Artieda 86
Artieda 86
Lecturas e interpretaciones
A 4 0 A O S DEL C O N C IL IO V A T IC A N O II LECTURAS E IN T E R P R E T A C IO N E S
A 4 0 A O S DEL C O N C IL IO V A T IC A N O II LECTURAS E IN TE R P R E TA C IO N E S
ED U C C
Shickendantz, C arlos A 40 aos del concilio Vaticano 2 : lecturas e interpretaciones - 1 ed. - C rdoba : Univ. C atlica de C rdoba, 2005. 4 0 4 p. ; 22x15 cm. ISBN 987-1203-43-8 1. C oncilio Vaticano II. I. T tulo CD D 262.5
C opyright 2005 by E D U C C - E ditorial de la U niversidad C atlica de C rdoba. D irecto r E ditorial: N e lso n -G u sta v o Specchia. Prim era edicin: o ctubre de 2005. A rte de tapa: K alinow ski - M anavella - V aggione
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NDICE
Introduccin La interpretacin del Vaticano II com o tarea de in vestigacin d iscip lin a r.............................................................
C arlos Schickendantz
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Pensam iento pedaggico latinoamericano La prctica educativa como prctica de filiacin cul tural y ia responsabilidad de ia universidad.................
E nrique B am bozzi
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Hacia una hermenutica dei Concilio Vaticano II Aportes desde Paul R ic o e u r ..................................................
Santiago C astello
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Carlos Schickendantz
deG alileo
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El desarrollo in tegral y so lid ario del hom bre a los 40 aos dei Concilio Vaticano II. Una mirada desde A rgentina................................................
M ara C lem encia Jugo Beltrn
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Mons. Enrique Angelelli: Todo Concilio en la Iglesia es tambin una metanoia de la Comunidad Cristiana .
Luis O. Liberti
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La libertad de opinin en la Iglesia cordobesa. Los reportajes del diario Crdoba. Abril-mayo de 1964 ..
G ustavo M orello
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Slo un Papa puede cambiar ia Iglesia Una clave de lectura del Vaticano II .................................
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ndice
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Introduccin LA INTERPRETACI N DEL VATICANO II COM O TAREA DE IN V ESTIG ACIN IN TER D ISC IPLIN A R
En el m es de ju n io de 2005 se llevaron a cabo las Terceras Jor nadas Interdisciplinarias organizadas en la Facultad de F ilosofa y H u m a n id a d e s de la U n iv ersid a d C a t lic a de C rd o b a. 1 El evento fue convocado bajo el lem a C ultura - Sociedad - Igle sia. A 40 aos del C oncilio Vaticano II. Dicho C oncilio repre sent un hecho significativo en la historia de la cultura y de la Iglesia del siglo XX. En l cristalizaron diversos procesos de re n o v aci n que ofreciero n p u n to s de p artid a para un trab a jo de ag g io m am ien to que posibilitara una nueva autocom prensin de la fe cristiana de cara a los form idables cam bios socio-culturales experim entados. D espus de una extensa etapa preparatoria, y a partir de la propia tradicin, la A sam blea C onciliar em prendi la tarea de afrontar, con agenda abierta, los principales problem as de la Iglesia y de la sociedad de entonces. El aniversario, cuatro dcadas despus, constituye un buen m om ento para realizar un balan ce y p ara en say ar algunas in terp retacio n es. Las Jo rn ad as realizadas posibilitaron, desde disciplinas diversas (ciencias de la educacin, historia, filosofa, letras, teologa), este ejercicio aca dm ico, La pluralidad de enfoques resalta de m anera inm ediata.
1 L os te x to s d e la s P rim e ra s J o rn a d a s se p u b lic a ro n e n C. SCHICKENDANTZ (ed.), Lenguajes sobre D ios al fin a l del segundo milenio. Dilogos interdisciplinares , E duce, C rd o b a 2003; los de las S eg u n d as Jo rn a d a s en C. SCHIC KENDANTZ (ed .), Crisis cultural y derechos humanos. E duce, C rd o b a 2004.
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Al in tro d u cir este texto, sustancialm ente fruto del evento m en cionado, quiero destacar brevem ente, apoyado en unas conside raciones del socilogo alem n Karl G a b rie l,2 la im portancia de la investigacin interdisciplinar en la interpretacin del Concilio. C om o lo reconocen m ltiples estudios, el Vaticano II revela su autntico perfil y su peculiar identidad si se considera el ca rc ter de acontecim iento en el com plejo contexto de la historia del catolicism o m oderno. Esta historia, desde Trento hasta la poca previa al Vaticano II, se caracteriza por una oposicin fundam en tal al am biente general de la m odernidad. La oposicin de d iri ge contra la prdida del m onopolio en la cristiandad occidental a m anos del p rotestantism o, contra la ilustracin europea y su pretensin de una razn em ancipada y contra los sistem as ideo lgicos explicativos de los procesos sociales tales com o el libe ralism o y el m arxism o. Esta oposicin se dirige fundam entalm ente contra lo que hoy se considera com o el ncleo de la transform acin social m oderna: el cam bio del principio dom inante de diferenciacin de estratos o clases jer rq u icas a diferenciaciones funcionales. Los cam pos de conflicto se extienden secularm ente, en el cam po poltico, por la pretensin de los estados m odernos a la autonom a y la so b e rana poltica, p o r una econom a que de m anera creciente se in dependiza, por una ciencia que se desarrolla segn leyes propias, por la creaci n de un m bito pblico m editico, laico, etc. La delim itaci n fundam ental del cato licism o se m anifiesta, piensa G abriel, en la ruptura de la com unicacin con los discursos con los cuales se elabora la autocom prensin de la vida m oderna. A la luz de este proceso, sintticam ente descrito, constituye una clave herm enutica central para la com prensin del C oncilio y
3 Cf. K. GABRIEL, D ie In te rp re ta ro n d e s II. V atikanum s a is interd iszip lin are F o rsch u n g sau fg a b e", en P. HNERMANN (ed .), D as 1. Vatikanum christlicher G laube im Horizont globaler M odernisierung. Einleitwigsfragen, Pad erb o rn 199S, 35-47.
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Introduccin
de sus tex to s el hecho que, a partir de la convocatoria de Juan X X III y de la prag m tica co n stru id a a partir de e lla ,3 se re nuncia a la oposicin fundam ental con el m undo m oderno y, en su lugar, se exige una com unicacin abierta con todos los hom bres en sus diversas situaciones vitales m odernas. Es la dinm i ca interna del C oncilio la que conduce a este cam bio de perspec tiva. P aralelam en te, debe ad v ertirse un punto central que diferencia este C oncilio de los anteriores. N unca una asam blea de estas ca ra c te rstic a s h aba p reten d id o situ arse, re flex io n an d o sobre la Iglesia com o un todo com plejo, frente a la sociedad y la cultura de su tiem po, en orden a anunciar de una m anera actualizada su m ensaje. La m ism a extensin y panorm ica de los textos m ues tran esta perspectiva global. D e aqu se desprenden conclusiones im portantes para su interpretacin. Las extensas consideraciones vinculadas a problem as sociales, en perspectiva pastoral, plan tean la necesidad de am pliar el cam po de una m era criteriologa intrateolgica; dem andan una tarea interdisciplinar. La bsqueda de claves herm enuticas para los textos conciliares no puede li m itarse com o en el pasado a m eras consideraciones intrateolgi cas e intraeclesiales. En este sentido es necesario preguntarse en qu m edida el C oncilio ha acertado en la pretensin de com pren der y describ ir la situacin actual del m undo y del hom bre. Por ejem plo, no ha desarrollado el C oncilio una visin dem asiado optim ista y, por tanto, no ha perdido de vista la llam ada dialc tica de la m odernidad? Si el C oncilio se sita frente a un doble polo: la recuperacin global de la tradicin, por una parte, y la respuesta a los desafos de la sociedad m oderna, entonces la pre g u n ta acerca de la crite rio lo g a de la descrip ci n del presente adquiere un peso considerable. En este sentido, piensa G abriel,
3 Cf. al respecto, por e je m p lo , el tex to de P. HNERMANN pub licad o en este li bro, El V aticano [I c o m o a co n tec im ie n to y la c u e sti n a cerca de su p ra g m tica".
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el C oncilio y su pragm tica im plican un program a de investiga cin interdisciplinar m uy exigente que hasta ahora ha sido ap e nas advertido y poco realizado. C on qu cu estio n es cen trales so cio -h ist ricas se co n fro n ta la p rag m tica c o n c iliar que, en tanto ho rizo n tes de interpretacin del C o n cilio, pueden ser im portantes para su h erm enutica? La p rag m tica c o n c iliar exige p ara la Iglesia, por p rim era vez, un an lisis d iferen ciad o del p resen te que distin g a poten cialid ad es y am en azas en la sociedad m oderna. Com o ningn otro c o n c i lio, el V aticano II tuvo co n cien cia de las ten d en cias u n iv e rsa les y globales. Un punto im portante para la co m p ren si n de su in te rp re ta c i n es p re c isa r la re acc i n del C o n c ilio fren te al pro ceso de g lo b alizac i n , a la relacin entre cu ltu ra global y c ristia n ism o , de m an era an lo g a es im p o rtan te d e te rm in a r su reaccin frente a los procesos de re lo calizaci n y p articularizacin. Un te rc e r m bito resid e en el creciente p lu ralism o re lig io so , en el pro ceso de d estra d ic io n a liz a c i n , de p riv a tiz a c i n y r e la tiv iz a c i n de las c u e s tio n e s re lig io s a s . En qu m edida el C oncilio com prende esta situacin y las c o n se cu en cia s q u e de e lla se d e riv a n , co m o p o r e je m p lo , la cu e sti n acerca de la verdad en una sociedad ab ierta y plural. Un cu ar to m bito: la m odernidad se caracteriza por la disolucin de la sociedad co n fesio n al y por la afirm aci n de la d ig n id ad de la p e rso n a . E l p ro c e so de a u to n o m iz a c i n y d ife re n c ia c i n se realiza en co m petencia y co n flicto con el catolicism o. El C o n cilio in terrum pe la trad ici n del cato licism o m oderno de autoco n ceb irse fu n d am entalm ente com o una fu erza anti-em ancipatoria. L a p re g u n ta es cm o se sit a frente a los p ro c eso s de d ig n ificac i n de la persona, en qu m edida reconoce y a d v ier te esos p ro ceso s y cm o se p resen ta el E vangelio en relacin a los p ro g reso s cien tfico s, tcn ico s y sus form as filo s fica s y ticas. Q u in to m bito: la d iferen ciac i n entre relig i n e Ig le sia, en tre d ecisio n es religiosas individuales e in stitu cio n e s re lig io sas, en tre la fe de los creyentes y la de las instituciones
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Introduccin
p lan tea p ro b lem as en la relacin de las Ig lesias con sus c re yen tes. C m o se plantea la com unicacin con la religiosidad in d iv id u a l? Q u v a lo r te o l g ic o tie n e la a u to rid a d de los c rey en tes? E xiste en el C oncilio una au to in terp retaci n in s titu cio n al en la linea de una funcin m ediadora, instrum ental? H ay en el C oncilio un intento de valorar las realidades tem po rales en su legtim a autonom a. E sto se funda en la com pren si n de que en la historia hum ana se encuentran huellas de la historia de salv ac i n .4 P or esta razn, en la com prensin de la sociedad reside tam bin un cam ino para la com prensin de la Iglesia. D esde esta perspectiva, el C oncilio, y su interpretacin, tienen una relacin constitutiva, no m arginal, con las m odernas ciencias sociales. C on este concepto se incluyen las disciplinas que se ocupan de la form a y desarrollo del vivir hum ano com n (K aufm ann). Junto a la sociologa, tam bin la econom a, la his toria. el derecho, la etnologa, la psicologa social, la filosofa social, etc. Los procesos de diferenciacin y especializacin de d ich as cien cias so ciale s no p erm iten c a ra c te riz a r la so cied ad m oderna con un concepto nico o unitario. De all que el pro yecto m oderno de tem atizar y conceptualizar cientficam ente la socied ad posee su unidad slo en una co m u n icaci n orgnica interdisciplinar. Para una interpretacin del C oncilio com o tarea in te rd isc ip lin a r est p lu ralid ad hace m s d ifcil el em p ren d im iento. En lugar de un concepto unitario de sociedad, hay que d ialo g ar con enfoques teorticos diversos con perspectivas m l tiples. C onfiam os en que los artculos de este libro, en su m ayora fru tos del trabajo de profesores de nuestra U niversidad, contribuyan
4 D e c isiv o p a ra el C o n c ilio y su in te rp re ta c i n es el a n lis is de la c a te g o ra sig n o d e los tie m p o s . Cf. e n e ste lib ro la tra d u c c i n del im p o rta n te a rtc u lo de M a rie -D o m in iq u e CHENU, L es sig n e s d e s te m p s , p u b lic a d o o rig in a lm e n te e n 1965.
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a la celebracin y recepcin creativa del Vaticano II. Finalm ente* deseo ag radecer al Lic. Ram n O rtellado la lectura y correc cin de los textos para su publicacin.
C arlos S chickendantz
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1 D octora en Letras. Profesora de las Facultades de Filosofa y H um anidades de la U niversidad N acional de C rdoba y de la U niversidad C atlica de Crdoba. 2 P rofesora de C astellan o , L iteratu ra y Latn. 3 En el tran scu rso de esta prim era p arte de la co m u n ic ac i n se intercalarn y p ro y e ctar n a lgunas secuencias del film e. 4 C u rs su s e stu d io s en la U n iv e rsid a d del C ine, de la que e g re s en 1995. T rab a j com o so n id ista en v a rio s film es (Pizza, birra y fa s o , Bonanza, E s perando ai M esas) y ju n to a M artn G rig n asch i cre L a B urbuja S onidos", un E studio e sp e cializa d o en el sonido para cine 5 Cf. A. DI TELLA, R evista E A m ante Cine, N 123, p. 27.
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realizador, de un narrador que sabe que hace un film e, incorpo ra elem en to s que in terru m p e n el flujo d o cu m en tal o b je tiv o y crea un contrapunto significante, com o por ejem plo las fotogra fas de ld eres p o ltico s, la in te rc a la c i n de escen as de otros tiem pos y hechos en ese m ism o lugar, y hasta se atreve a intro ducir una especie de perform ance callejera. Finalm ente, el trab a jo de reelaboracin a travs del m ontaje resignifica e interpreta todo el m aterial docum ental y se pasa del inform e objetivo a un producto artstico que com o tal, interpreta la realidad desde una perspectiva situada de m anera m uy crtica frente al uso y m ani pulacin de la fe. En cuanto a las m otivaciones que llevaron a B ellande a concre tar el film e, la m s obvia es el hecho de haber vivido toda su in fancia y adolescencia en San N icols y haber sido testigo del cli m a c o n v u ls io n a d o y las tr a n s f o rm a c io n e s e c o n m ic a s y culturales que sufrira la ciudad. Tuvo la obra un largo perodo de elab o racin. D urante cuatro aos (1997-2000), el d irecto r y su equipo viajaron a San N icols, durante el m es de setiem bre especialm ente, para la investigacin, registro y acopio de m ate rial flm ico. El relato cinem atogrfico aparece enm arcado por dos encuadres de cam p o am plsim o de la ciudad de S an N icols. C om ponen am bos una especie de im genes en quiasm o (paralelism o en e s pejo) desde la periferia (ro, puerto), al centro (Ig lesia), tom a inicial: y del centro a la periferia, tom a final, reforzado por el contrapunto tem poral de am anecer/atardecer. A travs de la alter nancia de las secuencias donde se utiliza el corte seco 6 para la transicin de un plano a otro, de m anera paralela se estructura el doble relato:
6 Se llam a p asaje p o r co rte seco a la u n i n d irec ta de dos planos: e s ste, re a l m ente, el pasaje m s rpido y cin e m ato g rfico po rq u e presen ta las im genes e se n c ia le s para la em o tiv id a d de la n arraci n sin lim itarlas ni a lterarlas. L. CHIARINI, Arte y tcnica del film , P ennsula, B arcelo n a 198.
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a) La b sq u ed a de la p rotagonista: G ladys Q uiroga de M otta, que asegura ver a la Virgen M ara y genera a su alrededor todo ese fenm eno religioso. b j La llegada de los peregrinos desde distintos puntos del pas hacia la ciudad de San N icols, sus lugares santos y la reali zacin de la F iesta . A m bos recorridos im plican no slo una presentacin del fen m eno religioso, sino tam bin una visin de la ciudad de San N i cols y su transform acin. La otrora sede la principal industria siderrgica del pas, SO M ISA , deviene ciudad turstica que aco ge anualm ente a m ultitudes de visitantes y que explota econm i cam ente dicho fenm eno, m ientras esconde el dram a de la des ocupacin y las protestas populares. La bsqueda de la m ujer que habla con la Virgen que es en rea lidad un recurso para sostener el inters del film e se presenta de m anera fragm entada. A travs de los testim onios de los infor m antes: vecinos (identificados o annim os) y m iem bros de insti tuciones de la com unidad (periodista, cura, psiquiatra), se puede ir reconstruyendo la identidad atribuida a la persona (personaje) G ladys. Esta es presentada con visos de m isterio que contribuyen a realzar el halo de santidad que la religiosidad popular le atribu ye, p o r ser ella la m ediadora de los m ensajes que la V irgen del R osario quiere trasm itir a sus fieles. U na iconografa anacrnica: fotos de la ju v en tu d de la protagonista, ofrecidas por el periodis ta local, fotos de los estigm as de las m anos de la vidente y expli caciones orales, presentadas por un psiquiatra, descripciones de un peregrino acerca de las reacciones fsicas de la m dium en los m om entos del trance, contribuyen a acrecentar la idea de m is terio e intangibilidad con que se la rodea, pero al m ism o tiem po, de m ujer sim ple y sencilla que cree sinceram ente en lo que narra. Su casa se ha transform ado en uno de los polos de atraccin de la ciu d ad , u n a esp e cie de lu g ar sa n to , a donde c o n c u rre la m u ltitud de m ujeres que esperan para verla y que depositan, a
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travs de la reja, las cartas con las peticiones. A pocos m etros de la m ism a est el otro lugar convocante: la ca p illa o santuario, donde se halla la im agen de la Virgen. Se observa la estrategia de la Iglesia oficial para desplazar el lugar santo de la casa de G ladys a un tem plo que es presentado en sus diferentes etapas de construccin, idea surgida, segn lo m anifiesta el prroco del lugar, de la necesidad de poner paredes al tem plo espiritual . En cu an to a los peregrinos, el m ism o au to r co n fiesa que fue lo prim ero que film . Hay diferentes tom as de los grupos que reco rren cen ten ares de k ilm etros, un itin erario ja lo n a d o de etapas deportivas y de puntos fuertes (m isas de cam paa). Son grupos que finalizan el peregrinaje en el lugar elevado (casa, tem plo), y que co n flu y e n en la en cru cijad a (fu en te de agua b en d ecid a ), pero q ue tam bin contrib u y en a la ap arici n de los no lugares, caractersticos de las ciudades contem porneas y a todo un m ovi m iento de corte turstico. O los que participan, com o m asa, de ese espacio-otro, la heterotopa de la feria (donde todo se m ercantiliza y vende) o de la fiesta, donde se celebra ru id o sam en te, con fuegos de artificio el cum pleaos de la virgen quinceaera. A travs de su film e, B ellande ha intentado contar una historia, m ostrar un fenm eno religioso y descubrir la dim ensin poltica de una realidad, en apariencia, no poltica. Perspectiva crtica que no se ejercita tanto sobre el creyente ni sobre el objeto de la creencia, sino sobre las diferentes instancias de m anipulacin de la fe popu lar para transform ar la escasez de trabajo en un nuevo recurso eco nm ico y reem plazar la industria siderrgica, fuente laboral e identitaria de la ciudad en nueva form a de industria cultural.
de ciertas prcticas culturales que expresan el pensam iento reli gioso y de su vnculo con las instituciones sociales que interactan con ellas de m odo diverso. Han sido pensadas desde un en foque etnogrfico que entiende la tram a cultural com o una red en la que los grupos hum anos ejercitan sus relaciones con dife rentes rdenes, lo natural, lo sobrenatural, lo propio y lo ajeno y a las que es preciso leer, com o se lee un texto, para desentraar su sentido. Y lo hacem os desde la nocin de im aginario social, que recubrira esta interpretacin, sabiendo que el trm ino im a g in ario se ha d esprendido bastante de la nocin de ilusorio o quim rico para m ostrar ese lugar inestable entre la utopa y el s a b e r .7 Son re p re s e n ta c io n e s c o le c tiv a s d o n d e se a rtic u la n ideas, im genes, ritos y m odos de accin 8 y en la que lo sim blico tiene un lugar dom inante. En el caso que nos ocupa el foco est puesto en la constitucin de un esp acio com o lugar de p eregrinacin en funcin de una aparicin m ilagrosa. Se trata de form as culturales en las que se ex p resa el pen sam iento sim blico. S im blico en la m edida en que trata de reunir dos realidades diferentes, una conocida y otra m s abstracta, desconocida, enigm tica o trascendente com o es el caso de la sim bologa religiosa e cnica en torno de la figura de la Virgen Mara. Sin em bargo las sociedades tejen sus prop ias redes sim blicas, m a n e ra s c o le c tiv a s de p e n sa r, de c re e r y de im a g in a r q u e com o en el caso de la fe p o p u lar suele crear una brecha, una d istan cia en tre la relig i n o ficial y las m an ifestacio n es popu lares de la fe. R esig n ifican las verd ad es teo l g icas situ n d o las en o tra escala de valores y en una form a diferente de co m u n i ca ci n con la d iv in id a d y con lo sag rad o , m s em p aren tad a
7 B. BACZKO, L os im aginarios socia les M em orias y esperanzas colectivas, N ueva V isin, B uenos A ire s 1999, 196. s Ibid., 17.
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con la fu n cin del m ito que re-p resen ta una historia fu n d a c io nal, un re la to sobre algn ac o n tecim ien to que est en la m e m o ria del o rig e n de la c o m u n id a d . A le ja d a u o lv id a d a del cu erp o doctrinal y del fundam ento ltim o y trasc en d en te de la fe, la relig io sid ad popular, expresada en este caso com o p e re g rin aci n a un santuario o a lo que se esp era estab lecer com o tal, no o lv ida una cualidad esencial del m ito: la reinstalacin del e s p a c io -tie m p o d e lo sag rad o en re la ci n con el tiem p o h istrico o profano. El tiem po sagrado es lo prim ordial y re i terado, en este caso la aparicin, el m ilagro o la m aravilla y el m ensaje. C om o en el m ito, el p arad ig m a o arq u etip o fija un cam in o , in terp re ta la realid ad , se m ezc la con el m undo de los h o m b res . 9 P ero en el m ito no hay historia, sino solam ente rep etici n y representacin. Lo que nos preguntam os inicialm ente es si la fe popular al mitologizar lo trascendente de la verdad religiosa, no la est secu larizando inevitablem ente, aunque conserve el sentido de lo sa g ra d o , que es un im a g in a rio sie m p re su b y a c e n te al sen tid o p ro fu n d o de una cultura. N o em p ieza a cu m p lir una funcin cultural y social que la aleja del ethos religioso y del valor metafsico del sm bolo? N o se convierte en una religiosidad sin re ligin? N o se pierde el sentim iento salvfco y redentor del p ro c e so h is t ric o y la h is to r ia co m o u n a re a lid a d lla m a d a a desplegarse hacia una m eta que le da sentido p o r el concurso de los hom bres? C abe observar que no tanto en la tem poralidad sino en la espacialidad donde se produce la m xim a secularizacin y en donde lo profano es colonizado por las polticas y la lgica del m erca do. El espacio del ritual, repartido entre la casa de la vidente y el futuro tem plo, se pone al servicio de los intereses y deseos de
a A . COLOMBRES, Teora transcultural d el arte , E dic. del Sol, B uen o s A ire s 2004.
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Jos peregrinos. Lejos de devenir un lugar antropolgico 10 (M arc A ug) o sea un sitio m arcado por una cultura que da historia e identidad co lectiva al grupo lo convierte en una feria, en lugar de consum o, en sitio de m anifestacin de la necesidad individual o en lugar ocasional del inters de los m edios que buscan la no ticia. N ada v aca tanto a un objeto de sentido com o Jo publicitario, puesto que su energa sim blica se cosifica convertida en m er canca fetiche. Se produce el deslizam iento hacia la lgica del m ercado cuya ideologa es p ro d u cir la necesidad para hacerla p arecer natural y necesaria, legitim ando una opresin y no la li beracin del sujeto por va de la fe autntica. Sin reelaborar el im aginario de lo sagrado aun en el reem plazo icnico y sin des cu b rir sus fu n d am en to s, el acto de co g n ici n colectivo queda reducido a la bsqueda individual de la ayuda m gica o m ara villosa, las cartas (com o la de los nios a los R eyes M agos), las dam ajuanas de agua bendita, los llaveros, banderines y chuche ras que refuerzan Ja dom inacin por apropiacin del sm bolo, del em blem a id en tificato rio , (en este caso la efigie de la Vir gen), para ponerlo al servicio de una actitud instrum ental o uti litaria. Se produce de este m odo una vivencia acrtica y p asiv a de lo religioso y de los sistem as sim blicos que convierten la fe popu lar en una fe propia de la cultura de m asas con lo que ello trae aparejado: in com unicacin, sim ulacro, ausencia de produccin de un lenguaje y de una identidad de m em oria com n que des activ a la m atriz cultural y corrom pe el sistem a sim blico y la funcin transform adora y liberadora del hom bre que anim a lo re ligioso. N os p reg u n tam o s fin alm en te, y creem os que ste es el m ejor lu g ar y la m ejor ocasin para hacerlo, si esto sucede sin ayu da de un poder legitim ante a nivel institucional que es el de la Ig lesia, de su repliegue o de su am bigedad. P regunta que sin
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du d a n o s in volucra para pensar el m odo de reelab o rar el co m prom iso de la in stitu ci n en el rescate de una relig io sid ad que deb era serv ir a la p ro fu n d izaci n de las bases de la v ida c o lectiv a de la fe, en riq u e cien d o y d ig n ifican d o las prcticas y los ritu ales en re laci n con los im ag in ario s sociales que a li m entan y que son resultado de procesos h ist rico s y sociales, id eas-im g enes de la sociedad global y de todo lo que tiene que v er con ella . 1 1 N u estro pas vive tiem pos terrib les de pobreza y de exclusin social. En esta coyuntura histrica particular cm o resignificar la fe p o p u lar para que no se v u elv a su p erstici n ? C m o ella habla del m odo en que m em orializa su pasado y concibe su fu turo? Hay un hondo tem or al futuro que se trata de conjurar con la esperanza de un m ilagro particularizado y ahistrico que blo quea el nom bre de las fuerzas sociales en conflicto y que le hace el ju eg o a nuevas form as de dom inacin. Las representaciones colectivas expresan siem pre en algn punto un estado del grupo social; reflejan su estructura actual y la m anera en que reaccio na frente a un acontecim iento, a un peligro exterior o a un au m ento de violencia interior . 1 2 El uso y apropiacin que hagan de estos im aginarios las institu ciones esco lares, m editicas, econm icas, polticas y religiosas no es un problem a m enor porque su em ergencia y eclosin H a bla de un lugar, l m ism o definido por el com plejo ju eg o de la m em oria y de la esperanza, as com o por la vacilacin entre los do s . 1 3 Ese lugar es el que confiere una identidad viva y creado ra a las fuerzas sociales y a sus representaciones que, a nuestro
10 Cf. M. AUGE, Los fio lugares Espacios d el anonimato. Una antropologa de la sobrem odernidad, G e d isa , B arcelo n a 1996. 1 1 B. BACZKO, Los im aginarios sociales, 8. 12 M au ss en ibid., 21. 13 Ibid., 196.
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ju icio , constituyen un capital sim blico que m erecera ser obje to de profunda atencin.
B ibliografa
A u g e , M., L o s no lugares. E spacios de! anonimato. Una antro
pologa de la sohrem odernidad, G edisa, B arcelona 1996. B aczk , B., L os im aginarios sociales. M em orias y esperanzas co lectivas , N ueva Visin, B uenos A ires 1999.
C
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C., L a descripcin densa: hacia una teora interpretati va de la cultura , en La interpretacin de las culturas, G edi sa, B arcelona 1987.
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Existen m uchos estudios sobre el hom bre latino am ericano. En todos ellos se describe la m iseria que margina a grandes grupos hum anos. Esa m is e ria, co m o h ec h o c olec tiv o, es una in justic ia que clama al cielo (Doc. Medelln. Justicia, 1)
El presente texto intenta fundam entar una afirm acin central: en A m rica L atina el C oncilio Vaticano II encontr en la categora liberacin una traduccin fecunda por m edio de la cual cana lizar los cam bios tan necesarios en la Iglesia y que en el M undo L atinoam ericano y a se estaban efectuando. Por esto la vigencia de las praxis y discursos de la liberacin en A m rica Latina, tan to en su realidad eclesial com o socio-poltica, puede indicar la v ig encia contextual del espritu conciliar. El C o n cilio Vaticano II fue recepcionado por sectores y m ovi m ientos ec le siales y so cio -p o ltico s, por el E piscopado latin o am ericano y p or intelectuales al servicio de la renovacin ecle-
1 L ic e n c ia d o e n F ilo so fa. P ro fe so r e n el C e n tro d e E stu d io s F ilo s fic o s y T eolgicos, C rd o b a (C .E.F.yT.). L icen ciad o en F ilosofa. P ro feso r de la U n iv e rsid ad C at lica de C rd o b a y del C en tro de E studios F ilo s fico s y T eolgicos, C rd o b a (C .E.F.yT.). 3 L ic e n c ia d o e n F ilo so fa. P ro fe so r e n el C e n tro d e E stu d io s F ilo s fic o s y T eolgicos, C rd o b a (C .E.F.yT.).
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sial y la transform acin socio-histrica. No entendem os recep cin com o eco de voz ajena, sino com o la m utua im plicacin c rtic a y c re a tiv a del im p u lso c o n c ilia r con los m o v im ien to s eclesiales y socio-polticos latinoam ericanos, y en ellos sus inte lectuales. De ah que no fue pasiva ni hom ognea. La renova cin co nciliar tam bin signific conflictividad. El D ocum ento de la II C onferencia del E piscopado L atin o am e rican o reu n ido en M edelln (1968) es la co n tex tu alizaci n o fi cial d el C o ncilio en A m rica L atina. A p artir de all se p ro d u ce u na sig n ificativa aproxim acin, trad u cci n , confusin?, del co n cep to teolgico de salvacin cristiana con el de liberacin. Si p ara E u ro p a M y steriu m S a lu tis 4 reco g e lo m ejo r de la p ro d u c c i n te o l g ic a c o n c ilia r, ser M y ste riu m L ib e ra tio n is 5 la resp u esta teo l g ica co n tex tu a liza d a de los latin o am e ricanos. N u estra p ersp ectiv a es filo s fica y lib e ra d o ra 6, desde all nos aproxim arem os a tres expresiones de la liberacin que se im pli can pero tam bin se diferencian: el pedaggico, el filosfico y el bblico-teolgico. Nos aproxim arem os a lo pedaggico y filos fico a partir del D ocum ento de M edelln com o referencia. El l tim o punto tom a com o referencia el fenm eno del m ovim iento bblico latinoam ericano.
1 M ysterium Salutis, G rundriss H eilsgeschichllicher Dogma!O: E in sie d e ln , B en zig er V erlag I965. D irig id o por Joliannes F einer y M agnus Lhrer. T ra d u cid o co m o Mysterium salutis: H istoria de la Salvacin. 5 T om os. M adrid: E d icio n es C ristia n d a d . 1969. 5 l. ELLACURA - J. SOBRINO (ed). Mysterium Liberationis. Conceptos Funda mentales de la Teologa de la Liberacin. 2 Tomos. T rotta. M adrid 1990. 6 Para la p e rsp ec tiv a teo l g ica cf. F. KUHN, El d eb ate sobre la L iberacin en G. G u tirre z y J. L. S eg u n d o , en C. SCHICKENDANTZ (ed), Culturas, religio nes e iglesias , E D U C C , C rd o b a 2004; T eologa de la L ib e rac i n ", A N A T L L E I, n" 9 C E F yT , 2 0 0 3 ; A cceso a Jes s: c am in o s para el h o m b re de h o y , A N A TLLE1, n l C E FyT , C rd o b a 1999.
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cho colectivo, es una injusticia que clam a al cielo , no en cu en tra una ex p licacin adecuada desde la clave desarrollo; porque nuestro subdesarrollo tiene causas estructurales. La educacin... est llam ada a dar una respuesta al reto del presente y del fu tu ro p a ra n u estro c o n tin e n te . Slo a s ser c a p a z de lib e ra r a nuestro hombres d e las servidum bres culturales, sociales, econ m icas y p o ltica s que se oponen a nuestro desarrollo"9. Libera cin posee un sentido socio-poltico innegable que no se contra d ic e c o n el c o n c e p to de sa lv a c i n c r is tia n a y a q u e to d a liberacin es ya un anticipo de la plena redencin de C risto 10. El co n cep to de lib era ci n no es o rig in ario o e x c lu siv o de la Iglesia. Teoras econm icas, polticas y pedaggicas lo u tiliza ron en la d cada del 60. E ntre ellos P aulo F reire. N o es el m om ento de d esarro llar su principales lneas de pensam iento, pero s podem os establecer un nexo entre algunas afirm aciones del docum ento IV E ducacin y la P edagoga cuyo sujeto es el oprim ido. E xiste...el vasto sector de los hom bres m arginados de la cu ltu ra, los an alfab eto s, y esp ecialm en te los an alfab eto s indgenas. ...Su ignorancia es una servidum bre hum ana. Su liberacin, una responsabilidad de todos los hom bres latinoam ericanos...L a tarea de educacin, de estos herm anos nuestros, no consiste p ro p ia m ente en incorporarlos a las estructuras culturales que existen entorno a ellos, y que pueden ser tam bin opresoras. C onsiste en cap acitarlo s para que ellos m ism os d esarrollen de una m anera creativa y original un m undo cu ltu ral . 1 1 O tro texto nos recuerda la concepcin bancaria de la educacin, la necesidad de una educacin problem atizadora que no est al
a Doc. M edelln 1.6 ,u Doc. M edelln IV, 9. 1 1 Doc. M ed elln IV E d u caci n 1.2 61. Cf. con P edagoga del o prim ido C a p tu lo I.
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servicio de las estructuras injustas: Los m todos didcticos es tn m s p reo cupados por la transm isin de los conocim ientos que p o r la creacin de un esp ritu crtico . D esde el punto de vista social, los sistem as educativos estn orientados al m ante n im iento de las estructuras im perantes, m s que a su transfor m aci n . 1 2 En o tro sentido m s program tico M edelln afirm a: ...la educa cin debe liegar a ser creadora, pues ha de anticipar el nuevo tipo de sociedad que buscam os en A m rica Latina... debe ser abierta al d ilo g o ... debe afirm a r las p ec u lia rid ad es locales y nacio n ales ...debe capacitar para el cam bio perm anente y orgnico . 1 3 E stos textos dem uestran cm o M edelln asum e ciertos planteos de Freire, fundam entalm ente la condicin de opresin y la nece sidad de liberacin com o la form a de concretar el desarrollo en L atinoam rica.
12 D oc. M edelln IV E ducacin 1.3 62. Cf. con P edagoga del oprim ido C a p tu lo II. 13 D oc. M edelln IV E ducacin 2.1 64. Cf. con P edagoga del oprim ido C a p tu lo III y IV. 14 H . CERUTTI GULDBERG, F ilosofa de la liberacin latinoam ericana, FCE. M x ico 1983; Situacin y p e rsp ec tiv a de la filo so fa para la lib eraci n la-
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pu ed en e n c o n tra r las sig u ien tes ten d en c ias o secto res lib eracio n istas:
S e c to r p o p u lis ta Id e a lis m o s a n t ih is to r ic is t a s 1) Ontologista o Dogmatismo de la - GR Kirsch, - M. Casalla, -A m e lia Podetti. (sector nacionalperonista) 2) Analctico o Populismo de la - JC Scannone, - E. Dussel, - 0 Ardiles, (sector social-cristiano) S e c to r c r tic o d e l p o p u lis m o H ls to r lc is m o s c r tic o s 3) Historiclsta Criticismo historiclsta -A rtu r o Andrs Rolg, - Leopoldo Zea (desde 1968) - J. S. Croatto, M.l. - Santos Gustavo Ortlz, Hugo Assman - A. Salazar Bondy - H. Cerutti Guldberg 4) Problemtico: Criticism o "epistem olgico''15'
C erutti ad o pta un criterio estrictam ente poltico para hablar de las filo so fa s de la liberacin elaboradas en la A rgentina de los 70. A firm a que la adhesin o la crtica al populism o argentino (es decir al peronism o) y latinoam ericano fue el quicio de distin cin y divisin interna. Pero tam bin analiza las diferencias es trictam ente filosficas respecto al punto de partida y al m todo filosfico, la autoim agen de la filosofa y el lugar del filsofo en los procesos de liberacin. Para nuestro artculo interesa detener nos en el secto r analctico, pues all se puede rastrear con ms precisin el discurso de la liberacin en dilogo con el espritu C o n ciliar presente en M e d e lln .1 6 Los tres filsofos del sector an alctico , 1 7 O. A rdiles. E. D ussel y J. C. Scanonne, provienen del cristianism o, lo que no signifi
15 El c alificativ o e p istem o l g ico e s a ad id o propio. 16 Para un anlisis del a b an ico liberacionista y su vigencia cf. G. CRUZ, La L i beraci n L atin o am erican a y sus F ilo so fas. C rd o b a 2 0 0 4 (Indito). 17 A n a lc tic o d e sig n a el m to d o c re a d o p o r este sector, q u e e n tie n d en e s superador del m to d o dialctico. A na lctico sig n ifica q u e va m s all (ana) de la to talid ad .
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ca una adhesin m ilitante de los tres a la Iglesia C atlica. C erutti, entre otros, objetar a este sector el contenido salvacionista o m esinico en sus fdosofas de liberacin, por esto se lo denom ina populistas de la am bigedad ab stracta, que situados histricam ente en los inicios del 70 significa sintona con los tercerism os , en particular con el m ovim iento de liberacin na cio n al: el p ero nism o de la p atria so c ia lista . L ib eraci n ser una categora de fuerte connotacin teolgica, pues seria una tra duccin filosfica de la idea cristiana de salvacin, ya no en el sentido individual, sino colectivo o popular . La prim er obra colectiva de filosofa de la liberacin fue publi cada en la revista N uevo M u n d o .1 8 B onum la reedita con el t tulo H acia una filosofa de la liberacin latin oam erican a . 1 5 El artculo B ases para una des-truccin de la historia de la F i losofa en la A m rica Indo-Ibrica de A rdiles m uestra la recep tividad positiva que se tuvo del aire conciliar recreado por M e delln. A rdiles se propone destruir la historia de la filosofa que se con virti en eco de voz ajena , es decir, eco de la voz europea . C onsidera que es la poca signada por la injusticia estructural la que dem anda una reconstruccin de un filosofar autnticam ente indo-ibrico-am ericano . Esto se entender com o superacin de las barreras de la M odernidad, por tanto se postular la necesi dad de una filosofa pos-m oderna en un sentido latinoam ericano. H acindose eco de la voz de H e g e l,20 que en el siglo XIX vea su tiem p o com o p o ca de parto y tra n sic i n hacia una nueva
le A A .V V ., N u ev o M undo. T om o 3, enero -ju n io . B uen o s A ires 1973. O rig in al m ente rev ista de teo lo g a de los fran c isc an o s de San A n to n io de Padua. 1 (1 A A .V V ., H acia una filo so fa de la liberacin latin oam erican a , B o n u m , B u en o s A ire s 1973. 2 U Q W. F. HEOEL, Phanomenologie des Geistes, Fl M e in er V erlag, H am burg 1952.
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poca, la confronta con la voz del episcopado latinoam ericano de M edelln que dice: "Amrica latina est evidentem ente bajo el signo d e la transfor macin y el desarrollo. ... Esto indica que estam os en un umbral de una nueva poca de la historia de nuestro Continente. Epoca llena de anhelo d e em ancipacin total, de liberacin de toda servidum bre, de m aduracin p erso n a l y de integracin colectiva. P ercibim os aqui los preanuncios dei p a rto doloroso de una nue va civilizacin ." 2' Para A rd iles la voz p ro ftic a del C E L A M indicaba un nuevo horizonte de com prensin del ser en A m rica Indo-Iberica . 22 La liberacin de toda servidum bre pas a ser el horizonte de en cu en tro de los diversos sectores del grupo inicial de filsofos de la liberacin, ellos m ism os dirn que la segunda co in cid en cia que los ana es el convencim iento de que para lograr una filosofa latinoam ericana es necesaria una ruptura con el siste m a de d ep endencia y con su filo so fa; y que por lo tanto, se hace im prescindible la superacin de la filosofa de la m oderni dad, a fin de que el pensam iento se ponga com o pensam iento al servicio de la liberacin latinoam ericana . 2 Es decir, la re ali dad so cio -h ist rica de o p re si n eco n m ico -p o ltica reuni a los filsofos que eligieron poner sus filosofas al servicio de la liberacin (ancilla liberationis) y no refugiarse en las supues tas neutralidades acadm icas, ni form ar parte de las filosofas de la opresin. Si los uni el problem a de la dependencia y la opresin, los separ las soluciones polticas populistas o cr ticas al po p ulism o , es decir, socialism os con diversos califca-
21 Doc. M edelln. In troduccin a las co n clu sio n es, n 4. 22 O. ARDILES, 'B ases,.., en AAVV, Hacia una filo so fa de la liberacin lati noam ericana, 9. 23 Cf. P u n to s de R eferencia de una G en eraci n F ilo s fica , en A A .V V ., H a cia una filo s o fa de la liberacin latinoam ericana, 271.
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tivos: socialcristianism o, socialism o criollo peronista, m arxista o nacionalista. La liberacin gener conflictos, m utuas crticas y hasta acusacio nes de grueso calibre entre los filsofos. Un ejem plo es que no slo en el secto r analctico encontram os filsofos provenientes de la tradicin cristiana. En el sector problem tico C erutti ubica a tres fil s o fo s ta m b in p ro v e n ie n te s del c ristia n is m o . J. S. C roatto y H. A ssm an, ms conocidos com o biblista el prim ero, y telogo el segundo. Y a G ustavo O rtiz que se ocup de la teora de la dep en d en cia en los cristianos rad icalizad o s y el pero n is m o ,24 para luego realizar una crtica a lo que considera las insu ficiencias epistem olgicas de las filosofas latinoam ericanas. U n criterio determ inante para distinguir los sentidos en puja de lib eraci n es la aproxim acin y co n fro n taci n entre el cristia nism o y el m arxism o latinoam ericano, C erutti G uldberg, citan do a Ig n a cio S a n to s ,25 p lan tea que la in su ficien c ia te ric a y epistem olgica de la filosofa de la liberacin viene de que no ha sabido afro ntar la disyuntiva de ser o prem arxiana ( vergon zantem ente hegeliana, heideggeriana, levinasiana, ricoeuriana) o p o stm arxista, pero sin pasar por M arx. D el grupo liberacio nista inicial solo el brasileo H. A ssm an 26 precisar y anticipa r ese co n flicto. En la o b ra colectiva citad a inicia su artculo con una co n fesi n b io g rfic a in telectu al: lu eg o del derrum be del neo-tom ism o com o filosofa del socialcristianism o, y la su p eraci n de la etapa ju v e n il h eid eg g arian a donde el silencio
24 G ORTIZ, La teo ra de la d ep en d en cia, los cristian o s ra d ic aliza d o s y el p e ro n ism o , en Pilcara, C u en ca e n ero de 1977, n 1 pg. 57-61. 25 I. SANTOS, P ro b le m tic a la tin o m a e ric a n a , en B ibliografa teolgica co m entad a del rea ib ero a m erica n a , IS E D E T , B u e n o s A ire s 1976, v o l 3, 1976. C itad o p o r CERUTTI. 26 H. ASSMAN, P re su p u e sto s p o ltic o s de una filo so fa la tin o a m e ric a n a , en AAVV, H acia una filo so fa de la lliberacin latinoam ericana.
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exttico, poblado de tautologas circulares lo dej ante lo que denom ina una frustracin fecunda, se encuentra ante un nue vo derrotero: el m arxism o, aunque sin la perversin escolsti ca del m arxism o que term ina siendo una nueva pantalla ocu lta do ra de la densidad ep istem o l g ica de la praxis liberadora de nuestros p u eblos .21 En el caso de D ussel su giro hacia el m arxism o en los 80 m ues tran este viraje ad intra del sector analctico. Su artculo sobre m arxism o y cristianism o en M ysterium L ib eratio n is28 y su inves tigacin sobre el M arx d efin itiv o 29 son indicativos de la p re sencia siem pre conflictiva del m ism o. El sector analctico recu rrir a L ev inas para su p erar la d ia l c tic a m arx ista, de ah su pronta adopcin. Pero hay que advertir que D ussel vuelve desde la A lteridad en busca del M arx definitivo. S canonne elige el derrotero analctico distancindose del dialctico. La ten si n se encuentra tam bin en el docum ento de M edelln. donde los obispos reconocen que el sistem a m arxista posee un hum anism o pero m ira m s bien al hom bre colectivo, y en la p rctica se traduce en una concentracin totalitaria del poder del Estado. A su v ez realizan un ju icio negativo sobre el sis tem a liberal c a p ita lista 30. L a tensin se evidenciar, com o se sugiri an teriorm ente, entre un anlisis desarrollista y otro liberacionista de la realidad. En el captulo 7 (Pastoral de elites) los
damentales de la Teologa de la Liberacin. 2 T om os, T rotta. M adrid 1990. 19 E. DUSSEL, La produccin terica de Marx. Un comentario a los Grundrisse , Siglo X X I, M xico 1985; Hacia un Marx definitivo. Un comentario de lo s M anuscritos d e l 61 -6 3 , S ig lo X X I, M x ic o 198 8 ; El ltim o M arx (1863-1882) y la liberacin latinoamericana. Siglo X X I, M x ico 1990; Las metforas teolgicas de Marx, Verbo D ivino, N av arra 1993.
30 Doc. M edelln, 1.10.
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obispos presentan una tipologa de los grupos de elites latinoa m ericanos, distinguiendo tres tipos: tradicionalistas-conservadores, d esarrollistas y revolucionarios. Los ltim os en las versio nes m arxistas, izquierdistas no m arxistas, o ideolgicam en te indefinidos .3 1 La diferencia entre ellos radicara en el uso de la violencia y la propugnacin gradual o revolucionaria del cam bio de estructuras socioeconm icas injustas. En relacin a la fe cristiana valoran que los revolucionarios posean un sentido muy vivo del servicio para con el prjim o aunque tienden a identi ficar u n ilateralm ente la fe con la responsabilidad social. Esta tip ologa de los sectores cristianos tam bin se hallaba presente en el m ism o clero, por ejem plo ad intra del M ovim iento de Sa cerdotes para el Tercer M u n d o .32 Tanto en la F ilosofa de la li beracin inicial y en uno de los sectores cristianos tipificados por M edelln la liberacin latinoam ericana fue igualm ente aco gida con ten siones y creatividad. La ltim a dictadura m ilitar term in de poner un punto aparte al proceso iniciado en los procesos de liberacin socio-polticos e intelectuales. N o obstante no fue un punto final, pues la libera cin sigue presente en el filosofar latin o am erican o ,33 que espe ram os no sea solo por un afn de academ icism o filosfico, sino por la urgencia de filosofar para una edad de globalizacin y ex clusin.
31 D oc. M e d e lln , V II.5. 32 Cf. H. CERUTT1 OULOBERO, R ece p ci n en A rgentina: ten d e n cia s a n ta g n i c a s , e n id., F ilosofa de la L iberacin L atin oam erican a , F C E , M x ico 1983, 150-154. 33 N o s re fe rim o s a las V III Jo rn a d a s In te rn a c io n a le s In te rd is c ip lin a ria s o r g a n iz a d a s p o r el [C A L A e n R o C u a rto (2 0 0 3 ) en el q u e se h o m e n a je a los f u n d a d o re s de la F ilo s o fa d e la L ib e ra c i n . E s tu v ie ro n p re s e n te s c asi la to ta lid a d del g ru p o in ic ia l. C f. D. MICHELIN1 (C o in p .), F ilosofa de la liberacin. B alance y persp ectiv a s 30 aos d espu s , E rasnttis V, 1/ 2- 2003.
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34 Cf. R. ALVEZ, P u e b lo de D ios y lib eraci n del h o m b re. F ichas 1SAL 3/26, 1970; H. ASSMAN, Teologa d esd e la p ra x is de la liberacin , S a lam a n ca 1973; S. SILVA GOTAY, L a lib eraci n del xodo com o c en tro estru ctu ran te de la fe , en El pensam iento cristiano revolucionario en A L , S a lam a n ca 1981; H. BOJORGE, xodo y lib e rac i n , en V spera 1970; A. L anson, Li berar a los oprim idos , B uenos A ires 1967; P. NEGRE, B iblia y L ib e rac i n , en Cristianismo y Sociedad, 1970; J. Pixley, Exodo, una lectura evanglica popular, M xico 1983; R. SARTOR, x o d o -L ib eraci n : tem a de a ctu alid ad para una re fle x i n te o l g ic a , R evista B b lic a 1971, L. R ivera, La lib e ra cin en el x o d o ; P. MIRANDA, El D ios del x o d o , en Marx y la Biblia, M xico 1971; E. TaMEZ, La Biblia de los oprimidos, S an Jo s 1979; S. GA LILEA, La liberacin com o en cu en tro de la p o ltica y la c o n te m p la ci n ", en Espiritualidad y liberacin , San Jos 1982; S. CROATTO, L ib e rac i n y li bertad. R efle x io n es h e rm e n u tic a s en to rn o al A T , R evista B b lica 1971; Liberacin y libertad, B s. As. 1973.
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hace explcito Enrique D ussel en su artculo El paradigm a del xodo en la T eologa de la L ib era ci n .3S El xodo ser la l gica integradora, el principio de organizacin e interpretacin de los hechos para la conciencia de Israel. D ussel presentar las relaciones sociopolticas y teolgicas productoras de una teolo ga y una h erm en u tica de la liberacin. S ealar seis c a teg o ras, a saber: 1) el E gipto con la clase faranica; los dom inado res, pecadores (Ex 1,8); 2) los esclavos explotados, ju sto s (Ex 1,11); 3) el profeta, M oiss (Ex 2,1 ss); 4) el D ios que escucha y convierte (Ex 3,1 ss); 5) el p a sa je por el desierto, la Pascua, las pruebas, la am bigedad del sacerdote A arn (Ex 12,37ss); ) la tierra prom etida (Ex 3,8). A dem s nueve relacion es : a) la dom i nacin o el Pecado (Ex 1,1-22); b) el grito del pueblo (Ex 3,7); c) la conversin, el llam ado de la palabra al p rofeta (Ex 2,114,17); d) interpelacin del dom inador, pecador (Ex 4,18-6,1); e) interpelacin al pueblo de D ios (Ex 6,2-27); f) la salida, la libe racin (Ex 7,8ss); g) la accin proftica crtica contra el sacer dote A arn (d ialctica profeta-sacerdote en todo el relato del pa s a je p o r el d e s ie r to ) ; h) e n tra d a a la fie rr a p r o m e tid a , construccin del nuevo sistem a (Jos 3 ,ls s ) i) salvacin , R eino, com unidad de vida que puede ser un nuevo E gipto (1 Sam 8,1018) y por ello se escinde: la tierra prom etida histrica (supera ble) y el R eino de Dios (absoluto y slo plenam ente realizado despus de la historia). La praxis histrica y el discurso que se desprenden de este pa rad ig m a tien en un sujeto: los hijos de Israel y ju n to a ellos tam bin a M oiss. D ussel expone cinco niveles de m aduracin en la conciencia teolgica de las estructuras del paradigm a; ellas son: 1) el pasaje de una experiencia personal y subjetiva de la pobreza (virtud) a la pobreza com o exigencia de toda la Iglesia; 2) el pasaje de la pobreza subjetiva (virtud o infancia espiritual) al hecho objetivo del pobre, del otro; 3) el pasaje del pobre des
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cubierto en la experiencia espiritual del evangelio a la d eterm i n aci n de d icho pobre (g racias a las cien c ias so ciales) com o clase o pueblo; 4) El pasaje de dicho pobre, clase, pueblo com o objeto de una opcin por a la afirm acin de dicho po bre, clase o pueblo com o sujeto de la Iglesia y de la historia; 5) p o r ltim o la diacrona m anifiesta en el pueblo cristiano que relee la E scritura desde su situacin concreta. Por su parte, G ustavo G utirrez afirm ar que la liberacin de Egipto es un acto poltico... supresin del desorden y ia creacin de un orden n u evo 36. E l xodo es la larga m archa hacia la tierra prom etida, en ia que se p o d r establecer una so cied a d li bre de la m iseria y d e la alienacin... el D ios del xodo es el D ios d e ia historia, de ia liberacin poltica, ms que el D ios de la n a tu ra le za .37 A lianza y lib eraci n estarn v in cu lad a s; por ello el h o rizo n te e sc a to l g ica se en c u en tra en el co raz n del xodo. El contexto de produccin y aplicacin de este paradigm a herm enutico fue la lucha por la liberacin sociopoltica de los pa ses latin o am ericanos, esp ecialm en te en los aos 60 y 70. El paso de la explicacin desarrollista a la teora de la dependencia p o sib ilit la an alo g a entre los pobres de L atin o am rica y los esclavos bajo el yugo del Faran egipcio, clarificando la tensin que vim os se da en el texto de M edelln. El Faran era el im perio capitalista que con su ltigo de m etal dom inaba y saqueaba al tercer m undo-esclavo. La figura del l d er M o iss dio lu g ar a c ie rto s m esian ism os p ro v o c an d o una suerte de separacin entre vanguardias y m asas. El M oiss que se enfrenta al Faran cuenta con proteccin divina, es el E nvia do de Dios. La liberacin deba forzarse y a que, por otro lado,
36 G. GUTIRREZ, Teologa de la liberacin. Perspectivas , S guem e, S a lam a n ca 111985, 204. 37 Ibid., 2 0 6-207.
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era inm inente. El paso del M ar era casi un hecho y el sueo de la tierra prom etida, tierra donde m ana leche y m iel, tierra socia lista se construa gracias a la voluntad de liberarse. La liberacin era una posibilidad real. Los M oiss deban trab ajar para concien tizar al pueblo esclavo con el fin de contrarrestar la im agen del Faran arraigada en las conciencias. U na suerte de optim is mo, m ezcla de ilustracin y rom anticism o, em papaba las con ciencias, los sentim ientos y las acciones. Liberaciones concretas as lo confirm aban, com o la de N icaragua o la em inente libera cin de El Salvador o los logros polticos de algunas C EB s en el B rasil. Por lo tanto prim aba una lectura sociopoltica de la B i blia que se transform en el instrum ento teo-poltico por exce lencia. Esto explica el aporte latinoam ericano de la lectura popu lar bb lica. Las referen cias al d esierto com o etapa previa a la tierra p ro m etid a eran m nim as. El desierto no era problem a, el problem a era el Faran. El D esierto slo era el tiem po interm e dio entre la tierra de opresin y la tierra prom etida. La m ism a utopia de la tierra prom etida era entendida en clave sociopolti ca: de la tierra m aldita del Egipto opresor a la tierra bendita del D ios Liberador. Las figuras de Yav y M oiss eran m ixturadas: por un lado se deba ver las hum illaciones del pueblo ; por otro exista un envo im plcito para liberar a ese pueblo esclavizado. V isionarios y videntes, enviantes y enviados. En sum a, podem os decir que el contexto latinoam ericano de los 60-70 posibilit que se adopte al Exodo bblico com o paradigm a de la praxis de liberacin.
cristaliza en la categora liberacin, pues es la m anera original, aunque no propia, de la Iglesia para responder a la situacin del continente desde los planteos del Vaticano II. G ustavo G utirrez viene en nuestra ayuda desde su lucidez y su capacidad de sntesis: El Vaticano II habla de subdesarrollo de los pueblos a partir de los pases desarrollados y en funcin de los que stos pueden y deben hacer por aquellos; M edelln trata de ver el problem a partiendo de los pases pobres, por eso los define com o pueblos som etidos a un nuevo tipo de colonialism o. El Vaticano II habla de una Iglesia en el m undo y la describe tendiendo a suavizar los conflictos; M ede lln com prueba que el m undo en que la Iglesia debe estar presente, se encuentra en pleno proceso revolucionario. El Vaticano II da las grandes lneas de una renovacin de la Iglesia, M edelln seala las pautas para una transform acin de la Iglesia en funcin de su p re sencia en un continente de m iseria e injusticia. 38 En estos aos hem os presenciado un progresivo abandono de es tas posturas, en donde se trata de suavizar la categora liberacin o directam ente abandonarla. Volvem os a escuchar categoras que tienen que ver con la m odernizacin y el desarrollo, tales com o em prendedor y liderazgo. Si la categora liberacin surgi a p artir de u na situacin de in ju sticia g en eralizad a com o c o n se cuencia de estructuras injustas, hoy seguir hablando de subdesa rro llo o m itiendo la o p resi n sobre los cu erp o s es un e rro r de anlisis de la realidad, con consecuencias teolgicas pues dicha situacin es calificad a de pecado social. D icha situacin se ha ag rav ad o g racias a los vientos n eo lib erales in stau rad o s en los 70 a sangre y fuego y cuyo xtasis presenciam os en los 90; so lam ente el estar a tono con dichos vientos explica el abandono de la categora liberacin. La O.I.T. acaba de publicar el inform e U na alianza global con tra el trabajo forzoso (m ayo 2005), donde se precisa que cerca
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de 10 m illo n es de personas son ex plotadas p o r la p rctica del trabajo forzoso en la econom a privada y no directam ente por los estados. A dem s dice que alrededor de 2,4 m illones tam bin son vctim as del trfico de seres hum anos. A nivel regional en A m rica L atina y el C aribe existe 1,3 m illones de trabajadores explo tados. 39 El desem pleo no es el nico castigo en la regin. En este contexto querem os cerrar con las palabras aun vigentes de G ustavo G utirrez: El post- M edelln (com o el post-C oncilio) evidencia el deseo de algunos sectores de hacer olvidar o de m itig ar los efectos de una tom a de p o sici n que los tom por so rp re sa . N e g a r la le tra es im p o sib le . Se tra ta de d e c la ra rla inaplicable, vlida slo para situaciones especiales y bien deter m inadas. El em peo es puesto, por consiguiente, en desvalorizar adem s de la autoridad de M edelln, el espritu a que dio lugar. E sfuerzo in til . 40
39 A nivel regional el num ero m s alto de trab a ja d o re s fo rzo so s se reg istra en A sia, c o n 9,5 m illo n es, 6 6 0 .0 0 0 e n fric a al Sur del S ah ara, 2 6 0 .0 0 0 en M edio O rien te y A frica del N orte, 360.000 en los pases in d u stria liz ad o s y 2 1 0 .0 0 0 en los p a ses en tran sici n . Inform e en: h ttp ://w w w .ilo .o rg /p u b lic/ sp a n ish /in d e x .h tm 4U Q GUTIRREZ, Teologa de la Liberacin , S alam anca 1972, 176.
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PENSAM IENTO PEDAG G ICO LATINOAM ERICANO: LA PRCTICA EDUCATIVA CO M O PRCTICA DE FILIACIN CULTURAL Y LA RESPO N SA BILID A D DE LA UNIVERSIDAD
Enrique Bamhozzi 1
Introduccin
El debate en torno a la pedagoga latinoam ericana lo inscribim os en el m arco de las respuestas o alternativas a la colonialidad del saber o eurocentrism o en el que se hayan discutiendo las cien cias sociales com o intento de cam biar el lugar de enunciacin desde el cual se naturalizaron las legitim aciones que nos ubica ron (a los latinoam ericanos) en el lu g ar m aterial y sim b li co de la dependencia y el subdesarrollo. D ep en d en cia de supuestas filiacio n es civ ilizato rias que bajo la concepcin de la historia universal (europea) ubicaron en un lu
1 D octor en C ien cias de la E ducacin (P ro g ram a M ultin acio n al de D octorado en E d u c a c i n , O E A (O rg a n iz a c i n de E sta d o s A m e ric a n o s ) y A le m a n ia ). U n iv e rsid ad C a t lica de C rd o b a, 1993. P o s-D o c to ra d o en C ien c ias S o c ia les. C e n tro de E studios A vanzados. U n iv ersid ad N acional de C rdoba, 2005. P ro feso r R egular A d ju n to a carg o de la C tedra de P edagogia. U n iv ersid ad N acional de V illa M ara. C rd o b a . D o cen te -ln v e stig ad o r. F acu ltad de E d u cacin. U n iv e rsid ad C a t lica de C rd o b a. P ro feso r del S em inario d e P eda go g a en el S em inario M ay o r de C rd o b a (In stitu to N uestra S e o ra de Uore to ). V ic e -P re sid e n te d e la C o m isi n de E d u ca ci n en las C ie n c ia s de la A g en cia C rd o b a C iencia.
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gar particular y m arginal a una concepcin de tiem po, espacio y cultura que no responda al m odelo civilizatorio m oderno y liberal. M ediante las denom inaciones de estudios pos-coloniales, p os-oc cidentales, estudios culturales, etc., han surgido distintas en u n ciaciones que, sin constituirse en un cuerpo coherente, dan cuen ta de una am plia gam a de bsquedas de form as alternativas del conocer, cu estio n n d o se el ca rc te r colonial o eu ro cn trico de los saberes sociales sobre el continente, el rgim en de separacio nes que les sirven de fundam ento, y la idea m ism a de la m oder nidad com o m odelo civilizatorio universal . 2 S iguiendo este recorrido, en el contexto de las alternativas que de m anera original y genuina ofrecen claves para pensar a L ati noam rica en clave pedaggica, esbozarem os unas reflexiones en torno a lo que denom inam os Pedagoga Latinoam ericana.
2 Cf. E. LaNDER (co m p .), La coloniaiidad d el saber: eurocentrismo y ciencias sociales , P e rsp e ctiv as latin o am erican as, C L A C S O , B uen o s A ires 2003, 27.
3 Para m ay o r p ro fu n d izaci n de lo que se ex p o n e, c o n su ltar E. BAMBOZZI. Es critos Pedaggicos , E d icio n es del C o p ista, C rdoba 2005.
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cordar , volver al corazn de la hum anizacin. Es denunciar que la persona se ha perdido com o horizonte y sentido de la edu cacin. El rostro de la deshum anizacin no es otro que la con secuencia del olvido de la persona y del bien com n. En este contexto, algunos deciden narrar otra historia, es decir, volver a contarla desde lo no contado, abriendo la posibilidad de in stalar nuevas preguntas a viejas clausuras. La pedagoga latinoam ericana se presenta, entonces, com o acon te c im ie n to : o tra h isto ria p u ed e se r co n tad a por e so s tan to s otros que deciden pronunciar su propia palabra y que denuncian a las prcticas de dom inacin que quieren aparecer com o educa tivas. A contecim iento que se inscribe com o proyecto poltico. E ste h acer pedaggico latinoam ericano se inscribe en el m ovi m iento de la pedagoga latinoam ericana entendiendo por m ovi m ien to a un co n ju n to de tra d ic io n e s te ric as y p r c tic a s que guardan consenso en la denuncia hacia estructuras sociales deshum anizadoras y en el anuncio de prcticas hum anizadoras, de m ocrticas, em ancipadoras. E sta deshum anizacin se m aterializa en estructuras sociales cuyo ncleo constitutivo lo explicam os con la categora dualidad es tructural naturalizada 4 que analiza el proceso de naturalizacin de la conciencia y la posibilidad de adjudicar causalidad histri ca (interv en ci n hum ana) a lo que se presenta com o m gico o divino (sobrenatural). - D ualidad o pensam iento dual: se entiende la realidad com o constitutiva por pares en una relacin jerrq u ica de subor dinacin. Esta relacin y las posiciones originales son in variables en el tiem po. En este sentido, por definicin, un trm ino es siem pre superior a otro. A diferencia de la con
4 C ateg o ra cread a p o r el a u to r de este trab ajo para e x p lic a r el giro en la cau salid ad y v in cu la rlo al con cep to de c o n cien tizaci n .
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cepcin dialctica en donde los trm inos de la relacin no slo son m o d ificad o s sino y, sobre todo, las p o sicio n es cam bian en la existencializacin de un trm ino superior. Estructural: esta dualidad se hace cuerpo, se hace estructu ra social. En este sentido, se presentan estructuras sociales relacionadas jerrquicam ente pero de m anera subordinada, unas estructuras dom inan a otras. Esta relacin perm anece en el tiem po de m anera invariable. - N aturalizada: lo asociam os al pensam iento substancialista o esencialista. La estructura social y los pares opuestos se presentan com o desarrollos naturales, lgicos, adjudicando a la naturaleza aquello que en definitiva es una construc cin social. En sntesis, a la pregunta: Q u es lo que se presenta com o n a tural?; la respuesta es: la D om inacin.
5 Para una m ay o r p ro fu n d iza ci n , c o n su lta r E. BaMBOZZI, L as T areas d e la E ducacin en el con tex to latinoam ericano: entre un p en sa m ien to pro p io y la e x te rio rid a d . Acias d el XI Jornadas de Filosofa, Teologa y Ciencias de la Educacin, C rd o b a 2005.
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ra una prctica social de polarizacin. Estos sectores ubi cados en los polos ven lim itado su acceso a bienes m a teriales y sim blicos, lo que pone en peligro su condicin ciudadana. - C risis de gobernabilidad (dem ocracias dbiles): la prdida de credibilidad de las instituciones en sentido general (fe nm eno de la des-in stitu cio n alizaci n , d es-im plantacin) trae aparejado el fenm eno de la prdida de representatividad, legitim idad. Esta crisis no slo se explica en los ni veles m acro-polticos de conduccin de los gobiernos sino que se reproduce a d intra las instituciones educativas, so ciales. - A um ento cuantitativo de cobertura educativa en los nive les bsicos (cantidad vs. calidad). M ientras que los niveles de p o b reza se increm entan, los n iveles de alfabetizacin bsica en nuestra regin tam bin aum entan; es decir, son cada vez ms los nios que com pletan el ciclo de escola ridad obligatorio. Si bien estas m edidas son sustantivas a la hora de pensar en la dem ocracia, el increm ento cuanti tativo o cobertura no siem pre est asociado al de la cali dad. Esta tendencia se est corriendo hacia el nivel m edio del siste m a e d u c a tiv o e im p a c ta r fu e rte m e n te en los prxim os aos en la educacin superior. Uno de los indi cadores de este fenm eno es la creciente devaluacin de los ttulos. - C risis del estado b en efacto r (aum ento del te rc e r sector). La prdida del estado social o post-social trae com o con secuencia el corrim iento del estado de la prestacin de sus servicios bsicos: educacin, salud, ju sticia. Esto ha habi litado un espacio propicio para el surgim iento de institu ciones sociales (fundaciones, O N G s, voluntariado social, etc.) d efin id a s com o te rc e r sector. Si b ien la lectu ra de este sector es altam ente positiva en la construccin de de sarro llo su sten tab le, cabra el in terro g an te, al m enos, de
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cm o articular el trabajo del tercer sector con las obliga ciones que debe prestar el estado; es decir, cm o ayudar al estado y no hacer lo que debe hacer el estado. - Incidencia de los organism os internacionales en las p o lti cas pblicas. A partir de las reform as educativas de la d cada del 90 en toda la regin latinoam ericana, observam os la incidencia de presiones internacionales en la definicin de m etas educacionales. Es notoria la sem ejanza, a la hora de re alizar un estudio com parado, entre las propuestas y prescripciones curriculares entre nuestros pases. - A lfabetizacin tecnolgica inequitativa: la categora anal fabeto, tradicionalm ente asociada a un cdigo m oderno de adquisicin de la lecto-escritura y ubicada en sectores so ciales pobres, ha sido afectada a partir del fenm eno de la glo b alizacin. Las nuevas tecnologas (T IC s) introducen nuevos cdigos y nuevas form as de aprender. En este p re sente, encontram os, todava, algn docente que negndose a acced er al m undo de las co m p u tad o ras , req u iere de sus hijos para que le traduzcan en soporte inform tico o P ow er Point sus clases con figuras anim adas. D ocentes analfabetos tecnolgicos con hijos y alum nos posm o dernos e internetizados.
interinstitucional. S olidaridad entendida en el com prom iso de co m p artir n ecesid ad es y oportunidades. El trab a jo en red. rep resen tan d o el paradigm a del trab ajo cooperativo, supera la todava m uy instalada cultura del trabajo aislado y en solitario de los escenarios de nuestras instituciones educativas. - Investigacin y tom a de decisiones: el conocim iento que se construye en los m bitos de educacin superior y su re lacin con la form ulacin de las polticas pblicas es prc ticam en te nula. E sta idea se vincula con la potencialidad tran sfo rm adora del conocim iento y su circulacin en ins tan cia s de investigacin y difusin. En lneas g enerales, las tom as de decisiones que abonan las polticas pblicas desconocen estudios o experiencias realizadas en nuestras instituciones. - C ultura ju v en il em ergente: nuevos cdigos de com unica cin. N o conocem os los nuevos cdigos de nuestros alum nos y seguim os trabajando con los cdigos de la m oderni dad (hom ogeneidad). D istintas investigaciones dan cuenta de una nueva relacin entre ju v en tu d y sexualidad; ju v en tud, salud y cuidado del cuerpo; ju v en tu d y religiosidad, etc. Estos nuevos conocim ientos deberan traducirse en es pacios curriculares en los procesos form ativos de nuestros futuros docentes. - Poltica, educacin y ciudadana: la educacin com o acto poltico y vinculada al bien com n. D esarrollo sustentable. La educacin debe recuperar su sentido originario de vin cu lacin con la poltica entendiendo nuestro oficio com o un acto poltico de construccin del bien com n. - T rabajo in terd iscip lin ario : form a de c o n c eb ir el co n o c i m iento y no receta tecnolgica. El abordaje interdiscipli nario es la concepcin terico-m etodolgica que habilita c o m p re n sio n e s p ro fu n d as al tra d u c irse com o cam p o s o
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reas de con o cim ien to . N ivel de co m p lejid ad que no se alcanza con una yuxtaposicin de m aterias sino desde una concepcin de conocim iento. D ilo g o in terc u ltu ra l: n o cio n es com o m u lticu ltu ra lid a d . dilogo interreligioso deben ocupar espacios curriculares en las instancias de form acin. La categora soberana nacio nal, identidad nacional ha sido asociada, especficam ente, a la defensa del territorio com o elem ento clave; m ientras que en la actualidad, el debate entre la soberana, la identidad o la alienacin, se dirim e en la arena de la transm isin sim blica; es decir, en la capacidad que tiene la educacin de ejercer una prctica filiatoria, de enraizam iento con la cul tura a travs de la recuperacin de sus tradiciones. Este d e ber filiatorio debera traducirse, entre otros, en un aum ento cuantitativo de espacios curriculares vinculados con la his toria nacional y de la regin latinoam ericana. - F orm acin de lderes culturales: entendem os que la gran cuestin para nuestra form acin se puede traducir en el si guiente interrogante: C m o interpretar los cdigos de la posm odernidad en el horizonte de la form acin integral de la persona?
personas respecto de otra u otras principales; dependencia a tina co rriente de pensam iento, etc. M s interesante aun cuando nos referim os a seas filiatorias que nos inscriben en una historia, en una fam ilia y que, en definitiva, nos em parentan y que con form an nuestra identidad. Por lo expuesto, tanto la filiacin com o la identidad slo se en tien d en com o ca teg o ras que nos rem iten y nos defin en com o seres de dependencia, no alienada, sino, com o definim os en el inicio, dependencia vital. La verdadera educacin es, consecuen tem ente, prctica de filiacin cultural porque nos debera hacer visible y com prensible nuestra dependencia con nuestras costum bres, con nuestras tradiciones, con nuestros hroes, con nuestros m itos, en sntesis, con nuestra historia. En la actu a lid a d , nos en c o n tram o s con p r cticas so ciale s (no educativas) que prom ueven m s que la filiacin la alienacin; es decir, no el en raizam iento sino el d es-enraizam iento, la desim plantacin del sujeto de su cultura; des-enraizam iento producido por el en cantam iento fugaz pero efectivo de dispositivos que a nivel sim blico no producen actos de entendim iento sino enaje naciones de la conciencia. E n ten d em o s la alienacin com o un proceso m ediante el cual el in dividuo o una colectividad transform a su conciencia h asta ha cerla contradictoria con lo que debera esperarse de su condicin; es decir, la alienacin es la operacin contraria a la identidad. C abe sealar que estas operaciones de alienacin son intenciona les, se realizan en la historia y tienen en la educacin su botn de caza m s codiciado, ya que la educacin fue, es y, entiendo que seguir siendo, el dispositivo m s eficaz para que el estado o el m ercado ejerzan la reproduccin sim blica. E sta rep ro d u ccin sim blica, en m anos de actores supuesta o sospechosam ente educativos, enajena, es decir, rom pe el contra to de filiacin y dependencia que genera vida, para privar al pro pio ser del dom inio de s. Ya no lo considera un hijo o en rela
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cin filial, ya no lo poseer sino que lo desposeer. Privar al ser de su autntica dim ensin. La categ o ra en a je n aci n es m uy ap ro p ia d a para d esc rib ir los tiem pos que corren y para alertarnos sobre algunas cuestiones. A firm ara que estam os enajenados en varios sentidos: - La ed u c aci n es ajen a a n u e stra cultura: ca d a vez m s nuestros alum nos estn privados de una acceso a los sabe res de la historia. - La educacin est lejos de los intereses de nuestros ciu d a danos. En este punto, la categora ciudadano es transfor m ada en consum idor. Cabe, en este punto, preguntam os: Q u papel o responsabilidad le cabe a la U niversidad? R ecuperando su m isin fundante, la Universidad debera contribuir ofreciendo conocim iento desvinculado de intereses poltico-partida rios, econm icos-m ercantilistas y localistas-provincialistas a crear lo que hemos definido un territorio o cerco sim blico , es decir, un corpus de conocim iento que por su carcter pblico se convierta en una fuente de conocim iento indispensable a la hora de tom ar deci siones vinculadas a la generacin de polticas pblicas. E ntendem os una U niversidad que siendo fiel a lo que tiene que ser, es decir, U N IV E R SID A D , nos perm itir ejercer prcticas de filiacin y desde aqu preguntam os: C m o se com eten tantos errores en la poltica educativa?; A caso no tenem os investigaciones que recuperan la voz de los docentes y de los estudiantes? Q u sentido pbli co tienen nuestras producciones de conocim iento? C m o existen tantos jvenes y adultos fuera del circuito educativo form al?; A caso no tenem os investigaciones que dan cuenta de la realidad de nuestros jvenes y adultos, de la intensificacin laboral, de los m agros sueldos?
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La U niversidad debe recuperar el liderazgo que otrora tuvo: for m ar lderes culturales que interpreten y operen los cam bios que la sociedad necesita. L deres que adem s de un ttulo, se com prom etan con la form acin del bien com n y la ciudadana. Un ttulo u n iv ersitario que ms que un barniz de prestigio, sea vivi do com o un com prom iso tico y poltico en la construccin de una sociedad m s justa, m s digna. A n te e ste av a n ce d e p o ltic a s so ciale s in h u m a n a s, p re g u n to : D nde estam os los universitarios?, D nde est nuestro saber y nuestro saber hacer?, Q u potencialidad explicativa y transfor m ad o ra tien e n u estra p rctica, n u estra p ro d u c ci n de c o n o c i m ien to a la hora de e c h ar luz sobre el norte que las acciones polticas deben tom ar?
C onclusiones
E n ca m in a r n u estro s esfu erzo s en tal sentido, p erm itir que la U niversidad sea una institucin que genere prcticas filiatorias, es decir, una U niversidad que, orientada por un pensam iento pe daggico latinoam ericano, form e ciudadanos y ciudadanos com prom etidos tica y polticam ente por un continente m s ju sto y m enos desigual. U na U niversidad L atinoam ericana que, en di logo con el m undo, nos inserte en los problem as y soluciones de nuestro herido y esperanzado continente.
R esum en
El trabajo tem atiza la posibilidad de construccin de un pensa m iento o pedagoga latinoam ericana. Para tal fin, en un prim er m om ento, propone categoras de anlisis; luego describe algunos rasgos identitarios del contexto latinoam ericano desde una lectu
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ra pedaggica; y, por ltim o, define el carcter filiatorio y cul tural de la tarea educativa esbozando algunas responsabilidades de la U n iv ersid a d .6
B ibliografa
E.
B a m b o z z i,
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6 P arte de e sta s id ea s lian sid o d isc u tid a s en E n riq u e BAMBOZZI, Pedagoga Latinoamericana: teora y praxis en Pauto Freire , U n iv e rsid ad N acional de C rd o b a , C rd o b a 2000.
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P. F
r e ir e ,
1970. E.
L
(com p.). La colon ialidad del saber: eurocentrism o y cien cias sociales, P erspectivas L atinoam ericanas. C LA C SO , Buenos A ires 2003.
ander,
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HACIA UNA H ERM ENUTICA DEL CO NCILIO VATICANO II A PORTES DESDE PAUL R ICO EUR
Santiago C astello 1
1. Introduccin
A casi cuarenta aos de la clausura del concilio Vaticano II, y en el contexto de un siglo XX m arcado por la tragedia de las G ue rras, del holocausto judo, los conflictos tnicos y culturales, la paradoja de la globalizacin con sus posibilidades y lm ites, el dram a de los fundam entalism os religiosos y sus signos y ex presiones del terror, etc.; cabe preguntarse nuevam ente cul sea la experiencia vital que hace sentir a la Iglesia ntim am ente so lidaria con la hum anidad y con su h isto ria.2 El concilio Vaticano II ha significado para m uchos contem por neos nuestros un acontecim iento asom broso y apasionante que les llev a la tom a de posicin com prom etida en la tarea de ate rriz a r y llevar ad elan te la renovacin pastoral que re flejara el espritu eclesial que los docum entos finales del concilio expresa ron. El entusiasm o y esperanza transform adora del inicio ha de venido en desilusin y, en algn caso, en un sentim iento de te
1 L ic e n c ia d o e n F ilo so fa. P ro fe so r a d sc rp to e n la c te d ra S e m in a rio de in v e stig a c i n en la F acu ltad d e F ilo so fa y H u m a n id a d e s de la U n iv e rsid a d C at lica de C rdoba. P ro feso r en el S em inario M ayor de C rd o b a y el In s titu to L um en C hristi. 2 Cf. CONSTITUCIN DOGMTICA, Gaudium et Spes I .
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m or que deja transparentar la incertidum bre y la angustia por un posible fra c a so .3 No obstante este variado y paradjico contras te de actitudes y nim os, ha ganado en la actualidad la d iscu sin sobre el significado, interpretacin y consecuencias del Va ticano II. 4 El Vaticano II constituye sin duda una pgina de la historia de la Iglesia que aun hoy sigue estando vigente; su carcter de acon tecim iento-evento, su dinam ism o transform ador y liberador, sus docum entos y afirm aciones siguen siendo rectoras y directrices a interpretar y discernir para la vida presente y futura de la Igle sia que da a da lleva adelante su tarea evangelizadora. H ab ien do pasado las fases de entusiasm o inicial y de la desilusin-dese n c a n to , las p o s tu ra s a n ta g n ic a s de re fo rm a d o r e s y conservadores, afirm a W alter K asper que el estm ulo del m agis terio oficial para una nueva ronda de la discusin trae de nuevo m o v im ien to en la Ig lesia y, por co n sig u ien te, es salu d ab le en principio. En cualquier caso, ese em pujn m uestra que el V atica no II no est m uerto, ni m ucho m enos. Su recepcin y realiza cin tienen ante s un largo cam ino por recorrer. 3 Por eso, es necesario llevar adelante una herm enutica del co n cilio Vaticano II en su totalidad integral y de sus afirm aciones en p a rtic u la r.6 La celeb raci n de los cuarenta aos de la clausura del V aticano II, el nuevo contexto sociocultural y eclesial que
3 Cf. W. KASPER, El desafio perm anente del Vaticano II. Hermenutica de las aseveraciones d el Concilio en Teologa e Iglesia , H erder, B arcelo n a 1989,
4 0 1 -4 1 5 .
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no s to ca v iv ir y c o n s tru ir com o h om bres y m ujeres del siglo X X I que querem os estar siem pre dispuestos a dar razn de la esperanza (1 Pe 3,15), y, la conviccin que en los concilios le gtim am ente celebrados el Espritu de Dios obra en ellos y ms all de ellos; son m otivos m s que suficientes para em prender una renovada recepcin del Vaticano II que revitalice y actuali ce la identidad y accin eclesial. El tex to del Vaticano II en su integridad, segn W. Kasper, en cierra tres d ificu ltad es que co n d icio n an a la in terp retaci n del m ism o. La prim era, a diferencia de concilios anteriores, consiste en la exposicin positiva de la verdad evitando las aseveracio nes condenatorias de los errores; la segunda, consiste en la m ar cada orientacin pastoral que sin abdicar de la anterior tradicin dogm tica y, por tanto, ju rd ico vinculante, confeccion un len guaje nuevo en sus form ulaciones; y, p o r ltim o, quizs la ms problem tica a nuestro parecer, la yuxtaposicin de tendencias y posiciones, la convivencia de dos eclesiologas que, tanto con servadores com o reform istas, invocan com o presentes en los tex tos c o n c ilia re s .7 Por eso, es necesario e n c o n trar unas reglas y criterio s que v alid en la in terp retaci n del co n c ilio y perm itan so rtear estas dificultades. A hora bien, el concilio V aticano II calificado y urgido por Juan X X III com o pastoral , opuesto diam etralm ente a todo dogm atis m o anquilosado, no se contradice con el carcter dogm tico de la T radicin eclesial que dich o concilio asum i com o su herencia m s propia; pretendi ser una actualizacin positiva y perm anen te del dogm a. La herm enutica del Vaticano II deber, por tanto, realizar su labor en el m arco y horizonte de dicho norte directriz. P ara llevar adelante una interpretacin del concilio Vaticano II es n ecesario , segn W. K asper, artic u la r cu atro p rin cip io s que
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p erm itirn llegar a buen puerto. En efecto, el p rim er principio exige entender y practicar de form a ntegra los textos del co n cilio V aticano II , evitando parcializar y aislar las afirm aciones o aspectos. El segundo, exige entender com o una unidad la le tra y el espritu del co n cilio , preservando la relacin entre los textos y el conjunto, y el todo con la intencin del concilio. El terc ero , ex ige que la in terp re taci n del V aticano II se llev e a cabo a la luz de la tradicin global de la Iglesia. Y, por fdtim o, el principio que exige verificar la continuidad de lo catlico en la discontinuidad de la actualizacin, es decir, poner en eviden cia cm o la unidad com puesta por la tradicin y por la interpre tacin se verifica en una actualizacin viviente en el aqu ahora de la situacin p re se n te .8 E stos criterios herm enuticos unidos a un proyecto serio de in vestigacin de la redaccin e historia de los textos m ism os nos perm itirn ab rev ar la riqueza poco explotada y aun vigente. La recepcin del V aticano II, en el plano histrico crtico, co m pren der la doble m irada del desarro llo in tern o del trab ajo de la asa m b le a c o n c ilia r y su re la ci n con los fa c to re s e x te rn o s (contexto social, poltico, econm ico y cultural de los diferentes co n tin e n te s).5 En este sentido, G. A lberigo sostiene que, para una recepcin adecuada del V aticano II, es necesario elaborar un abanico de criterios herm enuticos com plem entarios entre s que perm itan llevar adelante en la investigacin la reconstruccin de la d in m ica histrica interna del evento-acontecim iento y la co m pren sin de su significado. Por eso, captar la dinm ica conciliar en toda su com plejidad y para no quedar prisioneros de los aspee-
v C f. G. ALBERIGO, C rite rio s h e rm e n u tic o s para una h isto ria del V aticano II , en J. O. BEOZZO (e d .). C ristianism o e iglesias de Am rica Latina en vsperas del Vaticano / /, San Jos (C o sta R ica) 1992, 19-31, I9s.; G. RLGGIERI, P ara u n a h e rm e n u tic a del V a tican o []", C o n c iliu m 279 (1 9 9 9 ) 1328, I3ss.
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tos v iv en ciales 1 0 conlleva articu lar convenientem ente y de for m a crtica-herm enutica los siguientes aspectos: el contexto hist rico-cultural y eclesial; la convocatoria y el desarrollo efecti vo de la dinm ica interna de la asam blea conciliar; la intencin de Juan X X III; la naturaleza pastoral y el nfasis puesto sobre el a g g io rn a m en to . La n atu ra leza p a sto ra l y el agg io rn am en to indican, segn G. A lberigo, la clav e h erm en u tica del desarrollo, de las opciones, de las decisiones y las conclusiones del Vaticano II.
2. A portes de Paul R icoeur para una herm enutica del texto Conciliar
Si la tercera fase, segn K asper, consiste en volver a los docu m entos conciliares en su integridad, la nocin de texto que R i coeur nos propone perm itir rescatar dialcticam ente el C oncilio Vaticano II en su doble aspecto de acontecim iento y de signifi cado. En efecto, el concilio V aticano II, en tanto acontecim ien to, ha quedado plasm ado y fijado en los docum entos finales por la m ediacin de la escritura. L a nocin de texto ha sido y es uno de los ap o rtes m s sig n i ficativ o s del p ensam iento de R icoeur. S obre esta nocin v erte bral a rtic u la su am p lia, co m p leja y v aria d a reflex i n herm en u tic a -fe n o m e n o l g ic a . P ara R ico eu r to d a au to co m p ren si n est m ed ia tiza d a por los signos, los sm b o lo s y los t e x t o s ; 1 1 de tal m odo que siem p re la c o n c ie n c ia d ev ien e lu eg o de un largo rodeo y nunca de m odo inm ediato. La id en tid ad p erso
10 G. ALBERIGO, C r ite r io s h e r m e n u tic o s p a r a u n a h is to ria del V a tic a n o II", 31. 1 1 Cf. P. RICOEUR, D el texto a la accin. E nsayos e herm enutica / /, FC E , A rgentina 2001, 32.
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nal o c o m u n ita ria ad v ien e en la d ia l c tic a a p ro p ia c i n /d e s ap ro p iaci n por la m ediacin de las tram as sig n ificativ as en y a la d istan cia. La nocin de texto, si bien restringe su cam po herm enutico al m arco-m bito de la escritura y de la literatura, tam bin lo espe cifica en in tensidad. P ues g racias a la escritu ra, el len g u aje y m s concretam ente el discurso se ve enriquecido por una triple autonom a sem ntica que lo libera del lm ite del cara a cara que aco n tece en el dilogo. En efecto, cuando el d iscu rso deviene texto gracias a la escritura se produce la autonom a respecto de la intencin del hablante, de la recepcin del pblico prim itivo, y de las circunstancias econm icas, sociales y culturales de su p ro d u cci n . 1 2 El d is c u rs o al d e v e n ir te x to tra e co m o c o n s e c u e n c ia la no tran sp a ren c ia del sujeto p ara s m ism o, sino que, al igual que en la h erm en u tica del sentido m ltiple, ste deber am p liar el rodeo a trav s de la m ed iaci n de los te x to s .1 3 A sim ism o, el tex to al q u ed ar librado de la con d ici n original del dilo g o in tersu b jetiv o , tan to la in ten cio n alid ad del h ab lan te , el pblico o rig in al y el contexto so cio cu ltu ral econm ico, com o la co m pren si n del m ism o se tornan un p roblem a para la h erm en u tica. En efecto, el p roblem a herm enutico, dice R icoeur, versa sobre la co m p ren si n d el texto y an te el texto, por lo que la su p rem aca del texto prevalece sobre la de la subjetividad. En adelan te, com p ren d erse es com p ren d erse ante el texto y re ci bir de l las con d icio n es de un si m ism o distinto del yo que se pone a leer. 1 4 La tarea de la herm enutica, segn R icoeur, consiste en recons tru ir el d o b le trabajo del texto para ad q u irir, por un lado, la
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dinm ica interna que estructura la obra, y, por otro, ia capaci dad de la obra para proyectar fuera de s m ism a y engendrar un m undo habitable. Esta doble tarea nos perm ite la apropiacin y a c tu a liz a c i n de la p o ten cia s ig n ific a tiv a del te x to que crea m undo. Por eso, com prender la dinm ica interna perm ite supe rar, por un lado, el irracionalism o de la com prensin inm ediata d e l ro m a n tic is m o , y, m s c o n c re ta m e n te la p re te n s i n de S chleierm acher de alcanzar lina entropata intersubjetiva. Y, por otro, el racionalism o de la explicacin del estructuralism o que acenta su inters por los signos fonolgicos y lexicales de la lengua otorgando una explicacin abstracta, sin ligazn a la rea lidad, sin an claje a la e x is te n c ia .1 5 C om p render la proyeccin del m undo dado por el texto restituye su capacidad com unicati va y su anclaje a la realidad. En este sentido, a estas dos acti tudes u n ilaterales opone la d ialctica de la com prensin y la ex p licaci n . 1 6 En efecto, R icoeur, porque pretende salvaguardar el dilogo en tre la filosofa y las ciencias hum anas, define a la interpretacin com o dialctica de la com prensin y la explicacin en el plano del sentido inm anente al texto. 1 7 Por un lado, sita su anlisis del sentido en el contexto de la teora del Verstehen aunque su bordinando su aspecto epistem olgico, propio de la tradicin de D ilthey y de M ax W eber, al aspecto ontolgico, propio de la fi lo so fa de H eidegger y G adam er. Y, por otro, ubica su anlisis de la referencia de las tram as narrativas en el m arco de la nue va ontologa herm enutica que acenta el ser en el m undo y la pertenencia participativa que antecede a toda relacin sujeto-ob jeto . 1 8
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1 !l Cf. ibid., 129-130. La no ci n de te x to ' d isc u rso fijad o p o r la e sc ritu ra " (ibid.. 127) se c irc u n sc rib e a la teora del texto. El m ism o R icoeur c o n si d e ra el paradigm a d el texto c o m o el p aradigm a de la interpretacin que p u e d e e x te n d erse tan to a la teora de la accin com o a la teora de la h isto ria. Cf, P. RICOEUR, Explicar y com prender y E l modelo del texto: la accin significativa considerada com o un texto en P. RICOEUR, D el texto a la a c cin. E nsayos de herm enutica II, FC E , A rgentina 2001, 149-195. 20 Cf. P. RICOEUR, D el texto a la accin, 131.
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fin itiv o del C oncilio V aticano II; ste, segn el planteo de R i coeur, constituye una com unicacin en y por la distancia dado a la com unidad creyente y no creyente com o posibilidad de ser y e x istir.2 1 A hora bien, la nocin de texto y el triple distanciam iento 22 que se produce cuando el discurso oral deviene texto m odifican pro fundam ente a la tarea herm enutica. Por eso, la situacin del su je to que se enfrenta cara a cara con el texto, su posicin ante este p o d er-se r que se le despliega com o posibilidad de un m un do habitable, y el papel de la tarea herm enutica, conform an el abanico de aspectos puestos en juego en la herm enutica textual segn R ico eu r.23 Por eso, bajo el paradigm a del texto, R icoeur propone la tarea herm enutica entendida com o la reconstruccin de la dinm ica interna de los textos que rige la estructuracin de la obra, y la restitucin de la capacidad de la obra para proyec tarse fuera de s m ism a y engendrar un m undo que sera verda
21 Cf. ibid.. 95-96. 22 R ic o e u r so s tie n e q u e e n el fe n m e n o de la e sc ritu ra se p ro d u c e el trip le d is ta n c ia m ie n to . El d is c u r s o , e n ta n to e s tr u c tu r a c i n d ia l c tic a d e u n a c o n te c im ie n to y su sig n ific a d o p o r la e sc ritu ra, e v id e n c ia un p rim e r d is ta n c ia m ie n to : "del d ecir en lo dicho " (C f. ibid., 9 9 ss .); un se g u n d o d is ta n c ia m ie n to que in tro d u c e una m o d ific ac i n e n la tarea h e rm e n u tica : la
autonom a det texto p o r la escritu ra respecto de la intencin d e l autor (Cfi ibid., 104); y, u n te rc e r d ista n c ia m ie n to q u e la e x p e rie n c ia h e rm e n u tic a debe in co rp o rar: el distancia miento que el retato de ficcin o la p o e sa introduce en Ja captacin de o reai , e s decir, la a n u la c i n de la re fe
ren cia de p rim e r g rado pro p ia del lenguaje o ste n siv o , q u e perm ite lib e rar u n a referencia de segundo grado qu e se c o n e c ta c o n el m u n d o re a l no s lo en el n iv el de los o b je to s m a n ip u la b le s , sin o en el n iv el d e lo que H u sse rl d e sig n a c o n la e x p re si n L ebensw elt y H e id e g g e r c o n la de seren-el-mundo (C f. ibid., 1Ofiss.) 23 El m ism o R ico e u r se p regunta: Q u e s c o m p re n d e r un d isc u rso cuando e ste d isc u rso es un tex to o una obra literaria? C m o hacem o s c o m p re n si ble el d isc u rso e sc rito ? , P. RICOEUR, Teora de la interpretacin. Discurso y excedente de sentido, siglo vein tiu n o editores, M x ico 2003, 83.
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deram ente la cosa del texto. 24 D icha tarea herm enutica se ins crib e en el co n tex to de un p roblem a no resuelto de oposicin en tre distanciam ienfo alienante y perten en cia. R icoeur llev a a cabo u na superacin ingeniosa y po sitiv a de dicha oposicin a partir de la conviccin de que la herm enutica tiene com o tarea actu alizar el discurso com o te x to .2 Esta es la situacin y actualizacin que los hom bres y m ujeres de iglesia de nuestro tiem po, a cuarenta aos de la clausura del V aticano II, nos en co n tram o s u rgidos a realizar. A c tu a liz ar el discurso co nciliar com o texto, volver a efectuar la referencia , restitu ir al texto conciliar su autonom a sem ntica y su cap aci dad co m u n ica tiv a en y por la d istan cia, puede re c o n fig u ra r nuestra identidad eclesial de cara al futuro en el presente h ist rico en y a travs del pasado que nos constituye por la m ed ia cin del m ism o texto, el concilio V aticano II. A hora bien, con la escritura em erge el problem a herm enutico de la lectura. La ap ro p iaci n del m undo del texto, de aquello que es extrao al sujeto que lee, se realiza en y a travs de la distancia, siendo sta, al m ism o tiem po, constitutiva del fenm e no del texto y condicin de posibilidad de toda apropiacin, de toda in terp retaci n .26
:4 P. RICOEUR, D el texto a la accin , 34. Esta o p o sic i n con stitu ira el m otor, segn R icoeur, de la obra de G a d am e r Verdad y M todo 1. 35 Cf. P, RICOEUR, D el texto a la accin, 71. 36 Cf. ibid. , 9 5 -9 6 .1 0 5 y P. RICOEUR, Teora de la interpretacin , 55-56. Verfremdung'. a lie n atio n , d e fa m iliriz a tio n , d isilltisio n , d ista n c ia tio n ; se usa el trm ino g e n era lm e n te en el p lan o e st tic o (R . B arthes, B. B recht, A. B re tn, T. A d orno). Cf, T ilom as WEBER, en: Historisches Wrterbuch d er Philosophie , (com p. l Jo ach im RlTTER, edit. W issenschaftliche B u chgesellschaft, D a rm stad t. D e u tsc h la n d , 2 0 0 1 , T om o 11, 6 5 4 - 658. Entfremdung'. a lie n a cin, e x tra am ien to (v o c ab u lario h e g elian o ). Cf. E. RITZ, en: H istorisches Wrterbuch der Philosophie, (c o m p .) Jo a c h im R itter, edit. W isse n sc h aftli che B u c h g esellsch a ft, D arm stadt, D eutschland, 1972, Tom o 2, 509-518.
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2..J. M s all de la herm enutica del romanticismo La herm enutica textual entendida com o dialctica entre explicar y com prender com porta, a la vez, una dim ensin epistem olgica y ontolgica operante en la tarea herm enutica. A hora bien, la polaridad entre explicar y com prender, apunta R i coeur, acenta y representa un m odo de inteligibilidad que carac teriza dos esferas de conocim iento. Por un lado, la explicacin de la naturaleza , entendida com o el horizonte com n de hechos, le yes y te o ra s, h ip tesis y d ed u ccio n es que busca ex p licar; p o r otro, la comprensin de la esfera deI espirita que pretende alcan zar la individualidad psquica a travs de las m anifestaciones sin gu lares del p siquism o a je n o .27 A m bos cam pos han configurado las esferas del saber a lo largo de la historia, y m s concretam en te los estatutos epistem olgicos y m etodolgicos de las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espritu respectivam ente. E l o rig en de esta d u a lid a d ex c lu y e n te la en c o n tram o s en las obras de D ilth ey ;28 l distingue esta alternativa a lo largo de to das sus investigaciones, aunque p o r m om entos lleve a cabo algu nas m odificaciones. En efecto, en el orden del conocim iento de la realidad o bien se explica , a la m anera del sabio naturalista, o bien se interpreta , a la m anera del historiador. 29
27 Cf. P. RICOEUR, D el texto a la accin , 77 y Teora de la interpretacin, 84. 2 D ilthey, W ilhelm (1 8 3 3 -1 9 1 1 ), n a c i e n B ie b ric h am R h e in , p ro fe s en B asilea, K iel y B reslau an te s de o cupar, en 1882, la c ted ra de h isto ria de la filo so fa que H. L otze dej vacante en B e rln , J. FERRATER MORA, D ic cionario de F ilosofa , T om o 1, 820. 2 > P, RICOEUR, D el texto a la accin , 132, En este sentido, cabe re co rd a r que la obra de D ilthey se inscribe en el c o n te x to h ist ric o cara cte riz ad o p o r dos h e ch o s c u ltu rale s im portantes; por un lado, la reflex i n filo s fic a que pre ten d e a lc an z a r una in telig ib ilid ad del e n ca d en a m ie n to histrico; y, p o r otro, el d e se o de d o tar a las c ie n cia s del e sp ritu de una m eto d o lo g a y de una e p iste m o lo g a que den c o n sisten c ia cien tfica al c o n o cim ie n to histrico.
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Para Dilthey la com prensin es el proceso por el cual conoce mos algo psquico con la ayuda de signos sensibles que son su m anifestacin. 30 Por eso, interpretar consistir en la tarea o el arte de co m prender aplicado a los signos sensibles, a los testi m onios, a los m onum entos, a las obras de arte, presentes en las culturas, tam bin en los textos. En este sen tido, ap u n ta R icoeur, la in terp re taci n para D ilthey co n stitu y e una p ro v in cia p a rtic u la r de la co m p ren si n , y a que perm ite trasladarse hacia el interior del psiquism o ajeno y co m prenderlo por la m ediacin de sus o b jetiv acio n es.31 Esta herm e nutica se estructura sobre dos pilares; por un lado, el pilar que perpet a la tradicin rom ntica de Schleierm acher, la psicologa de la com prensin cuyo fin ltim o es com prender al autor m ejor de lo que l se ha com prendido a s m ism o. 32 Y por otro, el pi lar que rom pe con la tradicin rom ntica de la lgica de la inter p retaci n que conduce a la h erm en u tica a estab le cer te ric a m ente, contra la intrusin constante de lo arbitrario rom ntico y del subjetivism o escptico en el dom inio de la historia, la validez universal de la interpretacin, base de toda certeza histrica. 33 Por eso, la herm enutica de D ilthey se distancia de la inm edia tez de la com prensin del otro, y se establece com o tal por la m ediatez de la in terp retaci n de los signos que m anifiestan al psiquism o ajeno. Esta m ediatez es la que, segn D ilthey, otorga a la in terpretacin el grado de objetividad que, en cuanto cien cia del espritu, la herm enutica reclam a. A hora bien, apunta R icoeur, para D ilthey la subjetividad sigue siendo la referencia ltim a que pretende alcanzar la herm enuti
ca por el rodeo de la interpretacin de los signos que expresan el psiquism o ajeno. Por ello, la interpretacin para Dilthey, an bajo la influencia de H usserl, consiste en reproducir N achbildung las ex periencias vividas p o r un s m ism o, por un otro, objetivadas en las o b ra s .34 Por lo tanto, la polaridad entre explicar y com prender represen ta. en la h erm en u tica del ro m an ticism o , una dicotom a tanto ep istem o l g ica com o o n to l g ica que opone co n secu en tem en te dos m etodologas conform e a las dos esferas de la realidad: la naturaleza y la m en te.35
2.1.2. D ialctica entre explicar y com prender R icoeur propone su herm enutica textual m s all de esta dico to m a excluyente, reorientando la altern ativ a a partir de la no cin de texto y de sus dos posibles m odos de lectura. En efecto, su teora del discurso rige y p osibilita el desarrollo de su teora de la in te rp re ta c i n .36 S obre la do b le d ia l c tic a del a c o n te c i m iento-sentido y del sentido-referencia, se genera y estructura la doble y com pleja dialctica del distanciam iento y la apropiacin y del acto de entender o com prender y la explicacin. R ico eu r p o r su co n v icc i n de que si un d iscu rso se produce com o un acontecim iento, se entiende com o sentido 37 puede dar un paso superador e integrador de la alternativa excluyente; re distribuyendo los conceptos de com prensin, explicacin e inter pretacin dentro de la esfera m ism a del sentido. De este m odo, la in terp retaci n c o n sistir en un nico pro ceso co m p lejo que
34 Cf. ib id , 134 35 Cf. P. RICOEUR, Teora de a interpretacin. 84-85. 36 Cf. ibid.. 83-84 37 Ib id . 85
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en g lo b a d ialcticam ente la explicacin y la com prensin. Este nico proceso posee dos polos dinm icos y dialcticos entre s; por un lado, el paso de la com prensin ingenua y p rim era del sentido global a la explicacin; y por otro, el paso de la ex p li cacin a la com prensin, es decir, de la com prensin ingenua a la co m p ren si n co m p leja y p o scrtica m ediada por la e x p lic a cin. P ero veam os el proceso. a. De la com prensin a la explicacin: de la conjetura a la validacin El prim er polo se caracteriza por el transito de una com prensin prim era e ingenua del sentido global hacia una com prensin p o s crtica y com pleja del sentido del texto. La com prensin al prin cipio se encuentra en el m bito de la conjetura , de una captacin global de la totalidad del texto, ocupando el lugar de una prim e ra im presin. C onjeturar conlleva y exige la tarea de validar di cho sentido al estilo de lo que P opper propone com o principio de fa lsa ci n .38 La conjetura hunde sus races en la m ism a autonom a sem ntica del texto. En efecto, segn R icoeur, dicha autonom a produce la disyuncin del sentido verbal del texto respecto de la intencin m ental o intencin del autor, siendo sta de suya d esc o n o cid a;3 5 y, p or tanto, el problem a de la interpretacin radica en la natu raleza de la intencin verbal del te x to .4 * El problem a de la com prensin correcta com ienza a resolverse por la accin de conje-
ibid.,
86-88.
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turar, es decir, por la accin de configurar el sentido com o el sentido verbal de un texto. 4 1 El cam ino de transicin de la com prensin a la explicacin, de una prim era inteligibilidad ingenua a una segunda post-crtica, se produce cuando se conjeturan tres aspectos conexos entre s: Io) con jetu ram o s el sentido verbal de un texto en su totalidad. La arquitectura o estructura especfica de un texto tiene una plurivocid ad de sen tid o s que co n v erg en y c o n fo rm an el todo, y, por ende, abre y genera una pluralidad de lecturas y explicaciones; 2o) conjeturam os la singularidad que caracteriza el texto (com p o sic i n , g n e ro lite ra rio , e stilo p ro p io ). En e fe c to , el tex to com o un todo singular exige asum irlo desde diversos lados po sibles, aunque su reconstruccin siem pre aborde tan slo un as pecto, una perspectiva; por eso, sostiene R icoeur, que en el acto de lectura se ju e g a un tipo especfico de conjetura conform e a la unilateralidad de la perspectiva asum ida; 3o) conjeturam os diver sas form as de actualizacin conform e a los horizontes poten cia les de sentido desplegados por el te x to .42 A hora bien, la conjetura del sentido verbal de un texto en su to talidad, singularidad, y horizontes potenciales de sentido, exige su c o rre s p o n d ie n te ju s tific a c i n , su re sp e tiv a v a lid a c i n . En efecto, si bien el texto presenta un cam po lim itado posible de in terp retacio n e s, no to d as las in te rp re ta c io n e s son ig u ales, sino aquella que no slo sea probable, sino la m s probable en otras p o sib le s.43 La validacin propuesta por R icoeur siguiendo a E. D. H irsch se encuentra cercana a la lgica de la probabilidad y no a la lgica
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de la v erificacin em prica; y se enm arca en el contexto de lo que Karl P opper en La lgica de la investigacin cientfica pro pone com o criterio de falsacin del conocim iento. En este senti do, la dialctica entre verstehen y erkren encuentra su co rrela to m o d ern o en el e q u ilib rio d ad o por el arte de c o n je tu ra r y validar aplicado a los textos. La dialctica de la conjetura y la validacin, afirm a R icoeur, p er m ite m overse entre los lm ites del dogm atism o y el escepticism o, pues siem pre es posible discutir, ju stific ar, co n fro n tar y arbitrar las in terp retacio n es posibles y arrib a r a un acuerdo entre ellas. Por ello, la conjetura, en cuanto aproxim acin subjetiva, y la v a lidacin, en cuanto ap ro x im aci n objetiva, del tex to recrean el crculo herm enutico en pos de la interpretacin m s p ro b a b le .44
b. D e la explicacin a la com prensin El texto, en tanto discurso fijado por la escritura , 45 no slo po see la dialctica del acontecim iento y el sentido que exige la dia lctica de la com prensin com o conjetura y la explicacin com o validacin, sino tam bin, la contraparte de la dialctica del signi ficado y la re fere n cia.46 En efecto, dice R icoeur, se trata de abor dar [a funcin referencial de! texto escrito ; sta excede la designa cin ostensible del horizonte com n que caracteriza la situacin del dilogo cara a cara. El texto por su autonom a sem ntica d e signa o m ediatiza una referencia aunque de m odo indirecto. La funcin referencial de los textos escritos se m odifica profun dam en te p o r la falta de una situacin com n tan to al esc rito r com o al lector. El texto escrito , dice R icoeur, por s oculta el
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m undo y la su bjetividad circu n d an te que le dio origen en g en drando un cuasim undo distinto y autnom o del prim ero; de este m o d o el lenguaje ad q u iere un u n iv erso propio que se d esliga abstrayndose de la situacin, de la realidad c irc u n d a n te .47 Por eso, sostiene R icoeur la nueva dialctica entre la explicacin y la com prensin es la contraparte de estas aventuras de la funcin referencial del texto en la teora de la lectura. 48 La abstraccin del m undo circundante, el cuasim undo creado por el texto, engendra dos posibles m odos de abordarlo com o lectores: A) Podem os leer el texto perm aneciendo en el lugar d el texto , es decir, en la clausura del m ism o, explicando el todo por sus rela ciones internas, por su estructura. Esta aproxim acin, gracias al anlisis estructural, perm ite alcanzar una explicacin de ese lugar, del adentro del texto sin trascender la inm anencia del m ism o .49 El an lisis e stru c tu ra l p erm ite alc a n z a r el d o m in io sin f n ic o del todo, es decir, de la estructura de acciones correlativas, de la j e rarqua de los actores, y de la narracin en cuanto accin com u n ic a tiv a .50 La explicacin del texto p o r y en el texto m ism o, es tablece la lgica estructural de las relaciones internas al texto, sin referencia alguna al significado que pueda tener para el lector. E sta lectura perm ite la inteligibilidad de la dinm ica interna del m ism o, inteligibilidad que pertenece de nacim iento al cam po de
4 Cf. ibid., 92-93. 48 Ibid.. 93. 4S Cf. ibid.. 93; P. RICOEUR, D el texto a la accin, 134-136. El c o m p o rtam ien to e x p lic ativ o del anlisis estructural ap licad o al tex to tien e com o h iptesis de trab a jo de q u e las p e q u e a s u nidades del len g u aje tie n e n una estructura anloga a las u n id ad es su p erio res de la oracin. 50 Cf. P. RICOEUR, Teora d e la interpretacin, 97-98. El a n lisis e stru c tu ra l pre te n d e llevar a cabo una seg m en taci n (el a sp ecto h o rizo n tal) y despus e sta b le c e r v a rio s n iv ele s de integ raci n de las pa rte s en el to d o (el aspecto je r rq u ic o )., ibid., 97.
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las ciencias hum anas y m s precisam ente al de la lin g stica .5 1 Por eso, ap unta R icoeur, en ad elan te ex p licar e in terp retar se hallarn en debate sobre el m ism o terreno, en el interior de la m ism a esfera del lenguaje . 5 2 No obstante, R icoeur es conscien te que la expansin del m odelo estructural hacia los textos no agota de ningn m odo las posibles actitudes que el lector pueda tom ar frente a ellos; por lo que la extensin del m odelo lings tico al texto es slo uno de los posibles acercam ientos a la n o cin de in terp re taci n .5 3 B) Podem os leer levantando ia suspensin del texto, y restituir le su capacidad com unicativa en pos de alcanzar el dinam ism o ex terio r de su significado y tra sc e n d e n c ia .54 En efecto, cuando leem os pretendem os alcanzar el m ovim iento del sentido o signi ficad o d ad o por el texto y as artic u la r un d iscu rso nuevo al discurso del tex to . 5 5 A rticular un discurso nuevo exige, al m ism o tiem po, apropiarse del d iscu rso del texto y co n tin u arlo en la artic u la ci n de uno nuevo. P or eso, la ex p lica ci n ap lica d a al texto es el cam ino obligado para la com prensin de s de un sujeto frente y ante el texto. Por eso, R icoeur entiende p o r comprensin la capacidad de continuar en uno m ism o la labor de estructuracin del texto, y por explicacin la operacin de segundo grado incorporada en esta com prensin y que consiste en la actualizacin de los cdi g os su b y ac en tes en esta lab o r de e stru c tu raci n que el lector aco m p a a. 56
51 C f. P. RICOEUR, D el texto a la accin , 135-140. 52 Ibid. , 140. C f. P. RICOEUR, Teora de la interpretacin , 93, 98, 53 C f. P. RICOEUR, Teora de la interpretacin , 94.
54 C f. P. RICOEUR, D e! texto a la accin , 135, 140.
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La apropiacin consiste, en ltim a instancia, en la inteligencia del texto que acaba en la inteligencia de s m ism o ante el texto; p o r lo que, en la reflexin herm enutica la co n stitu ci n del s i mismo y del sentido son co n tem p o rn eo s.57 El sentido inm anen te al texto es m ediatizado por la explicacin, y su apropiacin nunca es inm ediata e ingenua sino m ediata y crtica. La apropiacin del sentido perm ite hacer propio lo ajeno y extra o, haciendo contem porneo aquello que pareca o estaba lejano y distante; restituyendo la capacidad com unicativa del texto en y por la distancia cultural. En este sentido, para Ricoeur, la inter pretacin acerca, iguala , convierte en contemporneo y sem ejan te, lo cual es verdaderam ente hacer propio lo que en principio era extrao. A sim ism o, apropiarse perm ite hacer actual el sentido del texto, las posibilidades sem nticas del m ismo. En este sentido, la interpretacin perm ite la fusin de horizontes, del texto y de uno m i s m o . P o r eso, para R icoeur el texto actualizado encuen tra un entorno y un pblico; retom a su m ovim iento, interceptado y suspendido, de referencia hacia un mundo y a sujetos. 60 A hora bien, segn R icoeur, la interpretacin com o apropiacin del sentido y significado de la obra en el hic et nunc perm anece an en el m bito subjetivo del com prender diltheyano. En efec-
57 Cf. ibid., 141. En este sentido, afirm a R icoeur, c ara c te riz a r la interpretacin c o m o a p r o p ia c i n e s c o n tin u a r e l c a m in o in ic ia d o p o r a u to r e s c o m o S ch leierm ach er, D ilthey y B ultm ann.
58 Ibid., 140.
5i C abe re co rd a r que R icoeur reto m a de G adam er, ad em s de la no ci n de la co sa del te x to " , la n o c i n de fu si n de h o riz o n te s que a c o n te c e en el acto herm enutico. 60 Ibid., 142. A punta R icoeur, s el tex to ten a slo un sentido, e s decir, re la cio n e s internas, una estru ctu ra: ahora tien e un sig n ificad o , es decir, una rea lizaci n en el discu rso propio del sujeto q u e lee. Por su sentido, el texto te na s lo una d im e n si n se in io l g ica ; ah o ra tie n e , p o r su sig n ific a d o , una d im en si n se m n tica . , P. RICOEUR, Teora de la interpretacin, 142.
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to, el trabajo de interpretacin pone de relieve la doble dim en sin sem iolgica y sem ntica a travs de la apropiacin que v en ce la d istan cia cultural y la actualiza. De este m odo, el trabajo lierm enutico en fatiza las subjetividades del lector y del autor del texto, o torgando suprem aca a la subjetividad del lector, y, por ende, creando as una esttica de la recepcin que no deja de ser problem tica. P or eso, R ico eu r re to m a del an lisis estru c tu ral la sem n tica profunda que toda tram a significativa posee. Esta sem ntica nos coloca en la direccin del sentido dado p o r el texto, del horizon te que trasciende la subjetividad del autor y del lector. En efec to, el texto por su autonom a sem ntica se distancia de la refe re n c ia del m undo c irc u n d a n te d e p rim e r g ra d o c re a n d o una referencia segunda que redescribe la realidad y engendra un cua sim undo que es dado a cada lector. Por lo cual, leer o interpre tar sig n ifica ponerse en la direcci n del sentido inm anente al texto y com prenderse ante el texto. La interpretacin no consis te en la o p eracin subjetiva del acto sobre el texto, sino en la operacin objetiva com o acto del te x to .6 1 El texto por su autonom a sem ntica, el triple distanciam iento, y la sem ntica profunda, produce, abre, despliega, y configura al m ism o tiem po un m undo posible y una posible form a de o rien tarse dentro de l .62
3. R eflexiones Anales
Hem os querido presentar algunos de los aspectos que la herm e nutica de R icoeur aporta a la hora de apropiarnos y actualizar
61 Cf. P. RICOEUR, D el texto a la accin , 144. 62 Cf. P. RICOEUR, Teora de la interpretacin, 100.
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el gran acontecim iento del Vaticano II. El texto conciliar con tinua siendo una com unicacin en y por la distancia que puede abrirnos un horizonte de sentido nuevo, que, sin desgajarse de la T radicin viva de la Iglesia, puede reinterpretarla enriquecindo la. C om p ren d ernos p o r y ante el texto c o n c iliar es recibir del m ism o una p ro p o sici n de m undo p o sib le, de Ig lesia po sib le, que lejos de perm anecer prisioneros de los aspectos vivenciales o de la dinm ica interna del aula conciliar, nos urge a una con tinuidad creativa del aggiornam ento que cada contexto histrico-cultural reclam a a la Iglesia en su tarea evangelizadora. El acontecim iento y el sentido del Vaticano II reclam an y exigen la tarea herm enutica que reconstruya la dinm ica interna que rige la estructuracin de la obra, y restituya al texto su capaci dad de p royectar fuera de s un m undo habitable y una m anera de apropiarse y de ser dada al sujeto la com unidad eclesial que se enfrenta al texto. La com prensin y la explicacin se ar ticulan en el plano o esfera del sentido de la obra o texto; evi tando, por un lado, el irracionalism o de la com prensin inm edia ta que pretende alcanzar el vnculo inm ediato de congenialidad de las dos subjetividades presentes en el texto, el autor y el lec tor; y, por otro, el racionalism o de la explicacin que pretende alcan zar la objetividad textual cerrada en s m ism a y sin ningn tipo de conexin con la subjetividad del autor y del lector. A si m ism o, el anlisis sobre la referencia de los enunciados y de las tram as significativas en general posibilitan quebrar la clausura del lenguaje y trasc en d er hacia la flech a o d irecci n que la obra despliega com o m odo de vivir y de estar-en-el-m undo que precede a todo lenguaje y pide ser d ic h o .63 La herm enutica textual entendida com o dialctica entre explicar y com prender, segn R icoeur, rom pe la dicotom a o alternativa ex clu y en te de la dim en si n ep istem o l g ica y de la dim ensin
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ontolgica de la com presin de la realidad, y las integra en una sntesis que evita, al m ism o tiem po, el dualism o y el m onism o. En efecto, la interpretacin en el plano epistem olgico com p re n d e el m om ento no m eto d o l g ic o de la co m p re n si n y el m om ento m etodolgico de la explicacin. La com prensin co n s tituye el teln de fondo que envuelve a la explicacin; y la ex plicacin desarrolla an alticam ente la com prensin justifican do la aproxim acin objetiva y rectificando la apropiacin subjetiva del texto. A sim ism o, la in terp retaci n en el plano ontolgico por la d ialctica explicar-com prender da cuenta, al m ism o tiem po, de la relacin prim ordial de pertenencia del ser que so mos y de la regin del ser expresado y designado por el texto, y del m ovim iento de distanciam iento que dicha pertenencia co n lle va y exige ser co n sid erad o .64 C reem os que la tarea herm enutica del concilio Vaticano II es sin duda una labor a realizar. A proxim arnos al desarrollo y din m ica interna del acontecim iento del aula conciliar; ad v ertir las tendencias y discusiones, argum entaciones y opciones; constitu ye una tarea que nos sita en el m arco de una apropiacin e in vestigacin seria del Vaticano II. Pero, m s serio an nos parece dejar que el texto nos hable por s m ism o; el acontecim iento la prim avera del concilio ha quedado plasm ado en el te x to conciliar, en la letra de los docum entos. Efectuar su significa do y su referencia , segn los aportes de R icoeur, perm itir apro piarnos y actualizar el pasado que nos constituye, y ser feles al presente que nos urge de cara al futuro. La celebracin de los cuarenta aos de la clausura del Vaticano II; el nuevo contexto sociocultural y eclesial que nos toca vivir y co n stru ir com o hom bres y m ujeres del siglo XXI que quere mos estar siem pre dispuestos a dar razn de la esperanza (1 Pe 3,15); y, la conviccin que en los concilios legtim am ente cele
44 C f.
ibid.,
167-lB .
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brados el Espritu de D ios obra en ellos y m s all de ellos; son m otivos m s que suficientes para em prender una renovada recep cin del V aticano II que revitalice y actualice la identidad y ac cin eclesial.
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1 A rtcu lo publicad o o rig in alm en te en: L es signes des tem p s , N ouvelle revue theoiogique 97 (1 9 6 5 ) 29-39.
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q u e o lib ro de C h e n u : U n e c o le d e th o lo g ie : L e S a u lc h o ir , e d ita d o p o r v e z p ri m e ra e n 1937, n o fu e n u n c a b ie n vis to, s i e n do fi n a lm e n te in c lu id o en el In d ic e en fe b re ro de 1942. E ste re s u lta d o fue p re c e d id o p o r u n a p o l m ic a q u e se d e s a r ro ll en si le n c io , lu e g o de u n a v is i t a c o n f i a d a al d o m i n i c o T. P h ilip p e q u e t e r m i n c o n el a le j a m i e n to de C h e n u de la e n s e a n z a y con la a d m o n i c i n e n L a v ie I n te lle c tu e lle p a ra q u e n o se d e d ic a ra en d e m a s a a p r o b l e m a s d e a c tu a lid a d . D e esta m a n e r a , se c e r c e n a b a en g ra n m e d i d a la o r i e n ta c i n in n o v a d o r a d e los d o m i nicos. A p e s a r d e to d o , C h e n u n o d e j d e e s c r ib ir y d e e je r c e r su in flu e n c ia e n la ig le sia fra n c e s a , s ie n d o a d e m s u n te r ic o e in s p ira d o r del m o v i m i e n t o de los s a c e r d o te s o b re r o s. Su o r i e n taci n de fo n d o se h a c e p a te n te e n el ttulo d e d o s de sus libros: L a F o i d a n s l ' n te ll g e n c e \ L 'E v a n g il e d a n s le T e m p s ( P a r s , 1964). C h e n u u n a d e esta m a n e r a la p r o f u n d id a d d e la g ra n tr a d ic i n h i s t r i c a c o n el a n li s i s d e los p r o b l e m a s c o n t e m p o r n e o s , c u y a s o l u c i n le p a re c a u n a c o n ti n u a e n c a r n a c i n d e la p a la b r a d e Dios. D e este m o d o , la p r o b l e m t ic a d e la lectu ra de los sig n o s d e los t i e m p o s , no e s u n te m a a is la d o en el p e n s a m ie n to de C h e n u , sin o q u e es un eje d e s d e el cual p o s ic io n a rs e , c o m o h o m b r e d e I g l e s i a , f r e n t e al m u n d o . N u e v a m e n t e , en 1954, al a g ra v a r s e la c u e s ti n d e los s a c e r d o te s o b re r o s, C h e n u fu e s a n c i o n a d o : a le j a d o de P a rs, se le in v it a u n a e s p e c i e de exilio en L e H av re. El c o n c il io c a m b i a r ra d i c a lm e n te la s i tu a cin. En efe c to , el 17 d e n o v ie m b r e d e 1962, d u ra n t e la 21 c o n g r e g a c i n g e n e r a l , el c a r d e n a l D p f n e r e x p r e s su d e s e o de q u e e n tre los p erito s n o m b r a d o s p o r el p a p a fu e r a n in v ita d o s a p a rtic ip a r t a m b i n a q u e llo s q u e fu e sen e s p e c i a lm e n te c o m p e t e n tes en las d iv e r s a s p ro b l e m t ic a q u e e s ta b a n c a u s a n d o d if ic u l ta d e s . S eg n e s ta o b se r v a c i n , los p re s id e n te s de las c o m i s i o n e s no h a b a n in v i t a d o r e a l m e n t e a c o l a b o r a r a t o d o s los t e l o g o s n o m b r a d o s h a sta e se m o m e n t o . M s a n , s e h a b ia h e c h o u na s e l e c c i n en la q u e h a b a n q u e d a d o e x c l u i d o s u n g r u p o d e fa m o s o s esp e cialista s. E s v erd ad q u e c a d a o b is p o te n a la p o s i b i lidad de llevar, a ttu lo p r i v a d o , a los e x p e r t o s q u e l elig iera. P ero su p o s i c i n en el c o n c ilio e ra f u n d a m e n ta l m e n t e d ifere n te de la de los pe rito s o ficiales. E s to s ltim o s , c u a n d o el c o n c ilio se r e u n i , s e u n i e r o n s o b r e t o d o a Jos p a d r e s c o n c i l i a r e s qu e
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c o n o c a n . Un g r u p o q u e y a h a b a c o n t r i b u i d o a la p r e p a r a c i n del c o n c ilio s e g u ia v in c u l a d o a los p re s id e n te s d e las c o m i s i o nes. O tro g ru p o fue m u y p r o n t o i n v i ta d o p o r los o b i s p o s q u e n o e s t a b a n sa tisf e c h o s co n los te x to s p r e p a r a d o s y q u e r a n d a r a la a s a m b le a e c le s ia l una c o n c ie n c ia v iv a de si m i s m a , a p a rtir de la c u a l p u d ie r a se r c a p a z de a c tu a r c o n a u to n o m a . E n tr e e sto s lt im o s te l o g o s , e s ta b a C h e n u . C o m o re c u e r d a Y. M . C o n g a r: V ie rn e s , 19 de o c tu b r e de 1962, a las 4 de la ta r d e en la c a sa M a t e r D e i ' , V ia deILe M u r a A u r e l i e , 10. R e u n i n d e a l g u n o s o b is p o s a l e m a n e s y fr a n c e s e s y de a lg u n o s t e l o g o s a l e m a n e s y f r a n c e s e s , c o n v o c a d o s p o r el o b is p o V olk. E s ta b a n p r e s e n t e s : lo s o b i s p o s V olk , R e u s s , B e n g s c h ( B e r l n ) , E l c h i n g e r , W e b e r, S c h m i t t , G a r r o n e , G u e r r y y A n c e l , los p a d r e s R a h n e r , L u b a c , D a n i lo u , G rillm e ie r, S e m m e lro th , R o n d et, L a b o u rd e tte , C o n g a r, C h e n u , S c h il le b e e c k x , lo s p r o f e s o r e s F e in e r y R a t z i n g e r , m o n s e o r P h il ip s , el p a d r e F r a n s e n y el p r o f e s o r K n g . El o b je t o d e la d is c u s i n : h a y q u e d is c u tir y d e te r m i n a r u n a t c t ic a r e s p e c to al c o m p o r t a m i e n t o q u e se d e b e t e n e r a n te lo s e s q u e m a s t e o l g i c o s . E n u n a d i s c u s i n q u e d u r c a s i tres h o r a s , s a l i e r o n a la lu z n a t u r a l m e n t e t o d o s lo s m a t i c e s p o s i b le s ... . De e ste m o d o , C h e n u c o m e n z a b a u n a fu erte a c ti v id a d en el C o n c il io , n o s lo r e f o r m u l a n d o la tr a d ic i n sin o le y e n d o los a c o n te c im i e n to s del m u n d o . L e c tu ra q u e se co n v irti en u na c lav e h e r m e n u ti c a d e la Ig le sia c o n c ilia r p a ra r e l a c io n a r s e co n el m u n d o . P ara am p lia r , cf. G. M a r tin a , El c o n t e x t o h is t ric o en el q u e n a ci la idea d e u n n u e v o c o n c ilio e c u m n i c o , y K. H. N e u f e ld , O b is p o s y t e l o g o s al se r v ic io del V a tica no II , en R. L a to u re lle (ed .), V aticano II: b a la n c e y p e r s p e c tiv a s . V einti c in c o a o s d e s p u s (1 9 6 2 -1 9 8 7 ), S a la m a n c a , 1990]. [ N o ta del t r a d u c to r ].
La expresin ha entrado decididam ente en el lenguaje teolgico cristiano. M s todava, em pleada al principio al nivel de los an lisis psicolgicos o fenom enolgicos, a veces tam bin, y no siem pre felizm ente, con una intencin apologtica, la expresin tiende hoy da, de m anera bastante sensacional, a convertirse en una de Jas categoras fundam entales de la teologa em ergente, para defi nir particularm ente las relaciones de la Iglesia y del mundo.
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Si la palabra debe to m ar una sim ilar im portancia, se hace n ece sario, de m odo urgente, no solo percibir en ello la densidad en una intensa aplicacin del espritu, sino tam bin, y para eso, m e dir exactam ente la com prensin, tanto en sus elem entos form a les com o en sus im plicaciones m arginales, y con esto tendr que conferir a las palabras su valor espiritual. Porque no es preciso que su seduccin nos lleve a un dem asiado fcil em pleo, que di solvera su rigor interno y desviara del anlisis exigente las rea lidades p or l enunciadas. Es as com o, en los trab a jo s interiores del C o n cilio V aticano, donde la palabra ha penetrado activam ente, una subcom isin es pecial ha sido constituida, segn el dispositivo de la com isin encargada de elaborar el esquem a sobre la Iglesia en el m undo de hoy , y ha trabajado, en septiem bre-octubre de 1964, para d i rig ir un anlisis exacto, descriptivo y teolgico, de los signos de los tiem p os en la econom a cristiana. Es evidente que no se trata all de una repentina irrupcin, ni en el uso profano, ni en el uso teolgico. La expresin es de uso antiguo. Sin em bargo, ella ha tom ado un valor especfico, desde que, m s all del estudio sistem tico y abstracto de la naturale za del h om bre, se ha com enzado, sin detrim en to para ella por cierto, a tom ar en consideracin las circunstancias tem porales en las cuales se desarrollan los recursos y las facultades de esta n a turaleza. C ircunstancias: la palabra es dem asiado dbil, porque no se trata de circunstancias exteriores y de accidentes adventi cios, sino m s bien de elem en to s in teg rad o s a esta n atu ra leza para darle sus condiciones de existencia y de ejercicio. El tiem po se co nsidera com o un valor co-esencial, que m odifica la vida del espritu no solo en su m ecanism o, sino en su m ism a sustan cia. Es to d a la p ro b lem tica de la h isto ricid ad del hom bre. A m edida que se aceleran las m utaciones de la hum anidad, desde su suelo econm ico hasta sus com portam ientos m entales, se im pone la consideracin de esta dim ensin del hom bre, no slo en un captulo de filosofa de la h istoria, o en el anlisis m oral de
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Jas situ a c io n e s, o para una p ro sp e c tiv a de la accin, sino sobre todo, en el cam po de la antropologa. El hom bre es un seren-el m undo. H istoria y Espritu son en l consustanciales. Por tanto, sera y a m uy revelador seguir la difusin de los sig nos de los tiem pos en los diversos sectores de la produccin li teraria. psicolgica, filosfica, com o efecto de esta nueva sensi b ilid a d . P ero no te n e m o s q u e o b s e rv a r aq u , segn n u e stro objeto, m s que la difusin en el lenguaje del pensam iento y de Ja accin cristianas. La investigacin sera sugestiva. R elevem os slo los em pleos m s autorizados. Es por Juan X X III, en su encclica Pacem in terris, que la pala bra hizo su entrada, si no en la teologa, al m enos en los docu m entos pontificios. E videntem ente la palabra signo form a par te de las prim eras categoras del lenguaje bblico y evanglico; y no se d eb er ja m s p erd er de vista este valor p rim o rd ial, al cual, todo uso ulterior debe referirse: el C ristianism o, el Judeocristian ism o es una ec o n o m a cuyo desarro llo en la historia com porta en su base esencial signos, y los m enores no son los signos escatolgicos que deciden el sentido y el curso de la con tinuacin tem poral de esta econom a. Tam bin hoy el recurso a Jos signos de lo tiem p o s no releva un o portunism o pastoral, sino una inteligencia objetiva de la Palabra de Dios. Sin em bargo, dejan d o aqu este punto al ex g eta, pasam os en seguida a Ja actualidad evanglica y eclesistica de la palabra.2
2 Q uien dice signos de los tiem pos c o n fie sa que se tien e alg o que a p ren d e r del tiem p o m ism o. Es verdad: esta categora de los signos de los tiempos d e m andara se r p recisad a, p o rq u e se debe ho n rar su re fe re n cia bblica, c ristolgica y e scato l g ica, Pero es la m irad a im plicada en este v o cab lo lo que es m s in teresan te. Se trata de re co n o c er p len a m en te la historicidad del m un do, de la Iglesia m ism a en tan to que, d istin ta del m undo, e st sin em bargo ligada a l. Los m o v im ien to s del m u n d o deben ten er un eco en la iglesia, al m en o s en lo que e llo s c u estio n an . N o se tendr resp u estas para to d o s, p o r lo m en o s re sp u e s ta s to d as h ech as y a d ec u ad a s. Por lo m en o s se sab r que no
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La referencia m s solem ne es, pues, la encclica Pacem in ferris, donde signos de los tiem pos no es em pleado com o una expre sin ocasional, sino com o una categora de base en la construc cin del p en sam ien to .3 Se sabe que cada una de las cuatro p ar tes de la encclica concluye con una enum eracin de los signos de los tiem pos com o tantas m anifestaciones de los valores evan glicos em ergentes en el interior m ism o de los m ovim ientos de la historia: socializacin, prom ocin de las clases trabajadoras, entrada de la m ujer en la vida pblica, em ancipacin de los pue blos colonizados, etc. Sobre estas realidades hum anas es que la Iglesia va a tener que regular su aggiornam ento. Pablo VI, en su prim era encclica, se com prom ete ex p resam en te en esta p ro b lem tica de Juan X X III y, para llev ar a cabo el ag g io rn a m en to , in tro d u ce co n tra quien situ ara la p e rfe c ci n en la in m u ta b ilid a d de las fo rm a s que la Ig le s ia se ha dado en el curso de los sig lo s el an lisis de los signos de los tiem p o s: es p re c iso e stim u la r en la Ig le sia la aten c i n c o n s ta n te m e n te d e sp ie rta a los sig n o s d e los tie m p o s , y la ap ertu ra in d efin id am en te jo v e n que sepa v e rific a r toda cosa y re te n e r lo que es b u e n o ' (1 Tm 5,21), en to d o tie m p o y en to d a circ u n sta n cia . E staba inscrito de antem ano, en la lgica de las intenciones de Juan X X III, que el C oncilio asum i para s, com o base de su trabajo para definir la relacin de la Iglesia y del m undo de hoy, por lo tanto del m undo en la historia estos fam osos sig nos de los tiem pos. En realidad, los proyectos elaborados por las com isiones pre-conciliares no haban tom ado ningn inters en estos signos, slo com o banales alusiones, y en un sentido
basta con rep etir las lecciones de sie m p re ", Y. CONGAR, Bloc-N otas sobre el
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totalm ente distinto; se sabe que estos textos previos se atenan a un anlisis abstracto e intem poral de lina Iglesia ju rd ica, sin que fu era incluso abordado su destino escatolgico. No es sino en el trm ino de la prim era sesin (nov. 1962), que, atropellan do la m asa de los 70 proyectos yuxtapuestos, el C oncilio, sobre la in terv e n ci n de los card en ales S uenen s, M o n tin i, L ercaro, F rin g s, d ecid i to m a r com o eje de su trab a jo a la Ig lesia, la Ig lesia en s m ism a, pero tam b in a la Ig lesia en su relacin con el m undo, y eso para definirse a s m ism a, si es verdad que por su naturaleza ella es enviada al m undo, a la m isin. C on el m undo, entraba la historia: La Iglesia en el m undo de hoy, y, con esta dim ensin histrica de la econom a cristiana, los sig nos de los tiem p o s, que v ien en no slo a m arcar su m archa, sino a d efin ir su constitucin. Lo m ism o que los signos de los tiem pos estructuran la Pacem in terris, de igual m odo el esquem a D e E cclesia in mundo hujus tem poris tom ar com o terreno de reflexin y de construccin, en cada uno de sus captulos dignidad de la persona hum ana, va lor de la vida conyugal, prom ocin de la cultura, ju sticia econ m ica y social, solidaridad internacional de los pueblos , a los signos de los tiem pos. De ah el bello y necesario trabajo em prendido por la sub-com isin, al que hem os hecho alusin. Es a este trabajo que quisiram os aportar la contribucin de algunas reflexiones, en el anlisis sociolgico prim ero, y en el teolgico despus.
A nlisis sociolgico
P ara ser tran sferid o al dom inio de las realidades relig io sas, la expresin signos de los tiem pos no pierde nada de su conteni do sociohistrico; es pues de una buena teologa asum ir el an lisis que de ella han podido hacer, a nivel fenom enolgico, los historiadores y los filsofos.
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Es evidente que la expresin im plica, en p rim er lugar, una refe rencia a la historia, a la que no conduciran los signos de otro orden. Se puede en efecto clasificar los significados en tres ca tegoras a partir de su m ateria. U nos son naturales , que provie nen de la naturaleza de las cosas en su enunciado inm ediato y espontneo: una huella en la nieve es el signo del paso de un ser vivo, una hierba en el desierto es el signo de la presencia de los recursos necesarios a la vida vegetal, agua, carbn, etc. Los sig nos convencionales proceden de una iniciativa del hom bre, que recurre a un gesto, a una palabra, a una cifra, en vista a com u n icarse con sus sem ejan tes, incluso si esta con v en ci n u tiliza para eso datos naturales: apretar la m ano, dar un beso, son ope raciones cargadas de sentido; una flecha grabada en un cruce de cam inos indica la ruta a tom ar. Se sabe que, en esta lnea, se si ta el lenguaje, con sus problem as. Pero hay tam bin signos his t rico s , cuya contextura es original y el alcance diferente: se tra ta de un acontecim iento, llevado a cabo por el hom bre, y que, ad em s de su co n ten id o in m ed iato , tiene el v alor de ex p resar otra realidad. La tom a de la B astilla, com o operacin de algunos in su rrecto s p arisin o s en 1789, fue un hecho m in scu lo , com o hubo tantos otros; pero ese hecho fue y devino significativo , al punto de servir de sm bolo de la conm ocin re v o lu cio n aria que repercuti durante un siglo a travs del m undo. La conferen cia de los pueblos afro-asiticos en B andoeung tuvo ciertam ente una eficacia decisiva en la evolucin del m undo desde hace diez aos; pero tam bin, y en apoyo de esta evolucin, ella alim enta el m ito de la liberacin de los pueblos bajo tutela. No se trata entonces tanto de estab lecer con erudicin el detalle del hecho pasad o , sino de discern ir, en ese hecho, el p o d er sec reto que hizo de ello el alm a y lo transm utado desde ahora en sm bolo perm anente en el correr de los tiem pos. Por co n secu encia, lo que prim a no es m s el co ntenido bruto, aunque sea tan im portante, del acontecim iento, cuanto la tom a de conciencia que ha desencadenado, captando las energas y las
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esperanzas de un grupo hum ano, m s all de la inteligencia re fleja de tal o cual individuo. En verdad, la historia es conducida no tanto p o r las series de hechos enlazados uno sobre otro, sino p o r estas tom as de conciencia colectivas, incluso m asivas, que hacen franquear repentinam ente a los hom bres los espacios esp i rituales largo tiem po insospechados. El hom bre entonces se des cubre a s m ism o en la infinita plasticidad de su naturaleza, se gn la ley del espritu siem pre inventor, siem pre creador, en el in terio r m ism o de los principios constitutivos de la naturaleza. La g randeza y, a travs de los peores excesos, la verdad de las rev o lu cio n es , proceden de estos elevam ientos de conciencia, en los que poco a poco se revelan, con sus recursos em ergentes, los poderes de la hum anidad. O curre que, en esta hum anidad en m ovim iento, el significado de estos aco n tecim ien to s caractersticos es percibido, en prim er lugar, por hom bres tan sum ergidos en sus com unidades que leen en ellos el destino por un presentim iento global de los plazos su cesivos. Estos profetas no valen tanto por los anlisis calculados, a la m anera de las prospectivas, sino por una com unin afectuo sa con las aspiraciones de su pueblo. Los signos son los pun tos de im pacto de sus percepciones, al punto que sern los pri m e ro s e le m e n to s d el g n e ro lite ra rio m s o rig in a l de su testim onio. E sta alta operacin vale evidentem ente al prim er je fe en dom i nio relig io so , sobre todo en las religiones con base histrica. A s, la eco n o m a ju d e o -c ristia n a e st m arcada, a lo largo de to d a su h isto ria en la A n tig u a A lian za, pero tam b in en la N ueva por las intervenciones de los profetas, todos polariza dos por el tem a m ayor del reinado m esinico que va a venir, o que se realiza. Los acontecim ientos son los signos, sin por eso despegarse de la historia m s terrenal. Tales fueron, para atener se slo a alg u n o s casos n o to rio s del A n tig u o T estam e n to , el x o d o de E g ipto, la estan c ia en el d esierto , la ca u tiv id ad en B abilonia, etc.
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A contecim ientos, decim os nosotros: entindase no tanto los h e chos aislados, cuanto los fenm enos extendidos en todo un ciclo de vida colectiva, a partir de un desencadenam iento cuyo choque co n tag io so capta poco a poco una gen eraci n , un pueblo, una civilizacin. La socializacin progresiva de los diversos sectores de la vida hum ana, de lo econm ico a lo cultural y a lo espiri tual signo de los tiem pos entre los m s sobrecogedores est evidentem ente com puesta de tram os enteros de hechos, que rele van p ro g reso s tcnicos, innovaciones econm icas, co n d icio n a m ientos sociales, regm enes polticos, in tercam b io s cu ltu rales, m en talid ad es p sico l g icas, y el resto. A s, son signos de los tiem p o s fenm enos generalizados, que envuelven toda una e s fera de actividades, y que expresan las necesidades y las asp ira ciones de la hum anidad presente. P ero estos fenm enos genera les no son signos ms que bajo la conm ocin de una tom a de conciencia en el m ovim iento de la historia. Prom ocin de la cla se obrera, co m p ro m iso social de la m ujer, o rg a n iz aci n de la co n cien cia internacional, lib eraci n de los p u eb lo s bajo tu tela colonial, no son signos m s que por el sobresalto que in tro d u cen, no sin ruptura, en la continuidad de los tiem pos hum anos. Sin cuyo so bresalto no seran m s que eventos ciegos, bajo el poder ju p iterian o de un D ios exterior. Al convertirse as los signos de una realidad que los va a desbor dar, los acontecim ientos no son vaciados de su inm ediato co n tenido. Por im plicar una historia santa, la historia no es m enos historia. Es el riesgo del procedim iento sim blico: tiende, por su transferencia psicolgica, a no tratar m s que com o una ocasin el m aterial original de su percepcin. Tanto en los sim bolism os literarios (textos de la Escritura, por ejem plo) com o en los sim bolism os en accin (los ritos litrgicos, por ejem plo), la sensibi lidad a los hechos y a los m ateriales prim itivos est agotada por la aten ci n poco a poco ex clu siv a en su alca n ce prospectivo. A h o ra bien, para que los sig n o s de los tiem p o s p erm an ezcan efectivam ente signos, es im portante que el carcter significativo de los eventos y de los fenm enos no parezca sobreaadido, sino
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que est bien en carn ad o en la realidad terren al e histrica. El sentido histrico es inm anente al acontecim iento, so pena de vol ver insignificante la historia. P o r tan to , cuando los cristianos en la Iglesia pretendan leer el sentido divino o evanglico de los acontecim ientos, no debieran hacer una inconsciente abstraccin de su realidad terrenal, y es p iritu alizarlo s . Es en ellos m ism os, en su plena y propia densi dad, que son signos. Es bien en esta realidad que la Iglesia lee en ellos una aptitud para convertirse a la llam ada al Evangelio, y convertirse en sujeto de la gracia. Es preciso respetarlos, si as se puede decir, y no sacarles ventaja apologticam ente para s. Es preciso auscultarlos, segn sus propias leyes, sin tina sobrenaturalizacin prem atura que devendra rpido en m istificacin. La socializacin de las econom as y de las estructuras no debe ser tratad a co m o una feliz ocasin de caridad fratern al, desde siem pre p ro clam ada por el cristian o ; ella es el m aterial nuevo que encuentra el cristiano, m aterial nuevo que no sera aprove chado por la caridad, si la caridad no viera all m s que una apli cacin de sus enunciados abstractos e intem porales. Es el choque m ism o de la m utacin social sobre una hum anidad en eferves cencia, que es signo de los tiem pos, en s y para una eventual capacidad para la fraternidad evanglica. H ay una actualidad del signo para u na actualidad del E vangelio. Las definiciones abs tractas quedan vanas, fuera del tiem po. D e este m odo, las aspiraciones a la paz alrededor de los aos 50, verdadero signo de los tiem pos, despus de los desastres de la guerra y de la bom ba se han visto rechazadas bastante a m e nudo por los cristian o s, porque la realidad am bigua de las co yunturas pareca m anchar un ideal abstracto de la paz. Igualm en te, v e m o s n o s o tro s en e s te m o m e n to la s o c ia liz a c i n y la planificacin de las econom as -s ig n o de los tiem pos tam bin, y apertura posible a la fraternidad evanglica (Juan X X III)- m s o m enos rechazada por quien observa en ella decisiones inspiradas en las ideo lo g as contestables. Las id eo lo g as no son m s que
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superestructuras de los m ovim ientos de la historia que, fuera de ellas, conservan su densidad y su verdad. En to d o s estos casos, el p ro feta es m s realista que el doctor, porque el lee en la historia. El percibe los signos de los tiem pos, m s all de los enunciados de principio. Se ha observado que cada uno de los pargrafos, salvo uno, de la encclica de Juan X X III, Pacem in terris, llevaba una referencia a los textos de su pred eceso r Po X II; referencia vlida, por supuesto, pero trans form ada por la percepcin viva del acontecim iento, en lugar de ser la aplicacin de principios abstractos. La conm ocin proba da en el m undo entero m anifiesta la diferencia de los docum en tos y de los personajes.4
A nlisis teolgico
Si pues, un da, la Iglesia, com unidad de creyentes, encara ex presam ente, para su consistencia en el m undo, tom ar en conside
1 En su interv en ci n en el C o n c ilio , so b re el a p o sto la d o de los laicos, el 9 de o ctu b re de J94, M ons. L arran (C h ili) deca: U n in stitu c io n a lism o e x a g e ra d o corre el riesgo po n er un dique a la caridad. El m undo va dem asiado r p id o para q u e las in stitu cio n es, so b re todo si ellas e stn e stan cad as, puedan seguir. N o e s preciso so lo e sc u ch a r a los d o cto res, sin o tam b in a los acon tecimientos, d isc ern ir los signos de los tiem pos (resum en extrao ficial). In stitu c i n -A c o n te c im ie n to : esta d u p la e n tra cada v ez m s en los a n lisis p a sto ra le s y e sp iritu a le s, ta n to com o en las c a te g o ra s te o l g ic a s. P rocede p o r otra pa rte de fu e n te s d isp ares, incluso si e lla s son o p u estas. El sentido que m ejo r se desp ren d e e s el que no so tro s em p le am o s aqu para defin ir los sig n o s de los tie m p o s , Si D ios co n d u ce una h isto ria p ro fan a o rien tad a , cu y o a co n tecim ien to e s un m om ento que la fe puede leer p ro fticam en te, el aco n tecim ien to e s v a lo ra d o com o ep ifan a del d esig n o d iv in o . Cf. J. P. JO-
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racin los signos de los tiem pos, es claro que, sensible al m ovi m iento de la historia, ella observar estos signos en su actuali dad, y los p ercibir en la m edida m ism a en qu ella est pre sente en esos tiem pos. Ella no tiene para eso que alejarse de las verdades eternas , ni de la Tradicin pasada: ella es en acto el lugar teo lgico de la verdad presente del E vangelio; ella es en a cto , hoy, la testigo de la econom a de la salvacin en la histo ria. El tiem po le provee los signos de la espera actual del M esas venido, los signos de la coherencia del E vangelio con la esp e ranza de los hom bres. U n Padre del C oncilio ju stam en te ha hecho observar, en el cur so del debate sobre la R evelacin, que la T radicin no debe ser com prendida exclusivam ente com o un depsito que acum ula el pasado co n serv ad o , com o la sola co n tem p laci n de la verdad rev elad a, sino m s bien en relacin con los aco n tecim ien to s del m undo, con las diversas culturas de los pueblos donde la Ig lesia se im planta en el curso de los siglos. Se m uestra bien, deca l, la relacin de la R evelacin con la historia concreta del pueblo de Israel; es preciso m ostrar incluso la relacin en tre la T radicin viviente y la accin de D ios que se contina en la historia .5 Y M ons. M arty aade: De este m odo ser puesto el fundam ento del esquem a X III sobre la Ig lesia en el m undo de hoy. S, en verdad. En este fam oso esquem a, no se trata slo de considerar los grandes problem as del m undo en un anlisis extrnseco, y de reg istrarlo s en vista de un ju icio doctrinal abstracto. Se ha d e n u n c ia d o e x c e le n te m e n te este d u a lism o ,6 o p o r lo m enos este
5 In terv e n ci n de M ons. M arty, a rzo b isp o de R eints, en la 9 3 ' C o n g re g ac i n general, 2 de octu b re de 1964 (resum en extraoficial}. 6 M e m o ria del P. S c h ille b e e c k x , so b re L a Ig le sia y el m u n d o , 16 de s e p tie m b re de J94, p u b lic a d o p o r la D o c u m en tac i n h o la n d e sa del C o n c ilio , Rom a. De este m odo, to d av a en el cu rso del C o n c ilio , en el m ism o centro, la co n fere n cia del c annigo J. M. G o n z le z Rtiiz (S e v illa ) sobre la te o lo
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ocasio n alism o, secuela de una concepcin de la gracia y de la natu raleza, donde la n aturaleza es tratad a por ella m ism a y la gracia que adviene de fuera, sin connivencia con la naturaleza ni con la historia. Hay, segn la ley m ism a de la econom a de la Palabra de Dios, alguna conexin entre los acontecim ientos del m undo y la p re sencia de la Iglesia com o testigo de esta Palabra. D esde luego, es preciso ex c lu ir todo vn cu lo de causa a efecto: de ninguna m anera la construccin del m undo y la prom ocin del hom bre hacen em erger el advenim iento del Reino; ni la naturaleza ni la h isto ria estn ca p acitad as para revelar el m isterio de D ios: su Palabra viene de lo alto , por la iniciativa de un am or gratuito, que se com prom ete en una com unin am orosa. La gracia es g ra cia, y la historia profana no es fuente de salvacin. La evangelizacin es de otro orden que la civilizacin. A lim entar a los hom b res, no es de p o r s sa lv a rlo s, au n q u e mi sa lv a c i n im pone alim entarlos. P rom over la cultura, no es de ninguna m anera con vertir a la fe. Sin em bargo, esta infranqueable trascendencia y la iniciativa y su contendido no elim ina, en la naturaleza y en la historia, sino que llam a, para la verdad am orosa de la iniciativa y para la asim ilacin nutritiva de su contenido, a un encuentro real con una in terioridad abierta al am or divino que se presenta, una c a pacidad afectiva, aunque no activa , a com prenderla y a satis facerla. Las em presas hum anas, la dom inacin de la naturaleza, la ascensin de la conciencia de los pueblos, la cultura de los esp ritu s y la ed u caci n de los co razo n es, no son m s que el
ga del m undo": La Iglesia rio viene a crear un m undo de v a lo re s propios, o frec ien d o a los hom bres, en v ista de su sa lv ac i n , el refu g io de la e x tra -te rrito rialid ad ... E lla no es un d uplicado, al m odo d iv in o , de la sociedad civil. C o m o e s el caso de la g racia, ella tam b in debe p e rd erse entre los hom bres y entre las cosas, p ro c u ra n d o la u n ci n de to d as las cosas, segn la e x p re sin de san Justino".
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m aterial ocasio nal, o una condicin total extrnseca, de la vida individual y colectiva de la gracia, para la cual solo las buenas intenciones tendran valor positivo. Com o si la gracia se posa ra sobre la naturaleza! C om o si el R eino de Dios se posara so bre el m undo, sim ple andam iaje de una ciudad futura! Puntos de im pacto del Evangelio, todos estos bienes terrestres, indivi duales y colectivos, desarrollan en el hom bre las disponibilida des positivas a la encarnacin de la vida divina. Porque el hom bre es, en el sen tid o m s fuerte de la p alab ra, su jeto de la gracia, capax D ei , no slo en su naturaleza radical, sino en su naturaleza desarrollada, no slo en su persona, sino en su socia bilidad. P ro b ab lem en te, estos v alo res profanos p erm an ecen am biguos. E llos pueden incluso, desgraciadam ente, en su oclusin terrestre o p o r orgullo, convertirse en obstculos, en dolos . Pero ellos son tam bin piedras de esperanza, potencias obedienciales , di cho en la lengua clsica de los te lo g o s.7 La socializacin, co m n denom inador de las transform aciones econm icas, sociales, culturales en curso, sum inistra recursos im previstos para la pues ta en obra del am or fraterno. L a D eclaracin de los D erechos del hom bre de 1948, la D eclaracin de los D erechos del nio de 1959, enuncian principios fundados naturalm ente, al trm ino de un largo progreso de la historia; pero estas D eclaraciones de fin e n all la v erd ad , la ju s tic ia , el am o r, la lib e rta d (Ju an X X III) que la gracia g arantizar en su co nsistencia activa y en sus propias leyes. La solidaridad m undial y la diversidad de las civilizaciones com ponen, en la gnesis laboriosa de una com u nidad hu m an a, una superficie adm irable y com o una provoca
7 In tota c rea tin a est qnaedam po ten tia o b e d ie n tia lis, prout tota creattira obedit D eo ad su scip ien d u m in se q u idquid D eus v o ltie rit , S. TOMS, D e virtutibus in comrmmi, art. 10, ad 13. N a tu ra lite r anim a est g ratiae capax: eo enim ipso qtiod facta e st sed im ag in em D ei, cap a x est Dei per g ra tiam , tit A u g u stin u s d icit . d 1 11', qu. 113, art. 10.
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cin para la catolicidad de la Iglesia, dem asiado cercada en O c cidente. As fuera en su perturbante am bigedad, estos valores profanos estn, en su ser m ism o, en espera. Ellos tienen un sentido, im p lcito , p ro b ab lem en te in fo rm u lab le, m s all del hecho bruto que los sostiene. En los acontecim ientos que los hacen em erger a la conciencia colectiva de los hom bres, con todo el dinam ism o objetivo de lina historia en m archa, la fe vigilante podr leer los d esig n io s de D ios, del D ios c re a d o r y del D ios re d en to r, del Dios con d u ctor de la historia santa. E ntonces los acontecim ien tos presentan, com o tantas interpelaciones, un sentido explcito, as orientados y valorizados por esta insercin en el tejido nico de la econom a del Logos venido en la historia. Toda la n atura leza est as en espera, por la m ediacin del Hijo de Dios; pues la creacin tam bin estar liberada de la esclavitud de la co rru p ci n p ara p artic ip a r de la lib ertad de la g lo ria de los h ijo s de D ios . Expectatio creaturae (Rm 8,19). Estas capacidades en efecto no son situadas solo en los in d iv i d u o s p ara su g ra cia p erso n al; ellas co n c ie rn e n ta m b i n a los hom bres en sociedad, en tanto que la vida social es estrictam en te connatural al hom bre. Hay una dim ensin social de la p oten cia obediencial. O bservacin capital, en un perodo de la h isto ria donde la socializacin es el fenm eno m ayor y universal del gnero hum ano. Es lo que los Padres de la Iglesia observaban an ta o d escrib ien d o la civ iliz aci n del Im perio rom ano com o una praeparatio evanglica . Los valores de orden, de justicia, de derecho, sin h ablar de las riquezas literarias y culturales, son all consideradas com o signos precursores, com o dispositivos de la difusin del Evangelio. Sin em bargo, en la coyuntura actual, en la extensin m undial de los valores sociales, polticos, cu ltu rales, en la conciencia universal de los derechos de la persona hum ana, hay, tanto com o en el Im perio rom ano, recursos posi b les en p re p a ra c i n del E v an g e lio , un buen m ateria l p ara la construccin del Reino de Dios.
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Tanto riesgos, es cierto; pero tam bin tantas chances para el cris tiano, que deber discernirlas y m edirlas a la luz de su fe y bajo el instinto de su caridad. P ara dar cuerpo a estos signos, sera preciso inventariarlos, en cierto m odo, en un diagnstico cordialm ente atento a los m lti ples com ponentes tcnicos y hum anos de la gran obra en curso de la construccin del m undo, y dar as su cam po a la perspecti va de Juan XXIII. Sera preciso tam bin, y ms form alm ente, considerar las gracias cristianas que son el lugar significativo y que se podran clasifi car en dos grandes categoras, en el conjunto de la econom a di vina. En prim er lugar, se presentan las realidades aptas para to m ar v alor en la econom a de la C reacin, si es verdad que la C reacin no es un acto divino inicial y previo, en sum a exterior, sin o m s b ien u n a ac ci n p re sen te y co n tin u a, en la cual los hom bres participan para llevar a trm ino, com o causas segundas, la em p re sa d iv in a. A s, tal o cual p ro g reso tcn ic o donde el hom bre por su influencia sobre la naturaleza, la carga en cierto m odo de in teligencia y de inteligibilidad, al m ism o tiem po que de b en eficio h um ano, entra en el plan cread o r de Dios. O tras realidades en cuentran su sentido divino p o r referencia a la E n carnacin redentora, cuando estos fenm enos de civilizacin lle van en ellos una particular disposicin al Evangelio, a su ley del am or fraternal, ju g an d o entonces en una dim ensin nueva de la hum anidad. De este m odo, se presenta la prom ocin de los pue blos nuevos, que acceden a una conciencia poltica que les intro duce, m s o m enos laboriosam ente, en la com unidad universal de los hom bres. Pero este es otro captulo que sera preciso ela b o ra r a q u .8 O bservem os m s bien, term inando, una de las im
te o l g ic a m e n te , el se n tid o fo rm al y el los tie m p o s , e s cla ro q u e no se puede atesm o com o signo del tiem po. C ierta del m u n d o c o n te m p o r n e o , p e ro lo es
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plicacio n es de esta relacin entre la Ig lesia y el m undo, en la dialctica de la gracia y de la naturaleza. D esde el m om ento en que ju eg a verdaderam ente esta dialctica, y que en su presencia en el m undo, el cristiano reconoce los sig nos del designio creador y liberador de Dios, surge que la auto nom a de las realidades terrestres g aran tiza en cierto m odo la trascendencia de la P alabra y de la gracia de Dios. M s el m un do, p o r la e fic acia y en la co n c ie n cia de las ca u sas segundas (ciencia, dom inacin de la naturaleza, organizacin de las socie dades), tom a consistencia, m s ser sensible la densidad de las significaciones de estos valores decididam ente profanos. La es p era ser m s viva, el sen tido m s exigente, aunque ser ms grande el riesgo de com placerse en ello en detrim ento de las re ferencias divinas. E st entonces en el cristiano reco n o cer y recib ir estos valores que, devenidos autnom os, son el capital com n de los creyen tes y de los no-creyentes. En su fe, el creyente se lim ita a la e s cucha del m undo m oderno, apartando desde ahora la actitud d o c trinal y paternalista de quien posee, de s y por adelantado, toda respuesta a toda pregunta. Se convierte, entonces, en capaz de reconocer las norm as m orales cuya em ergencia actual en la h is toria no procede de la Iglesia, aunque de hecho, es el Evangelio el que ha tenido all radicalm ente, la m s novedosa iniciativa. As la libertad. A s la entrada de los valores fem eninos. A s el resp eto del nio com o p erso n a h u m ana. A s la paz e n tre los
c o m o una in te rp reta ci n id eo l g ica de fe n m e n o s q u e co m p o n e n el m o v i m iento de la h istoria. Im porta, para la lu cid e z del diag n stico , d e sb lo q u ea r id eo lo g a y m o v im ien to de la historia (cf. Pacem in te n is). La d esacralizac i n que in tro d u cen n o rm alm en te y san am en te, en las so cied ad es hum anas, la ciencia, la dom in aci n de la n a tu ra le z a, la organ izaci n de las e co n o m as y de las c u ltu ras, e s un sig n o de los tie m p o s": el a tesm o e s una id eo lo g a que su p e r-e stru c tu ra con una in te rp reta ci n , d isc u tib le a su n iv el, los h ech o s de d e sacralizaci n que tienen prev iam en te d en sid ad y valor.
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hom bres. A s tantos otros valores que, la m s de las veces, a pe sar de ser alim entados en tierra cristiana, se han separado de ella y han conquistado su autonom a, incluso se han encontrado to m ados por ideologas anticristianas. P ueda el cristiano, puedan los cristianos en la Iglesia, percibir, con in te lig e n c ia , con em o ci n , b ajo el ch o q u e del a c o n te c i m ien to en su novedad em ergente, los sig n o s del tiem po de D ios, inscritos en las realidades profanas. Ellos tendrn entonces la sorpresa feliz sorpresa, si estn bien seguros en su fe de encontrarse en dilogo con el m undo, un m undo que ha llegado, en el conocim iento de sus leyes, a la autonom a de su concien cia y de su gestin. Tendrn entonces la sorpresa alegre sor presa, si estn anim ados por el am or fraternal de reconocer la gracia trabajando en los no-cristianos. Porque la actualidad del E vangelio pasa por las preguntas de los hom bres.
S o b re este e n cu e n tro del c ristia n o y del n o -c ristian o en la c o n stru cci n del m undo, cf. A. DONDEYNE, La fo i coute le m onde , Paris 1964
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El C oncilio V aticano II puede pensarse desde m uchas perspecti vas m s all del com prom iso teolgico: sociolgica o p o ltica m ente, desde las clases sociales o lugares de proveniencia de sus partcipes, las apasionantes luchas internas, etc. Pero, de modo m u ch o m s m odesto, ubicara esta reflex i n bajo la gida del m o d o de p en sa r llam ado filo s o fa , h ered ero y p arric id a del m odo m itolgico de narracin. No se trata de pensarla com o un reservorio de argum entos y conceptos factibles de ser converti dos en recu rso s p ro b ato rio s, pues as com o puede la apologa u tiliza rlo s, tam bin pueden ser p uestos, segn B orges, en una coleccin de narraciones fantsticas y/o, segn D eleuze, ser v is tos com o fo rm aciones d elira n te s , tan alocadas com o las del resto de la filosofa. En cam bio la pregunta es: qu aporte pue de hacer la filosofa a la reflexin sobre el C oncilio y qu con tribuciones pueden hacer los textos conciliares a la propia filo sofa? C reo que es posible acudir a una interpretacin m itolgica del C oncilio. Q uiero decir con ello que m s all de los sucesos his tricos y tex tuales que se llam aron C oncilio V aticano II, po
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dem os an alizar esa form acin discursiva a la luz de las catego ras de anlisis aplicables a un m ito. Para qu em pezar ese tra bajo? Ante todo porque el m ito ha tenido siem pre un valor de verdad, allende su realidad (o irrealidad) histrica y aquende los trab ajo s lin g stico -filo l g ico s que de l puedan desprenderse. C onform a sentidos que a su vez m odelan realidades que v u el v en so b re esos sen tid o s. P ero hay m s. El m ito e la b o ra un m odo de m em oria que liga al sujeto, le da identidad, a la luz de aco n tecim ien to s fu n d a n te s . Im porta m enos, para el m ito, la e x is te n c ia p o s itiv a de ta le s h ec h o s, c u a n to su c a p a c id a d de m antenerse en y dar un sentido al tiem po. Esa m em oria actua lizada en el tiem po perm ite una reconstruccin de quien recuer da. B ellam ente escribe Vernant la visin de los tiem pos p asa dos le lib era en cierta m edida de los m ales que o p rim en a la hum anidad de hoy, a la raza de hierro. La m em oria le propor ciona com o una transm utacin de su experiencia tem poral .2 El riesgo del recuerdo de ese pasado es el olvido del presente, el filo s fic a m e n te d en o stad o o p io . A u n q u e su p o sib ilid a d es creadora, activa, requiere tam bin de una vigilancia constante, llam m o sla desm itifcaci n . S orp ren d en tem en te, la co n tracara co n stitu tiv a de occidente, la ceca hebrea de la cara helena, p er m ite esa d esm itifcacin. A unque tam bin ella apela al pasado en los m om entos de crisis, com o en el Talm ud, esa sucesin de in terpretaciones textuales a la luz de los nuevos conflictos, en constante m ovilidad hacia el recuerdo para resignificar y actuar en el presente. P erspectiva que no cierra en una definicin lo que considera verdadero, pero tam poco lo subsum e en una un i dad superior. M antiene ju n to s los contrarios, com o posibilidades (in clu so a la hora de incluir a los denom inados por el m ism o apelativo). Sabe que no se puede salir del m edio que utiliza, a pesar de que intenta todo el tiem po hacerlo precisam ente por el
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m ism o m edio. Esta perspectiva deconstructiva y desm itificante, puede ser la m etfora (y algunos de sus herederos m odernos el m aterial) desde donde analizar la form acin m itolgica propues ta. E laborar una m itologa y desm itificarla. Ese ser el esbozo prim ero del intento. Sin em bargo, la form acin estructural de un discurso que cons tru y e sen tid o , no p u ed e h ac ern o s d esc o n o cer que hay a lg o que a n te c e d e y d e sfa sa el sen tid o . H ay u n a irru p c i n en el tiem p o de u na fo rm aci n que escap a a la form a. P revio a (y d esp u s de) to da m ito lo g a y d esm itificaci n , ap arece la p re gunta por el novum, por la irrupcin del evento. A plicar am bos m odelos, el m itolgico y el del evento, al C oncilio tiene venta ja s y serios lm ites. Indaguem os los horizontes que sus ventajas abren, y para sus lm ites pensem os otros m odelos de interpreta cin aplicables.
1. Construcciones m itolgicas
N o se trata aqu de retom ar el apotegm a aristotlico sobre la re lacin entre envejecer y el am or a los m itos. En todo caso la ins p iraci n es p latnica: el m ito no com o hecho en que se c re e , sino la voluntad de tradicin en una m em oria rota .3 Platn se ala la v o lu n tad de una rep etici n para el sostn (y c o n stru c cin) de una identidad y de un m odelo explicativo del m undo. Se enfrenta esta postura a la de los p rim eros historiadores ? Esa gente laboriosa que eran los loggrafos, que florecieron a finales del s. VI. C ontaba por escrito los relatos tradicionales. H er d o to q u era d ar a la ciudad g rieg a un nuevo m em orable. Tucdides, por su parte, inventa un m odelo de accin poltica .4
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La m em o ria id en titaria es m odelo de accin. D etienne aclara que no se trata de cronistas, ni de m em orialistas, ni h isto riad o res f ctico s . Lo que estos autores o frecen es una relacin e n tre suceso, novedad y reconstruccin; el anlisis de una crisis (i.e. la g u erra del P elo p o n eso ), y m odelos de in terp re taci n y de accin. El recurso al pasado no es pru eb a de evidencia sino de cm o fu n cio n a un m odelo de la potencia p ro g re siv a que ex p liq u e un en fren tam ien to . Este es h ist ric o , en el sentido d e f c tic o , p ero no es e s a fa c tic id a d lo que e s t en ju e g o . C om o sucede respecto a todo acontecim iento, la m ediacin de la m em o ria re q u ie re p ro g re siv a m e n te de m o n u m e n to s que fije n sus c o n te n id o s. A d ife re n c ia de la m era o ra lid a d . el m on u m en to escrito se d esv in cu la p ro g resiv am en te de la re la cin con lo sagrado y la im posibilidad de su an lisis.5 Paradoja lm e n te , la esc ritu ra del m ito perm ite a la vez p re serv arlo y desm itificarlo. Se generan fuentes cuya recepcin crea a su vez las fuentes de esa m ism a recep ci n .6 Platn construye m odelos ex p licativ o s a partir de m itos, pero a un tiem po advierte c o n tra la escritu ra pues la p ien sa com o algo artific ia l y ajen o , d is ta n te de la n atu ra le z a hum ana. Y sin em bargo es la esc ritu ra m ism a la que renueva al m ito, pues es esa d istan cia y artific ia lid a d la carac te rstic a m s ex ten d id a y notable de lo h u m ano, y es el aporte indispensable de la escritura lo que p erm i te el alejam iento necesario para una persp ectiv a que construya y reco n o zca las propias co n stru ccio n es com o tales. El C oncilio es un hecho hist rico y sim blico, y com o tal, el reg istro de su lectura debe reco n o cer varios niveles. A d iferen cia de un m ito ap a rec id o en un p ero d o g rafo y de tra n sm isi n oral, in illo tem pore, el C o n c ilio p o see to d o s los rib ete s del fa ctu m . N o o b stan te, es po sib le leerlo en el cu ad ro de las co n stru ccio n es
5 W. ONG, O ralidad y escritura, F.C.E. M xico J99, 78. Sera interesante re to m a r aqu la diferen cia lev in asian a de " s a c ro " y sa n to .
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de m itos y las trasm isiones de sus sentidos. C onviene, para leer as al C oncilio, seleccio n ar tres aspectos cuya im portancia d es taca entre otros parm etros estructurales. A nte todo est la re laci n del C oncilio con el tiem po , con el problem a de la nove d ad y a la v e z d e la h e r e n c ia re m o ta , la te n s i n e n tre la fu n d aci n de lo indito y el rem itir a otro m om ento fundante. En segunda in stan cia aparece el tem a tan co n tem porneo de la p lu ra lid a d y m ultiplicidad, la configuracin de un pueblo y su co m p o sici n h eterognea y lbil. P or fin est la cuestin prxica de relaci n con la a c tiv id a d del m undo desde la propia ac ti vidad n acid a en el C oncilio. C ada elem ento construye n arracio n e s y s e n tid o s , c a d a u n o de e llo s d e b e d e s m o n ta rs e m an ten ien d o su ncleo constitutivo.
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n arrac io n e s y se n tid o s sig n ific a tiv o s.7 D esde esta perspectiva, todo m ito pretende rem itir a un m om ento o un personaje clave. Lo destacable es que es posible en la sucesin cronolgica v o l ver al m om ento fundante, al tiem po del origen. Elade m uestra que esta v u elta es la posibilidad de un co m en zar que no es reparacin sino recreacin p o r retorno a las fuentes. La relacin del C oncilio con el tiem po es tensa. La tensin se evidenciaba y a en las afirm aciones preparatorias. C om o m uestra K om onchak. el papa consideraba que el m undo m oderno haba experim entado y segua experim entando tales cam bios que bien poda decirse que estaba en el um bral de una nueva era, pero la propuesta de Juan X X III pasaba p o r una m odernizacin, aunque tal aggiornam ento difcilm ente pueda considerarse la irrupcin de lo novedoso en la historia y la aceptacin de lo nuevo en la historia. Por el contrario, la nueva era aludida tena las carac tersticas de las ritu alizacio n es con que el m ito vuelve al m o m ento fundante, cuando se revierte la sucesin cronolgica y se vuelve a lo originario. El xito del concilio consistira, pues, en lo que l llam aba una restauratio et renovatio universa lis Ecc lesia e Si el co n cilio lo lograse, entonces la Ig lesia iniciara tam bin una nueva era de su historia .9 Las condiciones de la novedad aparecen a m enudo con adverbios tem porales en los textos, inm ediatam ente seguidos por las d e s cripciones de los cam bios. H oy el gnero hum ano se encuentra en una nueva era de su historia, caracterizada por la gradual ex p a n si n , a n iv el m u n d ial, de ca m b io s r p id o s y p ro fu n d o s ; N u n ca tuvo el gn ero hum ano tan ta ab u n d a n cia de riquezas,
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posibilidades y capacidad econm ica, y sin em bargo, Jam s tuvieron los hom bres un sentido tan agudo de la libertad com o hoy lo tienen, cuando siguen an naciendo nuevas form as de es clavitud social y psquica (Lum en gentium 4). Estas afirm acio nes m uestran una conciencia extendida de la novedad, ya presen te en los prim eros esbozos y progresivam ente am p liad a.1 0 Pero a m en u d o la re sp u esta o fre c id a tra n sita ca m in o s y a co n o cid o s. C iertam ente, siguiendo las propuestas preco n ciliares, se evitan co n d en as y an atem as, pero los tex to s se m antienen a m enudo equidistantes de las propuestas que el m undo haba elaborado a nivel poltico, sanitario, educativo, etc. (m uchas veces heredan do o contraponindose a sus fuentes religiosas). Por ejem plo, se afirm a una ju sta autonom a de la realidad terrena, particular m ente en lo atinente a la in v estig aci n m et d ica , casi com o una indagacin antropolgica o sociolgica, pero cuando apare cen las co n tro v ersias (p o r ejem p lo , aq u ella antigua entre fe y ciencia), se vuelve im prescindible relacionarlo con el creador (G audium et spes 36). Y por cierto, todo intento de relacin y elaboracin debe recordar que ninguna em presa, sin em bargo, puede arrogarse el nom bre de catlica sin el asentim iento de la leg tim a autoridad eclesistica (A postolicam actuositatem 24). E xtraa novedad cuyo novum requiere de m ediacin y rem isin al origen. Y sin em bargo, reclam o abierto precisam ente por los m ed iad o res que abre una brecha p o r la cual puede v erd ad era m ente surgir lo inesperado. Las desm itificaciones de las narraciones construidas pueden ha cerse al m enos por dos puntas. Por derecha tenem os a quienes niegan todo v alor al C oncilio p o r su alejam iento de una tradicin que debe p erm anecer inclum e p a ra que sea verdadera (y p o r que es verdadera). Por el otro extrem o estn quienes ven en el C oncilio algo as com o un acto fallido, que denota una verdad olvidada y oculta, traicionada, pero que a su vez traiciona ella
10 Cf. K. RAHNER, Daz Konzil- ein N euer Begitm, H erder, F reib u rg 1960.
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m ism a el secreto revelndose en ocasiones inesperadas. N o p re tendo detenerm e aqu en la prim era de las desm itifcaciones, cu yos rep resen tan tes estu v iero n en accin y a desde las prim eras contraccio n es que dieron a luz el concilio, y cuyas influencias han perm anecido en el tie m p o .1 1 La necesidad de desm itifcacin tam bin provoca retom ar los m itologem as all presentes, recu perarlos y redim ensionar su potencia activa. E sta deconstruccin no d eb e hacernos caer en lo que denuncia G onzles Faus, cuan do ve los m itos desm ontados por la posm odem idad, con una ac cin que va desde la elim inacin de las grandes palabras a la ausencia de toda palabra de sen tid o .1 2 A dem s, algo m uy intere sante sucede con la narracin del concilio en su relacin con el hom bre: se m antiene una form a tarda de construccin que b u s ca separar al hom bre de su m undo, m anteniendo la institucin, canonizada por la m odernidad, de los m bitos pblico y privado. Para O tto esto era im pensable en el m undo presocrtico, donde el hom bre de la interioridad no tiene habla; se em ociona, pero nunca dirige la palabra al hom bre exterior. No tiene m undo p ro pio, le falta, por decirlo as, la dim en si n de profundidad. Su m undo es el gran im perio vital exterior .1 3 El m ito posterior de la p ro fundidad , del yo interior desde el cual se analizaban los aco n tecim ien to s ex tern o s, es de algn m odo puesto en tela de
1 1 A lg u n o s e je m p lo s pued en v erse en las a firm ac io n es de O ttaviani y L efebvre so b re la libertad relig io sa (G. SviDERCOSCHl, Historia de! Concilio , C onculsa, M adrid 1967, 498 -5 0 2 ); las re ap a ric io n es de los in teg rism o s p o ltico s c a t lic o s (G. RUGGIERI, Fe e h is to r ia , e n G. ALBERIGO - J. P. JOSSUA (eds.), La recepcin de! Vaticano i /, C ristia n d a d , M adrid 1987, 138); y la inculpacin al C on cilio de to d o s los m ale s de la Iglesia co n tem p o rn ea, in c lu id a s a lg u n a s a firm a c io n e s de P a b lo V I (D . MENOZZI, El A n tic o n c ilio (1 9 6 6 -1 9 8 4 ) , en ibid.. 391-396). 12 Cf. 1. GONZLES FAUS. P o sm o d e rn id ad eu ro p ea y c ristia n ism o latin o am e rica n o , en N. SPECCHIA - G. MORELLO (eds.), Crisis, rupturas y tendencias. E D U C C , C rd o b a 2003, 44-51. 13 W. OTTO, Los dioses de Grecia , E U D E B A , B uen o s A ires 1973, 150.
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ju icio por los textos conciliares que dedican largas pginas a la insercin del hom bre en su m undo. Puesto en tela de ju icio pero absuelto. C m o im a g in a r u n a re la c i n d e sm itific a n te con re la c i n al tiem p o del C oncilio? La concepcin de A ugenblick de B en jam n nos perm ite im aginar una fisura del tiem po que perm ite la irrupcin de una m em oria, la cual liga el presente no con el pa sado sino con el futuro. M ejor an, con el pasado com o prom e sa del futuro. B enjam n critica el m ito del progreso fundado en un m ovim iento in crescendo desde el origen. Piensa, con R osenzw eig, que cada instante puede reconocer la plenitud de la eter n id a d .1 4 E sta nocin rom pe la continuidad en la historia, la se cuencia depositara de una narracin que se repite confirm ndose a s m ism a. Es la posibilidad, abierta por una m em oria, de apa rici n de lo nuevo, de cobijar lo im p o sib le . Se trata de una n o v ed o sa co n cep ci n de m esianism o, sobre la que habr que volver. La m em oria de una posibilidad de irrupcin que rom pe con la confianza en un ascenso lineal, abre una alternativa a las crticas que p rogresistas y conservadores hacen a la nocin de tem poralidad abierta por el aggiornam ento . Estos grupos afir m an que el C oncilio y el perodo que le sigue aceptaron, sin es pritu crtico y con un optim ism o ingenuo, los ideales de la bur g u e s a lib e ra l d e O c c id e n te a p a r tir d e la p o c a de la era K ennedy y de la nueva 'filo so fa de la Ilu stra c i n , viendo en ella una expresin del evangelio y de la accin del espritu de Dios. D e este m odo se subray dem asiado poco que en vastas zonas del m undo reinaban la injusticia y la opresin . 1 5 Y si se lo vio, difcilm ente se rem iti a las causas sistm icas de su pro duccin. Por ello sirve retom ar a B enjam n, donde se ofrece una
14 R. FORSTER, W . Benjamn, Th, Adorno, el ensayo como filosofa, N ueva V i sin, B uenos A ires 1991, 151. 15 H. POTTMEYER, H acia una n u e v a fase de recep ci n del V aticano II . en G. ALBERIOO - J. P. JOSSUA, La recepcin del Vaticano II, .
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p o sib ilid ad de m em o ria de pro m esa en m edio de la barbarie, prom esa no de un resultado de la secuencia causal, sino de una posibilidad siem pre latente de irrupcin del M esas en la h isto ria, posibilidad para la cual hay que prepararse por la m em oria.
16 C f. M . ELADE, Im g en es y s m b o lo s , P la n e ta -A g o s tin i, B u e n o s A ire s 1994, 33. 17 Cf. ibid . , 41. 18 Cf. J. P. VERNANT, M ito y pensam iento en la Grecia antigua, 160.
1 5 1 Ibid., 196.
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A nte todo es preciso m ostrar que la nocin de herencia com unita ria ligada a un espacio-tiem po m itolgicos, fundam ento de la j e rarqua y separacin de un pueblo respecto de otros, fue, ju n to a otros elem entos, el origen de una visin esencialista, fisiocrtica, del m undo y la historia. Este naturalism o, im itando, ha perm ane cido hasta nuestros das, y su perm anencia se m an ifiesta en las posiciones conciliares. D urante el tiem po de preparacin se fue ron perfilando ya los dos grupos que habran de enfrentarse du ran te el co n cilio . S ch illeb eeck x ve que hay aqu dos en fo q u es fundam entalm ente distintos del pensam iento: 'U no de los grupos piensa de m anera esencialista, es decir, piensa en conceptos (se trata de algo ms que una sim ple form a de pensar), m ientras que el otro grupo piensa ex isten c ia lm e n te ' .20 Paradojalm ente, al es tu d iar la h isto ria de los m itos fue precisam ente la aparicin del m onotesm o lo que rom pi con la versin esencialista de la co m unidad. Las relaciones de Dios y el pueblo se vuelven person a les .2l Lejos est tanto el alejam iento supuesto por m ediadores in eludibles, com o las versiones intelectualistas de D ios-O rden, sean spinozistas o kantianas. Esto le im plica entrar de lleno en la his toria. an cuando actitudes antihistricas perm anezcan vigentes.22 U na explicacin posible de esta vigencia es que todo m ito preten de ahuyentar al tiem po y al m iedo. O al m iedo del tiem po. La se guridad buscada se expresa a m enudo por alguna form a de retor no a lo o rig in a rio ,23 Sin em bargo, el ju d aism o y el cristianism o han sig n ificad o lo opuesto. P or un lado ten em o s la com unidad cuya patria es el libro. M ejor an. secuencia ilim itadas de lectu ras del L ibro, para la cual todos los libros conform an el Libro. Por otro, el cristianism o ha aspirado a una transportabilidad ili
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m itada elevando el grado de abstraccin de su dogm tica, com o un aleja m ien to del m ito . 24 Pero el C oncilio pretende a su vez m antener la posibilidad de universalidad de destino y la particu laridad com unitaria del punto de partida, por un progresivo cam bio de carg as de lo co n cep tu al a lo ex isten cial. B ien dice B lum em berg que un D ios encarnado ya no puede retornar a la pura inespacialidad y atem poralidad del origen platnico. Pero tam po co puede lim itarse al pueblo de la encarnacin prim era. De ah que luego del concilio se disparasen reflexiones de com unidades hasta entonces calladas. Las com unidades que haban asum ido un destino de receptividad pasiva com prendieron que podan co n s truir un destino creador y com unitario.2 5 Sucedi as en im portan tes com unidades latinoam ericanas, pero no solo en ellas. A diferencia de las seales del cielo que las jerarq u as del p a sado podan descifrar, los signos de los tiem pos hablan de un m undo d es-encantado . El cristianism o le devuelve el habla a un m undo por s m ism o y la capacidad de lectura e interpreta cin a sus habitantes. M s an, para el concilio es aceptado por Dios cualquiera que practique la ju stic ia (L um en gentium 9). Un pueblo as constituido carece de todo lazo con un espacio o una sangre especiales, y recibe sus partcipes de todas partes (Lum en gentium 13). Sin em bargo, los textos conciliares con frecuencia surrogan esta universalidad de accin y pertenencia, o de p erte nen cia p or accin, a la direccin de un g ru p o .26 Es interesante
34 H. BLUMEMBERG, Trabajo sobre el mito, 104. 35 C f. J. L. SEGUNDO, R e v e la c i n , fe, s ig n o s d e lo s tie m p o s , e n I. ELLACURA - J. SOBRINO ( e d s .) , M yste riu m L ib e ra tio n is. /, T ro tta , M a d rid 1990, 4 4 7 . 36 Es in teresan te, p o r e je m p lo , la ten si n p re sen te en A p o sto licam A ctu o sitatem 24, donde la je ra rq u a no debe p riv ar de la facu ltad de o b ra r e sp o n t n e am en te ", p e ro a la v e z debe e je rc e r su m an d a to , i.e., e n se ar e inter p re ta r a u t n tic a m e n te , y c o n d u c ir a los se g la re s q u e e st n p le n a m e n te so m etid o s a la direcci n su p e rio r de la Iglesia .
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ver, al respecto, las discusiones que se dieron respecto al proble m a de la colegialidad de los obispos. Es un caso excepcional de anlisis para la teora poltica, pues se trata de un tipo de m onar q u a electiv a. A unque L um en gentium 15 m antiene el rol del m agisterio infalible, la inclusin del principio de subsidiariedad en el ejercicio de la conduccin colegiada abre nuevas relaciones en el ejercicio del poder, relaciones que perm iten una apertura a otras voces hasta entonces acalladas.27 Por una parte, se m antie ne la necesidad presente en concepciones m itolgicas de estable cer m ecanism os identificatorios de pueblos y gobiernos, pero por o tra se p erm ite una frag m en taci n que, ev en tu alm en te, puede h acer esos m ecanism os tan lbiles com o lo perm itan las voces que se adm itan en el intercam bio.
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ron y tenan que perder los pueblos del m undo .28 Por eso, la identificacin del m undo con su pueblo lleva al ju d o a identi ficar am bos am ores, m ientras que al cristianism o le conduce a m o d ificar el m undo para la posibilidad de la llegada de Dios. Se trata de una doble y distinta, aunque com plem entaria e im prescindible, fidelidad. La expansiva del cristianism o y la p er m anente del judaism o. La dispersin es esencial al cristianism o y accid en tal p ara el ju d a is m o .29 A m bas perspectivas connotan una expresin de m esianism o difcil de pensar, pues el trm i no co n llev a connotaciones difcilm ente acep tab les. Es preciso recordar que para Vernant los m itos ofrecan m odelos de accin. Del m ism o m odo, el m onotesm o ha ofrecido cursos de accin que parten, ante todo, de la necesidad de desm itificar. Ello no obstante, reconstruyen narraciones factibles de extenderse de los m odos ms variados (desde las im posiciones violentas hasta las co n stru ccio n es com unitarias). El m esianism o cristiano im plica para el concilio pensar desde la encarnacin y sus consecuen cias, particularm ente en la dim ensin colectiva de la solidaridad que configura a la hum anidad entera com o un pueblo (G audium et spes 32) A partir de esto se pueden leer los llam ados del C oncilio a incu ltu ra r la Iglesia, reco n o cien d o que no hay ningn lazo que fuerce n in g una relacin priv ileg iad a con ninguna cultura p a rti cu lar (G audium et spes 59). Se trata de un m ensaje que libera incluso de s m ism a, de los co nstructos que han sido realizados im itan d o aq uellos pueblos donde se desarro ll la vivencia c ris tiana, pues se le quita preem in en cia respecto de otros pueblos y co n stru ccio n es posibles. Sin em bargo, los avatares del pro ce so han sido d iv erso s. E ste p ro c eso co m p re n d e un m om ento
38 Cf. F. R.OSENZWE1G, La estrella de la redencin , S guem e, S alam anca 1997, 390. 3! Cf. S. MOSS, Systm e et revelation. La philosophie de Franz Rosenzweig, Eds. du Seuil, Pars 1982, 237.
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in ic ia l, en el que el e v a n g e lio es tra d u c id o al le n g u a je que ap o rta su trad ic i n en la lengua de la nueva cultura; despus v ie n e un seg u n d o m o m en to , en el que tie n e lu g ar lo que el p apa Juan Pablo II llam a un dilogo de cu ltu ras ; p o r ltim o, en un terc er m om ento , el evangelio ha penetrado de tal m ane ra la cu ltu ra local, que co n trib u y e a form arla v d irig irla .30 As pensado, parece un sutil proyecto de conquista. Pero pensar la in cu ltu raci n d esde la persp ectiv a del contacto constante, de la am p liaci n p o r el m undo y del in g reso d e l m undo, sig n ifica tam bin, al m ism o tiem po, recordar aquel m om ento de in sp ira ci n y p e rm itir que las nuevas d esm itifc acio n e s en tren en la reflex i n .3 1
3 U J. KOMONCHAK, La realizacin de la Iglesia en un lugar , en G. ALBERIGO - J. P. JOSSUA, La recepcin , 111 (cu rsiv a m a). 31 L a a ctitu d c o rre sp o n d ie n te a e sta d em an d a im p lic inclu so d e sm itific a r y c o rre g ir los o p tim ism o s in o ce n tes a b ie rto s p o r el p ro p io c o n cilio , sig u ie n do el im p u lso de los p o c o s q u e e n un p e ro d o de e x p a n si n g e n e ra liz a d a del o p tim ism o s u p ie ro n a p o rta r u n a n o ta c rtic a . L o s n ic o s q u e n o se d e ja n a rra s tra r p o r el o p tim is m o g e n e ra l so n u n o s j v e n e s in te le c tu a le s que no ta rd a n en d a rse a c o n o ce r. (...) Y te o riz a n to d o lo que o b se rv a n : lejo s de d o m in a r la n a tu ra le z a , la p ropia c o n c ie n c ia o la h isto ria , el h o m bre se ve m o v id o p o r fu e rz a s o sc u ra s e im p la ca b le s que se a g itan en ellas: se trata de M arx re v isa d o p o r A lth u sse r y de F reud c o rre g id o p o r L ac an , E. FOUILLOUX, L a fa se a n te p re p a ra to ria (1 9 5 9 -1 9 6 0 ) , en G. ALBERIGO,
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t p ic a ) .32 T am bin se le llam a as por la d isco n tin u id a d y conciencia de esa discontinuidad que expresa, particularm ente en las m odificaciones (procedim entales, textuales, etc.) intro d u cidas por los padres conciliares en el propio desarrollo del co n cilio .3 3 O por vrsela com o m ovim iento de una nueva autointerp re ta c i n .34 Sin negar estos elem entos, creo necesario recuperar algunos aspectos de las m s influyentes elaboraciones filosficas del ev en to , para increm entar su com prensin en la aplicacin al fenm eno conciliar.
33 Cf. en este libro P. HNERMANN, El V aticano II com o a co n tecim ien to y la cu esti n ace rca de su p ra g m tic a . 33 Cf. G. TURBANT1, Le v e n to , l esp e rie n za e i docum enti finali. I c riteri erm en eu tici di una ricerca per la storia del co n cilio , I! Regno 4 (1997) 82, 34 C f. H. POTTMEYER, H a c ia u n a n u e v a fa s e d e r e c e p c i n d e l V a tic a n o
11, 66.
35 M . HE1DEOOER, Aportes a la fd o so fla : acerca del evento , B ib lio tec a In te r nacio n al M. H e d eg g er-A lm ag esto -B ib lo s, B uenos A ires 2003, 24. 36 Cf. O . DEL BARCO, Exceso y donacin, la bsqueda de! dios sin dios , B i b lioteca Internacional M artn H eidegger, B uenos A ires 2003, 34.
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d icalizando los anlisis heideggerianos. del B arco m uestra que hay en espaol carece incluso del sujeto neutro de la expresin alem ana y francesa (es gibt, il y a ) . Se trata de un m anifestarse que escap a toda idolatra, particularm ente la idolatra del con cepto. Frente a ese m anifestarse, las actitudes del hom bre aten to son m a n te n e rse en la d is p o n ib ilid a d , a b a n d o n a rs e o abrirse al evento que se abre a nosotros, m antenerse en el vr tigo del acontecim iento , en sntesis, ser hom bre, que trm inos del poeta entrerriano Juan L. O rtiz significa estar a la intem p erie .37 H eidegger piensa al evento com o epifana. Sin em bargo, pasivi dad no significa aqu quietism o sino copertenencia. Se trata del hom bre com o instancia creadora, pero no autosuficiente, com o pens la m odernidad. Slo lo que nosotros fundam os y cream os con in stancia en el ser-ah y crean d o nos dejam os salir al en cuentro com o asalto, slo eso puede ser algo verdadero, m ani fiesto y consecuentem ente ser reconocido y sabido .38 Pero esta fu n d a ci n no es la del sujeto de la representacin m oderna, que subsum e el m undo bajo su conciencia, sino del ser-ah que se m uestra com o hilo conductor de la com prensin del ser y sus posibilidades. Es un pen sar que supera la m era re-presentaci n adecuada. Por el contrario, el hom bre se enfrenta a la extraeza de lo abierto. Ya no llega m s a su verdad en su regre so , s in o ? C o m o la c u s to d ia d el e x tra o , y el e x tra o se m anifiesta al encuentro del acaecim iento-apropiador y hace en contrarse en l al d io s .w En el m bito conciliar, se ha intentado m ediar pragm tica y m e to d o l g ic am en te lo ajeno que hay que proteger. P or ejem p lo , acu d ien d o a form as no deductivas de razonam iento. Pero fu n
37 Ibid.. 98, 10J, 106 145. 3e M. HEIDEGGER, A portes a la filosofa: acerca del evento , 39 Ibid.. 361.
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dam entalm ente se apela a la nocin de lugar teolgico, com o m arco do n d e se abre el evento. P articu larm e n te aq u e llo s loci alieni, cuya irrupcin - y disrupcin- fuerzan a pensar to d o de n uevo.4 Los m edios de com unicacin social, los pobres, las m u jeres. las culturas destruidas, son tantos lugares que m anifiestan la ap ertu ra del tiem po. Tam bin pueden verse com o experien cias de con traste de la voluntad de liberacin divina.4 1 Lo nue vo, lejos de elim inar, convoca la capacidad evocativa. Esta cap a cid a d es d e m a n d a d a p o r la l g ic a m ism a d el e v e n to . P ara H eidegger, sus caractersticas son: 1) acaecim iento-apropiador, por el cual el liombre funda el entre; 2) la de-cisin, p o r la cual la libertad surge de su indigencia; 3) la rplica a la que conduce la decisin, capaz de salvar el abism o, siendo que salvar sig nifica tanto proteger de un peligro com o conducir algo a la ple nitud de su m anifestacin; 4) La rplica perm ite la separacin de lo que es habitual a la m era facticidad del ente, pero tam bin, 5) le hace aparecer com o rehus de toda reduccin representativa; 6) la sim plicidad del evento en su acaecer es a la vez un abism o en su fundam ento, lo cual hace que sea el fundam ento de la ple nitud y perm ite que la rplica surja com o contienda; 7) esa sim plicidad hace su singularidad y a la vez su generalidad; 8) pero por extendida que sea su generalidad, tal sim plicidad hace a su soledad.42 La a p e rtu ra del co n c ilio p erm ite una sec u en cia de c o m p re n sin que su pera la facticid ad y la re p resen taci n de los su je tos. P ero la cop erten en cia de los hom bres a tal apertura fu n d a m e n ta ra , d esd e esta lectu ra, to d o h ilo de c o m p re n s i n que fu n d e la lib ertad y las p o sib les co n tien d a s in te rp re ta tiv a s en un e n tre com n.
Cf. P. HNERMANN, El V aticano II corno a co n tec im ie n to , 1 ,1 Cf. J. L. SEGUNDO, R ev elaci n , fe, sig n o s de los tie m p o s , 463. M . HEIDEGGER, Aportes a la filosofa: acerca del evento , 470s.
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43 A. BADIOU, San Pablo, la fu n d a ci n del universalism o, A n th ro p o s, B arce lona 1999, 5. 44 ib id .. 24. 45 Cf. ib id . 108.
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es para to d o s, su universalidad, y por tanto no puede perm i tirse la prevaricacin de una perspectiva sobre las dem s. Pero hay algo m s: para que tal universalidad sea operativa, es p re ciso atar el acon tecim ien to con n u estra pro p ia sin g u larid ad .46 No se trata de una universalidad positiva, com o la de la ciencia, o conceptual, com o la de la filosofa, sino el lazo de la e x p e rien c ia in d iv id u al con un ac o n te cim ie n to que an perm anece con sentido y vaco de las particularidades histricas, m antiene su v alo r en las pocas sucesivas. As com prendido, el concilio desfasa su sentido eclesial, reconoce su origen pero se propone experiencia universal capaz de d ar sentido y m antener com o tales a las plurales diferencias hum anas. H em os visto que el m ito construye sentidos y m odelos de a c cin. L a h isto ria puede d e sm itific a r la a -h isto ric id a d de tales m odelos, pero la anti-historia de la irrupcin m esinica, lo ines perado del suceso, puede d esm itificar a la propia historia, com prendida com o progreso continuo y estable. Pero vim os tam bin que adem s de la lectura m itolgica, puede aplicarse al concilio la nocin de e v e n to , entendido com o m an ifestaci n y com o construccin. A m bos, m ito y evento, aluden a form as de la m e moria, de la reconstruccin de la com prensin, y de apertura a lo nuevo, cuya fuerza an deja sentirse en lo oscuro de los tiem pos. Para m el C oncilio significa una secuencia de lecturas. La se cuencia em pieza tem prano en mi vida, y m e sugiere contrapartes tan extraas com o m isas en latn, sotanas y condenas. Significa tam b in una continuidad que se llam ara lueg o -en fticam en teM edelln y m s diluida Puebla. Pero enfrentm oslo, es una co n stru cci n que orienta y dem anda el acontecim iento. Soy de los despus llegados. Y sin em bargo. R ecuerdo aquella vieja fo to g rafa del P apa R o n calli (de esas p in tad as encim a) sobre el
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dintel interno de la puerta de entrada a la casa de un enferm o de Sida en R om a. H aba sido un reconocido m odelo y actor, pero entonces estaba abandonado incluso p o r su ltim a pareja. Slo quedaba, en la soledad de la m uerte vecina, la im agen del hom bre bueno llam ado Juan. No creo que su im agen p u ed a haber encontrado m ejor lugar. Tam poco creo que haya m ejor m etfora para el C oncilio.
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En un estim ulante artculo, G iuseppe A lberigo enum era cinco cri terios herm enuticos centrales a tener en cuenta en el anlisis de las decisiones del C oncilio Vaticano II: 1) el carcter de aconteci m iento del C oncilio; 2) la intencin de Juan X X III; 3) el carcter pastoral ; 4) el agg iornam ento com o objetivo del C oncilio; 5) la im portancia herm enutica de la praxis del com prom iso y de la b squeda de la unanim idad en el C o n cilio .2 C onsiderando el C oncilio com o acontecim iento, A lberigo recuerda que, despus de la proclam acin de la infalibilidad por parte del concilio Vaticano I, m uchos obispos y telogos consideraban superfluos e intiles otros concilios. O bserva, por otra parte, que el concilio Vaticano II, luego del rechazo de los esquem as de las com isiones prepara torias y de sus perspectivas, se ha dado una orientacin general y se han redactado textos en lnea con la intencin y la indicacin de Juan X X III de celebrar un C oncilio pastoral orientado al aggiornam ento. A fin de alcanzar la unanim idad m oral, los padres conciliares han aceptado am plios com prom isos.
1 Profesor em rito de la Facultad de T eologa d e la U niversidad de T bngen, A lem an ia. A rticu lo p u b lic a d o o rig in a lm e n te con el ttu lo : D as Z w eite Vatik an isch e K onzil ais E reig n is und die Frage nach se in er P rag m atik , en id. (ed.), Das 11. Vatikanum - christlicher Glaabe im Horizont globaler Modernisierung. Einleitungsfragen , P ad erb o rn 1998, 107-125.
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D esde el inicio, este elenco de criterios herm enuticos del C on cilio m uestra cm o los cuatro ltim os guardan estrecha relacin con el carcter de acontecim iento del C oncilio. Se trata, pues, de saber si y cm o se pueda com prender m s exactam ente el carc te r de a c o n te c im ie n to del C o n cilio V aticano II - e s d ecir, de m odo conceptualm ente m s preciso-, y si de esta visin co n cep tualm ente m s precisa resulta la conexin de los criterios m en cionados y cules consecuencias se derivan de ello para la in ter pretacin de los contenidos de los docum entos conciliares. Para afrontar de m odo m etodolgicam ente cuidado una cuestin tan im portante para la teologa y las orientaciones de la Iglesia, es preciso ilustrar, ante todo, la im portancia de los criterios h er m enuticos para la adecuada com prensin de cualquier m ateria en discusin.
2 G. ALBERIOO, C riteri erm e n eu tici p e r una sto ria del C o n c ilio V aticano II , en W. WEISS (ed .), Zeugrtis und D ialog , W rzb u rg 1996, 101-117. 3 Wahrheit itnd M ethode, T bingen 1960.
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esclarecerla com o la disponibilidad a una apertura siem pre m a yor en su m irada. En este proceso la cosa m ism a oficia de gua. sta revela lo que es. U na vez alcanzada la ju sta aproxim acin, la cosa m uestra por s sola sus trazos esenciales. Los llam ados p en sad o res p o stm o d ern o s 4 han su b ray ad o que, en la precom prensin y en los respectivos horizontes de significado m odifica dos, lingsticam ente estructurados, pueden insinuarse, y son de hecho diversam ente operantes, intereses que deform an la reali dad. Este aspecto puesto en relacin, en el plan o teo l g ico , con el condicionam iento producido por el pecado original en la historia y en el conocim iento hum ano , no ha sido profundiza do por G adam er, Pero esta consideracin no falsifica su anlisis fenom enolgico, cuando se parte de un autntico pensam iento que deja [actuar a la cosa] (lassendes Denken), 5 que suspende continuam ente la propia voluntad de determ inacin en favor de la determ inacin de la cosa m ism a. E ste proceso de acercam iento llega a su teios cuando la aproxi m acin que la cosa requiere por su m ism a naturaleza concuerda con la aproxim acin que el hom bre que investiga ha efectuado. Slo en esta adaequ atio, slo a partir de este punto aparece la verd ad de la cosa, se hace p o sib le el ju ic io enftico: As es. G arantizo esto. Testifico a favor de esta verdad . En su Lgica trascendental,6 H erm ann Krings ha dem ostrado que en este acto de afirm acin se encuentran indisolublem ente unidas la verdad del ser y la elevacin del ser s al estar en s. La cosa en su ver dad se revela, pues, en un recorrido histrico en el cual se desa
4 C f. J .-L . LYOTARD, D as p o stm o d e r n e W issen. E in B e ric h t, G ra z -W ie n Bhlati 1986; id., D er Widerstreit, M iinchen 1987. 5 Cf. K. HEMMERLE, D as H eilge und d a s D enken , en K. CASPER - P. HEM MERLE - P, HNERMANN, B esintntng a iif das H eilige, F re ib u rg -B asel-W ie n J96, 22-25. En sus n u m ero sas o b ras H em m erle v u elv e c o n tin u a m e n te so bre e ste lassende D enken co m o cam ino hacia la verdad. 6 Transzendentallogik, M n ch en 1964.
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rrollan creativam ente las posibilidades lingsticas y conceptua les de com prensin y a existentes y asim iladas desde la antige dad. Este recorrido incluye, al m ism o tiem po, un com portam ien to del hom bre, ticam ente cualiflcable, y por ello un devenir s m ism o en el plano histrico. En su obra. Hans G eorg G adam er dem uestra que la com prensin que se lleva a cabo de esta m anera es ciertam ente histrica, pero no con d u ce al relativism o. La com prensin es h ist rica por el hecho de que se despliega en un proceso no deducible; sin em barg o , no es en ab so lu to re la tiv ista o arb itra rio , p o rq u e en la com prensin m adura la verdad del objeto correspondiente, y esto de m anera tal que de su identidad histricam ente em ergente se libera una potencialidad histricam ente operante que presenta la estructura de una epidosis eis haufo,1 M s ad elan te ilu strarem o s este breve b o squejo con relacin a diversas consideraciones herm enuticas prelim inares acerca de la interpretacin del concilio V aticano II. El fuerte im pacto ejercido por la respectiva m odalidad de acerca m iento sobre la visin del concilio Vaticano II y sobre la interpre tacin de sus docum entos em erge claram ente en la consideracin sinttica de D aniele M enozzi sobre el rechazo de la recepcin del C o n cilio V aticano II por parte de crculos trad ic io n a listas de la Iglesia c a t lic a .8 A sim ism o, en su sntesis A lberigo resalta expre sam ente la m odalidad de aproxim acin y distingue las tendencias in terpretativas que resultan de las posiciones herm enuticas. La fra c c i n in teg rista in terp re ta el C o n cilio com o un erro r y una fractura con la tradicin catlica postridentina. La exigencia que de all se d eriv a para la in terp re taci n de los textos, es que la
7 Cf. ARISTTELES, De anima, II 5 417b, Cf. D. MENOZZI, Das A nti-IConzil (1 9 6 6 -1 9 8 4 ) , en H. POTTMEYER - Q. ALBERIGO - J.-P. JOSSUA (eds.), Die Rezeption des Zweiten Vatikanischen Konzils, D iisse ld o rf 1984, 403-431.
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afirm aci n trid en tin a y p o stridentina del C oncilio, que fueron a m enudo introducidas por la m inora, deben constituir el cuadro de referencia de toda la interpretacin. U na segunda posicin herm e nutica es para A lberigo la de los circuios progresistas, lo cuales afirm aban en el Vaticano II la aceptacin de las doctrinas perse guidas y condenadas que acom paan a la historia de la Iglesia en el segundo m ilenio. P ero la fractura con la Iglesia postridentina en el concilio Vaticano II se desencadena todava desde una pers pectiva eurocntrica y dogm atizante, una perspectiva que debe ser superada, com o lo exige el desarrollo de la sociedad a partir de 1968. U na tercera posicin herm enutica es la que representa, se gn A lberigo, J. R atzinger.9 Para esta posicin el concilio Vatica no II es considerado de m enor im portancia respecto a los grandes co n cilio s, com o el de T rento o el concilio V aticano I, y esto es percibido as a causa de su carcter pastoral y de su explcita re nuncia a d efin ir decisiones doctrinales. De all se desprende que el concilio Vaticano II debe ser interpretado en el cuadro del con cilio de T rento y del concilio V aticano I. La cuarta posicin, fi nalm ente, es representada, segn A lberigo, por un telogo com o O tto H erm ann Pesch, quien define el concilio V aticano II com o un co n cilio de transicin: lleva afuera de la poca de la Iglesia tridentina e introduce en una nueva poca. Es ev id en te que los distintos puntos de partida herm enuticos condicionan la explicacin de los contenidos y conducen a resul tados necesariam ente diversos. En contraposicin a estas opciones de partida, fuertem ente con d icio n ad as por una v aloracin de naturaleza h ist rico -cu ltu ral, W alter K asper ha desarrollado criterios herm enuticos que tienen en cuenta las tradicionales perspectivas d o gm ticas.10 A nte todo,
5 1 ALBERIGO se refiere a J. FLatznger. Inform e sobre la fe , M adrid 1985. C f W. KASPER, El desafo perm anente del Vaticano II. Herm enutica de las ase veraciones del concilio , en id., Teologa e Iglesia, Barcelona 1989, 401-415.
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K asper observa cm o la m ayora de los padres conciliares recu rra am pliam ente a los abordajes bblicos, patrsticos y propios de la teologa m edieval, m ientras la m inora estaba preocupada, principalm ente, por salvaguardar los datos de la tradicin que va desde el concilio de Trento al concilio Vaticano I. A m bos grupos deseaban renovar y revitalizar la Iglesia basndose en la tra d i cin. K asper ve la orientacin pastoral del C oncilio p recisam en te en esta valoracin responsable para nuestra poca de la au to ridad p erm anente de la B iblia y de la tradicin, adem s de los dogm as m s recientes. G lobalm ente considerado, el concilio Va ticano II se ha preocupado, en negativo, de fijar los lm ites ex ternos del rea dentro de la cual m overse, no en realizar una sn tesis teolgica. Este proceso de elaboracin terica fue dejado a la recepcin. De all las frecuentes y u xtaposiciones dem asiado poco m ediadas. Sobre esta base K asper form ula cuatro reglas herm enuticas: 1) es necesario procurar una com prensin integral y una actuacin integral del Vaticano II; 2) letra y espritu del C oncilio el es pritu apuntaba a la renovacin de la Iglesia form an una u n i dad; 3) la interpretacin del C oncilio debe corresponder a su e s pecfica intencin, a la luz de toda la tradicin de la Iglesia; 4) el C oncilio se sita en continuidad con la realidad catlica, con tinuidad que debe ser preservada en la interpretacin. En lo co n cern ien te a las afirm acio n es p ropiam ente pastorales, K asp er d istin g u e entre su fund am en to do ctrin al (doctrin a), la d escripcin de la situacin y la aplicacin de los principios a la situ aci n . En lo re fere n te a la d esc rip ci n de la situ aci n , la Ig lesia depende de la razn hum ana y de las ciencias. En este plano la Iglesia no goza de ninguna asistencia particular del E s pritu Santo. D e ello se desprende que el nivel vinculante de las afirm aciones pastorales es inferior al de las declaraciones de fe dogm ticas y del conocim iento de los principios m orales. Con una consideracin m s atenta, las cuatro reglas herm enuti cas de W alter K asper m encionadas resultan ser variaciones de un
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nico axiom a, que se podra llam ar el principio de la integridad de la fe. A s, en la p rim era regla herm en utica, se subraya la necesidad de respetar y de involucrar en el esfuerzo de com pren sin a todos los aspectos de las afirm aciones conciliares. Se ex cluye todo p rocedim iento selectivo. En la segunda regla se su braya la necesidad de tener en cuenta m s all de la integridad m aterial a la totalidad de la letra y del espritu del C oncilio. A qu se tiene en cuenta la integridad a un nivel, p o r as decirlo, m s elevado. En la tercera regla herm enutica se subraya cm o el C oncilio, en correspondencia con su especfica intencin, esto es, segn la letra y el espritu, debe ser visto a la luz integral de la Iglesia. Se trata de la totalidad de la fe, tal com o aparece his tricam ente, y es en el interior de esa totalidad donde encuentra lugar la especificidad de este C oncilio. En la cuarta regla, final m ente, se subraya cm o la intencin y la dinm ica propias del C oncilio deben ser vistas en continuidad con lo catlico, es de cir, cm o se alim enta, precisam ente en cuanto dinm ica particu lar, de la fuerza que m ueve el todo. Las explicaciones particula re s d e K a s p e r so b re la h e r m e n u tic a d e las a f ir m a c io n e s p asto rales se basan en la trad icio n al d istin ci n entre d o ctrin a , mores y descripcin de la situacin. F ijando estas cuatro o cinco reglas herm enuticas, W alter K as p er se libera del riesgo de estab le cer la propia m odalidad de aproxim acin a los textos en base a los esquem as ofrecidos por la historia del pensam iento y de la historia de la teologa. En la base de sus reglas herm enuticas se halla m s bien la co n v ic cin de fe segn la cual en los diversos testim onios de la fe se ex p resa el nico E spritu y que los diversos m om entos de ese testim o n io de la fe y de la trad ici n de la fe son parte de la m ism a realidad. Precisam ente en esta m utua pertenencia se ex presa la ju s ta co m p ren si n y la co rresp o n d ien te renovacin y profundizacin de la fe. L os c rite rio s h erm e n u tico s d e sa rro lla d o s p o r W alter K a sp e r c o n s titu y e n c ie rta m e n te un p rim e r a c e rc a m ie n to v lid o al
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C oncilio. P recisam ente a causa de su abstraccin, tales criterios p re s e rv a n del p elig ro d e a d a p ta r d e m a sia d o la e x g e sis del C o n cilio a los ju ic io s co rrien tes del p resen te, a m enudo d em a siado in ten cio n ad o s. P reservan incluso de ju ic io s re stric tiv o s, com o p o r ejem p lo el sig u ien te: el co n cilio V aticano II es un co n cilio poco im portante porque no lia form ulado ninguna d e fin ici n dogm tica. Por otra parte, en este punto debem os p re g u n tarn o s si la o b serv an cia de los criterios no lleva n ecesaria m en te a c o n c re c io n e s y m s p re c isa s d e te rm in a c io n e s de la m odalidad de aproxim acin, que van m ucho m s all de estas reglas abstractas. La exigencia de tener p resen tes integralm en te to d o s los m om entos del C oncilio conduce m s bien a in te rro g arse directam ente sobre el peso y el orden de los diversos m o m entos que d eben ser ten id o s en cuenta, al m enos en una p ersp ectiv a inicial todava difusa, del C oncilio. Lo propio debe d ecirse respecto a la d ialctica de letra y espritu y a la co m pren si n de las tensiones que ello produce. En fin, la co n tra p o sicin en tre la especfica visin de fe del C oncilio y la visin g lo b al de fe de la trad ic i n , com o as tam bin la co ntinuidad de lo cat lico, pueden em erger en las form as m s diversas. To m ando com o ejem plo el m odelo de la identidad b io g rfica de una persona, existen acontecim ientos del todo p articu lares que h acen a p a re c e r to d o el curso de la v ida b ajo una n u ev a luz, m ien tras ex isten otras situaciones en las cuales la sustancia de la h isto ria que se ha ven id o a c u m u la n d o se co n v ierte en e le m ento caracterizan te del nuevo acontecim iento. Y, sin em bargo, se pued en vivir y co m p ren d er am bas situ acio n es de m odo tal que se ad q u iere a p artir de ellas un crecim iento de autenticidad y de id en tidad y no, por ejem plo, una d ism in u ci n de s m is m os, un co n v ertirse-en -in fieles-a-s-m ism o s. Estas posibles v a riacio n es no son pensables, quizs, incluso en lo referid o a la vid a de fe de la Iglesia? C u ando estas preg u n tas se plantean de m odo ineludible sobre la b ase de p rin cip io s de n atu ra leza ab stra cta, co m o las p la n tead as por W alter K asper a partir de fundam entos dogm ticos,
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en to n ces se p lan tea la cu e sti n sobre c rite rio s herm en u tico s que d ejen de lado e sa a b s tra c c i n , y se d e te rm in e n m s de cerca por la dinm ica de este C oncilio, es decir, no se refieran a los c o n c ilio s slo en la ln ea de lo s p rin cip io s y de m odo g en eral. E sto es m s v lid o an a la luz de estu d io s re c ie n te s ,1 1 q ue h an d escu b ierto en qu m edida los div erso s c o n c i lio s han d e sa rro lla d o una a u to co m p ren si n te o l g ic a p ro p ia, han ex p resad o d iv erso s grados de rep resen tativ id ad de la Igle sia u n iv ersal y han ten id o carac te rstic as propias ya sea en lo referen te al p ro ced im ien to y a la redaccin de sus d elib eracio nes, y a sea en lo referen te a la pro m u lg aci n y recep ci n de las m ism as. Se puede hablar, en ju stic ia , de un acu erd o fu n d a m en tal y de una sem ejanza fa m iliar de los co n cilio s, pero se d ebe h ab lar tam bin de la fiso n o m a ab so lu tam en te especfica de cada uno de estos eventos, tan im p o rtan tes en la vida de la Ig lesia. P ero , cm o re a liz a r la in v estig aci n , m eto d o l g icam en te co rrecta y responsable, de los rasgos caractersticos que constitu yen el perfil especfico del concilio Vaticano II, perm aneciendo firm es los principios dogm ticos abstractos expuestos p o r W alter K asper?
2. La pragm tica del concilio Vaticano II: una descripcin del cuadro del acontecim iento
U n posible cam ino a recorrer para dar respuesta a las preguntas planteadas m s arriba es el trazado por la m oderna filosofa del
1 1 G ALBERIGO (ed.), Geschichte der Konzilien. ion Nicaenum bis zum Vatikamtm //, D u sse ld o rf 1993: J. S1EBEN, D ie K onsilsidee van d er Reformation b is zu r Aufklaritng, P a d e rb o rn 1986; id., K atkolisch e K onzilsidee im 19. itnd 20 Jahrhundert, P aderborn 1993.
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lenguaje. A p a rtir de las Investigaciones filosficas de W ittg en stein , la afirm a ci n segn la cual las p alab ras asum en su correspondiente significado a partir de y en un ju eg o de lengua je especfico, ha llegado a ser un topos c o rrie n te .1 2 Los textos surgen a partir de una pragm tica especfica. No se puede reco ger el sentido de los m ism os si no se conoce esa pragm tica y si, com o lectores, no nos involucram os en ella. Slo asum iendo un co m p o rta m ien to esp e cfico , una d eterm in a d a re laci n con los otros y con las cosas, las cosas a las que se refiere aquel parti cu lar co m p ortam iento se revelan en la plenitud del significado o rig in alm en te p ercib id o y afirm ado. W ittgenstein ha ilustrado estos conocim ientos con ejem plos sim ples, com o contar o ju g ar un determ inado ju e g o .1 3 Es posible describir la pragm tica que caracteriza a un concilio constituido por m s de 2.000 padres conciliares, e x p e rto s ,14 pe rio d is ta s , o b s e rv a d o re s , in te rv e n c i n de la o p in i n p b lic a , etc.? L eyendo, por ejem plo, los diarios de los participantes en el C oncilio o de sus consejeros, se produce, literalm ente, un atu r dim iento por la intensidad de las com unicaciones, por la m ole de contactos, por la polm ica a partir de las diversas iniciativas, por la variedad de los abordajes teolgicos en base a los cuales fu e ron estructurados finalm ente los textos de este C oncilio. Es po sible, por tanto, individuar una pragm tica del C oncilio en cuan to C o n c ilio a p a r tir d e s e m e ja n te m a ra a de a c c io n e s y concepciones individuales? Es posible tal cosa si se m ira a los aco ntecim ientos decisivos, constitutivos del C oncilio en cuanto C oncilio
6, 7.
15 Ibid , n. 199: C o m p ren d er una p ro p o sic i n sig n ifica co m p re n d er un len g u a je . C o m p ren d er un lenguaje sig n ifica dom in ar una tc n ica . 14 Cf. M .-D . CHENU, D iario de! Vaticano II (ed. p o r A. MELLONI), B ologna 1995; Y. C ongar, Le concite. Jotir ai< jo u r , Paris 1964.
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2.1. L a convocado concilii C o n stitu tiv a p ara el C o n cilio es la co n v o c ato ria p o r parte de Juan XXIII. En realidad, esta con vocado del C oncilio se consti tuye en un proceso m s vasto, que va desde el anuncio hasta la co n v o caci n form al y las sucesivas in v itacio n es y llam adas a p a rtic ip a r de l.ls El punto final de la convocatoria est consti tuido, sin duda, por el discurso de apertura del p a p a .1 6 l no in vita a una asam blea conciliar cualquiera, sino que en su convo cato ria fija una tarea al C oncilio. D icha tarea se puede resum ir en tres puntos estrecham ente vinculados entre s. Se trata, ante todo, de un C oncilio p a sto ra l, no de un C oncilio llam ado a de cid ir sobre esta o aquella cuestin doctrinal o disciplinar, sino un C oncilio en el cual la Iglesia se pone ante su originaria respon sabilidad frente al m undo y a Dios, en correspondencia con la m isin que le ha sido confiada para el tiem po p re sen te.1 7 L a seg u n d a p alab ra clav e es aggiorn am en to . 1 8 El objetivo que in d ic a ra el papa con este trm in o se refiere , sobre to d o , a la apertura radical al tiem po presente no adaptacin , a los pro fundos procesos de transform acin cultural, tcnica, econm ica y social que se d elin ean en l. E sta apertura debe brotar en la Iglesia al zam bullirse en sus fuentes prim igenias y debe produ
15 Cf. la re c o n stru c c i n de la p re h is to ria del c o n c ilio en O . H. PESCH, Das Zweite Vatikanische Kotizil. Vorgeschichte - Verlauf - Ergebnisse , W rzburg 1993, 21-77. 16 C f la d o cu m e n tac i n del discu rso inaugural "G a u d e t m ate r e c c le sia e en L, KaUFMANN - N . KLEIN, John unes XXIJf. P roph etie im Vermachtnis, Fribo u rg -B rig 1990, 107-150. 17 Cf. G. ALBERIOO, Ecclesiologia in divenire. A proposito di un concilio p a s t rale " e di osservatori a-cattolici al Vaticano //, B ologna 1990, 6-7 , a d e m s, ver: Criter enneneutici , 112 s., nota n. 22 con una m irada de c o n ju n to sobre el u so del trm ino p a sto ra l p o r parte de Ju a n XXIU.
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cir nuevas form as de vida eclesial que se correspondan con las m ism as. La Iglesia debe llegar a ser de hoy en el m ejor senti do de la expresin. Pero con esto se introduce tam bin un tercer m om ento. El papa habla del C oncilio com o de un nuevo P entecosts , puesto que se espera de l una revitalizacin espiritual, una renovacin, un rejuvenecim iento para la Iglesia. M ientras encarga esta tarea al C oncilio, el papa le asegura una libertad plena y general. C m o se puede caracterizar la pragm tica que est a la base de esta con vocado con cilii ? El papa se coloca a una cierta distan cia de la Iglesia tal com o se presenta concretam ente. Esto se re fiere tanto a las form as anteriores de la doctrina com o las formas de la praxis eclesial. C on esta tom a de distancia, intenta co n d u cir a la Ig lesia a una renovada determ inacin de su identidad; determ inacin a efectuarse teniendo en cuenta, por una parte, el tiem po presente y la situacin actual del hom bre y, por otra, el E vangelio, tal com o queda patente en toda la gam a de testim o nios de fe diversam ente valorados. Es una pragm tica que libera un cam ino hacia una nueva autodeterm inacin de la Iglesia. Si se com para la pragm tica que se esboza en la convocado con cilii con la pragm tica que resulta de otra cantidad de bulas co n vo cato rias de co n cilio s, ap arece claram ente la p ecu liarid ad de este concilio Vaticano II. La invitacin a ocuparse de este m odo en el proceso de una nueva determ inacin de la identidad de la Iglesia no se realiz ni en el concilio V aticano I ni en Trento ni en n in g n otro snodo g en eral del m edioevo. La b squeda de una reform a de la Iglesia en la cabeza y en los m iem bros, com o se tuvo por ejem plo en el concilio de C onstanza, m iraba a corre gir abusos. Es una cuestin com pletam ente distinta a la del co n cilio V aticano II: E cclesia, quid dicis de teipsa? (P ablo VI). La p rag m tica pro p u esta y p resen tad a aqu com o o b jetiv o del C oncilio es una pragm tica de naturaleza herm enutica e h ist
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rica al m ism o tiem po. Se trata de delinear la verdadera identi dad. En la tradicin cristiana y precisam ente en el m bito in d iv id u a l estos p ro ceso s fu e ro n co m p ren d id o s y p racticad o s com o pro ceso s de conversin. Las instrucciones de Ignacio de L oyola en su librito de E jercicios constituyen una introduccin a una pragm tica de esa naturaleza. Tal pragm tica no fue nun ca considerada para la Iglesia en su totalidad. El hecho de que se h aya podido concebir tal posibilidad histrica depende directa m ente de la reflexin conceptual sobre los procesos de form a cin de la identidad; reflexin que com ienza recin en la poca m oderna. P ero la real plasm acin de una pragm tica sem ejante por parte de un gran organism o, com o lo es la Iglesia, constitu ye de todas form as en el m bito de la historia m oderna de la hum anidad u na n o v e d a d .1 9
2.2. Las respuestas a la convocado: los vota presentados y los esquemas preparatorios
En los ltim os aos se ha publicado toda una serie de estudios sobre los vota de los diversos grupos de obispos, superiores re ligiosos co n sultados, u niversidades y fa c u lta d e s.20 M s all de ciertas divergencias, el ju icio de los historiadores es am pliam en
'* F. K.AUFMANN lia definido, pues, al co n cilio V aticano II com o una re v o lu c i n c o p e rn ic a n a . Cf. id., P ro b le m e und W ege e in e r h isto ris c h e n E insc h atzu n g des II. V atikanischen K o n z ils , en F.-X. K.AUFM.ANN - A. Z1NGERLE (ed s.), Vaticanum 11 und M odernisierimg, P aderborn 1996, 28. E ntretanto se han afian zad o e sto s p ro c eso s ten d ie n te s a re fle x io n a r sobre la corporate identity y a c aracterizarla. N o o b stan te, ello sucede, com o m xim o, a nive les interm ed io s". H an to m ad o este cam ino, p o r ejem plo, g ra n d es em presas a ctiv as a nivel internacional, incluso la C a rita s alem ana. 20 M. LAMBER10TS - Cl. SOETENS (eds.), A la ve iHe du Concile Vatican 11. Vota et ractions en Europe dans le catholicism e oriental , Leu ven 1992; J. K.0MONCHAK, U .S . B ish o p s S tig g estio n s fo r V atican II , C ristia n e sim o n ella storia 15 (19 9 4 ) 313-371.
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te concordante incluso y precisam ente a propsito de aq u e llos episcopados que se han caracterizado en el plano teolgico y pastoral p o r su esfuerzo de renovacin. C laude Soetens, que ha analizado las propuestas que llegaron de los obispos belgas, llega a esta conclusin: Mi im presin general concuerda con la de aquellos historiadores que han subrayado el carcter m s bien decep cio n ante de las propuestas, poco adaptadas para producir una verdadera renovacin en la Iglesia. Tam bin concuerda con la o p in i n de los h isto riad o re s que han su b ray ad o la fractu ra existente entre las respuestas a la consulta de 1959 y el com por tam iento de los obispos durante el C oncilio y esto tanto ms cuanto la m ayora de los obispos belgas deban form ar parte de la m ayora conciliar . C oncuerda, finalm ente, con la opinin de aquellos historiadores que han observado la ausencia casi total de referencia a los objetivos que haban sido asignados al C on cilio p or Juan X X III en 1959 21. La realidad de esta divergencia entre los vota preparatorios, por un lado, y los objetivos asignados por Juan X X III o los efecti vos resultados conciliares, por otro, pierde m ucho de su carcter sorprendente si se considera que los obispos, por s m ism os y en form a individual, no podan de hecho asum ir la pragm tica pro puesta. Un intento del gnero hubiera producido slo fantasas de papel, sueos de Iglesia de obispos singulares. C om o guas realistas de sus dicesis, pues, slo llam aban la atencin sobre ciertas posiciones a rever, basndose en gran parte en estudios preparatorios de telogos, sobre experiencias en el cam po pasto ral o en el cam po adm inistrativo. En el curso de sus deliberacio nes conciliares, los padres tom aron en consideracin m uchsim os argum entos seleccionados de entre los que haban sido seala dos, los cuales constituan de m odo im portante puntos de apoyo o puntos de convergencia, caracterizados por un consenso virtual ya ex istente antes del C oncilio; dichos argum entos se insertan
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Juego en la nueva visin cotierente y global de la Iglesia. A qu se debera recordar, sobre todo, una larga serie de propuestas en el m bito de la liturgia , 22 las reflexiones sobre la posicin de los la ic o s ,23 una m s decisiv a acen tu aci n del o ficio de los o b is p o s .24 etc. C on relacin a los esquem as puestos a punto por las com isiones preparatorias, la situacin es un poco diversa. Los estudios sobre Ja m odalidad de trabajo de las com isiones en la fase preparato ria del concilio V aticano I I 25 m uestran que el espritu que reina ba en estas co m isiones y en las subcom isiones estaba am p lia m ente determ inado por el com portam iento y por la m odalidad de trabajo tpicos del S anto O ficio, bajo la direccin del cardenal O ttaviani. Era la pragm tica de los custodios de la fe, que cono can las cuestiones, los problem as y las lagunas del sistem a ecle sial y teo l g ico que ellos representaban, y se preocupaban por encontrarles solucin. Lo explica, por ejem plo, la lgica objeti va y la coherencia interna del esquem a sobre la Iglesia propues to por la com isin. P ero esta lgica objetiva y esta coherencia
22 C f., al resp ecto , la m irada general en M. PAIANO, II R innovam ento d ella li turgia. Dai m ovim enti alia chiesa u n iv ersale , en G. ALBERIGO - A. MELON! (eds.), Verso il concilio Vaticano II (1960-1962), G enova 1993, 207-272. 21 Sobre e ste tem a, cf. la investigacin de G. PHILLIPS, Le rote du laicat dans l'Eglise, P aris-T o u rn ai 1954; Y. CONGAR, D er Laie, S tu ttg a it 1956; H. U. VON BALTHASAR, D er Laie und die K irche (1 9 5 4 ) , en id., Sponsa Verbi: Skizzen zur Theologie II, E in sield eln 1960, 332-348; K, RaHNER, b er das L a ie n a p o sto la t , en id., Schriften zur Theologie II, E in sield eln 1955, 3393 73. A l re sp e c to , re c ie n te m e n te , G. TURBANTI, 1 laici n ella c h ie sa e nel m o n d o , en G. ALBERIGO - A. MELLONI, Verso il concilio, 207-272. 24 C f., por e je m p lo , K.. RAHNER - J. RaTZINGER, Episkopat und Prima!, F reiburg 1961. 2 Cf. R. BURIGANA - M. PAIANO - G. TURBANTI - M. VELATI, La m e ssa a punto dei testi: le co m issio n i n ella fase p re p ara to ria del V aticano II , en E. FOUILLOUX (ed .), Vadean II commence... Approches francophones, L euven 1993, 28-53.
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interna se m anifiestan slo para quien se encuentra en el interior (insider). En otro contexto, en el cual falta ese trasfondo siste m ticam ente elaborado sobre la Iglesia y sobre la teologa, los ca p tu lo s de este esq u em a parecen e x tra am en te ag lu tin ad o s. Los intentos por im poner incluso en la C om isin teolgica el vnculo del secreto habitualm ente en uso en el Santo O ficio, los intentos por introducir una neta distincin entre los peritos y los m iem bros form ales de las C om isiones, son claros indicios del hecho de que aqu se ha trabajado a partir de otra pragm ti ca. 36 De tal m anera que se haca prcticam ente im posible la co m unicacin entre las distintas C om isiones o Subcom isiones. Un tan to d iferente ha sido el m odo de trab ajar de la C om isin sobre la liturgia, constituida por m iem bros curiales y por un gru po de expertos en la m ateria. El resultado fue un texto que p re par sustancialm ente el docum ento conciliar finalm ente pro m u l gado. De cu a lq u ie r m anera, en la terc era y ltim a sesin este texto fue tan profundam ente reducido y reorganizado que, d e s pus del envo del texto reducido y reorganizado a los o b is pos, un grupo de los m iem bros de la com isin se decidi a po n er a d isposicin de ellos la versin larga, con sus propuestas concretas para la reform a de la litu rg ia .27
36 bid., 3 1.
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m bito de los vota que se hicieron llegar y del trabajo sobre los esquem as. El anuncio del C oncilio conduce a la prim era confe re n c ia de p re n sa d e la C u ria ro m a n a a fin e s de o c tu b re de 1959.20 La reaccin de los m ass m edia fue: algo est sucedien d o . 30 M ientras que hasta aquel m om ento se conoca la Iglesia n icam en te com o una in stitu ci n inm utable, ahora, re p en tin a m ente, la vida de la Iglesia apareca en proceso de transform a cin, R especto al perodo precedente, la inform acin pblica y los com entarios sobre este suceso asum en una cualidad del todo n o v ed o sa .3 1 A causa de la poca inform acin sobre el trabajo de las C om isiones preparatorias, las intervenciones pblicas de Juan XXIII y las conferencias, entrevistas, discusiones de em inentes personajes eclesiales, com o los cardenales B ea, A lfrink, K ning, D opfner, Frings y otros adquieren una im portancia extraordina ria. U na cantidad de estudios teolgicos sobre el significado y el desarrollo de los concilios abren los ojos sobre la realidad hist rica de una Iglesia que, en el curso de los siglos, ha elaborado sus lneas directrices precisam ente en los concilios. Las publica ciones sobre tem as que requieren de una reform a en la Iglesia, sobre todo sobre la cuestin de la unidad de los cristianos, lla m an la atencin de la opinin pblica. La ya citada investigacin de M elloni contiene, entre otras cosas, un detallado anlisis so bre el tipo y el m odo en el cual las innum erables revistas teol gicas especializadas plantearon el tem a del C oncilio. Im pacta el
ALBERIGO (ed .), J Vaticano II fr a atiese e celebrazione , B ologna 1995, 119192; J. GROOTAERS, L a fo rm atio n de l in form aton rd ig ie u s e au d but du C oncile: in sta n te s o ffcielles et rseaux in fo rm is , en E. FOUILLOUX, Vati can II commence , 21 1-234.
3 0 Ib id , 1964.
22< 5 s.
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hecho de que un nm ero notable de estas revistas haya afro n ta do el tem a del C oncilio con m uchas vacilaciones y con grandes reservas. El dato debera reflejar la postura de las diversas redac ciones, concentradas sobre un discurso intra-teolgico de n atura leza trad icio n al y p rcticam en te privadas de cu alq u ier dilogo con la opinin pblica. Tam bin eso es un indicio de cm o se ha afrontado de m odos variados la pragm tica propuesta por Juan X X III. R esum iendo, se puede afirm ar que desde el anuncio del C o n cilio h asta su ap e rtu ra y los in fo rm es sobre las prim eras grandes discusiones, crece en la opinin pblica una intensa ex pectativa. El C oncilio es considerado decisivo para el futuro de la Iglesia catlica. La opinin pblica, ya sea en el interior com o fuera de la Iglesia, se convierte en interlocutora de la Iglesia re p resen tad a en el C oncilio. G rootaers co n stata con razn: Eso que est sucediendo ante nuestro ojos es, en cierto sentido, una revolucin copernicana .32
3. La apropiacin de la pragm tica de Juan XXIII por parte de los participantes en el Concilio en el curso de la prim era sesin
D u ran te la p rim era sesin, toda una serie de in terv en cio n es y decisiones m uestra claram ente cm o la inm ensa m ayora de los participantes del C oncilio asum e y lleva a cabo la pragm tica fi ja d a por Juan XIII com o objetivo a alcanzar, pero no sobre el p lan o o p e ra tiv o .33 En su discurso de apertura, el papa subray una vez m s las grandes lneas del trabajo conciliar. En el curso
al r e s p e c to , e l in s tr u c tiv o informe de J. RATZINGER, D ie erste Sitzungsperiode des Zweiten Vatikanischen Konzils. Ein Rickbck, K o ln 19 0 3 ,
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de las sucesivas con g reg acio n es g enerales se v o lv er a re ferir continuam ente a este discurso y a sus acentos. A m enudo, con el trm ino pastoral , se define el m odo con el cual la Iglesia en su co n ju n to d ebe p o sicio n arse ante los hom bres que viven en el m u n d o .34 U n a p rim era articu laci n de esta prag m tica es ciertam ente el m ensaje del C oncilio al m undo en la congregacin general del 20 de octubre de 1962,35 Este texto fundam ental, inspirado y re dactado en su prim era versin por M .-D. C henu, luego revisado por una serie de obispos franceses y aceptado por la gran m ayo ra de los padres conciliares, anticipa aquella pragm tica que los padres conciliares realizaron en el curso de la prim era sesin. En su discurso de apertura de la segunda sesin del C oncilio, el 29 de septiem bre de 1963, Pablo VI realiz esta declaracin: U s tedes, iniciando los trabajos de la prim era sesin, ...han sentido rpidam ente la necesidad de abrir, p o r as decirlo, las puestas de esta asam blea, e inm ediatam ente proclam ar al m undo desde los um brales abiertos, un m ensaje de saludo, de fraternidad y de es peranza. S ingular y adm irable gesto. Puede decirse que el carism a proftico de la Iglesia ha explotado repentinam ente . 36 O tros pasos im portantes, en los cuales esta pragm tica se desa rrolla y com ienza a determ inar el trabajo del C oncilio, son los cam bios requeridos en lo referente al m odo de trabajar, cam bios que expresan la voluntad de autodeterm inacin del C oncilio des de la prim era congregacin general del 13 de octubre de 1962. El trabajo sobre el esquem a litrgico de la cuarta a la decim ono v e n a c o n g re g a c io n e s g e n e ra le s c o n s titu y e , p u es, u n a b u en a
34 A si, por ejem plo, en el prim er debate sobre el e sq u em a De Ecclesia desde la 31" hasta la 36" C o ngregacin general (1-7 d icie m b re de 1962). 35 Cf. A. DUVAL, Le m essag e au m o n d e", en E. FOUILLOUX, Vatican I com mence,. 105-118.
36 Ibid.. LIS.
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m u estra de la m eto d o lo g a con la cual los padres co n c iliares pueden afrontar un tem a absolutam ente central con una creativa redefinicin de la liturgia en tanto accin esencial de la Iglesia, basndose en la Escritura y en la tradicin y teniendo en cuenta los d esafos planteados por nuestro tiem po. La aprobacin por m ayora absoluta de las lneas conductoras de la reform a de la liturgia hacia el final del prim er perodo es un claro indicio de la gran transform acin acontecida en m uchos padres concilia res durante el transcurso de aquellas pocas sem anas. Las duras crticas dirigidas a los esquem as sobre las F uentes de la revelacin, sobre la U nidad de la Iglesia y al esquem a so bre la Iglesia y, asim ism o, el retiro de este esquem a por parte del p ap a y de la lneas co n d u c to ras para la re e la b o ra c i n de los otros esquem as, m uestran claram ente que esta nueva pragm tica contagia a la inm ensa m ayora de los padres conciliares. A ello corresponde, en fin, el pedido, presentado por el cardenal Suenens en la trigsim o tercera congregacin general (3 de diciem bre de 1962), de una reclasificacin de los tem as conciliares, y precisam ente en el sentido del m ensaje de Juan X X III del 11 de septiem bre de 1962.37 Q ue en estas decisiones y arg u m en tacio n es no se trata de una pragm tica terica, sino de una pragm tica global, resulta clara m ente de una cantidad de detalles que caracterizan el aconteci m iento conciliar, com o, por ejem plo, la lenta transform acin de la liturgia conciliar, la entronizacin de la B iblia, el trabajo en los crculos teolgicos que asum en el carcter de conversaciones sobre la fe, la atm sfera dialgica que se instaura entre observa dores y padres conciliares, periodista y relatores oficiales. En este proceso global determ inado p o r diversos aspectos , la m ay o ra de los padres co n c iliares acoge y hace propios los
37 JOHANNES X X III, R und fu n k b o tsch aft an die K atholiken d e r W e l f , H erder(C orrespondenz 17 (19 0 2 /0 3 ) 4 3 -46
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objetivos de Juan XXIII. Las discusiones, en particular las refe ridas al esquem a sobre las fuentes de la revelacin, m uestran con la deseada claridad que en este p rim er perodo del C oncilio se trata m s de la program tica y pragm tica globales que de cues tiones teolgicas particulares. 38 Por otro lado, un anlisis de las argum entaciones de la m inora evidencia que la m ism a parte de una p rag m tica d is tin ta .39 Para esta m inora, la cu esti n es la doctrina inm utable, que luego debe ser aplicada en el plano pas toral.
3* Cf. G. RUGGERI, La d isc u ssio n e sullo sche.ma constitutionis dogm ticas de fontibus revelatiofiis d urante la prim a sessio n e del co ncilio V aticano 11", en E. FOUILLOUX, Vatican 1 commence, 3 1 5-328, en p a rticu la r 322-327. 39 Cf, los e je m p lo s cita d o s en G, RUGGERI, ibid., 3 Id , 3 22, 320 4U P. HNERMANN, Tradition - Einspruch und N e u g ew in n . Verstich e in e s Prob lem a u frisses , en S. W1EDERHOFER (ed. ), Wie geschieht Tradition? berlieferung im Lebensprozess d er K ircke , F reib u rg -B asel-W ien 1991, 45-08.
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relatar la propia historia. El hom bre dice quin es contando su historia, esto es: recordando al m enos los acontecim ientos co n s titutivos, describiendo las relaciones m s im portantes en las cu a les l ha constituido su propio ser. 4 1 D ado que la Ig lesia recibe su ser ella m ism a esen cialm en te a partir de la revelacin y de la com unicacin de Dios en Jesu cris to con la preh isto ria en el A ntiguo Testam ento y en la crea cin no puede presentarse a la opinin pblica si no d e sc ri b i n d o s e c o m o el re s u lta d o d e la h is to ria de D io s c o n los hom bres y precisam ente en las etapas principales de esta histo ria, hasta las actuales co n fig u racio n es del servicio petrino, del oficio episcopal, etc. Esta estructura fundam ental vale tanto para la C onstitucin sobre la liturgia com o para la C onstituciones dogm ticas Lumen gen tium y D ei verbum. Tam bin la C onstitucin pastoral Gaudium et sp es est signada por este punto de partida. Los problem as que se derivan de la configuracin de estas h is to rias de D ios son, sobre todo, problem as relativos a la form a. Su form a es una unidad de tipo gentico-histrico, un com plejo operativo en el cual se tem atizan tanto las relaciones fundantes com o las p re su p u estas.42 Las relaciones fundantes se distinguen de las relaciones de legitim acin ju rd ica, y pretenden constituir los presupuestos y las norm as de sentido para todos los ordena m ientos institucionales y jurdicos. Lo que estas historias ofrecen es, pues, un cuadro esencial para la valoracin de cada problem a o contenidos teolgicos e insti tucionales. A qu surge una im agen particular caracterizada por una interna lgica histrica propia de la Iglesia o de la com
" Cf. R. SCHAEFFLER, Das G ebet and das Argument. Zwei Weisen des Sprechens van Gott. D u s se ld o rf 1989. Cf. P. RICOEUR, Zeit itnd Erzhhtng, 3 v o f , M nchen 1988 ss.
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prensin de la revelacin que la constituye, ju n to con las instan cias que le pertenecen y le conciernen. D el hecho que la Iglesia posea y experim ente su identidad en esta historia de Dios se si gue que su relacin con todo el resto con las otras religiones, con las otras iglesias y com unidades cristianas, con los hom bres de buena v oluntad , se caracteriza esencialm ente com o perte nencia y diferenciacin al m ism o tiem po. De aqu resulta una re lacin universalm ente abierta al todo, una relacin que sabe dis tinguir con certeza, pero que no se deja ya caracterizar por las im genes del enem igo. D iversas aadiduras, debidas a los votos planteados por la m ino ra, revelan claram ente, incluso por el hecho de interrum pir el flujo del relato, la diversa pragm tica en base a la cual han sido form uladas. Es evidente que un relato en el cual se m anifiesta la propia iden tidad puede situarse en niveles desiguales o presentar un m ayor o m enor grado de p ro fu n d id ad y p en etraci n segn los casos. Los esquem as alternativos contrapuestos al esquem a preparatorio o ficial delatan en parte estas d ife re n c ia s .43 Es d ep lo rab le, por ejem p lo , que la elec ci n del esq u em a que sirv i de base a la C onstitucin sobre la Iglesia no haya sido confeccionada por los m ism os padres conciliares, sino por una pequea com isin. Para textos de esta naturaleza, las decisiones relativas al texto base de las discusiones son m s im portantes que esta o aquella afirm a cin particular. D espus del C oncilio se ha observado repetidas veces que los padres co n ciliares no se dieron cuenta de haber hecho teologa siguiendo un m todo esencialm ente distinto al habitualm ente uti lizado en la teo lo g a escolstica. No es preciso considerar esta observacin com o un reproche. Q uien se presenta a s m ism o, no
43 Cf. las d iv ersas c o n ce p cio n e s sobre la c o n stitu c i n sobre la Iglesia de Philipps, L ercaro y Rahner.
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reflexiona en la narracin sus presupuestos m etodolgicos im pl citos en su accin. Tanto m s im portante es, pues, la posterior reelaboracin conceptual de este evento, cuando se trata de inter pretar de m odo m etodolgico y cientficam ente fundado los d o cum entos conciliares com o resultados de la pragm tica que h e mos sealado.
14 Sobre el tem a de la d ial ctic a tpica cf. P. HNERMANN, D og m atik - Topische D ialektik d e s G la u b en s , en M . K.ESSLER - W. PaNNENBERG - H.-J. POTTMEYER (e d s p , F ides quaerens in tellectu m . B eitrage zu r Fandam entaltheologie , T b in g e n I992, 577-592. 45 Cf. R. BUBNER, D ialektik ais Topik , F ran k fu rt 1990.
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aparicin de verdad, verisim ilitudo, que hace posible un consen so. El consenso perseguido no es ya slo un consenso entre pa res que litigan, sino un consenso que tien e en lnea de p rin ci p io un fu n d a m e n to u n iv e rs a l y que tie n d e a c o n v e rtirs e en pblico. En el proceso que se q uiere in iciar se presupone una fundam ental apertura de las partes, las cuales sin renunciar a su o pinin deben relacionarse con las opiniones de los otros y d ejarse afectar por ellas. Si las razo n es ad u c id a s c o n tra la propia opinin son evidentes, la cuestin est decidida. P ero de no ser evidentes, es necesario recurrir a los topoi , al hogar de los argum entos. A hora bien, qu son los topoi ? R diger Bubner ha llam ado la atencin sobre el hecho de que estos luga res g en erales son conocim ientos lingsticam ente articulados, lo s cuales so sten id o s por un am plio consenso in telectu al y tico contienen en s un potencial herm enutico que oficia de m ediacin entre visiones distintas de otros hechos. A travs del recurso a un to p o s , tanto la opinin pro p ia com o la ajena, es expuesta a la luz de lo general histricam ente concreto y de all recibe una ilum inacin tal que llega a ser ju zg ad a capaz de pro d u cir co n sen so en esa fo rm a m odificada. En este pro ceso se produce librem ente un resultado, sucede una ilum inacin, que p o sibilita un ju icio y funda, al m ism o tiem po, un consenso ra zonable, sin bloquear una ulterior clarificacin y profundizacin de la cuestin. En sus Loci theologici M elchor Cano, refirindose a A ristteles y a la re t ric a h u m a n ista , h a p re se n ta d o la d ia l c tic a t p ica com o el m odo de reelaboracin del inteectus f id e i.46 El autor se ha servido para tal tarea, adem s de los topoi teolgicos, de los topoi ajenos cultivados por otras ciencias. S egn M elchor Cano,
46 Cf. M. SECKLER, D ie e k k le sio lo g is c h e B e d eu tu n g d e s S y ste m s d e r loci th e o lo g ic i . E rk e n n tn isth e o re tisc h e K a th o liz ita t u n d stru k tu ra le W eisheit", en id., D ie schiefen Wande des Lehrhauses, K atholizitat ais H erausforden tn g , F re b u rg -B asel-W ie n 1988, 79-104.
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la teologa, por su propia naturaleza, debe referirse a am bas se ries de loci. Pero, los m anuales neoescolsticos, correspondientes a la teolo ga de la m inora presente en el V aticano II, no han conservado precisam ente este esquem a m eto d o l g ico ?47 En base a una concepcin unvoca de las ciencias la cual ha encontrado su expresin y a en la alta escolstica, pero que lleg a ser absolutam ente predom inante en la n eo -escolstica , este gnero m s reciente de teologa ha entendido la dialctica t p i ca com o un sistem a de procesos deductivos. Al respecto, los ms recientes pronunciam ientos del m agisterio sirvieron de punto de apoyo, garantizado por una prom esa divina, que poda ser proba do m ediante deducciones p o r todos los topoi , la E scritu ra y la tra d ic i n ,48 La radical tergiversacin de la dialctica tpica consistia en el hecho de que las opiniones histricas requeran nuevas dilucida ciones y esclarecim ientos para perm itir el consenso y el recono cim iento de la verdad. En relacin a la fe, esto significa que ella m ism a requiere un continuo y renovado esclarecim iento y profundizacin de su com prensin. En lo tocante a los p ro n u n cia m ientos del m agisterio, significa que stos pueden ser co m pren d id o s rectam en te slo all donde e x p u e sto s a la luz de los topoi esp ecficam ente teolgicos y de los loci alien i revelan su verdadero sentido. Ilustram os el tem a con un ejem plo. El dogm a del prim ado ju ris diccional del papa o del m agisterio infalible puede estar desv in culado de la inm ediatez de una proposicin que tiene siem pre el carcter de una opinin o de una afirm acin y ser elevado
17 M . J, SCHEEBEN, H andbuch der katholischen D ogm atik I: Theologische Erkenntnislehre, e dicin e in tro d u c ci n de M. G rab m an n , F reib u rg 31959. 18 M . J. SCHEEBEN, D ie k irch lich e b e rlie feru n g o der B ezeu g u n g d e s apostolisch es D ep o situ m s ais K.anal des G la u b en s", en ibid., 1 5 I-186.
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a lina concepcin capaz de producir consenso slo si esta propo sicin es expuesta a la luz de los diversos topoi especficam ente teo l g ico s y ajen o s, los cu ales p re sen tan , de esta m an era, un vasto m bito de com prensin, que abre diversas perspectivas y dejan tran sp arentar la realidad de la fe involucrada en esa propo sicin. 49 N os encontram os aqu en presencia de un m ovim iento que con trasta con el uso neo-escolstico de la dialctica tpica. U n segundo aspecto, que perm ite distinguir entre la deform acin neoescolstica de la dialctica tpica y su uso autntico, se en cu entra en el hecho de que los topoi pertenecen a la dialctica tpica en su generalidad histrica concretizada. En relacin a la d ialctica tpica de la fe, esto significa que la E scritura y la tra dicin com o topoi deben ser tom adas en su generalidad histri cam ente abiertas, esto es: en su form a ilustrada por las ciencias histricas y por las dem s ciencias, y en relacin a los loci alieni, que no se debe partir, por ejem plo, de una phosophia perennis abstracta, en el sentido en que lo entiende la neoescolstica, sino que se deben im plicar las grandes form as de consenso del p en sam ien to y del ju ic io m oderno. Los padres co n ciliares han llam ado a estas concepciones que son expresadas por la razn histrica, sostenidas por un am plio consenso tico y que cum plen una funcin de orientacin en el com portam iento del hom bre m oderno signos de los tiem pos, en los cuales se m anifies ta la accin del Espritu, incluso en form a m undana. C o n sid eran d o el m odo de tra b a ja r de los padres co n c iliares y analizando las argum entaciones aducidas en los debates, aparece
49 Cf. P. HNERMANN, Z u k u n ftsw e ise n d e P e rsp e k tiv e n in der D o g m a tk der T iib in g er T h e o lo g e n . E sta c o n trib u c i n ser p u b lic a d a e n el v o lu m e n de la s a c ta s d el se m in a rio The Ti/b rigen School and the R elevance o f 19th
Century Catholic Theology fo r the 2 ls t Century: A Conference in Honor o f the 200th A nniversary o f the Titbingen Theologian Johann Adam M hler
(B o sto n 18-20 sep tiem b re de J99).
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claro que los m ism os se han basado, para la reelaboracin de la autocom prensin de la Iglesia hoy y de la com prensin de la re velacin, en los loci p ro p rii et alien i . Al respecto, estos loci de bieron haber tom ado com o punto de referencia, en gran m edida, la Escritura, tal com o el m ovim iento bblico la ha hecho accesi ble. A p arece aqu una d iferen cia resp ecto de la aproxim acin histrico-crtica, exegtico-especializada. a la Escritura. Los to p o i , que se refieren a la Iglesia prim itiva, se hacen acce sibles de m odo renovado gracias al m ovim iento litrgico, al nue vo im pulso de la investigacin patrstica, por ejem plo en F ran cia, y a los estudios sobre los concilios. En lo que se refiere a todos los topoi teolgicos, se puede decir que los padres conciliares conocan en cierta m edida la am plitud histrica de los datos invocados de tanto en tanto. Las investiga ciones sobre la historia de la teologa y sobre el derecho can nico del m edioevo y de la edad m oderna eran conocidas en sus grandes lneas. P ertenece a la dialctica tpica el recurso a los topoi en una si tuacin de dilogo o de controversia. De esta m anera, de la e s tru c tu ra d e la d ia l c tic a t p ic a com o g rilla fu n d a m e n ta l del m odo de proceder conciliar deriva, en ltim o anlisis, para los p adres del concilio V aticano II, el significado constitutivo de los o bservadores de las otras iglesias y, adem s, el significado de la opinin pblica representada por los m ass m edia. Para la m ayora de los padres conciliares, los observadores re presentaban a los cristianos que se com prenden com o autnticos creyentes, legitim ados a partir de la Escritura, y que tienen, por otra parte, sus reservas frente a la Iglesia catlica. Precisam ente en atencin a ellos los padres conciliares se ven urgidos a reto m ar los topoi com unes, de tal m odo que su com prensin de la Iglesia y de la fe aparezcan com o una com prensin ilum inada, resplandeciente y capaz, al m ism o tiem po, de producir consenso. Pertenece, pues, al legtim o estilo de trabajo del C oncilio el h e
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cho de que los observadores intervengan en m odo creciente a travs del S ecretariado para la unidad de los cristianos en el m ism o proceso conciliar y que los padres conciliares, por su par te, tom en en serio estas intervenciones. Lo m ism o debe decirse en la relacin con los m ass m edia y con la opinin pblica representada p o r ellos. Aqu se encuentran en prim er plano los loci alieni, los signos de los tiem pos generales, de cuya acogida en el proceso conciliar reciben su credibilidad la explicacin y la interpretacin de la Iglesia y de la revelacin.
6.
El hecho de que en su m odo de proceder los padres conciliares del V aticano II desarrollen, en lo fundam ental, una dialctica t pica de la fe, co n d u ce a una serie de co n clu sio n es que deben determ inar la herm enutica de los textos del Vaticano II. 1) La pragm tica asignada al C oncilio por Juan X X III com o objetivo y no en el plano operativo no se expresa por los pa dres conciliares en m odo arbitrario en el plano intelectual ni es p ilo tad a n icam en te de m odo em otivo, com o hacen pensar las observaciones del cardenal O ttaviani con ocasin de la presenta cin del esquem a sobre la Iglesia. R esignado, ironizaba dicien do que estaba preparado para las habituales letanas de los pa dres conciliares: no es ecum nico, es escolstico, no es pastoral, etc. . 0 Los padres conciliares, m s bien, han renovado el m to do teolgico en boga desde la poca m oderna y puesto a dispo sicin por la tradicin.
5 U Cf. J. KOMONCHAK, T h e In itial D e b ate ab o u t the C h u rc h , en E. F oiiilloux, Vatican II com m ence , 329.
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2) El C o n cilio ha radicalizado d ecididam ente este m todo. Ni en M elchor C ano ni en la tradicin seguida hasta entonces este m todo haba sido aplicado a la autocom prensin de la Iglesia en su conjunto y a la com prensin de la revelacin en cuanto tal. Tanto en M elchor C ano com o en la tradicin se encontraban en p rim er p lan o cu estio n es teo l g icas sin g u lares; sobre ellas versab an las discu sio n es respectivas. A ntes del C oncilio, esta p ro fu n d iz aci n del m todo haba aso m ad o con v a c ila c i n en ciertas contribuciones teolgicas pioneras. Con ella el C oncilio realiz una diferenciacin esencial. La cuestin de la autodeter m inacin de la Iglesia y de la com prensin de la revelacin por parte de la Iglesia presupone en el cuadro de este m todo , la diferencia entre la Ig lesia o la revelacin y su respectiva in m ediata form a histrica de existencia. Slo a partir de esa d ife re n ciaci n tem atizad a en Juan X X III de m odo am bivalente bajo el lem a de la d istin ci n entre la fe y su ex p resi n se pued e p ro d u c ir una d eterm in a ci n de la au te n tic id a d y de la identidad de la Iglesia o de la revelacin y de aquello que p er tenece a am bas. Pero los padres conciliares han radicalizado la dialctica tpica de la fe, incluso en la m odalidad de su aplicacin. En esto ex is te una diferencia cualitativa entre el tratam iento de esta tem ti ca por parte de los telogos y la aplicacin real de tal proceso por parte de los obispos que representan la Iglesia. El telogo o el obispo en particular que anuncia procediendo de esta m anera presenta slo un proyecto a la Iglesia en tanto tal, un esbozo que puede ser acogido en distintas m edidas. Sin lugar a dudas, inclu so los concilios y sus declaraciones requieren una real recepcin por p arte de la Iglesia. Pero el episcopado m undial reunido en concilio representa a la Iglesia en una expresin del todo d iver sa respecto a la de un telogo o la de un obispo singularm ente co n sid erad o s. P or otra parte, co rresp o n d e al concilio, en tanto grem io, una com petencia directiva universal en la Iglesia, por lo cual esta suerte de dialctica tpica de la fe se convierte en un proceso real en la Iglesia.
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3) La esperanza ecum nica y la confianza de los padres concilia res de estar en cam ino hacia la unidad con los herm anos y las h erm an as separados nace del m odo de p ro ced er que ellos han adoptado y que acabam os de describir. No se trata de un estado de nim o pasajero o de un entusiasm o superficial. Esta esperan za se nutre de la fe m ism a, la cual depende, en sus expresiones, en sus d iversas do ctrin as, en sus form as in stitu cio n ales, de un esclarecim ien to que recurre m etodolgicam ente a criterios que so n re co n o cid o s o respetados en gran m edida incluso p o r los herm anos y las herm anas separados, A esto se suma el hecho de que este esclarecim iento est anim ado por un espritu de dilo go, que tien e que ver con la fe m ism a. La esperanza y la con fianza que de all proceden se fundan en la fe escatolgica que es una y conduce a la unidad. 4) D espus del C oncilio se le h a rep ro ch ad o a los padres del Vaticano II un injustificado optim ism o acerca de la acogida de la fe por parte del hom bre m oderno y se le han im putado tenden cias a la adaptacin a la edad m oderna, justificado, por ejem plo, con el sentido de un nuevo inicio abierto en la poca de K enne dy y con otros fenm enos externos. En lo fundam ental, es im po sible negar estos fenm enos. N os encontram os, sin duda, en pre sen cia de in flu jo s del tiem po. P ero tal in terp re taci n d eb e ra considerarse com o insuficiente. Los padres conciliares, en cam bio, estaban profundam ente convencidos de que la confrontacin honesta con los problem as del m undo y de los hom bres, lo m is m o que la libre aceptacin y v aloracin de los nuevos conoci m ientos de la hum anidad, podran cam biar la posicin de la Igle sia en relacin a su credibilidad e im pulsar un proceso abierto ten d ien te al co nsenso. En este o ptim ism o y en esta confianza, que han ilum inado el C oncilio com o evento, se transparenta algo de la alegra escatolgica. 5) El carcter pastoral del C oncilio y de todos sus docum entos que no anula las diferencias entre las constituciones o afirm a ciones dogm ticas y las afirm aciones orientadas directam ente a
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la praxis reside en el hecho de que a travs de todas sus afir m aciones el C oncilio q u iere proponer, en ltim a instancia, un testim onio de la verdad cristiana de una m anera esclarecida, sea a la opinin pblica com o a las otras iglesias y religiones. Esto resu lta de la m eto d o lo g a del concilio V aticano II, que es una dialctica tpica de la fe. Las diferenciaciones en afirm aciones do g m ticas, m orales o pastorales estn sujetas a este carcter general. Estas no constituyen categoras fundam entales, d istin ti vas. Es precisam ente esta fundam entalsim a form a de testim onio de la verdad cristiana, que se indica con el trm ino pastoral, la que la sagrada E scritura atribuye a la prom esa del E spritu. De ningn m odo se q uiere insinuar que la Iglesia estara en grado de conocer exactam ente en todos sus detalles y, por as decirlo, de m odo in falib le, la condicin de los hom bres de su tiem po. S ignifica que a la Iglesia le ha sido asegurada la asistencia del Espritu y la perm anencia en la verdad, si se sita honesta y se riam ente con postura crtica frente a s m ism a, si se m ide con los criterios de la fe com o est atestiguada en los topoi , y si re conoce al m ism o tiem po al m undo y a los hom bres en sus justas e x ig e n c ia s.5 1 6) En base al m todo utilizado, los docum entos del concilio Va ticano II presentan un doble carcter. Estos bosquejan, ante todo, una im agen de la Iglesia, de la revelacin, de la liturgia, etc., y tienen, desde este punto de vista, el carcter de docum entos d o c trinales y de consenso. B asados en la pragm tica de la cual flu yen, estos d ocum entos tienen un ca r cter p a radigm tico en lo referente al m todo. O frecen lneas fundam entales, pero repre sentan tam bin, al m ism o tiem po, el desafo a confirm ar siem pre de nuevo estas lneas fundantes y, con la repeticin, con la epidosis eis hauto, m ejorar esa clarificaciones.
51 A p a rtir de una reflex i n p o r el estilo se deb eran d ifere n cia r las a n o ta c io nes de W alter K asp er sobre la h e rm e n u tica de las a firm ac io n es p a sto rales del concilio. Cf. El d e sa fo perm an en te del V aticano 11", 401^115.
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7) En consecuencia, se hace ju stic ia a los docum entos del con cilio Vaticano II slo si se percibe en ellos la prenda de la recon quista de una libertad de pensam iento en la Iglesia, de lina libe racin de la creatividad y de la responsabilidad, precisam ente a partir de la obligacin que se tiene en lo referente a la fe. Estos docum entos se encuentran tam bin al inicio de un nuevo tipo de teologa en la Iglesia postridentina, adem s de un nuevo tipo de direccin responsable de la Iglesia. U na y otra no se producen e sp o n t n e a m e n te en la Iglesia. S ignos de e sp e ra n z a son, por ejem plo, los snodos regionales celebrados despus del concilio Vaticano II, el snodo especial para A frica, el ofrecim iento, rea lizado por el Papa en su encclica ecum nica, de un dilogo ecu m nico sobre una adecuada estructuracin del m inisterio petrino, de m anera de p osibilitar que el papa ejerza de m odo apropiada su labor en favor de la unidad de los cristianos. 8) El carcter de com prom iso de m uchos pasajes de los docu m entos conciliares obliga a reflexionar sobre el m odo de relacio narse con los pasos en cuales la m inora ha introducido, directa o indirectam ente, afirm aciones inconciliables con la lnea gene ral de los docum entos. A firm ar que la m ayora ha representado sobre todo la tradicin ms autntica y que la m inora a la po ca m oderna es decir, la tradicin m s reciente de la historia de la Iglesia , pero que entre am bas tradiciones no se ha m ediado suficientem ente, puede exponer fcilm ente a errores de interpre ta c i n .52 La m inora no representa sim plem ente los m s recien tes desarrollos m agisteriales, en el sentido de atribuirles un va lor pragm tico conciliar general. La m inora procede, m s bien, segn el principio neoescolstico, de acuerdo al cual, a partir de lo s tex to s y a d efin id o s se pro ced e a una reco n stru cci n de la entera com prensin de la fe. De esta m anera, no se perm ite a la E scritu ra y a las tra d ic io n e s an tig u as v a lid a rse en s m ism as com o entidades autnom as, sino que se las subordina a las afr-
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m aciones ms recientes. De all que estos pasajes presentan co n trastes que deben ser elaborados en el plano teolgico. En el cu r so del C oncilio la m ayora ha podido realizar m s fcilm ente e s tas reelaboraciones y estos ordenam ientos all donde existan ya nuevas concepciones en grado de m ediar e ilum inar. Pero, sobre toda una serie de m bitos problem ticos, tales concepciones son echadas de m enos. El proceso postconciliar requiere esta ulterior elaboracin. Ya hem os dado un ejem plo im portante: la co n cep cin del prim ado y del m agisterio, que Juan Pablo II ha abierto al dilogo en su encclica ecum nica. Para la interpretacin de los docum entos existentes se deriva de aqu que los contrastes y rechazos en el flu jo m ism o del texto no deberan disim ularse. Por su parte, la interpretacin no podr evitar indicar, al m enos, perspectivas, en orden a una com prensin m s coherente y con sistente, a partir de la pragm tica del C oncilio. 9) La adecuada interpretacin de los docum entos conciliares, la elaboracin de su com prensin, su valoracin, la indicacin de sus pasos y lm ites problem ticos presuponen que los citados to p o i ., los p ro piam ente teolgicos y los generales, con stitu y an el sistem a de referencia. Al respecto, se debe prestar una particular atencin a la cuestin de la form a en la cual son abordados los topoi. si se los trata en su m odo histrica y cientficam ente ilu m inado o en su m odo sum ario-tradicional. Slo prestando aten cin a esta estructura de referencia es posible elevar la plausibilid a d d e los te x to s c o n c ilia r e s , p e ro ta m b i n e s c la re c e r, com parando, la im popularidad y por ello la objetiva norm atividad de las afirm aciones dogm ticas. El C oncilio no ha definido n ingn dogm a particular. Sucedi as por buenas razones, pues una visin de conjunto de la Iglesia y de la revelacin se escapa al uso de definiciones dogm ticas. Esto no significa que esta vi sin global no sea vinculante. P ero, por una parte, su carcter v in cu lan te deriva de la cosa m ism a, y eso puede ser m ostrado slo m ediante una referencia a los topoi, y por otra parte, este c a r c te r v in c u la n te p ro v ien e de la au to rid a d del C o n c ilio en cuanto evento del Espritu y de su accin.
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10) En la interpretacin de los textos conciliares una particular atencin reclam an los loci alieni. Los padres co n ciliares no se han referido slo a los topoi clsicos introducidos por M elchor C ano. Puntos de referencia y hogar de los argum entos han sido tam bin para ellos las grandes concepciones antropolgicas, cul turales, ju rd ico -in stitu cio n ales, sociolgicas y econm icas, que son so sten id as por un am plio consenso tico en la hum anidad actual y son, por as decirlo, form aciones de la razn histrica general de la poca m oderna. Pero porque en el actual proceso de transform acin cultural estas grandes concepciones cam bian su respectivo perfil, es necesario determ inar estos loci alieni de la poca del C oncilio, clarificar su aceptacin por parte del C on cilio o su advertencia por parte de los padres conciliares y ex traer de ellos los criterios que deben ser tenidos en cuenta, ju n to a otros, en la valoracin del C oncilio. Se trata de co-criterios, m ed ian te los cu ales se pu ed e ab rir un ju ic io sobre el cu m p li m iento o no de la aspiracin del C oncilio: articular la autocom prensin de la Iglesia y de la revelacin en relacin a la situa cin actual.
O bservacin final
En la in tro d u cc i n hem os co n stata d o cm o los c rite rio s herm en u tico s del C oncilio enunciados p o r G iuseppe A lberigo es tn en estrech a relacin con el carc te r de aco n tecim ien to del C oncilio. P o d em os co m p en d iar las co n sid eracio n es que se han ven id o realizan d o de este m odo: el aco n tecim ien to del C o n ci lio puede ser com prendido com o la form acin de aquella prag m tica que puede ser ex p resad a co n cep tu alm en te com o d ial c tic a t p ic a . E s ta d ia l c tic a t p ic a c o n s titu y e , de m o d o ra d icalizad o y renovado, el m o v im ien to de fondo del C oncilio, ese m o v im ien to u n ita rio que ha v in c u la d o las in n u m e ra b le s a c tiv id a d e s sin g u la re s y las ha in sertad o en un flu jo que ha
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producido, com o fruto y resultado, la nueva visin de la Iglesia y de la revelacin que ha encontrado su expresin escrita en los textos del C oncilio.
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1 D octora en F ilo so fa (W iirzburg, A lem ania}. P ro feso ra de la U niversidad C a t lica de C rd o b a y de la U niversidad N acional de R o C uarto. In v e stig a d o ra en el C entro de E stu d io s A vanzados (U n iv e rsid ad N acional de C rdoba).
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Bajo el perodo de reinado de C arlos V, que asum e com o em pe rador del im perio H absburgo en 1519, acontece la R eform a, un im portante hecho histrico en la religin, y se inicia el C oncilio de T rento (1545-1563), con lo cual se agrava la intransigencia en tre cat lico s y p ro te s ta n te s .2 C arlos V d esea co n v e rtir a la c ris tia n d a d a sus d o m in io s, esto es, E sp a a, el M ila n e sa d o , aples, el Sacro Im perio R om ano G erm nico, los Pases Bajos, y los territorios del norte de A frica. El fracaso de sus am bicio nes trae com o efecto su abdicacin y tam bin que su hijo Felipe II se haga cargo en 1556 de Espaa y que su herm ano F ernan do, en 1558, herede el sector germ ano con sede en Viena. De esta m anera, dos im perios quedan en m anos de los Habsburgo. En la segunda m itad del siglo X V I, y durante el reinado de F e lipe II, llam ado el catlico , Espaa asiste a la C ontrarreform a. Se persiguen por igual a los catlicos disidentes, a los p ro testan tes y, tam bin, a los ju d o s y m usulm anes convertidos al catoli cism o, bajo la sospecha de que seguan profesando sus antiguas creencias. Se instala de m anera aberrante la Inquisicin que ya haba com enzado en el siglo X V con los R eyes C atlicos y su co n feso r el dom inico, Tom s de T orquem ada (1420-1498), re dactor de las Instrucciones Inquisitoriales en 1484. En ese m is mo ao, el Papa Inocencio V I I I 3 sanciona en nom bre de la Igle sia, la creencia popular en la com unicacin con el dem onio por parte de hechiceros y brujas. E ntonces el pecado se convierte en h ereja con lo que se pone en m anos de la ortodoxia un arm a nuev a y terrible: basta acu sar a los herejes de hechiceros para desatar contra ellos la furia popular. Con el advenim iento de la R eform a, los p rotestantes recogen estas ideas, agregando la in terpretacin literal del texto bblico no dejars con vida a una
1 Cf, G. BOIDO, N oticias del plan eta Tierra. G alileo G alilei y la revolucin cientfica , A Z, B uenos A ires, 1996, 76 ss.
3 Cf. W. DaMPIER, H istoria de la ciencia y sus relaciones con la filosofa y la religin , tec n o s, M adrid, 1992, 170 ss.
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bruja sin ten er en cuenta algunos cnones antiguos de la Igle sia que ponen en duda la realidad de la hechicera. A s, en este tiem po, los protestantes rivalizan con los catlicos rom anos en la caza de brujas. El nm ero total de victim as que perecen en toda Europa en el espacio de dos siglos, segn los clculos de los his to riad o res, supera los tres cuartos de m illn. Los acusados en esta poca no tienen escapatoria: si se declaran culpables, se los quem a vivo, sino se los tortura hasta que confiesan. En el m a nual para los inquisidores aleus M aleficarum (M artillo de las brujas) escrito en el siglo XV se form ulan los procedim ientos a em plear para torturar a las b ru ja s 4. El salvajism o y la perfidia de los procesos legales all descriptos parecen pelculas de terror, com o por ejem plo, que se autorice cualquier m edio para arran car la confesin y que se apele al doble discurso, lo que ocurre cuando antes y despus de la tortura, el ju e z prom ete la vida de la acusada de brujera, pero sin decirle que de todos m odos la va encarcelar. A veces, durante algn tiem po, el ju e z guarda tal pro m esa. pero finalm ente deber quem ar a la acusada. En otros ca sos, el ju e z argum enta que ser benigno, pero con esta restric cin m ental, ser benigno conm igo m ism o y con ei E sta d o . 5 D e esta m anera, m uy pocos se aventuran a co rrer el riesgo de una m uerte espantosa protestando pblicam ente por esta locura que se haba apoderado de todas las clases. Sin em bargo, algu nos hom bres de la Iglesia com o el P. Jesu ta Spee horrorizado por esta experiencia de orgas y de torturas protesta pblicam en te y acom paa a la hoguera, en m enos de dos aos, en W rzburg, a alred ed or de 200 victim as, m anifestando estar convenci do de q u e to d a s e lla s e ra n in o c e n te s. En 1631, el P. S p ee, publica un libro annim o, en l relata que con las torturas que
4 C f, M , MALLEU, tra d . in g le s a p o r M o n ta g u e S u m m e rs , N a tio n s a n d A th eaeu m , L o n d res 1928. 5 C ita d o en: J. WHITINGTON, Studies in the H isory and M ethod o f Science. O xford 1917.
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se emplean se p o d ra arran car a confesin de hechiceros a to dos los cannigos, doctores y obispos d e la Iglesia . Su relato constitu y e una de las pginas m s negras y h o rripilantes en la historia de la hum anidad hasta las barbaries totalitarias de n u es tros das. T odos esto s aco n tecim ien to s son de en o rm e im p o rtan cia para en ten d er el contexto en el cual G alileo desarrolla su obra. Tam bin adquiere una gran significacin el conocim iento del estado socio-poltico y cultural en Italia, pas que G alileo nunca ab a n don. H abra que decir, que Italia tiene detrs de s una histo ria de codicia por parte de Francia y E spaa p o r su gran rique za e c o n m ic a y c u ltu ra l, a p e s a r de se r el e s c e n a rio de sangrientas guerras. D esde 1434 los M edici gobiernan la R ep b lica de F lorencia, pero al co n v ertirse en el G ran D ucado de Toscana, en 1569, la regin queda bajo el poder espaol. F inal m ente, se firm a la paz de C hateau-C am brsis en 1559, que o b li ga a los franceses a abandonar sus pretensiones sobre Italia. Al m ism o tiem po los Estados Pontificios continan bajo la au to ri dad de la Iglesia R om ana, y se preparan para lanzar la C ontra rreform a. Slo la R epblica de V enecia conserva los vestigios del rgim en republicano. As, al finalizar las guerras de Italia, gran parte de la pennsula queda dividida en dos: E spaa con Felipe II en lo poltico y R om a con la C ontrarreform a en lo re ligioso. 6 U na oportuna alianza de Felipe II con el Papa Po V y la R ep blica de Venecia, la Liga Santa , perm ite obtener el triunfo de la cristiandad sobre los turcos en 1571 en la batalla naval de Lepanto. Con este episodio, sealan los com entaristas, se inicia la len ta d ec lin a ci n del im perio otom ano. L uego se ag rav an los co n flic to s entre E spaa e In g late rra, g o b ern ad a, p o r Isabel I. A m bos pases cuentan con una econom a en plena expansin y
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con idnticas pretensiones hegem nicas. En 1558, Felipe II trata de invadir Inglaterra pero su arm ada es dem olida. D iez aos ms tarde, con su m uerte, com ienza la declinacin de E spaa en el escenario poltico europeo y la expansin m artim a-com ercial de Inglaterra. Las sangrientas guerras religiosas son otro hito im portante den tro de la h isto ria europea del siglo X V I, durante el reinado de F elipe II en E spaa y de Isabel I en Inglaterra, estas guerras en F rancia no paran de sucederse desde 1558 a 1598. Al com ienzo del conflicto, un quinto de los franceses adhiere al calvinism o, sector apoyado por Inglaterra y los alem anes protestantes, m ien tras que los catlicos son apoyados por Espaa. En 1562 el fa natism o religioso im pregna toda Francia, diez aos despus se o rig in a la trg ica m atanza d e San B a rto lo m ", en la que se asesina a m iles de protestantes, lo que da lugar a la creacin de una Unin C alvinista , que se declara independiente del rey. La unidad poltica de F rancia se resquebraja y queda sum ida en la a n a rq u a .7 La pacificacin llega con el reinado de E nrique IV, protestante convertido al catolicism o y p rim er m onarca de la di n asta borbnica, que establece las bases para el fortalecim iento p o ltico , econm ico y cultural de Francia. Y y a en los albores del siglo X V II, en plena cruzada contrarreform ista, el Edicto de N antes de 1598 reconoce los derechos civiles y polticos de los protestantes en un pas oficialm ente catlico 8. L a v id a de G a lile o que, co m o se d ijo a n te rio rm e n te , n u n ca ab an d o n Italia, tra n sc u rre entre los dos estad o s italian o s; la in d ep en d ien te y liberal R epblica de V enecia y el G ran D uca do de T oscana, som etido ste a E spaa; pero los episodios de m ayor ag itaci n en lo referido a su actuacin pblica acontecen en R o m a, c a p ita l de la C o n tra rre fo rm a . Su c o n flic to con la
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Ig lesia y el proceso al que es som etido por la Inquisicin R o m ana en 1633 no est exento a todos estos episodios ocurridos en Europa. G alileo nace en Pisa en 1564 y m uere ciego y confinado en su ca sa de A rcetri en 1642. C u an d o e st p r x im o a c u m p lir 30 aos, en 1593 es nom brado profesor de m atem tica en la U n i versidad de Padua, financiada p o r el gobierno veneciano. En Padua, perm anece dieciocho aos, y es all donde pone los cim ien tos de su gran obra. Tiem po atrs, en 1588, realiza un estudio o rig in al sobre el b aric en tro de los cu erp o s, p u b licad o m ucho despus. Este m anuscrito despierta el inters de G uidobaldo del M onte, respetado arquitecto y autor de un im portante tratado de m ecnica, y del jesu ta alem n C ristoph K laus, a quien G alileo conoci en una fugaz visita a R om a. Klaus, m atem tico y astr nom o del C ollegio R om ano, sera el prim er eslabn de la contra dicto ria y com pleja relacin de G alileo con los jesutas. Segn los historiadores, G alileo trata de interesar a estas personalidades para conseguir una ctedra universitaria, hecho que luego acon tece. Es en P isa donde G alileo in icia fo rm a lm e n te su c a rre ra cien tfica. En un trata d o indito de este perodo, D e M o tu , G alileo form ula crticas a la m ecnica aristotlica y repudia la filo so fa h egem nica: P rcticam en te en todo !o que escribi so bre el m ovim iento local, A ristteles dijo lo contrario a la ver d a d 9. Para los h isto riad o res, este trabajo es m uy im portante, pues all, sostiene, por prim era vez, la cuestin de los cuerpos que caen desde una m ism a altura y que, segn A ristteles, inver tiran en hacerlo tiem pos inversam ente proporcionales a sus p e sos. P or el c o n tra rio , G alileo so stien e que lleg arn al m ism o tiem po. A unque esto requiere de m atices, pues en su libro Discorsi e dim osfrazioni materna fiche inforno a due nuove Science de 1638 reconoce que el objeto m s pesado llegar un poco an tes que el liviano.
* Ibid., 83.
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En D e M o tu hace, tam bin, referencias a Ja an tiaristo tlica teo ra del m p etu s, a la que G alileo adhiere por la lectura de un libro del veneciano G iovanni B enedetti, discpulo de Tartaglia y en tusiasta del copem icanism o. E ste rechaza la teora de A ristteles sobre la cada de los cuerpos y explica el aum ento de la v elo cid ad de un cuerpo en cada p o r la acum ulacin de m p etu s. G alileo, una vez ledo el libro de B enedetti piensa que su form ulacin es im precisa, porque le falta la form ulacin m atem tica y la confrontacin con los hechos. En 1592. G alileo, decide dejar la U niversidad de Pisa, pues el am biente acadm ico le traa m uchas agresiones. En ese m ism o ao, entra en la ctedra de m atem tica de la U niversidad de Padua, perteneciente a la liberal e ilustrada R epblica de Venecia, cuyo am biente cordial y de am plios intereses culturales, le g a rantiza a G alileo la libertad de investigacin. Separadas por una distancia de trein ta K ilm etros, Padua y V enecia son m bitos in telectualm ente estim ulantes. En Padua haban estudiado C oprnico, V esalio, W illiam H arvey. El centro cultural de P adua es la casa de un rico napolitano, G iovanni P inelli, dueo de una in m ensa biblioteca puesta a disposicin de sus huspedes. En ese lugar, G alileo conoce a los altos superiores eclesisticos, com o el card en al R oberto B ellarm ino, jesu ta y telogo personal del Papa Paulo V, a C esare B aronio, reputado historiador de la Igle sia; a Sarpi y Fulgencio M icanzio, consultores de la R epblica de V enecia en cuestiones teolgicas. Sarpi defiende en 1606 los intereses de Venecia en contra del poder hegem nico de Roma. L a controversia g ira alrededor de las atribuciones de la Iglesia en cuestiones seculares; luego de una fuerte polm ica entre Sar pi y B ellarm ino, R om a decide la interdiccin de Venecia, pero el Senado om ite la decisin papal y ordena que los jesu tas fuesen expulsados. Sarpi es acusado de hereja, y por negarse a com pa re cer a R om a es ex c o m u lg a d o , ante lo cual resp o n d e con un m anifiesto, y escapa casi por m ilagro de la persecucin del San to Oficio.
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A dem s de los am bientes acadm icos, G alileo tam bin frecuen ta la actividad industrial vinculada con el clebre A rsenal vene ciano, en donde encuentra inters por los problem as tcnicos. En su libro los D iscorsi de 1638 le rinde tributo a Venecia por las actividades desarrolladas en el A rsenal. Para aliviar la situacin financiera de su fam ilia, G alileo da cla ses particulares, sobre disciplinas no contem pladas en los planes de estudio, destinadas, en su m ayora, a los estudiantes de la c a rrera m ilitar pertenecientes a la nobleza europea, particularm en te a los alem anes y polacos; as, en se a to p o g rafa, m ecn ica prctica, arquitectura y otras disciplinas tcnicas. En 1597 inven ta para ellos un com ps geom trico m ilita r, que se lo consi dera an tecesor de la p osterior regla de clculo logartm ico. En 1610 G alileo abandona la ctedra y se instala en Florencia, bajo la proteccin de un ex alum no suyo, el G ran Duque de Toscana, C osim o II, quien lo nom bra m atem tico oficial de la co r te. Pero, F lorencia no es la liberal Venecia. En Padua, G alileo sienta los cim ientos de su teora del m ovim iento. En 1597 expre sa sus sim patas por el heliocentrism o de C oprnico, y en una carta dirigida a K epler le expresa su adopcin p o r tal doctrina. En 1609, en V enecia, se corre el rum or acerca de un curioso instrumento inventado en H olanda, que perm itira observar am pliados los objetos lejanos. Sarpi, am igo de G alileo, le confirm a en P adua que un extranjero les haba ofrecido a los m iem bros del gobierno veneciano el instrum ento: un tubo de metal con dos lentes en sus extrem os. G alileo supuso que una de ellas era con vexa y la otra cncava, e instalado en su taller construye un te lescopio y el 29 de agosto de 1609, G alileo presenta el telesco pio al Senado de la Repblica. El texto de G alileo Siderius nuncios , que significa m ensaje o m ensajero de los astros , es un folleto de veintinueve pginas, publicado en V enecia en 1610, se encuentran en l, las observa ciones de los m ontes y valles lunares, estrellas que slo pueden
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ser v istas por telesco p io , cuatro astros que g iran alred ed o r de Jpiter; todo el cielo observado p o r G alileo con su telescopio. P ara G alileo y para toda la com unidad cientfica, gracias al tele scopio se descubre un nuevo m undo. Todas los datos que se re copilan en el texto sobre este nuevo m undo descubierto van to talm en te en co n tra de las opiniones aristo tlicas o a fav o r del h elio cen trism o , aunque G alileo no lo afirm ase explcitam ente. Las irregularidades de la Luna, con sus crteres, valles, m ontes y depresio n es cuestionan la exigencia de esfera perfecta de un cuerpo celeste y, a su vez, m uestra la contracara fan tasm al de la Tierra l0. En este libro, G alileo analiza la naturaleza de la luz cenicienta o secundaria de la Luna, la cual perm ite percibir d bilm ente la regin del disco lunar no ilum inada por el Sol y que es visible en particular poco antes o poco despus del novilunio. A dem s, da razones para desechar que esa ilum inacin sea pro pia de la Luna o que provenga de Venus, o de las estrellas. A bre, as, la posibilidad de que tal luz pueda provenir de la Tierra, que a m anera de espejo refleja la luz solar y la enva a la L una . 1 1 A hora, con certeza cientfica se sabe que es as, pues espectrocsm icam ente se puede analizar la com posicin de la luz ceni cienta en la que predom inan el azul de los ocanos terrestres y el verde de los bosques. Si bien en su folleto G alileo no anun cia que la Tierra es un planeta, dice que un observador que es tuviese en la Luna vera ilum inada a la esfrica Tierra, tal com o se ve en el cielo, al planeta M arte o al planeta Jpiter. C on es tas o b serv acio nes, la dicotom a entre m undo celeste y terrestre de A ristteles com ienza a derrum barse. Se abre, de este m odo, el horizonte hacia un C osm os hom ogneo e infinito.
IU Cf. W. DAMP1ER, H istoria de a ciencia y sus relaciones con a filo so fa y la religin, tecnos, M adrid 1992, 113; J. HINTIKKa, El viaje filo s fico ms largo", G edisa, B arcelo n a 1998; J. M. MaRDONES y N. URSUA, Filosofa de las ciencias hum anas y sociales, Fontam ara, M xico 1997, 202; P. REDONDl. Galileo hertico. A lianza, M adrid 1992, 154. Cf. ibid., l id .
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El nm ero inm enso de estrellas que G alileo observa con la ay u d a del te le s c o p io y que sin l no p u ed e se r p e rc ib id a s com o las que form an parte de la V a Lctea, cuestiona la tesis de A rist teles de que cunto vem os en el cielo es cunto all existe. La nocin prim aria que trajo el nuevo m undo observado por G a lileo derrum ba toda la cosm ologa sostenida por A ristteles y los griegos en general. K oestler afirm a, tam bin, otras co n secu en cias filosficas que traen los descubrim ientos, en prim er lugar, la n atu ra leza hom ognea de la m ateria con la que est hecho el mundo: la sem ejanza que se pudo observar, al ver los m ontes y valles de la Luna, con la Tierra. El gran nm ero de estrellas in visibles reduca al absurdo la creencia de que haban sido crea das para el placer del hom bre, ya que slo podan ser vistas con un aparato. Los satlites de Jpiter m ostraban lo dudoso de que la T ierra fuera el centro del m undo y de que alrededor de ella giraran todas las c o s a s .1 2 El descubrim iento de G alileo am enaza todo el orden social, ti co y p o ltico de la co sm o lo g a aristo tlica; F reud le llam a la prim era herida narcisstica de la cultura occidental a tal descen tralizacin del hom bre, pues el cosm os m ilenario que le da sen tido a la naturaleza y a los actos hum anos se d e rru m b a .1 3 El instrum ento del cual G alileo se sirve para investigar los cielos, el telescopio, supone hacer frente a toda una serie de prejuicios en contra de las m quinas y la actividad tcnica; sin la superacin de tales prejuicios no es posible la experim entacin en la indaga cin de la naturaleza. G alileo, entonces, debe vencer las o p in io n es q ue afirm an que el te le sc o p io en g a a al o b serv ad o r, pues
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"slo m ies tros ojos captan la autntica rea lid a d , sostienen, m u chos m iem bros de la Ig le s ia .1 4 Tam bin, G alileo, debe superar el prejuicio del carcter sagrado de la natu raleza, siendo las artes m anuales y m ecnicas "des tructoras del orden natural digno de religioso respeto. S ig u ien d o con su ob ra, en el tex to el S a g g ia fo r e , G alileo , hace referencia a la doctrina atom ista. C oncibe en este texto una teo ra corp u scu lar de la luz. la cual sera una altsim a resolu cin en tom os realm ente indivisibles , que se desplazan a velo cidad infinita; todo esto surge p o r que G alileo posee unos frag m entos de un m ineral, llam ado piedra de B olonia o esponja so lar que, luego de ser expuesta a la luz del sol, brilla en la os curidad sin em itir calor alguno. El inters p o r esta observacin lo conduce a pensar la constitucin de la m ateria. Al calor y a las partculas de los cuerpos com unes los llam a corpsculos m nim os , pero no los considera indivisibles com o afirm a D em crito en el siglo V a. C. En este punto, G alileo reelabora el anti guo atom ism o al considerar que los m nim os gneos del fuego se descom ponen en autnticos tom os de luz. Tam bin en el texto ya m encionado, G alileo co n sid era que el calo r no es una propiedad intrnseca de los cuerpos, sino el re sultado de la accin de los m nim os gneos sobre los rganos del cuerpo. A unque ser John L ocke quien haga la d istincin entre cualidades prim arias y secundarias, G alileo es crucial en ciencia para refutar el realism o ingenuo aristotlico. Si para A rist teles, las cualidades de los objetos estn realm ente p re sente en ellos; para G alileo, las cualidades se han convertido en m eras afecc io n e s del su jeto ; n icam e n te es real la form a, la m agnitud, el reposo, el m ovim iento, lo que puede ser atribuido a los corpsculos m nim os , esto es, las cualidades prim arias. As, los "corpsculos m n im os en m ovim iento hieren nuestros
Marina Jurez
sentidos y provocan las sensaciones tctiles, esto es, las cualidades secundarias. De este una m anzana verde, pero ella no es verde; por el m odo cm o som os afectados por los em iten.
Esta concepcin retom a el atom ism o de D em crito, aunque los co rp scu los m n im o s de G alileo no co in cid a n exactam en te con los tom os de D em crito, salvo en el caso de la luz. En el S a g g ia to re , ato m ism o y d ep reciac i n de lo sen sib le, e sto es, d istin c i n en tre c u a lid a d e s p rim aria s y sec u n d arias, se in te g ra n en una n u ev a m eto d o lo g a, la del le n g u aje m ate m tico. En la o b ra Siderius n u n cio s, G alileo p rom ete a los lectores la ex p o sici n de un "sistem a d e l mundo , en donde se ex p o n d ran to d as las recien tes n o v ed ad es cie n tfic a s, com o posible p u n to de p artid a p ara in v e stig a c io n e s p o sterio re s. E sta es la razn por la que en el D ilogo sopra i due m ossim i sistem a d el m o n d o , G alileo expone los sistem as d e l m u n d o aristotlico -p to lem aico y copernicano, pero en un len g u aje accesible a un p b lico culto no esp ecializad o . C on el fin de que el lec to r pueda ver los aco n tecim ien to s fam iliares desde la p ersp ec tiv a de la T ierra m vil descubierta, G alileo redacta en el D ia logo su gran m anifiesto copern ican o para que la gente de pueblo lograse en ten d e r y acep tar el nuevo m undo que acaba de d evelarse; era necesario que se rein terp retase la experiencia c o tid ia n a en t rm in o s de la te o ra h e lio c n tric a y del m o v i m iento te r r e s tr e .1 5 Para que el hom bre de la ca lle p u d iera co m p re n d er el nuevo "sistem a d e l m u n do, G alileo no expone todas las com plejida des tcnicas de la astronom a copernicana, sino que se posicio-
15 Cf. F. TEUFEL, D ie Entfaltung d er Wissenschaften ini 17. 18. und 19. Jahrhundert , S tu ttg art 1997, 193.
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na en una cosm ologa general: planetas que describen circunfe rencias alred ed or del Sol y una T ierra que, a su vez, gira con m o v im ien to diurno. Las cuatro jo rn ad a s del D i lo g o tratan de la dicotom a aristotlica C ielo-T ierra, del m ovim iento diurno de la Tierra, de su m ovim iento anual y de la teora de las m a reas, fundada en la com posicin de los m ovim ientos terrestres a n te rio re s .1 6 T anto en el S a ggiatore co m o en el D ilogos, G alileo sostiene que la m atem tica es el nuevo lenguaje de la naturaleza, es el lenguaje de la ciencia. En la seg u n d a y terc era jo rn a d a del D i lo g o , G alileo m uestra que es posib le el m ovim iento de la T ierra pese a la evidencia contraria de la experiencia cotidiana. Siem pre con ex p licacio n es sim ples, adm ite el m ovim iento por oposicin a A ristteles que afirm a que todo el U niverso gira al red ed o r n u estro. H ay que ap ren d er a pensar, sostiene G alileo, que som os nosotros quienes nos m ovem os. Los historiadores, tales com o Pietro R edondi, investigan por qu el pensam iento de G alileo, m s all de su copernicanism o, sera una am enaza para el dogm a cristiano. Un hilo conductor que lle ve a d evelar esto sera el de revisar las ideas atom istas que G a lileo subraya en el Saggiatore y en el libro D ilogos. El Saggiatore fue denunciado p o r el Santo O ficio supuestam en te p o r alab ar la doctrina de C oprnico del m ovim iento de la Tie rra, pero en realidad, G alileo slo hace referencias a C oprnico para sealar en su doctrina la ausencia de experim entacin, pues cabe preguntarse, entonces, qu se denuncia? En el S aggiatore se m enciona cierta doctrina d e l m ovim iento" correspondiente no al m ovim iento de la T ierra sino al de los corpsculos mni mos y los tom os, es ste m ovim iento el que atentara contra
1 6 I b id .. 216.
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la Iglesia?, y si as fuere, por qu? En la recepcin del Santo O ficio, G alileo, sosteniendo el atom ism o, negara el dogm a de la tran su b stan ciacin, negacin que co n stitu a una hereja p ro c la m ada por el C oncilio de Trento. A G alileo, entonces, se lo acusa de copernicanism o para salva guardar al Papa Urbano VIII de los m ales que le esperaran por proteger herticos. Pues el Papa no prohibi a G alileo la publi cacin de sus libros, aunque le exiga m antenerse lejos de la sa crista, es decir, debera hablar siem pre en trm inos hipotticos. El 22 de Junio de 1633, despus de un largo interrogatorio el da anterior, se declara a G alileo fu ertem en te sospechoso de here j a por haber incurrido en todas las censuras y penalidades im puestas y prom ulgadas en los cnones sagrados con referencia a quienes sostienen el copernicanism o y afirm an com o posible una opinin establecida com o contraria a la Escritura. De tales faltas al tribunal le placer verlo absuelto siem pre que de todo co ra zn y verdadera fe abjure, m aldiga y deteste ante el tribunal los a n te d ic h o s erro re s y h e re ja s c o n tra rio s a la Ig le sia C at lic a A postlica y R om ana en la form a que el tribunal lo prescriba . A dem s, con el fin de que los dem s se abstengan de sim ilar d elin cu e n cia , se ordena la proh ib ici n del libro D ilogo y se co n d en a a su au to r a p risi n form al en las crceles del Santo O ficio p or el tiem po que sea de agrado del tribunal . G alileo no haba esperado castigo sem ejante: sentencia pblica, abjuracin y con d en a a p risi n , en particular, en aquel tiem po y lugar, la retractaci n supona una deshonra social y un estigm a de infa mia. R elata un testigo p riv ileg iad o , el d ip lo m tico G ianfresco B uonam ici, quien tuvo la posibilidad de hablar con G alileo lue go de finalizado el proceso, que G alileo pidi a sus ju eces que el texto de la abjuracin no incluyese dos afirm aciones: que no era un buen catlico, pues lo haba sido y seguira sindolo, y que a trav s de sus en se an zas haba eng a ad o a sus am igos, pues el libro co n tab a con el im p rim a tu r c o rresp o n d ien te. Los ju eces accedieron y G alileo ley en voz alta el texto de la ab ju racin.
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A modo de conclusin
En 1992, despus de casi once aos de trabajo, una com isin d esig n ad a por el Papa Juan Pablo II y presidida por el cardenal Paul Poupard se expidi acerca de los errores que pudiesen ha ber com etido G alileo y los telogos de su poca. S egn el ju i cio de la com isin la controversia se reduce a dos cuestiones. L a p rim era de ellas es la cuestin herm enutica , esto es, la p ertin en cia de las tesis g alilean as sobre la com p atib ilid ad del co p e rn ican ism o , y de las co n clu sio n es cien tfica s en general, con las afirm a cio n es bb licas. U n a n te c e d e rte de resp u esta a este d esafo lo in ten ta Juan P ablo II en su d iscu rso de 1979 ante la Pontificia A cadem ia de C iencias cuando reconoce que la Ig lesia no haba sabido com prender, en ese tiem po, el sentido de la au tonom a legtim a de la ciencia, razn p o r la cual se ori ginaron p olm icas y oposiciones entre la ciencia y la fe en los siglos posteriores. Pero en la actualidad, prosigue el Papa, tales m alentendidos han sido aclarados y en apoyo de esta afirm acin invocaba fragm entos de la encclica G audium et spes. A dm ita tam bin, que G alileo haba form ulado norm as im portantes de carcter ep istem olgico que resultan indispensables para poner de acuerdo la Sagrada E scritura y la ciencia .1 7 El exam en del caso G alileo por parte de Juan Pablo II adquiere para todos no sotros una enorm e significacin cultural en el proceso de resol ver las in co m prensiones m utuas entre ciencia y religin. Pero quedan an asignaturas pendientes que nos advierten que ni la prohibicin del pensam iento, ni el fanatism o fundam entalista, ni los p ro ced im ientos inquisitoriales han desaparecido de nuestro m undo contem porneo. H ay q uien o b lig a a abjurar, hay quien abjura. Y ningn revisionism o puede silenciar esas palabras la c e ra n te s de G alileo: yo, arro d illa d o an te v o so tro s, ju ro que creo, y abjuro, m aldigo y detesto m is errores y m e som eto a las
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penas estab lecidas , palabras cuya aterradora actualidad nos re cu erd a que hay, o puede haber, un inq uisidor o un G alileo en cada uno de nosotros.
B ibliografa
R. B lan ch , El m todo experim enta! y la filosofa de !a fsic a , FCE, M xico 1972. G. Boido, N oticias del plan eta Tierra. G alileo G alilei y la revo lucin cientfica , A-Z, B uenos A ires 1996. W. Dampjkr, H istoria de la ciencia y sus relaciones con la filo sofa y la religin, Tecnos, M adrid 1992. J. H in tik k a, E l via je filo s fic o m s largo, G edisa, B arcelo n a 1998. J. M. M ard o n es y N. U rsu a , F ilosofa d e las ciencias humanas y sociales, Fontam ara, M xico 1997. R Redondi, G alileo h ertico, A lianza, M adrid 1992. E. S c h r d in b r, C ien cia y hum anism o, T u sq u ets, B a rc e lo n a 1998. F. T eu fel, D ie Entfaltung der Wissenschaften im 7. 18. und 19. Jahrhundert, Stuttgart 1997.
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EL D ESA RRO LLO INTEG RA L Y SO LIDARIO DEL HOM BRE A 40 A O S DEL CO NCILIO VATICANO II UNA M IR AD A DESDE ARGENTINA
Introduccin
T endrem os com o horizonte herm enutico de esta com unicacin Ja situacin actual de nuestro pas, A rgentina, la que pensam os co in cid e n te , p or otra parte, con la situacin de otros p ases o pueblos de A m rica Latina y del resto del m undo. D esde los l m ites de la filosofa, ya que no es lo propio de nuestra form a cin la Teologa y la D octrina Social de la Iglesia, procurarem os acercam os a la visin y al com prom iso de la jerarq u a eclesis tica frente a las circunstancias histricas que atravesaban nues tro s p u eb lo s en p o cas p r x im as al C o n c ilio V aticano II. Es nuestro propsito cotejar nuestra actual situacin en relacin con el cu m p lim ie n to de las asp ira cio n es de aq u e llo s d o cu m en to s, fundam entalm ente respecto de un desarrollo integral del hom bre en el arraigo de su propia cultura, abierto a la realizacin hum a na, a la ju stic ia y a la solidaridad universal. Tendrem os funda m entalm ente presente la C arta E nciclica de SS Pablo VI: Popu laran Progressio. Sobre el desarro llo de los pueblos (1969)
1 M a g ister en tica A plicad a. Profesora de las F acu ltad es d e F ilo so fa y H u m anidades de la U niversidad N acional d e C rd o b a y de la U niversidad C a t lica d e C rdoba.
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N os ha parecido im portante, tam bin, el D ocum ento de P uebla (1 9 7 9 ) 2 q ue, aunque bastan te p osterior, da cuenta de nuestras necesidades y posibilidades y del cual dijo Juan Pablo II: H a de servir, con sus vlidos criterios, de luz y estm ulo perm anente para la evangelizacin en el presente y el futuro de A m rica L a tin a. . 3 C om enzarem os con un anlisis de la concepcin antropolgica y sus consecuencias respecto de la ju sta realizacin del hom bre en los docum entos citados, para proseguir m s adelante con la des cripcin de nuestra situacin actual de exclusin en la estru ctu ra actual de globalizacin.
1. Populorum Progressio
Com o sabem os, la Encclica com ienza con una enum eracin de las aspiraciones de los hom bres:
V erse lib re s d e la m i s e r i a , h a ll a r c o n m s s e g u r i d a d la p r o p i a s u b s is te n c ia , la sa lu d , u n a o c u p a c i n e sta b le ; p artic ip ar... e n las r e s p o n s a b i l i d a d e s , fu era d e to d a o p r e s i n y al a b rig o d e s i tu a c io n e s q u e o fe n d a n su d ig n i d a d d e h o m b r e s , se r m s in stru ido s; en u n a p a la b r a , h acer, c o n o c e r y te n e r m s para se r m s: tal es la a s p i ra c i n d e los h o m b r e s d e hoy, m i e n tr a s q u e u n g ra n n m e r o de ello s se v e n c o n d e n a d o s en c o n d ic i o n e s q u e h a c e n ilu so r io este le g itim o d e s e o . 4
2 La Evangelizacin en el presente y en el fu tu ro de Am rica Latina. 111 C on ferencia del Episcopado Latinoam ericano , B uenos A ires, 1984.
3 V aticano, 23 de m arzo de 1979. 1 P opulorum Progressio. S o b re el d e s a rro llo d e los p u e b lo s , Ed. P a u lin a s, B uenos A ire s *, I 9 8 l, r P arte, I, 6,7.
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E stas afirm aciones tienen, a su vez. un horizonte antropolgico que com prende al hom bre en relacin con un nosotros constitui do por la hum anidad entera, ya que cada hom bre es heredero de generaciones pasadas y se beneficia con el esfuerzo de las gene raciones presentes, p o r lo que est obligado con las generaciones fu tu ras. A s: La so lid arid ad u n iv ersa l, que es un hecho y un beneficio para todos, es tam bin un deber. 5 En vistas a una orientacin para la accin de la Iglesia, Pueblo de D ios, la C arta nos recuerda que el C oncilio Vaticano II nos ha sealado que: Dios ha destinado la tierra, y todo lo que en ella se contiene, para uso de todos los hom bres y de todos los pue b los, de m odo que los bienes creados deb en llegar a todos en form a ju sta, segn la regla de la justicia, inseparable de la cari d ad. 6 Por lo que todos los dem s derechos, civiles y com ercia les, incluidos los de pro p ied ad , no slo no deben o b stacu liza r este destino de la tierra, sino m s bien favorecerlo y posibilitar lo; y esto com o un deber social grave y urgente . Por ello la propiedad no constituye un derecho incondicional y absoluto y no hay ninguna razn para reservarse para uso exclusivo aque llo que supera la propia necesidad. Y nos recuerda as m ism o, que segn la doctrina de los Padres de la Iglesia y de los gran des telogos el derecho de propiedad no debe jam s ejercitarse con detrim ento de la utilidad com n... 7 En este co n tex to , c o n tin an afirm a cio n es re la cio n ad a s con la ex ig en cia posible de expropiacin de bienes que por su ex ten si n o ex p lo taci n d eficiente o nula, provoquen la m iseria de otros, sirviendo de obstculo al bien com n. C om o desde luego, contina, ...no se podra ad m itir que ciudadanos, provistos de ren tas ab u n d an tes, p ro v e n ie n tes de recu rso s y de la activ id ad
1 Ibid , 18.
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nacional, las transfiriesen en parte considerable al extranjero, por puro provecho personal, sin preocuparse del dao evidente que con ello infligieran a la propia patria 8 As tam bin, todo pro gram a para aum entar la produccin no debe tener otra razn de ser que el servicio de las p erso n as.0 El trabajo es concebido, desde esta visin antropolgica, no slo en sus aspectos unidos a la supervivencia, sino com o expresin de la im agen de Dios que el hom bre es, y por tanto com o co operacin con la obra creadora de D ios para llevar a la creacin hacia su perfeccin, espiritualizando la tierra. El trabajo as in te rp re ta d o , no pone al hom bre c o n tra el hom bre, sino que lo pone en relacin con los otros, en la herm andad del sufrim iento y la esp e ran z a com n. L a fratern id ad hu m an a u n iv e rsa l, que co m prom ete fundam entalm ente a los pueblos m s favorecidos, tiene sus races en la fraternidad sobrenatural, p o r ser hijos del m ism o Padre y ...se presenta bajo un triple aspecto: deber de solidaridad..., deber de ju stic ia social..., deber de caridad univer sal, por la prom ocin de un m undo m s hum ano para todos... sin que el progreso de los unos sea obstculo para el desarrollo de los otro s.... 1 0 Y m s adelante contina la Carta: Es decir que la regla del libre cam bio no puede seguir rigiendo ella sola las relaciones internacionales... Es por consiguiente el principio fun dam ental del liberalism o, com o regla de los intercam bios com er ciales, el que est aqu en litigio. 1 1 La fuerte crtica al capitalism o liberal, el que considera el prove cho com o m otor esencial del progreso econm ico.... la propiedad privada de los m edios de produccin com o un derecho absoluto... , que ha gen erado el im perialism o in ternacional del d in e ro , es
11.
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realizada, entonces, no slo por cuestiones de circunstancias hist ricas, sino, fundam entalm ente, por razn de sus diferencias en la concepcin antropolgica, en su enfoque de la relacin del hom bre con la tierra y con los otros seres hum anos, y en su com prensin del destino final del hombre. Pues, la creatura hum ana est orienta da a participar, com o hija, en la vida del Dios vivo. El trasfondo antropolgico del liberalism o econm ico, visualiza al hom bre com o un ser biolgico, lo m uestra en su aspecto de necesidad, y por tanto a la naturaleza com o aquello que puede p ro p o rcio n arle el alim ento y lo necesario para su subsistencia. E sta relacin prim aria es a la vez individual y universal, ya que perm ite ver tanto el individuo aislado, pre-social, com o a la hu m anidad en su conjunto. En efecto, concebir al hom bre com o un individuo sujeto a la necesidad y al auto inters, es entender las relaciones presentes y el conjunto de instituciones slo origina das para dar cum plim iento a estas necesidades. La naturalizacin o d esacralizaci n de los orgenes del hom bre perm ite, por un lado, su desvalorizacin frente al dom inio y al desarrollo, pero, p o r o tro , sien d o el hom bre dueo de s m ism o, es d u e o de aquello en el que ha em peado su esfuerzo, del producto de la actividad p o r m edio de la cual ha transform ado y hecho sem e jan te a s m ism o a la naturaleza. Siendo la naturaleza posibilidad de subsistencia de todos los hom bres es, sin em bargo, propiedad individual del que la transform e con esfuerzo, es el trabajo, re lacionado slo con la necesidad y la escasez, lo que determ ina la propiedad, Y es la propiedad privada, la fuente de las institucio nes civiles, econm icas y penales y lo que posibilita el dom inio, el provecho y el gozo.
nos a los elegidos com o gua para este trabajo. Ellos son: La defensa y la prom ocin de la dignidad inalienable de la persona hum ana y: El destino universal de los bienes creados por Dios y p ro d u cid o s por los h o m bres quienes no pueden o lv id a r que sobre toda propiedad privada grava una hipoteca so cial. 1 2 Es tas concepciones conllevan a explicitar una tica del trabajo y de la propiedad.
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2..J. fision es antropolgicas econom icistas 1 4 E llas hacen referencia a tres visiones: la consnm ista, la indivi d u alista y la co lectiv ista m esinica del m arxism o clsico. Nos detendrem os en las dos prim eras, por la actualidad de sus apor tes, y dejarem os la tercera por su inactualidad. E l d o cu m en to p ro p o n e la v isi n c o n su m ista com o la m enos c o n sc ie n te y la m s g e n e ra liz a d a . L a p e rso n a h u m ana est com o lanzada en el engranaje de la m quina de la produccin ind u strial; se la ve apenas com o instrum ento de produccin y o bjeto de consum o. Todo se fabrica y se vende en nom bre de los valores del tener, del poder y del placer com o si fueran si nnim os de la felicidad hum ana. 1 5 El lucro queda ju stific ad o en una aparente contribucin al bien comn. Al serv ic io de la so cied ad de co n su m o , p ero p ro p u e sta com o una co n c e p c i n filo s fic a del hom bre, com o d ijim o s, el lib e ra lism o ec o n m ico co m p re n d e al h o m b re com o un in d iv id u o , cu y a d ig n id ad c o n siste en la lib e rta d in d iv id u a l y en su e fi c a c ia e c o n m ic a . Se p re s e n ta ta m b i n a c o m p a a d a por una c o n c ep ci n re lig io sa de salv aci n in d iv id u a l, que es cieg a a las e x ig e n c ia s de ju s tic ia so c ia l y se c o lo c a al se rv ic io del im p e ria lis m o in te rn a c io n a l del d in e ro , al c u a l se a s o c ia n m u ch o s g o b ie rn o s que o lv id a n sus o b lig a c io n e s con el bien c o m n . 1 6 2.1.2. La visin d e n tista En relacin con ella se afirm a que la organizacin tcnico-cientfica de cierto s pases en g en d ra una visin del hom bre unida
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con una vocacin de conquista del universo. Se ju stific a todo en nom bre de la ciencia incluso aquello que afrenta a la dignidad hum ana; y al m ism o tiem po se som eten las com unidades nacio nales a las decisiones de un nuevo poder, la tecnocracia. La li bertad individual queda am en azad a a co nvertirse en o b jeto de clculo dada la invasin y el control de los espacios sociales e individuales y de las in stitu cio n e s.1 7 F rente a estas visio n es incorrectas del hom bre, a lo largo del do cu m en to se afirm a la dignidad inviolable que reviste a toda vida hum ana, sin distinciones. Esta dignidad m erece un respeto incondicionado, de lo que resulta que toda convivencia hum a na tiene que fundarse en el bien com n, consistente en la re ali zacin cada vez m s fraterna de la com n dignidad, lo cual exi ge no instrum entalizar unos a favor de otros y estar dispuestos a sacrificar an bienes particulares. 1 8 Juntam ente con la afirm acin de la dignidad del hom bre se co n dena todo acto de m enosprecio y de atropello a las personas y a sus derechos inalienables, todo atentado contra la vida, toda v io lacin de la convivencia entre individuos, grupos sociales o n a ciones. Esta dignidad queda plenam ente ilum inada por su funda m ento divino y por la fe en Jesucristo, y se realiza en la libertad que es don y tarea ya que no se alcanza plenam ente sin libe racin integral. La dignidad de los hom bres, trascendiendo los valores m ateria les, se abre al am or fraterno que incluye el m utuo servicio, y la aceptacin y prom ocin de los otros. Y se libera para realizarse en el plano trascendente de cara al m isterio divino: El am or de D ios que nos d ig n ifica rad icalm en te, se vuelve p o r necesidad com unin de am or con los dem s hom bres y participacin frater na; para nosotros hoy, debe vo lv erse, p rin cip alm en te, o b ra de
17 Ibid ., 13 0 -1 3 1 . 18 Ibid ., 1 3 J .
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ju stic ia para los oprim idos (Cf. Le. 4, 18) esfuerzo de liberacin para quienes m s necesitan ( s ic ) 1 5
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Y advierte que: L a inm ensa m ayora de nuestros herm anos si guen viviendo en situacin de pobreza y an de m iseria que se ha ag ravado, en contraste con la acum ulacin de bienes en m a nos de algunos pocos, norm alm ente beneficiados con la pobreza de m u c h o s 22. U na sociedad program ada a la luz del egosm o, en la m anipulacin de la opinin pblica y con nuevas form as de dom inio supranacional, ya que crece la brecha entre las naciones ricas y las naciones pobres, a lo que se aade el podero de em presas m ultinacionales que se sobreponen al ejercicio de la sobe rana de las naciones y al dom inio de sus recursos naturales 23.
3. G lobalizacin y exclusin
3.1. La globalizacin
No es n u estra p retensin c a rac te rizar de m anera ex h au stiv a el fenm eno de la globalizacin. Podem os afirm ar que ella se esta blece progresivam ente con la creacin de un m ercado financiero m undial y autnom o donde se negocian las m onedas nacionales desde un punto de vista especulativo. A partir de ello se confi guran m odos de produccin y planificacin econm ica globales que originan y se alim entan de un desarrollo global del conoci m iento y la tecnologa, dado que la produccin tcnica, cien tfi cam ente controlada, debe com petir en el m ercado internacional. C onjuntam ente se desarrollan redes de com unicacin y de inter cam bio q ue desdibujan los estados n acionales y relativizan las cu ltu ras, las relig io n es y trad ic io n e s, su rg ien d o esp ecialm en te redes transnacionales polticas y culturales. Este fenm eno, p re senta u na tensin entre la afirm acin de m ultiplicidades cultura-
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Jes y la invasin de todos los espacios posibles de la globalizacin eco n m ica y c u ltu ra l.24 Pero pensam os que tal tensin es ap arente porque en los espacios de globales de inform acin se im ponen m arcos de referencia, de intereses y de valores autorreferenciales a la globalizacin, fundam entalm ente a la globalizacin del m ercado. Entonces, aquellos pueblos y culturas que no tien en real m anejo de las redes de poder e inform acin, poco pueden m ostrar lo que autnticam ente les es propio. D ice Peter H nerm ann en su artculo G lobalizacin en la Igle sia? : La puesta en red le im pone una inm ensa presin de com p eten cia a los asen tam ien to s p articu lares de produccin. A de m s, han surgido los denom inados g lo b a l p la yers, los gigantes de los m edios de com unicacin, las com paas petroleras y los grandes bancos con un peso tal que pueden co-determ inar esen cialm ente los condicionam ientos globales. 25 E stos condiciona m ientos globalizan el m ercado, no slo en lo que atae a las re laciones com erciales, sino a su filosofa y su tica que se im pone com o pensam iento nico y, p o r lo tanto, com o valores internali zad o s que rigen, sin ser cu estio n ad o s, todo com p o rtam ien to y praxis hum ana. La com petencia, la eficacia, la planificacin; en sntesis, la objetivacin generalizada con la consecuente m anipu lacin econm ica de todo lo existente; el tiem po, com o presente absoluto que conlleva a la com prensin de la felicidad com o he donism o instantneo e inm ediato, son orientaciones centrales de esta filosofa. H nerm ann advierte que si bien las tendencias de globalizacin han brotado de races cristianas, se alejan cada vez m s del es pritu de su fuente originaria. La globalizacin es la coordina cin estructural social de naturaleza funcional y se especifica... segn las dim ensiones de la econom a, del m ercado, de las fi
24 Cf. G. VaTTIMO, La sociedad transparente. 25 E n E rasm us. R evista para el dilogo intercultural 1, 1 (1999) 85-97.
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nanzas, de la tcnica y de la ciencia . La Iglesia, definida por el C o n cilio V aticano II com o P ueblo de Dios, si bien com prende universalm ente a todas las generaciones presentes, pasadas y fu turas, se preocupa por la H istoria de Salvacin de la hum anidad en su conjunto y se abre por ello al dilogo ecum nico.
27 ibid., 165.
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cin a la de los aos 70. Pues, parece que la dem ocracia, aunque fo rm al, es en general valorada; los pueblos m uestran tam bin ciertas actitudes de resistencia cultural dentro del m ayor pluralis m o tico, cultural y religioso; el lugar de la m ujer est m s re conocido. D esatacndose de las anteriores, se abren posibilida d es p a ra c o n s o lid a r el p ro y e cto de la P a tria G ra n d e en el M ercosur y, p o r otro lado, se advierte la em ergencia de la socie dad civil diferente al estado y al m ercado. Esta em ergencia de la sociedad civil, a pesar de sus am bigedades y dificultades, est presente en O N G s, voluntariados, tercer sector, grupos organi zados alternativos de reflexin, participacin ciudadana y de pre sin, en m o v im ientos sociales (los sin tie rra 1, los piqueteros, m o v im ien to s in d g en as, etc.) creando ...de ca ra a la e x c lu sin am plias redes so lid a ria s...'' 28 Estos nuevos agentes reali zan un m odo diferente de hacer poltica buscando espacios y al ternativas viables a la exclusin. Estos cam bios traen, segn Scannone, nuevos desafos: Io) negar con una crtica tica radical la ex clu si n y todo lo que a ella conlleva; 2o) contribuir a encontrar una globalizacin alternativa a la que p lan tea el neo lib eralism o : la com unin g lo b a l en el respeto de las diferencias ; 3o) reconocer unidades polticas m s am plias que el E stado nacional con el fin de asegurar el bien comn internacional ; 4o) fom entar la em ergencia de la sociedad civil sin m en o scab ar la accin del E stado; 5o) com o, por otra parte, no parece que durante los prxim os aos se pueda prescin d ir de la eco n om a de m ercado, sta debe ser regulada por un m arco tico, p o ltico y cultural supranacional que oriente una econom a so cia l de m ercado m undial com o instrum ento del bien com n global, a lo que puede ayudar la reflexin filosfica se alando la conveniencia de una especie de ONU dem ocrtica y eficaz. 29
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4. R eflexiones finales
A cuarenta aos del C oncilio V aticano II, no slo no se han con cretado los deseos de un desarrollo integral del hom bre en cum plim iento de la ju stic ia y la solidaridad, por el contrario, se ha p ro fu n d izad o an m s la brecha entre ricos y pobres, y se ha extendido de m anera casi im pensable la pauperizacin. Con todo ello se ha profundizado la m iseria de m illones de hom bres, m u jere s y nios en el m undo y ha em ergido una nueva situacin social, la exclusin. M ucho se han analizado las causas internas y externas que o ca sionaron el fracaso y la frustracin de los m ovim ientos de libe racin y com prom iso de los aos 70, en especial lo acaecido en nuestro pas y en el resto de Latinoam rica. Los ochenta trajeron la esperanza en la d em ocracia y en la posibilidad de conjugar participacin y esfuerzo de todos los actores sociales para el lo gro de la ju stic ia y los derechos hum anos. Pero, queda claro que el proceso de globalizacin trajo consigo, ju ntam ente con el d e b ilitam ien to de los estad o s nacionales, el d eb ilita m ie n to de lo poltico conjugado a la m uerte de las ideologas y de los g ra n des relatos . Trajo tam bin el m ercado internacional del dinero y profundiz la nueva esclavitud de los pases subdesarrollados: la deuda externa que rpidam ente se objetiv en deuda interna. Si bien esta situacin llev al espacio internacional lo m ulticultu ral y lo in tercultural, con un sin nm ero de tem as y reflexio nes positivas, m uy prontam ente el m ercado de la com unicacin aliger la profundizacin de tan im portantes cuestiones y las resignific con sus propios m arcos de anlisis e inform acin. Pensam os que la globalizacin de la econom a de m ercado n eo liberal, en los 90, ha contribuido en m ucho a la disolucin de la conciencia de pertenencia a una com unidad, y ha profundizado un individualism o disolvente. Con la im posicin del consum o se ha ex ten d id o una bsqueda hed n ica que no slo ha aportado elem entos a la exclusin, sino que tam bin ha agudizado la falta
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de rum bo de las clases sociales en general. La exclusin es, por supuesto, no slo m arginalidad de la supervivencia de los cuer pos, sino m arginalidad de la cultura del esfuerzo, del trabajo, de la educacin y, fundam entalm ente prdida del sentido de la vida. E ste sentido de la vida se haba tejido, para nosotros, en el m es tizaje cultural. El pobre saba de la solidaridad, de la bsqueda de ju sticia, de honestidad, de sacrificio, de disfrute y pulcritud en lo m nim o; la clase m edia saba del esfuerzo, del trabajo, del ahorro, de la im portancia del com ercio honesto y de la profesin com o cam ino de servicio. Si bien no dudam os de la ju steza de las referencias y afirm acio nes de Scannone, una m irada som era sobre la fuerza de la globalizacin econm ica nos hace pensar que tiene la capacidad de penetrar y vaciar de sentido a los intersticios que con esfuerzo se abren en el nuevo cam po social. Tem em os que el individualism o h ed n ico , d eg u stad o tam bin com o p o d ero y dom inio, arrase con las nuevas organizaciones y desm em bre y utilice a los m o vim ientos de base. Q ue los grupos de resistencia se constituyan, com o co n trap artida, en nuevos conservadurism os cerrados a lo m ulti e intercultural; que el m odelo del consum o y del m ercado no deje profundizar y generalizar la solidaridad de las asociacio nes barriales de trueque y m utua ayuda Tem em os que los m ovi m ientos de gnero sean fagocitados. ya no por la inactual post m o d e rn id a d , sin o p o r las c a te g o ra s c o n tin g e n c ia lis ta s y neo-pragm ticas de cuo norteam ericano. Este tem or se funda en que el trasfondo antropolgico y tico que sustentan a estas fi losofas son ideolgicam ente m uy prxim os a los que sustentan al liberalism o econm ico de m ercado. En fin, tem em os. Sin em bargo, algo debem os hacer. Y, adem s, es hora de pregun tarnos qu no hicim os an. N ada de lo que pasa, pasa slo por en cim a o por debajo de ca d a uno de n o so tro s, sino que pasa tam b in con y por nosotros. N os decim os frecuentem ente que hay que in v en tar nuevos cam in o s para un co m p ro m iso eficaz con la dignidad hum ana. Nos repetim os que son tiem pos de de
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m ocracia y no de revolucin, y el desaliento nos conduce gene ralm ente a la m im esis con el m odo de vida propuesto en el m un do global. Ya no se discute el problem a de la propiedad, no se ve con claridad la inm oralidad del com ercio del dinero, cada uno cuida su grande o pequea cosa. La vida vale poco, tan poco que las cosas valen m ucho m s que la vida propia o ajena. Se o b je tiva el cuerpo, el am or, el dolor, la m uerte y la vida. H em os re to rn ad o a la bsqueda de salvacin individual. E m igram os, no slo a otros pases, sino de nuestra cultura y de nuestro sentido de existencia. Lo que no queda claro es hacia dnde. La reflex i n tica sobre la so lid arid ad y la ju s tic ia integral y universal pretende m arcar un cam ino de com prom iso con la d ig nidad hum ana. En nuestro propio caso surge insistentem ente esta pregunta:Q u hacer con el sistem a? La propuesta de regulacin del m ercado desde pautas ticas de ju sticia y solidaridad es ac a so posible? P reguntarnos por la posibilidad no apunta solam ente a una realizacin fctica, sino que cuestiona si la esencia m ism a de la concepcin neo-liberal de m ercado puede, sin ser tocada, d ar cab id a a la solidaridad y a la ju stic ia . Pues lo que est en cuestin no es acaso una visin del hom bre pre-social, egosta, p o see d o r y co n su m ista, una p ro p ied a d de uso ex c lu y e n te, un sentido del trabajo com o m edio para el acrecentam iento del p o der y la riqueza, una planificacin total tcnico-cientfica al ser vicio de la econom a? Pero tal vez, lo im portante es que pensem os, y lo que estam os a d v irtie n d o es que n icam e n te se puede re fle x io n a r desd e la m arginalidad del sistem a m ism o. Y a lo mejor, reflexionar y p en sar en estos tiem pos de penuria , no sea poca cosa.
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M O NS. EN RIQ UE ANG ELELLI: TODO CO NCILIO EN LA IGLESIA ES TAM BIN UNA M ETANOIA DE LA CO M U NIDAD C R IST IA N A
Luis O. Liberti sv d 1
N os proponem os analizar un escrito de M ons. Enrique A ngeleI l i , 2 en el que deja p lasm ad as alg u n as re flex io n es p erso n ales
1 D octor en T eologa (B u en o s A ires). P rofesor del C en tro de E studios F ilo s fico s y T eolgicos (C E F yT ) - C rdoba. 2 E n riq u e A ngel naci en un m o d esto b ogar e n la p e rife ria de la ciu d ad de C rd o b a (A rg e n tin a ), el 1 7 de ju lio d e 1923, hijo de C e lin a C a rle tti y de Juan A ngelelli. C u rs sus p rim e ras letras en el c olegio de las relig io sas de V illa E u c a rstic a , y a los q u in c e aos (el de m arzo de 1938) ingres al S em inario N uestra S eora de L oreto (C rdoba). E n el tercer ao del S em i n a rio M ayor, sus su p e rio re s y p ro fe so re s le p ro p u sie ro n c o m p le ta r su for m acin sacerd o tal en Rom a. C om o interno del C o leg io Po L atin o am eric a no fin aliz los estu d io s teol g ico s y se orden sacerd o te el 9 de o ctu b re de 1949, en la C iudad E terna. Al da sig u ien te celebr su p rim era M isa en la B aslica de San Pedro, en el A ltar de la C tedra, E n 1951 obtu v o en la U n i versid ad G re g o ria n a de esa m ism a ciudad, la L icen ciatu ra en D erech o C a n n ic o . Se c o n ta c t c o n la s c o rrie n te s d e la J u v e n tu d O b re ra C a t lic a (J.O .C .), im pulsada p o r el belga Jos C ardjin, a la cual ven a aco m p a an d o desd e su etap a se m in a rstic a en C rd o b a . A n g e lelli a su re g re so de R om a desem p e toda su activ id ad sacerdotal en div erso s c am p o s pasto rales de la ciudad de C rdoba, En sep tiem b re de 1951, se inici com o V icario C o o p e rad o r en la Parroquia San Jos d e B arrio A lto A lberdi y C apelln del H o s pital C lnicas. D ados su s e stu d io s fue d e sig n ad o N o tario del T rib u n al E cle s i s tic o de C rd o b a , a d e m s e je rc i la d o c e n c ia en el S e m in a rio M a y o r (com o p ro feso r de D erecho C annico y D octrina S ocial de la Iglesia). T am bin fue p ro fe s o r de T eologa en el In stitu to L u m en C h risti y en a lg u n o s
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acerca del C oncilio E cum nico V aticano I I .3 Este texto perm ite reco n o cer, su esp ritu p asto ra l ante lo que so b re v e n d r en la Iglesia, que haba iniciado un nuevo cam ino para el acercam ien to con la cultura y la historia hum ana.
c o le g io s religiosos, ad em s de p a rticip a r de la Ju n ta A rq u id io ee sa n a de A c c i n C atlica. Ju n to a esto s div erso s servicios, d edicaba e sp a cio s para v isi ta r a los po b res y m arg in ad o s que vivan en los c o n v en tillo s y en las villas m iserias de la ciudad. En 1952 fue d e sig n ad o A seso r de la J.O .C . en C r d oba, tenien d o a d em s la a te n ci n p asto ral de la C a p illa C risto O brero, en el m o v im ien to jo c ista tuvo una g ra v ita c i n sig n ific a tiv a e im portante. Fue e leg id o O b isp o titu la r de Listra y A u x ilia r de la A rq u id i ce sis de C rdoba en diciem b re de 190; sien d o co n sa g ra d o el 12 de m arzo de 1961. De este m odo pudo p a rticip a r en d iv erso s p e ro d o s del C o n c ilio V aticano II (1962, 1964 y 1965). A su m e el rectorado del S em inario A rq u id io ce sa n o , el 16 de m arzo de 1963. T am b in en tre fin es de se p tie m b re y p rin cip io s d iciem b re de J9 6 3 , M ons. E nrique A ngelelli q u ed a carg o del g o bierno de la A rq u i d i cesis. D urante el a o 1964 la Ig lesia co rd o b esa v iv i m o m e n to s d ifc i les, A n gelelli a p rin cip io s del a o 1965 ren u n cia al cargo de R ector del S e m inario. Y en feb rero del m ism o a o ren u n cia el A rzobispo M ons. R am n C a ste lla n o . S e r c o n v o c a d o p o r M ons. Ral P rim ate sta e n m ay o de 1965 c o m o O b isp o A u x ilia r y V icario G eneral. A c t a en la Ju n ta C ateq u stica, la A c ci n C a t lica , d iv ersas v isita s p asto rales, y en la C o n fe ren c ia E piscopal A rg en tin a desde ju n io de 1966 en la C o m isi n E piscopal de P asto ral, hasta abril de 1971. M ons. A ngelelli, el 3 de ju lio de 1968 fue nom b rad o p o r P ablo V I. O bispo de La R io ja, a su m ie n d o d ich a se d e a p o st lic a el 2 4 de a g o sto del m ism o ao. En La R ioja im pulsar la in terp retaci n del C on cilio V aticano, los D o c u m e n to s F in ales de M e d e lln y la D eclaracin de San M iguel de la C E A . El P ro c e so de R e o rg a n iz a c i n N a c io n a l (la ltim a d ic ta d u ra m ilita r en el g o b ie rn o ), d ifu n d i que m u ri a c a u sa de un a c c id e n te a u to m o v ilstic o en P u n ta de los L la n o s, el 4 de a g o sto de J9 7 6 . El p u e b lo rio ja n o que tan to a m ab a al m om ento d ifu n d irse la n o tic ia afirm que lo m ataron. La Justicia liar lo m ism o en el ao 1986. 3 Cf. E. ANGELELLI, R e fle x io n an d o m ien tras concluye el C o n c ilio , sin m s d atos. E l e sc rito est tip ia d o a m quina de e sc rib ir, y en h o jas tam ao o fi cio, c o n c o n sta n te s c o rre c c io n e s m an u ales. T iene un to ta l de seis c arilla s. Pudo ser red actad o al fin aliza r las se sio n e s del C o n c ilio V aticano II en d i c iem b re de 1965.
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D esarrollarem os esta reflexin (sin nim o de ser exhaustivos), en dos m om entos. En el prim ero dejarem os que em erjan algunas re flexiones de nuestro autor, siguiendo el texto indicado. Ser un m om ento para percibir y hacer resonar algunos desafos y crite rios ev an g elizadores discernidos por nuestro pastor del evento conciliar. En un segundo m om ento subrayarem os tres tem s su geridos y aplicados por la praxis pastoral de M ons. A ngelelli, a fin de que la Iglesia postconciliar sea consecuente con el proyec to evangelizador em prendido por el C oncilio V aticano II. A bor darem os prim ero la necesaria actualizacin y la dinm ica recep cin de la letra y d e l espritu d e l m agisterio co n cilia r ; luego sobre el servicio com o im pronta y criterio evangelizador de la Iglesia en el m undo y finalm ente, acerca de la respuesta al hoy de la historia de la hum anidad com o Iglesia abierta a los signos de los tiem pos.
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Esta nueva relacin im plicara para la Iglesia un perm anente lla m ado a la conversin, para que saliera de s m ism a y se p lan tea ra con renovado bro la m isin de predicar la B uena N ueva. Sa cudiendo as, el peso de lo accidental, y d escubriendo que es im p erio so no o lvidar, las F u en tes . 4 E stas, segn el autor, no pueden ten er otro fundam ento que no sea el m ism o Jess: la Iglesia ha recorrido nuevam ente los cam inos de la Tierra Santa para descubrirse a s m ism a tal cual haba salido de las m anos de su Fundador; ha contem plado la prim igenia form a, se ha recono cido la m ism a, de C risto . 5 A d em s, n o tam os que alg u n o s in terro g an tes del tex to quieren desentraar el im pacto del C oncilio en la Iglesia y en el m undo, reconociendo la audacia y la novedad de Juan X X III para con vocar a un C oncilio E cu m n ico .6 A ngelelli reflexiona:
n o s a b a m o s c i e r t a m e n t e c u l sera su h is to r i a in t im a , es d e c ir su p e r e g r in a r , s e r a a p r o b a r d e c r e t o s y c o n s t i t u c i o n e s ? N o se c a m b i a r a n a d a ? S e ra un p r o l o n g a r el S n o d o R o m a n o ? S e ra u n a a s a m b l e a o rig in a l e n el sig lo X X , ig n o r a d a p o r el m u n d o y q u e s o l a m e n t e m i r a r a al i n t e r n o d e Ja I g l e s i a ? S e r i a a s u n t o de O b i s p o s y d e la S a n ta S e d e ? N o i m p o rt a ra el c a m b io d e e s t r u c tu r a s , m e n t a l i d a d e s , r u m b o s n u e v o s , d i l o g o d e n tro d e la I g l e s ia c o n el m u n d o , p u r i f i c a c i n y c o n v e r s i n de los c r i s t i a n o s ? 7
Segn M ons. A ngelelli, estas preguntas quedaban respondidas en los diversos docum entos conciliares. No obstante, invita a ven cer los obstculos que pudieran im pedir su aplicacin concreta, al expresar:
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Q u difcil es d e s c u b r ir to d o el c o n te n i d o del C o n c il io p ara no q u e d a r n o s s o l a m e n t e e n lo s a c o n t e c i m i e n t o s s u p e r f i c i a l e s , c ir c u n s ta n c ia le s , a n e c d o t a r io s ; q u difcil es a c e p ta r lo q u e i m p o n e el v e rd a d e r o ro s tro del C o n c ilio a O b is p o s , sa c e r d o te s , r e lig io s o s, re lig io s a s y laico s; q u difcil es p o n e rf s e ) de ro dillas p a ra p e d ir s u p l ic a n t e s , al m i s m o E s p r it u q u e h a c o n d u c i d o el C o n c ilio , q u e n os ilu m in e , n o s fo r ta le z c a , n o s a y u d e a p o n e r l o en a c to ; q u difcil e s d e ja r las p u e rta s a b ie r ta s del C o n c il io y n o s o l a m e n t e las de las B ib lio te c a s del V a tic a n o S e g u n d o p a ra s o l a m e n t e los e s tu d io s o s ; q u fcil e s c a n ta r el Te D e u m d e u n f i n a l d e C o n c i l i o y n o s u p l i c a r : V e n i P a t e r P a u p e r u m , V eni S n e te Spiritu, Veni D ato r M u n e r u m . 8
P ara reforzar la aplicacin de la reflexin conciliar en su letra y en su esp ritu , in v o ca ante todo, a una a c titu d de c o n v e rsi n eclesial:
los s ig lo s Je h a b ia n c a r g a d o m u c h o ro p a je , tena el p o l v o de su p e re g rin a r, n o era fcil r e c o n o c e r la p o r los ojos p r o f a n o s d e los h o m b r e s , p o r q u e m u c h a s c o s a s a c c i d e n ta le s h a b a n sido c o n s i d e ra d a s c o m o e s e n c ia le s ; la ley m a t a b a al E sp ritu ; la c o m u n i dad se m i r a b a m s a s m i s m a q u e a los h o m b r e s a q u i e n e s t e na la m isi n p r e d i c a r la B u en a N u e v a . 5
R econoce el regreso a las fuentes originales del Fundador com o el fundam ento propuesto para realizar la conversin conciliar en la Iglesia, y a que todo C o n cilio en la Ig lesia es tam bin una m etanoia de la C om unidad C ristiana , 1 0 Por lo m ism o, la con v ersi n im p licara ac titu d es y ac cio n es nuevas, Y entre ellas, destaca la apertura conciliar al ecum enism o, descubriendo que los otros cristianos tam bin son herm anos y no solam ente here
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je s y cism ticos . 1 1 Tam bin la iglesia conciliar debera p e r n e a r se al dilogo, cam inando al en cuentro con los hom bres, en su historia y en sus culturas, no para condenar o sancionar, sino re conociendo que:
e x p e r i m e n t a lm e n te la f e c u n d id a d del d ia lo g o , del e n c u e n tro con los h o m b r e s , (q u e le) ha d e s c u b ie rto q u e su m i s i n es IR a los h o m b r e s y a los p u e b lo s ; q u e el c o r a z n h u m a n o es c a p a z de re c ib ir la B u en a N u e v a ; q u e d o c tr in a s , e x p e ri e n c ia s v iv id a s, s i g lo s d e e s p e r a , le b rin d a n la o c a s i n h is t ric a del A n u n c io d e la B u en a N u e v a ; en esta H o ra h is t ric a d e la Era E sp a c ia l h a d e s c u b i e r t o q u e s u m i s i n n o es s o l a m e n t e c o n d e n a r h e r e j a s y e rr o re s, sin o a y u d a r a c a m i n a r al h o m b r e h ere je y errado . n
Este encuentro dialogante con toda la hum anidad debera re ali zarse segn el m odelo del m ism o Jess, as, el idiom a de la igle sia no d eb e ser triu n fa lista , p o n tificial, de potencia hum ana, sino el m ism o idiom a que usaba Jess; que no es para ser servi da, sino para servir . 1 3 Servicio que de un m odo particular ten dra que atender a los m s pobres y afligidos, preciosa herencia dejada por el m ism o Jess a sus se g u id o re s.1 4 De este m odo, el proceso de conversin a las fuentes originales ayudara a profundizar y a ahondar el fin de la m ism a Iglesia, es decir, la evangelizacin. Para ello se aboc el C oncilio. Por lo m ism o, sugiere que siguiendo el espritu conciliar de apertu ra al m undo, tam bin se brinde la m ism a situacin en el interior de la Iglesia, a fin de que las posturas tradicionalistas o progre sista s,1 5 (ante la lectura y aplicacin del C oncilio), no m enosca ben el desarrollo y el rum bo del fin ltim o de la Iglesia. N ues
14 Cf. ibid . , 2.
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tro pasto r realiza algunas apreciaciones sobre las posturas indi cadas. 1 6 La trad icio n alista podra devenir en atrincheram iento en el m a gisterio de la Iglesia, a fin de evitar nuevas herejas y ponindo se de espaldas al m undo, con actitudes triunfalistas, de podero, de m istificacin, de declam aciones. Por su parte, la progresista podra olvidar la historia y la tradicin de la Iglesia, exaltando el presente vertiginoso, sin herencia, sin paternidad, sin continui dad .1 7 R esu m e estas a p re c ia c io n e s p reg u n ta n d o a una y otra postura: D escubrirn en unos y en otros, el hom bre de la ca lle, el rostro de su Iglesia, la de C risto, la del E vangelio, la de los m rtires y la de los santos, la de los pobres? . 1 8 M ons. A ngelelli constata que en los obispos, en los sacerdotes, en los religiosos y religiosas y en los laicos hay diferentes reper cusiones. Para algunos integrantes del Pueblo de Dios, el C onci lio ha significado una especie de liberacin:
de u n a Ig le sia a sf ix ia n te , c e rr a d a , cle ric al, ritu alista, d e s c o n e c ta d a del p u e b lo y c o m p r o m e t id a co n los g r a n d e s , los ricos, los s e o r e s del m u n d o . D e m a s i a d o a p e g a d a a la ley, al c a n o n , a la n o r m a . La P a la b r a d e D io s, c a s i sin c a b i d a en la v i d a de los c ristia n o s, co n la g ra n p r e o c u p a c i n de m e d ir co n la v ara, si se c u m p li , las ta n ta s d is tin c io n e s d e los m o r a li s ta s o las c o n d i c i o nes d e los c n o n e s , sin te n e r p r e s e n te lo e x is te n c ia l e n el h o m bre, con sus s itu a c io n e s y su s c i r c u n s t a n c i a s . 1 9
En cam bio, para otros, el C oncilio ha causado confusin, d es orientacin, cam bios bruscos, algo como:
1 1 Ib id .
le Ib id '* I b i d . 3.
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ca e r e n el p ro t e s ta n t is m o , n e g a r los p ri n c ip i o s in m u ta b le s , caer en un re la tiv is m o , li b e ra lis m o en la Ig le sia , e c h a r a b a jo las tr a d ic io n e s d e s ig lo s cfr. la liturgia, los o tr o s d e c r e t o s y c o n s t i tu c i o n e s . S e n ti r s e , so lo s, d e s g u a r n e c i d o s , c o m o si lo q u e se t e n i a h a s t a a h o r a n o t u v i e s e m s v a l o r , v a c o s , i n c a p a c e s de a fr o n ta r e ste c a e r d e u n a n d a m i a je con el q u e se e s ta b a s eg u ro , a c t i tu d e s d e b a lu a r te p ara d e f e n d e r m u c h a s c o s a s q u e in t e r i o r m e n te no se est c o n v e n c i d o , p e ro q u e p o r c o n v e n ie n c ia e s n e c e s a r io h a c e rlo p a ra n o q u e d a r d e s n u d o s y a la v is ta de to d o s , tal cual s o m o s . 20
A los que se alinean en una ti otra posicin, nuestro pastor les sugiere no perderse en palabreros, sino asu m ir una actitud de conversin para abrirse con un nuevo ardor al espritu evangeli zador de la Iglesia. Seala que:
se d e b e ser h u m ild e y a c e p t a r q u e c o n fr a s e o lo g a s en p ro o en co n tra d e las r e f o r m a s n o se c o n s t r u y e u n a Iglesia C on cilia r. Se d e b e a c e p t a r q u e n o se e stab a p re p a r a d o p ara c a m b i o s tan f u n d a m e n t a le s y q u e e s n e c e s a r io te n e r el co ra je d e ir c o n s t r u y e n d o el c a m i n o n u e v o c o n p e d a z o s de v id a s d e ja d o s e n el c a m in o . Es n e c e s a r io c a m b i a r m e n t a l i d a d e s y p o r c o n s i g u ie n t e c a m b i a r la v id a, en u n a p a la b r a , co n v e rtir se al E v a n g e lio , h o y se ca m b ia el m u n d o , se c o n s t r u y e u n a Iglesia p u rific a d a y te s tific a n te con s a n tid a d de v id a, co n h o m b r e s y m u j e re s n u e v o s c a p a c e s d e h a c e r e n s u s p ro p i a s v id a s una m e t a n o i a , 21
C onversin que arribar a buen puerto no por la m agia o por la im posicin, sino nicam ente por m edio del am or concretizado en dilo g o y servicio a los m s pobres, hum ildes, afligidos, a los obreros y a cuantos padecen algn sufrim iento.2 2
22 Cf. ibid., 5.
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A m or que stos necesitan ver en una Iglesia M adre, ilum inado ra de la vida de esta hora espacial, encarnada y redentora . 23 In sistentem ente, recuerda que el C oncilio puede convertirse en el com ienzo de algo nuevo, la levadura del m ism o ha sido sem bra da y esparcida, por lo tanto, alienta a no tener m iedo a algunas exageraciones o desviaciones dolorosas:
ti e n e n el s i g n o d e lo n u e v o q u e se c o n s t ru y e ; es la h e rid a qu e ha r e v e n t a d o , p e r o e s n e c e s a r i o q u e v u e l q u e to d a el p u s p a r a q u e a p a r e z c a la c a rn e n u e v a y v irg e n ; p o r q u te m e r q u e a p a r ezc a la c a r n e n u e v a , a u n q u e c u e s t e a s u m i r el d o lo r y el s u f r i m i e n to de la p u ri fic a c i n de to d a la he rid a c o n la e x p u ls i n del p u s ? T od o C o n c il io en la Iglesia es ta m b i n u n a m e t a n o ia d e la C o m u n i d a d C r i s t i a n a . 24
C onversin que deber concretarse, de un m odo particular, en los obispos hacia sus ms cercaro s colaboradores, es decir, los presb teros. Recuerda que stos no deben ser m eros ejecutores pasivos de rdenes episcopales. Por el contrario, los obispos estn invitados a anim arlos com o padres, am igos y guas hacindoles sentir:
la fe c u n d i d a d del s a c e r d o c i o p a r t i c i p a d o , ( s i e n d o ) p e r s o n a s li b re s y r e s p o n s a b l e s y c o n s c i e n t e s de la m i s i n p a s t o r a l . H o y e st e n j u e g o la ex is te n c ia m i s m a sa c e r d o ta l, no p u e d e se r c o m p re n d i d a y a s u m id a d e s d e u n e s c r ito r io c u ria l, es n e c e s a r io in ti m a r , t e s t i f i c a r el a m o r d e C r i s t o e n t r e q u i e n e s t e n e m o s la g r a v s im a r e s p o n s a b il id a d d e h a c e r r e s p la n d e c e r la B u en a N u e va a tr a v s del Ved c m o se a m a n , p a ra q u e ei m u n d o c re a en C ris to y q ue e n El est la sa lv a c i n y Ja f e l i c i d a d . 25
P o r o tra parte, subraya que, as com o el A u la C o n cilia r haba reserv ad o un lugar para el laicad o , lam entam os m ucho que,
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desde el p rincipio, no se hu b iera dado al P resb iterio un lugar d e p re fe re n c ia , y a que c o n stitu y e n lo s co o p e ra to re s ordinis n o stri , 26 A dem s, la conversin apunta a que las actitudes y las acciones evangelizadoras de los pastores de la Iglesia no se transform en en un m ero activism o. Junto a la accin, se sum aran la reflexin y la p resencia de las virtudes sobrenaturales, com o dones p ro pios del E spritu Santo, que las infunde a quienes las soliciten. Por lo m ism o, subraya la necesidad de:
m e d i t a r a n te s , p e n s a r , d ia l o g a r , b u s c a r j u n t o s , se r h o m b r e s de Fe, d e E s p e r a n z a y de C a rid a d . S e r h o m b r e s q u e Jo q u e s e n t i m o s o p a d e c e m o s los p a s t o r e s , p o r q u e es un p re c io d e la h o ra p re s e n te , d e b e se r a s u m i d o , s o l u c i o n a n d o c o n la s e n s a te z y la v a le n ta q u e re q u ie re q u ie n se e n c u e n tra p u e s to a la c a b e z a de u n p u e b lo a q u ie n d e b e m o s c o n d u c ir y n o de so rien ta r. P r e t e n d e m o s im p o n e r lo q u e s o m o s in c a p a c e s d e re a liz a r n o s o tro s , p r e t e n d e m o s y d e r i v a m o s c o s a s , i n c a p a c e s d e p o n e r a l g o m e jo r, p r e t e n d e m o s c o n d u c i r u n a r e n o v a c i n , c u a n d o t o d a v a n o no s h e m o s p e r c a t a d o d e t o d o lo q u e i m p li c a en n u e s t r a s v i d a s tal r e n o v a c i n . O b i s p o s y s a c e r d o te s , es h o ra d e q u e d e s p e r te m o s d e n u e s tro s u e o y q u e d e ro d illa s d e s c u b r a m o s lo que el E s p ritu S a n to q u i e r e . 37
El C oncilio haba llegado a su fin, y se iniciaba tina nueva hora evangelizadora para toda la Iglesia peregrina en el m undo:
en el tie m p o y en el e sp a c io , sa n ta , in m a c u la d a , p e r f e c ta y a la v ez, p e c a d o r a , m a n c h a d a , infiel, p o r q u e es la c o n d ic i n del c r i s tia n o v ia n d a n t e , q u e a n n o ha ll e g a d o a la p a ru s a , a las b o d a s co n el C o r d e r o de q u e nos h a b la el A p o c a l i p s i s . 38
17 Ibid., 4.
28 Ibid., 5.
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Ello no im peda que la Iglesia, con sus defectos, fuera actora de algo nuevo que est sucediendo en el m undo y en la m ism a Iglesia, eterna y encarnada, hum ana y divina, salida de las m a nos de D ios , 29 para seguir las huellas de su am ado Hijo. Ante este proyecto, nuestro pastor invita a fortalecer la fe y a avanzar de un m odo decidido hacia los hom bres que esperan el testim o nio de am or y felicidad, que brota de la B uena N ueva, de la cruz y de la resurreccin de Jesucristo. 30 Al finalizar las reflexiones, M ons. A ngelelli sugiere desm ontar la estru ctu ra ap o lo g tica dom inante h asta ese m om ento en la ac cin evangelizadora de la Iglesia. Tam bin a abandonar unos de rechos que se consideraban adquiridos y se crean derechos di vinos. A dem s, a m odificar la ptica del dilogo con el m undo y a m irar al hom bre no com o un objeto de conquista triunfalis ta, sino com o sujeto de am or de ca rid a d .3 1 Ya que el Concilio haba dado los pasos conducentes para entablar un nuevo dilogo con el mundo, nuestro pastor observa la necesidad de:
u n le n g u a je c r i s ti a n o , fr a te rn o , d e b s q u e d a s i n c e ra d e la V e r d a d , c a m i n a n d o j u n t o s y no p r e p a r a n d o a r g u m e n t o s d e r e f u t a c i n , sin h a b e r n o s e n c o n t r a d o , d i s t a n c i a d o s h a c e s i g l o s , c o n to d a la carga h is t ric a y afe c tiv a q u e e s to s u p o n e . 32
Segn ex p resa, h aba co n clu id o el C oncilio en las au las, pero perdurara en sus docum entos y en su espritu, por lo tanto, aun con los desafos que im plicaba, lo vivido en el C oncilio V atica no II era suficiente para no retroceder en el cam ino . 33
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H a concluido el Concilio? A cuatro dcadas de las sesiones deliberativas del C oncilio E cu m nico V aticano II (1962-1965), sigue resonando la invitacin de Juan Pablo II a realizar un exam en de conciencia (que) debe m irar tam bin la recepcin del C oncilio, este gran don del Esp ritu a la Iglesia al final del segundo m ilenio . TM A 36. A sim is mo el P apa subraya: D espus de concluir el jubileo siento ms que nunca el deber de indicar ver en el C oncilio, la gran gracia de la que la Ig lesia se ha b eneficiado en el siglo XX. C on el C oncilio se nos ha ofrecido una brjula segura para orientarnos en el cam ino del siglo que com ienza . N M I 57. El C oncilio E cum nico V aticano II es el acontecim iento eclesial m s sig n ificativ o del siglo p a s a d o .34 Ig u alm en te, recordam os que en la Iglesia L atinoam ericana, los D ocum entos F inales de M edelln (1968), constituyen la interpretacin (y no una m era aplicacin), del C oncilio para este subcontinente. La im portan
34 Cf. (e n tre o tro s) L. GERA, C o n c ilio E cum nico V aticano II , Proyecto 36 (2 0 0 0 ) 303-317.
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cia de estos dos eventos eclesiales radica (entre otros m otivos), en su estatu ra em inentem ente pastoral, ya que en ellos resuenan las palabras de C risto, los problem as del m undo, las angustias y las esperanzas de la hum anidad; elem entos cuya convergen cia integra efectivam ente el terreno de toda pastoral . 35 La pastoralidad asum ida por el C oncilio V aticano II, se convirti en el p rim er criterio de la verdad que haba que form ular y p ro m ulgar, y no solam ente en el m otivo de las decisiones prcticas que h ab a que tom ar. En una palab ra, pastoral ca lific a a una teologa, a una m anera de pensar la teologa y de ensear la fe. M ejo r d icho: a una d eterm in ad a v isi n de la eco n o m a de la salv aci n . 36 L a eficacia h istrica del C oncilio V aticano II, no se restrin g e nicam ente a los textos escritos, sino tam bin a su acogida e in terpretacin en las diversas Iglesias Locales. La receptio, es de cir: la recepcin, aplicacin e interpretacin, es algo dinm ico, es la accin del E spritu de Dios, encarnando en los rasgos cul turales y en los signos de los tiem pos de las com unidades ecle siales, la letra del C oncilio, enriqueciendo as el sentido origi nal de los tex to s. R e fle x io n a r la re c e p tio del C o n c ilio , est ligado al recuerdo (pasar por el corazn) y a la m em oria viva eclesial, quien escrutando y explotando su pasado, evala y d is cierne el presente, para peregrinar y proyectar el futuro evangelizador de la Iglesia frente al reinado de D ios en la historia de la hum anidad. P articu larm e n te en los dos tpicos sig u ien tes, ob serv arem o s el e stilo c o n c ilia r con que M ons. E nrique A n g e le lli asum e una recep ci n dinm ica de la letra y el espritu del m agisterio con ciliar.
35 M .-D . CHENU, Un concilio pastoral, E stela, B arcelona 1966, 33 36 Ibid., (533. El d e sta c a d o p e rte n ec e al tex to . C f. E. VILLANOVA, Para com prender la teologa. Verbo D ivino, E stella-N a v a rra 1992, 77-83.
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v fico de Dios. Por ello, la prom ocin del hom bre es su estilo eva n g e liza d o r. V incula el serv icio por el hom bre al am o r que D ios profesa por cada hom bre y criaturas. Para M ons. A ngelelli, el desarrollo que no tienda a experim entar el am or a Dios, no se transform a en prom otor de hum anizacin integral. Enrique A n gelelli trasciende a la Iglesia con su obra, com o una dem ostra cin viva del axiom a pastoral la Iglesia civiliza ev angelizando1 (Po X I) . 38
3* G. FARREL, E nrique A n g e lelli, O b isp o de La R io ja , A ctualidad Pastoral 164 (1 9 8 6 ) 137. 39 Cf. E. ANGELELLI, J.O .C . y P a rro q u ia , Notas de Pastoral Jocista s/n (Ju lio -A g o sto 1954) 22-38; id., R e visin y plan de la J.O .C . a rg e n tin a . N o tas de Pastoral Jocista s/n (Ju lio -D iciem b re 1958) 111-136.
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p resen cia m isionera con in cid en cia h ist rica, en los a c o n te c i m ientos sociales, econm icos, culturales y polticos de La R io ja , los que se propuso ilu m in ar y trasfo rm ar con la fuerza del E vangelio y las enseanzas del C oncilio Vaticano II. El C o n cilio recuerda que la Iglesia, sin exim irse de la m isin propia, contribuye al progreso de la nueva hum anidad por m edio de sus m iem bros y de quienes se dejan inspirar en su enseanza (cf. GS 42; cf. LG 13; GS 3-4. 12 .40-41. 44. 48. 76; CD 13; AA 5. 7; GE Introduccin. 3). O b se rv a m o s que en M ons. A n g e le lli, el c o m p ro m iso con el hoy de la historia, desde la eclesiologa conciliar, invita a su perar m ental y prcticam ente todo eclesiocentrism o . La Iglesia slo existe y consistente en cuanto vinculada con el m undo, con la hum anidad y con la historia. A flora una relacin constitutiva y no m eram ente consecutiva. No existe anteriorm ente la Iglesia para re la cio n arse con la h u m an id ad y la h isto ria, sino que la Iglesia se constituye en esa vinculacin. Pero la Iglesia no est vin cu lad a al m undo desde cualquier m anera, sino en tanto que Ella hace referencia al reinado de Dios. R eino de ju sticia y fra ternidad universal al que D ios quiere convertir el m undo y sus habitantes. C onstatam os que nuestro pastor lleva a la prctica las inspiracio nes de Pablo VI al expresar que para la Iglesia no se trata sola m ente de p red icar el E vangelio en zonas g eo g rficas cada vez m s vastas o poblaciones cada vez m s num erosas, sino de al canzar y transform ar con la fuerza del E vangelio los criterios de ju icio , los valores determ inantes, los puntos de inters, las lneas de pensam iento, las fuentes inspiradoras y los m odelos de vida de la hum anidad, que estn en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvacin . EN 19. F in alizam o s estas sucintas reflex io n es a p artir de alg u n as re flex io n es del C oncilio V aticano II encarnado en la persona de M ons. E nrique A ngelelli, haciendo nuestras las explcitas p ala
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bras de M ons. Jorge N ovak svd 41: En m s de uno M edelln1, com o letra y espritu, se fue apagando. U na cam paa solapada de desprestigio cal en el corazn de algunos hom bres y com u nidades. A un la D eclaracin de San M iguel 1969, tan proftica en m s de una pgina, qued relativam ente relegada. El obis po E nrique A ngelelli dem ostr estar anim ado del Espritu Santo. H abl del V aticano II y de M edelln con santa pasin, con espe ranza indoblegable, con fortaleza heroica. H abl y puso en prc tica. Lo quisieron silenciar con am enazas y con la m uerte. Slo lograron transform arlo definitivam ente en un profeta que desbor da los lm ites de su dicesis y de nuestra patria, cuya voz segui r resonando en todos los rincones de la A m rica Latina de M e delln y de P uebla . 42
41 P rim e r O b isp o de Q u ilin e s (e n tre los a o s 1976 y 2001}, p a sto r de g ran p restig io en la Ig lesia a rg en tin a , e je m p lo de o b isp o y p adre de los p obres, los d erechos hum anos, el ecu m en ism o y la m isin. De destacada a ctuacin critica durante la ltim a d ictad u ra m ilitar en la A rg en tin a (19 7 6 -1 9 8 3 ). Fa llecid o el 9 de ju lio de 2001. 42 J. NOVAK, M edelln: e fu si n del E spritu sobre A m rica L atina, en T. RA SILLA - L. LIBERTI, Mons. Enrique Angelelli, Pastor riojano , V erbo A u d io v isu a le s, R afael C alzad a 1984, 12.
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d 2 2 3 2 d 7 7 0 7 4 8 a d f 7 1 e e 9 7 4 1 a 5 5 7 fl4 5 5 e b ra ry
d 2 2 3 2 d 7 7 0 7 4 8 a d f 7 1 e e 9 7 4 1 a 5 5 7 fl4 5 5 e b ra ry
d 2 2 3 2 d 7 7 0 7 4 S a d f 7 1 e e 9 7 4 1 a 5 5 7 fl4 5 5 e b ra ry
d 2 2 3 2 d 7 7 0 7 4 8 a d f 7 1 e e 9 7 4 1 a 5 5 7 fl4 5 5 e b ra ry
Eduardo R. M ato 2
El g o z o y la e s p e r a n z a , la a n g u s t ia y la tr iste z a d e los h o m b r e s d e n u e stro s das, s o b r e to d o d e los p o b re s y to d a c la s e d e a flig id o s, so n ta m b i n g o zo y e s p e r a n z a , t r i s t e z a y a n g u s t ia de los d is c p u l o s d e C risto... G a u d iu m e t S p e s 1
El esfuerzo por definir la naturaleza y los lm ites de nuestra co m unidad m oral no es un m ero ejercicio terico sin consecuencias en la prctica, sino que tiene la virtud de delim itar la responsa b ilid a d que los p a rtic u la re s d eben a su m ir o p re te n d er a su m ir frente a los dem s m iem bros de su com unidad. Los lm i te s de d ic h o n o s o tr o s y el g ra d o d e re la c i n e n tre sus m iem bros fijan norm ativam ente la deuda m oral que un agente tiene en relacin a su com unidad, en particular respecto de quie nes se encuentran m s desfavorecidos. En este trab ajo nos interesa poner en evidencia el m odo com o R ichard R orty da cuenta de la configuracin de una com unidad
1 El presen te trab ajo ha sido posible g racias a una beca de docto rad o de la S e cretara de C ien cia y T ecnologa de la U niversidad N acional de C rdoba. 2 L icenciado en F ilo so fa (C rdoba). P rofesor de las F acultades de F ilo so fa y H u m a n id a d es de la U n iv e rsid ad N a cio n a l de C rd o b a y de la U n iv e rsid ad C at lica de C rdoba.
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Eduardo R. Mattio
moral. Intentarem os reconstruir los elem entos desde los cuales se form ula su definicin pragm tica del nosotros a fin de recono cer las ventajas y riesgos que tal concepcin parece acarrear. En segundo lugar, exam inarem os con detenim iento una de las ap li caciones de su planteo: sus propuestas en relacin al destino de los m s pobres, tanto en el contexto de una com unidad liberal, com o en el m arco de las relaciones entre las naciones. E spera mos que la confrontacin de su pensam iento con el nuestro nos ofrezca algunas herram ientas conceptuales que nos perm itan m e jorar, al m enos m ediatam ente, las condiciones de vida de aq u e llos que m enos tienen.
1. Q uines somos?
Al inicio del artcu lo W ho are W e? , R orty expone su m odo pragm atista de concebir la construccin de una com unidad m o ral. Com o l m ism o seala, su form a de plantear la cuestin no es de ningn m odo neutral, pues en la pregunta ya est supuesto el d esin ters filo s fico por co n o cer lo que som os de un m odo puram ente esencialista. Si hoy preguntam os quines som os , dice, es p o rq u e in ten tam o s suspender la pregunta acerca de qu so mos. Tan reiterada cuestin y a en su versin m etafsica, ya en su versin cientfica es hoy sustituida p o r una ineludible inte rrogacin poltica: la tentativa de forjar una determ inada identi dad m o ra l.3 Para Rorty, el universalism o m oral ha intentado vincular am bas cuestiones ofreciendo una nica respuesta. Es decir, ha fundan do la ed ificaci n (p o ltica) de una co sm p o lis en el d e sc u b ri m iento (m etafsico) de determ inados rasgos que habran de com
3 Cf. R. RORTY, W ho are W e? M oral U niversalism and E conom ic T ria g e en: D iogenes , N 173, Vol. 44/1, S pring 1996, 5.
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p a rtir to d o s los seres hum anos. Sin em bargo el descrdito en que ha cado la idea de naturaleza hum ana ha desprovisto a di cho proyecto de una base suficientem ente slida. D errum bada la nocin de naturaleza y el carcter figurativo que la m etafsica y la ciencia atribuyeron a los vocabularios con que describim os la realidad, el pragm atism o nos invita a evaluarlos teleolgicam ente, es decir, nos sugiere en tender la elecci n de d escrip cio n es diversas com o una eleccin entre propsitos diferentes. B ajo la m irad a que h eredam os del darw inism o, nuestras descripciones no son m s que instrum entos con los que intentam os adaptar el entorno a nuestros propios intereses y objetivos. Por consiguien te, nuestra eleccin de descripciones est subordinada a nuestros propsitos y m etas sociales. A hora bien, com o su b ray a R orty, d ich o s o b jetiv o s no pueden eq u ip ararse a m eras frm ulas abstractas. N uestro com prom iso con determ inados propsitos siem pre entraa la eleccin de un grupo al que querem os afiliarnos o de una com unidad que espe ram os crear.4 La subordinacin a determ inados propsitos socia les siem pre supone nuestra identificacin con una determ inada com unidad m oral. N uestras descripciones se som eten a nuestras m etas sociales y stas al colectivo que deseam os habitar. D e este m odo, abandonado el afn m etafsico por conocer lo que som os, el inters por saber quines som os, /.<?., por construir una identidad m oral, es una pregunta orientada al fu tu ro : ya no se trata, com o para K ant, de una pregunta en torno a la inm ortali dad del alm a individual, sino de una pregunta acerca del futuro de la especie. ... P ero esta p reg u n ta acerca del futuro no es la bsqueda de una prediccin, sino m s bien de un proyecto. P re guntar quines som os se vuelve un m odo de preguntar qu futu ro deberam os tratar de construir co o p erativ am en te .5
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A hora bien, esta proyeccin pragm tica de una identidad com n tiene para R orty consecuencias ticas ineludibles: la pertenencia a un determ inado nosotros engendra para con dicho grupo toda una serie de obligaciones m orales. En concreto, R orty concibe la m ora lidad com o el resultado de una creacin contingente. Siguiendo a W ilfrid Sellars. entiende que nuestros criterios de deliberacin m o ral se configuran a partir de nuestras intenciones-nosotros [w eintentions ], intenciones que expresam os en enunciados de la forma: Todos nosotros hacem os tal cosa.,. , Nosotros querem os..., No sotros no aprobam os tal actitud..., etc. Es decir, nuestros com pro misos m orales no se fundan en la vaga participacin en una huma n id a d c o m n , sin o q u e se c o n stru y e n en v irtu d de n u e s tra pertenencia afectiva a una determ inada com unidad hum ana (ej.: nosotros los argentinos, nosotros los catlicos, nosotros los m eta lrgicos, nosotros los travests, etc.) frente a la cual nos sentim os re s p o n s a b le s ,6 De este m odo, toda esp e cu laci n m oral supone identificar quines som os nosotros y no cules son las reglas ge nerales que han de regular nuestra conducta: la filosofa m oral tom a la form a de una narracin histrica y de una especulacin utpica antes que la de una bsqueda de principios generales.7
6 R. RORTY, Contingencia, irona y solidaridad , B a rce lo n a 1996, 208. Segn Rorty, Sellars nos perm ite ver la solidaridad com o una cosa creada, antes que d e sc u b ie rta , p ro d u c id a en el c u rso de la h istoria, a n tes que reconocida com o un hecho ahistrico. Identifica obligacin con validez intersubjetiva, pero consiente que el m bito de sujetos entre los cuales rige esa validez sea m enor qu e el de la ra za h u m an a . De e ste m odo, el c o m p ro m iso que un ind iv id u o p u e d a te n e r c o n los c o rd o b e se s, con los g a y s, c o n lo s u n iv e rs ita rio s o con cu alq u ier otra com unidad hum ana se funda en la m era pertenencia a c u alq u ie ra de esto s g rupos, perten en cia que se expresa en las intenciones que com par te con tales com unidades. D icho v inculo intersubjetivo no precisa de n in g u na cond ici n a h ist ric a de p o sib ilid ad , sin o que es se n c illam en te el p ro d u cto a fo rtu n a d o de d ete rm in a d as circ u n stan c ias hist ricas". R. RORTY, Contingen cia, irona y solidaridad , 213-214. Cf. W. SELLARS, Science and Meaphysics. Variations on Kantian Themes , A tascadero, C alifornia 1968, cap. V I-V II.
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Segn Rorty, esta com prensin de la m oralidad com o un arte facto hum ano contingente no es incom patible con la tarea m o ral de am pliar nuestro nosotros , con la extensin de nuestros sentim ientos solidarios allende los lim ites de nuestra com unidad local. Sin em bargo, para escndalo del universalism o m oral cristiano o kantiano , la inclusin en el nosotros de quienes consideram os com o ellos no se funda en aquellas sem ejanzas esenciales que com partim os con los m iem bros de la especie hu m ana. Se estim ula acrecentando nuestra capacidad para percibir que las d iferen cias trad icio n ales (clase, gnero, raza, etc.) son irrelevantes en com paracin con las sim ilitudes a que dan lugar el dolor y la h u m illaci n .8 Esto supone adm itir que la solidari dad hum ana es una invencin y no un rasgo intrnseco de la na turaleza hum ana, un esfuerzo creativo por am pliar los lm ites de la propia com unidad m o ral.9 D icha tarea im plica que la inevita ble pertenencia a un determ inado nosotros debe ser puesta en crisis por la insistente subversin de sus lmites: N osotros de bem os partir del lugar en que nosotros estam os: ...no estam os som etidos a otras obligaciones aparte de las in ten cio n es-n o so tro s de las co m unidades con las cuales nos identificam os. Lo que libra a este etnocentrism o del anatem a no es que la ms am plia de esas com unidades sea la hum anidad o todos los seres racio n ales ... sino, antes bien, el ser el etnocentrism o de un no so tros ... que est entregado a la tarea de ensancharse, de crear un thnos an m s am plio y ms abigarrado. Es el nosotros de las personas que se han form ado para desconfiar en el etnocen trism o. 10 Es esa d esco n fian za resp ecto de los ord en am ien to s institucionales que nos rigen, es la duda perm anente que engen dra nuestra sensibilidad ante el dolor ajeno, es la creciente curio sidad p o r las alternativas posibles, la que garantiza, segn Ror-
s Cf. R. RORTY, Contingencia, irona y solidaridad, 210, 5 Cf. R. RORTY, Contingencia, irona y solidaridad , 214. Iu R. RORTY, Contingencia, irona y solidaridad , 216.
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ty, la construccin de una com unidad m oral m s igualitaria e in cluyente. A continuacin, veam os en qu m edida la perspectiva rortyana esbozada hasta aqu es capaz de enfrentar el desafo de la p o breza.
amor
En la polm ica que R orty m antiene con C lifford G eertz 1 1 encon tram o s u n a re fe re n c ia in te re sa n te re sp ecto de su p e rsp e c tiv a acerca de la pobreza, tpico que, curiosam ente, es reducido all a un problem a en relacin a la diversidad cu ltu ra l . En dicho artculo R orty intenta interpretar en trm inos diferentes un ejem plo con el que el antroplogo pone en evidencia las lim itaciones de la sociedad liberal e ilustrada que aqul preconiza. El ejem plo en cu esti n refiere el caso de un indio alco h lico que fue autorizado a continuar un tratam iento con dilisis a pesar de su negativa a abandonar el consum o de alcohol, lo cual despus de unos pocos aos no podra evitarle la m uerte. G eertz se vale de esta ancdota para m ostrar el dilem a m oral de los m dicos fren te a aq u e llo s co m p o rtam ien to s que son hostiles o ajenos a su propios v alo re s . 1 2 El pragm atista, en cam bio, aprovecha la o ca sin para ponderar la eficacia de las instituciones liberales res p ec to de los desafo s que im pone la d iv e rsid a d cu ltu ral. A ll donde G eertz observa un conflicto de valoraciones, R orty perci
1 1 R. RORTY, S obre el e tnocentrism o: resp u esta a C lifford G e ertz en: O bje tividad, relativismo y verdad. Escritos filo s fico s 1 , B arcelona 1996. 12 R. RORTY, Sobre el etnocentrism o: respuesta a CMfford G e ertz , 276-277.
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be una m uestra m s de que las instituciones liberales funcionan bien y sin dificultades. P ara el p rag m atista es un m otivo de j b ilo que el acceso al tratam iento con dilisis est organizado segn criterios de gra vedad de la necesidad y orden de solicitu d y no en razn de in flu en cias po lticas o econm icas, de abolengo o sim pata. Es verdaderam ente tranquilizador que, a pesar de su alcoholism o, el indio no haya podido ser separado de la m quina de dilisis. Si los m dicos lo hubieran intentado, seguram ente habran sido de nunciados por los m edios de com unicacin y los abogados espe cializados en m ala praxis. Es alentador que estas decisiones de vida o m uerte queden en m anos de la ju stic ia procesal y no es tn supeditadas a las preferencias de los p a rtic u la re s.1 3 Si nues tros m dicos slo se dedican a salvar vidas sin que im porte el prestigio o los ingresos del paciente, si los abogados defensores se d isp o n en a p atro cin ar a sus clientes sin p re te n d er que sean inocentes, si los m aestros ensean a todos sus alum nos por igual, con independencia del uso que vayan a dar a la educacin que reciben, no hay nada que necesite ser m ejorado. R orty encuentra en esto dos ideas fundam entales para el funcio nam iento de una sociedad liberal: (a) Es d ese ab le y necesario que ag en tes tales com o m dicos, abo g ad o s o m aestros hagan su trabajo sin po n erse en la piel de sus p acien tes, clien tes o estudiantes. Es p reciso que hagan su trab ajo y que lo hagan bien. En la m ayora de los casos, no es p reciso q ue apelen al am or, b asta con que aseguren la ju s ticia. M s an, en algunas ocasiones, por ejem plo, cuando se ju z g a a un crim in al, es m ejor ignorar bajo qu co n diciones ha crecid o y se ha form ado ese sujeto. De lo co n trario , los im pe ra tiv o s del am o r pu ed en a te n ta r c o n tra las ex ig e n c ia s de la ju stic ia .
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(b) M s im p o rtarte an es que la sociedad liberal otorgue poder no slo a los m dicos sino tam bin a personas com o los antro plogos, periodistas o trabajadores sociales. Tales conocedores de la diversidad son fundam entales en la m edida que son cap a ces de am pliar nuestra im aginacin en la sociedad, incluyendo a personas que antes no gozaban de los beneficios de la ju stic ia procesal. Pues, cm o es que el indio pudo gozar del tratam iento en cu e s tin? C m o se explica que el indio ebrio sea tan ciudadano de E stados U nidos com o los m dicos? Para Rorty, slo p o r obra y gracia de los antroplogos: L os indios, tanto ebrios com o so brio s, eran no personas, sin dignidad hum ana, sim ples m edios para los fin es de nu estro s ab u elo s. Los an tro p lo g o s hicieron po sib le que nos re su ltase d ifcil seguir co n c ib i n d o lo s de ese m odo, y con ello los convirtieron en parte de la N orteam rica contem pornea. Y agrega: F orm ar parte de una sociedad es... ser integrado com o posible interlocutor p o r aquellos que confi guran la autoim agen de esa sociedad. Por consiguiente, si los an tro plogos no hubiesen sim patizado con los indios,... los in dios habran seguido siendo invisibles para los agentes de la ju s ticia so c ia l .1 4 En resum en, el caso del indio ebrio pone de m anifiesto que las tareas de una dem ocracia liberal se dividen entre los agentes del am or y los agentes de la justicia. ... lina d em ocracia as utiliza y faculta tanto a los especialistas de la diversidad com o a los guardianes de la universalidad. 1 5 Los prim eros hacen visibles aquellos grupos o sujetos que nuestro nosotros no ha percibi do com o tales, v u elv en in te lig ib le s sus dem andas m o stran d o que no son estpidas o perversas sino tan slo diferentes de las n u e stra s y por ello ig u alm en te a ten d ib les. L os seg u n d o s, en
14 R. RORTY, Sobre el etnocentrism o: respuesta a C liffo rd G e ertz ", 279. 15 R. RORTY, Sobre el etnocentrism o: respuesta a C liffo rd G e ertz ", 279.
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cam bio, aseguran que cuando tales grupos o sujetos sean reco nocidos com o ciudadanos, gozarn de los m ism os derechos que cu alq u ier otro m iem bro de n u estra com unidad m oral. De este m odo, aquellas cuestiones sociales crticas centradas alrededor de la diversidad cultural son resolubles para R orty en la m edi da que tengam os a m ano m uchos agentes del am or, m uchos esp ecialistas de la diversidad dispuestos a poner en crisis los lm ites de nuestra propia identidad c o le c tiv a .1 6 R orty cree que frente a los problem as sociales que tienen su origen en la diver sidad cultural sim plem ente deberam os seguir haciendo lo que nuestra sociedad liberal ya est haciendo: prestar odo a los es p ecialistas en la particularidad, p erm itirles cu m p lir su funcin com o agentes del am or, y esperar que sigan am pliando nuestra im aginacin m oral. 1 7
16 R orty e st persu ad id o de que el p rogreso m oral debe m s a los h isto ria d o res, p e rio d ista s o nov elistas capaces de a m p lia r nuestra im ag in aci n social que a los fil so fo s y te lo g o s que han re sg u ard a d o la u n iv e rsa lid a d o c c i dental. C om o en relacin a o tras cu estio n es en p articu lar, la e d ifica c i n de una cultura de los d e rec h o s hum anos , R orty e ntiende que [l]a form u laci n de p rin cip io s m orales g e n era le s ha sido m enos til para el d e sa rro llo de las in stitu cio n es lib erales que la exp an si n gradual de la im aginacin de q u ie n e s o ste n ta n el poder, su d isp o sic i n g ra d u al a u tiliz a r el trm in o n o so tro s" de form a que incluya tip o s de p e rso n as cad a v ez m s d ife re n tes. R. Rorty, Sobre el e tn o cen trism o : re sp u esta a C lifford G e ertz , 280. V ase n uestro a rtcu lo H asta que vuelvan sus ojito s de cerdo... N a tu ra lis m o, se n sib iliz ac i n m oral y el fen m en o de los d erechos h u m a n o s en: C. SCH1CKENDANTZ (ed .), Crisis cultural y derechos hum anos, C rd o b a 200 4 , 4 1 -5 9 . 17 R. RORTY, Sobre el e tnocentrism o: respuesta a C liffo rd G e ertz , 280.
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en el m arco de lina com unidad liberal, en un artculo p o ste rio r,1 8 R orty v u elv e explcitam ente a trata r la cuestin de la pobreza. Planteado el problem a en el m arco de las relaciones entre pases p r sp ero s del h em isferio norte y pases pobres del hem isferio sur, el au to r se ve obligado a p roponer una solucin sen sib le m ente diferente. C on ocasin de la lectura de La Mansin H ow ard, la conocida novela de E. M. Forster, R orty se pregunta si es posible el am or cuando no hay dinero. C on F orster cree que no es posible darse tiem po para el disfrute y la com unicacin cuando nos preocupa en dem asa nuestra subsistencia. M s an, F orster cree que en tanto los pobres no pueden asegurarse los m edios de subsisten cia se vuelven im p en sab les frente a la co n sid eraci n de los p o d ero so s. Su po b reza los ex c lu y e de to d a p o sib le co n v e rsa cin. 1 9 Com o buena parte del pensam iento liberal p osterior a la R evolucin Francesa, F orster tena la esperanza de que la ju sta d istrib u c i n de los b ien es elim in a ra la pobreza. No o b stan te, Rorty considera que el novelista era lo suficientem ente decente com o para reconocer que la verdadera alm a del m undo es econ m ica. y que por ello, el dinero es la variable independiente y la ternura la dependiente. C om o en la polm ica con G eertz, R orty pone la solucin en m a nos de quienes detentan el poder: cree que, ante el fracaso del m arxism o y de su p re te n si n de in stau rar el cam b io con p ro puestas provenientes de las bases, la dism inucin de la pobreza y el aum ento de la ternura slo pueden provenir de las in iciati vas alentadas p o r los hom bres prsperos del prim er m undo. A ho ra b ien , se m e ja n te d esa fo s lo p arece m a n e ja b le si los m s aventajados circunscriben su atencin al hem isferio norte. En d i cha franja geogrfica, entiende Rorty, parece haber dinero sufi18 R. RORTY, L o v e and M o n e y en: P hosophy and S ocial H o p e , L o n d o n
1999.
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cente para distribuir y generar algunas soluciones practicables en favor de u na m ayor igualdad econm ica. El problem a, m s bien, se suscita cuando los nobles liberales del norte dirigen su m irada hacia el sur. N o parece que sea posible gestionar aquellas iniciativas que perm itan extender los beneficios del capitalism o a los pases de sur que se hallan al m argen del desarrollo econ mico: E stam os em pezando a no contar con escenarios que cru cen la frontera norte-sur, principalm ente a causa de las pavoro sas estadsticas de crecim iento dem ogrfico en pases tales com o Indonesia, India y H ait. Este sector del planeta est volvindo se cada vez m s im p en sab le .20 R orty reconoce que la ciencia y la tecn o lo g a podran darnos alguna sorpresa, perm itiendo que vastos sectores del planeta se vuelvan m s frtiles y productivos. A n as, las esperanzas parecen acotadas. F rente a un panoram a tan desolador, R orty cree que es preciso conservar la honestidad y recordar que el am or no es suficiente: Todo el discurso en el m undo acerca de la necesidad de aban do n ar la racionalidad tcnica y detener la produccin de m er can cas, acerca de la necesidad de nuevos valores o de m o dos de pensam ientos no occidentales , no traer m ayor dinero a las aldeas de la India. ... Todo el am or en el m undo, todos los intentos de abandonar el E urocentrism o, o el individualism o liberal , toda la poltica de la diferencia , todo el discurso so bre arrim arse am orosam ente al m edio am biente, no a y u d a r .2 1 Lo nico que puede ayudar es alguna iniciativa tecno-burocrtica an no im aginada, no una revolucin en los valores. M al que nos pese, slo caben dos alternativas: o bien aceptam os que el p lan eam ien to cen tralizad o y la tecnologa, aun cuando puedan fa lla r, es to d o lo que ten em o s, o bien nos ren d im o s fren te al
'* Cf. R. RORTY, L ove and M oney , 223. 20 R. RORTY, L o v e and M o n e y ", 226. 21 R. RORTY, L o v e and M o n e y ", 227.
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irresponsable discurso anti-tecnolgico, el cual seala R orty no es ms que otro m odo de afirm ar que los pobres son im pen sables.
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R orty no alcanza a im aginar una poltica redistributiva sin per ju icio s econm icos, es decir, un escenario que perm ita a los ri cos com partir sus bienes con los nios pobres del tercer m undo que no ponga en peligro el futuro de sus propios hijos. M s all de nuestras buenas intenciones, cree que no es posible extender a bajo costo las condiciones que hacen posible instituciones de m o crticas ig u alitarias, a saber, la alfab etizaci n u n iv ersa l, la m o v ilid ad social m erito crtica, la racionalidad burocrtica, las fu en tes de inform acin confiables acerca de los asuntos pbli cos, etc. La parte rica del m undo se halla frente a los pobres del m undo com o quien tiene que dividir un trozo de pan entre cien personas h am b rie n ta s.24 A hora bien. R orty cree que una situacin sem ejante exige res p o n d er una p reg u n ta crucial: la reso lu ci n del p roblem a de la pobreza, es im pedida por la avidez y la crueldad desm edidas de los que m s tien en o es sim plem ente im posible a p esar de su b u en a v o lu n tad ? N u e stro p ra g m a tista en tien d e que p asa d o el punto sin retorno respecto del equilibrio entre poblacin y recur sos, instalados en el slvese quien pueda , la ingente m ultitud de pobres que habitan nuestro planeta se vuelven im pensables para el no so tros seguro y opulento: [los ricos] com enzarn a tratar a los cinco billones pobres y desafortunados com o un las tre respecto de sus requerim ientos m orales, incapaz de ju g a r al gn rol en su vida m oral. La gente rica y afortunada bien pron to se volver incapaz de pensar a la gente pobre y desafortunada com o sus prjim os, com o parte del m ism o nosotros . 25 En otras palabras, R orty cree que nos hallam os en una situacin patolgica , en un contexto social en el que se ha vuelto im po sible asistir a todos los que sufren la pobreza. Com o en un hos
24 C f. R. RORTY, W lio a re W e? M o ral U n iv e rsa lism a n d E c o n o m ic T ria g e ", 10. 25 R. RORTY, W ho are We? M oral U n iv e rsalism and E conom ic T riag e", 12.
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pital sobresaturado por la num erosa cantidad de vctim as de una catstrofe, nos hallam os com o los m dicos ante la inevitable ta rea de seleccion ar a quines prestar ayuda en vista de los esca sos recursos d isp o n ib le s.26 A unque supongam os que la tecnolo ga y el idealism o m oral puedan darnos alguna sorpresa en el futuro, las condiciones presentes hacen im periosa la eleccin de una so lucin practicable, aunque incapaz de b en eficiar a todos los dam nificados. En ese caso, seala R orty, cuando se decide qu co sa resu lta p racticab le se est resp o n d ie n d o la p reg u n ta quines som os?, y la respuesta no puede m enos que excluir a ciertos seres hum anos de la pertenencia a N osotros, los que te nem os la esperanza de sobrevivir . 27 C om o bien percibe Rorty, nuestra respuesta al desafo de la p o breza est gravem ente vinculada al m odo com o definim os los l m ites de nuestra com unidad m oral, pues slo prestam os socorro a quien aparece com o uno de nosotros . Fundado en la convic cin peirceana de que nuestras creencias son hbitos de a c ci n ,28 R orty cree que respondem os a la pregunta quines som os?
26 En una nota al pie, A le ssa n d ro Ferrara, el trad u c to r italiano de este a rtc u lo, exp lica que la v o z fran cesa triage (se lec ci n , elecci n ) se ha v u elto un v ocablo frecu en te en los E stados U n id o s para desig n ar la selecci n que lian de e fec tu a r los m d ico s en el m arco de una c atstro fe natural o blica a fin de e le g ir qu v ctim as asistir y c u le s d ejar m o rir en razn de los esc aso s recu rso s m dicos. Cf. R. RORTY, C hi sia m o ? en: Pensare l 'impegno, s/d.
77.
27 R. RORTY, W ho a te W e? M oral U niversalism and E conom ic T ria g e , 13, 2 B C om o en el resto de su obra, R orty e n tie n d e que n u estras c reen cias no son una figura o re p re se n ta c i n d e la realid ad sino m s bien un h b ito de a c cin o rig in a d o en no so tro s por las p re sio n es c au sales del entorno. De este m odo, por influencia de P eirce, si la a trib u ci n de una d e te rm in a d a c ree n cia no p erm ite pred ecir alguna a cc i n , tal creen cia no es m s que un ftatus vocis incapaz de p ro d u c ir e fec to s en la prctica. E n el m arco de este a rt culo, R orty e ntiende que cree r que a lg u ie n e s uno de n o so tro s supone la d isp o n ib ilid ad a pre starle nuestra ayuda toda vez que sea n ecesario. Cf. R. RORTY, W ho a re W e? M oral U niversalism and E conom ic T riage , 13.
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de m odo til e inform ativo solam ente cuando es posible generar p red iccio n es co n fiab les en to rn o a la m edida en que el grupo identificado com o nosotros acudir en circunstancias especfi c a s ,29 Es decir, n u estra iden tificaci n m oral es gen u in a slo cuando es correlativa a determ inados hbitos de accin. En este sentido, R orty cree que es hipcrita o deshonesto utilizar la fra se N osotros, los m iem bros de las N aciones U nidas cuando no creem os que la dem ocracia industrial sea capaz de traer esperan za a la inm ensa m ayora de naciones sum idas en la indigencia. In cap az de ev itar usar esa frm ula de m odo vaco o hipcrita, n u estro p ragm atista se lim ita a ex p resar una tesis filosfica: la respuesta a la pregunta quines som os? slo tendr significa do m oral si tenem os en cuenta el dinero. En otros trm inos. R or ty cree que un proyecto politicam ente realizable de redistribu cin igualitaria de la riqueza requiere que haya dinero suficiente com o para aseg u rar que, despus de la redistribucin, los ricos aun sean capaces de reconocerse a s m ism os an piensen sus propias vidas com o dignas de ser vividas. La nica form a en que el rico puede pensarse a si m ism os com o parte de la m ism a co m unidad m oral con el pobre es en relacin a algn escenario que d esperanza a los hijos del pobre sin privar de esperanza a los propios h ijo s .30 * * L legados hasta aqu, es pertinente form ular algunas conclusiones provisionales. En p rim er lugar, advertim os que la construccin pragm atista del no so tro s que Rorty propone, es a todas luces dependiente del
29 R. RORTY. W h o a re W e? M o ra l U n iv e rs a lis m a n d E c o n o m ic T r ia g e ,
13-14. 3 U R. RORTY, W h o a re W e? M o ra l U n iv e r s a lis m a n d E c o n o m ic T ria g e , 14-15.
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individualism o que vertebra toda su filosofa prctica. E ntende mos que su nocin de com unidad m oral , construida sobre el dbil co m p rom iso afectivo de los individuos, o rigina toda una serie de consecuencias prcticas verdaderam ente problem ticas. En la m edida que su versin del noso tros se funda en la n e cesidad de cooperacin que tienen los individuos a fn de alcan zar sus p ro p sitos particulares, la solidaridad no es m s que el resu ltad o de una esp eran za egosta co m n . 3 1 En otras pala bras, R orty apela a un principio de com unidad que no es ni m etafsico ni trascendental, sino m s bien n atu ra lista-eg o sta .32 Supone que para fines m orales slo es relevante nuestra cap aci dad de sentir dolor y de com padecernos por la hum illacin aje na. P o r ta n to , es e sta id en tificac i n sen tim en tal con nuestros prjim os en el sentido de inm ediatam ente prxim os la que define nuestra pertenencia a un determ inado nosotros . Es este vnculo el que nos hace responsables ante otros m iem bros del n o sotros y ajenos a la suerte de ellos, i.e., los que no son com o nosotros . Son las intenciones-nosotros las que fijan los lm ites b o rro so s au n q u e im p erm eab les de n u estra co m unidad moral. B orrosos en tanto resum en algunas convicciones m ora les com unes no necesariam ente expresas, no m s precisas que nosotros no traicionam os a nuestros am igos , nosotros paga m os n u e stra s d e u d a s , n o so tro s v a lo ra m o s la m o n o g a m ia ,
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etc., pero im perm eables pues al constituir una identidad m o ral com n, ajena a toda revisin crtica, tales lm ites tienden a am pliarse no p o r una fusin de horizontes en la que nues tro h o rizo n te m oral se ab re al v alio so in terc am b io con otros horizontes m orales sino por la persuasin y la conversin del ello s al no sotros . De no m ediar tal conversin, ellos per m anecen siendo extraos, y por tanto, incapaces de suscitar en nosotros algn tipo de responsabilidad m oral. Al ex a m in a r la v in cu lac i n de dicha p ersp ectiv a resp ecto del problem a de la pobreza hem os advertido algunas consecuencias verdaderam ente indeseables. Su polm ica con G eertz atestigua la confesa com placencia de R orty respecto del modus vivendi de su p ro p ia co m u n idad de p erten en cia. D esde el n o so tro s difuso que reconoce com o propio su liberalism o burgus posm oder no , R orty se lim ita a persuadirnos de las ventajas m orales de com partir dicha com unidad m oral. En ningn caso su propuesta adm ite la revisin radica! de la instituciones liberales que la ri gen. Toda reform a supone la m o d ificaci n parcial de aquellas prcticas sociales que el nosotros su nosotros, el que de tenta el poder econm ico y sim blico percibe com o caducas. P o r ello, el vicio m ayor del nosotros liberal rortyano es el es caso alcance de su im aginacin reform ista, acotada por el autointers de los particulares, y por ello, sujeta a lo que el planea m iento b u ro crtico y la tecn o lo g a puedan hacer. D ado que la extensin narrativa e im aginativa de dicha com unidad m oral es tan estrecha, no hay fe igualitaria que perm ita sostener una uto pa liberal deseosa de erradicar la crueldad. E sto se v u elv e p aten te p artic u la rm en te en su d istin c i n entre agentes que garantizan la ju stic ia y agentes que sensibilizan a la com unidad. Com o ha indicado G uillerm o Pereyra, en esta form a de re so lv e r el p ro b lem a, el pobre es ab o rd ad o desde fu e ra . C on ello, no slo se silencian sus dem andas, sino que se intenta resolverlas adm inistrativam ente, sin disputas, al m argen de toda co nfrontacin poltica. En consonancia con el m odo de gestin
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neoliberal que invadi nuestras instituciones desde la dcada del 90, su tratam iento de la pobreza desconoce las concretas rela ciones de dom inacin entre ricos y pobres: esta cosificacin term in a inm ovilizan do al pobre, pues no slo sus necesidades m s aprem iantes no lo hacen apto para la conversacin, sino que adem s todo lo que tiene que hacer es esperar a que el m s fuer te... elija ser o no solidario con l .33 De este m odo, al descali ficarse de antem ano toda estra te g ia rad ical de tran sfo rm aci n social, los pobres estn condenados a que los agentes del am or hagan v isib les sus dem andas. Para no seguir siendo im p en sa b les, su destino habr de sujetarse al arbitrio de quienes d eten tan el poder econm ico y sim blico. C on relacin a esto cabe hacer dos aclaraciones: (1) Aun cuando se adm itiera que las d e m andas de los pobres slo pueden hacerse visibles en el d iscu r so de qu ien es tien en los recursos sim blicos para ex p resarlas, creem os que dicha visibilidad no puede ser m eram ente sensibilizadora , no debe lim itarse a incorporar al diferente a las reglas de ju ego de nuestro nosotros. Tiene que asum ir la voluntad c r tica de cam biar el statu quo, origen de tales desigualdades. Por otra parte, (2) no es seguro que el hacer visibles tales dem andas sea una tarea exclusiva de ciertos agentes encargados de encau zarlas. M al que nos pese a los intelectuales bien pensantes, las m ism as bases son capaces de organizarse y gestionar los re cla m os que suponen convenientes. A lo dicho hay que sum ar otro presupuesto no m enos discutible. C uando R orty sostiene que los beneficios del universalism o m o ral no pueden extenderse a todos, sino que son apenas un lujo para quienes gozan de la riqueza y seguridad suficientes, da por sen tad a la relacin necesaria entre lib ertad es polticas y xito
35 Q. PEREYRA, L ib e ralism o b u rg u s p o sm o d e rn o , so lid a rid a d p b lic a y e x clu si n e co n m ica " en D. M1CHELINI - J. WESTER et al. (ed s.), Libertad , So lidaridad, Liberacin. H om enaje a Juan C arlos Scannone S J, R o C u a rto 2 003, 170.
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econm ico. En vista de eso, del costo que conlleva la extensin y el sostenim iento de los beneficios liberales, R orty cree que los rico s no alen tarn una m ejor d istrib u ci n de los b ien es si eso supone abandonar su ventajosa posicin socio-econm ica. N ues tro liberal est persuadido de que los seres hum anos som os ani m ales egostas, slo dispuestos a com partir en tanto no peligre nuestra propia situacin social. A unque no seam os ajenos a las necesidades de los dem s, no parece que podam os dejar de pri vileg iar nuestros propios intereses. Por consiguiente, en la dilem tica situacin de eleg ir entre un un iv ersalism o m oral, a sus ojos, irrealizab le y una indeseable seleccin econm ica, R orty parece inclinado a la segunda alternativa. C uando se ha puesto com o dato irrecusable una narracin antropolgica en la que los seres hum anos son individuos autointeresados, el destino de los pobres est definido de antem ano. C uando el Estado m ism o, le jo s de propiciar la equitativa distribucin de la riqueza, se lim i ta a g aran tizar el libre ju e g o de los intereses particulares, ms an, cuando alienta relaciones sociales en las que los vicios pri v ados d ev ien en v irtu d es pblicas, no hay opcin p o r los po b res que resulte viable. A greguem os una ltim a observacin. Es posible que el realism o poltico que Rorty exhibe en su tratam iento de la pobreza resul te, en trm inos descriptivos, difcilm ente recusable. An as, no creem os que la filosofa ni las ciencias sociales deban som eterse a la siem pre discutible evidencia de los hechos . Al antiesencialism o rortyano se anexa una com placiente resignacin que trai ciona gravem ente la im aginacin dem ocrtica proclam ada por el autor. Por el contrario, creem os que dicho antiesencialism o debe asociarse a un deseo de autoafirm acin poltica capaz de encar nar los valores defendidos p o r las revoluciones europeas y am e ricanas de los siglos X V III y XIX. Libres de toda fundam entacin m etafsica o epistm ica, dichos valores an siguen siendo m otivos genuinos para co n stru ir un futuro m s equitativo. P or ello, a 40 aos del C oncilio que nos ha devuelto la tarea prio ri
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taria e irrealizada de hacer propias las expectativas y necesid a des de todos los hom bres y m ujeres, particularm ente de los ms pobres (GS 1), urge repensar y prom over en nuestra propia co m unidad local, desde nuestro propio m bito acadm ico un n u e vo consenso dem ocrtico en el que la libertad, la igualdad y la fraternidad todava tengan una c h a n c e .34
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LA LIBERTAD DE O PIN IN EN LA IGLESIA C O RDO BESA LOS REPORTAJES DEL DIA R IO C R D O B A . ABRIL-M AYO DE 1964 1
Gustavo M orello s .j . 2
Introduccin
El 24 de abril de 1964 se public, en el vespertino "C rdoba de la ciudad m editerrnea, la prim era de tres entrevistas realiza das a sendos j v en es sacerdotes del clero local. Esas intervis, previas a Gauduim et Spes, son tal vez la prim era m anifestacin
1 Q u iero ag rad ecer al C isp ren , en cuya H em eroteca a cc ed a los diario s o rig i nales, d u ran te m is in v estig acio n es en tre 1998 y 1999. Igualm ente, ag rad e z co la lec tu ra a te n ta y las su g e re n c ia s de L ila P e rrn , Jo rg e V e lasco , E rio V audagna y N elso n D ellaferrera. 2 L icenciado en F ilo so fa (B u en o s A ires). M agister en C ien cias so ciales (C r d o b a ). P ro fe so r d e la U n iv e rsid a d C a t lic a de C rd o b a , C o o rd in a d o r del C en tro PR O E T IC A (U C C ). 3 J. I. GONZALEZ FaUS, La libertad de palabra en la Iglesia y en la teologa. Antologa com entada , Sal T errae, 7.
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pblica, extraeclesial, del C oncilio V aticano II (C V II) en pleno proceso. A nticipan lo que va a significar el CV II en A rgentina, el im p acto de lo ec le sistic o en lo civil en un sentido nunca visto antes. No se entienden los convulsionados aos 70 en la A rgentina sin la participacin de los cristianos, y esta m ilitancia no se com prende sin ponderar lo que signific para la Igle sia el CVII.
La situacin en la Iglesia
Juan X X III convoc, el 25 de enero de 1959, a un C oncilio Ecu m nico. El V aticano II se inaugur el 11 de octubre de 1962 y fue clausurado el 8 de diciem bre de 1965. Las conclusiones del C V II, sus tom as de posicin, no son algo espontneo y surgido en ese m om ento. Los antecedentes sobre teologa bblica y ecu m nica, los intentos de reform a litrgica, los nuevos paradigm as teolgicos, etc., se pueden rastrear a lo largo de toda la teologa cristiana del siglo XX en E u ro p a .4 Los dos conflictos blicos en el continente que vio nacer a la C ristiandad fueron, a mi en ten der, el hecho que subyace, y de algn m odo m arca la convoca
1 T am bin en nuestro m edio hay an te ce d e n te s del m o v im ien to de renovacin. S ev ero R eynoso, sacerdote del clero de C rd o b a y d o cen te en la U n iv e rsi dad N acional de C rd o b a hab l en I 9 5 l, en una co n fere n cia sobre El T em p lo en la F acu ltad de In g en iera de la U N C , sobre la necesid ad de la m isa en lengua v e rn c u la . L as c ted ra s de A lto s E stu d io s R e lig io so s , que in c lu an en la U N C a sacerd o tes (el m en cio n ad o R eynoso y F ilem n C a ste lla no del clero d io ce sa n o ju n to al je s u ta Torti) ex istan desde la fun d aci n del In stitu to de H u m a n id a d es q u e en I9 4 se c o n v irti en F acultad. N o se lia estu d iad o an el im pacto que e ste h ech o tuvo en la fo rm aci n de los laicos que actu arn en los O. Ju n to con la A cci n C at lica U n iv ersitaria, esta e x p e rie n cia c o n trib u y a aggiornar el d eb ate (estos sa c erd o tes v en an de e stu d ia r en E uropa) y a p o n e r a la iglesia local en d ilo g o con el am biente u n i v e rsita rio .
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to ria y los d o cum entos del C V II. El C o n cilio puede ser ledo com o el intento de sanar una com unidad rota y d eso rie n ta d a.5 En A m rica Latina, el C V II fue un punto de partida. Si para los europeos fue un m odo de respuesta a una M odernidad rota, sos pechada por la Iglesia; para los latinoam ericanos fue el detonan te de un debate sobre la situacin continental y la tarea que la Iglesia haba desarrollado hasta ese m om ento. El C oncilio, sobre todo a travs de Gaudium et Spes, y la enc clica Populorum progressio nacida al calor de los debates poste riores; m arcan la reflexin de incontables grupos cristianos que encontraron en esos docum entos, com o pocas veces en la histo ria contem pornea, un punto concreto de dilogo entre la fe que pro fesab an y la vida que vivan. El catolicism o repensado a la lu z del C V II fue, para m u ch o s c ristia n o s del c o n tin en te, una fuerza vital que, partiendo de la fe, im pact en opciones p olti cas y vitales atpicas para la religiosidad de esos a o s.6
5 Para un m ay o r a n lisis sobre los a n teced en tes y las c o n se cu e n cia s del C V II. cf. G. MORELLO, Cristianismo y Revolucin. Los orgenes intelectuales de la guerrilla argentina, C rd o b a 2 003; p rin cip alm en te el prim er captulo. 6 U n libro testim onial de a q u ella p o ca , y c reo que de im p rescin d ib le lectura para q u ien es se in teresan por ella, es el de A le ja n d ro MAYOL, N o rb erto H aBEGGER, A rturo ARMADA, Los catlicos posconciliares en a Argentina. 1963 - 1969, G a lern a, B uenos A ires 1970. 7 Por c ita r so lo a lg u n o s: el tra b a jo d e E m ilio M IONONE. Iglesia y d icta d u ra, U N Q u i - P g in a 12, 1999; R u b n DRI, P roceso a la iglesia argenti-
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novedoso. Tam poco lo es que haya m iem bros de la Iglesia que se m anifiesten pblicam ente avalando las opiniones de los pas tores. Lo que es novedoso en estos reportajes y en el m ovim ien to que su scitan en la co m u n id ad c a t lica de C rdoba, es que m uestran al pblico m asivo que al interior de la iglesia no hay una sola opinin teolgica o poltica. Son la prim era m anifesta cin pblica en A rgentina de una Iglesia p lu ra l.5 Las notas del diario C rdoba son im portantes porque m arcan el inicio de lo que ser, durante la siguiente dcada, una co n s tante: la incidencia de los cristianos en la vida pblica del pas desde una perspectiva progresista, diferente a la derecha . Los reportajes son la prim era noticia, fuera de los m uros eclesisti cos, de una eclesialidad m atizada, no m o n o ltica.9 Indican el co m ienzo, tal vez hoy abortado, de una opinin pblica indepen diente de la jerarqua, en el seno de la Iglesia. Publicados un ao y m edio antes de la Gaudium ef Spes, los reportajes m uestran la posibilidad de pensar diferente dentro de la institucin. Si bien no son un catolicism o nuevo o cism tico, m arcan una ruptura.
na. L as relaciones d e a jera rq u a eclesistica y los g o b iern o s de A lfonsin v M enem , B ib lo s, B uen o s A ires 1997; Ju a n C ru z ESQUIVEL, D etrs de los m uros. La iglesia catlica en tiem p o s de A lfonsin y M enem (!9 8 3 1999). U N Q u i, 2 0 0 4 ; R o b e rto DI STFANO, E l pu lp ito y la plaza. Clero, sociedad v p o ltica d e la m onarqua catlica a la repblica rosista. S ig lo X X I e d ito re s A rg e n tin a , 2 0 0 4 ; N a n c y C a l v o (y o tro s ), L os curas d e la R evolucin. Vidas de eclesisticos en los orgenes de la N acin, E m ec,
2002. B De hecho los re p o rta je s son el e m erg en te de una eferv e sc en c ia subterrnea. A l m e n o s un g ru p o de laico s, in te g rad o s p o r L ila P errn y Jo rg e V elasco, D olores O tero entre otro s, se co n g reg a b an en casa de sta ltim a (en la c n tric a esquina de D uarte Q u ir s y V lez S arsfield ) a d e b atir so b re el futuro de la Iglesia. U n a su e rte de Ja b o n e ra de V ie y te s d e la re v o lu c i n " que se g estab a en la Iglesia de C rdoba. a Es im p o rtan te reco rd ar q u e e sta plu ralid ad hab a sido iniciada p o r el m ism o Ju a n X X III en su e n cclica M ater et M agistra, en m ayo de 1961
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lina diferencia con lo que haba sido hasta ese entonces la vida pblica de la iglesia argentina. Los reportajes no tom aron p o r sorpresa a todos. Un nutrido gru po de sacerdotes estaban convencidos de la necesidad de insta lar un profundo debate en C rdoba, de poner a la dicesis en C o n cilio , y de fo rzar al O bispo C astellano a asum ir lo que estaba sucediendo en la Iglesia universal. En este sentido los re portajes son una m uestra de un m ovim iento sacerdotal am plio, del cual las secuelas que seran una prueba. C reo que es p o sib le afirm ar, sin exagerar, que estam os en el pu n to de inicio del catolicism o p o sco n c iliar . D enom inam os as al m ovim iento que, m arcado por el desarrollo del CV II, in te n ta r un d ilogo con la p o ca, con un ta la n te ap e rtu rista y progresista. Si bien hubo num erosos grupos y m anifestaciones de este tipo de catolicism o, el M ovim iento de S acerdotes p a ra el Tercer Mundo fue el m s c a ra c te rs tic o .10 P odem os datar el fin al de esta co rrien te con el final del M S T M , en agosto de 1973, tam bin en C rdoba. En lo que hace a la v id a de la A rq u id i c e sis de C rd o b a, los re p o rta je s son el origen de la e x p e rie n c ia de la P arro q u ia del C risto O b rero . El tem p lo , u b icad o en el cen tro de la ciu d ad , fue un p u n to d e en c u en tro de j v e n e s u n iv e rs ita rio s c ris tia no s q ue, an im ad o s p o r la fe, a su m ie ro n co m p ro m iso s p o lti cos de d iv e rsa m agnitud. Ju n to con el H o g ar S acerd o tal, con cu y o s h ab itan tes c o m p a rta n p atio s y re u n io n e s, m arcaro n a m u ch o s d irig e n te s del m o v im ien to u n iv e rsita rio del In teg ralis m o , la D e m o c ra c ia C r is tia n a , el P e ro n is m o de B a se y M o n to n ero s. 1 1
10 F u n d ad o e n 1968 y co n clu id o en 1973. Para un e stu d io del M S T M , re c o m iendo el trab a jo de Jos P ablo MARTN, M ovimiento de sacerdotes para el tercer mundo. Un debate argentino , G u ad alu p e, B uenos A ire s 1992. 1 1 Cf. G u stav o MORELLO, ya citado, c ap tu lo 2.
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Qu pasaba en 1964?
Las noticias que public el diario en abril de 1964, nos m ues tran el contexto en el que se publicaron los reportajes: El director del diario C rdoba era Jos W. A gusti. G e n e ra le s a n tic o m u n is ta s d e rro c a n al g o b ie rn o d e Jo ao G oulart en B rasil. El golpe, iniciado com o tantos p ara poner fin a la corrupcin, el avance com unista y el retorno a una d e m o c ra c ia g e n u in a , p o n e en el p o d e r a C a s te lo B ranco quin, luego de iniciar una purga anticom unista, rom pe re la cio n es con C u b a .1 2 La frgil d e m o c ra c ia a rg e n tin a m irab a con inquietud este golpe m ilitar en B rasil, y a que p o ten cia ba el riesgo de una respuesta sim ilar por parte de los solda dos locales. C rticas a C uba, en el m arco de un increm ento de la tensin con los E stados U nidos. R ecordem os que el intento de inva sin por parte de exiliados cubanos apoyados por el gobierno am ericano en abril de 1961, en la Playa Girn y su B aha de los C o ch inos, h ab a re su lta d o un fraca so ; la C risis de los M isiles soviticos en suelo cubano fue en octubre de 1 9 6 2 .1 3 C onflictos en C hipre, entre las filiaciones turcas y griegas de los chipriotas. La cpsula G m inis de la N A SA va al espacio. El 5 de abril m uere M ac Arthur. Douglas M ac A rthur, nacido en 1880, fue el general del e jrcito estad o u n id e n se que no
12 El g o b iern o de Jo a o G oulart, de co rte p o p td ista , sig n ific la vuelta a la m o vilizaci n social en un p ro y e cto que, co o rd in a d o p o r el E stado, inclua a los in telectuales, la clase obrera y la burguesa nacional. Cf, B oris F austo, H is toria concisa de Brasil, F ondo de C ultura E conm ica, B uenos A ires 2003. 13 Cf. H ugh BROGMAN, The Penguin H istory o f the USA, P en g u in B ooks, England 1999.
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slo com and la invasin a Japn que concluy con la S egun da G u erra M undial, sino que gobern aquel pas p o r varios aos. Illa es presidente y el prim ero de m ayo habla por prim era vez al C o n g reso N acional. Ju sto Pez M olina es g o b ern ad o r de C rdoba. Su hijo m uere en m ayo en un accid en te areo en Per. El 5 de abril asum e com o obispo de Cruz del Eje E nri que Pechuan M arn. Se detienen m iem bros del grupo T acuara , m arxistas-nacionalistas insurreccionales, segn el diario C rdoba , que quie ren im poner un rgim en nacionalista-m arxista (4 de abril de 1964). El 16 de abril, y luego seguirn saliendo noticias a este res pecto, detienen a guerrilleros en S alta y Jujuy, en Ro de las Piedras. Eran m iem bros del EGP, una guerrilla guevarista, di rig id a p or Jorge R icardo M asetti, que se haba instalado en territo rio salteo en ju n io de 1963 con la idea de prepararle el terreno al Che G uevara para com enzar una guerra revolucio n a ria en A rg e n tin a .1 4 E ntre m arzo y abril de 1964 el m ovi m iento es desm antelado. Frondizi visita C rdoba, el interior y la ciudad. Inaugura loca les del M .I.D . A firm a que la alternativa no es capitalism o o com unism o, sino desarrollo o subdesarrollo. Presiones de la U.I.A. contra el salario m nim o, vital y m vil; aum entos en el precio de la carne y problem as con los precios m xim os. R am n C astellano, O bispo de C rdoba encabeza la cruzada por la educacin catlica, contra las m edidas que pueden afec tar a los colegios privados. Se m antiene el conflicto entre li bre o laica . D urante los dos m eses aparecen noticias, adhe
14 Cf. R al BURGOS, Los gram scianos argentinos. Cultura y poltica en la ex periencia de P asado y presente; S ig lo XXI de A rg en tin a E ditores, 2004.
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siones, crtica s, etc., sobre el tem a. El co n flic to se agudiza cuando decide no invitar a las autoridades al Te Deum del 25 de m a y o .1 5 La C G T aplica un plan de lucha en todo el pas con tom as de fbricas, etc., que ser com entado en los reportajes de los sa cerdotes, La central obrera, com andada por Jos A lonso, lan z el plan en el que se propona una cam paa de difusin, o r g a n iz a c i n , a g ita c i n y a c c io n e s d e lu c h a d ire c ta . Las adhesiones de los estudiantes y de m ovim ientos cristianos no tardaron el llegar. La corriente de A lonso (leal a Pern en el exilio) se enfrenta a la de V andor (que intentaba un peronis mo sin P ern), anticipando la divisin entre C G T de los A r g en tin o s (con R aim undo O ngaro, A gustn Tosco y R odolfo W alsh) y la C G T oficialista hacia 1 9 6 8 .1 6 En los c in e s de C rd o b a se e stre n a b a n L a m archa sobre R o m a, de D ino R isi, con V itorio G asm an; y L ujuria T ro p ical , de Isabel Sarli, que visit la ciudad para prom ocion ar el film .
15 R am n Jos C astellan o , o b isp o auxiliar de C rdoba, a su m i com o titu lar el 26 de m arzo de 1958. R en u n ci el 22 de enero de J95 (7 m eses d esp u s de los h e c h o s q u e c ro n ic a m o sj p o r c u e s tio n e s de sa lu d , re tir n d o s e a un m o n asterio . N o pu d im o s a v erig u ar so b re los p ro b lem as de salud, pero lla m a la a te n ci n que su fa lle c im ie n to s se p ro d u jese 14 aos d esp u s, 1979. Fue, d ecid id am en te , un o b isp o p re -c o n c iliar no slo en lo cronolgico. 16 G u stav o MORELLO, ya citado.
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en orden a una ley de educacin respetuosa de la co n c ie n cia . P ero ju n to a esta nota hay un recuadro en el que la JO C adhiere a las expresiones vertidas por 3 sacerdotes . Firm an la nota Ins Lucero, presidente de la JO C fem enina; E steban C arranza, presi dente de la ram a m asculina, y toda la com isin. El ju ev es 30 de abril, en la pgina 5, se publican cartas de ad hesin a los sacerdotes, firm adas por particulares. En la m ism a pgina hay una carta del obispo C astellano agradeciendo las ad hesiones por el tem a de la educacin. El d o m ingo 3 de m ayo aparecen, en la pgina 5, adhesiones a los curas del reportaje de los em pleados del poder ju d icial y de m s particulares. El lunes 4 de m ayo, en la prim era pgina, bajo el ttulo Tres reportajes , aparece una carta de adhesin de 30 sacerdotes a sus co m p a e ro s.1 7 El m artes 5 de m ayo, en la pgina 3 aparece la adhesin de los jv en es de barrio C ofico. El 6 de m ayo, en la pgina 5, aparece el ttulo: Tres conferencias. Los R.P. Sonet, C am argo y A m adeo pronunciaran en la Univ. C atlica . Los tem as que se tratarn en las conferencias son sentido social , libertad de enseanza y sen tid o de o b ed ien c ia en la ig lesia , re sp ectiv am en te. N o se hace ningn com entario en el diario. Pero los tem as, inclusive el orden, co in cid e con cada una de las notas. C uando se hace la crnica de la prim era conferencia, el ju ev es 14 de m ayo, es ob vio que estas conferencias son un m odo oficioso de estos j e sutas de la U CC de responder al re p o rta je .ls El 9 de m ayo aparece la adhesin de los j v en es de la Parroquia de M ara A uxiliadora. El lunes 11 de m ayo se anuncia, en pri m era pgina, la continuacin de los reportajes con uno a Jos
17 R e p ro d u cim o s, en la tercera p a ite de este a rtcu lo , la nota del D iario C r doba, L unes 4 de m ay o de 1964, A o X X X V I, nm ero 11687, p. 1. '* E sta p e rce p ci n es co n firm ad a por testigos de la poca.
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A lonso, S ecretario general de la CGT. Com o anticipo aparece la siguiente frase: No creo que la iglesia, com o institucin, apoye el plan de lucha . En la nota a A lonso se anuncia para el jueves 14 de m ay o, un re p o rta je a E rn e sto S b ato , sobre el m ism o tem a. La nota a Sbato es reproducida ntegram ente en la terc e ra parte de este trabajo. El m artes 12 de m ayo aparecen las ad h e sio n e s de la F ed era cin de estudiantes de la U niversidad C at lic a de S anta Fe y de un particular. El 14 de m ayo aparece la en trev ista a E rn e s to S bato y la co n feren cia de S onet. El sbado 16 de m ayo se en tre v ista al P asto r Jos M iguel B onino. Y el m ircoles 20 de m ayo se p u blica una d eclaraci n m uy ex ten sa (casi una p g i na, la 3, con fo to s) del obispo A u x iliar de C rdoba, M onseor A n g e le lli, que p u b lic a m o s c o m p le ta en la te rc e ra p arte de nu estro t r a b a j o , E l 24 de m ayo, en su co rresp o n d ien te repor taje de la p gina 3, el Dr. A lb erto C atu relli habla de la lib er tad de o p in in en la iglesia. El m ircoles 27 de m ayo, la Federacin U niversitaria C hilena de C rd o b a invita a un ciclo de conferencias sobre M arxism o y C ristianism o, invitando al P.C. y la D.C., del 1 al 5 de ju n io , en la Facultad de A rquitectura. Uno de los que hablar es el sacer dote M iln V iscovich, decano de la Facultad de C iencias E con m icas de la UCC. El ju e v e s 28 de m ayo, en la pgina 3, bajo el ttu lo E plogo de un vigoroso m ovim iento de Iglesia , se hace la crnica de la interv en ci n, con v isita a C rdoba incluida, del N u n cio A pos t lico para poner orden en el conflicto d esatad o por los re p o r tajes. Se firm a una d eclaraci n que m an ifiesta la ad h esi n al ob ispo y a la iglesia y se pide perdn p o r lo que pudo ofender
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a la carid ad cristiana. R eproducim os tam bin esta nota en la ter cera parte. El ju ev es 11 de ju n io se publica una nota a C arlos A strada, pre sen tad a com o Un fil so fo m arxista y la iglesia c a t lic a . El dom ingo 14 de ju n io se com enta la iniciativa del jesu ta Llorens en M endoza 20 sobre trabajos con universitarios en m edios popu lares. Se anuncia que en la villa C haco C hico de la C iudad de C rdoba se intenta desarrollar una experiencia sim ilar.
R eflexin
A ntes de dar la palabra a los protagonistas, una ltim a im presin desde mi posicin de jesu ta en la iglesia argentina a los com ien zos del siglo XXI. Los reportajes tal vez no parezcan, a la distancia, tan revolucio narios teolgicam ente hablando. Por eso me pareci im portante enfatizar el contexto, en concreto la fecha en la que se publican. U n ao antes de Gaudium et Spes, dos antes de Populorum Prog ressio , a tres aos de la D eclaracin d e O bispos d el Tercer M undo y a siete de la prim era publicacin de G ustavo G utirrez sobre la Teologa de la Liberacin. E l m ism o h echo de una m a n ife sta c i n p b lic a de la de tres sac erd o tes en la p g in a c e n tra l de un d iario , p o p u la r y p o r lo m enos no c le ric a l , 2 1 ex p lic a n el de las notas. La im p o rtan cia de la p u b licac i n no es o p in i n de co rte im p acto tan to la
2 U La ex p erien c ia del trab ajo en el basural que luego se tran sfo rm en el b a rrio San M artin de la cap ital cu y an a, se e n c u e n tra narrad a en Jo s M ara L lorens, Opcin fu e r a de la ley , L um en, 2000, B uenos A ires. 21 R eco rd em o s que la v o z o ficial de la iglesia en la p ren sa de C rd o b a era el d iario L os P rincipios".
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ap a rici n en p rim era p lana de n o ticias al in terio r de la iglesia, sino la ig lesia que esas n o ticias reflejan. Las no tas que van a leer a co n tin u a c i n p ro v o c aro n en la ig le sia y en la c o m u n i dad de C rd o b a un d eb a te p ro fu n d o y plural sobre la id e n ti dad y el rol de los cristia n o s en una so cied a d y u n a h isto ria co n creta. Hoy, a 40 aos de aq u e lla s n o tas, los titu lares siguen h a b la n do de la ig le sia , p ero de o tro s asu n to s: la c o n fe si n sex u al de un s a c e rd o te ,22 dos m onjas que se co p iaro n en un exam en en la c a rre ra de s ic o lo g a ,23 la p e le a de una casa de re lig io sas con el o b isp o por unas m isas de s a n a c i n ,24 los e sc n d a los que p ro v o c en cierto s m iem b ro s de la in stitu ci n la o b ra d e a lg n a r t i s t a . 25 N o voy a o c u lta r c ie rta n o stalg ia por los tem as, los p ro b lem a s, la fe cu n d id ad y la a ltu ra de aquel d e bate. Si es im p o rtan te p ara todos te n e r m em o ria, creo que es v ital para la ig lesia de C rd o b a hacerlo: p o rq u e e se p asa d o e x p li ca n u estro p re sen te, lo re la tiv iz a al m o strarn o s que puede ser d istin to y nos ay u d a a p ro y e ctarn o s en el futuro. N os ay u d a a p e rfila r u na id en tid ad en el co n ju n to de la ig lesia a rg e n ti na, a e m p re n d e r c a m in o s que nos a y u d e n a a c o m p a a r a la g e n te , a c o m p a a rla en sus g o z o s y esp era n za s, a n g u stia s y tr is te z a s . 26
2 6 OS I. 242
Los reportajes
La iglesia catlica frente al problema social. Hoy opina el R.P. Vaudagna Copete:
El capitalism o en A m rica latina quiere em plear a la iglesia para im pedir las reform as sociales y apela a un anticom unis243
mo fundado en una falsa e interesada defensa de los valores religiosos. Los que no sienten el dolor de las clases desheredadas no v i ven las enseanzas del E vangelio y tem en com prom eterse ante el herm ano ham briento y desnudo. H ay un aire nuevo en la iglesia que viene del concilio, pero entre nosotros an no se respira.
una gran resp o n sab ilid ad d en tro de l. Son los p ro feso res, los m aestros que form an a los futuros curas. Ellos estn preparando lo que podram os llam ar una nueva iglesia. Se trata entonces de tres nervios vitales dentro del pensam iento de la estructura de la iglesia del silencio. Por esa razn escogim os a un telogo, a un filsofo, y al vicerrector de la casa. C reem os que esta explicacin basta y sobra. La m isin periods tica ha querido reunir ese to d o para som eterlo al conocido ex pediente del reportaje. Es decir a la pregunta y la respuesta. Las tres notas se hicieron en una conversacin que dur 135 m i nutos. Fue un dilogo abierto que no se som bre ni se com pro m eti con la prudencia de los pusilnim es. Franco y libre. Sin concesio n es acom odaticias. Las notas llevan un ttu lo que dice m ucho: H ay dos iglesias dentro de la iglesia? El debate pbli co hecho con altura y respeto queda inaugurado. El periodism o sirve y est para eso. C rdoba no renuncia a ese deber, por eso repetim os lo que desde hace 35 aos es idea, pen sam iento, y actitud insobornable de este diario: A qu estoy para decir lo que nadie podr nunca ni olvidar ni desm entir (A lm afuerte).
Curriculum
N om bre y A pellido: Erio Vaudagna. Profesin: Sacerdote. Tiene 35 aos y se orden en Rom a, Italia, en 1954. G raduado en teo lo g a en la U niversidad G regoriana de R om a. Volvi de R om a en 1954 hacindose cargo de la ctedra de teologa funda m ental en el Sem inario de Loreto. Prest asesoram iento a la Ju ventud de la A ccin C atlica. Un ao despus viaj nuevam ente a E uropa. C urs filo so fa en el P ontificio A teneo A ngellicum , donde obtuvo el ttulo de licenciado en Filosofa. A ctualm ente es pro feso r de filosofa en el Sem inario de Loreto de C rdoba.
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(Nota principal)
Pregunta: P adre Vaudagna tenem os en ten dido que aunque no es m a teria esp ecifica suya le p re o c u p a y le inqu ieta la cosa so c ia l y econm ica. U sted abre esta serie de notas. Los temas que debatirem os son vastos. H ay uno que m antiene actualidad. H ace algunas sem anas B rasil se vio convulsionado p o r g ra ve s su ceso s. L as in form acion es qu e co n o ce m o s d e esos su ceso s han s id o un tanto co n tra d ic to ria s. S e d ijo que las reform as pro p u esta s eran com unistas. Sabem os, asim ism o, que la iglesia no estuvo ausen te a lo largo de todo el p roceso, antes, duran te y despus de la revolucin. Incluso se dijo que hubo sa cer dotes que defendieron en las calles a l gobiern o constitucional. Q u p ien sa u sted d e los su cesos d el B rasil y que ju ic io se ha fo rm a d o ? Padre Vaudagna: La crisis brasilea constituy para nosotros un m otivo de nueva reflexin en torno a un problem a que si bien Brasil lo acusa con m ayor gravedad, es com n en A m rica L ati na. Q uiero explicar algo. M ientras cierto m atutino cordobs en to n ab a loas insulsas a la revolucin an tico m u n ista, yo y otros sacerdotes al com entar la situacin pensbam os en los m illones de seres hum anos a quienes, una vez m s, se los priva de toda posible prom ocin legitim a. Pero hay m s: (y esto no se dijo) m uchos obispos, sacerdotes y catlicos, estaban con las reform as de base propugnadas por el gobierno derrocado. Junto a ellos, y por las m ism as m edidas, se aliaro n los com unistas. E sto bast para que tanto los planes del gobierno com o ese im portante sec to r del catolicism o fuesen acusados de com unistas por el capita lism o internacional a travs de todas sus poderosas organizacio nes y m edios de com unicacin. La iglesia no estuvo con la revolucin Pregunta: Lo interrum pimos padre. Queremos preguntarle o s i gu iente: segn su pu n to d e vista, entonces, la ig lesia no se opuso a las reform as que alentaba Goulart?
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P ad re V audagna: En efecto no hubo oposicin. Pero anote: la iglesia ya haba com enzado con reform as agrarias en el B rasil y uno de sus obispos la institucionalizaba a travs de pastorales. A hora bien: pienso que paradjicam ente en el enjam bre de in form aciones. queda dem ostrado que el capitalism o internacional una vez m s, est trabajando por convertir en realidad lo dicho por M arx: la religin es el opio de los pueblos. C reo que el ca pitalism o quiere em plear a la iglesia para detener las reform as sociales haciendo un anticom unism o fundado en una falsa e in teresada defensa de los valores religiosos que el m arxism o tam bin desconoce. A esta estrategia, estoy seguro, se le opondr el catolicism o lcido y valiente. H ay un lobo cubierto con piel de oveja. Esto ha llegado el m om ento de decirlo. E xiste un antico m u n ism o so sp echoso que u tiliz a las en cclicas p ara d efen d er posturas sospechosas. El catolicism o que no se com prom ete P reg u n ta : Su re sp u e sta nos re c a p itu la co sa s y nos su g ie re que fo rm u lem o s nuevas pregu n tas. H ay p o sic io n e s en la ig le s ia que no se en tien den bien, o a l m enos, no gu ardan co h e rencia. E stam os o b lig a d o s a d e c r se la s: d ese a m o s qu e re s p o n d a a lo s ig u ie n te : p r im e r o : no h a c e m ucho e l o b is p o A n g e le lli difu ndi una p a s to r a l qu e co n ten ia un an g u stio so p e d id o a lo s c a t lic o s y no catlicos. A l p a r e c e r no tuvo el eco esp era d o . Luego se p la n te a el p ro b lem a d e la enseanza y todo el ca to licism o se m oviliza. D esea m o s sa b e r com o re c o n c ilia e sa s p o s tu r a s un ta n to in co n ex a s, cm o ju z g a el p ro b lem a so cio eco n m ico d e nuestro p a s y cu al d eb e s e r la a c titu d a asumir, en defin itiva, (sin p rd id a d e m em oria} la ig le sia ? Padre Vaudagna: Es explicable esa inquietud. Tengo presente el llam ad o pastoral publicado en los p rim ero s das de diciem bre del ao pasado por el A rzobispado de C rdoba. El breve pero exhaustivo anlisis que form ul la iglesia sobre los problem as
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econm icos y sociales de nuestro pueblo, estn plenam ente v i g en tes. A firm o que la situ aci n d e n u n c ia d a sig u e im perante: hay d eso cu p ad o s, existen centenares de fam ilias sin vivienda, no nos convoquem os al engao: en m uchos sectores populares existe ham bre y estn mal alim entados, la m ayora de las fam i lias o b reras estn atrap ad as en la m asa del crecien te aum ento del co sto de la vida, ten em o s un psim o sistem a de atencin sanitaria y social, hay inestabilidad del em pleado pblico, etc. La ex h o rtaci n del A rzo b isp ad o y las E n cclicas papales, que tam bin han ju zg ad o el problem a de la sociedad m oderna o fre ciendo respuestas adecuadas al dilem a de las clases oprim idas y explotadas por las estructuras capitalistas y burguesas, han ca do en el vaco. R econozco esta triste realidad: ni se ha llevado a la prctica lo que la iglesia dijo y pidi, ni tam poco se aco gieron sus recom endaciones. Pero aado: con respecto a la ex hortacin pastoral no tan solo no se escuch el pedido, sino que hubo secto res que re acc io n a ro n con un solapado ataque para defender lo indefendible intentando proteger sus intereses in ju s tos y egostas. El catlico farisaico Pregunta: Significa Padre, que esto denuncia una especie de crisis, mala m emoria, o de insensibilidad de los que se dicen ca tlicos ms concretam ente: los que se dicen ig lesia ? Padre Vaudagna: Yo dira lo siguiente. Esto nos revela otra vez la im perceptible sensibilidad social que existe a pesar de las nor m as de la iglesia en esta m ateria. En especial, en los ncleos c a t lico s que tendran que ser un ejem plo de equidad, ju stic ia y caridad ante quienes los ven cum plir farisaicam ente sus deberes relig io so s. C reo que quienes no sien ten el do lo r de las clases desheredadas de la sociedad estn de hecho separados de la co m unidad cristiana, y por tanto de Cristo. En sntesis: ni viven las en se an zas del E v an g elio y sien ten m iedo de co m p ro m eterse ante el ham briento y el desnudo.
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U na iglesia fu e ra de poca Pregunta: Sus puntos de vista lo com prom eten a Ud. de que d una resp u esta term in an te a esta p reg u n ta ? Se dedu ce d e sus contestacion es que en Argentina habra que p en sa r seriam ente en m odo p a rticu la r la iglesia sobre el difundido argumento de que los argentinos som os un pu eblo c a t lic o . Somos o no som os un pu eblo catlico? P ad re Vaudagna: B ueno si, casi todos lo dicen. Pero creo que vivim os en una confusin. N o es lo m ism o estar bautizado que ser catlico. H oy la cu esti n del bautism o es para m uchos una trad ici n fa m iliar. L a iglesia representa para esos hom bres una em presa in teresan te p ara ju s tific a r algunas cosas: n acim ien to s, co m u n io nes, casam ien to s, e tc tera . P o r qu ex tra arn o s de que esos hom bres v ivan y piensen com o todo el m undo? Las tradiciones re su ltan lindas. N o c o rresp o n d e a n u estra s p re o cu p acio n es de hoy p ero para ciertas fechas, tam bin se sigue u sando el frac. L a iglesia ha co n serv ad o ese ropaje m uy distin g u id o pero fu e ra d e uso. Sin em b arg o m uchos no p arece n hab erse dado cu en ta y sig u en pensando com o visten: fuera de poca. N atu ralm en te que no lo reconocen y en vez de asom arse a la reali dad se co n ten tan con decir que todos los que no piensan com o ellos son m o d ern istas o c a strista s sin ni siquiera percatar se de que tal m odernism o o castrism o es la t n ica del aula con ciliar.
H ay un aire nuevo y viene del C oncilio Pregunta: No desearam os p o lem iza r sin m otivo con Ud., p ero estam os o b lig a d o s a d esta ca rle alg o que conceptu am os com o una contradiccin visible en la iglesia actual. Tanto se ha ha blado del C oncilio Vaticano II, de que trae nuevos vientos e im p o n e vivir en este tiem po , pero p o r lo que u sted dice, la igle sia argentina o no registra los cam bios que aprueba el C oncilio
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o las reform as d e ese fo ro m undial no son tan im portantes como se ha dicho. Puede explicarnos lo que sucede? Padre Vaudagna: Pienso que est en un error, no se si ustedes o algunos grupos de la iglesia. El C oncilio Vaticano II ha aproba do estru ctu rales reform as. Cito una: desde hace 5 m eses co n ta m os con una nueva C o n stitu ci n de L iturgia. Pero aqu no ha p a sa d o n ada. P a re c ie ra que el C o n c ilio es a lg o re se rv a d o a Rom a. Pese a ello, a la iglesia en m archa nada la detiene. Hay co sas sim p les y p erifricas pero que ilustran m ucho. L os que hasta ay er se oponan a h ablar y a tratar tem as tab (lengua verncula, supresin de sotana, etc.), cosas consideradas com o valores eternos, ahora se discuten. Incluso ya se oye por boca de personas constituidas en jerarqua, de que estas cosas son obs tculos (la sotana, etc.) para el cum plim iento de la m isin de la iglesia. Pregunta: Termin? Padre Vaudagna: S, yo he term inado. Pregunta: No nos conform a de! todo la explicacin. Insistim os en el alm a de la pregunta anterior. El Concilio extiende o no sus reformas a la iglesia argentina? Se practican, tienen vigen cia, se las acepta , se las niegan o se las resiste? Padre Vaudagna: A unque creo haber contestado todo voy a tra tar de ser m s especfico. H ay un aire nuevo en la iglesia que viene del C oncilio que entre nosotros an no se respira. Pienso que m s claro im posible.
(En recuadros)
C om o sacerdote apoyo el Plan de lucha Pregunta: Algunas afirm aciones suyas nos alientan p a ra pregun tarle sobre otras cosas de plen a actualidad. Le rogam os que nos responda con toda sinceridad, sabem os que este asunto ha deja do d e ser un tema ta b p a ra la iglesia. C onoce el Plan de lucha de la CGT?
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P ad re Vaudagna: Si seor, lo conozco. P o seem o s una copiosa d o cu m en taci n de los fundam entos y objetivos de ese plan de lucha de los obreros. A unque no soy esp ecialista en cuestiones sociales, sigo con m arcado inters los procesos de este gnero en mi pas y fuera de l. Pregunta: Ha analizado consciente y am pliam ente ese plan de lucha de la CGT? Padre Vaudagna: En el Sem inario y fuera de l he analizado y conversado con sacerdotes y laicos sobre ese instrum ento de ac cin de los trabajadores. P regunta: Querem os que nos diga Q u opinin se ha fo rm a do so bre el plan d e lucha de la CGT? Y tam bin deseam os sa b er qu con cepto le m erecen los dirigen tes obreros d e A rgen tina? P ad re V audagna: M e m erece el m s am plio resp eto y el total apoyo de mi parte. C reo que es hora de que en A rgentina no nos sigam os m intiendo entre nosotros m ism os. El Plan de Lucha de la C G T es la expresin cabal de un estado de m aduracin m en tal de dirigentes y obreros argentinos. No es tarea im provisada. M e aventurara a decir que no todos los polticos y en especial los d ip u tad o s y senadores, conocen a fondo ese plan de lucha. Lo que se reclam a es ab so lu tam en te legtim o y ju sto . H ay en n u estra clase o b rera una perfecta cap taci n de su poder com o clase. E xigen lo que les dem anda el angustioso m om ento en que viven. En lo que hace a los dirigentes sindicales, tengo form ada una excelente opinin. Q uiero ser franco y no tengo intencin de aparecer com o un cura dem agogo: pienso que nuestros dirigen tes no tienen nada que envidiarle a sus com paeros de otros pa ses inclusive los europeos. H ay m s: confo tanto en las bases o b reras com o en los com andos que d irig en la C G T y los g re m ios, en cuanto a capacidad, honestidad y ju eg o lim pio. Pienso que ni en el parlam ento hay tanta claridad de ju icio com o se ob serva en los plenarios obreros.
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El plan de lucha no es subversivo P regu n ta: Sus g ru eso s e lo g io s d e l p la n d e lucha obrero nos plan tea este interrogante: Ese instrum ento fue catalogado p o r fu n cion arios d e l gobierno, em presarios, y otros representantes de la cla se dirigente com o su bversivo y fa c to r que intenta sem b ra r el caos, terg iversa r el orden. Ha tenido en cuenta esas criticas? Padre Vaudagna: Por eso he contestado com o he contestado. Lo de subversivo es ridculo y un tanto cm ico. Ya dije antes. Todo lo que pueda significar denuncia del capitalism o y de la burgue sa en su form a de explotacin, rpidam ente se lo define de co m unista. disolvente, castrista. etc. H asta cuando sonaran esas cam panas archiconocidas e identificadas por el pueblo? Lo que m s lam ento de todo esto es que m uchos catlicos de sospe chosa m ilitancia y conciencia de lo que son tam bin se unen a las fuerzas antipopulares que com o excusa repudian el plan de lucha, disim ulando de esa form a su oposicin a todo asenso de lo popular. D efiendo la iglesia del pueblo Pregunta: N osotros querem os entenderlo a Ud., y a la iglesia. D iganos: Por qu defiende tan vehem entem ente a l plan de lu cha si despus de todo, el problem a, es entre los sindicatos y los em presarios o aquellos y el estado ? Padre Vaudagna: No. Est ante un craso error. Yo no defiendo el Plan de L ucha porque me suena lindo o porque necesito hacer quedar bien a la iglesia. La iglesia es pueblo, y lo que ese p u e blo sufre y necesita, es tam bin su frim ien to y necesidad de la iglesia. Soy sacerdote pero soy hom bre: veo y s de las privacio nes de los trabajadores. P uedo aislarm e y negar esa realidad? A dem s me creo un hom bre con ideas. M is principios coinciden en este caso con la lucha y la reivindicacin que reclam an los obreros de mi pas. Por eso apoyo y considero serio y responsa ble esta lucha de la central obrera.
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27 U na co n g reg a ci n relig io sa a cab ab a de c o n stru ir un nuevo e d ific io en reem plazo de su an terio r c olegio en el c en tro de la c iudad, y ab ierto una nueva sede en un residencial b a rrio al oeste de la ciudad.
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Curriculum
N om bre y A pellido: N elson C. D ellaferrera. Profesin: Sacerdote. Tiene 34 aos. H ijo de padres cam pesinos. Se orden de cura en el Sem inario de esta ciudad en 1954. D e se m p e el m in is te rio sa c e rd o ta l en v a ria s p a rro q u ia s de nuestra ciudad y en zonas chacareras del interior de C rdoba. En 1957 es enviado a R om a donde frecuenta la Facultad de De recho C annico. En 1962 obtiene el grado de doctor d efendien do p b lic a m e n te su te s is en la U n iv e rs id a d G re g o ria n a , en Roma. A ctualm ente es vicerrecto r del Sem inario M ayor y profesor de Instituciones de D erecho C annico en el m ism o instituto.
(Nota principal)
Pregunta: H em os notado en ustedes la presen cia de una ig le sia que en vez de asu starse p o r tantas cosas que de ella se d i cen y se p resagian optan p o r dar la cara. P ensam os y con s te que no han sid o el tem a d e estas notas que con m otivo del son ado p ro b lem a de la enseanza en C rdoba so b re el que ya se han batido muchos p a rch es existe un eviden te n ervio sism o , m a le s ta r y a flicci n en la m a yo ra de los cen cu lo s eclesi stico s y laicos. A u sted P. D ellaferrera que es vicerrec to r de un sem inario m ayor y que tiene experiencia en m ateria d e ed u ca c i n : Q u s a c a en lim pio d e e s te ru id o so asu n to creado p o r el decreto 9 2 8 ? 28 Padre D ellaferrera: yo creera que solo a tenido en cuenta una cara del problem a. Es decir, lo que hasta ahora a hecho la o p i nin catlica ha sido defender los derechos de la iglesia frente a un ataque un tanto injustificado, Pero si bien es cierto que los derech o s de la iglesia son innegables, no es m enos cierto que estos no agotan la cuestin.
28 Se tratab a de un d e cre to p ro v in cial, q u e im pona la e n se an z a de la religin catlica en las e scu elas p rim a rias del E stado.
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L ibertad de enseanza: palabra hueca Pregunta: de cierto, g io y de usted con se ha dicho, y le aseguram os que en ello hay mucho que la libertad de enseanza es sinnim o de p riv ile educacin especializada p a ra los r ic o s , C oincide eso?
Padre D ellaferrera: C om o cristiano consciente y autntico tengo la obligacin de m irar con m ucha atencin el reverso de la m eda lla. En las circunstancias econm icas y sociales que vivim os po dra ocurrir, que la libertad de enseanza no fuese otra cosa que una vulgar hipocresa porque queda lim itada alguna clase privile giada. Esta hipocresa sera tanto o m s grave si pesara sobre las clases ms pobres, ya bastante desfavorecidas por la actual orga nizacin de nuestra enseanza. Para esas clases pobres, en la ge neralidad de los casos, libertad de enseanza no es m s que una p o sib ilid ad ab stracta, una palabra hueca. A hora bien es incom pren sib le que el ejercicio de las libertades g aran tizad as a todos los ciudadanos dependa de la fortuna o de la posicin social, y m ucho m s inadm isible es an que los catlicos conscientem ente o im prudentem ente fom enten esa diferenciacin. C uando las cosas no andan com o deben Pregunta: Perfecto. A hora creem os que hay ndices que nos en frentan a una realidad un tanto acorde con las crticas que se form ulan a los colegios catlicos. P o r ejem plo: P or qu casi todos los colegios de monjas y curas se construyen en zonas re siden ciales o cntricas y no en los barrios pobres? P or qu el rgimen que los adm inistra establece exigencias de uniforme y ra o ta s que lo hace prohibitivo para la gente del pueblo y acce sible a determ inados grupos sociales? C m o se entiende la li bertad en este caso? Padre D ellaferrera: le pido m e perm ita ordenar un poco la res puesta. Voy a contestarle todo. Creo que el estado tiene la obli gacin de subvencionar proporcionalm ente a todos los colegios privados, pero no puedo negar que m uchos de nuestros colegios
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ex ig en cuotas m aysculas, se im ponen uniform es costosos que luego se cam bian arbitrariam ente sin consultar la opinin de los p ad res de fa m ilia. T odo esto su p o n e que las co sa s no andan com o deben. El Estado entre sus deberes tiene la obligacin de atender el bien com n posibilitando la concrecin del derecho de ap render a todos los sectores de la sociedad. Pero tam bin es in dudable y aqu respondo a su inters que nuestros colegios han b u scad o siem pre u b icac io n es g eo g rficas p riv ileg iad as, y salvo honrosas excepciones, lo hacen en los barrios m s ricos. A esta figura se le opone otra y esto conviene que se sepa: p o r un lado esta realidad y m s all el m alabarism o financiero de m u chos colegios catlicos parroquiales, que deben ch o car con un Estado insensible que no tiene en cuenta su esfuerzo. La bofetada que reciben los pobres Pregunta: M uy bien, Padre, p u ed e que a s sea. P ero que nos dice de esos colegios que andan tan m al d e fin anzas y cons truyen estupendos edificios? Padre D ellaferrera: Esa es tam bin otra realidad. H ay algunos colegios catlicos que hacen inversiones edilicias o de otro tipo, que son una b o fe ta d a que suena a sacrileg io p orque golpea a pleno el rostro de los pobres. Pero es cierto tam bin que algunos legisladores son poco consecuentes con sus afirm aciones y con el voto form ulado porque m andan a sus hijos a las escuelas pri vadas. Pero no es m enos cierto que la educacin religiosa, que nosotros im partim os, en nuestros colegios, no los intranquiliza, ni les hace tem er posibles traum as para sus criaturas. Pregunta: Q u ju ic io le m erece a usted, com o catlico con s ciente y autntico, la estrategia d e los catlicos de Crdoba, de resistir la derogacin del 928? Padre D ellaferrera: En m om entos de crisis com o este, m s que salir a la calle a vociferar la adhesin de indiscutibles derechos, conviene que los catlicos m editen seriam ente y con hum ildad, los posibles errores com etidos y se aboquen a preparar so lu cio
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P ese a las adhesiones que nos llueven Pregunta: A lo largo del reportaje hemos tratado d e se r respe tuosos en to d a s las p regu n tas efectu adas. P rom etem os seg u ir sindolo. Pero debem os requerir una opinin y deseam os definir claram ente la idea. La calle, o ms bien, el m ultitudinario hom bre de la ciudad, com enta y cree que esto d e la enseanza es ms un problem a de curas que d e pu eblo. Que la iglesia se coin cide reacciona solam en te cuando se le tocan cosas muy suyas: divorcio o educacin y, m ientras tanto lo dijo Vaudag na tam bin hay otros problem as ms g ra ves y que afectan a casi toda la com unidad y que ni siquiera p a rece im portarle. Su pu nto de vista C ul es? Padre D ellaferrera: D e que es problem as de curas y no de pue blo com o usted dice me parece evidente. A firm ar lo contrario sig n ificara red u cirse a la im potencia de la prueba. C on todo, correm os el riesgo de engaarnos, porque nos llueven adhesio nes, y un engao en este m om ento sera lam entable. El error de m uchos catlicos Preguntas: quiere decir, que no todos los grupos de la iglesia, piensan com o se ha llegado a sosten er en algunos sectores p e r fectam en te identificables? P ad re D ellaferrera: Yo no tengo por que hacer distin cio n es de ese tipo. Pienso que el error de m uchos catlicos es creer que las verdades que les han sido fam iliares desde la infancia, se le im ponen a todos con igual evidencia. A cusam os de im bciles a to dos aquellos que no asim ilan rpidam ente, o bien, decim os que los adversarios sacrifican la verdad a sus pasiones. En esto so bran ejem plos: an hoy se ensea en m uchas partes que Lutero trasto rn al m undo con las reform as nada m s que para poder
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casarse con C atalina G ora, cuando en el siglo XVI la decaden cia del celibato eclesistico era tan grande, que el m onje ag u sti no hubiese podido tom arse no una sino dos concubinas sin im presio n ar a nadie. C ristianizar en base a decretos leyes Pregunta: El p ro b lem a d e la enseanza en C rdoba arran ca desde un solo y trasnochado decreto ley. D eseam os saber: Es inters de la iglesia, les conviene a la iglesia, cree que es misin de la iglesia articular m edios , m ovilizar gente, valerse de g ober nantes catlicos, p a ra im poner su religin a travs de decretos leyes? Estim am os que es un tanto hbito" y muchas veces mo tivo de regocijo p a ra el catolicism o lograr ese tipo de solu ciones. A dem s, esta situacin es h istoria rep etid a y vieja en nuestro pas, p o r eso la pregunta a bocajarro. Padre D ellaferrera: recristianizar al pas a fuerza de decretos le yes puede ser una fuerte ten taci n . El clebre cura de Ars (se trata de un sacerdote francs del siglo pasado, hoy canonizado) predic, ayun, y expi durante veinte aos para obtener que sus feligreses fueran a misa. A tal punto lleg que los m ism os curas vecinos pensaban que estaba loco. Y pensar que el cura de Ars con la sola colaboracin del intendente y de la guardia del lugar hubiese podido forzar a los pobladores que fuesen a m isa todos los dom ingos. En apariencias eso sera un xito. Pero los santos no se conform an con las apariencias. E videntem ente todos de seam os la recristianizacin de la repblica. Lo que sucede es que no todos dam os igual significado al trm ino.
(En recuadros)
Son cristianos sin saberlo o quererlo Pregunta: H a h ablado Ud., d e recristia n iza ci n . Volvemos a p la n te a r iguales du das a las expresadas a Vaudagna y Gaido. Es que es fa ls o el catlico argentino? O en rea lid a d est en decadencia y no se lo quiere adm itir?
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Padre D ellaferrera: yo creo sinceram ente que m uchos argentinos han perm anecido cristianos quiz sin saberlo o quererlo. Som os n o so tro s los cristianos quienes debem os re cristian izarn o s es decir, v ivir nuestra fe: heroica y sustancialm ente. Y no com pro m eterla, por ejem plo en cada com binacin poltica. Es necesario serv ir a la ig lesia y no servirse de E lla en nuestras personales aspiraciones.
D os iglesias dentro de la iglesia? N o so tro s som os con scien tes d e los rep o rta jes qu e hem os efec tuado y creem os que u stedes tam bin lo son d e las respu estas que han expresado. H asta ah ora se ha tratado d e ev ita r una p reg u n ta qu e p u e d e s e r d ifcil o un tanto abu siva. No o b s ta n te no vam os a q u edarn os con ella: Lo qu e u ste d es tres han dich o es e l p en sam ien to d e o tra ig lesia dentro d e la ig le s ia ? In terp retan u sted es un clero nuevo o es un p ro b le m a g en era c io n a l que anda en bu sca de una nueva estru ctu ra de la ig le s ia ? Padre D ellaferrera: M uchos bienpensantes ju zg aran que todo esto es dem asiado duro. Pero ciertos catlicos rechazan sistem ticam ente el E vangelio. A su pregunta la va a contestar Gaido. P ero advierto: hay lina sola iglesia. N uevos fariseos ven en la iglesia antes que nada com o si fuera una em presa industrial, com o una nueva potencia de este m undo. Es terrible la fuerza de la opinin m edia, es decir, de la m edio cridad. F rente a ella las energas se desgastan, los caracteres se em po brecen y la sinceridad pierde nitidez. M uchos dirn que estas opiniones traern desorientacin y que el orden ser lesionado. R ecuerden que el orden p o r el orden castra al hom bre de su poder esencial que consiste en transfor m ar al m undo y a s m ism o. La vida crea el orden, pero el or den no crea la vida.
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(Nota principal)
Pregunta: Con usted. Padre Gaido, tenem os inters en abordar un tema espinoso. Trataremos de no p erd e r de vista al hombre d e pen sa m ien to. Es d e c ir el d i lo g o ser con el telogo. D e cualquier form a, com o las notas han tenido direcciones diferen tes, se ha tratado de que sean orgnicas. P o r esa razn le p e d i m os que nos ajustem os a un lenguaje potable. Tampoco quisi
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ram os desconectarnos de los pensam ientos que ya han com pro m etido Vaudagna y D ellaferrera. N uestra prim era pregunta, se basa, en p a rte, en lo que dijo Vaudagna. A l grano: de las decla raciones de sus colegas, nosotros hemos fija d o una idea: im pl citam ente se ha dicho que con el C oncilio y las encclicas, com o obras m aestras de Juan XXIII, se inici una reforma y una renovacin interna dentro de la iglesia. Se expresa que todo eso respon da a una n ecesidad urgente que clam aba a esa iglesia ceida a anatem as conservadores. Que se trataba de un im pera tivo del tiem po histrico. C orrecto? Padre G aido: C orrecto. La nave ha echado anclas Pregunta: Todo eso, se lo confesamos, nos desorienta. R ecorda mos que siem pre se ha sosten ido term inantem ente qu e la reli gin v la iglesia no cambian, que todo lo suyo es eterno. Esto de las "reform as no es una contradiccin que desdice a la igle sia, que la refracta? Padre G aido: N o es fcil responder brevem ente a lina pregunta que toca la esencia m ism a de una realidad tan rica com o es la iglesia. Para definirla, sin em bargo, en el rasgo im pactado por su pregunta, dira que la iglesia es el pueblo de Dios, que form ado y guiado p or El va en m archa, en ruta hacia El. Es la nave que bajo la gua de Pedro se encam ina hacia el puerto. P arecera, no obstante, que en ciertos m om entos de la historia, ese pueblo, o por tem or de perder el trecho recorrido o por m iedo de extraviar se en el que falta, se construye una cm oda y confortable casa donde pasar el resto de sus das, recordando m s bien el pasado con un dejo de satisfaccin por la m isin cum plida, en vez de escrutar el porvenir grvido de incertidum bres. P arecera, en de finitiva, que la nave ech anclas, renunciando a su m isin de aventurarse en la bsqueda del puerto al que tiene que llegar. Se tiene y anquilosa. Y eso, lo afirm o, es destruir la esencia m ism a de la iglesia.
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As defino a la iglesia reform ista Pregunta: no es fe liz que lo interrumpa, pero tratem os de ubi carnos. Sabem os que usted es un hombre versado en teologa y que su ctedra es vita l en el Seminario, y p a ra la iglesia tam bin. A dem s con ocem os su trayectoria y los estu dios que ha cursado sobre esta m ateria en los prin cipales claustros de Euro pa. Le p edim os que nos defina a la iglesia en lo que ella tenga de trascendente y le rogam os que fundam ente ese criterio con un argumento que no sea el del catecism o. Padre G aido: M e perm ito decir que la nica diferencia que hay entre una y otra form a es de m todo y de gradacin didctica (se refiere al catecism o). Por favor, no otra. R espondo: La iglesia es la g ran asa m b le a, la reunin de to d o s aq u e llo s que por la fuerza del Espritu Santo, estn capacitados para responder a la palabra de Dios. Y le responden com o personas dotadas de una m ateria irrepetible, influenciados tam bin p o r un espacio y un tiem p o co n creto , que los ubica en d eterm in a d a g e n e ra c i n . Esto trae consigo, dos consecuencias fundam entales: Prim ero un dinam ism o perm anente que a la par asegura un cre cim ien to y un cam bio co n stan te, lo que reporta un en riq u e ci m iento de la m ism a palabra de Dios, basado en la variedad de lo individual y generacional. Segundo, im plica algo profundam en te hum ano que para algunos es m otivo de alabanza a D ios y para otros nostalgia que hace aorar la seguridad de los vegetales: el riesg o . El riesgo es propio de quien alcanza su verdadera esta tura solo cuando opta en la libertad bien entendida. La palabra no necesita de centinela celosos Pregunta: Quiere decir que de acuerdo con lo que u sted afirma, esa sera la base, la pirm ide que sostiene a la iglesia en su lla ma etern a? Esa sera a dim ensin exacta que dem arca a la iglesia externa e interna? Padre G aido: E xactam ente. Junto a esta respuesta individual y generacional que es la base del cam bio y la reform a, hay en esta
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com unidad jerrquicam ente constituida una proposicin autoritativa de la palabra a cargo del colegio de obispos con y bajo el P ap a, que lejos de sig n ificar una lim itaci n tien e que ser una funcin altam ente paternal. Transm isora de vida. Para eso se re quiere, sin em bargo, una adecuacin total y fiel de la jerarq u a con aquellos a quienes tienen que dar a luz y educar en la vida de D ios. M al g en era y ed u c a el ab ism a lm e n te sep a rad o , el gen eracio n alm ente desu b icad o . L uego to m e nota debida de lo que voy a decir. L a palabra de D ios no es un tesoro precioso que hay que custodiar con celo so centinela, que con m ucha fuerza y conciencia del deber im pi den el acceso a ella, sino la vida que hay que tran sm itir a los h o m b res, y a h o m b res in d iv id u a lm e n te d o tad o s, que ad em s com o generacin, son depositarios de un pasado y responsables de un futuro.
C alificar y no aniquilarlo al hom bre Pregunta: de sus afirm aciones convenim os que hay o debe haber una nueva iglesia. Esto significa que la iglesia debe presentarse ante el hom bre de hoy, ante la so cied a d m oderna, adecuando su ritmo d e marcha a la velocidad y las exigencias del tiem po his trico. Puede decirn os C m o d eb e ser esa iglesia d e aqu y ahora? Padre G aido: C reera que la iglesia continuadora en la historia del m isterio de C risto, tiene que presentarse com o El se presen t ayer. Plenam ente hom bre, m uerto en una cruz de m adera. P regunta: Q uiere decir, usted, entonces, qu e la ig lesia actu al p reserva n d o lo que p o d ram os llam ar causa d e su causa debe asum ir una actitud distinta? Padre G aido: La iglesia debe asum ir y el hijo de Dios no se escandaliz de eso profunda y decididam ente todas las reali dades hum anas notablem ente enriquecidas en estos ltim os tiem pos por h o n d as ex p e rien cia s v itales que o rig in aro n co rrien tes
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artsticas, cientficas y filo s ficas de probado valor. La iglesia tiene un destino de encarnacin que le debe conducir no a cui darse del hom bre y desconfiar sistem ticam ente de su riqueza in agotable so pretexto de que puede ser m ala, sino a introducirse en l para plenificarlo sin aniquilarlo. La iglesia y el hom bre de este tiem po Pregunta: Padre, u sted acaba d e m en cion ar y d efin ir a! hom bre a n te la iglesia. No d ese a ra m o s que ca ysem o s en p la n teo s fo r m a lista s. L e p reg u n ta m o s a l p ro fe so r de te o lo g a de un sem in a rio secu la r: C m o ve la ig lesia a! hom bre de esta po ca ? Padre G aido: M e com place y le respondo con gusto su pregun ta. H ay en el hom bre de hoy por coyunturas histricas que no entro a analizar, un respeto adm irable por la persona capaz no slo de ejecutar pasivam ente ordenes, sino y sobre todo de crear, haciendo uso de sus dotes. Exige una acentuada ten d en cia hacia lo palpablem ente sustantivo en desprecio de lo am pu loso y postizo. Se da en ese hom bre un saludable espritu de crtica que lo lleva a no conform arse tem erosam ente con mitos. H ay una b sq u ed a de soluciones reales in co m p atib les con un conform ism o sospechoso que lejos de ser un inm ediatism o inex p erto es signo de un co m p ro m iso real con la p o ca que para cam b iar no cuenta con siglos sino con m inutos. El hom bre de hoy es h eredero de una historia que elocuentem ente le ha de m ostrado cm o una seudo prudencia lleva a infidelidades hist ricas irreversibles, la que suele ser refugio para pusilnim es. Es esp ectad o r de una historia que le hace ver cm o la experiencia no es sim ple tiem po perdido o vivido, sino m s bien aprendido, de m odo que el ser jo v en no es necesariam ente un pecado, as com o el ser de edad no es necesariam ente una virtud. El h o m bre de este tiem po est inexorablem ente m arcado por una auten ticidad que le hace aborrecer situaciones prom edio y frm ulas de com prom iso.
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La iglesia argentina est desubicada? Pregunta: No queremos concluir con el conocido trm ite de las com paraciones, recurso habitual en el reportaje. Vamos a p r e guntarle algo que hemos dejado traslucir en casi todo el interro gatorio: esta iglesia argentina de la que u sted es p a r te a cti va ha sido y es criticada porque denota un p e rfil conservador y estanco. Francamente: E xiste desubicacin en a iglesia ar gentina? Padre G aido: M uchos piensan, es cierto, que la iglesia en la Ar g en tin a est d esubicada. M s m e preocup an, sin em bargo, los que sin pensarlo ni decirlo han dado ya elocuente veredicto con sus propias vidas. P eriodista: aunque no coincido totalm ente con lo que acaba de expresar, pu es noto el uso de una tcnica de escape... Padre G aido: No. Creo que se equivoca. No m e escapo. P erio d ista : P ien so que si. P ero sigam os: entendem os que las crticas llueven d e adentro y fu era de la iglesia. P o r eso le p r e guntaba si haba o no desubicacin. P ad re G aido: Le ru eg o me p erm ita term in ar las ideas que le aclararn sus dudas. H ay am plsim os y representativos sectores de nuestra sociedad que nos contem plan a distancias kilom tri cas. A lgunos con el respeto del nio hacia el prestidigitador manosanta. a quien se le debe analizar bajo el peligro que por vir tud de su varita m gica nos lleve a otra clase de m ales; otros con el explicable asom bro de quien en una carrera, cuando algunos desarrollan velocidades de 200 Km ., se ve de pronto aparecer un Ford T asegurando que quien va despacio llega seguro. C ul debe ser la m isin del sacerdote? Pregunta: nos perm itim os interrum pirlo nuevamente. Es p ro p sito de esta nota ordenar y aprovech ar el espacio. Entendemos perfectam en te su fig u ra com parativa. Tiene inconvenientes en a n a liza r las crtica s qu e u sted con oce que se le fo rm u la a la
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ig lesia y m encionar las rp lica s que u sted hara, teniendo en cuenta el m otivo que origino ese conjunto de preguntas? Padre Gaido: Com o no. M ucho se m enta la escasez de sacerdo tes y es cierto. Pero cierto es tam bin que los pocos que som os p o d ram o s ser m ejores. M s cap acitad o s y m ejor gobernados. M ucho se habla de la ignorancia religiosa. Y es cierto. Pero cier to es tam bin que m al enseam os hablando un idiom a que dej de entenderse hace 700 aos y presentando m uestras, com o c a sam ientos y funerales (para m encionar algo) que quieren decir cualquier cosa, m enos el m isterio de Dios hecho hom bre. M ucho se habla de la apostasa de las m asas, sobre todo las m s influ yentes: intelectual y obrera. Y es cierto. Pero cierto es tam bin que m ientras las parroquias se m ultiplican atendiendo el territo rio, la atencin pastoral de aquellos en los que el territo rio no gravita, es escasa o decididam ente nula. M ucho se habla de la d e su b ic a c i n de n u estro s cristian o s p ra ctican tes. Y es cierto. Pero cierto es tam bin que los cen tro s re lig io so s donde estos cristian o s se nutren siguen im p ertrrito s y en tu siastas con sus predicadores, que dem uestran com o Dios intervino en el m undo no para preparar la Pascua de su Hijo, sino para sealar de m a nera contundente que el com unism o es m alo y que la nueva ola ap areci com o el fruto de una tem pestad de otro planeta y no com o el resultado lgico de un m ar que de tanto estancarse se haba casi podrido. Esto exige una reform a. Y en una poca en donde los cam bios no cuentan con siglos sino con m inutos. Pregunta: con este requerim iento cerram os las notas P. Gaido. D e todo !o dicho se infiere que algo p asa dentro de las fila s eclesisticas y de la iglesia misma. Sin cortapisas, le ruego que defina Cm o debe com portarse, m aniobrase, y ser" la iglesia surgida del cam bio que se intuye? Padre G aido: La iglesia ha de presentar al hom bre de siem pre, pero sobre todo al de hoy, donde el testim onio de su fe en un C risto R esucitado som etido anteriorm ente a la m uerte. Tiene que
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dem ostrar al m undo que vive en una realidad diferente, m iste riosa pero real: Dios. Cuando la iglesia no le quede otra cosa que dem ostrar su habilidad en la estrategia, sus oradores que declam an con nfasis, argumentos poco reflexionados, sus m anifestaciones callejeras con resabio de carnaval, quiere decir que la iglesia tiene que hacerse un serio exa m en de conciencia, obrar con calm a y fe para que no se separe an m s de los que esperan ver en ella el rostro de Jesucristo. P eriodista: muchas gra cia s Padre.
(En recuadro)
U na cruz no paseada en procesiones, sino una cruz com o signo de una p o stura vital Pregunta: C onsideram os estrujado este asunto. Ahora tenem os una duda y se la vam os a plantear. Qu le propon e la iglesia a ese hom bre tan p len o y virtu oso que u sted defini? R ecuerde que hay en nuestro hom bre cansancio y decepcin, que el p ro p io P. Vaudagna, sealara en las respuestas de ayer. Padre Gaido: La iglesia ha de proponerle tam bin lo que en el hom bre-D ios fue esencial: la cruz. U na cruz no de oro y diam an tes, una cruz no clavada en las paredes, u ostentosam ente pasea da en procesio nes, sino una cruz com o signo de postura vital. P o stu ra que nos d istin g u e h acindonos ac tu a r y h ablar de una m anera esp ecfica. P orque suprim e lo que despus de A dn es inexorablem ente hum ano: la bsqueda de nosotros m ism os y de nuestros propios intereses personales: fama, dinero, posiciones, influencia exterior en la sociedad. E sta es la cruz que hem os de proponerle al hom bre de hoy que asum im os.
Las secuelas
Entre los ecos que tuvieron los reportajes, reproducim os algunos de ellos: dos notas del diario y dos entrevistas. Las notas son las
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del apoyo de otros sacerdotes a sus tres com paeros, lo que sirve para pulsar la m agnitud de lo que se vena gestando al interior de la iglesia de C rdoba; y la nota en la que el N uncio, viaje m e diante, da por concluido el conflicto. La visita del N uncio a C r doba, la reunin en el sem inario, y el com unicado de prensa no hacen m s que confirm ar la im portancia de lo sucedido en 1964. Las en trev istas son dos: una a E rnesto S bato; y la otra, m s bien una d e c la ra c i n , de M ons. A n g e le lli, en ese m om ento obispo aux iliar de C rdoba.
Tres Reportajes 29
T reinta sacerdotes declaran su fidelidad a la iglesia y apoyan las declaraciones de los PP. Vaudagna. G aido y D ellaferrera. En la m aana de hoy se hizo en treg a en n u estra redaccin de una declaracin que la firm an treinta sacerdotes de la dicesis de C rdoba, entre los que cuentan, 10 prrocos de iglesias de b a rrio, 8 superiores del sem inario m ayor (incluidos el rector y el vicerrector), 3 asesores diocesanos de m ovim ientos apostlicos, y otros tantos dedicados a funciones docentes y asesoras. En sia los los la declaracin se hace constar, la absoluta fidelidad a la igle catlica y a su jerarq u a, y a las afirm aciones sostenidas por padres Erio V audagna. N elson D ellaferrera, Jos G aido, en reportajes que fueron hechos por el diario C rdoba.
La declaracin La nota entregada por un sacerdote dice textualm ente lo siguiente: Tres reportajes a sacerdotes han aparecido das pasados en un vespertino de nuestra ciudad. Su tem a: graves problem as de la
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iglesia de hoy. C reem os que no todos han interpretado bien el sen tid o y la in ten ci n de los tres reporteados. C onocem os las opiniones de distinto tono que se han escuchado en estos das. Y las com prendem os. Pero creem os oportuno, com o sacerdotes res pon sab les de distintas tareas apostlicas en nuestra dicesis, y com o conocedores del espritu que anim a a estos tres herm anos sacerdotes, exponer nuestro pensam iento para ayudar a la recta interpretacin del acontecim iento periodstico. La iglesia es el pueblo de Dios, la com unidad de los rescatados p o r C risto que m archa hacia el P adre anim ad a p o r el E spritu Santo. En ella, el papa, los obispos, los sacerdotes y los laicos participan, cum pliendo diversas funciones, en la m ism a vida. Al colegio episcopal, presidido por el sum o pontfice, bajo una asis tencia especial del Espritu Santo, le corresponde conducir con seguridad a la com unidad cristiana. Todos los m iem bros de la iglesia son personas que participan de la m ism a fe y que estn ilum inadas por el m ism o espritu. E x p resar pblicam ente una opinin no es sino la consecuencia de estas afirm acio nes. P or eso dijo el P apa Po XII: F inalm ente queram os aadir una palabra referente a la opinin publica en el seno m ism o de la iglesia (naturalm ente en las m aterias que pue den ser objeto de libre discusin). Se extraarn tan slo quie nes no conocen la iglesia o la conocen mal. Porque ella, despus de todo, es un cuerpo vivo, y le faltara algo a su vida si la opi nin p blica le faltase, falta cuya censura recaera sobre los pas tores y sobre los feles... (Al C ongreso Internacional de Prensa C atlica, febrero de 1950). Por eso tam bin afirm a el A rzobispo de C rdoba: L a libertad para buscar la verdad constituye uno de los d erechos fundam entales del orden natural de la persona hum ana, segn la feliz expresin de Juan X X III (Pacem in terris) la a lts im a sig n ific a c i n de este d erech o in v io la b le del hom bre se im pone con evidencia... (Pastoral C olectiva 3-4-64). E sta iglesia vive hoy un m om ento excepcional de su historia: El C oncilio V aticano II. Juan X X III y Pablo V I, los pontfices del
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concilio, han afirm ado claram ente la necesidad de tina profunda renovacin para que la iglesia sea cada das m s fiel a los ras gos esenciales que C risto quiso de ella y cada da m s adaptada a las necesidades del m undo m oderno. R enovacin que es p arti cularm en te urgente en A m rica L atina que com o dice Pablo V I est viviendo un m om ento dram tico, decisivo de su h is toria. D e lo que se haga en esta hora dependen m uchas genera cio n es y tal vez siglos del futuro. Si los cat lico s de A m rica L atina no estuvieran dispuestos a realizar un esfuerzo suprem o, en trabajos de fondo y de urgencia, quizs siglos de generacio nes experim entaran la prdida de la fe, o la prctica desaparicin de la ig lesia . Por eso debem os estar dispuestos a ser en esta hora im prudentes en C risto , despojados de la prudencia cam al a la cual se refiere S. Pablo. Ser necesario abandonar hbitos y costum bres en el m odo de conducirse que sean obstculos a esa labor (P alabras de Pablo VI a los obispos latinoam ericanos el 25-1-63). G ra c ia s a esta m ism a re n o v a c i n , la ig lesia d e b e r a p a re c e r com o anim ada por profundo espritu m isionero, im paciente por hacer llegar su m ensaje de salvacin a todos los hom bres, esp e cialm ente los m s necesitados. Ha de despojarse, en consecuen cia, de to d o s los rasgos que puedan de alguna m anera hacerla aparecer ligada a intereses y am biciones m ateriales de riqueza o poder. Sostenem os, por lo tanto, que: 1) Pensar y expresar con lealtad los problem as de la iglesia; 2) A nhelar una urgente y profunda renovacin; 3) Trabajar porque una iglesia m s pobre y ev an g lica, y sin renunciar a sus derechos, rehse recurrir a ciertas m a n ifestacio n es de poder, no configura hereja, cism a, o rebelin ante la jera rq u a . Se com prende as cm o, en el sentido e intencin fundam ental de los tres reportajes, condensado en las tres afirm aciones ante riores que com partim os plenam ente, no se encuentra acusacin a
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persona alguna en particular, sino m otivo de sincero exam en de conciencia para toda la com unidad cristiana. Firm an: H ctor M oretta, Juan G onzlez, H um berto M ariani, n gel P ag lian o , Jo s E ch ev arra, F elipe D A n to n a, E lm er M iani, H ctor vila, B enedicto Snz, David B ustos, R odolfo Q uinteros, O scar Salas, Jos G. M ariani, ngel Pereira Duarte, Jess Roldan, Jos F ernndez, C alixto C am illoni, A lberto R ojas, Luis A lessio, Luis D enardi, Luis Ramal lo, Jos A rancibia, Jos R ovai, Dalm iro R odrguez, ngel G iaccaglia, R olando A breg y M ario Jurez.
Curriculum Vitae
Nom bre: Ernesto Sbato. Profesin: escritor y periodista. N aci: en R ojas (Pcia. de Bs. A s.) El 23 de ju n io de 1911. Es uno de los trece hijos del m atrim onio de Francisco Sbato y Juana F e rrari. El pblico lo conoce com o escritor, pero pocos saben que tam bin se ha destacado por su labor cientfica: es doctor en f sica. En esta disciplina trabaj en la U niversidad de la Plata, en los laboratorios C urie (Francia) y en el Instituto T ecnolgico de M assachussets. En 1944 abandon definitivam ente su labor cientfica para dedi carse a la literatura. Vivi en C arlos Paz (C rdoba). Su prim er libro fue U no y el u n iv e rso . L uego le siguieron: El t n e l (n o v e la llev ad a al cine), H om bres y en g ran ajes , H e tero d o xia, El otro rostro del peronism o y sus dos ltim os y conoci dos libros Sobre hroes y tu m b as y El escrito r y sus fantas m as , colocan a Ernesto S bato en prim era lnea en la literatura nacional y latinoam ericana. C om o p eriodista S bato desarroll una ponderable actividad. D irector de M undo A rgentino . C ola bo ra con d iario s y revistas del pas y del extranjero. La tarea creadora en el orden literario de Ernesto Sbato, lo sitan actu al m ente entre uno de los ms vigorosos y penetrantes novelistas. Varias obras suyas se han traducido al italiano. B revem ente, este es Ernesto Sbato. Es un hom bre de voz g ru e sa. H abla con toda valenta y eso le ha costado m uchos dolores de cab eza com o l dice. Pero hay que ser franco , aade se guidam ente. Su opinin en este dilogo fue clara y term inante y est expuesta a continuacin. La iglesia y el capitalism o Pregunta: Sbato, uno de los sacerdotes, en valien te g e sto de fran qu eza, acusa a! capitalism o de usar la iglesia y su d o c tri na p a r a d e te n e r el p r o c e s o d e reform a s o c ia l y econ m ico. N u estra p reg u n ta es la sig u ien te: Si fu e r a v e rd ic o e s o , el error de la iglesia en A m rica Latina, sera p o r om isin o p o r
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com isin d e las cla ses p riv ile g ia d a s, d e enfrentarla contra la ju s tic ia s o c ia l? S bato: S. H ace unos aos, una rev ista de j v e n e s ca t lico s franceses vinculados a M ounnier, L E sprit des letres , me pre gunt por qu la iglesia en A m rica L atina haba estado casi in v ariab lem en te con el privilegio, contra las clases desposedas. U sted co m p ren de que ya la pregunta era una acusacin, y por p rovenir de catlicos m ilitantes, una acusacin insospechable y m uy grave. Creo que, efectivam ente, la iglesia no ha cum plido de ningn m odo con los postulados de su filosofa bsica, de su concepto y origen evanglico, de su consustancial doctrina de la persona hum ana. O por una causa o por otra, ha quedado siem pre del lado del privilegio. La falsa im agen del catolicism o Pregunta: Sinceram ente Sbato: Piensa Ud., que la iglesia ha pro yecta d o esa imagen y que no sir\e slo com o definicin abs tracta, sino que el problem a es real y existe o existi? Sbato: Yo pienso que es as, o al m enos, eso se escruta en un sector del catolicism o. Basta ver lo que piensan y sienten ciertas seoras de B arrio N orte catlicas casi todas de B uenos A i res a propsito del peronism o: no estn ni estuvieron contra Pe rn por los m otivos que estu v iero n gente com o yo (dictadura, servilism o, crcel para los opositores, obsecuencia) sino por lo que tena de m ovim iento revolucionario, por lo que hizo a favor de las m asas m iserables. La prueba de que es as es de que esas m ism as seoras y esos m ism os antiperonistas, al parecer tan pre ocupados por los fueros hum anos y por la defensa de la dignidad de las personas no dijeron nunca una palabra contra los trem en dos crm enes com etidos por Trujillo durante 30 aos en la R ep blica D om inicana; ni contra las torturas y crm enes (casi 30.000 estu d ian tes m u erto s) durante la tiran a de B atista en C uba, ni contra los suplicios tenebrosos desatados por S trossner en Paraguay. Q uiere Usted m ayores pruebas de hipocresa?
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La iglesia del papa Juan X X III Pregunta: Sbato, acaba U sted de describir distintas situaciones y seala a presencia de un catolicism o insincero. Pero tambin ha existido un catolicism o Juan XXIII es una pru eba cabalque se ha ju g a d o jun to a lo popular. Es o no es asi? Sbato: naturalm ente que s. A hora, con la revolucin iniciada en la iglesia por el gran papa que fue Juan X X III, estn atribu ladas (las seoras) y confusas. Y aunque no lo dicen abierta m ente m urm uran que ese espritu m aravilloso fue rodeado por co m u n istas N uestro ca to licism o est d ispuesto a acep tar las enseanzas y las exigencias de las encclicas? C ree U sted que la iglesia en B rasil, que por m edio de ciertos grupos, hizo m ani festaciones gigantescas contra G oulart, las hizo en defensa de los fu ero s hum anos? Ignoraba que m illones de cam pesinos ham brientos del nordeste y de las favelas tenan esperanza en la re v o lu ci n p ac fica in iciad a por G o u lart? En ta le s co n d icio n e s cm o no ver con sim pata el coraje y la honestidad espiritual de los sacerdotes que en estos m om entos hablan en la A rgentina en trm inos parecidos a estos que estoy diciendo? La desubicacin de la iglesia Pregunta: B ueno Sbato, a partir de ahora, tratarem os de intro ducirnos en el m bito especfico del reportaje. U sted ha ledo a travs de nuestro diario las declaraciones de los tres sacerdotes cordobeses. Si mal no apreciam os, en cada uno de ellos se nota una autocrtica honesta y sincera. U no de ellos afirm a que podra haber en la iglesia y m uchos lo dicen tam bin una desubi cacin y un atraso de la institucin, en lo que respecta a la cap tacin de los procesos sociales que vive el m undo y nuestro pas en particular. U sted ha escrito con verdadera pasin, sobre todo cuando aborda la problem tica social. A dem s, notam os, que al S bato esc rito r lo inquieta y lo preocupa el hom bre religioso. Q uerem os saber esto: Cree que la iglesia argentina est desu b i cada y atrasada frente al cuadro social y econm ico?
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Sbato: B ueno, ya en las cosas que he dicho anteriorm ente creo que est respondido en gran parte esto. A hora bien, repito, creo que s. No quiero decir que toda la iglesia, la com unidad que ins tituye la iglesia est desubicada. Personalm ente conozco una can tid ad de sacerd o tes y hasta m iem bros de la je ra rq u a que estn p erfec ta m e n te u b icad o s en el m om ento actual y creo que esas perso n as que estn den tro de la iglesia, en esa posicin que yo ju z g o p o sitiv a y p ro g resista, en d efin itiv a, sern lo s que van a producir el gran cam bio que la iglesia argentina est requiriendo. D e m odo que, cuando hablam os de desu b icaci n , no debem os bajo pena de ser sum am ente injustos, hablar de desubicacin de la iglesia en su totalidad. Sino, tal vez de la posicin hasta aho ra m s o m enos oficial de la iglesia. Yo creo que en ese sentido es m s un m al que un bien que el catolicism o sea una religin oficial, por decirlo as. El oficialism o siem pre es algo corruptor y, particularm ente, en lo que se refiere a los valores espirituales. Es m uy im portante una libertad, una independencia de las fuer zas m ateriales, de las fuerzas estatales. C reo que la iglesia va a salir ganando, saldra ganando, si se desprendiese de sus vncu los m ateriales y espirituales con el poder tem poral. Los que intuyen la necesidad del cam bio P regu n ta: S bato, Ud. acaba d e h a b la r de o ficia lism o d e la iglesia. D nde situara esa form a de oficialism o de la ig lesia ? es el produ cto de una conduccin equivoca o sera una inclina cin histrica, natural d e la iglesia p o r haber sido la religin oficia! de nuestro p a s? Sbato: es en parte un problem a histrico de la iglesia que arras tra desde la p o ca en que el cristian ism o se hizo oficial en el im p erio rom ano. En su poca hero ica, p rim itiv a, claro que el problem a era totalm ente distinto. En el m om ento que la iglesia se alia al poder, incluso, llega a ser decisiva su influencia sobre el poder tem p o ral, em p ieza este p roblem a que creo que ahora concluye. Es decir, creo que ahora estam os en otra gran encru
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cijada histrica, com o fue la encrucijada en la poca de C onstan tino. A hora estam os en otra encrucijada histrica en que la igle sia, me parece a m i, tiene un dilem a de hierro: o sigue fijada a las estructuras dom inantes, de las que alguna m anera form a p ar te, o com prende su m isin frente a lo que podem os llam ar, en un sentido m uy genrico, el pueblo. Yo creo que hay m uchas perso nas, m uchos sacerdotes, en la iglesia catlica que piensan com o yo, que esta segunda alternativa es la decisiva y la positiva para la iglesia en su relacin con la com unidad.
El anticlericalism o de barrio Pregunta: Sbato, no quisiram os desaprovechar esta oportuni d a d sin a b o rd a r un c a p tu lo qu e u ste d lo tra ta en su obra H om bres y engranajes El telogo catlico G aido de C rdo ba, al analizar toda la problem tica del hombre actual, nos ha bla de un hombre moderno y un mundo moderno. Naturalmente, el se refiere a esta so cied a d que acusa los em bates de la cien cia y de la tcnica. Entre hom bre y mundo, Gaido insina que la iglesia debe asum ir al hombre plenam ente y su mundo, sin que exista desconfianza y temor. U sted cree que esa es a actitu d correcta de la iglesia fren te al hombre m oderno? Sbato: Este es un tem a de vastas im plicaciones filosficas. Yo no s si he entendido bien el planteo del P. G aido en la form a m s cabal. Yo dir lo que pienso al respecto. Creo que con res pecto al hom bre m oderno, lo que se puede llam ar hom bre m o d ern o , hay dos actitudes: una la del en diosam iento de lo que podem os llam ar, la m odernidad, cuya caracterstica esencial p o dra estar dada por el espritu cientfico. Para este concepto p o pular, m uy v u lg arizad o , lo m oderno es lo cientfico. E ntonces estar co ntra el hom bre m oderno es estar contra la ciencia. M uy a m enudo se ha acusado a la iglesia de estar contra el hom bre m oderno porque se la ha tildado de oscurantista. De defender los v alo res p re-cien tfico s. U na actitu d p re -ren acen tista, digam os, m edieval. M uy a m enudo eso ha sido m otivo de grandes discu
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siones y tam bin de pequeas discusiones entre anticlericales de barrio. La otra actitud es la de la iglesia que ha asum ido plena m ente la defensa de la ciencia m oderna, incluso han existido pa pas em inentes que se han pronunciado directa y claram ente a fa vor del desarrollo cientfico.
El hom bre m oderno y la ciencia Pregunta: A! hacer u sted esta distincin Q u es lo que preten de insinuar, Sbato? Sbato: Yo creo que ac hay que aclarar una cosa m uy im portan te. C reo que lo decisivo en esta gran crisis total que est vivien do la hum anidad, es reconocer lo que el pensam iento m oderno y cientfico tuvo de positivo, y ese elem ento, debe ser incorpora do a una nueva sntesis dialctica en el futuro; pero hay que po nerse en guardia contra lo que el pensam iento cientfico tuvo y tiene de fetichista y de superficial. Sobre todo, cuando pretende reso lv er todos los problem as fsicos y m etafsicos del hom bre. Yo creo , que en sum a, lo que tien e que hacer el pen sam ien to m s genuino contem porneo, es una sntesis dialctica y pienso, que en ese sentido, la iglesia no puede estar ausente de esta sn tesis. Tiene que tom ar lo que de la m odernidad tuvo de positivo, reivindicar al hom bre concreto de carne y hueso, que el espritu cientfico term in por alienar en form a total. Y, es precisam ente, las diversas m aneras de filosofa existencial -e n tre la que hubo p en sad o res cristian o s em inentes- y p erso n alista las que tienen que realizar esta sntesis, y creo que, la iglesia debe estar en esta posicin. No se trata de una m era negacin del hom bre m oder no pero tam poco de una m era aceptacin del hom bre m oderno sin luchar por esta sntesis m oderna.
Los sistem as que se derrum ban Pregunta: Sbato, usted se ha referido al problem a visto universalm ente. Ahora nosotros querem os pregu n tarle sobre com o se
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p resen ta ese esquem a en nuestro p a s y com o se com porta !a iglesia. Si su m ovilizacin tras ese hombre moderno es p o siti va o no? Sbato: Yo he tenido contactos con los m iem bros de la iglesia argentina, sobre todo en la ju v en tu d , que m e parecen m uy bien situados frente a ese problem a. Estn en la posicin de un n u e vo hum anism o que im plica el reconocim iento de que estam os en el fin de un sistem a econm ico; en el advenim iento de otro m s ju sto socialm ente y que, adem s, une a ese reconocim iento puram ente econm ico, la idea que debe rescatarse al hom bre in tegral frente a una sociedad tecnoltrica. P ienso que hay m u chos j v en es de la iglesia catlica que estn situados en form a ejem plar. Pregunta: Y en cuanto a l clero catlico? Sbato: En cuanto a su clero, tam bin he hablado, a veces, con sacerdotes j v en es y me he im presionado de la m ism a forma. No puedo decir que esa sea la posicin de la iglesia en general, por el contrario, m uchas veces me he encontrado que la iglesia en estos pases est adherida a instituciones o poderes que eviden tem ente estn en crisis. U na iglesia sin dilogo en la A rgentina? Pregunta: la iglesia desde que el extinto p a p a Juan XXIII asu miera la conduccin d e su nave, entr en lo que se ha dado en llam ar el proceso de reformas. Se ha dicho que esa es a nueva iglesia. La iglesia d e la reforma. La iglesia del dilogo. La igle sia ubicada en la historia. Preguntam os: Considera que la igle sia argentina es una iglesia que est en dilogo? Sbato: yo creo que por el m om ento no lo est. H ay m otivos para pen sar que com ienza esa posibilidad de dilogo. Esto que acabo de decirles, sobre m is propias experiencias con catlicos m ilitantes, especialm ente de la ju v en tu d revela que hay dentro de la iglesia fuerzas vitales que ya estn realizando lo que Juan
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X X III con una clarividencia notable, ha prom ovido desde su pa pado. P ero falta m ucho cam ino p o r recorrer. Sin em bargo, tengo la im presin, que es m s fcil dialogar en este m om ento con al gunos m iem bros j v en es de la iglesia catlica que, p o r ejem plo, con lo que podram os llam ar la jera rq u a y los organism os ofi ciales de ciertas fuerzas de izquierda, que siguen una posicin dogm tica y que de alguna m anera se niegan a dialogar sustitu yendo el insulto y el anatem a por el dilogo que debe ser el sig no de este tiem po de crisis. N o olvidem os que crisis, quiere de cir, etim o l g icam ente en juiciam iento, y est de crisis significa que estam os enjuiciando todo y para enjuiciar tenem os que dia logar.
El dilogo entre las ideologas P regunta: U sted ha p u esto dem asiado nfasis en a im portan cia d el dilogo. Vamos a fo rm u la rle una pregu n ta referida al d i lo g o y qu e en este p a s resu lta a veces un ch iste de m al gusto. Pensam os que no p u ed e h aber dilogo sin h on estidad y franqueza. P o r ejem plo, si un m arxista con oce a alguien que le d ice que est leyen do San Agustn, arran ca d e l m arxista una so n risa irnica o d e estarlo s o b r a n d o . P o r el con trario, si un ciudadano, tiene libros de m arxism o en su casa, tradu ce te m or d e que se sepa. Vive con una p sic o sis p o lic ia l perm an en te. P o r qu esos extrem ism os y esos sec ta rism o s en las dos pu n tas? Sbato: Leer a M arx o tener libros de M arx en esta poca y en estos pases, sobre todo perifricos que suelen ser con respecto al capitalism o m s papistas que el papa, tener libros de M arx o h ablar de M arx im plica que autom ticam ente uno sea calificado de com unista, en el sentido que se da a esa palabra en los E sta dos U nidos. A pesar de esta ilustre especie de inquisicin anti com unista, com o era lo del senador M e Carthy. A qu yo conoz co, y no v o y a d ec ir quien es, porque sera d esa g rad a b le , he tenido oportunidad de hablar con un cura jo v en en una audicin
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de televisin y me deca que l y otros treinta y tantos sacerdo tes j v en es de B uenos A ires, estaban calificados por el S.I.D .E de com unistas. Estaban anotados en el registro de S.I.D .E com o com unistas, esto es caracterstico. Yo conozco algunos j v en es catlicos, insospechablem ente catlicos, que tienen un gran co nocim iento de M arx, y que lo consideran, con razn, uno de los grandes pensadores de nuestro tiem po. Por el otro lado, y para responder a la pregunta en form a total, es cierto que, si una persona que se considera de izquierda para em plear esta palabra tan equvoca, es decir una persona que cree en la ju stic ia social, lee por ejem plo a San A gustn arranca una sonrisa de suficiencia, de irona o de m enosprecio por parte de la izquierda, y particularm ente de la izquierda m arxista. Este es otro hecho cierto. N os est revelando qu difcil es el dilogo. Por un lado m acartism o y por el lado de los com unistas la total ceg uera, la total neg ativ a al dilogo. La total negativa de que pued a de alguna m anera su perarse los dilem as filosficos que hem os tenido hasta el presente, es decir, la creencia en el valor ab so lu to del m arxism o; se olvidan que la d ialc tica que ellos tanto invocan, se basa en el hecho que no hay nada term inado, que todo est hacindose, y que, incluso, habra que pensar en el m arxism o. E fe ctiv am en te, m e p asa eso, A m p erso n alm e n te m e sucede eso. Por supuesto que yo leo a San A gustn y a grandes pensa d o re s c a t lic o s, com o M o u n n ier, L eb ret, y no so lam en te he arran cad o la sonrisa de estos c a b allero s, sino la diatrib a y el insulto. El m arxism o de los m arxistas Pregunta: Y a qu atribuira esta condicin? Sbato: Tal vez se deba esto a que m ientras la iglesia catlica no tiene una filosofa oficial, digam os as, porque va desde un ra cio n a lism o de S an to T om s h a sta el e x is te n c ia lism o de San A gustn o de un M arcel excepto los dogm as no tien e una
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filo so fa oficial, no hay esa rigidez escolstica, que en cam bio, encontram os en este m arxism o de tercera m ano que es el m arxis m o de lo que podram os llam ar la iglesia m arxista actual. E ndu recido, escolstico, sobre todo a partir del estalinism o en Rusia, convertido en un conjunto de dogm as inapelables, que probable m ente, y a hubiera despertado, no diga la sonrisa sino el despre cio del pensador llam ado C arlos Marx. D eclaraciones que son histricas Pregunta: Esto llega a su fin Sbato. La publicacin de los tres reportajes que han dado lugar a esta serie de notas que hemos hecho en Buenos Aires, han escandalizado a ciertos sectores del catolicism o, y de los que no lo son. Queremos recoger de usted dos impresiones: I) que im portancia le asigna a que el catolicis mo haga opinin pblica, com o la hacen todos, y 2j si es p o s i tivo o n egativo p a ra la iglesia que sus sacerdotes hablen de p ro blem as que no son los que habitualm ente ellos abordan desde los lugares donde ejercitan su m inisterio? Sbato: Creo que es un acontecim iento histrico. En cuanto a lo que se llam a escndalo o desorientacin, yo dira que es un estado de discusin. Es decir, se ha puesto en tela de ju icio y sobre el tapete, cosas fundam entales, para el presente y el p o rvenir de la iglesia y de la hum anidad. Si algunos consideran que esto es desorientacin, lo ven as, en la m edida en que les gu sta estar cm odam ente sentados sobre los lugares com unes. C laro que cuando en un sistem a de lugares co m unes una persona viene a d ec ir lo contrario, d eso rie n ta . P ero Qu quiere decir esto de desorientar? E sta es una m anera falaz de p lan tear el problem a. Lo que hace re p la n te a r la cosa bsica en sus trm inos m s agudo y creo que en este sentido las d eclaracio n es de los tres sacerdotes son histricas. L am entara que esto quedara reducido al m bito de C rdoba, porque esto es algo que m erece que todo el pas lo conozca. P eriodista: M uy amable, Sbato.
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En recuadros:
Un nom bre y un hom bre discutido P regu n ta: E rn esto S bato com o e s c r ito r es un nom bre y un hom bre discutido. No tanto p o r esto, sino p o r razones ms s e rias es que hemos querido auscultar su opinin, en un problem a que hoy est siendo debatido en Crdoba y en algn otro lugar del pas. Nos referim os a tres reportajes a que fueron som etidos unos sacerdotes catlicos de uno de los sem inarios ms secula res de la repblica. U sted los ha ledo Sbato, incluso, los ha comentado. Antes que entrem os en el m eollo de estos polm icos intervis, deseam os que nos explique lo que usted entiende p o r superacin de estrecheces entre catlicos y m arxistas que hemos ledo en un sem anario que pu blic su opinin hace un tiempo. Sbato: Soy una persona independiente que alternativam ente soy ju zg ad o por com unista de parte de los reaccionarios, y com o re accionario de parte de los com unistas. A hora m ism o, a raz de la publicacin de mi libro El escritor y sus fantasm as , los com u nistas han desatado una cam paa contra mi y contra m is libros, porque all, com o en otra obra -H om bre y engranajes - defien do al hom bre concreto contra la alienacin tecnoltrica. Y p o r que sostengo que si bien M arx vio m uy bien uno de los factores de la alienacin (el servilism o econm ico de la explotacin del hom bre p o r el hom bre en el rgim en capitalista), no vio, en cam bio, la que proviene de una sobre valoracin de la ciencia y la m quina. R azn por la cual el hom bre-instrum ento, el hom breengranaje, se lo ve casi con los m ism os atributos en la N ortea m rica de Wall Street com o en la Rusia de los Soviets. El dilem a de los pueblos m iserables Pregunta: Aunque p a rec e que nos evadim os de la pregunta cree mos que es im portante ahondar este tema. No cree Sbato, que al a ta ca r a am bos bloques su posicin se estrecha un p o co ? Sbato: N o, no hay estrecheces, voy a com pletar mi pensam ien to. C reo que en am bos, capitalism o y socialism o sovitico im pe
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ra el m ism o fetichism o cientifcista y la m ism a creencia (grotes ca) en la C iencia, con m aysculas, en la que al parecer, va a re solver todos los m ales fsicos y m etafsicos de la criatura hum a na. Pero dejando de lado ese vasto problem a de trascendencia m etafsica, queda el urgente y actual problem a de la ju stic ia so cial y de los pueblos m iserables, que exige toda nuestra atencin y del que no podem os desentendem os con el pretexto hipcrita de desavenencias filosficas de largo alcance. Se trata en suma, de saber si estam os a favor o en contra de la explotacin, por ejem plo, de m ineros bolivianos. Yo estoy en contra. Y aqu es donde los reaccionarios me tildan de com unista. D efender hoy el capitalism o de Wall Street solo puede ser objeto de los capitalis tas, de los tontos, de los cobardes que tem en cualquier cam bio, de los m ezquinos que no quieren perder ninguna de sus com odi dades. Fuera de esos caballeros, los dem s, pensam os que esto toca a su fin, y que, en una form a u otra habr que llegar de al guna m anera al socialism o. La iglesia no puede faltar P regunta: U sted acaba de darn os un pu nto de apoyo p a ra in terrogarlo so b re algo qu e pen sbam os m ientras hablaba. Us te d an aliza una coyuntura y pla n tea una e sp e cie d e sim biosis absurda. La ig lesia es uno d e los tem as que deseam os con ver s a r con usted. En todo el in agotable esquem a, la religin, lo relig io so , 5 aten azado en el cam po d e las ideologas. Cm o la sit a o la d etecta a esa iglesia, en caso d e p ro d u c irse el cam bio? S b ato : La ig le sia no p u ed e estar, sin g ra v e e sc n d a lo , del lado de los ex p lo tad o res de indios o negros. E ntonces? Pon gm onos to d o s ju n to s para esto, despus verem os. P articu lar m ente, yo com parto la p o sici n del p ensador cat lico Em m anuel M ounnier, del personalism o, que propone m archar hacia la co m u n id ad de personas y no hacia una m aquinaria de seres hum anos.
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ba, y com o rector del sem inario m ayor en la que tengo la res ponsabilidad de ser padre de esta fam ilia. L a reflexin del acontecim iento p eriodstico, suscitado por los m encionados sacerdotes reporteados, co lab o rad o res m os en la tarea de co n d u cir el sem inario m ayor, y la opinin pblica en tom o al m ism o, me lleva a hacer las siguientes consideraciones: La iglesia en C oncilio U na equivocacin, en este m om ento, de valoracin, de no capta cin de lo que es sustancial, podra tener consecuencias serias para el futuro; porque no se habra captado todo lo que la hora, en la que nos toca vivir, nos im pone, ni la realidad de una iglesia que est en estado de Concilio, para rejuvenecerse, actualizarse, y apa recer ante el m undo com o el sacram ento de Dios , m ostrndole el rostro evanglico de Cristo. M iram os nuestro tiem po y sus m ani festaciones distintas y contradictorias, con una gran sim pata y un inm enso deseo de presentar a los hom bres de hoy el m ensaje de amor, de salvacin y de esperanza que Cristo ha trado al m undo... (Discurso de apertura de la segunda sesin del Concilio. Pablo VI). La iglesia de aqu abajo es una iglesia peregrinante, m archa ha cia su destino y perfeccin. Es un inm enso pueblo que trashum a de la tierra al cielo. Est hecha de todos los que se encuentran en un pueblo, santos y pecadores, sabios e incultos, ricos y po b res, trad icio n es v en erab les y ru tin as p aralizan tes, una ptina ad m irab le y m anchas insoportables. Por lo cual Juan X X III ha llam ado a toda la iglesia a rejuvenecerse, y ha reunido a un C on cilio a fin de establecer los principios y las form as de una reno vacin de la iglesia para nuestro tiem po.
La iglesia y los interrogantes del hom bre m oderno La palabra de D ios sigue dirigindose al hom bre de hoy tal com o la iglesia la propone en su integridad, revelndose su propio m is terio y al m ism o tiem po descubrindole el m isterio divino. Es pre ciso pues, utilizar la lengua, los signos y los m odos de pensam ien
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to, de las m entalidades y de las culturas, si se quiere ser entendi do por quienes estn plenam ente im pregnados por ellos. Es preci so descubrir tam bin la innegable riqueza de la vida del nio, del ad olescente, del jo v en , del adulto y del anciano, del rural y del hom bre de la ciudad, del obrero m anual y del intelectual, para que en cada uno, la palabra de Dios aparezca com o una abertura a sus problem as, una respuesta a sus preguntas, una expansin de sus valores, al m ism o tiem po que com o la satisfaccin m s profunda a sus aspiraciones, en una palabra, com o el sentido de su existen cia y la significacin de su vida. A travs del rostro de la iglesia hay que descubrir la persona de Cristo y a los hom bres de hoy, a la vez tan preciados de s m ism os y tan deseosos de ju sticia, de libertad y de paz, tan deseosos de descubrir a los verdaderos h er m anos, si saben que todos son hijos del m ism o padre. Estos son los graves problem as que se plantean hoy a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos. Cm o hablar de D ios al ho m b re de hoy, a lo largo de las etapas su ce siv a s de su vida? Q u revisin del lenguaje es preciso realizar para que este m en saje no quede reservado a los iniciados, sino que sea intangible a todos? Q u m edio de expresin es preciso em plear para esos in m ensos grupos hum anos que ignoran a C risto, an en pases de rancias cristiandades, descubran su rostro? Cm o hacer la m enta lidad m oderna perm eable al evangelio, hacer desear a su sensibi lidad la realidad de la fe, y descubrirla al m isterio de su inteligen cia? C m o h a c e r e s c u c h a r la p a la b ra de D ios, p a ra que sea asim ilada, para que se convierta, para que se descubra a Dios y se encam ine hacia l? Para que lleguen a Jesucristo que es nuestro p rin cip io , n u estro ca m in o y n u estra v id a, n u estra e sp e ra n z a y nu estro fin ? (C arta del S ecretariad o de E stado del V aticano al C ongreso N acional francs de enseanza religiosa, 4-4-64).
R enovarse y rejuvenecerse La iglesia debe renovarse segn el sentido bblico. No donde el poder de Dios la funda y la hace existir, porque es absolutam en
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te santo; sino donde ella responde a su Dios, con todo el esplen d o r y to d a la m iseria de una re sp u esta de hom bre de carne y hueso, reunidos en m asa para ir a Dios. En cada m om ento del tiem po y cada poca de la historia es siem pre necesaria esta con v ersi n de la iglesia. Es aqu en este acto de conversin a su D ios que la iglesia se hace y perm anece, fiel y santa. Juan XXIII ha recordado siem pre esta necesidad de conversin, de peniten cia y santificacin. E ntonces bebe en la fuente, recobra su ju v en tud, se hace m s herm osa que nunca. Y precisam ente porque ella es la m isin de C risto prolongada por hom bres entre los hom b res, p o rq u e es en Jesu c risto , resp o n sab le de la salv aci n del m undo, ella debe rehacerse a im agen de su Seor; la sierva a im agen del servidor, pronta a servir com o l ha servido, a entre garse com o El se entreg a travs de la m uerte con todos los suyos, a fin de llevarlos a la resurreccin. La iglesia debe reno varse en su rostro, porque ella es un signo levantado entre las n aciones , se la ve, se la m ira y todo depende de este rostro que ap arece y de lo que la hum anidad reco n o ce en l. D ebe estar despojada de los signos am biguos; los apstoles y los discpulos creyeron porque vieron nosotros hem os visto y hem os credo, por tanto no nos extrae que el hom bre de hoy quiera ver signos sensibles y ex ternos de la presencia de D ios en su iglesia. N os dice P ab lo VI: no fue o tra n u estra in ten ci n cu an d o al am anecer de este ao iniciam os nuestra peregrinacin para visi tar y v en erar los lugares y santuarios de T ierra Santa. A ll, en efecto, con toda hum ildad y entre lgrim as pedim os al Seor que los fieles de la fam ilia cristiana participen de la gracia celes tial y en ella se renueven interiorm ente, revistindose del hom bre nuevo , creado a im agen de Dios en la ju sticia y en la ver dadera santidad; all pedim os que los hom bres de nuestro tiem po sean eficazm ente invitados a conocer m ejor el sentido de C ris to con el em pleo de m todos adecuados, con los que sean nti m am ente penetrados por la luz del evangelio y se acerquen sin ceram ente al infalible m agisterio de la iglesia; all rezam os para conseguir una segura aproxim acin hacia la recom posicin de la
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unidad de nuestros herm anos cristianos, todava de nosotros d o lorosam ente separados... Y exhortarem os cada vez m s a n u es tros hijos am adsim os del clero y del laicado con el fin de que co n sien tes de su propia dignidad, se dediquen ello s m ism os y sus propios recursos a reforzar establem ente aqu en la tierra el reino de C risto... En esta fase de diligente preparacin (del C on cilio ) to d o s los fieles deben acom paar en las com unes tareas con sus oraciones y con voluntarios actos de penitencia y deben ser instruidos sobres los tem as del C oncilio con oportunas inicia tivas. especialm ente por m edio de la prensa y de adecuadas in s tru ccio n es... (C arta apostlica, 30 de abril de 1964).
El obispo y la com unidad diocesana La iglesia n ec esita para el e jercicio de su m isin co n o c er los problem as, las necesidades, aspiraciones, estados de espritu, las nuevas ideas, y las fuerzas nuevas del m undo de su tiem po. La iglesia com o portadora del ferm ento evanglico para ser operan te, ha de actuar dentro, no fuera de la m asa, y actuar con la fuer za del espritu y de la gracia, con ideas no con presiones, enta blando un d ilogo de m adre y m aestra con las alm as y con el m undo. Para entablar este dilogo de servicio la iglesia necesita saber lo que el m undo quiere y lo que el m undo espera de ella. Ni las palabra ni el tiem po son suficientes para decirnos a no sotros m ism os la plenitud de este m om ento . Hoy la naturaleza de la iglesia nos parece ms rica, m s profunda, m s estupenda; su m isin m s llena de presagio, m s atorm entada, m s cargada de deberes evanglicos que de derechos histricos (Pablo VI). A hora bien todo lo social, todo lo hum ano, es vehculo de g ra cia o de pecado. La m ezcla de lo hum ano y lo cristiano en la vida de los hom bres, hace m uy com pleja la tarea del obispo. A l gunos se extraan de sus intervenciones, otros no las co m pren den, otros la aplauden; unos quieren que el obispo no interven ga, o tro s q u ieren que tom e p o sicio n es tem p o ra le s. El obispo sufre ante las decisiones a tom ar y ante las decisiones tom adas;
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estas ltim as no son siem pre com prendidas. El obispo est con sagrado continuam ente y su fidelidad presupone grandes desga rraduras. Para que el obispo pueda ser m isionero con su dice sis, porque no puede serlo solo, y pueda poner en m ovim iento apostlico a sacerdotes, religiosos, religiosas, y fieles es necesa rio que clero y laicado le ayuden a pensar y realizar, teniendo l la decisin, despus de haber escuchado a su com unidad dioce sana. a travs de los organism os eclesisticos y apostlicos y de quienes por su com petencia personal, en determ inadas cuestio nes. le aporten m edios y luz, para que las decisiones sean fruc tferas. D e aqu surge, la gran responsabilidad que tiene toda la co m u n id ad d io cesa n a, d en tro de u n a l g ica g ra d a c i n en esa m ism a responsabilidad, de aportar al obispo todos los elem entos de ju icio , los hechos y la problem tica actual de la dicesis en sus dim ensiones reales y objetivas, a fin de que el obispo no co rra el riesgo de equivocarse al asum ir las determ inaciones. Tan to para sus inm ediatos colaboradores com o para los sim ples bau tizad o s, no sera a u t n tic a fid elid ad al obispo si se le hiciese ju n to a l silencios y om isiones, de la verdadera realidad de su d icesis, o se usase del clculo hum ano para que el obispo no encontrase el cam ino para llegar eficazm ente, com o padre, pas tor y servidor de la com unidad diocesana a su clero, a sus reli giosos y religiosas, a sus laicos, a los que estn m s alejados, a su pueblo. Si esto sucediese, correra grave riesgo la eficacia de su m isin pastoral. D os obispos podem os fcilm ente engaarnos de la real y verda d era d im en si n h u m an a y c ristia n a de la d i cesis, p o rq u e la co m p lejid ad de los p ro b lem as h um anos y p asto ra le s, no le es posible abarcarlos a un hom bre en su plenitud. Por eso debem os bendecir al Seor, cuando en toda dicesis, com o prueba de fi delidad, llegan al obispo autnticas voces y se entablan dilogos, que m ovidos por entraas de hijos para con el padre, no lo quie ren dejar solo con la trem enda responsabilidad de gobernar a su iglesia, en la que ha sido colocado por el E spritu Santo.
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D ilogo y opinin pblica H ablam os m ucho de dilogo y estam os convencidos de que es m uy necesario, pero no nos olvidem os que es una actitud difcil. Supone hum ildad, respeto en la libertad, caridad . No puede haber dilogo autntico cuando uno de los posibles interlocuto res est persuadido soberbiam ente de que l posee toda la v er dad, y la verdad para siem pre y en todo. El d ilogo supone el elem ental acto de hum ildad, de que tam bin el otro interlocutor puede ensearm e algo, si quiera sea accidental o secundario. La falta de libertad es otro im pedim ento de todo dilogo fecundo. Lo m ism o si quien habla no se siente interiorm ente con libertad para expresar su pensam iento, com o si alguien trata de im pedir el pensam iento de los dem s coercitivam ente. La cordialidad es. al fin, el nico clim a en que el dilogo puede desarrollarse a sus anchas y con seguridad de frutos. C uando esa cordialidad tiene races sobrenaturales, es una form a ms de la caridad. Indudablem ente que el estado del m undo ha creado una nueva situacin en la vida interna y externa de la iglesia, y es natural que el m ism o co n cilio la ten g a p resen te y la re so n an cia y el im pacto que esta situacin causa en la opinin pblica para su tarea de actualizacin. Por ello la iglesia quiere y necesita co n seguir y m antener un dilogo, una com prensin, una confianza y unos servicios a la opinin pblica. Esta visin socio-religiosa, pastoral y ecum nica de la iglesia late en las conciencias de los padres conciliares para poder servir m ejor al m undo y potenciar su acci n p asto ral. Lo que im p o rta es que la o p in i n p b lica com prenda con exactitud y profundidad la naturaleza, los fines y el alcance sobrenatural y social del concilio en el orden relig io so y m oral; en d efin itiv a que com prenda con exactitud lo que significa toda la realidad de una iglesia en C oncilio. Los tres reportajes Han transcurrido m s de 15 das de este hecho periodstico; m o vido solam ente p o r el am or y la fidelidad a la iglesia, con todo lo que ella encierra de contenido esencial; por la fidelidad que
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im porta a mi condicin de obispo auxiliar de esta arquidicesis de C rdoba; lo que puede significar mi hum ilde palabra en un m om ento d elicado, por cierto superable, si sabem os tratarlo , y solam ente as lo debem os tratar, con actitudes cristianas, descu briendo todo lo que tiene de positivo, dejando de lado las pos turas personales, donde se puedan encubrir egoism os y apasiona m ie n to s ; te n ie n d o p re s e n te so lo el b ie n d e la c o m u n id a d diocesana, los valores espirituales y el bien de las alm as que es tn en ju ego, form ula estas conclusiones: 1. Tienen sobrada explicacin las distintas reacciones suscitadas en to m o a los reportajes periodsticos, porque se han tocado personas, instituciones, y asuntos que estn m uy m etidos en el corazn de C rdoba, indudablem ente tanto los que se pronun cian a favor com o los que se pronuncian en contra, presentan elem entos de ju icio dignos de ser tenidos en cuenta para una reflexin serena, justa, equilibrada y caritativa. 2. D urante estos das, en los cuales la opinin pblica ha debati do los reportajes, se han escrito cartas, se han hecho m anifes taciones pblicas y se han usado expresiones que han colabo rado ha crear un clim a de desorientacin; pero hay algunas de esas expresiones que p o r su contenido frente a la iglesia son graves, com o por ejem plo: cism a, hereja, desobediencia y re belin a la legitim a autoridad eclesistica de C rdoba. Se im pone decir una palabra que signifique llevar tranquilidad a los fieles y a la vez postura de fidelidad de la m ism a com unidad diocesana. No existe en la arquidicesis ni cism a, ni hereja, ni reb eli n co n tra la legtim a autoridad del p asto r de la iglesia cordobesa, puesto por el Espritu Santo para apacentarla. Esta afirm acin la hacem os en form a categrica asum iendo la res ponsabilidad de lo que ella significa. De m anera que hago un llam ado, com o partcipe del gobierno eclesistico, por legtim a deleg aci n , a que no se sigan u sando m edios de difusin, la ctedra, an la sagrada, para ahondar la confusin, la desorien taci n p o r parte de am bas posturas distintas, sobre el m ism o o b jeto , que es la ig lesia. Y si se los u tiliza, que sirv an para
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esclarecer de acuerdo a autntica d octrina catlica y a una se ria inform acin de personas y hechos. En lo que toca a la c ted ra sag rad a, an u n cese la p alab ra de D ios a los fiele s sin m ezclarla con criterios puram ente hum anos y personales, que hagan palidecer el contenido revelado o lo adulteren; teniendo siem p re p resen te que la cted ra sagrada debe significar para los feles luz y no tin ieb las, porque redundara en detrim ento del pueblo fiel. Q uienes tienen el delicado m inisterio de an u n ciar la p alabra de Dios, por legtim a delegacin de sus pasto res, los hacem os responsables del cum plim iento de este sagra do m inisterio en esta hora de vida de la iglesia cordobesa. 3. Tanto las opiniones com o las afirm aciones, deben estar regula das por una gran serenidad de m ente, aquietada toda pasin, honradez intelectual, con prudencia y caridad, con libertad in terior, sin herir al otro por su m odo de pensar diferente, q u e rindole im poner los propios criterios personales, no aventurar opiniones sin fundam ento; estar dispuesto a aprender lo que es capaz de enseam os con delicadeza y honradez. Que la opinin pblica sea m adura en torno al tem a sobre la iglesia, es derecho de todo bautizado que no podem os quitrselo, debindolo utili zar m ovidos por un gran am or y bsqueda de la verdad, con gran caridad y sabiendo volcar todas sus inquietudes sanas y le gtim as en bien de los dems. Lo que hem os de evitar es que la iglesia no sea instrum entada y m anoseada por nadie. Tanto de afuera com o de dentro de la m ism a con fines no eclesiales. 4. Todo lo que de dolor y su frim ien to puede haber significado para m uchos, debem os com prenderlo y com partirlo toda la co m unidad diocesana, dndole la debida dim ensin cristiana y el valo r redentivo que tiene todo sufrim iento para el bautizado. 5. Si en el contenido doctrinal de los reportajes hubiese algo no civo p ara la d o ctrin a catlica, no lo podram os aprobar. La oportunidad o inoportunidad de los m ism os; el m edio de difu sin em pleado; la form a externa de presentacin; la m ayor o m enor inteligibilidad de los trm inos y frases usados, etc., en
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tra en la esfera de lo opinable. R espeto las razones em itidas en am bos sentidos p o r la opinin pblica, y com o obispo de una iglesia que defiende los derechos de la persona hum ana, ex h o rto a que todos re sp etem o s esa leg tim a d iv e rsid a d de opiniones. . A todos los que con jera rq u a o sin ella en la sociedad, en es tructuras no eclesisticas, opinan sobre la iglesia, me veo obli gado a hacer esta advertencia: la iglesia es una realidad com pleja, no puede ser ju zg ad a sim plem ente con la analoga de determ inadas instituciones hum anas. U no de esos com ponen tes esenciales es Dios m ism o. Esto la hace inadecuada en todo encasillam iento en m oldes hum anos, a todo ju icio puram ente hum ano. Es m isterio, por eso los ojos de la fe pueden captar la. O pinar sobre la iglesia, s, pero opinar lo que ella es, se gn el plan de Dios, con su estructura com o cuerpo visible y organizado. 7. A lgo sobre el sem inario. Es el corazn de la com unidad dio cesana y el gran servicio al pueblo de Dios. El sem inario de C rdoba no es ni rebelde ni est im buido de un espiritu que desdiga de lo sacerdotal ni de lo que la iglesia le exige hoy al sacerdote. Est orientado segn las norm as que la sede apos tlica y las de su pastor en la arquidicesis. Los tres sacerdo tes reporteados pertenecen a nuestro sem inario; de su integri dad sacerdotal, de su am or a la iglesia, de su fidelidad, de su lim pieza de intenciones, de su seriedad in telectu al, m oral y esp iritu al dam os p blico testim onio. T estim onio no slo de ellos, sino del resto de los sacerdotes que puestos por volun tad del pastor tienen la difcil tarea de entregarle cada ao a la iglesia de C rdoba y otras iglesias particulares de la patria sus sacerdotes. Las m ltiples, repetidas, y recientes m anifesta ciones de confianza del seor arzobispo a superiores, profeso res, sem inaristas, soy testigo de todo ello, respaldan conduc ta s s a c e rd o ta le s y la se rie d a d de la lab o r de u n a ca sa de form acin eclesistica.
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8. Un llam ado. C lero, religiosos y laicado, con el pastor a la ca beza y ju n to a l, debem os ab rir el alm a de esta com unidad d io cesan a y hu m ild em en te sab er d ec irle a tantos herm anos cordobeses, perdn, si los hem os escandalizado con actitudes poco cristianas; debem os aprender la leccin que este aco n te cim iento vivido en C rdoba nos ensea. Si la iglesia en C on cilio se re v isa , se a c tu a liz a , se re ju v e n ece , q u iere ser m s ev an g lica, ab ie rta al m undo no para d o m in arlo sino para servirlo , esta iglesia de C rdoba es parte de la m ism a iglesia de Jesu c risto , y por lo tanto tam bin es iglesia en concilio. A hora bien, reform arse, actualizarse, rejuvenecerse, presentar un rostro m s evanglico supone un com prom iso grave, p o r que es ex ig en cia de vida, y no podem os trep id ar en asum ir este com prom iso, hoy m ism o, y com enzar a cam biar toda pos tu ra y ac titu d e s v ita le s que no resp o n d an g e n u in a m e n te al evangelio. C oncluim os: quizs cuando estos acontecim ientos se vean con perspectiva de tiem po y de distancia, y las cosas, las personas, las afirm aciones, los procederes y actitudes personales e institu cio nales, cobren la m edida exacta y su cabal ubicacin, no se ten g a q ue d ecir al Seor: perdn p o rq u e m e equ iv o q u ! no supe ver; no fue un testim onio cristiano m is actitudes; no supe descu b rir lo que la hora me exiga, lo que la iglesia me re cla maba. Por eso, pedirle perdn al hom bre de por qu lo defraudam os cuando no le presentam os un testim onio vivido de C risto; d ecir le que som os pecadores, con hum ildad de corazn; poderle m os trar donde est C risto y su iglesia; cam inando juntos; d ialo g an do fraternalm ente; ayudndole a ver, sirviendo; sindole noble y fiel; esto engrandece, esto es C oncilio, esto es Evangelio. M i rad com o se am an : Todo un program a, los invito. F irm ado: E nrique A n g elelli, obispo a u x ilia r y vicario general. C rdoba, 18 de m ayo de 1964.
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Las reuniones L a p rim era reunin con el N uncio fue dispuesta para el 22 de m ayo. El mal tiem po no perm iti la llegada del avin que con duca al representante diplom tico a C rdoba. No obstante, ese m ism o da a las 15, en el sem inario m ayor de L oreto, bajo la presidencia del A rzobispo, m onseor Ram n C astellano, se con cret la asam blea. De lo acontecido no se sum inistr inform a cin oficial. D atos extraoficiales, confirm aron que, efectivam en te, se tra t la s itu a c i n p ro v o c a d a p o r los re p o rta je s y se analiz las presuntas acusaciones de que si haba o no desobe diencia, de si exista rebelin o alzam iento a la jera rq u a, etc.
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El tem a, al parecer, fue am pliam ente debatido. Finalm ente hubo ac u e rd o p ara tra s la d a r la d e fin ic i n d e la c u e sti n h asta la prxim a reunin en la que estara presente el N uncio ap o st li co. Llam la atencin, sin em bargo, la presencia im prevista en C rdoba, del obispo de A vellaneda, m onseor Podest, quien se m ostr interesado en conocer el proceso suscitado en la iglesia de C rdoba.
Las decisiones M onseor M ozzoni lleg a C rdoba el m ism o viernes a horas avanzadas de la noche. A partir del sbado 23 m antuvo entrevis tas indistintam ente con el arzobispo de C rdoba y el obispo de A vellaneda, en form a separada. Tam bin convers con el obispo aux iliar y rector del sem inario de Loreto, m onseor Enrique Angelelli. Pudo saberse, tam bin, que el representante del Vaticano, cam bi opiniones en form a personal con los sacerdotes reporteados y con otros sacerdotes del clero de la dicesis. El lunes 25 de m ayo el nuncio presidi la reunin esperada en el sem inario m ayor. E sta se p rolong p o r el espacio de una hora y m edia. Tam poco se sum inistr inform acin oficial sobre lo que all o cu rri. C iertam ente que el tem a principal som etido al anlisis, fue el de los reportajes y si haba o no falta de los que form ularon estas declaraciones. D istintos sectores a los cuales consult C rdoba de sacerdo tes, laicos y religiosos que estuvieron en esa asam blea co in ci dieron en las siguientes pautas: 1) No han existido en los repor ta je s e rro re s de fo rm a o d e fo n d o q u e p u e d a n c o n s id e ra rs e lesiv o s p ara la a u to rid a d e c le si stic a ; 2) T am poco ex istiero n errores que contradigan las enseanzas doctrinales de la iglesia; 3) No ha existido por parte de los tres sacerdotes, ni de los trein ta restantes que los apoyaron, ni desacato, ni rebelin, ni desobe diencia; 4) No se im pusieron sanciones disciplinarias p o r no existir causas ; 5) El nuncio apostlico no perm iti el dilogo du ran te el tran scu rso de la reunin y pidi una ratificaci n de
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confianza por parte del clero cordobs al seor arzobispo; y 6) Solicit en trm inos de exigencia, que tal postura se hiciera p blica. P ara ello, m onseor M ozzoni, cre conveniente y necesa rio que se redactara un docum ento para conocim iento de la opi nin pblica. P o r o tra parte se ha sabido que el diplom tico del V aticano ob tu v o una clara visin del m o v im ien to de iglesia que encarna una p o n d erab le c o rrien te sac erd o tal de C rd o b a y que, entre otras expresiones, tuvo eco en los reportajes que public nues tro diario. El com unicado C on resp ecto a la reunin del clero de C rdoba con el nuncio apostlico y su conclusin, el arzobispado distribuy una decla racin que la consignam os a continuacin: D eclaracin del clero de la arquidicesis Al trm in o de su asa m b le a re a liz a d a en la fech a, p re sid id a p o r el seor nuncio apostlico, m o nseor H um berto M ozzoni, el clero de la arq u id i cesis de C rdoba dio la siguiente d ec la racin: 1. El clero secular y regular de C rdoba, con su arzobispo y el obispo auxiliar, m anifiesta su m s perfecta adhesin a todo lo que cree y sostiene la santa m adre iglesia que vive, en su j e rarqua y fieles, en estado de concilio, y renueva su filial de vocin y fidelidad a SS Pablo VI. 2. A m bos cleros secular y regular, con el obispo auxiliar m onse or A ngelelli, m anifiestan su total adhesin a su Exm o. M on se o r R am n J. C astellano, al cual ratifican su reverencia y obediencia. 3. D eploran y rectifican todo aq u ello que ha herido la caridad cristiana o provocado divisin y confusin. 4. E xpresan a s m ism o el sincero deseo de seguir trabajando con todas sus energas y posibilidades bajo las directivas del seor arzobispo.
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B ibliografa
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G ustavo O rfiz 1
En el lenguaje de la epistem ologa y de las ciencias sociales, se u tilizan distin tos trm in o s y ex p resio n es para hablar sobre los co m p o rtam ien tos y sobre las acciones. A s, se sostiene que los co m p o rtam ien tos pueden entenderse com o los m ovim ientos de un cuerpo que m anifiestan la vitalidad de un organism o. Haberm as los caracteriza diciendo que estn som etidos a las regulari d ad e s de la n atu ra leza ; un ejem p lo sera el del v u elo de una m osca que choca contra los cristales de una v e n ta n a .2 La descripcin tiende a com plicarse cuando observam os com por tam ientos en los que titilea alguna intencionalidad. R efirindose a ellos, W eber habla del desvalim iento de un anciano, del esta llido de clera que descom pone los rostros, o del m ovim iento de la m ano que se asienta en el pom o de la puerta, o la conducta del leador que dispara sobre un an im a l.3 En cada uno de esos
1 D octor en F ilosofa (B u en o s A ires). In v e stig a d o r en el CON1CET, P rofesor de la U n iv ersid ad N acional de R o Cuarto. P ro feso r in v ita d o en el C en tro de E studios A vanzados de la U niversidad N acional de C rdoba. P ro feso r de la U n iv e rsid ad C at lica de C rdoba. Cf, J. HaBERMAS, Teora de a accin com unicativa, ed. C te d ra , M a d rid 1984, 22. 3 Cf. M. WEBER, Economa y Sociedad, Fondo de C u ltu ra E conm ico, M x i co 1969, I, 8.
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Gustavo Ortz
casos, despuntara trabajosam ente un sentido que podem os inter pretar. A unque difcil de sealar, habria pues un lm ite siem pre m vil entre el com portam iento y la accin: estara dado por el sentido. El com portam iento carecera de sentido; la accin sera un com portam iento con sentido. M ientras el prim ero se ex plica y hasta puede predecirse, la accin se com prende y no hay certidum bres que garanticen su previsibilidad. A s, com prendo a Juan, cuando p o r la tarde regresa de su trabajo,4 o la m irada ilu m inada de dos j v e n e s que se am an. P ero puede su ced er que Juan m aana no vuelva a casa a la hora de siem pre o por el m is mo cam ino, y puede ocurrir que la tristeza ensom brezca una m i rada enam orada. La im previsibilidad de las acciones provendra del sujeto de las m ism as, q ue es el que se atiene al sentido que las regula o el que lo rehsa. En definitiva, las acciones son im previsibles por que carecen de la con sisten cia o ntolg ica de los hechos de la naturaleza y porque caen en el m bito, siem pre escurridizo, de la libertad. Por eso, tam bin, las am enaza una contingencia inextir pable: pueden ser o no ser, pero cada vez que son, precisam ente por esa d iscontinuidad causal, irrum pen a la existencia de una m anera nueva e irrepetible. Y cuando acciones significativam en te slidas se entrecruzan y relacionan, buscan perm anencia, y en ocasiones, alum bran acontecim ientos. El trm ino acontecim iento (o sus sinnim os) aparece tam bin con frecuencia en el vocabulario de la ciencia social y de la filosofa. C uando W eber habla del surgim iento de la m odernidad, dice que se trat de una individualidad histrica, un hecho nico atrave sado por un ethos que le otorga significatividad, un acontecim ien to que nace de un com plejo im previsible de relaciones.5 Heideg-
1 Cf. J. HABERMAS, Teora de la accin com unicativa, 22. 5 Cf. M. WEBER, L a tica protestante y el espritu del capitalism o, ed. P e n n sula, B arcelo n a 1975, 41.
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El acontecimiento y el significado
ger, violentado el lenguaje, habla del Ereignis (acontecim iento es su trad u cci n m s cercana) com o el lu g ar de ser y tiem po. Un ac o n te cim ie n to no es un resu ltad o , un suceso esp erab le; no es causado, ni anticipable, ni se puede hablar de l con las palabras con las que nos referim os a las c o s a s.6 Un acontecim iento advie ne, es una donacin; en el acontecim iento, el ser se hace tiem po, se hace poca. P ara N ietzsch e, el ac o n tecim ien to es el sentido re alizad o , el sen tid o v iv id o y sufrido. A ade N ietzsch e que el sentido no acontece de m anera estrepitosa: los grandes aconteci m ientos, dice Z aratustra, no ocurren en m edio del ruido, sino en las horas de m ayor silen cio .7 Tam bin la tradicin ju d eo -c ristia n a habla del acontecim iento; m s todava, se podra decir que es una de sus categoras cen trales. El acontecim iento se da por una intervencin de Dios en el tiem po de los hom bres. D ios interviene creando, revelndose y salvando por su palabra y sus acciones que se encarnan en la p alabra y en las acciones de los hom bres. La palabra y la ac cin de D ios, dice la Escritura, son todopoderosas: crean signi ficando, a diferencia de las nuestras, que solo significan lo que existe. M ejor, la existencia no sera nada m s que un significa do realizado, esto es, la palabra que se hace m undo, acaece en el tiem po y fu nda la historia. Los k airo i , los m om entos del tiem po (p asado, p resen te y futuro), sealan las intervenciones de Dios; son significados densos, presencias fuertes, aco n teci m ientos. H e querido hacer este rodeo para hablar del C oncilio V aticano II e id en tificarlo com o un acon tecim ien to relig io so . M e interesa
6 Cf. M. HE1DE00ER, Unterwegs zu r Sprache , P fu llin g en , 2 ed., 2 5 8 -2 6 0 . A. Badioti ha retom ado en parte la p e rsp ec tiv a heid eg g erian a. Cf. A. BAD10U, L ' tre et L ' venement, ed. Seul, Pars 1989.
7 Cf. D. SINN, E re ig n is , en Historisches Worterbuch d er Philosophie, B and 2, W issen sch aftlich e B u c h g esellsch a ft D arm stadt, Basel 1972, 607.
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Gustavo Ortiz
retener esta categora por su fecundidad y su pertinencia. U na categora es fecunda cuando tiene potencia significativa y es p er tinente cuando esos significados resultan adecuados para co m pren d er satisfactoriam ente aquello a lo que se la aplica. O pino que tal es el caso cuando se habla del C oncilio com o un aco n te cim iento. Voy a ocupar una prim era parte de lo que sigue para definir la perspectiva de m is reflexiones, al cum plirse este aniversario de su celebracin. En un segundo m om ento, afinar el tratam iento y me concentrar en ciertos aspectos del C oncilio que m e re su l tan esp ecialm en te relevantes. T erm inar, en una te rc era parte, con algunas consideraciones finales. Por ltim o, me gustara aadir que no es necesario ser cristiano aunque q uien habla, se co n fiesa com o tal p ara hacer esta lectura del docum ento. Se puede trabajar un texto aceptando m e to d o l g icam ente su especificidad en este caso, relig io sa y hacerlo hablar desde s m ism o.
1. El acontecim iento
Q u ie n e s te n e m o s c ie rta ed ad , p o d em o s re c o rd a r el im p acto que tu v o en nu estras vidas, hace 40 aos, el C o n cilio V atica no II. A con teci de m anera in esperada, en un d oble sentido de la p alab ra. En p rim e r lu g ar, p o rq u e slo o b se rv a d o re s m uy a g u d o s (s ie m p re son u n a a b s o lu ta m in o ra ) p o d ran h aberlo p rev isto con la p ro b lem tica y el alcan ce que tu v o antes de su co n v o c ato ria por Juan X X III. Y en segundo lugar, p o r que p o r d efin ici n , un acon tecim ien to es nico y o rig in al (lo d ecam o s), aun cuando se lo pueda p re p ara r y en co n se c u e n cia, prever. Un aco n te cim ie n to , a d iferen cia de un hecho, no es causado por nada que lo anteceda. Los socilogos al m e n os los que no m ilitan en el m s severo p o sitiv ism o , que to
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El acontecimiento y el significado
d av a los hay , hablaran de factores aleato rio s; los filsofos, de co n tin g en cias; los te lo g o s, del E spritu que siem pre sopla, com o el vien to , dnde y cundo quiere. Todos, se rem itiran a una teo ra de la com plejidad, la que term ina reco n o cien d o que n u n ca se re c o rre r n de m an era ac ab ad a los v e ric u e to s de la realid ad , o se esc u ch arn to d as sus voces, o se d esc ifrar la tram a co m p leta de los sim b o lism o s y los sig n ificad o s que la tejen. Los acontecim ientos pueden datarse en el tiem po y se ubican en el registro de la historia. Los acontecim ientos tienen un soporte m aterial: hechos brutos los llam ara Searle 8 (cuerpos, edificios, m onum entos) que los hace visibles. P ero lo que los constituye propiam ente en acontecim iento, es el significado que poseen y que inform a las acciones y las palabras de sus protagonistas. Los hechos brutos quedan fijados en el tiem po; se los puede recupe ra r de ese pasado (lo hacen los m edios visuales de com unica cin), pero aun as, m uestran pesantez y m udez ontolgica. En cam bio, el significado que acontece, trasciende y se actualiza en las acciones, y especialm ente, en el lenguaje escrito, que desafa la voracidad del tiem po. En resum en, los hechos se observan, los aco n tecim ien to s, se com prenden, se conm em oran y se ac tu a li zan. El significado que los constituye adquiere una efectividad que m odela y preform a lo por venir; en consecuencia, puede per cibirse, dadas ciertas condiciones, actuando en el presente, cuan do lo celebram os. Eso pasa con el C oncilio. D e cam o s que los a c o n te cim ie n to s se co m p ren d en , y que los com prendem os cuando nos apropiam os su significado. Y porque el ser que puede com prenderse, es lenguaje (dira G ad am er ) , 9 com prender el C oncilio com o acontecim iento es interpretarlo en su naturaleza lingstica. A hora bien, cuando hablam os, decim os
s Cf. J. SEARLE, A ctos de habla , ed. C te d ra, M adrid 1980, 58. 5 Cf. H. G. GADAMER, Verdad y M todo , ed. S guem e, M adrid 1977, 567.
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algo y tam bin, hacem os algo. Las acciones, com o las palabras, tienen significado. C om prender el significado del C oncilio, es, m s am pliam ente, interpretar sus palabras y sus acciones. C uando intentam os com prender un fenm eno histrico desde la distancia, tenem os que saber que sus efectos nos alcanzan; Gadam er llam a a esta caracterstica historia efect a!. 1 0 Los grandes acontecim ientos de la historia tienen un rendim iento significati vo que los excede; en realidad, se los considera tales, es decir, grandes aco ntecim ientos, si y slo si m uestran esa efectividad significativa, la que, dicho sea de paso, no requiere ser recono cida explcitam ente para que acte. A continuacin y en lo que resta de mi contribucin, voy a re flexionar sobre el C oncilio Vaticano II especficam ente, sobre uno de sus textos centrales La Iglesia en e! Mundo d e nuestro tiem po , desde la perspectiva que he venido tra b a ja n d o .1 1 Inicial m ente, har un p ar de consideraciones generales sobre el m en cionado docum ento y despus com entar el texto desde una m i rada pragm tica. Es decir, tratar de explicitar el m odo cm o el significado de un texto term ina de ser tal, slo cuando se aplica.
2. El significado
Los docum entos del C oncilio abarcan diferentes tipos de escritos (C onstituciones dogm ticas y pastorales. D ecretos y D eclaracio nes) cada uno con caractersticas propias y finalidades distintas; todos, sin em bargo, m uestran una unidad profunda. H e reledo algunos de ellos con ocasin de esta com unicacin y sin ser un
10 Cf. ibid., 371. 1 1 C f. C oncilio Vaticano I!. C onstitu cio n es. D ecretos. D e c la ra cio n e s , e d . B A C , M adrid 1965.
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telogo ni un especialista, he encontrado esta unidad est dada por lo que dicen y por el m odo cm o lo dicen. Por un lado, lo que dicen (m e parece), se caracteriza por su re m isin al lenguaje de la escritura y de la tradicin, en definiti va. de la revelacin, pero sin la rigidez y el constreim iento con ceptual que se encuentra en textos de otros C oncilios. Lo cual indica el reem plazo de causas por razones; de evidencias que se im ponen, por significados y sentidos que se proponen, que ape lan a la lib ertad y convocan a opciones m ad u ras y co n sen so s ganados argum entativam ente. Es slo all dnde hay libertad y posibilidad de decir que no, donde cabe esperar que acte la gra cia o el don, no en un m undo ensam blado por evidencias, en el que no cabe la pregunta y donde hay slo respuestas apodcticas. Se trata de una m anera distinta de presentar la fe cristiana, que puede apelar a razones poderosas y convincentes, pero que ex cluyen toda form a de coaccin o violencia. Por ltim o, el modo cm o se lo dice, es entusiasta y esperanzado, habla de un am or sincero de la Iglesia al m undo y a los hom bres, sin desconocer la dram aticidad de la condicin hum ana. C reo que los d ocum entos expresan un cam bio de fondo en la autoim agen de la iglesia, en la im agen que ella tiene del m undo y en la relacin entre am bos. Ese cam bio, m e parece, descansa en v ario s soportes, de entre los cuales quisiera rem arcar el si guiente. Por un lado, la Iglesia abandona una posicin de poder, sedim entada a lo largo de los siglos; y se m uestra con caracte rsticas m s relig io sas y evanglicas. A bandona una actitud de lejan a, en fren tam ien to y condena e in icia un acercam ien to al hom bre y al m undo de su tiem po. En lenguaje filosfico, dira que esta actitud denota un verdadero cam bio categorial, que in cide en las form as de presencia y de accin de la Iglesia en el m undo. T ratar de aclarar lo que acabo de afirmar. La Iglesia abandona la categora de espacio , a la haba otorgado prioridad para definir su presencia y su accin, y recupera la de tiem po e historia. La categora de espacio es p rioritaria en la re
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presentacin de la realidad proveniente de la cultura griega. Ella hace que las entidades que pueblan la realidad se ubiquen arri ba o abajo, a! lado, o aqu y all, etc. La categora de espacio im plica la de lugar y el lugar que ocupa cada sustancia es con ceb id o com o un receptculo intransferible e im penetrable, que genera relaciones fijas, estables y sim tricas con otros lugares y otras sustancias. La nocin de sobre-natural, que refiere la re la cin de la revelacin y de la salvacin respecto a la naturaleza hum ana, est trabajada en base a la categora de espacio. Se h a blaba de sobrenatural para indicar la gratuidad de la revelacin y la salvacin, pero el trm ino no puede liberarse de su co n n o tacin espacial. La iglesia y el m undo ocupan lugares diferentes, expresados el adverbio sobre, que conlleva la preposicin entre, que se em plea para denotar situacin o estado en m edio de dos cosas, lo que instala una distancia inevitable e im borrable, posi bilitando eventuales enfrentam ientos. La p rio rid ad de la c a te g o ra tiem po es de ex tra c c i n sem ita; com o se sabe, adem s, la nocin hebrea de tiem po es lineal diferente a la griega, que habla de un eterno retorno y da lu g ar a la de h istoria cuando los m om entos que lo co n stitu y en , asum en una significacin que les otorga unidad. Lo que lo dis tingue frente a la nocin de espacio es que los m om entos que lo conform an se interpenetran: as, en el presente estn el pasado y el futuro. La preposicin en, en el contexto, tiene una acepcin bsicam ente tem poral; indica inm anencia. A s las cosas, la tra s cendencia est presente en la inm anencia, es lo ms profundo de ella, y es lo que la supera, pero desde dentro. Lo trascendente no es lo que est fu era de, ni est ms all de\ es lo que est en, e indica un m odo distinto de enhebrar la historia hum ana, distinto por su novedad y su radicalidad; m enta un m odo de existir en el tiem po que anuncia ya un porvenir absoluto. La revelacin y la salvacin se realizan en la historia hum ana; apuntan a un futuro esc ato l g ic o que y a est p resen te, aunque to d av a no se haya m anifestado en su plenitud. Las m etforas del evangelio hablan de la sal que sazona, de la levadura que ferm enta, del grano que
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cae en la tierra y que slo germ ina, si m uere en ella, no fuera de ella. La Iglesia, dice el docum ento, experim enta la suerte terre n a del m u n d o , y su raz n de ser es ac tu a r com o fe rm en to y com o alm a de la sociedad . 1 2 He dicho m s arriba que los docum entos de C oncilio form an una unidad y que, m etodolgicam ente, slo as se los puede leer; lo que no im pide hacer opciones, despus de advertirlo. As, entonces, me voy a referir con m ayor detencin a la Constitucin Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. Podra dar m uchas razones acerca de mi preferencia, pero slo propondr un par de ellas. La prim era, es que el texto, segn los com entaristas autorizados, concentra uno de los objetivos para los que el Concilio fue convocado: el aggiom am iento de la Iglesia. En ese sentido, junto con la Constitucin so bre la Iglesia y sobre la Revelacin , constituiran las colum nas ver tebrales del Concilio. H ay tam bin una razn personal: creo que el Docum ento es el esfuerzo m s serio de una Iglesia que perm aneci lejos del m undo m oderno durante dem asiado tiem po, por dialogar con l; y eso resulta reconfortante. Porque es claro que el m undo al que se hace m encin en el ttu lo, es el m undo de nuestro tiem po ( D e E cclesia in mundo huis tem poris), es el m undo m oderno. El docum ento no define m o derno o m odernidad, pero la caracterizacin que hace se corres ponde enteram ente con esa poca histrica. Y lo prim ero que lla m a la aten c i n en la C o n stitu c i n es el am o r que la Ig lesia confiesa por ese m undo m oderno, reflejado en las conocidas pa labras iniciales: Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las an g ustias de los hom bres de nuestro tiem po, sobre todo de los p obres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esp e ran z as, tristezas y angustias de los discpulos de C risto. N ada hay ver daderam ente hum ano que no encuentre eco en su corazn .
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Uno de los aspectos que salta a la vista es el reconocim iento de la adultez y de la autonom a del m undo m oderno y de las distin tas dim ensiones que lo conform an: la cultural, la social, la eco nm ica, la poltica y la cientfica; un reconocim iento, p o r otra parte, acorde, en principio, con las reivindicaciones prim eras de la Ilustracin. Pero, adem s, el C oncilio ensea que la fe cristia na, correctam ente vivida y proclam ada, no es enem iga de la ra zn, ni com pite con ella, ni la sustituye, ni produce alienacin o m erm a en la responsabilidad de los s u je to s .1 4 V alindose de la nocin de person a, a la que descubre afincada en ltim a instancia en Dios, pero que se aplica a todos los hom bres, seala, sin em bargo, condicionam ientos y lim itaciones in trnsecos a esa autonom a. Por em pezar, cualquiera sea el p ro g re so que se lo g re en c u a lq u ie ra d e e s ta s d im e n s io n e s , ese progreso ser tal si alcanza a todos los hom bres, y si no afecta la dignidad y la responsabilidad m oral. En ese orden, el C o n ci lio constata que el m undo m oderno, al m ism o tiem po que ha lo grado avances espectaculares en m uchos m bitos de la realidad, ha p rovocado conflictos y acentuado asim etras y est lejos de haber alcanzado la paz perpetua, la plenitud y el bienestar de to dos. D esde una perspectiva religiosa, la Iglesia supone que ese fenm eno no es im putable slo y principalm ente a las lim itacio nes y a la finitud del hom bre, ni a una m aldad insuperable que anidara en su corazn. Y propone una interpretacin de la situa cin del hom bre desde la revelacin: se trata de desequilibrios radicales de la existencia que desatan preguntas lacerantes, com o sta: cul es el sentido del dolor, del mal, de la m uerte, que a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todava? 1 5 Lo im p o rtante es que esa pregunta no viene desde fuera, sino desde la vida y la historia de los hom bres; no es una cuestin
14 Cf.
ibid.,
n. 36.
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im postada o inventada. Y lo m s im portante todava, es que, se gn cree la Iglesia, esa pregunta tien e respuesta en el hom bre Jes s, verd ad ero D ios, que ha m uerto y ha resu citad o por los hom bres. R ecalco el lugar herm enutico de la pregunta y de la respuesta: vienen desde dentro de la existencia y de la historia de la hom bres. No se presentan com o algo extrao o ininteligi ble, so b repuesto a la naturaleza. U na m uestra de que segn el C oncilio, el cristianism o radicaliza la existencia, la recrea y la trasciende desde dentro, orientndola hacia un futuro escatolgico que se m ostrar en plenitud, pero que ya est entre nosotros. La accin de la iglesia est encam inada a dotar a la actividad diaria de la hum anidad de un sentido y de una significacin m u cho m s profundos . 1 6 H e d ich o que en el docum ento se esb o za un nuevo m odo de presen cia y de accin de la Iglesia en el m undo; y he insistido en que los m ism os son inm anentes a la historia hum ana. Este m odo de p resen cia, en el pasado, tuvo co n crecio n es distin tas, alg u n as de ellas, francam ente apartadas del m undo, por ejem plo, cuando se defini a la Iglesia com o sociedad perfecta, afir m ando una posicin de enfrentam iento con la m odernidad. Si la iglesia quiere ser coherente consigo m ism a y seguir la lgica de la encarn acin , tendra que asum ir y no absorber al hom bre, y sin m iedos, aceptar y arriesgarse a vivir, en serio, la his toria hum ana. !7 P ero esto exige a la Iglesia estar atenta y descubrir las nuevas c o n d ic io n e s de e x iste n c ia que se le p re se n ta n en un m undo, com o es el de la m o d ernidad, carac te rizad a p o r la prdida de fundam ento religioso y m etafsico y por el pluralism o. Esta nue va form a de existencia se ir m odelando a travs de una praxis orientada significativam ente, que le perm ita a la iglesia hacerse
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presente en el corazn de la historia hum ana, pero sin perder su identidad. U na identidad que proviene, bsicam ente, del ncleo de la fe cristiana, sin el cual no sera ella m ism a, y que consiste fu n dam entalm ente en ser signo eficaz de salvacin. Ese ncleo es de una naturaleza y tiene una funcin em inentem ente relig io sa. pues no est ligada a ninguna form a particular de civ iliz a ci n h u m an a, ni a sistem a a lg u n o p o ltic o , ec o n m ic o o so cial . 1 8 Por eso m ism o, es de pensar que im plicar que la iglesia inaugure nuevas form as de anunciar el evangelio, de realizar la salv ac i n y de o rg a n iz a rse in stitu c io n a lm e n te , a b a n d o n an d o aqullas que adopt en otros m om entos histricos, respondiendo a otras culturas, pero que hoy ya no resultan inteligibles ni cre bles. Es lo que el C oncilio ha hecho y que com prende desde la reform a litrgica, que ha posibilitado la participacin de los cris tianos en la celebracin cultual, hasta un proceso visible de desclericalizacin. que ha perm itido un m ayor acercam iento a los laicos catlicos y al m undo, an cuando todava, a los 40 aos de proclam arse, haya m ucho p o r hacer. El d o cu m en to reconoce valien tem en te que la Ig lesia tiene que ap render de la m odernidad y que recibe de ella una ayuda a la que estim a v a lio s a .1 9 P or su parte, afirm a que puede ay u d ar al hom bre m oderno, especficam ente a travs de los laicos, y co m enta d istin to s asp ecto s de esa ayuda. U no de esos aspectos, apenas sugerido, alcanza una absoluta centralidad en los textos de M edelln y de Puebla, que son una aplicacin del C oncilio a A m rica Latina: se trata de la opcin por lo pobres. En los docum entos de la Iglesia latinoam ericana, la opcin por los pobres tiene un sentido originariam ente religioso, pero con decididas connotaciones sociales y polticas; no es mi propsito com entarla a ese respecto, por otra parte, am pliam ente divulga
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do. Q uisiera m s bien, hacer alguna reflexin acerca de esta op cin por los pobres explicitada por los docum entos de M edelln y de Puebla, pero vindola desde una perspectiva diferente: ob servndola en relacin con la m odernidad. El descubrim iento del pobre com o lugar teolgico est en abso luta co n so n an cia con la fe cristiana. P or un lado, la fe es una opcin del hom bre, la m s radical de todas, por la que ste de posita su confianza total en Dios, en su existencia y en su Pala bra; pero adem s, esa fe, la fe del cristiano, es en un D ios que al en cam arse, al hacerse hom bre, se anonada, se hace pobre has ta el extrem o; una pobreza que se ha m anifestado, tam bin, en su m uerte salvadora. M arx lo perciba a su m odo, cuando afir m aba que el cristianism o haba nacido com o una religin de va gabundos errantes y d esa rraig a d o s.20 Pero cuando hablo de po breza, no me refiero slo a un fenm eno social. La fe cristiana es una renuncia del hom bre (y no slo de los pobres y harapien tos), a considerarse un absoluto, a autoafirm arse en una autono m a total; la fe es la aceptacin de nuestra pobreza ontolgica. En el fondo, es una renuncia al poder, y en ese sentido, es el principal antdoto, el reaseguro m s eficaz en contra de las des m esuras de la m odernidad y de sus excesos; de los estragos de la racionalidad instrum ental. Ha sido un m rito indudable de la iglesia latinoam ericana el haber descubierto a Dios en el rostro del pobre, lo que ha sido posible, porque antes descubri al po bre en el rostro de un Dios que se m anifest en la pobreza de la carne y de la historia. La opcin de la fe en D ios y en los pobres, planteada en los tr m inos de la Iglesia latinoam ericana, no tiene por qu concluir en la alien aci n . D esde un punto de vista te rico , la fe vivida en esta dim ensin profundizara la existencia de tal m anera que, sin m erm ar en un pice el com prom iso p o r los pobres de este m un
2 U Cf. K. MARX, La ideologa alem ana, ed. L eina, B arcelona 1988, J50ss.
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do, la m ostrara siem pre insatisfecha e inacabada, capaz de au to crtica y sin em bargo, capaz tam bin de una plenitud que no le viene de s m ism a. Esa m ism a opcin por el D ios pobre y por los p o bres de D ios, me parece, la sum ergen en la m odernidad con una fuerza transform adora que la liberan (a la m odernidad) desde dentro, de sus lim itaciones y de sus excesos, pero sin re nunciar a sus logros.
3. C onclusiones
Los an tiguos hablaban de tres m odos herm enuticos de situarse frente a un acontecim iento: la subtilitas inteligendi , la subtHitas explicandi y la subtilitas aplicandi (la sutileza del en ten d im ien to, la sutileza de la explicacin y la sutileza de la ap lica ci n ).2 1 El trm ino latino subtilitas puede ser traducido por el castellano su tileza o fin ura, e indica que si bien la herm enutica procede m etdicam ente y sus interpretaciones son intersubjetivas u o b je tivas. hay aspectos que dependen de la perspicacia, del ingenio o de la agudeza de los intrpretes. Por otro lado, no es lo m is m o in terp retar el significado de una poesa o de un fragm ento h istrico o de un len g u aje cien tfico , que el significado de un texto religioso. Un texto religioso tiene un significado cognitivo y norm ativo, esto es, dice lo que son el m undo y la historia des de la perspectiva de la fe, y dice cm o hay que actuar para que lo dicho sobre el m undo y la historia se haga efectivo. C om prender un acontecim iento religioso es saber aplicarlo, saber cm o el significado del acontecim iento alcanza eficacia histri ca a travs de las palabras y de las acciones. Si no se lo aplica, un texto religioso no term ina de ser entendido; los valores re li giosos slo despliegan su significado realizndose.
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Gadam er, lo recordam os, habla de historia efectual para referirse a esa potencia significativa del texto que crea m undos, abre horizon tes y se acta en la historia. El texto que se efecta im plica una re creacin o reproduccin de su significado; es lo que sucede, tam bin, con una obra m usical, con una poesa o con un dram a. El pianista que interpreta a Beethoven, por ejem plo, lo hace leyendo una partitura. La partitura m ediatiza la m sica de Beethoven, el ar tista la ejecuta. C uando lo hace, acta a B eethoven, recrendolo. Lo m ism o pasa con la poesa; cuando una persona la declam a modalizando la voz, m anejando los tiem pos y expresndola con su cuerpo, la palabra del poeta renace y estalla un m undo. F inalm ente, algo sem ejante ocurre con el teatro. C uando se de cide poner en escena a los grandes clsicos del teatro, los acto res deben ap render sus partes del texto o los parlam entos y des pus, actuarlos. El texto m arca la actuacin; los actores tienen que seguirlo, recrendolo; no se trata de repetirlo, sim plem ente. Tam poco alcanza con escenificarlo de una m anera tcnica im pe cab le. Los b u enos actores son aq u llo s que se apro p ian de la potencia significativa del texto y lo actualizan; le hacen decir al texto lo que contiene, aun cuando ni siquiera el autor haya sido co nciente de ello. Un buen texto, un clsico, tiene en s, siem pre, un exceso de sentido. C reo que lo m ism o pasa con los textos de C oncilio. Fueron pro clam ados, enseados y hay m ultitudes de cristianos que los han puesto en prctica. Los significados se han actuado -m uchas ve ces sin que nos dem os cuenta- y han ido preform ando la histo ria. em pujndola a nuestras espaldas, escribindola de otra m a n e ra . Yo p ie n s o q u e un a c o n te c im ie n to c o m o el C o n c ilio Vaticano II no puede ser silenciado, ni borrado, ni ignorado, por m s q ue alg u n o s lo deseen. En cierto asp ecto , es in d eten ib le, porque el significado que lo constituye tiene una potencia signi ficativa que nos supera; tiene una vida propia, que resulta im po sible arran car de cuajo. C uando los que creen haberlo hecho se descuidan, surge en otra parte, donde nadie lo espera.
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Com o los clsicos de la m sica, de la literatura o del teatro, tam bin los g randes acontecim ientos religiosos no pasan de m oda; el C oncilio V aticano II lo es. Q uiz a veces ocurre, por ejem plo, con las grandes obras del teatro universal se los saque de cartel. P uede suceder, en efecto, que haya actores y directores m ediocres, y otros, decididam ente m alos. Pero eso dura un cor to tiem po; los grandes clsicos siem pre vuelven, sencillam ente porque interpretan a la condicin hum ana.
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M arta P alacio 1
Pero e n te n d e r a im D io s no co n ta m in a d o p o r e l s e r es una posibilidad hum ana no m enos importante ni menos precaria que la de a r r a n c a r e l s e r d e l o lv id o en que haba cado dentro de la metafsica y de la o n to te o lo g ia .2
A los odos de los pensadores catlicos contem porneos no re suena extrao el hem e aqu 3 pronunciado por Em m anuel Levinas en su obra D e otro m odo que se r o ms all de la esencia. E l m an d ato tico del rostro del otro , que o b lig a an a pesar m o, 4 tiene una extraordinaria sim ilitud con la lectura pascual del servidor sufriente de Isaas 6,8. En la herm enutica catlica, el texto de Isaas sera una profeca cum plida en la vida y m uer te de Jess de N azareth com o signo testim onial de su eleccin m esinica: Jess es el elegido para cargar todos nuestros do lores en sustitucin am orosa.
1 L icenciada en F ilosofa, P rofesora de la Facultad de Filosofa y H um anidades de la U niversidad N acio n al de C rdoba. P rofesora de la F acu ltad de Fi losofa y H um anidades de la U niversidad C at lica de C rdoba. 2 E. LEVNAS, De otro modo que ser o m s all de la esencia , S guem e, S ala m anca 1987-1995, 42, 3 Ibid . , 217. 4 Ibid., 104.
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Sin em bargo el planteo de L evinas no es teo l g ico sino tico. Hem e aqu es la respuesta del sujeto que se hace cargo del lla m ado del o tro, cuya piel y presencia est expuesta a la propia m irada com o el pobre, la viuda o el hurfano , figuras bblicas que clam an p o r una re sp u esta.5 El sujeto levinasiano es p asiv i dad o rig in a ria , a fe c ta c i n y se n sib ilid a d , co n stitu id o p o r la proxim idad del otro; distinto radicalm ente al ser-ah heideggeriano y de la subjetividad trascendental husserliana. L evinas desar ticula la intencionalidad de la conciencia del sujeto husserliano e inaugura las categoras de pasividad, proxim idad y su s titucin al tem atizar sobre el sujeto. Para L evinas el sujeto es tico, constituido por la intrusa y m aravillosa presencia del otro en la m ism idad del yo: el sujeto es hospitalidad del o tro 6 o rehn del otro , 7 pasividad m s pasiva que toda pasividad . 8 A lgunos pensadores catlicos han interpretado una m anifestacin borrosa o un atisbo apenas insinuado del otro divino, analogado al D ios cristiano, en la decidida am bigedad levinasiana sobre el O tro .9 A unque la am bigedad de L evinas al h ab lar del otro, m s que intentar ser una va de acceso a la divinidad, es exigida por su planteo ya que se trata de un absolutam ente o tro , 1 0 del que, en rigor, nada puede afirm arse por ser un absolutam ente otro. N ingn lenguaje ontolgico puede expresar al otro, a riesgo de incurrir en lo que R icoeur denom ina terrorism o verbal aco m etido por el im posible intento levinasiano de decir ticam en
5 Ibid., 2 2 6-227.
6 Cf. E. LEVINAS, Totalidad e infinito , S guem e, S alam anca 1977, 303. 1 Cf. E. LEVINAS, De otro modo que ser o ms all de la esencia , 37.
B C f. E. LEVINAS, Humanismo d el otro hombre , sig lo X X I e d ito res, M x ico 2 00 1 , J25. a C f J. M . MARDONES, Sntomas de un retorno , Sal T errae, S a n tan d e r 1999, 81-83. 10 E. LEVINAS, Totalidad e infinito. 57.
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Levinas y el cristianismo
te sobre el absolutam ente o tro .1 1 Slo se tiene del otro una expe riencia originaria por la proxim idad de su rostro (visage) que afecta y deja su huella en la pasiva sensibilidad del sujeto. R eve lacin del otro: autntico fenm eno que acontece fuera de la es tru ctu ra noesis-noem a, indicando que el Otro est en un tiem po anacrnico al tiem po de la conciencia tem atizante y en una posi cin de radical asim etra con el M ism o (yo). O tro absolutam en te otro del cual el yo slo balbucea dichos que debe des-de c ir re ite ra d a m e n te a sab ien d as que n u n ca lle g a r a ap resarlo tericam ente ni contenerlo en una representacin id e tic a .1 2 Si bien la filosofa de Levinas es tica, la problem tica religiosa aparece com o uno de los intereses tericos del autor. D e hecho una buen nm ero de sus obras estn dedicadas a la exgesis b blica conform e al judaism o talm dico que ejercita en su cargo de D irecto r de la Escuela N orm al Israelita a partir del ao 1 9 4 5 .1 3 P ero su p o stura es la de distinguir casi separar su produc cin filosfica de la estrictam ente religiosa talm dica, reclam an do para aquella su natural espacio de crtica y confrontacin. Por tal razn, en una conferencia titulada Un D ios-H om bre? a la que fue invitado p o r el C entre C atholique des Intellectues Frangais problem atiza la nocin H om bre-D ios im plicada en el m isterio cristiano de Jesucristo, advirtiendo sobre los lm ites de la com prensin filosfica de tal nocin, ya que estas ideas teo lgicas trastocan las categoras de nuestra representacin . 1 4 Su
1 1 Cf. P. R1COEUR, D e otro modo. Lectura de D e otro modo que ser o ms all de la esencia de E. Levinas, A n th ro p o s, B arcelona 1999, 23. 12 Cf. E. LEVINAS, De otro modo que ser o ms all de la esencia , 50. 13 Cf. S. CR1TCHLEY, E plogo. E. L evinas. Un in v en ta rio d isp a r , en M. BA RROSO RAMOS - D. PREZ CHICO (eds.), Un libro de huellas. Aproxim acio nes a! pensam iento de E. Levinas, T rotta, M adrid, 320, 14 E. LEVINAS, Q ui e st J su s-C h rist? , S em ain e d e s In tellec tu e s C atholiqties (6-13 m ars 1968), C entre C ath o liq u e d e s In tellec tu e s F ra n jis, D escle de B rouw er, 1968, 186-192, 186.
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po stu ra m uestra a las claras que si se quiere hablar filo s fica m ente del tem a de un D ios-hom bre hay que sealar dos proble m as lim itantes para la teora: en prim er lugar, el problem a de la hum illacin que se inflinge el C reador al descender a la condi cin de creatura que interroga sobre cm o es posible que la pura actividad (D ios) pueda absorberse en la pura pasividad (sujeto); en segundo lugar, el problem a de cm o puede esta pasividad ser llevada hasta el lm ite de la expiacin por los otros en una figu ra de sustitucin (p a s i n ).1 5 L a respuesta que da a estos reparos filosficos de plantear el tem a de la hum illacin de D ios en la kenosis 1 6 est dentro del m argen im puesto p o r su filosofa: slo es posible hacerlo con una nocin de subjetividad com prendida a partir de la sustitucin tica por el otro, es decir, desde el ros tro hum ano. En la filosofa de L evinas resalta particularm ente la am bigedad de la trascendencia que, en cuanto ex terio r a la m ism idad, no puede ser tem atizada ni conceptualizada: alteridad o diacrona que no pertenece al registro de la representacin . 1 7 Si bien Levinas niega la posibilidad de una teologa, puesto que Dios
15 Cf. Ibid. 16 En este punto es interesante v in cu la r el p lan te o de L ev in as con el de G iann V attim o, para q u ien la kenosis de D ios o su a b ajam ien to a nivel hum ano es signo de un D ios n o -v io le n to y n o -absoluto propio de la p o ca p o sm e ta fsic a en la q u e e sta m o s, e n c o n tra p o sic i n c o n la id e n tific a c i n d e D ios con el S e r o b jetiv o del ipsnm esse sitbsistens de la m eta fsic a c lsica. La crtica de V attim o v a en la m ism a lnea filosfica que L evinas: la o ntoteologa o c c id e n ta l ha c o n d u c id o a un n ih ilism o se c u la r, a u n re c h a z o de la Iglesia a la m o d ern id ad , a un re p la n te a m ie n to general de los m odos de e n ten d erse la re lig i n y, en ltim a instancia, a un p lu ralism o o n to l g ico . Cf. G. VATTIMO, Creer que se cree, Paids, B uenos A ires 1996, 3 6 ^ 9 . A dem s vase: G. VATTIMO, Despus de la cristiandad. P or in cristianismo no reli gioso, P aids, B uenos A ires 2004, 21-3. 17 Cf. E. LEVINAS, D iacro n a y R e p resen tac i n , en Entre nosotros. Ensayos para pensar en otro , P re-textos. V alencia 1993, 201.
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es el inefable incontenible en cualquier logos ontolgico, no des aloja a Dios del m bito de la inteligibilidad al punto de ser slo adm isible por el discurso religioso de la f e .18 Para Levinas la teo loga racional, propia del lenguaje filosfico de O ccidente, se ha subordinado siem pre a la filosofa en virtud de que debe ju stificar ante ella la adecuacin entre el pensam iento y la realidad; en este caso la ad e cu ac i n con la realidad de Dios. S egn L ev in as, la teo lo g a ra c io n a l, al situ ar a D ios den tro de la g esta del se r com o el ente privilegiado , niega la trascendencia, la cual no puede pensarse desde el ser sino que es lo m s all del ser . 1 9 La idea de Dios hace estallar el pensam iento re-presentativo que in tenta reducirlo a ser presencia en la conciencia o a un contenido objetivo. Es una anarqua, que significa antes que todo origen en la conciencia , slo accesible en su huella . 20 El infinito suscita el deseo del bien, de lo m s all del ser, de la trascendencia. N o es extraa la natural asociacin establecida entre los plan teos levinasianos, que bogan p o r asu m ir la alteridad radical del otro en u na relacin tica de ju sticia y com pasin, anterior a toda libertad individual, con la prdica cristiana del am or al prjim o y de la fra te rn id a d .2 1 Hay cierta legitim idad herm enutica en este
'* Cf. E. LEVINAS, D ios y la filo so fa , en De D ios que viene a la Idea , C a parros, M adrid 1982, 104-105. C f D e otro modo que ser o ms all de la esencia, 203. En e ste p u n to L evinas se d ifere n cia c la ram e n te del planteo de V attim o. '* E. LEVINAS, D ios y la filo so fa , 102-103. A firm a LEVINAS: N o e s c a su a lidad que la h isto ria de la filo so fa o c cid en ta l haya c o n sistid o en tina d e s tru cc i n de la trascen d en cia. La teo lo g a racional, p ro fu n d am en te o n to l g i ca, se e s f u e r z a p o r s a tis f a c e r los d e r e c h o s de la tr a s c e n d e n c ia e n los d o m in io s del ser e x p res n d o la p o r m ed io de a d v erb io s de altura ap lic ad o s al verbo ser: D ios e x istiria de m anera em inente o p o r e x ce le n c ia , 103.
2 U Ibid., LI.
21 Cf. B. FURGALSKA, R e sp o n sa b ilt per L altro c o m o fe d e lti aU u m an o nella filo so fa di E. L ev in as , S ap ien za 55 (2 0 0 2 ) 209-227.
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procedim iento de analoga entre Levinas y el cristianism o, cuan to m s que algunas afirm aciones de L evinas en cuyo trasfondo laten las expresiones bblicas aluden claram ente a una praxis fratern a con los otros en la que la huella de lo infinito, de la alteridad, y del Infinito inefable se hacen v is ib le s .22 La relacin inm ediata que se entabla con el Otro por su revelacin se da a travs del discurso que acontece en una tem poralidad dife rente a la de la conciencia del yo. La relacin se establece cuan do la palabra del otro que habla me interpela. El rostro habla: es discurso y tica. A travs de la palabra el Yo puede recibir al O tro m s all de su cap acid ad ; en esto co n siste la tica de la aco g id a . E sta re laci n tica, que ac o n tece por la ep ifan a del rostro, es denom inada p o r L evinas filosofa prim era o m etafsi c a .23 Es el contacto del c a ra-a-ca ra que no es re feren cia a un horizonte del m undo ni a un saber previo del sujeto cognoscente. La separacin o distancia es exigida en la relacin tica original con el ser exterior o infinito, el cual se fenom enaliza por la m ani festacin de la trascendencia o visitacin del rostro. D ebido a esta relacin tica el sujeto levinasiano es pura p asiv id ad .24 Son delgados los intersticios entre esta posicin filosfica, cuya escatologa se realiza en la presencia sensible del rostro del p o bre, del hurfano y de la v iu d a, y la expresin evanglica de Mt. 25 cada vez que lo hicieron con el m s pequeo de mis herm anos, lo hicieron conm igo . El propio L evinas se percata de esta sem ejan za con sus tesis filo s fico s al leer ese p asaje del E vangelio, segn confiesa en un texto publicado en el ao 2000 por el peridico italiano Avvenire . 2 S
12 Cf. E. LEVINAS, Fuera del sujeto, C a p arro s editores, M adrid 1997, 16.
23 Cf. E. LEVINAS, tica e. infinito. V isor D istrib u cio n es, M adrid 1991, 71. 24 Cf. E. LEVINAS, Totalidad e infinito. 85-89. 25 E ste tex to fue p u b lic a d o por p rim era v e z en la seccin cultural del p e ri d i co italiano A w enire, el 10 de septiem bre de 2000 con m o tiv o del ao ju b i-
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La filosofa levinasiana corre el riesgo de ser in terpretada slo com o doctrina tica, en cuanto tal deducible del conocim iento y de la razn, cuyos valores seran un estrato superpuesto del ser. Esta p o sicin contraviene la ruptura de L evinas con la ontologa clsica y su crtica del sujeto com o autoconciencia de s; im borrables puntos de partida del pensam iento de L evinas. Sin em bargo, este parece ser el derrotero que ciertos estudios reductivos han consignado a la escritura levinasiana. D esde este pun to de vista se torna sospechosa esta connatural apropiacin re lig io sa de la filo s o fa de L ev in a s re a liz a d a por p e n sa d o re s cristianos, la cual m erece un detallado anlisis a fin de detectar las sim plificaciones y descuidos que traicionan el sentido apun tado por los textos del autor. Por otra parte, no deja de ser tam bin llam ativo el intento de algunos com entadores de relegar el pensam iento levinasiano a ser slo un discurso religioso del ju daism o, exilindolo del m bito filosfico originario e inhibien do de este m odo el estatus requerido para aspirar legtim am ente a la discusin filo s fica .26 D e alguna m anera u otra, num erosos pensadores catlicos, fil sofos y telogos, han desarrollado sus planteos filosficos a par
lar, bajo el ttu lo Levinas: Grazie, Cristian i" , 21. A ll, adem s, m anifiesta su asom bro al c o n statar que la m ay o ra de los que h ab an p articipado de la Skoah fu ero n c ristia n o s b a u tiz ad o s , sin e n co n trar, p o r ello, un o b st cu lo a sus dep lo rab les acciones. N o o b sta n te , pese a esta in co m p ren sib le e v id e n cia, tam b in L evinas agradece la m isericordia d e m ostrada por a lg u n o s c ris tia n o s re sp ec to a los ju d o s p e rse g u id o s d u ra n te la S eg u n d a G u erra M un dial. R econoce a los catlicos por la p ro tec ci n brindada a su e sp o sa e hija d u ra n te la p e rse c u c i n nazi p o r p a rte d e las re lig io sa s d e S an V icen te de Paul, q u ien es las salv aro n as del ex term in io . T am bin ex p lcita su a ce rca m ie n to al c ris tia n is m o a p a rtir de la le c tu ra d e F ra n z R o se n z w e ig p a ra quien la verd ad poda te n e r ap ertu ra hacia d o s form as, la ju d a y la c ristia na, las que po d an e ntrar en dilo g o y sim biosis. 26 Ver a este re sp ec to la esc la rec ed o ra obra de U. VZQUEZ MORO, El discur so sobre D ios en la obra de E. L evinas , U niversidad de C om illas, M adrid 1982, 12-34.
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tir de una sin to n a con el pensam iento de E m m anuel L evinas. P articu larm e n te los pen sad o res latin o am eric an o s, m ovilizados por la decidida apuesta por la alteridad radical com o fundante de una filosofa prim era, han receptado la obra de Levinas com o la posibilidad filosfica de establecer una tica y hasta una p o lti ca a p artir de la exterioridad, entendida com o los m arginales y los op rim idos del tercer m u n d o .27 Sin em bargo, ms all de esta peculiar apropiacin poltica de la tica levinasiana re ali zada por algunos intelectuales latinoam ericanos.28 otros pensado res sealan com o una carencia la desconexin de filosofa tica de Levinas con la poltica, tal el caso de R ichard R orty . 29 Este punto de vista es discutible ya que, desde el Prefacio de Totali d a d e infinito una de sus obras capitales , Levinas adm ite el co n flicto com o co n stitu tiv o del m b ito poltico in stitu cio n al y considera la guerra com o expresin desem bozada de la poltica en pocas en que la paz se ro m p e .30 La vinculacin que vislum bra entre la ontologa de la identidad y la totalidad, lo lle var a rom per con el presupuesto identitario de la sustancia y del
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su jeto para in tro d u cir un p lu ralism o o n to l g ic o inau g u rad o por la presencia del otro/a por su sospecha de la tirana de la unidad parm endea sobre la m ultiplicidad de los existentes y el im perio de la m ism idad sobre toda d iferen cia.3 1 Por otra parte, esta destacada y progresiva influencia levinasiana en m bitos cristianos de pensam iento fue sugestiva e irnica m ente p reanunciada por el propio L evinas, segn alude D errida en el A d i s que p ro n u n c ia d u ra n te las e x e q u ia s del am ig o y m a e s tro en el c e m e n te rio de P a n tn el 27 de d ic ie m b re de 1 995.32 A dem s de estos puntos de contacto entre L evinas y el cristia nism o, de los que slo hem os consignado algunos dados los l m ites de este ensayo, querem os centrar nuestra problem atizacin en su particular interpretacin de la ontologa griega, la que con tiene un novedoso im pacto para la reflexin del cristianism o en una poca p osm etafsica com o la que vivim os. Este im pacto se halla an inexplorado en la totalidad de sus consecuencias, espe cialm ente por aquellas tradiciones cuyos sistem as descansan so bre la nocin de ser g rieg o y su c o rrelativ o e sse latino. La onda expansiva de los planteos levinasianos an no ha term ina
31 C f. E. LEVINAS, Ibid , 233. R especto a Ja h isto ria " de la m oderna no ci n de sujeto, subjectum, com o hered era y su stitu a de la de sustancia, ansia, p u e de co n su ltarse el interesante e stu d io de H-G. GADAMER, S ubjetividad e inte rs u b je tiv id a d , su jeto y p e rso n a " , en E l giro herm enutica , C te d ra , M a drid 1995, 11-25. 32 P erm tanm e e v o c a r el da en que, d u ran te un C ongreso d e los In telectu a les Judos, en el m o m en to en que a m b o s e sc u ch b am o s una con feren cia de A ndr N eher, E. L ev in as m e d ijo en un aparte...'. Ya o ve usted, l es el ju dio protestante, yo so y el catlico, o c u rre n c ia que m erecera una larga y seria re fle x i n . : J. DERRIBA, Adis, M nim a T rotta, M adrid 1998, 22 (el re saltado e s nuestro). En un tex to p osterior, D errida reiterar esta ironia levin asian a de a u to -d e sig n arse com o el c a t lic o en re la ci n a A ndr N eher. Cf. J. D errida, C onfesar Lo im posible. R eto rn o s , en R. MATE (ed.), La filosojia despus del Holocausto. R iopiedras, B arcelo n a 200 2 , J53.
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do de dim ensionarse, quizs por la recepcin concordista sim plificadora anteriorm ente a lu d id a .3 3 La favorable acogida de L evinas respecto de la declaracin del C oncilio V aticano II Nostra aetate y su especfica interpretacin del cristianism o com o vivir y m orir por todos los hom bres nos abre una va desde la cual pensar el desafo arrojado al cristia nism o p o r su potente crtica al onto lo g ism o griego y al sujeto m oderno; c rtic a artic u la d a d esd e una e x p e rien cia o rig in al de profetism o bblico. Dice Levinas: Pienso el profetism o com o un m om ento de la propia condicin hum ana. A sum ir la responsabi lidad para con el otro es para todo hom bre una m anera de dar testim onio de la gloria del Infinito y de ser inspirado. 34 En consonancia con la crtica heideggeriana a la ontoteologa de O ccidente, pero, atrevindose a incluir a H eidegger en la m ism a re flex io n an d o con H e id e g g er contra H eidegger 3S L evinas deconstruir las categoras ontolgicas de la tradicin filosfico occidental y al hacerlo instalar una provocacin al cristianis mo posconciliar que no ha sido del todo recogida por los estu dios filosficos y teolgicos. Segn Levinas, el m ensaje bblico de la ju stic ia y la caridad no se inserta bien en la razn filo sfica griega en la que D ios es com prendido com o un superla tivo del ser objetivo dentro de un esquem a cosm olgico, p o s
33 U no de sus estu d io so s dice al respecto: L os te lo g o s cristian o s han acu sa do p ro n to el im p o rta n te d e sa fio que em ana de la obra de E. L ev in as y es an una incgnita sab er hasta dnde podra lleg ar este c am in o . A. PINTOR RAMOS, Intro d u cci n , en De otro modo que ser o ms all de la esencia . 35. 34 E. LEVINAS, Etica e infinito , 105. 35 Cf. M . LPEZ GIL - L. BONVECCH1, La im posible amistad. M aurice Blanchot y E. Levinas, A d rian a H idalgo E ditora, B uenos A ires 200 4 , 125. V ase a d e m s el e n sa y o in tro d u c to rio de J. R olland a la o b ra d e E. LEVINAS, D e la evasin , titu la d o S a lir del ser p o r u n a nueva v a , A rena libros, M adrid 1999, 17-20.
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teriorm ente conciliado con el creacionism o cristiano. Si la ontoteologa elabor nociones para explicar a D ios y a sus creaturas a partir de la filo so fa su stan cialista g rieg a concebidos en una relacin causal de trascendencia, una vez puesta en crisis la no cin de sustancia y de sujeto, consecuentem ente tam bin entra en crisis la teo loga que instrum ental iz tal filosofa. La quie bra de la trascendencia no sera entonces la quiebra de una teo loga que tem atiza el trascender en m edio del logos asignndole un trm in o al paso de la trasc en d en c ia , fijn d o la en el tra n s m u n d o ...? 36 D esde su tem prana obra D e la evasin, escrita en 1936, L evi nas ha denunciado la dependencia de la filosofa occidental res pecto al ontologism o del ser com o dogm a insuperable m s all del cual es im posible p en sa r.37 Este im perio de la existencia es lo que genera la reaccin del ex istente hum ano, descripta fenom en o l g icam ente por L evinas com o huida o evasin, las que en tan to m alestar revelan una necesidad de salida del ex is tente p atentizada en la vergenza y la nusea por estar clava dos en el ser y por tener la condena de ser s m ism o y a que el ser es un peso para s m ism o . 38 Para L evinas esta evasin no es m otivada p o r la finitud del ser sino por su autosuficien cia y su bastarse a s m ism o. N ada ms lejos del pensam iento griego y del cristian o -p lato n izan te para los cuales la salida se
36 E. LEVINAS, De otro modo que ser o ms all de la esencia , 48. En E. LEVINAS, Totalidad e infinito , cit., 282, leem os: E n la co n ce p ci n clsica, la idea de la trascen d en cia se contradice, El su je to que trascien d e se tran sp o r ta en su trascen d en cia. N o se trascien d e . Si en lugar de re d u cirse a un cam bio de p ro p ied a d , de c lim a o de nivel, la tra sc e n d e n c ia c o m p ro m e tie se la identidad m ism a del sujeto, a sistira m o s a la m u erte de la sustan cia. 37 Cf. E. LEVINAS, De a evasin, cit. En el ltim o c ap tu lo d e n u n cia que el onto lo g ism o en su m s am plia sig n ific a ci n ha p erm an ecid o com o el d o g m a fundam ental de todo p en sa m ien to ", 113. 38 Cf. Ibid., 103, 1 10, 102.
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entrev com o la eternidad, precisam ente porque la necesidad brota de un ser finito el ente contingente , que careciente de esa infinitud o trascendencia necesita rem ontarse a su causa in finita o C reador para superar la angustia de la fm itu d .39 En este sentido, aunque con m atices propios, L evinas puede ser com prendido dentro de los pensadores de la m uerte de D ios por su rechazo a pensarlo dentro de las categoras sustancialistas de la o n to teologa o cc id e n tal.40 En Totalidad e infinito afirm a: La fe purificada de los m itos, la fe m onotesta, supone un atesm o m etafsico. 4 1 D ios en cuanto alteridad est ms all del ser, siendo slo una huella de lo que decim os que es, cuya voz se torna un m andato escrito en el rostro del otro y que ordena a su serv icio , El viejo tem a bblico del hom bre a im agen de Dios adquiere un sentido nuevo: la sem ejanza de D ios se m anifiesta en el t y no en el yo. El m ovim iento que nos lleva al prjim o lleva tam bin a D ios. 42 El O tro es quien des-ordena la m ism idad del existente, el cual, desde el m om ento en que hospeda al O tro, se constituye en subjetividad tica o el otro en el m ism o . 4 3
3!l Cf. Ibid., 114-115: El im pulso h a cia el C re ad o r traduca una sa lid a fuera del ser. Pero la filo so fa o bien a p lic ab a a D ios la categ o ra del ser o bien lo co n sid erab a en cu an to C read o r; co m o si fuera posible su p erar el se r a c e r c ndolo a una activ id ad o im itando una obra que c o n siste p re cisa m e n te en ir a p arar en l. El ro m an ticism o de la actividad cread o ra est anim ado por una necesid ad profunda de sa lir de ser, pero m anifiesta a p esar de to d o una a tadura a su esencia cread a y sus ojos estn fijos en el ser. El p roblem a de D ios ha seguido siendo para l el p roblem a de su e x iste n cia ". Sobre el a n sia de etern id ad en el pensam iento g rieg o puede co n su lta rse H annah ARENDT, La condicin humana, P aids, B arcelo n a 1993, 30-33. Tal es la po sici n de Ja c q u e s R olland. Cf. ibid., 31. 11 E. LEVINAS, Totalidad e infinito, 100. E. LEVINAS, D i lo g o , en R. SCHERER, E. LEVINAS, H. BOU]LLARD, Fe cris
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El predom inio de la contem placin y de la teora, propio de la filosofa de O ccidente, es recusado por Levinas desde su prim e ra obra 44 y h asta el fin de sus das, puesto que conlleva el es tigm a de la existencia dada la indefectible atadura del pensa m iento al ser . Es por ello que incluso el idealism o, pese a que se excusa de d ecir algo acerca de la existencia por focalizarse slo en la estructura de lo existente, es invadido p o r el ser por todas p artes an cuando cree haberlo superado. Las relaciones ideales traducen las leyes del ser aunque la inspiracin prim era sea superar el ser.45 En conclusin, para L evinas se trata de sa lir del ser p o r una nueva va corriendo el riesgo de invertir algu nas nociones que al sentido com n y a la sabidura de las nacio nes les parecen las m s evidentes. 46 Sin em bargo en esta obra ju v en il no nos dice cul es esta va. H abr que esperar a la pu b lic a c i n D e otro m odo qu e se r o m s all de la esencia de 1978 para que redondee la respuesta a la inquietud filosfica de to d a una vida. La salida ser por la su b jetiv id a d entendida com o un ser de otro m odo que rom pe con su esencia (logos) y con la esclero tizaci n sustancial: la subjetividad es excedida por el Infinito o el Bien que m e ha elegido antes de que yo lo elija . 47 L a investig acin levinasiana no postula a D ios com o ser ni com o otro hum ano m s grande que el prjim o, q u iere antes de hablar de Dios, decir la proxim idad, de dnde viene la voz y cm o se dibuja la h u ella . 48 un sum o sino que d escrib ir Las tesis
44 Cf. E. LEVINAS, Thorie de l'lntuilion dans la Phnomnologie de Husserl, J. V rin, Pars J 1970, 75-76, 190. 4 Cf. D e la evasin, 114-116.
46 ibid., 116.
47 E. LEVINAS, De otro modo que ser o ms all de la esencia , 55. 48 E. LEVINAS, El p e n sa m ien to de M artn B u b e r y el ju d a is m o c o n te m p o r n e o , en Fuera del Sujeto, 34.
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levin asian as hablarn de D ios de otro m odo que el discurso teo l g ico de la filo so fa occidental y que el discurso religioso c l s ic o .49 El hem e aqu de L evinas no es un dogm a de fe, ni una razn teolgica, sino que es una relacin tica original que expande la subjetividad fuera del m bito de la representacin de la c o n c ie n c ia .50 Para L evinas el problem a de la trascendencia de Dios, y el problem a de la subjetividad irreductible a la ese n cia, irreductible a la inm anencia esencial, son problem as que van ju n to s. 5 1 Levinas presenta una provocacin a la fe del cristianism o en una poca posm etafsica en que una nueva sensibilidad ha invadido las diversas esferas de la vida: el arte, la cultura, la p o ltic a .52 La filosofa de Levinas es provocativa por su deconstruccin sustancialista, por su concepcin de trascendencia, por el pluralism o y la d iferen cia irred u ctib les al pensam iento sinptico, por la n o cin de subjetividad pasiva y habitada por una alteridad, por el profetism o bblico no-ontolgico, por una idea de Dios arranca da del objetivism o, de la presencia y del ser. U na vez que los fundam entos m etafsicos-m orales han cado por un proceso de autodisolucin en la m odernidad tarda o posm o dern id ad , p rean u n ciad o desde sus albores por N ietzsche, de lo
Cf. D e otro modo que ser o ms all de a esencia, 224. 50 C f. E. LEVINAS, D e otro modo que s e r o ms a ll de la e s e n c ia , 226: H e m e aqu, en nom bre de D ios sin re fe rirm e d irec ta m en te a su p re se n cia.., De n in g n m odo se en u n cia c o m o un yo c reo en D ios. D ar te s tim o nio de D ios no es p re cisa m e n te e n u n c ia r esa p alabra e x tra -o rd in a ria, com o si la g lora pudiese alo jarse en un tem a, ponerse com o tesis y convertirse en e se n cia del ser. S ig n o d a d o al o tro de esta m ism a sig n ific a ci n , el hem e aq u i me sig n ific a en nom bre de D ios al serv icio de los h o m b res q u e me m iran... Esta re cu rre n cia e s to d o lo co n trario del re to m o a si, de la c o n c ie n cia de s.
5 1 Ibid , 62.
52 Cf. J. HaBERMAS y OTROS, La Posmodernidad, K airs, B arcelona 1985.
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que se trata es de cm o creer sin sustancialism os y cm o abrir cauces tericos para la experiencia religiosa desde otros espacios filosficos. V uelta herm enutica a los evangelios al m odo del Talm ud? Segn Levinas el m todo de lectura talm dico o rabnico se puede definir por una interiorizacin perm anente de la letra , lo cual no supone un proceso de abstraccin. Esta tenta tiva consiste en interiorizar y conservar ntegram ente el conte nido de la Escritura, obteniendo enseanzas de las m ism as con tra d ic c io n e s . 5 3 D ejar que la P alab ra que e st in scrip ta en el rostro del otro hable e interpele en una escucha diacrnica. que tiene el poder de abrir los ensim ism ados odos y m ovilizar una respuesta vital: un yo abierto p o r el otro, capaz de albergar su huella y de responderle en el bien realizado hacia l. Para L evi nas la gloria del Infinito pasa por el entram ado hum ano de las acciones de sustitucin y expiacin por el O tro .54 El pluralism o com o opcin filosfica levinasiana puede arm oni zar sin forzam ientos con la dogm tica del catolicism o asentada sobre el ser y la sustancia? La ju stic ia com o obligacin anterior a toda libertad apriorstica cm o se conjuga con la autonom a de la conciencia ilustrada? La perspectiva de trabajar la nocin de huella levinasiana, en el sentido de presencia-ausencia, D ios trascendente hasta la au sen cia, 55 puede ser la posibilidad de recuperar la invisibilidad de D ios en la visibilidad am bigua del rostro del otro y abrir un espacio original para nuevas resonancias del ecum enism o y para la recu peracin de otras voces filosficas y teolgicas que den cuenta de la diversidad de las experiencias religiosas. Los tem o res que nos habitan com o contem porneos y contem porneas de
53 E. LEVINAS, El p e n sa m ien to de M artn B u b e r y el ju d a is m o c o n te m p o r n e o , 28. ' 4 Cf. E. LEVINAS, De otro modo que ser o ms all de la esencia , 225. 55 E. LEVINAS, D ios y la filo so fa", 124.
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una poca m uy com pleja y v ertiginosa, donde se disuelven las grandes v erdades y valores de la m odernidad, son sntom as de estar a la intem perie de la existencia. Pero a la vez estas zo z o bras co n tien en la posibilidad bifronte de recrudecer posiciones fnndam entalistas religiosas o de crear m odos de religiosidad sin teo d icea que no se contenten con la quietud del ser sino que se inquieten por reducir el sufrim iento intil . 56 Levinas nos provoca con su profetism o entendido com o testi m onio: resp onsabilidad que tenem os p o r los otros. Com o grito de rebelin tica , 57 en un tiem po cargado de violencias, en que las verdades im puestas por la seduccin o la fuerza del p o der han hecho un desierto del suelo de nuestras creencias.
56 Cf. E. LEVINAS, tica c. infinito , 1 14. V ase al respecto: Z. BaUMAN. tica posm oderna , Siglo X X I editores, B uenos A ire s 200 4 , 84-92.
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LA REALIDAD DEL CO NCILIO EN LA FICCIN A PR O P SITO DE CINCO HO RAS CON M ARIO DE M IG UEL DELIRES
Lila Perrn 1
D ic h o so C o n cilio , con lo tra n q u ilo s qu e e st b a m o s
M.D.
En diciem bre de 1966, a un ao del C oncilio V aticano II, se pu blica en M adrid la novela de M iguel D elibes titulada Cinco ho ras con M a rio .2 Es im portante registrar la fecha y lugar de pu blicacin ya que no puede obviarse la necesidad de relacionar el discurso con las condiciones determ inadas de produccin. La novela co n stituy un fuerte llam ado de atencin, una actitud transgresora. no slo desde el punto de vista literario, frente a las t c n ic a s del ya g astad o re alism o so c ia l , sin o com o tom a de conciencia de otra cosm ovisin. expresada en ese m om ento to dava desde los m rgenes por oposicin a lo que se consideraba legitim ado por la tradicin y el orden establecido. La renovacin
1 D octora en L etras. Profesora de la F acultad de F ilo so fa y H u m anidades de la U niversidad C at lica de C rdoba. 2 M iguel D elib es es au to r de novelas, c u en to s, re la to s, ensayos, a rtcu lo s p e rio d stic o s, lib ro s de viaje. En 1947 re cib i el Prem io N adal p o r su n ovela La sombra del ciprs es alargada. En 1973 ingres a la Real A cad em ia E s paola. Entre o tro s p rem io s im portantes recib i el C erv an tes, m xim o g alar dn de las letras en lengua castellana.
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se filtra en todos los aspectos de la vida y tie el discurso de la nica voz (representante de una m entalidad que se adivina mayoritaria),3 cuando opina sobre diversos aspectos de la realidad: eco nm ico, social, religioso, poltico, histrico, educacional. Y esto se explica porque en el texto literario hay siem pre algo m s que lite ratura en sentido estricto ya que por l circulan otros lenguajes v i gentes en la sociedad, necesarios para com prenderlo, no slo en su aparecer, sino en aquellos estratos m s profundas deudores de las relaciones con el contexto y sus ideologas. Lo sistm ico literario debe, pues, relacionarse con lo extrasistm ico porque, m s all de una produccin individual el texto es siem pre deudor de lo social. Com o sostiene A ngenot el escritor escucha el rum or del discurso social o m aneras propias de decir en un estado de sociedad. M iguel D elibes, en una entrevista con Jav ier G oi, a propsito de Cinco horas con M ario, expres:
...creo q u e la n o v e la s u p o n e , tr a s e l c o n c ilio y la tm id a a p e r t u ra de eso s a o s , la o p o r t u n id a d d e q u e a s o m e la c a b e z a M a rio , u n in te le c tu a l p ro g r e s is ta ; e s cie r to q u e en C i n c o h o r a s . .. in f l u y e m u c h o e l C o n c ilio . Yo m e lib ero c o n l d e n o p o c o s p ro b le m a s , d e no p o c o s e s c r p u lo s , de no p o c a s i n c o m o d id a d e s e s p iritu a le s y q u iz s en esta n o v e la e x p o n g o to d a esta sa tisfa c c i n de m anera in directa.4
3 En nuestra C rdoba se vivi una experiencia semejante. El C oncilio dividi aguas y se lleg a extrem ar las diferencias en una injusta distincin m araquea entre bue nos y m alos, distribuyndose la bondad y la m aldad segn la postura del distribuyente" ante las renovaciones conciliares. En la novela de D elibes, es M ario, el hijo m ayor, quien reprocha a su madre: Por Dios, mam! Ya sali nuestro feroz m aniquesnio: buenos y m alos (...) los buenos a la derecha y los m alos a la iz quierda! (pg. 290) M iguel Delibes, Cinco horas con Mario. Barcelona 1966. To das las pginas rem iten a esta edicin. En 1981 se publica la versin teatral (E s pasa C alpe). La obra fue estrenada en el T eatro M arquina de M adrid el 2 de noviem bre de 1979. C arm en fue encam ada por la actriz Lola Herrera. 1 J. GOI, Cinco horas con Miguel D elibes. A njana E d icio n es, M adrid 1985, 84. La cu rsiv a nos pertenece.
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Y refirindose a Jim nez Lozano, com paero suyo en el peridi co, cuya influencia reconoce y a quien dedica la novela, m ani fiesta:
Yo e s tu v e m u y in flu id o p o r J i m n e z L o za n o . Me senta incmo do en la Iglesia preconciliar. N u n c a fui m u y c l e r i c a l , p e r o c u a n d o m e di cu en ta d e c ie rta s c o n n iv e n c ia s del c le r o d e e n t o n ces co n el p oder, m e n o s a n . En esa p o c a , q u e e s c u a n d o c o n o z c o a P ep e J i m n e z L o z a n o , llevo v a rio s a o s v a c il a n te r e s p e c to al e s q u e m a e c le s i s tic o , n o a la p u ra fe, q u e n o la he p e r d id o n u n c a . P epe m e influ y m u c h o , era el c a t lic o im p a c ie n te ,
postconciliar antes del Concilio. 3 E stas confesiones del autor evidencian la im portancia que tuvo en la elaboracin de su novela, el clim a creado p o r el Vaticano II y nos autorizan a leer Cinco horas con M ario desde esta pers pectiva para sealar de qu m anera una realidad tan significati va ingresa en una obra de ficcin y hasta dnde sus docum entos in c id ie ro n en la p ro b le m a tiz a c i n de d iv e rso s asp ecto s de la vida. C asi todos los autores que se ocuparon de la obra, alguno, com o Fernando M orn, considerndola en 1971 com o la m s bella y m s terrible novela espaola de las dos ltim as dcadas , 6 a pe sar de sus an lisis rigurosos, si bien aluden al C oncilio, no se detuvieron a profundizar de qu m anera su renovacin afectaba a todo un m undo y cm o la polm ica, m s all de ciertos aspec tos triviales en los que incurre la voz narradora, se establece en tre dos m entalidades (pre y p o stco n ciliar).7
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critor, la obra y el lector , A n th ro p o s, B arcelo n a 1992, 121. A lfo n so Rey en La originalidad novelstica de Miguel D elibes , Univ. de S an tiag o C om postela 1975, en su anlisis co lo ca el a cen to en la opo sici n entre la E spaa tra dicio n al y la E spaa p ro g resista y so b re el C on cilio escribe: L as diferen cias de orden re lig io so entre a m b o s e sp o so s d eriv an no de p ro b lem as doctrin ales, sino de un m odo d istin to de e n te n d e r la funcin de la Iglesia en la sociedad. M ario propugna una revisin del papel d esem p e ad o p o r la Iglesia espaola en torno a c u estio n es so ciales y p o ltica s. Frente a su actitu d postconciliar, osten ta C arm en otra m ucho m s trad icio n a l (pg, 187}, pero no a honda en esa linea. Je s s R o d rg u ez en El sentimiento del miedo en la obra de Miguel D elibes (1 9 7 9 ), M adrid: P lieg o s, ex p resa: E n tre los a c o n te c im ie n to s m s sig n ific a tiv o s de e so s aos hay que sealar: la en tra d a de capital e x tran jero (...) y por ltim o la m o d ern iza c i n de la Ig lesia iniciada p o r el C on cilio V a tican o II, que tan ta co n tro v e rsia su scit entre los secto res m s c o n se rv a d o re s de la so cied ad e sp a o la (pg. 69) N uestra lectura n o lo incluye com o ltim o en tre los a co n tec im ie n to s m s sig n ificativ o s, sin o com o p ro m o to r de una serie de cam b io s en to d o s los rd en es de la vida, que la no v ela refleja. E denia G uillerm o y Juan A m elia H ernndez, en Novelstica espaola de los sesenta, E lise o T orres & S ons, N ew Y ork 1971, ap en as inclu y en una lnea de alusin al C oncilio.
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se inician con textos bblicos en cursiva (subrayados por M ario), que ofrecen el pretexto para las divagaciones de C arm en, quien los interpreta a su m anera y discurre por los cam inos de sus ob sesiones. E stas citas bblicas, adem s de dividir las secuencias, m otivan el fluir de la conciencia de C arm en, la caracterizan ir nicam ente por la sim plista interpretacin que hace y representa, por contraste, la ideologa de M ario que habla a travs de ellas y, de algn m odo, dirige la evocacin de la m ujer que reacciona ante los textos. Si ella tiene la ltim a palabra, la prim era la tie ne siem p re su m arido. En el so lilo q u io hay un t e x p lc ito a quien agrede, interpela, cuestiona, contradice, recrim ina, en una actitud intem perante que se traduce lingsticam ente a travs de las expresiones que utiliza para dirigirse a su m arido: botarate, tonto del h ig o , z a sc a n d il , b o rrico , g ran d sim o alco rn o q u e, dando por supuestas las reacciones que provocara en M a rio. En apariencias hay slo una voz: la de C arm en, pero el con trapunto se advierte precisam ente por aquello que discute y que pone en prim er plano la ideologa de M ario ( podram os hablar de un dilogo oculto). En este sentido y, com o sostiene B ajtin, la alu si n m s ligera a un en u n ciad o co n fiere al discu rso un carcter d ial g ico que no le puede dar ningn tem a puram ente o b je tu a l . A trav s de l est cu e stio n a n d o las afirm a cio n es conciliares que no slo tratan de definir la identidad de la Igle sia en el siglo XX, sino su relacin con la problem tica del m un do circundante. Y no es casual, para com p ren d er el m om ento, especialm ente en Espaa, que el progresista haya m uerto y per m anezca viva solo la m ujer que se opone a todo cam bio. El de M ario y su g rupo es el contradiscurso, una ruptura con la lgica d iscu rsiv a im perante, frente a la palab ra de C arm en que tiene una leg itim id ad co n sag rad a por la trad ic i n , el m edio y los d iscursos que circulan en su clase, (para ella lo v erd ad ero por
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m ayoritario), de la que se ja c ta porque se enorgullece de ella y que, adem s de constituir su sistem a de referencia, es la clase dom inante. U tiliza la palabra ajena (en especial la de su padre y de su m adre) para consolidar sus argum entos y term ina siendo prisionera de ella. C arm en es la voz de la E spaa oficial fren te al silencio de la otra E sp a a (otra vez el tem a de las dos E spaas, u na de las cuales habra de helar el corazn del espao lito que llegaba al m undo en pocas de A ntonio M achado). Pero paradjicam ente, el ataque de su m ujer es la m ejor defensa de M ario, elem entos dxicos que, al atacarlo, se autodestruyen. En la novela slo C arm en existe en s m ism a ; los dem s: M a rio, los am igos y padres de am bos, slo existen en im agen, es decir, a travs de la subjetividad de la mujer, en un sujeto que no son ellos, com o correlatos del sentim iento de C arm en. Sin em bargo, D elibes logra que esa existencia en im agen no co n vierta a los dem s personajes en fantasm as, sino que constituyan verdaderam ente los o tro s con respecto a la mujer.
El concilio en la novela
Ese Juan X X III, que gloria haya, ha m etido a la Iglesia en un callejn sin salida (pg. 144). L gicam ente, el reproche de C ar men se dirige al prom otor del C oncilio, en quien ve la causa de todos los errores vigentes est todo revuelto con eso del C on cilio (pg. 74), aunque trata de salvar su opinin m atizndola:
...que n o e s q u e d ig a q u e f u e s e m a l o , D ios m e libre, p e ro p ara m q u e lo d e P apa le v e n ia u n p o c o g ra n d e , o a lo m ejor, le p i ll d e m a s ia d o v ie jo , q u e to d o p u e d e suceder, (p g. 144).
En este m arco p o stco n ciliar ex isten asp ecto s que la irritan de m anera especial y a ellos vuelve una y otra vez. Porque, preci sam ente, el soliloquio de C arm en se caracteriza por una p erm a
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n e n te re ite ra c i n que tra d u c e la a sfix ia n te m o n o to n a d e sus ideas y prejuicios a la vez que contribuye a desnudar su m enta lidad de pequeo burguesa refractaria a todo lo que signifique am enaza a su m undo de cm odas seguridades. M ario no puede tom ar su turno en el circuito com unicativo, pero detrs de sus convicciones, cuestionadas por la m ujer, estn los textos conci liares que nos hablan y que cada uno de nosotros podr recono cer porque, si en el m om ento de publicacin de la novela signi fic a b a n u n a n o v e d a d no a s u m id a p o r to d o s , h o y y a e s t n incorporados a la doctrina y form an parte de nuestro im aginario doctrinal. Por eso obviarem os las citas para confrontarlos con las palabras de la mujer. Se supone que C arm en no ha ledo los docum entos conciliares ya que rep etid as veces alude a su d esin ters por la lectura en general, por lo tanto, lo que dicen, si lo conoce, le llega m edia tizad o , no p o r el co n tacto d irec to con los tex to s, sino p o r el m undo ideolgico que la rodea, por los lugares com unes de su clase . Sus aseveraciones contribuyen a fijar la representacin de un grupo social ofrecindole una identidad y un m arco de segu ridades que no quiere resignar, repitindolo a su m anera y segn su conveniencia. Se cum ple en ella lo que afirm a Bajtin:
E s s u f ic ie n t e o ir c o n a te n c i n y m e d i ta r en el d is c u rs o q u e s u e n a p o r to d a s p a rte s p a ra lle g a r a la c o n c lu s i n d e q u e en el h a bla de c u a l q u i e r p e r s o n a q u e v iv e e n s o c ie d a d la m i ta d de las p a la b r a s q u e p ro n u n c i a so n p a la b r a s a je n a s ( r e c o n o c id a s c o m o ta le s), t r a n s m i ti d a s e n t o d o s los g r a d o s p o s i b le s d e e x a c t i t u d e i m p a rc i a li d a d (m s e x a c ta m e n te d e p a r c ia lid a d ) . 9
C arm en rep resenta la actitud fanatizante que tiende a proceder siem pre p o r exclusiones; adhiere al saber legitim ado por su cla se y, de m anera intem perante, declara ilegtim o lo que se le opo
5 M . BaJTIN, Teora y esttica de la novela , Tan rus, M adrid 1991, 155. La cur siva nos pertenece
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ne, aunque provenga de los docum entos de la Iglesia cuya p er tenencia no slo adm ite sino proclam a. Para ella slo es v erd ad ero lo que perm anece, re sistin d o se a todo cam bio. A unque en apariencias asum e una actitud crtica, en realidad slo se preocupa por negar toda posibilidad de otras perspectivas. M e envidiabas a m y a todos los que, com o yo, estbam os seguros de todo y sabem os adonde vam os (pg. 86). Su clase aparece com o un personaje verdugo de M ario, Si bien los reproches de C arm en abarcan los m s diversos aspec tos, desde la negativa de M ario a com prarle aunque fuera un Fiat S eiscien to s y una cu b e rtera de plata (com o co rresp o n d a a su clase), la falta de dilogo, el subestim arla, su capricho de ir a clase en bicicleta, el no alternar con quienes detentan el poder, y, com o hilo conductor de la tram a, la necesidad de hacerse p er d o n ar un ad u lterio que no lleg a co n su m arse (aunque haya adulterado en su corazn ), advierte que la conducta de M ario est ideolgicam ente m arcada por el dichoso C oncilio que todo lo est poniendo patas arrib a (pg. 75), P recisam ente este as pecto es el que m s le duele p o r sus proyecciones y por el e s cndalo que provoca entre sus am istades. De all que no co in ci dam os con la crtica cannica que considera el tem a del Concilio com o uno m s y lo hayam os tom ado com o centro de nuestra ex posicin.
te llam ado de aten ci n , una respuesta a sus interrogantes, una confirm acin y, a la vez, una interpelacin, una nueva y m s fir m e m otivacin. C om o D elibes expres refirin d o se a Jim nez Lozano, segn hem os dicho, M ario, sin saberlo, era postconciliar antes del C oncilio. P recisam ente el autor afirm a que su am igo fue la figura que tuvo en cuenta al perfilar el p erso n aje.1 0 Q uizs los crticos que vieron en la novela el tem a del C oncilio com o uno m s no advirtieron que el Vaticano II no slo signi fic una acto reflejo de la Iglesia sobre s m ism a com o expre s P ablo VI en su discu rso de clau su ra el 8 de d iciem b re de 1965, sino que ha ten id o un v iv o in ter s por el e stu d io del m undo m oderno . Deca el Pontfice en aquella ocasin:
L a Ig lesia del C o n c ilio , s, se ha o c u p a d o m u c h o a d e m s q u e de s m i s m a y de la re la c i n q u e la u n e a D io s, del h o m b r e tal c u a l h o y e n re a lid a d se p res en ta del h o m b r e v iv o , del h o m b r e e n t e r a m e n te o c u p a d o d e si, del h o m b r e q u e n o s lo se h a c e c e n tro de to d o su inters, sin o q u e se atrev e a lla m a r s e p rin c ip io y r a z n de to d a re a lid ad . T o do el h o m b r e f e n o m n ic o , e s decir, c u b ierto co n las v e s t id u r a s d e s u s i n n u m e r a b l e s a p a rie n c ia s , se ha l e v a n t a d o a n te la a s a m b l e a d e los P a d r e s c o n c il ia r e s , ta m b i n ellos h o m b r e s , t o d o s P a sto re s y h e r m a n o s , y p o r lo ta n to , a t e n to s y a m o r o s o s ; se ha le v a n ta d o el h o m b r e tr g ic o e n su s p r o p io s d r a m a s , el h o m b r e s u p e r h o m b r e d e a y e r y d e h o y y p o r lo m i s m o frg il y fa lso , e g o s ta y fero z; lu e g o el h o m b r e d e s c o n te n to d e s, q u e re y llora; el h o m b r e v ers til, s i e m p r e d i s p u e s to a d e c l a m a r c u a l q u i e r p a p e l, y el h o m b r e rg id o q u e c u lt iv a s o l a m e n t e la re a lid a d cientfic a; el h o m b r e tal cual es, q u e p i e n sa, q u e a m a , q u e trab aja.
E sta p re o c u p a c i n c o n c ilia r p o r to d o el hom bre y to d o s los hom bres en el m undo m oderno, porque la Iglesia no es ajena a las vicisitudes hum anas, necesariam ente deba proyectarse a to
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dos los cam pos de la actividad, propiciando una renovacin de la vida individual, fam iliar, pblica, social, asum ida por M ario y su grupo, en el que se encuentra tam bin el clero jo v en , de fendiendo la ju sticia, los derechos de los m s dbiles, la educa cin de la m ujer, el dilogo, la libertad religiosa y la autntica caridad. Entre los m iem bros del clero se halla el P, Fando, d e fen so r de los o breros y la necesidad de una retribucin justa. Dice Carm en:
...q u e b u e n o s se e s t n p o n i e n d o e s t o s c u r i t a s j v e n e s q u e no d a n i m p o r t a n c i a a n a d a , s l o si a los o b r e r o s g a n a n m u c h o o p o c o , q u e m e a p u e s to la c a b e z a q u e les p a re c e p e o r q u e u n p a tr o n o n ie g u e una p a g a e x tr a o rd in a ria a q u e a b ra c e a u na m u j e r q u e n o es la su y a (pg. 115).
Todo es cuestionado por la m ujer ya que desestructura su m un do de cm odas seguridades. C itarem os sim plem ente algunas de sus aseveraciones (siem pre hablando ex cted ra y reitern d o las hasta el cansancio), sin com entarios porque se im ponen por s m ism as, aunque en ocasiones nos parezca que se hallan al bor de de la caricatura y que el autor fue dem asiado im placable con ella. Sin em bargo, a los que hace cuarenta aos vivim os la rea lidad del C oncilio con sus enfrentam ientos, seguram ente se nos p resen tar alguien- o varios, o m uchos- que respondan a esas caractersticas, hoy im pensables. D etrs de cada cuestionam iento de la m ujer puede leerse, por contraste, no slo la opinin de M ario, sino la doctrina conciliar.
A n dis revolviendo cielo y tierra para que los po bres estudien, otra e q uiv oc a ci n, q u e a los pobres les sacas d e su cen tro y to te sir ven ni p ara fino s ni para bastos, les e ch is a perder, c o n v n c e te , enseg uid a quieren ser seo res y esto no p u ed e ser, cada uno debe arreglrselas dentro d e su clase c o m o se hizo siem p re (pg. 76). Si los p o b r e s e s t u d i a n y d e ja n d e se r p o b r e s q u ie r e s d e c i r m e c o n q u i n e s v a m o s a e je r c ita r la c a rid a d ? (p g . 133). ...si q u ie re s h acer a lg o p o r los d e m s , p o b res h a y a m o n t o n e s y a C ritas, co n un p o q u ito d e h ab ilida d, se la torea, c o m o y o hago, p o rq u e C ritas p o r m u c h o q u e t la defiend as, lo q u e h a h ec h o es im p e d ir n o s el tr a to d ir e c to c o n el p o b r e y la o ra c i n a n te s del b o lo , q u e y o r e c u e r d o c o n m a m , a n t i g u a m e n t e , re z a b a n con to d a d e v o c i n y b esab an la m a n o q u e los so co rria (pg. 197). h a y v o c a c i o n e s para p o b r e s y v o c a c i o n e s p ara gente b ien , ca d a u n o en su clase (14 7 ).
Su actitud discrim inatoria se ejercita no slo ante los pobres por m o tiv o s ec o n m ic o s sin o a los que p ad e cen o tra s c a ren c ia s com o la enferm edad, la prisin, el ejercicio de la prostitucin:
i Es q u e t c r e e s , M a r i o , v o lv i e r a a la tierra, se iba fro o c a lo r, c u a n d o to d o l o c o s y a no p u e d e n se r ni p e d a z o d e a l c o r n o q u e , q u e si C r is to a p r e o c u p a r de los lo c o s , de si tie n e n el m u n d o est h a rt o d e sa b e r q u e los b u e n o s ni m a l o s ? (pg. 2 0 3 )
... p e ro y los p re s o s ? H ijo d e mi a lm a si h u b o m e s e s co n las a m n i s t a s o eso, q u e p a re c a n u e stra casa la s u cu rsal d e la c r cel, q u e m e g u sta ra s a b e r a m q u i n te d io v e la p a ra e ste e n tie rro , q u o lo re s, y el olor, p ase, p e ro p o r a y u d a r a u n p re s o , te p u e d e n d e te n e r , c o m o lo o y e s , p o r c m p l i c e o c o m o se lla m e (pg. 192) ... c la r o q u e p ara ti h asta las m u j e r e s d e la v id a m e r e c e n c o m p a s i n , q u e y o n o s d n d e v a m o s a lle g a r, n a d i e lo es p o r g u sto , v c t im a s de la so c ie d a d (p g. 4 2 )
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Educacin de la m ujer
El C oncilio V aticano II fue el prim ero en ocuparse de la m ujer, su educacin y em ancipacin que, hasta entonces, se haba rea lizado fu era de la Ig lesia 1 1 C arm en llega al exabrupto cuando cuestiona este tem a defendido por M ario:
p a r a q u v a a e s t u d i a r u n a m u j e r , M a r i o , si p u e d e s a b e r s e ? Q u s a c a en lim p io co n ello, d im e ? H a c e rs e un m a r im a c h o , ni m s ni m e n o s , q u e u n a c hica u n iv e r s it a r i a es u n a c h ic a sin fe m in e id a d , n o le d e s m s vu eltas, q u e p a ra m u n a c h ica q u e e s t u d i a es u n a c h i c a sin s e x y , n o es lo c u y o , v a y a , c o n v n c e t e (pg. 75). a u n a m u c h a c h a bien le so bra co n s a b e r pisar, s a b e r m i r a r y s a b e r s o n r e ir y estas c o s a s n o Jas e n s e a el m e j o r c a te d r ti c o (... ) N o c a b e , m e p a r e c e , r e s u m i r el id eal d e fe m in e i d a d en m e n o s palabras, (p g . 76).
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( ...) q u e p o r m u c h a s v u e lt a s q u e le d es, la I n q u i s ic i n era b ie n b u e n a p o rq u e n o s o b li g a b a a to d o s a p e n s a r en b u e n o , o sea en c ristia n o , y a lo v e s en E s p a a , t o d o s c a t l ic o s y c a t l ic o s a m a c h a m a r ti ll o (p g s . 151-152). lo s e s p a o l e s s o m o s lo s m s c a t l i c o s d e l m u n d o y los m s b u e n o s , q u e h a s t a el P apa lo d ijo (pg . 60).
D esde luego, esa concepcin de la autoridad y el orden (aunque se trate de un ord en injusto), trae com o consecuencia un m ie do a la libertad, esa m xim a dignidad del hom bre, con todos los riesgos que im plica porque supone salir de su refugio y la posi bilidad de equivocarse, de confrontar sus ideas, dialgicam ente, con otros hom bres (le m olestan, en especial, los ju d o s y los pro testantes)
... p e ro la m a y o r p a rte de los c h ic o s so n h o y m e d i o ro jo s, qu e y o no s q u le s p a s a , t i e n e n la c a b e z a l o c a , l l e n a d e i d e a s e s t ra m b t ic a s s o b r e la libertad y el d i l o g o (p g . 60). ...y co n e s a s c o la c io n e s de q u e los j u d o s y los p ro te s ta n te s so n b u e n o s , q u e slo n o s faltab a e so (p g. 89). ... q u e a c o m p r e n s iv a y g e n e ro s a p o c a s m e g a n a r n , p e ro a n tes la m u e r te , fijate b ie n , la m u e r te , q u e ro z a r m e co n un j u d o o u n p ro te sta n te . P ero e s q u e v a m o s a o lv id a rn o s , c a ri o , d e q u e los j u d o s c r u c i f i c a r o n a N u e s t r o S e o r ? (...) Y, p o r fa v o r , n o m e v e n g a s c o n h is to ria s d e q u e a C ris to le c r u c i f i c a m o s to d o s , t o d o s los d ia s , c u e n to s c h in o s , q u e si C ris to le v a n t a ra la c a b e z a , da p o r s e g u r o d e q u e n o v e n d r a a r e z a r con los p ro te s ta n te s , ni a d e c ir q u e los p o b r e s v a y a n a la U n iv e rs id a d .., (p g, 90), ...si e s c ie r to q u e te re n e s los j u e v e s c o n u n g ru p o d e p r o t e s ta n te s p a ra re z a r j u n t o s , au n s in ti n d o lo m u c h o , h azte a la idea de q u e no n o s h e m o s c o n o c id o (pg, 80),
P ero el escndalo m ayor surge cuando recuerda la exposicin de M ario sobre la R evolucin F rancesa. La afecta tanto que pare
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Lila Perrn
ciera estar oyndola todava y se am arga al pensar que, luego de esas blasfem ias se acercaba a com ulgar, erigindose en fiscal de la conducta de su m arido.
T c r e e s q u e un c r i s ti a n o p u e d e d e c i r a b o c a lle n a , e n p len a clase , q u e era u n a l s tim a q u e la Ig le sia no a p o y a s e la R e v o lu c i n F r a n c e s a ? (p g. 2 08 ). ... t, sin ir m s lejos, y a v e s, q u e fue u n a p e n a q u e la R e v o lu c i n F r a n c e s a n o Ja a p o y a s e la Iglesia, u n a b l a s f e m i a a s, qu e c u a n d o al da s i g u i e n t e vi a c e r c a r t e a c o m u l g a r m e q u e d de n ie v e , te lo p r o m e to , q u e la m i s m a B e n e , p a ra q u e lo s e p a s se h a b r c o n f e s a d o n o ?, q u e y o, m u jer, im a g i n o (p g . 2 6 1 ) . 1 3
C onclusiones
N u estra lectura de Cinco horas con M ario parte de la realidad co n ciliar com o un eje rector que ilum ina diversos m bitos del q u eh acer hum ano y donde dos m entalidades construyen iso to pas opuestas. De un lado, C arm en y su m undo: los satisfechos, los cm odos, los que ven en toda renovacin una dilapidacin del p atrim o n io , los que no viven la gracia com o un don que puede perderse ante uno m ism o, sino com o un trofeo para ex h ib ir an te incrdulos. Del otro , M ario que no ten a to d as las respuestas quin las tiene? pero renuncia a la inercia, para v iv ir de m anera inquietante, lee los signos de los tiem pos, no siem pre fciles de descifrar porque la realidad es problem tica.
12 SCH1CKENDANTZ (ibd.. 2 3 ) tran scrib e el tex to de A, W odrow, p e rio d ista in glesa, q u e dice: En tino de sus viajes a F rancia el Papa Ju a n Pablo [I fue tan lejos com o para a firm ar que el slogan re v o lu c io n a rio fran c s ^ libertad, igualdad, fra te rn id a d , era cristiano. ;U na d e clara c i n que m ueve a Po VI en su tum ba ! Y, a ad im o s n o so tro s, ha ra p re g u n ta rse a C arm en: se h a br co n fesa d o SS d esp u s de e sa a firm ac i n ?
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corre riesgos, le responde a la vida y no sim plem ente le pregun ta, vive con autenticidad, de acuerdo consigo m ism o y no con im p e ra tiv o s im p u e sto s p o r el g ru p o . D e e so s h o m b re s q u e, com o reco n o ce E sther, la co n tra cara de C arm en, son hoy la conciencia del m undo . De su lado estn los que no se adorm e cen, viven alerta, no se conform an, salen inclusive de los xi tos con im paciencia; los que no son culpables de que el m undo cru ja pero asu m en el designio de denunciarlo; los que no son responsables del pasado, pero no quieren ser irresponsables ante el porvenir; los que ven com o ms escandaloso el orden injusto del m undo que la ju stic ia , a veces desordenada, de los j v en es Q uizs el gran erro r de M ario fue ignorar que C arm en y los su yos tam b in son la Ig le sia y no p reo cu p arse por in ten tar el d ilo g o con ella, la prjim a m s prxim a. M ario y a no puede orla pero nunca intent hacerlo. Es la im posible relacin entre dos soledades, dos incom prensiones. H em os trado estas reflexiones, al cum plirse cu aren ta aos del C oncilio, para recordar la revolucin que signific y que debe seguir significando Se lo acus de confundir al principio, de es candalizar a veces. Pero creem os que all est verdaderam ente su gran m rito que no puede olvidarse. Porque lo peor que podra ocurrim os es considerar que el C oncilio ha pasado , pues no ha sido superado ni an p o r los acontecim ientos cada vez m s ur gentes. La necesidad de su vigencia contina com o interpelacin a la conciencia cristiana a cuya respuesta todos som os llam ados y q u iera D ios que nuestra actitud nos incluya entre los elegidos para darla.
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CRISTO LO G A NARRATIVA Y PEN SAM IEN TO H IST RICO PR O V O C A CIO N ES DEL VATICANO II
Guillermo Rosono 1
El p r o b l e m a de la histo ria sale al e n c u e n t r o d e la te o lo g a ca d a v e z de f o r m a m s urgente... Jo s e p h R a tz i n g e r (1 9 7 2 ) D io s, si es q u e h a y u n o , d e b era, a u n q u e s lo fu era p o r r a z o n e s d e c o n v e n ie n c ia , h a c e rs e p r e s e n te en el m u n d o s i m p l e m e n t e c o m o h o m b r e . 2 F ri e d r ic h N ie tz s c h e
Joseph R atzinger es conocido com o un pensador lcido, incisivo, de h orizonte am plio y diagnstico certero, an por quienes no c o m p arten su lectu ra de la situ aci n actual. En u n a pequea obra, ligada a otras m uy clebres com o Introduccin a! cristia nismo, 3 dedic su atencin a la relacin entre teologa e historia, poniendo en el centro de su reflexin los desafos que la cues tin histrica plantea a la teologa. En ese m arco, observa cm o
1 D octor en T eologa ( aples). D irecto r de estu d io del S em inario M ayor de C rd o b a , p ro fe s o r d e la U n iv e rsid a d C a t lic a d e C rd o b a y d e l In stitu to L um en C hristi. 2 Ms all del bien y del mal, XV I. 3 J. RATZINGER, Introduccin al cristianismo. S alam anca 1909
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Guillermo Rosolino
Las afirm aciones del hoy B enedicto XVI no son ajenas a las pre ocu p acio n es del C oncilio V aticano II, m s an, estn estre ch a m ente ligadas a los m otivos por los que el P apa Juan X X III lo co n v o c , y a ciertas op cio n es y ln eas de p ensam iento que el aco n tecim ien to y la d o ctrin a co n ciliar im pulsaron. El presente artculo pretende m ostrar, a travs de los anlisis hechos por d i versos telogos, la im portancia que la historia, com o acontecer, com o p e rsp e c tiv a de co m p re n si n y a u to c o m p re n si n que el hom bre m oderno tiene, tuvo para el C oncilio. A partir de esto se p reten d e m ostrar los causes abiertos por el m ism o para la re flexin teolgica posterior. G iuseppe R uggieri, buscando elem entos clave Para una h erm e nutica del V aticano 11 , se pregunta si en el ltim o concilio no se estableci un m todo, de algn m odo nuevo, de afrontar las
1 J. RATZINGER, Teologa e historia. N otas sobre el dinam ism o histrico de la fe , S alam anca 1972, 9.
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grandes preguntas que la historia le plantea a la Iglesia. 5 Para o b ten er una resp u esta intenta, en p rim er lugar, cap tar algunos elem entos del espritu del acontecim iento conciliar; en un se g u n d o m o m en to , o rien ta d o por una co n o c id a h ip te sis de K. Rahner, pretende situar el viraje decisivo conciliar en el cam i no de la tradicin eclesial , para, finalm ente sealar la categora signos de los tiem p o s, com o indicacin m etodolgica verda deram ente fundam ental del V aticano II. En cuanto al espritu del acontecim iento conciliar R uggieri ob serva que La novedad principal del Vaticano II la constituye ms bien la co n sideracin m ism a de la historia en su relacin con el E vangelio y la verdad cristiana. 6 A favor de sem ejante asevera cin, entre otros argum entos, apela a la figura de Juan XXII para el cual la interpretacin del Evangelio era inseparable de la refe rencia a la historia de tal m odo que la innovacin form a parte de la condicin m ism a de la d octrina cristiana . En ese sentido, hay una exigencia intrnseca a la doctrina para que su sustancia se haga presente en el tiem po: p a sto ra l como herm enutica hist rica de la verdad cristiana.''' En otros trm inos, se trataba de re descubrir hasta el fondo el sentido de la historia vivida e interpre tad a por los hom bres com o lugar teolgico. 7 En sintona plena con este espritu del acontecim iento conciliar hay que com pren der el significado y el valor de la ca teg o ra signo de los tiem pos . A pocos aos de concluido el C oncilio, el dom inico M. D. C henu pona el nfasis en la im portancia de dicho concepto, cuyo sentido y alcance han de entenderse com o pertenecientes al teji do m ism o de la d o ctrin a conciliar. Se trata, afirm a C henu, de una categora constitucional que decide las leyes y condiciones de la evangelizanin desde el m om ento en que el cristianism o se
5 G. RUOOIER], P a ra u n a h e rm e n u tic a d e l V a tic a n o II , C o n c iliu m 2 7 9 (1 9 9 9 ) 13-28, 14. 6 G. RUGGIERI, Para una h e rm e n u tica del V aticano II", 17. 1 Cf. ib id ., 17-18.
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siente com prom etido en los aco n tecim ien to s, enfrentado com o est con las dem andas, las esperanzas, las angustias de los hom bres, sus herm anos, creyentes e inc rey en tes. s De tal m odo que la preocupacin por los signos de los tiem pos ha de entenderse en relacin a la m ism a conciencia histrica de la Ig lesia.9 Se trata de redescubrir el nexo vital entre la historia y el Espritu de C risto , de tal m odo que los interrogantes que surgen del curso de la his to ria p erm itan co m p re n d er de nuevo el E vangelio en el tie m po. 1 0 Esta es la tarea propia de una teologa de los signos d e los tiem pos cap az de poner de m anifiesto el significado histricoteolgico de los m ism os, de tal m odo que la historia, no slo la del pasado sino fundam entalm ente la presente se constituya en un autntico locus theologicus . 1 1 A la luz de las p re sen tes co n sid eracio n es va ap arecien d o con m s claridad que una herm enutica adecuada del Vaticano II no puede soslayar el alcance de esta categora, m s an, ha de sa car todas las consecuencias de la m ism a para o rien tar la co m prensin y apuntalar los frutos del evento conciliar. Los signos de los tiem p os se constituyen en el punto de referencia histri co m s preciso para que la historia, en sentido m s am plio, en tre en el pensam iento teolgico m arcndolo con la densidad y el dinam ism o que le son propios. De esta m anera quedar de m a nifiesto que los signos de los tiem pos no son ex tern o s a la econom a salvfica sino que la constituyen, ju n to con la epclesis del E sp ritu de C risto , c ru cificad o y re su c ita d o . 1 2 Segn
B Los signos de los tiempos, en G. BARANA (ed.). Iglesia del mundo de hoy, M adrid 1970. II, 278. a La in siste n c ia e n los sig n o s d e los tie m p o s est re la c io n a d a c o n la viva c o n c ie n c ia que tien e la Ig lesia de q u e e x iste y v iv e d e n tro de un p ro c e so h ist ric o ., M. D. CHENU, en C o n ciliu n i 25 (1967) 313-322, 314. 10 G. R tiggieri, Para una herm en u tica del V aticano ]] , 21. 1 1 Ibid., 22. 12 Ibid., 24.
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R uggieri, para que un acontecim iento sea considerado un signo de los tiem p o s es necesario que se cum plan ciertas condiciones.
L a p o b re z a en la q u e se e n c u e n t r a n v iv ie n d o m u c h e d u m b r e s i n m e n s a s d e h o m b r e s t o d a v a n o es, c o m o ta l , u n s i g n o de los tie m p o s ... Slo c u a n d o a l g u n o s h o m b r e s c o m i e n z a n a c o lo c a r la p o b re z a a la luz m e s i n i c a y d e s c u b r e n un n u e v o e q u il ib r io en el E v a n g e l i o y e n la Ig l e s ia , p a ra los c u a le s el m i s t e r i o de la p o b r e z a e n los p o b r e s y e n C r is to , q u e se h i z o p o b r e se c o n v ie r te en el e je d e la h is to ria, el E v a n g e li o se v u e lv e E v a n g e l i o d e los p o b r e s , y la I g l e s ia se v u e l v e I g l e s ia d e los p o bres... s lo e n to n c e s c o m i e n z a n los h o m b r e s a re c o n o c e r u n s i g n o d e los ti e m p o s . 1 3
Es as com o las historias de los pobres, la historia de la pobreza de la hum anidad com ienza a ten er un lugar en el pensam iento teolgico, a constituirse en locus theoogicus , entonces, la histo ria es alojada en la m ism a reflexin sobre el m isterio divino. Por Jo tanto, cuando se habla del ingreso o im pacto de la historia en el pensam iento teolgico en relacin a los signos de los tiem pos, no se tra ta slo de acontecim ientos que son ten id o s en cuenta por la reflexin teolgica sino, de acontecim ientos que m irados a la luz del Evangelio, aparecen com o signos de los tiem pos, e interpelan a tal punto la reflexin de la fe, que se im ponen com o m o jo n es in elu dibles que dejan su huella im pulsando a nuevas sntesis en la com prensin del m isterio divino y su voluntad salvfca universal (cf, 1 Tim 2,4). D os te lo g o s, un alem n y o tro italia n o , P e te r H n erm an n y B runo Forte, tam bin leen los aportes del Vaticano II en clave de provocacin e im pulso de un pensam iento histrico. S intetizar a continuacin, tanto la m irada que cada uno de ellos hace al los textos y al acontecim iento conciliar, com o las lneas de reflexin que proponen a partir del evento eclesial catlico m s im portan
13 Ib id .. 27.
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te del siglo X X . Si H nerm ann focaliza su reflexin en torno a la cu e sti n cristo l g ic a , F o rte se ex p lay a en una m irada m s am plia que lo lleva a com prender el Vaticano II com o el co n ci lio de la h isto ria . P ara c o n c lu ir este itin erario recuperar los puntos m s significativos del aporte hecho por estos telogos, en orden a sealar algunas cuestiones y orientaciones que co n sid e ro fo cales para un pensam iento teolgico po stco n ciliar situado en A m rica Latina.
14 Cf. P. HNERMANN, Cristologa, B arcelona 1997, 428-434. ls Cf. T. GENTLER, Jess C.hristus - D ie antwort der Kirche a u f die Frage
nach deni M enschsein. Eine U ntersuchung zu Funkion und Inhalt der Christologie im ersten Teil der Pastoralkonstitution Gaudittm et Spes des Zweiten Vatikanischen Konzils (E tliS t, vol. 52), L eip zig 1986. C ita d o por
H nerm ann.
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el reino de los cielos, nos revel su m isterio, y efectu la reden cin con su obediencia. La Iglesia o el reino de C risto presente en el m isterio, crece visiblem ente en el m undo por el poder de D ios (LG 3). En prim er lugar, el acontecim iento C risto es na rrad o desd e la p re te m p o ralid ad de D ios; la n arraci n aparece aqu com o la expresin lin g stica adecuada al acontecim iento histrico sobre el que se quiere tratar. Pero adem s, la perspec tiva histrica Se com prueba tam bin por el m odo y m anera con que ca rac te rizan d ich o aco n te cim ie n to . 16 La ilu stra c i n m s clara se encuentra en D ei Verbum. El docum ento sobre la divina revelacin seala que el Jess histrico es el acontecim iento re velador por excelencia: Pues envi a su H ijo, es decir, al Ver bo etern o , que ilum ina a todos los h om bres, para que viviera entre ellos y les m anifestara los secretos de D ios (cf. Jn 1,1-18). Y agrega, con toda su presencia y m anifestacin corporal, con palabras y obras, se lleva a cabo dicha revelacin. En m uy bre ves trazos, al d efin ir el aco n tecim ien to C risto, asum en en el fondo los padres la form a conceptual de la cristo lo g a hist ri ca, 1 7 para la cual el acontecim iento Jesucristo en su concre tes h istrica, lleva en s la plenitud de la verdad. Siendo Jesu cristo la au to apertura de D ios m ism o, slo en el encuentro con l, el hom bre se adentra en un horizonte vastsim o de verdad y de sentido. L a diferencia con las cristologas de im pronta m etafsica se hace evidente en el distinto punto de partida, all se parta de la dife re n cia y au to su b sisten cia de las n atu ralezas hum ana y divina, d esp leg an d o de m anera form al y ab stracta la o n tologa propia del ser de Cristo. Sin em bargo, H nerm ann seala un im portan te peligro quizs no barruntado por los padres conciliares en virtud de que ya se m ovan en el horizonte conceptual de la cris tologa m oderna , se trata del peligro de interpretar los textos
1 7 Ihid..
430.
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de m anera fundam entalista: interpretando Lumen gentium 3 se gn parm etros tem porales, y D ei Verbum 4 en una perspectiva pura y sim plem ente m ilagrosa. La perspectiva histrica tam bin se deja ver en la narracin del acontecim iento Cristo segn las tres dim ensiones del tiem po. De all que H nerm ann habla de tres grandes grupos de declaracio nes cristolgicas. En ellas, el pasado corresponde al eterno de signio salv fico del Padre, en el cual el H ijo tien e el papel de m ediador. Tanto Lumen gentium 2 com o D e i Verbum 2 y 3, se m ueven en dicha perspectiva. Tam bin aqu ve el autor un con traste con la estricta separacin de los tratados De deo uno y D e deo trino que haca la E scolstica del Barroco. Por el contrario, el V aticano II, p artie n d o del a c o n te c im ie n to h ist rico C risto , contem pla su origen o pre-historia donde se enlazan creacin e historia salvfica. El seg u n d o grupo asum e la narracin del m inisterio de C risto en su carne, m uerte y resurreccin. H ablando del reino de Dios inaugurado con la predicacin de Jess se afirm a: este reino com ienza a m anifestarse com o una luz delante de los hom bres por la palabra, p o r las obras y por la presencia de C risto. Los m ilagros, p or su parte, prueban que el reino de Jess ya vino so b re la tie rra ... P ero h ab ien d o re su cita d o Je s s, d espus de m o rir en la cruz p o r los h o m b res, ap a rec i c o n s titu id o para siem pre com o Seor, com o C risto y com o sacerdote (LG 5). Se co n ju g an en esta d ec la rac i n cristo l g ic a , tan to los datos histricos cuanto la confesin de fe. En ese sentido, el lenguaje del V aticano II est en fu erte c o rre sp o n d e n c ia con el de los E vangelios, y com o ellos, tiene la frescura de la narracin a c cesible a todos. P rolongando el hilo de la reflexin de H ner m ann, es p o sib le a firm a r que la p re o c u p a c i n de los pad res co n c iliares est p u esta en p re sen tar el m isterio de Jesu c risto co m p ren sib le a todos, recurriendo a la form a narrativ a y a su capacidad de im plicar al interlocutor interpelndolo y hablndo le significativam ente.
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En el te rc e r grupo que trata sobre la accin eficaz del S eor exaltado, presente p o r su espritu en la Iglesia y en la historia, se encuentra la m ayora de las declaraciones cristolgicas con ciliares. 1 8 La impresionante novedad que se esconde en todas estas decla raciones slo se descubre cuando se la yuxtapone a las cristologias dogmticas tradicionales. Los tratados dogmticos neoescolsticos sobre cristologa se ocupan, sin duda, de la re surreccin y del retorno del Seor, pero en vano buscaremos en ellos un captulo que examine la obra realizada por el Espritu del Seor glorificado en y a travs de Ja Iglesia. Pero en la Lumen gentium la mayor parte del espacio se reserva precisa mente para este tipo de declaraciones.le A dem s, estas declaraciones estn vinculadas a la consum acin de la historia y a la nueva venida de Jesucristo, as sucede en el captulo 7 de Lumen gentium com o en el nm ero 45 de Gaudium et spes. H nerm ann encuentra tam bin aqu un aspecto sorpren dente: en cuanto a la presencia y accin de C risto en y a travs de la Iglesia no se hacen dem asiadas distinciones. El Vaticano II,
'* Cf. LQ 34-36, y el d ecreto A d g en tes , q u e d escrib e la m isin de la Iglesia com o p ro lo n g ac i n de la m isi n de C risto presen te y activo en el E spritu. '* Ibid.. 433. En fuerte contraste con la afirm aci n de H nerm ann, p ien sa Joseph M oingt: Por otra parte, el V aticano I I no ab o rd fro n talm en te la d o c trin a cristo l g ica y p o r tan to no in tro d u jo en ella nin g u n a in novacin e fe c t i v a . , 'H u m a n ita s C h r i s t i , C o n c iliu m 2 7 9 ( 1 9 9 9 ) 3 9 -4 9 , 39. E n mi opinin, el no a b o rd aje ex p lcito , si es que esto se puede defender, no im plica que pe rsp ec tiv a s p ro fu n d am en te nuevas, com o las que a p o rta D ei Ver bum, no influ y an sig n ific a tiv am e n te en el tratad o c risto l g ico . En cam b io , c o in c id o c o n M oingt en que Gaudium et spes hace a p o rte s fu n d am en tales, que H tinerm ann no ha re sca tad o su fic ie n tem en te . D upuis afirm a: El c o n cilio ev o lu cio n , sin duda, en el tran scu rso de las sesio n es hacia un c ristocen trism o (y a una p n e u m a to lo g a) m s netos: su s g ran d es tex to s cristo l g ico s p e rte n ec e n a la c o n stitu c i n G audium et Spes (22, 32, 45, e tc .) , en J. DUPUIS, Introduccin a la cristologa , E stella 1994, 238.
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com o M xim o el C onfesor y Juan D am asceno, concibe la rela cin de C risto y de los sujetos que obran de m anera autnom a y responsable, de la Iglesia y de los fieles, com o una interpenetra cin e interaccin recprocas, 20 es decir, al m odo de una pericresis. Al respecto, en el eplogo de su cristologa saca la si guiente conclusin: La cristologa del V aticano II, que se centra en la pericresis de las obras de C risto y de la com unidad de los fieles, constituye un preludio de esa nueva m odalidad de ex is tencia creyente y libre dentro de la Iglesia. Entra en este cap tu lo, la elaboracin, a cargo de diferentes crculos culturales, de cristologas especficas que, a su m anera, ofrecen respuestas al encuentro con el S eor en este tie m p o . 2 1 Los pasos dados por el V aticano II, al acoger los nuevos plantea m ientos, al acu ar las d eclaracio n es cristo l g icas en frm ulas n arrativ as accesibles al conjunto de la Iglesia, y al ag reg ar un captulo nuevo sobre el Seor resucitado, activo en la Iglesia a travs del E spritu, constituyen una contribucin esencial a la b isto ria de la c ris to lo g a . 22 Q ueda sin em bargo una tare a in m ensa, se trata de la elaboracin conceptual de la problem tica reflejada p o r estas declaraciones cristolgicas: cm o elaborar conceptualm ente este tipo de declaraciones con el objeto de p ro tegerlas de todo posible m alentendido, y poner as de m anifiesto su p lau sib ilid a d ?23
11 Ibi ., 433.
23 M oingt, coin cid e con H nerm ann en la necesid ad de a h o n d ar el giro c o n ci liar: E sta cristo lo g a, a b so lu ta m en te clsica y m s ex ac ta m en te ' d e sd e a rri b a , por el m ero hech o de p ro y e ctarse e n la h isto ric id ad del m undo, en la m undanidad de la historia, p o r e sta r d estin ad a a serv ir de fun d am en to a un hum an ism o segn el E vangelio, est ab o cad a a nuev o s y m s d ecisiv o s d e s p la z a m ie n to s q u e tra ta re m o s de e s b o z a r a q u . , J. MOINGT, H u m a n ita s C h risti , 43.
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24 Cf. B. FORTE, La teologa como compaa, m em oria v profeca. Introduc cin ai sentido y al m todo de la teologa como historia , S alam an ca 1990, 133-139. 2 ibid.. 133. 26 Ib id .. 134.
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turo. C onciencia del presente y m em oria del E terno, entrado en el tiem po, la teologa se hace profeca en la esperanza, concien cia evanglicam ente crtica, que la iglesia tiene de s en su p ere grin ar de este m undo al P a d re . 27 La historicidad de hecho m anda a una ms profunda historicidad form al o estructural: la revisin de las distintas form as teo lgicas orienta, deja constantes en orden a la constitucin de la form a teolgica. En ese sentido la historicidad form al co rrespon de a la sensibilidad de la conciencia m oderna en cuanto concien cia histrica. No slo el giro hacia la subjetividad, caracterstico de la m odernidad, sino tam bin la dialctica del ilum inism o ani man en orden a una teologa histrica; en efecto, esta dialctica im plica una m ayor tom a de conciencia de la com plejidad de la historia, de su irreductibilidad a teora, a sistem a.
Verdad e historia
A nte esta nueva conciencia la teologa cristiana se siente provo cada precisam ente en cuanto que es pensam iento del encuentro entre el xodo y el adviento, y p o r tanto pensam iento no de una salvacin fu era de la historia, sino d e la historia y en ella, de una verdad que nos hace libres no fuera del tiem po, sino aqu y a h o ra . 28 El m otivo soteriolgico im pulsa a la percepcin de la verdad en la historia, a su vez, la concepcin bblica de la v er dad, que no slo ha de ser conocida sino tam bin hecha,29 im pulsa a la percepcin de la verdad que se ofrece en la historia. L a historia es, por lo tanto, el lugar de la verdad, no en el sen tido de que la verdad se resuelva en ella segn un relativism o
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incapaz de g arantizar la apertura del devenir histrico a las sor presas del adviento, sino en el sentido de que la verdad aconte c e en la historia, es decir, viene a m anifestarse en ella, aunque excediendo siem pre la capacidad de captacin del concepto y de la m ente del h o m b re. 30 D istante de un relativism o para el cual la verdad se lim ita slo a un tiem po y a un contexto, la com prensin de la historia com o lugar de la verdad tam poco im plica el rechazo de una p o sib le m etafsica. La histo ria no diluye la co n sisten cia o n to l g ica de la verdad, se tra ta de re co n o ce r la verdad que se hace accesible y com unicable al hom bre en la his toria: U na teo loga com o historia no sacrifica el lenguaje del ser, sino que lo valoriza exactam ente en su naturaleza de lengua je, de m ediacin expresiva histrico-concreta y com unitaria, en donde el ser viene a revelarse al existente hum ano y ste llega a abrirse a su propia profundidad o n to l g ic a. 3 1 La verdad percibida en la historia, y el pensam iento histrico as entendido, m uestran su relevancia a la hora de la bsqueda del sen tid o de la verdad; por este cam ino la verdad se m uestra no slo com o verdad en s, sino tam bin com o bondad atrayente y belleza irradiante. U na teologa histrica, atenta al sentido de la verdad, sin perder el sentido de la pureza y de la profundidad de la m ism a, no es m enos, sino m s fiel a la verdad, que un pensa m iento que q u iera captar la verdad en s, sin in d ag ar sobre su relaci n con el xodo hum ano y p o r lo tanto sobre su sentido para n o so tro s. 32 En otras palabras, con su carcter histrico la teologa asum e el concepto bblico de verdad bajo una m otiva cin soteriolgica, no se disocia de la profundidad ontolgica de la verdad, y se preocupa tam bin por poner de m anifiesto su sign ificativ id ad para el hom bre de hoy. Sin descu id ar el adviento
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divino en la historia, la trascendencia en su darse histrico, p re tende cuidar, a su vez, el cam inar hum ano, sus interrogantes y b sq uedas, para poner de m anifiesto la oferta de sentido de la verdad. Se va delim itando as el carcter propio de esta teologa: T eo lo g a com o h isto ria es p en sam ien to del xodo en cuanto determ inado por el adviento, y al m ism o tiem po pensam iento del ad v ien to en cuanto m ediado en las palabras y en los ac o n te ci m ientos del xodo hu m an o ... 33 A la teologa com o historia, que se propone com o form a respe tuosa del adviento y del xodo en tiem pos de la conciencia h is t rica, le co rresponde una criticid a d propia. N o una criticidad advenediza, sino la que tiene en cuenta los trm inos que pone en ju e g o el p ensam iento del M isterio: la teo lo g a com o historia presenta su propia y original criticid ad : la historia es m em oria que, en la conciencia del presente, se convierte en proyecto. Sin m em oria el proyecto sera slo utopa; sin proyecto la m em oria sera m era nostalgia; sin conciencia actual, la m em oria y el p ro yecto serian slo evasin. Es en la unidad de estos tres trm inos del devenir histrico com o el pensam iento de la historia se hace verdaderam ente crtico, es decir, rico en discernim iento y en ju i cio, capaces de valorar y de orientar las c o sa s. 34 C riticidad que corresponde al pensam iento histrico en el respeto a su dinam is mo de pasado, presente y futuro, criticidad que corresponde a la teologa en cuanto teologa histrica:
La t e o l o g a c o m o h is to ria v i v e e s ta u n id a d : ella e s c o n c ie n c ia del p re s e n te , ec le sia l y m u n d a n o , en el q u e se sit a , e s c o m p a a d e la v i d a y d e la fe, en d o n d e la e x p e r i e n c i a e x o d a l d el a d v ie n to v ie n e d e h e c h o a ser v iv id a , ella e s m e m o r ia del p a s a do f o n t a l, del u n a v e z p a ra s i e m p r e del v e n i r de D io s e n la p le n i tu d del t i e m p o y d e la a c t u a l i z a c i n d e e s ta v e n id a en la
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35 Ibid., 137-138.
36 J. RATZINGER, Teologa e historia , 25. 37 J. RaTZINGER, Teologa e historia , 36.
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indiferencias, es siem pre penltim a, y m ediacin hacia la verdad plena. Los signos de los tiem pos (C henu-K uggieri), tino de los apor tes m s significativos del concilio que im posta toda su doctrina, ju n to al captulo nuevo sobre el S eor R esucitado, activo en la Iglesia a travs del E spritu, en una pericresis vital y revitalizado ra (H nerm ann), son intuiciones que reclam an un desarrollo orgnico y renovador. D esde una antro pologa abierta (R atzinger) elaborada en correlacin a una cristologa histrica y n arra tiva, capaz de articular adecuadam ente las tres dim ensiones del tiem po, porque la historia es m em oria que, en la conciencia del presente, se convierte en proyecto (Forte), el pensam iento te o lgico postconciliar tiene un cam ino recorrido y por recorrer. Q uizs una clave, que no ha sido siem pre suficientem ente ten i da en cuenta, sea la tensin caracterstica que todo pensam iento histrico conlleva en la tarea de congeniar creativam ente la d i m ensin diacrnica de pasado, presente y futuro, m em oria, com paa y profeca, y la dim ensin sincrnica de verdad e historia, fe e historia, don gratuito de Dios y apertura hum ana, inm anen cia trascen d ente del M isterio, y trascendencia inm anente de la creatura. En la acentuacin unilateral de alguno de estos aspectos podran identificarse algunos despistes de las teologas postconciliares; la negacin de toda ontologa com o la negacin de toda m ed ia cin lin g stica de la verdad con stitu y en d erroteros ineficaces para el pensam iento de la fe: La verdad viene en la historia, no deviene en ella, es decir, viene a m anifestarse en la m ed ia cin herm enutica del lenguaje y de la com unicacin, pero siem pre excediendo la capacidad de captacin del concepto y de la in terp retaci n. 38 Por ello, asevera Forte que, la herm enutica h ist rica en teo lo g a no im plica, ni la prdida de la v e rd ad
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com o recada en la ideologa, ni com o deslizam iento nihilista en nn pensam iento d b il . Por su parte, W alter K asper explcita tres m odos en que la ver dad teolgica ha de entenderse com o verdad h ist rica,39 esto es: la verdad teolgica es verdad histrica, en cuanto ella reflexio na la verdad histrica de la iglesia , pero no com o adhesin a un sistem a sino a la participacin en el crecim iento de la fe que la iglesia realiza a travs del tiem po; en segundo lugar, la verdad teolgica es verdad histrica en cuanto, para estar en grado de enunciar la verdad eterna ella debe tom ar expresiones, concep tos, im genes y sm bolos de orden histrico con su propia capa cidad asertiva histricam ente condicionada y lim itada., aqu se abre el desafo de un pluralism o que no com prom eta o disuelva la identidad cristiana; finalm ente, la verdad teolgica es verdad histrica en cuanto ella est referida a diversas situaciones his tricas que cam bian continuam ente y que continuam ente la inter p elan . En esta co nciencia, cada vez m s lcida, que la teo lo g a tiene acerca de la historicidad de la verdad teolgica, que no es otra que el m isterio de C risto, la Verdad en persona, hay una hondu ra trin itaria que es su fundam ento. En efecto, la unidad-diferen cia en Jesucristo tiene su razn teo l g ica-trascen d en tal ltim a, en la unidad y d iferencia que hay en Dios m ism o. Por ello, la relacin entre historicidad hum ana y verdad eterna de D ios rein gresa entre los problem as de fondo de la teologa co ntem por nea, si es que no es directam ente el problem a fundam ental de la actual reflexin teolgica. 40
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C arlos Schickendantz 1 En una conferencia tenida en R om a en 1996 el telogo valdense, Paolo Ricca, a propsito de los dilogos ecum nicos sobre el papado abiertos por la encclica Ut unum sint (1995) afirm aba: Ju an Pablo II se ha p ersuadido que el papado, tal com o est hoy da, no tiene ninguna chance ecum nica real. Para tenerla, es necesario un cam bio. Pero slo un papa puede cam biar el pa p ad o . 2 C on ello el autor, p o r una parte, alababa la iniciativa explicitada en aquel docum ento, por otra, reconoca las dificul tades y, sobre todo, el lugar singular y poderoso de la figura del su c e so r de P edro en la Ig lesia c a t lica . Los b u en o s estu d io s existentes sobre la historia de la Iglesia reciente pueden confir m ar dicha opinin en relacin a otro tem a de gran envergadura: la concepcin y realizacin del Vaticano II. C om o es sabido, el Vaticano I (1869-1870) haba term inado de una m anera abrupta. A ll slo pudieron tratarse y definirse los tem as referidos a la autoridad papal. Un estudio m s am plio de la eclesiologa. com o estaba previsto en los textos preparatorios, no pudo ser considerado. De all que en el siglo X X pueden ob servarse varios intentos, claros en Po XI y Po X II, de reanudar
1 D octor en T eologa (T u b in g a, A lem an ia). D ecano de la F acu ltad de F iloso fa y H u m an id ad es de la U niversidad C at lica de C rdoba. 2 La Papatit en d isc u ssio n . A tien te s et p e rsp e c tiv e s p o u r le III m illn a ire ", Irnikon 70 (1997) 30-40, 31.
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aquella asam blea. C onsta, p o r ejem plo, una iniciativa a com ien zos de 1949 que, por d iv erso s m o tiv o s, no p rosper. No hay pru eb as, pero s opiniones, que afirm an que el texto papal de 1950, H um ani generis, asum e m ateriales elaborados con aquel propsito. Es claro que estas iniciativas tienen poco que ver con la convocatoria de Juan X X III y que, por tanto, dichos intentos de reanudacin no pueden ser considerados com o etapas hacia el Vaticano I I .3 O tra dinm ica, m s im portante, debe ser advertida. El Vaticano I se inserta en la evolucin que sufre la eclesiologa catlica de C o n trarrefo rm a y que condensar en la figura papal to d as sus expectativas y aspiraciones. Las definiciones dogm ticas de di cho concilio, la am pliacin del cam po del m agisterio, el cdigo de d erech o can n ico de 1917, la d ev o c i n cre c ie n te al sum o pontfice, etc., conducirn a que m uchos estim en la inutilidad de una asam blea conciliar. U n ejem plo no carente de relieve lo d e tecta Fouilloux en el autorizado D ictionnaire de thlogie catholique que, en la voz C oncilio, afirm a: los concilios ecum nicos no son necesarios para la Iglesia . 4 En este contexto histrico-cultural adquiere m s relieve la inicia tiva del futuro Vaticano II. El 25 de enero de 1959, en la b asli ca de San Pablo extra m uros, Juan X X III asom br al m undo al anunciar: C on un poco de tem blor por la em ocin, pero al m is
3 Cf. E. FOUILLOUX, L a fase a n te p re p a ra to ria (1 9 5 9 -1 9 6 0 ). El len to c am in o p ara salir de la in ercia , en G. ALBER1GO (e d .), Historia d el Concilio Vatica
no 1L Volumen I. El catolicism o hacia una nueva era. E l anuncio y a p re paracin, S alam anca 1999, 63-154, 71.
1 Cf. ibid., 72. Cf. G. ALBERIOO, El C o n cilio V aticano II (1 9 6 2 -1 9 6 5 )", en id. (ed ,), Historia de los concilios ecum nicos , S alam an ca I993, 335-373, 337. C f tam b in , P. HENRICl, La m ad u raci n del C oncilio. V ivencia de la te o lo ga p re co n c iliar . R evista catlica intern acio n al C o m m u n io 13 (1 9 9 1 ) 34-49, 49: ...el an u n cio del C on cilio vino c u an d o nadie lo esperaba. ...el m ag is te rio o rd in a rio del p apa p a re c a h a c e r stip erflu o cad a v ez m s to d o otro m ag iste rio .
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m o tiem p o con una hum ilde reso lu ci n en nuestra d eterm in a cin, p ro n unciam os delante de v o so tro s el nom bre de la doble c e le b ra c i n que nos p ro p o n e m o s: un sn o d o d io c e sa n o para R om a y un concilio ecum nico para la Iglesia universal . 5 H a ban pasado m enos de noventa das de su eleccin com o sucesor de Po XII. M uchos consideraban que el cnclave de octubre de 1958 haba elegido un pontificado de transicin. En el cleb re discu rso de in au g u raci n del co n c ilio , G audet m ater ecclesia, en octubre de 1962 el papa afirma:
C u a n to a la in ic ia tiv a del g ra n a c o n te c im i e n to q u e h o y n o s c o n g reg a a q u i, b a ste , a s i m p l e titu lo de o rie n ta c i n h is t rica, re a f ir m a r u n a v e z m s n u e s t r o h u m i ld e p e r o p e rs o n a l te s t i m o n i o de a q u el p r i m e r m o m e n t o e n q u e , d e i m p r o v i s o , b ro t en n u e s t r o c o r a z n y en n u e s t r o s la b io s la s i m p l e p a la b r a C o n c il io E c u m n ic o . P a la b ra p r o n u n c i a d a a n te el S a cro C o l e g i o de los C a r d e n a le s en a q u e l f a u s ts im o da 25 d e e n e r o d e 1959, fiesta d e la c o n v e rs i n de S an P ablo, en su b a slic a d e R o m a . Fue un t o q u e in e s p e ra d o , un ra y o de luz d e lo alto, una g ra n d u lz u ra en los ojo s y en el c o r a z n ; p e ro , al m i s m o ti e m p o , un ferv o r, u n g ran fe r v o r q u e se d e s p e r t r e p e n t in a m e n te p o r to d o el m u n d o , en e s p e r a d e la c e le b r a c i n del C o n c il io (n. 3).
En m ltiples ocasiones el papa se refiere a la decisin tom ada: una nota del D iario del alma del 20 de enero de 1959 afirm a: sin h ab er p en sado antes en e llo ; el 21 de abril siguiente el papa dijo al clero del V neto que se haba tratado de una inspi ra ci n ; el 7 de m ayo de 1960 h ab l a los su p e rio re s de las O bras M isioneras de la prim era idea..., que surgi com o una hum ilde flor escondida en los prados; ni siquiera se la ve, pero se advierte su presencia por un perfum e ; el 8 de m ayo de 1962
5 C itad o en G. ALBER1G0, El a n u n cio del C o n c ilio . De la se g u rid ad del b a luarte a la fa scin a ci n de la b sq u e d a , e n id. (e d .), H istoria d el C oncilio Vaticano II. Volumen /, 17-61. 17.
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aludi en su discurso a peregrinos de V enecia a una ilum ina cin repentina . 6 A unque haban habido iniciativas durante el pontificado de Po XII en orden a concretar un concilio, se constata que a finales de la dcada del cincuenta tal ex p e ctativ a no exista en absoluto. C ongar m anifiesta en su diario del concilio que desde el punto de v ista teolgico y, sobre todo de la unin [de los cristianos], pareca com o si el concilio viniese con veinte aos de anticipa ci n . 7 C on la inform acin que hoy se dispone, puede decirse que la d ec isi n del co n cilio fue so lam en te su y a , 8 del papa Juan. La nica co n su lta parece que fue la del 20 de en e ro , cuando el papa inform al secretario de estado, Tardini, de tres iniciativas: el snodo rom ano, la reform a del cdigo de derecho cannico y el concilio ecum nico. De todas m aneras, en el m o m ento de aquella conversacin parece que el papa haba com en zado y a la redaccin de la alocucin para el 25 de enero. 9 Es tam bin llam ativo el m odo cm o surge el nom bre del nuevo concilio. A unque tam poco se conoce el proceso de form acin de esta decisin, no es aventurado suponer que la idea fue m adura d a de fo rm a autnom a. C on una sim p licid ad d esco n certan te, tras u na visita a los ja rd in e s v aticanos, indic el 4 de ju lio de 1959: m e encontr en casa con que el concilio ecum nico que preparam os m erece ser llam ado C oncilio Vaticano Segundo , ya que el ltim o c e le b rad o en 1870 p o r el p ap a Po IX llev el nom bre de C oncilio Vaticano I, Vadean le p rem ier . 10 Llam a la atencin la cita en francs. Q uizs se debe a alguna lectura del
6 Cf. ibid., 21 s. 7 C itad o en ibid., 21. B Ibid., 18. 7 bid., 27. Cf. tam b in , G. ALBER1G0, P rep araci n , para qu c o n cilio ? , en H istoria dei C oncilio Vaticano II. Volumen I, 4 6 3 -4 7 0 , 463. 10 G. ALBERIOO, El an u n cio del C o n cilio , 57.
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papa. El anuncio pblico dei nom bre se hizo recin el 7 de di ciem bre de 1959. C on ello se afirm aba una decisin im portante. A unque no consta la conciencia explcita de Juan X X III al res pecto en ese m om ento, la asam blea prevista no sera la continua cin del Vaticano I inconcluso, sino un concilio nuevo. Por tanto, la convocacin del concilio es fruto de una conviccin personal del papa; se trata de una decisin libre e independien te, com o nunca se haba verificado quizs en la historia de los concilios ecum nicos o g enerales. 1 1 P o r otra parte, a la determ inacin con que el papa present su decisin, parece que no le corresponda una idea suficientem en te definida del concilio. 1 2 C on el tiem po se ha advertido m e jo r la im portancia del discurso inaugural de octubre de 1962 ya citado. Es verdad que no hay all un program a, no se disea un reg lam en to , no se fijan tiem pos de trab a jo p ara la asam blea. P ero tam p o co es un m ero saludo. Es una de las ex presiones m s lo gradas de cm o R oncalli vea el C o n cilio . 1 3 Es cierto que el texto del discurso es totalm ente de Juan X X III.14 A lgu
1 1 Ibid.. 27. 12 Ibid., 29. 13 A . RICCARD1, El tu m u ltu o so c o m ie n z o de los tra b a jo s " , en G. ALBERIGO (e d .), H istoria d el C oncilio Vaticano II. Volumen II. La fo rm a ci n de la conciencia conciliar. El prim er periodo y la prim era intersesin, S alam an ca 200 2 , 19-77, 31. 14 Cf. ibid., 31 nota 31: E st am p liam en te d o c u m e n tad o cm o la re iv in d ic a ci n de Ju a n X X I11 de que l h ab a e sc rito el d isc u rso c o n h a rin a de su p ro p io c o stal , c o rre sp o n d e a la realid ad . Pues de gran pa rte del tex to hay una serie con tin u a de red ac cio n e s m an u scritas o d a c tilo e sc rita s con c o rre c cio n e s h ech as a m ano. (...) El c o n ju n to de las versiones y la e d ic i n critica del m a n u sc rito p u e d en v erse en A. MELLONI, Lallo c u zio n e G a u d e t M ater E cclesia (11 otto b re 1962). Sinossi critica d e lla llo c u zio n e , en Fede, tradizione, profezia. Stndi su G iovanni X X III e. stil Vaticano II, B re sc ia 1984, 2 2 3 -2 8 3 .
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nos aspectos se delinean con claridad. El trm ino aggiornam ento e n tra a fo rm a r p arte del v o ca b u la rio o ficia l del C oncilio: Pues con oportunas puestas al da (aggiornam enti) y con una sabia organizacin de m utua colaboracin la Iglesia lograr que los hom bres, las fam ilias y los pueblos vu elv an a in teresarse por las cosas del cielo (n. 3). S ignificativa es tam bin la lec tura positiva, no condenatoria, de la situacin de la Iglesia y del m undo. E sta perspectiva se expresa en la fam osa crtica a los profetas de calam idades, avezados a anunciar siem pre infaustos acontecim ientos, com o si el fin de los tiem pos estuviese in m i n en te (n. 4). A ju icio de Juan X X III, se trata de algunas per sonas q ue, aun en su celo ard ien te, carecen del sentido de la discrecin y de la m edida. Ellas no ven en los tiem pos m oder nos sino p revaricacin y ruina; van diciendo que nuestra poca, com parada con las pasadas, ha ido em peorando (n. 4). D e all la actitud que reclam a: En nuestro tiem po, la E sposa de C risto p refiere u sar la m edicina de la m iserico rd ia m s que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades a c tuales, m ostrando la validez de su doctrina m s bien que re n o vando co n d enas. (n. 7). O tra lnea m aestra de los futuros trabajos y del tipo de concilio que se auguraba se destaca en la m ism a alocucin; el objetivo de la asam blea no es la discusin de este o aquel tem a, para eso no se necesita un Concilio:
D e b e r n u e s t r o n o e s s lo e s t u d ia r e se p r e c i o s o t e s o r o , c o m o si n i c a m e n t e n o s p r e o c u p a r a su a n t i g e d a d , s i n o d e d i c a r n o s ta m b i n , c o n d i l i g e n c i a y sin te m o r , a la la b o r q u e e x i g e n u e s tro t i e m p o , p r o s i g u i e n d o el c a m i n o q u e d e s d e h a c e v e i n t e s i g lo s r e c o r r e la Ig lesia. La ta r e a p r i n c ip a l [ p u n c t u m s a lie n s ] d e e s t e C o n c i l i o n o e s , p o r lo t a n t o , la d i s c u s i n de e s t e o a q u e l te m a d e Ja d o c t r i n a f u n d a m e n t a l d e la Ig l e s ia , r e p i t i e n d o d i f u s a m e n t e la e n s e a n z a de lo s P a d r e s y T e l o g o s a n t i g u o s y m o d e r n o s , q u e o s es m u y b i e n c o n o c i d a y co n la qu e e st is ta n f a m il ia r i z a d o s . P a ra e so n o e ra n e c e s a r i o u n C o n c i lio. (n. ).
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Hay, finalm en te, una indicacin m etodolgica im portante, una cosa es la fe y otra el m odo cm o se la enuncia, y una palabra em blem tica: pastoral.
S in e m b a r g o , d e la a d h e s i n re n o v a d a , seren a y tr a n q u ila , a t o d a s las e n s e a n z a s d e la Iglesia, e n su in te g rid a d y p re c is i n , tal c o m o r e s p l a n d e c e n p r i n c i p a l m e n t e en las a c ta s c o n c i l i a r e s d e T re n to y del V atic a n o I, el e sp iritu cristia n o y c a t lic o del m u n d o en tero e s p e r a q u e se d e un p a s o a d e la n te h a cia u n a p e n e t r a c i n d o c tr in a l y u n a f o r m a c i n d e las c o n c i e n c i a s q u e e s t en c o r r e s p o n d e n c i a m s p e r f e c t a c o n la f i d e l i d a d a la a u t n t i c a d o c tr in a , e s t u d ia n d o sta y e x p o n i n d o l a a trav s d e las fo r m a s d e in v e s t i g a c i n y d e las f r m u l a s l i te r a r ia s d e l p e n s a m i e n t o m o d e r n o . U n a co sa es la s u b s ta n c ia d e la a n tig u a d o c tr in a , del d e p o s i tu m fid e i , y o tra la m a n e r a de f o r m u la r su e x p re s i n : y de ello ha de te n e r s e gra n c u e n ta co n p a c ie n c ia , si n e c e s a r io f u e s e a t e n i n d o s e a las n o r m a s y e x i g e n c ia s d e un m a g is te rio de c a r c t e r p r e d o m i n a n t e m e n t e pastoral, (n. 6).
Precisam ente, esta palabra, pastoral, ha hecho correr ros de tin ta en variadas direcciones: para devaluar el concilio y sus decisio nes en com paracin a otros concilios dogm ticos, para caracteri zar la naturaleza especfica de esta asa m b le a.l En tom o a esta idea se desarrollar lo que J. K om onchak califica com o la lucha por la definicin del concilio que, com o anota el autor fue siem pre el dram a, al m enos im plcito, vivido durante su desarrollo. 1 6 Es sencillo com probar tam bin que, al inicio de los trabajos con ciliares, el papa no prevea el tiem po de su duracin. En una re
15 Sobre el uso y el sig n ific a d o de esta palabra en los tex to s de R oncalli, que abarca inclu so el p e rodo an terio r a su papado, cf. G. ALBERIGO, C riterios h e rin e n u tic o s p a ra lina h isto ria del V a tican o II", e n J. O. BEOZZO ( e d .f Cristianismo e iglesias e Am rica Latina en vsperas del Vaticana //, San Jo s (C osta R ica) 1992, 19-31, 2 nota 14. 16 J. KOMONCHAK, La lucha p o r el c o n cilio d urante la p re p ara ci n ", en G. ALESER1GO (ed.), H istoria del Concilio Vaticano i. Volumen /, 155-330, 158.
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unin en la P laza San Pedro el m ism o 11 de octubre de 1962 expresa: H a em pezado el C oncilio y no sabem os cuando acaba r. Si no se term ina antes de N avidad, porque quizs no haya mos logrado en esa fecha haberlo dicho todo, haber tratado to dos los tem as, entonces habr que tener otro encuentro... . 1 7 De all la idea que el papa intentaba term inar el C oncilio en la p ri m era sesi n . Ig u a lm e n te , las m arch as y co n tra m a rc h a s en la constitucin de los rganos de direccin y sus cam biantes fun ciones deja ver que el papa no tena una idea m uy definida so bre la direccin del concilio . 1 8 El cardenal U rbani, patriarca de Venecia, escribe en noviem bre de 1962: Im presiones predom i nantes en m uchos padres de que, fuera del papa, el C oncilio no tien e ninguna cab eza resp o n sab le el C onsejo de presidencia navega a oscuras , que no hay un plan definido un program a preciso que se vive al d a. 1 5 Parece claro que si el papa constituye el punto de referencia en los trabajos del Vaticano II, al m ism o tiem po se constata que no tiene la m s m nim a intencin de hacer de director de la dinm i ca conciliar. 20 El papa tiene algunas ideas y aspiraciones, pero cree que hay que dejar las cosas en m anos de los obispos. 2 1 C om o p o n e de reliev e G. A lb erig o , la h e rm e n u tic a ju rd ic a presta atencin a la voluntad del legislador com o una referen cia im p re sc in d ib le p ara la in te rp re ta c i n de norm as. En este sentido, puede hablarse aqu de un caso anlogo, de un prim er criterio para la determ inacin del significado global del co n ci
11 C rite rio s h e rm e n u tico s para una histo ria del V aticano II , 25.
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lio .22 D icha voluntad se expresa en diversos actos puntuales referidos directam ente a la asam blea, por el discurso arriba ci tado, com o as tam bin, en el conjunto de su pontificado. Estas observaciones parecen particularm ente im portantes al m om ento de delin ear la identidad peculiar de este concilio, en diferencia a los anteriores. Si un desafio im portante de la vida eclesial posconciliar reside en la actu aci n de las estructuras colegiales y la participacin, cada vez m s am plia y m s efectiva, de todos los m iem bros del P ueblo de Dios en la dinm ica de la evangelizacin resulta in sustitu ib le la im portancia de la bio g rafa personal, del carism a ind eleg ab le, de la responsabilidad intransferible y, hasta cierto punto, incom prensible para los dem s. C onciencia de la propia identidad, m ediante un proceso continuo, abierto y sin tem ores, en dilogo y confrontacin con personas e ideas prxim as y le jan as. con perm anente autocrtica pero con decisin para pronun ciar las palabras que cada uno debe decir son siem pre actitudes fundam entales para la vitalidad de la Iglesia com o Iglesia. C uan do se trata de la identidad, y su conducta consecuente, finalm en te, el hom bre y la m ujer estn solos frente a D ios y su con cien cia. La d ecisi n p untual, co n c reta, no es nunca una m era deduccin de una norm a general. Es interesante que, aunque no deben perder relieve en absoluto los procesos de consulta y co rresponsabilidad, en el origen del concilio, e incluso en su natu raleza y perfil, est una decisin del todo personal.
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EL TRABAJO H UM ANO Y LA G A V D IU M E T S P E S
R icardo Seco 1
I. Introduccin
1. Carta Magna del Humanismo Cristiano
La C onstitucin Pastoral Gaudium et S pes , aprobada por el C on cilio Ecum nico Vaticano II el 7 de diciem bre de 1965, es llam a da la C arta M agna del H um anism o C ristiano 2. E lla resulta una novedad histrica. El carcter de Constitucin indica la altsim a im portancia que tiene al igual que otros pocos docum entos con ciliares: L um en G entium , Dei V erbum y S acrosanctum C oncilium . Es p a sto ra l porque su finalidad no es p rin cip a lm en te la doctrina, sino m s bien sobre las im plicancias prcticas de esta enseanza, la aplicacin de la enseanza a los condicionam ien tos de nuestro tiem po y sus consecuencias p r c tic a s 3. Esta cali ficacin es indita en la historia de la teologa 4: una consti tu c i n p a s to ra l es un c o n ju n to de d ire c tric e s de la Ig le s ia ,
1 D octor en D erecho. P ro feso r de la F acu ltad de D erecho y C ien cias S ociales de la U niversidad C at lica de C rd o b a 2 E. MSPER0, Carta M agna del humanismo cristiano, CAS N 4 4 6 , 38S. 3 Cf. A. MOTTO, La cuestin social y la enseanza de. la Iglesia. Un aporte a la es peranza, G ram Editora, B uenos A ires 2003, 111; 1. CAMACHO L a RAa , Doctrina Social de la Iglesia. Una aproximacin histrica, Paulinas, M adrid 1991, 320. 4 I. CAMACHO LARAA, D octrina Social de la Iglesia, 320.
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Ricardo Seco
v lid as ante todo para sus propios m iem bros, pero tam bin en cierta m anera, para todos los hom bres dispuestos a prestar odo a su voz. Y estas directrices, elaboradas com o consecuencia de un anlisis de la situacin presente, en la que entra algo de carism tico, se presentan com o decisiones de la Iglesia en respues ta a la llam ada carism tica de D ios. 5
2. Iglesia y
m undo
G S, en definitiva, expresa un enfoque teolgico y evanglico de la relacin Iglesia y m undo, en sustitucin de la tradicional doc trina social expresada en clave de derecho natural ; se caracteri za por la u tilizacin del m todo inductivo, por sealar las p arti cularidades de problem as concretos en lugar de un m todo ms deductivo y abstracto, tpico de la m oral m s al uso de la p o ca 6. La dimensin histrica es una de las claves interpretativas del C o n cilio .7 O tra categora interpretativa del m agno encuentro son los signos d e los tiem pos'1 , que no im plican signos natura les, sino que son de carcter histrico y tienen un valor de sm bolo para la sociedad. En s m ism os considerados, son un hecho b ru to . 8 La S ubcom isin C entral, que prepar la C onstitucin, en 1964, los defina com o fenm enos que, por su generalidad o por su gran frecuencia, caracterizan una poca de form a que a travs de ellos se expresan las necesidades y aspiraciones de la hum anidad de ese tiem po . 9 Teolgicam ente pueden entenderse com o una interpelacin de D ios que se vale de un reto histri co: por eso lo convierten en testigo de la Palabra. N o im plican
5 b id , 320.
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una frrea relacin causa-efecto (com o si tales acontecim ientos condujeran autom ticam ente al reino de D ios), sino que son una in v ita ci n para e n tra r en co n tacto con Dios y para m an ifestar que querem os actualizar su voluntad en las circunstancias con cretas de una poca. 1 0
10 Ibid.
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Ricardo Seco
tiene com o antecedentes d irectos a M M ,12 y 18 ll, aunque el C o n cilio m atice en m uchos m om entos el o p tim ism o del P apa adoptando lina postura dialctica 12. No aporta elem entos doctri nales nuevos sobre el tem a es breve, escueta; pero resum e la tom a de posicin de la Iglesia C atlica sobre el trabajo desde fi nales del siglo X IX , siendo un eco de la filo so fa del siglo XIX y el tom ism o l4. Em pero, enfatizam os, GS abri profundas huellas para que die cis is a o s d e sp u s Ju an P ab lo II e sc rib ie ra L ab o rem E xercens 15. Infra sealarem os esos nuevos desarrollos. A pesar de lo se alad o , y q u izs m s p o r los ca m in o s que ab ri a p u n ta m os el contenido de GS es parte del patrim onio de la Iglesia y de la hum anidad, y en especial y especficam ente de los traba jad o res l6.
12 [. CAMACHO LaRAA, Doctrina Social de la Iglesia, 326. 13 Cf. ibid., 326. 14 J.-Y. CALVEZ, N ecesidad d el trabajo. D esaparicin o redefinicin de un valor?, L osada, B uenos A ires 1999, 73. 15 Cf. C. CUSTER, A ctualidad de la Constitucin Pastoral, C IAS N 4 4 6 , 409; M. MORANT, La C onstitucin P astoral v los trabajadores, C IA S N 446, 399. 16 Cf. cita atrib u id a al card en al S aravia M artins p o r M . MORANT, La C onsti
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El C oncilio em plea aqu la palabra actividad ('que puede tener un sig n ificad o m ucho m s am p lio ) com o sin n im o de trab a jo , y afirm a que la actividad transform adora del hom bre se vuelca en el mundo inferno de! hombre (perfeccionar su vida), com o en e! externo (dilatando el cam po de su dom inio sobre casi toda la n a tu ra le z a ).1 7 M as de GS 33 m uchas son las preguntas que le surgen al hom bre con m otivo de esa actividad, pero fundam en talm ente tres: Qu sen tido y valor tiene esa actividad? Cul es el uso que hay que h acer d e todas esas cosas? A qu fin deben tender los esfuerzos de individuos y colectividades? G S 34 responde al p rim er interrogante, sentido y valor del tra bajo:
U n a cosa h a y cierta p a ra los cre y e n te s: la a c tiv id a d h u m a n a in d iv id u a ] y c o le c tiv a o el c o n ju n t o in g e n t e d e e s f u e rz o s r e a l iz a d o s p o r los h o m b r e s a lo larg o de los s ig lo s p ara lo g r a r m e j o r e s c o n d i c i o n e s d e v id a, c o n s i d e r a d o e n s m i s m o , r e s p o n d e a la v o lu n t a d d e D ios. C r e a d o el h o m b r e a im a g e n y s e m e j a n z a d e D ios, recib i el m a n d a t o d e g o b e r n a r el m u n d o en j u s ti c ia y s a n t id a d [c o n c ita s d e G n l , 2 ; 9 , 2 - 3 ; S a b 9 , 2 - 3 ] , s o m e t i e n d o as la tie rra y c u a n to e n e lla se c o n t i e n e , y o r i e n t a r a D io s la p ro p ia p e rs o n a y el u n iv e r s o e n te r o , r e c o n o c i e n d o a D io s c o m o C r e a d o r d e to d o , d e m o d o que co n el s o m e ti m i e n to de to d a s las c o s a s al h o m b r e sea a d m i r a b l e el n o m b r e de D io s en el m u n d o
17 R. ANTONCICH - J. M. MUNRRIZ, La D octrina S ocial de la Iglesia, P a u li n as, B u en o s A ires 1987, 108. H. ARENDT, d istin g u e e n tre tra b a jo , lab o r y a c c i n , en La condicin hum ana, P aids, B a rce lo n a 1998, cita d a p o r J.-Y. CALVEZ, N ecesid a d d el trabajo. D esaparicin o redefinicin de un va lor?, 91.
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[con citas de los Sal 8,7 y 10]. E sta e n s e a n z a v a le ig u a lm e n te para los q u e h a c e r e s m s o rd in a rio s . P o rq u e los h o m b r e s y m u j e r e s q u e , m i e n t r a s p r o c u r a n el s u s t e n t o p a r a si y su f a m i l i a re a liz a n su tr a b a jo d e f o r m a q u e re s u lte p r o v e c h o s o y e n s e r v i c io d e la s o c i e d a d , co n r a z n p u e d e n p e n s a r q u e co n su t r a b a j o d e s a r r o ll a n la o b ra del C re a d o r, sirv e n al b ie n de su s h e r m a n o s y c o n t r ib u y e n de m o d o p e r s o n a l a q u e se c u m p l a n los d e s i g n io s d e D io s en la h is to ria . L o s c r i s t i a n o s , le jo s d e p e n s a r q u e las c o n q u i s t a s l o g r a d a s p o r el h o m b r e se o p o n e n al p o d e r d e D io s y q u e la c r e a t u r a r a c i o n a l p r e t e n d e r i v a l i z a r c o n el C r e a d o r , e s t n , p o r el c o n tr a r i o , p e r s u a d i d o s d e q u e las v i c t o rias del h o m b r e so n s i g n o d e la g r a n d e z a d e D io s y c o n s e c u e n cia de su inefable d esig n io . C u a n d o m s se a c re c i e n ta el p o d e r del h o m b r e , m s a m p l ia es su re s p o n s a b il id a d i n d i v id u a l y c o lectiva. D e d o n d e se sig u e q u e el m e n s a je cristia n o no ap arta a los h o m b r e s d e la ed if ic a c i n del m u n d o ni los lleva a d e s p r e o c u p a r s e d e l b ien a j e n o , s i n o q u e , al c o n t r a r i o , les i m p o n e el d e b e r de hac erlo . G S 3 5 t r a t a la o r d e n a c i n d e la a c t i v i d a d h u m a n a : L a a c tiv id a d h u m a n a , a s i c o m o p r o c e d e d e l h o m b re , a s i ta m b i n s e o r d e n a a l h o m b r e . P u e s s t e c o n s u a c c i n n o s l o tr a n s fo r m a las c o s a s y la so c ie d a d , sino q u e se p e r f e c c io n a a s m i s m o . A p r e n d e m u c h o , c u ltiv a s u s fa c u l ta d e s , se s u p e r a y se tra sc ie n d e , Tal s u p e r a c i n re c t a m e n t e e x te n d id a , es m s im p o r t a n t e q u e las r i q u e z a s e x t e r i o r e s q u e p u e d a n a c u m u l a r s e . E l h o m b re v a le m s p o r lo q u e e s q u e p o r lo q u e tien e. A s im is m o , c u a n to llev an a c a b o los h o m b r e s p ara lo g rar m s ju s ti c ia , m a y o r f r a te r n i d a d y u n m s h u m a n o p l a n t e a m i e n t o en los p r o b l e m a s s o cia les, v ale m s q u e los p r o g r e s o s t c n ico s, P ues d ic h o s p ro g r e s o s p u e d e n ofrece r, c o m o si d ij ra m o s , el m a te ria l para la p r o m o c i n h u m a n a , p e ro p o r s s o lo s n o p u e d e n lle v a rla a cabo. P o r ta n t o , s ta e s la n o r m a d e la a c tiv id a d h u m a n a : q u e, d e a c u e rd o c o n lo s d e s ig n io s y v o lu n ta d d iv in o s, se a c o n fo r m e a! a u t n tic o b ie n d e l g n e r o h u m a n o y p e r m ita a l h o m b re , c o m o in d iv id u o y c o m o m ie m b r o d e la s o c ie d a d , c u ltiv a r y r e a liz a r in te g r a m e n te s u p le n a v o c a c i n .
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G S 37 se refiere a la deform acin de la actividad humana p o r el p eca d o y refleja: ...a travs de toda la h istoria humana existe una dura batalla contra el p o d er de las tinieblas, que, iniciada en los orgenes del mundo, durar, com o dice el Seor, hasta el da fin a l (con citas de M t 24,13; 13,24-30 y 36-43).... Propone para superar la deplorable m iseria que se purifique por la cruz y la resurreccin de C risto y se encauce por cam inos d e p erfec cin to d a s las a ctivid a d es humanas, las cu ales a causa de la soberbia y el egosmo, corren diario p elig ro , habiendo sido el Verbo hecho carne quien entr com o hom bre perfecto en la his toria del m undo, asum indola y recapitulndola en s m ism o, y revelndonos que D ios es am or, a la vez que nos ensea que a ley fu n dam en tal d e la perfeccin humana, es el m andam iento nuevo del am or (GS 38). Todo ello m ira a los cielos nuevos y una tierra nueva, cuando ocurra la R esurreccin, (GS 39) pero se agrega:
...se n o s a d v i e r t e q u e de n a d a s i r v e al h o m b r e g a n a r t o d o el m u n d o si s e p ie r d e a si m i s m o . N o o b s t a n te , la e s p e r a d e u na t i e rra n u e v a n o d e b e a m o r t i g u a r , sin o m s b ie n a v iv a r , la p r e o c u p a c i n d e p e r f e c c i o n a r e s ta t i e r r a , d o n d e c r e c e el c u e r p o d e la n u e v a f a m i l i a h u m a n a , el c u a l p u e d e d e a l g u n a m a n e r a a n t i c i p a r u n v i s l u m b r e del s i g l o n u e v o . P o r e ll o , a u n q u e hay q u e d i s t i n g u i r c u i d a d o s a m e n t e p r o g r e s o te m p o r a l y c r e c i m i e n to del re in o d e C r is to , sin e m b a r g o , el p r i m e r o , en c u a n to p u e d e c o n t r i b u i r a o r d e n a r m e j o r la s o c i e d a d h u m a n a , in te re sa en g ra n m e d i d a al re in o d e D io s. P u e s los b ie n e s de la d i g n i d a d h u m a n a , la u n i n f r a t e r n a y la li b e rt a d : en u n a p a la b r a , t o d o s lo s f r u to s e x c e l e n t e s d e la n a t u r a l e z a y d e n u e s t r o e s f u e r z o , d e s p u s d e h a b e r l o p r o p a g a d o p o r la tie rra el E s p r itu d e l S e o r y d e a c u e r d o c o n su m a n d a t o , v o l v e r e m o s a e n c o n t r a r l o s l i m p i o s d e to d a m a n c h a , i l u m i n a d o s y t r a n s f i g u r a d o s , c u a n d o C ris to e n tr e g u e al P a d re el r e i n o e t e r n o y u n iv e r s a l: r e i n o de v e r d a d y de v id a ; r e i n o d e sa n tid a d y g ra c i a , r e i n o d e j u s t i c i a , d e a m o r y d e p a z . El re i n o e st ya m i s t e r i o s a m e n t e p r e s e n te en n u e s tra tierra ; c u a n d o v e n g a el S e o r, se c o n s u m a r su p e r feccin.
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2. En el C aptulo III de la Segunda Parte, al tratarse La vida econm ico-social, en la Seccin 2, Algunos prin cipios regula dores de! conjunto d e la vida econm ico-social, GS aborda el tem a del Trabajo, condiciones de trabajo, descanso, conden sa en un solo nm ero(67) una rica enseanza:
El tr a b a jo h u m a n o q u e se e je r c e e n la p r o d u c c i n y en el c o m e r c io o en los s e r v ic io s es m u y s u p e r io r a lo s r e s ta n te s e l e m e n t o s d e la v ida e c o n m i c a , p u e s e sto s lt im o s no tie n e n otro p ap el q u e el de in s tru m e n to s . P ues el tra b a jo h u m a n o , a u t n o m o o d ir ig id o , p ro c e d e i n m e d ia t a m e n te de la p e rs o n a , la cual m a r c a c o n su im p ro n ta la m a t e ria s o b r e la q u e tr a b a ja y la s o m e te a su v o lu n t a d . E s p a r a el tr a b a ja d o r y para su fa m ilia el m e d i o o rd i n a rio de su b s iste n c ia ; p o r l el h o m b r e se u n e a s u s h e r m a n o s y les h a c e un serv icio , p u e d e p r a c t ic a r la v e rd a d e r a c a rid a d y c o o p e r a r al p e r f e c c i o n a m ie n to de la c re a c i n d iv in a . N o s lo esto. S a b e m o s q u e , c o n la o b la c i n d e su tr a b a jo a D ios, los h o m b r e s se a s o c ia n a la p ro pia o b ra r e d e n t o ra de Je s u c ris to , q u ien d io al tr a b a jo u n a d i g n i d a d s o b r e e m i n e n t e , l a b o r a n d o c o n s u s p r o p i a s m a n o s en N a z a re t. De a q u se d e r i v a p ara t o d o h o m b r e el d e b e r d e t r a b a j a r fie lm e n te , asi c o m o t a m b i n el d e re c h o al tra b a jo . Y es d e b e r d e la so c ie d a d , p o r su p arte, a y u d a r, seg n su s p ro p ia s c ir c u n s t a n c i a s , a lo s c i u d a d a n o s p a r a q u e p u e d a n e n c o n t r a r la o p o r t u n i d a d d e un tr a b a jo su f ic ie n te . P o r l t i m o , la r e m u n e r a c i n del tr a b a jo d e b e se r tal, q u e p e rm ita al h o m b r e y a su fa m ilia una v ida d ig n a en el p la n o m a terial, social, cu ltural y e s piritu al, te n ie n d o p re s e n te s el p u e s to de tr a b a jo y la p r o d u c t i v i d a d de c a d a u n o , a s c o m o las c o n d i c i o n e s d e la e m p r e s a y el b ie n co m n . La a c ti v id a d e c o n m i c a es d e o rd i n a rio fr u to del tra b a jo a s o c i a d o d e los h o m b r e s ; p o r e llo es in j u s t o e in h u m a n o o r g a n iz a rlo y r e g u la rlo c o n d a o de a lg u n o s tr a b a ja d o r e s . Es, sin e m b a r g o , d e m a s ia d o fr e c u e n te ta m b i n h o y da q u e los tr a b a ja d o r e s r e s u l ten e n cie r to s e n tid o e sc la v o s d e su p r o p i o trab ajo . L o c u a l de n in g n m o d o est j u s ti f ic a d o p o r las l l a m a d a s ley es e c o n m ic a s . El c o n ju n t o del p ro c e s o d e la p ro d u c c i n d eb e, p u e s , a ju s ta rs e a las n e c e s i d a d e s d e la p e rs o n a y a la m a n e r a d e v id a d e ca d a
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u n o e n p a rtic u la r, de su vid a fam iliar, p r i n c ip a l m e n t e p o r lo q ue to d a a las m a d r e s de fam ilia, te n i e n d o s ie m p re e n c u e n ta el se x o y la e d a d . O f r z c a s e , a d e m s , a los t r a b a j a d o r e s la p o s i b il id a d d e d e s a r r o l l a r su s c u a l i d a d e s y su p e r s o n a l i d a d en el m b i t o m i s m o del tra b a jo . Al ap lic ar, c o n la d e b id a r e s p o n s a b il id a d , a e ste tr a b a jo su tie m p o y s u s fu e r z a s, d is fru t e n to d o s d e u n t i e m p o d e r e p o s o y d e s c a n s o s u f ic ie n t e q u e les p e rm it a c u l t i v a r la v ida fam iliar, c u ltu ral, so cial y relig iosa. M s a n , te n g a n la p o sib ilid a d de d e s a r r o ll a r lib re m e n te las e n e rg a s y las c u a lid a d e s q u e tal v e z en su tr a b a jo p ro f e s io n a l a p e n a s p u e d e n cultivar.
En el GS 68 se habla de Participacin en la em presa y en la organizacin g en eral de la economa. Conflictos laborales. En las em presas econm icas se asocian personas, es decir, hom bres libres y responsables, creados a im agen de Dios. Por ello, teniendo en cuenta las funciones de cada uno, propietarios, da dores de trabajo, dirigentes u obreros, y quedando a salvo la uni dad necesaria de direccin del trabajo, hay que prom over, segn form as que hay que determ inar convenientem ente, la participa cin activa de todos en la gestin de la em presa. Pero com o muy frecuentem ente no se decide en la m ism a em presa, sino m s arri ba, en instancias de nivel superior, sobre condiciones econm i cas y sociales, de las que depende la suerte futura de los traba jad o res y de sus hijos, los trabajadores deben participar tam bin de estas decisiones por s m ism os o por m edio de delegados li brem ente elegidos.
E n tre los d e r e c h o s f u n d a m e n ta l e s d e la p e r s o n a h u m a n a e s p r e c is o in c lu ir el d e r e c h o de los tr a b a j a d o r e s a fu n d a r lib r e m e n te a s o c i a c io n e s q u e p u e d a n r e p r e s e n t a r l o s v e r d a d e r a m e n t e y c o n t r i b u i r a la r e c ta o r d e n a c i n de la v id a e c o n m i c a , as c o m o t a m b i n el d e re c h o a p a r t ic i p a r li b re m e n te e n las a c tiv id a d e s d e estas a s o c i a c io n e s sin p elig ro de represalia s. P o r m e d i o d e e sta o r d e n a d a p a rtic ip a c i n , u n id a a la c re c ie n te f o r m a c i n e c o n m i ca y social, a u m e n t a r c a d a v e z m s en t o d o s la c o n c ie n c ia de las p ro p ia s ta r e a s y o b li g a c io n e s , q u e les l l e v a r a s e n tirs e c o
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C uando surgen conflictos econm ico-sociales hay que esforzar se p or buscarles una solucin pacfica. A unque siem pre se ha de recu rrir prim ero a un sincero dilogo entre las partes, sin em bar go, la h u elg a en las circu n stan cias actuales puede perm anecer com o un m edio necesario , aunque extrem o, para d efen d er los propios derechos y conseguir las reclam aciones ju stas de los tra bajadores. Pero bsquense cuanto antes vas para la negociacin y la reanudacin del dilogo de conciliacin.
El hom bre vale m s por lo que es que por lo que tiene, y traba jan d o cum ple su vocacin. Este asp ecto ser luego explicitado por Juan Pablo II en Laborem exercens, 5 y 6, cuando distingue el sentido o b jetiv o y el subjetivo del trabajo. La g randeza del trabajo, a pesar de su penosidad, aparece desde la prim era enc clica social (RN 2), y la autoridad pblica tiene el deber de pro teg er a los m s dbiles entre los que se hallan los trabajadores
(RN 16).1 8
La dignidad del trabajo, segn G S 67, se expresa adem s en que es el m edio de subsistencia del trabajador, que es una actividad de serv icio a los dem s y que im plica co o p eraci n en la obra creadora de D i o s . E l trabajo para los cristianos tiene una valo racin natural y so b re n atu ral.20
3. La prioridad del trabajo sobre el capital o cualquiera de los dems elem entos de la produccin
E st se a la d a con clarid ad por GS 67, y ab re el ca m in o a la e x p lic ita c i n q u e h a r m s ta rd e LE 7 y 15, p re c is a m e n te p o rq u e el tra b a jo es cau sa e fic ie n te , en cam bio el c a p ita l es c a u s a in s tru m e n ta l, e le m e n to s c o n c e p tu a le s q u e d e s a rro lla Ju an P ablo II en LE, p ero que y a em p ez ab an a v islu m b ra rse en GS. El que tra b a ja es el hom bre; en ca m b io el c a p ita l es una co sa, sien do ob v io que el h o m b re es su p e rio r a las co sas, com o el esp ritu es su p erio r a la m ateria. A puntam os que el en to n ce s a rz o b isp o W o jty la p artic ip a c tiv a m e n te en la re d ac ci n de GS.
'* Cf. J.-Y. CALVEZ, Una tica para ana sociedad en transform acin , C iudad N u ev a, B uenos A ire s J9 9 3 , 52. Cf. A. MOTTO, La cuestin social y la enseanza de la Iglesia , 111. 2 U Cf. ibid., I I I .
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La prioridad del trabajo sobre el capital fue sostenida tam bin por M arx y E n g e ls,2 1 pero la antropologa cristiana que GS ex pone tiene bases distintas y m s elevadas que la de aqullos, y ser continuada y profundizada por LE aos m s tarde.
5. Derecho-deber
S eala GS que el trab ajo es a la vez derecho y d eb er p a ra el hombre. E sto ser retom ado y am pliado por LE 16, apuntando Juan Pablo II las razones por las cuales es un deber, y por ende, es tam bin un derecho. Si es un derecho social el E stado debe p reocuparse por el acceso de las personas a l, lo que tam bin recibir tratam iento en LE 16; 17 y 18 con profusin en un m o m ento en que la plaga del desem pleo era m uy distinta a la que haba en los aos sesenta.
21 Cf. J.-Y, CALVEZ, Una tica para una sociedad en transform acin, 56.
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24 Cf. A. MOTTO, La cuestin social y la enseanza de la Iglesia. 111. 25 Cf. R. F. SECO, Elem entos de D octrina Social de la Iglesia , A lv e ro n i, C r doba 1997. 26 Cf. R.F. SECO, Trabajo decente y D octrina Social de la Iglesia , indito. 27 Cf. J.-Y. C a lv e z, N ecesidad d el trabajo. D esaparicin o redefinicin de un valor?, 73.
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un resultado com n a travs de diversas funciones: propietarios, ad m in istrad o res, tcn ico s, trab a jad o res (G S 68). Tal co n c ep cin se apoya en una afirm acin esencial del C oncilio: e/ hom bre es el autor, el centro y e! fin d e toda la vida econm icoso cia l (G S 63). D eja a salvo "la unidad necesaria en la direccin de la em pre sa, y luego afirm a que "se ha de prom over la activa p a rticip a cin d e todos en la gestin de la em presa, segn fo rm a s que habr que determ inar con acierto (GS 68). GS 68 contina a M M , 81;82;84 y 91, donde se planteaba el de ber ser de la em presa: com unidad de personas , un ideal, una utopa a re alizar.28 Un punto m uy debatido fue el alcance de la participacin en el in terio r de la e m p re sa , im p o n in d o se el crite rio m s am plio que en tiende que ella no se reduce a los asuntos sociales, que son los q ue afectan m s d irectam en te a los trab ajad o res, sino que abarcara tam bin las decisiones econm icas. 29 C om pren de la m icro participacin o participacin interna en la em presa (siem pre dentro de la llam ada participacin orgnica) segn los div erso s m odos en que se m an ifiesta, GS 68 in fine elude el p ro n u n ciam iento por algn m odelo particu lar de participacin, p udiendo ser la cogestin entendida en sentido tcnico uno de ello s donde q u iera que se diesen las co n d icio n es ad e c u a d as . M as surge p rstino del texto co n ciliar que la p a rtic ip a cin es un derecho que corresponde al trabajador en cuanto tra b a ja d o r; p o r c o n s ig u ie n te se ra d e sv irtu a rla si se la h ic ie ra d ep en d er del acceso de ste a la propiedad, com o algunos p re te n d e n . P a ra in te rp re ta r m ejo r este d erech o a rro ja n luz las
38 Ha sido el tem a de nuestra tesis do cto ral sobre L a p a rticip a ci n de los tra bajadores en la em presa. P erspectiva d e sd e el D erecho del T rabajo arg en ti no y la D octrina Social de la Ig lesia , en prensa. 35 [. CAMACHO LARAA, Doctrina S o cio / de la Iglesia , 332.
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p rim eras p alab ras de GS 68 donde se opta in eq u v o cam en te p o r una concepcin de la em presa com o com unidad de p erso n a s .30 rechazndose un m odelo de em presa que conceda p rio ridad al capital, de m anera que el trabajo quede subordinado a aq u l. Este principio ser explicitado por Juan Pablo II en LE 15 al referirse al argum ento personalista. Juan Pablo II en Centesim us annus 43, de 1991, dice: ...La em presa no puede con sid erarse nicam ente com o una sociedad de c a p ita le s; es, al m ism o tiem po, una sociedad de p erso n as1, en la que entran a fo rm ar parte de m anera diversa y con responsabilidades espec ficas los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con su trabajo. La Finalidad de la em presa es la ex isten cia m ism a de la em presa com o com unidad de hom bres que, de diversas m aneras, buscan la satisfaccin de sus necesi dades fundam entales y constituyen un grupo particular al servi cio de la sociedad entera. Los beneficios son un elem ento regu lar de la vida de las em presas, pero no el nico; ju n to con ellos hay que co n sid erar otros factores hum anos y m orales que, a lar go plazo, son por lo m enos igualm ente esenciales para la vida de la em presa (C A 35). All se propone com o m odelo alterna tivo al sistem a socialista (al que considera que de hecho es un capitalism o de Estado) una sociedad basada en el trabajo libre, en la em presa y en la participacin . 3 1 La participacin que se propicia en GS incluye a la llam ada par ticip aci n funcional, co ncepto que tendr m ayor d esarro llo en los aos p o steriores.32 P reco n iza asim ism o GS la p articipacin de los trabajadores en instancias superiores donde se tom an las grandes decisiones que
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afectan a la econom a nacional (GS 68), esto es la m acroparticipacin o participacin externa a la em presa.
33 Cf. J. RODRGUEZ MANC1NI, Derechos fu ndam entales y relaciones laborales, A strea, B uen o s A ires 2004.
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rechos y conseguir las reclam aciones ju stas de los trabajadores ; em pero p ro p icia la bsqueda de vas para la negociacin y la reanudacin del dilogo de conciliacin. El tem a haba sido tra tado con antelacin por Po XII (alocucin a los trabajadores fe rroviarios de 1955); lo hizo tam bin el E piscopado argentino en la Pastoral C o lectiv a de 1956, y finalm ente lo hace LE 20. Se critica con razn que en este nm ero de GS haya un olvido de los em presarios pues no hay referencia a uno de sus elem entos hum anos esenciales de la em p re sa .34
IV. Conclusiones
1. Si bien la enseanza de GS sobre el trabajo no aport elem en tos nuevos sobre el tem a, siendo su enseanza breve, escueta, resum e la posicin de la Iglesia C atlica sobre el trabajo desde los orgenes de la DSI. G S abri profundos cauces para que aos m s tard e Juan Pablo II escribiera Laborem E xercens cuyas re laciones con la anterior hem os sealado. 2. GS significa continuidad de la DSI pero tam bin apertura para que el m agisterio posterior extienda, profundice y aplique aque llas enseanzas a los viejos y nuevos problem as que afectan al trabajo y a los trabajadores, en especial a los del siglo XXI. 3. El contenido de GS acerca del trabajo es parte del patrim onio de la Iglesia y de la hum anidad, y en especial y especficam ente de los trabajadores.
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LA M SC A RA DE LA M UERTE ROJA
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La naturaleza hum ana tanto de los individuos hum anos com o de las tribus hum anas y, acaso, de la especie hum ana puede ser sintetizada, con nfasis m s o m enos hobbesiano, en trm i nos de am or y tem or: am or a s m ism a y tem or a todo lo dem s. Hoy, sin em bargo, no hem os sido convocados para hablar de la naturaleza hum ana, sino de lo que pasa o debe pasar o debera pasar con los seres hum anos en cuanto les han advenido sobrenaturalezas tales com o iglesia, sociedad y cultura (pongo o su pongo ese orden, aunque im agino que esas tres cosas en algn m om ento se fundan o confundan en una sola y se fueron d is tinguiendo p au latinam ente, nunca con total precisin, sino ms b ien de m an era d ifu sa, d ad a la p erm a n en te in te ra c c i n en tre ellas por obra de fuerzas encontradas que pugnan por acrecentar o dism inuir las fronteras y p o r establecer una jera rq u a entre los d iv erso s m b itos y su m utua in g eren cia, en alg u n o s casos en busca de lina separacin o divorcio total y en otros procurando una recada, aunque con alguna preem inencia, en el im aginario apeiron original y en todos en procura de un estado utpico o celeste en sentido sw edenborgiano inabordable desde nuestro m undo a no ser desde una perspectiva visionaria). N o es com n re fe rirse al ho m bre en cu a n to a c o n te c im ie n to l s o b re -n a tu ra P
1 L ic en c iad o en F ilosofa. P ro feso r de las F a c u lta d es de F ilo so fa y H um ani dades de la U niversidad N acional de C rd o b a y de la U niversidad C atlica de C rdoba.
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cuando se lo considera con pretensiones cuyo alcance no excede el m bito secular, y esta escasez se debe acaso al afn de acen tu ar la divisin, sea por una confusin entre naturalism o y secularism o, incapaz de com prender el fenm eno hum ano com o cosa d iv ersa del a c o n te c e r natural y, quizs, irre d u ctib le a la m era naturaleza o, por el contrario, con el fin de atenuar las fronteras y atribuyendo a la naturaleza m ucho ms de lo que naturalm en te se le puede atribuir. Mi propsito en estas notas es, com o se deja ver desde el ttulo, leer un cuento de E dgar A lian Poe, tra tando de m ostrar de que m odo la n atu raleza im pone su condi cin egosta en una estrategia sob re-n atu ral de salvacin. L lam o n a tu ra l o estad o de n a tu ra le z a a la g u erra de todos contra todos, sea de cada individuo contra todos los dem s, de cada tribu contra todas las dem s, de cada especie contra todas las dem s y, en sentido derivado, a la paz beligerante sostenida por el dom inio de un sujeto que reduce a los otros a m eros ob jeto s de su voluntad, y llam o sobre-natural a cualquier artificio o artefacto destinado a superar ese estado por m edios no p rev is tos y tal vez im previsibles en la naturaleza, aunque sean su con secuencia no deliberada, astucias de la razn, y que suponen un dom inio en form a de represin y postergacin de las tendencias o deseos naturales con la intencin aparentem ente paradjica de satisfacer en alguna m edida, la m edida necesaria y suficiente, esas tendencias o deseos sin caer en excesos o defectos que reconduzcan al estado natural. El prim ero y acaso paradigm tico deseo o tendencia natural es la supervivencia, sea del individuo, de la tribu o de la especie (aun que se la suele describir, no siem pre con m ala fe, de m anera in versa para ju stific ar en nom bre de la especie la elim inacin o la lim itacin de tribus o individuos), reverso, o anverso, del tem or p rim o rd ial, no otro que el tem o r a la m uerte. E ste instin to de supervivencia, en el que se m ezclan, aunque no coinciden, indi viduo, tribu y especie, es insaciable, al m enos en condiciones de buena salud, y se puede traducir en los deseos sobre-naturales
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de vivir m uchos aos, de perdurar en la m em oria de la tribu, y si fuera posible, de la especie, o de alcanzar vida perdurable en el seno de la divinidad, requiere para su satisfaccin el concur so de otro s in d iv id u o s, q uizs de otras trib u s y, seg u ram en te, com o lo m uestra el ejem plo de N o, de otras especies. Sin duda la cooperacin m s difcil de obtener, superando desconfianzas, in seg u rid ad es y dem s tem ores, es la de otros individuos y la m s difcil de aceptar com o necesaria es la de otras tribus. En la m itologa tebana H arm ona es hija de A res y A frodita, lo que es interpretado por algunos m itlogos com o sublim acin del hecho de que en la guerra se fortalecen los lazos de unin entre los m iem bros de la tribu, lo que ayuda a superar el natural rece lo hacia el prjim o, m ientras que el sentim iento de prescindencia respecto a la tribu rival se transform a en franca hostilidad: ya no slo se supone que es innecesaria o inaceptable para la pro pia su p erv iv en cia ( tenem os que atenernos a lo n u estro ), sino que tal supervivencia es incom patible con la del enem igo. En el relato pelasgo de la creacin se habla de la diosa prim ige nia, Eurnom e, alguna de cuyas etim ologas traduce su nom bre co m o escu d o p ro te c to r y lo v in cu la con la im ag en de P alas Atenea: una proteccin que nos pone a salvo del m al, represen tado fundam entalm ente por la am enaza exterior. La invulnerabilidad es tam bin el deseo im aginario expresado en la fbula de A q uiles y en general en toda ficcin que involucre superhroes y en las no m enos fabulosas defensas de Troya: La lita da m uestra el carcter ilusorio de am bas inm unidades, y tanto el invicto A quiles com o la invicta Troya, circunstancialm ente en frentados. perecen al fin: no hay en este m undo superhom bres ni su p erciu d ad es. La en se an za , au n q u e pagana, es a n tig u a, sin em bargo no parece haber sido aprendida; digo: el sueo de un guerrero im batible y de una ciudad im penetrable es. entre todos, de los ms recurrentes y el cam ino de su realizacin tiene etapas gloriosas, en especial en la historia de la m edicina, con la inven cin de vacunas, el descubrim iento de anticuerpos y la investi
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gacin del sistem a inm unolgico, aunque la m oraleja que puede obtenerse del asunto es m s bien m elanclica: lo que envenena ( v iru s en latn , es veneno) a nu estro s enem igos tam bin nos envenena, lo que nos protege tam bin los protege. La m scara de la m uerte roja, el cuento de Poe es una figura propicia para servir de pre-texto, en una poca (no m uy diferente de otras) de guerras de exterm inio y arm as biolgicas, a una re flexin sobre la textura iba a decir la arqui-textura de esas sobrenaturalezas que son Iglesia, C ultura, y Sociedad; en prim er trm ino porque, a la m anera de un sueo, m uestra en im genes el retorno del estado de naturaleza disfrazado por vestiduras sobre natu rales; en segundo trm ino, porque hace ver que el egosm o co lectiv o (llm ese racism o, o etnocentrism o, o tribalism o, etc.) no es m ejor que el egosm o individual, y, en tercero y ltim o y m s im portante, porque describe el fracaso de esa estrategia: La M uerte R oja haba devastado el pas durante largo tiem po. J a m s una peste haba sido tan fatal y tan espantosa... Pero el prn cipe P rspero era feliz, intrpido y sagaz. C uando sus dom inios quedaron sem idespoblados llam a su lado a mil robustos y des aprensivos am igos de entre los caballeros y dam as de su corte y se retir con ellos al seguro encierro de una de sus abadas forti ficadas... La abada estaba am pliam ente aprovisionada. Con p re cauciones sem ejantes los cortesanos podan desafiar el contagio. Q ue el m undo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto, era una locura afligirse o meditar. El prncipe haba reunido todo lo n ec esario p ara los placeres. H ab a b u fones, im provisadores, bailarines y m sicos; haba herm osura y vino. Todo eso y la segu ridad estaban del lado de adentro. A fuera estaba la M uerte R oja. N ada pareca m s prom isorio para los afortunados elegidos. La m s tenaz de las am enazas, el aburrim iento, se haba previsto con m eticulosa prodigalidad, digna del m s obsesivo de los viciosos, pero el tedio exige la inventiva m s all de todo obstculo, y al cabo de seis m eses, agotados otros en treten im ien to s, los felices
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reclusos decidieron organizar un baile de m scaras, y los disfraces tam bin pugnaban por la originalidad y la novedad. Uno de ellos desafi incluso las barreras im puestas por el buen gusto: El des enfreno de aquella m ascarada no ten a lm ites, pero la figura en cuestin lo ultrapasaba e incluso iba ms all de lo que el liberal criterio del prncipe toleraba... Aun el m s relajado de los seres, sabe que hay cosas con las cuales no se puede jugar... Su figura alta y flaca, estaba envuelta de pies a cabeza en una m ortaja... El en m a sc a ra d o se h ab a a tre v id o a a su m ir las a p a rie n c ia s de la M uerte Roja. Su m ortaja estaba salpicada de sangre, y su am plia frente, as com o el rostro, aparecan m anchados por el horror es carlata... Q uin se atreve pregunt con voz ronca el prnci pe a los cortesanos que lo rodeaban-, quin se atreve a insultarnos con esta burla blasfem atoria? A poderaos de l y desenm ascara dlo, para que sepam os a quin vam os a ahorcar al alba en las al m enas!... R euniendo el terrible coraje de la desesperacin, num e rosas m scaras se lanzaron al aposento negro; pero, al apoderarse del desconocido... retrocedieron con inexpresable horror al descu brir que el sudario y la m scara cadavrica que con tanta rudeza haban aferrado no contenan ningn form a tangible... R econocie ron la presencia de la M uerte Roja. H aba venido com o un ladrn en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orga m anchadas de sangre, y cada uno m uri en la desesperada actitud de su cada. ...Y las llam as de los trpodes expiraron. Y las tinieblas y la corrupcin, y la M uerte R oja lo dom inaron todo. La reflexin, esto es, la aplicacin de la figura a las sobre-natu ralezas Iglesia-Sociedad-C ultura, para que no sean m eros disfra ces de la naturaleza y esta no aparezca de sopetn, con la sor p resa m o tiv ad a p o r un engao que p o d ra d ec irse v o lu n ta rio , sin o que den lugar a trans-form aciones que evadan o procuren ev ad ir el crcu lo ex clu siv o del instinto tanto en el siglo com o m s all. E ntendem os, im aginam os, que el am or a s m ism o es irrenunciable, y tam poco se puede pedir renuncia de l, en cuan to es actividad constitutiva, que hace de cada uno un fin y no un
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m edio para otro, sustento de la dignidad propia y del respeto por la ajena. E ntendem os, im aginam os, por la negativa, que la res puesta no puede ser particular sin ser autodestructiva. ha de ser, por tanto, universal, umim versus allia, uno que se dice de todos, aun de los m s diversos. Por lo pronto, si nos atrevem os a ex traer del relato potico de Poe una conclusin prctica, no p u e de consistir en un encierro en la propia idiosincrasia, en sum a en la idio tez, pero tam poco puede consistir, sin co n trad icci n , en una im posicin de un co ncepto p artic u la r de universalidad, en una globalizacin a la fuerza, que es, de ltim a, una am pliacin, y no una ruptura, del crculo natural. Dada nuestra finitud, sin em bargo, no podem os asp irar a otra cosa que a una progresiva am pliacin del crculo, que por otra parte no debera ser forza da, sino voluntaria, o com o se usa decir: consensuada. Esta aper tura utpica o, valga la paradoja, aportica, presenta num erosas d ificu ltad es, es apenas un indicio o una sugerencia. N o se me ocurre para caracterizarla otro rasgo que aquel que Paul C elan reclam para la poesa: L a poesa no se im pone, se expone . La exposicin, el expsito, es la figura de la debilidad, uno esta ex puesto, se expone, a todos los peligros, pero a la vez m uestra (y se m uestra con ello su poco evidente vigor) la necesidad de los otros, de acciones ajenas, para la propia supervivencia. En todo caso, esta universalidad no es una singularidad ni una particularidad ya dada o ya hecha, no es un dato ni un hecho: es una prom esa o una propensin. De ser un dato o un hecho y por tanto que algo de lo que es deba ser norm a universal , no se la vera com o prom esa, sino com o am enaza, puesto que, com o lo saba H erodoto, pocas cosas nos horrorizan m s que las cos tu m b res de n u estro s vecinos. E sta u n iv ersa lid a d es, pues una pluralidad, y una pluralidad de plurales abiertos a la influencia m utua, quizs agonstica, pero en una com petencia en la que no hay rbitro ni m eta histrica que pueda solucionarla. Es univer sal pero no es total, ni totalitaria, porque a lo sum o tenem os una perspectiva de la m ism a, una relacin entre iglesia, sociedad y
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cultura, que es, de hecho, una relacin entre iglesias, sociedades y culturas, en la que cada cual reclam a sus prerrogativas y enun cia rogativas por su em inencia y preem inencias: el conflicto en tre libertades eclesisticas, libertades civiles y libertades cultura les es el hecho en el que estam os inm ersos, y donde tratam os de im p o n er erstica m e n te nu estro s puntos de v ista a costa de los otros. E ntiendo, o im agino, que no hay una solucin nica que nos perm ita en cerrarnos m ediante la aplicacin de un pro ced i m iento m ecnico que m antenga afuera al enem igo, a la M uerte R o ja, p o rq u e su p o n er lo c o n tra rio sera re in tro d u c irla con la m scara de la soberbia. Lo que resta es el debate caso por caso respecto a puntos particulares, y en general, a lo sum o, la inten cin de am pliar la escucha, de ab rir los odos a fin de extender la co n v e rsac i n , esa co n v e rsac i n que O a k esh o tt re p u ta b a el m ayor logro de la hum anidad, en la que podam os escuchar y ser escuchados sin nim o victorioso y para participar en la cual no se requiere otra cosa que la disposicin a participar, conversa cin inefectiva o gratuita, si se quiere, tal vez graciosa, pero con una virtud cuya ejem plaridad la hace cabalm ente valiosa: se en riquece en la m edida en que adm ite m s participantes y m ayor diversidad entre ellos, lo cual a su vez disuade de cualquier op tim ism o facilista, puesto que se hace m ejor en la m edida en que se hace m s difcil de proponer y de m antener.
B ibliografa
Poe,
E dgar A lian, La m scara de la m uerte roja, en id., O bras en prosa, Tomo I, Cuentos, traduccin de Julio C ortzar, Edi torial U niversitaria de Puerto Rico 1969, 107-112. M ichael, La voz de la p o esa en a conversacin de la hum anidad (1959), en El R acionalism o y la p o ltica , tra duccin de Eduardo S urez G alindo, Fondo de C ultura E co nm ica, M xico 2000, 447-493.
O akeshott,
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El presente volumen se termin de imprimir en octubre de 2005, en Editorial El Copista, calle Lavalleja N 47 - Of. 7, X50QQKJA Crdoba, Repblica Argentina. Correos-e: elcopista@,arnet.cow.ar
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