Los Conspiradores Chenu

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L O S C O N S P I R A D O R E S ,

POR
<BS H8S W
9
o x - c a p t t a n d e l o s g u a r d i a s d e l c i u d a d a n o C a u s s i d i r c .
L A S S O C I E D A D E S S E C R E TA S -
L A P R E F E C TU R A D E P O L I C A
BAJ O
LOS CUERPOS FRANCOS,
IMPRENTA DEL CABALLERO DE GRACIA.
E s t a s Memorias son los recuerdos de un hombre
que por l a fatalidad se ha visto complicado en los
negocios que trata ahora de referir con la mas e s -
crupulosa exactitud.
Las i nnumerabl es persecuci ones, las infames
calumnias que contra su persona se han dirigido,
no han acerbado su carcter puni de convertirlo
en calumniador.
Se han dirigido ataques su honor que es el
honor de su familia, y quiere rehabililarse los ojos
de los hombres de bien. Pero , mas hbil en el ma -
nejo del martillo que en el de la pl uma, se contar
por dichoso si su inexperiencia en el arte de escr i -
bir le consiente alcanzar el fin que se ha propues-
to. Con esta inexperiencia hab an contado sus e n e -
migos, y si n embargo espera demostrarles que una
firme vol unt ad es capaz de vencer todos los obs-
tculos.
Independiente hoy, y sin amargura en el co-
razn, olvida los padecimientos pasados; pero al ven-
gar su honor ofendido, ci;ee, quedando conocerla
ingratitud y los proyectos de las gentes quienes

habia hecho holocausto de su vi da, hace un ser vi -
cio la sociedad, y logra impedir los nuevos desas-
tres que nos preparan los et ernos fautores de las
revoluciones. Con el santo nombre de amigos del
pueblo, que les sirve para encubr i r su desenfrenada
ambicin , arrast ran consigo infinitos desgraciados:
los ext rav an, gracias sus doctrinas subversivas y
brillantes promesas; y despus de haberlos hecho
escabel de su locura, los arrojan lejos de s con
desden, y todava pueden las vctimas decir que han
salido bi en, si no tienen que deplorar mas que la i n-
gratitud de sus antiguos amigos convertidos ahora en
sus tiranos. Muchas veces para librarse de cmplices
incmodos, estos hombres sin ent raas los llenan
de cieno y de infamia.
Qu les i mpor t an, en efecto, los llantos y los
gemidos de las familias atribuladas! No llegaron al
poder sin que por un momento les arredrase la idea
de que cada uno de sus pasos dejaba en pos de s
una huella de sangre !
Vindoos de cerca el autor de este folelo, ha
aprendido conoceros, viles explotadores! Puede
preguntaros qu se han hecho vuestras antiguas
promesas, vuestros escritos, vuestros discursos,
vuestros actos ? Todos los conocen ahor a, porque os
han visto en el momento de estar en accin. Qu
habis hecho? Nada. Ah... s... habis trabajado para
enri queceros! He aqu toda la tarea. Egostas! Qu
s
os ha faltado sin embargo? Estabais en sazn de
cumplir todas las promesas que habais hecho: la
administracin, el tesoro, el ejrcito, el pueblo,
todo en fin estaba vuestras rdenes. Os habis
aprovechado de todas estas ventajas para enaltecer
los ojos del mundo entero la gloria y el prestigio
del nombre francs que andaban por el lodo , segn
vosotros decais, dur ant e un vergonzoso reinado
de diez y ocho aos? No ! Lo mismo que los que os
precedieron, enviasteis embajadores la Santa alian-
za; dejasteis subsistir los tratados de 1815: ni s i -
quiera protestasteis contra el l os, y sin embargo no
hallabais cuando hacais la oposicin palabras s o-
brado amargas para vituperarlos.
Una vez dueos del campo , os ha parecido cosa
cmoda gobernar la repblica con las ruedas de la
antigua mquina de la monarqua. Nada habis i n-
ventado que pueda ser importante y duradero. El
tiempo que manejasteis los negocios pblicos, ser
una pgina muy funesta en los anales del pas.
Los hombres eminentes que el temor de la opi -
nin pblica os habia obligado aceptar como com-
paeros , no se atrevan proponer nada grande y
verdaderamente democrtico, porque teman aflo-
j ar las r i endas, y dejar que corriesen sin tino vues-
tras desarregladas fantasas. Pero qu os importaba
el puebl o? Vosotros, seores mios, teniais trenes de
Prncipe', y hacais que os sirviesen en la vajilla de
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los reales alczares. Oh demcratas, c u a n dulces eran
vuestros d as: y cunto debais bendecir la varita
mgica del puebl o, que habi a trasformado vuestras
sucias habitaciones en esplndidos palacios !
Es delicioso no es verdad ? ir en lujosos c a r r ua -
jes , tener guar di as, oir aclamaciones al transitar
por las cal l es, lucir l i breas, mant ener queridas en
todos los teatros de Par s, y nadar en el oro y en
la abundancia: oro , cuando antes soloteniais deudas!
qu contraste con vuestra vida pasada !
Pero este cuadro tendr su lugar oportuno en el
discurso de las presentes Memorias, y el autor , si en
l insistiese, dara entender que conserva el r e -
cuerdo de los males que le habis causado despus
de Febrero; siendo as que no escribe mas que para
justificarse, y que solo se acuerda de vosotros para
compadeceros.
Ademas los papeles han cambiado ; vosotros, tan
terribles y poderosos ant es, sufrs ahora la crcel
y el destierro. Tenis derecho que os compadezca
el que ha vuelto de nuevo su vida pacfica y l a -
boriosa.
Con un verdadero sentimiento se ve obligado
por la fuerza de las cosas descubrir lo odioso y lo
ridculo de vuestros actos. Hecho est o, desea volver
su humilde esfera de t rabaj ador, de la cual jams
debi haber salido.
LAS SOCIEDADES SECRETAS ANTES DE FEBRERO.
C A P I TU L O I .
Insurreccin de Junio de 4832.
E l 5 de Junio de 1832 fue el dia en que i mpe-
lido por no s qu funesta inspiracin, vine j u n -
tarme con la inmensa multitud que acompaaba el
entierro del general Lamarque.
Antes de que el acompaamiento comenzase
andar , observ ciertos individuos , ent re los cuales
habia algunos artilleros de la Guardi a Nacional: se mo-
van mucho: iban y venian, y pedan r denes: de lo
cual infer que los que estaba viendo eran h o m-
bres polticos. Grande fue mi admiracin al hallarme
en presencia de estos hroes que en mi imagina-
cin me figuraba de seis codos de alto! (yo tenia 1 5
aos). Los veia andar y moverse como el resto de
los morales; ellos quienes oia apellidar los
amigos del pueblo.
De repente se oy una voz que anunciaba que el
comit deba ir la cabeza del entierro: los segu:
o El dia es nuest ro, dec an: el puebl o, la Guardia
Nacional, las escuelas, las sociedades populares estn
de nuestra parte; preciso es aprovechar la ocasin. Por
qu vacilar! Despus, con esa falta de tino que ha
frustrado siempre las conspiraciones republicanas,
marchaban vanaglorindose de que la multitud los se-
guira , y lisonjendose con la idea de que estaba
por ellos.
He observado, en efecto, que los republicanos no
han sabido nunca calcular el nmero de sus adeptos;
ven cien mil hombr es, y con cien mil hombres
cuentan. Al pri mer tiro de fusil los curiosos se di s -
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persan , y no quedan mas que algunos centenares.
Combaten con val or; pero sucumben oprimidos por
el nmer o de sus adversarios ; los soldados quedan
prisioneros, y sufren su condenacin y su destierro.
En cuanto los gefes desaparecen. He aqu la hi st o-
r i a del 15 de Juni o.
Al llegar la plaza de la Bastilla el acompaa-
miento sufri una carga dada por un escuadrn de
dragones. Recib un sablazo, y el trompeta que me
lo d i o qued tendido en tierra. Desarmamos una
guardia cerca del Granero de la Abundancia, y cons-
truimos una barricada con cinco seis carros de
madera. Un gefe del escuadrn de Dr agones, cer -
cado por nosotros , pudo escapar cuando ya iba i>
rendi rse. Con seis de mis compaeros me vi arri n-
conado en la casa de la Incl usa, donde tuvimos que
sostener un ataque tan vi vo, que no pudiendo los
dragones alcanzarnos, nos arrojaban los sables la
cara. El Teni ent e Coronel y algunos de sus sol da-
dos fueron muertos heridos de gravedad. Una
partida que sali del barrio de San Antonio nos sac
del mal paso.
Unidos con nuestros libertadores fuimos saquear
el depsito de plvora del boulevart del hospital. Des-
pus, habiendo tenido noticia de que los veteranos
del cuartel del Jardn de las Plantas haban hecho
prisioneros algunos de los nuest r os, resolvimos
ponerlos en libertad. Hecho esto, tuvimos que luchar
con una compaa de municipales, pero la mayor
parte de los nuestros emprendieron la fuga.
Despus pasamos por el Panten la calle de
Santiago, bajamos la guardia del Ptit Pont, que
tomamos y volvimos perder y recobrar hasta dos
veces, quedando al fin en poder nuestro. Entonces nos
dijeron que habia mas de mi l insurrectos pr i si o-
neros en la Prefectura. Librmoslos! fue el grito
universal.
Esperbamos quo vendran engrosar nuestras
filas; pero al llegar enfrente del patio de la Santa
Capilla, cuya entrada defenda una barricada hecha
por los agentes de la polica, fuimos recibidos con
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descargas de fusil que hacian los municipales y los
alguaciles disfrazados de guardias nacionales. Tuve
la candidez de salvar la barricada para animar con
mi ejemplo a mis compaeros; pero me sujetaron y
me echaron al suelo dos individuos que habian se-
guido mis pasos, y que ayudados por los municipales
me condujeron al cuerpo de guardia. Al ir por el
camino me dieron muchos golpes con las bayone-
tas. Entonces conoc que los que me habian preso
eran dos sabuesos de Mr. Yidocq. En el cuerpo de
guardia estaba ya Birlet, el hermano Juan Hi n-
drick, cogidos como yo con las armas en la
mano.
Desde el cuerpo de guardia nos condujeron aque-
lla misma noche la Prefectura de polica , donde
tuvimos que sufrir el trato mas cruel de part e de
sus agentes. Nos abrumaban fuerza de palos; nos
mostraban sus puales, y los fingidos guardias se
reian de nuestros gritos y lamentos. Perd el co-
nocimiento, y la maana siguiente me encontr
sobre un jergn en el depsito. Lo que vi y o
aquel dia jams se borrar de mi memoria: los a l -
guaciles se mostraban mas feroces porfa.
A la maana siguiente Mr. Gisquet vino con
aire jovial anunciarnos que Pars estaba en est a-
do d sitio, y que iba formarse una Comisin
militar para juzgarnos.
Tres das despus nos sacaron de la Prefectura
para conducirnos otra crcel. Al pasar lista el
cmitre nos pegaba con el bastn; y de este modo
hicieron que unos veinte y cuatro entrsemos en
un calabozo en que todo lo mas caban doce pe r -
sonas. Estos seores se chanceaban con nosotros,
dicindonos: Vais Vincenncs: buenas noches,
beduinos.
Tomamos el muelle del Mercado nuevo; l l ega-
mos al de la Grev'e, lo que nos hizo creer que en
efecto nos llevaban al fuerle de Yincennes. Unos se
lamentaban; otros cant aban: de repente el carruaje
d i o la vuelta por el puente Austerlz; pero.aqu nos
aguardaba una de aquellas terribles escenas que
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jams se olvidan. Hacia el medio del puent e al gu-
nos miserables, puestos all por Mr. Vidocq, empeza-
ron gri t ar: al agua los republicanos, al agua !
y se arrojaron sobre el carruaje. Este fu para
nosotros un horrible t rance: nos esforzamos, a un-
que en vano, para romper las puertas de hierro del
carruaje. Esta muerte, as encerrados, me pareca es-
pantosa ; hubiera preferido un balazo en medio del
pecho.
Mugeres y nios mezclaban sus acentos con los
de aquellos desesperados: cierro los ojos, y por un
momento me creo lanzado en medio del espacio; me
pareca que ya el agua ent raba en el carruaje. Oh
felicidad! oigo el trote de los caballos, los gritos
han cesado, y muy en breve llegamos Santa P e -
lagia.
El director de la crcel nos trat bastante bien:
nos hicieron entrar en el patio del pabelln de los
Prncipes. Habia entonces en Santa Pelagia dos cla-
ses de presos: carlistas y republicanos. Era fcil di s-
tinguirlos : los primeros tenan gorro verde ador na-
do con una avellana de plata; los segundos gorro
frigio. Andaban unos con otros en querellas con-
tinuas.
En fin, empezaron ejercer sus funciones los
consejos de guer r a: el pri mero que fu llamado era un
peluquero , que qued absuelto : esto pareci de buen
agero. Al dia siguiente, Geoffroy, el que llevaba la
bandera roja , fu condenado muerle : tocle en
seguida Pepin el especiero, que despus fue ej e-
cutado de resultas del suceso deFi eschi : Vidal, mer -
cader de ajuares de la calle de Bretaa , y Tilmann,
que se hacia llamar el coronel Ti l mann, estos dos
ltimos fueron condenados veinte aos de trabajos
forzados. Al ent rar de nuevo en el cuarto qu os
parece el especiero Pepin? exclam Ti l mann: ha
osado dar el grito infame de viva el Rey en la sala
misma del consejo de guer r a; se ha deshonrado para
siempre! Ti l mann estaba ebrio de indignacin y de
furor.
En el mismo momento Collet, conocido por Pierna
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de pal o, se encarg de organizar una cencerrada
monstruo. Apenas el infeliz Pepin hubo bajado al
patio, se levant por todas partes el grito irnico
de viva el Rey. Despus le pasearon en triunfo
al rededor del patio; bailaron formando cerco al r e -
dedor suyo , le dirigieron mil invectivas : ; A h! l
gritas viva el Rey, especiero! aristcrata ! (El n o m-
bre no era cosa nueva) : sin duda pretendes una
plaza de alguacil. Despus lo colmaron de insultos,
no permitindole dar explicaciones. Tal fu la despe-
dida que dieron los republicanos este hombre que mas
adelante debia perder la cabeza en el patbulo por ha-
ber intentado asegurar el triunfo de su partido por me-
dio del crimen mas horroroso. Siempre he creido que
la escena de Santa Pelagia tuvo mucha parte en la
resolucin extrema de Pepi n, hombre en hecho de
verdad honrado, pero dbil de ni mo, gracias los
que le asediaban de continuo para esplotar su mucha
candidez. Lejos de haberse malquistado para si em-
pre con los hombres del partido republicano por el
trato tan innoble como estpido que de ellos habia
recibido, quiso rehabilitarse sus ojos; y el grito
que d i o ante el consejo de guerra hubo de costarle
la vida.
Habindose levantado el estado de sitio, como es
sabido, por el alegato de Mr. Odilon Barrot ante el
tribunal de Casacin, fui por fin trasladado la
Conserjera: algunos dias pas en el tribunal de
Assises, donde gracias mi j uvent ud me pusieron
en libertad lo mismo que mis compaeros. Desde
entonces no he vuelto ver mas que uno de ellos,
Birlet, en la crcel ; y esto al cabo do doce aos.
C A P I TU L O I I .
Sucesos de Abril.La calle de Mntriers.
Dos aos despus se verificaron los sucesos de
Abril. Todava no formaba yo parte de ni nguna so-
ciedad secreta, pero haba encontrado alguna que
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ot ra vez mis antiguos compaeros de crcel. Al-
gunos dias antes de esta insurreccin vi Deshayes,
centurin en la sociedad. Los derechos del hombre,
que dijo: Vamos empezar de nuevo; toda la Francia
est con nosotros: Len, Burdeos y todas las
grandes ciudades solo esperan la seal convenida:
quieres venirte con nosot ros? Rehus, di ci n-
dole que no tenia gana de volver la crcel. No
desisti por eso, y vino verme muchas veces con
diferentes pretextos, pero en realidad para incul-
carme los principios republicanos, aunque careca
de educacin. Deshayes congeniaba conmigo: admi-
raba yo en l el valor y la franqueza. Una maana
vino buscarme, me habl de bat al l as, y pesar
de que yo senta dar disgustos mi anciana y buena
madr e, me fui con l una tienda de vinos. All
encontramos los gefes de la seccin que se haban
situado en aquel paraje.
Nos mandaron fusemos la calle Beaubourg
hacer barri cadas: desarmamos algunos guardias
nacionales, y nos dieron dos paquetes de cartuchos.
La tropa nos atac, habiendo habido muertos y
heridos.
Al dia siguiente las cinco de la maana fui
herido peligrosamente de un bayonetazo en un
ataque dado por un pelotn del 35 de lnea: sucedi
esto en la calle de Mnt ri ers, que hoy ha desapa-
recido por las nuevas construcciones de la calle de
Rambuteau. Me condujeron casa de un droguero y
pocos momentos despus la tropa tom la bar r i -
cada. El droguero y su muger curaron mi herida. A
la hora de suceder esto recobr el aliento y mani -
fest el nimo que tenia de volverme la casa de
mi madre, que debia estar llena de inquietud por
mi ausencia. Estas honradas gentes me prestaron
una blusa, porque la mia estaba manchada de san-
gre y lodo: despus abrieron la ventana que daba
la calle de Beaubourg para cerciorarse de si yo po-
da retirarme, con seguridad. O algunos tiros de
fusil y despus un grito. Volv la cabeza; el marido
habia caido muerto en el hueco de la ventana. Solo
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(1) Vase al fin de mis memorias mi carta en respues-
ta la acusacin dirigida contra m por Caussidire.
tuve tiempo, auxiliado por el mancebo, para lle-
varme la muger la cama, donde espir, di-
ciendo: Dios mi! Dios mi!....
Voy vengarlos! exclam: Y cogiendo el fusil
que estaba junto la cama, lo cargu; pero el man-
cebo viendo sus amos muert os, me rog que no*
atrajese nuevos desastres sobre la casa.
Tenis razn , le dije; y me ret i r con el cora-
zn afligido por la escena que acababa de pr esen-
ciar. Otros dos individuos refugiados como yo en
esta casa salieron al mismo tiempo. Pero un espec-
lenlo mas horroroso aun todava nos esperaba en
la calle de Trasnonain. Algunos soldados del 35,
la mayor part e ebri os, estaban delante de una
casa la cual no dejaban que nadie se acerca-
se; sus bayonetas estaban llenas de manchas de
sangre y haba cabellos pegados la cruz de sus
fusiles. Era horrible el espectculo. Hall al volver
mi casa mi madre en una horrorosa inquietud;
fue buscar un mdico , y pesar de su cuidadosa
asistencia tard un ao en curarme de mi herida;
jur por segunda vez no volverme met er en estas
sangrienlas luchas. Pero el hombre propone y Dios
dispone.
C A P I TU L O I I I .
La Sociedad de las Estaciones. Insurreccin
del 12 de Mayo de 4839.Barbes y Blanqui.
El 29 de Febrero de 1838 fui j unt arme con
mi regimiento que estaba de guarnicin en Lila.
Despus de algunas aventuras muy comunes en la
vida militar, y por consecuencia de un altercado
con mi capi t n, desert y volv Paris (1).
Luego que estuve de vuel t a, me puse t r aba-
u
j ar: no me ocul t aba, pero al menor ruido me po-
na en alarma. Pero muy en breve me t ranqui l i -
zaba , y por via de distraccin iba algunas veces
una sociedad lrica. Copraux, que era el presidente
y habia hablado conmigo algunas veces de poltica,
me propuso ent rar en una sociedad secreta de la
cual era, segn l decia, uno de los gefes.
Despus de rehusarlo varias veces y pesar de
mi repugnancia , acab por aceptar la propuesta.
Fui su casa la hora convenida, y h aqu la ce-
remonia misteriosa que se celebr para recibirme
como miembro de la sociedad de las Estaciones.
Al ent rar vi reunidos en su cuarto dos her ma-
nos y amigos que me esper aban, y una joven
que estaba asando chuletas.
Copraux , como padrino, me vend los ojos y
me ley e
1
siguiente formulario
P. lires republicano ?
R. Lo soy.
P. Juras odio la monarqua?
R. Lo j uro.
P. Si tienes la pretensin de formar parte de
nuestra sociedad secreta, ten entendido que debes
obedecer la pri mera orden de tus gefes. Jura obe-
diencia absoluta.
R. Lo juro.
Te proclamo miembro de la Sociedad de las
Estaciones. Hasta mas ver , ci udadano, y sea
pronto
Baj la escalera y volvi subirla muy sosega-
damente. Copraux me quit la venda de los ojos y
vi los mismos dos hombres de antes sentados mi
lado. Hice nimo de descubrir al que me habia pro-
clamado miembro de las Estaciones. La joven, du-
rant e la ceremonia, habia dejado quemar las chu-
letas.
Y bien, me dijo Copraux, ya eres de los nues-
tros , vamos beber un vaso de vino para celebrar
tu reconocimiento.
Mientras bamos por el camino mis compae-
ros permanecieron mudos como muertos; pero al en-
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trar en la t i enda de vinos uno de ellos grit: mu -
chacho, t rae un cuartillo. Reconoc entonces la voz
del gran Sacerdote que me habia iniciado. Me sepa-
r de ellos despus de haber pagado el gasto. Al gu-
nos dias despus fui llamado una reunin en casa
de un tabernero de la calle Paslourel. Fuimos unos
veinte. All supe que el gefe del grupo se llamaba
Gaujard; Copraux era su segundo; poco despus
entr otro gefe mas influyente.
Buenos di as , ciudadano Couturat, le decian, y
lodos se disputaban el honor insigne de apretarle la
mano. Este gefe , que tomaba el ttulo pomposo de
agente revolucionario, reciba sus parabi enes con
dignidad; despus se sent, y leyendo una orden del
dia fulminante, nos previ no que muy en breve de-
bamos prepararnos salir la calle. Despus de la
sesin cada uno dio 50 cntimos por la cuota men-
sual ; despus otra cantidad para los presos polticos;
despus otra por el material de la imprenta donde
se tiraban las rdenes del dia; y otra por fin por
compra de armas y municiones de guerra. Aquello
no tenia fin. Entonces conoc cuan costoso era el honor
de formar parte de una sociedad secreta; pero estaba
entonces muy lejos de pensar que eso dinero estaba
destinado engordar habladores y holgazanes,
que muy dulcemente esplotaban nuestro patriotis-
mo. Despus de dos tres reuniones de esta especie,
que se renovaban mensual ment e, un tal Sainte Croix,
que habia reemplazado Couturat, vino buscarme
las seis de la maana.
Levnt at e, me dijo rebosando de alegra. Hoy
es el dia gr ande!
Bueno! le respond.
Me vest de prisa y me fui con l mas de cien
parajes, donde iba convocar su gente.
Toma bien las seas de cada uno, me dijo, por-
que si caigo herido l ocupars mi lugar y sers
gefe del grupo.
Seguimos as hasta la u n a , y en lugar de cien
hombres con que contaba, solo pudimos reuni r unos
quince. Si con este ejercito esperas destruir el Go-
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bi erno. de seguro que nos van zurrar de lo lindo.
T vers las dos, me respondi, en la calle
de San Marlin donde se ba dado la cita general, co-
mo somos mas do diez mil. Al ent rar en la mencio-
nada calle nos metimos en una tienda de vinos y
Sainte Croix nos dijo: esperadme aqu; que nadi e sal-
ga ; aqu debis permanecer todos. Al cabo de una
hora volvi. A las ar mas, grit, seguidme 1
Le seguimos hasta la callo de Bourg-l' abb, don-
de nos apoderamos de la tienda de un armero y nos
provemos de escopetas. Se distribuyeron entre nos-
otros algunos paquetes de cartuchos. Pero el comit
no habia caido en que las escopetas de nada nos ser-
viran porque los cartuchos no podan ent rar por
el can; tuvimos que dividir en cuatro pedazos las
bal as, lo cual nos hizo perder algn tiempo. Al fin
estando ya todo listo preguntamos por los gefes del
comit.
El comit soy yo, exclam un hombre colocn-
dose sobre un pi l ar : yo soy Barbes, mis colegas son
Blanqui y Marti Bernard. Los que quieran echar
abajo el Gobierno do Luis Felipe que me sigan. Po-
cos somos para acometer tan gran empresa, pero
iodo Pars gime bajo el yugo de ese infame tirano.
A las armas! Los republicanos no necesitan contar
sus enemigos. Me admir, no del discurso, sino del
calor con que habia sido pronunciado. H aqu, dije
para m mismo, uno al menos que marcha con valor
al frente de su partido. Me puse su lado y segui-
mos acelcradamcnle basta el Ildlel-deYille que to-
mamos sin resistencia.
Apenas nos habamos instalado all cuando lleg
galope la caballera municipal.
Reunimos y precipitarnos sobro ellos fue cosa de
un momento. Los rechazamos con vigor. Entonces
Barbes, loco de alegra, exclam: Amigos mos, el dia
es nuest ro! La Prefectura debe haber sido tomada
por Blanqui: vamos organizar un Gobierno pro-
visional.
No por cierto, la Prefectura no ha sido tomada,
dijo un individuo que venia jadeando.
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Blanqui no quiere moverse; dice que somos unos
locos, que vamos hacernos exterminar y no quiere
exponer sus gentes.
Es imposible, dijo Barbes, todo estaba concertado
esta maana. Ciudadanos, adel ant e, la prefactura
de polica; que vengan conmigo cien hombres.
As que hubimos llegado al muelle de las Flores
oimos tiros de fusil. Los guardias municipales de la
guardia de la plaza del Chattelet se defendan con
encarnizamiento. Nos aseguraron que muchos dl os
nuestros haban perecido. Avanzamos sin embargo
haca la guardia del palacio de justicia
Rendid las ar mas, dijo Barbes al oficial.
No respondi este; en el instante mismo se oy
un tiro do fusil y el teniente Drouinot cay muerto.
La guardia municipal, emboscada en la plaza Del-
ina y en el patio de la Prefectura, cay sobre noso-
tros paso de carga : le hicimos fuego, aunque t o -
cando retirada. En la calle do San Martin sufrimos
algunas descargas, las cuales correspondimos vigo-
rosamente. Las barricadas que habamos levantado
tuvimos que abandonarlas despus de una porfiada
defensa.
En fin, por la tarde Barbes mismo confes que
el lance era perdido. Estaba furioso con Blanqui y
no sabia cmo calificar su conducta.
Pas con Barbes y otros diez por delante de aque-
lla fatal casa de la calle de Mnlrers ; me pareca
ver todava al infeliz droguero y su muger t endi -
dos mis p es; tembl de pies cabeza con esle r e -
cuerdo. A algunos pasos de all nos acometi la t r o -
pa. Barbes, heri do, ech correr como un loco. Yo
quem basta el ltimo de mis cartuchos; despus
hice como los otros , y me refugi en mi casa.
Esle es el nico lance en que no sal herido. AI
dia siguiente fui la callo saber noticias. Encontr
un tal Dugi ospr, quien me dijo que la batalla
empezaba de nuevo hacia el barrio del Marais, y que
iba una reunin la calle de Blancs-Manteaus.
Me fui con l , y llegando una tienda de vinos
que hay en la mencionada cal l e, hallamos unos cua-
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renl a individuos, la mayor parte armados , que de -
liberaban bajo la presidencia del ciudadano Luis
Guret. A nuestra invitacin de ir j unt arnos con
nuestros compaeros que comenzaban de nuevo la
l ucha, se nos respondi con una formal negativa.
No era su Sociedad la que combata ; ellos eran dis-
cpulos de Cabet.
Entonces como siempre las disensiones de los
gefes hicieron abortar una insurreccin que acaso
fue la mas formidable de todas las que se haban
verificado bajo el Gobierno de Luis Felipe, no por
el nmero de los combatientes , sino por la impetuo-
sidad del ataque.
Un mes despus, de nuevo fui convocado, y vi
los hombres del grupo de que formaba par l e; al -
gunos haban estado presos y haban sido puestos
iuego en libertad. Habiendo sabido Sania Cruz que
habia en contra suya injustas sospechas, se retir, y
desde entonces no he vuelto oir hablar mas de el.
Algim tiempo despus la madre de la joven con
quien Copraux vivia en concubinato, le hizo pren-
der como desertor. Goullard, que no se habia p r e -
sentado el dia 12 de Mayo, fue tenido en concepto
de sospechoso, y por lo mismo de incapaz de dirigir
el grupo. Un tal Leprestre du Bocage hizo que me
dieran la direccin en nombre de un nuevo comit.
Desde este dia me puse en relaciones directas
con los personajes mas importantes del partido.
C A P I TU L O I V.
Cabet. Viaje Icaria. Disensiones en el
partido. .
Nuestras reuniones se verificaban , como ya lo
he dicho , en las tiendas de algunos tratantes de vi-
no que saban perfectamente el fin que nos propo-
namos yendo sus casas. Aun algunos de ellos,
tales como Coffineau , Pgrinet y Rousseau, eran del
partido. No por eso estaban todos de acuerdo acerca
19
de los principios; los comunistas eran los mas n u -
merosos. Pasbamos el tiempo muy menudo mas
iiien en disputar que en discutir. Oamos muchas
veces discursos capaces de hacer dormir en pi al
oyente mas constante.
Cabet haba extraviado el entendimiento de t o -
das estas pobres gentes con su viaje Icaria , libro
que podra pasar por la obra de un loco si no se
supiese que fue escrita con un fin purament e me r -
cantil. Este alentado mercader de papel mantena
su clientela en un sonto delirio por medio del diario
que publicaba llamado el Popular, y merced otros
pequeos folletos.
Meditad, meditad mis escritos y caminareis pol-
la va de la salvacin.
No s si esa via conduce las ri beras del rio
Uqjo; pero s s que he vuelto ver muchos p o -
bres infelices que lo siguieron los desiertos de Te-
jas ; me han confesado que han perdido compl et a-
mente la ilusin, y juraban , aunque algo tarde, que
no volvera engaarlos otra vez el reverendo pa-
dre Cabet.
En la poca de que hablo, los gefes de las dife-
rentes escuelas publicaban una multitud de peque-
os folletos que causaban la ruina del partido. Los
ataques mas violentos, las injurias y la calumnia so-
bre todo estaban la orden del dia. Las calificacio-
nes de traidor y do espa se prodigaban hombres
que muchas veces habian hecho enormes sacrificios,
y que posean la mas profunda conviccin. Bastaba
para perderos que un individuo por deseos do ve n-
ganza dijese de vos:
Conoce V. fulano?
S , y qu.
Le veis menudo?
Algunas veces.
Dicen que es espa.
Hola! Y yo que el otro dia me hall con l en
una reunin. Est bi en, prevendr los amigos.
Y esta especie que iba cundiendo como de cos-
t umbre, pasaba de boca en boca hasta que algn
20
amigo venia preveni ros. Intil era querer i nves-
tigar el origen de esta calumnia : el que la habia i n-
ventado se ocultaba en la multitud. Estoy persuadido
de que ningn hombre poltico del partido republ i -
cano pudo librarse enteramente de esas infames sos-
pechas. Albert mismo , el honrado Albert, fue de ellas
vctima por algn tiempo. La polica deba rerse de
buena cana viendo que la mitad de un partido acu-
saba la otra mitad de estar en relaciones con ella.
Tal era el brillante concierto que reinaba ent re
los republicanos cuando definitivamente me alist
bajo su bandera. A los pocos dias me puse al cor-
riente de las intrigas de los grandes y do los peque-
os. Iba las reuniones de los agentes revoluciona-
ri os; despus lea las rdenes del dia en todas las
secciones de mi grupo, ya en las casas de los que
consentan en facilitar su domicilio , ya en las t i en-
das de vino. Haba tomado por lo serio mi oficio, y
ejecutaba con la mas escrupulosa exactitud las rde-
nes que se me trasmitan por el comit. As contraje
relacionas con Albert quien mi celo gustaba mu -
cho, Siempre he notado en l la mas profunda con-
viccin, aunque con un poco do orgullo; pero
este era su nico defecto, hombre honrado, muy
valiente, republicano sincero y capaz de guardar un
secreto, posea todas las cualidades do conspirador,
no ser porque se dejaba influir por aquellos cuyo
hbil lenguaje le alucinaba ; as fue siempre remol-
que de esta gente.
Como viva en mi bar r i o, nos visitbamos con
frecuencia : en nuestras conversaciones hablbamos
siempre de las esperanzas que tenamos en el por -
venir. Si alguna vez triunfamos, decamos, acord-
monos que somos obreros: sostengmonos, no sirva-
mos de escabel los i nt ri gant es, y completemos
nuest ra educacin para ponemos la altura do los
sucesos que puedan sobrevenir. No tengamos mas
que un solo pensamiento, un solo fin, la emancipa-
cin de la clase obrera. As es como vino ser, no
solo el amigo poltico de Al ber t , sino su amigo n-
timo.
21
En poco tiempo dimos un impulso poderoso al
partido: lo reorganizamos. Nuestro sistema de b u s -
car auxiliares en los talleres y fuera de las socieda-
des secretas , lo aument considerablemente.
Albert qued tan satisfecho, que rog al comit
que pasase una revista de nuestra gente en los bar -
rios exteriores. Esta' revista se pas un domingo
en medio del dia, y h aqu de qu modo: cada
gefe de grupo convoc su gente una taberna i n-
mediata al barrio ext ramuros; despus cierta seal
formaba su vez.
En un caf cerca del teatro Montmartre los gefes
del comit estaban colocados en una ventana, debajo
de la cual se verificaba el desfile. Los hombres mar -
chaban de tres en tres con los gefes del grupo la
cabeza. A fin de darse mejor conocer, todos l l e-
vaban abotonado la izquierda su vestido.
Despus de la revi st a, los gefes del gr upo, que
serian cerca de ciento, fueron un banquete en la
barrera Rochechouard en casa del fondista Yiel-
Escaze. All se decidi que siendo el partido bastante
numeroso se saldra la calle en la primera oca-
sin que se presentase. Se pronunciaron discursos
ardientes, y un miembro del comit Dourille estimu-
l los gefes de grupo que percibiesen con exac-
titud la cuota mensual , y que apremiasen con todo
rigor los recal ci t rant es, porque he olvidado de -
cir que algunas malas cabezas sostenan que el di -
nero se distraa de su destino por los seores del
comit , y los retaban que les presentasen una sola
caja de armas y de municiones.
Ellos respondan que era preciso guardar el se-
creto si no se quera que la polica hallase la huella
de los depsitos. Pero la experiencia demostr que
los acusadores tenan razn, puesto que en Febrero el
comit no tenia ni armas ni municiones y las famo-
sas rdenes del dia que absorvian tanto dinero las
imprima Becker por 10 francos al mes. Este h e -
cho se averigu en el proceso de la calle Pastourel
en el cual Becker confes que pesar de lo mdico
del precio se le debian dos impresiones.
22
En cuanto los presos polticos, no reciban mas
que una part e mnima de los fondos que les estaban
destinados. Durante un ao que estuve yo en la cr -
cel, solo me dieron 15 francos que repart con mis
compaeros de cautiverio. Considrense ahora las su-
mas que se robaron los presos polticos durant e los
diez y ocho aos que dur esta esplotacion, que a un
subsiste, sabindose que en Pars y en toda Francia
cada r euni n, cada banquete patritica t ermi naban
siempre con colectas muy abundante?.
La mayor parle de los presos polticos no t o-
maban nada porque no valia la pena mendigar para
obtener los miserables socorros. Sus desgraciadas
mugeres er an siempre enviadas de Ilerodes Pilatos.
Pero si un escritor amigo de los seores del Comit
caia preso por casualidad, todo era poco para l. En
las visitas diarias que le hacan le llevaban cestas
con los mejores vinos y provisiones de toda especie;
en tanto que el pobre obrero devoraba en silencio
el pan negro y la mala pitanza de la crcel. Estos
seores solo frecuentaban los banqueros quebrados
y los falsarios enriquecidos, con los cuales se entre-
gaban alegres fiestas- El pobre patriota no tenia
mas compaeros que los ladrones y los forzados; y
le era muchas veces preciso habitar en el mismo
calabozo en que estos estaban.
C A P I TU L O V.
Suceso de la calle Pastourel.
Algn tiempo despus de la revista de que aca-
bo de hablar , como nadie quera satisfacer las cuo-
tas y ciertos miembros del Comit veian de este
modo desvanecerse sus ilusiones , maquinaron fun-
dar un peridico. Para esto eran menester fondos
considerables y un hombre presentable para que lo
dirigiese. Pusieron los ojos en Grandmesnil.
Era este hombre de mucha probidad; tenia n u -
merosos amigos ent re los hombres polticos y cono-
23
da los conspiradores de las cuatro partes del mundo.
No era hombre de accin sino de consejo. Por des -
gracia era de una extremada intemperancia, el v e r -
dadero tipo de Gargantua : nunca dejaba las piernas
de carnero ni la botella; era el sostn del t aber -
nero y del vendedor de cigarros: veia republicanos
en todos los descontentos, y tenia muy escasa i ns -
truccin aunque habia sido mdico. Habanse forma-
do acerca de l algunas sospechas con ocasin del
suceso de Berton. Aun mas: un dia que en l a"C-
mara do los diputados se pedan socorros para los
que haban padecido bajo el rgimen de la Rest au-
racin, un orador exclam: Qu! ven s tambin
pedir socorros para Grandmesnil? pues fue l
quien hizo prender al general Berton! Quiso si n-
cerarse de esta acusacin. Esto prueba mas y mas
cuan dispuesto est el partido republicano conce-
bir sospechas aun contra sus mas fieles partidarios.
As da armas sus enemigos y se asesina mor al -
mente todos los dias poniendo al descubierto las
escandalosas divisiones que sin cesar lo agitan i n -
teriormente.
Grandmesnil fue nombrado director de la Be-
forma. Despleg durante al gn tiempo una grande
actividad. Albert y yo nos pusimos trabajar y
muy en breve hubo una copiosa lista de accionistas.
Se compona en gran parte de los miembros de las
sociedades secretas. Grandmesnil nos convoc e n -
tonces en la calle do Grenelle Saint-Honor en la
sala del reduelo para leernos el nmero-prospecto
del peridico. All vi por la primera vez Luis
Blanc, Bauno, Flocon y otros.
Ocho dias despus de salir luz el peridico, la
polica , que no habia gustado sin duda de mi act i -
vidad, me puso preso. l aqu como sucedi el l an-
ce: Albert, Dutertre y Luis Gueret vinieron mi
casa donde nos repartimos las rdenes del dia. Ai
dia siguiente debia yo convocar algunos hombres
de mi grupo para lerselas.
Muy de maana fui buscarlos para verlos an-
tes que entrasen en el taller.
Durante mi ausencia Luis Guret trajo un saco de
armas y municiones de guerra que recibi mi c u-
ado: al ir de vuelta examin el saco y lo puse de-
bajo de mi armario. No tenia ninguna desconfianza
en esta poca. Iba mis r euni ones, pero en la l -
tima en casa de Parisot, vendedor de vinos en la ca-
lle de Past ourel , sucedi, que de repente como
las nueve y media de la noche, una nube de agen-
t es , de oficiales de paz y tres comisarios de polica
se precipitaron bruscamente en la tienda y cerraron
todas las salidas. No hallando nadie arriba donde
tenamos liabilualmente nuestras reuniones, bajaron
la pequea sala en donde enonces estbamos. laba
yo con prontitud arrojado al sueldo bajo mis pies la
orden del dia, y como los otros me diriga i nst i nt i -
vamente la puerta cuando fuimos todos presos. Nos
registraron; pero no hallndonos nada los agentes nos
hicieron subir con ellos la sala del primer piso; des-
pus uno de ellos volvi subir triunfante; tena en
la mano la orden del da que haba encontrado en el
suelo. Otro asegur que me la baha visto arrojar.
Ent re tanto Catelier, habiendo reconocido entre los
comisarios de polica uno de los amigos de su i n-
fancia , el Sr. Eloun , se aproxim l para pedirle
explicaciones: vete al di abl o! le dijo Eloun hi -
zo que lo custodiasen con mas rigor que los
otros.
Como yo persistiese en declarar que era una
equivocacin y rehusase dar mi nombre y mis se-
as , uno de ellos me dijo: nosotros os conocemos,
quince diashace que os vamos al alcance. Vivs en la
calle de Puts-Vendome, nmero i, cuarto piso; vais
seguirnos. Por lo domas, la casa est ya ocupada
por nuestras gentes y nada se os quitar.
Conoc que haba cado en la red , y que toda
resistencia era imposible.
Preciso fue resignarme y acompaar aquellos
seores mi domicilio. Procedieron en presencia ma
una pesquisa que no dur mucho tiempo por
que fueron derechos al armario donde estaba guar -
dado el saco con las municiones. Hallaron una pi s-
25
(ola de caballera, un saco de plvora, cartuchos y
una bandera; despus en un cajn secreto de mi
armario encontraron el formulario de la asociacin,
una orden del dia y algunas cartas de Catelier d i -
rigidas al Comil. Todo esto, con un sable mohoso,
fue objeto de la aprehensin.
Seores, dije entonces rindome , habis sido
bien informados.
Nosotros no engaamos nunca, dijo una espe-
cie de oso llamado Figac.
Al entrar en la Prefectura no pude evitar un
doloroso exlremecimiento recordando el mal trato
que otras veces habia recibido en ella. Pero hall
una gran diferencia; en vez de los gritos y de las
exclamaciones, no o mas que el chirrido de las
puertas rodando sobre sus goznes , y el paso acom-
pasado de las centinelas.
Al dia siguiente me condujeron a la Conser-
jera , en donde estuve cincuenta dias incomuni-
cado. Despus de tres meses do causa, no h a -
biendo podido el tribunal encontrar contra nosotros
el rastro del mas pequeo complot, nos envi la
polica secreta como sospechosos de haber formado
parto de una sociedad secreta , y yo ademas por
haber tenido en mi poder armas y municiones de
guerra.
En la vista supe una porcin de cosas i nt er e-
santes de mis coacusados. Catelier habia sido con-
denado cinco aos de trabajos forzados por falsa-
rio y habia sufrido su condena en el presidio de
Toln. Becker, el impresor de las rdenes del dia,
habia sido condenado tambin diez aos de t r aba-
jos forzados por falsario. Yo esperaba que esto fuese
una calumnia; pero lo confesaron, y la vergenza
me abras el rostro.
Dourille fue defendido por Manuel Arago , y este
abogado, que sin embargo se llamaba republicano,
sigui la costumbre de sus cantaradas; quiso salvar al
gefe sacrificando los soldados , y se atrevi de-
cir los jueces: No vayi s, seores, comparar
Dourille con esos hombres. Los conoce acaso ? Los
26
ha visto nunca? Y lanz sobre nosotros una mag-
nfica mirada de desprecio.
Yo me conteni con decir Deurille delante de
su abogado y de los nuest ros: Parece que habis
dejado ignorar vuestro abogado las relaciones que
nos han unido. Dourille guard silencio.
Mr. Joly me defendi con maestra. No se dej
arrebat ar mezquinas recriminaciones, como ha-
ban hecho los dems abogados. Busc sus razones
en el fondo de la cuestin, y tuvo admirables mo-
vimientos oratorios cuando, con los documentos en
la mano, prob que los Ministros de entonces ha -
ban sido conspiradores y miembros de sociedades
secretas.
A pesar des s generosos esfuerzos, sal mal de
este asunto , y fui condenado dos aos de pr i -
sin.
Entre ios ladrones y los asesinos ent re quienes
me encont r , habia un ox-agento de polica secre-
ta que habia sido expulsado de ella por su mala
conducta , y que estaba entonces preso por robo.
Habiendo sabido que mi condena era poltica , some
acerc, y quiso vengarse do sus antiguos gefes i ni -
cindome en los misterios de la prefectura de poli-
ca. Me dijo el nombre de todos los agentes secre-
t os, me manifest sus i nt ri gas, me hizo saber los
sitios de sus citas , y as me puso en estado de frus-
t rar en adelante lodos sus pasos.
Despus de un ao de prisin, se nos anunci
que el Rey nos conceda una amnista con motivo de
su viaje Inglaterra y de la victoria de Isly.
Mr. Pi nol , secretario general de la prefectura de
polica, vino personalmente la crcel; nos ech
un sermoncito, y me recomend que no volviera
ver mis antiguos amigos polticos.
Algunos dias despus de mi salida , fui insultado
por los mismos agentes que me haban puesto preso.
Comet la necedad de responderles, y se empe
una lucha en la que maltrat tanto dos de ellos,
que quedaron sin sentido en el sitio. Sufr por osla
accin tres meses de prisin.
27
En cuanto sal de ella, encontr Albert, Le -
roux, Boivin, y otros muchos republ i canos: Al -
bert pareca estar muy contento por verme, y por
mi parle sent un vivo placer al apretarle la mano,
pues siempre lo he querido. Le propuse i r un ca-
f habl ar, y me cit en su casa para el dia s i -
guiente.
C A P I TU L O VI .
IM fiesta en la Granel Chaumiere. Medios
de existencia del ciudadano Caussidire.
Al dia siguienlo fui exacto la cila. Desde tu
prisin,me dijo Al bert , nada nuevo hay en el par -
tido. Dourille' quera dirigirlo t odo, pero como no
es capaz de el l o, me he retirado, y me he acercado
personas mas influyentes que l. El peridico La-
Reforma nos sirve para la propaganda. Los r edac-
tores forman con varios diputados de la oposicin
un comit del que yo hago tambin part e, como re-
presentante de la clase obrera. Si quieres ser de los
nuestros y ayudarme en la nueva organizacin, o
dir quines son los hombres que estn nuestro
frente.
Como se adelantaba mis mayores deseos, me
apresur aceptar. Puse manos la obra desde el
dia siguiente , y los pocos das ya habia alistado
un gran nmero de adictos, de cuya cooperacin me
cercior da antemano. Organic estos hombres mi-
litarmente.
Un sbado, dia de pago , conduje Albert ta-
lleres do doscientos trescientos obreros. No se can-
saba de admirar su entusiasmo. En electo, no pedan
mas que gefes que los condujeran al combate.
Los tendris, exclam Al bert , y que se batirn
tan bien como vosotros.
Albert me dio repetidas veces las gracias en nom-
bre del comit ; algunos de sus miembros manifesta-
ron el deseo de verme.
28
Fui convidado una comida en casa del fondista
habitual de aquellos seores , el eterno Viel-Escaze,
de la barrera Rochechouarl. All vi Caussidire por
primera vez.
Cuan lejos estaba de sospechar entonces el odio
t erri bl e, implacable que debia reemplazar la cor-
dial amistad que se estableci aquel dia de un modo
tan franco por una y otra parte !
Nos dimos buenos apretones de manos , y nos
prometimos r euni mos todos los lunes en el mismo
sitio para ocuparnos de los negocios del pas.
Cumplimos nuestra promesa, y por espacio de
mas de dos aos Leoutro , Ti phai n, que fu se-
cretario de Caussidire en la Prefectura de polica,
Pilhcs, que fue representante del puebl o, Fargi n-
Fayolle, Al bert , Lagrange, Delahode, Grandmesnl
y otros muchos observamos la costumbre de r e -
unirnos all.
Despus de comer bamos en verano al Chotean
Rouge, y en i nvi erno una diversin llamada la
Gran Chaumicre. Cuntas veces hizo Caussidire
todo el gasto de nuestra alegra ! Nada hay tan c-
mico como l cuando nos cantaba el Veterano de Be-
ranger. Era su iinica canci n; pero la hacia or
menudo.
Cuando los vapores de Baco empezaban oscu-
recer sus ideas, gri t aba:
Atencin, amigos m os! Voy cantaros el
Veterano de Beranger.
La cancin es muy bella ; pero el abuso, el es -
pantoso abuso que hacia de ella, nos la haca temer
hasta tal punto, que todos huamos , unos por la puer-
ta , otros por la ventana.
Amigos, es la ltima vez!
No, mil veces no!
Entonces vindose expuesto no tener oyentes,
saltaba, y apoderndose con su mano de hierro del
pri mero que encontraba
Pues bien ! le deca, t la oirs , y toda entera.
Habia que resignarse una hora de tortura, pues
el desgraciado volva empezar hasta t res veces se-
29
guidas. Tan grande era el entusiasmo que se i nspi -
raba s mismo.
Un dia estbamos en la Cliaumiere, y como el
presidente no le concediera la palabra bastante pron-
to, enton con su voz estentrea la Marsellesa, que
estaba entonces prohibida. El presidente agita su
campanilla; el dueo del establecimiento i nt er vi e-
ne; pero nada le puede contener. A la segunda co-
pla, se eleva, un diapasn tan exagerado que se
detiene sofocado.
El presidente le llama al orden por haber cant a-
do sin ser invitado hacerlo. Pero Caussidiere ha
respirado; recobra su voz. Vete al.... grita; s muy
bien que hubieras preferido oirmc cant ar: Viva el
vino ! Viva ese jugo divino'. Y sin escuchar al pr e-
sidente, continu la copla. Toda la sala resuena e n -
tonces con una lluvia de aplausos. Caussidiere c a n-
ta, baila y toma un aire grotesco queriendo p a r e -
cer gracioso.
Al salir , tropez con una vieja trapera mas bor -
racha todava que l. Se apresur darle el brazo,
y huy precipitadamente con ella. Despus de mu -
chas pesquisas, logramos encontrarlos bebiendo j un-
ios en una aguardentera. Leout re, Albert y yo t u-
vimos gran dificultad en separar los dos amantes.
Al pasar por la Halle, nos detuvimos un mo -
mento en una taberna , y Causidire , que debia e n-
contrarse mas adelante al frente de la polica de Pa-
rs , luch con los mozos. Le dej con Leroux. Me
sali bi en, pues encontraron Grandmesni l , y se
instalaron en un fondn de la calle Montmartre. All
se empe una lucha gastronmica, que con espanto
del fondista dur dos dias, gigantesca, incesante.
Grandmesnil no debi su victoria sino una a s -
tucia de guerra; se habia quitado las bolas para es-
tar mas cmodo.
Por aquel tiempo supe el medio ingenieso de
que se valia Caussidiere para procurarse el dinero
necesario para atender todos sus gastos. He aqu
cmo acuaba moneda: cuando por la maana se ha-
bia repuesto ya de su embriaguez, como el deca
30
chancendose, de su pebre de leche, iba buscar
un individuo quien conoca por insolvente.
Necesito di ner o, decia , hazme una letra de
cambio , la cobrar, y le dar cinco seis francos,
segn su importancia respectiva. Conoca perfecta-
ment e su hombr e, que jams se le neg. Provisto
con esta letra, iba casa do uno de los muchos
patriotas que le conocan , y le presentaba su valor.
Reciba ya dinero, ya mercanc as; rara vez salia
mal , pues aseguraba que el que firmaba era hon-
rado , y que en todo caso se podan presentar l
al vencimiento del plazo. Cuando Caussidire habla
de asuntos mercantiles , de una empresa cualquie-
r a, hay un acento de verdad en l tal que los mas
prudentes se dejan engaar; y por otra parle , cmo
desconfiar de un hombre que segn deca, haca
anualmente millares de negocios, y se daba tan
buena vida ?
Intil es decir que cuando venca el plazo de la
letra, una desgracia imprevista habia veni do con-
trariar imprevistamente sus mas magnficas opera-
ciones, y le obligaba pedir tiempo. Cuando encon-
traba dificultades para colocar sus letras, se diriga
otro negociante como l , y lo enviaba que ex-
plotara su vez su clientela. No citar mas ejemplo
que el do un antiguo oficial del imperio, que habi-
taba en Slery-sur-Oisc, y que dio entre otras s u-
mas 7,000 francos para la empresa de iluminar por
la noche los nmeros de las casas. Caussidire era
el asociado del .inventor. Aquel antiguo oficial era
una de las mejores explotaciones de estos seores.
No perdonaban anadi e: un da se present Caus-
sidire en casa de M. Ledr u- Rel l n, y lepidio 25,000
francos, que Ledru le rehus terminantemente. En-
tonces Caussidire, recurri endo los grandes me -
di os, sac una pistola de su bolsillo, y amenaz
saltarse la tapa de los sesos en el mismo gabinete
del hombre inflexible que no quera salvar un pa-
triota costa de un ligero sacrificio. Ledru-Rolln
enternecido cedi, y firm. Prestando as su dinero
ciertos demcratas, que no se lo volvan j ams, y
31
sosteniendo peridicos de la oposicin , es como Le-
dru-Rollin ha contrado las deudas que tanto le mo-
lestan.
Pero la cosecha mas rica para Caussidiere fue la
que le procur la insurreccin de Cracovia en 4846.
Provisto de cdulas de suscricion y lleno de un a r -
dor santo, iba diariamente pedir para los polacos
las casas de todos los demcratas, explotando as el
entusiasmo que inspir siempre aquella nacin h e -
roica y desgraciada.
Aseguran que despus de la recaudacin se dig-
naba partir con ellos como buen hermano. Aquellos
fueron los mas bellos dias del ciudadano Caussidiere.
CAPI TULO VIL
Cuna del Socialismo. Coffineau y su
partida.
Sin embargo, los sucesos caminaban prisa;
cada dia eran ""mayores los escndalos, la cor r up-
cin aumentaba en osada, la ltima hora de la
monarqua se acercaba , bastaba un solo esfuerzo
para precipitarla en el abismo. Ent re (anto qu ha-
camos? Nos reunamos en banquet es: oamos di s-
cursos en los concilibulos. Los hombros del partido
se impacientaban, pedan combatir y no queran
contentarse con nuestras rdenes del dia. Amenaza-
ban dejar al comit de La Reforma, y formar otro
compuesto de hombres de accin.
Particip su proyecto Albert, y le obligu ir
verlos. Fue muy mal recibido : Si no leemos
una solucin dentro de un mes, le dijeron, dejamos
vuestros escritores de La Reforma que gastan en
festines y en orgas el dinero de nuestras suscri-
ciones.
Vuestro Leoulre , que se alaba de gastar dia-
riamente 20 francos en el caf, es un avisto, lo
mismo que vuestro Flocon. En cuatro aos se ha
absorvido La Reforma mas de 500,000 francos. Po-
32
dras decirnos donde han ido los i 7,000 francos
de las suscriciones en favor de los polacos? (I) Sin
duda se han reunido con los 1,500 entregados para
ofrecer una espada de honor al almirante Dupetit-
Thouars. Creen que esto puede durar as? Si lo
menos hicieran algo! Pero si no hacen nada!
Los carpinteros especialmente , y los hombres de
la capilla de San Dionisio eran los mas descontentos.
A la vuel t a, dije Al ber t : Qu te han p a -
recido?
Nos van desbordar, y comprometerlo todo.
Ble ofreci describir la situacin en la primera
reuni n del com.
Como yo habia previ st o, aquellos seores se
ocuparon muy poco do estas reclamaciones. Los pa-
triotas indignados se dividieron en muchas fraccio-
nes. Los mas exaltados formaron con Cofinau una
asociacin que lom el ttulo de Socialista materialis-
ta. Cofinau era un hombre bast ant e respetable,
pero de un carcter sombro y spero. El pblico
recuerda sus disputas con Cabet.
Las predicaciones insensatas de los comunistas
hab an extraviado los hombres de Coffineau. Ha-
ban comprendido su manera las teoras de Fou-
r i er , de Cabet , y de Cousiderant, y emitan las
mas extraas doct ri nas, y erigan el robo en prin-
cipio: eslo era ser lgico con sus antecedentes. La
mayor part e de ellos so haban lanzado en las cons-
piraciones , porque nada tenan que perder, y se
hacan esta cuenta si ngul ar : Arruinemos los
tenderos, y - los comerciantes; bastante tiempo
nos han robado.
Empezaron poner en prctica sus teoras, sa-
queando la tienda de un zapatero, que despojaron
completamente. Emplearon tambin el expediente
(1) Este dinero fue entregado mas adelanto en la caja
del comit polaco, en fuerza de las reclamaciones del
Nacional que por un sentimiento natural de fraternidad,
aprovechaba todas las ocasiones de molestar La Re-
forma.
53
de Caussidiere , infestaron el comercio de letras de
cambio. Asolaron los campos por la noche, y r o -
baron mano armada en los caminos.
Necesitaban tener gran nmero de cmplices para
llevar buen trmino operaciones tan extensas;
as que, hablaron muchos de sus amigos antiguos.
Los unos los rechazaron disgustados, otros los de -
nunciaron las personas honradas de la polica, y
algunos finalmente los entregaron la polica.
Esta partida fue juzgada por el j urado de 187,
y los mas fueron condenados penas infamantes.
Tal fue el resultado de este triste negocio, que e s -
parci la alarma ent re los nimos. Los verdaderos
republicanos quedaron consternados.
El socialismo apareci as bajo auspicios bien t ri s-
tes; primero se present como una rama del comunis-
mo; hoy amenaza invadir toda la sociedad , y no di s i -
mula ya sus esperanzas. Lo digo muy al t o: ay de
la Francia! ay de la civilizacin de la Europa , si
ese partido llega nunca triunfar por la debilidad
mas bien por la impericia de nue.-tros gobernantes!
Habran concluido las ar t es , habria concluido la
industria. Se ver an renovar mas sangrientas las
proscripciones de 93. Los comits de salud pblica,
a particin de los bi enes, la guillotina permanent e,
el reinado del t er r or , con los paseos nocturnos
para amedrent ar la clase media.
No se diga que recargo de sombras el cuadro.
Es un fiel resumen de lo que se ha dicho durant e
diez y ocho aos en las sociedades secretas; y si
Febrero no produjo estos desrdenes, es porque l os
hombres moderados del partido republicano l oma-
ron la direccin de los negocios, y supieron cont e-
ner los que antes habia n conspirado con ellos.
Cuntos odios se han atraido por haber salvado ai
pas de las convulsiones de la anarqua en que que-
ra sumirnos una secta brbara! Quin no se
acuerda de las terribles jornadas de Juni o? Qu
prueba mas se quiere ?
Hoy mi smo, qu hacen sus rganos ? excitan,
impelen los descontentos la rebelin, no disimu
5
34
an sus proyect os; si vencieran alguna vez , no e s -
cuchar an ya la voz de los que los dirigieron con
tanto ingenio en los primeros dias de la revolucin.
En una palabra, lo que necesitan es un carnaval
revolucionario: Proudhon, que los debe conocer, lo
ha dicho.
Y ent re tanto qu se hace para combatir un
enemigo tan temible ? Qu se hace en presencia
de las cien mil vocea dadas en Paris nombres
hasta entonces desconocidos, escogidos i propsito
por los hbiles del partido para hacer ver la di sci -
plina con que funciona ? Se habla de una liga contra
el socialismo, de una cruzada : se amenaza s upr i -
mirle violentamente. Mal sistema: la persecucin
crea proslitos, y la doctrina mas mal a, vejada, y
perseguida , no tardar en tener muchos adictos. A s
lo dice la historia desde los primeros tiempos del
mundo. Por otra part e , los verdaderos gefes del
partido socialista presentan sus ideas de un modo
hbi l , y que primera vista puede seducir los
nimos mas fuertes. Esos soadores con sus pri nci -
pi os, por absurdos que sean en el fondo , fascinan
fcilmente la imaginacin de las clases laboriosas ; y
despus los i ndol ent es, los ebrios y los vagabundos
querran ponerlos en prctica de un modo i nmedi a-
to y absoluto.
Tal vez, si no fuera peligroso para la socie-
dad , la que expondra una terrible conmocin,
el medio mas seguro de combatir y de vencer al
socialismo sera darles las facilidades para ensayar
su sistema.
En seguida se vera los gefes de escuela p r e -
sent ar sus teoras , todas contrarias las unas las
otras. Se desgarrar an sin tregua ni compasin;
presentaran proyectos insensatos, y querran hacer
adoptar cada cual el suyo como el nico capaz de
asegurar el bien de la humani dad. Sus i nt er mi na-
bles y locas disputas habr an desengaado muy
pronto los que estn de buena fe y el socialismo
caera bajo el ridiculo de su impotencia. Entonces los
republicanos moderados propondran las leyes rege-
35
neradoras y de progreso que deben asegurar el bi en-
estar de los trabajadores, y har an bendecir la r e -
pblica. Mientras que hoy las preocupaciones de l a
prohibicin detienen los legisladores, y les hacen
desochar toda mejora.
As los desgraciados que han estraviado los fogo-
sos oradores del socialismo, han llegado no soar
mas que el caos en vez de la verdadera repblica,
nica que podia asegurar su suerte. Y por el temor
que inspiran se ve lanzarse en los brazos de los a n -
tiguos partidos una parte notable de la clase me -
dia , cuyas simpatas sinceras haba adquirido la r e -
pblica.
C A P I TU L O VI I I .
El Comit disidente.Las bombas incen-
diarias.
Despus de este funesto asunto de CofTineau com-
prendi el comit que ya era tiempo de ponerse la
obra', de reuni r las diversas fracciones esparcidas del
partido republicano, y sujetarlas una direccin su-
perior inteligente para evitar en adelante nuevas
catstrofes. Yo me encargu de este trabajo con
Albert.
Mi encargo consista en ir encontrar los g e -
fes mas influyentas, y en explicarles las intenciones
del comit central. En este trabajo tuve la fortuna
de poder aprovechar las indicaciones que me haba
dado en la crcel el ex-espa de que he hablado,
para evitar confiarme los falsos hermanos. Bien
pronto conoc la verdad de lo que me haba dicho,
y segu sus consejos.
En una de mis excursiones noct ur nas, vi De-
lahode paseando en el muelle Yol t ai re, ent re el
puente Carroussel y el puent e de las Artes. Llova
en abundancia, y sta circunstancia me dio que pen-
sar Acaso, me di j e, percibir tambin el bueno de
Delahode de la caja de los fondos secretos ? Pero
36
recordando sus canciones, sus magnificas estrofas-
sobre la Irlanda y la Polonia , y sobre todo, los v i o -
lentos artculos que escriba en La Reforma, lo cre
imposible, y dirigindome l le toque en la e s -
pal da.
Buenas t ar des, Delahode!
l i ! exclam con la mayor sorpresa.
Qu demonios haces por aqu esta hora , y
con este terrible tiempo?
Espero un t r uan que me debe dinero , y c o -
mo pasa por aqu todas las t ar des , me va pagar,
si no Y golpe fuertemente con su bastn el
parapet o del muelle.
Al momento conoc que quera deshacerse de m .
Pero como observara que yo insista en quedarme,
dijo de r epent e: Bah! Bah! ya hace una hora
que estoy esperando: ya volver cuando el tiempo
est mejor.
Despus de saludarme me dej dirigindose hacia
el puente del Carroussel. Yo march hacia el de las-
Art es.
Ah! T quieres engaarme! Pues no se di nl
que me he mojado hasta los huesos sin haber des-
cubierto el misterio que me quieres ocultar.
En vez de tomar el puente de las Artes me c o -
loqu bajo los arcos del palacio del Instituto. Era
cerca de media noche, y la luz de los mecheros,
de gas le vi volver mirando por todas partes si yo
me haba emboscado en alguna puert a cochera.
Parece que se tranquiliz, pues volvi empezar
sus paseos de un lado a otro como antes.
Un cuarto de hora despus vi el carruaje COD
los dos faroles verdes de que me habia hablado mi
ex-agent e. Se detuvo en la esquina de la calle de
los Veux Angustias; un hombre baj de l. Del a-
hode atraves el muelle para salirle al encuent ro.
Hablaron un moment o, y vi Delahode hacer un
movimiento como de meterse dinero en el bolsillo.
Cmo deca , pues , que tenia un mal deudor?
se conocen ! ya s bastante. Y part.
Todo mi esmoro se dedic entonces alejar
37
Delahode de nuestras reuniones, y especialmente
evitar que Albert cayera en algn lazo. Porque er a
a clave de la bveda de nuestro edificio. Recurr
ia astucia; pues si hubiera dicho entonces que s a -
bia algo de Delahode, hubiera pasado por un cal um-
niador-.
Algunos dias despus no se le admiti un a r t -
culo que quera hacer insertar en la Reforma. Su
vanidad de escritor se resinti. Yo le aconsej que
se vengara fundando otro peridico, y as lo hizo
ayudado por Pilhes y Dupoly. Hasta publicaron el
prospecto del peridico el Pueblo, y en este tiempo
atuvimos casi libres de ellos.
Estas ocupaciones no me distraan del proyecto que
haba concebido el comit. Descubr una nueva frac-
cin que estuvo punto de comprometer tambin al
partido.-Un tal Cullot me puso en relacin con ella.
Era numerosa y estaba dirigida por hombres de saca
y de cuerda. Cullot me dijo que haban resuelto a t a -
-car las Tulleras y mat ar Luis Felipe. Como n e -
cesitaban comprar armas , pensaban robar la tienda
de un cambista para procurarse el dinero necesario.
Fundaban bailes, se ejercitaban en fabricar pl -
vora y bombas incendiarias, de las cuales una sola
deba bastar para incendiar un cuartel de guardias
municipales.
Disimul mi asombro al oir estas maravi l l as, y
-fui con l una de sus reuni ones, qne se celebraba
n una taberna de la calle de las Esclusas, en el ar -
rabal de San Martin.
All o discutir los proyectos mas insensatos. El
tabernero me ense un molde que funda cincuenta
balas un tiempo; despus trajo hierros de lanzas.
En aquel momento lleg Barbast seguido de dos i n-
di vi duos, uno de los cuales era de mis sospechosos.
Apenas sentados, el ciudadano Barbast pidi la pala-
br a para leer una comunicacin importante. I gno-
r ant e y estpido hasta el ext remo, este hombre tena
pretensiones de elocuente. Su discurso que pr ome-
ta ser largo fue interrumpido por Yelhicus que me
pregunt el objeto de mi visita. Yo le dije entonces
58
que estaba encargado por el comit central de r eu-
nir todas las fracciones dispersas del partido repu-
blicano. El ciudadano Yelhicus uno de los mejores
oradores de la reuni n, tom entonces la pal abr a;
per o habindola empezado usar al mismo tiempo
Barbast y Yitou , tuve que sufrir tres discursos la
vez, de los cuales no comprend otra cosa sino que
yo era enviado por los aristas de la Reforma para
dividirlos. Yo respond que de los miembros del co-
mi t no conoca mas que Albert, y que si ellos
quer an lo present ar a en la primera reunin. Ape-
nas habia concluido do hablar cuando llamaron la
puerta, y vi ent rar dos trabajadores cargados de plo-
mo que haban robado para hacer lalas. Esta ci r -
cunstancia me decidi no permanecer all por mas
tiempo.
El mercader de vinos al conducirme fuera me
dijo que l ' mantena todos estos excelentes pat ri o-
tas , pero que estando arruinado tenia deseos de verles
empeados en la lucha porque eslaba si no preci sa-
do mudarse de all sin ruido y clandestinamente.
Yo me sobrecog al pensar que acababa de r eco-
nocer un espa entro ellos y que en caso de haber
sido sorprendidos por la polica yo hubiese sido con-
fundido con los ladrones como le sucedi en otra
ocasin Co'ineau.
Albert quien yo cont todo esto particip de mis
t emores, y me prometi verles y hacer todo lo po-
sible para obligarles renunci ar sus detestables
proyectos.
Algunos dias despus Cullot y Vi Ion se present a-
ron en mi casa y me convidaron una reunin que
deba celebrarse en la Villete, en casa de un mer -
cader de vi no: me dijeron que mi presencia era n e -
cesaria, que se tenan muy buenos informes de m,
y que si quera ser de los suyos, me ofreceran una
posicin preferible la que yo tenia con los trafi-
cantes de papel de ' La deforma , los cuales no eran
republicanos mas que en el nombre.
Al llegar en casa del vi nat ero, que so llamaba
{Jorau , afiliado tambin en las sociedades, nos e n -
39
contramos con una numerosa reuni n. El orador
Yelhicus tom la palabra" para proponer que debia
nombrarse una comisin compuesta de cinco mi em-
bros que se declarara permanent e. Eslos miembros
deberan cobrar cinco francos diarios cada uno , sa-
cados de las suscri ci cnes, y dar de cinco en cinco
dias cuenta y los gefes de los grupos de las medi -
das revolucionarias que hubiesen tomado. Dos agen-
tes revolucionarios sostenidos tambin expensas
de la asociacin , trasmitiran y haran ejecutar las
rdenes del comit. Cualquiera que hiciera pblicos
los nombres de sus individuos sera expulsado. Los
miembros del comit no deberan nunca ser vistos
en estado de embri aguez: su nombramiento sera
revocable. Cuando los afiliados llegaran mil de-
bera empezarse la insurreccin.
Yo quera r et i r ar me, pero me detuvieron di
cindome que mi presencia no estorbaba para nada
y que se contaba con m discrecin.
Un sombrero negro bastante grasicnto fue col o-
cado sobre la mesa y cada uno deposit en l su
voto. Me aqui el resultado del escrutinio: Feret (alias)
Bigoles, l' oitier, Yitou (a.) el Papa; Cullot y Yel-
hicus ( a. ) el Rapado. La polica no pudo salir me -
j or , porque como siempre , pudo contar con agen-
tes suyos en el comit.
Todos los miembros presentes juraron no r e v e -
lar nunca lo que acababa de pasar all.
El pri mer cuidado del comit fue procurarse d i -
nero para comprar armas y municiones. Ledr u- Ro-
llin , quien el comit se dirigi pidindole un bi -
llete de 1,000 francos destinados llevar buen fin
la revolucin , ' se excus polticamente diciendo que
1,000 francos no eran bastantes para derrocar un
Gobierno.
En la primera entrevista que tuve con Albert
me pregunt si saba algo de nuevo relativamente
los hombres de la Villete , y habindole dado una
respuesta negativa , me dijo: T mientes , has sido
nombrado de su comit, y marchas con ellos: Mis
explicaciones, sin embargo, le hicieron reconocer su
40
error. En este momento entr Yelhicus en el caf y
se aproxim nosotros con aire grave y sever o, y
dirigindose m: Os guardis de nosotros me
dijo. Es verdad , le respondi Albert soltando una
carcajada verdaderament e homrica que yo no pude
menos de imitar viendo la facha de Yelhiens.
Cosa extraordinaria ; estaba recin afeitado y l l e-
vaba unos anteojos azules. Su sombrero blanco de
una altura prodigiosa, su corbata y chaleco blancos,
contrastaban de una manera si ngul ar con el resto
de su vestido. Sus zapatos de una largura desmesu-
rada , parecan mas bien un par de chinelas: su
pantaln negr o, mas bien un envoltorio de este
color , cubra sus huesos que apuntaban por todas
partes: su casaca negra de cola de bacalao que le
habia prestado un carpi nt ero, de estatura colosal, le
caa hasta los talones, y para darse aire de un con-
sumado Dandy, llevaba en el brazo un cierno p a -
leto de verano que le habia dado ent re los suyos el
apodo de Rapado, Por l t i mo, fumaba un cigarro de
cinco cnt i mos, y llevaba en la mano un junco de
dos cuartos.
Todos los que s:; hallaban presentes se acercaron
nosotros y toda la sala prorrumpi , al contemplar-
le , en risas estrepitosas. Yelhicus, aunque muy sus-
ceptible , supo sin embargo cont enerse: era un j o -
ven de algn talento, pero de una vanidad excesiva
y lleno de confianza en su propio mrilo. Nos rog
que saliramos porque tenia que hablarnos s er i a-
ment e.
Cuando estuvimos fuera, me dijo: s e qu e no ha -
bis guardado el secreto de lo que pas en nuestra
ltima reunin , y que habis contado todo lo que
en ella ocurri cuantos han querido excuchar -
lo.Os engais, le contest, refirindole las r e -
convenciones que me habia hecho Albert por mi
discrecin. Entonces procur excusarse, y me dijo
con tono sentencioso: Dar cuenta mis colegas
de mi error acerca de vuest ra conducta, ci uda-
dano.
Desde el momento en que me vi tratar de ciu-
41
dadano conoc que haba reconquistado su est i ma-
cin. El ttulo de seor ent re los republicanos es
sinnimo de malvado.
Nosotros comprendimos cul era el objeto de su
compostura en el vestido, cuando nos hizo saber
que estaba encargado para con Albert de una mi-
sin diplomtica. El y sus colegas del comit de la
Villete haban resuelto por inters de la causa, y
poniendo un lado resentimientos particulares, pro-
curar la unin de los dos comi t s: pidi en con-
secuencia de esto Albert que obtuviera para l una
audiencia del comit de La Reforma. A l be r t le r e s -
pondi que el comit no tenia mas que sesiones a b-
solutamente secretas y que l no podia comunicar con
sus miembros sino por medio de uno delegado al
efecto: que por lo dems se. haba propuesto ponerse
en relacin directa con l y sus colegas.
Velhicus, aunque con disgusto, acept la proposi-
cin de Albert y nos cit para el da siguiente en
casa de Gorau.
No bien nos hubo dejado me dijo Aibert: com-
prendes t estos imbciles? ir formar un comi -
t ! Ellos qui eren echarlo perder todo: la polica
va echarles mano , porque determinados aca-
bar como lo que son, van empearse en cual qui er
empresa temeraria ; y el solo medio de contenerlos es
ir verlos y emplear la astucia para obligarles di -
solverse. En La Reforma se nos agradecer cuanto
hagamos en este asunto.
Fuimos al dia siguiente en casa de Gorau. La
Asamblea estaba completa : se habia convocado
todos sus individuos para esta sesin de aparato.
Haban hecho ir, para que Albert encontrara un
digno adversario , al ciudadano Lacambre , doctor.
en medicina, ex-prol'esor de retrica &c ; pero por
desgracia yo habia tenido desde por la maana n o -
ticia de esta disposicin , y Al bert , advertido por
m , declar no bien hubo entrado que se ret i rar a
si permaneca all Lacambre, porque sus excent r i -
cidades y sus inconsecuencias pasadas deban e x -
cluirle de toda reunin poltica. Pues que mi p r e -
42
seneia parece comprometer Mr. Al bert , dijo La -
cambre inclinndose con al'eclacion, yo me retiro;
pero quedo siempre la disposicin de los ci uda-
danos que me han honrado con su confianza. Y
sali acompaado de algunos amigos que no quisie-
ron abandonarle. Con este motivo se oyeron lamen-
taciones dignas de Jeremas. Ah qu desgracia.'
Si se habr resent i do! Abandonarnos as!!!
Estas pobres gentes acostumbradas orle di s -
currir por espacio de muchas horas sobre la f ami -
lia , el libre albedro, el Evangelio , la repblica de
Espara y las leyes de Licurgo , sobre la muger, el
trabajo en comn, la igualdad de las fortunas, la
supresin de la moneda y sobre otras muchas cosas
mas , se crean sumidos para siempre en la i gno-
ranci a perdiendo este precioso orador. Y despus
contaban ellos con su retrica para deslumhrar
Al bert !
La sesin haba empezado cuando se ncl que
el presidente de edad, el Papa Vtou, estaba ausen-
te : empezaron pues buscar l o, y despus de mu -
cho tiempo se le encontr en una taberna bebiendo
vino y devorando lorias de manteca que era muy
aficionado. Se le condujo con mil atenciones al
asiento de honor . y en cuanto lo hubo ocupado
quiso usar de la palabra y aun pronunci todava
al gunas; pero la embriaguez que perturbaba su ca-
beza no le permiti concluir la primera frase , y
cada uno de los presentes pudo conocer que el des-
graciado habia olvidado uno de los principales a r -
tculos del reglamento.
Yelhicus lom la pal abra, y Yitou, lleno de con-
fianza en la elocuencia de su ami go, dej caer la
cabeza sobre la mesa y se dur mi profundamente.
Despus de algunas discusiones , Albert ley una
orden del dia bastante belicosa escrita por Delaho-
de, y cuya lectura no fue interrumpida mas que por
los ronquidos del presidente de edad.
Al salir de esta reuni n, Yelhicus nos condujo
por unos sitios en que se reunan miembros de esta
misma fraccin, y cuando nos dej, me dijo Al -
43
ber l : Son muchos, y he nolado que hay ent re
ellos hombres de accin: tratmosles con considera-
cin que nos pueden ser tiles algn dia, aunque
tengamos que hacer algunas concesiones sus ideas
mas razonables. Despus me prometi ponerme
bien con los hombres de la Reforma, y en cumpl i -
miento de esta promesa lleg con efecto hasta a me -
nazarles con su separacin si no tomaban una mar-
cha mas revolucionaria: as se lo prometieron.
Todo iba ya bien , cuando Cullot tuvo la idea fa-
tal de caer en una trampa-grosera. Una de las lum-
breras del comit propuso fabricar nuevas bombas
incendiarias, asegurando que un ciento de ellas bas -
tara para exterminar toda la guarnicin de Pars.
Psose al momento el pensamiento por obra , y a un-
que no t uvo un xito completo , creci el deseo de
superar todos los obstculos hasta ol punto de g a s -
tar todo el dinero disponible en experimentos i n -
fructuosos.
mientras tanto los hombres murmuraban : ellos
preguntaban grandes gritos por las bombas de
que se les habia hablado, y dec an: Se han comido
nuestro di nero; es preciso nombrar otro comit.
Esta amenaza produjo su efecto. Se trat de po-
ner manos la obr a, pero haca falta dinero. Cu-
llot reuni unos 50 francos, con los cuales se f a-
bricaron algunas bombas que hicieron callar los
descontentos.
A m me ocurri entonces que se deba pasar
una caria al seor Yalier, aquel oiiciai de Mery
snr-Oire de que he hablado propsito de Caussi -
diere.
Este hombre hacia parle de todos los corniles;
bonapartislas , legitimislas , republicanos; los cons-
piradores le recompensaban en especies sonantes.
Solamente su familia no estaba contena con los h o -
nores de que se le colmaba.
Esta vez convine con Albert en pr eveni r l e,
hice el viaje Mery con Yitou , padre, que se que-
d en una taberna del lugar. A'alier me recibi bien
pero me cen las quejas que tenia do los pat ri o-
u
tas. Yo le dije Vitou que el bonaparlisla no q u e -
ra desatar los cordones de su bolsa, lo cual l me
dijo : este es uno quien se colgar por su repul sa.
1 comit qued aterrado con esta noticia , penx
todava vino Cullot su socorro. Sac 15 trancos
de un mdico de la Yillele y al dia siguiente habia
reuni do hasta 50 : con ellos hizo bombas que de esta
vez ofrecieron un xito maravilloso : el choque solo
bastaba para inflamarlas. El comit habia triunfado.
Barbast, que habia contribuido la confeccin de
las bombas con una fuerte suma , pidi dos para
poner fuego al mercado del Templo, que arrui naba
su comercio de sast rer a; pero le fueron negadas
poraue yo hice notar que mas de quince mil pe r s o-
nas del pueblo vivan de este morcado, y que seri a
hacer odioso el partido si semejante hecho llegaba
descubrirse.
Un dia fui en casa de Cullot en un momento en
que hacia bombas , y habiendo visto al ent rar que
el fsforo que l melia por una pequea abertura es-
taba inflamado, exclam : la bomba va estallar,
Tienes miedo ? me dijo. Sin contestarle me puse
detrs de l ; Yitou , hijo , permaneca separado: un
hijo pequeo de Cullot estaba bajado cerca de su
padre , cuando de repente not que se habia queda-
do un grano de plvora en la abertura inflamada.
Coger al ni o, arrojarlo sobre una cama en la h a -
bitacin prxima, cerrar la puert a tras de m todo
fue obra de un instante. La bomba estall con u n
ruido espantoso y rompi las vidrieras de la casa.
La muger de Cullot dio un grito horroroso.
Yo me apresur abri r la puerta porque el cuar -
to estaba lleno de humo y de fsforo, y yo me a h o -
gaba. Busco Cullot tientas y lo encuentro en la
c/jeina donde su muger le echaba agua. Yeo que a r -
de su blusa y se la arranco , ayudndole despus
ponerse otra. Despus de esto tomamos con ligereza
as bombas y fuimos ocultarlas en un terreno veci-
no, porque el portero y los inquilinos de la casa cor -
ran irritados y amenazaban llamar al comisario. La
bomba habia saltado y haba ido estallar por e n -
45
i ma de la cabeza de Cullot: Vitou, hijo, habia hui -
do precipitadamente.
Algunos dias despus bamos con Cullot hacer
experi ment os, cuando dos agentes de polica se ar r o-
j ar on sobre l: Vitou, padr e, y otros fueron ar r es-
lados; yo me libr con otros compaeros rechazan^
d o los agentes que iban poner la mano sobre nos-
otros. Yo habia notado que Bigotes habia rehusado
cont ra su costumbre ir beber un vaso de vino con
nosotros, y que en el momento en que los agentes
pret end an rodearnos, l estaba colocado su ve n-
l ana. Ha sido bien inspirado, dije entonces para mis
adent ros.
Ninguna prueba existia contra m , y la muger
de Cullot me dijo que nada tenia que temer de su
marido ni de Vitou, padre; por el contrario me com-
prometieron que cuidase de la organizacin de ios
.hombres de la Villete, y as lo hi ce: nicamente tu-
ve la precaucin de mudar de domicilio.
Como lo habia previsto Albert, el accidente ocur-
Ti d o Cullot no era del todo funesto, porque desem-
barazado de este comit turbulento y con la ayuda
de un buen amigo, pude organizar y disciplinar bien
pronto todos los hombres. Entonces fue cuando
Albert, viendo que esta ocupacin absorvia todo m
iempo , pidi al comit mi instancia que me acor-
dara un subsidio para indemnizarme de la prdida
d e mi trabajo. Flocon le remiti dinero para m y
par a mi amigo; yo recib algunos cientos de francos.
Cuando yo hube puesto Albert en jrelacion con
todos los gefes del grupo me dijo: Ahora estoy con-
tento ; poseo la clave y podemos hacer la paz la
guerra. Voy pedir algunos billetes de 1,000 r ea-
las mi casa para hacerme con plvora, y si la Re-
forma no marcha bi en, tu vers lo que hago.
Algunos dias despus fu arrestado por denuncia
de Yi l ou, hijo: yo corr entonces preveni r Flo-
con. Tengo algunas cosas que advert i ros: nosotros
tenemos un espa que no es extrao sin duda la
prisin de Al bert , y esta noche vamos pedirle
ama explicacin. Leed esta carta dirigida al seor
46
Tur mel , mercader de vi no, calle de Pooa. La car-
ta decia as:. Si continuis metindoos en lodo como
hasta aqu os perdis y no me serviris de ninguna
utilidad. Existen ya algunas sospechas de vos: id
todava la Reforma, porque me cuesta trabajo
creer lo que me habis dicho. Esta carta habia sido
echada en el correo de la Prefectura.
Tur mel , quien se habia mandado llamar, lleg.
Pretendi justificarse , pero para algunos de nos -
otros fue siempre considerado como un espa.
Albert fue puesto en libertad los pocos dias de
su prisin, y me dijo que habiendo oido pronunciar
mi nombre al juez de instruccin , se habra expedi -
do probablemente contra m un auto de arresto,
porque Vi t ou, hijo, tambin m me habia denun-
ciado.
El famoso Caussidire estaba mezclado , no se s a -
be cmo, en este negocio, sin duda por cuidarse en
la prisin. El supo excitar de tal manera los que
estaban prevenidos contra m , que todos , ej em-
plo de Vitou, me sealaron como el promovedor
principal de este complot.
Agoviado bajo todas estas denuncias , fui conde-
nado "por contumaz cuatro aos de prisin y otros
tantos de vigilancia.
Tal es la verdadera historia del negocio titulado
de las bombas incendiarias que Caussidire, delante
de la asamblea nacional, siendo miembro de la co-
misin de informacin, confundi propsito con
los petardos que un loco sembraba por la noche en
las calles de Pars. El tuvo el atrevimiento de a c u-
sarme de haber repartido estos petardos para a l a r -
mar la poblacin; hoy sin embargo no tengo n e -
cesidad de defenderme, porque el pobre loco acaba
de ser cogido in fraganti.
Pero hubo en todo esto una cosa mas funesta para
m que mi condenacin: como yo no habia sido ar-
restado , mis cmplices me acusaron de traicin;
el l os, que me denunci aban!
Esta inculpacin me fue muy sensible; y c om-
pletamente desanimado dije Albert que estaba r e -
47
suelto ret i rarme hasta el dia del combate , que no
debia hacerse esperar mucho tiempo , y que ent on-
ces yo baria ver mis calumniadores quin sabia
defender mejor la causa sagrada de la repblica.
Dej Albert como se deja un amigo y part eon
el corazn desgarrado por la tristeza para Holanda,
donde tenia algunos parientes.
C A P I T U L O I X .
La revolucin de Febrero. Cmo se forma
nn Gobierno provisional.
Algunos meses despus supe por los peridicos
de Francia que lea asiduamente en mi dest i er r o, la
manifestacin que debia tener lugar con ocasin del
banquete del duodcimo di st ri t o, y comprend que
o momento habia llegado, y que grandes acont eci -
mientos se preparaban. Sal, pues, para Pars, adon-
de llegu el i de Febrero por la noche. Al dia s i r -
guiente desde por la maana corr muchos talleres,
reun muchos hombres' det ermi nados, y nos di r i gi -
mos los Campos Elseos : all encontr un tropel
inmenso que gritaba : \ viva La Reforma!
Excitados la vista de todo este pueblo lleno de
entusiasmo , por las numerosas cargas de caballera,
nos resolvimos resistir. Nosotros contribuimos
que lloviesen piedras y sillas sobre los sargentos de
villa y municipales, y cuando conocimos que no
nos era favorable el t erreno de los Campos Elseos,
lo abandonamos para t raer el movimienio al i nt e -
rior de Pars.
En el camino al pasar por la calle nueva De s -
Petits Champs cerca de la Biblioteca, encontr Al -
be r t , Caussidiere, Pilhcs, Dalahode y algunos otros:
Dnde vas, me dijeron, al reconocerme? Voy s e -
gui r en Pars la obra empezada en los Campos E l r -
seos. Y no temes ser arrastrado? me dijo Delahode:
De dnde vienes? Busqu mi destierro vol unt ari o,
le dije, por las sospechas que se hicieron recaer so-
48
bre m: habia prometido Albert veni r para el dia
del combat e, y puesto que ha sonado la hor a, aqu
estoy disposicin del partido.
Al bert , Pilhes y Caussidiere me apretaron la
mano, y me aseguraron que ellos no haban sospe-
chado nunca de m. Nos separamos por prudencia;
pero al hacerlo me dio Albert una cita para aquella
misma noche en la plaza de Palais-Royal. Vi en el
sitio sealado Albert, de quien supe que el comit
no habia previsto nada, y que faltaban armas.Dn-
de estn , pues, sus promesas ? exclam. Ellos men-
tan , segn eso, cuando nos prometan armas y
municiones para el dia del combate. Qu se han
hecho las sumas recaudadas? No importa, yo tengo
cartuchos en lugar seguro, y maana los repartir
ent re los amigos que t has visto. Dnde es el l u -
gar de la cita en caso de un buen xito? En La Re-
forma, me dijo: de all es de donde hemos de salir
para el Hotel de Ville donde nombraremos un g o -
bierno provisional.Por esto se ve que nosotros
vendamos la piel del oso antes de haberlo matado.
Supe despus en el cal que Causdire estaba
resuelto tambin trabajar por la causa y que se
podia contar con l por dos r azones: una porque
tenia necesidad de hacerse matar por el mal estado
de sus negocios; otra porque habia dicho muy s e -
ri ament e , y en ayunas, que no se podia t ar dar
mucho tiempo. Solo Delahode se opona tomar las
armas.
Al dia siguiente se empe la l ucha, y yo fui
herido en el costado izquierdo defendiendo la ba r -
ricada de la calle Vielle du Temple. No ent rar
aqu en los detalles de los diferentes combates que
tuvieron lugar durant e dos di as; su recuerdo est
presente en la memoria de todos. Same permitido
sin embargo afirmar que pesar de las observacio-
nes que se han hecho en contrario, el pueblo se ba-
ti en Febrero: cualquiera que viese entonces el as-
pecto de Pars, sabe que 100,000 soldados determi-
nados morir no pudieron salvar la monarqua.
Cuando nos apoderamos del Hotel de Ville, donde
49
habamos lomado dos caones, yo vi asegurada la
victoria y corr la Reforma para anunciar al co-
mit este feliz acontecimiento; pero no encontr all
sino muy pocos. Dnde est Flocon, pregunt
entonces ? En el caf; se me respondi : y al bajar
lo encont r de uniforme de guardia nacional ha -
blando con IJaunc: los dos fumaban tranquilamente
con el fusil echado sobre el brazo. El hot el - de-
Ville es nuestro, les dije; tenemos dos caones; las
tropas se baten en ret i rada por todos lados; los cuar-
teles estn ardiendo ocupados por el puebl o; la
guardia nacional est con nosotros: todo Pars est
erizado de barricadas.
Habi s visto Caussidire? me pregunt Fl o-
con. -No, le dije, no he visto mas que Albert;
pero estoy cierto de que se estn batiendo como
leones.
li aqu lo que cambia terriblemente los ne -
gocios, aadi Flocon: es preciso nombrar un go-
bierno provisional. Despus, volvindose los que
me seguan , les dijo : Estis sofocados, amigos, de-
bis tener sed, entrad en un caf. Y me dio d i -
nero para que pagara la bebida.
Daos pri sa, me dijo m ; os volvereis la
Reforma, pues tengo rdenes que comunicaros.
Un instante despus fui encontrarle, y hall
con l Cahaigne, el hermano de Bocgnet, Baune,
y algunos otros : en aquel momento nos anunci aron
que un combate terrible tenia lugar en la plaza del
Palais Royal, y que la tropa atrincherada en el puesto
de guardia de Chateau-d' Eau, opona una resi st en-
cia desesperada.
Que se los metralle, dijo alguno, y se me
d io orden de conducir all los dos caones del Ho-
tel-de-Ville. Esta orden, redactada por Bocquet, est a-
ba concebida as: Ciudadanos, nuestros hermanos
son alevosamente muertos en la plaza del Pal ai s-
Royal. Autorizamos al ciudadano Chenu , portador
de la presente or den, para que haga conducir
dicho paraje los dos caones que estn en v u e s -
t r o poder, fin de acabar en breve con los ltimos
i
50
defensores del tirano Luis Felipe. Fi rmado. =
Bocquet. Debaj o, el sello de la Reforma.
Djose Cahaigne que me acompaase llevar
esta or den, y se nos diesen ademas algunas pr o-
clamas para distribuirlas al pueblo.
Llegados al Hot el - de- Vi l l e, encontramos una
multitud compacta , e br i a de vino y de alegra. Hom-
bres y mugeres se hallaban montados en los dos
caones y hasta en los caballos, y se hacan ar r as-
t rar al rededor de la plaza.
Nos pusimos hacerles entender la r azn, pero
por mas que yo les mostr la orden de que era
portador y les expliqu que algunos caonazos ahor-
r ar an la sangre de sus her manos, no pude obl i -
garlos que se bajasen y nos siguiesen.
Yen, dije entonces Cahai gne; esta escena me
r epugna: ya no hay aqu uno solo de los comba-
tientes de esta maana; no hay mas que una turba
insensata, que una compaa podra barrer en un
i nst ant e. Yolvmonos la Reforma.
En el camino me hall separado de Cahaigne. En
la calle Rambuteau encontr patriotas conocidos
mos que guardaban sus barri cadas; y habindose-
nos dicho que Pornin y una multitud de nuestros
amigos, arrestados el dia ant eri or, estaban en la
Prefectura , resolvimos libertarles, para lo cual par -
timos con fuerzas imponentes.
Todos los municipales y alguaciles estn r euni -
dos al l ; razzia completa. Tal fue el grito general.
Zapadores improvisados marchaban la cabeza
y los t ambores de la Guardia nacional daban la se-
al de ataque. Llegados al Quai - aux- Fl eur s, la co-
l umna se dividi en dos fuertes destacamentos:simo
tom por el muelle para atacar la puerta de la
Cour - du- Har l ay y nosotros seguimos por la calle
de Jerusalen.
La puerta estaba cerrada , y ya bamos der r i -
bar l a, cuando se abri repent i nament e. Nos pr eci -
pitamos hacia ella y encontramos los municipales
amrados y prontos hacer fuego. La sangre iba
cor r er , cuando uno de nosotros se lanz sable en
51
mano, y levantando con el ademan los fusiles que ya
se preparaban, gri t :
i Abajo las armas! Si hacis u n movimiento, el
pueblo os va acuchillar. En este momento se oye-
r on algunos tiros de fusil hacia el muelle , de cuyas
resultas se arm un desorden indescribible. Cerca
-de 2a0 ginetes que se encontraban en el pequeo
patio del depsito lo embarazaban completamente. El
oleaje que invada la prefectura engrosaba cada
momento. Los municipales no intentaron entonces
hacer ni nguna resistencia; pero algunos romp an
sus fusiles ant es que entregarlos. Los ginetes , sobre
t odo, quer an irse con los caballos diciendo que
er an suyos; el puebl o, por su part e, les contestaba:
Solo os llevareis vuestro pellejo y podis dar g r a -
cias Dios de no dejarlo en la punt a de nuest ras
bayonetas.
Las armas fueron depositadas en un rincn del
pat i o, y para que los municipales desarmados esca-
pasen de la clera de la mul t i t ud, se les dieron bl u-
sas y gorras. Entonces pusimos en libertad n u e s -
tros amigos que hab an sido arrestados en los dias
ant eri ores, los cuales desfilaron por delante de nos-
otros con Pornin la cabeza gr i t ando: vivan nues-
tros libertadores! Yo me dirig la plaza del Pal ai s-
Royal donde aun se escuchaban descargas de f usi -
lera.
Cuando llegu la calle del Museo vi torbellinos
de humo producido por el incendio de los coches
del Rey que ardan delante del puesto de Chateau
d' Eau, de que el pueblo se apoderaba en aquel mo -
mento. Tal fue el ltimo y el mas terrible de los
combates de este dia. All vi Pilhes, . Est e-
ban Ar ago, de uniforme, Caussidiere, Albert y
Delahode. Lesser acababa de ser herido en el muslo
y habia caldo gr i t ando: Viva la Repblica! Estos
fueron los nicos gefes quienes vi combatir; los
ot ros, tales como Banne y Flocon haban j uzga-
do prudente no ' dejar la calle de Juan Jacobo' Rous-
seau. Los moradores de esta calle que tienen me -
moria debern rer mucho cuando oigan eslos dos
52
val i ent es vanagloriarse de haber combalido por la
Repblica; y el folletinista que escriba en el Cor-
reo francs : En la barricada de la calle de Yalois
es donde mas se ha distinguido el ciudano Fernando
Flacn, hubi era hecho mejor en deci r: En la
calle de Juan Jacobo Rousseau es donde el ci uda-
dano Fernando Flocon ha fumado mas bravament e
su pi pa, mi ent ras se hacia matar el pueblo en la
barri cada de Yalois. Pero asi escomo se escribe la
historia!
Tomado ya el puesto del Chateau-d'Eau fuimos
a las Tulleras y asistimos al saco de las habitacio-
nes del Rey y de la sala del Trono. Yo me volv
La Reforma y en el camino iba pensando en el
corto nmero de republicanos que habia vislo com-
batiendo. Pero el pueblo se olvid de eso como ya
hemos visto; y como si no se mostraron en el c om-
bate , t uvi eron aquellos buen cuidado de darse luz
despus de conseguida la victoria; supieron sacar
para s todo el provecho de una revolucin que no
habi an hecho y que ni siquiera habian previsto.
Iba seguido aun de un cent enar de combatientes,
algunos de los cuales subieron conmigo las ofici-
n a s , mientras los otros formaban un puesto en el
pat i o, ent re la primera sala de la izquierda. Unas
cuarenta per sonas, lo sumo, se hallaban all r e -
unidas, y entre ollas se encontraban:
Flocon. Delpech, fundidor en
Beaune. cobre.
Caussidire. Gaulier, pocero.
Sobrier. Ger vai s, albail.
Lui sBl anc. Tissot, carpintero.
Thor. Dupui s, zurrador.
Garnaux. Gras.
Fayolle. Cahaigne.
Tisserandot. E. Arag.
Albert. C. Frot t i er, sastre.
Delahode. Yallier.
Boivin. E. Augier.
Chenu. Pclit.
53
Jos Ledoux.
Boileau.
Zammarei .
Bocquet.
Pont.
&.
Muchos de entro ellos, que no me habi an vislo
aun, vinieron estrecharme la mano, y al ver i nun-
dada do sangre la piel de mi canana, me p r e g u n -
taron si estaba herido.
Esta sangro les respond , no es mi a, sino de un
guardia municipal.
Entonces Beaune , que pareca presidir, nos dijo
He aqu la lista do los delegados para el Gobierno
provisional que el Nacional nos comunica. Nos dejan
ia mitad de las plazas.
En seguida fueron propuestos y aceptados los
nombres de los ciudadanos Flocon, Ar ag, Le dr u-
llollin y Luis Blanc. Despus Beaune propuso al c i u -
dadano Albert para represent ar los trabajadores
1
en el Gobierno. Albert fue aceptado con entusiasmo.
Ahora necesitamos , aadi Beaune, un delegado
en la Administracin de Correos y otro en la P r e -
fectura de polica. Aqu , sobro todo , necesitamos un
hombro seguro para conocer los que nos han hecho
traicin desde hace i 3 aos. Yo vi Delahode echar
una mirada de desconfianza. Nombrse Esteban
Arag para la Direccin do Correos y parti en se-
guida a posesionarse de su administracin.
Y quin confiaremos la polica? dijo Beaune.
Yo pronunci el nombre de Caussidire y todas
las voces clamaron porque aceptase estas funciones,
para lo cual se mostraba algo indeciso. Vamos, acep-
ta: nosotros te serviremos de escolta le dijimos,
y se resign. Sobrier pidi secundarle y ambos fueron
nombrados delegados en el departamento do polica.
_A partir bamos, cuando Esteban Arag volvi
diciendo : Los guardias nacionales me han j la
puert a, di ce, y no quieren reconocerme por di r ec-
tor. Yo tom unos 50 hombres y fui instalarlo en
sus oficinas.
Cuando volvimos do esta expedicin, Caussidire
habia ya part i do, acompaado nicamente de al gu-
nos camarads.
54
PARTB. '
I A PREFECTURA DE POLICA REGIDA POR CAl ' SSI DI RK-
C A P I TU L O X.
La noche del 24 de Febrero en la prefectura
de polica.
Fume apresuradamente la prefectura y la e n -
contr custodiada por guardi as nacionales. l a y u -
dant e mayor Carn se adelant hacia m y me dijo:
Podis ret i raros, amigo mi ; aqu no se os n e -
c e s i t a . La guardia nacional es bastante numerosa
para hacer el servicio. Mir con mas atencin
aquel pretendido guardia naci onal , y conoc que
er an todos espas y alguaciles disfrazados! Caussidie-
r e no est seguro con esta gent e, di j e, y rechazan-
do Carn entr en la prefectura pesar suyo.
Una vez dent r o, coloqu mis hombres en el
patio y sub ver Caussidiere , al cual encontr en
el gabinete del secretario general , sentado en un si-
lln y hablando con Sobrier y con muchos empleados
de la prefectura.
Necesito hablarte sol as, le di j e, y pasamos
un gabi net e, donde le di cuenta de mis sospechas
sobre los granaderos quienes estaba fiada la guar -
dia de la prefectura. Tengo poca gent e, aad , y
en el caso de un ataque imprevisto no seria bast an-
t e fuerte para rechazarlos.
Ve convocar i nmedi at ament e, me dijo, los
gefes de grupos y A los de barricadas , con los que
podemos contar. No hay tiempo que perder. Voy
dart e la orden por escrito: este ser mi primer acto
de poder.
Entonces volvimos la habitacin de donde nos.
55
habamos ret i rado. Caussidire tom una pluma y
escribi: El capitn Chenu est autorizado para f or -
mar una guardia para el servicio de la prefectura
de polica , y para alistar los ciudadanos que qui e-
r an formar parte de ella. Fi rmado: CAUSSIDIRE,
y debajo el sello de la prefectura.
Escrib tambin todos aquellos que l me ha-
bia desi gnado, y despus de haber hecho llevar las
cartas y de haberme asegurado de que se hacia r e-
gul arment e el servicio , volv al lado de Caussi -
dire.
Cahaigne lleg furioso en este momento del Ho -
tel-de-Ville , donde habia ido ofrecer sus s e r vi -
cios su amigo Flocon, quien lo habi a acogido muy
mal y habia concluido por despedirlo brutalmente.
Miserable! Cobarde!, gritaba Cahaigne; l
qui en he visto yo hui r en Julio!
Su vuelta la prefectura tenia por objeto e n -
contrar cerca de su amigo Caussidire una acogida
mas cordial, y sobre todo, un empleo.
Caussidire despidi los empleados recomen-
dndoles que anduviesen derechos, si queran evitar
el disgusto de ser fusilados.
Ahora que estamos solos ( no ramos mas que
cinco) ocupmonos de nosotros y visitemos todo e s -
to. Abri los cajones de su escritorio , y encont r n-
dolos vacos, excl am: cero en la caja; no hay ni
una blanca siquiera! En seguida hoje los libros que
le habia dejado el secretario general, diciendo: es-
to pertenece la administracin; pero lo que yo n e -
cesito es el libro de los espas. Ah ! Helo aqu! En
efecto, habia encontrado un libro escrito en cifras
desconocidas, un verdadero embolismo ; y aunque
al principio crey comprender en l alguna cosa, de s -
pus de media hora perdida en combinar cifras y
componer nombr es, concluy por perder la paci en-
cia y enviar el libro pasear.
Toc la campanilla y se present el criado del
secretario gener al , que habia pasado su servicio
rpi dament e.
Dnde estn los legajos polticos?
56
En los archivos y en la papelera que est s o -
bre este escritorio.
El prefecto se lanz dichos legajos con cierta
especie de rabia excl amando: al fin voy conocer
los impenetrables misterios de esta terrible mor a-
da! V su mano temblaba de impaciencia al regi s-
trar el primero que habia cogido. En seguida ley
en voz alta lo siguiente:
Seor conde: Si de aqu dos das no me ha -
beis dado la suma de 500 francos que os he pedi -
do , escribo la seora condesa vuestra esposa vues -
t r a s intrigas con la seora de L y doy parte al
Sr. de L de la conducta de su mujer. Sin
firma.
Este legajo no es poltico : es un negocio de so-
plo y nada mas.
Caussidiere tom otro legajo y l ey: Caballero,
la seorita M artista del Gi mnasi o, que vive c a -
lle del l i el des, est amancebada con un ex-drector
de la academia Real de msi ca, que la visita as i -
duament e. Un j ven' al t o, bastante bello, espa el
momento de su salida para ir reempl azarl o. La
seorita M tiene un gr an tren y sus parientes
estn prximos la miseria. Fi rmado: J U I . E S .
Despus Caussidiere pas revista los legnjos de
est as damas y nos hizo contraer conocimiento con
los bastidores de la pera. Todas estas cartas estaban
firmadas por el bribn de Julos, quien tenia un pla-
cer en contar al prefecto de polica (odas las maanas
la vida ntima de tan amables pecadoras.
Qu me importa , clam Caussidiere, conocer
los amanles y los queridos de estas mujeres? De qu
puede servir un prefecto do polica el saber todo
esto? Voy hacer desde luego que ceso en sus f un-
ciones el Sr. .Tules.
Esta es una burla de ese farsante de secretario
general. En vez de iniciarme en los. misterios de la
poltica me da conocer los de los teatros. Le ho e s -
crito que venga maana, si viene yo lo sentar el
palo en las costillas.
Ten, dijo Israel Javel o , leo , pues. Acababa
57
de encont rar una car t a, 'olvidada sin dada en el
apresuramiento de la hui da. En ella se deca al p r e -
fecto que la vspera habia sido cogida una caja de
armas depositada en los almacenes de la Villa, y se
citaban los nombres de los que haban tomado part e
en semejante presa. Esta caria estaba firmada t am-
bin por el Sr. Jul es, el cual habia tenido esta vez
la imprudencia de aadir su verdadero nombre dan-
do las seas de su nueva casa por haber cambiado
de domicilio.
Caussidire tom la carta y la meti en el bolsi-
llo de su redingote.
Enfi n, dijo, ya tengo uno! Recordadme que lo
mande arrestar.
En este momento pidi el ayudante Carn habl ar
al prefecto de polica.
Qu me queris? le dijo Caussidire.
Sr. prefecto , dijo Carn.
Decid , ciudadano , interrumpa Caussidire.
Ciudadano prefecto, vengo do la villa donde he
tomado la orden, y al pasar he visto llevar cadve-
res la Morgue: dnde ser necesario exponerlos?
Caussidire le encarg que fuese contarlos y
que los hiciese trasportar una de las salas bajas del
Hotelde-Ville.
Seores, dijo Caussidire, os invito cenar.
Y llam un criado. Juan, servidnos la cena. Juan
sali.'
Parece bien este Juanillo, no es verdad? Esos
picaros de aristcratas cmo se hacan servir la
palabra!
Mientras la cena, la conversacin rod, como
era de suponer , sobre los acontecimientos del dia.
Yo supo al fin por qu Caussidire habia acogido tan
mal la plaza que so le habia ofrecido.
Habia jurado mi padr e, r os dijo, subir las gra-
das del Hotel-de-Yille (lo que equivala decir en
el lenguaje del conspirador , formar parto del Go-
bi erno provisional.) No soy mas que prefecto; pero
paci enci a' Hay muy malos elementos ent re los es-
cogidos del Nacional. A la primera sospecha de reac-
58
eion los aniquilo sin piedad. Tengo ya un pi en el
est ri bo, y yo me montar sobre el lomo.
Despus de la cena el prefecto sinti que estaba
hinchado su pi consecuencia de habrselo torcido
al salvar las barricadas. Su criado le puso un ca-
bezal con agua sedativa.
Tambin padezco mucho, dije mi vez; y Juan
se apresur curarme el pi ; pero como tenia una
desolladura muy profunda debajo del tobillo, el agua
sedativa me caus un dolor terrible. Juan llev la
complacencia hasta prest arme unas pantuflas; y no
bien nos quedamos solos;
Sr. Chenu, me di j o, queris hacerme un gran
favor?
Quin diablos os ha dicho mi nombre, Sr. Juan?
Os he oido nombrar por el Sr. Caussidiere que
hablaba de vos. Vos que estis tan bien con l , de-
cidle una palabra en favor mi , os lo ruego, para
que me conserve mi plaza.
Creo que os hace justicia. Os habis mostrado
muy inteligente esta noche, y puedo aseguraros que
est contento de vos. Y como yo me iba sin tomar
el vaso que me habia llenado despus del caf;
Os olvidis de tomar vuest ro vaso, me dijo.
Lo s bien.
Es que mi rad, seor, este aguardi ent e es muy
superior todo lo que habis podido beber.
Lo creis as ? le dije; y al mismo tiempo b e -
b un trago. Es muy bueno en efecto. Escuchad, me
peds que hable en vuestro favor al ciudadano pr e-
fecto ? Pues bien, voy daros un consejo que valdr
mucho mas para vos que las mejores recomenda-
ciones. Tened siempre su disposicin de este exce-
lente licor , cuidad de que jamas le falte , y veris
como no puede pasarse sin vos.
De ver as , Sr. Chenu ?
Os lo aseguro; le conozco algo y por lo tanto
insisto.
Entonces os aseguro que tendr siempre bajo la
mano un medio chi co, ya que segn decs esto le
ser agradable.
59
S , amigo m o, esta delicada atencin de part e
t ues t r a le ser en extremo grata.
Mi consejo dej Juan muy complacido. Cuando
TOIV ent rar en el saln, Caussidiere decia: aqu
es donde me reciba para-vigilarme el secretario ge-
ner al de la polica, aqu donde me ha amenazado
t an frecuentemente con hacerme salir de Pars. Aho-
r a soy el dueo, y quiero recibirlo maana mi
Tez como verdadero dspota, en mi silln , con el
sable en c u de D !
En esto anunciaron un oficial de bomberos, el
cual nos dijo que habia fuego en las Tulleras.
Qu j me importa! dijo Caussidiere, dejad
que so queme. Ya no habr mas guaridas de tirano
en Pars.
El oficial le hizo observar que la galera de ma-
dera contigua al Louvre expondra el museo si el
fuego so comunicaba ella. Entonces se decidi
dar rdenes para extinguirlo.
Entretanto el ayudante Carn volvi entrar, y
dijo que habia contado noventa y cuatro cadveres
de paisanos. Caussidiere que acababa de recibir un
mensaje del Gobi erno se puso escribir.
Durant e este tiempo Cahaigne habia pedido la lista
de los comisarios de polica. Nos pusimos separar
cuarent a de ellos.
Los reemplazaremos con patriotas, dijo So-
i r i e r .
Quer a, lo dije, que se cambiase el de mi
cuartel. El bribn me trataba con una insolencia y
una malignidad raras hasta en un comisario de po-
lica. Quisiera ver su facha cuando sepa que soy yo
el que le he dado pasaporte.
Mejor que eso, me dijo Sobri er, ser que t o -
mis su plaza.
Esa idea me conviene, y acepto.
Nmbreseme, pues comisario de polica en el
cuart el del Temple, y se me d i o la orden i nmedi a-
tamente de expulsar aquel honorable magistrado.
Mas oh pequenez de las grandezas humanas! Ape-
nas tenia-mi nombramiento en el bolsillo, cuando
60
Caussidiere present Sobrier lo que acababa de es-
cribir.
Este hizo un gesto de sorpresa.
Cmo, excl am, das tu dimisin.
S, y vosotros dos vais tambin darla conmigo.
Muy bi en, le dije : hice mi nombramiento pe-
dazos.
S , damos nuestra dimisin pero vamos pe r -
manecer aqu , y al pri mero que venga lomar mi
plaza le I'..... la puerta. Quiero que estos s eo-
r es (y pronunci esta palabra acentundola mucho)
sepan bi en que no se derroca Caussidiere tan
fcilmente como se lo eleva. T, capitn, en lugar
de ir ent errart e en una oicina de comisario de
polica , vas organizarme militarmanto un ejrcito
revolucionario. Esta maana todos nuestros amigos
de las sociedades secretas convocados por ti van"
veni r aqu. He escrito Cov que venga con cien
hombres de la legin undcima, los cuales son buenos
y harn en adelante el servicio al par que nosotros.
Los presos polticos se uni rn vosotros y quiero
manejarlo tambin que antes de poco todos sean
nuestros. T, Sobrier, fingirs separarte de mi y
vas al instante mismo para ent abl ar polmica contra
el Nacional, fundar un diario en cuyo pr i mer - ar -
tculo despertars el recuerdo de los clubs del 93, lla-
mars al pueblo estas asambleas revolucionarias y
resucitaremos las sociedades de los Derechos del
hombre, y de los Amigos del pueblo, de las que todos
los patriotas deben formar parte.
Entonces Sobrier y Cabaigne se colocaron so-
br e un velador y redactaron aquel famoso primer
artculo del Comunne de Pars. Cuando concl u-
yeron , Caussidiere lo encontr tan perfecto que
quiso que se lijara en todas las esquinas de la c a -
pital.
Grandmesnil entr en aquel momento y hubo al-
gunos apretones de manos.
o Ahora bi en, dijo Caussidiere, aqu estamos no-
sotros. Esto no es mas difcil que aquello. Y todos
se tendieron en los sillones y canaps, entregndose
61
la holganza como lo hacen los criados en ausencia
de sus seores.
Grandmesnil nos hizo entonces una relacin
exacta de la situacin : nos cont lo que habia pasa-
do en la Cmara de Diputados; que toda la pobl a-
cin estaba llena de alegra; que se hallaban las ca-
sas iluminadas; que las Tulleras y la plaza d e Gr e -
ve hervan en patriotas armados; que las barricadas
estaban custodiadas como si se encontrase nues -
tras puert as el enemigo, y que Pars semejaba una
verdadera fortaleza.
Gar ni er - Pages ha sido nombrado maire de
Pars.
Mala eleccin, dijo Caussidire; ya me ha en-
viado una orden y rehuso obedecerla.
S i Garni er-Pages es llamado la mairie de
Par s, vamos tener Pagner r e, Saiuer-Roch y su
perro. Y Marrast? Ser curioso verlo en el mismo
consejo con Flocon ;Los dos antipodas reuni dos! El
concierto no ser largo, linos aqu ctra vez en los
buenos tiempos de la Giionda y la Montaa.
Grandmesnil asegur que el Gobierno provisio-
nal preparaba un decreto para que todos los france-
ses de 21 aos de edad fuesen electores. En seguida
d i o su opinin sobre la creacin de los clubs y de
los comisarios extraordinarios. Tenemos el sufragio
uni versal , lo cual es comenzar bi en, dijo; con esto
tendremos mayora en la Asamblea nacional. La
tienda est iluminada; pero es necesario que todos
los patriotas permanezcan sobre las armas y que for-
men tambin part e de la guardia nacional; y oblig
Caussidire redactar una proclama en la que r e-
comendaba los ciudadanos combatientes que con-
servasen sus armas impidiesen la venta de ellas
en las plazas pblicas como se hizo despus de la r e-
volucin de Julio.
Loul re, gerent e de La Reforma, entr su vez:
sala de Santa Pelagia. La revolucin le ahorraba
un ao de prisin al cual habia sido condenado por
delito relativo la prensa , y venia decir que los
defensores de las barricadas del Fauboug Sai nt -
62
Dnis detenan la salida de los correos, bajo el
pretexto de que destrua las barri cadas. Leoutre fu
encargado de hacerles entender la razn. As la n o -
che se pas en dar rdenes.
C A P I TU L O XI .
Primer encuentro de los montaeses con Ios-
alguaciles.Los Comisarios de polica Por-
nin y Caussidiere.
Cuando vino el dia vi sucesivamente arri bar los
gefes de grupos con sus hombres, pero sin armas
la mayor par t e, prueba evidente de que los viejos
de la vspera no haban todos combatido.
Yo di part e de esta circunstancia Caussidiere.
Quiero facilitarles armas, me dijo est e; bscales
un l ugar conveniente donde puedan acuartelarse e n
la Prefectura.
Inmediatamente procur desempear esta orden,
y los envi ocupar el puesto de los antiguos a l -
guaciles donde yo habia sido otras veces tan i ndi g-
nament e tratado.
Un instante despus los vi volver corriendo.
A dnde vai s? les dije.
El correo est ocupado por una cuadrilla de
alguaciles, me dijo Devaisse, que duermen t r a n-
qui l ament e: vamos pues buscar con qu desper-
tarlos y ponerlos la puerta. Armronse todos de
cuanto les vino al as manos; de baquetas de fusil, de
vainas de sable, de correas dobladas y de mangos;
de escoba. Despus mis valientes, que todos, mas
menos' , haban tenido por qu quejarse de la i ns o-
lencia y brutalidad de los dormilones, cayeron sobre
ellos espada en mano, y durante mas de media hora
les dieron tan ruda correccin que algunos estuvie-
r on enfermos largo tiempo. A los gritos que daban
acud, y pude conseguir con dificultad que me abr i e-
sen la puerta que los montaeses (porque adoptaban
63
ya este nombre) haban tenido la precaucin d e con-
servar cerrada por dent r o.
Era necesario haber visto entonces los alguaciles
precipitarse en el patio medio vestir! Salvaban la
escalera de un solo paso, y les importaba conocer
los individuos de la Prefectura para ocultarse los
ojos de sus terribles enemigos que los perseguan
con encarnizamiento.
Una vez dueos de la plaza, de la que con t ant a
cortesa acababan de relevar la guarnicin, nuestros
montaeses se apoderaron orgullosamente de los
despojos de los vencidos, y durant e largo tiempo
se los vio pasear en el patio de la Prefectura con la
espada al lado, la capa en los hombros, y en el t r i -
cornio el distintivo tan temido otras veces de la ma-
yor parte de entre ellos.
Desde que se instalaron en este puesto les reco-
mend el orden y la disciplina ; les promet armas,
raciones y sueldo conveniente. Tomareis, les dije,
el ttulo de primera compaa de Montaeses. En
cuanto la ma, como est exclusivamente com-
puesta de combatientes, tomar el de compaa del
V de Febrero. Voy ocupar con ella el puesto que
se encuentra bajo la primera bveda , y pienso
que los huspedes que la habitaban han debido des -
aparecer rpi dament e, al ver la manera como ha -
bis tratado sus camaradas.
Sub en seguida casa del Prefecto. Los salones
estaban llenos de todos los antiguos vagos con los
que Caussidiere habia tratado toda su vida , deseosos
de aprovechar la nueva fortuna de su ami go, y es-
te tuvo la debilidad de colocarlos casi todos v e n -
tajosamente. All vi cuanto habia de mas crapuloso
en el partido republicano. All reconoc espas y
ladrones que acaba ya de admitir como oficiales de
estado mayor. Dclahode se vio tambin elevado al
rango de secretario general , y fue el encargado d e
arreglar que pudisemos mas fcilmente recono-
cernos.
Despus del almuerzo al qus nos invit Caus-
sidiere, fui encargado con Elie de desarmar les
6
soldados que custodiaban las prisiones, para armar
los montaeses. Beoume recibi la autorizacin
de organizar una compaa de j venes, que segn
decia, haban combalido con l.
Yo iba sal i r, cuando Juan pasando cerca de
m me d i o cinco seis paquetes de cigarros de Ma-
nila. Son excelentes, me dijo; son del Sr. Pinel:
cuando se os acaben os dar mas.
Cui dado, le dije ri endo; parece que queris
corromperme.
Od Sr. Chenu, (aadi con aire misterioso);
anoche coloqu en su mesa un grau frasco del aguar-
diente aejo que ya sabis, y os aseguro que me ha-
bis dado un famoso consejo ; pues habindoselo be-
bido todo, so ha encontrado sorprendido esta maa-
na al ver que el fraseo habia sido reemplazado por
Otro.
Tu antiguo seor, me dijo, acostumbraba t ener
siempre al lado un frasco de este delicioso aguar -
diente?
S, le respond, aunque no era verdad s eme-
j ant e cosa.
Vean ustedes esos cal averas, cmo beban s o-
los en su rincn al amor del fuego! Y despach tres
vasos uno despus de otro. Decididamente, a a -
di, eres un mozo inteligente y te tomo mi ser -
vicio.
Juan me dej despus de haberme colmado de
gracias por el consejo que le habia dado.
En seguida fui con Elie buscar los fusiles y
condujimos la Prefectura llenos dos pequeos car -
ruages, desde los cuales los distribuimos a los Mon-
taeses.
Al dia siguiente Caussidire nos d i o una r epr e-
sentacin do las mas divertidas. Haba mandado lla-
mar la Prefectura muchos comisarios de polica y
oficiales de paz, los cuales se haban apresurado
corresponder su invitacin. Anuucironselos cuan-
do estbamos en la mesa, y
Que esperen , dijo Caussidire; el Prefecto est
trabajando.
65
Sigui trabajando despus como cosa de media
hora, y en seguida prepar la escena para la recep-
cin de los seores Comisarios que durant e este tiem-
po estaban escalonados en la gran escalera.
Caussidire se sent magestuosamente en su si -
lln con su gran sable al l ado; dos Montaeses des-
pechugados y de fiero semblante guardaban la puerta
con el fusil descansando en el suelo y la pipa en la
boca. Dos capitanes con espada en mano estaban de
pi los lados del escritorio. En el saln habia agru-
pado todos los antiguos gefes de seccin, y los r e-
publicanos formaban su estado mayor , armados todos
de grandes sables y pistolas de caballera , de car a-
binas y escopetas. Todo el mundo fumaba , y la nu-
be que llenaba el saln hacia mas sombras las figu-
ras y daba esta escena un aspecto verdaderamente
terrible. En medio se habia dispuesto un espacio
para, los Comisarios. Todos se cubrieron y Caussidi-
re d i o la orden de que los introdujesen.
Los pobres Comisarios no pedan nada porque ser-
van de blanco las injurias y amenazas de los
Montaeses, que segn sus palabras queran gui sar-
los en todo gnero de salsas. Hatajo de bribones,
abultaban los mas desvergonzados; ahora os t ene-
mos en nuestro poder ! No saldris de aqu sin haber
soltado antes el pellejo ! El Sr. Morand, sobre todo,
secretario del Comisario de Belleville, tenia que t e-
merlo todo de su furor, y no s cmo hubiera t e r -
minado aquello si la orden de hacerlos ent rar se
hubiese retardado algunos instantes.
A su entrada en el gabinete del Prefecto creye-
ron caer de Caribdis en Scila. El primero que alar-
g el pi para salvar la puerta pareci vacilar un
momento. Ignoraba si debia adelantarse retroceder:
tan siniestras eran las miradas que se fijaban en l.
Atrevise al fin, d i o un paso y salud : otro paso y
salud en voz mas baja todava. Cada cual hizo su
entrada saludando profundamente al terrible Prefec-
to, el cual recibi todas estas seales de respeto fri
y silencioso con la mano apoyada en la empuadura
de su sable.
5
66
Los Comisarios mi raban este singular espectculo
con ojos errantes. Algunos, quienes extraviaba el
terror, y que sin duda queran hacernos la cort e, en-
contraban el cuadro imponente, magesluoso.
Silencio! dijo un Montas con voz sepulcral.
Cuando hubieron entrado t odos, Caussidiere,
mudo hasta entonces, rompi el silencio, y con su
voz formidable:
Hace ocho di as, les dijo, no esperabais encon-
trarme en este lugar rodeado de amigos fieles. listos
son hoy vuestros seores, aunque republicanos ue
cartn , como vosotros los llamabais no h mucho.
Temblad ante aquellos quienes habis dispensado
I Q S mas innobles tratamientos! Vos, Vassal, erais el
side mas cobarde del gobierno caido, el mas a r -
diente perseguidor de los republicanos, y ahora ha -
bis caido en manos' de vuestros mas implacables
enemigos, porque ni un solo paso de los que estn
aqu se ha librado de vuestra persecucin. Si yo e s -
cuchase las reclamaciones justsimas que se me han
dirigido usara de represal i as, pero quiero mejor
. olvidar. Id , pues , continuar en el ejercicio de
vuestras funciones; pero si llego oir que pr e s -
tis el mas mnimo apoyo alguna tentativa r eac-
cionaria , os aplastar como si fueseis viles insectos.
Idos!
Los Comisarios haban pasado por todos los t er -
rores , y contentos de haber escapado con bien , sin
mas que una fuerte reprimenda , salieron completa-
mente alegres. Los Montaeses que los esperaban al
pi de la escalera, los volvieron conducir hasta el
fin de la calle de Jerusal en, armando la mas es t r e-
pitosa zambra.
En cuanto nosotros, apenas hubo desaparecido,
el ltimo cuando prorrumpimos en una inmensa
carcajada. Br avo, Caussidiere, has estado sober -
b i o ! Y Vassal! Apuesto que han credo asis-
tir a juicio fi nal . Por lo menos tendrn buen
s us t o! Caussidiere estaba radiante y rea con mas
fuerza que los dems de la buena vuelta que aca-r
baba de dar sus Comisarios.
67
En este dia llegaron de Doullehs los presos po-
lticos , y Caussidiere les hizo una brillante r ecep-
cin ; les propuso ent rar en su guardia de honor,
lo cual aceptaron con entusiasmo. Reunironse, pues,
al cuerpo de los Montaeses, ya formado, y todos
juntos celebraron su dichosa vuelta con el vaso en
la mano.
Se bebi por la repblica; por Caussidiere , su
iluslre pat rono; por todo el mundo. A cada brindis
las cabezas se inflamaban , y los brindis fueron n u -
merosos. Cuando la exaltacin bquica hubo llegado
su colmo, se habi de escoger un gefe digno de
mandar un cuerpo tan respelable, y todos estuvieron
de acuerdo en sealar a Pornin , antiguo preso
poltico. La eleccin era conveni ent e, couio se ver
mas adelante. Bebise, pues, en pro de Porni n, co-
mandante de los Montaeses.
Pornin tenia una pierna de palo. Alguno hace
notar esta circunstancia al decir que Vincennes ha-
bia sido defendido por un ilustre capitn cuyo s o -
brenombre de Pierna de palo es clebre para s i em-
pre.- Y por qu no tendremos Yincennes? Esto,
est o, gritaron todos'; nos hace falta el fuerte de
Vi ncennes; necesitamos su inmenso arsenal. Y sin
pararse en mas , el ciudadano Pornin fue condeco-
rado con el ttulo de gobernador de Vincennes.
Durante este tiempo Caussidiere coma con a l -
gunos amigos , y-al principio lo mismo que al fin se
entregaba copiosas libaciones. El ciudadano Cuny,
llegado de Doullens, era el amigo personal de Caus-
sidiere , y este quiso volverlo llevar su casa
aunque fuese las dos de la maana.
Cuando Caussidiere pas ante nosotros pudimos
ver que no estaba enteramente en ayunas.
Cul fue nuestra sorpresa cuando cerca de una
hora despus le vimos ent rar escoltado de muchos
guardias nacionales que venan asegurarse de si el
personaje quien acompaaban era realmente el Pr e-
fecto, de polica!
Esta ancdota circul al go, y Caussidiere la r e -
fiere tambin su modo en sus Memorias. Pret ende
68
aquel que en dicho dia no sali mas que para di si -
par un violento dolor de cabeza causado por un
trabajo excesivo y para visitar el cuartel Saint-D-
nis, donde se quejaban de charcos de agua que im-
pedan la circulacin. Aade que el Ira ge de ar t i -
llero que llevaba Cuny habia sido la causa de su
arrest o; que los guardias nacionales se habian cre-
do burlados viendo un individuo que decia ser
Prefecto de polica solo en la cal l e, una hora tan
avanzada de la noche.
Esto no est muy de acuerdo con la verdad , y
creo til contar las cosas como han pasado. Como
h dicho ya, los dos amigos estaban ligeramente
conmovidos, y cuando el oficial que mandaba la
patrulla grit : Quin i ce? Caussidire, creyendo
sin duda salir aun de la Grand Chaumire quiso
hacer una buena farsa y respondi: M
Tal .es la exacta verdad. Los guardias nacionales
que lo condujeron la Prefectura me lo han contado
as.
En cuanto al resto de la avent ur a, Caussidire
est en lo cierto. Retuvo los guardias nacionales y se
veng, como l dice , trincando con ellos. Pero se ol-
vida de aadir que el vino que bebi entonces, y tal
vez uno de los medios-chicos de Juan , acab de tras-
tornarle la cabeza, y que, no pudiendo llegar al lecho,
cay en la alfombra y se durmi profundamente.
Porni n, sin embargo, no dorma, y tenia al gu-
nas inquietudes acerca de la validez de su nombra-
miento de Gobernador de Vincennes. Su fe, robusta
al principio, se iba haciendo menos profunda me-
dida que los vapores de la embriaguez se disipaban.
Por ltimo se levant y nos dijo: Voy hablar dos
palabras con nuestro amigo Caussidire. Nosotros
nos colocamos en el gabinete mismo del secretario
general, cuyas habitaciones ocupaba el Prefecto. Unos
dorman en los canaps y en los sillones; los otros
j ugaban las cartas en el escritorio y en el velador..
Apenas hubo entrado Porni n en la habitacin de
su amigo, cuando lo vimos volver salir plido y cou
las faciones desordenadas.
G9
Qu' desgracia! Qu terrible desgracia ! Todo
se ha perdido, grit; nuestro amigo Caussidiere ha
sido asesinado. Lo he encontrado baado en su
sangre.
Aunque habituados hacia algunos dias las falsas
alarmas de semejante embriaguez, nos precipita-
mos en la habitacin del Prefecto, y le vimos t e n -
dido, inmvil. Pornin, inclinado hacia l , lo l l ama-
ba con los nombres mas tiernos y procuraba levan-
tarlo del suelo. De repenle un ronquido, seguido de
las nuseas mas formidables, nos dio conocer pa l -
mariamente , demostrndonoslo al mismo tiempo el
olfato, cul era la naturaleza del lquido que el buen
Pornin habia tomado por sangre.
Este ltimo se levant muy alegre.Respira, di-
ce, cerremos esta puerta ; que no entre nadie; esto
no es nada, conozco su enfermedad; dejmosle r e -
posar. Tiene el^saco llenol
Pornin nos recomend el secreto sobre esta aven-
t ura, pero l mismo se apresur bajar y contar
todos sus detalles en el puesto de los Montaeses.
H aqu la exacta verdad acerca de esta calumnia
de que se lamenta Caussidiere, quien al fin de su
narracin se atreve hacer uso de esta humorada en
guisa de moraleja:
Buenas gentes que solo vivs de calumnias! Yo
os desear a, si fuera vuestro ami go, que tuvieseis
siempre la cabeza tan sana como la he tenido yo
durante el ejercicio de mis funciones.
C A P I TU L O XI I .
Entierro de las victimas de Febrero. Los
presos polticos.Visita San Lzaro.Or-
ga en la Prefectura.
Al dia siguiente de esta aventura fui ver mi
muger que me crea muerto porque no habia podi -
do darla noticias de mi persona, merced la poca
70
gente y al poco tiempo de que podia disponer. Tran-
quilcela completamente, y la dije en pocas palabras
lo que me habia sucedido. Al dejarla me vi obligado
sangrarme; tanto la falta de sueo me habia e n -
cendido la sangre!
Cuando llegu a la Prefectura encontr mi puestc
en el mayor desorden. Los presos polticos queran
apoderarse de las armas de m gent e, diciendo que
deban todos estar armados para el entierro del dia
siguiente. Los de mi compaa se oponan enrgica-
mente ello , y ya iban veni r las manos cuando
mi llegada puso fin la disputa y sirvi para hacer
comprender los presos polticos que pesar de sus
nobles ttulos al reconocimiento del pas, deban tam-
bin algunas consideraciones los combatientes de
Febrero que les haban dado la libertad. Esta razn
hizo que devolviesen las armas aquellos que ya se
habian apoderado de algunas.
Disponame pasar una buena noche, y tenia ne-
cesidad de ella en opinin del mdico que me habia
visto; pero habia hecho la cuenta
1
sin los Montae-
ses. Dos de ent re estos no queriendo tomarse el Ira-
bajo de dar la vuelta por la calle de Jerusalen, y
hallndose embriagados, vinieron tocar la campana
de alarma, colocada en la puerta del muelle de las
Lunettes. Habindome despertado el estrpito que hi -
cieron , pregunt lo que era aquello, y me respon-
dieron que dos Montaeses queran absolutamente
darme las buenas noches. Fue necesario resignarme
para poder descansar. Su visita fue larga, y tan i n -
sensatos sus propsitos, que mis gentes se vieron pr e-
cisadas expulsarlos.
Media hora despus de su salida o de repente
gritar A las armas. A poco otro Montas se pre-
cipit en mi estancia.
No sabis lo que pasa, capitn? Los Guardias
nacionales de Montrouge, de Ivry y de Bictre se
ponen en marcha sobre Pars para derri bar la rep-
blica. Me visto de prisa, mont o caballo, y pesar
de un tiempo horroroso , seguido nicamente de cin-
cuenta hombres, me dirijo Montrouge.
71
Llamamos la puerta de un mercader de vinos
en casa del cual decia el Montas que se hallaban
los conspiradores. El mercader de vinos estaba acos-
tado y se levant lleno de suslo. Mi hombre se le
arroj al cuello diciendo: Dnde estn tus l adro-
nes aristcratas? Yo habia dicho hace tiempo lo que
t eras. Vas venir con nosotros la Prefectura.
Yo medi: el mercader de vinos me dijo ent on-
ces : Un seor ha venido esta noche m casa que
ha tenido' los mas extravagantes propsitos. Decia
que la guillotina iba estar permanente en la plaza
de Greve, y que todos los aristcratas iban per e-
cer en ella. Algunas personas le hicieron observar
que sera i naugurar mal la repblica conducirnos
las tristes escenas de 93. Yo soy republicano de la
v spera, gritaba.
Pues bi en, le respondieron. Los republicanos co-
mo vos perderan la repblica, y sera un debel-
en todo guardia nacional el oponerse tamaas at r o-
cidades. Al oir estas palabras se fue muy encoleriza-
do dicindonos que iba volver con los Montaeses
para prendernos todos.
Tranquilic al mercader de vinos acerca de las
intenciones de los republicanos; amonest al Monta-
s y nos volvimos de muy mal humor la Pr e-
fectura.
Por la maana Caussidire nos d i o orden de pr e-
pararnos para el entierro de las vctimas de Febr e-
r o, en atencin que debamos servirle de escolta.
Con disgusto vi apresurarse por ent rar en la i gl e-
sia todos los hombres mas devotos de la monar -
qu a, los cuales se disputaban el honor de ser los
primeros echar agua bendita sobre los que haban
combatido para derribar su dolo. Pero el pueblo era
entonces el seor , y ellos se inclinaban ante su
nuevo soberano.
En el cortejo los presos polticos se hi ci eron, so-
bre t odo, notar por sus excentricidades. Hubert e s -
taba en un cabriol rodeado de sus amigos encar a-
mados en la silla, en el caballo y hasta en la capota
que llevaba esta inscripcin : Victimas politizas,. Re -
72
corrieron as toda la larga lnea de los bulevares
haciendo alocuciones, dando gritos y ofrecindose
en espectculo. Hubirase podido creer que semejante
carruaje era uno de los muchos burlescos que entier-
r an el carnaval en la maana del mircoles de c e -
niza. El recuerdo de sus pasados padecimientos c a
el nico que podia salvarlos del ridculo en que ellos
mismos se ponan.
Nosotros dimos una vuelta al rededor de la Co-
lumna de Julio y nos volvimos la Prefectura.
Esta noche fue tambin bastante agitada. Los
Montaeses haban bebido en honor de sus a mi -
gos muertos por la l i bert ad, y nos trajeron, des -
pus de haberlos golpeado , dos mercaderes de vino,
uno que les habia negado el crdito para beber,
otro que les habia pedido los ocho diez francos
que acababan de consumir en su casa.
Cuando habl Caussidiere de los excesos que
se entregaban estos hombres, se lamentaba de ello;
pero tenia atadas las manos en esle particular, por-
que con el mayor nmero de aquellos cuya vida era
idntica la suya, habia compartido sus alegras y
sus miserias, y muchos le habian hecho servicios.
Entonces debi sentir haber llevado en otro tiempo
una vida de bohemio; pues si le faltaba fuerza mo -
ral para contener semejante desbordamiento, era
consecuencia de sus propios antecedentes.
Sin embargo, las habitaciones del antiguo Prefecto
acababan do ser puestas disposicin de Caussidiere.
Pornin que desde la terrible noche de que he
hablado mas ar r i ba, no estaba seguro acerca de los
peligros que corra la existencia de su amigo, del
Sol dl a repblica, como se gozaba en llamarlo, se
habia instalado en la ant ecmara, mas bien en
una vasta sala de espera situada en frente del gabi-
nete mismo del Prefecto, llzose llevar ella un l e-
cho donde se acost con su hija y su yerno, ponien-
do dos funcionarios en su puerta lo mismo que en la
de su amigo. Esta distincin le fue concedida porque
(me he olvidado de decirlo) habindose negado Caus-
sidiere apoyar su nombramiento de gobernador de
73
Yincennes, los Montaeses le haban dado , como
prenda de consuelo, el ttulo de Viceprefeclo, y
Caussidire , esperando algo mejor , lo habia nom-
brado Gobernador de la Prefectura y comandante de
los Montaeses.
Porniu hizo de la dicha habitacin una caverna
de ladrones. A ejemplo del Prefecto, tuvo mesa abier-
ta para cuantos quisieran convidarse. Para descar-
garse de atenciones, Caussidire le habia encargado
que organizase nuevas compaas de Montaeses y
los Guardias de Pars. Su cuarto no se desocupaba
jams de pretendientes, y con estos se iba las
tiendas de vinos de la calla de Jerusalen , porque el
vino que se le distribua por la maana estaba muy
lejos de bastar su inmenso consumo. Como estaba
constantemente en estado de embriaguez , frecuen-
taba con preferencia el trato de los personajes mas
repugnantes, y hubiera cambiado sin escrpulo su
placa de guardin de Pars por un vaso de aguar -
diente. Dicho esto, no es necesario aadir lo innoble
de sus preferencias en todo.
Las conversaciones de su mesa versaban siempre
sobre los proyectos mas extravagantes. Se evocaban
los mas sangrientos recuerdos y en suma, el tema
favorito del anfitrin era pensar de qu manera se
despachara mejor los trescientos mil aristcratas
que deban ser inmolados para la consolidacin de
la repblica.
A propsito de estas trescientas mil cabezas, un
convidado , el Pupa Vitou, vuelto de oulleus mas
feroz que nunca contra los reaccionarios, manifest
graves inquietudes sobre el estado de las crceles do
Par s, de las que sabia que no podian contener mas
que unos veinte mil presos, aunque estuviesen unos
encima de otros, lo cual , segn l , no podia ser
un mal.
Pero en mi cualidad de Gobernador de la P r e -
fectura , dijo Porni n, yo puedo, yo debo hasta
visitar prisiones; y desdo maana, para saber qu
debemos atenernos en este punt o, comenzaremos
por San Lzaro, ni ca, segn yo creo, que no
74
conocemos; all tendremos en qu entretenernos.
As pues, maana haremos nuestra pri mera vi -
sita ; mas como all habr mugeres bueno ser que
cada uno se vista lo mejor que le sea posible.
Si Pornin abus con frecuencia del derecho di -
vino mientras que ejerci sus funciones de Goberna-
dor de la Prefect ura, no puede echrsele en cara
el haber ostentado un gran lujo en su trage. Ll eva-
ba constantemente un palett viejo de castor color de
avellana que todava es su nico vestido en invierno
y en verano. Mas para la solemnidad del dia si gui en-
te , le convino hacer un sacrificio , y llevar un signo
distintivo de su alta dignidad. Mand que llamaran
un tal Duelos, sombrerero, partidario de los de la
Montaa, y le encarg que le hiciese al instante un
magnfico sombrero lo Enrique I V, que adorn
con una gigantesca pluma roja de tres pies de al t u-
ra. El sombrero y el penacho hermanaban muy mal
con su vestido: pero Porni n, como austero republ i -
cano , no reparaba en esto.
A la hora sealada estaban dispuestos marchar
todos los convidados del dia anterior , y Pornin se
asoci un amigo competente en la materia que po-
dia darle todos los dalos necesarios acerca del perso-
nal de los prisioneros del lugar donde iban. Al -
quil un-carruaje y se hizo conducir San Lzaro.
Se present al carcelero, el cual declar que tenia
orden "de no dejar visitar el edificio por ninguna
persona, cualquiera que fuese su categora, sin una
orden especial. Soy el Gobernador de la Prefectura
de polica , le respondi Pornin , y para apoyar sus
pal abras, sac del bolsillo una escarapela roja que
le coloc en el sombrero uno de la Montaa. En se-
guida present su credenci al , y hallndose el di rec-
tor ausent e, obedeci el carcelero.
Pornin visit desde los calabozos hasla la cocina.
Comi el pan de que los prisioneros se quejaban.
Algo peor le he comido yo , dijo l. Vamos, mucha-
chas , que no tenis razn para quejaros. El edificio
es soberbio, el alimento bueno; y ademas vosotras
no me parecis tristes. Al as que reclamaban su l i -
75
bertad y le referan la injusticia con que haban sido
arrestadas, bi en, les decia , me parece justa vue s -
tra peticin, y hablar sobre ella mi ilustre a mi -
go. Luego les tomaba la barba con un aire galante
y afectuoso. Prometi al carcelero informar bien al
Prefecto por el buen estado en que tenia el estable-
cimiento , y todos habl en trminos lisonjeros.
Durante mucho tiempo se habl all de aquel gran
hombre flaco que tenia un sombrero tan bello y que
habia hecho tan buenos ofrecimientos.
Hasta la salida de la prisin todo habia ido bien
y de una manera bastante digna; mas Pornin , que
habia estado una hora larga sin beber y se habia en-
tregado una conversacin sostenida durante este
tiempo, se senta mal : y volvindose al carcelero
que le despeda con muchos saludos, le dijo: Quie-
res tomar un vaso de vi no, ciudadano? Este, asom-
brado de tan extraa proposicin , titube un i ns -
tante ; mas como buen cortesano, se apresur acep-
tar , y llegados una taberna, dieron muchos br i n-
dis anlogos las circunstancias.
Luego que despidi al carcelero , volvieron s u-
bir en el carruaje, y durante el camino fueron ha -
ciendo observaciones sobre el nmero de prisioneros
que cabran en San Lzaro, y de sus cmputos r e-
sult que podran enjaularse tres mil aristcratas.
Haremos poner en libertad esas pobres polluelas;
bajo la repblica no deben encerrar las prisiones
mas que los reaccionarios. T, Yilou , que los cui -
dars bi en, encrgate de la direccin de este est a-
blecimiento que me has pedido antes. Conservaremos
al carcelero, que tiene aspecto de ser un pobre diablo.
Esto solo es ridculo y muestra solamente el aban-
dono de Caussidiere , que habia abandonado as fun-
ciones importantes hombres indignos de ellas, por
que hacan despreciable el poder que debe ser res-
petado siempre. Mas h aqu uno de los hechos que
demuestra la mas completa ignorancia de las leyes,
de la conveniencia y de la moral pblica.
Se atrevi hacer de su despacho en la Prefec-
tura de polica un lugar de toda clase de excesos, y
76
desgraciadamente no solo no se opuso el Prefecto,
sino que consinti en aprobar con su presencia la
orga organizada por su subordinado.
Volviendo de San Lzaro, el Sr. Bautista, el
hombre competente de que ya he hablado, le pr o-
puso lomar un vaso de vino en su establecimiento
situado en la calle de la plaza vieja de los Becerros.
La proposicin fue aceptada con tanto mas placer,
cuanto que algunas de las prisioneras habian dado
al gefe de la casa , amigo ntimo de Pornin, algunas
comisiones para sus compaeras.
Una circunstancia natural y de todo punto i m-
prevista, fue una serie no interrumpida de libacio-
nes que muy pronto acalor las cabezas de tal ma-
nera que se convino en celebrar una orga aquella
misma noche, para cuyo efecto invit Pornin co-
mer con l en la Prefectura todas las mugcres que
componan el personal del establecimiento. Pornin
cuid de preparar esta pequea fiesta de fami-
lia , esta cena que quera dar sus amigos. Su
hija la ciudadana Chatoullard le ayud con i n-
teligencia en todos estos preparativos , y ent r a-
da la noche se presentaron los convidados en la
Prefectura y se situaron en el departamento del Go-
bernador.
Se dio una consigna severa los centinelas para
que no dejaran entrar persona alguna cualquiera
que fuese su condicin. Era mas fcil dar esta o r -
den que cumplirla, porque la puerta no tenia cer -
radura y los de la Montaa obedecan difcilmente
gefes que ellos mismos se haban dado, y quienes
respetaban muy poco porque conocan lo que va-
han. As, habindose despertado la curiosidad hasta
el mas alto grado, cuando se conocieron los singu-
lares huespedes que reciba Pornin, se hallaron mil
pretextos para venirle molestar con visitas impor-
tunas. Se levantaba entonces furioso y amenazaba
atravesar con su pierna de palo el cuerpo de los t e-
merarios que osaban turbarle en sus placeros. Re -
chaz tambin brutalmente hizo echar la calle
uno de la Montaa que venia entregarle 50 fran-
77
eos en nombre de la comisin de las Recompensas
nacionales.
As, pues, hasla una hora muy avanzada de la
noche no pudo la sociedad entregarse su placer
todo el vergonzoso desorden de que tales gentes
eran capaces. Entonces empez verdaderamente la
orga mas desenfrenada , y se puso en prctica por
aquella turba frentica lodo lo que la imaginacin
mas extraviada, la del Marqus de Sade, ha podido
concebir de mas horrible. El champagne so derram
torrentes, y la llama de un nmero considerable de
bols de ponche ilumin escenas tan repugnantes que
se negara referirlas la pluma menos casta.
Pornin, embriagado de vino y de lujuria, era el
alma de esta hedionda bacanal, y llev sus delirios
hasta decir que una fiesta tan bella de familia no
debia continuar sin la presencia de su amigo el i l us-
tre Prefecto de polica. Caussidiere vino en efecto, y
lejos de arrojar de all aquella horda inmunda, se
uni ellos y particip de sus obscenos placeres.
La orga se prolong hasta el dia siguiente, y no se
separaron sin prometerse antes volver reunirse
lo mas frecuentemente posible. -
C A P I TU L O XI I I .
Robo en perjuicio de los heridos de Febrero.
El Comandante Pornin y los de la Monta-
a.Una ronda infernal. Caussidiere tr-
gico.
No era solo en la Prefectura de polica donde
se derramaba t an noblemente el oro de la Francia.
El Luxemburgo tenia tambin sus pequeas fies-
tas, que se daban recprocamente algunos delegados
y los de la Montaa. Aqu se habia encontrado un
medio bastante ingenioso para procurarse dinero,
que es el nervi o poderoso del amor y de la guerra.
Habia siempre en la oficina de la comisin de Re -
compensas nacionales bonos firmados en blanco por
78
el Presidente; y los ciudadanos de la Montaa, lo
mismo que los antiguos detenidos polticos, tenan
aqu entrada libre. Consideraban que les pert ene-
can de derecho las sumas producidas por las sus-
cripciones en favor de los heridos de Febrero. Qu
han hecho estos, decan ? Es verdad que han com-
batido y destruido la monarqua, pero no haban
sufrido como nosotros durant e diez aos por la cau-
sa de la libertad. As tomaban estos bonos sin e s -
crpulo y se inscriban , quin por 50, quin por
i 00 francos. Despus pasaban at Hel-de-Ville y
el cajero les pagaba. Cuando el pobre Albert se
apercibi de estas malversaciones, llor de vergen-
za y de clera. As fue como se robaron sumas con-
siderables los heridos de Febrero por algunos de
aquellos hombres que se haban unido la fortuna
de Caussidiere.
Poco importaba est el a moralidad de sus adep-
tos con tal que estuviesen prontos secundar sus
proyectos ambiciosos. As tenia cuidado de alentar
su adhesin hacia l, y lisonjeaba sin cesar sus pa-
siones mas depravadas. Sin embargo, como l te-
miese que sus orgas fueran demasiado escandalosa!*
en la Prefectura, donde podan ser fcilmente cono-
cidas , les design el palacio de Luxemburgo, ya
para sus infames placeres, ya para la maquinacin de
sus proyectos infernales. La libertad era all mucho
mayor, porque las entradas y salidas eran mucho
menos conocidas, y l mismo iba al palacio por la no-
che y no salia con frecuencia de l sino muy tarde.
Pornin , cuya travesura de imaginacin no per -
mita ningn reposo su cuer po, sac de este nue-
vo sistema la ocasin de proporcionar su amigo
una ocasin brillante que no tuviera igual en la h i s -
toria.
Una noche not una gran agitacin ent re los
dl a Montaa : Pornin con la fisonoma ani mada, iba
y venia dando rdenes: algunos conducan haces de
hachas, otros se ejercitaban en hacer sonar ma l v a -
ros instrumentos de msica llevados all aquella
misma maana. Entre los msicos improvisados s e-
79
alar sobre lodo al ciudadano Barbarz. Este gost -
quecillo se haba apoderado de los chinescos y los
agitaba con toda su fuerza, mientras que el Papa
Vitou hacia resonar el bombo bajo sus golpes r e -
doblados.
En seguida los de la Montaa reunidos de cuatro
en cuatro, con sus tambores, msica y banderas la
cabeza, salieron silenciosamente y se dirigieron ha-
cia el lado del Puente nuevo. Me decid seguirlos
porque mi curiosidad se habia excitado hasta el mas
alto grado. Por el camino me dio el brazo Pornin y
me explic el objeto de esta expedicin nocturna.
Es una sorpresa que yo preparo mi ilustre amigo
y colega. Caussidire est en una conferencia en
el Lxemburgo, y como ha ido solo y sin escolla
he compuesto una marcha guerrera para su vuelta.
Llegamos al Lxemburgo y despus de esperar
una hora, Pornin, lleno de impaciencia subi la
comisin y pregunt por Caussidire, que estaba co-
miendo con una porcin de amigos suyos. Nos hi -
cieron entrar en el patio y nos trajeron all unas
botellas de vino.
A las once de la nuche se present Caussidire
y su vista prorrumpieron todos en un viva gene-
ral. Se encendieron las luces, los tambores batieron
marcha, la msica dej oir sus mas estrepitosas so-
natas y ondearon las banderas. El Prefecto con la
cabeza acalorada, entusiasmado con semejante h o -
menaje y orgulloso con el amor de su fiel guardia,
se prest gustoso cuanto de l se exigi. Cuatro de
los mas robustos que habia en la comitiva lo l evan-
taron sobre sus hombros, y el batalln sagrado se
puso en marcha los grilos repetidos de viva nues-
tro padre: viva el gran sol de la Repblica. Despus
se enton un coro alusivo las circunstancias; el de
la Dama blanca, que comienza con estas pal abras;
Viva por siempre nuestro Seor,
Que har la dicha de la Montaa.
Pornin, que mandaba la cabeza, hizo deeiier la
80
comitiva la entrada de la calle de la Antigua come-
dia. Silencio, dijo, conozco un arislcrata que
vive cerca de las Cuatro calles de Bussy : vamos
darle una buena cencerrada. Atencin lodos los
movimientos de mi baslon; l os dar la seal. Apa-
gad las luces, que luego las encenderemos la
puerta del reaccionario. Es preciso que esto se veri -
fique como si fuera el golpe de un rayo. Marche-
mos. Y la comitiva continu sombra y silenciosa.
Llegado Pornin debajo del balcn de su enemi -
go hizo formar todos en un crculo inmenso. Cada
uno encendi su hacha, y al signo enrgico del ren-
coroso gobernador son la msica como un trueno:
cada msico tocaba un aire diferente: el bombo, los
chinescos, los cmbalos y los figles formaban un
ruido maravilloso. Todos los de la Montaa que no
llevaban instrumento entonaron con desaforados gri-
tos diversas canciones: salia sobre todas la atrona-
dora voz de Porni n, que daba notas hasta ent on-
ces desconocidas: lodo en l era accin : llevaba el
comps con su bastn: el suelo resonaba bajo su
pierna de palo, y las antorchas se agitaban y espar-
can una claridad siniestra en los ai r es, iluminando
las espantosas figuras de los de la Montaa.
Los pacficos habitantes de las inmediaciones,
despertando sobresaltadamente, se precipitaban asus-
tados de sus lechos, creyendo que sus casas eren
presa de algn incendio. Mil caras lvidas de terror
se asomaban las ventanas. Pero qu espectculo
se ofreci entonces su vista! Los rabiosos con-
certistas se animaron, y al impulso poderoso de Por-
nin comenz una ronda infernal. El mismo Caussi-
dire se veia arrastrado por la turba y se distingua
por su talla gigantesca. En seguida enton la Car-
magnole, y durante una hora de un extraordinario
alboroto infundi el espanto en toda la vecindad.
Despus la horda salvaje cansada y jadeando se pu-
so en camino al son de la marcha guerrera del maes-
tro Pornin, que daba el brazo su amigo.
Y bien , le dijo, si el aristcrata no ha oido es-
to es porque no ha querido.
81
Eso les har ver que no estamos muertos , le
contest Caussidiere.
Entrando los dos en la Prefectura, fatigados dp un
ejercicio tan violento , se sentaron la mesa des-
pus de haber enviado los de la Montaa mas de
lo necesario para reparar cumplidamente sus fuerzas.
A la maana siguiente vino buscarme el seor
Juan: y vindolo consternado, le pregunt cul era
la. causa de su tristeza.
Ah! Mr. Chenu, me respondi , qu miedo tan
espantoso he tenido anoche! El Prefecto habia tra-
bajado hasta muy tarde con el Gobernador, y como
oyera hablar alto cre que. Mr. Caussidiere me l l a-
maba, y me di prisa para ponerme su disposicin.
Ah , seor! Le encontr andando con pasos des-
compuestos y recitando versos, como si hiciese una
comedia. Al punto que me vio cogi el gran sable
que tiene colocado la cabecera de su cama, y cor-
riendo hacia m , me cogi por el brazo , y l l a -
mndome Csar me dijo que habia oprimido mi
pas , y que iba expiar mis crmenes.
Seor, yo no me llamo Csar; me llamo Juan;
soy vuestro criado.Entonces concluy por r eco-
nocerme.
Ah s , es verdad , me dijo, eres un buen mu -
chacho ; vete acostar al instante.
Yo procur escaparme al momento , temiendo
que le repitiera el mismo acceso.
Pobre Juan, le dije, t has abusado del con-
sejo que te di , y Mr. Caussidiere de tus botellas de
aguardiente.
Yo pens para m mismo que la cena en el
Luxemburgo, la ovacin de que habia sido objeto,
la ronda de las Cuatro calles y. el trabajo con el
Gobernador haban podido muy bien extraviar su
razn.
o
82
C A P I TU L O XI V.
Tratado de paz entre los de la Montaa y los
guardias municipales. Una comida en la
Prefectura de polica.Caussidiere y fos coci-
neros- clubistas.
Habiendo salido dos dias despus, me espant 1
multitud de rateros de toda especie que inundaban
las calles, los boulevards y hasta los paseos i nme-
diatos la Prefectura; el birlibibi, la rolina, en fin, l o-
dos los juegos de azar entorpecan el trnsito.
Yo comprend la causa de estos desrdenes: los a n -
tiguos guardias municipales y los agentes encargados
especialmente del servicio de seguridad, no se at r e-
van presentarse ; ni iban la Prefectura por t e -
mor de que les vieran los de la Montaa que les
apaleaban atrozmente cuando se aventuraban ha-
cer una relacin verbal sus gefes.
Desgraciado el hombre de bigotes y cuya talla
exceda cinco pies y dos pul gadas, si sus asuntos le
llamaban la Prefectura, ya fuese para un pasaporte,
ya para alguna ot ra cosa. Este es un espa gri t a-
ban los de la Montaa. Y sin querer escuchar ninguna
explicacin, caian sobre el delincuente y le mal t ra-
taban golpes. Si el individuo era apedreado , esto
era una circunstancia agr avant e: se le apaleaba y
despus se le llevaba al depsito.
Cuando volv la Prefectura me sorprendi el
cambio extraordinario que se habia verificado en los
sentimientos de los de la Montaa, respecto los
guardias municipales; porque les vi bebiendo vi no
todos juntos en una taberna del cuartel inmediato.
H aqu cmo se verific esta reuni n inesperada:
los guardias municipales procuraban reconciliarse
con sus terribles enemigos por cuantos medios esta-
ban su alcance. La necesidad es madre de la indus-
tria. Uno de ellos se apercibi, lo cual no era muy
difcil, de que todos los de la Montaa tenan un
83
gusto muy marcado por las bebidas espirituosas: co-
munic esta observacin uno de sus compaeros, y
resolvieron ambos tantear una unin con el auxilio
de algunos jarros de vino , lquido que ellos no de s -
deaban. La dilicallad estaba en acercarse uno
de la Montaa sin peligro. La casualidad vino en
su auxilio, y les sirvi aun mas all de sus deseos.
Hacia dos dias que todas sus tentativas haban
fracasado y no les haban dado mas resultado
que el de sufrir fuertes bofetones. Otros hom-
bres mas comunes hubieran renunciado una em-
presa tan peligrosa; pero se trataba de la existen-
cia y ademas el guardia municipal es sufrido. Vieron
al Gobernador de la Prefectura, al clebre Pornin
que caminaba con su acostumbrada diticulad por el
Paseo de las Flores. Llegar y entablar conversacin
con l no era difcil porque la cortedad de su vista
le impidi el conocer la ciase de gente que le ha-
blaba ; por otra parte el vino le hacia muy comu-
nicativo. Se habl do poltica, y de la poltica i la
taberna, no hay mas que dos pasos. Bebieron al gu-
nas botellas durante la conversacin, la cual fue
aficionndose Pornin encantado de la amabilidad de
sus nuevos amigos, que llevaron la complacencia
hasta el extremo de hacerle repetir tres veces s e -
guidas un discurso que deba pronunciar al dia s i -
guiente en un club. Los guardias municipales le
aplaudieron frenticamente , y exaltando su talento
oratorio, le colmaron de elogios.
Entonces creyeron que habia llegado el momento
oportuno de confesarle humildemente lo que haban
sido; pero se apresuraron aadir al verle arrugar
el ceo y levantar contra ellos su temible bastn,
que se haban dirigido l para instruirse de las
santas doctrinas de la Repblica porque era el nico
que juzgaban capaz de inculcarles los verdaderos
principios. Porni n, envanecido con el poder de su
palabra que habia obrado tal curacin y convertido
tan rpidamente dos jvenes tan endurecidos, no
se enfad y les ofreci el cubrirlos con su alta pr o-
teccin: y para principiar su educacin republicana.
u
les repiti por cuarta vez su famoso discurso. En-
tretanto las horas pasaban sin sentirlo y el sol n a -
ciente los encontr sentados la mesa y con el vaso
en la mano.
Los dos guardias municipales, aunque tambin
eran bebedores intrpidos, se asustaron del pr odi -
gioso nmero de cuartillos de vino que sepult
Pornin en su estmago durante aquella memorable
noche. Pero hasta qu punto no crecera su asombro
cuando les dijo: Camaradas! es de di a; estamos en
ayunas; os convido beber un trago en casa de
Titot, donde tengo cuenta abierta.
A estas palabras salieron los tres agarrados del
brazo por la calle de Jerusal en; y no bien habian
torcido el mal ecn, cuando divisaron no obstante
la incierta luz del crepsculo, algunos Montaeses
que impacientes de dar principio la j ornada, est a-
ban ya llamando la puerta de Toitot. Pero como
este no abriese, hubo necesidad de que el Goberna-
dor llamase con repetidos golpes para que recono-
ciendo su mejor parroquiano, so apresurase abaj ar .
Del blanco, dijo Pornin al ent rar; tengo secas
las fauces.
Toitot se apresur servirle el vino que pedia,
y Pornin iba ya trincarlo con sus dos camaradas,
cuando un Montas, que le habia reconocido, vino
decirle al odo. En qu pi ensas, Gobernador?
Cmo te atreves beber con traidores?
Lo s, voto Dios! contest el amigo de Caus-
sidire , puesto que hemos pasado la noche .untos;
pero tened entendido que los he purificado con mi
contacto , y que desde ahora son tan ciudadanos
como nosotros. Bebamos la paz y la fraternidad.
Desde aquel dia la mas cordial amistad rein
entre, los individuos de estas dos dignas cor por a-
ciones, convirtindose los Guardias municipales en
republicanos tan ardientes, que no se daban mas
tratamiento que el de ciudadanos; hicieron tan
ictiva propaganda en las tabernas, que llegaron los
JIontaeses ser su lado unos verdaderos r e a c -
..'ionarios.
85
La casa de osle mismo Toitot era donde los ofi-
ciales Montaeses y los de la Guardia urbana se re-
unan comer los primeros dias de nuestra est an-
cia en la Prefectura de polica ; pero habiendo l l e -
gado ser excesivo nuestro gasto, decidi Caussidire
que nos diesen de comer sus cocineros. En su conse-
cuencia se insal una gran mesa en uno de los sa-
lones del primer pito; un criado con librea era el
encargado de servir dichos oficiales, teniendo que
sufrir menudo sus golpes.
.Ven ac, lacayo de aristcratas, y llena ese vaso;
mas lleno , mas lleno todava! Nosotros bebemos
como hombres: nos tienes acaso por realistas?
Las disputas quedaba lugar la distribucin de
los platos ocasionaban una infinidad de lances cu-
riossimos. Despus de comer, el Rey de las t aber-
nas de la Courtille y uno de los mulos de Pornin,
me regalaba alguna de sus elucubraciones poticas
que eran unas verdaderas rapsodias.
Nuestra primera comida se distingui por un inci-
dente bastante cmico, y que no creo debe pasarse en
silencio. Apenas habamos concluido la sopa, cuando
de repente se levant un oficial Montas con l as fac-
ciones contra idas por la clera y los ojos fijos en la
pared. Su aspecto me hizo creer que tenia delante una
nueva aparicin de la mano de Baltasar; pero al
volverme conoc la causa de su i r a, viendo un
magnfico retrato de cuerpo entero de Luis Felipe
colgado en la pared de la sala.
Qu es eso? Gritaron un tiempo todas aque-
llas iritadas gargantas. Los mas feroces desenvai na-
ron sus espadas con el mismo ardor que si hubiesen
tenido en frente al ex-Rey en persona, y volvindose
los criados estupefactos Quin es el osado que ha
tenido la audacia de colocar ah el retrato de ese t i -
rano? Que desaparezca al instante! y para acabar
de una vez lo iban destrozar con los sables, cuando
un aficionado pi nt uras, que me parece fue Carlos
Giles, exclam: Qu vais hacer , ciudadanos? No
veis que es un ltubens de extraordinario mrito? Esta
consideracin salv al cuadro , que al dia siguiente
86
apareci cubierto con una tela verde , cuyo color hizo
murmurar un tanto nuestros intolerantes Mon-
taeses, que acabaron al fin por acostumbrarse l.
Una de las mas singulares tribulaciones del ci u-
dadano Caussidiere fue la que le produjo la lucha
que se entabl entre los cocineros del ex-Prefecfco y
los cocineros demcratas alistados en el cuerpo de
los Montaeses.
Los primeros dias se hacia el servicio de la mesa
de Caussidiere por los antiguos cocineros de la P r e -
fectura, y el feroz patriota aunque era comiln mas
bien que gastrnomo, se hallaba muy satisfecho de
los delicados manjares que le servan; pero esta d i -
chosa calma no deba ser duradera porque los c o-
cineros demcratas, empeados en hacer probar sus-
salsas al ciudadano Prefecto, invadieron un dia las
cocinas armados de pies cabeza, y expulsaron con
violencia los cocineros en ejercicio.
A la primera comida todo el mundo se apercibi
del repentino cambio que se habia verificado en el
sistema culinario de la casa , porque los recien veni -
dos, que se ocupaban mas de poltica que de sus
guisados, haban constituido una especie do cl ub
muy concurrido por ciudadanos montaeses, los cua-
les probaban las salsas, y se bebian el vino destinado
los rogones y gbelottes, siendo preciso r eempl a-
zarlo con agua y vinagre. Un dia que lleg faltar
completamente la sal precedi otro en que todo
estaba salado. La carne unos dias estaba quemada,
otros no habia visto siquiera el fuego.
Caussidiere devoraba en silencio su pena, los con-
vidados empezaban mur mur ar , y hasta hubo
uno que lleg decir: Ciudadano Prefecto, tu cocina
se va dando un aire bodega: por mi parte he co-
mido bastante.
A esta situacin haban llegado las cosas, cuando
en lo mejor de una comida se suscit una disputa
ent re Juan y un cocinero Montas. Presentaba
este Juan un fricas de pollo, cuyo aspecto de s -
agrad esle l t i mo, que se neg servirlo. El
Montas lo rechaz con un vigoroso puet azo, y
87
vino l mismo intrpidamente colocar el plato ea
la mesa. Pero Juan, mas rpido que un relmpago,
se l anza, coge el plato y exclama con una voz i r-
ritada : Sr. Caussidiere, V. no comer eso; eso es
una porquera. Los convidados fueron todos de su
opinin, y Caussidiere, que solo esperaba una oca-
sin favorable para desembarazarse de los coci ne-
ros clubistas, mand su criado que los despidiera
en el acto. Juan rio se hizo esperar, y trasmiti go-
zoso la orden del Prefecto; pero su eficacia estuvo
punto de serle fatal, porque lo agarraron y se
trat nada menos que <le echarlo en la misma cal -
dera destinada cocer la sopa.
Por fortuna, sus gritos llamaron mi atencin y
consegu mi near l o de sus manos medio ahogado.
Refirime entonces la causa de la violencia ejercida
contra su persona: llam algunos individuos da
mi compaa y puse en la calle los cocineros
Montaeses, lo cual me vali el epteto de gendarme.
Este incidente, en la apariencia tan liviano,
uvo funestas consecuencias para Caussidiere, por -
que aquella misma noche refiri un orador en el
club o ocurrido y acus al Prefecto de tendencias
aristocrticas, de modo que Caussidiere, temiendo
ver comprometida su popularidad, crey prudente
ir l mismo justificarse en el club Blanqui.
CAPITULO XV.
Expulsin de la guarnicin de las Tullerias.
Caussidiere y Mr. Rostchild. Vnganse de
un agente de polica.
El da 6 de Marzo recib orden del Prefecto para
estar preparado con mi compaa. La misma or -
den se dio al capitn Beaune y una compaa de
Montaeses. Luego que estuvimos reunidos todos en
el pat i o, se nos mand cargar los fusiles, y se nos
dijo que era preciso ir expulsar los bandos que
se haban encargado voluntariamente de guardar
88
las fulleras-y que no queran salir de all sino
con las mas exageradas condiciones. Cuando los de
la Montaa conocieron el objeto de la expedicin, se
negaron decididamente marchar, declarando que
no atacaran sus hermanos y amigos, y que nos-
otros podamos hacerlo si gustbamos.
Partimos las rdenes del comandante Caillaud;
pero apenas habamos llegado al malecn de los
Plateros cuando los de la Montaa se lanzaron por
el de Lunelles y corrieron avisar sus hermanos
de las ' fulleras, y aun hubo algunos que se uni e -
ron ellos para recibirnos balazos en caso nece-
sario. A su frente estaban Barbes y algunos det eni -
dos polticos.
Al 11 egar la reja de la escalinata encontramos
cerradas las puertas. Caillaud nos hizo formar en
la acera de enfrente y se dirigi los gefes, que
no permitieron recibir sino l solo. Al dejarnos
me dijo: Si no he vuelto dentro de un cuarto de
hora , la bayoneta. No habian pasado muchos ins-
tantes cuando se oy un tiro. Al ruido me pr epa-
raba ya para lanzarme al asalto por las ventanas
del pabelln Marsan ; pero Dorms me dijo que
habia sido un accidente casual y que lodo estaba
cerca de arreglarse. En este momento pidi Beaune
que se le permitiese ent rar para ver Caillaud
quien creamos asesinado; pero los sitiados no con-
sintieron en ello, y por el contrario asomaron los
caones de sus fusiles por todas las t roneras, y aun
hubo algunos que con sus largas 'espadas nos di r i -
gieron golpes al travs de las rejas en el momento
en que hamos empezar el combate. Dorms, cuya
conducta fue muy conciliadora en aquella ocasin,
exclam: Cmo, es posible que nos batamos unos
con otros? Nosotros que somos hermanos y a mi -
gos! Pues sera gracioso !Y volvindose los suyos:
Son tan buenos patriotas como nosotros, dijo, yo
no s por qu no los hemos de dejar entrar.
Entonces se abri la puerta; pero los de la Mon-
t aa, que habian venido al socorro de sus amigos,
no queriendo perder el tiempo, se dispusieron re-
89
sistir, y calaron bayoneta. Irritado de su audacia hice
mi vez calarla tambin y entr tambor batiente.
El General Courtais lleg en estos momentos; me
reprendi vivamente porque habia hecho tocar
ataque, y me mand ir situarme con los mios en
el centro del patio.
Mientras tanto Cailloud se habia entendido con
los gefes de la guarnicin, los cuales consintieron
en retirarse bajo ciertas condiciones mas modestas
que sus pretensiones del dia anterior.
El General Courtais nos pas revista, y los al um-
nos de Saint-Cyr pudieron tomar posesin del
fuerte.
Dorms vino al dia siguiente con sus camaradas
la Prefectura y form con ellos una nueva com-
paa do Montaeses, de la cual fue capitn. As
fue como las Tuberas fueron devastadas por esta
horda , que sembr el espanto por todo el v e -
cindario.
La noche misma de esta expedicin Caussidire
me hizo llamar y me felicit por mi conducta en
aquella notable jornada, profiriendo despus amar-
gas quejas contra el Gobierno provisional. No qui e-
ren darme dinero, me dijo, y mi posicin es la
mas embarazosa: y exaltndose aadi: Con
qu quieren que pague mis gentes? Esto no puede
durar, vive Cristo! Pero no importa: yo s dnde
lo encontrar. V t casa de Rotschid y exgele
de mi orden una suma de quinientos mil francos.
Por fortuna del clebre banquero, Lechallier, que
habia sido enviado al HoteldeYille, volvi con el
di nero, y Caussidire no me habl mas del asunto.
Al bajar del despacho del Prefecto encontr uno
de los agentes de polica que me habian preso mas
de una vez, y que la ltima me habia hecho conde-
nar tres meses de prisin. Este se adelant hacia
m temblando, y me rog que le perdonara. Todo
lo he olvidado, le dije; lo que os pido es que no
me dirijis la palabra jams. Quiso darme su mano,
pero la rechac. Algunos das "despus el miserable
y dos de sus dignos compaeros extendieron un i n-
90
forme contra m , apoyados por el Sr. Elouin, que
como ellos, vea que yo gozaba del favor del Pr e -
fecto y temi que lo hiciera destituir. Este informe
fue presentado Caussidiere por los Sres. Elouin Y
Allard.
En seguida tuvieron cuidado de hacer que por
bajo de cuerda llegara noticia de los de la Mon-
taa la existencia de este documento. Entonces vol-
vieron cobrar nueva fuerza las antiguas sospechas,
con tanto mas motivo cuanto que estos estaban ya
descontentos de mi conducta respecto ellos. En
efecto, yo era muy culpable, pues' o que sin cesar
estaba reprimiendo sus excesos en cuanto estaba
mi alcance, y me permita condenar en alta voz sus
abominables proyectos.
Disgustado de las escenas escandalosas que con
tanta frecuencia se repetan, extenuado de fatiga y
de insomnio , resolv abandonar la Prefectura y en-
vi mi dimisin al Prefecto. Por la noche fui des -
pedirme de l; pero al verme me dijo:
He roto tu dimisin: no la acepto. Quieres
abandonarme en el momento en que mas necesidad
tengo de mis amigos, en que la lucha va volver
empezar; porque yo lo veo, es preciso volver
hacerlo lodo.
Estoy malo, necesito descansar, repuse yo, y
por otra parte yo no puedo vivir con los Montae-
ses: sus sospechas , su conducta conmigo, su licen-
cia y su insubordinacin me hacen insoportable la
existencia aqu.
Si ests enfermo yo te dar mdicos. En cuanto
los Montaeses, djalos obr ar ; yo estoy tan c a n-
sado de ellos como t , pero hoy me son tiles: mas
tarde situar la mitad de ellos en la puerta y todo
ir bien. Esperando, si t quieres, podrs seguir
con tu compaa al ciudadano Morisset, quien acabo
de nombrar Comandante del Cuartel de los Padres
Mnimos. Quiero hacer ocupar as todos los Cuar -
teles de Pars por mi guardia, que en lo sucesivo
se denominar Guardia republicana, fin de poder
ocupar al mismo tiempo todos los cuarteles cuando
91
yo haya madurado y preparado el proyecto que me-
dito. Otra razn me hace tambin desear la marcha
de la Guardia urbana de la Prefectura; yo temo
que se corrompa con los Montaeses, entre los cuales
se han deslizado ya los hombres de Blanqui, que
hace algunos dias me es hostil.
Yo ced sus instancias y me apresur acep-
tar su proposicin , y en la misma noche ya estaba
instalado en el cuartel de Piits-Peres. Despus de
mi partida los malos propsitos continuaron en a u -
mento.
C A P I T U L O X V I .
Los rboles de la libertad.P o r n i n y Gr a n d -
me s n i l . Una lista de candidatos.Los gefes
de Clubs.
Por todas partes aparecan rboles de la libertad,
y lleg un momento en que , segn la feliz expr e-
sin de un representante, algunos llevaron la ma-
na de la plantacin hasta el extremo de hacer creer
que dentro de poco Pars volvera convertirse e n
un bosque.
Los Montaeses sobresalan en oslas ocasiones
que incitaban muchas veces al desorden. Por otra
parte ellos estaban seguros de encontrar algunos
imbciles que tenan mucho honor el darles para
que bebiesen.
Grandmesnil quiso convertir en una verdadera
solemnidad la plantacin de uno de estos rboles en
el jardn del Lxemburgo. Al efecto convoc los
principales Montaeses y gefes de Clubs, y se di r i -
gieron invitaciones los miembros mas influyentes
do las sociedades secretas, para los cuales so habia
preparado en palacio un esplndido banquete. En
las esquelas de invitacin se dec a, que debia t r a -
tarse en este acto de un negocio urgente y de la
mayor importancia.
Al principio de la comida los vinos se di st ri bu-
92
yeron con moderacin , y antes de dar rienda la
intemperancia acostumbrada do los convidados,
Grandmesnil tom la pal abra, y habl en estos t r-
minos:
Ciudadanos, voy explicar el objeto de nuestra
reunin. Se preparan las elecciones para la Asam-
blea constituyente, y los ambiciosos de lodos los pa r -
tidos se presentan ya los primeros: nos importa
los gefes del partido republicano el destruir sus pre-
tensiones; sobre todo tenemos que combatir los
hipcritas del Nacional que no perdonan medio para
sacar adelante sus hombres. Yo he pensado pr e-
sentar una lista de candidatos en la cual figuran
todos vuestros nombres, porque nadi e, en efecto,
puede ser mas digno de representar al pas, que
vosotros, cuya pureza es bien conocida. Yo he con-
sultado ya nuestro amigo Marcus ( as se llamaba
familiarmente Marcos Caussidiere), y l ha apr o-
bado mi proyecto.
En seguida ley la referida lista.
Yo protesto! exclam Pornin, que acababa de
llegar.
A ninguno de los convidados sorprendi esta e x -
clamacin del Gobernador, pues todos conocan su
espritu de contradiccin; pero se extra mucho que
viniese t an tarde un banquete en que sabia que
debia hallarse Grandmesni l , porque habia jurado
vengar la derrota que su ilustre amigo habia sufri-
do en la lucha gastronmica que he referido a nt e -
riormente. Es verdad que l se reconoca menos fuer-
te que su enemi go; pero como esle tenia la r epu-
tacin de ser tan buen bebedor como gran comedor,
Pornin quera hacia mucho tiempo provocarlo un
combale decisivo, del cual se prometa una brillante
victoria.
Grandmesnil tenia un lance que podia compro-
meter su reputacin, y hasta entonces habia evitado
todo encuentro con su peligroso adversario.
Era pues esta una ocasin que Pornin debia
aprovechar, y desde la vspera se hablaba ya, en
efecto, con entusiasmo, y se contaban sus numero-
93
sas vctimas; porque es bueno saber que esla es pe-
cie de duelos eran muy frecuentes en el partido. Por
largo tiempo se recordar Blondeau y Mathieu,
eslos dos infortunados, que habiendo tenido la ex-
traa audacia de luchar con Pornin , sucumbieron
despus de una larga y obstinada defensa.El v e n -
cedor les condujo religiosamente su ltima morada,
y en la oracin fnebre que nunca deja de p r o -
nunciarse sobre la tumba , decia llorando de ent er-
necimiento :
Pobre amigo! Yo te creia mas fuerte! Yo de-
biera haber contemplado tu debilidad ! Perdname!
Las lgrimas que yo derramo sobre tu sepulcro ates-
tiguan mi sentimiento.
Su dolor era entonces si ncero: nosotros nos
vimos obligados retirarle de aquel l ugar , y para
calmar su desesperacin le condujimos al bodegn
mas inmediato , donde l ech nadar su tristeza en
las olas de vino de Argenteuil.
Es necesario explicar la causa de su tarda l l e-
gada al banquete.
El no habia olvidado sus nuevos amigos los
sargentos de villa que no le dejaban ya. Algunos
quisieron acompaarle hasta el Luxemburgo, hizo
con ellos largas estaciones en las tabernas que e n -
contraron al paso. Estas innumerables libaciones
habian contribuido hacerle mas insociable que de
costumbre; de manera que cuando al ent rar e x -
clam : Yo protesto! ignoraba Completamente de
qu se trataba.
Por lo dems l tenia por costumbre el t urbar
con sus continuas interrupciones los oradores que
turnaban la palabra en nuestras reuniones.
Y as que, cuando sabia por casualidad que se
trataba de una reunin, y preguntaba cualquiera
de nosotros dnde iba celebrarse , se tenia buen
cuidado, pesar de sus promesas de ser prudente,
de enviarle al extremo opuesto de Par s, iba al l u -
gar que se le habia indicado, y despus de haber
huroneado todos los bodegoncillos, donde casi si em-
pre acababa por encont rar algn demcrata mejor
9-4
informado que l , llegaba por fin nosotros, fu-
rioso de haber sido engaado, y exclamaba r om-
piendo cuanto se le venia mano :
Se descontia de m! Se me envia la barrera
del Maine cuando la reunin es cu los Amandien'.
listo es para hacerme zancajear (trimer) bastante; yo
lomar satisfaccin de esta afrenta !
No quedaba mas que un medio de apaciguarle y
obtener un poco silencio; el de presentarle un vaso
lleno , y como estaba alterado por su furiosa c a r r e -
ra , lo.iba sorbiendo poco poco, y cuando pareca
menos irritado, dos tres de nosotros , bajo el p r e -
texto de beber mas, lo sacbamos fuera , y podame*
volver en seguida al curso de nuestras discusiones.
Pornin abusaba escandalosamente del temor quu
nos causaba su humor revoltoso , y as es que nunca
pag su parle.
Vuelvo la Proposicin do Grandmesnil. So im-
puso silencio al Gobernador que, despus de un
largo debate, consinti por fin en escuchar al orador.
So le hizo comprender que se trataba de hacerle
nombrar representante del pueblo , sobro lo cual I B
detena aun una duda.
. Podra yo, dec a, ser un misino tiempo
representante del pueblo y Gobernadorde Vincennes?
Quien lo duda ? le contestaron.
Pues entonces acepto.
El Gobierno del fuerte de Vincennes era el ob-
jeto des s ambiciones, segn el mismo lo explic
en esta circunstancia.
Cuando Caussidiere, dijo, haya concluido con
los reaccionarios del Hotel-de-Ville y yo tenga esta
plaza con dos mil montaeses , la justicia del pueblo
seguir su curso, y se habr fundado la verdadera
Repblica. Nuestros padres , en 1793 , comprendieron
bien la revolucin cuando corlaron sin piedad lo*
miembros corrompidos de la sociedad. Ellos no come-
tieron mas que una falta; la de dejar marchar la
frontera los mas ardientes patriotas, cuando por el
contrario debieron conservar cerca de s estos flele
defensores de las libertades. No cometamos esta*
95
mismas faltas : permanezcamos armados y guardemos
nosotros mismos estos fuertes que la tirana levant
para eternizar su poder y que la casualidad ha hecho
caer en manos del pueblo. Enviemos las fronteras
todos estos armados de sable , de los cuales se r o -
dean Pags y Lamartine. Que ningn soldado ponga
los pies en Pars hasta la completa reorganizacin
del ejrcito. Viendo conservados los antiguos gene-
rales del tirano, es como la reaccin se atreve
levantar la cabeza. Creeris que yendo ayer al arrabal
Honar he visto los Campos Elseos sembrados de aris-
tocrticos carruajes ? Los trenes reaparecen ; y yo
sent vivamente no tener conmigo una compaa de
Montaeses para apalear los seores y sus l aca-
yos , y hacer una hoguera con sus coches en la
plaza de la Revolucin. Bien conocis que necesito
Vincennes! Dos piezas de artillera cargadas de me -
tralla y apuntadas hacia el cami no, harn pront o
justicia este lujo insolente. Cuando ellos vean cmo
arreglo yo sus brillantes carruajes, se mi rarn
mucho antes de dirigir sus paseos hacia el bosque de
Vincennes. Tambin en este arsenal es donde los
patriotas encontrarn las armas y caones que hoy
se nos niegan. Yo no hablo as por ambicin p e r -
sonal. Yo lo predi go; si no nos damos prisa ani -
quilar los que tratan de det ener en su marcha el
carro de la revolucin, seremos otra vez f No
tenemos que temer la invasin extrangera: Caussi-
dire ' trabaja los dspotas; ellos tendrn pronto
en qu ocuparse, sin venir mezclarse mucho
en nuestros negocios. Nuestros verdaderos enemi -
gos estn entre nosotros, y es necesario anonadar -
los antes que hayan tenido tiempo de asegurarse
completamente.
Este acalorado discurso, conforme con las ideas
de todos los concurrent es, fue acogido con vivos
aplausos.
Grandmesnil pidi en seguida parecer aquellos
cuyos nombres figuraban en la lista; todos acepta-
ron apresuradamente el honor que se les ofreca
uno solo lo rehus.
96
Qu motivos tienes para ello? pregunt Pornin:
Yo apenas s leer , y escribir muy puco; r e s -
pondi Jos Ledous. Yo soy zapat ero, y entiendo
mucho mejor de meter un alza que de hacer un
discurso.
T me ceders la palabra, repuso Pornin : yo
har los discursos.
Por otra parte, dijo Grandmesnil, all se t rat a-
r solo de votar con unin y de aplaudir nuestros
oradores
Y de aniquilar los reaccionarios, aadi
Pornin.
Yo dar la seal , dijo Grandmesnil.
Bien, replic Jos; t sers el gefe del complot.
Los gefes de clubs prometieron apoyar la lista
de los candidatos que se les acababa de presentar.
(Habia entonces en Pars cerca de trescientos clubs.)
Ellos estaban obligados este servicio para con sus
amigos. La Prefectura se dignaba no hacer caso de
les pequeos beneficios que ellos sacaban cada n o -
che la entrada de sus salas, y saban poner en
prctica aquella mxima que dice, que con el ochavo
del proletario se podra garantir lodo el universo. Ha-
ba sala que alquilada por ellos en 15 20 francos,
les produca hasta 200 francos por noche. Estos se-
ores se hacan pasar en pblico como muy aust e-
ros; pero los principales oradores se reun an por
la maana en casa del presidente, y all se desayu-
ban con ostras y Champagne.
Lo que hay de mas triste en todo esto es que
la mayor par t e de ellos eran j venes estudiantes y
vagos rechazados por sus familias causa de sus
vicios, y que tenan la desfachatez de presentarse
delante de pobres obreros fascinados por un l en-
guaje patritico, como regeneradores de la s o-
ciedad.
Algunos de ellos, viendo que su proyecto se
hacia irrealizable consecuencia de la nueva ley
sobre los cl ubs, se han vendido al Gobierno, que
ha cometido la necedad de tomar el- asunto por lo
serio.
97
(1) Para los que deseen hacer conocimiento con
este interesante pei Tonoj e, indico equ el sitio en
que lia elegido su domicilio poltico: * puede vrsele
diariamente desde las nueve de la maana hasta las
once do la noche en la Asociacin de los labei eros, calle
Jan Robcrt: se le conocer sin trabajo por el fiel r e-
trato que be hecho de l en un captulo precedente, y
nas todava por.su lenguaje excntrico.
De cualquier modo, la lista de Grandniesnil fue
sostenida;por ellos. en-las elecciones; Pornin y sus
amigos tuvieron millares de votos. Pobres el ec-
tores! .
El clebre gobernador est hoy mas caido de
su pasada grandeza. Puede verse diariamente
esta celebridad poltica arrast rando de fondin en
fondn su triste existencia. Se. tiene por muy feliz
cuando puede atrapar algunos miserables mendr u-
gos que le arrojan con desprecio los que mas se
han aprovechado de sus prodigalidades..
Porque Pornin ha comprometido su reputacin
los ojos de los Montaeses. En un momento de ol -
vido, cuando fue absuelto despus de los sucesos de
J uni o. de 18 8, cometi la imprudencia do gritar:
Viva el consejo de guerra) Desde entonces los mas
feroces del partido 'le lanzan con desden estas pala-
bras: <iT has gritado Vira el consejo de. guerra d e -
lante de los que condenaron tus hermanos: caigan
sobre t , Porni n, vergenza y maldicin! {!).
C A P T U L O XVII.
El tribunal secreto de Lux-embargo:Proceso
de Delahode.
Un da eme estaba yo en cama de resullas de
una operacin de ciruga muy dolorosa , recib una
carta del Prefecto que me citaba para aquella misma
noche las diez en el palacio del Luxotnburgo. La
caita conclua as. No faltes; es para un negocio
que le importa.
98
Apenas la habi a leido lleg uno de mis amigos
prevenirme que se estaba tramando algn com-
plot contra m en la Prefect ura, y que se hablaba
de atraerme Lxemburgo para j ugarme una mala
pasada. Ests expuesto ser asesinado por los Mon-
taeses. La carta de Caussidire me hizo suponer
que era su cmplice, y cre que deba tomar medi -
das para mi seguridad. Como he dicho ya , sabia
que se habia dado un parte contra m , y cre que
quer an pedirme explicaciones sobre este punto.
Conoca el carcter de los hombres con quienes
tenia que t r at ar : y as previ ne uno de mis pa-
ri ent es que estaba en el campo, el peligro que corra.
Me encargo de eso, respondi l ; y por la
noche y la hora de salir le encontr con cincuenta
sesenta hombres armados y decididos defenderme.
Me dirig con ellos al Lxemburgo; unos se co-
locaron en las galeras del Odeon, y los dems en
l as mismas cercanas de la habitacin de Albert. {la-
bia convenido con ellos en que un pistoletazo en caso
de peligro seria la seal de volar mi socorro. Por
mi parte llevaba debajo del gabn dos pares de pis-
tolas y mi sable de que esperaba hacer uso en casa
de necesidad. Estas medidas me hicieron retardarme
un cuarto de hora.
As preparado fui casa de Albert. Caussidire
hablaba con Tiphaine en un corredor que preceda
la habitacin de Al bert ; este ltimo se paseaba
con ellos. Me estrech la mano, y aludiendo nues-
tras antiguas chanzas sobre la cmara de los Pares:
Cuando yo te decia que los echaramos fuera,
no sabia que un dia haba yo do ocupar el sitio del
ciudadano Pasquier.
Voo Dios! dijo Caussidire al verme; cuando
se dice las diez no se dice las diez y cuarto ! En-
tremos.
Vi all Grandmesni l , Tiphaine, Monier, Boc-
quet , Pilhes, Lohallier, Bergeron, Caillaud, Albert,
Mercier, Delahode y Sobrier.
Caussidire hizo cesar las conversaciones par -
ticulares, y tomando la pal abra,
99
Ciudadanos, dijo, debamos estar en mayor n -
mero; pero Luis Blanc y Ledru estn en el Hot el -
de-Ville; Raspail y Barbes en sus clubs, y Flocon
me ha escrito que est indispuesto.
Calcul que iba pasar algo grave cuando el
prudente Flocon habia encontrado un pretexto para
excusarse.
Hay un traidor entre nosotros, continu Caussi-
dire, y vamos constituirnos en tribunal par a
juzgarle. Grandmesnil como decano fue nombrado
presidente , y Tiphaine secretario.
Ahora, ciudadanos, aadi Caussidire, que ha-
cia de acusador pblico, por mucho tiempo hemos
estado acusando ligeramente patriotas honrados,
y estbamos lejos de sospechar de la serpiente que
se habia deslizado ent re nosotros. lie descubierto al
verdadero traidor; es Luciano Delahode.
Este, que hasta entonces habia estado i ndi feren-
te , salt una acusacin tan directa. Al movimien-
to que hi zo, Caussidire se apresur cerrar la
puerta, y sacando una pistola de su bolsillo: Si te
mueves, dijo, te abraso la cabeza.
Delahode se puso entonces protestar enr gi ca-
mente de su inocencia.
. Bien , dijo Caussidire , h aqu un legajo que
contiene mil doscientos part es dirigidos al Prefecto
de polica: voy presentroslos. Y entreg cada
uno de nosotros los partes que hablaban de l.
Habia una veintena sobro m: me enter de ellos.
Delahode no me trataba bien. Me presentaba como
uno de los mas peligrosos conspiradores, y decia
ent re otras cosas que sera fcil exaltarme hasta el
regicidio.
Delahode negaba siempre que estos partes fir-
mados Pedro, fuesen suyos, cuando Caussidire nos
ley a carta que lia publicado en sus Memorias,
carta en que ofreca sus servicios al Prefecto de polica,
y que haba firmado con su verdadero nombre. En-
tonces tuvo que confesar; pronunci algunas pal a-
bras para decir que una terrible fatalidad le habia
arrojado en los brazos de la polica.
100
Gaussidire le prsenlo la pistola, dicindole que
no tenia; mas que este recurso.
Delahode contest que no se malaria, pero que
podan hacer con l lo que quisieran.
Bocquet impacientado cogi la pistola y se la
present por t r es veces.
Vamos, le dijo, l evnt at e l a lapa de los sesos,
cobarde! cobarde! te la levanto yo mismo.
Yo me estremec entonces pensando en la seal
que haba indicado los que me guar daban, y
acercndome precipitadamente Albert:
Y t , miembro del Gobierno provisional, pe r -
mitirs que se cometa un asesinato en tu misma
habitacin! Todo lo odioso de este crimen caer
sobre t.
Es verdad, dijo l.
Y como Bocquet en el colmo de la desesperacin
preparaba la pistola iba ejecutar su amenaza,
Albert se la arranc de las manos, dicindole:
Piensa que el estallido de un tiro causara
una alarma.
Es ver dad, exclam Bocquet, nos hace 'ala
veneno.
Veneno? dijo Caussidiere, yo lo tengo, y de
todas calidades.
Tom uno de los vasos que habia sobre e! s-
cret-airc, lo llen de agua con azcar y ech en se-
guida unos polvos bl ancos; despus lo present
Delahode, que retrocedi con indignacin:
Queris asesinarme ?
Si , dijo Bocquet, que, conspirador subal t erno,
quera hacer alarde de celo y llamar la atencin de
sus gefes. Bebe!
Delahode estaba muy plido y el sudor corra
por su rostro. El respondi con un aire sombro:
Yo no me matar. En seguida se senl sobre el
sof y qued con Ja cabeza ent re las manos.
Pero Bocquet inflexible le segua presenlando el
vaso. Vamos, bebe! dijo Caussidiere con voz lenta
y montona ; morirs en seguida.
Pues bi en! no! no! no beber.
101
Y en el extravo de sus i deas , aadi con un
gesto terrible :
Gh ! me vengar de todos estos t orment os!
Hola ! te vengars? grito Bocqut. No, por que
no saldrs de aqu.
Y cogiendo la pistola, iba saltarle la tapa de
ios sesos; pero Albert se interpuso otra vez.
No! dijo, nodo 'sufrir-! Ademas, se bati -bea
en Febrero; esta es una circunstancia at enuant e.
Monier , Pilhes y yo nos unimos & l para pedir
su perdn.
Per o, dijo Caussidiere, no podemos dejarle
vivo despus de lo que acaba de suceder. No le aca-
bi s de or decir que se vengar a? Puede compr o-
meternos , porque sabe todo lo que hacemos.
Hay que guardarlo bajo llave, dijoGrandmesnil.
Tienes razn, repuso Caussidiere ; Yo y con-
ducirlo yo mismo la Conserjera, y r ecomen-
darlo muy especialmente. Nada tendremos que t e -
mer d l mientras yo sea prefecto. Y pi enso, aa-
di ri endo, guardarle mucho tiempo.
Inmediatamente fue Bocquet buscar un fiacre,
pesar de "lo avanzado de la noche. Entre tanto se
firm el acta de la sesin , redactada por Tiphine.
Caussidiere nos explic el modo con que haba
llegado saber la traicin de Du'lahode.
Se me acusa , dijo, de haber conservado los
antiguos agentes , y sin embargo Elouin y Allard
s quienes debo este descubrimiento. Me haban
consejado que enviara Londres uno de sus pr i n-
cipales agentes que debia aparecer como fugado, '&
fin de vigilar mas fcilmente Pinel y Delessert.
1, 0 lie hecho as , y desde su pri mer part e me i n -
form de que saba por Mr. Pinol que uno de sus
mas fieles agentes se hallaba cerca de m.
Sin duda por eso, aadi dirigindose De -
lahode, ibas dormir tu casa todas las noches.
Voy hacer examinar tus papeles.
Iba mi casa , dijo Delahodo, porque all^
duermo mejor. '"T
- - Es o lo veremos.
102
En fin , ci udadanos, deb averiguar quin era
ese agente do Pinol. Y gracias Elouin y Allard,
be descubierto los legajos que veis , y que ha n e s -
tado pique de escaprseme, pues los iban quemar.
Bocquet volvi en este momento, y nos anunci
que habia encontrado dos fiacres. Todo el mundo sa-
l i . Habl un momento con Al bert , y al pasar vi
algunos de mis hombres emboscados detrs do l o s
rboles. Y bien? me dijeron.
No era nada , respond; os podis ret i rar.
A la puert a del Luxemburgo volv e n c o D t r a r
Caussidire y los domas, que queran obligar
subir en un fiacre Delahode , que se resista ; Caus-
sidire y Tiphaine sin embargo se apoderaron de
l y se colocaron cada uno un lado, otros tres se
sent aron en""ente. En cuanto Bocquet, adjunto
del duodci. u o distrito, subi , pistola en mano, d e -
trs del carruaje.
Yo tom el otro iacre con Mercier, quien me
d e j al pas; r en el cuart el de los Ptits-Pres.
Una hora despus de mi llegada ent raron mi s
hombres; l o e.-taba esperando para darles las gr a-
cias por el cuidado que hab an puesto en velar por
m hasta las (tos de la maana de aquella manera.
Nada tenis que agradecernos, capitn; ma s
estad seguro de que, si hubierais hecho la seal,
vuestros enemigos, cualesquiera que ellos fuesen,
hubieran sido exterminados sin quedar uno.
Esta determinacin me hizo conocer el peligro
de que Caussidire y los que con l se encontraban
en casa de Albert acababan de libertarse , y aun hoy
mismo me pregunto lo que hubiera podido suceder
si Bocquet hubiera hecho fuego contra Delahode;
acaso no hubiramos visto las jornadas sangrientas
de Junio.
i OS
C A P I TU L O x vm.
Los gorros de pelo.Blanqui.Caussidiere y
el fftel-de-Ville.Salida para la Blgica.
Por este mismo tiempo tuvo lugar la manifesta-
cin de los gorros de pelo. Caussidiere me dio la
orden de ocupar con mi compaa la embocadura
del Puente Nuevo.
Si los granaderos, me dijo, quieren tomar un
aire demasiado belicoso, hartadlos de fusilazos. Voy
ademas enviar mis Montaeses con garrotes para
que les rompan las cabezas, si arman ruido.
Yo me constitu en mi puesto ; los gorros de pelo
desfilaron por delante de nosotros; y como mar -
chaban en silencio los dej pasar sin oponerles obs-
tculo alguno. Mas lejos los Montaeses los asaltaron,
mas se defendieron bien y consiguieron llegar al
Iltl-de-Vil le. Volv ver a Caussidiere aquel mismo
dia; me dijo que iba preparar una contramanifes
tacion para el siguiente y que todos los gefes de los
clubs estaban prevenidos. Me recomend que me co-
locara al frente del movimiento con mi compaa y
que gritramos viva Ledru-Hol l i n, sobre lodo al
pasar por delante de la Iolsa , donde haban tenido
principio los rumores esparcidos acerca del mal es -
tado de la fortuna de esle miembro del Gobierno
provisional.
La manifestacin se verific , como se me habia
anunci ado, de una manera imponente. Mas de cien
mil hombres se reunieron en el Htel-deVille, y
el Gobierno provisional debi creerse fuerte aquel
dia. Pero los negocios, que habian empezado vol -
ver tomar vuel o, reci bi eron un golpe fatal desde
la manifestacin referida, cuyo paso todas las t i en-
das se cerraron. Mas qu importaba el comercio
Caussidiere 1 la agitacin era su el ement o; l y sus
amigos encontraban en ella lo que les convenia.
Por la noche, cuando le v i , estaba radiante de al e-
104
gra y no veia ya lmites su poder. Puedo mi
voluntad, decia , levantar las masas y lanzarlas
contra la clase media {bmirgeosie.)
Orgulloso con su triunfo no podia tolerar el me-
nor obstculo sus proyectos revolucionarios; pero
la parte moderada del Gobierno provisional que adi-
vinaba sus designios, le opona una resistencia
i nesperada; no .quera aceptar su guardia, y para
obligarle disolverla le negaba el dinero.
Semejante resistencia irritaba Caussidiere, y
ya se preparaba lanzarse contra ella, cuando se
apercibi de que un riesgo temible le amenazaba l
mismo. Eran las furibundas declamaciones de al gu-
nos gefes de cl ub, quienes l habia dado el i m-
pulso, mas que muy pronto so haban extraviado,
merced la inspiracin ar di ent e de algunos or ado-
res vehementes y-apasionados-, tales como Villain y
Blanqui. Este ltimo no se contena ya y amenazaba
poner en juego hasta la. existencia poltica de Caus-.
sidire.
t Esc hombron (gros liomtne), dec a, uo es mas
que materia; no tiene la energa que constituye al
revolucionario, y se habita con demasiada lacili
dad las delicias del poder. Es tiempo ya de r e -
chazar esos hombros enervados y sensuales, que
no sirven sino para poner obstculos la marcha
de la revolucin. Al mismo tiempo tronaba contra
los abusos que audazment e aparecan en la Prefec-
tura de polica, y reconvena Caussidiere por con-
servar los antiguos Guardias municipales: Por que
alimentar todos esos hol gazanes, enemigos del
pueblo, mientras que este pueblo muere de h a m-
b r e y de miseria? Por qu formar asimismo esa
Guardia prefectoral? Nos responder sin duda que
i > la seguridad de la ciudad y de la Repblica n e -
ncesita estas medidas; pero los hombres de los
cl ubs, los antiguos detenidos polticos no estn
ah armados para defender la soberana del pue-
bl o? No sera acaso mas bien para servi r su
ambicin personal?
Estos discursos y otros mas violentos todava
105
asustaban Caussidire, quien no ignoraba que esta
parle de los Montaeses, de los cuales empezaba
querer repri mi r la violencia, se separaba cada dia
mas de su persona para unirse la de Blanqui,
cuya energa salvaje, mas conforme los caracteres
de ellos mismos, admiraban.
El pod^r de Blanqui, que se aumentaba cada dia,
sus proyectos bien conocidos de derri bar al Gobierno,
y el odio que pareca haber j urado Caussidire,
determinaron este ltimo adelantarse y A apre-
surar la ejecucin de los planes que tenia c on-
cebidos.
En consecuencia me hizo llamar. Amigo, me
di j o, cuento contigo para un golpe atrevido. El
Hotel-de-Ville acaba con mi paciencia; Ledra
Holln y Flocon no elevan bastan' e la voz; dejan
un lado al pobre Albert; pero dichosamente me
encuentro yo all, y la revolucin no habr l o-
grado su objeto sino despus qu yo haya der r i -
hado esa fraccin moderada, que se hace nas
reaccionaria cada dia. Vas marchar al Iitel-de-
Ville. Examina bien las galeras y las piezas ve -
cias la sala del Consejo; escoge el lugar para
t us hombres. El comandante Hey, quien ya he
pi eveni do, te introducir. Esta noche har yo i n -
vadi r la plaza por la Guardia urbana, por los
Montaeses y por los clubs de ni confianza. Guar-
o da bien todas las salidas; es preci so. que nadie
pueda escaparse.
a Toda esta gente reunida pedir la . separacin
a de Marrast, Lamart i ne, Arngo, Garni er Pags y
Pagnerre. Yo me constituir cerca de ellos f i n
de expresarles la voluntad del. puebl o; t estars
s all para arrestarlos en pleno consejo, si intentan
escariar..... c ya me comprendes!! Es asunto
decidido, cuento contigo.
Yo hice notar Caussidire que el estado de
debilidad y de sufrimiento en que me encontraba
no me permita cumplir una misin semejante con
la energa necesaria, y rehus.
Encont rar otros diez hombr es, me dijo , que se
106
disputarn el obedecerme; mas por el pr ont o, des-
compones todos mis proyectos de esta noche: te habia
yo credo hombre mas decidido.
Mi negativa en nada puede descomponer tu
proyecto. No ests rodeado de fieles amigos, eme
te servirn como yo hubiera podido hacerlo ? Pero
sigue mi consejo , renuncia tu proyecto te per -
ders. Lamartine y Arago gozan de una popularidad
que t no has |xxdo obtener an , pesar de todos
tus esfuerzos. Ademas, Marrast tiene organizada
una polica , mientras que t ninguna tienes. No
podrs obrar tan secret ament e que no llegue tras-
lucirse alguna cosa.
Mi consejo desagrad Caussidire; me despidi
bruscament e, y desde entonces qued mi prdida
j urada.
Largo tiempo hab; uo le vea yo con s ent i -
miento dirigir las traim mas insensatas contra el
Htel-de-Yille. Una vez cutre otras hablaba de v o -
lar la sala del Consejo ' ""i un barril de plvora.
Su envidia y mas aun so bicion insaciable le i m-
pelan fatalmente haca <! .smo , y nada poda de-
tenerle. Veinte veces me ocurri la idea de abando-
narl e, pero mi antigua ami st adme detenia siempre
su lado.
Habiendo ido ver A un amigo mi al Htel-de-
Yille, encontr al salir algunos Montaeses que se
lo contaron sin duda Pornin y este Caussidire,
que sac de semejante hecho las consecuencias mas
desagradables, porque al dia siguiente recib un
annimo, concebido en los trminos siguientes : Ha-
sbeis sido descubierto , no vayis mas la Prefec-
t u r a ; el Prefecto, justamente irritado contra vos,
os castigara como merecis.
Ense esta carta Morisset, quien me contest:
Eso es; hay una acusacin contra t, y has cesado
de pertenecer la guardia republicana.
Obt endr una explicacin , le dije. Inmediata-
ment e sub los alojamientos y cont a los soldados
de mi compaa lo que acababa de decirme Moris-
set. En seguida salieron en busca de Caussidire y
107
le declararon que estaban resueltos partir si yo
salia de la Guardia republicana.
No s nada de lo qud me decs, les contest.
Decid al capitn Chenu que venga verme las
cinco.
As lo hice acompaado por Morisset. Vi
por el fro recibimiento que me hicieron que
Caussidiere habia prevenido su estado mayor.
Era de esperar indudablemente una escena seme-
jante la de Delahode. Caussidiere me hizo ent rar
en su dormitorio, y vi sobre una silla una botella
de aguardiente medio vaca y me sonre pensando
en Mr. Jan.
En seguida le ped unas explicaciones claras y
francas:
Ti enes alguna queja de mi? le dije: una sola
vez he rehusado obedecer tus rdenes, y creo haberlo
hecho entonces por tu inters. Desde hoy me separo
de t; pero antes quiero conocer la acusacin que te
ha sido hecha contra m por Elouin y Allard. Te es
imposible poder fundar un verdadero motivo de
acusacin en tal hecho , dictado por un innoble deseo
de venganza. Tienes correspondencias ot r a prueba
cualquiera para acusarme de traicin? Necesarias
son para intentar separarme de esta suerte del pa r -
tido.
No, me respondi Caussidiere; mas por pruden-
cia debo hacerte salir de la Prefectura. T sabes d e -
masiadas cosas; vas al Hotl-do-Yille; tal vez ves all
Marrast
Jamas le he visto, y ayer, por | la segunda vez
desde Febrero he ido al Htel-de-Ylle.
Caussidiere tom entonces un tono hipcrita y me
compadeci de ser de esta suerte blanco de la cal um-
ni a. Algunos Montaeses te detestan; para evitar
contestaciones y acaso un encuent ro, te conviene
ret i rart e. Si qui eres, voy confiarte una misin.
Los patriotas belgas que van combatir por la
independencia de su pas, se estn reuniendo en
Sclin. Acabo de enviar este punto Fontelle y
vari as personas mas ; ya han partido, marcha a r e -
108
uni rt e coa ellos. Guando vuelvas estar ya todo a r -
reglado. Te conviene-mi proposicin?
-S, cont est , puesta que veo que existe for-
mado un pl an de alejarme.
li aqu lo que tendrs que hacer : ent regars
al capataz de los carret eros, que conducen los c a r -
ruajes cargados de armas y de municiones, una car -
t a, que voy darte. Esl e-hombro es uno de los
nuest ros y lo encont rars en Sclin. Se traa de
arregl ar con l el ' sitio nas conveniente para el
robo de las armas. El conductor do los carruajes
har un simulacro de resistencia, y suceda lo que
suceda, nosotros no quedaremos comprometidos.
Bueno , par t o; dame la carta.
Inmediatamente la escribi , y despus otra para
el director del camino de hierro del Norte , conce-
bida de esta manera:
sSe ruega al ciudadano Director del ferro-carril
del Norte que d l ugar en uno de los carruajes
al ciudadano Chenu , enviado Blgica con una
comisin.-
Firmado. ==Gaussidire.
V el sello de la Prefectura de"polica.
Sal entonces dl a Prefectura, sin tomarme mu-
cho cuidado por: los que en ella quedaban.
Por el camino dije Morissot mi opinin acerca
do esta expedicin: Vamos caer en algn lazo;
pero escapar do l, tengo conlianza en mi buena
estrella.
Com por ltima vez nn el cuartel; me desped de
mis camaradas de campaa del i d o Febrero; pas
tambin mi casa para abrazar inis hijos y mi
muger , la cual nada dije dolo que acababa do su-
ceder temiendo inspirarla inquietud; tom el cami -
no de hierro aquella misma l arde, y por la noche
llegu Sclin.
^mssm 'rail
LOS CUERPOS FRACOSv
C A P I TU L O XI X.
Risquons-'fout. Vuelta Pars.-Ar-
resto. Pornin otra vez.--Entrevista con
Aliar.Salida para Polonia.
Iil primor individuo, que encontr el siguiente
din, fue un personaje quien , desde mucho tiempo
ant es, sospechaba yo agregado .la polica. Ademas
sabia que este hombre habia desempeado un. papel
odioso en la revolucin de Blgica de 1830. Tenia u n
grado superior.-en los voluntarios. ,Me propuse a l
verle no comprometerme en este negocio. nica-
mente pregunt por el carretero para quien tenia-
una carta, y le encontr en el sitio que me desig-
naron.
Cuando se enter del contenido de la misiva, . yo
par t o, me dijo , y os esperar hasta las dos de la
maana en el camino de Mnin , cerca do las cuatro
avenidas. Reconoceris fcilmente mis carruajes; son
iguales \QS tres. Algunos instantes despus march.
Durant e la noche tocaron llamada y nos pusimos
en marcha. Hacia las tres de la maana encontra-
mos los carruajes, y tuve lugar de observar' que
no ora yo el nico iniciado en el secreto de lo que
aquellos contenan. En efecto, cuando los encontra-
mos, una decena de individuos estaba ya armada y
cargndose de cartuchos. Todos hicieron lo mismo.
Este saqueo de carruajes en medio de mi camino y
en la oscuridad ofreca un aspecto bastante lgubre.
110
Los caminos estaban horrorosos y no se oa mas
que juramentos ; un gran nmero se quejaba de no
haber comido la vspera. El dia lleg finalmente y
vi que la columna estaba compuesta de dos fraccio-
nes ; los parisienses formaban la retaguardia. Los bel -
gas vestidos todos con una blusa gri s y un sombrero
del mismo col or, desplegaron su bandera y nos-
otros la nuestra. Llegamos una altura cerca de
Mouscron, desde donde pudimos distinguir las t r o-
j j as belgas que nos esperaban.
A nuestra llegada se formaron en masa y los'
cazadores se desplegaron en guerrillas. A los pri me-
ros tiros de las tropas, los belgas que formaban la
vanguardi a cont est aron; pero un pnico ext r aor -
dinario se apoder de ellos y se dieron hui r en.
todas direcciones. Los parisienses, vindose abando-
nados tan cobardement e, se creyeron vendidos
hicieron fuego la. vez contra los fugitivos y contra
las tropas.
El combate se empe entonces bastante vi va -
mente. Los belgas, habiendo abierto sus filas, de s -
cubrieron dos piezas de artillera cargadas met ra-
lla. Su descarga mat algunos hombres. Un alumno
de la escuela politcnica, Fsse, y un comerciante
en vinos de la calle de Menilmoiitant que tenia un
grado superi or, combatieron valientemente. Est u-
vi eron casi punto de apoderarse de las dos piezas,
de las cuales la una habia reventado. En cuanto al
miserable agente de que he hablado, haba tomado
la huida y no volv verle. Nos habia conducido al
mat adero; su papel estaba terminado. El combate,
empezado las seis y media de la maana, dur
hasta las nueve. Hubo pocos muertos por una y otra
part o. Los belgas persiguieron los vencidos hasta
el mismo territorio francs, y aun hicieron en l
algunos prisioneros. Mostrbanse aquellos muy orgu-
llosos con su fcil victoria , y nos gritaban : Qu
os ha parecido de est o, parisienses? No erais t an
val i ent es?Vol ver emos, decan est os, y nos la
pagareis bien cara. Por lo que m toca, habia
permanecido tranquilo espectador de la pelea.
111
Al volver a Lille nos desarmaron todos y nos
hicieron subir inmediatamente eti un tren del ca-
mino de hierro. Llegamos Pars las cuatro de
la maana. Rendido de fatiga, me dirig mi casa
para descansar. Al siguiente di a, muy temprano,
un agente de polica llamado Paleslrineaux vino
suplicarme que fuera con l la Prefectura , porque
el Prefecto deseaba hablarme. Le segu sin descon-
fianza , mas al llegar al patio me ense un ma n -
damiento de prisin firmado por Caussidire, y me
declar que yo era su prisionero. Yo le pregunt la
causa de mi arresto.
Hay un articulo en el Cdigo que me dispensa
de contestaros: el juez de instruccin os lo dir,
Toda resistencia era i nt i l , as me dej conducir
al depsito sin murmurar. Me pusieron en una ha-
bitacin separada donde estuve un momento como
anonadado, tan grande era mi asombro.
Me repuse pr ont o, y escrib Caussidire una
carta que qued sin contestacin.
Al siguiente d a, un tal Folet, preso por el i n-
cendio del camino de hierro de Rouen, fue colocado
en el mismo cuarto. Me dijo que habia odo contar
que yo estaba detenido por haber vendido los r e -
publicanos , y por desfalco de un centenar de f r an-
cos en mi compaa.
Escrib pues Caussidire una segunda carta r e -
chazando enrgicamente estas imputaciones cuya
falsedad l misino conoca , y aadindole que era
una mala jugada de su parte.
Como la primera carta , qued esta tambin sin
contestacin. El di rect or, al cual pregunt si mis
cartas eran remitidas al Prefecto, me contest que
le eran entregadas con toda exactitud.
Bi en, le di j e, queris entregarle otra que
ser la ltima? estoy seguro que despus de haberla
leido se apresurar mandarme poner en libertad.
Le escrib pues por la tercera vez:
Bergante, si de aqu las cinco de la tarde no
estoy libre , podrs leer maana en los peridicos
una carta que en la actualidad est en lugar segu-
112
ro, y que hace conocer algunas de tus rateras
[escrocquerics) pasadas, y las t ramas que fraguas
"hoy. Quiero salir antes de la noche.)
Di esta carta al Director, que volvi al cabo de
vei nt e minutos dicindome: Vuestra caria ha pr o-
ducido efecto; vais salir. El Prefecto me ha dicho
al despedirme: que se tranquilice, voy hacerle po-
ner en libertad.
Una hora despus Morisset vino anunciarme
que poda partir.
Por qu me han arrest ado, le pregunt?
No lo s , me contest.
Pues yo s s la razn por que Caussidire
se conduce de esta suert e; porque no he querido
convertirme en verdugo y teme que revele las
proposiciones que me ha hecho.
Al pasar por delante del puesto ocupado por los
soldados do mi compaa, que estaba do guardia en
la Prefectura, vinieron afanosamente mi encuentro.
Cmo, capitn, me di j eron, os han arrestado
por el dinero que Tabary ha robado? pero nosotros
nos hemos repartido los 125 francos y hemos r e e m-
bolsado la cantidad. En cuanto Tabary lo hemos
despedido vergonzosamente; ahora est con los Mon-
taeses.
Una vez salido de mi prisin volv mi casa
para consolar mi mujer, y por la tarde fui p a -
searme por delante de la Prefectura con objeto de
asistir una cita dada uno de mi compaa. No
habiendo llegado la hora marcada iba retirarme
cuando un Montas ebrio acert pasar y me r e -
conoci.
Cmo es que te encuentras en libertad? Caus-
sidire nos haba prometido tenerte preso hasta las
elecciones.
Hablamos algunos instantes; en seguida, cansado
de su conversacin, lo dej para volver mi casa.
No habia podido pasar por mi imaginacin la esce-
na que mientras tanto haba tenido lugar en la Pre-
fectura, de la cual habia sido yo la causa inocente,
y que no llegu saber hasta la maana siguien'.e.
113
Esto borracho al volver cont entre los Montae-
ses que me habia visto vagar por las inmediaciones
de la Prefectura. El cuento pas de boca en boca, y
lleg por fin muy aumentado y adornado hasta los
oidos de Pornin. Me haban visto emboscado y a r -
mado hasta los dientes, acechando al Prefecto para
asesinarlo; lo cual era muy fcil de adivinar por mis
furiosas miradas. Por ni n, que segn su costumbre
estaba acostado y que no se encontraba completa-
mente en ayunas, salta de su cama, se viste de pri -
sa y corriendo, y da la alarma. En un instante la
Montaa toda se pone sobre las ar mas, pero nadie
sabe todava de lo que se trata. Pornin entonces ex-
plica mi presencia, los proyectos homicidas que me
supone, y asustado por el peligro imaginario por que
mira amenazado su amigo, ordena una batida ge-
neral por las inmediaciones de la Prefectura, y r e -
comienda sus satlites que me aseguren muerto
vivo. El mismo marcha preveni r Caussidiere y
entenderse con l sobre las medidas que deban
adoptarse.
Yo ignoro si este crey real ment e en el peligro
que le anunciaba Por ni n; pero hizo buscar en el
acto Allard y Elouin, que fueron de opinin de
que no debia perderse un momento y de que conve-
nia hacerme arrestar de nuevo. Es un canalla,
aadi Allard queriendo hacer la corte al Prefecto,
ya ha dado mucho hilo que devanar mis a ge n-
tes.
Se resolvi escoger para arrest arme cuatro hom-
bres de temple, expresin consagrada en tales casos;
en seguida se lanz un mandamiento de prisin con-
tra m. Si hace resistencia , dijo Caussidiere, yo ir
buscarle al frente do los Montaeses.
Muy temprano sent llamar mi puerta : un pr e-
sentimiento me dijo que era la polica. Tom mis
pistolas y abr. Los cuatro agentes iban arrojarse
sobre mi ; pero la vista do las pistolas dirigidas
contra ellos, se precipitaron por la escalera y cor -
rieron dar cuenta Allard de la recepcin que yo
les habia hecho.
8
114
Estuve tranquilo todo el dia , resuelto hacerme
matar antes que ceder. Por la t arde o otra vez l l a-
mar mi puerta.
Estoy solo, me dijo Palestrineau , nada temis;
abrid.
En cuanto entr, M. Allard, me dijo , quiere ha -
bl aros, y no seris arrestado si consents en salir
de Francia. El Prefecto est , como vos, muy exas-
perado. M. Allard quiere arreglarlo todo para evitar
una desgracia. Se prepara una expedicin para Po-
lonia ; si queris hacer parle de ella se os dar todo
lo que necesitis.
No puedo consentir en hacer par ' e de una.
nueva expedicin ; y aun cuando quisiera aceptar
lo que me proponis, me sera imposible hacer una
marcha. Ved la hinchazn de mis pi es, que apenas
me permite tenerme derecho. Mi costado brot a san-
gre todava.
Palestrineau pareci conmovido por el estado en
que me encontraba.
En efecto, me di j o, debis sufrir t er r i bl e-
ment e; M. Caussidire ignora sin duda vuestro
estado.
Lo conoce muy bi en, y eso es lo que me exas-
pera. Pase aun si sufriera yo solo; mas l sabe muy
bien que atormenta al propio tiempo mi muger y
mis hijos. Va sumergir toda una familia en la
desesperacin.
Venid ver M. Allard, os espera en el puente
de San Miguel; tal vez escuchar vuestras razones.
Me decid marchar con l. Llegado al puente
de San Miguel encontr M. Allard. Era la vez pr i -
mer a que yo veia este personaje, de quien muy
frecuentemente habia oido hablar.
Por qu, le dije al l l egar, qui ere el Prefecto
expatriarme ?
I gnor o, respondi , el motivo de una resolucin
tan extrema.
No hay ley alguna que autorice un magi s -
trado para desterrar un ciudadano sin j uzgarl e,
cualquiera que sea la naturaleza del crimen del
115
delito que haya podido cometer. Es una ar bi t r a-
riedad.
En revolucin, ami go, nada es ilegal. Com-,
prendo Caussidiere: le incomodis y trata do l i -
bertarse de vos ; nada es mas nat ural . Es preciso,
que os resolvis hacer este viaje ; volvereis de l..
.Sois joven y resuelto; veris oros paises, y tal vez
esto haga vuestra fortuna. Palestrineau acaba de d e - ,
cirme vuestro estado de debilidad. Os pagar la d i -
ligencia hasta Estrasburgo y os dar ademas una
cantidad para vuestras necesidades. Vuestra muger
tambin no estar mas contenta do esta suere que
vindoos constantemente objeto de persecuciones?
Me decid en consecuencia. Al dia siguiente vino
Palestrineau buscarme para hacerme alistar en la
legin polaca, cuyo alistamiento so hacia en la calle
de l ' Ai bal t e; me compr al mismo tiempo el u n i -
forme y el equipo completo de esta legin. En s e -
guida me pag la diligencia y part provisto de un
pasaporte para el gran ducado de Posen.
Volver pr ont o, dijo Palestrineau al s epar ar -
me de l ; el reinado de esas gentes no puede .durar,
abusan demasiado pronto del poder.
C A P I TU L O XX.
Combates en la Selva negra. La Suiza. =
Vuelta Estrasburgo.
Haba yo convenido con mi muger en tenerla al
corriente de los lugares en que me encontrara , fin
de que ella pudiera avisarme la caida probable de mi
enemigo. Hubiera podido volverme desde Vincennes y
ocultarme en Par s, poro prefera continuar mi via-
j e. Estaba cansado de la atmsfera de Pars y desea-
ba hallarme libre de una voz do conspiraciones. Al
fin respiraba un aire pur o; iba ver paises que me
er an desconocidos. Recobraba un poco de alegra
medida que me alejaba de aquella ciudad , donde
t ant o haba sufrido desdo hacia algn tiempo!
116
Llegu sin accidente Estrasburgo , donde deba
permanecer algunos dias , porque habia ganado mu -
cha delantera sobre la legin polaca de que hacia
parte. Esta marchaba pequeas j ornadas, r et ar da-
da diariamente por las tiestas que la preparaban en
las poblaciones por donde pasaba.
La vida montona que pasaba en Estrasburgo me-
era ya pesada cuando lleg mi noticia que una l e -
gin de voluntarios alemanes iba part i r la noche
siguiente para invadir el ducado de Badn. Mi esp -
r i t u aventurero no me permiti reflexionar que e s -
taba apenas curado para soportar las fatigas de una
expedicin, cuyo fin mismo me era desconocido. Me
alistaron sin dificultad. Me dieron un fusil bast ant e
malo y marchamos por el camino de hi erro de Mul-
house. Abandonamos los wagones antes de llegar
esta ciudad y pasamos el Rhin en pequeas barcas
favor de la noche. Dos de ellas demasiado car ga-
das zozobraron, y once hombres faltaron la lista
cuando la pasamos en la otra orilla. Este fue n u e s -
t ro pri mer desastre.
Lo mismo que en Risquons-Tout, las tropas nos
esperaban , porque apenas habamos marchado dos-
horas cuando nuestra vanguardi a fue atacada por
un fuerte destacamento de Ilesse. Se repleg pr e -
cipitadamente sobro la columna. Nos preparamos
a batalla, y entonces observ que nuestros gefes
habi an escogido bien el terreno , que lleno de r bo-
les y montaoso se prestaba combates de gue r r i -
lleros. El fuego se empe y dur hasta las seis de
la lardo. Nos batimos, en retirada en buen orden.
Durant e la noche hicimos alto.
Nuestros gefes celebraron un consejo; resol vi e-
ron evitar el combate y reunirse Neeker, que se
hallaba en los alrededores del Bosque Negro , dueo-
de un pueblecillo fronterizo donde recibia di ar i a-
ment e refuerzo del territorio que lo rodeaba.
Al amanecer del dia siguiente observamos que
las tropas del dia ant eri or se nos habian adelantado
y nos esperaban colocadas en la extremidad del bos -
que. Siguiendo nuestro plan de evitar todo combate,.
117
quisimos flanquearlas para entrar en el bosque; pero
adivinaron nuestra intencin y nos atacaron i mpe-
tuosamente ; en este ataque sufrimos lamentables p r -
didas. Mas de ciento cincuenta de los nuest ro; que -
dar on tendidos en el campo , y nos vimos en la n e -
cesidad de abandonar nuestros heridos, que fueron
fusilados sin piedad. Habiendo muert o mi lado un
joven , tir el mal fusil que me haban dado para t o -
mar su carabina. Lleg por in la noche y con ella
termin la carnicera.
AI cabo logramos ent rar en el bosque, y ma r -
charnos durante dos dias por senderos casi i nt r ansi -
tables. Un leador nos servia de guia. Los vveres
empezaban escasear, pero tenamos abundantes mu-
niciones de guer r a, pesar del enorme consumo
que de ellas habamos hecho. Al tercer dia de esta
penosa marcha llegamos al caer la noche una aldea
donde debamos permanecer algunas horas. Sub
una boardilla para descansar _ y ca en un sueo t an
profundo que no o el vivo tiroteo que se habia e m-
peado ent re los nuestros y los soldados de Hese. En
i n, despert , quise l evant arme y mar char , pero
sent un dolor tan atroz en la pierna que me fue
imposible permanecer por mas tiempo en pi. Hice
todos los esfuerzos posibles y logr llegar ar r as t r n-
dome hasta un ventanillo. Desde all vi el incendio
de dos casas que iluminaba esta escena de de s o-
lacin.
Habamos sido sorprendidos y mas de cincuenta
de los nuestros yacan tendidos en la carretera: a l -
gunos do ellos respiraban aun y se agitaban en las
l t i mas convulsiones de la agona. Al ver eslo trat
de ocultarme lo mejor que pude ent re el heno y la
paja; hice bi en, porque luego vinieron registrar
la habitacin, poro no dieron conmigo.
No oyendo ya ruido alguno calcul que los s ol -
dados de Hesse se hab an puesto perseguir los
que quedaban de mis compaeros.
Permanec oculto durante todo el dia y no sal
hasta la noche. Al pasar j unt o la antigua iglesia
del pueblo vi una zanja enorme que haban abierto
118
para dar sepultura nuestros muert os, que se hal l a-
ban cerca do ella colocados sobre un montn de paja
y empezaban exhal ar un olor ftido.
Arrastrme penosamente durante dos horas, pero
tuve que detenerme. Era ya do dia cuando volv
emprender la marcha. Durante este dia solo encon-
tr una muger que llevaba en brazos un nio.
Preguntla por seas si no habia visto mis compa-
neros, con quienes deseaba reuni rme lo mas pronto
posible; nada pude sacar de esta muger que huy de
m despavorida. Agotadas mis fuerzas por el c a n -
sancio y el dolor me tir al suelo y empec ma l -
decir mi existencia, lamentndome de no haber pe-
recido en la aldea tan fatal para los mi>s. En fin,
despus de muchos esfuerzos llegu un arroyo cu-
yas aguas estaban heladas.
Beb con avi dez; ba en sus aguas mi pi , y
descubr horrorizado que los gusanos y la gangrena
hab an invadido la llaga que se abra debajo del t o-
billo. La rasp con mi navaja y uve el pi metido en
el agua mas de dos horas. Con esto experiment un
gran alivio, y me sent tan feliz 'que casi me dej
vencer por el sueo; pero record que hacia dos
dias que no habia comido, y me preparaba ma r -
char dirigindome lo mejor que me era posible ha -
cia la Sui za, cuando vino una bala tronchar una
rama que estaba cerca de m. Siguieron otras de t o-
naciones y comprend que estaba sirviendo de bl an-
co los seores soldados de llesse.
Conoc que t i raban al abrigo do un espeso valla-
do; pseme tambin cubi ert o, y vindolos bajar
por la orilla en busca de un vado, descargu contra
ellos mis dos pistolas y luego cogiendo mi carabina
es hice fuego con ella. Pero habiendo descubierto
que iban hacer un puente con los rboles que der -
ribaban , me retir rpidamente por un sendero que
penetraba en la parte mas sombra del bosque.
Pono despus , durante la noche cre descubrir el
fuego de un campamento. Era de amigos de ene-
migos? Acerqume con precaucin y descubr que
era el fuego de un carbonero. Al verme e.-te se e s -
119
cap. Descubr un saco que contena v veres y me
puse examinarlo.
Me hallaba comiendo tranquilamente la provisin
de aquel pobre hombre, cuando volvi con dos j -
venes armados de hachas. Viendo que no me asus-
taba al verlos venir, el carbonero empez habl ar -
me en alemn. Solo una cosa comprend en su
di scurso, saber: que oamos franceses y que v e -
namos raer el desorden su pas. Para calmar su
irritacin le ense un napolen en pago de su c e -
na que acababa de devorar, y le pregunt por seas
si mis compaeros haban pasado por aquel punt o y
si estaban muy lejos; l me hizo comprender que ha-
ban pasado dos dias antes.
Como el ofrecimiento de un napolen habia pr o-
ducido su efecto, propsele darle otro para que me
guiase por el camino que segua la columna. El car-
bonero me entendi, porque emprendiendo la marcha
en el acto me hizo seas para que lo siguiese.
Condjome por una multitud de senderos empal -
mados unos con ot ros, y luego llegando un c a -
mino mas ancho me indic que era el que llevaban
mis amigos. Dito la recompensa prometida y me se-
par de l.
Al despuntar el dia conoc que me hallaba en el
verdadero camino. En efecto, encontr fragmentos
de peridicos franceses medio quemados y que sin
duda haban servido para encender pi pas; esto fue
para m un indicio precioso. Al segundo dia tuve
un encuentro que me afect vi vament e; me habia
metido en un mont e bajo para descansar un i ns -
tante , y all encontr un cadver vestido con una
blusa gri s que me hizo conocer que era uno de ios
nuestros. Tenia un lado de la cara y una mano en-
teramente rodas por algn animal silvestre. Este
triste espectculo me quit enteramente el sueo, y
prosegu mi camino. Algunas horas despus llegu
una aldea , cuya entrada encontr dos centinelas
de los nuestros. Nos hallbamos dos jornadas tan
solamente de Suiza.
Tenia una gran necesidad de descanso, pero no
120
quera volverme separar de la col umna, y h a -
bindose dado la orden de marcha me puse andar
con los dems. Se nos reuni eron algunos hombres
de Hecrz que nos dieron la noticia de que este gefe
habia sido completamente derrotado.
Despus de mar char dos dias por caminos h o r -
ribles, llegamos orillas del Rhi n, por las cuales t u-
vimos que seguir marchando para atravesarle en el
vado que se halla cerca de Rhinfeld. En este punto
era donde nos esperaban las tropas de Hesse, y d o n -
de nos atacaron vigorosamente con dos piezas de
artillera y caballera.
El combate dur desde las siete de la maana
hasta la noche. Los caones causaban terribles des -
trozos en nuestras filas, y solo favorecidos por la
noche y mucho mas lejos, pudimos atravesar el rio
por medio de barcas que nos envi aron los habitantes
de Rhinfeld. De mas de 500 hombres que componan
la col umna, solo 54 se salvaron de la matanza y l o -
graron ent r ar en Suiza. Pero lo menos tuvimos
la honra de salvar nuestra bandera que enarbolmos
en la granja que nos d i o provisionalmente hospi -
talidad.
Al dia siguiente vino vernos un mdico y cur
los heri dos, que eran muchos. Los que se hallaban
en peor estado fueron conducidos casa de los h a -
bitantes, que les prodigaron las mayores atenciones.
Yo tuve la dicha de alojarme en casa de unas gen-
tes honradas que me trataron como si fuera su p r o -
pio hijo. El mdico aplic el cauterio mi llaga, y
dos dias despus me sent bastante aliviado para
acompaar mi patrn hasta la iglesia : era el do-
mi ngo de Ramos, y vi con sorpresa que cada habi -
tante llevaba en la mano una rama de pino en lugar
de boj como se acostumbra en Pars.
Mi patrn me llev en seguida al tiro federal,
donde admir la destreza de los carabineros suizas.
Al dia si gui ent e, al despedirme de mi patrn le
supliqu que aceptase mi carabina , que habia p r o -
bado la vspera y que le pareci muy buena. Efec-
tivamente , proceda de los cazadores de Yincennes.
121
Desde Rhinfeld Baslea, donde debia tomar el
camino de hierro de Estrasburgo, pude contemplar
despacio esa magnfica cordillera de los Alpes cuyas
plateadas cumbres deslumhran al que las mi r a: los
risueos paisajes que entonces se presentaban mi
vista no me hacan echar de menos ese sombro Bos-
que Negro en que tan tristes dias habia pasado.
De vuelta en Estrasburgo encontr all ora co-
lumna de voluntarios alemanes, y la primera colum-
na polaca. Les haban hecho un recibimiento br i -
llante, digno del patriotismo de los habitantes de esta
antigua capital de Alsacia.
El mismo dia de mi llegada me present al c o-
ronel Bogensk, Gefe de la primera l egi n, y me
hice inscribir ent re los voluntarios que iban com-
batir por la independencia de Polonia, puesto que
mi presencia en Francia alarmaba al poderoso P r e -
fecto de polica, y poda turbar la tranquilidad del
Estado.
Al volver mi hotel, me encontr con Herveed,
Comandante de la columna alemana , y quien h a -
bia conocido en Par s, donde me habia encargado
Caussidiere que le recluase voluntarios. Djome que
iba at ravesar el Rhin aquella noche , y me p r e -
gunt si quera ser de los suyos.
Acabo de llegar de Alemania, le dije , y ya s
lo que sabe; y me separ de l para no ceder
sus instancias. Prefera los polacos: con ellos ;i lo
menos marchaba yo hacia lo incierto, mientras que
con los alemanes sabia lo que tenia que esperar por
una experiencia demasiado reciente aun.
Pasaron el Rhin, y al dia siguiente se oa el c a -
oneo en la direccin de Kehl , y desde lo alto de
la torre de Estrasburgo se vea el humo de un pue-
blo incendiado. De 700 voluntarios que esta vez tam-
bin salieron de Estrasburgo, volvieron poco mas
menos unos 20.
Tal fue el resultado de estas locas expediciones,
en que murieron una multitud de valientes que no
cometieron mas crimen que el de adherirse a ve n-
tureros celosos unos de ot ros, quienes su vez obe-
122
decan' , sin saberlo, al impulso funesto de algunos
ambiciosos que el torrente revolucionario habia l l e-
vado por un instante al poder , y que sabian que no
podan conservarlo sin el trastorno general de la
Europa.
C A P I TU L O XXI .
Los Polacos. El Rey de Prusia. Las o r
as del Rhin. Magdeburgo. Eislebcn.
Vuelta.
Hacia varios dias que la columna polaca se ha-
llaba en Estrasburgo; llegaban otras columnas se
las esperaba de un da ot ro; pero no llegaba la
orden do marchar. Esto necesita algunas expl i ca-
ciones.
Despus de Febrero algunos individuos del Go -
bierno provisional pensaron en emprender la p r o -
paganda ar mada; pero no contando con la mayora
en el Consejo, resolvieron obrar de una manera
poco ostensible; y auxiliados por sus agentes s e -
cretos , organizaron las partidas de voluntarios cuya
suerte hemos visto en blgica y en Alemania.
En cuanto los polacos, el caso era muy di fe-
rent e; las simpatas que inspiraban, su nacionalidad
reconocida anual ment e por la Cmara de los Dipu-
tados, parecan darles el derecho de fundar las e s -
{
>eranzas mas l egi t i masen el triunfo de la Kep-
)lica , triunfo que habian contribuido combatien-
do con gran valor en Febrero. Pero la distancia de
la Polonia, y los ahogos inseparables de un Gobier-
no nuevo, hacan que estas esperanzas fuesen de di -
fcil realizacin , lo menos por mucho tiempo: era
preciso esperarlo todo de las circunstancias., y apro-
vecharse de la ocasin favorable en cuanto se p r e -
sentse. . .
Pronto pareci que se habia presentado esta
ocasin:"la revolucin de Mayo, que expulsaba de
Berlin al lley de Prusi a, fue en part e obra de los
123
Polacos. Todos recuerdan Mierowslavvski llevado,
en triunfo , y obligando Federico Guillermo qui -
tarse el sombrero en presencia de los cadveres de
la gente del pueblo muerta durante la insurreccin.
La confianza de los polacos lleg pues ser legti-,
ma, sobre todo cuando el Rey de Prusia , asustado
por la influencia que ejercan en Berln y por la
de la revolucin francesa, fingi, para ganar tiempo,
abandonar sus derechos al ducado de Posen, y d e -
clararlo independiente, y sometindose por lo d e -
mas la decisin de la AsainbLa alemana que iba
reuni rse en Francfort.
El Emperador de Austria , expulsado tambin de
Yiciui, prometi la libertad la Galitzia. Entonces
los polacos esparcidos por la Alemania marcharon
de todas partes al ducado de Posen. Jlierowslawski
al frente de ellos , intim al Rey de Prusia la orden
do cumplir su promesa. Las rdenes salieron, es
cierto , de Borlin, para que la cindadela de Posen le
fuese entregada; pero el gobernador, que tenia i n s -
trucciones secretas, se neg obedecer, y Mi erows-
l avski acudi las armas.
El entusiasmo no habia sido menor en Francia
que en Alemania; de todas partes acudan Pars
los polacos y formaban numerosas columnas, que
deban ser mandadas por los antiguos gefes que en
183:) haban hecho temblar al Czar. Los mas i mpa-
cientes marcharon en pequeos destacamentos, y
llegaron Cracovia, donde fueron muy mal reci bi -
dos por los austracos. Hubo una especie de i nsur -
reccin , y unos treinta de ellos perecieron en el
combate. Unos se dirigieron los montes Carpacios,
y otros volvieron Pars para referir la perfidia del
Gobierno austraco. Sus relaciones, comentadas en
los clubs , sirvieron de pretexto los que organiza-
i on el asunto del 15 de Mayo.
Estos primeros destacamentos haban obtenido
su pasaje por el .ferrocarril del Norte; pero el Bey
de los bel gas, que no tena mucho gusto en ver
ostos revolucionarios atravesar su t erri t ori o, y t e -
miendo el contagio del entusiasmo, les neg el per -
124
miso para pasar por sus ferrocarriles. No quedaba,
pues, mas camino abierto para penet r ar en Alema-
nia que el de Estrasburgo. Pero se perda un t i em-
po precioso , y ent re tanto empezaban ya susci t ar-
se dificultades en el ducado de Posen. El Rey de
Prusia recobraba poco poco la direccin de los
negocios. Los goles mas prudentes conocieron que se
haba perdido la partida , y que era preciso volver
esperar.
Pero no en vano se da movimiento las masas:
se habia dicho la turba de desterrados: Vais
vol ve r ver vuestra pat ri a; ni nguna consi dera-
cin podia detenerlos ya. Hubo, pues , una vi ol en-
ta excisin entre los moderados y los exaltados; estos
resolvieron marcharse toda costa, y eligieron nue-
vos gefes.
Marcharon , pues, de Pars con grande acompa-
amiento : se habia adoptado un uniforme para ha-
cerse notar y excitar el inters por donde quiera
que pasase la columna, compuesta en parte de po-
lacos , y en parte de franceses. Atravesaron la
Francia en medio de los aplausos de las poblacio-
ne s , siempre simpticas la causa polaca; se reco-
gieron numerosas suscripciones, de las cuales se
apropiaron la mayor part e ciertos gefes. Pero habia
sido preciso detenerse en Estrasburgo ; los gobi er-
nos alemanes se oponan al paso de tropas tan n u -
merosas en un momento en que su propio pas se
hallaba profundamente agitado por el espritu r e -
volucionario.
Cuando yo llegu, uno de los goles, Madjinski, se
hallaba en Francfort para solicitar de la asamblea
alemana permiso para pasar al travs de los Es t a-
dos de la Confederacin. Obtuvo, y aun esto dif-
ci l ment e, que pasaramos por fracciones de' sesent a
hombres cuando mas. Se le ech en cara el haber
enganchado franceses. Sladjinski neg el hecho , y
para engaar la gente se aadi nuestros nom-
bres la terminacin ski: as, por ej empl o, yo me
llamaba Chenonski, nacido en Varsovia. El p r e -
fecto de Estrasburgo ignoraba sin duda esta p e -
125
quena supercher a, porque firm nuestros pases.
Sin embargo, la respuesta dada a Madjinski no
nos satisfizo: deliberamos, y el resultado de la del i -
beracin fue que al dia siguiente pasaramos el
puent e de Kehl , tambor batiente, y sin cuidarnos
de los caones cargados metralla que defendan el
paso, ni de dos regimientos que se hallaban de guar-
nicin en esa ciudad con motivo de las frecuentes
incursiones de los refugiados alemanes.
Esta magnfica determinacin excit nuestro e n -
tusiasmo de una manera increble: nos disputaba-,
mos unos oros la honra de ser los primeros en pa-
sar y de suscitar con nuestra muer t e segura pero
gl ori osa, que tal la considerbamos, una guerra eu-
ropea. En realidad este era nuestro objeto, porque
estbamos persuadidos que de resultas de esta ma -
t anza, la guarnicin de Estrasburgo y la poblacin
ent era de esta ciudad estaran resueltas vengarnos
atravesando el Rhin.
Nunca he podido saber lo que pas ent re los ge -
fes de la columna ni lo que pudo hacerles cambiar
de determinacin: he credo que quizs no era esto
mas que una prueba para asegurarse de nuest ro v a -
lor. Al dia siguiente, en efecto, se resignaron cin-
cuenta y cinco hombres y estos marcharon. Yo me
hallaba entre ellos.
Al pasar saludamos el monument o que el ejrcito
del Rhin hizo levantar la memoria de Dessaix en-
tre el grande y el pequeo Rbin; y Juego en mitad
del puente nos volvimos para mirar por ltima vez
la Francia, y juntos lanzamos el grito de viva la
Repblica!
Por lo que hace m, pensaba con tristeza en los
q u e me amaban, y me esforzaba por olvidarme de
los que as me obligaban abandonar mi patria.
Un momento despus tombamos el ferro-carri l ,
y pronto me distrajeron de mis tristes pensami en-
tos los hermosos paisajes que se presentaban mi
vista.
Arrastrados por toda la fuerza del vapor, vea-
mos hui r por un laclo la elevada torre de Estrasbur-
126
go, y por ei otro desarrollarse el magestuoso pano-
rama do los Alpes del Rl u, cuyas reinlas cumbres
se perdan en el horizonte. Pasamos por Rasladt, si-
tio que posteriormente deba ser tan funesto algu-
nos polacos de nuest ra compaa, que fueron fusi-
lados all en la ltima insurreccin del ducado de
Badn. Tambin vimos Carlsruhe y su parque mag-
nfico, y pronto llegamos Manheim, una de las ci u-
dades mas bonitas de Alemania.
Se nos habia preparado un recibimiento que d e -
ba ser brillante; pero las autoridades, temiendo a l -
gn desorden, nos metieron en coches al salir del
ferro-carril hacindonos atravesar rpidamente la
ciudad. Al pasar nosotros gritaban : ;Viva la Polo-
na ! y las seoras agitaban sus pauelos en testi-
monio de simpata.
En seguida nos embarcamos en un vapor, en que
se nos sirvi una comida muy confortable en nom-
bre del gran duque. Llegamos Maguncia hacia las
cinco de la tarde; era o dia de Pascua, y toda la
poblacin, que sabia nuestra llegada, nos esperaba
en el muelle. Cada uno de nosotros fue arrebatado
por los habitantes, que liberalmcnte se disputaban
la honra d; poseernos. A m me ofreci la hospitali-
dad Mr. Sehmai n, fondista, calle do los Santos Se -
pulcros ; este buen hombre me recibi como si fuese
su antiguo amigo; so apresur hacerme reconocer
la ciudad , en la que observ sobro todo la catedral
con sus antiguas curiosidades, la estatua de Gul t em-
ber g, cuya cuna se disputaban tres ciudades: Ma-
guncia,. Estrasburgo yl l ar l em. Mis patrones, en cada
una de estas tres ciudades, me aseguraron qu el c-
lebre inventor de la imprenta era su compatriota.
Despus de cenar , su hijo me hizo asistir va-
rios clubs celebrados al aire libre. Uno entre l o -
dos, compuesto de milicianos armados, reuni do
bajo un farol, excit mucho mi curiosidad. Di s -
cutase la prxima reunin de la orilla izquierda del
Rhin Francia. cQue la Franci a, gritaba un fogoso
orador, nos envi dos regimientos , y expulsaremos
esos pelelesU Y sealaba con desprecio una pa-
127
trulla de austracos que pasaba la sazn. Iremos,
anadia , llevar al campo de Marte el pabelln del
departamento de Mont-Tonncrre. Nuestra pr esen-
cia , como se ve , habia calentado los cascos.
Esta fue ciertamente la mejor ocasin que pudo
tener Francia para recobrar sus antiguos lmites;
Jas poblaciones, que aun son francesas, pesar de
su larga reunin la Al emani a, nos llamaban con
toda su al ma, y se hubieran levantado como un solo
hombre al acercarse nuestros ejrcitos. El Rey de
Prusia de buena gana habra cambiado su ttulo de
Rey por el de Emperador de Alemania, y la Rep-
blica francesa , apoyando su pretensin contra el
Austria y la Rusia , hubiera obtenido fcilmente en
cambio de su apoyo la orilla izquierda del Uhin,
su frontera natural.
Pero una pandilla eligi por Embajador en Pr u-
sia un hombre que lo sera todo menos diplom-
tico, y que en lugar de dar estmulo las pat ri t i -
cas inspiraciones de Federico Gui l l ermo, pretiri for-
mar alianza con lo-; clubistas y demagogos de Ber -
ln. El Rey, viendo que no sa po.lia contar con el
apoyo de un Gobierno que se hacia represent ar de
una manera tan poco hbi l , se entreg pesar de
s mismo, y pesar de la voluntad enrgicamente
manifestada de su puebl o, en los brazos de la Rusia.
La fraccin turbulenta del Gobierno provisional
no so sino con la alianza de repblicas microsc-
picas imaginarias , y no quiso comprender que el
nico y verdadero aliado de Francia era el imperio
alemn. Era un poderoso dique opuesto las i nva-
siones de la Rusia , y un paso dado hacia la r e -
constitucin de todas las nacionalidades europeas.
Esla observacin es resultado de mis conversa-
ciones con ciertos elevados personajes quienes tuve
ocasin de tratar durante mi permanencia en Ale-
mania.
Todos los habitantes de Maguncia haban salido
recibirnos cuando llegamos; al dia siguiente las
cinco nos volvieron acompaar al vapor que nos
esperaba. La noche se habia pasado en festejos.
128
La part e mas bella del viaje por el Rhin es i n-
dudablemente la que se halla comprendida entre
Maguncia y Colonia. El rio corre ent re dos mont a-
as , cuyas cumbres, veces inaccesibles, se hallan
coronadas por ruinas de castillos, ltimos vestigios
del poder feudal. Toda la part e que mi ra al medio-
dia est cubierta de vias muy ricas. All est el fa-
moso lago de Johannisberg, que pertenece al Pr i n-
cipe de Metternich. Los marinos nos hicieron la g a -
lantera acostumbrada al pasar por un eco producido
por dos gargantas ent re las montaas y que se r e -
pite cuatro cinco veces; tiraron dos tiros con un
caoncillo destinado este objeto.
Solo entrevimos Coblenza y la fortaleza de
Erbinbrestein , as como otras vari as ciudades que
cubren la orilla del Rhin por ambos lados , y llega-
mos Colonia.
La primera cosa que busqu al ent rar en esta
ciudad fue la casa de Juan Mara Faria; mas cul
no sera mi asombro al descubrir que esta ciudad
no est poblada mas que por descendientes del c -
lebre inventor del agua de Colonia, y que todos tie-
nen escrito en la muestra: Juan Mara Faria, nico
poseedor de la verdadera agua de Colonia. No con-
fundir mi establecimiento con los de los charlatanes
que me rodean.
Colonia es una ciudad grande y hermosa ; su c a -
tedral merece la reputacin que tiene.
Al salir de Colonia pasamos el Rhin por un puente
de barcas. En esta parte tiene el ri o su mayor a n -
chura. Tomamos el ferro-carril que nos condujo, pa -
sando por Dusseldorf, hasta Minden, ciudad fortificada
de la Westfalia. All fuimos arrestados por orden del
gobierno prusiano. Este cambio brusco en su con-
ducta con respecto nosotros tenia por causa la en-
carnizada guerra que Mierowslawki hacia la Pr u-
sia en el ducado de Posen. As permanecimos dur an-
te ocho dias alojados en una barraca del ferro-carril,
alimentados por los habitantes cuya hospitalidad r e -
compensbamos por medio de conciertos muy con-
curridos por las seoras de la ciudad.
129
En fin, cansados de esta permanencia que amena-
zaba prolongarse de una manera indefinida, una
maanita nos escapamos sin meter ruido y volvimos
emprender nuestro viaje ' pi, atravesando una
parle de Ilannver y los pequeos ducados.
Durante esta marcha fue cuando pudimos exami -
nar varios campos de batalla inmortalizados por
nuestros padres; los nombres franceses, grabados
sobre las tumbas, nos recordaron la patria ausente,
y saludamos estos heroicos restos con el himno que
conduca en otras pocas nuestros ejrcitos la vic-
toria: con piadoso recogimiento entonamos La Mar-
sellesa.
As marchamos durante cuatro dias hasta Iildes-
heim , donde se nos volvi conceder el ferro-car-
ril , que nos condujo Magdcburgo pasando por
Brunswick. Se nos hizo atravesar silenciosamente
la ci udad, y se nos aloj en los fosos de la ci uda-
dela, y en seguida se nos envi por compaas
diferentes ciudades de la Sajonia prusiana.
Enviaron mi compaa catorce leguas de Ha-
lle , en una ciudad de mineros llamada Eisleben.
Muy pronto nos hicimos amigos de los excelentes
habitantes de esta ciudad. En ella naci Lul ero, y
all se conserva religiosamente su casa en el mi s -
mo estado en que estaba cuando l viva en ella:
se ha convertido en un pequeo museo.
Visit las minas de pl at a, que son muy profun-
das, poco productivas, y que dan ocupacin sin e m-
bargo 14,000 mi neros: es la nica riqueza del
pas.
El 18 de Mayo supe los acontecimientos que aca-
baban de ocurrir en Pars y la derrota de Caussidie-
re. Me apresur pedir mi pasaporte para Francia,
donde ya me era lcito entrar. Me llev conmigo
diez y nueve de mis compaeros; en nuestro camino
se hallaba el lago de Mansfeld , que tuvimos que
atravesar por una estrecha calzada que lo divide en
dos partes. Una fuerte tormenta habia agitado sus
ol as, y como la noche era muy oscura no conoci-
mos el peligro hasta que nos hallbamos en la mi -
130
tad de la calzada. Por poco nos arrebat una ola
enorme que la harria , y solo con los mayores e s -
fuerzos logramos reuni mos la otra extremidad del
camino.
Volv Francia atravesando la Blgica. Cuando
llegu Lila me dieron un pasaporte en que, pe-
sar de mis enrgicas reclamaciones, se me calificaba
de refugiado polaco, sealndome como punto de
residencia la ciudad de Maux. Me dirig pues esta
ciudad marchas forzadas, y pesar de la pr ohi -
bicin expresa del Prefecto de Lila me fui di rect a-
mente Pars.
C A P I TU L O XXI I .
El club de los Montaeses de Belleville. In-
surreccin de Junio de 4848. La comisin
de Investigacin.
En cuanto llegu resolv buscar Caussidiere y
tener una explicacin con l. Le escrib una caria
que le hice entregar por un amigo comn. Le daba
una cita en el club de los Montaeses de Belleville.
Lo esper en vano.
Si no vi Caussidiere tuve lo menos el gusto
de oir Cabet. Pero no reconoc en l mi Cabet
de 1832; me lo haban cambiado. Ya no era aquel
orador fogoso de otros tiempos, ansioso de conquis-
tar la popularidad por la violencia de sus ataques
contra el poder. Ya se vea que se habia conver-
tido en gefe de sect a, en patriarca de la iglesia
icariana. Su palabra era melosa, sus ojos se dirigan
devotamente al cielo , sus movimientos eran pausa-
dos; toda su persona en fin respiraba una mans e-
dumbre, evanglica. Verdaderamente me edific. Sin
embargo hablaba de alejar la Guardia mvil de
Pars, y deduje de esto que no habia cambiado tanto
como al principio cre, y s solo que el tigre escon-
da sus uas.
131
Yo habia vuelto ocuparme en mi trabajo cuan-
do estall la fatal insurreccin de Junio. Cog mi fu-
sil para uni rme la Guardia nacional; pero de s -
graciadamente el puente del canal estaba cerrado y
tuve que volverme.
Ent re los insurgentes que empezaban hacer bar -
ricadas se hallaban algunos hombres que haban
servido en la compaa del 24 de Febrero. Cono-
cironme y me obligaron unirme ellos, a a -
diendo que yo siempre era s u gefe. En esto se p r e -
sent una muger suplicndonos que le abrisemos el
puente fin de poder ir ver su hija que estaba
enferma de mucho peligro. Hice uso de mi influencia
para que se accediese sus ruegos , y posteriormente
ella me manifest su gratitud declarando al juez de
la causa que yo era el gfe de los insurgentes de
aquel barrio.
Una hora despus nos atacaron los dragones que
hicieron fuego uno de nuestros parlamentarios y
nos cargaron vigorosamente sable en mano. Recibi-
dos con una fuerte descarga que derrib uno de
ellos, se vieron forzados retirarse haca la calle de
Menlmontant; pero rechazados tambin por esa
parte, volvieron hacia nosotros y fueron desarmados.
En seguida me retir mi casa para no tomar
part e en esta lucha fratricida. Sin embargo, me pren-
dieron un mes despus acusndome de la muerte de
dos dragones. Condujronme la Prefectura y sufr
un interrogatorio en que se trat de hacerme decir
lo que sabia de Caussidire y de sus amigos.
En la forma de las preguntas que se me di r i -
gieron descubr de dnde sala el tiro. Elouin y
Allard , que haban empujado Caussidire contra
m , queran entonces valerse de mi justo r esent i -
miento para perderlo l. Pero permanec mudo,
decidido vengarme de l salvndolo con mi fi l en-
d o de las maquinaciones urdidas por estos dos r es -
petables ciudadanos, antes sus mas fervientes adu-
ladores. Ademas yo sabia demasiado bien lo que les
deba para querer proporcionarles esta satisfaccin.
Al salir del interrogatorio encontr Grandmes-
132
ni l , quien sin duda cont los otros prisioneros mis
reyert as con Caussidiere y su supuesta causa.
Un detenido me previno en secreto que se t e-
n an sospechas de m, y que se preparaban darme
un mal rato. En efecto pude or las injurias y aun
las amenazas que se proferan contra m. Tuve bas-
tante valor para permanecer insensible ellas; pero
Vatripont se vino en lnea recta m y me insult
delante de todos.
Al principio trat de probarle lo absurdo de sus
acusaciones; pero se empe en no comprender. Su
insolencia me irrit iba castigar en l la necedad
de haberse hecho intrprete de mis cobardes e ne -
migos, cuando el di rect or, sabedor de lo que pasa-
ba, me mand llamar; me declar que no poda
dejarme ya en el patio despus de lo que acababa
de suceder, y me hizo meter sencillamente en un
calabozo mientras tanto, deca l , que se adoptase
una determinacin en lo que me tocaba.
El juez se aprovech hbilmente de esta ci rcuns-
tancia para someterme un segundo interrogatorio.
Furioso al ver que las calumnias de Caussidiere me
perseguan basta en la crcel, recordando todos los
males que me habia hecho sufri r, no vacil mas.
No los desmentir, exclam, y rompiendo con el
partido declar lo que se ha ledo en el informe de
]a comisin de Investigacin.
Hundido, aplastado por esta declaracin, Caussi-
d i e r e hizo preparar por una pluma diestra la expo-
sicin que ley en la Asamblea nacional, y la cual
acumul contra m las mas repugnantes calumnias.
Pero los representantes del pueblo sospechaban de
antemano cuanto yo habia revelado, y se concedi
la autorizacin de proceder contra l.
Posteriormente fui llamado figurar como t est i -
go en la causa de Bourges, y se esperaba una esce-
na escandalosa ; pero el chasco fue grande , porque
solo pude decir una cosa , y es que yo no me hal l a-
ba en Francia cuando ocurri lo del 15 de Mayo.
Entonces se pudo conocer que yo no hablaba mas
que de aquello que haba visto, que era libre y que
133
ninguna voluntad dictaba mis declaraciones. Mi co-
razn se comprimi cuando vi Al bert , quien
t ant o habia querido , hice muy tristes reflexiones
sobre los azares de las revoluciones y la suerte de los
conspiradores.
He terminado mi tarea, y repito aqu el j ur a -
mento que me he hecho m mismo de vivir pac-
ficamente del fruto de mi trabajo, lejos de las l u-
chas polticas que tanto han agitado los mejores aos
de mi existencia. Si mi ejemplo puede servir de l ec-
cin algunos imprudentes que pueden caer en la
tentacin de seguir la fortuna de los conspiradores,
me considerar feliz por haber publicado estas Me-
morias.
R E S P U E S TA A L C I U D A D A N O C A U S S I D I E R E .
CIUDADANO :
No tengo intencin, al escribiros estas Memorias,
de rehabilitarme los ojos de los republicanos rojos,
porque no merecen la pena de que yo me ocupe en
semejante obra hombres prostituidos, conspiradores
de oficio , escoria de la sociedad. Qu me importan
sus invectivas? Yo los desprecio al t ament e, y ni s i -
quiera pretendo conducirlos su arrepentimiento: por
el contrario, su odio sus necias amenazas no ha-
cen mas que conservar en m la idea de verles un
dia de cerca. Esta es la nica satisfaccin que me
prometo , si , como ellos anunci an, se atreven toda-
va arrojar el guante la sociedad. Desde ahora,
pues, me abstendr de tomar parte en ni ngn acon-
tecimiento poltico.
A los verdaderos republicanos, las gentes hon-
radas de este partido es los que me dirijo en este
momento fin de que juzguen con cunta deslealtad
he sido atacado por vos, ciudadano Caussidiere.
Yo tengo el derecho de levantar mi voz porque
tengo las manos llenas de pruebas con que prot es-
t ar contra vuestras imputaciones. Esta brusca y
135
enrgica determinacin de mi parte, sorprende, no
es verdad? Habia sufrido con paciencia hasta hoy t o -
das las infamias de que me habiais hecho objeto: os
he dejado destilar placer vuestro veneno y derramar
sobre m vuestra baba: vuestros correligionarios ha -
ban reproducido porfa vuestras acusaciones, y yo
pobre par i a, encorvaba silenciosamente mi cabeza
bajo el peso de la reprobacin universal. Y sin e m-
bargo podia de un soplo destruir todo el tropel de
vuestras calumnias! Pero era
>
preci so para esto r e -
velar las torpezas y las faltas de un partido al cual
he pertenecido largo tiempo, atacar personas que
no han tenido mas que la desgracia de dejarse i n s -
pi rar por vuestros malos principios, y de los cua-
les particularmente yo no me podia quejar.
Dudaba, pues; hice abnegacin de m mismo has-
ta el punto de querer expatriarme voluntariamente
esta vez, para no ceder la tentacin de usar de
represalias; pero los hombres de vuestra calaa, l e -
jos de comprender mi reserva se han encarnizado
contra m y han jurado perderme en la opinin p -
blica. Llevar mas all la paciencia fuera debilidad;
heme pues decidido justificar, escribir tambin
mis Memorias, pero cuidando de no amontonar men-
tiras como vos habis hecho.
Pero antes de publicarlas he credo deber hacer
la ltima prueba : habl con Mr. Michel Lvy, vues-
t ro editor, y le demostr presentndole documentos
justificativos, toda la perfidia de vuestras imputacio-
nes, y en vista de ellos me prometi escribiros en el
mismo da pidindoos una retractacin para que yo
pudiera insertarla en los peridicos: satisfecho con
esta reparacin, esperaba vuestra respuesta, y la es-
peraba en vano, hasta que pasado un mes volv
casa de Mr. Levy de quien supe que nada podia e s -
perarse de vos.
Puse entonces manos la obra y solo yo, pesar
de mi ignorancia, con la cual habiais sin duda con-
tado, he emprendido con valor esta tarea difcil, con-
solndome con que la verdad no necesita de or na-
mentos. Yo s muy bien que mi estilo no es tan
136
brillante como el del ex-secretario de Mr. Guizo
que. prepar vuestra defensa delante de la Asamblea
naci onal : tampoco tengo la habilidad y la facundia
del ciudadano Thor que ha puesto vuestra di spo-
sicin su talento de periodista para redactar vuestras
Memorias, liabria podido empero para suplir mi inex-
periencia ea el arte de escribir buscar ent re vues-
tros amigos, en la Reforma misma, un escritor demo-
crtico de fama que por algunos dineros hubiera con-
sentido de buena gana en enriquecer mi libro con
mordaces stiras.
Debo confesar, sin embargo, que algunos Monta-
eses, vuestros lieles amigos de otro tiempo, se han
comprometido darme ciertas noticias que me eran
necesarias, porque ellos tambin tienen quejas con-
tra vos; tambin os echan en cara graves pecados.
Ellos condenan altamente vuestra defeccin en Mayo
y Junio de 18 8: habais, dicen ellos, organizado la
empresa del 15 de Mayo, y despus de haber com-
prometido Barbes , Albert y Sobrier , los dejasteis
abandonados en el momento crtico.
Estaban sin embargo dispuestos perdonaros la
vista de vuestras solemnes protestas para el por ve-
ni r , y en efecto, bajo vuestra inspiracin los clubs,
las sociedades secretas trabajadas por vuestro estado
mayor y los Montaeses, prepararon las sangrientas
jornadas de Junio. Llega el momento, y empieza el
combato y se os proclama gefe de la insurreccin;
pero vos os conservis una prudente distancia por
no comprometeros. Esperis que los insurgentes
yenzan y os lleven la presidencia en triunfo, y
mientras tanto preparis la coartada para el caso
de un mal xito, y respondis los que os reconvie-
nen porque vuestro nombre ha servido de bandera
la insurreccin:
Eso no tiene relacin ninguna conmigo; yo no
soy responsable de todos los desrdenes de que puede
hacerse culpable la cola de mi partido; hace mucho
tiempo que he roto con los que la componen porque
son demasiado turbulentos.
As, aaden los Montaeses, no satisfecho de ha-
137
bernos abandonado , nos insulta y nos denuncia. Ne-
cios! Habian olvidado que ya no erais horterillas y
tenderos de baja estera , y que el ex-corredor de pe-
ridicos tenia que conservar su sueldo de r epr e-
sentante.
Otra reconvencin que os dirigen vuestros ami -
gos , y mas que nadie Raspad, es la de haber ar r an-
cado algunas hojas del libro rojo en que estaba
inscrito vuestro nombre con pormenores bastante
curiosos. Dicen que all se referan todas las bajezas
que hicisteis para obtener la autorizacin de residir
en Paris despus de vuestra condena, y all consta-
ban las sumas que os pagaba la polica con el ttulo
de socorros mensuales.
Os habis aprovechado tambin de vuestra p e r -
manencia en la Prefectura para hacer desaparecer,
como un l adrn, vuestro expediente que se hallaba
en los archivos. Temisteis sin duda que alguno de
vuestros sucesores se le ocurriese la idea de saber la
historia de vuestra vida y milagros. Sobre todo, h a -
ba cierta nota que hubiera dado una alta idea de
vuestra moralidad ; se referia al dote de vuestra
muger , que habis malgastado en innobles orgas.
Estas mismas personas preguntan ademas de dn-
de salen los recursos con que estis sosteniendo el
lujo con que vivs en Londres. Es verdad que hi ci s-
teis correr la voz de que un banquero os pagaba una
pensin alimenticia por gratitud algn servicio que
le hicisteis; sin duda ser Mr. Rotschild. Efectiva-
ment e, este banquero debe estaros muy agradecido.
Viendo que nadie crea esta fbula, vos mismo la
habis desmentido, y entonces habis apelado las
supuestas ganancias que os proporcionaba la venta
de vuestras Memorias. Todos saben perfectamente
que habis ostigado vuestro librero por todos los
medios posibles: regalos, alfileres, adelantos de fon-
dos , todo habis apelado. Pero todo esto no ha p r o -
ducido grandes resultados, porque M. Levy se ha
cansado muy pronto de vuestros pedidos incesantes.
Confesad pues que habis realizado algunas eco-
nomas con los fondos secretos. En vuestra obra ha-
138
blais menudo de vuestra polica secreta y de las
sumas enormes que os costaba, al paso que est
probado hoy que jams habis empleado mas que una
docena de agentes. Si no habis llenado vuestros
propios bolsillos, habis enriquecido esos agentes.
Por lo que hace m , si os he llamado ladrn, es
porque conoca perfectamente vuestros robos; solo
citar Carlos dr enadl e ent re vuestras numerosas
vctimas. Banqueros , comerciantes, hasta artesanos,
todas las clases de la sociedad poseen algunos de
vuestros acreditados y excelentes pagars , y los mas
testarudos se atrevieron embargar vuestro sueldo
cuando erais Prefecto de polica : los documentos
existen , y estos son testigos irrecusables.
Si os he llamado falsario, es porque sabia que
habais cometido falsificaciones. Os habl ar de Mig-
notti, que delante de los Montaeses decia que os
tenia en un puo porque sabia todas vuestras h a -
zaas? Tenia mucha honra haber sido cmplice
vuestro en la perpetracin de algunas de ellas. Y
por cierto que supo esplotar bien el conocimiento
que tenia de vuestros secretos. Para l erais una
mina inagotable. Quin no se acuerda de haberlo
visto ent rar en vuestro sal n, cubierto de fango , y
deciros con aire insolente y con la gorra puesta:
Caussidire, dame cinco francos.
Devorando vuestro rubor se los d a ba i s riendo, y
anadiis:
Es un buen patriota.
Y Dupouy , el sastre de Rouen ? Ese os amena-
z de enviaros presidio si no rasgabais en el acto
el auto de prisin expedido contra l. A pesar de
vuestra omnipotencia, bajasteis la cabeza ante su
amenaza , y delante de varias personas que asistan
esta escena rasgasteis la orden de prisin. Bache-
l et , abogado de Rouen, pase durant e quince dias
vuestro billete falsificado por toda la ciudad , y solo
abandon este asunto merced las splicas de los
patriotas. Pilbes, en Monllucon , os llam falsificador
en pleno caf , porque habia visto el documento que
habais falsificado. No soy yo quien ha inventado todo
139
eslo: es pblico y notorio que antes de Febrero no
vivais sino con recursos vergonzosos. Siempre ha -
bis tenido la reputacin de ser un Bobert Macaire.
Paso ahora las acusaciones que me habeib lan-
zado. Veremos si os han sido inspiradas por el amor
de la ver dad, si lo ha sido mas bien por un ar-
diente deseo de venganza.
1? Decis que en mi deposicin ante la comisin
investigadora me atribu un papel que era incapaz
de desempear. Ignoro si han creido algunos que
mi deposicin era afectada: lo que s es que es con-
forme con la verdad. Qu he dicho ? Que los i n-
dividuos del Gobierno provisional nombrados en la
redaccin de la Reforma el 24 de Febrero eran casi
todos desconocidos. Vos, por ejemplo, que fuisteis
elevado un empleo superior, qui n os conoca
en Fr anci a? Quin erai s? un desdichado de pe n-
diente de comercio que viajaba con muestras de
mercancas, perdido de deudas y cubierto de protestas,
tan desnudo como Job sobre su basurero. Cito t ext ual -
mente un pasaje de vuestras Memorias.
2? Que me introduje como un intruso ent re los
Montaeses.
Pero he combatido durant e diez y seis aos por
vuestra causa; he sufrido tres condenas polticas. El
dia mismo en que me instal en la Prefectura me
nombrasteis capitn , poniendo el sello de la Pr e-
fectura al pi de mi despacho. Me iniciasteis en los
mas terribles secretos; yo firm el acta en la causa
de Delahode; y no me conocais! No digo esto mas
que para probar que ments menudo, porque yo no
me envanezco de haber sido vuestro amigo.
3! En cuanto un supuesto robo de 300 francos
i mi compaa, y la queja que decs que hubo
contra m, conocis vos mismo de tal modo su false-
dad que aads: no habindose probado el robo plena-
mente, no hubo lugar encausar. No es esto procl a-
mar mi inocencia? Temiendo que aun os queden
dudas relativamente mi probidad, os voy recor-
dar algunos pormenores sobre este asunto que pa -
recis haber olvidado.
1 4 0
Habia dado, con recibo que aun conservo, una
suma de 125 francos mi sargento para pagar
los abastecedores de la compaa, y no 300 francos
como decs. Si habis puesto 300 francos en vuestro
presupuesto de gastos, habis robado 175.
En cuanto descubr que no se habia pagado
los abastecedores, pregunt m sargento Tabary
qu razn habia habido para ello, y este, despus
de muchos rodeos, acab por confesar que habia
perdido esa suma que se la haban robado. Como
esta respuesta no me pareci satisfactoria, lo hice
meter provisionalmente en un calabozo, y los ofi-
ciales del cuartel, reunidos en consejo, decidieron
que Tabary hobia robado la compaa y deba ser
entregado la justicia: al saber esta determinacin,
me rogasteis que no diese curso este negocio, y lo
hicisteis poner en libertad. Admirable simpata!
4 Decis que form part e de la polica secreta
de Luis Felipe, y en prueba de ello dais vuestra pa-
labra : en opinin de varias personas, esta no t i e-
ne mas valor que vuestra firma. Habis encon-
trado relativamente a m informes como los que
encontrasteis relativos Delahode? No: no habis
tenido mas que una cobarde denuncia de un agente
de polica , y ent re ellos hay uno quien segn
decis romp yo un brazo un dia que me quiso ar r es -
tar; en cuanto los dems, ya me haban hecho
condenar tres meses de crcel , con motivo de
una ria en que los habia maltratado mucho. Tam-
bin conocis que no se puede creer en semej an-
tes testimonios, que declaris que yo lo confes
todo cuando me amenazasteis de ent regarme los
Montaeses.
Preciso es confesar que para un magistrado sera
ste singular medio de descubrir la verdad. Tanto
hubiera montado amenazarme con darme t or men-
t o, porque ent regarme los Montaeses cuya f e-
rocidad es proverbi al , era medio seguro de hacer-
me confesar todo lo que se quisiese pesar de mi
inocencia.
Felizmente para vos y para m esta idea no se
141
os ocurri sino mucho despus. La verdad es que,
muy lejos de haber encontrado en los archivos de la
polica el menor informe dado por m , no habis
encontrado mas que denuncias en que se me i ndi -
caba como conspirador peligroso.
Decs que despus de esta confesin os ped l i -
cencia para ir Blgica prometiendo hacerme hom-
bre de bien. En dnde, hacedme el favor de de -
crmelo , habia yo perdido el derecho ese ttulo?
Sin duda fue al negarme arrojar por la vent ana
los individuos del Gobierno provisional que se
oponan vuestros proyectos. Yo me honro , al con-
trario, con esta negat i va, que me atrajo vuestro
odio.
Estis agradablemente chistoso al hablar de lo
que llamis mi marcha voluntaria Alemania, y
que yo llamo un acto de la mas violenta arbi t rari e-
dad. Tenais la esperanza de que yo morira en al -
guna de esas peligrosas expediciones. Pero la Provi -
dencia ha permitido que vuelva, no para ocuparme
de nuevo en denunci as, como decis, sino para e n-
tregaros al desprecio y la execracin de la gente
honrada de todos los partidos.
o? Llegamos la mas grave de vuestras acusa-
ci ones, y espero, al pulverizarla, probar a los mas
ciegos que sois un vil calumniador. Me llamis pr e -
sidiario quien se han perdonado aos de presidio
por desercin y robo. Para convenceros de que no
sois mas que un miserable, he aqu las pruebas que
tengo vuestra disposicin:
En primer lugar, licencia absoluta y mi certifica-
do de buena conducta dado en l 844 con el testimonio
de todos los gefes del undcimo regimiento de i n-
fantera ligera , y propuesta de mi capitn , atesti-
guando que serv siempre con honor y fidelidad.
No diris que estos documentos han sido fragua-
dos posteriormente, porque tienen la fecha de 1844.
Los obtuve con motivo de haber vuelto entrar vo-
luntariamente en el cuerpo y mediante los pasos da-
dos por mi familia cerca del comandante de la pr i -
mera divisin mi l i t ar, que me dispens como j -
142
ven soldado , de ser juzgado por ei simple caso de
desercin.
Con el apoyo de estos documentos puedo trascri--
biros aqu un cericado del gc'e del tribunal mi l i -
tar que acredita que M. Chenu ( Jacobo Esteban
Adolfo ) que ha servido en el undcimo regimiento
de infantera ligera de que ha sido despedido con
certificado de buena conducta el 9 do Diciembre de
"18-1---, no ha sido encausado en todo el tiempo en que
ha seguido sus banderas. Firmado. Chenier.
A esto aadir esta carta del Ministro de la
Guer r a: Para satisfacer la peticin contenida en
vuestra carta del 3 del corriente, os dirijo el estado
de vuestros servicios en el regimiento nm. 11 de
infantera ligera ; aadi r , para completar las not i -
cias que se refieren al hecho de desercin que se ci-
ta , que el 21 de Noviembre de 1844 os presentas-
teis voluntariamente la autoridad militar , y que el
general comandante de la primera divisin, en vi r-
tud de los poderes que le confiere el decreto de 23
de Enero de 1822 , os dispens de ser sometido aj ui -
cio. Resulta do este estado de cosas, as como del exa-
men de los registros en que se essriben las senten-
cias militares, que ninguna ha sido pronunciada con-
tra vos durante todo el tiempo de vuestro servicio,
ya fuese por desercin, ya por otro delito. Tengo la
honra de sal udar os. = El Ministro de la Guerra.
As , ya lo veis, hubi era podido obtener de la
justicia una reparacin elocuente y haceros conde-
nar como calumniador.
Si creis que me he apartado do la verdad en
esta obra, podris exigirme la responsabilidad cuan-
do volvis de vuestro destierro, lo que deseo de
todas veras. En cuanto la gente menuda que quie-
ra tomar vuestra defensa esperndoos, evitar en lo
posible todo contacto con ella; pero si es necesa-
rio, sabr imponerle silencio.
N D I C E .
P R I M E R A P A R T E .
L a s s o c i e d a d e s s e c r e t a s .
Captulos. Pgs.
I Insurreccin da Junio de \ 832 3
II Sucesos de A bril.La calle de Nntriers. 11
III La sociedad. de las Estaciones.Insur-
reccin del '12 de Mayo de 1839.
Barbes y Blanqui : 13
IV. . . . Cabet. Viaje Icaria. Disensiones en
el partido 18
V Suceso de la calle Paslourel 22
VI. . La fiesta en la Gran Chaumiere.Me-
dios de existencia del ciudadano Caus-
sidi're 27
VII. . . Cuna del Socialismo. Cof/inau y su
partida 31
VIII. . . . El Comit disidente.Las bombas incen-
diarias 35
I X. . . . La revolucin de Febrero.Cmo se for-
ma un Gobierno provisional 47
S E G U N D A P A S T E .
l a P r e f e c t u r a d e p o l i c a r e g i d a p o r C a u s s i d i r e .
X La noche del 24 de Febrero en la Prefec-
tura de polica o
XI . . . . Primer encuentro de los Montaeses con
los alguaciles. Los Comisarios depo-
lica Pornin y Caussidire 62
XI I . . . Entierro de las victimas de Febrero.
Los presos polticos.Visita San
Lzaro. Orgia en la Prefectura (59
XIII. . Robo en perjuicio de los heridos de Fe-
Captulos,
r a

s
-
brcro. El comandante Pornin y los
de la Montaa. Una ronda infer-
nal. Caussidiere trgico 77
XIV. . . Tratado de paz entre los de la Montaa
y los guardias municipales. Una co-
mida en la Prefectura de polica.
Caussidiere y los cocineros clubistas.. 82
XV. . . Expulsin de la guarnicin de las fu-
lleras. Caussidiere y Mr. Rost-
child. Vnganse de un agente de po-
lica 87
XVI. . . Los rboles de la Libertad.. Pornin y
Grandmesnil. Una lista de candida-
tos. Los gefes de clubs 91
XVII... El tribunal secreto de Luxemburgo.
Proceso de Delahode 97
X.V1II.. Los gorros de pelo. Blanqui. Caus-
sidiere y el Htel-de-Ville.Salida
para la Blgica 103
T E K C E H A P A S T E .
l o s c u e r p o s f r a n c o s .
XI X. . Risquons-Tout. Vuelta Pars. Ar-
resto. Pornin otra vez. Entrevista
con Allard. Salida para Polonia.... 109
XX. . . Combates en la Selva negra. La Sui-
za. Vuelta Estrasburgo 115
XXI . . Los polacos. El Rey de Prusia. Las
orillas del Rhin. Magdeburgo.
Eisleben, Vuelta 122
XXII.. El club de los Montaeses de Belleville.
Insurreccin de Junio de 1848. La
comisin de Investigacin 130
Respuesta del ciudadano Caussidibre... 134

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