Gaidar - Timur y Su Pandilla

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 32

T TI IM MU UR R Y Y S SU U P PA A D DI IL LL LA A

A Ar rk ka ad di i G Ga ai id da ar r


Edicin: Progreso, Mosc 1974.
Lengua: Castellano.
Digitalizacin: Koba.
Distribucin: http://bolchetvo.blogspot.com/












TIMUR Y SU PADILLA




Haca tres meses que el coronel Alexndrov, que
mandaba una divisin blindada, no estaba en su casa.
Deba estar en el frente.
A mediados de verano, sus hijas, Olga y
Evguenia, recibieron un telegrama: su padre les
propona que pasaran lo que quedaba de las
vacaciones en la casa de campo, que tenan en las
cercanas de Mosc.
Con el pauelo de colores que le sujetaba el
cabello un poco echado hacia atrs, apoyada en el
mango de la escoba, Evguenia, muy seria, escuchaba
a Olga:
- Yo me voy con los trastos. T arreglas el piso.
No veo por qu tienes que bajar ni subir las cejas, ni
pasarte esa punta de la lengua por los labios. Cierras
la puerta. Te llevas los libros y los devuelves a la
biblioteca. No vayas a casa de ninguna amiga.
Derechita a la estacin. Desde all le mandas a pap
este telegrama. Luego te metes en el tren y vienes a
la casa de campo... Evguenia, tienes que obedecerme,
soy tu hermana...
- Somos hermanas...
- Desde luego... Pero yo soy la mayor... Y al fin y
al cabo es lo que ha dicho pap.
Cuando por fin se oy el ruido del motor y se
alej la camioneta, Evguenia, dando un suspiro, mir
en torno suyo. El mismo desorden, el mismo revoltijo
por todas partes. Se acerc al espejo, en cuyo cristal
polvoriento se reflejaba el retrato de su padre,
colgado en la otra pared.
Qu importaba! Olga poda ser mayor, y por
ahora haba que obedecerla. Pero en cambio ella,
Evguenia, tena exactamente la misma nariz, la
misma boca, las mismas cejas que su padre. Y
tendra, probablemente, el mismsimo carcter.
Se apret an ms fuerte el pauelo que le cea
la cabeza. Se quit las sandalias. Fue a buscar un
trapo. De un tirn, quit el tapete de la mesa, meti el
cubo debajo del grifo, agarr la escoba y barri hacia
la puerta un montn de basura.
No tardaron en silbar y jadear los hornillos de
petrleo.
Pronto estuvo el suelo inundado de agua. En la
artesa de zinc la espuma de jabn suba y se deshaca
en murmullos y burbujas. Y la gente que pasaba por
la calle miraba con cierto recelo a una chiquilla
descalza, vestida de rojo, de pie en una de las
ventanas del tercer piso, limpiando muy decidida los
cristales de las ventanas abiertas de par en par.

En pleno sol, la camioneta avanzaba a todo gas
por la ancha carretera. Con los pies sobre una maleta,
acodada en un bulto, Olga iba sentada en un silln de
mimbre. El gatito pelirrojo que tena sobre las
rodillas iba jugando con un ramito de acianos.
Hacia el kilmetro treinta, les adelant una
columna motorizada del Ejrcito Rojo. Sentados en
filas sobre los bancos de madera, con los fusiles
apuntando al cielo, los soldados cantaban al unsono.
Con aquella cancin, no haba puerta ni ventana
que no se abriera de par en par en las isbas. Los
chiquillos salan alegres como pjaros de detrs de
las cercas, de los huertos y jardines de las casas.
Agitaban las manos, les tiraban a los soldados
manzanas que an no estaban maduras, corran detrs
gritando vivas, y entablaban sin ms batallas y
combates, adentrndose por entre los ajenjos y las
ortigas en fogosas cargas de caballera.
El camin tom el camino que conduca hacia el
grupo de casas de campo y se detuvo ante una de
ellas, una casa cubierta de hiedra.
El chfer y su ayudante abrieron la caja y
empezaron a descargar la camioneta mientras Olga
abra la terraza acristalada.
Desde all se vea el gran jardn abandonado. Al
fondo del jardn haba un viejo cobertizo de dos
pisos, sobre cuyo tejado ondeaba una pequea
bandera roja.
Olga volvi junto al camin. All se le acerc una
enrgica viejecita; era una vecina, la lechera. Se
ofreci para arreglar la casa, lavar las ventanas, los
suelos y las paredes.
Mientras la vecina buscaba los cubos y elega los
trapos, Olga, con el gatito, se fue al jardn.
En los troncos de los rboles de cerezas,
picoteadas por los gorriones, brillaban las gotas de
resina reblandecida por el calor. Ola intensamente a
grosella, a manzanilla, a ajenjo. El tejado del viejo
cobertizo, cubierto de musgo, estaba agujereado, y
por aquellos agujeros salan unas cuerdas que
Arkadi Gaidar


2
desaparecan por entre las hojas de los rboles.
Olga se abri paso por entre los avellanos y se
quit una tela de araa que se le haba pegado a la
cara.
Pero qu pasaba? La bandera roja no ondeaba ya
en lo alto del tejado. No quedaba ms que un palo, el
asta.
Olga oy una conversacin, en la que se cruzaban
rpidamente palabras inquietas. De pronto,
rompiendo las ramas secas, la pesada escalera que
estaba adosada a la ventana del desvn del cobertizo,
cay con un ruido infernal y, aplastando las bardanas,
qued con un ruido sordo tendida en el suelo.
Las cuerdas, sobre el tejado, vibraron en el aire.
El gatito, dejando a Olga con las manos araadas, se
refugi entre las ortigas. Olga se detuvo, perpleja,
mir en torno suyo, toda odos. Pero ni en el jardn,
ni en el de al lado, ni en el cuadrado oscuro que
dibujaba la ventana del desvn se vea ni se oa a
nadie.
Volvi hacia la casa.
-Son los chiquillos que se dedican a hacer
diabluras en los jardines de los dems, le explic la
lechera. Ayer, en casa de unos vecinos, no dejaron
una manzana en los rboles, destrozaron un peral.
Los hay as ahora... golfos. Yo, querida, tengo a mi
hijo en el Ejrcito Rojo. Se fue a hacer el servicio
militar sin haber bebido en su vida. "Adis, madre",
me dijo. Y se fue tan tranquilo, silbando, hijo de mi
alma. Yo, claro, cuando lleg la noche, qu remedio,
me entr la morria, hasta me puse a llorar. Despus,
me duermo y al cabo de un rato me despierto y me
parece que alguien anda rondando cerca de mi casa.
Y me digo que ahora estoy sola, que no tengo quien
me defienda... Una vieja como yo, no es muy difcil
acabar con ella. Basta con darle con un ladrillo en la
cabeza. Pero por aquella vez no lo quiso Dios, no me
robaron nada. Estuvieron yendo y viniendo de un
lado para otro y se fueron. Tena yo delante de la
puerta una tina, una tina de roble, que ni entre dos
podran moverla. A la maana siguiente, me la
encontr a unos veinte pasos de donde la haba
dejado. Eso es todo lo que s. Vaya usted a saber
quines son ni quines puedan ser.

Al atardecer, cuando estuvo terminada la
limpieza, Olga sali a la puerta de la casa. Con todo
cuidado, sac de su estuche de cuero el regalo de su
padre, un acorden blanco, incrustado de ncar, que
le haba mandado el da de su cumpleaos.
Se coloc el acorden sobre las rodillas, se pas la
correa por los hombros, y se puso a tocar la msica
de una cancin que haba odo haca unos das:

Aunque slo fuera veros
Una sola vez, aunque slo fuera veros
Una vez y dos y tres...
Pero nunca sabris
En el rpido avin
Que os estuve esperando hasta el amanecer.
Aviadores, pilotos
Con vuestras bombas y ametralladoras,
Os fuisteis lejos, muy lejos
Cundo volveris!,
No s si ser pronto
Pero tenis que volver...
Aunque sea alguna vez...

Aun antes de haber terminado de canturrear, hubo
ya de dirigir Olga alguna que otra breve mirada
vigilante hacia un oscuro matorral que creca junto a
la valla del jardn.
Apenas hubo terminado la cancin, se levant
rpidamente, se volvi hacia el matorral y pregunt
en voz alta:
- Quiere Ud. hacer el favor de decirme por qu
se esconde ah detrs? Se puede saber lo que ha
venido a hacer aqu?
De detrs del matorral sali un hombre que
llevaba un traje blanco de lo ms corriente. Con una
inclinacin de la cabeza, respondi cortsmente:
-No crea Ud. que me escondo. Es que yo soy
tambin un poco artista. No quera molestarla. Por
eso estaba ah, escuchando.
- Poda Ud. haber escuchado igual desde la calle.
No me explico por qu ha tenido Ud. que saltar la
cerca.
- Yo? Saltar la cerca? -Pareci ofenderse el
hombre-. Perdone Ud., pero me est Ud. tratando de
gato. All, en la esquina, faltan unas cuantas tablas de
la valla, y por esa abertura es por donde he pasado.
- De acuerdo! -dijo Olga con una risita-. Pero
aqu tiene Ud. la verja. Y me va a hacer el favor de
pasar por ella para volver a salir a la calle.
El hombre se mostr dcil. Sin decir palabra, pas
por la verja, la cerr. Aquello le gust a Olga.
- Espere Ud.! -le dijo bajando al jardn de la
casa-. Ud. qu es, artista?
- No -contest el hombre-. Soy ingeniero
mecnico, pero mis ratos de ocio los dedico a tocar y
cantar en la pera de la fbrica.
- Oiga Ud. -dijo de pronto Olga con toda
sencillez-, acompeme a la estacin. Estoy
esperando a mi hermana pequea. Ya es tarde, es de
noche, y an no ha llegado. No se crea que me da
miedo, pero es que an no conozco las calles de por
aqu. Pero no, oiga Ud., por qu vuelve a abrir la
verja? Puede Ud. esperarme en la calle.
Entr a dejar el acorden, se puso un chal sobre
los hombros y echaron a andar por la oscura calle,
que ola a flores y roco.

Estaba enfadada contra su hermana, por lo que
apenas despeg los labios en todo el camino. Su
acompaante, en cambio, le dijo que se llamaba
Gueorgui Garev y que trabajaba en una fbrica de
Timur y su pandilla


3
automviles.
Pas un tren, otro tren, y no lleg Evguenia. Pas
un tercer tren, el ltimo.
- Con esta dichosa chiquilla, se harta una a
disgustos! -dijo amargamente Olga. Si al menos yo
tuviera treinta o cuarenta aos. Pero como ella tiene
trece y yo dieciocho, no hay manera de que me
obedezca.
- Cuarenta no, por favor! -dijo decididamente
Garev-. Vale cien veces ms tener dieciocho. Lo
que debe Ud. hacer es no preocuparse. Su hermana
llegar maana por la maana.
No quedaba nadie en el andn. Garev sac su
pitillera y al instante se le acercaron dos mozalbetes,
que sacaron cada cual un cigarrillo, esperando el
fuego. Garev encendi en efecto una cerilla, pero la
acerc al rostro del mayor de los chicos:
- Antes de pedir fuego, joven, hay que dar las
buenas tardes, porque ya tenemos el gusto de
conocernos. Yo le he visto a Ud. ya en el Parque,
cuando con tanto entusiasmo por el trabajo arrancaba
Ud. una de las tablas del cercado. Se llama Ud.
Mijal Kvakin, si no me equivoco?
El chico rezong, dio un paso hacia atrs y
Garev apag la cerilla, tom a Olga por el brazo y
se la llev hacia casa.
Cuando se hubieron alejado, el otro muchacho se
meti detrs de una oreja el mugriento cigarrillo, y
dijo en tono despreocupado:
- Quin es ese propagandista que nos ha
salido?... De por aqu?
- Cmo no -contest Kvakin de mala gana-. Es el
to de Timur Garev. A se habra que pillarle y darle
una paliza. Se ha organizado una pandilla, y al
parecer estn trabajando contra nosotros.
En aquel momento, los dos amigos vieron al
extremo del andn, bajo un farol, a un seor
respetable, de pelo cano, que bajaba las escaleras
apoyndose en un bastn.
Era uno de los vecinos del poblado, el mdico
Koloklchikov. Salieron corriendo hacia l, para
preguntarle con desparpajo si tena cerillas. Pero ni
su aspecto ni su manera de hablar debieron ser del
gusto de aquel distinguido caballero, porque se
volvi, les amenaz con su nudoso bastn y
prosigui su camino.

En la estacin, en Mosc, Evguenia no haba
tenido tiempo de mandar el telegrama a su padre, por
lo cual, en cuanto se baj del tren, lo primero que
decidi hacer fue irse al correo de la aldea.
Despus de atravesar el viejo parque cogiendo
campanillas, sali a la encrucijada de dos calles
bordeadas de huertos y jardines. Aquellos jardines
desiertos eran prueba fehaciente de que en todo caso
no era aquella la direccin que buscaba.
Por all, una chiquilla, no sin alguna que otra
palabrota, arrastraba enrgicamente por los cuernos a
una tozuda cabra.
- Haz el favor, nia -le grit Evguenia-, cmo se
va de aqu a Correos?
Pero en aquel preciso momento la cabra se
desmand, embisti y se lanz al galope por el
parque, y la chiquilla, con un chillido, sali disparada
tras ella. Evguenia mir en torno suyo: era casi de
noche y no se vea un alma. Abri el portillo de una
de aquellas casas, una casa gris de dos pisos, y se fue
por el caminito del jardn hacia la puerta de entrada.
- Quiere Ud. hacer el favor de decirme -pregunt
Evguenia en voz bien alta, pero muy amablemente, y
sin abrir la puerta- cmo podra ir desde aqu a
Correos?
No contest nadie. Evguenia esper un momento
y, despus de pensarlo, abri la puerta, pas por el
corredor y entr en una habitacin. No haba nadie.
Entonces, turbada, dio media vuelta, para marcharse,
pero en aquel momento sali sin hacer ruido de
debajo de la mesa un gran perro canelo, mir
detenidamente a la chiquilla paralizada, y, con un
gruido, se tendi a travs del umbral de la puerta.
- Tonto de perro! -grit Evguenia tendiendo
asustada los dedos de las manos-. Si yo no soy una
ladrona! Yo no me he llevado nada. Esto es la llave
de nuestra casa. Eso es el telegrama para pap. Mi
pap es coronel. Comprendes?
El perro no grua, pero no se mova. Evguenia,
tratando de acercarse poco a poco a la ventana
abierta, segua dicindole:
- Muy bien! Ests echado? Pues sigue ah... Eres
un perro muy bueno... un perrito muy inteligente,
muy simptico...
Pero apenas hubo puesto Evguenia una mano en
el alfizar de la ventana, el simptico perrito se
enderez con un rugido amenazador, y Evguenia, que
de miedo se haba encaramado al sof, se acurruc
con las piernas encogidas.
- No lo comprendo -se puso a decir casi entre
lgrimas-. Me parece muy bien que persigas a los
ladrones y a los espas, pero yo soy una persona
decente. Eso es! -y le ense al perro la lengua-.
Imbcil!
Evguenia puso la llave y el telegrama al borde de
la mesa. Haba que esperar a que volvieran los
dueos de aquella casa.
Pero pas una hora, pasaron dos... Se hizo
totalmente de noche. Por la ventana abierta, se oan a
lo lejos los silbidos de las locomotoras, ladraban
perros, la gente jugaba al voleibol. Alguien
rasgueaba las cuerdas de una guitarra. Slo all, en
aquella casa gris, reinaba un silencio desesperante.
Evguenia reclin la cabeza en el travesao del
sof y se ech a llorar calladamente.
Al fin acab por quedarse profundamente
dormida.

Slo se despert a la maana siguiente.
Arkadi Gaidar


4
Por la ventana entraba el suave rumor de los
frondosos rboles lavados por la lluvia. Se oa
chirriar la rueda de un pozo. Alguien aserraba
madera, pero all, en la casa, segua reinando el
silencio.
Evguenia tena ahora debajo de la cabeza una
blanda almohada de cuero, y una ligera sbana le
cubra los pies. El perro no estaba.
Alguien haba venido a aquella casa durante la
noche!
Evguenia se puso en pie de un salto, se ech hacia
atrs el cabello, se arregl el arrugado vestido, tom
sobre la mesa la llave, el telegrama y se dispona a
salir corriendo cuando vio all mismo, encima de la
mesa, una hoja de papel en la que haba escrito con
grandes letras, a lpiz azul: "Nia, cuando te
marches, cierra bien la puerta" y debajo, la firma:
"Timur".
Timur? Quin sera Timur? Habra que verle y
darle las gracias.
Evguenia pas a la habitacin contigua, donde vio
un escritorio y, encima, un tintero, una pluma, un
cenicero, un espejo de regular tamao. A la derecha,
junto a unos guantes de conductor, un viejo revlver
en una funda destrozada. All mismo, apoyado contra
la mesa en una vaina de cuero resquebrajado y
desgarrado, un sable turco. Evguenia dej la llave y
el telegrama, tom el sable, lo desenvain, lo levant
por encima de su cabeza y se mir al espejo.
Resultaba francamente terrible, impresionante.
Ah, si hubiera podido fotografiarse as y ensear
despus la fotografa a sus compaeras en la escuela!
Hasta habra podido contar una mentirijilla, decir que
su padre se la haba llevado un da con l al frente.
En la mano izquierda poda empuar el revlver. As.
As quedaba mucho mejor. Frunci las cejas todo lo
que pudo, apret los labios y, apuntando al espejo,
apret el gatillo.
El disparo retumb en la habitacin. El humo vel
la luz que entraba por las ventanas. El espejo que
estaba sobre la mesa cay sobre el cenicero. Dejando
all la llave y el telegrama, Evguenia, ensordecida,
sali corriendo de la habitacin y de aquella casa
extraa y peligrosa.

Quin sabe cmo, se encontr poco despus a la
orilla de un riachuelo. No tena ni la llave del piso de
Mosc, ni el recibo del telegrama, ni, lo que era an
peor, el mismo telegrama. Y ahora habra que
contrselo todo a Olga: lo del perro, lo de haberse
quedado a pasar la noche en aquella casa vaca, lo del
sable turco, y al fin y al cabo, lo del disparo. Mala
cosa! Si pap estuviera all, l lo habra comprendido,
pero Olga no lo comprendera. Olga se enfadara, a lo
mejor hasta se echara a llorar. Precisamente eso era
lo peor. Porque llorar, tambin Evguenia lloraba de
cuando en cuando, pero cuando vea llorar a Olga le
entraban ganas de subirse a un poste de telgrafos, al
rbol ms alto o a la chimenea de un tejado.
Para hacerse con un poco de valor, se ba y se
fue poquito a poco en busca de su casa.
Cuando suba los escalones del porche, vio a Olga
en la cocina, encendiendo el hornillo de petrleo. Al
or pasos, Olga se volvi y, sin decir palabra, clav
en el rostro de su hermana una mirada hostil.
- Buenos das, Olga! -dijo Evguenia,
detenindose en el ltimo escaln y procurando
sonrer-. Olia, no me reirs?
- Claro que te reir! -contest Olga sin apartar
los ojos de su hermana.
- Pues bueno, reme -dijo resignadamente
Evguenia-. Si supieras lo que me ha ocurrido, la
cosa ms extraa, una verdadera aventura! No, Olia,
por favor, no tienes por qu fruncir as las cejas, no
ha ocurrido nada de particular, sencillamente he
perdido la llave del piso y no he podido mandar el
telegrama a pap...
Evguenia entorn los ojos y respir
profundamente, disponindose a soltarlo todo de una
vez. Pero en aquel preciso momento, el portillo del
jardn se abri con estrpito y la lanuda cabra toda
cubierta de cardillos, embistiendo con los cuernos
muy bajos, se lanz a la carrera hacia el fondo del
jardn. Detrs de ella, en un grito, pas como una
fantasma la chiquilla descalza que ya conoca
Evguenia.
Evguenia aprovech gustosa la ocasin para
interrumpir la peligrosa conversacin entablada con
su hermana y se fue a toda prisa al fondo del jardn, a
echar a la cabra. Por fin lleg donde estaba la
chiquilla, jadeante, sujetando a la cabra por los
cuernos.
- Nia, no has perdido nada? -le pregunt
rpidamente, en un murmullo, la chiquilla, sin dejar
de moler a puntapis a la cabra.
- No -contest Evguenia sin comprender.
- Y esto? No es tuyo? -dijo la chiquilla,
ensendole la llave del piso de Mosc.
- S que es mo -dijo Evguenia muy bajito,
mirando tmidamente hacia la terraza.
- Aqu tienes la llave, el papel y el recibo, porque
el telegrama ya est mandado -dijo la chiquilla con la
misma rapidez y el mismo murmullo.
Y metiendo a Evguenia en la mano un paquete, le
dio un puetazo a la cabra.
La cabra sali disparada hacia el portillo y la
chiquilla descalza se fue detrs de ella por entre las
hierbas y las ortigas. En cuanto hubieron pasado el
portillo, desaparecieron como si se las hubiera
tragado la tierra.
Con los hombros encogidos, como si le hubieran
dado de puetazos a ella, y no a la cabra, Evguenia
deshizo el paquete.
- La llave. El recibo del telegrama. Lo cual quiere
decir que alguien ha mandado el telegrama a pap.
Pero quin? Ah, aqu hay una nota! Pero qu
Timur y su pandilla


5
quiere decir esto?
Aquel papel, escrito en grandes letras con el
mismo lpiz azul, deca:
"Nia, no le tengas miedo a nadie en tu casa.
Todo est arreglado, y a m nadie me sacar una
palabra de nada". Firmado: "Timur".
Paralizada, Evguenia se meti silenciosamente la
hoja de papel en un bolsillo. Despus se enderez y
ya muy tranquila se fue hacia donde estaba Olga.
Olga segua all, ante el hornillo de petrleo que
no haba conseguido encender y tena ya los ojos
llenos de lgrimas.
- Olga! -exclam entonces Evguenia con
verdadera amargura-. No ves que era broma. Puede
saberse por qu ests enfadada conmigo? He
arreglado toda la casa, he limpiado las ventanas, he
hecho todo lo que he podido, he lavado todos los
trapos, todos los suelos. Aqu tienes la llave y el
recibo del telegrama. Vamos, dame un abrazo! Si
supieras lo que te quiero! Mira, si es por darte gusto,
subo y me tiro de lo alto del tejado a las ortigas!
Y sin esperar la contestacin de su hermana,
Evguenia le ech los brazos al cuello.
- Bueno... Pero comprenders que yo no poda
estar tranquila -empez a decir Olga con verdadera
desesperacin-. No se te ocurren nunca ms que
bromas estpidas... Y a m pap me ha dicho...
Evguenia, djame en paz! Evguenia, no ves que
tengo las manos sucias de petrleo! Evguenia, anda,
ms vale que pongas a hervir la leche en esa
cacerola!
- Yo... Ya sabes que yo no puedo vivir sin bromas
-balbuceaba Evguenia, mientras Olga haba ido a
lavarse las manos en el lavabo.
Dej caer casi de un golpe la cacerola con la leche
sobre el hornillo, se meti la mano en el bolsillo para
saber si segua all el papel y pregunt:
- Olga, Dios existe?
- No existe -contest Olga metiendo la cabeza
debajo del grifo del lavabo.
- Y entonces quin existe?
- Djame en paz! -contest Olga con rabia-. No
existe nadie!
Evguenia se qued un momento callada y volvi a
preguntar:
- Olga, y quin es Timur?
- No es un dios, es un rey -contest Olga con
desgana, enjabonndose la cara y las manos-. Un rey
malo, cojo, de la Edad Media.
- Y si no es un rey, y si no es ni malo ni de la
Edad Media? Entonces, quin es?
- Entonces, no lo s. Djame en paz! Pero qu
es lo que puede importarte ese Timur?
- Pues me importa porque me parece que le he
tomado un gran cario.
- A quin? -Y Olga, estupefacta, levant el rostro
cubierto de espuma de jabn-. Qu es lo que ests
diciendo? Qu son esas invenciones para no dejar
que me lave tranquilamente la cara? Pero espera, que
va a llegar pap, y l ver a quin le tomas o no le
tomas t tanto cario.
- Pap! -exclam Evguenia con solemne tristeza-.
Si llega a venir, slo ser por unos das. Y no ser l,
desde luego, quien dir nada malo de una persona
sola y sin defensa.
- Eres t, esa persona sola y sin defensa? -
pregunt Olga con desconfianza-. Ay, hija ma,
acabar por no comprender el carcter que tienes ni a
quin has podido salir!
Palabras a las que Evguenia, despus de bajar la
cabeza y mirndose en el cilindro de la superficie
niquelada de la tetera, contest sin un segundo de
vacilacin:
- A quin he salido? A pap. A nadie ms. A l.
A l solo. A nadie ms.

...El distinguido doctor Koloklchikov, un
caballero entrado en aos, estaba sentado en su jardn
ocupado en reparar un reloj de pared.
Delante de l, con la expresin ms melanclica
que imaginarse pueda, estaba su nieto Nikoli.
Al parecer, ayudaba a su abuelo a reparar el reloj.
En realidad, haca ya ms de una hora que se estaba
all, con un destornillador en la mano, esperando el
momento en que su abuelo necesitara aquella
herramienta.
Pero la espiral de acero de la cuerda del reloj, que
haba que volver a meter en su sitio, se mostraba
tozuda, y el abuelito tena paciencia. Y pareca que
aquella espera iba a durar por los siglos de los siglos.
Lo cual era sumamente desagradable, sobre todo
porque, por encima de la valla de la casa de al lado,
haba asomado ya varias veces su melenuda cabeza
Serafim Simakov, persona muy enterada y
habilidosa. Y aquel Serafim Simakov, con la lengua,
la cabeza y con las manos, le haca seas a Nikoli,
seas tan extraas, tan misteriosas, que hasta la
pequea Tatiana, la hermanita de Nikoli, que slo
tena cinco aos, y sentada a la sombra del tilo, haba
intentado repetida y concienzudamente meterle un
cardillo en la boca al perro que estaba perezosamente
tendido en el suelo, se puso de pronto a chillar y le
tir al abuelito del pantaln, lo cual tuvo por
consecuencia inmediata la desaparicin de la cabeza
de Serafim Simakov.
Por fin, el resorte se decidi a dejarse colocar en
su sitio.
- El hombre debe trabajar -dijo en tono edificante,
levantando la frente cubierta de gotas de sudor y
dirigindose a Nikoli el distinguido doctor
Koloklchikov-. Y t pones una cara, como si yo
tratara de hacerte tragar aceite de ricino. Dame el
destornillador y ve a buscar las tenazas. El trabajo
ennoblece al hombre. Y eso es precisamente lo que te
falta a ti, nobleza espiritual. Ayer, por ejemplo, te
comiste cuatro helados sin pensar siquiera en tu
Arkadi Gaidar


6
hermanita pequea.
- Mentirosa, desvergonzada! -exclam Nikoli
ofendido, lanzando a Tatiana una mirada furibunda-.
Tres veces la dej morder por dos veces. Ella, en
cambio, fue a quejarse de m y encima, de camino, se
guard cuatro kopeks que haba sobre la mesa de
mam.
- Y t pusiste una noche una cuerda y saltaste por
la ventana -dijo la pequea Tatiana muy
tranquilamente, sin volver la cabeza-. Y debajo de la
almohada, tienes guardada una linterna. Y anoche,
hubo un golfo que tir una piedra contra la ventana
de nuestro dormitorio. Lanz la piedra y silb, luego
lanz otra y volvi a silbar.
A Nikoli Koloklchikov se le cort la
respiracin al or aquellas atrevidas palabras de su
desvergonzada hermana. Un escalofro le recorra
todo el cuerpo, de la cabeza a las plantas de los pies.
Felizmente, el abuelito, ocupado con su reloj, no se
fij en tan peligrosas calumnias, o sencillamente no
las oy. El colmo de la suerte, fue que en aquel
momento se present en el jardn la lechera con sus
jarras, y mientras despachaba la leche, se puso a
contar sus desgracias:
- Pues en mi casa, Fidor Grigrievich, por poco
se llevan esta noche unos ladrones una tina de roble.
Y hoy me han dicho unos vecinos que, poco despus
del amanecer, haban visto en el tejado de mi casa a
dos hombres: sentados en la chimenea, los malvados,
con las piernas colgando.
- Cmo que sentados en la chimenea? Pero
vamos a ver, quiere Ud. decirme para qu diablos
estaban en esa chimenea? -empez a preguntar,
extraado, el distinguido doctor.
Pero en aquel preciso momento se oy del lado
del gallinero un chirrido espantoso. El destornillador
vacil en la mano del abuelito y el tozudo resorte
aprovech la ocasin para salir disparado de su nido
e ir a estrellarse contra el hierro del tejado. Todo el
mundo, hasta la pequea Tatiana, hasta el perezoso
perro, volvi instantneamente la cabeza, no
comprendiendo de dnde vena aquel ruido ni qu
pasaba. Slo Nikoli Koloklchikov, sin decir
palabra, salt con la ligereza de una liebre por los
surcos de zanahorias y desapareci tras el cercado.
Se detuvo junto al establo, de donde vena, lo
mismo que del gallinero, todo aquel estrpito, como
si alguien estuviera dando golpes con una pesa en un
pedazo de riel de acero. Y all fue donde se dio de
narices con Serafim Simakov, al que pregunt muy
preocupado:
- Lo oyes? No comprendo... Qu es esto? La
alarma?
- No hombre! Yo creo que es lo del formulario
nmero uno, la seal de llamada general.
Los dos saltaron la valla y se zambulleron por un
agujero que haba en el cercado del parque. All se
encontraron con Guennadi, un robusto chicarrn
ancho de espaldas. Luego se present Vasili
Ladyguin. Y otro, y otros ms. Sin hacer el ms
mnimo ruido, rpidamente, por caminos que slo
ellos conocan, iban todos a la correra a un mismo
sitio, cruzando mientras corran breves palabras:
- Es la seal de alarma?
- No hombre, no, es el formulario nmero uno,
llamada general.
- Qu llamada general ni qu ocho cuartos! No es
"tres-stop", "tres-stop". Eso es algn estpido que
est repiqueteando sin parar con la rueda.
-Es lo que vamos a ver!
- A comprobar!
- Adelante! A toda marcha!

En la casa donde Evguenia haba pasado la noche,
en aquella misma habitacin, estaba en ese momento,
un chico alto, moreno, que poda tener unos trece
aos. Llevaba un pantaln ligero, negro, y un chaleco
de punto azul marino con una estrella roja bordada en
el pecho.
Se le acerc un viejo, un hombre con todo el pelo
blanco enmaraado. Llevaba una sencilla camisa de
hilo. Sus pantalones, anchsimos, estaban cubiertos
de remiendos. Llevaba un tosco pedazo de palo
sujeto a la rodilla izquierda con unas correas. En una
mano tena una hoja de papel, con la otra empuaba
el viejo revlver con su funda destrozada.
- "Nia, cuando te marches, cierra bien la puerta"
-ley el anciano en voz alta, en son de burla-. Puede
saberse si acabars por decirme quin ha dormido
esta noche en casa encima del sof?
- Una nia que yo conozco -contest el chico de
mala gana-. Como yo no estaba, el perro no la dej
salir.
Mentiras tenemos! -se enfad el viejo-. Si la
conocieras, aqu, en el papel, hubieras puesto su
nombre.
- Cuando lo escrib, no la conoca. Pero ahora la
conozco.
- No la conocas. Y esta maana la has dejado
aqu sola... en tu casa. T, hijo mo, ests mal de la
cabeza, y hay que llevarte al manicomio, con los
locos. Esa imbcil ha roto el espejo, ha hecho aicos
el cenicero. Menos mal que el revlver estaba
cargado con cartuchos sin bala. Y si hubiera estado
cargado de veras?
- Pero to... si t no tienes nunca balas, porque tus
enemigos combaten con fusiles y con sables... de
madera.
Hubirase dicho que el anciano esbozaba una
sonrisa. Sin embargo, echando hacia atrs su
melenuda cabeza, dijo severamente:
- Ten cuidado. Me doy cuenta de todo. Y por lo
que veo, andas metido en asuntos turbios, que pueden
costarte el que te mande de vuelta a casa de tu madre.
Dando golpes en el suelo con su pata de palo, el
viejo subi la escalera y se fue al piso de arriba.
Timur y su pandilla


7
Cuando hubo desaparecido, el chico dio un salto,
levant por las patas al perro, que acababa de entrar
en la habitacin, y le dio un beso en el hocico:
- Rita, Ritilla! Hoy nos han pillado, a ti y a m.
Pero no importa, hoy est de buen humor. Ahorita
mismo se pondr a cantar. En efecto, en la habitacin
del piso de arriba se oy un carraspeo, despus
alguien que ensayaba: "tral-la-la" y por fin una grave
voz de bartono enton:

Tres noches sin conciliar el sueo.
Y una vez y otra vez
El mismo rumor misterioso
En la terrible soledad...

- Quieto, loco de perro! -grit Timur-. No ves
que me ests destrozando los pantalones? Adnde
quieres que vaya?
Pero de pronto cerr de un gran portazo la puerta
que conduca al piso superior donde estaba su to, y
sigui al perro que haba salido corriendo hacia la
terraza.
All, en un rincn, junto a un pequeo telfono,
una campanilla de bronce que tena atada una cuerda
se agitaba, dando brincos y golpes contra la pared.
El chico hizo callar la campanilla, apretndola en
una mano, y enroll la cuerda en un clavo. Las
vibraciones se atenuaron, la cuerda deba haberse
roto por algn sitio. Entonces, sorprendido y de mal
humor, tom el auricular del telfono.

Una hora antes, Olga estaba sentada delante de su
manual de Fsica.
Entr Evguenia y fue a buscar el frasco de la
tintura de yodo.
- Evguenia -pregunt Olga en tono de reproche-,
por qu tienes ese araazo en el hombro?
- Pues es que iba por la calle -contest Evguenia
con aire despreocupado- y tropec de camino con una
cosa que tena no s qu, puntas, o pinchos. As fue
como me ara.
- Y por qu a m no me sucede eso de
tropezarme de camino con una cosa que tenga puntas
ni pinchos? -dijo Olga remedando a su hermana.
- Mentira! Si te parecen poco las puntas y
pinchos que tiene el examen de Matemticas que te
espera... Ten cuidado, creme, que te van a
suspender! Oiga, querida, no te empees en ser
ingeniero, estudia Medicina -empez a decir
Evguenia, colocndole a su hermana un espejo
delante del libro. No lo ves t misma? No ves que
no tienes cara de ingeniero? Un ingeniero tiene que
ser as... as... as... (Hizo tres muecas tan enrgicas
como explicativas). Y t, no ves la cara que t
pones...
Y Evguenia entorn los ojos, arque las cejas y
esboz la ms enternecedora de las sonrisas.
- Tonta! -dijo Oiga, abrazndola, dndole un
beso, pero apartndola suavemente-. Djame,
Evguenia, no me impidas trabajar. Mejor valdra que
fueras a buscar agua al pozo.
Evguenia tom una de las manzanas que haba en
un plato, se fue a un rincn, se estuvo un momento
junto a la ventana, despus empez a sacar el
acorden de su funda y volvi a pegar la hebra:
- Quieres que te diga una cosa, Oiga? Se me ha
acercado en la calle un buen seor. As, a primera
vista, nada de mal parecido. Rubio, con un traje
blanco. Y me pregunta: "Nia, t cmo te llamas?"
Y le digo: "Evguenia... "
- Evguenia, no me molestes y deja en paz ese
acorden -dijo Olga sin volverse y sin apartar los
ojos del libro.
- "Y tu hermana, -segua Evguenia, sacando el
acorden- creo que se llama Olga?"
Evguenia, no me molestes y deja ese acorden! -
repiti Oiga empezando, aun sin quererlo, a prestar
odo.
- "Hay que ver, dice el hombre, lo bien que toca tu
hermana. No piensa estudiar en el conservatorio?"
(Entre tanto, el acorden estaba ya fuera de su funda
y la correa haba pasado por encima del hombro de
Evguenia). "No, le digo yo, ya est estudiando, se va
a especializar en cemento armado". Y el buen
hombre dice: "A-ah!" (Evguenia apret una de las
teclas). Y yo le digo: "Be-e!" (Otra tecla).
- Eres francamente insoportable! Deja el
acorden en su sitio! -grit por fin Oiga ponindose
en pie de un salto-. Desde cundo tienes permiso
para ponerte a hablar en la calle con cualquier
desconocido?
- Bueno, lo pondr en su sitio -dijo Evguenia
ofendida-. No fui yo quien se puso a hablar. Fue l. Y
te hubiera contado lo que ocurri despus, pero ahora
te quedas con las ganas. Espera un poco, que va a
llegar pap y entonces vers!
- Quin? Yo? Sers t la que vers. No me
dejas estudiar.
- La que vers sers t! -dijo Evguenia agarrando
el cubo vaco y, ya desde los escalones-: Se lo
contar todo, esa manera de mandarme cien veces al
da a buscar petrleo, a buscar jabn, a buscar agua...
Ni que te hayas credo que soy un camin, un caballo
o un tractor.
Trajo el agua, dej el cubo en la cocina, pero
como Olga no se haba fijado siquiera y segua
inclinada sobre su libro, Evguenia, despechada, se
fue al jardn.
Cuando lleg al csped que se extenda ante el
viejo cobertizo, sac el tirador del bolsillo, y tirando
de la goma lanz hacia el cielo un pequeo
paracaidista de cartn.
Despus de haber subido patas arriba, el
paracaidista se volvi y sobre su cabeza se extendi
la cpula de papel azul, pero en aquel momento el
viento sopl con ms fuerza y se lo llev hacia un
Arkadi Gaidar


8
lado. El paracaidista desapareci por la oscura
ventana del desvn.
Catstrofe! Haba que salvar al hombrecito de
cartn. Evguenia dio la vuelta al cobertizo, de cuyo
tejado salan por los agujeros en todas direcciones
aquellas finas cuerdas. Arrastr hasta colocarla
debajo de la ventana la carcomida escalera, se subi
por ella y salt al suelo del desvn.
Qu cosa ms curiosa! Alguien viva en aquel
desvn. En las paredes haba rollos de cuerdas, un
farol, dos banderas de seales cruzadas, y un mapa
de la aldea, todo cubierto de signos incomprensibles.
En un rincn, cubierto con una harpillera, un montn
de paja. Al lado, un cajn de madera, boca abajo.
Junto al tejado, cubierto de musgo y de agujeros,
haba una gran rueda, como una rueda de timn.
Encima de la rueda estaba suspendido un telfono de
aficionado.
Evguenia mir por una de las rendijas. Como un
mar proceloso, tena a sus pies el verde oleaje de los
rboles. Por el cielo volaban jugueteando unas
palomas. No le hizo falta tiempo para tomar la
decisin: las palomas seran gaviotas, y aquel viejo
desvn con las cuerdas, los faroles y las banderas, un
gran barco. Y ella, el capitn.
Qu alegra! Le dio media vuelta a la rueda del
timn. Las tensas cuerdas temblaron con una
vibracin. El rumoroso viento agit el mar de verdes
olas. Y ella tuvo la sensacin de que su barco-desvn
avanzaba lenta y majestuosamente a travs del oleaje.
- Media vuelta a la izquierda a babor! -lanz con
sonora voz de mando, apoyndose con todas sus
fuerzas en la pesada rueda.
Pasando por las ranuras del tejado, finos rayos de
sol caan en lnea recta, sobre su rostro y su vestido.
Pero Evguenia comprendi perfectamente que los
barcos enemigos la buscaban con sus proyectores y
decidi librar la batalla.
La rueda del timn volvi a rechinar. Evguenia
sigui maniobrando y las enrgicas voces de mando
resonaban a babor y a estribor.
Pero los duros rayos que en lnea recta enviaban
los proyectores perdieron intensidad, se extinguieron.
Lo cual, naturalmente, no quera decir que el sol se
hubiera ocultado detrs de una nube, sino que la
escuadra enemiga se hunda derrotada.
La batalla naval haba terminado. Evguenia se
pas por la frente la palma de la mano polvorienta,
cuando de pronto reson en la pared la llamada del
telfono. Aquello francamente no se lo esperaba;
para ella, aquel telfono no era ms que un juguete.
Se sinti desazonada. Descolg el auricular.
Una voz dura y vibrante preguntaba:
- Allo! Allo! Quin est al aparato? Quin es
el burro que arranca las cuerdas y transmite seales
estpidas, incomprensibles?
- No es ningn burro -balbuce Evguenia entre
curiosa y preocupada-. Soy yo, Evguenia.
- Insensata! -grit bruscamente aquella voz, casi
con susto-. Deja la rueda del timn y mrchate de
ah. Van a venir... va a venir gente y te va a dar una
paliza.
Evguenia dej caer el auricular, pero ya era tarde.
Por la ventana, iluminada por la luz del exterior,
apareci una cabeza: era Guennadi, al que segua
Serafim Simakov, y luego Nikoli Koloklchikov, y
otros chicos y otros ms.
- Pero quines sois? -pregunt Evguenia
asustada, retrocediendo para alejarse de la ventana-.
Fuera de aqu! Este jardn es nuestro. Nadie os ha
dicho que vinierais aqu.
Pero los chicos, hombro con hombro, avanzaban
en densa muralla hacia Evguenia. Cuando se vio
acorralada en un rincn, se puso a gritar.
En aquel momento, una nueva silueta se perfil en
el hueco de la ventana. Todos se volvieron y abrieron
paso. Y Evguenia vio delante de s a un chico alto,
moreno, que llevaba un chaleco azul con una estrella
roja bordada en el pecho.
- No grites as, Evguenia! -dijo en voz alta-. No
hay por qu gritar. Nadie te har nada. Nosotros ya
nos conocemos. Yo soy Timur.
- T eres Timur? -exclam Evguenia, sin acabar
de crerselo, abriendo muy grandes los ojos llenos de
lgrimas-. Fuiste t quien me tapaste anoche con la
sbana? Fuiste t quien me dejaste la hoja de papel
encima de la mesa? El que enviaste a pap el
telegrama al frente, el que me mandaste la llave y el
recibo? Pero por qu? Para qu? De qu me
conoces?
Entonces el chico se le acerc, le tom una mano
y contest:
- Qudate con nosotros. Sintate y escucha. As
lo comprenders todo.

Los chicos se instalaron sobre la paja cubierta de
harpillera en torno a Timur, que haba extendido
sobre el suelo el mapa de la aldea.
Uno de ellos se haba encaramado a un columpio
de cuerda suspendido junto a uno de los agujeros del
tejado, ms arriba del tragaluz, para vigilar. Llevaba
al cuello, colgados de un cordel, unos viejos gemelos
de teatro.
Evguenia, sentada no lejos de Timur, miraba y
escuchaba con suma atencin todo lo que pasaba en
la reunin de aquel misterioso estado mayor. Timur
deca:
-Maana, al amanecer, mientras todos estn
todava durmiendo, Koloklchikov y yo repararemos
los hilos que ha roto ella (e hizo una seal en
direccin de Evguenia).
- Se le pegarn las sbanas -dijo en tono sombro
el cabezn Guennadi, que llevaba una camiseta de
marinero-. No se despierta ms que a la hora de
comer y a la hora de cenar.
- Calumnias! -grit Nikoli Koloklchikov,
Timur y su pandilla


9
ponindose de pie de un salto y tartamudeando-. Yo
me levanto con el primer rayo del sol.
- Yo no s cual es el primer rayo del sol, ni cual es
el segundo, pero lo que s s es que se quedar
dormido -segua afirmando tozudamente Guennadi.
En esto el viga que se columpiaba en lo alto del
techo silb. Los chicos se pusieron rpidamente de
pie.
Por el camino, entre nubes de polvo, pasaba a la
carrera un grupo de artillera montada. Los poderosos
caballos, enjaezados de hierros y correas tiraban
velozmente de los furgones pintados de verde y de
los caones cubiertos con las fundas grises.
Los soldados, con el rostro atezado por el sol y el
viento, no se movan siquiera en las sillas al dar
rpidamente la vuelta a la esquina, y las bateras iban
desapareciendo una detrs de otra tras los rboles.
Pasaron los artilleros.
- Van a la estacin, a cargar -explic dndose
importancia Nikoli Koloklchikov-. Yo, por el
uniforme que llevan, s cundo van a la instruccin,
cundo van a un desfile, cundo van a donde sea y a
lo que sea.
- Puesto que lo sabes, cllatelo! -le interrumpi
Guennadi-.
Nosotros tambin tenemos ojos para ver. No
sabis que este charlatn quiere pirrselas para
incorporarse al Ejrcito Rojo?
- Ni pensarlo -intervino Timur-. Eso no tiene ni
pies ni cabeza.
- Cmo que no? -pregunt Nikoli ponindose
como la grana-. Y por qu antes todos los chicos
iban siempre al frente?
- Eso era antes! Ahora todos los oficiales y todos
los jefes tienen orden de echarnos de all a cogotazo
limpio.
- Cmo que a cogotazo limpio? -grit sin
poderse contener de ira Nikoli Koloklchikov,
colorado ya hasta las orejas-. Pero... si somos de los
suyos?
- Pues as es! -dijo Timur con un suspiro-.
Aunque seamos de los suyos! Y ahora, chicos,
vamos a ocuparnos de cosas serias.
Todos volvieron a sentarse en sus sitios.
- En el huerto de la casa nmero treinta y cuatro
del callejn Torcido unos chicos desconocidos han
sacudido un manzano -inform con voz todava
resentida Nikoli Koloklchikov-. Dos ramas rotas y
un arriate pisoteado.
- De quin es la casa? -Timur mir en un
cuaderno forrado de hule-. Del soldado Kriukov.
Quin hay aqu que haya sido especialista en
manzanos y huertos ajenos?
- Yo -dijo tmidamente una voz.
- Quin ha podido hacer eso?
- Eso es cosa de Mishka Kvakin y de su ayudante,
ese que llaman Figura. El manzano es de los de
Michurin, del tipo Pulpa de oro, y desde luego no lo
han elegido por casualidad.
- Otra vez Kvakin! Una vez ms! -Timur qued
pensativo-. Guennadi, t hablaste con l?
- Claro que habl.
- Y qu?
- Le di dos pescozones.
- Y l?
- El me dio a m otros dos.
- Ah! T siempre con lo tuyo: "le di", "me dio"...
Lo que no se ven son los resultados. Bueno! De
Kvakin hay que tratar aparte. Sigamos adelante.
- En la casa nmero veinticinco, el hijo de la vieja
lechera ha sido llamado a filas, a servir en caballera
-dijo alguien en un rincn.
- Esa s que es buena! -Timur sacudi la cabeza
con un movimiento de reproche-. Si en el portal de
esa casa est ya desde antes de ayer nuestra seal.
Pero quin la puso? T, Koloklchikov?
- S. Por qu?
- Porque la punta superior izquierda de la estrella
la has dejado torcida como un gusano. Cuando te
comprometes a hacer algo, hay que hacerlo bien.
Pasar la gente y se reir de nosotros. Bueno,
adelante.
Entonces se levant de sbito Serafim Simakov y
solt sin parar, con la rapidez de una ametralladora:
- En la casa nmero cincuenta y cuatro de la calle
Pushkarivaya haba desaparecido una cabra. Paso
por all, veo a una vieja pegando a una chiquilla y le
grito: "Eh, buena mujer, pegar est prohibido por la
ley!" Y ella va y me dice: "Me ha perdido la cabra!
Maldita sea!" "Pero cmo se ha perdido la cabra?
Dnde?" "All, en el barranco que hay detrs del
bosquecillo, ha debido romper la cuerda con los
dientes y como si se la hubiera tragado la tierra!"
- Aguarda! En casa de quin?
- En casa del soldado Pablo Griev. La chiquilla
es su hija, la llaman Niurka. La que le daba la paliza
era la abuela. No s como se llama. La cabra es gris,
con el lomo negro. Se llama Manka.
- A buscar la cabra! -orden Timur-. Ir una
seccin de cuatro. T... t, t y t. Bueno, se acab?
- En la casa nmero veintids hay una nia que
llora -comunic Guennadi como a disgusto.
- Y por qu llora esa nia?
- Ya se lo he preguntado, pero no me lo ha dicho.
- Y esa chiquilla, es mayor?
- Cuatro aos.
- Ah nos las den todas! Si fuera una persona...
pero con cuatro aos! Pero no, espera. Es en casa de
quin?
- En casa del teniente Pvlov. Al que han matado
hace poco en la frontera.
- "Se lo he preguntado, pero no me lo ha dicho" -
dijo Timur en tono de sorna a Guennadi, con mal
reprimido enojo. Se qued un momento pensativo-.
Eso lo arreglar yo. Vosotros no tenis que ocuparos
de ese asunto.
Arkadi Gaidar


10
- A la vista Mishka Kvakin! -comunic con voz
sonora el viga-. Por el otro lado de la calle.
Engullendo una manzana. Timur! Manda a una
seccin: a se hay que darle una paliza, aunque sea
un cogotazo.
- Nada de eso. Que nadie se mueva de su sitio. Yo
vuelvo en seguida.
Saltando por la ventana, baj por la escalera y
desapareci entre el frondoso follaje de los arbustos.
El viga volvi a dar el parte:
- Junto a la verja, en mi campo de mira, una joven
desconocida, de buen parecer, con un cacharro en la
mano, est comprando leche. Probablemente, es la
duea de la casa.
- Es tu hermana? -pregunt Nikoli
Koloklchikov, tirando a Evguenia de una manga.
No obteniendo contestacin, aadi resentida y
solemnemente-: No se te vaya a ocurrir llamarla
desde aqu.
- Estate quieto! -le respondi Evguenia con una
sonrisita guasona, soltndose de un tirn-. Vaya con
el jefe que nos ha salido...
- No te metas con ella -intervino Guennadi,
burln-, que acabar dndote una paliza.
- A m? -Nikoli se sinti francamente vejado-.
Con qu? Es que tiene garras? Pues yo tengo
msculos. Msculos en las piernas, y en los brazos!
- Pues te zumbar por muchos msculos que
tengas. Muchachos, atencin! Timur se acerca a
Kvakin.

Agitando suavemente una ramita que acababa de
cortar, Timur avanzaba, en efecto, por la calle hacia
Kvakin, cortndole el paso. Kvakin, al darse cuenta
de su situacin, se detuvo. Su cara achatada no
expresaba ni sorpresa ni temor.
- Hola, comisario! -dijo ladeando, sin levantar
mucho la voz-. Adnde vas tan aprisa?
- Hola, capitn! -contest Timur con el mismo
tono de voz-. Justamente vena a verte.
- Muy agradecido por la atencin, lo que siento es
no tener nada que ofrecerte. Como no sea esto...
Se sac de debajo de la camisa una manzana y se
la tendi a Timur.
- De las robadas? -pregunt Timur hincando los
dientes en la manzana.
- De estas mismitas -precis Kvakin-. De la mejor
clase. Lo nico malo es que no estn todava
verdaderamente maduras.
- Est ms agria que un limn! -Timur tir la
manzana-. Oye una cosa: en la cerca de la casa
nmero treinta y cuatro hay una seal as -dijo
mostrando la estrella que llevaba bordada en el
chaleco azul-. La has visto?
- Claro que la he visto -dijo Kvakin, empezando a
tomar precauciones-. Yo, amigo, lo veo todo, de da
y de noche como los gatos.
- Pues oye: si de da o de noche vuelves a ver en
cualquier sitio, una seal como sa, sales pitando de
all como si te hubiera cado encima plomo derretido.
- Anda, comisario! No te acalores! -articul
Kvakin estirando las palabras-. Y punto final, que ya
hemos hablado bastante!
- Pues anda, capitn, que no eres t poco terco -
replic Timur sin levantar la voz-. Y ahora, que no se
te olvide, y dselo a toda tu banda, que esta
conversacin es la ltima que tenemos con vosotros.
Nadie que no estuviera al tanto hubiera podido
pensar que era aquella negociacin entre enemigos
declarados, y no hablar entre dos buenos amigos. Por
lo cual Olga, con su jarro de leche en las manos, le
pregunt a la lechera quin era aquel chico que
estaba hablando con el bribn de Kvakin.
- Pues no lo s -contest con rabia la lechera-.
Pero probablemente otro granuja tan taimado como
l. Siempre anda rondando tu casa. T ten cuidado,
hija, que esos tunantes no se metan con tu hermana.
Olga se sinti de pronto preocupada. Mir con
odio a los dos chicos, subi a la terraza, dej el
cacharro con la leche, cerr la puerta y sali a la calle
en busca de Evguenia, que no haba dado seal de
vida desde haca ms de dos horas.

De vuelta al desvn, Timur refiri la entrevista a
los dems muchachos. Se acord que al da siguiente
se enviara a toda la banda un ultimtum por escrito.
Sin hacer el menor ruido los chicos bajaron del
desvn, y deslizndose los unos por los agujeros de
las cercas y saltando los otros por encima de ellas, se
fueron corriendo cada cual hacia su casa. Timur se
acerc a Evguenia.
- Y ahora? -pregunt-. Lo has comprendido
todo?
- Todo -contest Evguenia-, pero francamente no
del todo. Explcamelo ms claro.
- Pues entonces baja y ven conmigo. De todos
modos, tu hermana no est ahora en tu casa.
En cuanto estuvieron abajo, Timur empuj la
escalera y la dej tendida en el suelo.
Ya era casi de noche, pero Evguenia le sigui sin
desconfianza.
Se detuvieron junto a la casita donde viva la vieja
lechera. Timur mir en torno suyo. No haba nadie en
derredor. Se sac del bolsillo un tubo de pintura y se
acerc al portal, en el que estaba pintada una estrella
una de cuyas puntas, en el ngulo superior izquierdo,
se retorca, en efecto, como una lombriz.
Con mano segura, volvi a pintar las puntas,
enderezndolas, igualndolas, dejando los ngulos
bien marcados.
- Pero para qu hacis todo eso? -pregunt
Evguenia-. En fin, explcame lo que quiere decir todo
esto.
Timur se meti el tubo de pintura en el bolsillo.
Arranc una hoja de bardana, se limpi un dedo que
se haba manchado de pintura y, mirando a Evguenia
Timur y su pandilla


11
cara a cara, le dijo:
- Pues esto quiere decir que en esta casa vive
alguien que est en el Ejrcito Rojo. Y desde el
momento en que se incorpor al ejrcito, su casa
qued bajo nuestro amparo y nuestra proteccin. T
tienes a tu padre en el ejrcito?
- S! -contest Evguenia con orgullo y emocin-.
Manda una divisin blindada.
- Lo cual quiere decir que tambin t ests bajo
nuestro amparo y proteccin.
Llegaron a la altura de otra casa y se detuvieron
una vez ms ante el portal. Tambin aquella casa
tena la estrella trazada en el cercado. Pero las claras
puntas de sus rayos estaban ribeteadas por una ancha
franja negra.
- Ah tienes! -dijo Timur-. Tambin de esta casa
se fue alguien al Ejrcito Rojo. Pero ha muerto. Es la
casa del teniente Pvlov, al que han matado hace
poco en la frontera. Y aqu viven ahora su mujer y
esa nia pequea a la que el bueno de Guennadi no
ha conseguido sacar por qu llora tanto. Si se te
presenta la ocasin, Evguenia, no dejes de hacer algo
por ella.
Todo aquello lo haba dicho Timur muy
sencillamente, pero Evguenia sinti como el
hormigueo de un escalofro en el pecho y en las
manos aunque la noche era calurosa, casi sofocante.
Se qued callada, con la cabeza baja. Y slo por
decir algo, acab por preguntar:
- Pero Guennadi... es bueno de verdad?
- S -respondi Timur-. Es hijo de un marino, de
un marinero. Y aunque se meta con Koloklchikov,
que es pequeo y que quiere drselas de muy
valiente, al fin y al cabo siempre es l quien toma su
defensa.
Una llamada, una llamada brusca, airada, les hizo
volver la cabeza. A unos cuantos pasos de ellos
estaba Olga.
Evguenia tom de la mano a Timur. Quera que su
hermana lo conociera.
Pero cuando volvi a or su nombre, en aquel tono
tan fro y tan severo, renunci a la presentacin.
Le dijo tristemente adis a Timur con una
inclinacin de la cabeza, se encogi de hombros y se
fue hacia donde estaba su hermana.
- Ev-gue-nia! -dijo Olga con voz entrecortada,
con un nudo en la garganta-. Te prohbo
terminantemente que hables con ese chico
comprendido?
- Pero, Olga -balbuce Evguenia-, qu es lo que
te ocurre?
- Te prohbo que vuelvas a dirigirle la palabra a
ese chico -repiti firmemente Olga-. T tienes trece
aos, yo tengo dieciocho. Soy tu hermana... Soy
mayor que t. Y ya sabes lo que me dijo pap cuando
se march...
- Pero, Olga, lo que pasa es que no comprendes
nada, pero absolutamente nada! -exclam Evguenia
con verdadera desesperacin. Estaba temblando.
Quera explicrselo todo a su hermana, justificarse.
Pero no poda. No tena derecho a hacerlo. Por fin,
con un gesto de la mano, de indiferencia, decidi no
decirle ni una palabra ms a su hermana.
Al llegar a su casa se meti en la cama. Pero tard
mucho en dormirse. Por fin se durmi y ni oy
siquiera cuando ya muy entrada la noche llamaron a
la ventana porque haba un telegrama de su padre.

Amaneci. Se oy el cuerno de madera del pastor.
La vieja lechera abri la verja de su casa y sac la
vaca para que se fuera con las dems al prado. No
haba dado la vuelta a la esquina, cuando de detrs de
las matas de acacias, con mil precauciones para no
meter ruido con los cubos vacos, salieron cinco
chiquillos y se fueron corriendo hacia el pozo:
- Dale a la palanca!
- Venga, pronto!
- Tmalo!
- Dmelo!
Inundndose de agua fra los pies descalzos, los
chicos corran por el patio echando cubo tras cubo en
la tina de roble y volvan presurosos junto a la bomba
del pozo.
Timur lleg corriendo junto a Serafim Simakov,
que todo sudoroso le daba sin parar a la palanca, y le
pregunt:
- No habis visto por aqu a Koloklchikov?
No? Se ha quedado dormido. Venga, daros prisa!
La vieja va a volver en seguida.
Una vez en el jardn de la casa de los
Koloklchikov, Timur se coloc debajo de un rbol y
silb. Sin esperar la respuesta, se encaram al rbol y
ech una ojeada a la habitacin. Desde el rbol, no
vea ms que unos pies, cubiertos con una manta, en
una cama arrimada a la ventana.
Lanz sobre aquella cama un pedacito de corteza
del rbol y llam muy bajito:
- Nikoli! Levntate!
Silencio. Los pies no se movan. Timur sac su
navaja, cort una rama larga, tall en punta el
extremo de una de las ramitas laterales, pas la rama
por la ventana, enganch la manta con la punta de la
ramita y tir.
La manta era ligera y se vino hacia afuera por el
alfizar de la ventana. En la habitacin se oy un
grito de sorpresa. Con los ojos muy abiertos, aunque
todava medio dormido, salt de la cama un caballero
de pelo blanco, en ropas menores y, sujetando con
una mano aquella manta que se escapaba, se acerc a
la ventana.
Cuando se vio frente a aquel respetable anciano,
Timur, de un salto, se dej caer del rbol.
Y el caballero del pelo blanco, tirando sobre la
cama la manta que por fin haba reconquistado,
descolg de la pared una escopeta, se puso
precipitadamente las gafas, se asom a la ventana,
Arkadi Gaidar


12
apunt al cielo, cerr los ojos y dispar.

Timur, del susto, no par hasta llegar al pozo. La
equivocacin haba sido lamentable. Haba
confundido a aquel distinguido caballero con
Nikoli, y el caballero del pelo blanco,
indudablemente, lo haba tomado a l por un ladrn.
Pero en aquel momento vio salir a la vieja lechera
con su balancn y los cubos a buscar agua. Se meti
detrs de las acacias a ver lo que iba a pasar. De
vuelta del pozo, la vieja levant un cubo, verti el
agua y dio un salto atrs, porque el agua, al caer en la
tina que ya estaba llena hasta los bordes, la salpic
toda y acab por formar un charco a sus pies.
Asombrada, mirando con recelo en derredor, la
vieja dio entre exclamaciones la vuelta alrededor de
la tina. Meti la mano en el agua y se la llev a las
narices. Despus se fue corriendo hacia su casa, a ver
si la puerta estaba cerrada y si el cerrojo estaba
intacto. Por fin, totalmente despistada, se fue a llamar
a la ventana de la casa de la vecina.
Timur se ech a rer y se escabull de su
escondrijo. Haba que darse prisa. El sol estaba ya
bien alto en el cielo. Nikoli Koloklchikov no se
haba presentado y era menester reparar los hilos del
telgrafo.

De camino hacia el cobertizo, Timur mir por una
de las ventanas de la casa que daban al jardn, abierta
de par en par.
Sentada junto a su cama, Evguenia, vestida con un
short y una camiseta, estaba escribiendo en un papel
encima de la mesa, echndose hacia atrs de cuando
en cuando el pelo que le molestaba al caer sobre la
frente.
No se asust, ni se extra siquiera al ver a
Timur. Slo le hizo una sea con el dedo, para que
no despertara a Olga, meti la carta que an no haba
terminado de escribir en el cajn de la mesa y sali
de puntillas de la habitacin.
Y cuando supo la catstrofe que le haba sucedido
aquella maana a Timur, no volvi a acordarse de
ninguno de los sermones de su hermana y le propuso
ayudarle a arreglar aquellos hilos que ella misma
haba arrancado.
Despus de haber terminado el trabajo, cuando
Timur estaba ya del otro lado de la valla, Evguenia le
dijo:
- No s por qu, pero es increble lo que te odia
mi hermana.
- Pues estamos buenos -dijo apenado Timur-
porque mi to tampoco te quiere a ti.
Estaba ya a punto de marcharse, cuando ella le
detuvo.
- Espera, pinate. Llevas el pelo todo revuelto.
Sac un peine y se lo tendi a Timur, pero en
aquel mismo instante reson detrs, por la ventana, la
voz furiosa de Olga:
- Evguenia! Qu ests haciendo?

Las dos hermanas estaban en la terraza.
- En todo caso no soy yo quien escojo a tus
amigos -Evguenia se defenda desesperadamente-.
Qu amigos? Pues muy sencillo. Por ejemplo, uno
que lleva un traje blanco. "Hay que ver, lo
maravillosamente que toca su hermana!"
Maravillosamente! Si hubiera odo l lo bien que
sabe echar sermones. Pero mira! Todo eso ya se lo
estoy escribiendo a pap.
- Evguenia, ese chico es un golfo y t eres una
tonta -deca framente Olga, separando las slabas y
procurando aparentar calma-. Si quieres escribrselo
a pap, no tengo inconveniente, escrbeselo, pero si
yo vuelvo a verte aunque sea una sola vez con ese
chico al lado, ese mismo da dejo esta casa y nos
volvemos las dos a Mosc. Ya sabes que hago lo que
digo.
- S... Lo que s es que me ests martirizando! -
dijo Evguenia con los ojos llenos de lgrimas.
- Y ahora lee este telegrama.
Olga dej sobre la mesa el telegrama que haba
llegado aquella noche y sali.
El telegrama deca:
"Dentro pocos das estar unas horas de paso
Mosc. Telegrafiar da hora exactamente. Pap".
Evguenia se sec las lgrimas, se llev el
telegrama a los labios y balbuce en voz muy baja:
- Pap, no tardes en venir. Pap! Si supieras lo
desgraciada que es tu hija, tu Evguenia!

Acababan de traer dos carretadas de lea a la casa
de donde se haba perdido la cabra, donde la vieja
pegaba a aquella Niurka tan despabilada.
Maldiciendo de los carreros, que le haban dejado
ah en medio el montn de lea sin ocuparse ms del
asunto, entre ayes y lamentaciones, empez la vieja a
apilarla donde deba quedar. Pero le faltaban las
fuerzas para acabar con aquella faena. Tosi, se sent
en el escaln de la puerta de su casa, recobr el
aliento, fue a buscar la regadera y se alej hacia el
fondo del huerto. No qued junto a la lea ms que el
hermanito pequeo de Niurka que, a pesar de que
slo tena tres aos, deba ser de genio enrgico y
emprendedor, porque apenas hubo desaparecido la
abuela cuando levant del suelo un palo y se puso a
dar golpes con l en el banco y en un artesn que all
estaba, boca abajo.
Serafim Simakov, que acababa de andar a la caza
de la fugitiva cabra, que brincaba por barrancos y
matorrales con la agilidad de un tigre indio, dej a
uno de los de su grupo en la linde de los rboles y
con los otros cuatro se meti en aquella casa con la
velocidad del huracn.
Le meti al pequeo un puado de fresas en la
boca, en la mano una hermosa pluma del ala de una
corneja, y los cuatro chicos se pusieron a apilar a
Timur y su pandilla


13
toda prisa el montn de lea.
El propio Serafim Simakov ech entre tanto a
correr a lo largo del cercado, para impedir que la
abuela volviera demasiado pronto del huerto.
Parndose junto a la cerca en el sitio en que estaban
pegaditos a ella unos cerezos y unos manzanos, mir
por una rendija.
La abuela se haba llenado el delantal de pepinos
y se dispona a dirigirse hacia su casa.
Serafim Simakov dio muy quedito unos golpes en
las tablas de la cerca.
La vieja prest odo. Serafim aprovech el
momento para levantar el palo que tena en las manos
y empezar a menear las ramas de los manzanos.
La vieja crey al punto que alguien trataba de
saltar por encima de la cerca para robar manzanas.
Dej caer los pepinos que tena en el delantal,
arranc un gran puado de ortigas, se acerc
calladito y se qued inmvil junto a la cerca.
Serafim Simakov volvi a mirar por la rendija y
no vio a la abuela. Preocupado, dio un brinco, se
aferr con las manos al borde de la cerca y, con toda
clase de precauciones, trat de encaramarse.
Pero en aquel momento la vieja, con un grito de
triunfo abandon su escondite y en un abrir y cerrar
de ojos le haba dado a Serafim Simakov en las
manos con el puado de ortigas.
Agitando en el aire las manos doloridas, Serafim
emprendi veloz carrera hacia el portn, donde se
encontr con los cuatro chicos del grupo que haban
terminado ya la faena y salan a todo meter.
No qued de nuevo delante de la casa ms que el
pequeo. Levant una de las astillas que andaban por
el suelo, la coloc sobre uno de los extremos de la
pila de lea, luego llev tambin all un pedazo de
corteza de abedul.
As fue como se lo encontr la abuela al volver
del huerto. Abriendo unos ojos como platos, se
detuvo ante aquella pila de lea tan cuidadosamente
amontonada y pregunt:
- Quin es el que trabaja aqu mientras yo no
estoy?
El pequeo, metiendo la corteza de abedul por
entre los leos, contest, dndose importancia:
- Ya lo ests viendo, abuelita, soy yo quien
trabaja.
Lleg la lechera, y las dos viejas entablaron una
animada conversacin sobre las misteriosas
aventuras del agua y de la lea. Trataron de aclarar lo
sucedido haciendo ms y ms preguntas al pequeo,
pero no sacaron gran cosa en limpio. Todo lo que les
dijo fue que haba venido gente, que le haban metido
en la boca unas fresas muy sabrosas, que le haban
regalado una pluma y encima le haban prometido
traerle una liebre de verdad, con sus dos orejas y sus
cuatro patas. Luego haban apilado la lea y se
haban marchado por donde haban venido.
Junto al portillo apareci Niurka.
- Niurka -le pregunt la abuela-, no has visto a
nadie salir hace un momento de aqu?
- He estado buscando a la cabra -dijo Niurka entre
cansada e indiferente-. Me he pasado yo misma la
maana a salto de mata por bosques y barrancos.
- Me la han robado! -dijo suspirando
amargamente la vieja a la lechera-. Y qu cabra! No
era una cabra, era una paloma! Una palomita!
- Una palomita! -gru Niurka, colocndose a
una distancia prudencial de la abuela-. Cuando se
pona a embestir con los cuernos, no saba un a
dnde meterse. Las palomas no tienen cuernos.
- A callar, Niurka! A callar, estpida! -chill la
vieja-. Desde luego, ni que decir tiene que la cabrita
se las traa. Y pensar, cabrita ma, que yo iba a
venderla. Y ahora me he quedado sin ella, palomita
ma!
El portillo rechin, se abri de par en par y, con
los cuernos bajos, la cabra se meti en el corral y se
fue derechita hacia la lechera. Sin perder ms que el
tiempo necesario para izar el pesado bidn de leche,
la lechera subi chillando los escalones y la cabra fue
a dar con los cuernos contra la pared quedando
inmvil.
Y entonces fue cuando todos vieron que la cabra
llevaba, pero que muy atado a los cuernos, un pedazo
de madera de chapa, en el que deca en letras muy
claras:

Soy la cabra, la cabrita
Ante quien todos tiritan.
El que a Niurka le toque un pelo
Se acordar de que no hay que hacerlo.

A la vuelta de la esquina, detrs de la cerca, los
chicos rean satisfechos.
Serafim Simakov haba hincado un palo en el
suelo, y danzando y brincando en torno, cantaba con
orgullo:

No somos un atajo de truhanes,
Ni golfos ni bandoleros,
Siempre unidos y alegres
Somos valientes pioneros!

Y como una bandada de vencejos los chicos
desaparecieron rpida y silenciosamente.

Muchas eran las cosas que quedaban por hacer
aquel da, pero lo principal era que haba que redactar
y enviar el ultimtum a Mishka Kvakin.
Nadie saba una palabra sobre la manera de
redactar un ultimtum, y Timur fue a preguntrselo a
su to.
El cual le explic que cada pas tena sus frmulas
y su estilo para escribir un ultimtum, pero que al
final, por cortesa, era obligatorio poner:
"Aprovecho la ocasin para expresarse a S.E.,
Arkadi Gaidar


14
Seor Ministro, el testimonio de mi ms distinguida
consideracin".
Despus, por conducto del embajador acreditado,
el ultimtum se transmita al gobierno de la potencia
adversa.
Pero aquello no le agrad ni a Timur ni a los
dems chicos de la pandilla. En primer lugar, no
tenan por qu expresar a aquel golfo de Kvakin la
ms mnima consideracin; en segundo lugar, no
tenan embajador ni ministro plenipotenciario
acreditado ante aquel atajo de tunantes. Despus de
celebrar consejo, acordaron mandar un ultimtum en
trminos ms sencillos como aquel mensaje que los
cosacos zaporogos haban remitido al sultn de
Turqua y que todos haban visto en una de las
ilustraciones del libro sobre la guerra, que los
valientes cosacos hubieron de librar contra los turcos
y los polacos.

...Detrs del portal pintado de gris, con la estrella
roja rodeada de una franja negra, en el umbroso
jardn de la casa que estaba frente por frente a la de
Olga y Evguenia, una niita de cabellos dorados iba
por uno de los caminitos cubiertos de arena. Su
madre, una mujer joven, hermosa, pero de rostro
triste y fatigado, estaba sentada en una mecedora
junto a una ventana sobre la cual haba un magnfico
ramo de flores silvestres. Tena delante de ella un
montn de telegramas y cartas abiertas, de parientes
y de amigos, conocidos y desconocidos. Eran cartas y
telegramas clidos, afectuosos. Eran como el eco,
como un murmullo lejano en el espesor de un
bosque, que a ninguna parte llama al caminante, que
nada le promete y que sin embargo le infunde valor y
confianza y le dice que hay alguien all cerca y que
no est solo del todo en la oscuridad del bosque.
Con la mueca en brazos, cabeza abajo, y
arrastrando as por la arena sus manitas y sus trenzas
de camo, la nia de pelo de oro se detuvo ante la
cerca del jardn. Por aquella cerca bajaba hacia ella
un conejito pintado y recortado en un pedazo de
madera de chapa. Pero no slo bajaba, sino que con
una de las patas rasgueaba las cuerdas de una guitarra
que tambin estaba all pintada, y pona un hociquillo
medio triste, medio risueo.
Encantada ante tan maravillosa visin, pues
nunca, naturalmente, haba visto nada parecido en su
vida, la pequea dej caer la mueca, se aproxim
an ms a la cerca y el bueno del conejillo vino
obediente a caer derechito en sus propias manos.
Tras el conejillo apareci Evguenia, con una sonrisa
traviesa y satisfecha.
La nia la mir y pregunt:
- Vienes a jugar conmigo?
- No lo ves? Quieres que baje de un salto al
jardn?
- Aqu hay ortigas -advirti la nia, despus de
pensarlo un momento-. Ayer las toqu y me
quemaron la mano.
- No importa -dijo Evguenia, saltando de lo alto
de la cerca-, a m no me dan miedo. A ver,
ensamela, esa ortiga que te pic ayer. Es sa?
Pues mira, aqu est, arrancada, tirada, y hasta
pisoteada. A no pensar ms en ella. Vamos a jugar: t
te quedas con el conejillo y a m me das la mueca.
Desde la terraza de su casa, Olga haba visto a su
hermana dando vueltas junto a la valla de la casa de
enfrente, pero no quera volver a meterse con ella,
que bastante haba llorado ya la pobre aquella
maana. Pero cuando vio que Evguenia se suba a la
cerca y saltaba a aquel jardn ajeno, no pudo por
menos de preocuparse, sali de su casa, atraves la
calle y abri el portillo del jardn de enfrente.
Evguenia y la niita estaban ya junto a la ventana,
al lado de la mujer, que sonrea mientras su hija le
enseaba aquel conejillo medio triste, medio risueo
que tocaba la guitarra.
Por la expresin inquieta del rostro de Evguenia,
la madre adivin que Olga, que acababa de entrar en
el jardn, estaba descontenta.
- No la ria usted -le dijo dulcemente a Olga-. No
hace ms que jugar con mi pequea. Tenemos una
pena tan grande... -Se qued callada-. Yo no hago
ms que llorar, y ella -aadi en voz baja sealando a
la niita-, ella ni sabe siquiera que hace unos das han
matado en la frontera a su padre.
La que se turb entonces fue Olga, y Evguenia le
lanz de lejos una mirada de amargo reproche.
- Y yo estoy sola -continuaba diciendo la mujer-.
Slo me queda mi madre, que est muy lejos en la
taiga, mis hermanos estn en el ejrcito, y no tengo
hermanas.
Toc con una mano el hombro de Evguenia, que
se haba acercado, y, mirando hacia la ventana,
pregunt:
- No habrs sido t quien me ha puesto ese ramo
de flores ah en las escaleras esta maana?
- No, no -contest rpidamente Evguenia-. No he
sido yo. Pero probablemente ha sido alguien de los
nuestros
Olga, desconcertada, mir a su hermana:
- De los vuestros?
- Yo no s -dijo Evguenia asustada-, no he sido
yo. Yo no s nada. Mire, alguien viene a verla a
usted.
Se oy el motor de un automvil y por el camino
enarenado del jardn avanzaron dos aviadores.
- En efecto, vienen a verme a m -dijo la madre-.
Y naturalmente, volvern a proponerme que me vaya
a Crimea, al Cucaso, a descansar, a un sanatorio...
Los dos aviadores se acercaron y saludaron
llevndose la mano al gorro. Deban haber odo lo
que ella estaba diciendo, porque uno de ellos, que era
capitn, dijo:
- Ni a Crimea, ni al Cucaso, ni a descansar, ni a
un sanatorio. Venamos sencillamente porque usted
Timur y su pandilla


15
quera ver a su madre. Pues su madre sale hoy en tren
para aqu desde Irkutsk. La han llevado hasta Irkutsk
en un avin especial.
- Pero quin? -exclam ella, conmovida, y sin
poder contener su alegra-. Ustedes?
- No -contest el capitn de aviacin-. La han
llevado nuestros compaeros, que lo son tanto
nuestros como de usted.
Vino la pequea y mir sin el menor recelo a los
visitantes; bien se notaba que no era la primera vez
que vea aquel uniforme azul.
- Mam, hazme un columpio, y volar por los
aires, lejos, muy lejos, como pap.
- Oh, no! Eso no... -Y la pobre mujer levant
rpidamente a su hija y la estrech contra su corazn.

En la calle Mlaya Ovrazhnaya, detrs de la
capilla cuyas pinturas desconchadas representaban
severos ancianos peludos y ngeles bien afeitados, a
la derecha de la del Juicio Final con las calderas, el
alquitrn y los pcaros demonios saltando de ac para
all, en un campo de manzanilla los chicos de
Mishka Kvakin jugaban a las cartas.
Como ninguno de los jugadores tena dinero,
jugaban "al golletazo", "al papirotazo" o a "resucitar
al muerto". El que perda, con los ojos vendados, era
tendido boca arriba en la hierba y se le colocaba en la
mano un cirio, es decir un palo bastante largo. Y con
aquel palo tena que defenderse a ciegas de sus
buenos amigos que, de pena de verle difunto,
procuraban volverle a la vida hostigndole a quien
ms y mejor con manojos de ortigas por las rodillas,
las pantorrillas y las plantas de los pies.
El juego estaba en todo su apogeo cuando se oy
del otro lado de la valla un toque de corneta.
Eran los emisarios de Timur y su pandilla.
El corneta Nikoli Koloklchikov blanda, bien
sujeta en una mano, una reluciente corneta de cobre,
y Guennadi, descalzo pero con cara de
circunstancias, un paquete envuelto en papel de
embalar.
- Puede saberse lo que significa esta comedia? -
pregunt inclinndose por encima de la valla uno de
aquellos picaruelos, el que llevaba por mote Figura-.
Mishka! -se puso a gritar volviendo la cabeza-.
Deja esas cartas, que aqu te traen no se qu
ceremonia!
- Aqu estoy -se present a su vez Kvakin,
subindose l tambin a la valla-. Conque eres t,
Guennadi! Muy buenos das! Pero quin es ese
mocoso que traes contigo?
- Toma este paquete -dijo Guennadi,
transmitiendo el ultimtum-. Como plazo de
reflexin, se os conceden veinticuatro horas. Vengo a
por la contestacin maana a esta misma hora. -
Profundamente ofendido al orse llamar mocoso,
Nikolr Koloklchikov levant la corneta todo lo alto
que pudo, hinch los carrillos y toc rabiosamente a
retirada. Sin aadir palabra, seguidos por las miradas
curiosas de los dems chicos que haban acabado por
encaramarse todos a la valla, los dos emisarios se
alejaron dignamente.
- Qu quiere decir todo esto? -deca entre tanto
Kvakin, dndole vueltas al paquete y mirando a los
dems chicuelos que estaban en torno boquiabiertos-.
Habamos vivido hasta ahora tan tranquilos... De
pronto... tanto toque de corneta y tanto cuento... De
verdad, chicos, que no comprendo absolutamente
nada!
Desgarr el papel del paquete y, sin bajarse de la
valla, se puso a leer:
"Al capitn Mishka Kvakin, jefe de la banda de la
limpia de huertos ajenos... " Eso es para m -explic
en voz alta-. Con todos los honores, con el ttulo
completo "....y a su -prosigui leyendo- malfamado
lugarteniente Pietia Piatakov, llamado tambin por
otro nombre sencillamente Figura... " Eso va por ti -
explic esta vez no sin cierta satisfaccin Kvakin al
interesado-. Y que no se han andado con chiquitas:
"malfamado"! Pues s que han ido a buscar una
palabra rimbombante! Para un tonto como t
hubieran podido encontrar algo menos complicado.
"...as como a todos los miembros de esa vergonzosa
asociacin: ULTIMTUM". Eso s que ya no s ni lo
que quiere decir -coment Kvakin con sorna-.
Probablemente una palabra fea o algo por el estilo.
- Eso, lo que es, es una palabra internacional.
Habr palos -explic Alioshka, un chicarrn con el
pelo cortado al rape, que estaba de pie al lado de
Figura.
- Entonces, no tenan ms que haberlo dicho con
todas las letras -dijo Kvakin-. Pero sigamos leyendo.
Punto primero:
"Considerando que por las noches hacis
incursiones en los huertos de la poblacin pacfica,
sin perdonar siquiera a las casas que tienen en el
portal nuestra seal, la estrella roja, y ni siquiera a las
que tienen la estrella con la franja negra en seal de
luto, os ordenamos a todos, miserables cobardes... "
- Hay que ver las palabras que emplean esos
perros! -prosigui Kvakin, turbado, pero tratando de
sonrer-. Y cuando oigis lo que viene despus, y si
vierais cmo est escrito! Sigo!:
"... os ordenamos y mandamos que a ms tardar
maana por la maana Mishka Kvakin y el
malfamado Figura se presenten en el sitio y lugar
que les hayan indicado nuestros emisarios, con la
lista completa de todos los miembros de esa
vergonzosa asociacin.
En caso de negativa, nos reservamos la ms
completa libertad de accin".
- Qu querrn decir con eso de libertad de
accin? -volvi a preguntar Kvakin-. Hasta ahora no
creo que los hayamos encerrado en ninguna parte.
- Eso, lo que es, es una palabra internacional.
Habr palos -volvi a decir Alioshka, el del pelo
Arkadi Gaidar


16
cortado al rape.
- Pues haberlo dicho de una vez -dijo Kvakin
francamente disgustado-. Hombre, qu lstima que se
haya marchado Guennadi; por lo visto, hace tiempo
que no ha soltado una lagrimita.
- No llorar -dijo sentenciosamente el del pelo al
rape-. Tiene un hermano marinero.
- Y qu?
- Su padre tambin fue marinero. No llorar.
- Y a ti qu te importa?
- Pues s me importa, porque yo tengo un to que
tambin es marinero.
- Estpido! Ni que te hubieran dado cuerda! -
acab por enfadarse Kvakin-. El padre y el hermano
es una cosa, pero el to es otra, completamente
distinta. Me gustara saber a qu viene todo eso.
Alioshka, te hace falta pelo, djatelo crecer, que
tienes el cogote tostado por el sol. Y t, Figura, qu
es lo que ests mascullando ah?
- A esos mensajeros hay que darles caza maana,
y a Timur y a los suyos, propinarles una paliza -
propuso el Figura, sombro, profundamente vejado
por lo del ultimtum.
Eso fue lo que decidieron.
Los dos se acogieron a la sombra de la capilla y
parndose frente a una de las pinturas en que
afanosos demonios de imponentes msculos se
llevaban con mil maas hacia la infernal hoguera a
los empedernidos y nada conformes pecadores,
Kvakin le pregunt al Figura:
- Dime una cosa. Fuiste t quien se meti en el
huerto de la casa donde vive esa chiquilla a la que le
han matado al padre?
- Pongamos que fui yo...
- Pues entonces... -Kvakin hablaba como con
desgana, sealando con un dedo a la pared-. A m,
desde luego, las estrellas que Timur pone en los
portales, me importan un bledo, y Timur no dejar
nunca de ser mi enemigo...
- De acuerdo -corrobor el Figura-. Pero por qu
me ests sealando a esos demonios con el dedo?
- Pues por algo que te voy a decir... -Kvakin
torci los labios en una mueca-. Porque aunque seas
amigo mo, la verdad es que no eres una persona
humana y que ms bien te pareces como dos gotas de
agua a este demonio gordo y asqueroso.

A la maana siguiente, la lechera, se encontr con
que tres de sus clientes habituales no estaban en casa.
Era ya demasiado tarde para ir al mercado y,
echndose el bidn de leche al hombro, se fue a ver
si poda venderla en unas cuantas casas. Anduvo as
largo trecho sin resultado cuando, al llegar a la altura
de la casa donde viva Timur, oy una voz y se par.
Alguien cantaba, no muy alto, pero el timbre de voz
era agradable. Lo cual quera decir que los dueos de
la casa estaban all y que por fin poda tener xito.
Abri el portillo, dio unos pasos por el jardn y
lanz al aire su pregn:
- Leche, qui-n qui-ere leche!
- Dos cuartillos! -respondi una voz grave.
Bajndose el bidn del hombro, la lechera se
volvi y vio salir por entre los matorrales a un viejo
desgreado, vestido como un mendigo, cojo, con un
sable desenvainado en la mano.
- Yo, abuelito... Yo vena a ver si les haca falta
leche... -La lechera, un tanto asustada, retrocedi
unos pasos-. Pero por qu pones esa cara tan seria,
abuelito? Qu vas a hacer, vas a cortar la hierba con
ese sable?
- Dos cuartillos. El cacharro est encima de la
mesa -contest brevemente el viejo, hincando la
punta del sable en el suelo.
- Lo que deberas hacer es comprarte una guadaa
-observaba la lechera, echando apresuradamente la
leche en el jarro y lanzando miradas recelosas al
viejo-. Ese sable ms vale que lo dejes de lado. Con
un sable as le puedes dar a cualquiera un susto
mortal.
- Cunto es?
El viejo meti la mano en una de los bolsillos de
sus anchurosos pantalones.
- Lo que paga todo el mundo -dijo la lechera-. A
rublo cuarenta. Dos rublos ochenta. El precio justo.
El viejo rebuscaba en su bolsillo, del que acab
por extraer un gran revlver.
- Pasar, luego, abuelito... -La lechera levant el
bidn en un vuelo y se alej precipitadamente-. No
se moleste, por favor, no se moleste! -segua
diciendo, apresurando cada vez ms el paso y
volviendo de cuando en cuando la cabeza-. Le
aseguro que no me corre ninguna prisa...
Cuando por fin lleg al portillo, se puso de un
brinco al otro lado, lo cerr con estrpito y, ya en
medio de la calle, grit furiosa:
- En el manicomio es donde deberas estar, viejo
loco, que los que estn como t no deben andar
sueltos! Encerrado! Eso es, en el manicomio!
El viejo se encogi de hombros, volvi a meterse
en el bolsillo el billete de tres rublos que por fin
haba encontrado y acto seguido se escondi
rpidamente el revlver detrs de la espalda, porque
acababa de entrar en el jardn un distinguido anciano,
el doctor Koloklchikov.
Muy grave, y muy serio, apoyndose en su
bastn, avanzaba con paso firme, pero con
movimientos un tanto bruscos, por el caminito
enarenado del jardn.
A la vista de aquel viejo estrafalario, el
distinguido caballero carraspe, se arregl las gafas y
por fin se decidi a preguntar:
- Quiere usted hacer el favor de decirme cmo
podra ver al dueo de esta casa?
- En esta casa vivo yo -respondi el viejo.
- De ser as -prosigui el caballero, llevndose
una mano al sombrero de paja-, quiere usted hacer
Timur y su pandilla


17
el favor de decirme si es alguien de su familia un
chico que se llama Timur Garev?
- Por ser de la familia, lo es. Ese chico que, segn
dice usted, se llama Timur Garev es sobrino mo.
- Pues lo siento infinitamente... -El distinguido
caballero volvi a toser, sin dejar de mirar de reojo a
aquel sable plantado de punta en el suelo-. Lo siento
infinito pero tengo que decirle a usted que su sobrino
ha cometido ayer por la maana un conato de robo en
nuestra casa.
- Cmo! -exclam el viejo asombrado-. Mi
sobrino Timur, robarles a ustedes?
- En efecto, aunque parezca inimaginable. -El
distinguido caballero, con el consiguiente
desasosiego, comenzaba a mostrar curiosidad por la
mano que el viejo tena escondida detrs de las
espaldas-. Mientras yo estaba durmiendo intent
llevarse la manta de mi cama.
- Quin? Timur? Que Timur se ha llevado una
manta?
Al viejo pareca no caberle todo aquello en la
cabeza y sin darse cuenta, dej caer la mano que
tena escondida detrs de las espaldas con el
revlver.
El distinguido caballero, presa de la natural
emocin, empez a dar dignamente, sin volverse,
unos pasos hacia atrs:
- Naturalmente, nunca me hubiera atrevido a
afirmarlo... Pero, qu quiere usted que le diga, ante
los hechos... no le queda a uno ms remedio que
resignarse. Estimado amigo! Le ruego que no se me
acerque demasiado... Naturalmente, lo que no
encuentro son los motivos que hubieran permitido
explicar... Por otra parte, basta con verle a usted...
- Oiga usted... -El viejo avanz unos cuantos
pasos hacia el caballero-. Debe tratarse de una
confusin...
- Estimado amigo! Por favor! -El doctor,
prosiguiendo su retirada, gritaba ya, sin apartar un
momento los ojos del revlver-. Esta conversacin
est tomando un giro sumamente desagradable,
totalmente impropio de personas respetables como
nosotros.
Cuando al fin se vio del otro lado del portillo, se
alej apresuradamente, repitiendo:
- Desde luego, sumamente desagradable,
totalmente impropio de personas respetables...
El viejo fue a su vez hacia el portillo del jardn,
precisamente cuando Olga, que iba a baarse, se
cruzaba con el alarmado y distinguido caballero.
Y de pronto, se puso a agitar las manos y a decirle
a gritos a Olga que no siguiera, que le esperara. Pero
el distinguido doctor, con la agilidad y la decisin de
un macho cabro, salt por encima de la cuneta,
agarr a la joven por una mano y ambos
desaparecieron con la rapidez del relmpago detrs
de la esquina.
El viejo se ech entonces a rer a carcajadas.
Rebosante de alegra y repiqueteando enrgicamente
en el suelo con su pata de palo, enton:

Pero nunca sabris
En el rpido avin
Que os estuve esperando hasta el amanecer...

Se deshizo las correas que le apretaban la rodilla,
tir a lo lejos, en medio de la hierba, la pata de palo y
ech a correr hacia su casa, arrancndose entre tanto,
la barba y la peluca.
Diez minutos despus, el joven y apuesto
ingeniero Gueorgui Garev bajaba de un brinco los
peldaos de la puerta del jardn. Sac la moto del
cobertizo, le dio una voz al perro, para encargarle de
la vigilancia de la casa, apret el starter, se precipit
sobre la silla y sali a todo gas en busca de Olga a la
que acababa de dar aquel susto.

A las once en punto Guennadi y Nikoli
Koloklchikov se pusieron en marcha; iban a recoger
la respuesta al ultimtum.
- No sabes andar como todo el mundo -grua
Guennadi-. A paso ligero, pero firme. Pareces un
pollito, dando saltitos detrs de un gusano. Y no s
cmo te las arreglas, que no hay nada que decir,
llevas el pantaln limpio, la camisa limpia, y como si
nada. Hay que ver lo que pareces! No te enfades,
chico, te lo digo para tu bien, en serio. Ahora, por
ejemplo, para qu necesitas restregarte la lengua por
los labios mientras andas? Mtete la lengua en la
boca y djala que se est all tranquilamente en su
sitio... Y t qu vienes a hacer aqu ahora?
Serafim Simakov acababa de aparecer, salindoles
rpidamente al paso.
- Timur me ha mandado de enlace -solt Simakov
como una ametralladora-. Las cosas hay que hacerlas
as, y t no sabes nada de eso. Vosotros, a ocuparos
de vuestra misin, que yo tengo la ma. Nikoli, deja
que yo d el toque de corneta! Menudas nfulas nos
damos hoy! Guennadi, pedazo de estpido!
Encargarse de una cosa as, y no ponerse ni unas
botas, unos zapatos! Habrse visto, un embajador
descalzo! Bueno, all vosotros, que yo tiro por este
lado! Hala, hala! Hasta la vista!
- Charlatn, ms que charlatn! -Guennadi
mene la cabeza en signo de reprobacin-. Cien
palabras para decir lo que podra decirse con cuatro.
Venga, Nikoli, el toque de corneta, que ya estamos
delante de la valla.
- Mishka Kvakin, que se presente! -orden
Guennadi al chico que asom la cabeza en lo alto de
la valla. - No tenis ms que entrar! Por la derecha!
-se oy tras el cercado la voz de Kvakin-. Hemos
abierto la verja a propsito para vosotros.
- No vayas -murmur Nikoli, tirando a Guennadi
de una manga-. Nos pillarn y nos darn una tunda.
- Todos contra nosotros dos? -pregunt
Arkadi Gaidar


18
Guennadi con arrogancia-. Sopla, Nikoli, sopla ms
fuerte. No hay sitio por donde nosotros no podamos
pasar.
Pasaron por la verja de hierro, cubierta de
herrumbre, abierta de par en par y se encontraron
delante del grupo de chicos, al frente de los cuales
estaban Kvakin y Figura.
- Venimos a por la contestacin a la carta -dijo
Guennadi con voz firme.
Kvakin sonrea, Figura pona una cara
enfurruada.
- Vamos a hablar un momento -propuso Kvakin-.
Sintate, hombre, a qu tanta prisa...
- Venimos a por la contestacin a la carta -repiti
Guennadi framente-. Hablaremos despus, cuando
nos hayis dado la contestacin.
Y no era tan fcil comprender, al fin y al cabo, si
estaba jugando, si era broma lo que deca aquel
chicarrn ancho de hombros, tan derecho, con su
camiseta de marinero, y el otro pequeo al lado, el
corneta que ya haba palidecido. O si aquel
muchacho de ojos grises, severos, fijos, con el
entrecejo fruncido, de pies descalzos, exiga de
verdad una contestacin, sabiendo que tena de su
lado la razn y la justicia.
- Toma, ah est -dijo Kvakin, tendiendo un papel
plegado.
Guennadi lo despleg. Vio una higa,
groseramente dibujada, con una palabrota al pie.
Muy tranquilo, sin inmutarse, Guennadi hizo
pedazos la hoja de papel. En aquel mismo instante,
Nikoli y l se sintieron fuertemente sujetados por
los hombros, por los brazos.
No intentaron oponer resistencia.
- Por cosas como eso del ultimtum deberamos
haberos dado vuestro merecido -dijo Kvakin,
acercndose a Guennadi-. Pero... como somos
generosos, os dejaremos hasta esta noche encerrados
aqu dentro -seal en direccin de la capilla- y la
noche la dedicaremos a dejar definitivamente limpio
el huerto de la casa que lleva el nmero veinticuatro.
- No lo haris -contest Guennadi sin inmutarse.
- S, lo haremos! -grit Figura dando a Guennadi
una bofetada.
- Puedes darme otras cien -dijo Guennadi,
entornando los ojos y volvindolos a abrir-. Nikoli -
solt despus rpidamente, en un tono que infunda
nimos-, no tengas miedo. Lo que veo es que
tendremos hoy, con arreglo al formulario nmero
uno, seal de llamada general.
A empellones, metieron a los prisioneros en la
minscula capilla, con los postigos de hierro
hermticamente cerrados. Cerraron detrs de ellos las
dos puertas, echaron el cerrojo y, por si fuera poco,
lo sujetaron con una cua de madera.
- Y ahora? -grit Figura acercndose a la puerta
y haciendo bocina con una mano-. Qu os parece
ahora? Quin se saldr con la suya, vosotros o
nosotros?
Del otro lado de la puerta, se oy una voz sorda,
apenas perceptible:
- No, bandoleros, ahora es cuando ya no os
volveris a salir nunca ms con la vuestra.
Figura escupi despectivamente.
- Tiene un hermano marinero -explic en tono
sombro Alioshka, el del pelo cortado al rape-. Est
haciendo el servicio en el mismo barco que mi to.
- Y qu? -Figura se pona amenazador-. Te
habrs credo que t eres el capitn, a lo mejor?
- Crees t que est bien pegar a alguien que tiene
las manos atadas?
- Pues toma t tambin! -Figura perdi
definitivamente la calma y le dio a Alioshka un gran
bofetn.
Los dos chicos rodaron sobre la hierba. Los
dems les tiraban de los brazos, de los pies, tratando
de separarlos...
A nadie se le ocurri mirar hacia arriba, donde,
entre el espeso follaje de un tilo que se alzaba cerca
de la valla, se dej ver el tiempo que dura un
relmpago el rostro de Serafim Simakov.
Se desliz del rbol como una serpiente y, una vez
los pies en el suelo, se fue derechito, saltando de
huerto en huerto, hacia el riachuelo, donde estaban
Timur y los suyos.

Olga, la cabeza cubierta con una toalla, lea
tendida en la clida arena,
Evguenia estaba en el agua. De pronto, sinti unas
manos en sus hombros.
Se volvi. Era una chica alta, de ojos oscuros.
- Hola! Vengo de parte de Timur. Me llamo
Tania y soy tambin de los suyos. Timur siente
mucho que por culpa de l te haya reido tu hermana.
Tu hermana debe tener muy mal genio no?
- La cosa no tiene importancia -balbuce
Evguenia, ponindose colorada-. Olga no tiene mal
genio, en absoluto, es una cuestin de carcter. -Y
juntando las palmas de las manos, agreg con acento
desesperado-: Ah qu hermana esta, qu hermana!
Pero ya veremos, cuando llegue pap...
Se salieron del agua y se encaramaron a un lugar
escarpado de la orilla, a la izquierda de la playa. All
se encontraron con Niurka.
- Me reconoces? -le pregunt a Evguenia, entre
dientes, tragndose como siempre la mitad de lo que
deca-. S? Yo te he reconocido en seguida. Mira,
all est Timur! -Acab de quitarse el vestido y
seal con el brazo hacia la otra orilla, donde los
chicos eran tantos que casi no se vea la arena-.
Ahora ya s quin encontr a la cabra, quin
amonton la lea, quin dio las fresas a mi
hermanito. Tambin s quin eres t -aadi
volvindose hacia Tania-. Estabas un da sentada al
borde de un arriate, llorando. No debes llorar. Qu
se saca en limpio con llorar?... Eh! Quieta ah,
Timur y su pandilla


19
maldita cabra del demonio, o te tiro al ro! -le grit a
la cabra, atada a unos matorrales-. Venga, chicas, de
cabeza al agua!
Evguenia y Tania se miraron. Qu divertida
aquella Niurka, tan pequea, tan tostada por el sol!
Pareca una gitana.
Cogidas de la mano, avanzaron hasta la misma
orilla cortada a pico, miraron al agua clara, azulada,
que se agitaba ligeramente a sus pies.
- Nos tiramos?
- Venga.
Y las tres se tiraron juntas al agua.
No haban vuelto todava a asomar la cabeza fuera
del agua, cuando alguien se zambull
estrepitosamente detrs de ellas, levantando un
surtidor de salpicaduras.
Era Serafim Simakov que, como vena, a la
carrera, y tal como estaba, con sus sandalias, su
pantaln corto y su camiseta, se haba tirado al ro.
Echndose hacia atrs el pelo que se le pegaba a la
cara, escupiendo y resoplando, se fue nadando a
grandes brazadas hacia la otra orilla.
- Una catstrofe, Evguenia! Una catstrofe -grit
volvindose-, Guennadi y Nikoli han cado en una
emboscada!

Olga suba la cuesta y segua leyendo su libro.
Pero donde el empinado sendero desembocaba en la
carretera, de pie junto a su moto, la estaba esperando
Gueorgui. Se saludaron.
- Pasaba por aqu -le explic Gueorgui-, cuando la
vi subir la cuesta, y pens que era mejor esperar.
Quizs puedo acompaarla, de camino.
- A que no es verdad! Usted estaba aqu
esperndome a propsito.
El hubo de darse por vencido:
- Bueno, qu se le va a hacer! Por una vez que
quiere uno decir una mentira y no hay manera. Tena
que... pedirle a usted que me perdone por el susto de
esta maana. Era yo, aquel viejo con la pata de palo.
Me haba vestido, hasta me haba puesto la peluca y
la barba para ensayar el papel. Venga usted, la llevo
hasta donde usted quiera.
Olga movi negativamente la cabeza.
El le puso entonces un ramito de flores encima del
libro.
Las flores eran preciosas. Olga, toda colorada, no
supo que hacer... y las tir al suelo, all mismo, en
plena carretera.
Aquello no se lo esperaba l.
- Oiga usted! -dijo herido-. Canta usted muy
bien, es usted una verdadera artista, tiene usted una
mirada franca, los ojos claros, luminosos. Yo no creo
haber hecho nada que pueda ofenderla. Pero, vamos,
lo que acaba usted de hacer no lo habra hecho ni el
ser... ms insensible!
- No necesitaba esas flores! -dijo Olga
arrepentida, asustada ella misma de lo que acababa
de hacer-. Yo... De todas maneras iba a ir con usted,
aunque fuera sin las flores.
Se instal sobre el silln de cuero y la motocicleta
vol a todo gas por la carretera.
No tardaron en llegar a la bifurcacin, pero en
lugar de tomar el camino que llevaba a la aldea, la
moto tom el otro ramal y desemboc en pleno
campo.
- Se equivoc usted? -grit Olga-. Haba que
tomar a la derecha!
- El camino es mejor por aqu -contesto l-. Es
ms alegre.
Otro viraje y atravesaban a toda marcha el
rumoroso frescor de un bosquecillo. De junto a un
rebao, sali corriendo hacia ellos un perro, les ladr,
intent alcanzarles. Pero qui! En vano! Estaban ya
lejos.
Como un proyectil, pas silbando en direccin
opuesta un camin. Cuando Gueorgui y Olga salieron
de las nubes de polvo que haba levantado, tenan
ante s, al pie de una montaa, entre humo y
chimeneas, las torres de vidrio y hierro de una ciudad
desconocida.
- Es nuestra fbrica -le grit a Olga-. Hace tres
aos vena yo aqu a coger setas y a buscar fresas.
Sin disminuir casi la velocidad, la moto vir en
redondo:
- Todo derecho! -gritaba entre tanto Olga en tono
de advertencia-. Por favor, vamos derecho a casa.
De repente el motor se par.
- Espere usted un momento -dijo l, bajndose-.
Una pequea avera, nada grave.
Tendi la moto encima de la hierba, debajo de un
abedul, sac una llave inglesa y se puso a darle
vueltas a algo, a atornillar.
- Qu personaje es el que representa usted en esa
pera? -pregunt Olga sentndose en la hierba-.
Necesita realmente un maquillaje tan terrible?
- Es un viejo invlido -contest l sin dejar de
ocuparse de la moto-. Ha sido guerrillero y... no las
tiene todas consigo. Vive cerca de la frontera y
constantemente le parece que el enemigo ser ms
hbil que nosotros y lograr engaarnos. Es viejo y
es prudente. Los soldados, en cambio, son chicos
jvenes; no hacen ms que rer y en cuanto dejan la
guardia se ponen a jugar al voleibol. Salen con las
chicas..., sus Katiushas.
Frunci el ceo y se puso a cantar en voz baja:

Otra vez tras las nubes se ha ocultado la luna
Tres noches he pasado velando sin cesar.
Soy viejo. Me faltan fuerzas. Oh, dolor!

Cambi de voz e imitando al coro prosigui:

Calma, anciano, calma!

- A qu viene esa "calma"? -pregunt Olga,
Arkadi Gaidar


20
limpindose con el pauelo los labios cubiertos de
polvo.
- Pues quiere decir -explic l mientras segua
dando golpecitos en el cubo de la rueda con la llave
inglesa- algo as como duerme tranquilo, viejo
estpido! Hace ya tiempo que estn todos los
soldados y todos los oficiales en sus puestos... Olga,
le habl su hermanita de la entrevista que tuve con
ella?
- Claro que me habl. Y le dije lo que tena que
decirle.
- Pues hizo usted mal. Es una chiquilla
divertidsima. Yo le digo a ella "Avah!" y ella me
dice "Be-e!"
- Pues esa chiquilla tan divertida no hace ms que
darme disgustos -insisti Olga-. Ahora ha hecho
amistad con no se qu golfillo, creo que le llaman
Timur. Es de la pandilla de ese tunante de Kvakin.
No hay manera de alejarlo de nuestra casa.
- Timur!... Hum... -Gueorgui carraspe para
disimular su turbacin-. Cree usted que es de esa
pandilla? No creo que lo sea... No creo que... Pero
bueno, no tiene usted por qu preocuparse... Yo
conseguir alejarle de su casa. Olga, por qu no
estudia usted en el Conservatorio? Se da usted
cuenta: va usted a ser ingeniero. Yo mismo soy
ingeniero, no veo qu falta le hace ser ingeniero.
- Por qu? No est usted contento de serlo? O
es que es usted un mal ingeniero?
- Un mal ingeniero?... -se acerc a la joven,
mientras golpeaba la rueda delantera con la llave
inglesa-. No, no es que yo sea un mal ingeniero, es
que canta usted muy bien.
- Oiga usted, Gueorgui -dijo Olga, apartndose
turbada-. Yo no s si es usted buen o mal ingeniero,
lo que s s es que... la reparacin de esta moto la
est usted haciendo de una manera muy rara.
Y Olga agit la mano, remedando los golpecitos
que daba con la llave en el eje de la rueda y en la
llanta.
- Nada de rara. Se hacen las cosas como se debe. -
Se levant de un brinco y dio con la llave inglesa en
el chasis-. Se acab! Olga, el padre de usted es
oficial del ejrcito?
- S.
- Eso est muy bien. Yo tambin lo soy.
- Cmo quiere usted que le acabe de entender? -
dijo Olga, encogindose de hombros-. De pronto es
usted ingeniero, de pronto actor, de pronto est en el
ejrcito. A lo mejor es usted, adems, aviador?
- No -se ech a rer l-. Los aviadores lanzan las
bombas desde el aire; nosotros desde tierra,
atravesando hierro y cemento, vamos derecho al
corazn.
Otra vez desfilaron y quedaron en pos de ellos los
sembrados, los campos, las arboledas, el riachuelo.
Por fin estaba Olga en su casa.
Al or el estrpito de la motocicleta, Evguenia
sali corriendo a la terraza. Se turb al ver al
ingeniero, pero cuando la moto se hubo alejado,
Evguenia, mirando en pos de ella, se acerc a su
hermana, la abraz y le dijo con envidia:
- Lo feliz que eres t hoy!

Despus de acordar que volveran a encontrarse
en las proximidades de la casa n 24, los chiquillos
desaparecieron del recinto.
No qued all ms que Figura. Le pona rabioso y
le extraaba, adems, aquel silencio que reinaba en el
interior de la capilla. Los prisioneros no gritaban, ni
aporreaban la puerta, ni contestaban a las preguntas
ni a las llamadas.
Figura intent, entonces, una maniobra. Abri la
primera puerta, la de fuera, se introdujo en el
estrecho espacio que quedaba entre las dos paredes y
permaneci callado como un muerto.
All se estuvo, el odo aplicado contra la cerradura
hasta que, de pronto, la gran puerta exterior de hierro
se cerr con un ruido atronador, como si la hubieran
empujado con un ariete de madera.
- Eh, quin est ah? -Figura se tir contra la
puerta, furioso-. Basta de bromas, que si no, ya
veris despus!
Pero nadie le contestaba. Del otro lado de la
puerta se oan voces desconocidas. Chirriaron los
goznes de los postigos. Por las rejas, alguien estaba
hablando con los prisioneros.
Despus, en el interior de la capilla se oy una
risa. Una risa que le sent muy mal al pobre Figura.
Por fin, se abri la puerta del exterior. Ante
Figura estaban Timur, Simakov y Ladyguin.
- Abre el otro cerrojo! -orden Timur sin
moverse-. Abre t mismo o ser todava peor!
De mala gana, Figura descorri el cerrojo.
Nikoli y Guennadi salieron de la capilla.
- Mtete ah, en lugar de ellos! -orden Timur-.
Venga, tunante, date prisa! -grit apretando los
puos-. No tengo tiempo ni ganas de hablar contigo.
Encerraron a Figura detrs de las dos puertas,
corrieron el pesado cerrojo y pusieron un candado.
Despus, Timur sac una hoja de papel y con un
lpiz azul escribi de travs:
"Kvakin, no vale la pena hacer guardia. Estn
encerrados y la llave la tengo yo. Ir directamente
esta noche al jardn a donde sabes".
Se fueron. Cinco minutos despus estaba all
Kvakin. Ley el papel, tir unas cuantas veces del
candado y con una risita se fue hacia la verja,
mientras Figura, encerrado, daba desesperadamente
golpes de pies y manos contra la puerta de hierro.
Desde la verja, Kvakin se volvi y mascull con
indiferencia:
- Ya puedes llamar, Guennadi, ya! De aqu a la
noche os queda tiempo.
Despus sucedi lo siguiente:
Poco antes de ponerse el sol, Timur y Simakov
Timur y su pandilla


21
fueron un momento a la plaza del mercado. All,
entre el desorden de los puestos de cerveza, de agua
mineral, de verduras, de tabaco, de comestibles, de
helados, haba al final un chamizo destartalado en el
que se instalaban los das de mercado los zapateros
remendones.
Timur y Simakov no se entretuvieron mucho
tiempo en el chamizo.
Cuando cay la noche, la rueda del timn se puso
a funcionar en el desvn. Uno tras otro se iban
tendiendo los slidos hilos de cuerda, transmitiendo
las seales convenidas adonde deban transmitirse.
Iban llegando los refuerzos. Eran ya veinte o
treinta chicos los reunidos y por los agujeros de las
cercas de los huertos, sin ruido, acudan ms y ms.
A Tania y a Niurka las mandaron a sus casas.
Evguenia estaba en la suya, con la misin de
ocuparse de Olga y de no dejarla salir al jardn.
En el desvn, al pie de la rueda del timn, estaba
Timur.
- Repite la seal con el hilo nmero seis -dijo
preocupado Simakov, que miraba por el tragaluz-.
No parecen contestar.
En una gran tabla chapeada dos chicos dibujaban
algo as como un cartel. Se present la seccin de
Ladyguin.
Por fin llegaron las fuerzas enviadas en servicio
de reconocimiento. La banda de Kvakin se reuna en
un solar, cerca del jardn de la casa n 24.
- Lleg la hora -dijo Timur-. A prepararse todos.
Solt la rueda del timn, tir de una cuerda y
sobre el viejo desvn, a la luz incierta de la luna que
corra por entre las nubes, subi lentamente y qued
flotando en el aire la bandera de la pandilla, la seal
de combate.

Unos diez chiquillos avanzaban en fila india a lo
largo de la cerca de la casa n 24. Detenindose a la
sombra de la empalizada, Kvakin comprob:
- Todo el mundo est aqu, slo falta Figura.
- Ese es un pillo -dijo una voz-. Debe estar ya en
el huerto. Siempre se las arregla para llegar antes que
los dems.
Kvakin apart dos tablas, previamente
desclavadas, y pas por la brecha. Tras l pasaron los
dems. En la calle no qued junto al boquete ms que
un centinela, Alioshka.
Por entre las ortigas y las zarzas que, del otro lado
del camino, crecan en la cuneta, asomaron cinco
cabezas. Cuatro se ocultaron inmediatamente. La
quinta -la de Nikoli Koloklchikov- se retras un
momento, pero una mano le dio un pescozn y la
cabeza desapareci.
Alioshka, el centinela, mir en torno suyo. Todo
estaba tranquilo. Pas la cabeza por la brecha para
tratar de darse cuenta de lo que suceda en el huerto.
Salieron tres de los que estaban en la cuneta y un
momento despus el centinela estaba firmemente
sujeto por los brazos y por los pies. Sin haber podido
dar un grito, se vio apartado de la cerca.
- Guennadi -murmur levantando la cara-. De
dnde sales t?
- De all -dijo rabiosamente, en voz baja, el
interpelado-. Y ya puedes callar, porque te aseguro
que si no, no me acordar de que saliste en mi
defensa!
- Bueno -se resign Alioshka-. Me callar.
Y aprovech la ocasin para lanzar el ms
penetrante de los silbidos.
Pero la gran mano de Guennadi le tap
inmediatamente la boca y manos invisibles lo
levantaron por los hombros y por las piernas y se lo
llevaron lejos de all.
El silbido se haba odo en el huerto. Kvakin se
volvi. No se repeta. Kvakin mir atentamente en
torno suyo, en todas direcciones. Ahora le pareca
que se haban movido unas matas en un rincn del
huerto.
- Figura! -llam quedamente-. Eres t, estpido,
quien est ah escondido?
- Mishka, una luz! -grit de pronto una voz-. Son
los dueos.
Pero no eran los dueos del huerto.
Detrs, en el espesor del follaje, se haban
encendido ms de diez pilas elctricas. Cegadoras,
avanzaban rpidamente contra los confundidos
invasores.
- A por ellos, sin ceder un paso! -grit Kvakin
sacndose rpidamente del bolsillo una manzana y
tirndola contra las luces.
- A quitarles las pilas, aunque sea arrancndoles
las manos! Es l! Es Timur!
- All es Timur y aqu soy yo! -lanz, saliendo de
entre las matas Simakov.
Y unos diez chicos ms entraron en liza a
retaguardia y por los flancos.
- Eh! -aull Kvakin- Esta vez tienen fuerzas de
veras! A saltar la cerca, muchachos!
La banda estaba rodeada por todas partes. Los
picaruelos, presas del pnico, se precipitaron
rpidamente hacia la empalizada.
Entre empujones, dndose frente contra frente,
iban saltando a la calle para caer en manos de
Ladyguin y de Guennadi. La luna se haba ocultado
del todo detrs de una nube. Slo se oan las voces:
- Suelta!
- Deja!
- Quieto, no me toques!
- Todos callados -reson en la oscuridad la voz de
Timur-. No se toca a los prisioneros! Dnde est
Guennadi?
- Estoy aqu.
- Llvatelos a todos adonde hemos dicho.
- Y si alguno opone resistencia?
- Los agarris por las manos y por los pies y los
llevis con todo respeto como si fueran dolos.
Arkadi Gaidar


22
- Suelta, demonio! -dijo una voz llorosa.
- Quin grita?-pregunt Timur con rabia-.
Siempre hay quien est dispuesto a hacer el golfo,
pero cargar con las consecuencias es otra cosa.
Venga, Guennadi, da la voz de mando y adelante!
Llevaron a los prisioneros hacia el chamizo vaco
que estaba al final de la plaza del mercado y uno tras
otro los hicieron pasar por la estrecha puerta.
- A Mijal Kvakin me lo trais aqu -dijo Timur.
Acercaron a Kvakin.
- Se acab? -pregunt Timur.
- S, ya estn todos!
Haban metido al ltimo prisionero en el chamizo;
corrieron el cerrojo y colgaron el pesado candado.
- Te puedes ir -le dijo entonces Timur a Kvakin-.
Eres ridculo, no le haces falta a nadie, ni le inspiras
miedo a nadie.
Pensando que le iban a dar una paliza, totalmente
despistado, Kvakin segua all con la cabeza baja.
- Te digo que te vayas! -repiti Timur-. Toma
esta llave y abre la capilla, donde tienes encerrado a
tu amigo Figura.
Kvakin no se iba.
- Abre a los chicos -pidi malhumorado-. O
mteme a m junto con ellos.
- No -dijo Timur-. Ahora todo est concluido. Ni
ellos tienen nada ms que hacer contigo, ni t con
ellos.
Entre el barullo de mofas y silbidos, la cabeza
escondida entre los hombros, Kvakin se fue alejando
lentamente. Cuando estuvo a unos diez pasos se
detuvo y se enderez.
- Me vengar -grit furioso, volvindose hacia
Timur-. Y me vengar contra ti solo. Los dos frente
a frente, hasta que caiga uno!
Y desapareci de un brinco en la oscuridad.
- Ladyguin y los cinco de tu seccin, estis
libres! -dijo Timur-. Qu es lo que tenis que hacer?
- Lo de la madera, en la casa n 22 de la calle
Bolshaya Vasilkvskaya.
- Bueno, a trabajar!
Muy cerca de all, en la estacin, se oy silbar una
locomotora. Haba llegado un tren del que bajaban
pasajeros y Timur se apresur.
- Simakov y los cinco que van contigo qu es lo
que hacis vosotros?
- En la casa n 38 de la calle Mlaya
Petrakvskaya, lo mismo de siempre. -Se ech a rer
y prosigui-: Cubos, tina y venga agua! Adelante!
Hasta la vista!
- Bueno, a trabajar ahora... Oigo gente que viene
hacia ac. Los dems cada cual a su casa... Todos a
una!

Se oy un fragoroso estruendo en la plaza. Los
viajeros que acababan de bajar del tren se detuvieron
sobrecogidos. Volvieron a orse los chillidos y los
golpes. En las casas vecinas, se encendieron luces en
las ventanas. Alguien haba encendido, tambin, la
luz en uno de los puestos del mercado y la gente que
haba acudido all vio sobre el chamizo un letrero que
deca:

TRANSENTE, NO TENGAS LASTIMA!
Los que estn aqu encerrados desvalijan
cobardemente por las noches los huertos de pacficos
ciudadanos. La llave del cerrojo est detrs de este
cartel, pero el que quiera abrirlo para dejar en
libertad a los detenidos que vea primero si no hay
entre ellos alguno de sus parientes o conocidos.

Era ya muy entrada la noche. No se vea siquiera
la estrella roja con la franja negra en el portal. Pero
all estaba.
En el jardn de la casa, donde viva la niita del
pelo dorado, bajaron unas cuerdas por entre las
tupidas ramas de un rbol. Tras las cuerdas baj un
chiquillo deslizndose por el tronco rugoso. Coloc
una tabla y se sent encima para probar si el nuevo
columpio sera resistente. La gruesa rama cruje,
apenas susurran las hojas temblorosas. Un pjaro
echa a volar con un chillido. Ya es tarde, Olga est
durmiendo desde hace mucho tiempo, como duerme
Evguenia. Duermen, tambin, los dems chicos, el
alegre Simakov, el callado Ladyguin, el divertido
Nikoli. El valiente Guennadi est, naturalmente,
dando vueltas en la cama y mascullando algo en
sueos.
El reloj de la torre da los cuartos: "Pas el da, se
acab". Din, don... Din, don...
S, ya es muy tarde.
El chico se levanta, busca tanteando con las
manos algo que debe de estar sobre la hierba y, por
fin, se pone de pie con un gran ramo de flores
silvestres en las manos. Son las flores que ha
recogido Evguenia.
Con precaucin, para que no se despierten ni se
asusten quienes duermen en la casa, sube los
peldaos del portal inundados por la luz de la luna y
deja cuidadosamente en el ltimo el ramo de flores.
Es Timur.

Era por la maana. La maana de un da de fiesta.
Para celebrar el aniversario de la victoria del Ejrcito
Rojo en el Lago Hasn, los komsomoles del lugar
organizaban en el parque una gran fiesta con baile y
disfraces de carnaval.
Muy temprano an todas las chiquillas se haban
ido al bosque. Olga se daba prisa para terminar de
planchar una blusa. Revolviendo los vestidos, entre
los que haba uno de Evguenia, haba cado de uno de
los bolsillos un papel doblado.
Olga lo haba levantado y ledo:
"Nia, no le tengas miedo a nadie en tu casa.
Todo est arreglado, y a m nadie me sacar una
palabra de nada. Timur".
Timur y su pandilla


23
Olga se preguntaba qu sera aquello que nadie
haba de saber y por qu poda tenerle Evguenia
miedo a alguien en su casa. Cul era el secreto que
ocultaba aquella chiquilla tan reservada y tan
maosa? No! Todo aquello tena que terminarse. Su
padre al marcharse bien lo haba dicho... Haba que
actuar, rpida y decididamente.
Oy llamar a la ventana. Era Gueorgui.
- Olga, squeme usted de apuros. Ha venido a
verme una delegacin, quieren que cante algo esta
tarde en la fiesta. Un da como el de hoy, era
imposible negarse. Venga usted a acompaarme con
el acorden.
- No digo que no... Pero podra acompaarle a
usted alguien al piano -dijo Olga extraada-. Por
qu tiene que ser al acorden?
- Olga, yo no quiero que nadie me acompae al
piano. Quiero que me acompae usted. Ya ver usted
lo bien que resultar. Permite usted que salte por la
ventana? Deje usted esa plancha y saque el acorden.
Bueno, aqu lo tiene usted. Ya est sacado de la
funda, no le queda a usted ms que apretar las teclas
con los dedos, mientras yo canto.
- Oiga usted -Olga acab por ofenderse-. Al fin y
al cabo poda usted haberse evitado eso de saltar por
la ventana, pasando por la puerta...

En el parque haba mucho alboroto. En largas
filas llegaban los coches con los veraneantes,
camionetas con bocadillos, bebidas, salchichn,
dulces y golosinas.
Un ejrcito de vendedores de helados avanzaba en
perfecta formacin, empujando sus carritos azules y
ofreciendo su mercanca. Se oa el vocero
discordante de los gramfonos, en torno a los cuales
forasteros y vecinos del lugar se haban instalado a
comer y beber sobre la hierba en los claros del
bosque.
Tocaba la msica. A la puerta del Teatro de
Variedades del parque el viejecito, que estaba de
servicio aquel da, no consegua ponerse de acuerdo
con un electricista que quera pasar con sus
herramientas, sus correas y sus garfios.
- Aqu, querido amigo, no dejamos pasar a nadie
con las herramientas. Hoy es da de fiesta. Date,
primero, una vuelta por tu casa, lvate y ponte un
traje limpio.
- Pero, abuelo, si aqu no hay que pagar billete, si
es gratuito.
- Pues de todos modos, no se puede pasar! Aqu
van a cantar. Tambin hubieras podido traerte, de
paso, un poste telegrfico. Y t, ciudadano, tampoco
puedes entrar -le dijo el viejecito a otro-. Aqu viene
la gente a cantar... Msica... T llevas ah una botella
que te asoma del bolsillo.
- Pero, abuelito... -intent discutir, medio
tartamudeando, el interesado-, yo tengo que entrar...
yo soy tenor.
- Venga, venga, tenor -dijo el viejecito y aadi
sealando hacia el electricista-: Aqu tienes un bajo
que no protesta, con que ya puedes resignarte, por
muy tenor que seas.
Evguenia, enterada por los chiquillos de que Olga,
con el acorden, estaba detrs del escenario, se
impacientaba en su sitio.
Al fin, salieron Gueorgui y Olga. Evguenia sinti
miedo: tena la impresin de que todo el mundo iba a
rerse de su hermana.
Pero nadie se rea.
Gueorgui y Olga estaban de pie en la escena, tan
sencillos, tan jvenes y alegres que a Evguenia le
entraron ganas de abrazarles a los dos.
Oiga se pas por el hombro la correa del
acorden. Una profunda arruga atraves la frente del
joven ingeniero; se encorv, baj la cabeza. Ahora
era un viejo, un viejo que cantaba con voz grave y
sonora:

Tres noches sin conciliar el sueo y una vez y otra
vez
El mismo rumor misterioso en la terrible soledad
Quema las manos el fusil y la angustia muerde el
corazn
Como hace veinte aos en las noches de guerra.
Pero si de nuevo hemos de vernos frente a frente,
Soldado del mercenario ejrcito enemigo
A pesar de mis canas estar dispuesto a combatir,
Grave y tranquilo, como hace veinte aos.

- Qu bien! Y qu lstima le da a uno del pobre
viejo tan valiente! Muy bien, muy bien...! -Y
Evguenia continuaba bajito-: Sigue, sigue tocando,
Olga. Lo nico que siento es que no te escuche pap.
Despus del espectculo, Gueorgui y Olga, de la
mano, se fueron por una de las alamedas.
- Todo esto est muy bien -observ Olga-. Pero lo
que no s es dnde ha podido meterse Evguenia.
- Estaba de pie en un banco -contest l-,
aplaudiendo y gritando Muy bien! Luego se le
acerc... -Gueorgui permaneci un momento callado,
pero acab por decir-: Se le acerc un chiquillo y
despus no los volv a ver. .
Olga sinti renacer su inquietud:
- Un chiquillo? Gueorgui, usted es una persona
mayor. Dgame lo que debo hacer con ella. Mire
usted: esta maana he encontrado en uno de sus
bolsillos este papel.
Gueorgui ley el papel y esta vez fue l quien se
qued pensativo y hasta frunci el entrecejo,
mientras Olga prosegua:
- No le tengas miedo a nadie, quiere decir
desobedece. Ah, si doy un da con ese chico le
aseguro que le pondr los puntos sobre las es!
Olga guard el papel y estuvieron un rato
callados. Pero por todas partes se oa msica alegre,
la gente rea en torno de ellos y, con las manos de
Arkadi Gaidar


24
nuevo unidas, siguieron paseando por la alameda.
De pronto, en una encrucijada se dieron de narices
con otra pareja que, con las manos tambin unidas,
vena a su encuentro. Eran Timur y Evguenia.
Desconcertados, todos se saludaron muy
cortsmente y continuaron su camino.
- Ese es! -dijo Olga con verdadera desesperacin
tirando a Gueorgui de una manga-. Ese es el chico de
marras.
El no saba lo que decir:
- En efecto... y lo peor es que es Timur, mi
dichoso sobrino...
- Y t... y usted lo saba... -Olga estaba furiosa-.
Y no me haba dicho usted nada!
Rechazando la mano que le tenda ech a correr
por la alameda. Pero ya no haba ni rastro de Timur
ni de Evguenia. Tom por uno de los estrechos
senderos que serpenteaban entre los rboles y all vio
a Timur, hablando con Kvakin y Figura.
- Oye -dijo acercndose a Timur-. Ya no os basta
con meteros en todos los huertos y con destrozar
todos los rboles. Hasta en casa de una pobre vieja,
hasta en la de una desgraciada huerfanita tenis que
andar golpeando. Hasta los perros echan a correr ante
vosotros y ahora ejerces tu influencia sobre mi
hermana y la opones a m. Llevas al cuello la corbata
de pionero... pero no eres ms que un miserable
granuja.
Timur estaba plido.
- No es verdad -dijo-. Usted no sabe nada.
Olga se encogi de hombros y se fue a buscar a su
hermana.
Timur segua all, inmvil y silencioso.
Intrigados, callaban tambin Kvakin y Figura. .
- Esas tenemos, comisario -dijo al fin Kvakin-. Ya
veo que t tambin puedes pasar un mal rato.
- S, capitn -contest Timur levantando
lentamente la mirada-. Un rato nada agradable.
Hubiera preferido verme en vuestras manos, molido a
palos, a tener que or por culpa vuestra... lo que
acabo de or.
- Y por qu te quedaste tan callado? -coment
Kvakin, con una sonrisa-. No tenas ms que haber
dicho que no eras t. Que ramos nosotros.
Estbamos aqu mismo delante de ti.
- Eso es! Y en cuanto lo hubieras dicho, te
habramos dado una castaa -interrumpi Figura,
muy satisfecho.
Pero Kvakin no esperaba, probablemente,
semejante apoyo y dirigi en silencio una mirada
glacial a su compaero. Timur, rozando con una
mano los troncos de los rboles, se alej lentamente.
- Es orgulloso -dijo Kvakin en voz queda-. Estaba
a punto de llorar, pero ha sabido aguantarse.
- Le damos los dos, y ya vers si llora -dijo
Figura, lanzando en pos de Timur una pia de abeto.
- El... es orgulloso -repiti Kvakin con voz
entrecortada-, pero t... t eres un canalla!
Dio media vuelta y le plant a Figura el puo en
plena frente. El chico se qued boquiabierto, solt un
aullido y ech a correr. Por dos veces, corriendo
detrs de l, Kvakin le alcanz y le dio un empelln
en la espalda.
Al fin se detuvo, levant la gorra que se le haba
cado al suelo, la sacudi contra la rodilla, se fue
hacia un puesto de helados, compr uno, se apoy
contra un rbol y, con la respiracin todava
entrecortada, mordi vidamente a grandes
dentelladas.

En un claro, junto a un puesto de tiro, Timur se
encontr con Guennadi y con Serafim Simakov.
- Timur -le avis Serafim-. Anda buscndote tu
to. Parece furioso.
- S, ya voy, ya lo s.
- Volvers por aqu?
- No lo s.
- Timur! -dijo de pronto Guennadi con una suave
inflexin de voz, tomando a su compaero por el
brazo-. Qu es lo que pasa? Puesto que no le hemos
hecho mal a nadie. Bien sabes, que cuando se tiene
razn...
- S, ya lo s... Cuando se tiene razn no se debe
temer nada. Nada de nada. Pero no por eso deja de
dolerle a uno.
Timur se alej.
Olga iba hacia su casa a dejar el acorden. Se le
acerc su hermana.
- Olga!
- Vete! -le contest Olga sin mirarla-. Yo no
vuelvo a hablar contigo. Me voy ahora mismo a
Mosc y as, cuando yo no est aqu podrs pasearte
con quien te d la gana, aunque sea hasta el
amanecer.
- Pero, Olga...
- Ya te he dicho que no vuelvo a hablar contigo.
Pasado maana nos trasladamos definitivamente a
Mosc. All esperaremos a pap.
- Muy bien! As ser pap quien decida, y no t.
Lo sabr todo! -grit Evguenia furiosa, con lgrimas
en los ojos, y se fue corriendo a buscar a Timur. Slo
encontr a Guennadi y a Simakov y les pregunt
dnde estaba su amigo.
- Lo han llamado a su casa -dijo Guennadi-. No s
por qu su to est muy enfadado con l por culpa
tuya.
Al or aquellas palabras Evguenia se puso furiosa.
Dio con un pie en el suelo y apretando los puos
chill:
- As... por nada... as es como se pierden los
hombres...
Se abraz a un tronco de abedul, pero en aquel
momento se le acercaron Tania y Niurka.
- Evguenia -gritaba Tania-. Pero qu te pasa?
Ven, Evguenia! Ha llegado un acordeonista, se han
puesto a bailar, todas las chicas estn ya bailando.
Timur y su pandilla


25
La asediaron y por fin consiguieron llevrsela
hacia el gran crculo en el que giraban, surgan y
desaparecan blusas, faldas y vestidos alegres y
vistosos como flores.
- Evguenia, no debes llorar -deca Niurka, entre
dientes como siempre y tragndose la mitad de las
slabas-. Yo nunca lloro, ni siquiera cuando me pega
la abuela. Vamos, muchachas, vamos a bailar!
Venga, nos tiramos!
- Nos ti-ramos! -repiti Evguenia, imitando a
Niurka.
Abrindose paso por entre las parejas que
formaban el corro, se metieron en el crculo y se
pusieron a dar vueltas, vueltas y ms vueltas, en la
ms endiablada y alegre de las danzas.

Cuando Timur volvi a su casa, le llam su to:
- Estoy harto de tus aventuras nocturnas. Harto de
llamadas, de seales y de cuerdas Qu es lo que ha
ocurrido, adems, con esa manta?
- Fue una equivocacin.
- Bonita equivocacin! Y no vuelvas a acercarte
a esa chiquilla. No le gustas a su hermana.
- Por qu?
- No lo s. Ser porque te lo habrs merecido.
Qu son esos mensajes y esos papeles? Y esas
entrevistas en un jardn al amanecer? Olga dice que
ests enseando a su hermana golfear.
- Bien sabes que miente -Timur estaba indignado-.
Siendo como es del Komsomol. Si es que no
comprende algo, bien hubiera podido llamarme y
preguntrmelo. Yo le hubiera contestado a todo.
- Perfectamente. Pero, como por ahora no le has
contestado a nada, yo te prohbo que vuelvas a
acercarte a esa casa. Y, en general, ms vale decirlo
de una vez: si lo que quieres es hacer lo que te d la
gana, te vuelves a tu casa con tu madre.
Estaba ya a punto de marcharse cuando le detuvo
Timur:
- Y cuando t eras un chico, to, qu es lo que
hacais? Cmo jugabais?
- Nosotros? Qu s yo, corramos, brincbamos,
nos subamos por los tejados; a veces hasta nos
pelebamos. Pero jugbamos a cosas claras y
sencillas que todo el mundo poda comprender.

Para darle una leccin a su hermana, al caer la
tarde, y sin haber vuelto a decirle ni palabra, Olga
tom el tren y se fue a Mosc.
En Mosc no tena absolutamente nada que hacer.
Por lo cual en vez de ir a su casa, se fue a ver a una
amiga, se estuvo all hasta que se hizo de noche y
eran cerca de las diez cuando lleg al piso. Abra la
puerta, encendi la luz y sinti un escalofro: sujeto
con un alfiler a la puerta que an no haba vuelto
acerrar, vio un telegrama.
Lo arranc de un tirn y lo ley. Era un telegrama
de su padre.

Al atardecer, cuando las camionetas empezaban
ya a dispersarse abandonando el parque, Evguenia
pas con Tania por su casa. Iban a jugar al voleibol y
tena que cambiarse de calzado.

Se estaba atando uno de los cordones, cuando
entr en la habitacin la madre de la niita del pelo
dorado. Llevaba a la pequea en brazos, adormecida.
Pareci muy disgustada al enterarse de que Olga
no estaba en casa.
- Hubiera querido dejar a la pequea con vosotras
-dijo-. No saba que no estaba tu hermana... Mi
madre llega esta noche en tren a Mosc y yo quera ir
a esperarla.
- Pues deje usted a la nia -dijo Evguenia-. Qu
importa que no est Olga? No estoy yo? Djela
usted encima de mi cama, y yo me acostar en la
otra.
La madre se puso muy contenta:
- Duerme muy tranquila, no te preocupes, ya no se
despertar hasta maana por la maana. Lo nico que
hay que hacer es venir de cuando en cuando a
arreglarle la almohada.
Desnudaron a la pequea y la dejaron en la cama.
La madre se march y Evguenia descorri las
cortinas para que la cama se viera desde fuera. Cerr
la puerta de la terraza y se fue con Tania a jugar al
voleibol, habiendo convenido previamente que
despus de cada partido, vendran por turno a ver
cmo dorma la nia.
Apenas acababa de salir corriendo cuando lleg el
cartero. Estuvo llamando largo rato y como no le
contestaba nadie volvi a salir por el portillo del
jardn y le pregunt a un vecino si los dueos de
aquella casa no se haban marchado a la ciudad.
- No -contest el vecino-. Acabo de ver por aqu a
la pequea. Djeme usted a m el telegrama.
El vecino firm, se meti el telegrama en un
bolsillo, se sent en un banco y encendi la pipa.
Estuvo esperando a Evguenia mucho tiempo.
Pas cerca de hora y media. Volvi a presentarse
el cartero.
- Aqu tiene usted otro telegrama -le dijo al
vecino-. No comprendo lo que les pasa. Por qu
tantas prisas.
El vecino volvi a firmar. Era ya noche cerrada.
Sali a la calle, entr en el jardn, subi a la terraza y
mir por la ventana. La pequea dorma. Junto a su
cabeza, en la almohada, se haba ovillado un gatito
pelirrojo. Los dueos no deban estar lejos. El vecino
abri el ventanillo y dej caer en el interior los dos
telegramas, que quedaron sobre el alfizar de la
ventana; Evguenia al volver haba de verlos en
seguida.
Pero Evguenia no los vio. Al llegar a su casa, a la
luz de la luna que entraba en la habitacin, volvi a
colocar la cabeza de la nia sobre la almohada, ech
Arkadi Gaidar


26
al gato, se desnud y se acost.
Se estuvo as tendida largo tiempo, pensando en
lo extraa que era la vida. Nadie tena la culpa, ni
ella, ni Olga tampoco, se dira. Y sin embargo, por
primera vez se haba peleado en serio con su
hermana.
Era muy desagradable. En vista de que no haba
manera de dormirse, le entraron ganas de comer un
pedazo de pan con mermelada. Se baj de la cama, se
fue hacia el aparador, encendi la luz y entonces fue
cuando vio en el alfizar de la ventana los dos
telegramas.
Le dio miedo. Con las manos temblorosas abri
los telegramas.
El primero deca:
"Estar hoy de paso doce noche tres madrugada.
Esperadme casa Mosc. Pap".
El segundo:
"Ven inmediatamente esta noche pap estar aqu.
Olga".
Con verdadero terror mir al reloj. Eran las doce
menos cuarto. A toda prisa volvi a vestirse, tom en
brazos a la nia dormida y como una sonmbula sali
a la terraza. Reflexion un momento, volvi a dejar a
la nia sobre la cama. Sali de un brinco a la calle y
corri hasta la casa de la vieja lechera. Llam,
aporre la puerta hasta que apareci por una ventana
la cabeza de una vecina.
- Hasta cundo vas a estar llamando? -pregunt
medio dormida-. Qu modos son sos?
- No son malos modos -dijo Evguenia en tono de
splica-. Tengo que ver a la lechera. Tengo que
dejarle una nia pequea.
- Tanto ruido para eso? -dijo la vecina cerrando
la ventana-. Se ha marchado esta maana a pasar
unos das en casa de su hermano.
Del lado de la estacin se oy el silbido de la
locomotora. Llegaba un tren. Evguenia, corriendo
por la calle de vuelta a su casa, se encontr con el
caballero del pelo blanco, el doctor.
- Perdone usted -balbuce-. No sabr usted
adnde va ese tren?
El caballero sac su reloj de bolsillo.
- Las veintitrs cincuenta y cinco -dijo-. Es l
ltimo tren para Mosc.
- El ltimo? -murmur Evguenia, tragndose las
lgrimas-. Y cuando hay otro?
- El primer tren pasar muy de maana, a las tres
y cuarenta. Pero qu te pasa, criatura? -pregunt el
anciano compasivo sujetando por un hombro a
Evguenia que se tambaleaba-. Ests llorando? No
puedo hacer nada por ti?
- Oh, no! -contest Evguenia, conteniendo los
sollozos y echando a correr-. Ahora, ya no hay nadie
en el mundo que pueda ayudarme.

Lleg a su casa y hundi la cabeza en la
almohada, pero no haba pasado un momento cuando
volvi a ponerse de pie y lanz una mirada furibunda
a la nia dormida. Se domin, arregl la colcha, ech
otra vez de la almohada al gatito pelirrojo.
Encendi la luz en la terraza, en la cocina, en la
habitacin y se sent meditabunda en el sof. All se
estuvo sentada largo tiempo, como no pensando en
nada. Sin darse cuenta enganch con un pie el
acorden que se haba quedado all, lo levant
maquinalmente y hasta apret una que otra tecla. Se
oy como una cancin, grave y solemne. Dej
bruscamente de tocar y fue hacia la ventana. Le
temblaban los hombros.
No, seguir sola y sufrir el martirio que estaba
sufriendo era algo que no poda soportar. Encendi
una vela y por el jardn, a trompicones se fue al
cobertizo.
Subi al desvn. All estaba todo como siempre.
La cuerda, el mapa, los sacos, las banderas. Encendi
la linterna, se acerc a la rueda del timn, busc el
hilo que necesitaba, lo enganch al clavo y le
imprimi rpidamente un movimiento a la rueda.

Timur estaba durmiendo cuando el perro le puso
una pata en un hombro. Ni se enter siquiera. Pero
entonces el perro agarr la colcha con los dientes y
tir de ella hasta que estuvo en el suelo.
Timur se incorpor sobresaltado.
- Qu pasa? -pregunt sin comprender-. Ha
ocurrido algo?
El perro le miraba a los ojos, mova la cola, el
hocico. Por fin oy Timur que sonaba la campanilla
de bronce.
Preguntndose quin poda necesitarle a aquellas
horas de la noche, sali a la terraza y levant el
auricular del telfono.
- S, soy yo; Timur al aparato. Quin es? Eres
t... t, Evguenia?
Al principio Timur escuchaba con calma. Pero
pronto empezaron a temblarle los labios, se le fueron
enrojeciendo las mejillas. Se oa su respiracin
entrecortada.
- Y slo estar tres horas? -pregunt muy
agitado-. Evguenia, no digas que no ests llorando, lo
oigo... ests llorando. No debes llorar. No llores!
Voy en seguida...
Dej el auricular y mir a toda prisa el horario de
los trenes.
- S, aqu est el ltimo, a las veintitrs y
cincuenta y cinco. Y el primero a las tres y cuarenta.
-Estaba all, de pie, inmvil, mordindose los labios-.
Demasiado tarde! Ser posible que no haya nada
qu hacer? No, es demasiado tarde.
Pero la estrella roja est all encendida, da y
noche, en el portal de la casa de Evguenia. La haba
encendido l mismo con sus propias manos y sus
rayos brillaban ahora, como si los tuviera ante sus
ojos.
La hija de un jefe del ejrcito en semejante
Timur y su pandilla


27
situacin! Sin darse cuenta haba cado en una
emboscada.
Timur se visti rpidamente, sali a la calle y
unos minutos despus estaba ante la puerta de la casa
del caballero del pelo blanco. Vio todava luz en el
gabinete del doctor. Llam y le abrieron.
- A quin buscas? -pregunt secamente el
caballero sorprendido.
- A usted -contest Timur.
- A m? -El caballero lo pens un momento y
despus extendi los brazos, abriendo la puerta de
par en par-. Entonces, adelante!
No estuvieron hablando mucho tiempo.
- Eso es todo lo que hacemos -dijo Timur, con los
ojos brillantes para terminar su relato-. En eso
consiste nuestro juego y por eso es por lo que ahora
me hace falta el nieto de usted, Nikoli.
El anciano se levant sin decir palabra. De un
gesto brusco cogi a Timur por la barbilla, le levant
la cabeza, le mir a los ojos y sali.
Se fue a la habitacin donde dorma Nikoli y le
zarande por un hombro.
- Levntate -le dijo-. Han venido a llamarte.
- Pero si yo no s nada -empez a decir Nikoli,
azorado, abriendo unos ojos como platos-. Te
aseguro, abuelito, que no s nada de nada.
- Levntate -repiti secamente el doctor-. Ha
venido a buscarte uno de tus compaeros.

En el desvn, sobre la paja, rodeando con los
brazos sus rodillas estaba sentada Evguenia.
Esperaba a Timur. En su lugar, apareci en el
rectngulo de la ventana la cabeza desgreada de
Nikoli Koloklchikov.
- Eres t? -dijo Evguenia sorprendida-. Qu
vienes a hacer aqu?
- No lo s -dijo en voz queda, todo asustado-. Yo
estaba durmiendo. Vino l. Me levant. Me dijo que
viniera aqu. Dijo que t y yo tenemos que bajar al
jardn, delante de la verja.
- Para qu?
- No lo s. Yo mismo tengo en la cabeza como un
ruido, unos silbidos. Te aseguro, Evguenia, que no
comprendo absolutamente nada.

No haba a quien pedirle permiso. Su to pasaba la
noche en Mosc. Timur busc la pila, el hacha, llam
al perro y sali al jardn. Se detuvo ante la puerta
cerrada del cobertizo. Mir al hacha, al cerrojo. Ah,
bien saba l que aquello no se poda hacer, pero no
haba otra solucin. De un solo golpe arranc el
cerrojo y sac la motocicleta del cobertizo.
- No te enfades! -dijo melanclicamente,
poniendo una rodilla en tierra junto al perro y
acaricindole la cabeza-. No se poda hacer otra cosa.

Evguenia y Nikoli estaban esperando junto al
portillo. Desde lejos vieron una luz que se acercaba
rpidamente. La luz vena derecha hacia ellos, se oy
el ruido de un motor. Cegados, cerraron los ojos,
retrocedieron contra la cerca, cuando de pronto se
apag la luz, par el motor y apareci delante de
ellos Timur.
- Nikoli -dijo sin saludar y sin preguntar nada-.
T te quedas aqu y te encargas de que no le pase
nada a la nia. Respondes de ella ante toda nuestra
pandilla. Evguenia, vamos. Adelante, a Mosc! -
Evguenia dio un grito tan grande como se lo
permitieron las fuerzas que le quedaban, le ech los
brazos al cuello a Timur y le dio un beso.
- Vamos, Evguenia, vamos! -gritaba Timur,
procurando parecer lo ms severo posible-. Sujtate!
Adelante, en marcha!
Ronque el motor, son la bocina y la lucecita
roja no tard en desaparecer.
Nikoli se qued all, desconcertado. Levant un
palo del suelo, se lo puso al hombro, como un fusil y
dio la vuelta a la casa, donde todas las luces seguan
encendidas.
- S -mascullaba entre dientes, dando grandes
pasos. Pero que muy difcil, es la suerte del soldado!
No hay manera de que te dejen en paz, ni de da, ni
de noche.

Eran cerca de las tres de la maana, el coronel
Alexndrov estaba sentado junto a la mesa en la que
an segua la tetera, ya fra, y quedaban restos de
salchichn, de queso y de pan.
- Dentro de media hora me marcho -le dijo a
Olga-. Qu lstima, as voy a tener que marcharme
sin haber visto a Evguenia! Olga ests llorando?
- Si no s por qu no ha venido. N o sabes la pena
que me da, no puedes imaginarte cmo te esperaba.
Ahora se volver loca de veras, ya lo est un poco.
- Olga -dijo el padre ponindose de pie-. Yo no s,
pero no llego a creer que Evguenia haya podido caer
en malas compaas, que la hayan estropeado, que
alguien logre hacer con ella lo que le d la gana. No!
No tiene un carcter as.
- Ya estamos! -dijo amargamente Olga-. Y dselo
encima, que no hace ms que repetir que tiene el
mismo carcter que t. Si pudiera ser as! Es lo que
ella se figura, cuando lo que hace, por ejemplo, es
subirse al tejado y bajar una cuerda por la chimenea.
Yo me voy a poner a planchar, y la plancha sube por
los aires. Pap, cuando t te fuiste ella tena cuatro
vestidos. Dos estn ya destrozados. El tercero le est
pequeo y el otro, por ahora, no dejo que se lo ponga.
Entre tanto, le he hecho yo misma otros tres nuevos.
Pero todo lo que se pone no dura ni una semana.
Siempre anda cubierta de cardenales, de araazos.
Ella, claro, despus se te presenta con su sonrisa, con
sus grandes ojos azules y naturalmente, todo el
mundo dice que es una maravilla, una verdadera flor.
Si es una flor que la tocas y pincha! Pap, no te
vayas a imaginar que tiene el mismo carcter que t.
Arkadi Gaidar


28
Ahora, slo falta que, encima, se lo digas. Se estar
tres das danzando en lo alto de la chimenea.
- Bueno -dijo el padre en tono conciliador,
abrazando a Olga-. Ya se lo dir. Se lo escribir, pero
t, Olga, no seas demasiado severa con ella. Dile que
la quiero mucho, que la recuerdo, que no tardaremos
en volver y que, por ser hija de quien es, no debe
llorar aunque yo est lejos.
- De todas maneras llorar -dijo Olga,
abrazndose a su padre-. Yo tambin soy hija tuya y
tambin llorar.
El padre mir al reloj, se acerc al espejo, se puso
el correaje y se estir el uniforme. De pronto se oy
un portazo. Se entreabrieron las cortinas. Con los
hombros encogidos, como quien se dispone a saltar
por la ventana, apareci Evguenia.
Pero en lugar de dar un grito, un salto de alegra,
se acerc sin ruido y ocult en silencio el rostro entre
los brazos de su padre. Tena la frente cubierta de
barro, el vestido todo manchado y arrugado. Olga,
espantada, pregunt:
- Evguenia, de dnde vienes? Cmo has podido
venir?
Sin volver la cabeza, Evguenia movi una mano
como diciendo:
"Espera... Djame en paz... No preguntes nada... "
El padre levant a Evguenia en brazos, se sent en
el sofa y la instal sobre sus rodillas. La mir, le
limpi con la palma de la mano el barro que le cubra
la frente.
- Muy bien, hija! Eres una mujercita de verdad!
- Pero ests toda cubierta de barro, tienes toda la
cara negra! Cmo has podido venir? -volvi a
preguntar Olga.
Evguenia seal con la mano hacia las cortinas y
Olga vio a Timur. Se estaba quitando los guantes de
chfer. Con una gran mancha amarilla de aceite en
una sien, tena el rostro sudoroso y cansado del
trabajador que ha cumplido honrosamente con su
deber. Inclin la cabeza para saludar a todos.
- Pap -dijo Evguenia bajndose de las rodillas de
su padre y acercndose a Timur-. No creas lo que te
digan. Nadie sabe nada. Te presento a Timur, que es
muy buen amigo mo.
El padre se levant y, sin pensarlo, estrech la
mano a Timur. Una sonrisa de triunfo pas
fugazmente por el rostro de Evguenia y un momento
mir con inquisidora curiosidad a su hermana. Olga,
desconcertada, sin comprender todava lo que haba
ocurrido, se acerc a Timur:
- En ese caso, somos amigos...

No tardaron en dar las tres.
- Pap -dijo Evguenia azorada-. Te vas ya? Ese
reloj adelanta.
- No, Evguenia, es exactamente la hora.
- Pap, te aseguro que tu reloj se adelanta
tambin.
Se fue al telfono, marc el nmero y por el
auricular se oy una pausada voz metlica:
- Las tres y cuatro minutos.
Evguenia mir a la pared y dijo con un suspiro:
- No se adelanta ms que un minuto. Pap,
llvanos cortigo a la estacin. Te acompaamos.
- No, Evguenia, eso no es posible. All no podr
ocuparme de vosotros.
- Por qu? Ya debes tener tu billete?
- Claro que lo tengo.
- En primera?
- Claro que en primera.
- Ah, con lo que yo hubiera querido irme contigo
lejos, muy lejos, y en primera...!

Pero la estacin no estaba en la ciudad, era como
una de esas grandes estaciones de mercancas donde
maniobran las locomotoras y los vagones. Vas,
agujas, trenes. No se vea un alma. El tren blindado
estaba formado. Se abri uno de los postigos
metlicos, apareci y volvi a desaparecer un
maquinista iluminado por las llamas. En el andn,
enfundado en su cuero, estaba el padre de Evguenia,
el coronel Alexndrov. Se acerc un teniente, salud
y pregunt:
- Mi coronel, se da la seal de salida?
- S, vamos. -El coronel mir el reloj-: las tres y
cincuenta y tres. Tenemos orden de salir a las tres y
cincuenta y tres minutos.
El coronel Alexndrov se acerc a su vagn y
mir en torno suyo. Amaneca, el cielo se iba
cubriendo de nubes. Puso la mano en la barra de
metal, hmeda de roco. Se abri ante l la pesada
puerta. Con el pie en el peldao se dijo a s mismo
con una sonrisa:
- En primera? Claro que en primera.
La pesada puerta de acero se cerr tras l con
estrpito. Poco a poco, sin sacudidas ni chirridos, la
enorme masa de acero se puso en marcha y fue
tomando velocidad. Pas la locomotora. Pasaron las
torres de los caones. Mosc qued detrs, envuelto
en la niebla. Se apagaron las estrellas. Despuntaba el
da.

A la maana siguiente, cuando al volver a su casa,
Gueorgui no encontr all ni sobrino, ni motocicleta,
decidi definitivamente enviar a Timur a casa de su
madre. Se sent a escribirle una carta, cuando por la
ventana vio venir a un soldado.
El soldado sac un sobre y pregunt:
- El camarada Garev?
- El mismo.
- Gueorgui Garev?
- El mismo.
- Tome usted la carta y firme aqu.
El soldado se march. Gueorgui mir el sobre y
silb: haba comprendido. Ah estaba lo que l
esperaba desde haca ya tiempo. Abri el sobre, ley
Timur y su pandilla


29
y arrug la carta que haba comenzado a escribir. Lo
que haba que hacer ahora no era enviar all a Timur,
sino pedirle a su madre, y en seguida, por telgrafo
que viniera.
Entr en la habitacin Timur y Gueorgui furioso
dio un puetazo en la mesa. Pero detrs de Timur
entraron Oiga y Evguenia.
- Calma -dijo Olga-. No hay por qu dar gritos ni
puetazos. Timur no tiene la culpa de nada. La culpa
la tiene usted, y la tengo yo tambin.
- Exactamente -aprovech Evguenia-. Haga usted
el favor de no reirle. Olga no toques esa mesa. Ese
revlver que tienen ah tira que da gusto.
Gueorgui mir a Evguenia y despus mir al
revlver y al cenicero sin asa. Empezaba a
comprender y pregunt:
- Entonces fuiste t, Evguenia, quien estuvo aqu
aquella noche?
- S, fui yo. Olga, cuntaselo todo empezando por
el principio, mientras nosotros vamos a buscar la
bencina y unos trapos y a limpiar la moto.

Al da siguiente, estaba Olga sentada en la terraza,
cuando vio que alguien de uniforme, vena hacia ella
desde el portillo del jardn. Vena a paso firme y
seguro, como si fuera a su casa, y Olga sorprendida
se levant para ir a su encuentro. Delante de, ella, de
uniforme de capitn de las fuerzas de tanques, estaba
Gueorgui.
- Qu pasa? -pregunt en voz baja-. Un nuevo
papel en la pera?
- No -dijo l-. He venido para un momento, a
despedirme. No es un nuevo papel, lo nico nuevo es
el uniforme.
- Y esto -dijo Oiga, sealando a los galones y
ruborizndose ligeramente- debe ser por aquello de
atravesar hierro y cemento para ir derecho al
corazn...
- Eso mismo. Por qu no me canta usted algo
Oiga, algo como despedida para un camino que
puede ser largo, muy largo. .
Se sent. Oiga sac el acorden:

Aviadores, pilotos
Con vuestras bombas y ametralladoras
Os fuisteis lejos, muy lejos
Cundo volveris!,
No s si ser pronto
Pero tenis que volver
Aunque sea alguna vez
Ah! Y sea donde estis
En tierra o en el cielo
Sobre pases extraos
Vuestras alas
Con las estrellas rojas
Queridas y temibles
Os seguir esperando,
Como os esper.

Dej de cantar.
- Pero como ve usted slo se trata de aviadores,
porque sobre las fuerzas de tanques no s ninguna
cancin tan bonita como sta.
- No importa -dijo l-. Aunque sea sin cancin,
encuentre usted para m una letra bonita... .
Olga se qued callada, pensativa, buscando las
palabras que tena que encontrar, mirndole
atentamente aquellos ojos grises que ya no rean.

Evgenia, Timur y Tania estaban en el jardn.
- Sabis lo que he pensado -dijo Evguenia-.
Gueorgui se marcha, si reuniramos para despedirle
a toda la pandilla? Damos eso que llamis, con
arreglo al formulario, nmero uno, la seal de
llamada general. La que se armar.
- No -dijo Timur.
- Por qu?
- Te digo que no. No hemos despedido as a
ninguno de los que se han marchado.
- Bueno, puesto que dices que no, es que no -se
resign Evguenia-. Esperadme un momento, voy a
beber un vaso de agua.
Se march y Tania se ech a rer.
- Por qu te res? -dijo Timur sin comprender.
Tania segua riendo, cada vez ms fuerte.
- Eso s que est bien. Hay que ver lo lista que es
esta Evguenia! "Voy a beber un vaso de agua".
- Atencin -se oy desde el desvn la voz de
Evguenia sonora y triunfante-. Con arreglo al
formulario nmero uno, seal de llamada general.
- Loca! -Timur se puso en pie de un salto-. No
habr pasado un minuto cuando seremos aqu ms de
cien! Qu ests haciendo?
Pero ya giraba, cruja la pesada rueda, temblaban
y vibraban las cuerdas: "Tres-stop, tres-stop".
Silencio, pero bajo los tejadillos de los cobertizos, en
los desvanes, en los gallineros, empezaron a sonar los
timbres, las carracas, las latas y las botellas. Claro
que no fueron cien, pero s fueron ms de cincuenta
los chicos que salieron corriendo al or la conocida
seal.
Evguenia entr como un torbellino en la terraza:
- Olga, nosotros tambin vamos a acompaarle.
Somos muchos, mira por la ventana.
Fue Gueorgui quien dio un paso hacia la ventana
y levant la cortina:
- Pero si sois una fuerza numerosa. Una fuerza
que podra tomar un tren militar y salir para el frente.
- Prohibido! -dijo Evguenia con un suspiro,
repitiendo las palabras de Timur-. Los oficiales y los
jefes tienen orden de echarnos de all a cogotazo
limpio. As es. Hasta yo ira all a alguna parte... Al
combate, al ataque. Las ametralladoras a la lnea de
fuego!... Pri... mera!
- Pri... mera presumida del mundo! -se burl de
ella Olga y, pasndose por el hombro la correa del
Arkadi Gaidar


30
acorden, aadi- bueno, qu se le va a hacer, puesto
que hay que despedirle, despidmoslo con msica.
Salieron a la calle. Olga tocaba el acorden. La
acompaaba un redoble infernal de botes, latas, palos
y botellas en improvisada orquesta y no tard en
surgir una cancin.
Avanzaban por las verdes calles y cada vez se les
unan ms y ms gentes. Al principio no
comprendan a qu se deba aquel ruido infernal, ni a
qu vena aquella cancin. Pero una vez entendido
sonrean y, unos sin decirlo, otros en alta voz,
deseaban buena suerte a Gueorgui. Cuando llegaron
al andn, un tren militar pasaba sin detenerse en la
estacin.
En los primeros vagones iban soldados. Todos
gritaron desendoles buen viaje, y agitaron las manos
saludando. Seguan las plataformas descubiertas con
los furgones. Despus, los vagones con los caballos;
se les vea agitar las cabezas y mascar el heno.
Tambin a los caballos les gritaron hurras. Al final,
pas rpidamente una plataforma, en la que iba algo
grande y anguloso cuidadosamente envuelto en una
lona gris. Al lado, sacudido por los vaivenes del tren,
estaba plantado un centinela. Acabaron de pasar las
plataformas y lleg el tren. Timur se despidi de su
to.
Olga se acerc a Gueorgui.
- Hasta pronto!
El le apret la mano entre las suyas:
- Quin sabe... la suerte decidir!
Silb la locomotora y la orquesta lo cubri todo
con un ruido atronador. Se haba ido el tren. Olga
estaba pensativa. En los ojos de Evguenia brillaba
una gran felicidad que ella misma no llegaba a
comprender.
Timur procuraba no dejar trasparentar su
emocin.
- Ahora yo tambin me he quedado solo -dijo con
voz apenas demudada, pero en seguida se enderez
para aadir-: Pero no, maana llega mam.
- Y yo? -grit Evguenia-. Y ellos? -dijo,
sealando a los compaeros-. Y esto? -dijo,
apuntando esta vez con el ndice a la estrella roja.
- Puedes estar tranquilo -le dijo Olga, saliendo de
su melanclica meditacin-. T has pensado siempre
en los dems, ahora sern los dems quienes
pensarn en ti.
Timur levant la cabeza. Hasta en aquella ocasin
cmo poda contestar de otra manera aquel chico tan
bueno y tan sencillo?
Mir a sus camaradas y dijo con una sonrisa:
- Aqu estoy... mirndoles a todos. Todos estn
bien. Todos estn tranquilos. Lo cual quiere decir que
yo tambin estoy tranquilo.
1940

También podría gustarte