver al
cortijo la fuerza. Acaso no estn muy lejos.
El hacendado, movi la cabeza negat i vament e.
No, repuso, con profunda amar gur a. En pri mer
l ugar, es muy difcil encont rarl es.
Nada se pierde con i nt ent arl o.
En segundo l ugar, aunque se les encont rase, nada
conseguira. Es difcil, por no decir imposible, que la
repugnancia que esa joven me t i ene, se convierta en
amor. No soy hombr e para ella. Lo conozco, aunque
dernasiado t arde, y desisto de mi empeo. . . Dios la
haga muy dichosa! En cuant o m . . . Sea de m lo que
Dios qui era!
V
Tal fu su resol uci n, y no hubo quien de ella le sa-
cara. -
Ni aun admi t i las frases de consuelo que Concepcin
quiso dirigirle.
145
E L
CALVARIO DE UN NGEL
Suplic los cortijeros que ie dejasen solo, y solo per
maneci , entregado sus tristes reflexiones, hasta que
comenz clarear la luz del nuevo da.
Ent onces se dispuso mar char se.
Antes de part i r, llam Concepcin y Rufo, y les dijo:
Que nadi e sepa nunca lo que aqu ha suced' do, ni
los sentimientos que he t eni do la debilidad de confiaros.
Ellos, prometironle guar dar el secreto ms absoluto.
Part i Vent ura, y el mat ri moni o quedse coment ando
lo ocurri do.
En sus coment ari os, hab a cariosos recuerdos para
los fugitivos, y frases de compasi n para el infeliz ena-
mor ado.
Nunca cre que el amo fuera capaz de t omar esas
cosas tan en serio,deca Concepci n, sin acert ar sa-
lir de su asombr o.
Y desde aquel d a, Vent ura gan un ciento por ciento
en su concept o.
Tr anscur r i mucho t i empo ant es de que el hacendado
volviera al cortijo.
Volvi, al fin, y los cortijeros not aron que estaba muy
delgado y muy triste.
Con instintiva delicadeza, abstuvironse de hablarle
de Constanza y don Gui l l ermo, de qui enes no volvieron
tener j ams noticias, y qui enes recordaban con fre-
cuenci a.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1457 !'
En Vent ura operse una transformacin t an gr ande
r
que todos cuant os le conocan est aban admi r ados.
Tornse complaciente y hasta afable.
Rufo y Concepcin, eran los ni cos que conocan la
causa de aquel cambi o, pero guardronse muy bien de
revelarla, y el amo les pag su reserva, dispensndoles
su proteccin.
CAPI TULO XXXV
A la vi sta de B
l
Era el amanecer de un da espl ndi do.
Cercana ya la pr i maver a, el campo parec a adornarse
con sus mejores galas para recibir las ardientes y fecun
dant es caricias del sol que se l evant aba de su lech de
nubes, rodeado por un ni mbo de oro.
Las flores abr an sus pi nt adas corolas, exhal ando sus
perfumes, y los pajarillos cant aban alegremente en la
espesur a.
Sentados en la falda de una verde colina, desde cuyo
sitio descubrase un extenso y pintoresco panor ama, ha-
ba un hombr e y una muj er.
El era anci ano y ciego, y ella joven y her mosa.
EL CALVARIO DE UN NGEL l / 5 g
No necesitamos decir ms, para que nuest ros lectores
comprendan que eran don Gui l l ermo y Constanza.
Haca dos das que huyer on del cortijo de Vent ura.
En un principio les at orment el t emor de que les
persiguiesen y les di eran alcance; pero al fin hab an con
cludo por tranquilizarse.
La noche ant eri or hab anl a pasado en una casa de
campo prxi ma aquel sitio, y ant es de empr ender la
jornada de aquel d a, sent ronse all para r epar ar sus
fuerzas con las vi andas que por cari dad les hab an da da
en la casa de campo para el desayuno.
Los dos estaban pensat i vos, aunque no tristes.
Sentanse con energas para llegar al t rmi no de su
viaje, y acariciaban la esperanza de que llegaran sin
nuevos cont rat i empos.
II
La joven fu la pri mera en r omper el silencio en que
se hab an sumi do al t er mi nar su frugal desayuno.
Qu hermoso es este paisaje!exclam, paseando,
la mi rada por el bello panor ama que se extenda ant e
ella.
Yo no puedo recrearme cont empl ndol o como t,.
le respondi suspi rando don Gui l l er mo. |
Constanza mirle compasi vament e, y aadi :
Y qui n sabe si le ser usted conocido!
I460 EL CALVARIO DE UN NGEL
Tal vez. No sera ext rao que yo hubiese estado an-
t es de ahora por estos sitios. Hazme la descripcin de
estos l ugares, ver si los recuerdo.
*Es muy difcil...
No i mpor t a, i nt nt al o, al menos.
Complaciente, como de cost umbre, la joven se dispuso
obedecerle, y para ello empez por fijarse detenida-
ment e en todos los detalles.
Luego comenz su descri pci n, bastante exacta y so
bre todo muy pi nt oresca.
El anci ano escuchbala at ent ament e.
III
Una de las cosas que ms l l amaron la atencin de
Const anza en el bello paisaje que descri b a, fu una gran
i udad que se distingua lo lejos, entre los rbol es, me-
dio velada por la br uma de la maana.
Las at revi das veletas de sus campanar i os, parecan
r asgar las nubes, y su parduzco casero extendase en un
extenso per met ro, hasta perderse en las frondosidades
del bosque que lo protega por la parte de poniente.
Don Gui l l ermo escuch con profunda at enci n todos
estos dat os y pregunt , con una ansi edad ext raa:
Qu ci udad es esa?
No lo s, respondi la j oven. Ya sabe usted que
desconozco los lugares que recorremos, y que para no
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I461
extraviarnos en nuest ro cami no, t enemos que pregunt ar
cuant os la casualidad coloca nuest ro paso.
Escuso decirte que hemos de alejarnos de esa po-
blacin como de todas las que encont remos.
No me explico su empeo en no ent rar nunca en las
ciudades j unt o las que hemos pasado.
-Ese empeo no es un capri cho, hija m a; obedece
una razn muy at endi bl e. . .
Que usted no quiere confiarme.
Que no necesitas conocer.
Y los dos volvieron quedarse silenciosos, cont eni en-
do la j oven dur as penas su curiosidad.
La repugnanci a de su compaero ent rar en las gran-
des poblaciones, relacionbala, sin saber por qu, con
los datos de su pasado, recogidos dur ament e el delirio
de su enfermedad.
Tal vez en una gran poblacin estn su esposa y su
hija, pensaba, y t ema encont rarse con ellas.
Nosotros sabemos que acertaba en sus presunci ones.
Por cierto, que aun no haba encont rado ocasin pr o-
picia para interrogar al anci ano acerca de aquel mi st e-
rioso pasado que tanto deseaba conocer.
IV
Rumor de pasos, sac los dos del ensi mi smami ent o
& que de nuevo se hab an ent regado.
1462 EL CALVARIO DE UN NGEL
Er a un campesi no que avanzaba por una estrecha ve-
r eda, siguiendo su caballera, cargada de forraje.
Quin se acerca, hija ma?pregunt el anci ano.
Un campesi no, respondi la j oven.
Pregnt al e qu ci udad es esa de que me habl abas
hace poco.
Si tiene usted empeo en el l o. . .
S.
Per o, para qu si no hemos de visitarla?
No i mport a.
Gomo usted qui era.
Y Const anza, l evant ndose y saliendo al cent ro de la
vereda, pregunt al campesi no:
Dispense V. , buen hombr e: hara el favor de decir-
me que poblacin es esa que se distingue lo lejos.
Y con el brazo extendido seal aba la populosa ciudad
que pareca surgir de ent re las br umas.
El i nt erpel ado mirla con ext raza, como si le sor-
prendiese la pregunt a, y respondi secament e:
Esa poblacin es B.
Luego sigui su cami no sin sal udar siquiera.
La joven volvi j unt o al anci ano, y le repiti la res-
puest a del campensi no.
V
Fu tan grande la emocin de don Gui l l ermo, al oir
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1463
1 nombr e de la ci udad aquella, que Constanza sor pr en-
dida no pudo menos de pregunt arl e:
Qu tiene usted?
En vez de responderl e, el anci ano arrodillse en el
suelo, sobre el csped, extendi los brazos hacia la ciu
dad, teatro un da de sus mal dades y al bergue de los
seres qui enes hab a j urado no ver nunca, volvi ella
sus ojos sin luz, como si par a verla quisiera r omper las
densas sombras que le r odeaban, rompi llorar, y en-
tre sollozos balbuce al gunas frases ininteligibles, que
tenan todo el valor de una plegaria, que eran el amant e
y conmovedor saludo del infeliz proscripto la patria
quer i da.
Poseda de asombro y de respet o, Constanza no se
atrevi i nt errumpi rl e ni interrogarle; pero su cur i o-
sidad creci, y con su curiosidad naci en ella el prop
sito firme y decidido de desvanecer de una vez sus dudas
acerca del pasado de su compaero. .
VI
Pareci , tras largo rat o, como si don Gui l l ermo vol -
viera en s; sec sus l gri mas, levantse y excl am:
Par t amos, hija ma! Alejmonos de estos lugares!
Y ech andar , sin esperar que la joven le ofreciese
el apoyo d su brazo.
Constanza se acerc l, le det uvo, y le dijo:
I 4 6 4 EL CALVARIO DE UN NGEL
Por qu alejarnos t an preci pi t adament e de un sitio
que tan conmovedores recuerdos parece despert ar en su
memori a?
Por eso precisamente, le respondi el anci ano;
por los recuerdos que despierta en m.
.Y esos recuerdos, son tristes agradables?
El anci ano no respondi .
La joven se acerc aun ms l, y le dijo casi al odo:
Aunque usted se empee en apar ent ar que son tris
tes, deben de ser alegres. . . Yo conozco esos recuerdos,
aunque V. no me los confe.
Que t los conoces?exclam don Gui l l ermo, es
t remeci ndose.
S.
Imposi bl e!
Quiere usted que le demuest re lo cont rari o, dicin-
dle por qu llora?
Y sin aguardar respuest a, aadi :
Ll ora V. , por que . e n esa poblacin cuyo nombre
t ant o empeo tena en averi guar, estn su esposa y su
hija, dos seres qui enes por fuerza ha de amar mucho
aunque nunca los nombr e.
VII
Cmo describir el efecto que en don Guillermo pro ~
duj eron estas palabras?
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 4 6 5
Pri mero fu de asombr o, luego de emoci n, por l t i -
ao de vergenza, al creer descubierto el misterio de su
asado.
Cmo has sabido eso?exclam, cogiendo Cons-
anza por un brazo. Responde, quin te lo ha dicho?
Y la zar andeaba con tuerza.
La joven casi se asust, arrepi nt i ndose de lo que ha-
rta dicho.
No cre que se enojase usted de ese modo, por que
o hubi era descubierto part e de sus secret os, repuso
orando, conociendo ust ed, como los conoce, todos los
[ 1 OS.
Perdona, hija m a, bal buce el anci ano, arrepen-
do y avergonzado de su br usquedad.
Por lo dems, prosi gui ella,lo poco que s me
) ha revelado V. mi s mo.
- Yo?
- S .
Cundo? No r ecuer do. . .
Durant e su enfermedad.
- Ah !
Yo me quedaba todas las noches vel ndol e, y ust ed
ti su delirio, habl aba de su esposa, de su hija. . . y de
mchas cosas ms que no ent end bi en.
De qu ms?
Ya digo que no ent end bien lo otro que usted deca.
Comprendi don Gui l l ermo, portel t ono con que la
TOMO 11 4 . /
1466 EL CALVARIO DE UN NGEL
joven pronunci las ant eri ores pal abras, que si haba
ent endi do algo ms de lo que menci onaba, pero que no
se atreva repet i rl o, por miedo de enojarle.
El t emor de que Constanza le tuviese en mal concep-
t o, juzgndole por aquellos incompletos datos de su pa-
sado, se apoder de l.
Casi vale ms que lo sepa t odo, pens, y as, al
ver mi arrepent i mi ent o, acaso me compadecer .
No saba, sin embargo, cmo dar principio sus con-
fidencias.
La mi sma joven le bri nd ocasin, dicindole:
He callado hasta ahor a, por t emor que usted se
ofendiese, y ya veo que no hice bien. Hgase cuenta de
qne no he dicho nada, y gurdase sus secretos, ya que
no me quiere bastante para confirmelos.
Y ech andar , diciendo tristemente:
Prosi gamos nuest ro cami no.
CAPI TULO XXXVI
Triste adis!
I
Con gran admi raci n de Constanza, don Gui l l ermo,
en vez de seguirla, sentse la orilla del cami no, y tir
de ella para obligarla que se sentase su l ado.
No se siente usted con fuerzas bastantes para
reanudar nuest ra marcha?le pregunt Constanza.
No, no es eso,le respondi l . Fuerzas tengo
para andar dur ant e todo el da sin fatigarme, y luego te
lo demost rar apr esur ando el paso para ganar el t i empo
que per damos ahor a.
Ent onces, no compr endo. . .
Es que qui ero habl art e.
Habl aremos andando.
I468 EL CALVARIO DE UN NGEL
Este pr embul o i mpresi on la joven, la cual , disp-
No.
Y cuando hubo conseguido que se sentase su lado,
sigui dicindole:
Antes me has r epr ochado, con razn, mi injusta re-
serva par a contigo. Antes de ahor a, deb decirte lo que
re he ocul t ado, ya que no par a otra cosa, para que su-
pieses qui n es el hombr e que te acompaa; tal vez al
saberl o me hubieses abandonado. . .
Eso nunca!
Pues ese t emor me cont uvo. Ahor a, aunque tal te-
mor se confi rme, qui ero hacert e la confesin que antes
me ped as, y qui ero hacrtela aqu , en estos lugares,
t an llenos para m de recuerdos, ant e esa populosa ciu
dad, teatro de los acontecimientos ms i mport ant es de
mi vida. Despus nos al ej aremos de este sitio, que por t
he visitado, quebr ant ando mi propsito de no volver
nunca ms l, ir acabar mis das lejos, muy lejos
de aqu . . . Escchame, pues, hija m a; escucha la con-
fesin que voy hacert e, en descargo de mi conciencia
y como pr ueba del cari o que te profeso... Ojal el ca
r i o con que t correspondes al m o, resista la prueba
que voy someterlo!
II
EL M A N U S C R I T O D E U N A MO N J A I 4 6 9
sose prestar toda su atencin al relato que el anci ano
iba hacer l e.
Don Gui l l ermo habl , y sus pal abras fueron una ver -
dader a y completa confesin de sus pasadas cul pas.
No omiti nada, ni nada desfigur para di smi nui r s
gravedad; todo fulo rel at ando tal como fu, sin descui -
dar detalle, detenindose con cruel fruicin, en lo mi smo
cuyo recuerdo ms le deba at or ment ar .
Pareci como si su conciencia, agobi ada por el enor-
me peso de t ant as y t an graves cul pas, quisiese descar-
garse en otra conciencia pur a y l i mpi a, incapaz acaso de
comprenderl e, pero dispuesta, sin duda, per donar l e.
Y como quien demanda humi l dement e perdn, ex -
presse; l l orando unas veces, complacindose en humi -
llarse ot ras.
Cuando su confesin hubo concl ui do, cuando ya no
le qued en los resquicios de su obscura conciencia, falta
olvidada de que acusarse, ni error injusticia de que
arrepent i rse, se arrodill los pies de la joven, y le dijo,
humi l dement e:
Ahora que todo lo sabes, perdname desprec a-
me, hija m a. Tu perdn ser para m una di cha, que
no creo merecer, y tu desprecio ser el compl ement o de
^un castigo, que considero j ust o. . .
III
Constanza, no le dej concluir.
1470 E L C A L V A R I O D E U N N G E L
Hab al e escuchado, l l orando unas veces de ansiedad
y otras de espant o, y l l orando de t ernura le estrech en
sus brazos, dicindole:
No me toca m juzgarle, sino compadecerl e. Fu
ust ed mal o, muy mal o; pero, qu me i mport a si no he
sufrido las consecuencias de sus mal dades, si cuando le
conoc ya era usted bueno, si el arrepent i mi ent o le ha-
ba redimido? Par a m , sigue usted siendo el mi smo que
ha sido hasta ahor a: un padr e. En vez de retirarle mi
cari o, le qui ero dobl ement e, porque me convenzo de
que es usted muy desgraci ado, y al afecto que siempre
le t uve, se une desde hoy la compasi n. Usted ha sido
la pri mera vctima de sus mal dades: cmo, pues, no
compadecerle?
Y ext remando aun ms sus caricias, agreg:
El compl ement o de su castigo lo ha hallado usted,
no en mi desprecio, sino en su propia reserva, pues por
su silencio, ha estado pri vado de los consuelos que des
de hoy le prodi gar, conoci endo como conozco sus des
di chas. Ta n no le desprecio, que considero uno de los
deberes ms sagrados de mi vi da, compadecerl e y con
solarle.
Don Gui l l ermo, no saba qu responder estas car i -
osas frases; slo acert aba seguir l l orando.
Pasados los pri meros instantes de emoci n, Const an-
za dijo:
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 147 J
Y ahor a, padre m o, me cree V. aut or i zada par a
darl e un consejo?
Sin duda, respondi el anci ano. Tu bondad y t u
cari o te autorizan respecto m para t odo, hija m a.
Pues bien: no prosigamos nuest ro cami no.
Cmo! Desistes de ir reuni rt e con tu hermano?
No, eso no.
Ent onces. . .
Me he expresado mal . En vez de haber di cho: no
prosigamos nuest ro cami no, deb decir: hagamos un
alto en nuest ro viaje.
Para qu?
Par a det enernos en B.
Con qu objeto?
Con el de que usted solicite y obtenga el perdn de
los seres qui enes t ant o dao caus en otro t i empo.
Qu dices?
Lo que mi conciencia me dicta, lo que har a sin va-
cilar, si en el caso de usted me encont rase.
Oh, no! . . .
Por qu no?
Abr azar mi hija y mi esposa!
No t endr a usted un placer en ello?
Grand si mo!
Por qu privarse de l?
Me despreci ar an si ant e ellas me present ara.
1472
EL CALVARIO DE UN NGEL
IV
Constanza se puso muy seria, al oir lo que ant ecede.
No tiene usted derecho para ser orgulloso,dijo,
ni mucho menos para ser injusto. Su repugnanci a pre
sentarse su esposa y su hija, es orgullo, y su t emor
de que le desprecien es injusticia. Cundo le dieron
usted motivo para que t an mal las juzgue? Las dos son
buenas, y bien demost rada tienen su bondad.
S!asinti el anci ano. Son muy buenas! . . .
Pues si lo son y usted lo reconoce, cmo abriga el
t emor de ser despreci ado por ellas? Al suponerl o, las
ofende.
Ti enen motivos sobrados para despr eci ar me, y ms
an, para abor r ecer me.
Pero por enci ma de esos motivos, estn sus genero-
sos sent i mi ent os.
Sin embar go. . .
Lo que ellas har n al . verle volver desgraciado y
ar r epent i do, es abri rl e sus brazos para recibirle en ellos;
y si as no lo hi ci eran, V. al pedirles perdn habra
cumpl i do su deber, y los r emor di mi ent os dejaran para
si empre de t ort urarl e.
Conocase que don Gui l l ermo sostena una l ucha en-
car ni zada consigo mi smo.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1473
La joven lo comprendi as, y quiso decidir aquel l a
lucha en el sentido que ella le aconsejaba.
Pera conseguirlo, redobl sus esfuerzos, pero todo
intil.
Repuesto de su pasajera debi l i dad, el anci ano negse
en absoluto seguir los deseos de Constanza.
No!exclam. Hablarles no!. . . Si me desprecia
sen, me har an sufrir mucho, y si no me despreciaran, ,
me avergonzar an con su i nmereci da generosidad. . . .
Debo renunci ar ellas para si empre!. . . Para si empre!. . .
Mi expiacin es vivir solo. . . Por que cuando t no me
necesites, cuando seas dichosa, me separar t ambi n de
t...
No lo consent i r, i nt errumpi l e la joven.Si sojr
dichosa, compart i r con V. mi vent ur a, como he com~
partido mi i nfort uni o.
Yo no tengo derecho la felicidad!... Debo sufrir
siempre, mi ent ras vi va!. . . Slo as mis crmenes podrn,
serme perdonados!. . .
Por no aument ar la excitacin de don Guillermo, .
Constanza no insisti.
Aun no est del todo purificado, pens tristemente,,
puesto que todava queda en l una sombra de orgul l o. . .
Era ya casi medio da, y el anci ano psose en. pi,.,
diciendo enrgicamente:
TOMO 11 . 185
V
1474
EL CALVARIO DE UN NGEL
Vamos!. . . Reanudemos nuest ra interrumpida
La joven levantse, sin atreverse repl i car.
Sigamos la direccin opuesta la ciudad,aadi
don Gui l l ermo; no nos acerquemos sus mur os. La en
i r ada en su recinto me est para si empre prohibida. . .
Volvise hacia B. , y excl am:
Adis para si empre, ci udad queri da, donde moran
ios que tanto amo! . . . Mis restos descansarn muy lejos
det . . . !
Y opri mi endo nervi osament e el brazo de la joven, re-
piti:
Vamos!
Echar on andar , como si huyeran de aquellos luga-
r es , y pront o desapareci eron en las revueltas del estre-
cho cami no.
mar cha!
CAPI TULO XXXVII
[Una limosna por Dios!
I
Don Gui l l ermo y Constanza, anduvi eron sin pa r a r
asta muy ent rada la t arde.
La joven estaba muy cansada, y en ms de una oca-
in quiso det enerse para reposar u poco; pero el a n-
iano decale:
Sigamos, hija m a, sigamos hasta estar lejos de la
iudad.
Y Constanza sobreponase su fatiga y segua andan-
o pa ra compl acer su compaer o, y B. fu quedanda
rimero la izquierda y luego at rs, muy at r s, peiro-
un se distinguan sus t orres, cuyas at revi das veletas
Js ga ba n las nubes, y su casero, l i mi t ado por la espesura
el bosque.
1476 EL CALVARI O DE UN NGEL
Pareca como si los esfuerzos de los dos cami nant es en
t i u r de ella fueran intiles, como si ella, ani mada de
movi mi ent o, por prodigio sobrenat ural , les siguiese para
mant enerse siempre la mi sma distancia.
Y era que la joven, desconocedora de la topografa del
acci dent ado t erreno, no acert aba ori ent arse, y sin sa-
berl o, creyendo que se al ej aban, i ban dando la vuelta
l a ci udad.
II
La fatiga pudo ms, en Const anza, que el deseo de
complacer al anci ano, y dejndose caer al suelo, dijo:
No puedo ms, padre mo! El cansancio me rinde,
la sed me abrasa y las piernas se niegan ya sostenerme.
Reposemos un poco, y luego prosegui remos nuestra
mar cha.
Don Guillermo se sent junto ella, l anzando un sus-
pi ro de cont rari edad.
Los dos cal l aron.
Por fin, don Gui l l ermo pregunt , t mi dament e:
Se distingue todava?
La ci udad de B.?interrog su vez la joven.
SL
Aun est amos su vista,
Es ext rao, despus de lo mucho que hemos an-
da do.
EL MANUSCRITO DE. UNA MONJA 1477
Tampoco yo me lo explico. Dirase que una fuerza
misteriosa nos detiene en estos lugares.
No ser esa fuerza tu vol unt ad, empeada en que
permanezcamos aqu pesar mo?
Le aseguro V. que no. Por compl acerl e, he pro-
cur ado que nos alejramos de este sitio.
Hu y a x o s , hija m a, huyamos. No estar t ranqui l o
hasta hal l arme lejos de estos lugares.
Y don Guillermo se puso en pi, dispuesto partir de
nuevo.
La joven permaneci sent ada.
" Un instante ms, padre m o, supl i c. Est oy r e n-
di da. . .
El anci ano volvi sent arse, visiblemente cont ra-
ri ado.
III
Hubo otra nueva pausa.
Esta vez fu Const anza, la que la i nt errumpi , di -
ci endo:
Hemos de pensar en pr ocur ar nos algunos al i ment os
para r epar ar nuest ras fuerzas. Ll evamos muchas horas
si n comer.
Nos acercaremos la puert a de cualquier casa de
c a mpo pedir por cari dad que nos den un pedazo de
pan, r epuso don Gui l l ermo; pero ent rar en la ciu-
dad no.
1478 E L C A L V A R I O D E UN N G E L
Pero el caso es que por aqu no hay ni nguna casa
de c a mpo.
Ya encont raremos.
Y si no encontramos?
No ser el pri mer da que nos habr emos quedado
sin comer.
Es ver dad.
Cuando hayas descansado part i remos, y Dios har,,
hija m a, que encont remos lo que necesi t amos. A t u
vol unt ad dejo el dar la orden de part i da indicar la di -
reccin que hemos de seguir. No te detengas demasi ado,
por que t ambi n hemos de buscar albergue donde pas ar
la noche.
Permaneci eron aun sent ados, algunos mi nut os ms.
Por fin, la joven se puso en pi , diciendo resignada:^
Vamos.
s
v
Vamos, repi t i el anci ano, con mal di si mul ada
alegra.
IV
Siguieron andando.
Cami naban muy despacio, apoyados el uno en el otro,,
como si mut uament e quisieran prestarse ni mo.
Don Gui l l ermo t ambi n estaba muy fatigado, a unque
l o di si mul aba.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I47Q
Pero el deseo de hui r de aquellos sitios, sobrepon ase
<en l t odo, hasta la fatiga.
El sol comenzaba ponerse, y los campesinos volvan
de sus faenas, ent onando alegres cant ares.
Muchos, mi r aban con curiosidad el i nt eresant e grupo
f or mado por el viejo y la joven.
De seguro les compadec an, y tal vez les hubi eran so-
corri do, si ellos hubi eran i mpl orado su cari dad; pero
^abstrados los dos en sus pensami ent os, no se daban
cuent a, siquiera, de la gente que t ransi t aba j unt o
ellos.
Inst i nt i vament e, iban siguiendo el mismo, cami no que
aquel l a gente, y cuando Constanza lo advi rt i , hal l aban
se ya casi las mi smas puert as de B.
Pareca como si la fatalidad les guiase al mi smo sitio
<del que quer an hui r.
Al verse all, la joven se asust , y se dijo:
Que mi padre no se entere del sitio donde nos h a -
l l amos.
Y cambi de direccin, procurando de nuevo alejarse
de aquella ci udad que les at ra a, como si en su recinto
les bri ndara el t rmi no de sus infortunios.
V
Cami naban por un ancho cami no, bordeado de c or -
I480 EL CALVARI O DE U N NGEL
pul ent as rbol es, cuyas r amas iban vistindose con l
alegre verdor de las hojas nuevas.
A. donde conduci r este camino?preguntbase
Const anza.
Y convencida de que siguindolo en lnea recta se
alejaran de la ci udad, mur mur aba, encogindose de
hombr os:
Poco i mport a donde conduzca, con tal de que nos
aleje de estos sitios.
Aquel ancho cami no, pareca no tener fin.
Serpent eaba capri chosament e ent re las tierras de la
bor, cui dadosament e cultivadas, y sus curvas perd anse
lo lejos en la verde cumbr e de una pintoresca colina.
A uno y otro lado de l, abr anse cami nos ms estre-
chos, por los que la joven no se atreva torcer, teme
rosa de desandar lo andado.
Su propsi t o era seguir adel ant e, siempre adel ant e.
Pero el caso era que necesitaban procurarse alimento
y albergue donde pasar la noche, y no distingua vivien-
da al guna cuya puert a l l amar en demanda de lo uno y
de lo ot ro.
VI
De repent e, al salir de una cur va, apareci ant e ella:
la mole parduzca de una construccin i nmensa.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I481
Er a un casern ant i guo, al que algunos elevados to-
rreones daban aspecto de vetusta fortaleza.
Junt o l hab a otro edificio nuevo, de construccin
reciente, y los dos hal l banse rodeados por un extenso
jardn.
Para llegar aquella mor ada, hab a que torcer por
otro cami no no muy largo y cui dadosament e enar enado.
Debe de ser la casa de recreo de al guna familia p u -
diente,pens Constanza. Si nos socorri esen y nos
dejasen pasar en ella la noche! Quin sabe! Nada pi erdo
con probarl o.
Y encami n sus pasos aquella mansi n ext raa y
grandiosa.
El ciego, not que cambi aban de cami no y pregunt :
A dnde vamos?
A una casa de campo que se distingue aqu cerca,
respondi la j oven, par a pedir por amor de Dios que
nos socorran.
El anci ano no pidi ms explicaciones y sigui avan-
zando.
El segundo cami no t er mi naba ante una verja, que
daba acceso un hermoso j ard n.
Cont anza se det uvo di ci endo:
VII
TOMO II 186
A
I482 EL CALVARIO DE UN NGEL
Ya hemos llegado.
Pues l l ama, hija m a, y pide por cari dad que nos
de n algn al i ment o y nos permi t an pasar aqu la noche,
respondi don Gui l l ermo.
La joven se dispuso obedecerl e.
Iba ya t i rar de la cadena de la campana que penda
j unt o la verja; cuando vio que por el j ard n, muy
cerca de aquel sitio, paseaban una seora y un caballe-
r o, cogidos del brazo.
Los dos eran jvenes y hermosos, vestan con elegan-
cia y parecan muy felices.
Constanza les cont empl con tristeza, pero sin envi-
di a.
Deseaba ser dichosa y crease con derecho serlo, pero
no envi di aba la vent ura de los dems.
No llamas?le pregunt el anci ano.
No es preciso, repuso ella.Los dueos de la casa
se encami nan hacia nosotros.
En efecto, el caballero y la seora hab anl es visto,
par ados j unt o la verja, y diriganse ellos, sin duda
par a pregunt arl es qu quer an.
VIII
Antes de que l l egaran, Constanza les t endi la mano,
metindola por entre los barrotes de la verja, y les dijo:
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1483
Nobles seores! Tengan compasi n de nosotros y
dennos una limosna por caridad!
Apidense de este pobre ciego y de su hija!agreg
don Gui l l ermo.
Al sonido de la voz del anci ano, la seora det vose
bruscament e y le mi r sorprendi da.
Qu tienes, Esperanza ma?le pregunt el c a ba
1
llero.
- ^ No has odo esa voz, Ricardo?respondile ella.
Y si fuera slo la voz. . . Pero fjate en ese hombr e, fjate
y di me si sus facciones no te recuerdan las de otra per -
sona.
S, en efecto. Cosa ms particular! Me r ecuer dan. . .
Las de mi padre!
Eso es.
Su mi sma est at ura, su mi smo rost ro, su mi sma bar-
ba bl anca. . .
Pero tu padr e no era ciego.
Es en lo ni co que no se parecen.
Y los dos quedronse al gunos pasos de distancia,
cont empl ando con ansi edad al anci ano y la j oven.
IX
El ant eri or dilogo hab anl o sostenido en voz muy
baja, de modo que los que estaban j unt o la verja, no
pudi eron oirlo.
1484 EL CALVARIO DE UN NGEL
No nos hacen caso, mur mur don Gui l l ermo, sus-
pi rando. No nos responden si qui era. . . Vamonos de
aqu , hija m a.
Espere V.,le dijo Constanza, detenindole por el
br azo.
Qu ocurre?
No s, pero me p a r e c e . . . .
Qu?
El caballero y la seora nos cont empl an det eni da-
ment e, habl an entre s con gran ani maci n y ella llora.
Llora!
S . Parece muy agi t ada. . . Qu hermosa es! Blanca,
r ubi a. . .
Y l? -
El t ambi n es muy guapo. . . No separan ni un ns-
t a me l a mi rada de V. . . Al fin se deciden acercarse nos-
ot r os. . . Aqu l l egan. . .
En efecto, la seora y el caballero llegaron j unt o la
ver j a.
, Don Gui l l ermo les oy acercarse, y repiti:
Una limosna por amor de Dios, nobles y caritativos
seor es! . . .
Antes de que t er mi nar a, la seora le cogi la mano
que hacia ella t end a, y estrechndola entre las suyas,
excl am:
< Cmo se l l ama V. ?. . . Su nombr e! . . . Dgame su
nombr e, por piedad!
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 4 8 5
Un grito indefinible se escap de los labios del anci ano.
Esa voz!balbuce.Dios m o!. . . Qu es esto?. . .
Dnde estoy?... Quin me habl a?. . . Esperanza, hija
ma! Eres t?
Padre!grit la seora.
Es l!agreg el cabal l ero.
Y los dos apresurronse abri r la. verja, mi ent ras don
Guillermo caa de rodillas, mur mur ando:
Es mi hija!. . . Hua de ella y la casualidad me ha
trado su l ado!. . . Perdn!. . .
No pudo decir ms, porque perdi el sentido.
CAPI TULO XXXVIII
El perdn
I
Como el mi smo don Gui l l ermo haba di cho, la casua-
l i dad su dest i no, llevronle j unt o las personas de
qui enes preci sament e quer a hui r.
Ya nuest ros lectores habr n compr endi do que aquella
mansi n era el castillo, y que la seora y el caballero
que por el j ard n paseaban, eran Esperanza y Ricardo.
Const anza adi vi n esto l t i mo, al presenci ar la escena
que acabamos de describir, y mur mur conmovi da:
Hay una Provi denci a que vela por los seres inlor-
t unados y rige sus destinos! El empeo de este infeliz e n
hui r de los seres que con su cari o pueden hacerle
di choso, ha sido vano. Por su arrepent i mi ent o mereca el
EL CALVARIO DE UN NGEL I 4 8 7
perdn de sus antiguas faltas, y cont ra su vol unt ad ha
veni do al lado de los que pueden concedrselo.
Y la joven se mant uvo cierta distancia, sin at reverse
intervenir di rect ament e en aquella conmovedora escena
de familia.
II
Una vez abierta la verja, Esperanza y Ri cardo ar r o-
dillronse j unt o al anci ano, y le l evant aron en sus brazos,
procurando reani marl e con sus caricias.
Pobre padre m o!excl amaba entre sollozos la
esposa del pi nt or. En qu triste estado vuelve j unt o
nosotros! Cunto debe haber sufrido el infeliz! Pero no
importa, ya est nuest ro l ado, y con nuest ras caricias
le compensaremos de todos sus sufrimientos.
Y volvindose su esposo, le pregunt o:
Verdad que no le dej aremos que de nuevo se aleje
de nosotros?
y Y me lo pregunt as!respondi Ri cardo. Es tu
padre, y por serlo tiene un sitio en esta casa, y legtimo
derecho participar de nuest ra di cha.
Y agreg, habl ando consigo mi smo:
Ojal vuelva digno de lo uno y de lo ot ro!
Luego aadi :
I 4 8 8 EL CALVARIO DE UN NGEL
Per o ahora lo urgente es prestar este infeliz los
cui dados que necesita. Voy l l amar nuestros criados
para que le conduzcan la casa y le acuesten en un
l echo.
Su esposa dirigile una mi r ada de reconvenci n, y l
dijo:
Es decir, no. Para qu hemos de l l amar los cria-
dos? Le ent raremos nosotros mi smos.
Graci as, Ri cardo! bal buce Esperanza, mi rn-
dole con infinita t er nur a.
III
Ent re los dos cogieron don Guillermo y lo entraron
en el j ard n.
Constanza ent r t ras ellos.
Dirigironse la casa, y en el cami no saliles, al en-
cuent r o un caballero de rostro si mpt i co, anci ano ya,
pero bien conservado y fuerte t odav a.
Er a Pabl o.
Qu demoni os llevis ah?pregunt sus hijos.
Y acercndose ellos, exclam eon sorpresa.
Un hombr e! Quin es?
M ral o, l e respondi su hijo.
Gui l l ermo!excl am el her mano de Matilde, ape-
n a s lo hubo cont empl ado.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 4 8 9
S, mi padre, asi nt i Esperanza.
Pero, cundo ha venido? como?... Por qu se pr e -
senta nosotros en ese estado?
Y fijndose en Constanza, le pregunt :
Y V. , quin es?
Una joven que le acompaaba, y la que l l l amaba
hija,repuso Ricardo. Los dos se det uvi eron junto la
verja para pedirnos una limosna. Al pront o no nos re-
conoci. Est ciego.
Infeliz!
Pero auxilimosle ant e t odo.
S.
Y Pabl o hizo que su sobri na le cediera el puest o, y
entre l y su hijo, ent raron don Guillermo la casa, y
le condujeron una habitacin donde haba una cama,
en la cual le acost aron.
Esperanza rode con un brazo la ci nt ura de Const an-
za, y la hizo ent rar con ella, dicindole:
Venga V. con nosotros, hija m a. Aun no s qui en
es V., pero mi padre la l l ama hija, y esto basta para que
yo la considere desde ahora corno una her mana.
IV
En el vestbulo, hallbanse sentadas dos seoras, ya
de alguna edad, pero hermosas todava.
TOMO 11 ' 187
1490
E L
CALVARIO DE UN NGEL
Constanza observbales at ent ament e y pensaba:
Er an Matilde y Rosari o.
La felicidad de que gozaban, pareca haberl as rejuvene
ci do.
Las dos levantronse sorprendi das, pregunt ando:
Qu es eso?
Lo que vosotras menos esperabai s, respondi Pa-
blo. Algo que puede ser una gran dicha una grar
desvent ur a.
Esperanza abraz su madr e, dicindole:
-Madre ma!. . . Es l . . . Mi padre!. . .
Qu dices?grit Mat i l de.
Y desprendi ndose de los brazos de su hija, corri i
cont empl ar al que conduc an Pabl o y Ri cardo.
Mi esposo!exclam.
Y su emocin fu tan gr ande, que hubi era caido al
suel o, si Rosario no la hubi ese recibido en sus bra
zos.
Todos acompaar on don Gui l l ermo la habitacin
donde fu conduci do, y rodearon emoci onados y ansio
sos, el lecho donde fu acostado.
Su desconsolador aspecto, produjo en todos una im-
presin profunda.
V
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 4QI
Son b u e n o s ! . . . Ra z n t en a y o al de c i r l e q u e l e
perdonar an.
En l os p r i me r o s i ns t a nt e s , n o p e n s a r e n en ot ra c os a
que en ha c e r r e c obr ar el s e nt i do d e n Gu i l l e r mo .
To d o s pr o di g ba nl e porf a l os m s s ol ci t os c u i d a -
dos.
Vol vi , al c a b o , el a n c i a n o e n s , y al pr o nt o no s u p o
darse c ue nt a de l si t i o d o n d e e s t aba, ni d e l o q u e l e ha b a
ocurri do.
Cuant os l e r o d e a b a n , p e r ma n e c a n s i l e nc i o s o s , aguar -
dando c o n a n s i e d a d q u e ha bl a s e .
En q u i e n p r i me r o p e n s d o n Gu i l l e r mo , f u e n s u
compaera de i nf or t uni o.
Co ns t a nz a , hi ja m a , b a l b u c e . D n d e ests?
Aq u s u l a d o , r e s p o n d i e l l a, a c e r c n d o s e y b e -
sndol e e n l a f rent e.
No te s e pa r e s d e m ! e x c l a m l , e s t r e c h ndo l a
contra s u c o r a z n.
Lue go agr e g:
D nde e s t a mo s ? . . . Mi s i de a s s o n c o nf us a s . . . S e q u e
ha oc ur r i do al go mu y g r a v e , pe r o n o r e c ue r do q u . . .
Siento u n a a ng us t i a , u n a o pr e s i n! . . .
Es t a mo s d o n d e d e b e mo s e s t ar , padr e m o , l e res
pondi l a j o v e n ; d o n d e y o que r a q u e e s t uv i e r a . . .
Qu di ces ?
La p r o v i d e n c i a ha g u i a d o nue s t r o s pa s o s al mi s mo
sitio de q u e no s e mp e b a mo s e n hui r .
1492 EL CALVARIO DE UN NGEL
No compr endo. . .
Usted quera que nos alejramos de B. . .
S , porque en B. estn los que tanto ofend, aquellos
quienes hice tanto mal con mis infamias. . . No merezco
present arme ant e ellos!... Son tan buenos, que de fijo
me perdonar an; pero no merezco su per dn. . . Aunque
estoy arrepent i do, aun no he expi ado mis faltas bas
t ant e. . .
VI
Todos escuchbanl e con ansi edad.
Esperanza y Mat i l de, tenan que hacer grandes esfuer-
zos para no arrojarse en sus brazos, pero Pabl o y Ricar
do indicbanles por seas que se cont uvi esen, que espe-
rasen.
No pudi eron i mpedi r, sin embar go, que se les escapa
se un sollozo.
Quin gime nuest ro lado?pregunt don Gui-
l l ermo.
Constanza hizo como si no entendiera esta pregunta, y
prosigui:
Hu amos de B. . . La noche se acercaba. . Tenamos
hambr e, y necesi t bamos adems procurarnos un alber
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 49J
gue. . . Nos det uvi mos ant e la verja del jardn de una
lujosa qui nt a. . . Por aquel jardn paseaban una seora y
un cabal l ero. . .
Se det uvo, y el anci ano, como si aquellas pal abras
fuesen evocando en su memori a el recuerdo de lo ocu-
rri do, exclam:
; Sigue!
Tendi mos nuest ra mano aquel cabal l ero, y aquel l a '
seora. . .
Y qu?
No recuerda usted lo densas?
S . . . pero muy confusament e. . . .
Er an. . .
Eran mis hijos!
Eso es; eran sus hijos, cuya casa hab amos venido
sin saberlo, y en cuya casa est amos. . .
VII
Incorporse vi ol ent ament e en el lecho el anci ano, a
escuchar estas pal abras.
Yo en casa de mis hijos!exclam.
S, padre mo!respondile Esperanza, sin poder
contenerse ya. En la casa de sus hijos, que es la suya.
Junt o ellos, de quienes ya no se separar.
1494
E L
CALVARIO DE UN NGEL
Y j unt o tu esposa!agreg Matilde.
Y j unt o tu her mano! aadi Pabl o.
Y todos le abrazaron conmovi dos.
El pugnaba en vano por rechazar aquellas caricia?.
- Dejadme!gritaba. No os acerquis m !. . . No
trie toquis!. . . Mi contacto mancha! . . . Fui un misera
bl e!. . . Despreciadme!. . . Slo merezco vuest ro despre
ci!. . . No me avergoncis con vuest ra generosidad!. . .
Hizo una transicin, y rompi endo llorar, excl am:
Es decir, no me desprecis!. . . Compadecedme y
per donadme! . . . Estoy arrepent i do!. . . Fui un cri mi nal ,
pero ahor a soy un desgraci ado. . . Merezcoser compade
cido y perdonado!. . .
Y sin fuerzas para sufrir tantas y tan violentas emo-
ciones, perdi otra vez el conoci mi ent o.
VIII
No haba qui en no llorase de emocin y de t er nur a.
Volva arrepent i do!
Qu ms necesitaban saber para perdonarl e y hacerl e
part ci pe de su felicidad?
Ni nguno recordaba las ofensas que de aquel hombr e
tena recibidas.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA H 9 5
Matilde y Esperanza, bendecan Dios por haberl es
concedi do aquel compl ement o de su vent ura, y Pabl o
exclamaba:
Me parece que poco que se lo proponga, ha de
conseguir que le quiera tanto como le odiaba antes! Las
tima que haya t ardado tanto en cambi ar, y que para ello
haya tenido que sufrir como sin duda ha sufrido.
Temerosos de que el estado de don Guillermo fuera
mu y grave, l l amaron un mdi co.
IX
Est e dijo que lo que el anci ano tena, era una gran de-
bilidad, la cual , uni da al cansancio y la emoci n, ha'
ba produci do en l un trastorno nervi oso.
Como ni ca medi ci na, orden para el paciente un
reposo absoluto.
Cuando recobr, pues, el conoci mi ent o, no le perri
rieron habl ar.
Ti empo sobrado habr para ent r ar en explicaciones,
dijronle.
Y para tranquilizarle, re. terronle todos una vez ms
su perdn y su afecto.
El , por su part e, no t uvo fuerzas ms que para decir:
Constanza! .. Queredla y cuidadla mucho!. . . Ha
1496 EL CALVARIO DE UN NGEL
/
sido mi ngel t ut el ar!. . . La que me ha redi mi do y me
ha salvado!. . . Si vosotros vuel vo digno de vuestro
pe r dn, ella debis agradecerl o. . .
Y' no se qued t ranqui l o hast a que hubo besado la
joven en l frente.
CAPI TULO XXXIX
Radenci n compl et a
I
Mi ent ras don Guillermo descansaba, Esperanza, Ma-
tilde y Rosario, consagrronse al cui dado de Constanza.
Hubi esen hecho lo mi smo aunque el anci ano no se lo
hubiera recomendado tan eficazmente, porque la joven,
por su modestia, su afabilidad y su her mosur a, se reco-
mendaba por s mi sma.
Empezaron por darle algn al i ment o, y luego hi ci -
ronle que se mudase de ropa, ponindose un vestido de
Esperanza.
Pront o qued de este modo compl et ament e transfor-
mada, hasta el punt o de no parecer la mi sma.
Ella, no saba cmo manifestar su gratitud.
TOMO n . ~\ . i 88
I498 ' EL CALVARIO DE UN NGEL
Yo no merezco t ant o!excl amaba. Lo poco que
he hecho por don Gui l l ermo, no merece ser agradecido
de este modo Al fin y al cabo, no he hecho ms que
quererl e mucho, en justa correspondenci a de lo que l
t ambi n me ha queri do. Ha sido para m un padre, y yo
he cumpl i do un deber al quererl e como una hija.
Dicho se est, que con estas pal abras, grangebase
ms y ms las simpatas de todos.
II
Gomo era nat ural , quisieron saber el modo como se
hab an conocido Constanza y don Gui l l ermo, y la joven
se apresur compl acerl es, explicndoles todo lo que
nosotros ya sabemos.
Su relato, fu at ent ament e escuchado por Matilde, Es
peranza, Rosari o, Pabl o y Ri cardo, y no hubo quien al
oirlo no se conmovi era.
Por l vi ni eron, adems, en conoci mi ent o de las vici
situdes de don Gui l l ermo, convencindose, sin ningn
gnero de duda, de que estaba si ncerament e arrepen-
t i do.
Horrori zronse cuando la oyeron habl ar de la ten
tativa de suicidio del anci ano, y se coamovi eron al
ver cmo poco poco haba ido t ransformndose, hasta
el punt o de resignarse con su triste suert e, acept ndol a
como en castigo de sus cul pas.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I49Q
La odisea de aquellos dos infelices, interes t odos,
hacindoles der r amar lgrimas de compasin y de ter-
nura.
El afecto que en su comn desgracia les haba uni do,
era un cario redent or que comenzaba conseguir el
premio mereci do.
Don Guillermo era ya dichoso j unt o los suyos, que
le perdonaban de todo corazn, y Constanza t ambi n
encontrara, sin duda, la felicidad que era tan aeree
dora.
III
Cuando la joven t ermi n su conmovedor relaro, Es
peranza la abr az, l l amndol a her mana, y Matilde y Ro
sario, col mronl a la vez de caricias.
No es ext rao que mi cuado se haya r edi mi do,
exclam Pabl o, habi endo tenido su lado un ngel.
Y pens- para s:
Todos los pillos tienen suerte; pero en fin, menos
mal que ahor a la Suerte de uno de los pillos ms gran
des que ha habi do en el mundo, redunda en beneficio de
todos nosotros.
Constanza, most rbase agradecida las demostracio
nes de afecto que reciba, y dijo:
Lo nico que deseo, es que ustedes se muest ren in
dulgetes y cariosos con mi pobre padre. Per m t anme
l 500 EL CALVARIO DE UN NGEL
que cont i ne l l amndol e as, pues no sabra acost um-
br ar me llamarle de otro modo. El infeliz, merece com
pasin indulgencia. Ha sufrido t ant o!. . . Adems,
cuando al escuchar la confesin de sus faltas le aconsej
que viniera en busca de ust edes, le asegur que le per-
donar an. . . No me hagan ustedes quedar mal!
No necesit mucho para convencerse de que sus de
seos se veran cumpl i dos.
Todos estaban dispuestos olvidar las ofensas que de
don Gui l l ermo tenan recibidas.
IV
No hubo modo de conseguir que Constanza consintie
ra dormi r lejos de don Gui l l ermo, y hubo necesidad de
ponerle una cama en la mi sma habitacin del anciano.
Este y la joven, despert ronse la maana siguiente
muy t empr ano, y entre los dos se desarroll una escena
conmovedor a.
Constanza, abraz al que hasta entonces hab a consi
der ado como un padr e, y le dijo:
Ha llegado el instante de que nos separemos.
Separarnos!repuso l . Nunca!
S, padre mo, s; es necesari o.
Per o, por qu?
Por que usted debe quedarse aqu , j unt o los suyos,
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 15OI
que le quieren y le perdonan, y yo he de ir en busca de
los mos, de mi her mano. . . Usted ha llegado ya al tr
mino de su viaje, y yo debo cont i nuar sola mi cami no.
Yo no me separo de t!exclam el anci ano ha-
br zndol a. Has sido mi nica compaera en el infor
t uni o, y debemos seguir si empre j unt os.
V
Domi nando la emocin que le produc an estas pala-
bras, la joven se empe en demost rarl e que no era
aquel l o, ni lo razonable ni lo lgico.
No exajeremos ni nuestros sentimientos ni nuest ros /.
deberes, padre m o, djole, con una gravedad con que 1
no le hab a habl ado nunca hasta ent onces. La casuali-
dad hizo que nos conoci ramos, y la compasi n y el
cari o nos uni eron con fuertes lazos. Esos lazos no se
r omper n nunca, nos uni r n si empre, aunque la di s-
tancia y la ausencia nos separen; pero nuest ro cami no,
desde hoy, no es el mi smo, y por lo t ant o, no podemos
recorrerlo j unt os. Fui mos compaeros en la desgracia,
pero no podemos serlo en la dicha. Usted ha encont rado
ya la felicidad; aunque yo t ambi n la encuent re, no
podremos gozarla reuni dos.
Y con elocuencia cada vez ms conmovedora y con-
vi ncent e, agreg:
1 5 0 2 "EL CALVARIO DE N NGEL
A impulsos de nuest ra desgracia, salimos juntos
r ecor r er el mundo en busca de la vent ura. Una misma
era nuest ra aspi raci n, y juntos hemos desafiado los
peligros y sufrido las adversi dades. Usted ya ha encon-
t rado la vent ura que poda aspi rar, pero yo no. . . y
qui n sabe si la encont rar. Si V. me obliga que per
manezca su l ado, me hace infeliz, pues me obliga
renunci ar la dicha con que sueo; y si V. se empea
en acompaar me, se hace desgraciado, pues renunci a
la felicidad que al fin ha conseguido. Ni lo uno ni lo otro
sera justo. Para qu sacrificarnos ni nguno de los dos?
Qudese usted gozando su vent ura y djeme m , partir
en busca de la m a.
VI
Estas razones eran convincentes, y sin embargo, don
Gui l l ermo resistase admi t i rl as.
*Pero es que yo no puedo ni debo abandonart e!
excl amaba. Mi obligacin es ir contigo, por lo menos
hasta que encuent res tu her mano y sea un hecho esa
felicidad con que sueas. Adems, yo no qui ero perma-
necer aqu .
Por qu?le pregunt la joven.
Por que no lo merezco. Acepto en buen hora el per
don que generosament e me conceden aquellos qui enes
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1503
VII
Esta conversacin, fu i nt errumpi da por la presencia
de Matilde, Esperanza, Rosario, Ricardo y Pabl o, que
i ban sal udar la joven y al anci ano, y saber cmo
hab an pasado la noche.
ofend; pero no tengo derecho ms, y aun esto es de -
masi ado. Debo seguir expi ando mis culpas para r edi -
mi r me de ellas, y la expiacin no se halla en la felicidad,
sino en el sufrimiento.
Y quin le dice usted que no est ya redimido?
Oh, no!. . .
S, lo est usted, y la prueba de ello la tiene en su
llegada providencial esta casa. Y aunque as no fuera,
sabe usted si tiene derecho para hacer lo que dice?
Cmo?
Los que en esta casa mor an son dichosos, tan di -
chosos como merecen; pero para su completa vent ur a,
les falta la presencia de usted. Se cree usted con derecho
privarles de ese compl ement o de su felicidad?
T crees que real ment e ellos necesitan t enerme
su lado para ser del todo felices?
Estoy segura de ello, y no t ardarn mucho en de -
most rrsel o oponi ndose su partida.
I 504 EL CALVARIO DE UN NGEL
Ent onces, desarrollse otra escena no menos conmo
vedora que la ant eri or.
Don Guillermo quiso humi l l arse, dar explicaciones,
pedir humi l dement e una vez ms, perdn para sus fal
t as.
No le permitieron habl ar en tal sentido.
No necesitamos saber nada, l e dijo su hija.Por
Const anza, s abemos yal o bastante para compadecert e.
El pasado no existe,agreg Mat i l de. Tu arre
pent i mi ent o lo ha bor r ado. Olvidmoslo y no pensemos
ms que en nuest ra di cha.
Quedan l i qui dadas por completo todas nuestras
cuent as, aadi Pablo, y desde hoy, te abri mos nuevo
crdito en el banco de nuest ro cario. Puedes girar con
tra l sin mi edo, porque no agotars el activo de afecto
que en l te pertenece.
Ricardo y Rosari o, tuvieron t ambi n para l, frases
cari osas, y todos porfa esforzronse en convencerle
de su olvido, de su perdn y de su afecto.
V II
Don Gui l l ermo, lloraba.
Qui so besarles la mano en seal de grat i t ud, y ellos,
en vez de consentirlo, estrechronle en sus brazos.
Al fin, se declar vencido, y balbuce entre sollozos:
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA J-505
Acepto vuestro generoso perdn!. . . Dios os lo pre-
mie!
Pero luego aadi con energa:
Sin embargo^ es preciso que nos separemos.
Todos le pregunt aron con inquietud la causa de aque-
lla separacin, que no comprend an.
El, les respondi lo de si empre, que no se crea dig
no de la felicidad con que le br i ndaban.
Tampoco sus razones fueron at endi das.
No se trata ya de usted,djole Ri cardo, si no de
nosotros. Obr amos, no por generosidad, sino por egois
mo. A la fuerza le ret endremos nuest ro l ado, porque
para nuestra vent ura, su presencia nos es precisa.
No hables de separarnos,le dijo Pablo, creer
que tu arrepent i mi ent o es mentira y que te compl aces
en t urbar nuestra alegra.
Matilde y Esperanza abrazronl e, dicindole:
A ver si te atreves romper estos lazos!
Se convence usted de lo que antes le dedalexcla-
m Constanza.
Qu haba de hacer don Gui l l ermo, sino ceder, ben-
diciendo los que tanto demost raban amar l e, teniendo
como tenan tantos motivos para aborrecerle?
No obstante, aun pretendi protestar, diciendo:
Tengo sagrados deberes que cumpl i r, los cuales son
para m antes que vosotros, ant es que mi felicidad.
Y les exlic br evement eJa historia de Constanza, ha
l5o6 EL CALVARIO DE UN NGEL
cindoles compr ender la obligacin en que estaba de no
dejarla partir sola, de acompaar l a hasta que encontrase
su her mano y fuese dichosa t ambi n.
Todos encont raron muy justos y nat ural es sus deseos.
Eso est muy puesto en razn,dijo Pablo,y si de
otro modo pensaras, demost rar as ser el mi smo que an
tes eras. Pero todo puede arreglarse con la mayor facili
dad. T y esta seori t a, parts para Osuna, pero no
pi , como habis viajado hasta ahor a, sino en tren y con
todas las comodi dades apetecibles. De este modo, el via
je es mucho ms rpi do y ganis el t i empo perdido.
Per o como no est bien que una joven tan linda y un
pobr e viejo como t , ciego por aadi dur a, viajen solos,
yo os acompao. Que esta seorita se arregla con sus
pari ent es y se queda junto ellos feliz y contenta?, pues
nosot r os nos vol vemos casita, Que no los encuent ra
no consi guen arreglarse?, pues nos la traenios otra vez
con nosot ros, para que aqu ocupe nuest ro lado el
puest o de otra hija t uya, que por derecho indiscutible le
corresponde. As como as, mi compa a no ser tan
ntil, porque si llega el caso, hasta me las entender
con ese padre que se empea en que su hijo no cumpl a
sus deberes de her mano. Qu tal mi plan?
A todos les pareci muy bien lo propuest o por Pabl o,
y qued apr obado desde luego.
Gomo el estado del anci ano era satisfactorio, y como
se hicieron cargo de la nat ural impaciencia de la joven,
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA
I57
se decidi empr ender el viaje la maana siguiente.
Constanza, lloraba de gratitud y de alegra, y don Gui-
llermo no pudo menos de estrechar la mano de su cu-
ado, dicindole:
Tienes un gran corazn, y lo que siento es no ha
berme dado cuent a de ello antes!
El resto del d a, invirtironlo en darse mut uas expli
caciones.
Tenan t ant as cosas que decirse!
Don Gui l l ermo, refiri con ms detalles la historia de
sus desdichas, que ya hab a referido Const anza, y los
otros refirironle, su vez, todo lo que ya conocemos:
el casamiento de Pablo y Rosario, Mercedes y Rogelio,
Consuelo y Fer nando, Rafaela y Renato y Soledad y An
gel; la muert e de Ivona; el triste fin de Cristina; t odo, en
fin, lo ocurri do dur ant e su ausenci a.
Por la t arde, fueron visitarlos Rogelio y Mercedes, y
el pri mero t ambi n perdon al anci ano en nombr e suyo
y en el de su padr e.
Tampoco falt la visita de Germn y sus sobrinos.
Al verse perdonado por todos y por todos compade
cido, don Gui l l ermo comenz creer que sus cul pas es
taban ver dader ament e redi mi das.
CAPI TULO XL
Deber cumpl i do
I
El viaje Osuna, verificse tal como Pablo hab a pro
puest o, y sin incidente al guno digno de ser menci onado.
Llegaron, al oj ronse, falta de fondas, en la mejor
posada de la poblacin, y una vez en las habitaciones
que les fueron dest i nadas, el her mano de Matilde dijo
su cuado y Const anza:
Y bien: qu plan trais? Por que hasta ahor a no me
habi s explicado vuestros propsi t os, y ya es hora de
que me ent ere de ellos para ayudar os en cuant o me sea
posible.
Es de advert i r, que con la franqueza que le caracteri-
zaba, Pabl o t ut eaba ya la joven con la mi sma naturali-
dad que si toda su vida la hubi ese conoci do.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA l5og
Pues plan fijo y det ermi nado no t raemos ni nguno,
respondi don Gui l l ermo.
Ahora estamos as?
Debemos empezar por ver mi her mano sin que su
padr e se entere,agreg Constanza.
II
A Pablo no le parecan bien t ant as consi deraci ones.
Queris que yo t ome cartas en el asunt o?di j o.
Veris qu fcilmente lo arreglo t odo. Me voy ver ese
port ugus, le digo lo que vi ens al caso, y si no qui ere
ceder las buenas, ceder las mal as.
No, por Dios!exclam la joven asust ada. Lo
echara usted per der todo.
Que siempre has de ser el mismo!dijo don Gui -
llermo
Lo urgent e, aqu, prosigui Constanza, es saber
si don Rai mundo y su hijo estn en Osuna.
Bien, de eso me encargo yo. No creo que sea cosa
tan difcil de averi guar.
Despus hay que buscar el modo de habl ar con
Oliveiro.
'Eso ya no es tan fcil, pero t ambi n creo que lo
conseguir. Nada ms?
Nada ms.
I 5 I O EL CALVARIO DE UN NGEL
Pues esper adme, que pront o estoy de vuel t a.
Y el esposo de Rosari o, cambi se de traje y sali
procurarse las noticias promet i das.
Constanza y don Gui l l ermo, quedronse en la posada,
esperndol e con la impaciencia que es fcil suponer.
No teme usted que don Pablo cometa al guna im-
prudenci a?pregunt aba la j oven.
Y don Gui l l ermo, aunque no las tena todas consigo,
respecto la cordura de su cufiado, para tranquilizarla
respond al e:
No t emas. Aunque parece at ol ondrado, cuando llega
la ocasin sabe tener juicio.
111
Al poco r at o, estaba Pabl o de vuel t a.
Ya s todo cuanco desebamos, ent r di ci endo.
Estn Oliveiro y don Rai mundo aqu?pregunt
con ansi edad Const anza.
Est n y s dnde viven.
Dnde?
En un i nmenso casern, con un escudo herldico
sobre la puert a. Est al pri nci pi o de la cuesta que con-
duce al castillo de los duques de Osuna, l evant ado en lo
part e ms elevada de la pobl aci n.
Y as era.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 5 I I
Don Rai mundo, de origen espaol, haba her edado de
sus ant epasados aquella casa y al gunas posesiones anda
luzas en la provincia de Sevilla.
Por eso se retir all, cuando busc un sitio donde
refugiarse, decidido a i mpedi r que Constanza y Oliveiro
se comuni casen.
El pri mero qui en i nt errog, le dio en seguida noti-
cia de donde viva el portugus, como en el pueblo l l a-
maban todos don Rai mundo.
IV
La otra parte de sus averiguaciones, ofrecile mayores
dificultades, pero t ambi n consigui lo que pretenda.
As, pues, las pregunt as de Const anza, relativas su
her mano, pudo responderl e di ci endo:
Oliveiro est aqu y vive en la mi sma casa que su
padre, pero no es fcil que consigas verle aunque te lo
propongas.
Por qu?interrog ella.
Por la sencilla razn de que el tal don Rai mundo no
le deja salir nunca solo ni permite que nadie habl e con
l. As me lo han asegurado.
Y as era.
Sospechando don Rai mundo que su hijo naba escrito
Constanza desde Madr i d, quiso estorbar que all suce-
I 5 1 2 EL CALVARIO DE UN NGEL
diera lo mi smo, y para ello, lo someti la ms estre-
cha vigilancia.
No findose de sus cri ados, lo vigilaba l en persona,
y an as no estaba t ranqui l o.
V
En vista de los datos que ant eceden, era necesario to-
mar una resolucin definitiva.
Con gran admi raci n de su cuado, que no le crea
hombr e tan at revi do, don Guillermo se levant, diciendo
la joven:
Vamos casa de don Rai mundo.
Qu se propone usted?pregunt Constanza.
Hacer frente la situacin tal como se presenta y
salir pront o de dudas. Es necesario que sepamos que
at enernos; as no podemos cont i nuar. Habl ar con el pa
dre de Oliveiro. Si l comprende cuales son sus deberes
y los cumpl e, bien; si se niega toda transaccin y
todo arreglo, procuraremos ent endernos con el hijo; y si
el hijo, por un t emor excesivo injustificado no se aire
ve hacer lo que su conducta le dicta, entonces nosvol
veremos todos j unt o mis hijos, donde t, hija m a, se-
rs acogida y t rat ada como mereces.
Magnfico!exclam ent usi asmado Pabl o. As
me gusta! Cuando digo que t ms de volverte bueno
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA l 5 l 3
te has vuelto t ambi n si mpt i co. . . Apruebo tu resolucin
y la admi r o.
La joven no participaba ni mucho menos de este en-
tusiasmo, ant es bien, pareca at errori zada
Quiso hacer al gunas objeciones, pero el anci ano la
convenci, dicindole:
Dudas del sincero inters que me i nspi ran tu por-
venir y tu felicidad?
De ni ngn modo, respondi ella.Cmo dudar ,
sabiendo lo mucho que usted me quiere? Mis dudas se
ran injustas y ofensivas.
Pues ent onces, obedceme en todo y no t emas. Voy
defender tus derechos como si verdaderament e fuese
tu padr e.
Dispusironse para t rasl adarse en seguida casa de
don Rai mundo, y Pabl o les pregunt :
Queris que vaya con vosotros? Tengo para m que
conseguira fcilmente convencer con mis razones ese
portugus.
Rechazaron su ofrecimiento, temerosos, y con razn,
de que cometiera una i mpr udenci a, y l, sin most rarse
ofendido, quedse en la posada esperando impaciente el
resultado de aquella entrevista.
VI
Poco despus, el anci ano y la j oven present banse en
TOMO n "
:
'
>
-
x
190
I 5 14 EL CALVARIO DE UN NGEL
casa de don Rai mundo, y el pri mero haca pasar su tar-
jeta al padre de Ol i vei ro.
Don Gui l l ermo no conoca aquel don Guillermo
Pastor que solicitaba verle, y le recibi sin sospechar si-
qui era de lo que se t r at aba.
No reconoci Const anza, porque solo la hab a visto
una vez por espacio de algunos mi nut os la noche que
est uvo en la casucha del pescador, y no recordaba sus
facciones.
El aspecto de don Gui l l ermo le pareci distinguido y
respetable, y recibile con la mayor cortesa.
En ver dad, el anci ano no pareca el mi smo mendigo
que pocos das antes recorriera los cami nos implorando
cari dad.
Vestido con correcta elegancia, haba recobrado su as
pecto de distinguido caballero.
Tambi n Constanza estaba compl et ament e transfor
mada, y don Rai mundo, al verla y darse cuent a de que
el anci ano estaba ciego, pens:
Ser su hija y viene acompandol e para prestarle
el apoyo de su brazo.
La joven, para di si mul ar su emoci n, limitse salu-
dar con una reverenci a.
VII
Intrigado don Rai mundo por saber qui n era aquella
gente y lo que de l quer a, dijo:
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA I 5 15
Usted di r, cabal l ero, en qu puedo tener el honor
deservi rl e.
A m en nada, r espondi don Gui l l ermo.
Y como explicando su extraa respuesta, agreg:
Vengo visitarle en nombr e de otra persona.
Eso es distinto.
De otra persona que ya no existe.
Y con acent o grave, dijo:
En nombr e de Tor cuat o.
Extremecise don Rai mundo, instintivamente mi r
Constanza.
Torcuato ha muerto?pregunt
- S .
Cundo?
Al da siguiente de haber estado usted en su casa.
Sali al mar echar sus redes, desencadense una furio
sa tempestad y pereci al pret ender regresar tierra.
No tena noticia de esa desgracia.
Mal poda usted t enerl a, cuando en vez de esperar
ese da Tor cuat o en su casa, segn le promet i era, huy
de O port o.
VIH
Estas pal abras, t ur bar on don Rai mundo.
Cabal l ero, di j o; me habla usted en un t ono. . .
I 5 I 6 EL CALVARIO DE UN NGEL
No es mi ni mo ofenderle,le i nt er r umpi don
Gui l l ermo, ni creo que en mis frases haya nada ofen-
sivo.
Sin embar go. . .
El efecto que mis pal abras le pr oducen, puede de
pender ms de usted que de m , esto es, pueden impre
si onarl e, no por la ent onaci n con que las digo, sino por
el estado de ni mo en que usted las oye. Per o dejemos
esto un lado y vengamos al objeto de mi visita.
Usted di r.
Tor cuat o, ant es de mori r, me dio un encargo para
ust ed.
Y ese encargo. . .
Es el siguiente: que le trajese usted esa joven.
Llvela usted su l ado, me dijo, y dgale de mi par-
te que se la confo; que obre con ella segn su concien-
cia le dicte. Le promet cumpl i r su deseo y lo cumplo.
Y cogiendo Constanza de la mano, se la present,
aadi endo:
Aqu tiene ust ed, pues, el sagrado depsito que un
difunto le confa.
IX
A don Rai mundo ya no pudo quedarl e duda de lo que
desde haca unos instantes sospechaba: de que aquella
joven era la hija de su esposa.
En su at urdi mi ent o, no supo qu responder.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 15 17
Cmo, seor!exclam don Guillermo.No abra-
iza usted esta desgraciada? De maner a muy diferente la
recibira, si supiese cuales son sus sentimientos respecto
ust ed.
Y dijo la joven:
Explcate, hija m a; expnle cuales son tus propsi -
tos y t us deseos.
Constanza, comprendi lo que aquella invitacin que -
ra decir, y bal buce:
Mis propsitos se reducen vivir t ranqui l a junto
personas que me qui eran un poco, en cambi o de lo mu
cho que yo las quer r , por mejor decir, que ya las
qui ero; mis deseos no son otros que hacer olvidar esas
personas, con mi cari o, justos, pero antiguos resenti-
mientos. Ni ms ambi ci ono ni ms pi do.
X
La vehemenci a y la sencillez con que la joven se ex-
pr esaba, produjeron su efecto.
Don Rai mundo, comenz deponer su actitud grave
y severa, y una"compasi va sonrisa asom sus labios.
Aquella sonrisa ani m Constanza para seguir di -
ci endo:
Habl emos con franqueza, seor. Este caballero es el
tnico que est ent erado del secreto que entre nosot ros
medi a, y podemos habl ar delante de l sin t emor algu-
l 5 l 8 EL CALVARIO DE UN NGEL
no. Tor cuat o me lo revel todo en una carta dirigida
m , que se encont r sobre su cadver. Yo, que he vivido
tantos aos sin saber qui en era, s, al fin, qui en soy...
Al saberlo, se ha aument ado el respeto que siempre le
t uve i.sted sin conocerle Soy consecuencia viviente de
una falta que usted le ofende y le deshonr a, pero no
soy responsable de ella en modo al guno. Respndame
usted con sinceridad, seor: tengo yo la culpa de que
mi pobre madr e le deshonr ar a y le ofendiera al dar me
m la vida?
No, pobre ni a, respondi l e el padre de Oliveiro.
T eres inocente.
Pues an sindolo, qui ero t omar sobre m la difcil
misin de desagraviarle usted de la ofensa recibida.
T?
- S , yo.
Imposible!
Nada hay imposible para una vol unt ad firme y de-
cidida como la m a. Yo no puedo ofrecerle otra cosa que
mi cari o, pero todo ent ero se lo ofrezco, en compensa
cin del que le rob mi madr e.
XI
Const anza, iba ganando poco poco t erreno en el co-
razn de don Rai mundo.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1519
Conocilo ella as, y procur asegurar su triunfo,
agregando:
Estoy sola en el mundo y no tengo en l otro cari -
o, otro consuelo ni otro ampar o que el de Oliveiro, el,
hombr e qui en tanto am y qui en desde hoy debo
querer con afecto fraternal. . . Pero Oliveiro es hijo de
usted y no puede hacer nada por m sin su consenti-
miento, ni yo aceptara de l nada que usted no autori
zase; pues bien, sea usted generoso y consienta su
hijo que cumpl a para comnigo sus fraternales deberes.
Yo, en cambi o, le demost rase mi gratitud somet i ndome
cuant o usted disponga. Empiezo por r enunci ar todos
mis derechos, absol ut ament e todos, incluso al de reve-
lar de quien soy hija.
De veras?pregunt don Rai mundo.
Voy darle una prueba de ello. Muert o Tor cuat o,
no hay de mi origen otra demostracin ni otra pr ueba,
que la carta que l me dej escrita, revel ndome el se-
creto de mi nacimiento
Esa cart a. . .
Aqu est.
La sac, y despus de habrsela most rado, la rompi ,
aadi endo:
Pues yo dest ruyo esa prueba, con lo cual me inuti -
lizo por completo para hacer la revelacin que antes in
di que. Cmo he de hacerl a, ni qu valor tendra aunque
la hiciese, si carezco de pruebas en qu apoyarla?
l520 EL CALVARIO DE UN NGEL
Este golpe, fu de un efecto ext raordi nari o.
Con qu es decir que te compromet es no hacer
pblica mi deshonra?excl am don Rai mundo.
Ya lo ve ust ed, repuso ella.
Y renunci as que tu origen sea conocido?
Qu conseguira con ello? Me basta con que usted
y Oliveiro lo conozcan. En nuest ra i nt i mi dad, para V.
ser una hija y para Oliveiro una her mana, ms para
t odos, no pasar de ser una infeliz hurfana, la que
protegen, por recomendaci n de Tor cuat o.
Tendrs abnegacin suficiente?
La t endr , porque eso no ser para m un sacrificio,
sino una satisfaccin, si ustedes en cambi o me otorgan
su cari o.
Don Rai mundo, ya no pudo ms. Le abri sus brazos
y la estrech en ellos, excl amando:
Hasta ahora he sido injusto contigo por el egosmo
de mi honr a. . . Perdname! Puesto que el secreto de
mi deshonor queda cubi ert o, ser un padre para t.
Gracias!repuso ella, radi ant e de alegra.
Y don Gui l l ermo, estrech la mano don Rai mundo,
dicindole:
Al fin compr ende usted sus deberes! Sus escrpu-
los son disculpables, como lo son todos los errores que
t i enen por objeto defender la honr a.
CAPI TULO XLI
La separaci n
I
Gozndose de ant emano con la agradable sorpresa que
le iba dar , don Rai mundo llam su hijo.
Oliveiro presentse muy ageno lo que le esperaba.
Al ver Constanza, no pudo contener una exclama-
cin de sorpresa, y al verla en los brazos de su padr e,
lanz un grito de gozo.
Los dos quedar on rr.irndose un moment o, at urdi dos
y emoci onados.
Er a la pri mera vez que se vean, despus de saber que
eran her manos, y su t urbaci n era muy nat ur al .
A pesar suyo, levantse en sus corazones el ltimo des
tello del amor que en otro tiempo les haba uni do.
TOMO 11 1 9 1
l522 EL CALVARIO DE UN NGEL
Pero aquello fu moment neo.
Her mano m o!bal buce ella, t endi ndol e los bra-
zos.
Her mana de mi al ma!respondi l.
Y los dos se abrazaron, l l orando de gozo.
Luego abrazaron don Rai mundo, y Constanza abra
z t ambi n don Gui l l ermo.
Como era nat ur al , Oliveiro pidi explicaciones de lo
que pasaba.
No se atreva creer en ello.
Constanza se las dio cumpl i das, y entonces l abraz
de nuevo su padr e, demost rndol e de este modo su
grat i t ud y su alegra por su generosidad.
L abnegacin no est de mi parte, dijo noble
ment e don Rai mundo, si no de part e de esta pobre
ni a, que se sacrifica en aras de mi honr a. Si su madre
me ofendi, ella la redi me con su horoico sacrificio.
Es mi deber , r epuso ella. Lo que pierdo vale
muy poco compar ado con lo mucho que gano. Renuncio
un nombr e, que no podra ostentar sin vergenza, y
en cambi o conquisto el cari o de un padr e. . . Qu ma-
yor triunfo ni qu mayor alegra para m , que hacerme
a ma r del mi smo que debiera odi arme?
Odi art e nunca, por que fuera injusto,respondile
don Rai mundo; per o t ampoco tena motivos para que-
r er t e.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA l523
II
Ent r ando luego en otras explicaciones, la joven refiri-
toda su odisea en compa a de don Gui l l ermo, lo cual ,
vali ste sinceras demost raci ones de gratitud, admi -
racin y afecto, por parte del padre y del hijo.
Acordronse el anci ano y la joven, de que Pablo esta-
ra esperando en la posada el resultado de aquella visita,
y don Rai mundo, ent erado de qui n era, mand uno de
sus criados buscarl e.
Ent erado el esposo de Rosario de lo ocurri do, felicita
Constanza y Oliveiro, por el logro de sus justos de-
seos, y dijo don Rai mundo:
Quiere usted concederme el honor de est rechar mi
mano? Es usted el pri mer port ugus simptico que co-
nozco.
Y le cost muy poco trabajo hacerse querer de todos
por su carcter jovial y afable.
Don Rai mundo no permiti Pabl o y don Guiller -
mo que regresasen la posada, y les retuvo en su casa.
Acept amos, respondi el anci ano; pero con una
condicin.
Cual?
Que despus han de acompaar nos casa de mi s
hijos, donde pasar n con nosotros una t emporada.
No es posible, repuso el padre de Oliveiro.
I524 EL CALVARIO DE UN NGEL
Por qu!
Por que mis negocios recl aman mi presencia aqu .
Y cuando sus negocios estn arreglados?
Regresaremos Opor t o, donde fijaremos nuestra
resi denci a.
Pues bien, antes de partir para Port ugal , hgannos
- ustedes una visita.
As qued decidido, y el resto del oa pasronlo todos
r euni dos, formando hermosos planes para el porvenir.
III
Aquella noche, ant es de retirarse la habitacin que
le hab a sido dest i nada, don Guillermo t uvo una entre-
vista con Constanza.
Ha llegado el moment o de que nos separ emos, hija
ma, djole. Bien ves que ahora soy yo el que te pro
pongo nuest ra separaci n; pero es que compr endo que
ya no me necesitas. Nos uni la desgracia, y nos separa
la di cha. Los dos hemos encont rado la felicidad que an-
si bamos, y para gozar de ella, debemos separarnos.
; Es preciso!respondi la joven llorando. Cmo
ha de ser! Verdaderament e no hay vent ura completa en
el mundo. Pero aunque nos separemos, nuest ros cora
zones cont i nuarn uni dos por los lazos del cari o.
Si empre!
Y los dos se abr azar on, l ament ando sinceramente
aquel l a necesaria separaci n.
EL MANUSCRITO DE UNA MONJA 1525
La part i da de don Guillermo y Pabl o, t uvo lugar al
da siguiente.
Don Rai mundo y los dos jvenes, quisieron retenerles
algunos das su l ado, pero ellos escusronse con la im
paciencia nat ural de los que les esperaban.
La despedi da fu conmovedora.
No hab a quien arrancase Constanza de los brazos
del anci ano.
Consolbales, no obst ant e, la esperanza de que pront o
vol ver an abrazarse, pues don Rai mundo reiter una
vez ms su promesa de que iran hacer una visita
sus amigos antes de partir para Portugal.
Al fin se separaron, y Constanza se qued llorando en
los brazos de su her mano.
Se consol, al fin.
Aquella separaci n no pasaba de ser una ligera nube
en el claro y hermoso cielo de su vent ura.
Don Gui l l ermo encont r consuelo en los brazos de
sus hijos y de su esposa, cuyo lado volvi sin nove-
dad al guna.
Todos cel ebraron que Constanza hubiese conseguido
sus deseos, y alegrronse con la seguridad de que muy
pronto recibiran su visita.
CAPI TULO ULTI MO
Fi n del calvario
l
Tr anscur r i er on algunos meses, dur ant e los cual es don
Gui l l ermo convencise de que t ambi n Dios habale
per donado, puesto que tan feliz le hac a.
Todos cuant os le r odeaban, parecan consagrados
l abrar su vent ur a.
Ni uno solo de ellos haca al usi n al pasado, y si l
al guna vez lo r ecor daba, i mpul sos de sus remord
mi ent os, llevaban su generosidad y su delicadeza, hasta
el punt o de cambi ar de conversaci n, cual si quisiesen
bor r ar en su memor i a hasta el ms leve vestigio de
aquellos tristes recuerdos.
Y esto hac anl o, no slo sus hijos, su esposa y su cu-
EL CALVARIO DE UN NGEL l52J
fiado, sino t ambi n Rogelio, Mercedes, Ger mn, es d e -
cir, todos los que en ot ro t i empo hab an sido ms me
nos di rect ament e, vctimas de sus mal dades.
Ante tanta bondad, que crea i nmereci da, el infeliz
lloraba de gozo y de grat i t ud, como otras veces hab a
llorado de vergenza y de r emor di mi ent o.
Una maana, un carruaj e detvose ant e la verja del
castillo, y de l descendieron dos caballeros y una j oven.
Er an don Rai mundo, Oliveiro y Const anza, que i ban
hacer sus amigos la visita promet i da. .
Arreglados todos sus negocios regresaban Port ugal ,
para establecerse en Oport o, y antes cumpl an aquel de-
ber de ami st ad y cortesa.
No hay que decir la satisfaccin con que fueron reci -
bi dos.
Todos encont raron Constanza ms hermosa aun que
ant es.
Era que la joven sentase compl et ament e feliz, y su
'felicidad, no cabindole en el corazn, salale al rostro
aument ando los encant os de su belleza.
Cmo pintar la alegra de don Gui l l ermo y Constanza
al volver abrazarse?
Su cari o no hab a di smi nui do, sino que antes bien
haba aument ado con la separacin.
Acaricibanse sin cesar con la t ernura de un padre y
una hija, y compl ac anse en recordar sus vicisitudes,
aquellas vicisitudes que* t ant o les hab an hecho sufrir y
l528 EL CALVARIO DE UN NGEL
que entonces, al recordarl as, hacanles gozar por el con-
traste que ofrecan con su dicha presente.
El deseo de los dos hubiese sido permanecer s' empre
j unt os; pero como esto no era posible, procuraban a pro
vechar el poco t i empo que les quedaba de estar reuni -
dos.
II
Lleg el moment o t emi do de la separaci n definitiva
inevitable.
Comprendi ndol o as, Constanza resignse marchar.
Ya s que no vol veremos vernos, mejor aun
habl arnos, l e dijo don Guillermo al despedirla.
Quien sabe!repuso ella.
No, hija m o, no. Y si nos reuni ramos sera mala
seal , pues sera porque el infortunio te trajese de nue-
vo recl amar el auxilio y el consuelo de mi cari o.
Dios no lo quiera!
Acurdat e de lo que me has promet i do. No me o l -
vides nunca!
Jams!
Y si la desgracia vuelve hacerte su vctima, llma-
me en tu ayuda, segura de que acudi r socorrerte
por lo menos consolarte.
De qui en, sino de mi padre he de acor dar me en los
i nst ant es de pesar y de sufrimiento?
E L MANUSCRITO D E UNA MONJA l52g
III
Part i eron, al fin, y dur ant e algn tiempo don Gui -
llermo durl e la triste i mpresi n de la despedi da; pero
poco poco se fu tranquilizando, gracias las caricias y
consuelos de los que le rodeaban.
Acab de recobrar la calma por completo cuando r e-
cibi la pri mera carta de Constanza participndole que
haba llegado Oport o sin novedad, y que era dichosa.
A aquella carta siguieron otras muchas, y en todas
deca lo mi smo: que era compl et ament e feliz.
La felicidad no fu j ams t urbada dur ant e el resto de
su vi da.
Oliveiro se cas, pero ella permaneci soltera, concen
t rando todo su cario en los hijos de su her mano.
A su vent ura contribua la seguridad de que don Gui
llermo t ambi n era dichoso.
Y lo era real ment e, como lo eran todos los que le r o-
deaban.
Dios quiso alargar su vida, para que gozase de su di -
cha, en compensaci n, sin duda, de lo mucho que hab a
sufrido; y cuando lleg la hora de su muert e, llevse al
otro mundo el consuelo de que todas las fltales conse-
cuencias de sus mal dades, hab an sido remedi adas.
Su hija, la vctima principal de sus infamias, le cerr
los ojos y llor su muert e.
TOMO II ~ r ~ ~ ^ 192
l 53 o EL CALVARIO DE UN NGEL
FlN DE LA NOVELA
Por l hab a subi do con el cliz de la amar gur a en la
mano, el calvario de la vida, lleno de punzant es espinas;
pero era un ngel, y Dios, en premi o sus vi rt udes, cu
bri de rosas el cami no que le quedaba que recorrer
hasta el final de su existencia.
NDI CE
DE LOS CAPTULOS CONTENIDOS EN EL TOMO SEGUNDO
L I B R O Q U I N T O
Buenos y mal os
CAPTULOS PAG.
I.Un filntropo 5
II.Donde se ver que el hambre puede conver-
tir en ladrn al ms honrado de los hom-
bres. . . . . . . . 15
III.Periquito 24
IV.Quien era el nocturno filntropo. . . . 3 5
V.Nieves y Faustino 45
VI.Otra vez la dama enlutada 57
VILObra de redencin. . . . . . . 67
VIII.Unas copas de ms y una amistad de antao. - 76
IX.Romn encuentra lo que buscaba.. . 85
X.Tal para cual 95
XI.Pura la cantaora.. . . . . 105
XII.Desdenes causan cario 114
XIII.Las cadenas del amor 123
XIV.Una proposicin infame 13 2
XV.La ratonera 142
XVI.Faustino revela ser buen cmico. . . - . 151
XVII.Faustino llora 160
XVIII.Caer en el lazo. 169
XIX.Esperando el momento. . * . . 178
XX.Despus. . * 188
XXI.A traicin 197
XXII.Infamia tras infamia. . . . . . 207
XXIII. Triste encuentro. . . . . 217
1532
N D I C E
L I B R O S E X T O
Al pi del al t ar
- CAPTULOS PG.
I.Nieves y Periquito 220
II.En casa de Consuelo 242
IILGratitud de madre. . 250
IV.Desengao cruel. 260
V.Suicidio frustrado 271
VI.De regreso al hogar. 282
VII.Consuelo maternal 291
VIII.Por el hilo se saca el ovillo.' . . . . 303
IX.Los propsitos de Soledad. . . . . . 312
X.Doble juego 327
XI.Grandes novedades. . . . . . 337
XII. La boda .. 346
XIII.No. . . . 355
XIV.Rogelio encuentra en Fernando, las energas
que l le faltaron siempre. . . . 370
XV.No est. 383
XVI.Qu haba sido de Cristina. . 394
XVII.Porvenir asegurado 407
LIBRO SPTI MO
Vencido!
I.Esperando 415
.II.La inquietud del banquero 425
III.Llanto! ' . . . 437
IV.Cogido en la red 448
V.Desesperacin. 465
VI.Una proposicin inesperada 472
VILOtra vez al convento. 485
VIII.Renace la ventura , . 492
IX.Entre pillos anda el juego. . . . . . 502
X.Paso intil. . 513
XI.Amenazas intiles. . . . . . . . 527
NDICE i 53 3
CAPTULOS PAG-
XII.Pensando en el hijo 53 9
XIII.Levantar el vuelo. . . . . . 548
XIV.Pablo cae en la cuenta Ivona prosigue el
sacrificio. . . . . , . 558
XV.El ltimo plazo. . . . . . . . 566
XVI.Despedida . 574
LIBRO OCTAVO
Lobos entre lobos...
I.Transformacin 584
II.El payaso impertinente . 592
III.Cristina, habla claro . . . 600
IV.-Cara cara . 6 0 8
V.Dignos camaradas . 616
VI.Desgraciado en amor, afortunado en el juego. 625
VILLos consejos de Faustino. . . . . 63 4
VIII.Rompimiento definitivo.. . . . . . 643
IX.Reunin de rabadanes.... . . . . 652
X.Romn y compaa. . . . . . . 661
XI.Alternativas del juego. . . . . . : . 670
XII.Resolucin definitiva 683
XIII.Al asalto.. 694
XIV.El valor de Cristina. . . . . . . 705
XV.Juntos hasta la muerte. . . . . . 713
XVI Pobres padres! 724
XVII.La hurfana. . . . . . . . 73 2
LIBRO NOVENO
Gritos del al ma
I.Gratitud . 741
II.Breve relato de Germn-. . . . . 7 5 8
IJI.Conversacin interesante. . . . . 770
i534 NDICE
CAPTULOS PAG-
IV.Se aman! . 7 7 9
V.-Duda 790
"VI.Pablo acaba por cumplir con su deber. . 801
VII.Imaginacin de artista 809
VIII,Eleccin de padrinos 817
IX.Espionaje 827
X.Porqu? 83 6
XI Sigue el secreto 846
XII.Preliminares 855
XIII.Un grito del alma 864
XIV.Padres mos! 876
XV.Volvemos saber de Ivona 886
XVI.Ivona llora 893
XVII.Dos recuerdos 904
XVIII.La nica confidente. 913
XIX.El ltimo suspiro . 9 2 1
XX.Luz solitaria 929
XXI.Lazos de amor 93 6
XXII.En las sombras 946
XXIII.Los regalos de boda de la baronesa. . . 954
XXIV.El postrer retiro 964
XXV.Pablo suea con ser abuelo. . . . " . 971
XXVI.-Viaje de bodas. . .' . . . . 9 7 9
XXVII.Porvenir asegurado. . . . . . 990
XXVIII.Trabajo. 999
XXIX.-Despedida ' . . 1009
XXX.El secreto de Andrs. . . . . . 1019
XXXI.Tambin Soledad quiere salir sola 1028
XXXII.Visita los muertos 1042
XXXIII.Una visita antiguos amigos. . . . 1052
XXXIV.El luto de Periquito 1061
XXXV.Caridad inagotable " . . 1072
XXXVI.El fruto del crimen.. . . . . . 1081
XXXVII.La nica sombra. . . . . . . . 1093
NDICE 1-535
E P I L OGO
CAPTULOS PAG.
I.Pensando en la muerte 1103
II.Gliveiro 1112
III.Bajo techado y bajo las nubes. . . . 1121
IV.Don Raimundo de Ribeira. . . . . 113 3
V.Torcuato calla 1144
VI.Torcuato habla. . . . . . . . 1153
VII.Revelacin completa 1162
VlII.-iCiego! 1171
IX.La tormenta 1180
X. lil naufragio 1189
XI.Sombras 1198
XII.El consuelo de la compasin 1207
XIII.Obra de redencin . 1218
XIV.-Desaparecido. . 123 0
XV.La herencia de Torcuato 1242
XVI.Triste amor 1253
XVII.Mutuo apoyo. . , 1264
XVIII.Amor fraternal. . . . . . . . . 1273
XIX.Viaje decidido.. " 1283
XX.Los recursos de don Guillermo. . . . 1293
XXI.-Robados 13 01
XXII.Llegar tarde. ." 13 17
XXIII.-La carta . 13 3 0
XXIV.Abatidos. . . . 13 3 9
XXV.Auxilio . . . 13 49
XXVI.En el cortijo. . 13 59
XXVII.El precio del hospedaje . . . . . . 13 69
XXVIII.-Grave complicacin 13 81
XXIX.Almas generosas. . . . . . . 13 92
XXX-El placer de hacer bien 1402
XXXI.Rufo opina que le han cambiado el amo- . 1411
XXX1LIguales palabras oon distinto tono. . . 1425
XXXIII.| Huir!. 143 5
153 6 NDICE
CAPITULOS PAG-
PAUTA PARA LA COLOCACIN DE LAS LMINAS
Tooio pri mero
P A G .
Portada. i
No me casar con ella, si antes no abraza su madre. 14
Sintate y escribe lo que voy dictarte. . . . 270
... Y un ngel pareca verdaderamente vestida de aquel
modo . . . 3 42
Ciego de ira, avalanzse sobre l. . . . . . 646
Arrojronse el uno en brazos del otro 749
Entablaron un animado dilogo 801
Tomo segundo
Cogindole por las muecas, le sujet impidindole
todo movimiento.. . . . . . . 10
Qu has hecho, desgraciado? 209
En qu podemos emplear mejor nuestra existencia
que en hacer bien? 3 81
Yo aqu, solas, rogar al cielo que te ayude. . . 424
El payaso, la seal con el dedo 596
Hora es ya de que nuestro amor se santifique. . . 788
... Y echaron andar, llevando de este modo el cuerpo
del suicida . . . . . . 1120.;
XXXIV.Amor, domestica las fieras. , 1446
XXXV.A la vista de B. . . . . . . 1458
XXXVI.Triste adis!. 1467
XXXVII. Una limosna por Dios!. . . . . . . 1475
XXXVHLEl perdn. 1486
XXXIX.. Redencin completa. . . . . . . 1497
XL.Deber cumplido 1508.
XLI.La separacin 1521
ltimo.Fin del calvario 1526
FIN DEL IND CE DEL TOMO SEGUNDO