Basta Ya Memorias Guerra Dignidad 12 Sept
Basta Ya Memorias Guerra Dignidad 12 Sept
Basta Ya Memorias Guerra Dignidad 12 Sept
Colombia: Memorias de guerra y dignidad Informe General Grupo de Memoria Histrica GRUPO DE MEmORIA HISTRIcA Coordinador Gonzalo Snchez Coordinadora del Informe Martha Nubia Bello Asistente de Coordinacin Lina Mara Daz Investigadores e Investigadoras Andrs Suarez, Fernn Gonzlez (S. J.), Rodrigo Uprimny, Pilar Riao, Patricia Linares, Mara Emma Wills, Jess Abad Colorado, Martha Nubia Bello, Csar Caballero, Ivn Orozco, Len Valencia, Mara Victoria Uribe, Paula Andrea Ila, Luis Carlos Snchez, Telo Vsquez, Nubia Herrera, Absaln Machado, Pilar Gaitn, Jorge Restrepo, Tatiana Rincn, lvaro Camacho Consejo Consultivo Internacional M Bleeker, Daniel Pcaut, Adam Isaacson, Elizabeth Lira, Virginia Bouvier, Julin Artacho Asesores lvaro Villarraga, Mara Teresa Ronderos, Mara Isabel Cristina Gonzalez Moreno, Mario Aguilera, Roco Londoo, Donny Meertens, Yamile Salinas Investigadores asistentes Camila Orjuela, Daniela Valero, Jack Melamed, Ronald Villamil, Viviana Quintero, Vladimir Melo, Lina Mara Daz, Mara Luisa Moreno, William Mancera, Julio Enrique Corts, Camila Medina, Ginna Cabarcas Investigadores auxiliares Carolina Bernal, Jenny Salcedo, Laura Poveda, Lorena Alvarado, Luz Mara Snchez, Mnica Mrquez, Sergio Ral Chaparro, Tatiana Rojas, Diego Quiroga, Andrs Aponte, Victor Barrerra, Lina Pinzn, Jairo Gonzlez PRODUccIN EDITORIAL Edicin y correccin de estilo Ana Cecilia Calle, Ana Mara Carvajal, Francisco Thaine, Tania Intriago y Patricia Nieto Diseo y diagramacin Daniel Clavijo y Magdalena Forero Reinoso Coordinador comunicaciones y prensa Mauricio Builes Asistente de comunicaciones y prensa: Luis Carlos Manjarres Asistente administrativa y nanciera: Diana Marcela Gil Seplveda
COmISIN NAcIONAL DE REPARAcIN Y REcONcILIAcIN Francisco Santos Vicepresidente de la Repblica 2002 2010 Eduardo Pizarro Presidente CNRR 2005 2010 Angelino Garzn Vicepresidente de la Repblica y Presidente de la CNRR 2010-2011 Comisionados Ana Teresa Bernal Montas, Comisionada de la Sociedad Civil Patricia Buritic Cspedes, Comisionada de la Sociedad Civil scar Rojas Rentera, Comisionado de la Sociedad Civil Monseor Nel Beltrn Santamara, Comisionado de la Sociedad Civil Patricia Helena Perdomo Gonzlez, Comisionada Representante de las Organizaciones de Vctimas Rgulo Madero Fernndez, Comisionado Representante de las Organizaciones de Vctimas Germn Vargas Lleras, Ministro del Interior Juan Carlos Esguerra Portocarrero, Ministro de Justicia Juan Carlos Echeverry Garzn, Ministro de Hacienda Volmar Antonio Prez Ortiz, Defensor del Pueblo Patricia Luna Gonzlez, Delegada de la Defensora del Pueblo Mario Gonzlez Vargas, Procurador Delegado Preventivo en materia de Derechos Humanos y Asuntos tnicos de la Procuradura General de la Nacin Diego Andrs Molano Aponte, Alto Consejero Presidencial para la Accin Social y la Cooperacin Internacional.
CENTRO NAcIONAL DE MEmORIA HISTRIcA CONSEJO DIRECTIVO Presidente Bruce Mac Master Director del Departamento Administrativo para la Prosperidad Social Mariana Garcs Ministra de Cultura Mara Fernanda Campo Ministra de Educacin Nacional Ruth Stella Correa Ministra de Justicia y del Derecho Paula Gaviria Directora Unidad para la Atencin y Reparacin Integral de las Vctimas Gonzalo Snchez Director Centro Nacional de Memoria Histrica Carlos Snchez Maritza Buitrago Garca Marina del Carmen Camargo Jinete Representantes de organizaciones de vctimas Asesores de Direccin CNMH Andrs Surez, Mara Emma Wills, Martha Nubia Bello, Patricia Linares, Paula Andrea Ila, Luz Amanda Granados Urrea, Doris Yolanda Ramos Vega, Cesar Augusto Rincn Vicentes Directores Tcnicos lvaro Villarraga Direccin Acuerdos de la Verdad Ana Margoth Guerrero Direccin de Archivos de Derechos Humanos Juan Carlos Posada Direccin de Museo de la Memoria
Martha Anglica Barrantes Direccin para la Construccin de la Memoria Histrica Sonia Stella Romero Direccin Administrativa y Financiera Adriana Correa Coordinacin Equipo de Comunicaciones Cmo citar:
GMH. BASTA YA!
El presente informe es resultado del trabajo adelantado por el equipo de investigacin del Grupo de Memoria Histrica de la Comisin Nacional de Reparacin y Reconciliacin, en el marco de la Ley 975 de 2005, y ha sido consolidado en el Centro Nacional de Memoria Histrica, adscrito al Departamento Administrativo Para la Prosperidad Social, en virtud de los Decretos Ley 4155 y 4158 de 2011, en concordancia con la Ley 1448 de 2011. 2013, Centro Nacional de Memoria Histrica ISBN: 978-958-57608-4-4 Impreso en Colombia Imprenta Nacional Primera edicin, 2000 ejemplares, julio 2013 Segunda edicin corregida, 10000 ejemplares, agosto de 2013 Este es un documento pblico cuyo texto completo se podr consultar en: www.centrodememoriahistorica.gov.co Crditos fotogrcos: Foto Portada: Jess Abad Colorado. Marcha convocada por las mujeres de Amor (Asociacin de Mujeres del Oriente antioqueo) y la Ruta Pacca en contra de la guerra y toda forma de violencia. Cocorn, noviembre de 2001. Crditos internos: Jess Abad Colorado, Grupo de Memoria Histrica, Archivos fotogrcos de: Revista Semana y Peridicos El Espectador, El Tiempo, Voz Proletaria, El Colombiano, El Pas, La Opinin, Fiscala General, Fundacin Carlos Pizarro, Noche y Niebla del CINEP y Stephen Ferry. Este informe es de carcter pblico. Puede ser reproducido, copiado, distribuido y divulgado siempre y cuando no se altere su contenido, se cite la fuente y/o en cualquier caso se disponga la autorizacin del Centro Nacional de Memoria Histrica como titular de los derechos morales y patrimoniales de esta publicacin.
Cooperantes
El trabajo del Grupo de Memoria Histrica cont con el apoyo y la nanciacin de:
Agradecimientos
El GMH expresa su especial gratitud a las vctimas y sus organizaciones quienes nos entregaron sus testimonios, sus interpretaciones, explicaciones y reclamos. Nos facilitaron el acceso a sus regiones y hogares y nos permitieron acopiar valiosa informacin. Sin su consentimiento, acogida y activa participacin este informe no hubiese sido posible. Tambin a quienes con sus reexiones, recursos, crticas y aportes han hecho posible la elaboracin de este informe. Al gobierno de Suiza, por el apoyo tcnico y nanciero y por su permanente respaldo a la labor del GMH y al proceso de elaboracin de este informe. A la Cooperacin Internacional, por el acompaamiento constante y los diversos apoyos, que sumaron esfuerzos sustanciales para reconstruir memoria en medio del conicto. A los integrantes del Consejo Consultivo Internacional, presidido por M Bleeker por sus orientaciones y aportes al GMH y a este informe. A Paula Gaviria y a los funcionarios de la Subdireccin de Registro y Valoracin de la Unidad de Atencin y Reparacin Integral a Vctimas, por la provisin de las cifras del RUV.
A Michael L. Evans de Nacional Security Archive por sus aportes en informacin y anlisis. A Jaime Zuluaga por la lectura crtica y sus aportes al documento. A los diarios: El Tiempo, El Colombiano, El Espectador, Peridico Voz, El Pas, al portal Verdad Abierta, a la Revista Semana y a los reporteros que nos facilitaron sus imgenes. A las directivas del Museo Nacional y de la biblioteca Luis ngel Arango por facilitar sus espacios para la difusin de los informes y las exposiciones realizadas por el GMH. El GMH es el nico responsable del contenido de este informe y hace pblico su reconocimiento del estricto cumplimiento que se le ha dado a la autonoma acadmica y operativa, conferida para el desarrollo de su mandato.
CONTENIDO
PRLOGO 13 PRESENTacIN 19 CapTULO I Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia 30 1.1. Una violencia difcil de medir 31 1.2. El ataque a la poblacin civil y las lgicas del conicto armado en Colombia 34 1.3. Los objetivos y los repertorios de violencia 37 1.4. Las modalidades de violencia: una violencia frecuente y de baja intensidad 42 43 1.4.1. Asesinatos selectivos: las muertes menos visibles 1.4.2. Las masacres: estrategias para sembrar el terror 47 1.4.3. Sevicia y tortura: la degradacin de la guerra 54 1.4.4. Las desapariciones forzadas; ausencia, incertidumbre y soledad 57 1.4.5. Los secuestros y la toma de rehenes: la libertad retenida 64 1.4.6. El desplazamiento forzado: el desarraigo, la nostalgia y la humillacin 71 1.4.7. Despojos y extorsiones 76 1.4.8. La violencia sexual en el conicto armado: cuerpos marcados por la guerra 77 1.4.9. Reclutamiento ilcito: la guerra no es un juego de nios 84 1.4.10. Acciones blicas: 87 1.4.11. Minas antipersonal, municin sin explotar y artefactos explosivos improvisados: en casa no se puede saber qu se pisa 92 1.4.12. Ataques a bienes civiles y sabotaje 96 1.4.13. Atentados terroristas 101 CapTULO II Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conicto armado 2.1. La violencia bipartidista se transforma en violencia subversiva (1958-1982) 2.1.1. Las herencias de la vieja violencia: barbarie, exclusin y enemigos internos 2.1.2. De las autodefensas campesinas a las guerrillas revolucionarias 2.1.2.1. El Estado lucha por recuperar el monopolio de la fuerza en las regiones 2.1.2.2. La guerra contra las repblicas independientes y el trnsito a las FARC 2.1.2.3. Viejos y nuevos conictos en un mundo cambiante: El surgimiento del ELN y el EPL 2.1.2.4. La movilizacin social y la respuesta estatal: reformista y represiva 2.1.3. Las expectativas frustradas y la represin de la protesta social 2.2. Expansin guerrillera, polticas de paz y eclosin paramilitar (1982-1996)
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2.2.1. La Asamblea Constituyente, la autoexclusin de las FARC y 148 el ELN, y los nuevos bros del paramilitarismo 2.3. Los aos de la tragedia humanitaria: la expansin de guerrillas y paramilitares, el Estado a la deriva y la lucha a sangre y fuego por el territorio (1996-2005) 156 2.3.1. El paramilitarismo masacra, se expande, coopta y transforma a poltica 158 2.3.2. Las guerrillas secuestran, crecen y llegan fuertes al Cagun 161 162 2.3.3. Los paramilitares se ancan en el norte, las FARC en el sur 2.3.4. La combinacin entre la guerra y la paz: 165 la frustracin del Cagun 2.3.5. Masacres, acciones armadas y ms vctimas. 170 Los paramilitares y las guerrillas escalan la guerra 173 2.3.6. Otro dilogo frustrado con el ELN 2.3.7. Las expansiones diferenciadas y los reacomodos territoriales de la guerra 174 2.3.8. El trasfondo econmico de las disputas territoriales 177 2.4. Las auc negocian y se desmovilizan. El Estado empuja a las FARC a sus retaguardias (2005-2012) 178 179 2.4.1. La poltica de defensa y seguridad democrtica 2.4.2. Repliegue, debilitamiento y reacomodo de las FARC 180 2.4.3. La negociacin fallida con las AUC 182 2.4.4. El impacto del rearme paramilitar en la evolucin territorial 186 del conicto 2.4.5. Control estatal del centro y presencia de guerrillas 189 en las periferias CapTULO III Guerra y justicia en la sociedad colombiana 196 3.1. La justicia heredada del Frente Nacional (1971-1987) 200 3.1.1 Una justicia penal hbrida: la instruccin criminal y la justicia castrense 204
3.1.2. El tratamiento judicial del delito poltico 3.2. Los reacomodos de la justicia y el nacimiento de la Constitucin de 1991 (1987-1992) 3.2.1. Las transformaciones de la justicia enfrentada a la guerra 3.2.2. El nacimiento de la Constitucin Poltica de 1991 3.2.3. La estrategia de sometimiento del gobierno Gaviria 3.3. Entre el asedio y la resistencia: el sistema judicial en el marco del conicto armado de las ltimas dos dcadas (1992-2013) 3.3.1. Entre la modernizacin como arma contra la impunidad y el resurgimiento de la excepcin: las transformaciones del sistema de justicia penal y de la jurisdiccin penal militar 3.3.2. Tendencias en la judicializacin de los grupos armados ilegales 3.3.2.1. Qu ha pasado entre tanto con el juzgamiento de los paramilitares? 3.3.3. El captulo incipiente de la justicia transicional en Colombia 3.3.4. La parapoltica: resistencia y fortalecimiento de la justicia protagnica frente a la cooptacin criminal del Estado 3.3.5. La aprobacin del Marco Jurdico para la Paz: la apertura de un nuevo captulo en la historia de la justicia colombiana frente al conicto armado
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CapTULO IV Los impactos y los daos causados por el conicto armado en Colombia 258 4.1. Un entramado de daos e impactos 260 4.1.1. La huella emocional que deja la guerra 261 4.1.2. Estigmatizar, devaluar, humillar. El dao moral de la guerra 268 4.1.3. Aislados, sin estas, desconados. Los daos socioculturales 272 4.1.3.1 Afrocolombianos e indgenas, los ms violentados 278 4.1.4. Criminalizar, perseguir, reprimir. El dao que la guerra trajo a la democracia 281
4.2. Los daos y las modalidades de violencia 288 288 4.2.1. Las masacres: terror y devastacin 4.2.2. Las desapariciones forzadas: ausencia, incertidumbre 290 y soledad 4.2.3. Los desplazamientos forzados: el desarraigo, la nostalgia 295 y la humillacin 4.2.4. El secuestro: la libertad retenida 299 4.3. Los daos e impactos vistos segn el gnero y la edad 304 4.3.1 Las cuidadoras, las protectoras, las aglutinadoras. 304 Los daos e impactos sobre las mujeres 4.3.2 Proveedores y protectores. 311 Los daos e impactos sobre los hombres 4.3.3. La inocencia interrumpida. Los daos e impactos sobre 314 los nios, las nias, los adolescentes y los jvenes 4.3.4. Degradados, ridiculizados y silenciados. Los daos e impactos sobre la poblacin LGBTI 322 4.4. Los daos e impactos que ocasionan la impunidad, las deciencias en la atencin estatal y en las respuestas sociales 323 CapTULO V Memorias: la voz de los sobrevivientes 5.1. Las memorias del sufrimiento 5.1.1. Los rostros del sufrimiento 5.1.2. Los horizontes del dolor y el terror 5.1.3 Los rostros y las acciones de los actores armados 5.2. Los reclamos e interpretaciones desde las memorias 5.2.1. Memorias de las colaboraciones y el abandono 5.2.1.1 Los agentes estatales 5.2.1.2. Las colaboraciones de polticos y poderes locales 5.2.1.3. Las colaboraciones internas 5.2.1.4. La dinmica de las colaboraciones
354 5.2.2. Memorias de la estigmatizacin 5.2.2.1. La imputacin de pertenencias estigmatizantes 354 5.2.2.2. El destino de habitar un lugar marcado 356 5.2.2.3. La criminalizacin de los liderazgos 358 5.3. Las labores de la dignidad y la resistencia 359 5.3.1. Pervivir la guerra y las labores de la dignidad 360 5.3.1.1. Leer los signos en el entorno 360 5.3.1.2 Los refugios y subterfugios 364 5.3.1.3 Las solidaridades y las ayudas 367 5.3.1.4 Los rescates humanitarios 368 5.3.1.5 Los actos extraordinarios 371 5.3.2. Resistir la guerra 374 5.3.2.1 Las desobediencias y la recuperacin de espacios 374 5.3.2.2 Los rechazos frontales y las negociaciones 377 5.3.2.3. Rebeliones y sublevaciones 384 5.3.2.4. Resistir reconstruyendo memoria: las Iniciativas de Memoria 387 REcOmENdacIONES 396 ANEXO 406 BIbLIOGRaFa 418 GLOSaRIO dE SIGLaS 430
328 331 331 335 337 341 342 343 348 350 352
PRLOGO
Gonzalo Snchez G. Director Centro Nacional de Memoria Histrica
El mal sufrido debe inscribirse en la memoria colectiva, pero para dar una nueva oportunidad al porvenir. Tzvetan Todorov Colombia tiene una larga historia de violencia, pero tambin una renovada capacidad de resistencia a ella, una de cuyas ms notorias manifestaciones en las ltimas dos dcadas ha sido la creciente movilizacin por la memoria. Rompiendo todos los cnones de los pases en conicto, la confrontacin armada en este pas discurre en paralelo con una creciente confrontacin de memorias y reclamos pblicos de justicia y reparacin. La memoria se anc en Colombia no como una experiencia del posconicto, sino como factor explcito de denuncia y armacin de diferencias. Es una respuesta militante a la cotidianidad de la guerra y al silencio que se quiso imponer sobre muchas vctimas. La memoria es una expresin de rebelda frente a la violencia y la impunidad. Se ha convertido en un instrumento para asumir o confrontar el conicto, o para ventilarlo en la escena pblica. Ahora bien, al aceptar que la movilizacin social por la memoria en Colombia es un fenmeno existente, es preciso tambin constatar su desarrollo desigual en el plano poltico, normativo y judicial. Regiones, tipos de vctimas, niveles de organizacin, capacidad de acceso a recursos econmicos son factores que cuentan en la denicin de los lmites o posibilidades de la proyeccin y sostenibilidad de las prcticas e iniciativas de memoria que hoy pululan en el pas. En todo caso, es gracias a todo este auge memorialstico que hay en Colombia una nueva conciencia del pasado, especialmente de aquel forjado en la vivencia del conicto.
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El conicto y la memoria lo muestra con creces la experiencia colombiana no son elementos necesariamente secuenciales del acontecer poltico-social, sino rasgos simultneos de una sociedad largamente fracturada.
En este contexto, es un acontecimiento reciente la emergencia de las vctimas en la escena social y en los mbitos institucionales y normativos. Tierra, verdad y reparacin constituyen, en efecto, la triloga bsica de la Ley de Vctimas que inaugur un nuevo modo de abordar el conicto en el Estado colombiano. Durante dcadas, las vctimas fueron ignoradas tras los discursos legitimadores de la guerra, fueron vagamente reconocidas bajo el rtulo genrico de la poblacin civil o, peor an, bajo el descriptor peyorativo de daos colaterales. Desde esta perspectiva, fueron consideradas como un efecto residual de la guerra y no como el ncleo de las regulaciones de esta. La polarizacin min el campo de la solidaridad con ellas, incluso las movilizaciones ciudadanas contra modalidades de alto impacto, como el secuestro y la desaparicin forzada, se inscribieron en esta lgica dominante en el campo poltico. Las vctimas particularmente del paramilitarismo fueron puestas muchas veces bajo el lente de la sospecha, se establecieron en general jerarquas oprobiosas segn el victimario, que tuvieron como correlato la ecacia o la desidia institucional, la movilizacin o la pasividad social. A quines concierne la guerra? En la visin kantiana, el dao que se hace a una vctima es un dao que se le inige a toda la humanidad. De all el compromiso axiolgico de proteccin a las vctimas, consagrado en las normas internacionales de Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario. No obstante, pareciera que en los hechos se requiere la condicin de parte directamente afectada, interesada, para que el tema de las responsabilidades frente al conicto desencadene la accin colectiva. Por ello, aunque el conicto armado en el pas ha cobrado millares de vctimas, representa para muchos conciudadanos un asunto ajeno a su entorno y a sus intereses. La violencia de la desaparicin forzada, la violencia sobre el lder sindical perseguido, la violencia del desplazamiento forzado, la del campesino amenazado y despojado de su tierra, la de la violencia sexual y tantas otras suelen quedar marginadas de la esfera pblica, se viven en medio de profundas y dolorosas soledades. En suma, la cotidianizacin de la violencia, por un lado, y la
ruralidad y el anonimato en el plano nacional de la inmensa mayora de vctimas, por el otro, han dado lugar a una actitud si no de pasividad, s de indiferencia, alimentada, adems, por una cmoda percepcin de estabilidad poltica y econmica. La construccin de memorias emblemticas de la violencia y de sus resistencias puede y debe realizarse tanto desde los centros como desde la periferia del pas. Tanto desde los liderazgos nacionales y los liderazgos enraizados en las regiones, como desde los pobladores comunes y corrientes. La democratizacin de una sociedad fracturada por la guerra pasa por la incorporacin, de manera protagnica, de los annimos y de los olvidados a las luchas y eventualmente a los benecios de las polticas por la memoria. Es indispensable desplegar una mirada que sobrepase la contemplacin o el reconocimiento pasivo del sufrimiento de las vctimas y que lo comprenda como resultante de actores y procesos sociales y polticos tambin identicables, frente a los cuales es preciso reaccionar. Ante el dolor de los dems, la indignacin es importante pero insuciente. Reconocer, visibilizar, dignicar y humanizar a las vctimas son compromisos inherentes al derecho a la verdad y a la reparacin, y al deber de memoria del Estado frente a ellas. La memoria de las vctimas es diversa en sus expresiones, en sus contenidos y en sus usos. Hay memorias connadas al mbito privado, en algunos casos de manera forzosa y en otras por eleccin, pero hay memorias militantes, convertidas a menudo en resistencias. En todas subyace una conciencia del agravio, pero sus sentidos responden por lo menos a dos muy diferentes tipos de apuestas de futuro. Para unos, la respuesta al agravio es una propuesta de sustitucin del orden, es decir, la bsqueda de la supresin o transformacin de las condiciones que llevaron a que pasara lo que pas: es una memoria transformadora. Pero hay tambin memorias sin futuro, que toman la forma extrema de la venganza, la cual a fuerza de repetirse niega su posible superacin. La venganza pensada en un escenario de odios colectivos acumulados equivale a un programa
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negativo: el exterminio de los reales o supuestos agresores. En efecto, la venganza parte de la negacin de la controversia y de la posibilidad de coexistir con el adversario. Es la negacin radical de la democracia.
Degradacin y responsabilidad
Las guerras pueden destruir o transformar las sociedades, pero ellas tambin se transforman por exigencias internas o por variaciones inesperadas de los contextos que propiciaron su desencadenamiento. Esa distancia entre el origen y la dinmica presente de una guerra la plasm con un smil muy elocuente para la Guerra de los Mil Das el General Benjamn Herrera, uno de sus protagonistas: las guerras en su curso van siendo alimentadas y sostenidas por nuevos reclamos o nuevas injusticias distintas de aquellas que las hacen germinar, al modo que los ros llevan ya en su desembocadura muchsimas ms ondas que aquellas con que salieron de su fuente.1 Pocos dudaran hoy que el conicto armado interno en Colombia desbord en su dinmica el enfrentamiento entre los actores armados. As lo pone de presente la altsima proporcin de civiles afectados y, en general, el ostensible envilecimiento de las modalidades blicas. De hecho, de manera progresiva, especialmente desde mediados de la dcada de los noventa, la poblacin inerme fue predominantemente vinculada a los proyectos armados no por la va del consentimiento o la adhesin social, sino por la de la coercin o la victimizacin, a tal punto que algunos analistas han denido esta dinmica como guerra contra la sociedad o guerra por poblacin interpuesta.2 La violencia contra la poblacin civil en el conicto armado interno se ha distinguido por la sucesin cotidiana de eventos de pequea escala
1. Citado en Gonzalo Snchez y Mario Aguilera (Editores), Memoria de un pas en Guerra: Los Mil Das 1899-1902, Editorial Planeta, Bogot, 2001, p.23 2. Ver Daniel Pecaut, Guerra contra la Sociedad, Editorial Planeta, Bogot, 2001. Y Eric Lair, Reexiones acerca del terror en los escenarios de guerra interna , en Revista De Estudios Sociales, No. 15, junio 2003, pp. 88-108
(asesinatos selectivos, desapariciones forzosas, masacres con menos de seis vctimas, secuestros, violencia sexual, minas antipersonal) dentro de una estrategia de guerra que deliberadamente apuesta por asegurar el control a nivel local, pero reduciendo la visibilidad de su accionar en el mbito nacional. En efecto, los actores armados se valieron tanto de la dosicacin de la violencia como de la dosicacin de la sevicia, esta ltima en particular en el caso de los paramilitares como recurso para aterrorizar y someter a las poblaciones. Esta dinmica, que constituy el grueso de la violencia vivida en las regiones, fue escasamente visible en el plano nacional, lo que muestra la ecacia del clculo inicial de los perpetradores de eludir la responsabilidad de sus fechoras frente a la opinin pblica y frente a la accin judicial. Desentraar las lgicas de la violencia contra la poblacin civil es desentraar tambin lgicas ms amplias de la guerra: el control de territorios y el despojo de tierras, el dominio poltico electoral de una zona, la apropiacin de recursos legales o ilegales. La victimizacin de las comunidades ha sido un objetivo en s mismo, pero tambin ha sido parte de designios criminales ms amplios de los actores de la guerra.
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perverso de la guerra sucia. El sectarismo de la poltica se extiende a las armas y el sectarismo de las armas se proyecta en la poltica. Son males que vienen de muy atrs. Los procesos de ampliacin democrtica en el plano institucional que se iniciaron desde los aos ochenta no marcharon a la par de la democratizacin social. En efecto, el acomodamiento de viejos poderes, la instrumentalizacin de la va poltica y la cooptacin del Estado por parte de los actores armados ilegales de uno y otro signo torpedearon los esfuerzos de democratizacin emergentes. En esta direccin, democratizacin sin democracia o Estado de Derecho sin democracia, en trminos de J. Habermas,3 resultan adecuados descriptores para el proceso, antes que la armacin de una relacin si se quiere perversa entre ampliacin democrtica y profundizacin de la violencia, como a menudo se ha sugerido. La democratizacin social y poltica sigue siendo una realidad inconclusa. Los procesos de reinsercin que han tenido lugar no han sido del todo exitosos. En muchos sectores de la sociedad persiste el estigma o sealamiento sobre quienes han abandonado las armas. En estos casos, el pasado de violencia es explotado por muchos para reproducir y azuzar el conicto en el presente, poniendo en riesgo una reintegracin verdadera a la comunidad poltica y la posibilidad misma de transformacin del contendor armado en contradictor poltico que es la sustancia de un proceso de paz
racin de los actores armados ilegales no solo como aparatos de guerra, sino especialmente como productos sociales y polticos del devenir de nuestra conguracin histrica como pas. A la luz de las consideraciones expuestas, el relato aqu plasmado intenta romper con las visiones reductoras de la violencia que condensan en coordenadas morales (los buenos y los villanos) la complejidad de lo que hemos vivido. La larga trayectoria del conicto y las transformaciones de sus actores, junto a las transformaciones sociales e institucionales, clausuran toda pretensin de un relato monocausal que reduzca la continuidad de la violencia o su solucin a la sola accin de los perpetradores o a un ejercicio de condena moral. La sociedad ha sido vctima pero tambin ha sido partcipe en la confrontacin: la anuencia, el silencio, el respaldo y la indiferencia deben ser motivo de reexin colectiva. No obstante, esta extensin de responsabilidades a la sociedad no supone la dilucin en un todos somos culpables de las responsabilidades concretas y diferenciadas en el desencadenamiento y desarrollo del conicto. La reconciliacin o el reencuentro que todos anhelamos no se pueden fundar sobre la distorsin, el ocultamiento y el olvido, sino solo sobre el esclarecimiento. Se trata de un requerimiento poltico y tico que nos compete a todos. Este informe no es una narrativa sobre un pasado remoto, sino sobre una realidad anclada en nuestro presente. Es un relato que se aparta explcitamente, por conviccin y por mandato legal, de la idea de una memoria ocial del conicto armado. Lejos de pretender erigirse en un corpus de verdades cerradas, quiere ser elemento de reexin para un debate social y poltico abierto. El pas est pendiente de construir una memoria legtima, no consensuada, en la cual se incorporen explcitamente las diferencias, los contradictores, sus posturas y sus responsabilidades y, adems, se reconozca a las vctimas. El informe es un momento, una voz, en la concurrida audiencia de los dilogos de memoria que se han venido realizando en las ltimas dcadas. Es el Basta ya! de una sociedad agobiada por su pasado, pero esperanzada en su porvenir.
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Diez meses despus de la toma armada de la guerrilla de las FARC que destruy cerca de 250 viviendas y dej 5 policas y 18 civiles muertos, la poblacin con apoyo de la gobernacin de Antioquia, realiz la marcha del ladrillo para reconstruir su pueblo. Granada, octubre de 2001. Jess Abad Colorado
PRESENTAcIN
Martha Nubia Bello Coordinadora del informe La verdad es que estoy muy triste y desilusionada, como no haba estado en aos, ni si quiera cuando vi correr la sangre por los canales de la que era mi casa, esta tristeza sumada a cansancio y rabia me lastiman profundamente. La guerra se ha propuesto joderme la vida y no se cansa de hacerlo, estoy harta, ya no tengo 35 aos como cuando me desplac, a veces me pregunto cul ha sido mi pecado?, cul ha sido mi error? Yo me he tenido que enfrentar a un Estado y una sociedad podridos, a un sistema macabro en donde sobrevive el que tiene los medios para someter al resto. [] no le estamos quitando la tierra a nadie, tenemos derechos, solo queremos que se nos garantice el acceso a esos Derechos. Testimonio mujer en la Costa Caribe Este informe da cuenta de ms de 50 aos de conicto armado en nuestro pas. Revela la enorme magnitud, ferocidad y degradacin de la guerra librada, y las graves consecuencias e impactos sobre la poblacin civil. Se trata de una guerra difcil de explicar no solo por su carcter prolongado y por los diversos motivos y razones que la asisten, sino por la participacin cambiante de mltiples actores legales e ilegales, por su extensin geogrca y por las particularidades que asume en cada regin del campo y en las ciudades, as como por su imbricacin con las otras violencias que azotan al pas. Dadas la dimensin y la complejidad que implican la tarea de esclarecimiento histrico y la comprensin de las causas de la guerra en Colombia, el Grupo de Memoria Histrica GMH opt por documentar casos emblemticos, entendidos como lugares de condensacin de procesos mltiples que se distinguen no solo por la naturaleza de los hechos, sino tambin por su fuerza explicativa. A travs de estos casos, el GMH se propuso analizar la diversidad de victimizaciones provocadas por las distintas modalidades de violencia, de grupos y sectores sociales victimizados, de agentes perpetradores, de temporalidades y de regiones del pas. La realizacin de cada caso se llev a cabo por medio de procesos de consulta y de negociacin con las vctimas y cont con su decidida participacin como testigos e investigadores. Los casos emblemticos y los estudios temticos han sido publicados en 24 libros,1 cuyos hallazgos son la base de este informe general, que plantea algunas lneas interpretativas y analticas para entender la lgica, las razones y el modo en que se vive la guerra, y que ofrece una lectura en conjunto y unas tesis sobre sus causas y mecanismos. El contenido de este informe fue recaudado, adems, mediante la revisin de fuentes secundarias y archivos locales y nacionales que las comunidades y organizaciones nos facilitaron; la consulta de expedientes judiciales y de archivos de los medios de comunicacin; el acercamiento al extenso acervo de investigaciones acadmicas que sobre la guerra y la paz se han realizado en nuestro pas y, especialmente, los cientos de testimonios generosamente aportados por las vctimas en el afn de ser escuchadas, reconocidas y, sobre todo, de buscar que lo ocurrido llegue a odos de una sociedad que muchas veces desconoce, ignora, justica o naturaliza su tragedia. La informacin y los hallazgos reportados en los informes se complementaron y profundizaron con las recientes investigaciones de diversos centros, organizaciones de Derechos Humanos e instituciones del Estado, con aquellas que estn actualmente en curso en el Centro Nacional de Memoria Histrica CNMH y con una importante labor de registro
1. Las publicaciones pueden ser consultadas en la pgina web del Centro de Memoria Histrica: www.centrodememoriahistorica.gov.co
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de casos y de construccin de bases de datos que combinan fuentes estadsticas y documentales de diversas instituciones y datos recopilados directamente por el GMH. La copiosa informacin recopilada y la riqueza de explicaciones, interpretaciones y anlisis que este trabajo de memoria ha producido en sus ms de seis aos de desarrollo se recogen en cinco grandes temas que denen los captulos de este informe, a saber: las dimensiones y las modalidades de la guerra, los orgenes y transformaciones de los grupos armados, las relaciones entre justicia y guerra, los daos e impactos sobre las vctimas, y sus memorias.
casos emblemticos y la informacin cuantitativa registrada en distintas fuentes reeja que, en trminos de repertorios de violencia, los paramilitares ejecutaron en mayor medida masacres, asesinatos selectivos y desapariciones forzadas, e hicieron de la sevicia una prctica recurrente con el objeto de incrementar su potencial de intimidacin. Las guerrillas, por su parte han recurrido primordialmente a los secuestros, los asesinatos selectivos, y los atentados terroristas, adems del reclutamiento forzado y el ataque a bienes civiles. Con respecto a la violencia ilegal de miembros de la Fuerza Pblica, se ha podido establecer con base en testimonios y en sentencias judiciales el empleo de modalidades como las detenciones arbitrarias, las torturas, los asesinatos selectivos y las desapariciones forzadas. Las razones que explican el origen de los grupos armados, as como sus intereses y referentes de actuacin, dieren de un grupo a otro y cualquier intento de construir alternativas y salidas a la guerra ha de tener esto en cuenta. Ahora bien, la probada participacin de agentes estatales como perpetradores de crmenes, resulta particularmente inquietante para la sociedad, el Estado en su conjunto, y para ellos mismos, dado el grado particular de legalidad y responsabilidad que les compete. Adems de su participacin directa en la violacin de Derechos Humanos, todos los casos documentados por el GMH registran con notable regularidad la connivencia y las omisiones de miembros de la Fuerza Pblica, con acciones violatorias de los Derechos Humanos y alianzas con grupos poderosos que por mtodos violentos deenden intereses econmicos y polticos, o buscan con codicia el acceso a ms tierra y/o recursos. Cada uno de los informes sobre las masacres documentadas por el GMH revela la variedad y alcance de las modalidades de violencia en el conicto colombiano: el dedicado al municipio de Trujillo,2 Valle del Cauca, en los aos 1988 y 1994, hizo evidente la convergencia entre el narcotrco y los grupos paramilitares, a la vez que mostr tanto las alianzas del
2. GMH, Trujillo. Una tragedia que no cesa (Bogot: Planeta, 2008).
crimen con miembros de la Fuerza Pblica, como la grave y persistente impunidad. El del corregimiento de El Salado3 en Carmen de Bolvar, entre el 16 y el 21 de febrero de 2000, dio cuenta de las implicaciones perversas que genera la estigmatizacin y sintetiz la convergencia entre el proyecto paramilitar y los poderes local y regional asediados por la guerrilla. El de las masacres de Segovia y Remedios, Antioquia,4 perpetradas en noviembre de 1988, describe la persecucin y el exterminio de los lderes, movimientos y partidos de izquierda. La de los funcionarios judiciales en La Rochela5 en enero de 1989, revel el origen y la degradacin del experimento paramilitar en el Magdalena medio y la particular victimizacin de miembros de la rama judicial. El informe sobre Bojay,6 en mayo de 2002, mostr la feroz disputa entre las FARC y los paramilitares por el control territorial y los devastadores costos para la poblacin inerme en medio de los combates. Finalmente, la masacre de el Tigre7, en Valle del Guamuez en Putumayo, en 1999, ilustr la disputa por el control de la economa regional de la coca. El desplazamiento forzado fue abordado en los casos de San Carlos, Antioquia, municipio donde una cruda combinacin de formas de violencia (masacres, asesinatos selectivos, desapariciones forzadas, torturas, amenazas, secuestros, ataques a poblaciones, minas antipersonal, bloqueos econmicos y sabotajes) produjo el destierro masivo de sus habitantes; y en el de la Comuna 139 de Medelln, el cual revel los distintos tipos de desplazamiento y en particular el intraurbano, producto de las dinmicas de guerra en la ciudad. Cada uno de estos casos mostr la profunda degradacin de la guerra y la forma en que los actores armados combinaron diversas modalidades de violencia en sus propsitos
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de controlar, castigar o desterrar. En el proceso de esclarecimiento de las masacres y de los desplazamientos se documentaron modalidades de violencia como la desaparicin forzada, la violencia sexual, el reclutamiento ilcito, el secuestro, la sevicia y la tortura, las amenazas, las acciones blicas y la siembra de minas antipersonales.
3. GMH, La masacre de El Salado: esa guerra no era nuestra (Bogot: Semana, 2009). 4. GMH, Silenciar la democracia, las masacres de Remedios y Segovia, 1982-1997 (Bogot: Taurus/ Semana, 2011). 5. GMH, La Rochela. Memorias de un crimen contra la justicia (Bogot: Taurus/ Semana, 2010. 6. GMH, Bojay: la guerra sin lmites (Bogot: Semana, 2010). 7. GMH, La masacre de El Tigre, Putumayo (Bogot: Pro-offset editorial, 2011). 8. GMH, San Carlos. Memorias del xodo en la guerra (Bogot: Taurus/ Semana, 2010). 9. GMH, La huella invisible de la guerra. Desplazamientoforzado en la Comuna 13 (Bogot: Taurus/ Semana, 2011).
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Los informes ilustraron las violentas y fraudulentas acciones de las lites y de los poderes regionales y nacionales para impedir que se concretaran los esfuerzos institucionales, promovidos por el mismo Estado, en aras de redistribuir o transformar los patrones inequitativos e improductivos sobre la tierra. A las reformas agrarias y a los intentos por democratizar la tenencia de tierras o de restituir a quienes han sido despojados, tanto en el pasado como en el presente, se han opuesto de manera fraudulenta los sectores que han fundado en la tierra su poder econmico y poltico, por medio de artilugios jurdicos y mtodos violentos, incluyendo el asesinato de dirigentes y la persecucin a quienes integran las organizaciones campesinas. Sin embargo, el informe sobre tierras en la costa caribe tambin ilustra que, en medio de ese arrasamiento, las organizaciones campesinas siguen reivindicando sus legtimos anhelos por acceder a la tierra y por contar con condiciones seguras para trabajarla y vivir dignamente. Adems, continuamente dan muestras de su capacidad para lograr un pas que reconozca en el campo y en su gente a sujetos con derechos y con un enorme potencial para superar las crisis y aportar a un desarrollo incluyente y sostenible. En el centro de la violencia, como lo demuestran los informes de Bojay, el Cauca13 y Baha Portete,14 est tambin la disputa por los territorios, que incorpora no solo a las comunidades campesinas, sino a las comunidades indgenas y afrodescendientes. Adems de haber sido vctimas de las acciones de despojo, estas comunidades han sido lesionadas por el uso ilegal y arbitrario que actores armados e inversionistas extranjeros y nacionales han hecho de sus territorios. A pesar de los derechos que estas poblaciones tienen sobre sus territorios y que han sido consagrados constitucionalmente, los actores del conicto han desplegado intervenciones (legales e ilegales) sobre ellos, violentando dramticamente sus condiciones de existencia. Se trata, adems, de una violencia fundada en una manera de concebir la tierra, de ver el mundo y de entender las rela13. CMH, Nuestra vida ha sido nuestra lucha. Resistencia y memoria en el Cauca indgena (Bogot: Semana, 2012). 14. GMH, La masacre de Baha Portete. Mujeres Wayuu en la mira (Bogot: Taurus/ Semana, 2010).
ciones entre seres humanos y naturaleza. Es el enfrentamiento entre una concepcin de la tierra como fuente de rentabilidad y otra como recurso para el crecimiento y el desarrollo; entre modelos militares que ven en ella ventajas tcticas como corredores o retaguardias y otra que la concibe como madre y sustento de la vida espiritual, fsica, social y cultural. Ver la violencia desde la perspectiva de la tierra y los territorios revela otro rasgo distintivo de su historia: la guerra se ha librado mayoritariamente en el campo colombiano, en los caseros, veredas y municipios, lejanos y apartados del pas central o de las grandes ciudades. Es una guerra que muchos colombianos y colombianas no ven, no sienten, una guerra que no los amenaza. Una guerra de la que se tiene noticia a travs del lente de los medios de comunicacin, que sufren otros y que permite a miles de personas vivir en la ilusin de que el pas goza de democracia plena y prosperidad, a la vez que les impide entender la suma importancia de cada decisin, armacin o negociacin poltica para quienes la sufren. Quienes viven lejos de los campos donde se realizan las acciones de los armados ignoran que, por ejemplo, un acuerdo que pacte un cese al fuego representa para esos campesinos y campesinas la diferencia entre quedarse o huir, entre vivir o morir.
ha sido objeto de instrumentalizacin por parte de los actores armados, que creen ciegamente en el poder de las armas y que a menudo ven en la lucha armada ms un principio que una opcin. La guerra ha sido tambin el recurso para impedir la democracia y la violencia el medio para acallar a crticos y opositores, para impedir la denuncia y evitar justos reclamos y transformaciones. As lo demuestran los testimonios de hombres y mujeres registrados en los informes de San Carlos, La Comuna 13, Segovia y Remedios, Mujeres que hacen historia15 y el de tierras en la costa caribe. Por esa razn, los informes abundan en nombres de lderes polticos, cvicos, sindicales, campesinos, comunales y religiosos, de servidores pblicos que cumplan con labores judiciales, de control o de vigilancia, o que desempeaban decentemente sus funciones, de periodistas, de activistas de derechos humanos, de maestros y maestras, de jvenes emprendedores de iniciativas culturales y ambientales, asesinados, amenazados o perseguidos por desempear esos roles en la sociedad. La memoria de la guerra es la memoria de un dcit de ciudadana y de democracia, de un uso arbitrario y maniqueo de los mecanismos de participacin y decisin, pues se reclama la democracia cuando favorece posturas e intereses propios y se atenta contra ella cuando reconoce los intereses y derechos de los otros. La precariedad democrtica se expresa tambin en la primaca de las salidas represivas y militares para abordar los conictos sociales derivados de los reclamos de la poblacin frente a la desigualdad, la corrupcin, el racismo, la pobreza y la exclusin. A las protestas ciudadanas, como se sustenta en el captulo 3, se suele responder con tratamientos represivos, y los reclamos sociales son tratados como problemas de orden pblico. De este modo, la violencia y la represin desplegadas por los organismos militares y policiales siembran una profunda desconanza en las instituciones y alimentan la nocin de que solo por la fuerza y por las armas es posible obtener derechos y mejorar las condiciones econmicas. Histricamente han sido escasas las respuestas del Estado que apuntan
15. GMH, Mujeres que hacen historia. Tierra cuerpo y poltica en el Caribe colombiano (Bogot: Taurus/ Semana, 2011).
a establecer reformas polticas y medidas econmicas que transformen la fuente de los problemas, muchos de ellos relacionados con la corrupcin, pero especialmente con la vergonzosa inequidad que hace de este pas como uno de los ms desiguales del mundo. Ahora bien, el miedo a la democracia no es un asunto que se limita a quienes detentan el poder. Con igual virulencia se extiende a los contradictores armados y anida incluso en fuerzas disidentes que se inscriben en las normas de la controversia civilista.
La justicia y la guerra
Nuestra justicia, y en particular nuestra justicia penal, como se expone en el captulo 3, es incomprensible sin la guerra, pues la primera, a pesar de su relativa independencia y credibilidad entre las instituciones del Estado, ha sido parcialmente congurada tanto por cuenta de actores armados especcos que en determinados momentos han optado por vincular el sistema de justicia a sus estrategias armadas por la va de la captura, la instrumentalizacin, la victimizacin o la limitacin violenta de su funcionamientoo por cuenta de la dinmica compleja del conicto armado colombiano, que indujo la creacin de diseos institucionales, algunos perversos, para enfrentar lo que en cada momento fue considerado como la ms grave amenaza. A la vez, sin embargo, nuestra guerra es incomprensible sin la justicia, pues buena parte de su sentido general y de sus mecanismos estratgicos se han encauzado en los espacios y los lenguajes de la justicia. El captulo de 3 muestra los avances, contradicciones y limitaciones de la justicia para afrontar el conicto armado. Seala con particular nfasis los terribles costos que para la democracia signic la legalizacin de formas de justicia privada, la instrumentalizacin del sistema judicial con nes blicos y la injerencia de organismos militares tanto en procesos judiciales adelantados contra civiles como en el juzgamiento de graves violaciones presuntamente cometidas por miembros de la Fuerza Pblica.
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La justicia o, para ser ms precisos, la impunidad gur como objeto de reexin en todos los casos trabajados por el GMH y se destaca en este informe como uno de los factores que contribuye a mantener y a escalar la guerra, y uno de los principales reclamos en la memoria de las vctimas. Especialmente ilustrativos de la impunidad resultaron los informes de Trujillo y de La Rochela. El primero mostr las perversas alianzas entre polticos, militares y narcotracantes, y dej ver las enormes dicultades de la justicia colombiana para esclarecer los hechos y para impartir justicia, al punto que, veinte aos despus y a pesar de los fallos condenatorios emitidos, la impunidad se mantiene, permitiendo que la tragedia no cese, como dice el ttulo del informe. Las complicidades y alianzas fueron mencionadas por las vctimas en casi todos los casos, por ello en el quinto captulo se registra como uno de los principales marcadores de su memoria y de sus reclamos. El informe de La Rochela, por su parte, revel las paradjicas caras de la justicia en nuestro pas. De un lado, aquella aliada con el crimen, que evita que los crmenes se investiguen y juzguen como compete y, del otro, aquella que en el esfuerzo por esclarecer y por impartir justicia resulta victimizada. Ahora bien, los informes sobre la Ley de Justicia y Paz16 elaborados por el GMH muestran que los problemas relacionados con la justicia involucran nuevos temas, debates, retos y tensiones relacionados con la justicia transicional. En dichos informes se hace memoria de los largos intentos de gobiernos por plantear escenarios jurdicos y polticos para superar el conicto armado. En este aspecto, como en otros, Colombia sufre de mala memoria, pues aprovecha y aprende poco de sus experiencias, de sus aciertos y errores. Una y otra vez, distintos mandatarios han puesto en marcha procesos que buscan poner n a la confrontacin armada sin un clculo acertado de las transformaciones y emprendimientos institucionales que implican y de los costos econmicos y de los acuerdos polticos que precisan. Este legado bien puede ser aprovechado a la luz
16. GMH, Justicia y paz. Los silencios y olvidos de la verdad? (Bogot: Ediciones Aguilar, 2012).
de las discusiones actuales que buscan establecer marcos judiciales alternativos para superar la guerra. En el informe Justicia y Paz: verdad judicial o verdad histrica,17 las versiones libres fueron escenario de observacin y de anlisis por parte de los investigadores del GMH. El informe constata los esfuerzos de las vctimas para poder asistir y participar dignamente, sin riesgo a ser maltratadas y revictimizadas; las licencias que muchos scales concedieron a los perpetradores para que justicaran sus atrocidades, pero tambin el esfuerzo de otros, especialmente mujeres, por develar la verdad, confrontar al victimario y reclamar un lugar digno y justo para las vctimas. Los desafos que enfrentan los operadores judiciales y,en general, los organismos de investigacin y juzgamiento se ilustran con contundencia en este informe y ejemplican los retos que deben ser tenidos en cuenta en el marco de la justicia transicional. A pesar de las limitaciones y deciencias de la Ley de Justicia y Paz sealadas en el informe, es preciso anotar que el proceso ha permitido develar muchas verdades sobre lo que aconteci con las vctimas, los perpetradores y las alianzas criminales. As mismo, se han conocido atroces mtodos empleados por los actores armados y miles de familias han podido hallar los cuerpos de seres amados buscados hasta el cansancio. Las versiones de los victimarios recogidas por los investigadores en los expedientes judiciales de procesos ordinarios e incluso en entrevistas realizadas en las crceles permitieron raticar algunas denuncias de las vctimas, pero sobre todo han hecho posible que se demuestre todo el horror que venan denunciado, que se compruebe, como se registra en este informe, la existencias de hornos crematorios, de cementerios clandestinos, de escuelas de tortura y descuartizamiento, y que las historias inverosmiles contadas por las vctimas por n sean credas. Es a travs de las voces de los victimarios que algunos jueces y en parte la sociedad estn reconociendo la brutalidad de la guerra que las vctimas han padecido. En algunos informes, el GMH recogi y document estos
17. GMH, Justicia y paz. Verdad judicial o verdad histrica? (Bogot: Taurus/ Semana, 2012).
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testimonios porque permiten conrmar las verdades narrativas de las vctimas y las complicidades y alianzas entre ejrcitos ilegales y legales, entre actores armados, polticos y empresarios. En muchas ocasiones fue a travs de estas versiones que se pudo lograr el reconocimiento pblico de centenares de crmenes. Ahora bien, aunque muchas verdades han salido a la luz pblica, una parte importante an permanece oculta. Los victimarios han escondido aquello que los incrimina y muchos eran simples mercenarios que mataban por incentivos, obedecan rdenes y que desconocen los motivos de la guerra. Las estructuras, los poderes detrs de los armados an siguen muchas veces pendientes de esclarecer. Es esa verdad la que el pas necesita para poder desmotar y transformar las autnticas fuentes del horror.
totalidad de los casos emblemticos, las vctimas expresaron su dolor por la accin despiadada de los victimarios, pero tambin por la accin, omisin y complicidad de quienes estaban llamados a protegerlos y a respetarlos. Mostraron indignacin por el silencio y la indolencia de miles de compatriotas que desconocen o no quieren or su sufrimiento, y que con ello ignoran tambin la vulnerabilidad y la precariedad de nuestra democracia. Hurgando en la memoria del conicto armado, las vctimas tambin mencionaron las mltiples violencias. Por eso al reexionar sobre la guerra tambin se habl de inequidad, discriminacin, racismo y sexismo. Si bien la violencia ha afectado a toda la sociedad, se ha ensaado de manera ms cruenta con los excluidos y los vulnerados. Nadie ha estado exento de la guerra, es verdad, pero los informes y los datos que registran las violaciones a los Derechos Humanos constatan que la guerra no ha afectado a todos por igual. La guerra recae especialmente sobre las poblaciones empobrecidas, sobre los pueblos afrocolombianos e indgenas, se ensaa contra los opositores y disidentes, y afecta de manera particular a las mujeres, a los nios y nias. Debido a sus particulares relaciones con la tierra y a sus caractersticas socioculturales, las comunidades indgenas y afrocolombianas han resultado especialmente vulneradas por las dinmicas de la guerra. Los casos documentados nos permitieron acercarnos a mujeres y hombres de la comunidad indgena wayuu18 en Baha Portete, quienes hoy luchan por su retorno desde su lugar de destierro en Maracaibo y cuyo caso ilustra las severas afectaciones y el riesgo de exterminio de los pueblos indgenas en la guerra. Las comunidades indgenas del Cauca han sido vctimas de una larga historia de violencia y ocupacin de sus territorios ancestrales, librada prcticamente por todos los grupos armados, una historia que atenta no solo contra su autonoma y su cultura, sino contra su supervivencia. Las comunidades indgenas y afrodescendientes de Bojay y del medio Atrato chocoano fueron vulneradas por una larga guerra y violentados por uno de los ms cruentos enfrentamientos entre
18. GMH, La masacre de Baha Portete.
los actores armados, que deriv en la explosin de un cilindro bomba en una iglesia que produjo la muerte de 79 personas, adems de mutilaciones, heridas y el destierro y la reubicacin de muchos. La documentacin rigurosa en cada uno de estos casos revel un patrn de violencia directa que se extiende a otras comunidades indgenas o poblaciones negras, e hizo posible reconocer tanto la histrica exclusin, discriminacin y vulneracin de estas comunidades como los premeditados y sistemticos esfuerzos de exterminio desplegados por los actores armados, materializados en prcticas que varios organismos internacionales han calicado de etnocidio y que amenazan con la desaparicin de las comunidades que han hecho de este un pas pluritnico y multicultural. El GMH se propuso, adems, documentar casos que permitieran develar las formas particulares en que el conicto armado ha afectado a las mujeres. En este sentido se realizaron los informes: Mujeres y guerra. Vctimas y resistentes en el Caribe colombiano,19 Mujeres wayuu en la mira y en El Placer Mujeres guerra y coca en el bajo Putumayo.20 Estos casos conrmaron el uso de la violencia sexual como arma de guerra y los ataques contra las mujeres por sus ejercicios de organizacin y liderazgo. Adems, ilustraron las profundas relaciones entre la violencia del conicto armado y las violencias de gnero propias de una cultura patriarcal y de arreglos de gnero que han pretendido poner a las mujeres en un lugar de subordinacin, de inequidad y de exclusin en los mbitos privados y pblicos, econmicos y polticos, y que tambin ha impuesto un modelo de masculinidad violenta y opresiva. En esa cultura machista y patriarcal se inscriben formas conservadoras de concebir la sexualidad que llevan a los actores armados a desterrar, perseguir y humillar a poblaciones con opciones sexuales que estos consideran transgresoras. En todos los casos, las voces de las mujeres fueron centrales para esclarecer los hechos, no solo por su particular liderazgo en la bsqueda de la justicia y de la memoria, sino por su empeo para que sus voces
19. GMH, Mujeres y guerra. Vctimas y resistentes en el Caribe colombiano (Bogot: Taurus/ Semana, 2011). 20. GMH, El Placer. Mujeres, coca y guerra en el bajo Putumayo (Bogot: Semana, 2012).
y realidades dejen de ser invisibles y hagan parte de la memoria y de la historia de un pas que ha privilegiado las versiones masculinas. Los testimonios de nios, nias, jvenes21 y adultos mayores tambin reclamaron un lugar en los ejercicios de memoria. Los primeros dejaron ver a travs de sus dibujos y palabras sus propias lecturas e interpretaciones de lo ocurrido, adems del sufrimiento padecido y de las afectaciones causadas, la mayora de las veces subvaloradas o desconocidas. Los jvenes escarbaron en su infancia y hablaron de las marcas que hoy los mantienen en unos casos silenciados y en otros activos, creativos y beligerantes en la bsqueda de un pas que les permita vivir de una manera distinta. Los adultos mayores mostraron su afn por contar su legado. Para ellos, los ejercicios de memoria llegaban tarde, pues muchos ya no estaban y sus testimonios se haban perdido. La memoria no era para despus de la guerra, pues ellos y ellas podran ya no estar y los riesgos de olvido seran mayores. La memoria, segn ellos, deba hacerse en medio de la guerra, para detenerla, denunciarla, reclamar, transformar y construir la paz.
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crueldad humana desde el que los testigos y sobrevivientes recuerdan lo que pas. Tambin destaca el nfasis narrativo puesto en la complicidad de polticos, personajes locales y funcionarios del Estado con la victimizacin de la poblacin civil y del estigma de ser colaboradores de la guerrilla que se les impuso a lderes y comunidades. Se trata de memorias emblemticas desde las que las vctimas explican los orgenes y las causas del conicto armado en su territorio. Del lado de la memoria del sufrimiento, tambin se registra la memoria de la dignidad y de la resistencia. Si bien estas memorias se hicieron presentes en todos los casos, se documentaron de manera sistemtica con los de la Asociacin de Trabajadores Campesinos del Carare,22 en San Carlos y en la Guardia Indgena del Cauca. En las mltiples conversaciones y talleres, emergieron los relatos que destacan los actos heroicos y de vala de hombres y mujeres que intentaron sobrevivir y apoyar a otros, que se enfrentaron en la ms absoluta indefensin a los poderosos para defenderse, encararlos y reclamarles, para arrebatarles de las manos a sus hijos y vecinos. Es la memoria de los esfuerzos para enfrentar la guerra y para construir la paz, es la memoria del coraje y la valenta que habla de la solidaridad extraordinaria de la que tambin somos capaces los seres humanos. Desde esta memoria emerge otra connotacin de la palabra vctima: la vctima como protagonista, como agente social que desafa el poder, que reclama y reivindica, y que desde ese lugar no solo sobrevive y se rescata a s misma, sino que transforma y construye una nueva sociedad. El relato de esclarecimiento histrico sobre la guerra que el GMH entrega al pas es tambin un registro de la resistencia y de las mltiples formas en que la poblacin civil afront y resisti las violencias y tom el control de sus vidas. El imperativo de la no repeticin que acompaa la tarea de esclarecimiento histrico tambin implica el compromiso de reconocer la capacidad de accin y respuesta de quienes fueron victimizados.
En suma, la tarea realizada nos ha confrontado con la injusticia, la arbitrariedad, el dolor y la valenta. Detrs de relatos macabros tambin emergen historias bellas, profundamente humanas y esperanzadoras, as como verdaderas lecciones de organizacin, persistencia y emprendimiento individual y colectivo. Muchas de ellas se registran en los informes y de manera especial en el texto Memoria en tiempos de guerra, en el cual el GMH document mltiples iniciativas de memorias.23 En medio de las balas o de las treguas, las comunidades, en muchas ocasiones alentadas y acompaadas por organizaciones defensoras de Derechos Humanos, resguardaron y conservaron objetos, imgenes y textos para asegurar algn mecanismo de rememoracin. Tambin bordaron, cantaron, escribieron, teatralizaron y documentaron sus experiencias para rendir tributo a sus muertos y asegurar que el olvido no hiciera efectivo el designio de destruccin que quisieron imponer los victimarios. Esos gestores y guardianes de la memoria hacen posible la reconstruccin de la historia y con justicia reclaman su protagonismo en la reconstruccin de la historia de este pas. La labor de memoria es enorme y an hay mucho por hacer para continuar la tarea de esclarecimiento y dignicacin que ya muchos como el Centro Nacional de Memoria Histrica24 y varias instituciones acadmicas, organizaciones sociales y sectores de la sociedad colombiana han emprendido.25 Y ser una tarea necesaria mientras las comunidades sigan pidiendo, con razn, que sus casos sean trabajados y tambin nombrados como emblemticos, mientras sigan sintiendo que su tragedia y su resistencia no han sido menores a las de otros y que tambin precisan ser contadas y divulgadas.
23. GMH, Memorias en tiempos de guerra. Repertorio de iniciativas (Bogot: Punto Aparte Editores, 2009). 24. El CNMH realiza actualmente varios proyectos de investigacin orientados a esclarecer modalidades de violencia como la desaparicin forzada, el secuestro, tomas e incursiones guerrilleras y el desplazamiento forzado. Tambin adelanta investigaciones sobre fosas comunes, el genocidio de la Unin Patritica, la victimizacin de periodistas y de miembros de las iglesias. 25. GMH, Recordar y narrar el conicto. Herramientas para la reconstruccin de la memoria histrica (Bogot: CNRR, 2009).
22. GMH, El orden desarmado. La resistencia de la Asociacin de Trabajadores Campesinos del Carere (ATCC) (Bogot: Semana, 2011).
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Tantos aos de guerra demandan muchos esfuerzos y compromisos para hacer de nuestra historia una fuente de aprendizaje, una leccin que nos permita transformar lo que hemos sido y nos comprometa en la tarea de reclamar la verdad, la justicia, la reparacin y las garantas de no repeticin para las vctimas. Solo si la sociedad hace suya las causas de las vctimas y las reclama y las deende, se hace tambin constructora y merecedora del apelativo de sociedad democrtica que le garantiza su derecho a vivir con dignidad. Esclarecer y arrancar del silencio y del olvido las terribles violaciones de derechos humanos acaecidas en nuestro pas es un reto que seguramente comprometer la labor decidida de varias generaciones de colombianos. Estamos en tiempos de memoria, pero la reconstruccin apenas comienza.
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23 campesinos fueron asesinados por las AUC en un recorrido que dur dos das por las veredas del municipio de Yolombo. Das despus los habitantes del municipio, rindieron homenaje a las vctimas organizando un sepelio colectivo. Fotografa: Jess Abad Colorado 1998.
CAPTULO I
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Al 31 de marzo del 2013 el Registro nico de Vctimas RUV1 de la Unidad de Atencin y Reparacin Integral a las Vctimas report que 166.069 civiles fueron vctimas fatales del conicto armado desde 1985 hasta esa fecha.2 Sin embargo, este balance es parcial debido a que el marco legal solo reconoce a las vctimas a partir del 1 de enero de 1985, lo que excluye a 11.238 vctimas documentadas3 en la base de datos del GMH entre 1958 y 1984.4 As mismo, es importante sealar que en el RUV no estn incluidos los combatientes muertos en las acciones blicas. De acuerdo con la investigacin del GMH, entre 1958 y 2012, murieron 40.787 combatientes. Es as como al compendiar estas cifras, es posible armar que el conicto armado colombiano ha provocado aproxima1. El Registro nico de Vctimas fue creado a partir del Artculo 154 de la Ley 1448 del 2011 como un mecanismo para garantizar la atencin y la reparacin efectiva de las vctimas. El RUV rene a las vctimas reconocidas en la Ley 397 de 1997 (desplazamiento forzado), la Ley 418 de 1997 (convivencia y justicia), el Decreto 1290 de 2008 (reparacin individual), la Ley 1448 de 2011 (vctimas y restitucin de tierras) y las sentencias proferidas en el marco de la Ley 975 de 2005 (justicia y paz), adems de que agrega y contrasta datos de fuentes ociales, como el ICBF, la Fiscala General de la Nacin, el Programa Presidencial de Atencin Integral contra Minas Antipersonal, Comisin Nacional de Bsqueda de Personas Desaparecidas, Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, Consejo Superior de la Judicatura, Ministerio de Defensa Nacional, Departamento para la Prosperidad Social, Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, Fondelibertad y Unidad de Proteccin, observando en todos los casos su adecuacin al artculo 3 de la Ley 1448 de 2011. Las bitcoras de conicto armado de las organizaciones de derechos humanos son usadas en el proceso de valoracin de las declaraciones de las vctimas, pero no constituyen fuente para alimentar el RUV. 2. Todas las cifras suministradas por el RUV para el presente informe del GMH estn sujetas a variacin por el proceso de normalizacin y estandarizacin derivado de su implementacin. 3. El GMH complement y actualiz la base de datos de violencia poltica letal construida por el IEPRI a partir de la revisin de siete peridicos nacionales y regionales entre 1958 y el 2012, entre los que se cuenta El Tiempo, El Colombiano, El Pas, Vanguardia Liberal, La Patria, El Heraldo y el semanario Voz Proletaria. Con sta se document el nmero de combatientes muertos en el desarrollo de las acciones blicas propias del conicto armado. 4. Las confesiones de los paramilitares en las versiones libres ante la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscala General de la Nacin contabilizan 25.757 homicidios hasta el 1 de diciembre del 2012, lo que supera las cifras documentadas hasta ese momento. En tales confesiones, el subregistro es evidente, y lo es ms si se tiene en cuenta que muchos homicidios y otros delitos an no han sido confesados por sus autores.
damente 220.000 muertos. De estas muertes el 81,5% corresponde a civiles y el 18,5% a combatientes; es decir que aproximadamente ocho de cada diez muertos han sido civiles, y que, por lo tanto, son ellos personas no combatientes, segn el Derecho Internacional Humanitario los ms afectados por la violencia.
Figura 1. Evolucin de cifras de civiles y combatientes muertos en el conicto armado en Colombia, 1958-2012. Fuente: RUV, actualizacin del 31 de marzo del 2013/ GMH.
Las cifras muestran que es preciso revisar el peso real de la violencia del conicto armado, sobre todo cuando esta se pone en relacin con otros tipos de violencia que afectan a la sociedad colombiana. Los datos expuestos permiten rebatir la aseveracin de que solo uno de cada diez homicidios es producto del conicto armado,5 pues en realidad este ha generado una de cada tres muertes violentas. Igualmente, es posible refutar la armacin de que hay simetra entre el nmero de muertos civiles y de muertos combatientes.6 Por el contrario, la poblacin civil ha resultado ms afectada: por cada combatiente cado han muerto cuatro civiles.
5. Comisin de estudios sobre la violencia, Colombia: violencia y democracia, coord. Gonzalo Snchez (Bogot: La Carreta Editores, 2009), 24 6. Francisco Gutirrez, Tendencias del homicidio poltico en Colombia: una discusin preliminar, en Nuestra guerra sin nombre. Transformaciones del conicto en Colombia, coord. Francisco Gutirrez (Bogot: Norma, 2007), 487
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia Estas dimensiones del conicto armado ponen de maniesto la brecha entre lo conocido y lo ocurrido. Estudios de notable esfuerzo estiman que tres de cada cuatro homicidios han quedado por fuera de las estadsticas. As lo arman investigaciones realizadas por varias ONG de Derechos Humanos e institutos de investigacin, entre ellos el Centro de Recursos para el Anlisis de Conictos CERAC, el Centro de Investigacin y Educacin Popular CINEP y el Instituto de Estudios Polticos y Relaciones Internacionales IEPRI, junto con otros observatorios e instituciones acadmicas regionales. Ciertamente, el enorme subregistro reeja las limitaciones tcnicas y logsticas de las entidades estatales, pero tambin la ecacia de las estrategias de invisibilizacin y ocultamiento de delitos que han desplegado los actores armados.7 En efecto, el contexto de violencia generalizada en el que discurre el conicto es aprovechado por los actores armados legales e ilegales para invisibilizar sus acciones y confundirlas con hechos violentos perpetrados por otros. Los victimarios recurren a acciones sicariales y a prcticas de violencia como las desapariciones forzadas y los asesinatos selectivos. De esta manera buscan dicultar el esclarecimiento del crimen y difuminar su resonancia entre las mltiples modalidades y tipos de violencia. La dicultad para diferenciar a los actores armados se complementa con la imposicin del silencio a las vctimas y a los testigos, con el propsito de impedir la denuncia y obstaculizar la investigacin judicial. Todo esto ha redundado en el protagonismo de los mismos actores armados, quie7. Esta cifra podra ser mucho mayor si se tiene en cuenta el resultado de la comparacin de una muestra de los casos de homicidio documentados por el GMH con el RUV. El GMH realiz un muestreo aleatorio simple con un 98% de conabilidad y 2% de error. De este anlisis result una muestra de 460 vctimas directas, de las cuales solo 63 aparecieron en el RUV. Esto signica que nicamente el 13,7% de los casos de la muestra aparece en el RUV, lo que revela un subregistro que, proyectado a la totalidad de casos documentados por el GMH entre 1985 y 2012 (36.674 civiles muertos), evidencia un total de, por lo menos, 31.500 casos que deberan ser vericados y validados para su inclusin en el RUV. Este subregistro olvida a aquellas vctimas que se han marginado de la poltica institucional de atencin y reparacin, ya sea por miedo o por disensos tico-polticos, y tambin a quienes no han tenido familiares sobrevivientes que pudieran hacer la reclamacin. No por ello debe desconocerse su condicin de vctimas.
nes niegan su responsabilidad en los crmenes perpetrados y desvan la atencin de la opinin pblica. Por otra parte, la letalidad de la violencia del conicto armado no ha sido homognea ni constante. De una tendencia decreciente entre 1958 y 1964, marcada por la transicin de la violencia bipartidista a la subversiva, se pas a una violencia baja y estable entre 1965 y 1981. Esta violencia estuvo marcada por la irrupcin de las guerrillas y su confrontacin con el Estado. Posteriormente, entre 1982 y 1995, continu una tendencia creciente marcada por la expansin de las guerrillas, la irrupcin de los grupos paramilitares, la propagacin del narcotrco, las reformas democrticas y la crisis del Estado. Seguidamente se dio una tendencia explosiva entre 1996 y 2002, en la que el conicto armado alcanz su nivel ms crtico como consecuencia del fortalecimiento militar de las guerrillas, la expansin nacional de los grupos paramilitares, la crisis del Estado, la crisis econmica, la reconguracin del narcotrco y su reacomodamiento dentro de las coordenadas del conicto armado. Esta tendencia fue sucedida por una etapa decreciente que va desde el ao 2003 hasta hoy, y ha estado marcada por la recuperacin de la iniciativa militar del Estado, el repliegue de la guerrilla y la desmovilizacin parcial de los grupos paramilitares. Este periodo, sin embargo, plantea nuevas amenazas por el reacomodamiento militar de las guerrillas, el rearme paramilitar y el desgaste de la prolongacin de la ofensiva militar del Estado, que no ha podido dar n al conicto. Por otra parte, la violencia del conicto armado tiene una dimensin no letal que acarrea consecuencias igualmente graves. Al 31 de marzo del 2013, el RUV report 25.007 desaparecidos, 1.754 vctimas de violencia sexual, 6.421 nios, nias y adolescentes reclutados por grupos armados, y 4.744.046 personas desplazadas. El trabajo de Cifras & Conceptos para el GMH reporta 27.023 secuestros asociados con el conicto armado entre 1970 y 2010, mientras que el Programa Presidencial de Atencin Integral contra Minas Antipersonal (PAICMA) reporta 10.189 vctimas de minas antipersonal entre 1982 y 2012.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica La magnitud de la violencia no letal se hace evidente al presentar sus cifras en otros contextos. Por ejemplo, el nmero de personas secuestradas en Colombia equivale a la poblacin completa de municipios como San Pablo en el sur del departamento de Bolvar, como San Juan Nepomuceno en la subregin de los Montes de Mara, o como El Carmen de Viboral en el oriente antioqueo. Si, por otra parte, la poblacin desplazada fuese concentrada en un asentamiento urbano, este se convertira en la segunda ciudad ms poblada del pas despus de Bogot. Para entender la dimensin del desplazamiento forzado bastara con imaginar el xodo de todos los habitantes de capitales como Medelln y Cali. Si se tiene en cuenta que el registro ocial apenas comienza en 1997,8 el nmero de personas desplazadas resultara an mayor, ya que el desplazamiento es una modalidad de violencia que tiene una historia antigua y compleja en el conicto colombiano. De hecho, las proyecciones de la Consultora para los Derechos Humanos y el Desplazamiento Codhes, para el periodo 1985-1995 estiman que 819.510 personas fueron desplazadas como consecuencia del conicto armado. Esto sugiere que la cifra de desplazados podra acercarse a las 5.700.000 personas, lo que equivaldra a un 15% del total de la poblacin colombiana. El reloj de la violencia no letal registra, segn datos acumulados, que entre 1985 y 2012 cada hora fueron desplazadas 26 personas en el pas como consecuencia del conicto armado, mientras que cada doce horas fue secuestrada una persona. El periodo 1996-2005 fue ms crtico: una persona fue secuestrada cada ocho horas, y un civil o un militar cayeron cada da en una mina antipersonal. Estos datos convierten a Colombia en el segundo pas, despus de Afganistn, con mayor nmero de vctimas de minas antipersonal, y el primero a nivel mundial con la mayor cantidad de desplazados internos. Cmo se lleg a ese grado de letalidad en la violencia del conicto armado? Cules fueron las prcticas de violencia que provocaron esta
8. En 1997 se aprob la Ley 387, mediante la cual se adoptan medidas para la prevencin del desplazamiento forzado: atencin, proteccin, consolidacin y estabilizacin socioeconmica de los desplazados internos por la violencia en Colombia.
degradacin humanitaria? Cundo, dnde y cmo los actores armados perpetraron tales prcticas de violencia? Cules han sido las caractersticas de las modalidades de violencia desencadenadas a lo largo del conicto armado? Cul es el tipo de violencia que diferencia al conicto armado colombiano de otros? Con qu objetivos fueron desplegados los hechos violentos y las estrategias de los actores armados?
1.2. El ataque a la poblacin civil y las lgicas del conicto armado en Colombia
Todos los actores armados han incorporado el ataque a la poblacin civil como estrategia de guerra. Sin embargo, las modalidades de violencia empleadas y la intensidad de su accionar dieren segn las evaluaciones que cada actor hace del territorio, del momento de la guerra y de las estrategias que despliega, dentro de las cuales se implica a la poblacin civil. Los actores armados no han escatimado en el uso de la violencia. La reconstruccin de la memoria histrica de los casos emblemticos estudiados por el GMH muestra que guerrillas,9 paramilitares10 y miembros
9. Las guerrillas no han sido un actor homogneo en el conicto armado colombiano. Por el contrario, ha emergido una pluralidad de organizaciones armadas que luchan contra el Estado y que reivindican paradigmas ideolgicos diferentes. Muchas veces han colisionado entre s mediante intensas disputas violentas y solo coyunturalmente han concurrido en la unidad. Desde los aos sesenta hasta hoy perviven las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC y Ejrcito de Liberacin Nacional ELN. Por el contrario, las guerrillas del Ejrcito Popular de Liberacin EPL y el Movimiento 19 de Abril M-19 se desmovilizaron entre 1989 y 1990. Tambin irrumpieron en los aos ochenta las guerrillas del Partido Revolucionario de los Trabajadores PRT y el Movimiento Indgena Quintn Lame Quintn Lame, una y otra desmovilizadas tambin en 1991. Otras guerrillas han emergido como disidencias de las FARC, el ELN, el EPL y el M-19, algunas en medio del conicto armado, y otras luego de la desmovilizacin de las guerrillas. En el primer caso se inscriben la Corriente de Renovacin Socialista y el ERG Ejrcito Revolucionario Guevarista como disidencias del ELN, as como el Frente Ricardo Franco, disidencia de las FARC. En el segundo caso aparecen la disidencia del EPL, que no se acogi a los acuerdos de paz de 1991, as como el Movimiento Jaime Bateman Cayn que se constituy como disidencia del M-19 luego de su desmovilizacin en 1990. 10. Los grupos paramilitares han sido histricamente grupos armados regionales muy diversos y con gran autonoma. Solo hasta mediados de los aos noventa apostaron por
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia de la Fuerza Pblica11 recompusieron y ajustaron sus prcticas de violencia de acuerdo con los cambios en las lgicas de la guerra y en los objetivos que cada uno de estos grupos persegua. Algunas prcticas fueron usadas ms recurrentemente por unos que por otros y se volvieron distintivas de su accionar. As, los paramilitares estructuraron e implementaron un repertorio de violencia basado en los asesinatos selectivos, las masacres, las desapariciones forzadas, las torturas y la sevicia, las amenazas, los desplazamientos forzados masivos, los bloqueos econmicos y la violencia sexual. Las guerrillas recurrieron a los secuestros, los asesinatos selectivos, los ataques contra bienes civiles, el pillaje, los atentados terroristas, las amenazas, el reclutamiento ilcito y el desplazamiento forzado selectivo. Adems afectaron a la poblacin civil como efecto colateral de los ataques a los centros urbanos, y de la siembra masiva e indiscriminada de minas antipersonal. La violencia de los miembros de la Fuerza Pblica se centr en las detenciones arbitrarias, las torturas, los asesinatos selectivos y las desapariciones forzadas, as como en los daos colaterales producto de los bombardeos, y del uso desmedido y desproporcionado de la fuerza. La violencia contra la integridad fsica es el rasgo distintivo de la violencia paramilitar, mientras que la violencia contra la libertad y los bienes dene la violencia guerrillera. En otras palabras, los paramilitares asesinan ms que las guerrillas, mientras que los guerrilleros secuestran ms y causan mucha ms destruccin que los paramilitares.
un intento de coordinacin nacional con la creacin de una organizacin federada denominada como Autodefensas Unidas de Colombia AUC . 11. La Fuerza Pblica incluye a las Fuerzas Militares y la Polica Nacional. Entre las primeras se cuentan el Ejrcito Nacional, la Fuerza Area Colombiana y la Armada Nacional.
Durante la operacin Orin realizada por el Ejrcito y la Polica en la comuna 13 de Medelln, los ms jvenes eran interrogados y lmados. Fotografa: Jess Abad Colorado, octubre de 2002.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica De las 1.982 masacres12 documentadas por el GMH entre 1980 y 2012,13 los grupos paramilitares perpetraron 1.166, es decir el 58,9% de ellas. Las guerrillas fueron responsables de 343 y la Fuerza Pblica de 158, lo que equivale al 17,3% y 7,9% respectivamente. Por otra parte, 295 masacres, equivalentes al 14,8% del total, fueron cometidas por grupos armados cuya identidad no se pudo esclarecer.14 Las veinte masacres restantes corresponden a acciones conjuntas de grupos paramilitares y miembros de la Fuerza Pblica, o a acciones de otros grupos armados (agente extranjero15 o milicias populares). Esto signica que, aproximadamente, por cada masacre que perpetraron los grupos guerrilleros, los paramilitares efectuaron tres.
12. El GMH dene la masacre como el homicidio intencional de cuatro o ms personas en estado de indefensin y en iguales circunstancias de modo, tiempo y lugar, y que se distingue por la exposicin pblica de la violencia. Es perpetrada en presencia de otros o se visibiliza ante otros como espectculo de horror. Es producto del encuentro brutal entre el poder absoluto del victimario y la impotencia total de la vctima. 13. Base de datos Masacres del conicto armado en Colombia (1980-2010), procesada por el GMH a partir de la integracin y contrastacin de diez fuentes de informacin, entre ellas: Boletn Informativo Justicia y Paz, revista Noche y Niebla, Colombia Nunca Ms, versiones libres ante la Unidad de Justicia y Paz, Enterrar y callar. Las masacres en Colombia 1980-1993, la Comisin Interamericana de Derechos Humanos, la Defensora del Pueblo-SAT, el Comit Permanente para la Defensa de los Derechos Humanos, los casos emblemticos documentados por el GMH y los informes regionales, como el del Comit de Derechos Humanos del Meta, Ceder es ms terrible que la muerte, 1985-1996: Una dcada de violencia en el Meta (Bogot: Sobrevivientes del Comit Cvico por los Derechos Humanos del Meta/ Abogados Demcratas/ ASCODAS/ Justicia y Paz/ Ilsa, 1997) y el investigado por Javier Giraldo, Fusil o toga. Toga y fusil. El Estado contra la comunidad de paz de San Jos de Apartad (Bogot: CINEP, 2010). 14. Se trata de casos en los que se presume que los hechos fueron perpetrados por los actores del conicto armado, debido a indicios como el uso de prendas privativas de las Fuerzas Militares, el porte de armas largas o la imputacin directa de la fuente que acusa la intervencin de un grupo armado. 15. Agente extranjero hace referencia a militares de pases vecinos que realizan operaciones contrainsurgentes en territorio colombiano, en particular los Ejrcitos de Venezuela y Ecuador.
Figura 2. Distribucin del nmero de masacres del conicto armado por grupo armado, 1980-2012. Fuente: GMH, base de datos de masacre del conicto armado en Colombia (1980-2012).
En los asesinatos selectivos documentados16 la tendencia es igual. Entre 1981 y 2012, 16.346 acciones de asesinato selectivo que produjeron 23.161 vctimas. De este total, 8.903 personas fueron asesinadas selectivamente por grupos paramilitares, lo que corresponde al 38,4%; 6.406, es decir el 27,7% de las vctimas fueron asesinadas por grupos armados no identicados;17 3.899 o el 16,8% fueron vctimas de las guerrillas; 2.339, correspondientes al 10,1% del total de
16. El GMH dene un asesinato selectivo como el homicidio intencional de tres o menos personas en estado de indefensin y en iguales circunstancias de tiempo, modo y lugar. 17. Grupo armado no identicado se reere a los casos en que la fuente seala que el hecho fue perpetrado por grupos armados o aporta indicios de su participacin (vestimenta de prendas de uso privativo de las Fuerzas Militares o armas largas), sin que se precise si fueron grupos paramilitares o guerrillas o miembros de la Fuerza Pblica.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia asesinatos selectivos, los causaron miembros de la Fuerza Pblica; 1.511, es decir el 6,5% de las vctimas fueron asesinados por desconocidos,18 83 asesinatos, o el 0,4% del total, fueron el resultado de acciones conjuntas de grupos paramilitares y miembros de la Fuerza Pblica; y nalmente 13 asesinatos fueron perpetrados por otros grupos. De los 27.023 secuestros reportados entre 1970 y 2010,19 las guerrillas son autoras de 24.482, lo que equivale al 90,6%. Los paramilitares han realizado 2.541 secuestros, correspondientes al 9,4%. Lo anterior signica que de cada diez secuestros, aproximadamente, las guerrillas son responsables de nueve y los grupos paramilitares de uno. Con respecto a las desapariciones forzadas existe una notoria precariedad de informacin sobre los perpetradores. Sin embargo, de acuerdo con las denuncias de las organizaciones de Derechos Humanos y de familiares de desaparecidos,20 la presunta autora de estas acciones estara concentrada en la Fuerza Pblica y en los paramilitares. De los 5.016 casos documentados por las organizaciones mencionadas, se logr establecer al presunto autor en solo 689 casos. De este total, 290 fueron desaparecidos por miembros de la Fuerza Pblica, lo que corresponde al 42,1%; 246, lo fueron por grupos paramilitares, lo que equivale al 41,8%; 137 desapariciones, es decir el 19,9%, fueron atribuidas a otros grupos armados; y nalmente 16 o el 2,3% del total fue atribuido a las guerrillas. En los 5.137 casos de daos contra bienes civiles documentados21 por el GMH entre 1988 y 2012 las guerrillas fueron responsables de 4.322, lo que corresponde al 84,1%. Los grupos armados no identicados lo fueron de 308, o del 5,9 %; los grupos paramilitares de 270, es decir del 5,2%; los miembros de la Fuerza Pblica fueron responsables por 182 casos de daos a bienes civiles, equivalentes al 3,5%; las acciones conjuntas de dos o ms actores del conicto armado ocasionaron 49 casos, correspondientes al 1%; y otros grupos armados produjeron seis casos de daos a bienes civiles.
18. Por desconocidos se hace referencia a aquellos casos en los que no hay indicios del perpetrador, bien porque los asesinatos fueron realizados por sicarios, o bien porque las vctimas aparecieron muertas en parajes solitarios. Esta categora incluye a dos tipos de vctimas segn su perl. Por factores de vulnerabilidad tales como su participacin social y poltica, incluye militantes polticos, sindicalistas, autoridades locales y lderes comunitarios. Por su pertenencia a grupos sociales vulnerados incluye a reinsertados, poblacin LGTBI y marginados sociales. 19. Datos de Cifras & Conceptos para el GMH, segn base de datos sobre secuestro, que integra y contrasta siete fuentes de informacin desde 2008. 20. ASFADDES, CINEP, Comisin Intereclesial Justicia y Paz, Colombia Nunca Ms y cooperacin Estados Unidos-Unin Europea.
21. El dao a bienes civiles se reere a los ataques a propiedades, quema de viviendas, destruccin de infraestructura y robo de ganado, as como a las acciones de sabotaje contra la infraestructura elctrica, energtica y vial, y los ataques contra instituciones privadas. Tambin se cuentan las viviendas y bienes que resultan averiados en los ataques a poblaciones por el uso de cilindros bomba, la quema de vehculos en los retenes ilegales y los bienes afectados por los atentados terroristas. Por su parte, los paramilitares se centraron en la restriccin y destruccin de bienes durante los bloqueos econmicos, as como en su destruccin y pillaje en las masacres de tierra arrasada. 22. Eric Lair, Reexiones acerca del terror en escenarios de guerra interna, Revista de Estudios Sociales 15 (2003): 93. 23. Vase: Peter Waldmann, Guerra civil: Aproximacin a un concepto difcil de formular, en Sociedades en guerra civil. Conictos violentos de Europa y Amrica Latina, comp. Peter Waldmann y Fernando Reinares, (Barcelona: Paids, 1999), 32. Lair; op. cit, 93 Reexiones - 100; Stathis Kalyvas, La violencia en medio de la guerra civil. Esbozo de una teora, Anlisis Poltico 42 (2001): 9.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Segn el discurso de los actores armados, la violencia contra la poblacin civil es siempre justicada. Esto se debe a que, para ellos, la poblacin es sealada como una prolongacin del enemigo (la llaman, entre otros, bases sociales, auxiliadores, colaboradores, traidores, representantes o funcionarios) o, incluso porque su victimizacin hace parte de los costos de la guerra o de los daos colaterales. Sin embargo, el ataque a la poblacin civil diere en su sistematicidad, sus dimensiones y en las modalidades de violencia empleadas por cada uno de los actores. Por ejemplo, que los paramilitares consideren a comunidades enteras como guerrilleros vestidos de civil se traduce en estigmatizacin, y a su vez, en una violencia ms extendida y letal. El GMH ha observado que la violencia contra la poblacin civil, antes que un dao colateral, ha sido un recurso empleado de manera premeditada por los actores armados. Cuando la poblacin civil es contemplada como un apoyo determinante en el resultado nal del conicto, los actores armados usan la violencia para lograr la subordinacin. Pero cuando la poblacin civil es vista como una prolongacin del enemigo, el objetivo de la violencia es el exterminio y la desestabilizacin. Entre uno y otro caso tambin es posible rastrear violencias asociadas a dinmicas particulares de la guerra, como los ciclos de represalias, el desenfreno y el oportunismo ante los resultados operativos, y la imposicin de las acciones blicas sin importar sus efectos. El GMH tambin ha encontrado que la intensidad y el tipo de violencia varan segn el grado de competencia territorial que exista entre los actores armados y su anclaje social. En este sentido, es posible armar que el uso de una violencia masiva e indiscriminada o de una violencia selectiva recurrente obedece a valoraciones y clculos estratgicos de los actores armados, segn el grado de disputa o hegemona territorial. El periodo de desafo al orden guerrillero por parte de los paramilitares, que comprende desde 1996 hasta el 2002, estuvo marcado por la competencia entre los actores armados, y en consecuencia, por una mayor intensidad de la violencia contra la poblacin civil. En efecto, cuando hay control absoluto por parte de un actor armado, la violencia tiende a disminuir y a ser ms selectiva. En el caso colombiano, los actores
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que carecen de control territorial tienden a recurrir a la violencia como forma de precipitar el cambio de lealtades para lograr imponerse. Este proceso se hace sobre la base de una ausencia de vnculos con la poblacin civil. Por el contrario, el grupo armado que pierde el control del territorio tiende a hacer uso de la violencia en menor grado, con el n de evitar la prdida de apoyo que acarrea atacar a la poblacin civil con la que ha forjado vnculos.24 Segn las condiciones histricas de consolidacin territorial de los actores armados, el GMH ha diferenciado dos tipos bsicos de relacin entre paramilitares o guerrilleros y la poblacin civil. Estas diferencias han incidido en las magnitudes y caractersticas de la violencia ejercida sobre los civiles. De acuerdo con lo que se ha explicado respecto al asentamiento de la guerrilla y los paramilitares, puede observarse: 1) Un anclaje originario o endgeno. Esta categora describe, para el caso de la guerrilla, su constante presencia entre la poblacin civil desde el momento en que ocup por primera vez un territorio, generalmente perifrico o marginal. Tambin se reere al surgimiento de movimientos guerrilleros en las comunidades como forma de organizacin propia. Ejemplos de esta clasicacin son, por una parte, las zonas de colonizacin armada y las retaguardias estratgicas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC en el suroriente de Colombia,25 y de otra, el proceso de constitucin del movimiento guerrillero Quintn Lame en el suroccidente del pas.26 En este tipo de anclaje la guerrilla asume funciones de regulacin, por lo cual los niveles de violencia tienden a ser bajos, y los armados consiguen insertarse en el ordenamiento social emergente. No obstante, pese a la consolidacin del dominio de los grupos ilegales, la poblacin civil de estos territorios ha sido victimizada, especialmente en la se24. Andrs Fernando Surez, Identidades polticas y exterminio recproco. Guerra y masacres en Urab, 1991-2001 (Bogot: La Carreta, 2006), 35-40. 25. Especialmente los departamentos de Meta, Guaviare, Caquet y Putumayo. 26. En el departamento del Cauca.
Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia gunda mitad de la dcada de 1990, cuando las FARC se fortalecieron militarmente. Durante ese periodo la insurgencia declar como objetivo militar a cualquier tipo de representacin poltica y militar del Estado. Los candidatos a cargos de eleccin popular en municipios y departamentos y representantes de las autoridades civiles fueron amenazados y perseguidos. De igual manera, los cascos urbanos, particularmente las sedes de las alcaldas y los puestos de Polica, fueron atacados con armas no convencionales, como cilindros de gas o carros bomba, que causaron la muerte de numerosos civiles y la destruccin de infraestructura. Tras ataques como estos, la Fuerza Pblica se ausent de muchos territorios, situacin que fue aprovechada por los ejrcitos irregulares de la guerrilla y los paramilitares para hacer ms vulnerable a la poblacin civil. El paramilitarismo enfrent grandes desafos en zonas de anclaje originario de la guerrilla, muchas de ellas en regiones montaosas y selvticas. Para acceder a estos lugares debi hacer uso de incursiones temporales o expedicionarias, dada la imposibilidad de mantener un control duradero. Esas incursiones utilizaron la modalidad de tierra arrasada27 o exterminio, en especial cuando los territorios de anclaje eran vecinos de cabeceras municipales o de localidades dominadas por los paramilitares. En tales expediciones, estos grupos procuraron salvaguardar sus intereses territoriales e intimidar y desmoralizar a los insurgentes. Estos ataques furtivos y devastadores operaron como estrategia de control territorial, pues generaron desplazamientos masivos en las zonas de retaguardia guerrillera, lo que, en consecuencia, dej a los insurgentes dbiles y aislados. Cuando estuvo enmarcada en una estrategia regional de control del territorio, esta modalidad de exterminio fue complementada con una estrategia poltica de incidencia nacional. En ella, las grandes masacres contra la poblacin civil se presentaron ante la opinin pblica como golpes destinados a combatir y desmoralizar la guerrilla. As dieron a conocer, por ejemplo: las masacres de los Montes de Mara cometidas entre los aos 2000 y
27. La estrategia de tierra arrasada consiste en el ejercicio de la violencia que no solo aniquila a las personas sino que destruye el entorno material y simblico de las vctimas. De esta manera, el territorio se vuelve inhabitable por la propagacin de las huellas de terror, lo que fuerza el xodo de la poblacin.
2001; la masacre de El Salado en febrero de 2000 que dej 60 vctimas; la de Chengue el 17 de enero del 2001 con 35 vctimas; la masacre de Macayepos el 16 de octubre del 2000 con 17 vctimas; y la de Las Brisas el 11 de marzo del 2000 con 12 vctimas. A este tipo de violencia, los paramilitares sumaron acciones en el mbito nacional, como los asesinatos de defensores de Derechos Humanos, periodistas y dirigentes polticos, con lo cual retaron al Estado central por su posicin frente al proceso de paz con las FARC, como se explicar en el captulo 2 de este libro. El GMH pudo rastrear que este tipo particular de ataques fue utilizado por los paramilitares, no con nes de control territorial, sino para establecer alianzas episdicas con otros actores polticos y militares. Estas alianzas les permitieron eliminar adversarios polticos y castigar poblaciones por sus preferencias electorales. Resulta ilustrativa de esta lgica de accin armada la masacre de Segovia ocurrida el 11 de noviembre de 1988 que dej 46 vctimas. La modalidad de tierra arrasada practicada por los paramilitares origin desplazamientos masivos, al tiempo que diversas respuestas por parte de la poblacin civil. En algunos casos, la violencia paramilitar reforz el vnculo de los civiles con la guerrilla, mientras que en otros lo debilit. Muchas vctimas de las masacres paramilitares en retaguardias de la guerrilla cuestionaron a las FARC porque, pese a haber tenido el aparato militar para evitar la incursin, no la impidieron ni la interrumpieron. Igualmente reclamaron que la guerrilla los hubiera expuesto a una estigmatizacin que acab por convertirlos en objetivo de los paramilitares. As lo indicaron las vctimas sobrevivientes de la masacre de El Salado en su relato para el GMH: Yo hablaba con una seora que vive por la parte de arriba [] y yo le deca: Oye, usted no ve esta gente [la guerrilla] cmo se est yendo, aqu nos va a suceder algo, aqu nosotros vamos ser los que vamos a pagar todo lo que ellos han hecho, porque algo va a venir para la comunidad, aqu el que se quede es vctima,
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica lo matan, porque esa gente [los paramilitares] va a venir, esos que dicen que estn llegando al Carmen de Bolvar y por toda la regin [] y ya hoy nos dejan [la guerrilla] a merced de otro grupo [], y eso fue lo que sucedi.28 La respuesta de la guerrilla ante la estrategia de avance paramilitar consisti en extender y generalizar los campos minados, con el n de impedir o retrasar las operaciones de la Fuerza Pblica o los repoblamientos paramilitares. Esta tctica le ocasion graves daos a la poblacin civil. 2) Un anclaje inestable. Esta forma de anclaje se puede observar en dos tipos de zonas: en zonas de integracin econmica y poltica o en zonas en las cuales hay bonanza econmica. El primer caso incluye territorios de latifundio ganadero o agricultura comercial, como ocurre en el sur del Cesar, Crdoba, Antioquia, Valle del Cauca, y el Eje Cafetero. El segundo caso se reere al control de zonas con bonanzas como la cocalera, la bananera, la petrolera o la minera, por ejemplo Arauca, Putumayo y el Urab antioqueo. En el primer caso, el intento de las guerrillas de imponer un nuevo orden en regiones con una historia comn y una dinmica social propia ha distorsionado las relaciones sociales preexistentes entre los miembros de la comunidad. Esta situacin genera la resistencia y oposicin de algunos sectores que terminan por ser sometidos a travs de la violencia selectiva. El patrn de ataque de las FARC ha estado dirigido hacia las lites regionales y locales, y se materializa en prcticas de violencia como los secuestros, las extorsiones, los asaltos a las propiedades y el pillaje. La estrategia guerrillera se enfoca en la desmoralizacin de los terratenientes, los nqueros y los empresarios mediante la afectacin de sus bienes, que son tenidos como smbolos de poder y estatus del orden que los armados intentan subvertir. Las zonas de bonanzas, por otra parte, usualmente son territorios perifricos dbilmente integrados a las dinmicas econmicas y polticas
28. Testimonio de vctima sobreviviente de la masacre de El Salado. GMH, La masacre de El Salado: esa guerra no era nuestra (Bogot: Taurus/ Semana, 2009), 135.
nacionales. La explotacin de nuevas fuentes de riqueza genera un crecimiento demogrco desbordado y desordenado, y propicia las condiciones para una alta poblacin otante. En estas zonas la movilidad social da paso a la emergencia de nuevos poderes polticos y econmicos, muchas veces criminales y fugaces. En tales comunidades, las coaliciones con los actores armados son cambiantes y las lealtades maleables, puesto que obedecen a intereses circunstanciales ms que a una identicacin poltica. En estos territorios la disputa entre los actores armados ha cobrado una particular virulencia, no solo por la captura de rentas para nanciar el conicto (armamento, pie de fuerza, logstica, etc.), sino porque las reputaciones de violencia29 se han convertido en el resorte para controlar el territorio y la poblacin. En ambos tipos de zona se suelen producir tensiones entre la guerrilla y la poblacin civil. Esta friccin fue aprovechada por los paramilitares para desaar social y militarmente a la guerrilla. La incursin de los paramilitares en estos territorios se caracteriz por una violencia masiva e indiscriminada que pretenda difundir un mensaje segn el cual nadie estaba a salvo. Esta modalidad de violencia se fundament en el terror, y busc profundizar las divisiones internas, exacerbar las delaciones, precipitar deserciones en las las insurgentes y demostrar a las comunidades que la guerrilla era incapaz de protegerlas. En el plano social, el paramilitarismo se present como alternativa de proteccin a quienes estaban inconformes con la presencia y el accionar de la guerrilla. Los paramilitares se publicitaron a s mismos como los restauradores del orden, y presionaron a los civiles a tomar su partido. Sin embargo, lo que comenzaba siendo una oferta era susceptible de convertirse en amenaza si la poblacin civil se mostraba reticente.
29. Una reputacin de violencia es la imagen que un grupo armado construye deliberadamente de s mismo, a partir de las acciones de violencia que desencadena para reforzar la credibilidad de sus amenazas y apuntalar su dominio con base en la intimidacin que proyecta desde su propia capacidad de dao. Tener esa reputacin de violencia reduce paulatinamente la frecuencia e intensidad de las acciones violentas, pues la sola amenaza es suciente para generar los efectos buscados entre los afectados.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia El siguiente testimonio de un paramilitar da cuenta de esta situacin: El Urab es una zona que lleva muchos aos bajo el yugo de la guerrilla. La poblacin estaba cansada y la Fuerza Pblica estaba maniatada, entonces, cuando llegamos nosotros como ofreciendo una solucin y demostrndole a la comunidad y a la Fuerza Pblica que ramos capaces de derrotar a la guerrilla militarmente, entonces contamos con el apoyo de la Fuerza Pblica y de las mismas comunidades, contbamos con el apoyo de la gente, por eso el Urab fue liberado.30 Por su parte, los guerrilleros respondieron a la ofensiva paramilitar con una violencia que pretenda aleccionar a quienes haban permitido o colaborado con la incursin paramilitar. En contraste con la violencia de los paramilitares, la de los guerrilleros se efectu selectivamente contra la propia poblacin del territorio, lo que acarre altsimos costos polticos. Este tipo de accionar de la guerrilla se registr, por citar un ejemplo, en San Carlos, Antioquia. En el informe elaborado por el GMH se reere: Casi dos meses despus, el 16 de enero del 2003, ocurri una nueva masacre en Dos Quebradas, Dinamarca y La Tupiada, en la que, en total, fueron asesinadas 18 personas. La guerrilla de las FARC reconoci su autora das despus y expuso su explicacin: segn ellos, fue realizada en retaliacin por la masacre cometida un par de meses atrs por los paramilitares en El Choc. [] En el ingreso que un grupo de hombres del IX Frente de las FARC hicieron al casero, asesinaron a 11 personas que se encontraban reunidas en una casa, entre ellas siete menores de edad y una mujer embarazada. [] Despus se dirigieron hacia La Tupiada y Dinamarca, donde asesinaron a siete personas ms: tres en Dinamarca (dos jvenes y una mujer) y cuatro en La Tupiada (dos hombres, una mujer y su hija de nueve meses); algunos de ellos fueron degollados. Los guerrilleros llegaron a Dos Quebradas preguntando qu casas tenan telfono, hacia
30. Entrevista a Ever Veloza, alias HH. GMH, Informe de Justicia y Paz Verdad judicial o verdad histrica? (Bogot: Taurus/ Semana, 2012), 170.
all se dirigieron y mataron a algunos de sus ocupantes, tras acusarlos de ser informantes de los paramilitares. Luego se trasladaron hacia una casa donde estaban reunidos unos jvenes despus de un partido de ftbol, les preguntaron si eran paramilitares. Al contestar que no los invitaron a unirse a la guerrilla. Los muchachos volvieron a decir que no. Entonces los guerrilleros los asesinaron uno a uno. Luego, salieron por uno de los costados del casero y se dirigieron hacia La Tupiada, donde asesina[ro]n a otras cuatro personas.31 Adems del tipo de anclaje del actor armado en un territorio determinado, el GMH observ la ocurrencia de ciclos de represalias que no siguieron objetivos estratgicos sino que se desencadenaron en el fragor de la confrontacin. Pese a su carcter improvisado, estas formas de violencia afectaron objetivos de largo plazo. Dicho de otro modo, los miembros de grupos armados se vengaron de las acciones del enemigo que ocasionaron bajas entre sus las. Estas venganzas, por lo general sanguinarias y crueles, estuvieron tambin dirigidas contra la poblacin civil, considerada por el grupo atacante como el eslabn ms dbil y vulnerable del enemigo. En esta modalidad de violencia se inscriben los casos de miembros de la Fuerza Pblica que respondieron a los ataques militares de la guerrilla con masacres o asesinatos selectivos. Tambin se incluyen aqu las respuestas de grupos paramilitares a los secuestros de la guerrilla con masacres de civiles. Un ejemplo de este tipo de violencia fue la desaparicin forzada de 42 campesinos en el corregimiento Pueblo Bello en Turbo, Antioquia. Un grupo de paramilitares al mando de Fidel Castao fue responsable de esta accin tras el secuestro que hizo el Ejrcito Popular de Liberacin EPL del administrador de una de sus ncas. La gente contaba que las desapariciones haban ocurrido porque la guerrilla se haba robado un ganado de Fidel Castao y l haba dicho que esas 42 cabezas de ganado iban a valer 42 personas.32
31. GMH, San Carlos: memorias del xodo en la guerra (Bogot: Taurus/ Semana, 2011), 125-126. 32. Testimonio de Euclides Manuel Calle lvarez. Sentencia de 31 de enero, 2006, Caso de la masacre de Pueblo Bello vs. Colombia, CIDH, consultado el 16 de mayo del 2013, http://www.corteidh.or.cr/docs/casos/articulos/seriec_140_esp.pdf.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica La misma lgica de venganza se registr en la masacre paramilitar perpetrada en el corregimiento Nueva Venecia en Sitionuevo, Magdalena, el 22 de noviembre del 2000. All, 37 pescadores fueron asesinados por los paramilitares en retaliacin por el secuestro de nueve personas en la Cinaga del Torno perpetrado por la guerrilla del ELN en Barranquilla el 6 de junio de 1999. Ocurri algo similar en la masacre que perpetraron militares y paramilitares en el corregimiento San Jos de Apartad el 21 de febrero del 2005.33 En esa ocasin, cuatro adultos y cuatro menores de edad fueron asesinados en represalia por el ataque de las FARC contra integrantes de la XVII Brigada del Ejrcito Nacional en la vereda El Porroso 10 das antes de la masacre. El saldo de la accin de la guerrilla fue de 17 militares muertos. La masacre se dirigi contra dos lderes histricos de la comunidad de paz de San Jos de Apartad y sus familias, por lo que el hecho se percibi como una persecucin sistemtica en contra de la comunidad de paz que se haba erigido en 1997. Muchas de estas acciones permanecen en la memoria de los actores armados como hitos que reforzaron los imaginarios de guerra. Estos ciclos de retaliacin han servido para compactar internamente las estructuras poltico-militares de los victimarios y para obtener licencias discursivas en la perpetracin de nuevas acciones violentas. La lgica perversa de justicar las propias acciones violentas como respuesta legtima a la violencia del enemigo alimenta los ciclos de represalias y vulnera a la poblacin civil.
33. En febrero de 2010, el Juzgado Primero Penal del Circuito Especializado de Antioquia prori sentencia anticipada, a 20 aos de prisin, en contra del capitn del Ejrcito Guillermo Armando Gordillo Snchez, por los delitos de homicidio en persona protegida, actos de barbarie y concierto para delinquir. Se espera igualmente la sentencia en contra de Rober Daro Muoz Hernndez. El 12 de marzo del 2010 se practic la diligencia de Edinson Galindo Martnez y Francisco Javier Galindo Martnez, miembros de un grupo paramilitar que actu en connivencia con los miembros del Ejrcito Nacional en el mltiple crimen. Vase: Fiscala General de la Nacin, Revista Huellas 71 (Bogot: 2010, agosto): 27.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia Derechos Humanos.35 Las modalidades de violencia documentadas por el GMH estn divididas en dos periodos de acuerdo con la disponibilidad de informacin en cada caso: 1) 1980-2012 para los asesinatos selectivos y las masacres, 2) 1988-2012 para los civiles muertos en acciones blicas, ataques a bienes civiles, ataques a poblaciones y atentados terroristas. Otras modalidades de violencia como el secuestro, la tortura, la desaparicin forzada, el desplazamiento forzado, la violencia sexual, las minas antipersonal y el reclutamiento ilcito son documentadas con distintas fuentes que se hacen explcitas en cada caso particular, y que se ajustan a sus propios periodos de cobertura. 150.000 personas. Esto signica que nueve de cada diez homicidios de civiles en el conicto armado fueron asesinatos selectivos.36 Los asesinatos selectivos son la expresin de una estrategia criminal que busca enmascarar las dimensiones de las acciones de violencia contra la poblacin civil. Esto se debe a que su carcter de accin individual y su patrn de ataque dicultan la identicacin de los perpetradores. La estrategia se complementa con un rgimen de terror diseado para silenciar a las vctimas y garantizar as la impunidad del crimen.37 Teniendo en cuenta que la informacin del RUV sobre quines son los autores de los hechos victimizantes es muy limitada (9,8% de los casos), el registro estadstico del GMH permite establecer tendencias en el empleo de esta modalidad y niveles diferenciados de presunta responsabilidad. En este registro se documentan 23.161 asesinatos selectivos entre 1981 y el 2012. De este total, 8.902 muertes, es decir el 38,4% fueron ocasionadas presuntamente por grupos paramilitares; 6.406 o el 27,7% fueron perpetradas por grupos armados no identicados; 3.906 correspondientes al 16,8% fueron responsabilidad de las guerrillas; 2.340, el 10,1%, las cometieron miembros de la Fuerza Pblica; 1.511, o sea el 6,5%, las ocasionaron desconocidos; 83 muertes, equivalentes al 0,4%, fueron cometidas por grupos paramilitares y la Fuerza Pblica en acciones conjuntas; y 13 ms, o el 0,05%, fueron el resultado de la accin de otros grupos, entre ellos milicias populares y agentes extranjeros. La alta prevalencia de grupos armados no identicados y desconocidos pone de maniesto la ecacia de la estrategia de invisibilizacin utilizada por los actores armados para eludir sus responsabilidades e impedir al aparato judicial concluir las investigaciones desprendidas de cada hecho. La invisibilizacin de los homicidios qued al descubierto, adems, durante las confesiones de los paramilitares, quienes en sus versiones
36. Estas magnitudes se ineren luego de contrastar las cifras de homicidio reportadas por el RUV y las bases de datos del GMH sobre masacres, atentados terroristas, acciones blicas y ataques a bienes civiles, sumada a la relacin del nmero de civiles muertos por minas antipersonal reportada por el PAICMA. 37. GMH, La Rochela. Memorias de un crimen contra la justicia (Bogot: Taurus/Semana, 2010), 18.
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En medio de la disputa territorial entre actores armados ilegales y legales en Urab fueron asesinados decenas de campesinos y obreros bananeros. Fotografa: Jess Abad Colorado septiembre de 1995.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia libres38 ante la Unidad de Justicia y Paz reportaron, al 31 de diciembre del 2012, un total de 25.757 homicidios. En los casos documentados por el GMH, la relacin entre nmero de acciones y nmero de vctimas revela un promedio de 1,4 vctimas por cada hecho, especcamente en la modalidad de asesinato selectivo; es decir, 23.161 vctimas en 16.346 acciones. Los asaltos, el sicariato y la retencin-ejecucin son los patrones de ataque reiterados en la violencia selectiva, pues fueron usados en nueve de cada diez casos en los que se pudo esclarecer la modalidad de perpetracin. En el sicariato y el asalto, el victimario realiza los ataques con grupos pequeos y con mucha rapidez, en espacios pblicos y privados. En la retencin-ejecucin, por su parte, el victimario se lleva a la fuerza a la vctima para asesinarla en la clandestinidad, y luego abandona el cuerpo en la periferia de las ciudades o en las zonas rurales. La efectividad del asesinato selectivo como un tipo de estrategia para invisibilizar la violencia ante las comunidades afectadas se ilustra en el siguiente testimonio, que contrasta y cuestiona cmo se percibe la accin armada en Segovia (Nordeste de Antioquia):
38. La Ley de Justicia y Paz, Ley 975 de 2005, estableci el marco jurdico que regul el proceso de desmovilizacin y reinsercin de los grupos paramilitares Buscaba, entre otros: facilitar los procesos de paz y la reincorporacin individual o colectiva a la vida civil de miembros de grupos armados al margen de la ley; garantizar los derechos de las vctimas a la verdad, a la justicia y a la reparacin integral en la bsqueda de la paz y la reconciliacin nacional, y facilitar los acuerdos humanitarios. En el procedimiento judicial de carcter penal, excepcional y de justicia transicional que establece dicha ley, existe la etapa de versiones libres, en la cual los postulados (desmovilizados) deben confesar de forma completa y veraz todos los delitos en los que hayan participado, todos los que han cometido o todos aquellos de los cuales tengan conocimiento; informar sobre las circunstancias de tiempo, modo y lugar en que ocurrieron los delitos; e indicar todos los bienes de origen lcito e ilcito que tengan, directamente o a travs de testaferros, con el n de que estos bienes sean entregados y sirvan para garantizar la reparacin a las vctimas. Vase: Procuradura General de la Nacin, Conceptos bsicos acerca de la Ley 975 de 2005 (Justicia y Paz) y los derechos de las vctimas (Bogot: Giro Editores, 2007), consultado el 8 de junio del 2013, http://www.procuraduria.gov.co/portal/media/le/ descargas/victimas_2007/conceptosbasicos_ley975.pdf
A la gente de Segovia usted le pregunta: cul fue la masacre ms grande que hubo en Segovia? Y la gente qu va a decirte a vos: La de 1988. Y lgicamente que no fue esa. Yo, a veces, le pregunto a la gente y me dicen que la de 1988. Pero la ms grande fue la de 1997. Porque con asesinatos selectivos diarios durante cuatro o cinco meses, fueron tres, cuatro, cinco muertos diarios. Y usted suma y le dan doscientos y pico de personas asesinadas. Entonces, esa fue la masacre ms grande que hubo en Segovia. Entonces, por qu la gente dice que no? Porque como no se vieron de una los doscientos y pico de muertos, sino que fueron selectivos, la gente dice: Es que la de 1988 s fue masiva, y en un solo da.39 Aunque este tipo de violencia tiende a ser subregistrada o a pasar desapercibida en el plano informativo nacional, con excepcin de los magnicidios, algunas iniciativas de memoria de las vctimas denuncian estas acciones para hacer visibles los dramas individuales y la magnitud de la violencia selectiva. Las vctimas de Trujillo, Valle del Cauca, nombran hoy como masacre no un evento concreto sino la violencia sistemtica perpetrada por una alianza de narcotracantes, paramilitares y miembros de la Fuerza Pblica entre 1986 y 1994. Esta alianza cometi asesinatos selectivos, desapariciones forzadas y otros actos de violencia con sevicia en la clandestinidad. Al usar la etiqueta de masacre, los habitantes de Trujillo se proponen llamar la atencin nacional frente a las reales dimensiones de lo sucedido. Los asesinatos selectivos no solo fueron una estrategia de invisibilizacin, sino que se integraron a los mecanismos de terror de los actores armados, junto con las huellas de la sevicia y la tortura en los cuerpos expuestos pblicamente y con el asesinato de personalidades pblicas. Estas prcticas buscaban lograr un efecto de desestabilizacin poltica y social, tal como ocurri en los magnicidios de los candidatos presidenciales Jaime Pardo Leal, el 11 de octubre 1987; Luis Carlos Galn, el 18
39. El testigo hace referencia a la masacre perpetrada por los paramilitares el 11 de noviembre de 1988 en el municipio de Segovia donde murieron 46 personas. Testimonio indito. GMH.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica de agosto de 1989; Carlos Pizarro, el 26 de abril de 1990; y Bernardo Jaramillo Ossa, el 22 de marzo de 1990, o como sucedi con el asesinato del humorista Jaime Garzn, el 13 agosto de 1999, entre otros. En cuanto a los roles de participacin social y poltica de las vctimas, el GMH pudo documentar el asesinato selectivo de 1.227 lderes comunitarios, 1.495 militantes polticos, 685 sindicalistas40 y 74 defensores de Derechos Humanos. Tambin se cuentan 1.287 asesinatos de funcionarios pblicos y/o autoridades polticas. Entre los militantes polticos asesinados, cinco de cada diez participaban en partidos o movimientos polticos de izquierda. Entre los movimientos y partidos polticos, la Unin Patritica registr 503 vctimas de asesinato selectivo, seguida del Partido Liberal con 329; el Partido Comunista con 158; el Partido Conservador con 151; y Esperanza, Paz y Libertad con 110. Cuando la lucha entre la guerrilla y los paramilitares por el control del territorio se volvi crucial en la dinmica del conicto armado, es decir, durante el periodo comprendido entre 1996 y 2002, los asesinatos selectivos fueron el modo predilecto utilizado por los actores armados para construir sus rdenes autoritarios. Esto fue especialmente cierto en el caso de los paramilitares. La anterior armacin no implica que las guerrillas hubiesen aanzado sus rdenes sociales y polticos sin recurrir a los asesinatos selectivos, solo indica que recurrieron a ellos en menos ocasiones. Esta modalidad de violencia garantiz la prolongacin del terror inaugurado por las grandes masacres. Con ello profundiz sus efectos paralizantes y propag la percepcin de que nadie estaba a salvo. Mencin especial merecen los 2.304 asesinatos selectivos atribuidos presuntamente a miembros de la Fuerza Pblica. La gravedad de estos casos reside en que constituyen violaciones a los derechos de los cuales ellos
40. Diversas fuentes han aportado cifras para constatar la magnitud de la victimizacin de sindicalistas en el pas. El informe sobre violencia contra sindicalistas y trabajadores sindicalizados del periodo 1984-2011 realizado por el PNUD seala que, segn el CINEP, de 1984 a 2009 se han registrado 2.883 homicidios de trabajadores sindicalizados; y segn la Escuela Nacional Sindical, 2.863 de 1986 a marzo de 201. PNUD, Reconocer el pasado. Construir el futuro (Bogot: PNUD, 2011), 115, consultado el 16 de junio de 2013, http://www.pnud.org.co/2012/informe_sindicalismo_resumen_ejecutivo.pdf.
Jaime Garzn, periodista y humorista asesinado por grupos paramilitares el 13 de agosto de 1999. Fotografa: archivo El Espectador
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia son garantes, de acuerdo con la Constitucin Poltica. Entre los casos se cuentan las ejecuciones extrajudiciales que se integraron a la estrategia criminal de presentar como guerrilleros muertos en combate a civiles, quienes fueron engaados o raptados de su lugar de residencia, para luego ser ejecutados en regiones distantes con la intencin de que no fueran reclamados y acabar inhumados como N.N. en los cementerios. Esta derivacin perversa de la Poltica de Seguridad Democrtica se sum a una saga de crmenes que se extendieron a lo largo del conicto armado para encubrir errores militares o enmascarar acciones intencionales guiadas por el afn de retaliacin por un ataque guerrillero o por la conviccin en la ecacia de la mxima contrainsurgente de que solo aislando a la poblacin civil de la guerrilla se puede conseguir derrotarla. Cabe aadir que la intensidad de la violencia no fue homognea en el territorio colombiano. A pesar de que los 23.161 homicidios selectivos cometidos entre 1981 y 2012 se registraron en 950 municipios, el 85% del total de estos actos violentos ocurri en 322 de ellos, lo que supone un alto nivel de afectacin en el 30% del territorio nacional. De estos 322 municipios, 46 registraron ms de 500 muertes violentas de este tipo; es decir, en solo 46 municipios se produjo uno de cada tres homicidios selectivos durante el periodo mencionado.
Crdoba
Bolvar
Santander Choc Antioquia Caldas Risaralda Cundinamarca Quindo Valle del Cauca Cauca Huila Nario Putumayo Caquet Guaviare Tolima Meta Boyac
Arauca
Casanare Vichada
Guaina
Vaups
Municipios crticos (Ms de 30 asesinatos selectivos) Municipios afectados (Menos de 30 asesinatos selectivos)
La distribucin ya mencionada de la participacin de los actores armados en las 1.982 masacres cometidas entre 1980 y 2012 (58,9%, grupos paramilitares; 17,3%, guerrillas; 7,9%, Fuerza Pblica; 14,8%, grupos armados no identicados; 0,6%, paramilitares y Fuerza Pblica en acciones conjuntas; y 0,4%, otros grupos) revela que de cada diez masacres seis fueron perpetradas por los grupos paramilitares, dos por las guerrillas y una por miembros de la Fuerza Pblica. Con respecto a la participacin de la Fuerza Pblica en masacres, es preciso agregar que en otros casos, diferentes del 7,9% enunciado anteriormente, la presunta responsabilidad no est disociada de las acciones del principal perpetrador. As se desprende de las sentencias de la
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de la Ley 975 del 2005, y tambin de varios de los casos estudiados por el GMH. La omisin de informacin, la connivencia, el apoyo logstico a los perpetradores o el enmascaramiento de sus propias acciones son algunas de las implicaciones de miembros de la Fuerza Pblica que han facilitado la ocurrencia de masacres. Entre las masacres perpetradas por las guerrillas, 238 fueron ejecutadas por las FARC; 56 por el ELN; 18 por el EPL; 3, por otras guerrillas (M-19 y Movimiento Quintn Lame); 7 por dos o ms guerrillas en acciones conjuntas; 18 por guerrilla no identicada; y 3 por disidencias o facciones de guerrillas (el Frente Ricardo Franco de las FARC o el ERP del ELN). Esto revela que de cada diez masacres cometidas por la guerrilla, siete son responsabilidad de las FARC, mientras que el ELN es responsable de dos.
Para los actores armados, las masacres fueron centrales en sus estrategias de control de la poblacin, por su capacidad para generar terror, desterrar y destruir a las comunidades. Las 1.982 masacres perpetradas entre 1980 y 2012 dejaron como saldo 11.751 muertes. La relacin entre nmero de acciones y nmero de vctimas supone un promedio de seis vctimas por masacre. El GMH ha podido establecer que 7.160 personas murieron en las masacres cometidas por paramilitares, lo que corresponde a un 61,8% del total; 2.069 en las realizadas por la guerrilla, un 17,6%; 870 en las perpetradas por miembros de la Fuerza Pblica, lo que corresponde a un 7,4%; 1.486 en las ejecutadas por grupos armados no identicados, es decir, un 12,6%; las masacres organizadas por dos o ms actores armados en accin conjunta dejaron 98 vctimas fatales, un 0,8%; y 68 (0,6%) vctimas en las cometidas por otros grupos armados. Dentro de la estrategia paramilitar, la masacre ha sido importante como modalidad de violencia. Debido a su visibilidad y crueldad, ha desaado y subvertido la oferta de proteccin de la guerrilla dentro del territorio. En su funcin de teatralizacin de la violencia, lleva desde la perspectiva del perpetrador un mensaje aleccionador para la poblacin. Con la disposicin espacial de los cuerpos de las vctimas y las huellas de sevicia en los cadveres expuestos advierte sobre el costo de colaborar con la guerrilla. Pero tambin ha advertido a las guerrillas acerca del tipo de guerra que los paramilitares estaban dispuestos a librar para obtener el control total del territorio. El testimonio de las vctimas sobrevivientes de la masacre cometida por los paramilitares en El Tigre, Valle del Guamuez, departamento de Putumayo, ilustra esta intencin: El 9 de enero [de 1990], los paramilitares nos acusaban de guerrilleros [], se rean y nos gritaban: llamen a los guerrilleros para que los deendan! Sus insultos y maltratos eran tantos que yo recuerdo que senta humillacin []. Solo lloraba, no poda defenderme ni defender a mi hijo que estaba entre los que se llevaron para el ro.42
Figura 3. Evolucin de casos de masacre por conicto armado en Colombia segn presunto responsable, 1980-2012. Fuente: GMH, base de datos de masacre del conicto armado en Colombia (1980-2012). 41. Vanse: Sentencia del 15 de septiembre del 2005, Caso de la Masacre de Mapiripn vs. Colombia, CIDH, Fondo, reparaciones y costas; Sentencia del 31 de enero del 2006, Caso de la Masacre de Pueblo Bello vs. Colombia, CIDH, Fondo, reparaciones y costas; Sentencia del 11 de mayo del 2007, Caso de la Masacre de La Rochela vs. Colombia, CIDH, Fondo, reparaciones y costas; Sentencia del 1 de julio del 2006, Caso de las Masacres de Ituango vs. Colombia, CIDH, Excepciones preliminares, fondo, reparaciones y costas.
42. Relato 5, taller de memorias, 2010. GMH, La masacre de El Tigre, Putumayo (Bogot: Pro-offset editorial, 2011), 43.
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Ocho personas, entre adultos y menores de edad, fueron asesinados por miembros de la Brigada 17 del Ejrcito y paramilitares del bloque Hroes de Tolov en San Jos de Apartad el 21 de febrero de 2005. Fotografa: Jess Abad Colorado
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Durante la dcada de 1990, etapa expansiva del paramilitarismo, las grandes masacres marcaron la irrupcin de este grupo armado en un territorio. Despus de estos hechos, los perpetradores continuaron ejerciendo la violencia sobre la poblacin civil mediante otros mecanismos y prcticas. En este sentido, con la masacre como modalidad obtuvieron una reputacin de violencia que se rearmara en la cotidianidad con otras modalidades menos visibles, pero constantes y generalizadas: asesinatos selectivos, masacres pequeas y desapariciones forzadas. As mismo, los paramilitares incorporaron decisivamente el recurso a la sevicia en sus acciones de violencia y con ello amplicaron su potencial de humillacin y dao. Las masacres pequeas son ms comunes que las grandes masacres, y por lo tanto ms representativas de la modalidad. Dichas masacres, junto con prcticas como los asesinatos selectivos, fueron la modalidad ms recurrente entre los paramilitares para mantener o construir un orden territorial. En efecto, la mayor parte de las masacres paramilitares documentadas por el GMH registran entre 4 y 6 vctimas (es decir, 880 masacres, que equivalen a un 75,5% del total acopiado para el periodo 1980-2012). Esta manera de operar refuerza la tendencia antes descrita de invisibilizacin de la violencia. Por otra parte, en la mayora de regiones la ejecucin de masacres grandes (con ms de 10 vctimas) marc la irrupcin de los grupos paramilitares en el territorio o el arrasamiento de las poblaciones, en aquellos lugares donde se disputaba el dominio de la zona con las guerrillas. De las 158 masacres de grandes dimensiones registradas entre 1980 y 2011, 111 (70%) fueron perpetradas entre 1996 y 2004. Al respecto, en el caso de El Placer, Putumayo, Carlos Mario Ospina Bedoya, alias Tomate, quien particip en la incursin, menciona la orden de exponer los cuerpos de las vctimas para marcar el territorio: Las rdenes exactas en el ao 1999, cuando yo ingreso en septiembre, cuando ya ingresamos a El Placer, pues l [Antonio Londoo Jaramillo, alias Rafa Putumayo, jefe paramilitar] siempre deca que ya lo que era incursiones, incursiones como la que se hizo a El Placer, s era dejarlos ah [los cuerpos] para
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sembrar el terror contra el enemigo. En El Placer nosotros hacemos sentir la organizacin, como se dice. Entonces era en las incursiones, cuando se abra zona, era dejarlos tirados, no desaparecer, eso s lo dijo l: Todos djenlos tirados para que la guerrilla las crea, la de El Placer fue as.43 Si bien las grandes masacres no fueron los hechos violentos ms reiterados en el conicto armado (representan una de cada diez masacres), su ocurrencia en coyunturas especcas contribuy enormemente a forjar una reputacin terrorca de los actores armados con la que sustentaron su poder.
Figura 4. Evolucin de nmero de masacres en el conicto armado en Colombia, 1980-2012. Fuente: GMH, base de datos de masacre del conicto armado en Colombia (1980-2012).
En el periodo 1988-1992, las grandes masacres fueron verdaderas expediciones para castigar la movilizacin social y rechazar el xito poltico de la izquierda, en particular de la Unin Patritica y el Frente Popular.44
43. Versin libre del postulado Carlos Mario Ospina Bedoya, alias Tomate, 15 de marzo del 2010, Bogot. Unidad de Justicia y Paz de la Fiscala. GMH, El Placer. Mujeres, coca y guerra en el bajo Putumayo (Bogot: Taurus/ Semana, 2012), 150. 44. Sobre el surgimiento de estas organizaciones vese captulo 2.
Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia Entre los casos emblemticos de masacres perpetradas contra territorios y militantes de la izquierda se cuentan: las masacres de Honduras y La Negra (Urab, Antioquia) cometida por los paramilitares el 4 de marzo de 1988 que dej 30 vctimas; la de Punta Coquitos (Turbo, Antioquia) el 11 de abril del mismo ao en la regin de Urab con un saldo de 20 vctimas, contra sindicalistas y militantes del Frente Popular; la de La Mejor Esquina, en el sur del departamento de Crdoba, el 3 de abril de 1988 que dej 28 vctimas; la de Cao Sibao (municipio El Castillo, departamento del Meta), en la regin del Ariari, el 3 de julio de 1988 con 17 vctimas, contra militantes de la UP; y la de Segovia (departamento de Antioquia), el 11 de noviembre de 1988 que dej 46 vctimas como retaliacin por el respaldo electoral de la poblacin a la Unin Patritica. Entre 1996 y el 2002 se produjo el mayor nmero de casos: 1.089 masacres con 6.569 vctimas, lo que equivale a un 55% de las masacres de todo el periodo examinado por el GMH (1980-2012). Esta tendencia se asocia de manera directa con la expansin paramilitar, si bien es preciso sealar que en los mismos seis aos tambin crecieron las masacres cometidas por guerrilleros (en particular de las FARC), aunque en una menor proporcin. De hecho, la brecha entre masacres perpetradas por paramilitares y por guerrilleros tendi a acrecentarse en ese lapso hasta alcanzar una relacin de cinco a uno. El incremento de las masacres como modalidad de violencia empleada por los paramilitares se relacion con la lucha por el control del territorio con las guerrillas, pero tambin fue un desafo dirigido al Estado central en medio del proceso de paz entre el Gobierno del presidente Andrs Pastrana y las FARC (1998-2002).45 Los paramilitares usaron las masacres como la nica accin ecaz para golpear y desmoralizar a la guerrilla, con lo cual aspiraban a ser reconocidos como un tercer actor poltico que podra tener asiento en la mesa de negociaciones. En ltimo caso, buscaban acabar con la negociacin misma por considerarla desventajosa para los intereses del proyecto paramilitar. Entonces se produjo un trnsito de las acciones expedicionarias y de asalto de tipo punitivo que primaron entre 1988 y 1992 hacia las acciones de ocupacin o incursiones episdicas entre 1996 y 2002. Los ataques paramilitares se caracterizaron por un despliegue militar masivo y un accionar dilatado en varias horas o das. La violencia fue ms indiscriminada que antes, no porque los paramilitares renunciaran a mecanismos de selectividad (porte de listas, presencia de milicianos encapuchados y perpetradores reconocidos por las vctimas), sino porque estos registros se combinaron con acciones aleatorias amparadas en la estigmatizacin de la poblacin civil como pueblo guerrillero: Entre ochenta y cien paramilitares de las AUC [Autodefensas Unidas de Colombia] que se movilizaban en cinco vehculos, dos camiones 600, dos Mazda y un campero, ejecutaron a las 2:30 a.m., en el barrio 18 de Enero a diez personas, y desaparecieron a cinco ms. Segn la fuente, los paramilitares, cordonaron 5 cuadras entre las calles 28 y 32 y al parecer con lista en mano fueron sacando de una esta bailable. En diferentes sectores fueron amarrados y posteriormente asesinados. El grupo permaneci en el sector por lapso de 2 horas.46 Durante la fase de ocupacin territorial paramilitar, las grandes masacres se perpetraron en dos momentos: cuando el actor armado incursionaba y cuando haba consolidado su posicin en una parte del territorio. Entre los casos ms representativos de este tipo de accionar paramilitar se encuentra la masacre de La Holanda en San Carlos, Antioquia, perpetrada el 25 de octubre de 1998. Esta masacre marc la irrupcin paramilitar en el oriente antioqueo y dej como saldo 13 vctimas mortales. Tambin es signicativo el caso de la masacre de La Gabarra (departamento de Norte de Santander), perpetrada el 21 de agosto de 1999 con un total de 32 vctimas, que denot la incursin paramilitar en el Catatumbo. O la masacre de Barrancabermeja (departamento de Santander), cometida el 16 de mayo de 1998 y que dej 7 vctimas y 22
46. Evento acontecido en Cinaga, en el ao 2000; presuntos responsables, paramilitares; base de datos Noche y Niebla. GMH, Mujeres y guerra. Vctimas y resistentes en el caribe Colombiano (Bogot: Taurus/ Semana, 2011), 257.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica desaparecidos, y deni la llegada al puerto petrolero. Y nalmente la masacre de Mapiripn, en el departamento del Meta, cometida el 15 de julio de 1997 y que dej 49 vctimas47 en el suroriente del pas. Las masacres de las guerrillas, en particular de las FARC, funcionaron como respuesta armada a la accin paramilitar. Algunas fueron perpetradas en el momento mismo en el que irrumpa la violencia paramilitar, para demostrar su disposicin de responder con terror a la guerra que propona el otro grupo armado. Tambin ejecutaron otras masacres cuando los paramilitares haban consolidado el dominio en un territorio, con lo cual buscaban hacerles ver que su control era inestable y precario y, por lo tanto, vulnerable. En esta lnea de accin se inscriben masacres guerrilleras como: la de Dos Quebradas, Dinamarca y La Tupiada, en San Carlos, perpetrada el 16 de enero del 2003 en la regin del oriente antioqueo, y que dej un saldo de 18 vctimas; la de La Gabarra, cometida el 15 de junio del 2004, en la regin del Catatumbo, Norte de Santander, que dej 34 vctimas mortales; la de Tierralta, en la zona del Nudo de Paramillo, departamento de Crdoba, ejecutada el 22 de mayo del 2001, que dej 24 vctimas mortales; y la cruenta cadena de masacres perpetradas entre agosto y septiembre de 1995 en la regin de Urab, que tuvo como eplogo el asesinato de 20 obreros bananeros el 25 de septiembre de ese mismo ao en la nca Bajo del Oso en Apartad, departamento de Antioquia. Las vctimas eran militantes del movimiento Esperanza, Paz y Libertad, agrupacin poltica conformada por ex-miembros del Ejrcito Popular de Liberacin EPL, luego de su desmovilizacin en 1991. En otras situaciones, las masacres cometidas por las guerrillas se inscribieron dentro de una competencia entre grupos armados por razones territoriales o ideolgicas. Entre estos casos se cuenta la masacre de La Chinita, Apartad, donde el 23 de enero de 1994 las FARC asesinaron a 34 militantes polticos de Esperanza, Paz y Libertad. Tambin se cuenta
47. El GMH considera que, si bien se han identificado once vctimas que no murieron en los hechos violentos de la masacre de Mapiripn, s han sido identicadas ocho nuevas vctimas, sin que hasta la fecha se haya podido esclarecer cuntas y quines eran las vctimas arrojadas al ro.
la masacre de Tacuey, en el municipio de Toribo, Cauca, donde el Frente Ricardo Franco, disidente de las FARC, asesin a 126 combatientes de la misma organizacin en diciembre de 1985, bajo la acusacin de ser inltrados del Ejrcito. En el segundo momento de la fase de ocupacin paramilitar, perpetrar grandes masacres fue una herramienta para aanzar la consolidacin territorial. En efecto, una vez asegurado el control, se desencadenaba una arremetida contra las retaguardias de los enemigos para expulsarlos denitivamente del territorio e imponer un nico dominio. Este ha sido el panorama segn el cual se empleaba la masacre de tipo tierra arrasada. Las masacres de tierra arrasada solan reforzarse con retenes paramilitares ubicados estratgicamente en las vas de acceso a los territorios, con el n de imponer un bloqueo econmico en la zona y connar a la poblacin. Los casos ms representativos de este tipo de masacre son: la de El Salado (departamento de Bolvar), perpetrada por los paramilitares entre el 16 y el 21 de febrero del 2000 y que dej 60 vctimas; la de Chengue (departamento de Bolvar), el 17 de enero del 2001 con un saldo de 35 vctimas; la de El Tigre (Putumayo), el 9 de enero de 1999 con 28 vctimas; y la de El Aro (Ituango, Antioquia), el 25 de octubre de 1997 con un total de 14 vctimas. Este tipo de accin se intensic entre 1996 y 2002. Durante la masacre, los paramilitares incendiaron seis casas. Estos eran sitios donde funcionaban negocios, eran lugares no solo donde la gente viva, sino lugares de trabajo. As acabaron con las fuentes de trabajo de la gente. Despus de ocho das y con presencia del Ejrcito, los mismos paras queman otra casa. Esa noche tambin acabaron con algunas de nuestras propiedades, los televisores, los equipos, las plantas, todo eso nos robaron. De mi casa por ejemplo tambin se llevaron algunas joyas y dinero. Nuestros animales tambin sufrieron con la masacre, luego no tenamos huevos para salir a vender, o gallinas o puercos para vender. Igual si hubisemos tenido, nadie nos compraba, no haba plata. Muchos abandonamos nuestras ncas, dejamos de ir a ellas, preferamos estar en casa, pues no ve que tambin a las ncas llegaron a posesionarse los
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia paramilitares. Hasta ahora yo no voy a la nca, no me gusta, me trae malos recuerdos, me da miedo. Adems, ellos destruyeron todo lo de la nca, est abandonada.48
Masacres en el conflicto armado en Colombia ( 1980- 2012)
Cordoba
Bolvar
Norte de Santander
Santander Choc Antioquia Caldas Risaralda Cundinamarca Quindo Valle del Cauca Cauca Huila Nario Putumayo Caquet Guaviare Tolima Meta Boyac
Arauca
Los actores armados ejercieron la mayor devastacin en las masacres de tierra arrasada. No fue suciente con matar masivamente. Atacaron el entorno fsico y simblico de las comunidades. Violentaron a las mujeres, los ancianos, los nios y los liderazgos comunitarios; destruyeron viviendas, daaron y robaron bienes materiales de las vctimas, y escenicaron la violencia con sevicia y torturas. Fue un ejercicio de terror sistemtico que buscaba generar una desocupacin duradera. El terror desplegado apunt a volver inhabitable el espacio fsico y social, para producir as el desplazamiento forzado masivo, el abandono y el despojo de tierras.49 A partir del ao 2003, las masacres dejaron de usarse con tanta frecuencia como modalidad de violencia, lo que coincidi con el inicio y desarrollo de las negociaciones del Gobierno con los grupos paramilitares. La reduccin de las masacres no fue, sin embargo, necesariamente una disminucin de la violencia contra la poblacin civil. Salvatore Mancuso, jefe paramilitar, seal en una de sus versiones libres ante el Tribunal de Justicia y Paz que las relaciones de colaboracin entre los paramilitares y los miembros de la Fuerza Pblica llegaron hasta el punto en que los primeros empezaron a hacer desaparecer los cuerpos de las vctimas, enterrndolos en fosas comunes y lanzndolos a los ros, para que las estadsticas de muertes violentas no se dispararan y afectaran a los segundos. As lo hizo saber el desmovilizado paramilitar Mancuso en la siguiente declaracin: Las vctimas que quedaban de los enfrentamientos o de las acciones en contra de la guerrilla [ataques contra la poblacin civil] aumentaban el nmero de cifras de vctimas mortales y afectaban las estadsticas de seguridad en las regiones.Esto daaba las hojas de vida de los militares que actuaban en estas zonas.
48. Relato 10, taller de memorias, 2010. GMH, La masacre de El Tigre, 39. 49. GMH, La tierra en disputa. Memorias del despojo y resistencias campesinas en la Costa Caribe, 1960-2010 (Bogot: Taurus/ Semana, 2010), 18.
Casanare Vichada
Guaina
Vaups
Amazonas
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Fue por eso que para no quedar mal con ellos, Carlos Castao dio la orden de desaparecer los cuerpos de las vctimas y se implement en el pas la poltica de la desaparicin. 50 A pesar de su carcter masivo y en muchos casos indiscriminado, las masacres nunca dejaron de ser selectivas. Se trat ms bien de una selectividad relacionada con los estereotipos o con la estigmatizacin de los roles de participacin social y poltica. Las vctimas de las masacres son en su mayora hombres (88%) y adultos (96%). El GMH pudo identicar 405 nios, nias y adolescentes entre las vctimas de los actores armados, lo que representa el 3,4% de los casos documentados para el periodo 1980-2012. De hecho, atacar a los nios, nias y adolescentes en las masacres se convirti en una accin intencionalmente inigida para devastar a los sobrevivientes y comunicar a los enemigos el colapso de cualquier lmite moral en el conicto armado. En esa misma perspectiva se inscribe el asesinato de 85 adultos mayores. La diversidad de los perles de las vctimas de las masacres pone acento en la masicacin de la violencia, que se volvi ms indiscriminada y ms amenazante para las personas del comn. Entre las 7.147 vctimas de las que se pudo establecer su ocupacin (equivalente a un 60% del universo de vctimas), seis de cada diez eran campesinos, uno era obrero o empleado y los tres restantes eran comerciantes y trabajadores independientes. En esta misma lnea, el GMH observ una proporcin ms baja en el nmero de vctimas con participacin social y poltica activa en comparacin con los asesinatos selectivos. Esto sugiere que por cada militante poltico asesinado en una masacre, tres fueron vctimas de asesinatos selectivos. A medida que el conicto armado se prolong y se recrudeci, las masacres se propagaron por el territorio nacional con distintas intensidades. En 526 municipios del pas ocurri por lo menos una masacre entre
50. La fuerza pblica fue clave para la expansin de las AUC, Verdad Abierta, consultado el 9 de junio del 2013, http://www.verdadabierta.com/component/content/ article/80-MAPA%20MASACRES%20versiones/3932-qla-fuerza-publica-fue-clavepara-la-expansion-de-las-aucq-mancuso Figura 5. Evolucin de casos de masacres y asesinatos selectivos con sevicia en el conicto armado en Colombia, 1980-2012. Fuente: Base de datos sevicia en el conicto armado (1980-2012), procesada por el GMH.
1980 y el 2012. En un grupo puntual de 38 municipios ocurri una de cada 3 masacres del conicto armado. Estos 38 municipios registraron, a su vez, 10 o ms masacres, lo cual indica que concentran el 36% del total de los casos registrados para ese periodo.
51. El GMH entiende la sevicia como la causacin de lesiones ms all de las necesarias para matar. Es decir, es el exceso de la violencia y la crueldad extrema que tiene como expresin lmite el cuerpo mutilado y fragmentado.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia Entre los casos documentados de sevicia, el GMH ha podido identicar como mecanismos de violencia el degollamiento, el descuartizamiento, la decapitacin, la evisceracin, la incineracin, la castracin, el empalamiento y las quemaduras con cidos o sopletes. A la utilizacin de armas cortopunzantes que han acompaado estas prcticas de crueldad extrema, se sum el uso de herramientas agrcolas que se erigieron como smbolos del terror: la motosierra y el machete. As describen la sevicia las vctimas de la masacre de Trujillo, Valle del Cauca: Digamos que estos son los costales donde los empacaban [a las vctimas]. Despus de amarrados les llenaban la boca de agua y ah comenzaban con una motosierra a cortarles todos los miembros del cuerpo. Tambin llegaban y los cogan con unas navajas y les cortaban el cuerpo, los miembros, les echaban cido y de ah con uno de fuego [un soplete] les quemaban las heridas.52 Del total de 588 eventos con episodios de sevicia y crueldad extrema, 371 (63%) fueron atribuidos a los grupos paramilitares; 126 (21,4%), a grupos armados no identicados; 57 (9,7%), a miembros de la Fuerza Pblica; 30 (5,1%), a las guerrillas; y 4 (0,7%), a grupos paramilitares y Fuerza Pblica en acciones conjuntas. En suma, seis de cada diez casos de esta naturaleza fueron perpetrados por los grupos paramilitares, lo que revela que la sevicia fue una prctica de violencia con sello paramilitar. Esta particularidad es reforzada por la evidencia que revela la identidad de miembros de los grupos paramilitares en los casos en los que se intent ocultar la autora de estos hechos violentos.
Figura 6. Distribucin de eventos de sevicia en el conicto armado por grupo armado, 1980-2012. Fuente: Base de datos sevicia en el conicto armado (1980-2012), procesada por el GMH.
Los paramilitares construyeron una reputacin de violencia a travs de las masacres, los asesinatos selectivos y la desaparicin forzada. Sin embargo, la apuntalaron con la sevicia, que fue empleada en una de cada diez masacres (9,8%) y en cuatro de cada 100 asesinatos selectivos (4,2%). Como particularidad de la sevicia de las masacres paramilitares, cabe anotar que fue llevada a cabo con ms frecuencia en las masacres pequeas (65) que en las grandes (26). Esto permite constatar que el terror constitutivo de las grandes masacres se reforz con la sevicia de las pequeas masacres y los asesinatos selectivos.
52. GMH, Trujillo. Una tragedia que no cesa (Bogot: Planeta, 2008), 221.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Las huellas de la tortura53 quedaron impresas sobre el cuerpo lacerado de las vctimas.54 La tortura se convirti en un hecho simultneo en 1.123 de las 16.340 acciones de asesinato selectivo (6,8%) documentados por el GMH entre 1980 y 2012, as como en 244 de las 1.982 masacres (12,3%). Por su parte, el RUV registr 4.151 vctimas de tortura entre 1985 y el 2012. Realizar actos violentos con sevicia y torturar fueron elementos determinantes para el proyecto paramilitar. As lo atestigua la alta recurrencia y la inclusin de estas prcticas en el entrenamiento militar de los combatientes a travs las denominadas escuelas de descuartizamiento o escuelas de la muerte. En la confesin hecha ante la Fiscala por parte de Francisco Enrique Villalba Hernndez, alias Cristian Barreto, se arma haber recibido entrenamiento de este tipo en la nca La 35, en El Tomate, Antioquia: Ellos escogan a los alumnos para que participaran. Una vez, uno de los alumnos se neg. Se par Doble Cero y le dijo: Venga, que yo s soy capaz. Luego lo mand descuartizar a l. A m me hicieron quitarle el brazo a una muchacha. Ya le haban quitado la cabeza y una pierna. Ella peda que no lo hicieran, que tena dos hijos. A las personas se les abra desde el pecho hasta la barriga para sacar lo que es tripa, el despojo. Se les quitaban piernas, brazos y cabeza. Se haca con machete o con cuchillo. El resto, el despojo, con la mano. Nosotros, que estbamos en instruccin, sacbamos los intestinos.55 La incorporacin de la crueldad extrema en el repertorio de violencia paramilitar contribuy a la construccin de una reputacin terrorca. Esta se convirti en una caja de resonancia lo sucientemente ecaz como para dar credibilidad a sus amenazas y para demostrar el lmite de violencia que estaban dispuestos a rebasar con el propsito de competir por el territorio. La reputacin de violencia buscaba instalar el miedo en la sociedad para romper los vnculos entre la poblacin civil y la guerrilla, y luego restablecerlos de otro modo, en funcin de sus intereses estratgicos. A diferencia de la insurgencia, la sevicia fue funcional en el paramilitarismo en la medida en que este grupo armado pretenda tener el control duradero de la poblacin a travs del miedo, ms que a travs de una oferta de proteccin. La sevicia, sin embargo, no fue una prctica generalizada. Ms bien se dosic y se intercal con otros mecanismos de terror para evitar la atencin y la veedura nacional o internacional. Por otra parte, es preciso considerar el empleo de la sevicia en la clandestinidad como prctica de tortura y como estrategia de ocultamiento y entrenamiento de los combatientes, lo que acrecent de manera contundente su recurrencia y el nmero de sus vctimas.
55. Se entrenaban para matar picando campesino vivos (El Tiempo), Verdad Abierta, consultado el 8 de junio del 2013, http://www.verdadabierta.com/component/content/ article/35-bloques/1273-se-entrenaban-para-matar-picando-campesinos-vivos-el-tiempo.
53. La Convencin contra la tortura aprobada por la Ley 70 de 1986 la dene como todo acto por el cual se inija intencionalmente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean fsicos o mentales, con el n de obtener de ella o de un tercero informacin o una confesin, de castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier tipo de discriminacin, cuando dichos dolores o sufrimientos sean inigidos por un funcionario pblico u otra persona en el ejercicio de funciones pblicas, a instigacin suya, o con su consentimiento y aquiescencia. Glosario de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario, Observatorio de Derechos Humanos y DIH, Presidencia de la Repblica de Colombia, consultado el 8 de junio del 2013, http://www.derechoshumanos. gov.co/Prensa/Destacados/Paginas/glosario_derecho_internacional_humanitario.aspx 54. Se registraron huellas de inmovilizacin y causacin de dolor sobre el cuerpo de las vctimas, que incluan el uso de cuerdas o cables sobre manos y pies de las vctimas, mordazas o vendajes en los ojos, cortes y laceraciones en distintas partes del cuerpo o seales de golpes. Tambin se entiende por tortura los tratos crueles y degradantes a la vctima antes de ser asesinada en presencia de otros: el uso de cuerdas para estrangular; el uso de bolsas plsticas para provocar asxia (tal y como se document en la masacre paramilitar de El Salado en febrero del 2000); el uso de sopletes para quemar la piel; el uso de agua a presin sobre nariz y boca; la provocacin de cortes en la piel con cortaas, o la extraccin violenta de las uas, tal y como se document en la masacre de Trujillo entre marzo y abril de 1990; as como otras tantas prcticas de miembros de la Fuerza Pblica que fueron documentadas en el caso de la ATCC entre 1976 y 1978.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia La sevicia estuvo presente en 271 municipios que registraron por lo menos un caso, lo que representa un 25% del territorio nacional. Sin embargo, la recurrencia de los casos vari a lo largo y ancho del territorio, ya que 46 municipios concentraron el 53,8% de los casos.
8 personas fueron asesinadas y 25 las desaparecidas por paramilitares en el puerto petrolero de Barrancabermeja. Fotografa: Jess Abad Colorado mayo de 1998.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica 1) la confusin de este delito con otras modalidades de violencia como el secuestro y el homicidio; 2) la minimizacin de su impacto social frente a la espectacularidad o gran visibilidad que los medios de comunicacin le han asignado a otras formas de violencia (secuestros, masacres, magnicidios y acciones blicas); 3) la dicultad o imposibilidad de denunciar los hechos debido a las presiones de los actores armados, la participacin de agentes del Estado en la perpetracin de este tipo de delito59 y la tarda tipicacin de este, solamente a partir de la Ley 589 del 2000. La desaparicin forzada, que puede constituir un crimen de lesa humanidad en determinadas circunstancias denidas por el Derecho Internacional, fue la prctica de violencia ms frecuente cuando predominaron estrategias de ocultamiento, sin que por ello los perpetradores hayan dejado de utilizarla como mecanismo de terror. Adems de la incertidumbre por el paradero de las vctimas, los familiares deben enfrentar la lucha por el reconocimiento de los hechos, desaar el descrdito, las amenazas y hasta la trivializacin de lo ocurrido por parte de las autoridades. El GMH pudo documentar este tipo de situaciones en el caso de desaparicin forzada cometido en La Sonora, municipio de Trujillo, el 31 de marzo de 1990, por la alianza criminal establecida entre miembros de la Fuerza Pblica, paramilitares y narcotracantes. En esa ocasin, el entonces gobernador del Valle del Cauca, Ernesto Gonzlez, al hablar a la prensa acerca de las desapariciones, arm: hay varias [de las personas vctimas] que se incorporaron a la guerrilla, sencillamente, o que estn de huida de la misma guerrilla.60 En el mismo sentido se pronunci el comandante del Batalln Palac de Buga, en una entrevista con el peridico El Tiempo: Los jvenes de La Sonora no estn desaparecidos sino escapados. En medio de los combates se sintieron culpables y huyeron a las montaas, por ah en 15 das vuelven.61 El Registro Nacional de Desaparecidos report, hasta noviembre del 2011, 50.891 casos, de los cuales se presume que 16.907 corresponden a desapariciones forzadas, mientras que el RUV registra 25.007 personas desaparecidas forzosamente como producto del conicto armado. Esta elevada magnitud solo puede comprenderse cuando se constata que tal delito rebasa lo ocurrido en las dictaduras militares del cono sur de Amrica Latina: 485 desapariciones forzadas en Paraguay entre 1958 y 198862; 979 en Chile entre 1973 y 1990;63 y cerca de 9.000 en Argentina durante la dictadura militar entre 1976 y 1983.64 Pese a las dimensiones de la desaparicin forzada en Colombia, el nivel de reconocimiento social y pblico de este delito es muy bajo si se lo compara con otras modalidades de violencia. Si se consideran los casos registrados por las organizaciones de Derechos Humanos y de familiares de desaparecidos,65 las vctimas de desaparicin forzada superaran las cifras del RUV para el periodo 1970-1990. En ese lapso, los primeros dos grupos reportan 2.436 desaparecidos, mientras que el RUV registra 693 casos entre 1985 y 1990. Esta diferencia obedece, en gran medida, a la delimitacin temporal de las coordenadas establecidas por la Ley 1448 del 2011 frente a hechos de violencia ocurridos a partir del 1 de enero de 1985.66 Esto sugiere que existen por
62. Comisin de Verdad y Justicia, Paraguay, Informe nal, Anive hagu oiko (Asuncin: Comisin de Verdad y Justicia 2008), consultado el 9 de junio del 2013, http://www. cipae.org.py/V2/informe-nal-anive-agua-oiko/ 63. Comisin Nacional de Verdad y Reconciliacin, Informe nal de la Comisin Nacional de Verdad y Reconciliacin (Santiago de Chile: Corporacin Nacional de Verdad y Renconciliacin, 1991), consultado el 9 de junio del 2013, http://www.ddhh.gov.cl/ ddhh_rettig.html 64. Comisin Nacional sobre Desaparicin de Personas, Informe Nunca Ms (Buenos Aires: EUDEBA, 1984). En 1984, la CONADEP present 8.961 casos. Aunque los organismos de derechos humanos elevan la cifra a 30.000. http://www.desaparecidos.org/arg/. 65. ASFADES, Familiares Colombia, Fundacin Nidia Erika Bautista, CINEP, Comisin Intereclesial de Justicia y Paz, Proyecto Colombia Nunca Ms. 66. La Ley 1448 del 2011 (de Vctimas y Restitucin de Tierras) en el Artculo 3, establece: Se consideran vctimas, para los efectos de esta ley, aquellas personas que individual o colectivamente hayan sufrido un dao por hechos ocurridos a partir del 1 de enero de 1985, como consecuencia de infracciones al Derecho Internacional Humanitario o
59. Anexo informe. 60. GMH, Trujillo, 69. 61. GMH, Trujillo, 70.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia lo menos 2.000 desaparecidos cuyos casos deben ser vericados y evaluados para denir su inclusin en el RUV durante el periodo 1970-1990. ocurrida el 9 de septiembre de 1977 en Barranquilla. Este fue el primer caso denunciado formalmente, y el primero por el cual la Procuradura General de la Nacin PGN sancionara a funcionarios por desaparicin forzada. El caso de Omaira Montoya se inscribi en un contexto nacional e internacional que vincul esta prctica a la accin de miembros de la Fuerza Pblica en el marco de la lucha contra el comunismo.68 Este periodo corresponde al auge de las dictaduras militares en el Cono Sur (Chile desde 1973 y Argentina desde 1976, luego de sendos golpes militares), en los cuales las Fuerzas Armadas estuvieron orientadas por la ideologa contenida en la Doctrina de la Seguridad Nacional en el contexto de la llamada Guerra Fra. En Colombia, fue el periodo de mayor incidencia pblica de las Fuerzas Armadas en la conduccin del Estado, a travs de la vigencia del Estatuto de Seguridad Nacional en el Gobierno de Julio Csar Turbay (1978-1982). En este contexto, la desaparicin forzada estuvo fuertemente asociada a la lgica de la lucha contrainsurgente, y estuvo ligada a la tortura como medio para obtener confesiones del enemigo. Las desapariciones forzadas sucedieron, en ese entonces, en el marco de las detenciones sin orden judicial69 realizadas por la Fuerza Pblica dentro de la legislacin de excepcin, que oper bajo la vigencia del Estatuto de Seguridad Nacional. De lo anterior se desprende que la gura jurdica inicial a la que apelan los familiares de las vctimas sea la de persona detenidadesaparecida. La asociacin entre detencin y desaparicin disminuy a partir de la derogatoria del Estatuto de Seguridad Nacional en 1982, y del viraje en la poltica gubernamental para enfrentar el conicto armado. Durante el Gobierno de Belisario Betancur (1982-1986) se concedi una amnista
el 13 de mayo del 2013,http://www.corporacionavre.org/les/documentos%206%20 FINAL%20mayo%2031.pdf 68. Coordinacin Colombia-Europa-Estados Unidos, Desapariciones forzadas en Colombia, 8. 69. Los detenidos eran llevados a guarniciones militares, para luego ser juzgados en tribunales militares, sin mayor control por la legislacin de excepcin. Estas acciones fueron las condiciones propicias para que los detenidos se convirtieran en desaparecidos.
Figura 7. Evolucin de nmero de desaparecidos forzados por conicto armado en Colombia, 1970-2012. Fuente: GMH.
La desaparicin forzada entr a conformar los repertorios de violencia de los actores del conicto armado en la dcada de 1970. Su hito fundacional es la desaparicin de la militante de izquierda Omaira Montoya67
de violaciones graves y maniestas a las normas internacionales de Derechos Humanos, ocurridas con ocasin del conicto armado interno. [] Pargrafo 4. Las personas que hayan sido vctimas por hechos ocurridos antes del primero de enero de 1985 tienen derecho a la verdad, medidas de reparacin simblica y a las garantas de no repeticin previstas en la presente ley, como parte del conglomerado social y sin necesidad de que sean individualizadas. 67. Omaira Montoya Henao fue detenida junto con su compaero, Mauricio Trujillo Uribe, por el servicio secreto de la Polica de entonces, conocido como F2, cuando ambos intervenan en el cobro de un rescate por el secuestro de un industrial. Los dos fueron esposados y trasladados fuera de la ciudad, en donde los sometieron a un intenso interrogatorio bajo tortura. Luego fueron separados y desde entonces no se tiene noticia sobre el paradero de Omaira. Coordinacin Colombia-Europa-Estados Unidos, Observatorio de Derechos Humanos y Derecho humanitario, Desapariciones forzadas en Colombia. En bsqueda de la justicia Documentos temticos 6 (2012): 8, consultado
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica general como paso preliminar a un proceso de paz con las guerrillas a partir de 1982.70 Este gesto implic una apuesta del poder civil dentro del Estado para acotar la autonoma de las Fuerzas Militares en el manejo del orden pblico. Este reajuste, como se ver en el captulo 2, colision con sectores radicales de las Fuerzas Militares que se oponan a una salida poltica negociada del conicto armado. Lo que sigui a esta oposicin fue la intensicacin de las violaciones a los Derechos Humanos por parte de agentes estatales mediante acciones clandestinas que se prolongaron hasta 1990, y que constituyeron un desafo del poder militar hacia el poder civil en el manejo del orden pblico. Con la promulgacin de la Constitucin Poltica de 1991 y la continuacin del conicto entre el Estado y las guerrillas de las FARC y el ELN, las desapariciones forzadas siguieron registrando altos niveles hasta 1995. Esta modalidad fue concebida como una estrategia de ocultamiento de la violencia mediante la cual los sectores ms radicales de la Fuerza Pblica respondieron al nuevo marco de derechos y garantas consagrado en la nueva Carta Poltica. Todo ello sin renunciar a lo que consideraban como acciones ecaces en la vieja lucha contrainsurgente. Un nuevo periodo se inaugur con el proyecto expansionista de los paramilitares y su apuesta por el control territorial en la competencia con las FARC en la regin de Urab (1995-1997). Esta competencia se proyect despus nacionalmente con la conformacin de las Autodefensas Unidas de Colombia AUC en 1997.71 En este nuevo escenario, y en gran medida como producto de la ofensiva guerrillera de ese periodo, los grupos paramilitares reemplazaron a los miembros de las Fuerzas Militares en el uso de esta modalidad de violencia. Ellos convirtieron la desaparicin forzada en un mecanismo que complementaba otras modalidades de terror, y que funcionaba para ocultar las dimensiones reales de la violencia inigida. La invisibilizacin y el desconocimiento de las desapariciones forzadas que perpetraron los grupos paramilitares qued en evidencia cuando, durante el proceso de Justicia y Paz (Ley 975 de 2005),
70. Vase: Ley 35 de 1982 por la cual se decret una amnista y se dictaron normas tendientes al restablecimiento y preservacin de la paz. 71. Vase, captulo 2 de este informe.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia en la etapa de versiones libres, los miembros vinculados confesaron un total de 8.360 casos cometidos hasta el 1 de diciembre del 2012 (3.551 desapariciones y 4.809 cadveres exhumados de fosas comunes). violento en donde los victimarios haban construido una reputacin de violencia basada en el terror y la sevicia, como ocurri en los casos de comunidades afectadas por masacres y asesinatos selectivos. La desaparicin forzada como mecanismo de violencia opera mediante el arresto, la detencin o cualquier otra forma de privacin de libertad que ocasiona el ocultamiento de la vctima. La prctica de ocultamiento sucedi, entre otras formas, por la incineracin de los cuerpos en hornos crematorios artesanales y el entierro en fosas comunes: El testigo pudo comprobar que las personas fueron asesinadas: junto al trapiche donde haban construido el horno yacan los cuerpos y all permanecieron varios das. Uno pasaba con la cabeza agachada, ola a diablos, nadie los recoga porque la orden era que el que lo hiciera mora, slo podan acercarse los gallinazos relata. Dejaron secar los cadveres al sol y cuando ya estaban casi solo los huesos, los pusieron en la parrilla del horno... No sabra decir a qu ola.
Figura 8. Evolucin de las principales modalidades de violencia del conicto armado en Colombia por nmero de vctimas, 1980-2012. Fuente: GMH.
La desaparicin forzada y los asesinatos selectivos fueron las modalidades preferidas para mantener la intimidacin y el terror en las comunidades, por cuanto se reducan otros tipos de violencia como las masacres y los secuestros. Es decir, la desaparicin forzada oper como un mecanismo que aument la reputacin de violencia de los paramilitares y que luego les permiti ocultar la magnitud de sus acciones sin renunciar a la propagacin del terror. La desaparicin de personas ocurrida durante las masacres tuvo como propsito reducir las dimensiones de esta para contener sus repercusiones ante la opinin pblica nacional, pero a la vez busc prolongar el efecto de terror entre las vctimas sobrevivientes. En efecto, el contexto de violencia de las desapariciones forzadas agrav sus repercusiones. La incertidumbre por el desconocimiento del paradero y el estado de la vctima se acrecent entre los sobrevivientes que habitaban un escenario
Mataban gente, la enterraban en fosas y a los seis meses la desenterraban y de una iba para la candela cuenta una mujer. Otras veces abran los cadveres, sacaban lo que tenan adentro y cuando estaban secos los picaban y bien picados iban al horno. Con decirle que a esto por ac le decan el matadero. Nadie abra la boca, nadie deca nada. Imperaba la ley del silencio y del terror.72 Sin embargo, en numerosos casos los actores armados buscaron que el hecho tuviera resonancia, a travs de la exhibicin de un cuerpo generalmente con marcas de sevicia, pero manipulado de tal forma que se haca muy difcil reconstruir la identidad de la vctima.
72. Cambio conoci los hornos crematorios que construyeron los paramilitares en Norte de Santander, Revista Cambio, 2009, consultado el 10 de junio del 2013, http:// www.cambio.com.co/informeespecialcambio/829/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR_CAMBIO-5235387.html
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Los actores armados convirtieron los ros en fosas comunes donde arrojaron a las vctimas y prohibieron a los ribereos, familiares y vecinos recogerlos. Esto se document en la masacre de Trujillo, perpetrada entre marzo y abril de 1990. Las personas desaparecidas fueron sacadas a la fuerza de sus viviendas, llevadas a las haciendas de los narcotracantes, despojadas de sus identidades, sometidas a mltiples torturas y luego descuartizadas vivas con una motosierra, para posteriormente arrojar sus cuerpos a las aguas del ro Cauca.73 La prctica de arrojar los cuerpos a los ros fue recurrente en muchas regiones del pas. En el caso de El Tigre, en el bajo Putumayo, las vctimas relatan as la experiencia: Sobre el puente del ro [Guamuez], nosotros logramos recuperar siete cuerpos. Esos cuerpos estaban abiertos por el trax. Otros estaban degollados. Lo que nos contaba un muchacho que logr salvarse, era que los paramilitares empezaban a bajar a cada persona de las camionetas y con hachas y cuchillos abran el estmago. Les enterraban el cuchillo en el estmago, al lo del ombligo, y recorran con l hasta el cuello, luego los lanzaban al ro. As estaban todos los cadveres que encontramos en el ro. No sabemos cuntas personas ms echaron al ro, por eso decimos los que viven en el ro. Es incontable saber cuntas personas viven en este ro.74 Adems del terror asociado a esta forma de violencia dentro de la lgica paramilitar, aleccionadora para las comunidades o como castigo por el perl de las vctimas, la desaparicin forzada y las torturas se orientaron a obtener informacin. Tambin tuvo la funcin de entrenar militarmente a las tropas de autodefensa. Es el caso de las escuelas de descuartizamiento confesadas en las versiones libres ante la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscala General de la Nacin.75 Muchos desaparecidos fueron
73. GMH, Trujillo, 47-56 74. GMH, La masacre de El Tigre, 27. 75. Ever Veloza, alias HH, jefe paramilitar del Bloque Bananero de las AUC confes que la primera escuela de descuartizamiento de las ACCU fue creada en 1994 en la Finca
capturados aleatoriamente con el nico propsito de convertirlos en objeto del entrenamiento paramilitar, que buscaba formar a los combatientes en el uso de tortura y sevicia.76 En otros casos, las vctimas sirvieron como objeto de prcticas para los enfermeros de las estructuras paramilitares, como ocurri con el caso de Alberto Romero Cano, alias El Mdico, en el corregimiento El Placer, bajo Putumayo: Quin suturaba?, quin le canaliz la vena?, quin lo anestesi? La anestesia lo hice yo y lo de la canalizacin tambin lo expliqu yo primero, le mostr cmo se haca a los muchachos, porque ellos ya tenan lo terico; ellos mismos se encargaron de hacer las prcticas. Cuntas personas practicaron con esta vctima? Doctora, haba un curso como de diez personas, pero no me recuerdo todos, no me recuerdo de todos [...]. En la parte de las piernas tambin se les ense a coger puntos internos. Todos suturaron a la vctima, once veces se canaliz a la vctima, once veces se sutur a la vctima? S, doctora [...]. La canalizacin de vena fue en las manos y en los brazos y la sutura en la parte de la pierna [....] La vctima dur dos horas, no deca nada, se le dio agua [] Despus se asxi la vctima, la asxiamos. Se le coloca una toalla en la cara y se le tapa la nariz y la boca para ejecutarla ya [...]. Despus de ya ejecutada se coge y se abre la persona para ensearles a los muchachos cmo se compona una persona para enterrarla, cuando una persona se iba a trasladar a otra parte despus de muerta, para que se pudiera demorar y no se daara. [...]
La 35 del municipio de San Pedro de Urab, por Rodrigo Garca, alias Doble Cero por orden de Carlos Castao. 76. Andrs Fernando Surez, La sevicia en las masacres de la guerra colombiana, Anlisis Poltico 63 (2007): 72.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia Qu hacen con el cadver de esa vctima? Por orden de Rafa,77 se tira al ro.78 El GMH ha podido registrar en los testimonios de las vctimas referencias a modalidades similares de desaparicin forzada y asesinatos selectivos. Esta coincidencia muestra la recurrencia de estas prcticas en la cotidianidad de las comunidades victimizadas y, por otro lado, la existencia de unos patrones de accin por parte de los paramilitares. As se document el caso de los vehculos en los que las vctimas fueron llevadas a la fuerza. Este recuerdo pervive en la memoria de muchos colombianos, y se le designa como viaje al cielo o la ltima lgrima. Estos nombres aluden al conocimiento que tena el pblico del destino fatal que esperaba a quien era llevado en estos vehculos; su muerte era segura. En el mismo sentido, en numerosas localidades con una experiencia continua de violencia, se instaur una geografa del terror. Determinados parajes, viviendas, ncas o haciendas fueron transformados y luego reconocidos como lugares donde se perpetraban las torturas y se desaparecan personas. As se reconocen los casos del Hotel Punchin, en el municipio de San Carlos en el oriente antioqueo; el Chalet en el corregimiento La Buitrera en Palmira, Valle del Cauca; la hacienda El Palmar de Antonio Mercado Peluffo, alias Cadena en San Onofre, Montes de Mara; o el caso de las haciendas Villa Paola y Las Violetas de los narcotracantes Henry Loaiza Ceballos, alias El Alacrn, y Diego Len Montoya Snchez, alias Don Diego, en la masacre de Trujillo entre marzo y abril de 1990. En el ltimo periodo registrado en esta investigacin (2005-2012), la desaparicin forzada se caracteriza por alcanzar altos niveles, en los que se combinan ciclos de contraccin y expansin (se puede reconocer una tendencia creciente entre 2007 y 2009). Estas uctuaciones responden a cambios en la dinmica del conicto, tales como: 1) la reduccin de
77. Alias Rafa corresponde al paramilitar Rafael Antonio Londoo Jaramillo. 78. Versin libre de Alberto Romero Cano, alias El Mdico el 13 de mayo del 2011. GMH, El Placer, 160.
Providencia Atlntico San Andrs Magdalena Sucre Cesar
La Guajira
Crdoba
Bolvar
Norte de Santander
Santander Choc Antioquia Caldas Risaralda Cundinamarca Quindo Valle del Cauca Cauca Nario Putumayo Caquet Tolima Meta Boyac
Arauca
Casanare Vichada
Amazonas
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica las violencias ms visibles, como las masacres, y la implementacin en su lugar de violencias discretas en cuanto a resonancia pblica, como la desaparicin forzada, dentro de una estrategia militar en medio del proceso de negociacin del paramilitarismo con el Estado (proceso de Justicia y Paz, Ley 975 del 2005); 2) el rearme paramilitar que apela a la desaparicin forzada para recomponer y ejercer su control territorial, pero reduciendo la visibilidad de la violencia como estrategia para atenuar la presin de la opinin pblica y frenar la persecucin estatal; y 3) la estrategia criminal que se expandi dentro de la poltica de Seguridad Democrtica con la cual el Estado recuper la iniciativa militar en el conicto armado, y que se expres en la desaparicin forzada de jvenes socialmente marginados a quienes miembros de la Fuerza Pblica ejecutaron extrajudicialmente en regiones distantes de sus lugares de residencia, y que fueron luego presentados como guerrilleros dados de baja en combate, conocidos como falsos positivos. La tarea de esclarecer histricamente la desaparicin forzada apenas comienza, a pesar de los largos y constantes esfuerzos de las organizaciones de familiares y de Derechos Humanos. Esta labor plantea un arduo desafo de investigacin judicial orientado a determinar quines fueron los perpetradores de los hechos y cules fueron sus responsabilidades. Prueba de ello es que el RUV no reporta autora presunta en 21.423 de los 25.007 casos de desaparecidos, lo que equivale a un 85,6% del total. En esta misma direccin, las organizaciones de Derechos Humanos y familiares de desaparecidos no reportan autora presunta en 4.327 de los 5.016 casos documentados, lo que representa un 86,3% de los casos. En relacin con el tipo de vctima, las posibilidades de caracterizacin exhaustiva son an precarias, debido a la carencia de informacin completa correspondiente a cada una de las vctimas, especialmente en los registros de instancias ociales. Esta deciencia se hace particularmente crtica en el delito de desaparicin forzada, porque el apoyo en informacin parcial o la comparacin con casos conocidos como principal criterio para lograr el esclarecimiento del perl de las vctimas implica el riesgo de volver a invisibilizar a los desaparecidos. Teniendo en cuenta esta limitacin, las organizaciones de Derechos Humanos y de familiares de desaparecidos reportan, de un universo de 5.016 casos, que en seis de cada diez las vctimas pertenecientes a grupos poblacionales vulnerables corresponden a militantes polticos y sindicalistas. Con ello se rearma que el ataque sistemtico contra la oposicin poltica hizo parte de las estrategias de ocultamiento de los actores armados. El delito de la desaparicin forzada se propag con niveles diferenciados a lo largo y ancho del territorio nacional; en 787 de los municipios del pas se registr por lo menos un caso, lo que representa un 68,79% del territorio nacional. Entre estos, 140 municipios concentraron siete de cada diez casos.
79. Cifras & Conceptos para CNMH. Base de datos procesada por Cifras & Conceptos en el marco del proyecto: CNMH, Informe nal del proyecto Dinmica de la desaparicin forzada y el secuestro en Colombia, 1970-2010 (Bogot: CNMH, Unin Europea, 20122013). Para la construccin de la base de datos se utiliz una metodologa de fuentes contrastadas a partir de siete fuentes: Fondelibertad, DAS, Fiscala, Polica Nacional, prensa, sentencias judiciales y publicaciones.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia Dicha guerrilla inici esta prctica con propsitos econmicos y tambin la inscribi dentro de la lgica propagandstica que distingui su accionar, con lo que convirti el secuestro en un arma poltica para negociar y conseguir apoyo social. El M-19 pretenda ganar simpata entre la gente por la audacia y la espectacularidad de sus acciones, que no eran necesariamente letales, y adems por el perl de las vctimas: personas de sectores sociales poderosos que parecan hasta entonces invulnerables a los efectos del conicto armado, lo que le dio un tinte justiciero a los hechos. Por su carcter audaz y espectacular, fueron representativos los secuestros realizados durante la toma de la Embajada de Repblica Dominicana en 1980 y durante la toma del Palacio de Justicia en 1985. Por el perl de las vctimas, fueron emblemticos los secuestros del sindicalista Jos Raquel Mercado en febrero de 1976 y del gerente de Indupalma, Hugo Ferreira Neira, en 1977. Ambos fueron reivindicados por el M-19 como una connotacin justiciera. Las consecuencias perversas de la irrupcin del secuestro en el conicto armado cambiaron profundamente su dinmica. En diciembre de 1981, el M-19 secuestr a Martha Nieves Ochoa, hermana de los narcotracantes Fabio, Jorge Luis y Juan David Ochoa Vsquez. En respuesta, los hombres del Cartel de Medelln80 formaron el MAS (Muerte a Secuestradores), agrupacin que hizo parte del origen del paramilitarismo en Colombia.
ELN,
Figura 9. Evolucin de las modalidades de violencia en Colombia, 1970-2012. Fuente: Cifras & Conceptos para GMH.
En el universo de casos referido para el periodo 1970-2010, en trminos de autora presunta y conrmada, las guerrillas son las mayores responsables de los secuestros relacionados con el conicto armado. El 90,6% de los casos, porcentaje equivalente a 24.482 secuestros, fue ejecutado por estas; las siguen los grupos paramilitares, que aparecen relacionados en la comisin de 2.541 secuestros, que corresponde a un 9,4%. Esto signica que la relacin de secuestros entre la guerrilla y los grupos paramilitares es de nueve a uno para el universo de casos y el periodo delimitado. De los 81 secuestros registrados entre 1970 y 1979, las guerrillas pasaron a 2.594 entre 1980 y 1990. Esta cifra decreci a 1.558 entre 1991 y 1995, ascendi a 16.040 entre 1996 y 2002, y baj a 4.209 entre 2003 y 2010. En contraste con lo anterior, los grupos paramilitares registraron 43 secuestros entre 1980 y 1990, luego de lo cual pasaron a 35 entre 1991 y 1995, para ascender a 2.399 entre 1996 y 2005, registrando un descenso a 58 entre 2006 y 2010. El secuestro irrumpi en el conicto armado en la dcada de 1970, y su principal protagonista fue la guerrilla Movimiento 19 de Abril M-19.
El uso del secuestro se prolong en la dcada de 1980. Las guerrillas del las FARC y el EPL tambin acudieron a l, sin que por ello el M-19 dejara de ser la guerrilla con el mayor nmero de secuestros durante esa dcada.81 A los 672 secuestros perpetrados por el M-19 entre 1980 y 1989, le siguieron 489 de las FARC, 574 del ELN, 144 del EPL y 45 de otras guerrillas.82
80. El Cartel de Medelln era una organizacin de narcotracantes dedicada al procesamiento y exportacin de pasta de coca a los Estados Unidos a travs de rutas clandestinas. Los principales socios del Cartel de Medelln eran Pablo Escobar, los hermanos Ochoa Vsquez, Carlos Lehder Rivas y Gonzalo Rodrguez Gacha. 81. Cifras & Conceptos para el CNMH. 82. Disidencias del M-19 y el EPL que volvieron a la lucha armada, o disidencias del ELN como el Ejrcito Revolucionario Guevarista ERG o el Ejrcito Revolucionario del Pueblo ERP.
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Toma de la Embajada de la Repblica Dominicana por la guerrilla del M-19 en 1980. Fotografa: Archivo El Tiempo
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia Una vez desmovilizado el M-19 en 1990, las otras guerrillas intensicaron la comisin de secuestros: en 1990, el ELN realiz 397 y las FARC, 182. A partir de 1991 ya desmovilizados el M-19, el EPL, el Quintn Lame y el PRT, el secuestro se intensic no solo en el conicto armado, sino tambin entre organizaciones delictivas de diferente tipo. En el caso de secuestros asociados al conicto armado, la desmovilizacin de cuatro guerrillas produjo un descenso en el nmero de secuestros entre 1991 y 1995. Pero si bien la cifra general descenda, las FARC y el ELN acudan con mayor frecuencia a esta prctica. Para entonces, las FARC registraron 789 secuestros, mientras que el ELN perpetr 539. La incidencia de estas guerrillas se torn explosiva en el periodo comprendido entre 1996 y el 2002, cuando el secuestro alcanz los niveles ms altos en la historia del conicto armado en Colombia, pues se perpetraron 16 veces ms secuestros que en los periodos anteriores. Las FARC se convirtieron en los principales perpetradores con 8.578 secuestros, seguidos por el ELN con 7.108 y otras guerrillas con 354.83 En el caso del secuestro utilizado por diferentes organizaciones delictivas, el narcotrco particularmente el Cartel de Medelln recurri a los secuestros de personalidades pblicas para presionar al Estado y obligarlo a renunciar a la extradicin de colombianos a Estados Unidos, eje de la poltica de lucha contra el narcotrco. El recrudecimiento del secuestro en el conicto armado gener as mismo una oportunidad para el accionar de la delincuencia organizada, pues las guerrillas se apoyaron en ella para masicar el secuestro, delegndole los operativos de captura de las vctimas, para luego entrar en una transaccin de compra y venta de secuestrados.84 La delincuencia pas de 263 secuestros entre 1980 y 1989 a 910 entre 1991 y 1995; lleg a 4.790 entre 1996 y 2002,85 y baj a 3.488 entre 2003 y 2010.
Figura 10. Evolucin de los secuestros por conicto armado en Colombia segn grupo responsable, 1980-2012. Fuente: Cifras & Conceptos para GMH.
83. Datos de Cifras & Conceptos para GMH 84. CNMH, Informe nal del proyecto. 85. Cifras & Conceptos para el CNMH.
Durante la dcada de los noventa, el proceso de radicalizacin poltica y militar de las FARC y el ELN cambi las dimensiones y la connotacin del secuestro. Los secuestros econmicos se vieron reforzados por un trasfondo poltico en la medida en que no se trataba nicamente de la depredacin de recursos econmicos de las lites, sino de una estrategia de asedio y de presin de las guerrillas para debilitarlas, por considerar que estas eran la base social y poltica del proyecto paramilitar o de los intereses privados que defenda el Estado. As mismo, la valoracin de los insurgentes de la crisis de gobernabilidad de la administracin de Ernesto Samper (1994-1998) como una oportunidad de acceso al poder hizo que optaran por potenciar la capacidad de desestabilizacin poltica con la ampliacin del perl de los secuestrados y la realizacin de tomas de rehenes en las incursiones armadas de gran envergadura. Fue el caso de los militares retenidos en las tomas a las bases militares de Las Delicias, en el departamento de Putumayo (30 de agosto de 1996), Patascoy, en el departamento de Nario (21 de diciembre de 1997) y Mit, en el departamento de Vaups (4 de noviembre de 1998). De los 1.254 militares retenidos entre 1982 y 2010, registrados por Cifras & Conceptos, 790 lo fueron entre 1996 y 2002 (62,3%), y 356, entre 1988 y 1992 (28,3%).
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Las FARC hicieron la apuesta polticamente ms arriesgada en la segunda mitad de la dcada de 1990, cuando decidieron retener a militares y secuestrar a polticos para forzar al Gobierno a un canje por los guerrilleros presos en las crceles. Con esta estrategia, las FARC intentaron crear un hecho poltico que, de facto, implicara el reconocimiento de su estatus de beligerancia. La masicacin del secuestro tambin sirvi para presionar la renuncia de las autoridades civiles y de los candidatos a cargos de eleccin popular (alcaldes, gobernadores, representantes en cuerpos legislativos). Cifras & Conceptos document el secuestro de 318 alcaldes, 332 concejales, 52 diputados y 54 congresistas por hechos asociados con el conicto armado entre 1970 y 2010. La mayora de estos secuestros ocurrieron entre 1996 y 2002: 219 alcaldes (68,9%), 246 concejales (74,1%), 38 diputados (73,1%) y 27 congresistas (50%). Entre los secuestrados con militancia poltica, Cifras & Conceptos ha registrado 912 vctimas. De estas, 464 militaban en el Partido Liberal (50,8%), 135 en el Partido Conservador (29,8%), 135 en otros movimientos polticos (14,8%) y 41 en partidos o movimientos polticos de izquierda (4,5%). En el proceso de paz entre el Gobierno de Andrs Pastrana y las FARC (1998-2002), las guerrillas vieron en el secuestro una estrategia ecaz para fortalecer su posicin en la mesa de negociacin. Las FARC optaron por convertir el secuestro en moneda de cambio para la negociacin poltica, y el ELN en recurso para ganar reconocimiento. En esta lnea se inscribe el inventario de secuestros que sigue: 41 pasajeros del avin de Avianca que cubra la ruta Bucaramanga-Bogot, el 12 de abril de 1999; ms de 200 feligreses en la iglesia La Mara en Cali, el 30 de mayo de 1999; scar Tulio Lizcano, representante a la Cmara por Caldas y militante del Partido Conservador, secuestrado el 5 de agosto del 2000; Fernando Arajo, ministro de desarrollo en el Gobierno Pastrana, secuestrado el 4 de diciembre del 2000; Luis Eladio Prez, senador por el Partido Liberal secuestrado el 10 de junio del 2001; Alan Jara, gobernador del Meta, de liacin liberal, secuestrado el 15 de julio del 2001; Orlando Beltrn, representante a la Cmara por el Huila y militante del Partido Liberal, secuestrado el 28 de agosto del 2001; Consuelo Gonzlez de Perdomo, representante a la Cmara por el Huila por el Partido Liberal, secuestrada el 10 de septiembre del 2001; Jorge Eduardo
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Gechem, senador por el Partido Liberal, secuestrado el 20 febrero del 2002 (este hecho precipit la ruptura del proceso de paz entre el Gobierno Pastrana y las FARC); ngrid Betancourt, candidata a la Presidencia de la Repblica por el Partido Verde Oxgeno, secuestrada el 23 de febrero del 2002 en momentos en que se diriga a la zona de despeje del Cagun tras la ruptura del proceso de paz con las FARC); 12 diputados de la Asamblea del Valle del Cauca secuestrados el 11 de abril del 2002. El costo poltico de estas acciones result demasiado alto para la guerrilla no solo porque no concret el canje humanitario, tal y como lo propona, sino porque su legitimidad se erosion hasta tal punto que la sociedad colombiana se moviliz en su contra. Ms de 2 millones de personas marcharon el 4 de febrero del 2008, en Colombia y en el mundo, en contra del secuestro. El secuestro se volvi masivo e indiscriminado en el periodo ms crtico de escalamiento de la guerra (1996-2002). En dicha coyuntura, adems de los secuestros masivos en las grandes ciudades y en aviones comerciales, se produjeron secuestros tambin masivos e indiscriminados de ciudadanos en las carreteras del pas por medio de una derivacin arbitraria del delito denominada pesca milagrosa. Esta modalidad se perpetr mediante la instalacin de retenes ilegales. All los guerrilleros detenan a las personas, y una vez corroboraban su situacin econmica o identicaban sus nombres en listas preelaboradas las secuestraban. Cifras & Conceptos document para el GMH un total de 5.354 secuestrados por esta modalidad, lo que equivale a un 19,8% del total de los secuestros asociados con el conicto armado en el periodo 1970-2010. Esta modalidad de secuestro no solo gener pnico, sino rechazo en la poblacin, lo que hizo que la sociedad colombiana, hasta entonces proclive a la negociacin poltica, se polarizara y se radicalizara a favor de la solucin militar del conicto armado. La exposicin meditica del secuestro mediante las pruebas de supervivencia con las que la guerrilla buscaba presionar pblicamente el canje de prisioneros revel la dureza del cautiverio y la arbitrariedad de los
Camino a la liberacin de uno de los secuestrados del avin de Avianca, ro Santo Domingo en la serrana San Lucas. Fotografa: Jess Abad Colorado julio de 2000.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica captores, que amarraban a sus vctimas con cadenas o las encerraban en cercos de alambres, imgenes que evocaban las de los campos de concentracin de la Segunda Guerra Mundial.86 Las cadenas se erigieron en smbolo del terror guerrillero asociado al secuestro. Una de las vctimas recuerda su vivencia as: Ya es un drama extremo perder la libertad, pero en el secuestro hay otros elementos adicionales: no hay el ms mnimo respeto por la dignidad del ser humano, vivimos como animales, encadenados, con una dieta pobre no solo en alimentos nutritivos sino en el tamao de las raciones, muchas veces nos acostamos con hambre, dormimos en el piso por aos, sin poder limpiarnos, enfermos, sin saber a qu horas lo van a matar a uno, sin saber qu est pasando con la familia. Uno se pregunta qu ha hecho para estar padeciendo semejante tormento, qu delito ha cometido para estar privado de todo lo que nos hace personas.87 El secuestro abri la puerta a la movilizacin social de rechazo y condena por varias razones. En primer lugar, porque a diferencia de otras modalidades de violencia, sus vctimas suelen tener ms recursos no solo econmicos, sino polticos y simblicos para comunicar su tragedia a la sociedad. Igualmente los secuestros con carcter poltico tienen una alta exposicin meditica, lo que se hizo patente con las imgenes y las cartas de las pruebas de supervivencia de los llamados canjeables. En segundo lugar, porque tanto la frrea posicin de las FARC de no liberar unilateralmente a todos los secuestrados, de hacerlo solo como parte del canje humanitario, como la amenaza de asesinarlos si se presentaba una
Crdoba
Bolvar
Norte de Santander
Santander Choc Antioquia Caldas Risaralda Cundinamarca Quindo Valle del Cauca Cauca Huila Nario Putumayo Caquet Guaviare Tolima Meta Boyac
Arauca
Casanare Vichada
Guaina
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Amazonas
86. El 6 de octubre del 2000, fragmentos del reportaje del periodista Jorge Enrique Botero titulado En el mar del olvido fueron publicados en la franja de noticias del Canal Caracol. En l se documentaban las condiciones en que permanecan detenidos los policas y militares retenidos por las FARC, todos ellos encerrados en un campamento cercado completamente con alambre. 87. Luis Eladio Prez y Daro Armizmendi, 7 aos secuestrado por las FARC. Testimonio dado a Daro Arizmendi (Caracas: Editorial Aguilar, 2008), 28-29.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia accin militar para liberarlos88 llevaron a radicalizar el rechazo contra el secuestro y contra la guerrilla. En esta dinmica, el 80,2% del territorio nacional (919 municipios) se vio afectado por el secuestro. En 68 municipios se concentr la mitad del total de los secuestros de todo el periodo, mientras que en 18 ciudades capitales de departamento se concentr el 21,2% del total de los secuestros de todo el periodo (13.109). Bogot, Cali y Medelln registraron 2.510 secuestros. dio inicio a un registro ocial de datos. El Registro nico de Vctimas RUV es hoy uno de los instrumentos que permiten una aproximacin a las cifras, pero su periodo de cobertura inicia apenas en 1996. Algunas organizaciones no gubernamentales se han ocupado tambin de llevar registros de la poblacin desplazada, como la Consultora para los Derechos Humanos y el Desplazamiento CODHES, cuya informacin proviene de un ejercicio de proyeccin estadstica y no de las denuncias presentadas por los ciudadanos. A pesar de las diferencias, ambas fuentes de informacin coinciden en que el desplazamiento forzado ha sido una modalidad de violencia en continuo crecimiento desde 1996, cuando comenz una etapa de recrudecimiento hasta el 2002, sucedida por una tendencia inestable y cambiante desde el 2003 hasta hoy. Segn CODHES, en los diez aos comprendidos entre 1985 y 1995 fueron desplazadas de manera violenta 819.510 personas. De acuerdo con el RUV, en solo seis aos, entre 1996 y 2002, la cifra lleg a 2.014.893 vctimas. De acuerdo con el RUV, entre el 2000 y el 2003, el nmero anual de personas en situacin de desplazamiento forzado super las 300.000 personas. El agravamiento de la expulsin de poblacin civil respondi a factores como la estrategia de expansin territorial de los grupos paramilitares; las deciencias en sus procesos de desmovilizacin (Ley 975 del 2005); el reagrupamiento y rearme de algunos de los hombres desmovilizados; la ofensiva militar de recuperacin territorial del Estado en cumplimiento de la Poltica de Seguridad Democrtica; y la siembra masiva e indiscriminada de minas antipersonal por parte de las FARC. La combinacin de estos elementos evit que el nivel de desplazamiento forzado decreciera desde 2003, en correspondencia con la disminucin de las principales modalidades de violencia. As las cosas, entre el 2003 y el 2012, un total de 2.729.153 de personas fueron desplazadas. La magnitud del desplazamiento forzado gener las condiciones propicias para que del abandono se pasara al despojo de tierras, pues la desocupacin de los territorios (desalojo de la totalidad de la poblacin
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Cerca de 4.150 personas fueron censadas en el corregimiento de Pavarand - Mutat tras su desplazamiento por combates entre la guerrilla de las FARC y el Ejrcito en operacin gnesis. Fotografa: Jess Abad Colorado mayo de 1997
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia que habita un territorio) implic que muchas tierras deshabitadas fueran apropiadas por diversas vas: algunos apropiadores recurrieron a mecanismos violentos de despojo, otros apelaron a recursos legales para formalizar la toma de tierras y unos ms aprovecharon la vulnerabilidad del mercado para comprar tierras a bajo costo. [...]acabaron con todo, haba un casero grande, Verdn, y eso lo acabaron todo [] En el corregimiento de Chinulito, por ejemplo, all en Toluviejo, en lmites con San Onofre [departamento de Sucre], ese corregimiento qued totalmente solo.89 La estrategia de tierra arrasada, aplicada por los grupos paramilitares, provoc grandes xodos de poblacin, ya que en muchos casos supuso el abandono de pueblos donde los sujetos colectivos haban forjado una historia comn de construccin social de su territorio y de su identidad. En los testimonios se evidencia la vivencia profunda del desplazamiento forzado por parte de las vctimas. En las palabras de los desplazados son claros los efectos del desarraigo como encuadre simblico de las prdidas materiales: Es que el desplazado no le importa tanto lo material que pierde, sino la prdida de su base social, su arraigo, su entorno. O sea, es que uno tiene que ser desplazado para narrar esto, pues. Alguien que nunca ha sido desplazado no puede tener ese sentimiento. Es que el desarraigo de las comunidades, el hecho de Yo dira, inclusive, que era ms pobre all que aqu, pero ms rico en todos los sentidos all. En todos los sentidos, porque all me estaba yo con mi gente, con mi comunidad La gente me estaba buscando: hagamos esto, hagamos lo otro. Esa era mi vida: mi grupo de danza, mi casa de la cultura, los viejitos. O sea, era un modo de vida que eso no tiene precio, pues Eso no tiene precio: usted puede vivir aqu en una casa
89. Testimonio de adulto, dirigente indgena, resguardo de San Andrs de Sotavento, 2009. GMH, La tierra en disputa, 274.
de oro, pero el desarraigo no lo tiene [] Y para m, lo ms doloroso en ese sentido es el desarraigo: apartarse de su entorno, de su paisaje, de su ptica habitual.90 En el municipio de San Carlos, oriente antioqueo, el GMH registr el abandono total o parcial de 54 de sus 74 veredas. En el periodo ms crtico del xodo, este municipio pas de tener 25.000 habitantes a solo 5.000. Este xodo fue desencadenado por la combinacin de todas las violencias que se describen en este informe. Yo me acuerdo que yo rec por ah 500 Padre Nuestros y mil Rosarios porque si salan los paramilitares de pronto me mataban, si sala la guerrilla tambin, y si sala el Ejrcito tambin. Entonces me vine, llegu a mi casa, no tena nada que comer porque la guerrilla no dejaba, los paras no dejaban entrar comida. Me fui para mi nca, me qued all, cuando me levant yo sin saber dnde comer porque yo tena como catorce o quince aos cuando eso. Entonces me levant, cuando vi que venan yo estaba solo, yo estaba en una selva solo en una selva, cierto?, porque ya toda la gente se haba ido ya, prcticamente quedbamos dos o tres personas all.91 En lo que respecta a los pueblos abandonados, el caso de la masacre de El Salado, Bolvar,92 se convirti en uno de los emblemticos del desplazamiento forzado. Este pueblo de 4.500 habitantes fue abandonado durante dos aos, tiempo suciente para que la vegetacin invadiera las construcciones hasta ocultarlas. En noviembre del 2001, la gente de El Salado regres, pese a la persistencia del conicto armado y a la precariedad del acompaamiento institucional.
90. GMH, Segovia y Remedios, 219. 91. Testimonio de hombre joven. Taller de memoria histrica, San Carlos, 2010. GMH, San Carlos, 259-260. 92. En la masacre de El Salado se registraron 60 vctimas fatales y hubo escenicacin pblica del horror, victimizacin de nios, nias, adolescentes y adultos mayores, violencia sexual, tortura, sevicia, desplazamiento forzado masivo, toque de instrumentos mientras masacraban a la poblacin civil y eleccin de las vctimas por sorteo, entre otras acciones.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Cuando yo llegu, yo dije ay seor, este no es mi pueblo, estoy metida dentro de una selva la iglesia no se vea y la cancha tampoco, y llevbamos cuatro das all, y yo lloraba, pero yo dije tenemos que luchar, tenemos que recuperar nuestro pueblo [] no podemos dejar que se pierda.93
Desplazamiento forzado por el conflicto armado en Colombia
Norte de Santander
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Santander Choc Antioquia Caldas Risaralda Cundinamarca Quindo Valle del Cauca Cauca Huila Nario Putumayo Caquet Guaviare Tolima Meta Boyac
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Casanare Vichada
El Salado comparte su historia de pueblo abandonado, como consecuencia de la estrategia de tierra arrasada de los grupos paramilitares, con muchos caseros colombianos como Chengue, Las Palmas, Mampujn y Macayepo en los Montes de Mara; Baha Portete en la alta Guajira; Veracruz, San Luis y El Paraso en el sur de Bolvar; y El Aro, zona de inuencia del Nudo del Paramillo, que fue quemado por los paramilitares despus de que masacraran a 15 personas el 25 de octubre de 1997. Como estas, las historias de corregimientos y caseros que fueron abandonados o arrasados se reproducen en la Sierra Nevada de Santa Marta, el centro del Valle del Cauca, en Santander y Norte de Santander, entre otros territorios colombianos. La gran oleada del desplazamiento forzado tiende a pasar inadvertida, dada la prevalencia del desplazamiento individual sobre el colectivo. En efecto, durante el periodo ms crtico del conicto armado (1996-2002), de acuerdo con el RUV, los desplazamientos forzados individuales sumaron un 73% del total, mientras que los desplazamientos masivos sumaron el 27% restante. En general, es posible armar que siete de cada diez desplazados lo hicieron en forma individual, mientras que tres lo hicieron colectivamente.
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Amazonas
Municipios Crticos (Ms de 10.000 Desplazados) Municipios Afectados (Menos de 10.000 Desplazados)
93. Testimonio de mujer adulta, El Carmen de Bolvar, 2009. GMH, El Salado, 193.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia ser mayor, lo cual implica que el Estado est obligado a tomar acciones para proteger los derechos fundamentales de los desplazados.96 Las dinmicas del conicto armado en las ciudades, sumadas a las mltiples expresiones de la delincuencia comn y de las bandas criminales, llevaron a que el desplazamiento dejara de ser un fenmeno eminentemente rural y que pasara a vulnerar los derechos de miles de personas en distintas ciudades del pas. El arribo de miles de personas desplazadas a las cabeceras municipales de pequeas, medianas y grandes ciudades se tradujo en una grave crisis humanitaria que llev a miles de familias a interponer tutelas en el afn de reclamar asistencia humanitaria y atencin integral. Al respecto, la Corte Constitucional fall la Sentencia T-025 del 2004,97 que determin que esta situacin resultaba inconstitucional respecto a los derechos de la poblacin en situacin de desplazamiento y que incumpla la Ley 387 de 1997. A raz de esta sentencia se conform la Comisin de Seguimiento a la Poltica Pblica sobre Desplazamiento Forzado y se prorieron autos de seguimiento que atienden situaciones especcas de sectores de la poblacin en situacin de desplazamiento en razn de sus caractersticas de gnero, etnia, edad, discapacidad o preferencia sexual.98 Sin embargo, y a pesar de los avances alcanzados por los Gobiernos, la mayora de los desplazados sobreviven en medio de situaciones dramticas que desbordan la capacidad de respuesta del Estado.
96. Sentencia T-268/00, Corte Constitucional de Colombia, consultado el 9 de junio del 2013, http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2000/t-268-00.htm 97. Sentencia T025/04, Corte Constitucional de Colombia, consultado el 9 de junio del 2013, http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2004/t-025-04.htm 98. El Auto 092 de 2008 ordena implementar un programa de acceso a la tierra para las mujeres desplazadas. El Auto 004 de 2009 ordena la proteccin de los derechos fundamentales de los pueblos indgenas desplazados. El Auto 005 de 2009 ordena la proteccin de los derechos fundamentales de la poblacin afrodescendiente y poner en marcha la ruta de proteccin de los territorios tnicos. El Auto 008 de 2009 ordena reformular la poltica de tierras y de Verdad, Justicia y Reparacin para la poblacin desplazada.
Figura 11. Evolucin de nmero de personas desplazadas forzosamente en Colombia, 1980-2012. Fuente: GMH
A pesar de las impresionantes cifras del desplazamiento forzado (que hacen de Colombia el pas con el mayor nmero de desplazados internos del mundo), existen dimensiones del desplazamiento forzado poco visibles en los registros ociales, como es el caso del desplazamiento intraurbano. De la Comuna 13 de Medelln, segn lo registra el informe elaborado por el GMH,94 entre 1980 y 2009 fueron desplazadas 3.503 personas.95 Muchas de ellas ya haban padecido los rigores del desplazamiento y se encontraban en la comuna intentando rehacer sus vidas. Para estas familias, el desplazamiento intraurbano constituy una doble vulneracin que las oblig a abandonar de nuevo los bienes y vnculos logrados, y los convirti en errantes en la ciudad. Su condicin de desplazados fue reconocida en el ao 2003, mediante la Sentencia T-268 de la Corte Constitucional en la que se dictamina que: Tratndose de ncleos familiares que por motivos de la violencia urbana se ven obligados a buscar refugio dentro de la misma ciudad, la crisis humanitaria puede
94. GMH, La huella invisible de la guerra. Desplazamiento forzado en la comuna 13 (Bogot: Taurus/ Semana, 2011). 95. GMH, Comuna 13, 47.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica El desplazamiento forzado afect gran parte del territorio con el recrudecimiento del conicto armado, pues 1.116 municipios registraron expulsin de poblacin como consecuencia del conicto armado, lo que representa un 97% del territorio nacional. A pesar de ello, el fenmeno no afect por igual a los distintos territorios. En los casos ms crticos, 139 municipios registraron ms de 10.000 desplazados entre 1996 y 2012, concentrando el 74% del total de la poblacin desplazada. Entre estos, 57 registraron ms de 20.000, 26 ms de 30.000, 12 ms de 40.000 y 9 ms de 50.000 desplazados. el Departamento Nacional de Planeacin y el Proyecto de Proteccin de Tierras y Patrimonio100 resulta de contrastar fuentes ociales (4,3 millones de hectreas)101 con el estimativo realizado a partir de las declaraciones de poblacin desplazada correspondientes al periodo 1995-1994 (4 millones hectreas). Otras expresiones de despojo han sido la usurpacin de viviendas abandonadas, el robo de ganado, el hurto bancario y de objetos de valor y el robo de vehculos. La depredacin de recursos econmicos de los sectores ms dinmicos de la economa (comercio, agroindustria, ganadera y minera), mediante la extorsin y el boleteo (coaccin o amenaza), se acentu en los contextos donde los actores armados ejercan control territorial. En efecto, como parte del control territorial y de la oferta de proteccin que supuestamente se derivaba de este, los pobladores eran obligados a una especie de carga tributaria a favor del actor dominante.102 Esta lgica se replic en los rdenes paramilitares que sucedieron a las guerrillas y se ha prolongado hasta el presente con un creciente agravamiento por el rearme paramilitar y el reacomodamiento de las guerrillas.103 As, las extorsiones se convirtieron en una prctica de coaccin y violencia generalizada, altamente subregistrada por el efecto paralizante ocasionado frente a las amenazas de secuestro, asesinato selectivo o ataque directo a las propiedades.
2004, 132 (Bogot: SNAIPD, 2011), consultado el 9 de junio de 2013, https://www.dnp. gov.co/linkclick.aspx?leticket=iyva4a77stc%3d&tabid=1552, 132. 100. El Proyecto Proteccin de Tierras y Patrimonio de la Poblacin Desplazada de la extinta Agencia Presidencial para la Accin Social y la Cooperacin Internacional se constituy en el 2003 con el objetivo de impulsar la aplicacin del Decreto 2007 del 2001 y los estndares internacionales en materia de proteccin de los derechos patrimoniales de la poblacin rural desplazada o en riesgo de serlo. 101. Entre ellas el Sistema de Informacin de Poblacin Desplazada SIPOD, el Registro nico de Poblacin Desplazada RUPD y el Registro nico de Predios y Territorios Abandonados RUPTA. 102. GMH, Segovia y Remedios, 180-184. 103. Sobre el rearme paramilitar, vase el captulo 2 de este informe.
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mujeres conciben su cuerpo impiden que hagan visible en la esfera pblica lo que es considerado ntimo, privado. Las huellas en el cuerpo y los impactos emocionales que deja la violencia sexual no son comunicados por las vctimas por temor a los sealamientos. Los arreglos de gnero que legitiman la violencia sexual tambin han permeado las instituciones. En ese contexto se registra la aplicacin de procedimientos legales inadecuados para investigar los hechos y para atender a las vctimas, procedimientos que terminan por desestabilizarlas emocionalmente o por violentarlas nuevamente. En sus testimonios, las vctimas denotan reacciones de funcionarios o funcionarias que sutilmente las acusaron de haber inducido estos crmenes o que, inspirados en representaciones estereotipadas de la violencia sexual, no creyeron la veracidad de sus testimonios, es decir, no aplicaron el principio de buena fe: El otro da lleg una mujer a decirme que haba sido violada. Pero el relato era poco creble porque era fea y vieja.106 Otros, haciendo abstraccin de los contextos coercitivos en los que la violencia sexual se inscribi, asociaron su ocurrencia a una supuesta libre expresin del deseo sexual de las vctimas. Los testimonios muestran que algunos funcionarios pblicos reproducen prejuicios del estilo a las jvenes les gusta el traje militar. Son ellas las que los buscan y se sienten orgullosas cuando estn con alguno,107 desestimando con estas generalizaciones los casos en los que la ostentacin cotidiana de las armas y el dominio violento conguraron un contexto coercitivo y autoritario que pona en entredicho la supuesta libre aquiescencia de las vctimas. A pesar de estos obstculos, el trabajo de campo realizado por el GMH recogi una memoria testimonial que permiti registrar la ferocidad y la brutalidad con la que estos crmenes fueron y siguen siendo cometidos. A los testimonios desgarradores que se registran en el captulo 4 de este informe, ahora se agregan las cifras.
106. Entrevista a scal hombre, Fiscala de Justicia y Paz, Santa Marta, 2009. 107. Entrevista a scal hombre, Fiscala de Justicia y Paz, Santa Marta, 2009.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Como se observa en la gura 12, el registro ocial cuantitativo resulta alarmante y rebate el falso imaginario de que la violencia sexual en el conicto armado ha sido un fenmeno aislado, accidental o marginal. Las 1.754 vctimas incluidas en el RUV (733 entre 1985 y 2012, ms 821 sin ao de ocurrencia identicado) contrastan con las 96 confesadas por los paramilitares en sus versiones libres en el marco de la Ley 975 del 2005 y las 142 documentadas por varias organizaciones de Derechos Humanos para el Anexo Reservado del Auto 092 del 2008 de la Corte Constitucional sobre violencia sexual.108 Con la violencia sexual hay un clculo estratgico por parte de los actores armados que hace de ella un arma de guerra contra las mujeres.109 Es, adems, una prctica extendida y sistemtica, tal y como lo expres la Corte Constitucional en el Auto 092 de 2008: [] la violencia sexual contra las mujeres es una prctica habitual, extendida, sistemtica e invisible en el contexto del conicto armado colombiano, as como lo son la explotacin y el abuso sexuales, por parte de todos los grupos armados ilegales enfrentados y, en algunos casos, por parte de agentes individuales de la Fuerza Pblica.110 Adems de reconocer la magnitud de los hechos de violencia sexual, es crucial registrar la variacin entre grupos armados en su uso y modalidades. Si bien el registro cuantitativo muestra una baja cobertura en cuanto a la distribucin de responsabilidades, el registro testimonial del trabajo de campo del GMH revela indicios que ponen de presente la alta prevalencia de los grupos paramilitares en este tipo de acciones, seguidos de las guerrillas y los miembros de la Fuerza Pblica. En cada uno de los casos se observan patrones muy distintos en trminos de motivaciones y modalidades.
Figura 12. Evolucin del nmero de vctimas de violencia sexual por conicto armado en Colombia, 1985-2012. Fuente: RUV, 31 de marzo de 2012.
Los casos documentados por el GMH corroboran que la violencia sexual tiene un impacto diferenciado de tipo simblico en sociedades patriarcales como la colombiana. La connotacin social y cultural asociada a este tipo de acto, de degradacin y de castigo para las mujeres, pero tambin de humillacin al enemigo hombre o a su comunidad, hacen de esta modalidad de violencia una accin que potencia las repercusiones o daos que provoca la eliminacin fsica o la tortura no sexual.
De los 63 casos de vctimas de violacin sexual documentados por el GMH en el departamento del Magdalena entre 1990 y 2005, 40 fueron perpetrados por grupos paramilitares (63,5%), 4 por las guerrillas (6,3%), 4 por miembros de la Fuerza Pblica (6,3%), 1 por grupos paramilitares y miembros de la Fuerza Pblica (1,6%) y los 14 restantes no
109. Al respecto, consultar: Sisma Mujer, El Estado y la violencia sexual contra las mujeres en el marco de la violencia sociopoltica en Colombia, consultado el 9 de junio de 2013, http://www.sismamujer.org/sites/default/les/publicaciones/Informe.presentado.representante.especial.sobre_.violencias.sexual.nu_.pdf; Corporacin Humanas, La violencia sexual. Una estrategia paramilitar en Colombia (Bogot: Corporacin Humanas, Ediciones Antropos, 2013), consultado el 9 de junio del 2013, http://www.humanas.org.co/archivos/ libro_La_violencia_sexualcompleto.pdf; Informe de la mesa Mujer y Conicto. 110. Auto 092/08, Corte Constitucional de Colombia, consultado el 9 de junio de 2013, http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/autos/2008/a092-08.htm
108. Auto 092/08, Corte Constitucional de Colombia, consultado el 9 de junio del 2013, http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/autos/2008/a092-08.htm
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica tienen un autor identicado (22,2%).111 Por su parte, el anexo reservado del Auto 092 de la Corte Constitucional sobre violencia sexual en el conicto armado,112 luego de ser revisado, depurado y actualizado por el GMH, permite identicar 142 casos entre 1990 y 2010. Entre estos, 129 fueron perpetrados por los grupos paramilitares (90,9%), mientras que 13 por las guerrillas (9,1%). En contraste con lo anterior, el RUV reporta presunta autora en 748 de los 1.754 casos registrados. Entre estos, 370 fueron perpetrados por las guerrillas (49,5%), 344 por los grupos paramilitares (46%), 8 por miembros de las Fuerza Pblica (1,1%), 7 por ms de un autor y 19 por otros. Esta distribucin pone de maniesto que la violencia sexual perpetrada por las guerrillas pudo haber sido menos visible que la de otros actores armados. En el caso de los paramilitares, la violencia sexual se practic en distintos contextos con diferentes objetivos: 1) para atacar a las mujeres por su condicin de liderazgo; 2) para destruir el crculo afectivo de aquellos considerados como enemigos; 3) para castigar conductas transgresoras o ignominiosas desde la perspectiva de los actores armados; 4) violencia sexual articulada a prcticas culturales, y 5) violencia sexual orientada a generar cohesin entre los integrantes de grupos paramilitares y el aanzamiento de sus identidades violentas. 1) Para atacar a las mujeres por su condicin de liderazgo. En este caso, han sido vctimas de violencia sexual mujeres indgenas que ocupan un lugar de autoridad dentro de sus pueblos, as como mujeres lderes que representan un grupo social especco, una fuerza poltica o que cumplen un papel central en la comunidad (maestras, parteras o promotoras de salud). Ellas son victimizadas porque son voceras de reclamos colectivos o desempean un papel central en la reproduccin de la vida social y cultural de una comunidad.113 Por ejemplo, en la masacre de Baha
111. GMH, Mujeres y guerra, 298. 112. Las modalidades de violencia sexual que recopila el anexo reservado son: violacin, desnudez forzada, prostitucin forzada, esclavitud sexual, intento de violacin e imposicin de un cdigo de conducta. 113. GMH, Mujeres y guerra, 221.
Portete perpetrada el 19 de abril del 2004, el Bloque Norte de las Autodefensas us la violencia sexual de manera premeditada y estratgica contra mujeres lderes seleccionadas para devastar fsica y moralmente a las comunidades, y provocar as su destierro. El informe de GMH reere que en este caso los victimarios atacan acudiendo a la tortura sexual y mediante mecanismos como el cercenamiento de extremidades y de rganos asociados a la sexualidad, o la incineracin de los cuerpos de los muertos. De esta manera, mediante el ataque violento y el asesinato de mujeres se mancha tambin su cuerpo como territorio y el territorio se desacraliza.114 2) Para destruir el crculo afectivo de aquellos considerados como enemigos. En casos de mujeres estigmatizadas como novias o familiares de presuntos enemigos, los paramilitares practicaron la tortura e incluyeron en esos eventos ejercicios de violencia y humillacin sexual. As ocurri en la masacre de El Salado, Montes de Mara, con una joven acusada de tener un vnculo sentimental con un comandante guerrillero; y en la masacre de Trujillo con la sobrina del sacerdote Tiberio Fernndez Maa, quien fue sometida a distintos vejmenes sexuales en presencia de su to.115 En estos casos, la identidad del adversario se transri a las mujeres vctimas sealadas de tener vnculos afectivos con el enemigo. A travs de ellas, los paramilitares buscaron humillar, desmoralizar y herir al otro, prolongando el sufrimiento del enemigo en los suplicios de los suyos.116 3) Para castigar conductas transgresoras o ignominiosas desde la perspectiva de los actores armados. Adems de violentar a las mujeres tildadas de estar involucradas emocionalmente con el supuesto enemigo, los paramilitares usaron violencia sexual para castigar a mujeres que tuvieran conductas juzgadas por los comandantes como inapropiadas o inaceptables dentro del buen orden que ellos deseaban imponer.117 Este ltimo
114. GMH, La masacre de Baha Portete. Mujeres Wayuu en la mira (Bogot: Taurus/ Semana, 2010), 85. 115. GMH, El Salado, 40; CNRR-GMH, Trujillo. Una tragedia que no cesa (Bogot: Planeta, 2008). 116. GMH, El Placer. 117. GMH, Mujeres y guerra.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia ejercicio de violencia sexual en el proceso de la construccin de un nuevo orden social se document en Putumayo, Magdalena y los Montes de Mara. En esta ltima regin, las mujeres de Rincn del Mar y Libertad, corregimientos de San Onofre, Sucre, fueron tildadas de chismosas, brinconas, ineles, pelioneras y brujas, sealamientos que fueron utilizados por los comandantes paramilitares para ejercer violencia sexual. El cuerpo, la forma de vestir y los ritmos de vida fueron regulados por los paramilitares. Las mujeres fueron vctimas de la imposicin de un particular cdigo de conducta. Con el n de controlar y castigar a las mujeres sealadas de transgredir el orden deseado, los paramilitares tambin desplegaron otros castigos fsicos diferenciados por sexo, que incluan desde ejercicios de estigmatizacin pblica, esclavitud laboral y trabajos forzados domsticos, hasta violencia sexual y esclavitud sexual. El caso de Rincn del Mar es ejemplo de ello: l [alias El Flaco] me ofenda demasiado; me deca: Hijueputa: usted es para cuidar a los hijos no para andar en estas. A otra muchacha que rap ese da, la rap en la calle, en pblico, a las 10 a. m. Aqu en el pueblo slo fue a nosotras tres, slo ese da 31 de octubre de 2004. Cuando me hicieron eso yo tena dos meses de embarazo [] Yo tena que usar paoleta porque me daba pena que me vieran as, calva. Me senta apenada con la gente de mi pueblo. Ellos no me molestaban. Yo constantemente sala con paoleta o con pao, yo no sala calva, pelada a la calle. Yo sufro de adormecimiento de cabeza, dolor de cabeza, qued sufriendo de ese dolor de cabeza. Yo no dorma, temiendo, angustiada, desesperada. En el hospital yo dije que haba sido el marido mo, no dije que los paramilitares, pero la doctora no me crey, dijo que ella saba qu era.118 Sumado al escarnio pblico y la estigmatizacin, comandantes paramilitares impusieron multas econmicas y violacin sexual a modo de sanciones, tal y como lo document el GMH en Rincn del Mar: Las mujeres no podan pelear, les cobraba una multa, y si no, se las llevaba para la nca. l [Marco Tulio Prez, alias El Oso] no miraba; a l, le decan Golero porque se coma lo que fuera; maluca, mueca, todo lo que se le pasara por el frente. Toda mujer que discutiera, o pagaba la multa, o se la llevaba.119 En la Inspeccin de Polica de El Placer, Putumayo, los paramilitares tambin ejercieron violencia sexual y ejecutaron violaciones contra mujeres acusadas de guerrilleras, pero adems a muchas las esclavizaron sexualmente y las obligaron a hacer tareas domsticas forzadas en condiciones ignominiosas. As narr una mujer su experiencia: Me llev a una casa en El Placer [alias El Indio]. Cuando entr me encontr con cuatro mujeres de distintas edades, unas muy jvenes y otras ya adultas. La casa era de color crema, era grande, haba cuatro piezas, un solar, una cocina, dos baos (uno privado para ellos) y un hueco. Cuando nos estaban violando nos decan si no quieren que las echemos al hueco, cllense!. Ese espacio visible y amenazante me acompa todo el ao que dur encerrada en esa casa. Llegaban borrachos, drogados, nos sacaban al patio, nos apuntaban con armas cortas y largas, y nos cogan a la fuerza hasta encerrarnos en el cuarto que ellos quisieran ellos escogan. Una vez me toc con tres hombres al mismo tiempo. Pero la mayora de veces llegaban tirando puertas y entraban al cuarto de la que quisieran y ah caan. Se iban despus de tener sexo. Era muy duro, no podamos salir a ninguna parte, pasbamos el da lavndoles los uniformes, limpiando la casa y cocinando para ellos como una mujer. Recuerdo que una muchacha de 15 aos se suicid. No aguant. La mujer mayor era la que nos daba nimo, era la nica que poda salir de la casa.120
119. Entrevista #5 a lderes comunitarios, Sucre, 2010. 120. GMH, El Placer, 208.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica En escenarios de dominio paramilitar tambin se presentaron casos de violencia sexual oportunista. En estos, la utilizacin de violencia sexual no est ligada a la consecucin de objetivos militares o estratgicos. Dicho de otro modo, la accin no es premeditada, sino que se inscribe en el escenario de oportunidades que genera el momento violento. Los integrantes de bloques paramilitares, una vez establecido su dominio, abusaron de la ventaja que les otorgaban las armas y sacaron provecho de la falta de sancin en la organizacin para abusar de mujeres. El siguiente caso ilustra un contexto de dominio absoluto de la organizacin paramilitar en la que un grupo de hombres abusa de la ventaja que le otorgan las armas y viola a una joven de quince aos cuando se diriga al colegio donde cursaba el grado octavo: Uno de los hombres la agarr por las manos y el otro procedi a desnudarla toda, uno de los hombres tambin se desnud, el otro que la estaba agarrando se coloc en el marco de la puerta con otro hombre ms, afuera haban ms. Ese hombre sali de la casa con los dos que estaban en la puerta, luego entraban y salan y le decan: Mamita: t s ests buena. Despus todos entraron y decan entre ellos que ahorita vas t, como ponindose turnos para violarla.121 4) Violencia sexual articulada a prcticas culturales. En el caso del dominio establecido por Hernn Giraldo en la Sierra Nevada de Santa Marta se encontr que este comandante construy, respaldado en las armas, unas relaciones de lealtad poltica, social y econmica con los residentes de la Sierra usando patrones clientelistas y amparndose en prcticas culturales. A cambio de seguridad y prebendas, El Patrn obtuvo acceso a las jvenes vrgenes del lugar, con la aquiescencia silenciosa de los lugareos. No borrar de mi memoria esa nia de doce aos, llevada a empujones, llorando por todo el camino, que subi a pie la Sierra
121. Registro # 40 (lugar no mencionado por motivos de seguridad), 2002; paramilitares como presuntos responsables y relatado por el Despacho 9 de la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscala.
hasta la nca donde su padre negociaba con El Patrn, su victimario, su virginidad, por 5 millones de pesos. Cuando lleg, la encerraron durante 15 das, rodeada de armados. Fue una cruel tortura. Daba gritos y alaridos de dolor cuando l se le acercaba a besarla, cuando tocaba su cuerpo con sus manos asesinas. Ella narraba con horror que era un viejo de 60 aos asqueroso. Hoy esta mujer cuenta que a pesar del tiempo sigue sintiendo asco de su cuerpo y no ha podido olvidar las huellas de la guerra.122 5) Violencia sexual orientada a generar cohesin entre los integrantes de grupos paramilitares y el aanzamiento de sus identidades violentas. El siguiente caso, aunque ocurre durante la masacre de El Salado, se inscribe en una dinmica interna del grupo de combatientes: A m me dejan casi al lado del bao, cuando de pronto llega la enfermera paramilitar llamada Mara y dice bingo!, me apunta con una pistola, me lleva a un cerro donde hay como 10 paramilitares, me lleva el brazo derecho hacia atrs y me dicen que van a quemar el pueblo y que cunto me paga la guerrilla para que les colaborara la vieja esa me levanta a cachetadas y me dice zorra, perra, que ahora s voy a saber lo que es bueno, que si antes no haba ido al n del mundo, que cuntas veces haba hecho el amor, la llaman por radio que han herido al mono, que le cortaron la mano, que baje con el equipo y me dejan ah con los paramilitares esos llega la enfermera Mara, le ped agua y me dijo que no me iba a dar, que si quera me comiera un cardn o cactus, me empez a tocar, a manosear, me dice que me quite la ropa, pero que lo haga despacio, que vamos a ver un show o algo as, que me empezara a mover de la manera que ellos me dijeran [] me pasaron los cardones por el cuerpo, la vieja esa Mara comenz a manosearme los senos, despus vi un Carlos, me jal el cabello para atrs, me besaba todo el cuerpo, me tocaba, esa vieja Mara se rea, mientras ella se rea Carlos
122. Palabras de una maestra en el lanzamiento de Mujeres y guerra en el Caribe colombiano, Bogot, 2011.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia me tocaba [] despus de eso me viol delante de ellos [] despus de eso Mara me pegaba en la cola con una machetilla que ella llevaba y me sigui maltratando.123 A partir de los testimonios y los casos documentados en el trabajo del GMH, se ha observado que, a diferencia de los paramilitares, la violencia sexual cometida por la guerrilla no aparece como un mecanismo de violencia asociado centralmente a su estrategia de control social y territorial. Sin embargo, se han podido rastrear casos ejecutados de manera individual. Por ejemplo, para evitar el reclutamiento ilcito de sus hermanos, una joven menor de edad tuvo que aceptar el acoso de un comandante de las FARC: Mi padre se rehus [a acceder a que nos reclutaran] y nos mand a mi hermano y a m a Minca [departamento de Magdalena]. De nuevo, el comandante lo busc y lo amenaz. Que nos tena que traer de vuelta, que si no, no responda por lo que les poda pasar a mis hermanitos y que mi pap sala de all pero en un cajn. El problema es que l se interes en m. El comandante dijo que yo tena que ser su mujer. Le decan el Negro. Mi pap nos tuvo que mandar a buscar. Un da, volvi el comandante acompaado por dos guerrilleras para que ellas me persuadieran. Ese da l me llev y me tom a la fuerza. Me dijo que mi virginidad slo sera para l. Era como azul ese negro horrible. Pareca un diablo.124 En los informes presentados por la mesa Mujer y Conicto se registr el testimonio de una secuestrada por las FARC, Rina Bolaos, quien arm: Siempre se port serio conmigo, pero los ltimos tres das de secuestro, aprovechando que los otros dos guerrilleros que estaban con nosotros se fueron a realizar una misin,
123. Declaracin rendida por la vctima en Barranquilla el 4 de marzo del 2000. Expediente Penal No. 721 del 2000. 124. Base de datos de violencia sexual. GMH, Mujeres y guerra.
comenz a acosarme, a decirme palabras obscenas, y a abusar sexualmente de m.125 Aunque como lo sugieren los testimonios anteriores la violencia sexual se practic contra jvenes civiles, tambin ocurri dentro de las las guerrilleras, de cuyos integrantes aproximadamente el 40% son mujeres. A travs de informes de organizaciones de mujeres126 y de la Revista Semana, se ha conocido que en las las guerrilleras, particularmente en las FARC, prevalece la planicacin y el aborto forzado. Esta organizacin obliga a las nias y jvenes que integran sus las a usar mtodos anticonceptivos y, en caso de embarazo, el aborto forzado es comn.127 La participacin de miembros de la Fuerza Pblica en algunos casos de violencia sexual tambin ha sido registrada. El GMH conoci que miembros del Ejrcito Nacional fueron sealados como presuntos responsables en cuatro casos de violacin sexual en el Magdalena, a lo que se suma un suceso que las vctimas describieron como realizado en conjuncin con un grupo paramilitar. En dos casos, se trat de violaciones ejercidas contra poblaciones estigmatizadas como guerrilleras y las violaciones se combinaron con tratos humillantes y degradantes. En otros dos, los militares, abusando de la ventaja que ofrecen las armas, violaron a dos jvenes: a una durante una esta para celebrar la Navidad y a otra en un camino veredal. En los informes de la mesa Mujer y Conicto se sealan casos que involucran a militares y policas. Uno de los casos ms emblemticos se
125. Mesa de trabajo Mujer y Conicto, Cuarto informe, enero del 2003- junio del 2004 (Bogot, 2004). 126. Vase: Mesa de trabajo Mujer y Conicto, Cuarto informe, enero de 2003- junio de 2004 (Bogot, 2004) e Informe sobre violencia sociopoltica contra mujeres y nias en Colombia. Segundo avance 2001 (Bogot, 2001); Amnista Internacional, Colombia: Cuerpos marcados, crimenes silenciados: la violencia sexual contra las mujeres en el marco del conito armado (Madrid: EDAI, 2004); rika Pez, Diagnstico sobre las nias en los grupos armados colombianos (Bogot: Terre des Hommes, 2001). 127. Infamia, Revista Semana, 1 de julio del 2006, consultado el 9 de junio del 2013, http://www.semana.com/nacion/articulo/infamia/79755-3
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica registr el 2 de octubre del 2010 en el municipio de Tame, Arauca, cuando un ocial del Ejrcito Nacional abus sexualmente de dos menores de edad y asesin con un machete a una de sus vctimas junto con sus hermanos de seis y nueve aos. En su documentacin del caso, la Corporacin Humanidad Vigente seala: El teniente MUOZ LINARES la tom de la nuca y la oblig a caminar hasta salir de su casa, llevndole hacia la maraa. Tras alrededor de veinte pasos, procedi a vendarla con una paoleta de color verde, a quitarle violentamente la blusa que tena puesta y ante su negativa, le propin una bofetada, bot el fusil que portaba y la oblig a desnudarse. Ante la negativa de la menor, volvi a abofeterla, tras esto, la menor llorando se quit su ropa y el teniente MUOZ LINARES procedi a accederla carnal y violentamente.128 Las variaciones entre paramilitares, guerrilleros e integrantes de la Fuerza Pblica registradas en testimonios y en cifras conrman la tesis de que los hombres que cometen estos crmenes, ms que responder a instintos irrefrenables desatados en medio del conicto armado, estn reaccionando a incentivos o sanciones que han establecido los comandantes y las dirigencias de cada una de las organizaciones armadas. Las representaciones de la feminidad y la masculinidad que las organizaciones inculcan en sus integrantes en los entrenamientos militares; las estrategias militares que utilizan para derrotar a sus enemigos y establecer sus dominios; los repertorios de regulacin social que aplican para mantener su dominio; el comportamiento de los comandantes frente a las mujeres, entre otras circunstancias, promueven o inhiben la ocurrencia de la violencia sexual.
128. Sisma Mujer, El Estado y la violencia sexual contra las mujeres en el marco de la violencia sociopoltica en Colombia. Consultado el 22 de junio de 2013 en:: http:// www.sismamujer.org/sites/default/les/publicaciones/
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia los 11.000 calculados por Human Rigths Watch.132 En su reporte anual del 2012, el Tribunal Internacional sobre la Infancia Afectada por la Guerra y la Pobreza hace una estimacin de entre 8.000 y 14.000 nios, nias y adolescentes vinculados a los grupos armados ilegales en Colombia.133 Springer realiz un ejercicio de contrastacin entre la edad de las personas desmovilizadas en el momento de su desvinculacin y su tiempo de permanencia, con lo cual buscaba esclarecer cuntos de ellos haban sido incorporados a los grupos armados siendo nios, nias y adolescentes. Entre los 10.372 desmovilizados de las FARC, el ELN y los grupos paramilitares que conformaron su universo de casos, constat que cinco de cada diez desmovilizados de las guerrillas ingresaron a estas siendo nios, nias o adolescentes, mientras que en el caso de los grupos paramilitares la relacin fue de cuatro de cada diez. A partir del registro y anlisis de los casos de los menores de edad desvinculados, es posible evidenciar algunas razones para el reclutamiento ilcito. En primer lugar, se destaca la proximidad del conicto armado al territorio donde nios y nias habitan.134 Esta situacin los convierte en mano de obra barata para las actividades econmicas de los grupos armados como la minera ilegal y el narcotrco.135
132. Human Rights Watch, Aprenders a no llorar: nios combatientes en Colombia. (Bogot: Editorial Gente Nueva, 2004). 133. Tribunal Internacional sobre la Infancia Afectada por la Guerra y la Pobreza del Comit de Derechos Humanos, Reporte Internacional Anual 2012 sobre la infancia afectada por la guerra. Los dos Congos de la guerra. Colombia y la regin de los grandes lagos en frica. Dos regiones de muerte para la infancia (Bogot-Madrid: Tribunal Internacional sobre la Infancia Afectada por la Guerra y la Pobreza del Comit de Derechos Humanos, 2012). Vase: En Colombia hay entre ocho mil y 14 mil nios combatientes, Caracol Radio, 12 de febrero del 2012, consultado el 9 de junio del 2013, http://www.caracol.com. co/noticias/internacional/en-colombia-hay-entre-ocho-mil-y-14-mil-ninos-combatientes/20120212/nota/1623200.aspx vase tambin: Coalicin contra la vinculacin de nios, nias y jvenes al conicto armado en Colombia COALICO y Comisin Colombiana de Juristas, El delito invisible. Criterios para la investigacin del delito de reclutamiento ilcito de nios y nias en Colombia (Bogot: COALICO/ Comisin Colombiana de Juristas, 2009). 134. Sentencia C-203/05, Corte Constitucional de Colombia, consultado el 9 de junio de 2013, http://corte-constitucional.vlex.com.co/vid/-43622801. 135. Vase: Rafael Orduz, Nios y nias: materia prima del conicto, El Espectador (6 de junio del 2011), consultado el 9 de junio del 2013, http://www.elespectador.com/ impreso/opinion/columna-275507-ninos-y-ninas-materia-prima-del-conicto
El reclutamiento ilcito por parte de los grupos armados ilegales ha sido constante en el pas. Serrana de San Lucas, sur de Bolvar. Fotografa: Jess Abad Colorado 2000.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica En segundo lugar se encuentran, primero, situaciones familiares de abuso y violencia, abandono y orfandad; segundo, la carencia de oportunidades de educacin y empleo en contextos de pobreza, donde la vinculacin a estos grupos puede signicar una oportunidad; y por ltimo la identicacin con modelos guerreros.136 As mismo, dada la etapa del ciclo vital, los nios, nias y adolescentes resultan ms inuenciables a los procesos de socializacin militar y adoctrinamiento, y son percibidos entre los actores armados como quienes no tienen nada que perder (ni parejas ni hijos). En las experiencias internacionales de utilizacin de menores de edad en conictos armados internos, se destaca que estos han sido usados por su agilidad y facilidad de entrenamiento. La invisibilizacin de este delito tiene que ver con las estrategias de ocultamiento de los actores armados y tambin con el miedo de las comunidades frente al hostigamiento cotidiano en sus territorios, que las lleva a no denunciar. Otro elemento crucial en la incomprensin de este delito es la divulgacin de un discurso que dice que los menores de edad se vinculan voluntariamente a los actores armados ilegales, as tambin el ocultamiento de los testimonios y estudios que demuestran el carcter forzado de esta prctica. Ocurre en Colombia que a los menores de edad desvinculados no solo se los rechaza por su pasado, sino que no se consideran verdicos sus relatos. Respecto a lo voluntario o no de la vinculacin, en el Auto 251 del 2008 la Corte Constitucional manifest que existe certeza jurdica sobre el carcter forzado y criminal del reclutamiento de menores de edad en todos los casos, independientemente de su apariencia de voluntariedad.137 Este carcter voluntario del reclutamiento es simplemente aparente, ya que est motivado por razones de manipulacin perversa y engaosa mediante las
136. UNICEF y Defensora del Pueblo, Caracterizacin de las nias, nios y adolescentes desvinculados de los grupos armados ilegales: insercin social y productiva desde un enfoque de derechos humanos (Bogot: UNICEF y Defensora del Pueblo, 2006). 137. Auto 025/08, Corte Constitucional de Colombia, consultado el 9 de junio del 2013, http://www.corteconstitucional.gov.co/T-025-04/AUTOS%202008/101.%20 Auto%20del%2006-10-2008.%20Auto%20251.%20Protecci%C3%B3n%20 ni%C3%B1os,%20ni%C3%B1as%20y%20adolescentes.pdf
que los actores armados se aprovechan de la situacin de vulnerabilidad, pobreza, desproteccin, abandono, debilidad psicolgica y falta de acceso a servicios de salud, educacin y recreacin de los menores. Al respecto, el GMH mostr que el orden violento en el que se produce el reclutamiento ilcito elimina cualquier consideracin sobre este como un acto voluntario y consensuado. Estos nios y nias son reclutados, retenidos y obligados a convertirse en victimarios. No tienen derecho a abandonar las las ni a expresar sus opiniones138. El reclutamiento ilcito hace parte de la trama de violencia generada por los actores del conicto armado e incluye la participacin de los menores de edad en actividades blicas o militares, el apoyo tctico a combatientes y el aporte a la satisfaccin de necesidades primarias de los combatientes, como alimentacin, enfermera y limpieza. Ante el riesgo o la amenaza de vinculacin o reclutamiento ilcito a los grupos armados, las familias optan por abandonar sus tierras y emprender el camino del desplazamiento como estrategia de proteccin. Al analizar el impacto diferencial del conicto armado en nios, nias y adolescentes en situacin de desplazamiento forzado en el Auto 251 del 2008,139 la Corte Constitucional seala el reclutamiento ilcito como causa directa y una de las principales del desplazamiento forzado. Por otra parte, la vinculacin ilcita de las nias y adolescentes mujeres ha implicado su sometimiento a prcticas de violencia sexual como moneda de cambio para evitar ir a las las. Tambin ocurre que ya en las son sometidas a la prostitucin y el aborto forzados o, como lo document el GMH en El Placer, Putumayo, a la esclavitud sexual. Frente al reclutamiento ilcito, que ocasiona la huida y el desplazamiento, tambin se han registrado casos de enfrentamiento directo de las comunidades con los actores armados. As ocurri en Valle Encantado, Crdoba, donde las mujeres fueron en grupo a exigirle a los paramili138. Springer, Como corderos entre lobos, 31. 139. Seguimiento a la Sentencia T.-025/04 de la Corte Constitucional.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia tares que les devolvieran a sus hijos reclutados,140 experiencia que no diere de la que narraron las mujeres en relacin con la guerrilla del ELN en el caso de Trujillo: Cuando fue entrando el grupo de la guerrilla se fue complicando todo. Entraron unas personas mayores conquistando a la juventud. Pusieron a una secretaria para que conquistara a los muchachos, hacindoles ver cosas, presentndoles cosas. Ella llamaba a los jvenes para convencerlos de que se metieran a ese grupo. Una amiga ma me dijo: Pngales cuidado a sus hijos y yo le pregunt que por qu, y ella me contest: Porque hay una persona que est conquistando a la juventud. Cuando yo bajaba a La Sonora, vea a mi hijo all y le preguntaba: Usted que est haciendo ac?. No, ac conversando con ella. Y qu est conversando?. No, cosas personales. Usted no tiene por qu estar conversando, porque usted es menor de edad. Si ustedes van a incluir a mi hijo en algo raro yo voy a poner el denuncio. Si usted va a poner el denuncio la mandamos matar con toda su familia. As fue la amenaza. Me dio rabia, a m no me import que fuera guerrilla, no tienen por qu conquistar a mis hijos. Mi hijo no haba completado los quince aos. Yo no acepto eso, yo voy a hablar con el jefe. Bien pueda hable con l, me dijeron. Los muchachos estn estudiando, cmo es posible eso. Esa seora ah los tena a todos dos y a otros ms. Entonces nos fuimos todos los padres de familia y sabe qu hicieron? Amenazaron a nuestros hijos: Si ustedes no se vienen con nosotros, sus paps se mueren. Mi hijo me dijo: Mam, yo qu hago?, yo no quiero irme por all. Y yo le dije: Usted para qu se meti con esa gente? Pues usted no va por all. No, yo tengo que irme, si nosotros no nos vamos los matan a ustedes. Llegaron esos seores y me dijeron: Buenas, buenas. Sigan. Necesitamos conversar con usted, usted como que se rebel. No, es que a m me da rabia, imagnese, unos muchachos tan pequeitos que
140. GMH, Mujeres que hacen historia. Tierra, cuerpo y poltica en el Caribe colombiano (Bogot: Taurus/ Semana, 2011), 42 - 44.
los vayan a obligar, es que no se justica. Uno saca la cara por sus hijos. Uno no quiere perderlos. Ustedes son un peligro. No, es que nosotros estamos formando una escuela. Pues qu pena, pero a m me duele dejar ir a mis hijos por all. Pues, seora, el grupo ya est y es un grupo grande. Una seora lloraba de ver que todos esos muchachos se iban a ir por all obligados.141 Un impacto menos visible pero no por ello menos devastador del reclutamiento ilcito es el ciclo de estigmatizaciones y criminalizaciones que se propaga entre familias y comunidades enteras, sumado a la ruptura de redes sociales y comunitarias sobre las cuales hace mella la desconanza cuando la poblacin civil es forzada a involucrarse en el conicto armado.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica muertos, lo que pone de presente, frente a los 1.344 civiles ya referidos, la muy alta exposicin de la poblacin civil en el desarrollo de las acciones blicas en cuestin. La alta mortalidad de civiles provocada por las acciones blicas emprendidas por los actores armados se relaciona con el propsito de aniquilamiento del enemigo que acompa a dichas iniciativas militares y que acrecent el riesgo de daos masivos en las comunidades. Durante los aos 1988 hasta el 2012, como fruto de las acciones blicas, las guerrillas causaron la muerte a 717 civiles, los paramilitares a 10, la Fuerza Pblica a 71. As mismo, como producto de enfrentamientos entre guerrillas y paramilitares, se caus la muerte a 226 civiles; entre guerrillas y Fuerza Pblica a 302 personas y entre paramilitares y Fuerza Pblica a 4 personas. Se registran 14 muertos por acciones blicas de grupos no identicados. En total, se registran 1.344 vctimas fatales.143
Figura 13. Evolucin de nmero de civiles muertos en acciones blicas en Colombia, 1988-2012. Fuente: GMH, Base de datos de civiles muertos en acciones blicas (1988-2012). 143. Base de datos de civiles muertos en acciones blicas (1988-2012), procesada por el GMH con base en bitcoras del conicto armado como la Revista Noche y Niebla (19962012) y el Boletn Informativo Justicia y Paz (1988-1996).
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Murieron 79 personas en la iglesia de Bojay, en medio de combates entre la guerrilla de las FARC y los paramilitares de las AUC, cuando un cilindro bomba cay dentro del templo. Fotografa: Jess Abad Colorado mayo 2002.
Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia Como consecuencia de un cambio en la capacidad de fuego y en la maniobra militar (mayor capacidad destructiva y mayor ecacia para golpear al enemigo en bases jas y grandes contingentes), la letalidad de las acciones blicas de las guerrillas, en particular de las FARC, se increment en el periodo 1997-2003. En el repertorio de las guerrillas, los ataques a objetivos militares jos y de gran tamao144 se hicieron ms recurrentes con el propsito de propinar grandes golpes a las Fuerzas Armadas, al igual que los ataques a poblaciones145, con los que se pretenda expulsar a las autoridades civiles y policiales. Esta transformacin vino acompaada de la introduccin de armas no convencionales de parte de las FARC, como los cilindros bomba, que elevaron el potencial destructivo de las acciones militares y acrecentaron simultneamente la exposicin de la poblacin civil. En efecto, en este periodo hubo 728 vctimas fatales, 55% del total, en acciones en las que estuvieron involucradas las guerrillas. El GMH document la masacre ocurrida el 2 de mayo del 2002 en Bojay, Choc, como uno de los casos emblemticos de comisin de crmenes de guerra relativos a operaciones militares. Durante los combates librados entre los paramilitares (bloque lmer Crdenas) y las FARC por el control territorial, los paramilitares usaron a la poblacin civil como escudo humano al apostarse al lado de la iglesia donde esta se refugiaba. Por su lado, las FARC utilizaron indiscriminadamente cilindros bomba. Uno de estos artefactos cay en la iglesia del pueblo y al explotar ocasion
Crdoba
Bolvar
Norte de Santander
Santander Choc Antioquia Caldas Risaralda Cundinamarca Quindo Valle del Cauca Cauca Huila Nario Putumayo Caquet Guaviare Tolima Meta Boyac
Arauca
Casanare Vichada
Guaina
Vaups
144. Ataque a la base militar Las Delicias en Putumayo el 30 de agosto de 1996, accin en la cual murieron 54 militares, y hubo 17 heridos y 60 retenidos. Ataque a la base militar de Patascoy en Nario el 21 de diciembre de 1997 con 10 muertos y 18 secuestrados. Ataque a la Brigada n. 3 en el Cagun el 3 de marzo de 1998 con 58 militares muertos y 26 retenidos. Ataque a Mit, capital del Vaups, con 35 muertos entre civiles y policas. 145. Se entiende por ataque a poblaciones toda operacin militar transitoria que consista en una penetracin temporal del territorio y que busque arrasar a los adversarios y su entorno material y simblico, potenciando el efecto devastador de la accin militar con el uso de armas no convencionales y el ataque contra objetivos civiles. El carcter temporal de la penetracin del territorio no signica que sea efmero, sino que implica el despliegue de un contingente armado importante con capacidad para sostener una accin de mediana duracin, razn por la cual no debe confundrsele con un hostigamiento o un ataque a un objetivo militar.
Amazonas
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica la muerte a 79 personas, entre ellos 48 nios y nias.146 As recuerdan los sobrevivientes el desarrollo de los hechos trgicos en Bojay: bamos por la mitad del ro, bamos bogando con las manos y unos pedazos de palo, y recuerdo que apenas veamos que cruzaban las balas por encima nosotros, y nosotros les gritbamos: Ay, de por Dios! Nosotros somos civiles, tengan compasin...! Y yo recuerdo que del lado de all nos grit uno: Qu civiles, sino paracos es que sern! Imagnese dudando de uno en medio de toda la balacera y de todo el sufrimiento...! Y ah bamos cuando tiraron la pipeta [cilindro de gas], uy!, y yo no s si cay en la iglesia o ah cerca, pero de all era que sala el humo! Y ah yo dije: Acabaron con mi pueblo...! Ay mam, acabaron con el pueblo...!.147 El GMH ha podido documentar entre 1988 y 2012 la perpetracin de parte de las guerrillas, en particular de las FARC, de al menos 854 ataques a poblaciones que dejaron 391 civiles muertos, adems de la destruccin de las instalaciones ociales, de los entornos comunitarios y de la instalacin del miedo entre la gente. Este tipo de accin ha afectado a 417 municipios, 208 de los cuales han sido atacados ms de una vez. El 27 de febrero del 2012, el VI frente de las FARC se tom por quinta vez a Caldono, Cauca. Las palabras de los testigos, habituados a los continuos hostigamientos y ataques (hablan de 67 de estos eventos) revelan las prcticas incorporadas a la vida cotidiana para sobrevivir. Una habitante, que ha tenido que reconstruir tres veces su casa despus de que ha quedado destruida por acciones de la guerrilla, le cont al reportero sus estrategias y las de sus vecinos. El periodista las narr as: A las 3:20 el estruendo de explosivos despert a los habitantes, en su mayora indgenas nasa [] En esta localidad, situada a 1.770 metros de altitud en la cordillera Central, estn de acuerdo en que la incursin no fue como otras veces, con rfagas
146. GMH, Bojay: la guerra sin lmites (Bogot: Taurus/ Semana, 2010). 147. GMH, Bojay, 344.
y una que otra explosin. Arrancaron con bombazos que se repitieron durante siete horas. [] Lesbia y sus vecinos tienen establecido qu hacer en esos eventos: alejarse de la estacin. Ella y su esposo [] salieron a rastras a la casa de las monjas lauretianas, a cuatro casas de la suya y la nica en la cuadra con plancha en concreto, que sirve de refugio a los vecinos ante los ataques. [] Adems, siempre tienen lista una bolsa de emergencia con velas, fsforos, linterna, papel higinico, cobija, agua y medicamentos.[] Rosmira Urbano arma que tener una maleta lista, esa es la rutina en el barrio Bello. [] El alcalde Daro de Jess Sandoval Fernndez reere que a esas acciones se suma una guerra psicolgica: Alertan de carro-bomba, de moto-bomba, que ser en la madrugada [] Esa situacin hace que todos se guarden temprano en sus casas, cierren puertas y, ante un ataque, mantengan las luces apagadas.148
Figura 14. Evolucin de ataques a poblaciones en Colombia, 1988-2012. Fuente: GMH, Base de datos de ataques a poblaciones en Colombia (1988-2012).
148. Ivn Noguera, Tras 67 ataques guerrilleros, Caldono an est en medio de la guerra, El Tiempo (13 de marzo del 2012), consultado el 9 de junio del 2013, http://m.eltiempo.com/colombia/occidente/caldono-cauca-sigue-en-medio-de-la-guerra/11336242
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Guerrilleros del ELN atacaron con dinamita la poblacin de San Francisco para obligar a la Polica a desalojar el colegio que se haba convertido en su base, a causa de la destruccin del comando de Polica 4 meses atrs por parte de las FARC. Fotografa: Jess Abad Colorado 1999.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Un caso representativo de la inaplicabilidad del principio de proporcionalidad en el uso de la fuerza durante el desarrollo de una accin blica es el combate entre la guerrilla de las FARC y las Fuerzas Militares en el casero Santo Domingo del municipio de Tame, Arauca, el 13 de diciembre de 1998, accin que provoc la muerte de 17 civiles. El 12 de diciembre de 1998, mientras se llevaba a cabo en la vereda de Santo Domingo un bazar en el marco del cual se realizaron diversas actividades deportivas, las Fuerzas Armadas de Colombia y la guerrilla protagonizaron enfrentamientos, luego de que una avioneta Cessna aterrizara sobre la carretera que conduce de la vereda de Santo Domingo a Panam de Arauca o Pueblo Nuevo con dinero o armas para actividades de narcotrco. En el marco de esos hechos, las Fuerzas Armadas planearon una operacin militar aerotransportada que se prolong por varios das y en la cual tambin participaron la XVIII Brigada del Ejrcito Nacional y el Batalln Contraguerrilla No. 36. En ese contexto, el 13 de diciembre de 1998, varias aeronaves sobrevolaban los alrededores de Santo Domingo en horas de la maana y a las 10:02 am, la tripulacin del helicptero UH1H 4407 de la Fuerza Area Colombiana lanz un dispositivo clster de tipo AN-M1A2, compuesto por seis granadas o bombas de fragmentacin AN-M41A, sobre la calle principal de Santo Domingo, provocando la muerte de 17 personas, de las cuales seis eran nios y nias, e hiriendo a otras 27personas, entre ellas 10 nias y nios. [] . El Tribunal [Corte Interamericana de Derechos Humanos] constat que, dada la capacidad letal y la precisin limitada del dispositivo utilizado, el lanzamiento del mismo en el casco urbano del casero de Santo Domingo o cerca de ah, era contrario al principio de precaucin reconocido por el Derecho Internacional Humanitario, lo que permiti a la Corte declarar la responsabilidad del Estado por la violacin del derecho a la vida, en perjuicio de las personas fallecidas en el casero de Santo Domingo, as como del derecho a la integridad personal en perjuicio de las personas que resultaron heridas.149 Por los hechos de la masacre de Santo Domingo, el 30 de noviembre del 2012 la Corte Interamericana de Derechos Humanos declar responsable internacionalmente a la Repblica de Colombia por las violaciones de Derechos Humanos cometidas por el lanzamiento del dispositivo explosivo por parte de la Fuerza Area Colombiana el 13 de diciembre de 1998, en Santo Domingo, Arauca.150
1.4.11. Minas antipersonal, municin sin explotar y artefactos explosivos improvisados: en casa no se puede saber qu se pisa
Las estrategias militares que desplegaron los actores armados para adaptarse a los cambios en la dinmica de la confrontacin armada tambin generaron afectaciones para la poblacin civil. Una de sus manifestaciones ms crticas ha sido la siembra masiva e indiscriminada de minas antipersonal por parte de las guerrillas. El recurso de las minas antipersonal en el conicto armado comenz a ser ms visible a partir de los aos noventa, cuando los hechos victimizantes registraron un nivel de ocurrencia bajo pero constante. La guerrilla del ELN es el grupo armado que ms implementa esta prctica para compensar su incapacidad militar y como forma de control territorial. Segn el Programa Presidencial de Accin Integral contra Minas Antipersonal PAICMA , esta tendencia estable se prolonga hasta 1999, y registra un crecimiento vertiginoso desde el 2000 hasta el 2006 y vuelve a una
149. Corte Interamericana de Derechos Humanos, Caso masacre de Santo Domingo vs. Colombia. Resumen ocial emitido por la Corte Interamericana. Sentencia de 30 de noviembre de 2012, consultado el 9 de junio de 2013, http://corteidh.or.cr/docs/casos/ articulos/resumen_259_esp.pdf. 150. Oswaldo Ruiz-Chiriboga, Sentencia en caso Masacre de Santo Domingo vs. Colombia, Corte Interamericana de Derechos Humanos Blog, 23 de enero del 2013, consultado el 9 de junio del 2013, http://corteidhblog.blogspot.com/2013/01/sentencia-encaso-masacre-de-santo.html.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia tendencia decreciente desde el 2007 hasta hoy. De 861 vctimas entre 1990 y 1999, se pasa a 5.113 entre 2000 y 2006, y 4.152 entre 2007 y 2012. Estos cambios revelan, por un lado, la masicacin de la siembra de minas antipersonal y, por el otro, que nueve de cada diez vctimas han sido atacadas desde la dcada del 2000 hasta hoy, justo cuando la mayora de los indicadores de violencia decrecen. Colombia en 1999. Las FARC queran evitar que el territorio arrasado por los paramilitares se convirtiera en un campo abierto y despejado para el despliegue de la ofensiva militar del Estado, y frenar ese avance sobre sus zonas de retaguardia estratgica. Sin embargo, la contencin militar que logr la guerrilla con las minas antipersonal implic un alto costo humanitario para la poblacin civil. De hecho, de un total de 10.189 vctimas registrado entre 1982 y 2012 por el PAICMA,151 3.885 fueron civiles (38%) y 6.304 miembros de la Fuerza Pblica (62%), lo que revela el impacto indiscriminado de este tipo de arma. As, por cada dos combatientes que caen en una mina antipersonal, un civil tambin lo hace. Para las comunidades, las minas antipersonal representan una distorsin profunda de la vida cotidiana pues suponen un grave riesgo e imponen limitaciones a los desplazamientos y actividades de los pobladores. Esta situacin ha dado lugar al connamiento o al desplazamiento forzoso, y ha entorpecido los procesos de retorno. As mismo, la siembra masiva e indiscriminada de minas se ha traducido en cambios en los patrones de uso y apropiacin del territorio.
Figura 15. Evolucin de nmero de vctimas de minas antipersonal y municin sin explotar en Colombia, 1982-2012. Fuente: Programa presidencial de Accin Integral contra las Minas - PAICMA, febrero de 2013.
El uso de las minas antipersonal se convirti en la tctica militar de las FARC para compensar la prdida de la iniciativa militar en el conicto armado a partir del 2000, as como para contener ecazmente el avance paramilitar. Ciertamente, a medida que los distintos indicadores de violencia de las guerrillas iban decreciendo como consecuencia de la recuperacin de la iniciativa militar del Estado, la victimizacin por la siembra indiscriminada de minas antipersonal registr una tendencia contraria. La guerrilla de las FARC busc compensar en tierra la ventaja area que haban logrado las Fuerzas Militares desde la implementacin del Plan
La letalidad de las minas antipersonal, por lo menos en el caso colombiano, es comparativamente menor respecto a otras modalidades de violencia: ha dejado 8.070 lesionados y 2.119 muertos.152 Sin embargo, los daos ocasionados a nivel fsico (amputacin de miembros y afectacin auditiva y visual) y psicolgico hacen que esta arma tenga un profundo impacto en los proyectos de vida de las vctimas en el plano familiar, social y laboral, como queda de maniesto en el siguiente testimonio brindado a Human Rigths Watch: Yo vivo murindome, nos dijo un agricultor de cincuenta aos de edad, quien perdi una pierna y casi toda la visin cuando pis una mina antipersonal cuatro aos antes. Ahora
151. Programa Presidencial de Accin Integral contra las Minas Antipersonal, consultado el 8 de junio del 2013, www.accioncontraminas.gov.co. 152. Programa Presidencial de Atencin Integral contra las Minas Antipersonal.
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Habitante de San Carlos seala una mina antipersonal encontrada en una escuela de la vereda La Mirandita. Fotografa: Jess Abad Colorado, CMNH 2010.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia vivo de limosnas y [de] los hijos que le dan comida [a uno]. Vivo con los tres menores Tengo tres aos de [estar as] y no me muero.153 De hecho, los nios, nias y adolescentes son las principales vctimas de este tipo de arma, ya que 995 de las 3.885 vctimas civiles pertenecen a este grupo etario. Esto signica que uno de cada cuatro vctimas son nios, nias y adolescentes, proporcin que no se registra a tal nivel en ninguna otra modalidad de violencia, pese a que los asesinatos selectivos y las masacres sean ms letales.154 Tampoco escapan a esta victimizacin los grupos tnicos, con todas sus implicaciones socioculturales por la cosmovisin del territorio. De hecho, 307 de las 3.885 vctimas civiles eran indgenas, lo que implica que uno de cada diez pertenece a este grupo tnico.155 Esto revela el grado de afectacin de los territorios indgenas y afrocolombianos con la siembra masiva de minas antipersonal. La alta ecacia de las minas en la lucha militar contra el Estado y su bajo costo constituyen dos razones por las cuales se ha extendido su uso por parte de los actores armados en detrimento de la poblacin civil: Es que una mina est diseada para durar ms de 15 y 20 aos, su poder destructivo permanece en el tiempo, ella se mimetiza, se acopla al lugar donde est: se vuelve como musgo, con caf, se acopla a la tierra, le puede caer agua, le puede caer lo que sea y no se daa. Haba una seora en la vereda Calderas que me pareci muy graciosa cuando fui, y me dijo que las minas para ella eran un soldado perfecto, vea: no pide sueldo, no duerme, no descansa, trabaja los 7 das de la semana, las 24 horas del da, los 31 das del mes, los 365 das del ao que153. Colombia: civiles sufren gravsimos daos por minas de las guerrillas, Human Rights Watch, 25 de julio de 2007, consultado el 9 de junio de 2013, http://www.hrw.org/ es/news/2007/07/24/colombia-civiles-sufren-grav-simos-da-os-por-minas-de-las-guerrillas 154. Programa Presidencial de Accin Integral contra las Minas Antipersonal. 155. Programa Presidencial de Atencin Integral contra las Minas Antipersonal.
San Andrs
Minas antipersona MAP Municiones sin explotar MUSE en el conflicto armado en Colombia
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Santander Choc Antioquia Caldas Risaralda Cundinamarca Quindo Valle del Cauca Cauca Huila Nario Putumayo Caquet Guaviare Tolima Meta Boyac
Casanare Vichada
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Mapa Minas antipersona MAP y municiones si explotar MUSE en el conicto armado en Colombia (1982-2012).
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica da ah dispuesta para la hora que usted se pare en ella pero desgraciadamente una mina no distingue entre un campesino, un nio, un soldado, un combatiente, ella no distingue quin se para en ella cuando se activa156 La masicacin de la siembra de minas se ha traducido en una victimizacin que se ha extendido a 477 municipios, lo que representa el 45% del territorio nacional. Entre estos, 24 han registrado ms de 100 vctimas por minas antipersonal (militares y civiles), que representan el 37,5% de los casos. En medio del afn por lograr ventajas militares sobre los adversarios o por contener sus avances, como ocurre con las minas antipersonal, los actores armados han multiplicado las situaciones de riesgo para la poblacin civil con el abanadono de municin sin explotar y la improvisacin de artefactos explosivos. En el primer caso, el recrudecimiento de las acciones militares implic el abandono de municin sin explotar en los territorios en los que se libraban las confrontaciones, incluyendo municin de fusil, granadas de todo tipo e incluso cilindros bomba sin explotar. Estos artefactos podan ser activados accidentalmente con el trnsito de los civiles por los territorios o por su manipulacin inadecuada, en particular por parte de nios, nias y adolescentes, que interactan con ellos por el desconocimiento de su letalidad, tal y como se constata en el relato de un sobreviviente: Mi familia y yo vivimos retirados de La Cumbre, en el Valle. Hace seis meses, cuando tena 17 aos, le fui a hacer un mandado a mi mam y al bajar al pueblo encontr un petardo. No pens que fuera un explosivo; si lo hubiera sabido, nunca lo hubiera recogido. Me lo ech al bolsillo para llevarlo a mi casa para que mi pap lo viera para ver si le serva para algo. Entonces me puse a manipularlo y pas lo peor para m: estall en mis manos. Un primito de 16 meses tambin result afectado, se le incrust un dedo mo en su antebrazo. Adems tuvo heridas superciales en el resto del cuerpo [].157
156. GMH, San Carlos, 161. 157. Las voces del silencio, Revista Semana, febrero 28 de 2005.
En el segundo caso, los actores armados, en particular las guerrillas, recurrieron a la improvisacin de artefactos explosivos en cadveres, casas, animales y carros para atacar o contener a la Fuerza Pblica. Se adecuaron explosivos en viviendas rurales que se activaban cuando una persona arribaba o ingresaba. Los afectados no siempre resultaban ser patrullas militares, como esperaban las guerrillas. El 23 de noviembre del 2003, en el corregimiento Santa Ana del municipio de Granada, Antioquia, un campesino y su hija de 7 aos murieron como consecuencia de la activacin de una casa bomba. As ocurri con la improvisacin de explosivos sobre cadveres que se activaban cuando las autoridades acudan al sitio de los hechos para proceder a su levantamiento mdico-legal. Tambin se volvi recurrente la instalacin de carros bombas en vas veredales, con lo que se buscaba frenar ofensivas militares o simplemente atraer a los adversarios para atacarlos. El 9 de agosto de 2001 en el municipio de Gramalote, Norte de Santander, dos civiles murieron y cuatro ms resultaron heridos luego de que guerrilleros abandonaran un carro bomba en la va a Santiago, el cual se activ cuando los civiles intentaron moverlo. Tampoco result aislado el uso de animales acondicionados con artefactos explosivos para atentar contra objetivos militares, tal y como sucedi con el burro bomba dirigido contra la estacin de polica de Chaln el 13 de marzo de 1996 (11 policas muertos y varias viviendas destruidas), as como con el dirigido contra un retn militar en San Andrs de Cuerquia el 8 de agosto de 2012 (2 militares y 3 civiles heridos).
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Una mujer en embarazo que viajaba en ambulancia rumbo a Medelln, muri junto a la enfermera que la acompaaba al caer en la represa de playas porque minutos antes la guerrilla de las FARC haba destruido el puente que une a los municipios de San Rafael y San Carlos. Fotografa: Javier Agudelo, El Tiempo 2002.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica El GMH ha documentado 5.138 casos de dao a bienes civiles entre 1988 y el 2012,158 de los cuales 2.700 acciones equivalentes a la mitad de los casos contabilizados en total ocurrieron entre 1996 y 2004. As, el incremento de este tipo de acciones se asoci de manera directa al recrudecimiento del conicto armado. Los principales responsables identicados en la comisin de las acciones contra los bienes civiles fueron las guerrillas, quienes perpetraron 4.323 de las 5.138 acciones documentadas por el GMH (84,1%). El 15,1% restante se distribuy as: grupos paramilitares, 270 acciones (5,27%); grupos armados no identicados, 308 acciones (6%), miembros de la Fuerza Pblica, 182 acciones (3,58%), y otros grupos armados, 6 (0,1%). En confrontaciones entre diferentes actores armados se registraron 49 casos (1%). Los ataques a bienes civiles respondieron a diferentes lgicas que dependieron del actor armado implicado. En el caso del paramilitarismo, estuvieron asociados a prcticas como bloqueo econmico, connamiento a comunidades y masacres de tierra arrasada. En relacin con esta ltima modalidad, los paramilitares son responsables de la afectacin a bienes en seis de cada diez casos, del total de 163 casos documentados por el GMH. Por su parte, el ataque a bienes civiles por cuenta de las guerrillas se focaliz en las lites locales y regionales, y constituy una forma de asedio constante con nes polticos y econmicos; aunque de manera progresiva se ha ido extendiendo a las comunidades en general por medio de las tomas de poblaciones.
158. El DIH, a travs del Protocolo II de 1977, que desarrolla y completa el Artculo 3 comn a los Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949, estipula lo relativo a la proteccin de vctimas de los conictos armados sin carcter internacional (internos). All establece la proteccin de los bienes indispensables para la supervivencia de la poblacin civil, de los bienes culturales y lugares de culto, as como obras e instalaciones que contienen fuerzas peligrosas (presas, diques, centrales nucleares). Colombia, a travs de la Sentencia C-225 de 1995 de la Corte Constitucional, declar exequible (aplicable) el Protocolo Adicional II de los Convenios de Ginebra.
Murieron 14 militares del Batalln Pedro Nel Ospina, en una emboscada de la guerrilla de las FARC entre Carolina del Prncipe y Santa Rosa de Osos, Antioquia Fotografa: Jess Abad Colorado 1994.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia En el caso de las FARC, el sabotaje a la infraestructura mediante la destruccin de torres elctricas y carreteras ha sido empleado para aislar las poblaciones y afectar la actividad econmica. As, este tipo particular de atentados, junto con el ataque a las instalaciones ociales (alcaldas, concejos municipales, Caja Agraria, Telecom, por ejemplo), estuvo orientado a la construccin de una reputacin de violencia que enfatiz la capacidad desestabilizadora en su competencia con el Estado. El ELN, por su parte, ha justicado los ataques contra la infraestructura petrolera como expresin de oposicin a la explotacin por parte de empresas extranjeras de los recursos colombianos. Las guerrillas, entonces, son responsables de nueve de cada diez acciones de sabotaje, quema de vehculos, ataque a instituciones y atentados terroristas; ocho de cada diez acciones de ataque a propiedad privada; y cinco de cada diez acciones de ataque a organizaciones, respecto del total documentado por el GMH para el periodo 1988-2012.
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Santander Choc Antioquia Caldas Risaralda Cundinamarca Quindo Valle del Cauca Cauca Huila Nario Putumayo Caquet Guaviare Tolima Meta Boyac
Arauca
Casanare Vichada
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Figura 16. Evolucin de las acciones con dao a bienes civiles en el conicto armado en Colombiam 1988-2012. Fuente: GMH, Base de datos de dao a bienes civiles en el conicto armado en Colombia (1988-2012).
Cerca del 80% de los daos o afectaciones a los bienes civiles documentados se distribuyen en tres modalidades: sabotajes contra la infraestructura energtica (oleoductos), elctrica (torres de energa) y vial (vas,
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Bloqueo del ELN a la autopista Bogot - Medelln. Fotografa: Jess Abad Colorado 2000.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia puentes y peajes), que registraron 1.762 acciones (34,3%); quema de vehculos, con 1.401 acciones (27,3%), y ataques contra propiedades (ncas, empresas, industrias, entidades bancarias o establecimientos comerciales), con 703 acciones (13,7%). Por su parte, los ataques contra instituciones pblicas (alcaldas, concejos, sedes de la Caja Agraria, sedes de la Registradura del Estado Civil, empresas de servicios pblicos, entre otras) registraron 366 acciones (7,1%) y los ataques contra organizaciones (sedes de partidos polticos, organizaciones de Derechos Humanos, gremios, sindicatos y organizaciones de la sociedad civil), 69 acciones (1,3%). En 297 acciones de asesinato selectivo y 162 masacres se produjeron afectaciones a bienes civiles que pudieron o no ser concurrentes con hechos simultneos como acciones blicas, ataques a propiedades, sabotaje y quema de vehculos. Por su parte, 475 acciones blicas registraron afectaciones a bienes civiles, 208 de las cuales fueron simultneas con destruccin parcial o total de instituciones estatales en ataques a poblaciones o tomas. La letalidad potencial de los ataques contra bienes civiles y los daos ocasionados a la poblacin civil quedaron en evidencia el 18 de octubre de 1998, cuando el ELN dinamit un tramo del Oleoducto Colombia, que provoc un incendio en el corregimiento Fraguas del municipio de Segovia, Antioquia, y ocasion la muerte de 73 civiles, 35 de ellos nios y nias. Como producto de este tipo de ataques han muerto 208 personas y han sido heridas 347 entre 1988 y el 2012. As recuerda una de las vctimas su vivencia de la tragedia: La explosin del oleoducto de Machuca cambi la vida de mucha gente. Sobre todo, la de los poquitos que quedamos vivos. El 18 de octubre de 1998 yo estaba en mi casa cuando o la explosin. Entonces sal corriendo a rescatar a mis hijos que estaban all cerca. Ah fue cuando me quem. Mi esposo y mis tres hijos (de 16, 12 y 8 aos) murieron. Yo me qued sola y quemada. Mi vida desde ese momento ha sido muy intranquila. Despus de eso uno se siente muy anerviado, ya uno no es como antes. En ese entonces era ama de casa. Ahora hago lo mismo, sobre todo porque no puedo trabajar, no puedo hacer
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nada. Lo poquito que yo me levanto es lo que mi familia me da. Por eso estoy al lado de ellos. Hasta el momento no se ha hecho justicia.159 Los ataques contra bienes civiles afectaron a la poblacin civil en diversas dimensiones. Este tipo de violencia genera daos de tipo econmico y ambiental que han afectado la seguridad alimentaria de la poblacin, han puesto en riesgo la vida de las personas y han causado daos fsicos y muertes. Varias de estas acciones provocaron daos duraderos y de gran magnitud, que comprometieron la calidad de vida de las comunidades y afectaron a las vctimas en sus entornos socioculturales. Los ataques contra bienes civiles registraron por lo menos una accin en 693 municipios, lo que equivale a un 60,5% del territorio nacional. Sin embargo, siete de cada diez acciones se concentraran en 143 municipios.
159. Las voces del silencio, Revista Semana (28 de febrero de 2005), consultado el 9 de junio del 2013, http://www.semana.com/on-line/articulo/las-voces-del-silencio/71083-3. Estos testimonios fueron recogidos con ocasin del II Congreso Internacional sobre Vctimas del Terrorismo, organizado por la Escuela de Comunicacin Social y Periodismo de la Universidad Sergio Arboleda. 160. Hans-Peter Gasser, Actos de terror, terrorismo y derecho internacional humanitario, Revista Internacional de la Cruz Roja (2002), consultado el 8 de junio del 2013, http://www.icrc.org/spa/resources/documents/misc/5ted8g.htm
INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica El GMH ha podido documentar 95 atentados terroristas en el conicto armado entre 1988 y el 2012, con un total de 223 vctimas fatales y 1.343 heridos. De los 95 casos, 77 fueron perpetrados por las guerrillas (principalmente las FARC, con 55, y el ELN, con 12), 16 por grupos armados no identicados y 2 por paramilitares. producidos por la criminalidad asociada al narcotrco contra medios de comunicacin, empresas privadas, organismos de seguridad, entre otros: la bomba contra el avin de Avianca el 27 de noviembre de 1989, la bomba contra el Departamento Administrativo de Seguridad DAS el 6 de diciembre de 1989, los atentados con carro bomba contra el peridico El Espectador (2 de septiembre de 1989)162 y las cuatro bombas que sacudieron a la ciudadana de Bogot entre enero y febrero de 1993. Con la muerte de Pablo Escobar en diciembre de 1993 en un operativo de la Polica, y la consecuente reconguracin del narcotrco producto de la desarticulacin de los grandes carteles,163 los atentados terroristas empezaron a deslindarse de los narcotracantes, quienes apostaron por un bajo perl. Los actores armados utilizaron esta prctica de violencia al reconocer en los atentados terroristas una elevada capacidad de desestabilizacin que reforzaba el efecto de otras modalidades de violencia. Los atentados terroristas se convirtieron entonces en un arma utilizada especialmente por las guerrillas. Su escalamiento estuvo relacionado con coyunturas ms o menos identicables: en un primer momento respondi a la estrategia de desestabilizacin poltica nacional desencadenada como parte de su fortalecimiento militar. En este sentido, las acciones terroristas ejecutadas entre 1996 y 1998 sirvieron para consolidar sus xitos militares contra el Estado, en el contexto de inicio del ascenso del paramilitarismo. En un segundo momento de repunte en 2001 y 2002, su acelerado crecimiento constituy una demostracin de poder, primero para fortalecer su posicin en la mesa de negociacin poltica, luego para demostrarle al Estado que sera costoso ganar el conicto luego de la ruptura del proceso de paz. Pero adems se convirti en una forma de contencin frente a la ofensiva paramilitar y la recuperacin de la iniciativa militar por parte del Estado.
162. Vase: 20 aos despus de la bomba a El Espectador seguimos adelante!, especial interactivo, El Espectador, consultado el 9 de junio de 2013, http://static.elespectador.com/especiales/2009/09/8e8b0ba3fba6b4e8d26c5a5a27413929/a3.html. 163. Cartel de Medelln, liderado por Pablo Escobar Gaviria; y el Cartel de Cali, liderado por Benjamn Herrera Zuleta, Gilberto Rodrguez Orejuela, Miguel Rodrguez Orejuela y Jos Santacruz Londoo.
Figura 17. Evolucin de los atentados terroristas en el conicto armado en Colombia, 1988-2012. Fuente: GMH, Base de datos de atentados terroristas en el conicto armado en Colombia (1988-2012).
Los atentados terroristas han sido especialmente utilizados por las guerrillas, aunque si se compara con otras modalidades del mismo actor su frecuencia no es muy alta ni constante. De 10 casos ocurridos con anterioridad a 1995, se pasa a 63 entre 1996 y 2004, periodo del escalamiento del conicto armado. A partir del 2005 se han registrado 22 atentados terroristas, y 11 en el 2012.161 La baja ocurrencia de este tipo de acciones entre 1988 y 1995 estuvo fuertemente inuida por el inters de diferenciacin de los actores del conicto armado respecto de la oleada terrorista desencadenada por el narcotracante Pablo Escobar Gaviria en su guerra contra el Estado entre 1989 y 1993. En este contexto se registran los atentados terroristas
161. Base de datos de atentados terroristas en el conicto armado (1988-2012), procesada por GMH con base en bitcoras de conicto armado como la Revista Noche y Niebla y el Boletn Informativo Justicia y Paz.
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La bomba que las FARC detonaron en el Club el Nogal de Bogot dej 36 muertos y 200 heridos, 7 de febrero de 2003. Fotografa: Carlos Julio Martnez, archivo El Tiempo
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica En el 2003 comenz una tendencia decreciente. Las acciones perpetradas respondieron a la recuperacin de la iniciativa militar del Estado en el conicto armado con la implementacin de la Poltica de Seguridad Democrtica en el primer Gobierno de lvaro Uribe Vlez (2002-2006). La iniciativa de aanzamiento del Estado, aunado a la ruptura del proceso de paz entre el Gobierno nacional y las FARC (febrero del 2002), fue respondida por la guerrilla con la explosin de un carro bomba en el Club El Nogal,164 en Bogot el 7 de febrero del 2003 (36 vctimas). En un especial de la Revista Semana a propsito de la conmemoracin de los diez aos de la bomba de El Nogal el 2 de febrero del 2013, algunas crnicas narraron lo vivido por las vctimas: Carlos Carrillo fue el ltimo socio que los socorristas sacaron con vida del club. Ya haban incluido su nombre en una lista de personas fallecidas que haban enviado a los noticieros, y por eso su hija Diana no crey cuando le avisaron que estaba vivo. Pero su hermano menor, Juan Sebastin, Juancho, de 9 aos, muri asxiado. Segundos antes de que estallara la bomba, Carrillo estaba en la taberna del quinto piso con Juancho y su otra hija, Paola. La explosin dej a Carrillo inconsciente y le quebr los pies. Cuando volvi en s, vio a su hija herida y le dijo que saliera, mientras l se arrastraba hasta una pared para resguardarse del fuego. Justo cuando senta que iba a morir, lo rescataron.
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Una guerra prolongada y degradada. Dimensiones y modalidades de violencia una alta capacidad de desestabilizacin social y emocional, por lo cual este tipo de violencia busca la instalacin duradera del miedo, la desconanza, la ruptura de las solidaridades y la parlisis en la cotidianidad de las vctimas y sus expresiones comunitarias. El modus operandi de los actores armados para amenazar a sus vctimas es muy variado. Han acudido a acciones privadas como el envo de sufragios o cartas, llamadas telefnicas intimidantes o a amenazas cara a cara. De igual manera, las amenazas circularon abiertamente en medios pblicos mediante panetos, comunicados, listas y gratis con mensajes intimidantes. Para concretar las amenazas, los actores armados apelaron a dispositivos y piezas comunicativas que potenciaban el miedo de las vctimas y las comunidades, quienes habitaban escenarios donde las prcticas de violencia se atestiguaban cotidianamente. Las guras del encapuchado y el desertor,165 que presentaban al acusador/perpetrador como un conocido pero annimo, minaban a la comunidad por dentro y generaban un nivel de incertidumbre tortuoso sobre las posibles relaciones que se haban tenido con aquel de quien dependa su vida en ese momento. Todos estos dispositivos vehicularon la amenaza desde una lgica en la que se buscaba destruir moralmente a la vctima, dejarla indefensa en trminos de recursos internos y capacidad de reaccin, aun si el desenlace no fuese necesariamente letal. Las listas fueron registros escritos de los actores armados con los nombres de los presuntos enemigos y vctimas potenciales que eran utilizadas durante las masacres o los retenes, o que incluso circularon como rumores para propagar el miedo entre las vctimas. As recuerda su experiencia con las listas una vctima de San Carlos: Ac hay una listica [dijo el jefe paramilitar], se las voy a pasar, cada [uno] la mira y si se encuentra, le voy a dar la oportunidad de que se borre de la lista, de que salve la vida, vea, ac est la hoja y ac est el lapicero. Pero vea hganme el favor no van a mirar ni arriba, ni abajo, miren precisamente si ustedes estn o no, que voy a mirar el de mi amigo, no!, solamente su nombre y entonces empezamos, uno era, ay bueno, listo, pasamos yo descans, pero me dio mucho susto porque al lado mo haba un compaero [que] estaba. Cmo le parece que cuando l cogi, se mir, entonces ah mismo se puso plido, y entonces el seor ese, que tena una mirada que, le dijo, qu pasa con usted?, y le dijo, lo que pasa es que el nombre mo est ac, y yo no s si yo si soy ese, y el viejo ese todo irnico le dijo, ah usted no sabe si es usted? Dgame: algn da de pronto le hizo el favorcito a alguna persona, llev un mercadito, llev una razoncita, recuerde, haga memoria, es bueno que haga memoria, y el muchacho, no, es que yo, y dijo cualquier cosita tiene que haber hecho, y al frente de cada nombre colocaban: llevaba mercado a la guerrilla, llevaba razones, llevaba boletas, o sea, le especicaba por qu. Y le dijo, ve, sabe qu? Si cuando ustedes venan de San Carlos a El Jordn se hubieran encontrado un retn, en estos momentos usted estara con la boquita llena de moscos y tirado por una cuneta, pero le voy a dar la oportunidad, vea, ac est el lapicero, brrese. A las listas se sumaron los gratis y los panetos con los cuales los actores armados han realizado exhibiciones de poder y buscado crear un contexto de miedo y parlisis mediante el anuncio de una accin violenta.166 Si bien la amenaza ha sido un recurso tanto paramilitar como guerrillero, las formas ms intimidantes han provenido de los paramilitares. Resulta ilustrativo de la manera como emplearon esta modalidad el comunicado pblico emitido por los paramilitares en San Carlos (Antioquia) el 22 de diciembre de 1999, que anunciaba que por cada
166. GMH, Silenciar la democracia.; GMH, El orden desarmado. La resistencia de la Asociacin de Trabajadores Campesinos del Carare (ATCC) (Bogot: Taurus/ Semana, 2011).
165. En algunos territorios, los actores armados realizaron sus incursiones en las poblaciones acompaados de un desertor encapuchado a quien llevaban de manera forzada o no, quien poda ser oriundo del lugar o haba operado en l (cuando perteneca al grupo armado contrario). Esta persona encapuchada contribua a la identicacin de los presuntos enemigos buscados.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica torre de energa que derribe la guerrilla, sern asesinados 10 campesinos en el oriente antioqueo,167 congurando una represalia en la cual la poblacin civil era responsabilizada de manera expedita por las acciones guerrilleras, ya fueran de las FARC o del ELN. Cuando las regiones estaban bajo la hegemona guerrillera, las amenazas fueron recurrentes para presionar el pago de extorsiones, disuadir a quienes colaboraban con el Ejrcito Nacional o intimidar a las mujeres que se relacionaban sentimentalmente con los militares, lo que fue reiterativo en regiones como el Sarare y el oriente antioqueo por parte del ELN. Adems, la guerrilla recurri a los panetos y a los comunicados para conminar pblicamente a los candidatos a cargos de eleccin popular y las autoridades civiles a renunciar, so pena de ser declarados objetivos militares. Entre el 2000 y el 2003, 160 alcaldes fueron obligados a gobernar fuera de sus municipios por la presin de los actores armados.168 Los gratis fueron empleados para infundir o intensicar el miedo en las comunidades. Estos operaron, ya fuera como anuncios de la llegada de un actor armado (ya llegamos, lleg el terror, llegaron los paracos), como prembulo de un episodio de violencia, o como marcas en el territorio vulnerado del enemigo.169 Es alusivo de este ltimo tipo de utilizacin, el caso de Baha Portete, La Guajira, donde mediante dibujos inscritos en las paredes del pueblo se recrearon y difundieron los abusos sexuales y el trato denigrante inigido por parte de los paramilitares contra las lderes del pueblo wayuu.170 Las amenazas reforzaron el impacto de otro tipo de modalidades de violencia. El siguiente testimonio revela, de la mano de una reputacin de violencia ya construida, la ecacia de las amenazas en la precipitacin del desplazamiento de forzado en el caso de San Carlos, Antioquia:
Grati pintado por el grupo Muerte a Revolucionarios del Nordeste MRN en la falsa toma guerrillera del 26 de octubre de 1988 en Segovia. Fuente: Expediente Penal 7583 de 1988.
167. GMH, San Carlos, 75. 168. GMH, Bojay,18. 169. GMH, Segovia y Remedios; GMH, El orden desarmado. 170. GMH, Baha Portete.
Entonces era una situacin muy horrible all y debido a eso ya empiezan a rodar algunos panetos en algunas veredas: necesitamos la vereda totalmente desocupada en tanto tiempo, entonces todo el mundo dice: claro, ya con esa psicologa vienen y nos hacen aqu lo que hicieron all en el pueblo, o lo que le hicieron la gente en La Holanda. Era gente desalmada, metindole una psicologa muy verrionda al pueblo, entonces all se mentaba que los paramilitares y todo el mundo a correr,
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica peor que si llegara el diablo, eso era peor, yo creo que el diablo va solamente por el que necesita.171 El peso de la amenaza dentro de los repertorios de violencia paramilitar se evidencia con su alta prevalencia durante el proceso de desmovilizacin parcial y rearme en el periodo 2005-2012. Ciertamente, el decrecimiento de las distintas modalidades de violencia fue compensado por los nuevos grupos con la explotacin de la reputacin de violencia. A travs de las amenazas, los asesinatos selectivos y la sevicia, los paramilitares mantuvieron un imaginario del terror funcional para estabilizar su control en la nueva etapa de la guerra. As mismo, la violencia en nuestro pas ha involucrado a sectores de la poblacin que en el imaginario de la guerra estaban tradicionalmente por fuera de la contienda armada, como los nios y nias, las mujeres y los adultos mayores, a quienes hoy se les recluta, viola o secuestra. Otro factor en juego es el envilecimiento de la guerra, asociado a la construccin de reputaciones guerreras en medio de un prolongado conicto. La exhibicin de una mayor dosis de terror y de una mayor brutalidad es una conducta estratgicamente dirigida a neutralizar apoyos de los adversarios, a paralizar la movilizacin social, a silenciar a los testigos. Ms an, las acciones de violencia de tipo colectivo, como las masacres, al igual que prcticas de crueldad como la sevicia y la desaparicin forzada, apuntan calculadamente a la prolongacin del sufrimiento no solo individual, sino tambin comunitario. Es esta la guerra que muchos colombianos no han visto pero que se vive cotidianamente en la marginalidad de las zonas rurales, en medio de un pas en proceso de acelerada urbanizacin que no pudo ver o que quizs opt por ver solo lo que le era prximo y ms llamativo. En este sentido, la nuestra es una violencia con mucho impacto en lo local y lo regional, pero con muy poca resonancia en lo nacional. A eso quizs se deban la sensacin generalizada de habituacin al conicto y la limitada movilizacin ciudadana por el n de la guerra. Estos mltiples rostros de la violencia ponen a relucir los enormes desafos que enfrentan las iniciativas de memoria de las vctimas y la accin sostenida de las organizaciones de derechos humanos. Para entender mejor este entramado de formas de violencia y las abrumadoras magnitudes que ha alcanzado, es preciso rastrear sus orgenes, sus contextos y sus transformaciones.
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Colombia ha vivido ms de medio siglo de violencia continua, aunque con intensidad variable. Esa longevidad del conicto da cuenta de la transformacin de los actores involucrados, de las estrategias y de las formas de conducir la guerra, factores que, combinados, inciden de modo directo en los grados y modalidades de victimizacin. La guerra colombiana no es una guerra de combatientes. En sus modalidades y dinmicas ha venido generando lo que podramos llamar un proceso de externalizacin de sus impactos, en el sentido en que afecta crecientemente a la poblacin civil. Tampoco es una guerra limpia o, al menos, regulada. La prolongacin y degradacin de la violencia empleada por los actores armados rompen los lmites ticos y normativos de la guerra, y ponen al descubierto uno de los rasgos caractersticos del conicto colombiano: la tendencia a la indiscriminacin de sus mtodos y de sus blancos. Al respecto, pinsese en el uso de minas antipersonal y en las secuelas de los atentados terroristas.
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Cerca de 80 personas murieron cuando la guerrilla del ELN deton una carga explosiva en el Oleoducto Central de Colombia en inmediaciones del corregimiento de Machuca. El fuego de la explosin no solo acab con la vida de los pobladores sino con el lugar. Fotografa: Jess Abad Colorado Segovia, 18 de octubre de 1998.
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En Peque, Antioquia, la poblacin ha sufrido los impactos de una guerra que ha sabido transformarse a lo largo de la historia. Fotografa: Jess Abad Colorado 2001.
CAPTULO II
periodo (1982-1996) se distingue por la proyeccin poltica, expansin territorial y crecimiento militar de las guerrillas, el surgimiento de los grupos paramilitares, la crisis y el colapso parcial del Estado, la irrupcin y propagacin del narcotrco, el auge y declive de la Guerra Fra junto con el posicionamiento del narcotrco en la agenda global, la nueva Constitucin Poltica de 1991, y los procesos de paz y las reformas democrticas con resultados parciales y ambiguos. El tercer periodo (1996-2005) marca el umbral de recrudecimiento del conicto armado. Se distingue por las expansiones simultneas de las guerrillas y de los grupos paramilitares, la crisis y la recomposicin del Estado en medio del conicto armado y la radicalizacin poltica de la opinin pblica hacia una solucin militar del conicto armado. La lucha contra el narcotrco y su imbricacin con la lucha contra el terrorismo renuevan las presiones internacionales que alimentan el conicto armado, aunado a la expansin del narcotrco y los cambios en su organizacin. El cuarto periodo (2005-2012) marca el reacomodo del conicto armado. Se distingue por una ofensiva militar del Estado que alcanz su mximo grado de eciencia en la accin contrainsurgente, debilitando pero no doblegando la guerrilla, que incluso se reacomod militarmente. Paralelamente se produce el fracaso de la negociacin poltica con los grupos paramilitares, lo cual deriva en un rearme que viene acompaado de un violento reacomodo interno entre estructuras altamente fragmentadas, voltiles y cambiantes, fuertemente permeadas por el narcotrco, ms pragmticas en su accionar criminal y ms desaantes frente al Estado.
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favor del partido Conservador, hecho que le dio una justicacin moral y religiosa al discurso antiliberal y anticomunista.2 La Violencia se expres, entre otras formas, en la ola represiva contra los movimientos agrarios, obreros y populares urbanos aglutinados en torno a los ideales del gaitanismo, y alcanz su mximo nivel de radicalizacin poltica tras el asesinato del lder liberal Jorge Elicer Gaitn, el 9 de abril de 1948, suceso que desat protestas populares y fue conocido como El Bogotazo. Como sello distintivo de la dcada de 1950, la violencia se libr entre los ciudadanos adscritos a ambas colectividades polticas mediante el ataque a los militantes del partido contrario o a sus territorios de inuencia. Dentro de los partidos polticos se constituyeron agrupaciones armadas con diferentes niveles de organizacin: de un lado, la polica chulavita y Los pjaros (asesinos a sueldo), al servicio del Gobierno Conservador; del otro, las guerrillas liberales y las autodefensas comunistas. La confrontacin poltica bipartidista se radicaliz y se degrad a tal punto que las agrupaciones armadas cometieron masacres, actos violentos con sevicia, crmenes sexuales, despojo de bienes y otros hechos violentos con los cuales castigaban al adversario. Rituales macabros,3 como el descuartizamiento de hombres vivos, las exhibiciones de cabezas cortadas y la dispersin de partes de cuerpos por los caminos rurales, que an perviven en la memoria de la poblacin colombiana, le imprimieron su sello distintivo a ese periodo al que, como ya se mencion, se suele llamar con la expresin genrica La Violencia, lo que pareciera expresar la naturalizacin de este tipo de fenmenos en la historia poltica nacional.4
2. Vanse: Daniel Pcaut, Violencia y poltica en Colombia. Elementos de reexin (Medelln: Hombre Nuevo/Universidad del Valle, 2003); y Chistopher Abel, Poltica, iglesia y partidos en Colombia (Bogot: FAES/Universidad Nacional de Colombia, 1987). 3. Vase: Mara Victoria Uribe, Antropologa de la inhumanidad:un ensayo interpretativo sobre el terror en Colombia (Bogot: Norma, 2004). 4. Vase: Paul Oquist, Violencia, conicto y poltica en Colombia (Bogot: Instituto de Estudios Colombianos, 1978); y Fernando Gaitn, Una indagacin sobre las causas de la violencia en Colombia, en Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia, Malcolm Deas y Fernando Gaitn , 89-415 (Bogot: FONADE, Departamento Nacional de Planeacin, 1995).
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado humano que dej La Violencia. En primer lugar, estimaron 16.219 muertos entre 1949 y 1957, sin incluir los muertos habidos con fuerzas regulares del Ejrcito, ni en masacres colectivas, que generalmente eran abandonados a los animales, o arrojados a los ros y precipicios, y tampoco las bajas sufridas por las Fuerzas Armadas. En segundo lugar, cuanticaron que 321.621 personas (es decir, el 42,6% de la poblacin del Tolima) sufrieron el exilio6 en forma permanente o transitoria. En tercer lugar, encontraron que 40.176 propiedades, o sea el 42,82% del total, pertenecientes a 32.400 propietarios [], han sido abandonadas transitoria o permanentemente. El 46% de estas tierras fueron abandonadas entre 1955 y 1956. A su vez, los investigadores advirtieron que la estrategia empleada en la violencia era la misma, tanto si se ejerca con nes polticos como con nes econmicos: Actos de terror contra las personas y sus bienes, que concluyen inexorablemente en xodo colectivo. Logrado este resultado, el paso siguiente es mantener latente el terror, para hacer desistir a las vctimas de presuntos o reales propsitos de reintegrarse a la propiedad abandonada []. No es explicable de otra manera el empeo sostenido, y aparentemente ilgico, de destruir casas e instalaciones. Los autores del informe calcularon que durante ese periodo se quemaron 34.304 casas, y observaron que en la destruccin de casas e instalaciones intervinieron no solo elementos civiles, sino las fuerzas regulares en las campaas represivas y en las operaciones denominadas tierra arrasada que realizaron en diversas zonas7. El informe tambin precisa que la estimacin de las prdidas materiales en dinero no incluy lo referente al lucro cesante que han sufrido [...] los exiliados campesinos, representado en valores correspondientes a la renta
6. Esta denominacin es el equivalente de la poca a lo que hoy se denomina como desplazamiento forzado. 7. Secretara de Agricultura de la Gobernacin del Tolima, La Violencia en el Tolima, 7-10.
Quince campesinos liberales hombres y mujeres fueron exhibidos en lnea como trofeos de guerra y retratados por el conocido fotgrafo Luis Gaitn, como testimonio de las crueldades cometidas por la violencia ocial. Fotografa: Archivo Revista Semana, Colombia.
Uno de los documentos que mejor ilustra los estragos de la violencia partidista es el informe de la Secretara de Agricultura del Tolima, de 19595. Este informe fue el primero en cuanticar las vctimas y las prdidas materiales y en describir las modalidades del despojo de tierras entre 1949 y 1957. Las similitudes con la violencia reciente constatan la persistencia de prcticas violentas cuya nalidad no solo son polticas sino tambin econmicas. Con base en una encuesta aplicada a una muestra estadstica de 400 damnicados, los autores de dicho informe estimaron los costos en capital
5. Secretara de Agricultura de la Gobernacin del Tolima, La Violencia en el Tolima (Ibagu: Gobernacin del Tolima, 1959).
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El cristo campesino, fotografa emblemtica de la violencia liberal - conservadora en el periodo comprendido entre 1946 a 1953. Fotgrafo desconocido. Coleccin Guzmn.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado de la tierra [] ms el valor de las cosechas por concepto de cultivos permanentes como el caf. Los investigadores de la Secretara de Agricultura del Tolima establecieron que los ms afectados econmicamente fueron los propietarios rurales (33,8%), los jornaleros (28,17%), y quienes se dedicaban a ocios domsticos (15,49%); el porcentaje restante corresponda a propietarios urbanos, comerciantes y dueos de semovientes.8 De la magnitud de la violencia bipartidista dan cuenta distintos clculos sobre los homicidios y el despojo de tierras, entre estos los del analista Paul Oquist. Segn Oquist, entre 1948 y 1966, 193.017 personas resultaron muertas producto de la violencia partidista en Colombia. La mayor proporcin tuvo lugar entre 1948 y 1953, los aos de mayor intensidad de violencia, segn los estudiosos del tema. Los departamentos ms afectados por los homicidios fueron el Antiguo Caldas9 (24,6%), Tolima (17,2%), Antioquia (14,5%), Norte de Santander (11,6%), Santander (10,7%) y Valle del Cauca (7,3%).10 En cuanto al abandono o despojo de tierras, Oquist calcul que los propietarios de tierras perdieron 393.648 parcelas, y que los departamentos ms afectados fueronValle del Cauca, Tolima, Cundinamarca, Norte de Santander y Antiguo Caldas11. Cuando la degradacin de la violencia y el sectarismo del Gobierno Conservador de Laureano Gmez haban propagado el caos, las lites partidistas ms moderadas optaron por una transicin poltica que permitiera poner n a la violencia en 1953 con el golpe de opinin que permiti el ascenso del general Gustavo Rojas Pinilla a la presidencia de la Repblica (1953-1957). Con el mandato de pacicar el pas y poner n a la violencia bipartidista, el gobierno militar de Rojas Pinillas ofreci una amnista a las guerrillas liberales y a las autodefensas campesinas; las primeras se acogieron mientras que las segundas la rechazaron, con excepcin de las autodefensas campesinas del Sumapaz y el oriente del Tolima, orientadas entonces por el Partido Comunista. La respuesta
8. Secretara de Agricultura de la Gobernacin del Tolima, La Violencia en el Tolima, 10-15. 9. El Antiguo o Viejo Caldas estaba conformado por los actuales departamentos deCaldas,RisaraldayQuindo, en la cordillera central. 10. Paul Oquist, Violencia, conicto y poltica en Colombia, cuadro VI-1, 322. 11. Paul Oquist, Violencia, conicto y poltica en Colombia, cuadro VI-4, 323.
del Gobierno militar, atizada por su talante anticomunista, consisti en el despliegue de operativos militares contra los ncleos de autodefensa campesina que precipitaron su transformacin en guerrillas revolucionarias.12 Ciertamente, la ofensiva militar del general Gustavo Rojas Pinilla contra las autodefensas comunistas del Sumapaz y el oriente del Tolima, emprendida en 1955, les sirvi de argumento a los guerrilleros radicalizados del sur de ese departamento para no entregar las armas y proseguir la lucha armada. Esta ofensiva militar no cedi en el Frente Nacional (1958-1974).13 Si bien es cierto que el acuerdo bipartidista fue una estrategia poltica para apaciguar las animosidades sectarias y reducir la competencia entre los partidos Liberal y Conservador mediante su alternancia en el poder y la paridad en el reparto burocrtico, tambin cabe insistir que el componente militar en ese esquema de gobierno fue muy importante. De la mano de agencias del Gobierno estadounidense, durante la coalicin poltica (que dur diecisis aos) fueron puestas en prctica estrategias de contencin del comunismo que combinaron la represin militar a los grupos insurgentes con el reformismo social.14 La lgica anticomunista o de contencin del enemigo externo, construida en el ambiente de la Guerra Fra, determin el concepto de seguridad15 que sirvi de base a la estrategia de la Fuerza Pblica y que encontr refuerzo en la exclusin de fuerzas polticas distintas a los partidos tradicionales, sobre la que se erigi el Frente Nacional.
12. Vanse, entre otros: Eduardo Pizarro Leongmez, Las FARC (1949-1966). De la autodefensa a la combinacin de todas las formas de lucha (Bogot: Tercer Mundo, 1991); Carlos Medina Gallego, Ejrcito de Liberacin Nacional, Notas para una historia de las ideas polticas en Colombia, en Para reconstruir los sueos (Una historia del EPL), lvaro Villarraga y Nelson Plazas (Bogot: Fundacin Cultura Democrtica, 1994); y Daniel Pcaut, Violencia y poltica en Colombia. 13. Pacto poltico acordado entre los lderes de los partidos tradicionales, Alberto Lleras Camargo y Laureano Gmez. 14. El Tratado de Asistencia Recproca (TIAR), en cuyo marco se adelantaron los programas de ayuda militar bilaterales (MAP), entre 1952 y 1958, y la Alianza para el Progreso (Programa de ayuda econmica, poltica y social de Estados Unidos para Amrica Latina), entre 1961-1970. 15. En desarrollo del Tratado de Asistencia Recproca (TIAR).
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surgimiento se relaciona con los ataques del Ejrcito contra las denominadas repblicas independientes (1964 y 1966). Segn otras versiones, el regreso de los grupos comunistas a la lucha armada tuvo inicio, por un lado, en el asesinato de uno de sus jefes principales, Jacobo Pras Alape, alias Charro Negro, por parte de las guerrillas liberales; y, por otro lado, tuvo inicio en la reaccin de estos grupos frente a la recuperacin militar del territorio que realizaba el Ejrcito Nacional, en la cual tambin resultaban golpeadas las guerrillas liberales y las bandas conservadoras.17 El periodo de mutacin de los grupos armados e irrupcin de las guerrillas en confrontacin abierta con el rgimen bipartidista reeja la combinacin de mltiples factores: los rezagos de la violencia de los aos cincuenta; los intentos del Ejrcito Nacional por recuperar militarmente el territorio; la limitada capacidad del Frente Nacional para insertar grupos organizados al margen del bipartidismo; y la dicultad para desvertebrar las relaciones que los gamonales y poderes locales haban mantenido con los grupos armados cercanos a sus partidos. En este contexto, los grupos organizados al margen de los partidos y algunas de sus facciones disidentes tendieron a percibir el Frente Nacional como un rgimen poltico excluyente. El cierre de oportunidades legales que este pareca exhibir se convirti, para mucho, en justicacin suciente para optar por la lucha armada. La creciente fragmentacin de los partidos polticos en facciones relativamente autnomas, agravada por la violencia bipartidista y reforzada por el hecho de que el Frente Nacional haca nfasis en la competencia dentro de los partidos, haca evidente la condicin de Colombia como un conglomerado de confederaciones de poderes regionales y locales;18 cabe anotar que algunos de estos poderes haban estimulado y apoyado a las guerrillas de sus respectivos partidos. Todo ello haca difcil la labor pacicadora de los primeros Gobiernos del Frente Nacional. El carcter local de la violencia bipartidista haba creado cierta distancia entre los
17. Vase: lvaro Delgado, Todo tiempo pasado fue peor (Bogot: La Carreta, 2007). 18. Vase: Fernn Gonzlez, Para leer la poltica. Ensayos de historia poltica de Colombia (Bogot: CINEP, 1997).
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica represiva impulsada por algunos gobernadores y algunos dirigentes gremiales, como los de la Federacin de Cafeteros y la Sociedad de Agricultores de Colombia, se vera fortalecido con la expiracin del plazo legal de la amnista el 26 de julio de 1959. El componente represivo de la estrategia de pacicacin del Frente Nacional intent infructuosamente complementarse con programas de rehabilitacin social y econmica en zonas afectadas por la violencia bipartidista. Este intento result fallido, entre otras razones, por la falta de consenso sobre el diagnstico y la caracterizacin de los hechos (para unos criminal y para otros sociopoltica); por las dicultades para responder a las expectativas de las vctimas por parte de un Estado pobre; por las crticas suscitadas por el desarrollo de los planes de rehabilitacin en las regiones an afectadas por la violencia lo que fue visto por algunos como un apoyo explcito a los grupos armados, y, nalmente, por el inters de las autoridades locales y regionales de responder a la exigencia de mantener el orden pblico. En medio de estas dicultades, el recrudecimiento de la violencia acab despojando de protagonismo a los planes de rehabilitacin y forz el regreso a polticas de corte represivo, como sucedi en los departamentos de Tolima y Huila.
jefes y directorios nacionales de los partidos, los gamonales regionales y locales, y los jefes de las bandas y guerrillas.19 El pacto bipartidista entre las cpulas de los partidos no lograba superar las rivalidades entre regiones, municipios y veredas, ni las relaciones de los gamonales con las guerrillas de sus respectivos partidos. En su alocucin en el Congreso de julio de 1959, el presidente Alberto Lleras Camargo insista en la necesidad de prepararse para una intensa campaa de pacicacin, porque La Violencia no iba a desaparecer sbitamente. Reconoca, de entrada, que La Violencia haba involucrado a gran parte de la poblacin colombiana, pero que obedeca a causas ms profundas. Por eso, una represin sin discriminacin razonable, ni oportunidad para una recuperacin de la ciudadana, no hara ms que ahondar el mal y extenderlo, deca. Pero tambin adverta que era inviable una amnista total, incalicada y ciega. El nfasis en la solucin
19. Vase: Gonzalo Snchez y Donny Meertens, Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso de La Violencia en Colombia (Bogot: El ncora, 1983).
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado Con respecto a la naturaleza de la violencia colombiana, el informe la describa como de tendencia predominantemente criminal, pero con un potencial importante de transformacin en violencia de carcter subversivo. El informe precis que las fuerzas comunistas no eran una amenaza en el corto plazo, pero advirti que tenan potencial para explotar las tensiones ya existentes a travs de los grupos de autodefensa. En lo que concerna al papel de la Fuerza Pblica, el informe seal la incapacidad de esta entidad para afrontar la situacin, y evidenci la desconanza que generaba entre la poblacin, pues era percibida como un ente politizado, en especial la Polica. Tambin se enfatiz en el recelo y el odio de las comunidades hacia el aparato gubernamental y sus instituciones de justicia, como efecto de la desproteccin durante el periodo de La Violencia.20 Frente a este diagnstico, el informe sugiri una estrategia dual. En primer lugar, reducir la violencia bandolera por medio de una fuerza mvil contrainsurgente. Tal propsito podra lograrse en un ao, dado que los grupos criminales carecan de ideologa y capacidad de proyeccin estratgica. En segundo lugar, emprender reformas sociales, polticas y econmicas para enfrentar los riesgos de una violencia de carcter subversivo. La estabilidad interna solo se lograra combinando las actividades militares y el cumplimiento de las leyes con esfuerzos para eliminar la injusticia social, poltica y econmica. Para alcanzar esta meta, el principio cardinal era el desarrollo de un verdadero Gobierno democrtico, que atendiera los graves problemas sociales. Siguiendo esta lnea, la poltica antisubversiva, que fue difundida en todo el continente durante la administracin de John F. Kennedy (1961-1963), se centr en el impulso al desarrollo interno y a las reformas democrticas para eliminar las causas estructurales de la violencia. Esta estrategia reformista de Kennedy, que se materializ en Amrica Latina con la Alianza para el Progreso en 1961, competa, en el contexto de la Guerra Fra, con el discurso de apoyo a las
20. Vanse: Dennis Rempe, United States National Security and Low Intensity Conict in Colombia, 1947-1965 (Alberta: Universidad de Galgary, 1994); y Dennis Rempe, The Past as Prologue? A History of U.S. Counterinsurgency Policy in Colombia, 1958-66 (Carlisle: Strategic Studies Institute, 2002).
guerras de liberacin en los pases subdesarrollados que haba promulgado el lder sovitico Nikita Khrushchev en enero de 1961. El presidente Lleras Camargo acogi muchas sugerencias de la misin del Gobierno de Estados Unidos, que insista en la necesidad de impulsar el desarrollo nacional y los programas de rehabilitacin, especialmente en el rea rural. Desde abril de 1960, Lleras Camargo propuso un proyecto de reforma agraria, programas de accin cvica como la apertura de carreteras, ayuda mdica y la construccin de escuelas en las zonas rurales. Pero estos programas gubernamentales se vean severamente limitados en algunas regiones, precisamente las ms afectadas por las ltimas etapas de La Violencia, donde las redes locales y regionales de los partidos Conservador y Liberal mostraban muchas dicultades para articular poblaciones que estaban organizadas por fuera de dichas estructuras. La crisis agraria de aquel entonces, al igual que hoy, quedaba evidenciada en la extrema desigualdad de la distribucin de la tierra y en la aguda pobreza de la poblacin rural. En este contexto, el Plan Nacional de Rehabilitacin y la Ley de Reforma Agraria, formulados por el Gobierno de Lleras Camargo e impulsados especialmente por Carlos Lleras Restrepo (1966-1970), fueron concebidos como estrategias para impulsar el desarrollo industrial, modernizar el sector rural, mejorar las condiciones de vida de la poblacin rural y fortalecer la democracia. Junto con estos propsitos, dichas polticas tambin pretendan impedir el estallido revolucionario en los pases latinoamericanos. Ciertamente, durante la Violencia, la confrontacin en algunas zonas del pas se entrelazaba con la revancha terrateniente, una suerte de venganza por las luchas campesinas de las dcadas de 1920 y 1930.21 La
21. Las reivindicaciones de lderes y organizaciones como el Partido Socialista Revolucionario, el Partido Agrario Nacional de Erasmo Valencia, la Unin Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR) de Jorge Eliecer Gaitn, as como las luchas agrarias en Viot (Cundinamarca), Chaparral (Tolima), Sumapaz (Cundinamarca), entre otras, fueron objeto de la revancha terrateniente. Vase: Medlo Medina, La resistencia campesina en el sur de Tolima, en Pasado y presente de la violencia en Colombia, comps. Gonzalo Snchez y Ricardo Pearanda (Bogot: Cerec, 1986), 233-267.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica arremetida latifundista tuvo, entre otros efectos, un despojo de tierras que el analista Paul Oquist calcul en 2 millones de hectreas, equivalentes al 11% de la frontera agraria de la poca.22 A su vez, las luchas agrarias asociadas a la continuidad del conicto por la tierra estuvieron directamente vinculadas con el nacimiento de las guerrillas liberales de origen gaitanista, con las autodefensas comunistas y especialmente con la plataforma poltica que dio origen al programa agrario de las FARC.23 En este escenario social y poltico, el propsito de eliminar los grupos de bandoleros y guerrilleros adquiri protagonismo, mientras que el de las reformas sociales y econmicas entre ellas las relacionadas con la reestructuracin de la tenencia de la tierra y la modernizacin de la industria agrcola qued aplazado. El reducido alcance de las reformas sociales y econmicas, y el escenario de represin militar y de restriccin poltica del Frente Nacional, sirvieron de caldo de cultivo de la va armada y de la radicalizacin de algunos sectores polticos de la izquierda.
22. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD Colombia, Colombia rural: razones para la esperanza, en Informe nacional de desarrollo humano - INDH-PNUD , 271 (Bogot: PNUD, 2011). 23. En el Programa Agrario de las FARC del 20 de julio de 1964 se indic que: A la reforma agraria de mentiras de la burguesa, queremos contraponer una efectiva reforma agraria revolucionaria que cambie de raz la estructura socio-econmica del campo colombiano, entregando en forma enteramente gratuita la tierra a los campesinos que la trabajan o quieran trabajarla, sobre la base de la conscacin de la propiedad latifundista en benecio de todo el pueblo trabajador []. Los colonos, ocupantes, arrendatarios, aparceros, terrazgueros, agregados, etctera, de tierras de los latifundistas o de la nacin, recibirn los ttulos de propiedad de los terrenos que exploten []. Se protegern las comunidades indgenas otorgndoles tierras sucientes para su desarrollo, devolvindoles las que les han usurpado los latifundistas y modernizando sus sistemas de cultivo. Las comunidades indgenas gozarn de todos los benecios de la reforma agraria revolucionaria. Al mismo tiempo, se estabilizar la organizacin autnoma de las comunidades, respetando sus cabildos, sus formas de vida interna, su cultura, su lengua propia y sus formas de organizacin. Jacobo Arenas, Cese al fuego. Una historia poltica de las fARC (Bogot: La Oveja Negra, 1985), 86-88. Reporte de prensa de El Espectador, 15 de junio de 1965.
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este sentido, la accin militar haca parte de una intervencin integral, orientada a desplegar la capacidad del Estado para atender con sus servicios a esas regiones afectadas por la violencia, que haca parte tanto de una lgica social como de una lgica de lucha anticomunista. Para Alberto Ruiz Novoa, ministro de Guerra de la poca y uno de los artces del Plan Lazo, la persistencia de la violencia luego de que este iniciara mostraba la inuencia de factores sociales y econmicos que podan ser aprovechados por los bandoleros para organizar y fomentar una guerra revolucionaria.27 En esta misma direccin, en una entrevista concedida a Yder Giraldo del peridico El Espectador, el 10 de mayo de 1964, el general Ruiz Novoa insista en la urgencia de reformar las estructuras socioeconmicas y en que el Ejrcito asumiera una nueva actitud frente a los campesinos: no deba considerarlos como cmplices de los bandoleros, sino ayudarles a afrontar los problemas del subdesarrollo por medio de la accin cvico-militar. En este contexto se adelant el ataque a Marquetalia28 (mayo de 1964), el cual fue presentado por las FARC como una agresin del Estado contra la poblacin campesina, hecho que precipit el trnsito hacia su denicin como organizacin guerrillera.29 De manera contraria, en el discurso de algunos de los generales que participaron en la operacin, el ataque a Marquetalia fue posterior a la ofensiva y a la reactivacin de la lucha guerrillera de este grupo, que ya habra iniciado en 1963. Desde esta perspectiva, el ataque a un bus entre Ataco y Coyaima en el Tolima, y la emboscada al Ejrcito entre Planadas y Gaitania, entre otras acciones, habran conducido al alto mando militar a deducir que no se trataba de actos aislados, sino de una accin coordinada que obligaba a una contraofensiva inmediata.30
27. Gilhods, El Ejrcito colombiano analiza la Violencia, 312-318. 28. Se trat de las operaciones militares para atacar el territorio dnde se concentraban los campesinos alzados en armas. 29. Pizarro Leongmez, Una democracia asediada. 30. lvaro Valencia Tovar, Mis adversarios guerrilleros (Bogot: Planeta, 2009).
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El sacerdote Camilo Torres en una manifestacin contra el gobierno del Frente Nacional. Fotografa: El Espectador 1965.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado Tampoco hay acuerdo sobre el signicado de la accin: para algunos, la decisin de atacar Marquetalia fue un error histrico fundado en el consenso continental sobre la necesidad de aplastar en su origen mismo las amenazas insurgentes que comenzaban a proliferar tras la Revolucin Cubana.31 Un error que dio lugar a la transformacin de la autodefensa en movimiento guerrillero. En otra lnea interpretativa, lejos de haber sido una derrota para el Estado colombiano, la operacin Marquetalia signic el retorno del grupo de Pedro Antonio Marn, alias Manuel Marulanda o Tirojo, al estilo clsico de guerra de guerrillas mviles. Otros aducen que el problema radic en que el Ejrcito se qued solo, sin el apoyo prometido para la recuperacin integral de la zona; por eso, la principal consecuencia de la operacin Marquetalia fue haber convertido, como lo arm el General Bonnet un movimiento sin peso poltico, muy localizado, en un fenmeno con un gran peso nacional e incluso internacional32. As, la guerrilla habra logrado propagarse aprovechando la poca accin poltica del Estado. Las subsiguientes recuperaciones militares de Riochiquito, Cauca, en 1964, y El Pato, Caquet, en 1965, produjeron el desplazamiento forzoso de muchos pobladores de Neiva y sus municipios vecinos hacia las regiones de Caquet y Meta, e incluso hacia Cali y Bogot. La guerrilla respondi a la recuperacin militar de El Pato con ataques en pueblos, caseros y veredas en la vecindad de Neiva y Baraya, al tiempo que provoc el desplazamiento de parte de su poblacin hacia San Vicente del Cagun,33 Guacamayas y Algeciras.34 Despus de la ofensiva contra Marquetalia, la I Conferencia del Bloque Sur de las FARC, reunida en Riochiquito, Cauca, en 1965, unic los destacamentos de Riochiquito, Natagaima, El Pato, Guayabero y Marquetalia, con lo cual concentr unos 100 combatientes. Dos aos despus, en la II Conferencia Guerrillera se adopt el nombre de FARC, que expresaba ya cierta orientacin hacia una estrategia ms ofensiva: eran 300 hombres repartidos en seis frentes. Sin embargo, segn el investigador Eduardo Pizarro, el partido Comunista consideraba entonces a las FARC como una simple reserva estratgica en caso de golpe militar que cerrara la posibilidad de accin poltica legal.35 Por eso, durante estos aos, el crecimiento de esta guerrilla fue muy lento, con escasa expansin geogrca, reducidos recursos nancieros y precario armamento. Hacia 1978, apenas contaba con mil hombres. Para Jos Jairo Gonzlez, la consolidacin militar del grupo tena como contrapartida la renuncia a su tradicin agrarista y a la construccin de un verdadero movimiento social regional.36
2.1.2.3. Viejos y nuevos conictos en un mundo cambiante: El surgimiento del ELN y el EPL
Casi paralelamente a la fundacin de las FARC en 1965, surgieron el Ejrcito de Liberacin Nacional ELN (en 1962) y el Ejrcito Popular de Liberacin EPL (en 1967), cuyas historias se remiten al encuentro entre los jvenes habitantes de las ciudades formados y radicalizados segn los lineamientos de las revoluciones cubana y china, y los herederos de las antiguas guerrillas gaitanistas del Magdalena medio, el alto Sin y el valle del ro San Jorge (la mayora campesinos), unos y otros descontentos con las restricciones de participacin poltica en el Frente Nacional. En el caso de los jvenes urbanos radicalizados, inuy el fervor revolucionario que despert la revolucin cubana y la irrupcin en el contexto internacional de los jvenes como sujetos polticos. Es la poca de la exaltacin del hombre nuevo como paradigma de cambio social en funcin de la cual se erigen guras emblemticas como Ernesto Che
35. Vase: Pizarro Leongmez, Una democracia asediada. 36. Jos Jairo Gonzlez. La Violencia en el Huila, 1946-1966.
31. Vanse: Pizarro Leongmez, Las FARC (1949-1966), 188-189; y Pizarro Leongmez, Una democracia asediada, 168. 32. Manuel Bonnet Locarno, Operacin Marquetalia. Surgen las FARC, en Hablan los generales. Las grandes batallas del conicto colombiano contadas por sus protagonistas, comp. Glenda Martnez (Bogot: Norma, 2006). 33. Jos Jairo Gonzlez, La Violencia en el Huila, 1946-1966, en Historia general del Huila, vol. 2, ed. Bernardo Tovar Zambrano (Neiva: Academia Huilense de Historia, 1996). 34. Jos Jairo Gonzlez, El Pato: una resistencia en la historia y el espacio. Revista Esfera 2011): 111-140.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Guevara en el contexto latinoamericano y luego el cura Camilo Torres en el mbito nacional. Este nuevo contexto tiene entre otros tantos hitos la revolucin de Mayo del 68 en Francia y la movilizacin contra la guerra de Vietnam en los Estados Unidos. En el caso colombiano fue notable el papel protagnico del cura Camilo Torres dentro de la movilizacin social en el pas urbano con el Frente Unido del Pueblo en los primeros Gobiernos del Frente Nacional, pues no solo recoga a los estudiantes y sindicalistas radicalizados en torno a sus tesis, sino tambin a los sectores urbanos marginados. A esto se sumaba la introduccin de un cambio internacional en la Iglesia Catlica respecto a su labor pastoral y un viraje hacia una doctrina social con opcin preferencial por los pobres en los papados de Juan XXIII y Pablo VI, embrin de la teologa de la liberacin que irrumpira con fuerza en Amrica Latina entre la segunda mitad de los sesenta y comienzos de los setenta, y que tendra un impacto directo sobre el ELN con la creciente ascendencia de curas guerrilleros como Domingo Lan y Manuel Prez. En el caso de los viejos conictos y la herencia de la violencia bipartidista, el ELN recoga, adems, los fervores de la lucha sindical en Barrancabermeja y las colonizaciones adelantadas en cercanas de los cauces de los ros Lebrija, Ermitao y Catatumbo por campesinos desplazados por La Violencia o atrados por las posibilidades que ofreca la extraccin de petrleo y la apertura de vas de comunicacin, como el ferrocarril Bucaramanga-Puerto Wilches y el del Atlntico. En esas regiones se haba formado la guerrilla gaitanista de Rafael Rangel Gmez, cuya ideologa era ms cercana a un liberalismo libertario, sin inuencia comunista ni vinculacin con la lucha sindical, pero que despertaba reticencias en las directivas ociales del Partido Liberal. Con la amnista del general Gustavo Rojas Pinilla, Rangel desmoviliz a sus hombres en 1953, pero el fracaso de las polticas ociales de colonizacin llev al recrudecimiento de la violencia en Cimitarra, Santander. Algunos antiguos guerrilleros retomaron las armas y otros se convirtieron en bandoleros, en especial aquellos que procedan de las contraguerrillas conservadoras y de la polica chulavita. Ya bajo el Frente Nacional, Rangel fue elegido representante a la Cmara para el Movimiento
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Revolucionario Liberal (MRL), pese al rechazo de los ganaderos y los liberales ocialistas de la regin.37 El Magdalena medio se senta marginado por la dirigencia bipartidista del orden nacional, y manifestar esa inconformidad le granje una reputacin de regin rebelde e inconforme. Este escenario explica la insercin de grupos estudiantiles radicalizados de la Universidad Industrial de Santander al proyecto del ELN, la acogida de las tesis del Frente Unido de Camilo Torres, y el apoyo de algunos dirigentes provenientes de la Juventud Comunista (JUCO), de las Juventudes del (MRL), del Frente Unido de Accin Revolucionaria (FUAR), y del Movimiento Obrero Estudiantil Campesino, (MOEC). Ahora bien, la concepcin foquista de la lucha armada que proyectaba su estrategia poltico-militar a partir de la concentracin de esfuerzos en ciertos sectores sociales y regiones hizo efmero el apogeo inicial del ELN, pues aisl a los ncleos insurgentes del dbil movimiento social de esos aos.38 Adems, la tesis de que la revolucin se generara desde el campo hacia la ciudad, para alcanzar el poder por medio de una guerra prolongada, llevaba a la subordinacin de la militancia urbana a la guerrilla rural. Los militantes urbanos quedaban reducidos a apndices logsticos, encargados de reclutar cuadros para la guerrilla rural. Por todo lo anterior, el ELN no logr capitalizar las ventajas que le otorgaba la regin donde estaba inserto.
ELN, maniesto en el tratamiento disciplinario de los conictos ideolgi-
cos por los que lleg a ordenar ejecuciones de disidentes para dar solo un ejemplo produjo deserciones y fraccionamientos. El crecimiento del grupo fue entonces lento, de carcter vegetativo, con menor capacidad de expansin de la que esperaban sus fundadores, y el nmero de
37. Alejo Vargas Velsquez, Colonizacin y conicto armado. Magdalena Medio santandereano (Bogot: CINEP, 1992). 38. Vase: Mario Aguilera, El ELN: entre las armas y la poltica, en Nuestra guerra sin nombre. Transformaciones del conicto en Colombia, coords. Francisco Gutirrez et l, (Bogot: Norma, 2006), 209-266.
Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado combatientes se fue reduciendo progresivamente. Adems, su ubicacin en zonas pobres de colonizacin marginal no permita obtener recursos sucientes para armarse de manera ecaz.39 El surgimiento del EPL, durante la misma poca, est ligado, en trminos polticos, a la divergencia sino-sovitica dentro del comunismo y al rechazo, segn la percepcin del grupo, a las tendencias reformistas y conciliadoras de la lnea ocial del Partido Comunista.40 Los brotes de descontento contra la caracterizacin que el Partido Comunista haca del periodo de los inicios del Frente Nacional, como de trnsito pacco al socialismo y de acumulacin pacca de fuerzas, con sus correspondientes tcticas de alianzas electorales con el liberalismo ocial y el MRL, haban llevado a la expulsin de algunos dirigentes como Pedro Len Arboleda, en 1958, y Pedro Vsquez Rendn, en 1963. A estos dirigentes disidentes se sumaron otros, provenientes del Partido Comunista y de la JUCO que decidieron conformar, en julio de 1965, el Partido Comunista de Colombia Marxista-Leninista, PCC ML. Escogieron tres regiones como zonas de guerra: Santander y sur de Bolvar, conocida hoy como Magdalena medio; Valle del Cauca, con proyeccin a Choc y Risaralda; y la regin noroeste, conformada por el alto Sin y el ro San Jorge en Crdoba. Despus de algunos fracasos en el Valle del Cauca y en el Magdalena medio, en parte por las tensiones que se generaron con las FARC y el ELN, y tambin por la respuesta militar del Estado, el PCC ML decidi concentrarse en la zona selvtica y montaosa del alto Sin y del ro San Jorge, denominada El Noro, que le daba acceso al Caribe, a la frontera con Panam y al Pacco. All se reuni la fuerza armada que dara origen a la guerrilla del EPL. La regin estaba atravesando por cambios en la concentracin de la propiedad, debido a la vertiginosa expansin de haciendas ganaderas y agrcolas que causaba la expulsin de colonos y aparceros, generalmente adscritos al Partido Liberal. Esas tensiones haban sido determinantes en el surgimiento de las guerrillas liberales de Julio Guerra, en el alto San
39. Vase: Aguilera, El ELN: entre las armas y la poltica. 40. Vase: Villarraga y Plazas, Para reconstruir los sueos (Una historia del EPL).
Jorge, y de Mariano Sandn, en el alto Sin durante los aos cincuenta. Las alianzas del naciente movimiento insurgente con los remanentes de estas viejas guerrillas permitieron que el EPL consolidara su dominio en la zona y desplazara a los lderes del Partido Comunista ocial.41 En esta fase, el fenmeno insurgente cont con cierto respaldo social, pues no era visto como una amenaza sino como una promesa. Recibi apoyo de pobladores de zonas con presencia histrica del proyecto comunista, como el Tequendama, el Sumapaz y el Sur del Tolima; y tambin recibi apoyo de los colonos que no soportaron la represin y el acoso terrateniente y se fueron a los mrgenes de la frontera agrcola, como el Ariari, el Caquet y el Magdalena medio. En esta fase, pese al discurso radical, muy ligado a estos procesos de colonizacin, guerrillas como la del EPL actuaron como lo hacen caractersticamente los colonos: pidiendo presencia o apoyo estatal, y exigiendo provisin de servicios. Incluso, cuando se expresaron a travs de discursos maximalistas, como en el caso del ELN en su fase inicial, las condiciones objetivas de la insurgencia fueron muy limitadas. Ahora bien, la controversia ideolgica casi permanente, que se registraba dentro de las emergentes guerrillas del EPL y del ELN, lleg a un nivel de sectarismo que result contraproducente para las expectativas de crecimiento de estas organizaciones armadas. Igualmente, la conviccin de que sera fcil encontrar una continuidad entre las guerrillas liberales de los aos cincuenta y las nacientes guerrillas insurreccionales inspiradas, unas, en el ejemplo cubano, y otras, como el EPL, en el chino estaba errada. Por ejemplo, algunos jefes fundadores del EPL, como Pedro Vsquez Rendn, Pedro Len Arboleda, Libardo Mora Toro, Julio Guerra y Francisco Garnica, tendieron a sobrevalorar el potencial militar de combatientes provenientes de las luchas de la Violencia que podran llegar a sus las. En realidad, como lo ha explicado el historiador francs Pierre Gilhods, entre otros investigadores, los campesinos estaban saturados
41. Vase: Villarraga y Plazas, Para reconstruir los sueos (Una historia del EPL).
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica de violencia, especialmente en zonas como la cafetera, tan dura y largamente golpeada por las confrontaciones de los aos cincuenta y comienzos de los sesenta. La gran oleada de invasiones campesinas, que lleg a ocupar 984 predios entre 1971 y 1974, se produjo, no en las regiones de La Violencia, sino en lo que se podra llamar zonas nuevas de conicto o de escasa visibilidad de luchas agrarias, como la costa caribe. De hecho, la ms campesina de las guerrillas, el EPL, tuvo como santuarios el alto Sin y el alto San Jorge, en Crdoba, y se ancl socialmente a los movimientos agrarios de nuevo tipo, a travs de las Juntas Patriticas Populares, imaginadas por sus artces como embriones de poder alterno. A menudo, las guerrillas confundieron el aislamiento geogrco con el control territorial, y por ello las ofensivas militares ms o menos inesperadas las pusieron al borde de la liquidacin. Adicionalmente, tenan lecturas muy particulares de la realidad poltica, como aquella que interpretaba el abstencionismo electoral como la manifestacin explcita de rebelin contra el orden social vigente. Las guerrillas consideraron por lo menos tres elementos principales a la hora de escoger sus bastiones iniciales. Primero, las tradiciones armadas y polticas de las zonas. Segundo, las posibilidades de incidencia: preferan sectores sindicalizados u organizados o zonas perifricas de campesinos pobres. Y tercero, buscaban condiciones topogrcas difciles de acceder, pero estratgicas para transitar fcilmente de un territorio a otro. Los planes de consolidacin de estas guerrillas chocaron con tempranos reveses militares. El ELN, que a principios de los aos setenta apenas superaba los 200 militantes, estuvo al borde del desmantelamiento total tras la operacin Anor en 197342. Varios de sus dirigentes murieron en combate, entre ellos la gura emblemtica del cura Camilo Torres, cuando apenas se enrolaba en la lucha armada (15 de febrero de 1966), y otros fueron fusilados en una accin de intransigencia y verticalismo de sus propias fuerzas, bajo pretexto de traicin, desobediencia a lineamientos del comando central, o simple negligencia en la conduccin de
42. Operacin militar realizada por el Ejrcito Nacional contra el ELN en el rea rural del municipio de Anor -Antioquia.
los enfrentamientos. El grupo qued reducido a unos 70 u 80 hombres, a los cuales poco tiempo despus el presidente Lpez Michelsen les hizo una oferta de paz, que estos desecharon. Algo similar le ocurri al EPL entre 1968 y 1969, cuando apenas comenzaba a mostrarse pblicamente. En combates con el Ejrcito perdi la vida Pedro Vsquez Rendn, uno de los fundadores. Un factor decisivo en los quiebres internos de estas guerrillas en los aos de su gestacin fue el estricto control que los dirigentes ejercan sobre las comunidades y sobre la vida privada de los militantes. Ese intervencionismo hizo de estas fuerzas guerrilleras un conjunto de sbditos indiferenciados, y no de partidarios deliberantes. Por eso, el rompimiento de lealtades generaba efectos catastrcos: expulsiones, ajusticiamientos y degradaciones. Inicialmente, el ambiente de secta aglutinaba, pero despus se converta en elemento de desintegracin. En los aos setenta ocurri que las guerrillas se dividan por dentro y tambin eran hostiles entre ellas. Las divisiones de los grupos rurales tambin se replicaban en el mundo urbano de los estudiantes universitarios, los maestros, los empleados y los sindicatos. Las guerrillas no eran propiamente paradigma de prcticas o de ideales democrticos. En todo caso, el dbil arraigo social, la excesiva territorializacin (traducida al lenguaje autocomplaciente de zonas liberadas) y, sobre todo, el desfase entre los discursos y las realidades cotidianas, hicieron que estas guerrillas apenas lograran sobrevivir a los primeros embates gubernamentales que combinaron acciones cvicas y una presin militar desproporcionada, dirigida no solo a los guerrilleros sino a sus bases sociales. Durante los primeros aos del Gobierno de Lleras Restrepo, varios jefes guerrilleros fueron capturados o muertos en combate. Tambin se hicieron ms frecuentes los enfrentamientos entre los grupos de diferente orientacin como los de las FARC, de tendencia comunista ortodoxa, con el EPL, de la lnea comunista prochina, especialmente en el Sin y Urab. Por su parte, los conictos internos del ELN, de orientacin castrista, llevaron a algunos de sus jefes a entregarse al Ejrcito Nacional para escapar de las condenas a muerte proferidas por sus jefes.43
43. Vase: Daniel Pcaut, Crnicas de dos dcadas de poltica colombiana (Bogot: Siglo XXI, 1988).
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado Buena parte de los grupos armados de los aos sesenta y setenta FARC, EPL, ELN disearon plataformas ms propias de sindicatos y ligas agrarias que de guerrillas, pese al nombre de guerra campesina que les daban a las episdicas acciones de sus pequeos ncleos rurales. Con frecuencia fue ms radical y sectario el discurso en el mundo sindical urbano que en el rural, y ello no solo los expuso permanentemente a las fuerzas del Estado, sino que limit su implantacin slida en ncleos obreros, estudiantiles o profesionales de clase media, dispuestos a acoger planteamientos revolucionarios, pero sin arriesgar demasiado. Los aparatos armados utilizaron las demandas sociales y las estructuras organizativas de carcter esencialmente reivindicativo, como los sindicatos, para sus nes de expansin. Eso les signic pagar costos muy altos y recurrentes, no solo a quienes cumplan funciones propiamente militares, sino tambin a quienes desarrollaban tareas de formacin ideolgica y divulgacin en el seno de los movimientos sociales. Ese afn instrumentador, entre otras razones, hizo imposible la implantacin de las guerrillas en el mundo indgena del Cauca, cuya principal reivindicacin histrica es la autonoma, tanto frente a los actores armados como frente al Estado. Durante las dcadas de 1960 y 1970, la lucha armada no tuvo una particular visibilidad en la escena nacional, debido al connamiento de los grupos guerrilleros en zonas perifricas y al carcter incipiente de dichas organizaciones, tanto en el plano poltico como en el militar. Igualmente, la marginalidad de la guerra durante este periodo es explicable en buena medida por la poltica reformista del Frente Nacional. En efecto, pese a las restricciones democrticas sobre las cuales se erigi, la alianza bipartidista habilit canales institucionales para la movilizacin social y para ampliar la competencia poltica en los mbitos local y regional que servan de vlvula de escape a los radicalismos. La oposicin poltica al Frente Nacional se expres, aunque de forma limitada, a travs de las disidencias en el seno del bipartidismo y de los canales institucionales diseados para ello, poniendo incluso en riesgo la frmula de alternacin en el poder en la reida competencia electoral
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La tierra perdida. Los campesinos de la costa conquistaron sus tierras en los aos 70 y volvieron a perderla en los 90. Fotografa: Archivo Revista Semana.
por la Presidencia de la Repblica entre el candidato ocialista y el de la Alianza Nacional Popular, ANAPO, en 1970. Por su parte, la ampliacin democrtica dentro del Frente Nacional fue respondida por la izquierda poltica, no exenta de una alta fragmentacin, con una intensicacin de su participacin y una presencia social y poltica que contrastara despus con la marginalidad de la lucha guerrillera. A travs del movimiento campesino y de la competencia electoral con la Unin Nacional de Oposicin, UNO, el Partido Comunista logr una representacin poltica local y regional importante: 120 concejales y 9 diputados en las elecciones de 1972, as como 179 concejales y 12 diputados en la contienda de 1976.44 Esta dinmica social y poltica margin al movimiento armado, lo que se reforz con la ofensiva continua de las Fuerzas Militares amparadas
44. Vase: Aguilera, El ELN: entre las armas y la poltica.
INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica en el Estado de Sitio (Artculo 121 de la Constitucin Poltica de 1886), sucesivamente invocado por los Gobiernos del Frente Nacional para solucionar todo tipo de situaciones que alteraran el orden pblico, desde las protestas urbanas hasta las acciones guerrilleras. Los estados de excepcin, acabaron por convertirse en permanentes durante todo el Frente Nacional (1958-1974). Vale la pena anotar que estos estados de excepcin antecedieron y sucedieron la vigencia del acuerdo partidista (1944-1990). El impacto estructural consisti en que la legislacin de excepcin se volvi permanente, restringiendo derechos y libertades, por invocacin de la seguridad nacional, lo que reforz la autonoma de las Fuerzas Armadas dentro del Estado, con la creciente politizacin derivada de su talante anticomunista.45 Las vicisitudes de la lucha armada y de las organizaciones insurgentes ya sealadas contrastaban con los intentos reformistas del Gobierno de Lleras Restrepo y la intensicacin de los movimientos de protesta social que mostraban un malestar continuo hacia el Frente Nacional. A diferencia de las administraciones de Alberto Lleras Camargo y Guillermo Len Valencia, la de Carlos Lleras Restrepo intentaba distanciarse del estilo de negociacin permanente con los partidos y sus facciones, propio del Frente Nacional. La reforma constitucional y administrativa propuesta por Lleras Restrepo en 1968 buscaba, en consecuencia, el fortalecimiento del Ejecutivo frente a los partidos y los poderes regionales y locales.46 Con ese nuevo estilo, Lleras Restrepo enfrent grandes conictos en su intento de profundizar la reforma agraria, aprobada en 1961 durante el Gobierno de Lleras Camargo. La necesidad de que el sector rural respondiera a las demandas del mercado interno y de la industrializacin pasaba por el imperativo de distribuir tierra entre los campesinos y de presionar el latifundio improductivo en manos de propietarios que derivaban su poder poltico de la posesin de grandes extensiones de tierras no cultivadas.47 Para conseguir el apoyo campesino, Lleras Restrepo emprendi la organizacin de la Asociacin Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC,48 que sera el soporte social para su proyecto modernizante en el campo. Su congreso nacional, en julio de 1970, fue inaugurado por el propio presidente de la Repblica, con un discurso en el que insista en una reforma agraria radical para arrancar a los campesinos del dominio de los manzanillos locales,49 y en la centralidad del papel del campesinado en la materializacin de los alcances de la reforma: no habr reforma agraria si el campesinado, sus organizaciones y usuarios no la imponen. Sin la presin campesina organizada, no habr reforma agraria.50
46. Vase: Daniel Pcaut, Crnica de dos dcadas de poltica colombiana. 47. Len Zamosc, Transformaciones agrarias y luchas campesinas en Colombia: Un balance retrospectivo (1950-1990), Anlisis Poltico 15 (1992): 7-45. 48. La ANUC fue creada mediante el Decreto 755 de 1967. 49. Revista Semana, 31 de octubre de 1960, 22. 50. Apartes de la intervencin de Carlos Lleras Restrepo en la inauguracin de la primera Asociacin Departamental de Usuarios Campesinos, en Sincelejo, Sucre. En Apolinar Daz-Callejas, Colombia, la reforma agraria y sus documentos fundamentales (Cartagena: Universidad de Cartagena, 2002), 130.
45. Vase: Andrs Dvila Ladrn de Guevara, El juego del poder: Historia, armas y votos (Bogot: Cerec/Uniandes, 1998).
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado terratenientes, gremios econmicos y el Estado;53 a ello se sum la radicalizacin poltica de la propia ANUC, impulsada por la dinmica del proceso y por la creciente inuencia de distintas facciones de la izquierda poltica en el movimiento campesino.54 La intensicacin de las tomas masivas de tierras reivindicadas como recuperaciones tuvo su reverso en la reaccin de los terratenientes que las calicaban como invasiones. La radicalizacin creciente de la dirigencia del movimiento llev rpidamente a su distanciamiento de la poltica ocial del Gobierno. En muchas ocasiones, tambin se manifest en la adopcin de un lenguaje revolucionario. El Mandato Campesino se torn en un documento soporte para la toma del poder.55 El impulso reformista de Lleras Restrepo se fren con la crisis de legitimidad del Gobierno conservador de Misael Pastrana Borrero (19701974). Esta crisis se produjo por las dudas que sembr su triunfo electoral, interpretado por un sector de la ANAPO como la expresin lmite del cierre del sistema poltico y la justicacin de la lucha armada como opcin. Este sector acab siendo expulsado de la ANAPO, y dio origen a la ANAPO socialista. Posteriormente bajo el liderazgo de Andrs Almarales,
Reporte en prensa sobre el robo de la espada de Simn Bolvar por el M-19. Enero 19 de 1974. El Espectador. campesino irrumpi y se radicaliz con los procesos de apropiacin de tierras. En: GMH, La tierra en disputa, 403-405. 53. Los anuncios de la administracin Lleras de expropiar ms de diez mil hectreas generaron fuertes crticas de los gremios econmicos. Vase: Daniel Pcaut, Crnicas de dos dcadas de poltica colombiana. 54. Los campesinos pedan abandonar la negociacin amable con los propietarios y la concentracin del Gobierno en el reparto de baldos, para priorizar la expropiacin de tierras, sin indemnizacin para el caso de los latifundios improductivos o con pago de mejoras, en los casos que estuvieran bien cultivadas. 55. Con respecto a la relacin del movimiento campesino con los grupos de izquierda, el analista Len Zamosc (1987) reconoce la importancia de sus aportes para la evolucin de la organizacin, pero tambin seala la inuencia negativa, por una parte, del sistema de dominacin clientelista que impona dogmticamente criterios verticales de conduccin, y, por otra, del vanguardismo a ultranza que impona su voluntarismo sin tener en cuenta las condiciones particulares de la poblacin. Ambas escuelas tienen en comn la concepcin del pueblo como un elemento pasivo, capitalizable para sus objetivos, que llevaba a la manipulacin autoritaria de sus reivindicaciones. Por eso, concluye Zamosc, no fue extrao que las masas se alejaran de sus dirigentes y se resistieran a su manipulacin.
La importancia de la ANUC para el campesinado se describe en el siguiente testimonio, recogido por el GMH en el informe La tierra en disputa: [La ANUC] transform la mentalidad de muchos campesinos; se convirti en un instrumento de lucha que de sirvientes de los ricos pasamos a ser propietarios de la tierra. La Asociacin de Usuarios nos uni con base en unos lineamientos polticos tierra pal que la trabaja.51 El empoderamiento social y poltico de la ANUC aceler el ritmo de la reforma,52 lo que agudiz las tensiones sociales entre campesinos,
51. GMH, La tierra en disputa. Memorias del despojo y resistencias campesinas en la costa Caribe, 1960-2010 (Bogot: Taurus/ Semana, 2010), 2012. 52. En los departamentos de Crdoba, Sucre y Bolvar, el INCORA adjudic 159.246 hectreas entre 1961 y 1975; la mayora de ellas entre 1970 y 1973, cuando el movimiento
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica el representante a la cmara Israel Santamara, el senador Carlos Toledo Plata y un grupo de guerrilleros urbanos encabezados por Jaime Bateman Cayn, escindidos de las FARC, en 1974 conformaron la guerrilla Movimiento 19 de abril, M-19,56 cuyo lema fue: Con las armas con el Pueblo. A esta crisis de legitimidad se sum el distanciamiento del Gobierno de Pastrana del enfoque cepalino y de la Alianza para el Progreso de su antecesor.57 Pastrana, buscaba adoptar las ideas de Lauchlin Currie a travs de la Operacin Colombia, que centraba la modernizacin econmica del campo en el estmulo a la agricultura capitalista, la seguridad jurdica sobre la gran propiedad rural y el proteccionismo arancelario frente a la competencia externa. Durante la administracin de Pastrana Borrero, la respuesta a las reivindicaciones del campesinado y de los indgenas se centr al igual que frente a la agitacin de los estudiantes, los maestros y los sindicatos en la represin poltica y militar, que corri paralela con la estrategia de terror de los grupos de choque de los terratenientes, y produjo la muerte de numerosos dirigentes campesinos, desplazamiento y abandono forzado de territorios. Las reclamaciones y tomas de tierras fueron asociadas con planes subversivos, y se pretendi establecer nexos orgnicos entre la movilizacin y la protesta campesina con las guerrillas. As mismo, el Gobierno propici la divisin del movimiento campesino como medida de contencin y neutralizacin de la nueva fractura social y poltica que erosionaba la legitimidad del Frente Nacional. Estas estrategias contra el movimiento agrario encontraron ambiente propicio en las luchas por el control de la ANUC, y se expresaron tambin en
56. Vase: Csar Augusto Ayala Diago, Nacionalismo y populismo. ANAPO y el discurso poltico de la oposicin en Colombia: 1960-1966, en: Resistencia y oposicin al establecimiento del Frente Nacional. Los orgenes de la Alianza Nacional Popular, ANAPO. Colombia 1953-1964 (Bogot: Universidad Nacional de Colombia, 1996). 57. Corresponde a la teora de la CEPAL en la que el Estado debe jugar un papel central en la planicacin y el desarrollo de la economa para superar la brecha entre los llamados pases desarrollados y en desarrollo. Esta teora del centro-periferia fue impulsada por la Comisin Econmica para Amrica Latina, CEPAL.
Imgenes del Paro Cvico de 1977. Fotografa: Ricardo Tisnes para El Tiempo.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado alineamientos polticos difciles de leer en ese momento: de un lado, el Partido Comunista por la lnea Armenia, cercana al gobierno; y, del otro, los maostas y otros grupos por la lnea independiente de Sincelejo.58 En enero de 1972 el nuevo Gobierno Pastrana convoc a una reunin de dirigentes de los gremios rurales y de los congresistas en Chicoral, Tolima. De esta convocatoria fueron excluidos la ANUC y los representantes de los pequeos propietarios. El acuerdo logrado haca nuevas concesiones a los propietarios sobre la calicacin y productividad de las tierras y limitaba la expropiacin a casos excepcionales, al tiempo que mejoraba las condiciones de la indemnizacin. Obviamente, el Acuerdo de Chicoral constitua una gran victoria de los latifundistas, quienes lograron, incluso, ir ms all del proyecto original del Gobierno.59 El ciclo de luchas por la tierra se agot alrededor de 1978.60 La ANUC qued en una crisis profunda que erosion el espritu contestatario del campesinado hasta en sus sectores ms radicalizados; tambin se hizo evidente el enorme poder de la clase terrateniente colombiana y el mpetu incontenible del capitalismo agrario en las zonas planas.61 (1974-1978) sobre quien recaan altas expectativas para la transicin poltica, luego del cierre formal del Frente Nacional (1958-1974). La desilusin que produjo el Gobierno de Lpez y la creciente movilizacin social urbana alteraron las valoraciones de los actores del conicto armado: es, entonces, cuando la guerrilla del M-19 irrumpe en Bogot con acciones propagandsticas de alto impacto meditico y ecaz conexin con la transicin poltica. Ello potenciaba la percepcin de cercana con sectores urbanos, dado su origen citadino, y su capacidad de captar el desgaste poltico de la clase media, dadas las restricciones del Frente Nacional. La concurrencia de todos los factores de descontento se condensa en el paro cvico del 14 de septiembre de 1977, una jornada de movilizacin masiva de protesta urbana convocada por todas las centrales sindicales de diverso signo ideolgico que afect casi todas las ciudades colombianas y dej varios muertos y heridos. La escala de la movilizacin, la parlisis que provoc, su carcter urbano, la radicalizacin que la acompaaba y la represin ocial, hicieron que esta tuviera connotaciones de desestabilizacin social y poltica que fueron rpidamente ledas por las guerrillas y el Estado como oportunidades o amenazas para la guerra. La lectura complotista del paro de 1977 no se hizo esperar. La guerrilla del M-19 haba mostrado una manera diferente de plantear su lucha: era cercana al pas urbano, en contraste con las otras guerrillas, que estaban connadas en el pas rural. Adems, la actuacin militar frente al paro de 1977 fue un precedente del intervencionismo de este cuerpo en la vida poltica del pas, pues represent el primer asomo de tensin entre la autonoma y la subordinacin al Gobierno nacional. Fue una especie de pulso que revel la creciente politizacin anticomunista que se haba arraigado en las Fuerzas Armadas. Poco despus, un grupo de altos ociales de las Fuerzas Armadas present al presidente de la Repblica un pliego de exigencias de medidas represivas que luego fueron recogidas en el Estatuto de Seguridad expedido durante el Gobierno de Julio Csar Turbay Ayala (1978-1982).62
62. Medlo Medina, El paro cvico nacional del 14 de septiembre de 1977, en La protesta urbana en Colombia en el siglo XX (Bogot: Aurora, 1984).
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica En su momento, el presidente Lpez Michelsen deni el paro cvico como un pequeo 9 de abril, en alusin a lo ocurrido en la capital luego del asesinato del lder liberal Jorge Elicer Gaitn, en 1948. El paro cvico tambin marc una ruptura histrica para el rgimen bipartidista, pues puso en crisis su legitimidad y min su hegemona. Tambin evidenci el vaciamiento social de su estructura, pues las protestas probaron que el Partido Liberal el partido poltico mayoritario haba perdido completamente la capacidad para canalizar el conicto social como lo haba hecho con relativo xito desde la dcada de 1930.63 Mientras en el pas urbano la protesta detonaba por la crisis inacionaria de la poca, en el pas rural se profundizaba el modelo de desarrollo rural adoptado por el Gobierno Pastrana que privilegiaba la agricultura capitalista, protegida y subsidiada, frente a la competencia externa. En este marco se concret el viraje de la institucionalidad rural con respecto a la economa campesina: se reemplaz la poltica distributiva de la tierra, ejecutada por el INCORA, por una poltica de productividad y comercializacin que reforzara la economa campesina en las regiones ms integradas, a travs de la implementacin del programa de Desarrollo Rural Integral DRI. Con esto se cerraba el ciclo de la reforma agraria, y la estrategia de contencin del problema agrario se centraba en la estabilizacin de la economa campesina en las regiones integradas y la ampliacin de la frontera agrcola con la adjudicacin de baldos. Esta estrategia funga como vlvula de escape para un problema agrario que no se resolva, entre otras razones porque este se desplazaba con la ampliacin de la frontera agrcola, y de paso, volva ms desigual y precaria la integracin territorial y econmica del pas. Estos aspectos, sumados al malestar urbano, acabaron por generar las condiciones para la proliferacin de actividades ilegales, una de cuyas ms importantes manifestaciones fue la aparicin del narcotrco. Los cultivos de marihuana sustituyeron a los de caf en La Guajira y en la Sierra Nevada de
63. Luis Alberto Restrepo, Movimientos cvicos en la dcada de los ochenta, en Al lo del caos. Crisis poltica en la Colombia de los aos ochenta, eds. Francisco Leal Buitrago y Len Zamosc, 381-409 (Bogot: IEPRI/ Tercer Mundo, 1990).
Santa Marta, y los laboratorios para procesar pasta de coca proveniente de los pases andinos se multiplicaban en las periferias. Se hablaba entonces de la entrada de capitales subterrneos en la economa, del ascenso de clases emergentes de dudosa procedencia y de la penetracin de las maas en la vida poltica regional y local. En contraste con el ascenso de la movilizacin social, el EPL y el ELN daban seales de una actividad decreciente y marginal, tras la cual hubo una serie de replanteamientos en sus estrategias de guerra y distanciamientos con sus referentes revolucionarios internacionales. El EPL empez a tener el maosmo como referente luego de la distensin entre China y Estados Unidos. Por su parte, el ELN replante su cercana con el foquismo de la Revolucin Cubana y su acercamiento al paradigma de la revolucin sandinista que cuestionaba la absolutizacin de la lucha armada y reconoca el potencial revolucionario de la lucha social y poltica. A diferencia de estas organizaciones, las FARC continuaban expandindose, en particular hacia el Magdalena medio y el Urab, sin escapar a la inuencia que el triunfo de la revolucin sandinista ejerca sobre su proyecto revolucionario y a la creciente presin de nuevos sectores que reclamaban ms autonoma frente a la subordinacin al Partido Comunista. Para desactivar esta situacin conictiva en lo poltico y militar, la respuesta estatal del Gobierno de Julio Csar Turbay Ayala fue predominantemente militar. Puso en marcha una poltica de seguridad, cuyo principal instrumento fue el Estatuto de Seguridad Nacional,64 un cuerpo doctrinario y normativo que instrumentaliz la Doctrina de Seguridad Nacional y con ella el concepto del enemigo interno, entendido como cualquier adversario poltico que opera dentro de las fronteras
64. Decreto 1923 de 1978. Como antecedente de esta norma est la comunicacin dirigida al presidente Lpez por 33 generales y almirantes, encabezada por su comandante general, Luis Carlos Camacho Leyva, en la que exigan la adopcin de medidas que les permitieran a los militares defender a la nacin, das despus del paro de 1977 y del asesinato del exministro de Gobierno Rafael Pardo Buelvas. Vase: Francisco Leal, El ocio de la guerra, la seguridad nacional en Colombia (Bogot: IEPRI, Tercer Mundo, 1994), 22.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado se movilizaran en torno a la defensa y exigencia de los Derechos Humanos y las garantas judiciales.67 Entre las entidades internacionales participaban Amnista Internacional y la Comisin Interamericana de Derechos Humanos,68 y entre las entidades nacionales se contaban la Procuradura General de la Nacin, los sindicatos y los partidos de izquierda, diversas organizaciones no gubernamentales como el Comit Permanente para la Defensa de los Derechos Humanos y medios de comunicacin como El Espectador y Alternativa. Esta movilizacin contrastaba con el apoyo unnime que los partidos tradicionales, los gremios econmicos y otros sectores de la prensa manifestaban al Gobierno y a las Fuerzas Militares. Las presiones de los mandos militares se agudizaron con la declaratoria de inexequibilidad que hizo la Corte Suprema de Justicia de varios Artculos del estatuto; con los avances de las guerrillas, y, especialmente, con la popularidad poltica y social que haba alcanzado el M-19 gracias a sus acciones espectaculares. Entre estas se contaban el robo de las armas del Cantn Norte, en 1978, y la toma de la Embajada de la Repblica Dominicana, en 1980, donde el embajador de Estados Unidos fue tomado como rehn. Los militares inculpaban a los miembros del Partido Comunista y de las organizaciones sindicales, incluida la moderada UTC, de apoyar la lucha armada. El ministro de Guerra, el general Luis Carlos Camacho Leiva, consideraba insucientes las medidas consagradas en el Estatuto de Seguridad, mientras que el jefe del Ejrcito, el general Fernando Landazbal, armaba que era imposible combatir la subversin sin eliminar las condiciones objetivas y subjetivas que impedan el consenso nacional en los aspectos poltico, social y econmico. Por eso, Landazbal propona
67. En vigencia del Estatuto se denunciaron 82.000 detenciones arbitrarias y torturas en las guarniciones militares, contra antiguos miembros del EPL, el ELN y otros grupos de izquierda y contra estudiantes de universidades pblicas. Adems se denunciaban violaciones de Derechos Humanos (censura, allanamientos, desapariciones y juicios militares contra manifestantes y huelguistas). Vase: GMH, El orden desarmado. La resistencia de la Asociacin de Trabajadores Campesinos del Carare (Bogot: Taurus/ Semana, 2012). 68. Comisin Interamericana de Derechos Humanos. OEA/SER.L/V/II. Doc. 22 de 1981.
de la nacin.65 De esta manera, la politizacin anticomunista militar se plasm en una norma que ampli su inuencia y autonoma y que permiti justicar las acciones represivas bajo el argumento de mantener el orden social. En palabras de Turbay: en los casos extremos en los que ante un ostensible vaco poltico que necesariamente conduce a la anarqua generalizada, las Fuerzas Armadas se ven precisadas a ejercer el poder.66 El Estatuto de Seguridad Nacional aument las penas por los delitos de secuestro, extorsin y ataque armado; permiti que tribunales militares juzgaran a civiles, y extendi la categora de subversin a la propaganda agitadora, la incitacin a la revuelta y la desobediencia a las autoridades. Las arbitrariedades y abusos, entre ellos la tortura, derivados de ampliar las atribuciones de los militares en el contexto del estado de sitio, dieron lugar a que una serie de entidades nacionales e internacionales
65. Catalina Turbay, El Estatuto de Seguridad. Un estudio de caso, en I Congreso de Ciencia Poltica (Bogot: Uniandes, 1998), 5. 66. Turbay, El Estatuto de Seguridad, 15.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica combinar las mismas tcticas de la guerrilla: la va poltica pacca para afrontar las causas sociales, econmicas y polticas que alimentaban el conicto, y la va armada para eliminar militarmente al enemigo. Adems, sostena, con un lenguaje propio de la Guerra Fra, que Colombia era ya parte del conicto internacional.69 Este tipo de posiciones entre los militares se vio reforzada por el contexto continental en el que sus pares haban tomado el poder mediante golpes militares en Chile y Argentina, en 1973 y 1976, y se haba exacerbado con la percepcin de proximidad de la amenaza comunista, luego del xito de la revolucin sandinista en Nicaragua, en 1979, y los avances de las guerrillas en El Salvador y Guatemala. En coincidencia con este discurso de la Fuerza Pblica, a nes de los setenta comenzaron a aparecer, en distintos puntos de la geografa, grupos armados de autodefensa de diversa ndole. Algunos estaban conformados por campesinos dueos de pequeas y medianas extensiones de tierra, como los que organizaron Ramn Isaza en el margen occidental del Magdalena medio (Puerto Berro) y Gonzalo Prez y sus hijos Henry y Marcelo en el margen oriental (Puerto Boyac), Hernn Buitrago en Casanare y el clan Rojas en El Palmar, Magdalena. Segn lo han declarado sus jefes a los scales de la Unidad de Justicia y Paz, todos recibieron ayuda del Ejrcito con armas, municiones, entrenamiento y respaldo en sus operaciones. A pesar de ello, en este periodo dichos grupos continuaron siendo marginales, dentro de la estrategia contrainsurgente de las Fuerzas Militares, lo que era consistente con la creciente ampliacin de sus competencias y su inuencia dentro del Estado. Se trat de un momento histrico en el que, segn seala el investigador Andrs Dvila, se vivi el umbral de la autonoma consolidada y la subordinacin mnima de las Fuerzas Armadas frente al Gobierno nacional.70 Al despuntar la dcada de los ochenta (diciembre de 1981), una lluvia de panetos, arrojados desde una avioneta sobre el estadio Pascual Gue69. Daniel Pcaut, Crnicas de dos dcadas de poltica colombiana. 70. Andrs Dvila Ladrn de Guevara, El juego del poder: Historia, armas y votos. 148-153.
rrero de Cali, anunci la creacin de Muerte a Secuestradores MAS. Esta organizacin fue creada por un amplio grupo de narcotracantes a raz del secuestro por parte de la guerrilla del M-19 de Martha Nieves Ochoa, hermana de Jorge Luis, Juan David y Fabio Ochoa, miembros notorios del Cartel de Medelln. El MAS originario persigui a miembros de esta y de otras guerrillas, pero cuando Martha Nieves fue puesta en libertad, se disolvi. No obstante, el nombre MAS y su derivado Masetos, siguieron siendo utilizados por otros paramilitares e incluso por miembros de la Fuerza Pblica de manera genrica en varias regiones del pas, para disfrazar la guerra sucia que desataron contra militantes de izquierda y lderes sociales.71 Este despliegue represivo del Gobierno y de los mandos militares bajo la presidencia de Turbay, con el apoyo de los gremios, fue respondido, desde el otro lado, por los avances de las FARC y el ELN junto con el aumento de las acciones propagandsticas del M-19. En este contexto, la toma de rehenes de la Embajada de la Repblica Dominicana mostr tanto la popularidad del M-19 como la habilidad negociadora del Gobierno de Turbay, que propuso la posibilidad de una amnista para tratar de recuperar as la iniciativa poltica. Paradjicamente, el cierre poltico que tanto se le haba atribuido al Frente Nacional tena una materialidad mucho ms contundente ahora que estaba en marcha la etapa posFrente Nacional. Sobre ese trasfondo comenz una nueva fase de ascenso de las guerrillas. Las FARC, por ejemplo, le pusieron nuevo ritmo a su expansin gradual: a nales de 1979 contaban ya con nueve frentes. Era claro para el Ejrcito que las FARC haban renunciado a su actitud defensiva y, por el contrario, haban decidido seguir multiplicando sus frentes, que se elevaron a 30 en 1986. Para afrontar esta expansin de las FARC y la inltracin del M-19 en el sur del pas que logr ocupar transitoriamente Mocoa, el Ejrcito envi, desde enero de 1981, varios batallones al Caquet. El M-19 haba abandonado la lucha urbana y haba decidido insertarse en las tensiones rurales, especialmente en Caquet, Huila y el
71. Corporacin Observatorio para la Paz. Las verdaderas intenciones de los paramilitares (Bogot: Intermedio Editores, 2002).
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado Valle del Cauca. Frente a la reaccin del Ejrcito, los guerrilleros de ese grupo sufrieron duros reveses.72 Tal avance guerrillero fue posible, en cierto modo, por el debilitamiento de las posturas ms moderadas dentro de los movimientos sociales y los partidos de izquierda debido a la dureza de la represin ocial. As se motiv un trnsito hacia la lucha armada de parte de la militancia poltica, agobiada por la persecucin y cada vez ms persuadida de que las vas de hecho eran la nica opcin. La represin ocial tambin alter las relaciones histricas entre el Partido Comunista y las FARC: estas se militarizaron an ms y tomaron distancia del grupo que las haba promovido. un importante giro en la poltica ocial frente al tratamiento del orden pblico y al reconocimiento poltico de los alzados en armadas. Este experimento encontr toda suerte de resistencias sociales e institucionales entre los mandos militares, la mayora de los gremios econmicos y buena parte del establecimiento poltico nacional, pero tambin entre las lites regionales que perciban como una amenaza el avance electoral de la izquierda y el asedio guerrillero que se manifestaba en las extorsiones y los secuestros. La atmsfera social y poltica, reticente a los dilogos con las diferentes organizaciones guerrilleras, se vio afectada por la consolidacin poltica de la Unin Patritica UP, que representaba un mecanismo acordado de insercin de guerrilleros de las FARC en el mundo poltico legal, al lado de algunos simpatizantes de la izquierda democrtica. As se pretenda darle cauce a la propuesta de paz de Betancur. La dinmica expansiva del nuevo movimiento poltico tuvo como respuesta una profunda desconanza de las lites locales y regionales, que sentan menoscabados sus intereses polticos con la nueva fuerza en ascenso. Los militares, por su parte, interpretaron en la UP la materializacin de la estrategia de la guerrilla de combinar todas las formas de lucha para la toma del poder. De otra parte, las FARC, en su VII Conferencia, realizada en 1982, haban decidido pasar de ser una guerrilla defensiva a convertirse en una ofensiva, en un contexto endurecido por el Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala, y en un entorno internacional marcado por el triunfo de los sandinistas en Nicaragua en 1979. Esta redenicin de la estrategia de las FARC signic una expansin hacia nuevas regiones, cercanas a sus zonas histricas, donde el Partido Comunista desarrollaba acciones
Patritica, UP, integrado por lderes de las FARC y aliados de diversos sectores; entre ellos, miembros del Partido Comunista y lderes de sectores liberales e independientes. El desmonte de la guerrilla se previ en forma gradual y al paso de la apertura democrtica, que inclua la eleccin popular de alcaldes; la aplicacin de una poltica de reforma agraria en reconocimiento a que los problemas de la tierra estn presentes en los actuales conictos sociales, y la facilitacin y el fortalecimiento de las organizaciones sindicales, campesinas e indgenas, entre otros aspectos.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica polticas y sindicales de carcter legal. El hecho de que muchos militantes del Partido Comunista y otros activistas de izquierda se sumaran a la Unin Patritica, despertaba toda suerte de desconanzas en las lites locales, e incluso acusaciones por supuestas ambigedades frente a la opcin armada. En ese sentido, la frmula de combinar todas las formas de lucha pareca darles la razn a los escpticos y opositores de la poltica de Betancur, al tiempo que era presentada como una justicacin para crear grupos paramilitares, pues los poderes locales y regionales consideraban que el Estado central los estaba dejando abandonados frente a la amenaza guerrillera al negociar con las cpulas nacionales de la insurgencia sin contar con ellos.75 En regiones como el Magdalena medio, los paramilitares se aliaron con las lites regionales para contener los reales o posibles efectos democratizadores de las negociaciones entre el Gobierno central y las guerrillas.76 Esta desconanza de las lites locales y regionales se vio reforzada por el sabotaje y el desafo abierto de algunos sectores del Ejrcito y la Polica77 que reaccionaban a los intentos del Gobierno nacional de limitar su autonoma en el manejo del orden pblico. A esto se sum el desprestigio de la represin ocial del Gobierno anterior, que condujo a un cambio en la estrategia contrainsurgente materializada en la convergencia de intereses de las oposiciones institucionales y sociales frente a la poltica de paz. Ese cambio consisti en promover la conformacin de grupos de autodefensa amparados en la Ley 48 de 1968, una iniciativa que abri las puertas a la privatizacin de la lucha contrainsurgente y a la autonoma clandestina78 de sectores radicales de las Fuerzas Armadas. Se concretaba as el giro radical en la lucha contrainsurgente que desde el Frente
75. Vanse: Socorro Ramrez y Luis Alberto Restrepo, Actores en conicto por la paz:el proceso de paz durante el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986) (Bogot: CINEP, 1988); Mauricio Romero, Paramilitares y autodefensas, 1982-2003 (Bogot: IEPRI, 2003). 76. Mauricio Romero, Paramilitares y autodefensas, 1982-2003. 77. Vase Ramrez y Restrepo, Actores en conicto por la paz. 78. Dvila, El juego del poder, 153-163.
Titular de prensa, inicio del proceso de paz con las FARC en 1984. El Espectador.
Nacional se haba desarrollado mediante la accin directa del Estado, reforzada con los Estados de Sitio. Esta oposicin social de las lites regionales concurre con la oposicin institucional de los militares para apuntalar el origen y expansin de los grupos de autodefensa que luego van a mutar en paramilitares. Esta concurrencia de intereses tuvo como trasfondo histrico una particular relacin de los militares con las lites regionales, basada en el apoyo logstico, econmico y poltico en muchas de sus ofensivas contrainsurgentes o en su implantacin territorial en las periferias, dada la precariedad de recursos del Estado para nanciar la guerra. A esto se haba
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado sumado el hecho de que su misin contrainsurgente haba condicionado su relacin con la poblacin civil, estigmatizando a los sectores pobres y marginados como enemigos, en contraste con las lites como aliados dentro de su defensa del Estado. Esta relacin histrica entre militares y lites en las regiones fue tejiendo una telaraa de compromisos y reciprocidades que limitaron la autonoma y la independencia de los militares como representantes del Estado en el mbito local y regional79. Uno de los episodios ms tensos en la difcil relacin entre el Gobierno Betancur y las Fuerzas Armadas se produjo cuando el presidente de la Repblica solicit a la Procuradura General de la Nacin adelantar una investigacin acerca del naciente grupo paramilitar MAS. El informe pblico, presentado por el Procurador General en febrero de 1983, reconoci que 69 de los 163 miembros de ese grupo eran integrantes de las Fuerzas Armadas. A estas tensiones se sum la aprehensin de los gremios econmicos y cierta actitud reticente de la jerarqua de la Iglesia catlica frente al proceso. Entre tanto, las FARC continuaban con la ampliacin territorial de sus frentes de guerra, apoyadas en el recrudecimiento del secuestro y la extorsin para, de esta manera, hacer fracasar la opcin de Betancur por una salida negociada del conicto.80 Las FARC inscriban las negociaciones en su proyecto de expansin territorial y consolidacin de un ejrcito popular para una guerra prolongada, mientras que el M-19 buscaba conseguir mayor protagonismo poltico al privilegiar la presin militar.81 Por su parte, los gremios reducan la paz al desarme y la desmovilizacin de la guerrilla, sin pensar en la necesidad de reformas econmicas y sociales. Los partidos polticos utilizaban la paz como bandera electoral, sin asumir las reformas ne79. Armado Borrero. Monografa de las Fuerzas Militares y Polica (Bogot: Corporacin Nuevo Arco Iris, 2010) Texto indito. 80. Vase: Jess Antonio Bejarano, La poltica de paz durante la administracin Barco, en El Gobierno Barco: poltica, economa y desarrollo social en Colombia, 1986-1990. (Bogot: Fedesarrollo/ Fondo Cultural Cafetero, 1994), 79-98. 81. Vase: Ramrez y Restrepo, Actores en conicto por la paz.
cesarias del rgimen poltico; y al mismo tiempo, amplios sectores de los mandos militares, como el ministro de Guerra, general Fernando Landazbal, consideraban el proceso de paz como parte de una estrategia continental de Gobiernos proizquierdistas que pretendan abrirle paso a la revolucin comunista mediante la paralizacin de la respuesta armada del Ejrcito. Tal posicin se vio reforzada por el giro internacional en la Guerra Fra, que haba sido provocado por la radicalizacin y el endurecimiento del anticomunismo durante la administracin de Ronald Reagan, entre 1981 y 1989. Este ambiente explica la soledad creciente de Betancur en sus esfuerzos por convertir la vaga simpata de la llamada sociedad civil en apoyo poltico concreto al proceso de paz. Un nuevo y decisivo escollo para el proceso de paz fue la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 y la retoma del mismo por parte del Ejrcito, en noviembre de 1985. Esta accin expresara el fracaso de los dilogos entre el Gobierno y ese grupo. Desde entonces, el asesinato sistemtico de militantes de la UP y de otras personas consideradas simpatizantes de la insurgencia llev a la ruptura denitiva de la tregua en 1987. La crisis irreversible del proceso incidira profundamente en la opcin posterior del M-19 de privilegiar el desarrollo militar en detrimento de su dimensin poltica. Por otro lado, para la mayor parte de la opinin pblica se haba hecho obvio que el proceso de paz de Betancur haba sido hbilmente aprovechado por las guerrillas para ampliar sus frentes y afectar a regiones que estaban ms integradas a la vida poltica y econmica de la nacin: entre 1981 y 1986, el EPL pas de tener dos frentes a contar con doce; el ELN pas de tres frentes a diez; y las FARC, de diez frentes a 31.82 La desilusin respecto a la iniciativa de paz de Betancur, torpedeada desde distintas orillas, trajo como consecuencia una severa limitacin a la poltica de paz del Gobierno de Virgilio Barco (1986-1990).83 Por eso, dicho Gobierno adopt un modelo despolitizado, institucionalizado y
82. Vase: Camilo Echanda, Dos dcadas de escalamiento del conicto armado en Colombia, 1986-2006 (Bogot: Universidad Externado de Colombia, 2006). 83. Bejarano, La poltica de paz durante la administracin Barco, 82-84.
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En casa verde, ubicada en la Uribe Meta, se reunieron los comandantes de las distintas guerrillas para darle inicio a la Coordinadora Guerrillera Simn Bolvar en 1987. Fotografa: archivo peridico Voz.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado tecnocrtico de la paz, centrado en la inversin en obras de infraestructura que buscaban romper el aislamiento geogrco y la marginacin de las regiones afectadas por el conicto armado, por medio del Plan Nacional de Rehabilitacin PNR. Quitarle base social a la guerrilla sin descuidar el fortalecimiento de la presencia del Ejrcito y la Polica fueron los dos ejes de la estrategia de Barco para enfrentar el conicto armado. A su vez, los criterios de su poltica de paz, consignados en un documento entregado por Carlos Ossa, consejero presidencial, a las FARC en septiembre de 1986, insistan en que la bsqueda de la paz no poda ser un objetivo aislado del conjunto de las acciones estatales, sino que deba comenzar por el fortalecimiento de la legitimidad de las instituciones y de la organizacin poltica del pas.84 Se trataba de una intervencin territorial antes que sectorial, en la que se buscaba una presencia integral del Estado en la periferia con miras a su recuperacin. Esta pretensin supuso una innovacin respecto al tratamiento militar. La implementacin del PNR restituy un canal de comunicacin directo entre el Estado y la poblacin en las periferias. Esto solo haba ocurrido sectorialmente con el campesinado a travs de la ANUC en el Gobierno de Lleras Restrepo, y del programa Desarrollo Rural Integrado DRI durante el Gobierno de Lpez Michelsen. Este enfoque ms territorial no ignoraba el problema de la tierra. De ah que el Gobierno Barco haya intentado implementar, con resultados limitados, una nueva reforma agraria mediante la Ley 30 de 1986. Esta apuesta institucional vino acompaada de la implementacin de reformas democrticas que, en la primera eleccin popular de alcaldes en 1988, dieron el paso denitivo hacia la concrecin de la descentralizacin poltica y administrativa. De esta forma se intent reforzar una concepcin ms civilista del orden pblico, reejada en la intencin de ejercer cierto control sobre las Fuerzas Armadas, mediante el nombramiento de un civil como Procurador para las Fuerzas Armadas y la creacin de una Consejera Presidencial para los Derechos Humanos. Todo este paquete de medidas, junto con el reconocimiento de fuerzas polticas de la izquierda dentro del juego poltico, incluyendo el reconocimiento de la Unin Patritica y la vigencia de los acuerdos de paz pese a la ruptura del proceso con las FARC, hacan parte de una intervencin democratizadora que intentaba incidir en una guerra en desarrollo y en una crisis poltica continuamente postergada. Dentro de las reformas, la descentralizacin poltica y administrativa era trascendental para democratizar el Estado desde el mbito local y regional. Igualmente vital resultaba garantizar el ejercicio pleno de la ciudadana de sus habitantes, y proveer un mayor ujo de recursos pblicos que, manejados por las autoridades locales, permitieran dar una atencin estatal ms oportuna y ecaz a las demandas ciudadanas. El aislamiento del presidente Barco de la clase poltica tradicional, de la cual quera mostrarse autnomo, su falta de habilidad para lograr un consenso en la sociedad, y su distanciamiento de la opinin pblica,85 impidieron la aprobacin de todas las reformas que debieron acompaar la poltica de rehabilitacin y la descentralizacin poltico-administrativa en curso. La lectura del avance electoral de la izquierda y del auge de la movilizacin social como expresin de un potencial levantamiento revolucionario que era la opinin de sectores radicales de las Fuerzas Militares y de los grupos paramilitares, tiene su correlato en las guerrillas. Estas promovieron la protesta social con la nalidad de crear una situacin de desestabilizacin social y poltica que desembocara en un levantamiento popular. En este contexto, las tensiones entre el Gobierno nacional y las Fuerzas Militares se avivaron, a la par que se multiplicaron los grupos de autodefensa y mutaron aceleradamente en grupos paramilitares, los cuales desencadenaron una brutal represin contra la poblacin civil, mediante las masacres y los asesinatos selectivos. En ese contexto, los grupos paramilitares del Magdalena medio se consolidaron, e irrumpieron nue85. Gary Hoskin, La administracin Barco: del caos poltico a una salida (Bogot: Fedesarrollo/ Fondo Cultural Cafetero, 1994), 45.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica vos grupos en varias zonas del pas: en Crdoba bajo el liderazgo de Fidel Castao; en el Cesar, con los hermanos Prada; en la Sierra Nevada de Santa Marta, con Hernn Giraldo y Los Rojas; en Casanare, con Los Buitrago; y en los llanos orientales y Putumayo, con los aparatos armados al servicio del narcotrco. Las acciones paramilitares no siempre fueron perpetradas por estructuras armadas constituidas al margen de la ley, sino que en muchos casos fueron acciones clandestinas de sectores radicales de las Fuerzas Militares, o simplemente acciones sicariales que respondan a alianzas funcionales y coyunturales entre distintos actores econmicos, polticos y militares que no apuntaban a la conformacin de grupos o comandos permanentes.86 En medio del recrudecimiento de la guerra sucia, distintos sectores de las Fuerzas Militares insistan en defender pblicamente la existencia de los grupos de autodefensa y se negaban a condenarlos. Este apoyo se prorrog con la aprobacin del Manual EJC-3-10 (reglamento de combate de contraguerrillas), por parte del entonces comandante del Ejrcito y luego ministro de Defensa scar Botero, en noviembre de 1987, que reiteraba a las Juntas de Autodefensa como uno de los principales apoyos en la lucha contrainsurgente.87 Este paraguas legal llev a varios batallones militares en el Magdalena medio a darle apoyo logstico, proveer armas y municiones y respaldar a varios grupos de autodefensa que haban surgido para protegerse de la agresin guerrillera. El respaldo militar a estos grupos, con sede principal en Puerto Boyac, coincidi con la llegada a esa regin de varios narcotracantes, entre ellos Pablo Escobar, Gonzalo Rodrguez Gacha y Jairo Ortega, quienes compraron all extensas ncas para montar laboratorios clandestinos e invertir en ellas las enormes ganancias de sus negocios
86. Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas, La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia en Colombia, en La irrupcin del paraestado, comp. Germn Palacio, (Bogot: ILSA/ CEREC, 1990), 131-133. 87. GMH, La Rochela. Memorias de un crimen contra la justicia (Bogot: Taurus/ Semana, 2010).
ilcitos. Estos hombres llegaron con sus ejrcitos privados y pronto terminaron aliados con los grupos de autodefensa, e indirectamente con los militares, en la causa comn de contrainsurgencia. El refuerzo nanciero le permiti a los paramilitares consolidar un dominio absoluto en esa regin, y extenderse a otras zonas del pas, bien fuera para proteger laboratorios (Putumayo y Caquet) y rutas de exportacin (Crdoba, Magdalena), o para combatir a la guerrilla (llanos orientales). La oposicin ilegal y legal a los esfuerzos democratizadores de Barco fue reforzada por los cambios que imprimi la administracin de Ronald Reagan en Estados Unidos a la lucha contra el comunismo, as como por su intervencin en los conictos armados de Centroamrica. De hecho, la legitimidad poltica reconocida a la Contra nicaragense88 era invocada y replicada para los grupos de autodefensa. La guerrilla se militariz y la Fuerza Pblica criminaliz a la izquierda democrtica y en general a la movilizacin social expresada en huelgas, paros cvicos y otras formas de manifestacin. As, unos y otros diluyeron la frontera entre combatientes y civiles, entre luchas sociales y acciones insurgentes. No podan entender que la concepcin de las guerrillas acerca de la movilizacin social y la participacin electoral no coincida necesariamente con la agenda de la movilizacin sindical, campesina y cvica que en efecto tena lugar. La guerrilla se negaba a reconocer que la movilizacin social responda, en buena medida, a las oportunidades de protesta social que brindaba el Gobierno Barco.89 Las exigencias sociales frente al Gobierno buscaban garantizar una mayor presencia y accin estatal en sus territorios. Esto quiere decir que buena parte de
88. La Contra era la etiqueta que agrupaba a los distintos grupos armados que se opusieron al Gobierno del Frente Sandinista de Liberacin Nacional que tom el poder en Nicaragua luego del derrocamiento del dictador Anastasio Somoza, en julio de 1979. Se denominaban contras por su naturaleza contrarrevolucionaria. El papel de Estados Unidos en el nanciamiento, entrenamiento y abastecimiento de la Contra nicaragense se hizo pblico en 1988, cuando estall el escndalo Irn - Contras. Se descubri la venta ilegal de armas a Irn como medio de nanciacin de la Contra, cuando ese pas estaba en guerra con Irak (1980-1988). 89. Vase: Zamosc, Transformaciones agrarias y luchas campesinas en Colombia, 7-45.
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Valla instalada a la entrada del Municipio de Puerto Boyac. Fotografa: Revista Semana 2002.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica las movilizaciones pretenda una mayor intervencin del Estado, y no necesariamente su colapso. Esa racionalidad de la movilizacin social y poltica estaba en sintona con el reformismo del Gobierno Barco, que apuntaba a renovar la legitimidad del Estado, pero tropezaba con su fragmentacin institucional. El poder civil, que permita la protesta social, entraba en contradiccin con el poder regional y militar, que tramitaba dicha protesta. Esta situacin provocaba un efecto contrario al esperado: de la intencin democrtica del primero, se llegaba a la accin autoritaria del segundo. Adems, tanto las guerrillas como los militares interrieron en el desarrollo de un movimiento social democrtico que no se agotaba en la izquierda poltica y que continu creciendo hasta 1987, luego de lo cual sobrevino su declive en el momento ms crtico de la interferencia de las guerrillas y el desencadenamiento de la represin paramilitar.90 Desde luego, el golpe ms notable a los esfuerzos de Barco por relegitimar la va poltica fue el asesinato sistemtico de militantes y dirigentes de la Unin Patritica. Tal fue el caso de Jos Antequera el 3 de marzo de 1989, Diana Cardona el 26 de febrero de 1990, entre otros y de los candidatos presidenciales Jaime Pardo Leal, en octubre de 1987, y Bernardo Jaramillo Ossa, en marzo de 1990. Estos crmenes se hicieron extensivos a otros grupos, como el asesinato de Carlos Pizarro Leongmez, en abril de 1990, dirigente poltico de la entonces recientemente desmovilizada guerrilla del M-19 y candidato presidencial por el nuevo movimiento poltico Alianza Democrtica M-19. Dicha cadena de crmenes se produjo pese a los esfuerzos pblicos de la dirigencia de la UP por deslindarse de las FARC, incluyendo la decisin del V Pleno de la UP, celebrado en 1987, de distanciarse de dicha organizacin guerrillera. Esta serie de asesinatos se haba iniciado ya desde el Gobierno de Betancur, en la campaa electoral de 1986, y prosigui luego con el crimen de Jaime Pardo Leal, en octubre de 1987. La ola de terror y de guerra sucia, asociada al exterminio iniciado en 1986, fue especialmente intensa
90. Vase: Restrepo, Luis Alberto, Movimientos cvicos en la dcada de los ochenta, 381-409.
en regiones como Urab, bajo Cauca antioqueo, Magdalena Medio, Arauca y Meta, donde la UP haba logrado desplazar a la clase poltica tradicional.91 En esta lnea de accin se inscriben las masacres de Segovia y Remedios, en el nordeste antioqueo, documentadas por el GMH. En total fueron asesinados dos candidatos presidenciales Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Ossa, ocho congresistas, 13 diputados, 70 concejales, 11 alcaldes y miles de sus militantes. Los asesinatos fueron perpetrados por gruposparamilitares,miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado (Ejrcito, Polica secreta, Inteligencia y Polica regular), muchas veces en alianza con los narcotracantes, segn lo han documentado los scales de Justicia y Paz.92 No obstante, a pesar de la prdida de representacin poltica, la UP resisti el embate de la violencia y sobrevivi. En las elecciones de 1990 la poblacin eligi a tres senadores, cuatro representantes a la Cmara, 24 diputados, 12 alcaldes y 257 concejales del partido. Estas cifras, pese a que demostraban una reduccin de su representacin poltica en el Congreso de la Repblica (tuvieron cinco senadores y nueve representantes a la Cmara en las elecciones de 1986), conrmaban su estabilidad en el mbito local y regional, en donde haban sido elegidos 15 alcaldes, 261 concejales y 10 diputados en las elecciones de 1988.93 Para nales del mandato de Barco, la crisis se hizo ms patente debido al agravamiento de la violencia paramilitar, con acciones como la matanza de funcionarios judiciales en La Rochela, Barrancabermeja, regin del Mag91. Vanse: Leah Anne Carroll, Violent Democratization. Social Movements, Elites, and Politics in Colombias Rural War Zones, 1984-2008 (Notre Dame: Notre Dame Press, 2011); Guido Bonilla, La violencia contra la Unin Patritica: Un crimen de lesa humanidad (Bogot: Centro de Estudios e Investigaciones Sociales, CEIS, 1993); y Defensora del Pueblo, Informe para el Gobierno, el Congreso y el Procurador General de la Nacin: Recomendaciones del Defensor del Pueblo; estudio de casos de homicidio de miembros de la Unin Patritica y Esperanza, Paz y libertad (Bogot: Ediciones Jurdicas Gustavo Ibez, 1992). 92. Vase: Defensora del Pueblo, Informe para el Gobierno, el Congreso y el Procurador General de la Nacin. 93. Defensora del Pueblo, Informe para el Gobierno, el Congreso y el Procurador General de la Nacin.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado dalena medio, el 18 de enero de 1989.94 Ante esta masacre, el Gobierno imparti una orden al DAS para que investigara la estructura criminal de los grupos paramilitares en esa regin. Igualmente, derog la Ley 48 de 1968, a travs de los decretos 813 y 814 de 1989, que penalizaban la promocin, nanciacin, apoyo y conformacin de grupos paramilitares.95 La explosin del fenmeno paramilitar puso en escena el entrecruzamiento del narcotrco con el conicto armado. Esta nueva intervencin del nanciamiento del narcotrco se produjo por la conuencia de los intereses de tres sectores: los de las lites econmicas, que buscaban defender su patrimonio, como sucedi con la organizacin que les sirvi de fachada en Puerto Boyac, la Asociacin de Campesinos y Ganaderos del Magdalena Medio ACDEGAM; los de los propios narcotracantes, que buscaban expandir sus negocios ilegales y queran protegerse de las presiones extorsivas de la guerrilla a los laboratorios y a la compra de hoja de coca; y los de los militares, que tenan como propsito atacar a la guerrilla y al enemigo civil interno. Esto ltimo puede concluirse a partir del informe de la Procuradura General de la Nacin, acerca del MAS, del 20 de febrero de 1983.96 El ente de control document que en realidad no exista un solo grupo llamado MAS, sino que era un nombre genrico bajo el cual actuaba el paramilitarismo del Magdalena medio, y en el que estaban involucradas 163 personas, de la cuales 59 estaban en servicio activo de las Fuerzas Armadas.97 El narcoparamilitarismo es, en consecuencia, una de las primeras expresiones de la vinculacin activa de los narcotracantes al conicto armado, ya fuese en su rol de nanciadores o en el de artces de organizaciones armadas. Esta situacin tambin evidenci una reconguracin del problema agrario: el investigador Alejandro Reyes calcul que la compra masiva de tierras por parte de los narcotracantes se haba extendido a 409 municipios (cerca de la mitad del territorio nacional), entre los aos ochenta y la primera mitad de los noventa.98 Esto signic, de facto, un nuevo proceso de concentracin de la tierra que oper como una contrarreforma agraria con capacidad de limitar an ms los resultados de la reforma agraria impulsada por el Gobierno de Virgilio Barco. Es preciso destacar que, si bien esta alianza fue marcadamente contrainsurgente, hacia mediados de los aos ochenta, en su doble papel de lites emergentes y empresarios ilegales,99 los narcotracantes irrigaron recursos econmicos a todos los actores del conicto armado. Las organizaciones del narcotrco instrumentalizaron a los actores armados y sus disputas en funcin de la actividad ilcita, pero tambin entraron en confrontaciones con estos por el dominio de los recursos y los territorios. Ahora bien, el impacto del narcotrco no se limit a la provisin de recursos o actores para el conicto armado, sus efectos sociales y culturales cambiaron profundamente el contexto en el cual este discurre. El poder corruptor del narcotrco perme a la clase poltica y a distintas instituciones del Estado, congurando un antecedente de cooptacin del Estado que allan el camino para los actores armados, porque antes de la parapoltica fue la narcopoltica y en muchos sentidos la primera es la prolongacin histrica de la segunda. Esta cooptacin maosa del Estado y la poltica deterior los referentes ticos de la accin poltica
98. Vase: Alejandro Reyes, La compra de tierras por narcotracantes, en Drogas ilcitas en Colombia, ed. Ministerio de Justicia, PNUD (Bogot: Planeta, 1997). 99. lvaro Camacho Guizado, Empresarios ilegales y regin: la gestacin de lites locales, en Renn Silva (ed.), Territorios, regiones, sociedades (Cali: Universidad del Valle/CEREC, 1994).
94. Vase: CNRR-GMH, La Rochela. 95. Vase: Gonzalo Snchez, Comisin de estudios sobre la violencia. Colombia: violencia y democracia (Bogot: La Carreta, 2009). 96. Procuradura General de la Nacin, Informe de la Procuradura General de la Nacin sobre el MAS: Lista de integrantes y la conexin de MAS - Militares (Bogot: Procuradura General de la Nacin, 1983), consultado el 23 de junio del 2013, http://www.verdadabierta.com/archivos-para-descargar/category/38-historia-1?download=5%3Ainformede-la-procuradura-general-sobre-el-mas-1983 97. Vase: Francisco Gutirrez y Mauricio Barn, Estado, control territorial y orden poltico en Colombia: Notas para una economa poltica del paramilitarismo, 19782004, en Nuestra guerra sin nombre, 267-313.
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Sepelio de Jaime Pardo Leal en la Plaza de Bolvar. Fotografa: Luis Miguel Garca, El Espectador 1987.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado y la gestin pblica. A esto habra que sumar el impacto cultural del narcotrco relacionado con la apertura de una va rpida de ascenso social basada en la cultura del dinero fcil y la instrumentalizacin de la violencia, provocando una banalizacin de la violencia y un deterioro de los referentes ticos de la sociedad que no tienen que ver nicamente con no cuestionar la moralidad de los medios sino tambin la de los nes. En este proceso de reconguracin social y cultural, el misticismo del guerrillero de los aos sesenta y setenta, que calaba tanto en el pas urbano, fue reemplazado por el pragmatismo del narcotracante, que de hecho se convirti en un referente socialmente aceptado de movilidad social exitosa para amplios sectores de la poblacin. De otra parte, durante la guerra contra las drogas promovida por Estados Unidos, en el periodo presidencial de George H. Bush, tuvo lugar el enfrentamiento de los narcotracantes con el Estado colombiano. Esta pugna afect el contexto poltico e impact la estrategia institucional de confrontacin del conicto armado, pese a que internamente el desafo abierto de los narcotracantes ya contaba con el trgico antecedente del asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, en 1984. A nales de los aos ochenta, para impedir la extradicin de narcotracantes a los Estados Unidos, el Cartel de Medelln y otras organizaciones ilegales realizaron una campaa de atentados terroristas contra instituciones y agentes del Estado, as como contra guras polticas reticentes a su creciente poder y a su actividad criminal. Algunas de las acciones terroristas ejecutadas por el Cartel de Medelln fueron el carro bomba contra el edicio del DAS, el atentado contra el peridico El Espectador y la detonacin de una bomba dentro de un avin de Avianca en pleno vuelo, todas en 1989. Su capacidad para generar terror se evidenci tambin en otras acciones, entre ellas: el magnicidio de Luis Carlos Galn, candidato presidencial por el Partido Liberal, en agosto de 1989; el ataque sistemtico contra los operadores judiciales, como los ministros de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, en 1984, y Enrique Low Murtra, en 1990, al igual que el atentado en Budapest contra el ministro de la misma cartera, Enrique Parejo Gonzlez, en 1987; y el asesinato del Procurador General de la Nacin, Carlos Mauro Hoyos, perpetrado en enero de 1988.
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Esta ola de terror debilit al Estado por la apertura de dos frentes de guerra, uno en el conicto armado y otro en el narcotrco. Igualmente, el ataque de los narcotracantes golpe el sistema judicial, que disminuy su ecacia en la administracin de justicia en casos relacionados con el conicto armado. Paradjicamente, el narcotrco tambin endureci la justicia, y en muchos sentidos limit su talante garantista, tal y como se analizar en el captulo 3 de este informe. Este carcter dual del paramilitarismo frente al Estado amigo en la lucha contrainsurgente y enemigo en la lucha contra el narcotrco100 entra una paradoja que se volvi inviable cuando se acentu el narcoterrorismo. Entre nales de los ochenta y comienzos de los noventa, se desencaden una crisis interna dentro del paramilitarismo del Magdalena medio. Su lder ms importante, Henry Prez, fue asesinado el 20 de julio de 1991 por hombres de Pablo Escobar, quienes le cobraron su traicin por haberse unido al esfuerzo conjunto de fuerzas legales e ilegales para acabar con Escobar. Quien sucedi al jefe paramilitar, un ocial retirado del Ejrcito, Luis Meneses (alias Ariel Otero), acord con el Gobierno de Csar Gaviria (1990-1994) la desmovilizacin del puado de combatientes en esa regin que le seguan siendo leales, y poco despus, en 1992, tambin fue asesinado, al parecer, por hombres de Escobar.101 La penetracin del narcotrco en la organizacin paramilitar y los efectos que este tuvo sobre la naturaleza contrainsurgente de las autodefensas volvieron ms complejo el conicto armado, inaugurando tramas difciles de diferenciar entre la guerra y la criminalidad organizada. El narcotrco impact tan decisivamente en la estructura paramilitar que en distintas regiones estos grupos se convirtieron en el brazo armado de los narcotracantes, como sucedi en el bajo Putumayo y el Ariari, en donde se impusieron los grupos al servicio del narcotracante Gonzalo Rodrguez Gacha. Esta situacin no fue ajena a otros grupos paramilita100. Vase: Gutirrez y Barn, Estado, control territorial y orden poltico en Colombia. 101. Se trata de Henry de Jess Prez, en 1991; Ariel Otero, en 1992, y El Zarco, en 1993. En Gutirrez y Barn, Estado, control territorial y orden poltico en Colombia.
INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Con el acuerdo de paz, el M-19 recobr favorabilidad ante la opinin pblica, se erigi como un smbolo de la transicin que reclamaba el pas y se posicion como una tercera fuerza poltica al crear una coalicin con pequeas organizaciones de izquierda, de origen cvico o bipartidista. Como resultado de ello, la Alianza Democrtica M-19, como se llam el nuevo partido poltico, se convirti en el movimiento con mayor nmero de escaos para la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, superado solo por la agregacin de escaos de las distintas facciones del Partido Liberal. Esta ascendencia poltica se prolong en los resultados de las elecciones presidenciales de 1990, en las que el nuevo partido demostr ser la fuerza poltica alternativa con mayor votacin en la historia, y la primera en superar en una eleccin al candidato ocialista del Partido Conservador, al alcanzar ms de 700 mil votos. Por otro lado, la proyeccin poltica que alcanz el EPL lo condujo a romper con su tradicin histrica de rechazo a la participacin poltica y electoral. Primero, avanz en la conformacin del Frente Democrtico Revolucionario, en 1984, y luego, en la del Frente Popular, en 1988, para abrirse camino en las elecciones regionales y locales de ese ao. La estrategia revolucionaria del EPL se dirigi a desencadenar insurrecciones regionales parciales.102 Sus dirigentes decidieron ponerle fecha al inicio de la revolucin: 27 de octubre de 1988, da del Paro Cvico Nacional convocado por la Central Unitaria de Trabajadores CUT, y la Asociacin Nacional de Usuarios Campesinos ANUC, entre otras organizaciones. El resultado fue desastroso. La interferencia de la lucha armada amenaz la movilizacin social y poltica, lo que se puso de maniesto en la prdida de la personera jurdica de los sindicatos y el desencadenamiento de una ola represiva en Urab por parte de las Fuerzas Militares y los grupos paramilitares, que golpe duramente la militancia social y poltica. El experimento fallido y la represin desencadenada precipitaron un replanteamiento poltico de la guerrilla del EPL, que opt por el abandono
102. lvaro Villarraga, Ejrcito Popular de Liberacin (EPL). Guerra irregular, pacto de paz y constituyente (Bogot: Corporacin Nuevo Arco Iris/ GMH, 2010).
Sala de Redaccin del peridico El Espectador, tras la bomba puesta por el cartel de Medelln. Fotografa: El Espectador, 1986.
res de base social ms amplia, como los de Crdoba o la Sierra Nevada de Santa Marta, liderados por Fidel Castao y Hernn Giraldo. Pese a la lucha contra la amenaza narcoterrorista, durante el Gobierno Barco se reanudaron las conversaciones de paz con el M-19. Estas se haban iniciado en enero de 1989 tras el secuestro y posterior liberacin de lvaro Gmez Hurtado. Estos acercamientos fructicaron y se tradujeron en el acuerdo de paz rmado entre el Gobierno y esta guerrilla en marzo de 1990, seguido por el acuerdo con el Movimiento Quintn Lame. Previamente, Barco haba lanzado su plan de paz que exiga como requisito de las negociaciones el cese de hostilidades a cambio de amnistas, seguridad y participacin en poltica a los guerrilleros que se reincorporaran a la vida civil y dejaran las armas.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado La nueva fase de expansin del ELN, proyectada en 1983, se vio fortalecida especialmente con su reconexin al radicalismo sindical petrolero de Barrancabermeja, en el Magdalena medio. Precisamente, y en gran medida por azar, fue el petrleo el eje de su recomposicin poltica, econmica y militar. El hallazgo de Cao Limn en Arauca, cuando el frente Domingo Lan se insert socialmente en la colonizacin campesina del Sarare, implic que la Occidental Petroleum Company OXI, y las dems compaas petroleras debieran asumir a la guerrilla como un factor de poder en Arauca.104 Su presencia se consolid siguiendo la ruta del oleoducto Cao LimnCoveas (Sarare, Magdalena medio, Catatumbo, Serrana del Perij, oriente antioqueo, nordeste antioqueo, sur de Bolvar y Sucre), as como en las regiones del Valle del Cauca y el sur del Cesar, en las que se conect con el campesinado y el sindicalismo agroindustrial de la caa de azcar y la palma aceitera. La intensicacin del secuestro, la extorsin y los atentados a la infraestructura petrolera enfrentaron al ELN con empresarios, ganaderos y narcotracantes. La expansin territorial de las guerrillas, la proyeccin poltica de la izquierda y el auge de la violencia paramilitar no solo fueron posibles por factores polticos, sino tambin por factores econmicos. El pas experiment profundas transformaciones econmicas en la dcada de los ochenta que multiplicaron los conictos sociales y crearon polos de desarrollo econmico que sirvieron como oportunidades de expansin para los actores del conicto armado. Esos cambios se centraron en la transicin de Colombia de pas cafetero a pas minero y cocalero105. La transicin se reforz con el dinamismo de nuevos sectores de la agroindustria como el banano, las ores y la palma africana. El nuevo pas minero irrumpi con el descubrimiento de los pozos petroleros de
dinmicas sociales y comunitarias (Bogot: Corporacin Nuevo Arco Iris/ GMH, 2010). 104. Celis, Ejrcito de Liberacin Nacional (ELN). 105. Telo Vsquez. Recursos, poltica, territorios y conicto armado, en Una vieja guerra en un nuevo contexto. Conicto y territorio en el Sur de Colombia (Bogot: Universidad Javeriana, CERAC y ODECOFI, 2011) 367-428.
Carlos Pizarro entrega su arma tras el proceso de paz con entre el M-19 y el gobierno en la regin de Santo Domingo, Cauca. Fotografa: ngel Vargas. El Tiempo 1990.
de la lucha armada, para hacer posible la lucha social y poltica, preservando as un capital para competir por la va democrtica. De ese modo, Bernardo Gutirrez, comandante del EPL, lider el proceso de paz que a la postre desemboc en el desarme y la participacin de esa guerrilla desmovilizada en la Asamblea Nacional Constituyente, en 1991. El ELN no hizo parte de los acuerdos de paz de Betancur ni de los de Barco. Su nuevo paradigma se orient a la construccin de formas alternas de poder popular, paralelas a la accin militar, que aprovecharon los espacios polticos e institucionales abiertos sin integrarse a la institucionalidad. Dentro de su estrategia revolucionaria, el ELN no aspiraba a lograr proyeccin poltica a travs de la participacin electoral, sino que buscaba crear un poder popular con una dinmica propia capaz de sustituir al Estado.103
103. Luis Eduardo Celis, Ejrcito de Liberacin Nacional (ELN). Una aproximacin a sus
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Cao Limn, y se consolid a comienzos de los aos noventa con los yacimientos de Cusiana y Cupiagua en el piedemonte casanareo. El auge de la minera en Colombia estuvo acompaado por la explotacin de los yacimientos de carbn en La Guajira y los cambios en el precio internacional del oro. Esto ltimo dinamiz la explotacin de ese mineral en el bajo Cauca y el nordeste antioqueo. Por otra parte, el creciente mercado internacional para las esmeraldas ha incidido en que el occidente de Boyac sea, hasta hoy, un importante centro de produccin. A esta irrupcin de polos de desarrollo econmico se sumaron Urab, con la agroindustria de banano, el sur del Cesar, con la palma africana y el piedemonte llanero y casanareo con la agroindustria arrocera. El suroriente del pas (Putumayo, Caquet, Guaviare y Meta), cabe anotar, sufri una notable expansin de los cultivos de coca y la instalacin de laboratorios para el procesamiento de cocana, lo que gener un auge econmico signicativo, si bien de carcter ilegal. Todos estos centros econmicos se consolidaron en la periferia, y como consecuencia, cambiaron profundamente el carcter de esas regiones, concebidas tradicionalmente como pobres y marginales. De alguna manera, estas concentraciones de dinero favorecieron el esfuerzo de las guerrillas por llegar a regiones econmicamente ms integradas, impulsadas por las bonanzas econmicas producidas en sus propias zonas de retaguardia o de presencia histrica. Ese cambio, sin duda, determin que desde el centro se empezaran a ver las periferias de una forma diferente, y que se priorizara su integracin territorial y poltica, pues el crecimiento econmico del pas empezaba a depender de lo que ocurra en ellas. Sin embargo, la dbil integracin territorial e institucional existente, la llegada masiva de numerosos migrantes y la desigual distribucin del ingreso que generaban las economas de enclave crearon las condiciones propicias para que en los nuevos polos de desarrollo surgieran conictos sociales que las guerrillas aprovecharon para insertarse de modo relativamente fcil.106 Esta circunstancia, adems, era funcional a su replanteamiento estratgico de los proyectos poltico-militares.
106. Daniel Pcaut. Presente, pasado y futuro de la violencia Anlisis Poltico 30 (1997)
Este importante peso econmico de las periferias se puede conrmar con el hecho de que el carbn desplaz al caf como el principal producto de exportacin del pas a nales de los ochenta, mientras que el banano y las ores ganaron importancia dentro de las exportaciones agrcolas ms rentables.107 La otra cara del dinamismo econmico en la periferia fue la contrarreforma agraria ocurrida en las regiones econmicas ms integradas. Esta trajo consigo una creciente ganaderizacin, producto de la compra masiva de tierras por parte de los narcotracantes, rasgo particularmente acentuado en la costa caribe, el Magdalena medio y el Meta.108 La crisis poltica y social, el auge de las violencias guerrillera y paramilitar y el apogeo del narcoterrorismo condujeron al progresivo debilitamiento de la accin poltica frente a la accin violenta y militar. Esta situacin empeorara todava ms al nal de la dcada, con la propuesta de descentralizacin y eleccin popular de alcaldes. Ello implicaba la redenicin de las tradicionales relaciones de poder entre el centro de la Nacin y las regiones, al igual que entre las capitales municipales y los municipios, y signicaba una mayor crispacin de la vida poltica regional y local. En efecto, la descentralizacin poltica tuvo como consecuencia no planeada ni deseada el fortalecimiento de la injerencia de los actores armados en la poltica local y regional, y de forma indirecta, su consolidacin territorial y el control sobre la poblacin.109
2.2.1. La Asamblea Constituyente, la autoexclusin de las FARC y el ELN, y los nuevos bros del paramilitarismo
El escalamiento de la violencia sociopoltica y econmica, junto con el agravamiento del conicto armado, desencadenaron grandes protestas y
107. Sal Pineda Hoyos, Apertura econmica y equidad: Los retos de Colombia en la dcada de los aos noventa, en Colombia Hoy (Bogot: Imprenta Nacional de Colombia, 1996). 108. Telo Vsquez. Recursos, poltica, territorios y conicto armado, 367-428 109. Fabio Snchez y Mario Chacn, Conicto, Estado y descentralizacin: del progreso social a la disputa armada por el control local, 1974-2002.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado la exigencia de cambios de fondo en las instituciones del Estado. La administracin de Virgilio Barco reaccion ante la crisis con iniciativas de reforma poltica y constitucional, y con una nueva poltica de orden pblico que incluy el Plan Nacional de Rehabilitacin, as como la oferta a la guerrilla para llegar a un acuerdo sobre la base de su subordinacin a la institucionalidad vigente. En ese contexto se abri camino la idea de la constituyente que, para sectores que haban participado en los frustrados dilogos de 19841985, era una va hacia acuerdos de paz, con cambios importantes en el Estado. Para corrientes modernizantes del Partido Liberal, en particular para las ms cercanas a las ideas transformadoras del inmolado candidato presidencial Luis Carlos Galn, era una necesidad de recomponer el Estado en la fase crtica y no superada del post Frente Nacional. El movimiento por una Asamblea Constituyente se haba fortalecido en sus diversas vertientes desde 1985. Despus del fracaso del Dilogo Nacional por la Paz resurgi con fuerza en 1989 con el proceso de paz iniciado en enero de ese ao entre el Gobierno de Barco y el M-19. La movilizacin multitudinaria de los universitarios tambin incluy propuestas constituyentes como respuesta a la violencia generalizada y al asesinato de Luis Carlos Galn y otros lderes en el contexto de oleada terrorista perpetrada por los narcotracantes y el auge de la violencia paramilitar. As qued consignado en la carta suscrita por ms de 30 mil universitarios en las mesas de dilogo y concertacin para los acuerdos con el M-19, que fueron suscritos en la sede del Capitolio Nacional por delegados de partidos, acadmicos, organizaciones no gubernamentales y la mesa directiva del Senado, en mayo de 1989 y en agosto del mismo ao. En la proclama del 14 de diciembre de 1989, ante la frustracin por la cada de la reforma constitucional propuesta por el Gobierno y de los acuerdos de paz en ella incluidos, el M-19 convoc a rehacer el pacto de paz directamente con el pueblo, en una Asamblea Constituyente surgida de un golpe de opinin por la va pacca. La Sptima Papeleta, promovida por los estudiantes y muchos otros sectores110 en las elecciones legislativas y regionales de marzo de 1990, fue la sntesis de esos procesos de movilizacin democrtica y por la paz, y la base de una insubordinacin ciudadana contra la violencia y a favor de la democracia. El Gobierno de Barco supo interpretar el momento y propici, mediante Decreto de estado de sitio, el voto por la convocatoria a una Asamblea Constitucional simultnea a las elecciones presidenciales de mayo de 1990. De esa manera, se abrieron paso los acuerdos polticos que llevaron, en la administracin de Csar Gaviria, a las elecciones de la Constituyente en diciembre de 1990, y a su funcionamiento entre enero y julio de 1991. La nueva Constitucin Poltica de Colombia, proclamada el 4 de julio de 1991, fue acogida por el pas desarmado en forma esperanzadora. Se trataba de un pacto de paz y de una carta de navegacin para transitar hacia la construccin de una sociedad fundada en la convivencia pacca, el Estado Social de Derecho, el fortalecimiento de la democracia participativa, las garantas polticas y la vigencia de los Derechos Humanos, en una sociedad reconocida como diversa, pluritnica y pluricultural. Con este paso se buscaba suplir la demanda histrica de apertura democrtica que estaba en el origen del conicto armado y que por tantos aos haba sido reclamada por vastos sectores de la sociedad. Atrs haba quedado denitivamente el Frente Nacional, se creaban las bases institucionales para profundizar la descentralizacin poltica y administrativa, que se haca extensiva a la eleccin popular de gobernadores. Tambin se ponan lmites a los estados de excepcin que haban adquirido casi condicin de permanentes con el estado de sitio y que haban
110. Al lado del movimiento estudiantil, otros sectores que tuvieron un papel central fueron los diarios El Tiempo y El Espectador, los candidatos galanistas, el comit proconstituyente, las comunidades religiosas y la campaa electoral de la AD M-19 con Carlos Pizarro, Antonio Navarro y Vera Grave como candidatos. El Gobierno apoy la distribucin de papeletas por la constituyente en esas elecciones de marzo de 1990.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica favorecido la autonoma de los militares.111 Asimismo, se promovi el empoderamiento ciudadano con distintos mecanismos de participacin, desde el reconocimiento de los derechos individuales y sociales, hasta la institucionalizacin de mecanismos garantistas de los derechos, las libertades y el orden constitucional. El impacto del gran acuerdo constitucional por la paz y la prohibicin de la extradicin de nacionales allanaron el camino para el desmantelamiento de los grandes carteles del narcotrco. Esta situacin se tradujo en una coyuntura de disminucin de los homicidios polticos, pero an sin la fuerza suciente para neutralizar los factores de violencia que rpidamente fueron escalando y congurando uno de los periodos ms cruentos del ltimo siglo en la historia de Colombia. Entre otras, la descentralizacin poltica y administrativa implic grandes transformaciones institucionales y traslad funciones y recursos al poder local, sin que se contara con las capacidades para ello, o sin la transicin institucional mnima para suplir esa deciencia. Las nuevas reglas del juego poltico permitieron la irrupcin de muchos competidores polticos en la escena local y regional, efecto del entusiasmo poltico generado por el cambio. Tantos competidores acabaron por desvertebrar las maquinarias polticas y las redes clientelistas de los grandes barones electorales y caciques polticos, en un momento en el cual los municipios y las regiones empezaban a recibir gran cantidad de recursos econmicos que se esperaba mejoraran la calidad de vida de los ciudadanos e hicieran ms eciente y ecaz la gestin estatal. Sin embargo, el problema residi en que la proliferacin de participantes no pudo suplir la intermediacin poltica con la formacin y consolidacin de partidos o movimientos polticos fuertes y consolidados112. El resultado fue una mayor atomizacin poltica en el mbito poltico local y regional que se distingua por tratarse de muchos pero desorganizados.
111. Dvila, El juego del poder, 114-121. 112. Vase: Eduardo Pizarro en Una democracia asediada, y Ana Mara. Bejarano, Democracias Precarias. Trayectorias polticas divergentes en Colombia y Venezuela, Universidad de Los Andes, Bogot, 2011
Este pluralismo de muchos pero desorganizados impidi que se consolidaran proyectos polticos independientes y alternativos que pudiesen hacer contrapeso a la inuencia de los actores armados, quienes explotaron tanta atomizacin para ejercer el tutelaje del juego democrtico local y capturar los presupuestos municipales para la nanciacin de la guerra o direccionar las inversiones pblicas para ampliar su respaldo poltico113. De hecho, el papel de rbitro es el que prevalece en la actuacin de las guerrillas durante el periodo114, marcando con ello un distanciamiento de su proyeccin poltica en la dcada anterior basada en la competencia directa dentro del juego democrtico a travs de movimientos o partidos de oposicin. En este contexto, la izquierda poltica no tuvo mayor protagonismo por el aislamiento poltico del Partido Comunista, la continuacin del exterminio de la Unin Patritica y la violencia contra los movimientos polticos surgidos de las guerrillas que haban abandonado las armas (Corriente de Renovacin Socialista, Esperanza, Paz y Libertad, y en menor medida, Alianza Democrtica M-19). La violencia contra la Unin Patritica no ces. En las elecciones de 1992 se agrav el declive en la representacin poltica cuando eligi 175 concejales, 14 alcaldes y 10 diputados, reduciendo su presencia territorial a solo 88 municipios.115 En el periodo irrumpen masacres como la de cao Sibao el 3 de junio de 1992 y el asesinato del senador Manuel Cepeda Vargas el 7 de agosto de 1994. A pesar de ello, la nueva carta poltica consagr el mandato constitucional de promover el acceso a la propiedad de la tierra como medio para avanzar en la consolidacin de la paz, la justicia social, la democracia participativa y el bienestar de los pobladores del campo. Tambin ratic los derechos de los pueblos indgenas116 y reconoci los de las comunidades afrodescendientes a la propiedad colectiva de sus territorios y a la autonoma en su manejo, conforme a sus usos y costumbres.
113. Snchez y Chacn, Conicto, Estado y descentralizacin. 114. Vase: Bejarano. Democracias Precarias. 115. Registraduria Nacional del Estado Civil. Elecciones regionales 1992 116. Desde 1890 (Ley 89) se reconocen los derechos colectivos de los pueblos y comunidades indgenas a la posesin de sus tierras.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica La Ley de Reforma Agraria y Desarrollo Rural cre el Sistema Nacional de Reforma Agraria y Desarrollo Rural (Ley 160 de 1994), encargado de coordinar y planicar la redistribucin de la tierra y el desarrollo de la economa campesina. Esta ley introdujo modicaciones a los intentos de restructurar la tenencia de la tierra que se haban adelantado con la Ley 30 de 1986 durante la administracin de Virgilio Barco.117 Entre los destinatarios de programas de dotacin de tierras se incluy a los desplazados, y al igual que en los Gobiernos anteriores, a los desmovilizados en los acuerdos de paz.118 En la Ley 160 de 1994 se estableci el mercado de tierras consistente en la negociacin voluntaria entre propietarios y campesinos, a quienes el Estado otorgaba un subsidio del 70%. Los resultados no fueron alentadores debido a factores como la asimetra entre los propietarios y el campesinado, los costos de la tierra denidos en avalos comerciales y la injerencia de presiones polticas y econmicas en el mbito local. Adems, la precariedad de la oferta de crditos y de asistencia tcnica, as como los efectos de la apertura econmica, agravaron la situacin de los campesinos endeudados con el subsidio, lo que condujo a que muchos malvendieran sus predios. El desplazamiento forzado agrav la situacin de numerosas familias campesinas y de comunidades indgenas y afrocolombianas, que se vieron obligadas a vender o abandonar sus tierras. En amplias zonas, los campesinos fueron despojados de sus tierras, o tuvieron que venderlas a bajo precio a compradores que se aprovecharon de su estado de deudores morosos.119 Ese mercado de tierras, en el que se inscribi el intento por reformar la estructura de la tenencia de la tierra, se dio en condiciones adversas derivadas de los efectos de la apertura econmica y de los cambios
117. En la ejecucin de la Ley 30 de 1986 se denieron las zonas de reforma agraria y la coordinacin interinstitucional para la dotacin de tierras y la provisin de otros bienes a los beneciarios. 118. La Ley 35 de 1982 autoriz al INCORA para adquirir tierras con destino a los pobladores en las zonas de conicto del Plan Nacional de Rehabilitacin. 119. Vase: GMH, Justicia y paz. Tierras y territorios en las versiones de los paramilitares (Bogot: Imprenta Nacional, 2013).
institucionales. En el primer caso, la apertura econmica enfrent la economa nacional a la competencia externa. Con esta iniciativa se buscaba destrabar el estancamiento industrial, reducir la inacin y propiciar el crecimiento econmico a partir de las exportaciones, pero el sector agrcola result siendo el ms afectado. La apertura econmica apost, entonces, por el pas urbano en detrimento del pas rural, abandon denitivamente la poltica redistributiva, y reorient la productividad hacia la competitividad. Se desmont tambin la proteccin arancelaria que blindaba la economa nacional de la competencia externa, y con ello se expuso el sector agrcola a una competencia para la cual no estaba preparado. Industrias como la algodonera, que en su momento movilizaba tanta mano de obra como la cafetera, acabaron quebradas. A esto se sum el desmonte del pacto internacional de pases productores que regulaba el precio del caf, ocasionado un desplome en su cotizacin que afect uno de los nichos econmicos que histricamente haba provisto estabilidad a la economa nacional. A esto se sumaron las restricciones a las importaciones de banano impuestas por la Unin Europea con el reglamento 404 de 1993120, afectando a uno de los sectores agroindustriales ms dinmicos de la economa nacional. Esto provoc una profunda transformacin del mundo rural, en la medida en que le abri las puertas a la expansin y consolidacin del narcotrco. Por un lado, estas transformaciones favorecieron un acelerado proceso de ganaderizacin, impulsado por la compra masiva de tierras por parte de los narcotracantes. Con ello se agrav el problema de la concentracin de la tierra en el pas rural, y a ello se sum la sobreutilizacin de reas de vocacin agrcola para la ganadera.121 Por el otro, la precarizacin de la economa campesina en las regiones ms integradas y su inviabilidad en las zonas perifricas fueron detonantes para la expansin de los cultivos ilcitos. Esto dio lugar a la conformacin de economas cocaleras en el centro y las periferias, que se insertaron en el circuito econmico global de las drogas ilcitas. En el primer caso se
120. Surez, Identidades polticas y exterminio recproco, 143. 121. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD Colombia, Colombia rural: razones para la esperanza, 77.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado produjo una expansin de los cultivos de coca y amapola en zonas cafeteras de la regin andina y el suroccidente del pas, mientras que en el segundo se multiplicaron las reas sembradas de coca en el suroriente y luego en el noroccidente, el nororiente y la Costa Caribe. Colombia se convirti, precisamente, en el primer productor de hoja de coca del mundo, superando a Per y Bolivia a mediados de los aos noventa. Este hecho reforzaba la incidencia del narcotrco, pues esto se sumaba a la condicin de ser el primer pas exportador. En el segundo caso, los cambios institucionales provocados por la profundizacin de la descentralizacin poltica y administrativa, sumado a los recortes del Estado central por la nueva poltica de liberalizacin y privatizacin econmica, llevaron al desmonte de la institucionalidad pblica que el Estado central haba construido para el pas rural122, en particular para la economa campesina en las periferias con el Plan Nacional de Rehabilitacin. El resultado fue el abandono del pas rural a las fuerzas del mercado y la reconguracin del Estado con una presencia basada en un esquema selectivo de apoyos directos, con mayor volumen de recursos y ayudas puntuales al desarrollo de subsectores agropecuarios123, desmontando una institucionalidad rural y un enfoque de intervencin territorial como el PNR justo cuando la presencia estatal era ms importante por las ventajas que la provisin de bienes pblicos hubiese aportado en el mejoramiento de la competitividad que tanto se le exiga a todos los sectores de la economa. Por su parte, el reconocimiento de los derechos territoriales de las comunidades tnicas azuz las agresiones contra pueblos indgenas y comunidades de afrodescendientes por parte de actores armados ilegales, en alianzas con actores sociales, econmicos y polticos,124 e incluso de la Fuerza Pblica. Detrs de estas agresiones haba intereses econmicos
122. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD, Colombia rural: Razones para la esperanza. 223-224 123. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD, Colombia rural: Razones para la esperanza 124. GMH, Justicia y paz. Tierras y territorios.
sobre los territorios colectivos de las comunidades: proyectos mineros, energticos, agroforestales, ganaderos, agroindustriales y de infraestructura; la siembra, procesamiento y trco de estupefacientes; o la instalacin de bases militares. En su lucha, las organizaciones y movilizaciones indgenas y de afrocolombianos han logrado que en instancias nacionales e internacionales se denuncien las sistemticas, graves y masivas violaciones a sus derechos, y han demandado del Estado su proteccin, as como medidas que garanticen su supervivencia en cuanto grupos minoritarios. El nuevo arreglo fue relevante para el cierre del agrietamiento institucional entre el poder civil y el militar, y para el declive de la politizacin de los militares, que tan abiertamente haban desaado las polticas de paz de los Gobiernos de Betancur y Barco. El contexto de n de la Guerra Fra, la cada del Muro de Berln en 1989 y el derrumbamiento de la Unin Sovitica en 1992 reforzaron esta situacin, adems del exitoso proceso de paz con las guerrillas del M-19, el EPL, el Quintn Lame y el PRT entre 1990 y 1991 (al que se sumara la Corriente de Renovacin Socialista en 1993, disidencia del ELN). A pesar de ello, las Fuerzas Militares se reacomodaron rpidamente a los nuevos referentes internacionales para legitimar la continuacin de la lucha contrainsurgente, disolviendo cualquier vestigio de reconocimiento poltico a la guerrilla y radicalizando su acento criminal: primero en la lucha contra el narcotrco (narcoguerrilla) y luego en la lucha contra el terrorismo (guerrilla narcoterrorista). Pero, sin duda, el hecho poltico y simblico ms relevante de la subordinacin de las Fuerzas Militares al Gobierno nacional fue el nombramiento de un civil como ministro de Defensa, luego de que los militares hubiesen ocupado ese cargo ininterrumpidamente por ms de medio siglo. A este nombramiento, Gaviria le aadi un mensaje poltico, pues Rafael Pardo vena de ser consejero de paz del Gobierno de Barco, del cual el propio Gaviria haba sido ministro de Gobierno. Este nombramiento se reforz con la conduccin civil de la confrontacin, dentro de la poltica de guerra integral en la segunda mitad de su Gobierno. El nuevo arreglo institucional sentaba las bases para clausurar las tensiones entre el Gobierno nacional y las Fuerzas Militares. Incluso los militares cedieron a la posibilidad de que la justicia ordinaria investigara y juz153
INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica gara a miembros de las Fuerzas Militares involucrados en violaciones de Derechos Humanos y narcotrco. A esto se sum la creacin de la Consejera de Seguridad Nacional, para darle mayor injerencia al poder civil en la planeacin de las estrategias de orden pblico.125 Mientras se consolidaba esta integracin institucional con las Fuerzas Militares, el poder judicial se acomod dentro del Estado, pues la nueva Constitucin Poltica de 1991 le dio un sello garantista a la justicia y le dio a la Corte Constitucional la potestad de ser salvaguarda de los derechos. El inujo internacional fue esencial para potenciar el impacto poltico de la nueva constitucin sobre el desarrollo de la guerra de aqu en adelante, pues como ya se indic, la guerra fra llega a su n en este periodo con la cada del Muro de Berln en 1989 y el derrumbamiento de la Unin Sovitica en 1992. Aunado a esto, el logro de un acuerdo de paz con varios de los grupos armados y el colapso de los referentes internacionales que por tanto tiempo alimentaron a los actores armados y permearon a la sociedad volvi incomprensible el conicto armado para el pas urbano y dicult profundamente la comunicacin de las FARC con la sociedad desde un discurso comunista que ya se haba refundido entre los referentes internacionales. Esa incomprensin se reforz con el espritu de la nueva carta que deslegitimaba la lucha armada. Es por eso que cuando las FARC logran la urbanizacin de la guerra tropiezan con el rechazo del pas urbano. Otro de los factores que incidi en la distensin de este periodo fue la expectativa de paz con las guerrillas que haban quedado por fuera de la Asamblea Constituyente. As, el Gobierno de Gaviria tuvo dilogos en Caracas, Venezuela, y en Tlaxcala, Mxico, con el ELN, las FARC y la disidencia del EPL, entre 1991 y 1992. Posturas rgidas de unos y otros impidieron el entendimiento entre las partes y el logro de un acuerdo. Era difcil ofrecer algo ms que la nueva Constitucin de 1991 a los que seguan en armas. El marginamiento de la Asamblea Nacional Constituyente se desprendi de las desconanzas profundamente arraigadas en las FARC sobre la ausencia de garantas para la oposicin poltica con el exterminio an en desarrollo contra la Unin Patritica, pero tambin por su pretensin de trascender los cambios polticos e introducir las reformas sociales y econmicas que removieran las invocadas razones para el surgimiento y evolucin del conicto armado. En esa pretensin exigan una representacin poltica dentro de la Asamblea Nacional Constituyente acordada con el gobierno nacional y no condicionada a los resultados electorales, para asegurarse con ello la introduccin de las reformas estructurales que reclamaban para el pas. La marginacin de la Asamblea Nacional Constituyente no fue un hecho irrelevante para las FARC. De hecho se incorpor a su memorial de agravios contra el Estado luego de que las Fuerzas Militares atacaran casa Verde, sede del Secretariado de las FARC, el 9 de diciembre de 1990, el da en que se llevaban a cabo las elecciones para la conformacin de la Constituyente. Es por ello que cuando el gobierno Pastrana y las FARC iniciaron el proceso de paz en 1999, uno de los reclamos ms recurrentes en la mesa de dilogos por parte de Manuel Marulanda Vlez se sintetizaba en la siguiente expresin: Ustedes no nos deben dos gallinas, nos deben una Constituyente126. Ante el fracaso de los dilogos de paz, estas guerrillas se enfocaron en ocupar los territorios dejados por las guerrillas desmovilizadas y se reacomodaron estratgicamente para proseguir la confrontacin.127 En el primer caso, las FARC y la disidencia del EPL protagonizaron el captulo ms sangriento del periodo en la regin de Urab.128 En el segundo, las FARC reajustaron su plan estratgico en la VIII Conferencia de 1993. En esta se dieron tres ajustes fundamentales, cuyo anlisis permite entender la posterior trayectoria de esa organizacin. En primer lugar,
126. Revista Semana. Los puntos de la agenda. 1 de septiembre del 2012, consultado el 22 de junio del 2013, http://www.semana.com/nacion/articulo/los-puntosagenda/263987-3 127. Camilo Echanda, El conicto armado y las manifestaciones de violencia en las regiones de Colombia. 49. 128. Vase: Andrs Fernando Surez, Identidades polticas y exterminio recproco. Masacre y guerra en Urab 1991-2001 (Medelln: La Carreta, 2007).
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado la decisin de conformar un ejrcito revolucionario capaz de perpetrar golpes militares contra las Fuerzas Militares con alto valor estratgico, los llev a transitar de una guerra de guerrillas a una guerra de posiciones.129 En segundo lugar, el propsito de urbanizar el conicto armado, volcando toda la estrategia militar hacia el cercamiento de las ciudades, con prioridad de Bogot, los condujo a impulsar las Milicias Bolivarianas. En tercer lugar, el hecho de formalizar su distanciamiento con el Partido Comunista y desarrollar un pensamiento poltico autnomo, con la formulacin de la plataforma para un nuevo Gobierno de reconciliacin y reconstruccin nacional, los puso en un punto de ruptura en el que la guerra y la poltica quedaron en manos de las FARC.130 Mientras la guerrilla se reacomodaba para continuar la guerra, muchos de los paramilitares en el Magdalena medio recin desmovilizados, sintindose a la deriva, buscaron cobijo con los viejos jefes paramilitares de la regin que an seguan armados, como Ramn Isaza. En Crdoba y Urab, Fidel Castao, el triunfante jefe de la guerra contra Pablo Escobar, organizada por el grupo de justicia privada conocido como Perseguidos por Pablo Escobar Los Pepes que combin fuerzas legales e ilegales, se estaba preparando para nalizar su guerra contra la guerrilla luego de la desmovilizacin del EPL cuando muri en circunstancias inciertas en 1994. Sus hermanos Vicente y Carlos, quienes se haban aliado con sectores del Estado para luchar contra Escobar y contra la guerrilla, emergieron poderosos. Estos lderes del paramilitarismo sirvieron de punta de lanza de la resistencia poltica y econmica regional frente a las reformas democratizadoras de la nueva Constitucin, pero tambin frente a la recomposicin militar de las FARC, que apunt a copar los territorios dejados por la guerrilla del EPL luego de la desmovilizacin de marzo de 1991. Esta iniciativa de las FARC desencaden un conicto con los desmovilizados en el eje bananero, y con ello favoreci la recomposicin paramilitar. Este hecho fue relevante para el posicionamiento de
129. Vase: Pizarro, Las FARC-EP: Repliegue estratgico, debilitamiento o punto de inexin?, en: Nuestra guerra sin nombre., 188. 130. Mario Aguilera, Las fARC: La guerrilla campesina, 1949-2010. Ideas circulares en un mundo cambiante? (Bogot: Corporacin Nuevo Arco Iris/ ASDI/ OIM, 2010); Pizarro, Las FARC-EP: Repliegue estratgico, debilitamiento o punto de inexin? 188-189.
este actor armado en la nueva etapa de expansin del conicto armado, en particular porque desplazaba el eje del Magdalena medio, prevalente en los aos ochenta, hacia Urab, imperante en los noventa. Los reujos y reacomodos dentro de la guerra han estado acompaados por un continuo cambio en el contexto, en unos casos, para apaciguar la violencia y, en otros, para preparar la ruta hacia la desestabilizacin y ms cruda confrontacin del prximo periodo. En el primer caso, la transformacin alude a la solucin poltica y jurdica de la guerra del narcotrco contra el Estado y el n del narcoterrorismo. La prohibicin constitucional de la extradicin abri el camino para la salida a la guerra del narcotrco contra el Estado y viabiliz la implementacin de la gura jurdica del sometimiento a la justicia como ruta para el desmantelamiento del Cartel de Medelln. Este aspecto ser desarrollado en el captulo 3 del presente informe. La entrega de Pablo Escobar auspiciaba un nal no convulsionado del proceso. Pero su fuga de la crcel La Catedral el 21 de julio de 1992, y la consiguiente persecucin implacable por parte del Estado y Los Pepes, pusieron en escena nuevamente los atentados terroristas, hasta que lleg el punto nal del narcoterrorismo con la cada de Escobar, el 2 de diciembre de 1993. El desmantelamiento del Cartel de Medelln fue sucedido por el desvertebramiento del Cartel de Cali, entre 1994 y 1995, lo que dio n a la era de las grandes organizaciones del negocio del narcotrco en Colombia. En el segundo caso, el desarrollo institucional de la nueva Carta constitucional pronto tropez con una inesperada crisis poltica que alter la estabilidad que requera para aceitar su engranaje y solidicar sus bases. El hecho desencadenante fue la denuncia de inltracin de dineros del narcotrco en la campaa poltica del electo presidente Ernesto Samper (1994-1998). El inicio en rme del proceso 8.000, como se llam el proceso judicial, provoc una crisis de legitimidad y limit el margen de gobernabilidad de Samper. La situacin se agrav con el aferramiento del mandatario al poder, a pesar de la presin social y poltica que
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica reclamaba su dimisin y con acontecimientos violentos desestabilizadores como el magnicidio del dirigente conservador lvaro Gmez Hurtado el 2 de noviembre de 1995 en medio de crecientes rumores de un golpe de estado. Este convulsionado contexto fue exacerbado por las presiones del gobierno norteamericano que se pusieron de maniesto en las descerticaciones sucesivas a la lucha contra el narcotrco de Colombia entre 1995 y 1997, la cancelacin de la visa americana al presidente Samper en julio de 1996 y la exigencia de resultados contundentes contra la expansin de los cultivos ilcitos, presiones que desembocaron en el inicio de las fumigaciones areas con glifosato en el suroriente del pas y las subsecuentes reacciones con las marchas de los campesinos cocaleros en agosto de 1996. Esta crisis de gobernabilidad desajust los arreglos institucionales entre el Gobierno Nacional y las Fuerzas Militares logrados durante la administracin Gaviria, haciendo retroceder la injerencia de los civiles en las polticas de defensa y seguridad nacional, generando con ello las condiciones para que las tensiones volvieran aorar en las nuevas etapas del conicto armado. Este retroceso se concret en el debilitamiento de la Consejera de Seguridad Nacional, el regreso de los militares a la jefatura del Ministerio de Defensa, adems de las declaratorias sucesivas de los estados de excepcin que le devolvieron autonoma. Todo ello allan el camino para el resurgir de una guerra que alcanz dimensiones insospechadas.
Noticia de prensa en El Espectador del magnicidio de lvaro Gmez Hurtado. Fotografa: El Espectador, 1995.
2.3. Los aos de la tragedia humanitaria: la expansin de guerrillas y paramilitares, el Estado a la deriva y la lucha a sangre y fuego por el territorio (1996-2005)
Entre 1996 y 2005, la guerra alcanz su mxima expresin, extensin y niveles de victimizacin. El conicto armado se transform en una disputa a sangre y fuego por las tierras, el territorio y el poder local. Se trata de un periodo en el que la relacin de los actores armados con la poblacin civil se transform. En lugar de la persuasin, se instalaron la intimidacin y la agresin, la muerte y el destierro.
Para este periodo, la violencia adquiri un carcter masivo. Las masacres se convirtieron en el signo caracterstico. El desplazamiento forzado escal hasta llevar a Colombia a ser el segundo pas en el mundo, despus de Sudn, con mayor xodo de personas. Los repertorios de violencia de los actores armados registraron su mayor grado de expansin en la historia del conicto armado colombiano. El escaso margen de maniobra del Gobierno de Ernesto Samper, como efecto de la crisis de gobernabilidad desatada por el proceso 8.000, le impidi intentar una negociacin con los grupos armados. En su propio gabinete no haba consenso. Por una parte, la lnea dura encabezada por el entonces ministro de Defensa, Fernando Botero Zea, y por los altos mandos militares, en especial el general Harold Bedoya, comandante del Ejrcito asuma que no se poda ceder a la demanda de las FARC de despejar un territorio de las Fuerzas Armadas para iniciar un dilogo, porque esto las llevara a ejercer un control territorial sobre una
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Carlos Pizarro Len Gmez 1951-1990 Fotografa: Fundacin Carlos Pizarro L.- Archivo Mara Jos Pizarro.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica zona desde la cual proyectaran sus acciones y ganaran ventaja militar. En efecto, esto fue lo que sucedi aos despus cuando el Gobierno de Andrs Pastrana Arango (1998-2002) despej la regin del Cagun en Caquet, sede de la negociacin con las FARC. Por otra parte, la lnea blanda representada por el ministro del Interior, Horacio Serpa Uribe, y por el alto comisionado para la Paz, Carlos Holmes Trujillo defenda la negociacin como camino para superar el conicto.131 Durante el Gobierno de Samper no hubo acciones slidas encaminadas a un proceso de paz, salvo el acuerdo para la liberacin de 70 miembros de la Fuerza Pblica en Cartagena del Chair, Caquet, el 15 de junio de 1997, quienes haban sido retenidos por las FARC en el asalto a la base militar de Las Delicias, Putumayo, el 30 de agosto de 1996.132 Los grupos armados ilegales, por su parte, experimentaron notorios avances durante dicho periodo (1994-1998). transitaron masivamente a la clandestinidad para engrosar los brazos del paramilitarismo. De hecho, reconocidos jefes paramilitares como Salvatore Mancuso, Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, Diego Vecino y Rodrigo Peluffo, alias Cadena, fueron representantes legales o integraron las Convivir, llegando a perpetrar con sus armas varios crmenes, como la masacre de Pichiln, Sucre, el 6 de diciembre de 1996. As lo reconoci Salvatore Mancuso en una de sus versiones libres ante la Unidad de Justicia y Paz.135 Una segunda razn se debe a que el Ejrcito Nacional se repleg debido a los golpes militares propinados por las FARC (entre 1996 y 1998) y dej que el peso de la lucha contrainsurgente recayera sobre las Convivir. Esta situacin se vio reforzada con la omisin reiterativa del Ejrcito frente a las acciones paramilitares que, en muchos casos, se enmascar con un apoyo menos directo y menos visible. De hecho, esa omisin ha sido sancionada por la justicia internacional en casos como las masacres paramilitares de Mapiripn, Meta, en julio de 1997, o El Aro, Antioquia, en octubre del mismo ao, en sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos CIDH.136A esto se suman las confesiones de los paramilitares en sus versiones libres ante la Unidad de Justicia y Paz, que han develado la trama de relaciones con miembros de la Fuerza Pblica que posibilitaron el accionar paramilitar. Al 31 de diciembre del 2012, la Unidad de Justicia y Paz report que compuls a la justicia ordinaria incriminaciones por hechos delictivos confesados por los paramilitares contra 1.023 miembros de la Fuerza Pblica. El resurgimiento del paramilitarismo obedece, en tercer lugar, a su proceso de reconguracin interna, que le llev a superar el relativo estancamiento que haban padecido en los aos del Gobierno de Csar Gaviria, por las pugnas internas y la concentracin de sus esfuerzos en la guerra contra Pablo Escobar. La macabra ecacia de esta recomposicin paramilitar gestada en Urab convoc el aglutinamiento de los grupos paramilitares de todo el pas.
135. Vase: GMH, La masacre de El Salado. Esa guerra no era nuestra. (Bogot: Taurus, Ediciones Semana, 2009). 136. Vase Anexo tabla # 1.
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Publicidad de las Convivir instalada en Urab. Fotografa: Jess Abad Colorado 1998.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica En 1995 se fundaron las Autodefensas Campesinas de Crdoba y Urab ACCU , y en 1997 se dieron cita en un lugar de la regin los jefes de nueve organizaciones paramilitares de distintos puntos de la geografa nacional para conformar las Autodefensas Unidas de Colombia AUC, provistas de una direccin nica y un estado mayor conjunto, denidas como un Movimiento Poltico-Militar de carcter antisubversivo en ejercicio del derecho a la legtima defensa137. En esta reconguracin fue fundamental la estrategia meditica desplegada por Carlos Castao, que posicion el discurso contrainsurgente en amplios sectores de la opinin pblica hastiados de las guerrillas. Empez, entonces, la ms grande y audaz expansin paramilitar hacia todos los puntos cardinales de la nacin. A zonas de Meta y Guaviare llegaron en aviones contingentes que los habitantes de all empezaron a nombrar como los Urabeos;138 en camiones llegaron al sur de Bolvar, al Magdalena medio y al Catatumbo.139 La movilizacin de las fuerzas de Salvatore Mancuso hacia el norte de Crdoba y la de los grupos de Rodrigo Tovar Pupo hacia el occidente y el norte del Cesar y Magdalena le permiti a los paramilitares establecer una tenaza sobre los siete departamentos de la costa atlntica. Los paramilitares se lanzaron a cooptar la representacin poltica local y regional. Buscaban en realidad intervenir el Estado central para asumir las riendas del poder nacional, o como lo consignaron en el Pacto de Ralito con congresistas y funcionarios pblicos: Refundar la patria. El Pacto de Ralito entregado por Salvatore Mancuso en su primera
137. Paramilitares se habran unido, El Tiempo (20 de abril de 1997), consultado el 23 de junio del 2013, http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-513963 138. Este es el caso de las masacres ocurridas en el municipio de Mapiripn, Meta, as como en el corregimiento de Cao Jabn, en donde hombres fuertemente armados que venan de la regin antioquea asesinaron y masacraron a varias personas, con el apoyo de algunos integrantes de la Fuerza Pblica. 139. lvaro Villarraga Sarmiento, El paramilitarismo en Norte de Santander, incursin de las ACCU, emergencia al poder y desmovilizacin del Bloque Catatumbo, en Mauricio Romero, ed., Parapoltica. La ruta de la expansin paramilitar y los acuerdos polticos (Bogot: Corporacin Nuevo Arco Iris/ Intermedio Editores, 2007), 391.
versin ante los scales de Justicia y Paz140 demostr la alianza entre las estructuras paramilitares con amplios sectores militares, econmicos, polticos y sociales de todo el pas. Su objetivo era la formulacin de un nuevo contrato social basado en la defensa de la propiedad privada y la preservacin del control territorial, as como la estrategia para posicionarse como el tercer actor de la guerra y forzar una negociacin poltica con el Gobierno.141 El resultado poltico de esta expansin se vio ms adelante, en las elecciones del 2002, cuando sus chas coparon una tercera parte del Congreso y pudieron inuir decididamente en la campaa presidencial; tambin ejercieron control sobre 250 alcaldas y nueve gobernaciones, en las elecciones del 2003. En total, en diversas elecciones, segn lo ha determinado la justicia, las AUC consiguieron la eleccin de 26 senadores en sus zonas de inuencia, que representaron 1.741.947 votos, e inltraron e inuyeron en organismos del Gobierno nacional.142 Para 1999 esas fuerzas eran un verdadero ejrcito irregular, con un carcter particularmente ofensivo; controlaban territorios nuevos o aanzaban su dominio en los lugares en donde ya se encontraban. La guerra adquiri un nuevo rostro: la ocupacin del territorio a sangre y fuego, la vinculacin masiva de los narcotracantes en la empresa paramilitar y una estrategia de captura del poder local e inuencia en el poder nacional.143 De forma que los aos ochenta fueron la dcada de las guerrillas, mientras que el nal de los noventa y el comienzo del siglo XXI fueron los aos de los paramilitares. El paramilitarismo fue un fenmeno de carcter reactivo, preventivo y oportunista. Reactivo, porque el asedio y la presin de las FARC sobre las lites regionales dentro de su proyeccin militar y su expansin territorial llevaron a esas lites a apoyar a los grupos paramilitares para
140. Salvatore Mancuso, versin del 15 de enero del 2007. 141. Salvatore Mancuso, versin libre, audiencia del 19 de diciembre del 2006. 142. Romero, Parapoltica, 30. 143. Romero, Parapoltica, 14-15.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado contener la erosin de sus intereses y la inviabilidad econmica de sus regiones. Preventivo, porque las lites regionales vieron en el proceso de paz del Gobierno de Andrs Pastrana un arreglo poltico que iba en detrimento del statu quo; sentan que este proceso aceleraba el crecimiento de las FARC y que una eventual institucionalizacin del poder poltico y militar de ese grupo desvertebrara su poder en las regiones. Adems, vean que su reclamo por el abandono del Estado no era escuchado y, por el contrario, este no solo permita que las FARC los agrediera, sino que propiciaba desde Bogot su ensanche. El paramilitarismo tambin fue oportunista porque el control territorial permita el ascenso social, econmico y poltico de los grupos paramilitares como lites emergentes con proyeccin regional y nacional, en particular de sus altos mandos, o haca posible el enriquecimiento de los mandos medios, a travs del crimen y la captura de rentas. Pero adems las AUC sirvieron a los narcotracantes como vehculo para alcanzar el reconocimiento social y poltico al que nunca haban renunciado. La Uribe, Meta, mostraron el predominio de la estrategia militar sobre el accionar poltico e hicieron evidente su ruptura frente a la izquierda poltica legal, con el anuncio de la creacin del Partido Comunista Clandestino Colombiano PC3, brazo poltico de la organizacin armada. Adems, el Secretariado aument su nmero de miembros de cinco a siete, crearon los bloques de frentes, los comandos conjuntos y el comando general para realizar ofensivas, y raticaron la importancia de acercarse a las ciudades. En consecuencia, insistieron en el fortalecimiento del eje estratgico de ocupacin de la cordillera oriental y la consolidacin del suroriente del pas como retaguardia estratgica para ir cerrando el cerco sobre Bogot. En el suroriente, las FARC concentraban el poder econmico que les daba el control de la economa cocalera, el poder militar que derivaba del robustecimiento del frente de guerra mi-
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica litarmente ms fuerte (el Bloque Oriental) y el poder social fundado en los apoyos de las colonizaciones armadas que haban propiciado desde antao y de los campesinos cocaleros, cuya economa regulaban. Todo este despliegue guerrillero se reeja en un crecimiento militar y una expansin territorial que llev a las FARC a pasar de tener 48 frentes y 5.800 combatientes en 1991, a 62 frentes y 28.000 combatientes en 2002, con una presencia en 622 municipios, equivalentes a un 60% del total de municipios del pas.145 Las FARC combinaron los golpes militares a la Fuerza Pblica con acciones de asedio asxiante sobre las lites regionales a travs de secuestros, asaltos a sus propiedades, pillaje y extorsiones. A esto sumaron las acciones de sabotaje mediante el ataque a la infraestructura elctrica y vial, el bloqueo y la restriccin a la movilidad por el territorio nacional con retenes ilegales, y la expulsin del Estado de regiones y localidades, atacando los puestos de Polica en las cabeceras municipales, conminando a las autoridades civiles a que renunciaran, y obstruyendo elecciones locales y regionales a partir de 1997. El ELN, por su parte, aunque no consigui una dinmica militar de la envergadura de las FARC, fue capaz de sostener hostilidades en varios departamentos, con ataques a la Fuerza Pblica, asaltos a estaciones de Polica, tomas de algunas poblaciones, hostigamientos y sabotajes. Sus actuaciones se registraron principalmente en el Catatumbo, sur de Bolvar, Arauca, oriente de Antioquia, Nario y Cauca. Producto de ello, en el ao 2000, y como gesto para ambientar la reanudacin de los dilogos de paz con el Gobierno nacional, este grupo liber unilateralmente a ms de cuarenta integrantes de la Fuerza Pblica y los organismos de seguridad que tena retenidos. La bsqueda de una salida negociada estuvo virtualmente paralizada. Mientras tanto se dieron importantes transformaciones de las dinmicas territoriales del conicto armado y su relacin en el mbito poltico y so145. Aguilera, Las fARC.
cial en dos escenarios regionales principales: en primer lugar, la intensicacin de la disputa econmica, militar y poltica del Urab antioqueo y el traslado de la confrontacin al bajo y medio Atrato; y en segundo lugar, las movilizaciones de los campesinos cocaleros en el suroriente del pas en 1995 y 1996, que expresaran la interdependencia que se haba alcanzado entre el conicto y los problemas sociales y econmicos derivados de las regiones que basaban su economa en las diferentes etapas de la economa de la coca: cultivo, produccin y comercializacin.146
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado de Seguridad DAS. Ante la violencia de las FARC contra los esperanzados del reinsertado EPL y la violacin de los acuerdos de no agresin entre ellos, se produjo el alineamiento de los comandos populares con los paramilitares, que obtuvieron as el tiquete de entrada a la regin de Urab. En este contexto se gest el modelo paramilitar de alianza ilegal, captura del poder poltico local y control del territorio que luego se export a todo el pas. El exterminio recproco en Urab alcanz su mxima expresin a mediados de la dcada del noventa. Durante cinco aos se presentaron en esta zona los ms altos ndices de violencia del pas con perpetracin de masacres, desplazamientos forzados y asesinatos selectivos. Del total de 52 masacres registradas en la regin de Urab, 32 se produjeron en el eje bananero y 11 al sur de Urab.147 Los paramilitares perpetraban una masacre y casi inmediatamente la guerrilla replicaba con otra, dando curso a una competencia entre reputaciones de violencia del terror paramilitar y guerrillero, cuyos lmites se superaban con cada nueva accin. El terror paramilitar se impuso porque el bloque de fuerzas que aglutin rebas al de la guerrilla y por el costo poltico demasiado alto que sta debi afrontar por sus acciones respecto de la sociedad de Urab.148 De 1994 a 1998, los paramilitares, al mando de los hermanos Vicente y Carlos Castao, exterminaron a la Unin Patritica149 y a los simpatizantes del Partido Comunista en la regin, para frenar el avance de las FARC hacia el norte y aislar al eje bananero de las zonas de retaguardia estratgica de las FARC. Del mismo modo, intentaron apaciguar la protesta laboral y reorientar a los sindicatos;150 transformaron el mapa poltico de la zona, dando vida al fenmeno que aos ms tarde tomara el nombre
147. Surez, Identidades polticas y exterminio recproco. 148. Surez, Identidades polticas y exterminio recproco. 178. 149. Roberto Romero Ospina. Unin Patritica. Expedientes contra el olvido (Bogot: Centro de Memoria, Paz y Reconciliacin, 2012). 150. Vanse: Fernn Gonzlez, ngrid Bolvar y Telo Vsquez, Violencia poltica en Colombia: De la nacin fragmentada a la construccin del Estado (Bogot: CINEP, 2003); Carrol, Violent Democratization. Social Movements.
de parapoltica. La brigada XVII del Ejrcito, en algunos episodios por accin y en otros por omisin, desempe un papel clave en este proceso, tal como lo muestra el proceso penal que se adelant contra el general Rito Alejo del Ro y como lo arma la sentencia contra Ever Veloza, alias HH, jefe paramilitar de Urab que se acogi al proceso de Justicia y Paz. En la sentencia se arma que miembros de esta brigada suministraban informacin a los paramilitares, capacitaban a los civiles que se asociaban a las Convivir y aprobaban la entrega de material blico.151 En contraste con los paramilitares, en el sur del pas se vena gestando la convergencia entre los colonos cocaleros y la histrica presencia de las FARC, que tendra su punto culminante con la movilizacin de los campesinos cocaleros en 1995 y 1996. Las marchas cocaleras no solo fueron protestas contra las fumigaciones, sino tambin una oportunidad poltica para tramitar las demandas ciudadanas de colonos y pobladores de los departamentos de Caquet y Putumayo, que, junto con Guaviare, fueron los centros de la movilizacin. En efecto, tanto en Caquet como en Putumayo, las negociaciones con el Gobierno tuvieron como eje fundamental la exigencia del reconocimiento de la problemtica social que se expresaba en los cultivos de coca y, por ende, la necesidad de buscar salidas concertadas que pasaban por el reconocimiento de los campesinos cocaleros como actores sociales y polticos. Por eso, en ambos casos, las movilizaciones terminaron con acuerdos sobre diversos aspectos relacionados con el desarrollo regional y las condiciones socioeconmicas de los pobladores, pero con desenlaces diferentes en las relaciones establecidas entre el Estado, las guerrillas, en especial las FARC, los campesinos y los colonos cocaleros.152 Al nal del periodo, entre 1997 y 1998, ese ambiente de combinacin de
151. Sentencia contra Jos BarneyVeloza Garca. Tribunal Superior del Distrito Judicial. Sala de Justicia y Paz. 152.Vanse: Gonzlez, Bolvar y Vsquez, Violencia poltica en Colombia; Mara Clemencia Ramrez, Entre el Estado y la guerrilla: identidad y ciudadana. El movimiento de los campesinos cocaleros del Putumayo (Bogot: ICANH/ Colciencias, 2001); Juan Guillermo Ferro y Graciela Uribe, Las marchas de los cocaleros del departamento del Caquet, Colombia: contradicciones polticas y obstculos a la emancipacin social, en Emancipacin social y violencia en Colombia, eds. Boaventura de Sousa Santos y Mauricio Garca (Bogot: Norma, 2004).
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Imgenes del paro cocalero en Puerto Ass, Putumayo durante 1996. Fotografa: Manuel Saldarriaga, El Colombiano.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado movilizacin social y presencia guerrillera se modic sustancialmente como efecto de dos hechos que preguraron gran parte de las dinmicas de la interaccin entre el conicto y la poltica local y regional en el periodo posterior: el boicoteo de las FARC contra las elecciones locales y la transformacin, ya anotada, de los grupos paramilitares, que buscaban pasar de ser grupos locales y regionales a convertirse en una organizacin de orden nacional. En 1997 las FARC decidieron intimidar a los candidatos a las alcaldas y concejos municipales: el da de las elecciones desarrollaron una intensa actividad militar para impedir los comicios, lo que se tradujo en un aumento de los niveles promedios de abstencin. Esta decisin expres el viraje en sus relaciones con los polticos locales: la vieja actitud de coexistencia mediante la cual las FARC inuan o llegaban a acuerdos parciales con los poderes locales se transform en animosidad absoluta contra la clase poltica local y contra cualquier presencia estatal en las regiones donde tenan inuencia social y poltica. Las FARC implementaron una serie de medidas polticas y militares que buscaban intervenir en la democracia local y ampliar los territorios sin presencia del Estado. Establecieron relaciones de intercambio con la poblacin civil al realizar acuerdos con candidatos a alcaldes, con el n de permitir o no el desarrollo de actividades proselitistas a cambio de beneciar determinadas zonas con obras, desarrollar clientelismos, entre otros aspectos. As mismo, ejercieron vigilancia a las administraciones locales, en varios casos enjuiciando, secuestrando y asesinando a los alcaldes de distintos municipios. El sabotaje a las elecciones locales y regionales contrasta con el guio de las FARC a favor de Andrs Pastrana en las elecciones presidenciales de 1998, en las que este se enfrent con el candidato liberal Horacio Serpa. Este no cont con el apoyo de todo el establecimiento, ni de todos los miembros de su partido, por arrastrar el lastre de representar la continuidad del Gobierno de Ernesto Samper.153 El Gobierno de Pastrana estara centrado en la bsqueda de una salida negociada, concretado en la zona desmilitarizada del Cagun y en la discusin sobre el aprovechamiento que haca esta guerrilla de la zona de despeje para fortalecer su posicin militar e ir consolidando sus corredores estratgicos de movilidad. Tambin fueron considerables los esfuerzos del Gobierno de Pastrana en la reorganizacin y el aanzamiento de la Fuerza Pblica, que iniciara la recuperacin del territorio y la neutralizacin de la ventaja militar y territorial que las FARC venan acumulando desde 1998 y 1999.154 Con esto apacigu las tensiones crecientes que volvieron a surgir con el estamento militar, producto de la destitucin de generales acusados de violaciones de Derechos Humanos y del escalamiento violento de las FARC. Estas tensiones tuvieron su momento ms crtico con la renuncia del ministro de Defensa Rodrigo Lloreda Caicedo, el 26 de mayo de 1999, y el respaldo que recibi de por lo menos 40 altos ociales de las Fuerzas Militares. Por otra parte, el auge del paramilitarismo en amplias zonas del pas haca evidente la creciente dislocacin entre la poltica nacional y los poderes de hecho existentes en regiones y localidades.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica de interacciones violentas que ocasion la erosin de la legitimidad de la salida poltica negociada y la consiguiente profundizacin de la guerra.155 El proceso de los dilogos se inici ocialmente el 9 de enero de 1999, con la ausencia de Manuel Marulanda Vlez (cuyo nombre real era Pedro Antonio Marn), mximo comandante de las FARC. La guerrilla justic el desplante, alegando que haba un supuesto plan para atentar contra la vida del jefe guerrillero. Pero el mismo Marulanda armaba que el nuevo proceso de paz tena como objetivo cubrir el dcit poltico generado por ms de siete aos de guerra, despus del marginamiento de la Asamblea Nacional Constituyente en 1991: En este momento lo que hay que tener claro es que se abri un frente poltico para buscar soluciones a la crisis social156. Para las FARC, tres temas eran centrales para avanzar en la mesa de negociaciones: el canje de secuestrados de las Fuerzas Armadas por presos polticos, la lucha de todo el establecimiento contra el paramilitarismo y el mantenimiento de la zona de despeje a toda costa. Durante los primeros aos del Gobierno de Pastrana, se busc rodear de legitimidad la negociacin con las FARC. En este propsito, emprendieron una gira conjunta por Europa y propiciaron una serie de reuniones entre las FARC y sectores empresariales, sociales, polticos y acadmicos en la zona del despeje. De entrada, las opiniones estuvieron divididas frente a la eciencia de dicho mecanismo: para algunos, se trataba de un espacio importante de participacin de la sociedad civil, en tanto que para otros era un ejercicio intil de retrica. Para el editorial de El Tiempo, esta actitud era un hecho histrico que llenaba de conanza el proceso de paz, pero matizaba el optimismo, indicando que se debera pasar de las visitas al Cagun a los hechos de paz.157
Andrs Pastrana, junto a la silla vaca que deba ocupar Manuel Marulanda Vlez en la instalacin de los dilogos de paz en San Vicente del Cagun. Fotografa: Fernando Vergara, archivo de El Tiempo enero de 1999.
En medio de este clima relativamente optimista, en junio y julio del 2000, las FARC prosiguieron con su estrategia de ampliacin y control territorial, y realizaron acciones militares para neutralizar el cerrojo que los paramilitares venan construyendo sobre la zona de distensin. La ambigedad de la voluntad de paz de las FARC y de la posibilidad de llegar a acuerdos sobre el respeto a la poblacin civil se hizo an ms dudosa con la promulgacin, el 4 de abril del 2000, de la la ley 002 o impuesto para personas que tengan un patrimonio superior a 1 milln de dlares, considerada por muchos como una amenaza de secuestro generalizada. Simultneamente, las FARC desarrollaron una estrategia basada en amenazas, intimidaciones y vetos contra funcionarios pblicos del orden nacional, regional y local, para generar una ausencia
155. Gonzlez, Bolvar y Vsquez, Violencia poltica en Colombia. 156. Entrevista de Mariela Guerrero a Manuel Marulanda Vlez, Semana 871 (Bogot: 11 de enero de 1999), consultado el 23 de junio de 2013, http://www.abpnoticias.com/ boletin_temporal/contenido/articulos/colombia_marulo_entrevista.html 157. El Tiempo (Bogot: 19 de marzo de 2000), 4A.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado total de las autoridades estatales en la regin.158 Pero sin duda el hecho violento ms directamente asociado a la poltica regional fue la masacre de la familia Turbay Cote, lite poltica Liberal del departamento del Caquet, perpetrada por las FARC el 30 de diciembre del 2000 en la va que conduce de Florencia a Puerto Rico. Por su parte, desde nales de 1998, la Fuerza Pblica comenzaba a mostrar alguna capacidad para neutralizar la cadena de acciones contundentes que le venan propinando las FARC, gracias a la ventaja que le signicaba el uso de helicpteros y aviones. Esta tendencia se aanz en 1999 y el 2000, y se manifest en el contraataque del Ejrcito despus de la toma de Mit, Vaups, por parte de las FARC, el 2 de noviembre de 1998. A pesar de la contundencia militar de la toma de Mit realizada por las FARC, la retoma del Ejrcito fue el comienzo de la quiebra de la ventaja tctica de las FARC entre 1996 y 1998. Esa iniciativa militar fue reforzada por el Plan Colombia, cuyo aspecto militar coadyuv a la reingeniera de las Fuerzas Armadas, por medio del apoyo norteamericano en materia de tecnologa militar e inteligencia. Ese plan, que empez a ser ejecutado en el 2000, hizo nfasis en la vinculacin de los grupos armados con los dineros del narcotrco, aduciendo que eran la principal causa del conicto armado, y dej en un segundo plano los aspectos econmicos, sociales y polticos que estaban a la base de la expansin de los cultivos de uso ilcito. El nfasis militar del Plan Colombia se evidenciaba en la destinacin del 74% de su presupuesto al fortalecimiento militar (60%) y policial (14%), mientras que para inversin social solo se asignaba un 26%, del cual un 8% se destinaba a desarrollo alternativo.159
158.Vase: Vicepresidencia de la Repblica, Panorama actual de los municipios que conformaron la zona de distensin (Bogot: Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario, Vicepresidencia de la Repblica, 2003). 159. Mara Clemencia Ramrez, Signicado de las acciones de la AID en el Putumayo en el contexto de la promocin de la seguridad global y el buen gobierno, en Globalizacin, cultura y poder en Colombia: Una mirada interdisciplinaria, comps. Fernn Gonzlez y Gloria Isabel Ocampo (Medelln: Universidad Antioquia/ Colciencias/ La
Las FARC consideraban la formulacin y aplicacin del Plan Colombia como una propuesta de guerra, dada la importancia que este le otorgaba al fortalecimiento de las Fuerzas Armadas y a la poltica de cero tolerancia de los Estados Unidos frente a las drogas, centrada en las fumigaciones de cultivos ilcitos. Para las FARC resultaba contradictoria la actitud gubernamental de una voluntad poltica de paz frente a una diplomacia por la guerra, enfocada en la consecucin de recursos para el fortalecimiento de la Fuerza Pblica y el combate contra el narcotrco, centrado en las fumigaciones. Contra el componente militar del Plan Colombia y su poltica de fumigaciones de los cultivos de uso ilcito, las FARC decidieron realizar el llamado paro armado en el departamento del Putumayo, en octubre del 2003, regin en la que se estaban implementando las primeras etapas del Plan Colombia. Durante tres meses, los pobladores de este departamento prcticamente fueron sitiados, lo que gener una grave crisis de orden humanitario. Esta ambigedad entre las lgicas militar y poltica de ambas partes redundaba en una extrema fragilidad del proceso de paz. Gran parte de los incidentes que paralizaron el inicio del proceso del Cagun tuvieron que ver con asuntos procedimentales y acciones violentas de las FARC, como el forcejeo con el Batalln de Cazadores en San Vicente del Cagun, en noviembre de 1998. A esto se aadan las acciones violentas de las FARC en el nivel nacional y sus quejas sobre la falta de acciones de gobierno en el tema del paramilitarismo. Entre esos incidentes se destacan la negativa de las FARC para instalar una comisin de vericacin sobre la zona del despeje; el secuestro del periodista Guillermo Corts realizado por las FARC en Choach, Cundinamarca, en enero del 2000, y el paro armado en el Putumayo. Esta fragilidad se haca mayor por el uso que daban las FARC a la zona desmilitarizada del Cagun como zona segura para mantener en cautiverio y negociar la liberacin de secuestrados, y como sitio de entrenaCarreta, 2006), 291-307.
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18 personas perdieron la vida en el bar el Aracatazzo ubicado en el barrio el bosque de Chigorod, en accin realizado por paramilitares de las ACCU. Algunos de los asesinados eran dirigentes y lderes de la Unin Patritica. Fotografa: Jess Abad Colorado 14 de agosto de 1995.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado miento de guerrilleros y de planeacin de diversas operaciones de guerra mvil. Pero tal vez la accin violenta que afect la negociacin de forma irremediable fue el secuestro y asesinato de los tres indigenistas norteamericanos que estaban realizando una campaa de solidaridad a favor de los indgenas uwa en el departamento de Arauca. El hecho, acaecido el 9 de marzo de 1999, suscit una crisis en el desarrollo del proceso de negociacin.160 Adems, produjo el comienzo del cambio de actitud de los Estados Unidos frente al proceso de negociacin con las FARC. El Gobierno norteamericano no solo suspendi cualquier dilogo formal e informal con esta organizacin guerrillera, sino que tambin empez a reducir el comps de espera que le haba dado al Gobierno de Pastrana con respecto al proceso de paz. Para enrarecer ms el ambiente, los paramilitares trataban de presionar en contra de las negociaciones: ante el anuncio del Gobierno de establecer una prrroga indenida en la zona de distensin acordada con las FARC, las autodefensas secuestraron a la senadora liberal Piedad Crdoba, el 21 de mayo de 1999. Con esta accin buscaron sabotear el relativo ambiente de entendimiento en la mesa de negociacin y la posibilidad de una ley permanente de intercambio de prisioneros en la mesa de negociaciones. Las AUC propusieron la pronta conformacin de una comisin por parte del Gobierno para el establecimiento de una mesa paralela de negociacin con ellos. En noviembre del ao 2000, cuando el proceso con las FARC pareca tomar un nuevo aire con el trmite de una ley de canje en el Congreso, el jefe paramilitar Carlos Castao secuestr a siete congresistas, en lo que llam una accin de protesta: nosotros aceptamos que tomamos a los congresistas y nos declaramos en rebelin contra el presidente Pastrana, debido a su equivocada poltica de negociacin con la guerrilla161. Esta accin perpetrada por los paramilitares lo mismo que las entrevistas, acercamientos y gestiones de importantes miembros del Gobierno para permitir la liberacin de los congresistas fueron rechazados
160. Revista Noche y Niebla 11 (enero-marzo de 1999). 161. El Colombiano (2 de noviembre de 2000), 11A.
por las FARC, que inmediatamente suspendieron el proceso de dilogo en los temas que se venan adelantando: canje y cese al fuego y de las hostilidades. Estos contrastes hicieron que, hacia mediados de septiembre del 2000, el proceso con las FARC entrara denitivamente en crisis, pues la aprobacin del Plan Colombia ahond la distancia entre las partes y rompi las conanzas que se haban generado. En ese ao, las acciones militares de las FARC estuvieron encaminadas hacia un triple propsito: atacar a poblaciones aisladas, donde la reaccin de las Fuerzas Armadas era retardada; realizar acciones de guerra mediante carros bomba y bombas en centros urbanos cercanos a las grandes ciudades; y efectuar secuestros y extorsiones para nanciarse y producir pnico colectivo. Adems, para el ao 2001, el contexto internacional se haba venido modicando sustancialmente a partir de los atentados terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos, que crearon un clima internacional cada vez menos dispuesto a tolerar las actividades terroristas antes justicadas en causas polticas. En diferentes sectores de Estados Unidos, se empez, entonces, a abrir camino la idea de ampliar el uso de los recursos del Plan Colombia, dedicados exclusivamente al combate contra el narcocultivo y el narcotrco, para utilizarlos tambin en el combate abierto contra los grupos guerrilleros. En adelante, la amenaza narcoterrorista cambi profundamente su signicado y qued vinculada al conicto armado. Este vnculo se reforz con la creciente injerencia de las guerrillas y los grupos paramilitares en las distintas etapas de la economa cocalera, lo que fue posibilitado por la cada de los grandes carteles de la droga y la atomizacin de las redes del narcotrco. En el plano militar nacional se haca tambin cada vez ms obvio el endurecimiento y la polarizacin de los actores armados: por una parte, las Fuerzas Armadas se mostraban ms fortalecidas y ecientes. Se empez a evidenciar una iniciativa militar antes no tan clara, mientras que las FARC adelantaban acciones militares encaminadas a recuperar zonas donde antes haban predominado, como en el Urab antioqueo y chocoano, a la vez que trataban de apoderarse de zonas de donde el avance paramilitar haba obligado al retiro del ELN.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Finalmente, el secuestro del senador Jorge Eduardo Gechem Turbay, presidente de la comisin de paz del Senado, cometido el 20 de febrero del 2002 por un comando de la columna mvil Telo Forero de las FARC, fue el detonante para que el presidente Andrs Pastrana declarara ocialmente rotos los dilogos con las FARC.162 A continuacin se dio inicio a la recuperacin de la zona de despeje por parte de la Fuerza Pblica. La consiguiente respuesta militar de la FARC desat una ofensiva nacional que intensic las disputas regionales y territoriales con los paramilitares: en ese contexto de lucha entre guerrilleros y paramilitares se enmarca el crimen de guerra en Bojay, cometido en mayo del 2002, que mostraba los enfrentamientos por el control del bajo y medio Atrato.163 y clases tradicionales, que no solo se oponan a los posibles efectos polticos regionales de las negociaciones con las guerrillas, sino que expresaban el histrico desbalance entre el centro y las regiones en la representacin poltica en el mbito nacional, tal y como qued evidenciado en la cuna de la parapoltica: los Montes de Mara. All, sectores de la clase poltica, ganaderos y paramilitares emergentes que se enriquecieron con el narcotrco, como Rodrigo Peluffo, alias Cadena, revelan la trama de actores que acabaron concurriendo en el proyecto paramilitar. Desde los inicios de este periodo, las AUC haban iniciado una ofensiva nacional: el 4 de mayo de 1998, en la masacre de Puerto Alvira, en Mapiripn, Meta, fueron asesinados 17 campesinos.164 El objetivo era atacar las zonas de retaguardia de las FARC en el sur del pas. El avance de las AUC hacia el Meta estuvo acompaado por una ofensiva sobre la zona norte del Magdalena medio: el 25 de mayo de 1998, un comando de los paramilitares incursion en varios barrios de las comunas nororiental y suroriental de Barrancabermeja, donde asesin a siete pobladores y se llev vivos a otros 25. Esta accin violenta dio inicio a la urbanizacin de la disputa territorial entre los paramilitares y las guerrillas, que convirti a Barrancabermeja, entre 1998 y 2002, en una de las ciudades ms violentas de Colombia. All se pas de la guerra sucia antiguerrillera, por medio de operaciones encubiertas en los aos ochenta y comienzos de los noventa, realizadas por miembros del Ejrcito y la Armada nacional, a una presencia ms abierta de los paramilitares. Esto se manifest en incursiones a barrios que estaban originalmente bajo el control de las milicias urbanas del ELN y las FARC, pero que terminaran quedando, hacia nales del 2001, bajo el control total (militar, social y poltico) de los paramilitares. Tambin la regin del Catatumbo, Norte de Santander, se convirti en el escenario de una cadena de acciones violentas, como masacres, asesina164. Para un examen ms detallado sobre el contexto poltico-social y cultural de esta masacre, se puede consultar: Telo Vsquez, Un ensayo interpretativo sobre la violencia de los actores armados en Colombia, Controversia 175 (diciembre de 1999), 59-103.
2.3.5. Masacres, acciones armadas y ms vctimas. Los paramilitares y las guerrillas escalan la guerra
Las vicisitudes del proceso del Cagun estuvieron acompaadas, en el resto del pas, por la continuidad de las interacciones violentas entre las AUC, las FARC y el ELN, e incluso los enfrentamientos entre las dos guerrillas, que sucedan paralelamente a ciertos acercamientos del ELN al dilogo con el Gobierno de Pastrana. Adems de la oposicin a los dilogos de paz con las guerrillas, la decisin de las AUC de avanzar desde la zona norte hacia el sur del pas buscaba, entre otras: disputar la hegemona y el control exclusivo que ejercan las organizaciones guerrilleras; seguir desarrollando sus funciones de mtodo ecaz de lucha contraguerrillera; fortalecer regiones bajo el modelo agrario latifundista y agroindustrial; y, por ltimo, ejecutar una estrategia de violencia para excluir la oposicin social y poltica a las lites regionales. La transformacin ms importante del paramilitarismo de este periodo fue su consolidacin como coalicin de sectores emergentes
162. En esa accin los guerrilleros tomaron un avin de la aerolnea Aires que viajaba entre Bogot y Neiva, y lo obligaron a aterrizar en una va del municipio de Hobo, Huila, cerca a la zona de despeje, lugar al cual se llevaron al senador. 163. Vase: GMH, Bojay: La guerra sin lmites (Bogot: Taurus/ Semana, 2010).
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18 obreros bananeros fueron asesinados por la guerrilla de las FARC en la nca los Kunas, municipio de Carepa, en Urab. Esta masacre fue realizada como retaliacin por los hechos ocurridos das antes en el bar el Aracatazzo de Chigorod. Fotografa: Jess Abad Colorado 20 de agosto de 1995.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica tos, desapariciones y desplazamientos forzados, realizados entre 1999 y el 2000. En esa zona, las autodefensas debilitaron en un ao los avances militares que el ELN, las FARC y el EPL haban logrado all en los diez ltimos aos. El 29 de mayo de 1999, unos 400 paramilitares incursionaron en la inspeccin de Polica de La Gabarra y en varias veredas del municipio de Tib, Norte de Santander, donde mataron a 20 campesinos y saquearon e incineraron ms de 50 viviendas. Esto produjo el desplazamiento de ms de 300 pobladores hacia Venezuela. Un da despus, el 30 de mayo, integrantes de los frentes Jos Mara Becerra y Omara Montoya del ELN entraron a la iglesia La Mara del barrio Ciudad Jardn en Cali y secuestraron a 162 personas. Este juego de interacciones violentas se haba iniciado mucho antes, incluso en la guerra de Urab entre 1995 y 1997, y tuvo, entre otros episodios, la toma por parte del Bloque Jos Mara Crdova de las FARC del campamento central de las AUC ubicado en el Nudo del Paramillo, que fue realizada el 28 de diciembre de 1998. El comandante de las AUC, Carlos Castao, reconoci que fue un golpe real que se le dio al movimiento de las autodefensas, pero fue un golpe ms fuerte a la poblacin civil165. Como retaliacin a la ofensiva de las FARC en el Nudo del Paramillo, las AUC166 decidieron romper la tregua navidea a la que se haban comprometido e iniciaron una serie de masacres, asesinatos selectivos y desplazamientos forzados en toda la geografa nacional, sobre todo en la regin del bajo Putumayo y en los departamentos de Bolvar, Sucre, Magdalena y Antioquia, incluyendo la masacre del Playn de Orozco en El Pin, Magdalena, en enero de 1999. Para uno de los comandantes
165. El Espectador (4 de enero de 1999), 7A. 166. A comienzos del periodo, la estructura paramilitar contaba con cinco bloques de lucha, trece organizaciones asociadas y una escuela mvil. El Bloque Occidental de las AUC comprenda la regin suroccidental del pas y los departamentos de Crdoba, Antioquia, Choc, Caldas y Risaralda; el Bloque Norte agrupaba los frentes de la costa caribe; el Bloque Llanero inclua los frentes del Ariari, Guaviare y el piedemonte llanero; el Bloque Metro integraba los frentes del suroriente, occidente, oriente y nordeste antioqueos, todos bajo la comandancia del Estado Mayor de las AUC, asentadas en el Nudo de Paramillo, en el departamento de Crdoba.
de las FARC y miembro de la mesa de negociacin, se trat de una venganza feroz contra la gente indefensa por la operacin hecha contra el campamento madre de Carlos Castao167. Estas acciones paramilitares implicaron la suspensin unilateral de la mesa de negociacin por parte de las FARC, en el mismo momento en que se iba a abordar el tema del canje de guerrilleros detenidos en las crceles nacionales por los policas y militares retenidos por las FARC. Igualmente fueron objeto de disputas las regiones del bajo y medio Putumayo. All, los paramilitares realizaron a lo largo de 1998 una masacre selectiva, sistemtica y diferida en el tiempo, en los cascos urbanos de los municipios de Puerto Ass, San Miguel y Valle del Guamus. Esta incursin estuvo asociada nuevamente a intereses de narcotracantes, que buscaban entrar a disputar el control y dominio que sobre la zona y su economa cocalera ejercan las FARC. En esta regin, los paramilitares ejecutaron las graves masacres de la inspeccin de El Tigre, en Valle del Guamus, el 9 de enero de 1999, y de El Placer el 7 de noviembre de 1999. En ese propsito de expansin nacional, las AUC anunciaron en el 2000 el inicio de operaciones del Bloque Calima en el norte y centro del Valle del Cauca, y en el departamento del Cauca. Para esto se haban aliado con el narcotrco, pues a cambio de nanciacin permitieron que narcotracantes pura sangre, como Carlos Mario Jimnez, alias Macaco, asumieran la comandancia de bloques paramilitares. A esto se sumaron reuniones con narcotracantes reconocidos del cartel del norte del Valle como Diego Montoya, alias Don Diego y Wilber Varela, alias Jabn. Y en la costa caribe, los paramilitares del Bloque Norte cometieron, ese mismo ao, una de las acciones ms violentas de esta ofensiva paramilitar: la masacre del corregimiento de El Salado, extendida por cinco das y que traseg por los municipios de Crdoba, Ovejas y El Carmen de Bolvar, en la regin de los Montes de Mara, donde fueron asesinados 60 campesinos y se forz a los sobrevivientes a abandonar el poblado. Estas acciones, que se prolongaron entre enero y marzo, buscaban tambin sabotear la gira que representantes del Gobierno nacional y de las
167. El Espectador (4 de enero de 1999), 7A.
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econmico, la cual fue calicada por Castao como una co-diplomacia internacional a favor de la negociacin con la insurgencia. Al lado de estas acciones violentas, las AUC siguieron desplegando la estrategia gradual de convertirse en un actor poltico. As, el 1 de marzo del 2000, el Canal Caracol present a todo el pas la entrevista con el jefe paramilitar Carlos Castao, en medio del escndalo que an se suscitaba en la opinin pblica por los hechos de la masacre de El Salado. A este juego de interacciones violentas entre guerrillas, paramilitares y Estado, se agreg, hacia mediados de marzo del 2000, una confrontacin en el oriente antioqueo entre las FARC y el ELN. El enfrentamiento se hizo evidente, desde diciembre de 1999, cuando miembros de los frentes 9 y 47 de las FARC asesinaron a cinco integrantes del frente Carlos Alirio Buitrago del ELN. Ante este hecho, los comandantes del Carlos Alirio Buitrago anunciaron que tomaran medidas contra las comisiones de los guerrilleros de los frentes 47 y 9 de las FARC que se desplazan y movilizan por nuestras reas de injerencia y control. Y luego agregaron: no permitiremos que las reas estratgicas del Oriente antioqueo, en las cuales tenemos amplio respaldo social y campesino, sean arrebatadas por organizaciones sin fundamento histrico168. Otro enfrentamiento entre las guerrillas se dio en la serrana del Perij, donde el Bloque Caribe de las FARC anunci: hemos declarado objetivo militar a todas aquellas personas que colaboren con los grupos paramilitares; al Frente Virgilio Enrique Rodrguez del EPL y al Frente de guerra Norte del ELN, por interferir en nuestro proyecto revolucionario169.
poltica permanente, duradera y estatal de paz. Pero esos acercamientos se vieron obstaculizados por las acciones violentas del mismo ELN, que mostraba que sus grupos a veces se movan en direcciones contrarias. Las acciones violentas que perpetraron contradecan sus acercamientos a la sociedad civil como interlocutor estratgico para presionar el dilogo de paz con el Gobierno nacional o realizar la convencin nacional. Entre tales hechos de violencia se cuentan el ataque al oleoducto que provoc la tragedia de Machuca, Antioquia, en octubre de 1988; el secuestro del avin de Avianca en abril de 1999; el secuestro masivo de feligreses en la iglesia Santa Mara en Cali en mayo de 1999; la oleada de atentados contra las torres de energa del pas; y el secuestro de 70 personas en el kilmetro 18 en la va Cali-Buenaventura en septiembre del 2000. A esta contradiccin se sumaban las discordantes tendencias dentro de la organizacin guerrillera que condujeron a que los frentes ms poderosos en lo poltico, lo militar y lo econmico170 se alejaran sustancialmente de la tendencia al dilogo representada por el comando central y los voceros presos en Itag, Felipe Torres y Francisco Galn. El incumplimiento reiterado de los acuerdos con la sociedad civil, en particular el Acuerdo de Maguncia del 12 de julio de 1998, fueron desacreditando a esta guerrilla frente a la opinin pblica, cada vez menos receptiva a su iniciativa de la convencin nacional.171 Pero el principal escollo para el avance de estos dilogos fue, sin duda, la ofensiva paramilitar contra las regiones histricas del ELN en el norte del pas, como el Magdalena medio, sur de Bolvar y Catatumbo, combinada con acciones polticas y de movilizacin social que se oponan al establecimiento de otra zona de despeje para que el ELN172 realizara su convencin nacional. En ese sentido, la posicin de las AUC era muy clara frente al eventual proceso de dilogo con el ELN: no solamente
170. Como el Frente Domingo Lan (Arauca) y los Frentes Carlos Alirio Buitrago y Bernardo Lpez Arroyave (oriente antioqueo). 171. La convencin nacional es una iniciativa del ELN conducente a generar un amplio espacio de dilogo con la sociedad civil, para llegar a un gran acuerdo nacional sobre los cambios que requiere el pas y as poner n al conicto social y armado. 172. Omar Gutirrez Lemus, La oposicin regional a las negociaciones con el ELN, Anlisis Poltico 52 (2004), 34-50.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica haba que impedir el desarrollo de las negociaciones con esta guerrilla, sino tambin no retroceder en los avances que haban logrado en la regin nororiental del pas, pero especialmente en el Magdalena medio: no permitiremos otra repblica independiente en el norte del pas. Ese eventual despeje nos obliga a enfrentar decididamente con mayores medios y hombres, la guerra planteada contra la sociedad por la guerrilla. Por lo anterior, decidimos aumentar el control del rea173. En efecto, las AUC seguan desarrollando su objetivo de cercar al mximo al ELN en la serrana de San Lucas, hasta lograr llegar, en noviembre de 1999, a importantes poblaciones ubicadas en sus estribaciones.174 Por esto, Castao haba insistido explcitamente, desde 1998, en que su estrategia era llevar al ELN derrotado militarmente a la negociacin poltica. Ante esa ofensiva, el ELN intent nuevamente, en el 2000, presionar, por medio de acciones de fuerza, el inicio formal de los dilogos y la preparacin de la convencin nacional. La ofensiva desatada por el Frente Carlos Alirio Buitrago contra las torres de energa, el sistema elctrico y la va Bogot-Medelln, fue una expresin clara de esta tctica. Se buscaba con ello posicionar el oriente antioqueo como una alternativa al despeje de los municipios del sur de Bolvar, pero tambin reclamar al Gobierno nacional por su trato diferencial con las FARC. Ante la insistencia del ELN de exigir una zona de despeje, se gest en enero del ao 2000 el movimiento por el No al despeje entre los pobladores del sur de Bolvar. El 6 de enero se realizaron las primeras manifestaciones y acciones colectivas en el municipio de Santa Rosa del Sur. En contraste, se produjo la movilizacin de ms de 500 campesinos de Morales para apoyar el proceso de paz con el ELN, la zona de despeje en el sur de Bolvar y la realizacin de la convencin nacional. Esta marcha no tard en ser hostigada y amenazada por los grupos paramilitares. Las movilizaciones a favor y en contra de la zona del despeje rearmaron la lgica asimtrica entre una zona rural controlada por las guerrillas y los cascos urbanos controlados por los paramilitares. Fue
173. El Colombiano (2 de febrero de 1999), 6B. 174. Cambio 337 (29 de noviembre a 6 de diciembre de 1999).
as como la movilizacin de campesinos a favor de la zona del despeje desde la zona rural de Morales hacia el casco urbano tuvo como respuesta la movilizacin por parte de los habitantes del casco urbano de este municipio, con el n de rechazar la presencia de guerrilleros que piden el despeje para el ELN175. En esa misma direccin, la presin de los paramilitares y la movilizacin de los habitantes de los cascos urbanos del municipio de Simit contra la posible zona de despeje para el ELN se hizo cada vez ms grande. La marcha era presentada por parte de sus organizadores como una movilizacin que tiene como objetivo rechazar el despeje, no queremos ms la guerrilla en nuestras tierras ya que las soportamos por espacio de 15 aos176. La dilacin del ELN y el Gobierno para acordar una zona de despeje y comenzar los preparativos de la convencin nacional abri una oportunidad poltica para la accin colectiva de las AUC y de sus simpatizantes de la poblacin civil en contra del despeje, tutelada por ellos con el objetivo de apuntalar ms su posicionamiento como un tercer actor armado en discordia.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado En esa lgica, los paramilitares fueron, sin duda, el actor armado de mayor dinamismo tanto en nmero de acciones violentas como en expansin geogrca, especialmente en el norte del pas. El paramilitarismo inici adems una signicativa expansin geogrca hacia el suroccidente, donde empez a disputarle a las guerrillas el control de algunas regiones como el Valle del Cauca, Cauca y Putumayo, al tiempo que intensic en el noroccidente y nororiente del pas la disputa por el control de Urab, el Magdalena medio y el Catatumbo. Este gradual fortalecimiento del paramilitarismo era interpretado por algunos como un proceso de autonomizacin del fenmeno paramilitar frente a sus mentores iniciales.177 Los paramilitares intentaban entonces dejar de ser grupos armados contrainsurgentes de carcter local y regional para congurar un proyecto poltico, social y econmico con alcances nacionales. Ese objetivo implic reforzar su injerencia en la poltica regional y local, no solo de facto como en el pasado, sino mediante su participacin ms o menos abierta en las elecciones con candidatos propios y con control sobre aspectos de la gestin estatal de los entes territoriales, como la salud y la educacin. Por su parte, las FARC tambin registraron un cubrimiento a escala nacional y un crecimiento geogrco sostenido, pero no en las mismas proporciones que los grupos paramilitares. En resumen, gran parte de la dinmica territorial de las FARC estuvo relacionada con el mantenimiento de corredores geogrcos que les permitieron movilidad, desplazamiento y acciones militares simultneas en varios departamentos y regiones estratgicas, pero en estrecha relacin con los avances y la ocupacin territorial que sostuvieron los paramilitares. En cambio, el ELN registr, durante esos cuatro aos (1998-2002), un parcial retroceso y debilitamiento en trminos espaciales y militares en la regin norte del pas, donde haba logrado en la dcada de los ochenta una fuerte presencia militar, social y poltica. A esta situacin se lleg como resultado de la combinacin de la accin contrainsurgente del
177. William Ramrez Tobn, Autodefensas y poder local, en, El poder paramilitar, comp. Alfredo Rangel (Bogot: Planeta, 2008).
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Ejrcito y la consolidacin de la expansin acelerada del paramilitarismo por medio del terror generalizado sobre la poblacin donde esta guerrilla haca presencia. Este relativo estancamiento llev a este grupo a concentrarse en algunas regiones de la zona nororiental y a algunos frentes aislados a asentarse en el Valle, Cauca y Nario. Adems, el ELN sufri procesos de disidencia, que condujo a varios de sus miembros tanto hacia la desmovilizacin como hacia posiciones ms guerreristas. Tal fue el caso del Ejrcito Revolucionario Guevarista, que en un primer momento proclamaba su disidencia a raz de los dilogos de paz de esta guerrilla con el Gobierno de Ernesto Samper, para luego desmovilizarse con el gobierno de lvaro Uribe. Estas evoluciones de los grupos armados hicieron que el ao 2002 fuera el de mayor expansin geogrca del conicto, que lleg a afectar a 561 municipios.178 Sin dejar de afectar regiones tradicionalmente involucradas en las lgicas de la disputa armada, los diversos actores lograron, a partir de sus zonas tradicionales, proyectarse hacia zonas contiguas e involucrar, por medio de la consolidacin de corredores estratgicos, nuevas regiones y localidades que no haban aparecido hasta el momento en el mapa del conicto armado del pas. En sntesis, en estos aos la guerra se profundiz y erosion la legitimidad de la salida poltica negociada, y se frustr el intento de sentar las bases para un proceso de negociacin. La persistencia del conicto en antiguas regiones y la expansin a nuevas regiones conformaron dos grandes escenarios macrorregionales de guerra: el del norte del pas, donde los paramilitares impusieron su hegemona, y el del suroccidente, controlado tradicionalmente por las FARC. Esos dos escenarios del conicto desembocaron en la consolidacin de varios corredores geogrcos, es decir, varias regiones contiguas que resultaron centrales en las dinmicas militares y econmicas de la guerra, en los cuales los grupos armados pretendieron denir la suerte de la guerra a escala nacional. En este proceso, en el norte del pas se intensicaron las acciones violentas de los paramilitares para aanzar el control de la poblacin y el territorio en un proceso que venan adelantando desde mediados de los aos ochenta. En esta zona, los grupos paramilitares que hicieron presencia y consiguieron el control total de muchas regiones, iniciaron en 1996 y 1997 una ofensiva para cercar, disminuir y neutralizar los corredores tradicionales de la guerrilla. En el norte y especialmente en la costa caribe, los paramilitares haban superado ya su versin vigilante con su nfasis en el mbito militar y territorial, para convertirse entonces en un proyecto social, econmico, muchas veces enfrentado al Estado central, ya fuera por reticencia y desconanza frente a procesos de modernizacin institucional no consultados con las regiones, o como reaccin preventiva ante los posibles impactos de la negociacin y las guerrillas. La dinmica del norte se concret en regiones como el Catatumbo, los Montes de Mara y la Sierra Nevada de Santa Marta, con las masacres ya mencionadas. Muy diferente fue la situacin del sur del pas. En esta macrorregin, las FARC desplegaron buena parte de sus efectivos y fortaleza militar en desarrollo de los objetivos estratgicos trazados por la VII y VIII conferencias de esta organizacin. El Estado se concentr en neutralizar ese accionar y ocasionalmente en realizar operativos militares sobre las retaguardias de las FARC, que no implicaban mayores cambios en los controles territoriales de esta guerrilla. Luego, entre 1998 y 2002, los paramilitares comenzaron a disputar regiones que eran hasta haca poco del control exclusivo de las guerrillas. As decidieron concretar su expansin nacional hacia sus territorios de retaguardia en el sur del pas, mediante una disputa por la cadena productiva de las economas regionales de la coca en un momento histrico en el que las FARC tuvieron mayor injerencia en estas. En el Putumayo, esta disputa se evidenci con la masacre de El Tigre, realizada en enero de 1999, y en el Pacico caucano y nariense, con las masacres del Naya, en abril del 2001, y de Llorente, en noviembre del 2000.
178. CINEP para GMH, Base de datos de Actores y dinmicas del conicto (1990-2009).
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado El corredor del suroriente del pas se convirti en objeto de disputa con los paramilitares, que pretendan contrarrestar la inuencia guerrillera en la regin y neutralizar la alianza entre la presencia histrica de la guerrilla y la protesta social, como la mencionada marcha de campesinos cocaleros. En esta disputa se enmarca la masacre de Mapiripn, en el Meta, perpetrada por grupos paramilitares el 14 de julio de 1997. Tambin se consolid un corredor en disputa que atraviesa el pas de occidente a oriente, compuesto por regiones contiguas y ubicadas en los lmites entre el Caribe y la regin andina. Esta disputa congur un escenario de confrontacin blica y de violencia poltica entre actores armados, lo que nalmente favoreci el proyecto paramilitar en desmedro de las guerrillas.179 Pero en ese corredor se deben distinguir momentos, dinmicas y actores diferentes: en un primer momento, en el noroccidente se perciba la presencia de las FARC y el EPL como una amenaza remota y lejana para las lites regionales y el Estado central en el alto Sin, alto San Jorge y el andn pacco. Sin embargo, cuando la macrorregin se insert aceleradamente en el capitalismo agrario, como es el caso del eje bananero y del Atrato, esa amenaza se concret como centro de una disputa militar. En el nororiente, de manera similar, lo que empez siendo una temprana insercin del ELN y en menor medida de las FARC en zonas campesinas y de colonizacin, se transform en la imposicin de un proceso de ganaderizacin y agro industrializacin por la va paramilitar, que produjo la descomposicin de la economa campesina minifundista y el agotamiento de las zonas baldas que an hoy son los bastiones de las guerrillas. tunidades generadas, sino tambin por las profundas transformaciones que sobre l ocasion una guerra en la que el territorio se convirti en el eje de disputa. Los efectos de la apertura econmica y el desmonte de la institucionalidad pblica implicaron un abandono estatal del pas rural, que no hizo otra cosa que dejar el territorio despejado para atizar la feroz confrontacin por su control entre los actores armados, quienes ahora deniran la conguracin econmica de esos territorios. Los paramilitares resultaron efectivos para la promocin del latifundio ganadero, la agroindustria, la minera y los megaproyectos, en detrimento de la economa campesina. Uno de los casos emblemticos de apuntalamiento de este tipo de desarrollo lo ofrece la alta concentracin geogrca del cultivo de palma africana sobre el corredor estratgico y la zona de retaguardia de las AUC. De acuerdo con el Informe de Desarrollo Humano, Colombia rural: Razones para la esperanza, las 360.537 hectreas de palma africana que existen en Colombia hoy en da se concentran en el Magdalena, Norte de Santander, Magdalena medio, sur de Bolvar, sur de Cesar, Montes de Mara, bajo Atrato, llanos orientales, piedemonte casanareo y andn pacco. En el suroriente del pas, por su parte, la prevalencia de la guerrilla de las FARC estuvo acompaada de la expansin de la economa cocalera como alternativa a una economa campesina cada vez menos viable en las zonas de colonizacin y en los bordes de la frontera agrcola. De acuerdo con el censo de cultivos de coca del Observatorio contra el Delito de las Naciones Unidas, Colombia se convirti en el principal productor de coca de Amrica Latina a partir de 1997, superando a Bolivia y Per, con un total de 80 mil hectreas sembradas. Esta cifra creci vertiginosamente hasta alcanzar el umbral de 163.300 hectreas en el ao 2000 y 144.807 en el ao 2002, duplicando en un lapso de tres aos el rea cultivada en 1997. Esta expansin de la economa cocalera no fue exclusiva de las FARC; tambin fue promovida por los paramilitares en el sur de Bolvar, el Catatumbo y el andn pacco, sin renunciar con ello a la imposicin de un tipo de desarrollo que se ajustaba a los requerimientos de competitividad del sector agrcola, de acuerdo con
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica las demandas del mercado internacional, en particular con la expansin de monocultivos para biocombustibles. Los cambios en la conguracin del pas rural no pueden disociarse del abandono y el despojo de tierras que han acompaado la disputa territorial. Un territorio que se reorganiza sin interferencias por la presencia precaria del Estado en el pas rural o simplemente por la expulsin de la poblacin permite imponer el tipo de desarrollo de los intereses en que se soportan los actores armados, como lo evidenciaron los datos sobre despojo mencionados en el captulo 1. Las magnitudes revelan que hay ms tierra abandonada que supercie agrcola cultivada, lo que expresa el catastrco resultado de la concentracin de la tierra y la reconguracin del mundo rural impuesta por los actores armados. As, no sorprende entonces el alto nivel de concentracin de la tierra que se registra en la Colombia rural (1,1% de los propietarios concentra el 52,2% de la tierra), ni la prevalencia de la sobreutilizacin del suelo para el latifundio ganadero (39,2 millones de hectreas dedicadas a la ganadera, sobre un potencial apto de 24 millones), y la subutilizacin para la actividad agrcola (4,1 millones de hectreas sembradas sobre un potencial apto de 21,5 millones).180 Adems de las oportunidades y los cambios que se produjeron en el pas rural en medio de la feroz disputa territorial entre guerrillas y grupos paramilitares, el conicto armado discurri en medio de una crisis econmica profunda. El periodo de crecimiento econmico que se extendi desde 1993 hasta 1995 dio paso a una etapa de desaceleracin econmica entre 1996 y 1997 que se torn en crisis econmica entre 1998 y el 2002, registrndose incluso un decrecimiento de la economa en el ao 1999 (el PIB decreci en 4,2%), agravado por una tasa de desempleo que lleg al 18% y 19,5% entre 1999 y 2002, cuando haba sido de un dgito entre 1991 y 1995.181 Este deterioro en la situacin econmica de la
180. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD Colombia rural: razones para la esperanza, 206. 181. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD Colombia rural: razones para la esperanza, 77
poblacin en general incidi notablemente en el cambio de percepcin de la opinin pblica en relacin con el conicto armado y el proceso de paz, pues rompi el aforismo que por tantos aos haba hecho carrera en la sociedad colombiana, segn el cual la economa poda ir bien a pesar de que el pas fuera mal. La opinin pblica empez a percibir entonces cmo el conicto armado agravaba la crisis econmica y ello acab por incidir en su radicalizacin poltica y su viraje hacia una solucin militar de la guerra.
2.4. Las AUC negocian y se desmovilizan. El Estado empuja a las FARC a sus retaguardias (2005-2012)
El fracaso de las negociaciones entre las FARC y el Gobierno de Andrs Pastrana y el consiguiente clima adverso contra la solucin negociada del conicto produjeron el triunfo electoral de lvaro Uribe en el ao 2002. Posteriormente, los logros de sus polticas de Defensa y Seguridad Democrtica llevaron a su reeleccin en el 2006. Su propuesta de la recuperacin militar del territorio combinaba la profundizacin de la guerra contra las guerrillas a las cuales negaba cualquier carcter poltico e ideolgico con la desmovilizacin de los paramilitares por medio de unas polmicas negociaciones, cuyos resultados han sido inciertos y desiguales en el territorio nacional. Obviamente, esta negativa a reconocer la existencia de un conicto interno descartaba de entrada toda posibilidad de dilogos y negociaciones con la guerrilla, considerada un simple grupo de narcoterroristas que atacaba a un Estado plenamente legtimo. A partir de este planteamiento, su Gobierno desencaden la mayor ofensiva poltica, militar y jurdica contra las guerrillas en la historia del conicto colombiano. El resultado fue una drstica reduccin de la capacidad blica de las guerrillas colombianas, a veces con costos muy altos que no solo pesaron en los impuestos extraordinarios que pagaron los colombianos, sino tambin en la institucionalidad democrtica. Las presiones y los incentivos por resultados a la Fuerza Pblica tuvieron consecuencias perversas, pues desencadenaron comportamientos criminales, como los falsos positivos, casos frente a los cuales la Fiscala
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado llevaba, al 31 de mayo del 2011, 1.486 investigaciones, con 2.701 vctimas. Dentro de los costos de la estrategia de seguridad se destacaron, adems, el hostigamiento y la persecucin judicial contra las organizaciones polticas y sociales opuestas al gobierno, hecho que desat el escndalo de las interceptaciones telefnicas y los seguimientos ilegales del DAS a dirigentes polticos, periodistas, magistrados y congresistas. A pesar de que la ofensiva del gobierno Uribe golpe sensiblemente a las FARC, no logr asestarles el golpe denitivo; estas se han ido adaptando a la nueva dinmica del conicto armado y continan actuando en varias regiones, con un importante repunte en su actividad militar entre los aos 2011 y 2012. Paralelamente, se produjo la controvertida negociacin poltica del Gobierno Uribe con los grupos paramilitares en Santa Fe de Ralito, Crdoba, que dio lugar a la desmovilizacin y desarme parcial de las estructuras paramilitares y a la disminucin de la violencia. No obstante, este proceso fracas de manera general en su propsito de superar el fenmeno paramilitar. El proyecto de ley que el Gobierno dise para que los paramilitares se desmovilizaran contemplaba la casi total impunidad para los responsables de crmenes atroces y no reconoca los derechos de las vctimas. Frente a esto, la reaccin de la justicia, el debate poltico, la presin de los movimientos defensores de los Derechos Humanos, las vctimas y la comunidad internacional exigieron reorientar la propuesta, por lo que el Gobierno se vio obligado a cambiar de estrategias e instrumentos. El proceso con los paramilitares tambin fall debido a que rpidamente se presentaron rearmes en distintos lugares del pas y violentos reacomodos internos entre estructuras fragmentadas, voltiles y cambiantes, altamente permeadas por el narcotrco, ms pragmticas en su accionar criminal y ms desaantes frente al Estado. Aunque no consiguieron recomponer la presencia territorial de las AUC, su nivel de actividad repunt tambin entre 2011 y 2012.
182. Presidencia de la Repblica, Ministerio de Defensa Nacional, Carta del Presidente de la Repblica, lvaro Uribe Vlez, consultado el 22 de junio del 2013, http:// www.resdal.org/Archivo/col-03-presi.htm 183. Armado Borrero. Monografa de las Fuerzas Militares y Polica (Bogot: Corporacin Nuevo Arco Iris, 2010). Texto indito.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica pitales y se pierden fuentes de empleo184. Este planteamiento tuvo un eco particular en ese momento para la sociedad colombiana por la crisis econmica del periodo anterior que an persista en el inicio del gobierno Uribe y que luego se revirti con una reactivacin del crecimiento econmico a lo largo del periodo. Con la poltica de Uribe se dise un plan encaminado a golpear al Secretariado de las FARC que se basaba en labores de inteligencia a partir de la informacin producida por las masivas desmovilizaciones y capturas logradas durante su Gobierno. Se hizo uso de tecnologas que analizaban y sistematizaban la informacin suministrada por desertores y capturados, en funcin de objetivos militares, para conocer mejor las vulnerabilidades del enemigo. Este desarrollo permiti visualizar desde el 2005 una profundizacin del Plan Patriota y del Plan Consolidacin para asediar las retaguardias militares de las FARC, especialmente en Caquet y Meta, junto con la recuperacin social del territorio, que buscaba desvertebrar sus corredores estratgicos de movilidad. A pesar de las limitaciones en los resultados iniciales, producto de la confrontacin con una guerrilla combativa y militarmente fuerte, la persistencia de la ofensiva logr asestar golpes importantes y contundentes contra las FARC al abatir a importantes mandos regionales e incluso a miembros del Secretariado del Estado Mayor Central. Este fue el caso de las muertes de Ral Reyes e Ivn Ros en marzo de 2008, junto con la muerte de su jefe histrico Manuel Marulanda Vlez, presuntamente por causas naturales, en mayo del mismo ao. A estas se sumaron las de Vctor Julio Surez, alias Jorge Briceo o Mono Jojoy, comandante militar de las FARC, en septiembre del 2010, y la de Guillermo Len Senz, alias Alfonso Cano, mximo comandante de las FARC tras la muerte de Manuel Marulanda Vlez, en noviembre del 2011. Esta ofensiva sumi a este grupo armado en una profunda crisis. En su afn por asestar el golpe denitivo a las FARC, la ofensiva del Estado no slo repleg a las FARC a sus zonas de retaguardia, sino que las repleg hacia las fronteras nacionales, situacin que puso de maniesto la amenaza real de una propagacin continental del conicto armado hacia los pases vecinos, dada la frrea posicin del presidente Uribe de perseguir a los miembros del Secretariado de las FARC ms all de las fronteras nacionales. La situacin se torn crtica entre 2008 y 2010 luego de la ruptura de relaciones diplomticas entre Ecuador y Colombia tras el ataque contra el campamento de Ral Reyes en territorio ecuatoriano y las tensiones con Venezuela tras la denuncia del presidente Uribe sobre la presencia de miembros del Secretariado de las FARC en ese territorio, incluyendo la orden del presidente Chvez de movilizar diez batallones a la frontera con Colombia en marzo de 2008. La nueva estrategia logr notables avances de la seguridad en los principales ejes y nodos econmicos del pas (reduccin de los sabotajes contra la infraestructura nacional, los secuestros, los ataques a propiedades y el restablecimiento de la movilidad vial), con la recuperacin del control de la Fuerza Pblica en las regiones poltica y econmicamente ms integradas. Sin embargo, tuvo efectos negativos sobre las regiones de donde se haba replegado la guerrilla (persistencia del desplazamiento forzado, detenciones arbitrarias, capturas masivas, amenazas y falsos positivos). Las medidas militares, adems de ser insucientes para el objetivo de ganar la guerra, haban llevado a crear condiciones propicias para la profundizacin de la fragmentacin y polarizacin de la sociedad colombiana, que nalmente terminaron por fortalecer el predominio de las lgicas guerreras en desmedro de las salidas negociadas.
184. Presidencia de la Repblica, Ministerio de Defensa Nacional, Carta del Presidente de la Repblica, lvaro Uribe Vlez.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado Asamblea del Valle del Cauca, el 11 de abril del mismo ao; y el atentado terrorista contra el Club El Nogal, el 7 de febrero del 2003. Con la extensin de la guerra a las ciudades, las FARC buscaban generar un clima de asedio relativo sobre los centros urbanos ms importantes del pas, para demostrar que haban dejado de ser la tradicional guerrilla campesina inserta en economas y territorios de retaguardia, pero tambin para comunicarle a la opinin pblica que sera costoso continuar la guerra e impensable ganarla185. Mientras tanto, en lo rural, las FARC intentaron resistir la ofensiva del Estado, pero acabaron debilitadas y replegadas. La accin del Ejrcito y la Polica logr recuperar el control de zonas que durante los aos ochenta y noventa haban sido de expansin de las guerrillas. Las Fuerza del Estado tambin consiguieron debilitar sus zonas de retaguardia histrica y forzar su desplazamiento a nuevas retaguardias en las fronteras del pas. Las FARC, por su parte, mostraron su capacidad de reacomodamiento186 y reactivacin militar187 en regiones como El Cagun, donde los resultados del despliegue de tropas del Ejrcito188 no fueron tan exitosos; y en la consolidacin de nuevas retaguardias estratgicas en las fronteras colombianas y en zonas de nueva colonizacin cocalera en la Amazonia oriental (Vaups, Guaina y Vichada) y el Pacco nariense y caucano. En medio de la ofensiva militar del Estado, las FARC intentaron preservar la iniciativa poltica con su empeo en un canje humanitario de guerrilleros presos por los polticos secuestrados y los militares y policas retenidos. Tambin persistieron en el asedio y la presin violenta sobre las autoridades locales y regionales.
185.Vase Eric Lair, Reexiones acerca del terror en escenarios de guerra interna, Revista de Estudios Sociales 15 (Bogot: Universidad de Los Andes, 2003), 100. 186. Soledad Granada, Jorge Restrepo y Andrs Vargas,El agotamiento de la poltica de seguridad: evolucin y transformaciones recientes en el conicto armado colombiano, en Guerra y violencias en Colombia. Herramientas e interpretaciones, eds. : Jorge Restrepo y David Aponte (Bogot: Editorial Ponticia Universidad Javeriana/ CERAC, 2009), 27-124. 187. Ariel vila, La guerra de las FARC y la guerra contra las FARC, Arcanos 15(2009): 4-21. 188.Jineth Bedoya, En las trincheras del Plan Patriota (Bogot: Intermedio, 2008).
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica En el primer caso, el canje humanitario les brind oxgeno poltico, al mantener vivo el inters del Gobierno de Francia en la liberacin de la excandidata presidencial ngrid Betancourt, lo que incluso forz al gobierno de Uribe a realizar un gesto unilateral, como la liberacin del canciller de las FARC, Rodrigo Granda, en junio del 2007 que haba sido capturado ilegalmente en Venezuela, para facilitar el acercamiento entre las partes. A eso se sumaba la inquietud del Gobierno de Estados Unidos por el secuestro de los tres contratistas norteamericanos, ocurrido el 12 de febrero del 2003. En ese contexto, las FARC mantuvieron su frrea postura de condicionar cualquier acercamiento en relacin con el canje humanitario al despeje militar de Florida y Pradera, en el Valle del Cauca. Esta apuesta poltica se prolong a lo largo de toda la dcada del 2000, pero result altamente costosa en trminos de legitimidad: el asesinato del gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, y del exministro de Defensa, Gilberto Echeverri, luego de la fallida operacin de rescate de las Fuerzas Militares en abril del 2003; el asesinato de 11 de los 12 diputados de la Asamblea del Valle del Cauca por fuego amigo entre dos frentes guerrilleros, en julio del 2007; el xito de las operaciones de rescate de las Fuerzas Militares, como la Operacin Jaque en julio del 2008, que permiti la liberacin de la excandidata presidencial ngrid Betancourt y los tres contratistas norteamericanos, as como la Operacin Camalen en junio del 2010, que permiti la liberacin del coronel Luis Herlindo Mendieta, comandante del departamento de Polica de Vichada, que haba sido retenido en la toma de Mit, en noviembre de 1998; el desgastante proceso de liberaciones unilaterales entre 2009 y 2011; y las desgarradoras pruebas de supervivencia de secuestrados que llevaban ms de 10 aos en las selvas de Colombia. Todas estas acciones acabaron por exasperar a la opinin pblica, que se moviliz masivamente en la marcha del 4 de febrero del 2008 en rechazo del secuestro y de las FARC. Esta deslegitimacin, a la larga, oblig a ese grupo guerrillero a replantear su postura, con la decisin de liberar unilateralmente a todos los secuestrados y retenidos de su lista de canjeables y declarar pblicamente en febrero del 2012 la proscripcin del secuestro extorsivo de su repertorio de accin.
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En el segundo punto, el asedio y la presin violenta a las autoridades locales y regionales tuvo entre sus episodios ms cruentos la masacre de los concejales de Puerto Rico, Caquet, el 24 de mayo del 2005, con siete muertos; la de los concejales de Rivera, Huila, el 27 de febrero de 2006, con ocho muertos; y el asesinato del gobernador de Caquet, Luis Francisco Cullar, en diciembre del 2009.
Visita de jefes paramilitares al Congreso de la Repblica. Fotografa: Jess Abad Colorado julio de 2004.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Don Berna, por el control de Medelln y el Valle de Aburr, que termin denindose a favor del segundo. Pero, sin duda alguna, el ejemplo ms cruento y evidente fue el protagonizado por las Autodefensas del Casanare y el Bloque Centauros de las AUC en los llanos orientales en 2004. Estas diferencias fueron llevando al colapso del proyecto unicador nacional liderado por Carlos Castao y Salvatore Mancuso desde las Autodefensas Campesinas de Crdoba y Urab ACCU, lo que termin por favorecer a alias Don Berna y a Ivn Duque Gaviria, alias Ernesto Bez, desde el BCB. El Bloque Central Bolvar, que encubra una federacin de grupos locales y regionales de diversa ndole, termin por imponerse sobre las posiciones ms polticas y ms distantes del narcotrco que en el momento de la negociacin defendan las ACCU, como lo reconocieron Mancuso y Castao en julio del 2002: Fueron infructuosos los esfuerzos que realizamos al lado de otros comandantes honestos para salvar el nombre y la existra. Pero no fue potencia de las AUC, que fue creacin nues sible, nos encontramos con una serie de grupos atomizados y altamente penetrados por el narcotrco, que en muchos casos pasaron de la confederacin a la anarqua o perdieron su identidad y sus principios.189 En medio del proceso de negociacin, los comandantes Mancuso, alias Ernesto Bez y Ramn Isaza asistieron al Congreso de la Repblica, en julio del 2004, y all dejaron ver la fragmentacin del movimiento paramilitar, ya que los tres representaban ntidamente tendencias y trayectorias diferenciadas: Isaza representaba las autodefensas histricas herederas de la experiencia de Puerto Boyac, de mediados de los aos ochenta; Mancuso, la segunda etapa de mediados de los aos noventa, con epicentro en Crdoba y Urab; y Bez, la expansin nacional del Bloque Central Bolvar, a nales de los noventa y comienzos del siglo XXI, que expresaba la emergencia de los nuevos narcotracantes con pretensiones de actores polticos. Esta heterogeneidad interna se reejaba en las dicultades para que los instrumentos jurdicos de la Ley de Justicia y Paz pudieran satisfacer las expectativas de las diferentes tendencias: los paramilitares insistan en que el marco legal era insuciente para garantizar la seguridad jurdica del proceso y no estaban dispuestos a asumir los costos polticos de la verdad sobre el origen, desarrollo y expansin de fenmeno paramilitar. Tampoco aceptaban devolver los bienes y fortunas acumulados ilegalmente por medio del terror y la violencia. Estas diferencias hicieron que la comunidad internacional y nacional en especial las organizaciones de Derechos Humanos y de vctimas considerara que dicha ley conduca a la impunidad y estaba lejos de ser un instrumento de verdad, justicia y reparacin, requisitos indispensables en un proceso de negociacin. Sin embargo, las negociaciones con los grupos de autodefensa se iniciaron formalmente el 2 de julio del 2004 como una frmula para salvar de la crisis un proceso que no arrojaba resultados importantes ni avances en la agenda acordada desde junio del 2003. De hecho, el proceso de negociacin enfrentaba fuertes contradicciones, pues mientras se negociaba con el Gobierno nacional, los paramilitares seguan matando en las regiones para consolidar y expandir su podero poltico, econmico y territorial, con la particularidad de que las acciones violentas eran perpetradas en el marco de una tregua acordada entre las partes. En esta lgica de accin se inscribe la masacre de Baha Portete, La Guajira, del 18 de abril del 2004. A esto se sumaba la guerra interna entre las distintas facciones paramilitares que discurra en medio de la negociacin con el Gobierno nacional. En las luchas intestinas entre paramilitares se present el asesinato del lder paramilitar Carlos Castao, el 16 de abril del 2004,190 luego de sus denuncias pblicas acerca de la cooptacin del paramilitarismo por el narcotrco y de su disposicin a negociar su entrega a la justicia de los Estados Unidos. El asesinato ordenado por los principales comandan190. El Heraldo (1 de mayo del 2004), 8A.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado tes de las AUC, incluido su hermano Vicente Castao, terminara por mostrar la hegemona del grupo ligado al narcotrco sobre la histrica comandancia de Carlos Castao, que haba decidido oponerse a esos nexos. Este hecho, sumado a la guerra entre el Bloque Centauros, que el narcotracante Miguel Arroyave haba comprado a Vicente Castao y las Autodefensas Campesinas de Casanare, empantanaron los dilogos y sembraron dudas frente a la opinin pblica acerca de la instrumentalizacin de la Ley de Justicia y Paz como salvavidas contra la extradicin por parte de reconocidos narcotracantes.191 La heterogeneidad de los grupos se mostraba, entre otras cosas, en el incumplimiento de los pactos: as, el quinto informe de la MAPP-OEA denunci el incumplimiento del cese al fuego pactado en la mesa de dilogos para los Montes de Mara, el sur de la Sierra Nevada de Santa Marta y el Magdalena medio.192 Poco tiempo despus, alias Don Berna fue recluido en una nca, luego de que la Fiscala lo acusara formalmente de ser el autor intelectual del asesinato del alcalde de El Roble, Sucre, Eudaldo Len Daz, en abril del 2003. Estas dicultades y tensiones sobre la aplicacin de la Ley de Justicia y Paz se reejaban en la poltica nacional: mientras el Gobierno de Uribe buscaba que la bancada mayoritaria en el Congreso reconociera a los paramilitares como delincuentes polticos (bajo el delito de sedicin) para permitirles as mayores benecios que los ya contemplados en la Ley de Justicia y Paz, la revisin de la Corte Constitucional oblig a endurecer la ley con la supresin del delito de sedicin y la imposicin de mayores obligaciones a los versionados para acceder al benecio de la pena alternativa de ocho aos, como confesar de forma total y completa sus crmenes.193 Esto produjo la protesta del vocero poltico de los paramilitares, Ivn Duque, alias Ernesto Bez:194 No queremos alarmar a la nacin, que equivocadamente cree que el proceso est salvado. Pero eso no es cierto y la negociacin est en una crisis tremenda y agreg: con las condiciones en que qued la Ley de Justicia y Paz, ningn paramilitar se entregar. A partir de ese momento los paramilitares empezaron a constatar que la negociacin poltica se estaba convirtiendo en un sometimiento a la justicia.195 Estas dicultades se agravaron cuando, en diciembre del 2006, la opinin pblica fue sorprendida por la noticia del traslado a la crcel de mxima seguridad de Itag de los principales jefes paramilitares (59 en total), que se encontraban concentrados en un Centro Vacacional en La Ceja, Antioquia.196 El traslado, argument el Gobierno, se debi a las mltiples evidencias que apuntaban a que los paramilitares seguan ejerciendo poder y control sobre estructuras que no se haban desmovilizado o que se haban rearmado. Con estas estructuras, los paramilitares venan borrando todas las pruebas de sus principales crmenes. Ante este traslado de los principales jefes, Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, huy de Santa Fe de Ralito, pero pocos meses despus termin por aceptar su traslado tras la colaboracin de una comisin encabezada por la entonces presidenta del Senado, Dilian Francisca Toro. Sin embargo, advirti: Si la guerra ganada por las autodefensas se perdiera en una nueva edicin de desidia gubernamental, detrs de m vendran muchos como yo que empuarn las armas197. Esta armacin de Jorge 40 recoga los temores de los jefes paramilitares frente a las exigencias que introdujo la sentencia de la Corte Constitucional a la Ley de Justicia y Paz: la amenaza de extradicin, ya que el Gobierno nunca hizo un acuerdo al respecto; la negativa a ser reconocidos como actores polti194. El Tiempo, 16 de agosto de 2006, 1-3. 195.Vase: CNRR-GMH, Justicia y Paz. Verdad judicial o verdad histrica? (Bogot: Taurus/ Semana 2012). 196. El Tiempo, 2 de diciembre del 2006, 1-4. 197. El Pas, 5 de septiembre de 2006, 4A.
191. Francisco Javier Zuluaga, alias Gordo Lindo; Eduardo Enrique Vengoechea, alias El Flaco; Juan Carlos Sierra, alias El Tuso; y Miguel ngel Meja Mnera, alias Pablo Arauca, comandantes del Bloque Pacco y del Bloque Vencedores de Arauca. 192. MAPP-OEA, Quinto informe trimestral del secretario general al consejo permanente sobre la misin de apoyo al proceso de paz en Colombia (Bogot: MAPP-OEA, 2005), 7-8. 193. Para mayor informacin, vase captulo 3 de este informe.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica cos; y por ltimo, la incapacidad del Gobierno para asegurar a los paramilitares ms all de la zona dispuesta para los dilogos en Santa Fe de Ralito, en Crdoba. Estos cambios de poltica, que reducan el margen de negociacin de los paramilitares, llevaron a los jefes reclusos en Itag a dar por terminado el proceso el 7 de diciembre del 2006, alegando el incumplimiento de los acuerdos por parte del Gobierno. Sin embargo, el hecho mostraba la total conanza que los paramilitares haban tenido en el proceso, que consideraban como una va para acortar sus penas ante la justicia, conservar sus bienes obtenidos ilegalmente y evitar la extradicin. Pero poco tiempo despus del cambio de reclusin de los comandantes se dio a conocer a la opinin pblica que los jefes paramilitares continuaban delinquiendo desde la crcel. Esto, sumado a la solicitud de extradicin de los principales jefes paramilitares acusados de narcotrco, posibilit su envo a los Estados Unidos, aun en el marco de la Ley de Justicia y Paz, el 13 de mayo del 2008. Muchas organizaciones defensoras de Derechos Humanos y asociaciones de vctimas, empero, advirtieron en su momento que extraditar a los mximos comandantes equivaldra a exportar las verdades ms escandalosas sobre el desarrollo del paramilitarismo en las ltimas dcadas y obstruira el esclarecimiento de los hechos violentos que se venan confesando. sugeran que se trataba de una tercera generacin paramilitar con cierta continuidad con los paramilitares que se haban proyectado poltica y territorialmente en el periodo anterior. Por su parte, las organizaciones de vctimas y de Derechos Humanos reiteraban que el fenmeno demostraba el fracaso del Gobierno para desmontar las estructuras sociales, polticas y econmicas del paramilitarismo en muchas regiones del pas. Sin embargo, ms all de la discusin semntica, importa destacar que el problema responda a algunas fallas del proceso de desmovilizacin de los paramilitares en una agenda de negociacin, en la que se incumplieron muchas promesas: para Salvatore Mancuso, el rearme paramilitar era el resultado del mal funcionamiento de la poltica de reinstitucionalizacin del Estado y del impedimento que les impuso el Gobierno de participar en poltica, que contradeca lo pactado originalmente. Por todo ello, muchos desmovilizados se rearmaron alrededor de organizaciones que operaban bajo cnones delincuenciales, pero en las que el lder paramilitar reconoca la primera etapa de un proceso que podra asumir posteriormente importantes dimensiones polticas y econmicas. Para Mancuso, estas bandas, como el paramilitarismo en sus primeros aos, avanzan como un fenmeno delincuencial en un principio porque necesitan fortalecerse econmicamente para crecer militarmente y luego empezar todas las acciones polticas que ya se nota que estn haciendo.198 Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, aseguraba que la desmovilizacin del paramilitarismo no haba obedecido a clculos militares, sino polticos, pues era evidente que sus enemigos naturales, las guerrillas, continuaban operando en muchas regiones del pas, sin que el Gobierno nacional hubiera mostrado una capacidad suciente para derrotarlas. Por eso aseguraba que la va armada no era la mejor salida poltica aunque continuaba siendo una alternativa plausible en muchas regiones del pas, tal y como lo expresaban las nuevas bandas.199
198. Fabio Medina y Jota Ochoa, Mancuso: El paramilitarismo de Estado sigue vigente, Terra Colombia, consultado el 3 de abril del 2008, http://www.terra.com.co/ actualidad/articulo/html/acu10230.htm 199. Carta Abierta a Eduardo Pizarro Leongmez, Presidente de la Comisin Nacional de Reparacin y Reconciliacin-CNRR, por Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40. 22 de febrero de 2009 http://www.verdadabierta.com/component/content/article/47-
Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado Estas declaraciones mostraban, no solo la crisis del proceso de negociacin, sino tambin dos aspectos centrales de la ms reciente etapa del paramilitarismo. En primer lugar, que los actuales grupos armados, al igual que el paramilitarismo anterior, han sido y son un fenmeno fragmentado, fuertemente atado a las lgicas regionales que puede emprender distintos intentos de coordinacin nacional, como una reaccin contra procesos que se perciben como fuertes amenazas para los rdenes locales y regionales que ellos han impuesto. Y, en segundo lugar, que la mltiple condicin de estos grupos armados, como organizaciones al servicio del narcotrco con nes de control territorial, poltico y social, no signica necesariamente el abandono del combate contra la guerrilla, aunque en algunas ocasiones puedan llevar, por clculos estratgicos, a rentables alianzas con la insurgencia. La CNRR identic, para el 2007, un total de 34 grupos, mientras que la Polica Nacional, para el 2006, haba identicado 26. Estas estructuras armadas fundamentaban su accionar en tres aspectos esenciales para comprender el fenmeno del rearme paramilitar, sobre los que la CNRR llam la atencin: uno, el proceso de reagrupamiento de paramilitares desmovilizados (rearmados); dos, la persistencia de reductos paramilitares que no hicieron parte del proceso de paz entre los paramilitares y el Gobierno colombiano (disidentes); y tres, la aparicin de nuevos aparatos coercitivos al servicio de los intereses del narcotrco (emergentes).200 Esta diferenciacin no capta, sin embargo, los grupos armados que provienen de la desmovilizacin parcial de las estructuras que se acogieron y participaron en el proceso de negociacin con el Gobierno Uribe. De acuerdo con la CNRR, las dimensiones territoriales del reame paramilitar se concentraron en el norte del pas (La Guajira, Magdalena, Cesar, Bolvar y Crdoba), el nororiente (Santander y Norte de Santander), el suroriente (Meta, Guaviare y Vichada) y el suroccidente (Valle del Cauca, Cauca y Nario).
Amenaza de muerte enviada por las guilas Negras a miembros de organizaciones de la sociedad civil en marzo de 2008. Fotografa: Archivo particular. extraditados/969-traicion-del-gobiernoa-los-paras-ha-provocado-rearme-jorge-40 200. MAPP-OEA, Sexto informe trimestral, 7-8.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Toda esta conguracin territorial estuvo marcada por las disputas y los cambios en las estructuras armadas, que llevaron a que muchas de ellas desaparecieran y otras cambiaran su nombre. La proliferacin de etiquetas que caracterizaban el despuntar del rearme paramilitar entre 2006 y 2007 fue sucedida, entre 2011 y 2012, por la prevalencia de un nmero menor de grupos, pero ms consolidados. La Polica Nacional identic seis estructuras criminales vigentes en el 2012 entre las que se destacan Los Urabeos y Los Rastrojos en el noroccidente, nororiente y suroccidente, as como el ERPAC (Ejrcito Revolucionario Antisubversivo de Colombia) en el suroriente. A marzo de 2011, la Corporacin Nuevo Arco Iris ha identicado que estos grupos armados hacen presencia en 209 municipios, lo que equivale a un 18,3% del territorio nacional. La reconguracin paramilitar en este periodo del conicto armado ha sido posibilitada en buena medida por su convergencia con regiones de presencia de cultivos ilcitos, sin que su presencia all fuera nueva, ya que desde comienzos del ao 2000 algunos frentes y bloques de las AUC haban ganado amplios territorios de las FARC.201 Ahora bien, la incidencia del narcotrco es distinta en comparacin con el periodo anterior, porque se registra un decrecimiento en las reas sembradas de coca (de 163.300 hectreas en el 2000 a 61.183 en el 2010) y una creciente movilidad de los cultivos de coca por la recuperacin del territorio por parte del Estado, hecho que signica que hay condiciones ms difciles y a la vez ms competitivas por los recursos del narcotrco con las guerrillas. A esto se suma la volatilidad en las organizaciones y las redes del narcotrco causadas por la persecucin policial, que logr dar de baja a varios de sus principales capos y entregar a la justicia norteamericana a otros ms. Pero el narcotrco es insuciente para explicar el desarrollo del fenmeno. Uno de los cambios ms importantes que se registran en el periodo ms reciente es el nuevo ciclo de la bonanza minera, que profundiz
201. MAPP-OEA, Octavo informe trimestral del secretario general al consejo permanente sobre la misin de apoyo al proceso de paz en Colombia (Bogot: MAPP/OEA, 2007), 8-12.
el pas minero que haba emergido en Colombia desde la segunda mitad de los aos ochenta. De acuerdo con las estadsticas histricas del Departamento Nacional de Planeacin, el sector minero creci durante toda la dcada de los noventa y la primera mitad de la dcada del 2000, con una participacin en el PIB del 5% que no registr variaciones importantes en el mismo periodo. Sin embargo, a partir del 2004 hay un punto de quiebre que marca la aceleracin en el crecimiento del sector y su participacin en el PIB, al alcanzar el 7% en el 2008. Segn el Informe de Desarrollo Humano del 2011: [] el auge de la minera se reeja en la dinmica de otorgamiento de licencias. Entre 2000 y noviembre de 2010 el Ministerio de Minas otorg 7.264 ttulos mineros y tramit 17.479 solicitudes en toda la geografa nacional, mientras la supercie que se contrat rebas las 5,8 millones de hectreas, rea superior a las extensiones dedicadas a la actividad agrcola del pas.202 Este auge minero se ha convertido en un nuevo combustible para la guerra, en la medida en que representa la apertura de un nuevo frente para la captura de rentas por parte de los actores armados. Esta relacin es posible en buena medida por la convergencia creciente entre la geografa de la minera y la del conicto armado, lo que se revela en casos como el del sur de Bolvar, bajo Cauca y nordeste antioqueos, sur de Crdoba, Catatumbo, Choc, Cauca y Nario. Con todo, conviene sealar que las motivaciones subyacentes a las disputas entre las facciones paramilitares y entre estas y las guerrillas muestran importantes variaciones de acuerdo con los contextos regionales. Por ejemplo, mientras en la costa caribe el fenmeno pareciera estar ms relacionado con la necesidad de las lites regionales por mantener vigente el orden social que el paramilitarismo ayud a apuntalar y defendi del ataque guerrillero, en el suroccidente del pas, especcamente en los departamentos de Cauca, Nario y Valle del Cauca, la recomposicin paramilitar se ha dado en funcin de las economas regionales de la coca, el narcotrco y al auge minero.
202. PNUD Colombia, Colombia rural: razones para la esperanza, 97-98.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado Tampoco debe desconocerse la persistencia de vnculos entre el rearme paramilitar y los miembros de las Fuerzas Militares, que se han empezado a develar con la captura de miembros de la Polica Nacional al servicio de estas bandas criminales. El propio expresidente Uribe, con ocasin del paro armado de Los Urabeos, en enero del 2012, reconoca la pervivencia de las alianzas. En una declaracin pblica del 13 de mayo del 2013, el Fiscal General de la Nacin, Eduardo Montealegre, seal que una de las hiptesis en las investigaciones de los falsos positivos es que no se trat nicamente de una respuesta a incentivos o presiones dentro de la Fuerza Pblica, sino que en varias regiones pudo existir un plan para legalizar como bajas de la Fuerza Pblica asesinatos cometidos por los paramilitares. El fenmeno del rearme paramilitar que ha persistido por ms de seis aos se desenvuelve a partir del 2010 en un nuevo contexto poltico que le sirve de revulsivo y que a la vez lo vuelve ms contestatario. Ese cambio es introducido por el Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2014), que si bien decide continuar la ofensiva militar contras las guerrillas, imprime un giro a la poltica gubernamental convirtiendo a las vctimas y la solucin poltica del conicto en sus dos banderas de gobierno. En el primer caso, ese compromiso se revalida con la adopcin e implementacin de la Ley de Vctimas y Restitucin de Tierras, en julio del 2011, as como con el inicio del proceso de paz con las FARC en La Habana, desde octubre del 2012. La poltica de restitucin de tierras se convierte en un desafo abierto desde la institucionalidad a los poderes paramilitares rearmados, razn por la cual se responde con el escalamiento de la violencia, en particular contra los reclamantes de tierra. Al respecto, un informe del 2012 de la Defensora del Pueblo seal que durante los ltimos seis aos han sido asesinados por lo menos 71 lderes de procesos de restitucin de tierras.203 Ese es hoy en da uno de los principales retos en la implementacin de la Ley de Vctimas.
203. Asesinan a hijo de reclamante de tierras de Bolvar Verdad Abierta (29 de mayo de 2003), consultado el 1 de julio de 2013, http://www.verdadabierta.com/component/ content/article/48-despojo-detierras/4609-asesinan-a-hijo-de-reclamante-de-tierras-enbolivar/
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Sin embargo, en este primer escenario, conformado por las subregiones limtrofes entre la regin andina y el caribe, que haba perdido importancia como parte de las deniciones estratgicas a escala nacional de los grupos armados, todava se mantiene, aunque descompuesta y disminuida, cierta presencia guerrillera replegada a sus tradicionales zonas de inuencia. Por eso, las bandas emergentes o neoparamilitares intensicaron all la violencia, con el objetivo de regular la vida poltica y social, o diputarse las rentas de las actividades econmicas legales e ilegales, como es el caso del bajo Cauca antioqueo y el sur de Crdoba, con los cultivos de coca, las rutas del narcotrco y la minera. En contraste, en el sur del pas, las FARC an mantienen un gran margen de maniobra gracias a su capacidad de adaptacin frente a los esfuerzos del Estado por recuperar militarmente el territorio y el apoyo tradicional de sus zonas de refugio en sus retaguardias histricas. La insercin ms reciente de las FARC en las economas cocaleras del andn pacco le ha permitido a este grupo seguir reproduciendo sus bases sociales y ampliando incluso la economa de la guerra, por su capacidad de moverse en los bordes e intersticios de regiones que no se han integrado plenamente al mercado legal y la comunidad poltica nacional. Esta capacidad de movimiento responde a la conjuncin de dos procesos simultneos: de un lado, el continuo traslado de los cultivos de coca; y de otro, la reproduccin de su experiencia histrica mediante la colonizacin armada. Esta insercin llev a conformar un nuevo corredor de disputa en torno al control del complejo cocalero que involucra las siguientes subregiones: el macizo colombiano, el Pata, el piedemonte de la cordillera occidental en Nario y en el pacco sur (pacco nariense, caucano) y Buenaventura en el Valle del Cauca. All hacen presencia todos los grupos armados, que se disputan o reparten el territorio en funcin de sus intereses econmicos y militares.206 Sin embargo, aunque la coca representa ventajas econmicas y posibilidades de reproduccin social y poltica, ha trado consigo la prdida de legitimidad poltica de las FARC ante diversos sectores del pas y la comunidad internacional y, a la larga, el debilitamiento de su apuesta poltica. Por otra parte, la Poltica de Defensa y Seguridad Democrtica del expresidente Uribe para recuperar el control estatal del territorio207 logr conjurar el objetivo de las FARC de pasar a una nueva etapa de guerra y as romper el empate militar que durante aos mantuvieron con el Estado. El resultado represent un balance negativo para las FARC en lo tctico y estratgico, por los contundentes golpes militares que han recibido, el aislamiento internacional y el rechazo que ha concitado en importantes sectores de opinin. En el caso del paramilitarismo, con sus accidentadas negociaciones y el consecuente proceso de recomposicin de algunas de sus estructuras en varias regiones del pas, se evidencian las fallas y lmites que tuvo el Gobierno para enfrentarlos en su dimensin tanto militar como social, econmica y poltica. Desde el 2006 se increment el accionar de los paramilitares, sobre todo alrededor de los viejos bastiones de las Autodefensas Unidas de Colombia y el Gobierno no pudo reestructurar los rdenes sociales, polticos y econmicos que estos grupos apuntalaron durante ms de una dcada de hegemona y que en la actualidad los grupos rearmados se esfuerzan por mantener. Pero tal vez el resultado ms profundo, aunque inesperado, del proceso de desmovilizacin de los paramilitares fue el destape del escndalo de la parapoltica: la captura de dgar Ignacio Fierro Flrez, alias Don Antonio, el 11 de marzo del 2006, casi al nalizar el proceso de desarme, hizo conocer hasta dnde los tentculos del paramilitarismo haban permeado al Estado, pues este paramilitar tena en su poder el computador de Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, comandante del Bloque Norte de
207. Estos tres puntos son un resumen de lo reiterado en: Presidencia de la Repblica, Ministerio de Defensa, Poltica de Defensa y Seguridad Democrtica e informes al Congreso sobre la Seguridad Democrtica, 2008-2010, consultado el 22 de junio del 2013, www. mindefensa.gov.co
206. Telo Vsquez, Jorge Restrepo y Andrs Vargas, Una vieja guerra en un nuevo contexto.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado las AUC.208 Sus revelaciones fueron el punto de partida del conocimiento pblico de los pactos que algunas lites polticas regionales haban suscrito con miembros de grupos paramilitares, lo que demostraba el grado de insercin que estos ltimos haban logrado en varias zonas del pas (Pacto de Ralito y Pacto de Chivolo, por citar algunos). Se cumpli as la advertencia que los jefes paramilitares haban hecho cuando pidieron que se les dejara hacer poltica en forma abierta como frmula para avanzar en el estancado proceso de paz, al tiempo que sealaban las implicaciones que para la gobernabilidad tendra contar la verdad a la que se comprometieron en la Ley de Justicia y Paz.209 En efecto, una vez empezaron las audiencias de versin libre de los paramilitares, la nacin se enter de lo que ya era verdad sabida y sufrida en las regiones: los profundos nexos entre paramilitares, empresarios, militares y polticos. La crisis traspas el mbito nacional a tal grado que la prestigiosa revista inglesa The Economist arm: Colombia est sumida en uno los ms grandes escndalos polticos en dcadas a medida que nuevas revelaciones se van haciendo en cuanto a la colaboracin y corrupcin entre autoridades ociales y polticos con las fuerzas irregulares de derecha.210 En los Estados Unidos, el escndalo repercuti en el proceso de aprobacin del TLC en el Congreso de Estados Unidos, porque llen de razones a la bancada demcrata que se opona o condicionaba la aprobacin del tratado, en parte como reaccin a los escndalos de las interceptaciones ilegales del DAS, la parapoltica y los falsos positivos, en un momento en el que se cuestionaba profundamente el modelo de lucha contra el terrorismo sin lmites del Gobierno George W. Bush y se abra paso el reposicionamiento de la defensa de los Derechos Humanos. Mientras el Gobierno del presidente Uribe insista en desconocer la existencia de un conicto armado en el pas y en calicar a las FARC como una amenaza terrorista contra la democracia colombiana, este grupo no daba seales de cesar su empecinamiento blico. La guerra contra las FARC, la negociacin con las AUC y cierta pasividad con el rearme paramilitar, haban dejado en suspenso el conicto armado en Colombia al nalizar su mandato en el ao 2010. Este balance del conicto armado haba quedado inscrito en un contexto de reactivacin y crecimiento econmico que fue importante en el respaldo popular que recibi el Gobierno Uribe durante sus dos periodos. Pero detrs de ese crecimiento los factores estructurales que alimentaron el conicto armado tendieron a profundizarse, ms que a revertirse. Colombia se convirti en uno de los pases ms desiguales del mundo y la brecha entre el pas urbano y el rural en trminos de desarrollo y pobreza se acentu. Esto se explica en parte porque los objetivos de las polticas de Seguridad Democrtica no son solamente militares y polticos, sino que tambin tienen un correlato econmico que implica el aanzamiento del sector exportador representado por hidrocarburos y otros minerales, agrocombustibles, producidos a partir de plantaciones de palma africana y caa de azcar, complementado con cultivos permanentes como cacao, caucho, frutales y turismo.211 De acuerdo con el Banco Mundial, en el coeciente GINI que mide la desigualdad econmica dentro de una sociedad, Colombia registr un ndice de 59,1 en 1980, que decreci a 51,3 en 1991, y que volvi a repuntar en 1996 a 56,9, y creci vertiginosamente desde entonces hasta llegar a 60,1 en el 2002, como efecto de la crisis econmica y el agravamiento del conicto armado. Con la reactivacin econmica y la recuperacin del territorio por parte del Estado con la poltica de Se211. Telo Vsquez. Recursos, poltica, territorios y conicto armado, en: Una vieja guerra en un nuevo contexto. Conicto y territorio en el Sur de Colombia (Bogot: Universidad Javeriana, CERAC y ODECOFI, 2011) 367-428.
208. Al respecto, la Corporacin Nuevo Arcoris y otras instituciones han elaborado importantes investigaciones sobre el tema, contenidas en: ed. Mauricio Romero, Parapoltica: la ruta de la expansin paramilitar y los acuerdos polticos; y Claudia Lpez y Ariel vila, Y refundaron la patria De cmo maosos y polticos reconguraron el Estado colombiano (Bogot: Corporacin Nuevo Arcoris, 2010). 209. El Tiempo, 3 de abril del 2009, 1-4. 210. El Nuevo Siglo, 20 de abril del 2007, 4.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica guridad Democrtica la desigualdad no se revirti, preservando ndices superiores a los registrados antes de su ciclo de escalamiento en 1996. En el 2004, el coeciente GINI era de 58,3, para el 2007 era de 58,9 y de 55,9 para el 2010212. Este GINI general registra fuertes contrastes entre lo urbano y lo rural, pues, de acuerdo con el Informe de Desarrollo Humano 2011, el ndice GINI para la distribucin de la tierra es de 87,5, lo que convierte a Colombia en uno de los pases con ms alta desigualdad en la propiedad rural en el mundo.213 Esta tendencia responde a que no se intervino el tipo de desarrollo apuntalado por lites y grupos paramilitares en el pas rural, no se revis la poltica pblica rural, ni se revers la contrarreforma agraria de los paramilitares. Por el contrario, se opt por radicalizar la liberalizacin econmica en el pas rural, reducir la intervencin estatal, incentivar proyectos agroindustriales competitivos (forestales y biocombustibles) y continuar la expansin del latifundio ganadero. El resultado perverso fue la compra masiva de tierras por parte de empresarios que convirtieron el abandono provocado por la guerra en una oportunidad de mercado, as como la legalizacin del despojo con proyectos agroindustriales como la palma africana y la expansin del latifundio ganadero. Erigido sobre bases sociales y econmicas precarias, aunadas al agotamiento de la poltica de seguridad democrtica, el Gobierno de Juan Manuel Santos asumi el conicto armado con un reacomodo militar de las guerrillas y un rearme paramilitar fragmentado y voltil. En ese contexto, su poltica de gobierno ha combinado la continuacin de la accin militar con un replanteamiento de la poltica de seguridad democrtica (ms ajustado a la guerra de guerrillas), el reconocimiento social y poltico a las vctimas del conicto armado con la Ley de Vctimas como su bandera, y la apertura de un proceso de paz con las FARC en el entendido de que en las nuevas condiciones la guerra podra prolongarse indeni212. El ndice de GINI es una medida de dispersin de una distribucin y se usa para medir la desigualdad en la distribucin de la riqueza, el ingreso o la tierra. Cuanto ms se acerca 100 mayor es la desigualdad. 213. PNUD Colombia, Colombia rural: razones para la esperanza, 197.
damente y que la solucin poltica es irreversible ante la ya probada y muy costosa insuciencia de la solucin militar. **** Este captulo ha intentado ilustrar los motivos por los cuales se ha producido el conicto armado en el pas, as como sus dinmicas, cambios y los diversos intentos por superarlo. Es una historia larga que resulta difcil de explicar, no solo por su carcter prolongado, sino porque, a diferencia de conictos armados y guerras en otros pases, en el caso colombiano emergen y se entrecruzan diversos factores que alientan la guerra. Por un lado, estn los factores econmicos, por ejemplo, aquellos vinculados con la tenencia y el uso de la tierra; con los benecios derivados de la explotacin agrcola, minera y energtica, o con la captura de rentas vinculadas con actividades ilegales como el contrabando y el narcotrco. Por otro lado, estn los factores polticos: el cierre de los espacios de participacin; el persistente rechazo, instrumentalizacin, asedio y ataque a las formas legtimas de organizacin social, de oposicin y de reclamo, o la cooptacin e instrumentalizacin de la institucionalidad pblica en funcin de intereses privados, o para amparar la ilegalidad. La variedad de intereses en confrontacin explica tambin la multiplicidad de poderes, grupos y ejrcitos enfrentados. Estos, a su vez, se transforman con el paso del tiempo: no solo cambian sus discursos, estrategias y modalidades de violencia, sino que sus alianzas, modos de relacin con la poblacin, presencias y dominios territoriales tambin mutan. A pesar del gran dinamismo del conicto armado, hay aspectos recurrentes. Estos conguran las continuidades de la guerra y aparecen de manera reiterada en los diagnsticos que la explican. Entre otros, se cuentan la concentracin de la tierra que impide resolver el problema agrario; la presencia desigual del Estado en las periferias del pas, aunado a una integracin territorial precaria y un creciente abandono del pas rural; la prevalencia de una economa extractiva que no solo desconoce los derechos de sus legtimos e histricos propietarios, sino que depreda, arrasa y acumula sin generar un desarrollo social sostenible.
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Los orgenes, las dinmicas y el crecimiento del conflicto armado Los problemas persisten a tal punto que en la historia del conicto armado encontramos esfuerzos reiterados por afrontarlos. Muchos de ellos han resultado fallidos porque han sido fragmentados y residuales. Otros han sido frustrados por la frrea oposicin de sectores polticos y econmicos, entre ellos segmentos de las lites nacionales y muchos poderes regionales, unos tradicionales y otros emergentes, que han logrado impedir la transformacin de las estructuras antidemocrticas, excluyentes e inequitativas. Unos ms han sido instrumentalizados e integrados a las estrategias de guerra. La historia del conicto en Colombia muestra, en consecuencia, un recetario de soluciones aplazadas de manera permanente. Pero, como ilustra el captulo, la guerra no solo obedece a factores internos. Las tensiones internacionales, las agendas de las llamadas potencias mundiales, los movimientos revolucionarios, y tambin las dinmicas de los mercados legales e ilegales han incidido no solo en los referentes ideolgicos y las polticas gubernamentales, sino en los recursos y la economa que alimentan el conicto. A esto se suma el papel dinamizador del narcotrco, que irrig el conicto armado no solo con nuevos y abundantes recursos, o con nuevos actores y ms ejrcitos, sino con profundos cambios culturales asociados con un ascenso social expedito. Este ascenso se convirti en referente para amplios sectores de la sociedad. Su poder corruptor ilimitado perme la poltica y coopt el Estado, pero tambin su violencia devastadora sacudi los cimientos del Estado y encontr en el conicto armado una oportunidad para prolongarse y alcanzar reconocimiento poltico bajo distintas banderas. El narcotrco no fue un mero factor externo que se agreg al conicto armado. Al contrario, se reinvent y pervivi en las mismas condiciones geogrcas, sociales y econmicas donde estaba situado el conicto y permiti que este continuara. Lleg a imbricarse tan profundamente con estas condiciones que algunos autores han armado que la expansin de los cultivos ilcitos no es sino la expresin ms crtica del problema agrario nunca resuelto, o que la concentracin de la tierra no puede entenderse sin la contrarreforma agraria derivada de la compra masiva de terrenos por parte de los narcotracantes. La historia de la guerra en Colombia deja ver, por otra parte, un esfuerzo sistemtico de bsqueda de salidas polticas y negociadas. Son esfuerzos que han comprometido e ilusionado a un amplio sector del pas con la posibilidad de un escenario libre de enfrentamientos y trmites violentos que permitan que el pas se enrute hacia la construccin de una paz duradera. Reformas constitucionales, treguas, amnistas, sometimientos a la justicia, gestos humanitarios, entre otros, hacen parte del inventario de esfuerzos por buscar salidas a la guerra. El saldo es una serie de fracasos, de logros y, sobre todo, de lecciones aprendidas que no pueden ser ignoradas en el escenario del actual proceso de paz y que ojal pongan a Colombia en un camino de reinvencin democrtica.
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Toma del Palacio de Justicia. Fotografa: Fundacin Carlos Pizarro, archivo Semanario Voz.1985.
CAPTULO III
aunque de manera ambigua, pues sent las bases de perversas prcticas clientelares en la rama, por el Plebiscito de 1957, que estableci el mecanismo de cooptacin para la eleccin de los funcionarios de la rama judicial. Debido en parte a esta tradicin de independencia, en ciertas ocasiones la justicia ha opuesto ecaz resistencia tanto a tendencias caudillistas que amenazaban la continuidad democrtica como a fenmenos de macrocriminalidad que han conseguido capturar hasta cierto punto otras instituciones del Estado. Es importante, sin embargo, no sobreestimar la importancia de la relativa independencia judicial, pues lo cierto es que la igualmente histrica debilidad de la justicia debido algunas veces a la precariedad de sus recursos investigativos, otras a las condiciones de seguridad en las que trabajan sus funcionarios y otras ms a prcticas corruptas que desvan al aparato judicial del cumplimiento de sus funciones la condena a tener graves problemas de ecacia de cara a los mltiples desafos que plantea una guerra degradada como la nuestra. Las altsimas cifras en materia de impunidad y la enorme variedad de mecanismos de impunidad documentados por el GMH en relacin con delitos de gran impacto como son las graves violaciones a los Derechos Humanos y las infracciones al Derecho Internacional Humanitario cometidas en el contexto del conicto armado interno colombiano ilustran la precariedad del aparato judicial en materia de ecacia.1 En cualquier caso, los graves problemas que enfrenta la justicia penal en materia de ecacia no la vuelven irrelevante. Prueba de ello es la constancia y masividad con la que sus funcionarios son atacados con el
1. La Comisin Asesora de Poltica Criminal, al analizar la ecacia del sistema penal frente a delitos graves como el homicidio, concluy que las condenas por los homicidios ocurridos en distintos aos fueron equivalentes al 5,9% de las entradas por dicho delito en el 2005, al 3,8% en el 2006, 3,3% en el 2007 y 2,7% en el 2008, lo cual equivale a tasas de impunidad cercanas al 95% para un crimen tan grave (Comisin Asesora Poltica Criminal, prrafo 89).
INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica n de impedir que se lleven a cabo investigaciones rigurosas y juicios justos. Si, como a veces se ha sugerido, la razn por la cual se mantiene la independencia de la justicia fuera que nadie cree que sea capaz de cumplir su cometido, no habra razn para el encarnizamiento del que por momentos han sido objeto los operadores de justicia. De manera, pues, que una justicia relativamente independiente convive paradjicamente con altos niveles de impunidad debidos en buena medida a sus problemas histricos de ecacia y con la injerencia ms o menos visible y ms o menos oculta de actores armados legales e ilegales que han pretendido a veces con xito limitar su alcance, instrumentalizar su ejercicio o volverla irrelevante para la resolucin de conictos en las comunidades. El tercer elemento particular de Colombia es la presencia territorialmente diferenciada de la justicia, expresada en la existencia de un conjunto ms o menos incoherente e inestable de rdenes jurdicos, algunos articulados a prcticas violentas y excluyentes, repartidos por el territorio nacional. Esta caracterstica implica que para comprender el funcionamiento del aparato de justicia es central reconstruir los ecos regionales de los cambios normativos, es decir, la forma como las orientaciones normativas generales han sido interpretadas, transformadas e incluso a veces impugnadas o abiertamente desconocidas por los operadores judiciales locales segn sus intereses, convicciones y restricciones contextuales. As, por ejemplo, puede decirse que, desde un punto de vista normativo, en Colombia hay un orden jurdico nacional expresado en la Constitucin, las leyes y la jurisprudencia, que es hoy eminentemente liberal y cada vez ms humanitario, aunque en el pasado tena rasgos mucho ms autoritarios. Dicho orden, sin embargo, se congura de manera diferente de acuerdo con los muy diversos sentidos que operan en los planos regional y local.2 Esos ajustes y desajustes entre lo nacional y
2. Antes de la Constitucin de 1991, y en relacin con la legislacin en asuntos de orden pblico tales como el Decreto Legislativo 3398 de 1965 adoptado como legislacin permanente mediante la Ley 48 de 1968, y los Manuales de Combate Antisubversivo del Ejrcito Nacional, el orden normativo nacional, interpretado a la luz de la Doctrina de Seguridad Nacional, permiti e impuls la formacin de grupos de autodefensa que se degradaron hasta convertirse en paramilitares GMH, La Rochela. Memorias de un crimen contra la justicia (Bogot: Taurus/ Semana, 2010), 51. En ese sentido, las instancias jurdicas locales reprodujeron a su modo las indicaciones normativas del orden
lo local constituyen elementos centrales para comprender la complejidad tanto del funcionamiento de nuestro aparato de justicia como del desenvolvimiento de la confrontacin armada y su relacin con la construccin de Estado en las regiones. Pero as como la presencia territorial de la justicia ha cambiado, tambin la relacin entre la justicia y la guerra lo ha hecho en el tiempo. Por un lado, es indudable que en la historia reciente del pas la justicia ha tenido impactos histricamente diferenciados sobre la dinmica del conicto armado. A travs de cambios en los criterios de judicializacin (cul es el marco con que se juzga?)3 y los patrones efectivos de juzgamiento (cmo y a quines se juzga efectivamente?), la justicia ha generado incentivos que contribuyen, o bien a reproducir el conicto armado (ejemplo de ello es la alta impunidad en relacin con delitos de alto impacto cometidos en zonas de conicto armado, que hace que all la probabilidad de castigo sea muy baja y que por lo tanto un buen nmero de personas opte por la ilegalidad), o bien a detener algunas de sus dinmicas, como es el caso de las investigaciones judiciales de las alianzas entre polticos y paramilitares llevadas a cabo por la Corte Suprema de Justicia, orientadas entre otras cosas a poner n a uno de los engranajes que explican la larga duracin de la guerra.
nacional haciendo posible, con su accin y su omisin, el surgimiento y consolidacin de fuerzas represivas al servicio de un modelo de dominacin en crisis. Despus de la Constitucin de 1991, y a medida que normativamente se interioriza el discurso de los Derechos Humanos, los rdenes jurdicos regionales expresan ms bien la dispersin de los mecanismos de dominacin y la captura que de ellos hacen actores ilegales, ya sea porque se apropian directamente de ellos (como el caso de la direccin seccional de Fiscalas de Medelln en la poca de Guillermo Len Valencia Cossio, profundamente infiltrada por hombres bajo el mando de alias Don Berna, vase: radicado n. 30.690 del 9 de marzo del 2011, Sentencia condenatoria de la Sala de Casacin Penal de la Corte Suprema de Justicia contra Guillermo Len Valencia Cossio, magistrado ponente: Jorge Luis Quintero Millanes) o porque con el poder de sus armas solo permiten que la justicia se ocupe de lo que a ellos no les importa. 3. Por el marco en el que se juzga nos referimos a aspectos determinados por la normatividad vigente, tales como qu tipo de acciones son consideradas legtimas y cules delictivas, qu actores y bajo qu circunstancias se reconocen como participantes legtimos del conicto, a cules de ellos se les reconoce estatus poltico y a cules no, entre otros asuntos comprendidos en el marco de la Constitucin y las leyes.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana Tambin la justicia ha tenido impactos en los comportamientos estratgicos de los actores armados. Al respecto, cabe recordar lo expuesto en el captulo 1, en el sentido de que los patrones de violencia e incluso las prcticas de crueldad a veces se ajustan a criterios jurdicos. As, por ejemplo, en el caso del repertorio de violencia del paramilitarismo, el paso de las grandes masacres a las acciones ms selectivas y de menor envergadura, adems de adaptarse mejor a los intereses de consolidacin de un territorio ya relativamente conquistado, se ajustaba tambin a un esfuerzo de invisibilizacin de la violencia ante las categoras del Derecho Penal Internacional incluidas en el Cdigo Penal del 2000. Esa invisibilizacin parcial desorientaba la investigacin, pues una cosa es investigar masacres y otra homicidios aislados, y atenuaba la mala imagen del pas ante la comunidad internacional en materia de proteccin de Derechos Humanos. En trminos generales, el funcionamiento de la justicia puede entonces terminar potenciando, modelando, atenuando o simplemente permitiendo que el conicto armado contine con su dinmica sin obstaculizarlo. Por otro lado, y en direccin inversa, la dinmica del conicto armado tambin ha producido impactos histricamente diferenciados sobre el sistema judicial. En algunos periodos, por ejemplo, ha sido claro que ciertos grupos armados, algunos con mayor intensidad que otros, han recurrido a la estrategia de victimizar a funcionarios judiciales, ya sea por su pertenencia al sistema judicial (casos en los que la violencia es indiscriminada contra la rama judicial), o por casos especcos en los cuales participaban (violencia selectiva contra operadores judiciales). En otras ocasiones, las acciones de los grupos armados, o el desenvolvimiento del conicto como fenmeno complejo, han modelado la forma en que el sistema judicial acta, tanto en la determinacin de reformas normativas e institucionales (como el punitivismo creciente o la normalizacin de lo excepcional mediante instituciones como la justicia sin rostro), como en el funcionamiento del sistema (creando, por ejemplo, sesgos en la administracin de justicia). Por supuesto, en la relacin entre guerra y justicia hay mltiples mediaciones que impiden que los vnculos entre una y otra sean directos o estrictamente causales. A lo largo de este captulo se presentan algunos
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ejemplos de esa compleja interaccin. Si bien no son los nicos casos, e incluso puede ser discutible el sentido en que se producen (es decir, si ocurren como resultado de una accin con origen en el sistema judicial o en la dinmica del conicto armado), resultan ilustrativos del tipo de relaciones que se han entretejido entre la justicia y la guerra en Colombia. Este captulo consta de tres partes. En la primera se caracteriza la relacin entre guerra y justicia antes de 1987, poca en que las relaciones entre guerra y justicia se enmarcan en un contexto de excepcionalidad en el manejo de problemas de orden pblico, que en la prctica implicaba la delegacin en la justicia castrense de aquellos casos que se constituyeran en amenaza al orden y a la seguridad pblica. El periodo se abre con la expedicin de un Cdigo de Procedimiento Penal en 1971 que crea la Direccin de Instruccin Criminal dentro de la rama judicial y se cierra con la sentencia de la Corte Suprema de Justicia que declara inconstitucional el juzgamiento de civiles por tribunales militares. El segundo periodo, descrito en la segunda parte de este captulo, est circunscrito a los aos 1987-1992, ao en el que comienza a funcionar la Fiscala General de la Nacin. Se trata de un periodo, en muchos aspectos fundacional, caracterizado por un enorme dinamismo en materia de reformas al sistema judicial en general, y al judicial-penal en particular, que tiene lugar en el contexto de las discusiones de la Asamblea Nacional Constituyente y de unas negociaciones fallidas con el narcotrco que condujeron al Estado a un enfrentamiento agudo contra el Cartel de Medelln. El tercer periodo, con el que cerramos este captulo, va desde 1992 hasta nuestros das. Desde la puesta en marcha de la Fiscala General de la Nacin, pasando por las importantes reformas introducidas en el 2000 (Sistema Mixto) y el 2004 (Sistema Penal Acusatorio)4, hasta las discusiones actuales en torno a la justicia transicional, se ha congurado una etapa parcialmente distinta, caracterizada por la tecnicacin progresiva
4. Por medio de la Ley 600 del 2000 se introdujo un sistema procesal penal mixto; luego la Ley 906 del 2004 implement un sistema de tipo acusatorio.
INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica de la investigacin criminal, la introduccin de la carrera judicial en la rama, el protagonismo creciente de los jueces en materia poltica y el desborde de la justicia por obra de altsimos niveles de violencia, ampliamente superiores a los registrados en cualquier otro momento de nuestra guerra. vieja data.6 Pese a que el Frente Nacional se plante como un acuerdo paritario para el ejercicio del poder, capaz de garantizar el retorno a los cauces institucionales quebrantados por la dictadura de Rojas Pinilla, lo cierto es que nunca pudo escapar de la excepcionalidad caracterstica de la dictadura y, en vez de salir denitivamente de ella, opt por institucionalizar algunos de sus mecanismos. Esa excepcionalidad, sin embargo, no se aplicaba ya para afrontar los resentimientos de la violencia partidista, sino que fue la base de una intensa violencia de carcter clasista, contrainsurgente y anticomunista, atizada por las tensiones geopolticas de la Guerra Fra. De hecho, muchas de las herencias del Gobierno castrense de Rojas Pinilla permanecieron intactas. Para solo mencionar un ejemplo, el Cdigo Penal Militar que extenda la jurisdiccin militar ante graves amenazas al orden pblico fue aprobado por la Junta Militar antes de entregar el poder al bipartidisimo civil,7 el cual lo convirti en el derecho sustantivo aplicable en contextos de normalidad a travs de la Ley 141 de 1961. Fue bajo este Cdigo y sus posteriores reformas que la jurisdiccin penal militar se extendi hasta tener competencias para juzgar, a nales de los aos setenta, alrededor del 30% de los tipos penales denidos en el Cdigo Penal. Y as, bajo el rgimen procesal inquisitivo de los Consejos de Guerra, fueron juzgados no solamente guerrilleros, sino tambin sindicalistas, estudiantes, obreros y opositores polticos.8 As pues, la re6. El primer antecedente del juzgamiento de civiles por parte de los militares se encuentra en los decretos extraordinarios 1640 y 1962 de 1944, que fueron una reaccin del segundo Gobierno de Alfonso Lpez Pumarejo para sancionar a los civiles que colaboraron con los militares para intentar derrocarlo. El desarrollo legal de la autorizacin de militares para juzgar civiles se hizo a travs de la Ley 3 de 1945. Martha Perdomo Chamucero, De la Violencia al Frente Nacional: evolucin de la justicia penal militar como instrumento de represin poltica y sancin de la protesta social (Tesis de Maestra para optar por el ttulo de Magster en Estudios Polticos, Universidad Nacional de Colombia, 2010). 7. Se trata del Decreto extraordinario 0250 de 1958, el cual fue expedido por la Junta Militar ocho das antes de que volvieran a sesionar las Cmaras Legislativas. Perdomo, De la Violencia. 8. Rodrigo Uprimny, Las transformaciones de la administracin de justicia en Colombia, en El caleidoscopio de las justicias en Colombia. (Bogot: Siglo del Hombre, 2001), 277.
5. Mario Carranza, Fuerzas Armadas y estados de excepcin en Amrica Latina (Mxico: Siglo XXI Editores, 1978).
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana presin a travs de la justicia penal militar fue un continuo entre la fase tarda de la dictadura y la tradicin de los gobiernos civiles hasta nales de la dcada de los ochenta. Con el Gobierno de Rojas Pinilla, los militares se posicionaron en el papel de afrontar los problemas de orden pblico, absorbiendo buena parte de la jurisdiccin penal ordinaria. Segn Galln, los Gobiernos del Frente Nacional aceptaron tcitamente que los militares continuaran cumpliendo ese rol a cambio de que la administracin pblica quedara bajo el control de los partidos.9 A esta divisin de roles entre sectores dominantes, se sumaron posteriormente los gremios empresariales ms poderosos, en cuyas manos qued la administracin de la economa, para congurar as una estabilidad poltica que termin generando un fraccionamiento institucional cada vez mayor.10 Esta segmentacin se vino a corregir en parte con la Reforma Constitucional de 1968 que moderniz el Estado y dot al Ejecutivo de instrumentos para la gestin econmica. Y en lo que tiene que ver con la restriccin a la excesiva autonoma del Ejrcito para encargarse de las polticas de seguridad y la judicializacin de los delitos que atentaran contra el orden pblico, hubo que esperar hasta nales de los ochenta y principios de los noventa, cuando el control judicial sobre los estados de excepcin se hizo ms estricto y el cambio constitucional le rest injerencia en la justicia penal a los militares. Entre 1949 y 1991 Colombia estuvo ms de 30 aos bajo estado de sitio. En los 21 aos transcurridos entre 1970 y 1991 Colombia vivi 206 meses bajo estado de excepcin, es decir, 17 aos, lo cual representa el 82% del tiempo transcurrido.11 El hecho de que la excepcionalidad se convirtiera en la regla durante este periodo tuvo impactos muy negativos sobre la justicia, el Estado de derecho y la democracia.
9. Gustavo Galln, La repblica de las armas. Relaciones entre fuerzas armadas y estado en Colombia 1960-1980 (Bogot: CINEP, 1983). 10. Rodrigo Uprimny, Las transformaciones de la administracin de justicia, 266 y siguientes. 11. Mauricio Garca Villegas, Constitucionalismo perverso. Normalidad y anormalidad constitucional en Colombia: 1957-1997, en El caleidoscopio de las justicias en Colombia, 317-370.
En primer lugar, porque implic la prdida de muchas vidas y masivas vulneraciones a los Derechos Humanos por el recorte permanente de las garantas constitucionales y las libertades pblicas. En segundo lugar, porque gener una inestabilidad jurdica muy compleja de asimilar por el aparato judicial, que inuy de manera signicativa en su inecacia. En tercera medida, porque el recurso al derecho penal como forma preponderante de resolver los conictos desvaloriz caminos ms consensuados para gestionarlos, con el agravante de que, lejos de solucionarlos, reprodujo ciclos de violencia por el carcter excluyente del rgimen poltico; as, cuanto ms creca el aparato represivo, ms creca el delito y el conicto que el mismo aparato quera resolver.12 En cuarta instancia, porque debilit la justicia ordinaria al hacerla pasar a un segundo plano y restarle capacidad para resolver los conictos cotidianos. Se trataba entonces de un crculo vicioso porque quienes queran continuar aanzando la injerencia de los militares en la justicia penal alegaban que la justicia ordinaria era inecaz y demasiado demorada en comparacin con la justicia castrense, lo cual a su vez le restaba legitimidad y apoyo poltico a la primera, e impeda fortalecerla y concebirla como un instrumento adecuado para prevenir el conicto armado.13 Y, nalmente,
12. Garca Villegas, Constitucionalismo perverso. 13. Perdomo, De la Violencia. La justicia fue el blanco predilecto de ataques por parte de presidentes de muy distintas tendencias. Tres casos ilustran esta vulnerabilidad de la justicia ante las dems ramas del poder pblico. Estas eran las palabras de Laureano Gmez en la instalacin del Congreso en 1951: La Administracin de Justicia es ms un botn poltico que un campo de accin para la equidad y la tica. Los Jueces se distribuyen en proporcin al sufragio universal, y desde el ms bajo de la jerarqua, hasta el ms meritorio de los Magistrados, debe pagar tributo a su partido, a sus directivas y a las consignas que stas le imponen. El general Rojas tambin atac duramente a la justicia en sus discursos pblicos tildndola de ser el engao ms vergonzoso, el mayor obstculo para la convivencia nacional y un permanente desprestigio de las ramas principales del Poder Pblico. Finalmente, el Partido Liberal tampoco escap a este escepticismo frente a la justicia, pues pareca ancar sus esperanzas ms en el Ejrcito que en la rama jurisdiccional para gestionar la conictividad social: la nica valla contra el desorden es la de una legitimidad apoyada lealmente por las Fuerzas Armadas. Un da es la huelga de los mineros, otro da la de los bancos, otro la de los comerciantes, otro la de los profesores universitarios, otro la de los empleados del transporte; mil dieces de mayo separados que comprometen la estabilidad de todos los Gobiernos, cuyo nico punto de apoyo es el juramento de delidad del Ejrcito a la Constitucin.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica porque debido a que la excepcionalidad implicaba una respuesta coyuntural al fenmeno del conicto por parte de los gobiernos de turno, esto restringi las posibilidades de establecer una poltica criminal consistente y sujeta al debate democrtico. Ahora bien, la debilidad institucional a la que qued expuesta la justicia bajo estas circunstancias se combin con disposiciones orientadas a garantizar su independencia frente a la poltica. En efecto, en el plebiscito de 1957 que dio inicio al Frente Nacional se estableci el mecanismo de cooptacin y autoconformacin de los funcionarios judiciales como una garanta que la Junta Militar exigi para evitar un control de los partidos sobre la conformacin de las cortes que pudiera conducir a juicios de responsabilidad posteriores contra los miembros de la Junta.14 El sistema anterior establecido con la reforma constitucional de 1945 contemplaba que los magistrados de la Corte Suprema deban ser elegidos por las Cmaras Legislativas de ternas presentadas por el presidente. Estos altos dignatarios nombraban a los magistrados de Tribunal tomando en cuenta la representacin que tenan en las Asambleas Legislativas. Y estos ltimos a su vez elegan a los jueces municipales. El sistema creado con el Frente Nacional conserv el nombramiento paritario en la Corte Suprema de Justicia y con ello la cuota de reparticin burocrtica entre los partidos en un sector de la rama judicial caracterstica de lo que Jonathan Hartlyn denomin democracia consociacionalista15, pero con la diferencia de que sera ahora la propia Corte quien elegira a sus miembros y de que la autoconformacin de la rama se mantendra sin ningn criterio poltico formalmente establecido, aunque no se descarta que terminara operando de facto. Mediante el Decreto 251 de 1957 se extendi este rgimen de cooptacin para el caso del Consejo de Estado.16
14. Mauricio Garca Villegas, Csar Rodrguez y Rodrigo Uprimny, Justicia para todos? Sistema judicial, derechos sociales y democracia en Colombia (Bogot: Editorial Norma, 2006). 15. Jonathan Hartlyn, La poltica del rgimen de coalicin. La experiencia del frente Nacional en Colombia (Bogot: Tercer Mundo Editores, 1993). 16. Carlos Ariel Snchez, La administracin de justicia en Colombia en el Siglo XX. Desde la Constitucin de 1886 a la Carta Poltica de 1991, Revista Credencial Historia 136 (2000), consultado el 3 de junio del 2013, http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/credencial/abril2001/136sxx.htm.
La autonoma ganada por la rama judicial por esta nueva estructura orgnica result, sin embargo, paradjica, pues debido a su precariedad administrativa y a la subordinacin presupuestaria al Ejecutivo, no tena capacidad real de autogobierno. Adems, el sistema de cooptacin fue objeto de crticas porque generaba una tendencia al corporativisimo y al clientelismo judicial. Cabe anotar que el hecho de que el nombramiento de los magistrados de Tribunal dependiera de la Corte Suprema, y el de los jueces de los primeros, congur un sistema de control estricto que impidi la renovacin de criterios interpretativos en la prctica judicial, pues sujetaba la permanencia y designacin de los funcionarios judiciales a sus superiores jerrquicos y era de esperarse que, bajo este esquema, no llegaran a la judicatura personas que se distanciaban crticamente de la jurisprudencia de las altas cortes.17 A estos factores de dependencia y debilidad institucional de la rama judicial se sumaban tres elementos adicionales que hicieron patente su crisis desde nales de los setenta, pero particularmente en la segunda mitad de los ochenta: 1) una suerte de pluralismo jurdico perverso, que se caracteriz por el desarrollo de justicias paralelas; as, en las zonas afectadas por el conicto armado se impona la justicia guerrillera o antisubversiva y en las zonas urbanas el rgimen de excepcionalidad ya descrito desplazaba a la justicia penal ordinaria imponiendo, de forma recurrente, sanciones ms gravosas y desconociendo los derechos polticos y sindicales;18 2) el impacto del conicto sobre los funcionarios judiciales, por el hecho de que los afect directamente en cuanto vctimas19 y porque condicionaba sus decisiones judiciales por la va del miedo o del amedrentamiento,20 3) la percepcin general de impunidad y los
17. Garca, Rodrguez y Uprimny, Justicia para todos? 18. Garca, Rodrguez y Uprimny, Justicia para todos? 19. Segn datos de la Comisin Andina de Juristas, entre 1970 y 1991 cerca de 290 funcionarios judiciales fueron asesinados. Comisin Andina de Juristas, Justicia para la Justicia. Violencia contra jueces y abogados en Colombia: 1979-1991 (Bogot: Comisin Andina de Juristas, Seccional Colombiana, 1992). Para un anlisis de los periodos de la violencia contra la justicia, vase: GMH, La Rochela, captulo 6. 20. La amenaza de los grandes carteles de la droga contra el Estado fue de tal magnitud que alcanz a amedrentar los ms altos niveles de la justicia. Vase: Mauricio Garca
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana problemas de congestin y morosidad de la administracin de justicia.21 Por estas razones, desde el periodo que nos ocupa, el problema de la justicia se convierte en uno de los principales motivos de discusin pblica y se plantean varios intentos de reforma judicial que no prosperan sino hasta el periodo que se analizar posteriormente y que coincide con los prembulos de la Constitucin de 1991.22 Cabe anotar que con la llegada de Belisario Betancur al poder en 1982 ocurri un giro estructural en la manera como el Estado empez a afrontar el conicto armado. Un cierto agotamiento de las vas autoritarias para combatir la subversin y la importancia creciente que adquira el tema de la paz, inicialmente como bandera del liberalismo y luego del M-19, llevaron al presidente Betancur a adoptar una estrategia de apertura democrtica, que oscilaba en ocasiones hacia el enfoque militarista tradicional, de modo que comenz el periodo de lo que, en concepto de Pardo, podra denominarse como la guerra dentro de los dilogos de paz.23 El tratamiento del conicto que hace Betancur de reemplazar los desarrollos ms punitivistas de la doctrina de seguridad por un proceso de tenderle la mano a los alzados en armas genera un punto de no retorno de tal modo que, cuando hay que volver a afrontar el conicto ofensivamente, con el cambio del marco jurdico anterior, ya no estn dadas las condiciones para hacerlo bajo los mtodos propios de la excepcionalidad del pasado. Surgen aqu las bases de la estrategia contrainsurgente de carcter paraestatal y de la guerra sucia que se recrudecera en el transcurso de la dcada. De esta forma, las desapariciones aumentan, al igual que las amenazas y asesinatos por razones polticas, mientras que la cantidad de detenciones ociales es menor.24 Hay pues un desplazamiento de los instrumentos y mtodos con los cuales se efecta la confrontacin. Por ltimo, es preciso anotar que pese a la debilidad estructural de la justicia para afrontar las vulneraciones masivas a Derechos Humanos y la subordinacin de la justicia penal a la poltica de orden pblico y a la jurisdiccin castrense, durante esta poca se dieron los primeros brotes de expresin activa de la independencia judicial, que algunos han caracterizado como activismo judicial y que en principio generaron muchas resistencias del Poder Ejecutivo. Tambin empiezan a formularse denuncias por parte de funcionarios del ministerio pblico, pese a las
23. Rafael Pardo Rueda, La historia de las guerras (Bogot: Ediciones B, 2004). 24. Rodrigo Uprimny y Alfredo Vargas, La palabra y la sangre: violencia, legalidad y guerra sucia, en La irrupcin del paraestado, comp. Germn Palacio (Bogot: CEREC, 1990).
Villegas y Javier Revelo, Estado alterado. Clientelismo, mafias y debilidad institucional en Colombia (Bogot: Dejusticia, 2010). Un ejemplo palmario de ello fue el efecto de las presiones violentas sobre la Corte Suprema de Justicia para que declarara inexequible, en dos oportunidades (a travs de las sentencias de 12 de diciembre de 1986 y 25 de junio de 1987) la incorporacin del tratado de extradicin firmado con los Estados Unidos a la legislacin interna. 21. Segn datos de Tirado Meja (1989) a mediados de los ochenta nicamente el 20% de los delitos que se cometan llegaba a conocimiento de las autoridades, y de ese 20% tan solo un 4% obtena solucin mediante sentencia, lo cual no implicaba obligatoriamente una sancin efectiva a los responsables. El nmero de casos pendientes en la justicia penal era, a inicios de 1982, de ms de 1.300.000 [] Segn Fernando Gaitn (1995: 328), la probabilidad de que alguien en 1990 fuese acusado por un delito era del 3,2%, y la de que fuera condenado del 2,6%. Garca, Rodrguez y Uprimny, Justicia para todos?, 273-274. 22. El primer intento se realiz bajo el gobierno de Alfonso Lpez mediante el Acto Legislativo N 2 de 1977 (tambin conocido como pequea constituyente), el cual tena como objetivo reformar el Ministerio Pblico, el Consejo de Estado, la Administracin de Justicia y la Jurisdiccin Constitucional. Esta convocatoria a una Asamblea Constituyente fue declarada inexequible por la Corte Suprema de Justicia, mediante sentencia del 5 de mayo de 1978. El segundo intento lo realiz la administracin Turbay mediante el Acto Legislativo N 1 de 1979 que fue declarado inexequible por la Corte Suprema de Justicia en sentencia del 3 de noviembre de 1981. Esta reforma le confera facultades al presidente para reorganizar los Distritos Judiciales y para crear y suprimir juzgados; tambin creaba el cargo de Fiscal General de la Nacin y el Consejo Superior de la Judicatura, limitaba el periodo de los magistrados de las altas cortes y extenda la carrera administrativa al resto de la rama. La inexequibilidad de estas dos reformas podra interpretarse como un signo de la independencia de la Corte Suprema frente al Poder Ejecutivo en virtud de la reforma del 57, sin embargo, para Nemog, la declaratoria de inexequibilidad de la segunda trunc el proceso de modernizacin del aparato de justicia por apegarse a criterios excesivamente legalistas y querer proteger las cuotas burocrticas que los partidos tenan en ciertos juzgados municipales. Gabriel Ricardo Nemog Soto, Contexto social y poltico de las transformaciones institucionales de la administracin de justicia en Colombia, en El caleidoscopio de las justicias en Colombia.
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amenazas que se cernan sobre ellos, de la participacin de los militares en la guerra sucia. Como ejemplo de esta mayor independencia judicial, baste mencionar las sentencias de la Corte con las que se declararon inexequibles varias reformas constitucionales o aquella en la que el mximo tribunal jurisdiccional modic su jurisprudencia y declar contrario a la Constitucin el juzgamiento militar de civiles.25 Tambin vale la pena destacar el primer informe de la Procuradura que ocialmente reconoca la existencia del paramilitarismo en ese entonces representado por el movimiento contrainsurgente Muerte a Secuestradores y su relacin profunda con algunos sectores de la Fuerza Pblica y con los narcotracantes. Todos estos seran antecedentes fundamentales para el periodo posterior en que la justicia intentara, mediante una serie de reformas, dejar atrs la lgica amigo-enemigo y la conversin del carcter general y abstracto de las normas penales en estrategias selectivas de combate a la subversin y represin de movimientos sociales.26
25. Sentencia del 5 de marzo de 1987, Corte Suprema de Justicia, Sala Plena. 26. Garca, Rodrguez y Uprimny, Justicia para todos?
El juez de instruccin era entonces el encargado de abrir investigacin formal o sumario una vez conocida la noticia criminal, y tena facultades para ordenar la prctica de pruebas y para calicar el sumario (es decir, decida si la investigacin daba lugar a una resolucin acusatoria o a la cesacin del procedimiento). En el ordenamiento jurdico actual su gura es ms cercana a la del scal, solo que el juez de instruccin criminal tena muchas ms facultades judiciales que las que tiene cualquier scal tras la implementacin en Colombia de un sistema penal acusatorio. Sin embargo, esos jueces actuaban de manera aislada y descoordinada y no hacan parte de una gran institucin como la Fiscala. Por su parte, el juez que ejerca las funciones de conocimiento tambin contaba con ms potestades que los jueces de conocimiento actuales, pues no se limitaba a valorar lo que allegaran las partes al proceso, sino que tambin poda ser activo solicitando motu proprio la realizacin de las pruebas que considerara necesarias en el proceso judicial. En suma, mientras el juez de instruccin haca su trabajo en el contexto de un sistema penal de carcter ms inquisitivo, el scal y el juez de hoy trabajan
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana a medida que se fortalecen las tendencias acusatorias dentro del sistema judicial-penal.27 Una lectura detallada de algunos expedientes que pasaron por la justicia de instruccin criminal permite hacer al menos tres observaciones en relacin con su ecacia y sus limitaciones.28 Primero, en un buen nmero de casos, la investigacin parece estar orientada de manera independiente por jueces instructores y scales de la Procuradura. No era extrao que la justicia ordinaria vinculara prontamente a militares, cuando era razonable hacerlo, en procesos relacionados con graves violaciones a los Derechos Humanos, aun cuando ello implicara afectar sus condiciones de seguridad o sufrir bloqueos en la investigacin (para la poca, en efecto, el cuerpo de polica judicial haca parte del Ejecutivo y no de la rama judicial, razn por la cual el juez de instruccin se vea en serias dicultades tcnicas para la prctica autnoma de pruebas, sobre todo en casos que involucraban a miembros de la Fuerza Pblica).
En esa poca, como no haba los medios, un escritorio o una mesa porttil para en los campos colocar la mquina, haba que buscar una piedra o sentarse como en esa fotografa, me sent y coloqu la mquina en las piernas y se adelant la inspeccin, una especie de reconstruccin, ah recib unas declaraciones, se hizo la reconstruccin de esos hechos. Belisario Poveda, julio de 2009. Fotografa: Archivo fotogrco de Belisario Poveda .
27. Las diferencias entre sistemas penales inquisitivos, acusatorios y mixtos son objeto de interminables discusiones entre los tericos. En trminos generales, es posible sealar al menos dos cosas. La primera es que en un sistema inquisitivo no estn claramente separadas las funciones de aquel que instruye el sumario en relacin con las funciones de aquel que tiene que fallar el caso. Quien investiga es tambin a veces quien juzga. En un sistema propiamente acusatorio, juez e instructor son personajes completamente distintos, al punto que un instructor cuenta con ciertas restricciones para practicar pruebas, como por ejemplo la necesidad de ser autorizado por un juez con funciones de control de garantas. Existe pues un control judicial externo e independiente a las labores de los scales que son susceptibles de afectar derechos. Adicionalmente, en un sistema de tipo acusatorio solo es prueba lo que se decide que es prueba en el juicio, mientras en un sistema inquisitivo el instructor, como tambin es juez, puede practicar pruebas. La segunda diferencia es que en el sistema acusatorio predomina procesalmente el principio de oralidad que, se supone, garantiza de mejor manera el respeto de las garantas procesales al hacer que el proceso sea pblico. En el sistema inquisitivo predomina, al contrario, el examen minucioso de los ocios escritos en la privacidad de los despachos judiciales. 28. Aqu nos referimos a los expedientes consultados con ocasin de la preparacin de los informes hechos por el GMH.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Segundo, la investigacin criminal sufri tremendas deciencias en materia tcnica e investigativa. Tres de esas deciencias fueron particularmente notorias: por un lado, por las condiciones particulares en que desempeaban su ocio, era muy difcil para estos jueces recabar pruebas distintas de las testimoniales. Por otro lado, instruccin criminal no contaba con programas efectivos de proteccin de testigos. Mutuamente apuntaladas esas dos deciencias, terminan siendo los testimonios de personas expuestas a intimidaciones los que sirven de base a una investigacin posiblemente condenada al fracaso. Y nalmente, la falta de especializacin del juez de instruccin y el hecho de que actuaba en general en forma aislada le impedan concentrarse en estructuras complejas de criminalidad que estaban en la base de las graves violaciones a los Derechos Humanos que l investigaba. La tercera deciencia es ms bien una variable contextual: la situacin de excepcionalidad genera por s misma mecanismos de impunidad. El control militar del orden pblico no congura un ambiente adecuado para el funcionamiento de la justicia, tanto por las restricciones que impone para adelantar efectivamente una investigacin judicial, como por la reticencia con que la polica judicial se pona a rdenes de la justicia en casos en los que posiblemente miembros de la Fuerza Pblica estuviesen involucrados. Paralelamente al rgimen procesal penal derivado del Cdigo del setenta y uno que, a pesar de sus limitaciones, se supone era la normatividad que deba regir en tiempos de normalidad, coexistan regmenes de excepcin desarrollados a partir de las declaraciones de estado de sitio hechas por los Gobiernos de este periodo. Como sealamos ms arriba, estas declaraciones fueron muy frecuentes, pues los Gobiernos vieron en ellas una posibilidad de usar al derecho penal como herramienta para hacer frente a los problemas de orden pblico del pas. En particular, porque solan usarlas para sustraerle materias a la justicia civil y asignrselas a la castrense, lo cual se vio materializado en el restablecimiento de los Consejos de Guerra y en el aumento del nmero de delitos bajo la competencia de la justicia de los militares. Los regmenes de excepcin ampliaron progresivamente el mbito de la justicia penal militar. Al igual que el fuero penal, esta tena como fundamento normativo la Constitucin de 1886. A travs de su Artculo 170, la Carta sealaba que las cortes marciales o tribunales militares eran los entes competentes para conocer de los delitos cometidos por militares en servicio activo, de conformidad con el derecho del Cdigo Penal militar. A su vez, se entenda que de all se desprenda una excepcin al principio general de igualdad ante la ley, que daba tambin sustento constitucional a la existencia del fuero militar. El fuero entonces, como explicaremos con mayor detalle ulteriormente, era entendido como una prerrogativa con que contaban los militares, segn la cual deban ser juzgados por jueces especializados en el derecho militar y en cortes constituidas para tal n. La justicia militar, entendida como una jurisdiccin especializada para el juzgamiento de los militares por los delitos que estos puedan cometer con ocasin del servicio, estaba entonces referida en la Constitucin de 1886 nicamente al juzgamiento de militares. Sin embargo, el asesinato de Jorge Elicer Gaitn y los dems hechos ocurridos el 9 de abril de 1948 daran lugar a que la Corte Suprema de Justicia sostuviera que las violaciones a la ley militar por parte de civiles implicaba que estos deban ser sometidos a las sanciones previstas en ella. Este recurso fue retomado el 21 de mayo de 1965 por medio del Decreto 1290 del Gobierno del presidente Guillermo Len Valencia, en el que, tras la declaratoria de estado de sitio reconocido por el Decreto 1288 del mismo ao, se le dio competencia a la justicia penal militar para investigar y sancionar, por el procedimiento de los Consejos de Guerra Verbales, varios delitos y conductas antisociales denidos y castigados por la ley penal comn, con miras a reprimir rpida y severamente estos ilcitos cuya frecuente comisin ha producido grave y justa alarma social, como seal el Decreto 1886, tambin del ao 1965. Este ltimo estableci medidas para asegurarle a la justicia penal militar sucientes investigadores especializados para poder realizar el encargo que le haba asignado el precitado Decreto 1290.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana Pueden distinguirse dos tendencias en relacin con las asignaciones que, por medio de decretos de excepcin, le hizo el Gobierno a la justicia penal militar respecto del juzgamiento de civiles. En un primer periodo, como seala Cabarcas, se atribuy a los Consejos de Guerra el juzgamiento de un amplio nmero de conductas que incluan delitos polticos, delitos de peligro comn, el secuestro y la extorsin, el porte de armas, el robo, y la invasin de propiedad ajena.29 En 1984, sin embargo, esa tendencia cambi, pues se redujeron a un nmero muy limitado los delitos sobre los cuales la justicia penal militar tendra competencia para juzgar a civiles. Independientemente de cules fueran los delitos de competencia de los militares, el procedimiento de la justicia castrense para el juzgamiento de civiles constitua por s mismo una amenaza al debido proceso con defensa efectiva. En la tercera seccin veremos los ltimos captulos de esa historia. Esta extensin de la justicia penal militar para muchos delitos, en especial aquellos vinculados a conictos sociales como huelgas y pedreas estudiantiles, result muy problemtica pues afectaba gravemente el debido proceso, por cuanto los jueces militares estaban integrados, y an hoy lo estn, a las estructuras jerrquicas del Ejrcito, por lo cual carecen de la imparcialidad e independencia necesarias para administrar justicia. Adems, la regulacin procesal de los Consejos de Guerra Verbales impeda a los acusados un ejercicio efectivo del derecho de defensa. Esa situacin se mantuvo hasta 1987, cuando la Corte Suprema de Justicia, en la sentencia que citamos antes, declar inconstitucional las actividades de investigacin y juzgamiento de civiles por parte de los tribunales militares. Esta declaratoria ha sido entendida como una de las primeras muestras de independencia poltica de la judicatura frente al Ejecutivo, pues constituy uno de los ejercicios pioneros de control constitucional riguroso frente a los excesivamente complacientes que se hicieron en el pasado, y por los cuales la Corte haba permitido la vigencia indenida del estado de sitio.30
29. Gina Cabarcas, Militares, poltica y derecho. Sobre los silencios de la Constituyente de 1991 (Bogot: Universidad de los Andes, 2012). 30. Uprimny, Las transformacin de la administracin de justicia, 280.
Posteriormente, la Constitucin de 1991 cerrara denitivamente este captulo por medio de su Artculo 213, en el que establecera que en ningn caso los civiles podrn ser investigados o juzgados por la justicia penal militar, de tal forma que la justicia penal militar quedara reservada para los propios militares en uso del fuero penal. Despus de esto, las facultades que tenan los jueces castrenses se transrieron a la justicia ordinaria y a las jurisdicciones especializadas.
INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica procedi a evaluar el caso de los estudiantes a la luz de la ley de amnista y, apartndose del fallo del juez penal militar, consider que la accin de aquellos encajaba en el delito poltico de asonada y que se haba dado en conexidad con los delitos de homicidio, incendio y terrorismo, ninguno de los cuales caa en las exclusiones previstas en la misma ley. Los estudiantes recibieron entonces la amnista del Tribunal de Medelln.31 Este caso tiene la virtud de condensar los rasgos de las dcadas de los setenta y los ochenta en lo que atae al tratamiento jurdico de la guerra y de la extensin de su lgica al campo de los conictos sociales. Estas dos dcadas estn atravesadas por una dualidad que est bien representada en ese caso: de un lado, la extensin de la guerra al campo jurdico a travs del uso de un derecho penal del enemigo que se utiliza para criminalizar no solo a los alzados en armas, sino a ciertos actores sociales; y de otro lado, la bsqueda de salidas negociadas al conicto a partir del tratamiento especial a los delincuentes polticos. El Estatuto de Seguridad del gobierno de Turbay Ayala, expedido en plena vigencia del estado de sitio, constituye la mejor muestra del primer rasgo. El Estatuto no solo endureci la pena para el delito de rebelin que pas de cinco a nueve aos para quienes tomaran parte en el alzamiento, y de ocho a doce aos para quienes lo lideraran, sino que, como hemos visto, atribuy el juzgamiento de este y los dems delitos polticos a la justicia penal militar mediante el procedimiento de Consejos de Guerra Verbales. Pero por otro lado, durante el mismo Gobierno de Turbay se declar una amnista condicional que beneciaba a los responsables de delitos polticos y conexos, con lo cual conservaba su vigencia el enfoque poltico en el tratamiento de la guerra, asociado al tratamiento privilegiado de los delincuentes polticos. Se trata de un enfoque que tendi a profundizarse a partir del primer ao del Gobierno de Betancur con el levantamiento del estado de sitio, la creacin de una comisin de paz y la expedicin de una amplia ley de amnista, hechos que nalmente crearon las condiciones para la rma de acuerdos de paz con buena parte de los grupos armados en 1984.
31. Decisin del 3 de diciembre de 1982, Tribunal Superior de Medelln, Magistrado ponente Juan Fernndez Carrasquilla en Nuevo Foro Penal 520 (1983): 525.
Durante una dcada, integrantes de las guerrillas, as como activistas polticos y sociales, comparecieron ante los jueces militares para ser juzgados por el delito de rebelin, aunque no falt la ocasin en que quienes se reconocan a s mismos como militantes de los grupos guerrilleros no fueran juzgados como delincuentes polticos, sino como delincuentes comunes por la comisin de conductas como el porte de armas de uso privativo de las Fuerzas Armadas.32 Por aquella poca, resultaba posible que los agentes de Polica Judicial adscritos a las brigadas del Ejrcito Nacional en ocasiones en conjunto con miembros de las compaas de contraguerrilla practicaran allanamientos en las residencias de supuestos integrantes de las guerrillas en virtud de los mandatos proferidos por los jueces militares que tenan a cargo su juzgamiento. Esta situacin fue en un principio avalada por la Corte Suprema de Justicia al no advertir reparo de constitucionalidad frente al Estatuto de Seguridad en su sentencia del 30 de octubre de 1978 y al darle el visto bueno a algunas de las decisiones adoptadas por los jueces militares en virtud de las facultades reconocidas por el Estatuto.33 Pero tras casi nueve aos de juzgamiento de civiles por militares, la Corte vari su jurisprudencia inicial y resolvi declarar la inconstitucionalidad de este mecanismo, con lo cual los procesos penales por rebelin volvieron a la jurisdiccin ordinaria.34 La Corte jug pues el doble papel de darle va libre, en un primer momento, a un mecanismo de excepcin inscrito en la lgica de un derecho penal del enemigo, as como el de cerrrsela unos aos despus. Pero al tiempo que la Corte fue connivente en cierto momento con el uso de un instrumento de excepcin que en buena medida converta al derecho penal en un brazo legal de la guerra, tambin facilit la aplicacin de los mecanismos jurdicos orientados a incentivar la desmovilizacin de miembros de las guerrillas y a propiciar la bsqueda de salidas negociadas al conicto. Durante la dcada de los ochenta se expidieron cuatro estatutos de amnistas e indultos para delitos polticos y sus
32. Vase: Fallo del 20 de septiembre de 1988, Corte Suprema de Justicia, Sala de Casacin Penal, magistrado ponente Jorge Carreo Luengas. 33. Vase: Fallo del 20 de septiembre de 1988, Corte Suprema de Justicia. 34. Se trata de la Sentencia del 5 de marzo de 1987 de la Corte Suprema de Justicia, que ya fue citada previamente.
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Militantes del M-19 entonan el himno nacional al inicio de Consejos Verbales de Guerra celebrados por cortes marciales en la iglesia de la Crcel de La Picota en Bogot. Fotografa: Jorge Torres. El Espectador . 22 de noviembre 1979.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica conexos, dos bajo el Gobierno de Turbay y dos bajo el de Betancur.35 No se trataba de amnistas generales, pues en cada estatuto se excluan delitos que bajo ninguna circunstancia podan ser considerados como delitos polticos o conexos a estos. La amnista ms amplia fue la primera dictada en el Gobierno de Betancur, pues solo exclua los homicidios fuera de combate cometidos con sevicia, que ponan a la vctima en situacin de indefensin o inferioridad, o que se aprovechaban de esa situacin; pero las dems excluan delitos como el secuestro y la extorsin. La aplicacin de las amnistas recaa enteramente en los jueces, pues era a estos a quienes corresponda resolver las solicitudes elevadas por los posibles beneciarios. Su papel era entonces clave y ms an en aquellos casos en que su poder de denicin era amplio, tal como sucedi, por ejemplo, con la primera amnista del gobierno de Turbay, que exclua los delitos que constituyeran actos de ferocidad y barbarie, una categora que careca de una denicin legal y cuyo contenido y alcance dependa de lo que los jueces determinaran. En la precisin de este concepto por parte de la Corte Suprema es quizs donde mejor se revela la tradicin de tratamiento jurdico de los miembros de las guerrillas a partir del derecho de los conictos armados.36 Segn la denicin recurrente de la Corte, estos actos eran entendidos como los que reprueba el Derecho Internacional Humanitario o derecho de gentes, precisamente por evidenciar crueldad innecesaria en los procedimientos, y en los medios utilizados, o por comportar hostilidad, padecimientos, atemorizacin y exposicin a daos tambin innecesarios a los nios, mujeres, personas dbiles o impotentes, y en general a la poblacin civil37. La Corte Suprema fue adems clara al sealar que no todo delito cometido en combate (es decir, las lesiones personales y homicidios cometidos en contra de los soldados o el dao de bienes que constituyeran blanco militar de conformidad con las reglas del DIH) poda ser considerado per se como un acto ineludiblemente brbaro, feroz o terrorista38. Segn la jurisprudencia de la Corte, la amnista en este caso no operaba frente a los actos cometidos en contra de la poblacin civil o para los que, aun afectando nicamente a los soldados partcipes de la confrontacin armada, evidenciaran crueldad innecesaria en los procedimientos o medios. La Corte Suprema de Justicia favoreci la aplicacin de las amnistas en los trminos planteados por los Gobiernos. As, la Corte declar la constitucionalidad de la primera amnista del Gobierno de Turbay reconociendo la libertad del legislador para determinar el alcance del benecio. En palabras de la Corte: la generalidad que determina la Constitucin para la amnista no puede entenderse como una condicin que constria al legislador para extender siempre la ley a toda clase de delitos polticos y a todos sus conexos39. Pero, adems, la jurisprudencia de la Corte resalt la vigencia del delito poltico ante las tendencias de algunos jueces de instancia de encuadrar las conductas de los integrantes de las guerrillas en la categora de delitos comunes, lo cual en la prctica impeda la aplicacin de las amnistas. Por ejemplo, al procesar a militantes de grupos guerrilleros que haban sido sorprendidos con armas y propaganda subversiva en su poder, algunos jueces adelantaban el proceso solo por el delito de porte ilegal de armas sin conexin con la rebelin y en virtud de esto negaban la concesin de la amnista. En tales casos, la Corte revoc las decisiones y concedi el benecio bajo la idea de que se trataba de delitos de porte de armas en conexin con rebelin.40
35. Ley 37 de 1981, Decreto Legislativo 474 de 1982, Ley 35 de 1982 y Ley 49 de 1985. 36. Vase: Ivn Orozco, Elementos para una fundamentacin del delito poltico en Colombia, en Combatientes, rebeldes y terroristas. Guerra y derecho en Colombia (Bogot: Temis, 2006). 37. Radicado n. 12051 del 25 de septiembre de 1996, Corte Suprema de Justicia, Sala de Casacin Penal, magistrado ponente. Dr. Jorge Anbal Gmez Gallego.
38. Radicado n. 98910 de febrero de 1983, Corte Suprema de Justicia, Sala Plena, magistrado ponente Manuel Gaona Cruz. 39. Sentencia del 22 de octubre de 1981, Corte Suprema de Justicia, magistrado ponente Carlos Medelln. 40. Vase: Sentencia del 6 de mayo de 1986, Corte Suprema de Justicia, magistrado ponente Jorge Carreo Luengas; Sentencia del 26 de mayo de 1986, Corte Suprema de Justicia, magistrado ponente Lisandro Martnez Z.
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disidencias polticas, armadas o no, fuera cada vez ms criminalizante. Adems, implic que a los narcotracantes se les adscribiera de manera progresiva, aun sin que ellos estuvieran familiarizados con la idea, un modelo de pas distinto al de las lites tradicionales.41 Por esta va, la lucha crecientemente encarnizada contra el narcotrco condujo a la acentuacin de tendencias punitivistas en el sistema de justicia penal colombiano. Con el argumento de que ante la amenaza narcotracante el Estado no poda andarse con tibiezas, el alcance de la jurisdiccin militar se ampli, incluyendo nuevas conductas bajo el rtulo de amenazas al orden pblico y radicalizando, de ese modo, la lgica de poner cada vez ms civiles bajo el juicio de los militares.42 En cierto sentido, la guerra contra el narcotrco rehabilit y fortaleci mecanismos excepcionales de control del orden pblico que se entenda turbado por las disidencias polticas en un contexto de recrudecimiento de la guerra sucia. Ante esta situacin, y luego del profundo golpe que fue para la justicia la doble toma del Palacio de Justicia de noviembre de 1985, en sentencias proferidas en marzo de 1987 a las cuales ya hemos hecho mencin en el apartado anterior, la Corte Suprema de Justicia declar la inconstitucionalidad de los decretos que otorgaban a la justicia penal militar la facultad de juzgar civiles ya fuera mediante Consejos de Guerra Verbales o por procedimiento especial argumentando que tales medidas violaban el debido proceso. En respuesta al fallo de la Corte y a la profunda herida que dejaron en la justicia los acontecimientos de noviembre de 1985, el Ejecutivo dispuso
41. Vase: Ivn Orozco, Los dilogos con el narcotrco. Historia de una transformacin fallida de un delincuente comn a un delincuente poltico, en Combatientes, rebeldes y terroristas. 42. La ampliacin de la competencia de la jurisdiccin militar sobre civiles no solo se dio por la va de las asignaciones expresas de competencias, sino tambin por la ausencia de deniciones claras de los tipos penales. Como resultado de ello, el reconocimiento de competencia a la jurisdiccin penal militar era entonces la regla, y esto permita que los conictos de competencia fueran fcilmente decididos a favor de los tribunales militares.
Tras meses de lucha frontal contra el narcotrco fue asesinado el Ministro. Rodrigo Lara Bonilla. En la imagen, le ensea a algunos periodistas un video en el que aparece Pablo Escobar Gaviria, a quien haban retirado del Nuevo Liberalismo. Fotografa: Lope Medina. Revista Semana. 1985.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana la creacin de nuevos cargos de jueces de instruccin para la justicia especializada43 y, posteriormente, mediante el Decreto 1631 de 1987, y con el n de enfrentar una serie de asesinatos de guras pblicas defensoras de Derechos Humanos ocurridos en Medelln, cre la Direccin de Orden Pblico.44 Esta, que hered entonces los procesos contra civiles que anteriormente conocan los tribunales militares, aunque orgnicamente perteneca al Consejo Nacional de Instruccin Criminal y sus jueces eran nombrados por los Tribunales Superiores de Distrito Judicial, tena su direccin en la rama ejecutiva y, al igual que toda la justicia antes de la creacin del Consejo Superior de la Judicatura, dependa presupuestalmente del Fondo Rotatorio de la Justicia administrado por el Ministerio de Justicia y del Derecho. Por estas razones, algunos sostienen que la creacin de la direccin de orden pblico fue una estrategia para mantener con el barniz de lo civil una justicia que segua ocupando un lugar importante en la estrategia de guerra. Otros menos crticos dicen que fue la forma como el gobierno trat de armonizar la obligacin constitucional de que una jurisdiccin civil juzgara este tipo de casos con la implementacin del mecanismo de negociacin de penas nacido de los dilogos con el narcotrco. Sin algn grado de control por parte del Ejecutivo, la administracin de justicia poda volver imposible cualquier concesin al narcotrco. Los aos de 1987 y 1988 muestran un particular dinamismo en las transformaciones de la administracin de la justicia en general y de la justicia penal en particular. A la creacin de la jurisdiccin de orden pblico hay que sumar la expedicin del Estatuto Nacional de Estupefacientes (Ley 30 de 1986); un nuevo Cdigo de Procedimiento Penal (Decreto 50 de 1987) que ampli las funciones del juez de instruccin criminal y que estableci que los conictos de competencia entre la jurisdiccin penal militar y la ordinaria seran dirimidos por la Sala Penal de la Corte
43. Decreto 466 de 1987. 44. Las guras pblicas defensoras de Derechos Humanos asesinados en Medelln que motivaron la expedicin del Decreto fueron Hctor Abad Gmez, Leonardo Betancur Taborda, Pedro Luis Valencia Giraldo y Luis Fernando Vlez Vlez.
Suprema; la expedicin de un Estatuto para la Defensa de la Democracia (Decretos 180, 181 y 182 de 1988) que pareca ms severo que el Estatuto de Seguridad de Turbay; y la expedicin de un nuevo Cdigo Penal Militar (el Decreto 2550 de 1988). Los objetivos de estas transformaciones no fueron necesariamente complementarios. De cierto modo, como han dicho Uprimny y Vargas, lo que estaba en juego con el Estatuto para la Defensa de la Democracia que como sealamos ampli la competencia del juez de orden pblico era recuperar el dominio ante una aparente subversin de extrema derecha que haba sumido a regiones enteras en el miedo y la anomia.45 La forma de recuperar el dominio fue volviendo a las formas ms duras de la excepcin e intentando romper por esa va con la coexistencia entre excepcin y guerra sucia que la guerra contra el narcotrco haba hecho posible. Pero tambin, como seala Andreu, existi en estas transformaciones la idea de que la justicia deba ser un arma ms de combate contra el enemigo interno, que contribuyera, adems, a reducir el costo poltico que para los militares signic tener competencia sobre civiles.46 Y aun, como ha mostrado Orozco, se trataba de sumar condiciones para una posible negociacin tanto con guerrillas como con el narcotrco, asunto sobre el que volveremos en el siguiente apartado a propsito de la poltica de sometimiento del Gobierno Gaviria.47 En cualquier caso, son jueces de orden pblico los que se hacen cargo de las masacres de Segovia y La Cruzada, ocurrida el 11 de noviembre de 1988,48 y de Honduras y La Negra, en marzo del mismo ao.49 As tambin, la masacre de La Rochela (perpetrada en enero de 1989) estuvo al principio en manos de una comisin judicial especial conformada por tres jueces de orden pblico pertenecientes al distrito judicial de
45. Uprimny y Vargas, La palabra y la sangre. 46. Federico Andreu-Guzmn, Sistema judicial y derechos humanos en Colombia (Bogot: Comisin Andina de Juristas, Seccional Colombiana, 1990). 47. Vase: Ivn Orozco, Los dilogos con el narcotrco, en Combatientes, rebeldes y terroristas. 48. Juez octavo de orden pblico de Bogot. 49. Jueza segunda de orden pblico de Medelln.
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89 personas murieron en el palacio de justicia el 6 de noviembre de 1985, 11 de ellos eran magistrados titulares y 23, magistrados auxiliares y abogados suplentes de las Cortes y el Consejo. Fotografa: Archivo El Tiempo.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana Bucaramanga. La especial atencin concedida a esta masacre parece estar relacionada con el hecho de que las vctimas hacan parte del aparato judicial. El trabajo de estos jueces de instruccin, al menos en los casos arriba mencionados, merece especial reconocimiento, pues en medio de fuertes restricciones presupuestales, graves amenazas contra sus vidas y precariedad de recursos investigativos, sus investigaciones consiguieron con frecuencia orientar las miradas hacia la complejidad del fenmeno creciente de privatizacin de la represin y guerra sucia en el contexto colombiano. En el otro extremo, el caso de la masacre de Trujillo en 1990 ilustra bien las limitaciones de la recin creada jurisdiccin tanto en materia de capacidad investigativa como de independencia en relacin con otros rganos del Estado. All la descalicacin automtica y pobremente argumentada del nico testigo presencial de los hechos ocurridos en la nca Villa Paola50 y la incapacidad de allegar pruebas adicionales terminaron en la absolucin de los acusados. Pero a pesar del dinamismo inicial de las investigaciones, los procesos de Segovia y la Rochela terminaron siendo ejemplos de la debilidad de la jurisdiccin de orden pblico. Adems de la conanza excesiva en las pruebas testimoniales (pues, como ellos mismos sealaban, no tenan muchas ms opciones) y de dicultades en el uso de categoras jurdicas para representar adecuadamente los patrones en la base de los hechos violentos y los tipos de responsabilidades penales derivados, los cambios de radicacin de los procesos, la violencia contra operadores judiciales y la intrusin ms o menos permanente del poder militar ya fuera exigiendo el traslado de los procesos a la jurisdiccin penal militar o negndose a practicar pruebas ordenadas por los jueces hicieron que en trminos generales y a pesar de comprometidos esfuerzos personales los resultados de esta jurisdiccin fueran sumamente restringidos. Adicionalmente, segn Nemog Soto, basado en un estudio publicado por el Ministerio de Justicia en abril de 1990, la jurisdiccin de orden pblico ni se ocup preferencialmente de los delitos que amenazaban gravemente al orden pblico, ni produjo sucientes sentencias contra los responsables, ni fue capaz de garantizar que los sentenciados pagaran sus penas en las crceles. As, en abril de 1990: [] el 69% de los procesos en segunda instancia era por fabricacin y trco de armas y municiones, utilizacin ilegal de uniformes e insignias y amenazas personales o familiares, y el 64% de los procesos existentes en los Juzgados de Orden Pblico era por fabricacin y trco de armas y municiones, utilizacin ilegal de uniformes e insignias y amenazas personales o familiares. Solo el 15% de los procesos conocidos en segunda instancia estaban relacionados con los delitos de terrorismo, contra el rgimen constitucional y el homicidio con nes terroristas. Y solo el 22% de los delitos conocidos por los juzgados de orden pblico se originaban por delitos de terrorismo, concierto para delinquir, homicidio con nes terroristas e instigacin al terrorismo.51 Parece, entonces, que la jurisdiccin de orden pblico se ocup preferencialmente de delitos de menor impacto que eran ms fcilmente judicializables. A esto sin duda contribuy la prioridad que, con el n de descongestionar la justicia, se dio en el Cdigo de Procedimiento Penal de 1987 a los casos con sindicado conocido. Era lgico esperar que complejas estructuras criminales como las que estaban surgiendo entonces pudieran burlar con cierta facilidad a una justicia concentrada en aquellos casos en los que fuera rpidamente identicable el responsable de la conducta delictiva.52 Adicionalmente, de los 2.640 procesos de conocimiento a cargo de los juzgados de orden pblico se haba dictado sentencia en 530 casos
51. Gabriel Ricardo Nemog Soto, Reforma a la Justicia, en Justicia, derechos humanos e impunidad (Bogot: Presidencia de la Repblica, Consejera para la Defensa, Proteccin y Promocin de Derechos Humanos, 1991), 149. 52. Para profundizar en los efectos perversos de la prioridad en los casos con sindicado conocido en materia de investigacin penal, vase: Mauricio Rubio, La justicia penal. Juicio sin sumario, en El caleidoscopio de las justicias en Colombia.
50. Se trata de Daniel Arcila Neira, posteriormente asesinado aparentemente por su voluntad delatora. Vase: GMH, Trujillo, una tragedia que no cesa (Bogot: Planeta, 2008).
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Daniel Arcila, sin camisa, era un informante de la Polica, que testic en la investigacin del homicidio del padre Tiberio Fernndez Maa, prroco de Trujillo en el Valle del Cauca y de sus tres acompaantes. Daniel Arcila fue asesinado en 1991. Sus testimonios fueron desestimados por la justicia. Fotografa: Revista Noche y Niebla. CINEP .
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana de ellos. Un total de 1.069 personas haban sido objeto de sentencia. De estas, 475 (44%) haban recibido sentencia condenatoria y 594 (56%) haban sido absueltas53. As pues, solo uno de cada cinco procesos que estaban en conocimiento (es decir, que ya haban cursado la fase investigativa) era resuelto mediante sentencia y de esas sentencias ms de la mitad eran absolutorias. A esto se suman las dicultades que tuvo la unidad para aprehender ecazmente a los sujetos condenados: a enero de 1990 solo 23 condenados estaban cumpliendo pena. La jurisdiccin de orden pblico fue sucedida en esta materia por la justicia sin rostro, tambin conocida como justicia regional. La historia de la justicia sin rostro puede ser considerada como un nuevo captulo, quizs el ms sobresaliente, en la historia de la normalizacin de la jurisdiccin de orden pblico, con los atavismos en materia procesal que hemos visto y la inclusin de otros nuevos. En efecto, adems de las restricciones a las garantas procesales heredadas de la justicia especializada, mediante los Decretos 1191 y 1196 de 1989 el Ejecutivo autoriz testigos secretos en procesos de competencia de la jurisdiccin de orden pblico y dispuso que los magistrados del Tribunal Superior de Orden Pblico no tuvieran contacto con los sospechosos durante la etapa de juicio. El Estatuto para la Defensa de la Justicia,54 expedido por el entonces presidente Csar Gaviria, recoga, adems de la justicia sin rostro, las innovaciones en materia procesal puestas en marcha por la jurisdiccin de orden pblico y supona retrocesos evidentes en materia de independencia investigativa. Este estatuto otorgaba amplias facultades de Polica Judicial a las Fuerzas Militares, a la par que restaba capacidad de actuar autnomamente al Cuerpo Tcnico de Polica Judicial. Mientras las primeras podan adelantar motu proprio investigaciones preliminares, el segundo solo poda llevar a cabo aquellas investigaciones que les fueran comisionadas por decisin del juez de Orden Pblico. Adicionalmente, el Estatuto para la Defensa de la Justicia creaba mecanismos de negociacin de penas por medio de los cuales se hara frente
53. Nemog, Reforma a la Justicia, 149. 54. Decreto Legislativo 2790 de 1990.
a fenmenos de criminalidad organizada, como los relacionados con el narcotrco, cuya naturaleza y efectos abordaremos luego. Ms adelante, a pesar de lo limitado de sus resultados en la lucha contra graves amenazas al orden pblico, mediante las facultades transitorias otorgadas por la Constitucin Poltica de 1991, las disposiciones relativas a la justicia sin rostro fueron normalizadas. En un estudio evaluativo elaborado por el Centro de Investigaciones Jurdicas de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Unijus, se concluy que, primero, la justicia sin rostro tena una limitada capacidad para investigar y juzgar a los autores de hechos delictivos;55 segundo, que los mecanismos de negociacin de penas previstos en el decreto no tenan ningn impacto;56 y tercero, como en el caso de la jurisdiccin de orden pblico, que la justicia sin rostro se ocupaba preferencialmente de conductas y delincuentes que no constituan realmente graves amenazas para el orden pblico. Los gravsimos costos que tal justicia representaba en materia de garantas procesales no eran contrarrestados por una mayor ecacia en la lucha contra el crimen organizado.57
55. El estudio desagrega las limitaciones en las indagaciones preliminares, en los procesos en instruccin y en los procesos en etapa de juicio. En ese orden establece lo siguiente: los organismos de justicia regional pueden tramitar solo el 16,5% del total de las indagaciones preliminares en trmite y solo un 7,2% del total de estos procesos es impulsado a la etapa de instruccin. En cuanto a la etapa de instruccin, la justicia regional solo puede evacuar el 13,4% de los procesos en trmite y del total de procesados en esta etapa la justicia regional pudo reunir el acervo probatorio para dictar resolucin acusatoria solo en el 3,4%. Finalmente, el sistema solo puede evacuar el 55% de los procesos que se hallan en etapa de juicio (de los cuales solo 38,5% salen por sentencias). La capacidad en materia de investigacin y juzgamiento de la justicia regional es, segn estos datos, menor al 5% de la demanda de justicia. 56. En el caso de la sentencia anticipada y la audiencia especial, se hizo comn la condena de personas con escaso material probatorio (con tal de que hubiera incriminacin, la justicia distribua responsabilidades). En el caso de los benecios otorgados por colaboracin ecaz con la justicia, de las solicitudes tramitadas entre noviembre de 1993 y enero de 1995, solo el 25% se hizo por delitos de competencia de la justicia regional. En resumen, los mecanismos de negociacin de penas no contribuyeron a la desestructuracin del crimen organizado, sino que por el contrario, se convirtieron en mecanismos a travs de los cuales los grandes capos podan incidir en el marco legal a travs del cual se pretenda controlar la desviacin que ellos mismos y sus cmplices representaban. 57. Segn Mauricio Rubio, en 1999, en juicio sin sumario, la probabilidad de que un
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica La Constitucin de 1991, sin embargo, de cuyo nacimiento hablaremos a continuacin, introduce modicaciones en materia penal tan profundas que hacen necesario considerar pausadamente sus relaciones con lo que las antecedi y suscit. Si bien es cierto que la Fiscala, creada tras la nueva Constitucin, fue pensada como respuesta a la crisis de la justicia, esa constatacin no debe hacernos perder de vista que la Fiscala no se introduce con el n de mejorar lo que haba, sino de transformar radicalmente el sistema judicial-penal colombiano. creaban las condiciones de confrontaciones futuras58 o como armisticios parciales que mantenan inconclusas las guerras por el poder poltico entre fracciones de la lite.59 A su vez, las reformas constitucionales del siglo XX eran vistas como meras transformaciones formales cuyo propsito era dotar de legitimidad a un Estado cuya capacidad efectiva para arbitrar conictos y contener la violencia era cada vez ms limitada. En contraste con su pasado, la Constituyente se concibi a s misma como un espacio de inclusin que debera poner n a la guerra y liberar la poltica de sus contenidos autoritarios y rgidamente centralistas por medio de transformaciones de fondo y no meramente formales.60 En cualquier caso, y haciendo frente a las particularidades de su tiempo, la Constituyente debi enfrentar un doble desafo. Por un lado, como hemos visto, la confrontacin del Estado con el Cartel de Medelln se haba agudizado. Los asesinatos del senador y candidato presidencial Luis Carlos Galn, del procurador Carlos Mauro Hoyos, del magistrado Carlos Valencia, el atentado contra el DAS, los secuestros de Andrs Pastrana y de lvaro Gmez, entre otros tantos, contribuyeron a acentuar la idea de que esta confrontacin tena a Colombia, a sus instituciones pero tambin a la poblacin entera, arrinconada al borde del abismo.
58. Julieta Lemaitre arma: Se repeta una y otra vez en los discursos que sta sera la primera constitucin que no estaba escrita solo por los vencedores, que no exclua a los vencidos, que dejaba de ser la carta de batalla. sta sera la primera constitucin justa, porque sera la primera que no exclua la posibilidad de un dilogo con el enemigo, ni sus intereses; la primera constitucin que no era partisana, de un solo bando o partido. Julieta Lemaitre Ripoll, La Constitucin de 1991 y el fin de la violencia, en El derecho como conjuro. Fetichismo legal, violencia y movimientos sociales (Bogot: Siglo del Hombre Editores, Universidad de los Andes), 124-125. 59. Al respecto vase: Gonzalo Snchez, Guerra y poltica en la sociedad colombiana (Bogot: El ncora Editores, 2008), 15-24. 60. Esas transformaciones deban dar forma a un nuevo texto constitucional en que se plasmara la vitalidad, la creatividad y los ms caros anhelos de la movilizacin social que le haban servido de base. En los textos testimoniales revisados, es relativamente comn la armacin de que, en su momento, la Constituyente, su proceso de su conformacin y las discusiones en ella sostenidas eran ms importantes que la Constitucin. La Constitucin deba ser expresin de la riqueza prctica del movimiento de la Constituyente. Vase: Humberto De la Calle, Contra todas las apuestas. Historia ntima de la Constituyente de 1991 (Bogot: Editorial Planeta, 2004) y Lemaitre, La Constitucin de 1991.
responsable de homicidio fuera efectivamente juzgado y condenado no pasaba del 5%, lo que en trminos generales quiere decir que aproximadamente uno de cada veinte homicidas era procesado judicialmente en la poca en que la justicia sin rostro estaba vigente.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana Por otro lado, las vas de reforma constitucional parecan cerradas. Si la conciencia de su situacin histrica haba llevado a la Constituyente a percibirse a s misma como una ruptura en relacin con su pasado, la conciencia de su presente le mostraba que un discurso de ruptura pareca posible solo por fuera de la institucionalidad.61 Pero la Constituyente fue en esencia un proceso civil y civilista, emparentado con la tradicin legalista de la que ya hemos hecho mencin, nacido del rechazo de las armas y convencido de que las instituciones podan ser modicadas para desterrar la guerra. Y fue adems un movimiento extraordinariamente creativo. Como hemos visto, desde el asesinato del entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla en abril de 1984, el pas viva en estado de sitio declarado por el presidente Betancur. Desde entonces, las medidas excepcionales tomadas con el n de controlar perturbaciones al orden pblico se dictaban mediante decretos con fuerza de ley rmados por el presidente y revisados por la Corte Suprema de Justicia. Estando en vigencia el estado de sitio, exista la alternativa de acudir a un decreto legislativo que convocara la Asamblea en vez de someter el proyecto al engorroso proceso de discusin congresional que seguramente lo habra condenado al fracaso. El entonces presidente Csar Gaviria, cercano en algunos aspectos a los intereses de la Constituyente y comprometido desde la campaa presidencial con su apoyo, aprob la idea siempre que se resolviera una cuestin jurdica elemental: para que el decreto pasara la revisin de la Corte, las medidas tomadas deban estar claramente conectadas con los motivos que llevaron al presidente a decretar el estado de sitio. La conexin no era clara, pues no era evidente que convocar una Asamblea Popular que discutiera un temario acordado de posibles reformas constitucionales fuera una respuesta adecuada a la situacin que impuls la declaratoria de estado de sitio seis aos atrs.62 Quienes argumentaban contra la posibilidad de acudir al decreto sealaban que el camino idneo para la reforma constitucional era el Congreso y que no se vea cmo una serie de temas que iban desde el cambio en las circunscripciones electorales hasta la transformacin del sistema de justicia penal estaban en relacin con la amenaza narcotracante que, a juicio de muchos, era la principal amenaza para la institucionalidad colombiana. Contra este argumento se us la idea, inspirada en el jurista italiano Norberto Bobbio,63 de que las constituciones son tambin tratados de paz y que, por lo tanto, si bien la relacin inmediata del temario de la reforma con la amenaza terrorista no era clara, lo que pretenda la reforma era crear condiciones para que la paz denitiva fuera posible. Se dijo incluso que la propuesta era una respuesta verdaderamente estructural, y no solo parcial o reactiva, a la crisis producida por la violencia. Este argumento sali vencedor con una modicacin. La Corte dijo que aceptaba que las constituciones eran un tratado de paz y que en esa medida la propuesta estaba conectada con los motivos de la declaratoria de estado de sitio, pero que no haba ningn fundamento para limitar el temario en un ejercicio de estas caractersticas. Con la eliminacin del temario, el decreto fue revisado por la Corte Suprema. La votacin fue muy reida (14 votos a favor, 12 en contra) y el resultado paradjico: por la va de la excepcionalidad (Decreto 1926 de 1990), el movimiento social haba conquistado un espacio institucional para una verdadera
62. No se debe olvidar que, en principio, la propuesta acordada era la de un temario a discutir sobre eventuales reformas constitucionales. Esa razn explica que al principio las discusiones hayan girado en torno a la posibilidad de convocar una asamblea para la reforma constitucional. Curiosamente, fue su paso por la Corte Suprema, acusada de trabar cualquier intento reformista, lo que la convirti en una Asamblea Constituyente, que era lo que desde el principio exiga el movimiento estudiantil. Vase: De la Calle, Contra todas las apuestas, 77-100. 63. Vase: Norberto Bobbio, El futuro de la democracia (Mxico: FCE, 1984), citado por De la Calle, Contra todas las apuestas, 93.
61. Desde el Plebiscito de 1957 que dio origen al Frente Nacional, se haba establecido que, con el n de evitar caudillismos que apelaran indiscriminadamente a la opinin de las masas, la nica forma de reformar la Constitucin era a travs del Congreso de la Repblica. Ante ese panorama era lgico pensar que presentar un proyecto de reforma constitucional si es que era posible ponerse de acuerdo de entrada sobre el temario y las medidas que haba que tomar, cuyo objetivo era transformar radicalmente las prcticas polticas, estaba condenado al fracaso si los que deban decidir sobre l eran precisamente quienes se beneciaban de las prcticas polticas tradicionales. Vase: De la Calle, Contra todas las apuestas, 69-76.
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Estas son algunas de las vctimas que motivaron la expedicin del Estatuto para la Defensa de la Justicia el 20 de noviembre de 1990
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1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. Carlos Valencia Alfonso Reyes Echanda Carlos Medelln Forero Manuel Gaona Cruz Alfonso Patio Rosselli Jos Eduardo Gnneco Correa Daro Velsquez Gaviria Fabio Caldern Botero Carlos Horacio Urn Rojas Horacio Montoya Gil Ricardo Medina Moyano Pedro Elas Serrano Abada Fanny Gonzlez Franco
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Final de la Asamblea Nacional Constituyente. En la foto los tres presidentes de la Asamblea con el presidente Csar Gaviria. 1991. Fotografa: Luz Elena Castro. Presidencia
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana Asamblea Nacional Constituyente que deba redactar una nueva Carta Poltica para la nacin. Este rpido repaso por lo que fue el momento constitucional ilustra bien algunas tensiones importantes. Lo primero es que la violencia, y en particular la desplegada por los carteles de la droga, es uno de los factores detonantes del movimiento que da lugar a la Constituyente. Lo segundo, sin embargo, es que un proceso de tan hondo calado como el de la Constituyente encontr un lugar en la institucionalidad gracias a la crisis provocada por la violencia. Aunque fuera cierto que el rgimen poltico tena serias limitaciones en trminos de inclusin, si no hubiera habido guerra y excepcionalidad la historia habra sido completamente distinta. Porque haba guerra y porque a la guerra se responda con mecanismos excepcionales, la Constitucin naci en el pas y de la manera en que naci, respetando elmente la tradicin legalista a la que hicimos referencia antes y apuntalada en su carcter verdaderamente constituyente y no meramente constitucional, como quera el Gobierno, gracias a la independencia relativa de la rama jurisdiccional. Lo tercero es que pese a ser concebida como tratado de paz, dirigida a modicar las estructuras en las que se ancaba la violencia, la Constituyente guard silencio en torno a las medidas con las que en la prctica se enfrentaba la violencia y termin manteniendo instituciones como la justicia sin rostro, claramente violatorias de garantas procesales mnimas, que haban sido diseadas en contextos de excepcin para responder a las amenazas al orden pblico. No parece, en efecto, que la necesidad sentida de la paz, en un contexto de amedrentamiento ocasionado por la violencia de los narcos, abriera campo para una reexin profunda sobre las estrategias excepcionales con las que se intentaban contener las graves amenazas que se cernan sobre la seguridad pblica. En la forma como desde la expedicin de la Constitucin de 1991 el aparato judicial ha respondido a la violencia asociada al conicto armado interno, han sido constantes las contradicciones entre tendencias progresistas y otras menos progresistas en la interpretacin del texto constitucional. En un contexto de creciente protagonismo de los jueces,
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la inclusin progresiva del concepto de bloque de constitucionalidad, segn el cual los tratados de Derechos Humanos tienen rango constitucional, permiti a las altas cortes incorporar en la interpretacin de las normas penales los principios del derecho internacional de los Derechos Humanos. Esa tendencia, sin embargo, convive con la supervivencia, y a veces incluso el fortalecimiento, de tendencias menos progresistas o decididamente autoritarias.
INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica degradando y en la que los narcotracantes haban ido incrementando su capacidad destructiva.65 Su propuesta se plasm inicialmente en el Decreto 2047 de 1990 y, posteriormente, se exibiliz con los Decretos 2147 y 3030 del mismo ao, promulgados bajo el estado de sitio.66 La poltica consista en rebajar hasta la mitad de la pena y garantizar la no extradicin (adems de reconocerles benecios adicionales por la entrega de bienes y la delacin de sus colaboradores) a narcotracantes y paramilitares que se entregaran y confesaran sus delitos.67 No se trataba de una poltica de amnistas como las que se haban utilizado previamente con las guerrillas, sino de una estrategia de sometimiento a la justicia bajo estndares laxos de aplicacin de la ley penal, pues lo que estaba en juego aqu no era una negociacin poltica, sino el desmantelamiento de la faccin ms organizada del crimen de la historia colombiana. Tras la entrega de otros miembros del Cartel de Medelln como Fabio Ochoa Vsquez, el aparente gran xito de esta poltica fue la entrega de Pablo Escobar a las autoridades la misma tarde en que la Asamblea Nacional Constituyente aprob la no extradicin a los colombianos de nacimiento. El jaque en el que los carteles de narcotracantes haban puesto al pas tuvo una inuencia signicativa en la conguracin del nuevo marco institucional en su mximo nivel, lo cual, entre otras cosas, junto con la creacin de la Fiscala y el haberle conferido carcter de ley a las normas promulgadas bajo el estado de sitio, le permiti al Gobierno de Gaviria tener el soporte jurdico-constitucional de su principal apuesta. Sin embargo, en los meses siguientes se revelaron las contradicciones de la estrategia del gobierno. Esta poltica parta de las siguientes premisas: 1) que el Ejecutivo tena la capacidad para manejar las presiones internacionales e internas a raz de una poltica que, por la laxitud en sus estndares de juzgamiento, empezaba a ser vista como un sometimiento
65. En palabras de Pardo: en una crisis de justicia y de violencia como la impuesta por el narcoterrorismo, resultaba primordial contar con alternativas. Pardo, La historia de las guerras, 602. 66. Posteriormente estos decretos seran incorporados al ordenamiento jurdico a travs de la Comisin Legislativa nombrada por la Asamblea Constituyente. 67. Pardo, La historia de las guerras. Terror en el aire. El jet 727 de la aerolnea Avianca identicado como HK1803 explot en mil pedazos despus de despegar del Aeropuerto El Dorado de la ciudad de Bogot con rumbo a la ciudad de Cali. Un maletn con explosivos dejado por un lugarteniente de Pablo Escobar dentro del avin, justo encima de uno de los tanques de combustible, le caus la muerte a 107 pasajeros. 1989. Fotografa: Lope Medina. Revista Semana .
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana del Estado a los narcos y 2) que el aparato judicial tena la capacidad de judicializar y sancionar de forma adecuada a los narcotracantes e impedir la impunidad, incluso de grandes capos de la droga.68 En cualquier caso, la falta de colaboracin y apoyo de las autoridades norteamericanas una vez prohibida la extradicin tuvo un impacto signicativo sobre la ecacia y el ujo de recursos de la poltica.69 As mismo, la continuacin y agudizacin de la prctica del secuestro cuestion el hecho de que las debilidades de la investigacin del sistema judicial se tradujeran en la prctica en condenas muy bajas; y, lo que es ms grave, la precariedad y corrupcin del sistema penitenciario facilitaron que los narcotracantes siguieran delinquiendo desde las crceles y que Pablo Escobar, junto con otros miembros del Cartel de Medelln, pudieran fugarse de la crcel La Catedral. Todo ello desat un enorme escndalo en la opinin pblica que le rest legitimidad al Gobierno y credibilidad a la poltica. A pesar de que la persecucin al Cartel de Medelln despus de la fuga de La Catedral implic un enorme desafo para el Estado colombiano que lo fortaleci en ciertos aspectos, tambin lo debilit en otros. En lo que respecta al tema judicial, una de las debilidades estructurales del Estado para enfrentar a los narcos era que estos no tenan procesos abiertos en la justicia colombiana debido a que las pruebas contra ellos eran muy dbiles o inexistentes. La poltica de sometimiento parti del reconocimiento de este hecho y supuso una estrategia de coordinacin entre la Fiscala, el Ejrcito, la Polica y el DAS con la supervisin de la Procuradura, en el marco del llamado bloque de bsqueda que nalmente dio muerte a Escobar. Este trabajo en equipo garantiz que se maximizara el uso de todos los medios y la inteligencia disponible, tanto para el desmantelamiento del cartel como para la investigacin y el juzgamiento de sus miembros de cara a un proceso judicial. El enfrentamiento contra los narcotracantes result ser un reto que muchas veces puso en jaque al Estado colombiano, pero que tambin
68. Uprimny, El laboratorio colombiano. 69. Pardo, La historia de las guerras.
implic una evolucin en los medios institucionales y jurdicos de los que dispona el aparato estatal a medida que la amenaza del narcotrco se haca ms compleja. Es claro aqu cmo las diferentes fases de la guerra inuyeron sobre la dinmica institucional del sistema judicial. En palabras de Rafael Pardo, ministro de Defensa de la poca: Los ataques a la justicia, asesinatos de jueces e investigadores y la debilidad del aparato judicial llevaron a la necesidad, primero de abolir los jurados de conciencia por considerar que los ciudadanos llamados a cumplir estas tareas eran muy vulnerables y no haba como protegerlos. Luego se establecieron tribunales especiales de investigacin y juzgamiento en los cuales la identidad de los funcionarios se mantena en reserva. Jueces sin rostro fue el nombre con que se conoci a esta gura. Luego, la Fiscala General de la Nacin, creada por la Constitucin de 1991, aplic los mecanismos de colaboracin, delacin y entrega para desarticular las bandas y grupos armados orgnicos al Cartel de Medelln. La guerra se enfrent dentro de la ley, pero antes de 1991 en muchas ocasiones se acudi al estado de sitio para expedir decretos legislativos.70 Por otra parte, segn Uprimny, la guerra contra el narcotrco tuvo muchos efectos negativos sobre la justicia colombiana. En primer lugar, el fundamento blico que adquiri la guerra contra el narcotrco que se inscriba en el discurso norteamericano de la guerra contra las drogas del cual adopt su enfoque mezcl en una misma estrategia el elemento militar con acciones que por su naturaleza son policivas y/o judiciales (la represin de una conducta ilcita), como es el caso de la sancin del consumo.71 Esto implic un aumento del peso de los militares en el aparato del Estado y un tratamiento blico de problemas sociales que admitiran otro tipo de soluciones menos lesivas para la garanta de los derechos. En segunda instancia, la guerra contra las drogas gener un riesgo de internacionalizacin del conicto interno, pues una buena parte de los recursos de la cooperacin se dirigieron al
70. Pardo, La historia de las guerras, 609. 71. Uprimny, El laboratorio colombiano.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica combate a la subversin antes que al narcotrco.72 Adicionalmente, la inuencia del discurso norteamericano en la guerra contra el narcotrco erosion la autonoma nacional para adoptar polticas antidrogas menos lesivas. Y nalmente, al no existir una poltica antidrogas que trascendiera los cambios de Gobierno y superara el carcter reactivo de la guerra estatal contra el narcotrco, el Estado colombiano reforz su tendencia a recurrir permanentemente a las normas de excepcin, con la inestabilidad y la prdida de independencia que esto gener para el funcionamiento del sistema judicial, y la afectacin que implic sobre las garantas constitucionales.73 la garanta del amplio catlogo de derechos consagrado en la Constitucin, como en un control ms estricto a la poltica y a la economa. Sin embargo, el proyecto democratizador y pacista se ha enfrentado con serios obstculos, como la propia persistencia del conicto armado. En este contexto, la justicia se ha debatido entre, por un lado, los intentos de modernizacin para enfrentar de una mejor manera los problemas de criminalidad y violaciones a los Derechos Humanos asociados al conicto y para circunscribir la guerra dentro de unos lmites humanitarios y, por el otro lado, el resurgimiento de mecanismos de excepcionalidad jurdica que contrarrestan esta tendencia. Sin embargo, la tarea parece exceder las posibilidades del sistema de justicia, no solo por la masividad de las violaciones, sino por la imbricacin entre lo legal con lo ilegal gestada en el marco de la continuidad del conicto. En efecto, el captulo de la parapoltica, que puso en evidencia las enormes limitaciones del proyecto democratizador de la Constitucin de 1991, supuso un nuevo reto para el sistema judicial: revelar un complejo fenmeno de captura institucional frente al cual una verdad judicial procesal parece en principio limitada. De otro lado, durante la ltima dcada asistimos a la implementacin de un nuevo modelo de justicia orientado a la superacin del conicto: la justicia transicional. Por primera vez se intenta en el pas un proceso de desmovilizacin colectiva bajo los estndares de verdad, justicia y reparacin, en el cual el papel del sistema judicial adquiere una relevancia inusitada. Nunca como antes la justicia haba tenido un papel tan determinante, no solo en la denicin del xito o fracaso de un proceso de esta naturaleza, sino tambin en su propia conguracin. Como veremos, la intervencin de las altas cortes en el proceso con los paramilitares result decisiva en el moldeamiento del marco jurdico. En sentido similar, los esfuerzos de restitucin masiva de tierras implican un enorme reto para el sistema judicial, pues es este el encargado de darle trmite a las solicitudes y facilitar las condiciones jurdicas para revertir los efectos del despojo.
3.3. Entre el asedio y la resistencia: el sistema judicial en el marco del conicto armado de las ltimas dos dcadas (1992-2013)
Los ltimos veinte aos de esta breve historia de la justicia y de su relacin con el conicto armado corresponden a las dos dcadas de vigencia de la Constitucin de 1991, que sin lugar a dudas constituye un punto de inexin en nuestra vida republicana. Se consolida a partir de ella una justicia constitucional protagnica, tanto por su papel en
72. Segn Garca-Villegas, Rodrguez y Uprimny, basados en el informe del Comit de Operaciones Gubernamentales del Congreso estadounidense, a pesar de que la Polica haba efecutado ms del 80% de la accin de antinarcticos, solo reciba el 16% de esa ayuda. El resto se destinaba a las Fuerzas Militares, que, segn sus propias declaraciones, lo utilizaron en buena medida para la lucha contra la guerrilla en reas donde no producan cocana. Garca-Villegas, Rodrguez y Uprimny, Justicia, democracia y violencia en Colombia. 73. Uprimny seala que con el pretexto de la contundencia que el Estado requera para afrontar la guerra contra el narcotrco se justicaron medidas tan peligrosas como aquellas que permitan a las autoridades con funcin de polica judicial retener e incomunicar por espacio de siete das hbiles a las personas sospechosas de infringir el Estatuto Antiterrorista o las disposiciones contra el trco de estupefacientes, lo cual facilitaba la vulneracin de Derechos Humanos y la actividad represora de la protestas sociales. Estas detenciones podan extenderse a 27 das por razones procesales. Uprimny, El laboratorio colombiano, 391 y siguientes.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica En atencin a este contexto, en esta ltima seccin se presentarn las lneas generales que denen la posicin del aparato judicial en relacin con las dinmicas de la guerra y de la paz en este periodo. Para tal efecto, en primer lugar se abordarn las transformaciones del sistema de justicia penal y su relacin con los cambios de la justicia penal militar. Como vimos, antes de las reformas introducidas a nales de la dcada de los ochenta, el funcionamiento de la rama judicial queda pobremente comprendido si no se tiene en cuenta su lugar relativamente independiente pero tremendamente dbil en un rgimen poltico que promovi directa o indirectamente el protagonismo de los militares en cuestiones de orden pblico. En el entendido de que una de las motivaciones de la Asamblea Nacional Constituyente era poner n al legado autoritario frentenacionalista expresado entre otras cosas en la centralidad de los militares y la subordinacin de la justicia, se esperara que las relaciones entre justicia penal ordinaria y justicia penal militar hubieran sido objeto de profundas transformaciones. Veremos entonces, a propsito de la creacin y puesta en marcha de la Fiscala General de la Nacin y de las discusiones an inacabadas en torno al fuero penal militar, si esa intuicin elemental se cumple y en qu sentido. En segundo lugar, se expondrn algunas tendencias generales en torno a la judicializacin de los actores armados ilegales, identicando los giros de la jurisprudencia y las variaciones de la posicin del aparato de justicia en relacin con las propias dinmicas de transformacin del conicto. En tercer lugar se har referencia a la puesta en marcha de la justicia transicional, a travs del examen tanto del modelo de Justicia y Paz en cuanto sistema judicial penal especial de carcter transicional, como de los mecanismos de justicia transicional en materia civil orientados a la restitucin de las tierras. En cuarto lugar, se describir el papel desempeado por la justicia al afrontar el fenmeno de la parapoltica y, nalmente, se cerrar con la presentacin del Marco Jurdico para la Paz que deja sentadas las bases para la reconguracin del incipiente modelo de justicia transicional en nuestro pas.
3.3.1. Entre la modernizacin como arma contra la impunidad y el resurgimiento de la excepcin: las transformaciones del sistema de justicia penal y de la jurisdiccin penal militar
Una de las transformaciones ms importantes introducida por la Constitucin de 1991 fue la creacin de la Fiscala General de la Nacin con el n de promover la consolidacin de un sistema penal que pusiera n a la crisis de la justicia de los ochenta y comienzos de los noventa. Se trata de un rgano ambiguo, pues con el n de salvaguardar la independencia investigativa del rgano instructor, en Colombia, a diferencia de otros pases que cuentan con un sistema penal acusatorio, la Fiscala hace parte de la rama judicial y no del Poder Ejecutivo, y el scal general es nombrado por la Corte Suprema de Justicia de una terna enviada por el presidente de la Repblica.74 Igualmente, esta ambigedad estaba presente en su diseo original, pues la Fiscala, adems de sus funciones en materia de investigacin, tena algunas de carcter judicial, como ordenar allanamientos, medidas cautelares, etc., sin solicitar la aprobacin de un juez. Esta ambigedad se despej en gran medida con la reforma procesal penal del 2004, con la cual se puso en marcha un sistema penal acusatorio que separ estrictamente las funciones de instruccin y juzgamiento.75 La Fiscala tiene pues, a su cargo, la tarea de abrir investigaciones en materia penal e instruirlas. Con ese n, el Cuerpo Tcnico de Polica Judicial, creado en 1987 y adscrito a la Direccin Nacional de Instruccin
74. La razn por la cual en otros pases la Fiscala hace parte del Ejecutivo y no de la rama judicial es que la separacin institucional del rgano que instruye (el scal) y del rgano que juzga (el juez) garantiza la separacin de las funciones de instruccin y las de juzgamiento. En el caso colombiano, habida cuenta de las tendencias a la instrumentalizacin de la justicia, de su subordinacin a la justicia castrense ante perturbaciones al orden pblico y de una fuerte tradicin presidencialista, se pens que la mejor manera de garantizar la independencia del rgano instructor era crearlo dentro de la rama judicial, ms o menos protegida por la independencia histrica de la justicia. 75. En la Ley 906 esas medidas tienen que ser aprobadas por un juez de garantas. Algunas de ellas, sin embargo, solo requieren aprobacin despus de haberse ordenado, con lo cual, aunque dentro de lmites ms estrechos, los scales siguen teniendo funciones judiciales.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana Criminal, fue transformado en el Cuerpo Tcnico de Investigaciones y adscrito a la Fiscala General de la Nacin. Por esta va, se esperaba que la Fiscala fortaleciera su capacidad investigativa y dejara de depender de la Fuerza Pblica para practicar pruebas, pues esta dependencia muchas veces la conden a la inaccin en casos de graves violaciones a los Derechos Humanos, a pesar de valerosos esfuerzos personales. Una vez puesta en marcha, se crearon unidades temticas dentro de la Fiscala con el n de superar la falta de especializacin que haba entre los jueces de instruccin. Una de las ms importantes fue la Unidad de Derechos Humanos, creada en 1994, y que en parte fue una respuesta a las recomendaciones en materia de lucha contra la impunidad que se incluyeron en los informes del Grupo de Trabajo sobre las Desapariciones Forzadas e Involuntarias y el Relator Especial sobre Ejecuciones Sumarias o Arbitrarias de las Naciones Unidas. Desde su creacin, la Unidad ha sido objeto de inversin de recursos tcnicos y nancieros provenientes tanto de la cooperacin internacional como del Estado colombiano. Tanto ha sido el afn por dotarla tcnica y nancieramente que, segn testimonios recogidos en una investigacin publicada en el 2005, era la Unidad de mostrar de la Fiscala.76 Esto, en todo caso, sin desconocer que la masividad de las violaciones a los Derechos Humanos ocurridas en Colombia ha desbordado con creces la capacidad investigativa de la unidad. Tras seis aos de funcionamiento, en el 2001, con Luis Camilo Osorio como scal general de la Nacin, la estructura de la Unidad se descentraliz y se crearon entonces quince unidades regionales de apoyo. Las reformas introducidas por Osorio fueron duramente criticadas porque la descentralizacin no se vio acompaada por el fortalecimiento del programa de proteccin de testigos, vctimas, funcionarios e intervinientes en el proceso penal. Esto expuso a los operadores judiciales a la violencia de una guerra recrudecida77. Adicionalmente, la descentralizacin
76. Danilo Rojas, Balance crtico de la Unidad de Derechos Humanos y DIH de la Fiscala General de la Nacin (Bogot: Dejusticia, en proceso de publicacin). 77. La falta de seguridad de los operadores judiciales es particularmente alarmante y permanente en todo el periodo de referencia, adems de que congura uno de los principales mecanismos de impunidad en el contexto colombiano. Segn datos contenidos
fue acompaada de la renovacin de buena parte del personal de la unidad que haba sido capacitado por programas nanciados por cooperacin internacional, y que fue removido por Osorio con el argumento de que haca parte de una campaa internacional de desprestigio de las instituciones colombianas.78 Sin embargo, varios de los funcionarios removidos tenan a su cargo investigaciones de casos en los que presuntamente haba participacin de miembros de la Fuerza Pblica. Esta, al parecer, indebida injerencia fue posible por la estructura misma de la Fiscala, que ha sido objeto de duras crticas desde su nacimiento. En efecto, el hecho de que el presidente sea quien propone la terna de la que es elegido el Fiscal ha generado constantes sospechas, y a veces muy graves, sobre la independencia de dicho funcionario. Adicionalmente, dado que el scal general, y ms an despus de la reforma introducida por el Acto Legislativo 3 del 2002, puede no slo asignar (y reasignar) discrecionalmente a sus funcionarios a los diferentes casos, sino tambin determinar la posicin jurdica que estos deben asumir en ellos, la denicin de todas las investigaciones penales puede depender del criterio del scal general.79
en el informe del GMH sobre la masacre de La Rochela, los investigadores judiciales estn ms expuestos a la violencia contra operadores de justicia. En el caso de los paramilitares y del Ejrcito (los que en el informe sobre La Rochela son llamados actores prosistmicos), la violencia parece ejercerse selectivamente sobre los investigadores con el n de evitar cualquier proceso. En el caso de los guerrilleros (actores antisistmicos) quienes hacen uso de una violencia menos selectiva y parecen castigar a la justicia en la medida en que es parte del Estado, los investigadores tambin resultan ser los ms afectados en la violencia contra operadores de justicia precisamente por la falta de proteccin con la que se enfrentan a zonas con graves problemas de orden pblico. Los narcotracantes son la nica y muy notable excepcin a esta tendencia: su violencia tiende a concentrarse en jueces antes que en investigadores judiciales. 78. Rojas, Balance crtico de la Unidad de Derechos Humanos. 79. Garca, Rodrguez y Uprimny, Justicia para todos?, 287. A esto debe sumarse la ausencia de criterios claros para la distribucin de expedientes entre unidades de la Fiscala. Ese es un problema que an hoy no se ha resuelto. Y es un problema porque la ausencia de criterios propiamente jurdicos en la materia abre la puerta para que intereses extraos (polticos o econmicos) decidan sobre la asignacin de casos.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Segn los informes anuales de la Ocina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos OACNUDH, cuya apertura en Colombia coincide con la creacin de la Unidad de Derechos Humanos UDH, el desempeo de esta Unidad, muy dinmico en sus primeros aos, ha enfrentado en algunos periodos problemas de independencia, de seguridad, de recursos y de intromisin de la jurisdiccin penal militar. En las masacres objeto de estudio por el GMH la investigacin estuvo a cargo de la Fiscala General de la Nacin. Entre estas se cuentan: las de la Paz y el Tigrito, corregimientos del municipio de Segovia, Antioquia, ocurridas el 22 de abril de 1996, as como la de Remedios, Antioquia, del 2 de agosto de 1997; la de El Tigre, inspeccin de Polica del Valle del Guamus en el bajo Putumayo, ocurrida el 9 de enero de 1999; la de El Salado, Carmen de Bolvar, ocurrida entre el 16 y el 21 de febrero del 2000; la de Bojay, municipio de Bellavista, Choc, ocurrida el 2 de mayo del 2002; y la de Baha Portete, Guajira, ocurrida el 18 de abril del 2004. En el trabajo de la Fiscala, y en particular de la Unidad de Derechos Humanos que deba ocuparse de todas estas masacres, es posible distinguir algunos elementos generales atinentes a su ecacia y a sus limitaciones. Por un lado, es notoria la mayor capacidad investigativa de la Fiscala en comparacin con la anterior direccin de Instruccin Criminal. La dependencia en relacin con las pruebas testimoniales, por ejemplo, es menos marcada aunque todava preocupante y la inclusin, aunque sea marginal, de categoras propias del Derecho Internacional de los Derechos Humanos y el DIH ha permitido adelantar investigaciones ms inteligentes sobre hechos cometidos por individuos pertenecientes a grupos armados en confrontacin.80 Por otro lado, y a pesar de las mejoras notorias en materia investigativa, con la aparicin y el funcionamiento permanente de la Fiscala es particularmente evidente la ausencia de una poltica criminal coherente dentro del Estado colombiano. Los paliativos tradicionales a la ausencia
80. Sin desconocer, en todo caso, que an hay importantes obstculos tanto normativos como de formacin de los operadores judiciales para hacer uso de categoras jurdicas que se adecen mejor y sean ms efectivas en la lucha contra el crimen organizado.
de una poltica criminal, que consisten en reformas procesales a veces progresistas y otras veces reactivas y autoritarias, revelan en este periodo quizs ms que en cualquier otro su radical inecacia. Y es que, en efecto, como se ha mostrado en otros captulos, el fortalecimiento de la capacidad investigativa del aparato judicial es contemporneo de la ms trgica degradacin y masividad de la violencia asociada o no al conicto armado interno colombiano. A pesar de lo anterior, el actual scal general de la Nacin, Eduardo Montealegre Lynett, ha implementado algunos cambios en la Fiscala que podran ser entendidos como intentos por estructurar una poltica criminal coherente. En primer lugar, implement una estrategia de priorizacin81 de casos como nueva tcnica de gestin de la investigacin criminal, la cual pretende asignar un orden de atencin a las noticias criminales que llegan a la Fiscala de conformidad con unos criterios de priorizacin previamente establecidos. A pesar de los temores que genera en algunos sectores la implementacin de un sistema de priorizacin en particular porque consideran que podra impedir el acceso a la justicia a algunas vctimas del conicto armado, se trata de un esfuerzo que podra traer resultados valiosos en trminos de ecacia en el uso de los recursos y que probablemente podra garantizar ms el derecho de acceso a la administracin de justicia que el actual sistema de asignacin de prioridad de facto a casos particulares. En segundo lugar, la Fiscala tambin ha estado trabajando en la creacin de una Unidad de Anlisis y Contextos,82 con la cual busca estudiar las caractersticas del contexto en que ocurren mltiples casos de criminalidad organizada y, a la vez, usar esa informacin para formular acciones concretas de persecucin penal. Aunque por ahora no es del todo claro de qu manera llevar a cabo sus objetivos, las intuiciones sobre las que se estructura parecen acertadas. Ser necesario que transcurran al
81. Esta estrategia fue adoptada por medio de la Directiva 0001 del 4 de octubre del 2012. 82. Esta unidad se cre a travs de la Resolucin 01820 del 4 de octubre de 2012, consultado el 4 de junio del 2013, http://www.scalia.gov.co/colombia/wp-content/ uploads/2013/02/0-1810-12-1.pdf
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana menos unos meses antes de poder evaluar la pertinencia y los resultados de la poltica de priorizacin y de la Unidad de Anlisis y Contextos. Finalmente, la coordinacin interna y con otras instituciones sigue siendo un problema mayor para el funcionamiento de la Fiscala. La falta de coordinacin entre sus unidades, entre las unidades y los cuerpos de investigacin judicial, y las fallas en sus sistemas de informacin sigue restndole ecacia a sus investigaciones. Tambin las relaciones con otras instituciones han resultado problemticas. En particular, en una investigacin reciente en proceso de publicacin por el Centro de Estudios Dejusticia83 se resaltan las difciles relaciones con el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario INPEC, con algunas entidades encargadas de la atencin a vctimas y, de manera prominente, con la Fuerza Pblica. En efecto, para un buen nmero de scales entrevistados, uno de los principales obstculos poltico-institucionales a su trabajo es el peso considerable de los militares en la direccin de las investigaciones y los riesgos que asume aquel que decide meterse con ellos.84 Esta ltima dicultad tambin est conectada en buena medida con la discusin en torno al fuero penal militar, y en particular con la resistencia de la Fuerza Pblica a someterse a las reglas de restriccin del fuero establecidas por la Corte Constitucional. Como veremos, esta resistencia se
83. Diana Guzmn, Miguel La Rota y Rodrigo Uprimny, Factores de impunidad frente a violaciones graves de los derechos humanos ocurridas en el contexto del conflicto armado (Bogot: Dejusticia, en proceso de publicacin). 84. En una carta con fecha del 16 de marzo del 2009 dirigida a la scal seccional 216 del Distrito Judicial de Bogot, el padre Javier Giraldo, S. J., reconocido defensor de Derechos Humanos, expone las razones que lo llevaron a verse impedido moralmente a participar en una diligencia judicial. All ilustra las formas que la Brigada XVII us para torpedear cualquier esfuerzo judicial, que pasan por la produccin de pruebas, la obstruccin a la consecucin de nuevas pruebas, la fabricacin de testimonios, la intimidacin a operadores judiciales y a posibles testigos mediante entrevistas previas a los interrogatorios judiciales, etc. Dicho sea de paso, este documento es uno de los ms ilustrativos y conmovedores sobre mecanismos de impunidad en relacin con graves violaciones de Derechos Humanos en Colombia. Javier Giraldo, S. J., Carta de objecin de Conciencia, consultado el 3 de junio del 2013, http://www.cinep.org.co/index. php?option=com_docman&task=doc_details&gid=20&Itemid=79.
convirti, en varios casos, en motivo de controversia procesal, lo cual termin afectando la celeridad de las investigaciones en graves casos de violaciones a los Derechos Humanos. Este proceso culmin en la aprobacin de la reforma constitucional del 2012 que ampli el fuero en contrava de las limitaciones establecidas a partir de la jurisprudencia constitucional. El fuero militar, esto es, el derecho de que gozan los miembros de la Fuerza Pblica, por pertenecer a esta, de ser juzgados por un juez diverso al que ordinariamente tiene la competencia para el efecto85, ha sido una caracterstica constante del sistema judicial colombiano, incluso desde antes de la Constitucin de 1886. Su importancia para esta historia de la justicia de las dos ltimas dcadas y su relacin con el conicto, no solo reside en que fue consagrado casi de forma intacta en la Constitucin de 1991, sino tambin en que en la historia reciente del pas es decir, la del periodo analizado mltiples casos han evidenciado que el fuero penal militar est ligado de forma muy clara con graves violaciones a los Derechos Humanos. Lo anterior se explica, entre otras razones, por las decisiones adoptadas por funcionarios judiciales encargados de resolver los conictos de competencia entre la justicia ordinaria y la penal militar en casos de graves violaciones a los Derechos Humanos que involucran a agentes del Estado. En particular, el problema se ha presentado al reconocerle competencia a los tribunales penales militares para que conozcan de los procesos penales contra miembros activos de la Fuerza Pblica vinculados a hechos o graves conductas violatorias de los Derechos Humanos, pues en Colombia son muchos los antecedentes que apuntan a que la justicia penal militar carece de independencia frente al mando militar y, por su espritu de cuerpo, no investiga con rigor esos hechos.86
85. Sentencia C-399/95, Corte Constitucional de Colombia, consultado el 30 de mayo del 2013, http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/1995/C-399-95.htm 86. Pueden consultarse al respecto: Comisin Interamericana de Derechos Humanos, Organizacin de los Estados Americanos, Segundo informe sobre la situacin de derechos humanos en Colombia doc. 39v (14 de octubre 1993): 93, 237-238; Comisin Interamericana de Derechos Humanos, Organizacin de Estados Americanos, El sistema de la justicia penal militar, Tercer informe sobre la situacin de Derechos Humanos en Colombia doc. 9 (26 de febrero de 1999).
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica La problemtica que se esboza aqu corresponde, en ltimas, a un ejemplo ms de cmo el conicto armado afecta al sistema de justicia. Las violaciones a los Derechos Humanos cometidas por agentes estatales tambin en el marco del conicto armado, e incluso a travs de mtodos similares a los que utilizan los grupos armados al margen de la ley, junto con el aprovechamiento estratgico de la mayor favorabilidad del juzgamiento en sede militar, causan mltiples y serias afectaciones al sistema judicial. Algunas de las ms evidentes son las siguientes: 1) el solo hecho de que agentes estatales acten como victimarios salindose del marco de la legalidad de sus acciones repercute en la conanza de la sociedad en las autoridades estatales; 2) el aprovechamiento estratgico del fuero militar para evadir responsabilidades y ocultar la verdad respecto del dao causado a la sociedad estructura un sistema de impunidad dentro del mismo aparato estatal; 3) la utilizacin del fuero militar puede poner en duda las capacidades del sistema de justicia para hacer frente a fenmenos de graves violaciones a los Derechos Humanos, pues muchos de los casos en los que la justicia militar encubre la responsabilidad de los agentes estatales llegan al Sistema Interamericano de Derechos Humanos en bsqueda de la justicia que el sistema judicial colombiano no les pudo ofrecer. Ejemplos de esto son: la Masacre de Mapiripn; el asesinato de 19 comerciantes del magdalena medio; los mltiples y sistemticos homicidios en el puerto de Barrancabermeja entre 1981 y 1983; la desaparicin de Nidia Erika Bautista de Arellana; el caso de Isidro Caballero Delgado, y el caso de las Palmeras.87 Sin embargo, las posibilidades de que los agentes de las Fuerzas Armadas usen estratgicamente la justicia penal militar estn en parte determinadas por la manera en que el marco normativo procesal penal establece las caractersticas de funcionamiento del fuero militar. De este modo, las transformaciones entre los Cdigos Penales Militares de 1956 (Decreto Ley 250), 1988 (Decreto 2550), 1999 (Ley 522) y 2010 (Ley 1407) han generado cambios en las posibilidades de sacar provecho de las ventajas del fuero penal. As, las dos ltimas consagraciones del
87. Todos estos casos han sido objeto de sentencias condenatorias contra el Estado colombiano en la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
concepto de fuero militar en Cdigos Penales Militares sealaron, siguiendo los trminos del Artculo 221 de la Constituticin de 1991, que de los delitos cometidos por los miembros de la Fuerza Pblica en servicio activo, y en relacin con el mismo servicio, conocern las Cortes Marciales o los Tribunales Militares, con arreglo a las disposiciones de este Cdigo. Tales Cortes o Tribunales estarn integrados por miembros de la Fuerza Pblica en servicio activo o en retiro. Esta denicin por s sola indica que el fuero solo opera de manera excepcional y restrictiva y con l la justicia militar en casos con las siguientes caractersticas: 1) que los procesados sean miembros en servicio activo de la Fuerza Pblica (de las Fuerzas Militares o de la Polica); y 2) que el delito por el que se procesa a la persona est relacionado con el servicio, y en ningn caso que se trate de tortura, genocidio, desaparicin forzada, de lesa humanidad o contra el Derecho Internacional Humanitario. Igualmente, los desarrollos jurisprudenciales de la Corte Constitucional han jugado un papel clave para acotar el alcance y las posibilidades de que los delitos cometidos por las Fuerzas Armadas sean juzgados por la justicia castrense. La Sentencia C-358 de 1997 represent un hito en este sentido, pues desarroll las reglas bsicas para determinar quin tiene las competencias de investigacin y juzgamiento en cada caso, si la justicia ordinaria o la penal militar. En resumen, esta sentencia seal que son de competencia de la jurisdiccin penal militar los casos que cumplan los siguientes tres requisitos: 1) que el delito haya surgido como una extralimitacin o abuso de poder del agente militar o policial en el contexto explcito de una actividad relacionada con la funcin constitucionalmente establecida para los miembros de la Fuerza Pblica; 2) que no se trate de un delito de inusitada gravedad, como por ejemplo uno de lesa humanidad, pues en esos casos se entiende como roto el nexo entre la conducta del agente y el acto de servicio; y 3) que la relacin del delito con el acto de servicio surja de forma clara, ntida y difana de las pruebas del proceso, y que en caso de existir cualquier duda en cuanto a la jurisdiccin competente para conocerlo, siempre se optar por la ordinaria, pues se entiende que la justicia penal militar es una excepcin constitucional al principio del juez natural general.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana Adicionalmente, frente al caso de la masacre de Mapiripn, la jurisprudencia88 hizo otro desarrollo importante al precisar, en relacin con la naturaleza del acto de servicio, que este poda ser tanto una accin como una omisin. Es importante recordar cmo ocurri esta masacre para entender el origen de esta regla. Entre los das 15 y 20 de julio de 1997 lleg al municipio de Mapiripn, en el Meta, un grupo de hombres armados portando prendas de las Fuerzas Militares. Este grupo de hombres perteneca a las Autodefensas Campesinas de Crdoba y Urab, entonces comandadas por el jefe paramilitar Carlos Castao. Estos hombres tomaron control del municipio de Mapiripn y retuvieron, torturaron y asesinaron a 49 personas, a quienes luego descuartizaron y arrojaron al ro Guaviare. Posteriormente, se evidenci que dos miembros de la Fuerza Pblica (el brigadier general Jaime Humberto Usctegui Ramrez y el teniente coronel Hernn Orozco Castro) haban optado por no prestar auxilio a la poblacin, pese a que, como representantes del Estado y garantes de la seguridad, contaban con competencia material, funcional y territorial sobre la zona. Ambos ociales haban sido informados oportunamente de la ocurrencia de estos hechos, pero se negaron a intervenir. Por esta razn, la Corte determin que los agentes haban incurrido en omisin grave. Con base en esos hallazgos, la Corte seal que, en ciertas situaciones como en el caso de Mapiripn, la omisin de la Fuerza Pblica poda ser entendida como un acto cometido por fuera del servicio.89
88. Sentencia SU-1184/01, Corte Constitucional de Colombia, magistrado ponente Eduardo Montealegre Lynett, consultado el 30 de mayo del 2013, http://www. corteconstitucional.gov.co/relatoria/2001/SU1184-01.htm 89. De manera ms concreta, en la Sentencia SU-1184 la Corte Constitucional seal que se entenda que una omisin no tena relacin con el servicio en los siguientes casos: 1) cuando la omisin se produce en el contexto de una operacin que desde el comienzo buscaba fines contrarios a los valores, principios o derechos consagrados en la Carta Fundamental; 2) cuando surge dentro de una operacin iniciada legtimamente, pero que en su desarrollo presenta una desviacin esencial del curso de la actividad; 3) cuando no se impiden las graves violaciones a los Derechos Humanos o al Derecho Internacional Humanitario, como cuando un miembro de la Fuerza Pblica que tiene el deber de evitar un dao a la poblacin civil no evita la produccin del resultado. Precis la Corte que
Por medio de las Sentencias C-358 de 1997 y SU-1184 de 2001, la Corte Constitucional realiz una importante labor de acotacin del alcance del fuero militar. Esta accin, a su vez, constituye una respuesta del aparato de justicia originada en una de las altas cortes, con el objetivo de enfrentar las complejidades del conicto colombiano y evitar que casos como el de Mapiripn queden en la impunidad. Estas sentencias constituyeron un hito importante en materia de interpretacin del alcance del fuero militar, y tuvieron efectividad por un tiempo. Sin embargo, como se explicar ms adelante, un cambio constitucional realizado en el ao 2012 anul muchas de las acotaciones que se haban hecho al uso del fuero militar y, por el contrario, ampli su mbito de aplicacin. La denicin de la jurisdiccin con competencia para adelantar las investigaciones criminales de muchos de los casos que involucran a miembros de la Fuerza Pblica, en especial a los ms poderosos, dista de ser unnime. Uno de los ejemplos ms claros de las tensiones que surgen por la denicin de competencias es el caso del proceso adelantado en contra del coronel (r) Luis Alfonso Plazas Vega. La Fiscala General de la Nacin inici un proceso penal en el ao 2005 por la responsabilidad de Plazas Vega en la desaparicin de once personas en la retoma del Palacio de Justicia en el ao 1985. El enjuiciamiento de un militar del rango de Plazas gener conmocin entre los sectores ms conservadores y entre los mismos militares. A pesar de que resultaba relativamente claro que el caso deba ser tramitado ante la justicia ordinaria (esto porque se trataba de un delito de inusitada gravedad y, en todo caso, porque el proceso ya se encontraba en la justicia ordinaria), el juez Primero de Divisin del Ejrcito, mayor (r) Mauricio Cujar Gutirrez, insisti en promover la colisin de competencias. Ms tarde, en febrero de 2012, la Fiscala inici un proceso por prevaricato al juez mayor (r) Cujar, por su insistencia en avocar competencia sobre el caso.90
en estos casos siempre resulta necesario que el funcionario en posicin de garante tenga el deber concreto de evitar los resultados de vulneracin a los derechos fundamentales. 90. Acusan a juez militar que reclam proceso contra coronel Plazas Vega, El Espectador, febrero 22 del 2012, consultado el 31 de mayo del 2013, http://www.elespectador.com/ noticias/judicial/articulo-328047-acusan-juez-militar-reclamo-proceso-contra-coronelplazas-vega. El 25 de abril del 2013, una Sala de Decisin del Tribunal Superior de
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Otro ejemplo en el que se presentaron mltiples discusiones fue en el de los casos de ejecuciones extrajudiciales, conocido como el escndalo de los falsos positivos. A comienzos del 2006 el relator de la ONU para las ejecuciones extrajudiciales, Philip Alston, junto con la Alcalda de Medelln, la Gobernacin de Antioquia, la Fiscala General de la Nacin y otros organismos del Estado colombiano denunciaron que la IV Brigada del Ejrcito de Colombia haba presentado los cadveres de cerca de 30 civiles como guerrilleros dados de baja en enfrentamientos en distintos municipios del departamento de Antioquia.91 A partir de esa noticia, los medios de comunicacin continuaron mostrando con alguna frecuencia casos de civiles dados de baja y presentados como insurgentes abatidos en combate. Una de las primeras opiniones que empez a circular entre la poblacin colombiana estableca que, pese a lo lamentable de la situacin, poda tratarse de casos aislados. Algunos lo calicaron como el trabajo de manzanas podridas dentro del Ejrcito. Sin embargo, desde el comienzo se advirti que la situacin podra ser el resultado de la presin ejercida sobre los militares durante el Gobierno del presidente lvaro Uribe Vlez para que presentaran resultados o positivos en la lucha contra la guerrilla. Tambin se hizo evidente la falta de control institucional, pues en los casos en los que el Ejrcito haba tenido conocimiento
Bogot conden al mayor (r) Mauricio Cujar por prevaricato activo en este caso. Vase: Sentencia de 25 de abril de 2013, Radicado 110016000092 2009 00037 00, Tribunal Superior de Bogot. 91. De acuerdo con el informe del relator de las Naciones Unidas, en los casos conocidos de falsos positivos se present un patrn comn: las vctimas reciben promesas de trabajo, aparentemente legales o incluso ilegales, para trasladarse a municipios y departamentos distintos a sus lugares de residencia. En la mayora de los casos, uno o dos das despus de haber sido vistos con vida por ltima vez por sus familiares, resultan reportados como muertos dados de baja en combate. Vase: La Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos urge coordinar esfuerzos y liderazgos para esclarecer y poner fin a las prcticas de presuntas ejecuciones extrajudiciales, Ocina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, consultado el 31 de mayo del 2013, http://www. hchr.org.co/acnudh/index.php?option=com_content&view=article&id=795:blank&ca tid=45:2008&Itemid=68
de casos de ejecuciones extrajudiciales, las investigaciones disciplinarias iniciadas haban terminado por falta de mrito para continuarlas.92 El caso que tal vez impresion con mayor fuerza al pas fue el de 23 jvenes93 de zonas marginales de la ciudad de Bogot y del municipio de Soacha que, en el ao 2008, fueron presentados como insurgentes dados de baja en combates realizados en el departamento de Norte de Santander. De acuerdo con la revista Semana, se trat de jvenes entre los 17 y 32 aos de edad, que casi todos eran desempleados o trabajaban en ocios como construccin y mecnica y, segn la Defensora del Pueblo, algunos tenan antecedentes como consumidores de drogas. Eran, en general, muchachos humildes que vivan en la marginalidad de Ciudad Bolvar, Altos de Cazuc, y Bosa94. El entonces presidente lvaro Uribe insisti en que, a pesar de la masividad de las ejecuciones extrajudiciales, se trataba de casos aislados que no podan ser entendidos como una poltica de las Fuerzas Armadas. Por su parte, las organizaciones de Derechos Humanos se empearon en demostrar que las ejecuciones extrajudiciales podran ser el resultado de una poltica sistemtica y generalizada del Ejrcito, que se habra originado en una directiva interna de incentivos y premios dados a los militares por bajas en combate.95
92. Pecados de guerra, Revista Semana, 13 de mayo del 2006, consultado el 31 de mayo del 2013, http://www.semana.com/nacion/pecados-guerra/94547-3.aspx 93. Ya son 46 los jvenes desaparecidos que fueron reportados como muertos en combate, Revista Semana, 26 de septiembre del 2008, consultado el 31 de mayo del 2013, http://www.semana.com/conflicto-armado/46-jovenes-desaparecidos-fueronreportados-como-muertos-combate/115921-3.aspx 94. Falsos positivos mortales?, Revista Semana, 27 de septiembre del 2008, consultado el 31 de mayo del 2013, http://www.semana.com/nacion/falsos-positivosmortales/115958-3.aspx 95. Para un anlisis de la directiva mencionada vase: Tuvo que ver la directiva sobre recompensas del ex ministro Ospina con los falsos positivos? Vea el documento completo, La Silla Vaca, 9 de junio del 2009, consultado el 31 de mayo del 2013, http://www.lasillavacia.com/historia/2357
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica El temor del Gobierno frente al eventual xito de esta teora era que esta podra abrir las puertas a la idea de que los falsos positivos constituan un crimen de lesa humanidad y que, en esa medida, podra activar la posibilidad de que la Corte Penal Internacional actuara en el pas. Quiz con el nimo de evitar la presencia de la CPI, el Gobierno impuls la realizacin de al menos dos purgas de altos mandos del Ejrcito que resultaron en la destitucin de 42 militares entre julio del 2006 y octubre del 2008, adems de la iniciacin de cientos de procesos judiciales.96 En varios de estos procesos, especialmente en aquellos que tenan como procesado a un militar de alto rango, se presentaron conictos de competencia. Esta constante se dio porque los abogados de la defensa insistieron en que estos casos deban ser conocidos por la justicia penal militar y no por la Fiscala General de la Nacin. Si bien los tribunales que conocieron los conictos de competencias terminaron por negar estas pretensiones de la defensa, la sola invocacin del conicto de competencia supuso retrasos en el trmite de los casos, a tal punto que a pesar de que la mayora de investigaciones empezaron desde el ao 2008, muchas de ellas siguen en curso a la fecha de redaccin de este informe, y un nmero signicativo de los miembros de la Fuerza Pblica procesados que haban sido privados de la libertad en virtud de la imposicin de medidas de aseguramiento tuvieron que ser liberados por vencimiento de trminos. Bajo estas condiciones, en 2012 se inici en el Congreso el trmite de un proyecto de acto legislativo97 que pretenda ampliar el fuero penal militar hasta el punto de casi convertir en regla que el juzgamiento penal de la Fuerza Pblica lo llevara a cabo la justicia castrense.
96. Para ms informacin sobre las purgas vanse: Purga en el Ejrcito, Revista Semana, 6 de julio del 2006, consultado el 31 de mayo del 2013, http://www.semana. com/on-line/purga-ejercito/95707-3.aspx Purga militar, mensaje a 760 investigados, El Tiempo, 30 de octubre del 2008, consultado el 31 de mayo del 2013, http://www. eltiempo.com/archivo/documento/MAM-3164560 97. El acto legislativo que reform la Constitucin en lo que respecta al fuero penal fue el Acto Legislativo Nmero 16 del 2012 Senado, 192 del 2012 Cmara Por el cual se reforman los Artculos 116, 152 y 221 de la Constitucin Poltica de Colombia.
Mltiples organismos nacionales e internacionales de Derechos Humanos sealaron que la reforma constitucional resultaba innecesaria de cara a las dicultades que deca querer superar, y que adems era inaceptable en trminos de la afectacin a los Derechos Humanos. Pese a todo, la reforma fue nalmente aprobada por el Congreso de la Repblica el 11 de diciembre del 2012. Como resultado de la reforma, se revirtieron las condiciones que tan cuidadosamente se haba encargado de construir la Corte Constitucional a travs de su jurisprudencia, de tal suerte que ahora todos los delitos que presuntamente hayan cometido los miembros de la Fuerza Pblica en servicio activo son conocidos por la justicia militar, salvo los consagrados en una lista taxativa de siete delitos, que siempre sern conocidos por los jueces ordinarios: los crmenes de lesa humanidad, el genocidio, la desaparicin forzada, la ejecucin extrajudicial, la violencia sexual, la tortura y el desplazamiento forzado. Adems del hecho de que la lista es incompleta, pues graves violaciones como la toma de rehenes no son consideradas, y de que tiene problemas de tcnica jurdica, pues en el ordenamiento jurdico colombiano la ejecucin extrajudicial no est tipicada y eso podra implicar que investigaciones como las de los falsos positivos terminen en la justicia penal militar, la reforma establece que toda infraccin al DIH, salvo los siete delitos de la lista, ser conocida por la justicia militar. En la prctica, lo anterior signica que en los casos de aparentes abusos militares ser la justicia militar la primera en llegar al lugar de los hechos y hacer las primeras indagaciones, y ser adems la encargada de determinar si se trata de un delito de su competencia o de la justicia ordinaria. Incluso en aquellos casos en los que, una vez hechas las primeras indagaciones por la justicia militar, parezca evidente que se trata de uno de los delitos de la lista, la Fiscala no puede emprender investigacin de manera ociosa, sino que entrar a operar la Comisin Tcnica de Coordinacin, que incluye a representantes de la justicia militar, para establecer las competencias. Y aun si la Comisin decide que el caso le compete a la justicia ordinaria, el procesado podra todava acudir al Tribunal de Garantas Penales creado por la misma reforma. Cabe anotar que la mitad de los miembros de este tribunal son militares o policas retirados. Las sospechas que ha levantado esta reforma, en un pas donde
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana la justicia castrense ha sido histricamente renuente a operar de manera independiente y veraz, estn plenamente justicadas. fuerza de permanencia de esta gura se debe, entre otras, a la inercia de la lnea jurisprudencial que identica la pertenencia a las organizaciones guerrilleras con el delito poltico de rebelin; a un cierto apego a la tradicin liberal que justica el trato especial al rebelde; y sobre todo, a la conciencia de su utilidad frente a eventuales procesos de paz. El cambio fundamental en cuanto al alcance y la fuerza del delito poltico se dio en 1997 con ocasin de una sentencia de la Corte Constitucional que suprimi la subsuncin en la rebelin de los delitos comunes cometidos por los guerrilleros en combate.100 Antes de 1997, si en medio de un combate con la guerrilla moran soldados por cuenta del intercambio de balas, los guerrilleros no podan ser condenados por estos homicidios, pues los delitos conexos con la rebelin cometidos al fragor de la confrontacin armada no eran punibles a menos de que se tratara de actos de ferocidad, barbarie o terrorismo. Despus del fallo de la Corte, los homicidios cometidos en combate en contra de miembros de la Fuerza Pblica pasaron a ser sancionados como homicidios agravados, con una pena que, al momento de redactar este informe, va de 33 a 50 aos de prisin.101 De este modo, se desestructur la nocin de delito poltico tal y como haba sido entendida en la tradicin jurdica colombiana, y se puso n al benigno tratamiento punitivo de los guerrilleros combatientes. Sin embargo, a pesar del fallo de la Corte, en algo se mantiene el delito poltico. No solo las medidas de trato especial para delincuentes polticos siguen vigentes en la Constitucin, sino que el Cdigo Penal aprobado en el ao 2000 conserv los delitos polticos por excelencia: la rebelin,
hayan sido condenados por delitos polticos. Sin embargo, la propuesta finalmente no fue presentada, en parte por una reaccin pblica desfavorable que vea en esta un retroceso en torno a valores democrtico-liberales o un cierre a las posibilidades de una salida negociada al conflicto, pero fundamentalmente por la propia inconsistencia del Gobierno, que por un lado acuda a la figura del delito poltico para viabilizar la desmovilizacin de los paramilitares, y por otro lado abjuraba de ella y abogaba por su eliminacin. 100. Vase: Sentencia C-456/97, Corte Constitucional de Colombia, consultado el 31 de mayo del 2013, http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/1997/C-456-97.htm 101. Esta es la pena para conductas cometidas con posterioridad al 1 de enero del 2005. Para hechos anteriores, la pena es de 25 a 40 aos de prisin.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica la sedicin y la asonada. El Cdigo incluy adems las infracciones al Derecho Internacional Humanitario, que en cierto sentido hacen eco de la tradicin de uso del derecho de guerra como marco para judicializar la violencia asociada al conicto. No obstante, este no es el nico enfoque posible en el Cdigo Penal para la judicializacin del conicto. La valoracin de los jueces y la propia dinmica del conicto armado inciden en la criminalizacin de las conductas cometidas por los guerrilleros; as, la violencia puede ser entendida como una cuestin de seguridad pblica que se juzga a partir de los delitos asociados a la criminalidad organizada por ejemplo, el concierto para delinquir y al terrorismo. En virtud del progresivo debilitamiento del delito poltico, en general los jueces de instancia han tendido a privilegiar este ltimo enfoque, mientras que la Corte Suprema de Justicia ha oscilado entre los dos que se encuentran condensados en el Cdigo Penal. En el caso de los jueces de instancia, existe la tendencia a equiparar todo acto de violencia cometido por los actores del conicto armado como un acto terrorista. El Tribunal Superior de Bogot, por ejemplo, conden a una guerrillera de las FARC por el delito de homicidio agravado con nes terroristas, con ocasin de su participacin en mayo del 2000 en un combate con el Ejrcito que se dio luego de un encuentro fortuito en una carretera en el que resultaron muertos un soldado y diez guerrilleros. La decisin de la Corte Suprema de revocar la sentencia del Tribunal de Bogot ejemplica, por el contrario, el primer enfoque. Segn la Corte, a la luz del DIH, en estricto sentido, los conceptos de combate y terrorismo necesariamente se excluyen102, pues el combate es un enfrentamiento militar entre personas que participan directamente en las hostilidades, al paso que los actos terroristas son actos que por denicin se cometen en contra de la poblacin civil. De conformidad con la Corte, un acto militar que respete el principio de distincin del DIH no puede calicarse como un acto terrorista. La Corte Suprema de Justicia ha contenido entonces la tendencia a judicializar todos los actos de las guerrillas bajo la lgica de la lucha antiterrorista,
102. Vase: Auto del 15 de febrero de 2006, Radicado 21330, Corte Suprema de Justicia, Sala de Casacin Penal, magistrado ponente dgar Lombana Trujillo.
y ha conservado la vigencia de categoras propias del DIH como marco de referencia. De esta forma, la Corte ha permitido la pervivencia de la nocin de conicto armado como categora jurdica relevante, con el objetivo de encuadrar el contexto de violencia poltica en Colombia. As, ha conservado tambin un lugar en el derecho para la gura del combatiente-rebelde. Pero de otro lado, la Corte tambin ha dado pasos en la direccin del debilitamiento del delito poltico y de la tendencia a caracterizar a los grupos guerrilleros como asociaciones criminales comunes que atentan contra la seguridad pblica, ms que como organizaciones subversivas que pretenden la transformacin del Estado. Esta tendencia ya se evidenciaba con claridad en algunas instancias judiciales de menor jerarqua, pero la Corte Suprema haba mantenido una lnea jurisprudencial que pona cortapisas a esta disolucin del delito poltico en el crimen comn. Hasta el 2010, la Corte haba mantenido un criterio de distincin entre el delito poltico de rebelin, utilizado para juzgar a miembros de las guerrillas, y el delito comn de concierto para delinquir, que es bajo el cual usualmente se ha encuadrado la pertenencia a las organizaciones paramilitares. Segn la Corte, la rebelin y el concierto para delinquir se excluan entre s, pues mientras en el primer caso los autores perseguan nes sociales, en el segundo los mviles de los autores eran meramente individuales.103 Esto, por supuesto, no signicaba que a los miembros de las guerrillas no se les juzgara por la comisin de delitos comunes; el alcance de la tesis era que la pertenencia a una organizacin subversiva no puede ser catalogada simultneamente como delito poltico y como delito comn, sino exclusivamente como rebelin. La distincin es importante, pues con base en ella la Corte neg el tratamiento de los paramilitares como delincuentes polticos en el ao 2007. De este modo, impidi que les concedieran benecios de amnista e indulto en el contexto del proceso de desmovilizacin colectiva que tuvo
103. Vase: Auto del 23 de octubre de 1990, Corte Suprema de Justicia, magistrado ponente Guillermo Duque Ruiz.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana lugar durante el Gobierno de lvaro Uribe.104 Si bien con esta decisin la Corte acentu la demarcacin entre guerrilleros y paramilitares al reservar la categora de delincuentes polticos para los primeros, en el ao 2010 la Corte parece haber dado un paso en la direccin contraria. En instancia de casacin lleg a la Corte el caso de un guerrillero que haba sido condenado por los delitos de concierto para delinquir agravado con nes terroristas y rebelin.105 Apartndose de su jurisprudencia anterior, segn la cual el criterio para denir el asunto era si el guerrillero haba realizado conductas delictivas al margen de las directrices del grupo subversivo, en este caso la Corte sostuvo que el delito de rebelin puede concursar con el de concierto para delinquir, en la medida en que tengan lugar ciertas circunstancias capaces de escindir la asociacin criminal propia de la confrontacin armada con el Estado, con la agrupacin inherente al referido punible contra la seguridad pblica. Tales circunstancias, sin embargo, no tenan que ver con la inscripcin de las conductas en la estrategia de la organizacin guerrillera, sino con la naturaleza misma de las conductas. Si se contrasta lo que ha sucedido con esta lnea de la Corte en materia de concierto para delinquir y rebelin, con lo que ha sucedido en materia de DIH y terrorismo, la conclusin es paradjica. Por un lado, la Corte ha mantenido nociones centrales del DIH como las de combatiente y poblacin civil, y ha renado su anlisis a partir de ellas con el propsito de denir con mayor precisin los elementos necesarios para calicar un acto como terrorista. Todo esto contribuye a mantener una relativa vigencia de la gura jurdica del combatiente rebelde. Sin embargo, por otro lado, la Corte ha abierto una pendiente resbaladiza hacia la disolucin del delito poltico en el delito comn.
104. Vase: Radicado N. 26945 (11 de julio del 2007), Corte Suprema de Justicia, Sala de Casacin Penal, magistrados ponentes Yesid Ramrez Bastidas y Julio Enrique Socha Salamanca, consultado el 31 de mayo del 2013 http://www.citpaxobservatorio.org/ archivos_jurisprudencial/26945.pdf 105.Radicado N. 34482 (24 de noviembre de 2010), Corte Suprema de Justicia, Sala de Casacin Penal, magistrada Ponente Mara del Rosario Gonzlez de Lemos.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica En este contexto, las juntas de autodefensa108 fueron inicialmente consideradas por algunos sectores como una estrategia legal y legtima contra la insurgencia.109 A pesar de que desde comienzos de los aos ochenta existan evidencias de los crmenes cometidos por los grupos de autodefensa y de los apoyos nancieros, polticos y militares que tenan, la gran mayora de estos hechos quedaron en la impunidad. Al menos dos factores ayudan a explicar por qu. En primer lugar, los grupos paramilitares reciban apoyo de actores poderosos, no solo privados, sino incluso de algunos funcionarios del Gobierno que abiertamente reconocieron cierta simpata por su accin. Estos actores interpretaron el paramilitarismo como una justa manifestacin del derecho de legtima defensa. Segundo, porque para ese momento todava era difcil llegar a un acuerdo acerca de lo que era el fenmeno paramilitar. La comunidad defensora de los Derechos Humanos nacional e internacional y los movimientos de oposicin entendieron la existencia y actuaciones de los paramilitares en el marco de una guerra sucia motivada por los mandos militares como parte de un plan de exterminio de la insurgencia y la oposicin. El Gobierno, en cambio, acus a fuerzas oscuras que involucraran a agentes del Estado insubordinados, pero que diluan en su oscuridad las ms altas responsabilidades sobre lo que estaba pasando como responsables de la violencia. La falta de claridad en la comprensin del paramilitarismo fue uno de los factores que impidi disear polticas que contuvieran su expansin. En 1989 el presidente Virgilio Barco expidi cuatro decretos para enfrentar el fenmeno paramilitar,110 luego de reconocer que grupos de justicia privada, cuyas relaciones con el narcotrco eran cada vez ms evidentes, estaban perturbando el orden pblico bajo el amparo del marco legal que haba permitido su creacin. En ellos 1) prohibi la participacin de civiles en operaciones militares; 2) penaliz la promocin, nanciamiento o adhesin a grupos de autodefensa; 3) cre un Comit Antisicarial para coordinar los esfuerzos del Estado contra el paramilitarismo, y 4) suspendi las normas consideradas como el fundamento legal de la creacin de los grupos de autodefensa y paramilitarismo. En mayo de ese ao, la Corte Suprema de Justicia declar inconstitucional el pargrafo 3 del Artculo 33 del Decreto 3398 de 1965, pues consider que violaba el Artculo 48 de la Constitucin de 1886, segn el cual nicamente el Gobierno poda introducir, fabricar y poseer armas y municiones de guerra. Y aunque declar constitucional el Artculo 25 del mismo decreto, en el que se estableca la posibilidad de crear juntas de autodefensa, aclar que la interpretacin de esta norma no deba llevar a concluir que exista una autorizacin legal para organizar grupos civiles armados que pretendieran sustituir la accin legtima de los organismos de seguridad del Estado en el restablecimiento del orden pblico. A pesar de los esfuerzos del presidente Barco, no hubo resultados que afectaran el avance del paramilitarismo, pues el Comit Antisicarial nunca se conform, ni hubo un claro compromiso de las Fuerzas Armadas para ayudar a desarticular esas organizaciones armadas ilegales.111 Las pugnas dentro del Estado por la posicin frente al paramilitarismo tambin incidieron en la respuesta del Gobierno de Csar Gaviria a este fenmeno, primero en el contexto de la Asamblea Nacional Constituyente y luego en los primeros pasos de su puesta en marcha. Aunque esta administracin hizo un esfuerzo importante por denir una Estrategia
110. Decretos 813, 814, 815 y 1194 de 1989. 111. Vase Daniel Garca-Pea, La relacin del Estado colombiano con el fenmeno paramilitar: por el esclarecimiento histrico, Anlisis poltico 18 53 (2004): 63, consultado el 31 de mayo del 2013, http://www.scielo.unal.edu.co/scielo. php?script=sci_arttext&pid=S0121-47052005000100004&lng=es&nrm= ; y Grajales, El proceso de desmovilizacin de los paramilitares, 162-163.
1982, EJC-3-101/82; Reglamento de Combate de Contraguerrillas -EJC-3-10/87). El paramilitarismo, una poltica de Estado que devora al pas, consultado el 31 de mayo del 2013, http://www.javiergiraldo.org/spip.php?article76 108. El Reglamento de combate de contraguerrillas (producido por el Comando General de las Fuerzas Militares y publicado el 9 de abril de 1969), define las juntas de autodefensa como grupos de civiles armados y entrenados por las fuerzas militares regulares con el fin de participar en labores de contrainsurgencia. 109. Jacobo Grajales, El proceso de desmovilizacin de los paramilitares en Colombia: entre lo poltico y lo judicial, Desafos 23 2 (2011): 158.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana Integral contra la Violencia que reconoci algunos de los elementos caractersticos del paramilitarismo, en trminos prcticos, sigui entendiendo el fenmeno como parte del narcoterrorismo. A partir del reconocimiento de la continuidad del ejercicio de autodefensa de los grupos que quedaron en la clandestinidad tras el desmonte normativo hecho por Virgilio Barco en 1989, la administracin Gaviria cre los servicios especiales de vigilancia y seguridad privada112, bautizados luego como Convivir113. Segn explic entonces el Gobierno, estos servicios buscaban frenar el aumento del paramilitarismo con la oferta de una alternativa legal y vigilada por el Estado. Los temores expresados por varios de los ministros, la Ocina del Alto Comisionado para la Paz y la Consejera de Derechos Humanos frente a la creacin de las Convivir resultaron fundados, pues estas no solo se extendieron rpidamente, sino que algunas de ellas terminaron involucradas en el paramilitarismo. A ello contribuyeron tres hechos: 1) la imposibilidad del Gobierno de dirigir y controlar las Convivir, en parte por los desacuerdos dentro de este; 2) la idea de la ineciencia de las Fuerza Armadas, que se haba popularizado a partir del recrudecimiento de los ataques guerrilleros; y 3) la disponibilidad de armas de uso privativo de la Fuerza Pblica para los civiles, ya desde 1993, con la expedicin del Decreto 2535 de ese ao.114 Ms tarde, dos disposiciones de la Corte Constitucional frenaran el avance de las bases legales del paramilitarismo: la Sentencia C-296 de 1995, que declar inconstitucional la posibilidad de autorizacin para conformar grupos de Fuerza Pblica distintos a las Fuerzas Militares y a la Polica; y la Sentencia C-572 de 1997, por la cual declar constitucional la existencia de las Convivir, pero limit elementos importantes, como el tipo de arma que podan usar sus miembros que no poda ser de tipo privativo de la Fuerza Pblica, que el control que sobre ella ejerciera la Superintendencia de Vigilancia tena que ser obligatorio, y que no estaban autoriza112. Decreto Ley 356 de 1994, o Estatuto de Vigilancia y Seguridad privada. 113. Resolucin 368 de 1995 de la Superintendencia de Vigilancia y Seguridad Privada. Vase Grajales, El proceso de desmovilizacin de los paramilitares, 162-163. 114. Comisin Colombiana de Juristas, Documento informativo extraordinario. Extremar los controles en materia de porte y tenencia de armas de fuego, 3-5.
das para usar tcnicas y procedimientos diferentes a los permitidos para otros servicios de vigilancia y seguridad privada. Durante el Gobierno de Ernesto Samper se adoptaron algunas medidas para adelantar la judicializacin de los paramilitares, se avanz en la denicin de su tratamiento jurdico y se empez a entender como necesario el anlisis de la relacin de estos actores con la poltica de paz.115 Para impulsar la judicializacin de paramilitares, esta administracin cre el Bloque de Bsqueda de los Grupos de Justicia Privada mediante el Decreto 2895 de 1997. Por su parte, la Fiscala General de la Nacin, con Alfonso Gmez Mndez a la cabeza, present la captura del esmeraldero Vctor Carranza como uno de los mayores xitos del Estado en su embrionaria lucha contra el paramilitarismo. Sin embargo, el Bloque de Bsqueda no lleg nunca a conformarse y a Carranza nalmente lo dejaron en libertad por vencimiento de trminos.116 En relacin con el tratamiento jurdico a los paramilitares, durante el Gobierno de Samper se expidieron las Leyes 241 de 1995 y 418 de 1997, que crearon la posibilidad de reinsercin para los paramilitares, y autorizaron al Gobierno para otorgarles estatus poltico, con lo cual se extenda esta gura ms all de las agrupaciones guerrilleras y milicias populares. La exploracin de alternativas relacionadas con un eventual proceso de paz tambin reej un mayor grado de reconocimiento de los paramilitares como actores en el conicto armado. As, las recomendaciones de la Comisin Exploradora nombrada en 1997 por el presidente Samper se constituiran como el primer intento de incluir el tema del paramilitarismo en la articulacin de polticas de paz.117
115. Garca-Pea, La relacin del Estado colombiano con el fenmeno paramilitar, 63. 116. La ingeniera jurdica permite que uno de los mayores narcotraficantes y paramilitares de Colombia quede en libertad, El Espectador, diciembre 28 del 2001, consultado el 31 de mayo del 2013, http://www.derechos.org/nizkor/colombia/doc/ carranza.html 117. Esta Comisin estuvo integrada por Jos No Ros y Daniel Garca-Pea y fue conformada en 1997 por el presidente Ernesto Samper con dos objetivos: 1. Que indagaran acerca de las posibilidades de dilogo con las guerrillas, y 2. Que presentaran recomendaciones sobre el tratamiento que para conseguir el mismo objetivo debera darse a los denominados grupos de autodefensa como partes del conflicto armado. Garca-Pea, La relacin del Estado colombiano con el fenmeno paramilitar, 63.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Ms adelante, durante el Gobierno de Andrs Pastrana tambin hubo avances en materia de rechazo al paramilitarismo desde el Estado. Sin embargo, este rechazo no fue una medida de tipo judicial, sino principalmente poltica, y fue tomada bajo la presin del Departamento de Estado de Estados Unidos. Se trat de la destitucin de los generales Rito Alejo del Ro y Fernando Milln, quienes haban sido recurrentemente cuestionados por supuestos vnculos con el paramilitarismo118. Ms all de eso, las judicializaciones de paramilitares fueron muy escasas, incluso en los casos en los que existan pruebas importantes de la vinculacin de los militares con los grupos de autodefensa, y de estos con la comisin de graves violaciones a los Derechos Humanos, como lo haba mostrado, entre otros, la Comisin Interamericana de Derechos Humanos.119 Cuando lvaro Uribe Vlez lleg a la presidencia, su poltica de tratamiento a los grupos de autodefensa apost por devolverle al Estado el monopolio de las armas, y para ello impuls algunas modicaciones normativas y unas negociaciones de paz con tres grupos de autodefensas: las Autodefensas Unidas de Colombia AUC, en 2003, y los Bloques Central Bolvar y Vencedores de Arauca, en 2004. El cambio normativo para adelantar las negociaciones con estos grupos fue una enmienda a la Ley 418 de 1997, que era el marco normativo a travs del cual se haban llevado a cabo los dilogos anteriores con los grupos guerrilleros. Esta norma permita la concesin de indultos a los miembros de grupos al margen de la ley con los que se adelantaran dilogos de paz, y que hubieran sido sentenciados con sentencia ejecutoriada por la comisin
118. Garca-Pea, La relacin del Estado colombiano con el fenmeno paramilitar, 64. 119. En su tercer informe sobre la situacin de los derechos humanos en Colombia, publicado en 1999, la Comisin Interamericana de Derechos Humanos denunci haber recibido numerosas quejas que indican que la figura legal de las Convivir ha sido utilizada por los grupos paramilitares como escudo en contra de sus actividades violentas. La Comisin considera que mediante la creacin de las Convivir sin un mecanismo para su adecuado control por parte de una autoridad supervisora, el Estado ha creado las condiciones que permiten este tipo de abusos. Comisin Interamericana de Derechos Humanos, Organizacin de Estados Americanos, Violencia y la violacin del Derecho Internacional de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario, Tercer informe sobre la situacin de Derechos Humanos en Colombia, consultado el 1 de junio del 2013, http://www.cidh.org/countryrep/Colom99sp/capitulo-4e.htm
de un delito poltico.120 Sin embargo, de acuerdo con esta misma ley, los dilogos de paz nicamente podan celebrarse con organizaciones armadas al margen de la ley a las cuales se les hubiera reconocido carcter poltico. Y aunque, como se ha mencionado, Gobiernos anteriores hubieran sugerido esta alternativa con respecto al paramilitarismo, lo cierto es que algunos de los elementos caractersticos del origen y accionar de estos grupos sembraban dudas acerca de la posibilidad de darles este tipo de reconocimiento.121 Para zanjar ese inconveniente sin tener que enfrentarse al debate poltico, la Ley 782 de 2002 prorrog y modic algunas disposiciones de la Ley 418 de 1997. En particular, elimin el requisito de que las negociaciones de paz solo pudieran hacerse con organizaciones al margen de la ley a las que se les hubiera reconocido carcter poltico.122 Como resultado, la Ley 782 autoriz la realizacin de dilogos de paz con las autodefensas. Estas modicaciones, sin embargo, no ofrecan una alternativa para los paramilitares acusados de cometer crmenes de lesa humanidad y violaciones al Derecho Internacional Humanitario. Por ello, no resultaba atractiva para las cpulas paramilitares. Como se explica a continuacin, ese aparente vaco llev a que se expediera la Ley de Justicia y Paz (Ley 975 de 2005).
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica 1) la negociacin incompleta entre el Gobierno de lvaro Uribe Vlez y los grupos de autodefensa; 2) la discusin parlamentaria en torno a marcos normativos para la desmovilizacin y judicializacin de grupos armados organizados al margen de la ley; 3) la decisin de la Corte Constitucional al fallar la constitucionalidad de la Ley 975 del 2005 (proyecto que nalmente cont con el aval del Congreso); y 4) los Autos y Sentencias de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia por medio de los cuales ha interpretado los alcances de dicha ley, especcamente su procedimiento y sus principios sustantivos. La discusin inicial en el Congreso se hizo de forma simultnea al desarrollo de negociaciones con grupos paramilitares y estuvo suscitada por un proyecto de alternatividad penal (Proyecto de Ley Estatutaria N. 085 de 2003). Este proyecto fue presentado por el primer Gobierno de lvaro Uribe Vlez y result, al parecer, muy cercano a los acuerdos alcanzados en la negociacin con los grupos paramilitares. Luego de agitadas discusiones y fuertes crticas provenientes tanto de sectores polticos como de movimientos sociales y de opinin pblica nacionales e internacionales, el proyecto inicial sera retirado por el Gobierno y reformulado.123 La Ley de Justicia y Paz naci con el n de dotar de marco jurdico a unas negociaciones para las cuales los anteriores marcos normativos no parecan adecuados. En efecto, si tras la Sentencia C-456 de 1997 que suprimi la subsuncin en la rebelin de los delitos comunes cometidos por combatientes en combate, ya era difcil sostener que los guerrilleros merecan un trato distinto al de cualquier delincuente comn, mucha mayor dicultad encontraba un proceso de negociaciones con un actor cuyos lazos con la delincuencia comn eran ms estrechos, y cuyas preocupaciones altruistas eran bastante menos claras. Todava en las Leyes 418 y 782 la concesin de benecios en materia penal estaba condicionada a que los delitos comunes se dieran en concurso con delitos polticos, siempre que los primeros no fueran, en ningn caso, crmenes
123. Para una historia detallada de la gnesis de Justicia y Paz, vase el tercer captulo del informe publicado por el GMH, Justicia y Paz. Los silencios y los olvidos de la verdad (Bogot: Taurus/ Semana, 2012).
atroces. Si no haba reconocimiento de estatus poltico, se poda, pues, negociar, pero no hacer concesiones en materia judicial. A las limitaciones internas del marco normativo y del desarrollo jurisprudencial colombiano se sumaron los estndares internacionales en materia de Derechos Humanos que fueron progresivamente apropiados tanto por la jurisprudencia colombiana en virtud del bloque de constitucionalidad, como por varios movimientos de vctimas y organizaciones de defensa de Derechos Humanos en el pas. En efecto, negociar con los paramilitares levantaba fuertes sospechas sobre lo que realmente estaba en juego. Para varios analistas nacionales e internacionales, las injusticadas concesiones acordadas por el Gobierno en negociacin con sus aliados en la lucha contra la guerrilla revestan la apariencia de una autoamnista encubierta y de una consecuente legalizacin de los rdenes instaurados en las regiones y de los recursos acumulados por vas violentas. En medio de todas estas tensiones y paradojas, y profundamente marcado por ellas, se ha ido formando y reformando el sistema de Justicia y Paz a lo largo de su corta historia. As pues, en lo fundamental, Justicia y Paz es un intento de armonizar el respeto a los derechos de las vctimas a la verdad, la justicia y la reparacin integral con un mecanismo de alternatividad penal admisible poltica y jurdicamente, que permita el cierre denitivo del proceso de negociaciones entre Gobierno y grupos paramilitares. Se estableci entonces que quienes siendo responsables de crmenes muy graves pudieran acreditar ante el Gobierno nacional su desmovilizacin como miembros de alguno de los grupos reconocidos como parte en el proceso de negociaciones y siempre que se sometieran a la justicia y mantuvieran un compromiso indeclinable con la verdad sobre sus crmenes y sus bienes y con la no repeticin de las conductas ilcitas tendran benecios penales por los juicios y condenas por los hechos cometidos durante y con ocasin de su pertenencia a dichos grupos. Adems de condiciones especiales de reclusin, los desmovilizados que cumplieran con los requisitos establecidos solo tendran que pagar entre cinco y ocho aos de crcel. Fiscales, investigadores y jueces estaban en la obligacin de adelantar las investigaciones, hacer imputaciones y dictar sen244
Guerra y justicia en la sociedad colombiana tencia, y solo al nal, una vez esta fuera proferida, se conmutaba la pena establecida en los cdigos por la pena alternativa. Las dicultades que enfrenta el sistema son muy variadas, y todas sumamente complejas. Por un lado, desde un punto de vista a la vez sustantivo y procesal, ha sido motivo de amplios debates la forma y el sentido de la participacin de las vctimas en los procesos judiciales. Una crtica ms o menos extendida al proceso de Justicia y Paz consiste en armar que, a pesar de reconocer los derechos de las vctimas entre sus principios ms elementales, no se ha conseguido hacer de la escena judicial un espacio de impugnacin del discurso del victimario mediante el empoderamiento de las voces de las vctimas. Para muchos, la ausencia de estrategias claras de inclusin de las vctimas al proceso judicial, debidas en parte al carcter adversarial del proceso penal, ha terminado atando las verdades que produce el sistema a los intereses y las autorepresentaciones de los victimarios. Sin embargo, una mirada atenta a lo que sucede en Justicia y Paz permite hacer hiptesis ms complejas. Si bien es cierto que las vctimas han tenido solo espacios marginales de intervencin en la escena judicial (espacios que dependen ms de la iniciativa de scales y jueces que del orden normativo imperante), esto no quiere decir que sean las voces de los victimarios las que se han impuesto. En un informe reciente publicado por el GMH bajo el ttulo Justicia y Paz, verdad judicial o verdad histrica? se muestra cmo en el agregado, las tendencias criminalizantes del derecho penal moderno han denido, no solo el esquema de incentivos de la ley, sino tambin, y lo que era ms dudoso, su funcionamiento emprico. Aun sin la participacin directa de las vctimas, la escena judicial pone a andar una serie de procedimientos que inhiben progresivamente tanto la expresin de autorrepresentaciones heroicas como la manifestacin de mviles polticos por parte de los otrora miembros de grupos paramilitares. Esta tensin apunta hacia otro nudo del sistema: el de las confusiones entre lo excepcional y lo ordinario en la justicia transicional. Con frecuencia, los crticos de la Ley de Justicia y Paz sealan, con razn, que los operadores judiciales individualmente considerados, pero tambin la rama jurisdiccional en su conjunto, no estaban preparados para enfrentar
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adecuadamente los retos que supone un proceso penal especial de carcter transicional. En consecuencia, la nica respuesta que ofrecieron al desbordante trabajo que se les impona fue ordinarizar el proceso acudiendo a los Cdigos de Procedimiento Penal vigentes en justicia ordinaria que tenan a la mano. Esta tendencia presenta varias dicultades. La primera de ellas es que los recursos normativos de la justicia ordinaria no resultan muy adecuados para el juzgamiento de crmenes de sistema, que son los que normalmente enfrenta la justicia penal en un esquema transicional. Como lo advierte el informe antes citado: Mientras que las categoras de la justicia ordinaria suelen ser tiles para representar y castigar conductas antijurdicas de individuos o pequeos grupos de individuos contra otros individuos, los crmenes de sistema, por su parte, en la medida en que suelen tener como responsables a complejos aparatos organizados de poder, muchas veces enquistados en instituciones de ese Estado que se esfuerza en juzgarlos y por lo tanto an poderosos mientras son juzgados, con frecuencia ponen grandes dicultades para la adecuada representacin y el adecuado castigo de las conductas delictivas.124 Pero la segunda dicultad, y quizs la ms importante, es la confusin entre la verdad procesal o judicial y la verdad histrica en la escena judicial. En virtud de las expectativas creadas por los procesos de Justicia y Paz, en materia de verdad suele exigrsele a los investigadores judiciales que el resultado de su trabajo sean verdades procesalmente producidas e histricamente adecuadas, que combinen el rigor probatorio del derecho penal con la amplitud heurstica del trabajo histrico. Tal exigencia, en el contexto general de la ordinarizacin de los procesos, tiene dos efectos muy complejos: de un lado, se genera una historia empobrecida debido a que est constreida por los lmites representacionales de las categoras judiciales utilizadas y, del otro, la justicia enfrenta graves cuestionamientos en cuanto a su ecacia.
124. GMH, Justicia y Paz: verdad judicial o verdad histrica? (Bogot: Taurus/ Semana, 2011), 23.
INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Despus de casi ocho aos de funcionamiento, Justicia y Paz, que haba sido encargada del juzgamiento de aproximadamente 4.400 postulados, ha producido solo catorce sentencias. Al momento de redactarse este informe, solo nueve de ellas estaban en rme con fallo en segunda instancia. Pese a lo anterior, son innegables los avances del sistema en materia de contribuciones a la verdad: 39.546 hechos confesados; 12.869 casos compulsados a la justicia ordinaria, de los cuales 1.124 han ido a la Corte Suprema de Justicia para el juzgamiento de polticos relacionados con el paramilitarismo; y 3.929 fosas exhumadas con 4.809 cadveres encontrados a diciembre del 2012. Estas cifras permiten tener una idea de la gigantesca tarea que hace falta. Catorce sentencias son muy pocas para casi 40.000 hechos delictivos confesados. Esta compleja situacin explica por qu algunos analistas que haban aceptado con la Corte Constitucional en su Sentencia C-370 de 2006 que el mecanismo de alternatividad penal no era equiparable a un indulto ni a una amnista, terminaron por armar que se trata de una amnista de facto: en las actuales condiciones es imposible judicializar adecuadamente a los postulados por el Gobierno nacional a ser beneciarios de la pena alternativa. Los clculos ms optimistas (es decir, aquellos que esperan una aceleracin ostensiva tras los aprendizajes hechos, los avances de las investigaciones y la implementacin de la reforma)125 hablan de varias dcadas de trabajo
125. En el 2012 el Congreso aprob una reforma a la Ley 975 de 2005 cuyo objetivo fundamental es agilizar los procedimientos del Sistema de Justicia y Paz, incluir en ellos enfoques diferenciales, regular las causales de exclusin del postulado y hacer ms efectivas sus investigaciones (fue presentada como Proyecto 96 del 2011 y sancionada como Ley 1592 en diciembre del 2012). Algunos avances signicativos propuestos por esa iniciativa de reforma tienen que ver con principios de priorizacin y seleccin que agilicen el trabajo de la scala y de los jueces. En efecto, ante el volumen de trabajo, es evidente que si no se disean unos criterios bsicos de priorizacin, seguir habiendo priorizacin de facto sin ningn criterio preconcebido que favorezca la materializacin de los derechos de las vctimas. La reforma, sin embargo, tambin ha sido objeto de duras crticas por las modicaciones hechas al incidente de reparacin, diligencia que tena lugar antes de dictar sentencia y que tena como propsito la identicacin de los daos causados por los hechos objeto de la sentencia y la concertacin con las vctimas y sus apoderados acerca de la mejor forma de reparar dichos daos, para convertirla en una diligencia posterior al proceso judicial que se tramita por va administrativa. Esta medida, que limita drsticamente la reparacin por va judicial, ha sido objeto de fuertes crticas por parte de movimientos de vctimas y analistas expertos en el tema.
Gloria Milena Aristizbal fue desaparecida en mayo de 2002, su madre Rosalba junto con algunos vecinos y amigas como Pastora Mira encontraron el lugar donde fue dejada por los paramilitares. Vereda la Holanda, San Carlos, Antioquia. 2007 Jess Abad Colorado. CNMH.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana para lograr cumplir con el objetivo de una completa judicializacin. Los menos optimistas hablan de una tarea de varios siglos. Las dudas tambin son copiosas y graves en materia de reparaciones. Hasta ahora, solo en el caso de Mampujn se han estipulado reparaciones por va judicial por un monto que asciende a $32.000 millones. Este dinero est destinado a un Fondo de Reparaciones constituido por los bienes entregados por los paramilitares. Segn datos del Ministerio de Justicia, el grupo armado cuenta con $96.000 millones de los cuales solo $60.000 millones aparecen como monetizables (es decir, que no tendran los jurdicos para entrar al mercado). Si se hace una vaga estimacin, puede concluirse que, por la sentencia de Mampujn sera reparado, por va judicial, el 0,4% del universo de vctimas de las autodefensas identicadas por la Fiscala. Estas vctimas obtendran el 33% del total de recursos del Fondo con ms del 50% de sus recursos monetizables. En subsidio, el Estado deber asumir las obligaciones que el Fondo no alcance a cumplir en materia de reparacin. Ser necesario, en consecuencia, un enorme esfuerzo del Estado para reparar a las vctimas que no supo o no quiso defender. En efecto, el desafo que signica para la justicia colombiana estar en el centro de un esquema transicional no se agota en los retos en materia penal analizados. Profundizar la transicin hacia la paz implica revertir procesos que el conicto armado puso a andar y que trascienden la esfera estrictamente penal. Uno de esos procesos tiene que ver con el masivo despojo de tierras ocurrido en Colombia, que lejos de ser un efecto colateral del conicto ha sido uno de sus principales mviles. Este problema ha obligado al Estado a plantearse la necesidad de fortalecer y reformar la justicia con el n de ofrecer soluciones para las vctimas. Con la Ley 1448 de 2011, el Estado colombiano opt por un mecanismo mixto de restitucin de tierras que le asigna un rol fundamental a la rama judicial, y le ha planteado al pas el reto, sin antecedentes en el mundo, de disear e implementar un sistema de justicia transicional civil.126
126. Segn Camilo Snchez y Rodrigo Uprimny, la justicia transicional civil puede verse como una forma de justicia transicional que regula las relaciones entre individuos en
El desafo es enorme por varias razones. En primer lugar, por la magnitud y la complejidad del abandono y el despojo de tierras.127 Entre 1995 y el 2010, al menos 266.480 familias que ejercan derechos como propietarios, poseedores u ocupantes sobre una extensin geogrca de aproximadamente 6,5 millones de hectreas fueron vctimas de abandono forzado o despojo en Colombia.128 Las modalidades por las cuales se efectu la usurpacin de tierras son variadas y se fueron renando con el tiempo: van desde actos violentos que buscaban producir el abandono forzado, pasando por actos ilegales de transferencia de predios entre particulares, despojo por complicidad o negligencia de autoridades administrativas o judiciales, usurpacin de baldos propiedad de la nacin129 y despojo por operacin distorsionada del mercado de tierras, como ocurri en la regin de Montes de Mara.130
sociedades que se encuentran enfrentando un legado de violaciones sistemticas, como parte de un proyecto ms grande de justicia que busca responsabilizar a los culpables y promover la reconciliacin. En este sentido, la justicia transicional civil involucra la regulacin de las relaciones entre individuos generalmente cubiertas por las normas de derecho privado en tiempos de transicin o posconflicto, lo cual puede incluir, entre otros, programas especiales de restitucin de tierras, y acciones judiciales de derecho privado. Camilo Snchez y Rodrigo Uprimny, Justicia transicional civil y restitucin de tierras, Dejusticia (borrador no publicado, 2012): 48. 127. [] El abandono implica la suspensin del uso, disfrute, acceso y posesin de cosas o incluso de derechos, por un tiempo determinado y en virtud de causales voluntarias o involuntarias; es decir la privacin temporal o permanente de las cosas que se tiene y/o disfruta []. Con el despojo a diferencia del abandono existe la intencin manifiesta de robo, expropiacin, privacin, enajenacin de un bien o de un derecho []. GMH, El despojo de tierras y territorios. Aproximacin conceptual (Bogot: CNRR/ IEPRI, 2009), 25. 128. PPTP, Unidades agrcolas familiares, 121. 129. Vanse: Dejusticia, Justificaciones, dilemas y estrategias para la restitucin de tierras y territorios. Mdulo de autoformacin para funcionarios de la Unidad Administrativa para la Gestin de la Restitucin de Tierras Despojadas (borrador no publicado, 2012); PNUD, Colombia rural. Razones para la esperanza. Informe Nacional de Desarrollo Humano 2011 (Bogot: INDH/ PNUD, 2011). 130. Vase: GMH, La tierra en disputa. Memorias del despojo y resistencias campesinas en la Costa Caribe, 1960-2010 (Bogot: Taurus/ Semana, 2010).
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica En segundo lugar, la justicia transicional representa un reto enorme por las implicaciones que tendra no reversar el despojo. Reparar integralmente el dao causado por este agelo y sancionar a sus responsables, adems de ser un imperativo tico y jurdico, es tambin la forma de recuperar la conanza de las vctimas en el Estado y sentar as las bases de la reconciliacin. No hacerlo signicara validar el poder acumulado y las fortunas construidas a costa del sufrimiento y la muerte de las vctimas, y aceptar que la violencia es un medio legtimo para hacerse con la propiedad de la tierra.131 En tercer lugar, la justicia transicional colombiana tiene el crucial desafo de hacer frente a la exclusin histrica de comunidades tnicas que han sido particularmente vulnerables a la violencia del conicto y a los perversos efectos indirectos de la confrontacin armada. En este sentido, aunque el proceso de materializacin del derecho de consulta previa en el caso de comunidades afrodescendientes ha tenido muchos problemas a tal punto que el decreto expedido (Decreto Ley 4635 del 2011) fue objeto de una demanda de constitucionalidad todava no fallada por la Corte precisamente por falta de consulta previa el mismo proceso en el caso de pueblos y comunidades indgenas puede considerarse un avance notable desde por lo menos dos puntos de vista. Por un lado, el proceso de concertacin entre indgenas y Gobierno avanz en la construccin de una metodologa consistente para llevar a cabo consultas previas libres, informadas y ajustadas temporalmente en los casos de medidas legislativas y no de proyectos econmicos particulares. Por el otro, y como resultado de dicha concertacin, en el Decreto Ley 4633 del 2011 quedaron consagrados principios que recogen de manera relativamente satisfactoria demandas esenciales de las comunidades y pueblos indgenas. Entre otras, el decreto aborda temas como las garantas de pervivencia fsica y cultural; el respeto a la Ley de Origen, Ley Natural, Derecho Mayor o Derecho Propio; la garanta de los derechos fundamentales al territorio; el reconocimiento de las formas particulares
131. Alejandro Reyes, Restitucin de tierras y reordenamiento de la propiedad agraria, Razn pblica, consultado el 1 de junio del 2013, http://www.razonpublica.com/index. php/politica-y-gobierno-temas-27/
de victimizacin a las que han estado expuestos por su identidad tnica; y la caracterizacin eminente aunque no exclusivamente colectiva de sus daos y exigencias. Para dar cumplimiento a esos principios se han creado nuevas medidas de proteccin de territorios, comunidades y de la autonoma de los Gobiernos indgenas. Estas nuevas garantas buscan contribuir a la ampliacin del alcance de la justicia transicional, particularmente cuando se trata de vulneraciones cometidas contra comunidades tnicas histricamente excluidas.132 Como cuarto punto es necesario considerar el reto que signica poner en marcha un esquema de justicia transicional civil, debido a la dicultad de lograr un funcionamiento adecuado del aparato de justicia en el marco de la poltica de restitucin de tierras. Estas complicaciones son de diversa ndole: de seguridad, de capacidad institucional, procesales, probatorias y de apoyo y coordinacin del Ejecutivo en relacin con las actuaciones de la justicia. En cuanto a la seguridad, el desafo consiste en garantizarle a los jueces y magistrados de restitucin de tierras, a los lderes y demandantes las condiciones necesarias para que realicen su labor y participen en los procesos sin temor a represalias. Resulta imprescindible neutralizar las acciones de los llamados ejrcitos antirrestitucin.133 En lo que se reere a la capacidad institucional, se requiere brindarle a los funcionarios judiciales en las diferentes regiones las herramientas y el apoyo necesario para que puedan dictar sentencias con todos los elementos de juicio requeridos. Esto implica fortalecer los mecanismos de acceso a la informacin, las capacidades tcnicas de los jueces y los canales de comunicacin con otras entidades.
132. Natalia Orduz y Csar Rodrguez, La Consulta previa: dilemas y soluciones. Lecciones del proceso de construccin del decreto de reparacin y restitucin de tierras para pueblos indgenas en Colombia (Bogot: Dejusticia, 2012). 133.Vase: Piden a Santos acciones contra ejrcitos anti-restitucin, El Espectador, 29 de noviembre del 2012, consultado el 2 de junio del 2013, http://www.elespectador.com/noticias/politica/articulo-389813-piden-santos-acciones-concretas-contraejercitos-anti-restitucio.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana En materia procesal el reto tambin es inmenso. La accin judicial de restitucin de la Ley 1448 del 2011 redene algunos principios fundamentales de los procesos civiles ordinarios e introduce innovaciones acordes con la perspectiva transicional. Estos nuevos cambios son extraos a la tradicin del derecho civil en Colombia, pues incluyen: 1) la inversin de la carga de la prueba en favor de la vctima; 2) la existencia de un proceso abreviado en el que las instituciones procesales bsicas tienen un alcance diferente para poder responder a la masividad de casos134; 3) la importancia de una etapa administrativa previa en la que se documentan los casos para el conocimiento de los jueces y de la Unidad Administrativa Especial para la Gestin de la Restitucin de Tierras Despojadas UAEGRTD, que actuara como una especie de Fiscala en la defensa de las vctimas en los procesos; 4) las extensas facultades que tienen los jueces para dar rdenes entre las cuales se encuentran las de declarar la nulidad de actos administrativos o sentencias judiciales previas con el objetivo de garantizar la restitucin material y jurdica de los predios, entre otras. Finalmente, un ltimo desafo en el marco de la restitucin es que la justicia tendr que enfrentarse a s misma o, por lo menos, a decisiones judiciales anteriores que coadyuvaron al despojo al declarar a nuevos poseedores como propietarios de bienes que fueron forzosamente abandonados. Las primeras sentencias revelan los desafos que enfrentar la justicia en la restitucin de tierras. A dos aos de expedida la Ley 1448 del 2011, los jueces y magistrados de restitucin han proferido 176 fallos que involucran 480 casos y 13343 hectreas. La UAEGRTD ha recibido ms de 40000 reclamaciones, de las cuales 8483 se han tramitado, habiendo ya 2360 inscritas en el Registro de Tierras Despojadas y Abandonadas Forzosamente. De estas un total de 1761 han sido presentadas ante los jueces especializados en restitucin. Adicionalmente, en la ruta tnica de restitucin, se han ordenado medidas cautelares para amparar los
134. Camilo Snchez y Rodrigo Uprimny, Justicia transicional civil y restitucin de tierras, 60.
derechos colectivos al territorio de tres Consejos Comunitarios, una comunidad indgena y se avanza en las caracterizaciones de otros casos de comunidades.135 La dicultad en temas como la contratacin y la capacitacin de jueces y magistrados, la consolidacin de la presencia regional de la UAEGRTD y de la justicia en los territorios, las complejidades tcnicas de documentacin y el estudio de casos, entre otros asuntos, han impedido que la restitucin sea mucho ms rpida. Son retos en los que ser necesario seguir avanzando, para que la justicia contribuya a cumplir con las metas trazadas en los diez aos de vigencia de la Ley 1448 del 2011.
3.3.4. La parapoltica: resistencia y fortalecimiento de la justicia protagnica frente a la cooptacin criminal del Estado
El proceso de justicia transicional con los paramilitares impuls la apertura de un captulo de la historia de la justicia frente al conicto que merece un comentario especial. Esto no solo por el papel protagnico que desempe la Corte Suprema de Justicia, sino porque hace parte de una historia de judicializacin y criminalizacin de la poltica cuyo penltimo captulo se escribi durante el Gobierno Samper con ocasin del Proceso 8.000. La parapoltica puede ser entendida como el fenmeno sistemtico de alianzas entre polticos, grupos armados ilegales y narcotracantes ms vergonzoso y de mayores proporciones en toda la historia del pas.136 Se
135. Unidad Administrativa Especial de Gestin de Restitucin de Tierras Despojadas Consolidadocifras con corte a 30 de junio de 2013. 136. Si bien ha habido otros escndalos por la inltracin del crimen y la maa en la poltica en la historia colombiana reciente, la magnitud de la parapoltica los sobrepasa a todos con creces. En palabras de Lpez y Sevillano, [] cuando Pablo Escobar se hizo elegir a la Cmara de Representantes en 1982 su votacin y la de su frmula equivalan a menos del 1% de la votacin de Senado. Cuando se descubri que el Cartel de Cali inltr masivamente las campaas en 1994, los condenados representaron el equivalente
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica trata de un fenmeno que ha desbordado ampliamente las capacidades del sistema judicial, pues aunque se ha puesto en marcha un nmero considerable de procesos, los indicios de alianzas entre paramilitares y polticos son tan abundantes que las indagaciones emprendidas por la justicia constituyen apenas una pequea porcin del fenmeno. En efecto, en el marco de la Ley 975, la Unidad Nacional de Fiscalas para la Justicia y la Paz haba compulsado, hasta diciembre del 2012, 12.869 copias a la justicia ordinaria. All se peda investigar por posibles vnculos con los paramilitares a 1.124 polticos, 1.023 miembros de las Fuerzas Armadas, 393 servidores pblicos y a un grupo de 10.329 personas entre desmovilizados y terceros (buena parte de ellos inclua a empresarios locales).137 Los procesos de polticos locales y funcionarios pblicos han avanzado de forma lenta en relacin con la magnitud de las revelaciones. Segn Verdad Abierta, con base en un informe de la Fiscala, a septiembre del 2012 los scales de la Unidad Antiterrorismo, encargada de investigar los casos de parapoltica local, acusaron a: 19 alcaldes, ocho ms fueron condenados y dos quedaron absueltos. Siete mandatarios locales se acogieron a sentencia anticipada. Con respecto a los concejales, 19 fueron acusados y uno ms acept su responsabilidad ante los sealamientos del ente investigador. As mismo, 23 funcionarios pblicos se acogieron a sentencia anticipada, otros 18 ya estn pagando una condena y 2 fueron absueltos. Finalmente, segn el informe de la Fiscala, por la parapoltica fueron acusados 27 exalcaldes, nueve ms aceptaron cargos voluntariamente, 13 fueron condenados
a 8% de la votacin de Senado y si se suman otros involucrados en el proceso 8.000 equivaldran al 12% de la votacin del Senado. Los investigados por narcoparamilitarismo equivalen al 35% de las curules y al 25% de la votacin de Senado en el 2006. Ese crecimiento constante indica que el narcotrco ha ido renando los mtodos de inltracin del poder poltico e incrementado su nivel de xito. Claudia Lpez y scar Sevillano, Balance poltico de la parapoltica, Arcanos 14 (2008): 62-87. 137. Estas cifras se actualizan de forma permanente y pueden consultarse en el portal web de la Unidad de Fiscalas para la Justicia y la Paz: http://www.scalia.gov.co:8080/ justiciapaz/Index.htm
y uno fue absuelto. En cuanto a los exconcejales[,] 19 fueron acusados, 81 se acogieron a sentencia anticipada, y 10 fueron condenados.138 Cules son los factores que pueden explicar esta connivencia generalizada entre polticos y criminales que puso en cuestin la legitimidad de la democracia colombiana e incluso degener en la captura e instrumentalizacin de entidades tan importantes del orden nacional como el caso del Departamento Administrativo de Seguridad o de otras que pusieron en riesgo y sesgaron gravemente la aplicacin de justicia como el caso de la seccional de la Fiscala en Antioquia a travs de Guillermo Valencia Cossio por parte de los paramilitares? El narcoparamilitarismo aprovech la precariedad institucional139 y las debilidades del sistema electoral en Colombia140 para apoyar o coaccionar polticos con el n de apropiarse de las rentas municipales y para tener una representacin poltica que redujera su exposicin penal a tra138.Vase: Unidad de Fiscalas para la Justicia y la Paz, http://www.scalia.gov.co:8080/ justiciapaz/Index.htm 139. Los fenmenos de captura y reconguracin cooptada del Estado son facilitados, entre otros factores, por la debilidad institucional o las fallas protuberantes en la consolidacin de un Estado de derecho. Al respecto, vase: Luis Jorge Garay, Albarn Salcedo e Isaac de Len Beltrn, De la captura a la reconguracin cooptada del Estado. Una sntesis analtica (Bogot: Grupo Mtodo/ Avina/ Corporacin Transparencia por Colombia, 2009). En contextos en los cuales la debilidad institucional se combina con un ujo importante de recursos scales (como en el caso de las regalas derivadas de la explotacin de recursos naturales que entran a las arcas municipales), las administraciones locales pueden convertirse en presas fciles de la captura de grupos armados ilegales en bsqueda de rentas. La existencia de casos de captura de las rentas departamentales y municipales en el pas ha llevado a que se reabra el debate acadmico y poltico sobre la conveniencia de la descentralizacin en contextos de conicto armado y precariedad institucional. Vanse Mauricio Romero Vidal, ed., La economa de los paramilitares: Redes de corrupcin, negocios y poltica (Bogot: Debate, 2011); Mauricio Garca-Villegas, Javier Revelo y Jos Espinosa, Los Estados del pas (Bogot: Coleccin Dejusticia, 2012). 140. Sobre las caractersticas del sistema electoral y de la cultura poltica colombiana que han facilitado la captura y manipulacin de las normas electorales por intereses clientelistas y criminales. Garca-Villegas y Revelo, Estado alterado.
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Grati de las AUC en la Inspeccin de polica El Placer bajo Putumayo. Fotografa: Jess Abad Colorado 2011.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica vs de la inuencia en la aprobacin de las leyes. Pero no se limit a estas acciones, sino que fue ms lejos. El paramilitarismo alter el mapa poltico regional y nacional mediante el patrocinio a polticos tradicionales o emergentes, a quienes luego chantaje con la amenaza de confesar la ayuda que les haban ofrecido. Esta estrategia tena como objetivo, entre otros: lograr el control de la vida poltica y las rentas del sector pblico; asegurar la presencia de aliados suyos en instituciones del orden nacional que los apoyaran en la lucha contrainsurgente; garantizar un marco jurdico favorable que blindara sus capitales adquiridos de la posible intervencin del Estado y minimizara su exposicin a la justicia penal; inuir en leyes clave para los intereses de los actores que los nanciaron y respaldaron; y desarrollar un proyecto poltico nacional que fuera funcional a sus intereses y a los de sus aliados. La representacin poltica que lograron adquirir no solamente fue numerosa, sino que alcanz los ms altos niveles del poder nacional: siete de los diez presidentes del Senado entre el 2002 y el 2012 han sido o estn siendo procesados por la Corte Suprema de Justicia por presuntos nexos con paramilitares.141 Los parapolticos fueron adems piezas fundamentales de la coalicin de Gobierno: ocho de cada diez de los investigados por parapoltica que ocuparon una curul en el Congreso entre 2002 y 2010 pertenecan a los partidos de la coalicin uribista.142 Adems del alcance de esta reconguracin del Estado, las investigaciones acadmicas han sugerido tambin la existencia de una captura invertida. Con este concepto se describe un fenmeno en el que no solo
141. Vase, Cinco aos de la parapoltica, Verdad abierta, consultado el 2 de junio del 2013, http://www.verdadabierta.com/antioquia/index.php?option=com_ content&id=4050 142. Al respecto, vase el captulo Y refundaron la patria: de la teora a la prctica en Claudia Lpez, Y refundaron la patria. De cmo maosos y polticos refundaron el Estado colombiano, (Bogot: Debate, 2010) 29-78. Ni aun en los momentos ms crticos del escndalo de la parapoltica el ex presidente Uribe decidi desprenderse de tales apoyos, lo cual muestra que buena parte de las reformas que se realizaron durante esta poca (aprobacin del TLC, reforma poltica, entre otras) quizs no hubiesen sido posibles sin la cuota de representacin poltica del narcoparamilitarismo.
fueron los paramilitares quienes instrumentalizaron el poder poltico, sino que el propio poder poltico busc y puso a su servicio las maquinarias de violencia paramilitar. Prueba de ello sera lo sucedido con el origen del paramilitarismo en departamentos como Sucre. Algunas investigaciones consideran que hay sucientes evidencias para armar que fue la propia clase poltica la encargada de dirigir y armar a los paramilitares.143 En algunos casos, las estructuras criminales desbordaron el control de los polticos e incluso fueron las responsables de su delacin; en otros ocurri que los criminales fueron instrumentalizados y luego neutralizados ecazmente por la clase poltica. Teniendo en cuenta la sosticacin de esta inltracin estratgica del paramilitarismo en la poltica, cmo se empez a destapar la verdad de lo ocurrido? Tres procesos contribuyeron a la revelacin de esta escandalosa verdad.144 En primer lugar, investigadores sociales como Claudia Lpez realizaron importantes hallazgos a partir del anlisis de comportamientos electorales atpicos. Al mismo tiempo, algunos lderes polticos como el entonces senador Gustavo Petro denunciaron la inltracin del paramilitarismo en la poltica durante los debates en el Congreso. Como tales denuncias se hicieron antes de la contienda electoral del 2006, los partidos polticos se sintieron presionados a iniciar un proceso de depuracin de sus listas para expulsar de ellas a los presuntos parapolticos, lo cual gener un importante debate pblico sobre el tema. En segunda medida, la propia dinmica que adquiri el proceso de Justicia y Paz condujo a que los mismos paramilitares empezaran a revelar los nexos que tenan con la clase poltica, y a presionar a algunos polticos para que tambin lo hicieran. Hubo dos decisiones judiciales clave que reforzaron esta actitud de los paramilitares. La primera de ellas fue la Sentencia C-370 del 2006, en la que la Corte Constitucional declar exequible la Ley de Justicia y Paz, pero fortaleci los derechos a la verdad, la justicia y la reparacin de las vctimas. De esta forma, endureci los requisitos que el Ejecutivo y el Legislativo inicialmente haban
143. Lpez, Y refundaron la patria, 53. 144. Grajales, El proceso de desmovilizacin de los paramilitares.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana determinado para la concesin de la pena alternativa. En particular, la sentencia estableci que los paramilitares desmovilizados deban decir toda la verdad desde su primera versin libre si queran obtener el benecio de la pena alternativa de cinco a ocho aos. La segunda fue la sentencia de la Corte Suprema de Justicia en la que se rechaz la posibilidad de darle tratamiento de delito poltico a los crmenes cometidos por paramilitares. As, se impidi cualquier posibilidad de indulto o de que se los juzgase por sedicin y no por concierto para delinquir.145 A partir de estas sentencias, lo que antes haba sido un debate poltico sobre el estatus de los paramilitares y sus relaciones con la clase poltica se trasladara progresivamente hacia las arenas judiciales. Los paramilitares modicaron tambin su estrategia de legitimacin ante la sociedad y el Estado; pasaron de hacer una autorrepresentacin como hroes que salvaron al pas de la guerrilla a mostrarse como delincuentes arrepentidos, dispuestos a colaborar con la justicia. Este giro se hizo con el n
145. Radicado 26945, Corte Suprema de Justicia de Colombia. Estas decisiones motivaron una respuesta airada del Ejecutivo contra las altas cortes, a quienes acus de entorpecer el proceso de desmovilizacin y estar sesgadas en sus decisiones. En lo sucesivo, la tensin entre el Ejecutivo y el poder Judicial, y en particular con la Corte Suprema, se incrementara con la judicializacin de los parapolticos, pues el Gobierno, en cabeza del propio presidente Uribe, opt por defender a los miembros de la coalicin procesados y atacar las decisiones judiciales. La tensin fue tan grave que hoy en da la justicia investiga indicios de complots orquestados desde el propio Ejecutivo que involucran a paramilitares con los que se pretenda enlodar el nombre de funcionarios judiciales que jugaron un rol fundamental en la investigacin de la parapoltica, como fue el caso del magistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia Ivn Velsquez. Entre estos presuntos complots est la carta de alias Tasmania a Uribe Vlez en la que le confesaba que el magistrado Velsquez le haba ofrecido benecios jurdicos a cambio de que involucrara al propio presidente en el escndalo de la parapoltica. El mismo Tasmania se retract de esta confesin, y dej claro que lo haba hecho porque su abogado le haba dicho que Santiago y Mario Uribe, hermano y primo del presidente respectivamente, lo ayudaran si lo haca. Tambin hace parte de esta lista de presuntos complots la visita del paramilitar alias Job a la Casa de Nario que la justicia contina investigando. Estas tensiones indudablemente contribuyeron a que la justicia protagnica entendiera y se aanzara en su actitud de resistencia a los procesos de reconguracin cooptada del Estado que estaban en curso. Claudia Lpez y scar Sevillano, Balance poltico de la parapoltica, en Lpez, Y refundaron la patria.
de obtener un trato ms benigno, y gurar ante la opinin pblica como actores secundarios de un proyecto poltico, econmico y social en el que participaron polticos, empresarios y militares a los que estaban dispuestos a incriminar. Pero adems de este cambio de la posicin de los paramilitares dentro de Justicia y Paz se inici un tercer proceso, netamente judicial, que contribuy a desatar el escndalo de la parapoltica. El hallazgo del computador de dgar Ignacio Fierro Flrez alias Don Antonio, un jefe paramilitar del Bloque Norte de las AUC, revel informaciones sobre las alianzas de los paramilitares con polticos y funcionarios del Estado. Esta evidencia permiti iniciar las indagaciones de la Corte Suprema de Justicia y de la Fiscala. Adicionalmente, las revelaciones de Rafael Garca, ex jefe de informtica del DAS, tambin fueron esenciales para desentraar el alcance y los responsables de la cooptacin de esa institucin. Un tercer insumo que permiti el despegue de las investigaciones por parapoltica fue la revelacin que hizo el entonces senador Miguel de la Espriella, al parecer presionado por Salvatore Mancuso, del Pacto de Ralito. Segn este documento, ms de 32 polticos de la regin de Crdoba, entre ellos cinco congresistas, quedaban seriamente comprometidos con los paramilitares.146 Los parapolticos, quienes volcaron buena parte de su capital social y econmico en la defensa dentro del proceso, acarrearon enormes desafos para la justicia, y terminaron por fortalecer sus capacidades institucionales, particularmente las de la justicia protagnica, que ha sido la ms eciente en afrontar el fenmeno. En otros trminos, la justicia colombiana no es la misma antes y despus de la parapoltica. El primero de estos desafos hechos a la justicia fue el intento de los congresistas involucrados de renunciar al cargo para que no los investigara la Corte Suprema de Justicia, sino rganos de menor jerarqua. Esto les permitira utilizar las debilidades estructurales de estos ltimos a su favor, como de hecho ocurri en algunos casos.147 Si bien la Corte en un
146. Grajales, El proceso de desmovilizacin de los paramilitares. 147. La Corte Suprema entr a revisar dos sentencias absolutorias a los excongresistas
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica comienzo acept parcialmente la tesis de la posibilidad de renunciar al fuero con la renuncia al cargo148, posteriormente advirti los riesgos de impunidad que esta decisin podra implicar. De esta forma, modic su jurisprudencia al aducir que, aunque los congresistas renunciaran, la Corte mantendra la competencia de juzgarlos por los delitos que hubiesen cometido, siempre y cuando estos se realizaran por causa del servicio, con ocasin del mismo o en ejercicio de funciones inherentes al cargo.149 Con esta decisin recuper la competencia sobre procesos de congresistas que haban renunciado, y que avanzaban lentamente en pequeos tribunales.150 Un segundo desafo que enfrent la Corte tiene que ver con las dicultades probatorias. Una argumentacin jurdica slida para sustentar la comisin del delito de concierto para delinquir agravado que es por el que principalmente se ha juzgado a los parapolticos en casos de macrocriminalidad organizada, requiere de un anlisis profundo de los contextos en los que se enmarcan las conductas punibles que se
William Montes y Jairo Merlano, y conden al excongresista Luis Humberto Gmez Gallo, despus de que su proceso haba sido precluido. Segn Mauricio Garca-Villegas y Javier Revelo no sera aventurado decir entonces que la resistencia de la justicia protagnica en el caso de la parapoltica es, al menos en parte, consecuencia del acomodamiento o sometimiento de la justicia rutinaria, Garca-Villegas y Revelo, Estado alterado, 126. 148. La interpretacin que la Corte acept en ese entonces, mediante el Auto del 18 de febrero de 1997, era que la expresin aqu subrayada del Artculo 235 de la Constitucin, cuyo pargrafo estableca que cuando los congresistas hubieren cesado de su cargo, el fuero se [mantendra] para las conductas punibles que tengan relacin con las funciones desempeadas, deba ser interpretada bajo la doctrina de los delitos propios, es decir, bajo el entendido de que la Corte mantendra la competencia para juzgar solo aquellos delitos que pudieran ser cometidos con ocasin del cargo. Esto provoc masivas renuncias al cargo (casi la mitad de los congresistas investigados) con el argumento de que de as tendran ms garantas procesales. Esta tesis ha sido desvirtuada por la Corte Constitucional en la sentencia C-394 del 2006. Misin de Apoyo al Proceso de Paz, OEA, Diagnstico de justicia y paz en el marco de la justicia transicional en Colombia, (Bogot: OEA, 2011), consultado el 2 de junio del 2013, http://www.mapp-oea.net/documentos/iniciativas/DiagnosticoJyP.pdf 149. Auto del 1 de septiembre del 2009, Corte Suprema de Justicia. 150. 25 de los 30 casos sobre los cuales la Corte Suprema perdi la competencia se encontraban en la etapa de investigacin o juicio y solo cinco tenan sentencia cuando la Corte modic su jurisprudencia. Garca-Villegas y Revelo, Estado alterado, 125.
investigan, entre otras cosas, para no exponerse a las crticas de politizacin de la justicia. Tanto la Fiscala como la Corte han desarrollado metodologas muy completas para hacer el anlisis de contexto, y con ello han mejorado las capacidades de investigacin requeridas en contextos transicionales. Todos estos ejercicios generan crculos virtuosos para el esclarecimiento de otros casos y la apertura de nuevas investigaciones.151 Un tercer desafo para la justicia ha sido cmo afrontar las estrategias de defensa usadas por los parapolticos para justicar sus actuaciones o desvirtuar las acusaciones. Algunas de las estrategias ms recurrentes han sido alegar que la ausencia de Fuerza Pblica en los territorios facilit la imposicin de un nuevo orden por parte de los paramilitares al que no quedaba otra opcin que someterse si no queran perder la vida. Tambin han apelado a la supuesta ignorancia del alcance de los pactos rmados, a que los encuentros con los ilegales se hicieron en calidad de mediadores de paz o a que desconocan que eran paramilitares los que asistan a ciertas reuniones. Entre el repertorio de estrategias de defensa los acusados han destacado una trayectoria previa de lucha contra el paramilitarismo. Han descalicado a los testigos por ser criminales, y a los testimonios por su inconsistencia o los intereses del testigo. Tambin han descalicado la estrategia general de justicia o de los procesos, entre otras. Ante la dicultad de obtener una prueba directa del delito de concierto para delinquir, la Corte ha tenido que vencer estas estrategias en un marco probatorio desarrollado especcamente para este tipo de casos. Este marco se rige por reglas generales, tales como la necesidad de disponer de un esquema indiciario slido para inferir el delito; la acreditacin de la cercana del acusado con el aparato de poder de los paramilitares, y la necesidad de valorar los medios de prueba como testimonios o documentos, teniendo en cuenta el ideario y el modus operandi de los paramilitares.
151. [] Los casos Pimiento y Barrera, Lpez Cabrales y Montes lvarez, ligados todos al famoso Pacto de Ralito tuvieron un efecto detonante de otros casos. Lo mismo ha ocurrido con otros pactos (anguma, Puerto Berro, Barranco de Loba, Chivolo, Pivijai, acuerdos de Magdalena y Casanera, etc.) que permitieron descubrir nodos de alianzas entre aforados y estructuras paramilitares. Misin de Apoyo al Proceso de Paz, OEA, Diagnstico del proceso de Justicia y Paz, 195.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana Bajo este marco, la Corte Suprema ha desarrollado, entre otras, las consideraciones para la valoracin probatoria en estos procesos que le han permitido enfrentar las estrategias de defensa. Ante testimonios contradictorios, la confrontacin con el resto del acervo probatorio determina cul es la versin correcta; el cuestionamiento sobre la personalidad de un testigo no es suciente para negarle valor a lo declarado y debe haber un riguroso ejercicio de la sana crtica para identicar intereses indebidos del declarante que puedan afectar la validez de la prueba; ante las retractaciones es necesario emprender un trabajo analtico de comparacin y nunca de eliminacin para seleccionar los fragmentos de verdad; es necesario apelar a principios probatorios y tcnicas innovadoras que no se han utilizado frecuentemente en procesos judiciales, como el anlisis de uctuaciones irregulares del caudal electoral, las coincidencias entre picos electorales y la expansin paramilitar y la construccin de indicios a partir de las relaciones del poltico investigado con los condenados.152 La Corte Suprema de Justicia ha asimilado una serie de aprendizajes en materia procesal y probatoria tras los ajustes que ha implicado el proceso de la parapoltica. Estos aprendizajes la han fortalecido para encarar los desafos de la aplicacin de justicia en contextos transicionales. La Corte ha ganado batallas en la interpretacin de las normas en un contexto de presiones ejercidas por las otras ramas del poder pblico, y ha ganado solidez probatoria para afrontar los intentos de deslegitimacin de sus fallos. Dos conclusiones prospectivas pueden extraerse de este anlisis de la parapoltica. La primera es que la actitud de la justicia frente a este fenmeno ha permitido el enjuiciamiento, aunque hasta ahora parcial, de las cabezas del poder poltico que sustentaban el dominio del paramilitarismo en sus territorios de inuencia. De esta forma, la justicia le ha mandado el mensaje a la sociedad colombiana que poner la poltica al servicio de los grupos armados ilegales constituye un grave delito y amerita sanciones. Sin embargo, todo esto no ha sido suciente para
152. Misin de Apoyo al Proceso de Paz, OEA, Diagnstico del proceso de Justicia y Paz, 196-209.
desmontar las estructuras de poder del paramilitarismo, pues nuevos polticos surgen con los mismos mtodos y respaldos con los que triunfaron sus predecesores. La eliminacin total de la inuencia paramilitar en el poder poltico requiere, entre otras cosas, de una estrategia judicial consistente que detecte y sancione a quienes conforman sus redes militares, polticas y econmicas. La segunda conclusin es que el caso de la parapoltica se ha erigido como un gran ejemplo de la importancia de la rama judicial, y en particular de la justicia protagnica. Estas instituciones han frenado y sancionado los procesos de captura y reconguracin cooptada del Estado. No obstante, este papel desempeado por la rama judicial fue el resultado de la conuencia de una serie de factores determinantes. La pregunta crucial en este punto es si dichos factores son lo sucientemente duraderos para que el poder judicial mantenga su funcionamiento como pieza clave en la creacin de una sociedad ms justa.
3.3.5. La aprobacin del Marco Jurdico para la Paz: la apertura de un nuevo captulo en la historia de la justicia colombiana frente al conicto armado
El 31 de julio del 2012 el Congreso aprob una reforma a la Constitucin conocida como Marco Jurdico para la Paz,153 que elev a rango constitucional la justicia transicional. La reforma recogi elementos desarrollados en las leyes y la jurisprudencia constitucional sobre este mecanismo de justicia, pero tambin introdujo cambios signicativos en su concepcin, e incluy novedades en el tratamiento del tema.
153. Vase: Acto Legislativo 01 del 2012, Congreso de la Repblica de Colombia, Por medio del cual se establecen instrumentos jurdicos de justicia transicional en el marco del Artculo 22 de la Constitucin Poltica y se dictan otras disposiciones, consultado el 2 de junio del 2013 http://wsp.presidencia.gov.co/Normativa/actos-legislativos/ Documents/2012/ACTO%20LEGISLATIVO%20N%C2%B0%2001%20DEL%20 31%20DE%20JULIO%20DE%202012.pdf
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Algunos de estos cambios han sido, y es fcil prever que seguirn siendo, objeto de polmica.154 Por un lado, el Marco para la Paz reconoci expresamente los derechos de las vctimas a la verdad, la justicia y la reparacin, y estableci que estos debern garantizarse en la mayor medida posible. Tambin dispuso la creacin de una Comisin de la Verdad, e indic que en cualquier caso se aplicarn mecanismos de carcter extrajudicial para el esclarecimiento de la verdad y la reparacin de las vctimas155. Adicionalmente, el Marco para la Paz j un lmite infranqueable respecto al deber del Estado de investigar y sancionar las graves violaciones a los Derechos Humanos: no se podrn dejar de investigar y sancionar los mximos responsables de los crmenes de lesa humanidad, genocidio y crmenes de guerra cometidos de manera sistemtica. De este modo, el Marco incorpor un elemento clave del modelo de justicia transicional delineado en Colombia durante la ltima dcada: la idea de que una experiencia de transicin de la guerra a la paz no se puede hacer sin un mnimo de justicia respecto a las atrocidades cometidas en el pasado y sin consideracin por los derechos de las vctimas. Pero por otro lado, la reforma constitucional abri paso a un modelo de justicia transicional menos punitivista y menos orientado a la judicializacin que el que se vena consolidando. Expresin de ello es la autorizacin dada al Congreso para que, a travs de una ley estatutaria, y teniendo en cuenta la gravedad y representatividad de los casos, establezca criterios de seleccin que permitan centrar los esfuerzos de investigacin y juzgamiento en los mximos responsables de los crmenes de lesa humanidad, genocidio y crmenes de guerra cometidos sistemticamente. Segn el Marco para la Paz, los criterios de priorizacin y
154. Por ejemplo, para el momento de redaccin de este informe, ya se haba radicado ante la Corte Constitucional una demanda contra el Acto Legislativo. La demanda fue presentada por la Comisin Colombiana de Juristas y en ella se aleg que la autorizacin para que el legislador dejara de investigar y sancionar los crmenes de guerra no cometidos de manera sistemtica, as como a los desmovilizados que no ostentaran la categora de mximos responsables sustitua un eje esencial de la Constitucin. 155. Acto Legislativo 01 del 2012, 1.
seleccin son inherentes a la justicia transicional, con lo cual se evidencia una de las ideas orientadoras de esta reforma: que no todos los desmovilizados que pueden ser eventualmente responsables de graves violaciones a los Derechos Humanos pasen por el sistema judicial. Por esta razn es un modelo menos orientado a la judicializacin, y en su lugar intenta apostarle a mecanismos extrajudiciales como el de la Comisin de la Verdad. Pero tambin es un modelo menos punitivo, pues contempla la posibilidad de conceder generosos benecios penales a quienes s sean judicialmente condenados. Estos benecios incluyen la suspensin de la ejecucin de la pena y la aplicacin de sanciones extrajudiciales, de penas alternativas o de modalidades especiales de ejecucin y cumplimiento de la pena. La posibilidad de conceder estos benecios est, sin embargo, sujeta a condiciones que responden a una perspectiva holstica de la justicia transicional. A partir de esta forma de concebir la justicia, resulta admisible cierta lgica de compensacin entre sus distintas dimensiones, como por ejemplo, menos castigo a condicin de mayor verdad y reparacin para las vctimas. Por esta razn, los benecios penales previstos en el Marco para la Paz nicamente operaran para aquellos desmovilizados que cumplan al menos con los siguientes requisitos: dejen las armas; reconozcan su responsabilidad; contribuyan al esclarecimiento de la verdad; cooperen con la reparacin integral de las vctimas; aporten informacin que conduzca a la liberacin de los secuestrados y la desvinculacin de los menores de edad reclutados ilcitamente que se encuentren en poder de los grupos armados al margen de la ley. Esta nueva orientacin de la justicia transicional respondi, en buena medida, a la necesidad de ofrecer una respuesta a las debilidades e insuciencias del modelo transicional previsto para los paramilitares de cara a futuros procesos de paz. Cuando se inici el debate sobre el Marco para la Paz, la judicializacin de los desmovilizados constitua un tema de preocupacin pblica debido a sus insignicantes resultados, que revelaban que un modelo como el previsto en la Ley 975 pareca conducir inevitablemente a una seleccin encubierta.
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Guerra y justicia en la sociedad colombiana Pero adems, se opt por la reforma constitucional como una forma de blindar la nueva apuesta frente al riesgo de que el control constitucional judicial no permitiera adoptar un esquema distinto al de la judicializacin total, de acuerdo con el estndar establecido en la jurisprudencia constitucional en los ltimos aos. En efecto, el modelo original previsto para la desmovilizacin colectiva de los paramilitares estaba pensado para que solo entraran a Justicia y Paz quienes voluntariamente decidieran hacerlo, y para que se aplicaran los benecios de amnistas concebidos para los delincuentes polticos a quienes no tuvieran investigaciones abiertas por su participacin en crmenes atroces. Sin embargo, la implementacin de este modelo no fue posible a raz de las decisiones adoptadas por la Corte Constitucional y la Corte Suprema de Justicia. Tras ello, se intent aplicar el principio de oportunidad, pero la Corte Constitucional determin que esta propuesta era inconstitucional.156 Finalmente, el Congreso expidi la Ley 1424 del 2010, conocida como la Ley de Acuerdos de Contribucin a la Memoria Histrica. Esta norma consagr amplios benecios de libertad a los desmovilizados a cambio de contribuciones al esclarecimiento de la verdad y la reparacin de las vctimas. La Corte Constitucional determin la constitucionalidad de esta ley, pero aclar que todos los desmovilizados deben rendir cuentas ante los jueces, y adems cerr la puerta para que los mximos jefes de los grupos armados puedan acceder a los benecios ofrecidos por el Estado. El Marco para la Paz se present como una va necesaria para ofrecer alternativas frente a las dicultades advertidas en el proceso de desmovilizacin de los paramilitares. Sin embargo, durante su discusin surgieron otros asuntos que no necesariamente estaban conectados con el propsito inicial. El ms notable de ellos fue la autorizacin para que los agentes del Estado puedan ser objeto de un tratamiento diferenciado en el marco de un acuerdo de paz. Este punto qued nalmente incorporado en el texto constitucional, pero todava no resultan claros ni su alcance, ni las condiciones a las cuales est sujeto. El Marco para la Paz abre, sin duda, un nuevo captulo en la historia de la justicia colombiana frente al conicto. Sin embargo, apenas est escrita la primera pgina: la extensin y orientacin de este captulo es an incierta. Este documento podra constituirse como el punto de partida de la ruta jurdica hacia la desmovilizacin de las guerrillas si se cumplen dos condiciones: en primer lugar, si prosperan las negociaciones de La Habana, que al momento de redaccin de este informe se encuentran en curso. La segunda condicin es que la Corte Constitucional determine que el Marco para la Paz cumple con los requisitos para declararlo constitucional. Es indudable que el Marco revivir la discusin sobre el delito poltico, su naturaleza, su sentido y sus efectos en materia penal. En este proceso, cargado de dilemas pero tambin de apuestas esperanzadas sobre el futuro, es fcil prever que la palabra de los jueces ser determinante.
156. Esta propuesta se consagr en la Ley 1312 de 2009, pero fue declarada inexequible en la sentencia C-936 del 2010.
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Ritual en memoria de las vctimas de Bojay un mes despus de la tragedia y realizado en ausencia de actos de velacin. Quibd junio de 2002. Fotografa: Jess Abad Colorado .
CAPTULO lV
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica En segundo lugar, dado que los daos tambin dependen de las modalidades de violencia, el captulo analiza los impactos causados por algunas de ellas: masacres, desaparicin forzada, desplazamiento forzado y secuestro. El impacto especco de la violencia sexual se trabaja en la tercera parte. Se trata de reconocer que los hechos de violencia ocurridos en la guerra causan efectos distintos dependiendo del gnero (mujeres, hombres, poblacin LGBTI) y de la edad (nios, nias, adolescentes, jvenes, adultos mayores). Finalmente, se hace referencia a los impactos causados por la impunidad de los crmenes, la falta de atencin integral y oportuna a las vctimas y la falta de reconocimiento social de los daos que se les causaron. Muchas vctimas que interactuaron con el GMH en los casos emblemticos asociaron su sufrimiento no solo a los actos violentos sufridos, sino a la falta de justicia, a la indolencia social y a la precaria atencin estatal recibida. La capacidad de resistencia a la guerra y los valiosos mecanismos para enfrentarla desplegados por las vctimas y las comunidades son notorios en diversos territorios colombianos. No obstante, este tema se abordar detalladamente en el quinto captulo de este informe.
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profundos impactos emocionales sobre las vctimas4 y han menoscabado sus recursos psicolgicos. En muchas ocasiones no cuentan con las capacidades de respuesta necesarias para afrontar, asumir, explicar y sobrevivir a experiencias marcadas por el horror, la indefensin y la humillacin. En casi todos los lugares donde el GMH adelant su trabajo, las vctimas rerieron el miedo como la emocin ms constante y generalizada. La llegada de hombres armados a sus corregimientos u hogares instal la zozobra da y noche. La presencia de retenes militares de la Fuerza Pblica y de grupos armados ilegales hizo que la poblacin se sintiera insegura al movilizarse por sus territorios: la gente tema ser indagada, retenida, torturada o asesinada por los armados que solan interrogar y juzgar en medio de las carreteras. Las madres y los padres enfrentaban el temor cotidiano de que sus hijos e hijas fueran reclutados o agredidos sexualmente por parte de los grupos armados. Las vctimas, aun muchos aos despus de acaecidos los hechos, expresaron que a pesar del paso del tiempo el miedo sigue presente en sus vidas. As lo narra un hombre en San Carlos: [] Las noches eran muy complejas, porque inclusive nosotros buscamos sitios donde dormir cada da en diferente casa [], casi todo el mundo se reuna para dormir en una casa, dormir en otra Con el propsito de protegernos y siempre eran as las caractersticas de una casa, que tuviera solar. [] Todos nos mantenamos preparados, mucha gente dorma con la ropa puesta, con la ropa empacada, los hijos inclusive, pues con su proceso de planear como su fuga, sus cosas. Entonces ese tiempo fue una zozobra muy dura.5
4. Sobre los impactos psicosociales y emocionales provocados por la violencia sociopoltica se han realizado importantes estudios en el contexto latinoamericano y en el pas. Vanse, entre otros: Bertha Luca Castao, Luis Eduardo Jaramillo y Derek Summereld, Violencia poltica y trabajo psicosocial. Aportes al debate (Bogot: Corporacin AVRE, 1998); Martha Nubia Bello, Elena Martn Cardinal y Fernando Jiovani Arias, eds., Efectos psicosociales y culturales del desplazamiento (Bogot: Universidad Nacional de Colombia, PIUPC, 2000). 5. Entrevista con hombre adulto. GMH, San Carlos. Memorias del xodo en la guerra (Bogot: Taurus/ Semana, 2010), 293-294.
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Esta fotografa hace parte de la secuencia Un sendero de dolor en la que se ve a Tulia Rosa Prez cuando recibe de la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscala, los restos de su hija desaparecida en 2001 por grupos paramilitares. La Hormiga, Putumayo, noviembre de 2007. Fotografa: Ernesto Guzmn El Pas.
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Impactos y daos del conflicto armado El miedo, mecanismo defensivo ecaz, se convierte en una emocin paralizante y morticadora que impide que algunas personas puedan adelantar actividades esenciales para desarrollar sus vidas, como salir de sus hogares, caminar por el campo, reunirse con sus amistades.6 El miedo limita, adems, iniciativas familiares y comunitarias para reiniciar sus proyectos. As lo ilustra el relato de una lideresa campesina, vctima de desplazamiento en la costa caribe: [] All en mi comunidad antes de que pasara la masacre tenamos comits, un grupo juvenil y accin popular, y cuando pas eso ya no bamos a hacer nada ms [] Luego del desplazamiento me dijeron oye, vamos a organizarnos, y yo Noooo, djenme quietica!, que a m s me ha pasado eso, y yo no me meto en eso, yo s soy que no me meto en nada porque qued con ese miedo, ese temor7 El clima de terror que los actores armados instalaron en muchas regiones del pas con acciones como las masacres, las torturas, las desapariciones forzadas, los asesinatos selectivos, la violencia sexual o los reclutamientos ilcitos llev a que las personas experimentaran sensaciones permanentes de amenaza y vulnerabilidad. El mundo se torn inseguro, y las personas se vieron obligadas a desplegar mecanismos de proteccin como el silencio, la desconanza y el aislamiento. Esto modic sustancialmente las relaciones comunitarias y familiares. En muchos casos, el miedo, causado por los aos de terror, logr inhibir las acciones de denuncia, de bsqueda de justicia, de organizacin social y de participacin poltica. Adems, hizo que muchas personas
6. Sobre el miedo en contextos de represin poltica, vase: Elizabeth Lira y Mara Isabel Castillo, Psicologa de la amenaza poltica y del miedo, Revista Psicologa Poltica 6 (1993): 95-116, consultado el 13 de mayo del 2013, http://www.uv.es/garzon/ psicologia%20politica/N6-5.pdf 7. Testimonios de mujeres adultas, campesinas, desplazadas, lideresas. GMH, La tierra en disputa. Memorias del despojo y resistencias campesinas en la costa caribe, 1960-2010 (Bogot: Taurus/ Semana, 2010), 331.
se replegaran dentro de sus hogares e impusieran severas restricciones en las relaciones y conversaciones con el entorno a quienes integran sus familias. As lo ilustra el testimonio que don Wilson H. Mantilla, sobreviviente de la masacre de La Rochela, dio al GMH: Tengo adems, [] medidas de proteccin, no salgo sino de mi casa al trabajo, debo impedir que mis hijos salgan a la calle, mi hija no va a las convivencias del colegio. Qu seguridad le puedo garantizar? Y las vacaciones son por esta razn cada cinco aos, tampoco podemos ir a ncas de recreo. Tambin s que mi telfono est chuzado8 Las personas experimentaron emociones de angustia frente a la incertidumbre o la posibilidad de que nuevas agresiones ocurrieran, tambin por la falta de informacin sobre el paradero o el destino de familiares y vecinos. Las emociones de nostalgia provinieron especialmente del desarraigo y la prdida de lugares amados y signicativos; y los sentimientos de tristeza surgieron por la ausencia o la muerte de seres queridos. Estas experiencias alteran el sueo, la concentracin y la atencin en sus actividades. En muchas ocasiones, tambin provocan otros sntomas como desrdenes alimenticios y estimulan el consumo de bebidas alcohlicas y sustancias psicoactivas, as como la automedicacin. Con ello se busca aliviar malestares y sufrimientos intolerables. La hija de Samuel Vargas, vctima de la masacre de La Rochela, narr a la CIDH, cmo la vida y la salud de su madre se vieron afectadas con la prdida de su esposo: [] Ella se entreg a ese dolor, ella no hablaba, se quedaba callada o lloraba, tard mucho tiempo llorando, no sala casi de la casa, a pesar de que yo le insista que lo hiciera. Mantuvo la ropa de mi pap por mucho tiempo y guard el luto hasta el da de su muerte. Se volvi muy taciturna y comenz a manifestar los achaques del paso del tiempo pero con mayor rapidez e
8. Entrevista a don Wilson H. Mantilla, sobreviviente. GMH, La Rochela. Memorias de un crimen contra la justicia (Bogot: Taurus/ Semana, 2010), 238.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica intensidad, se enfermaba ms frecuentemente, tuvo lceras, se volvi algo adicta al tabaco, y esto la llev a que se manifestara mucho ms rpido un cncer que le gener la muerte.9 Los relatos de las vctimas tambin reejan la presencia frecuente de sentimientos profundos de odio y de rabia desatados en algunos casos por la vivencia de la injusticia, en otros por el recuerdo reiterado de las humillaciones que recibieron. Estos sentimientos se ven acrecentados, muy especialmente, por la sensacin de impotencia al evidenciar que en muchos casos, los victimarios no solo quedaron libres, sino que incluso, en ocasiones, recibieron benecios econmicos y reconocimientos, pese a que continuaron con sus actividades delictivas. Hoy a los grupos desmovilizados el Estado les entrega granjas, les entrega dinero, les entrega auxilios. Y si vamos de pronto tambin a las ocinas de Accin Social encontramos que para que una vctima o un beneciario reciba una ayuda tiene que entutelar, porque los tribunales estn llenos de tutelas para que les entreguen recursos humanitarios, para que les entreguen ayuda.10 Nosotros, vea, tuvimos que salir derrotados del pueblo, dejar lo que tenamos de huida de ellos, aqu no nos solucionan nada y en cambio ellos que fueron los que nos daaron, les tienen casa, tienen sueldo, mejor dicho, oportunidades a granel... Est bien que el que se arrepinti y no est ms ah, pero mire que ellos siguen haciendo dao, reciben sueldo y las ayudas y de todo y siguen haciendo dao.11 Las personas que integraban los grupos que perpetraron crmenes atroces, investidas por el poder de las armas, pusieron a sus vctimas en
9. Entrevista a Erika Vargas, hija de Samuel Vargas. GMH, La Rochela, 228. 10. Entrevista a mujer vctima. GMH, Justicia y paz. Verdad judicial o verdad histrica? (Bogot: Taurus/ Semana, 2012), 389. 11. Testimonio de mujer adulta. GMH, San Carlos, 239.
posiciones denigrantes y las sometieron a actos de extrema crueldad, lo cual instal el sentimiento de rabia en estas. El testimonio de una madre en la costa Caribe muestra estos sentimientos: [] Son unos cobardes si los tuviera enfrente los matara ojal les hicieran lo mismo que ellos le hicieron a mi hijo. [] Odio a esos malditos, no merecen llamarse seres humanos no tienen perdn de Dios.12 En los espacios de conversacin colectiva no siempre result fcil hablar de la rabia. Socialmente, este sentimiento es rechazado, censurado y condenado, y suele asociarse a personalidades rencorosas y resentidas, incapaces del perdn y la nobleza. En este sentido, es un sentimiento que genera incomodidad (se siente culpa por sentir rabia), por lo cual se oculta y reprime. As queda de maniesto en el testimonio de uno de los talleres de memoria: [] En la jornada de atencin a las vctimas, una seora que era la funcionaria encargada de instalar la jornada, lleg con la Biblia en la mano y escribi en un tablero perdn y reconciliacin. Nos dijo que aqu venamos a perdonar, o si no, estbamos perdiendo el tiempo 13. Es usual que la represin de los sentimientos de rabia y de odio se redirija hacia otras personas, especialmente a las ms frgiles, como los menores de edad. Ello ocurre porque las vctimas no encuentran espacios adecuados para reconocer y procesar tales sentimientos. Pese a que la rabia es comprensible frente a la experiencia vivida, se convierte en una emocin perturbadora que genera conictos familiares y comunitarios, o de padecimientos psquicos relacionados con la culpa. As lo ilustra la experiencia de uno de los habitantes del municipio de San Carlos: Yo me volv una persona muy amargada y pienso que mis hijos sufrieron mucho por eso, yo los gritaba, les pegaba y mucho
12. GMH, Mujeres y guerra. Vctimas y resistentes en el Caribe colombiano (Bogot: Taurus/ Semana, 2011), 368. 13. GMH, Mujeres y guerra, 368.
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Impactos y daos del conflicto armado tiempo despus hablando con mi esposa, nos dimos cuenta que la violencia nos haba vuelto as, que esa rabia que tenamos la pagaron ellos.14 La culpa y la vergenza son tambin sentimientos cuya presencia mortica la vida de las vctimas.15 Este es el caso de las mujeres que fueron vctimas de violencia sexual; de los hombres que se sintieron incapaces de proteger a sus familias y, de las comunidades sealadas injustamente como responsables de la violencia ejercida. En los testimonios de las vctimas la culpa se vincula, por lo general, a la acciones. Una madre en un taller en la costa caribe mencion: Yo le dije a mi hijo que l no tena necesidad de andar metido en grupos armados, que l ya era un desmovilizado con ayuda del Gobierno, pero l no me hizo caso y yo no fui ms enrgica para impedirle que se fuera. Si yo me hubiera hecho sentir tal vez l estuviera hoy conmigo.16 Ahora bien, en los relatos de las vctimas la culpa no solo est asociada con acciones u omisiones frente a los hechos ocurridos. Tambin se experimenta culpa en relacin con la aceptacin de la muerte y la ausencia de seres queridos. Muchas vctimas se reprochan a s mismas continuar con sus vidas, y la recuperacin de la cotidianidad se entiende como una deslealtad con la persona amada que est ausente, sea la pareja, el padre o la madre, sus hijos e hijas. Si, adems, la familia u otros (organizaciones, vecinos, la comunidad) critican o desaprueban los esfuerzos por recuperar la normalidad de la vida cotidiana, para la vctima que sobrevive a la violencia se hace imposible vivir con la sensacin de traicin y
14. Notas de campo. Conversacin personal con campesinos de San Carlos Antioquia, 2010. 15. Sobre el tema, vase: Corporacin AVRE, Peritazgo sobre impactos psicosociales en casos de violencia sexual en el marco de la violencia poltica, en Informe de la Corporacin AVRE (26 de septiembre del 2011), consultado el 12 de mayo del 2013, http:// www.pazconmujeres.org/archivos/Peritazgo_AVRE.pdf 16. GMH, Mujeres y guerra, 369.
Decenas de heridos, civiles muertos y el desplazamiento de numerosas familias fue parte del resultado en los combates de la Comuna Trece, entre milicianos de las guerrillas y miembros del Ejrcito y la Polica en la denominada Operacin Orin. Medelln, octubre de 2002. Fotografa: Jess Abad Colorado
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica deslealtad. Algunos incluso terminan forzndose a permanecer en un duelo sin n. As se expresa una mujer en la costa Caribe: [...] Yo no me animo a rerme, ni a bailar, ni a estar contenta Cmo uno puede hacer esas cosas despus de lo que pas?.17 Esta culpa tiene un contexto cultural explicativo en las mujeres. En el caso de las viudas, la sociedad espera que mantengan un luto permanente, y sanciona que intenten reconstruir sus vidas, especialmente si esto implica el inicio de nuevas relaciones de pareja. En el caso de las mujeres vctimas de violencia sexual, la culpa se fundamenta en un sistema social que crea expectativas sobre los cuerpos y las vidas de las mujeres, y restringe sus comportamientos. El rechazo de tales expectativas signica, socialmente, la responsabilidad por la violencia sufrida, y se llega incluso a culpar a la vctima, quien debe as enfrentar la estigmatizacin y el rechazo. As lo narr al GMH un hombre joven en la costa Caribe: [...] Los paracos y los de la Armada le echaban el ojo a las ms jvenes y bonitas... a las de 14 y 15, y ellas se dejaban engatusar o impresionar y se iban con los manes... ya despus ninguno de aqu quera ser novio de ellas. Uno no las quera usadas... de segunda, me entiende?18 En los relatos de las vctimas es claro que la culpa no solo se instala en ellas, sino tambin en personas cercanas, a veces de su mismo ncleo familiar o miembros de la comunidad de referencia. Muchos de los hechos de violencia trataron de explicarse como el resultado de acciones, comportamientos u omisiones de personas familiares o vecinas, lo que contribuye considerablemente al aumento de la conictividad familiar y comunitaria. La culpabilidad puede recaer, por ejemplo, sobre el esposo o la esposa (por haberse involucrado en una situacin peligrosa), en los hijos e hijas (por no haber hecho caso), en las personas vecinas (por haberles ayudado y encubierto), etctera.
17. GMH, Mujeres y guerra, 369. 18. Testimonio de joven hijo de una mujer asesinada. GMH, Mujeres y guerra,
Se produce de esta manera una privatizacin del dao19 que termina contaminando las decisiones personales, las relaciones familiares y los afectos. Esta privatizacin diluye e impide el reconocimiento de los verdaderos responsables; desubica a las personas en relacin con el mundo y el trauma, y les impide interpretar lo vivido de manera ponderada y razonable. En lugar de tener en cuenta que los armados se impusieron arbitrariamente y que lo ocurrido no estaba en sus manos, no deba haber pasado y que les fue impuesto de manera injusta, las vctimas terminan percibindose como responsables de lo acontecido. Yo ese da deb haber llegado ms temprano [] No le hice caso a mam [] cuando llegu ya la haban matado [] si yo hubiera salido derechito para la casa [] seguro esto no habra pasado, yo no habra permitido que la hubieran matado [] pero llegu cuando ya no haba nada que hacer [] O de pronto me hubieran matado a m tambin y eso hubiera sido mejor.20 De esta manera, la culpa sustituye al desamparo y la impotencia que produce en las vctimas la ilusin tarda de cierto control sobre lo sucedido.21 Esta ilusin solo profundiza y completa el dao, porque genera en las vctimas una falsa e injusta sensacin de culpabilidad como resultado de las violaciones a sus derechos y de los daos subsecuentes que esta violencia les produjo a ellos, a sus familiares y a sus territorios. As, la exposicin a situaciones caracterizadas por altos niveles de terror e indefensin constituyen casi siempre experiencias que rebasan la capacidad de hombres y mujeres para afrontar los hechos. Esto genera traumas y daos psicolgicos, cuyas manifestaciones ms frecuentes,
19. Sobre la privatizacin del dao, vase: Elizabeth Lira, Trauma, duelo, reparacin y memoria, Revista de Estudios Sociales 36 (2010), consultado el 13 de mayo del 2013, http://res.uniandes.edu.co/view.php/646/view.php 20. Testimonio de hijo de Yolanda Izquierdo. GMH. Mujeres que hacen historia, 117. 21. Vase: Jorge Buitrago, De vctimas a actores sociales: el rol de los familiares en la superacin de la impunidad, en Atencin integral a vctimas de tortura en procesos de litigio. Aportes psicosociales. (San Jos: Instituto Interamericano de Derechos Humanos, 2009), 357-393.
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Impactos y daos del conflicto armado referidas por las vctimas, son las graves alteraciones del sueo con insomnios pertinaces y pesadillas, sntomas depresivos y angustiosos, y somatizaciones: Yo nunca pude volver a saber qu es dormir bien... en los aos terribles las noches eran espantosas, uno rezaba para que la noche pasara rpido... Desde entonces no duermo yo me acuesto y miro para el techo y casi no duermo.22 Estos sntomas provocan dicultades por momentos casi insuperables para la realizacin de las actividades habituales y recobrar las relaciones cotidianas. En algunos casos, incluso, se observan alteraciones del juicio de la realidad y cuadros psicticos. El diagnstico de cuatro mujeres que presenciaron las dos masacres ocurridas en el municipio de El Salado, departamento de Bolvar, ilustra lo sealado. Estas mujeres experimentaron varios desplazamientos forzados, perdieron familiares y seres queridos y no recibieron una oportuna y especializada atencin mdica: En el mes de diciembre de 2007, M. perdi por completo la capacidad visual en uno de sus ojos, lo que le desencaden una profunda depresin. El 16 de diciembre de 2007, M. perdi el contacto con la realidad (empez a hablar incoherencias y a presentar comportamientos extraos). [] Para el mes de julio de 2007, la seora J. nicamente haba podido recobrar el sueo pero continuaba con distintos sntomas fsicos y emocionales, entonces, decidi acudir a un neurlogo en la clnica privada Soner, en la ciudad de Sincelejo. El mdico le diagnostic una depresin profunda []. La evolucin de la seora R., pese a que fue tratada por un psiclogo particular pago por la familia, no fue satisfactoria, pues continuaba comportndose de manera extraa, al punto de intentar agredir a su esposo y
22. GMH, Mujeres y guerra, 372.
emprender huidas sin rumbo []. Desde nales del 2008 la seora T. empez a sufrir mareos, prdida del apetito, prdida de inters en toda actividad, retraimiento, deseo de permanecer la mayor parte del tiempo dormida, ansiedad durante la vigilia, entre otros sntomas.23 Hechos de violencia como las masacres, las torturas, la violencia sexual y las desapariciones forzadas son claros ejemplos de experiencias traumticas, las cuales suelen destrozar los sistemas normales que dan a las personas una sensacin de control, de conexin y de signicado24. Son hechos que marcan las historias individuales y colectivas, que rompen abruptamente el curso de las vidas porque arrebatan la certidumbre de habitar un mundo conocido, y ponen en crisis creencias, relaciones y, en general, todos los aspectos que son fuente de sentido y de soporte para la existencia. Las mujeres y las familias sobrevivientes de las masacres de El Salado se sienten abrumadas por las experiencias de violencia que han enfrentado y la acumulacin de daos que ha instalado el terror en sus vidas. Las imgenes de lo sucedido, los gritos y los padecimientos escuchados quedan inscritos en su memoria y les atormentan en los sueos: Desde que mataron a mi hija, siempre me asalta la misma pesadilla, mire, siempre sueo con lo mismo, es una cosa extraa y no s cmo quitrmela.25 Las experiencias traumticas permanecen vvidas a pesar del paso de los aos, y las vctimas pueden revivir sus emociones de pnico y desamparo ante cualquier imagen, olor o sonido que evoque las situaciones experimentadas. Algunas de las huellas e impactos psicolgicos causados por la violencia son: el encierro, el aislamiento, el silencio, las pesadillas recurrentes y repetitivas, el desinters por cosas que antes disfrutaban, la prdida del deseo sexual, el descuido fsico personal, el deterioro de
23. Sentencia T-045/10, Corte Constitucional de Colombia, consultado el 9 de mayo del 2013, http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2010/T-045-10.htm 24. Judith Herman, Trauma y recuperacin. Cmo superar las consecuencias de la Violencia (Madrid: Espasa, 2004), 66. 25. Testimonio de mujer en taller de El Salado. Notas de campo.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica la autoestima, la manifestacin de enfermedades diversas, el deterioro fsico, sentimientos depresivos y la frecuente aparicin involuntaria e incontrolable de los recuerdos de lo vivido que invaden la memoria, descritas como imgenes y pensamientos intrusivos. En Cinaga (Magdalena), una mujer le narr al GMH cmo la desaparicin forzada de su hermano llev a su madre a morir de pena moral: [] Mi mam muere a los dos aos. Ella tena aplasia medular y se le junt con la pena moral. El dictamen de la muerte de mi mam fue pena moral. Ella no quiso vivir ms. Se le olvid que tena otros siete hijos y vivi en busca de l. La muerte de mi mam fue muy dolorosa. Nosotros tuvimos que traer a una persona que se pareca a mi hermano para que ella en su hora de muerte lo tocara y creyera que l era el que haba llegado. Para que se pudiera ir tranquila y nosotros, en el dolor, decirle, Mam, tranquila, Reinaldo est ac, lleg, y ella verle la luz en los ojos. Creo que fue lo ms doloroso de todo el proceso que hemos pasado.26 A las huellas o impactos psicolgicos se suma, en muchas ocasiones, la persistencia de las amenazas y del riesgo.27 En efecto, varias vctimas mencionaron nuevas victimizaciones en sus lugares de origen e incluso a los que llegaron de manera forzada para proteger sus vidas. Durante los ejercicios de reconstruccin de memoria y varios aos despus el GMH ha conocido graves amenazas sobre las vidas de mujeres y hombres que participaron en estos procesos, quienes continuaban vinculados a organizaciones locales. Esta situacin, sumada a la gravedad de los hechos violentos, desencaden en algunas vctimas diversos daos psquicos que lesionaron seriamente sus pensamientos, emociones y conductas. As, algunas de ellas resultaron impedidas para controlar sus vidas, para decidir por s mismas, relacionarse con los otros y jarse metas y proyectos
26. GMH, Justicia y paz, 237. 27. Vase: Comisin Intereclesial de Justicia y Paz, Equipo psicosocial, Los efectos psicosociales de la revictimizacin, consultado 13 de mayo del 2013, http://justiciaypazcolombia.com/Los-efectos-psicosociales
a futuro, por lo que, en varios casos, sucumbieron al aislamiento, la parlisis y la dependencia. Una joven en el corregimiento de El Salado coment: Mi mam era una lder, una mujer activa y alegre; desde la masacre, ella se fue poniendo mal, poco a poco. Primero eran los sueos y las pesadillas. Ella empez a hablar incoherencias a hacer cosas raras, y as se fue poniendo hasta que ahora est as ya casi no conoce a nadie, habla de lo de la masacre... a veces vuelve y nos reconoce y se alegra.28 Las situaciones y los testimonios expuestos muestran que la ferocidad de la guerra altera el mundo de las personas y de las comunidades, que provoca emociones, pensamientos y conductas inusuales mediante los cuales las vctimas y los grupos intentan hallar sentido, explicar, afrontar, controlar y sobrevivir. Son situaciones extremas que obligan a reaccionar de una manera distinta a la habitual, que causan sufrimiento intenso y pueden causar impactos duraderos en diversos mbitos.
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Mujeres desplazadas de las cuencas de los ros Atrato, Cacarica, Truand y Salaqu en homenaje a sus familiares asesinados y desaparecidos tras la Operacin Gnesis del Ejrcito en combates con la guerrilla de las FARC. Turbo, (Antioquia) 1999. Fotografa: Jess Abad Colorado
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica que sustentan la identidad colectiva. As lo expresa una lideresa de la comunidad wayuu: A la comunidad Wayuu nos destruyeron moral y culturalmente. La historia de los Wayuu y los guajiros cambi, porque bajaron la cabeza cuando entr el paramilitarismo. Y no hay venganza ni guerra. Los paramilitares venan con el pensamiento claro: anlisis del terror. A los hombres: varios tiros. A las mujeres: decapitadas, cortadas de senos []. Humillacin a la mujer y a los hombres. Estn marcados. Con todo lo que hicieron, nos hirieron tanto que supieron herirnos como comunidad y como personas con todo lo que consideramos como sagrado [...].30 Las comunidades afectadas narran con gran dolor e indignacin la forma en que los actores armados, y las lites que los respaldaron o instigaron, ejercieron su violencia. Sus burlas y ofensas expresaban el desprecio hacia sus prcticas religiosas y culturales, sus caractersticas fenotpicas y aliaciones polticas. Esta afrenta en algunos casos fue experimentada y nombrada como sacrilegio, profanacin y humillacin, e incidi negativamente en las identidades individuales. Reunan al pueblo; Cadena llegaba al nal. Una vez para una reunin todos estaban buscando sillita, una sombra; cuando lleg Cadena, mont el fusil, dispar y dijo: Negros triplehijueputas, pa dnde van?, ustedes se me paran en el sol como el ganado. Y los amontonaba con su escolta y deca: Estoy harto, cansado de su desorden. Luego deca: Voy a matar tres o cuatro pa que sepan que yo s mato. Todo esto es mo, ustedes irn a San Andrs, pero todo ac es mo. Espero que mejoren, espero que todo mejore. Casi siempre las reuniones eran por eso.31
30. Intervencin de lideresa wayuu en reunin de gestores de memoria, Santa Marta, 17 de septiembre del 2009. GMH, La masacre de Baha Portete. Mujeres Wayuu en la mira (Bogot: Taurus/ Semana, 2010), 103. 31. Conversacin con familia en Sucre. GMH, Mujeres y guerra, 85.
Este lenguaje humillante reforz discriminaciones y devaluaciones que ya existan, relativas al gnero, la etnia y la raza. Especialmente en el caso de familiares y vctimas de detenciones arbitrarias y asesinatos extrajudiciales han recado acusaciones, sealamientos y falsas imputaciones que afectan su buen nombre, su reputacin y honorabilidad. Los lderes cvicos fueron calicados de militantes guerrilleros; los campesinos apreciados por sus comunidades fueron acusados de terroristas; las mujeres de tener relaciones con el bando contrario; humildes jvenes fueron sealados de hacer parte de bandas criminales y de desarrollar actividades delictivas. Este tipo de situaciones generan un grave dao moral para las vctimas en varios sentidos: producen un gran sufrimiento e indignacin; destituyen a las personas del lugar social que haban construido dentro de la comunidad, acarrea estigmatizaciones; adems, producen implicaciones negativas en los mbitos laborales y sociales. Los estigmas y sealamientos tambin han sido colectivos, es decir, han afectado a pueblos y comunidades enteras. Sus agresores los han calicado como guerrilleros o colaboradores de los paramilitares o del Ejrcito. Comunidades como las de Remedios, Segovia, El Salado, El Tigre, San Carlos, y la Comuna 13, por ejemplo, fueron sealadas por los victimarios como comunidades de guerrilleros o de paramilitares. Por mucho tiempo, el riesgo y el rechazo que produjo esta estigmatizacin les impidi circular libremente por el territorio, emplearse cuando se desplazaron, matricular a sus hijos e hijas en los centros educativos e, incluso, asentarse en nuevos barrios o municipios. En un barrio de Medelln una mujer en situacin de desplazamiento narr: Imagnese que recogieron [los vecinos] rmas para que nos sacaran de ah, ellos pensaban que quin sabe de dnde los traeran o qu delincuentes seran, para ellos ramos gente peligrosa.32
32. Testimonio de mujer joven. GMH, La huella invisible de la guerra. Desplazamiento forzado en la Comuna 13 (Bogot: Taurus/ Semana, 2011), 181-182.
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Cinco das dur el inerno en el corregimiento de El Aro. All, los paramilitares de las ACCU asesinaron a 15 campesinos y quemaron sus viviendas. Ms de 1300 reses y 130 bestias caballares fueron robadas y sacadas por Puerto Valdivia donde tena base el Ejrcito. La CIDH conden al Estado colombiano por estos hechos en los que hasta las pertenencias de la iglesia fueron saqueadas. Fotografa: Jess Abad Colorado
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Para no ser acusadas como causantes de la violencia que ocurra en sus regiones, muchas personas optaron por ocultar o prescindir de sus documentos de identidad, silenciar su pasado, mentir acerca de s mismos e incluso negar sus creencias y preferencias polticas para evitar ser asociados con un partido o movimiento estigmatizado. Estas situaciones no solo causan angustia, zozobra y ansiedad, sino que adems afectan negativamente las identidades individuales y colectivas. A m me daba pnico decir que era de El Tigre, pensaba que si deca eso me iban a matar. Entonces prefera no responder nada si alguien me pregunta que de dnde era. Esa masacre fue muy dura! Todo lo que hemos tenido que pasar ac es muy difcil.33 El dao moral tambin se produce cuando las acciones criminales son exaltadas por los victimarios, quienes no solo validan y justican sus crmenes frente a las vctimas, sino que adems lo hacen en los escenarios judiciales como las diligencias de versiones libres,34 en espacios pblicos, locales y regionales y, ms an, en lugares de representacin poltica como el Congreso de la Repblica. Un paramilitar en una versin libre dice: Seora Fiscal, el seor Pedro Pealosa viva en la vereda La Pedrera en el corregimiento Agua Azul. Yo lo mand matar [], eso fue por all en julio creo del 2002 []. Lo mand matar porque recib una informacin de que este muchacho estaba atracando y robando gente del pueblo para comprar vicio. l meta vicio, doctora []. Era un vicioso y estaba hacindole dao a la comunidad. Nosotros hablamos con la madre que era una buena seora y le advertimos lo del hijo. Pero l no hizo caso y tuvimos que darlo de baja. La madre, en este punto de la declaracin, estalla indignada en la sala de vctimas: Ese hombre es un mentiroso, dice, mi hijo no era un vicioso y yo se lo dije. Era un muchacho trabajador.35
33. GMH, La masacre de El Tigre, Putumayo (Bogot: Pro-offset editorial, 2011), 46. 34. Vase GMH, Justicia y paz. 35. GMH, Justicia y paz, 55.
En muchos relatos se registra la indignacin de las vctimas frente a la justicacin que los victimarios hacen de los crmenes que cometieron. As, la percepcin de injusticia se incrementa, pues las vctimas maniestan su profundo enojo por la manera como se nombra a sus familiares y por el trato de hroes que reciben algunos criminales: Ellos pasan en sus carros lujosos, en compaa de los polticos, como si nada, como si no debieran nada, como si no supiramos quines son ni qu hicieron []. Nosotros en cambio con la cabeza agachada, sin atrevernos a decir nada. Aqu hacen sus estas y a nosotros eso nos da mucha rabia porque ellos mataron y siguen felices y son los grandes seores y pareciera que fuimos nosotros los que hicimos el dao y no ellos.36 La profunda tristeza, la aiccin, el desnimo, la vergenza, el escepticismo y la rabia se presentan con frecuencia en los relatos de las vctimas. La guerra les disminuy su capacidad de disfrutar, de sentir placer, de sentir felicidad. Las afectaciones a la honra y al buen nombre fueron tan grandes que ocasionaron padecimientos y sufrimientos intensos individuales y colectivos.
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Desde 1986, la guerrilla del ELN y posteriormente las FARC, han dinamitado centenares de veces los oleoductos en Colombia, ocasionando el derrame de miles y miles de barriles de petrleo crudo sobre ros y bosques que han dejado graves daos a la naturaleza y a la economa del pas. Foto de Milton Daz en Norte de Santander. Peridico El Tiempo 1998.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Despus de la masacre nosotros dejamos de reunirnos, dejamos de hacer los encuentros deportivos y se suspendieron las estas de los carnavales de negros y blancos. Este pueblo qued vaco por un tiempo. Luego es que la gente regresa, pero ya no fue igual. Hasta desconbamos de la gente, nos encerrbamos muy temprano en las casas. Pensbamos que la gente nos hara dao, nos sentamos amenazados todo el tiempo. Suframos de los nervios.37 En los distintos casos abordados por el GMH, las vctimas mencionaron la destruccin o prdida de espacios y formas de encuentro, asociados con las estas, celebraciones, conmemoraciones y otras actividades de la vida cotidiana colectiva. En todos los casos emblemticos investigados por el GMH, las personas destacaron la imposibilidad de trabajar en actividades de produccin y de intercambio debido a la interrupcin de las labores agrcolas y de la activacin de una economa propia de la guerra. Las comunidades del medio Atrato en el departamento del Choc denunciaron la dicultad para poder realizar sus actividades de pesca, siembra y recoleccin, debido a las prohibiciones que los grupos paramilitares, guerrilleros y Ejrcito Nacional impusieron para circular por ros y caminos o para comercializar y transportar provisiones. La siembra de minas antipersonal y la amenaza provocada por los retenes y las incursiones armadas oblig al campesinado de San Carlos, en el departamento de Antioquia, a abandonar sus parcelas y a dejar de cultivar sus tierras. La guerra tambin alter las comunicaciones a travs de la aplicacin de cdigos de comportamiento instaurados por los actores armados. Esta situacin implic un alto grado de temor y coaccin para las vctimas. As lo narra una mujer en un expediente penal: Mi mama como era autoridad tradicional tena todo: artesanas, collares, lo ms sagrado para uno, nos quitaron nuestra cultura. Llegaron a la casa de Rosa y tambin le quitaron todo. Destruyeron los cementerios, eso es nuestra cultura.38
37. GMH, El Tigre, 45. 38. Declaracion de una mujer en expediente penal. GMH, La masacre de Baha Portete, 206.
Las lgicas de la guerra impusieron la desconanza, el silencio y el aislamiento, y deterioraron valores sociales fundamentales como la solidaridad, la participacin y la reciprocidad. Estos valores garantizan la seguridad, el desarrollo personal y resultan fundamentales para la convivencia y la cohesin social. En ocasiones, las amenazas, la propagacin de rumores, la coaccin y el miedo generalizado facilitaron la delacin y el sealamiento entre los mismos miembros de las comunidades. Esto signic el menoscabo de las relaciones de conanza y la profusin de conictos y enfrentamientos entre vecinos: [] Desconbamos de toda persona extraa, de cualquier vendedor que llegara all [al pueblo]. Era una desconanza tremenda porque quedamos con ese recuerdo, esa memoria de escuchar las rfagas de metralletas, las granadas, todo eso. Cuarenta y siete personas asesinadas [sic], gente que uno conoci, que comparti con ellos. Entonces, uno pensaba que todo el que llegara all iba a hacer dao.39 Y qu tristeza, porque a uno le daba miedo el amigo. Porque uno no saba si estaba torcido o no. Eso se jodi Yo todava le tengo mucho miedo a la gente.40 La presencia de actores armados y los crmenes que cometieron, atentaron contra creencias y prcticas fundamentales para las personas y los colectivos, ya que estas dan sentido, denen y asignan posiciones y funciones sociales determinantes en la vida social y cultural. Para las comunidades indgenas, por ejemplo, han resultado especialmente dolorosos y desestabilizadores los asesinatos de lderes que cumplan un papel de apoyo y gua espiritual. Esto ha signicado que los familiares y las comunidades no puedan realizar los rituales asociados a la muerte, al nacimiento y otros hitos en sus vidas, bien porque fueron prohibidos por los actores armados, o porque las familias se desintegraron a causa del destierro provocado por la guerra.
39. Testimonio de hombre adulto. GMH, Silenciar la democracia, las masacres de Remedios y Segovia, 1982-1997 (Bogot: Taurus/ Semana, 2011), 205. 40. Testimonio de mujer adulta. GMH, Remedios y Segovia, 205.
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Impactos y daos del conflicto armado Otra forma de dao sociocultural que provoc el conicto armado en las comunidades es la instauracin de nuevos ideales sociales en detrimento de la representacin del mundo social y la identidad de las vctimas. Las formas de ejercer la masculinidad y la feminidad son un claro ejemplo de lo anterior. La violencia, en tantos casos impune, ha incidido en la adopcin o el deseo de tener modelos sociales que coincidan con los de aquellos que han ostentado el poder de las armas. Los agresores se convierten as en ejemplos de admiracin e imitacin. Algunos hombres idealizan la gura del comandante autoritario y violento o la del patriarca regional que todo lo controla. Algunas mujeres se han convencido de necesitar la proteccin de un hombre que ocupe un lugar de poder dentro de los grupos armados (el comandante o patriarca de la regin), con la idea de que este puede librarlas de las violencias inigidas por miembros de otros grupos. El dao sociocultural implica impactos de orden individual y colectivo. En primer lugar, deja desprovistas a las personas de recursos y relaciones fundamentales para asumir sus vidas y afrontar la adversidad. En segundo lugar, desestructura los tejidos sociales y altera la transmisin de saberes y prcticas de gran signicado para las personas y las familias. En la mayora de los casos, las vctimas hablaron de la represin que ejercieron los actores armados sobre las manifestaciones colectivas de solidaridad, as como de la prohibicin de actividades importantes para tramitar el dolor y el duelo. De esta manera, se oblig a vivir la violencia como una experiencia privada, y se impidi asimismo que las personas contaran con valiosos recursos culturales y comunitarios para afrontar el dolor. As reere una mujer en un taller en la costa caribe: En la poca de los noventa nadie se atreva a hacer un velorio, no haba quin ayudara a cargar los muertos. En esa poca no haba quin por miedo. Un da vi bajar a una mujer con una carreta y all llevaba un cadver, cubierto con hojas de pltano, fue denigrante porque en esas carretas cargaban los marranos.41
41. Testimonio de mujer. GMH, Taller de reconstruccin de memoria en la costa caribe, 2009.
A los daos referidos se suman las prdidas materiales, cuya dimensin an no ha sido calculada y que incluyen tierras, casas, infraestructura, maquinarias, enseres y animales. Estas prdidas, adems del detrimento en la calidad de vida, causan un grave dao sociocultural, pues las posesiones materiales son portadoras de sentidos y signicados. Debido a los secuestros y extorsiones, las actividades econmicas de pueblos y ciudades se vieron fuertemente lesionadas. Las incursiones y tomas armadas paralizaron las actividades comerciales, afectaron la infraestructura e importantes fuentes de ingreso asociadas al turismo o al abastecimiento de pueblos vecinos. La salida masiva de la poblacin y la quiebra de comerciantes por cuenta de las extorsiones y de los daos ocasionados por las acciones armadas caus un impacto grave en las economas locales. As lo evoca una mujer de El Placer en Putumayo: Este pueblo era lleno de gente. Es que ahora no queda ni la sombra. No haba ni un solo negocio que estuviera cerrado. Eso eran supermercados, heladeras, tiendas, fuentes de soda, billares, bares. De la escuela a la salida uno se demoraba una hora para salir, porque era tanta la gente que no se poda pasar. Imagnese el hartsimo de gente y ahora ver este pueblo tan solo, tan muerto, se puede decir.42 Los daos materiales involucran tambin el deterioro de ciclos y dinmicas productivas, en ocasiones, debido al abandono que provoca el desplazamiento forzado. La destruccin de proyectos comunitarios agrcolas, de produccin y comercializacin local se maniesta en casi todos los casos trabajados por el GMH. Este aspecto es, sin duda, uno de los mayores impactos de la guerra, e implica adems de un dao econmico, un duro golpe moral, pues se afectan labores con las cuales sus pobladores se sienten orgullosos, en los que despliegan sus habilidades y conocimientos y que garantizan el sustento diario. Su destruccin causa sentimientos de impotencia, inestabilidad, escepticismo y desesperanza. Durante una conversacin en El Salado sus habitantes rerieron:
42. GMH, El Placer. Mujeres, coca y guerra en el bajo Putumayo (Bogot: Semana, 2012), 16.
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Ana Felicia Velsquez dignic su casa abandonada durante la conmemoracin del dcimo aniversario del desplazamiento forzado por las AUC en Mampujn, Bolvar. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH.
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Impactos y daos del conflicto armado Este era un pueblo que tena, aqu haba plata, este era el pueblo que surta a El Carmen de Bolvar, por eso es que El Carmen de Bolvar est as de muerto como est, porque aqu alisaban tabaco, aqu sembraban ajonjol, aqu sembraban algodn, aqu la gente tena plata, aqu haba plata []. Aqu fuera que El Carmen tuviera agua, aqu ya han hecho unos pozos en la parte de debajo del colegio, que estaba capacitado para darle el agua a El Carmen, y ya nosotros habamos hecho aqu un acuerdo con El Carmen, que ellos nos colocaban la carretera y nosotros les dbamos el agua, nosotros tenamos el agua, eso estaba andando ya cuando entraron los paramilitares [].43 En el inventario de prdidas materiales que sealan las vctimas guran tambin otro tipo de prdidas de carcter comunitario, causadas por la destruccin o el uso indebido de las infraestructuras pblicas de salud, educacin o disfrute social como puentes, caminos, parques y escenarios deportivos. Estas prdidas causaron un gran impacto, pues en la mayora de los casos eran resultados de esfuerzos comunitarios e institucionales sostenidos por muchos aos. Su existencia era percibida como smbolo del progreso local y garanta de proyecciones a futuro. Veredas desaparecidas, pueblos arrasados, cultivos perdidos, tierras erosionadas, casas y caminos abandonados, escuelas desoladas, hospitales derruidos, hacen parte del inventario de daos y prdidas materiales identicados por las vctimas.44 El conicto armado y el desplazamiento forzado en el municipio de San Carlos, por ejemplo, causaron el abandono de veredas completas e incluso de corregimientos. Comunidades enteras fueron destruidas, ya que la desaparicin de una vereda implica la desarticulacin de un tejido relacional construido por aos, con prcticas sociales, culturales y productivas especcas.45
43. Conversacin con adultos retornados en El Salado. GMH, La masacre de El Salado: esa guerra no era nuestra (Bogot: Semana, 2009), 127. 44. Segn cifras de la Contralora General de la Repblica, entre 1986 y 2000 se perpetuaron 731 ataques contra oleoductos, que resultaron en el derrame de aproximadamente 2.3 millones de barriles de crudo. En el ao 2000 se perdieron US$ 31 millones a causa de los atentados perpetrados al oleoducto Cao Limn-Coveas, sin contar con los devastadores efectos ambientales. 45. GMH, San Carlos, 245-246.
En los pueblos arrasados, adems de los daos materiales existen evidentes daos socioculturales, relacionados con la destruccin de formas de vida en comn y, como se ilustrar ms adelante, con las afectaciones negativas que sufren los territorios y sus relaciones sociales que otorgan identidad y sirven para marcar fronteras y diferencias. En esta perspectiva tambin se inscriben los daos ambientales causados por el conicto armado. Los actores armados han incurrido en prcticas como la voladura de oleoductos, la contaminacin de acueductos, la tala indiscriminada, la extraccin de minerales, la alteracin del cauce de los ros, entre otras. Estas acciones, sumadas a los cambios abruptos que impusieron en los usos de las tierras y los ros, al igual que en las actividades agrcolas, han generado daos ambientales gravsimos y an no calculados. Tierras erosionadas por el abandono o uso inadecuado, fuentes de agua contaminadas por efecto del derrame de hidrocarburos, especies de fauna y ora extinguidas o en riesgo de extincin y reservas naturales invadidas son algunos de los impactos que la guerra ha causado en el medio ambiente. Los daos materiales y ambientales causan impactos morales y socioculturales. Los bienes materiales son fuente de reconocimiento y de identidad y garantizan sostenibilidad y supervivencia a las comunidades. Los bienes, especialmente las casas, los enseres y los animales son, en muchas ocasiones, el legado de los ancestros; estn cargados de signicado, recuerdos y afectos. Para las vctimas, estas prdidas no representan nicamente un menoscabo nanciero sino una prdida afectiva, de seguridad, de estabilidad; para algunos, incluso, la ruptura del equilibrio con el mundo y la naturaleza. El signicado de la relacin que se construye con aquello que se ha perdido en medio de la guerra y que ser irremplazable es ilustrado por casos como el de Ana Felisa Velsquez, quien trabaj durante aos para comprar una casa que, despus de un ao, tuvo que abandonar a causa de la guerra. Ana Felisa fue desplazada de Mampujn y, aunque los aos han pasado, contina aorando su hogar. As, cuando Ana Felisa visita Mampujn, se asegura de llevar uno de sus manteles preferidos y algunas ores para adornar el espacio en ruinas.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Salir sin nada y dejar todas mis cositas, el comedor donde mis hijos se sentaban, que tenan una habitacin para cada quin porque ya tena una casa, ya no tena el rancho de madera, sino una casa ya hecha con tanto sacricio y que ya mis hijos se sentan felices, entonces eso lo extrao mucho.46 El despojo de las viviendas no solo ha estado acompaado de acciones vandlicas. Los domicilios tambin han sido usurpados y usados para nes que ofenden o representan una especie de profanacin para sus propietarios. En sus testimonios, las vctimas dan cuenta de sentimientos de rabia y dolor al constatar cmo las viviendas han sido convertidas en lugares de paso o de habitacin de los grupos armados, o como lugares de resguardo, trinchera o refugio.47 As lo recuerda un habitante en San Carlos Antioquia: Ellos llegaban, se tomaban las casas y la gente se tena que ir. Quin iba a llegar a decirles nada, ellos armados, quin iba a decir qu. Si la casa era del gusto de los combatientes, estos desalojaban a dueos y moradores: Casas que les gustaban, lo iban sacando. A lo que les gustaban, a ellos lo iban sacando.48 Para las comunidades campesinas, negras e indgenas, los daos ambientales implican la ruptura de equilibrios que son importantes en las prcticas productivas y cruciales para su propia existencia comunitaria. La convergencia de intereses dismiles sobre el territorio como fuente de economa y corredor estratgico para la confrontacin armada colisiona con la valoracin que le otorgan las comunidades tnicas. Las modalidades de violencia, despojo y uso inadecuado del territorio por actores armados externos, trae para esos lugares un constante riesgo que amenaza la supervivencia de las comunidades.
46. GMH, San Carlos, 172. 47. GMH, San Carlos, 235. 48. GMH, El Placer, 126-127.
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Impactos y daos del conflicto armado 004 del 2009 y 382 del 2010 el riesgo de extincin fsica y cultural de 35 pueblos indgenas.53 La situacin que enfrentan los pueblos afrocolombianos no es menos dramtica. Para el ao 2007, el Informe de Desarrollo Humano del PNUD registr el desplazamiento forzado de 43.630 afrocolombianos y de 20.542 en el 2010. La guerra en Colombia ha alterado signicativamente la propiedad y el uso de la tierra. Los pueblos y las comunidades indgenas y afrocolombianas han visto que sus territorios han sido usados, controlados, usurpados y expropiados para distintos nes. La guerra librada por el control territorial ha impedido que estas comunidades puedan ejercer la autonoma consagrada constitucionalmente y practicada ancestralmente. En ocasiones, el connamiento limit la realizacin de sus actividades productivas, la circulacin y el uso social de los espacios; en otros casos, el desplazamiento forzado provoc un desarraigo con profundos impactos colectivos e individuales. Para los pueblos y las comunidades indgenas y afrocolombianas el territorio es la base de su existencia como sujetos colectivos. En l se expresan las relaciones productivas, espirituales, simblicas y culturales que constituyen sus maneras particulares de acceder, conocer, ser y existir en el mundo. As lo manifest un mamo arhuaco en el segundo congreso del CRIC: Para los indgenas, la tierra no es solo un pedazo de loma o de llano que nos da comida; cmo vivimos en ella, cmo trabajamos en ella, cmo gozamos y sufrimos por ella, es para nosotros la raz de nuestra existencia. Por eso es nuestra madre y la defendemos.54
53. Al respecto la Corte Constitucional hace mencin especial del pueblo indgena Hitnu o Macagun y analiza la situacin de los pueblos Wiwa, Kankuamo, Arhuaco, Kogui, Wayuu, Embera, Aw, Nasa Pez, Koreguaje, Kofn, Siona, Betoye, Nukak-Mak. Los autos completos estn disponibles en: http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/ autos/2009/a004-09.htm y http://www.corteconstitucional.gov.co/RELATORIA/Autos/2010/A382-10.htm 54. Mamo Arhuaco, Intervencin en el Segundo Congreso del CRIC. GMH, Nuestra vida
La presencia de actores armados, sus enfrentamientos y ofensivas para dominar, han afectado la relacin de las comunidades con el territorio. Entre otras grandes modicaciones, se han trastocado los tiempos para sembrar y pescar, las prcticas productivas sobre huertas, ros y fuentes de sustento, y el intercambio y aprovisionamiento entre comunidades. Todo ello ha trado hambre y penuria, y ha lesionado habilidades como la transmisin de saberes, fundamentales para el ordenamiento social y espiritual sobre los cuales se construyen, mantienen y recrean estos pueblos. El territorio disputado y convertido en escenario de enfrentamientos armados, de dominio, muerte y miedo, queda, desde la perspectiva de los pueblos y comunidades indgenas y afrocolombianas, profanado, alterado y vulnerado. Las montaas, los ros, los desiertos, la selva, no son simples accidentes geogrcos, sino recursos a los que histricamente se les han atribuido signicados y funciones de regulacin y proteccin. Su destruccin fsica, as como su uso inadecuado representan para muchas comunidades indgenas y negras la devastacin de sus sistemas de conocimiento y proteccin. As lo expresaron varios indgenas que habitan en el medio Atrato chocoano, en un taller realizado por GMH: [Los centros energticos a lo largo del territorio] son lugares de refugio de los espritus ancestrales, donde nuestros antepasados han dejado guardada esa gran riqueza como un legado para nuestros hijos.55 Los daos al territorio ponen en riesgo la existencia de estas comunidades, pues deterioran los sistemas productivos, las habilidades, los usos y prcticas ancestrales que garantizan su subsistencia cotidiana, la trasmisin de saberes y la pervivencia cultural. Los usos, abusos y disputas de los actores armados por los territorios afectan los tiempos y los lugares para llevar a cabo los rituales y las prcticas culturales propias de cada etnia. De este modo, limitan la funcin que estos cumplen en los procesos de socializacin, cohesin, regulacin e identidad de las comunidades indgenas y afrodescendientes. Una mujer en Bojay recuerda:
ha sido nuestra lucha. Resistencia y memoria en el Cauca indgena (Bogot: Semana, 2012), 242. 55. Taller de memoria con indgenas en Bellavista. GMH, Bojay, 113.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Los velorios no los pudimos hacer, sacar su muerto a pasearlo por las calles y enterrarlo, toc en bolsas porque no haba cmo comprar o hacer los atades y a ninguno se le pudo enterrar como es debido las tradiciones de cantarle, rezarle, velarlo, pasearlo por el pueblo, que son nuestras costumbres, ni siquiera a los chiquiticos pudimos hacerles nada Es que ni siquiera llorarlos, porque estbamos era huyendo para salvarnos los pocos que quedbamos, y hasta la enfermedad le puede quedar a uno de no llorar a su muerto [].56 La presencia de los actores armados ha implicado adems una intervencin en los sistemas normativos de los pueblos y las comunidades indgenas y afrocolombianas. En particular, las comunidades reeren el impacto que ha tenido la imposicin de formas ajenas de socializacin y regulacin social sobre las personas jvenes. Por una parte, se han socavado aprendizajes clave para el funcionamiento comunitario, tales como la pesca, la movilizacin por el territorio y la celebracin de rituales. Por otra, porque se cuestionan, desvalorizan y pierden legitimidad ciertas creencias, mecanismos y recursos que haban sido sustento de la identidad colectiva. As lo comenta un lder comunitario: Los jvenes ya no creen en los mayores, respetan y admiran ms a los armados. Ellos han visto que los rituales y las creencias no tienen la fuerza suciente para protegerlos de la muerte y del despojo, piensan que las armas s.57 Durante el trabajo de campo realizado en Choc fue posible observar la intromisin de los actores armados en la vida cotidiana de las comunidades. Algunas familias recurran a ellos para pedirles que intervinieran en la resolucin de conictos con sus vecinos y para solicitar su sancin de las conductas inapropiadas de nios, nias y jvenes. La vinculacin de integrantes de las comunidades como combatientes en
56. GMH, Bojay, 101. 57. Conversacin con lder indgena en taller de memoria histrica en Quibd. Notas de campo, 2009.
los grupos armados o la cooptacin y la corrupcin de lderes sociales ha sido especialmente dramtica y daina para el orden sociocultural interno. Las comunidades indgenas y negras han experimentado fuertes divisiones, fracturas en las relaciones entre comunidades y pueblos, e incluso violentas agresiones internas, por cuenta de los sealamientos y acusaciones que generan las tensiones propias de la vida en medio de la violencia. Se ha constatado la destruccin de los mecanismos de intercambio, reciprocidad y solidaridad que han sido fundamentales para su sobrevivencia y pervivencia. Los daos no solo son el resultado de las alteraciones sobre el territorio provocadas por la guerra, sino que se originan tambin en diversas modalidades de violencia relacionadas, entre otras, con el asesinato selectivo, la desaparicin forzada y el desplazamiento forzado. Para las comunidades indgenas, el asesinato de lderes espirituales, que llevan a cabo prcticas de sanacin tradicional y portan conocimientos ancestrales, causa profundos daos y sufrimientos colectivos. La prdida no produce exclusivamente tristeza y desorientacin, sino adems la destruccin de un valioso legado de acumulacin histrica. La muerte violenta y abrupta de cualquier persona, sea cual sea su funcin social, impide la utilizacin de los mecanismos de transmisin intergeneracional de conocimiento, de tradicin oral y de principios normativos y morales ancestrales. La muerte violenta de las mujeres lideresas en Baha Portete, por ejemplo, desestabiliz el orden sociocultural de la comunidad wayuu, y su relacin con el entorno natural y sobrenatural. Estas muertes llegaron a afectar aspectos tan importantes como la crianza y la intermediacin con el mundo exterior. En el caso de Baha Portete las mujeres fueron cruelmente atacadas y torturadas en lugares abiertos, y sus cuerpos inertes fueron abandonados en sitios visibles el de Rosa en una va pblica y el de Margoth cerca de su casa. No hubo ningn intento de ocultar o desaparecer los cuerpos. Por el contrario, los torturaron y los exhibieron. Los victimarios torturaron sexualmente a las mujeres y cercenaron sus extremidades y rganos relacionados con la sexualidad, para luego incinerar los
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Impactos y daos del conflicto armado cuerpos muertos. Mediante el ataque violento y el asesinato de mujeres se busc tambin mancillar su cuerpo como territorio y desacralizarlo: Esta manipulacin del cuerpo de los muertos viola el principio sagrado de estas comunidades, de que solo ellas, dado su papel de enlace entre el mundo de los vivos y el de los muertos y no tener responsabilidad en la venganza de una muerte violenta, pueden tocar el cuerpo de quien han muerto.58 En Bojay, por otro lado, la muerte violenta de personas adultas y ancianas ocasion una interrupcin abrupta del camino que, segn la tradicin, ellos recorren como guardianes de la sabidura tradicional para convertirse en ancestros protectores. Esto apunta, nuevamente, a la perpetracin de daos socioculturales. La desaparicin forzada ha sido una modalidad con devastadoras consecuencias para las comunidades indgenas y afrodescendientes. Esta modalidad de violencia se suma al dolor y sufrimiento que provocan la ausencia y la incertidumbre, los perjuicios causados por la imposibilidad de adelantar los rituales y los mecanismos individuales y colectivos del duelo. Modalidades de violencia como la siembra de minas antipersonal y el desplazamiento forzado, tambin han causado graves impactos en los pueblos y las comunidades indgenas y negras. La imposibilidad de habitar con seguridad sus territorios y la huida forzada signican, adems de un traslado, un desarraigo que rompe los vnculos y relaciones que son fuente de su identidad. El connamiento, la dispersin y el cambio abrupto de lugares de residencia, as como de los hbitos de alimentacin, lenguajes y ocios, son una amenaza para las posibilidades de supervivencia de estas comunidades. Tales irrupciones de la cotidianidad han causado la desaparicin de pueblos y la destruccin de la riqueza multicultural y pluritnica de la Nacin.
58. GMH, La masacre de Baha Portete, 85.
INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica nuestros dirigentes, algunas persecuciones. Pero muchos acusaban a nuestros dirigentes como portavoces de la subversin.59 Durante las dcadas de 1980 y 1990 se llevaron a cabo numerosas transformaciones institucionales en Colombia. Este proceso de transformacin del Estado incluy la descentralizacin poltica y administrativa, la eleccin popular de alcaldes y gobernadores, y, posteriormente, la realizacin de algunos procesos de apertura democrtica y negociacin poltica. En vista de la magnitud de las reformas, muchos lderes y organizaciones optaron por procesos de transformacin participando en la institucionalidad legal. En este contexto surgieron nuevas organizaciones y partidos que abogaron, la mayora de las veces, por el fortalecimiento de los espacios democrticos, pero tambin estos fueron objeto de persecucin. Un hombre en situacin de desplazamiento en Medelln recuerda: Frente a la corrupcin, se organizaron los movimientos cvicos y grupos de veeduras ciudadanas para hacerle seguimiento a todos los dineros pblicos. Cuando se vio que la organizacin iba para adelante y que se estaban formando bases a las que verdaderamente les competa velar por los recursos, empezaron muertes selectivas a los lderes comunitarios, comenzaron a ir sacando la gente selectivamente, el desplazamiento.60 La brutal reaccin contra la irrupcin de nuevas fuerzas polticas alternativas como la Unin Patritica UP, la Unin Nacional Obrera UNO, el Movimiento Obrero Independiente Revolucionario MOIR y el Movimiento Esperanza Paz y Libertad, provoc un profundo impacto sobre los votantes y la poblacin en general. Muchos temieron las consecuencias de la participacin cvica, los procesos electorales y la participacin poltica. A partir de estos hechos, quienes decidieron el resultado de las elecciones y la naturaleza de los participantes en la vida poltica en algunas localidades del pas, fueron los actores de la guerra: la insurgencia armada, los grupos de autodefensa y paramilitares, y la Fuerza Pblica.
59. GMH, La tierra en disputa, 260. 60. GMH, San Carlos, 61.
La estigmatizacin y la criminalizacin de la participacin y liderazgo de la oposicin poltica se convirti en una condena a muerte, materializada en la casi total desaparicin de la UP y otras disidencias polticas con reconocida trayectoria dentro del espectro poltico nacional.61 El temor que instaura este tipo de violencia se pone en evidencia en el testimonio de este habitante de Segovia y Remedios: Cuando viene toda esa represin, que empiezan a asesinar, cuando viene la masacre y antes con los asesinatos selectivos, entonces la gente, por temor, se va quedando quieta. Y la masacre [del 11 de noviembre de 1988] es el punto culminante: ya la gente se dispersa. Ya la gente se da cuenta que estar en un partido como la UP es estar condenado.62 La persecucin poltica afect a un gran nmero de personas, lderes y organizaciones, que incluy a representantes de los partidos polticos Liberal y Conservador, a quienes trabajaban en programas de rehabilitacin, desarrollo social y participacin comunitaria, a docentes, candidatos y candidatas, integrantes de los concejos, titulares de las alcaldas y diputaciones. As lo recuerda un hombre en San Carlos: [] Despus ya casi estaban extinguidos todos esos grupos cvicos que se haban formado, porque a todos esos lderes les toc salir, pues, para preservar sus vidas. An muchos funcionarios de las instituciones all, por ejemplo las UMATA [Unidad Municipal de Asistencia Tcnica Agropecuaria], que les colaboraban fuertemente a las comunidades; entonces supuestamente para los otros, eran colaboradores que de la guerrilla porque ellos le apostaban duro al campo y cul es el objetivo de la UMATA? El campo Entonces a ellos tambin les toc salir, al igual que algunos concejales [].63
61. La magnitud de la victimizacin advierte que si bien tanto los partidos Liberal y Conservador han sufrido el asesinato de sus simpatizantes y militantes, tambin es un hecho evidente el carcter de sistematicidad y cronicidad del exterminio de lderes polticos de partidos de izquierda. 62. GMH, Segovia y Remedios, 192. 63. GMH, San Carlos, 142.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica La persecucin a las nuevas organizaciones polticas, que representaban un pensamiento nuevo, diferente o contradictor del bipartidismo tradicional empezaba, en algunos casos, por la va de la estigmatizacin poltica y la criminalizacin del ejercicio de los derechos ciudadanos. Estas acciones fueron perpetradas principalmente por los poderes regionales o locales que sentan sus intereses amenazados. Tambin las ejecutaban grupos guerrilleros que consideraban a los nuevos movimientos como un desafo a su dictamen de deslegitimar al Estado, a travs de la agudizacin de las crisis institucionales y el debilitamiento de su poder mediante la abstencin y el sabotaje a los procesos electorales. En estas acciones ilegales tambin participaron la Fuerza Pblica, que perciba cualquier cambio social o poltico como un avance de la amenaza comunista y los intereses guerrilleros, y los grupos paramilitares, que sentan obstruidos sus propsitos de control y expansin. En mltiples ocasiones los paramilitares aunaron esfuerzos e intercambiaron favores con las Fuerzas Militares y con guras polticas del momento para asegurar sus intereses. Las estrategias utilizadas por los actores armados incluyeron sealamientos y acusaciones que recayeron sobre las comunidades. Varios grupos fueron etiquetados como auxiliadores de la guerrilla, aliados de los paramilitares, guerrilleros vestidos de civil, sapos (delatores), informantes y colaboradores. El cierre del espacio pblico causado por el terror limit la participacin e impidi la realizacin de proyectos polticos, especialmente aquellos que se constituyeron como alternativas al bipartidismo poltico que comprenda a liberales y conservadores.64 El fragmento que se reproduce a continuacin procede de un volante que utilizaron los paramilitares para difundir animadversin hacia la Asociacin de Trabajadores Campesinos del Carare ATCC, en el departamento de Santander. Este documento ilustra la censura que se haca de cualquier actividad poltica diferente a la del orden armado: Alerta! Ciudadano de Cimitarra: las guerrillas comunistas de las FARC-UP despus de haber perdido sus dominios en una amplia zona del Magdalena Medio, donde fueron derrotados por las armas gloriosas de nuestro valiente Ejrcito colombiano con la colaboracin decisiva de los grupos civiles de informantes, maliciosa y perversamente llamados paramilitares, por los auxiliares urbanos y rurales de la subversin armada; pretenden ahora utilizar la ecaz estrategia de la publicidad, a n de provocar la desmilitarizacin de nuestra regin y con ello desbocar la ms pavorosa ola de secuestros, extorsiones, boleteo y, en n, emprender la reconstruccin del imperio de la muerte en esta pacca regin habitada hoy por los damnicados de la violencia asesina de las bandas guerrilleras de las FARC-UP jams satisfechas de sus criminales fechoras en ms de 30 aos de sangrienta historia. Atencin! Usted no puede ser vctima de la ingenuidad. Despierte. Reexione y denuncie. El 21 de mayo, el temible bandolero Braulio Herrera, integrante del cuarteto carnicero de las FARC-UP, dando un paso adelante en la orden de retomarse el Magdalena Medio Libre, organiz en compaa de varios frentes de las FARC-UP y con complicidad cobarde de varios dirigentes campesinos de la regin de La India, la autodenominada Asociacin de trabajadores campesinos del Carare, cuyo n es el de servir de fachada a las guerrillas comunistas ubicadas en la zona; absolutamente impotentes para obtener una victoria contra los valientes civiles y militares que desde hace algunos aos los arrinconaron contra las montaas [] No le mientan ms a las buenas gentes de Cimitarra, seores camaradas de la asociacin del Carare! Los criminales no pueden tener ms amigos que sus propios cmplices.65
65. GMH, El orden desarmado. La resistencia de la Asociacin de Trabajadores Campesinos del Carare (ATCC) (Bogot: Semana, 2011), 163-164.
el Frente Popular y A Luchar en los municipios mineros de Remedios y Segovia, en el nordeste antioqueo. De manera particular, sobresale la violencia poltica dirigida contra las minoras polticas por lo general las disidentes o de oposicin que se convirtieron en Gobierno local y regional con representacin nacional como el caso de la Unin Patritica entre 1986 y 1990. En efecto, la UP irrumpi como nueva fuerza poltica en las elecciones del 9 de marzo de 1986, logrando 5 curules en el Senado, 9 en la Cmara de Representantes, catorce en las asambleas departamentales y concejos comisariales y 351 en los concejos municipales. 284
Impactos y daos del conflicto armado La persecucin y el exterminio afectaron de manera muy signicativa a funcionarios y funcionarias de la Rama Judicial. El informe de La Rochela del GMH rese 1.487 hechos de violencia en contra de esta poblacin entre enero de 1979 y diciembre del 2009. Las guerrillas justicaron sus ataques a los jueces aduciendo la ilegitimidad de la justicia del Estado. Los grupos paramilitares, narcotracantes y militares actuaron motivados por el afn de obstruir los procesos de investigacin que pudieran incriminarlos. A estas prcticas de violencia se sumaron otros mecanismos de agresin que permearon el poder civil y el poder judicial del Estado, tanto regional como nacionalmente.66 Varios lderes sociales y comunitarios, defensores y defensoras de Derechos Humanos e incluso autoridades polticas locales, fueron objeto de falsas acusaciones y de procesos judiciales adelantados con testigos fantasmas. Debido a su precariedad probatoria, estos procesos casi nunca desembocaron en condenas. De este modo, quienes no sufrieron el extermino fueron objeto de inculpacin delictiva a travs de la actuacin judicial, para as concluir el ciclo de criminalizacin del ejercicio de los derechos. La guerra incidi drstica y negativamente en las agendas polticas y sociales de las diferentes manifestaciones democrticas del pas. Se impidi el desarrollo de la democracia, que se concreta cuando proyectos polticos de diversas tendencias pueden realizarse libremente, pues cuentan con las garantas institucionales para su ejercicio. Un dirigente campesino de la ANUC en Sucre narr: Los desalojos [de las tierras de los campesinos] se han combinado con una intensa campaa de intimidacin para desintegrar nuestras organizaciones. Para ello se acude a pretextos tales como calicar los comits veredales y dirigentes como pertenecientes a bandas de cuatreros o colaboradores o miembros de guerrillas. Esta campaa en contra de nuestra organizacin ya no solo se limita a la actividad individual de los terratenientes y autoridades locales sino que adquiere la forma
66. El GMH constat ejemplos de esto para los casos de Trujillo, Remedios y Segovia, y Carare.
de declaracin ocial desde el gobierno central. Por ejemplo, el ministro de Justicia Hugo Escobar Sierra, en declaraciones aparecidas en El Espectador el 30 de abril, segn sus propias palabras identicaba por igual la actitud de quienes quieren cambiar el sistema violando la ley, andan por los campos de Colombia asolando, asesinando e invadiendo ncas.67 Adems de la persecucin a los partidos y movimientos polticos, las acciones violentas se orientaron a atacar a lderes y organizaciones comunitarias, cvicas, culturales, religiosas y humanitarias, organizaciones de mujeres e iniciativas juveniles. Entre los casos trabajados por el GMH se identic el asesinato de lderes como otra forma de intimidacin a la actividad poltica. Entre otros, se cuentan los casos del mdico y lder cvico Julin Conrado David, asesinado el 27 de octubre de 1983 en San Carlos; de los sacerdotes Tiberio Fernndez Maa (Trujillo, abril de 1990), Luis Arroyabe (Comuna 13 de Medelln, septiembre del 2002) y Jorge Luis Mazo (Quibd, noviembre de 1999); el defensor de Derechos Humanos Jess Ramiro Zapata (3 de mayo del 2000) y el personero municipal Jairo Luis lvarez (31 de octubre del 2008), ambos de Segovia; la lideresa cvica Yolanda Izquierdo (Montera, 31 de enero del 2007) y la lideresa wayuu Rosa Fince Uriana (Baha Portete, 18 de abril del 2004). Estas acciones son otro modo de causar dao poltico, ya que estos lderes impulsaban procesos, para mejorar la calidad de vida de sus comunidades, proponer alternativas y salidas a la guerra desde la promocin de ejercicios ciudadanos. Los participantes en juntas comunales, asociaciones vecinales, grupos culturales y organizaciones comunitarias fueron objeto de estigmatizacin, persecucin y exterminio. El asesinato de lderes locales ha signicado un gran sufrimiento para las familias y crculos cercanos. Estas agresiones han interrumpido los procesos sociales que promovan los lderes ejecutados, y han forzado a otros lderes al desplazamiento, tras interpretar estos asesinatos como una amenaza directa a su vida y
67. GMH, La Tierra en disputa, 251.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica trabajo comunitario. Esto dijo una mujer en situacin de desplazamiento en Medelln: [] Hay gente que no quiere pertenecer ni a juntas, ni a cooperativas, a nada de eso, o sea, a nada de participacin no ms por el temor Ah, es que lo desplazaron? Ah, es porque usted pertenece, es porque usted hace esas actividades, porque usted hace esto [] No, no se metan en eso, yo por lo menos no me meto, hay gente que no comparta ni apoyaba ninguno de los procesos por miedo a sentirse pues vulnerados sus derechos.68 La multiplicidad y sistematicidad de asesinatos selectivos contra hombres, mujeres y jvenes lderes, as como la persecucin a organizaciones sociales y polticas, causaron un grave dao a la convivencia poltica y a la estabilidad de la democracia. Tras estos hechos, se generaliz la percepcin de la participacin y la organizacin polticas como actividades de alto riesgo. Se inhibieron iniciativas y se desestimul la injerencia de la ciudadana en los asuntos pblicos. Este tipo de acciones violentas afectan los derechos bsicos del funcionamiento de un sistema democrtico: los derechos a reclamar, denunciar, participar y oponerse, as como el derecho a organizarse y asociarse. En el municipio de San Carlos, por ejemplo, mientras en el ao 1995 votaron 5.230 personas de un potencial electoral de 11.455, en las elecciones de 1998, un ao particularmente violento, solo votaron 231 personas de las 12.832 que podan hacerlo.69 Muchas veces agentes privados y pblicos dividieron, cooptaron o manipularon a lderes y organizaciones, cuando no los perseguan y exterminaban con amenazas y asesinatos selectivos. La democracia se limit a procesos electorales, que en muchos casos transcurrieron en medio de un clima de amenazas, manipulaciones y corrupcin. Todos los grupos armados intentaron hacer de las organizaciones, lderes y movimientos sociales, instrumentos para asegurar sus intereses.
68. GMH, La huella invisible de la guerra, 201. 69. Informacin sistematizada por GMH con base en los informes del Observatorio de Paz y Reconciliacin del oriente antioqueo.
Usaron las reivindicaciones y expresiones que caracterizaban a estas organizaciones para legitimarse, e incluso para impulsar estrategias como la combinacin de todas las formas de lucha, en el caso de las guerrillas. Esa opcin de unir la accin poltica legal con la violencia expuso a las organizaciones sociales, y termin por convertirlas en objetivos militares o de acciones judiciales infundadas. Algunas organizaciones y movimientos sociales fueron inltrados por los violentos, que presionaban de todas las formas posibles para utilizarlos para sus propios nes. Ejemplo de ello es la historia de Armando Ruiz, quien despus de haber sido concejal de San Carlos se uni al ELN: Era un gran lder, una persona supremamente inteligente, muy letrado, una persona con un discurso poltico y tena una mirada de este pueblo... Uno se para y ve este pueblo as [tan mal], s me entends?, y pa dnde es que iba este pueblo?... Pero su relacin con la guerrilla y su mirada revolucionaria entonces le oblig, hermano o se une o se muere o te armas. Entonces le mandaron una carta muy cruda dicindole o se viste de guerrillero o se muere de civil, entonces el hombre no encontr otra salida que irse pa la guerrilla porque l no tena otra proteccin.70 El movimiento cvico en el municipio de San Carlos, extendido por todo el oriente antioqueo, es un ejemplo de instrumentalizacin por parte de las fuerzas insurgentes, ELN y FARC. As lo explica el informe del GMH: Las guerrillas, ansiosas de respaldo social y sustrato territorial en una zona geoestratgica como San Carlos, ingresaron con una pretendida misin salvadora del movimiento cvico, asediado ya por los paramilitares. Fue un evidente oportunismo guerrillero que llev incluso a que intentaran apropiarse de la memoria de los muertos que no eran suyos, sino de la poblacin inerme.71
70. GMH, San Carlos, 97. 71. GMH, San Carlos, 16.
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Impactos y daos del conflicto armado La participacin de funcionarios y de agentes del Estado en la violacin de los Derechos Humanos y su complicidad con actores criminales provoc un gravsimo dao a la institucionalidad y a la democracia. En la mayora de lugares visitados por el GMH las personas manifestaron su profunda desconanza frente a los miembros de la Fuerza Pblica, a funcionarios de organismos de justicia e incluso de control y frente a los gobernantes elegidos por voto popular. As recuerda un residente de Trujillo: Ests tranquilo en tu casa, llegan y te matan a tus familiares, se los llevan y los torturan, no sabes y no vuelves a saber de nada. A dnde vas? Te vas donde la Polica, que supuestamente es la gestora de mantener el orden pblico. Llegas all y te dicen: vea cllese la boca, porque si no usted tambin se la pueden llevar. Una decepcin completa.72 Las expresiones no hay a quin acudir, no se puede conar en nadie, son recurrentes. En la Comuna 13 de Medelln varias personas manifestaron que luego de haber denunciado, actores armados annimos llegaban a amenazarlas a sus casas. En los departamentos de Antioquia, Magdalena y Crdoba la percepcin de desamparo de las vctimas, generada por la complicidad entre autoridades y criminales, fue expresada de manera reiterada. La legitimidad del Estado y de sus funcionarios, as como la credibilidad en las entidades encargadas del orden, la ley y la proteccin ciudadana fueron sacricadas. Esta circunstancia ha signicado un dao profundo y duradero para la democracia del pas. Un habitante de Segovia cont: Yo dira que el comportamiento del Ejrcito y de la Polica el da de la masacre fue de lo ms cobarde que se puede haber visto aqu [] no hicieron nada para impedir esto y ni siquiera hicieron un simulacro de haberlos perseguido ni nada [] masacraron a la gente aqu en el parque y la Polica a menos de cien metros y cmo es que no deenden al pueblo El Ejrcito
72. GMH, Trujillo. Una tragedia que no cesa (Bogot: Planeta, 2008), 84.
lleg como veinte minutos o media hora despus de que todo haba pasado, llegaron maltratando a la gente, obligndonos a que saliramos con las manos en alto.73 Los hechos referidos son evidencia de cmo la violencia ha contribuido a la prdida de la pluralidad poltica; de la desintegracin de procesos organizativos comunitarios y partidistas; de la imposibilidad del ejercicio de los derechos polticos para elegir o ser elegido a travs del mecanismo electoral; y de la negacin del ejercicio del derecho a la libre expresin y a la oposicin poltica. El dao al proyecto de vida ha sido reconocido en el Derecho Internacional como un dao que incide sobre la libertad del sujeto a realizarse segn su propia y libre decisin74. Si bien esta categora es denida como un dao autnomo, es evidente que es producto de la relacin y conuencia de los dems daos aqu enunciados. La guerra ha obligado a miles de personas a abandonar sus lugares de vida y trabajo. Sus proyectos productivos, al igual que sus anhelos y metas han sido frustrados. Numerosas familias se han desintegrado, los nios y jvenes han debido abandonar sus estudios,75 los hombres y las mujeres han tenido que cambiar sus roles y funciones sociales. Una mujer en la costa caribe expres:
73. GMH, Remedios y Segovia, 74. 74. Segn Carlos Fernndez: Es un dao de tal magnitud que afecta, por tanto, la manera en que el sujeto ha decidido vivir, que trunca el destino de la persona, que le hace perder el sentido mismo de su existencia. [] No es una incapacidad, cualquiera, ni transitoria ni permanente, sino se trata de un dao cuyas consecuencias inciden sobre algo an ms importante para el sujeto como son sus propios nes vitales, los que le otorgan razn y sentido a su vida. Carlos Fernndez Sessarego, Dao al proyecto de vida, Revista Jurdica de la Universidad Interamericana de Puerto Rico 34 3 (2000), 427-534. 75. Al respecto, el informe sobre educacin y conicto de UNESCO del ao 2011 seala que los adolescentes desplazados colombianos de 12 a 15 aos que todava cursan primaria son dos veces ms numerosos que los no desplazados de la misma edad. Lo anterior indica que los desplazados ingresan tardamente a la escuela primaria, repiten curso con mayor frecuencia y desertan con ms facilidad. A su vez, datos del Ministerio de Educacin muestran un aumento constante de la proporcin de desplazados internos entre 5 y 17 aos que asisten a la escuela, pasando de 48% en el 2007 a 86% en el 2010.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica A m me daaron todos los planes, me daaron mi vida, yo no estara viviendo esta vida, no es la vida que yo plane, esta vida es la que me toc vivir. Pero igual no lo hago con resentimiento, aprend a vivirla, aprend a salir adelante, pero no es lo que plane.76 La guerra ha dejado miles de hurfanos y hurfanas que han visto su vida alterada, y disminuidas o impedidas sus fuentes de proteccin y respaldo. El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar ICBF ha identicado 951 menores de edad hurfanos en tres de los departamentos ms afectados por el conicto: Antioquia con 526, Nario con 360 y Casanare con 65. En las cifras, predominan los adolescentes entre 12 y 15 aos de edad.77 La violencia ha dejado tambin viudos y viudas con la obligacin de asumir sobrecargas psicolgicas y econmicas en medio del dolor y la desolacin. Las prcticas de violacin sexual han provocado embarazos cuyas consecuencias no solo han tenido que asumir las madres, sino que han afectado la vida futura de las criaturas. Estas situaciones han causado rupturas de pareja y han dejado huellas fsicas y psicolgicas que impiden la continuidad o el restablecimiento de relaciones afectivas respetuosas y placenteras. La guerra ha cambiado los sentimientos, los pensamientos y los comportamientos de las personas. Ha daado lazos sociales y redes de soporte, ha dejado a sus vctimas desprovistas de sus fuentes de sustento materiales, espirituales y simblicas, y ha cambiado sus destinos obligndolas a asumir una vida no deseada en situaciones de miseria y penuria. armados. Aunque es imposible determinar qu modalidad causa mayor dao, y resultara improcedente establecer escalas y gradaciones de impacto y sufrimiento humano, algunas prcticas de violencia resultan especialmente ilustrativas de la capacidad para instalar el terror. Algunos mtodos de ejercer la violencia pueden desestabilizar en forma extrema las vidas de las personas, destruir sus fuentes de apoyo e imposibilitar los mecanismos de elaboracin de los duelos y los esfuerzos por recuperar la estabilidad y el control de los proyectos de vida, sean estos individuales o colectivos. Desde las experiencias narradas y las reexiones de las vctimas podemos comprender que algunas modalidades como las masacres, las desapariciones y desplazamientos forzados y la violencia sexual78 renen los mltiples y complejos impactos descritos previamente.
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Impactos y daos del conflicto armado dia se prolonga por mucho tiempo; cuando las vctimas son humilladas en pblico y en lugares que antes eran sitio de reunin de la comunidad hieren su corazn; y cuando, encima de todo, no pueden enterrar a sus muertos por miedo, no hay sosiego para el dolor. Sin embargo, las comunidades que conversaron con el GMH, insistieron en que los impactos fueron ms profundos y complejos cuando entre las vctimas hubo nias y nios, adultos mayores y mujeres embarazadas. En la masacre de Bojay murieron 48 menores de edad y la gente recuerda con mucha rabia y dolor que una mujer pari a su hijo dentro de la iglesia mientras se resguardaba de los enfrentamientos, y que tanto ella como su recin nacido murieron por el impacto de un cilindro bomba. El informe de Bojay as lo describe: La muerte de los nios y nias acarrea impactos muy importantes, pues desa una creencia bsica de esta y de cualquier sociedad: la de que son inocentes y por lo tanto gozan de una mayor y especial proteccin. Su muerte violenta ha vulnerado preceptos centrales del orden social, pues el orden pensado como natural indica que mueren los viejos, los enfermos y los culpables. Frente a ello no hay explicacin ni sentido, y esto ha provocado en los parientes y en la comunidad sentimientos profundos de dolor, rabia, impotencia y culpa.79 Cuando entre las vctimas se encuentran nios y nias, el sufrimiento de padres y madres es desgarrador. El dolor que produce la prdida de un hijo ante las garras de la violencia no tiene nombre. El impacto recae tambin sobre hermanos y hermanas, amigos y vecinos, que deben constatar que la vida puede perderse de forma brutal aun a temprana edad. La muerte de mujeres deja viudos, hurfanos y una gran cantidad de hogares fragmentados, dado su importante rol como sostn y unin del hogar. El lugar donde ocurren las masacres tambin determina algunas consecuencias. Que los hechos de muerte y barbarie ocurran en un templo religioso (Bojay), en una escuela (San Carlos) o en una cancha pblica (El Salado) afecta el signicado que estos sitios tienen como lugares de proteccin, encuentro y resguardo. Los actos violentos marcaron negativamente lugares de encuentro, esta y celebracin y, en adelante, quedaron asociados a la muerte y a la tragedia, lo que determin un cambio radical en sus signicaciones y usos. Lo sucedido en Bojaya es ilustrativo de esto, la explosin destruye el templo y arrasa con vidas humanas. Las imgenes que narran las personas muestran un templo ensangrentado, con cuerpos dispersos y mutilados, as quedo relatado en el informe elaborado el GMH: El lugar de la paz y del recogimiento se convirti de repente en el lugar del horror, la destruccin y la muerte.80 Un habitante de la comunidad de El Tigre cuenta: [] Suspendimos nuestras estas, nuestros encuentros deportivos, dejamos de ir al ro porque como los paramilitares echaron los muertos en l, el ro se contamin. Adems pasar por ese lugar es triste.81 Varias masacres estuvieron acompaadas de saqueos, quemas y huidas forzadas, como resultado de la orden impartida por los victimarios de abandonar los sitios de manera inmediata. Esto impidi que las personas pudieran efectuar los rituales de entierro y despedida de sus muertos y que pudiesen planear, aunque fuera mnimamente, su salida. Al dolor ocasionado por las prdidas, se sumaron los sufrimientos causados por la imposibilidad de realizar los trabajos requeridos por los mltiples duelos. Estos duelos truncos, por decirlo de algn modo, dicultan que las personas puedan asimilar e integrar la experiencia a sus vidas, y en el caso de algunas comunidades, altera su cosmovisin y patrimonio cultural.
80. GMH, Bojay, 99 81. GMH, El Tigre, 46.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica En el informe del GMH sobre la masacre de Baha Portete se muestra que, el hecho de que la comunidad no hubiera podido enterrar los cadveres, implic un rompimiento muy signicativo para ellos: El hecho de no poder enterrar los cadveres implica un rompimiento en la sociedad wayu. El espritu de esa persona aumenta la inestabilidad en la misma familia hasta el punto que puede desaparecer o extinguirse ese grupo familiar, porque el espritu reclama justicia y como la familia no ha sido capaz de hacer efectivo el reclamo, tiene esas consecuencias nefastas. Es como una desgracia.82 Las masacres tienen una clara intencionalidad. Son acciones que buscan causar terror y sufrimiento intenso, humillar y degradar; desestructurar las relaciones y los vnculos sociales, destruir la identidad y la cultura de una comunidad. Las masacres constituyen una experiencia traumtica, puesto que [] dividen tajantemente las historias comunitarias y personales y ocasionan una profunda fractura en los relatos colectivos y en los sentimientos de mismidad dando lugar a nuevas identidades signadas por la tragedia, la incertidumbre y la culpa83. Los datos sobre la magnitud de las desapariciones forzadas ocurridas en el pas son difciles de establecer, dadas las circunstancias y condiciones que rodean la ocurrencia de este crimen de lesa humanidad. La particularidad de este atroz delito es que mantiene oculto un asesinato. La desaparicin forzada tiene gravsimos impactos.85 Al tiempo que los familiares afrontan la ausencia de su ser querido, experimentan sentimientos de angustia intensa y permanente, derivados del desconocimiento de la suerte de su familiar y de la incertidumbre sobre su destino. La desaparicin forzada representa un tipo de tortura psicolgica para las familias, y en la mayora de las ocasiones, un sufrimiento prolongado cuyo duelo resulta difcil, cuando no imposible de concluir. As lo describi Ana Rosa Cuartas madre de Jos Norbey Galeano, quien acompaaba al padre Tiberio Fernndez en Trujillo cuando se lo llevaron los paramilitares: Desde la desaparicin de mi hijo mi vida cambi totalmente, porque da tras da lo aoro, todos los das lo espero y con la zozobra de que mi hijo todava est vivo y de que en cualquier momento aparezca. A veces me levanto tarde en la noche al bao y me asomo por la ventana con la ilusin de verlo venir. Es muy difcil aceptar la realidad, pero an ms difcil aceptar la incertidumbre de querer saber dnde est mi hijo y saber realmente qu fue lo que hicieron con l, si est vivo o est muerto. Me pongo a pensar si mi hijo muri qu me le hicieron, cmo me lo mataron o me lo masacraron, cmo sern los sufrimientos de mi hijo. Si lo hubiera encontrado al menos sabra que de verdad lo vi muerto. Pero de esta manera es imposible la
85. Respecto al impacto de la desaparicin forzada, vanse: Ocina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y CICR, Recomendaciones para una poltica pblica con enfoque psicosocial en contra de la desaparicin forzada (Bogot: Nuevas Ediciones S.A., 2009); Coordinacin Colombia-Europa-Estados Unidos, Observatorio de Derechos Humanos y Derecho humanitario, Desapariciones forzadas en Colombia. En bsqueda de la justicia, Documentos temticos 6 (2012). Consultado el 13 de mayo del 2013, http://www.corporacionavre.org/les/documentos%206%20FINAL%20mayo%2031.pdf
82. Testimonio de mujer. GHM, La masacre de Baha Portete, 95. 83. Martha Nubia Bello et l., Bojay, memoria y ro. Violencia poltica, dao y reparacin (Bogot: Universidad Nacional de Colombia, 2005), 46. 84. Madre de una joven secuestrada y cuyo cuerpo permaneci desaparecido por varios aos. IPUI, Pastora Mira Garca: Si el dolor no nos une, qu nos puede unir?, consultado el 12 de mayo del 2013, http://espanol.upiu.com/view/post/1247612930719/
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Impactos y daos del conflicto armado tranquilidad, mi corazn se desangra cada vez que lo traigo a la memoria diariamente. Porque todos los das se lo encomiendo a Dios. Sufro la agona y la tristeza de saber que lo arrebataron injustamente sin tener culpa de nada solo porque iba con el padre como acompaante ese da.86 Las mujeres de Trujillo en el Valle del Cauca, o de San Carlos en Antioquia, afectadas por la desaparicin forzada de sus hijos e hijas, contaron la angustiosa necesidad de tener alguna noticia sobre su paradero o de hallar sus restos. La ausencia de respuestas y la urgencia de encontrarlos las llev a emprender toda suerte de acciones de bsqueda, a encaminar sus esfuerzos y sus recursos hacia este n. Para muchas de estas mujeres, la tarea se ha prolongado por meses o aos, e incluso, para algunas, despus de una dcada, esta labor sigue inconclusa. Esta bsqueda agrava el sufrimiento provocado por la incertidumbre por los esfuerzos y vivencias desgastantes y dolorosas que pasan las madres de los desaparecidos. Pastora Mira relata en una entrevista: El siete me madrugu, en el carro que sale a las cinco y media de la maana, a buscarla y encontr todo revolcado, no haba nadie. Esta gente me dijo que no indagara tanto porque o si no me raspaban. Lo nico que quera era que me entregaran los huesitos, que me dijeran dnde la haban tirado... Yo me tuve que devolver con las manos vacas porque aqu, en San Carlos, quedaba el resto de la familia.87 ngela, una mujer de la costa caribe, narr sus esfuerzos en solitario para conocer noticias sobre el paradero de su hermana desaparecida. En esta bsqueda viaj a las crceles a interrogar a desmovilizados presos y recorri ciudades preguntando por su hermana. Despus de dos aos de pesquisas le fue noticado ocialmente que su hermana haba sido asesinada por un paramilitar.
86. GMH, Trujillo, 69. 87. IPUI, Pastora Mira Garca: Si el dolor no nos une, qu nos puede unir?.
Viviendas abandonadas a causa el desplazmiento forzado en la carretera Granada San Carlos, Antioquia. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH, 2010.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Durante las audiencias libres realizadas en Santa Marta, al igual que en otras ciudades donde hay tribunales de Justicia y Paz, fue notable la presencia de familiares de vctimas que acudan para acercarse directamente a los victimarios, en bsqueda de alguna razn sobre el destino y el paradero de sus seres queridos. Una mujer en Montera cont que incluso se arriesg a ir a un campamento paramilitar para preguntar all por su hermano. Esta decisin arriesgada la enfrent a nuevas humillaciones y amenazas. Otras personas mencionaron los difciles y dolorosos procesos que debieron atravesar durante el reconocimiento de los cadveres de sus seres queridos en las morgues del pas o en cementerios clandestinos. La angustiosa situacin que viven las familias de las personas desaparecidas las ha llevado a reducir sus expectativas de justicia. Para los familiares, la urgencia es tener noticias acerca del destino de sus seres queridos, y hallar los restos de sus cuerpos. Esta necesidad llev, en ocasiones, a aplazar otras demandas de verdad y reparacin, como por ejemplo el reclamo de la indemnizacin, conocer la identidad de los victimarios, escuchar sus razones o demandar castigo para ellos. As increp una mujer hija de un desaparecido a su victimario en una crcel en Barranquilla: Y quin le dijo a usted que yo estoy aqu por veinte millones de pesos? Quin le dijo a usted eso, seor? Yo me puedo hacer veinte millones de pesos as me toque trabajar das y noches, pero me los puedo hacer. Yo estoy aqu porque mi padre no fue un guerrillero, porque mi padre era un campesino trabajador y la dignidad de l hoy no se sabe. Qu pas con l, no se sabe. Dnde est, no se sabe.88 Los largos y desgastantes procesos permitieron a algunas familias hallar los restos de sus seres queridos y darles sepultura. La verdad, aunque pobre e incompleta que emergi de los testimonios de algunos desmovilizados en el proceso de Justicia y Paz, result primordial para ellos, y represent un alivio en medio de tanta incertidumbre. Una mujer en Medelln cont:
88. GMH, Justicia y paz, 387.
Doa Mara Valencia Cano perdi a su esposo y a dos cuados en una accin del ejercito y los paramilitares en Trujillo, Valle del Cauca. Su suegro muri de pena moral. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH, 2008.
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Impactos y daos del conflicto armado Llevaba aos buscando y sin saber nada. Yo pensaba que mi hija se haba ido y que lo haba hecho porque estaba brava conmigo. Pero no, l nos dijo claritico que ellos se la llevaron y que despus la mataron. Yo le agradezco inmensamente a ese seor, yo lo bendigo, porque me quit un sufrimiento terrible. Ahora por lo menos s que est muerta y que me van a entregar sus restos para hacerle su cristiana sepultura y eso ya es un descanso.89 Las vctimas, especialmente las mujeres, hablaron de los largos aos que llevaban en la bsqueda de noticias. Este esfuerzo les caus agotamiento, les signic el descuido de sus hogares, e implic la destinacin de una parte importante de su escaso dinero para realizar la bsqueda. Por todo lo anterior, la mxima aspiracin de los familiares era la de tener noticias que acarrearan alguna certeza, y en caso de conrmar la muerte, poder realizar la sepultura del cadver. El testimonio de Pastora Mira cuenta: Adonde me dijeron que haba algn pedacito de informacin, all fui, dice. En su recorrido por la bsqueda del ltimo vestigio de su hija, pag tres millones de pesos a un reinsertado en el lejano municipio de Ibagu. El hombre peda esa cantidad como contraprestacin por los datos que, segn l, le permitira hallar el cuerpo de Sandra.90 Cabe mencionar que en muchos casos las familias lograron conrmar la muerte de sus seres queridos, pero no el paradero de sus restos. Algunos familiares supieron que los haban asesinado y que sus cuerpos haban sido lanzados a los ros o incinerados; en otros casos conocieron, gracias a la presencia de testigos, que sus familiares haban sido vctimas de asesinato, pero no tenan ninguna informacin respecto de lo acontecido con sus restos. Los habitantes de El Tigre, Putumayo, por ejemplo, compartieron con los investigadores del GMH sus recuerdos acerca del trato y el paradero que los paramilitares denieron para los cuerpos de sus vctimas:
89. Testimonio indito de mujer en Medelln, 2010. 90. IPUI, Pastora Mira Garca: Si el dolor no nos une, qu nos puede unir?.
[] Llenaban las camionetas de hombres y en el puente del ro [Guamus] les abran el pecho con hachas y los lanzaban al agua. No queran que los cuerpos rebotaran, sino que se perdieran en el fondo [].91 Estos testimonios ilustran diferentes tipos de experiencias: personas con familiares desaparecidos desde hace ms de veinte aos y sin ninguna informacin sobre ellos; personas con familiares desaparecidos que posteriormente fueron encontrados, la mayora de las veces muertos; personas con familiares desaparecidos que luego fueron informadas de su muerte pero que desconocen el lugar donde yacen sus cuerpos. Algunas familias lograron rescatar los cuerpos de sus seres queridos. Para ello debieron asumir el doloroso proceso de exhumacin e inhumacin. Pese a lo tormentoso que pudo resultar, las bsquedas permitieron concluir una parte del drama y fue posible adelantar ciertos rituales que ayudaron a disminuir el dolor, lo que, sin embargo, no signica que el sufrimiento cese all. Una joven en Montera luego de recibir los restos de su padre coment: Veinte aos despus nos entregaron los restos de mi pap y yo pens que me iba a sentir mejor... pero no. Ese da llor, grit, casi me desmayo. Yo s que los muertos se convierten en cenizas, en polvo... pero no quera que me devolvieran a mi pap en una cajita de esas... que un poco de huesos y tierra fuera lo nico que devolvieran. Yo siempre pens en un cuerpo... pero eran solo pedacitos con tierra.92 Cada situacin plantea sufrimientos y necesidades distintas, pero siempre cruzadas por el dolor, la ansiedad y la incertidumbre. La vida cotidiana, las actividades y los proyectos de las familias quedan suspendidos, pues no hay muerte cierta y en este sentido no hay una prdida con certezas
91. GMH. El Tigre, 25. 92. Comunicacin personal con mujer luego de la entrega de los restos de su padre en Montera. Notas de campo.
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Fosa donde fueron hallados los restos de Bianca, despus de una bsqueda implacable, en el municipio de Granada, Meta. Fotografa: Jos Luis Rodrguez 2007.
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Impactos y daos del conflicto armado para aceptar y para integrar a la experiencia. La esperanza del regreso pervive contra todo presagio; mientras no haya cuerpo, no habr evidencia. Esto deja un resquicio de ilusin que impedir aceptar la muerte y hacer el duelo.93 En un taller de la costa caribe una mujer narr: [] a mi hermanita la desaparecieron hace ya cinco aos Ella tena 15 aos. Yo he pasado todos los das de mi vida rogndole a Dios que me la devuelva viva. Me convert a la Iglesia cristiana, la coloqu en cadenas de oracin No hay un da en que no le diga a Dios: Seor, t que todo lo puedes, devulvemela, tremela Pero la semana pasada me informaron que el hombre que la mat ya confes La gente dice que eso me ayuda a descansar, pero qu va! Yo tengo un gran dolor, tengo rabia y una decepcin tanto rogar tanta fe y tanto suplicar y nada. El hombre que la mat dizque dijo dnde la enterraron, pero a nosotros nos toca esperar, no sabemos cunto, para que nos entreguen sus restos.94 El dolor y los sufrimientos, causados por las difciles situaciones que experimentan las familias de los desaparecidos, se agravan debido a los rasgos de esta modalidad de violencia y del contexto sociopoltico. La dicultad para demostrar la desaparicin, por ejemplo, ha sido utilizada intencionalmente por los victimarios e incluso, en casos conocidos por el GMH y segn testimonios de las vctimas y de los familiares, por los funcionarios de las instituciones adonde acuden estas a denunciar o buscar respuestas. De esta forma, los victimarios desmienten los hechos y endilgan a las propias vctimas la responsabilidad de lo ocurrido. Este involucramiento o complicidad de agentes del Estado en las desapariciones se tradujo en una mayor vulnerabilidad de los familiares, quienes al buscar informacin o demandar justicia recibieron amenazas
93. Vase: ASFADDES, Veinte aos de historia y lucha (Bogot: ASFADDES, 2003); Corporacin AVRE, Impacto de amenazas y otros hechos de violencia sociopoltica contra ASFADDES, en ASFADDES, Veinte aos de historia y lucha. 94. GMH, Mujeres y guerra, 366.
y, en ocasiones, se vieron obligados a desplazarse. En el informe sobre Trujillo del GMH un hombre coment: Cuando un padre peg avisos indagando por su hijo desaparecido forzadamente, fue obligado a retirarlos y a no preguntar ms si no quera correr la misma suerte95. As mismo, la identidad poltica o la adscripcin a algn proceso organizativo de los desaparecidos fue utilizada, en ocasiones, como una etiqueta que sirvi para desmentir o justicar el crimen. Detrs de ello circulaba la idea de que por algo sera. Esta situacin trajo consigo el sealamiento y, en muchas ocasiones, el aislamiento de las familias, padeciendo no solo el dolor por la ausencia de sus seres queridos, sino adems el maltrato, el rechazo e, incluso, el repudio. De este modo, las familias se revictimizan; con la negacin del crimen de lesa humanidad de la desaparicin forzada, con la subestimacin de su dolor y con la minimizacin de su tragedia, opacada o invisibilizada por los medios de comunicacin y por la opinin pblica respecto de otros crmenes ocurridos en el pas.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica reciente del pas han ocasionado durante aos que la sociedad, e incluso las instancias institucionales de atencin, hayan naturalizado sus impactos, subestimndolos o asimilndolos a otras modalidades de violencia y de exclusin.96 Esto, por ejemplo, ocurra persistentemente en mbitos de la institucionalidad y la opinin pblica, dicultando la identicacin de la persona que ha sido desplazada forzadamente como vctima. La denominacin de desplazado durante aos connot a las vctimas como poblacin vulnerable, pero a partir del reconocimiento ocial de la existencia de conicto armado interno y de desarrollos normativos (sentencia T-025 del 2004 y autos de seguimiento de la Corte Constitucional, Ley 975 del 2005, Ley 1448 del 2011, Ley de Vctimas y Restitucin de Tierras), se facilit esta comprensin. La experiencia vivida por la mayora de las personas muestra que el desplazamiento no es un evento que empieza o termina con la salida o la huida forzada, es un largo proceso que se inicia con la exposicin a formas de violencia como la amenaza, la intimidacin, los enfrentamientos armados, las masacres y otras modalidades. La salida est precedida de perodos de tensin, angustia, padecimientos y miedo intenso, que en algunos casos son los que llevan a tomar la determinacin de huir. As ocurri en el caso del municipio de San Carlos, que podra generalizarse para otros contextos en los que, campesinos expuestos al conicto fueron obligados al desplazamiento: la guerra erosiona su mundo. La presencia de los armados quebranta las certezas y rutinas que sustentan la cotidianidad conocida de las vctimas, por lo que marcharse es as para algunos un intento de reapropiacin del proyecto de vida que les ha sido enajenado por los actores armados97. A la salida le siguen, por lo general, largos y difciles procesos en los que las personas intentan estabilizar sus vidas, pero que en la mayora de
96. Las vctimas armaron en las entrevistas realizadas por el GMH (2007-2011) que muchos funcionarios pblicos entendan que un desplazado era vctima si haba sido afectado por otro delito, diferente al desplazamiento. As, las vctimas experimentaron, en su relacin con la institucionalidad, que sus prdidas y desarraigos provocados por la huida forzada no constituan un crimen con complejos y profundos daos. 97. GMH, San Carlos, 20.
los casos son descritos como experiencias caracterizadas por la penuria econmica, el hacinamiento, la estigmatizacin, el rechazo y el maltrato. Al dolor producido por los hechos previos al desplazamiento, al sufrimiento que causa el abandono de bienes, lugares, sitios sagrados y seres preciados, se suman las experiencias propias del arribo a entornos desconocidos, muchas veces hostiles y en precarias condiciones econmicas. As narran habitantes de El Salado su experiencia: Cmo fue la vida de ustedes en la situacin de desplazamiento? Mala. Yo no me pude amaar en la ciudad, siendo que estbamos juntos establemente, porque ellos [los hijos] nunca se han alejado de nosotros, nunca, pero yo no me hallaba conforme donde estaba, porque todo el tiempo yo he sido mandado de yo mismo, todo el tiempo fui mandado de yo mismo, haca lo que poda y vivamos as en esa forma, les di a ellos hasta donde pude, a todos siete, nunca nos vimos guindndole a nadie, tenamos nuestros animalitos, de eso vivamos, sabroso, y yo me daba de cuenta que ya en la ciudad ellos trabajaban todos, yo no voy a decir que estaba trabajando, ya llegaban todas las quincenas y yo pedir, no joda, eso s me parta el alma, yo asentado ah, ellos tenan que, yo no sufra tanto porque estuviera, si se vuelve a retornar, yo me voy para El Salado, esta no es la vida que yo busco, no he matado a nadie para estar encerrado establemente, porque establemente uno permanece sentado, yo, en la forma que sea, me tengo que retornar para El Salado []98 El desplazamiento forzado es, por tanto, un evento complejo que altera signicativamente la existencia y los proyectos de vida de cada uno de los miembros de una familia. Es una experiencia que implica varias y simultaneas prdidas y transformaciones: prdidas econmicas y de bienes, de lugares y de relaciones sociales y afectivas. El desplazamiento
98. Entrevista a dos mujeres y un hombre adultos retornados. GMH, El Salado, 189.
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Impactos y daos del conflicto armado ocasiona una transformacin abrupta y por lo general difcil de roles y posiciones tanto en el hogar como en al mbito laboral y social. Un hombre adulto en situacin de desplazamiento en Medelln narr: [] yo cuando llegu ac a Medelln, tuve por ah unos tres meses que me levantaba en un rincn a llorar de pensar la vida, as uno sentado a que le den un bocadito de comida, a que le den de pronto una ayuda. Ir a saber que uno perdi todo lo que tena, lo que consigui en la juventud, en el matrimonio. Y entonces a m me dio muy duro, pero porque yo prcticamente en las ocinas donde yo he ido a pedir, como se dice, yo casi he llorado contndoles mi historia. Es que perder uno lo que tena, que haba sufrido uno pa conseguir, pa venir a pedir ac una limosna, eso es muy duro.99 Tanto el impacto causado por las prdidas como los cambios abruptos producen en las personas afectadas situaciones que tienden a acrecentar o crear conictos de pareja, liales, familiares y comunitarios, dependiendo de la experiencia particular y del signicado de las prdidas, de sus recursos personales y de las posibilidades de integracin al nuevo lugar en cada uno de los casos. Las distintas emociones, posibilidades e interpretaciones hacen que decisiones como la salida, el lugar de destino, la permanencia e incluso las posibilidades de retorno sean complejas y no necesariamente consensuadas. Todo ello aumenta la tensin y el sufrimiento emocional, y hace que las probabilidades de crisis, rupturas y conicto dentro de las familias sean mayores. Un hombre desplazado y posteriormente retornado a San Carlos dijo: A los cuatro meses ya me vine y en la casa la familia me decan: Cmo se fue a ir por all? A usted qu le pasa? Es que est perdiendo el sentido comn? Cmo se va a ir por all? Para que lo maten? Entonces les dije: Vea mijos, yo les agradezco y veo que ustedes se preocupan por el bien mo, pero por all me mata la violencia y aqu me mata la tristeza y la enfermedad
99. GMH, San Carlos, 224.
En enero de 2003, tras la masacre de 17 personas, efectuada por la guerrilla de las FARC en las veredas de Dos Quebradas, Dinamarca y la Tupiada, Karina, su familia y los dems pobladores de estas veredas, se vieron forzados a abandonar sus hogares. Fotografa: Jess Abad Colorado 2003.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica porque yo quieto no puedo estar, yo debo estar en movimiento. Porque gracias a Dios, aunque tengo mis aos, yo todava tengo nimos de trabajar y estoy aliviado; pero entonces yo no me hallo de balde, quieto por ah haciendo nada. Y me vine; yo me iba para donde el vecino, me vena para ac.100 Los adultos mayores son quienes, por lo general, resienten con mayor intensidad la salida forzada, al punto que algunos preeren afrontar los riesgos y quedarse en sus lugares de origen. Los que no pueden hacerlo sufren la experiencia como un profundo desarraigo, pues cuentan con pocos recursos fsicos o cognitivos que posibiliten la adaptacin. El deterioro de la calidad de vida, los cambios de clima, de alimentacin y de hbitos les causan enfermedades y acrecientan la sensacin de vulnerabilidad e inestabilidad. Sin coordenadas ciertas y conocidas, las personas quedan a la deriva. Ni los paisajes ni las costumbres ni los sonidos ni los colores ni los olores les resultan familiares. Todo ahonda la sensacin de extraamiento. Una mujer desplazada en Crdoba rerindose a su madre cont: Entonces ella pensaba en sus gallinas, pensaba en su puerquecito, pensaba en que la casa quedara llena de arroz ese ao, no se aguant y deca Llvenme para mi casa yo voy a morir ya, pero llvenme.101 Los hombres, como se ahondar ms adelante, encuentran pocas posibilidades laborales y experimentan la destitucin de su rol y de su lugar en la familia y en la comunidad; las mujeres, y en especial cuando enfrentan casos de viudez o de ausencia de sus parejas, deben asumir intensos ocios y labores para subsistir y mantener unido su hogar. Los jvenes, adolescentes, nios y nias, si bien cuentan con mayores habilidades y capacidades de adaptacin y, en ocasiones incluso pueden hallar posibilidades para su desarrollo personal como el acceso a escuelas y a ofertas culturales, tambin sufren los rigores del hacinamiento y del
100. GMH, San Carlos, 207. 101. GMH, La tierra en disputa, 365.
encierro en contraposicin a los espacios abiertos de los paisajes rurales a los que estaban habituados, adems de sufrir los riesgos que entraa la vida urbana y sus nuevas formas de exclusin y discriminacin. Ante esta situacin de desplazamiento forzado, las vctimas enfatizaron su sensacin de desubicacin, desorientacin y extraeza, que a su vez les despertaba sentimientos de ansiedad, desespero y aburrimiento. Los contrastes entre las caractersticas de su paisaje, generalmente rural, y la calidad de vida de sus lugares de origen y los de llegada, los sume en un sentimiento nostlgico y de gran aoranza. As lo expres una mujer en Crdoba: Muchas veces me ha dado tanto desespero que no duermo de noche de tanto pensar como que ah... Mis hijos... los tengo viviendo en una casa ajena y yo con ganas de tener mi propia casa, pero no tengo como la facilidad econmica para poder construir una casa, entonces todo eso me da preocupacin, hay momentos aqu que yo no duermo, y cuando me acuerdo de lo que yo tena eso s que me da ms tristeza, yo tena negocios de vveres y mercanca de ropa...102 Persiste en las vctimas la manifestacin de sentirse en el lugar equivocado: sin apegos, races ni apoyos. La sensacin inicial de muchas familias es que se trata de una situacin transitoria, y esto lleva a que sus vidas queden en una especie de parntesis que les impide tomar decisiones transcendentes, como matricular a los hijos e hijas en la escuela, o emprender actividades productivas (si existiera la posibilidad). Este limbo que deja el desplazamiento entre quienes lo sufren se debe, principalmente, a que el espacio habitado no solo funciona como lugar de desarrollo social, sino como lugar de desarrollo identitario. Segn lo document el trabajo del GMH sobre el desplazamiento en San Carlos, se [] desdibujan o trastocan las coordenadas espacio temporales y los sistemas de orientacin sobre las cuales se edica
102. GMH, Bojay, 104.
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Impactos y daos del conflicto armado la identidad de los afectados. Y por supuesto, no son solo las coordenadas fsicas las que se alteran con el desplazamiento a otra localidad, a otro municipio o a la ciudad, sino tambin las coordenadas sociales y de sentido que estructuran la conducta diaria de los sujetos. Tal vez resulte difcil para los habitantes citadinos sopesar lo que signica la condicin de desplazado, pero es necesario recalcar que para el desplazado, el impacto de su experiencia es tal que al enfrentar un contexto distinto al de su esquema habitual, se ve impelido de alguna manera a recongurar su identidad personal. En ltimas, el desplazamiento es el despojo de la vida propia.103 Sin embargo, la mayora de las vctimas constata que el desplazamiento se impone como realidad, y que a medida que pasa el tiempo, se van construyendo, aunque precaria y dolorosamente, nuevos vnculos y apegos, haciendo que, en ocasiones, la posibilidad del retorno vaya despareciendo de su horizonte. A partir de testimonios de familiares y vctimas, especialmente los identicados en los medios de comunicacin, el GMH se acerc a la compresin de los complejos impactos que causa esta prctica delictiva. Los impactos varan segn las condiciones y los tiempos del cautiverio, los roles desempeados y la condicin socioeconmica y poltica de las vctimas y de sus familias. Todos los que han padecido el secuestro han tenido sufrimientos comunes, pero las experiencias varan segn los factores mencionados. Visto el secuestro desde la perspectiva de la persona privada de la libertad, el GMH coincide con el exdirector de la Ocina en Colombia del Alto Comisionado de Naciones Unidas, Michael Frhling, en que esta prctica delictiva [] constituye un brbaro ataque contra la capacidad individual de autodeterminacin de las personas [] [y que] no solo afecta la autonoma del ser humano para determinarse por s mismo en el tiempo y en el espacio. Todo secuestro implica tambin la cosicacin de la persona, la brutal reduccin de ella al triste papel de mueble, con total desprecio por su dignidad104. Los miles de colombianos y colombianas secuestrados fueron separados abruptamente de sus familias y seres queridos, fueron alejados de sus espacios de vida cotidiana, de sus trabajos, actividades y pertenencias signicativas. Los secuestrados son despojados y alejados de todo lo que consideran suyo y propio, para ser colocados en lugares ajenos y desconocidos, por lo general, hostiles, vindose enfrentados al aislamiento, la soledad y a la violacin absoluta de su intimidad. Los testimonios de las personas secuestradas muestran que, en su gran mayora, fueron llevadas a lugares lejanos con caractersticas climticas muy distintas a las acostumbradas y en condiciones de encierro y restriccin total de sus movimientos. Las imgenes de hombres y mujeres con cadenas en cuellos y manos, y encerrados tras alambres de pas,
104. Michael Frhling, Los Derechos Humanos, el Derecho Internacional Humanitario, el secuestro y los acuerdos especiales, ponencia en el foro Panel Internacional Sobre Acuerdo Humanitario y los Nios en la Guerra (2003), consultado el 19 de mayo del 2013, http://www.hchr.org.co/publico/pronunciamientos/ponencias/od=19&cat=24
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica mostraron que la vigilancia constante, la arbitrariedad y el trato cruel e indignante se constituy para ellos y ellas en su forma de vida. Jorge Gechem un exsecuestrado, describi en su relato lo siguiente: A los 50 metros, nos encontramos de repente con la crcel del pueblo, era una jaula de malla, con alambre de pas, una puerta con cadenas y un candado grande. Se vea la aglomeracin. En ese momento estaban ah 30 compaeros. Entramos y Veneno nos orden que nos enumerramos. Nos dijo a Gloria (Polanco) y a m: Usted es la prisionera 31 y usted es el 32, as seguirn gurando [] La sensacin era denigrante, uno se senta preso y perda su identidad [] Haba una crcel peor que la crcel del pueblo, era la crcel de un da tranquilo, la obligacin de llenar cada una de sus horas huecas. Estbamos sometidos a una tediosa rutina, cada hora era una especie de hueco por donde se nos ltraba la vida [] 105 A estas condiciones del cautiverio se sumaron las largas caminatas por lugares selvticos, la privacin de alimentos y la exposicin a condiciones insalubres y a diversas circunstancias riesgosas que provocaron en la mayora de los secuestrados(as) un deterioro sensible de la salud, la agudizacin de enfermedades por falta de medicamentos y tratamientos, as como la aparicin de nuevas enfermedades propias de las circunstancias y del entorno como el paludismo y la leishmaniasis. La tensin psicolgica, fruto de la exposicin permanente al peligro y a la amenaza de muerte, de la certeza del sufrimiento de sus familias y de la incertidumbre frente a su futuro, represent para todos un dramtico sufrimiento. A algunos los condujo a la desesperacin con intentos de suicidio y escapes riesgosos, y a todos a la creacin de mundos imaginarios que los acompaaran y les hicieran menos insoportable la existencia. Para muchos secuestrados, el cautiverio signic perder todo contacto con sus familias. Al sargento Libio Martnez el secuestro le impidi conocer a su hijo Johan Stiven Martnez, quien naci tres meses despus de haber sido retenido, y lo limit a conocerlo a travs de fotografas y a entablar comunicacin con l mediante tres cartas que las FARC le permitieron enviar a su familia. El sargento fue asesinado en cautiverio, trece aos despus de haber sido secuestrado. Finalmente, padre e hijo no pudieron cumplir el tan anhelado deseo de estar juntos. Algunos secuestrados no solo vivieron el drama de la separacin de sus familias, sino que adems, desde su cautiverio, se enteraron de las enfermedades de algunos de sus parientes y, en algunos casos, incluso de su muerte. Desde la distancia vivieron un dramtico duelo, sin entierro, sin ritual y en la soledad absoluta. Sufrimientos fsicos y psicolgicos fueron ampliamente descritos en los libros testimoniales de varios secuestrados que recuperaron la libertad, como en las cartas y diarios que algunos dejaron antes de ser asesinados. As escribi a su hija el coronel Edgar Duarte mientras estaba en cautiverio: Imagnate que tu padre vive slo para ti y por ti, que te piensa da y noche en un mundo irreal, entre los sonidos del silencio de la selva, en el silencio de su avatar, entre los arrullos de los grillos y los chirridos de las aves y pajaritos, entre los rugidos y aullidos de los animales que acompaan a tu peregrino padre en su endmico caminar, entre los susurros del viento que musitan melodas melanclicas de soledad y tristeza que solo recogen los odos que saben amar, entre las aromas de la selva que endulzan a veces con aromas orales de elega dulce, de fragancias de nostalgia y ansias de libertad [] Por eso cuando la soledad agobie tu delicada alma, cuando la tristeza anegue tu tierno corazoncito, cuando las penas saquen de tus ojos cristalinas lgrimas, cuando creas que ests hundida en la nada y nadie te determina o comprende, saca tu cuaderno, tus poemas y el dibujo que te he hecho y que en tu melancola brillen como
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105. Testimonio de Jorge Gechem, exsecuestrado. Memorias del cautiverio, Revista Semana, consultado el 14 de mayo del 2013, http://www.semana.com/noticias-nacion/ memorias-del-cautiverio/119254.aspx
Una luz en la oscuridad. Pruebas de supervivencia de los soldados y policas en poder de las FARC. Febrero de 1997. Fotografa: Gerardo Chvez. El Tiempo.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica muestra de mi amor lejano. Recuerda con nostlgico amor que hay alguien que tambin, sumido en el dolor, te piensa y tambin te ama y que ha soportado por ti mil pruebas, todo para volver a ti.106 Con el secuestro no sufre solamente la persona privada de la libertad, el sufrimiento se extiende a sus familiares, sometidos a toda suerte de incertidumbres, presiones y a experimentar sus propios vacos y prdidas. Algunas familias perdieron todo contacto con sus seres en cautiverio, y la ausencia de noticias y pruebas de supervivencia aument la agona, pues no solamente se atormentaban imaginando que los suyos padecan toda clase de horrores, sino que adems no contaban con la certeza de que estuvieran vivos o muertos. Los esfuerzos del da a da se concentraban en la bsqueda de una noticia y muchos se aventuraron a largas travesas y a golpear las puertas de los medios de comunicacin, de los polticos y de personajes pblicos rogando su intermediacin para conseguir alguna noticia. Las pruebas de supervivencia recibidas en ocasiones a travs de los medios de comunicacin estaban precedidas por la ansiedad de la espera y fueron acogidas con sentimientos ambiguos: de felicidad por tener una seal de vida, por recibir un mensaje y revivir la esperanza, pero tambin de tristeza y de rabia al constatar las condiciones precarias e indignantes a las que se exponan sus familiares, y su deterioro fsico. Muchas familias recibieron mensajes falsos y equvocos por parte de los captores y sufrieron terribles desgastes y decepciones ante la esperanza de una prueba o de una liberacin. La vida cotidiana de los familiares se vio severamente afectada, al punto que algunos manifestaban: estamos secuestrados con ellos. La cotidianidad se afect, no solo por la ausencia de guras fundamentales en el funcionamiento del hogar, sino que para muchas familias la persona secuestrada era la responsable por el sostenimiento econmico del hogar, y su prdida signic tambin penurias econmicas. Esta difcil situacin
106. El testamento del coronel Duarte, Kienyke.com (2011), consultado el 14 de mayo del 2013, http://www.kienyke.com/historias/el-testamento-del-coronel-duarte/
se agrav cuando tuvieron que incurrir en gastos para denunciar y emprender el rescate de sus seres queridos. La sociedad colombiana conoci el dolor de muchos de ellos, pues los hijos imploraban el regreso de sus padres, como el nio Andrs Felipe Prez, de trece aos de edad, quien, enfermo de cncer, suplic a las FARC un permiso de salida para su padre. Este caso conmovi a la sociedad, pues los ruegos del pequeo no lograron un gesto humanitario de la guerrilla y muri meses despus sin lograr su deseo. Su padre, Jos Norberto Prez, fue asesinado dos aos despus al intentar huir de su cautiverio. Las madres rogaban, a su vez, por la liberacin de sus hijos; las esposas, por las de sus compaeros. Cada vez que se tuvo noticias de la muerte en cautiverio de alguno de los secuestrados a causa de enfermedad o de asesinatos, las familias experimentaron sentimientos de angustia y zozobra. Sus ruegos ya no solo se dirigieron a los captores sino al Gobierno, a quien insistentemente pidieron suspender los intentos de rescate miliar, que ponan en evidente riesgo la vida de los secuestrados, y demandaban gestos humanitarios que hicieran posible el canje, la negociacin y el dilogo. As se reri la madre de una mujer secuestrada: La noticia de las muertes de los diputados [del departamento del Valle del Cauca, en abril del 2011], uno los siente como si fuera propio, porque ellos estn secuestrados y no se sabe si ah estn nuestros hijos. Inclusive qu da nos haban dicho que haban bombardeado y que haban matado a un poco de secuestrados, pero eso era una noticia falsa. Y uno enseguida piensa es en el hijo no ms. Bueno, qu habr pasado, qu sucedi, y uno es pendiente; yo ahora le dedico mucho tiempo a ver noticias, desde entonces, yo no he dejado de ver noticias ni de escuchar a toda hora, para saber si lo soltaron o los mataron, es que han pasado muchas cosas, ya lleva diez aos, en diez aos es mucho lo que ha pasado.107
107. Testimonio en: Martha Nubia Bello, La impunidad y la justicia en los procesos de duelo de las vctimas de la violencia poltica. Indito.
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Impactos y daos del conflicto armado Las splicas dirigidas a los captores y a los gobernantes confrontaron a las familias con la dureza de posiciones de unos y otros, y fueron ellas las receptoras del sufrimiento causado por la radical polarizacin en el pas. Aunque los familiares de los secuestrados recibieron mayores muestras de solidaridad de parte de los familiares de otras vctimas de delitos graves y tambin masivas manifestaciones por parte de la sociedad, representadas en concentraciones y movilizaciones, con el transcurrir del tiempo y especialmente en los casos de secuestros prolongados, las familias tuvieron que luchar contra el olvido social y la indiferencia, producto del acostumbramiento. La solidaridad de la sociedad no libr a algunas familias del sealamiento y de las estigmatizaciones; en algunos casos, por considerar que los secuestrados eran responsables del delito (por ejemplo, ngrid Betancourt108), y en otros, por las posturas crticas de los propios secuestrados o de sus familias frente a las acciones y discursos de los Gobiernos. Algunos secuestrados y sus familiares sufrieron graves revictimizaciones por cuenta de los sealamientos, e incluso recibieron amenazas. Este fue el caso de Gustavo Guillermo Moncayo Rincn y su hijo, el sargento Pablo Emilio Moncayo. Estamos atravesando una situacin muy crtica y las amenazas que se han intensicado en los ltimos das son muy dicientes, arm el Caminante de la Paz. El sargento Pablo Emilio dijo, a su turno: Desde que llegu del secuestro, las amenazas nunca han cesado. Ahora se complica un poco ms porque los grupos armados ilegales estn haciendo ms presencia en mi pueblo.109
108. ngrid Betancourt Pulecio es una reconocida poltica colombiana que fue secuestrada por las FARC-EP en el marco de su campaa presidencial en el 2002, cuando decidi visitar la zona de distencin establecida por el Gobierno de Andrs Pastrana para negociar con ese grupo guerrillero. Betancourt permaneci secuestrada por poco ms de seis aos. Su liberacin se produjo en el marco de una operacin de inteligencia militar conocida como la Operacin Jaque. 109. Por amenazas, salieron del pas profesor Moncayo y su hijo, Vanguardia (2012), consultado el 14 de mayo del 2013, http://www.vanguardia.com/actualidad/ colombia/178632-por-amenazas-salieron-del-pais-profesor-moncayo-y-su-hijo
Varios secuestrados murieron o fueron asesinados durante el cautiverio110 y las familias se vieron obligadas a emprender dolorosos procesos para recuperar los restos y para llevar a cabo los rituales de entierro. El caso de la seora Emperatriz de Guevara mostr esta faceta del dolor, pues su hijo, el coronel Ernesto Guevara, primero enfrent graves quebrantos de salud y luego, por cuenta de secuestrados liberados, se supo de su fallecimiento. La seora Emperatriz tuvo que padecer no solo los doce aos de cautiverio, sino que, durante ms de seis aos, tuvo que librar una lucha para recibir los restos. Otros familiares han tenido noticia del fallecimiento de sus seres queridos, pero nunca han logrado recuperar sus cuerpos. Ahora bien, cientos de civiles secuestrados han sido absolutamente invisibles para la sociedad y muchos de estos secuestros no han sido reconocidos por sus victimarios y, en otros casos, despus de un primer contacto se ha perdido el rastro. Las familias carecen de pruebas de supervivencia y sus casos no llaman la atencin ni de las instituciones ni de los medios. Son secuestrados que se han convertido en desaparecidos con las dolorosas y traumticas implicaciones que esta situacin tiene para sus familias. Las secuelas traumticas no nalizaron para los secuestrados y las familias que tuvieron la posibilidad de reencontrarse gracias a las liberaciones, las huidas de los cautivos o los rescates realizados por la Fuerza Pblica, a pesar de que pudieron darle n a la incertidumbre y al sufrimiento que causa la separacin. Algunos secuestrados, debido a sus enfermedades fsicas y a los traumas psicolgicos, perdieron sus trabajos; otros se vieron abocados a rupturas de parejas y a abruptos cambios familiares. Estas situaciones profundizaron la experiencia dramtica al punto que algunos sucumbieron a las drogas y al alcohol, y otros, incluso, llegaron al suicidio. Si bien es imposible generalizar las experiencias, todos los secuestrados y sus familias coinciden en armar que luego del secuestro
110. Segn Cifras y Conceptos para el GMH, 105 secuestrados murieron en cautiverio entre 1970 y el 2012.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica enfrentaron procesos difciles, producto del estrs y de los traumas acumulados. Por esta razn, las familias insisten en la imperiosa necesidad de recibir una adecuada atencin psicolgica que permita tratar sus traumas para as poder reconstruir la vida familiar, social y productiva. As describi los traumas de un exsecuestrado un medio periodstico: Luis Eduardo Ruiz Franky corre a buscar un escondite cada vez que escucha un avin, un helicptero, una explosin o una tormenta elctrica. A travs del telfono conesa que no tiene estabilidad emocional, vive de mal genio y habla poco. Permanece la mayor parte del da encerrado en un pequeo cuarto pintado de blanco, donde solo hay una cama, una mesa de noche y un pequeo closet. Hoy, a sus 39 aos, se dej crecer el pelo, las uas de los pies y tiene una barba espesa. Parece haberse olvidado del paso del tiempo y de s mismo. El secuestro le dej marcas que nunca podr borrar. Ruiz fue retenido por la guerrilla de las FARC en la toma de Miraores [departamento del Guaviare]. Tena 25 aos, era auxiliar de polica y cumplira por esos das un ao de servicio. Estuvo tres aos en la selva junto a ms de un [sic] de policas y militares en una de las recordadas jaulas de las FARC, desde aquel agosto de 1998. [] Segn su historia clnica en la Direccin de Sanidad de la Polica Nacional, padece de esquizofrenia paranoide, trastorno de estrs post trauma, trastorno de adaptacin no especicado y episodio depresivo moderado. Adems, Luis perdi la visin total de su ojo izquierdo durante el combate en la toma de Miraores. Recuerda que un cilindro explot muy cerca de l y le caus una herida que fue tratada por los guerrilleros, quienes solan limpirsela a diario. La evidencia es una cicatriz que sobresale varios centmetros sobre su ceja.111
111. El Caso de Lus Eduardo Ruz secuestrado por las FARC en la toma de Miraores, Guaviare. El ex secuestrado que sigue cautivo, Kienyke.com (2012), consultado el 14 de
La utilizacin de seres humanos como medios para obtener recursos econmicos o presionar decisiones y negociaciones polticas hace que los secuestrados sean tratados como objetos, que su dignidad sea vulnerada y que la experiencia de negacin de su libertad y de su autonoma deje imborrables marcas que transforman y afectan los pensamientos, las creencias, las emociones, las capacidades y los proyectos de vida de ellos y sus familias. Es un mtodo de lucha poltica que desconoce los derechos fundamentales de un ser humano, razn que motiv a la sociedad a pronunciarse con enrgicos reclamos, poniendo en evidencia la profunda crisis de legitimad de los actores armados.
4.3.1 Las cuidadoras, las protectoras, las aglutinadoras. Los daos e impactos sobre las mujeres
Las mujeres representan otro de los grupos particularmente impactados por el conicto armado.112 Si bien las cifras permiten armar que nueve
mayo del 2013, http://www.kienyke.com/historias/el-ex-secuestrado-que-sigue-cautivo/ 112. Respecto a la particularidad en la afectacin a las mujeres, vanse: Olga Snchez, Las violencias contra las mujeres en una sociedad en guerra (Bogot: Ruta pacca de las Mujeres Colombianas, 2008), consultado el 13 de mayo del 2013, http://www.rutapacica.org.co/descargas/publicaciones/lasviolencias.pdf; Mesa de Trabajo Mujer y Conicto Armado, Informe sobre Violencia sociopoltica contra mujeres, jvenes y nias en Colombia 2000-2010 (Bogot: Secretara Tcnica de la Mesa de Trabajo Mujer y Conicto Armado, 2010); Sentencia T-045/10, Corte Constitucional, referencia expediente T-2384972, consultado el 13 mayo del 2013, http://www.corteconstitucional.gov.co/ relatoria/2010/t-045-10.htm
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Impactos y daos del conflicto armado de cada diez vctimas fatales o desaparecidas son hombres, es justamente en las mujeres sobre quienes recae el peso de la tragedia producida por la violencia. En Colombia, segn reportes de organismos nacionales e internacionales, las mujeres han sido vctimas de mltiples, atroces y sistemticos crmenes del conicto armado. Las cifras del RUV al 31 de marzo del 2013 registran que entre 1985 y el 2012, 2.420.887 mujeres han sido vctimas de desplazamiento forzado, 1.431 de violencia sexual, 2.601 de desaparicin forzada, 12.624 de homicidio, 592 de minas antipersonal, 1.697 de reclutamiento ilcito y 5.873 de secuestro. Los hechos de violencia han dejado huellas profundas y diferenciales en sus cuerpos y en su psiquis, han trastocado su cotidianidad y han alterado sustancialmente sus creencias y sus formas y proyectos de vida. Los testimonios de las mujeres evidencian que la violencia trunc sus proyectos al desestructurar sus familias y desterrarlas de lugares donde sustentaban su existencia, realizaban sus labores y proyectaban su futuro. Estos proyectos se vieron afectados en el momento en que les arrebataron la posibilidad de decidir sobre el curso de sus vidas y en el que fueron obligadas a cambiar de roles, ocios y actividades. Los relatos de las mujeres muestran que sus vidas transcurran en escenarios caracterizados por relaciones patriarcales que les imponan fuertes grados de control, dominacin y violencia por parte de padres, hermanos y esposos. Sin embargo, la violencia poltica se sum de manera dramtica a su situacin y vulner los espacios asumidos por las mujeres como propios y denitorios de sus vidas. Los repertorios de violencia contra las mujeres lesionaron aquello que para ellas resultaba valioso y signicativo. El impacto de la guerra sobre las mujeres est especialmente marcado por su rol tradicional asignado al cuidado y sostn afectivo del hogar. Las mujeres, por lo general, son las encargadas de la crianza de los hijos e hijas y del funcionamiento de la cotidianidad hogarea; en algunos lugares las abuelas son consideradas como el sostn y el tronco de la crianza. Las mujeres directamente victimizadas o viudas, no obstante,
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Diana Cardona Saldarriaga, abogada y militante de la UP, fue la primera mujer en llegar a una alcalda en la regin de Urab. Fue asesinada en Medelln, el 26 de febrero de 1990. Gloria Cuartas, alcaldesa de Apartad entre 1995 y 1997, ha sido perseguida por sus constantes denuncias sobre las violaciones de Derechos Humanos de todos los actores armados. Fotografa: Jess Abad Colorado , marzo de 2007.
INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica deben seguir con la responsabilidad de cuidar a sus hijos e hijas. A sus mltiples y pesadas labores domsticas, se suman responsabilidades econmicas para sostener sus hogares, adems de sobrellevar los impactos dramticos que les dejaron los hechos violentos vividos. Una mujer en Crdoba relat: Sal con mis siete hijos y cargaba otro en la barriga A mi esposo lo mataron delante de nosotros. Sal sin mi esposo, sin tierra, sin ropa, sin dinero sin nada! Sola, con la cantidad de nios. Llegu a Montera a buscar cmo mantener estos nios, no poda dejarlos morir de hambre. No haba tiempo para la tristeza, no haba tiempo para nada. Tena que buscar donde dormir, qu hacer para darles un pan y una aguadepanela a los nios.113 Para algunas mujeres los hechos violentos las llevaron a emprender acciones en el mbito pblico sin tener la debida preparacin para ello. Muchas mujeres, por ejemplo, narraron las pesadas y dispendiosas jornadas de trmites, averiguaciones y papeleos que tuvieron que hacer para acreditar su situacin de vctimas. Algunas mujeres se enfrentaron a los procesos judiciales sin siquiera saber leer o escribir. Especialmente dramtico result para muchas de ellas acreditar sus propiedades cuando estos asuntos fueron del dominio, casi exclusivo, de los hombres. En Magdalena una mujer dijo: Mi esposo era el que se encargaba de comprar todo; yo no conoca ni siquiera los billetes. No s leer, no s escribir mi vida era en la casa, con la siembra, con los animales y con el montn de muchachos que tengo. Nunca haba salido del pueblo, no saba qu era una ciudad, un juzgado, una declaracin de esas cosas yo no saba.114 Asumir los procesos legales, los trmites administrativos, y en ocasiones, las demandas de justicia, no solo les ha representado jornadas extenuantes y tener que someter a sus hijos al encierro o a largas horas de abandono, sino que las ha expuesto a nuevos maltratos y humillaciones por parte de actores armados e incluso de algunos funcionarios. En este contexto, la funcin de las mujeres como sostn afectivo del hogar supuso adems la represin de sus sentimientos, la negacin de espacios y tiempos para tramitar sus duelos y demandar los cuidados y apoyos que requieren. Varias mujeres mencionaron que ante sus hijos tuvieron que mantenerse fuertes, contener sus lgrimas, ocultar hechos e inventar historias a n de protegerlos del sufrimiento y hacerles menos dura la experiencia y las prdidas. Una joven en un taller en Montera comento: mi mam nunca lloraba delante de nosotros, uno a veces la descubra llorando a escondidas, pero ella siempre se haca la fuerte para que nosotros no sufriramos ms115. El rol central de las mujeres como sustento del hogar tambin se hace evidente en el grave impacto que sufren las familias y, en particular, los hijos e hijas cuando sus madres han sido las vctimas directas del conicto; cuando han sido asesinadas. La muerte de algunas mujeres tiene un impacto mayor en la fragmentacin posterior de las familias. En ocasiones, hijos e hijas se reparten entre familiares y amistades, y deben sumar al dolor de la prdida de la madre, la ruptura de los vnculos con hermanos, hermanas y dems parientes. Una de las hijas de una mujer asesinada en Montera cont: Desde que mataron a mami, cada uno anda por su lado... Yo vivo en Sincelejo con una ta. Mi hermano que me sigue, vive con nuestra abuela paterna, mi otro hermano con nuestra abuelita materna y tengo una hermanita pequea que se la llev el pap para Bogot y de la que no volvimos a saber nada. Casi no nos vemos, el pasaje para venir desde Sincelejo es caro y yo ya casi no puedo venir a Montera, donde vive la mayora.116
115. GMH, Mujeres y guerra, 357. 116. GMH, Mujeres y guerra, 358.
113. GMH, Mujeres y guerra, 356. 114. Testimonio de una mujer durante el recorrido del GMH por la costa caribe.
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Una joven de 18 aos fue raptada por paramilitares en la zona nororiental de la ciudad de Medelln. Fue violada en grupo, quemada en varias partes de su cuerpo con cigarrillos y marcada con un objeto cortopunzante. Fotografa: Jess Abad Colorado Noviembre de 2002.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Algunas mujeres tambin fueron victimizadas por los roles sociales y de liderazgo poltico que ejercieron en los espacios organizativos de sus comunidades. En todos los casos documentados por el GMH se registr una importante presencia de las mujeres en procesos y acciones sociales y polticas. Este liderazgo las hizo objeto de asesinatos, amenazas, persecuciones y, en muchos casos, se vieron obligadas no solo a abandonar su labor, sino que fueron desplazadas forzadamente. La violencia del conicto armado ha cambiado as, abruptamente, la vida de las mujeres y de sus familias. Muchas de ellas han tenido que desplazarse y pasar del campo a entornos urbanos de gran pobreza, donde deben empezar a reconstruir sus vidas con el agobio de las pauprrimas condiciones econmicas. El paso de entornos rurales a urbanos trae consigo impactos traumticos, especialmente por la ausencia de redes comunitarias y familiares que puedan proveer las relaciones afectivas y la solidaridad necesarias para afrontar la adversidad. Por otra parte, la violencia sexual y, particularmente la violacin, ha sido una de las modalidades de violencia que ha impactado mayoritariamente y de manera directa a las mujeres.117 Durante el trabajo realizado en la costa caribe, el GMH escuch testimonios de mujeres y nias del departamento de Magdalena, quienes con bastante dicultad (miedo y vergenza, especialmente) intentaron romper el silencio y compartir algunas de sus historias. Una de esas valientes mujeres cont su odisea: Llegaron un grupo de hombres. Golpearon a mi hija, a m me encerraron en un cuarto y cuatro de ellos me violaron. Uno de ellos se me arrodill sobre el pecho hasta que me hicieron botar sangre por la boca. Tres das despus regresaron, me llevaron al monte, me colocaron cargas elctricas, me mordan y nuevamente fui violada por dos de ellos.118 La mayora de los actos de violacin fueron cometidos con sevicia pues incluan, adems del acceso carnal violento, agresiones fsicas y verbales, as como la agresin simultnea de varios hombres contra una misma mujer. Por otra parte, estuvieron acompaados de otras formas de tortura, causando graves y notorios daos en los cuerpos y la salud de las mujeres. Los relatos describen desgarramientos vaginales y anales, hemorragias, embarazos no deseados a temprana edad y enfermedades venreas contradas posteriormente. Una mujer del Putumayo se atrevi a contar lo que le hicieron los paramilitares: [...] Una noche que bamos con mi novio para mi casa, nos sali un grupo de nueve hombres. Se identicaron como paramilitares. A l lo amarraron y a m me empezaron a desnudar a la fuerza y a golpearme muy duro [] me decan que siempre iba a ser una prostituta de la guerrilla y me insultaban, me decan cosas horribles. A l tambin le decan que era guerrillero, que por eso andaba conmigo. Despus de estar desnuda, empezaron uno por uno a penetrarme, todos me golpeaban la cara, arrancaron mi cabello, me metieron sus penes por la boca y en un momento empezaron a meterme sus pistolas en mi vagina [] Despus de que cada uno hizo conmigo lo que se le ocurri, me llenaron de arena y piedras en mi vagina y me dijeron que yo nunca me iba a olvidar de ellos. Que me iban a dejar viva solo para que recordara que nunca deba meterme con guerrilleros. Que todo eso me pasaba por guerrillera, por ser una prostituta cochina.119
118. GMH, Mujeres y guerra, 239. 119. GMH, El Placer, 166-167.
117. Sobre la violencia sexual en el marco del conicto armado, vanse: Carolina Morales, Violencia sexual contra las mujeres: comprensiones y pistas para un abordaje psicosocial, (ponencia presentada en la Ctedra Ignacio Martn-Bar, consultado 13 de mayo del 2013, http://www.sismamujer.org/sites/default/les/publicaciones/Violencia%20sexual.pdf; Corporacin Humanas - Centro Regional de Derechos Humanos y Justicia de Gnero, Gua para llevar casos de Violencia Sexual. Propuestas de argumentacin para enjuiciar crmenes de violencia sexual cometidos en el marco del conicto armado colombiano (Bogot: Ediciones ntropos, 2009), consultado el 13 de mayo del 2013, http://www.humanas.org.co/archivos/Guia_para_llevar_casos_de_violencia_sexual. pdf; Casa de la Mujer, Mujeres que crean, Ruta Pacca, Vamos Mujer, Informe Violencia Sexual y Feminicidios en Colombia.
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Impactos y daos del conflicto armado Los cuerpos de las nias y las mujeres fueron sometidos a golpes y penetraciones violentas que generaron daos graves y secuelas permanentes. En uno de los relatos recogidos por el GMH, una mujer mencion que, a raz de la violacin anal perpetrada por varios hombres, se le unieron los tractos anal y vaginal. Por otra parte, se presume que los daos fsicos han sido mayores en las nias ms pequeas, no solo por la fragilidad de sus cuerpos, sino por los cambios forzados que implica, en su desarrollo normal, la perpetracin de actos sexuales violentos; ms an cuando desencadenaron embarazos no deseados. Teniendo en cuenta la profunda relacin entre el cuerpo y la identidad, es indiscutible que las lesiones fsicas hieren tambin el alma, que las vejaciones corporales producen sensaciones y emociones negativas (asco, repugnancia, culpa), y que los dolores y las marcas sobre el cuerpo se inscriben en la subjetividad femenina y en la construccin de la identidad de gnero. De esta forma se destruyen las nociones de la propia dignidad de las vctimas y de su valor como seres humanos, al tiempo que se erosionan los fundamentos de la autoestima. Es importante mencionar que la violencia sexual afecta los sentimientos, las emociones y las percepciones de las vctimas, lo cual lesiona sus creencias y sistemas bsicos de seguridad y conanza, e incide adems en la trasformacin de sus conductas, valores, roles y proyectos de vida. Las mujeres entrevistadas hablaron de los sentimientos de asco y de rechazo que experimentaron hacia sus cuerpos y del auto reproche (culpa) por lo que consideraban hubieran podido hacer o dejar de hacer para evitar lo que ocurri. Estos sentimientos resultan morticantes y las conducen a un aislamiento que deteriora sus sentimientos de vala e interere de manera sensible en sus relaciones afectivas, familiares y sociales, y especialmente, en sus relaciones de pareja: Primero uno pierde una moral, que no tiene como levantarse. [] Ah comienza el problema con mi esposo porque yo senta una cosa como repugnancia porque yo senta que le haba fallado a l. Ah comenzaron mis problemas120. Las mujeres relatan que fueron forzadas a desnudarse y a adoptar posturas corporales que les resultaban indignantes. Durante las violaciones fueron objeto de golpes, burlas, risas y comentarios humillantes y degradantes. Estas imgenes y palabras resuenan en ellas junto con los sealamientos de las comunidades y los comentarios de algunos funcionarios pblicos quienes, segn los testimonios de las vctimas recogidos, expresaron abiertamente que por alguna razn las vctimas tenan la culpa de lo que les haba ocurrido. Las violaciones constituyeron experiencias traumticas especcas. Las cargas de brutalidad y violencia descritas en estos testimonios muestran que las vctimas fueron sometidas a situaciones de terror en condiciones de gran indefensin. Esta situacin, junto con la falta de atencin y acompaamiento posterior, e incluso con la exposicin a nuevos hechos violentos, deriv en trastornos y traumas acumulativos. Una vez producidas las lesiones y cuando los contextos adversos se mantuvieron porque las vctimas no contaron con los soportes familiares y sociales de apoyo, o con la atencin mdica y psicolgica debida, se generaron daos psicolgicos severos en ellas. Dan cuenta de lo anterior cambios personales drsticos y la prdida de la capacidad para controlar sus vidas, lo que genera situaciones de alta dependencia de los dems. La violacin sexual implic adems graves daos en el proyecto de vida de mujeres y nias, quienes sufrieron la transformacin abrupta de sus roles, situaciones y posibilidades, y de sus potencialidades y capacidades de goce ertico y sexual. Esta mujer del Putumayo describe como destrozaron su vida: [] Despus de esa noche mi vida cambi mucho, yo como mujer qued como inservible. Durante meses yo no quise ver a nadie. La violacin me dej fracturado el lado derecho de mi cadera. Perd a mi beb, me sacaron el tero y mi rostro qued desgurado. No continu con mis estudios y por muchos aos no pude estar con nadie.121
121. GMH, El Placer, 167.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Algunas nias tuvieron que dejar sus estudios y otras, ejercer el rol de madres a temprana edad. Despus de las violaciones, varias familias se vieron forzadas a desplazarse, abandonando sus propiedades, trabajos, relaciones y actividades cotidianas. A una mujer de Magdalena la castigaron por no someterse al dominio de un jefe paramilitar. En la Estacin Lleras de Algarrobo, fui violada por resistirme a asistir a donde el comandante Rubn. Despus de esto me llevaron donde l y all nuevamente me violaron y me torturaron; me ordenaron abandonar las tierras. Tengo un hijo producto de esta violacin.122 Los daos al proyecto de vida tambin fueron ocasionados por el cambio valorativo que la violacin caus en las vctimas y las relaciones que de ella se desprendieron. El sentido y los valores atribuidos a las relaciones con los hombres se trastocaron fuertemente, y transformaron la manera en que las mujeres asumieron en adelante dichas relaciones. Algunas de las vctimas de violacin sexual hicieron mencin de las dicultades para establecer vnculos placenteros para ellas. Por otro lado, el temor a que la experiencia se repitiera llev a que estas mujeres considerasen a los hombres como potenciales agresores y, por ende, que las relaciones se basaran en el temor, la prevencin y la desconanza. Por otra parte, dichos daos fueron especialmente notorios cuando se engendraron hijos e hijas fruto de una violacin. En el caso de las menores de edad violadas por el paramilitar Hernn Giraldo en el Magdalena, las nias debieron ejercer la maternidad pese a su temprana edad y al cuidado y proteccin que ellas mismas an requeran. En el caso de las mujeres, estas debieron enfrentarse a situaciones difciles como el abandono de la pareja, el rechazo familiar y la precarizacin de las condiciones de vida, lo cual se tradujo en un cambio de vida abrupto y negativo. Adems, los sentimientos ambivalentes que este tipo de maternidad forzada provoc en ellas, dado que los hijos e hijas fruto de un
122. Registro #27, acontecimiento en Plato, paramilitares como presuntos responsables y relatado a Fundehumac, 2000. GMH, Mujeres y guerra, 254.
acceso carnal violento invocan simultneamente sentimientos de amor y rabia, de aceptacin y rechazo, incrementaron su sufrimiento y la percepcin de ser malas madres. La violacin sexual provoc, adems, fuertes impactos emocionales a los testigos, a los hijos e hijas de las mujeres violadas, o a sus hermanos y hermanas ms pequeos, que presenciaron la violacin o escucharon las ofensas verbales de los violadores, as como los gritos y las splicas de las vctimas. La violacin pblica o semipblica123 tambin dej huellas en los adultos, compaeros sentimentales, hermanos o padres, quienes se vieron obligados a presenciar o escuchar estos crmenes. En uno de los casos registrados, los padres ancianos de la vctima no sobrevivieron por mucho tiempo al evento, que combin violacin y desplazamiento forzado. La pena los embarg y se dejaron morir. En Magdalena una hija describe cmo murieron de pena moral sus padres: Yo me puse a orar con mis paps. Me separaron del grupo y me llevaron para atrs; me golpearon; me desmay. Me rompieron y se me uni. Fueron muchas camionetas, muchos hombres, mucho terror. Nos dieron la orden de desocupar porque si no, nos mataban. Yo tena el negocio de hacer comida pero nos toc salir con la mera ropita. A los 15 das, muri mi pap y a los otros 15, mi mam.124 En otros casos, los compaeros sentimentales de las mujeres, testigos obligados del crimen, no lograron sobreponerse a la humillacin que recay en ellos por no haber sido capaces de proteger a sus mujeres, por lo que optaron por abandonarlas. El abandono tambin est asociado a un sentimiento de rechazo al cuerpo mancillado de la compaera: Lleg
123. En algunos casos, la violacin no se llev a cabo frente a los familiares, pero s en espacios donde podan perfectamente escuchar e imaginar lo que estaba sucediendo con sus hermanas, hijas o esposas. 124. Registro #28 acontecido en Cinaga, paramilitares como responsables, 2001. GMH, Mujeres y guerra, 257.
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Impactos y daos del conflicto armado un grupo armado [] Entraron disparando. Nos amarraron a mis hijos, a mi esposo y a m. Frente a ellos fui violada y a raz de eso mi esposo me abandon125. El entorno familiar tambin fue afectado por la depresin posterior que sufrieron las vctimas directas. Muchas mujeres optaron por no contar lo sucedido por vergenza, temor a ser abandonadas, miedo a ser estigmatizadas y sealadas y se sumieron en un silencio triste. Este hermetismo gener en los hijos e hijas, compaeros y padres, mayor preocupacin y sentimientos de impotencia frente al estado anmico de la vctima. Por otro lado, est el caso de los hijos e hijas producto de violaciones sexuales. De las 63 mujeres, nias y jvenes126 que sufrieron violaciones sexuales en el departamento del Magdalena (de acuerdo a los casos documentados por el GMH) cinco quedaron embarazadas. Aunque el GMH no realiz un estudio directo con estos nios y nias, por investigaciones en curso se puede deducir la gravedad de las secuelas en esta poblacin. Por ejemplo, en la adultez algunos debern afrontar la historia de su origen, quizs con sentimientos de agravio profundo hacia sus padres biolgicos, desconocidos en la mayora de los casos. As mismo, la relacin de las madres con los hijos y las hijas es variable. Algunas logran, quizs apoyadas en sus creencias religiosas, aceptar sin aparente rabia la existencia de sus hijos o hijas, y reconocer en ellos un designio sagrado. Para otras, por el contrario, ellos implican el recuerdo involuntario de los actos oprobiosos que padecieron. Por ltimo, dado que las violaciones sexuales tienen entre sus propsitos castigar e instaurar regmenes de control, sus consecuencias trascienden las organizaciones y las comunidades de referencia. La violacin sexual de mujeres, especialmente aquellas dirigidas a guras emblemticas, tiene la nalidad de dejar mensajes aleccionadores, sembrar el terror y forzar el cumplimiento de cierto tipo de roles y pautas de comportamiento impuestos por los actores armados. As lo explic el GMH en su informe sobre Baha Portete:
125. GMH, Mujeres y guerra, 360. 126. GMH, Mujeres y guerra, 209.
Los victimarios, al torturar y asesinar a Margoth y Rosa, al saquear sus casas y robar objetos de gran valor cultural, operan bajo la lgica de propiciar un castigo ejemplar a estas mujeres que se caracterizan por su intermediacin y liderazgo social, pero tambin por su resistencia a la ocupacin paramilitar y a sus identidades emblemticas y papel reproductivo como madres y tas. A Margoth y a Rosa se las saca de su casa o del lugar en el que se esconden y se las lleva a otro lugar visible desde muchos puntos como el jagey o uno de los caminos mientras se las tortura. La tortura y el asesinato adems se realizan en lugares de gran carga social, como el jagey o la escuela, e histrica como los cerros y el cementerio.127
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica de documentos y de saberes propios de los ocios urbanos. Para las mujeres, jvenes, nios y nias, las opciones fueron en cambio mayores, aunque precarias y en ocasiones denigrantes. La imagen de los hombres construida socialmente se vio muy afectada como protectores de sus hogares, no solo por los aspectos relacionados con el trabajo y la capacidad de proveer los medios de subsistencia de las familias, sino tambin porque muchos de ellos no pudieran protegerlas o evitar las acciones armadas de los perpetradores. Para ellos result especialmente impactante presenciar las violaciones de las mujeres, cmo eran agredidas e incluso asesinadas, as como ser testigos del abuso, asesinato y reclutamiento ilcito de sus hijos e hijas. En estos casos, los sentimientos de culpa, el autorreproche y la impotencia aumentaron su sufrimiento y lesionaron su autoestima. El padre de una nia vctima de violacin sexual, quien por primera vez hablaba sobre el caso, le hizo saber a GMH que se senta destrozado por no haber podido cuidar a su hija. En medio de lgrimas dijo: Mi nica hija... [a] mi ser preferido [...] le pas eso, y yo como padre no pude hacer nada. Me sent impedido, impotente.128 En la masacre de Baha Portete, La Guajira, las mujeres fueron agredidas como recurso para atacar el modelo de masculinidad de los wayuu y su control sobre el territorio, que rean con los intereses geoestratgicos de los actores armados. As lo explic el informe del GMH: [] el ataque violento al cuerpo femenino se torna en mecanismo para establecer la supremaca de los victimarios sobre los hombres Wayuu y especcamente [] doblegar un modelo de masculinidad de aferrados guerreros, en los que la fortaleza fsica y emocional y el control del entorno son centrales []. Este sentido de impotencia est cargado de mltiples emociones y signicados. La humillacin y la culpa los hombres la
128. GMH, El Placer, 217.
sienten por no haber protegido a sus mujeres y a su territorio. Adems, ellos sienten que al no poder proteger, defender o atacar al enemigo, su identidad y sentido como guerrero y como hombre fue profundamente trastocado.129 En segundo lugar, la violencia y en especial los desplazamientos forzados ocasionaron fuertes rupturas y transformaciones familiares, con particulares repercusiones sobre los hombres. Especialmente impactante result para ellos la prdida de sus parejas en actos violentos, como lo ilustra el caso de Bojay: [] los hombres [viudos] sobrevivientes tienen grandes dicultades para asumir un nuevo rol y cumplir las tareas domsticas y rituales que tradicionalmente no han asumido. La muerte de las mujeres representa por tanto orfandad y viudez, y desata grandes crisis familiares.130 A los sentimientos de dolor por las ausencias se sumaron la ansiedad y el estrs de tener que asumir la crianza de los hijos e hijas y las labores y dinmicas del hogar. La prdida de sus parejas tambin fue causada por la separacin de muchas familias que tuvieron que fragmentarse debido a que emprendieron rumbos diferentes para protegerse de la accin de los armados o para acceder a fuentes de sustento econmico, como lo dijo un habitante en San Carlos: Cuntas parejas en el desplazamiento se separaron, tal vez sin querer Prcticamente a m me pas eso, salimos desplazados y la seora no se amaaba en una parte, y yo no poda estar donde ella se amaaba porque no haba trabajo o porque ella tena su familia y yo tambin la tena. Pero mi forma de pensar era diferente, entonces ella se iba para una parte y yo pa otra y eso nos pas a muchos.131
129. Vase GMH, La masacre de Baha Portete, 100-102. 130. GMH, Bojay, 94. 131. GMH, San Carlos, 284.
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Impactos y daos del conflicto armado En estas circunstancias, fueron numerosos los casos en que, despus de largos periodos de separacin, las mujeres emprendieron nuevas relaciones de pareja, lo que aument los conictos y los sentimientos de menoscabo a la hombra de la mayora de los varones. Los conictos causados por los cambios de roles y por las nuevas circunstancias derivadas de los desplazamientos se hicieron especialmente notorios cuando se contempl la posibilidad del retorno. El ansia por el regreso fue ms evidente en los hombres, hasta el punto que algunos decidieron regresar solos o presionaron a sus hijos mayores para que los acompaaran. As lo atestigu un hombre en San Carlos: Yo no quera seguir viviendo ms en la ciudad, yo me senta aburrido y desesperado, sin nada que hacer y lejos de mi casa. En contra de mi mujer me devolv, me vine con uno de mis hijos. Mi mujer me rogaba, me deca que no me viniera. Yo no le hice caso, el desespero en la ciudad era terrible. Me vine con mi hijo y, para mi desgracia, al poco tiempo mhijo cay en una de esas minas [antipersonal] la mina lo mat. Imagnese con qu cara iba yo a decirle a mi mujer que su hijo estaba muerto. A uno como hombre le duele pero a una mam eso fue terrible, yo no tena palabras pa devolverle a su hijo muerto. Aun as aqu me qued, ac solo, esperando a ver si las cosas cambian y si mi mujer se vuelve conmigo.132 Tanto la partida como el regreso al territorio han sido una constante fuente de tensin dentro de los hogares y han signicado el desgaste de las relaciones de pareja. Segn las mujeres, algunos hombres se mostraron obstinados y tercos en el intento por permanecer y no tener que desplazarse.
132. Conversacin con un poblador retornado en San Carlos, 2010. Notas de campo. 35 personas fueron asesinadas por las FARC en el barrio de invasin la Chinita, de Apartado, reconocido por mucho como barrio de simpatizantes del Movimiento Poltico Esperanza, Paz y Libertad, de Apartad. Fotografa: Jess Abad Colorado Enero de 1994.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica En tercer lugar, la violencia impidi que muchos hombres siguieran ejerciendo sus roles de liderazgo, sus apuestas polticas y sus proyectos comunitarios. Estas actividades resultaban muy importantes en la conguracin de sus identidades, pues eran fuente de reconocimiento y de estatus. El hecho de que les fueran impedidas gener sentimientos de frustracin, soledad e impotencia, y agudiz los sentimientos de humillacin y rabia. reclutados por los grupos armados y, en ocasiones, entregados en crianza a las familias de sus captores, arrancndolos de sus familias y comunidades. Miles de los nios y nias vctimas del conicto sobreviven y huyen de la guerra en condicin de desplazamiento forzado. Al respecto, algunos habitantes de Bojay le narraron al GMH cmo los menores de edad que se refugiaron en la iglesia del pueblo sufrieron el impacto de la explosin, que dej huellas imborrables en sus vidas: Uno de sus hijos, que en el 2002 tena siete aos, qued tendido entre los cadveres y amaneci abandonado en el templo. Santos y su esposa Flora Rosa Caicedo [los padres del nio] lo dieron por muerto. El 3 de mayo fue rescatado inconsciente por las religiosas agustinas y los sacerdotes. Ese muchacho ahora se est deschavetando [enloqueciendo, perdiendo el juicio] dice Santos preocupado. Est muy mal por el estartazo [golpe] que recibi.133 El impacto ms notable de la guerra tiene que ver con los daos que caus en sus cuerpos y con los traumas, sufrimientos y daos psicolgicos y emocionales resultantes de las victimizaciones padecidas. En los ejercicios de memoria realizados por el GMH participaron jvenes entre 18 y 25 aos que haban vivido crudas experiencias de violencia cuando an eran nios y nias. A sus cortas edades, escucharon la orden de los actores armados para que sus padres o madres salieran de sus casas o descendieran de los buses en los que se transportaban, y vieron cmo eran interrogados, humillados, maltratados y asesinados. Una joven de Montera relat lo siguiente: Me cuenta mi mam que mi hermanita menor se agarr a llorar cuando esos hombres golpeaban a mi pap y ella se peg de una pierna de mi pap. A l lo mataron con ella agarrada de su mano. El impacto de las balas la tumb al piso y ella qued
4.3.3. La inocencia interrumpida. Los daos e impactos sobre los nios, las nias, los adolescentes y los jvenes
La guerra afecta a mujeres y hombres, traumatiza y daa a las familias y las comunidades, pero sus huellas son ms destructivas en quienes son ms vulnerables: en particular, las nias y los nios. Como hemos mostrado, el dao y sus consecuencias dieren segn las edades, las experiencias vividas y las condiciones del entorno. La guerra en Colombia ha causado la muerte de miles de nios y nias, algunos en las masacres, otros en los enfrentamientos entre los actores armados. Los nios y las nias han fallecido, adems, por causa de los campos minados o por las incursiones y ataques a sus veredas y pueblos. Los menores de edad han sido vctimas de casi todas las modalidades de violencia. Segn datos del RUV, al 31 de marzo de 2013, entre 1985 y 2012, 2.520.512 menores de edad han sido desplazados, 70 han sido vctimas de violencia sexual, 154 de desaparicin forzada, 154 de homicidio y 342 de minas antipersonal. Los nios y las nias han experimentado la violencia de manera dramtica y cruda. Han observado hechos atroces, como el asesinato y la tortura de sus padres, madres, familiares y vecinos, o la quema y destruccin de sus hogares, enseres, animales queridos y objetos personales. Muchos de ellos y ellas tienen marcas permanentes en sus cuerpos debido a la amputacin de miembros por efecto de las minas antipersonal, o han sufrido abuso sexual, tortura, reclutamiento ilcito, y entrenamiento para la guerra por parte de los grupos armados. En otros casos, fueron
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Impactos y daos del conflicto armado inconsciente y ensangrentada. Ella nunca super eso, no habla, no pudo estudiar y es muy malgeniada y rebelde.134 Algunos nios y nias quedaron en sus casas, escondindose y a la espera de poder salir cuando los actores armados ya no estuvieran presentes luego de la incursin en el pueblo. Vivieron das de terror, soportaron la soledad, la oscuridad y el hambre hasta cuando pudieron salir o fueron rescatados. Adems, los nios y las nias no solo presenciaron hechos violentos, sino que tambin fueron sometidos a interrogatorios, golpizas, amenazas y humillaciones por los actores armados que esperaban obtener informacin o presionar a sus padres o madres. As describi un hombre en San Carlos, su experiencia siendo un nio: Yo tena catorce aos y viajaba en un bus con mi mam. bamos para Medelln, pero en un retn los paramilitares pararon el bus y nos bajaron a todos. Mi mam me trataba de esconder detrs de ellos, pero se dieron cuenta y empezaron a rerse y a burlarse, a decirme que no fuera niita y que saliera de las faldas de mi mam. Yo tena mucho miedo, me orin en los pantalones y no quera que se dieran cuenta varias veces le dijeron a mi mam que yo ya tena pinta de guerrillero y que mejor me dejaban. Y ella les suplicaba y yo solo temblaba de miedo. Al nal nos dejaron ir Y esto solo lo he contado hoy, casi quince aos despus, porque me da vergenza.135 Los jvenes describen escenas dantescas el suplicio de los cuerpos, el olor de la sangre que han quedado inscritas en su memoria, atormentndolos en los sueos y alterando su capacidad de atencin, concentracin, memoria y aprendizaje. Estas experiencias lesionaron las bases de conanza y de proteccin que requeran para su desarrollo personal. Una de las nias que sobrevivi en la iglesia de Bojay le habl al equipo de investigadores sobre sus recuerdos de lo ocurrido el 2 de mayo:
Familias desplazadas por la violencia del EPL y los Paramilitares, del Resguardo El Volao, en Urab, alojadas en el Resguardo de San Andrs de Sotavento, entre Cordoba y Sucre. Fotografa: Jess Abad Colorado 1995
134. Conversacin personal con joven desplazada en Montera. Notas de campo. 135. Conversacin con un hombre en San Carlos, Antioquia, 2010. Notas de campo.
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Mnica Paola Ojeda, hace 10 aos fue vctima de una mina antipersonal. Fotografa: Len Daro Pelez, Semana
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Impactos y daos del conflicto armado Haba gente que lo nico que le quedaba entero era un dedo, quedaban molidos, como caer una piedra en un pantano, s recuerdo esas imgenes. Hay veces, cuando yo estoy as triste es cuando me acuerdo de esto y digo: Luz Dary, ven que yo me estoy acordando de lo que pas el 2 de mayo, hacme charla. Y ella me hace charla y como es una de mis mejores amigas hace que no me acuerde de eso.136 El miedo intenso, la alteracin del sueo, la apata, la rebelda, la rabia y los sentimientos de venganza son solo algunos de los impactos que ms reiteran padres, madres y docentes, quienes, como en el caso del municipio de San Carlos, Antioquia, no dudan en armar que la guerra les arrebat el futuro y los sueos a toda una generacin. Como se ilustra en el informe sobre mujeres en la costa caribe, las nias tambin fueron sometidas a prcticas de violencia sexual. Algunas sufrieron violaciones y fueron posteriormente asesinadas; otras ms quedaron en embarazo a raz de la violacin. Estas experiencias dejaron huellas fsicas y emocionales, y afectaron su capacidad de conar en otros, su valoracin de s mismas y la posibilidad de entablar relaciones basadas en el respeto y que resulten placenteras. La violacin sexual a temprana edad tiene efectos diferentes que en los adultos. En el caso de nios y nias implica el impedimento abrupto de experimentar y disfrutar las vivencias propias de la niez. Diferentes estudios reconocen que los abusos y violaciones en la niez y la adolescencia tienen un impacto mayor que en la adultez, ya que generan una enorme confusin en las vctimas: confusin acerca de las normas sexuales, confusin entre sexo y amor, asociaciones negativas con las actividades sexuales y las sensaciones de excitacin, aversin a la intimidad sexual137. La militarizacin de muchas regiones y la presencia prolongada de actores armados propiciaron que muchas nias y adolescentes se involucraran en relaciones afectivas y sexuales con miembros de los grupos armados. Son numerosos los casos en los que se registraron enfermedades de trasmisin sexual, embarazos, maltratos y abandonos. La experiencia de la orfandad en los nios, nias y adolescentes tiene un especial impacto. De los datos del ICBF sobre nios, nias y adolescentes hurfanos en el conicto armado en tres departamentos (526 en Antioquia, 360 en Nario y 65 en Casanare), se podra extrapolar que la cifra nacional mostrara una realidad preocupante acerca de miles de nios y nias. Muchos hurfanos y hurfanas por hechos del conicto armado vieron afectadas las bases de su desarrollo psicolgico, ya sea por la dbil conanza en el medio en el que crecen, o por la ausencia de seguridad y proteccin que proporcionan los cuidados de familiares responsables y competentes. En los casos conocidos por el GMH en los que la madre fue asesinada, sus hijos e hijas fueron entregados a familiares cercanos, luego de lo cual, en la mayora de las ocasiones, fueron separados y crecieron en condiciones de penuria y precariedad afectiva. Los hijos e hijas de personas secuestradas vivieron esta experiencia como una tortura psicolgica. Por su parte, los hijos e hijas de personas desaparecidas no solo afrontaron la ausencia fsica, sino la falta de respuestas, explicaciones y certezas por parte de las personas adultas a su alrededor respecto al paradero y la situacin de sus padres o madres. As describi una madre en el Putumayo las penurias de su hijo: En muchas ocasiones yo no supe cmo explicarle a mi hijo sobre la muerte de su padre, l me preguntaba que dnde estaba, que por qu no estaba a su lado. Cuando por n pude contarle que su pap ya no estaba con nosotros, mi hijo deca que quera vengarse, que quera hacerles lo mismo a ellos. El susto mo fue tan grande que siempre evitaba que mi hijo saliera, lo priv de su infancia. [] Yo lo veo siempre triste. Incluso hasta hace muy poco, mi hijo me dijo que a veces senta deseos de
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica suicidarse. Yo no supe qu hacer. Llor a su lado, lo abrac, le deca que no poda tener esos sentimientos. Que tenamos que ser fuertes.138 Los informes del GMH sobre los casos de las masacres de La Rochela (Cimacota, departamento de Santander) y El Tigre (departamento de Putumayo) ilustran las dicultades que tuvieron las personas adultas para hablarles a los nios y las nias sobre la muerte o la desaparicin de sus seres queridos. En testimonios como este, de una viuda de La Rochela, se seal que aos despus los familiares recibieron reclamos de parte de los que entonces eran nios y nias por no haberles informado lo que exactamente haba ocurrido: Yo le expliqu: Bastante tenas al saber que no tenas a tu pap para yo amargarte una niez y una adolescencia y una juventud dicindote de qu forma o de qu manera, para que creciera un nio odiando no s, hoy ya eres un hombre te puedes formar tus propias ideas, para m primaba la salud mental de mi hijo139 La presencia y el control que ejercieron los actores armados transformaron la vida cotidiana de nios y nias, afectando sus relaciones y espacios de socializacin. El encierro se volvi frecuente y se limitaron los espacios destinados al juego, al esparcimiento y a entablar relaciones con personas vecinas y amistades. El consumo de drogas y sustancias psicoactivas tambin fue mencionado como una prctica que introdujeron e indujeron los actores armados. La crudeza de la guerra oblig en muchos casos a los nios y nias a abandonar sus estudios y a huir, con lo que perdieron los nexos y relaciones con lugares y personas signicativas y amadas. Un joven de El Salado narr cmo el conicto le rob la posibilidad de estudiar y crecer profesionalmente: Yo fui uno de los que entr aqu como resentido, resentido en la forma en que perd el colegio, porque digamos que la forma en que yo estaba estudiando, porque yo estudiaba en colegio industrial, en la hoja de vida que yo llevaba ah, posiblemente sala directo a empresa, o sea, por la calicacin que tena, porque estaba nombrado como de los mejores elctricos del colegio, y el profesor de taller de nosotros me deca eso a m, usted el cupo lo tiene asegurado en una empresa, porque de ah ya salan estudiantes directo a empresas por la preparacin que tena; no joda, esa vaina s me puso a m patas para arriba [...].140 La experiencia del desplazamiento forzado vivida por miles de nios y nias en Colombia plantea consecuencias diversas y dolorosas. La Corte Constitucional, mediante el Auto 251 de 2008, seal el impacto cuantitativa y cualitativamente diferencial del desplazamiento en esta poblacin. En primer lugar, los nios, nias y adolescentes en situacin de desplazamiento forzado se enfrentaron a prdidas y desarraigos abruptos, a un deterioro sensible de su calidad de vida por el hacinamiento, el hambre y el encierro en los nuevos lugares donde debieron establecerse de forma precaria. La vida en las ciudades los expuso y confront con nuevas humillaciones, exclusiones y discriminaciones (raciales, tnicas y de clase), de lo que son ejemplo las burlas referentes al origen tnico, color de piel, rasgos campesinos, modos de hablar y dialectos, as como las humillaciones por sus situaciones de extrema pobreza. Todo lo anterior repercuti tanto en la identidad y autoestima de nios, nias y adolescentes, como en el desarrollo de sus personalidades, que se encontraban en proceso de formacin. Las experiencias y situaciones descritas en los casos emblemticos del GMH ilustran la grave forma en que se afectaron los procesos de socializacin y construccin de la identidad de nios y nias. Los actos violentos alteran su desarrollo psicolgico normal, debido a la exposicin a escenas y vivencias intensas. Adems, debieron asumir roles adultos
140. GMH, El Salado, 164.
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Luis Eduardo Salazar fue asesinado por los paramilitares, en el municipio de San Carlos, junto a 12 personas ms, entre ellos varios lderes del pueblo que fueron decapitados y arrojados a las aguas del ro. Fotografa: Jess Abad Colorado octubre 1998.
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San Vicente del Cagun, Caqueta, julio 2000. Fotografa: Jess Abad Colorado
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Impactos y daos del conflicto armado y en muchos casos convertirse en sostn emocional, afectivo y material de sus padres y madres. En los casos de El Salado, San Carlos, Bojay, Remedios y Segovia (Nordeste Antioqueo), los nios y las nias presentan una sintomatologa variada que da cuenta de los eventos traumticos experimentados. Se observan problemas de concentracin, memoria y aprendizaje; episodios de pnico repentinos, alteraciones graves del sueo, dicultades de lenguaje y comunicacin, agresividad e hiperactividad. En algunos casos, especialmente en hurfanos y hurfanas, se han registrado condiciones de dependencia, apego, vulnerabilidad y sensacin de abandono. El testimonio de un joven en San Carlos reeja esta situacin: [] lo ms normal es que cuando a un nio de siete, ocho, nueve aos le asesinen el pap, se lo degollen, se lo decapiten, se lo desaparezcan, es ms fcil decirle o que est de viaje, o que se muri?... No le explican que estamos en una guerra, que l muri en una guerra. Sin embargo, tampoco hubo cmo decirle a la madre qu decirle al hijo, sabiendo que ni la madre saba cmo decirle lo que le haba pasado. Por ejemplo, en el caso mo: mi padre era uno de los que era de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, entonces yo cmo me explico que llegue una persona y lo mate, y mi madre cmo se explica para explicarme a m, entonces cada quien sacaba sus conjeturas.141 Una de las situaciones que afecta la vida cotidiana y las posibilidades de desarrollo de nios, nias, adolescentes y jvenes es el riesgo y la prctica del reclutamiento ilcito por los grupos armados, relacionada directamente con la dinmica del conicto armado y las estrategias de guerra de los armados. En las comunidades donde el GMH adelant su trabajo investigativo, el reclutamiento ilcito convirti los espacios donde vivan los adolescentes, jvenes y sus familias en lugares amenazadores e inseguros. Al intentar proteger a sus hijos e hijas del reclutamiento, las familias huyeron y con ello lesionaron sus vnculos de amistad, vecindad y convivencia, y perdieron sus grupos y lugares de referencia.142
141. GMH, San Carlos, 275. 142. Vase GMH, Comuna 13.
Mientras que en algunos casos los armados lograron seducir a algunos y algunas adolescentes y jvenes, quienes terminaron por vincularse a los grupos armados, en otros casos el reclutamiento constituye una amenaza que produce miedo y los obliga a transformar sus actividades cotidianas o huir hacia las ciudades, en muchas ocasiones sin sus familias. As se reri un habitante de la costa caribe sobre el tema: Haba muchachos que se incluan, que se sentan como que muy bien que dijeran que ellos eran, que ellos pertenecan a los grupos. Como por ganarse cierto prestigio [...] Ellos ganaban mucha aceptacin por eso, porque si un hombre estaba fuera ninguna mujer le prestaba atencin, pero si se inclua all ganaba cierta, o sea, como que se daba el lujo que hoy est con una, maana estaba con otra.143 Por otra parte, los jvenes constituyen la poblacin mayoritaria en las las de todos los actores armados, por lo cual han sido una poblacin particularmente estigmatizada. Por ser sealados como guerrilleros o informantes, se han enfrentado de manera constante a la persecucin, la amenaza y el miedo. Por cuenta de esta circunstancia, ellos y ellas han sido vctimas de ejecuciones extrajudiciales y de la llamada limpieza social. No se establecen aqu las repercusiones causadas por la violencia experimentada durante el conicto armado que en la vida adulta puedan tener los daos ocasionados en la infancia, adolescencia y juventud. Sin embargo, es menester sealar que la muerte de nios, nias, adolescentes y jvenes, as como la destruccin de sus referentes y expectativas de vida y de sus espacios de formacin y socializacin, tienen relacin con un asunto de mayor alcance: la estructuracin tanto de la identidad y de la vida cotidiana de una sociedad, como de los procesos de aprendizaje social o de repeticin de contextos de muerte y guerra.
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4.3.4. Degradados, ridiculizados y silenciados. Los daos e impactos sobre la poblacin LGBTI
Si bien ninguno de los casos estudiados por el GMH centr su indagacin especcamente en la poblacin LGBTI144, en la mayora de las regiones encontr un profundo silencio sobre lo acontecido a esta poblacin durante el conicto armado, lo cual ratica la invisibilidad sealada por Colombia Diversa.145 El trabajo en la costa caribe document casos en que los paramilitares realizaron acciones pblicas en las que ridiculizaban y sometan a la burla pblica a los hombres homosexuales, con el propsito de degradar su dignidad y convertir su identidad sexual y sus opciones de vida en motivo de sorna y vergenza pblica. Convocados por los paramilitares, los hombres homosexuales de San Onofre Sucre, fueron obligados a participar en peleas de boxeo y en un desle que es recordado por pobladores del municipio as: Fue un espectculo bastante fuerte. Ellos empezaron desde temprano. Vendan cerveza, ah haba de todo, comida, y colocaron a las personas a boxear. T sabes que poner a boxear unas personas que son gays, eso genera como mucha parodia para todos; todo el mundo se rea, pareca el circo romano: ellos boxeaban; los dems se rean. Entonces, all a ellos les colocaban como unas batolas [prenda de vestir femenina], sus guantes, y hacan un espectculo como si fueran mujeres que estuvieran pegndose cachetadas. El boxeo de un hombre es a golpes pero all era dndose cachetadas. Entonces eso daba cierta risa, produca emocin, la gente se rea. Yo vi como catorce parejas, pero eso se extendi. Cuando yo me vine eran las ocho pero me imagino que eso continu [].146
144. LGBTI: lesbianas, gays, bisexuales, transgnero e intersexuales. 145. Vase: Colombia Diversa, Situacin de los derechos humanos de lesbianas, hombres gay, bisexuales y transgeneristas en Colombia, 2006-2007 (Bogot: Colombia Diversa, 2008), consultado 13 de mayo del 2013, http://colombiadiversa.org/colombiadiversa/ images/stories/PUBLICACIONES_FINAL/DOCUMENTOS/INFORMES_DH/documentos/InformederechoshumanopoblacionLGBT2006_2007.pdf 146. GMH, Mujeres y guerra, 69.
Meses despus de la pelea, uno de los hombres que particip fue asesinado por los paramilitares en el casco urbano de San Onofre, otros se desplazaron despus del hecho y algunos habitan an en la zona.147 Las acciones de victimizacin de esta poblacin contribuyeron, adems, a fomentar la discriminacin, el rechazo y la estigmatizacin de la sociedad, lo cual ha impedido a estas personas tener una vida tranquila en sus lugares de residencia. La poblacin LGBTI ha sufrido profundos daos causados por las distintas formas de violencia que se producen en el pas. Lesbianas, gays, bisexuales, transgeneristas e intersexuales han sido violentados en el conicto por todos los actores armados, y su identidad sexual y de gnero ha sido motivo de la agresin. En Colombia, la violencia ha sido clave en la instauracin de rdenes sociales en los que discursos de limpieza y control social han estigmatizado, perseguido y amenazado a esta poblacin, lo que se agrava por el silencio de las vctimas. As lo evidencia el testimonio de una de las travestis entrevistada por el Grupo Interdisciplinario de Estudios de Gnero GIEG de la Universidad Nacional de Colombia: Entonces fue cuando vino como una, una limpieza, que as, que unos decan que era la guerrilla, otros decan que era el Gobierno y pues nunca se supo bien, lo nico que yo s es que mataron muchos, que muchos gays murieron all [] en las estas cuando iban mataban seis, cinco, eso llegaban y trun! Y eso era lo que agarraban, y all la que no corriera pues adiosito a la vida, porque all quedaba.148
147. GMH, Mujeres y guerra, 70. 148. Testimonio. Grupo Interdisciplinario de Estudios de Gnero de la Universidad Nacional de Colombia GIEG y Alcalda Mayor de Bogot, A m me sacaron volada de all! (Bogot: Universidad Nacional de Colombia/ Alcalda Mayor de Bogot, 2012), 116-117.
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4.4. Los daos e impactos que ocasionan la impunidad, las deciencias en la atencin estatal y en las respuestas sociales
Los daos referidos por las vctimas en el trabajo del GMH no han sido causados nicamente por las acciones violentas de los actores armados. En algunos testimonios, las personas dejan constancia de que las prdidas y los sufrimientos ms intensos derivan de situaciones posteriores, asociadas a las condiciones de impunidad instaladas en el contexto poltico, a la falta de reconocimiento de las vctimas, a la insuciencia de las acciones de verdad, justicia y garantas de no repeticin, as como a la precaria, e incluso, contraproducente atencin institucional, adems del rechazo y la indolencia social. El caso de La Rochela ilustra que la impunidad no solo acenta los sufrimientos de las vctimas, sino que adems provoca nuevos daos y consecuencias traumticas. El deciente avance y resolucin de los procesos judiciales, su lentitud, la gran cantidad de obstculos que impiden impartir justicia, adems de la persecucin a algunos sobrevivientes y sus familias, han provocado padecimientos intensos que agravan la estabilidad emocional y fsica de los familiares y sus condiciones de vida. As lo narra una vctima de La Rochela: No todas las familias demandaron, las mams no pudieron recoger la documentacin pedida, arrancamos con la demanda administrativa y tristemente se vea que lo penal se iba quedando rezagado las amenazas seguan, inclusive al pap del doctor Flechas lo amenazaron, entonces lo penal se estaba quedando ah. Continuamos con lo administrativo, la mayora de demandas de las familias no las admitieron por indebida acumulacin de pretensiones. Haba que desglosarlas y tenamos solo cinco das, arrancamos con eso y luego el Tribunal de Bucaramanga [departamento de Santander] nos fall que no haba responsabilidad del Estado.149
149. GMH, La Rochela, 244.
En el caso de las masacres de Remedios y Segovia (en el nordeste del departamento de Antioquia), las vctimas han planteado que sus dicultades se debieron a la ausencia de garantas de seguridad para hacer denuncias, la carencia de una investigacin ecaz que condujera a la asignacin de responsabilidades y al castigo oportuno a los victimarios, as como a la inoperancia de la accin judicial y policiva para el desmonte de las estructuras criminales. De esta forma, el acceso a la justicia est limitado porque el victimario sigue presente en el territorio, y al parecer las vctimas deben asumir con frustracin la impunidad, no solo porque los victimarios evaden la justicia o son condenados a penas consideradas irrisorias porque no corresponden a la magnitud de los hechos, sino por la impotencia de las vctimas y los familiares para denunciarlos. As lo relata una sobreviviente en Segovia: A una sobrina ma que le mataron al pap, al otro da fue y puso la demanda, y qu le toc hacer? Ah mismo le toc retirarla porque al otro da bajaron a la casa y la llamaron []. Entonces le dijeron que quitara esa demanda o que no respondan por la vida de ella. Que ya el que necesitaban ya se lo haban llevado, que contra ella no tenan nada []. Entonces ac no se poda hablar, qudese callado que hiciera lo que hiciera se tena que quedar callado [] as se estuviera muriendo de rabia, se estuviera muriendo de la ira, pero no poda hacer nada.150 Los procesos de bsqueda de justicia agregan ms costos emocionales. En la mayora de los casos trabajados por GMH (2007-2011) el Estado incumpli con su obligacin de representar a las vctimas ecazmente en los procesos judiciales, de manera que se abocaron a buscar con sus propios medios y esfuerzos pruebas que les permitieran entablar los procesos para demandar justicia, saber sobre la suerte de sus familiares o el lugar donde reposan sus restos. Por ejemplo, en Montera una mujer fue a reclamar el cadver de su esposo:
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Yo saba dnde haba quedado el cuerpo de mi esposo y decid yo misma ir por su cuerpo muchos aos despus, cuando las autoridades me decan que no haba denuncia, ni constancia alguna de que l hubiera sido asesinado Me fui con mis hijos mayores a la que haba sido nuestra tierra y que ahora es la nca de nuevos seores. Entramos y ellos no nos queran dejar excavar yo les dije: Es por su bien. Nos llevamos nuestros muertos y a ustedes no los volvemos a molestar. Yo busco mi muerto y les juro que antes de salir de aqu me quito los zapatos y los sacudo y no me llevo ni una borona de tierra Ah la dejo Solo quiero mi muerto. Usted no sabe cunto le duele a uno volver a la que fue su tierra y tenerle que pedir a los que se la quitaron permiso para entrar Si no hubiera sido porque el cuerpo de mi esposo estaba all, yo jams hubiera vuelto duele, duele mucho.151 Fueron numerosos los testimonios de mujeres y hombres que narraron los esfuerzos econmicos que tuvieron que realizar para ir a municipios cercanos o lejanos en bsqueda de lo que llaman pistas sobre sus seres queridos. En esos procesos se expusieron a engaos, nuevas amenazas y humillaciones de actores armados, autoridades policiales y funcionarios pblicos. El sentimiento de desamparo y exposicin a su propia suerte ha sido descrito en reiteradas ocasiones. La necesidad imperiosa de las vctimas de saber por qu mataron a sus familiares, quines fueron, en qu circunstancias murieron y encontrar sus restos las ha llevado a visitar crceles o a encarar directamente a los presuntos responsables en bsqueda de una respuesta. As lo narra un sobreviviente en Segovia: Como a los 15 das subi mi mam al campamento de ellos. En un barrio que se llama El Tigrito, all tenan ellos el campamento. Entonces, all lleg mi mam. Ah la atendieron, Que para qu sera?, que en qu la podan ayudar?. Y mi mam: Yo vengo para que me hagan el favor y me digan el por qu me mataron ustedes mi muchacho. Entonces, las bellezas llegaron
151. GMH, Mujeres y guerra, 365-366.
y sacaron un libro grande donde tenan todos los nombres de los que iban a matar. Al que iban matando, le ponan una cruz. Y lo buscaron y no, no lo tenan ah. Entonces, sabe qu le dijeron?, Ay, seora. Perdone pero parece que hubo una equivocacin, porque su hijo no estaba aqu registrado para eso. Esa fue la respuesta que ellos le dieron a mi mam.152 Vivir una situacin de impunidad puede provocar sentimientos de odio, miedo o deseos de venganza, especialmente cuando las vctimas constatan que los victimarios continan libres, con igual o mayor poder y autoridad, o cuando reciben penas o sanciones que no corresponden a la gravedad de los crmenes cometidos. En este sentido, una de las demandas persistentes de las vctimas en sus testimonios es el reclamo de justicia, no necesariamente punitiva pero que implique avance en la investigacin judicial e informacin a los familiares de los hallazgos acerca de quin, cmo, dnde y por qu se cometieron los hechos de violencia que los afectaron. A las frustraciones y daos que provoca la persistencia de la impunidad, se suma el desgaste emocional, el empobrecimiento y la revictimizacin que deriva de las deciencias en la atencin de las vctimas por parte del Estado y la poltica de reparacin. Muchas de las experiencias dolorosas resaltadas por las vctimas derivan de la ausencia de atencin efectiva y oportuna de las entidades encargadas de atenderlas y, ms an, por el tipo de respuestas de quienes ejercen funciones pblicas, dado que algunas han involucrado situaciones de maltrato, prejuicios y descalicacin. Al dao recibido se suma como factor traumtico el desamparo de la vctima, ya que no cuenta con instancias de apelacin conables. El sufrimiento de la vctima es entonces sufrimiento por el dao concreto, y es adems, el sufrimiento insoportable de no ser escuchado, ni reconocido por ninguna instancia capaz de hacer justicia153. De ese maltrato de la autoridad es que se quej esta vctimas en San Carlos:
152. Notas de campo. Investigacin Las Masacres de Segovia y Remedios. 153. Graciela Guilis y Equipo de Salud Mental del CELS, El concepto de re-
paracin simblica en el contexto jurdico del Sistema Interamericano, CELS, consultado el 19 de junio del 2013, http://www.cels.org.ar/common/documentos/concepto_reparacion_simbolica.doc
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Impactos y daos del conflicto armado Las administraciones dicen que todos somos una partida de perezosos y resulta que en el desplazamiento ah hay mayordomos, ah hay gente muy perjudicada porque le mataron la familia, le mataron los hijos, le mataron el esposo, madres de familia sin quin les ayude a nada. Y la administracin muchas veces dicen que es que en San Carlos hay una manada de perezosos que no s qu, que no se quieren ir pa las ncas. A qu se va a ir, por Dios, una pobre madre de familia con cuatro nios, quin le va a dar comida?154 Algunos casos de sobrevivientes de las masacres fueron especialmente dramticos: hombres, mujeres, nias y nios que presenciaron el horror y que en muchos casos huyeron despavoridos sin recibir ningn tipo de asistencia mdica ni psicolgica durante o despus de los hechos. El caso de El Salado revel que algunas mujeres sobrevivientes a las dos masacres ocurridas recibieron asistencias efmeras o tratamientos inadecuados, lo cual agudiz los impactos y caus severos daos mentales. Jvenes de San Carlos, por su parte, describieron crudas y aterradoras historias y confesaron que, a pesar de haber trascurrido ms de diez o quince aos de ocurridos los hechos, era la primera vez que hablaban al respecto y que ello les reviva sentimientos de terror, tristeza y vergenza. Cuando las mujeres vctimas de violencia sexual en la costa caribe buscaron atencin fueron sometidas a interrogatorios y comentarios denigrantes que las culpabilizaron y estigmatizaron. En otros casos, como el de una mujer en San Carlos, Antioquia, las personas pasaron los ltimos aos de su vida entre la dolorosa bsqueda de sus hijos o familiares y la infructuosa espera de la reparacin que se perdi en las ocinas de Bogot y nunca lleg a su destino. As cont su historia en el informe del GMH sobre San Carlos: Cuando llegaron a hablarle de reparacin le pareci raro, nada podra reemplazar a Leidy (su hija de catorce aos desaparecida) pero comprendi que esa era una forma de reconstruir la vida que haba perdido a causa de la guerra; quera iniciar el
154. GMH, San Carlos, 274.
tratamiento mdico que necesitaba, reconstruir su casa y ayudar a su hijo, entonces comenz el papeleo para acceder a la reparacin que le haban prometido. Pero la reparacin no lleg: pasaron ms de cuatro aos desde que entreg los papeles hasta el momento de su muerte. No pudo llevarse una respuesta sobre el estado de su trmite ni la satisfaccin de reacomodar la casita y ayudar a mi muchacho. Lilia muri esperando el cheque que ayudara a reparar el dao e imaginando que cada una de las enfermeras jvenes que se acercaba a cuidarla en el hospital era Leidy que volva para acompaarla.155 Las quejas acerca de la precaria atencin han sido generalizadas. Las personas han mencionado que recibieron ayudas consistentes, por lo general, en asistencia humanitaria, que no les permita ningn tipo de estabilidad ni proyeccin econmica y s los someta a dispendiosos trmites y los pona en una situacin de permanente dependencia. Algunos mencionaron haber recibido indemnizaciones econmicas, con las cuales intentaron reiniciar o montar pequeos negocios. Sin embargo, denunciaron y lamentaron que estas no estuvieran acompaadas de acciones de justicia y verdad, o de un acompaamiento psicosocial que les permitiera manejar los sentimientos ambiguos ocasionados por la culpa, ya que el dinero y las ayudas humanitarias eran percibidos como una especie de soborno. La ausencia de acciones efectivas y consistentes de reparacin econmica ha contribuido al rpido y progresivo deterioro de la calidad de vida de la mayora de las vctimas. Las condiciones de miseria y vulnerabilidad provocadas o acentuadas por la guerra las puso en una situacin de alta precariedad y riesgo, en la que la subsistencia diaria se convirti en prioridad. Los dolores y sufrimientos causados por los hechos violentos, en ocasiones parecen menos relevantes frente a la angustia diaria por la sobrevivencia y el dolor, la rabia y la frustracin provocados por la impotencia de no poder dar a los hijos lo que necesitan.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Frente a lo anterior, es importante sealar que las acciones de reparacin econmica, sin acompaamiento psicosocial y asesoras oportunas sobre el uso del dinero, tambin han implicado en varios casos la inviabilidad de proyectos productivos e inversiones fracasadas, que generan sensaciones de frustracin y culpa en las familias, los grupos y las comunidades. As lo registra el informe del GMH sobre Bojay: [...] les dieron un dinero para el proyecto productivo, pero todos montan un mismo proyecto productivo, un mismo negocio, si no hay orientacin qu pasa, eso fracasa, obvio, pero ah no hubo buena planicacin y la verdad es que este pueblo se ve muy empobrecido a pesar de que tiene unas casas muy elegantes, entre comillas, pues prcticamente cambi mucho, pero si miramos a nivel social, a nivel de produccin, si vamos a mirar la seguridad alimentaria, o sea, el pueblo se acostumbr a vivir de esos recursos y descuid sus otras actividades productivas, es decir se acab. Se vio mucho el impacto, la gente no sabe qu hacer y ahora no hay una administracin que lidere grandes procesos de transformacin, generacin de ingresos, o proyectos que vuelvan a estimular la produccin local, no hay esos procesos, entonces por eso la situacin de la gente es bastante crtica. Entre otras cosas la gente no quiere hacer nada, antes la gente quera ir a cultivar, a pescar, y ya ni quieren hacer eso, pero nadie quiere trabajar, as de sencillo.156 Por otro lado, las experiencias de las vctimas en el conicto armado, que ha durado dcadas, plantearon la ausencia de instituciones de atencin idneas o la cooptacin de parte de estas por organizaciones criminales y, en general, la falta de credibilidad en las entidades del Estado. Esto ha fomentado en ellas la percepcin de no tener un lugar seguro y conable dnde acudir y una falta de fe general en las entidades del Estado y en los funcionarios pblicos. Ante lo inexplicable y dramtico de las situaciones vividas, sin una oportuna atencin psicosocial y sin los apoyos requeridos, muchas vctimas encontraron en las iglesias catlicas y cristianas un lugar relevante donde fueron escuchadas y que adems les han brindado fe, consuelo y esperanza para sobreponerse. Las iglesias constituyen un espacio privilegiado para la palabra y la escucha, y algunas, de carcter ms liberal, ofrecen no solo el reconocimiento en el dolor, sino que intentan explicaciones ante los hechos que superen la resignacin cristiana. Sin embargo, la mayora trasciende las responsabilidades humanas y apelan a designios divinos a n de atribuir sentidos y hacer ms soportable la existencia. Esto en detrimento de una lectura poltica y estructural de lo sucedido. As se percibe en este testimonio de una mujer en la costa caribe: Es difcil pero con la ayuda de Dios lo podemos lograr. Si nosotros lo podemos olvidar, tener paz, perdonar todo eso y ah vamos a sentir paz y vamos olvidando ese pasado oscuro que puede ser ms claro pero con ayuda de Dios; hay que pedirle mucho a Dios eso, poder tener paz en tu corazn, la paz no se gana con armas y guerras sino en nuestro corazn es que se logra la paz.157 La precariedad de la atencin se hizo ms evidente en los testimonios de las familias desplazadas. De esto es ejemplo la situacin de miles de personas que fueron obligadas a abandonar sus tierras y lugares de vivienda y trabajo, y que arribaron a la ciudad de Medelln en condiciones lamentables y debieron asentarse en la Comuna 13. Despus de aos de esfuerzos e intentos por lograr un lugar en la ciudad, fueron de nuevo vctimas del despojo y el desplazamiento intraurbano. La ausencia de atencin y proteccin se tradujo en estos casos en revictimizaciones, nuevos daos y prdidas que se sumaron a los generados por violaciones previas. Esto acentu o volvi crnicos los daos, y caus impactos severos y, en algunos casos, irreparables en las personas.
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Impactos y daos del conflicto armado La falta de justicia y la inecacia de las instituciones se combin con la impunidad moral, entendida como la complicidad social que se produce por la ausencia de sancin moral, la cual se ejerce socialmente a travs del silencio, la negacin, la minimizacin del hecho y la culpabilizacin a las vctimas158. En la mayora de regiones en las que el GMH realiz su trabajo pero especialmente en zonas de Colombia como el Magdalena medio y el nordeste antioqueo las vctimas denunciaron la indiferencia, la falta de solidaridad, el rechazo y hasta la hostilidad de la sociedad; actitudes y conductas que han llevado a que personas, familias y comunidades enteras experimenten sentimientos de soledad, rechazo y aislamiento. Muchas vctimas reconocen la solidaridad y el apoyo de vecinos, aunque tambin son numerosos los testimonios que aluden a actitudes de rechazo, estigmatizacin y discriminacin por parte de los residentes de los lugares adonde llegaron en condicin de desplazados. Frente a su situacin, la mayora de las veces el comentario que recibieron las vctimas por parte de la comunidad fue por algo sera. Ahora bien, y teniendo en cuenta que toda impunidad es inmoral, los testimonios y las experiencias de las vctimas dejan claro que la guerra les ha impuesto una impunidad poltica, social y moral. Las vctimas despojadas y ultrajadas no tuvieron capacidad para hacer valer sus derechos, porque la autoridad no se hizo responsable por las vidas de la ciudadana, porque la guerra rompi los lmites legales y morales de las relaciones sociales y todas las acciones encontraron algn tipo de justicacin en este contexto. Por otra parte, la larga duracin de este conicto armado ha generado una suerte de acostumbramiento social que favorece las explicaciones fciles y estereotipadas que miles de colombianos y colombianas hacen sobre lo acontecido, y que circulan por los medios de comunicacin. La indolencia recae de nuevo sobre las vctimas en forma de una nueva agresin y agudiza su desamparo. De ah el reclamo de muchas de ellas para que sean vistas, asumidas, defendidas y atendidas como ciudadanas. Las vctimas tienen claro que su experiencia hizo frgil la democracia y que la impunidad frente a los crmenes cometidos se cierne como una amenaza contra la integridad de cualquier persona o grupo, disminuyendo las posibilidades de consolidar garantas de no repeticin de los hechos de violencia. Es esta vulnerabilidad de la sociedad colombiana, entre otras razones, lo que invita a tratar la causa de las vctimas, a hacerla suya y a tener la capacidad de defender para ellas lo que la ciudadana en general reclama para s.
158. Vase en: https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&c d=1&ved=0CCoQFjAA&url=https%3A%2F%2Ffanyv88.com%3A443%2Fhttp%2Fwww.bibliotecaiidh.info%2Findex. php%3Foption%3Dcom_docman%26task%3Ddoc_download%26gid%3D1227%2 6Itemid%3D50&ei=BaXEUb7YLY3g8wSC1oDoCw&usg=AFQjCNH8SifYDcQqpu 1IUyIInrHe0RWpoQ&bvm=bv.48293060,d.eWU .Consultado el 21 de junio del 2013.
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Habitantes de Granada y personas de organizaciones no gubernamentales que en diciembre de 2000 marcharon en rechazo a la violencia ejercida por la guerrilla de las FARC en la toma armada ocurrida los das 6 y 7 de diciembre, la cual dejo 22 personas muertas. Tambin marcharon por la incursin paramilitar de las AUC, que un mes antes dejo 19 habitantes asesinados en las calles del pueblo. Fotografa: Jess Abad Colorado
CAPTULO V
El captulo muestra cmo estas memorias se organizan alrededor de tres ejes: 1) un eje narrativo que registra el horizonte del dolor y de la crueldad humana desde el que los testigos y sobrevivientes recuerdan lo que pas; 2) un eje interpretativo que ubica a la complicidad y el estigma como memorias emblemticas desde las que las vctimas explican los orgenes y las causas del conicto armado en su territorio, o sea, el por qu pas lo que pas; y c) un eje de sentido que registra las respuestas y recursos de las personas frente a la violencia armada con sus numerosos actos de proteccin, solidaridad, rescate, desobediencia y resistencia directa e indirecta. Esta tarea de reconstruccin de memoria histrica se emprende reconociendo la heterogeneidad de los relatos y de sus signicados, que alude a la diversidad de sujetos y grupos que hacen memoria desde experiencias y contextos diferentes. Esto supone rechazar cualquier intento por condensar estas memorias bajo una sola lgica narrativa o marco explicativo, o atribuirles un sentido cerrado, jo e inmutable. En este sentido, si bien el captulo ofrece ciertas generalizaciones sobre las memorias emblemticas, los nfasis narrativos y los sentidos, no los presenta como parte de lo que algunos denominan memoria colectiva,
emblemticos de la violencia en Colombia. Los relatos fueron organizados por chas y temas por caso emblemtico y, posteriormente, codicados con base en las preguntas que guan el anlisis del captulo: qu es lo que se recuerda y cuenta sobre lo que pas?, cmo se recuerda y de qu maneras se interpreta lo que pas? Partiendo de esta codicacin se construyeron unas matrices temticas y se analizaron las frecuencias, formas narrativas y tipos de relatos por tema. Aclaramos que el ejercicio se concentra en las memorias evocadas en el presente especcamente entre el 2009 y el 2011 por parte de quienes sufrieron las consecuencias de las violencias o vieron sus derechos vulnerados. No hacemos un ejercicio paralelo de reconstruccin de las memorias de quienes ejercieron o fueron cmplices con estas violencias, ni de los testigos ocasionales o espectadores, una tarea muy importante que an queda por realizar.
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Las tumbas de los ebanistas desaparecidos, cuyo padre falleci de pena moral. Parque Monumento a las Vctimas, Trujillo, Valle del Cauca. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH, 2010.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes que se comparte como nacin e incluso como regin o como comunidad de sufrimiento. No obstante, desde la pluralidad de voces que conforman la memoria histrica, este ejercicio de reconocimiento de las memorias de las vctimas constituye un patrimonio pblico, cuya impronta en la sociedad colombiana aporta a la consolidacin del compromiso con la no repeticin. la humanidad del victimario, es decir, de sus comportamientos y actuaciones: sus gestos, palabras, actitudes y emociones.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica sentado da tras da en el parque qued en el recuerdo de la comunidad trujillense como testimonio del sufrimiento y de la perseverancia en la espera del retorno de sus hijos vivos. Las memorias del sufrimiento vivido por ciertas personas como una pena profunda que atormenta su cotidianidad y que se expresa en el cuerpo enfermndolo,4 ilustran los modos en que los testigos evocan la violencia y construyen una imagen compleja de las vctimas que reconoce sus expresiones emocionales, juicios morales, las huellas fsicas en el cuerpo y una manera especca de relacionarse con el mundo. El desplazamiento forzado y la prdida de viviendas, animales, modos de vida y territorio se registran tambin como memorias del dolor, tal como lo evoca una de las hijas de Mara Antonia Fince. Esta anciana mujer wayuu fue testigo directo de cmo los paramilitares se llevaron a su hija Margoth para asesinarla. Mara Antonia, como el resto de su comunidad, tuvo que desplazarse a raz de la masacre del 18 de abril del 2004: Que estamos aqu viendo a mi mam, que estamos con sus pollitos y sus gallinas, ella qued as [...], ya ella no habla [...], ella me deca cuando estaba consciente, el ao antepasado, antes de la cada, ella no habl ms despus de la cada, pero cuando ella caminaba ella me deca: Qu hacemos en casa ajena [...] ella misma me deca y eso que ella estaba en la casa de su nieta, pero ella deca: Esta no es mi casa, dnde estn mis pollos?, dnde estn mis chivos?, dnde estn mis burros? A m me da una cosa cada vez que ella deca as, que dnde estaban sus animales, que dnde estaban sus totumitas [vasijas], ella muri hablando de sus chivos y de sus gallinas [...]. An as ella a veces hablaba [...], el ao pasado les deca a los pelados [nios, muchachos]: Oye, oye! Anda a buscar los chivos, t eres
4. Martha Colorado, Sufrimiento social y salud de las personas desplazadas y refugiadas, en Migracin forzada de colombianos en Colombia, Ecuador y Canad, ed. Pilar Riao y Marta Villa (Medelln: Corporacin Regin, 2008) 419-465, Poniendo tierra de por medio, 419-465.
muy ojo! Anda a buscarlos! Recordamos todo lo que era ella, ella ya qued muda, pero ella ya estaba pendiente de eso; ella qued muda, pero su pensamiento eran sus animales... 5 Mara Antonia encarna la pena y el dolor por la ausencia de sus seres queridos y de las formas de vida que la orientaban. Ella opta por la mudez para cortar los lazos con el nuevo mundo y habitar los recuerdos de su territorio ancestral y de sus animales. Solo retoma la palabra para regresar a su territorio, dando rdenes a animales y nietos. Las preguntas que le hace a su hija extienden la cadena del dolor familiar. En estos relatos encontramos un registro del dolor en el que los rostros del padre de los Vargas y de la abuela Mara Antonia se transforman en signos poderosos que convocan la memoria emblemtica del sufrimiento. Los relatos en ambos casos rescatan la perseverancia de las personas dolientes por reencontrarse con los seres queridos y el territorio, as como su rechazo mediante la mudez o la negativa de ir a la casa de la situacin en que se encuentran. Las memorias del sufrimiento no son memorias de la pasividad o del resentimiento, sino que tambin nombran modos de responder a la violencia por parte de las personas en sus reclamos silenciosos o cifrados sobre la inocencia o la injusticia (de la desaparicin o el desplazamiento), y en el uso del cuerpo como evidencia del dolor.6 Las historias del ltimo adis hacen tambin parte importante de estas memorias. La esposa de una de las vctimas de la masacre de Remedios (oriente antioqueo) del 2 de agosto de 1997 reconstruye la noche en la que los paramilitares se llevaron de manera forzada a su esposo: Esa noche que lo sacaron a l iban por mucha gente [] Entonces cuando yo despert, entonces lo llam, ya l estaba
5. Entrevista #5. Maracaibo, junio de 2009. GMH, La masacre de Baha Portete. Mujeres Wayuu en la mira Bt: Semana, 2010, 202. 6. Veena Das, Trauma y testimonio, en Veena Das: Sujetos del dolor, agentes de la dignidad, ed. F. Ortega (Bogot: Universidad Nacional de Colombia, 2008), 145-170.
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Mara Antonia Fince, Maracaibo, Venezuela. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH, julio del 2009.
Baha Portete, Guajira. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH, abril del 2010.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica despierto tambin, pero l estaba ah callado [] Bueno, entonces preguntaron que dnde est Carlos Rojo, l se levant y le dijeron: Me hace el favor y se viste y se lleva los papeles, l no hablaba nada, l era callado. Entonces se visti y salieron. En la sala de la casa haba unos zapatos de los muchachos, le quitaron los cordones y le agarraron las manos. Entonces a m me dijeron que me recogiera en una pieza de estas con los nios, y cerraron la puerta. Cuando ya fueron a salir con l, entonces uno de los muchachos lo llam, entonces l lo nico que les dijo fue: Adis hijos, manjense bien con su mam [].7 El testimonio evoca los instantes en que la vida cambia de manera denitiva para las familias y, con frecuencia, para la comunidad. Con su adis, el padre anuncia que sabe el destino que le depara y busca resumir en una frase lo que espera de sus hijos en su ausencia. Este registro temporal del cambio lo es tambin de los actos de violencia; para los familiares, el peso del recuerdo queda con las ltimas palabras y actos de sus seres queridos. Una madre en Trujillo evoca el momento lmite en su vida en el que fue testigo de las torturas sufridas por su hijo y narra su despedida: Nos fuimos para una nca cuando empez ese carro blanco a recoger a la gente, la Toyota blanca. A m me duele lo que le hicieron a mis hijos, no tanto la pobreza porque Dios lo ilumina a uno y hay vecinos buenos. Una seora que viva ah enseguida me dijo: Ah viene el Ejrcito. Yo ya no me escondo! Que me lleven!. Ella me dijo: Mire para atrs! y vi que llevaban a mi hijo encapuchado, todo tapado. Cuando l me vio me hizo as con la mano [gesto de despedida]. Yo trat de irme detrs, pero me dijeron que no me fuera porque me pateaban. Yo dej que siguieran. l vena todo aporreado, andaba como cojo y yo dije: Mi hijo no anda cojo... Me van a matar a mi muchacho.
7. Testimonio de mujer adulta. GMH, Silenciar la democracia, las masacres de Remedios y Segovia, 1982-1997 (Bogot: Taurus/Semana, 2011), 107.
Me fui para adentro y no me volv a acordar de nada. Ah fue que yo despert en el hospital.8 La carga traumtica de ser testigo de la violencia sufrida en el cuerpo de los hijos y asistir a la partida de los seres queridos ronda a lo largo de los aos el recuerdo de padres y madres, de personas vecinas y paisanas. Desde esta misma clave se reconstruye el testimonio de un residente de Viga del Fuerte en el departamento de Choc y sus recuerdos de los momentos posteriores a la masacre de Bojay (2002): [...] vemos que viene un viejito con un muchacho, un jovencito por ah de 15 aos en una chalupita [bote pequeo]... el viejito lloraba as agachado y el muchacho lloraba y deca: Los mataron a todos... El Pelao era como si tuviera el cuerpo en la tierra y el alma en otra parte, porque l tena la mirada perdida como no s adnde... Ah fue cuando dijeron que haban tirado una pipeta [cilindro de gas] en la iglesia, y nos cogimos la cabeza y nos pusimos a llorar... entonces empezaron a llegar botecitos con ms gente que vena como ms despierta, y nos decan que buscramos la manera de que paren esos combates para sacar a los heridos. La gente de ac se fue a recoger esos heridos, pero al momento otra vez iniciaron con su disparadera, y ya la gente no poda auxiliar a los que an estaban con vida.9 Las memorias del sufrimiento reconstruyen los rostros y los cuerpos doloridos de quienes sobrevivieron, as como el padecimiento de otros frente a los trgicos acontecimientos. A su vez, las memorias remarcan los enormes pero infructuosos esfuerzos de estos testigos por rescatar a los heridos, intentos que se ven obstaculizados por los combatientes, indiferentes a las necesidades de ayuda humanitaria y a las acciones solidarias. Los familiares de los quince integrantes de la comisin judicial que fue vctima en la masacre de La Rochela (departamento de Santander), el 18
8. Testimonio #17, GMH, Trujillo, 222. 9.Testimonio, Taller de memoria histrica, Viga del Fuerte, 2009. GMH, Bojay: la guerra sin lmites (Bogot: Taurus/ Semana, 2010), 64.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes de enero de 1989, se encontraron hace ms de dos dcadas alrededor del sufrimiento compartido y en la bsqueda por la verdad. Como lo evocan dos de las viudas, al traer sus dolores individuales y familiares al mbito pblico de la lucha por la dignidad y la justicia, ellas y ellos conformaron una comunidad de memoria y dolor itinerante: [] construimos una comunidad de memoria viniendo de diferentes lugares del pas... [] Cuando mataron a nuestros esposos, nuestros hijos estaban muy pequeos, no conocieron a sus paps, todas las familias estaban en proceso de construccin, estbamos casi todos recin casados. Esto fue lo que nos llev a trabajar por la justicia; para que nuestros hijos sepan que no les pueden matar a sus seres queridos y nosotros quedarnos indiferentes. Nosotros estamos luchando por nuestros seres queridos. Tambin estamos luchando para que nuestros hijos sepan, y la sociedad en general, que se debe hacer justicia. Nosotros nos hemos convertido como en una familia. 10 La imbricacin narrativa entre cuerpos y espacios locales que documenta este relato comunica el poder de destruccin que tuvieron los paramilitares y el sufrimiento que ocasionan. Sus acciones sobre cuerpos y escenarios sociales provocaron dolores y tristezas difciles de superar, porque asesinaron a personas vecinas y las dejaron en lugares de alta circulacin, valor simblico e interaccin cotidiana. As lo contina relatando una testigo de la masacre de El Tigre: [] No sabemos cuntas personas ms echaron al ro, por eso decimos los que viven en el ro. Es incontable saber cuntas personas viven en este ro. Eso nos da mucha tristeza. Nosotros encontramos este puente lleno de sangre, y algunas cosas de los muertos, como chanclas o ropa, estaban tiradas a lo largo del puente.12 El ro, eje de vida y sustento para la poblacin, se transforma en hogar de muertos annimos y paisaje de tristeza. Esto sucedi de la misma manera en otros lugares del pas, donde plazas y lugares de encuentro fueron transformados en escenarios de desolacin; los ros y caudales de agua se convirtieron en cementerios donde fueron arrojados centenares de cuerpos. El relato inicial de la masacre de El Tigre tambin documenta una topografa de la muerte: se trata de hombres de mediana edad, dejados en los dos extremos del pueblo en medio de la calle, ubicados en forma de crculo, boca abajo, con la cabeza hacia adentro del crculo, con disparos en la cabeza. La ubicacin de los cuerpos de las vctimas en la va del pueblo maniesta una gran carga comunicativa por parte de los victimarios, quienes los ubicaron estratgicamente en los dos extremos del pueblo para demarcar su podero. Las personas sobrevivientes evocan la topografa para enfatizar la crueldad de los victimarios, precisar lo que pas y reconstruir el entorno familiar del pueblo, que fue transformado en escenario de muerte y desolacin. As como se castiga el cuerpo y se le tortura, los relatos registran el modo en que incluso el territorio del
12. Relato #3, Taller de memorias, 2010. GMH. El Tigre, 27.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica pueblo es violentado con las atrocidades de los victimarios. Uno de los testigos de la masacre de El Salado, departamento de Bolvar, ocurrida en febrero del ao 2000, recuerda la cancha donde ocurrieron la mayora de torturas, delitos y asesinatos, tambin desde este nfasis narrativo: En la cancha nos dijeron los hombres a un lado y las mujeres a un lado y nos tiraron boca abajo ah, de ah enseguida apartaron a un muchacho, le dijeron usted se queda aqu con nosotros porque usted se nos escap de Zambrano, pero de esta no se nos va a escapar, le decan ellos. A l fue el primero que mataron en la cancha. Le pusieron una bolsa en la cabeza y le mocharon una oreja primero, y despus esto se lo pelaron con espino, lo acostaron y le ponan la bolsa en la cabeza, l gritaba que no lo mataran, que no lo mataran, le pegaban por la barriga, patadas, puos, por la cara, toda la cara se la partieron primero, y nos decan miren para que aprendan, para que vean lo que les va a pasar a ustedes, as que empiecen a hablar, decan ellos. Entonces nosotros le decamos qu vamos a hablar si nosotros no sabemos nada. Ya despus que lo tiraron en la cancha s lo mataron, le dispararon [].13 El relato muestra la crueldad de los paramilitares y destaca los modos en que las vctimas declaran su inocencia, se rehsan a hablar e insisten en su desconocimiento de la informacin que quieren obtener los armados. Anudado al registro de los mecanismos del terror y las huellas del dolor sobre el entorno inmediato, se encuentra el registro de los momentos de la huida en medio del desconcierto y con su intensa carga de sufrimiento e incertidumbre. Una sobreviviente de la masacre de Dos Quebradas en el municipio de San Carlos (departamento de Antioquia), perpetrada por la guerrilla de las FARC en enero 16 del 2003, evoca esos momentos: Cuando llegamos al puente ya casi de noche, gracias a mi Dios. En cada curva era una tensin, pensamos que estaba la guerrilla pero fuimos bajando y no nos ataj nadie. Entonces llegamos al puente de aqu de San Carlos, apenas haba llegado el Ejrcito que le toc venir caminando desde San Rafael, un helicptero volaba porque era guardin del Ejrcito, iba custodindolo! Ah s haba policas, periodistas, el Ejrcito, mucha gente! Pero para qu? Ah yo les supliqu que fueran por esos muertos pero como ya era de noche se fueron hasta el alto Dos Quebradas, no se atrevieron a arrimar donde estaban los muertos, recogieron los del camino, las seoras degolladas y los que encontraban en la carretera. Ah dispararon como para simular que los haban atacado y se devolvieron, eso lo hizo el mismo Ejrcito, se devolvieron y nosotros aqu esperando de noche los muertos, cuando llega otra vez el Ejrcito sin los muertos, qu desespero el de nosotros!14 As, los relatos evocan los lugares y las personas con el n de marcar y describir los escenarios y la topografa del terror, y tambin para contar cmo se transformaron en lugares que contenan el sufrimiento y registraban la desolacin: se trata de calles, plazas, canchas, caminos, ruinas, enramadas y ros que tambin guardan la historia de lo que sobre o dentro de ellos pas y que se traen al recuerdo para trazar los horizontes del dolor vivido y evocado. A travs de este tipo de memoria tambin se construyen unos reclamos que tienen que ver tanto con las vctimas fatales como con las personas sobrevivientes y su entorno fsico. Al recordar estos lugares se reclama que tales espacios tenan un valor y un signicado antes de los eventos violentos que los marcaron. Se reclama, adems, la inocencia de las vctimas, mientras se enfatiza en la vulnerabilidad e indefensin en la que se encontraban vivos y muertos. Estos relatos dan testimonio de que los hechos descritos no son mentiras o exageraciones, pues los testigos estn ah para conrmar que s tuvieron lugar.
14. Testimonio de mujer adulta, San Carlos, 2010. GMH, San Carlos. Memorias del xodo en la guerra (Bogot: Taurus/ Semana, 2010), 128.
13. Testimonio #7 de hombre joven, El Salado, ao entrevista GMH, La masacre de El Salado: esa guerra no era nuestra (Bogot: Taurus/ Semana, 2009), 47.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes Las memorias de la desolacin se inscriben adems en unas temporalidades denidas por los eventos lmites que marcan un umbral para quienes los vivieron. Entre los relatos acopiados por el GMH en el 2009 sobre la vida antes de la masacre de Bojay (2000) y de la reubicacin del pueblo, destaca la narracin de una mujer sobreviviente que muestra estos cambios en el sentido del tiempo: Estas son las ruinas [las de Bellavista viejo] La verdad es que yo despus de lo que pas no me gusta venir ac, es muy duro, es muy triste hay muchas cosas que uno no las entiende, y como no las entiende pues eso le pega muy duro. Yo en especial siempre me pregunto: por qu a nosotros?, por qu tuvo que pasar lo que pas? Y todo se va acabando se han ido perdiendo muchas cosas en nuestra comunidad, las costumbres como dice uno, su ideologa, ya no la hay Ac ramos de pronto ms pobres porque vivamos en unas casitas de madera, pero tenamos todo lo que queramos El ro, que es la vida de uno ac, el ro para nosotros ahora est muerto solo lo utilizamos para transportarnos y no para saciar los deseos, como baarse, pescar, lavar los platos, cepillar la ropa, que uno bajaba y lavaba su ropa y se senta bien encontrarse con las otras mujeres [] No tenemos nada.15 El pasado se trae al presente mediante una memoria discursiva que le pone un n temporal a los ritmos de la vida cotidiana y a la relacin humana y productiva que mujeres y hombres mantenan con el medio ambiente. La ruptura temporal sobre la que se construye el relato indica adems un quebrantamiento ms profundo, que guarda relacin con el desequilibro que los actos de la guerra generan sobre la ntima relacin que ellas mantenan con el ro en cuanto eje simblico y natural. El pasado se localiza as en un paisaje donde se ancla la relacin de estos pobladores con su entorno, mientras que el presente es caracterizado por la ausencia de estos elementos estructuradores y emplazadores de sus vidas.
15. Entrevista a mujer adulta, habitante de Bellavista, 2009. GMH, Bojay, 109.
La violencia se representa, en algunos casos, no simplemente como un asunto del pasado o de eventos lmites como las masacres o el desplazamiento forzado, sino como una entidad viva e incontrolable a travs del tiempo, dado su efecto devastador sobre sus vidas. Los versos que escribe una testigo de la masacre de Bojay, quien particip en los procesos de recuperacin de memoria, lo ilustran: Lo que pas en Bellavista el da 2 de mayo / fue una cosa inolvidable, / para guardarlo en la memoria, / Sin omitir detalles. // La guerra que estamos viviendo, / no escoge grande ni pequeo, / destruye nuestros pueblos, / y acaba con nuestros sueos.16
16. Versos, diario de campo #2, gestora local de memoria. Bellavista, 2009. GMH, Bojay, 282. 17. Testimonio de profesor de San Carlos, Taller de memoria, 2010.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica La extraeza del profesor resulta como l mismo anota del miedo y tambin de un sentimiento de anticipacin sobre la capacidad para la maldad de quienes, a la vez, reconoce como unos jovencitos. El profesor expresa de esta manera sus sentimientos ambiguos al reconocer al joven, al ser humano, en estos hombres en armas. Este testimonio nos introduce a otro conjunto de relatos en el que vctimas y testigos reconocen o se encuentran con los actores armados e interrogan sus percepciones y valoraciones. Como veremos, en las descripciones sobre las acciones y comportamientos de estos hombres y mujeres se entreteje una suerte de juicio moral sobre la calidad humana de quienes fueron responsables directos de los hechos de violencia. Los relatos sobre estos hombres y mujeres que ejecutan los actos de violencia contra la poblacin civil varan de acuerdo a la regin del pas o al rgimen armado impuesto por las guerrillas, los paramilitares o los miembros de las Fuerzas Militares, segn la historia poltica y organizativa local. Sin embargo, las narrativas de las personas residentes y/o vctimas sobre los actores armados presentan algunos nfasis narrativos comunes que giran alrededor de la manera como relatores y relatoras reconocen los rasgos fsicos, palabras y comportamientos de los agentes armados, para luego darles rostro y voz, y, paso seguido, dar cuenta de que fueron hombres (y en algunas ocasiones mujeres) con semblantes, emociones y cierto accionar quienes cometieron actos atroces. En un entorno como la Comuna 13 de la ciudad de Medelln cuyos habitantes han vivido la presencia agobiante de las milicias (presencia urbana de guerrillas), paramilitares y miembros de las Fuerzas Militares, as como la vigilancia y el control sobre su vida diaria y sus movimientos, los encuentros con agentes armados resultan frecuentes: [...] por qu se metieron a guardar ese armamento all, por qu se meti ese Ejrcito all, la Fiscala all. En ese momento que estaba la Fiscala all todo el mundo saba que ellos [las milicias] estaban ah, por qu?... Incluso le decan [a mi esposa] djenos meter al bao, con fusiles colgados aqu atrs, djenos meter al bao[...] Si ellos estaban nerviosos, cmo
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Memorias: la voz de los sobrevivientes estaramos nosotros... Y cuando se fueron yo ya esperaba el golpe, que ya venan pues, que en cualquier momento ya venan esos animales aqu.18 En este testimonio se recuerda con precisin las palabras dichas, pero adems se valora el estado emocional de los milicianos y de ese modo los humaniza: tanto los milicianos como su familia se encontraban nerviosos. Finaliza con una clara apreciacin de las repercusiones que traer el resultado de la coaccin (haber dado refugio a los milicianos), para lo cual el relator nombra a los que vendrn como animales, valorando as su comportamiento irracional. En Segovia, departamento de Antioquia, las personas recuerdan las incursiones y tambin a quienes eran los informantes: unos tipos vestidos de civil y otros de verde, algunos enmascarados, las mscaras eran negras, otros iban encapuchados, con pelucas [] iban matando unos en los carros y otros a pie.19 Un testigo de la masacre de Segovia narra: Yo iba para la calle La Reina, cuando llegu a una esquina yo vi que pas por ah un carro pequeo, como amarillo clarito, pas el carro y de los que iban a pie yo reconoc a tres... ellos eran de aqu de Segovia, pero hace mucho que se fueron, uno se llama Mario, que viva en Montaita y era trabajador de minas, otro Marcos, que tiene como una cicatriz en la cara al lado izquierdo, tambin viva en Montaita y tambin trabajaba en minas, y el otro es Otoniel, es un seor que tena negocios aqu, tena en el barrio Coco Hondo, venda ah carne y tena como una tienda [...] ellos iban disparando, ellos venan hacia el centro [...] a Marcos y a Mario s qu les decan los Yeyos o los Pecas, y a Otoniel Carnicero. En esta masacre estuvo un exagente de la polica que le dicen Copartidario, Cuasi o King-Kong, es
18. Entrevista colectiva, testimonio de hombre adulto, 2010. GMH, La huella invisible de la guerra. Desplazamiento forzado en la Comuna 13 (Bogot: Taurus/ Semana, 2011), 122. 19. Expediente Penal 7583 de 1988, cuaderno original #1, ff. 321322v. GMH, Silenciar la democracia: las masacres de Segovia y Remedios, 62.
de apellido Monsalve, estuvo trabajando aqu de polica bastante tiempo y estuvo tambin en Remedios. Tambin un ex-agente carabinero de apellido Marn, que era mala clase.20 A travs del reconocimiento de tres participantes en la masacre, el relator aporta un testimonio riguroso sobre quines fueron los responsables directos de la masacre. La atencin a detalles como la ubicacin exacta de la cicatriz en la cara de uno de ellos y la ocupacin de otro aporta un inventario de evidencias sobre la identidad de los victimarios. Adems, el relator registra la conducta reprochable del carabinero Marn y lo caracteriza como hombre que era mala clase. En esos momentos del testimonio, quien relata encuadra su narrativa dentro de un juicio moral sobre la integridad y la capacidad de hacer el mal de los agentes que las ejecutan. Por otro lado, las narrativas reconstruyen conversaciones por medios comunicativos como los radiotelfonos, en las que un guerrillero o un paramilitar reciben la orden de parar una masacre, son amonestados por sus superiores e, incluso, registran su propia conmocin cuando se enteran de la magnitud de la tragedia causada. Con ello no solo se recuerda la vileza de los armados, sino tambin el sinsentido y la crueldad que rodean el hecho concreto: [] como a las cuatro de la tarde, ellos llamaron jefe, llevamos 48, seguimos o paramos?. El jefe, porque se oy claritico por el radio ese o por el telfono, le dijo: Ya no sigan ms porque ustedes han matado mucha gente inocente ah, no sigan.21 Mientras se traa al personal, estaban los subversivos con sus armas revisando las embarcaciones que venan, a ver quin haba que fuera enemigo de ellos para rematarlo. Entonces vinimos y le dijimos al comandante de la guerrilla: Sabe qu, hermano? Tiraron una pipeta en la iglesia y mataron a un poco de gente.
20. Expediente Penal 7583 de 1988, cuaderno original #3, ff. 7880. GMH, Remedios y Segovia, 60. 21. Testimonio hombre, adulto mayor. GMH, El Salado, 114.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Dgales a sus hombres que paren el combate para sacar los heridos. Entonces l dijo: Cmo as...? No puede ser!, y se puso a llorar... Entonces llam y pararon esa vaina [...].22 Estos dos relatos muestran formas contrastantes de las lgicas y emociones en que transitan los agentes armados: mientras unos paran porque los nmeros son altos, en el otro caso nos encontramos con el reconocimiento de la tragedia causada. Los testigos y sobrevivientes observan las emociones y apreciaciones de quienes, sumidos en la confrontacin, se dan cuenta del horror causado. Esto permite entender cmo su ejercicio memorativo no transforma a quienes participan en los actos de violencia en seres annimos o estereotipados, sino que calica sus diferencias y los modos en que estos hombres fueron vistos en momentos crticos. Los relatos registrados no deshumanizan a quienes ejercen la violencia armada; por el contrario, los representan en su condicin humana, con sus debilidades y capacidad de hacer el mal. Las historias relatadas al GMH por las mujeres del corregimiento de El Placer, en el sur del pas (departamento del Putumayo) cuyos habitantes han sufrido diferentes regmenes armados de la guerrilla y los paramilitares, estn llenas de calicativos sobre el carcter sanguinario, corrompido, bravo, canbal, malo y terrorco23 de los agentes de la guerra. As lo evocan dos de los relatos: Ellos eran las personas ms corrompidas []. Al principio eran unos comandantes malsimos, yo creo que ni mam tenan. Haba uno que le decan el J. J., ellos ya no viven, a unos los mataron los mismos compaeros.24 Los primeros comandantes fueron los ms sangrientos [] eran como canbales, como demonios.25
22. Testimonio, Taller de memoria histrica, Viga del Fuerte, 2009. GMH, Bojay, 64. 23. Vase GMH, El Placer. Mujeres, coca y guerra en el bajo Putumayo (Bogot: Taurus/ Semana, 2012), 112. 24. Entrevista #4 a mujer adulta, El Placer, 2011. GMH, El Placer, 112-113. 25. Entrevista #29 a mujer adulta, El Placer, 2011. GMH, El Placer, 112.
El carcter infame de los actores armados lo registra la primera mujer al evaluar el comportamiento corrupto de estos hombres y considerar que su maldad puede solo comprenderse por la ruptura de todo lazo lial y responsabilidades morales con el mundo: ni mam tendran, sentencia ella. El reconocimiento de la otra mujer de los diversos matices y niveles de maldad entre victimarios la lleva a caracterizar grados de maldad y a sealar a aquellos que considera con mayor capacidad de ejercer la violencia sanguinaria como demonios o canbales, es decir, que llegan a extremos de una maldad simbolizada en el demonio. Un grupo de relatos de habitantes de El Salado, Bolvar, recopilados en el 2009 por el GMH, aportan otra clave sobre el sentido de estos relatos como mecanismo mediante el cual se evala el carcter de los paramilitares partcipes de la masacre: Aqu haban mandado unas tamboras, acorden, aqu haba un grupo de gaita, haban mandado los instrumentos para que los pelados fueran comenzando a practicar, todo eso se apoderaron ellos. Esta cancha, ah era cuanto muerto mataban, tocaban, tocaban tambora, tocaban acorden y todo, si cargaban grabadoras, porque en las casas haban buenas grabadoras y hasta cogan las grabadoras, y todo eso ponan la msica [...] Cuando eso mataban, ellos tocaban, eso era una esta para ellos. Eso para ellos era una esta.26 Sacaron unos tambores de la Casa del Pueblo, cantaban despus de matar... se les vea el placer de matar.27 El juicio sobre los paramilitares que perpetraron la masacre es expresado por las personas sobrevivientes a travs de un lenguaje que los caracteriza como seres posedos por una sed de matar y un placer por la violencia que alcanza lmites inimaginables, lo que se maniesta en festejar con tamboras luego de matar, mientras beban alcohol de las tiendas.
26. Testimonio #2 de dos mujeres, adulta y joven. GMH, El Salado, 48. 27. Testimonio #27 de hombre joven. GMH, El Salado, 48.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes Estas formas de ejercer la violencia impactan tambin en sus decisiones e interacciones con las y los pobladores, como se evidencia en las memorias de las vctimas sobre las listas de la muerte. Los recuerdos de las listas que llevaban los paramilitares, la guerrilla o el Ejrcito enfatizan la arbitrariedad de sus procedimientos. En los relatos de las vctimas, los armados ejecutaban a las personas inscritas en las listas pese a las splicas de las personas detenidas o de los pobladores que trataban de persuadirlos sobre la inocencia de las vctimas: no pueden quedar heridos, no pueden quedar convalecientes, todos se mueren.28 En ellos tambin se narran las agresiones y humillaciones que de manera indiscriminada hacan los actores armados, como lo relata un testigo de las acciones de violencia ejecutadas por Rodrigo Mercado Pelufo alias Cadena, comandante del Bloque Hroes de Montes de Mara, en un billar en Rincn del Mar (cerca de San Onofre, departamento de Sucre): Lo del billar fue que una maana lleg Cadena [paramilitar Rodrigo Mercado Pelufo] en un montero Mitsubishi rojo y traa unos hombres anotados en una hoja. Trajo a una gente para que le dijeran dnde vivan. Pero a Cadena le dio mucha rabia que yo no le ayudara y cacheti a dos personas. Me pati, nos tir al piso, porque: Hijueputa! Cmo es que no van a saber!, ahora los voy a matar hijueputas, malparidos negros! Entonces nos llev a todos a la parte de la pared de atrs y nos puso en la y les dio cachetadas en la cara a los que decan Dios mo, o algo as. Le puso el fusil a un muchacho y lo amenaz, y luego le dispar unos centmetros arriba de la cabeza [] hizo varios disparos iguales. Volteaban los muchachos contra la pared, disparaban como si los fueran a fusilar, luego se fueron, se embarcaron en sus camionetas, pero nadie les ayud con los nombres de la lista esa. Luego se les avis para que se volaran [se fueran]. 29 Este relato registra con detalle las ofensas verbales y fsicas que revelan las conductas racistas de alias Cadena y el orden armado que impuso en Montes de Mara (departamentos de Sucre y Bolvar). Ofrece un retrato del comportamiento caprichoso, irracional y racista con el que este jefe paramilitar implant un rgimen de terror en esta regin de Colombia. En estos relatos sobre los agentes que ejercen la violencia encontramos un eje de sentido que gira en torno a una memoria de la crueldad, aquella que al narrar con precisin los actos, gestos, comportamientos y palabras de los victimarios los calica y signica desde su brutalidad y ferocidad, desde el sinsentido con el que actan y que lleva a ubicarlos entre la irracionalidad y la bestialidad. Enfatizamos que el ejercicio de sentido en estos relatos no es el de deshumanizar a los actores armados, sino por el contrario, el de observar su naturaleza humana para dar cuenta del ejercicio de la maldad, es decir, para ejercer un juicio moral sobre su comportamiento. Los guerrilleros, paramilitares, milicianos y miembros de las Fuerzas Militares tienen para las vctimas un rostro denido y por ello se juzgan desde una clave de responsabilidad humana. Las memorias tanto de la crueldad de quienes perpetraron la violencia y de las acciones de terror hacen parte del registro de los recuerdos del sufrimiento porque aportan un reconocimiento de los impactos humanos de los repertorios de violencia, as como de las percepciones y valoraciones de las victimas y testigos sobre los hechos y aquellos que ejecutaron dichas acciones.
28. Entrevista a funcionario judicial en San Onofre, Sucre, 2010. 29. Entrevista #33 a hombre adulto, Sucre, 2010. GMH, Mujeres y guerra. Vctimas y resistentes en el Caribe colombiano (Bogot: Taurus/ Semana, 2011), 124.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica de personas, polticos, funcionarios y miembros de la fuerza pblica, que favorecieron o ejecutaron la victimizacin sufrida, y b) el estigma de la pertenencia a la guerrilla o las liaciones a milicias imputadas a comunidades y vctimas. El reclamo persistente que articula estas memorias es que las complicidades, estigmatizaciones y continuidad de la violencia fueron o continan siendo posibles por el abandono en que viven las personas en los territorios y por la impunidad que prevalece, lo que impide a las vctimas la realizacin del derecho a la justicia y la verdad. en la memoria de las vctimas cubre, de esta manera, un espectro de acciones con grados de responsabilidad diferenciada que incluye actos de colaboracin directa y material, y tambin de apoyos indirectos y de los que tienen lugar bajo coercin. Algunas de estas complicidades han sido corroboradas a travs de sentencias judiciales a nivel interno y a nivel internacional, as como cuando se ha declarado al Estado colombiano responsable internacionalmente mediante sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos CIDH.32 En los casos documentados por el GMH la memoria emblemtica de la complicidad tiene dos grandes matices y diferenciaciones. De una parte, est la memoria que reconstruye las acciones de agentes estatales y la responsabilidad de instituciones del Estado como el Ejrcito y la Polica en los hechos de victimizacin contra comunidades, organizaciones y lderes. Esta memoria narra con detalle quines hacen la guerra y cules fueron sus roles para mostrar las responsabilidades de los agentes estatales y de polticos, funcionarios o nanciadores. De otra parte, est la memoria que registra las complejas redes y modos internos de colaboracin por parte de vecindades, familiares e integrantes de la comunidad. Si bien esta memoria seala responsabilidades y modos de participacin, a la vez sugiere los desafos ticos y humanos que la guerra, la presencia de agentes armados y las complejas redes de colaboracin les presentan a los residentes de pueblos, barrios y veredas. Los relatos, en su mayora, no hacen una discriminacin categrica de los actores y sus grados de responsabilidad, pero s emiten juicios claros sobre la gravedad de sus
32. Entre los fallos de la Corte Interamericana de Derechos Humanas que han condenado al Estado colombiano por hechos ocurridos en el marco de este tipo de alianzas, vale la pena resaltar los siguientes: 1) caso de la masacre de Mapiripn Vs. Colombia. Fondo, reparaciones y costas. Sentencia del 15 de septiembre del 2005. 2) Caso 19 comerciantes Vs. Colombia. Fondo, reparaciones y costas. Sentencia del 5 de julio del 2004. 3) Caso de la masacre de Pueblo Bello Vs. Colombia. Fondo, reparaciones y costas. Sentencia del 31 de enero de 2006. 4) Caso de la masacre de la Rochela Vs. Colombia. Fondo, reparaciones y costas. Sentencia del 11 de mayo del 2007. 5) Caso Manuel Cepeda Vargas Vs. Colombia. Fondo, reparaciones y costas. Sentencia del 26 del mayo del 2010. 6) Caso de las masacres de Ituango Vs. Colombia. Excepciones preliminares, fondo, reparaciones y costas. Sentencia del 1 de julio del 2006.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes acciones y la responsabilidad variable de acuerdo a quienes las cometen: militares, civiles, poderosos polticos locales o personas vecinas que fueron forzadas a colaborar. Segovia por la noche. Y esa noche no haba nadie, ni policas ni soldados. Yo llegu de Zaragoza a las 2:00 de la tarde y yo no vi Ejrcito en el pueblo, ni policas andando en la calle.34 Para estos testigos, las colaboraciones se materializan en ausencia e inaccin, y tambin en el abandono en que quedan los residentes de Remedios y de Segovia. La veracidad de esta interpretacin la construyen los relatores alrededor de una serie de indicios, de los que pueden dar testimonio directo, sobre la tolerancia e inaccin de las Fuerzas Armadas. Uno de ellos es, en el caso de la masacre de Segovia, que los eventos ocurren muy cerca de las instalaciones de la Polica y del cuartel, a menos de cien metros, y que los agentes no hicieron nada para impedir esto,35 como lo reclama otro testigo de la masacre de Segovia. La larga duracin que tuvo el recorrido de los victimarios durante la masacre es el otro indicio que prueba a testigos y sobrevivientes que a quienes se protega era a los victimarios, que se movilizaban como Pedro por su casa.36 Los relatos sobre las complicidades dan testimonio de los modos directos e indirectos en que establecen relaciones de colaboracin entre agentes estatales y grupos armados ilegales, y dan cuenta de las mltiples formas de abandono y riesgo a los que se somete a la poblacin. Estos testimonios sealan la gravedad del comportamiento de los miembros de las Fuerzas Armadas y hacen adems un reclamo ms amplio, apoyados en la obviedad de los hechos, sobre la negligencia del Estado durante los momentos en que fueron victimizados. As mismo, maniestan la desconanza que producen estas acciones hacia funcionarios e instituciones
34. Expediente Penal 7583 de 1988, cuaderno original #3, ff. 364366. GMH, Remedios y Segovia, 74. 35. Vase: Expediente Penal 7583 de 1988, cuaderno original #3, ff. 3536. GMH, Remedios y Segovia, 74. 36. En este caso, la complicidad cercana y la evidente aquiescencia de las autoridades con los criminales fue objeto de fallos judiciales. Vanse al respecto las sentencias proferidas por el Juez Regional de Bogot, que fall en primera instancia (31 de marzo de 1998), el Tribunal Nacional (20 de abril de 1999) y la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia (25 de octubre de 2001).
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica estatales como resultado de dicho abandono. La recurrente mencin a la ausencia de fuerzas de choque resalta en quienes recuerdan las razones por las que estas no intervinieron en las detenciones y muerte de sus familiares y personas paisanas, vecinas y conocidas, y pone de presente la asimetra de fuerzas y el abandono en que quedaron, as como la impunidad en que con frecuencia han quedado dichas acciones. Hombres y mujeres sobrevivientes de la masacre de El Salado anotan: Ellos decan no salga nadie para el monte porque nosotros no respondemos, as decan; la misma Infantera de Marina deca no salgan para el monte porque no respondemos, porque esa gente est por aqu cerquita, y la gente les deca pero si estn cerquita por qu no los van a buscar.37 La veracidad de las declaraciones sobre las alianzas de los agentes estatales en los hechos de violencia perpetrados contra civiles es construida en torno a que ellos y muchos otros (todos, como insiste otro testigo de la masacre de Remedios) fueron testigos de los recorridos de la muerte: Ese recorrido lo hicieron desde las 12:30 de la noche, por todo el municipio, pasaron por detrs del comando de la Polica, bajaron con una seora amarrada y despus subieron con tres. [] Es que a esa hora la gente todava no estaba acostada. Entonces, todo el mundo murmuraba: Mira, y estn uniformados!, Ve, voltearon por tal parte, subieron por fulano y por perano, Ve subieron para Monteblanco, sacaron al profesor; Ve, sacaron a Carlos Rojo [] todo el mundo vio todo [].38 Los testimonios sobre las relaciones de colaboracin e, incluso, de connivencia entre agentes estatales y grupos armados ilegales se registran en la totalidad de los casos documentados por el GMH. Este amplio archivo testimonial documenta, desde la perspectiva de los testigos y sobrevivientes, modos de actuar de miembros del Ejrcito y la Polica que dejaron
37. Testimonio #1 de tres hombres adultos y dos mujeres adultas. GMH, El salado, 117. 38. GMH, Remedios y Segovia, 108.
abandonados a los residentes civiles a pesar de que se encontraban en el lugar de los hechos. Un residente de San Carlos en el oriente antioqueo denuncia esta forma de complicidad como alianza y mediante observaciones precisas sobre la ubicacin de los lugares de operacin de los paramilitares sustenta la veracidad de su relato: Cmo se explica uno, por ejemplo, que aqu, en pleno parque, a media cuadrita del comando, tengan una base los paramilitares donde tienen gente retenida, gente torturando, donde le mocha la cabeza a una persona y juegan ftbol con ella, donde a la otra media cuadrita se toman un hotel que ahora es sede del CARE [Centro de Acercamiento para la Reconciliacin] y es una sede que est conectada as directamente? Pues sas son cosas que uno, negarlas, es llamarnos a engaos y tapar lo que no se puede tapar, entonces se da esa alianza y viene una arremetida muy grande.39 Adems de las alianzas que muestran estos testimonios en relacin con la inaccin y tolerancia de los agentes estatales, su participacin directa en la victimizacin y ejecucin de masacres o desapariciones forzadas aparece en los relatos como otra forma ms grave de complicidad, porque indica el involucramiento, como eventuales autores materiales y/o intelectuales, de algunos agentes del Estado en la victimizacin de la poblacin civil y en los delitos atroces cometidos. Dos indgenas wayuu testigos de la masacre de Baha Portete (departamento de La Guajira) maniestan: Los que sacaron a Margoth de su casa estaban vestidos con el mismo uniforme que los militares. Nosotros como comunidad, sea lo que vieron, no es por los uniformes que digamos que eran militares sino porque llegaron a la base militar del Cerro de la Teta y dejaron a las personas all. La gente uniformada no masacraron, sacaron a las personas del brazo y se las entregaron a los paramilitares. El camino del carro es una trocha que tienen
39. Testimonio de hombre adulto, San Carlos, 2010. GMH, San Carlos, 87.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes que dar vuelta, mientras que el wayuu en su bicicleta va acortando camino y sabe para dnde va, conocen su camino, estn acostumbrados a veranear con sus animales y saben cul es el camino ms corto para llegar en bicicleta y as siguieron al carro.40 Me qued y escuchaba tiros en la playa. Viv una cosa tan horrorosa! [...]. Vimos pasar una camioneta blanca, iba un hombre gordo como moreno vestido de soldado y bajaron para la salina. No nos vieron, cogimos para donde viva mi mam [...]. Vimos las huellas de los zapatos que nos daba miedo hasta verlas [...]41 Estos testimonios relacionan a miembros del Ejrcito con la masacre del 18 de abril del 2004 en Baha Portete. Quienes relatan apoyan su interpretacin en dos indicios. Por un lado, se destacan los uniformes que portaban y, por otro, surge la observacin sobre adnde se dirigen cuando terminan su recorrido: al Cerro de la Teta, donde se encuentra la base militar. Los residentes de El Salado encuentran otro indicio relacionado con la participacin directa de miembros del Ejrcito en los actos de terror en la presencia de un helicptero durante la masacre y las funciones que cumpli: [] prueba tenemos nosotros de que fue parte del gobierno quien hizo esto, por qu? Porque quien tiene un avin fantasma es el gobierno, no son los paramilitares, me dice por qu dice eso?, porque el avin fantasma estaba respaldando los que estaban aqu, no a la poblacin, respaldaban a los que estaban haciendo la masacre. 42 (Ver imagen, Mapa el Salado, en la pgina siguiente). Adems de la participacin de agentes estatales durante los eventos trgicos, en los testimonios referidos se registra la participacin de miembros
40. Declaracin Expediente Penal, Radicado 1941. GMH, Baha Portete, 152-153. 41. Declaracin Expediente Penal, Radicado: 1941. GMH, Baha Portete, 60. 42. Testimonio #1 de tres hombres adultos y dos mujeres adultas. GMH, El Salado, 117-118.
del Ejrcito en momentos previos a travs de acciones de amedrentamiento, amenazas o exigencias de colaboracin a la poblacin civil. Tambin despus de los eventos trgicos, mediante los intentos por denunciar, buscar a los desaparecidos o recuperar los cuerpos de quienes han sido asesinados. Esta extensin en el tiempo de las alianzas establecidas se relata en testimonios sobre el ultimtum y amenazas que militares y paramilitares hicieron a campesinos del corregimiento La India en Santander, en 1987, ao en el que la presencia paramilitar en la regin se hizo evidente: [] renen a la poblacin del corregimiento de La India para decirles que: se unen a nosotros, se van con la guerrilla o se van de la regin o se mueren. 43 El mismo Ejrcito, segn la historia que yo conozco, prcticamente le coloca a la gente o irse con la guerrilla o meterse a los paras o quedarse y asumir las consecuencias. 44 Enfatizando tambin sobre la complicidad que se extiende ms all de la masacre, los relatos de sobrevivientes, jueces y familiares de los operadores judiciales que fueron masacrados en La Rochela denotan advertencias y clara obstaculizacin de integrantes del Ejrcito a la labor de jueces y familiares para rescatar los cuerpos y adelantar las investigaciones sobre la masacre:45 El Ejrcito no solo no haba apoyado la labor de rescate de los cuerpos de las personas sino que impeda que llegaran los dems jueces a realizar su labor investigativano hay derecho.46
43. GMH, El orden desarmado. La resistencia de la Asociacin de Trabajadores Campesinos del Carare (ATCC) (Bogot: Taurus/Semana2011), 306. 44. Entrevista a campesino, La India, 2010. GMH, Informe ATCC, 306. 45. Estos hechos fueron reconocidos en la sentencia de la Corte Interamericana contra Colombia. Vase: Caso de la Masacre de La Rochela Vs. Colombia. Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 11 de de mayo del 2007. 46. Entrevista a Gerardo Delgado, San Gil, 2009. GMH, La Rochela. Memorias de un crimen contra la justicia (Bogot: Taurus/ Semana, 2010), 95.
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Mapa El Salado, taller de memoria en Cartagena. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH, 2009.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes Yo me comuniqu con un compaero que estaba en Barrancabermeja, llamado Jos Cuesta y me coment que inmediatamente los compaeros del Cuerpo Tcnico de Polica Judicial de Barranca tuvieron conocimiento de los hechos, fueron a hablar con el Comandante del Ejrcito Farouk Yanine Daz para que les prestara colaboracin para sacar los muertos, y que la respuesta de este ocial del Ejrcito fue que ojal hubiesen matado a esos chulos [ave rapaz, zopilote] hijueputas, rerindose a mi hermano y los compaeros de la Comisin. Finalmente no les quiso colaborar para que ellos se pudieran desplazar al sitio de los hechos.47 En Bojay, los actos de pillaje y robo a las viviendas de sus habitantes por parte de miembros del Ejrcito aportan a los residentes otro elemento de las formas de complicidad: Las cosas de uno, ellos se las colocaron para salir a escudarse... Incluso se pusieron unos pantalones mos. Se colocaron ropa, sandalias... La ropa del vecino la encontr en mi casa... Encontr tambin un poco de maltas, cervezas, latas de leche, ollas y vasijas que no eran de nosotros... todo lo que no quisieron utilizar lo dejaron ah en mi casa. La tienda comunitaria tambin fue saqueada... A mi pap tambin se le llevaron todo... le cogieron hasta un marrano, lo mataron ah mismo en la casa y all se lo comieron. Todas esas cosas las hizo el Ejrcito, no era apenas los grupos al margen de la ley... mientras unos corramos, los otros robaban [...].48 En conclusin, la memoria de la complicidad asocia las colaboraciones entre actores armados con la victimizacin de la poblacin civil y pone de presente un reclamo contundente sobre el abandono en que la dejan quienes tienen el deber de proteger, as como sobre el silencio y el miedo
47. Entrevista a Alfonso Morales, hermano de Orlando Morales. Testimonio ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Costa Rica, enero del 2007, GMH, La Rochela, 213. 48. Testimonio, Taller de memoria histrica, Bellavista, 2009. GMH, Bojay, 70.
que se les impone. Para quienes lo sufren, las preguntas que quedan son muchas y, como lo sugiere este residente de San Carlos, se profundiza la desconanza en el Estado: Por qu la polica nos dejaba ah? Por qu permita que nos furamos para all, si ya estaban aqu? Por qu ellos no les prohiban la salida a esos carros? Que el pueblo pudiera decir: No fuimos porque no nos dejaron, pero no, no, la gente se montaba en los carros e iba all como si nada. Entonces ah es donde la gente de San Carlos no tiene fe en el Estado.49 Este tipo de narrativa enmarca las memorias de la prdida de amistades y seres queridos dentro de juicios morales y polticos que nombran la responsabilidad del Estado en los actos de connivencia, omisin y participacin de parte de sus agentes en hechos de violencia contra civiles: Porque hay muchsimas ms historias pues de amigos que mataron de la injusticia que se dio, y fuera de ac uno empieza a entender muchas cosas que de pronto la gente de afuera no entiende, por ejemplo el apoyo del Estado a esos grupos, la permisividad del Estado, el que diga de que el Estado no trabaj mancomunadamente con los paramilitares pues est viviendo en un pas que no es Colombia. 50 La capacidad interpretativa de estos relatos est precisamente en que aportan datos y observaciones sobre la veracidad de sus armaciones, y establecen causalidades entre eventos e impactos: se trata de algo que no solo unos lo vieron y vivieron, sino de lo que muchos son testigos: todo el mundo vio todo. Se trata, adems, de que dicha ausencia o presencia, negacin a ayudar o amenaza proferida de parte de miembros del Ejrcito o la Polica tienen en cada relato un corolario negativo, ya sea por la consecuencia letal para las personas, por la prevalencia de la impunidad o por la imposicin del silencio. En este sentido, la memoria de la complicidad nombra y sugiere responsabilidades concretas.
49. Testimonio de hombre adulto, San Carlos, 2010. GMH, San Carlos, 357. 50. Taller de gestores de memoria, San Carlos, 2010.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica La fuerza testimonial de las memorias de las alianzas se ofrece como una contranarrativa a los relatos dominantes que estigmatizan a campesinos, pobladores urbanos, jvenes, lderes y jueces como instigadores de su victimizacin o asociados con la subversin. La seccin sobre estigmatizacin abordar este tema. Habitantes de la misma regin recordaron tambin que en celebraciones como las del da de los nios, la Navidad o el n de ao, los paramilitares establecieron nexos, canalizaron y administraron recursos de las alcaldas y municipalidades: l [alias Cadena] le celebraba el Halloween a los nios. Traa juguetes a los nios, tambin el 24, 25 de diciembre. No eran valiosos pero algo es algo. Los mandaba la Alcalda de San Onofre pero l los reparta. Segn l, nunca trabaj en lo armado sino en lo social. Y s, l trabaj en lo social [irnicamente] porque nos hizo ir dos mdicos del centro de salud.53 De otro lado, en algunos testimonios la actuacin de los armados no solo canaliz o sac provecho de los recursos de las administraciones locales, sino que adems ellos complementaban con sus propios recursos las celebraciones, complejizando an ms las redes de colaboracin y relacin con la poblacin civil. Aunque algunas personas arguyen que dichas relaciones con los polticos y funcionarios administrativos locales involucraban presuntos desvos de los recursos, otras sealan que las estas y celebraciones se hicieron con la anuencia de los funcionarios locales y acudiendo tanto a los recursos legales como a los de los paramilitares. Otros testimonios recuerdan que, en momentos concretos de amenaza y despliegue de hechos de violencia, los paramilitares explicitaron su respaldo a determinados polticos locales y cmo a travs del uso de la violencia muchas personas se vieron obligadas a votar, incluso en localidades ajenas a la propia. El resultado de este tipo de acciones fue la cimentacin de los poderes de los polticos cmplices y la persecucin de aquellos que se oponan o no daban su respaldo.54
53. Entrevista #6, conversacin con hombre y mujer lderes, Sucre, 2010. GMH, Mujeres y guerra, 112. 54. A este respecto, pueden consultarse las investigaciones de Claudia Lpez (2010) y Mauricio Romero (2007). La desbordante cantidad de procesos iniciados en diferentes jurisdicciones y de decisiones judiciales proferidas sobre lo que se ha convenido en llamar la parapoltica es tema de anlisis en el captulo sobre Guerra y justicia de este mismo informe. Claudia Lpez, Y refundaron la patria. De cmo maosos y
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Memorias: la voz de los sobrevivientes Ac lleg Cadena con el candidato a la alcalda Nelson Estn. Lo mont en una tarima y dijo: El que no vote por l, ya sabe; es tan, tan, tan! [emulando el sonido de la pistola].55 Todos los hombres ac fuimos obligados a votar por Carlos Gmez, por lvaro Uribe, nos hicieron ir hasta las islas de San Andrs, ac todo el mundo, incluidos los muertos fueron obligados a votar.56 Por ltimo, las complicidades se describen tambin como colaboracin abierta y directa, ya sea porque son los poderosos locales los que traen a los grupos armados o porque les permiten el uso de sus tierras y ncas para ejercer el terror. Las memorias de los lderes de la Asociacin Nacional de Usuarios Campesinos ANUC sobre la recuperacin de tierras durante las dcadas de 1970 y 1980 en la costa caribe hacen referencia a estas formas de colaboracin con militares, narcotracantes y paramilitares, y mencionan cmo esto facilit el asesinato de numerosos lderes campesinos: [] creo que son los Tulena, que estn muy compinchados con esta base militar y haba en la nca La Rioja y desde ah le disparaban a uno.57 Empieza lo que nosotros decimos, la primera presencia de manera directa del paramilitarismo; los terratenientes comenzaron a contratar matones a sueldo y comenzaron a matar selectivamente dirigentes campesinos. Aqu estn estas familias muy conocidas como los Mesa, los Mndez; inclusive comenzaron a contratar agentes secretos del Estado, ociales de la
polticos reconguraron el estado colombiano. (Bogot: Random House, 2010); Mauricio Romero, ed. Parapolitica. La ruta de expansin paramilitar y los acuerdos polticos. (Bogot, Corporacin Nuevo Arco Iris, 2010). 55. Diario de campo. Entrevista a poblador en el departamento de Sucre, 2010. 56. Diario de campo. Entrevista a poblador en el departamento de Sucre, 2010. 57. Testimonio de hombre adulto, exdirigente indgena, San Andrs de Sotavento, Crdoba, 2010. GMH, La tierra en disputa, 247.
Polica retirados y del Ejrcito, porque eso lo comprobamos nosotros en San Pedro. [] Mataron a Ivn Salgado, mataron a Ramiro Jimnez, mataron a Narvez en El Pial, mataron a tres hermanos Narvez, dirigentes aqu del corregimiento de San Rafael, municipio de Ovejas, a Jaime Narvez y a otro hermano, mataron a dos compaeros de la hacienda Mula, al compaero Alberto Romero en San Pedro, eso fue una cadena as. Mataron a Gary Surez que era de las llanadas de Corozal, mataron a Jos en Betulia y siguieron esas muertes selectivas en toda esa poca de Turbay.58 De esa manera, la memoria de las asociaciones entre polticos, gamonales y actores armados incluyendo a miembros de la Fuerza Pblica registra cmo estas se materializan en formas diversas, lo que concreta una relacin innegable de patrullaje y vigilancia permanente de la vida diaria y entrega respuestas rpidas a cualquier intento de desestabilizar estas alianzas y sus benecios. As lo comentaron mujeres y hombres campesinos entrevistados por la periodista Mara Jimena Duzn en la zona del Carare: [] en muchas ocasiones, los paramilitares patrullaron las zonas en compaa de integrantes del Ejrcito y que eso se haca bajo la anuencia de los polticos y ganaderos del Magdalena Medio.59 Para los lderes de la Asociacin de Trabajadores Campesinos del Carare ATCC , la persecucin contra la Asociacin y sus miembros se explica en parte por la fortaleza de dichas asociaciones. Los relatos dan cuenta del complejo entramado de relaciones e intereses que se mantiene en el tiempo y de la responsabilidad poltica y, en ocasiones, accin directa que tienen estos poderosos locales. La prevalencia de este tejido de alianzas y poderes locales en la vida cotidiana contribuye a implantar un clima de miedo y a cimentar la ley del silencio, como lo anotan los testimonios a continuacin:
58. Testimonio de hombre adulto, dirigente campesino, Los Palmitos, Sucre, 2009. GMH, La tierra en disputa, 250. 59. Mara Jimena Duzn, Mi viaje al inerno (Bogot: Grupo editorial Norma, 2010). Citado en GMH, El orden desarmado, 92.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Nosotros no denunciamos eso porque, por una parte, hubo presiones; por otra parte, nos daba miedo hacerlo... A nosotros nos han dicho: Oiga, que ustedes por qu no demandaban. Pero nosotros nunca pensamos en eso Vea, uno en estas regiones, usted tiene que guardar silencio, porque si usted se pone a hablar o alguna cosa Uno tiene que llevarla Uno lamenta todas estas cosas y eso es muy duro, pero es que en estos pueblos mineros todo se olvida [].60 [] a nosotros nos da miedo hablar porque si no hubiera sido por eso, a uno cuando le mataron su hijo ah mismo se hubiera denunciado Es que yo dur ms de tres aos con ese miedo Entonces, nosotros no pusimos demanda, por miedo y temor... Es que aqu nadie haca nada por las vctimas Por ah despus me mataron a otro, en una cantinita, abalearon un hijo mo tambin. Y yo llegu all y me dijeron que si no iba a hacer la demanda. Y yo les dije: Pero, para qu?, si ustedes no van a coger al que lo bale. Ustedes no van por all. Entonces, para qu, hermano? Eso fue lo que yo les dije [].61 Los testimonios revelan adems la percepcin y reclamo por parte de las vctimas sobre la imposibilidad de lograr que se haga justicia por la constatacin del poder del miedo y el silencio como mecanismos de refuerzo de la impunidad en la que queda gran parte de los crmenes perpetrados. sealan a quienes, queriendo sacar ventaja econmica, incluso de los propios paramilitares o guerrilla, se convirtieron a su vez en victimarios o en vctimas o en ambas. En las narrativas referidas, estas personas se perciben como colaboradores y los relatos describen de qu manera sus acciones tuvieron un efecto sobre vecindades o paisanos. Esta asignacin de responsabilidad que realizan los y las sobrevivientes en sus testimonios muestra las rupturas y divisiones que el conicto genera en la comunidad o localidad. En un contexto de guerra, los tejidos de complicidades, alianzas, lealtades y deslealtades cambian continuamente, as como los modos de colaboracin voluntaria o forzada. Las memorias sobre estas colaboraciones locales les atribuyen responsabilidades en la desestructuracin de la conanza y en los silencios impuestos entre o sobre familias y en las localidades. As lo narra una mujer del municipio de Segovia (Antioquia), quien en su relato sobre la masacre del 11 de noviembre de 1988 reexiona sobre las consecuencias que tuvo el haber identicado conocidos entre los perpetradores de la masacre: Y qu tristeza, porque a uno le daba miedo el amigo. Porque uno no saba si estaba torcido [] o no. Eso se jodi... Yo todava le tengo mucho miedo a la gente.63 Un comunicado de organizaciones indgenas sobre eventos relacionados con la masacre de Baha Portete, en la alta Guajira, maniesta las alianzas que se fueron tejiendo entre paramilitares y miembros de la comunidad para ganar ventaja en la dinmica de las disputas sociales, econmicas y locales: [] deleznable resulta el argumento de las alianzas de nuestros ancestros al que recurren los familiares de Chema Bala [Jos Mara Barros Ipuana] para justicar su accionar, pues en el mismo tapete y nivel ponen dichas alianzas con las tejidas por Chema Bala con los paramilitares. Una cosa son las alianzas de nuestros antepasados en guerra justa, para enfrentar al invasor
63. Testimonio #7 de mujer adulta y desplazada. GMH, Remedios y Segovia, 205.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes espaol y otra, son las alianzas de Chema Bala64 con los paramilitares para masacrar a su propia etnia del pueblo wayuu y para continuar a manos llenas con el negocio del narcotrco. 65 El comunicado enfatiza en la diferencia fundamental que hay entre las alianzas establecidas por el pueblo wayuu en el pasado colonial (con piratas y bucaneros ingleses) para resistir la colonizacin espaola y las alianzas que Chema Bala, hombre wayuu administrador del puerto local de Baha Portete, concret con el paramilitarismo. Las palabras tenan como trasfondo la idea de una guerra que se propone defender a la comunidad de la invasin territorial o de las campaas evangelizadoras del colonizador. Esto se contrapuso a la decisin de Chema Bala y sus colaboradores, quienes atentaron contra la comunidad en aras de obtener un benecio individual (mayores rentas por la actividad del narcotrco). En el golfo de Morrosquillo, varias personas en sus testimonios tambin enfatizaron en aquellos que de una manera similar a Chema Bala facilitaron la ocurrencia de delitos, dieron informacin del contexto local a los paramilitares y se articularon a sus acciones. En este caso se trata de dos mujeres que, si bien no participaron en hechos de violencia, ocuparon un lugar importante como informantes y fueron intermediarias en cobros y sobornos a la poblacin: La gente que sancionaban la citaban en la casa de Eufemia y le cobraban plata [] la ocina de [alias] El Oso en Libertad era la casa de Eufemia []. [Alias] El Oso nunca vino a molestar ac a esta cuadra. Se la pasaba era en la calle de Eufemia.66 De hecho, insisten en que tales acciones, ledas como ambiguas por el comandante paramilitar, llevaron a que nalmente fuera asesinada junto con su hija.67
64. Chema Bala, indgena wayuu y comerciante en el Puerto de Baha Portete fue capturado, juzgado y condenado por los hechos asociados a la masacre de Baha Portete en el 2008. En el 2009 fue extraditado a Estados Unidos, donde cumple una condena de veinte aos por narcotrco. 65. Asociacin Akotchijirrawa de Baha Portete; Organizacion Wayuu Munsurrat, Comunicado Llamamiento a la solidaridad con las vctimas de la masacre de Baha Portete, 2009 en GMH, Baha Portete, 194. 66. Entrevista #5 a lderes comunitarios, Sucre, 2010. GMH, Mujeres y guerra, 103. 67. Entrevista a funcionaria. Diario de campo, Sucre, 2010.
En los testimonios, la otra mujer asociada con la colaboracin abierta con los paramilitares es la duea de un restaurante en Rincn del Mar. Similar a Eufemia, en los relatos se registra que ella ascendi socialmente gracias a su relacin con los paramilitares. En Rincn construyeron un restaurante que se llama Hotel Dorado era donde llegaba la gente. All hacan espectculos gratis, traan pickups, conjuntos, y en el festival de la tanga metan mucha plata.68 Segn los testimonios, ella se encargaba de mandar a arreglar los uniformes de los paramilitares,69 as como de facilitarles informacin sobre los pobladores. El relato sobre estas personas da cuenta de las distintas interacciones que se establecieron en escenarios como Baha Portete y el golfo de Morrosquillo entre los paramilitares y los pobladores, y a la vez seala su responsabilidad en los delitos que facilitaron y las consecuencias que sus acciones y tendencias tuvieron sobre sus propias comunidades. Hay tambin otro grupo de relatos en los que las personas se interrogan sobre si vctimas y personas de la comunidad tuvieron responsabilidad en lo que pas. En El Salado y el Golfo de Morrosquillo, las personas estimaron porcentajes de colaboracin con los paramilitares por parte de una seccin del grupo social o comunidad e incluso debatieron sobre la cantidad de personas o el porcentaje del pueblo que haba prestado una colaboracin a los grupos armados bajo la coercin o sin necesidad de ella. Porcentajes como 5%, 15%, 20%70 aparecan en discusiones que se tornaban acaloradas. Sin embargo, estas narrativas hacen referencia a un tipo muy diferente de responsabilidad a la que se le atribuye a los victimarios o a quienes establecieron una alianza directa con los actores armados, porque en este caso lo que se interroga es si los vnculos voluntarios o forzados que la poblacin tuvo, por ejemplo, con las guerrillas la expuso ms al riesgo.
68. Entrevista #1 a hombre adulto, Sucre, 2010. GMH, Mujeres y guerra, 98. 69. Entrevista a pobladora. Diario de campo, Sucre, 2010. 70. Taller de memoria histrica, Sucre, 2010.
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nos: mis compaeros y yo nos mudamos cuatro das, alquilamos una casa para mudarnos para Libertad porque El Oso dijo que tenamos, y que ay! de quien no asistiera [] entonces era obligacin de que todas las comunidades participaran y la tarea se la encomend a los docentes, porque se supone que el docente es el que lidera las comunidades.73 La insistencia en la viveza del armado (al involucrar a personas centrales en la vida social) se conecta con su capacidad de ejercer la violencia y adems de poner en escena sus deseos y caprichos. Este nfasis narrativo explica cmo hombres en armas como alias El Oso buscaron regular la vida cotidiana, pero tambin comprometer a personas claves en la vida comunitaria con su proyecto de establecer una base social para su dominio y de hacer de este control una fuente de poder, benecio personal y placer. Pero desde este nfasis narrativo, las memorias tambin dan cuenta de las ambigedades y zonas grises, tanto de las colaboraciones forzadas como de las voluntarias, cuando esta relacin ocurre en un ambiente de intimidacin, vigilancia, continuo acoso y/o criminalidad, en el que personas de los pueblos y lderes comunitarios abren espacios para el nuevo grupo armado, guerrilla o paramilitar, y algunos terminan sealando a sus vecindades: Les pas [a los lderes comunitarios que facilitan la entrada de los paramilitares] lo mismo que a nosotros, la comunidad de San Carlos, que en algn momento vio a los paramilitares como los ayudantes, les abrieron una puerta, denunciaron por supuestos [guerrilleros] a los mismos paisanos; gente extraa porque esos paramilitares no eran de aqu, abrieron el espacio: Ah hay cinco, vea que aqu nos quitaron dos concejales, que esto y lo otro Vnganse de donde sea que yo aqu les ayudo, que aqu duermen, que aqu tal cosa, tambin los utilizaron, tambin les pas exactamente lo mismo. Entonces qu
73. Entrevista #25 a hombre adulto, Sucre, 2010. GMH, Mujeres y guerra, 63.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes pasa? Los paramilitares como las guerrillas, cuando la cosa se pone pesada se van y dejan a la gente, que en su momento les ayud, como carne de can [].74 En las memorias, algunas personas ven en esta compleja imbricacin de relaciones y colaboraciones entre armados y pobladores una de las razones por las que fueron victimizados. As lo expresa un hombre en El Salado: Lo que pas aqu fue por nosotros mismos. Si nos hubiramos puesto de acuerdo en no aceptar a ningn grupo armado, como sucedi en Canutalito, pues no nos hubiera pasado.75 Sin embargo, en otras referencias las personas entrevistadas llaman la atencin sobre la coercin que estaba de por medio en dichas colaboraciones y, por consiguiente, en la dicultad para ejercer un juicio moral o atribuir responsabilidades sobre aquellos que se enfrentaron a estos dilemas y circunstancias. Comenta un poblador de Trujillo, Valle del Cauca: [] En esa poca en que andbamos nosotros de ah para ac, claro, el campesino es el que lleva del bulto, unos porque les gusta y otros porque les toca, as de sencillo. Porque llega un grupo paramilitar aqu a la zona, por ejemplo, aqu a Trujillo y pngale la cantidad de muchachos que se van para all. Y al que no le gusta pues le toca. Entonces, uno, gstele o no le guste tiene que colaborar [].76 Este tejido complejo de colaboraciones, traiciones y sealamientos activa profundas desconanzas entre pares comunitarios y refuerza silencios y dudas sobre las responsabilidades de agentes locales en la violencia. Desde esta perspectiva, las memorias sobre las complicidades locales son adems registros de la desestructuracin del orden social y de las bases morales que sostienen la vida cotidiana. Por ello, alrededor de las complicidades y colaboraciones de numerosos personajes de la vida
74. Testimonio de mujer adulta, San Carlos, 2010. GMH, San Carlos, 136. 75. Testimonio #20 de hombre adulto. GMH, El salado, 136. 76. Testimonio #7. GMH, Trujillo, 144.
local se erigen los silencios que cuidan verdades sobre las alianzas, lealtades y traiciones que llevaron a que vecindades, amistades o familiares participaran o permitieran la violencia, y terminaran en lados diferentes del conicto. Como lo indican los testimonios referidos a continuacin, los dilemas y las rupturas que les quedan en la vida diaria a los residentes de municipios como San Carlos y los de El Salado son enormes: Cuando ellos menos pensaron estaban matando [a] sus pares y creo que ah en los jvenes hay una cosa que es impresionante porque ellos saben quin fue y ellos saben quin los mat y la gente sabe; pero ellos saben tambin que eran sus vecinos, que vivan en su vereda, que fueron sus familiares, eso lo saben ellos tambin.77 Cul fue la manera, las ganas que ellos [los paramilitares] llevaron, que cogieron a un muchacho, que ese tipo l tena sus problemas mentales, si l a usted no lo conoca, usted no le sacaba palabra. Entonces como ellos lo conocan, empezaron a preguntarle, y como no les contestaba nada, entonces lo mataron [...]. El pueblo viva intimidado por ambos grupos [paramilitares y guerrillas], porque aj, con tantas armas, tantas armas que ellos tenan, de pronto uno se vea hasta comprometido, porque ellos lo comprometan a uno [].78 Este complejo tejido de memorias y silencios permanece en las comunidades como uno de los tantos legados de la guerra y contribuye a reforzar estigmas y estereotipos que se imponen a aquellas personas que fueron victimizadas o que vivan relaciones complejas en territorios asociados con uno u otro grupo armado.
77. Testimonio de mujer adulta, San Carlos, 2010. GMH, San Carlos, 244. 78. Testimonio #25 de tres hombres y tres mujeres, tres adultos mayores, dos adultos y un joven desplazados, Cartagena, Barrio San Jos de los Campanos. Investigacin sobre El Salado.
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La cacera de seales en el cuerpo se extiende a los modos de vestir, conductas y costumbres de la vida veredal. As lo recuerda otra mujer de El Placer: Por all nos pararon, nos bajaron, nos requisaron. A m me dijeron que me iban a dejar que porque yo tena cara de guerrillera, que yo era partidaria de la guerrilla. Eso me levantaron la blusa, me levantaron la camiseta, me bajaron el pantaln, me revisaron aqu [el hombro] a ver si yo tena seales de cuando cargan el morral, las maletas. A ver si yo tena la boca ajada. A ella [su patrona] no la requisaron tanto como a m, es que yo iba con una sudadera negra y con botas negras y ese era el problema que me montaron a m []. Uno de esos seores dijo: A esas dos viejas psenmelas para ac, para ponerlas a cocinar. Necesito que me haga el almuerzo. Entonces yo le contest: Yo no soy empleada suya. Dijo: Ah!, vos sos como alteradita, como arrechita. Vos sos como guerrillera.81 Las marcas fsicas en el cuerpo se integran con una serie de elementos del ambiente cotidiano, local y diario, que pasa por elementos tan inadvertidos a simple vista como el tipo de atuendo o su color, pero que en escenarios como retenes son ledos por los paramilitares como delatores de guerrilleros: los hombres no podan andar con poncho, no poda andar con botas de plstico. Tena que andar bien forrada la camisa por dentro del pantaln.82 Toda la gente de las veredas coma en el restaurante de El Placer y un da llegaron los paramilitares y a todos los muchachos que tenan botas los cogieron, tambin a un muchacho de pelo largo.83 No se podan usar camisetas negras ni rojas, puesto que eran tonos asociados con la insurgencia84. De esta manera, la edad, el gnero, los modos de actuar y vestir se usaron para estigmatizar a las personas y justicar los abusos cometidos.
81. Testimonio de mujer adulta. GMH, El Placer, 145. 82. Testimonio de mujer adulta. GMH, El Placer, 142. 83. Notas de, testimoniante no identicada. GMH, El placer, 143. 84. Conversacin con maestros. GMH, El Placer, 142.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica De forma similar, las actividades productivas y comerciales fueron recordadas como posibles dispositivos de persecucin y muerte. Un habitante de El Salado rememora la suerte de uno de los comerciantes: [...] todo eso lo tiraron para afuera y decan que Alfonso Mena era la tienda guerrillera, que no le aba una papeleta de caf al pueblo y s se la daba a la guerrilla, y as con todas las tiendas que se encontraron en el pueblo fue lo mismo.85 Las memorias del estigma registran las maneras en que cuerpos y personas fueron humilladas y sus vidas diarias sujetas a constante escrutinio. A la vez, estas memorias resisten al estigma y reclaman el reconocimiento de la inocencia, y su dignicacin: [] yo quisiera que en algn lugarcito de ese libro que ustedes van a escribir, se dijera que mi esposo era un hombre trabajador, buen padre y buen marido, que no era un guerrillero ni un malhechor eso es lo que yo ms quiero y que ojal mis hijos lo pudieran leer y mostrrselo a todos los dems.86 S, eso es muy bueno [la recuperacin de la memoria de las vctimas] porque [...] hay millones de personas que no los conocieron y no saben a qu se dedicaban realmente, y con eso van a saber qu clase de gente eran. La mayor parte se imagina que eran guerrilleros, que eso no es as, que eran personas de bien, trabajadoras.87 En conclusin, el estigma se recuerda como carga y sentencia, es decir, como mecanismo poderoso que signa y culpabiliza a las vctimas. Desde su perspectiva, ellas reclaman verdad y justicia, es decir, procesos que
85. Testimonio #11 de mujer adulta mayor, testigo y desplazada, corregimiento Canutalito, 2009. 86. Testimonios y opiniones de los hombres y mujeres vctimas que participaron en los talleres de la memoria realizados en la regin caribe. GMH, Mujeres y guerra, 363. 87. Testimonio de mujer joven. GMH, Trujillo, 195.
aclaren responsabilidades y limpien el nombre de vctimas y comunidades de las culpas y pertenencias imputadas: Yo espero que se haga justicia en este sentido de que nosotros quedemos reivindicados porque la excusa que ellos sacaron para matarnos a nosotros era que nosotros ramos dizque los jefes de la guerrilla del pueblo cuando en ese entonces nosotros no conocamos un pueblo, ni siquiera haba bajado guerrilla al pueblo ni nada y ellos entraron acusndonos de guerrilleros para podernos matar porque cuando eso estaban pagando por cada guerrillero que mataban. Les pareci muy fcil acusarnos de guerrilleros para matarnos [].88
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Memorias: la voz de los sobrevivientes los que se imputa a sus pobladores el ser parte del patrimonio de un grupo armado. As, las narrativas de residentes en reas en las que la guerrilla o los paramilitares tuvieron un dominio sostenido evocan cmo la comunidad recibe el peso del estigma territorial (de ser un territorio guerrillero o paraco) y cmo esta estigmatizacin se utiliza para justicar la continua victimizacin e imputacin de culpa sobre toda una poblacin, como lo seala esta mujer de San Carlos: No, es lo que yo deca anteriormente, el solo hecho de ser de determinada zona aqu en San Carlos, eso ya le generaba un estigma. Ya lo tenan a uno tildado. Entonces, si usted por ejemplo era de El Choc, Santa Rita, San Miguel, ya usted era un colaborador o usted ya haca parte de un grupo armado; y obviamente, que eso no era as. A nosotros nos toc vivir en medio, nacer y crecer en medio de los grupos armados ilegales, pero uno en ningn momento comparta cosas con ellos.90 Otros testimonios anotan cmo estas relaciones forzadas o voluntarias con los grupos armados fueron cambiando a lo largo de los aos a medida que, por ejemplo, en el caso de El Salado o San Carlos, las guerrillas y los paramilitares transformaron sus repertorios de violencia: Entonces no, igualmente pues la guerrilla como empieza a coger a la comunidad entre la espada y la pared; o sea si usted tiene algn vnculo con el paramilitar entonces es como objetivo militar y si usted tiene algn vnculo con la guerrilla, entonces usted es guerrillero y tambin es objetivo militar. Entonces el rollo es que quiero que quede claro que el vnculo no era de quien necesariamente tena que estar ah, sino por el hecho de usted vivir en una vereda digamos declarada guerrillera entre comillas entonces eso ameritaba que usted era guerrillero o lo sindicaban de guerrillero y si usted tiene una reunin porque los mismos paramilitares lo cogan en la calle y te llevaban a reunir, entonces vos ya ests apoyando al paramilitarismo, entonces eso era entre la espada y la pared, vos no sabes qu hacer,
Comuna 13 de Medelln, Antioquia. Fotografa: Jess Abad Colorado , 2002. 90. Testimonio de mujer adulta. GMH, San Carlos, 269.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica si medio haces algo []. Si un grupo te dice que tens que hacer esto y no lo hacs te mata, y si el otro te dice que no lo haces te mata, o sea, aqu te mataban por lado y lado.91 La circulacin y permanencia de un grupo armado en el territorio justica la imputacin a pobladores como colaboradores de este grupo armado y esta teora desencadena en cada caso las masacres, asesinatos y el desplazamiento de la poblacin. Por ello, el reclamo que atraviesa estos relatos es que se reconozca el peso y las consecuencias que la estigmatizacin de personas y poblaciones enteras tiene sobre ellos. Las memorias del estigma se relacionan de esta manera con las de las alianzas y la complicidad para anotar que el conicto armado desestructur las relaciones locales y llev a que algunos personajes locales se involucraran directamente con las guerrillas, los militares o la inteligencia del Ejrcito. Esto no justica ni hace al pueblo o comunidad guerrilleros o paramilitares. Uno de los costos de una guerra larga y compleja es que profundiza los juicios sumarios basados en generalizaciones fundadas ms en prejuicios que en constataciones empricas. Ac muchos de nuestros lderes fueron asesinados o amenazados. Nosotros sabemos que los lderes tenemos la lpida colgada al cuello.93 Primero me persiguen por ser lder de la comunidad tanto cristiana, como lder comunitaria. Segundo porque era promotora de salud. All en ese sitio mataron muchas promotoras porque decan que ramos las que le dbamos ayuda a la guerrilla.94 [] Mataron a Hctor Malo, mucha gente, dizque porque tenan nexos con la guerrilla. Mataron a Eusebio Velsquez que fue el primer maestro indgena que mataron. Dizque porque era guerrillo. Luego cuando aparecen los paras matan a Ramiro Sandoval.95 Los relatos documentan los repertorios de violencia que operaron contra mujeres y hombres cuyas ideas o trabajos comunitarios fueron asumidos como evidencia de pertenencia a la guerrilla. Este estigma se extiende hacia las organizaciones sociales y comunitarias, a sus acciones colectivas y sus acompaantes espirituales, como lo seala esta mujer en referencia a los hechos y antecedentes que marcaron la violencia en Trujillo: [] eso fue horrible! nosotros no tenamos ningn pensamiento malo, solo era para reclamar por las carreteras; por eso estbamos preparando hacer un teatro, presentar unas danzas, pero fue el ejrcito el que hizo teatro con nosotros. Eso comenz con una balacera de parte del ejrcito... no olvidamos, eso fue muy horrible. Salan tiros por todas partes, nos iban a pelar que porque nosotros ramos guerrilleros. El padre Tiberio abri la puerta de la iglesia para que la gente se refugiara all, porque esa noche cay mucha agua. Prcticamente ah comenz
93. Entrevista #9, 2010. GMH, El Tigre, 45. 94. GMH, Mujeres que hacen historia, 152. 95. Testimonio de hombre adulto, dirigente indgena. GMH, La tierra en disputa, 279.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes lo del padre Tiberio, porque a l lo tildaron de guerrillero, a todos los que ayudaron a esta gente los tildaron de guerrilleros, todo el mundo estaba pendiente de esto, los paramilitares entraron y como necesitaban acabar con la guerrilla entonces aprovecharon ah, y ah fue donde se sembr el terror en Trujillo, todo comenz con la marcha [campesina].96 En el relato, el momento en que se estigmatiza a lderes y a la marcha que organizan marcar el inicio de una larga violencia. Las memorias escritas del Consejo Regional Indgena del Cauca CRIC registran la imputacin de identidades y el sealamiento al que sus lderes y las comunidades indgenas han sido histricamente sometidas: Constantemente hemos sido sealados de pertenecer a la guerrilla, al ejrcito, al narcotrco o a los paramilitares. Siendo vctimas de constantes invasiones ideolgicas (religiones, partidos de derecha y de izquierda, instituciones del gobierno y privadas, ONG, entre otras) que confunden a nuestras comunidades.97 Las sospechas y estigmatizaciones sobre lderes sociales y las organizaciones sociales estn vinculadas al terreno oscuro y complejo que fue descrito en el aparte sobre las complicidades, que fueron exacerbadas y manipuladas para justicar la persecucin sistemtica a lderes y activistas. En las memorias sobre la estigmatizacin, a esta se le atribuye una capacidad de desencadenar la violencia y la represin.
96. Testimonio de mujer adulta. GMH, Trujillo, 201. 97. Consejo Regional Indgena del Cauca, Por la autonoma de los pueblos indgenas frente a los conictos que atentan contra nuestro proyecto de vida (Declaracin de Jambal), policopiado, marzo 23 de 1999. En GMH, Nuestra vida ha sido nuestra lucha. Resistencia y memoria en el Cauca indgena (Bogot: Taurus/ Semana, 2012), 320.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica El registro de estos actos de pervivencia, rescate y resistencia en medio del conicto armado en Colombia es visto por quienes los narran como un deber fundamental en la construccin de la memoria histrica sobre la guerra. La sociedad necesita saber lo que pas. Esto quiere decir que es preciso mantener el registro de la devastacin y explorar el por qu pas, pero tambin el cmo se afront y se resisti. Estas historias no son necesariamente memorias victoriosas, sino, ms bien, memorias que, al reconstruir a las vctimas y las comunidades como sujetos y colectivos que perviven, responden y resisten, cumplen un papel de dignicacin e igualmente de reconocimiento de sus verdades narrativas. cuando los paramilitares entraron al barrio.100 Los gratis y rumores en el relato de los pobladores fueron signos que les advirtieron de lo que vendra: No nos dijeron directamente, pero s empezaron a regar la voz de que iba a haber un sbado negro y un domingo de lgrimas.101 (ver imagen en la pgina siguiente) La circulacin de rumores sobre lo que iba a suceder, los gratis de los grupos armados o las seales premonitorias que recibieron vctimas y familiares aparecen en los recuerdos de los sobrevivientes como seales que les permitieron reconocer el peligro, tomar decisiones y actuar. El reconocimiento oportuno de estos signos requiere de un estado de alerta estratgico102 que hace parte de un repertorio de recursos tcitos a los que se acude para protegerse y sobrevivir, y en algunos casos para mantener distancia o intentar controlar los designios de los actores armados. De una parte estn las seales tangibles que acarrean amenazas o sentencias verbales o escritas, y que requieren de una rpida respuesta. As lo recuerda un dirigente campesino de Ovejas, Sucre: Dan una carta que te dan 48 horas para que salgas de la zona, te vas con tu familia as dejes lo que tengas.103 De otra parte estn las imgenes recurrentes de los gratis que marcan el entorno material con signos de las amenazas y violencia, pero que tambin son ledos como indicaciones de los pasos e intenciones de los actores armados. Para los habitantes de la Inspeccin de polica El Placer en el Putumayo, el momento crtico de la llegada de los paramilitares en el ao 1999 y el inicio de un rgimen de terror fue anunciado con los rumores que se escucharon tras la masacre en El Tigre: Nosotros llegamos y nos
100. GMH, La huella invisible de la guerra, 25. 101. Pilar Riao, Trayectos y escenarios del miedo y las memorias de las personas refugiadas y desplazadas internas, en Poniendo tierra de por medio, eds. Pilar Riao y Martha Villa, 411. 102. Mara Teresa Uribe, Emancipacin social en un contexto de guerra prolongada. El caso de la comunidad de Paz de San Jos de Apartad, en Emancipacin social y violencia en Colombia, eds. Boaventura de Sousa Santos y Mauricio Garca Villegas (Bogot: Norma, 2004), 75-117. 103. Testimonio de hombre adulto, dirigente campesino. GMH, La tierra en disputa, 274.
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Imagen elaborada en taller de memoria desarrollado en la Comuna 13 de Medelln. Fotografa: Corporacin Regin , 2010.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica quedamos; Fuera guerrilleros y colaboradores de la guerrilla; Fuera colaboradores y sapos de la guerrilla; AUC presentes104. En respuesta al rumor, los hombres del pueblo se organizaron para hacer guardias nocturnas, pero este recurso no logr su nalidad preventiva porque los paramilitares llegaron en la maana y los tomaron por sorpresa. De igual forma, las intuiciones y los cambios en el entorno natural conforman otro tipo de signos que presagian o acompaan la violencia. Los afrocolombianos de Bojay, Choc, y de Viga del Fuerte en el Urab antioqueo, fueron testigos de la confrontacin armada entre las FARC y las AUC que desencaden la masacre del 2 de mayo del 2002. En sus memorias quedaron grabadas las seales climticas que marcaron los ritmos del combate: [...] En el da sonaban las pipetas y en la noche eran los truenos... Todas las noches cuando daban las 6 o 7 de la noche empezaba la lluvia, y con esos truenos que tenan como ese mismo sonido de las pipetas, ese mismo sonido tan feo... Luego nos dicen Bueno el ejrcito viene por Napip y hubo una balacera, y ese pueblo qued vuelto nada, y ahora qu? Muy sencillo, conclusin: o se va la guerrilla o nos vamos nosotros.105 [] Lleg la noche y otra vez el aguacero y la tronamenta Es como si el cielo estuviera llorando la tragedia de los atrateos, como si quisiera con las lgrimas de agua limpiar la sangre de tanto inocente que hay aqu [].106 La seal en este caso no se lee para intentar protegerse, sino para conrmar la magnitud y el impacto de lo que pas. Las personas que recuperan estas memorias enfatizan sobre los cambios en el clima para aportar una prueba fctica de los abusos cometidos y para resaltar el drama humano que all tiene lugar. Mediante la caracterizacin de este
104. GMH, El Placer, 108. 105. Testimonio en taller de memoria. GMH, Bojay, 69. 106. Testimonio de lder comunitaria. GMH, Bojay, 64.
paisaje sonoro balacera-lluvia-truenos como feo, o el uso de las guras llora la tragedia y limpiar la sangre, las vctimas valoran estos sucesos como una catstrofe y reclaman la inocencia de quienes murieron. En un mbito ms urbano, los relatos de los familiares de los operadores judiciales que fueron vctimas de la masacre de La Rochela rememoran las palabras, gestos y ademanes que conrmaron sus intuiciones sobre la cercana de la muerte de sus seres queridos. Las palabras dichas por la jueza Mariela Morales a su esposo don Olegario, das antes de partir a la comisin donde habra de morir, son repasadas por l como signo premonitorio de su destino: [] Si yo me muero en la Comisin si alguna cosa me pasa, no se le olvide dejarle a Sergio Andrs a Gloria, mi hermana, y a Nicols se lo deja a mi mam. [] Recuerda Olegario [su esposo] que ella comenz entonces a dar unas rdenes raras y que l solo comprendi despus que estas palabras eran una anticipacin concluyente de los hechos. Dos das antes de irse, Mariela hizo un mercado en las Supertiendas y todava sin haberlo desempacado le dijo a su familia: Para que les dure! Pero adems ese mismo sbado se fue a la boutique de su amiga Esther de Torres a quien le coment con un dejo de humor: Necesito unos jeans porque me voy a una comisin delicada, seguramente para que me maten, voy a estrenar!.107 Este estado de aguda percepcin sobre el futuro, previo a una misin que todas las vctimas reconocan como de alto riesgo, es identicado por los familiares cuando repasan las acciones emprendidas por sus seres queridos. Las palabras dichas y las acciones realizadas quedan como huella de los presentimientos, pero adems perseveran como registro de aquellos actos de ecacia personal,108 mediante los que las vctimas intentaron controlar el destino,109 preparar a sus familias y decirles adis:
107. Testimonio hombre adulto. GMH, La Rochela, 203. 108. Conviccin sobre la capacidad personal de lograr ciertas metas difciles y moldear o afectar cambios. Vase: Kristen R. Monroe, Ethics in an Age of Terror and Genocide. Identity and Moral Choice. (Princenton: Princenton University Press, 2012) 109. Monroe, Ethics in an Age of Terror, 245-247.
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Familia de la jueza Mariela Morales, vctima de la masacre de La Rochela. Curit, Santander. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH, 2010.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Gabriel Enrique Vesga Fonseca estuvo visitado por los malos presagios. Mariela Rosas Lozano, su esposa y quien para la fecha en que parti la comisin haca apenas dos meses que haba dado a luz al pequeo Marlon Andrs, recuerda: ese da antes de irse se quit el anillo se lo dio a mi mam, y le dijo, porque no quiero que me lo quiten si me matan Dijo que no quera que su nombre quedara por ah, la argolla iba marcada por dentro como se acostumbra, la del hombre marcada con el nombre de la mujer y la de la mujer, a m me devolvi la cadena de oro que tena. l me deca Rosas mi apellido es Rosas me dijo: Rosas, est verraca la comisin, qu tal que nos encuentren con gusanos de a metro. 110 usted tena que dar cuenta dnde vivan ellos, si deca, malo y si no deca tambin, porque si deca lo echaban por delante ya la guerrilla, tambin los salvaba a ellos o lo arreglaba. Y as []. Eso era terrible en ese tiempo. Y habamos muchos que de tanto ir, ya lo que hacamos llevbamos caleta, hacamos ranchitos all en la montaa, desocupbamos la casa que tenamos grande y hacamos los ranchitos por all de caa.112 Ante las acusaciones de apoyar al otro bando, como lo enfatiza la narracin, y bajo la presin constante de rendir cuentas de sus paraderos y andares, la poblacin campesina busc lugares donde refugiarse y escapar temporalmente al control agobiante. Estas formas de retirada estratgica ofrecieron proteccin y tcticamente permitieron escapar a las imposiciones e intimidaciones. Los relatos expresan los diversos modos de clculo, subterfugio, refugio y apoyo que les permitieron encubrirse o escapar: Uno tena prcticamente una parte en donde refugiarse. Usted trabajaba ac y entonces uno tena un campamento enterrado para all, y cualquier comentario ah mismo la comida uno sacaba una parte y se la llevaba y la encaletaba all. Cuando ya se vea que vena la tropa cerquita entonces uno coga por aqu, otro por all, y as para no dejar trilla por ninguna parte y de all estaba uno pendiente.113 El campesinado contrarrestaba el escrutinio de sus vidas y los racionamientos del Ejrcito y del MAS con la creacin de refugios que escapaban a este control y que les permitan mantener un estado de alerta y movilizacin estratgica.114 Estas estratagemas de refugio se valoran en la memoria, no solo porque son actos que permitieron la sobrevivencia en tiempos de peligro, sino porque revelan la recuperacin de autonoma y el desafo annimo e indirecto a los controles de los grupos armados.115
112. Entrevista a hombre campesino. GMH, El orden desarmado, 318. 113. GMH, El orden desarmado, 318. 114. Kalyanakrishnan Sivaramakrishnan, Some Intellectual Genealogies for the Concept of Everyday Resistance, American Anthropologist 107 3 (2005): 346-355. 115. Uribe, Emancipacin social en un contexto de guerra prolongada, 7-8.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes En medio del ambiente hostil, la precariedad y el miedo generado por los paramilitares cuando establecieron un control total sobre el municipio de San Carlos, Antioquia, los pocos habitantes que se quedaron intentaron mantener algunas prcticas cotidianas de reunin para evitar la desolacin y el aislamiento. La habilidad de leer el entorno e identicar el peligro y de manejar la dicultad facilit encuentros para jugar, compartir y afrontar el miedo. En espacios como la calle (al frente de sus casas), la cancha, la plaza y la escuela, a los que los paramilitares les impusieron un toque de queda y prohibieron su uso, los resistentes se encontraban para jugar, compartir y confrontar el miedo. Despus de que el ministro de transporte par la ruta por San Rafael, el pueblo qued muy solo, qued como un pueblo fantasma, solo, solo qued y me toc que la gente despus de las 6 de la tarde, eso no se vea nadie en la calle, el parque, [pero] la gente se agrup, la poca o mucha gente que haba se iba era para el parque, a amanecer [en el] parque [].116 [] Entonces yo nunca me fui por eso, no me fui porque sent que poda como aportar y de alguna forma yo pienso que los que nos quedamos lo hicimos. S yo creo que el mero hecho de salir a la calle en ese tiempo y ver que ah estaban los vecinos, si de una cuadra se quedaron 5 familias (de donde eran por decir 40 casas) entre esas que se quedaban se haca compaa y se creaban esos espacios de encuentro, as se soportaba.117 La poblacin campesina de Buenos Aires en San Carlos sobrevivi durante uno de los periodos con mayor nmero de desplazamientos en el oriente antioqueo (2002-2003). Este tiempo coincidi con la masacre de El Choc, perpetrada por paramilitares del Bloque Metro, y la masacre de Dos Quebradas, perpetrada por las FARC. Gracias a la ubicacin de lugares estratgicos en el monte que les permitan escapar al hostigamiento de la guerrilla y los paramilitares, el campesinado logr resistir.
116. Testimonio de hombre adulto. GMH, San Carlos, 305. 117. Testimonio de hombre adulto. GMH, San Carlos, 305.
Una memoria ilustrativa de sus tcticas de sobrevivencia es narrada por uno de sus lderes: Entonces pues nosotros bregando a resistir. Ya en el 2003, nalizando 2003, ya no ramos capaces de resistir, hubo una poca de diecisis das, que fue la ltima, que nosotros guardbamos panela, el otro guardaba el arrocito, los otros guardaban de todo alguito: panela y pollitos los que se salieron nosotros como a los conejos, sembrbamos bastante yuca, 2.000, 3.000 palos. Entonces por todos los pies salamos con las guaduas y arrancbamos con yuca para el rastrojo a comer all; hacamos de comer a las tres de la maana, de las dos de la maana a las cinco de la maana, de ah en adelante apague el fogn porque eso era ese voleo de candela por ah, de tierra. Como estbamos en el can, por ah no bajaba nadie ni ningn grupo armado lleg a ir por all. Como nos hacamos era por el agua y en el da no hacamos de comer y los nios bregbamos a que no lloraran, de todas maneras como que mi Dios nos ayuda.118 El narrador le otorga sentido poltico a las estratagemas de sigilo y cuidado que utiliz esta colectividad cuando las identica como formas de bregar a resistir. Es decir, su recuerdo le conere coherencia a los comportamientos que en aquellos momentos llevaron a la poblacin al lmite, y que el testigo incluso compara con los de los conejos. Estas son formas de adaptacin en resistencia a los poderes y designios de los paramilitares y guerrillas.119 Los residentes de zonas urbanas como la Comuna 13 comparten tambin esta forma de narrar la guerra, y evocan con detalle sus modos de refugio durante las confrontaciones entre las milicias urbanas y los paramilitares:
118. Testimonio de hombre adulto. GMH, San Carlos, 295. 119. Ponciano del Pino H., Familia, cultura y revolucin. Vida cotidiana en Sendero Luminoso, en Historizar el pasado vivo de Amrica Latina, ed. Anne Protin-Dumon (Santiago: Alberto Hurtado, 2007), consultado el 20 de mayo del 2013, http://www. historizarelpasadovivo.cl/downloads/delpino.pdf.
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Ritual por la vida en la Iglesia de Bojay - Choc, seis meses despus de la masacre. Fotografa: Jess Abad Colorado , octubre del 2002.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes Fueron muchos hijos de compaeras que bajaban desplazados buscando refugio, incluso mi casa es como un stano, ah dormamos hasta quince personas, tenamos cobijas en el piso y bajaban de arriba pidiendo la ayuda. Entonces nos metamos todas ah mientras amaneca para poder ir a buscar refugio en el restaurante o en el colegio La Independencia. A un grupo de varias seoras que fueron salidas de all, les quemaron los ranchitos.120 Las personas en sus relatos dan testimonio del ingenio que exigieron estas estratagemas y del sentido protector y recuperativo que tuvieron los espacios de refugio. Los testimonios ilustran tcticas para rehabitar los espacios pblicos destruidos y los actos mediante los que buscaron quitarles su encadenamiento como sino de guerra. Las memorias del refugio evocan los actos y rituales de recuperacin y limpieza del territorio. As, algunas comunidades intentan reconstruir sus rutinas y trabajos, y buscan reparar los efectos de las violencias sobre sus vidas. El retorno de los habitantes de Bojay cuatro meses despus de ocurrida la masacre estuvo acompaado de una misa y un ritual. A travs de la danza de los jvenes sobrevivientes, en conjuncin con el fuego, la msica y la limpieza del lugar con agua bendita, se restaur a la iglesia como lugar protector, y se fortalecieron los espacios para la elaboracin del duelo: El padre Antn, lder espiritual de la comunidad, conmemor con ellos el retorno de los desplazados delineando en el piso de la iglesia un croquis del Choc con 119 velas. Esa noche, adems de orarle al nio Jess y a la Virgen Mara, invocaron la proteccin de Chang, dios africano de la guerra y la fecundidad.121 En estas narrativas se resalta adems que se sobrevive, no solo por la recursividad y valenta de las vctimas, sino tambin gracias al refugio y la
120. Taller de memoria, testimonio de mujer adulta. GMH, La huella invisible de la guerra, 31. 121. GMH, Bojay, 293.
valenta que otros solidarios les proporcionaron. Estos actos individuales o colectivos de ayuda y proteccin son el tema de la siguiente seccin.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica se entraron los paracos; profe no siga Yo iba con otra profesora, yo qu haca, yo dije, yo tengo que entrar124. El profesor continu su camino a pesar de las advertencias de la seora. A los pocos minutos, los paramilitares lo pararon y lo sometieron a una requisa minuciosa, lo que le gener un profundo temor. Finalmente lo dejaron seguir su camino, pero el riesgo permaneci latente porque en el parque del pueblo, hacia el cual se diriga, estaban los paramilitares separando y llevndose a los hombres. Una familiar que lo vio pasar recurri a una estrategia diferente para impedir que el profesor llegara hasta el parque: [] Yo segu por la calle que da del hospital al parque, cuando iba ms o menos por donde mi to Arnolfo, sali la esposa y me dijo, Por Dios para dnde va usted con esas botas?125, y yo Necesito ir a la emisora y tengo que ir al parque. Y me dijo Nada, usted se me entra para la casa, se me cambia esas botas, se las quita, y no se va para ningn parque, se me va para la casa, y yo Y por qu?, Y ella: Es que ese parque est miedoso, quiere que lo maten?.126 Vecinos, paisanos o personas annimas ayudaron con advertencias sobre el peligro, con informaciones breves e incluso, como en este caso, con rdenes. Mediante estos actos de bondad, una persona o grupos enteros pudieron protegerse y salvar sus vidas. En momentos de caos y terror, estos gestos de ayuda rescatan el sentido de humanidad y solidaridad.127 Durante la masacre de Baha Portete en La Guajira, varias familias se escondieron por dos das en los mangles de la baha, hasta que unos pescadores les dieron agua y comida y los llevaron a otro lugar. Durante esta misma masacre, la maestra del pueblo y su hija se salvaron gracias al mensaje que les transmiti un vecino. Quienes ayudan son, en ocasiones, personas conocidas con las que regularmente se intercambia
124. Testimonio de hombre adulto. Taller de memoria, San Carlos, marzo del 2010. 125. Como se explic en el acpite sobre la estigmatizacin, atuendos como las botas eran con frecuencia utilizados como prueba fctica de que se era guerrillero. 126. Testimonio de hombre adulto. Taller de memoria, San Carlos, marzo del 2010. 127. Jacques Semelin, Claire Andrieu y Sarah Gensburger, Resisting Genocide. The Multiple Forms of Rescue (Nueva York: Columbia Universtiy Press, 2011).
informacin, pero tambin estn aquellas que actan de manera annima. As lo recuerda un joven de la Comuna 13 de Medelln: [...] Como al ao, yo volv al ao... cuando un da por la tarde son el telfono y yo contest: Parce, brase que van por usted, vyase como sea, vyase, es mejor que se vaya, que a m tambin me toco venirme. Y yo: Cmo as!, No, no, vyase con lo que tenga, como pueda.128 Estas acciones tuvieron lugar en momentos en que las relaciones entre los mismos vecinos haban sido profundamente afectadas por las desconanzas generadas a partir de la colaboracin de algunos de ellos con los agentes armados, o de la consagracin de alianzas que les permitieran obtener benecios polticos o econmicos. El registro en la memoria de estos actos humanos hace parte de un lenguaje que intenta reconciliar el sufrimiento y sobrevivencia personal con un tejido de relaciones colectivas que tambin ha sido duramente afectado por las complicidades y colaboraciones referenciadas anteriormente.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes En esa poca, mediados del ao 2000, llova mucho, el barro llegaba y an lo hace hasta las rodillas, pero nada de eso impidi que se organizara una gran marcha al nido de los paracos. A las seis de la maana se emprendi la caminata, eran cerca de 200 mujeres que se apoyaban las unas a las otras para no caer a los charcos de agua en la carretera, que como siempre estaba inservible. El sitio al que iran estaba lejos, deban pasar por una poblacin llamada Guasimal, controlada por paramilitares. [] Mi madre iba diciendo a las mujeres que no demostraran miedo, que ellos no podan ser tan tontos para matar a tantas mujeres. [] Cuando el terrible comandante estuvo enfrente de las mujeres, les pregunt qu buscaban, y ellas respondieron en coro: A nuestros hijos!.129 Horas ms tarde las mujeres regresaron al Valle Encantado con sus hijos. Una parte de estas narrativas hace referencia a los actos de valenta mediante los cuales mujeres y hombres enfrentaron de manera organizada o espontnea a los victimarios. A travs de estos actos, la poblacin busca alterar los designios e intenciones de los victimarios. En algunos casos, su desaante accin ha sido exitosa. Tal es el caso de las mujeres del Valle Encantado, en cuyas memorias se reconstruye este evento como ejemplo de la resistencia y capacidad de accin colectiva. Su desafo lleg al punto de interpelar al comandante, y amenazarle con que no se iran hasta recuperar a sus hijos. De manera similar, las mujeres en El Placer intercedieron por aquellos hombres que estaban detenidos para rescatarlos de la situacin en que se encontraban. Ellas capitalizan sobre la percepcin local de la guerra como un espacio masculino para desarrollar su propia capacidad de maniobra: Esta tarea no solo la cumpli la abuela Noem: tambin otras mujeres intermediaron en las decisiones de los armados sobre la vida de los pobladores: A los hombres les tiraban ms feo, entonces uno se enfrentaba, con miedo, pero les enfrentaba.
129. Testimonio de mujer adulta. GMH, Mujeres que hacen historia, 44.
Nos sabamos reunir entre varias para ir a que [soltaran a] los detenidos.130 Los intentos de rescate o de cambiar la voluntad de los actores armados no siempre fueron exitosos. Su registro en la memoria, sin embargo, redime los recursos a la palabra, las negociaciones cara a cara y los intentos valerosos que, en situaciones extremas, madres, mujeres y hombres emprendieron para liberar a sus seres queridos de un destino adverso o fatal. Estos actos tienen un carcter extraordinario y constituyen formas especcas de resistencia civil que se comprometen con la vida o el destino de las vctimas, en oposicin a los proyectos de los actores armados. Una mujer de Trujillo recuerda cuando ella y otras madres y padres encararon a guerrilleros que estaba reclutando a jvenes y nios: [] Cuando fue entrando el grupo de la guerrilla se fue complicando todo. [] Cuando yo bajaba a La Sonora, vea a mi hijo all y le preguntaba: Usted qu est haciendo ac?. No, ac conversando con ella. Y qu est conversando? No, cosas personales. Usted no tiene por qu estar conversando, porque usted es menor de edad. Si ustedes van a incluir a mi hijo en algo raro yo voy a poner el denuncio. Si usted va a poner el denuncio la mandamos matar con toda su familia, as fue la amenaza. Me dio rabia, a m no me import que fuera guerrilla, no tienen por qu conquistar a mis hijos. Mi hijo no haba completado los quince aos. Yo no acepto eso, yo voy a hablar con el jefe. [] entonces nos fuimos todos los padres de familia y sabe qu hicieron? amenazaron a nuestros hijos: si ustedes no se vienen con nosotros, sus paps se mueren. [] Llegaron esos seores y me dijeron: Buenas, buenas; Sigan. Necesitamos conversar con usted, usted como que se rebel? No, es que a m me da rabia, imagnese, unos muchachos tan pequeitos que los vayan a obligar, es que no se justica. Uno saca la cara por sus hijos. Uno no quiere perderlos. Ustedes son un
130. Testimonio de mujer adulta. GMH, El Placer, 316.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica peligro; No, es que nosotros estamos formando una escuela. [] Bueno, eso se fue as, se los llevaron.131 Los diferentes intentos de esta mujer por rescatar a su hijo no lograron alterar los designios guerrilleros y tropezaron con la inexibilidad de los armados. Su relato, sin embargo, recupera la capacidad de respuesta con la cual negocia con los guerrilleros, mientras aduce razones de peso fundamentadas sobre un sentido de rectitud moral. De la misma manera, las mujeres de Chengue en el departamento de Sucre, durante la masacre perpetrada por las AUC el 13 de febrero del 2001, acudieron al recurso de la palabra y a la proteccin fsica de sus hijos para salvarles la vida. Si bien ellas no lograron parar la masacre, defendieron y rescataron a sus hijos del destino fatal: En el 2001, el 17 de enero, pues algo enmarcable, algo que no se va a borrar de las mentes, fue la masacre de Chengue, el lugar donde ocurri fue en la Plaza Principal de Chengue, eh.., los autores fueron los paramilitares, pues fue algo, algo demasiado atroz por decirlo as, porque hubieron unas muertes muy feas, donde en poquitas palabras les voy a decir que reunieron a la gente en el parque, o sea, a los hombres y a algunas mujeres, porque el que logr salir, escapar, pues se fue [] En ese plazo de tiempo, pues, llevaron a los hombres, haban nios de 1214 aos, eso s logramos defenderlos como pudimos para que no les hicieran nada, sin embargo los pateaban, despus de ese momento que ya mataron la gente nos mandaron a una casa y empezaron a quemar, a quemar, a quemar las [otras] casas.132 El rescate de la dignidad mediante el trabajo de la memoria se revela en este testimonio con el uso del calicativo enmarcable referido a la masacre, y tambin en las acciones emprendidas por las mujeres. De la misma manera en la dcada de 1970, otra mujer, Magola Gmez, tambin lideresa social y esposa del dirigente liberal Germn Gmez Pelez,
131. Testimonio de mujer adulta. GMH, Trujillo, 166-167. 132. Testimonios de lideresas campesinas. GMH, La tierra en disputa, 349.
quien fuera el primer secuestrado de Montera, acudi a campesinos conocidos de veredas para recuperar el cadver de su esposo asesinado por la guerrilla del Ejrcito Popular de Liberacin EPL: A Germn lo secuestran el 5 de mayo y lo matan el 9 del mismo mes, y lo enterramos el 12 porque a l lo mataron por los Llanos de Tigre, entre los lmites de Crdoba y Antioquia [] queran enterrarlo en la montaa y yo cog el micrfono de la emisora y llam a los campesinos de Montelbano, de San Francisco del Rayo, y les dije: Compaeros, acaban de asesinar al lder Germn Gmez Pelez, y el Ejrcito quiere enterrarlo en las montaas del San Jorge. Yo les pido que lo saquen a San Francisco del Rayo, tomen una hamaca, chenle cal al cadver y triganlo ustedes a San Francisco del Rayo.133 Los sobrevivientes de la masacre de Bojay evocan otra forma de rescate humanitario que ocurri en medio de las atrocidades de la guerra. La poblacin recuerda los esfuerzos extraordinarios del prroco de Bellavista para llevar a los sobrevivientes a la orilla del ro y escapar en lanchas: [] A eso sale el padre Antn, que l estaba adentro en la iglesia sale as por todo el agua, arriesgando su vida a que le cayera una bala, y movilizando la gente a que todo el mundo nos furamos en un bote rumbo para Viga [del Fuerte], para nosotros poder salvar la vida, porque le digo que si no hubiera sido por el padre Antn nosotros nos quedamos en Bellavista y la guerrilla acaba con todo el pueblo entero eso ah todo el mundo no tuvo que ver ni por sacar plata, ni por sacar lajas, ni por sacar comida, todo el mundo se fue apenas con el cuerpo, y con los brazos bogando en un bote grandsimo, porque ni los remos se pudieron cargar [].134
133. Testimonio de Magola. GMH, Mujeres que hacen historia, 61. 134. Testimonio de hombre anciano. GMH, Bojay, 61.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes En estos testimonios en los que las protagonistas son, en su mayora, mujeres que actan como madres, esposas y lderes para lograr la liberacin de las personas detenidas y la recuperacin de cadveres, se resalta su ingeniosidad y su hbil manejo de la palabra y las redes organizativas. El objetivo ltimo de quienes intervinieron con actos humanitarios era cambiar el curso de lo que parecan designios o decisiones inamovibles de los agentes armados. Las memorias adems rescatan cmo mujeres, hombres, madres, padres o vecinos no sucumbieron frente a la barbaridad de las acciones de los victimarios, ni frente al poder de sus armas. Por el contrario, las vctimas acudieron a la palabra, a los recursos simblicos o incluso a la defensa fsica para proteger a sus seres queridos y para intentar alterar la situacin.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica ro con el estmago abierto, los cosimos con una aguja capotera y les metimos los intestinos, fuimos cuatro mujeres.135 Reunimos todos los cadveres y los llevamos a la plaza de mercado. Autoridades ninguna, la inspectora que haba en ese tiempo viva en otra vereda. Luego vino el cuerpo de bomberos, la Cruz Roja y la inspectora de La Hormiga, pero no vinieron ni la polica, ni los jueces, ni los scales. Entre los ms valientes nos dimos en la tarea de arreglar los cadveres, de coserlos, para entregarlos a las personas que quisieran llevarlos.136 Las brutales acciones de los paramilitares durante la masacre y la disposicin de los cadveres en los dos lmites del pueblo llevaron un mensaje claro de intimidacin a la poblacin. En este escenario de profunda desolacin, muerte y amenaza, pero particularmente bajo la orden de permanecer en silencio, el rescate de los cuerpos del ro constituy una accin de desafo annimo de gran valenta, como bien lo caracteriza una de las lderes del pueblo. Frente a la determinacin de los paramilitares de descontinuar el pueblo, el relato de estas mujeres enfatiza su coraje. Su determinacin de no dejarse destruir y su empeo por restaurar la dignidad de los cuerpos ultrajados les permite a otros hacer los trabajos del duelo y los rituales funerarios. Ellas se convierten de esta manera en justas restauradoras de la dignidad de los muertos y en facilitadoras del duelo. Este proceso silencioso en el que se reparan los cuerpos es tambin un proceso de reparacin social para continuar con la vida diaria y adems, como dice una de las lderes, constituye una accin de memoria. De manera similar, los relatos de algunos sobrevivientes de la masacre de Bojay sobre los momentos caticos que siguieron al lanzamiento de la pipeta de gas que cay en la iglesia de Bellavista recuerdan a Minelia.
135. Intervencin en taller de Memoria Histrica con gestores de memoria, Ccuta, 2011. 136. GMH, El Tigre, 30.
Esta mujer que padece una enfermedad mental, permaneci da y noche en la iglesia y en la casa cural cuando ocurri la masacre. All, junto con las hermanas misioneras y algunos lderes de la comunidad, ayudaron a los heridos y cuidaron de los muertos: Minelia fue la enfermera. Ese da despus que ya pas todo, que explot la bomba y todo, yo no pude correr, me toc quedarme ah con la hija ma y entonces se ajust un sol muy fuerte, y esa iglesia estaba sin techo y yo sin poder caminar. Ella ayudaba a todos los que todava estaban vivos y hablaban, y yo le dije: Ay Minelia aydame a llegar a la sacrista y ah verdad me ayud, ayud a mi hija, me alz, me arrastr y me meti all. Yo tena ese dolor tan... estaba sangrando mucho y yo le dije, ay Minelia vaya y me hace una agua sal y me trae y me dijo: ve, aqu no hay sal! y yo le dije: S, en la cocina de los curas. Y de verdad fue, trajo la sal y el agua e hizo el agua sal y me dio para calmar el sangrado.137 Cuando las personas heridas y sobrevivientes pudieron nalmente salir de la iglesia y escaparon a Viga del Fuerte, Minelia permaneci en el pueblo y fue ella quien arm los cuerpos destrozados de quienes murieron en la iglesia.138 Como las mujeres de El Tigre, el trabajo reparador de Minelia les devolvi cuerpo y humanidad a las vctimas. Pero adems, Minelia cumpli un papel cultural central al recomponer los cuerpos, y permiti as el restablecimiento de la comunicacin entre el mundo de los vivos y el de los muertos.139 Esta conexin e intermediacin fue esencial para reparar tambin el lazo que, dentro de los referentes culturales de las comunidades negras del Pacco, debe existir entre estos dos mundos. Los sobrevivientes, al tener que escapar para protegerse, no pudieron recoger a sus muertos, ni cuidarlos, ni ofrecerles los rituales que les permiten su trnsito ulterior.
137. Testimonio de mujer adulta. GMH, Bojay, 62-63. 138. Delma Constanza Milln Echeverra, Ya no llega el Limbo porque la gente bailando est. Prcticas de memoria en Bojay, Choc (Tesis de maestra, Universidad Nacional de Colombia, 2009), consultada el 22 de mayo del 2013, http://www. bdigital.unal.edu.co/8828/1/478187.2009.pdf. 139. Milln Echeverra, Ya no llega el Limbo porque la gente bailando est, 130.
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Minelia Palomeque, Bojay, Choc. Fotografa: Jess Abad Colorado , octubre del 2002.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Por otro lado, en algunos testimonios sobre masacres, ejecuciones o repertorios de terror se evocan las acciones de valenta y decencia y armacin de humanidad que realizaron quienes perecieron. Un sobreviviente de la masacre de Baha Portete da testimonio sobre los ltimos momentos de Diana, una de las mujeres wayuu que fue raptada en la masacre y cuyo cuerpo an permanece desaparecido: Aclaro, antes de matar a Diana, ellos pasaron con ella amarrada adonde el seor que viva cerca de mi casa. l corri a buscarme a decirme que a Diana la llevaban atada los alijunas [forneos, no indgenas], que haca poco haban estado en su casa y que lo haban golpeado con las armas largas pero no lo mataron, porque Diana haba intervenido que lo dejaran tranquilo. l me cont y me dijo que se iba a avisarle a la dems gente.140 Este conjunto de relatos testimonian actos mediante los que mujeres y hombres, jvenes, nias y nios se protegen, forjan solidaridades y rescatan la vida en condiciones adversas. Estas historias dan cuenta de los modos en que las vctimas se comunican y resisten las violencias, y de las valoraciones o juicios morales que anclan las memorias. En estas se reivindican los esfuerzos individuales y colectivos que resignican el sobrevivir como una accin que exige mucho ms que seguir vivo, al tiempo que hacen un reconocimiento a personas cercanas, vecinos e incluso desconocidos y a sus actos de rescate en medio de un entorno de violencia continua. Las memorias rescatan los actos de solidaridad que armaron la humanidad y el coraje de las vctimas y testigos.141 violencia. Estos mecanismos tambin crean espacios de recuperacin y reparacin que permiten continuar con la vida diaria, y representan actos de resistencia invisibles que generan autonoma y solidaridad en las relaciones sociales. A las memorias de acciones bondadosas de quienes se atrevieron a ayudar a otros las acompaan otras memorias de resistencias ms directas y organizadas. Este otro tipo de acciones son situaciones especcas en las que individuos o grupos enteros rechazan rdenes impuestas, responden de manera frontal y se sublevan en contra de sus victimarios.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes las prcticas culturales y actividades sociales que conforman, desde su perspectiva, un aspecto central de su vida social como comunidad, y mediante las que, de acuerdo con otro residente de San Carlos, se resistan estando ah jugando y no importaba qu les dijeran.144 Las narrativas describen en detalle estos aspectos de la resistencia porque constituyen acciones que recuperan y renuevan el tejido social. Estos actos de desobediencia lograron mantener cierta cohesin y fuerza entre quienes decidan transgredir las prohibiciones y quienes, a su vez, interpelaban a los observadores sobre lo que estaba sucediendo: [] Todas las noches en la calle de los bomberos que yo siempre toda la vida viv en la calle de los bomberos nosotros todas las noches jugbamos bingo y pasaban pues la gente armada y nos hacan entrar, pues algunos entraban y mi abuelita nos deca que no nos entrramos ah [], siempre pasaban los armados y hacan entrar a la gente y, como les dije ahorita, mi abuelita nos deca que no, que nos quedramos ah, nos quedbamos ah.145 De la misma manera ocurri en Berrugas, Sucre: En Berrugas prohibieron un espacio en la calle que tenan las mujeres de jugar cartas, entonces ellas seguan jugando y se pasaban por encima la norma, y una mujer segua haciendo la reunin con sus amigas en su casa. Entonces un da lleg el paraco; llega y ella se puso toda nerviosa y deca: Seor Barajas, yo le prometo no jugar ms paracos, y l se ri y dijo: Estas viejas! Se las perdono por esta vez.146 En los dos testimonios se revela tambin cmo las mujeres desobedecieron la orden e instruyeron a otros ms jvenes a que tambin lo hicieran.
144. Testimonio de joven, Taller de gestores de memoria, San Carlos, 2010. 145. Testimonio de joven, Taller de gestores de memoria, San Carlos, 2010. 146. Entrevista a hombre joven. GMH, Mujeres y guerra, 125. 147. Susan Thomson, Whispering Truth to Power: the Everyday Resistance of Rwandan Peasants to Post-Genocide Reconciliation, African Affairs 110 440 (2011): 439-456. 148. Testimonio de hombre joven, lder desplazado. GMH, La huella invisible de la guerra, 208.
Este tipo de actos de insubordinacin en la vida cotidiana requiere un clculo estratgico en la evaluacin del riesgo y, como se evidencia en ambos testimonios, prudencia y habilidad para negociar o practicar un cierto tipo de conformismo irreverente.147 La recuperacin de espacios y lazos sociales debilitados por las rdenes, prohibiciones y acciones violentas de paramilitares y guerrilla busca alterar el sometimiento en que viven la vctimas y crear opciones para el encuentro. En la Comuna 13 de Medelln, los testimonios de los jvenes lderes de grupos culturales resaltan el sentido reconstructor de sus iniciativas. Estos jvenes rememoran la manera como decidieron enfrentar las restricciones para ir a otros barrios o encontrarse en las noches entre los aos 2001 y 2002. Los grupos juveniles organizaron torneos nocturnos para rescatar la noche y confrontar el miedo: Entonces nosotros: Venga, parce, vamos a hacer un torneo por la noche! Y lo concertamos tambin con otros grupos juveniles de otras zonas, con las otras entidades comunitarias y tuvimos como respaldo entonces, por ejemplo, de los barrios y de otros grupos sacaron equipo femenino y masculino y hacamos torneo. Un partido a las 10 y un partido a las 11, y a las 12 de la noche estbamos todava jugando ftbol. Evitando y tratando de que vieran que haba gente en la calle entonces que no se poda como suscitar cosas. Funcion mucho, pues toda la jornada fue llena, fue la gente, la cancha llena, graderas llenas. Entonces la gente se mova y haba un trnsito muy comn, no haba ese silencio de miedo, sino que haba bulla de la gente caminando y los equipos volviendo a los barrios y la gente tambin ah porque les ponamos msica a todo taco.148
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Proyeccin del Colectivo de Comunicaciones de Montes de Mara. Fotografa: Colectivo de Comunicaciones de Montes de Mara.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes Estos actos de quitarle espacio149 a los grupos armados tienen tambin como objetivo la reconstruccin y recuperacin de las prcticas nocturnas de encuentro social en las calles. La estrategia de tomarse el espacio de la noche y las canchas constituy un acto, tanto de confrontacin como de desobediencia indirecta, que infortunadamente no pudo ser mantenido cuando la violencia se agudiz en el 2002.150 En la regin de Montes de Mara, el Colectivo de Comunicaciones Montes de Mara Lnea 21 trabaja con radio, video y televisin comunitarias desde 1994. Con sede en Carmen de Bolvar, el Colectivo lanz la iniciativa del cine club itinerante en los momentos ms lgidos de la confrontacin armada, cuando estallaron simultneamente cuatro bombas en el Carmen de Bolvar. El miedo generado por los hechos de violencia dej las calles y los espacios de encuentro vacos como rememora una de las gestoras de esta iniciativa: Cuando empez toda esta situacin en la regin y se puso negra la noche, nosotros pensamos en crear una luz en esa noche y se nos ocurri hacer el cine itinerante la Rosa Prpura del Cairo, despus del ao 2000 y de la masacre de El Salado, cuando nadie sala de noche. Empezamos a recobrar el espacio pblico y a decirles a los violentos que no nos iban a meter miedo. Por eso hablamos de re-existir y lo hacemos a travs del cine. Esa herramienta para el cambio social nosotros la inventamos en la regin. Tenemos hace dos aos y medio el proyecto de memoria histrica y tambin con otros aliados hemos inventado Comunicacin, Memoria y Territorio.151 Las personas que emprendieron el cine club recuperaron con esta iniciativa el control de la noche, y conjuraron el miedo defendiendo un espacio social emblemtico. Salir a la calle otra vez para reunirse y ver
149. Clemencia Rodrguez, ed., Lo que le vamos quitando a la guerra. Medios ciudadanos en contextos de conicto armado en Colombia. (Bogot: Centro de Competencia en Comunicacin para Amrica Latina, 2008). 150. GMH, La huella invisible de la guerra, 205-206. 151. Intervencin en Taller con gestores de memoria, Ccuta, 2011.
pelculas abri espacios protectores de la vida comunitaria y desde los que tambin se comunicaba el rechazo a los actores armados. Los lderes del Proceso de Comunidades Negras PCN en el Pacco, acompaados por organizaciones sociales nacionales e internacionales, han realizado recorridos en los cuales reconocen y dan testimonio de hechos de violencia e injusticia histrica. Gracias a stas, los integrantes del PCN han mantenido viva una historia de resistencia que reconoce huellas territoriales y conecta sus luchas presentes con la memoria histrica de la esclavizacin. Los recorridos, en palabras de uno de los lderes, no buscan simplemente una visibilizacin y reconocimiento, pues ellos tambin estn buscando testimonios de esos horrores ms all del reconocimiento.152 Prcticas como la de caminar el territorio y la celebracin de conmemoraciones (por ejemplo la de la muerte del ro Anchicay), demuestran formas de resistencia que resignican el territorio mediante actos ceremoniales de limpieza: Nuestros ancestros tienen que proteger y limpiar los lugares donde las masacres ocurrieron, desde ah comienza su reconstruccin.153 Estas prcticas constituyen otras formas de resistencia civil ancladas en la defensa y recuperacin del territorio.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica acciones para encarar a los actores armados con el n de oponerse a sus arbitrariedades y atropellos o al dao que causan sobre el orden y las relaciones sociales cotidianas. En el testimonio que sigue, una lder del Valle Encantado en Crdoba narra su oposicin directa al intento de un paramilitar de degollar a un joven: [] Nos jodieron ac a nuestros hijos, porque cuando yo vi que el hombre cogi al muchacho, le quit la gorra, yo lo vi que en seguida pa!, le puso la mano en la rula [machete], y se le transform la cara. Yo dije: -Ya este muchacho, a lo que ese hombre le venga a mochar, le mocha la cabeza, mnimo lo van nos van a matar a toditos aqu, enseguida me par yo y le dije al hombre: Mire seor, un momento, usted dice que tiene orden de venir aqu a buscar a alguien porque hubo una pelea. Mire, djeme decirle a usted, los problemas internos de nosotras aqu en esta comunidad, los resolvemos nosotras, porque tenemos la autoridad y tenemos un comit para eso, para resolver nuestros problemas.154 La descripcin en este relato revela el carcter frontal pero tambin delicado, inteligente y dctil de su estrategia. En otra situacin similar ocurrida en la misma comunidad, la lideresa encar a los agentes armados y les instruy sobre cmo deban comportarse. As lo recuerda su hija: Uno de los hombres armados empez a caminar entre los jvenes, se busc en sus bolsillos y sac unas tijeras con las que pretenda cortarles el cabello a los chicos, que ya estaban de mal genio y no se iban a dejar tan fcil al ver la reaccin de ellos. Mi madre le dijo al hombre: Me parece que esa no es la mejor manera de llegarle a la gente, s que ustedes tienen intereses polticos a futuro. Esta es la gente que puede votar por sus propuestas, pero no creo que quieran si les imponen este juego. Adems, la Constitucin Poltica de Colombia dice que la gente tiene derecho al libre desarrollo de la personalidad y
Marcha en silencio de organizaciones de mujeres y de jvenes, Comuna 13 de Medelln. Fotografa: Jess Abad Colorado , noviembre del 2002. 154. Mujer adulta, campesina desplazada y lideresa. GMH, La tierra en disputa, 328.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes eso implica llevar el cabello como se les antoje. Si ustedes estn enseando normas, deberan empezar por las que se encuentran en la Carta Poltica. El hombre qued perplejo al escuchar esas palabras; en los imaginarios de esos grupos est el que la gente es bruta e ignorante y fcil de embolatar. El hombre dijo: Perdn seora, no saba que era abogada. Ella le dijo que no era abogada, que simplemente era una ciudadana que conoca y acataba las normas de su pas. El comandante dijo que le pareca muy bien que la gente resolviera los problemas, pero advirti que si se armaba una ria, ellos intervendran, y al quedar sin argumentos, se march junto a sus hombres. La comunidad descans al verlos ir, pero lo peor estaba por venir.155 Esta mujer crea una situacin de interaccin con los actores armados, los aconseja como persona mayor y sabia, y de esta manera, subvierte la lgica punitiva y letal del orden armado. Su estrategia es efectiva porque los actores armados no esperan este tipo de desafo en el que ellos son tratados como menores aconsejados y orientados, y en medio de su perplejidad se retiran. En estos entramados de coercin, violencia y respuesta social, fueron las personas lderes de la comunidad quienes confrontaron y lograron mantener un rechazo frontal a las acciones de los actores armados. Pudieron echar mano de varios recursos de palabra, capital poltico y accin para negociar e incluso tomar a los actores armados por sorpresa.156 Este tipo de estrategia de negociacin es recordada en las narrativas porque supone un arriesgado clculo susceptible de errores. Un error mnimo podra llegar a producir una respuesta o retaliacin an ms violenta. Las tcticas negociadoras demuestran tambin una gran capacidad de evaluacin del espacio poltico o emocional en el que las vctimas de la coercin pueden actuar para comunicar de manera subrepticia o abierta su desacuerdo. Es decir, el recurso a la negociacin o confrontacin cara a cara exige una lectura de la situacin, de los interpelados y del riesgo involucrado.157
155. GMH, Mujeres que hacen historia, 42. 156. GMH, San Carlos, 313. 157. GMH, San Carlos, 313.
As lo evidencia otra accin de resistencia en la que algunas personas se opusieron a que, por orden de las FARC, todos los habitantes del municipio de San Carlos incluyendo nios, jvenes, adultos, mams, paps, discapacitados,158 fueran llevados hacia una va que conduce a la ciudad de Medelln para bloquearla. En el transcurso de la reunin algunas personas interpelaron la orden de la guerrilla: Logramos que solamente iban hombres y mujeres de tal edad a tal edad, logramos que no fueran nios ni discapacitados, o sea fuimos cediendo, la guerrilla nos fue cediendo en muchas cosas [].159 Las narrativas de lderes y activistas sociales vinculados a movimientos cvicos o campesinos rescatan tambin las tcticas de accin que utilizaron principalmente las mujeres para protestar y molestar a los actores armados. Con estas acciones buscaron presionar y alterar la situacin en la que se encontraban. Las numerosas historias de resistencia de las primeras generaciones de mujeres vinculadas a la Asociacin Nacional de Usuarios Campesinos ANUC incluyen los recuerdos de las tomas de tierras, las intervenciones del Ejrcito y la Polica, las detenciones, la desobediencia civil de mujeres y nios, y sus liberaciones: Otro da lleg la Polica y nosotras gritamos: Nadie va a correr! Lleg, nos quem los ranchos y nos llevaron presas, con ollas y pelaos. Ellos iban llorando. Por el susto les dio diarrea... Cuando llegamos a la Alcalda, con ese calor, nos encerraron a varias en un calabozo. Afuera quedaron otras mujeres con los pelaos [nios] enfermos Como, pese a la jarana, no nos queran soltar, mandamos a las compaeras que se subieran con los pelaos a la ocina para que le cagaran la ocina al alcalde Al poco rato nos dejaron en libertad... Nosotras pedimos que nos devolvieran las ollas y los machetes y les dijimos: Maana los esperamos por la tierra. Ya les estbamos perdiendo el miedo.160
158. GMH, San Carlos, 316. 159. Entrevista con hombre adulto. GMH, San Carlos, 316. 160. GMH, Mujeres que hacen historia, 134.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Esta forma de protesta y desobediencia civil apela a otros recursos fsicos y materiales, tales como el defecar en la ocina de la autoridad local. Se trata entonces de una forma de protesta sucia161 que tiene claros efectos. As pues, el rechazo y los desafos cara a cara a las acciones y rdenes de los actores armados, o como en este caso, de las instituciones de Polica, no siempre suponen una accin radical en su contra. En ocasiones, la poblacin hace uso de elementos aprendidos en el entorno social y poltico de la negociacin, y logra poner en juego, ya sea sutil o airadamente, las ideas de los armados, sus emociones y algunos factores no esperados. Las comunidades, en situacin de notable desventaja frente a los actores armados, dan un giro a la situacin o preservan su dignidad a travs del poder persuasivo que se impone sobre el de las armas, o del poder de lo inesperado y la transgresin. Estos intentos por darle giro a la situacin y denir un espacio autnomo fueron centrales en la formacin de la Asociacin de Trabajadores Campesinos del Carare ATCC : Nosotros no sabamos para donde bamos, pero acosados por el problema hicimos una junta directiva y en ese tiempo comenzamos los comits de vigilancia, cada vereda tena 2 o 3 tipos informando lo que estaba pasando, vigilando lo que ocurra. As empez la ATCC, ah le empezamos a dar forma. Naci como un fenmeno sin pies... despus le fuimos dando forma, le diseamos estatutos, fuimos diseando una poltica de paz. Conocamos lo que haba ocurrido en otros pases. Ya despus nos empezaron a llegar libros de otras resistencias. Resistencia civil lo vinimos a llamar despus, la gente nos miraba como con lstima, la gente nos deca pero es que ustedes qu van a hacer sin armas, pero es que las armas generan ms violencia. Este pas no necesita armas, qu solucionan las guerras mundiales?, tenamos charlas con la guerrilla, con la autodefensa, nosotros
161. Begoa Aretxaga, Dirty Protest: Symbolic Overdetermination and Gender in Northern Ireland Ethnic Violence, Ethos 23 2 (1995): 123-148.
les decamos todo eso, que ni la guerrilla ni la autodefensa haban solucionado el problema de este pas.162 Esos actos de resistencia organizada que rearman prcticas de autonoma frente a los actores armados ocupan un lugar especial en la memoria de las personas lderes sociales y de las integrantes de un conjunto de organizaciones comunitarias. Estas memorias reconstruyen las maneras de enfrentar la guerra desde una resistencia orgnica, programada y estructurada. En una de las numerosas reuniones que sostuvieron con las FARC, uno de los lderes de la ATCC entra en confrontacin verbal abierta con los armados para defender la neutralidad y autonoma de la comunidad: En esa reunin la guerrilla nos recibi planteando: Aqu los que mandamos somos nosotros y los que obedecen son ustedes. Pero Josu se levant y plante: No. Nosotros no venimos a que nos pongan condiciones. Venimos a poner las nuestras. Hasta aqu llegaron ustedes. Nosotros no aceptamos condiciones de nadie. Preferimos morir antes que aceptar condiciones de nadie. Si lo que ustedes quieren es matarnos, mtennos aqu de una vez [].163 La Guardia Indgena de los pueblos indgenas del Cauca es otro caso emblemtico de resistencia organizada como accin de autonoma, que para los pueblos indgenas incluye identidad cultural, gobierno propio y territorialidad.164 Conformada por nios, mujeres, hombres y adultos, la Guardia Indgena se crea a nales de los aos noventa como una forma de resistencia directa frente a los actores armados y para la defensa de las comunidades. Su sentido est descrito en un documento colectivo del Consejo Regional Indgena del Cauca CRIC :
162. Entrevista a miembro fundador. GMH, El orden desarmado, 369. 163. Entrevista a campesino. GMH, El orden desarmado, 334. 164. Pablo Tattay, Construccin del poder propio en el movimiento indgena del Cauca, en GMH, Nuestra vida ha sido nuestra lucha, 74.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes La Guardia Indgena se concibe como organismo ancestral propio y como un instrumento de resistencia, unidad y autonoma en defensa del territorio y del plan de vida de las comunidades indgenas. No es una estructura policial, sino un mecanismo humanitario y de resistencia civil. Busca proteger y difundir su cultura ancestral y el ejercicio de derecho propio. Deriva su mandato de las propias asambleas, por lo que depende directamente de las autoridades indgenas. Surge para defenderse de todos los actores que agreden a sus pueblos, pero solamente se deenden con su chonta o bastn de mando, lo cual le imprime un valor simblico a la guardia.165 De esta manera, las acciones de la guardia indgena ponen en escena una resistencia frontal y directa que acude al valor simblico y ancestral del territorio, y al uso de los bastones de mando para darle un sentido alternativo a la defensa territorial. Este sentido es alternativo con respecto a la manera en que los actores armados ejercen el control territorial mediante el uso de las armas y la invasin de territorios. El otro tipo de rechazo frontal es aquel donde las personas resisten de manera individual las acciones y atropellos que los actores armados pretenden inigirles. En El Salado se recuerda la resistencia de Francisca Cabrera antes de ser brutalmente asesinada: La parte que ms me duele es cuando sealaron a Francisca Cabrera de Paternina. Le pegaron un palazo, ella resisti, ella se confront, cuando ella estaba en el suelo, le pegaron en la cara. Instalaron una bayoneta y se la insertaron en el pecho. Todava est viva, entonces le dispararon en la cara.166 Dos mujeres lderes del Magdalena en Chivolo y Zona Bananera dan testimonio sobre los intercambios que mantuvieron cuando fueron retenidas, luego de ser acusadas de colaborar con la guerrilla. En el primer
165. GMH, Nuestra Vida ha sido nuestra lucha, 78. 166. Testimonio de hombre joven. GMH, El Salado, 52 -53.
Reporte de prensa del nobel de paz otorgado a la Asociacin de Trabajadores Campesinos del Carare, Santander. Fotografa: Archivo ATCC.
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Guardia Indgena, Marcha por la vida, la dignidad y la resistencia de los pueblos indgenas, Bogot. Fotografa: Jess Abad Colorado , noviembre del 2008.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes caso, la vctima sufri una violacin sexual, y en el segundo, un intento de asesinato. Estas mujeres reconstruyen los recursos individuales de impugnacin y negociacin que les sirvieron bajo circunstancias de gran adversidad: Ah llegaron [los Cheperos en el 2000] y me dijeron Usted es promotora? Era, respondo, porque antes yo le haba dicho al Alcalde que iba a renunciar pero l me dijo que me iba a trasladar. Bueno. Yo discut como tres horas con ellos. Me les par, cerquita del pueblo estaban [] Dijo: Nosotros somos de las AUC. Somos las autodefensas de los campesinos. Respond: Eso pensbamos nosotros cuando nos dijeron que venan ustedes, pero ustedes son matacampesinos porque, no ven cmo nos tienen aqu? [] Me dijo: Cllese! No me voy a callar! [] Yo les dije: Ustedes no son guapos. Ustedes son una parranda de cobardes porque ustedes para hacer algo necesitan de 20, 30, 40 hombres para cometer cualquier fechora que quieran hacer con uno, porque uno solo no es suciente [para ustedes] para hacer lo que ustedes quieran hacer. [Y respondieron]: Ah! Es que ella se las da de guapa! No; yo no soy guapa. Les estoy hablando con la verdad.167 [] Cuando a m me tienen el revlver uno adelante y otro atrs, a m me vino como si fuera un video [] y me volteo, y le digo al tipo: Vamos a negociar mi muerte, al menos dime por qu me vas a matar. l me mira, es un hombre ms bajo que yo, me mira as [] y me dice: Porque usted se llama [] cmo es que se llama usted? Si t me vienes a matar debes saber como me llam. l me dice: Ah! Usted se llama []. y me dijo cualquier nombre y yo le digo: Y t te llamas? Y tambin me dice cualquier nombre y me volteo y le digo al otro. Y t cmo te llamas? Tambin me dice cualquier nombre. Bueno, ya hicimos presentacin social, ahora por qu me van a matar? Y el mismo tipo, haba uno que era muy violento, que
167. GMH, Mujeres que hacen historia, 152-153.
era el que tena en frente, me dice: Quin es usted? Te devuelvo la pregunta, Quin eres t y por qu me vas a matar? Comienza a hacer el acto del revlver y le dije: Tienes que disparar rpido porque estamos sobre una avenida y ahorita se va a formar aqu [] porque hay gente que est pasando y se ha dado cuenta porque yo ya me haba dado cuenta que se estaban dando cuenta [].168 El careo y reto de estas mujeres durante momentos lmite en los que sus vidas pendan de un hilo ilustran los recursos extraordinarios con los que actuaron para interpelar a sus opresores. Ambas mujeres cuestionaron las masculinidades de sus victimarios y sus auto-representaciones como hombres valientes. Sus relatos reconstruyen con precisin cmo ellas les hablan de manera directa, demuestran la pobreza de las evidencias que usan para acusarlas y victimizarlas, y les ponen de presente la debilidad moral de sus decisiones y la aqueza de sus acciones. Este tipo de reacciones son comprendidas por las personas que las narran como actos de resistencia heroicos y temerarios. La situacin de desigualdad y total vulnerabilidad en la que se encontraban se enfatiza en estos relatos. Esta desigualdad tambin se refuerza en las memorias sobre aquellas resistencias individuales en las que, desde el punto de vista del testigo, solo fueron posibles porque los actores presentaban estados de alteracin emocional y mental. Esta alteracin alent y moviliz, segn las narrativas, comportamientos que causaron la admiracin y sorpresa de los dems: Algunos de l [alias El Oso] me fueron a sacar de mi casa, pero sin orden de l, entonces yo sal con machete en mano, como un loco, y como ellos no estaban armados, salieron pitados y al otro da vinieron a pedirme perdn. Sobre todo para que la cosa no llegara a odos del patrn.169
168. GMH, Entrevista en Taller de memoria con mujeres, Santa Marta, 2009. 169. Entrevista a hombres adultos. GMH, Mujeres y guerra, 182.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Solo un pelao se le alz a El Oso. Pero era como loco y le daban arrebatos. El Oso lo amenaz con un revlver y el chino le dijo: Mteme!. Y cogi una botella y la rompi y se qued con l pico en la mano, que l tambin le daba. Se lo llevaron a la nca, pero una seora, querida de [alias] Cadena, intercedi por l.170 Este tipo de confrontaciones son consideradas como extraas porque, justamente, quienes las emprendieron tenan pocas probabilidades de xito, de supervivencia.171 Esos gestos de sublevacin, vistos por algunos testigos como actos valerosos y de resistencia, son descritos por sus propios protagonistas como el producto de momentos de rabia y exasperacin. Sin embargo, son tambin actos con un signicado poltico de lo que hace la resistencia civil en el da a da de la guerra, y que permitieron a las vctimas pasar a un plano frontal y explcito de resistencia.
Mapa del cuerpo elaborado en taller de memoria, Magdalena. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH, 2009.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes linchando y asesinando al nuevo comandante. Seguidamente expulsaron a los paramilitares del pueblo y tomaron el control de Libertad por varios das, mientras arribaban las tropas del Ejrcito Nacional.173 Luis Carlos [con la ayuda de su to], muchacho al que [alias] Diomedes persigui, fue el que gener la resistencia [] la gente se organiz, rebeldiz y lo sacaron. La gente cogi a Diomedes y lo mat.174 Las narrativas sobre los hechos enfatizan cmo la reaccin y defensa propia de Luis Carlos y su to motivaron una accin colectiva de rebelin armada y de ajusticiamiento totalmente impredecible. No obstante, el mayor nfasis se pone en los hechos que siguieron a la muerte de alias Diomedes: Cierran el pueblo. De aqu ni entra ni sale nadie [] Encuentran seis fusiles, granadas, y se organizan el pueblo: Quin prest el servicio militar?175 La gente se organiz y cuid las entradas del pueblo. Fue la nica vez que el pueblo se uni, sali con la escopeta, con el palo, el machete. Las mujeres les hacamos caf, todo el mundo estuvo patrullando el pueblo [...] Despus de la muerte de [alias] Diomedes, la gente se uni a cuidar las entradas. La gente identicaba a los paracos y los mandaba coger. En el tiempo en que sucedi eso, la gente paraba los carros y los requisaba.176 Los testimonios recogidos apuntan a una serie de reivindicaciones de parte de la comunidad que tienen que ver con su particular y coyuntural forma de resistir a los actores armados. Como primera medida, las narrativas exaltan ms que la muerte del paramilitar; se valora especcamente
173. GMH, Mujeres y guerra, 190-197. 174. Entrevista a lderes comunitarios. GMH, Mujeres y guerra, 192. 175. Entrevista a hombre adulto. GMH, Mujeres y guerra, 192. 176. Entrevista a lderes comunitarios. GMH, Mujeres y guerra, 193.
el hecho de que el pueblo hubiera hallado la manera de unirse por una nica vez para defenderse de los paramilitares. El grado de detalle puesto en la memoria sobre la divisin y organizacin del trabajo para evitar represalias de los comandantes paramilitares maniesta el cansancio que senta la poblacin ante la presencia de los actores armados. En las narraciones se evidencia tambin que el pueblo haba estado esperando un momento oportuno en el que hubiera, por lo menos, una pequea ventaja, para actuar y liberarse del yugo de los victimarios. En este sentido, la narrativa dibuja un escenario de la guerra donde la gente no est acostumbrada a los hechos violentos ni los acepta. En cambio, la resistencia se encuentra en latencia, esperando el momento oportuno, una coyuntura para producirse. Ese propsito de desterrar a los armados con actos de rebelda en los que se arriesga la propia vida tuvo lugar tambin en El Salado, Montes de Mara. All, los pobladores se rebelaron contra miembros de las FARC que intentaban regresar al pueblo despus de la masacre ocurrida en el ao 2000: Cuando ustedes retornan, vuelve otra vez la guerrilla a presionarlos? Vctima: No. Porque una vez vino aqu y enseguida los echamos. Cuando ellos regresaron, ustedes les pidieron alguna explicacin por lo que haba pasado? Vctima: Claro, por ellos nos haba pasado lo que haba pasado, que se retiraran de una vez, no los queremos ni ver, ni en fotos, ni en fotos. Cul fue la explicacin de ellos ante el reclamo? Vctima: Que no s qu, que nos iban a ayudar, cmo nos ayudaron la otra vez?, por ustedes nos mataron a toditos, esa es la ayuda?, y nos resolvimos todos aqu que no y no [...].177
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Cansada de las incursiones de las FARC y del estigma que recay sobre la comunidad por sus supuestos vnculos con la guerrilla, la comunidad de El Salado mand de regreso a los guerrilleros a los campamentos para que advirtieran al comandante que estaban dispuestos a morir antes de permitir que ingresaran nuevamente al pueblo.178 Los pobladores, diezmados por una de las masacres ms cruentas que ha conocido la historia reciente de Colombia y por el desplazamiento masivo, se enfrentaron a los armados: [] Cuando estaban trabajando en el camino, la gente se les par, ellos [los pobladores] les dijeron: Qu pasa, tenemos hambre, tenemos que trabajar y si nos estn ofreciendo un trabajo, tenemos que hacerlo, estamos en el pueblo, porque ese pueblo nos pertenece, y porque hemos pasado mucho trabajo por fuera, y por qu nos van a hacer otra vez desplazar de la comunidad donde ya hemos pasado tantas cosas, ya no vamos a aguantar otro desplazamiento ms, as que ustedes tienen que [respetarnos]. No, porque son rdenes, dicen. Bueno, a quienes manden esa orden, a quienes ustedes tengan que llevar esa orden, dgales que ah vamos a esperar todos, que nos maten, que bombardeen el pueblo, que hagan lo que quieran, pero ah vamos a estar, ya estamos muy cansados de esta situacin.179 Estas narrativas ponen de maniesto cmo los pobladores lograron imponerse en contra de los actores armados. Aqu se trata, principalmente, de actos de resistencia y proteccin que buscan restituir el buen nombre de las vctimas, mancillado por pronunciamientos en los medios de comunicacin de militares y paramilitares. En este mismo tono de rechazo de la violencia y la injusticia, defensa de la vida y del territorio, la poblacin de Cimitarra en Santander recuerda cmo se rebel contra guerrilleros de las FARC. En marzo de 1981, las FARC acusaron a un seor
178. GMH, El Salado, 126. 179. GMH, El Salado, 154 -155.
de la localidad de ser informante y en un juicio sumario lo asesinaron. Un grupo de ochenta campesinos reaccion airadamente amotinndose contra los ocho guerrilleros que cometieron el asesinato y los obligaron a huir del casero. La relevancia de este evento radica en el desafo abierto y colectivo de la comunidad frente al crimen de las FARC, en un momento donde imperaba la ley del silencio.180 Otras narrativas sobre la rebelin y revueltas colectivas enfatizan el rechazo de la poblacin a algunas de las acciones de los actores armados. En San Carlos, oriente antioqueo, un grupo de paramilitares se llev a un joven que les exigi el pago de una deuda por el consumo en su negocio. El joven fue sacado de su casa, arrastrado y torturado a lo largo del camino. Su madre acudi al sacerdote y l, desde la emisora comunitaria, llam a la gente a salir a la calle: Salgan, salgan todos, no se baen, salgan.181 Contina el relato: Con la custodia en alto, el sacerdote emprendi la marcha: [] corriendo detrs de los que haban cogido al hijo de doa A.. Le haban arrancado una oreja y lo iban arrastrando vivo por la calle, y eso era un rastro de sangre, hasta el puente, hasta all. Y la gente no sinti miedo, era el padre con la custodia en oracin y la seora que les gritaba devulvamelo; y a l le dieron una muerte muy triste pero no lo lograron desaparecer porque el pueblo en ese momento se tir [sali a la calle en defensa].182 Uno de los nfasis en esta narracin tiene que ver con la valenta. En primer lugar la del joven, quien nalmente termin siendo asesinado; en segundo lugar la de la madre, que se atrevi a pedir ayuda; a continuacin la del cura prroco, que desa el poder de los armados; y nalmente la de toda la comunidad. Si bien esta no pudo evitar el asesinato, s se interpuso entre la muerte y la desaparicin forzada, lo que
180. GMH, El orden desarmado, 316-317. 181. Testimonio de hombre joven, Taller de memoria histrica, San Carlos, 2010. GMH, San Carlos, 321-322. 182. Testimonio de hombre joven, Taller de memoria histrica, San Carlos, 2010. GMH, San Carlos, 321.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes hubiera equivalido a aos de bsqueda infructuosa. La poblacin, en un acto de desobediencia de los cdigos de silencio que imponan los armados, se tir y evit la desaparicin forzada del joven. Este crimen fue uno de los ms utilizados por los distintos actores armados. Estas acciones de rechazo a la violencia, que contaron con la proteccin del Santsimo,183 se repitieron en varias ocasiones y tuvieron lugar en los perodos de mayores hostigamientos.184 El repertorio de actos de resistencia contados al GMH ilustra claramente las maneras tan diversas en las que se vive y se sobrevive a la guerra, y se intenta recuperar espacios manteniendo la dignidad. Los actos son plurales e involucran a individuos y colectivos, pero sus recuerdos tienden a enfatizar la habilidad, valenta y sagacidad con la que emprendieron una resistencia en adaptacin, desobediencias y sublevaciones. El recuento de estos actos le devuelve la palabra a las personas que fueron vctimas o testigos, y quienes reclaman la dignicacin de la memoria mediante su reconstruccin, el reconocimiento de la estigmatizacin a la que fueron sometidos y la impunidad en las que quedan muchos de los crmenes que sufrieron. Es precisamente la lucha contra la impunidad y las labores de dignicacin de la memoria de las vctimas y sus comunidades las que informan las iniciativas de memoria que se examinan a continuacin.
GMH revelan lo importante que es para las vctimas comunicar su propia
versin de los hechos y sus modos de resistir al conicto. Por esto, sus iniciativas de memoria reconstruyen la propia historia de humanizacin, dignicacin y resistencia, y se evidencian en lo que han contado en sus relatos. En este acpite se hace una breve descripcin de dichas prcticas e iniciativas y sus formas de expresin, al tiempo que se profundiza sobre los usos y funciones de estas iniciativas. Esto con el n de dar cuenta de los modos en que tales experiencias se transforman en prcticas de memoria reparadoras, educadoras y reclamantes de derechos. Un abanico de expresiones Pese a las condiciones adversas de una guerra prolongada como la colombiana, diversas comunidades, grupos e individuos se han dado a la tarea de realizar ejercicios de memoria de los hechos de violencia. Estos se expresan en formas diversas: en producciones culturales y documentales como libros, archivos y audiovisuales; a travs de prcticas artsticas como murales, esculturas, pinturas, canciones y obras de teatro; en prcticas socioculturales y de tradicin oral como versos y ceremonias; en la construccin de lugares de memoria como monumentos, museos y galeras de la memoria; en diferentes acciones performativas como marchas, plantones y celebraciones religiosas; y particularmente en rituales conmemorativos.185 La diversidad de estas acciones es muy amplia. El GMH tiene registro de 177 iniciativas de memoria no estatales entre 1974 y 2010 que corresponden a 60 formas de expresin distintas.186 Algunas de estas iniciativas han perdurado en el tiempo, otras han sido temporales y otras ms corresponden a procesos organizativos truncados por efecto del conicto armado, lo que da origen a las memorias silenciadas por la guerra.
185. Para conocer ms iniciativas, vase: GMH, Memorias en tiempo de guerra, 2009. 186. Entre los aos 1974 y 2010 los registros de iniciativas de memoria muestran una expansin progresiva. Desde unas iniciativas localizadas principalmente en Bogot hasta la explosin de memorias locales y regionales en la dcada del dos mil, cuando el mapa de la nacin se cubre de iniciativas incluyendo registros en 20 departamentos. El informe del GMH, Memorias en tiempo de guerra, analiza en profundidad varios casos ilustrativos de este repertorio.
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Conmemoracin masacre de Segovia, Medelln. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH , 2011.
Obra de Teatro Asfalto, Grupo de teatro La Gotera de San Carlos, Antioquia. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH , 2011.
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Padre Nelson Cruz, creador del museo de El Placer, Putumayo. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH, 2011.
Saln del Nunca Ms, Granada, Antioquia. Fotografa: Jess Abad Colorado , 2008.
Conmemoracin masacre Baha Portete. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH, 2012.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Organizarse para recordar Existe un estrecho vnculo entre la realizacin de iniciativas de memoria y los procesos organizativos sociales tanto de las vctimas, familiares, grupos y comunidades afectadas por el conicto armado, como de organizaciones sociales e instituciones. Aqu cabe resaltar especialmente la labor de los grupos eclesiales y religiosos que han acompaado dichos procesos. Todos estos emprendedores han sido fundamentales en la reconstruccin organizativa comunitaria a travs de ejercicios de memoria. Entre las primeras expresiones organizativas para la recuperacin de la memoria est la Asociacin de Familiares de Detenidos Desaparecidos ASFADDES , que en los aos ochenta ampli su repertorio expresivo al incorporar el recurso a la memoria a travs, por ejemplo, de la Galera de la memoria. Tambin se incluyen procesos que se iniciaron en los aos noventa como la Asociacin de Familiares de Vctimas de Trujillo AFAVIT en el Valle del Cauca; el Colectivo de Comunicaciones de los Montes de Mara; el Consejo Comunitario Mayor de la Asociacin Campesina Integral del Atrato COCOMACIA; y el Proceso de Comunidades Negras PCN, que acuden a la conmemoracin, las peregrinaciones y la documentacin de los testimonios de las vctimas como formas de oponerse al olvido y a la impunidad en la que quedan las violaciones cometidas a los Derechos Humanos. Estos trabajos longevos han estado acompaados por organizaciones sociales y educativas como el Centro de Investigacin y Educacin Popular CINEP, Justicia y Paz, las Dicesis y equipos pastorales y las organizaciones jurdicas de Derechos Humanos CAJ-CCJ, quienes facilitaron los intercambios y la creacin de redes de relaciones entre distintas organizaciones regionales, entre otros. A partir de la dcada de 1990, las iniciativas y acciones de memoria se multiplican en forma de redes en las regiones, especialmente entre mujeres y jvenes, pero tambin alrededor de procesos organizativos comunitarios regionales y locales. Los procesos de documentacin de memoria apoyados por la Dicesis de Quibd en Bojay, por la Asociacin de Mujeres del Oriente Antioqueo AMOR, la Ruta Pacca de Mujeres, la Red Juvenil en la Comuna 13 de Medelln o el Proceso
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Obra de teatro Entre ruinas, jvenes de Bellavista y Viga del Fuerte, Bojay, Choc. Fotografa: Jess Abad Colorado CNMH, 2012.
Familiares y organizaciones de vctimas en la Plaza de Bolvar durante la intervencin de tres jefes paramilitares en el Congreso de la Repblica, Bogot. Fotografa: Jess Abad Colorado , julio del 2004.
Memorias: la voz de los sobrevivientes de Comunidades Negras PCN en el Pacco, son una muestra de estas iniciativas que desde las regiones y localidades convocan a vctimas y comunidades en torno a los trabajos de reconstruccin de memoria. Algunas de estas organizaciones y emprendedores se fueron reuniendo hasta converger en el Movimiento Nacional de Vctimas de Crmenes de Estado MOVICE que surgi como respuesta al proceso transicional de la Ley 975 de 2005, denominada Ley de Justicia y Paz. Los usos y funciones de la memoria Las iniciativas de memoria del conicto armado son diversas entre s y responden a signicados y propsitos variados de acuerdo con las metas de los grupos sociales y comunidades que las impulsan. En el corregimiento El Placer, por ejemplo, un sacerdote emprendi la construccin de un museo con objetos de memoria de la guerra que han sido encontrados en calles, veredas o en el campo, con el n de hacer visible el conicto en la regin. Las Madres de La Candelaria en Medelln ocupan cada mircoles a las doce del da el atrio de la Iglesia de La Candelaria con la meta de resistir contra el olvido y el silencio que prevalece sobre la suerte de sus seres queridos; la comunidad de Paz de San Jos de Apartad construye memoria en marchas y actos conmemorativos como estrategia para enfrentar la impunidad. As, estos usos de las memorias moldean unas formas expresivas y los sentidos que comunican. A partir de sus usos o funciones se pueden observar tres formas de trabajo con la memoria: la memoria como reclamo, la memoria como pedagoga social y la memoria reparadora. La memoria como reclamo Las tareas de reconstruir los hechos de violencia y las violaciones de Derechos Humanos en el marco del conicto armado se expresan como iniciativas de memoria que reclaman el esclarecimiento de lo ocurrido. La denuncia de las violaciones a los Derechos Humanos y la demanda del cumplimiento de los derechos ciudadanos se entrelazan en estas
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iniciativas con prcticas expresivas en las que, mediante el uso de fotografas, galeras de memoria y listas de nombres, entre otros recursos, se le pone rostro a las personas que han sido victimizadas. Estas iniciativas comunican los hechos de violencia y sus impactos, y rescatan la historia silenciada de las vctimas. Esta dimensin est presente en las iniciativas de memoria de comienzos de los aos ochenta. Es el caso de las Marchas de los Claveles Blancos de ASFADDES en las cuales, adems del clavel, se portaban carteles con las fotografas ampliadas de las personas desaparecidas y carteles-chaleco con mensajes alusivos a la desaparicin forzada. Estas son iniciativas pioneras en una reapropiacin del espacio pblico para poner en escena a la memoria, al tiempo que un ejercicio expresivo que interpelaba tanto al Gobierno como a la sociedad civil en las calles: A comienzos del ochenta y tres, iniciamos las marchas por la calle. Nos propusimos marchar todos los jueves al medioda, nos congregbamos frente al Palacio Presidencial y all comenzbamos nuestra marcha por la carrera 7 hasta la calle 19, de all descendamos hasta la carrera 8 y regresbamos de nuevo al Palacio de Gobierno, haciendo una corta estacin en la carrera 8 con calle 16 donde quedaba entonces la Procuradura, all gritbamos consignas unos minutos y continubamos. A esa hora mucha gente sala de las ocinas a buscar almuerzo y se detena a mirar la marcha, pues llevbamos las fotografas de los desaparecidos en tamao grande, en forma de pancartas. Algunas veces repartamos hojas volantes con la denuncia.187 En un periodo en el que las autoridades negaban la ocurrencia de la desaparicin forzada, el trabajo de ASFADDES dot con identidad pblica a las vctimas; las vctimas existen, tiene rostro y su familia las quiere vivas y de regreso: Vivos los queremos, porque vivos se los llevaron.188
187. Asociacin de Familiares de Detenidos Desaparecidos ASFADDES, Veinte aos de historia y lucha (Bogot: ASFADDES, 2003), 35. 188. La historia de lucha poltica de ASFADDES durante la dcada de 1980 es la del reconocimiento ocial de la modalidad de violencia y de la agencia estatal en esta.
INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Para iniciativas de memoria emprendidas por organizaciones de vctimas como AFAVIT en Trujillo, la memoria se torna en reclamo cuando la impunidad prevalece. En 1995, AFAVIT organiz la primera peregrinacin a Trujillo para conmemorar cinco aos del asesinato del padre Tiberio Fernndez189 bajo el lema Una gota de esperanza en un mar de impunidad.190 A otras prcticas de memoria alrededor de la masacre de Trujillo, como la realizacin del Parque Monumento, se les interpret como interpelacin permanente a la comunidad local, pero tambin al Estado y a la sociedad nacional. La hermana Maritze Trigos as lo arma: Por eso es que el Parque Monumento incomoda, porque es una denuncia, porque es un grito de justicia, es una denuncia permanente191. Asimismo, el reclamo directo como contenido de tales iniciativas da cuenta de las luchas por la memoria, y de la dicultad y esfuerzos permanentes por hacer audibles las voces de las vctimas en medio de la guerra. Este fue el caso, entre muchos otros en el pas, de las organizaciones sociales del nordeste antioqueo, lideradas por el Comit de Derechos Humanos. Estos grupos llevaron a cabo, para la VII conmemoracin de la masacre del 11 de noviembre en 1995, la Peregrinacin Nacional y Foro Regional: Paz con Justicia y Verdad. La consigna del evento fue: A siete aos de intolerancia y olvido El pueblo, su memoria no ha perdido!192. Por otra parte, el recurso a la palabra que hace pblica la memoria de la victimizacin ha estado presente tanto en las prcticas conmemorativas como en sus memorias orales, sonoras y cantadas. Estas creaciones condensan representaciones integrales en narraciones de los hechos ocurridos, y expresan el impacto de la violencia en las vctimas, sus interpretaciones y demandas al Gobierno. Los versos compuestos por un
Vase: ASFADDES, Veinte aos de historia y lucha. 189. Tiberio Fernndez Maa, sacerdote especialmente recordado por los trujillenses debido a su liderazgo y trabajo comunitario. Fue asesinado y desaparecido el 17 de abril de 1990. 190. GMH, Trujillo, 186. 191. Conversatorio con la hermana Maritze Trigos. GMH, Trujillo, 197. 192. Diario de campo. GMH, Silenciar la democracia, 311.
sobreviviente de la masacre de Bojay ilustran estas formas de memoria que, combinadas con bailes y limpiezas de los lugares, practican los afrodescendientes a lo largo del pacco colombiano: Oiga, seor presidente!/ ay, doctor Andrs Pastrana!/ ha venido a visitar esta linda tierra chocoana/ mire cmo est mi pueblo/ todas las casas cerradas/ sus habitantes de Bellavista ya se encuentran desplazad(os)/ la FARC con autodefensas y ellos dos estaban peleando/ la FARC lanz una pipeta y cay dentro de la iglesia/ lo que hicieron con mi pueblo, por Dios, no tiene sentido!/ matar tanto inocentes sin haber ningn motivo!/ yo te suplico, ay, Dios mo! Por qu nos das el castigo?/ Mi pueblo no se merece que mueran viejos y nios/ tambin la virgen del Carmen, la patrona de mi pueblo, est toda destrozada/ mire qu cosas son eso recuerdo que el 2 de mayo, fecha que no olvido yo/ pas un caso en Bellavista/ el mundo entero conmovi/ cuando yo entr a la iglesia y vi a la gente destrozada/ se me apret el corazn mientras mis ojos lloraban/.193 De otro lado, en las iniciativas artsticas de memoria los recursos comunicativos no se limitan a los textos que documentan los hechos y a la expresin directa de los reclamos. Tambin se busca comunicar lo sucedido a travs de la representacin dramtica y el uso de recursos simblicos. Como en el caso de las juventudes de Bogot, en la Comuna 13, la Red Juvenil organiz en el 2004 la primera Jornada por la Paz, la Memoria y la No Violencia. Este grupo realiz una performance en la que se pusieron en escena eventos y memorias de la Operacin Orin. Esta ltima consisti en un operativo de gran despliegue militar que realizaron las Fuerzas Armadas colombianas en esta zona de la ciudad en octubre de 2002, y en el que se registraron muertes, desapariciones y desplazamiento de habitantes de la Comuna: Fue muy impactante por el motivo de la representacin: se escuchaba el sonido de los helicpteros y las armas escuchadas
193. Entrevista a adulto mayor. GMH, Bojay, 282.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes durante Operacin Orin y luego salieron camuados. Fue una accin de denuncia y memoria en un intermedio del concierto. Se realiz en la estacin del metro de San Javier.194 La memoria como pedagoga social El sentido de algunas de las iniciativas es el de ofrecer una reconstruccin histrica de los hechos de violencia que proponga un relato estructurado o una interpretacin especca sobre lo que sucedi. Estas iniciativas condensan sentidos que pueden ser considerados transversales a todo ejercicio de memoria. Entre estos se encuentran: no olvidar, cuyo objetivo es que no se repitan las violaciones de los Derechos Humanos; visibilizar las narrativas de las vctimas, para hacer pblicas las historias que narran quienes vivieron las violaciones a los Derechos Humanos, o bien sus familiares, vecinos o allegados; sensibilizar a la sociedad civil, para intentar que los productos comunicativos lleguen a quienes desconocen las graves violaciones de Derechos Humanos con ocasin del conicto armado, o a quienes se mantienen al margen de los procesos comunitarios que se tejen como respuesta a tales violaciones. La mayor parte de estas iniciativas son propuestas de documentacin y archivo, tales como: El libro negro de la Represin 1958-1974 del Comit de Solidaridad con los Presos Polticos CSPP en 1974; el Boletn del Comit Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos CPDDH de 1980; el Boletn de Justicia y Paz que comenz en 1988 y terminara convirtindose en el banco de datos del CINEP; y el archivo del Proyecto Colombia Nunca Ms PCNM en 1998, a partir del cual se publicaran mltiples informes como el de las Zonas 7, 14, 5 (jurisdicciones de las VII, XIV y V Brigadas del Ejrcito), entre otras iniciativas. Por otra parte, los libros de historias locales constituyen otro conjunto de obras que reelaboran el pasado doloroso como crnica o narrativa
194.Testimonio de joven lder de la Comuna 13. GMH, La huella invisible de la guerra, 224.
histrica. El GMH se encontr, entre otros, con el texto de Dairo Alonso Lpez Lpez: Segovia: mi propio mundo. Relatos culturales, publicado en 2002. En este relato se desarrolla un apartado titulado Las masacres y genocidio de Segovia que recoge los hechos violentos que el autor considera de mayor importancia desde 1938 hasta 2002.195 En Trujillo, la masacre, la vida y el asesinato del Padre Tiberio tambin fueron documentados en un libro que tiene un lugar especial en el Parque Monumento. En Granada, el Saln Nunca Ms de la Asociacin de Vctimas ASOVIDA documenta los hitos de violencia, las biografas, imgenes y recuerdos de las vctimas. Igualmente, en El Placer, Putumayo, existen iniciativas literarias y musicales que tambin tienen una funcin pedaggica. Tal es el caso del cuento Los tres dragones, escrito por la profesora Delia Alicia Escobar que recoge en prosa lo sucedido: Este es un cuento de una historia real que inicia entre los aos 1987-1988 y que no ha terminado hasta hoy196. Se trata de una narracin que busca comunicar y dar sentido al proceso de violencia vivido como herramienta de aprendizaje escolar y social. El caso de El Placer muestra la necesidad de contar los hechos dolorosos con el nimo de informar y concienciar a quienes no conocen de estos, dentro o fuera de la comunidad. Pero adems expresa la urgencia de realizar una valoracin tica sobre la violencia ocurrida y sobre las acciones de quienes la agencian; de ah su fortaleza pedaggica. Estos elementos se expresan a travs de iniciativas musicales como en el caso del Rap de El Placer, compuesto por Blanco y Roca Pola, jvenes de esta comunidad. Su creacin musical se expresa as: Masacres, muertes, mucha violencia/Algo que suceda con mucha frecuencia/Ros de sangre recorriendo las calles/Eso lo sabes t pero no encuentran culpable/Si quieres saber cunta gente muri aqu/Cuenta las estrellas y dime si tienen n [].
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica Muerte, cada de personas inocentes /Envidia de almas incoherentes / De esto est llena mi sociedad qu? / Un inerno terrenal (bis).197 La memoria reparadora En los ltimos aos, cuando comunidades y grupos sociales han emprendido tareas de reconstruccin social y bsqueda de la verdad, ha tomado importancia el reconocimiento de la reconstruccin de memoria como proceso de (re)vinculacin social. Estos trabajos de recordar y reconstruir memoria privilegian acciones como: 1) la activacin de procesos de rememoracin y reconocimiento de las prdidas para facilitar la elaboracin del duelo; 2) el impulso de procesos de memoria que apuntan a restablecer los quebrantados lazos sociales de las comunidades y, en algunos casos, tambin sus proyectos de vida. Un caso representativo del sentido reparador de las iniciativas de memoria lo constituye la conmemoracin anual del Yanama (trabajo colectivo) emprendida por las mujeres wayuu de la comunidad de Baha Portete, y por familiares de las vctimas de la masacre ocurrida en el 2004. Para la conmemoracin, miembros de la comunidad que se encuentra desplazada retornan al territorio en compaa de otros indgenas y acompaantes. El acto de retorno es en s mismo un desafo a los paramilitares que perpetraron la masacre, y cuyos responsables tuvieron control del territorio y continuaron dirigiendo sus amenazas a las lideresas de la comunidad hasta el ao 2011. El sentido de los Yanama se puede condensar en la idea de rehabitar, que signica recuperar y restituir el vnculo con el territorio para recuperar la vida: En medio del dolor, tambin hay alegra, porque estamos nuevamente en nuestro territorio comiendo, durmiendo con nuestros muertos, estamos caminando, no tenemos ese miedo que
197. GMH, El Placer, 328-330.
tenamos tres aos atrs, ahora nos sentimos como si nos quisiramos quedar para siempre ac [].198 El Yanama ha sido romper y volver a llegar, tratar de curar no solamente la parte ritual asociada con el llanto a los muertos, sino la determinacin de no dejarse despedazar culturalmente.199 Por otra parte, se han llevado a cabo trabajos de la memoria que resignican el cuerpo y activan procesos de sanacin a travs de los ejercicios de memoria. Las mujeres Promotoras de vida y salud mental PROVISAME 200 en Marinilla, oriente antioqueo, organizaron durante el ao 2007 talleres de memoria corporal. En ellos, las vctimas exploraban memorias negativas para descorporizarlas simblicamente y construir siluetas del cuerpo para hacer rituales de entierro de las tensiones corporales.201 En este caso, la dimensin reparadora relaciona el trabajo con las subjetividades y la reconstruccin de los vnculos dentro de las comunidades victimizadas. De cierta forma, son iniciativas cuyo sentido es el trabajo hacia adentro, sin que por ello dejen de expresar otras dimensiones de sentido. Este tipo de trabajo reconstruye vnculos sociales al propiciar una expresin directa del dolor de la vctima, o una expresin colectiva a travs de la iniciativa de memoria. De esta manera se permite la comunicacin entre los miembros de la comunidad y se hace audible lo que individualmente calla el miedo. Este es el caso de la obra de teatro Asfalto realizada por los jvenes de San Carlos, quienes la idean a partir de los testimonios de las vctimas de la violencia. Ellos relatan su experiencia respecto al estreno en la poblacin de la siguiente forma:
198. GMH, Memorias en tiempo de guerra, 141. 199. GMH, Baha Portete, 187. 200. El grupo PROVISAME (Promotoras de vida y salud mental) est liderado por mujeres formadas en atencin psicosocial a vctimas del conicto armado. Esta es una iniciativa concretada por el CINEP y Conciudadana. 201. Base de datos: Repertorio de memorias vivas sobre el conicto colombiano. GMH, 2012. Registro.
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Memorias: la voz de los sobrevivientes Entonces ese primer paso es muy tenso, inclusive nosotros pensbamos que iba a haber una situacin en contra de nosotros por haber dicho esto hay una seora que vino a ver esta obra, ella tiene un hijo desaparecido, nosotros pensbamos cuando termin la obra entonces nosotros pensamos que la obra la iba a destrozar mucho a ella y cuando vimos cuando terminamos la obra la enfocamos a la viejita y la viejita estaba contenta, estaba radiante y nosotros porque sabiendo que la obra es muy dura y ella sali y miraba todo mundo as, es como si la obra hubiera tenido una voz de decir algo que de pronto ella en algn momento quiso decir y no pudo por todas las razones que nosotros sabemos de decrselos.202 En un conicto armado prolongado como el colombiano, donde a pesar de diversos esfuerzos persiste la impunidad, sobrevivir y resistir ha signicado el desarrollo de un arduo esfuerzo para hacer or las voces silenciadas en la guerra. De ah que las iniciativas de memoria, que signican comunicar pblicamente lo que ha sucedido y sus efectos, han sido un medio privilegiado de expresin. Cabe anotar que estas tareas de la memoria desde las vctimas y las organizaciones de la sociedad civil han contado con apoyos de la academia, los organismos internacionales e incluso de parte de algunas entidades estatales. As, las vctimas, emprendedores, organizaciones sociales y de Derechos Humanos han sentido la necesidad y conveniencia de realizar estos ejercicios de memoria desde hace 40 aos. En su largo camino, estos grupos han encontrado que los procesos de recuperacin de memoria tienen la virtud de contribuir a la reconguracin individual de las vctimas, testigos y sobrevivientes, as como a la construccin de sujetos colectivos, ya que posibilitan la reconstruccin de los vnculos sociales solidarios y comunitarios rotos por la guerra.
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Firma de la Ley de vctimas ante el Secretario General de Naciones Unidas. Casa de Nario, Bogot - 10 de junio de 2011. Fotografa: Felipe Ariza - SIG. En http://wsp.presidencia.gov.co/Fotos/2011/Junio/Paginas/20110610.aspx
la paz y a la inclusin social. El captulo incluye recomendaciones que pueden orientar y contribuir a la toma de decisiones pertinentes para fomentar una sociedad democrtica y una paz duradera y sostenible.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica En este sentido, el captulo contiene propuestas especcas orientadas a la realizacin plena de los derechos a la verdad, la justicia, la reparacin y las garantas de no repeticin, bases ineludibles para la superacin del conicto y la construccin de los cimientos propios de una sociedad democrtica, en cumplimiento adems de los compromisos que como sociedad y Estado tiene Colombia con la Comunidad de Naciones. El esfuerzo de construir una nueva arquitectura institucional en paz y para la paz presupone la garanta de participacin de las vctimas y de los diversos sectores de la sociedad civil desde las regiones hacia lo nacional, lo cual adquiere relevancia para el fortalecimiento de la conanza entre el Estado y la Sociedad. Otras recomendaciones en el captulo parten de la premisa de que existe una relacin dialctica entre la naturaleza del conicto armado y las estructuras de poder, sin la cual este conicto no hubiera podido perpetuarse durante seis dcadas. En este sentido, la conguracin de un Estado para la guerra debe ser reemplazada, paulatinamente, por una conguracin propia de un Estado con capacidad de desactivar la guerra, incluso si el conicto armado continuase. El tiempo de la transicin ser largo, pues el de la guerra ha cubierto al menos cuatro generaciones. Una dcada para trasformar el Estado y los rasgos culturales permeados por el conicto parece ser el mnimo requerido, ya que se trata de un sistema, con sus estructuras y visiones del mundo, enraizado en las concepciones colectivas. Por ello, las recomendaciones de una arquitectura para la paz pueden constituir una contribucin a la transformacin del conicto an vigente. El GMH reconoce los esfuerzos realizados en los ltimos aos para crear un entorno favorable para la reparacin integral las vctimas y de transicin hacia la paz. Para reforzar estos nes, aporta las siguientes recomendaciones:
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Recomendaciones de poltica pblica bilidad del Estado por las violaciones a los Derechos Humanos vinculadas al conicto armado interno ante la sociedad en su conjunto, ante las vctimas, sus familiares y sus comunidades, y pidan perdn por ello a travs de actos dignicantes. 2. Como insumo necesario para la realizacin del derecho a la verdad de las vctimas y de la sociedad, se recomienda al Gobierno Nacional dotar de recursos a aquellas entidades encargadas de preservar, proteger y dar acceso a los archivos de los organismos de seguridad del Estado que han desaparecido y preservar los archivos de las instituciones de seguridad en funciones, o de otras instituciones y registros signicativos en este mbito, con el objeto de esclarecer cul fue la actuacin de esos organismos durante el conicto armado y contribuir a la verdad y la memoria histrica. 3. Para garantizar el derecho a saber de las vctimas y de la sociedad, se recomienda fortalecer la Comisin Nacional de Bsqueda de Personas Desaparecidas, creada por Ley 589 de 2000, dotndola de autonoma, recursos logsticos, tcnicos y nancieros, para que en trminos razonables, y en coordinacin con las entidades encargadas de exhumaciones, garantice la ecaz identicacin y la ubicacin de personas desaparecidas, y promueva la debida atencin a sus familiares, asegurando la cabal implementacin de normatividad nacional e internacional existente en la materia. 4. Que los lderes de los grupos armados reconozcan en nombre de su organizacin ante la sociedad en su conjunto, ante las vctimas, sus familiares y sus comunidades, su responsabilidad por las violaciones causadas a los derechos humanos, y pidan perdn por ellos a travs de un acto dignicante. 5. Que los miembros de grupos armados ilegales contribuyan efectivamente a la consolidacin de un proceso de transicin, ofreciendo informacin para facilitar la ubicacin de personas
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desaparecidas, la recuperacin de las personas secuestradas, la identicacin de zonas sembradas con minas antipersonal, la identicacin de menores de edad que hayan sido vinculados y/o reclutados ilcitamente, as como toda informacin que favorezca el esclarecimiento de los hechos violentos y violaciones de Derechos Humanos ocurridos durante el conicto. 6. Para contribuir a la memoria histrica del conicto armado, se recomienda que en el desarrollo de acciones de memoria histrica se identiquen y reconozcan pblicamente los actos de dignidad y resistencia de las vctimas y de sus organizaciones as como las trayectorias de ciudadanos(as), organizaciones, funcionarios(as) y servidores(as) pblicos(as) ejemplares, comprometidos en los territorios con la defensa y la proteccin de los derechos de los habitantes y de las comunidades en medio del conicto armado. 7. Que a la terminacin del conicto armado se cree un mecanismo de esclarecimiento de la verdad que sobre la base de los informes producidos por el Centro Nacional de Memoria Histrica, entre otra informacin disponible, permita develar lo sucedido en el conicto armado, con la participacin de las vctimas y, en la medida de lo posible, la contribucin por parte de todos los actores armados.
Derecho a la Justicia
Dentro de los principios internacionales sobre la lucha contra la impunidad y la reparacin de las vctimas, uno de los deberes del Estado es el de prevenir e investigar oportunamente las violaciones a los derechos humanos para asignar responsabilidades y adoptar medidas apropiadas respecto de sus autores. As mismo, la garanta efectiva del derecho a la justicia de las vctimas es componente sustancial de la reparacin integral y constituye la base slida e ineludible para las garantas de no repeticin.
INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica 8. Dado lo prolongado del conicto armado colombiano, el esclarecimiento judicial tomar tiempo y requerir de funcionarios(as) especialmente capacitados(as) para administrar justicia en perspectiva de contribuir al trnsito del conicto a la paz. Se recomienda entonces, en el desarrollo del Marco jurdico para la paz incorporado a la Constitucin Poltica a travs del Acto Legislativo 01 de 2012, crear mecanismos como un Tribunal Especial y Temporal que se ocupe del esclarecimiento y sancin de los diferentes actores armados involucrados en el conicto. Estos mecanismos podran cumplir con el imperativo democrtico de una pronta, ecaz y oportuna justicia, con el objetivo de cerrar la puerta a la impunidad, sin interferir con los propsitos superiores de paz y reconciliacin. Estos mecanismos podran poner en prctica sanciones especiales y excepcionales. 9. En procura de avanzar en la consolidacin de un proceso de transicin que conduzca a la reconciliacin, se recomienda garantizar a los perpetradores de conductas delictivas causadas con ocasin del conicto armado, en todos los escenarios, el derecho al debido proceso y disear una poltica pblica que permita poner en prctica medidas de rehabilitacin, reintegracin y apoyo psicosocial que faciliten su trnsito a la vida civil. Para tal efecto, se recomienda al Gobierno Nacional el diseo e implementacin de campaas educativas y pedaggicas sobre el particular. gral medidas de restitucin, indemnizacin, rehabilitacin, satisfaccin y garantas de no repeticin. Para que la implementacin de la reparacin integral resulte satisfactoria para las vctimas frente a la magnitud y diversidad de daos perpetrados, debe garantizarse la participacin de las vctimas y la inclusin del enfoque diferencial, de modo que dichas medidas resulten especcas, adecuadas y pertinentes para el logro de los nes propuestos. 10. Dada la magnitud de los impactos psicosociales en la poblacin colombiana con ocasin del conicto armado, se recomienda al Ministerio de Salud y Proteccin Social, las Secretaras de Salud y otras entidades competentes crear y desarrollar Centros Regionales de Atencin Psicosocial, dotados de los recursos tcnicos y nancieros debidos para garantizar la atencin psicolgica, psicosocial y la rehabilitacin de las poblaciones afectadas por el conicto, con enfoque diferencial. 11. Se recomienda al Gobierno Nacional el diseo e implementacin de mecanismos regionales que, con las garantas de seguridad necesarias, propicien espacios para que las vctimas y otros actores interesados puedan expresar voluntariamente sus testimonios acerca de lo ocurrido en el marco del conicto armado. Como medida de satisfaccin para las vctimas, se propone crear espacios para la escucha activa por parte de altos funcionarios, la construccin de memoria histrica y la bsqueda de verdad. Estos testimonios debern organizarse y preservarse como memoria oral de la Nacin. 12. Se recomienda al Gobierno Nacional fortalecer las capacidades tcnicas y nancieras de las entidades del orden nacional y territorial encargadas de implementar la Poltica Nacional de Atencin, Asistencia y Reparacin Integral a las Vctimas. En particular, la implementacin ecaz de los Planes Integrales de Reparacin Colectiva pueden desempear un papel clave para generar condiciones locales en el trnsito a la paz.
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Derecho a la Reparacin
Para resarcir los daos ocasionados por graves violaciones a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario, el derecho a la reparacin se centra en dar respuesta a la integralidad de daos y perjuicios sufridos por las vctimas a travs de medidas individuales y colectivas, tanto materiales como simblicas. A nivel interno, y en consonancia con los marcos normativos internacionales en materia de derechos humanos, la Ley 1448 de 2011 establece como parte de la reparacin inte-
Garantas de no repeticin
Un reto fundamental en el trnsito hacia la paz es la consolidacin de garantas de no repeticin, entendidas como las medidas que el Estado debe adoptar para que las vctimas no vuelvan a ser objeto de violaciones de sus derechos, tal como se establece en los principios internacionales.3 Incluyen reformas institucionales y medidas adecuadas que fortalezcan la legitimidad del Estado Social de Derecho y la conanza de la sociedad en las instituciones pblicas. Las garantas de no repeticin usualmente estn relacionadas con el desarme, la desmovilizacin y la reintegracin de los grupos armados ilegales, y las reformas institucionales. Adems, deben separar del servicio a los funcionarios implicados en graves violaciones de Derechos Humanos tras un procedimiento justo y transparente. As mismo, prevn la reforma de las instituciones del Estado de acuerdo con las normas de buen gobierno y el imperio de la ley. 13. Se insta a los grupos armados ilegales a buscar soluciones polticas a la lucha armada y dejar las armas como garanta bsica para la construccin de la paz y la garanta de no repeticin. 14. Se insta a todos los actores armados al cese inmediato de las diversas prcticas de vinculacin y reclutamiento ilcito contra nios, nias y adolescentes. 15. Debido a la historia del surgimiento de las autodefensas y los grupos guerrilleros como particulares que se apropiaron el monopolio de la fuerza con el consentimiento o no de los poderes regionales y locales, el GMH recomienda al Congreso de la Repblica la prohibicin por norma constitucional de todo tipo de legislacin que conduzca a la delegacin del monopolio de la fuerza del Estado en manos de particulares. As mismo, se
3. (Joinet, 1996; Theo van Boven, 1996; Orentlicher, 2005).
16. Se insta al Gobierno Nacional y a las autoridades territoriales que incluyan en los planes y presupuestos anuales polticas pblicas destinadas a superar la desigualdad, la discriminacin, la marginalidad y la exclusin, y a garantizar la realizacin efectiva de los derechos econmicos, sociales y culturales.
17. Se recomienda al Gobierno Nacional identicar las lecciones aprendidas de los procesos de desarme, desmovilizacin y reintegracin, con el propsito de garantizar procesos de reincorporacin a la vida civil exitosos y sostenibles, tanto para los desmovilizados como para sus comunidades. 18. Se recomienda al Gobierno Nacional renovar los procesos de formacin y seleccin de funcionarios(as) y servidores(as) pblicos(as), de manera que enfaticen aspectos relacionados con la tica pblica, los Derechos Humanos y el servicio al ciudadano(a). 19. Se recomienda al Gobierno Nacional la creacin de un servicio civil alternativo al servicio militar obligatorio que permita que los y las jvenes se vinculen a programas de promocin de los Derechos Humanos y de reparacin efectiva a las vctimas.
20. Se recomienda, de conformidad con la Ley 1482 de 2011, al Estado y en particular a las instituciones responsables de las polticas educativas y culturales promover e implementar programas y campaas de tipo pedaggico y comunicativo que propendan por superar la estigmatizacin contra grupos poblacionales especcos, particularmente aquellos que desarrollan actividades polticas, sociales y comunitarias (sindicalistas, defensores de derechos hu-
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manos, lderes comunitarios, militantes de izquierda, miembros de iglesias, entre otros). El mensaje explcito en programas, campaas y otras acciones institucionales debe difundir la tesis de que las diferencias y la libertad de opinin e ideologa son vitales en la consolidacin de toda democracia y que el Estado las protege. 21. Se recomienda al Gobierno Nacional y a las Secretaras de Educacin y de Cultura, centros educativos y academia, promover e implementar programas y campaas de tipo pedaggico y comunicativo que propendan por superar la estigmatizacin de grupos y comunidades tnicas, reconociendo su historia, su identidad y sus aportes a la identidad de Colombia como una nacin pluritnica y pluricultural. 22. Se recomienda al Gobierno Nacional y a las Secretaras de Educacin y de Cultura, centros educativos y academia, promover e implementar programas y campaas de tipo pedaggico y comunicativo que propendan por reconocer los impactos diferenciales del conicto armado contra mujeres y hombres, superar la discriminacin por razones de gnero, promover nuevas modalidades de equidad en trminos de gnero y difundir mensajes que fomenten la igualdad de gnero, el respeto de las identidades y un imaginario de masculinidad promotor de paz.
23. Se recomienda al Gobierno Nacional y a las Secretaras de Educacin y de Cultura, centros educativos y academia, a nivel nacional y territorial, integrar en sus programas y acciones los informes de esclarecimiento histrico producidos por el GMH, el Centro Nacional de Memoria Histrica, organizaciones no gubernamentales, centros de pensamiento y academia, en los currculos, proyectos pedaggicos, manuales y libros de historia y ciencias sociales.
24. Se recomienda al Gobierno Nacional y a las Secretaras de Educacin y de Cultura, centros educativos y academia, a nivel nacional y territorial, integrar en sus programas y acciones capacitacin en resolucin no violenta de conictos y competencias de mediacin.
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Recomendaciones de poltica pblica Entre los temas a revisar, se recomiendan: a. La promocin y el fortalecimiento de la participacin ciudadana. b. La planeacin y el presupuesto nacional con miras a establecer prioridades de inclusin social, fortalecimiento institucional territorial, medidas hacia las vctimas, medidas para la reintegracin efectiva de desmovilizados, medidas especcas para poblaciones de especial proteccin, entre otras. c. Garantas para el ejercicio de la participacin poltica, en particular en lo relacionado con la seguridad. d. La adecuacin de las normas a los retos de la transicin. e. El funcionamiento de la Fuerza Pblica, con el n de reorientar esfuerzos hacia la paz y ajustar su estructura a situaciones de posconicto. Al efecto, se propone, por ejemplo, la conformacin de un comit de expertos civiles independientes que durante un ao haga seguimiento a los resultados obtenidos con recientes reformas como la del fuero militar, con el objetivo de emitir un concepto sobre su pertinencia y efectividad. f. El fortalecimiento de la proteccin y garanta de los Derechos Humanos, en particular de los grupos vulnerables. De otro lado, la intolerancia frente a la diversidad y la discriminacin por razones de gnero, diversidad sexual, etnia, edad, etc., han arraigado prcticas sociales de exclusin y graves violaciones a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario que deben ser erradicadas. Por tanto, se hace necesario implementar por va normativa acciones armativas y disposiciones especiales para la proteccin de las poblaciones que han sido vctimas de estas modalidades de exclusin. Esto implicar fortalecer y hacer sostenibles para el inmediato posconicto, durante mnimo diez aos, los esfuerzos estatales actuales en el marco de la Ley 1448 de 2011 por transformar la situacin de las vctimas objeto de violaciones y restituirles su condicin de sujetos de derecho. 26. Existen actualmente espacios de participacin para las vctimas en el marco de la Ley 1448 de 2011 orientados a construir y desarrollar programas y medidas de reparacin integral para ellas. Se subraya la importancia de la participacin de las vctimas en el diseo e implementacin de polticas pblicas de reparacin integral como un fundamento de su sostenibilidad. Adems, la participacin y construccin concertada contribuyen a fortalecer los esfuerzos de construccin de la paz. Por lo tanto, se recomienda al Gobierno Nacional coordinar con las gobernaciones y alcaldas la ampliacin y el fortalecimiento de estos espacios de participacin con el propsito de que a travs de ellos se faciliten condiciones para la construccin concertada de propuestas regionales para garantas de no repeticin. La ausencia, debilidad o ilegitimidad del Estado en los territorios ha contribuido a la conguracin de espacios institucionales y sociales proclives a la intolerancia y la violencia como mecanismo de resolucin de conictos. Esto ha facilitado que se aancen y arraiguen prcticas contrarias a los valores y principios democrticos consagrados en la Constitucin Poltica de 1991, que sustentan visiones y prcticas autoritarias de la poltica y de la sociedad. Para el fortalecimiento de prcticas y culturas democrticas, deben promoverse, desde diferentes instancias y con mayores esfuerzos y sistematicidad, lgicas de dilogo, deliberacin, respeto de la pluralidad y de las diferencias. Por otra parte, la construccin de una democracia consolidada requerir la revisin especca de cdigos de conducta de funcionarios pblicos y procesos de depuracin institucional. Por lo anterior: 27. Se recomienda al Gobierno Nacional y a la Rama Judicial fortalecer, entre otros, espacios de rendicin de cuentas y de mediacin para la resolucin extrajudicial de conictos a nivel regional, a travs de la resignicacin de instituciones como los jueces de paz o la creacin de instancias de mediacin que, dotadas de capacidades tcnicas, recursos, reconocimiento y legitimidad, adopten decisiones que sean vinculantes.
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INFORME GENERAL Centro Nacional de Memoria Histrica 28. Se recomienda al Gobierno Nacional con el acompaamiento de la Procuradura General de la Nacin disear mecanismos que materialicen procesos de depuracin en las entidades pblicas con el objeto de separar del servicio pblico a aquellos agentes que se demuestre han sido cooptados por actores armados ilegales o que pudieron estar comprometidos con graves violaciones a los Derechos Humanos, con el propsito de reconstruir conanza y legitimidad pblica, y fortalecer la capacidad institucional en trminos de eciencia para la realizacin de deberes y derechos. La ausencia y la debilidad de la presencia del Estado Social de Derecho en ciertas zonas del pas (las ms afectadas por el conicto armado) han propiciado situaciones de cooptacin del Estado por parte de grupos armados ilegales (paramilitares y guerrillas) y organizaciones dedicadas al narcotrco, fenmeno que afect instituciones pblicas a nivel nacional, regional y local. Adems, el desarrollo de alianzas entre intereses econmicos locales y regionales y los grupos armados ilegales, as como las nuevas dinmicas de apropiacin de la tierra y de los recursos naturales, resultan contrarias a los propsitos del Estado Social de Derecho. 29. Se insta al Gobierno Nacional a integrar en la planeacin nacional un mecanismo de reconstruccin integral de las regiones devastadas por la guerra que asegure la intervencin y la presencia efectiva del Estado Social de Derecho, garantizando la provisin de vas terciarias, energa elctrica y conectividad como medidas concretas que contribuyan a fortalecer la integracin nacin-territorio y a mejorar las condiciones socioeconmicas de estas zonas (escuelas, salud, educacin, vivienda, derechos colectivos) por parte de los ministerios y entidades responsables. As mismo, se debern priorizar y articular las acciones orientadas a la reparacin integral y la asistencia humanitaria. 30. Se reconoce que la presencia y los apoyos de la Cooperacin Internacional para la superacin del conicto armado en Colombia y para la reparacin integral a las vctimas del conicto armado han sido muy importantes. En este esfuerzo de construccin de la paz, en conformidad con los acuerdos de la Declaracin de Pars, se recomienda a la Cooperacin Internacional fortalecer su coordinacin y priorizar el apoyo a los esfuerzos de construccin de la paz, reejados en la planeacin y el presupuesto nacional.
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El 9 de febrero de 2012, en el municipio de Necocl, Urab antioqueo, se organiz la marcha por la tierra, la vida y la paz, la cual fue acompaada por el Presidente de la Repblica.
ANEXO
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Caso Caballero Delgado y Santana vs. Colombia Providencia Fondo Descripcin de los hechos El 7 de febrero de 1989, en el lugar conocido como la vereda Guaduas, jurisdiccin del Municipio de San Alberto, Departamento de Cesar, Colombia, Isidro Caballero Delgado y Mara del Carmen Santana fueron capturados por una patrulla militar conformada por unidades del Ejrcito de Colombia acantonadas en la base militar Lbano (jurisdiccin de San Alberto) adscrita a la Quinta Brigada con sede en Bucaramanga. La detencin se habra producido por la activa participacin del seor Isidro Caballero Delgado como dirigente sindical del magisterio santandereano desde haca 11 aos. Con anterioridad y por el delito de porte ilegal de armas haba estado detenido en la Crcel Modelo de Bucaramanga y se le concedio la libertad en 1986; sin embargo desde esa fecha era permanentemente hostigado y amenazado. Mara del Carmen Santana tambin perteneca al Movimiento 19 de Abril (M-19) y colaboraba con Isidro Caballero Delgado promoviendo la participacin del pueblo para la realizacin del Encuentro por la Convivencia y la Normalizacin que se realizara el 16 de febrero de 1989 en el Municipio de San Alberto. Elida Gonzlez Vergel, una campesina que transitaba por el mismo lugar en que fueron capturadas las vctimas, fue retenida por la misma patrulla del Ejrcito y dejada en libertad. Ella pudo observar a Isidro Caballero Delgado con un uniforme militar camuado y a una mujer que iba con ellos. Javier Pez, habitante de esa regin que les sirvi de gua, fue retenido por el Ejrcito, torturado y dejado en libertad posteriormente. Por los interrogatorios a que fue sometido y por las comunicaciones de radio de la patrulla militar que lo retuvo supo de la captura de Isidro Caballero Delgado y Mara del Carmen Santana y, una vez puesto en libertad, dio aviso a las organizaciones sindicales y polticas a las que ellos pertenecan, las cuales a su vez, informaron a sus familiares. Sentido del fallo y fecha Sentencia del 8 de diciembre de 1995: El Estado ha violado en perjuicio de Isidro Caballero Delgado y Maria del Carmen Santana los derechos a la libertad personal y a la vida. El Estado no ha violado el derecho a la integridad personal El Estado no ha incumplido la obligacion de adoptar medidas para hacer efectivos los derechos de las garantias judiciales en los procesos y la proteccion judicial de los derechos. El estado esta obligado a continuar los procedimientos judiciales por la desaparicion y presunta muerte de las personas mencionadas y su sancion conforme a su derecho interno. Decide que el Estado esta obligado a pagar una justa indemnizacion a los familiares de las victimas y a resarcirles los gastos en que hayan incurrido en sus gestiones ante las autoridades colombianas con ocasin de este proceso.
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Descripcin de los hechos Los 19 comerciantes, todos hombres, se dedicaban a actividades como transporte de mercaderas o de personas, compra de mercancas en la frontera colombo-venezolana y venta de las mismas en las ciudades de Bucaramanga, Medelln e intermedias. La cpula del grupo paramilitar que tena gran control en el Municipio de Puerto Boyac realiz una reunin, en la cual se tom la decisin de matar a los comerciantes y apropiarse de sus mercancas y vehculos, en virtud de que stos no pagaban los impuestos que cobraba el referido grupo paramilitar por transitar con mercancas en esa regin y debido a que consideraban que las presuntas vctimas vendan armas que compraban en Venezuela a los grupos guerrilleros o subversivos de la regin del Magdalena Medio. Esta reunin se realiz con la aquiescencia de algunos ociales del Ejrcito. El 4 de octubre de 1987 los comerciantes partieron desde Ccuta hacia Medelln en un camin, una camioneta, un taxi y un jeep, trasportando mercancas para venderlas. El 6 de octubre de 1987, en la tarde, pasaron por el casero de Puerto Araujo, donde fueron requisados por miembros de las Fuerzas Militares, y esa fue la ltima indicacin ocial sobre su paradero. Esa misma tarde los comerciantes fueron detenidos por miembros del grupo paramilitar o grupo delictivo que operaba en el Municipio de Puerto Boyac cerca de la nca El Diamante, propiedad del dirigente del referido grupo que se encontraba ubicada en la localidad de Cimitarra de dicho municipio. Alrededor de quince das despus de la desaparicin de los 17 comerciantes, los seores Juan Alberto Montero Fuentes -cuado de la presunta vctima Vctor Manuel Ayala Snchez- y Jos Ferney Fernndez Daz, fueron en bsqueda de los desaparecidos, transportndose en una moto. Cuando se encontraban realizando dicha bsqueda, miembros del mencionado grupo paramilitar que operaba en el Municipio de Puerto Boyac detuvieron a los seores Montero y Fernndez, quienes corrieron la misma suerte de los primeros 17 desaparecidos.
Sentido del fallo y fecha Sentencia del 5 de julio de 2004: El Estado viol los derechos a la libertad personal, a la integridad personal y a la vida consagrados en los artculos 7, 5 y 4 de la Convencin Americana sobre Derechos Humanos, en relacin con el artculo 1.1 de la misma, en perjuicio de los comerciantes. El Estado viol los derechos a las garantas judiciales y a la proteccin judicial consagrados en los artculos 8.1 y 25 de la Convencin Americana sobre Derechos Humanos, en relacin con el artculo 1.1 de la misma, en perjuicio de los comerciantes (Parcialmente disidente la Jueza Medina Quiroga). El Estado viol el derecho a la integridad personal consagrado en el artculo 5 de la Convencin Americana sobre Derechos Humanos, en relacin con el artculo 1.1 de la misma, en perjuicio de los familiares de los comerciantes El Estado debe, en un plazo razonable, investigar efectivamente los hechos del presente caso, con el n de identicar, juzgar y sancionar a todos los autores materiales e intelectuales de las violaciones cometidas en perjuicio de los 19 comerciantes y cumplir con otras medidas de reparacin., satisfaccin y no repeticin.
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Caso Gutirrez Soler vs. Colombia Providencia Fondo, reparaciones y costas. Descripcin de los hechos El 24 de agosto de 1994, en horas de la tarde, el Coronel de la Polica Nacional Luis Gonzaga Enciso Barn, Comandante de una unidad urbana de la Unidad Nacional Antiextorsin y Secuestro de la Polica Nacional (en adelante la UNASE), y su primo, el ex Teniente Coronel del Ejrcito Ricardo Dalel Barn, se apersonaron en la carrera 13 con calle 63 de la ciudad de Bogot, donde haban citado al seor Wilson Gutirrez Soler. Los seores Enciso Barn y Dalel Barn lo detuvieron y lo condujeron al stano de las instalaciones de la UNASE. Una vez en el stano, el seor Gutirrez Soler fue esposado a las llaves de un tanque de agua y sometido a torturas y tratos crueles, inhumanos y degradantes, consistentes en quemaduras en los rganos genitales y otras lesiones graves. Tres horas despus de haber sido torturado, el seor Gutirrez Soler fue entrevistado por funcionarios de la Ocina Permanente de Derechos Humanos, quienes le dijeron que para salvar su vida, respondiera a todo que s. Por tanto, el seor Gutirrez Soler fue inducido bajo coaccin a rendir declaracin en versin libre sobre los hechos motivo de la detencin. El seor Gutirrez Soler no cont con la presencia de su representante legal ni con la de un defensor pblico al rendir declaracin. Para suplir la ausencia de un defensor, miembros de la fuerza pblica solicitaron la asistencia de una religiosa con el n de que compareciera en la referida diligencia junto con el seor Gutirrez Soler. A la fecha de la sentencia ninguna persona ha sido sancionada por la detencin arbitraria del seor Wilson Gutirrez Soler y las torturas inigidas a ste. Sentido del fallo y fecha Sentencia del 12 de septiembre de 2005: El Estado viol el derecho a la Integridad Personal en perjuicio de los seores Wilson Gutirrez Soler y sus familiares. El Estado viol el derecho a la Libertad Personal y a la proteccin judicial, en perjuicio del seor Wilson Gutirrez Soler. El Estado incumpli las obligaciones de Prevenir y Sancionar la Tortura, en perjuicio del seor Wilson Gutirrez Soler. El Estado debe cumplir las medidas dispuestas relativas a su obligacin de investigar los hechos denunciados, as como identicar, juzgar y sancionar a los responsables y cumplir con otras medidas de reparacin, satisfaccin y no repeticin.
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Caso La Rochela vs. Colombia Providencia Fondo, Reparaciones y Costas Descripcin de los hechos En la maana del 18 de enero de 1989 quince miembros de una Comisin Judicial se dirigieron desde la localidad de Barrancabermeja hacia La Rochela, con el propsito de recibir las declaraciones de los testigos citados el da anterior. En el trayecto, los referidos agentes fueron interceptados por un grupo de quince hombres fuertemente armados y uniformados que se identicaron e hicieron pasar como miembros del XXIII Frente de las FARC. El hombre que se identic como el comandante al mando de dicho Frente interrog a los miembros de la Comisin Judicial, preguntndoles cul era el motivo de su presencia y cuntas personas integraban dicha Comisin. Se encuentra probado que ese hombre que se hizo pasar como mximo lder del referido frente de las FARC era en realidad Alonso de Jess Baquero Agudelo, uno de los lderes del grupo paramilitar Los Masetos. Tambin ha sido reconocido y probado que esos hombres armados que se hicieron pasar por miembros de las FARC pertenecan a dicho grupo paramilitar. Seguidamente los miembros del grupo paramilitar Los Masetos mantuvieron encerrados y custodiados a los miembros de la Comisin Judicial en un cuarto de aproximadamente doce metros alrededor de dos horas y media. Aproximadamente a las 12:00 horas los 15 miembros de la Comisin Judicial fueron atados con las manos por atrs de la espalda y obligados a subirse a los dos automviles. En otros dos automviles iban los paramilitares. Los miembros de la Comisin Judicial fueron llevados sin saber su destino durante aproximadamente unos tres kilmetros hacia Barrancabermeja, hasta que llegaron al sitio conocido como La Laguna. Los hombres armados se formaron a una distancia aproximada de diez metros de los automviles y, despus de seas que hizo uno de ellos, empezaron a disparar de forma indiscriminada y continua contra los miembros de la Comisin Judicial, durante varios minutos. Seguidamente, los paramilitares les empezaron a dar el tiro de gracia a las vctimas. Esto dur aproximadamente un minuto y medio. Hubo dos sobrevivientes. Antes de irse, los paramilitares pintaron en la supercie exterior de los vehculos Fuera el MAS, fuera los paramilitares, a n de asegurar que la autora de la masacre fuera atribuida a los grupos guerrilleros. Antes de emprender la retirada se apropiaron de veintitrs de los veinticinco expedientes que portaba la Comisin Judicial. Sentido del fallo y fecha Sentencia del 11 de mayo de 2007: La Corte acepta el reconocimiento parcial de responsabilidad internacional efectuado por el Estado por los hechos ocurridos el 18 de enero de 1989 y establece las siguientes responsabilidades: El Estado viol el derecho a la vida, a la integridad personal, a la libertad personal y a las garantas judiciales. El Estado debe, en un plazo razonable, conducir ecazmente los procesos penales que se encuentran en trmite y los que se llegaren a abrir, y debe adoptar todas las medidas necesarias que permitan el esclarecimiento de los hechos del presente caso, en aras de determinar la responsabilidad de quienes participaron en dichas violaciones. En materia de reparaciones, la Corte homologa el Acuerdo parcial en relacin con algunas medidas de reparacin, suscrito por el Estado y los representantes de las vctimas y sus familiares el 31 de enero de 2007. Adems el Estado debe tomar otras medidas de reparacin, satisfaccin y de no repeticin.
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Caso Manuel Cepeda vs. Colombia Providencia Excepciones preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas. Descripcin de los hechos El Senador Manuel Cepeda Vargas fue un lder poltico y miembro de la UP y del PCC, y un comunicador social con una orientacin de oposicin crtica. Fue miembro de la dirigencia de dichos partidos, y elegido como representante a la Cmara del Congreso durante el perodo 1991-1994 y como Senador de la Repblica para el perodo 1994-1998. El 9 de agosto de 1994, alrededor de las nueve de la maana, el Senador Cepeda Vargas fue asesinado cuando se desplazaba desde su vivienda hacia el Congreso de la Repblica. El automvil del Senador fue interceptado y los autores materiales hicieron varios disparos de arma de fuego que le causaron la muerte instantneamente. El escolta reaccion en forma inmediata y dispar varias veces su revlver, sin lograr resultados. Posteriormente, los asesinos abandonaron el automvil en el que se transportaban a un kilmetro y medio del lugar. En la ejecucin participaron, al menos, dos sargentos del Ejrcito Nacional de Colombia, quienes fueron condenados por los hechos. Es un hecho reconocido por las partes del presente caso que el mvil del crimen del Senador Cepeda Vargas fue su militancia poltica de oposicin, que ejerca como dirigente de la UP y del PCC, en sus actividades parlamentarias como Senador de la Repblica, y en sus publicaciones como comunicador social. Sentido del fallo y fecha Sentencia del 26 de mayo de 2010: La Corte acepta el reconocimiento parcial de responsabilidad internacional efectuado por el Estado, y establece las siguientes responsabilidades: El Estado viol los derechos a la vida e integridad personal del senador. El Estado viol los derechos a las garantas judiciales y proteccin judicial en perjuicio del senador. El Estado viol los derechos a la proteccin de la honra y la dignidad, la libertad de pensamiento y expresin, la libertad de asociacin y los derechos polticos en perjuicio del senador. El Estado viol los derechos a la integridad personal, proteccin de la honra y de la dignidad, derecho de circulacin y de residencia, en perjuicio de los familiares del senador. El Estado debe conducir ecazmente las investigaciones internas en curso y, de ser el caso, las que llegasen a abrirse para identicar, juzgar y, en su caso, sancionar a todos los responsables de la ejecucin extrajudicial del Senador Manuel Cepeda Vargas. Adems debe tomar otras medidas de reparacin, satisfaccin y de no repeticin.
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Caso Valle Jaramillo vs. Colombia Providencia Fondo, Reparaciones y Costas Descripcin de los hechos El 27 de febrero de 1998 dos hombres armados ingresaron al despacho de Jess Mara Valle Jaramillo en Medelln, donde tambin se encontraban Carlos Fernando Jaramillo Correa y Nelly Valle Jaramillo, hermana de Jess Mara Valle. Posteriormente entr una mujer, quien, junto con dos hombres, procedi a amarrar e inmovilizar a los rehenes. Jess Mara Valle fue asesinado mediante dos disparos a la cabeza y falleci instantneamente. Tras la ejecucin extrajudicial, la seora Valle y el seor Jaramillo Correa fueron arrastrados desde el despacho hasta la sala de la ocina. All fueron amenazados con armas de fuego. Los perpetradores abandonaron el despacho. Carlos Fernando Jaramillo debi exiliarse por temor a las amenazas recibidas. Los elementos de juicio disponibles indican que el mvil del asesinato fue el de acallar las denuncias del defensor de derechos humanos Jess Mara Valle sobre los crmenes perpetrados en el Municipio de Ituango por paramilitares en connivencia con miembros de la Fuerza Pblica. Transcurridos casi nueve aos se ha condenado a tres civiles, en ausencia, y no existen investigaciones judiciales orientadas a la determinacin de responsabilidad alguna de agentes del Estado. Sentido del fallo y fecha Sentencia del 27 de noviembre de 2008: La Corte acepta el reconocimiento de responsabilidad internacional efectuado por el Estado y establece las siguientes responsabilidades: El Estado viol el derecho a la integridad personal, pero no se comprob el derecho a la honra y a la libertad personal en el caso. El Estado debe realizar los pagos de las cantidades establecidas en la Sentencia por concepto de dao material, dao inmaterial y reintegro de costas y gastos dentro del plazo de un ao, contado a partir de la noticacin del presente Fallo. El Estado debe investigar los hechos que generaron las violaciones del presente caso y tomar otras medidas de satisfaccin y de no repeticin. Sentencia del 30 de noviembre de 2012: El Estado es responsable por la violacin del derecho a la vida, a la integridad personal, a la propiedad privada, a la circulacin y residencia. No fue probada la violacin de los derechos a la proteccin judicial y a las garantas judiciales ni el derecho a la proteccin de la honra y el buen nombre.
El 13 de diciembre de 1998 varias aeronaves sobrevolaban los alrededores de Santo Domingo en horas de la maana y en mayor nmero a partir de las 09:00 am. En el marco de las operaciones que se presentaban en la zona, a las 10:02:09 am, la tripulacin del helicptero UH1H 4407 de la Fuerza Area Colombiana integrada por el piloto Teniente C.R.P., el copiloto Teniente J.J.V. y el tcnico de la aeronave H.M.H.A., lanz un dispositivo cluster (AN-M1A2). De los sucesos ocurridos entre el 12 y el 14 de diciembre en Santo Domingo, resultaron muertas 17 personas, de las cuales 6 eran nios y nias, y a su vez, segn el Informe de Fondo de la Comisin, resultaron heridas 27 personas, entre ellas 10 nias y nios.
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BIBLIOGRAFA
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Glosario de siglas
ACCU: AutodefensasCampesinas de Crdoba y Urab ACNUR: Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados ADO: Movimiento de Auto Defensa Obrera AFAVIT: Asociacin de Familiares de Vctimas de Trujillo AMOR: Asociacin de Mujeres del Oriente Antioqueo ANAPO: Alianza Nacional Popular ANUC: Asociacin Nacional de Usuarios Campesinos ASDI: Asociacin Sueca de Cooperacin Internacional para el Desarrollo ASFADDES: La Asociacin de Familiares de Detenidos Desaparecidos ATCC: Asociacin de Trabajadores Campesinos del Carare AUC: Autodefensas Unidas de Colombia BCB: Bloque Central Bolvar CAJ: Comisin Andina de Juristas CARE: Centro de Acercamiento para la Reconciliacin CCJ: Comisin Colombiana de Juristas CEPAL: Comisin Econmica para Amrica Latina CERAC: Centro de Recursos para el Anlisis de Conictos CIA: Agencia Central de Inteligencia CIDH: Comisin Interamericana de Derechos Humanos CINEP: Centro de Investigacin y Educacin Popular CNMH: Centro Nacional de Memoria Histrica CNRR: Comisin Nacional de Reparacin y Reconciliacin COALICO: Coalicin contra la vinculacin de nios, nias y jvenes al conicto armado en Colombia COCOMACIA: Consejo Comunitario Mayor de la Asociacin Campesina Integral del Atrato CODHES: Consultora para los Derechos Humanos y el Desplazamiento
430
CONADEP: Comisin Nacional sobre la Desaparicin de Personas CPDDH: Comit Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos CRIC: Consejo Regional Indgena del Cauca CSPP: Comit de Solidaridad con los Presos Polticos DAS: Departamento Administrativo de Seguridad DIH: Derecho Internacional Humanitario DRI: Desarrollo Rural Integrado EDAI: Editorial Amnista Internacional ELN: Ejrcito de Liberacin Nacional EPL: Ejrcito Popular de Liberacin ERG: Ejrcito Revolucionario Guevarista ERP: Ejrcito Revolucionario del Pueblo EUDEBA: Editorial Universitaria de Buenos Aires FARC: Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FENSA: Federacin Nacional Sindical Agraria FESCOL: Friedrich Ebert Stiftung en Colombia FUAR: Frente Unido de Accin Revolucionaria GIEG: Grupo Interdisciplinario de Estudios de Gnero GMH: Grupo de Memoria Histrica ICBF: Instituto Colombiano de Bienestar Familiar IEPRI: Instituto de Estudios Polticos y Relaciones Internacionales ILSA: International Law Studen Asociation INCORA: Instituto Colombiano de la Reforma Agraria INDH PNUD: Inrme Nacional sobre Desarrollo Humano del Proyecto de las Naciones Unidas para el Desarrollo INPEC: Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario IPUI: Iglesia Pentecostal Unida Internacional
Glosario de siglas
JUCO: Juventud Comunista LGTBI: Lesbianas, Gay, Transexuales, Bisexuales e Intersexuales M19: Movimiento 19 de Abril MAPP-OEA: Misin de Apoyo al Proceso de Paz de la Organizacin de Estados Americanos MAS: Muerte a Secuestradores MOEC: Movimiento Obrero Estudiantil Campesino MOIR: Movimiento Obrero Independiente Revolucionario MOVICE: Movimiento Nacional de Vctimas de Crmenes de Estado MRL: Movimiento Revolucionario Liberal NN: Cuerpo No Identicado OACNUDH: Ocina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos OEA: Organizacin de Estados Americanos ONG: Organizaciones No Gubernamentales ONIC: Organizacin Nacional Indgena de Colombia ONU: Organizacin de Naciones Unidas OXY: Occidental Petroleum Company PAICMA: Programa Presidencial de Atencin Integral contra Minas Antipersonal PC3: Partido Comunista Clandestino PCCML: Partido Comunista de Colombia Marxista-Leninista PCDSD: Poltica de Consolidacin de Defensa y Seguridad Democrtica PCN: Proceso de Comunidades Negras PCNM: Proyecto Colombia Nunca Ms PDSD: Poltica de Defensa y Seguridad Democrtica PGN: Procuradura General de la Nacin
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PNR: Plan Nacional de Rehabilitacin PNUD: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo PROVISAME: Mujeres Promotoras de Vida y Salud Mental PRT: Partido Revolucionario de los Trabajadores PRT: Partido Revolucionario de los Trabajadores RUPD: Registro nico de Poblacin Desplazada RUPTA: Registro nico de Predios y Territorios Abandonados RUV: Registro nico de Vctimas SAT: Sistema de Alertas Tempranas SIPOD: Sistema de Informacin de Poblacin Desplazada SNAIPD: Sistema Nacional de Atencin Integral a la Poblacin Desplazada TIAR: Tratado de Asistencia Recproca TLC: Tratado de Libre Comercio UAEGRTD: Unidad Administrativa Especial para la Gestin de la Restitucin de Tierras Despojadas UDH: Unidad de Derechos Humanos UMATA: Unidad Municipal de Asistencia Tcnica Agropecuaria UNESCO: Organizacin de las Naciones Unidas para la Educacin, la Ciencia y la Cultura UNICEF: Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia UNIJUS: Centro de Investigaciones Jurdicas de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional UNIR: Unin Nacional de Izquierda Revolucionaria UNO: Unin Nacional de Oposicin UNO: Unin Nacional Obrera UP: Unin Patritica UTC: Unin de Trabajadores Colombianos
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