08 Gentes Profanas en El Convento
08 Gentes Profanas en El Convento
08 Gentes Profanas en El Convento
EL CONVENTO
DR. ATL
GENTES PROFANAS EN
EL CONVENTO
DR. ATL
SENADO DE LA REPBLICA
Primera edicin: Ediciones Botas, Mxico, 1950. Segunda edicin: diciembre de 2003, Senado de la Repblica ISBN: 970-727-034-9 Impreso y hecho en Mxico Printed and made in Mxico
ndice
PRLOGO ....................................................................................... 9 LOS PRIMEROS PROFANOS ............................................................. 11 DERROTA ..................................................................................... 13 UN PRISIONERO EN MARCHA ......................................................... 14 ANDAR SIN RUMBO ........................................................................ 17 EL NGEL DEL SEOR Y EL CONVENTO ....................................... 19 UNA COMIDA FORMAL ................................................................... 21 SUEO PROFUNDO ....................................................................... 23 BAO LITRGICO .......................................................................... 25 ADAEQUATIO REI ET INTELLECTUS .............................................. 28 EL CORONEL ................................................................................ 31 EL MERCADO DE LA MERCED ....................................................... 34 LA SANTA BIBLIA ........................................................................... 36 EL FANTASMA Y EL CORONEL ........................................................ 37 MIEDO INFUNDADO ....................................................................... 43 EN BUSCA DE LA FORTUNA ........................................................... 44 LAS TAQUGRAFAS DE LA LERDO ................................................... 47 LEONOR ....................................................................................... 49 SINFONAS CURSIS .......................................................................... 50 LOS GRANDES VOLCANES .............................................................. 50 LA LLUVIA EN EL BOSQUE ............................................................. 51
EL VIENTO CONTRA EL CRTER .................................................... 53 EL CORAZN DE ANHUAC .......................................................... 53 TURISTAS EN EL CONVENTO .......................................................... 54 LA COLECCIN PANI ..................................................................... 57 ARTES POPULARES ........................................................................ 59 UNA TEORA COMO OTRA CUALQUIERA ......................................... 61 EL PAISAJE Y LAS NUEVAS TCNICAS ............................................... 62 LA PINTURA A LA PETRO-RESINA ................................................ 63 LOS ATL-COLORES ....................................................................... 63 TEMPLE AL LEO .......................................................................... 66 PETRLEO EN EL VALLE DE MXICO .......................................... 66 UN HOMBRE MS ALL DEL UNIVERSO ......................................... 68 ARQUELOGOS CLANDESTINOS .................................................... 73 LA LEY Y EL ROSARIO ................................................................... 77 UNA LETRA MISTERIOSA ................................................................ 79 CARTAS DEL OTRO MUNDO ........................................................... 84 UNA HISTORIA DE AMOR ............................................................... 85 EL MISTERIO DE LOS AMANTES ................................................... 133 LOS MELONES DE AMECA Y LAS MUCHACHAS DE LA ESCUELA .... 134 LAS NUEVAS AMIGAS ................................................................... 137 UN VUELO INESPERADO ............................................................. 140 LA NUEVA SECRETARIA ............................................................... 141 CUENTOS DE TODOS COLORES .................................................. 143
I. II. III. IV. EL HOMBRE Y LA PERLA ......................................................... 143 EL ORADOR MIXTECO ............................................................. 146 LA MUCHACHA DEL ABRIGO ................................................... 150 EL CUADRO MEJOR VENDIDO ................................................. 155
COMENTARIOS ........................................................................... 158 NUEVOS LIBROS, LA ACTIVIDAD DEL POPOCATPETL ................ 159 EL PADRE ETERNO ..................................................................... 159 OPTIMISMO ................................................................................ 160 XITOS Y FRACASOS DE LOS LIBROS ........................................... 165 LA FAMILIA INNUMERABLE .......................................................... 166
BANQUETES ............................................................................... 168 LOS GRANDES NEGOCIOS ........................................................... 170 ORO MS ORO ........................................................................... 172 MERCEDES ................................................................................. 175 UNA PROFANA EXCEPCIONAL ..................................................... 179 BOMBAS VOLCNICAS ................................................................. 180 UNA EXPOSICIN Y UNA MONOGRAFA ....................................... 183 PANEGRICO DE LAS IGLESIAS ..................................................... 186 DIATRIBAS CONTRA LA IGLESIA .................................................. 190 UNA EXCURSIN AL POPOCATPETL .......................................... 195 CAMBIO DE FORTUNA ................................................................ 204 LUCIO ........................................................................................ 207 LA MUERTE DE LUCIO ............................................................... 208 LA BELLA DAMA DE ENFRENTE ................................................... 210 EL MISTERIO DEL NICHO ............................................................ 213 LA LIGA DE ESCRITORES DE AMRICA ...................................... 214 OTRA VEZ LAS ARTES POPULARES .............................................. 216 LA EXPOSICIN DE CALIFORNIA ................................................. 218 PROFANOS DESILUSIONADOS ....................................................... 221 LA MUERTE DE OBREGN ......................................................... 222 PROFANAS ILUSTRES ................................................................... 225 HASTO ...................................................................................... 229 VISIN APOCALPTICA ................................................................. 230 A NAVEGAR! ............................................................................... 232
PRLOGO
Hay en esta novela mltiples e interesantes acontecimientos y accidentes de la vida de un hombre encuentros con espantos, aparicin de ngeles vestidos a la ltima moda, trasuntos de trabajo, del cual se dan algunas muestras, tumultos de gente joven ante un hecho cualquiera, gentes insignificantes llenas de grandeza y una coleccin de cartas de amor encontradas en una tumba del claustro mercedario, que dignifican y llenan todo este ensayo autobiogrfico, que tiene el tono y el estilo de una simple conversacin con un amigo. Dr. Atl Mxico, 25 de noviembre de 1949.
LOS
PRIMEROS PROFANOS
Los soldados del Benemrito de las Amricas, que arma al brazo, y obedeciendo a las leyes de la Reforma desalojaron a los rollizos mercedarios de su viejo Convento de la Merced, se convirtieron, por ese mismo acto, en los primeros profanos que pisotearon la santa morada dedicada a la oracin y a la caridad. Hasta la vspera de la sacrlega expulsin, el claustro se compona de una iglesia coronada por una torrecilla, un gran patio de arcadas superpuestas, vivamente policromadas, amplios refectorios, cocinas, y tres series de celdas hacia la parte oriente, cuyas ventanas asomaban a un canal por el que llegaban las verduras desde los pueblos de Jamaica y Xochimilco; otra hacia el norte, muy vasta, y la que se extenda a lo largo de la fachada principal. El conjunto del edificio ocupaba un rea de casi cuarenta mil metros cuadrados, y fue, durante centurias, un centro de intensa propaganda religiosa. Cuando el gobierno lo incaut, las construcciones de la parte norte fueron demolidas para hacer un mercado pblico, y la mayor parte de las celdas se convirtieron en casas para habitacin y locales para comercios, quedando en pie el gran patio, la escalera monumental,
dos salones, un refectorio, la iglesia en ruinas y algunas celdas aisladas. Forman el patio dos series de arcadas superpuestas de muy diverso estilo. La inferior es una parodia del patio de La Cartuja de Pava, y es bastante proporcionada y elegante. Se presume que sus constructores no proyectaron ponerle nada encima, pero las necesidades de la comunidad exigieron un piso ms, y se construy un corredor de arcos pesados, labrados con exceso, y sin relacin ni en sus lneas ni en sus masas con la arquera inferior. Sin embargo, la policroma de que estaban revestidos entablamentos, cornisas y columnas, daban un aspecto pintoresco al conjunto. Los tonos rosas y azules, verdes y grises, resaltaban sobre el fondo rojo oscuro de los corredores. Pero los soldados del Benemrito de las Amricas no fueron partidarios, a lo que parece, de los colores chillantes, y se dedicaron a limpiar los complicados labrados hasta dejar la cantera viva, haciendo que el patio perdiera su aspecto de pabelln de feria. Largos aos ocuparon el edificio, y cuando lo abandonaron, el convento de la Merced, mutilado, despintado y deshabitado, se haba convertido en una ruina. Mucho tiempo despus, otro profano, sin arma al brazo, lleg al viejo claustro en calidad de limosnero, digno sucesor de aquellos pobres que llamaban a la puerta de los frailes para pedir abrigo y un pedazo de pan. Este otro profano era yo despojo que arrojaba entre las ruinas de un convento la resaca de una derrota. Llegaba del desastre de Algibes, donde las tropas del Presidente Carranza haban sido aniquiladas por las mesnadas de cuarenta o cincuenta generales que vieron en los campos de batalla el camino para escalar la Presidencia de la Repblica.
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DERROTA
En Algibes, el gobierno de Venustiano Carranza haba hecho el punto de una defensa desesperada, despus de una serie de escaramuzas que tuvieron lugar desde la salida de la Ciudad de Mxico a lo largo de la va del ferrocarril mexicano, con la mira de abrirse paso hasta el puerto de Veracruz y establecer ah la capital provisional de la Repblica. La lucha se desarroll con furia alrededor de los largos trenes que conducan empleados y familias, archivos y el tesoro de la nacin, el tesoro en numerario, bien entendido. Las lneas de defensa fueron destrozadas rpidamente, los campos se cubrieron de muertos y heridos y algunos generales gobiernistas encontraron la muerte frente al enemigo. La moral de las tropas estaba deshecha. Se conoca la superioridad de los atacantes y se careca de planes para la defensa. Los archivos fueron quemados, se abandonaron las impedimentas y las cajas que contenan treinta o cuarenta millones de pesos en oro. El Presidente Carranza se vio obligado, a pesar de sus esfuerzos, a dejar el campo a los que lo haban traicionado y a remontarse en compaa de algunos de sus partidarios por las abruptas sierras, donde fue asesinado. Antes de que el gobierno se disgregase, yo propuse al Presidente entablar negociaciones con el General Obregn, jefe de la revuelta, y acept. El licenciado Berlanga, ministro de gobernacin, redact el documento que me autorizaba, escribindolo con dificultad sobre las speras paredes de un furgn de carga, y precisamente en el momento de un ataque de las fuerzas del General Gonzlez, que se haban dado cuenta de la retirada del Presidente y pretendan capturarlo. Los muertos y los heridos caan a uno y otro lado del furgn, y en medio de una nutrida balacera, Carranza mont a caballo,
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seguido de un grupo de fieles amigos, militares y civiles, firme en su propsito de continuar la lucha.
UN PRISIONERO EN MARCHA
Pancho Serna, intendente de las residencias presidenciales y yo, que no ostentaba ningn ttulo, nos mezclamos entre los soldados que huan cargados de bultos y seguidos de mujeres que llevaban en brazos nios despavoridos. Multitud de empleados con el espanto en el rostro, se atropellaban formando un tumulto que se precipitaba por un camino polvoso hacia las casas de una hacienda. A cada paso tropezbamos con rifles y cananas, con bolsas llenas de monedas que los prfugos trataban de salvar en su derrota. Entre el polvo se vean chorros de monedas de plata, como serpientes luminosas, pronto sepultadas por las pisadas de los fugitivos. De repente, entre el gento se oan gritos de dolor. Alguien caa. La muchedumbre pisoteaba al cado. Otro grito desgarrador: Mi hijo! Era el grito de una madre enloquecida que apretaba contra su pecho la cabeza de un nio convertida en flor de sangre por una bala expansiva... Corran, corran!, deca otra madre a varias criaturas asustadas, corran, que nos alcanzan. Los soldados que haban hecho pedazos a las tropas del gobierno avanzaban sobre los fugitivos y disparaban sin misericordia. Se acercaban con rapidez, pero el pavor daba alas a nuestros pies, y volamos hasta ponernos fuera del alcance de los perseguidores. En una pequea hacienda nos reunimos, jadeantes, pero ya lejos del alcance de las tropas victoriosas. En medio del desorden cada quien tom la determinacin que le pareci ms conveniente. La mayor parte de las mujeres se quedaron en la finca. Los soldados se despojaron de sus arreos militares y tomaron diversos rumbos. Los empleados pblicos no saban qu hacer.
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Por la noche Pancho Serna y yo nos propusimos caminar apartndonos de la lnea del ferrocarril. Cerca del amanecer nos refugiamos bajo un pirul y esperamos el nuevo da. Su luz nos descubri un campamento de fuerzas rebeldes. Sera mejor decir que la luz del da nos descubri a nosotros: los soldados del campamento se dieron cuenta de nuestra presencia y nos prendieron. A Pancho Serna se lo llevaron hacia una ranchera y a m me rodearon seis o siete soldados. Un capitn me sujet al interrogatorio de rigor, arbitrario y estpido, y me despoj de cuanto llevaba de valor, que no era mucho. Luego dio orden de conducirme al cuartel general, a veinte kilmetros de distancia. Nuevo interrogatorio en el cuartel general, esta vez lleno de formalidades, las que no se usaron para despojarme de algunas prendas de vestir. Ms rdenes: yo deba ser conducido a otro cuartel general, claro, haba muchos cuarteles generales porque haba muchos generales autnomos. Algunos soldados seguidos de sus mujeres me custodiaron y me condujeron por una angosta vereda que corra en la falda de una loma. De repente se oyeron algunas descargas de fusilera. Un breve silencio sigui. Omos el correr de caballos entre los matorrales, luego gritos, imprecaciones, y otras descargas. Los que me custodiaban no saban qu partido tomar y cuando se resolvieron a obrar, escogieron la peor de las resoluciones: disparar contra los que se nos echaban encima. stos contestaron rpidamente. Eran muchos. Yo me resguard detrs de un nopal, mientras mis guardianes hacan gala de un herosmo absurdo, exponindose a las balas enemigas. En pocos minutos fueron cayendo uno a uno hasta que se quedaron tirados sobre el suelo y baados en sangre. A una de las dos mujeres que los acompaaban, la bala de un rifle la tumb sobre un montn de tierra. Cay sentada, lanz un quejido
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y luego se encogi como si tuviera un terrible dolor en el vientre. Algunos de los que venan a caballo nos rodearon. Ustedes quines son? Ya pa' qu preguntan, dijo la otra mujer, si los mataron a todos. Yo soy la mujer de se que est ah tirado, agreg sealando a un muerto, mrenlo noms cmo se qued. De qu fuerzas son? pregunt uno de los de a caballo. De las de don Pablo Gnzlez contest la mujer. Pos son las mesmas que las nuestras. A qu brutos son ustedes! (Deba de haber dicho: eran, porque los representantes de esas fuerzas ya no existan.) Y ust? dijo dirigindose a m. Yo respond con cierto orgullo soy prisionero! Aj!, con que prisionero? Lo vamos a tronar. Bueno... Trunenme. No me tronaron, pero me desnudaron. No me dejaron ms que los zapatos. En medio de risotadas le quitaron los pantalones a uno de los soldados muertos y me dijeron: pongselos pa' que no vaya encuerado a ver al jefe. Un soldado, muy joven y muy risueo, con un espritu humorstico que yo fui el primero en celebrar, se adelant hacia el cadver de la mujer que yaca muerta sobre el montn de tierra, le quit la blusa, una blusa color de rosa llena de encajes y me dijo muy satisfecho: pngasela! Me la puse. No haba otra cosa que hacer. Luego, el capitn que mandaba la tropa de a caballo me grit: Ora, amigo, camine, lo vamos a llevar hasta Ometusco. Durante el camino, que dur ms de dos horas, yo no haca ms que considerar mi triste aspecto. Tal vez en la poca del rey Luis XIV de Francia, aquella blusita color de rosa llena de encajes me hubiera sentado bien: entonces hasta los generales usaban colores romnticos y prendas llenas de adornos femeninos, pero en estos tiempos de vestidos tiesos, y sobre todo en pleno campo, entre un grupo de soldados a caballo, la
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blusita de la viuda me daba ms que un aspecto ridculo, una apariencia equvoca. En Ometusco fui entregado a un capitn, que se ri de m a sus anchas, y cuando me pregunt de dnde era yo y le contest con cierta humildad, no exenta de socarronera, que era de Guadalajara y del barrio de San Juan de Dios, el capitn tuvo que cogerse de la barriga para no estallar de risa. Claro, dijo, ya me lo figuraba yo! Entre risotadas y empujones me metieron a un furgn de carga y fui a dar a Mxico. Prisin en Santiago Tlatelolco; ms interrogatorios cargados de petulancia. Dos semanas prisionero, y una escapada venturosa que me llev sin rumbo por calles y plazas hasta las barracas del mercado de la Merced, donde pas una noche a la intemperie pero sin guardias militares.
a: los chiquillos desarrapados, mugrosos y hambrientos, que duermen por las noches en los quicios de las puertas y que se mantienen comiendo frutas podridas en los basureros de la plazuela de La Aguilita. En ellos haba un banquete todas las maanas. A veces encontrbamos una pia en bastante buen estado, o un mango a medio podrir y nos considerbamos felices. Bajo los rboles de la plazuela devorbamos aquellos desperdicios que para nosotros eran manjares, y los chicos, ninguno de los cuales llegaba a los 14 aos, me contaban historias espeluznantes y me invitaban con frecuencia a recorrer las obras de drenaje que se estaban llevando a cabo en distintos puntos de la ciudad, en las que yo solicitaba trabajo, pero nadie me admita, no slo por mi chistosa indumentaria, sino por mi aspecto macilento. Y as pasaron das y das buscando trabajo, llevando alguna vez un bulto de legumbres de un puesto a otro en el mercado, comiendo fruta podrida y platicando con los chiquillos mis compaeros ms filsofos que yo, y sobre todo con un estmago ms fuerte. El andar sin rumbo, hora tras hora, da tras da, repudiado en todas partes, destroza la conciencia y los nervios. El continuo rumiar la propia desgracia emponzoa la sangre, y el dormir en las noches lluviosas arrinconado en una barraca o en el quicio de una puerta, engendra una intranquilidad que acaba por convertir el sueo en una constante pesadilla. Un perro que llega a lamer la cara del durmiente, un guardin del orden pblico que lo levanta de un lugar que la ley no autoriza para usarlo como lecho, un borracho que trastabillando se tropieza con mi cuerpo, convertan aquellas eternas noches en una tortura. El fro del amanecer me sacaba de mi suplicio, pero descubra, cada vez con ms claridad, mi prxima jornada: la muerte por desesperacin o por hambre, y la plancha de un anfiteatro.
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Una maana dej a mis pequeos compaeros lamiendo cuidadosamente unas cscaras de pltano y me alej dispuesto a cometer cualquier atentado para poner fin a una situacin desesperada. Me alej lleno de odio reconcentrado y oscuro contra todas las cosas y me detuve, sin saber por qu, en la esquina de las calles de Roldn y de Uruguay, mirando estpidamente a todos los rumbos del Universo.
delante de l, como una sombra. Por fin dijo sonriendo, y su sonrisa exhibi una boca desdentada. Seor, yo soy ngel Gutirrez, uno de aquellos soldados que usted se llev a la Revolucin para formar Batallones Rojos, no se acuerda usted de m? ngel, ngel repet yo mentalmente..., no recuerdo, quin va a recordar a tanta gente que yo llev a la Revolucin? Pero de cualquier manera, ngel o soldado, t eres un espritu divino, un ser misericordioso, el primero que encuentro en mis tribulaciones, y sonrindole con algo que ms que una sonrisa debe haber sido una mueca, le contest: S, recuerdo. Usted es uno de aquellos que se fueron a batir en defensa de la Revolucin, mientras yo me quedaba en la ciudad echando discursos. S, seor, afirm con alegra, y aqu estoy para servirlo ahora, como antes. Qu podra yo decir a quien se me ofreca para servirme en medio de mi desgracia? Slo pens contarle mis penas. Nadie las conoca. Yo las haba devorado en un silencio amargo, y en aquel instante hubiera brotado mi historia de mis labios resecos, si ngel no hubiera interrumpido mis pensamientos con la palabra y con el gesto. Yo estoy ah, dijo sealando los vetustos muros del convento que se elevaban frente a nosotros, estoy de portero. Vngase a vivir conmigo: hay muchos cuartos vacos, y en la portera no le faltarn frijolitos y caf con leche. Aquel hombre, a quien yo haba mandado a la Revolucin para que lo mataran, me pagaba dndome hospitalidad, precisamente en el momento en que mi desesperacin me iba a poner al borde del crimen. Inclin la cabeza, hice un gesto vago con las manos, pero no tuve la fuerza de hablar, ni siquiera de sonrer. ngel me cogi de un brazo y con suavidad me condujo al convento.
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Verdaderamente no fueron las puertas del claustro, sino las del cielo las que se abrieron ante m. Un ngel sin alas y sin espada flamgera las rasg, y un portero Pedro sin llave de oro de la mansin del Seor me brindaba un asiento a la entrada del Paraso, frente a la mesa de los escogidos donde iba a humear un jarro de caf con leche. Cmo se engrandeci ante m la figura de aquel modesto empleado que desde las filas de los Batallones Rojos y arrastrando los laureles de las victorias del bano y Tampico haba llegado, en premio de sus servicios, a guardin de un claustro en ruinas! Nunca morada alguna me pareci ms esplndida. El gran patio con sus dobles arcadas de cantera labrada, los amplios corredores sumidos en el silencio, los antiguos refectorios, las salas capitulares, las celdas vacas y los vetustos muros de la iglesia, todo aquel conjunto barroco y ruinoso se me present como la ms estupenda obra de arquitectura entre todas las que yo haba contemplado en mi vida. Dentro de ella me qued desde el momento en que mi ngel tutelar me introdujo de la mano, como el ngel del Seor lleva piadosamente las almas de los privilegiados a la gloria celestial. Ya iba yo a reposar y a dormir tranquilo sin ser despertado por la curiosidad de un perro callejero o por la autoridad de un ocioso guardin del orden pblico. Era yo un nuevo profano que entraba en el claustro, y sin sospecharlo, el primero entre otros muchos profanos que habran de mancillar la santa morada.
Su mujer era joven y muy mona, de maneras suaves, tmida, delgadita y sonriente. Tena los ojos dulces y era su voz acariciadora. Sus hijitos, muy pequeos an, el menor tendra cuatro aos y el mayor apenas seis, parecan enfermos. Cuando lleg la hora de comer me invitaron a sentarme frente a una mesa cubierta con un mantel muy limpio sobre el cual humeaba una olla con caldo de res. Yo pens que iba a devorar su contenido, pero cuando tuve delante un plato lleno, sent asco. En mi estmago, convertido durante largo tiempo en una cazuela de inmundicias, se produjo una extraa reaccin. Repetidas agruras montaban a mi boca, dejndola amarga y mal oliente. Senta una repugnancia invencible delante del primer alimento digno de ese nombre, y tuve ganas de vomitar. Extraa sensacin en un hombre muerto de hambre frente a un plato de caldo humeante! No pude comer, y mi ngel tutelar dijo que lo nico que me convena era una botella de agua de tehuacn y un poco de bicarbonato, que beb y tom como la ms repugnante de las medicinas. Es posible que el deseo de contar mis desgracias, la contencin de hacerlo, hubiera producido un estado de tensin nerviosa que me impeda gozar de lo que tanto necesitaba mi hambriento estmago. La curiosidad de ngel levant la compuerta de una presa llena de amargura hasta el borde, y me sent satisfecho de empezar a relatar mis desgracias. Cont cmo, despus de un desacuerdo con Carranza, Jefe de la Revolucin, yo tuve que emigrar a Estados Unidos y la forma trgica en que volv al pas; la sorpresa de Carranza cuando llegu a ofrecerle mis servicios. Luego refer la salida del gobierno y sus partidarios hacia Veracruz, las peripecias de la heterognea caravana que pretenda instalar el gobierno en el puerto, la derrota tremenda de Algibes, que provoc una desintegracin cvico-militar completa, y la marcha del Presidente Carranza hacia Tlaxcalantongo. Desorden, traicio22
nes incontables, dramas de la inconsciencia, desastre, pero irreductible la fe de Venustiano Carranza. Alrededor de la humilde mesa, ante la indignacin del santo portero y el asombro de su mujer, mi triste figura se elevaba cubierta de gloria y dolor como la de un hroe de leyenda, pero en realidad, ante m mismo, yo era solamente un miserable. La noche nos encontr conversando. ngel estaba conmovido, ms que por la suerte del gobierno al cual haba servido en otro tiempo, por la desgracia que me envolva. Le pareci que el remedio ms eficaz para empezar la curacin de mi alma y de mi cuerpo era bebernos una botella de tequila. Gran acierto! ngel tuvo que pedirla fiada porque careca de dinero acto heroico suficiente para borrar todos mis herosmos de actor de carpa de barrio y transformar mi estmago en una caldera de ebullicin.
SUEO
PROFUNDO
Animados por el espritu que en forma lquida haba estado encerrado largo tiempo en una botella, salimos, ya anocheciendo, a dar un paseo por el claustro. Al atravesar el gran patio, ngel me seal en uno de los muros interiores de un corredor, un gran boquete que se abra desde el suelo hasta el techo, y me dijo, como si continuara una conversacin: Por aqu sale todas las noches, se pasea por el patio y vuelve a entrar por el agujero. Sale y entra qu cosa? pregunt yo. La sombre de un fraile. Usted la ha visto? No me contest, pero he sentido el aire fro cuando ha pasado junto a m. Aqu hay un coronel que vive en uno de los cuartos de arriba, que s la ha visto, y me ha dicho que la va a matar.
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Matar a una sombra? coment yo, me parece un poco difcil. Desde luego no creo que a los espritus les entren las balas como a nosotros los mortales, pero es posible que el coronel disponga de balas fantasmicidas... Yo no s contest ngel, pero el coronel anda persiguiendo esa sombra desde hace mucho tiempo. Quin es ese coronel? pregunt un poco intrigado. Es uno que vino de Oaxaca y que perteneci a las fuerzas federales, y como esas fuerzas fueron licenciadas por la Revolucin, vino aqu por rdenes de la Secretara de Guerra que lo amnisti y le pasa una pensin, porque dizque ha prestado muchos servicios a la Patria. Yo no me fo de l. Es un tipo muy mal encarado, muy altanero y anda siempre empistolado. Lo acompaa uno que dice es su asistente y que tiene facha de pobre diablo. ngel, dije yo interrumpiendo la descripcin del militar, usted comprende que despus de tantas semanas de no dormir y con los humos del tequila, se me ha echado encima un sueo que no lo puedo espantar. Dgame, por favor, dnde me puedo acostar. El mejor cuarto est all arriba, en la azotea. Voy a ir a buscar un sarape y un petate, que es lo nico que puedo ofrecerle. ngel fue a la portera, trajo lo ofrecido, y cargando ambas cosas atravesamos un gran vestbulo, subimos por una escalera amplia, de dos rampas, y al llegar a su parte superior mi ngel custodio me hizo observar que por ese sitio deambulaban procesiones de sombras que no se vean, pero cuyo rumor de rezos poda escucharse muy entrada la noche. Yo tena tanto sueo que apenas poda caminar. Subimos por una estrecha escalera de madera que conduca a las azoteas, y ya en ellas nos dirigimos hacia un cuarto blanqueado y entramos. Era bastante grande, muy limpio, pero sin alumbrado. Ese cuarto iba a ser mi morada.
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Gracias, ngel, dije a mi conductor. Aqu voy a reposar como una piedra en un pozo. Seor, si algo necesita hgame el favor de gritarme, fuerte para que yo lo oiga. Qu iba yo a necesitar despus de acostarme! Extend el petate, y por primera vez despus de muchas semanas me quit los zapatos. Cre que todo el queso Limburgo del mundo haba cado dentro de la estancia y expandido su peste, y comprend que no iba a poder dormir en una atmsfera saturada de cloruro de potasio, pero como todas las cosas tienen remedio cuando son malas, saqu un extremo del petate fuera de la puerta, y despus de cubrir mi lacerado cuerpo con el sarape, dej los pies al aire libre para que la brisa nocturna extendiera sobre las ruinas del convento el perfume con que la miseria haba ungido mis extremidades inferiores. Apenas tuve tiempo de hacer la maniobra porque el sueo me venci. Tanto dorm y tan profundamente que ya muy entrado el da, ngel tuvo necesidad de sacudirme fuertemente para que pudiese despertar. Me sent terriblemente cansado, y ayudado por ngel sal a las azoteas.
BAO LITRGICO
El esplendor del sol acab de aturdirme. Me sent mareado. Me tambaleaba como un ebrio y ngel tuvo que sostenerme. Est usted muy dbil, me dijo, y todava tiene usted sueo. No ngel, ste es el cansancio de la derrota y la miseria; es el colapso final producido por el agotamiento de mi resistencia. ngel me miraba como se mira a los moribundos, con una angustia callada. Me vea con sus ojos llenos de compasin y no encontr nada mejor para consolarme que decirme: Seor, ya Mara (Mara era su mujer) tiene listo el caf, y los nios quieren desayunar junto con usted.
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Las palabras de mi amigo me sacaron de mi adormecimiento, pero obedeciendo a una necesidad que casi poda calificar de milenaria, le dije en un tono malhumorado: Qu no hay aqu dnde baarse? ngel sonri recordando otros tiempos, cuando l me vea baar en los arroyos y en los ros y meterme bajo las cascadas de las altas montaas... Seor aqu no hay ms que un gran depsito de agua que est ah, al ras de la azotea... Yo no esper ms. En un impulso instintivo me separ de mi guardin y me dirig a una pila cuadrada llena de agua, y rpidamente empec a despojarme de mis pobres prendas. No, no!, grit, ese es el tinaco que surte de agua a todo el vecindario! Acab de desnudarme y cogido de los bordes del gran recipiente me zambull en el lquido helado. Algo me subi desde los pies hasta la cabeza cuando mi cuerpo se sumergi en el agua; algo morda mis carnes y electrizaba mis nervios. Saqu la cabeza fuera del agua y volv a zambullirme. Senta una alegra loca. ngel me ayud a salir, trajo jabn y algo semejante a una toalla, pero necesit largo tiempo para que el jabn pudiese hacer espuma sobre mi piel, que haba adquirido la consistencia y el aspecto de esos cacharros largamente sepultados entre las inmundicias de un basurero. Toda esta maniobra, que haba durado bastante tiempo, atrajo las miradas de las gentes que vivan en las casas de los alrededores de la azotea, y algunas mujeres me empezaron a lanzar injurias. Cochino!, gritaban. Cmo vamos a beber esa agua llena de mugre? Inmoral! Yo inmoral? Cmo puede ser inmoral un esqueleto que exhibe su osamenta en la azotea de un convento bajo la luz del sol?
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Cochino yo? Cmo puede llamarse cochino a un espritu que se baa en un tinaco? Aquellas mujeres no comprendan que mi bao era, en realidad, una verdadera ceremonia litrgica con todos los requisitos de un oficio divino: agua lustral, iluminacin celeste, santidad del nefito y presencia de un ngel verdadero, aunque disfrazado con pantalones de mezclilla. Nuevo San Juan Bautista, yo ofrec a las mujeres que me miraban, el agua que haba de purificarlas del pecado, pero sordas a mi llamado seguan injurindome. Pobres mujeres! Ellas no saban que el agua es el reactivo ms poderoso sobre el organismo del hombre y sobre el de algunos animales, el de los pjaros por ejemplo. El agua templa nuestros msculos y nuestros nervios como el acero de una hoja toledana. A m me ha gustado siempre el bao fro, no por lo que pueda tener de higinico o de civilizado, sino precisamente por todo lo contrario: por lo brbaro. Siempre he borrado la fatiga de una ascencin por las laderas de una alta montaa, o la amargura de un dolor, bajo las cascadas que descienden de las nieves de un monte. La gente no sabe que el cuerpo desnudo bajo un chorro de agua helada que cae desde las altas rocas se carga de una energa csmica que lo convierte en una fuerza de la naturaleza. El dolor, la fatiga, la desesperanza, no son ms que el resultado de un desequilibrio orgnico. Una descarga elctrica un bao en agua helada no es otra cosa restablece el equilibrio. Al que yo acababa de tomar le rest fuerza la higiene de la jabonadura, pero era necesario realizarla: ya la mugre me haba cubierto con una coraza de rinoceronte. En los baos ordinarios, tomados en un establecimiento pblico o en el cuarto de la casa, limpio y desinfectado como un autoclave y a una temperatura mdico-familiar, el organismo no recibe ms beneficios que el de la limpieza superficial que nada tiene que ver con la potencia de la vida.
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A pesar del agotamiento en que me encontraba, el bao en el tinaco tuvo la virtud de provocar una tremenda reaccin: me sent renacer, grit, corr por las azoteas del convento como una cabra a quien se pone en libertad despus de largo cautiverio. ngel debe haber credo que yo me haba vuelto loco. Me miraba algo azorado, a pesar de conocer mis costumbres un poco salvajes, pero no me dijo nada. Cuando baj a saborear el jarro de caf con leche que la mujer de mi ngel protector me ofreci, yo era otro hombre.
ADAEQUATIO
REI ET INTELLECTUS
El desayuno en compaa del santo portero, de su mujer y de sus nios, fue una verdadera fiesta. Se olvidaron las historias trgicas de la vspera, se habl del porvenir, los nios intervenan en la conversacin con sus lindas observaciones y mi apetito surgi de nuevo. El espritu del tequila que haba penetrado en mi cuerpo y el agua lustral del tinaco hicieron el milagro. Cuando terminamos el frugal desayuno, ngel y yo cogimos de las manos a los nios y deambulamos largamente por el patio y bajo los corredores sin pronunciar palabra, entregados a nuestros propios pensamientos. Los mos saltaban como pjaros entre el ramaje, sin permanecer largo tiempo fijos en un lugar. Brincaban de un recuerdo amargo a un proyecto ilusorio, de una ilusin al tumultuoso deseo de trabajar, del deseo de trabajar a la boca de una mujer y de la boca de una mujer a la blusita color de rosa de la viuda que sobre mi pecho pareca reconcentrar en un trapo todas mis desgracias. Los pensamientos de mi ngel tutelar eran muy distintos. Me di cuenta de ello cuando en una de las vueltas por los corredores ngel se detuvo frente al gran boquete que se abra en uno de los muros y volvi a decirme, otra vez como si
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hablara consigo mismo: por aqu sale. Y dirigindose a los nios hizo que se cogieran de las manos y les indic que deban volver con su mam. Los nios nos dejaron solos, y el pap continu: Por aqu sale. (ngel, claro est, hablaba de la sombra del fraile que el coronel persegua). Y por all, agreg sealando el vestbulo de la escalera, he odo los rezos de los frailes y he sentido el viento helado que dejan cuando pasan. Pero eso no es nada, dijo asumiendo una actitud extraa: muchas noches, en mi cuarto los nios se sienten sofocados como si tuvieran un peso encima. Desde que mi mujer y yo dormimos abrazados con ellos ya los espantos no han vuelto y los nios ya no se asustan. Pero el miedo los ha enfermado, por eso los ve usted tan paliduchos. Una vez trat de cambiarme a otro cuarto de los corredores de arriba, pero haba ms espantos que aqu abajo, y asustaron no slo a los nios, sino tambin a nosotros. Hace algn tiempo mi mujer quiso salirse del convento para no ser molestada, y precisamente estbamos arreglando el cambio cuando lo encontramos a usted. A ver qu sucede ahora. Yo escuchaba al ngel-portero con mucha atencin y sin interrumpirlo. Tras un breve silencio continu: Seor, yo no hablo de estas cosas de los espantos a nadie, porque la gente se burlara de m, pero le aseguro que aqu suceden cosas muy extraas. Esos rumores de rezos y esas pisadas en las escaleras de gentes que no se ven, me dan ciertos temores. Yo me sobrepongo, y muchas veces salgo a buscar esos fantasmas o esos espritus o lo que sean, a ver qu quieren. Me figuro que han de ser almas en pena de algunos frailes enterrados aqu dentro, en alguna parte. ngel guard silencio y yo qued pensativo. Tengo la costumbre de aceptar, y hasta de creer, todo lo que me dicen, por absurdo que parezca; de admitir como una verdad indiscuti29
ble la opinin, el juicio o la creencia de cualquier persona sobre cualquier asunto. La conviccin personal es siempre una verdad absoluta para quien la lleva adentro. Es un sistema de razonamiento adecuado a la organizacin cerebral y es la educacin del sujeto. El carcter de la conviccin no importa, porque el fenmeno mental es el mismo en cuanto a su mecanismo, y tampoco debe tomarse en consideracin el tiempo que esa conviccin pueda mantenerse ntegra en un individuo o en una sociedad, o en los campos de la ciencia o de la religin. Las convicciones son verdades que van dando tumbos durante la vida individual o en el transcurso de la historia, y forman en su conjunto las infinitas modalidades de la evolucin humana. La verdad es una conviccin intelectual que el sujeto pensante adapta a una circunstancia, a un hecho, a un objeto. Adaequatio rei et intellectus, dice con mayor precisin Santo Toms de Aquino, tomando la definicin del hijo de Honain ben Isahak, historiador de Bagdad. En efecto, la adecuacin de la inteligencia y de la cosa, es la forma lgica para sentar una verdad individual, que puede convertirse en colectiva. Yo me puse dentro del pensamiento mismo de ngel para comprender y admitir la adecuacin de los espantos a la inteligencia de mi santo portero. Este sistema de hacer transmigrar el propio criterio al cerebro de un individuo cualquiera y unificarlo con su propio pensamiento es una de las cosas ms divertidas de la vida. Usted entra a las circunvoluciones cerebrales de multitud de gentes como a las atracciones de una feria, y sube usted a la rueda de la fortuna, o se sacude en las canastillas del martillo elctrico o se topetea en las carrozas del circo loco o sube usted a los caballitos de un volatn para nios, pero con la diferencia de que en la feria mental no paga usted ni un centavo.
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Me parece evidente que en las puras posiciones del pensamiento no cabe ms que una adecuacin nica. Por ejemplo: cualquier seccin plana de una esfera es un crculo; o cinco y cinco son diez. Pero en lo puramente sensible, la interpretacin es indeterminada. Por ejemplo: ngel apreciaba los espantos como fluidos invisibles, mientras que el coronel los miraba como seres tangibles. ngel se limitaba a espiarlos, pero el coronel los persegua pistola en mano, y estaba decidido a mandarlos de nuevo al otro mundo mediante cuatro o cinco balazos. Se equivocaba: fueron los espantos los que mandaron al coronel al cementerio.
EL
CORONEL
Un domingo por la maana, ya cerca del medioda, el santo portero y yo nos ocupbamos en levantar unas losas que cubran las tumbas que se encontraban en el presbiterio de la iglesia, con el objeto de ver qu clase de muertos haba debajo, y no nos dimos cuenta de que el ayudante del coronel avanzaba hacia nosotros. Cuando nos habl nos sorprendimos y le preguntamos qu le suceda, porque lo vimos tembloroso y plido. Vengo muy asustado porque mi jefe ha visto la sombra del fraile que quiere matar y la viene persiguiendo, seguro de que se ha refugiado aqu en la iglesia. ngel, ngel, dije yo precipitadamente, vmonos!, este diablo del coronel es capaz de confundirnos con sus fantasmas y dispararnos. Salimos de prisa por uno de los boquetes que se abran junto a un altar hacia los corredores, y amparados en una columna nos pusimos a observar. El coronel haba entrado a la iglesia y caminaba lentamente con las manos en los bolsillos de la chaqueta. Se detuvo junto a uno de los altares derruidos. Era un hombre de edad bas31
tante avanzada, chaparrn muy vigoroso, con el pecho prominente. Su cuello robusto sostena una cabeza tosca de grandes pmulos y nariz chata de anchas ventanas bajo las que caa un bigote espeso, grisceo que no alcanzaba a cubrir la boca de labios gruesos, y gesto autoritario. Los ojos negros miraban con fijeza. Vesta chaqueta y chaleco de tela gruesa amarillenta, pantaln de charro muy ajustado, y se tocaba con un sombrero tejano con el ala delantera muy cada sobre las cejas abundantes e hirsutas. A pesar de su traje de civil, se vea inmediatamente que quien lo portaba era un hombre de armas, es decir, un hombre educado en un cuartel: despeda autoritarismo y sus movimientos eran de comando. Largo rato estuvo quieto, de pie junto al altar, siempre con las manos en los bolsillos de la chaqueta, mirando hacia el fondo de la iglesia. Juzgando, tal vez, que era intil seguir esperando, hizo al asistente una sea con la cabeza para que se marchara, y l abandon su sitio. Pas junto a nosotros, y a m me pareci que yo estaba obligado a saludarlo. Claro est que yo estaba obligado. Yo era el ltimo eslabn de la cadena zoolgica que la miseria haba forjado en las ruinas del viejo claustro. Sus otros anillos eran ms slidos que el mo, quiero decir que la jerarqua de todos los que vivan en el claustro era superior a la ma. ngel ostentaba el ttulo de portero, tena un nombramiento del gobierno y por consiguiente, un sueldo. Era, pues, quelquun. El perseguidor de espantos era coronel y sus mritos lo llevaron, a pesar de ser un enemigo de la Revolucin, a la categora de pensionado, y hasta el asistente me era superior porque tena su categora: era un asistente. Yo... no era nadie. Esta clasificacin me pareci bastante justa y me obligaba a cumplir con un deber social elemental: saludar el primero. Pero lo que me decidi a cumplir decididamente con este acto de cortesa, fue el descubrimiento del pistoln que el
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coronel traa colgado en una canana llena de tiros. As que, cuando el perseguidor de la sombra del fraile estuvo casi enfrente de m, yo, ahuecando la voz le dije: buenos das, seor coronel. El mentecato no contest, ni siquiera volvi la cabeza, y despreciativamente pas de largo, seguido de su asistente. Yo me volv a mirar a ngel interrogativamente. Es un hombre de muy mal carcter, muy grosero, y adems, muy matn, coment ngel. El asistente me ha contado que all en su tierra ha matado a mucha gente, noms porque s. (Este noms porque s es uno de los ms poderosos resortes que mueven la voluntad de la gente de Mxico y que en el terreno puramente literario corre parejas con el chistoso mote de la universidad: Por tu raza hablar tu espritu). Como se acercaba la hora de comer nos dirigimos a la portera, y mientras Mara terminaba de preparar la comida dominguera, que hasta en las gentes ms pobres es mejor que la de todos los das, ngel y yo nos dedicamos a comentar la presencia y las fechoras de los espantos conventuales, cuya fama haba traspuesto los muros del claustro extendindose por el populoso barrio de la Merced, en el que no haba hombre ni mujer ni un nio que dudase de la presencia de los espritus frailunos. ngel, a pesar de su vida de soldado, y no obstante las observaciones que haba hecho en torno de los seres del otro mundo, en el fondo de su conciencia dudaba de que fuesen reales, tangibles, y as me lo dijo en medio de circunloquios y reticencias que me hicieron comprender el estado de contradiccin en que el santo portero viva dentro de aquellas ruinas, obligado por la necesidad de no perder su sueldo, nico medio a su alcance para dar de comer a su familia.
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EL MERCADO DE LA MERCED
Durante los pocos das de mi permanencia en el claustro, yo haba logrado trabar amistad con los puesteros de los alrededores, que me confiaban algunas veces el cuidado de sus comercios o me ocupaban en llevar recados o bultos de un lugar a otro, con lo cual yo lograba ganar algn dinero. El nuevo trabajo me proporcionaba, adems, muchas diversiones: charlas amenas con las verduleras de Xochimilco, discusiones y pleitos con los cargadores, coqueteos con las gatas que venan de las lejanas colonias a comprar sus comestibles. El mercado de la Merced, que tom su nombre del convento, es el centro comercial ms desorganizado, ms incmodo, ms populoso y ms sucio del mundo entero. Los puestos, barracas improvisadas o tendederos de frutas y legumbres al ras del suelo, estn casi siempre atendidos por mujeres agresivas, que por la menor diferencia injurian a todo el mundo. Estos puestos se levantan y se amontonan sobre las aceras y en medio de la calle, obstruyendo el paso. Una india que llega de Xochimilco con un cargamento de yerbas lo deshace en una esquina, y no lo levanta hasta que ha terminado su venta. Otra mujer que trae en el rebozo una gran cantidad de limones se establece entre el hueco que dejan dos puestos, nico paso en una larga fila de barracas, y desencadena una serie de injurias contra todos los que quieren quitarla para pasar. Otra mujer que tiene necesidad de traer su nio recin nacido al puesto, lo ha colocado en un cajn, justamente a la orilla de los rieles del tranva y cada vez que ste pasa, roca a la criatura con un chorro de lodo. El gento es enorme, la aglomeracin insoportable. Criadas que llegan de compras desde las colonias ricas; amas de casa acompaadas de un cargador mugroso; cocineros de restaurantes con sus mozos cargando enormes canastos llenos de verduras; muchachos ociosos en cantidad; innumerables car34
gadores con bultos muy pesados en la espalda que le gritan a uno golpe! cuando ya se lo han dado. Bullicio y apretujamiento, gritera de los vendedores... Sesenta calles atascadas de barracas, alfombradas de lodo apestoso sobre el que se revuelca una multitud abigarrada. Es curioso que en medio de ese desorden, los robos de los puestos que tienen siempre su mercanca al alcance de la mano, sean punto menos que desconocidos. Es que si alguien se atreve a tomar algo, una naranja o un pltano, sin pagarlo, se encuentra inmediatamente circundado por los que cuidan un puesto, bloqueado en una grande extensin por gente de los otros puestos. Cuando una mujer grita: agrrenlo!, el ladrn est perdido, lo agarran, le dan una golpiza fenomenal, pero nunca lo entregan a la polica. La inmensa mayora de las vendedoras y la mitad de los vendedores comercian rutinariamente y no saben contar. Cuando uno les compra algo ms de lo que ya tienen contado y con precio, por ejemplo diez lechugas en vez de cinco, se enredan y tienen que ir a preguntar a otro ms sabio cunto vale lo que venden. En cambio, en los grandes comercios y en las encomiendas que abren sus puertas delante de estos puestos primitivos, los propietarios se pasan de la raya haciendo clculos por encima de los intereses y de la sabidura de los compradores. Las tienditas, aun las ms pequeas, que venden sistemticamente productos muy baratos, como jabn, cigarros o dulces, obtienen ganancias que sorprenden. Un estanquillo que comercia nicamente con los objetos que acabo de nombrar y que ocupa ocho metros cuadrados, vende mil quinientos y dos mil pesos diarios de mercancas y las grandes tiendas, casi siempre propiedad de espaoles, pletricas de toda clase de comestibles nacionales y extranjeros, alcanzan ventas cotidianas de cincuenta y setenta mil pesos. Las encomiendas son las bodegas en donde se depositan los frutos que vienen
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de tierra caliente, como el pltano, y se encargan de surtir todos los mercados de la capital. El comercio diario en el permetro de la Merced, alcanza ms de tres millones y medio de pesos al da. El ambiente de este mercado puede sintetizarse en dos palabras: desorden y porquera. Cuando oscurece, el bullicio cesa, y al entrar la noche un profundo silencio reina entre las calles y los callejones sombros, pero perdura en el aire una peste agria de fruta podrida.
LA SANTA BIBLIA
Con el dinero que me pude ganar durante una semana, me compr una toalla, unos huaraches, porque no alcanz para zapatos, un jabn y una blusa de mezclilla. Con estos artefactos, me pareca entrar nuevamente al campo de la civilizacin, y en esas condiciones nada tena de extrao que tambin me entrase el deseo de leer. Tema haber olvidado esa costumbre que ha secado tantos cerebros, antes y despus de don Quijote. Se impona la compra de un libro. En la estrecha puerta de una casa de vecindad lbrega y sucia, un pobre seor venda libros muy maltratados y entr a curiosear. Novelas pornogrficas al por mayor; tratados para curar la impotencia; algunos textos escolares y nmeros atrasados de revistas. En una mesita haba varios volmenes empastados, evidentemente los tesoros de aquella librera miserable. Empec a leer los ttulos: Aritmtica prctica; Geografa de Mxico, Diccionario alemn-espaol y un grueso volumen en pasta negra con un ttulo grabado en oro en el lomo La Biblia. Senta por ella una repugnancia como la que experiment ante un platillo muy elogiado pero que nunca se ha comido y que repugna por instinto. Adems, el dao que esta obra ha causado en el mundo, era ms que suficiente para aterrorizarme.
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Cunto? dije al librero, un hombrecillo flaco y mugroso. Dos pesos me dijo. No, hombre, ni todos los libros que usted tiene valen dos pesos. Le doy cincuenta centavos. Me lo dej en cincuenta centavos y sal con mi libro bajo el brazo. Qu lugar ms apropiado para leer el libro sagrado de los cristianos que un claustro mercedario? Entre sus ruinas me asombr hojendolo, me indign leyndolo, y estudindolo comprend por qu la humanidad, esclava de sus doctrinas, no ha podido resolver sus problemas espirituales ni menguar sus angustias, durante veinte largos siglos. Se puede argumentar que tampoco ninguna otra doctrina moral, filosfica, social o poltica ha podido remediar los males humanos. Cierto. Pero todas ellas son productos exclusivos del hombre, mientras que la Biblia, y especialmente los Evangelios, son el verbo de un Dios omnipotente comunicado a los hombres por su propio hijo. Ahora esos Evangelios se han cerrado. Pero el pueblo elegido ha escrito un evangelio nuevo: Das Kapital. Otra iglesia judaca surge: el comunismo. Y tendremos otros veinte siglos de judasmo si la conciencia humana sigue sumida en el aburrimiento de la vida fcil, como lo estaba la conciencia greco-italiana cuando Pablo de Tarso apareci en el Mediterrneo hace 1900 aos.
EL FANTASMA Y EL CORONEL
La maana de un domingo que yo pensaba emplear en un largo paseo por la cordillera del Ajusco, amaneci nublada, y me qued en mi celda, temeroso de mojar los nicos trapos que cubran mi cuerpo. Pero ngel y su familia, que tenan varios vestidos y podan cambirselos despus de recibir un aguacero, salieron a visitar a ciertos compadres en el pueblo de Atzcapotzalco, y el coronel y su asistente no regresaban de la comisin que ha37
ban ido a cumplir a otro pueblo del Estado de Mxico, donde una banda de asesinos tena aterrorizados a los pobres habitantes. Cerca de medioda sal a comer a uno de los puestos que llaman Los agachados, porque tiene uno que inclinarse para entrar a ellos, y donde yo posea un slido crdito hasta por cuarenta o sesenta centavos. Poco despus de las dos de la tarde volv a mi convento, cerr su portn y me dediqu a deambular por los corredores y la vieja iglesia, donde slo encontr un gato que huy ante mi presencia. Cerca del atardecer, me acod sobre el barandal de uno de los corredores superiores, y en el silencio gris de una atmsfera nublada, fulgur, de pronto, la figura de Jehov que tantos golpes dio a mi cerebro durante muchos das omnipotente y terrible. El Dios milenario llegaba desde las profundidades de la historia dominando el mundo, y sobre las azoteas del convento su figura trgica se mova como los nubarrones de una tempestad. Los frailes mercedarios la veneraron, y en el nombre de la madre de Jesucristo, edificaron el convento. En l estaba tambin Jehov, como una sombra, como una sombra, como la sombra trgica del fraile que el coronel quera balacear. Cul de las dos sombras era la ms real? La del fraile la haba visto slo el coronel, pero la de Jehov la han contemplado y adorado decenas de generaciones. Dos sombras, la del Dios de Israel y la de uno de sus adoradores vestido de mercedario, vivan en la imaginacin de las gentes, en distintas formas. La sombra frailuna se desvaneca por intervalos, mientras que la del Dios hebrero envuelve al mundo de da y de noche, y sus palabras por qu la sombra divina no es muda como la que vea el coronel truenan en las pginas del libro sagrado. Pero ambas eran asesinas. Me estaba yo engolfando en un mar de pensamientos fnebres cuando o que el viejo portn se abra, y luego se cerraba con estrpito. Debe ser ngel que regresa pens. No, eran el
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coronel y su asistente, que volvan de la comisin que haban ido a desempear al pueblo del Estado de Mxico. Ambos subieron a su cuarto y a los pocos minutos regresaron, atravesaron el patio y se dirigieron hacia el gran boquete que se abra en uno de sus muros interiores. A mitad del camino se detuvieron, el asistente justamente en medio del patio, pero el coronel avanz hasta colocarse bajo una de las arcadas. Pareca muy atento a algo que suceda del otro lado del gran boquete. Desde el lugar en que yo me encontraba, en un corredor superior y a unos veinte metros de la escena, poda observar con precisin los movimientos del militar. Lo vi avanzar despacio y luego detenerse. Con movimiento lento extrajo el revlver de su funda y extendi el brazo hacia la oquedad del muro. Apuntaba a algo que yo no vea. Avanz un poco, con el brazo tendido hasta colocarse debajo de un arco, y de repente dispar. Otros cuatro tiros ms sonaron. El coronel trat de cargar rpidamente su arma, pero algo se lo impidi. El revlver cay al suelo y el militar se llev bruscamente las manos al pecho, como tratando de desasirse de algo que le apretaba la garganta. Mova la cabeza con desesperacin, y vi una cosa extraa; su cuerpo fue cayendo lentamente hacia atrs sostenido por algo, por alguien que no se vea, hasta que toc el suelo y ah se debati violentamente. Un gruido sordo, como el de una bestia herida, puso fin a la lucha. El asistente se haba desplomado presa del terror. La escena se desarroll con tal rapidez, que no pens siquiera en moverme de mi sitio, pero cuando el coronel lanz aquel gruido sordo me precipit por las escaleras y me acerqu a su cuerpo. Estaba flojo e inmvil, con el rostro amoratado y la lengua de fuera. Me inclin a ver el cuello: estaba lleno de araos y se vean en la garganta las huellas de tres grandes dedos. Qu haba pasado? Quin haba estrangulado al co39
ronel? Cmo pudo caer su cuerpo lentamente, si nadie lo sostena? Esa cada lenta era lo ms extrao. En medio de mi asombro pens, quiz demasiado tarde, que haba que registrar la iglesia, hacia donde el coronel haba disparado. Nadie haba en ella... No hubo tiempo de hacer ms conjeturas ni ms rebsquedas: el portn se abri y ngel entr precipitadamente y tras l su mujer y un grupo de gente. Haban odo los disparos desde una casa vecina donde estaban de visita. Fui a su encuentro y le cont rpidamente lo sucedido. ngel mova la cabeza y deca, como hablando consigo mismo: tena que suceder, tena que suceder! Era necesario dar parte a la polica. No tuvimos tiempo. De la comisara que estaba detrs del convento, a unos cuantos metros, el comisario sali en persona a investigar, y cuando lleg al patio acompaado de algunos policas, yo le cont suscintamente lo que haba visto, en medio de la incredulidad de los agentes. ngel dijo lo que saba del coronel, y el comisario orden, indicndonos a ngel y a m: quedan detenidos. Levantaron al muerto y al desmayado y fuimos a la comisara, donde se nos interrog nuevamente. Las huellas digitales. primero declar ngel. Dijo cmo haba llegado a portero del convento, y por qu el coronel y sus asistente vivan en l. Refiri prolijamente cuanto aquellos hombres hacan y, finalmente, con un vivo sentido descriptivo, habl de los espantos, entre las sonrisas irnicas del comisario y de los gendarmes. Slo el mdico pareca dar una grande importancia de las opiniones del portero sobre los seres del otro mundo. Me toc mi turno y relat con precisin y sin comentarios todo lo que haba visto. Se sucedieron las preguntas y el comisario insisti en saber si realmente no haba ninguna otra persona fuera de las vctimas y del testigo en el interior del convento, dud un momento antes de contestar. Se trataba
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de una afirmacin que poda favorecerme o perjudicarme. Yo estaba convencido de que nadie haba en el convento fuera de nosotros tres. Seor comisario dije, si haba alguien en el convento a ms de nosotros tres, no lo s, pero aseguro que quien estrangul al coronel no era visible. El comisario sonri despectivamente y dijo con un aire de suficiencia: La declaracin de usted lo compromete, la justicia no puede admitir la intervencin de fantasmas en un crimen. Yo no he hablado de fantasmas: me he limitado a contar con precisin lo que vi. En la sala haba un ambiente hostil para m, y con razn. Mi salvacin estaba en el testimonio de aquel estpido asistente que se haba desmayado y no podan hacerlo volver a la vida. El cadver de su jefe, colocado sobre una camilla, haba permanecido en el patio de la inspeccin cubierto con una sbana. Cuando el comisario dio orden de que fuera trasladado a la pequea morgue del edificio, yo me volv a ver la maniobra y tuve una inspiracin. Seor comisario dije, puesto que ese hombre ha sido estrangulado segn mi propia versin y segn el dictamen del mdico de guardia, por qu el doctor no comprueba si las huellas de los dedos del estrangulador corresponden a las mas? El comisario y el mdico de guardia me llevaron junto al cadver para realizar esta diligencia, que era de una importancia decisiva. Los camilleros descubrieron el rostro del muerto y su cuello robusto, en el que aparecieron las huellas de tres grandes dedos. Yo puse los mos encima. No correspondan. Las huellas que presenta el muerto dijo el mdico de guardia no corresponden a los dedos de usted.
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Adems agregu yo considerando el estado de debilidad en que me encuentro, no podra yo sostener con una sola mano, ni con las dos, el pesado cuerpo del coronel. El comisaria me mir fijamente y me dijo: Sin embargo, es indispensable la declaracin del asistente; por lo tanto, sigue usted detenido. ngel fue puesto en libertad. Al da siguiente, que era lunes, cerca del medioda, el comisario, el mdico de guardia, que llevaba un molde de yeso de las huellas, y varios policas que me custodiaban, nos dirigimos al convento. Ya estaba ah el asistente, medio muerto de miedo. A ver le dijo el comisario pngase usted en el lugar en donde estaba cuando el coronel dispar. El pobre hombre fue a colocarse, temblando, en el sitio que ocup la vspera. Un polica sustituy al coronel y yo ocup mi sitio en el corredor superior. A quin disparaba su jefe?, asistente pregunt el comisario. Al fraile, al fraile, seor; estaba ah enfrente, en aquel agujero. Era una sombra con un hbito blanco y una franja negra que le caa desde el cuello. Nunca vi su cara. Mi jefe le dispar un tiro y luego otros cuatro. La sombra avanzaba y yo tena un miedo horrible. Me di cuenta de que mi jefe carg de nuevo el arma y cuando levant el brazo para disparar, una mano grande sali de entre la sombra, agarr a mi jefe por el cuello, se lo apret y lo fue dejando caer poco a poco hasta que qued tendido en el suelo. Quise gritarle al seor agreg sealndome, que estaba en un corredor de arriba, pero no pude y me desmay. El testigo volvi a desmayarse despus de su declaracin, pero yo me haba salvado. Mir al comisario.
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Los hechos le dije estn definidos, aunque no puedan explicarse. As es, sin duda alguna, pero como voy a inculpar a un fantasma de un asesinato? Usted no fue el autor y a m me toca encontrarlo un poco ms ac del mundo de los espritus. Queda usted en libertad con las reservas de ley. Terminada la diligencia, los agentes policiacos se volvieron a su guarida, el asistente, plido y tembloroso, subi a su celda acompaado de ngel, a recoger sus cosas y las de su jefe.
MIEDO INFUNDADO
Este extrao suceso caus un revuelo enorme en toda la ciudad y principalmente entre el pueblo innumerable de vendedoras y comerciantes que tienen sus puestos y sus habitaciones en los alrededores del convento. No haba entre aquellos millares de gentes una que dudara, ni por un momento, que el coronel fue estrangulado por un fantasma. Ahora resultaba que todo el mundo haba visto los espantos y conoca sus fechoras. Quin sabe cuntas cosas habra hecho aquel militar taciturno y mal encarado!, decan las viejas. Fue un castigo de Dios. Y agregaban: cualquier da le pasa lo mismo al portero que tambin ha sido soldado, o a ese seor nuevo el seor nuevo era yo que no sabe dnde se ha metido. (Aqu fallaba la exactitud de los juicios populares. En primer lugar yo no era nuevo. Poda, en rigor, considerarme como bastante usado y en segundo lugar yo no me haba metido al convento: un ngel del Seor me haba conducido de la mano a la santa casa, lo que era muy diferente.) La prensa se posesion de aquel acontecimiento tan sensacional y los reporteros invadieron el recinto mercedario. Yo me vi obligado a sustraerme a la curiosidad de los periodiqueros. Me encerr en mi cuarto de la azotea, hice que ngel retirara la escalera de madera que a l conduca y slo
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por las noches sala a recorrer el patio, los corredores, las celdas vacas, la iglesia en ruinas y unos stanos que haba debajo del altar mayor, siempre guiado por la idea de encontrarme con algn espanto. Por las noches permaneca junto al gran boquete del que haba salido la sombra del fraile que mand al otro mundo al militar oaxaqueo, o me sentaba entre los montones de escombros que cubran el piso de la nave, pero a pesar de mis largas esperas y de mi buena voluntad, nunca pude ver ni or nada que pudiera ser tomado como cosa del otro mundo. Sin embargo, una noche me pareci que alguno suceda. Despus de una larga espera, un aullido prolongado y lastimero, muy semejante al aullido de los perros que le ladran a la luna, flot por unos momentos sobre las ruinas de la iglesia, y una racha de viento atraves la nave ruinosa, zumb al pasar por el gran boquete del corredor, invadi el patio y sacudi violentamente unas plantas que crecan en l. La gente que diga que nunca se ha asustado en su vida, miente. Por ms desaprensivo que uno sea, por ms racionalista y reflexivo, por mejor templados que se mantengan nuestros nervios, de repente, cuando menos se espera, un hecho insignificante que hubiera pasado inadvertido en cualquier otra ocasin, nos llena de terror. Aquel aullido, y el golpe del viento me aterrorizaron. Cre que surgan de repente las sombras vengadoras de los frailes. Pero nada sucedi.
EN BUSCA DE LA FORTUNA
El escndalo que suscit la muerte del coronel se fue borrando y despus de dos semanas nadie se acordaba del estrangulado, pero hizo el milagro de sacarme del nirvana conventual y ponerme ante los ojos del pblico y de mis amigos, muchos de los que formaban parte del gobierno victorioso. Cre que la ocasin era propicia para hacer mi pri44
mera salida al tinglado de la farsa citadina. Pero era necesario, ante todo, vestirme. Mara lav mis trapos, me di dos o tres baadas, pero ya no en el tinaco, y como los huaraches no se limpian, los dej como estaban y sal a la calle en busca de fortuna. Lo primer que haba que hacer era pedir dinero a alguien. Si ese alguien me lo daba, poda considerar que mi buena suerte empezaba. Recorr la lista de mis amigos. Me pareci que an no era tiempo de confiarme a muchos y eleg al que en tiempos no lejanos haba editado algunos de mis libros. Derechamente fui a su imprenta. Ah estaba. Cuando me vio abri desmesuradamente los ojos, levant las manos y exclam, con el acento del ms grande asombro: T! Rafael Loera Chvez salt el mostrador, me abraz muy emocionado y me dijo: qu necesitas? La contestacin la traa yo escrita en mi propia vestimenta. Necesito dinero le dije. Dame lo que sea necesario para vestirme y algo ms para comer. Rafael me dio dinero y sal a vestirme, esta vez literalmente de pies a cabeza. Ya vestido me invit a comer. Yo tena mucho miedo a ensuciar mi traje nuevo y como la servilleta que me dieron era muy pequea me puse un peridico desde el cuello hasta las rodillas y as com, sin preocupaciones, plenamente, junto al primer amigo que haba encontrado ms all de los muros del claustro. Era perfectamente natural que despus de aquel primer triunfo, yo pensase automticamente en mi ngel guardin. Banquete en la portera, juguetes a los nios, reparticin del dinero hasta su agotamiento. Cuando al da siguiente sal a la calle, la ciudad me pareci pequea. La recorr a grandes zancadas, alegre y confiado. Ya no buscaba espantos, sino generales y coroneles para echarles bala, porque me prove de una pistola y me haba vuelto agresivo.
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Al atravesar la plaza de Santo Domingo, alguien me llam. Volv la cabeza. Era Chucho Gonzlez, poeta y editor, hombre inteligente, amable y generoso. Abrazos efusivos, torrentes de preguntas y de respuestas, reproches a mi conducta y finalmente esta pregunta: Tienes algn libro para que yo lo edite? Ninguno contest desconcertado. Qu libro quieres que tenga despus de un desastre en que todo lo he perdido, hasta el honor? Precisamente: escribe tu odisea y tu deshonor. Ser un libro terrible. No querido hermano: si escap de las balas en Algibes, con el libro firmo mi sentencia de muerte. Pues entonces traduce aquellos poemas que escribiste en Pars... Gran idea! Cuenta con el libro. Cuando nos separamos reflexion que haba prometido demasiado. Sera imposible encontrar esos poemas, y luego quin me los escribira? No tengo mquina, ni tampoco s usarla, y mi escritura es tan enredada, que en ninguna imprenta admiten un original escrito por mi propia mano. Me ech a andar soando en el libro, en una mquina de escribir y en un taqugrafa guapa naturalmente y muy hbil. Era demasiado. Cog por una calle que abra hacia el oriente y mi decisin me pareci de buen agero. El Oriente! Por el Oriente ha nacido siempre la luz y todava sigue naciendo y por consiguiente el Oriente es, claro est, el smbolo de la orientacin, o no es cierto? Adems, por ese rumbo se elevan en el lmite del Valle de Mxico los volcanes cuya belleza yo iba a cantar en los poemas que Chucho Gonzlez quera imprimir. Pero despus de caminar un poco por aquella calle que iba hacia un rumbo tan prestigiado, me pareci prudente no fiarme mucho de la rutina y torc haca el sur, que no tiene ningn
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prestigio orientador, por la calle del Carmen. Inmediatamente mis ideas se volvieron prcticas: si yo no s escribir a mano ni en mquina y tengo la desgraciada costumbre de dictar, hay que buscar una mecangrafa, pero con mquina. Dnde diablos encontrar las dos cosas?
LAS
TAQUGRAFAS DE LA
LERDO
La respuesta me la dio un gran rtulo que se extenda sobre la puerta de un edificio de tres pisos: escuela Miguel Lerdo de Tejada y un nombre surgi en mi imaginacin como un relmpago: Lolita Salcedo! Lolita Salcedo era la directora de la escuela, y mi grande amiga, bella mujer, inteligente y generosa, apta para guiar rebaos de muchachas y prepararlas para los menesteres de la vida. Automticamente me dirig a la puerta del colegio y entr. El patio estaba lleno de muchachas que jugaban. Era la hora del recreo. No fue necesario anunciarme, Lolita estaba en la puerta de su oficina y a pesar de mi aspecto esqueltico y de mi traje nuevo, que me sentaba muy mal, me reconoci, y mand a una chiquilla para que me condujese a su presencia. Lolita Salcedo no haba cambiado: era la misma mujer elegante y amable, con los mismos atractivos que aos antes la haban sealado a mi admiracin. Amable recibimiento, preguntas sin fin, contestaciones envueltas en sonrisas que ocultaban mi verdadera situacin, y... Pero qu flaco est usted. S contest siempre sonriendo, la vida... los trabajos, los balazos fuera de tiempo... tantas cosas. Y qu hace usted ahora? pregunt Lolita. Volver usted a la poltica? La poltica? Harto estoy de dama tan voluble y tan sucia. Lo que me gustara, ms que ninguna otra cosa, sera volver a escribir libros, pero me falta una mecangrafa.
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Lolita extendi el brazo y sealando con la mano aquella muchedumbre de criaturas que jugaban me dijo: aqu tiene donde escoger. Y agreg, no supe si adivinando mi pobreza o por simple generosidad: y aqu en el segundo piso tiene usted un saln y veinte mquinas de escribir a su disposicin. Me qued estupefacto. La realidad sobrepasaba mis propios sueos. Pero qu iba yo a hacer ahora con aquel pueblo de mecangrafas? Por lo pronto era necesario dar las gracias a aquella mujer que me rodeaba de aquel coro de ngeles. Entretanto, en el saln las veinte mquinas esperaban y a l fui acompaado de las veinte muchachas, ms temeroso que complacido. Estaba totalmente fuera de entrenamiento y de mi mente en confusin no fluan las ideas. Pero el caso era comprometedor, no poda eludirse y obligaba a desplegar totalmente todo lo que yo pudiera llevar adentro. Las veinte chicas con sus cuadernos de taquigrafa sobre las rodillas esperaban. Yo tena muchas cosas para dictar, pero no acertaba a escoger una. Tres o cuatro minutos haban pasado y las mecangrafas empezaron a mostrar cierta nerviosidad ante mi silencio. Haba que decidirse y escog el relato de la derrota de Algibes. Treinta y cinco minutos de dictado a todo vapor, muy posesionado de mi papel pero temeroso de que las chicas no alcanzaran mi dictado. No hubo una sola que se retrasase ni un segundo y cuando hicieron la transcripcin en la mquina el resultado fue abrumador. No hubo discrepancias: todas las transcripciones eran iguales. Qu iba yo a hacer con aquellas terribles mquinas de trabajar? Un programa se impona. Al da siguiente llegu con l a mi improvisada y magnfica oficina. Seoritas les dije, es indispensable aprovechar la eficiencia de todas. Voy a dar una conferencia cada tercer da sobre los ms diversos temas y en distintos lugares. Todas ustedes me acompaarn. Qu les parece a ustedes?
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Muy bien, muy bien! gritaron muchas. Pero dudaron algunas que no estaban acostumbradas a tomar conferencias en pblico. De eso se trata: de abandonar el dictado rutinario. Adems, con la habilidad que demostraron ayer, les aseguro que pueden desempear puestos de taqugrafas parlamentarias. Desde el da siguiente empezaron las conferencias. La habilidad de todas las chicas para captarlas y transcribirlas me desconcertaba. En dos meses habamos reunido 22 conferencias. Algunas fueron dadas dentro de la misma escuela y exclusivamente para las alumnas. A m, toda aquella elocuencia me resultaba falsa y ampulosa, pero aquel entrenamiento tuvo la virtud de desempolvarme.
LEONOR
Una maana recib la visita del secretario del gobernador del Estado de Mxico, Riva Palacio, que me invitaba a dar una conferencia en Toluca, el da de la raza. Dos de mis veinte secretarias fueron escogidas para tomarla. Eran dos entre las ms pequeas del grupo, activas como abejas y bonitas como ngeles. Por primera vez iba yo a hablar en serio frente a un pblico totalmente desconocido. Habl en la plaza principal ante una gran muchedumbre que me pareci no gustar, o no entender lo que yo deca, pero cuando tres horas ms tarde el discurso fue impreso y fijado en los muros de las calles, el pblico comprendi y se levantaron protestas, y las protestas llovieron ante el gobernador Riva Palacio, que ri de ellas... y de la conferencia. Pero yo haba logrado dos xitos: interesar a una ciudad y hacer la seleccin automtica de las chicas que habran de convertirse en mis colaboradoras en cosas ms serias. De las dos que acababan de desempear su labor con tanta eficiencia, solo una, la ms grandecita, una rubia delgada y graciosa de ojos de pervinca, activa y alegre, pudo
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prestarme su ayuda. Al volver de Toluca se despidi de sus compaeras, abandon la escuela y entr al convento. Un nuevo ngel, un ngel de verdad, de sonrisa, claro est, angelical, con las alas ocultas bajo la blusa de gasa, plane sobre el claustro y se pos frente a una mquina de escribir en el vasto refectorio de los mercedarios. El ngel vestido con traje de mezclilla se quedaba en la portera para que la clausura no fuese violada. La pequea profana que entraba en el convento pareca que se haba sacado el premio mayor de la lotera, tan grande era su gozo al encontrarse en aquel vasto edificio en ruinas, libre, ante el misterio de lo desconocido y con un sueldo. En realidad quien se haba sacado la lotera era yo.
SINFONAS CURSIS
Reun diversos viejos poemas y al conjunto le puse un nombre bastante pretencioso: Las Sinfonas del Popocatpetl, Chucho Gonzlez las edit. Pero la verdad sea dicha sin ambages: cuando yo le los poemas encerrados dentro de la seriedad de un libro, me parecieron insignificantes, y hasta cursis, con excepcin de dos o tres. En realidad la obra, en su conjunto, careca de valor literario y era muy poca cosa para ensalzar a tan gran seor como es el Popocatpetl. Veamos cuatro ejemplos:
LOS
GRANDES VOLCANES
As como surgen entre las obras del Hombre escalonadas a travs de la Historia algunas superiores e inconfundibles, as como se yerguen poderosamente entre la acumulacin del trabajo humano un pensamiento de Confucio, una concepcin religiosa hind, una teora de Darwin, una ley de Kepler o de Newton, o una creacin de Miguel ngel, as, sobre las con50
vulsiones de la tierra se levantan incomparables de belleza y de desprecio los grandes volcanes de Mxico. Otras arrugas del globo se alzan a mayor altura, otras han sido ms admiradas. Existe una cadena de los Alpes llena de encantos y rodeada de civilizacin; un Pico de Tenerife aislado en medio del mar, desde cuya cima, el ocano parece un embudo; un Vesubio prodigioso, sepultador de ciudades, terror y admiracin de las gentes, flor de fuego erguida en medio del jardn de las civilizaciones mediterrneas; un Cotopaxi soberbio; un Chimborazo augusto, un Gorisankar enorme, nebuloso, casi invisible, rey de las montaas... Pero ninguno entre los esfuerzos de la dinmica terrestre, tiene la armona ni los aspectos maravillosos de los grandes volcanes que del Pacfico al Atlntico atraviesan la vieja tierra de Mxico joyas de piedra y nieve de simblicos y complicados nombres.
LA LLUVIA EN EL BOSQUE
Bajo la sombra de un espeso bosque de oyameles, que cubre un monte enorme, he vivido largo tiempo. Esta selva es un lugar aislado entre dos profundas caadas, silencioso, envuelto en perenne penumbra, sin pjaros, sin animales, intensamente perfumado de resina. En el fondo de una caada corre un arroyo. Por entre peascos baja una cascada, cuyo roco mantiene en constante verdor los musgos de las piedras y los helechos que crecen entre los intersticios de las rocas. Junto a la cascada constru una choza con troncos y yerbas que me sirvi de abrigo durante el tiempo lluvioso. En el cielo pasan lentamente las nubes y suavemente se posan sobre las lomas y en la cima del monte...
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Llovizna, llovizna apenas. El bosque est callado y quieto. La cascada ondula y canta. Tenues golpecitos agitan las hojas de algunas plantas asomadas a la orilla de la selva... Pero las nubes se acumulan en el cielo y se oscurece. Llueve... Gruesas gotas caen pesadamente sobre los rboles, poco a poco las ramas, grises por el polvo de larga sequa, se tornan verdes y brillantes. Entre el follaje la lluvia produce un rumor oscilante y por el bosque baado se extiende un aroma hmedo. Entre la oscuridad de la selva surge una enorme roca negruzca, rodeada de plantas de hojas largas y lisas. El agua la ha baado y est lustrosa. En sus sinuosidades crecen esbeltas yerbecitas y se han acomodado las ramitas secas cadas de los cedros. La roca est tan lustrosa que parece cubierta con una capa de cristal. Jvenes rboles empapados por la lluvia la rodean custodiando su augusta vejez. Llueve... Un rumor fresco y montono invade la espesura reconcentrando en el hombre que escucha y contempla, los recuerdos de la vida que se fue y las esperanzas de la vida que viene.... Por los ramajes de los oyameles se desprenden hilillos cristalinos, y por sus troncos, antes cenizos, el agua chorrea lustrndolos y transformndolos en fuentes bruidas, donde la tenue luz del cielo tiembla. Llueve, llueve... tan tupidamente llueve que el bosque entero parece un bosque sumergido en el mar. Entre el hmedo rumor de la lluvia, bajo el bosque adormecido en nebulosa claridad, entre aquel vaho vigoroso y fresco, se mueve en ondulaciones apagadas una misteriosa sinfona vivificante.
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EL CORAZN DE ANHUAC
Piedras, piedras, piedras! Piedras pulverizadas, piedras en fragmentos, ros de piedras bajando por las caadas, piedras desgajadas erguidas sobre los declives como inmensas flores cristalizadas... Enormes murallas negruzcas, corrodas, agrietadas, desquebrajadas... Amontonamiento de peascos, cubiertos de arena gris, muros color de sangre por entre cuyas grietas asoman chorros de lgrimas congeladas... Grandeza torturada resignacin trgica dura aridez.
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La montaa parece un corazn con la punta vuelta hacia el cielo, congelada por la frialdad del destino indiferente y luminoso. Desolacin fatal grandeza de muerte resistencia constantemente vencida y una nueva esperanza sobre la cspide! Oh montaa! Tu cono formidable, como el corazn de este pueblo, ha sangrado desde la noche de los ms lejanos tiempos. Tu corazn combatido por la perfidia, desgarrado bajo la grandeza de tu cielo pursimo puede resistir an... A veces esta cspide trgica me parece el corazn de una vctima puesto por la mano sacrlega de un sacerdote azteca sobre la piedra de los sacrificios... Pero no! Est viviente. De su punta elevada en el cenit, sale a borbotones una nueva fuerza. Nota. (el xito de las Sinfonas fue colosal: en seis meses se vendieron quince ejemplares. Seguramente la literatura no me llevara por el camino de la gloria ni por el de la riqueza.)
TURISTAS EN EL CONVENTO
Recuperaba mi energa y saturado de optimismo, reanud las expediciones, por largo tiempo suspendidas, al monte que acababa de poner en ridculo en una serie de poemas chirles. Seguir otro camino, me dije: copiaremos en dibujos y en pinturas sus maravillosas modalidades. Al cabo de algunos meses, haba colgados en los muros del viejo refectorio muchas pinturas y dibujos. Las pinturas me parecan desagradables. Tenan un aire de falsedad y eran poco emotivas. En cambio, los dibujos me parecieron excelentes. De stos haban centenares, pero permanecan ocultos a la admiracin de las gentes. Se seguiran amontonando hasta formar una montaa, sin alcanzar la virtud de producirme unos cuantos pesos para comer y para pagar a mi secretaria. Me equivocaba.
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Por qu todos los pintores venden sus cuadros y t no? me dijo un da. Porque yo no s vender. Pero yo s replic con viveza la criatura. Hagamos un catlogo con sus precios. Yo llamo a tus amigos y voy a buscar a esos tipos que pastorean a los turistas. Con una comisin que les demos, se interesarn en traerlos. Fjate: el convento es una joya artstica de la colonia digna de ser visitada. Entre estas ruinas tus cuadros van a llamar mucho la atencin. Yo les cuento las leyendas del convento y t las tuyas y me canso de vender dibujos. Ese me canso era una simple figura de retrica mexicana: Leonor nunca se cans de vender dibujos. Los turistas afluan y los dibujos se vendan y a precios que yo jams haba soado. Era increble la cantidad de pesos que entraba todos los das. Leonor haba visto claro el negocio: el romanticismo del convento y las leyendas que revestan de falsedades a mi persona, atrajeron no solamente a los turistas sino a muchas gentes de la ciudad. Esas gentes de la ciudad mis antiguos amigos, mis nuevos conocidos, gentes que se la daban de conocedores en asuntos de arte estaban en condiciones de apreciar mis dibujos, pero los turistas no saban lo que compraban. El turista es un ciego que camina conducido por la mano de un cicerone idiota. No est capacitado para comprender. Slo admira lo que le dicen que debe admirar. Yo haba visto turistas de todas las nacionalidades en las ms diversas partes del mundo y me parecieron siempre gentes de otra especie animal, pero no me haban molestado porque jams tuve contacto con ellos. El turista ingls se distingua siempre por su traje extico, su aire de superioridad que le impeda ver las cosas de la vida tal como son. Cuando volva a su pas de un viaje por Egipto o por Italia, lo nico que haba aprendido eran las noticias y
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las historias de Baedeker que bien hubiera podido leer cmodamente en su casa. El turista alemn era exactamente todo lo contrario. Ferozmente estudioso y observador, se meta en todas partes, todo lo indagaba, trataba de hablar la lengua del pas y ante la estatua de un museo indagaba hasta la composicin qumica de la piedra. Era extremadamente parco en el gastar y furiosamente ambicioso para aprender. Vesta tambin exticamente, muchas veces traje de alpinista y estaba siempre revestido de una bonhoma de brbaro amansado. El francs es turista por excepcin. Viaja poco y mientras viaja, est siempre pensando en Pars. Pero el turismo que recibamos en el convento de la Merced era distinto, tpicamente americano, profesores de las escuelas de California, impecables y fros como el maniqu de un escaparate, industriales de Chicago o de Denver que ante una ruina nhuatl se ocupan de calcular cunto hubiera sido mejor hacer un rascacielos o una fbrica de chicles; estudiantes de las universidades, saturados de preceptos bblicos y de prejuicios cintficos y filosficos, serios y reflexivos, adormecidos por la cursilera de una leyenda prehistrica; seoras ricas, en el ltimo perodo otoal, muy alhajadas, conducidas a la contemplacin de las obras de arte por la varita mgica de un cicerone azteca con aspecto de macr. El turista americano, solo o en manada, es siempre un signo de admiracin trazado en el vaco. Un ohhh! O un ahhh! constituyen la sntesis de la emocin. Cuando a uno de estos turistas les da por investigar, especialmente si es una mujer, se vuelve insoportable: tiene el porqu de los nios siempre en la boca, y no hay manera de satisfacerlas. Al principio, cuando al conjuro de Leonor empezaron a llegar rebaos guiados por un pastor al servicio de una agencia de viajes, yo me sublev. Aquellas masas amorfas de seres en conserva, qumicamente puras, me aburran, y a veces me
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indignaban. Toda aquella ansia ficticia de sabidura, aquel investigar sin finalidades, aquella suavidad forzada de hombres y mujeres limpios como un lienzo acabado de salir de una autoclave, no era otra cosa que una farsa de la cultura, y me dediqu a divertirme. Si a mis compradores de chueco mis cuadros y mis dibujos eran cosas mal habidas en el seno de la naturaleza les daba por la investigacin histrica, yo tomaba la cosa en broma. A travs de mis palabras el convento era una obra maya; la Ciudad de Mxico, la haban fundado los atlantes; el primer emperador azteca hablaba fenicio y los dibujos que me compraban haban sido hechos con un procedimiento heredado de mis antepasados los aztecas. Se iban muy contentos con las explicaciones, y con un dibujo bien pagado. Yo me preguntaba: un hombre est obligado a tratar a un turista como a un semejante? De ninguna manera. Un turista no es un ser humano: es una unidad amorfa en un rebao sin dueo; un fantasma con ojos puestos malvolamente sobre su rostro por una agencia comercial; un ser infrahumano que camina por el mundo como un sonmbulo, un ser extrao, en suma, que no tiene nada que ver ni con el arte, ni con la belleza del mundo, ni con las gentes que piensan. Sin embargo, los admita. Por qu los admita? Porque a pesar mo me estaba volviendo comerciante, y un comerciante es un bellaco que soporta cualquier humillacin con tal de ganarse un peso.
LA COLECCIN PANI
Pero el ngel salido de las aulas de la escuela Lerdo, velaba por mi dignidad. Un da lleg precipitadamente y me dijo: acabo de encontrar al ingeniero Pani. Quiere que veas la coleccin de cuadros antiguos que trajo de Pars. Yo me figu57
ro que ha de querer que t los clasifiques y que hagas un catlogo. (Esta nia lo pensaba todo ella, todo se lo imaginaba, todo lo daba por hecho, y lo ms curioso era que todo se realizaba.) Al da siguiente fui a ver al ingeniero Pani. Alberto J. Pani y yo, siendo casi unos nios, fuimos compaeros en el Instituto de Ciencias de Aguascalientes, y desde nuestro primer contacto nos sentimos animados por una mutua simpata que se convirti, en el decurso de los aos, en una perfecta amistad. Hombre de una vasta cultura y de una gran experiencia poltica y social, amante de las artes y gran dibujante, acababa de llegar a Mxico despus de una larga estancia en Europa, donde represent muy dignamente a Mxico, habiendo logrado reunir una importante coleccin de cuadros antiguos, que era la que yo iba a ver. Me la mostr. Haba en ella valiosas obras de la poca de oro de las escuelas francesas, espaolas, holandesas e italianas, dignas de un museo. Como mi secretaria lo haba previsto, Pani me encarg la clasificacin de su coleccin, y yo le indiqu la conveniencia de redactar un catlogo. Cuando la coleccin fue valorizada y catalogada la propuse en Nueva York a diversos mercaderes judos, uno de los cuales ofreci cien mil dlares por diez de las ms importantes obras, pero el ingeniero Pani no quiso fragmentarla y prefiri cederla ntegra al Gobierno de Mxico por una suma muy inferior. (Hoy todas esas obras se exhiben en la escuela de Bellas Artes diseminadas en los salones). Dada la posicin oficial y la personalidad del coleccionista, as como la clase de mi labor, enteramente ajena a la poltica, el contacto social con el viejo amigo me permiti volver a la circulacin humana. Mis antiguos amigos de la Revolucin, generales, polticos y mercaderes enriquecidos, me abrieron las puertas de sus casas y las de las cantinas. Esto ltimo era muy importante, porque en Mxico la cantina es una sancta sanctorum de la fra58
ternidad exagerada, y de la chismografa, y una oficina donde es muy fcil ponerse de acuerdo sobre cualquier cosa o dirimirla a balazos. Faltaba, sin embargo, algo para que mi penetracin en la sociedad fuera definitiva, algo que me quitase de encima el san benito de rprobo, la aprobacin oficial de mi conducta: faltaba que el Seor de Mxico, vulgarmente llamado Presidente de la Repblica, no hiciese un gesto agrio cuando yo me encontrase delante de l. Un libro hizo el milagro.
ARTES
POPULARES
Los pintores Jorge Enciso y Roberto Montenegro, amantes de las artes populares y sus ms justos valorizadores, sugirieron al ingeniero Pani la idea de hacer una exposicin de esas artes, que ellos tanto amaban, para conmemorar dignamente el centenario de la proclamacin de la Independencia de Mxico. Pani acogi la idea con entusiasmo, y gracias a su espritu organizador y a la posicin que ocupaba Secretario de Relaciones, la exposicin pudo llevarse a cabo rpidamente. Diego Rivera, Best Maugard y Carlos Argelles, coadyuvaron al xito clamoroso. Nacionales y extranjeros pudieron contemplar por primera vez, reunidos dignamente, los tejidos, los juguetes, la vidriera, la ebanistera y los muebles que la gente del pueblo fabrica tan hbilmente con sus manos, y que en su conjunto forman una de las expresiones ms significativas del temperamento y de la habilidad manual del pueblo de Mxico. En un local adecuado de la avenida Jurez se instal la exposicin, que fue visitada por decenas de millares de gentes. Una pequea monografa ilustrada condens su valor. Cuando la monografa estuvo impresa, Pani me dijo: Reglale el primer ejemplar al General Obregn. (El General Obregn era, en esos momentos, el Presidente de Mxico).
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Y si no lo acepta? Seguramente lo aceptar. Est muy interesado en nuestra labor y aunque no lo diga, le gustara una reconciliacin contigo. (Reconciliacin?, pens yo. Imposible! No poda haberla. El choque que se produjo entre l y yo despus del asesinato de Carranza destruy nuestra antigua amistad. En ambos haba surgido un odio profundo que no poda borrar la ddiva de un libro. Pero en fin, haba por mi parte una cierta obligacin, una obligacin oficial, de ofrecerle un libro que el gobierno haba pagado, y un cierto mezquino inters de que la gente creyera que Obregn y yo habamos vuelto a ser amigos, lo que despejara por completo la densa neblina que mi actitud poltica haba extendido a mi alrededor. Y as fue). En la inauguracin oficial de un edificio, me acerqu a Obregn, que no pudo reprimir un gesto de disgusto al verme, pero yo, con ademn de embajador del pas enemigo, le entregu la pequea monografa, encomindole su valor, y no pudo rehusar a decirme: gracias. Poco tiempo despus recib su visita en el convento de la Merced, y dicho sea con la ms completa sinceridad, yo me sent muy satisfecho, porque aparte de las discrepancias polticas, yo tena por el General Obregn una gran simpata nacida de sus cualidades intelectuales, de su inteligencia clara y de su extraordinaria intuicin como militar. Sobre el vasto campo de lucha cotidiana, ante un horizonte despejado, me puse a trabajar, pero no con ahnco, ni con pasin, ni por necesidad, sino por puro gusto. A pesar del fracaso de mi libro y del falso triunfo de mi pequea monografa sobre las artes populares, la emprend bravamente en algunas novelas y con artculos ms o menos descabellados en revistas y diarios, asiduamente en El Universal, cuyas puertas me abri mi excelente amigo el licenciado Miguel Lanz Duret.
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Pero era necesario seguir pintando, y en un rato de buen humor invent una teora pictrica, semejante a muchas de las que pusimos de moda en Pars algunos aos atrs diversos camaradas y yo, las que invariablemente eran aceptadas con entusiasmo por los crticos que crean ingenuamente en una renovacin del arte.
Abandon la pedantera pictrica y me di con furia a pintar paisajes dentro de un criterio realista. Nuevas exposiciones en el convento, en la Escuela de Bellas Artes y algunas tiendas de la ciudad. Succs destime en algunos casos, ventas apreciables en otros, cosa mediocre, en suma. Pero con el trabajo yo iba adquiriendo un dominio real sobre la tcnica de pintar y especialmente en el arte de dibujar y, por otra parte, me fue dable reducir a frmulas prcticas diversos procedimientos para pintar que yo haba inventado en muy diversas ocasiones, desde haca muchos aos, y con los que ejecut paisajes y retratos. Los dibujos se reprodujeron por centenares.
duro esfumino de fieltro; se sacan las luces con una goma y se refuerza el trabajo con el mismo esfumino y con un lpiz tipo Cont. As puede obtenerse un vigor muy especial y grandes transparencias en el claro-oscuro, armona tonal y espontaneidad en la ejecucin de la obra.
LA PINTURA A LA PETRO-RESINA
Es bien simple. Se muelen los pigmentos con petrleo y una resina adecuada, y sobre una superficie blanca, preparada al temple, se pinta como a la acuarela o al fresco, sin usar blanco. Enseguida se van engrosando las capas hasta obtener la calidad o el tono que se busca, y encima se trabaja con los Atl-colors obteniendo ptimos resultados: gran transparencia, ricas calidades y una seguridad completa en todo lo que concierne a la no inalterabilidad de los colores.
LOS ATL-COLORES
Estn hechos con la frmula de la encustica griega, pero convertida en una barrita dura que pinta. Esa frmula se compone de resinas, cera y el pigmento. Fundido y molido el conjunto, se hace la barrita y se usa en forma semejante al pastel, pro como los tonos no se mezclan, el trabajo se realiza superponiendo capas, las que siempre estn secas. As se obtiene una gran riqueza de materia, solidez y potente luminosidad. Pueden usarse sobre cualquier superficie seca: papel, cartn, tela spera, madera, cemento, etc., a condicin de que la superficie que recibe el color no sea blanda ni flexible. Pueden usarse tambin sobre pinturas al leo, a la acuarela, al temple o al fresco, con resultados sorprendentes. Someramente conocidos los procedimientos para pintar, conviene explicar cmo ejecuto los grandes y pequeos pai63
sajes, porque creo que el conjunto de mi modo de operar puede interesar a ms de un artista, y construir la iniciacin de una escuela de pintura. Por principio de cuentas, yo nunca salgo a buscar un paisaje: siempre dejo que el paisaje me busque a m, que se eche violentamente sobre mi sensibilidad. Me detengo ante esa sensacin, mejor dicho, ante ese estado que me produjo la sensacin, lo analizo rpidamente y hago un esquema en blanco y negro, tambin muy rpido. Ambas cosas, con raras excepciones, no duran ms de diez minutos. Con el esquema o apunte, y lo que guardo en mi memoria, empiezo el paisaje inmediatamente, o despus de un mes o un ao la sensacin prstina perdura sin debilitarse por largo tiempo. Dejo punto menos que completo el trabajo y lo abandono durante dos o tres semanas, al cabo de las cuales lo termino definitivamente usando los Atl-colors. Yo no soy partidario de hacer muchos estudios para ejecutar, sea un paisaje, un retrato, un cuadro cualquiera o un mural, porque en esos estudios se quedan la espontaneidad y la emocin, y la obra final resulta fra, inexpresiva y amanerada, mientras que si se ejecuta directamente, con la sensacin palpitante de lo que se vio, arrojndola toda entera sobre la superficie de la tela o del muro, la obra vibrar. Dos ejemplos colosales demuestran la exactitud de mi afirmacin: las obras de Rafael y las de Miguel ngel. Rafael haca muchos preparativos para pintar un cuadro o un mural, como en el caso de los frescos de Las Estancias en el Vaticano. Las composiciones que iban a extenderse sobre los muros fueron dibujados primero en cartones, de tal manera completos y perfectos que ya no era posible hacer mejor. Los calc, los copi despus, pero ya no pudo salirse del modelo y las obras resultaron un poco fras, a pesar del prodigio de las composiciones, de la extraordinaria elegancia del dibujo y de la nobleza de los personajes.
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Miguel ngel al contrario: se ech sobre el techo de la capilla Sixtina como una fiera hambrienta sobre su presa. Su imaginacin pari directamente en las superficies de cal y arena hmedas al Super-hombre que haba concebido. Agarr con las tenazas de su mente el cuerpo humano, y desesperadamente lo transform en un organismo ms potente, ms perfecto que el que Dios hizo de carne y hueso. La naturaleza emple millones de aos para realizar la evolucin del simio al atleta de los Juegos Olmpicos; a Miguel ngel le bastaron unos cuantos meses para realizar la evolucin fsica y anmica del atleta de los Juegos Olmpicos al Super-hombre de la Sixtina superacin de la naturaleza que no puede alcanzarse solamente copindola. Veamos ahora lo que es el paisaje significa: Para el agricultor, una promesa de cosechas; para el ingeniero, un campo de medicin; para el militar, claro, un campo de batalla; para el excursionista, una serie de distancias que recorrer; para el gegrafo, una complicada fraccin del planeta; para el automovilista, un panorama inmenso cortado por una serpiente de cemento que est obligado a tragarse; para el alpinista, un manto azul que se extiende a sus pies; para un presidente municipal, el rea de sus fechoras. Para el citadino el paisaje no existe. Pero para un pintor, para el artista, para aquel que pueda captar un fragmento a la vasta extensin de los cielos y la tierra, para un caminante, para un indio ser contemplativo por excelencia, el paisaje es el ritmo de ondas que la naturaleza extiende, tal vez generosamente, donde saturamos el espritu de excelsas sensaciones de belleza y de energa. Adems de los Atl-colors y la Petro Resina, pude lograr la fabricacin de un blanco muy til, que mezclndose con los colores al leo comunes y corrientes, producen un temple de una calidad muy especial, sin ninguna de las desventajas de
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este procedimiento, admirable bajo muchos puntos de vista, pero muy afectable por la humedad y el roce. Me pareci conveniente dar a esta tcnica el nombre de Temple al leo.
TEMPLE AL LEO
El blanco especial para esta tcnica se usa con los colores al leo que se venden en el comercio, se pinta sobre superficies muy absorbentes preparadas al temple, usando un vehculo especial y el resultado que se obtiene es un mate perfecto y de una calidad de materia muy rica y vigorosa. Si sobre la superficie as pintada, se usan las barritas de Atl-colors, pueden obtenerse resultados de una luminosidad superior a la que se obtiene con cualquier otro procedimiento. (Muchas de las notas que anteceden fueron publicadas en algunos catlogos de mis exposiciones, y los procedimientos que en ellas se explican han sido perfeccionados, permitindome producir, en el gnero paisaje, obras que pueden considerarse de primer orden en la historia de la pintura).
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un yacimiento petrolero, del cual extraan un producto casi puro, utilizndolo como medicamento. Pocos aos despus de la conquista de la ciudad por los espaoles, los padres jesuitas que fundaron el monasterio y la iglesia de Guadalupe donde antes se encontraba un templo indgena dedicado a Tonantzin, siguieron extrayendo del manantial descubierto por los aztecas, un petrleo muy puro que vendan a los fieles como una medicina infalible para las reumas. Desde entonces y durante muchos aos, hasta las exploraciones tcnicas de los ingenieros Pollens y Ragozzy, en 1919, surgi petrleo en la hacienda de Guadalupe cercana al Tepeyac, y, en muchas ocasiones, su abundancia y su buena calidad permitieron a muchos vecinos de esa hacienda y de la misma Villa de Guadalupe embotellarlo y venderlo a las gentes de los alrededores que an no tenan instalaciones elctricas en sus casas. Ese petrleo, al que se daba el nombre de kerozene, era muy barato y apreciado y yo lo vi arder en aquellos quinqus heredados de nuestros abuelos. El ingeniero De la Cerda, en 1920, hizo perforaciones en la hacienda de Guadalupe y logr encontrar dos importantes mantos petrolferos que, por la oposicin decidida de la Secretara de Industria y la mala fe de un aventurero llamado Zaccani, que enga a medio mundo, no pudieron explotarse. La gente confundi las estafas de Zaccaani con las exploraciones tcnicas del ingeniero De la Cerda, y el negocio se vino abajo. Pero las exploraciones de Pollens y Ragozzy tuvieron una base rigurosamente cientfica y una grande amplitud. Pollens era un agricultor, muy conocedor del Valle de Mxico, hombre de dinero, y Ragozzy fue durante muchos aos perforador de pozos petroleros en la Huasteca Petroleum Company y durante varios aos se haba dedicado a investigaciones superficiales sobre una vasta zona del mismo Valle de Mxico.
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En 1925 las exploraciones se formalizaron y se llevaron a cabo en una lnea que corre desde Xochimilco hasta Pachuca, encontrando en diversos puntos indicios importantes de petrleo y en algunos, especialmente cerca de los Reyes grandes formaciones calizas a un profundidad no mayor de seiscientos metros. La muy larga experiencia de Ragozzy en los terrenos petrolferos y el fuerte capital con que contaba, lo pusieron en condiciones de traer al Valle de Mxico la maquinaria ms moderna para perforar y los instrumentos que le permitiesen detectar los mantos petrolferos. En el momento preciso en que los trabajos de exploracin iban a realizarse, ambos ingenieros murieron y el asunto se detuvo. Aprovechando los planos de esos previators y las noticias que de sus propios labios yo recog y unindolas a los trabajos que el ingeniero De la Cerda haba realizado en la hacienda de Guadalupe y al pie de la cordillera del Ajusco, entre Tlalpan y Xochimilco, yo pude establecer un plan de exploracin petrolfera en el Valle de Mxico, y comenc los trabajos cerca de Tlalpan y en los Reyes Acosac con resultados sorprendentes. El General Francisco Mjica, Secretario de Comunicaciones, prest grande ayuda a la empresa pero la poltica se meti entre las ruedas de mi carro que rodaba por un camino amplio y despejado, y el negocio se paraliz bruscamente. Hice todos los esfuerzos para reanimarlo, escrib un folleto intitulado Petrleo en el Valle de Mxico, llam a todas las puertas intilmente, y el petrleo est todava intacto en el subsuelo del Valle de Mxico.
Universo, fantasa abstrusa, en cuya oscuridad espesa aparecieron algunas suposiciones csmicas que ms tarde, mucho ms tarde, los sabios astrnomos convirtieron en realidades. Una de ellas fue la hiptesis de un posible centro del universo, en torno del cual giraban las nebulosas. Rigurosamente no se trata de una hiptesis, sino de una visin real de algo que yo vi con mis propios ojos desde la cima del Popocatpetl. Una carta al seor ingeniero J. Gallo, director del Observatorio de Tacubaya explica el asunto. Copio algunos fragmentos: Usted recordar mi libro intitulado. Un hombre ms all del Universo, sobre el que usted escribi unas cuantas lneas que yo conservo reverentemente. En las pginas de este libro estn consignadas en forma esquemtica diversas hiptesis, teoras o suposiciones sobre la formacin de los mundos, y muy especialmente sobre la forma y movimientos de todo el universo estelar. (Yo entiendo por universo estelar, y as lo expuse en mi ensayo, todo el espacio visible, y supuesto, donde se mueven las nebulosas dentro de un lmite curvilneo determinado por fuerzas de otros universos). Mi teora, expuesta literalmente es sta: nuestro universo estelar est formado por una serie de espirales que constituyen un gran disco en rotacin que gira en torno de un centro luminoso, constituido por fuerzas elctricas, pticamente de forma prismtica, motor de todo lo existente, pero invisible hasta ahora. No teniendo mi obra un carcter cientfico, su contenido no poda apreciarse sino bajo un punto de vista artstico o literario esttico, en suma, pero de cualquier manera esas siete personas pudieron percibir ciertas extraas palpitaciones de algo muy lejano que llegaba hasta las pginas de Un hombre ms all del Universo, que, csmicamente, se qued dormido en los anaqueles de los libreros.
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Mi sorpresa fue grande esta maana al leer en la revista Coronet, un artculo de Waldemar Kaempffert, cronista cientfico de The New York Times, en que expone y comenta las teoras y observaciones del profesor Harlow Shapley, de la Universidad de Harvard. Ellas corresponden fundamentalmente a todo lo que yo pens en 1929 y publiqu en 1933. Shapley concibe ahora un universo con un centro en lugar desconocido, en torno del cual giran las nebulosas. He aqu lo que escribe Kaempffert: Shapley, despus de 15 aos de medir y comparar las placas fotogrficas del cielo, ha llegado a formar el diagrama de la estructura del firmamento en que vivimos. Y cul es la conclusin?, pregunta Kaempffert. La nocin de que, lo mismo que nuestros planetas giran alrededor de nuestro sol, todo el universo invisible gira a su vez alrededor de un centro invisible y desconocido; es decir, toda una inmensidad cogida en las garras de una gravitacin tan poderosa que ningn sistema escapa a ella. Imagnese la nueva concepcin de las cosas que tamaa enormidad implica. Los sabios creen hoy que el universo inmediato, vecino del nuestro porque hay otros universos tiene la forma de rueda, ms o menos; rueda inmensa que seran necesarios tres mil siglos de aos luz para atravesar su dimetro y mil trescientos siglos de luz de los mismos aos, para atravesar todo su espesor. Y esta inmensa rueda, contina Kaempffert, el universo inmediato vecino al nuestro, est girando vertiginosamente alrededor del cubo de un eje que los observadores de las estrellas sitan en un lugar de la constelacin del Sagitario y a una velocidad de doscientas millas por segundo, y emplea doscientos millones de aos todo ese sistema para completar una revolucin en torno de su centro. Cul es ese centro misterioso? Nadie lo sabe. Segn Einstein existe un lmite definido para la magnitud y la masa
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de una estrella; as que parece una imposibilidad que un sol tan gigantesco pueda ser visto en ese lugar invisible del Cosmos: es algo que slo los matemticos pueden apenas contemplar en sus ecuaciones. Todo un velo de polvo csmico, de estrellas csmicas, de distancias csmicas, oculta de nosotros al sol de los soles. Esto es quiz lo que se puede decir de una manera aproximada. Hace siete aos contina la carta al ingeniero Gallo yo dije todo eso, y ms an. Todo el libro Un hombre ms all del Universo gira en torno de la suposicin de un centro universal desconocido. He aqu alguno de los prrafos: Empiezo a perder la nocin de arriba y abajo. De ella mi estructura humana conserva todava el sentido. La circulacin de mi sangre, determinada por la accin de la gravitacin terrestre, me obliga a considerar un punto arriba y un punto abajo. Ir hacia abajo, hacia el punto de donde parecen partir las radiaciones curvilneas del ter slido... Un momento... * * * Nada hay en mi alrededor s, algo hay frente a m un claror, un efluvio. Me detengo. Yo, punto oscuro, me siento repentinamente envuelto en una radiacin luminosa. Electricidad motor de electricidad fuente central de vibracin mecnica inconsciente y luminosa que no tiene finalidades fuerza sin nombre energa sin misterio cuyo mecanismo tangible determina la rotacin del Universo! * * * En la quietud del misterio contemplo el universo con sus curvas espiroidales en torno de un foco luminoso y entre las capas del
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ter, nacer las nebulosas fantsticas que se desplazan en la hiptesis del espacio. * * * Cuando desde la corteza terrestre miramos con nuestros ojos a travs de la equivocacin de un vidrio los espacios inmediatos, el universo se despliega. Cuando alcanzamos las ltimas curvaturas del ter, tiene un lmite; Cuando estamos en su centro el universo es un haz de curvas que se mueven en torno de un punto fijo la creacin, es un punto inmvil. * * * Pero hay algo ms seor ingeniero Gallo, que las descripciones literarias transcritas: los dibujos. Yo pint ese universo y empec a construir una mquina para demostrar su mecanismo. Era claro que los dibujos tenan que ser ms demostrativos que las palabras. Ellos expusieron con ms precisin que las fotografas telescpicas de los sistemas estelares, la estructura que ahora viene considerndose. * * *
Es evidente que para establecer una comparacin entre la teora de Shapley expuesta por Kaempffert y la ma, sera necesario tener a la vista todo lo que el astrnomo de Harvard y sus colegas han dicho y escrito. Pero desde luego se advierte la extraordinaria similitud entre ambas hiptesis, y tambin la mayor claridad de la ma, que es ms pictrica, y por consiguiente ms exacta. (Un pintor tiene sobre un astrnomo y sobre un matemtico la inmensa ventaja de ver. No necesita teles72
copios, ni hacer clculos, ni fotografas del cielo durante quince aos para conocer de un golpe las formas y el movimiento de las cosas). * * * El xito de Un hombre ms all del Universo se redujo a mi propia satisfaccin. Los crticos no se ocuparon del libro y los lectores compraran, a lo sumo, en un ao, una veintena de ejemplares. Pero de repente, en un mes se agot toda la edicin, y no fue a causa de algn acontecimiento extraordinario o de un milagro que se produjese, como una gracia divina, sino simplemente porque a Leonor se le ocurri llevar todos los libros a un exposicin de pintura y anunciarlos con grandes cartelones. En Mxico lo que hace falta al pobre escritor despus que su libro sale a luz, es que el librero lo anuncie. Libro anunciado, libro vendido, bueno o malo. Pero el librero en general, casi siempre espaol, conservador en el ms completo sentido de la palabra, no tiene mucho inters por las obras mexicanas y las atesora en sus bodegas. Un libro, un cuadro, un dibujo, es una mercanca como cualquier otra, y si no se anuncia no se vende, y como el autor no pude hacerlo, los libros mexicanos permanecen en la sombra.
ARQUELOGOS CLANDESTINOS
En uno de mis paseos por el claustro, not que debajo de los escombros que cubran el piso de la iglesia haba lpidas tumbales. Se lo avis al santo portero, y al cabo de dos das dejamos al descubierto un verdadero tapiz de losas sepulcrales. Me pareci cosa extraa que los soldados de la Repblica, cuya tendencia al saqueo es innata, no hubiesen removido aquellas lpidas con la esperanza de encontrar debajo algu73
nas cosas de valor. Seguramente no lo hicieron porque al posesionarse del convento se vieron obligados a derribar inmediatamente el techo de plomo a dos aguas que cubra el templo para usar ese metal con fines de guerra, lo que ocasion el derrumbe de los altares y de algunas cornisas de la nave. ngel dije a mi protector, aqu hay una herencia para nosotros. Seguramente que no somos, como los soldados de la Repblica, saqueadores por instinto, pero creo que no ser difcil convertirnos en violadores de tumbas, por mero accidente. Ya haba yo pensado remover los escombros y abrir las sepulturas, pero me contuve porque ya ve usted cmo son las mujeres: de todo se asustan, y todo les parece mal. A la nia Leonor no le ha de gustar que desenterremos a los muertitos, ni tampoco a mi mujer. Es fcil engaarlas. Les diremos que van a tirar la iglesia y a construir un edificio en su lugar y que es conveniente sacar los huesos de los muertos para enterrarlos en un camposanto. La idea pareci muy bien al santo portero, a su mujer y a la nia Leonor, con lo cual desapareca el nico obstculo que se nos presentaba para realizar el saqueo, digo mal, una exploracin que tena ms bien un carcter arqueolgico, puesto que buscbamos joyas antiguas. Dimos una magnfica barrida a todas las losas, que mostraron claramente sus inscripciones. Las haba de cantera color gris, proveniente del Plpito del Diablo, cerca de Amecameca, de granito rojo y mrmol, stas muy ornamentadas con grecas, angelitos, coronas y letras griegas. Centenares de muertos se haban amparado bajo la techumbre del templo mercedario seguros que desde ah, el da de la resurreccin, seran llevados ms rpidamente a la presencia del Seor. Pero no contaron con que gentes ociosas y malvadas haban de preceder al juicio del Eterno; unos brbaros llegaron sobre los sepulcros y adelantaron la resurreccin.
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Por qu brbaros? Los brbaros son supersticiosos y les tienen a los muertos veneracin y miedo. Un brbaro que no est civilizado, no viola un sepulcro. Nos guiaba un instinto de hienas al escarbar las tumbas? De ninguna manera: las hienas van tras de las carnes putrefactas, y de las tumbas que tenamos a nuestros pies, la carne haba ya desaparecido y slo quedaban los huesos, seguramente algunos girones de ropa y quiz algunas joyas. Eso era lo que nos atraa, pero yo dudaba de que los mercedarios, gentes ambiciosas y sin escrpulos, no hubiesen saqueado las tumbas antes que nosotros. Sin embargo, dado el poqusimo trabajo que nos costara desenterrar muertos, decidimos poner mano a nuestra empresa, desde luego. Una gran lpida de cantera colocada a la derecha del altar mayor, nos llam la atencin por su tamao y por su inscripcin. En la parte superior, en relieve, dos grandes alas salan de una nube, y abajo, en letras realzadas se lea: Seor, los desventurados hijos de los hombres bajo la sombra de tus alas esperan. Y ms abajo: 1840. Qu esperaban aquellos desventurados? Evidentemente la resurreccin de la carne, pero no a nosotros. Levantamos la losa y aparecieron dos atades. Les quitamos las tapas. En uno haba el cuerpo de un hombre con traje negro, y en otro el cuerpo de una dama con un traje de seda, tambin negro. Seguramente eran marido y mujer a quienes una desgracia comn e instantnea los llev a la muerte. Urgamos con un palo entre las vestiduras arrugadas y los girones de piel apergaminada, y no encontramos ms que huesos. Qu muertos tan pobres!, coment ngel mientras ajustbamos la lpida en su antiguo lugar. A corta distancia de donde estaban los muertos esperando bajo las sombras de unas alas, haba otra tumba con lpida de mrmol y una inscripcin de un sentido religioso profundo: Madre, desconsolados hasta la muerte tus hijos esperan la
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misericordia de Dios para reunirse contigo en un ms all sin separacin. Y abajo: Aqu yace doa ngela Prez Salazar de Covarrubias 1702-1757. Al tratar de levantar la lpida con unas barras de hierro, se parti en dos pedazos y uno de ellos cay sobre el sarcfago rompiendo la tapa y levantando un polvillo amarillento y maloliente. La tumba era profunda y toda blanqueada con cal. Cuando quitamos el pedazo de lpida y las astillas del atad, apareci un vestido de seda blanco manchado de amarillo, sembrado de guirnaldas de rosas artificiales. Tuvimos que hacer una limpieza de todo el atad para descubrir la osamenta de la muerta que sala entre girones de seda y encajes, pero el crneo ostentaba todava la piel apergaminada y algunos mechones de pelo negro sujetados con una cinta de plata. Entre hilachos podridos y tierra hmeda salieron los huesos de las manos enredadas en un gran rosario y sosteniendo una cruz. Quitamos trapos y tierra con un peridico hecho rollo y desprendimos el rosario. Era bastante largo, de diez misterios y sus cuentas parecan de vidrio rojo. ngel y yo nos miramos, y al unsono, alegremente dijimos: Leonor! (Queramos decir que aquel hallazgo era el ngel escolar que estaba tecleando en el refectorio de arriba, convertido en oficina, y enteramente ajena a nuestra labor de arquelogos sospechosos). Cuando extend el rosario entre los dedos de mis manos, vi que se trataba de una fina obra de orfebrera, ejecutada en oro, y que los granos rojos de los misterios que habamos credo de vidrio, eran rubes. Nuestra alegra creci, y seguimos urgando, pero la ilustre muerta ya no rindi ms. Nos pareci prudente, no s por qu, rellenar todo el hoyo con tierra, y ajustamos la lpida lo mejor que se pudo. Fuimos a la fuente, que estaba en medio del patio, y lavamos el rosario. Era realmente una hermosa joya y la habra podido llevar, a guisa de pectoral, cualquier arzobispo arist76
crata. Con ella nos encaminamos a la oficina de Leonor, chuscamente revestidos de seriedad funeraria. Y fue tanta, que la nia se sorprendi. Pero qu les pasa? Los asust algn muerto? No dije, venimos a traerte la herencia de una dama. Herencia? dijo asombrada. Por toda respuesta yo pas el rosario, que todava destilaba agua, ante los ojos azorados de la chiquilla. Qu preciosidad! dijo. Dnde se encontraron esta joya? La trajo la sombra de una difunta y en su nombre te la regalamos. Leonor me vio maliciosamente, y luego dijo con enojo: Ustedes han de haberla robado a una muerta. No hemos robado nada: debajo de una piedra haba unos huesos y entre los huesos un rosario; lo cogimos, lo lavamos y te lo trajimos. La posesin de la joya no puede ser ms legal. ngel y Leonor rieron, pero yo me qued preocupado por el trmino legal. Qu tena qu ver la ley en un asunto donde dos aficionados a la arqueologa haban encontrado un objeto y regaldolo a una muchacha bonita? Haba acaso una parte lesionada, una vctima?
LA LEY Y EL ROSARIO
ngel pregunt, t sabes qu cosa es la ley? ngel hizo un movimiento de hombros, frunci la boca y dijo: la ley es el gendarme que nos lleva a la crcel. Enteramente conforme. Mientras el gendarme ignore el delito, la ley no existe. Qu barbaridad! dijo Leonor indignada. La ley existe siempre: es algo inmanente; es la base del orden social. La ley dije yo, es la adecuacin de un principio establecido al cerebro anquilosado de un juez, o a los intereses de
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un poltico o a la astucia de cualquier gente. Dnde est la inmanencia? Pues en los cdigos, dijo Leonor, un poco vacilante. Los cdigos son un acorden que se toca segn la sabidura del msico. Viola la ley todo el mundo, y no existe mientras el gendarme de la esquina no ejerza su autoridad. Inmanente la ley de la gravitacin; inmanente la tendencia del hombre a robar, como lo estamos haciendo nosotros. Bueno coment Leonor, yo lo que deseo es que el gendarme de la esquina no los descubra, porque si los ve en estos trabajos, los mete al bote, y despus los curas los mandan al infierno por sacrlegos. Adems, hay que tenerles respeto a los muertos. Respeto? Qu significa, o qu valor tiene un montn de huesos en una cripta, en la tumba marmrea de un templo o en una capilla suntuosa de un camposanto, o sobre un campo de batalla? Todo para los deudos, pero nada para los extraos. Para los deudos es un smbolo, una reliquia casi divina; para los extraos la osamenta de un ser humano es como la de cualquier animal. Todo lo que sostena: carne, msculos, nervios, espritu, desapareci y eso era lo que tena vida y deba respetarse. El respeto a los muertos es una de las ms arraigadas supersticiones del hombre. El hombre cree que en las osamentas de sus semejantes hay algo que es todava sagrado. No hay nada, pero estn revestidas del deseo de perpetuar en los otros lo que quisiramos para nosotros mismos. Las supersticiones religiosas y filosficas han mantenido durante toda la vida de la especie ese respeto por los huesos de los muertos, y la humanidad seguir poniendo sobre ellos cruces y lpidas, capillas y mausoleos, estatuas y templos. Quiere conservar la nica reliquia que dej la muerte.
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Es mucha filosofa dijo Leonor enfadada. Mejor vayan a buscar otro rosario. Yo a los muertos con rosario no les tengo miedo. Pero antes agregu yo, es indispensable desinfectar ese que t tienes en las manos porque ha de tener extracto de cadaverina.
contenan algunos documentos, tal vez un testamento. Los sub a mi cuarto y rasgu la envoltura. Los envoltorios se desgranaron en paquetes cuidadosamente envueltos y atados con hilos de camo. Mi curiosidad creca. Toqu los paquetes; estaban duros, apretados. Los extend en varias mesas y al azar cort las ligaduras de uno de ellos y aparecieron cartas escritas en papeles de los ms diversos tamaos y de las ms diferentes clases, pero todas con una caligrafa vigorossima, clara, que me revel desde luego un temperamento voluntarioso y pasional. Aquella letra era un constante proyectarse de su autora sobre el papel, porque era una autora, es decir, una mujer. No pude contenerme y empec a leer. Qu frases, qu ardimiento, qu pasin, qu sinceridad ciega! Algunas eran muy breves y estaban escritas en un papel grueso de lino, de esos papeles incomparables de la fbrica de Fabriano en Italia; otras en papeles especiales para dibujar, ornadas con grecas de colores y decoraciones de carcter muy infantil que contrastaban con la violencia de lo escrito; otras en papel epistolar ordinario las ms largas, de diez, quince y veinte pginas, escritas por los dos lados, llenas de subrayados y con unas maysculas que parecan hierros forjados. Me pas la noche abriendo paquetes y leyendo cartas al azar. Eran centenares, todas con la misma caracterstica grfica de firmeza, de violencia, de seguridad, de dominio, de claridad, de vigor fsico. Esas cartas no poda haberlas escrito ms que una mujer vigorosamente constituida y en constante tensin nerviosa. No tenan fecha, pero me pareci que alguien se las haba puesto con el objeto de coleccionarlas por sus tiempos. Ese alguien no poda ser ms que l, y eran de l algunas notas escritas en los sobres, y los incisos que precedan o seguan a las letras de la amada.
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Grande fue la impresin que me produjo la lectura de esos documentos de amor, y tanto el inters que en mi nimo despertaron, que la luz del nuevo da me encontr leyendo. Ya con el sol alto me paseaba por las azoteas oyendo todava los gritos de la pasin escrita, que deben de haber sido terribles en la boca de los amantes. Quin sera aquella mujer, cmo sera aquella mujer, y quin el hombre que pudo despertar tan grande amor y sufrir sus consecuencias? Si las cartas no lo decan, de la losa sepulcral no poda obtenerse ninguna noticia. Mientras me libraba a esos pensamientos, ngel se acerc con un bulto en la mano y me dijo: Seor, en una de las cabeceras del pozo donde estaban la tinaja y el cajn de palo, haba una divisin y adentro este paquete. Lo mir, lo tent. Tena unos setenta centmetros de ancho por casi ochenta de altura, era bastante grueso y estaba envuelto en tela embreada. All mismo, en la azotea, romp con mucho cuidado la envoltura y aparecieron tres cuadros. El primero ostentaba una pintura cubierta con tela. La quit. Era un retrato de mujer, mejor dicho de una joven. Dos retratos. Era el retrato de una muchacha rubia con el pelo brbaramente trenzado sobre la frente, bajo la que ardan dos astros, dos ojos verdes prodigiosamente bellos. Ofuscaban la cara. Un poco ms pequeo que el natural, estaba pintado, indudablemente por un artista de primer orden, que haba puesto, se vea, un inters muy especial para ejecutar su obra y dejar sobre una superficie blanca la extraa hermosura de aquel modelo que la suerte le puso delante de los ojos. Su tcnica acusaba un riguroso estudio de la manera de pintar de los primitivos venecianos, pero el autor haba agregado nuevos elementos que daban a su obra un carcter muy personal.
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La joven retratada, cuya efigie se destacaba en el fondo blanco de una superficie de yeso, apareca con los hombros y el pecho cubiertos por una espesa tnica negra, de la cual surga un cuello nervioso y blanco y un valo al mismo tiempo suave y firme; la nariz pequea y recta y la boca contrada, autoritaria, cerrada por una violenta contraccin nerviosa, y pareca, bajo el esplendor de los ojos, una tempestad contenida bajo el sol. Cuntos aos tendra esta muchacha, diez, quince, veinte, un milln? Tena la edad de todas las mujeres trgicas: la edad del amor, de la pasin, de la inteligencia la edad de una estrella fugaz en una lmpida noche, la edad de un sol que arrastra en el espacio los planetas esclavizados. Mientras yo contemplaba y admiraba, vino a mi mente el recuerdo de otro retrato que yo haba visto en una galera del Museo de Viena cuando la estaban reorganizando. Contra los muros de la galera vienesa haba amontonados cuadros de las ms diversas escuelas y entre ellos, un retrato a la encustica, proveniente de Fayn, que me detuvo de un golpe. Qu extraa mujer!, me dije... y segu adelante, pero al cabo de unos minutos volv la cabeza para buscar entre los cuadros el que tanto me haba sorprendido. Y sin apartar la vista me fui acercando hasta tenerlo al alcance de mi mano. Era el retrato de una mujer parecida a todas las mujeres que haban salido de la tcnica de Fayn, pero de cuyas facciones emanaba un fluido extrao, una atraccin de que carecan todos los otros retratos de mujer. Me apart impresionado, pero al da siguiente, instintivamente, volv al museo y supliqu al director que me permitiese contemplarlo ms a mi gusto. Lo coloqu sobre un cajn, y me di a la contemplacin. El director me miraba con curiosidad y al cabo de cierto tiempo me dijo: Me doy cuenta de que usted est embelesado ante esa pintura.
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Me fascina: tiene una vida interna, un algo que no se encuentra generalmente en los retratos por buenos que sean... Sabe usted quin es esa mujer? dijo el director interrumpiendo mis elogios. No s. Es Cleopatra, y este es el nico retrato autntico que de ella se conserva. Extrao! Despus de veinte siglos, la belleza y la pasin que aniquilaron a un emperador romano, transmitidas por el arte, volvieron a cautivar a un hombre comn y corriente. El retrato que yo tena hora ante mis ojos en las azoteas del convento me fascinaba como el de Cleopatra: de l emanaba tambin algo extraordinario. Un dibujo de ingres? Mientras yo me reconcentraba en la contemplacin y en los recuerdos, ngel, sentado en una barda cercana, me contemplaba a m, y desde su lugar me dijo: Qu bonita muchacha! Vamos a ver qu hay en los otros paquetes. Abrimos uno y apareci un magnfico dibujo a lpiz, precioso, finamente modelado. Representaba a la misma muchacha del retrato en colores, pero de cuerpo entero, apoyada en la cornisa de una chimenea. Era una joven esbelta vestida con un traje de noche y haba en su actitud ms que distincin, fiereza contenida. Sus grandes ojos parecan no mirar. Representaba diecisis o diecisiete aos. El dibujo tena todas las caractersticas de una obra de Ingres. ngel no pareca conforme con la posesin de aquellas dos obras de arte y abri el tercer paquete. Contena un paneaux con tres daguerrotipos, pero, desgraciadamente, los tres estaban hechos pedazos y fue imposible reconstruirlo. Cuntas cosas se encuentran en los sepulcros! dijo ngel, no s si ingenuamente o con malicia. Vamos a seguir buscando.
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No, le dije, me basta con estos retratos y las cartas. No quiero ms, le regalo todos los muertos que hay en la iglesia. ngel ri y ambos bajamos al mercado para ir a desayunar en uno de esos horrendos cafs de chinos donde el caf huele a medicina y los panes semicrudos exhalan un olorcillo a moho. Sobre los panes y el vaso de caf surgan, como por ensalmo, las vibraciones solares de los ojos verdes del retrato, y me pareca or la voz clida de la mujer que haba escrito las cartas encontradas en una tumba sin nombre. No pude contener mi deseo de volver a la lectura y me dirig al convento. ngel se qued indigestndose con los productos de la repostera china falsificada.
En muchas de esas misivas yo experimentaba la misma sensacin que cuando se lee un poema chino: primero se aprecia la armona caligrfica, enseguida el contenido y finalmente la fontica. Entre las cartas encontr algo que me pareci muy importante: los incisos escritos por la mano del amante, y algunos comentarios al dorso de la misiva de la joven. Aunque escasos, nos ayudan a comprender ms fcilmente el espritu de esta apasionada mujer. Es lamentable que esos incisos sean espordicos, pero es ms lamentable todava que en este archivo sepulcral no hayan sido colocadas junto a las cartas de la mujer, las del hombre. Ellas nos hubiera dado una historia completa y magnfica de un amor, igual a todos los amores, pero ms vivamente expresado. Es necesario, por otra parte, afirmar que nadie podr formarse una idea completa de esta historia, porque para ello sera necesario publicar todas las seiscientas cartas, que, en rigor, no son ms que una sola carta. En estos centenares de pginas se mira y se siente el desarrollo de la pasin, sus paroxismos, sus amarguras, sus despechos. Me limito a publicar slo algunas en vez de poner ante los ojos del lector la pirotcnica amorosa completa, adicionadas de algunos incisos del amante y diversas notas mas.
de la multitud que llenaba los salones se abri ante mi un abismo verde como el mar, profundo como el mar: los ojos de una mujer. Yo ca en ese abismo, instantneamente, como el hombre que resbala en una alta roca y se precipita en el ocano. Atraccin extraa, irresistible. Fulgur entre la multitud como una antorcha y mi espritu se quem en su llama como un insecto. Siento que todo se ha acabado para m. Siento que toda mi indiferencia de hombre de mundo se ha transformado de un golpe en una pasin violenta. Adis quietud de mi vieja morada, voluntad de trabajar, serenidad de espritu, ambiciones de gloria! Se cierne sobre mi una catstrofe... Cmo es posible que en un hombre como yo pueda encenderse una pasin con una tal violencia? Qu importa ahora que yo sepa si es posible o no es posible, y para qu explicrmelo, si lo estoy sintiendo? Rubia, con una cabellera rubia y sedosa atada sobre su faz asimtrica, esbelta y ondulante, con la estatura arbitraria pero armoniosa de la venus naciente de Boticelli. Los senos erectos bajo la blusa y los hombros ebrneos, me ceg en cuanto la vi. Pero sus ojos verdes, me inflamaron y no pude quitar los mos de su figura en toda la noche. Esos ojos verdes! A veces me parecan tan grandes que borraban toda su faz. Radiaciones de inteligencia, fulgores de otros mundos. Pobre de m!. Julio 28. Han pasado varios das en medio de un gran desasosiego, pero hoy he vuelto a verla en el Paseo de la Alameda. Iba con su marido, un pobre seor. Ella me sonri y yo me acerqu a saludarla. Conversacin insulsa, pero yo me senta trastornado, inquieto. No supe encontrar otra cosa mejor que decirles: los invito a mi casa, que es una vieja mansin en la calle de Capuchinas nmero 90, y quiz les gustara ver mis cosas de arte. Proposicin que me pareci estpida y que ha sido el principio de nuestras relaciones.
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Julio 30. Ella vino sola. Recorri las estancias ornadas de cosas de arte admirando todo con una alegra infantil, pero se adverta, a cada paso, que ella estaba en posesin de una verdadera cultura artstica. Me ha parecido extremadamente joven para estar casada y se lo dije. Ella sonri haciendo relampaguear sus grandes ojos. De lo dems... nunca podr saber de qu le habl y cmo sali de mi morada. Agosto 2. Hoy, en medio del ms terrible asombro, he recibido una carta suya, extraa, inexplicable: I. Para m para ti ya no habr ayer ni maana para nosotros dos slo hay un solo da la eternidad del amor y un solo cambio: ms amor amor que se transforma en ms amor donde no hay ayer ni maana slo un espacio infinito un da donde la noche no existir si no para amarnos una noche que ser ms luminosa que el da mismo cuando nuestras carnes se junten es nuestro destino. (La carta no tiene ni el nombre de l ni el nombre de ella, pero l debe de haber contestado, porque ella hace alusin en la carta siguiente. Conservo en las transcripciones que siguen, la distribucin y puntuacin de los originales.) II. Tu carta es un torrente que arrastra en su tumulto mi voluntad. T eres un hombre y eres violento. Yo soy una virgen perversa. La fuerza de la pasin que siento por ti es una embriaguez llena de alucinaciones esplndida, de voluptuosidad que todava no puedo demostrarte y que me producen una rara felicidad, un deseo loco de llamarte sin cesar para decirte cunto te deseo, para decirte que en mi pecho incrdulo ha germinado por fin la flor de la fe en la vida la flor que con su perfume ha borrado mi eterna melancola. Mi amor es extrao y a veces me ocasiona terror por qu terror? porque temo quemarme en la propia llama de mi amor. Pero no te alejes de m, amor mo porque slo cerca de ti existe el nico placer y el nico consuelo que necesita sta tu complicada amada
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que slo puede saludarte al pasar frente a ti y desvanecerse como una sombra una sombra que t amas. Encore de lamour Oui tresor Toujours de lamour pour remplir linfini Qui est mon coeur, le coeur qui tappartient toujours. III. Te amo, te amo, te amo qu misterio encierra esta palabra que al escribirla siento una agona que me lleva a la muerte, una agona que consume mi cuerpo slo con pensar te amo y siento mi pobre carne que implora ms vida pero si la abstengo del amor por ms tiempo, tambin sentira la agona, en vez de regocijarse con la alegra de amarte sin palabras. Antes de acercarme a ti esta noche sufr mucho en los cortos instantes que me separaban de tu contacto, y me mataba la lentitud del tiempo y senta un sudor fro y te vi de cerca y me siento feliz, pero lloro porque no puedo todava dormir sobre tu pecho despus de ser tuya, porque no oigo tu voz y no me deslumbra el brillo de tus ojos. Cuanto ms te amo cada da y me da miedo, y me da miedo que no me creas pero te amo con el ms grande amor y ante ti se empequeecen todas las cosas del Universo. Mi corazn est lleno de ti, de tu persona adorada estoy enamorada y sufre porque no puedo regalarte lo que ms deseo darte, que es mi cuerpo joven y maravilloso que no cambiars por todas las cosas del mundo... La vida, la fuerza, La inteligencia. Todo nuestro propio ser todo t, toda yo.
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Engrendraremos el infinito en una noche de amor, la primera, la eterna. (Inciso del amante). Noche fugaz y eterna en que todo mi ser se apret contra su ser, en que todo su ser se abri ante mi furia y se volc sobre m y me envolvi de lujurias... Cuntas noches as se han seguido, llenas de sollozos y de aullidos, de caricias y de lgrimas de placer; noches sin fin y sin principio en que la virgen furiosa que haba siempre soado en el amor, le derram sobre m con voluptuosidades perversas. Ahora nos pertenecemos y nada existe fuera de nosotros. Mi vieja morada ensombrecida por las virtudes de mis antepasados se ha iluminado con los fulgores de la pasin. Nada nos estorba, ni los amigos ni los prejuicios. Ella ha venido a vivir a mi propia casa y se ha redo del mundo, y de su marido. Su belleza se ha vuelto ms luminosa, como la de un sol cuyos fulgores se acrecientan con el choque contra otro astro. En las altas terrazas de esta vieja casa se complace en solearse y en escribir, despus de amarnos. Extraas cartas y extraa conducta, llenas de suavidad y de violencias. Y extraa inteligencia donde las oscuridades y las estrellas se suceden como en las profundidades del firmamento... (A estos comentarios del amante siguen, por sus fechas, una serie de cartas de las cuales reproduzco solamente algunas, temeroso de no haber escogido las ms elocuentes. Es seguro, si tomamos en consideracin una de las observaciones contenida en los incisos del amante, que muchas de las que siguen hayan sido escritas en presencia del varn y entregadas en su propia mano, y as se desprende en las notas escritas por ella en algunos de los sobres que contienen las misivas.)
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IV. Con el cuerpo ondulante misterioso y esquivo escondido en un vestido viene caminando hacia ti el amado esta mujer que trae el alma convertida en perfume de nardos y en las manos su corazn lo arranqu de mi seno porque no pude encontrar en ningn lugar una flor para ofrecerte digna de ti slo mi corazn sangrante y perfumado es digno de ti Perfume que se exhala sin cesar es mi amor, sangre es mi amor sangre que inunda el mundo. Eugenia. V. Pierre, mi amor es ya una locura que me lleva a la muerte. Desgarra mi pecho, Pierre, enflaquecido, por tu amor y breme el corazn para que mires el espritu de mi pasin. Toda su sangre se ha solidificado, es un rub, una piedra roja roja de dolor, rojo es su color rojo de sangre que brota de una herida que no cicatrizar jams. Mrate en esa sangre y su reflejo tambin te volver rojo a ti. Y subirs de sus vapores como una nube iluminada por el crepsculo. Como la nube que sale del crter de un volcn en la oscuridad de la noche. Roja, roja. Todo el universo es rojo porque lo ha inundado la sangre de mi pasin. Mis ojos verdes fulguran entre el incendio. Relmpagos de otros mundos. Te pertenezco hasta la ltima partcula de mi carne. Sin ti no existen las cosas ni los seres, contigo resplandezco y ante ti mis ojos verdes se apagan. Pero tengo miedo que la nube roja te queme y te convierta en cenizas. Y tambin tengo miedo de que a pesar de que te pertenezco absolutamente, el destino nos separe. Pero si el destino nos separa, toda tu potencia y la ma se juntarn en algn lugar del Universo y en ese centro seremos el infinito.
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Y mi cuerpo vido de caricias sumergido en el misterio de tu amor como en una tumba arde siempre en lujurias. Te amo, te amo, desesperadamente, lujuriosamente, misteriosamente, como la vida, como la muerte. Oh amor, amor divino! Pierre, te ofrezco mi cabeza para que sirva de cascabel a tus pies o de escaln a tu gloria. Eres Dios mame como Dios mame como todos los dioses juntos, no, mame como t sabes amar. Perfora con tu falo mi carne perfora mis entraas desbarata todo mi ser bebe toda mi sangre y con la ltima gota que me quede yo escribir esta palabra: te amo, y cuando esa sangre se haya secado, gritar: te amo. Haz pedazos mi corazn juega con l como un nio con un mueco rsgalo sin piedad, oh divino amor! Ama mi grandeza ama mi dolor ama mi amor Tengo miedo de mi propio amor porque todo lo grande da pavor pero t tienes valor ante mi amor No veo nada soy un muerto de quien nadie se ocupa, al que nada le importa todo lo que existe, slo t todo el Universo se ha reconcentrado en tu sexo. Por qu me siento tan angustiada cuando estoy lejos de ti, cuando estoy junto a ti, cuando pienso en ti, si yo te amo? Ser que he llegado al paroxismo de la pasin, o porque dudo de ti? Cmo dudar de ti? T eres la esencia de todo lo creado y esa esencia no puede mentir, no puede ser falsa, no puede ser ms que lo que es: amor. Suave aroma eres dulce y feroz es tu boca loco mi sueo terrible mi dolor mi dolor de no poderte amar ms, y ms y ms... Eugenia.
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VI. Pierre: amor mo, tu debes morir porque cada palabra tuya, cada mirada, cada movimiento abre en m una nueva herida de amor y mi cuerpo no tiene ya un lugar para otra herida ms. Estoy llena de sangre como un mrtir. Mi juventud se deshace entre la furia de tu pasin y mi pasin se exalta y gira alrededor de tu falo como una mariposa alrededor de la luz y en las noches calladas, envuelta en tu lujuria, mi razn se ofusca y mi boca grita te amo, te amo, te amo. Eugenia. VII. Pierre, te he amado tanto en el calor del lecho y gozado de tu carne y me has envuelto tantas veces en tus caricias y tan fieramente se ha derramado sobre ti mi lujuria inextinguible que pienso muchas veces si cada goce no ser el ltimo. Eres una cosa tan humana tan real y constante que no puedo pedir ms que no puede sentir ms que toda yo no soy ya tuya ni t mo y que no existimos pero a veces siento como si yo fuera el tomo de una nebulosa y t el universo que la contiene y mi imaginacin se dilata hasta ms all de los ltimos lmites del deseo y de repente se contrae en mi sexo, que a su vez se agranda como un abismo sideral. Maravillas de la vida, amar, pensar, sufrir por no amarte ms, ser todo y no ser nada ser la voluntad y no alcanzar la satisfaccin. Pero soy tuya tan grande, tan inmensa como estoy te pertenezco toda entera, vigor, vida efervescencia de la pasin esencia de todo lo que existe y de todo lo que pudiera existir. Perfume de una felicidad que no tiene lmites felicidad fuera de todo razonamiento. Eres inmortal como el Universo... Eres intangible pero slo en mi pensamiento Pero eres tangible en mis brazos, a mis ojos a mis caricias A los poros de todo mi cuerpo Que se abren al calor de tu mirada
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Que se abren al calor intenso del amor El camino de tu vida est tapizado de flores El camino de tu vida est tapizado de las maravillas que ha creado el esplendor de mis ojos y sobre esas maravillas caminas t como un Dios cubierto con la tnica de mi deseo Ven Ven... Eugenia. (En el dorso de la ltima hoja de la carta anterior hay un inciso del amante que dice: Carta desorbitada! Pasin que no se conforma con los paroxismos de la carne, con la lujuria que se revuelca en el lecho: necesita ms desahogo, gritar, escribir, escribir fuera de la vida despus de haberse saciado de todo lo que la carne puede dar, escribir desorbitadamente como si viviera en otros mundos. Fuera del amor, ella est sumergida en los misterios del cosmos y a ellos me arrastra. Cuntos das, cuntos meses, cunto tiempo dura ya esta inextinguible pasin? Quin podra contar el tiempo viviendo cada instante en la plenitud de la satisfaccin? Muchas veces despus de una noche de amor, bajo la luz del sol, cubierta con una bata y con la prodigiosa cabellera de oro enredada sobre su preciosa cabeza, se sienta sobre una barda de la azotea y me escribe y ella misma me entrega la carta.) VIII. Eugenia te ama, Pierre. Eugenia te ama, Pierre te ama intensamente carnalmente mentalmente. En mis brazos, en mi pensamiento. Inflamas mi cerebro como inflamas mi corazn. Te amo despus de amarte y a veces te amo dentro de m misma como si no existieras, mientras nuestras carnes son un solo cuerpo, una sola intencin, un solo deseo.
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A veces todo mi cerebro est en mi sexo y a veces todo mi sexo est en el cerebro recibo el semen de tu miembro como tu propio pensamiento y tu pensamiento se derrama en mi cerebro como tu propio semen. Noche maravillosa realizacin de todos los sueos noche en que ador la carne como la excelsitud de la vida. Noche maravillosa en que odi la carne como una esclavitud noche de pasiones y de pensamientos encontrados, de furia y de contencin. Noche maravillosa en que me pareci haber nacido a la vida Noche de placer y de espasmos ideales brutales en que el cuerpo y el espritu se fundieron en un sonido luminoso. Noche prodigiosamente maravillosa en que mi inteligencia omnipotente se reconcentr en un acto de voluntad y en que toda mi carne se reconcentr en otro acto de voluntad y fui tuya como nunca lo haba sido. Deja, Pierre, adorado mo, que el porvenir venga como quiera venir yo ser siempre tuya y mi pasin bajar de los cielos como una luz del sol para envolverte en una caricia luminosa siempre renovada. Eugenia. IX. Eres la vida de todo lo que existe eres las cosas mismas los mundos, los astros, todo El Universo eres la nica razn de mi existencia. Pierre Dios de los dioses infinito hecho hombre slo t pudiste contener la grandeza de mi espritu y admirar la belleza de mi cuerpo en toda su inconmensurable magnitud y mi rebelda es ahora tu esclava. Pierre eres incurable locura de mi ser incurable locura de mi espritu y mi espritu y mi cuerpo tiene loca sed dame siempre de beber aplaca siempre mi sed quiero siempre sentir quiero siempre gustar el agua de tu divino amor, quiero siempre baarme en los remolinos de tu pasin. Bsame siempre desde la cabeza hasta los pies
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quiero el jugo de tu vida ese jugo inagotable hirviente, siempre en la caldera de mi amor yo te ofrezco mis ojos bate en el verde prodigioso de mis ojos nada en las profundidades de sus abismos y me amars ms. Quiero ahogarme dentro de ti mismo en el mar inconmensurable de tu virilidad y surgir de nuevo ms amorosa para decirte: te amar ms que ayer te amar siempre. Djame llorar, djame llorar de placer. Eugenia. (Las nueve cartas anteriores estn entrescadas de ms de doscientas contenidas en distintos paquetes, y revelan un temperamento sensual, lleno de ardimiento y una exacerbacin mental desarrollada constantemente fuera de la violencia de los actos sexuales. Abarcan un perodo aproximado de un ao y cinco meses en que la pasin de ella y la de l seguramente fueron in crescendo en el lecho amoroso, en la vida de todos los das y en las cartas. Las que preceden a esta nota son la secrecin cerebral de un ardimiento sexual inextinguible. Como de todas las expresiones profundas y sinceras. Brota de ellas una elocuencias extraordinaria. Esta criatura de los ojos verdes, cuando el amado se aleja se atormenta y grita.) X. Amor mo, Pierre, te fuiste en el viejo coche como un perfume que se aleja arrastrado por una rfaga de viento. Yo me qued esperando de pie, hasta que la silueta de ese horrible coche se perdiese en la lejana me qued petrificada por tu mirar lleno de dolor y te perdiste en la nada, llevndote mi ltima mirada pero cuando desapareciste los ojos de mi espritu se abrieron y te vi dentro de m todo mo y te tendr siempre junto a m en la noche de ayer, noche maravillosa de amor... Te fuiste y tuve el valor de verte ir y ahora me siento cargada de algo extrao mi corazn y mi inteligencia y tu ausencia han
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creado un nuevo amor un amor que yo nunca haba soado un amor que va fuera de m y que vuelve a m engendrando una seguridad de que siempre me amars y de que ante ti arder siempre mi deseo como una llama cuya lumbre te alcanzar hacia donde vayas. Si algo malo o desagradable nos ha torturado, en realidad slo ha servido como un motivo de intensificacin de nuestro amor. Creme s que me amas, s que me amas s que me amas intensamente y que yo sola lleno tu vida s que tu fidelidad es absoluta porque s que tu ardimiento no encontrar nunca nada en que derramarse ms que en m y porqu s que mi belleza es superior a todas las bellezas que t pudieras encontrar. Tus sentimientos de esteta los arrastr la belleza de mi cuerpo el esplendor de mis ojos la cadencia de mi ritmo al andar el oro de mi cabellera, la furia de mi sexo y ninguna otra belleza podra alejarte de m. Volv a casa y encontr las ltimas flores que me trajiste smbolo aromtico de los ltimos instantes en que estuvimos juntos instantes donde se gener un calor que siempre nos envolver. Los muebles las telas los cuadros, los libros en los estantes reflejaban tu imagen y en el ambiente haba ese olor a tabaco ingls que tanto me gusta aspirar y que me es ms agradable que el incienso de los templos y el perfume de los salones. En esta casa vaca todo me habla de ti y a cada rato me parece que vas a aparecer para hablarme y para amarme. Tengo una tristeza resignada y dulce porque s que volvers pronto. He salido a la calle como una autmata como una sombra y sobre mi sombra cay de repente la desesperacin. No, no es cierto que est triste y resignada. Te amo te amo terriblemente y quien ama y no tiene el objeto del amor entre sus brazos no puede resignarse. Cmo no fui la retina de tus ojos para nunca dejarte y que siempre vieras a travs de m o la esencia de tu espritu para ser t mismo hasta ms all de la muerte. Pierre, Pierre estoy desesperada loca por tu ausencia, algo me empuja a huir, a huir siempre y para siempre porque no puedo soportar este dolor.
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No, no temas, no lo har nunca no podr hacerlo nunca porque yo no soy ms que la huella de tus pies. Dos das sin ti y ya me siento vencida. Ven por m, ven por m. Apenas te has ausentado y ya grito desesperadamente a la muerte, por qu sufro?, porque la ausencia es como la muerte y yo prefiero la verdadera a esta ficcin que me atormenta. Con la muerte todo se acaba y con tu ausencia todo es dolor. Estoy como un muerto en su sepulcro, pero el muerto no siente y yo vivo en la angustia eterna de no tenerte siempre junto a m. Ayer toda la noche tuve bruscos despertares y te buscaba en el lecho me revolva como una serpiente y al amanecer me sent cansada, llena de dolor buscndote en vano. En unas cuantas horas mi juventud se ha gastado y mi corazn est lleno de dolor. A veces cierro los ojos y me parece contemplarte sentado dentro de ese horrible coche que te separ de m, mirando los montes y las arboledas verdes las nubes blancas que caminan en el cielo como mundos de ensueo cosas que te distraen y te alejan de m. Pero a m nada me distrae, estoy reconcentrada en m misma, en casa lo nico que se me ocurre hacer es desnudarme delante de un espejo y admirar mi belleza, que es tuya. Besos, besos. Eugenia. (Durante los ocho das que siguieron al envo de la carta transcrita, Eugenia no recibi ninguna noticia del amado y se senta desesperada. As se lo hizo saber en la siguiente carta): XI. Todos los das espero tus noticias y todos los das permanecen vacos de vida y de esperanza, mi corazn empieza a debilitarse, como si se le extrajeran constantemente gotas de sangre. Nunca pens, nunca pude suponer que la ausencia fuera el mal ms grande entre todos los males mal que lleva consigo la tortura de una cosa que no hubiera podido ser una tortura mayor que el dolor definitivo de la muerte: cuando la muerte llega todo acaba, cuando la ausencia nos separa todo empieza, la zozobra, la desconfianza, la angustia de que algo terrible suceda, la muerte en un aniquilamiento
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en que todo lo que somos desaparece, la ausencia es un crisol donde se estn fundiendo todos nuestros dolores, y cuando los dolores nos han adormecidos somos uno solo. Dolor oscuro del fondo de mi alma no salen ya gritos de desesperacin porque est cansada de tanto gritar, slo un lamento lleva todo mi deseo, vago y oscuro de volverte a tener junto a m para que me restituyas a la vida. Soy una caldera cuyo lquido caliente se est enfriando porque le falta el fuego de tu amor. Eugenia. XII. Es de noche, hace fro toda helada en un lecho, que es un lecho de muerte sin ti. mi corazn ya no puede sangrar porque ha derramado toda la sangre que tena y ya nadie canta ni habla a mi alrededor, y mi espritu permanece mudo, martirizado por el ansia de hablarte y de cantarte su amor infinito. Pro todo tu ser. El amor de la carne no me basta, ni el amor del espritu, quiero los dos y para gozarlos es necesario que vuelvas... Eugenia. XIII. Por qu, por qu ignoras el dolor que me invade cuando te alejas de m, cuando te pierdes como una exhalacin en el cielo estrellado, dejando un rastro de luz que pronto se extingue? Pero te alejas de m sin piedad y yo tambin sin piedad me olvido de ti. Preferira degollarte y guardar tu cabeza en un frasco lleno de alcohol para estarte viendo siempre y te abrira los ojos para que t me vieras a m, y poco a poco llenara el frasco con mis lgrimas y dentro de mis lgrimas viviras siempre cerca de m teniendo tus ojos abiertos y tu boca lvida y tu crneo vaco
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y en el fondo de tuso ojos habra un relmpago oscuro que sera tu llamada. Por qu ignoras el dolor que raja mis entraas cuando te alejas?, por qu tu ausencia me trastorna ms que el miedo a perder mi propia vida?, por qu me privas del calor de tu cuerpo? No lo puedes incendiar, quemar, destruir para siempre con esa fuerza que llevas en ti mismo, y que yo deje de sufrir? Letras, letras, cartas y cartas... de qu sirven? Cuando te las escriba frente a ti mismo y yo misma te las entregaba, letras y cartas un complemento de nuestro amor. Pero ahora son formas vacas, heladas y sin elocuencia. No me queda ms recursos, Pierre, que amarte ms, amarte hasta morir. Eugenia. (Por las fechas de las cartas puede colegirse que la ausencia del amado no dur ms que un mes, y en ese corto espacio de tiempo Eugenia escribi ms de cuarenta cartas, en todo semejantes a las transcritas. Luego se verific el regreso del amado y, seguramente, para usar frases de Eugenia, un choque csmico, que debe haber durado varias semanas y en que no sabemos cul de los dos cuerpos en coalicin haya desarrollado un calor ms potente y ms duradero. Duradero, seguramente, porque dos aos despus de las cartas al ausente la locura de amor duraba todava. Sin embargo, al trmino de esos dos aos cuatro de luna de miel algo debe haber sucedido porque ella nos revela en una de sus cartas la primera de una serie un estado de angustia): XIV. Mi nobleza de espritu, nobleza sin par te perdona, Pierre, aunque parezca locura perdonar todas tus injusticias, te perdona tus horribles acciones, y haberme engaado diciendo que me amabas. Por qu me mentiste?
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Yo me siento capaz de amar slo una vez y para siempre. Yo te he amado infinitamente, y te sigo amando con un amor que no puedo matar a pesar de lo que sufro. Te perdono que me hayas injuriado pblicamente, que hayas querido ofenderme. Tienes celos?, o tienes envidia de mi talento? Ambas cosas se desprenden de tus actos. Por qu me pegaste, por qu pegaste a quien todo lo ha sacrificado por ti y a quien todo te ha dado? Pero mi corazn no ha sido tocado por tu vileza y te ama ardientemente faltalmente, s, as es, fatalmente, porque t eres mi destino y qu puedo hacer sino perdonar hasta tus crmenes y seguirte amando, no slo en el recuerdo y a travs de lo que nos separa, sino a ti directamente? Por qu desprecias esta cosa tan maravillosa que soy yo, este amor que siento por t? T no puedes despreciarme. Pero no puedo pedirte que vuelvas a m porque slo aceptar lo que nazca de tus propios sentimientos. Me aturdir a m misma escribiendo, divirtindome, aunque considero que estas cosas sern un martirio lejos de ti. Ahora que estoy aplastada bajo mltiples desgracias, ests lejos para poder consolarme como cuando yo te consolaba a ti en momentos terribles. Ahora t no me das la mano, ni me estrechas en tus brazos. Necesito consuelo: mi hermano, mi hermano tan querido agoniza, y yo he tenido que permanecer sola a su lado. Oh Pierre, Pierre! Piensa un poco lo que has hecho conmigo. T eres el fuerte. Yo soy una virgen perversa y abandonada. Siempre te he dicho que mi destino eres t, y eres mi destino en el amor y en la desgracia, en el dolor. En el dolor seguir viviendo y me quedar siempre solamente tuya. Lo que tocaste, lo que te perteneci, lo que amaste, toda yo, permanecer intacto y perfumado con tu ltimo beso y tu ltima caricia. Mi recuerdo te acompaar como si yo hubiese muerto, te acompaar en el tumulto de tu vida, y en la serenidad de tus reposos. Estoy abatida por el dolor, con mi hermano moribundo, alejada de mi familia que me desprecia, slo un gato, mi pobre gato, un animal, est presente en esta catstrofe, mirndome con mansedumbre. Horri100
bles momentos. Slo a ratos siento que mi corazn grita en las profundidades del abismo. Te amar, te amar. Tuya, tuya hasta ms all del dolor. Eugenia. XV. Pierre, por qu me has hecho volver a ti? Por qu has vuelto a cogerme entre tus brazos con toda tu fuerza de hombre y me obligaste a llorar sobre tu pecho? Yo te he amado con la espontaneidad y la fuerza con que un torrente se precipita entre las peas que nada puede detenerlo. Djame, djame de nuevo. Yo te amo y soy capaz de matarte. Yo soy capaz de matarte en un arranque y har bien. No, no har bien porque no te mereces la muerte. T me dijiste ayer que las cosas no son eternas. Para ti no, pero para m s hay algo eterno, y es mi amor. Espantosa cosa amar, amar como una fuerza de la naturaleza, sinceramente, espontneamente y si t alguna vez me dijiste que no podras vivir sin m, yo te dir siempre que nunca podr vivir sin ti. La eternidad slo existe para amarte, Pierre, Pierre, t eres todo para m, tu Eugenia, tu Eugenia. (Junto con la carta anterior encontr algunas lneas escritas por el amante, que revelan un estado de conmocin, de desasosiego, interrumpido de vez en cuando por extraos sucesos de un sabor exquisito. He aqu las lneas): Inciso de Pierre. Nuestra vida se ha vuelto tumultuosa un torrente desbordado que desciende de la montaa, hecho de borbotones, de espumas espesas y de rumor de tumbos torrente que se remueve entre peascales con potencia telrica arrancando de cuajo los grandes rboles de mis ilusiones que un da se irguieron frondosos, y arrastrando con furia cuanto encuentra a su paso. Los celos han azotado su corazn, y al mo tambin. Slo de vez en cuando, muy de vez en cuando, el torrente ha formado aqu y all, un remanso. La paz se extenda por
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unos instantes y Eugenia se pona a escribir de nuevo delante de m. Yo le propuse que reuniera los poemas que estaban escritos en francs, para componer un libro y editarlo. Lo hice con grande orgullo. (Junto con el inciso anterior estaba el libro editado por Pierre con buen gusto, muy original al mismo tiempo, con una cartula hecha al pochoir, que representa a la poetisa con sus grandes ojos y su gesto de diosa. Copio de este libro cuatro poemas conservando su forma tipogrfica, y adems su traduccin literal.)
cest tout un monde que jai dans ma bourse pour mes courses ma maison qui est dans mon sac va portout et je m installe avec ma bourse comme une maison que je transporte ou je veux. Et ma bourse qui est aussi grande que moi est comme le poids de la vie quon mne toujours avec soi
QUELQUEFOIS
je mets un revolver charg de balles qui donne la mort
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aux assassins qui volent le coeur je renferme une douleur une mort est mon cour dans ma bourse pour mes courses
es todo un mundo que tengo en mi bolsa para mis viajes mi casa que est en mi saco va a todas partes y me instalo con ella como una casa que transporto adonde quiero. Y mi bolsa que es ms grande que yo es como el peso de la vida que se lleva siempre consigo.
ALGUNAS VECES pongo un revlver cargado de balas que dan la muerte a los asesinos
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ALGUNAS
guardo un dolor una muerte, es mi corazn en mi bolsa para mis compras.
VECES
PARIS
PARIS secrit Comme on veut tous les mots rentrent Comme des sots et sortent avec de lesprit Les bruits les nuits les folies les femmes jolies les paradis sont Paris des surnoms jolis
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PARIS
qui rentrent dans un nom ESPIRIT PARIS tu est la vie des mondes qui rpand de lesprit pour dire quon peut crire PARIS Comme on veut PARS PARS se escribe Como se quiere todas las palabras entran a PARS Como necios y salen con sprit
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Los ruidos las noches las tandas las mujeres bonitas el paraso estn en PARS Los sobrenombres alegres que vuelven en un nombre SPRIT PARS T eres la vida del mundo que difunde el ingenio para decir que se puede escribir PARS Como se quiera El libro, editado con un estilo muy original, gust entre los escritores, periodistas y poetas, pero caus escndalo en esta sociedad hipcrita e ignorante, que a pesar de sentirse bajo el
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imperio de las transformaciones religiosas causadas por las Leyes de Reforma que acaban de expedirse, sigue tan fantica y estpida como en los tiempos virreinales. Sin embargo, la publicacin de los poemas de Eugenia, escritos en francs, produjeron un resultado verdaderamente extrao: despertaron inters en donde yo menos hubiera podido sospecharlo: en un colegio de monjas. Una maana se present en mi vieja mansin de la calle de Capuchinas una dama de aspecto monacal, llena de dignidad, de modales suaves, de voz firme, que pronunciaba un francs de Pars. Yo estaba solo. Ella me dijo: Yo soy Marie Louise, maestra en el colegio francs, y tuve a mi cargo las primeras enseanzas de la que es ahora amiga de usted, y le traigo a usted un regalo que le sorprender, seguramente. (Antes de conocer el regalo, yo estaba ya sorprendido. La visita de una monja, profesora de una escuela francesa que va espontneamente a la casa de un rprobo, como era yo, deba necesariamente causarme estupor). Madame le dije, cualquiera que sea el regalo que usted va a poner en mis manos, tendr para m el mrito primordial de haberlo trado usted misma. Esta visita y este regalo dijo con elegancia, no representan solamente la expresin del afecto que yo tuve siempre por su amiga de usted, desde muy pequea: son tambin una manifestacin cordial de la gratitud ma y de mis compaeras, por los servicios que tan desinteresadamente prest usted a nuestra institucin durante la persecucin religiosa del seor Jurez. Y agreg, sacando de su bolso un paquete que puso en mis manos: este paquete encierra lo que la pequea Eugenia escribi cuando tena 10 aos, y nadie mejor que usted podra apreciarlo. Cog el paquete y supliqu a la dama que pasase a mi vieja mansin. La dama recorri con la mirada el gran saln lleno de porcelanas chinas y de cuadros antiguos y se sent. Yo
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desenvolv el paquete y empec a hojear los pequeos cuadernos que lo formaban. Lea en voz alta y la profesora comentaba: Esta nia era extraordinaria. Todo lo comprenda, todo lo adivinaba. Su intuicin era pasmosa. A los diez aos hablaba el francs como yo, que soy francesa, y escriba las cosas ms extraas del mundo, algunas completamente fuera de nuestra disciplina religiosa. Yo le:
INCOMPRISE
Je suis un tre incompris qui s etouffe par le volcan de passions, didees, de sensations, de pensees, de creations qui ne peuvent plus tre contenues dans mon sein, suis je donc destine a mourir damour, de lamour unique que mon me fut cre pour entretenir et dont je dois tre la plus fidle vestale de mon temple sacre damour. Mais que dis je? Je suis hereuse et je ne le suis pas. Pourquoi ne le suis je? Non je ne suis pas hereuse parce que la vie na pas t faite pour moi, parce que je suis une flamme devore par elle mme et que rien ne peut eteindre; parce que je nai pas veu avec libert la vie en m enlevant les droits de gourte les plaisirs, etant destinee a tre vendue comme autrefois les esclaves, a un mari. Je proteste malgre mon ge qui est sous la tutelle des parents.
INCOMPRENDIDA
Soy un ser incomprendido que se ahoga por el volcn de pasiones, de creaciones que no pueden contenerse en mi seno, y por eso estoy destinada a morir de amor, del nico amor para el cual mi alma fue creada a soportar y para el que debo ser la vestal ms fiel en mi templo sagrado de amor. Pero qu digo? Soy dichosa y no lo soy: Por qu no lo soy? No soy feliz
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porque la vida no ha sido hecha para m, porque soy una llama devorada por s misma y que no se puede apagar; porque no he vencido con libertad la vida teniendo el derecho de gustar los placeres, estando destinada a ser vendida, como antiguamente los esclavos, a un marido. Protesto a pesar de mi edad por estar bajo la tutela de mis padres. Eso que usted acaba de leer, dijo la profesora, es lo primero que ella escribi en francs, poco antes de cumplir los diez aos, y dos despus de haber entrado en el colegio. Enseguida, al volver de vacaciones escribi otro captulo en el cual hay este prrafo curioso: lea usted: Jaime ltude mais je ne puis my soumettre; mon esprit est trop vagabond et le jour quand sur mon pupitre accounde jessaye de lire, mon esprit se rvle, mon imagination se montre indomptable et me voila deja plongee dans mes propres inquietudes sur toute cause; et lavenir me fait penser a ne pas le gacher inutilment comme mon pass. Jespere par de nouveaux efforts me soumettre aux clases sans devier mon attention a ma personalit. Me gusta el estudio pero no puedo someterme; mi espritu es demasiado vagabundo y en los das cuando acudo a mi pupitre trato de leer, pero mi espritu se rebela, mi imaginacin se muestra indomable y heme aqu ya sumergida en mis propias inquietudes por cualquier motivo; y me hace pensar en el porvenir para no mezclarlo intilmente como mi pasado. Espero con nuevos esfuerzos someterme a las clases sin desviar mi atencin a mi personalidad. Este captulo forma parte de varias cartas que ella me escribi desde su lugar de recreo y al volver de vacaciones. Pero hay otros escritos de mayor inters, agreg hojeando los cuadernitos, ste intitulado Los amigos, por ejemplo:
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LES AMIS
Les bons amis sont comme les bijoux on en trouve rarement surtout parmi le sexe feminin; heureux celui qui au milieud des tenebres trouve des allies a ses sentiments, idees et convictions, rare est lamitie sans interets, rare est le devoument absoludes hommes qui tiennent trop a leur personalite. Lamitie est une affinite didees. En somme lhumanite se recherche elle mme partout elle saime dans les choses et les hommes. Pourrons-nous competer an jour en combien de faces lesprit change? La nature de lhomme est le plus incomprehensible, chaque jour le rend different, il est la plus difficile de toutes les etudes; seul sa misere nous explique sa constitution morale.
LOS AMIGOS
Los buenos amigos son como las alhajas que raramente se encuentran, sobre todo entre el sexo femenino, dichoso aquel que en medio de las tinieblas encuentra aliados a sus sentimientos, ideas y convicciones; rara es la amistad sin inters, rara es la devocin absoluta de los hombres que tienen demasiado a su personalidad. La amistad se busca ella misma pero encima de todo se ama en las cosas y los hombres. Podremos algn da contar en cuntas caras cambia el espritu? La naturaleza del hombre es ms incomprensible, cada da la vuelve diferente, es la ms difcil de todos los estudios; slo su miseria nos explica su constitucin moral. Ciertamente, coment la profesora, es un serio pensar tratndose de una nia tan pequea. Pero hay otros que salen completamente de la mentalidad de una criatura, llenos de pesimismo, de melancola, de furia y de pasin, como este que se titula Mi alma est triste hasta la muerte. Haga el favor de leerlo y estar usted acorde conmigo en que este es
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un caso de verdadera intuicin psicolgica y podramos decir hasta literaria: Haba en esta nia, sigui comentando madame Marie Louise, un sufrimiento extrao de desesperacin por haber venido a este mundo, un deseo de morir engendrado por la opresin de las cosas terrenales, incapaces de contener, de comprender la grande inteligencia de que ella haba sido dotada. Voy a leerle dos prrafos de lo que contiene este cuadernito y que ella intitul Je desire la mort. Comme un vase contient un gaz qui grandit et augmente de volume jusqua se presser contre les parois du vase qui le contient, ainsi je sens mon intelligence grandir chaque jour, chaque instant, chaque seconde; mais bientt elle se sent oppresse sous un force qui est lexistence de mon tre; pourtant, elle se sent superieure a cette force quelle doit braver, et elle est en realite plus puissante que lunivers, plus grande que linfini; mais je comprend parfaitement quelle est prisionniere et impuissante echainne a notre miserable existence; alors la mort seule peut la deliverer du joug auquel elle est sujette. Notre esprit vole toujours vers ltre qui nous comprend: son sprit sent le mmes inpressions, subit les mmes troubles, vit des mmes notes divines que notre esprit produit. Une voix interieure me repete souvent: meurs, car si ton esprit est trop grand, et la terre, lunivers ne peuvent le contenirs meurs, car si linfinit ne peut contenir ce que tu possedes, lintensite de ta pense, dechans toi du corps qui topprensse et vole vers ce qui est plus grand, lether. Como un vaso conteniendo un gas que se agranda y aumenta su volumen hasta que se oprime contra las paredes que lo guardan, as siento que mi inteligencia crece cada da, a cada instante, a cada segundo; pero pronto se siente oprimida bajo una fuerza que es la existencia de mi ser; sin embargo, se siente superior a esta fuerza que debe despreciar, y es en realidad ms poderosa que el universo, ms grande que el infinito; pero comprendo perfectamente que est prisionera e
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impotentemente encadenada a nuestra miserable existencia; en tal caso slo la muerte puede librarla del yugo al que est sujeta. Nuestro espritu vuela siempre hacia el ser que nos comprende; su espritu siente las mismas impresiones, sufre las mismas confusiones, vive de las mismas notas divinas que nuestra inteligencia produce. Una voz interior me repite frecuentemente: mueres, porque tu espritu es demasiado grande, y la tierra, el universo no lo pueden contener; mueres, porque el infinito no puede contener lo que posees, la intensidad de tu pensamiento, y te desencadenas del cuerpo que te oprime y vuelas hacia lo que es ms grande, el ter. Esa exaltacin de s misma ese egocentrismo tan potente, en una criatura tan pequea, coment yo, es realmente el fenmeno psicolgico ms extrao encerrado en estos escritos infantiles, y debo decir a usted, madame, que ha perdurado hasta hoy. Ella, a veces, se siente ms que el centro del Universo, la envoltura del Universo. Ella lo abarca todo, y todo es nada frente a su furia y a su ambicin. Pobre pequea, dijo la profesora, moviendo ligeramente la cabeza. Y no dijo ms. Me tendi la mano y me mir con una profunda intencin, que yo cre comprender... Alegra infantil. la gentileza de madame Marie Louise, sigue diciendo el inciso del amante, educadora de gentes ricas, revelaba una psicologa profunda, un seguro conocimiento del alma humana y una apreciacin perfecta de las circunstancias para aprovecharlas con el mejor resultado espiritual. Qu mejor introduccin para realizar la conquista de la oveja descarriada que ofrecer a los dos amantes un fruto de la inteligencia salido a luz tan prematuramente? Considero, sin embargo, que la monja anda tambin muy descarriada en sus propsitos. Cuando Eugenia lleg y le mostr el obsequio, no poda dar fe a lo que vea, ni a mis comentarios.
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Cmo mi maestra pudo haber venido hasta aqu, exponindose a las crticas del mundo y de sus propios superiores? dijo aceleradamente. Es que ella es una conductora de almas, y busca a las ovejas que se han apartado del redil en cualquier lugar. Yo nunca he pertenecido a ningn redil dijo con enojo, pero estoy sorprendida, muy sorprendida. Yo ignoraba que estos escritos mos tuvieses algn inters, y jams pens que mi maestra hubiera podido conservarlos gesto de francesa, dijo con cierto orgullo. Seguimos hojeando los cuadernitos. Estas lneas dijo ella las escrib despus de un castigo de mi madre para corregir mi espritu caprichoso. Yo estaba triste, acongojada y con ganas de matarme. Oye lo que escrib sobre mi pupitre: Mon me est triste jusqua a la mort: comme una rose aux rayons du solei vient declore, comme une note vivrante et plaintive sexale dun piano, comme un oiseau qui apeine sorti du nid prend ses ailes incertaines pour voler. Ainsi, mon enfance, mon esprit endormis viennent declore a la brillante lumiere du jour a lennivrante et delicieuse nature. Pour mes yeux la nuit et finie; les tnbres de mon intelligence se sont transformees en lumiere transparente, et enfant de coeur, desprit, dag la passion ardente, lesperance, dillusin, lamour surtout memportent comme un formidable ourangan au milieu dun desert. Maintenant que je percois, que je subis et suis sensible a tout, jai soif de tout ce qui est beau, grand et ennivrant. Avec une ardeur extreme, una ilusion folle de jeunesse et de vie: je xeux faire vibrer mon corps, mon esprit jusqu aux derniers sons. Mi alma est triste hasta la muerte: como una rosa a la que los rayos del sol viene a abrir; como un piano que exhala una vibrante nota lastimera, como un pajarillo que apenas salido del nido tiende sus alas inciertas para volar. As, mi niez, mi
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espritu adormecido despierta con la brillante luz del da a la fascinante y deliciosa naturaleza. Para mis ojos la noche ha terminado; las tinieblas de mi inteligencia se han transformado en luz transparente, y la infancia del corazn, del espritu, de la edad de la pasin ardiente, la esperanza, la ilusin, el amor sobre todo me arrastran como un formidable huracn en medio del desierto. Ahora que siento que sufro y soy sensible a todo, tengo sed de todo lo que es bello, grande y cautivador. Con un ardor extremado, una ilusin loca de juventud y de vida: quiero hacer vibrar mi cuerpo, mi espritu hasta sus ltimos sonidos. Souvent je sens grandir mon intelligence, se remplir de sons divins; cest alor que je sens ma pauvre existence trop faible et petite pour contenir un monde, une intensite effrayante. Hels, elle se sent prisionre et la douler la frappe de mort; captive, ses passions se redoublent, ses cordes deviennent plus vibrantes; et folle de tout ce qu elle ne ne peut jouir, elle voudrais briser ces murs qui loppressent, ces chaines qui la retiennet. Une douleur vive, une eternelle melancolie menvahit toute entire, inconnue et incomprise parmis les humains, isole de toutes pense qui puisse me rpondre, je meurs de douleur, lasse de mendier le baume qui guerit les plaies du coeur, qui calme les souffrances des tres incompris, je sens que ma voix seteint comme un son perdu dans lunivers. Frecuentemente siento crecer mi inteligencia, que se llena de sonidos divinos; entonces es cuando siento a mi pobre existencia demasiado dbil y pequea para contener un mundo, una inmensidad pavorosa. Ay! Se siente prisionera y el dolor la hiere de muerte; cautiva, sus pasiones se redoblan, sus cuerdas se vuelven ms vibrantes; y loca por todo lo que no puede gozar, querr romper estos muros que la oprimen, estas cadenas que la retienen. Un vivo dolor y una eterna melancola me invaden completamente, desconocidos, incomprendidos entre los humanos, aislados de todos los pen116
samientos que me pueden responder; muero de dolor, cansada de mendigar el blsamo que alivia las llagas del corazn, que calma los sufrimientos de los seres incomprendidos, siento que mi voz se apaga como un sonido en el Universo. (Los fragmentos que anteceden son suficientes para apreciar la tremenda inquietud de esta nia de diez aos que al crecer aument sus ansias, sus ternuras y su inconformidad con todas las cosas de la vida hasta la locura.) Qu te parece? dijo cuando acab de leer con aquel su acento parisiense. Mira las correcciones de mi maestra escritas con tinta roja. Mira esta otra pgina toda manchada: son mis lgrimas. Entusiasmada ley todos los cuadernos y luego se ech a llorar. La cog en mis brazos y sigui llorando hasta que el caudal de sus lgrimas se agot bajo la violenta accin de una idea: Vamos a ver a mi maestra dijo enjugndose los ojos. Y desasindose de m recogi sus preciosos cuadernos, los envolvi en el papel que los contena y los guard en un estante. Estupenda idea la de hacer una visita a madame Marie Louise. Vamos enseguida. Eugenia corri a su antigua alcoba y despus de desnudarse se cubri con una bata y quiso baarse. Bajo los chorros de la regadera su cuerpo asomaba entre su cabellera como un marfil entre hilos de oro. Aquel cuerpo con ondulaciones de serpiente, provocativo y terrible, fue transformndose poco a poco ante los relmpagos de mi deseo en una criatura de diez aos, vestida con un traje escolar, peinada con trenzas ceidas con grandes moos azules. Luego me pareci que la pequea se inclinaba sobre su pupitre y escriba. Todo en ella se haba transformado, menos los ojos. Aquella chiquilla tena los mismos ojos de la fiera apocalptica que yo estaba contemplando en su maravillosa realidad. Cuando levant la cabeza y los asom entre las guedejas de oro de su pelo, tuve
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un sacudimiento de terror. Algo haba en ellos que vena del otro mundo quiz de las radiaciones de algn sol lejano quiz de las profundidades de un deseo inextinguible. Ella pareci adivinar mis pensamientos. Ests pensando en los cuadernos que te trajo mi maestra. Estoy pensando en que el regalo que ella trajo, ha hecho retroceder el tiempo: estoy junco a ti cuando tenas diez aos. Yo no tengo edad dijo, la pasin no tiene edad. Ni la inteligencia. Yo soy toda inteligencia y toda amor... Electrizado la cog entre mis brazos y su cabellera larga nos cubri. Por la tarde Eugenia se visit con la mxima elegancia, como si se dispusiere a encontrar el amante preferido. Se puso un precioso traje de seda blanco ornado de un cuello gris perla con rosas bordadas que le sentaba maravillosamente, y enred sus guedejas sobre su pequea cabeza, cindolas con una cinta de plata. En su sencillez era la representacin de todas las primaveras de la tierra iluminadas por las luces de todos los soles del Universo entre las que brillaban con fulgores terribles sus verdes ojos. Vamos dijo, tengo ansias de ver a mi maestra. Cmo la encontrar? Hace tantos aos que no la veo, lo menos diez! Y diez que tenas cuando la dejaste, son los veinte que ahora tienes. Las mujeres slo tienen la edad de su pasin en flor. Cuando esa flor se marchita, la mujer perece dijo con violencia. Se arroj sobre m, pero yo la contuve. No, no! Vas a arrugar ese precioso vestido. Necesitas ir intacta ante tu maestra, como si fueras a hacer tu primera comunin. Me mir, me cogi del brazo y salimos. (Los prrafos del largo inciso que antecede no contienen ninguna noticia sobre el encuentro de la discpula y la maestra, no nos revelan si el parntesis de calma y de dicha que
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abrieron las cartas de la pequea se prolong durante largo tiempo, pero es posible conjeturar que el amor rein como nico soberano en la seorial morada de la calle de Capuchinas, por lo menos durante un ao, mas, al cabo del cual el amante nos abre una ventana sobre su vida.) Inciso de Pierre. La vida se ha vuelto imposible. Los celos nos torturan. Yo, ms dueo de m mismo, me contengo, pero ella es un vendabal. Esta maana dos pobres muchachas, que despus de abandonar mi consultorio se atrevieron a subir a la azotea para contemplar el panorama de la ciudad, provocaron una furia terrible en Eugenia, que all estaba. Apenas las vio se les ech encima. Trat de empujarlas hacia el borde de la cornisa con la intencin de arrojarlas al patio. Me interpuse. Hubo escenas violentas, injurias de Eugenia, lloriqueos de las muchachas, que bajaron las escaleras asustadas. Tuve que acompaarlas hasta el portn y suplicarles perdonaran el incidente. Cuando sub al gran saln, encontr a Eugenia dando vueltas como fiera enjaulada, con los ojos iluminados por relmpagos de rabia. Trat de calmarla intilmente. Esa primera tempestad anunciaba el tiempo de lluvias, los truenos y las tormentas, y los rayos que haban de fulminarme. Ella ha vuelto a vivir en mi casa. Por las noches, en el silencio de la vasta estancia dormamos en nuestro antiguo lecho, testigo y vctima de nuestros amores. Ella espiaba todos mis movimientos. Una de esas noches, despus de una breve discusin, yo me dorm profundamente, pero en medio de mi sueo empec a sentirme inquieto, como si fuese vctima de una pesadilla y abr los ojos. Eugenia estaba sobre m, desnuda, con su cabellera revuelta sobre mi cuerpo, empuando un revlver cuyo can se apoyaba en mi pecho. Tuve miedo de moverme, el revlver estaba amartillado y el ms leve movimiento mo hubiera provocado una conmocin ner119
viosa en ella y el gatillo hubiera funcionado. Todo esto lo pens en un milsimo de segundo. Me la qued mirando, como mira un muerto. Poco a poco ella fue retirando el revlver, y cuando mi cuerpo estuvo fuera de su alcance, rpidamente le cog la mano y le dobl el brazo fuera de la cama. Cinco tiros que perforaron el piso pusieron fin a la escena. Cog el arma descargada, la puse debajo de la almohada y me volv a dormir sin decir una palabra. A la maana siguiente, durante el desayuno, le habl del regalo de su maestra, del buen tiempo, de todo, menos de lo que haba pasado la noche anterior. Ella no despegaba los labios, pero de repente dijo: dame el revlver. Se lo di y le dije: no me amenaces ms, carga el arma, tira y se acab. Ella lo meti en su bolso. Salimos cogidos del brazo y nos dirigimos a la cercana calle de Cadena, donde estoy construyendo una clnica para mis enfermos. Desde ese da, todos los das, mientras yo diriga los trabajos, ella iba a injuriarme cara a cara o desde el piso bajo si yo andaba en los andamios. Tanto me enfureci en una ocasin, que le arroj un bote de pintura que uno de los pintores tena a su lado. Se lo arroj con tanto tino que la ba de la cabeza a los pies. Se veng de aquella violencia ma escribiendo una carta con gruesos caracteres, que al da siguiente peg en la puerta de entrada de la clnica en construccin. Deca as: XVI. Carta abierta para Pedro de Urdimalas: miserable medicucho asesino de mujeres valiente con las mujeres cobarde explotador de los pobres enfermos que van a su consultorio enamorado de quien nunca te ha querido cabrito te he puesto los cuernos con veinte enamorados de verdad viejo loco te crees inteligente porque explotas el talento de los dems qu me importa tu despecho. Te mueres de rabia porque Eugenia es la ambicin de todos los jvenes bien de Mxico. Tengo ya mi novio, que es un cantor italiano de la Opera y no necesito de ti. Eugenia.
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Yo dej la carta pegada en su lugar durante varios das hasta que alguien la destruy. Un abismo se abri entre nosotros, pero sus cartas continuaron llegando a mi casa. Cuando nos encontrbamos en algn lugar pblico, ese lugar se converta en un escenario de carpa. Su violencia no tena lmites y la gente que nos rodeaba intervena para calmarla. Otras veces era la polica. Nuestra vida era el escndalo mximo de la ciudad, de esta ciudad que entre las reformas de los legisladores a la sombra de Benito Jurez, y las manifestaciones reaccionarias de la sociedad hipcrita, viva una existencia contradictoria. La tempestad arrecia. Hoy ha vuelto a mi casa. La he visto subir por las anchas escaleras, ondulante, felina como una tigresa. La esper en la entrada del gran saln, inseguro de m mismo, vacilante. Se detuvo a pocos pasos de m. En su faz enrojecida, sus ojos verdes centellaban y en sus labios apretados asomaba una injuria. El desenlace iba a verificarse, pero desgraciadamente en esos precisos momentos dos muchachas, hijas de un amigo mo, aparecieron detrs de Eugenia. sta se volvi violentamente, se arroj sobre ellas, y a una la hizo rodar por las escaleras. No pude evitarlo. Corr tras la cada y la llev al consultorio. Afortunadamente no tena ms que algunas escoriaciones y un susto fenomenal. La otra se enfrent a su atacante, que la golpeaba con una sombrilla. Intervine, sin conmiseracin. Arroj a Eugenia al suelo, la arrastre al bao y la ba vestida. No hay nada mejor para calmar la furia de quien sea, que un cubetazo de agua. La amarr, mojada como estaba, y la encerr en un cuarto. Las pobres muchachas y yo bajamos a la portera, di mil explicaciones a mis amigas y las acompa a su casa, donde cont, sin omitir detalle, todo lo que haba sucedido y me entregu como un culpable como lo que era. Se me perdon, pero los padres de las chicas me reprocharon mi debilidad.
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Volv a la casa despus del anochecer, abr el cuarto y me encontr a Eugenia tirada en el suelo, completamente dormida. La desamarr, se cambi de ropa y sin decir nada se puso a escribir. Yo me imagin que estaba escribiendo su testamento o una denuncia a la polica. Era esto ltimo. Yo le su escrito y le hice algunas correcciones para que la acusacin fuese enteramente formal. Ella guard en su bolso el papel. Pareci sorprendida de mi actitud, quiz por sencilla, pero desde ese momento yo vea aumentar su odio hacia m. En una ocasin, durante una comida a la que fuimos invitados por amigos a quienes ambos tenamos grande afecto, Eugenia se convirti en mi acusadora. Sus acusaciones fueron tan vehementes frente a aquella mesa donde se haban congregado gentes totalmente ajenas a nuestras tragedias, que todos nos mirbamos azorados pensando que el odio haba rebasado todos los lmites. No hubo ms remedio que levantarme y sacarla de la casa. Las disculpas salan sobrando. Mi conciencia me acusaba a m mismo, inexorablemente. Eugenia tena razn: yo era un cobarde, un miserable, un vil. Durante el camino, que no fue largo, no hablamos una sola palabra, pero tan pronto como llegamos a casa, yo me desat en invectivas, con una furia que no me conoca. En medio de mi rabia yo comprenda la injusticia de mi actitud actitud violenta, fuera de tiempo. Una situacin como la ma no se resuelve a gritos ni con amenazas: se resuelve con un gesto heroico, con un acto de voluntad, en silencio, sacrificando de un golpe todos los intereses, toda la vanidad del macho, todos los deseos, todo el amor. Podra yo hacer ese gesto? Estaba yo sumido en el ms profundo abismo de la pasin? Haba yo perdido definitivamente el dominio de m mismo? A dnde se haba ido la voluntad indomable, la experiencia, el espritu de libertad? Estaba yo realmente bajo el dominio de aquella extraa mujer?
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Mucho de todo esto haba, y haba tambin un estpido sentimiento de amor propio, de vanidad, un orgullo de sentirme el dominador de aquella mujer petulancia inconcebible en un hombre civilizado. He pensado muchas veces si todo esto, en su complejo conjunto, no es el verdadero amor, el amor humano, el amor completo, el sentimiento que funde todos nuestros vicios y todas nuestras virtudes en un supremo capricho. Lo otro, la tolerancia, la suavidad, las buenas maneras, la eterna 'comprensin mutua', el deseo moderado y satisfecho, son las virtudes para el matrimonio, para el hogar y el hogar es la negacin del amor. Pero cualquiera que sea la clase, el carcter, el espritu, las formas de mi amor, hay que acabar con l, mas no s cmo. Esa ignorancia es precisamente la caracterstica de los que estn vencidos. Yo he tratado de escudar mi debilidad detrs de una frase estpida: 'quiero vencerla en su propio terreno', deca yo a mis amigos. Ellos me contestaban: a las mujeres nunca se les vence en su propio terreno. Y la prueba de esta asercin vino muy pronto. (Las lneas que anteceden son las ltimas escritas por el amante. En los paquetes que contenan cartas de Eugenia, fechadas posteriormente, no haba ya ningn escrito de Pierre. Esas cartas se volvieron furiosas, amenazantes, a veces contradictorias. Las ltimas son un extrao y profundo lamento de amor y de devocin. La que sigue, al ltimo inciso del amante, es incomprensible por su ingenuidad, por su espritu que podra llamarse virginal, inocente. Juzgue el lector.) XVII. Pierre: vine a ver a mam y he estado con ella todo el da en el jardn. Me dijo: ven, hijita, vamos a ver las flores, pero antes djame peinarte ests muy bonita tanto como cuando eras peque123
ita y yo te llevaba de la mano a la escuela. Me pein muy suavemente y me dio una mueca. sta, me dijo, es para la nia de tu hermano que Dios se llev al cielo no es como t que llora y dice cosas feas. En el jardn, mi madre me dijo: mira qu flores tan preciosas; crtalas para que las lleves a la tumba de pap y de tu hermano son las ltimas flores de la vida de la vida ma y de la vida tuya se secarn sobre sus tumbas, pero sus perfumes llegarn hasta el cielo donde viven junto a Dios nuestro Seor. Quin es Dios nuestro Seor?, le pregunt a mi mamacita. Es el que nos ha hecho, hija, al que todo le debemos. Yo nac contra mi voluntad y nada le debo a ese seor. Pero t no le rezas? Yo no s rezar mamacita. Reza t por m y djame ver las flores que me hablan de amor. Eugenia. XVIII. Pierre, an te quiero infinitamente te quiero a pesar de haber recibido en recompensa a mi ltima carta groseras y desprecios, amenazas de muerte. No quiero privarte de algo que ha sido siempre tuyo tu libertad. Para qu me pides tu libertad, para hacer cosas que t ests seguro que a m no me gustan? Desde que no vivimos juntos nunca interfiero en tus asuntos, ni te molesto ni te espo, pero s ecunime: si t quieres la libertad para ti mismo, yo la quiero tambin para m. No me reclames tus cartas porque ellas son cosas mas y aunque te adoro, las mas que t tienes no mereces guardarlas porque son mi propia sangre, mi propia vida y no quiero que las pisotees, como has pisoteado mi cuerpo. Esas cartas deben volver a mi poder, pero las tuyas nunca volvern a tus manos. T pudiste y puedes hacerme feliz no lo has querido no lo quieres, no s por qu. Me imagino que alguien debe estar de por medio. Yo no encuentro obstculo para seguirte adorando, s bueno, s bueno transforma tu infancia en bondad y mame, como antes me amabas ten fe y seremos felices. No pretendas matarme porque si me matases te mataras a ti mismo porque yo soy tu inspiracin y tu propia existencia, porque yo soy lo que buscas la inteligencia y el conocimiento y te doy todo porque te amo
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como nadie ha podido amar y soy tuya con cuanto poseo. Vuelve a m porque mi cuerpo te llama, porque la lujuria preside mi vida soy tuya no nicamente en mi carne sino en mi espritu. Eugenia es tuya para siempre. Pero s bueno y amoroso conmigo. No temas nunca perderme. Ven, hblame, no me tortures con tu silencio. Injuriame si quieres, pero hblame. Abreme tus brazos otra vez bsame otra vez y mil veces ms yo ser para ti la dulzura y el fuego al mismo tiempo y ser tu esclava pero ya no me regaes. Eugenia. XIX. Hoy quise hablarte para decirte cosas que seguramente nos interesan a los dos, pero tu actitud par de un golpe mi noble deseo. Aqu te las escribo. A pesar de haberme enviado todo lo que te ped, junto con mis cartas, mis libros y mis retratos, lo que en realidad significa que ya nada te interesa de mis cosas, yo no estoy conforme, pues Consuelito me ha dicho que t has hecho copias de todas cuantas cosas yo he escrito y que vas a conservarlas. Eso no lo permitir nunca. T no debes conservar nada, ni la sombra de mi pensamiento porque no quiero que nadie la mancille. Puedes seguir desacreditndome contando nuestra vida a tu modo los miserables obran siempre de esa manera no tienen otro desahogo que hablar mal de las gentes que los quieren y a quienes les deben servicios. Me debes el servicio de haberte iluminado con mi inteligencia y el de tener todava sobre tu espritu la potencia de mi amor. Puedes deturparme, puedes escribir contra m en estos inmundos peridicos liberales y puedes reirte de mis amenazas todo lo que quieras pero lo que no te he tolerado ni puedo tolerar ni te tolerar jams es tu infidelidad, tu engao, tu falta de valor para decirme: Eugenia, mi amor, no est ya contigo. Odio a los cobardes como t porque yo soy franca, sincera, brutal como todo lo que es grande, como todo lo que es nico. Mi belleza y mi inteligencia no han podido ni podrn ser nunca comprendidas por un hombre como t, vil y rastrero que vive de la limosna intelectual de sus amigos y de los plagios hechos en los libros. Pobres de tus enfermos!
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Yo vivo en el esplendor de mi propia belleza como una diosa de las fbulas griegas y t no llegars ms a ella ni arrastrndote como un rptil. Nunca volvers a besar mis labios esos labios que tanto te besaron y que fueron la abertura por donde mi espritu sala a ensalzarte y a envolverte de amor. Ya nunca volvers a mirar mis ojos verdes ni a sumirte en sus profundidades como un pez en el mar. T nunca me has comprendido ni me comprenders jams porque mi inteligencia est ms all de lo que pueda alcanzar tu mente obtusa saturada de vulgaridades. T nunca me comprendiste ni me amaste porque si me hubieras amado verdaderamente no podras dejarme como me has dejado y me odias ahora porque comprendes que mi talento es superior al tuyo lo odias pero has sabido sacar provecho de l robando mis propias producciones. Nada has podido hacer para nulificarme ni nada podrs hacer porque estoy muy lejos de ti, muy arriba de ti, como una nube est lejos de un gusano. Tu amars a otras mujeres y comprenders a otras mujeres porque tu poder no llega ms all de esa misma vulgaridad. Yo soy superior a toda miseria. Yo tambin tengo quien me admire y quien me comprenda y mi triunfo es completo. Pero en medio de tus desprecios y de la adoracin universal, mi inteligencia resplandece en las profundidades del infinito como un sol, como una estrella y esa estrella seguir siempre sola y todos bajarn los ojos ante su esplendor, como t, que ni siquiera pudiste resistir su reflejo. Soy fuerte. Hoy soy ms fuerte porque he regresado del error del error de amar a un hombre que es solamente una bestia. Y si yo quise arrojar sobre ti mi esplendor fue por mi propio placer, por el placer sobrenatural de amar infinitamente. Besos! Nunca tendrs ms mis besos porque tu boca ha sido mancillada y mi sexo no volver nunca a abrirse entre mis piernas redondas y maravillosas y volver a la tierra que perversa nos pari y traicioneramente nos devorar, intacto.
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Entre los millares de mujeres que tu podrs tocar ninguna ser como yo y siempre me recordars con amargura, lo mismo cuando trabajes que cuando te emborraches con las prostitutas que son ahora el manjar de todas tus noches. Voy a dejarte. Me siento con el terrible deseo de alejarme de ti, pero al mismo tiempo nace del fondo de todo mi ser una voluptuosidad perversa. Antes de irme quiero que vengas un da, antes de irme para siempre, que vengas por ltima vez a verme, despus que has probado la carne putrefacta de otras mujeres ven a mi casa, que la he arreglado para ti y cumplir la idea perversa que me enloquece quiero que vengas para que yo te arranque los botones de tu bragueta y mis dientes muerdan y desgarren tu miembro como un perro una piltrafa. Dulce y sombra voluptuosidad. Ven a esa noche de amor, que ser la ltima y al calor de mi deseo y de mi odio yo abrir mi matriz y caers en ella para no vivir ms. No tengas miedo s, tendrs miedo porque eres un cobarde. Eugenia. (Tras esta carta Eugenia escribi contra su amante una serie de diatribas en centenares de hojas, grit su odio, desahog su despecho... y el tiempo pas... el amor ennobleci los sentimientos y elev el gran espritu de esta extraa mujer a un plano de serenidad y de dolor digno de la ms grande admiracin.) XX. Vetusta deliciosa morada misterioso lugar t guardas los secretos de mis amores. Aos viv en tu silencio y en tu terraza magnfica mi juventud y mi belleza ba de luz y de calor solar, de lluvias que mojaron mis pies al caminar sobre los pisos chorros de lluvia trataron de apagar en vano los incendios de mi vida extraa y libidinosa la fuerza de mi pensar se reconcentr bajo los techos de los grandes salones ricamente decorados y te amo vetusta casa solariega como la nica cosa que guarda viviente siempre mi fiera voluntad de amar.
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Cmo radiaron hacia el oriente los grandes volcanes y cmo los crepsculos los engalanaron de tintas rosadas. Todo era prodigioso desde tu magnfica terraza: las nubes blancas rodando en el aire, las estrellas misteriosas, la incomprensible profundidad del firmamento. Hace muchos aos, llena de alegra yo puse un papel, Pierre querido, en tu mesa de trabajo, que deca simplemente: te amo. Hoy, llena de tristeza vuelvo a poner otro papel pero slo encuentro la misma frase: yo te amo. He venido furtivamente a saturarme de recuerdos pero nunca ms volver a introducirme en tu morada aqu te dejo el papel. Bsalo con ternura respeta mis palabras como una mxima armona de los mundos y perdname. Eugenia. XXI. Pierre, como de un criminal he huido de ti sin volver la cara porque he tenido miedo de todo lo que ha ocurrido en tantos aos te has llevado mi corazn caliente todava en tu ayate, chorreando de sangre que salpica tus ropas y te mancha las manos y tenas la boca como la de una fiera hambrienta. Frente al espejo mir mi rostro mir mis ojos mir mi boca y me encontr maravillosamente bella inyectada de vida y de luz y despus de vestirme y despus de calzarme y de peinarme toda mi belleza resplandeci y pens: esta nueva maravilla no puedes dejarla de ver: es para ti. Esta belleza que resucita es para ti. Pero t no haces caso: llevas mi corazn sangrante y todava caliente, en tu ayate hacia un rumbo desconocido y en el espejo me miraba, ataviada para la vida, sus juegos y sus tragedias de pasin y sonre sonre con mi boca y sonre con mis ojos y mi cuerpo sonri a la vida que se me ofreca como una amante rendida
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y las tentaciones cubrieron de voluptuosidad mis ojos y mi cuerpo tembl y quise darme a ti cerrando los ojos y sent el espasmo cuando en ti pens y sent un terror agotante porque vi mi corazn chorreando sangre envuelto en tu ayate dejar un rastro en tu camino hacia lo desconocido. Eres un asesino que lleva en tu ayate la sangre de una inocente pero mi inteligencia palpitante de dolor y de amor sigui tu rastro y en la desolacin del olvido y del silencio, mi amor implacable florece y el viento del desierto no puede borrar ni tus huellas ni mis huellas de sangre, de la sangre de mi corazn. De mi corazn que te llevaste con rumbo desconocido. Yo amo a un asesino que me hizo pedazos el corazn pero lo perdona, y cojo mi corazn y lo meto dentro de mi cuerpo para darle nueva vida y no lo volver a sacar. La fuerza que me tiene clavada junto a ti es superior a todas las fuerzas y te amo an odindote porque el amor es contradiccin, es absurdo. Y te amo de lejos, de cerca, te amo con locura, con la locura de mi inteligencia y de mi deseo, con los ojos cerrados y el corazn otra vez palpitante. Eugenia. XXII. Pierre, cuando digo: te amo, piensa en los colores de los campos, en las luces del cielo, en las grandes montaas, en los bosques recuerda los blsamos con que ungan las princesas a sus amantes en los cuentos orientales piensa en el mar piensa en m en todo lo que soy te llevo dentro de mis entraas y te has extendido por todas las partculas de mi cuerpo y vamos juntos embellecindonos con el aire, con la luz del sol, con el perfume de la tierra
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haz de m lo que quieras: yo soy tuya, no puedo negarme a tus ms violentos o a tus ms leves deseos tus deseos son un florecer de satisfacciones que alegran mi corazn amo hasta tu crueldad ese es el verdadero amor. Soy fuerte porque tengo fe en ti y el martirio entre tus manos sera una gloria te deseo infinitamente pero ahora no me es necesaria la realidad. Te he robado a la vida y ests conmigo, adorado tesoro. Seor, estoy para acatar tu voluntad como una esclava: que mi belleza sirva de alfombra a tus pisadas que mi inteligencia sea tu trono. Eres mi Dios, el nico Dios que ha existido y debo adorarte. Eugenia. XXIII. Seor, te he colmado de regalos mis ojos arranqu para que los pusieras como piedras preciosas en el caleidoscopio de tu vida mi alma en nardos te llev una maana que no pude extraer de ninguna cosa existente un perfume digno de ti mis cabellos largos rubios como el oro cort para coser con sus hilos las heridas de tu vida las lgrimas que exprimi el dolor de mi martirio te ofrec y las gotas de sangre que manan de las heridas que me hiciste puse a tus pies. Quise darte mis lgrimas y mi sangre para que las bebieras como una medicina maravillosa. Mi boca inmaculada fue slo para ti humill mi boca y te bes los pies y los enjugu con mis cabellos de oro con ms amor que la Magdalena los pies de Jess. Mi cuerpo maravilloso te lo ofrec como holocausto mi cuerpo divinidad femenina te regal para tu admiracin y tu placer. Y mi cuerpo te regal para que lo desearas y extrajeras de los centros nerviosos la electricidad que el Universo ha reconcentrado en ellos. Mis palabras, que ningn hombre o mujer pudo decirlas iguales, las deposit junto a tus odos y mi inteligencia puse a tus pies como el ms alto homenaje de mi amor. He elevado a ti mis oraciones implorando tu piedad
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oraciones de amor que se transformaron en cargas para ti hombre adorado y para que nunca mi sabidura pudiese parecer como una imposicin, mis palabras y mis pensamientos se volvieron caricias, caricias de nia inocente que sala de la perversidad para no hacerte dao. He puesto a tus pies cuanto poseo dentro de m, fuera de m. Mi madre, a la que he negado mi presencia... ha servido de holocausto para ensalzarte en una fiesta mstica, una fiesta mstica, una fiesta mstica en la cual t eres el nico Dios. Las cenizas de mi padre que yo conservo como el recuerdo de su grandeza, las sacara de su reposo para regarlas a tus pies, o ponerlas en un sahumador el da de los difuntos mandara cortarme la cabeza, partir mi crneo y convertirlo en una jcara donde t pudieses beber hasta la ltima molcula de mi amor todo esto lo dara yo Pero mi amor es ya una potencia sobrehumana y maana da de muertos ser la resurreccin de todo el amor del Universo, de los universos para regalarte Seor la sntesis de ese amor, que es mi carne. Eugenia. XXIV. Seor, despus de haberte colmado de regalos el da de ayer despus de haber puesto en el incensario las cenizas de mi padre a quien ador te he dado la esencia de mi carne y el perfume de todo mi ser. Y despus de haberte dado tanto, estoy convertida en una osamenta que tirita de fro en la noche sideral tirita de fro porque no hay
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labios ardientes que la revistan de nueva carne. Slo tu boca, que adoro, es la nica fuerza existente que puede revestirla de una materia nueva hecha de amor t me perteneces, t me perteneces. T eres la embriaguez del amor y lo creas o no te adoro con pasin irrefrenable y quisiera consumirme en el fuego de tu corazn. Eugenia. XXV. Seor, tengo el cuerpo cubierto de llagas, pero slo destruyen mi materia sin consumir mi espritu. Y asisto a una muerte humillante con el valor de mi orgullo y estoy como un dios fabuloso con su tesoro maravilloso, sin saber dnde esconderlo para que algn da t lo encuentres. A ti te voy a dar, y vengo llena de amor de dolor muda y silenciosa a depositar a tus pies toda mi inteligencia porque yo ya me voy de este mundo donde mi alma no puede vivir martirizada por la insatisfaccin te quiero, te quiero porque slo t alcanzas a comprender lo que yo soy y lo que sufro. Y si es verdad que tienes talento no puedes dejar de admirar esta prenda que con humildad te doy: mi inteligencia. Tengo prisa de irme de este mundo pero creo que la tierra se rehusar a cubrir mis llagas. Vivo en un desierto que est lleno de bellezas falsas. Yo soy la nica belleza. Amor mo mis excesos de cario fueron las llamas del suplicio donde se quem mi carne Me consumo por dentro y me enflaquezco por fuera me destruyo. Mi amor vive independiente de tu tirana, sin explicaciones. Tirana!, que palabra estpida y tan justa al mismo tiempo. Vivimos encerrados en una crcel, el Universo infinito, pero odioso. Hechos de origen desconocido pesan sobre nuestra voluntad y nos doblegan. Pero mi amor fermenta y me produce una embriaguez que me consume en medio de torturas extraas y levanto mi cabeza sobre el mar de las dificultades y de la mediocridad para amarte soberanamente como te am ayer, como te amo hoy, como te amar siempre, aun despus de que muramos. Eugenia.
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(Esta carta extraa y misteriosa parece encerrar una decisin. Es la ltima de las seiscientas que Eugenia escribi a su amante. Esa postrera misiva es para nosotros el punto final de la tragedia que envolvi a dos seres en un remolino de pasiones cuyas ltimas volutas se perdieron en las oscuridades del misterio.)
despus de una momento de desesperacin, y alguien, algn amigo alguna persona al corriente de aquella tragedia esplendorosa que dur largos aos caritativamente inciner los cuerpos, recogi las cartas y los retratos y aprovechando el perodo de transiciones y de revueltas polticas all por los sesenta y tantos, haya depositado, en un lugar que creyera seguro, lo que haba quedado de un amor trepidante. Que la persona que llev a cabo ese entierro era un amigo o amiga de Pierre, no hay duda, puesto que slo pudo recoger y sepultar las reliquias que Pierre posea. Cuando muchos aos despus de haber sacado de su tumba las cartas de Eugenia, yo vagaba por las noches entre las ruinas de la iglesia conventual o bajo los arcos del claustro, todas las sombras de los frailes rezanderos y asesinos desaparecan para hacer surgir en mi imaginacin la esplndida figura de aquella mujer envuelta en una cabellera rubia, y muchas noches sus ojos solares iluminaron desde las profundidades de la muerte los antros del claustro y la profundidad de mi corazn. Volvamos a los profanos vivos.
desapareci el silencio legendario. Y desaparecieron tambin los espantos y los turistas. La vida en borbotones, despreocupada y alegre, llega en torrentes. El patio y los corredores eran tan amplios que podan deambular por ellos verdaderas multitudes, o reunirse en grupos bajo las amplias arcadas, y por consiguiente las chicas declararon el convento el ms adecuado lugar para su esparcimiento y en l se instalaron mejor que en su propia casa. Muchas faltaban constantemente a la escuela y se desentendan de la gimnasia, derramando despreocupacin y alegra por todo aquel recinto, hecho para las procesiones litrgicas, y ahora convertido en una inmensa pajarera. Leonor y yo mirbamos desde las azoteas aquel bullicio que vivificaba el ambiente, pero siempre tuvimos la precaucin de poner una barrera entre el patio y nuestras salas de trabajo del primer piso y de la azotea, barrera que, dicho sea en honor de las pequeas estudiantes, nunca fue franqueada. Los domingos eran los nicos das que el convento recobraba su silencio. Y fue precisamente un domingo por la maana que al salir yo por el viejo portn de la calle, un seor de aspecto pueblerino, serio y corts, me pregunt con mucha timidez de quin era el convento. Es mo le contest. Qu bueno! replic, podra Ud. darme permiso de descargar aqu unos melones que traje de Ameca, Jalisco, y que estn llegando en este momento de la estacin en unos camiones? Descargue usted todos los melones de la tierra y amontnelos donde mejor le parezca le contest. Llam al santo portero y le rogu que ayudara a descargar y colocar los melones donde ms conviniera, y me dirig al cen-
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tro de la ciudad donde permanec todo el da. Al regresar por la noche, el seor de los melones me esperaba para darme las gracias. No sabe usted cunto le agradezco este servicio. Tena los camiones detenidos en las calles cercanas, y no saba adnde meter mi fruta. Aqu se los dejo, y si usted quiere comerse todos los melones, cmaselos. Diablo contest yo, muchas gracias. Pero por qu no los vende usted? Porque han llegado tantos melones de todas partes del pas que ya nadie los quiere ni regalados. Y tampoco he encontrado un lugar donde meterlos. Inquir si los haba colocado en un buen lugar y me contest vagamente que estaban bien en cualquier parte y se fue muy agradecido. Cuando entr al patio me qued estupefacto. Todos los corredores, los pisos de los ocho corredores, que eran enormes, estaban llenos de montones de unos melones amarillos que aromatizaban la atmsfera. Eran millares y millares. Seguramente el hombre que los trajo, desesperado por alguna mala operacin comercial, prefiri regalarlos. Quin iba a comerse tanta fruta? Automticamente me contest a mi mismo: las muchachas de la escuela. Maana cuando vengan, no va a ser sorpresa la que se lleven. En efecto, al da siguiente me di el gustazo de presenciar la llegada de las escolares. No se acababan los oh! y los ah! de aquellas chicas frente a la enorme cantidad de fruta. Cuando estuvieron todas juntas les dije: Todos esos melones, son de ustedes. Todos, todos? inquirieron asombradas. Hasta el ltimo de todos. Ese da no hubo gimnasia. Maestras y alumnas se dedicaron a comer melones hasta la saciedad. Eran exquisitos, de los que se llaman valencianos, grandes y aromticos como no
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los haba visto ni olido ni en Valencia. Las chicas, que no estaban prevenidas para llevar melones a sus casas, se agenciaron la manera de cargar con el mayor nmero. Desde ese da, y todos los das subsiguientes, haba un banquete vegetariano. La escuela entera se dedic a comer melones. Muchas chicas se enfermaron. Al cabo de un mes haba todava muchos melones en los corredores de arriba, y en cuanto alguno se pudra lo apartbamos para que no contaminara a los otros. La directora acab por protestar, porque las muchachas ni hacan gimnasia ni iban a la escuela, pero como tuvo el poco tino de hacer su protesta en persona, cuando yo la conduje junto a un montn de aquella fruta deliciosa, le ofrec una, la abr y nos la comimos, no acababa de elogiarlas, tanto le gust. Ped un canasto, lo llen, y ngel se lo llev a la escuela. Se acabaron las protestas, y como la directora no poda venir todos los das con las muchachas, me pareci prudente enviarle una canasta llena de melones, con cierta frecuencia. Me haba convertido en una especie de Diosa Ceres, con barbas, dispensadora de la generosidad de la tierra, es decir, de la generosidad de un hombre arruinado.
Una chica menudita, morena, con un pelo negro rizado, veracruzana hasta la ltima gota de sangre, es decir, alegre, mal hablada y muy ingeniosa, a quien llamaban la Chata, fue mi primera amiga. A pesar de su corta edad, tendra catorce aos, era la lder de un grupo, no precisamente porque fuese autoritaria, sino por su generosidad y su aguda inteligencia. Nada podan hacer sin la Chata. Chata: cmo se conjuga el verbo salir? Yndose a la calle, contestaba. Chata, prstame tu pluma, Chata, dame una hoja de papel, Chata, hazme mi tarea. La Chata lo daba todo y todo lo haca mientras no se tratara de cumplir con los deberes escolares, porque detestaba la disciplina, y en ella, para s misma, nunca estudiaba ni trabajaba. Como se dio cuenta de la gran simpata que haba despertado en m, se dijo: ahora ste va a trabajar para m y me va a hacer mis tareas. Y se las haca, no sin ciertas dificultades, porque muchas veces, los que tenemos la pretensin de haber adquirido algunos conocimientos, nos encontramos perplejos ante las cosas que se nos han olvidado. Cada mes yo estaba obligado a realizar el trabajo que el profesor le haba sealado, como lo sealaban a todas las muchachas, para comprobar de una manera global, no slo el resultado de sus estudios, sino su manera de pensar y de escribir. Eran pequeas monografas sobre un tema cualquiera. Oye, me deca mirndome con coquetera y picndome con su pequeo dedo mi pecho huesudo, ahora necesito una monografa sobre el nopal. La quiero con todos sus detalles y muy bien ilustrada, al cabo, deca con mucha malicia, a ti te gustan las tunas y eres un gran dibujante. Haba que hacer la monografa superndome a m mismo, pero en algunas ocasiones el tema era escabroso y tena que ponerme a estudiar.
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En poco tiempo la Chata alcanz el prestigio de ser la alumna ms inteligente y ms aprovechada de la escuela, de lo cual, naturalmente, yo estaba muy orgulloso. Pero antes de terminar el ao escolar, los profesores dieron a las alumnas un tema muy complicado: el resumen de la guerra de 14-18. Yo vi la puerta abierta para una venganza muy justificada. La Chata lleg y me dijo: Ahora s vas a tener trabajo: mira que tema tan precioso nos han dado. S? le observ, la que va a tener trabajo eres t, porque no voy a darte ni la ms pequea ayuda. Te tiene que salir talento y gana de trabajar. Ya me hart, agregu ponindome serio, de que andes haciendo caravanas con sombrero ajeno. Hizo un mohn entre enfadada y burlona y me dijo con mucha gracia: Talento me sobra, y llevndose a la boca la punta del lpiz que traa en la mano agreg con coquetera: ya ves que te he escogido a ti para que trabajes... y sin sueldo. Yo re hasta ms no poder, pero la obligu a que hiciera la monografa sobre la guerra. Y la hizo admirablemente, fue el mejor trabajo de todo el ao y obtuvo el primer premio. Sus compaeras y yo le dimos una fiesta en las Fuentes de Tlalpan, en donde los nmeros principales consistieron en comer muchos tacos de frijol, quitarnos los zapatos y chapotear todo el da en un arroyo. A Miriam le daba por el amor romntico. Tena un cuerpo admirable y las piernas ms bonitas entre todas las muchachas de la escuela. Nagyibe era una muchacha persa que pareca una princesa arrancada de una miniatura oriental, con su tez apionada y unos ojos negros y profundos, pero sin expresin. Era alta, un poco seca y de un temperamento helado. Tena muchos pretendientes y acab mal: se cas muy joven con un mercader rabe que la meti a vender telas detrs de un mostrador.
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Chepa era el tipo opuesto. Una rubia preciosa, pequeita, con ojos azules y unas manos admirables. Viva para derramar su espritu generoso y su gracia. Bondadosa y dulce, a pesar de los grandes sufrimientos que tena que soportar en su casa, nunca se le vea triste. Era la nia mimada del grupo. Raquel era tambin rubia como Chepa, pero ms expresiva. Tena unos extraos ojos claros, grandes y sonrientes como un amanecer y una boca sensual. Era tan bonita que nunca se acababa de saber cunto lo era. Muchas ms haba, encantadoras. Una de tipo indgena, morena, morena, de ojos negros, siempre seria, con una seriedad de retrato, mejor dicho de escultura, llena de un encanto legendario y de una dignidad de princesa de cuento. Todas eran alegres, claro est, a los quince aos, quin no es alegre, y si esta chica de la dignidad de princesa apareca seria, era slo cuando estaba en reposo, porque cuando jugaba o bamos a excursin se converta en un vendaval. Todas estas muchachas formaban un grupo muy numeroso y se convirtieron en las propietarias del convento y en las promotoras de certmenes escolares, de fiestas campestres, de banquetes en los corredores del claustro. Una divisa pareca estar escrita en su bandera: vivir, vivir llenas de alegra, sin llegar nunca al puerto. Sabio programa!
UN VUELO INESPERADO
Mientras las pequeas profanas escolares, de la escuela reconcentraban sus vuelos al convento, de sus amplias azoteas el ngel escolar, que haba llegado de la escuela Lerdo, despleg sus alas, plane un momento sobre el viejo claustro y se lanz sobre las casas rumbo al hogar. El hogar la llamaba, y yo me qued solo, en medio de tanta muchacha. Leonor se march contra su deseo contra todos mis deseos en los precisos momentos en que yo emprenda una
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serie de trabajos literarios. Y no podan realizarse sin ella. Todo aquel innumerable ejrcito de muchachas no me servan para escribir en mquina, aunque la estuvieran estudiando con grande empeo. Adems, no me adivinaban el pensamiento como Leonor, ni me corregan mis faltas de ortografa, ni vendan mis dibujos. Me iba a ver precisado a una rebsqueda enojosa y probablemente estril. Deba conformarme con la vieja sentencia: todo tiene su fin en este mundo, pero ese fin llegaba para m en el momento de principiar una labor para la cual me haba preparado. La abandon y me puse a pintar. Una pequea exposicin sell la partida de la secretaria.
LA
NUEVA SECRETARIA
Llegaron las grandes vacaciones despus de unos exmenes llenos de angustia, y el grupo de las compaeras se disgreg. Algunas no abandonaron el convento y en l vacacionaron. Una de ellas, de aspecto serio para su edad, pero revestida de una extraa suavidad, era entre las ms asiduas. Todas sus compaeras la admiraban y le tenan un cierto respeto, quiz por su actitud independiente. Iba con nosotros a todos los paseos, a nuestras fiestas, y con todo el mundo era amable y solcita, pero pocas veces yo le diriga la palabra y nunca la tuteaba. Iba con frecuencia al saln que me serva de oficina y se pona a escribir en mquina. Un da me acerqu a ver lo que estaba escribiendo y observando su habilidad, le dije: Seorita, muestra usted mucha destreza para escribir a mquina. Estoy entrenndome para ser secretaria dijo ante mi asombro. No necesita usted ms entrenamiento: ya est usted en su puesto desde este momento.
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Desde este momento? Espero su dictado. Era una orden y la obedec. Saqu de un pequeo estante unas notas y le dije: Aqu est listo el material para hacer un volumen de cuentos. Voy a dictarle el primero. Cogi papel de un cajn del escritorio, lo coloc sobre la mquina y esper llena de seriedad. Yo me distraje un poco porque me sedujo su extraa belleza, que nunca haba contemplado con detenimiento. Y como por ensalmo empezaron a salir del fondo del misterio sus encantos y una suavidad indefinible. Ella not mi aguda atencin, volvi un poco la cabeza y me dijo sonriendo maliciosamente: Ya? Su mirada me despert bruscamente, y asumiendo mi papel de jefe, un poco atolondradamente, le dict el primer cuento de la coleccin que yo estaba preparando para ser editada. Cuando hube terminado, coment: la secretaria hbil y magnfica, el autor... no est mal, pero faltan todava como diez mil cuentos. Son pocos dijo, yo crea que eran ms. Y se ri y al sonrer abri ligeramente su boca maravillosa, y sus grandes ojos verdes se entrecerraron. Carmen era realmente una extraa criatura, de cuerpo grcil, con una formidable cabellera negra y sedosa que le caa sobre las espaldas en guedejas ligeramente rizadas en sus puntas, sonrea siempre con alegra no exenta de cierta malicia, y sus ojos verdes resaltaban extraamente en su faz morena como dos esmeraldas en un estuche de terciopelo. Su perfil tena delicadeza de esas doncellas que los artistas del Renacimiento pintaron en los muros de las iglesias florentinas: era fino y expresivo, de una expresin inocente que contrastaba con su faz vista de frente. Su voz acariciadora y sus manos elegantes le daban un encanto especial. Ya eran muchos los ngeles profanos que haban entrado al convento, pero nin142
guno haba plegado sus alas bajo las arcadas de los corredores con la majestad de esta guila caudal, que se pos de repente frente a una mquina de escribir. En pocas semanas la nueva secretaria haba escrito treinta o cuarenta cuentos, pero les faltaba un editor. Me pareci que el ms accesible era Gabriel Botas. Lo fui a ver y le propuse editar una serie de setenta u ochenta cuentos, acept y una noche vino al convento para que yo se los leyese. Un nuevo profano, uno, entre los ms discutidos, entraba al claustro. Oy los cuentos y me dijo: los edito. No hubo regateo. Al cabo de una ao Gabriel Botas haba editado los tres volmenes y hoy, mientras escribo estas lneas, se prepara a imprimir el cuarto tomo de la serie. Se le critica a Botas el sistema de pagar poco a los autores. En principio, la crtica podra justificarse, pero si tomamos en consideracin el misrrimo ambiente lectoril en Mxico, la justicia de la crtica disminuye y desaparece totalmente cuando consideremos que bien o mal pagados, en nuestro pas no hubieran salido a luz cerca de mil quinientos escritores si Botas no los hubiera lanzado al mercado. Entre ellos iba a estar yo.
Era un placer verlo nadar entre aquellas aguas verdes y transparentes, y salir a la superficie gozoso como un tritn, cargando en una pequea red las conchas que sus hbiles manos haban cogido. Su buena fortuna le daba despus de cada temporada de pesca, abundante cosecha. Algunas veces extraa de las ostras, perlas que alcanzaban un precio elevado, las que venda fcilmente entre sus clientes americanos. Ganaba mucho dinero, pero su juventud y su buen humor lo empujaban al despilfarro entre sus amigos y con las mujeres, pero jams su corazn haba detenido sus palpitaciones delante de ninguna, hasta que un da top de manos a boca con una chica de Ensenada, sensual y coqueta, de la que se enamor perdidamente. No haba duda de ello. La prueba ms evidente era que ya no gastaba el dinero en parrandas, se haba vuelto, como l deca, economista. Tena un vivo deseo de economizar dinero para la boda. Gran conocedor de los criaderos de ostras perlferas, decidi ir a pescar al ms rico, pero al ms peligroso, el de la pequea isla de Cerralvo, situada a larga distancia del puerto. Pocas horas despus de haberlo abandonado, una furiosa tempestad se desencaden con esa rapidez caracterstica en las costas del Pacfico, y al anochecer, la barca, juguete de las olas y del viento, fue a estrellarse entre las rocas de la isla. El nufrago corri a refugiarse en una pequea gruta, y ah esper, tiritando de fro, el fin de aquel furioso temporal, como no haba visto otro igual en toda su vida. Las aguas del Golfo de Corts salieron de su cauce y barrieron las playas. Del fondo rocoso del ocano desentraaron las medrporas y las conchas, los peces y las algas. Algunos poblados fueron arrasados y las arenas de la costa parecan cubiertas de extraos moluscos. Cuando el pescador pudo salir de su refugio corri a buscar almejas, las encontr en abundancia, las abra con precipitacin y devoraba los gelatinosos moluscos con fruicin. De
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repente tropez con una gran concha, la examin con ojos de conocedor, y la abri cuidadosamente. Sus ojos se dilataron ante la aparicin de una perla enorme de un oriente maravilloso. Lleno de satisfaccin juzg que aquel hallazgo extraordinario aseguraba su matrimonio y todo su futuro. En su imaginacin, ataviada como nunca la haba soado, apareci la novia lejana... En su pequea barca destrozada, volvi al puerto, y exhibi su tesoro entre sus amigos, pero todos dudaron que fuese una perla verdadera. Los marrulleros comerciantes se pusieron de acuerdo para clasificarla como una perla artificial hecha en California. T nos engaas, le decan. Cmo es posible que hayas encontrado en el fondo del mar semejante maravilla? Todos, sin embargo, trataban de obtenerla por unos cuantos pesos. El pobre pescador no poda venderla y en pocas semanas, las gentes, sus amigos, y hasta su misma novia que lo vio derrotado, lo repudiaron. Ella le dijo con un gesto despreciativo que no se casara con un estafador. La desgracia creca alrededor de su tesoro, lleg al colmo cuando se supo que el pescador peda ochenta mil dlares por su perla. Los vala, pero nadie aceptaba que aquel muchacho pudiera embolsrselos, en primer lugar por un natural espritu de desconfianza, y enseguida por una cierta envidia, tambin muy natural entre las gentes de una poblacin incapaces de admitir que uno de sus coterrneos se volviese rico de la noche a la maana por una verdadera casualidad. Est loco de remate deca un comerciante. Una perla de ochenta mil dlares! Ni que la hubiera trado del tesoro de un raj de la India! Pero es que los vale, replicaba el muchacho. Es verdadera. Yo la he sacado de la concha. Cmo ha de ser falsa la perla extrada de una ostra?
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Herido constantemente por las burlas de los mercaderes y por los sarcasmos de los marineros que le indilgaban letana de chistes al rojo vivo, y abatido por el desprecio de su prometida, el pescador a quien se le haba apagado la alegra y acabado el dinero, lleg a ofrecer su hallazgo por la insignificante suma de cinco mil dlares. Pero nadie le haca caso. El ms fiel de sus amigos, compadecido de su situacin, le ofreci veinte pesos por aquella imitacin tan perfecta. Paco el pescador, doblegado por las oleadas de incredulidad, sepultado bajo la mala fe de los comerciantes, se abati hasta el aniquilamiento. Una maana, perseguido por un grupo de chicuelos, corri a refugiarse ante las rocas de la punta. Los chicos brincaban alrededor del hombre de la perla y lo befaban. Pronto el tumulto se hizo enorme, y cuando la muchedumbre lleg hasta las rocas, el pescador se detuvo espantado. En sus ojos se reflejaban los relmpagos de la desesperacin acumulados en su alma durante muchos das. Quiso gritar, injuriar a las gentes, escupirles en la cara, demostrarles que l nunca menta y que su perla era verdadera. De repente, un brusco sacudimiento lo agit, trep por los peascos, levant una de sus manos y arroj la perla al mar y tras ella, de cabeza se ech al ocano. Cuando el gento, pasado el primer momento de estupor trep por las rocas para buscar el cuerpo del suicida, slo pudo contemplar el verde ritmo del mar que al chocar contra los peascos levantaba blancos penachos de espuma. Alguien coment: pobre muchacho, matarse por una perla falsa! Pero la perla, desde el fondo del ocano, irradiaba entre las aguas su prodigioso oriente. II.- EL ORADOR MIXTECO Me haba adelantado a la caravana presidencial que andaba por Oaxaca desfaciendo agravios y enderezando entuertos.
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Yo quera mirar, a ojo desnudo, sin el vidrio de convencionalismos oficiales, la verdadera situacin de los millares de indgenas que se haban congregado en el pueblo de Nochistongo en espera de que el Seor de Mxico llegase para exponerle sus miserias y obtener el remedio. Y los vi, cubiertos de harapos, silenciosos y hambrientos. No haba necesidad de hacer averiguaciones. Su sola presencia era una dramtica exposicin de un mal que difcilmente podra remediarse. No bastaran los discursos oficiales, ni las promesas envueltas en una palabrera apostlica, ni la buena voluntad por grande que fuese. Pero muchos se me acercaron, o a travs de un intrprete me dijeron que no queran ms que una sola cosa: trabajar. As es dijo un muchacho de aspecto muy humilde. Ya no creemos en nada ni en nadie, pero puesto que se nos llama, vamos a explicar lo que queremos y agreg en un tono brusco: t no podrs explicar al Presidente lo que necesitamos, porque no has vivido entre nosotros, y porque no eres de nuestra raza. Djame, que cuando llegue maana, yo lo reciba en nombre de estos hermanos mos. Yo s podr decirle lo que necesitan. No me extra aquel lenguaje. Era justo, y adems yo saba por experiencia adquirida durante los largos das de nuestra gira, que el indio de Oaxaca, lo mismo el de raza mixteca que el de estirpe zapoteca, sabe decir lo que quiere, en privado y en pblico. En pblico, sobre todo. Estos indios son de una inteligencia muy clara. Su espritu de observacin los lleva constantemente al anlisis, y cuando hablan en pblico su elocuencia es sorprendente. El indio zapoteca es mucho ms refinado, ms espiritual que cualquier otro indio de las razas aborgenes de Mxico y posee una lengua tan sutil y tan elegante como la china o la francesa, y la maneja con extraordinaria facilidad.
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Aunque el muchacho que me habl no era zapoteco, yo supuse que tendra cualidades semejantes y que podra interpretar elocuentemente lo que sus hermanos de raza necesitaban. Y no me equivoqu. Al da siguiente la inmensa caravana oficial lleg al pueblo de Nochistongo en medio de aclamaciones delirantes. Difcilmente el Seor de Mxico se habra paso entre la tupida multitud, y slo despus de dos horas de una marcha sofocante pudo llegar a la puerta del palacio municipal, donde la comisin de polticos pueblerinos lo recibi con frases adulatorias, falsas y vulgares. Al aparecer en el balcn del palacio para recibir el homenaje del pueblo, me acerqu y le dije que un representante de los indgenas iba a hablarle en nombre de todos ellos. Ya estaba enfrente, sobre un gran tablado erigido ante el balcn. Cubierto de harapos, insignificante, el orador con las manos metidas entre las cuerdas que le servan para cargar los bultos, destacaba su msera figura sobre las galas de los militares y los trajes burgueses de los invitados que llenaban el tablado. El Presidente esperaba. Yo hice una sea al orador. Era un muchacho de unos veinte aos, macizo, de pura cepa indgena, con su cara bronceada y sus ojos de abismo. Avanz. Pausadamente levant los brazos, los abri, extendi sus manos y dijo con una voz que pareca salir del alma de toda la mixteca: Presidente: t no conoces nuestra lengua, ni nuestras costumbres, y seguramente tampoco te das cuenta de nuestros anhelos ni de nuestras necesidades. No pueden llegar a tus ojos porque ests demasiado alto, como Dios en los cielos. Voy a hablarte, primero en mi idioma, para poder decir bien lo que yo siento y para que todos los hermanos de mi raza me entiendan, y luego te dir en tu lengua todo lo que he dicho en la ma. (Su voz era clara, poderosa, clida: sala del fondo de su dolor, desesperada. El breve exordio caus sensacin).
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Y el orador habl en su lengua ante la multitud de indios mixtecos. Habl durante dos horas sin que ninguno de los miembros de la caravana presidencial hubiera comprendido las slabas de aquel idioma, pero al alma de todos lleg el calor, la angustia de los acentos de aquel hombre que acompaaba sus palabras con gestos llenos de nobleza. A intervalos recorra el frente del tablado con los brazos extendidos y la cabeza en alto sin pronunciar una palabra. Aquellas largas pausas tenan en suspenso al auditorio. Yo contemplaba al orador, y en mi mente se desarrollaba como una cinta cinematogrfica, el recuerdo de los grandes tribunos que haba admirado en Francia y en Italia, y la imagen que me haba forjado de los oradores de otros tiempos. As como aquel que tena delante fueron seguramente los que hablaron en el Arepago de Atenas. As, con esa potencia en los gestos, con esa solemnidad trgica en sus actitudes, con esos acentos mltiples. As nos los figuramos. Yo tena delante una de esas visiones histricas sobre gente de otros tiempos. Pero si no eran as los oradores de Atenas, as deberan haber sido. Cuando empez su traduccin a la lengua espaola la atencin pblica creci, juntamente con mi admiracin. Era una traduccin literal, vigorosa, de una elocuencia cortante, y la empujaban sobre la atencin de los oyentes aquellos ademanes engendrados por una nobleza que vena de muy lejos. Su discurso fue una filpica sin misericordia, aplastante. Cuando se hizo el silencio nadie os moverse, ni aplaudir. No haba lugar al aplauso de aquel dolor expresado con una tremenda sinceridad. El silencio del convencimiento paraliz al auditorio, y los que venan a remediar las necesidades de una raza oprimida por la civilizacin, se sentan anonadados. Sus actitudes lo demostraban. El pobre cargador de Nochistongo, recubierto de miseria pareca un torrente, uno de aquellos tumultuosos torrentes que bajan de las montaas despus de una tempestad.
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Ante la multitud doblegada, el orador mixteco levant la mano, hizo un saludo altivo como el de un rey que se despide a su corte, baj del tablado y se perdi entre la multitud. Tres das despus, cuando la caravana oficial se alejaba del pueblo y yo me precipitaba para alcanzarla, vi en el atrio de la iglesia parroquial al hombre de la elocuencia, revestido con su misma miseria, silencioso, insignificante, recargado en el tronco de un rbol. Me acerqu y con la ms profunda conviccin pero envuelta en frases rebuscadas, le dije: Hermano, no tengo palabras con que expresar mi admiracin. Jams he odo hablar con mayor calor ni supuse que hubiese hombres que poseyeran esa extraa potencia que t tienes. Y lo abrac lo abrac realmente emocionado. Aquella inteligencia prvida herida como un pjaro maravilloso en el repliegue de una sierra oaxaquea, apocaba al hombre que llegaba de la civilizacin. El orador mixteco me mir sin verme. Estaba seguramente en otra parte su pensamiento estaba ausente. Y como si su voz viniera de muy lejos, me dijo con suavidad, llevndose las manos a las cuerdas que le servan para cargar los bultos: Mi elocuencia no es ms que un grito, es slo un grito sin eco en la noche eterna en que vivimos los indios. * * *
Y aquel Demstenes indgena se alej entre los rboles del atrio de la iglesia parroquial llevando en su alma la amargura de su estirpe, aumentada por el desprecio oficial. Despus de su discurso no hubo un hombre decente, un hombre justo que le rindiese homenaje o le diese un pedazo de pan. III.- LA MUCHACHA DEL ABRIGO Sobre la pantalla aparecieron las palabras bilinges liberadoras: fin-end, y enseguida, sobre una placa rota un intermedio
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dibujado con tinta roja en estilo de monograma de cojn escolar luego, rpido encenderse de focos iluminacin violenta de una sala destartalada llena de gente que se levantaba de sus asientos con lentitud... Aire meftico, pesado, aliento a paales de nios y a tortas compuestas un ambiente de cine de barrio. En la fila de sillas opuesta a la que yo ocupaba, haba una mujer joven y una chica vestida de azul. Ambas charlaban animadamente. De repente, como un torbellino, se ech sobre ellas una muchacha envuelta en un abrigo de cuadritos blancos y negros, muy arrugado de esos abrigos que venden los aboneros turcos a $ 21.50 en plazos hiperblicos, y que apenas puestos aparentan tener diez aos de uso. La chica del abrigo se sent en una de las sillas delanteras a las otras dos jvenes y entre las tres entablaron una conversacin rpida acompaada de gestos descompasados. Yo no vea ms que la cabellera negra de una muchacha moverse sobre el abrigo informe, y de vez en cuando las manos finas y morenas asomar entre sus pliegues, pero un movimiento brusco hizo resbalar el abrigo hasta el suelo, y una figura ondulante, vestida de negro, surgi como una serpiente entre la hojarasca tuve la vvida sensacin de que era una serpiente y un calosfro recorri mi cuerpo... Pero no: era una chiquilla, una extraa chiquilla, extremadamente flexible, que al volver su cara hacia m me hizo temblar. Su faz asimtrica, indescriptible, sus ojos extraos, de mirar profundo, su cuerpo onduloso ceido por el traje muy estrecho dibujaba las ancas de una mujer apenas pber y modelaba los senos erectos. Haba no s qu de terriblemente sensual, de fascinante, de violentamente atractivo en sus movimientos, en su mirar, en todo. Yo la miraba con esa atencin tenaz y estpida con que se contempla a los animales raros de un parque zoolgico.
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Ella encontr mi mirada que le penetraba, se volvi bruscamente hacia sus compaeras y les dijo algo. Sbitamente la luz se apag y apareci en la pantalla un ttulo banal: Llvame a casa. A pesar de la oscuridad yo volva la cabeza con insistencia para mirar a la muchacha. sta se levant violentamente y dando vuelta por detrs de la sillera se dirigi al sitio donde estaban los msicos. La segu con la vista en la penumbra y la vi llamar a uno que tocaba el banjo. Qu lo se traer esta criatura? pens. Al volver la chica a su asiento, advert que un joven pretendi detenerla y decirle alguna cosa, pero ella se alej haciendo un gesto despreciativo y volvi a reunirse con sus amigas. El joven, muy nervioso, quiso alcanzarla, pero se contuvo a los primeros pasos. Las tres muchachas se engolfaron en una discusin interminable y la pelcula que me haba parecido estpida al comenzar, se volvi insoportable, eterna, cundo iba a terminar? Al cabo de un tiempo medido a cada instante, termin, y en la pantalla volvieron a aparecer las palabras salvadoras fin-end. Y la luz se hizo con mayor facilidad y rapidez que el primer da de la creacin. Sal precipitadamente al vestbulo. Ella deba seguramente pasar por all. Ya la esperaban el msico y el joven despreciado. En la fila los tres aguardbamos la misma cosa. La chica no tard en salir cubierta con un abrigo de cuadritos. El msico fue el ms afortunado, la cogi del brazo y sali con ella por delante de las otras jvenes. Era realmente de una belleza extraa, arrebatadora uno de esos tipos que no se sabe nunca jams como son pero cuyos movimientos engendra en nuestro ser violentos deseos, una ansia aguda que seca la boca y la amarga.
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La muchacha, al salir a la calle, not que yo la segua y frecuentemente volva la cabeza. Dej que se alejara un poco y esto bast para que el joven despreciado dentro del cine se me adelantara. Apresur el paso y segu al joven. Al llegar a la calle de Correo Mayor, la joven pareci darse cuenta de que dos hombres la seguan con el mismo inters, y demostraba en sus movimientos una gran nerviosidad. Al querer atravesar la calle una lnea de Hospital la detuvo y nos detuvo al joven despreciado y a m, yo detrs. Bruscamente, el joven se llev la mano a la bolsa trasera del pantaln y extrajo un revlver. Instintivamente le cog la mano y le torc el brazo. El joven se volvi a m obligado por el dolor. Yo le dije en voz baja: Qu va usted a hacer? Y forcejeando me contest: Voy a matarla! Qu barbaridad! Yo no lo suelto. Reflexion un instante, y si despus usted quiere matarla, mtela! El joven se senta perplejo. Yo esper sin soltarle la mano. La muchacha atraves la calle, se detuvo un momento enfrente de nosotros. En la expresin de su rostro, que iluminaba vivamente un foco elctrico, comprend que ella se haba imaginado una disputa por ella entre el joven y yo. Pareca indecisa pero luego, con paso rpido se adelant a su acompaante y ech a andar, sola, por la acera desierta. Solt la mano de mi vctima y le dije: Permtame que lo acompae hasta la esquina. Si al llegar ah usted persiste en matarla, mtela, pero yo me figuro que esta chica no se lo merece. (Yo deca esto, en parte, porque me dejara libre el campo). La muchacha caminaba de prisa, de prisa, y a las luces de los focos mostraba su excitacin. Ya cerca de El Volador, dije al joven:
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Dispnseme. Mi intervencin ha sido involuntaria, pero creo que usted me la agradecer. Lo mejor es que usted se vaya a casa. S, contest, inclinando la cabeza, se lo agradezco. Estoy como loco, me ha hecho sufrir tanto! Me voy a mi casa. Y tom un camin de la lnea de Peralvillo, yo esper a que el camin se alejase un largo trecho, en la plaza, y convencido de que mi protegido accidental no se haba bajado, corr hacia aquella fuerza que me atraa y que a menudos pasos se encaminaba hacia el Portal del Ayuntamiento. De prisa seguimos por las calles de 16 de Septiembre, luego por las de Isabel la Catlica, hasta dar vuelta a la plaza de San Jernimo. All nos detuvimos, y pude ver a la muchacha del abrigo. Era casi una nia tendra diecisis aos pero su magnfico desarrollo y su fiereza sexual agarraban como garfios mis sentidos exaltados. Haba en ella la radiacin de un dinamismo sexual irresistible. Al verme solo ante ella pareci gozarse de mi triunfo sobre el otro y sonri una sonrisa que me nubl la vista. Atraves el jardn y entr en su casa; poco despus entraron sus acompaantes. Esper. A los pocos instantes sali. Yo estaba seguro de que saldra. Era ya muy noche y el pobre jardn rodeado de casas bajas y pintadas de rojo y de la vieja iglesia, estaba sumido en el silencio, en un silencio triste iluminado por la violenta luz de un foco voltaico. Temblando de emocin me acerqu y apenas pude decirle con palabras cortadas: Dispnseme usted, pero no he podido resistir... Aqu estoy... Quiero mirarla de cerca... La muchacha, en su faz asimtrica, tena la boca contrada y los ojos con un incendio oscuro. De su traje negro salan los brazos desnudos y asomaban, bajo sus faldas cortas, las piernas admirables, largas, flexibles. La blusa negra cea sus senos
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erectos. Me sent fuera de m. Le cog bruscamente una mano, pero no pude decirle nada. Ella con mucha naturalidad me dijo con voz suave: Vamos hasta la esquina y andando despacio caminamos en silencio hasta la esquina. Por qu me ha seguido usted con tanta insistencia? Qu ha pasado con el joven con quien usted se disgust? La verdad es que me ha puesto usted nerviosa. Pero dgame, quin es usted? Un poco sosegado pude sonrer, pero mi boca estaba seca. Trate de responder, cuando la muchacha dio un grito, se llev las manos a la cabeza y ech a correr hacia su casa. Por la esquina opuesta apareci repentinamente el joven que quera matarla. Corri tras ella. La alcanz al llegar a la puerta, la cogi por los brazos, la arroj al suelo con furia, y ya cada dispar sobre ella cinco balazos. Sent flaquear mis piernas. Mis ojos se nublaron. Me recargue contra la pared, desfallecido... Como en sueos vea gentes que corran y oa voces que pedan auxilio. Cerr los ojos, la vi, la vi junto a m, fascinante, terrible, sent su mirada oscura penetrar mi vida entera y pens vagamente: si no la mata l, yo la hubiera matado algn da! IV.- EL CUADRO MEJOR VENDIDO Paisaje vigoroso y trgico sumergido en esa extraa luz del Valle de Mxico que todo lo define y todo lo ensombrece lomas pedregosas sembradas de pirules, conos volcnicos ergidos sobre la planicie, ondulaciones de montaas azules como oleajes del mar... El artista trasladaba a la superficie de la tela aquella belleza spera con una lentitud que revelaba el grande amor que pona en su trabajo, o la evidente dificultad para hacer visibles las sensaciones recibidas.
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El artista trabajaba de pie en un pequeo espacio que se extenda delante de una casita de adobes, la ltima en el extremo del pueblo de Santa Mara Aztahuacn, viejo poblado de los antiguos aztecas, prspero haca muchos siglos con su fabuloso comercio de plumas de garza, hoy pobre, silencioso, adormecido en el abandono sin remedio. El lago que se extenda en la maravillosa cuenca del Valle de Mxico, se alej del pueblo de Aztahuacn al llamado de la civilizacin que necesitaba tierras y ms tierras para sembrar en ellas ilusiones y ms ilusiones. Sobre ellas sobre las tierras y sobre las ilusiones viven ahora una vida miserable los antiguos comerciantes de las albas y elegantes aves que dieron renombre y bienestar a todos los pueblos de la margen oriental de las lagunas de Anhuac. Algunos de los habitantes de Aztahuacn conservan muy puro su tipo azteca, las costumbres y el lenguaje de aquella raza, especialmente las mujeres. Las dos que vivan en la pequea casita de adobes grises junto a la cual el pintor trabajaba en su paisaje, era de este tipo. Serias, casi adustas, revestidas de una dignidad un poco religiosa, suaves en sus maneras, muy cuidadosas de sus palabras y de una cortesa espontnea, pero sobria, se deleitaban mirando, desde lejos, el desarrollo de la obra del artista, al que no se atrevan a interrumpir. Cuando el cuadro estuvo ya bastante adelantado, una de las mujeres, precisamente la duea de la casa, se acerc despacito y le pregunt si poda mirar el cuadro ms a su gusto. Seguro, me complacer mucho que usted lo vea con detenimiento. Y colocando la tela junto a una cerca de piedra, puso ante los ojos de aquella admiradora indgena lo que sus pinceles de artista enamorado de la naturaleza haba podido fijar en una insuficiente superficie plana. La mujer contempl la pintura detenidamente, con un inters profundo. La comparaba
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con el paisaje real, y esta comparacin engendraba ciertos movimientos admirativos de sus manos. El examen fue largo. Cuando hubo terminado se volvi hacia el pintor y dijo esta frase profunda: No es el mismo, pero est ms bonito aqu en la pintura que all donde lo hizo Dios nuestro Seor. Ser, agreg en un tono de duda, que en estas cosas ponemos la inteligencia que Dios nos dio. Al pintor no le sorprendi aquel lenguaje porque conoca el sentir de esta gente india, su profundo espritu de observacin, su amor por las cosas de arte, virtudes heredadas por generaciones y generaciones que no ha podido destruir la brbara educacin contempornea. * * * La amistad que naci de la admiracin de aquella mujer por la obra del pintor fue creciendo a medida que la pintura avanzaba. Cuando estuvo terminada se coloc en el interior de la casita. La mujer se atrevi a preguntar si aquel paisaje pintado era muy caro. Su autor comprendi que la mujer tena inters en poseerlo y abri las puertas de su deseo. No contest, yo los vendo bastante baratos. Ojal as sea, porque yo se lo quiero comprar a usted, dijo con voz baja, con cierta timidez, como presintiendo que jams podra obtenerlo. Como usted ha sido tan amable, y le gusta tanto mi pintura se lo voy a vender por cinco pesos. La compradora sonri con suave sonrisa, junt las manos en actitud devota y dijo emocionada: Tengo los cinco pesos, pero la verdad es que no es justo que usted me d ese cuadro por tan poco dinero. Tanto trabajo que le ha costado, tanta pintura que ha gastado. Y luego, figrese, noms en puros camiones se le han ido a usted ms
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de los cinco pesos. Mejor hagamos un trato: yo le doy a usted los cinco pesos y me lo deja usted aqu algunos das prestado, para estarlo viendo. Esta serie de razonamientos ingenuos, pero que revelaban un inters profundo, conmovieron al pintor, que replic con firmeza: No seora, se lo vendo a usted por ese dinero y con todo y marco. La mujer, obedeciendo al deseo de que aquella obra no fuese ya tocada, objet con mucha cortesa: Yo quiero el cuadro sin marco. As est muy bien. Ya no necesita nada ms. Bueno el cuadro es suyo. La admiradora indgena cogi la tela con un respeto religioso y la colg en un lugar que ya haba escogido de antemano. Luego se dirigi a un pequeo bal de madera, y entre los objetos que contena sac una ollita de monedas monedas de nquel, de plata y de cobre. Apenas se ajustaron los cinco pesos. Y como quien pone una ofrenda en un altar, la admiradora puso en las manos del pintor aquella suma que seguramente haba costados muchos sacrificios reunir. Aqu est seor, dijo profundamente conmovida, y dirigiendo los ojos al cuadro agreg: nunca me cansar de verlo! Y el cuadro se qued dentro de aquella pequea casita de adobes grises, colgado de la pared, ms honrado y ms lleno de gloria que en el ms famoso museo del Universo. * * *
COMENTARIOS
Botas ha hecho varias ediciones de estos cuentos y muchos se han publicado en revistas francesas e italianas. El arqui158
tecto Spratling hizo una magnfica traduccin de cuarenta y cinco cuentos al ingls, en un vigoroso slang estadounidense, pero ignoro si se habrn editado. El General Juan Azcrate, director de Ema, est a punto de llevar a la pantalla, y en una forma muy original, cincuenta de estos cuentos, los ms mexicanos, es decir, los ms brbaros.
EL PADRE
ETERNO
Penetrar por el ancho camino de la novela era tentador, y en l di el primer paso con El padre eterno, satans y Juanito Garca.
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Cuando acab de escribirla y la le de corrido, me di cuenta de que tena un no s qu de Anatole France, en el espritu sarcstico, y aunque est muy lejos de alcanzar la magnificencia literaria de las obras del gran autor francs, sin parecrsele, lo recuerda. Mi opinin fue corroborada, tan pronto como la novela sali a luz, por crticos y amigos. Y lo ms curioso del caso es que yo apenas haba ledo uno de dos cuentos de France. La influencia, por consiguiente, no se explicaba claramente, y menos se entiende estableciendo una comparacin entre el lenguaje empleado por los dos autores. Mientras el lenguaje de France es una sntesis prodigiosa de las bellezas de la lengua francesa, el lenguaje empleado en El padre eterno, satans y Juanito Garca es un slang lleno de arbitrariedades. Esto por una parte. Por otra, el tema de mi obra es esencialmente antirreligioso, y esa antirreligiosidad sobrepasa los lmites del sarcasmo para entrar en el campo de la ms completa irreverencia hacia las cosas sagradas. En fin, era halagador que los lectores de la obra, y l mismo autor, encontraran afinidad entre las dos producciones. Pero ahora que he ledo y reledo al autor francs, me parece que todos nos hemos equivocado. No hay tal semejanza. * * *
OPTIMISMO
Los estudiantes de la preparatoria, capitaneados por Chano Urueta, un chico muy inteligente, lleno de ardimiento, audaz y pendenciero, me pidieron que les escribiese algunas hojas para llevar en el bolsillo como libro de horas. Escrib una especie de canto lrico, ultraoptimista y desorbitado, que acogieron con entusiasmo, al que Chano puso por ttulo Arriba, arriba. Se compona de veinte captulos, algunos de los cua160
les reproduzco a continuacin como una muestra del lirismo agudo. LUCHAR ES VIVIR. EL HOMBRE, CREYENDO QUE EL UNIVERSO ES UNA PERPENDICULAR, DICE SIEMPRE ARRIBA! CANTEMOS LA ASCENSIN. ARRIBA! ARRIBA! I VIVE! NO TENGAS MIEDO DE VIVIR. Abre todos tus sentidos a las sensaciones de la existencia. Abre tu conciencia a las manifestaciones del Cosmos y convirtete en un receptculo de todas las cosas. Convirtete en una antena que recibe de todas partes las vibraciones elctricas de la vida y acumlalas en tu receptor para traducirlas a los hombres. La vida es un empuje. Vive y has que vivan los dems el goce de los otros es una de las ms grandes satisfacciones de la conciencia. Cuando t te desprendes de una parte de tu ser o de todo tu ser para drsela a otros, t has vivido. La vida es una emanacin un movimiento hacia fuera, una rotacin, una saturacin de felicidad tuya y de los dems. La vida es un arcoiris producido por un sol ilusorio obre movibles nubes. Brilla como un arcoiris, con todos sus colores, y alegra la tierra con obras. Cuando tengas un dolor qumalo sobre el ara de tu voluntad para que su llamarada ilumine tu camino. Transforma las contrariedades en una vibracin elctrica que destruya las tinieblas de tu conciencia. Cuando tengas un dolor coge el camino ms spero de la ms alta montaa y sube, sube por entre los pinos, por entre
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las piedras, por sobre las nieves... Cuando llegues a la cima estars libre de tu pena. II VIVE Qu te importa de dnde vienes y a dnde vas? Vive! No te tortures nunca pensando que hay un ms all. Los hombres creen que la presencia de las criaturas es una emanacin divina, un especial capricho de la suprema voluntad. La vida de la especie es un accidente fortuito de la dinmica csmica. El hombre es una emanacin del mar, un eco del ritmo de las olas, simple ondulacin luminosa del Cosmos, molcula de un rayo de sol transformada qumicamente en las aguas del ocano, vaga repercusin de lejanas energas, imperceptible movimiento de la trepidacin universal, dbil choque de fuerzas que nos ignoran, accidente de mecanismos que no tienen razn de ser, consecuencia de una dinmica que no tiene finalidades. Vive! Qu te importa de donde vienes y a dnde vas? No te tortures nunca pensando que hay un ms all. No te tortures nunca pensando que existe un ser omnipotente del cual dependes. Dios es una interpretacin brbara de la dinmica universal. Aprovecha el haber nacido y agrrate a las cosas de la vida, absrbelas todas, y malas. III CUANDO REPOSES, REPOSA BAJO LAS ESTRELLAS irradia en las profundidades del abismo y la luz de tu
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pensamiento ilumine a cada instante los lejanos y desconocidos abismos de lo desconocido. Duerme bajo el pino, satura tus pulmones con la esencia de los bosques. Baa tu cuerpo en la lluvia, balo de energa elctrica entre las terribles tempestades. Arda tu cuerpo, como brasa, extendido sobre una roca, quemado por los rayos del sol. Bebe el agua de las fuentes que brotan de la tierra. Bebe el agua de los manantiales que salen de las rocas. Bebe el agua de los frescos arroyos que descienden de la cima nvea entre redondos peascos... Coge con tus labios, de los pistilos de las flores y de las hojas de los rboles, las gotitas de agua que la lluvia ha dejado como diamantes sobre los rboles y sobre las plantas... La noche estrellada, la luz del sol y el agua de los manantiales convertirn tu cuerpo en una fuerza de la naturaleza. IV AMA Pero no ames a LA MUJER, AMA A LAS MUJERES. No hagas del sexo un smbolo. Cuando t conviertes las cosas en un smbolo, ese smbolo te absorbe, as el smbolo divino ha absorbido la inteligencia humana as la mujer ha absorbido la energa de los hombres. No es posible la vida sin amor. Pero es absurdo vivir slo para el amor. T puedes absorber toda el agua de los mares, t puedes engullir todas las montaas del planeta y todos los sistemas del Universo, y tu esencia no cambiar.
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Pero si t pretendes absorber totalmente el amor, morirs, porque el amor destruye invariablemente la envoltura que trata de contenerlo. Todo tu organismo est impregnado de amor y a cualquier esfera de la actividad que t lleves tu inteligencia y tu voluntad, llevars ineludiblemente un mundo de voluptuosidad. V NO CREAS EN LA FAMILIA La familia es el primer enemigo del ser que nace, en ella estn condensados todos los prejuicios y las ambiciones del mundo, y de ellos sers vctima desde el instante de tu nacimiento. Todas las gentes de tu familia te impondrn su voluntad, querrn que seas como ellos, que los obedezcas, que los honres. Tu padre ser tu primer tirano, te abandonar y hasta te repudiar cuando t no quieras escucharlo. Tus hermanos te enviarn a la crcel y hasta te darn la muerte por entrar en posesin de tus bienes... Tu familia entera se volver contra ti cuando t sientas nacer en ti mismo tu propia personalidad, y en medio de la indignacin social t sers sealado como un rprobo. Tu corazn mismo flaquear y te reprochar tus errores, dudars de ti mismo, y tambin flaquear tu esperanza en un consuelo divino. VI ARMA TU BARCA Y EMPJALA AL OCANO Armate de todas tus armas y baja a la palestra. No permanezcas inerte en las luchas de la vida. Arma tu brazo y mzclate en la contienda. La vida es un empuje.
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Si el corazn de una mujer ha destruido tu voluntad, coge ese corazn y convirtelo en un arma, pnlo en la punta del asta rota de tu lanza y con l aniquilars la falange de todas las dificultades. VII NO TEMAS A LA MUERTE Temer a la muerte es temer a la vida. Qu te importa morir? Qor qu te preocupa la idea de la muerte, si fatalmente tienes que morir? Hay algo que pueda evitarlo, hay algo en la naturaleza que sea indestructible, imperecedero, eterno? Todo est sujeto al cambio, y la muerte no es ms que un accidente de la vida universal. La inmoralidad la han inventado los hombres para consolarse a s mismos de lo efmero de la vida.
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El fracaso de mis dos libros se debi, en gran parte, a la falta de propaganda. Los editores en Mxico se conforman con imprimir el libro, mal distribuirlo entre los libreros, y se satisfacen con las vacuas reseas que semanariamente publican en las ediciones dominicales de los diarios, algunos improvisados y pretenciosos crticos, las que nadie lee. En cuanto a mi pobre grito a la vida, considero que su fracaso se debi a la inconsistencia moral de los estudiantes, a la pereza, que los obliga a seguir la rutina familiar marcada por un tradicionalismo de comodidades y por desconocimiento total de la energa que la naturaleza puede transmitirnos cuando nos acogemos a su seno magnnimo. El estudiante odia la naturaleza. Hube de convencerme a m mismo, de que yo haba hecho tres obras de una cierta importancia. Estpido consuelo!
LA FAMILIA INNUMERABLE
Entretanto, haba llegado a tocar a las puertas del convento una mujer joven y graciosa cargando un nio. Quera trabajo un trabajo cualquiera y le di la chamba de cocinera. Se instal, adoptando un estilo muy popular, es decir, muy pobre, en un ngulo de los corredores bajos, y en dos das arregl lo necesario para cocinar. La primera comida que me ofreci era suculenta y abundante. Enseguida llam a varios cargadores de los que tanto molestan en las afueras del convento, los puso a juntar palos y piedras, de lo que haba mucho entre las ruinas, con lo que se construy un cuarto. Esta mujer era muy activa, sencilla, agradable, y precioso su nio. Cuando aquel nuevo hogar estuvo completamente terminado, me dijo que si le permita traer a vivir con ella a su hermana y a su marido con otros nios. Claro que no haba inconveniente.
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Llegaron los nuevos huspedes y me pareci conveniente que aquel ncleo familiar se instalase cmodamente. El marido de la recin llegada se llamaba Lucio. Era un muchacho grande y fuerte, que desde el primer momento daba la impresin de serenidad, y de una bonhoma sorprendente. Le encargu hiciese un jacaln para habitacin de su familia. En una semana Lucio hizo tres cuartos bastante cmodos, los tapiz con papel de peridico y les puso un piso con la madera vieja que haba tirada por todas partes del convento. Cuando la nueva habitacin familiar estuvo terminada, las dos mujeres me preguntaron si no haba inconveniente en admitir a su madre con otros nios. Que vengan dije mientras ms profanos, mejor. Tras de la madre doa Crescencia y los nueve nios, llegaron primas, tas y comadres de las muchachas en nmero de siete, pero a doa Crescencia, que era la protectora de toda aquella gente, no le pareci justo que otras mujeres, a quienes ella amparaba, se quedasen abandonadas en el lugar donde las haba dejado, y despus del consabido permiso, las trajo a vivir con ella. Eran dos mujeres en el ltimo grado de la miseria, llenas de paz espiritual y de una habilidad sorprendente para hacer cuanto trabajo se les encomendaba. Esta doa Crescencia era una mujer de pequea estatura, enjuta de carnes, de cara arrugada, empenachada de un greero blanco y rebelde, de carcter firme y de una extraordinaria inteligencia servida siempre por un raro sentido comn. Toda aquella familia hetergenea compuesta de diecisiete personas, la obedeca sin parpadear, y doa Crescencia diriga todos los asuntos domsticos, menos aquellos que se relacionaban con el amor: sus hijas, sus sobrinas y sus protegidas, eran totalmente autnomas en sus sentimientos sexuales: podan tener todos los amantes que les diera la gana. As, en pocos meses, el pueblo infantil aument, con gran complacimiento mo.
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BANQUETES
Como la prosperidad nueva profana haba entrado en el convento, no haba nada mejor que ofrecer a las amigas y a los amigos que pantagruelescos banquetes cotidianos en el patio o en los corredores, para lo cual todo aquel gento, hbil en el cocinar, expedito en el servir, incansable, me fue el ms preciso auxiliar. Hubo comidas ntimas de cinco o seis personas, con vino de Chipre, y pipin estilo Jalisco, matrimonio al parecer absurdo, pero que en realidad se llevaba muy bien. Hubo pequeos banquetes de quince o veinte personas en que mis conocimientos culinarios se combinaban con los de doa Crescencia y sus hijas, obteniendo la aprobacin unnime de los comensales, gentes muy conocedoras en asuntos culinarios. Pero hubo, sobre todo, grandes banquetes de cincuenta, setenta y cien personas, en que todo el men era completamente mexicano. El gran nmero de cocineras y galopinas permita preparar los manjares con gran cuidado y servirlos mejor que en cualquier restaurante del mundo. Muchos amigos contribuan a la magnificiencia de estas fiestas del paladar. El escultor Ponzanelli enviaba por barriles un delicioso vino de su tenuta de Toscana. Mi amigo Quirs, viejo espaol radicado en Quertaro, mandaba los ms exquisitos quesos de sus rancheras; mi compadre Gumersindo, famoso pulquero de Apan, no se conformaba con mandar el suave licor, sino que lo traa personalmente, en parte por galantera y en parte por gozar de la compaa de aquel mundo de gente que vena a comer al convento llena de buen humor y con ganas de emborracharse. A mi compadre Gumersindo haba que curarle la cruda despus de cada fiesta; la seora Pearson, una dama inglesa de mucho postn, nos enviaba unas deliciosas mermeladas de naranja como no es posible encontrarlas
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en ninguna parte, de buenas que eran. En una ocasin, Agapito Croce, propietario del restaurante Toma, recibi una gran partida de barriles de vino procedentes de Frascati y Castel Gandolfo, y llev tres al convento. El regalo mereca un banquete especial. Se prepar un estupendo men a base de platillos italianos y vinieron a comerlos ms de doscientas personas. La fiesta dur tres das. Las gentes que podan, regresaban a sus casas, pero al da siguiente estaban de vuelta para continuar el jolgorio; otras preferan quedarse para no perder ni el aroma de los vinos que quedaba flotando bajo las arcadas de los corredores. bamos del refinamiento de una comida francesa servida por un gran chef de Pars, a la abundancia de las Bodas de Camacho y a la barbarie de nuestros antepasados de las cavernas. Los concurrentes eran periodistas, poetas, pintores, escritores y en algunos casos se admitan hasta polticos toda gente de buen humor, llena de sprit y con estmagos de avestruz. Claro est que el ornamento maravilloso de estos festivales lo formaba la mujer: chicas de las escuelas, alegres y malcriadas, jvenes seoras recin casadas, todava sin hijos, que entraban a la vida llenas de esperanza y revestidas de belleza, otras muchachas, ms formales que las primeras, artistas, recitadoras, pianistas, muchas de las cuales son ahora clebres; viejas seoras elegantes, cuajadas de joyas, ansiosas de expansin un mundo femenino sin preocupaciones y sin ms finalidades que gozar plenamente. El patio y los corredores se haban convertido en una feria perenne de la alegra, del buen comer y del mejor beber. La familia innumerable que se haba congregado en cuartos de madera bajo un corredor del claustro contribua a realzar el milagro de la creacin de otra familia ms numerosa, la ms slida, la nica digna de respeto: la familia de los amigos.
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y Mendiolea, entre otros; el ingeniero Len Salinas, director de los ferrocarriles, nos proporcion los ingenieros tcnicos para la transformacin de las terminales, y ayud a la empresa con dinero; obtuvimos en opcin, dentro de la Ciudad de Mxico y sus alrededores, cincuenta y ocho millones de metros cuadrados para la ereccin de las estaciones, colonias para los ferrocarrileros y otras colonias populares y se ultimaron los proyectos generales para la planificacin de la ciudad. El proyecto global fue presentado al seor ingeniero Pani, Ministro de Hacienda, y por l aprobado. Nuestro plan fue expuesto al seor Elischa Walker, Presidente de la firma Blair and Co., de Nueva York, quien lo aprob tambin y envi al seor Wisse a la Ciudad de Mxico para formalizar la empresa. La casa Blair and Co. la financiaba con sesenta millones de dlares. Recuperaba el capital invertido mediante el aumento del valor de los terrenos que nosotros ofrecamos y de las construcciones que en ellos se levantaran, obteniendo una ganancia del 10 al 20%. El seor ingeniero Pani pas la proposicin al seor licenciado Fernando de la Fuente, entonces Jefe de crdito de la Secretara de Hacienda, quien dio un informe favorable. Galvn volvi a Nueva York con el seor Wisse y se ultimaron los arreglos de la empresa, ofreciendo al seor Elischa Walker depositar inmediatamente diez millones de dlares en el banco que el gobierno de Mxico designase, para garantizar el contrato. Entre tanto Galvn y yo habamos trado a los ms prestigiados peritos norteamericanos en la construccin de estaciones ferrocarrileras, en la planificacin de ciudades, en la organizacin del drenaje y en la construccin de caminos. Cuando todo estaba listo, una inexplicable cortina de silencio cay sobre la empresa, y no la pudimos romper ni el seor Walker con sus millones ni nosotros con nuestra influencia en Mxico, y como el silencio se prolong, las opciones sobre
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terrenos fueron perdindose, la direccin de los ferrocarriles abandon nuestras proposiciones y elabor otros proyectos por su cuenta, y perdimos el apoyo de la fuerte casa neoyorquina. Todas nuestras gestiones cerca del gobierno fracasaron y la Ciudad de Mxico perdi la nica ocasin que se le presentaba para transformarse en una urbe verdaderamente moderna.
ORO MS ORO
El misterioso fracaso de la Compaa planificadora no me aplast. Nuevas posibilidades de plantear grandes negocios se presentaban. Durante mis expediciones a travs de la Repblica yo haba adquirido un cierto conocimiento de la riqueza aurfera del pas y esta nocin hizo nacer en m la idea de una posible explotacin, en grande escala, de las zonas que ofreciesen mayores ventajas. Despus de varias exploraciones hechas en Chihuahua, Sonora, Jalisco, Nayarit y Oaxaca, de estudiar la historia de la minera en Mxico, y asesorndome de la experiencia de viejos mineros, me decid a prospectar ampliamente las zonas de Peras y Cerro Colorado en Oaxaca. Con ingenieros y gambusinos oaxaqueos, mineros por tradicin, con el ingeniero De la Cerda y dos ingenieros americanos, form un grupo y estudiamos Peras y Cerro Colorado, donde hice vastos denuncios y se llevaron a cabo trabajos completos de exploracin que dieron ptimos resultados. Se pudo establecer un programa de explotacin en dos vastas zonas aurferas, que tena como finalidad dotar al gobierno de Mxico de un stock de oro en la Tesorera de la federacin. La Secretara de Hacienda comision a un grupo de tcnicos presididos por el ingeniero Zebada para rendir un informe sobre mi proyecto y sobre su coste, informe que fue comple172
tamente favorable. Firm un contrato con la misma Secretara de Hacienda, y los trabajos se empezaron bajo la direccin del ingeniero Ignacio L. Bonillas, siguiendo los lineamientos de mi proyecto. El gobierno financi la empresa con un milln de pesos, y al cabo de un ao se haban obtenido los siguientes resultados en Cerro Colorado: I. Un socavn abierto en una veta de veintisis metros de potencia con leyes medias de cinco gramos de oro y cuatro kilos de plata; II. Un tiro al terminar el socavn para cortar las vetas ricas que daban leyes de 11 gramos Au y veinte kilos Ag; III. Una serie de exploraciones de vetas laterales, algunas superficiales, que dieron leyes iguales a las anteriores; IV. Mil cuatrocientas toneladas con ley de 11 gramos Au por 24 kilos Ag depositadas en el patio. V. El seor ingeniero Bonillas hizo la cubicacin del mineral a la vista en el socavn y en el tiro y lleg a la conclusin de que su valor total ascenda a nueve millones de dlares. Nuestra empresa abri un camino desde Mitla hasta la boca de la mina; se costruyeron casas para el personal y los obreros, se estableci una lnea de camiones pblicos que hacan cuatro o cinco viajes al da de Oaxaca a la mina, movimiento que provoc el nacimiento de un pequeo pueblo sobre Cerro Colorado. El ingeniero Bonillas y sus colaboradores tcnicos rindieron un informe afirmando que los trabajos haban alcanzado las vetas ricas de la regin y que su potencia prometa resultados excepcionales. En resumen: el gobierno haba gastado un milln de pesos, y yo le present una mina con mineral a la vista con valor de nueve millones de dlares y en el momento de encontrar tres grandes vetas, ms ricas que las explotadas.
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Pero el gobierno consider que nuestra empresa no tena carcter comunista, y despus de que el ingeniero Sr. Marte R. Gmez, Secretario de Hacienda, la sostuvo contra viento y marea en vista de los importantes resultados obtenidos, su sucesor, el licenciado Surez, tuvo a bien cancelar el contrato que yo haba firmado y se me dio una indemnizacin por los daos que me causaban. En realidad, los daos los sufri el pas, porque el gobierno tir el dinero, y destruy la posibilidad de acumular en la Tesorera de la nacin un stock de oro finalidad de mi proyecto. Los esfuerzos hechos posteriormente para renovar la explotacin en Cerro Colorado fracasaron en Estados Unidos y en Inglaterra, porque ninguna compaa tuvo confianza en el gobierno que acababa de aniquilar una empresa floreciente patrocinada por el gobierno mismo. * * * Las gestiones encaminadas a obtener el fuerte capital que se necesitaba para volver a trabajar Cerro Colorado fracasaron tambin en Mxico. Escrib un libro: Oro ms oro, para demostrar la importancia de nuestra empresa, la defend en El Universal y en otros peridicos, intilmente. Ante un fracaso tan rotundo, determinado por la poltica, abandon las pertenencias que amparaban nuestras vetas, las casas, la pequea escuela y el camino. Hoy Cerro Colorado ha vuelto a ser lo que fue siempre: un desierto. Todo lo que he apuntado en este captulo de Oro ms oro y en anterior intitulado La planificacin de la Ciudad de Mxico, dicho as, a la ligera, slo alcanza a poner vagamente ante los ojos del lector la importancia de estos fracasos, pero su verdadero carcter y su historia completa son una vergenza para los gobiernos de Mxico.
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Ante esta vergenza, y ante mi formidable desastre financiero, era necesario demostrarme a m mismo, y demostrar al gobierno que no slo de oro vive el hombre, sino tambin de arte y de belleza.
MERCEDES
Despus de las nueve de la noche, todo el barrio de la Merced permanece sumido en un profundo silencio. El tremendo ajetreo cotidiano termina poco despus del oscurecer y todo queda en una calma oscura y pestilente. Las barracas de madera que se levantan sobre las aceras forman callejones estrechos, oscuros y llenos de cajones vacos abandonados. La luz escasea y la polica nunca aparece por estos lugares, donde los asaltos y los escasos transentes se verifican una noche s, y otra tambin. Por uno de esos callejones sombros avanzaba a pasos rpidos una mujer, no, una jovencita: pude verla cuando al atravesar el claro entre dos barracas, la luz de un foco la ilumin plenamente. Me pareci muy extrao que a hora tan avanzada, y en aquel lugar tan peligroso, anduviese sola una muchacha tan joven, e instintivamente me detuve. Ella se escondi en el espacio vaco de un puesto, y enseguida corri al extremo opuesto de la calle, a ocultarse detrs de otra barraca, y all permaneci quieta, tal vez tena miedo. Yo supona donde estaba, pero ella me vea claramente porque la luz de un gran foco me iluminaba. Seorita le dije en voz alta, es imprudente que usted ande a estas horas por estos lugares. Voy a acompaarla hasta que salga de estos callejones. No se moleste contest una voz infantil, de tono profundo y armonioso. Voy a mi casa. Vengo del convento, a donde fui a buscar al doctor.
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Pues el doctor del convento soy yo le dije, en qu puedo servirla? Sali corriendo del escondite y vino hacia m. S, usted es el doctor, lo reconozco porque lo he visto en los peridicos. Vine a que me regalara unos libros. A estas horas? eran ms de las diez de la noche. Vamos por ellos. Caminamos en silencio hasta el portn, lo abr y la invit a pasar. Los corredores del convento estaban siempre iluminados por grandes focos colgados de los techos, y a su luz pude ver a mi pequea admiradora. Era una preciosa criatura. De cuerpo grcil y flexible, y caminaba con mucha gracia. Cuando en el gran refectorio mercedario que me serva de oficina yo le entregu los libros que me pidi, le vi las manos. Me parecieron maravillosas, manos largas y flexibles, de una prodigiosa armona lineal. No pude menos que decrselo. Ella se vio la mano que tena libre, la observ por todos lados y mirndome, entre inocente y coqueta, me dijo: Nunca se me haba ocurrido que yo tuviera manos bonitas, ni nadie me lo haba dicho. Y con el manifiesto deseo de evitar nuevos elogios, se puso a examinar los dibujos y los cuadros que haba colgados en las paredes. Miraba despacio, pasando de un cuadro a otro, y volviendo hacia los que ya haba visto, para hacer comparaciones. Yo la dejaba hacer. Cuntos, cuntos son! Y qu raros! Yo nunca he ido a los cerros, pero as los he soado y luego agreg, obedeciendo a un pensamiento muy espontneo: es muy difcil dibujar? No contest, es tan fcil o tal difcil como cualquier otra cosa. Depende de nuestro modo de ser, del inters que tengamos, de nuestra ntima disposicin. Yo creo que podra hacer unos dibujos tan bonitos como stos, con un poco de empeo.
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Con esas manos que usted tiene, puede hacerlos mucho mejores. Ella ri y con la mayor sencillez me dijo: Me quiere usted regalar uno? Ante el deseo de aquella muchacha tan bonita, mi vicio de regalar mis dibujos se intensific hasta el paroxismo y quise regalarle cuanto haba en el saln y ponerlo a sus pies que seguramente eran tan bonitos como sus manos pero me conform con decirle: escoja usted los que quiera. Yo pens que iba a descolgar uno cualquiera y decirme: ste me gusta, pero despus de una larga inspeccin, empez a descolgar dibujos, y los iba colocando en el suelo contra los muebles, y cuando ya tuvo una gran cantidad seleccionada, empez a escoger los que le gustaron, los fue poniendo aparte, y sigui repitiendo la operacin hasta que seleccion dos, que eran entre los mejores, y entonces s me dijo: estos dos me gustan ms. Yo alab la seleccin que haba hecho, y finalmente se me ocurri ofrecerle un asiento. No nos habamos sentado en cuatro horas. Se sent y me dijo que quera que yo la llevase a los montes todos los domingos, y quiero, tambin, que me lleve usted al Popocatpetl. Iremos a todos los montes del mundo, desde el cerro de la Estrella al Himalaya, pero mucho me temo que desde este momento estamos preparando mal el terreno para que a usted la dejen salir de su casa a un paseo conmigo. Por qu? pregunt. Porque va usted a regresar muy tarde y la van a reprender. Qu hora es? Las dos de la maana. Abri los ojos desmesuradamente, hizo una aspiracin, se llev la mano a la boca y repiti: Las dos de la maana?... Me van a dar una regaada terrible, y seguramente me pegarn. No me gusta que me re177
gaen y mucho menos que me peguen. Si me pegan, me vengo a vivir aqu. De cualquier manera, conclu yo, vmonos, la voy a acompaar a su casa. Salimos, ella muy alegre con sus dibujos y sus libros y yo, francamente, muy mortificado porque me consideraba responsable del dao que yo iba a causar a aquella pequea tan bonita, tan entusiasta, y tan extraa. Por las calles desiertas y silenciosas me iba contando las cosas de su familia, cmo viva y cun grande era su pobreza. De repente se detuvo y me dijo: se me haba olvidado decirle cmo me llamo: soy Mercedes, y tengo una abuelita muy buena pero muy regaona. Y no tiene usted pap? le pregunt. S seor, cmo no he de tener, noms que es muy malo y a m y a mis dos hermanas, que somos hijos de la primera seora, nos tiene abandonados y vive con otra seora y otra familia. Pero, por qu no va usted a verlo, sea o no un hombre de recursos y le cuenta usted su situacin? l deba venir a verme a m, dijo con fiereza. Yo soy una mujer y l es un hombre muy rico, es dueo de la tienda El ro Duero, aqu, por las calles de Uruguay, y tiene muchas casas y automviles. El ro Duero? Entonces su padre de usted es el seor don Fernando Fernndez...? El mismo. Pero criatura dije en un tono de reproche multiforme, su padre de usted es uno de los gachupines ms ricos de Mxico! Y a m qu me importa! Mi abuelita y yo trabajamos, mis hermanos nos ayudan y comemos muy a gusto, nada ms que no me dejan la libertad que yo quisiera, y por la menor cosa me regaan.
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Pues ahora le van a echar a usted un chorro de regaadas. En estas plticas llegamos a su casa y yo le dije: si la regaan a usted o la corren de su casa, all est el convento a su disposicin.
UNA
PROFANA EXCEPCIONAL
Al da siguiente, es decir, ese mismo da porque yo me separ de Mercedes a las tres de la maana, una de las muchachas de la colonia patieril subi a mi celda de la azotea cerca de las once y me dijo: Seor, ah abajo est una seorita con un veliz que dice que se viene a vivir con usted. Conmigo...? dije yo sorprendido y sin recordar nada de lo que haba acontecido algunas horas antes. Instintivamente me asom sobre la cornisa y vi a la seorita. Era Mercedes. Estaba sonriente en medio del patio. Me vio y me dijo de la manera ms natural del mundo: me corrieron de mi casa, y aqu estoy. Yo baj de prisa a recibirla. La acog con entusiasmo, la tom de las manos y la llev frente al grupo de las mujeres que formaban la colonia, a las que dije: Muchachas, aqu tienen ustedes esta criatura para que la atiendan como si fuera la hija de todas. La vieja doa Clemencia, despacio, y muy ceremoniosamente, se acerc a la nia, la abraz suavemente y le dijo: pase usted, mi alma, aqu vivir con nosotros. Mercedes estaba encantada. Otro ngel emanado de las sombras de la noche se haba posado entre las ruinas del convento, pero ste no vena de visita: llegaba a vivir en l. Ya entrada la noche, yo me paseaba por las azoteas, pensando que en cualquier momento alguien podra venir a llevarse a la nueva profana: la abuelita regaona o el padre
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desconsiderado, o algn hermano, y, francamente, me entr un gran desasosiego. Yo no la dejara salir por ningn motivo. Pero me distrajo de mis pensamientos un continuo chapotear en la gran fuente que estaba en medio del patio. Me asom a ver. Era Mercedes, que se baaba a jicarazos. Esta nia, me dije, es de mi propia estirpe, brbara, alegre y acutica. Esa noche Mercedes durmi con aquel enjambre de mujeres que haban hecho una colonia en el patio, pero al da siguiente, entre Lucio, unos carpinteros y yo, le construimos un cuartito de tablas, techado con cartn y forrado con papel de peridicos, porque no lo quiso diferente de los que ya existan, lo amueblamos con unas cuantas sillas, un ropero y una cama y lo pusimos a disposicin de la recin llegada. Ella le agreg un tocador, menjurjes para la cara, jabones de diez o doce clases y un montn de toallas. Desde el da siguiente de su instalacin en su pequea vivienda, Mercedes se dio en cuerpo y alma a arreglar, as deca ella, los cuadros, los dibujos, los libros, los muebles, y cuando lleg Carmen, la secretaria, se declar su ayudante. ngel, el santo portero, que abri las puertas a mi felicidad, se haba ido del convento con su mujer y sus nios, en medio de un duelo general, y Lucio lo sustituy. En una semana, la nueva y extraa profana haba transformado el convento. Llen el patio de plantas, haciendo agujeros en todas partes; puso macetas en las cornisas de las azoteas; revolvi todos los dibujos; coloc al revs todos los libros. Carmen y yo la dejbamos hacer. Nos haba seducido a todos por su belleza, su inteligencia aguda y su gracia extraordinaria.
BOMBAS
VOLCNICAS
Yo quiero ayudarte en todo. Ya arregl el convento, ahora me voy a arreglar yo para ser tu secretaria callejera. Te voy a acompaar a todas partes. Cmprame vestidos, porque estos
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que traigo, tapan pero no adornan, y cmprame todo lo que debe tener una muchacha como yo. Una muchacha como t le dije debera estar en un trono dirigiendo los destinos del mundo. (Yo exageraba un poco, pero en realidad Mercedes estaba dando pruebas de un espritu dictatorial, capaz de dirigir, o de desorganizar los destinos del Universo.) Le compr todo lo que quiso, entre otras cosas, un equipo de deportista, porque su grande ilusin era excursionar. Nunca haba salido al campo y tena ansias de libertad, de grande aire, de respirar en la cima de los montes, de andar, andar. Yo no quise persuadirla de que para excursionar no se necesita ms que un traje cualquiera, una cobija, unos zapatos viejos y unas piernas de cabra. Las visitas a las oficinas pblicas donde yo tena algunos negocios, o a las redacciones de los peridicos o a las libreras, no parecieron interesarle muy seriamente, y, sin embargo, en pocos das se posesion de toda la red de mis asuntos y los manejaba con la habilidad del gerente de una negociacin importante. Pero desde el primer da que fuimos de excursin a las faldas del Ajusco, yo vi a Mercedes saturada de satisfaccin. El descubrimiento de la naturaleza la hizo adquirir una vida nueva, llena de sorpresas. Todo le pareca maravilloso. No podamos dar dos pasos sin que se detuviese delante de una piedra, o del tronco de un rbol o de una flor para hacer un elogio, o una pregunta. Las nubes que rodaban en el cielo la llenaban de asombro y los bosques le parecan cosas de ensueo. Despus de la primera excursin a las faldas del Ajusco, nos dedicamos a explorar toda la montaa. Durante semanas y meses recorrimos las serranas del Valle de Mxico. Mercedes era afectsima a llevarse un recuerdo de este monte, de aquel bosque, de cualquier pedregal... Este asunto de los re181
cuerdos a m me pesaba bastante, porque era yo quien los cargaba. Una vez, caminando por las vertientes del pequeo volcn apagado de San Pablo, se encontr una piedra partida que le llam la atencin, y me pregunt: Por qu tiene esta piedra un corazn como de esponja? Me inclin y vi la piedra. Era un bomba volcnica partida en dos pedazos, que contena, en forma muy visible, su antiguo ncleo esponjoso. Le expliqu con todos sus detalles lo que era la bomba, cmo haba salido del crter, a cuya vera estbamos, se la mostr por el exterior, con su aspecto de corteza de pan, y le hice notar cmo pareca algo hecho a mano, especialmente su parte inferior, que mostraba una verdadera espoleta tan perfecta como si hubiese sido fundida en un molde. sta, dijo Mercedes, despus de escuchar con mucha atencin, la vamos a poner encima de tu escritorio. La colocamos en el ayate, pero como desgraciadamente mi leccin haba fructificado, Mercedes, durante toda la excursin no hizo ms que buscar bombas, y quera que yo cargara con todas las que encontr. Tres escogimos como muy hermosas, las acomodamos en el ayate y me lo ech a la espalda, estilo indio, pero cuando llegu a la estacin del ferrocarril yo tena el lomo matado como el de un burro pobre y trabajador. En otra ocasin la llev al Pico de Orizaba, arriba de la Cueva del Muerto, donde puede admirarse una exposicin lateral, muy reciente, que arroj una inmensa cantidad de bombas. Estaba seguro que la pequea amante de estos curiosos proyectiles hara grande acopio, y en previsin me llev dos mulas con canastos para que la nia no me convirtiese, como de costumbre, en una acmila. Mercedes llen los canastos de bellos ejemplares, casi todos del tipo que los gelogos llaman de croutte de rain, pero no me escap de seguir ejerciendo las funciones que yo haba
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credo delegar completamente a otros animales ms fuertes que yo, y me carg con una bomba que pesaba diez kilos, y que en realidad era un ejemplar admirable. La oficina y la celda conventuales se haban convertido en un museo vulcanolgico, pero por un extrao fenmeno de la dinmica geolgica, las bombas explotaron de nuevo en mi corazn.
decenas de millares de gentes que van a surtirse de toda clase de comestibles, y cuando aquel inmenso gento vio abierto el gran portn, en cuyo centro haba un gran rtulo que deca: Exposicin: entrada libre, se derram como un torrente por los corredores y el patio. Cinco o seis mil personas diarias, durante un mes, posaron sus ojos sobre mis obras. El noventa por ciento de esos visitantes eran gente del pueblo o de la clase media que no saban una palabra de pintura ni de dibujo, pero en su mayora poseedoras de un grande espritu de observacin y de un slido sentido comn. Las mujeres parecieron siempre ms interesadas que los hombres. Miraban ms despacio, con ms atencin discutan delante de los cuadros, y daban opiniones sorprendentes, sorprendentes a veces de ingenuidad y aveces reveladoras de una extraa intuicin o se interesaban por comprar. Una maana, una mujer que entr con un canasto lleno de verduras, recorri varias veces un corredor donde haba ms de cien dibujos, y estuvo paseando delante de ellos durante largo tiempo y observndolos con mucha atencin. Yo lo not y me acerqu para atenderla. Era una mujer del pueblo, muy ruda pero sonriente. Le dije que yo era el autor de los dibujos y que me complaca mucho que le gustaran. Estn muy bonitos, no me canso de mirarlos. Y se venden? agreg con mucho inters. Claro, repuse yo, para eso estn all, para venderse. A cmo da usted la docena? me pregunt como si se tratara de comprar jitomates o naranjas. Pues mire usted, dije asumiendo un aire de verdadero vendedor: si usted se lleva una docena de dibujos, se los pongo ms baratos, pero cada uno tiene distinto precio. Bueno, dijo la mujer, uno con otro, a cmo sale la docena? Mire usted y cog un lpiz y un papel y simul que haca cuentas, uno con otro, le pongo la docena a ciento veinte pesos.
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Yo dije esto muy formalmente, y la mujer se qued meditando largo rato, luego declar: No tengo tanto dinero, pero si me llevo uno me lo pone a precio de docena? Claro est. La mujer dej el canasto en el suelo y se puso a mirar de nuevo muy atentamente dibujo por dibujo, y yo esper. Al cabo de un rato volvi a donde yo estaba y me dijo: Seor, la verd, no s cual escoger. Todos me gustan, pero yo no me voy sin un dibujo. Al precio de docena, cunto sale uno? Oiga usted seora, para que usted se vaya contenta, le voy a dejar el que usted escoja, en diez pesos. La mujer se quit un pauelo de la cintura, desamarr el nudo que traa en una de sus puntas y extrajo el dinero que dentro haba. Cont con mucha dificultad seis pesos cincuenta centavos. No me ajusta, pero le voy a pedir prestado a mi comadre doa Petrita, que est aqu noms junto a la puerta, orita vengo. Me dej los seis pesos cincuenta centavos en la mano, y sali en busca del faltante. Al poco rato volvi y me lo entreg. Descolgu el dibujo elegido, se lo di y la mujer se fue diciendo: lstima que estn tan caros, si no me llevaba la docena! Nunca hice una exposicin que me produjese mayores satisfacciones que sta, y no ciertamente por los beneficios pecuniarios que me dej o por las crticas atrabiliarias publicadas en diarios y revistas, sino porque fue iluminada por la admiracin inconsciente de millares y millares de gentes ingenuas que gozaron plenamente ante las obras que yo haba hecho, tambin ingenuamente, frente a los montes y los llanos. El xito pecuniario y las crticas de la prensa me dejaron indiferente, pero lo que me llen de amargura fue la actitud
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de la seorita que se haba convertido en la administradora de la exposicin, y la de Mercedes, cuando supieron que yo haba vendido un dibujo a la mujer del pueblo en diez pesos. Se pusieron furiosas y renunciaron a seguir patrocinando lo que ellas llamaban un negocio. Afortunadamente, a las pocas horas reconsideraron la renuncia, y volvieron a sus puestos temerosas de que yo vendiese toda la exposicin por un vaso de caf con leche.
Primer volumen de iglesias de Mxico. Est dedicado exclusivamente a la cpula. La cpula es en las iglesias de Mxico el ornamento supremo y el ms tpico. Ningn pas posee la variedad de tipos de cpulas ni puede presentar un nmero tan grande. Me quedo corto diciendo que sobre las grandes y pequeas iglesias del pas se levantan ms de mil cpulas. Ellas forman en el grandioso paisaje mexicano floraciones que armonizan con las arboledas y los montes. El campanario es una cristalizacin ascendente. l representa en las iglesias cristianas, colocado junto a las fachadas o sobre los prticos floridos, un espritu de elevacin. La cpula es una sntesis espacial. Ella representa sobre las naves de los templos la expansin espiritual del sentimiento religioso. Nacida en tierra iran y trasplantada a Occidente, la cpula floreci, sobre todo en Italia, y tuvo su mxima expresin sobre los muros polcromos de Santa Mara dei Fiori. Transportada a Mxico, esta admirable concepcin arquitectnica se desarroll en la vieja tierra de Anhuac que no haba conocido la curva prodigiosamente. Y la cpula fue el ornamento de las soberbias iglesias metropolitanas, de los pintorescos templos de los pueblos, de las pobres capillas de los campos, y en ellas se explic con mayor elocuencia y con extraordinaria abundancia el sentimiento artstico popular. En este primer volumen se definieron los principales tipos de cpulas de Mxico y se sealaron sus caractersticas, ilustrndolo con magnficas reproducciones fotogrficas de Kahlo y otros con dibujos acuarelados a mano. El segundo volumen . Totalmente escrito por Manuel Toussaint. Constituye la primera monografa histrico-crtica
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de la catedral metropolitana, la que le ha servido de ejemplo a las obras posteriores que se ocupan del mismo asunto. Manuel Toussaint realiz en este volumen la ms justa valorizacin que se haya hecho de la mxima iglesia metropolitana, y el fotgrafo Kahlo colabor con sus fotografas. El tercer volumen. Est dedicado a los tipos que pueden considerarse como mexicanos y que se levantan en el Valle de Mxico, a los que di la denominacin de tipos ultrabarrocos. Al hacer el estudio comparativo entre el barroco italiano, el espaol y el mexicano, encontr que este ltimo, absurdamente definido como churrigueresco, tena caractersticas muy especiales que lo diferencian de los tipos europeos y lo presentan con modalidades exageradas, ms audaces, y no sabra yo decir precisamente si es un producto decadente o algo nuevo. El grupo que comprende las innumerables iglesias pueblerinas y las grandes iglesias citadinas, ornadas de prodigiosos altares dorados y policromados, no cabe dentro de ninguna denominacin de las que se haban adoptado antes de que apareciese este volumen. Evidentemente que la parte puramente arquitectnica, al mismo tiempo que el ornamental, provienen, a veces del barroco espaol, y en muchas ocasiones directamente del italiano, pero albailes, canteros y ornamentistas mexicanos hicieron con los elementos importados un estilo nuevo, arbitrario, polcromo, y en el caso de los altares de una fantasa y de una riqueza verdaderamente prodigiosas. La mayor parte de las ilustraciones de este volumen se deben al fotgrafo Kahlo. El cuarto volumen. Est dedicado a definir y poner en valor el tipo de la arquitectura poblana religiosa, dentro de la que caben templos magnficos como La Merced y San Francisco, centenares de pequeas iglesias hechas como maquetas de escultor, con fachadas, campanarios y cpulas
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policromadas, interiores verdaderamente magnficos como la capilla del Rosario y preciosos templos erguidos sobre las colinas de los valles de San Francisco Acatepec y Santa Mara Tonanzintla. En ninguna regin de Mxico el policromismo alcanz un desarrollo tan importante y una correlacin tan completa con el ambiente como en Puebla, y tampoco en ninguna ciudad de la Repblica la cpula alcanz un desarrollo tan ampliamente como en estos valles y montes del estado de Puebla. Este volumen est ilustrado con las fotografas de Kahlo, siempre excelentes y gran nmero de dibujos del autor. Volumen quinto. Est dedicado a los altares. En l se hace una clasificacin de todos los tipos de ornamentaciones interiores de las iglesias y se definen con precisin las caractersticas de la exornacin ultrabarroca, a cuyas modalidades pertenecen la mayor parte y los ms bellos altares de los templos mexicanos. Volumen sexto. El volumen sexto es una recopilacin de tipos religiosos arquitectnicos de 1525 a 1925 y est redactado e ilustrado por los seores Manuel Toussaint, el ingeniero I. R. Bentez y el que esto escribe. Toussaint hace una sntesis muy clara del carcter de las iglesias y conventos que se erigieron durante la segunda mitad del siglo XVI, y su trabajo constituye, junto con el del ingeniero Bentez la parte ms importante de este ltimo volumen. El ingeniero Bentez expone un cuadro estadstico sobre el desarrollo de las construcciones religiosas en el virreinato, que pone ante nuestros ojos el desarrollo de las construcciones eclesisticas en Mxico durante 1700. De principios de 1700 a fines de 1750 se construyeron cinco iglesias por mes, o sea tres mil en cincuenta aos. Esta furia religiosa explica por qu Mxico se empobreci desde esa poca, no slo por la inversin casi total de los capitales y de la mano de obra en trabajos que no aportaban utilidad pblica, sino
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porque se descuid totalmente el cultivo de los campos, el fomento de las industrias y la poltica fue, fundamentalmente, una poltica al servicio de la iglesia. Eplogo de Iglesias de Mxico. Estas monografas editadas por la Secretara de Hacienda, empezadas por iniciativa del seor ingeniero A. J. Pani, durante el desempeo de su cargo como Secretario, y terminadas por el seor don Luis Montes de Oca al hacerse cargo de la jefatura de la misma Secretara de Hacienda, estn hechas como las iglesias que describen sin un plan fijo pero con vigor y con el espritu nuevo tiene un carcter fundamental crtico una finalidad bien clara: determinar con precisin, y lgicamente, el valor de los componentes plsticos de los diversos tipos que forman la arquitectura levantada durante el virreinato. Encierran errores y contradicciones que los crticos venideros corregirn. Les falta exposicin grfica y crtica de diversos monumentos importantes. Pero es el nico trabajo en el cual puede encontrarse una clasificacin racional de la arquitectura post-azteca. En los seis volmenes que componen esta serie, estn definidos y clasificados los tipos que forman nuestro estilo nacional el ultra barroco. La importancia histrica, literaria, crtica y artstica de la obra que se elabor dentro del convento, fue encerrada en una magnfica edicin dirigida por el ingeniero Rafael Loera Chvez, la que le vali clidos elogios del Instituto dArti Grafiche di Bergamo y de la prensa de Mxico.
inmediatamente despus, fue, desde su cartula hasta la ltima palabra de sus conclusiones, un ataque cerrado contra la Iglesia catlica. A mi convento lleg, recomendado por mis amigos de Italia, un muchacho de fuerte complexin, de firmes rasgos faciales y con toda la apariencia de un hombre combativo. Guillermo Dellhora traa consigo una abundantsima documentacin concerniente a la prostitucin de la Iglesia catlica desde fines de la Edad Media, y vena con la intencin de hacer un libro suficientemente extenso y ampliamente ilustrado para reconcentrar esa documentacin. Me comunic su proyecto, organizamos los textos y las ilustraciones, e hicimos un plan. Antes de empezar se necesitaba saber si exista un editor, o un patrono que tuviera el dinero y el valor para publicar una obra de esa especie. Con el plan en la mano, fui a ver al licenciado Emilio Portes Gil, ex Presidente de la Repblica y Secretario de Gobernacin. El plan fue aprobado y contamos con el dinero necesario para editar la obra, muy costosa por la cantidad de ilustraciones y el papel que habamos escogido para imprimirla. Se trataba, en resumen, de escoger y ordenar las opiniones de los ms importantes escritores, filsofos, poetas, hombres de ciencia, desde el ao de 1100 hasta 1930 aproximadamente, y adjuntar las tremendas crticas de santas, santos y pontfices que haban tronado contra la Iglesia. El texto sera ilustrado, en su mayor parte por dibujos y pinturas de Ratalanga y de Podrecca, que haban realizado una violenta campaa contra el Vaticano all por el 1900, en aquel clebre semanario que se llam lAsino, el rgano ms anticlerical de Europa y el ms ledo. Yo haba conocido en Roma a los dibujantes de este semanario y a sus redactores y en muchas ocasiones tom parte muy activa en la campaa anticlerical, especialmente en los ataques a la Iglesia que se derivaron del descubrimiento he191
cho por los redactores de lAsino en el Baldachino de la Baslica de San Pedro, en donde Bernini y sus discpulos contaron, en relieves de mrmol, la bellaquera de la familia del Pontfice y del Pontfice mismo. Este descubrimiento caus sensacin en el mundo, y los que en l tomamos parte y lo expusimos a la consideracin de los pueblo, nos cubrimos de gloria, de la cual formaba parte una solemne excomunin del Vaticano. As pues, el joven italiano que llegaba recomendado por mis amigos, cay en un terreno propicio; iba a contar con la colaboracin de un hombre que ya haba hecho en Italia una labor semejante a la que el recin llegado pretenda realizar en Mxico, que se haba convertido oficialmente en un pas anticlerical. El licenciado Portes Gil, dado su alto puesto, estaba en condiciones de patrocinar la obra propuesta por Guillermo Dellhora. Traduje al espaol las palabras candentes de santas y santos, de pensadores del Renacimiento, de filsofos franceses, de polticos italianos del Resurgimiento, y agregu las mas. Se organizaron las ilustraciones, que si no eran vigorosas expresiones plsticas s alcanzaban a despertar los sentimientos de la mayora de las gentes. Se hizo un volumen de cuatrocientas pginas, que Rafael Loera Chvez edit magnficamente, y del seno del convento mercedario sali una de las obras ms elocuentes y populares contra la Iglesia de Jesucristo. Los diez mil ejemplares que formaron la edicin se agotaron rpidamente, y hoy la obra de Dellhora se cotiza en el mercado librero, diez o doce veces ms alto que su valor primitivo, es decir, hoy vale cuatrocientos o quinientos pesos. Un profano suicida. Guillermo Dellhora, una vez terminada su obra, que llev por ttulo: La Iglesia catlica ante la crtica en el pensamiento y en el arte entr en una especie de receso mental y en un estado de depresin nerviosa que, si era fcil de explicar despus de un triunfo en un hombre dbil, no era explicable en un hombre joven lleno de vigor, de una vasta
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cultura y, al parecer, de sentimientos firmes. Yo trat de averiguar lo que pasaba a mi amigo, con quien haba colaborado con tanto entusiasmo, y un da, paseando por los corredores del claustro, Dellhora, espontneamente, tal vez confiando en nuestra amistad o seducido por la ayuda que yo le haba prestado para llevar a cabo su trabajo, me abri todo su corazn. Haba abandonado Italia por asuntos polticos. Su odio al rgimen de Mussolini le haba proporcionado duras persecuciones, y en vsperas de ser sujetado a un proceso se exili en Francia. Le fue necesario abandonar a su mujer, con quien se acababa de casar, y al venir a Mxico perdi toda esperanza de volver a Italia. Al terminar su obra contra la Iglesia, recibi una serie de cartas de diversos amigos, donde le comunicaron que su mujer se haba convertido en la amante de uno de los fascistas que ms lo persiguieron en Roma. Dellhora tena dinero para volver a Italia, pero el rgimen de Mussolini le impeda la entrada. Yo le di el nico consejo que un hombre puede darle a otro en circunstancias semejantes: Regrese usted a Italia, a riesgo de su propia vida, y mate a la infiel o a su amante, o a los dos, segn se presenten las circunstancias. No puedo, me objet. Amo demasiado a mi mujer, siempre he estado loco por ella y me considero impotente para hacerle el menor dao. Intentar persuadirla, dijo con una voz suave, para que venga a reunirse conmigo. No vendr nunca, aunque tuviera todas las facilidades. Es posible que su mujer lo quiera todava, pero en ella, como en cualquier otra mujer en las mismas condiciones, se impone ms un capricho que el amor. Entonces dijo Dellhora, interrumpindome, me matar. Esa solucin debe ser exclusiva del sujeto desilusionado.
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Mi amigo me mir con sus ojos claros y potentes y ponindome sus manos sobre los hombros, me dijo con lgrimas en los ojos: No s qu hacer. Durante varios das estuvo yendo al convento y a cada momento me pareca ms deprimido. Qu poda yo decir a mi pobre amigo? Cmo poda yo consolarlo si yo no dispona de un lenguaje suficientemente persuasivo para llevar a su nimo un consuelo cualquiera? Una noche, mientras cenbamos en silencio, Dellhora, disimuladamente, extrajo de su bolsillo una pequea caja, y de ella unas pastillas que dej caer en un vaso de vino, creyendo que yo no haba visto su maniobra. Cuando consider que las pastillas estaban disueltas, cogi el vaso y trat de llevrselo a la boca. Yo se lo imped bruscamente. Guillermo, querido amigo, en este mundo todo ser consciente, hombre o mujer, no tiene ms que una sola propiedad verdadera: su propia vida, y cada cual puede disponer de ella como mejor le plazca. Suicidarse es un derecho natural. Usted puede hacerlo, aqu, delante de m, pero ya lo ha reflexionado usted suficientemente? Y ponindole la copa con las pastillas que l haba echado dentro junto a su mano, agregu: estoy dispuesto a hacer el papel del verdugo de Scrates dndole el vaso con la cicuta, pero ste que pongo al alcance de su mano no es la sentencia de muerte impuesta por un tribunal, sino la que usted mismo se impone. Dellhora estaba plido, con la boca contrada. Lentamente bajo la cabeza y la apoy en los brazos que tena recogidos sobre la mesa y llor largamente. Yo tir el vino y el vaso. Tres das despus el mozo de la casa de asistencia donde viva Dellhora lleg muy emocionado al convento y me dijo con voz entrecortada: seor, seor, don Guillermo se ha matado!
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La misma noche en que mi desgraciado amigo trat de suicidarse en mi presencia, se meti en un bal, cerr fuertemente la tapa por dentro y se peg un tiro en la sien. Durante tres das el cadver estuvo encerrado en el bal, y al cuarto, la peste lo denunci. Cuando lo destaparon, Dellhora se haba convertido en una gusanera. Muchas gentes me dijeron que aquella muerte era un castigo de Dios. No me extra la afirmacin: Jehov ha matado tanta gente a travs de los milenios, que no puede sorprender a nadie otra muerte ms por escribir un libro contra sus representantes en la tierra.
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A medioda nos reunimos Felipe, el ms viejo de todos mis compaeros, Irineo, un indio de raza pura, y Leonardo, el ms letrado. Ahora les dije, no vamos a llevar a un grupo de amigos por las veredas conocidas: queremos ir por el lado poniente sur, ascender al pico de Teopixcalco y atacar la montaa por sus glaciares. Para nosotros es un paseo dijo Leonardo, pero para la seorita es demasiado fuerte. Son cinco horas de peligro continuo. Qu importa! dijo Mercedes con firmeza y agreg: si ustedes suben, por qu no he de subir yo que soy ms joven? Lo de joven, no se discute, refunfu Leonardo, pero usted no sabe de estas cosas. No es lo mismo subir por donde usted quiere que por donde suben los excursionistas domingueros. Pero la seorita coment yo, est muy entrenada y, adems, nosotros la conduciremos. Al da siguiente salimos, ya bastante entrada la maana, seguidos de dos mulas que llevaban los bastimentos y los trastos para cocinar. Por si fuese necesario llevamos un caballo para que Mercedes lo montase en las cuestas muy pronunciadas, pero el animal, que era el mejor caballo de Amecameca, slo sirvi al regreso, para cargar los famosos recuerdos de Mercedes, que segua entusiasmada con las piedras volcnicas. El camino que sale de Amecameca hacia la parte poniente sur del volcn es un verdadero ro de arena floja, muy molesto para recorrerse y al llegar al pueblo de San Pedro Nexapa se transforma en otro ro de piedras que avanzan por los flancos de grandes lomas cubiertas de oyameles. Dentro de estos bosques el camino es angosto, suave y cmodo, todava no muy empinado y se detiene a la entrada de una hermosa caada. En ella pasamos el resto de la tarde y la noche. Antes del
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amanecer emprendimos la marcha que haba de terminar en los arenales de Cuahuatzla, donde acamparamos. Antes de alcanzar ese punto, y al abandonar los grandes bosques de pinos, la naturaleza se vuelve spera y aparecen los primeros derrames de arena que bajan de los altos declives del volcn, sembrados aqu y all los pinos retorcidos por el viento. Cerca del medioda llegamos a Cuahuatzala, segunda etapa de nuestra excursin, bajo un sol que, en esta altura cuatro mil doscientos metros sobre el nivel del mar y en este da claro, quema ms que el sol del desierto de Sahara. Cuahuatzala es, como lo dice su nombre nhuatl, lugar donde abundan los troncos secos de los rboles, y est formado por grandes declives arenosos y sembrado de enormes esqueletos de pinos inclinados sobre la tierra un paisaje gris, cubierto por un cielo azul extraamente profundo; el volcn se oculta detrs del alto lomero. A pesar del calor se encendi una gran hoguera y se calent el almuerzo. Los indios de estos montes, salvo casos muy excepcionales, nunca comen sus alimento fros: siempre encienden su hoguera para calentarlos. Almorzamos, y Mercedes se durmi. Poco antes del atardecer la despert y la conduje por el filo de una loma arenosa a uno de los repliegues superiores de la barranca de Nexpayantla. Durante el camino no veamos ms que las lomas de arenas y el cielo azul, pero al descender por un repliegue sembrado de pequeas lajas, Mercedes se qued estupefacta. Ante ella se abri un abismo de arena rodeado de rocas que suban hasta los grandes acantilados del volcn, y, sobre ellos, la gran cpula de hielo se levantaba como una inmensa joya, llena de luz y de silencio. Junto a nosotros dos rocas rojizas encuadraban el paisaje, paisaje terrible como el dolor. Bajamos un poco hasta colocarnos al borde del abismo. El paisaje se ampli. Hacia abajo se extendan las grandes faldas del volcn cubiertas de bosques de pinos, y ms abajo exten197
sas llanuras dilatadas hasta los horizontes dibujados sobre un cielo luminoso. Mercedes tena las lgrimas en los ojos y no poda hablar. La sensibilidad de esta criatura ante los espectculos de la naturaleza era extraa, dada su edad. Es que toda ella era sentimiento inmaculado y optimismo. Yo me emocion ms con la emocin de la criatura que por la contemplacin del paisaje prodigioso, tal vez porque lo haba admirado ya centenares de veces. Cuando el sol traspuso las lejanas cordilleras, toda la tierra qued envuelta en una penumbra azul de la que emerga como un faro la cima rojiza del Popocatpetl. Mercedes estaba ms fatigada de la contemplacin de este prodigioso panorama que de las siete horas de ascencin que habamos hecho para llegar a Cuahuatzala. La conduje al campamento y se sent junto al fuego. La temperatura haba descendido 45 grados en pocos minutos. La ascencin. Durante el tiempo que dur nuestro paseo, mis compaeros haban construido dos chozas con grandes astillas de pino recubiertas de manojos de zacate, cortado en el bosque que tenamos a nuestros pies. La ms grande se destin a los guas y en la ms pequea nos acomodamos Mercedes y yo. Frente a la hoguera, cenamos. Cuando los guas y yo hacamos esta misma excursin para escalar el volcn, no nos dbamos a tantos preparativos, pero como se trataba de conducir a una muchacha que nunca haba realizado una empresa semejante, era necesario proporcionarle todas las facilidades. Al da siguiente los muchachos y yo establecimos un segundo campamento en el cuello de Teopixcalco, 400 metros ms arriba. El objeto de este segundo campamento era proporcionar a Mercedes un descanso lo ms largo posible antes de emprender la ltima ascencin, y un lugar de reposo al descender.
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El cuello que liga el Pico de Tteopixcalco con la parte superior del cono del volcn, est formado por espinazos muy erosionados que terminan en diques cubiertos de piedras muy agudas. Ms arriba, entre los diques, hay siempre ligeras capas de hielo. Por esta zona atravesamos en plena noche fulgurante de estrellas y azotados por un viento sutil y helado. Despus de una hora de marcha lenta encontramos el primer declive de hielo, cortado a pico sobre los pedregales, y hubo necesidad de rodearlo hacia el norte para encontrar un paso. Ascendimos, ligados con cuerdas. Yo guiaba y Leonardo e Irineo seguan a Mercedes. Pronto alcanzamos una grande crevasse, en cuyo extremo superior se abra una hermosa gruta de hielo llena de estalactitas y estalacmitas, que en la suave oscuridad nocturna brillaba extraamente. Desde esta cueva hacia arriba, las capas de hielo se van volviendo ms y ms lisas y su inclinacin obliga a cortar escalones para poder subir. Despus de cuatro horas de marcha habamos alcanzado el borde del crter. Cuando Mercedes se asom al enorme abismo tuvo una contraccin involuntaria. En la noche profunda el crter oscuro pareca no tener fondo. Seguimos por el borde superior y cerca de las cuatro de la maana llegamos a la punta ms elevada del volcn (5,600 metros), cuando las estrellas empezaban a palidecer y el cielo se cubra de una suave luminosidad aperlada. En las sinuosidades de las rocas que forman esta punta nos colocamos, al borde del abismo, mientras el cielo fue volvindose ms claro y las estrellas apagndose bajo capas de luz venidas del oriente. Soplaba un viento helado y el fro haba descendido ocho grados bajo cero. (A cinco kilmetros y medio de altura, en una noche despejada y con viento, ocho grados molestan ms que 50 en Finlandia). Lentamente fueron ascendiendo del Oriente largas fajas de luz rojas y amarillas y la tierra inundndose de luz. De las profundidades de los valles surgan los lomos azulosos de las
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cordilleras y la cima del Iztacchuatl pareca retorcerse en el espacio. Mercedes era una contraccin. La emocin la tena contrada como si su cuerpo hubiese estado sometido a una corriente elctrica. Acercndome, la cog suavemente de un brazo y le dije: mira hacia el Poniente. A los pocos instantes la sombra cnica del Popocatpetl se proyect en la atmsfera sobre un cielo rojo y amarillo, y se mova como un fantasma. Mercedes estaba muda. Su imaginacin se paraliz ante una realidad superior a todas las fantasas, y en silencio sigui mirando la sombra del volcn que descenda lentamente del aire y se aplastaba sobre la tierra hasta formar una pennsula oscura y fluida, a cuyo alrededor el sol iluminaba campos y montes con una luz nacarada. El sol ascenda rpidamente y su luz desentraaba cordilleras y serranas, valles y bosques, iluminndolo todo con una luz dorada, pero hacia el Oriente las ondulaciones de la tierra se destacaban unas tras de otras en masas azulosas hasta tocar las costas del Golfo de Mxico a trescientos kilmetros de distancia y cuando el sol estuvo ya muy alto Mercedes se llev las manos a la cara y se tap los ojos. Luego dijo: Me voy a volver loca. No puedo ms. Cre que despus de haber visto lo que vi ayer, nada poda sorprenderme. El calor del sol la haba reanimado y quiso seguir mirando y diciendo lo que senta, pero el viejo Irineo la interrumpi. Mire usted aquellas nubecitas que estn sobre la sierra: son las que anuncian las primeras lluvias y aqu arriba se formar una tempestad en un momento. Sera mejor que bajramos. Las primeras nevadas. Irineo tena razn: en pocos instantes aquellas nubecillas crecieron y se convirtieron en grandes cmulos que rodaban hacia el volcn. Era necesario descender. Nos atamos con cuerdas en diversa forma de como lo habamos hecho al ascender y enfilamos por el largo declive en
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medio de una nublazn cerrada. Esta vez Irineo guiaba y Leonardo y yo bamos detrs, sosteniendo a Mercedes con dos distintas cuerdas. En los declives muy pronunciados que forman las gruesas capas de hielo, el descenso es ms peligroso que el ascenso y hubimos de aumentar nuestras precauciones, sobre todo porque la niebla era muy espesa y slo alcanzbamos a ver hasta diez o doce pasos adelante. Afortunadamente el rastro de nuestras pisadas y los escalones que habamos hecho, facilitaban la bajada. Sin embargo, haba pendientes muy pronunciadas en que era necesario que Mercedes se colgase de las cuerdas que nosotros sostenamos. El descenso fue lento. No era posible precipitar la marcha sobre el hielo resbaladizo, cortado por pequeas crevasses y enmedio de una semioscuridad peligrosa. De repente empez a nevar y las dificultades aumentaron. Comprendamos que Mercedes estaba muy fatigada y necesitaba un reposo que no podamos darle en aquellas circunstancias. Finalmente llegamos al campamento de Teopixcalco cerca del medioda y envueltos en rachas de nieve, acompaadas de grandes relmpagos. Reavivamos el fuego que habamos dejado cubierto y Leonardo prepar el caf. Lo bebimos con delicia, saturado de coac y arrojamos a la hoguera cuanto quedaba por quemar hasta que Mercedes tuvo la ilusin de que se calentaba. Cerca de las cuatro de la tarde volvimos al primer campamento, donde una comida esplndida nos esperaba. Con el descenso Mercedes se haba reanimado, y como la tempestad haba cesado, pudo calentarse efectivamente; se quit los guantes empapados, se descalz y se cubri con gruesos calcetines de lana secos, lo que le dio un gran consuelo. Habamos hecho muchas excursiones por los montes, pero ninguna tan interesante y peligrosa como la que acabbamos de realizar.
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Comi en silencio, lentamente, como siempre lo haca, y cuando hubo terminado se retir bajo la entrada de la pequea choza y nosotros reanimamos el fuego para que su calor la alcanzase. De su figura deformada por los gruesos sarapes que la envolvan, no se vea ntegramente ms que sus ojos negros, donde se reflejaban las llamaradas de la hoguera, pero yo cre adivinar detrs de los fuego oscilantes el tremendo asombro de aquella criatura. Me acerqu y le pregunt: Volveras a hacer esta misma excursin? Mil veces la volvera a hacer, me contest, pero no creo que sea posible, porque ahora hay muchas nubes y francamente, es muy peligrosa y agreg: pero la volvera a hacer de todos modos, con peligros y con nubes. Te voy a pedir un favor, concluy, quedmonos aqu algunos das ms. Todos los que quieras. Vers otras cosas, diferentes, pero siempre maravillosas, las grandes tempestades en algunas alturas son magnficas y te gustar contemplarlas, y hasta sufrirlas. No se apuren por las tempestades, dijo Irineo, que nos haba escuchado, no faltarn. Y as fue. Desde el da siguiente, despus de una noche de calma en que Mercedes durmi tan profundamente que no se movi hasta el amanecer, la madre naturaleza se complaci en cumplir los pronsticos de Irineo. Toda la maana siguiente al da de la excursin la empleamos en pasear por los arenales humedecidos con la lluvia, que aparecan negruzcos, y desde sus lomos le mostr las grandes zonas devastadas por los vendavales y los torrentes de piedras y de arena que bajaban desde los hielos hasta tocar los bosques destruidos. Los muchachos haban reforzado las pequeas chozas con manojos de zacate y acarreado grandes ramazones secas de pinos que el viento, las lluvias y el sol haban destruido haca
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muchos centenares de aos, con las que formaron una hoguera que pareca un incendio capaz de resistir las ms furiosas tormentas. Toda la maana, sobre la cima del volcn, se haban acumulado las nubes y el cielo a su alrededor permaneci despejado, pero poco despus de medioda grandes masas vaporosas empezaron a subir por entre las caadas y mientras almorzbamos cubrieron los lomeros. De repente un relmpago ilumin la niebla y un trueno profundo y prolongado sacudi el aire. Instantes despus empez a granizar y en breves momentos las arenas se cubrieron de una capa blanquecina. Las nubes estaban tan bajas y eran tan espesas que podan tocarse. Mercedes hizo el intento de meter las manos en una nube oscura y apretada que rodaba lentamente junto a las chozas y yo le grit: No hagas eso: puedes provocar una descarga. Baj los brazos y yo le cont cmo en una ocasin semejante, uno de mis mozos meti las manos en una de esas nubes y la descarga que provoc lo dej muerto, retorcido sobre la arena. Al granizo sucedi una nevada muy molesta, a la que los indgenas dan el nombre de plumilla, y est compuesta de cristales planos, muy deleznables, que se presentan siempre en estas zonas antes de que los copos de nieve desciendan de las nubes. As sucedi en esta ocasin. Una silenciosa y abundante nevada empez a descender sobre las lomas y extendi rpidamente una capa suave y blanqusima a nuestro alrededor. De repente en la atmsfera griscea, en silencio, estall un globo de color verde intenssimo, y luego otro, y despus muchos, aqu y all, sobre las lomas, entre los esqueletos de los pinos, sobre nuestras cabezas. Eran del tamao de los grandes focos elctricos de las ciudades y estallaban sin ruido, dejando un fuerte olor a ozono. Mercedes estaba azorada.
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No matan esos rayos? pregunt. No son rayos le contest, no son chispas producidas por un choque, sino acumulaciones de ozono electrizado que explotan en el mismo lugar donde nacieron, siempre a muy poca altura del suelo. Cuntas cosas extraas se ven en este volcn! dijo juntando las manos y agreg: voy a salir para ver si puedo tocar uno. No fue necesario. Un globo verdoso estall en la puerta de la cabaa sin causar el menor dao, pero por rpido que fue el movimiento de la mano de Mercedes, no pudo alcanzarlo. Las tempestades en esta altura y en este tiempo duran poco. Un viento poderoso del sur se arroj sobre las nubes que los cubran, las empuj sobre las lomas de arena, las levant contra el cono del volcn, las rasg contra los acantilados llenos de nieve y con furia mtica fue despejando el cielo hasta dejarlo limpio. El sol volvi a iluminar la montaa transformada en una tumba cubierta con un blanco sudario. Los das siguientes, Mercedes los dedic a dibujar. Cubri papeles y ms papeles de ingenuos pero elocuentes trazos infantiles que la llenaban de satisfaccin. En todo era una mujer, menos en su voz y en su manera de dibujar: en ambas cosas fue siempre una nia. * * *
CAMBIO DE FORTUNA
Los meses haban pasado y formaron aos llenos de felicidad, de trabajo, de esperanzas. Mi vida intensa y despreocupada no era el mejor sistema para llevarme a la plena seguridad de vivir a esa seguridad de que todos los hombres ambicionan como la nica medida para no caer en el abismo de la miseria. A m, en realidad poco me importaba la
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seguridad y mucho menos la miseria. Pero en medio de mi despreocupacin, esta vieja mujer que acecha siempre no desde las sombras, sino desde el esplendor de la vida misma, extendi sus garras sobre el convento. Ya era tiempo. Fracasos, despilfarros, fiestas... me condujeron fatalmente a la pobreza. Los cuadros no se vendan, ni los libros. Las deudas se acumularon de un golpe. No tenamos reservas ni en los bancos ni en la despensa. Una hermosa maana no hubo dinero para comprar la leche y el pan para los nios. Y otra faltaron las tortillas para los grandes. Era evidente que no podamos quedarnos sin comer los habitantes del claustro mercedario, y Mercedes recurri a un crdito que yo crea inexistente. Las vecinas de los puestos de fruta de los alrededores del convento y los espaoles de las tiendas abiertas junto a esos puestos cedieron a nuestras solicitudes y hubo en abundancia latas de sardinas, caf de garbanzo, frutas y legumbres. Durante dos meses vivimos del crdito, que bien visto, merecamos porque en los lugares donde lo solicitbamos habamos derramado el dinero poco tiempo antes. Estbamos acostumbrados a comer con abundancia y las cuentas en las tiendas de comestibles suban fantsticamente, ante nuestro temor de que los creditores nos cerrasen las puertas, lo que un da sucedi en un lugar, otro da en otro, hasta que no hubo dnde llamar. Nosotros habamos perdido totalmente nuestro prestigio, los fiadores teman por su dinero. Las cuentas de las tiendas empezaron a llegar en nmero abrumador y pudimos seguir viviendo gracias a que Mercedes y las muchachas de la Colonia patieril haban acumulado algunas mercancas, casi podra decirse que haban establecido una tienda particular bajo los arcos del convento. Pero las reservas tambin se agotaron, y en vista de la imposibilidad en que yo me encontr de obtener dinero como
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en otras pocas, Mercedes tuvo un golpe genial: puso un puesto con mis cuadros, un puesto igual y en medio de los fierros viejos o de jabn. En la esquina del convento ms transitada por los compradores haba una barraca donde vendan zapatos, propiedad de una comadre de doa Crescencia. Mercedes le propuso adjuntarlo. Se quitaran los zapatos y se colgaran en su lugar dibujos y pinturas. La mujer acept mediante la ganancia de un 15% neto sobre las ventas. El puesto estaba exactamente en la esquina de Jess Mara y Uruguay y Mercedes se puso al frente, amparada por su belleza y su gracia extraordinaria y por un rtulo que deca: Los mejores dibujos del mundo a precios de plaza, claro que todo el mundo entenda que estos precios eran los de la plaza de la Merced, es decir, en relacin con el valor de un kilo de jabn o de una docena de naranjas. El primer da se vendieron tres dibujos a cinco pesos cada uno y una pequea pintura en diez. El segundo da la venta aument al doble y a los mismos precios, y al tercero se hubiera vendido toda la mercanca, pero la vendedora comprendi que la valorizacin de los cuadros no era justa y que podan alcanzar precios muy superiores. Puso un anuncio en un peridico, hizo unos pequeos volantes para llevarlos a los amigos y cerr el puesto. Vers cunta gente vendr dijo. A m, francamente me satisfizo completamente el resultado de la venta de los dos primeros das. Finalmente yo saba a ciencia cierta cunto valan mis cuadros ante el criterio y las posibilidades pecuniarias del pblico, sin inflarlo y sin la miseen-scene de una exposicin rastacuera ni a la rclame de los peridicos. En el puesto clausurado Mercedes puso un anuncio: cerrado por balance. Reapertura el jueves... El jueves se abri, pero contra lo previsto, la gente no quiso pagar ms de diez
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pesos por un dibujo ni ms de veinte por una pintura pero los cuadros subieron enormemente de valor. Algunos dibujos se vendieron a cincuenta y cien. Como haba muchos dibujos y muchas pinturas, en un mes vendimos cerca de 2,000 pesos, que se me fueron como agua entre los dedos. Esta venta fue nuestro ltimo recurso. Despus las gentes ya no queran dibujos ni regalados y sufrimos otro colapso econmico, que termin en un desastre cuando se acabaron los dos mil pesos. La miseria, hija de la despreocupacin, entr sin misericordia y definitivamente en el claustro mercedario.
LUCIO
La imprevisin la imprevisin total frente a todos los problemas de la vida, cualquiera que sea su carcter y su importancia es una de las modalidades ms visibles del modo de ser de la gente de Mxico, pero entre esas gentes hay un gran nmero que ha convertido esa virtud nacional en un alegre sistema de vivir, y entre ese grupo de elegidos, yo me he considerado como su mximo representante. Pero en el desastre que suframos existan circunstancias especiales que me lo hicieron sentir muy agudamente: mi excelente amigo Lucio cay gravemente enfermo y no haba posibilidad de atenderlo. Este Lucio era para m y para el pueblo innumerable que viva al amparo de las arcadas del convento, un ser indispensable. En l descansaban nuestros trabajos materiales, y l era el consejero, lo mismo para encontrar la forma de evitar los pagos a la compaa de luz, que para preparar un banquete o para servirlo, o si era conveniente o no hacer un negocio con cualquier gente. Tena una extraordinaria habilidad de manos, un claro sentido comn y un slido espritu de justicia. No saba leer ni escribir tal vez por eso juzgaba y haca tan bien las cosas.
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l gobernaba con mano suave y justa aquel mundo de mujeres y de nios que se haban acogido a la misericordia del claustro, y desde que l lleg nunca hubo discusiones ni pleitos familiares, y los amantes de las chicas le obedecan mansamente. No tena, en realidad, nada de extraordinario en su apariencia: era un tipo vulgar, de pmulos salientes, ojos pequeos, frente estrecha y una gran cabellera negra, de fuerte complexin, pero de movimientos suaves, y lo que poda considerarse como un defecto singular, su boca, era precisamente de donde emanaba una extraa fuerza. Doa Crescencia, abuela de toda aquella tribu, deca con mucha justicia: Lucio trae el alma en la boca, por eso la tiene tan grande. Lucio tena realmente un alma grande y, adems, una poderosa inteligencia, incultivada, y precisamente por eso, pura. Su enfermedad, un padecimiento del hgado, se complic y sus padecimientos lo iban llevando fatalmente a la muerte. Le prodigamos los escassimos recursos de que disponamos, pero todo fue en vano.
LA MUERTE DE LUCIO
Qu terrible desconsuelo oscuro desconsuelo, agona arrinconada en un antro de dolor; el espritu colgado como telaraa desgarrada en un ngulo de un muro; amargor en la boca...! Dando traspis haba caminado todo el da por las calles de la gran urbe, tratando de conseguir dinero para comprar medicinas y llevarle algo de comer a mi amigo, que se mora bajo los arcos del viejo convento, aplastado en un sucio camastro. Nada haba podido obtener! Todas las puertas del mundo se haban ido cerrando delante de m con fra parsimonia. Me haba quedado solo en un desierto con los girones del alma
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flotando como nubarrones en una atmsfera pesada y triste. A veces me senta como un gusano en un tubo de ensaye, movindome intilmente dentro de infranqueables paredes de vidrio. Por todas partes, dentro y fuera de mi conciencia, una sola cosa visible: la impotencia. Ya muy noche, vacilante, idiotizado, borracho de amargura, llegu hasta el viejo portn del convento. Volva sin dinero, sin medicinas y sin pan. Saba con profundo dolor que mi amigo se mora entre mujeres que lloraban y nios que chillaban de hambre. Mi amigo era Lucio, un muchacho que me serva de mozo, de ayudante y de compaero, siempre risueo, de voz suave, robusto, inteligente, de un optimismo radiante, siempre dispuesto a comprender todas las cosas que pasaban delante de su atencin alerta. Un silencio de camposanto abandonado circundaba los carcomidos muros del claustro, un silencio alumbrado a trechos por la fra claridad de un arco voltaico y roto, a ratos, por los pasos acelerados de algn transente. Cuando introduje la llave para abrir la apolillada puerta un calosfro me sobrecogi. El golpe seco de un pasador dio sobre mis nervios como un hachazo sobre mi cabeza. Abr. Mi cuerpo se qued clavado en el dintel. Lucio estaba delante de m, tendido sobre el suelo sobre un petate, cubierto con un pedazo de trapo blanco. Sus pies desnudos, iluminados por la llama agonizante de una vela, parecan enormes. All estaba mi amigo, muerto de miseria. Dos mujeres sentadas en el suelo y arrebujadas en sus rebozos, aniquiladas por el dolor, dorman profundamente. En torno del muerto danzaban las sombras movidas por la llama vacilante de la vela y corran a ocultarse en el fondo de las grandes arcadas del patio. Yo miraba al hombre que me esper largas horas para salvarse, tendido sobre el suelo, abatido por la mano implacable
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de su destino, inmvil y yerto, en medio del silencio de las piedras labradas, rodeado de cansancio, circundado de mujeres que dorman aplastadas por el dolor y de nios que haban llorado todo el da pidiendo de comer. Cerr la puerta, me acerqu al muerto, le destap la cara. Su faz serena pareca perdonarme. Un instante pas, un siglo, un tiempo sin medida... Bruscamente la luz de la vela se apag y la muerte sali del cadver y se extendi bajo las bvedas del claustro. Sobre las manos unidas y yertas del difunto puse las mas y llor largamente. De repente un nio grit. Su lamento me volvi a la vida; el grande vaco oscuro se ilumin como la noche tenebrosa con la luz de un relmpago. Amaneca. La vida pareca renacer, pero cuando quise retirar mis manos de las del difunto, el fro de la resignacin las haba paralizado.
Frente al gran portn del convento exista una vecindad tpicamente popular, formada por dos hileras de viviendas pequeas, incmodas y sucias, ligadas eternamente por largos tendederos de ropa bajo los que pululaban chiquillos, mujeres, gritones y malcriados. Sobre esas viviendas del patio se extendan dos corredores que daban acceso a viviendas ms amplias y de mejor aspecto, ocupadas en su mayor parte por dueas de puestos de frutas que haban alcanzado un cierto estado de prosperidad. Entre estas mujeres, generalmente madres de una numerossima familia, haba una dama de aspecto provinciano, muy digna, siempre bien vestida, un poco gruesa pero muy bonita. La leve sordera que padeca aumentaba la viveza de su rostro y disminua el tono de su voz. Era madre de dos preciosas nias y de dos muchachos que trabajaban de dependientes en una tienda. Muchas veces fui a visitarla, y otras, aunque siempre llena de timidez, asisti a nuestros banquetes. Era amable sin exageracin y extremadamente servicial. Una maana se present en el patio de mi morada conventual y suplic a las muchachas que me hablasen. Fui a su encuentro. La bella dama me dijo a media voz: quisiera hablarle a solas. Subimos a mi oficina, y cuando la dama comprendi que nadie nos escuchaba, me dijo: Seor, le extraarn a usted mis palabras, vengo a comunicarle que aqu, en uno de estos corredores, hay dinero enterrado, o por mejor decir, emparedado. Seora, le contest, todos los muros del convento han sido picados por los albailes para recibir un nuevo aplanado. No hay una sola pulgada que no haya sido removida. Dnde cree usted que pueda estar emparedado ese dinero? La dama me mir con esa mirada aguda de los sordos y coment: Lo s, lo s que todos los muros han sido picados, pero el lugar en donde est el dinero lo han dejado intacto. Usted
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cree que yo, sabiendo lo que hay aqu, no he estado pendiente de todos los trabajos que se han hecho? Le aseguro que el lugar donde est el dinero no ha sido tocado. Cul es ese lugar? pregunt, por preguntar algo. Alrededor de un nicho que est en el fondo del corredor enfrente de nosotros. Voy a contarle como est el negocio. En 1913 los soldados que tenan su cuartel aqu en el convento lo abandonaron y se qued custodiado por un portero y su familia. Este portero tena amistad con un pagador del Ejrcito federal, que lo visitaba con frecuencia. Una noche, ya muy tarde, lleg un carro cargado con varias cajas y entre el portero, el pagador y otras personas las bajaron y las metieron a la portera. Todo esto yo lo vi desde el balcn de mi casa y me qued muy intrigada. Poco tiempo despus, el portero, que se llamaba Juan, se meti a la Revolucin y lo mataron. Un da su viuda vino a verme y me cont que las cajas eran seis, las haban emparedado en un corredor, junto al nicho. No queramos decir nada a nadie por temor de que nos comieran el mandado, pero yo me propuse averiguar el sitio donde las cajas fueron escondidas y con mucha frecuencia vena por las noches a platicar con la mujer del nuevo portero, que era muy afecta al espiritismo. Yo le daba por su lado y hacamos sesiones con cualquier pretexto. Yo procuraba que fueran siempre junto al nicho, con el objeto de inspeccionar, sin levantar sospechas, sus alrededores, pero nunca llegu a convencerme de que all haban sido escondidas las cajas. Mi inters en torno del nicho provena de que en una ocasin, a la mujer del antiguo portero se le escap decirme que ella haba visto a su marido reparar el muro, precisamente abajo de ese nicho. El dato era de inters, concluy la dama. Seora, dije a la dama despus de su relato, el nicho est ah y no ha sido tocado por los albailes que repararon el muro. Realmente vale la pena hacer una exploracin. Quiere
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usted que la hagamos el domingo prximo? Si encontramos dinero, vamos a medias. La dama asinti con una sonrisa y un gracias lleno de seguridad.
llenramos nuestras bolsas, extrayendo de las que habamos encontrado, con un dinero que harto necesitbamos. En pocos das, y con mucha prudencia redesenterramos el tesoro encontrado y lo dividimos por partes iguales entre la dama y yo. Ella lo emple en las cosas de su casa y a m me sirvi de gradera para subir nuevamente hacia la prosperidad. Pobre Lucio! Morir de miseria justamente al pie de aquel tesoro enterrado por el pagador!
profesor Alfonso Cornejo, licenciado Eduardo Pallares, Jos Joaqun Gallo, licenciado J. Jess Zavala, Francisco Gonzlez Guerrero, Manuel Toussaint, licenciados Luis Snchez Pontn y la seora Dolores Bolio. El Comit Nacional de Washington se inici con el doctor Leo S. Rowe como Presidente y el doctor Guillermo Sherwell. Habana. Doctor Emilio Role Leushehring, director de Social y Carteles. Enrique Gay Galv, Max Henrquez Urea, Jorge Maach, Alejo Carpentier, Juan Antiga, Carlos Loviera, Alberto Lamar, doctor Emilio Mndez, doctor Juan Marinelo. Honduras lo formaron el doctor Paulino Balladares como Presidente y los Seores Froiln Tursios, Esteban Guardiola y ngel R. Fortn como vocales y como secretario Arturo Martnez Galindo. Costa Rica. Profesor J. Garca Monje, Presidente, Salvador Umaan, secretario. Licenciado Alejandro Alvarado Quiroz, licenciado Asdrubal Villa Lobos y licenciado Rogelio Sotelo, vocales. La Liga de Escritores de Amrica tena su rgano: Amrica, semanario un poco presuntuoso por sus tendencias, impreso en muy buen papel y con algunas colaboraciones importantes de jvenes escritores que inician su carrera brillantemente, como Mara Luisa Ocampo, Amalia Castillo y Adela Formoso, y la de escritores eminentes como Torres Bodet, Alfonso Reyes, licenciado Pallares; los dramaturgos Lozano, etc., etc., pero fuera de estas colaboraciones y de algunas iniciativas revolucionarias, como la de formar un diccionario americano, la revista tena poco inters y estaba muy mal organizada tipogrficamente, a pesar de lo cual tuvo una gran circulacin. Llegamos al nmero dieciocho o veinte y la Liga se desinfl. No fue, en resumen, ms que uno de tantos grupos literarios llenos de entusiasmo, pero poco coherentes y aunque el dinero abundaba, no sirvi, en este caso, para infundirle vida.
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Grupos de esta naturaleza estn destinados al fracaso porque ni responden a un movimiento revolucionario profundo, ni estn sostenidos por una institucin oficial. Nuestro espritu revolucionario era, a fin de cuentas, puramente literario. Una de las causas del fracaso de la Liga se debi a que cuando quisimos hacer frente a la expansin comunista patrocinada por el gobierno, muchos de nuestros miembros se separaron para pescar una chamba y los que quedamos tuvimos que recurrir a explicarnos en los diarios. De cualquier manera, nuestro fracaso fue un caso tpico de esa clase de grupos que se lanzan a los campos de las letras para conquistar la gloria, con el corazn ardiente, pero sin reservas de combustible.
OTRA
La publicacin de la segunda edicin de Las artes populares, hecha por el ingeniero Pani en vista del xito que alcanz la primera, cre un inters positivamente extraordinario en Mxico y en el extranjero y el licenciado Emilio Portes Gil, Presidente de la Repblica, se consider obligado, muy justificadamente, a llevar la accin oficial del campo del elogio al de la prctica, y me encomend la formacin de un programa apegado a las necesidades de los productores de artes vernculas. El seor licenciado Portes Gil tuvo una visin muy amplia de esta empresa destinada a solucionar los problemas econmicos de los que forman la industria ms mexicana, y me sugiri la idea de formar cooperativas entre los grupos de manufactureros indgenas. El terreno estaba bien preparado. Yo haba establecido ya agrupaciones de indgenas en diversos lugares del pas y solicitado la ayuda del Secretario de Industria y Comercio, Luis N. Morones, para impulsar esos grupos y tomar participacin
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en una gran exposicin, que se celebrara en Praga en 1927, pero el seor Secretario de Industria consider que Mxico no estaba en condiciones de hacer gastos superfluos, y perdimos una brillante oportunidad para poner en valor nuestras industrias vernculas en un centro europeo de primer orden. El seor licenciado Portes Gil repar el error, y acept mi programa, que consista en organizar, por lo pronto, cooperativas en Puebla, Oaxaca, Jalisco, Guerrero y Tlaxcala, en establecer un Mercado Central de Artes Populares en el ex convento de la Merced, y en participar, en muy larga escala, en las exposiciones internacionales. En sntesis: fomentar nuestras industrias vernculas, ponerlas en valor y abrirles un amplio mercado en el extranjero. El seor licenciado Portes Gil subvencion a nuestro comit con trescientos diez mil pesos, pero desgraciadamente, por razones de orden administrativo, y poltico, naturalmente, las secretaras de Industria y Comunicaciones reclamaron esas sumas con el pretexto de administrarlas, para seguir mi programa y, doscientos mil pesos fueron puestos a disposicin del Comit de Artes Populares y ciento diez mil pesos se destinaron a las reparaciones del convento. El convento fue reparado en parte, pero el Comit tuvo dificultades desde el primer momento en que pretendi disponer de un dinero que le perteneca. Se haban establecido las bases para financiar veinte cooperativas de fabricantes de loza en Oaxaca y en Jalisco y otras tantas de tejedores en Tlaxcala y Guerrero, y contrado compromisos para hacer grandes exposiciones en Estocolmo, Pars, San Antonio y Los ngeles, compromisos que tenan un carcter oficial. Los indgenas se quedaron esperando el dinero y los organizadores de Europa y de Estados Unidos nos reclamaron intilmente nuestra participacin. La Secretara de Industria, despus de que el seor licenciado Portes Gil abandon la Presidencia, orden que el Comit fuese una de sus
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dependencias, y en esas condiciones se encontr totalmente maniatado. Hubo ms: la Secretara de Industria afirm que haba otras cooperativas ms importantes al desarrollo de la economa nacional que las de artes populares, y se les dio el dinero que a las nuestras corresponda. Los cooperativistas indgenas se creyeron engaados por el Comit y volvieron a sus antiguas prcticas de venderse por un plato de lentejas a los eternos acaparadores. El captulo de las exposiciones encierra prrafos muy amargos. La seora Rabbe organiz en San Antonio, de acuerdo con la Cmara de Comercio, una gran exposicin basada exclusivamente en nuestros productos. Se trataba de una empresa en gran escala, en la cual estaban interesados muchos elementos del estado de Texas, pero la Secretara de Industria desaprob mis trabajos y la exposicin no se llev a cabo. Era la primera que iba a realizarse en el extranjero, con los ms importantes productos de nuestras artes populares.
LA EXPOSICIN DE CALIFORNIA
El seor Richard S. Requa, arquitecto de mucha nota en los Estados Unidos, vino a Mxico para estudiar nuestra arquitectura, pero al visitar el convento de la Merced y ensearle yo las colecciones de cermica, tejidos, muebles, juguetes, etc., que haba recogido a travs de todo el pas, se entusiasm a tal grado que propuso a las Cmaras de Comercio del estado de California que patrocinaran una exposicin de artes populares mexicanas en la ciudad de Santa Brbara, con motivo del aniversario de su fundacin. El seor Requa fue a Los ngeles, habl con los directores de esas Cmaras de Comercio y con algunos miembros del gobierno del estado, y en mayo de 1930 me anunci oficialmente que no slo las Cmaras de Comercio, sino los artistas
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de California y la ciudad de Santa Brbara patrocinaban la exposicin, la que se instalara en el nuevo palacio municipal que iba a inaugurarse en la prspera ciudad californiana. Se acord el programa de las fiestas, los arquitectos de California acondicionaron los salones del palacio municipal y la ciudad ofreci una fiesta especial al abrir la exposicin. Se empacaron los objetos, se escribi una monografa y se contrataron los carros de los ferrocarriles para llevar la mercanca. Pero el gobierno de Mxico se opuso porque dijo que el dinero de las cooperativas de artes populares se haba destinado a otros usos y, adems, que no se crea digno que Mxico fuese representado por cacharros y sarapes. Haba tal inters en California por esta exposicin, que intervinieron cerca de nuestro gobierno, el Alcalde de San Diego, las autoridades de Santa Brbara, los representantes de las Cmaras de Comercio unidas, todo intilmente. Pocas semanas antes de la fecha en que la exposicin deba abrirse, el seor General Jos Mara Tapia, gobernador de la Baja California, hizo gestiones para que la exposicin no fracasara, tanto por su importancia intrseca, cuanto porque se le haba dado un carcter oficial y, claro est, tambin en vista de los grandes gastos hechos por los organizadores de la fiesta en California. La Secretara de Relaciones se interes por el asunto, y el telfono funcion por varios das entre San Diego y Mxico por llevar a cabo la exposicin. Nada pudo romper el silencio de la Secretara de Industria. Finalmente, el seor Requa, en nombre del estado de California, y las aduanas norteamericanas, proporcionaban todas las facilidades para que las mercancas que iban a exhibirse pasaran libremente por la frontera. Los ferrocarriles mexicanos pusieron a disposicin del Comit un tren especial para su transporte, todo en vano.
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Esta clase de enredos y de trastornos poltico-econmicos son posibles solamente en Mxico y totalmente inadmisibles, incomprensibles para cualquiera que no los haya visto con sus propios ojos. Resumen: no solamente hicimos un papel ridculo ante el pueblo de California, sino que se nos cerraron las puertas para darles salida a nuestros productos vernculos, pues el seor Requa haba establecido una serie de oficinas en California y en otros estados para lanzar al mercado, en gran escala, los productos de las artes populares de Mxico. Este fracaso, no por ser oficial, me consuela. Y no solamente no me consuela, sino que me indigna. Golpe de muerte. La absurda actuacin de la Secretara de Industria y el fracaso de la exposicin de Santa Brbara, trajeron como consecuencia la ruptura de nuestros compromisos para abrir exposiciones en Estocolmo y en Pars, la disolucin de la Cooperativa, y la prdida de todos los objetos que se haban coleccionado destinados a esas exposiciones. Pero hay algo ms grave que todo lo anterior: el colapso de las industrias populares. En muchos de los centros productores, grandes y pequeos, los indgenas haban sido refaccionados por nuestra Cooperativa y se haban organizado para producir objetos de mejor clase y en abundancia. Muchos trajeron sus productos al convento, que ya haba sido convertido en mercado, y cuando toda esa gente conoci el fracaso que habamos sufrido, al volver a sus pueblos tuvo que caer en manos de los industriales extranjeros y nacionales, que transformaron una de las cosas ms bellas de Mxico en una mercanca para turistas. De estos tristes acontecimientos data la decadencia de las Artes Populares en Mxico.
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PROFANOS
DESILUSIONADOS
Los indgenas que formaban parte de las Cooperativas de Artes Populares en distintas regiones del pas, haban mandado a sus representantes para que arreglasen en el patio del convento, los puestos en que haban de vender sus mercancas. Eran alfareros de Oaxaca, Tonal, en Jalisco, Puebla y Guerrero; tejedores de Santa Ana Chateupan y de Teotitln; talabarteros, carpinteros, bordadores de diversas regiones, felices de traer sus productos para venderlos directamente al pblico de la Ciudad de Mxico. Largos das esperaron bajo las arqueras del convento, que se haba convertido en una posada popular. La disolucin de la Cooperativa central entristeci a toda aquella gente estoica, acostumbrada a los contratiempos, pero que nunca haba tenido la ilusin de convertirse en un mercader citadino. Hubo dificultades para repatriarlos, y mientras el momento de la partida llegaba, se pusieron a trabajar, improvisando cada cual, rpida y hbilmente, lo que a su trabajo corresponda. Los alfareros construyeron dos pequeos hornos en el centro del patio y se pusieron a hacer vasijas con un barro arenoso que no les gustaba, pero las decoraron primorosamente y las vendieron en la puerta del claustro. Los tejedores improvisaron un telar de cintura, una de cuyas puntas est amarrada al cuerpo del trabajador y la otra atada a cualquier cosa, al tronco de un rbol, una columna, una piedra, y fabricaron ceidores y pequeos sarapes. Y as cada uno de los dems, lo que dio por resultado que el patio del convento se transformara en un verdadero taller colectivo, vago reflejo de lo que nosotros queramos instituir. Por las noches comentbamos el desastre en que se sumieron nuestros esfuerzos, y por primera vez yo pude observar en un indio de esta clase, una verdadera amargura.
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Ellos haban permanecido sepultados en sus pequeos pueblos sin pensar que hubiese un ms all glorioso, y yo comet el crimen de despertarlos para venir en busca de esa gloria que la Secretara de Industria asesin al nacer. Estudiando las artes populares de Mxico pueden valorarse ciertas cualidades propias de quienes las producen: gran sentimiento artstico, especialmente un fuerte sentimiento decorativo, gran resistencia fsica, espritu metdico y de asimilacin, fuerte personalidad que transforma y organiza, dndole un sello muy individual a todo lo que asimila y admirable habilidad manual. Trabajan siempre en la forma ms primitiva y nunca se detienen ante las dificultades que surgen en su trabajo porque todas las resuelven con su espritu improvisador y la habilidad de sus manos. As los volva yo a ver, despus de haber convivido con ellos en sus pueblos, trabajar con cualquier cosa, y produciendo siempre una obra de arte con un carcter personal muy acusado. Pero aquel taller, tambin improvisado, tena que desintegrarse fatalmente, y los profanos que haban venido para tomar posesin de un hermoso patio que iba a ser de su propiedad, se volvieron a sus pueblos con la conviccin de que no hay que confiar ms que en sus propias manos.
LA MUERTE DE OBREGN
Hubo una poca en que los corredores del convento se transformaron en un taller de pintura, no porque yo me hubiese constituido en un profesor, sino porque un grupo de muchachas comprendi que la amplitud del claustro poda albergarlas, y en l trabajaron largos meses. Muchas demostraron gran talento y dedicacin, especialmente, en el arte del retrato, la gerita Urueta y Laura Garza Galindo sobre todas.
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La gerita Urueta era una chica preciosa, chispeante en su conversacin, muy observadora, con un verdadero temperamento de artista, pero sus pocos aos y su extremada ambicin le impedan llegar de un salto a ese descanso que est al final de una larga escalera y al cual slo es posible ascender subiendo escaln por escaln. Lo comprendi a tiempo, se disciplin y despus de mltiples rebsquedas ha logrado ser una de las mejores pintoras de Mxico y una de las ms originales. Laura Garza Galindo era una chica delgada y elegante, siempre muy bien vestida, muy reconcentrada y una gran retratista. Estas dos chicas guiaban al pequeo grupo, en el cual haba otras muchachas que no saban hacer otra cosa ms que lucir sus belleza y llenar de alegra los mbitos del convento. Dos de entre ellas eran admirables: Elvia y Mara Luisa. Elvia era una chica de pura raza zapoteca que hubiera podido servir de modelo a las ms rientes mscaras de la escultura de su estirpe. Pero su acometividad la transformaba en una fiera de las selvas tropicales, y nadie poda resistir su orgullo de accin. Gran nadadora, acab por ser la mejor profesora de natacin de Mxico, lo que no le impeda que su inquietud se manifestase constantemente en las letras, y en el dibujo, en el cual se expres con elocuencia. Mara Luisa era una gacela, gil y nerviosa, alegre y retozona, siempre llena de optimismo, realmente muy bonita, y su gracia y su talento la llevaron al estrellato del cine nacional. Con frecuencia nos reunamos a comer en el antiguo refectorio de los mercedarios, y honraban nuestra mesa algunas grandes seoras de mucho postn, que ponan alrededor de nuestros gapes una atmsfera de seriedad aristocrtica. En una ocasin, mientras discutamos delante de un extrao plato de hongos que a Laura no le gustaban, son el telfono y la gerita tuvo un sobresalto. Una desgracia! ay! una des223
gracia, algo ha sucedido, dijo muy azorada. Me levant y descolgu el audfono. Una voz angustiosa se escuch: Doctor, doctor, mataron a lvaro! Pero, cmo, cundo? Ahora, hace un momento (eran las dos y media de la tarde), en la Bombilla. Era la voz de una vieja criada del General Obregn que me comunicaba la noticia. Colgu la vocina y le dije a la gerita: tu presentimiento era exacto, acaban de matar al General Obregn. Conmocin general y comentarios que nos impidieron seguir comiendo. El General lvaro Obregn, que de un modesto taller en su pueblo natal se lanz a la Revolucin contra el gobierno del General Huerta y se abri paso desde el norte del pas hasta la capital, tras una serie de victorias contra las tropas federales, era un hombre de fuerte complexin, bien plantado, cabeza ms bien grande con una nariz elegante, ojos muy penetrantes, boca autoritaria, pero fcil a la sonrisa aspecto de hombre pleno de voluntad, de firmeza. Su inteligencia era clara y su memoria verdaderamente prodigiosa. En ella conservaba con la mayor facilidad largos documentos, telegramas recibidos o enviados aos antes y era capaz de retener, ntegra, una composicin potica despus de haberla odo la primera vez. Como Napolen se saba no slo los nombres de sus oficiales, sino de muchsimos entre sus soldados. Las ancdotas que se cuentan en torno de la memoria de Obregn son innumerables, y es a todas luces evidente que fue un auxiliar de primer orden en el desarrollo de sus campaas militares. Ellas lo elevaron a la ms grande altura entre los caudillos del continente. Sus campaas contra la Divisin del Norte, comandada por el General Villa asesorado de un Estado Mayor compuesto de famosos militares del ejrcito federal, no han sido todava analizadas tcnicamente, ni apreciadas en
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su verdadero mrito. A m me pareci que alguien deba juzgarlas, alguien verdaderamente competente y envi sus descripciones y algunos planos al General francs Mangn, quien me comunic su opinin en una extensa carta, en la que una sola frase sintetiza su juicio: la marcha del General Obregn en el territorio mexicano, hacia Trinidad, Len y el norte del pas, tiene todas las caractersticas de las marchas de Julio Csar en las Galias. Durante todas esas campaas, y en otras varias, pude acompaarlo como observador y nuestra amistad se estrech da tras da. Pero cuando Obregn se levant contra Carranza, entonces Presidente de la Repblica, yo consider que cometa un grave error y en un mitin pblico, en Hermosillo, lo dije. Tuve que escapar de las zonas dominadas por sus fuerzas, y nuestra amistad se convirti en un odio que pareca inextinguible. Sin embargo, ciertos afectos familiares y la intervencin del ingeniero Pani hicieron presin en el nimo de Obregn, y en el mo, y nos reconciliamos bajo las arcadas del claustro mercedario. Me invit a tomar parte en la campaa que iniciaba para alcanzar la Presidencia de la Repblica y formar parte del gobierno despus del triunfo. Me rehus. La amistad, toda entera, de poltica nada. Sin esa reconciliacin, tal vez el anuncio de su muerte no me hubiera causado ninguna pena, como no la caus al pueblo de Mxico, que odiaba al General Obregn despus de haberlo exaltado como un gran soldado.
PROFANAS
ILUSTRES
Buen nmero de muchachas desfilaron bajo las arcadas del convento, iluminando sus penumbras seculares con los chispazos de su ingenio y los reflejos de su belleza, pero entre ellas un pequeo grupo se destac por su inteligencia, su gracia o su hermosura. Algunas eran declamadoras en ciernes,
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otras se iniciaban en el campo de las letras o de la msica, pero todas, con el andar con los aos, adquirieron un slido prestigio en el arte teatral, en el cine o en la diplomacia. Amalia. Rubia, esbelta, elegante en el vestir y en el hablar, recitadora por vocacin, en todas las veladas deleitaba a los amigos que nos reunamos para escucharla y admirarla en calidad de crticos o de simples mortales embelesados con su gracia. Se cas muy joven con un hombre de sprit, historiador y galante que vivi siempre opacado por el talento de su mujer. Ella, discreta, se abstuvo siempre de hacerle sentir su superioridad. Desde muy joven se distingui en el arte de recitar, y recitando los versos de los grandes poetas de habla espaola, alcanz gran prestigio en crculos privados, pero sus triunfos tenan ms bien el carcter de un succes d estime. Amalia no poda conformarse con halagos circunscritos al grupo de sus amigos, y se lanz a escribir para el teatro. El xito fue completo desde el momento de la aparicin de su primera comedia en el teatro Ideal. Al principio el pblico se sorprendi ante aquella manifestacin tan completa y tan personal del arte teatral, quiz porque no conceba que una mujer tan joven y tan bonita fuera capaz de escribir obras de gran envergadura. Las comedias de Amalia se sucedieron y la crtica y el pblico las coronaron de laureles bien merecidos. Desde su primera obra teatral, Amalia apareci como una escritora de primera lnea. El tiempo transform su vida. El marido muri. Sus preciosas hijas se casaron y Amalia entr de lleno en el campo del periodismo y de la diplomacia internacional, donde su gran talento y su prestancia le han conquistado un puesto de primera importancia entre las mujeres que luchan denodadamente por el mejoramiento social.
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La elevacin de Amalia se debe fundamentalmente a su extraordinario talento circundado de sus encantos femeninos. Isabella. Arquetipo de mujer pasional, poseedora de esa extraa belleza peculiar de las almas torturadas y ardientes que tuvieron Safo y la Duse, desde muy pequea se dedic espontneamente a la recitacin, pero no entre grupos de amigos, sino en la escuela Lerdo, donde apareci siempre, lo mismo en las fiestas del plantel que en los festivales de los teatros, como la ms alta expresin de la cultura escolar. Sus grandes dotes de comedianta la llevaron desde temprana hora a los estudios cinematogrficos, y al presentarse en su primera pelcula se revel con todas las caractersticas de su temperamento poderosamente apoyadas por su voz apasionada y armoniosa. Desgraciadamente esas grandes dotes teatrales de Isabella no fueron plenamente aprovechadas por sus directores, que acostumbrados a la cursilera de las artistas disfrazadas de chinas poblanas y a la sosera de las nias bonitas recomendadas por algn productor, no alcanzaron poner en valor todo el tesoro que Isabella encerraba en su gran alma de artista, pero no pudieron impedir que aquella su voz maravillosa, de inflexiones profundas y apasionadas, no llegase a conmover los sentimientos de las gentes. Esa voz de Isabella llega siempre al alma de las multitudes con la prodigiosa armona de una fuerza de la naturaleza. Tampoco pudieron impedir, a pesar de cerrarle el camino frecuentemente, que Isabella apareciese en la pantalla como la ms grande trgica del cine nacional. Maria Luisa. Slida en su estructura fisica, posea tambin una vigorosa estructura mental. Cuando empez a escribir para las revistas y para el teatro entraba apenas en la juventud, y su aspecto era semejante al de aquellas muchachas que vemos en los fescos de Pompeya llenas de dignidad.
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Las amplias y profundas cuencas de sus ojos, su nariz recta y su boca firme se encerraban en un valo fuertemente dibujado. Una gran cabellera negra y alborotada coronaba su armoniosa figura. Y as eran sus comedias y sus dramas, sobrios, bien organizados. Estilo conciso y claro, escenificacin espontnea y elocuente. Cmo ha sido posible que con todas estas dotes que le haban llevado rpidamente al primer plano entre los escritores teatrales del pas, Mara Luisa haya abandonado tan inesperadamente una labor para la que haba sido creada? Mara Luisa dej de escribir precisamente en el momento en que lo nico que necesitaba era proseguir. Adela. Siendo casi una nia la conoc en un recital y me pareci tan inteligente y tan activa, y era tan bonita, que la invit a formar parte de la Liga de Escritores Revolucionarios, acabada de fundar. Lleg a la vieja casa donde nos albergamos aquellos que creamos en las virtudes de las letras y de las artes. Su presencia llen de alegra la mansin y sus recitales la honraron. Era pequea y graciosa, sencilla en el vestir, y su voz clara y su risa retozona revelaban una muchacha llena de vida. Pronto se revelaron su espritu de organizadora y su don de gentes. En la lucha por vencer era siempre optimista, cualidad que a travs de su vida se ha intensificado llevndola a ocupar un puesto envidiable y envidiado en las esferas sociales, en la promocin y sostenimiento de las grandes obras de beneficencia, y pronto tambin conquist el corazn de las gentes a quienes prodigaba la ddiva de su presencia. Porque la sola presencia de Adela era, como es ahora, una ddiva divina de belleza y de optimismo y de elegancia. Tuvo la fortuna de encontrarse, al iniciar el camino de su vida consciente, un hombre que supo comprenderla y amarla, un hombre cuyo prestigio de arquitecto se haba ya consolidado en todo el pas, y cuyo nombre era una garanta para la
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muchacha que llegaba al mundo de las realidades llena de ilusiones, de ideales humanitarios y de esas raras virtudes propicias a la formacin de lo que yo considero como la ms quimrica de las empresas: la creacin de un hogar feliz. Adela es un tipo excepcional en nuestro medio social. No es una diletante del trabajo. En las obras de beneficencia, trabaja por la cosa misma y no por lo que pudiera decirse de ella. Es inmune a las diatribas y a los ataques de los escritores venales. Lo que hace, lo hace siempre bien, desde recibir a sus amigos en su magnfica casa de San ngel, hasta consolidar la existencia del Hospital para los ciegos, y ms alto todava, hasta crear la Universidad Femenina. En todas partes y en todas las pocas las universidades han surgido al amparo de un gobernante, de las instituciones religiosas o de grupos de gente poderosa. Adela ha hecho surgir la Universidad Femenina con su sola y prodigiosa voluntad iluminada por su claro talento. En cualquier pas, la Universidad Femenina tal y cual Adela la ha organizado, sera un fenmeno extraordinario, pero en Mxico es un verdadero milagro, un milagro de la inteligencia y de la voluntad. Adela, en los tiempos que corren, ha dejado atrs todas las dificultades y cultiva sus bellas obras como un jardinero las plantas de su jardn y tiene, como la Virgen del Apocalipsis, al dragn de la envidia y de la estulticia aplastado bajo sus pies.
HASTO
Aos de rudo trabajo, de luchas, de fracasos, de jolgorio, en los que no pudo surgir un triunfo completo, me hastiaron. Cmo haba de surgir un triunfo cualquiera en medio del desorden y en la alegra desorbitada? Los triunfos son hijos del dolor. Los triunfos son fruto de nuestra voluntad reconcentrada puesta en accin fuera del placer y de la dicha.
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Los triunfos los producen solamente los chorros de sangre que brotan de las heridas recibidas en el combate. El triunfo, en las luchas de la vida, es lo opuesto del placer, a la vanidad, a la despreocupacin. El triunfo es siempre amargo, cuando es grande. Los aos pasados en el convento fueron una fiesta donisaca, y nada ms. Cmo no haba de sentirme hastiado? Era necesario vivir otra vida, buscar otra cosa, otra cosa, se encuentra en todas partes. Y una maana radiosa decid abandonar el claustro, monje desilusionado de la vida conventual.
VISIN APOCALPTICA
Sentado al borde de la fuente que ornaba el centro del patio, me pareci que las arcadas de los corredores se esfumaban en una tiniebla luminosa. Junto a m, un pequeo muchacho del vecindario aplicaba su ojo al vidrio de un caleidoscopio. Prstame tu juguete dije al nio. Tmelo usted, ver cuntas cosas se ven, parecen como mosaicos. Yo apliqu mi ojo al juguete y empec a darle vueltas. Formas geomtricas compuestas con piedras preciosas aparecieron en su fondo, tringulos amarillos rodeados de prismas rojos que forman un brillante mosaico, combinacin de prismas verdes enmarcadas en diamantes y luego unas arcadas que se multiplican alrededor de un centro donde parece que estoy yo. Qu ha sucedido? Sigo dando vueltas al pequeo tubo de vidrio y de repente aparecen figuras humanas que se mueven en desorden. Extraos tipos vestidos de militares apuntan con sus revlveres hacia el centro del patio. Dos preciosas bailarinas danzan sobre el piso rojo de un gran saln. Tienen centenares de brazos y de piernas: son como diosas hindes,
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una es morena y la otra rubia y sonren como si estuvieran en el palco escnico de un teatro. Una mujer vestida con un peplo de lino escancia en una copa el vino de amor. Otras mujeres la acompaan llevando nforas. Luego aparecen muchachas que recitan versos de Rubn Daro. Sombras de frailes se entrelazan en la penumbra de una capilla. Dos relmpagos verdes surgen de una tumba en cuyo fondo una muerta grita: amor, amor! (La geometra de las figuras caleidoscpicas se haba transformado en una sucecin de figuras humanas deformadas por el tiempo). Un fraile mercedario empujaba su propia sombra y me gritaba: Mat al coronel por asesino! Mi ojo pegado al vidrio del juguete vea la vida tumultuosa y complicada dar vueltas en un extremo sin dimensiones donde las mujeres se disolvan en la nada y las ambiciones se sepultaban en el fondo de una tumba, como un atad... Vuelven a girar entre las arcadas muchachas de las escuelas, viejas seoras cargadas de joyas, amigos que traen en las manos una pluma o un pincel y en las sombras del misterio brotan de los muros chorros de plata... Cunta gente, cuntas cosas, cuntos acontecimientos. Gentes profanas giraban desorbitadamente alrededor de las mesas llenas de manjares o ante los cuadros colgados de los muros! Gentes, cosas, hechos inverosmiles, ilusiones luminosas, cadveres envueltos en el dolor el mundo que pas por el convento gira en el fondo del tubo de vidrio. Apart mi ojo y la visin desapareci. Gracias nio, tu juguete es milagroso. Milagroso? dijo. Me cost quince centavos! Pero lo que el tiempo le puso dentro ha costado algo ms de quince centavos. * * *
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NAVEGAR!
Levemos el ancla! El barco ha estado demasiado tiempo anclado en el puerto. Suelta las amarras, capitn, el Oceno te espera! Navigare est necessit, vivere non est necessit.
FIN
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Gentes profanas en el convento, del Dr. Atl, se termin de imprimir en diciembre de 2003, en los talleres de Mexicana Digital de Impresin, S.A. de C.V. Av. de la Repblica 145-A, Col. Tabacalera, Mxico, D. F. Se tiraron 1,000 ejemplares en papel cultural de 45 kilogramos. Se us tipografa Garamond en 10 y 14 puntos. Cuidado de la edicin: Laura Guilln. Formacin: Mara Luisa Soler Aguirre.