05 LISPECTOR. La Mujer Más Pequeña Del Mundo (1960)

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La mujer mas p e quefia del mundo

En las profundidades del Africa Ecuatorial, el explorador frances Marcel Pretre, cazador y hombre de mundo, se topo con una tribu de pigmeos de una pequeriez sorprendente. Mas sorprendido quedo al ser informado de que existia un pueblo todavia mas diminuto allende florestas y distancias. Entonces, mas hacia las profundidades, el fue. En el Congo Central descubrio realmente a los pigmeos mas pequerios del mundo. Y-como una caja de~tro de una caja dentro de una caja- entre los men~res plgmeos del mundo estaba el menor de los men ores plgmeos del mundo , obedeciendo tal vez a la necesidad que a veces tiene la naturaleza de excederse a sf misma. Entre mosquitos y arboles tibios de humedad, entre las hojas ricas del verde mas perezoso, .Marcel P,retre se enfrento con una mujer de cuarenta y cmco centimetros, madura, negra, callada. Oscura como un mono, inforrnaria el a la prensa, y que vivia en 10 alto de un arb.ol con su pequefio concubino. En los calidos humores sllvestre~,.que tempranamente maduran las frutas y les dan una casi mtolerable dulzura al paladar, ella estaba gravida. _ Alli en pie estaba, por 10 tanto, la mujer mas pequena del mundo. Por un instante, en el zumbido del calor, fue
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como si el frances hubiese Hegado inesperadamente a una ultima conclusion. Seguramente, por no tratarse de un loco, su alma no desvario ni perdio los Iimites. Sintiendo una inmediata necesidad de orden, y de dar nombre a 10 que existe, le dio el apodo de Pequefia Flor. Y para conseguir clasificarla entre las realidades reconocibles, de inmediato cornenzo a recoger datos sobre ella. Su raza estaba siendo exterminada paulatinamente. Pocos ejemplares humanos restan de esa especie que, de no ser por el disimulado peligro del Africa, seria un pueblo difundido. Fuera de la enfermedad, infectado halite de aguas, la comida deficiente y las fieras que rondaban, el gran peligro para los escasos likuoalas esta en los salvajes banuies, amenaza que los rodea en el aire silencioso como en madrugada de batalla. Los banuies los cazan con redes, como hacen con los monos. Y los comen. Asi: los cazan con redes y los comen. La pequefia raza, siempre retrocediendo y retrocediendo, termino acuartelandose en el corazon de Africa, donde el afortunado explorador la descubriria. Por defensa estrategica, viven en los arboles mas altos. De donde descienden las mujeres para cocinar maiz, moler mandioca y recoger verduras; los hombres, para cazar. Cuando nace un hijo, casi inmediatamente le es dada la libertad. Es verdad que muchas veces la criatura no usufructua mucho tiempo esa libertad entre fieras. Pero tambien es verdad que, por 10 menos, no lamentara que, para tan corta vida, largo haya sido el trabajo. Pues hasta ellenguaje que la criatura aprende es breve ysimple, apenas 10 esencial. Los likoualas usan pocos nombres, Haman a las cosas por gestos y sonidos animales. Como avance espiritual, tienen un tambor. Mientras bailan al son del tambor, un macho pequerio queda de guardia contra los bantues, que quien sabe de donde vendran. Fue asi, pues, como el explorador descubrio, de pie y a sus pies, la cosa humana mas pequefia que existe. Su corazon latio porque ni siquiera una esmeralda es cosa tan rara. Ni las enserianzas de los sabios de la India son tan raras. Ni el hombre mas rico de la tierra ha puesto los ojos sobre tan
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extrana gracia. AlH estaba una muje~ qu~ ni l.a glotoneria del mas fino suerio jamas habria podido Imagmar. Fue entonces cuando el explorador dijo timidarnente y :on ,una delicadeza de sentimientos de los que su esposa Jamas 10 hubiera creido capaz: - Tu eres Pequeria Flor. En ese instante, Pequena Flor se rasco do.nde un~ ~ersona no se rasca. El explorador -como. si estuviera reCl?lendo el mas alto premio de castidad a que un hombre s.lempre muy idealista osa aspirar-, el explorador, tan expenmentado, desvio los ojos. . La fotografia de Pequena Flor fue.pubhcada en el suplemento a color de los diarios del dommgo, don de cupo a tamana natural. Envuelta en un pafio, con la barriga en e~tado adelantado. La nariz chata, la cara negra, los oJos hondos, los pies planos, Pareda un perri to.. . Ese domingo, en un apartamerrto, una mujer, a1 rmrar en el diario abierto el retrato de Pequefia Flor, no qUlSO rrurarlo por segunda vez porque n:_eda pena. En otro apartamento, una senora tuvo tal perver~a ternura por la pcquefiez de la mujerc~ta a!ricana qu~ -sle.ndo mucho mejor prevenir que curar- pmas se de?ena deJ~~a Pequeria Flor a solas con la ternura de la tal senora. _i~~len sabe a que oscuridades de amor puede ~l~gar el canno. La senora paso todo el dia perturbada, se diria que pres~ de la nostalgia. Ademas, era primavera y una bondad pehgrosa estaba en el aire. En otra casa una nena de cinco afios de edad, viendo el retrato y escuchando los comentarios, quedo muy asusta?a. En aquella casa de adultos, hasta ahora esa.ni~a habia sido el mas pequefio de los seres humanos. Y, SIbien eso era la fuente de las mejores caricias, tam bien era la fuente de es_te primer miedo al amor tirano. La existencia de Peque~a Flor llevo a la nina a sentir -con una vaguedad que solo much os afios despues, por motivos muy diferentes, habri~ de concretarse en pensamiento-, llevo a sentir, en una pnmera sabiduria, que la desgracia no tiene limites.
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En otra casa, en la consagracion de la primavera, una joven novia tuvo un extasis de piedad: -jMama, mira la fotografia de ella, pobrecita!, [mira que triste estal -Pero -dijo la madre, dura, derrotada y orgullosa-, pero es una tristeza animal, no es una tristeza humana. -jOh, mama! -dijo la muchacha muy desanimada. Fue en otra casa donde un chico despierto tuvo una idea astuta: +Mama, 2si yo pusiera a esa mujercita african a en la cama de Pablito, mientras el esta durmiendo?, cuando el se despertara, que susto, 2eh?, [que griterio viendola sentada . en 1acama! [Yuno podria jugar tanto con ella, uno 1a tendria de juguete, no! La madre de el estaba en ese instante poniendose tubos en e1 cabello frente a1 espejo del bafio, y recordo 10 que una cocinera le habia contado de su tiempo de orfanato. No teniendo mufieca para jugar, y con la maternidad ya latiendo fuerte en e1 corazon de las huerfanas, las nifias mas astutas habian escondido de las monjas el cadaver de una de las chicas. Guardaron el cadaver en un armario hasta que la monja salio, y jugaron con la nina muerta, la bafiaron, le dieron de comer, la pusieron en penitencia solamente para despues poder besarla, consolandola, De todo eso se acordo la madre en el bafio, y bajo las manos levantadas, llenas de horquillas. Y considero la crueldad de 1a necesidad de amar. Considero la malignidad de nuestro deseo de ser feliz. Considero 1a ferocidad con que queremos jugar. Y el mimero de veces en que mataremos por amor. Entonces miro al hijo astuto como si mirase a un extrario peligroso. Y sintio horror de su propia alma que, mas que su cuerpo, habia engendrado a aquel ser apto para la vida y 1a felicidad. Asi miro ella, con mucha atencion v un orgullo incornodo, a aquel nino que ya estaba sin los dientes de delante, jla evolucion, la evolucion hacieridose, un diente cayendo para que nazca otro que muerda mejor! Voy a comprarle un traje nuevo, resolvio, mirandolo ab99

sorto. Obstinadamente adornaba al hijo desdentado con ropas finas, obstinadamente 10 quer~a .limpio, co~~ si la limpieza diera enfasis a una superficialidad tranquilizadora, perfeccionando obstinadamente el la~o amable de la belleza. Obstinadamente alejandose , alejandolo, de algo que debia ser oscuro como un mon.~..Ento~ces, mirando al espejo del bario, la madre sonno mtenCl_onadamente fina y delicada, colocando entre su rostro .de lm.ea~abstractas y la cara desnuda de Pequeria Flor l~ d:stanCla,msupe:able de milenios. Pero, con anos de pracllca, sabia que ~se seria un domingo en el que tendria que disfrazar consigo misma la ansiedad, el suerio y los milenios perdidos. . En otra casa, junto a una pared, se dieron al trabajo alborozado de calcular con una cinta metrica los cuarenta y cinco centimetros de Pequena Flor. Y fue ahi mismo donde encantados se asustaron al descubrir que ella era todavf; mas pequefla de 10 que la mas aguda imagi~~cion ~~ventara. En el corazon de cada miembro de la familia nacio, nostalgico, el deseo de tener para sf aquella co~a me nuda e indomable, aquella cosa salvada de ser cornida, aqu~l~a fuente permanente de caridad. El ~~ma avida d~ ~a familia querfa volcarse en devocion. Y, qUlen sabe, ~qUlen no d:; seo alguna vez poseer a un ser hun:ano, solamente para ~l. Lo que, en verdad, no siempre sena. c~modo, porque hay horas en que no se quiere.t~ner sen;ImIe~to,s. -Apuesto a que si ella vrviera aqUl termmabamos en una pelea -dijo el padre sentado en el.si~lon, dandole la vuelta definitivamente a la pagina del diario-. En esta casa todo termina en pelea. -Til Jose siempre pesimista -dijo la madre. , , , b b ';J -~Ya has pensado, mama, que tama~o tendna su e e. -dijo ardiente la hija may~r, de tr:c: anos. El padre se movie detras del diario. _ -Debe de ser el bebe negro mas pequeno del mundo =resporidio la madre, derritiendose de gusto-. ilma~fn~nse, ella sirviendo la mesa aqui, en casal, iYcon la barriguita grande I
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-iBasta de esas conversaciones! -trono el padre. - Tendras que convenir en que se trata de una cosa rara -dijo la madre, inesperadamente ofendida-; 10 que pasa es que eres un insensible. ~yla propia cosa rara? Mientras tanto, en Africa, la propia cosa rara tenia en el corazon (quien sabe si tam bien negro, pues en una naturale~a que se equivoco una vez ya no se puede confiar mas), mI,entras tanto ,la propia cosa rara tenia en el corazon algo mas raro todavia, algo asi como el secreta del rnismo secreto: un hijo minimo. Metodicamente, el explorador examino con la mirada la barriguita mas pequefia de un ser humano ~aduro. Fue en ese instante en que el explorador, por pnmera vez desde que la conociera, en vez de sentir curiosidad 0 exaltacion 0 triunfo 0 espiritu cientffico, el explorador sintio males tar. Es que la mujer mas pequefia del mundo se estaba riendo. Estaba rien_dose calida, calida. Pequefia Flor estaba gozando de la vida. La propia cosa rara estaba sintiendo la inefable sensacion de no haber sido comida todavfa. No haber sido comida era algo que, en otros momentos le inspiraba el agil impulso de saltar de rama en rama. Pe~o, en este momento de tranquilidad, entre las espesas hojas del Congo Central, ella no estaba aplicando ese impulso a una accion, y el impulso se habia concentrado todo en la propia pequefiez de la propia cosa rara. Y entonces ella se refa. Era una risa como solo quien no habla rie. Esa risa, el explorador, incornorlo, no consiguio clasificarla. Y ella continuo disfrutando de su propia risa suave, ella, que no estaba siendo devorada. No ser devorado es el sentimiento mas perfecto. No ser devorado es el objetivo secreto de toda una vida. Mientras ella no estaba siendo comida, su risa bestial era tan delicada como es delicada la alegria. El explorador estaba atrapado. En segundo lugar, si la propia cosa rara estaba riendo era porque, dentro de su pequeriez, una gran oscuridad se habia puesto en movimiento.
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Porque la pro pia cosa rara seritia el pecho tibio de 10 que se podia llamar Amor. Ella amaba a aquel explorador amarillo. Si hubiese sabido hablar para decirle que 10 amaba, el se hincharia de vanidad. Vanidad que disminuiria cuando ella agregara que tambien amaba mucho el anillo del explorador y que amaba mucho la bota del explorador. Y cuando el se deshinchara avergonzado, Pequena Flor no comprenderia por que. Porque, ni de lejos, su amor por el explorador -hasta puede decirse profurido amor , ya que, no teniendo otros recursos, ella estaba reducida a la profundidad-, pues ni de lejos su amor profundo por el explorador quedaria desvalorizado por el hecho de que ella tambien amaba su bota. Existe un viejo equivoco sobre la palabra amor, y si muchos hijos nacen de esa equivocacion, tantos otros perdieron el unico instante de nacer solamente por causa de una susceptibilidad que exige que sea, ide mi, para mil, que se guste, no de mi dinero. Pero en la humedad de la selva no existen esos refinamientos crueles, el amor es no ser comido, amor es encontrar hermosa una bota, amor es gustar del color raro de un hombre que no es negro, amor es reir de amor a un anillo que brilla. Pequefia Flor parpadeaba de amor, y rio calida, pequefia, gravida, calida. EI explorador intento sonreir nuevamente, sin saber exactamente a que abismo respondia su sonrisa, yentonces se perturbo como solamente un hombre de semejante tamana se perturba. Disimulo, acomodandose mejor su sombrero de explorador, y enrojecio pudicamente. Torno un lin do color, un rosa verdoso, como el de un limon de rnadrugada. .1debia de ser acido, Fue probablemente al acomodar mejor su casco simbolico cuando el explorador se llamo al orden, recupero con severidad la disciplina de trabajo, y recomenzo a anotar. Habia aprendido a comprender algunas de las pocas palabras articuladas de la tribu, y a interpretar las senales. Ya consegufa hacer preguntas. Pequefia Flor respondio que sf. Que era muy lin do tener un arbol para vivir, suyo, de ella. Pues -y eso ella no 10
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dijo, pero sus ojos se tornaron tan oscuros que 10 dijeron-, pues era bueno poseer, era bueno poseer, era bueno poseer. El explorador pestafieo varias veces. . Marcel Pretre tuvo varios momentos diffciles consigo rmsmo. yero por 10 menos se ocupo de tomar notas. Quien no tome notas tuvo que arreglarselas como pudo: . -Pues mire -de claro de repente la vieja cerrando el diano con decision-, pues mire, yo solo Ie digo una cosa: Dios sabe 10 que hace.

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