Análisis Textos
Análisis Textos
Análisis Textos
Castellana y Literatura
del CDL de Madrid
La organización
interna de los
textos y su
comentario
(Técnicas para facilitar
la comprensión lectora)
Por FERNANDO CARRATALA TERUEL
Doctor en Filología Hispánica y Catedrático de Instituto
Por asunto de un texto se entiende la sinopsis argu- Para poder «desentrañar» los aspectos más signifi-
mental, es decir, una breve reseña del contenido, que cativos del contenido de un texto es necesario con-
incluye los detalles más relevantes del mismo; y por templarlo no sólo desde la perspectiva del asunto —
tema, la intención del autor al escribir ese texto. En el poniendo de manifiesto todos sus elementos
tema deben estar representados todos los elementos fun- arguméntales—, sino también desde la perspectiva del
damentales que constituyen el argumento, y quedan tema —auténtica célula germinal que hace posible la
excluidos de él aquellos otros rasgos episódicos que per- invención de los elementos del asunto—, en cuyo caso
tenecen al asunto. Para Lázaro Carreter y Correa Calde- se descubrirán los diferentes elementos de la estruc-
rón, «el tema —cuya definición será clara, breve y exac- tura del texto —es decir, los parágrafos que, conve-
ta (sin falta o sobra de elementos)— se fija nientemente interrelacionados, le otorgan un carácter
disminuyendo al mínimo posible los elementos del asun- unitario—. Y, llegados a este punto del análisis, se
to, y reduciendo éste a nociones o conceptos generales» estará ya en condiciones de poder comprender —y,
(1); es decir, dando con la palabra abstracta —rodeada por tanto, de interpretar y comentar con cierta cohe-
de complementos— que sintetice la intención primaria rencia—, los medios lingüísticos de que el escritor se
del escritor. ha valido para plasmar ese tema que ha puesto en pie
el texto.
La composición de cualquier texto exige de su autor Los escritos expositivos ofrecen una información sobre
una ordenación de sus diferentes partes, para dotar a los más variados asuntos con el propósito de darla a
aquél de una estructura precisa; partes que reciben el conocer, en un lenguaje claro, sencillo y fácilmente com-
nombre de parágrafos. El tema —insistimos: la inten- prensible. El profesor Francisco Marcos Marín estable-
ción del autor al escribir el texto— suele distribuirse ció, con suficiente claridad didáctica (2) los tipos de
irregularmente por los parágrafos, contribuyendo a estructuras que suelen conformar los textos informativos
relacionarlos entre sí y confiriendo al texto un carác- de carácter expositivo. Siguiendo sus orientaciones meto-
ter unitario. Y entre el tema y los elementos formales dológicas —parcialmente, y con las correspondientes
que integran el texto —esto es, los medios lingüísticos adaptaciones personales—, reseñamos a continuación los
empleados por el autor para expresar dicho tema— «esquemas» que se vienen empleando en la construcción
existe una estrecha relación, que es necesario ir justifi- de textos expositivos, para facilitar, así, la identificación,
cando como base para la interpretación cabal de un comprensión y comentario explicativo de esta clase de
texto. textos.
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Tipo de estructura Disposición gráfica
Carácter unitario del escrito, originado por el tema. En cualquier caso, todo texto —bien concebido y escrito—
está condicionado por la idea principal que lo vertebra, lo que garantiza su carácter unitario; y, por lo demás, las par-
tes subordinadas del texto guardan entre sí una adecuada proporción, de manera que queda salvaguardada la necesa-
ria articulación entre la idea principal y aquellas otras de carácter secundario. En este sentido, los diferentes pará-
grafos o divisiones del texto —muchas veces separados por punto y aparte, aunque no siempre— son los encargados
de ir perfilando los distintos aspectos del tema.
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TÉCNICAS PARA FACILITAR LA COMPRENSIÓN LECTORA
Texto
Sentado sin esfuerzo en la muelle butaca, rodeado de oscuridad y silencio por todas partes menos por una -el rec-
tángulo luminoso de la pantalla—, un hombre va a pasar dos horas de su vida real contemplando un mundo inventa-
do en que, por obra de artificio, sólo las sensaciones ópticas y auditivas existen. En esencia, ¿no es éste el complejo
fenómeno artístico y social que solemos llamar «cine»? (...)
La película es, ante todo, obra de arte, óptima algunas veces, mediocre muchas más, mala y aun malísima no pocas.
Según esto, una cinta de las llamadas «comerciales» nunca deja de ser obra de arte, aunque lo sea —como un poema
sublorquiano— por modo vulgar, fracasado o detestable. Yace en ella una fábula creada por la imaginación de un hom-
bre, fábula convertida luego por otro en sucesión de efectos visuales y auditivos, interpretada plástica, expresiva y
sonoramente por algunos más, y reducida, al fin, por la industria de un nuevo equipo, a la condición de imagen pro-
yectable. Hay en el cine finas técnicas científicas y muy poderosos fines comerciales, pero la entidad comúnmente
llamada «película» o «filme» —voz aprobada ya por la Real Academia Española— alberga siempre en su seno, para
su gloria a su condenación, esa sutil criatura que solemos llamar «obra de arte». En ella tiene su verdadero principio
de ordenación (...).
La película es también un hecho de orden social. En el curso de pocas semanas, a lo sumo de pocos meses, cente-
nares de millones de hombres de todas las razas y mentalidades han tenido ante sus ojos un mismo trozo de vida neo-
yorquina, africana, italiana o japonesa. No sólo esto. Sin proponérselo, acaso contra su propia voluntad, el plutócra-
ta ve y oye la vida del arrabal, y los hombres del campo y del suburbio se meten en el hogar del aristócrata. No hay
duda: la conciencia social de nuestra época sería incompresible sin esta constante operación del cine sobre las almas
de sus espectadores habituales.
Pedro Lain Entralgo.
Hacia el mundo del cine
[Fragmento del artículo publicado en la
desaparecida revista «Gaceta ilustrada»].
Comentario
Lain Entrago parte de una consideración inicial, formulada con una interrogación retórica que cierra el primer pará-
grafo: ¿No es el cine un complejo fenómeno artístico y social? Y después aporta datos que vienen a avalar el pensa-
miento expuesto: «La película es, ante todo, obra de arte», (...) (parágrafo 2); «La película es también un hecho de orden
social». (...) (parágrafo 3).
Así pues, la idea expuesta en el primer parágrafo del texto se confirma con una serie de datos que ponen de mani-
fiesto que no se trata de una afirmación gratuita. Esta sería, pues la representación esquemática de la estructura del
texto de Lain Entrago:
• Parágrafo 1 (líneas 1-4)', en concreto, 4). Concepto de «cine»: fenómeno artístico social.
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E j e m p l o de t e x t o expositivo de estructura sintetizante, y comentario de su organización interna
Texto
En el instante del hundimiento español, en esa esquina trágica del siglo XIX y del XX, Dios los juntó [a Marce-
lino Menéndez Pelayo y a Ramón Menéndez Pidal] para que los españoles tuviéramos un aliento y una tarea, para
probarnos que no había dejado de su mano a España.
Y los juntó de modo bien curioso. En la obra inmensa de Menéndez Pelayo (¡sólo treinta y siete años de trabajo le
otorgaste, Dios mío!) toda España había sido reflejada como un espejo concentrador. Menéndez Pelayo atendía de un
modo normalmente riguroso al pormenor (y aun hoy, a través de la lente más hipercrítica, ¡cuan poco se le puede rec-
tificar!), pero su espíritu era ante todo selector, coordionador, en una palabra, sintético. Y así su obra pudo ser eso:
síntesis de España.
Y aquí entra lo maravilloso. A Ramón Menéndez Pidal, al muchacho de veinticinco años que en 1895 se apresta-
ba a participar en el mundo de las letras, una fuerza misteriosa le guía: no se le pasa por la imaginación competir en
el terreno de Menéndez Pelayo; menos aún el atacarle. No; el mundo es muy ancho: todos cabemos. Y aquella fuer-
za providencial le está guiando, le está señalando su destino: busca Menéndez Pidal, como punto de arranque, el estu-
dia directo de los textos, el desmenuzamiento matemático, microscópico, del pormenor. Es algo totalmente nuevo en
España. Pidal considera esa penosísima labor como una etapa previa, indispensable en su trabajo. Frente a la total sín-
tesis de Menéndez Pelayo, su tarea empieza, pues, azuzada, envizcada hacia la minucia y el análisis. A comienzos de
nuestro siglo, la obra de Menéndez Pelayo se iba coronando sintéticamente inmensa; la de Menéndez Pidal, se cua-
jaba inmensamente analítica.
Dámaso Alonso.
«Menéndez Pelayo: Menéndez Pidal».
[Fragmento del ensayo «Menéndez Pidal y su obra].
Del Siglo de Oro a este Siglo de Siglas.
Editorial Gredos.
Comentario
Dámaso Alonso expone una primera idea: el espíritu de Menéndez Pelayo era sintético; y su obra fue una sínte-
sis de España. Viene después una segunda idea: Menéndez Pidal era de espíritu minucioso y analítico. Y esas dos
ideas concluyen en la siguiente reflexión: «A comienzos de nuestro siglo, la obra de Menéndez Pelayo se iba coro-
nando sintéticamente inmensa; la de Menéndez Pidal apuntaba, se cuajaba inmensamente analítica».
Así pues, el contenido del texto está dispuesto de modo tal que la idea con que se cierra se extrae de las
expuestas con anterioridad. Esta sería, pues, la representación esquemática de la estructura del texto de Dáma-
so Alonso:
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TÉCNICAS PARA FACILITAR LA COMPRENSIÓN LECTORA
Texto
Notas
(*) Ficciones absorbentes. Las que constituyen el argumento de una película y mantienen tensa la atención del espectador.
(**) La íntima, confidencial tristeza que rezuma la tierra. La tierra desprende la tristeza que parece contener en su seno.
Comentario
A partir de la historia que refiere el biólogo Jacobo von Uexküll, Lain Entralgo hace una afirmación que recoge la
idea esencial del texto: «Ya no sabemos lo que es la naturaleza». A continuación corrobora su pensamiento con una
serie de observaciones: «A veces cruzamos tal o cual plaza urbana, (...). Otras veces, más raras, nos asomamos a un
parque municipal, (...). Muy de tarde en tarde nos decidimos a transponer esa orla de miseria, suciedad y dolor que
Tal y como puede comprobarse en el análisis precedente, la información de las líneas 20-21 (casi a la altura de la
parte central del parágrafo 2), convenientenmente matizada y desarrollada, se reitera al final del texto (líneas 30-32
del parágrafo 2), presentada ahora en forma de interrogación retórica, para que el lector comparta la opinión de Lain
acerca de nuestra incapacidad para disfrutar del incomparable «espectáculo» que la Naturaleza nos ofrece, para delei-
te de nuestro espíritu.
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TÉCNICAS PARA FACILITAR LA COMPRENSIÓN LECTORA
Texto
Algunos españoles esclarecidos sintieron al menos la impresión de vacío, de flaccidez, que traía a sus almas su pro-
pia situación histórica de españoles. Esa impresión será expresada con distintos nombres: es la «abulia» que Ganivet
diagnostica, el «marasmo» que angustia a Unamuno, la «depresión enorme de la vida» que Azorín advierte, la visión
de una España «vieja y tahúr, zaragatera y triste», que asquea a Machado, el inconsciente y alegre «suicidio lento»
que con tan enorme tristeza —una tristeza de gigante vencido— delata Menéndez Pelayo. ¿Qué tiene que ver el necio
contento de aquellos españoles —1885, 1890, 1895— con la ilusión grave y creadora de los pueblos acordes con su
historia y con el tiempo en que viven?
Porque, no lo olvidemos, el problema íntimo de la España ochocentista, desde 1812, es la irreductible discrepan-
cia entre unos ardorosos tradicionalistas que no saben ser actuales y unos progresistas fervientes que no aciertan a
hacerse españoles. Los españoles acordes con la historia de España no aciertan a vivir en su tiempo; los que preten-
den vivir en su tiempo no saben afirmar la ambición ni la historia de España. A la hora de la Restauración, Cánovas
y Sagasta dan menguado cumplimiento al programa de Sandhurst y pretenden resolver aquella medular discordia
meéiante un artificio casero, construido de tres piezas: los partidos políticos turnantes —se hace del «turno» un suce-
dáneo barato de la «unidad»—; un sufragio universal canalizado con habilidad y campechanería por medio del «puche-
razo» y la institución del cacicato rural —¡qué envilecimiento, hasta desde el punto de vista lingüístico, depender his-
tóricamente de algo llamado «pucherazo»!—; y, en fin, una laxa libertad para la expresión literaria y política, a fin de
que la gente española «se desahogue por el pico», como ella misma dice. Y la paz, la anhelada paz, antes calma chi-
cha que paz verdadera y fecunda, sólo alterada por leves algaradas políticas y por los primeros síntomas visibles de
la llamada «cuestión social»: la cuestión social, dicen los guardias urbanos en los saínetes y zarzuelas chicas que por
entonces solazaban el fácil humor del público burgués.
Pedro Lain Entralgo
La Generación del noventa y ocho.
Editorial Espasa-Calpe.
Comentario
Tres son las ideas que Lain Entralgo expone en el texto anterior: el sentimiento de desaliento en que vive sumida
el alma de muchos españoles en los años subsiguientes a la Restauración, amargamente denunciado por los hombres
del 98; el enfrentamiento ideológico entre tradicionalistas y progresistas, que Cánovas y Sagasta trataron de superar
dando cumplimiento al Manifiesto de Sandhurst —firmado en esta ciudad británica por el futuro Alfonso XII, y que,
de hecho, fue el programa de gobierno del Partido Conservador durante los primeros años de la Restauración—; y la
paz inconsistente, levemente alterada por conflictos político-sociales, en la que se forma la personalidad de los hom-
bres del 98.
Estamos, pues, ante un texto de carácter expositivo de estructura paralela, ya que ninguna idea se supedita a las
demás, sino que todas, adecuadamente relacionadas, tienen la misma importancia conceptual. Esta es, pues, esque-
máticamente reproducida, la disposición estructural que adopta el texto de Lain Entralgo, en el que abrimos, con-
vencionalmente, tres parágrafos (al dividir en dos el segundo parágrafo del autor):
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ESTRUCTURAS DOMINANTES DE Dos son los tipos más frecuentes de argumentación: la
LOS TEXTOS ENSAYÍSTICOS DE deductiva, que parte de la tesis para extraer de ella los
argumentos que la sustentan (yendo, por tanto, de lo gene-
CARÁCTER ARGUMENTATIVO ral —la tesis— a lo particular —los argumentos-); y la
inductiva, que infiere la tesis de los argumentos expues-
En los textos argumentativos se aducen razones —lla-
madas argumentos, que conforman el cuerpo de la argu- tos (tesis que sirve de colofón a los razonamientos).
mentación— para probar o demostrar algo, o bien para Y dos textos salidos de la pluma de José Ortega y
convencer a alguien sobre algo; lo que, en ambos casos, Gasset, y que reproducimos a continuación —acompa-
constituye la tesis. La argumentación suele aparecer com- ñados de su correspondiente comentario—, van a ser-
binada con la exposición: expuesta una información, se virnos, precisasmente, para presentar las dos clases de
confirma o se refuta con los correspondientes argumentos. argumentación.
Texto
Viven los cuadros alojados en los marcos. Esa asociación de marco y cuadro no es accidental. El uno necesita del
otro. Un cuadro sin marco tiene el aire de un hombre expoliado y desnudo. Su contenido parece derramarse por los
cuatro lados del lienzo y deshacerse en la atmósfera. Viceversa, el marco postula constantemente un cuadro para su
interior, hasta el punto de que, cuando le falta, tiende a convertir en cuadro cuanto se ve a su través.
La relación entre uno y otro es, pues, esencial y no fortuita; tiene el carácter de una exigencia fisiológica, como
el sistema nervioso exige el sanguíneo, y viceversa; como el tronco aspira a culminar en una cabeza y la cabeza a
asentarse en un tronco.
La convivencia de marco y cuadro no es, sin embargo, pareja a la que primero ocurriría comparársele: la del traje y
el cuerpo. No es el marco el traje del cuadro, porque el traje tapa el cuerpo, y el marco, por el contrario, ostenta el cua-
dro. Es cierto que a menudo deja el traje al descubierto una parte del cuerpo; pero esto nos parece siempre una peque-
ña locura que el vestido comete, una negación de su deber, un pecado. Siempre la cantidad de superficie corporal que
el traje descubre guarda relaciones con la que oculta, de suerte que al hacerse aquélla mayor que ésta, deja el traje de
ser traje y se convierte en adorno. Así, el cinturón del salvaje desnudo tiene carácter ornamental y no indumentario.
Pero tampoco es el marco un adorno. La primera acción artística que el hombre ejecutó fue adornar, y ante todo,
adornar su propio cuerpo. En el adorno, arte primigenio, hallamos el germen de todas las demás. Y esa primera obra
de arte consistió sencillamente en la unión de dos obras de la naturaleza que la naturaleza no había unido. Sobre su
cabeza puso el hombre una pluma de ave, o sobre su pecho ensartó los dientes de una fiera, o en torno a la muñeca
se ciñó un brazalete de piedras vistosas. He ahí el primer balbuceo de ese tan complejo y divino discurso del arte.
¿Qué misterioso instinto indujo al indio a poner sobre su cabeza una lucida pluma de ave? Sin duda, el instinto
de llamar la atención, de marcar su diferencia y superioridad sobre los demás. La biología va mostrando cómo es
aún más profundo que el instinto de conservación el instinto de superación y predominio.
Aquel indio genial sentía en su pecho una confusa idea de que valía más que los otros, de que era más hombre
que los otros; su flecha silbante era
en el tupido bosque la más certera e
iba rauda a buscar bajo el ala la vida
del ave con plumas preciosas. Esta
conciencia de superioridad yacía
muda en su interior. Al poner sobre
su cabeza la pluma, creó el indio la
expresión de esa íntima idea que de
sí mismo tenía. La pluma sobre él,
¿era tan sólo para que los demás la mirasen? No; la pluma
vistosa era más bien un pararrayos con que atraer las
miradas de los otros y verterlas luego sobre su persona.
La pluma fue un acento, y el acento no se acentúa a sí
mismo, sino a la letra bajo él. La pluma acentúa, destaca
la cabeza y el cuerpo del indio, va sobre él como un grito
de color lanzado a los cuatro vientos.
Todo adorno conserva ese sentido, que se hace patente
en el trazo oblicuo e indicativo de la pluma sobre la fren-
te del salvaje: atrae sobre sí la mirada, pero es con ánimo
de hincarla sobre lo adornado. Ahora bien: el marco no
atrae sobre sí la mirada. La prueba es sencilla. Repase cada
cual sus recuerdos de los cuadros que mejor conoce, y
advertirá que no se acuerda de los marcos donde viven
alojados. No solemos ver un marco más que cuando los
vemos sin cuadro en casa del ebanista; esto es, cuando el
marco no ejerce su función, cuando es un marco cesante.
Comentario
Texto
(1) Ahora bien, el toro es el animal que embiste. Comprenderlo es comprender su embestir. Esto es lo que sonará a
desesperante perogrullada, porque se da por supuesto que todo el mundo «comprende» la embestida del cornúpeta.
(2) Mas el aficionado que en un tentadero se ha puesto alguna vez delante de un becerro añojo saliendo casi indefec-
tiblemente atropellado, si reflexiona un poco sobre su fiasco caerá en la cuenta de que la cosa no es tan perogrulles-
ca. Porque sabe muy bien que no fue el miedo la causa de su torpeza. Un añojo no es máquina suficiente para engen-
drar temblores. La frustración fue debida a que no «comprendió» la acometida de la res. La vio como el avance de un
animal en furia y creyó que la furia del toro es, como la del hombre, ciega. Por eso no supo qué hacer y, en efecto, si
el embestir fiel del toro fuera ciego, o habría nada que hacer, como no sea intentar la huida. (3) Pero la furia en el
nombre es un estado anormal que le deshumaniza y con frecuencia suspende su facultad de percatarse. Mas en el toro
la furia no es un estado anormal, sino su condición más constitutiva en que llega al grado máximo de sus potencias
vitales, entre ellas la visión. (4) El toro es el profesional de la furia y su embestida, lejos de ser ciega, se dirige clari-
vidente al objeto que la provoca, con una acuidad tal que reacciona a los menores movimientos y desplazamientos de
éste. Su furia es, pues, una furia dirigida, como la economía actual de no pocos países. Y porque es en el toro dirigi-
da se hace dirigible por parte del torero.
Comentario
Aunque Ortega y Gasset ha preferido el parágrafo amplio y discursivo, podríamos dividir el texto en cuatro partes
—que, convencionalmente, hacemos coindicir con otros tantos parágrafos—, en razón de las ideas recogidas en el
texto; precisamente las que, con las propias palabras del autor, exponemos seguidamente:'
• El toro es el animal que embiste. (Parágrafo 1).
• El aficionado que (...) se ha puesto alguna vez delante de un becerro añojo saliendo (...) atropellado, (...) creyó
que la furia del toro es, como la del hombre, ciega. (Parágrafo 2).
• La furia en el hombre es un estado anormal que le deshumaniza (...). En el toro (...) no es un estado anormal, sino
(...) condición más constitutiva (...) de sus potencias vitales. (Parágrafo 3).
• El toro es el profesional de la furia y su embestida (...) se dirige (...) al objeto que la provoca. (...) Su furia es,
pues, una furia dirigida. (...) Y (...) se hace dirigible por parte del torero. (Parágrafo 4).
A cada parágrafo corresponde, pues, una idea, que ahora expresamos con nuestras propias palabras:
2. Mas el aficionado que en un tentadero se ha puesto Las cogidas de los aficionados son debidas a su creencia
alguna vez delante de un becerro añojo... de que la furia del toro es ciega.
3. Pero la furia en el hombre es un estado anormal que La furia, en el hombre, es anormal; y, en el toro, su razón
le deshumaniza... de ser.
4. El toro es el profesional de la furia... El engaño que exhibe el torero hace dirigible la furia del
toro.
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TÉCNICAS PARA FACILITAR LA COMPRENSIÓN LECTORA
Cuando en apoyo de una idea se apela a lo que sobre dicha idea haya opinado una persona con cierta relevancia
intelectual, la cita —textual o «parafraseada»— de esa opinión se denomina argumento de autoridad; mientras que
el argumento ad hóminen se funda en las opiniones de la misma persona a quien se dirige, para refutarlas con sus pro-
pios razonamientos.
En el siguiente texto —que constituye un claro ejemplo de argumentación inductiva—, el escritor Pedro Salinas
emplea los dos tipos de argumentos citados para defender la tesis de que toda comunidad civilizada debe respetar su
propia lengua y vivir pendiente de ella.
Texto
Esta fantasía me lleva a la cuestión que considero más vital de todo este discurso. ¿Cuál es la relación consciente
del hombre y su lenguaje? Me esforcé hasta ahora en sostener que la relación inconsciente, natural, entre lenguaje y
hombre es de rigurosa esencialidad.
El hombre ha hecho el lenguaje. Pero luego el lenguaje, con su monumental conjunto de sinónimos,
contribuye a hacer al hombre, se le impone desde que nace. Sus fórmulas, moldes expresivos, for-
man una organización aceptada por la sociedad y a la que hay que obedecer so pena de no ser
entendido. Si un individuo rechaza la constitución lingüística normal de su país y adopta una sin-
taxis particular para su uso propio, ninguna ley hay que se lo vede, pero la sociedad lo dejará ais-
lado, por la simple razón de que no sabe lo que dice. El lenguaje es el señorío de una realidad
espiritual de símbolos forjada durante siglos sobre la anarquía individual. Pero admitido eso,
¿deberemos admitir también que el lenguaje funciona como una fatalidad, que nos arrastra
en su caudal, como el arroyo a la brizna de hierba? Ha escrito Vossler que el hombre, por
modesto que sea, al emplear el lenguaje nunca es un mero repetidor mecánico. «Aun en
los seres más escasa y pobremente dotados vive la chispa de una lengua propia y libre.
El más miserable esclavo, desde el punto de vista lingüístico, es autónomo siempre en
un oculto rincón de su alma y nunca puede descender hasta el papagayo». Nos nega-
mos a aceptar la actitud positiva ante el lenguaje, cuando afirma, basándose en el
principio, idolatrado por el positivismo, de la evolución natural, que el lenguaje
escapa casi por completo a toda acción voluntaria del hombre. Un brillante filólo-
go hispánico de la escuela idealista, Amado Alonso, afirma: «La lengua no es un
organismo animal ni vegetal, no es ningún producto natural, ni tiene
casi leyes autónomas ni condiciones de existencia ajenas a la inter-
vención de los hablantes. Una lengua ha sido lo que sus hablantes
hicieron de ella, es lo que están haciendo, será lo que hagan con
ella». ¡Qué profundo resonar dejan tras sí esas palabras del filólogo
hispano-argentino! Porque nos llevan al centro mismo de nuestra responsa-
Salinas, a partir de una serie de ideas establecidas como premisas —y que constituyen el cuerpo de la argumenta-
ción—, llega, como coronación lógica del razonamiento, a la tesis, que sitúa al final del texto: cualquier comunidad que
se diga civilizada debe ser respetuosa con su lengua, como una manifestación más de su propia dignidad espiritual.
La línea argumental del texto puede seguirse con toda claridad: aunque el hombre es el verdadero artífice del len-
guaje, para poder ser entendido por la comunidad lingüística en la que se integra debe someterse a las fórmulas expre-
sivas que dicho lenguaje ha venido desarrollado socialmente; aunque no de una manera mecánica, sino de un modo
creador que sirva para manifestar su propia personalidad. No es cierta la afirmación del positivismo de que el len-
guaje escapa a la acción voluntaria del hombre, ya que una lengua es lo que sus hablantes hicieron, hacen y harán con
ella. De ahí que toda comunidad civilizada, consciente de su dignidad espiritual, deba estar pendiente de su lengua,
como valioso instrumento de intercomprensión entre sus usuarios.
2. La esquematizarían de textos
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Baremo para la valoración de un esquema
Senador Pallero «3» propuso en su día una tabla con diez indicadores para valorar la eficacia de un esquema; indi-
cadores que pueden alcanzar una puntuación que oscila entre de entre el 1 (valoración mínima) y el 10 (valoración
máxima). La información —con los citados diez indicadores— podría recogerse de la siguiente manera:
0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 1 0
1. Proporcionalidad entre texto y papel
2. Captación en un golpe de vista
3. Lenguaje y expresiones propias
4. Contenido
5. Estructura
6. Sistemática
7. Enunciados o apartados
8. Distribución de ideas
9. Presentación: caligrafía y legibilidad
10. Elementos de realce
Puntuación total obtenida. .%
Ofrecemos, a continuación, desde nuestra óptica personal, la «clave» para efectuar la asignación de la puntuación
que, en su caso, pudiera corresponder a cada uno de los diez indicadores; bien entendido que el esquema ha de servir
como «procedimiento» para manifestar que se ha comprendido cabalmente la información suministrada por un texto:
cuál es la fundamental y cuál la accesoria, y cómo se dispone y organiza.
1. Proporcionalidad entre texto escrito y papel en blanco. Debe existir una adecuada proporcionalidad entre texto escri-
to y espacios libres en el papel —ya sea éste folio, cuartilla...—, a fin de que «lo escrito» destaque suficientemente.
2. Captación, en un golpe de vista, de las ideas fundamentales, así como de la relación existente entre ellas. La brevedad
y la precisión en la forma de expresarse han de permitir que, para saber qué es lo que dice un esquema, no haya que
leerlo «literalmente»; por lo tanto, será necesario, además, que la disposición de las ideas se efectúe de tal forma que
parezca que dichas ideas «salen» del papel y, en consecuencia, puedan captarse con el mínimo de fijaciones oculares.
3. Lenguaje y expresiones propias. El esquema y el texto del que un esquema procede sólo han de parecerse en las
ideas; ya que la forma de redactar el esquema es la que corresponde al estilo expresivo propio de quien lo efectúa.
4. Contenido. Un buen esquema deberá contener las ideas más importantes de un texto, cuanto explica o completa
esas ideas y, además, la relación
de jerarquía que existe entre ellas.
5. Estructura. En un esquema debe
quedar adecuadamente reflejada la
estructura del texto de referencia;
es decir, la relación e intercone-
xión de sus diferentes partes.
6. Sistemática. Las ideas se presenta-
rán y distribuirán en función de su
importancia conceptual: cuanto
más importante sea una idea, más
cerca estará del margen izquierdo;
y a medida que pierda principali-
dad, avanzará hacia el margen
derecho. De esta manera, las ideas
menos relevantes figurarán debajo
y a la derecha de aquellas otras de
mayor importancia conceptual, a
las que quedarán supeditadas.
C D L ENERO 2002 / 27
TÉCNICAS PARA FACILITAR LA COMPRENSIÓN LECTORA
7. Enunciados. Son los apartados generales en que viene repartida la información. La buena determinación de esos
apartados es condición fundamental para elaborar un buen esquema.
8. Distribución de ideas. Una vez determinados los enunciados, hay que distribuir correctamente las ideas que con-
tiene el texto —fundamentales y accesorias—, en razón de tales enunciados.
9. Presentación. Una buena caligrafía que facilite la legibilidad de la escritura es indispensable para la correcta inter-
pretación de un esquema, cuando éste se realiza en escritura manuscrita.
10. Elementos de realce. Pueden emplearse cuantos elementos icónicos sirvan para mejorar la captación del esque-
ma y contribuyan a su mejor entendimiento: conveniente uso de mayúsculas y minúsculas, de letras de diferen-
tes cuerpos y formatos, de asteriscos, rayas, puntos, etc.
APLICACIÓN PRÁCTICA
Se ofrece a continuación el esquema correspondiente al texto de José Ortega y Gasset titulado «Marco traje y ador-
no», reproducido con anterioridad (4).
Notas
(1) Cfiv. Fernando Lázaro Carreter y Eva-
risto Correa Calderón: Cómo se comenta un
texto literario. Madrid, editorial Cátedra.
(2) Cfr.: Francisco Marcos Marín: El
comentario lingüístico. Madrid, editorial
Cátedra.
(3) Senador Pallero: La entrada en la
Universidad: Instrumentos de aprendizaje
universitario. Madrid, Narcea de ediciones.
(4) Cfr.: José Ortega y Gasset: El espec-
tador. «Meditación del marco», 2. Madrid,
editorial Espasa-Calpe. «Recomendamos
vivamente la lectura del ensayo completo
—placer estético y dialéctica rigurosa armó-
nicamente aunados—, género éste —el ensa-
yo— en el que Ortega y Gasset fue un maes-
tro excepcional. Y disfrutaremos de una
prosa caracterizada por el rigor en el empleo
del léxico, el perfecto ajuste de las estructu-
ras sintácticas al ritmo narrativo, la trabada
vertebración de las ideas que ayuda a la
coherencia interna de los diferentes epígra-
fes, el lenguaje metafórico de altísimo valor
estético y gran eficacia didáctica, etc., etc.».
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