Alabarces, de Que Hablamos PDF

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Nueva Soci edad Nro. 154 Marzo-Abri l 1998, pp. 74-86.


De qu hablamos cuando
hablamos de deporte?
Pablo Alabarces
Pabl o Al abarces: profesor del Seminario de Cultura Popular de la Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires; investigador del Instituto de
Investigaciones Gino Germani de la UBA y del Consejo Nacional de Investigaciones
Cientficas y Tcnicas - Conicet. Autor de Entre gatos y violadores. El rock
nacional en la cultura argentina (1993) y de Cuestin de pelotas. Ftbol, deporte,
sociedad, cultura (1996, en colaboracin).
Nota: este trabajo se enmarca en una investigacin financiada por la Secretara de
Ciencia y Tcnica de la Universidad de Buenos Aires - Ubacyt.
Palabras clave: deporte, ftbol, cultura, ciencias sociales, Argentina.
Resumen:
El deporte moderno nace en Inglaterra a mediados del siglo pasado; se
exporta a Amrica Latina con las polticas expansivas de los capitales
i ngl eses en el l ti mo terci o de l a centuri a. Hay que esperar un si gl o
para que l as ci enci as soci al es l ati noameri canas produzcan di scursos
explicativos e interpretativos, reconocidos institucionalmente, con el
aval de l as comuni dades ci entfi cas. Hoy, el deporte i nvade todos l os
reductos de la cotidianeidad, transformndose en uno de los
principales productores de identidades, constituyendo el mayor ritual
secul ar de masas, produciendo la mayor facturacin de la industria
cul tural . En ese panorama expansi vo, de deportivizacin de nuestras
sociedades, las ciencias sociales deben interrogar al fenmeno, tanto
con vistas a producir saberes novedosos sobre un objeto cambiante y
multiforme, como para colaborar en la gestacin de polticas pblicas
especficas.
1 El deporte ha sufrido en Amrica Latina una desatencin paradjica por
parte de sus ciencias sociales. Hoy, quizs porque la expansin de la
esfera deportiva ha desbordado todos los lmites tradicionales,
parecemos asistir al fin de esa ceguera. La paradoja consiste en que,
contrariando todas las tradiciones mimticas de nuestras culturas y de
2
nuestras prcticas acadmicas, el deporte se haba constituido en objeto
de estudio de las instituciones de los pases centrales hace por lo menos
dos dcadas. Sin embargo, los clsicos efectos de transferencia que
dominan nuestra produccin de saber segn las cuales aquello digno
de ser estudiado en Europa merece inmediatamente su aclimatacin no
surtieron, en este caso, el mismo efecto. Por el contrario: hasta fechas
muy recientes el deporte permaneci obturado como posibilidad de
discurso letrado, a excepcin de la narrativa ficcional con cierta
parvedad, del costumbrismo y del periodismo especializado. En este
ltimo caso, inversamente, el desborde productivo apunta hacia la
saturacin.
Las razones para ese bloqueo inicial aunque prolongado: cien aos
son mltiples. El deporte latinoamericano integr durante todo este
tiempo un lote cada vez ms reducido de prcticas culturales cuya puesta
en objeto pareca prohibida. Las ciencias sociales del continente, atentas
por principio a las diferentes maneras en que se estructuran la
sociabilidad y la subjetividad, las identidades y las memorias, no
constituyeron hasta tiempos muy recientes saberes especializados sobre
estas prcticas. En el caso argentino ms cercano a nuestra propia
produccin, y que servir continuamente de ejemplo oper una causa
primera: justamente, el peso del deporte principalmente el ftbol en la
constitucin de la identidad y la subjetividad. El deporte se sobreimprime
a situaciones identitarias claves: la socializacin infantil, la definicin de
gnero la masculinidad, la conversacin cotidiana, la constitucin de
colectivos. Situaciones que involucran al propio observador, que recorren
su cotidianeidad. Frente a esta mixtura, la lectura del intelectual tendi
nicamente a dos salidas: la exasperacin de la distancia, hasta superar
los lmites del silencio, o la asuncin de la imposibilidad de esa
distancia, hasta suprimirla por completo. Los lmites entre el amor
incondicional y acrtico y el rechazo exasperado se sealaron en la
frontera que separa la ingenuidad del prejuicio
1
.
Ese prejuicio tuvo nombre: el fantasma que recorre la academia, el
populismo. Por su peso en la historia poltica, econmica, cultural y social
argentina, el populismo funcion en este caso particular como una
especie de marca distintiva. Como un presupuesto: un objeto de las
dimensiones no solo en un sentido cuantitativo del deporte, del ftbol,
slo poda leerse con una mirada populista; por ello, cualquier tipo de
mirada que se utilizara fue tildada antes de construirse. En tanto la
incorporacin al repertorio de visibilidad de objetos y prcticas
consideradas inferiores, desplazadas por la economa axiolgica del
campo (los gneros de la industria cultural, las prcticas poltico-
culturales de las clases populares urbanas, los rituales masivos, los

1
Para ampliar, ver Alabarces y Rodrguez.
3
repertorios del ocio, entre otros) haba sido producida desde el
populismo cultural, en el campo ms vasto de la lucha poltica de los 60,
en los senderos abiertos por el gramscismo y la sustancializacin de los
actores populares, se crey se afirm la imposibilidad de construir
saber fuera de esa matriz. Y en consecuencia, el objeto permaneci
obturado
2
. Ms precisamente: sin constituirse.
Otra paradoja: si la nica mirada posible era populista, se calific
imaginariamente una condicin de posibilidad, una gramtica, pero
jams un discurso. Cuando Sebreli intenta descalificar las
aproximaciones populistas al ftbol hasta 1981 (el momento de su Ftbol
y masas), slo puede citar fragmentos de poemas o relatos, crnicas
periodsticas, alguna metfora perdida en el campo de batalla (el alma
est en orsay / che bandonen). Si La cultura popular del peronismo
(1973) es un clmax de la efervescencia populista, el deporte estar
expurgado. Si Medios de comunicacin y cultura popular (1985) es la
recopilacin ms importante que esta matriz del anlisis cultural
produjera en la crtica argentina, el ftbol no ocupa ninguno de sus
captulos. Fortuna de la que s gozan el tango, la historieta, el melodrama,
el radioteatro, la prensa popular, el cine de masas. No hay produccin
sobre el ftbol en la Argentina: el fantasma el estigma? del mote
parece clausurar el discurso; y desplazarlo a la charla de caf que,
aunque prxima, no puede calificarse de sede acadmica o,
nuevamente, al costumbrismo. En el Ro de la Plata, Fontanarrosa,
Galeano, Soriano, Dolina, Sasturain: en la narrativa antes que en el
ensayo, o en la ficcin memorialista sentimental antes que en la historia.
Aun en el populismo de izquierda: las condiciones de produccin,
circulacin y reconocimiento de Galeano no son acadmicas (Galeano);
cuando Sasturain trabaja monogrficamente el objeto, lo desplaza
hacia el humor y la observacin border (Sasturain).
Dos
Si la crisis del populismo argentino y latinoamericano, como proyecto
poltico y como punto de vista para el anlisis cultural
3
, ha permitido la
aparicin en sede acadmica de estos estudios, el ejemplo de lo
ocurrido con otros objetos de la serie nombrada debiera servir como

2
Exceptuando, por supuesto, los trabajos fundacionales de E. Archetti (1985; 1992;
1994; 1995; 1996; 1997). Pero hasta tiempos ms recientes, en que este panorama
parece tender a revertirse, la circulacin de los textos de Archetti fue muy limitada: su
trabajo se desarroll prcticamente por completo en el exterior, a excepcin de dos
artculos publicados en 1985. Hay que esperar hasta hoy para percibir una circulacin
mayor de sus hiptesis, una aceptacin legtima de un discurso ahora legtimo.
3
Punto de vista, y no paradigma; el populismo fue un lugar desde donde mirar, pero jams se
construy como paradigma completo. Antes bien: fue una etiqueta demasiado fcil, y
demasiado fcilmente aplicada.
4
advertencia de sus peligros. Un primer riesgo: si el deporte constituye un
objeto de primer orden en la vida cotidiana, se encuentra
permanentemente expuesto a la banalizacin. Las prcticas culturales
masivas, justamente por su carcter de masivas y cotidianas, necesitan
una mirada fuertemente crtica y distanciada (lo que no significa
apocalipticismo), so pena de enredarse en los pliegues de un discurso
clido: pasar de discutir la crisis de las representaciones nacionales a
los avatares de la seleccin nacional de ftbol es una derivacin, aunque
indeseada, frecuente. Un riesgo consecuente: la produccin de
banalidades (despus de todo, la discusin deportiva cotidiana brinda
uno de los mejores repertorios del lugar comn y la obviedad disfrazada
de sabidura). Y un riesgo que ha afectado a otros estudios sobre otros
objetos: desatender las transformaciones en tiempo real que sufre la
cultura latinoamericana, con la constante y avasallante captacin que las
industrias culturales producen sobre todos los repertorios, prcticas y
gestualidades. Y all, en ese dejar de mirar la totalidad del sistema
cultural por una dedicacin obsesiva a esa prctica finalmente liberada
de las garras de la oclusin epistemolgica, se puede no reconocer los
signos del cambio. Si la telenovela latinoamericana ejemplo alto pudo
ser reivindicada como la prctica perdida, fue porque habilitaba a leer lo
popular desplazado o silenciado (especialmente, Martn Barbero). Pero
seguir pensando la telenovela hoy en esos mismos trminos, implica
desconocer la fenomenal captacin que la industria cultural produjo del
gnero, desactivando minuciosamente su productividad de sentidos,
transformndolo en un hbrido sin mayores consecuencias ni conflictos
donde lo popular ya no puede ser ledo excepto como expulsin. Algo as
podra pasar con el deporte.
Tres
Adems de la crisis de la amenaza populista, hay otro dato que autoriza la
invencin del campo de los estudios sociales del deporte: su exceso.
Nunca como hasta ahora el deporte haba inundado el conjunto de
superficies discursivas: televisivas, radiales y grficas, la conversacin
cotidiana y los grafitis. Asistimos a una suerte de deportivizacin de la
agenda cotidiana que en la mayora de los casos se naturaliza como
futbolizacin, segn la cual todo debe ser discutido en trminos
deportivos. Esto, que podra sonar a queja elitista, ha perdido referencia
de clase: el deporte se instituye en nuestras sociedades como prctica
privilegiada de lo elementalmente humano, lugar donde la diferencia
desaparece, el mundo se reconcilia y el conflicto cede para permitir gritar
los goles de Salas o Batistuta.
El deporte es hoy la principal mercanca masmeditica, el gnero de
mayor facturacin de la industria cultural, el espectculo de mayor
audiencia de la historia de la televisin galctica. Y en ese panorama, se
5
instituye en fenmeno doblemente peligroso: porque por un lado
escamotea una vez ms la desigualdad ahora a nivel global: el deporte
es un ejemplo privilegiado de la mundializacin de la cultura; y por el
otro repone una diferencia nacional como forma vicaria del
enfrentamiento. Si las relaciones internacionales son ahora
supuestamente horizontales, globalizadas, las competencias deportivas
internacionales falsean la continuidad imaginaria de una diferencia y la
discusin ilusoria de un estatus planetario. Con riesgos de
nacionalismos y picas chauvinistas a un paso.
Ms: en su exceso, el deporte desplaza al interior de cada sociedad toda
forma clsica de constitucin de sujetos para transformarse en nica
ideologa en el sentido althusseriano. Expansivo, imperialista, el deporte
conquista todos los territorios: inclusive el gnero. Si en el caso
argentino, y nuevamente debemos hablar de ftbol, organizaba el
imaginario masculino, hoy tiende a expandir sus universos de
representacin para incorporar a la mujer. Y cada vez ms pblicos
construyen, en su interior, una de las pocas formas visibles de identidad
que sobreviven en la escena contempornea; otra nuevamente, una
prctica cultural de masas es el rock. Ese exceso deportivista se apoya
en una debilidad previa, ampliamente trabajada por las ciencias sociales:
la crisis de los relatos clsicos que constituan sujetos en el mundo
moderno, unida al retiro del Estado, que abandona la produccin de
discursos unitarios y condena a sus sociedades a reiterarse en sus
fragmentos, o a intentar angustiosamente reponer una totalidad
escamoteada. Nuevamente el deporte: su productividad significativa le
permite tanto relevar una totalidad falaz segn la cual un seleccionado
nacional de ftbol, bisbol, bsquet o atletismo designa
metonmicamente a la nacin toda, como regodearse en los infinitos
fragmentos de las identidades regionales, locales, vecinales. Y en ese
pequeo relato disipar, alienadamente, todo conflicto.
Exceso, productividad y ambigedad: la deportivizacin contempornea
exhibe, desenfrenadamente, la relacin del deporte con la esfera poltica.
Y esa pregnancia del baln lleva a lecturas simplistas por parte de
actores encontrados: el poltico que cree asegurar su xito en la
abundancia de goles, el crtico que seala esa misma causalidad
suponiendo alienaciones en masa. Sin embargo: ya en esa puesta en
escena gigantesca del uso poltico del deporte que fueran los J uegos
Olmpicos de Berln en 1936 puede leerse la fluctuacin que va del
desfile nazi y la militarizacin, a la resistencia por colocacin del atleta
negro J esse Owens o del seleccionado peruano de ftbol. Y as sigue la
serie: el festejo brasileo en 1970 por el Mundial de Mxico inversin
carnavalesca de la jerarqua segn Vogel, manipulacin masiva segn
Brohm; las olimpadas de Mxico 68 y el ocultamiento de la masacre de
Tlatelolco, pero tambin el puo enguantado y el black power de los
6
atletas norteamericanos; la utilizacin del Mundial 78 por la dictadura
argentina como garanta de legitimacin, pero a la vez la recuperacin de
la calle como espacio de manifestacin popular bajo el estado de sitio
4
.
Estas fluctuaciones dependen de posiciones tericas y consecuentes
apuestas interpretativas; pero sealan, ampliamente, un juego de
posibilidades no excluyentes. Por lo menos, puede afirmarse una cosa:
no hay relacin de causalidad demostrada entre un hecho deportivo y un
comportamiento poltico. Aunque la posibilidad de la politizacin de los
comportamientos de los pblicos est siempre latente, como en todo
ritual de masas. Lo que agrega mayor necesidad a nuestro estudio.
Cuatro
Podemos sostener a la vez, entonces, la eficacia del deporte para cumplir
con sus roles los tradicionales, los propios, los ajenos y los agregados
y la necesidad de producir una lectura analtica con las herramientas a
nuestra disposicin. Trataremos de sintetizar una agenda breve, y
seguramente con olvidos de lo que las disciplinas sociales pueden
aprehender en este objeto.
El deporte, adems de iluminar simultneamente mecanismos
relativamente autnomos constitucin de identidades, el papel de la
memoria, las relaciones entre saberes corporales y letrados, el rol de los
medios masivos en las sociedades modernas, para citar slo algunos,
permite analizar la interaccin que se genera entre formaciones
culturales que preexisten a su tratamiento meditico y que se deslizan
por sus intersticios y el poderoso accionar de la industria cultural, que
encuentra en el deporte un mercado tan extendido que hasta le permite
experimentar privilegiadamente en este campo la incorporacin de
tecnologas y formas de comercializacin novedosas satlite, televisin
codificada, pay for view, etc. Y en ese cruce reside su inters.
El deporte puede ser visto como cultura: porque recorre formaciones
donde se articulan sentidos sociales, en distintos soportes, interpelando
una diversidad de sujetos; de manera plural, polismica, hasta
contradictoria. Porque, trabajando con nociones que los estudios
culturales han instalado fructferamente ritual, puesta en escena,
simulacro, el deporte puede ser ledo, en su multidimensionalidad,
como uno de los escenarios privilegiados para atisbar las
representaciones que una sociedad hace de s para s misma, para
interpretar en el sentido denso que propone Geertz el complejo cmulo

4
Hasta hoy, no ha sido convenientemente explorado el estudio de los
comportamientos de las hinchadas futbolsticas argentinas en los ltimos tramos de la
dictadura 76-83. Creemos que, junto a los movimientos de derechos humanos y los
recitales de rock, el ftbol constitua un espacio donde desplegar una contestacin
simblica.
7
de negociaciones de estatus y jerarquas que el universo deportivo
espectaculariza, para comprender las razones que otorgan fuerza
simblica a su repertorio identificatorio, para buscar de manera
sesgada, oblicua, utpica las formas en que ese mismo escenario
permite no slo la puesta en escena de lo que se es; tambin la
simulacin de lo que se quiere ser / hacer. De manera privilegiada, por su
centralidad metafrica, su convocatoria renovada, su persistencia
identificatoria
5
.
Pero tambin nos remite necesariamente a la puesta en escena del
cuerpo, como significante y como lugar conflictivo en la disputa cultural
entre saberes. Bourdieu lee en el privilegio de las actividades corporales
por parte de las clases populares, la acumulacin de caractersticas y
disposiciones clsicas de estos sectores: una relacin instrumental con
el cuerpo que los lleva a preferir los deportes de enfrentamiento corporal,
sumado al culto por la virilidad, la exhibicin de la resistencia a la fatiga y
al dolor, la solidaridad y la fiesta de la prctica deportiva colectiva. Y esta
suma de elementos suele ser objeto, por parte de las clases
dominantes, de una inversin tica y esttica: slo sirven para eso. El
reconocimiento se transforma en distincin negativa: afirmar el lugar de lo
corporal para las clases populares suele implicar, desde la perspectiva
letrada, la reserva de los saberes intelectuales para aquellos capacitados
para administrarlos.
Este mecanismo de exclusin puede ejercitarse de maneras muy
variadas
6
. Para simplificar: la asuncin por parte de los Estados
nacionales finiseculares de la escritura como nico soporte del saber
implica el desplazamiento de los saberes corporales al archivo. El cuerpo
se obtura como significante: por la doble represin que sobre l ejercen
el juego de legitimacin de la letra y la censura de lo sexual.
Frente a ello, en el mercado simblico slo queda para los desplazados
una afirmacin positiva: la reivindicacin de las estrategias corporales
como mecanismo de disputa, como capital para el intercambio. El cuerpo
se asume no slo como fuerza: se asume principalmente como
habilidad, como lugar de la creatividad, donde las formas no verbales
adquieren mayor esteticidad que las lingsticas bloqueadas por la
apropiacin desigual de los capitales escolares. Frente a la hiptesis de
Bourdieu del capital simblico, la puesta en escena de lo corporal
reinstala la pluralidad de capitales. La distincin, entonces, puede
invertirse en positiva. Y la afirmacin no se limita al deporte: se extiende

5
La concepcin del ftbol como arena (referencia a su teatralidad, y a su condicin de
escenario) puede verse especialmente en las aproximaciones antropolgicas. Entre las
principales: Archetti (1985; 1992); Bromberger; Portelli; Lanfranchi (1992).
6
Vase Ford.
8
hacia el baile o la eroticidad
7
.
Pero por otra parte, en la escena cultural contempornea podemos
afirmar que la asignacin restringida del espectculo deportivo a las
clases populares carece de precisin: el deporte y muy especialmente
el ftbol aparece como formante universal de una cultura masculina,
casi como una funcin fctica en el sentido jakobsoniano
8
. Desde esa
perspectiva, esta lnea de trabajo exige su recolocacin en un escenario
mltiple, que abarca tanto la redelimitacin de la categora sectores
populares como la reconsideracin de la economa de intercambios
simblicos en una sociedad que ha transformado su habitual jerarqua
de saberes. El privilegio de lo corporal no puede ser ceido a las clases
populares; hoy se debe pensar los usos diferenciales y distintivos de los
variados cuerpos sociales.
Cinco
El deporte es tambin juego. O ha sido juego, u originalmente lo fue. Y
ya no lo es? Queremos introducir la reflexin sobre la dimensin ldica
de la cultura. No slo como entretenimiento: en los estudios culturales,
no es redundante insistir en la legitimidad del espacio de escape, de las
posibilidades de fuga de lo econmico-productivo; insistir en la
necesidad de leer a los actores culturales en la gratuidad de ciertos
gestos y prcticas. Igualmente rica es la relacin entre lo ldico y la
creatividad: el juego, lugar indispensable de la cultura, espacio
transicional (en trminos de Winnicott) entre el yo y el no-yo, entre el
individuo y la realidad que slo pretende de l una sujecin a normas e
instituciones regladas, aparece como la geografa donde la creatividad
ejercita la fantasa, la transgresin, la solidaridad, los valores que el
tiempo de la historia y la mercanca parece haber suprimido.
La bibliografa sobre los fenmenos ldicos seala que la introduccin
de la profesionalizacin (es decir, el utilitarismo, la conversin del juego
en mercanca) desplaza al deporte del espacio del juego, si es que esta
geografa se caracteriza especialmente por su marca de libertad, falta de
utilidad, gratuidad. Exceso, supresin de lo econmico. Desde esta
mirada, nada ms lejano a lo ldico que el deporte masivo. Pero desde
nuestra postulacin, entendemos que a pesar de la mercantilizacin, el
deporte conserva un plus de sentido donde se refugia el espritu ldico,

7
Cfr. Alabarces (1993): la constitucin del rock como gnero musical y cultural
autnomo implica la puesta en escena de este conflicto en la apropiacin que Elvis
Presley hace de la sexualidad negra. Pero tambin habra una posible lectura
contradictoria a esta tesitura: un nuevo mapa de lo corporal en la escena
contempornea que desplace eroticidad por histeria.
8
Ver especialmente, sobre este punto, Bromberger. La discusin sobre la relacin
entre ftbol y culturas populares est desarrollada en Alabarces (1997).
9
como lugar de la creatividad, de la gambeta a la regla y la jerarqua.
As, debe permanecer entre nuestras hiptesis la consideracin del juego
como zona de escape del tiempo histrico-econmico, y por ende de los
mecanismos productivos; en el mismo sentido, la aparicin del azar
como variable pertinente y no expulsable, especialmente en el contexto de
un deporte situacional que exige la resolucin inmediata de
contingencias donde la aleatoriedad no es un componente menor. Como
sealamos anteriormente, es necesario repensar la nocin de
entretenimiento y de evasin, a partir de su lastre peyorativo. Aunque el
deporte admite lecturas inclusive polticas (al mirarlo como
dramatizacin), reintroducir la problemtica ldica no implica empobrecer
el fenmeno. Dicho de otro modo: en la cultura tambin existen zonas de
exceso, inclasificables, que no sirven para nada sino significar.
Pero tambin el espacio ldico puede ser reivindicado como lugar
privilegiado de la creatividad (nuevamente Winnicott, aunque de manera
ms vaga ya est en Huizinga). Y el deporte parece constituir uno de los
lugares predilectos donde ciertos sectores realizan la ligazn sealada.
Por ltimo, esta lnea propone la reflexin en torno de la tensin que
indicamos ms arriba. Si la aparicin de la mercantilizacin desplaza
definitivamente lo ldico, el deporte debe dejar de ser llamado juego. Y
sin embargo, es nuestra hiptesis que la dimensin ldica reaparece en
los intersticios de la mercanca, en la improvisacin permanente que el
deporte exige a sus practicantes. Especialmente, saliendo del mbito de
su prctica institucional, el juego se instalara en los espacios donde
sujetos no profesionalizados persisten en ejercitarlo, en el tiempo libre,
fuera de la economa y muy cerca del deseo. Nuestro propio trabajo de
anlisis sobre los medios masivos en el espectculo deportivo ha
tendido a caracterizar la puesta en escena masmeditica del deporte
como representacin de esta tensin entre maximizacin de la ganancia
e imprevisibilidad, tensin en la que los actores encuentran campo
abierto para la inscripcin de nuevos juegos de sentido (Alabarces 1998).
Si la oposicin bsica que estructura la cultura deportiva es un
nosotros/ellos una parcialidad versus otra/s, el lugar del Otro suele ser
ocupado por las industrias culturales, percibidas como enemigos, como
emblemas de la intromisin del capitalismo. En este territorio analtico, el
espectculo masmeditico supone la imposicin de regulacin y pre-
visibilidad, lo que colisiona con una lgica donde el azar resulta
componente fundamental
9
.
Asimismo, la relacin de los espectadores con el espectculo
deportivo especialmente el futbolstico constituye una zona de

9
Ver especialmente Portelli y su anlisis en trminos de la cultura de la pobreza.
10
interaccin novedosa: los sujetos participan de una accin doble, actor /
espectador, donde la participacin en el estadio supone una forma de
intervencin fuerte, que imaginariamente decide la suerte del juego
(Portelli). As, la colocacin respecto del espectculo masmediatizado
resulta original, ya que evade toda posibilidad de pasividad y transforma,
incluso, las narrativas puestas en juego
10
.
Seis
Los fenmenos de violencia relacionados con el deporte han sido objeto
de una escasa atencin en la Argentina y Amrica Latina, si entendemos
atencin como mirada especializada, como la construccin de un saber
de estatuto fuerte. La violencia en el deporte ha sido transitada por una
masa de discursos, periodsticos y polticos, que no se apartan de
interpretaciones de tono estigmatizador y esquemtico: los violentos
son sistemticamente jvenes, inadaptados, operan bajo la influencia
de sustancias alteradoras de conciencia (drogas y alcohol), y su accin
es reducida a la aparicin imprevisible de agentes que deben ser
excluidos del estadio y de la sociedad. Si por un lado este repertorio de
banalidades seala cierta mediocrizacin del debate pblico, tambin
indica la ausencia de una produccin en sede acadmica que permita la
intervencin en la esfera pblica.
La violencia en el deporte nos remite a la persistencia de una prctica
que atraviesa la vida cotidiana, la poltica y la economa. Con formas ms
complejas y menos reconocibles que la poltica represiva de las
dictaduras: fundamentalmente, la persistencia y agravamiento de esa
forma mxima de la violencia social que es la exclusin, la expulsin del
mercado laboral y del consumo, la privacin de salud y educacin. En ese
marco, la violencia en el deporte seala en muchas direcciones
simultneamente. Indica la persistencia de grupos de tareas hoy
reconvertidos en barras bravas, con la complicidad por accin u
omisin de buena parte de la dirigencia deportiva. Indica el racismo y la
discriminacin de un discurso periodstico, que refugia su falta de
respuestas en el lugar comn. E indica tambin la desesperacin de
ncleos importantes de jvenes de las clases populares, que encuentran
en la violencia el nico gesto que les otorgue visibilidad: olvidados de la
mano del Estado, con todos los caminos clausurados presentes y
futuros, entienden que la nica forma de hacerse ver es cosechando
centmetros de prensa y minutos de televisin. La presencia
importantsima del deporte en el espectculo de los medios masivos y
esto se ha sealado tambin en los pases europeos
11
les garantiza su

10
Ver un primer desarrollo terico en Alabarces y Rodrguez. Un segundo momento del
anlisis est en Alabarces, 1998. Un reciente trabajo de recoleccin de entrevistas
etnogrficas confirma de manera fuerte estas hiptesis.
11
Ver especialmente Mignon, respecto de la hiptesis de la visibilidad, y Dal Lago y
11
aparicin, la puesta en escena de su existencia: aparicin contradictoria,
por cierto, que en el mismo momento que reclama un espacio slo
obtiene una nueva condena.
La observacin de los fenmenos de violencia contemporneos, y el
estudio de sus antecedentes histricos, permite observar que es posible
una clasificacin que discrimine distintos tipos de prcticas y permita
comenzar un proceso de asignacin de causalidades y sentidos.
Bsicamente, la violencia relacionada con el deporte puede ordenarse
en: acciones organizadas y protagonizadas por barras bravas;
enfrentamientos clsicos entre rivales por la disputa de una supremaca
simblica; reaccin frente a una injusticia deportiva que suponga la
reposicin imaginaria de un estado de justicia ideal; acciones producidas
por o en respuesta a la violencia policial; acciones producidas por
agentes derivados de la privatizacin del monopolio estatal legtimo de la
violencia (seguridad privada, ciudadanos armados, etc.); acciones
violentas que slo poseen relacin geogrfica con el espectculo
deportivo, pero que no hallan en l ningn principio de causalidad;
acciones de sujetos patologizados.
Esta clasificacin exige comprobacin con nueva empiria, pero tambin
precisa una etapa de investigacin que d cuenta de los sentidos que los
actores otorgan a las prcticas de violencia. Nuestros primeros datos
hablan de sentidos mltiples, que van desde posiciones que politizan
este tipo de acciones hasta la construccin de colectivos que se afirman
en el contacto corporal y la experiencia compartida del enfrentamiento
fundada en la retrica del aguante.
Asimismo, esta doble polivalencia del tipo de accin y de sus sentidos
exige que el diseo de polticas atienda al entramado complejo en que la
violencia se desarrolla camino que la experiencia europea ha seguido
con cierto xito, y no reduzca la accin pblica a la prctica represiva y
capilar, como ciertas propuestas que leen demasiado rpidamente las
estrategias britnicas parecen anunciar
12
. All reside, asimismo, un nuevo
riesgo acadmico: producir un saber funcional a las polticas panpticas,
como la primera sociologa del deporte britnica
13
.

Moscati, en torno de la reaparicin del concepto de clases peligrosas en las
sociedades posindustriales.
12
La adjudicacin de esta esfera problemtica a la rbita de la Secretara de
Seguridad del Poder Ejecutivo argentino parece indicar esta tendencia. Las primeras
declaraciones hablan de la instalacin de cmaras filmadoras (la vieja ilusin
panptica), de la personalizacin de la represin, de la supresin de las tribunas
populares, etc.
13
Ver especialmente el relato y anlisis de Armstrong y Giulianotti.
12
Siete
Esta agenda de estudios es por supuesto provisoria, y especialmente
anclada en la experiencia de trabajo personal. Por ejemplo: no incluye la
historia, a pesar de que hay una importante serie de trabajos que
reponen la mirada y la metodologa histrica, y agregan
permanentemente saberes relevantes a nuestro campo (pienso
especialmente en los textos de Arbena o Frydenberg). Pero lo
fundamental es ubicar esos estudios en un contexto de totalidad. Si
sostuvimos que el deporte escamotea esa totalidad, reponiendo un
contexto limitado al estadio o a los avatares de una pelota y sus
minucias cotidianas, nuestros estudios no pueden cometer ese mismo
error. Pienso con Mangone (y con el espectro de Bourdieu que all habita)
que
Del mecanicismo poco dialctico presente en la denuncia del uso polticoalienante del
deporte profesional se ha pasado al anlisis fragmentado de las prcticas sin advertir la
realidad social que las incluye. ... Un diseo de investigacin social y cultural debe
recuperar una mirada jerarquizadora de los valores que ubique la prctica en un
conjunto de prcticas y en correlacin social con otras series, con los niveles de
integracin, con el nuevo lugar del tiempo libre en pocas de desocupacin, con el
nuevo protagonista de las clases sociales, el subconsumo de los deportes
profesionales de las clases populares y el nuevo consumo simblico de los deportes
masivos por parte de la clase media, advertir en este caso una fuerte identificacin
entre medios, deporte profesional y clase media (Mangone).
En ese camino, reponer la complejidad del campo y la totalidad en la que
se recorta exige evitar el fragmentarismo que acecha a las ciencias
sociales. El deporte, dijimos, amenaza con ser un ejemplo privilegiado de
la funcin ftica jakobsoniana. Los estudios sociales del deporte pueden
constituir, a su vez, una nueva faticidad; esta vez, acadmica.
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Las ilustraciones acompaaron al presente artculo en la edicin impresa de la revista

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