Isabel, La Cruzada - W. T. Walsh PDF

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W. T.

WALSH

Isabel La Cruzada

Traduccin de Carlos M. Castro Cranwell

1945

ADVERTENCIA DEL AUTOR

Este libro es un compendio de la obra Isabella of Spain, publicada en Nueva York en 1930. En la obra original se encontrarn las notas y pruebas de las conclusiones a que se llega en la misma y que son objeto de controversia, como, por ejemplo, la Inquisicin. W. T. W.

NDICE

CAPTULO I...................................................................................................... 6 CAPTULO II................................................................................................... 14 CAPTULO III.................................................................................................. 19 CAPTULO IV.................................................................................................. 25 CAPTULO V................................................................................................... 31 CAPTULO VI.................................................................................................. 37 CAPTULO VII................................................................................................. 44 CAPTULO VIII................................................................................................ 51 CAPTULO IX.................................................................................................. 58 CAPTULO X................................................................................................... 64 CAPTULO XI.................................................................................................. 70 CAPTULO XII................................................................................................. 79 CAPTULO XIII................................................................................................ 84 CAPTULO XIV................................................................................................ 90 CAPTULO XV................................................................................................. 97 CAPTULO XVI.............................................................................................. 103 CAPTULO XVII............................................................................................. 107 CAPTULO XVIII............................................................................................ 113 CAPTULO XIX.............................................................................................. 119 CAPTULO XX............................................................................................... 127 CAPTULO XXI.............................................................................................. 133 CAPTULO XXII............................................................................................. 139

CAPTULO XXIII............................................................................................ 145 CAPTULO XXIV........................................................................................... 152 CAPTULO XXV............................................................................................ 156 CAPTULO XXVI........................................................................................... 167 CAPTULO XXVII.......................................................................................... 173 CAPTULO XXVIII......................................................................................... 179 CAPTULO XXIX........................................................................................... 186 CAPTULO XXX............................................................................................ 192 CAPTULO XXXI........................................................................................... 199 CAPTULO XXXII.......................................................................................... 206 CAPTULO XXXIII......................................................................................... 210

CAPTULO I

Al atardecer de un da de otoo de 1461, una pequea caravana galopaba a lo largo del estrecho y sinuoso camino que va de Madrigal a Arvalo, en Castilla la Vieja. Al frente de una columna de hombres armados, cabalgaba, vistiendo su armadura, un hombre de alguna edad que por su aspecto deba de ser hidalgo. A su lado, montadas en mulas, iban dos nias de cerca de diez aos. Una era morena, de inquietos ojos negros y boca sonriente que nunca callaba. La otra era de franco tipo norteo, con cabellos de color cobrizo claro, mentn tal vez demasiado marcado para el resto de sus facciones, y en sus ojos azules brillaban verdosas luces con destellos de oro. Ambas estaban arropadas en largos mantos de lana para resguardarse del viento fro que azotaba al sesgo el camino y de la nube gris de polvo que levantaban los cascos de los caballos; y debajo de sus pequeos y graciosos sombreros, llevaban un pauelo de seda anudado en la barbilla, que les cubra el cabello y las orejas. La morena, la ms alta de las dos, llevaba vestidos ms nuevos y ricos. Era Beatriz de Bobadilla, hija del gobernador del castillo de Arvalo. Sin embargo, trataba con cierta deferencia a su desaliada compaera, a quien siempre llamaba doa Isabel. Ya a la edad de diez aos se enseaba en Castilla cules eran los deberes para con una princesa de sangre real. Aunque Isabel viva con su madre la reina viuda en situacin econmica apremiante, casi olvidada por su medio hermano el rey Enrique IV, era muy probable que la hija del segundo matrimonio del difunto Juan II casara algn da con un poderoso noble. Estas posibilidades se vean confirmadas por las recientes negociaciones tendientes a desposarla con el prncipe Fernando de Aragn. 6

Doa Isabel escuchaba con serena gravedad, rara en una nia, la charla de Beatriz. Ms que de hablar, gustaba de escuchar, y cuando hablaba lo haca con pocas palabras. Aun a esa edad conservaba una majestuosa prestancia que no sorprenda si se tena en cuenta que descenda de Alfredo el Grande, Guillermo el Conquistador, los reyes ingleses Plantagenet, San Luis, rey de Francia, y San Fernando, rey de Castilla. No obstante, pareca inverosmil que un da llegara a ser reina. Su hermano Alfonso tena mayores probabilidades que ella. Pero eran inmensos los obstculos que se oponan a que cualquiera de ellos ascendiera al trono. Mucho tena que hablar Beatriz aquel da. Su padre, el gobernador, las haba llevado a Medina del Campo, donde tres veces al ao se realizaba la feria ms importante de Espaa. Haban visto mercaderes de todo el sur de Europa comprando las mejores lanas y granos de Castilla, novillos, caballos y mulas de Andaluca; caballeros de Aragn, marinos de las costas del este de Catalua, montaeses del Norte, moros de Granada con sus turbantes, barbudos judos envueltos en sus gabardinas, campesinos de Provenza y del Languedoc, y alguno que otro alemn o ingls. Ahora volvan a Arvalo a seguir la vida rutinaria impuesta por la reina viuda. Isabel reciba la educacin de los nobles de aquella poca de Espaa, a pesar del negligente abandono del rey y las apremiantes necesidades de dinero que hacan que ella y su madre carecieran de alimento y vestido, al punto de verse obligadas a vivir como campesinas. Haba aprendido a hablar castellano con armoniosa elegancia y a escribirlo con cierta distincin. Estudiaba gramtica, retrica, pintura, poesa, historia y filosofa. Bordaba intrincados dibujos en telas de oro y terciopelo. Con extraordinaria habilidad ilustraba en caracteres gticos oraciones sobre pergaminos. Todava se encuentran en la catedral de Granada un misal que ella ilustr y estandartes y ornamentos que confeccion para el altar de su capilla. Hered de su padre un apasionado amor por la msica y la poesa; sin duda, haba ledo los trabajos de su poeta favorito, Juan 7

de Mena, y probablemente una traduccin espaola de Dante. De sus preceptores, que haban estudiado en la Universidad de Salamanca, a la que despus se llam la Atenas de Espaa, aprendi la filosofa de Aristteles y de Toms de Aquino. Si ley la Visin deleitable, escrita especialmente en esa poca, para la educacin del prncipe Carlos de Viana, al que estaba prometida por el rey, sabra que el movimiento es la causa del calor, y por qu sopla el viento, y por qu difieren los climas, y por qu los minerales son distintos, y cules son las causas de las sensaciones del olfato, del gusto y del odo, y por qu algunas plantas son grandes y otras pequeas, y las propiedades de las medicinas; todo esto, presentado amenamente como una novela, para inculcar en el joven cerebro real la ciencia de la poca de la manera ms agradable posible. Las traducciones espaolas de La Odisea y de La Eneida eran comunes en la corte del hermano de Isabel. Mostraba ella especial inters por los cantos o cancioneros, tan queridos por su padre, y as aprendi la heroica historia de sus antepasados los cruzados. Aun en la soolienta Arvalo se saba que toda Europa estaba amenazada por la invasin de los desalmados brbaros que haban perturbado la paz y prosperidad de los hombres de Occidente durante ms de mil aos. En realidad, cerca de ocho siglos luch la cristiandad por su existencia. Durante la niez de Isabel, los fanticos musulmanes haban llegado al Danubio, invadido el Asia Menor, alcanzado la Baja Hungra, gran parte de los Balcanes y devastado Grecia, despus de abrirse camino a Constantinopla, llave de Occidente. En una Europa donde a menudo los reyes y prncipes anteponan sus propios intereses a los de la cristiandad, slo el papa poda hablar con universal autoridad moral. Pero aunque un pontfice despus de otro instara a los cristianos a unirse en defensa de sus hogares, nadie escuchaba esas amonestaciones, salvo los desdichados pueblos que se hallaban en la primera lnea de defensa. El emperador Federico III, que gobernaba toda la Europa central, se ocupaba afanosamente en cultivar su jardn o en cazar pjaros; Inglaterra estaba en vsperas de la guerra de las Dos Rosas, y cuando el pueblo de Dinamarca 8

contribuy con su dinero a costear la cruzada, el rey lo rob de la sacrista de la catedral de Roskilde. Entretanto, el terrible Mohamed II, conocido con el nombre de Gran Turco, y cuya sola mencin provocaba terror en las aldeas europeas, se abra camino a travs de Italia, amenazando el corazn de nuestra civilizacin. Isabel saba demasiado bien que Espaa se haba desangrado durante ms de setecientos aos bajo la opresin musulmana. Algunos judos espaoles que odiaban a la cristiandad y deseaban ver destruida su influencia, indujeron a los berberiscos a cruzar el angosto estrecho de frica y apoderarse de las tierras de los cristianos. La incitacin fue escuchada. Pronto la Pennsula fue arrasada por el fuego y la espada del infiel. Unos judos abran las puertas de las ciudades al invasor, mientras otros luchaban en los ejrcitos de los visigodos cristianos. Los berberiscos conquistaron toda Espaa, excepto unas desguarnecidas, montaas en el Norte, donde se refugi el resto de los cristianos. Pero no se detuvieron los invasores en los Pirineos. Invadieron Francia, y habran conquistado toda Europa si Carlos Martel no los hubiese rechazado en una sangrienta batalla que dur ocho das, cerca de Tours, en 732. Siete siglos de lucha fueron necesarios para recuperar, paso a paso, del poder invasor, las tierras conquistadas. Ao tras ao, siglo tras siglo, haban ido empujando a los enemigos de Cristo hacia el Mediterrneo. Aprendi Isabel en los cancioneros cmo un apstol de Cristo, caballero en un caballo blanco, se apareci a los destruidos ejrcitos cristianos cerca de Clavijo y los condujo a la victoria sobre las irresistibles hordas musulmanas. ste era Jacobo el Mayor, o, como se le llama en Espaa, Santiago, el apstol, que predic all el Evangelio, y cuyo cuerpo, despus de su martirio en Jerusaln, fue llevado a Espaa por quienes lo acompaaron, de acuerdo con la tradicin espaola, y, despus de perdido durante ocho siglos, fue encontrado milagrosamente y venerado en el clebre sepulcro de Compostela. Desde entonces, Santiago fue el patrn de Espaa, y los cruzados corran a la victoria al grito de guerra Por Dios y Santiago!, hasta que todo el poder poltico de los musulmanes qued reducido al rico y poderoso reino de Granada, 9

a lo largo de la costa del Sur. All permanecieron como constante amenaza de los reinos cristianos de Castilla y Aragn, ya que en cualquier momento podan traer de frica nuevas hordas de fanticos y reconquistar toda Espaa. Era urgente, por lo tanto, la necesidad de un rey fuerte y hbil que uniera los estados cristianos y finalizara la reconquista. Desgraciadamente, el cetro de San Fernando haba cado en manos de un incapaz. El medio hermano de Isabel era un degenerado, conocido en toda Europa con el nombre do Enrique el Impotente. Cuando la pequea caravana de Medina llegaba esa noche a Arvalo, las nias y el gobernador encontraron el tranquilo castillo y el pueblo en un extrao estado de excitacin. El rey el rey de Castilla haba llegado inesperadamente a visitar a sus parientes pobres. Enrique tena un triste aspecto, ms bien repulsivo; era indolente, alto y desgarbado. Vesta un largo manto de lana que caa en desaliados pliegues; sus pies, demasiado pequeos para su estatura, no calzaban botas a la usanza castellana, sino borcegues como los de los moros, cubiertos siempre de barro, lo que los haca aparecer ms extraos an en los extremos de sus largas piernas. Sus ojos eran azules, ms grandes que lo comn; la nariz, ancha, chata y torcida. Surcaba su frente dos arrugas verticales, en las que sus pobladas cejas se enroscaban extraamente. Su barba lanosa, a manchas de color castao oscuro, haca resaltar su cara, que de perfil pareca cncava. Un cortesano escriba que el rey tena el aspecto feroz de un len, que con su sola mirada infunda espanto a los que lo miraban. Otro cronista de la poca deca que sus ojos eran inquietos como los de un mono. La madre de Isabel, que era una princesa portuguesa, tena una profunda aversin y desconfianza hacia Enrique. Era mujer de slidos principios y voluntad enrgica. Aos atrs, valindose de su hermosura, reconocida en toda Espaa, influy en el nimo de su dbil esposo Juan II para liberar a Castilla de la tirana de su favorito, el encantador pero disoluto e inescrupuloso caballero don 10

Alvaro de Luna, hacindolo decapitar. Desde la muerte del rey Juan sufri una melancola crnica, que culmin en un estado de locura apacible y tranquila. Al igual que la mayora de la nobleza, la reina viuda lamentaba que Enrique, a quien el pueblo crea el indicado para liberarlo de la amenaza mahometana, no fuera ms que un cristiano tibio e indiferente. Sus compaeros preferidos, moros, judos y cristianos renegados, eran enemigos de la fe catlica. Se deca que su pasatiempo favorito en la mesa era la invencin de nuevas blasfemias y bromas obscenas sobre la Sagrada Eucarista, la Santsima Virgen y los santos. El rey asista a misa, pero nunca confesaba ni reciba la comunin. Su guardia era mora, y la retribua ms generosamente que a sus soldados cristianos. Y cuando, ante el clamor popular, se puso al frente de una cruzada, en 1457, dirigi a su ejrcito de treinta mil hombres a travs de las hermosas regiones del sur del pas de una manera tan inoperante, que sus sbditos cristianos llegaron a pensar si no habra asegurado a los moros que no les hara ningn dao. Enrique se declaraba pacifista. Aborreca todo derramamiento de sangre. Sin embargo, tena a su lado a un borracho salteador de caminos, llamado Barrasa, que con otro asaltante conocido por Alfonso el Horrible, haba asesinado a un viajante, al que le arrancaron la piel del rostro para evitar su identificacin, y dio una plaza en su guardia mora a un renegado que haba participado en el asesinato de cuarenta cristianos. De ah que la nobleza catlica se inclinara a ver en el pacifismo del rey un sntoma de degeneracin, ms que una virtud. La fastuosa generosidad de ste con sus favoritos haba llevado al pas a la bancarrota y a la anarqua. Concedi al rabino Jos de Segovia el privilegio de recaudar impuestos, y a Diego de vila, judo converso, le otorg las ms amplias facultades, incluso el derecho de desterrar a aquellos vecinos que no pagaran los impuestos y hasta a darles muerte sin juicio previo. Los nobles, despreciando la autoridad real, comenzaron a luchar unos contra otros, llegando a acuar su propia moneda. Los usureros arrancaban a los agricultores y comerciantes hasta el ltimo 11

maraved, mientras los nobles, salteadores de caminos y bandidos les quemaban sus casas y violaban sus mujeres. En Sevilla, preciosa ciudad del Sur con gran poblacin juda, otorg el rey el privilegio de recaudar ciertos impuestos a Xamardal, Rodrigo de Marchena y otros voraces extorsionadores. La civilizacin pareca destinada a sucumbir bajo el reinado de un monarca cuyos vicios anormales constituan el escndalo de Europa y cuya corte causaba nuseas a toda persona decente. Los amigos ms ntimos del rey eran en esta poca don Juan Pacheco, marqus de Villena, y su hermano don Pedro Girn, quienes eran, por lo tanto, las personas ms poderosas del reino. Su alarde y ostentacin de riquezas empaaban la figura del monarca. Usaban finas sedas bordadas de oro y esplndidas joyas primorosamente cinceladas por artfices de Crdoba. Los periodistas de nuestros das los habran denominado el self-mademen, porque del origen ms oscuro se haban encumbrado al ms alto poder. Descendan, por ambas ramas, de un judo llamado Ruy Capn, pero, como muchos otros de la numerosa poblacin juda de Espaa, pblicamente se declaraban catlicos. El marqus de Villena fue paje de la casa de don Alvaro de Luna, quien lo introdujo en la corte, donde se granje el favor del prncipe Enrique. Era un hombre encantador cuando quera serlo. Haba en sus ojos vivaces un guio simptico, usaba barba y bigotes ingeniosamente rizados y andaba deliciosamente perfumado de mbar. Existe un retrato de l en el que aparece postrado en oracin con la expresin ms piadosa. Su nariz larga y aguilea, afilada en la punta, y su boca estrecha y de labios pronunciados, muy cerca de aqulla, daban a su semblante una curiosa expresin ligeramente angelical. A ambos lados de la boca, el bigote, cuidadosamente esmerado y enroscado, caa para elevarse luego en dos puntas airosas y altaneras. Era el ms ntimo consejero y compaero del rey. Su hermano don Pedro Girn era un hombre meloso y zalamero, de naturaleza sensual y de muy mala reputacin. Aunque profesaba el culto catlico, los catlicos no vean en l un hombre que hiciera honor a su religin. No obstante, haba obtenido el 12

honroso cargo de gran maestre de la Orden de Calatrava. Su renta, como la de su hermano, alcanzaba sumas fabulosas. Era uno de esos hombres en cuya presencia las mujeres se sienten incmodas. Se permita posar su penetrante y morbosa mirada sobre la blanca piel y la rubia cabellera de la pequea princesa Isabel. Si alguien haba en el mundo a quien la madre de Isabel despreciara ms que al rey, ste era don Pedro Girn, quien, segn las habladuras de la corte, instigado por el cnico Enrique, le haba hecho una proposicin indecorosa. No es extrao, pues, que ella hubiera preferido ver a su hija muerta antes que casada con este libertino. El rey, a pesar de todo, haba comenzado a trazar sus planes sobre el futuro de Isabel.

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CAPTULO II

Aun en su aislamiento de Arvalo, la princesa Isabel era considerada como una pieza de ajedrez en la poltica de Europa por el marqus de Villena, virtual soberano de Castilla. Villena era muy hbil para arreglar las cosas de manera tal que sirvieran a sus intereses. Envi un mdico judo a Portugal para que negociara el segundo matrimonio del rey Enrique, despus de su ascensin al trono en 1454. Enrique se haba casado por primera vez, a la edad de catorce aos, con Blanca, la gentil hija de Juan de Aragn; pero el matrimonio fue anulado por impotencia. Villena tema que Enrique, que necesitaba un heredero, concertara otro matrimonio con la casa de Aragn. Esto no habra convenido a Villena, quien haba persuadido a Enrique para que le diera ciertos dominios de Castilla pertenecientes al rey de Aragn y que l no tena intencin de devolver. Una alianza portuguesa le satisfaca ms. Como consecuencia de ello, en 1455 lleg a Crdoba, en calidad de segunda novia de Enrique, la encantadora princesa Juana, ocurrente y vivaracha nia de quince aos, hermana del gordo, rico y caballeresco rey Alfonso V. Juana, como era de suponer, padeci la ms desgraciada vida con su disoluto esposo. Sobrellev su suerte con gran paciencia, hasta que l comenz a cortejar pblicamente a una de las damas de la corte, doa Guiomar de Castro. Esto era demasiado para el orgullo de la reina. En presencia de toda la corte le peg fuertemente en la cara con su abanico, por lo que el rey se vio obligado a enviar a su favorita a un lugar en el campo. Enrique figuraba ahora como amante de la notoriamente corrompida Catalina de Sandoval. Cuando se hasti de sta, se la quit de encima removiendo de su cargo a la piadosa abadesa del 14

convento de San Pedro de las Dueas, de Toledo, y sustituyndola por ella, explicando sardnicamente que el convento necesitaba una reforma. Catalina procedi entonces a la reforma de las monjas. Este expediente tenia, adems, la ventaja de irritar al arzobispo de Toledo. Como primado de Espaa, don Alfonso Carrillo reproch al rey, primero en privado y despus pblicamente, su licenciosa vida y los escndalos de su corte y gobierno. Enrique respondi cercenando la jurisdiccin del arzobispo y ridiculizando a l y a las ceremonias de la Iglesia. El arzobispo puso entonces todo el peso de su autoridad en favor de un grupo de nobles que se haban unido en un intento de librarse de la tirana del odioso marqus de Villena. El jefe de ellos, don Fadrique Enrquez, almirante de Castilla, era un hombre diminuto, pero brusco, intrpido, valiente y franco, que haba aumentado ltimamente su prestigio de gran terrateniente de Castilla mediante el casamiento de su hija Juana Enrquez con el rey Juan de Aragn. Villena busc apoyo en los enemigos del rey de Aragn. Afortunadamente para l, Carlos de Viana se haba disgustado con su padre por razn de su casamiento. Villena contrajo, as, una alianza con Carlos, sellndola con la promesa de darle en matrimonio a la princesa Isabel. Esto desagrad a Juana Enrquez, segunda esposa del rey de Aragn, pues su ms grande ambicin era casar a su hijo Fernando con doa Isabel. Persuadi a su viejo esposo de la necesidad de encarcelar a su hijo Carlos, estudiante de catorce aos: pero ste era tan querido en Catalua, que los catalanes se rebelaron, obligando al rey a ponerlo en libertad. Padre e hijo se reconciliaron y firmaron un tratado. Poco despus mora Carlos, y el pueblo aseguraba que haba sido envenenado por orden de su padre y su madrastra. La imputacin seguramente fue injusta, pues haca mucho tiempo que Carlos estaba tuberculoso. Su muerte, seguida de la de sus dos hermanas, dej el campo libre al pequeo prncipe Fernando de Aragn, y su madre renov entonces los esfuerzos para unirlo a la real casa de Castilla. Los catalanes descontentos persiguieron a ella y a Fernando hasta 15

Gerona, asedindolos en una torre durante varios das. El viejo rey de Aragn era incapaz de socorrerla, pero, en su ansiedad, obtuvo del rey de Francia, Luis XI, setecientos lanceros provistos de arcos y artillera y un prstamo de doscientas mil coronas. Luis exigi, en garanta del prstamo, las dos provincias de Cerdea y Roselln, en el norte de Espaa, con la esperanza de que el rey de Aragn no fuera capaz de redimidas. Posteriormente esto constituy un semillero de discordias. Mientras, en Castilla los conspiradores, descorazonados por las complicaciones en que se haba envuelto su aliado el rey de Aragn, abandonaron sus proyectos, y el rey Enrique, que haba perdido todas sus esperanzas, se sinti ms seguro en su tambaleante trono. En esa situacin, su preciosa esposa daba a luz una nia, en circunstancias que provocaron desagradables y escandalosas murmuraciones. Haca tiempo que el favorito del rey, Beltrn de la Cueva, apareca en pblico con los reyes, y se deca sin reservas que haba ganado el afecto de la reina. Era alto, robusto y de gentil exterior; diestro en el manejo del sable y de la lanza, siempre se hallaba pronto para un lance de amor. Su influencia sobre el pusilnime rey asombraba aun a esa degradada corte. Era capaz de enfurecerse contra su soberano, y, como si fuese dueo del palacio, habra derribado a puntapis al portero que no le hubiera abierto inmediatamente las puertas. Otros nobles envidiaban el poder del nuevo favorito y le aborrecan por su arrogante insolencia. Huelga decir que el marqus de Villena, cuya buena estrella se eclipsaba, no hallaba en l la ms mnima aptitud. Un da que los soberanos regresaban a Madrid, a caballo, encontraron el camino cerrado. En un campo vecino se haban levantado unos andamios en forma de palcos, colmados de espectadores, y en el espacio libre se encontraba don Beltrn de la Cueva, con su armadura de plata, desafiando, desde las primeras horas de la maana, a todo caballero que pasara por ese camino, a una justa de seis combates o, de lo contrario, a dejar su guante izquierdo en el campo como prenda de su cobarda. Don Beltrn lo haca para defender la suprema belleza de su dama, sobre la de 16

todas las otras mujeres del mundo. El rey dispuso que en conmemoracin de ese hecho se edificara en ese lugar un monasterio; y desde entonces se levanta all el monasterio de San Jernimo del Paso (San Jernimo del Paso de Armas). El rey cay en ridculo, porque era pblico que el nombre de la dama que por discrecin Beltrn no quiso dar no era otro que el de la misma reina. En marzo de 1462, despus de seis aos de esterilidad, la reina Juana daba a luz una nia. La nia fue llamada, como su madre, Juana; pero los cortesanos la llamaban la Beltraneja, por no decir la hija de Beltrn. El arzobispo de Toledo, Carrillo, bautiz a la infanta princesa con gran pompa y magnificencia. El marqus de Villena y el embajador de Francia fueron sus padrinos, y la madrina la princesa Isabel, grave y resuelta nia de once aos que haba sido trada de Arvalo para ese acontecimiento. Convocadas las Cortes pocos das despus, luego que los representantes de diecisiete ciudades prestaron el juramento de fidelidad a Juana como heredera del trono de Castilla, Isabel fue la primera en besar la mano de la pequea princesa, regresando a Arvalo despus de la ceremonia. Durante un tiempo continu Isabel su educacin junto a Beatriz de Bobadilla. Aprendi a montar a caballo y a cazar liebres y jabales con el gobernador. Recibi su primera comunin, y, al igual que su madre, fue una devota y sincera catlica. Pareca que su vida deba emplearse en una bella y agradable oscuridad. Pero el destino le tena reservada una ms heroica tarea. Ese mismo ao lleg un correo de Madrid con un mensaje que son como una bomba en los odos de la reina viuda y su pequea corte. El rey Enrique le ordenaba que enviase a la princesa Isabel y al prncipe Alfonso a la corte para que se educaran ms virtuosamente bajo su cuidado personal. La reina viuda sabia cun virtuosa era la corte de Enrique. Hasta a la tranquila Arvalo haban llegado noticias de los escndalos del rey y sus amigos. Algunos de los rufianes de la guardia mora haban violado jvenes mujeres y nias, y cuando los 17

padres acudieron al rey reclamando venganza, los hizo azotar en las calles, alegando que tenan pensamientos endemoniados y que estaban locos. Los vicios anormales de los moros y los del mismo rey y de algunos de sus cortesanos, eran objeto de comentarios pblicos. Ninguna madre poda desear que su hija viviera en tan execrable compaa. Con todo, la autoridad real era absoluta. Isabel y su hermano abandonaron con tristeza a su inconsolable madre, y tristemente, rodeados de hombres armados, cabalgaron por el camino de Madrid, que los llevaba al rey.

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CAPTULO III

La maciza puerta del viejo alczar moro de Madrid gir pesadamente, abrindose con un fuerte crujido. Desde dentro llegaba el bullicio de voces femeninas jvenes y alegres, entremezcladas con risas y con el golpear de muchos cascos sobre el pavimento de piedra. Una docena de pequeas mulas enjaezadas de oro y carmes salieron galopando a travs de la puerta, llevando sobre sus lomos a otras tantas damiselas vestidas de trajes sin mangas y con las faldas tan cortas, que al flotar al viento dejaban ver sus desnudas piernas de amazonas. Los vendedores ambulantes y mendigos que haban despejado el medio de la sinuosa calle con roncos gritos y maldiciones, pudieron observar que las piernas de las damiselas estaban pintadas con tal arte, que parecan extraordinariamente blancas a la luz del sol del atardecer. Las jvenes llevaban los ms extravagantes trajes. Una luca un insolente bonete de hombre; otra, con la cabeza al descubierto, dejaba flotar al viento su roja cabellera; otra llevaba un turbante moro de gasa de seda entrelazado con hilos de oro, y otra cubra su negro cabello con un pauelo de seda a la usanza de Vizcaya. sta cea sus pechos con correas de cuero; sa llevaba su daga en el ceidor; aqulla una espada, y varias, sendos cuchillos de Vitoria colgando del cuello. Tales eran las jvenes damas de la corte de Enrique, segn las crnicas de la poca, y tales las compaeras entre las cuales Isabel y su hermano tendran que pasar los ms impresionables aos de su vida. Madrid viva una fiebre de bailes, torneos, espectculos, comedias, corridas de loros, intrigas y escndalos. Difcilmente podran los nios vivir un tiempo en el palacio real sin enterarse de muchas cosas que nunca soaron en Arvalo, y que 19

hubieran llevado a su afligida madre al ltimo grado de desesperacin. Deban enterarse de la nueva blasfemia inventada por don Beltrn cada da, de las indiscreciones de la reina y de las locuras del rey. Es generalmente aceptado como cierto que Isabel y Alfonso vivieron en medio de la perniciosa atmsfera de esa loca corte sin contaminarse y que salieron de ella con un odio, para toda su vida, contra la inmoralidad reinante y sus causas, entre las cuales reconocan la influencia de los moros y judos. Cuando la reina Juana inst a Isabel poco tiempo despus tena entonces diecisis aos a participar del libertinaje de la corte, la pequea princesa rompi a llorar con su hermano. Alfonso, aunque slo contaba catorce aos, se dirigi resueltamente al departamento de la reina y le prohibi que en lo sucesivo causara dao alguno a su hermana. Despus increp a algunas damas de la reina, amenazndolas de muerte si en adelante intentaban corromperla. Entretanto, el rey no haba sido del todo negligente. A Isabel se le ense msica, poesa, pintura, gramtica y labores de aguja, y Alfonso aprendi todo lo concerniente a un caballero, que consista principalmente en ejercicios a caballo con la lanza y la espada. Tambin estudi con un preceptor, de quien se dice que realiz, sin xito, esfuerzos para corromperlo. Durante todo este tiempo, los nios desempeaban un inconsciente papel en la poltica de intriga. A medida que aumentaba el descontento entre la nobleza catlica y la gente del pueblo contra el rey incapaz y el impo don Beltrn, comenzaba a vislumbrarse la posibilidad de oponer a Isabel y Alfonso contra la Beltraneja, cuya legitimidad era por todos puesta en duda. La situacin del rey se hizo an ms difcil cuando removi al prncipe Alfonso del cargo de gran maestre de la Orden de Santiago, reemplazndolo por don Beltrn, pues ese cargo, de tanto poder y riqueza, se haba reservado siempre para los miembros de la familia real. Villena se encoleriz, porque deseaba ese honor para l. Mayor an fue su enojo cuando se enter de que el rey, en compaa de la reina y don Beltrn, haban llevado a doa Isabel a Gibraltar para entrevistarse con el rey Alfonso V de Portugal, quien los recibi con gran pompa y magnificencia. Alfonso era un obeso caballero entrado en aos, 20

conocido por su valor y escaso juicio. Qued tan prendado de la lozana belleza y buen sentido de la princesa de doce aos, que le ofreci ser reina de Portugal. Isabel, agradecindole el honor que le haca, le contest hbilmente que, de acuerdo con las leyes de Castilla y el mandato del rey su padre, ahora en la gloria, no poda contraer matrimonio sin la aprobacin de los tres estados castellanos reunidos en cortes. A su regreso a Madrid tuvo la desagradable sorpresa de enterarse de que, por orden del rey, su hermano haba sido secuestrado y encerrado en un cuarto secreto del Alczar. Todas las tentativas del prncipe para comunicarse con ella fracasaron, pero se ingeni para pedir ayuda al arzobispo de Toledo, que le prometi ayudarlo. Carrillo era un hombre de su poca, quiz ms capacitado para ser guerrero que sacerdote, y cumpli su palabra. Acudi montando en un gran caballo negro de guerra, armado de pies a cabeza, vistiendo una reluciente cota de malla, y sobre la coraza una tnica carmes con la gran cruz blanca de su blasn. Se uni en Burgos a otros nobles descontentos, redactando una serie de clebres y memorables representaciones dirigidas pblicamente al rey. Se censuraba a ste crudamente por sus opiniones y su conducta poco cristianas y por sus blasfemos e infieles compaeros, a cuya influencia atribuan la abominacin y corrupcin de pecados tan detestables que no se pueden comprobar, porque corrompen la atmsfera y son una mancha de locura en la naturaleza humana; pecados tan notorios, que al no ser castigados, hacen temer por la ruina de los reinos; y muchos otros pecados e injusticias y tiranas se agregaba apestan vuestros reinos y no se conocan en los pasados. Declaraban que la guardia mora del rey y otros a quienes l haba dado poder, haban forzado mujeres casadas y violado doncellas y hombres y muchachas contra natura; y los buenos cristianos que se atrevieron a quejarse fueron pblicamente azotados. Lo acusaban de permitir pblicamente en su corte las blasfemias y mofas contra las cosas santas y los sacramentos..., especialmente el sacramento del cuerpo de nuestro Dios y todopoderoso Seor... Esto es gran carga en vuestra conciencia, porque tales ejemplos hacen que 21

innumerables almas hayan ido y vayan a su perdicin. Acusaban tambin al soberano de haber destruido la prosperidad de las clases trabajadoras cristianas al permitir a los moros y judos explotarlas, lo que haba ocasionado la injustificada subida de los precios al desvalorizarse la moneda; que haba permitido a sus funcionarios cohechos y sobornos en gran escala; que se haba mofado de la justicia y del gobierno al hacer malos nombramientos y permitir que quedaran sin castigo horrendos crmenes; que haba corrompido a la Iglesia al remover de sus sedes a buenos obispos, reemplazndolos por hipcritas y polticos. Tambin denunciaban la influencia de don Beltrn, y abiertamente decan al rey: Doa Juana, la que llaman la princesa, no es vuestra hija. Finalmente, le hacan el grave cargo de que don Beltrn haba usado de la autoridad real para tener ascendiente sobre las personas de la princesa y su hermano Alfonso, y que estaba conspirando para asesinarlos y asegurar la ascensin al trono de su hija la Beltraneja. El rey, terriblemente asustado, convoc a una reunin de sus partidarios, y muchos de ellos, no obstante despreciarlo, se mantuvieron leales a la autoridad legtima. El anciano obispo de Cuenca, que haba sido consejero del rey Juan II, declar que un rey no poda tener con rebeldes que lo desafiaban otro trato que la guerra. Enrique respondi despreciativamente: Los que no necesitan combatir ni piensan poner sus manos en un sable, siempre estn prontos para disponer de las vidas de los otros. El viejo obispo alz su voz, temblando de clera: De aqu en adelante se os dir el ms inepto rey que Espaa ha conocido jams; y os arrepentiris de esto, seor, cuando sea ya demasiado tarde! A pesar de todo, el rey pacifista llam secretamente a su antiguo favorito, el marqus de Villena, y este hbil conspirador, pronto para reparar en la ventaja que poda sacar de ello, se ofreci para hacer la paz entre los dos bandos. En un tratado conocido por Acuerdo de Medina del Campo, Enrique repudiaba 22

virtualmente a la Beltraneja al reconocer a Alfonso corno prncipe de Asturias y legtimo heredero del trono de Castilla, y se comprometa a confesar sus pecados y recibir la sagrada comunin por lo menos una vez al ao. El hermano de Isabel se haba convertido de pronto en un personaje. El rey, con una sorprendente ceguera, se lo entreg para su custodia al marqus. Esto dio a Villena una enorme ventaja. Con el arzobispo Carrillo y el almirante Enrquez, hizo proclamar a Alfonso rey de Castilla en Valladolid. A principios de julio los rebeldes, con el pequeo prncipe a la cabeza, se dirigieron hacia vila. A medida que la larga caravana cruzaba la ciudad en direccin a la llanura, el populacho la segua, gritando: Larga vida tenga el rey Alfonso! Cruzaron una regin desierta y rida, donde todo era gris las sombras, la tierra, las rocas; aun el sol, dondequiera que penetraran sus rayos, tena un tinte grisceo. Continuaron por el antiguo lecho del ro. A su lado se amontonaban grandes moles de granito pulidas por las crecidas de siglos. Afuera, a lo lejos, en el espacio abierto y sin rboles, se divisaba un rido desierto en el que las sombras se proyectaban como grandes olas grises que a veces parecan levantarse como las aguas de un ocano sin fin, elevndose de la oscuridad. Ms all surgan las montaas de nevados picos. En medio de la vega, sobre una plataforma, se levantaba un trono ocupado por una efigie de trapo del rey Enrique IV vestida con una capa rayada que caa sobre un negro traje de luto, con la corona y el cetro y la gran espada de justicia de los reyes de Castilla. Despus que el arzobispo de Toledo hubo rezado la misa, un grupo de conspiradores quit al espantajo su corona, el cetro y la espada, y de un puntapi hizo rodar por el suelo el endeble cuerpo. Alfonso fue conducido hasta el trono vaco y coronado rey de Castilla. Cuando Enrique tuvo conocimiento de los ultrajes de que haba sido objeto, repiti tristemente las palabras de Job: Desnudo sal del vientre de mi madre y desnudo tornar a la tierra, y, 23

alejado de todos, cantaba tristes canciones acompandose de su lad. Se dola ahora de haber ofendido al marqus de Villena. Se oper entonces una gran reaccin a favor del desgraciado rey, porque, a pesar de todo, el pueblo de Castilla reverenciaba a la monarqua y entenda que los rebeldes hablan ido demasiado lejos. Villena ofreci ponerse al lado del monarca y proveerlo de dinero y soldados, adems de mantener custodiado al prncipe Alfonso, siempre que el rey desterrara de la corte a don Beltrn y casara a la princesa Isabel con su hermano el marqus don Pedro Girn. El rey escuch framente esta propuesta del marrano de psima reputacin que quera unirse a la realeza castellana, y dio su consentimiento. Isabel estaba acostumbrada a desempear el papel principal en los proyectos de casamiento de la real familia. Haba sido prometida en varias oportunidades a Fernando de Aragn, a Carlos de Viana, a Alfonso V de Portugal; y en cierta ocasin se haba hablado de casarla con el hermano de Eduardo IV de Inglaterra, probablemente aquel conde de Gloucester que ms tarde sera el tan famoso rey Ricardo III. Pero todos estos pretendientes tenan sangre real y cualidades respetables. Don Pedro Girn no tena ninguna. La princesa se desesper y recurri como siempre a Dios, pidindole su ayuda. Se encerr en su cuarto, ayunando durante tres das; y durante los tres das y sus noches siguientes permaneci postrada de rodillas ante un crucifijo, suplicando fervorosamente a Dios que le mandara la muerte a ella o a don Pedro Girn. Beatriz de Bobadilla, a quien la princesa haba participado su cuita, resolvi tomar el asunto en sus manos. Blandiendo una daga, proclam que antes matara a don Pedro que permitir que se casara con la princesa. Dios no lo ha de permitir dijo, ni tampoco yo! Mientras, llegaba un correo de don Pedro diciendo que las instrucciones del rey le llenaban de gozo y que parta de su castillo.

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CAPTULO IV

A la tarde del da de su partida, acompaado de un brillante squito, con sus pendones desplegados, llegaba don Pedro Girn a Villarrubia, villorrio prximo a Villarreal. Aun cuando estaba muy impaciente por seguir adelante, se vio obligado a hacer alto por la noche, pues oscureca y los caminos eran malos y peligrosos. Pensaba que pronto sera el dueo de una real novia y, gracias a ella, de un alto porvenir que nadie poda prever. Pero ningn hombre, ni aun el gran maestre de Calatrava, es dueo de su destino. Esa noche don Pedro enferm gravemente. Los mdicos diagnosticaron anginas, pero nada pudieron hacer para que el mal cediera. Durante toda la noche pareci como que una mano invisible fuera estrangulando por momentos al enfermo. Cuando, finalmente, se enter don Pedro de que su mal no tena remedio y le preguntaron si quera un sacerdote, se apoder de l una salvaje desesperacin. Dej de fingirse cristiano y rehus recibir los Sacramentos o rezar una oracin. Al tercer da de su alegre partida, mora blasfemando contra Dios por rehusarle cuarenta das ms a sus cuarenta y tres aos para poder disfrutar de sus proyectadas bodas. Con callada previsin, don Pedro hizo su testamento, y todos sus bienes y ttulos pasaron a mano de sus tres hijos bastardos. Doa Isabel recibi la noticia de su muerte con lgrimas de alegra y gratitud, y se dirigi apresuradamente a la capilla para dar gracias a Dios. No ocurri lo mismo con el rey Enrique y el marqus de Villena. La muerte de don Pedro haba frustrado todos sus planes. Villena, sintiendo que ya nada tena que esperar del rey, lo abandon una vez ms, y, enterado de que los conspiradores se aprestaban nuevamente a la lucha, se uni a 25

ellos. Enrique tena ahora que elegir entre luchar o entregar su trono. Como sus fuerzas sumaban setenta mil hombres de infantera y catorce mil de caballera, se decidi a pelear. En ese verano de 1467, Castilla se encontraba en un estado lamentable. Diariamente ocurran asaltos, incendios y asesinatos. Una iglesia donde se haban refugiado trescientos cincuenta hombres, mujeres y nios, vasallos del conde de Benavente, fue quemada por los enemigos de ste, pereciendo cuantos se hallaban dentro. Toledo se hallaba en estado de guerra entre los judos cristianos (conversos o marranos, como se les llamaba) y los cristianos viejos. Los cannigos de la catedral del lugar, algunos de los cuales eran conversos, recaudaban las rentas del vecino pueblo de Maqueda, incluido el impuesto sobre el pan. Este privilegio, tan odioso a los pobres medio muertos de hambre, fue adjudicado en subasta a ciertos judos. Un alcalde cristiano castig a los judos expulsndolos de la ciudad. Los cannigos hicieron arrestar al alcalde, pero mientras deliberaban sobre el castigo que deban imponerle, Fernando de la Torre, rico caudillo de los judos conversos, se decidi a hacer justicia por su propia mano. Hombre brusco y violento, anunci que l y sus amigos haban reunido secretamente cuatro mil hombres bien armados, nmero seis veces mayor al que los cristianos viejos pudieran juntar, y el 21 de julio orden a sus fuerzas que atacaran la catedral. Los judos encubiertos se lanzaron contra las grandes puertas de la catedral al grito de Mueran! Mueran!, que no es iglesia sta, sino congregacin de malos e viles. Los catlicos, dentro de la iglesia, sacaron sus sables y se aprestaron a la defensa. Se libr una sangrienta batalla frente al altar mayor. Refuerzos cristianos llegados al galope de los pueblos vecinos lanzaron un contraataque en el lujoso barrio donde viva la mayor parte de los conversos. Destruyeron las casas de ocho calles. Colgaron a Fernando de la Torre y a su hermano, y despus asesinaron a los conversos sin hacer distincin. Pocos das despus lleg a Toledo el hermano de Isabel, en compaa de Villena y el arzobispo. Una delegacin de cristianos viejos, todava enorgullecidos por su reciente triunfo sobre los 26

judos encubiertos, esperaba al prncipe de catorce aos para ofrecerle su apoyo contra el rey si aprobaba la matanza y las medidas que pensaba tomar contra los ya aterrorizados y desarmados conversos. Dios no querr que yo apruebe tal injusticia dijo decididamente el prncipe. Aunque ame el poder, no deseo comprarlo a tal precio.. En otra ocasin, el prncipe declar que los nobles deban ser privados de su prerrogativa de desafiar a los reyes y tiranizar al pueblo. Esto no poda gustar a un caballero tan turbulento como Villena. De todos modos, el marqus tena una carta de triunfo en la persona del joven prncipe, y estaba decidido a hacer buen uso de l antes de que creciera lo bastante para ser incmodo. Con sus amigos sali al encuentro del ejrcito del rey, que se encontraba en un campo prximo a Olmedo. Con su desafo a Enrique enviaron recado a don Beltrn hacindole saber que cuarenta caballeros se haban juramentado para matarlo. Don Beltrn les contest envindoles una detallada descripcin de la armadura que iba a usar. La batalla se libr el 20 de agosto. Don Beltrn mat a muchos de los juramentados, y sali ileso. En lo ms duro de la batalla apareci el prncipe Alfonso, armado de pies a cabeza y acompaado del bravo arzobispo Carrillo con su manto escarlata blasonado con una cruz blanca. Se luch encarnizadamente durante todo el da. Los rebeldes, por fin, se retiraron; pero cuando don Beltrn y sus compaeros buscaron al rey para felicitarle, no se le pudo encontrar, porque haba huido de la batalla. Se le encontr al da siguiente, escondido, a varias millas de distancia. Ambos bandos se declaraban victoriosos. Entretanto, Isabel permaneca en Segovia con la reina Juana y la Beltraneja. Durante el siguiente mes de julio fue llamada urgentemente a la villa de Cardeosa, donde su hermano enferm de gravedad repentinamente. Cuando ella lleg, ya estaba muerto. Algunos dijeron que haba comido el 4 de julio una trucha envenenada. Pero 27

es posible que muriese vctima de la fiebre de verano, que caus entonces muchos estragos en Castilla, o que hubiera ingerido algn alimento putrefacto. Isabel volvi a vila despus del funeral y se retir al convento cisterciense de Santa Ana. De all trat de sacarla el arzobispo de Toledo para ofrecerle la adhesin de los rebeldes y el apoyo de stos en su pretensin al trono de Castilla contra Enrique. La joven princesa contest que su hermano Enrique era el legtimo rey, por haber recibido el cetro de su padre Juan II, y aunque no condenaba a su hermano don Alfonso por lo que hubiera hecho, ella nunca intentarla llegar al trono por medios ilegtimos: no fuera que hacindolo perdiera la gracia y la bendicin de Dios. A los ruegos de Carrillo respondi con una suave pero firme negativa. Sin jefe, los nobles rebeldes se vieron obligados a hacer la paz con el rey. Con todo, los trminos del pacto de Toros de Guisando eran muy favorables para Isabel, porque el voluble rey la reconoca como su heredera, comprometindose a convocar a Cortes dentro del plazo de cuarenta das para ratificar su ttulo, y prometa no obligarla jams a casarse sin el consentimiento de ella. Despus de firmar el acuerdo, abraz afectuosamente a Isabel, y todos los nobles se adelantaron a besarle la mano. Pronto, sin embargo, se advirti que el rey, instigado por, Villena, estaba haciendo un doble juego. Convoc a Cortes, como lo haba prometido, pero las disolvi sin ratificar el pacto. Y decidi casar a la princesa, tan pronto como fuera posible, con Alfonso V de Portugal. Alfonso envi una embajada presidida por el arzobispo de Lisboa para obtener el consentimiento de Isabel. La princesa tena ahora dos pretendientes, adems de Alfonso V el duque de Guyena, hermano y presunto heredero de Luis XI de Francia, y el prncipe Fernando de Aragn, a quien haba sido prometida en su niez, y secretamente envi a su capelln a Pars y a Zaragoza para que los observara desde cerca. ste volvi, despus de varias semanas, informando que el duque francs era un prncipe dbil, afeminado, de miembros tan flacos, que parecan deformes, y de ojos tan dbiles y llorosos, que le 28

hacan inepto para toda empresa caballeresca. Don Fernando, en cambio, era de mediana estatura, bien proporcionado en sus miembros, en las facciones, de su rostro bien compuesto, los ojos rientes, los cabellos prietos e llanos e hombre bien complisionado. Qu nia de diecisis aos poda dudar en esa eleccin? Isabel deseaba casarse con el prncipe Fernando, y en esta decisin se vio fuertemente apoyada por el arzobispo. Carrillo, quien prevea que un casamiento con Fernando hara de los grandes reinos de Castilla y Aragn una de las ms poderosas naciones de Europa. Era evidente, sin duda, que Enrique jams permitira ese matrimonio. Por consiguiente, Isabel contemporiz con el embajador portugus, diciendo al arzobispo de Lisboa que se casara con el rey Alfonso siempre que el parentesco no constituyera uno de los impedimentos establecidos por la Iglesia. Enrique se vio obligado a pedir a Roma una dispensa, lo que significaba una gran demora que convena a los intereses de Isabel. sta, siguiendo el consejo del arzobispo y de otros, envi a Aragn dos mensajeros secretos, haciendo saber al prncipe Fernando que otorgaba su consentimiento. Villena se enter, por algn medio, de la partida de los mensajeros de Isabel, y el rey orden inmediatamente que fuera arrestada la princesa. Isabel estaba entonces en Ocaa, y, enterado, el pueblo se opuso con las armas a que las tropas reales la arrestaran. Hasta los nios tomaron parte en aquella manifestacin popular, enarbolando en las calles los pendones de Castilla y Aragn, porque la causa del prncipe Fernando era popular, y cantaban: Flores de Aragn dentro Castilla son! Pendn de Aragn! Pendn de Aragn! Isabel huy de Ocaa a Madrigal, lugar de su nacimiento. All permaneci hasta que regresaron de Aragn sus dos enviados, que le informaron que la situacin reinante era tan incierta, que el 29

prncipe Fernando no poda por el momento venir a casarse con ella. Su anciano padre se haba quedado ciego, su madre estaba enferma de cncer, y los catalanes, envalentonados por Luis XI de Francia, haban vuelto a sublevarse. No obstante, Fernando haba firmado su compromiso matrimonial y enviado a Isabel como dote y prueba de sinceridad un collar de perlas y rubes valuado en cuarenta mil florines de oro, y adems ocho mil florines en monedas. El collar, que era de su madre, haba sido empeado, pero Fernando, para rescatarlo, obtuvo dinero de algunos de los ricos judos de Aragn. Durante todo este tiempo los espas de Villena y el rey haban vigilado a Isabel en Madrigal, y all tambin volvieron a entrevistarla los mensajeros del rey de Portugal. Una vez ms, ella les respondi evasivamente diciendo: Antes que nada, debo rogar a Dios en todos mis negocios, especialmente en ste que me toca tan de cerca, que muestre su voluntad y me haga seguir aquello que sea en su servicio y bien de esto nos. Los espas del marqus enviaron a ste una descripcin del collar que Isabel haba recibido de Aragn. Villena estaba furioso. Se lo comunic inmediatamente al rey. Enrique envi fuerzas de caballera a Madrigal para que arrestaran a la princesa. Isabel esper profundamente preocupada. Dnde estaba el arzobispo? l le haba prometido protegerla, y, a pesar de todo, se haba ido, y ella no saba dnde se encontraba. De algn sitio de la ciudad llegaban gritos y el ruido de corridas y el galope de los caballos sobre el empedrado. Ella call de rodillas y or.

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CAPTULO V

Momentos despus Isabel levantaba su mirada para encontrarse en su aposento con una sombra vestida de reluciente armadura toledana, cuyas espuelas sonaban a medida que se acercaba. Era Carrillo. Cumpliendo su palabra, haba acudido con trescientos caballeros para rescatarla en el momento oportuno. Mientras pasaban por las puertas de Madrigal, apenas una hora o dos antes de la llegada de las tropas reales, el arzobispo le explic, con su suave y pomposa gravedad, por qu no haba acudido antes y por qu haba trado tan pocas fuerzas en lugar del ejrcito que proyect traer. Tena dificultades con algunas de sus ciudades, se haca difcil la recoleccin de las rentas, el dinero era escaso y los soldados mercenarios muy codiciosos. A medida que Carrillo hablaba, la joven princesa lo observaba con calma, como estaba aprendiendo a hacerlo con todos los hombres. Su debilidad era la vanidad, que tomaba en l la forma de un frvolo amor a la gloria. Como Villena, siempre andaba en busca de favores reales, pero se diferenciaba de ste en que slo los quera para drselos a sus amigos y aduladores. Era tan generoso, que, a pesar de todos sus ttulos y posesiones, siempre andaba escaso de recursos, y era especialmente caritativo con los pobres y las comunidades religiosas. Era una extraa mezcla de sacerdote y soldado. Con todo, tena una sincera devocin hacia la Iglesia. Corrigi ciertos abusos de los sacerdotes de su dicesis, construy el monasterio de San Francisco, de Alcal de Henares, y fund una ctedra en la casa de estudios del mismo lugar. Isabel anduvo cincuenta millas con el fornido arzobispo, hasta la ciudad de Valladolid, donde los ciudadanos se adelantaron para recibirla y aclamarla. Carrillo observ sagazmente que los 31

ciudadanos de Valladolid podran poco contra el ejrcito de Enrique. Sin dinero y con limitadas tropas, la princesa corra grave peligro. El arzobispo no tena ninguna esperanza de que la princesa se salvara de la prisin, a menos que el prncipe Fernando de Aragn cruzara sin ser visto la frontera a travs de los estados de los Mendozas, que eran leales a Enrique, de manera que pudiera casarse con la princesa, quien tendra un estado legal ms fuerte como esposa y podra huir a Aragn o hacer frente a Enrique con un hecho consumado. Isabel dio su conformidad. Enviaron entonces un veloz mensajero a Aragn, rogando a Fernando que viniese cuanto antes, disfrazado. El prncipe contest que lo intentara. Algunos das despus, mientras el rey y Villena se dirigan al norte de Extremadura, el prncipe Fernando sala de Tarazona, en Aragn, disfrazado de arriero, con una pequea caravana de mercaderes. Marchando tan de prisa como sus mulas y asnos cargados con mercancas se lo permitan, andaban despus que el sol se pona, por caminos poco frecuentados que atravesaban solamente pequeas aldeas. Cuando se detentan en algn albergue, el joven arriero, con sus andrajosas vestiduras y un gorro sucio cado sobre los ojos, aguardaba descansando en una mesa. Mientras los dems dorman, se mova sin cesar o sala a recorrer el patio de la posada y a contemplar las estrellas. Abrindose camino hacia el Oeste, a lo largo de la ribera del Duero en direccin a Soria, los mercaderes siguieron una senda rocosa a travs de las montaas, arribando a altas horas de la segunda noche de su jornada al Burgo de Osma. Llegaban al primer castillo que no perteneca a los enemigos de la princesa Isabel. Sus puertas se encontraban ya cerradas. Los mercaderes se detuvieron a alguna distancia para deliberar, pero el joven arriero, ms impaciente, se adelant al castillo golpeando fuertemente. Desde una ventana, en lo alto, cay una lluvia de grandes piedras, una de las cuales roz la oreja del prncipe. Queris matarme, locos? grit. Soy don Fernando; dejadme entrar! 32

El alcaide del castillo baj a abrir las puertas, dando toda clase de explicaciones; haba confundido a los viajeros con ladrones. Temprano, a la maana siguiente, el alcaide condujo al prncipe por el camino de Valladolid, donde Isabel lo esperaba en el palacio de Juan de Vivero. La princesa tena entonces dieciocho aos; era once meses mayor que Fernando y tal vez una pulgada ms alta; y, aunque actualmente no existe ningn retrato autntico de ella, todos los que la conocieron coinciden en las finas proporciones de su robusto cuerpo, su gracia y distincin, la clsica pureza de sus rasgos, la belleza y armona de sus gestos, la msica de su suave y clara voz, los reflejos cobrizos de su cabello y la suavidad de su colorido que habra desesperado a cualquier pintor. Como Fernando, su primo segundo, descenda por ambos lados de la casa inglesa de Lancaster a travs de Juan de Gante. Las responsabilidades que pesaban sobre el prncipe le hacan representar ms edad que la de sus diecisiete aos. Tena amplia frente, acentuada por una prematura calvicie, y ojos vivos y penetrantes bajo pobladas cejas. Era sencillo en el vestir, sobrio en los gustos, siempre dueo de s mismo en todas las circunstancias: siempre el prncipe. Tena dientes un poco irregulares, que mostraba agradablemente cuando sonrea. Su voz era habitualmente dura y autoritaria, pero se haca agradable con aquellos a quienes quera o deseaba satisfacer. Parece que Isabel am a Fernando desde el primer momento y continu enamorada de l durante toda su vida. Era el 11 de octubre. Al da siguiente, la princesa escribi al rey Enrique anuncindole su intencin de casarse con Fernando y pidindole su real bendicin. Estaba decidida a casarse con el prncipe de cualquier modo, pero prefera hacerlo con el consentimiento del rey. Para ella era un obstculo ms serio la necesidad de la dispensa. En este trance, el abuelo de Fernando, el almirante, exhibi una bula otorgada en blanco por el papa, cinco aos antes, por la que se autorizaba al prncipe a contraer matrimonio con cualquiera persona dentro del cuarto grado de parentesco. Se supo despus que este documento era fraguado, 33

como lo eran en esa poca muchos breves papeles, y cuando Isabel descubri el engao, no descans hasta obtener una autntica dispensa de Roma. Pero el documento falso, ideado por el astuto padre de Fernando, cumpli sus fines en su oportunidad venciendo los escrpulos de Isabel, y el arzobispo procedi a celebrar el matrimonio el 18 de octubre. Para proteger su reino de Castilla de la posibilidad de una agresin de los aragoneses, Isabel insisti en que Fernando firmara bajo juramento el compromiso de respetar todas las leyes y costumbres de Castilla, fijar all su residencia y no abandonarla sin su consentimiento; no hacer nombramientos sin su aprobacin, dejar en manos de ella los nombramientos de beneficios eclesisticos, continuar la guerra santa contra los moros de Granada, proveer de lo necesario a la madre de Isabel, que se encontraba en Arvalo, y tratar al rey Enrique con respeto y devocin, como legal gobernante de Castilla. Todas las ordenanzas reales deban ser firmadas conjuntamente por Isabel y Fernando, y si Isabel suceda a Enrique, ella sera la indiscutida soberana de Castilla, usando, por cortesa, Fernando el titulo de rey. Era caracterstico del recto y lcido entendimiento de Isabel dejar claramente establecidas las cosas desde el principio. Aunque se amaban tiernamente, existan diferencias entre Fernando e Isabel. Isabel era mejor educada que su esposo y tena un espritu ms elevado y magnnimo. Era persona de slidas e inflexibles convicciones. Odiaba los naipes y todos los juegos de azar y, como el erudito Lucio Marineo, que vivi en su corte durante algunos aos, consideraba a los jugadores profesionales de la misma condicin que los blasfemos. Apreciaba a las personas graves, dignas y modestas. Aborreca a los libertinos, charlatanes, importunos y veleidosos; y no gustaba de ver ni or embusteros, fatuos, bribones, adivinos, magos, estafadores, a los que predecan el porvenir, a los que lean en la palma de la mano, a los acrbatas, escaladores y otros vulgares fulleros. Tuvo que constituir una dura prueba para Isabel el enterarse de que a Fernando le gustaban mucho los naipes. En su juventud jugaba tambin a la pelota, aunque ms tarde era ms aficionado al ajedrez y al chaquete. Su 34

esposa, por el contrario, prefera la poesa y la msica, montar y cazar y sostener serias conversaciones sobre literatura, filosofa y teologa. Fernando coma frugalmente y beba con moderacin, pero Isabel jams tomaba vino. Los dos eran sinceros creyentes, lo que les serva para allanar todas sus diferencias. Fernando nunca rompa el ayuno antes de or misa, aun estando de viaje. Isabel no slo oa misa todos los das, sino que rezaba diariamente sus oraciones en el breviario, como un sacerdote o una monja, adems de muchas privadas y extraordinarias devociones. Pasaron el invierno de 1469 en Valladolid, esperando el consentimiento de Enrique. Pero no lleg palabra alguna de la corte, excepto una breve carta del rey diciendo que Isabel le haba desobedecido y que, habiendo roto el tratado de Toros de Guisando, mereca el tratamiento de cualquier rebelde. Por ms que Isabel le escribi repetidas veces justificando su actitud, no se dign contestarle. A fines de ese verano, Isabel se trasladaba a Dueas, y el 1 de octubre de 1470 dio a luz su primera hija, una nia rubia que tambin se llam Isabel. Algunos das despus la joven madre se sent en la cama y dict una larga carta al rey, en la que nuevamente le ofreca su lealtad, pero le manifestaba que si persista tratndola como enemiga, tomara todas las medidas que creyera convenientes, apelando a la justicia de Dios. Enrique resolvi hacer la guerra a la princesa y su esposo. Orden a su hija de ocho aos que se trasladara a Lozoya, donde el marqus de Villena y varios otros fieles al rey le prestaron juramento de lealtad, despus del cual fue solemnemente prometida al duque de Guyena. Se pona ahora de manifiesto que el poderoso Luis XI de Francia se una al rey Enrique contra Isabel. El papa Pablo II tambin se pona del lado de Enrique como legtimo soberano. El futuro de Isabel era oscuro e incierto. Hubo hambre aquel invierno en Castilla. Los caminos estaban poblados de salteadores y asesinos. La moneda casi haba desaparecido, y las mercancas se adquiran por el primitivo sistema del trueque. Todas las maanas se encontraban cadveres 35

en las calles de la ciudad, de estrangulados o muertos de hambre. La peste se extenda y en todas partes se oa el repiqueteo de las campanas doblando a muerto y el cavar de las fosas. Fue un largo y cruel invierno. Por fin lleg la primavera y dio un vuelco la fortuna de Isabel. Dos provincias se pronunciaron en favor de ella contra el rey. La gente de Aranda de Duero ech a las autoridades de la reina Juana y aclam a Isabel como soberana. Otras ciudades se adhirieron a su causa. El duque de Guyena muri repentinamente, rompiendo la fuerte unin de Enrique y Francia. Y en el verano de 1471 llegaron noticias de la muerte de Pablo II. Isabel y sus amigos miraron con renovadas esperanzas la ascensin de su sucesor el papa Sixto IV, un sabio y devoto monje franciscano.

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CAPTULO VI

Isabel haba recibido noticias de Roma que le hacan abrigar la esperanza de que el papa Sixto IV comenzara su reinado reformando la Iglesia. Era bien sabido que la organizacin eclesistica se encontraba bastante desquiciada. Una de las causas de tal estado era la llamada muerte negra. En 1347 y 1348 esta misteriosa y espantosa enfermedad del Asia se propag a todos los rincones de Europa, causando la muerte de veinticinco millones de personas aproximadamente. Algunas ciudades perecieron por completo. La mayor parte de ellas perdieron de un tercio a la mitad de su poblacin. Multitudes enteras enloquecan. Algunos, en su desesperacin, se entregaban a las orgas y al vicio, otros se refugiaban en los monasterios y arrojaban por las murallas piezas de oro que crean infectadas, haciendo huir a los monjes aterrorizados. Buques fantasmas con las velas abatidas naufragaban en las costas de Francia y Espaa, y los curiosos pescadores que los abordaban encontraban cadveres negros y podridos en las cubiertas, y ellos mismos volvan a tierra para morir. La Iglesia sufri an ms que el pueblo en general, porque sus sacerdotes estaban constantemente expuestos al contagio, por la necesidad de administrar los sacramentos a los enfermos y moribundos. Como consecuencia, su clero se extingui casi. Para llenar el lugar de los muertos, al menos en forma parcial, debi bajar su nivel y aceptar a hombres que no saban latn. De esta manera, muchos lobos se infiltraron en el redil, y la moral y la disciplina se relaj en todas partes. Para colmo de males, la autoridad de los papas sufri terriblemente por el exilio forzoso de Avin, que durante setenta aos los convirti en virtuales 37

prisioneros de los reyes franceses. Slo en 1337 Gregorio XI volvi a Roma, para encontrarse con la corrupcin moral dentro de la Iglesia y el Estado, imperando en ambos toda clase de abusos. Uno de los ms deplorables efectos del exilio de Avin fue el gran cisma. Los cristianos contemplaban azorados el espectculo de dos y aun tres pretendientes a la silla de San Pedro. Y todava, a pesar de todas sus pruebas, la Iglesia continu transmitiendo, siglo tras siglo, el tesoro de la fe confiado a ella por Cristo; promoviendo la educacin y fomentando las artes y las ciencias; reprimiendo los impulsos perversos de los reyes tiranos; dando a todos los hombres una norma de verdad y justicia a la que deban acomodarse y que deba regular sus vidas. Proporcion a toda Europa una civilizacin y cultura comunes, que en el siglo XIII llegaron a un nivel nunca sobrepasado hasta entonces. El papa era el nico que poda hablar con autoridad ms que humana. Gobernaba como prncipe a Roma y a otros Estados papales de Italia, pero su autoridad moral llegaba a los confines del mundo civilizado, y cuando hablaba en lo tocante a la fe o a la moral, los hombres sentan que podan confiar en l como representante de Cristo en la tierra, por su sabidura y direccin. Era, por lo general, un hombre viejo y agobiado por terribles problemas. Reyes ambiciosos trataron de hacerlo servir a sus propios intereses; estuvo constantemente en lucha contra ellos, defendiendo la independencia espiritual de la Iglesia. Durante todo este tiempo, mientras Europa corra el peligro de ser conquistada por sucesivas arremetidas de los invasores mahometanos, slo la potente voz de San Pedro tronaba por encima de las locuras y pasiones de los hombres egostas, incitando a los prncipes a dejar a un lado sus insignificantes querellas y unirse en defensa de su comn civilizacin. Entretanto, los turcos irrumpan en Servia, arrasaban Hungra, y en 1453 tomaban por asalto a Constantinopla. El papa espaol Calixto III vendi sus tesoros de arte y su vajilla con el objeto de conseguir dinero para la cruzada y reconquistar la gran puerta del Oeste; pero aunque su flota logr expulsar al enemigo de Lemnos y otros lugares, fracas finalmente, porque los prncipes europeos eran 38

demasiado estpidos o demasiado egostas para comprender el peligro que amenazaba a todos. El papa Po II, en su vejez, declar que si los reyes europeos no organizaban una cruzada para salvar a Europa, la dirigira l personalmente, y el santo anciano, que haba sido un frvolo estudiante en su juventud, se puso a la cabeza de una flota y muri en la expedicin. Cuando Isabel tena diecinueve aos de edad, toda Italia y Espaa estaban consternadas con la noticia de que Mohamed II, el Gran Turco, haba lanzado una flota de cuatrocientos barcos contra Negroponte, avanzada veneciana en la isla de Eubea, que se supona inexpugnable. El papa Pablo II logr unir momentneamente a los prncipes; pero cuando muri, en el verano siguiente, dej a la cristiandad en una situacin angustiosa, transmitiendo a su sucesor dos graves problemas: la creciente corrupcin de la Iglesia y la invasin de los turcos. Cada uno de estos problemas contribua a perpetuar el otro. La relajacin de la disciplina eclesistica y la vida escandalosa de muchos prelados polticos haca ms difcil para el papa organizar a Europa contra el enemigo; y las imperiosas necesidades de la cruzada no le dejaban tiempo ni energas para llevar a cabo la completa limpieza que era necesaria. Para romper el crculo vicioso, los tiempos clamaban por un papa de vida irreprochable y santa, que al mismo tiempo fuese un estadista de genio extraordinario. Cuando Sixto IV, devoto monje franciscano, fue coronado papa el 25 de agosto de 1471, se crey que comenzara inmediatamente la reforma de la Iglesia. Pero la defensa de la cristiandad era an ms urgente que su reforma, y las victorias de los turcos en el Este hicieron necesaria una accin inmediata. El papa envi cinco cardenales a varias partes de Europa para reorganizar la cruzada. Al cardenal espaol Rodrigo Borgia lo envi a su pas natal. Cuando Borgia (destinado a reinar ms tarde como papa Alejandro VI) se embarc en Ostia, en mayo de 1472, tena justamente cuarenta y dos aos; era alto y de fuerte contextura, de 39

figura dominante y majestuosa y penetrantes ojos negros. Era un caballero de maneras corteses, conversador agradable y gobernante de condiciones excepcionales. Su to el papa Calisto III lo haba nombrado cardenal a la edad de veintitrs aos. Borgia obtuvo un xito extraordinario en su misin en Espaa. Encontr al pas a punto de morir de hambre por la prdida de las cosechas y al borde de la guerra civil. Despus de celebrar varias conferencias diplomticas con el arzobispo Carrillo, el marqus de Villena y otras personas, logr la reconciliacin de Isabel con el rey Enrique. Beatriz de Bobadilla se dirigi a Segovia, disfrazada, para obtener la conformidad del rey con los proyectos del cardenal. Enrique invit a Segovia a su media hermana para darle su bendicin y a besar su mano de hermano. La recibi cortsmente, obsequindola con honores reales. Cuando el rey, despus de un gran banquete pblico, tuvo una fuerte puntada en el costado, corrieron los usuales rumores de envenenamiento, pero todo el resto de su vida el rey sufri de algo que se crea una enfermedad del hgado. Probablemente tena lo que ahora llamaramos apendicitis. Isabel y el cardenal Borgia fueron despus agasajados por el arzobispo Carrillo en Alcal. Estando ella all, se enter con horror de una terrible matanza de conversos o judos encubiertos en Crdoba. Haca tiempo que tales hechos constituan una desgracia para su pas, y decidi que si alguna vez tena autoridad, pondra fin a ello. Parece que un domingo de Cuaresma los cristianos de Crdoba haban organizado una solemne procesin a la catedral. Los judos convertidos (cristianos nuevos o conversos) fueron excluidos, posiblemente porque se sentan stos tan seguros en Crdoba, que abiertamente concurran a las sinagogas, mofndose de la religin cristiana. Sea como fuere, cuando la procesin pas por la casa de uno de los conversos ms ricos, una nia arroj desde una de las ventanas un recipiente lleno de lquido asqueroso, que cay sobre la imagen de la bendita Virgen Mara, que encabezaba la procesin. sta fue la seal de una sangrienta matanza de judos encubiertos. Sin embargo, stos encontraron en Crdoba un poderoso 40

campen: don Alonso de Aguilar, que haba casado con una mujer descendiente de judos hija del marqus de Villena. l y su hermano Gonzalo de Crdoba, que ms tarde ganara fama en Italia con el sobrenombre de Gran Capitn, defendieron a los conversos. Los cristianos viejos (cristianos de buena fe), dirigidos por el conde de Cabra, los sitiaron en el Alczar. De ah result un estado de guerra que dur casi cuatro aos. Desgraciadamente, tambin el peridico frenes contra los cristianos nuevos o judos convertidos (llamados asimismo marranos), prendi en una docena de otros lugares. Una de las matanzas ms brutales ocurri en Segovia, el 16 de mayo de 1474, y el hombre ms responsable de ella fue el marqus de Villena, descendiente de judos. En Segovia fue siempre muy intenso el odio entre judos y cristianos. En 1405, un mdico llamado Mair Alguads y otros judos eminentes, acusados de haber robado de la catedral una hostia consagrada, fueron ejecutados, mientras otros judos, acusados del intento de envenenar en represalia al obispo, fueron ahogados y descuartizados. Y cuando Isabel tena siete aos de edad, diecisis judos, incluyendo a un rabino, fueron acusados de haber robado un nio cristiano en Semana Santa y de haberlo crucificado como afrenta a la memoria de Jess. Que los judos cometieran crmenes o fueran inocentes vctimas del prejuicio (y sabemos que han sido acusados falsamente en otros lugares de lo que se llama asesinato ritual), nadie puede decirlo hoy con certidumbre. Colmenares recuerda en su Historia de Segovia que los judos eran sentenciados a muerte por el obispo de Segovia, don Juan Arias de vila, hijo l mismo de un judo convertido, y eran ahogados y colgados. El gobernador de Segovia en 1474 era Cabrera, un converso muy hbil que haba casado con Beatriz de Bobadilla, amiga de la infancia de la princesa Isabel. Villena tena una gran inquina contra este hombre, y, sabiendo que los cristianos viejos de Segovia lo odiaban, envi tropas para provocar una matanza de todos los conversos, durante la cual esperaba desembarazarse de su enemigo. El domingo 16 de mayo, los conversos, al despertar, hallaron 41

la ciudad llena de hombres armados que pedan a gritos su sangre. Sonaban los cascos de los caballos, las espadas chocaban, las balas llovan contra las paredes, y las llamas remontaban la colina devorando una casa tras otra. Los cuerpos se amontonaban en las calles confusamente apilados. Afortunadamente, las noticias de la cobarde conspiracin llegaron hasta el cardenal Borgia, que se encontraba en Guadalajara. ste envi inmediatamente un aviso al rey, quien lo comunic a Cabrera. El gobernador tuvo apenas el tiempo indispensable para reunir algunas de sus tropas y correr en auxilio de los conversos. Con sus hombres, dej limpias las calles de los parciales de Villana. El marqus y sus secuaces huyeron de la ciudad. Cuando Isabel y Fernando llegaron a Segovia, el lugar heda aun a madera carbonizada, a carne putrefacta, a carnicera y pestilencia. Isabel felicit a Cabrera por su valor, acogiendo cariosamente a su esposa Beatriz, y censur a los extraviados o fanticos instrumentos de Villena que haban tomado parte en el exterminio. Poco tiempo antes haba evitado una matanza de conversos en Valladolid, aunque ello le haba acarreado la prdida de muchos de sus partidarios y la necesidad de huir de la ciudad con su marido y el arzobispo. Ahora se le presentaba la oportunidad de contemplar desde cerca las espantosas consecuencias del odio entre los cristianos y los judos. Cmo podra salvarse el pas de su completa ruina y de una segunda conquista mahometana, deseada por judos y conversos? Cmo podra lograrse que los hijos de Israel no explotaran ms a los cristianos, haciendo proslitos aun entre los cristianos para destruir a la cristiandad? Qu se poda hacer para que los cristianos o cristianos nominales cesaran en sus matanzas de marranos a la menor provocacin? Isabel y Fernando llegaron a la conclusin de que Castilla necesitaba imperiosamente un gobierno suficientemente fuerte para ser temido y respetado por todas las clases. Los acontecimientos se conciliaban para darles la oportunidad que deseaban. El marqus de Villena, su implacable enemigo, muri el 4 de octubre de 1474. El rey Enrique, abandonado y sin 42

amigos, enferm rpidamente, y el 12 de diciembre, despus de confesar sus pecados durante una larga hora con el prior del monasterio que haba hecho construir en conmemoracin de las hazaas de don Beltrn, expir l tambin, negndose inflexiblemente hasta el fin a declarar si la Beltraneja era o no su hija. Isabel recibi la noticia en Segovia. Su primer acto fue vestir luto e ir inmediatamente a la iglesia de San Miguel para rezar por el descanso del alma del rey. Cuando volvi al castillo, Cabrera y los hombres importantes de Segovia le hicieron saber que sera coronada reina de Castilla al da siguiente, festividad de Santa Luca. De un modo extrao, el destino haba puesto en las manos de una nia el poder que sta soara usar. La Edad Media haba pasado e iba a nacer una moderna Espaa.

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CAPTULO VII

Una fra maana del 13 de diciembre, Isabel contemplaba desde el Alczar de Segovia la ciudad llena de gente. Por las cuatro puertas de la severa ciudad construida sobre un peasco iban entrando nobles y comuneros de toda la comarca, ondeando los pendones y sonando las trompetas, los caramillos y los timbales, porque no haba en Espaa ceremonia completa sin msica. Se alz una atronadora gritera cuando se abri la puerta del castillo y sali doa Isabel montada sobre un blanco palafrn, a un lado el gobernador Cabrera y al otro el arzobispo Carrillo. Tena entonces la reina veintitrs aos; era de bella y majestuosa figura, e iba vestida de blanco brocado y armio desde la cabeza hasta los pies. Las gemas brillaban en su garganta, en las hebillas de sus zapatos y en las bridas; y su caballo llevaba gualdrapas de pao de oro. Avanzaba lentamente a lo largo de la estrecha calle de piedra, casi a la cabeza de una magnfica procesin. Delante de ella, en un gran caballo, marchaba un heraldo sosteniendo, con la punta hacia arriba, la espada de justicia de Castilla, que brillaba amenazadoramente desnuda a la luz del sol, smbolo de que aquella jovencita montada en la blanca jaca espaola tena el poder de vida y muerte sobre todos los que la rodeaban. Detrs del heraldo iban dos pajes, llevando sobre un almohadn la corona de oro de su antepasado el rey Fernando el Santo. Seguan a la princesa prelados y sacerdotes con casullas trabajadas en hilo de oro sobre prpura de seda, nobles vestidos de ricos terciopelos deslumbrantes de pedreras y con resplandecientes cadenas de oro, concejales de Segovia con sus antiguas vestiduras herldicas, lanceros, ballesteros, hombres de armas, portaestandartes, msicos y detrs 44

el populacho. Viva la reina! Castilla por la reina doa Isabel!, gritaba el pueblo. Al llegar a la plaza, la reina se ape, subi a una alta plataforma adornada con tapices de ricos colores y se sent en un trono. Entre gritos y toques de trompetas, le colocaron sobre el claro cabello castao la gran corona de sus antepasados. Las campanas de todas las iglesias y conventos de la ciudad comenzaron a sonar alegremente; desde la guardia del Alczar disparaban mosquetes y arcabuces y tronaban pesadas lombardas desde las murallas de la ciudad. Isabel era por fin reina. Despus que todos los nobles presentes besaron su mano y le prestaron juramento de fidelidad, Isabel se dirigi a la catedral, donde se prostern humildemente ante el altar mayor, dando gracias a Dios por haberla salvado de tantos peligros y pidindole la gracia necesaria para gobernar con arreglo a la voluntad divina. Pocos das despus tuvo noticias de que su marido vena del Norte tan rpidamente como sus caballos podan traerle. La nueva de la muerte de Enrique y de la coronacin de Isabel le alcanz en Perpin, adonde haba ido a principios del otoo para salvar a su padre de ser capturado por sus enemigos. Luego de socorrer al viejo rey, Fernando comenz a restablecer el orden en Aragn en la forma que l e Isabel consideraban necesaria en aquellos tiempos anormales. Encontr a la ciudad de Zaragoza en estado de anarqua, intimidada y explotada por Jimnez Gordo, rico converso que haba tomado el mando de las tropas de la villa imponiendo su arbitraria voluntad sobre el pueblo. A su llegada, el joven prncipe invit al tirano a visitarlo, y cuando Gordo lleg, lo detuvo, entregndolo en manos de un sacerdote y de un verdugo. El cadver fue expuesto en la plaza aquella misma tarde. Cuando Fernando se enter, por una carta de Carrillo, de la coronacin de su mujer, se indign porque la espada de justicia haba sido llevada delante de la reina. No era costumbre en Aragn ni en Castilla llevar la espada delante de las reinas. En Aragn, 45

adems, estaba en vigencia una ley slica que exclua del trono a las mujeres. Fernando pens, evidentemente, a pesar de los trminos de su convencin matrimonial con Isabel, que l sera el verdadero rey de Castilla despus de la muerte de Enrique, y se enter con desagradable sorpresa de que la gentil dama con quien se haba casado intentaba tomar las riendas del gobierno. Las murmuraciones, discusiones e intrigas de los nobles tornaron la situacin ms difcil, y cuando Fernando lleg a Segovia, la corte estaba dividida en dos bandos que disputaban duramente sobre los mritos del marido y la mujer. La reconciliacin, no obstante, fue posible gracias a los esfuerzos de don Pedro Gonzlez de Mendoza, cardenal de Espaa, que represent a la reina, y del arzobispo Carrillo, que lo hizo por el rey Fernando. Pero fue Isabel misma quien, con su tacto y dignidad, coloc a su marido en una posicin tan decorosa, que no tuvo ms remedio que aceptarla. Como dice su secretario Pulgar, ella le habl en estos trminos: Seor, no fuera necesario mover esta materia: porque do hay la conformidad que por la gracia de Dios entre vos e m es, ninguna diferencia puede haber. Lo cual, como quier que se haya determinado, todava vos como mi marido sois rey de Castilla, e se ha de facer en ella lo que mandredes; y estos reinos, placiendo a la voluntad de Dios, despus de nuestros das, a vuestros hijos e mos han de quedar. Pero pues plugo a estos caballeros que esta pltica se oviese, bien es que la duda que en esto haba se aclarase, segn el derecho destos nuestros reinos dispone. Esto, seor, digo, porque, como vedes, a Dios no ha placido fasta aqu darnos otro heredero sino a la princesa doa Isabel nuestra fija; e podra acaecer que despus de nuestros das viniese alguno que por ser varn descendiente de la casa real de Castilla, alegase pertenecerle estos reinos, aunque fuese por lnea transversal, e no a vuestra fija la princesa, por ser mujer, en caso que es heredera dellos por derecha lnea: de lo que vedes bien, seor, cun gran inconveniente se seguira a nuestros descendientes. E acerca de la gobernacin destos reinos, debemos considerar que, placiendo a la voluntad de Dios, la princesa nuestra fija ha de casar con prncipe 46

extranjero, el cual apropiara a s la gobernacin destos reinos, e querra apoderar en las fortalezas e patrimonios reales otras gentes de su nacin que no sean castellanas, do se podra seguir que el reino viniese en poder de generacin extraa; lo que sera en gran cargo de nuestras conciencias, y en deservicio de Dios, e perdicin grande de nuestros sucesores e de nuestros sbditos e naturales, y es bien que esta declaracin se haya fecho por excusar los inconvenientes que podran acaecer. Indudablemente, Fernando no poda replicar. Odas las razones de la reina, porque conoci el rey ser verdaderas, plgole mucho dice el cronista, e dende en adelante l y ella mandaron que no se fablase ms en esta materia. Fernando haba disgustado a Isabel ms de una vez desde su casamiento. Haba ella sufrido profundamente cuando conoci la verdad sobre la dispensa falsificada que su padre envi desde Aragn. An se sinti ms profundamente herida cuando se enter de que l tena un hijo ilegtimo nacido al tiempo de su casamiento. Adems iba a conocer el tormento de los celos, al que Fernando a menudo daba ocasin, porque tena cuatro hijos nacidos fuera del matrimonio. No obstante, ella lo am hasta el da de su muerte. Nunca ms, con una sola excepcin, volveran a tener diferencias de opinin. De ah en adelante, en la mayor parte de los negocios pblicos, iban a actuar como una sola persona: ambas firmas en todos los documentos, ambas caras en todas las monedas. Aun cuando la necesidad los separaba, el amor mantena sus voluntades unidas... Muchos trataron de separarlos, pero ellos estaban resueltos a no disentir. No podan permitirse discrepar entre s sin exponerse a dejar incumplida la gigantesca obra que los esperaba: convertir la anarqua en orden; restablecer el prestigio de la corona; recobrar de manos de los nobles usurpadores las tierras de la corona ilegalmente entregadas por Enrique; sanear la moneda; restablecer la prosperidad de la agricultura y de las industrias; resolver el problema de los judos, el de los moriscos y el de los conversos, tarea sta que pareca imposible para un hombre y una mujer jvenes, sin tropas ni dinero. Francia y Portugal eran sus 47

enemigos. Castilla viva en el caos. La joven reina comenz su gobierno resueltamente, a pesar de todo, alejando a los peores parsitos que haban desprestigiado a la corte de su hermano. Design a hombres capaces y fieles para los cargos ms importantes: Mendoza, el cardenal de Espaa, fue nombrado canciller; el conde de Haro, condestable de Castilla; Gutirrez de Crdenas, tesorero, y ella y Fernando hicieron ejecutar ladrones y asesinos a diestra y siniestra, hasta que los homes cibdadanos e labradores e toda la gente comn deseosos de paz, estaban alegres, e daban gracias a Dios, porque vean tiempo en que le placa haber piedad destos reyes... E allende de la aficin que los pueblos tenan al rey e a la reina, con esta justicia que administraban ganaron los corazones de todos de tal manera, que los buenos les haban amor e los malos temor. Los poderosos nobles que se haban repartido el pas bajo el dbil Enrique, no estaban dispuestos a perder su situacin sin defenderse. El joven marqus de Villana amenazaba con proclamar a Juana la Beltraneja reina de Castilla si Isabel no le otorgaba el gran maestrazgo de la Orden de Santiago y varias ciudades. El arzobispo Carrillo se encoleriz porque Fernando le haba dado ciertas tierras que no eran las que le prometiera; abandonando enfadado la corte y recluyndose en su casa de Alcal de Henares, se entreg a los experimentos de alquimia con su amigo el doctor Alarcn. Se deca que el arzobispo y el joven Villana mantenan correspondencia con Alfonso V de Portugal. El cardenal Mendoza, cuya elevacin al primado y su creciente influencia con Isabel y Fernando haban excitado la envidia del anciano arzobispo, se dirigi a Alcal intentando conciliar al viejo guerrero, para lo cual se ofreci a eclipsarse a fin de que Carrillo ocupara el primer puesto en unas nuevas Cortes que seran convocadas en Segovia en la primavera. El arzobispo dio una contestacin evasiva, demasiado ceremoniosa para ser tranquilizadora. Mendoza, desilusionado, volvi para informar a los jvenes soberanos que tema que algo estuviera tramndose entre Carrillo, Villana y Alfonso V de 48

Portugal. Para colmo de desdichas, haban estallado varias pequeas guerras entre los nobles. Tres de ellos se disputaban el gran maestrazgo de Santiago. Dos se hacan la guerra por la posesin de Sevilla, y otros dos luchaban en Crdoba. En este trance, Isabel y Fernando, que se encontraban en Valladolid, recibieron una carta del rey Alfonso de Portugal en la que les anunciaba que iba a casarse con la Beltraneja, y que, por lo tanto, tena ttulos para llamarse rey de Castilla y Len. Agregaba que muchos de los principales nobles de Castilla, incluyendo al arzobispo de Toledo, estaban dispuestos a unrsele. Isabel no poda creer que su viejo amigo Carrillo se hubiera pasado a sus enemigos. Hizo escribir a su secretario una apasionada carta llamndole. El arzobispo no contest. La gente deca en toda Castilla: El que tenga de su lado al arzobispo, se ganar. La reina resolvi, contra la opinin de sus consejeros, dirigirse a Alcal y requerir el apoyo del arzobispo. Envi al conde de Haro que la precediera, a fin de convenir la entrevista. Carrillo recibi al conde con engolada cortesa, y evidentemente le conmovi la apelacin que el noble haca a su generosidad y lealtad. No obstante, se mantuvo firme despus de haber consultado a ciertos amigos que deban de ser emisarios de Villena y de Portugal. Manifest entonces que si la reina entraba por una puerta de Alcal, l saldra por la otra. La quit de la rueca y le di un cetro; ahora le quitar el cetro y la volver a la rueca, dijo. El de Haro regres a Colmenar, donde la reina se encontraba orando en la iglesia mientras esperaba su vuelta. No recibi a su enviado hasta que termin la misa. Cuando escuch su informe, dice Pulgar que se puso plida, llevando las manos a sus cabellos como para concentrar sus pensamientos. Cerrando los ojos, permaneci en silencio hasta recobrar el dominio sobre s misma. Entonces, mirando al cielo, dijo: Seor mo Jesucristo, en vuestras manos pongo todos mis fechos y de vos me defienda el favor y ayuda. Luego mont a caballo y sigui su camino hacia Toledo. 49

All le dijeron que Alfonso V, con veinte mil hombres, haba cruzado la frontera de Portugal, penetrado en Extremadura el 25 de mayo y marchado hacia Palencia, donde se le unieron sus aliados castellanos, y que se haba casado pblicamente con la Beltraneja, proclamndose l y su novia, de quince aos, rey y reina de Castilla y Len. Fernando cabalg frenticamente al Norte reclutando un ejrcito. Sin duda se haba hecho impopular en Castilla, despus de su intento de usurpar la corona, y era evidente que cualquier llamamiento que quisiera hacerse al pas deba partir de Isabel. Pareca claro que, de todos modos, Alfonso se apoderara pronto de ella y del reino. La reina Isabel, vistiendo coraza de acero sobre su sencillo vestido de brocado, apretaba silenciosa los labios mientras montaba a caballo y emprenda el camino del Norte.

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CAPTULO VIII

En lugar de apresar a Isabel, Alfonso V sigui hacia Arvalo, en el corazn de Castilla, y acamp all. Al hacerlo tena la esperanza de que la princesa no lograra reclutar un ejrcito. Fracas en sus clculos sobre la reaccin del genio de Isabel, tan extraordinario como el de Santa Juana de Arco, y le dio la nica cosa que necesitaba: tiempo. Isabel sac de ste el mejor partido. Para ella no eran obstculos las enfermedades, el mal tiempo ni los peligros de la regin. Durante meses vivi casi siempre a caballo, de un confn a otro del reino, pronunciando discursos, celebrando conferencias, dictando cartas a sus secretarios durante toda la noche, presidiendo el tribunal toda la maana, juzgando a algunos ladrones y asesinos merecedores de la horca, recorriendo cien o doscientas millas por los fros pasos de las montaas para suplicar a algn noble, tibio en su lealtad, quinientos soldados. Dondequiera que fuese, inflamaba el antiguo odio de los castellanos hacia los portugueses, que haban derrotado a sus antepasados tan decisivamente en Aljubarrota, en 1385. Terminaba todas sus arengas con una apasionada oracin: T, Seor, que conoces el secreto de los corazones, sabes de m, que no por va injusta, no por cautela ni tirana, mas creyendo verdaderamente que por derecho me pertenecen estos reinos del rey mi padre, he procurado de los haber, porque aquello que los reyes mis progenitores ganaron con tanto derramamiento de sangre no venga en generacin ajena. A ti, Seor, en cuyas manos es el derecho de los reinos, suplico humildemente, que oigas agora la oracin de tu sierva, e muestres la verdad, e manifiestes tu voluntad con tus obras maravillosas; porque si no 51

tengo justicia, no haya lugar de pecar por ignorancia, e si la tengo, me des seso y esfuerzo para la alcanzar con el ayuda de tu brazo, porque con tu gracia pueda haber paz en estos reinos, que tantos males e destruciones fasta aqu por esta causa han padecido. Mientras Fernando reclutaba tropas en las provincias del Norte, Isabel reuna varios miles de hombres en Toledo y se pona a su frente vistiendo, como Juana de Arco, su armadura, para encontrarse con su marido en Valladolid. A fines de junio haban reunido una abigarrada multitud de cuarenta y dos mil hombres pobremente equipados y mal disciplinados, muchos de ellos labriegos y presos liberados. Repartindolos apresuradamente en treinta y cinco batallones, Fernando abandon Valladolid en julio y se dirigi al Sudoeste, hacia el ro Duero. Isabel, que estaba enferma, se qued en Tordesillas para mantener la lnea de comunicaciones abierta a la espera de los acontecimientos. Alfonso march sobre Toro, que se le rindi. El impulsivo Fernando lo siti, esperando derrotarlo rpidamente y marchar luego al Norte contra los franceses, que estaban invadiendo Guipzcoa. Pero tres das despus se encontr con que sus comunicaciones haban sido cortadas por el gobernador de Castronuo, que alevosamente se haba pasado a los portugueses. Ante el peligro de que su ejrcito muriera de hambre, Fernando no tuvo otra alternativa que retirarse a Medina del Campo. Muchos de sus hombres desertaron en el camino, regresando junto a la desilusionada reina con los restos de su gran ejrcito. El desastre, que habra abrumado a cualquier persona, estimul a Isabel a mayores esfuerzos, y a partir de entonces le acompa la suerte de tener casi constantemente a su lado, como amigo y consejero, a uno de los hombres ms capaces de la poca, don Pedro Gonzlez de Mendoza, cardenal de Espaa. Hijo de un distinguido poeta y soldado, el marqus de Santillana, era instruido, encantador, perspicaz, sacerdote devoto, experto soldado y profundo hombre de Estado. Fue l quien insinu a Isabel la medida que habra de salvarla: pedir al clero que fundiera la plata 52

acumulada en concepto de donaciones y herencias durante siglos en varias iglesias. De esta manera se reunieron treinta millones de maravedes. La ayuda de la Iglesia permiti a Isabel pagar a sus tropas, alistar nuevos reclutas, traer de Italia y de Alemania plvora y pesadas bombardas y comprar alimentos y vestuario. El 1 de diciembre, menos de cinco meses despus de la retirada de Toro, un nuevo ejrcito estaba preparado para la lucha. Constaba slo de quince mil hombres, pero bien armados y adiestrados. Fernando se dirigi otra vez hacia Toro. Alfonso ofreci retirarse a condicin de que le entregara Toro y Zamora, el reino de Galicia y una suma de dinero. Pero Isabel respondi que jams entregara una sola almena de los reinos de su padre. Fernando se vio obligado a dejar su ejrcito frente a Toro y cabalgar hacia Burgos, en el Norte, para ayudar a sus partidarios. Entretanto, Isabel, despus de establecer guardias en todos los caminos, galop en direccin a Toledo, a ciento treinta millas al Sur, para hacer nuevas levas y traer refuerzos. Despus hizo una amplia y rpida corrida hasta Len, a ms de doscientas millas al Norte, para rescatar la provincia de manos de un gobernador traidor. De vuelta, envi al conde de Benavente para que llevara a cabo un ataque nocturno contra los portugueses. Alfonso y su ejrcito se retiraron veinte millas hasta Zamora, fuerte edificado sobre una elevada roca inaccesible excepto por un puente poderosamente fortificado sobre el Duero. Una noche, Isabel supo que el gobernador del puente deseaba entregrselo, siempre que ella enviara tropas para que lo tomaran. Remiti entonces un mensaje a Fernando a fin de que abandonara Burgos en secreto y viniera inmediatamente. Fernando, simulando estar enfermo, abandon sus cuarteles y cabalg de noche sesenta millas a travs de un pas enemigo, llegando a Valladolid antes de amanecer. All le tena preparado ya Isabel un piquete de caballera. Zamora se hallaba a cincuenta millas de distancia. A la noche siguiente lleg al puente, tomando posesin de l. Deba mantenerlo hasta que Isabel trajera refuerzos y artillera. Ella haba puesto en camino sus grandes caones antes del amanecer. 53

Cuando Alfonso despert, su posicin se hallaba dominada por los caones castellanos, y hubo de retirar su ejrcito al campo abierto. Fernando ocup la ciudad. Al da siguiente, Alfonso recibi el refuerzo de veinte mil hombres de su hijo don Juan. Se hallaba ahora en condiciones de acosar a Fernando, y as lo hizo. Durante dos semanas Fernando y su ejrcito estuvieron copados en Zamora. Isabel, ante la amenaza de la derrota, se entreg a una actividad sobrehumana. Como todos los grandes soldados, advirti la conveniencia del ataque. Si las fuerzas enemigas eran superiores en nmero a las de ella, deban ser divididas. Envi tropas para atacar la base de Toro. Lanz a otras contra el flanco derecho. Finalmente, descubri que una ciudad de la retaguardia que dominaba su lnea de comunicaciones, estaba dbilmente defendida. Envi dos mil hombres de caballera para que la tomasen. Alfonso se vio, a su vez, obligado a retirarse. Una noche fra, mientras sus hombres se quejaban de la falta de alimentos, levant el campamento y parti hacia Toro a lo largo de la ribera. Cuando Fernando descubri que el enemigo se haba esfumado, lo persigui sin prdida de tiempo y lo alcanz a media tarde. El cardenal Mendoza, que se haba adelantado para hacer un reconocimiento, volvi hasta donde estaba el rey, para informarle que los portugueses se encontraban desplegados en orden de batalla, justamente debajo de una pequea elevacin. Fernando dio la orden de avanzar. Lentamente las huestes castellanas subieron por el terreno montaoso y descendieron al llano. En el Oeste, el sol, muy bajo ya, brillaba lgubremente a sus espaldas, sobre una espesa cortina de nubes, dando en los ojos de los portugueses. En ese momento una fina y fra llovizna comenz a caer. Se oy un largo y estrepitoso crujido cuando las huestes chocaron trabndose en lucha... Quebrbanse las lanzas entre el chocar de las armaduras y el golpear de los caballos; los jinetes eran lanzados al suelo para quedar all o levantarse y desnudar sus 54

espadas; entre ellos corran los infantes, con dagas y hachas... Y en esta espantosa confusin, todo eran golpes y empellones. Fernando!, gritaban los castellanos. Alfonso!, gritaban los portugueses. All donde los estandartes de los reyes rivales flameaban entre las olas de aceros, la lucha era ms feroz, ms fuertes los gritos y mayores el derramamiento de sangre y el amontonamiento de los heridos. A la izquierda, el cardenal de Espaa, cuyo roquete de obispo, desgarrado y salpicado de sangre, pareca casi negro, peleaba en la batalla con la furia de un tigre, derribando a izquierda y derecha a los hombres de las filas portuguesas. A la derecha tronaba la artillera de don Juan; su eco retumbaba desde el rio hasta los peascos, seguido del vivo estampido de la mosquetera. Los seis escuadrones de la caballera de gallegos y asturianos de Fernando fueron destrozados y puestos en fuga, perseguidos por los alaridos de los portugueses. Mezclados en la batalla, ni Fernando ni el cardenal podan ir en ayuda del ala derecha; y para colmo, don Juan volvi atrs, despus de una breve persecucin de los asombrados montaeses, y cay sobre su flanco. Se luch desesperadamente y a muerte. Atrs y adelante, arriba y abajo, refluan en la fra lluvia crepuscular, mientras se hacan cada vez ms broncos y frecuentes los gritos y lamentos de los heridos pisoteados. La oscuridad llegaba velozmente del negruzco cielo, y todava ningn bando haba obtenido la victoria. As, durante tres horas, el triunfo de la batalla fue indeciso. Ahora luchaban jadeantes y silenciosos. Mendoza se abri camino entre los portugueses, en direccin a donde a duras penas podra divisar en la penumbra, levantndose y cayendo, el estandarte del rey Alfonso. El portaestandarte de Alfonso, Duarte de Almeida, haca esfuerzos heroicos para alzarlo al viento. Herido en el brazo derecho, sostena la bandera con el izquierdo. Cuando una flecha castellana le atraves el brazo izquierdo, sostuvo el trapo con los dientes, hasta que cay con el cuerpo acribillado, mientras el cardenal de Espaa se apoderaba de la bandera portuguesa, arrancndola. El obeso Alfonso cay al suelo luchando valientemente. Con su 55

bandera perdida y el rey cado, una gran incertidumbre, como una lenta niebla, comenz a extenderse sobre la masa de los cansados portugueses, que no haban probado bocado desde que salieron de Zamora al amanecer. Unos se rindieron y otros huyeron. La oscuridad era ya completa. De pronto, con un poderoso grito, los seis batallones de jinetes montaeses que haban huido al principio del ataque de la artillera de don Juan, pero que, avergonzados, se reagruparon lentamente junto a la montaa, cayeron sobre los desorganizados portugueses. Todo el frente comenz a retroceder. Al mismo tiempo, el cardenal de Espaa y el duque de Alba los empujaban desde el flanco hacia el ro. En vano Alfonso y don Juan proferan sus gritos de guerra. En vano el valeroso Carrillo, ensangrentado de pies a cabeza, rota desde la espalda su capa colorada, instaba al ataque mientras luchaba como un hroe homrico en la noche opaca. La huida se transform en pnico. Santiago!, gritaban los vencedores. Castilla! Castilla para el rey Fernando y la reina Isabel! Los desgraciados portugueses se heran unos a otros por error, trepaban a las montaas, se arrojaban al ro y sucumban bajo el peso de las armaduras en las fras aguas. Muchos de ellos se precipitaban salvajemente buscando a su rey, y gritando Fernando! Fernando! para evitar que los matasen. Por la noche orden Fernando a sus hombres que cesara 'a matanza de los vencidos y que dejaran de hacer prisioneras. La furia de los castellanos era tal que durante varios das quisieron matar a los cautivos portugueses. Y lo habran hecho as a no mediar la resuelta oposicin del cardenal Mendoza, quien dijo: Jams quiera Dios se pueda decir tal cosa, o tal ejemplo de nosotros quedar en la memoria de los vivos. Esforcmonos en conquistar, y no pensemos en venganza, porque la conquista es de hombres fuertes, y la venganza, de dbil u mujeres. Al amanecer, envi Fernando un breve y afectuoso mensaje a Isabel comunicndole su victoria. Ella recibi la noticia con gran alegra en Tordesillas. Y orden a todo el clero de la ciudad que se 56

reuniera y marchara por las calles cantando el Te Deum. Entre las aclamaciones del pueblo, la joven reina sali del palacio descalza, y de este modo march sobre las toscas piedras de las calles hasta el monasterio de San Pablo, donde silenciosamente lleg, por entre el murmullo de la multitud, al altar mayor, y postrndose con gran devocin y humildad, dio gracias al Dios de las batallas.

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CAPTULO IX

La victoria obtenida sobre Portugal haba convertido a Isabel en seora de Castilla, pero de una Castilla con hambre y epidemias y sin posibilidades econmicas. Nadie pagaba sus deudas y no quera hacerlo, escriba su secretario en sus crnicas. El pueblo estaba acostumbrado a toda clase de desrdenes..., y los ciudadanos y los labradores honrados no eran dueos de sus propios bienes, y no tenan nadie ante quien recurrir de los robos y violencias de que eran objeto... E cada uno quisiera de buena voluntad contribuir la meitad de sus bienes por tener su persona e familia en seguridad. La principal tarea que afrontaron Isabel y Fernando fue el restablecimiento del respeto a la ley. Y esto lo hicieron con un rigor que saban justificado por la anarqua dominante. En unas Cortes convocadas en Madrigal en 1476, tomaron medidas para restablecer la Santa Hermandad, polica de voluntarios organizada en el siglo XIV en defensa de los derechos locales del pueblo contra la corona y que haba terminado por convertirse en un instrumento de la nobleza. Isabel procedi a trocar esta casi inservible arma de las clases privilegiadas en un instrumento de la autoridad real. Se organiz una fuerza de dos mil caballeros a las rdenes de un capitn general, el duque de Villahermosa, hermano bastardo del rey Fernando, con ocho capitanes bajo su mando. Cada cien cabezas de familia mantenan a un caballero bien armado y equipado, dispuesto en todo momento a salir en persecucin de un criminal. Para cada comunidad de treinta familias haba dos alcaldes, cuyos poderes eran absolutos, salvo el derecho de apelar ante el obispo de Cartagena o en ltima instancia ante el rey y la reina. A menos que el transgresor tuviera 58

buenas razones para apelar obteniendo una rpida absolucin, la menor pena que poda esperar era la prdida de una oreja o de una mano. A un ladronzuelo lo aliviaron de uno de sus pies, para tener la seguridad de que no volvera a sus andanzas. La pena ms comn era la de muerte. Pronunciada la sentencia, se llevaba un sacerdote al prisionero para que lo oyera en confesin y le administrara los ltimos sacramentos. Atado al rbol ms prximo, el condenado era ultimado a flechazos por la Hermandad. Evidentemente, los autores de las ordenanzas de la Hermandad eran escpticos con respecto a la duracin de cualquier reforma moral impuesta por la necesidad a los criminales, porque ordenaban que la ejecucin siguiera a la absolucin lo ms ligero posible, para que el alma salga del cuerpo con la mayor seguridad de salvarse. Para Isabel y Fernando y sus contemporneos, esta justicia dura y rpida era cosa natural. La simpata que Enrique el Impotente haba prodigado a los asesinos la reservaban Isabel y Fernando para la vctima, su viuda y sus hijos, para la mujer violada, para la familia que haba muerto quemada en medio de la noche por los bandidos o los nobles ladrones. No significaba esto que los espaoles fueran ms crueles que otros pueblos occidentales. El valor de la vida era increblemente insignificante en Inglaterra, por ejemplo, en esa poca. Aun un siglo despus, leemos en el informe de un cronista ingls que todos los aos eran colgados de trescientos a cuatrocientos bandidos, entre los que se incluan ladronzuelos, y que durante el reinado del rey Enrique VIII murieron setenta y dos mil en la horca, solamente por haber robado. Isabel y su marido anduvieron de ciudad en ciudad, algunas veces juntos y otras separados, administrando al pueblo justicia rpida y gratuita. La joven reina oa demandas, procuraba reconciliaciones y restituciones, condenaba a muerte al culpable y cabalgaba luego hasta el prximo lugar. En poco tiempo su justicia haba llenado el pas de consternacin. Era ms terrible porque se la sabia imparcial e incorruptible. Aunque desesperadamente necesitada de dinero, Isabel 59

rehus siempre aceptar sobornos de los criminales ricos. Un poderoso noble llamado lvar Yez, que haba asesinado a un notario, ofreci a la reina la enorme suma de cuarenta mil ducados si le perdonaba la vida. Algunos de sus consejeros, sabiendo cun escaso estaba el tesoro real, le aconsejaron que aceptara. Pero la reina prefera la justicia al dinero. Hizo cortar la cabeza de Yez el mismo da y, para evitar la sospecha de motivos interesados, distribuy sus bienes entre los hijos del ajusticiado, aunque muchos precedentes la autorizaban a confiscarlos. Un da, mientras descansaba en Tordesillas despus de arrojar a los portugueses que an quedaban en Toro, se enter de que haba estallado una revuelta en Segovia y que los insurrectos estaban atacando la torre del Alczar en la que se refugiaba su pequea hija Isabel, protegida por un puado de leales. Beatriz de Bobadilla, a quien se encomendara el cuidado de la criatura, haba venido a Tordesillas para conferenciar con la reina. Cabrera, el gobernador, se hallaba a la sazn ausente de la ciudad. Aprovechando estas circunstancias, algunos de sus enemigos, ocultas las armas bajo sus ropas de labradores, haban entrado al Alczar tomando posesin del castillo despus de matar a la guardia de la puerta. Los defensores de la infanta retrocedieron a la torre, donde se encontraba la nia con su niera, resistindose furiosamente. Todos los hombres de la ciudad tensaron las armas, unindose a uno o a otro de los bandos en lucha. Pero la mayora se uni a los rebeldes, por odio al converso Cabrera. Hasta el obispo de Segovia, don Juan Arias de vila, se pleg a ellos, aunque l mismo era un Converso. La reina Isabel se encontraba en ese momento acompaada slo por el cardenal Mendoza, su amiga Beatriz y el conde de Benavente. No haba tiempo para reunir tropas, y, por lo dems, poda viajar ms rpidamente sin ellas. Mont a caballo y, seguida de sus tres amigos, cabalg enloquecidamente a Segovia, que se hallaba a sesenta millas de distancia. El sol brillaba sobre el camino blanco, caliente como las arenas del Sahara. Un polvo de seis pulgadas de espesor se elevaba 60

en nubarrones alrededor de la reina y su caballo, cubrindolos de blanco, cegndolos y secndoles los labios. La reina perdi el camino, tratando de acortarlo a travs de un bosque de pinos. Volvi sus pasos hasta el camino, dej descansar un rato a sus caballos en Coca, y durante la noche, cuando se levant un viento fresco, con la luna de agosto sigui a Segovia. Al amanecer divis la torre de Alczar levantndose sobre la cima de una roca proyectada sobre la planicie gris como la proa de una galera. Alrededor de ellos, desierta y sin rboles, se extenda la campia de aquel pas rido e inescrutable. Estara an la princesa en la torre, o sera demasiado tarde? Cuando la reina se acerc a la puerta de San Juan, el obispo y varios de los ciudadanos importantes se adelantaron y le pidieron que no entrara, porque muy cerca se combata violentamente. Adems el obispo le rog que dejara fuera de las murallas a la esposa de Cabrera y a su amigo el conde de Benavente, porque el populacho iba a enfurecerse si los vea. La joven reina, con fra furia, cort en seco sus ceremoniosas palabras diciendo: Decid vosotros a esos caballeros y cibdadanos de Segovia que yo soy reina de Castilla, y esta cibdad es ma, e me la dej el rey mi padre, e para entrar en lo mo no son menester leyes ni condiciones algunas de las que ellos me pusieren. Yo entrar en la cibdad por la puerta que quisiere, y entrar conmigo el conde de Benavente, e todos los otros que entendiere ser cumplidero a mi servicio. Decidles ans mesmo, que vengan todos a m, e fagan lo que yo les mandare, como leales sbditos, e se dejen de facer alborotos y escndalos en mi cibdad, porque dello les puede seguir dao en sus personas a bienes. As diciendo, Isabel clav sus espuelas a su cansado caballo y galop al frente de sus tres amigos. Atraves la puerta de San Juan por entre el populacho rugiente. Sin temor a las espadas y lanzas que al sol de la maana relampagueaban a su alrededor, avanz hasta el pequeo patio prximo a la torre. El obispo la sigui, tratando vanamente de aquietar al pueblo. El populacho se agitaba en torno del pequeo grupo como un oleaje. 61

A matarlos a todos! gritaban. Hay que acuchillar a los amigos del mayordomo! Abajo Cabrera! Tomad la torre y matadlos a todos! La reina, silenciosa, con el macilento rostro lleno de polvo, sobre su caballo blanco les haca frente. El cardenal se le acerc. Le pidi que con toda urgencia hiciera cerrar la puerta del Alczar para que no entrara ms populacho al patio. La reina sacudi su cabeza: abrid ms las puertas dijo y pedid a todos que entren. Las puertas crujieron. Amigos grit un caballero, la reina ordena que entren cuantos puedan. Un murmullo sacudi a la muchedumbre. La reina! Despus de un momento de duda, el mar humano avanz desbordante en el patio. La reina esper a que se hiciera silencio. El cardenal la contemplaba con una mezcla de admiracin y temor, sin pensar en su propia salvacin. Sus palabras, claras y sonoras, caan como flechas sobre las cabezas de la apretujada y descontenta muchedumbre: Decid agora, vosotros mis vasallos e servidores, lo que queris, porque lo que a vosotros viene bien, aquello es mi servicio o me place que se faga, porque es bien comn de toda la cibdad. Un cabecilla de la muchedumbre pidi silencio y se adelant en representacin de todos para exponer sus quejas: Seora comenz, tenemos varias splicas que hacer. La primera, que el mayordomo Andrs de Cabrera no contine por ms tiempo a cargo del Alczar. La segunda... Eso que queris vosotros quiero yo interrumpi la reina. El mayordomo est destituido. Tomar posesin de estas torres y muros y las confiar a un leal caballero de los mos, que las guardar con lealtad hacia m y honor para vosotros. Un rugido brot de la multitud, un rugido de triunfo y de aprobacin: Viva la reina! La gente que estaba del otro lado de la puerta core el grito. Era la misma multitud abigarrada y emocionada que haba gritado esas palabras aquella maana de 62

invierno, tres aos antes, cuando ella sali de ese mismo patio para ser coronada. En un instante, los hombres que maldecan a Cabrera pedan la sangre de sus enemigos. Los jefes de los rebeldes huyeron para salvar sus vidas. Hacia medioda, las torres y murallas quedaban libres de ellos, e Isabel se encontraba en plena posesin del Alczar. Su primer pensamiento fue abrazar a la princesa, de la que haba estado separada tanto tiempo. Despus cabalg triunfalmente, a travs de las calles, al palacio prximo a la iglesia de San Martn, seguida por una multitud que la asfixiaba en su entusiasmo y admiracin. Desde las gradas del palacio les dirigi un breve discurso prometiendo protegerlos contra la tirana de Cabrera o de cualquier otro y pidindoles que regresaran pacficamente a sus casas. Les prometi, adems, poner remedio a sus quejas si le enviaban una delegacin que le expusiera sus motivos de agravio. La multitud se disolvi. La reina entr al palacio, se tir sobre una cama y durmi. Posteriormente, cuando examin las reclamaciones que le hizo la delegacin y las investig a fondo, repuso a Cabrera, por encontrarlo inocente de los cargos que se le hacan, aunque algunos de sus subordinados haban cometido pequeas arbitrariedades, y por considerar que gran parte de la animosidad existente contra l deba atribuirse a la envidia de los que deseaban ocupar su puesto, o al fuerte prejuicio de los cristianos viejos, que le malqueran por ser un converso influyente. El otro converso, don Juan Arias, se arrepinti de su participacin en el hecho, pensando que la reina tena una larga memoria y un largo brazo. Iba a llegar el tiempo, aunque no lo sospechaba, en que l necesitara particularmente de su amistad.

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CAPTULO X

A fines de septiembre, cuando la reina Isabel fue a Valladolid para reunirse con su marido, que volva de sus estados del Norte, tuvo el disgusto de enterarse de que haba surgido un conflicto sobre el gran maestrazgo de la Orden de Santiago. El conde de Paredes, principal pretendiente a la distincin, haba muerto, y su rival, don Alonso de Crdenas, haba marchado a la cabeza de un ejrcito a Ucls, donde los treces y comendadores de la Orden se reunieron a peticin suya para elegirle gran maestre... Isabel no tena ninguna objecin personal que oponer a Crdenas. Por el contrario, lo conoci excepcionalmente hbil militar en una contienda privada que sostuvo contra el duque de Medinasidonia y en el conflicto con los portugueses, y tena esperanza de utilizarlo en la cruzada que proyectaba emprender contra los moros tan pronto como se restableciera la paz y la prosperidad en Castilla. Por lo dems, recordaba todava dolorosamente las pasadas guerras civiles empeadas por el maestrazgo de Santiago durante el reinado del rey Enrique. Pero tena un plan propio para que la famosa Orden militar fuera til a la corona. Tres grandes rdenes militares se haban creado en Espaa durante la Edad Media. La Orden de Calatrava, fundada por dos monjes cistercienses que con sus compaeros defendieron un paso estratgico entre Castilla y Andaluca y salvaron a la Espaa cristiana de ser reconquistada par los moros. Con el tiempo, la Orden creci en nmero y riqueza, al extremo de comprender cincuenta y seis encomiendas, diecisis prioratos y sesenta y cuatro villas, y gozaba de una renta anual de cincuenta mil ducados. 64

La Orden de Alcntara fue organizada para defender la ciudad de su nombre, importante avanzada tomada por los cristianos a los moros en 1214. En su defensa se constituy un grupo de caballeros que llevaban sobre sus armaduras el blanco manto de los moros del Cister bordado con una cruz escarlata. stos tambin, con el tiempo, acumularon gentes y fortuna. Pero la ms importante de las tres rdenes fue la de Santiago, fundada en el siglo XII, para proteger a los peregrinos que de todas partes de Europa acudan a la tumba del apstol Santiago, en Compostela, Galicia, donde su cuerpo, que se encontr intacto despus de ocho siglos, era conservado y honrado. Pero, despus que los moros se retiraron a Granada, desapareciendo la amenaza para los reinos del Norte, los caballeros, sin ocuparse del infiel, pelearon entre ellos. La eleccin de un gran maestre era tan importante, que a menudo conduca a una guerra civil. Ese dignatario gobernaba sobre ochenta y tres encomiendas, dos ciudades, ciento setenta y ocho distritos y villas, doscientos prioratos, cinco hospitales, cinco conventos y un colegio en Salamanca. Virtualmente gobernaba a un reino dentro del reino y disfrutaba de ms rentas que muchos reyes. En tiempos de guerra poda llevar al campo de batalla cuatrocientos caballeros y mil lanzas. Isabel comprendi que si la corona deba ser soberana, era necesario deshacer esas poderosas organizaciones, particularmente porque no eran ya de gran utilidad en la nueva manera de hacer la guerra, debido a los descubrimientos cientficos. El can de plvora estaba terminando con la tctica de la caballera, simplemente porque dos o tres plebeyos con un can podan despedazar cualquier nmero de hombres vestidos de armadura, aunque fueran azul su sangre y esforzados sus corazones. Decidi, as, anexarse el podero de las rdenes, pidiendo al papa que designara al rey Fernando en cada uno de los maestrazgos cuando el que estuviera a su cargo muriera. La muerte del conde de Paredes fue su primera oportunidad. Despach un mensajero a Roma rogando al papa que Fernando fuera nombrado gran maestre de Santiago. Pero Crdenas, con su usual rapidez y 65

audacia, hizo peligrar su plan. Ucls, donde estaban reunidos los delegados, se encontraba a doscientas millas de distancia, a travs de las montaas, y las lluvias ya haban comenzado; pero eso no fue obstculo para Isabel. Con un pequeo squito, mont a caballo y comenz su peligroso viaje, en medio de una lluvia torrencial. Al finalizar el tercer da, lleg a Ocaa, distancia cincuenta millas de su destino. Se vea obligada a pasar la noche en el palacio del que haba huido con Carrillo ocho aos antes; pero, temiendo que la eleccin fuese a la maana siguiente, continu su marcha durante toda la noche bajo la lluvia, que caa sin cesar. Al otro da, cuando los caballeros iban a elegir el gran maestre, se asombraron de ver a la cansada y empapada reina caminando hacia el interior, en medio de ellos. Como de costumbre, la reina Isabel fue directamente al asunto y les anunci con toda claridad por qu haba venido. El maestrazgo de Santiago, dijo, era un cargo demasiado importante para que no recayera en la familia real; por lo tanto, haba decidido que deba pertenecer al rey Fernando. Y les orden, como a sus sbditos, aplazar la eleccin. La serenidad de la reina triunf, y Crdenas se resign de buen talante. Despus, cuando Isabel tuvo en su mano la bula papal entregando la direccin de la Orden a Fernando, design a Crdenas gran maestre vitalicio, bajo la condicin de que la Orden entregara tres millones de maravedes anuales para mantener los fuertes a lo largo de la frontera mora. Cuando Crdenas muri, en 1499, Fernando asumi el maestrazgo. En la misma forma asumi, en 1487, la direccin de la Orden de Calatrava y, en 1492, la de la Orden de Alcntara. Su previsora esposa tena resuelto aumentar las rentas reales en un milln de dlares al ao. Isabel regres entonces a Ocaa para reunirse con Fernando, que haba estado reforzando la frontera portuguesa porque la paz no se haba formalizado todava, y juntos siguieron a Toledo. All, por orden de la reina, se haban hecho grandes preparativos para festejar la victoria de Fernando en Toro. Haba prometido, despus de la batalla, que tan pronto como fuera posible, dara 66

pblicas gracias a Dios y construira una iglesia en honor de San Juan Evangelista, a quien ella haba orado durante los peligrosos das de la guerra contra los portugueses. Cuando entraron, por la tarde, a la ciudad, los esperaba una magnfica procesin de prelados, cannigos y sacerdotes, nobles y ciudadanos que marchaban, precedidos por un crucifijo, en direccin a la gran catedral. All, en el vasto bosque de mrmol y granito, los ricos colores de los ltimos rayos del sol se filtraban a travs de los vidrios policromos, mezclndose con las sombras, alrededor del joven rey y la esplndida reina, que se arrodillaron en silencio ante el altar mayor dando gracias a Dios. Al da siguiente se celebr una segunda y an ms esplndida procesin a la catedral. Esta vez el rey y la reina entraron por la puerta de su antepasado San Fernando, que libert a Andaluca del yugo de los moros capturando a Crdoba en 1235. Isabel luca la corona de oro del santo rey, reluciente de piedras preciosas, y una larga capa de armio caa sobre su traje de blanco brocado adornado de castillos y leones de oro, y alrededor del cuello centelleaban el famoso collar de perlas y el de rubes balajes, el mayor de los cuales se supona haber pertenecido al rey Salomn, que lo envi a Espaa, la antigua Tarsis de los judos, a cambio de su oro y su plata, su marfil, sus monos y sus pavos reales. Despus de or misa cantada se encaminaron a la tumba de su antepasado Juan I de Castilla, vencido por los portugueses en Aljubarrota, aproximadamente cien aos antes. En el lugar donde descansaban sus restos, Isabel colg el roto y sangriento estandarte ganado a Alfonso V en Toro. Antes de dejar Toledo, Isabel compr varias casas situadas entre las dos puertas, las hizo demoler y despus orden que se desmontara el terreno para levantar all el monasterio franciscano de San Juan de los Reyes, en cuya construccin iba a emplear varios aos. Sus cuatro bvedas, talladas con el delicado y variado encaje de piedra, se conservan an como un monumento a su amor de toda la vida por Fernando. Nunca se cans de enviar clices de oro, alhajas, trofeos, tapiceras y pinturas a la iglesia, y en cada uno de esos objetos pueden encontrarse las armas de 67

Castilla y Aragn y las iniciales de Isabel y Fernando entrelazadas. De Toledo, los soberanos siguieron a Madrid. All les esparaban varias noticias inquietantes. El nuevo rey de Granada, Muley Abul Hasn, se haba negado a enviarles el acostumbrado tributo exigido por ellos, y se crea que estaba preparndose para la guerra. Esto hubiera agradado mucho a Isabel y Fernando ms adelante, porque una de sus principales ambiciones era librar a Espaa de la dominacin rabe. Pero no haba llegado todava la hora en que podran afrontar una lucha tan costosa. Entretanto, un nuevo ejrcito portugus invada el oeste de Castilla, y se deca que Alfonso V haba ido a Pars para obtener la ayuda de Francia y que haba sido recibido con grandes honores por Luis XI. En las ciudades del Sur todava reinaba la ms salvaje anarqua. Isabel propuso que, mientras Fernando aplastaba a los rebeldes que an quedaban en el oeste de Castilla y Crdenas iba a enfrentarse a los portugueses, ella se dirigira al sur de Extremadura para pacificar el pas. A esto el rey y el consejo se opusieron enrgicamente. Decan que no haba ciudad o pueblo que ella pudiera usar como base de operaciones, porque todas las fortalezas estaban en manos de algn tiranuelo cuyos crmenes eran tan notorios, que no se atrevera a someterse por miedo de ser colgado. Proponan que ella permaneciera en algn lugar seguro, como Toledo, hasta que el rey y Crdenas volvieran. La reina escuch su consejo, y, como de costumbre, serenamente anunci su propia decisin: Siempre he odo decir que la sangre, como una buena ama de casa, acude a reparar la parte del cuerpo que recibe algn dao. Los reyes que quieren reinar deben trabajar, y no puede un buen rey sufrir con paciencia el or continuamente que los portugueses combaten como enemigos y los castellanos como tiranos. Creo que mi seor debe ir a esos lugares al otro lado de las montaas y yo a Extremadura... Es cierto que hay algunos obstculos para mi idea, como bien decs. Pero en todos los negocios humanos hay cosas ciertas y dudosas, y ambas estn en las manos de Dios, que acostumbra llevar a buen fin las causas que son justas y en las que se trabaja con diligencia. 68

El rey y el consejo accedieron, sabiendo bien que cuando la reina hablaba de tal manera, cualquier otro argumento era intil. Mientras Fernando se diriga al Oeste, Isabel vesta nuevamente su armadura y marchaba hacia el Sur, al pas de sus enemigos los nobles ladrones.

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CAPTULO XI

Al apearse en Guadalupe, la reina Isabel orden a uno de sus secretarios que se adelantara y exigiera las llaves de la fortaleza de Trujillo. El alcaide respondi que no entregara las llaves sino a su amo, el joven marqus de Villena, uno de los pocos nobles que an desafiaban a la reina. sta grit duramente: E yo tengo de sofrir la ley que mi sbdito presume de ponerme? E dejar yo de ir a mi cibdad? Por cierto, ningn buen rey lo fizo, ni menos lo far yo. Hizo traer artillera pesada y tropas de Sevilla y Crdoba con el propsito de arrasar las murallas de Trujillo. Entretanto, se apoder de Madrilejo, notoria madriguera de ladrones; y cuando la guarnicin la abandon, orden a sus artilleros tirar contra los muros y torres hasta que no qued piedra sobre piedra. Este ejemplo asust a los tiranuelos de la vecindad, y muchos de ellos se sometieron a la resuelta reina. Apareci entonces el joven marqus de Villena ofreciendo la entrega de Trujillo bajo ciertas condiciones. No puede haber discusin dijo la reina mientras no tenga yo las llaves de Trujillo. Villena orden luego a su alcaide que se rindiera, e Isabel entr en la ciudad triunfalmente. Luego continu su marcha hacia Cceres, donde puso fin a una sangrienta contienda sobre una eleccin, dej guarniciones en Badajoz y otras ciudades y sigui a Sevilla. Sevilla era una de las ms importantes y bellas ciudades de Andaluca. Tomada a los moros por San Fernando, segua siendo una ciudad mora; era un endiablado laberinto de angostas y tortuosas calles y callejuelas bordeadas de blancas casas de un solo piso y adornadas con alegres flores y patios con fuentes, 70

donde sus habitantes vivan la mayor parte del ao. Era una ciudad sensualmente encantadora, que pareca hecha para ser una perpetua tarde de verano perfumada con el aroma de los azahares y la msica de guitarras y castauelas y el cantar y rer de hombres y mujeres. No obstante, esta ciudad, en 1447, se consuma por las guerras y la corrupcin de las costumbres, y viva sobrecogida por el odio y el temor. Dos eran las causas fundamentales de estas discordias. Una, la incapacidad del gobierno de Enrique, que haba envalentonado a los nobles, los cuales hacan justicia con sus propias manos, al extremo que durante tres aos, dos de los ms poderosos nobles del Sur, el duque de Medinasidonia y el joven don Rodrigo Ponce de Len, marqus de Cdiz, haban librado batallas campales dentro y en los alrededores de la ciudad, sin tener en cuenta el dao causado a la vida y propiedades de los ciudadanos. La otra causa era racial, o, con ms exactitud, religiosa. Exista en Sevilla un gran barrio judo, o judera, aunque la vieja ley que obligaba a los judos a vivir en l no se cumpla. Mucho ms numerosos, no obstante, eran los judos que vivan como conversos entre los cristianos a los que estaban unidos por casamiento, y que ejercan los oficios ms lucrativos y de mayor influencia, que eran dueos de las propiedades ms valiosas de la ciudad y perciban grandes ingresos como lo hacan algunos de los judos de la Sinagoga del prstamo de dinero o del activo mercado de esclavos en el que los moros y negros de Africa eran comprados y vendidos. Los judos espaoles diferan poco de la poblacin cristiana en lo tocante a costumbres y educacin dice la Jewish Encyclopedia. Eran amantes del lujo, y las mujeres llevaban costosos trajes con largas colas, y tambin joyas valiosas; lo cual daba ocasin a que aumentase el odio del pueblo hacia ellos. Eran pendencieros e inclinados al robo, y a menudo se acometan e insultaban unos a otros, aun en las sinagogas y casas de oracin, hirindose frecuentemente con el espadn o la espada que acostumbraban llevar. Lo mismo ocurra con los conversos o marranos, pero estos ltimos eran an ms odiados, porque en su condicin de cristianos, dominaban actividades de las que eran 71

excluidos los judos. Parece que la reina Isabel no tena prevenciones contra los judos como raza. El problema, tal como ella lo plante, fue ms bien religioso que racial. Durante toda su vida coloc en cargos de confianza a ciertos judos a quienes crea eran sinceros en su profesin de catlicos cristianos. Repetidamente protegi a los judos de la Sinagoga contra la furia del populacho. Crea, no obstante, que un nmero de los conversos eran en realidad judos encubiertos que iban a misa los domingos, slo por razones comerciales o sociales, y a la Sinagoga el sbado, mientras no perdan ocasin de blasfemar de las ms agradas verdades de la religin cristiana y ridiculizarlas, socavando la fe, que era la base moral del pueblo entre el que vivan. Isabel busc el medio de restringir las actividades de tales falsos cristianos, salvndolos al mismo tiempo de las peridicas matanzas de que los haca objeto el populacho explotado. Era difcil habrselas con ellos, porque cuando un judo se declaraba cristiano, nadie poda decir con certeza si era sincero o no. Haba, sin duda, muchos judos sinceros catlicos que deban ser protegidos contra los errores del populacho y contra los intentos de sus amigos judos para ganarlos a la Sinagoga. Por esa poca se le sugiri a la reina que estableciera la Inquisicin en Castilla. Dio traslado del asunto al venerable obispo de Cdiz, pidindole que investigara la situacin en Sevilla y le informara al respecto. Mientras tanto, se propuso terminar su modo, con las leyes existentes, el estado de crmenes que reinaba en Sevilla. Anunci que todos los viernes, siguiendo la costumbre de sus antepasados, presidira un tribunal pblico, y administrara justicia rpida y gratuita en todas las causas criminales o civiles. El relajamiento y la corrupcin de los tribunales de Sevilla la obligaba a ello. Cuando la reina entr en la ciudad, una maana de julio de 1477, las calles estaban guarnecidas con ricos y antiguos tapices, extendidos de trecho en trecho. El cortejo real, reluciente de alhajas, prpura y telas de oro, avanz en una suave sombra multicolor, sobre un suelo sembrado de jazmines y rosas pro72

cedentes de los innumerables jardines. Isabel fue primero a la catedral, como era la costumbre, para dar gracias a Dios e implorar su ayuda. Luego sigui hasta el Alczar, antiguamente palacio moro, y camin entre jardines donde las empenachadas palmeras se cimbraban sobre granados cargados de frutos color de sangre y naranjos llenos de esferas de oro. Finalmente se sent, pensativa y grave, en el sitial de juez de San Fernando en la sala de los embajadores. All resolvi devolver la paz a la risuea Sevilla. Mientras los prohombres de la ciudad iban de un lado a otro preparndolo todo para agasajarla con fiestas, banquetes y corridas de toros, ella pensaba serenamente en colgar a algunos de estos prohombres. En cuanto a las corridas de toros, que ella despreciaba tan intensamente, al punto que las prohibi por decreto real, cuando descubri que los andaluces las amaban tanto, las permiti, pero slo bajo la condicin de que los toros tuvieran cuernos falsos, embolados, sujetos a las cabezas. Todos los viernes, durante los dos meses siguientes, cualquiera que tuviera algn agravio se diriga a la entrada de la sala de los Embajadores, donde la joven reina se hallaba sentada sobre un estrado tapizado de gnero de oro, contra un fondo de vidriadas baldosas moras llamadas azulejos. As que cada peticin era recibida por sus cuatro secretarios, la encomendaba a uno de sus consejeros, que estaban sentados a un lado, ms abajo que ella, con instrucciones de que examinaran la prueba diligentemente y dieran su veredicto en el plazo de tres das. La reina personalmente se evocaba al estudio de todos los casos dudosos y de todas las apelaciones de sus jueces. Los soldados comenzaron a traer a los malhechores, grandes y pequeos, ricos y pobres, de todas partes de la ciudad y sus suburbios. Asesinos y otros muchos delincuentes fueron colgados sin mayores ceremonias, despus de darles tiempo para confesar. Grandes cantidades de bienes robados fueron devueltos a sus legtimos dueos. Cuando se dieron cuenta de que la reina era de una severidad terrible, algunos poderosos comenzaron a ofrecerle sobornos para tratar de ablandarla. Pero Isabel era inexorable, poco ms tarde aun aquellos que no haban sido denunciados empezaron a huir de 73

sus casas por la noche. En una semana cuatro mil personas abandonaron la ciudad. Tantas familia se hallaban comprometidas, que el anciano obispo de Cdiz fu finalmente a ver a la reina, llevando con l una gran multitud de esposas, hijos, padres, hermanos y hermanas de los fugitivos. Le hizo notar que bajo un gobierno relajado como el a Enrique era natural que la naturaleza humana siguiera el camino de la menor resistencia. De ah que en Sevilla se hallar tal nmero de culpables, que difcilmente habra una casa qu no tuviera un criminal o un cmplice, en alguna forma, de crimen. Rog a la reina misericordia, dicindole: Verdad es, muy excelente reina e seora, que Nuestro Seor tan bien usa de la justicia como de la piedad, pero de la justicia algunas veces e de la piedad todas veces, porque si siempre usase de la justicia segn siempre usa de la piedad, como todos los mortales seamos dinos de pena, el mundo en un instante perecera... La Sacra Escriptura est llena de loores ensalzando la piedad, la mansedumbre, la misericordia y la clemencia, que son ttulos e nombres de Nuestro Seor. Porque el rigor de la justicia, vecino es de la crueldad, e aquel prncipe se llama cruel, que aunque tiene causa no tiene templanza en el punir. (Pulgar, Crnica, segunda parte, captulo LXX.) La reina escuch pensativa el discurso del viejo prelado, y, llegando a la conclusin de que ya haba alcanzado su propsito, accedi a su peticin, proclamando una amnista general de todos los crmenes, a excepcin del de hereja. Dedic entonces su atencin a la contienda entre el duque de Medinasidonia y el marqus de Cdiz, y habiendo escuchado slo las razones del duque, mont en clera contra el marqus, quien a estar a lo que afirmaban de l sus enemigos, era el causante de toda la anarqua de Sevilla, adems de conspirar con el rey de Portugal y Villena contra sus soberanos. Isabel dio orden de que se le arrestara. En lugar de huir, el joven don Rodrigo cabalg una tarde de agosto dirigindose a Sevilla, acompaado de un solo servidor, y osadamente se present en los departamentos de la reina. sta se encontr con un hombre de apenas treinta aos, de mediana estatura, aunque su fuerte contextura le haca parecer 74

ms bajo; un hombre franco de semblante rubicundo algo marcado de viruelas; una cara enmarcada por rizado pelo rojizo y terminada en una puntiaguda barba del mismo color. Sus ojos eran francos y valientes. Framente soport la mirada escrutadora de la reina. Vedesme aqu, reina muy poderosa, en vuestras manos comenz, e si a vuestra real majestad pluguiere, mostrar mi inocencia, e aqulla vista, faga vuestra real seora de m aquello qu le placiere. Neg todas las acusaciones hechas contra l por el duque y declar que siempre haba sido un leal sbdito. Su franqueza y valenta impresionaron tan favorablemente a la reina, que sta prometi investigar la querella entre l y el duque y hacer justicia a ambos, bajo la condicin de que los dos entregaran ciertas fortalezas que ilegalmente les haba entregado Enrique IV. Comprendiendo despus que no era posible reconciliar a tan orgullosos y bizarros enemigos, los confiri en sus propios estados, prohibindoles volver a Sevilla, bajo pena de muerte. Fernando, que haba estado ocupado en su trabajo similar en otras ciudades, se reuni, en agosto, con su esposa, en Sevilla. En octubre visitaron al duque de Medinasidonia en Sanlcar y al marqus de Cdiz en Rota. Volvieron a Sevilla en diciembre, y el da de Navidad dieron el primer decreto real que se conoce sobre la imprenta, exceptuando de impuestos al famoso Dierck Maertens, de Lovaina, como impresor de libros, y prohibiendo que cualquiera entorpeciera su trabajo. El primer libro impreso en Espaa haba sido una coleccin de cantos en honor de Nuestra Seora, publicada en 1474, seguida de una edicin de Salustio y una traduccin de la Biblia al castellano, en 1478. Hubo gran alegra en la ciudad y mucho repique de campanas y disparos de can, cuando la reina Isabel dio a luz un hijo la maana del 30 de junio. El pequeo prncipe Juan fue llevado el 9 de julio a la catedral, cuyos grandes pilares de mrmol y granito haban sido tapizados de brocados y seda de muchos colores. El real infante fue conducido hacia el interior sobre una almohada de brocado rojo al frente de una esplndida procesin, en la que 75

tomaron parte la corte, los embajadores extranjeros, las autoridades de Sevilla y los grandes prelados y nobles del Sur. A la cabeza iba el cardenal Mendoza, seguido por los distinguidos padrinos, el legado papal, el embajador de Venecia, el condestable de Castilla y el conde de Benavente, con acompaamiento de msica de cuernos de muchsimas clases, desde el ms agudo hasta el bajo ms profundo. Luego se realiz una gran fiesta, durante la cual la madrina del nio, la duquesa de Medinasidonia, dio su tabardo a Alegre, el enano favorito de Fernando. Un mes despus, Isabel fue a misa para presentar el prncipe a Dios, como el nio Jess haba sido presentado por su madre en Jerusaln. Mont sobre un caballito blanco con deslumbrante silla de montar y gualdrapas de oro y plata. Su vestido de seda estaba bordado con perlas. El rey cabalgaba delante de ella, en un pequeo tordillo con jaeces de oro y terciopelo negro, y tocado de un sombrero bordado con oro. Tres semanas ms tarde hubo un eclipse total de Sol. La gente dio rienda suelta a toda clase de conjeturas sobre las causas del fenmeno. Algunos teman que presagiara dao para el pequeo prncipe Juan. En esta poca, el obispo de Cdiz entreg su informe sobre la investigacin que haba hecho acerca de las actividades de los conversos en Sevilla. Se confirmaban las sospechas de la reina en el sentido de que la mayora de ellos eran judos encubiertos que constantemente ganaban a los cristianos a las prcticas judas y llegaban hasta predicar la ley de Moiss desde los plpitos catlicos. El obispo vea que los tribunales ordinarios del Estado no podan distinguir entre los hipcritas conversos, que estaban minando la Iglesia y el Estado, y los judos sinceros cristianos. Siendo tan graves los efectos de estos crmenes contra la fe en sus consecuencias para la moral pblica y privada, eran tan ocultos, que se haca difcil probarlos. Un juez comn no siempre estaba en condiciones de dictar un fallo justo sobre el acusado desde el punto de vista religioso. Era necesario un tribunal compuesto de hombres instruidos en teologa para juzgar sobre su ortodoxia, antes de que el Estado pudiera proceder contra l. El obispo aconsejaba que se 76

estableciera en Castilla la Inquisicin, que haba servido en una crisis parecida, tiempo atrs, en el sur de Francia. Para comprender el rencor de los cristianos espaoles contra los judos encubiertos, que se hacan pasar por cristianos, es necesario recordar que Espaa sostuvo una guerra contra los moros durante cientos de aos, y que a los judos, que haban incitado a los mahometanos a entrar en el pas, se los haba considerado siempre como enemigos internos, aliados y auxiliares constantes de los odiados moros. Y est fuera de cuestin que los judos y los mahometanos compartan un odio comn a Cristo y a su Iglesia. Dondequiera se inflamara nuevamente la guerra mora, los judos se transformaban al punto en especial objeto de sospechas, lo mismo que los simpatizantes con los alemanes en los Estados Unidos durante la guerra mundial eran objeto de sospecha y a menudo perseguidos. Y, desgraciadamente para los judos, era demasiado evidente que Isabel y Fernando estaban en vsperas de otro largo y peligroso conflicto con el gobierno moro de Granada. Muley Abul Hasn acababa de negarse a pagar tributo: Los reyes de Granada que pagaron tributo han muerto, y as estn los reyes que lo recibieron. Isabel y Fernando, careciendo de dinero y de hombres para compelerlo a pagar, se vieron obligados a concertar con l una tregua de tres aos. Apenas se haba secado la tinta del tratado, cuando Muley irrumpi con cuatro mil hombres de caballera y cinco mil infantes en la Murcia cristiana, destruy las cosechas, se apoder de los ganados y, tomando la ciudad cristiana de Cieza despus de un sitio, pas a cuchillo a todos sus habitantes, hombres, mujeres y nios. Isabel y Fernando tuvieron que sufrir pacientemente estas atrocidades. Pero solemnemente renovaron la promesa que haban contrado cuando se casaron, nueve aos antes, de no descansar mientras los moros mantuvieran algn poder en Espaa, y estaban resueltos, si era posible, a comenzar en 1481, cuando expirara el trmino del tratado, la guerra a muerte por la reconquista de la 77

Espaa cristiana. Era evidente que cuando comenzara la guerra las dos bases ms importantes de las operaciones seran Sevilla y Crdoba. En ambos lugares los conversos eran tan numerosos, ricos y poderosos, que se saba que su influencia sera desastrosa para la cruzada. Isabel, por lo tanto, pens que antes de emprende la guerra era necesario hallar algn medio que asegurara la lealtad de los judos encubiertos. Se propuso esforzarse en ser an ms justa y misericordiosa. Cuando el cardenal Mendoza le sugiri que muchos de los conversos carecan de la oportunidad de ser debidamente instruidos en la doctrina cristiana, le autoriz a escribir un catecismo que l hizo leer y explicar en todas las iglesias de Sevilla y lugares inmediatos, en la esperanza de atraer nuevamente a la fe a los conversos que haban vuelto al judasmo. Esta tarea tuvo ocupado a su eminencia durante dos aos. Entretanto, la reina solicit secretamente del papa Sixto autorizacin para establecer en Sevilla un tribunal inquisitorial, con inquisidores nombrados por la corona, que sera conveniente tener para el caso de que ella resolviera establecer la Inquisicin.

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CAPTULO XII

Isabel era una mujer humana y caritativa. Madre de cinco hijos, aborreca todo derramamiento innecesario de sangre humana, al extremo de no tolerar las corridas de toros, que constituan el deporte favorito de su propio pueblo. Cmo poda, entonces, tal mujer establecer la Inquisicin, en cuyas llamas iban a perecer, solamente en su reinado, dos mil personas descendientes de judos/ Las observaciones comunes sobre la complejidad del carcter humano, difcilmente bastarn para explicar esta paradoja; ni va a explicarla la repetida insinuacin de que estaba dominada por el clero, especialmente si se tiene en cuenta que su confesor, en ese tiempo, descenda de judos y no era partidario de la Inquisicin. Para impulsar a mujer de esta ndole a dar un paso tan radical, debi de existir algo excepcional en el conjunto de las circunstancias que la rodeaban. Porque no tena hacia la Inquisicin ms afecto que el que tiene un juez o un gobernador de nuestros das hacia la silla elctrica. Pero, como la mayor parte de la gente sensata de su tiempo, pensaba que la Inquisicin era el menor de dos males. Se trataba de una prolongacin de los poderes de polica del Estado para hacer frente a necesidades de tiempo de guerra. Estaba en juego la propia existencia del Estado, y el Estado tena el deber y el derecho de protegerse. Preferiramos no juzgarla. Pero antes de hacerlo, es preciso advertir que no se la puede juzgar con el criterio correspondiente a otros lugares o pocas, sino ver su poca tal como ella la vio. Casi todos sus bigrafos han puesto de relieve lo que ella y su gente hicieron a los judos. Pero si la enrgica reina se hallara en condiciones de hacer su propia defensa, honradamente podra 79

sostener que como gobernante de un pas cristiano estaba obligada tambin a tener en cuenta lo que los judos haban hecho y estaban haciendo a su pueblo. No podra creer que la versin juda de la historia de una civilizacin que ellos odiaban fuera aceptada como expresin imparcial y definitiva. En cuanto cristiana, repudiaba la persecucin, pero en cuanto monarca, deba hacerlo por sus sbditos, para protegerlo de todos sus enemigos internos o externos. Y entre estos enemigos contaba a los judos. La misma ceguera espiritual que los haba llevado a negar y crucificar al Mesas, los haba impulsado despus, en su aberracin, a hacer lo posible por destruir la Iglesia que l haba fundado y llevar a la ruina y a la esclavitud a toda sociedad que se basara en sus enseanzas. Fueran donde fueran, estos infelices, como sentenciados a repetir los mismos errores hasta que reconocieran a Jess como el Cristo, probaban la verdad de las profecas: No vine a traeros la paz, sino la espada... Aquel que no est conmigo, est contra m. Adondequiera que fueron, en todos los tiempos, cumplieron el mismo ciclo de experiencia: tolerancia, prosperidad, persecucin. Siempre hicieron causa comn con los enemigos de la Iglesia catlica y de la paz y el orden cristianos. Intentaron dar muerte a los primeros cristianos, que eran judos. Apedrearon a San Esteban hasta matarlo, clamaron por la sangre de San Pablo y pidieron la cabeza de Santiago. A causa de las violencias que emplearon contra los primeros cristianos de Roma, el emperador Claudio los expuls de la ciudad (1). Asesinaron a noventa mil cristianos cuando los persas tomaron Jerusaln, y fueron la causa
La primera persecucin de cristianos bajo el Imperio romano fue seguramente instigada por los judos. Hasta hace pocos aos, los historiadores aceptaban afirmaciones de Tcito, en el sentido de que Nern arrojaba a los discpulos de Cristo a los leones para desviar las sospeche que recaan sobre l, despus de haber incendiado a Roma. Pero la erudicin moderna, sirvindose de otras fuentes (Suetonio. Clemente di Roma. Tertuliano). ha demostrado que la persecucin nada tena que ver con el Incendio. Se sabe que Popea, la mujer de Nern, protega a los judos, y que probablemente era juda. Varios historiadores recientes, dignos de crdito, sostienen que los judos de Roma, valindose de ella y de otros de su misma religin en la norte imperial, dirigieron la atencin de Nern hacia los cristianos. y lo persuadieron de que eran culpables de diversos crmenes. Vase: Len Hardy Canfield. The Early Persecution of the Christians. Nueva York. 1913; J. F. Bacchus. The Neronian Persecution, en Dublin Review, 1908, pgs. 287 y sigs.; Allard, Histoire des perscutions pendant les deux premires sicles , Pars. 1903, pgs. 42 y sigs.; E. Tb. Klette, Die Christenkatastrophe unter Nero , Tubinga, 1907, pg. 18; y las otras referencias dadas por Canfield en su interesante y erudito estudio. Los eruditos judos admiten la animosidad de los judos contra los cristianos y la extraordinaria preferencia de Popea hacia los primeros: por ejemplo: Vase Ismar Elbogen, History of the Jews, Berln, traduccin inglesa, Cincinnati, 1926.
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de que otros treinta y cinco mil fueran arrastrados a la esclavitud. Y en todos los pases hecho del que los escritores judos todava se jactan fomentaban entre los cristianos estas divisiones llamadas herejas. Fue entre los judos de la Meca y Medina donde Mahoma desarroll la nueva secta que iba a ser el azote de la cristiandad durante mil aos. Y fueron los judos de Espaa, como lo hace constar la Jewish Encyclopedia, quienes instaron a los mahometanos a introducirse en la Pennsula y apoderarse de las propiedades y vidas de los cristianos. Bajo la dominacin tolerante de los mahometanos escribe Lewis Browne, judo de nuestra poca los judos comenzaron a prosperar. Los que durante siglos haban sido ultrajados mendigos, fueron luego mercaderes ricos y poderosos, e iban por todas partes, de Inglaterra a la India, de Bohemia a Egipto. La mercanca que con ms frecuencia explotaban en esos das eran los esclavos. En las grandes vas, en los grandes ros y en el mar se vea siempre a los mercaderes judos llevando convoyes de prisioneros engrillados. Pero, como es natural, para los judos nunca debi existir una Inquisicin. La hereja albigense, cuyo propsito de destruir la Iglesia catlica, en el caso de haber tenido xito, habra corrompido y demolido toda la estructura social de Europa, haba surgido en la parte sur de Francia, que se llam segunda Judea porque su poblacin juda era sumamente numerosa e influyente. Si se conociese bien la verdad dice Lewis Browne, probablemente se sabra que los instruidos judos de Provenza eran en gran parte responsables de la existencia de esta secta de librepensadores. Las doctrinas que los judos haban estado esparciendo por el pas durante aos, no podan menos de minar el poder de la Iglesia. Fue para hacer frente a las cuestiones promovidas por los albigenses o ctaros para lo que se estableci en un principio la Inquisicin. Estos sectarios eran maniqueos pesimistas que enseaban que la vida era una cosa diablica, siendo una creacin del diablo y no de Dios; que el matrimonio, por lo tanto, era una cosa endemoniada, ya que propagaba la vida, y que una mujer embarazada estaba poseda por el demonio. Enseando y practicando el suicidio como dogma, frecuentemente se ahogaban o se 81

dejaban morir de hambre, llegando al extremo de matar criaturas. Tales ideas y prcticas suponan una seria amenaza para la Iglesia y el Estado. Y como los tribunales ordinarios del Estado no podan poner trmino al peligro, el papa Gregorio IX, uno de los estadistas ms grandes de todos los tiempos, permiti el establecimiento de los tribunales de la Inquisicin, en los cuales los dominicos, bien versados en teologa, resolvan si las opiniones de los acusados eran o no contrarias a las enseanzas de Cristo y su Iglesia y si pertenecan al peculiarmente siniestro y antisocial grupo de los ctaros. En cuanto a los judos, que haban fomentado la formacin de la secta, se mantenan alejados de ella, y as escapaban al castigo de la Inquisicin, pero no a la cruel venganza del populacho enfurecido, que de tiempo en tiempo caa sobre ellos. La Inquisicin propiamente dicha nunca conden a nadie a muerte. Cuando los inquisidores iban a alguna ciudad, conminaban a todos los herejes a confesar dentro de un plazo fijado, comnmente de treinta das. Todos aquellos que se presentaban y abjuraban de sus creencias y prcticas antisociales, eran tratados benignamente. Se necesitaban dos testigos para declararlos culpables de hereja. El acusado no tena testigos de descargo, porque nadie se atreva a declarar en favor de un sospechoso de hereja, por temor a que sospecharan tambin de l. El acusado estaba autorizado a denunciar a todos sus enemigos, y si entre los nombres de sus acusadores estaba alguno de aqullos, su testimonio era rechazado. El detenido declarado culpable que rehusaba abjurar, era entregado por los inquisidores al Estado, que proceda entonces con l como si se tratara de un traidor. En la prctica, de cada cien acusados eran condenados a muerte dos personas. A otros se les daban penitencias. Algunos eran encarcelados. Otros salan en libertad. La tortura era usada como ltimo recurso el estrapado o el potro, ambos crueles tormentos , pero se hicieron esfuerzos para restringir su uso. Eymeric, uno de los ms famosos inquisidores, deca que la tortura era un procedimiento inseguro e ineficaz para descubrir la verdad, y recomendaba que fuera usada con extrema prudencia y slo despus de cuidadosas consideraciones. Los tribunales de la 82

Inquisicin eran generalmente ms humanos que los tribunales civiles, todos los cuales empleaban la tortura. Evidentemente, en algunos casos, personas inocentes fueron obligadas a confesar por medio de la tortura. Y hombres crueles y fanticos, sin lugar a dudas, cometieron algunas atrocidades. Pero, en general, los jueces de la Inquisicin eran elegidos con gran cuidado y probablemente resultaban ser ms inteligentes y escrupulosos que los jueces de los tribunales del Estado. Isabel se preguntaba si la Inquisicin tendra xito en Castilla, donde tantos judos, hacindose pasar por catlicos, trataban, en forma ms o menos secreta, de minar y destruir la fe catlica. Daba vueltas en su cabeza al problema, mientras andaba a lo largo del ro, entre Sevilla y Crdoba.

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CAPTULO XIII

Con las mismas medidas drsticas que haban dado tan buen resultado en Sevilla, la reina puso fin a la anarqua dominante en Crdoba, y luego dedic su atencin a otros asuntos. Se la inform que Carrillo estaba incitando a Alfonso V para que llevara a cabo una segunda invasin de Castilla. Isabel, en represalia, embarg sus rentas y manifest que pensaba pedir al papa que lo destituyera. Carrillo, traicionado por sus amigos, se vio obligado a pedir perdn a la reina, quien una vez ms lo perdon, permitindole que se retirara a sus estados. Alfonso V ya no era una seria amenaza para Castilla. Habla ido a Francia con la esperanza de obtener la ayuda de Luis XI, pero el Rey Araa haba sido ya ganado a la causa de Fernando e Isabel, cediendo a las proposiciones que le haba formulado aquel hbil hombre de Estado que era el cardenal Mendoza, y en 1479 termin un tratado de paz en San Juan de Luz. Cuando Alfonso se enter de que Luis lo haba traicionado, escribi a Portugal abdicando el trono y declarando que iba a ingresar en un monasterio. Cambi de parecer y lleg a su pas a tiempo de ver a su pueblo celebrando la coronacin de su hijo. Pero don Juan, respetuosamente, permiti a su padre que ascendiera nuevamente al trono. El orgullo de Alfonso habra prolongado la lucha con Castilla indefinidamente de no haber sido persuadido por su cuada, doa Beatriz, de que deba entrar a negociar la paz. Alentada en su proyecto por el papa Sixto, doa Beatriz escribi secretamente a Isabel, pidindole una entrevista, en la que tal vez con la ayuda de Dios y de la gloriosa Virgen su madre, encontraran un medio para restablecer la paz y la concordia para los dos reinos. Isabel, 84

aunque tena un hijo de ocho meses de edad y esperaba un tercer hijo en noviembre, y a pesar de que las tropas de Alfonso invadan nuevamente su territorio matando a sus sbditos, fue a Alcntara para entrevistarse con su ta. Despus de varios das de conversaciones, las dos inteligentes mujeres redactaron un tratado en el que se estableca que Alfonso abandonaba sus pretensiones sobre Castilla, renunciando para siempre a casarse con la Beltraneja, quien deba consentir en casarse con el prncipe Juan cuando ste tuviera edad suficiente, o entrar en un convento. El prncipe Alfonso, el menor de los hijos del rey de Portugal, casara con la princesa Isabel, entonces de nueve aos de edad. Doa Beatriz necesit nueve meses para persuadir a Alfonso a que aceptara tan humillante documento, lo que pudo hacer con la ayuda de don Juan, quien llanamente dijo a su padre que la guerra contra Castilla haba sido injusta y que todas sus desgracias eran un castigo de Dios. La paz fue concluida, al fin, e Isabel no tuvo ms que temer del lado del Oeste. An constituan un motivo de preocupacin para ella sus enemigos del Sur y la situacin general de Europa. Era perfectamente evidente que los mahometanos estaban resueltos a llevar a cabo su intento de conquistar toda Europa. En 1479, Mohamed II, el Gran Turco, atac desde el mar la isla de Rodas, desolndola. Nadie saba sobre qu punto llevara a cabo su prximo ataque. Y cuando la tregua con Granada expir, en 1481, los moros de ella probablemente habran de unirse a la general ofensiva contra la cristiandad. Isabel comprendi que no haba tiempo que perder. Despus del nacimiento de su tercera hija, la desventurada Juana la Loca, en noviembre de 1479, se dirigi a Toledo, y all, en unas Cortes que se reunieron en la primavera de 1480, concentr en sus propias manos los ltimos hilos del poder e hizo todopoderosa a la corona. Reorganiz el Consejo Real, introduciendo letrados y otros representantes de la clase media para restringir el poder de los grandes nobles. Dividi su gobierno en cinco departamentos, que mantenan contacto con funcionarios locales, unificando la administracin en todas partes. Adems, hizo compilar un nuevo y ms completo cuerpo de leyes, que signific 85

un gran adelanto con relacin a los promulgados por sus antepasados. Luego se propuso llevar a cabo la tarea ms impopular: la de recobrar las ltimas tierras y beneficios ilegalmente otorgados a los nobles por el rey Enrique. Confi esta desagradable tarea a fray Hernando de Talavera, quien procedi en forma tan imparcial, que incluso grav con pesados impuestos a los parientes del rey Fernando, enriqueciendo as el tesoro real en cerca de treinta millones de maravedes. Cinco aos atrs, una medida de esa naturaleza habra sido la seal para una revolucin, pero Fernando e Isabel se haban convertido en monarcas absolutos. En su vida privada, Isabel era humilde y devota. Siguiendo el consejo del cardenal Mendoza, eligi confesor a Talavera. Era ste el prior del convento de Santa Maria, un hombre santo e ilustrado, cuyos abuelos haban sido judos conversos. Cuando por primera vez fue a confesarse con l, ste se sent en una silla e indic a la reina que se arrodillara a su lado. Esto era algo nuevo para Isabel, cuyos confesores, en prueba de respeto, se haban siempre arrodillado al lado de ella, y dijo sorprendida: Reverendo padre, es costumbre que ambos nos arrodillemos. Hija ma replic fray Hernando, el confesonario es el tribunal de Dios, en el que no hay reyes o reinas, sino hombres pecadores; y yo, aunque indigno, soy su ministro. Es justo, por lo tanto, que yo est sentado y vos arrodillada. La reina se arrodill y confes sus pecados. Luego dijo: ste es el confesor que yo buscaba. Y durante muchos aos fue Talavera su director espiritual. No obstante, en su actuacin pblica, insista sobre el respeto a que era acreedora la corona, tanto para ella como para el rey Fernando. Una noche en que se haba retirado temprano, mientras el rey, en la habitacin contigua jugaba una larga partida de ajedrez con su to el almirante don Fadrique, la reina oy exclamar al hidalgo: Aj!, he ganado a mi sobrino. Echndose rpidamente un manto sobre s y desde detrs de los tapices de la puerta, Isabel dijo framente: Don Fadrique, mi 86

seor el rey no tiene ni parientes ni amigos, sino simplemente siervos y vasallos. Y cuando el hijo del almirante, que llevaba su mismo nombre, tuvo una disputa en el palacio de la reina con el joven Ramiro Nez de Guzmn, fue tan severa con l como si no hubiera estado emparentado con la familia real, ordenndole que permaneciera en casa de su padre y no saliera de ella sin su permiso. Mientras tanto, daba a don Ramiro un salvoconducto. Pocos das despus, don Ramiro fue atacado por hombres enmascarados y rudamente golpeado. Convencida la reina de la culpabilidad del joven don Fadrique, mont a caballo, a pesar de la copiosa lluvia, y anduvo veinte millas hasta Simancas, donde exigi al almirante la entrega del reo. Cuando ste le explic que su hijo no se encontraba all, la enfadada reina le sac las llaves de su propio castillo y volvi a Valladolid. Al da siguiente, la reina se sinti tan mal, que no pudo levantarse de la cama, pero persisti en la bsqueda de don Fadrique, y cuando fue encontrado, lo hizo conducir por las calles y encerrarlo incomunicado, como a un vulgar criminal. La nica concesin que hizo al rey Fernando, quien intercedi en favor de su pariente, fue la de desterrar a don Fadrique a Sicilia. Isabel y Fernando terminaron exactamente a punto la organizacin de su gobierno, pues, luego de expulsado de Rodas, en 1480, Mohamed II, gracias al valor de los caballeros de San Juan, aqul constern a toda Europa desembarcando en las costas de Italia y asolando sus huestes las costas de Apulia, hasta tomar por asalto, el 11 de agosto, a la ciudad de Otranto, en el reino de Npoles. De sus veintids mil habitantes, se apoderaron de doce mil, a los que, despus de amarrarlos con sogas, los asesinaron, as indefensos, en medio de terribles torturas. Mataron a todos los sacerdotes de la ciudad. Cortaron en dos al viejo arzobispo de Otranto, a quien encontraron rezando frente al altar. En una colina de las afueras de la ciudad, hoy conocida con el nombre de Colina del Martirio, hicieron una carnicera de muchos cautivos que rehusaron convertirse a la religin mahometana, arrojando sus cadveres a los perros. 87

El papa Sixto hizo un llamamiento a los prncipes italianos en estos solemnes trminos: Si los creyentes, especialmente los italianos, quieren preservar sus tierras, sus casas, sus mujeres, sus hijos, su libertad y sus vidas; si desean conservar la fe en la que hemos sido bautizados y por la que somos salvados, dejadlos por lo menos creer en nuestra palabra, dejadlos tomar sus armas y luchar. La apata de los prncipes italianos era increble. El rey Fernando de Npoles estaba en guerra con Florencia, y su hijo Alfonso, duque de Calalesia, se hallaba a ciento cincuenta leguas de distancia, luchando en la guerra de Toscana. Alfonso se arroj frenticamente a la defensa de sus dominios, y casi sin ayuda, excepto la del papa Sixto, que haba fundido sus vasos sagrados a fin de obtener dinero para la cruzada, siti a los turcos en Otranto y reconquist la ciudad. Enterada Isabel de las atrocidades de Italia, inmediatamente envi toda la flota de Castilla, compuesta de veintids barcos, a las aguas italianas para colaborar en la reconquista de Otranto y proteger el reino de Sicilia, perteneciente al rey Fernando. Despus envi comisionados reales a las ciudades del Norte, con el objeto de crear una flota suficientemente poderosa para expulsar a los turcos de los mares. El pnico comenz a propagarse por los reinos espaoles. La gente se preguntaba qu sucedera si los turcos venan del Este y los moros de Granada tomaban la ofensiva en el Sur contra Andaluca. Evidentemente, Castilla estaba en vsperas de la guerra. Iba a ser una guerra en la que se hara necesario recurrir a todas sus energas. Y todava haba enemigos secretos dentro de sus puertas, que se haban enriquecido a costa de su abundancia y demostrado en el pasado su simpata hacia los odiados y temidos mahometanos. Isabel comprenda que haba llegado el momento de establecer aquella unidad que toda nacin en estado de guerra considera indispensable. El desembarco de los turcos en Italia haba sellado la suerte de los conversos de Castilla, que constituan una nacin dentro de otra nacin. No haban transcurrido an seis semanas desde la cada de Otranto, cuando 88

la reina Isabel decidi valerse del permiso que le haba otorgado el papa Sixto, dos aos antes, para establecer la Inquisicin, y el 26 de septiembre de 1480, ella y Fernando dieron un decreto hacindola efectiva. La doble signatura. Yo, el rey, yo, la reina, marc el comienzo del ltimo captulo de la lenta resurreccin de la Espaa cristiana, y de uno nuevo y triste en los desgraciados anales de los hijos de Israel.

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CAPTULO XIV

Quien pueda conocer la historia de los judos, comenzar quiz a comprender la historia del mundo. Esta extraordinaria raza, dotada de inteligencia, voluntad y notable solidaridad, que generalmente resiste a todos los intentos de asimilacin, ha repetido su extraa aventura en todos los pases y en todas las pocas. Cada cierto tiempo, estos vagabundos, que parecen haber sido milagrosamente preservados como testigos, a pesar de ellos, de la Crucifixin, se han introducido en un pas, pobres y desgraciados, donde han sido recibidos bondadosamente, obteniendo riquezas y poder sobre sus vecinos, con rapidez asombrosa, y finalmente, cuando han estado a punto de construir una nueva Jerusaln sobre las ruinas de la civilizacin en cuyo corazn penetraron, han sido expulsados por los ms numerosos, los goym, vindose despojados de sus privilegios, a menudo con la mayor barbarie y crueldad. Esto ocurri en el reino mahometano de Fez, y tambin en la ciudad mahometana de Granada, que en un tiempo fue llamada la ciudad de los judos, hasta que los moros se levantaron contra ellos, el 30 de diciembre de 1066, y asesinaron a cuatro mil, mientras uno de los califas expulsaba a todos los judos de Granada. Algo muy similar ocurra en la Espaa cristiana medieval. Se discute si los judos llegaron por primera vez a Espaa luego de la destruccin de Jerusaln, profetizada por Cristo, o si ya estaban all antes de la Crucifixin. Seguramente haba ya un gran nmero de ellos al comienzo de la era cristiana, bajo el dominio de los visigodos arios, que eran cristianos, pero no catlicos. Despus que se comprob que estaban conspirando para introducir a los rabes de Africa a fin de terminar con el reino godo, fueron 90

condenados a la esclavitud, y aun luego de liberados fueron reprimidos con crueles disposiciones por el cdigo visigodo. A pesar de todo esto, prosperaron, y al comenzar el siglo VIII eran tan ricos y poderosos en todas las principales ciudades, que cuando en 709 los sarracenos llegaron, finalmente, incitados por ellos, de frica, los judos espaoles abrieron sus puertas a los conquistadores y fueron recompensados con el cargo de gobernadores en Granada, Sevilla y Crdoba. En el nuevo Estado musulmn alcanzaron un alto grado de prosperidad y cultura. La gradual reconquista de la Pennsula por los cristianos, que desde tiempo atrs haban vuelto al redil catlico con la desaparicin de la vieja hereja arriana, no molestaba a los judos. Cuando San Fernando reconquist Sevilla en 1224, les entreg cuatro mezquitas moras para que las convirtieran en sinagogas, autorizndolos a establecerse en los mejores lugares y exigindoles slo que se abstuvieran de insultar a la religin cristiana y de propagar su culto entre los cristianos. Los judos no cumplieron ninguna de esas condiciones; ms an: varios de los ltimos reyes, especialmente aquellos de fe tibia o los necesitados de dinero, se mostraron con ellos muy condescendientes, y Alfonso VIII nombr a uno de ellos su tesorero. Al final del siglo XIII, los judos eran tan poderosos en los reinos cristianos, que casi haban paralizado la Reconquista. Su nmero era importante respecto a la poblacin total anterior a 1348: cerca de cincuenta mil en la Corona de Aragn, de un milln de habitantes, y unos doscientos mil en Castilla, de cinco a seis millones de almas. Tan grande era su influencia, que las leyes contra los blasfemos no podan hacerse efectivas contra ellos. Era tan notorio que se encontraban por encima de la ley, que algunos de los albigenses, llegados del sur de Francia a Espaa, se hacan circuncidar para predicar libremente como judos la hereja por la cual haban sido castigados como cristianos. En una Europa donde se repudiaba la usura como un pecado, porque como tal la Iglesia catlica la haba considerado siempre, los judos eran los nicos banqueros y prestamistas, y poco a poco el capital y el comercio del pas pas a sus manos. Generalmente 91

cobraban el 20 por 100 en Aragn y el 33 % por 100 en Castilla, y durante el hambre de 1326 exigieron el 40 por 100 de inters en un prstamo de dinero concedido a la ciudad de Cuenca para comprar trigo. Los ciudadanos que deban pagar impuestos, los agricultores que carecan de dinero para comprar semilla para sus siembras, y los ciudadanos presos por la avaricia de un noble, caan desesperados en manos de prestamistas judos, transformndose en sus esclavos econmicamente. Los judos llegaron tambin a mediatizar el gobierno, prestando dinero a los reyes. El pueblo los odiaba, porque a menudo compraban a los reyes el privilegio de cobrar los impuestos y despojaban a los ciudadanos de todo lo que podan. De cuando en cuando ocurra una matanza. Para evitar esos males, la Iglesia trataba de impedir el empleo de judos en las oficinas pblicas, pero a menudo era en vano, porque ciertos reyes encontraban ms conveniente pedir prestado a los judos que escuchar al pueblo o a la Iglesia. Durante el reinado de Pedro el Cruel de Castilla, denunciado por el papa Urbano I como amigo de judos y moros y asesino de cristianos, los judos tenan en sus manos la intervencin de cuentas del gobierno, que conservaron hasta que Pedro fue muerto por Enrique de Trastmara, tatarabuelo de la reina Isabel. Cuando la peste negra diezm en dos aos la mitad de la poblacin de Europa, los judos sufrieron ms que el resto, porque el populacho, enloquecido, los acus de haber ocasionado la peste envenenando los pozos, y comenz en toda Europa a darles muerte. El papa Clemente VI denunci como calumniosas las acusaciones contra los judos, destacando el hecho de que la plaga haba sido igualmente mortal donde no viva ningn judo, y severamente amenaz con la excomunin a los fanticos. Pero las turbas continuaron la matanza de judos. En Castilla, en 1391, varios miles de judos fueron asesinados. Como consecuencia, muchos se convirtieron al cristianismo, llamndoseles conversos o marranos. Treinta y cinco mil fueron convertidos por la maravillosa elocuencia de San Vicente Ferrer, que viaj a travs de Espaa predicando. Despus de uno de sus sermones, cuatro mil fueron bautizados en Toledo en un solo da. 92

De ese modo se transformaron en una nueva clase de judos cristianas, alguno de los cuales fueron sinceros, pero gran nmero de ellos, aunque oan misa el domingo, secretamente continuaban yendo a las sinagogas y comiendo carne al uso judo. Como cristianos profesos, los judos encubiertos se hallaban ahora libres de las restricciones impuestas a sus hermanos de la Sinagoga y podan contraer matrimonio con las familias principales de Espaa. Adems, se les abra un nuevo y muy importante campo, porque como cristianos podan hacerse sacerdotes o consagrar sus hijos a la Iglesia para probar su lealtad a su nueva religin, con el resultado de que en la poca de Isabel, dominaban y explotaban la Iglesia catlica de Espaa en grado asombroso. Muchos de los obispos eran descendientes de judos. Haba en Espaa muchos sacerdotes catlicos que secretamente eran judos y que hacan mofa de la misa y de los sacramentos que pretendan administrar. Uno de esos sacerdotes no daba jams la absolucin cuando confesaba. Naturalmente, los catlicos se indignaban frente a estos sacrilegios, y algunos culpaban exclusivamente a los judos de la corrupcin que sufra la Iglesia, ignorando otros factores, como la muerte negra y el exilio de los papas en Avin. Por cruel irona, los conversos eran ahora los jefes de la persecucin de los pobres y desgraciados judos que vivan sometidos a la ley de Moiss con peligro de sus vidas. Las ms crueles y duras leyes fueron obra de los legisladores dominados por estos nuevos cristianos. Los conversos eran todava ms odiados por los cristianos viejos que los propios judos de la Sinagoga. Ellos ofendan a sus vecinos, conservando varias costumbres judas, como cocinar la carne en aceite en vez de grasa. Muchos hacan mofa de los sacramentos, y cuando, obligados por la opinin pblica, iban a confesar, mentan generalmente al confesor. Y comnmente, por la mayor parte eran gentes logreras, e de muchas artes y engaos escribe Bernldez , porque todos vivan de oficios holgados, y en comprar y vender no tenan conciencia para con los cristianos. Nunca quisieron tomar oficios de arar ni cavar, ni andar por los campos criando ganados, ni lo ensearon a sus fijos, salvo oficios de poblados, y de estar 93

asentados ganando de comer con poco trabajo. Muchos de ellos, en estos reinos, en pocos tiempos allegaron muy grandes caudales e haciendas, porque de logros e usuras no hacan conciencia, diciendo que lo ganaban con sus enemigos, atndose al dicho que Dios mand en la salida del pueblo de Israel, robar a Egipto. La reina Isabel, previendo una larga y peligrosa guerra con Granada, sinti que haba llegado el momento de destruir el poder de los judos encubiertos, que constituan un reino dentro de otro reino. El catecismo del cardenal Mendoza no haba logrado las conversiones esperadas; slo haba incitado a los conversos a nuevas burlas y nuevas blasfemias. Por ltimo, un fro da de septiembre, la reina abri uno de los hbilmente tallados cofres de madera donde guardaba sus papeles de Estado, y sac de l un documento que reservaba all en profundo secreto desde los ltimos das de 1478. Era un rollo de pergamino con un sello de plomo que colgaba de unas cintas de colores, y llevaba la firma del papa Sixto IV. Tomaba nota de la intencin del rey y la reina de completar la liberacin de Espaa de los moros. Observaba que muchos judos que voluntariamente se haban hecho cristianos haban vuelto a los principios y ritos de la supersticin y falsedad juda, y no contentos con su propia ceguera, infectaban a otros en los mismos errores, de manera que, a causa de sus crmenes, Espaa haba sido llevada a un estado cercano a la anarqua. El papa, por lo tanto, autorizaba al rey y a la reina a designar dos o tres obispos u otros hombres bien instruidos y de buena reputacin en cada ciudad o dicesis, para inquirir las opiniones de los judos cristianos, con el fin de llevar a la verdadera fe a aquellos que haban reincidido en el judasmo. Se deduca del texto de la carta del papa que su intencin era la de que la Inquisicin sirviera a Espaa de proteccin temporaria durante la cruzada contra los moros, sin que contuviera la idea de que ella pudiera convertirse en instrumento de la supremaca real durante tres siglos. El papa Sixto se quej ms tarde de que el embajador de Espaa en Roma le hubiera engaado para obtener de l la bula falseando la situacin de Castilla. Si hubiese sabido hasta dnde iban a llegar Isabel y 94

Fernando, probablemente jams les hubiera autorizado a nombrar los inquisidores y a gobernar sus actividades. Pero Isabel y Fernando estaban tan resueltos a lograr el completo dominio de sus reinos, que dieron un decreto nombrando dos inquisidores, fray Juan de San Martn, bachiller en teologa, y fray Miguel de Morillo, doctor en teologa, insinundose que eran responsables ante la real corona y no ante el papa. La Inquisicin, tal como la planearon, era religiosa slo en su forma. Sus jueces deban ser monjes dominicos, pero estos monjes deban servir al Estado y no a la Iglesia. As, la reina Isabel, aunque toda su vida fue una devota catlica, se vio llevada por la fuerza de los acontecimientos hacia un peligroso banco de arena, en el que muchos reyes haban hallado su ruina. Acaso su proceder para con los judos fue inevitable. Era, despus de todo, la hija de aquella inescrupulosa reina portuguesa que persigui a Luna, el amigo de judos y conversos, hasta precipitarlo en la desgracia. Era la nia que haba rechazado con disgusto las inmoralidades de la corte de Enrique, donde medraban los conversos; que se haba estremecido de terror ante la sola idea de verse abrazada por aquel lascivo converso don Pedro Girn; que no haba podido disimular su repugnancia al or acusar a otro converso, Villena, de envenenar a su hermano Alfonso. Y, como sus antepasados Guillermo el Conquistador y Enrique II, estaba dotada de una voluntad de hierro, al punto que una vez fijado su objetivo, no era fcil torcerla. Ella, que haba ordenado la ejecucin de tantos ladrones y asesinos en la judaizada ciudad de Sevilla, difcilmente vacilara en matar a algunos de los que socavaban la existencia del Estado en las mismas vsperas de una lucha a vida o muerte por la independencia. No haba olvidado que despus de las matanzas de 1473, los conversos de Crdoba intentaron arrebatar Gibraltar al rey Enrique, con la intencin, generalmente aceptada, de usarlo como base para traer nuevas hordas de moros de frica y reconquistar toda Espaa. Crea tambin que persiguiendo a los conversos reemplazaba con un procedimiento legal las crueles matanzas con que el populacho peridicamente los castigaba, y protega as a los cristianos sinceros de injustas 95

sospechas y persecuciones. Faltaba ver si la reina tena suficiente poder para imponer su voluntad. Su corte estaba llena de poderosos conversos. Su mejor amiga, Beatriz, se haba casado con uno de ellos. Su confesor era descendiente de judos. Casi todos sus consejeros privados y secretarios tenan antepasados judos, por un lado o por otro, y en la corte de Fernando, en Aragn, los judos encubiertos dominaban an ms. De hecho, su gobierno, como lo haba heredado de su padre, estaba en manos de los conversos, tales como el millonario abogado Luis de Santngel, descendiente del rabino Azaras Zinello. Habra de resultar extrao que estos astutos y poderosos polticos no pusieran todo su empeo en disuadir a los reyes del paso que pensaban dar, y poner secretamente en su camino todos los obstculos posibles.

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CAPTULO XV

Cuando Morillo y San Martn llegaron a Sevilla a fines de octubre, los ricos conversos de la ciudad pusieron tantas dificultades en su camino, que el 27 de diciembre se vieron obligados Fernando e Isabel a expedir una severa orden en virtud de la cual todos los funcionarios deban prestar a sus inquisidores la mxima ayuda posible. Entretanto, haban obtenido muchas pruebas secretas y comenzado a practicar arrestos. Los conversos, por fin, seriamente alarmados, empezaron a huir de Sevilla, como lo hicieran algunos de ellos, en 1477, de las audiencias de Isabel. Muchos se refugiaron en los estados de los grandes seores, a quienes compraban proteccin. Pero los dos inquisidores lanzaron una proclama, el 2 de enero de 1481, ordenando a todos los grandes seores, aun al poderoso marqus de Cdiz, que entregaran a cualquier desconocido que se encontrase en sus tierras, bajo pena de las ms graves sanciones. La nobleza se apresur a obedecer. Los tiempos haban cambiado, sin duda, desde los das de Enrique. Al otro lado del ro de Sevilla, la fortaleza de Triana albergaba en sus lbregas mazmorras, situadas bajo el nivel del ro, a algunos de los ms ricos y poderosos hombres y mujeres de la bella ciudad. En seguida comenzaron los juicios. Como no caba duda alguna sobre las intenciones de la reina, varios de los ms poderosos conversos se reunieron en la iglesia de San Salvador, de Sevilla, para convenir la forma en que deban protegerse. Sacerdotes, frailes, magistrados, oficiales del gobierno todos ellos descendientes de judos y secretos enemigos de la Iglesia catlica, estaban presentes. Diego de Susan, un rab cuya fortuna se estimaba en diez millones de maravedes, propona, en 97

un ardiente discurso, que se resistiera a la Inquisicin con la fuerza: Nosotros, no somos los principales desta cibdad en tener, e bienquistos del pueblo? Fagamos gente; e si nos viniesen a prender, con la gente e con el pueblo meteremos a bollicio las cosas; casi los mataremos e nos vengaremos de nuestros enemigos. Todos aplaudieron, y se formaron comisiones para juntar dinero, comprar armas y alistar soldados. Susan era padre de una hija, una de las mujeres ms hermosas de Sevilla, que tena un amante cristiano. Le confi a ste el secreto, y l lo comunic a los inquisidores. Los jefes de la conspiracin fueron apresados. En la casa de uno de ellos, el mayordomo de la catedral, se encontraron escondidas armas suficientes para equipar a cien hombres. Susan y sus ricos cmplices fueron condenados por un tribunal de letrados. A varios de ellos, que confesaron, se les aplicaron penitencias de acuerdo con la gravedad del delito. Seis hombres y mujeres cabecillas fueron declarados impenitentes herejes y entregados por los inquisidores a los funcionarios seculares de la corona. En Castilla el primer auto de fe se efectu el 6 de febrero de 1481. El tiempo era hmedo y slo un grupo rezagado segua la procesin porque la peste haba reaparecido y la gente tema el contagio. De dos en dos marchaban los funcionarios civiles y los frailes, seguidos por los conspiradores, custodiados por soldados. Cruzaron el Guadalquivir sobre el puente hasta la plaza de Sevilla, y, despus de or misa en la catedral, los judaizantes recibieron sus penitencias, reconcilindose con la Iglesia. La asamblea dej la catedral, y el auto de fe se dio por terminado. Luego los seis impenitentes conspiradores fueron llevados por los funcionarios seculares al campo de Tablada, fuera de las murallas, y quemados all amarrados a las estacas. Susan fue ejecutado tres das despus; se dice que se reconcili con la Iglesia exactamente antes de su muerte. Su propiedad fue confiscada por la corona, junto con la de varios conspiradores. Al parecer, Isabel y su astuto marido usaban de sus nuevos poderes para quitar a los judos encubiertos el dinero que haban ganado, 98

en parte al menos, por la explotacin y la usura a expensas de los cristianos, emplendolo en la preparacin de la ltima cruzada cristiana. Pero si el final de Susan y sus amigos parece brbaro, debe recordarse que en otros pases donde no exista la Inquisicin, cualquiera conspiracin para resistir la autoridad real hubiera sido reprimida con una cruel ejecucin. Miles de conversos huan, presas del pnico, en todas direcciones; algunos a Portugal, otros a Italia, donde los judos, en tiempo de persecucin, jams haban dejado de encontrar la proteccin del papa. Muchos de ellos fueron capturados al abandonar Sevilla, pero setecientos que confesaron y se reconciliaron con la Iglesia marcharon como penitentes en una gran procesin. La epidemia atacaba ahora con violencia, aunque quiz de una manera menos virulenta que la muerte negra. En cierto modo, la enfermedad se asemejaba a lo que nosotros conocemos por peste bubnica. El primer sntoma era un furnculo morado debajo de las axilas o en la palma de la mano, seguido de dolor de cabeza, vrtigos, sorderas, dolores y convulsiones, inflamacin de las glndulas, formacin de bubones y expectoraciones de sangre. Generalmente la vctima mora al cabo de diez das. A las primeras seales del terrible mal, todo el que poda hacerlo hua de la ciudad. Los que tenan que quedarse levantaban grandes hogueras en las plazas pblicas y otros lugares abiertos, para purificar el aire, porque suponan que as impedan la propagacin de la enfermedad. La gente celebraba procesiones en las ciudades, haciendo pblica penitencia de sus pecados. Los muertos eran enterrados por monjes o miembros de sociedades de entierro organizadas por piadosos catlicos seglares, pues ningn otro se hubiera atrevido a tocar los cadveres, y hasta los ms prximos parientes huan con terror de los negros despojos de las vctimas. En ese verano, slo en Sevilla murieron quince mil personas a consecuencia de la plaga. Hasta la Inquisicin debi de parecer, en tales circunstancias, poco ms que un incidente. Desde las blancas casas de un solo piso llegaban los gemidos de los desgraciados; ninguna mujer rea en sus balcones, las alegres flores se 99

marchitaban sin que nadie las cortara, las naranjas se perdan en los rboles. Todos los das, silenciosas y tristes procesiones de penitentes tocados de capuchas negras, con paso majestuoso llevaban sobre literas los cadveres, a travs de las sinuosas calles. Los conversos suplicaron a Diego de Merlo, uno de los miembros de la Inquisicin, les permitiera abandonar la ciudad hasta que la peste disminuyera. Caritativamente accedi ste a la peticin, y ocho mil conversos huyeron. Los inquisidores se trasladaron entonces a Aracena, donde veintitrs herejes fueron, poco despus, entregados al brazo secular y quemados por la corona. Cuando volvieron a Sevilla, concedieron un trmino de gracia de dos meses, durante el cual todo hereje que voluntariamente confesara sera perdonado, imponindosele una benigna penitencia si denunciaba cuanto saba de otros judaizantes o apstatas. Centenares de conversos se apresuraban a confesar. Algunos, atemorizados, traicionaban a sus amigos y parientes, y hasta a sus madres, padres, hermanos, hermanas, hijos e hijas. En un solo auto de fe se reconciliaron con la Iglesia nada menos que mil quinientos. Cada uno llevaba una vestidura amarilla con una cruz escarlata. Los propios inquisidores quedaron asombrados del gran nmero de conversos comprometidos en la tarea de socavar la religin cristiana, que exteriormente profesaban, y sugirieron a los reyes la extensin de la Inquisicin a otras ciudades dondequiera que la influencia juda fuera poderosa. Cuatro inquisidores comenzaron sus investigaciones en Crdoba, en 1482. El primer auto de fe se celebr all en 1483, y en febrero del siguiente ao el tesorero de la catedral fue quemado en la hoguera porque sus sirvientes haban dado muerte a un oficial de la Inquisicin en el momento de ser arrestado. A finas de 1484 se haban establecido cuatro tribunales de la Inquisicin. Ms tarde se estableci un tribunal en Segovia, a pesar de las vigorosas protestas del obispo Juan Arias de vila, el mismo que condenara a diecisis judos a morir quemados algunos aos antes y haba esperado a la reina Isabel a las puertas de la ciudad en aquel memorable da de 1476. 100

Uno de los primeros actos de los inquisidores fue condenar a los padres del obispo, ya muertos, como judos encubiertos y herejes. El obispo expuls de su dicesis a los inquisidores y envi una acerba queja a la reina Isabel. Cuando ella se neg a intervenir, el obispo, temiendo que los restos de sus antepasados pudieran ser quemados pblicamente, los desenterr, escondindolos. Despus huy a Roma, ponindose bajo la proteccin del papa Sixto, a quien, segn parece, manifest que el principal propsito de la reina al establecer la Inquisicin haba sido el de obtener dinero, porque ella escribi a sus embajadores es Roma negando este cargo e instruyndoles sobre lo que deban decir a Su Santidad para neutralizar las quejas del obispo. Escritores enemigos de Espaa y de la Iglesia catlica han hecho circular, durante los cuatro ltimos siglos, exagerado relatos acerca del salvajismo de la Inquisicin espaola. La verdad es que durante todo el reinado de Isabel, en Espaa entera, fueron quemadas aproximadamente dos mil personas, contando no slo a los judos encubiertos, sino tambin a los bgamos, blasfemos, ladrones de iglesias, falsos msticos y otros delincuentes, y mil quinientos aceptaron penitencias y se reconciliaron con la Iglesia. En Andaluca, desde 1481 hasta el final de 1488, fueron quemados setecientos, incluyendo tres sacerdotes, tres o cuatro frailes y un doctor en teologa, que era judo encubierto e implacable enemigo de la Iglesia a la que haba prometido servir. Se recolectaron considerables sumas en concepto de multas y confiscaciones. Fernando e Isabel ordenaron que este dinero se destinara exclusivamente a la prxima guerra contra los moros. Indudablemente, la opinin pblica aprobaba la Inquisicin. Los cronistas de la poca la tenan como cosa natural, dndole poca importancia y dedicndole pocas pginas. La reina misma crea que era un instrumento necesario para la salvacin de su pas, y, lejos de avergonzarse, se refera siempre a ella con orgullo. Grande sera su asombro si hubiera vislumbrado que en pocas futuras la gente llegara a acusarla de haber provocado la decadencia intelectual de Espaa. Esta acusacin la habra ofendido, y no sin alguna razn. Porque la vida intelectual de 101

Espaa nunca fue ms esplendorosa que durante el siglo que sigui a la instalacin del Santo Oficio. Fue el perodo de sus tres grandes poetas: Cervantes, Lope de Vega y Caldern: el siglo de oro de su literatura. Fue el periodo en que se establecieron sus mejores colegios y universidades, mientras los estudiantes extranjeros iban a Espaa y eran bien recibidos, y la medicina y otras ciencias realizaron sus ms notables adelantos; nunca fueron ms prsperos los comercios y las industrias de la Pennsula, nunca se mantuvo mejor el orden en el interior del pas y el prestigio en el extranjero. Durante el siglo XVI Espaa constituy la cabeza de un nuevo imperio que ensombreci a toda Europa y a las Amricas. Sera ridculo atribuir todos estos resultados a la Inquisicin. Pero la Inquisicin no evit que se realizaran, e hizo posible la unidad poltica que permiti a la nueva nacin sacar partido de las oportunidades de aquel mundo que se transformaba. La reina Isabel trat, en cierto momento, de convencer al rey de Inglaterra, Enrique VII, de que extendiera el Santo Oficio a su pas, y Enrique prometi que lo hara. No cumpli, sin embargo, su promesa, y la Inquisicin fue as una institucin enteramente espaola.

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CAPTULO XVI

Mientras Morillo y San Martn establecan el Santo Oficio en Andaluca, Isabel y Fernando estaban en Aragn, adonde haban ido para hacer reconocer como heredero por las Cortes al prncipe Juan y para despachar una flota de cincuenta barcos del puerto de Laredo contra los moros de Italia. Afortunadamente para la cristiandad, el Gran Turco Mohamed II haba muerto y la ofensiva mahometana estaba paralizada por aquel tiempo. La comitiva real volvi a Castilla. En el espacio de diez meses, la reina Isabel haba recorrido a caballo cerca de dos mil millas y asistido a tres cortes, sin desatender sus tareas habituales de gobierno. Y esperaba el nacimiento de su cuarto hijo para el verano de 1482. Lleg a Medina del Campo a principios de enero de 1482. All se encontr con que la esperaban una serie de quejas contra sus dos inquisidores, que haban cumplido las rdenes reales demasiado al pie de la letra, actuando con un celo que, a juicio de algunos cristianos, era ms vengativo que judicial. Cualquiera que recuerde cmo algunos alemanes fueron objeto de sospecha y odio en los Estados Unidos durante la guerra mundial, comprender la posicin de los conversos en Espaa en vsperas de la ltima lucha contra los moros. Los judos declarados, por supuesto, no eran molestados por la Inquisicin. Pero si cualquier cristiano descendiente de judos compraba la carne a un rabino, o lavaba la sangre a la usanza juda, o daba a sus hijos nombres judos, o usaba sus mejores trajes los sbados en lugar de los domingos, era muy probable que fuese denunciado por sus vecinos y llevado a los inquisidores para ser interrogado con toda suerte de preguntas. Algunos de los acusados eran herejes, pero otros, sin 103

lugar a duda, eran cristianos sinceros y leales sbditos de la reina, a pesar de seguir ciertas costumbres de sus antepasados. No obstante, eran objeto de sospecha e injustamente castigados. Pareca que tambin a Roma haba llegado una gran tormenta de protestas, llevada hasta all por los fugitivos conversos, porque un mes o dos despus de su regreso, la reina Isabel recibi una carta del papa Sixto IV, fechada el 29 de enero de 1482, en la que ste protestaba contra los abusos de Morillo y San Martn, diciendo: Las acusaciones nos dicen que su accin apresurada y la no observancia de los procedimientos legales, han trado la injusta prisin y las torturas severas de muchas personas inocentes que han sido condenadas como herejes injustamente, despojadas de sus posesiones y condenadas a graves penas... Muchos de los cardenales, deca, eran de opinin de que deba destituirse a Morillo y a San Martn, y el Padre Santo estaba decidido a hacerlo, a menos que Fernando e Isabel prometieran obligarlos a actuar con legalidad y justicia, cumpliendo en lo sucesivo con los deseos del papa, como deban hacerlo reyes catlicos, de tal manera que fueran dignos de ser alabados ante Dios y los hombres. La reina Isabel sinti profundamente el indignado reproche del papa Sixto, pero antes de que la alcanzara se encontr envuelta en una corriente de acontecimientos dramticos que hicieron pasar a segundo plano el problema de la Inquisicin. La largamente esperada guerra con Granada haba, por fin, empezado. En el da de Navidad, cuando una pesada lluvia caa sobre los campos de Andaluca y una tempestad furiosa se desencadenaba sobre las montaas que separaban la Espaa cristiana de Granada, Muley Abul Hasn tom por asalto la ciudad de Zahara, situada a quince millas al sudeste de Sevilla. Esta poderosa avanzada de la cristiandad era considerada inexpugnable. El amurallado castillo se elevaba sobre la cima de una montaa rocosa, tan alta que ni los pjaros volaban sobre ella, y las nubes flotaban por debajo, ocultando los profundos acantilados. Tena una sola puerta, al 104

Oeste, rodeada de macizos baluartes y torres, y el nico medio de llegar a ella era un estrecho y empinado sendero, tan escarpado que pareca una escalera cortada en el granito. Empero, protegidos por la tormenta, los moros treparon por las hmedas murallas con escalas de sitio, entraron en la ciudad, mataron a sus defensores y arrastraron a Granada a las mujeres y nios como esclavos, matando a los que caan agotados en el camino. Un contemporneo afirma que los moros dieron muerte a todas las mujeres y nios. Isabel y Fernando, que se hallaban a trescientas millas de distancia al Norte, recibieron las atroces noticias, das ms tarde, mientras oan misa. La reina Isabel, cuyos reinos estaban ms cerca de Granada que los de Fernando, afront una de las ms grandes crisis de su vida. Mientras ordenaba a los gobernadores de los castillos de las fronteras que reforzaran sus guarniciones y extremaran la vigilancia, se entreg a una tarea que saba difcil y larga. Se propuso conquistar un rico y frtil reino de unos tres millones de moros, en cuyo centro, a ms de media milla sobre el nivel del mar, se levantaba la amurallada ciudad de Granada en la escarpada cuesta de la Sierra Nevada. Estaba casi completamente protegida por altas montaas guarnecidas de poderosas ciudades fortificadas, muchas de ellas consideradas inconquistables. Nadie poda poner sitio a Granada sin antes destruir una lnea de amuralladas fortalezas. Era indudable que la guerra requerira meses y tal vez aos de esfuerzos heroicos. No obstante, Isabel estaba resuelta a terminar con la dominacin rabe en el Sur, sin tener en cuenta el tiempo que ello demandara. Lo que todos los buenos reyes de Castilla soaron hacer, la empresa en que su padre haba fracasado y que los reyes dbiles, como su medio hermano, haban descuidado, se propona ella llevarla a cabo con la ayuda de Dios y de Fernando. El rey, al frente del ejrcito cristiano, dirigira la cruzada, y ella, en su madura y magnfica belleza de los treinta aos, sera simultneamente agente de reclutamiento, comisaria, proveedora de municiones, enfermera de campaa, proveedora de los hospitales y agente de propaganda. Sus trabajos en la guerra de Portugal le serviran de 105

experiencia para llevar a cabo la tarea que tena delante.

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CAPTULO XVII

Mientras la reina Isabel se hallaba con su esposo en Medina, haciendo planes para la guerra que pareca inminente, tuvo conocimiento de que el marqus de Cdiz, el mismo barbudo joven pelirrojo que con tanta franqueza le pidiera perdn en Sevilla, en 1477, haba precipitado el conflicto con una brillante proeza. Don Rodrigo Ponce de Len descenda de una larga estirpe de cruzados y, viviendo en Andaluca, en la frontera mora, se haba preparado, casi desde la cuna, para la guerra santa. Mat moros a la edad de catorce aos, mucho antes del saqueo de la ciudad de Sevilla, que llev a cabo para vengarse del duque de Medinasidonia. Ahora era el hroe popular del Sur. Un cronista de la poca dijo de l que era casto, sobrio, amante de la justicia, y el enemigo de todos los aduladores, embusteros, traidores y poltrones. Oa misa todas las maanas, arrodillado desde el principio hasta el fin. Hasta las mujeres moras que caan en sus manos eran tratadas con caballerosa cortesa y respeto. Se enter con profunda tristeza de la conquista de Zahara, y cuando escuch de labios de un espa que Alhama, rica y exuberante ciudad situada en lo alto de una roca fortificada, era una ciudad descuidadamente guarnecida por los moros y que poda tomarse por sorpresa, se decidi a hacerlo, sin preocuparle el hecho de que se encontraba veinte millas ms all de las avanzadas de Granada. Un hbil trepador que escal las murallas, una noche oscura, inform que aunque la ciudad estaba bien guarnecida, el castillo que emerga, un poco ms abajo, sobre una slida roca, careca de centinelas. El marqus envi un mensajero a Medina para solicitar la autorizacin del rey y la reina a fin de intentar el asalto de esta importante plaza. 107

Cuando le lleg el permiso, reuni una fuerza de dos mil cuatrocientos hombres de caballera ligera y tres mil infantes, marchando slo de noche y llegando a un valle situado a milla y media de Alhama. Treinta voluntarios escalaron los riscos y las altsimas murallas, mataron a los guardias y abrieron una puerta para permitir la entrada del marqus y un puado de sus hombres. Luchando desesperadamente durante muchas horas de calle en calle y de casa en casa, los cruzados se apoderaron por fin de la ciudad, matando a ochocientos moros, apoderndose de tres mil y libertando a numerosos cristianos cautivos que encontraron en las mazmorras cargados de cadenas. Eran ahora dueos de un rico botn de oro y plata, sedas preciosas y paos, granos, aceite y miel, caballos y asnos de la mejor sangre. Permanecieron en Alhama cinco das celebrando la victoria; en realidad se quedaron demasiado tiempo, porque una maana se hallaron rodeados por un ejrcito de cincuenta y tres mil hombres que Muley Abul Hasn haba trado de Granada para recobrar su fortaleza. Muley intent el asalto de Alhama, pero, sin artillera, fracas, y fue obligado a comenzar un lento asedio. Sabiendo que no haba pozos ni fuentes en la ciudad, se resolvi a desviar el canal del ro lejos de donde se provean de agua sus pobladores, para hacer as morir de sed a los cruzados. El marqus y sus caballeros descendieron a travs de un estrecho tnel, y de pie en la fra corriente, con el agua hasta las rodillas, lucharon mano a mano con los musulmanes, hasta que el lecho del ro qued obstruido con los cuerpos de los moros y cristianos y las aguas se tornaron rojas. Los sobrevivientes cristianos se retiraron entonces lentamente, ante el nmero abrumador. Los sarracenos desviaron todo el ro, a excepcin de un fino hilo que se escurra por el lecho seco. En adelante, para conseguir un vaso de agua, don Rodrigo y sus hombres tenan que pasar bajo el tiro de la ballestera de los moros y abrirse camino paso a paso hasta el pequesimo arroyuelo, de modo que cada gota de agua se pagaba con una gota de preciosa sangre. Parecan condenados a una muerte 108

segura, a no ser que llegara ayuda antes de pocos das. Cuando Isabel y Fernando tuvieron noticias de la desesperada situacin de don Rodrigo a trescientas millas de distancia, el rey mont a caballo y galop da y noche para ponerse al frente del ejrcito cristiano que estaba reclutando en Andaluca. Pero fue la esposa de don Rodrigo quien envi las primeras fuerzas en ayuda de Alhama. En su desesperacin, apel al mortal enemigo de su esposo, el duque de Medinasidonia, que se hallaba en el estado vecino, y el duque, caballerosamente, dej a un lado su viejo rencor, reuni cinco mil caballeros y parti con increble rapidez en socorro de Alhama. Muley emprendi un decisivo ataque, pero, viendo que el duque de Medinasidonia se acercaba por el otro lado, se retir durante la noche; porque los moros no luchaban en campo abierto. Al da siguiente, el duque entr en Alhama con un gran estrpito de trompetas, mientras don Rodrigo, con lgrimas en los ojos, avanzaba para abrazar al hombre a quien una vez haba jurado matar. Desde ese momento, el marqus y el duque fueron amigos y hermanos de armas, y durante los diez aos que dur la guerra fueron dos de los ms eficaces generales del ejrcito cristiano. Otros grandes seores que haban luchado unos contra otros durante el reinado del rey Enrique, sumaban ahora sus energas en la causa comn de Castilla y de la cristiandad, y la reina Isabel no tena por qu deplorar su tacto y cordura en el trato con tales gallardos caballeros. Isabel, a la cabeza de las tropas de Castilla la Vieja, lleg a Crdoba, a fines de marzo. Se celebr un consejo de guerra para resolver si Alhama, situada en un lugar tan peligroso, deba conservarse o ser abandonada despus de destruida. Aunque los viejas guerreros de las fronteras dijeron que no deba conservarse, la reina declar que nunca haba soado entregar la primera plaza que conquistara, y que si costaba trabajo, dinero y sangre conservarla, era lo nico que poda esperarse en poca de guerra. En lugar de abandonar Alhama, deban extender ahora sus conquistas al corazn del pas enemigo. Prevaleci el consejo de la reina y se decidi que el rey lanzarla un ejrcito contra Loja, la 109

ciudad mora de importancia ms cercana a Alhama. Mientras tanto, como durante la guerra portuguesa, Isabel pidi a todas las ciudades de sus reinos, tropas, dinero y vveres y orden a la flota vuelta de Italia que fuera al estrecho de Gibraltar para evitar que llegaran refuerzos a Granada desde las costas de los brbaros. No estaba en condiciones de andar de campamento en campamento a caballo o en mula, pero continu ocupndose de una gran cantidad de asuntos oficiales en el palacio de Crdoba hasta el mismo da del nacimiento de su cuarta hija, Mara. El rey Fernando estaba destinado, en el curso de la guerra mora, a transformarse en el ms grande y ms capaz rey de su tiempo, tanto en el campo de batalla como en los consejos de Estado. Pero durante este perodo se inclinaba a ser tan impetuoso como en la guerra portuguesa. Contra el consejo de don Rodrigo y de otros, avanz demasiado lejos en un campo cortado, donde se vio obligado a desparramar sus tropas en diferentes elevaciones separadas por hondonadas, sin espacio para que pudiera actuar la caballera o la artillera. Para colmo, los moros mantenan en su poder una altura desde la cual podan dominar el campo cristiano. El marqus de Cdiz se apoder de esta elevacin, emplazando all veinte caones. Los moros se apoderaron de ella, pero don Rodrigo la reconquist, luchando cuesta arriba, con terrible prdida de vidas. El rey Fernando reconoci entonces que el marqus haba tenido razn, y consinti en retirarse de Loja. Cuando los cristianos comenzaban a retirarse, los moros salieron apresuradamente de la ciudad para atacarlos, y slo los ms heroicos esfuerzos de Fernando, de don Rodrigo y de otros caballeros, luchando cuerpo a cuerpo en lo ms arduo del encuentro, evitaron un completo desastre. Fue una derrota para el cabizbajo Fernando, que condujo el resto de su ejrcito de regreso a Crdoba. A pesar de la gloria alcanzada por don Rodrigo en Alhama, el primer ao de guerra fue desastroso. Isabel y Fernando vean ya claramente que no les sera fcil apoderarse de Granada y que no sera suficiente contar con 110

guerreros cristianos dueos de fornidos brazos y valientes corazones. Necesitaran artillera pesada, que deba traerse de Francia, Alemania e Italia. Las municiones y otros pertrechos de guerra exigan dinero. Pero para la Inquisicin y sus fines, la no prosecucin de la guerra habra significado un fracaso. Aquel invierno, mientras esperaba la llegada de los grandes caones, la reina Isabel comenz a estudiar latn para poder entenderse sin intrpretes con los diplomticos extranjeros. Fiel a su idiosincrasia, lleg en un ao a hablarlo y escribirlo correctamente, aunque sin elegancia. Despus de Navidad fue a Madrid, para cazar lobos y jabales en los bosques de los alrededores. En la primavera volvi a Crdoba, restablecida su salud, para ayudar al rey en el segundo ao de la campaa. Pero, antes de que Fernando pudiera reunir todo su ejrcito, otro desastre imprevisto puso fin a las esperanzas cristianas de ese ao. Al comenzar la primavera, el marqus de Cdiz y otros de los grandes seores del Sur decidieron hacer una incursin en la Ajarqua de Mlaga, un sinuoso valle rico en ganados y viedos. Crean poder aduearse de un enorme botn en el valle y despus tomar por asalto la rica ciudad de Mlaga. Emprendieron la campaa contando con el entusiasmo de la flor de la caballera andaluza. Pero los moros, que haban tenido noticias de sus propsitos, les prepararon una emboscada aprovechando la oscuridad de la noche, y dieron muerte a casi todos, al punto de que slo don Rodrigo y un puado de hombres lograron abrirse camino, volviendo a Crdoba para informar de la tragedia a la afligida y agobiada reina. Toda Andaluca escribe Bernldez estaba en gran tristeza, y no haba ojo que no llorara, as como en gran parte de Castilla. La reina Isabel se fue a su capilla y all permaneci en silencio orando largo rato.

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CAPTULO XVIII

La reina Isabel era una devota cristiana. En cada una de sus situaciones crticas pona humildemente sus dificultades a los pies de Dios; pero, luego de apelar a l con toda confianza, haca lo que estaba de su parte con una energa sin igual en la historia. Nada tena su actitud del quietismo propio del fatalismo oriental. Crea que la voluntad humana, sometida a Dios, era el factor ms importante de la existencia. Sus hazaas nos hacen recordar el hecho, algunas veces olvidado, de que las mujeres de talento gozaron de gran independencia en la Edad Media. Doa Luca de Medrano fue una destacada profesora de griego y latn en la Universidad de Salamanca; doa Francisca de Lebrija sucedi a su padre como profesora de retrica en la Universidad de Alcal; Santa Catalina de Siena, por sus propios esfuerzos, puso fin al exilio del papado en Avin. Comnmente las mujeres administraban extensos estados y gobernaban ciudades y aun provincias, mientras sus maridos, ausentes, luchaban en las cruzadas. La cultura mahometana, contra la cual Isabel haba comenzado una lucha a muerte por el dominio de Espaa, no otorgaba a la mujer la posicin privilegiada que siempre ocup en la civilizacin cristiana. El Corn apenas si la consideraba como ser humano; divida a la humanidad en doce rdenes, de los cuales el undcimo comprenda a los ladrones, brujos, piratas y borrachos, y el ms bajo, el duodcimo, a las mujeres. La prctica de la poligamia, propugnada por Mahoma, rebajaba la mujer a la condicin de esclava y la converta en pertenencia de los hombres. Las mujeres de los harenes, a pesar de todo, llegaron algunas veces a ejercer una considerable influencia sobre los negocios de 113

los hombres, y as ocurri con Muley Abul Hasn, rey de Granada. Para desgracia suya, dos de sus favoritas tuvieron ms seso y ambiciones de los que se supona en las mujeres. Durante muchos aos, su esposa favorita fue una cristiana cautiva, Isabel de Sols, una rubia de belleza tan sorprendente que los moros la llamaban Zoraya (Estrella del Amanecer); y su hijo Boabdil fue el heredero reconocido al trono de Granada. Pero su padre, Muley, tom ya viejo una nueva esposa, llamada Ayesca, con el resultado que haba de esperarse de los celos de Zoraya, quien, temiendo que su hijo fuera desposedo de su herencia, provoc una guerra civil. Mientras Muley se retiraba de Alhama, el pueblo de Granada le cerraba las puertas, y proclam rey a su hijo. El joven Boabdil se resolvi entonces a distinguirse militarmente, organizando una expedicin contra la ciudad cristiana de Lucena. El conde de Cabra le sali al paso con fuerzas muy inferiores, y en una batalla librada en medio de la niebla por la posesin del ro, derrot a los moros, apoderndose de Boabdil. La prisin de Boabdil dio al rey Fernando, uno de los ms hbiles y astutos diplomticos de su poca, una excelente oportunidad para dividir a sus enemigos mahometanos. Consinti en reconocer al prncipe moro como rey de Granada si Boabdil acceda a mantener su trono como vasallo de Castilla, pagando rescate y un tributo anual. Conservando al hijo de Boabdil como rehn, el astuto Fernando envi al moro de largos cabellos y mejillas hundidas y ojos tristes de vuelta a Granada, para socavar el poder de su propio padre. A su llegada se encontr con que aqul haba recobrado el dominio de la ciudad. Despus de una sangrienta batalla entre las dos facciones, el prncipe huy a Almera. Muley reclut un ejrcito de diecinueve mil hombres, envindolo contra Utrera. En el camino se encontraron con un ejrcito de caballeros cristianos, que les infligi una sangrienta derrota a orillas del Lopera, el 17 de septiembre, recobrando all algunos de los caballos y delicadas piezas de armadura tomadas por los moros en su victoria cerca de Mlaga. 114

Isabel y Fernando se encontraron en Vitoria cuando recibieron la noticia de este triunfo. Ordenaron que se cantara el Te Deum en las iglesias y se celebraran procesiones y fiestas en accin de gracias, y a su regreso a Crdoba, ofrecieron una recepcin magnfica en honor del conde de Cabra, quien haba capturado a Boabdil y se haba distinguido tambin e otras ocasiones. Cuando el conde lleg a las puertas de la ciudad, le esperaba el cardenal Mendoza con purpuradas vestiduras y el hermano del rey, el duque de Villahermosa, que lo condujeron al palacio, donde el rey y la reina lo esperaban sentados en un elevado sitial recubierto con telas de oro. El rey se levant, adelantndose cinco pasos para salir al encuentro del conde, quien se arrodill y bes su mano. La reina Isabel dio dos pasos hacia adelante y dio su mano al conde para que la besase. Se trajeron almohadones, y el conde fue invitado a sentarse raro privilegio en presencia de los reyes de Castilla, mientras sus altezas ocupaban nuevamente sus lugares en el trono. Msica de instrumentos nunca odos sonaban en la sala, y veinte doncellas de la reina, con magnficos vestidos de variados colores, comenzaron una majestuosa contradanza con veinte caballeros. Despus del baile, el rey y la reina se retiraron a comer, mientras el conde, despedido amablemente, se marchaba al palacio del cardenal de Espaa, donde se serva en su honor un gran banquete. Una semana despus, el rey y la reina lo invitaban a cenar, y en esa ocasin la reina Isabel bail con el rey Fernando, y el conde lo hizo con la infanta Isabel. Isabel, aunque sencilla en sus gustos y en su vida privada, saba bien que muchos de los castellanos, tal vez como consecuencia del largo contacto con los moros, amaban el esplendor de la corte y las ceremonias majestuosas. Resuelta a hacer respetar el trono por todas las clases, ella llevaba los ms magnficos vestidos en las funciones pblicas y no ahorraba esfuerzos por deslumbrar al pueblo. Su poltica consista en conceder los grandes honores con parsimonia, pero cuando lo haca, sus gratificaciones eran verdaderamente esplndidas, como de mujer a quien no agradaban los trminos medios. Jams se cansaba de prodigar honores y 115

riquezas a hombres que, como el conde de Cabra, haban realizado hazaas que los distinguan. El tercer ao de la guerra terminaba en forma mucho ms brillante que los dos primeros. A fines de octubre, el marqus de Cdiz reconquist Zahara mediante un golpe de sorpresa en pleno da, sin perder un solo hombre. La reina Isabel, que haba comenzado a recibir gran cantidad de artillera pesada desde el extranjero, vea llena de esperanzas las perspectivas futuras de hacer la guerra en forma ms efectiva, una moderna guerra de sitio, para 1485. Por entonces muri el rey Luis XI de Francia, dejando el trono a su dbil hijo Carlos VIII, un afable joven algo megalmano, completamente dominado por su ta, la regente Ana de Beaujeu. El rey Fernando entrevi all una oportunidad para recobrar las provincias de su padre, el Roselln y Cerdaa, que durante tiempo haba retenido Luis ilegalmente. Con este fin propuso suspender por un ao la guerra contra los moros, empleando las tropas y artillera en extender su reino hacia el Norte. Cuando la reina Isabel se opuso, l le contest que su guerra contra Francia era eminentemente justa. Seor dijo Isabel, es muy cierto que vuestra guerra es justa, pero mi guerra no slo es justa, sino que es una guerra santa. Ella record a su seor el rey, como le llamaba, que en su contrato de casamiento l haba prometido proseguir la cruzada contra los moros y que ella rehusaba resueltamente modificar su propsito. Fernando sinti que la razn estaba de su lado. Si alguna vez iba a luchar por sus provincias perdidas, deba hacerlo ahora, mientras Carlos VIII era un nio. Cuando Carlos fuera mayor, sera demasiado tarde. Resolvi entonces luchar contra Francia sin la ayuda de Isabel. La reina, en consecuencia, con el cardenal Mendoza y otros nobles castellanos, dej Tarragona y se dirigi a Crdoba, a cuatrocientas millas de distancia, y luego de pasar la pascua en Toledo, recorri rpidamente Andaluca, reclutando gente. En abril 116

tena reunido en Antequera un ejrcito de seis mil hombres de caballera y doce mil infantes, bien equipados, con artillera y municiones, bajo la direccin de maestros caoneros e ingenieros de Alemania y Francia. Tena mdicos para cuidar de los enfermos y heridos, y, tres siglos antes de la Cruz Roja, estableci el primer hospital militar de la historia, que consista en seis grandes tiendas equipadas con camas y medicamentos y otros objetos hospitalarios, conocido por el admirado ejrcito con el nombre de hospital de la reina. Montada sobre un caballo de guerra, observaba el desfile de su ejrcito hacia las llanuras, al mando de don Alfonso de Aguilar, el marqus de Cdiz, el gran maestre de Santiago, Crdenas, y Gonzalo de Crdoba, quien en esta ocasin tena uno de los principales mandos: adems del duque de Medinasidonia y el conde de Cabra. Las fuerzas marcharon hacia la costa, cerca de Mlaga, derrotaron a los moros que salieron a su encuentro, quemaron aldeas, destruyeron cosechas y volvieron despus de haber asolado a Antequera. No sitiaron a Mlaga. Quiz la reina Isabel quera que nadie, salvo su seor el rey, tuviese esta gloria. Fernando se haba quedado en Aragn reclamando en vano de los testarudos catalanes el dinero necesario para costear la guerra contra Francia. Su negativa no le dej otra alternativa que volver a Castilla y colocarse a la cabeza del ejrcito de Isabel, que, por supuesto, era exactamente lo que ella deseaba. Marchando sobre Mora, se abri paso hasta all en nueve das, saqueando la comarca hasta las puertas de Granada, y volvi a Crdoba. En una segunda campaa, lleg ese mismo verano hasta la poderosa fortaleza de Setenil, causando grandes destrozos. La nueva artillera de la reina justificaba ampliamente su decisin de obtenerla, al tiempo que su marido estaba justificando la fe que ella haba depositado en l como general. Cuando volvi victorioso a Crdoba, tuvieron una afectuosa reconciliacin y juntos fueron a Sevilla a pasar el invierno. Ningn historiador nos ha dicho si Fernando admiti que se haba equivocado o si Isabel alguna vez le dijo: Yo os lo haba ya dicho. Sin embargo, en una carta sin fecha, escrita de puo y letra 117

del monarca, y que debi de escribirla durante la tormentosa primavera, cuando Isabel march a Toledo a continuar la cruzada, le deca: Mi seora: Ahora se ve claramente quin de nosotros ama ms. Juzgando por lo que habis ordenado se me escriba, veo que podis ser feliz, mientras yo no puedo conciliar el sueo, porque vienen mensajeros y mensajeros y no me traen letra de vos. La razn por la que no me escribs no es que no tengis a mano papel, ni que no sepis hacerlo, sino que no me amis y sois orgullosa. Vivs en Toledo y yo en pequeas aldeas. Bien! Un da volveris a vuestro antiguo afecto. Si no, yo morira y vos serais la culpable. Escribidme y hacedme saber cmo estis. No tengo nada que deciros sobre los asuntos que me retienen aqu, excepto lo que Silva os comunicar y lo que Fernando del Pulgar os ha dicho. Te ruego des fe a Silva. Escribidme. No olvidis darme noticias de la princesa. Por el amor de Dios, recurdala, lo mismo que a su padre, quien besa vuestras manos y es vuestro siervo. El rey.

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CAPTULO XIX

Durante todo este tiempo, el papa Sixto IV haba observado el desarrollo de los acontecimientos en Espaa con suma ansiedad, y aunque vea con gran satisfaccin que los ejrcitos cristianos comenzaban a progresar contra los mahometanos, no estaba del todo conforme con las noticias que le llegaban concernientes a las actividades de los inquisidores nombrados por Isabel y Fernando. Despus de su intento de removerlos en enero de 1482, los soberanos haban sin duda justificado las crueldades de Morillo y San Martn informando al papa que los casos de hereja eran demasiado numerosos para que slo dos hombres pudieran atenderlos debidamente; porque en febrero de ese ao nombr Sixto ocho nuevos inquisidores para Castilla y Len, explicando que le haban sido recomendados por su pureza de vida, amor y celo de la religin, gentileza de costumbres, gran saber y otras virtudes. El sptimo de los nombrados en el breve papal era Toms de Torquemada, prior del convento dominico de Santa Cruz de Segovia. Surge as a la luz de la historia, por primera vez, el nombre de un hombre que habr de ser considerado durante siglos por la opinin inglesa como un monstruo de crueldad e intolerancia. El hecho de que el mismo Sixto designara a los inquisidores en esta ocasin, en lugar de permitir que lo hicieran el rey y la reina, demuestra cunto haba comenzado a desconfiar del nuevo instrumento del absolutismo real en Espaa. Dos meses despus, permiti a Fernando que extendiera la Inquisicin a Aragn, pero en octubre suspendi el permiso, sin duda por haber recibido nuevas y ms fuertes quejas de los conversos, que en multitudes acudan a Roma. La reina Isabel escribi al papa, de su puo y letra, asegurndole su filial obediencia y devocin, y protestando 119

que los judos encubiertos huidos a Roma le haban engaado, con su acostumbrada duplicidad, en lo tocante a su propia conducta y a la situacin dominante en Castilla. El papa haba estado recibiendo apelaciones de los fallos de la Inquisicin y otorgando perdones y remisiones muy liberalmente. La reina, entonces, sugiri la conveniencia de que el tribunal de apelaciones tuviera su asiento en Espaa y no en Roma, para que los jueces estuvieran en contacto con la peculiar situacin local. El papa Sixto respondi en trminos afectuosos, manifestando cunto le complaca tener la seguridad de que la reina cumpla sus deseos de ser justa y misericordiosa con los conversos y que en modo alguno haba sido engaado por sus enemigos en Roma. Prometa discutir con los cardenales su peticin acerca de la instalacin de un tribunal en Espaa, y seguir, adems, sus consejos. Entretanto, aunque no culpaba al rey ni a la reina, personalmente, de las irregularidades de la Inquisicin, estaba lejos de creer que todas las quejas de los nuevos cristianos fueran infundadas. Agregaba que sus funcionarios, habiendo dejado a un lado todo temor de Dios, no vacilaban en emplear la guadaa en una cosecha indigna, menospreciando nuestras instrucciones y los mandatos apostlicos... sin detenerse ni retroceder por temor a nuestras censuras, y que esto importaba una gran ofensa para l. Por eso os recomendamos vivamente y requerimos que evitis cuidadosamente censuras de esta clase, que deben temer los fieles, ni que sufris que se inflijan ofensas a Nos y a la Santa Sede... Para esto, el Seor, en cuyas manos est el poder de los reyes, dirigir vuestros deseos y os ayudar en favor de la Sede Apostlica. l har que vuestra posteridad y vuestros asuntos prosperen, y que todo suceda con bien a vuestra alteza, siguiendo el camino recto, de acuerdo con vuestro deseo. Despus de consultar a los cardenales, el papa permiti el establecimiento de un tribunal de apelacin en Espaa, dependiente del arzobispo de Sevilla, y al mismo tiempo removi del cargo al inquisidor Glvez. El nuevo tribunal no tuvo xito. Los fugitivos de Sevilla continuaron dirigindose a Roma para mendigar misericordia al papa. 120

Sixto pasaba por momentos difciles, porque los venecianos estaban tratando de introducir nuevamente a los turcos en Italia. A pesar de todo, parece que continu observando con vivo inters el curso de los asuntos en Espaa, y finalmente, el 2 de agosto de 1489, dio una extensa bula, dirigida, no a los soberanos espaoles, sino a la posteridad, condenando el nuevo tribunal de Sevilla y censurando en ciertos aspectos a la Inquisicin espaola. Declaraba que algunos funcionarios de la corona negaban a las personas acusadas el acceso al tribunal de apelacin, y que las cartas de perdn otorgadas por el papa eran menospreciadas en Espaa. Ordenaba que en el futuro deba garantizarse la completa libertad de apelacin a todas las personas acusadas, y que todos los penitentes, fueran herejes o judaizantes, deban ser perdonados, permitindoseles que cumplieran las penas secretamente y en forma circunspecta. Los conversos cuyas apelaciones estaban pendientes de resolucin en la curia romana, haban de ser tratados y considerados como verdaderos catlicos. Es solamente la misericordia lo que nos hace semejantes a Dios, escriba el papa Sixto. Por eso pedimos y exhortamos a los dichos reyes, en el corazn de Nuestro Seor Jesucristo, para que, imitndole a l, que siempre est dispuesto a la misericordia y al perdn, perdonen a los ciudadanos de Sevilla y a los naturales de aquella dicesis que reconozcan su error e imploren misericordia; as que si ellos los penitentes quieren vivir, segn lo prometen, de acuerdo con la verdadera fe ortodoxa, deben obtener de sus altezas indulgencias como ellas la reciben de Dios... y quedar libres, con sus bienes y familias, viviendo sanos y salvos tan libremente como antes de que fueran acusados de los crmenes de hereja y apostasa. En conclusin, Sixto amenazaba con la ira de Dios y las penas de la Iglesia a los que se opusieran a sus deseos. Aunque el papa suspendi la aplicacin de esta bula durante diez das para considerar ciertas objeciones que se le haban hecho, sabemos que fue recibida y publicada por el obispo de vora en Portugal, cinco meses despus, y que el mismo Sixto y los dos papas que le sucedieron aplicaron su letra y espritu en sus relaciones con la 121

Inquisicin espaola. La controversia entre la Santa Sede y la corona espaola haba llegado a una situacin crtica. Sixto crea que, con la informacin que obraba en su poder, haba seguido, como jefe de la Iglesia, el nico camino posible. Pero Isabel y Fernando pensaban an que Su Santidad no comprenda bien la gravedad del problema judo en Espaa. Se sugiri la conveniencia de llegar a un arreglo, y la reina Isabel propuso, parece que insinuado por el cardenal Mendoza, que el papa nombrara inquisidor general a uno de los ocho inquisidores por l designados, hombre cuyas dotes haban quedado bien patentes durante ao y medio de actuacin, y que se haba revelado como poseedor de todas las condiciones de un juez bueno y recto. Sixto consinti, y en agosto de 1483 nombr a fray Toms de Torquemada inquisidor general de Castilla y Len, y pocos das despus, de Aragn, Catalua y Valencia. Torquemada jams haba deseado ser inquisidor. Era un hombre de sesenta y tres aos, que durante veinte haba dirigido silenciosamente un devoto monasterio, dando a sus frailes el ejemplo de una vida bondadosa, desinteresada y consagrada al estudio. Insista en la disciplina, pero era an ms estricto con l mismo que con los otros; nunca coma carne, dorma sobre una tabla desnuda, y no usaba prendas de lino sobre sus carnes. Era valiente e incorruptible, de manera que los judos encubiertos no podan tener esperanzas de amedrentarlo o sobornarlo para que dejara de cumplir con su deber. Anteriormente se le haba ofrecido un obispado, que rechaz, porque no ambicionaba honores ni gloria. Cualquier dinero que reciba en calidad de donacin, lo gastaba en los pobres y en organizaciones religiosas y de caridad, y fue l quien construy el monasterio de Santo Toms de Aquino en vila y quien ampli el de Santa Cruz de Segovia. Parece que Torquemada acept el cargo de inquisidor como un penoso deber, porque estaba convencido de que slo la Inquisicin poda evitar que los judos encubiertos destruyeran la religin cristiana y su civilizacin en Espaa. No haba olvidado que el Cristo que bendijo los lirios del campo y a los pequeuelos, perdonado a la mujer adltera y predicado el sermn de la montaa, era el mismo Cristo 122

que anunci con ardientes palabras la destruccin de Jerusaln y el castigo de los judos por negarle, y quien, al expulsar a los mercaderes del templo, record a los judos que la piedra desechada por los que edificaron, iba a ser la clave de la bveda, agregando: Por eso os digo que el reino de Dios os ser quitado y ser dado a una nacin que produzca en adelante frutos ms abundantes. Y quien tropezare con esta piedra, se romper, y contra quien ella caiga, ser reducido a polvo. Para un hombre que haba vivido tanto tiempo en Segovia, donde los judos y conversos se mofaban abiertamente y blasfemaban del Cristo crucificado, tratando por todos los medios posibles de destruir su obra, era natural que se formara una idea bien clara del problema de la cristiandad frente a esa raza cuyos antepasados gritaron el da de la Crucifixin: Caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos. Quiz Torquemada, la reina Isabel y el rey Fernando cometan el mismo error que cometi San Pedro cuando cort con su espada la oreja del siervo del sumo sacerdote, en el huerto de Getseman, para ser despus censurado por su Maestro. Es muy posible que al fin Espaa pagara con la prdida de su imperio la Inquisicin y la seguridad que sta le dio, pero, sea como fuere, debemos recordar que Torquemada y sus reales seores eran tan sinceros como San Pedro, y como ste, lo que hicieron, bien o mal, lo hicieron por amor. Todos los cronistas de la poca que mencionan a Torquemada, rinden tributo a su extraordinario carcter, a su eficiencia administrativa y a la confianza que inspiraba a los reyes. Dos papas, Sixto IV y Alejandro VI, ponderaron su celo y sabidura. Se inici en sus funciones con enrgica serenidad, afrontando la reforma y reorganizacin de la Inquisicin. Relev inquisidores injustos o incapaces, designando a otros de su confianza. Hizo que, en general, los tribunales procedieran en forma ms indulgente, y parece que se esforz, por todos los medios a su alcance, para evitar los horrores y abusos de los primitivos inquisidores franceses. Se preocup por que las prisiones fueran limpias y bien ventiladas, las que, por lo dems, eran mucho mejores que las mantenidas por las autoridades civiles de toda 123

Europa. Orden que se hicieran todos los esfuerzos necesarios a fin de poner a salvo los derechos del acusado, a quien se le autorizaba a nombrar un defensor y cuyos enemigos eran eliminados de la lista de testigos. Se haca uso de la tortura slo cuando todos los otros medios fracasaban, para obtener la confesin del acusado contra quien existan pruebas fidedignas. Si recordamos que el delito de hereja era considerado como el de la alta traicin, y que la alta traicin era castigada en toda Europa, no slo con la muerte ms cruel, sino con la confiscacin de los bienes del condenado, la actuacin de Isabel y Fernando y su Inquisicin parece, por contraste, moderada. Si se comparan los juicios de Torquemada con algunos de los juicios seguidos por alta traicin en Inglaterra durante el reinado de Enrique VII, Enrique VIII y la reina Isabel, la ventaja est toda del lado de la Inquisicin. Y si debemos juzgar una institucin, como dice De Maistre, no slo por los daos que ocasion, sino tambin por los que evit, debemos admitir que, en ciertos aspectos, la Inquisicin fue una bendicin para Espaa, porque durante su larga existencia salv ms vidas que las que destruy. No solamente se salv Espaa de las terribles guerras de religin, que costaron cientos de miles de vidas en las regiones donde imper el protestantismo, sino que se vio casi por completo libre de los horrores de la quema de brujos, que caus cien mil vctimas en Alemania y treinta mil en Inglaterra. Cuando la fiebre por cazar brujos estall en la Europa protestante, Espaa no se vio libre del terrible impulso de persecucin, pero los inquisidores hicieron valer su jurisdiccin sobre los casos de brujera, y despus de una prolija investigacin declararon que todo ello no pasaba de ser una simple fantasa. Algn incurso en la magia negra fue de cuando en cuando azotado u obligado a hacer penitencia, pero pocas fueron las vidas que se perdieron por esa causa, si es que se perdi alguna. Durante los ltimos veintitrs aos del reinado de Isabel, cien mil personas fueron sometidas a juicio, de las cuales aproximadamente el dos por ciento, o sea dos mil personas, fueron condenadas a muerte, y esto, no slo incluyendo a los herejes, sino a los bgamos, blasfemos, ladrones de iglesias, sacerdotes que se 124

casaban engaando a las mujeres sobre su verdadero estado, usureros, empleados de la Inquisicin que violaban a las mujeres prisioneras, y otros delincuentes. Despus que Torquemada reform la Inquisicin en Castilla, procedi a hacerlo en Aragn, y en este ltimo reino design inquisidores al dominico fray Gaspar Juglar y al maestre Pedro Arbes, de pila, miembro de la orden de cannigos regulares agregados a la iglesia metropolitana de Zaragoza. En el primer auto de fe, cuatro mil personas se reconciliaron recibiendo penitencias. No hubo ejecuciones. Los penitentes fueron multados, no obstante; y los conversos, advirtiendo que el rey y la reina se proponan hacer una importante recaudacin a sus expensas para la prosecucin de la guerra mora, comenzaron a organizarse, como en Castilla, para evitar las temidas confiscaciones. La mayor parte de los miembros de las Cortes, de los jueces y de los abogados eran judos encubiertos, como lo era asimismo el gobernador de Aragn. Cuando sus protestas no consiguieron conmover a Fernando e Isabel, intentaron sobornarlos. Y cuando los soberanos rehusaron aceptar el dinero, los judos millonarios que aparentemente profesaban el cristianismo resolvieron usar de la fuerza. Gran nmero de ellos se reunieron en la casa de Luis de Santngel para recolectar dinero y alquilar una banda de asesinos a fin de dar muerte a los inquisidores. Se dice que Juglar fue envenenado con unas rosquillas que le dieron algunos de los judos encubiertos. Se realizaron varios intentos para asesinar al otro inquisidor, Pedro Arbus. Todas las referencias coinciden en que era un hombre virtuoso e instruido, amigo de la soledad, que haba aceptado el oficio de inquisidor, por mandato real, con el mayor disgusto. Era elocuente predicador, y se dice que tena tambin el don de la profeca. Sus actividades como inquisidor consistieron, segn se cree, meramente en la obtencin de pruebas. En la noche del 14 de septiembre de 1485, los asesinos se escondieron en la iglesia en que Pedro Arbus acostumbraba orar. A medianoche entr ste en la iglesia, y, arrodillndose ante el 125

Santo Sacramento, pronto qued arrobado en su oracin. Los asesinos se deslizaron lentamente hacia l. Durango, un judo francs, lo hiri en la nuca, mientras otro rufin le atraves con una espada dos veces el cuerpo. Pedro Andrs Arbus lanz un grito: Loado sea Jesucristo, que yo muero por su santa fe!, y cay, mientras los asesinos huan. Antes de amanecer, las calles estaban llenas de hombres enfurecidos que clamaban por la sangre de los conversos, y sin duda habra ocurrido una de las tradicionales matanzas a no ser por el joven arzobispo de Zaragoza, hijo bastardo del rey Fernando, que, cabalgando entre la muchedumbre, asegur que se hara justicia. Pedro Arbus muri a la medianoche del da siguiente. Durante las veinticuatro horas transcurridas desde el atentado, no dijo una sola palabra contra sus asesinos, pero siempre glorific a Nuestro Seor hasta que su alma le dej. Cuando el sbado siguiente fue enterrado en presencia de una gran multitud, testigos oculares declararon que parte de su sangre cada en los escalones, y que all se haba secado, se licu de pronto y comenz a burbujear. Fue venerado como un mrtir, y pocos aos despus, Fernando e Isabel hicieron levantar una estatua suya sobre su tumba. El papa Po IX lo canoniz en 1867. Lejos de producir el efecto que los judos esperaban, el asesinato de Pedro Arbes dio a los inquisidores libertad de accin en Aragn. Los jefes de la conspiracin fueron aprehendidos y cruelmente ejecutados. Y en una serie de inexorables juicios, durante los cuales todos los intentos de soborno y corrupcin fracasaron, Torquemada procedi a quebrantar el poder de la gran plutocracia de Aragn y volc los beneficios en el tesoro de guerra de la cruzada.

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CAPTULO XX

Cuando Isabel vio partir a su marido a caballo, de Crdoba, el 5 de abril de 1485, con veintinueve mil hombres, incluyendo nueve mil de caballera, sinti que por fin Castilla tena un ejrcito que probara ser invencible. Durante el invierno, el ejrcito haba sido reorganizado completamente, para estar a tono con las nuevas condiciones de guerra, creadas por el uso cada vez ms frecuente de los caones de plvora. Casi haban terminado los tiempos de la caballera, en los que los caballeros se hacan frente en combates singulares, triunfando el mejor. Comenzaba una nueva era en la historia de las guerras. Durante la Edad Media eran los hombres de las clases privilegiadas los que luchaban y los que principalmente se beneficiaban con ellas, ya que ocupaban los lugares de mayor peligro en los puestos avanzados, mientras los labradores y artesanos permanecan trabajando en sus casas, o servan, por un tiempo limitado, realizando en el ejrcito las tareas inferiores. Pero en la nueva guerra moderna, la gente del pueblo disfrutara del privilegio de arriesgar sus vidas. Como todo ejrcito moderno, el de Isabel fue bien provisto de artillera pesada, la mejor de Europa. Algunos de sus caones italianos, llamados bombardas, podan arrojar balas de mrmol que pesaban alrededor de ciento sesenta y cinco libras. Mientras Fernando y sus huestes partan al encuentro del enemigo, la reina Isabel se qued en Crdoba orando por la victoria. Algunas veces oa misa en la catedral, que era como un bosque de prfido, jaspe y lapislzuli entre exquisitas traceras y mosaicos. El esplendor de la vieja iglesia era casi brbaro; a la verdad, haba sido en otro tiempo mezquita mora, construida por Abderramn y despus transformada en iglesia cristiana. El santuario estaba recamado de 127

plata. El plpito era de marfil, con incrustaciones de oro y piedras preciosas. Por todas partes colgaban millares de linternas trabajadas en filigranas de encaje. Como norma, la reina prefera or misa en su capilla privada, que a pesar de su riqueza, era de una gran sencillez. Sus ornamentos eran todos de oro y plata, y sus vestiduras ce sedas escogidas o de raso. El altar estaba recubierto de brocado y de raso bordado con piedras preciosas y perlas de gran valor, y ante l, sobre las multicolores alfombras de seda que cubran el suelo, se alzaban macizos candelabros de plata primorosamente trabajados. La reina Isabel escuchaba con tanta atencin, que si cualquiera de los sacerdotes o corista que cantaban la hermosa liturgia de la Iglesia llegaba a pronunciar mal una palabra latina u omita una sola slaba, notaba nota de ello y despus correga e instrua al culpable. Isabel tena entonces treinta y cuatro aos. Era serena y de semblante pensativo, todava bien parecida, como en el de su coronacin. Se vesta a la moda. Una dama de calidad llevaba largos trajes de graciosas lneas. El vestido, con un apretado cors y un cinturn enlazado al frente, caa obre los tobillos hasta el suelo, dejando ver solamente las puntas cuadradas de los zapatos. Sobre l se usaba un manto cruzado sobre la figura desde la izquierda y recogido bajo el brazo derecho, cayendo a los lados grandes pliegues. Era costumbre usar un velo y sobre ste una cofia que se sujetaba bajo la barbilla y que formaba sobre el pecho pequeos pliegue horizontales. La reina luca muy pocas joyas, excepto en los actos oficiales. Cuando el rey Fernando se encontraba all, la reina desayunaba generalmente con l despus de misa, mientras ambos abran su correspondencia y montaban luego a caballo atravesando la ciudad para dirigirse a inspeccionar el campamento. Ahora que l se hallaba en el campo de batalla, ella quedaba sola para rezar y enviar abastecimientos al ejrcito. Al principio todas las noticias que llegaban de la frontera mora eran favorables. El rey haba tomado por asalto tres plazas de gran importancia y destruido setenta ciudades moras de menor renombre. Luego 128

prob su nueva artillera contra los anchos muros de Ronda, que era llamada la ciudad juda. El pueblo se rindi, y los que prefirieron marcharse al frica o a cualquier otro lugar, fueron autorizados a abandonar la ciudad, mientras a los que permanecieron el rey les asign tierra, permitindoles practicar libremente su culto, fueran moros o judos. Cientos de prisioneros cristianos liberados de las mazmorras de Ronda fueron enviados a Crdoba. All los recibi la reina Isabel en las escaleras de la catedral y orden que fueran alimentados y vestidos, como asimismo se proveyera de dinero a los hambrientos y casi desnudos infieles que, con sus enmaraadas barbas y cabelleras, caan de rodillas llorando a sus pies. La reina estaba enferma y nerviosa y esperaba su quinto hijo. Saba que el rey Fernando y el conde de Cabra estaban realizando una difcil maniobra para tomar la ciudad de Mocln, plaza fuerte que dominaba, por el Norte, la entrada a Granada; y deseando estar cerca de la escena, fue a Baena con el cardenal Mendoza y el pequeo prncipe Juan. All se instal en la torre del castillo y esper noticias de la victoria. Un da oy los sollozos de las mujeres que suban desde las calles, y se enter de que haban llegado correos portadores de malas noticias. El conde de Cabra, que conduca una gran parte del ejrcito del rey para sitiar a Mocln, haba cado en una emboscada tendida por el Zagal, hermano de Muley, siendo derrotado tras terrible mortandad. Por primera vez en su vida, Isabel se sinti tentada por la desesperacin. Comenz a apoderarse de ella una silenciosa melancola, algo semejante a la de su madre. Durante unas horas le pareci que todos los trabajos de su vida haban sido hechos en vano; y como si la derrota del conde no fuera suficiente, la situacin de Castilla no era muy tranquilizadora. En junio de ese mismo ao, los judos y conversos de Toledo se propusieron apoderarse de las puertas de la ciudad mientras se realizaba una procesin con motivo de la festividad de Corpus Christi, asesinando a todos los principales cristianos para apoderarse del gobierno. Afortunadamente, la conspiracin fue descubierta y reprimida por la 129

Inquisicin, pero la reina no dejaba de pensar que lo que haba ocurrido en Toledo poda ocurrir en cualquier otra parte con mejor xito. Pas muchas horas tristes, que empeoraron su estado fsico. Pero Mendoza, el gran cardenal de Espaa, la consol y reanim, hasta que se repuso y abandon sus tristes pensamientos, adquiriendo nuevos bros para un renovado esfuerzo. Isabel reuni un consejo de guerra. Cartas del rey decan que mientras ste se encontraba camino hacia Mocln, para atacarla desde el otro lado, se enter de la derrota del conde, y dudaba entre retirarse o atacar a Mocln y arriesgarlo todo en un ataque desesperado. Durante la discusin, el obispo de Jan, uno de los consejeros de la reina, dijo que sera ms conveniente que el rey se apodera de los castillos de Cambil y Alhabar antes de atacar a Mocln pues de no hacerlo quedaran a sus espaldas esas dos plazas enemigas. La reina y el cardenal consideraron excelente el plan y se envi un correo al rey, quien lo puso en prctica. Mientras Fernando avanzaba contra los castillos, Isabel y su corte se trasladaron a Jan para esperar los acontecimientos. Todo march bien hasta que el rey, una vez que instal su campamento en las alturas situadas entre Cambil y Alhabar, hizo el alarmante descubrimiento de que no era posible llevar sus pesados caones a travs del sinuoso sendero que conduca a las alturas donde se haba asentado. El nuevo peligro oblig a la reina a emplear hasta sus ltimas energas en forma tal, que haca recordar a sus lugartenientes a la invencible seora doa Isabel de la guerra contra Portugal. Pidi un caballo y se dirigi a las montaas para inspeccionar el terreno. Comprob que una montaa se interpona en el camino de sus nuevos caones. Entonces pens que haba que quitar la montaa. Bajo la direccin de la reina y del obispo de Jan, seis zapadores y hombres con palas comenzaron a cavar y volar un nuevo camino en la falda de la montaa, tan alto y empinado que un pjaro se poda mantener all con dificultad. Da y noche trabajaron rellenando valles, rompiendo rocas, cortando rboles, en 130

una palabra, nivelando toda una montaa. Cuando se acabaron los fondos reales, el cardenal pag a los trabajadores. Nueve millas de camino fueron construidas en doce das, y los moros, que tanto haban redo ante la contrariedad de los cristianos, vieron asomar una maana los negros hocicos de las pesadas bombardas que avanzaban lentamente, arrastradas por grandes bueyes, por la falda de la montaa. La artillera de Fernando comenz entonces a batir las torres y murallas de los dos castillos, que pronto se rindieron, autorizndose a los moros a recogerse en Granada. Era el mes de septiembre, y la corte volvi a Crdoba. Ese ao llovi casi continuamente desde el 11 de noviembre hasta la Navidad. Crdoba y Sevilla se vieron amenazadas por el peligro de las inundaciones, y la reina, aceptando la invitacin del cardenal Mendoza, fue con su familia a pasar el invierno en su palacio de Alcal de Henares. Revisando su correspondencia, justamente antes de su partida, la reina encontr una carta de Rota con el sello del duque de Medinaceli, en la que ste le recomendaba a un individuo llamado Cristbal Coln, llegado de Portugal en viaje hacia Francia para pedir al rey francs tres o cuatro naves a fin de navegar a travs del ocano oeste y encontrar ciertas islas. El duque entenda que si haba algunas islas que descubrir, la gloria deba pertenecer a Castilla y no a Francia, y estaba reteniendo a Coln hasta tener noticias de la reina. Isabel no dispona de dinero para barcos mientras la guerra contra los moros se hallara en una etapa tan incierta, pero ella no quera que el mrito de cualquier descubrimiento fuera para Francia o para un rico caballero como el duque de Medinaceli. Por lo tanto, orden al duque que enviara a Coln a Crdoba, prometindole escucharle a su vuelta. Ella sigui hacia Alcal, donde, en el palacio que haba pertenecido en una poca al arzobispo Carrillo, trajo al mundo, el 15 de diciembre, su quinto y ltimo hijo. Fue una nia que se llam Catalina, destinada a ser conocida en la historia como Catalina de 131

Aragn, la primera mujer de Enrique VIII.

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CAPTULO XXI

Un hombre de casi treinta aos, con cabello prematura mente gris, que sumaba un aire de nobleza a su continente solemne y algo spero, traspona, caballero en una mula, la puerta occidental de Crdoba en un caluroso da de junio de 1486. El sol brillaba despus de largas lluvias y el aire estaba perfumado por nuevas flores. Las casas blanqueadas y las doradas torres resplandecan como en una ciudad de alabastro y oro. Pero el hombre montado en la mula segua su camino sin mirar a derecha ni a izquierda; pas la gran catedral de las diecinueve puertas de bronce pulido, hasta llegar al Alczar. All se ape, y, entrando en el palacio, entreg una carta del duque de Medinaceli a sus altezas el rey y la reina de Castilla. Isabel y Fernando no volvieron del Norte hasta el 28 de abril, y Cristbal Coln se vio obligado a esperar por espacio de tres meses, como husped del tesorero real don Alonso de Quintanilla. Coln era hombre violento e impaciente; la demora le irritaba. Pero mientras esperaba a sus altezas era tratado con gran amabilidad por gente tan conspicua como el cardenal Mendoza, fray Hernando de Talavera, confesor de la reina; fray Diego de Deza, tutor del prncipe Juan y ms tarde arzobispo de Sevilla, sucediendo a Torquemada como inquisidor general; Beatriz de Bobadilla, la amiga de toda la vida de la reina Isabel, y algunos de los grandes conversos, como Gabriel Snchez, tesorero real de Aragn; el secretario del rey, Juan de Coloma; el rico banquero abogado Luis de Santngel, en cuya casa se haba planeado el asesinato del inquisidor Pedro Arbus. A pesar de sus propias quejas y de la falsa leyenda a la que ellas daran nacimiento, parece que Coln fue ayudado desde un principio por los ms destacados hombres y 133

mujeres de Espaa. Sus primeros aos han quedado ocultos en el misterio, y hay historias contradictorias acerca de ellos, pero de sus documentos y de los de su hijo resulta que era italiano, nacido en una de las pequeas villas de las afueras de Gnova, probablemente hacia 1451, ao del nacimiento de la reina Isabel. Su padre era un cardador de lana, y Cristbal fue probablemente tejedor en Savona, donde naci su padre y vivi l hasta 1472, fecha en que se dedic a la navegacin, realizando un viaje a Quos y ms tarde otros a Inglaterra, Islandia y Guinea. Se cas en Portugal, y all naci su hijo Diego en 1480. Poco despus concibi Coln la idea de navegar hacia el Oeste para llegar a las Indias y a las tierras descritas por Marco Polo y Juan Mandeville. Como todos los hombres instruidos e informados de aquella poca, tena que saber que la Tierra era redonda, porque haba ledo la opinin de Aristteles en el Imago Mundi del cardenal Pedro de Ailly. En su misma poca, el notable erudito que ms tarde fue el papa Po II, escribi: Casi todos estn de acuerdo en que la Tierra es redonda. Se crea, sin embargo, que la Tierra era mayor de lo que es. Coln solicit el apoyo de don Juan, rey de Portugal, quien design una comisin de dos obispos y dos doctores para estudiar el caso, informando stos al rey que Coln era slo un visionario. Coln atribuy despus la negativa a ese judo Jos, el mdico y astrlogo Vecinho. En Castilla, no obstante, tena razn para estar agradecido a muchos judos, y uno de ellos iba a contribuir en forma decisiva a su xito. Desahuciado en Portugal, Coln se embarc para Espaa con la intencin de seguir desde all a Francia, pero una tormenta hizo embarrancar a la carabela en Palos, donde pidi alimento y albergue, para l y el pequeo Diego, en el monasterio franciscano de La Rbida. Expuso sus proyectos a fray Antonio Marchena, hombre instruido en astronoma y cosmografa, y fray Juan Prez, prior del monasterio, que haba sido en un tiempo confesor de la reina. Ambos eran sbditos de Castilla y rogaron a Coln que ofreciera a la reina Isabel la oportunidad de recoger la gloria de sus 134

descubrimientos. Es probable que fueran ellos quienes le sugirieron que viera al duque de Medinaceli. Cuando Isabel y Fernando regresaron a Crdoba, recibieron a Coln en el gran saln del Alczar, y escucharon el desarrollo de su plan. Parece que les caus una impresin favorable desde el comienzo. Tena una cara alargada que enrojeca fcilmente cuando hablaba. Sus pequeos ojos grises brillaban como los de un hombre que tiene una visin. Su nariz aguilea reflejaba una naturaleza inquisitiva y dominante. El padre Bernldez, el sacerdote historiador de quien fuera husped unos aos ms tarde, lo defina como hombre de muy alto ingenio, pero sin instruccin. Con todo, por mucho que interesaran al rey y a la reina el ligur y sus planes, dudaban si sera prudente gastar dos millones de maravedes cerca de siete mil libras de nuestra moneda en una expedicin hacia tierras que podan no existir, cuando se encontraban empeados en una larga y costosa guerra y necesitaban dinero para caones y municiones, y barcos para bloquear las ciudades moras del Mediterrneo. Creyeron conveniente retener a Coln en la corte hasta que terminara la guerra. El rey Fernando, con el consentimiento de la reina, design una comisin presidida por fray Hernando para que dictaminara sobre los proyectos de Coln. Entretanto, asignaron al navegante una pensin de tres mil maravedes mensuales. Despus de esto se olvidaron de l durante un tiempo. En ese ao era cuando movilizaban hasta el ltimo recurso para precipitar el final de la guerra. Su heroico esfuerzo reclamaba la colaboracin de los hombres de Europa entera, y haban llegado soldados de todas las naciones cristianas para luchar bajo el plateado estandarte de la Santa Cruz, que el papa Sixto IV les enviara con su especial bendicin. Haba hasta ingleses e irlandeses en la hueste de cincuenta y dos mil hombres que el rey Fernando lanz ese verano contra los moros. El soberano march sobre Loja, donde sufri su primera humillacin en la guerra, y, despus de muchos das de larga y sangrienta lucha, ech abajo las murallas y entr en la ciudad triunfalmente, mientras todo el ejrcito gritaba: Castilla! Castilla! y, arrodillado, cantaba el Te 135

Deum. Fernando envi la buena nueva a Isabel, que se encontraba en Crdoba, rogndole que visitara el campamento, porque su presencia surta sobre las tropas un efecto notable. As lo hizo, y los cincuenta mil guerreros cristianos desfilaron ante ella, que los revist. Cada batalln inclinaba sus estandartes, en homenaje, al pasar frente a ella. Montaba una mula zaina, con magnfica silla recamada de incrustaciones de plata. Cuando el rey se adelant para recibirla, ella le hizo tres reverencias, y l le contest con otras tres. Entonces ella se quit el sombrero, luciendo sobre el pelo castao una malla de seda o chal que dejaba las mejillas al descubierto. El rey Fernando la abraz y la bes en la mejilla. Despus abraz a la princesa Isabel, la bes en la boca y le dio su bendicin. Uno de los nobles extranjeros que llegaron a presentar sus saludos a la reina fue lord Scales, conde de Rivers, cuado del rey Enrique VII, quien trajo cien arqueros ingleses y doscientos hacendados para luchar en la cruzada. En el sitio de Loja, una gran piedra arrojada por un moro le haba destrozado los dientes. La reina Isabel expres su pesar por la prdida. Es cosa pequea dijo el ingls perder unos pocos dientes en el servicio de Aquel que me los dio todos. Nuestro Santsimo Seor, que ha construido toda esta casa, slo ha abierto una ventana en ella, para ver ms fcilmente lo que pasa dentro. La reina qued tan encantada con este caballero, que le envi al da siguiente, de, regalo, doce magnficos caballos andaluces, dos camas con cobertores de brocado de oro, alguna ropa blanca fina y soberbias tiendas de campaa para sus hombres. Fernando tom por asalto a Mocln. Cuando l e Isabel entraron triunfantes a la cabeza de una larga procesin, con el coro de la real capilla cantando el Te Deum oyeron dbilmente, como si' llegara de bajo tierra, un coro de voces que cantaba estticamente: Benedictus qui venit in nomine Domini. Las voces venan de las mazmorras donde se guardaba a los cristianos cautivos. Los pobres desgraciados fueron llevados a su presencia, medio desnudos y medio muertos de hambre, pero todava cantando 136

histricamente y sollozando. La reina sigui a su victorioso ejrcito casi hasta las murallas de Granada, y luego volvi a Crdoba. Haba sido un ao de grandes xitos. Pero nuevos y tal vez ms graves peligros se vislumbraban en el Mediterrneo, pues Granada era slo un pequeo segmento del largo campo de batalla del islam, cuyo inquebrantable imperio se extenda desde Gibraltar hasta la China. Alarmados por el xito de Fernando e Isabel, el sultn de Egipto y el emperador de Turqua, Bayaceto II, olvidando sus diferencias, haban resuelto iniciar una nueva ofensiva contra la Europa cristiana. Y convinieron que mientras Bayaceto lanzara una gran flota contra el reino siciliano de Fernando, el sultn enviara un fuerte ejrcito desde frica a Espaa, para reforzar a los moros en Granada. Fue la crisis ms grave de la cristiandad desde la calda de Otranto en 1480. El papa Inocencio VIII, hombre amable y caritativo, de cincuenta y cuatro aos de edad, con vista dbil y salud enfermiza, dio una bula llamando a todas las naciones cristianas a la cruzada de los soberanos espaoles, pero en general el llamamiento cay en odos que el egosmo haba hecho sordos.

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CAPTULO XXII

El rey Fernando tena valor e inteligencia; su esposa tena genio. Cuando sta se enter del nuevo plan de los mahometanos para conquistar a Espaa, sugiri a aqul que abandonara su idea de apoderarse de Baza y en su lugar descendiera a la costa del Mediterrneo, atacando los tres puertos fortificados: Vlez-Mlaga, Mlaga y Almera. stos eran los puntos avanzados de Granada en el Sur, y su conquista iba a separar de Africa al reino moro. El ms importante de estos puertos era Mlaga, por el cual pasaban constantemente de la costa brbara a Granada reservas de hombres, alimentos y municiones. Fernando, que valoraba altamente los consejos de la reina, dej Crdoba el domingo de Ramos de 1487, llevando setenta mil hombres precedidos de cuatro mil peones para allanarles el camino a travs de las montaas cubiertas de nieve. Acosados por los montaeses, los cruzados se abrieron ruta por ventosos pasos de mula. Ms adelante, despus de luchar sobre vertiginosos precipicios, divisaron el clido valle de Vlez-Mlaga y el azul del Mediterrneo. Fernando estableci su campamento en la ladera que dominaba la ciudad, y esper a que su artillera llegara. Los moros sorprendieron el campamento, y en la violenta batalla que libraron, el rey hubiera perecido de no mediar la providencial ayuda del marqus de Cdiz. El Zagal cruz entonces de noche las montaas, para liberar Vlez, y acamp encima del campamento de Fernando, quien se encontr as en una posicin peligrosa, entre dos enemigos, y envi un urgente correo a la reina Isabel pidindote refuerzos. Isabel no contaba con tropas para enviarle ni con dinero para 139

contratarlas. Tena entonces treinta y seis aos y comenzaban a patentizarse en ella los efectos del trabajo y las privaciones. Pero en el desafo de lo imposible, una vez ms despertaban sus energas para realizarlas heroicamente. Cabalgaba da y noche, haciendo rpido reclutamiento en las ciudades y castillos, y llamando a las armas a todos los hombres de Andaluca menores de setenta aos. Bajo la fascinacin de su voz y sus palabras, viejos veteranos de la guerra, olvidando su reumatismo, descolgaron sus espadas y lanzas de las paredes y se dirigieron a Crdoba, donde la reina y su fiel amigo el cardenal Mendoza, que en edad avanzada y a pesar de su enfermedad, haba acudido a su llamamiento, les adiestraron y organizaron rpidamente en regimientos. El canoso cardenal pag a los hombres con los restos de su fortuna privada, y ponindose a la cabeza de ellos, se dirigi al campo de batalla para rescatar a Fernando. Antes de que llegara el destacamento de socorro, el Zagal haba atacado a los cristianos, pero la ayuda que haba esperado de Mlaga le fall, y fue rechazado por Fernando, quien le infligi una gran mortandad. Cuando la artillera y la expedicin de la reina llegaron a las montaas, Vlez se rindi, y los victoriosos cruzados marcharon sobre Mlaga. Esta rica y hermosa ciudad se extenda entre dos poderosos fuertes, en una curva del tranquilo mar. Las grandes murallas se elevaban desde las aguas hasta los poderosos castillos y enormes torres, entre los cuales florecan jardines colgantes como los de Babilonia, con majestuosos cedros y palmeras que daban sombra a las fuentes y patios, y arboledas de naranjos y de granados. La guarnicin se compona de gomares bravos y expertos guerreros de Berbera, a cuyo frente se hallaba el temido caudillo el Zegr. La artillera de los cristianos tron contra los muros, pero los rabes se iban acostumbrando a las bombardas, y aprendiendo cmo reparar las brechas. Entretanto, una epidemia que haba atacado a las aldeas vecinas, prendi en el campamento cristiano, 140

ocasionando ms muertes que los mismos enemigos. Adems, las provisiones disminuan y se corra el peligro de sufrir hambre. El rey Fernando, como de costumbre, recurri a la reina, quien se dirigi en seguida al campamento, acompaada del cardenal Mendoza y la princesa Isabel. Poco despus de su llegada fue capturado un moro, que dijo ser un profeta a quien Al haba revelado cundo y cmo Mlaga sera tomada; pero que l no confiara su secreto ms que al rey Fernando y a la reina Isabel. El marqus de Cdiz envi al hombre a la tienda real, pensando que podra tener inters su informacin. El rey se encontraba durmiendo la siesta, e Isabel decidi esperar a que despertara, para interrogar juntos al prisionero. Mientras, el moro fue llevado a una tienda cercana, donde la amiga de la reina, doa Beatriz de Bobadilla, jugaba al ajedrez con el prncipe portugus don Alvaro. El moro crey que aquellos eran el rey y la reina. Pidi un vaso de agua para beber, y mientras sus guardias se dirigan a buscarlo sac una cimitarra que tenia oculta bajo su albornoz y se arroj sobre los inocentes jugadores. Don Alvaro cay sin sentido con una herida en la cabeza, y el derviche hubiera muerto a doa Beatriz a no ser por los guardias, que ya haban regresado. Los soldados despedazaron pronto al asesino y sus restos fueron arrojados por medio de una catapulta contra las murallas de Mlaga. Isabel ofreci devotas oraciones en accin de gracias por la salvacin de su marido. Su presencia, segn ocurra siempre, levant el espritu en el campamento. Los espaoles tenan casi la supersticiosa conviccin de que adondequiera ella fuera, la victoria la acompaaba, y hasta los mismos moros empezaron a inquietarse con esta creencia. La reina mont en su cabalgadura e inspeccion las tiendas utilizadas como hospitales, consolando a los enfermos y vendando con sus propias manos a los heridos. Bajo su influencia, un nuevo y saludable espritu reinaba en el campamento. Mientras permaneci all, no se oyeron maldiciones ni alborotos. Sacerdotes celebraban misa todas las maanas como en una gran ciudad y predicaban tanto a los que estaban sanos como tambin a los enfermos, y los cantores de la capilla de la reina cantaban diariamente las 141

vsperas y marchaban, cantando, en solemnes procesiones. Sobre la dilatada ciudad de seda y lino brillaba la cruz de plata del papa Sixto, y cuarenta grandes campanas de plata de variable tono daban armoniosamente las horas del da y de la noche. Los moros, cuyo Corn prohbe el uso de campanas, odiaba el sonido, y acostumbraban gritar sobre las murallas: Cmo no tienes las vacas y traes los cencerros? Celebrando la llegada de la reina, Fernando orden que cesara el fuego y ofreci a los habitantes de Mlaga respetar sus vidas, libertad y propiedades si se rendan, pero ellos, bajo el mando del fantico el Zegr, rehusaron aceptar. Cuando, al fin, se vieron obligados a rendirse, Fernando e Isabel entraron en la ciudad como conquistadores, despus de un sitio de tres meses y once das, y libertaron a seiscientos cristianos de las mazmorras, muchos de ellos nobles castellanos que haban permanecido enterrados vivos por espacio de quince o veinte aos. El rey Fernando procedi a tratar duramente a aquellos que le haban costado tanto dinero y sangre. Orden que todos fueren vendidos como esclavos, excepto los que pudieran pagar un rescate de treinta doblas de oro. Les concedi ocho meses para juntar el dinero, y pasado ese tiempo, once mil de ellos, que no pudieron cumplir sus condiciones, fueron vendidos. Cuatrocientos cincuenta moros judos que vivan mi Mlaga fueron rescatados por Abrahn Senior, jefe de los rabinos de Castilla, un millonario que haba prestado dinero a Isabel y Fernando y a quien haban enajenado algunos de sus impuestos a fin de obtener dinero para la cruzada. El rey y la reina se marcharon a Aragn a pasar el invierno, volviendo al Sur en primavera. El ao 1488 fue desgraciado, principalmente porque Fernando cometi el error de enviar tropas en ayuda del duque de Bretaa, sublevado contra la corona de Francia. La reina Isabel dio probablemente al rey su consentimiento en aquella ocasin, quiz en un momento de gratitud por sus xitos y la casi milagrosa forma en que se salv de la muerte. Los 142

resultados confirmaron sus recelos. Los franceses rebeldes fueron derrotados y ms de mil espaoles fueron muertos. Esto le rest hombres a Fernando en el ao en que la ofensiva tanto tiempo preparada por los mahometanos cay sobre Europa. Una flota turca de cincuenta y cinco galeras se hizo a la mar, llevando un ejrcito de cien mil hombres, para atacar el reino de Sicilia de Fernando, con la intencin de usarlo como base para traer fuerzas y abastecimientos de frica, conquistar Italia y desde all lanzarse sobre Europa. Afortunadamente, el propsito fracas, porque el papa Inocencio VIII reuni suficientes fuerzas para defender Malta de los turcos, no pudiendo stos tomar a Sicilia sin tomar antes a Malta. Pero Fernando dispona solamente de diecinueve mil hombres y muy pocos recursos para seguir la cruzada, y cuando atac a Almera no pudo tomarla, vindose obligado a retirarse. Dejando su ejrcito, se encamin a la famosa cruz de Caravaca, en las montaas de Murcia, y all, corno el rey David, se arrodill en el polvo para hacer penitencia por sus pecados y para pedir a Dios que le diera mejor suerte. Los moros, animados por la retirada de Fernando, emprendieron la ofensiva a todo lo largo de la frontera, se apoderaron de ciudades cristianas y de rebaos de ganados y se llevaron hombres, mujeres y nios que redujeron a la esclavitud. Llevaron el hierro y fuego hasta Murcia, en el Este: y en el frente del Oeste muchas ciudades moras tomadas por Fernando volvieron al yugo musulmn, comenzando la matanza de cristianos. Como si Dios y la naturaleza se hubieran vuelto contra don Fernando por haber dejado la cruzada por una guerra privada, el ao termin con inundaciones, tormentas y pestes. A lo largo de las costas de Espaa se vean esparcidos los restos de los buques nufragos; los tejados eran arrancados de las casas por los vientos; torres de piedra se derrumbaron; el Guadalquivir rode a Sevilla con un abrazo enfurecido, rompiendo contra las casas bajas sus barrosas aguas amarillas, al extremo que los habitantes temieron su total destruccin. En Crdoba, ese ao muri de peste 143

ms gente que en 1481. El rey y la reina pasaron el invierno reclutando un nuevo ejrcito, y tras enrgicos esfuerzos reunieron cincuenta y tres mil hombres, que Fernando lanz contra Baza. sta era una plaza extraordinariamente poderosa, protegida en la parte posterior por una montaa y en el frente por murallas macizas y torres. Pareca evidente, apenas acamp Fernando junto a la muralla, que el precio de su conquista iba a ser tremendo. Muchos de los capitanees del rey, incluyendo al marqus de Cdiz, aconsejaron que se abandonara el sitio hasta el ao prximo. Una vez ms, Fernando requiri el consejo de Isabel. Su respuesta fue caracterstica. Baza deba ser tomada a cualquier precio. Otra retirada sera fatal para el espritu del pueblo y para la cruzada. Si el rey y su ejrcito continuaban el sitio, ella prometa por su parte, con la ayuda de Dios, enviarles alimentos, municiones y dinero para pagar a las tropas. Con el objeto de obtener fondos para cumplir su promesa, empe su oro y su plata, valiosa herencia de sus antepasados y envi todas sus alhajas con veloces mensajeros a Valencia y Barcelona para empearlas a los judos prestamistas; su collar de perlas, sus rubes, hasta la engarzada corona de San Fernando. El dinero obtenido de este modo salv la cruzada en su momento ms crtico.

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CAPTULO XXIII

Cuando Isabel lleg al lugar del sitio de Baza, hasta los moros se apiaban en las murallas y torres para ver a la poderosa reina a cuya belleza, bondad y sentido de la justicia aun sus propios trovadores rendan culto. Su llegada infundi nuevos bros al ejrcito cristiano y llen de desesperacin al enemigo. Al da siguiente los musulmanes pidieron condiciones de paz, y el 4 de diciembre se rindieron. Mientras el rey y la reina estaban en Baza fueron visitados par dos frailes franciscanos, enviados desde Jerusaln por el sultn de Egipto para advertirles que si no cesaban la guerra contra Granada, matara a todos los cristianos en Palestina, destruira todas las iglesias y la del Santo Sepulcro de Jerusaln. Isabel recibi a los monjes con gran amabilidad, les concedi un donativo anual de mil ducados para su convento y les encarg que llevaran un rico bordado, trabajado por sus propias manos para ser colgado en la iglesia del Santo Sepulcro. Haran saber al sultn que ms adelante ella enviara un embajador para tratar detalladamente las cuestiones que l planteaba. De ese modo la reina ganaba tiempo, y finalmente despach a Pedro Mrtir, erudito italiano, para hacer la paz con l. Un tercer hombre, vestido de hbito marrn, tena por entonces concedida una audiencia con el rey y la reina. Era Cristbal Coln, quien todava abrigaba la esperanza de obtener tres barcos para navegar a las Indias. Como todo hombre dominado por una idea, consideraba secundario o ftil cualquier otro problema; no poda entender o tolerar la menor oposicin, y su sensibilidad frente a toda crtica llegaba a ser como una mana persecutoria. Estaba dispuesto a culpar a cualquiera menos a s mismo de su 145

desgracia. En un momento de amargura escribi que todos en Castilla se haban puesto contra l. En cambio, haba sido tratado con gran cario. La pensin que Isabel le otorg era casi equivalente al salario de uno de los ms importantes profesores de la Universidad de Alcal, y cuando, careciendo de dinero, se vio obligada la reina a suspender su pensin, en 1489, orden a todos los dueos de mesones y hoteles que alimentaran y vistieran a l y a sus dos hijos. Es cierto que fray Hernando de Talavera y la otra comisin de sabios y marinos nombrados por el rey Fernando para estudiar la propuesta de Coln en 1486 informaron desfavorablemente su proyecto. Pero fue el propio Coln el culpable de este hecho, porque no explic ntegramente su plan, temiendo que pudieran robarle sus documentos y hacer uso secreto de ellos, como crea que lo haban hecho los portugueses. Su actitud suspicaz y su falta de franqueza debi, as, producir una desfavorable impresin en el nimo de los comisionados. Inmediatamente despus de esta repulsa, Coln recibi, no obstante, una cordial invitacin de los monjes dominicos que eran profesores de la Universidad de Salamanca para que lo visitara y discutiera con ellos sus planes. Esta muestra de atencin se deba principalmente a fray Diego de Deza un converso, confesor antes de la reina y preceptor del prncipe Juan y ahora obispo de Salamanca y profesor de teologa en la Universidad. Coln permaneci varios meses en calidad de husped en el Colegio Dominicano de San Esteban de Salamanca. Por aquel entonces, la Universidad contaba con seis mil estudiantes. La mayor parte de los grandes nobles enviaban all a sus hijos A los muchachos pobres, si revelaban mritos para ello, se les enseaba gratuitamente. Fue all donde Coln defendi vigorosamente su proyecto. Repeta textos de las profecas de Isaas y otros pasajes de la Biblia y declaraba que Dios le haba elegido expresamente para abrir las puertas de los mares del Oeste. ste no poda ser un argumento muy convincente para monjes que eran tambin hombres de ciencia y que, piadosos como deban serlo, no admitan que se basara una discusin cientfica en citas de los 146

padres de la Iglesia. Pero, con todo, pensaban que los proyectos del italiano eran dignos de consideracin, y de ah que fueran sus ms adictos defensores ante el rey y la reina. No era la intencin de Isabel abandonar la ambicin principal de su vida enviando a un potico aventurero, como apareca ante muchos, a travs del Atlntico. Una vez ms lo despidi con cariosas palabras, y l sali de Baza sin que se tuvieran noticias suyas durante los dos aos siguientes. Fernando se dirigi el 7 de diciembre hacia Almera, en la Costa sur. Isabel sigui con la retaguardia. El invierno haba llegado ya sobre las agrestes montaas, cuando emprendi su arriesgado viaje por la ms desolada y salvaje regin de la extensa sierra. Rodeada de escalofriantes caballeros cubiertos con mantos, escal a caballo los picos helados que emergan de entre las nubes, y descendi a los valles donde nunca penetraba el sol. Le haba costado veinte mil vidas la conquista de Baza. Centenares ms murieron en el camino al Mediterrneo. Almera se rindi sin lucha, y la corte pas la Navidad muy alegremente en las playas con olor de sal, cazando jabales a lo largo de los vecinos bosques montaosos. Ahora se tena la seguridad de que la guerra contra Granada se ganara. Con un suspiro de alivio, volveran Isabel y Fernando de batallas y sitios a ocuparse de la educacin de sus hijos y a proyectar sus casamientos. Buscaron una alianza con el emperador alemn Maximiliano, o, como se le llamaba, el rey de los romanos, negociando el casamiento del prncipe Juan con su hija Margarita y el de la estrafalaria princesa Juana con su hijo Felipe el Hermoso. Para asegurar contra Francia una alianza con Inglaterra, haban accedido recientemente a que su hija menor, Catalina, se casara con el prncipe Arturo de Gales tan pronto como ambos tuvieran la edad suficiente. En ocasin de firmarse el tratado con Inglaterra, se celebraron torneos y fiestas en Medina del Campo. Fernando vesta un gran hbito de tela de oro, bordado por completo de oro, guarnecido con 147

costosa orla de cibellina, e Isabel lucia un rico traje de la misma tela de oro y sobre l una capita de terciopelo negro con grandes calados. Y cruzado hbilmente sobre su lado izquierdo, llevaba un corto manta de fino satn carmes, forrado de armio. Su collar era de oro y en su pecho ostentaba una cinta adornada con diamantes, perlas y rubes. Un ingls escribi a su pas que la bolsa de su ceidor de cuero tena un gran rub balaje del tamao de una pelota de tenis entre cinco magnficos brillantes y otras piedras del tamao de una habichuela. Esto suceda en marzo de 1489, antes del sitio de Baza. Las joyas estaban ahora en los cofres de los prestamistas de Valencia y Barcelona. Para arreglar las condiciones con Enrique VII, Isabel y Fernando enviaron a Inglaterra al doctor Puebla, de quien se dice era cojo, tacao, de mal genio, vanidoso y falso, y que, segn parece, vctima de las adulaciones del astuto rey Enrique, traicion a sus mandantes. Escribi que haba visto al pequeo prncipe Arturo durmiendo y que lo encontr grueso y rubio, pero pequeo para su edad de veinte meses. En 1479, Isabel y Fernando consintieron en los esponsales de la princesa Isabel con don Alfonso, heredero del trono de Portugal. En 1486 los vemos ofreciendo a la princesa al joven Carlos VIII de Francia, pero la regente Ana de Beaujeu rehus el ofrecimiento. Fernando e Isabel parecen haber sido algunas veces poco escrupulosos en los tratados con los inescrupulosos monarcas de aquellos tiempos. De todos modos, mantuvieron su compromiso con Portugal, y la princesa se cas por poder el domingo de Resurreccin de 1490, siendo la novia enviada a Portugal en noviembre. Tena setenta damas de honor y cien pajes, y las fiestas y torneos que se realizaron con motivo de su casamiento duraron dos semanas. El particular orgullo del corazn de la reina Isabel por el pequeo prncipe rubio haca que le llamara mi ngel. A causa de que ste pareca destinado a gobernar sobre toda Espaa, prestaba ella la mayor atencin a su salud, porque era delicado, como tambin a su educacin. La reina escogi diez nios para que fuerais sus compaeros, cinco de su misma edad y cinco 148

mayores, con quienes estaba obligado a competir de igual a igual en sus estudios y deportes; todos vivan en un pequeo palacio exclusivamente destinado para ellos, como si fuera, un rey con sus cortesanos, para que el prncipe se ejercitara anticipadamente en sus futuras tareas. Fue un da memorable para el prncipe Juan aquel en que se le permiti montar a caballo, armado de pies a cabeza, al lado de su padre, cuando el rey sali a luchar con un ejrcito de veinticinco mil hombres en 1490. Marcharon a travs de territorios moros, quemando las huertas y los campos, hasta que llegaron a la vista de las rojas torres de Granada, y all el rey arm caballero al prncipe Juan, quien tuvo por padrinos al marqus de Cdiz y al duque de Medinasidonia, dos viejos enemigos, ahora amigos. Los soberanos se propusieron, si era posible, dar trmino a la guerra en 1490, y mediante un gran esfuerzo pusieron en accin un ejrcito de cincuenta mil hombres, que march hacia Los Ojos de Hucar, a cuatro millas de Granada, donde instalaron y fortificaron un gran campamento rectangular. Cuando Isabel y las infantas llegaron, el marqus de Cdiz ofreci a la reina su propia tienda, en la que ella se instal. Una noche de julio, mientras la reina dorma, su tienda se incendi con la llama vacilante de una candela. El fuego se propag de tienda en tienda hasta que el campamento de seda y brocado se convirti en una hoguera. Despertada la reina por los gritos de los soldados, se precipit a la tienda contigua, donde dorma profundamente el rey, y lo despert. Salvaron al prncipe y a las infantas, que dorman en tiendas vecinas, y luego, escasamente vestidos, cruzaron a caballo el campamento en llamas, tratando de tranquilizar a sus hombres y detener el pnico. El fuego haba llegado ya a las barracas de madera, y en muy poco tiempo todo el campamento qued reducido a cenizas. Cuando se supo que el guardarropa de la reina haba sido destruido por el fuego, el apuesto caballero Gonzalo de Crdoba, conocido como el prncipe de la juventud, le ofreci el de su esposa. Isabel, agradecindoselo, le dijo: Vuestra casa ha perdido 149

ms en el desastre que la ma, a lo que el caballero respondi: No es un desastre el que a mi esposa y a m concede el privilegio de servir a vuestra alteza. Fernando orden a sus tropas que atacaran las murallas de Granada para mantener su moral y evitar que los moros sacaran ventaja de la desgracia. Isabel, por su parte, en lugar de descorazonarse, orden al ejrcito que trabajara en la reconstruccin del campamento, pero no en madera y seda, sino en piedra. Se trajeron piedras de las montaas cercanas, y da tras da fueron alzndose las nuevas construcciones ante la mirada de los asombrados rabes. En tres meses, el ejrcito levant una ciudad completa en medio de la llanura. Tena torres y murallas almenadas, y sus dos principales calles formaban una gran cruz. Los caballeros quisieron llamarla con el nombre de la reina, pero ella insisti en llamarla Santa Fe. Un da de agosto, en circunstancias en que la reina se haba alejado con sus hijas y el marqus de Cdiz, a caballo, seguida de una gran escolta de tropas, para ver a Granada desde una montaa, los moros los atacaron, e Isabel tuvo la oportunidad de observar a sus hombres en accin desde poca distancia. Ella se arrodill para orar, mientras el marqus y sus caballeros espoleaban sus caballos, lanzndose a la lucha. Despus de la batalla, en la que las tropas cristianas capturaron dos mil moros a costa de algunos hombres, orden que se levantara en el lugar un monasterio en honor de San Francisco, a cuya intercesin atribua la victoria. Los moros rindieron la plaza, al fin, cuando lleg el otoo. Fernando e Isabel les otorgaron condiciones magnnimas, permitindoles que practicaran su propia religin y que conservaran sus mezquitas, sus leyes, su idioma, sus costumbres y sus propiedades, con la exencin de pagar impuestos durante tres aos. Boabdil se adelant para rendirse el 2 de enero de 1492, entregando las llaves de Granada al rey Fernando, quien a su vez las entreg a la reina, y sta lo hizo al prncipe Juan. Poco despus, sobre la torre ms alta de la ciudad apareci la cruz de plata de la cruzada y al lado el estandarte de Santiago. El rey y la reina con todo el ejrcito se arrodillaron, dando gracias a 150

Dios por la victoria; y los cruzados gritaron: Santiago! Santiago! Castilla! Castilla por los invencibles monarcas don Fernando y doa Isabel! Cuatro das despus, en la fiesta de la Epifana, los monarcas entraron en la ciudad, y despus de dar gracias a Dios otra vez y or misa solemne, fueron a la Alhambra y se sentaron en los sitiales de los emires. Era la primera vez, despus de setecientos setenta y siete aos, que los cristianos volvan a ejercer su autoridad en aquel lugar. Entre los hombres ms destacados que presenciaban el triunfo se encontraban: fray Hernando de Talavera, que iba a ser arzobispo de Granada; el invariable amigo de la reina, cardenal Mendoza; el inquisidor general, fray Toms de Torquemada; Gonzalo de Crdoba, el Gran Capitn; el marqus de Cdiz y Cristbal Coln. Fue se uno de los das ms felices de la vida de la reina Isabel.

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CAPTULO XXIV

La carta del rey Fernando anunciando la cada de Granada lleg a Roma en la noche del 1 de febrero, un mes despus del acontecimiento, y el papa Inocencio VIII y todos los cardenales fueron en solemne procesin a la maana siguiente, desde el Vaticano hasta la iglesia espaola de Santiago, para ofrecer una misa en accin de gracias por la gloriosa terminacin de la pica batalla librada durante ocho siglos entre los cristianos espaoles y el enemigo extranjero. Cuando las noticias arribaron a Inglaterra, el rey Enrique VII orden a los nobles y prelados que se encontraban en la corte que fueran en procesin con el lord mayor y los regidores de Londres a la iglesia de San Pablo, donde el lord canciller us de la palabra ensalzando a Isabel y a Fernando y recordando que todos los cristianos deban regocijarse de su victoria. La procesin atraves luego la ciudad cantando el Te Deum, laudamus. En realidad, toda Europa celebr el glorioso final de la guerra que durante diez aos haba sostenido Isabel. Las campanas de las iglesias se echaron a vuelo y se encendieron fogatas desde el Mediterrneo hasta el mar del Norte. Entretanto, la fatigada reina descansaba en el hermoso palacio de la Alhambra. Todo a su alrededor eran salones sostenidos por columnas de incomparables mosaicos; estanques y surtidores; arcadas y arcos de verde follaje; brillantes colores y delicados perfumes y cantos de pjaros tropicales en el ms exuberante jardn del mundo. La reina descansaba contemplando su obra. Su gobierno de dieciocho aos y su genio haban transformado un pas en bancarrota y anegado en sangre, en una pacfica y prspera Espaa, que ahora era una de las naciones rectoras de 152

Europa. Es verdad que Espaa no era una nacin en el verdadero sentido de la palabra, porque Isabel gobernaba a Castilla y Fernando a Aragn. Pero prcticamente los reinos espaoles actuaban como uno solo, y no pasara mucho tiempo antes de que se unieran definitivamente. La reina poda dedicar ahora su atencin al proyecto de Cristbal Coln. Lo recibi en audiencia y qued evidentemente impresionada por sus palabras, pero el rey no lo estuvo tanto, probablemente porque el tesoro real se encontraba exhausto despus del largo esfuerzo de la guerra. El resultado fue que someti el asunto a una nueva comisin, que probablemente informarla en contra del mismo. Los informes escritos se han extraviado, pues Coln abandon la corte triste y enojado, resuelto a dirigirse a Francia. Una vez ms, se detuvo en el monasterio franciscano de La Rbida. Cont al padre Juan Prez lo que haba ocurrido, y es muy probable que en su desesperacin hiciera una relacin ms explcita que la que haba hecho en la corte. De todos modos, fray Juan convenci al italiano de que se quedara en el monasterio, mientras l enviaba una carta a la reina Isabel, en la que le afirmaba que Coln tena la razn y que se cometa un gran error si no ce le ayudaba. Isabel se sinti tan tocada por la carta de su antiguo confesor, que envi veinte mil maravedes en florines de oro con un mensajero para comprar nuevas ropas y una mula para Coln, pidindole que regresara a la corte. Coln volvi a Granada con la conviccin de que por fin seran recompensados sus dieciocho aos de esperas y ruegos. Todos los hombres desconfiaban escribi ms tarde, pero la reina, mi seora, Dios concedi el espritu de comprensin y gran valor. l no dudaba ahora de que ella le dara todo lo que le hiciera falta. Isabel y Fernando no estaban preparados para escuchar las condiciones que el tejedor de Liguria, de pie frente a ellos, en la sala de los Embajadores, iba a imponerles con aire seoril. Habl como quien tuviera una misin divina; l crea que la tena, y dijo que una vez oy en la noche una voz que le deca: Dios har que vuestro nombre sea repetido en modo maravilloso por toda la tierra, 153

y te dar las llaves de las puertas del Ocano, que estn cerradas con fuertes cadenas. Y dirigindose a los soberanos en el tono que empleara un monarca tratando con otro, exiga ser nombrado almirante de todos los mares y pases que descubriera, adems de virrey y gobernador de todos los continentes e islas que pudiera hallar. Deba reconocrseles el diez por ciento de todas las mercancas, como perlas y oro, que se encontrasen. Y si se produca alguna divergencia entre Asia y Espaa por asuntos comerciales, l sera el nico juez. Se reservaba el derecho de contribuir con una octava parte a los gastos de todos los barcos que salieran de Espaa para las Indias, y, en cambio, deba recibir la octava parte de los beneficios. Tales trminos eran suficientes para que el rey y la reina los consideraran absurdos. En Espaa, el ttulo de almirante estaba reservado a los personajes de sangre real, como el to del rey, don Fadrique. En Portugal y en Espaa los descubrimientos se recompensaban generalmente con capitanas y pensiones. La reina Isabel deba tambin tener en cuenta las consecuencias que acarreara la elevacin de un extranjero a tan alto cargo. Los castellanos tenan un extremado orgullo de su reino y no haban olvidado del todo que el rey Fernando era aragons. Qu pensaran ellos si de un desconocido italiano, cardador de lana, hicieran un virrey? Los soberanos dijeron no una vez ms a Coln. ste se despidi de ellos dignamente, pensando esta vez que sera para siempre, abandonando tristemente la Alhambra montado en su mula. Pasando las puertas de Granada, tom el camino hacia el Oeste. Esto ocurra a fines de enero de 1492. Parece que antes de irse definitivamente, hizo una ltima apelacin a sus amigos de la corte. Tres de ellos se apresuraron a pedir a la reina que reconsiderara su respuesta. Eran Beatriz de Bobadilla, marquesa de Moya; el tesorero de la reina, Alonso de Quintanilla, y el rico converso Luis de Santngel. Este ltimo, que haba sido multado por la Inquisicin el ao anterior, formul a la reina una conmovedora peticin en favor de Coln; y cuando la 154

reina le contest que no dispona del dinero necesario para comprar los barcos, fue l quien le mostr un camino. Como l saba que la Santa Hermandad, de la cual era uno de sus tesoreros, dispona de abundantes fondos provenientes de los impuestos, saba tambin que era posible adelantar un milln ciento cuarenta mil maravedes de esos fondos pblicos al arzobispo de Talavera para equipar la expedicin de Coln. De ah que la fuerza de polica que Isabel y Fernando restablecieran aos atrs para dar fin al crimen en sus reinos les sirviera entonces para extender su accin hacia el Oeste, hacia un mundo desconocido. Conviene hacer notar que ello se debi a la sugestin inteligente y constante de un judo cristiano. Accedieron a todas las exigencias de Coln. El contrato se firm el 17 de abril, y el almirante, ahora don Cristbal Coln, grande de Castilla, se dirigi a Palos para organizar su flota. Como castigo por una ofensa inferida a la corona, el pueblo de Palos fue condenado a proveer al descubridor de dos carabelas completamente equipadas para dos meses de navegacin, mientras el rey y la reina accedieron a costear los gastos de una tercera. La reina Isabel permaneci en Granada hasta Pentecosts, estudiando ciertos informes del inquisidor general relativos a los judos. Aunque la Inquisicin haba reprimido a los judos encubiertos y financiado con su dinero la guerra contra los moros, no haba conseguido terminar con las maniobras de los judos de la Sinagoga, que todava intentaban atraer a aquellos que se haban convertido al cristianismo. En marzo de ese ao, la reina tom una resolucin trascendental.

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CAPTULO XXV

Durante el mes de noviembre de 1941, cuando Isabel y Fernando se encontraban negociando con Boabdil la rendicin de Granada, se efectu en la desamparada ciudad de vila, no lejos de donde una vez el infortunado prncipe Alfonso fue coronado, una ejecucin que produjo importantes y trgicas consecuencias. Dos judos y seis conversos fueron quemados en la hoguera, despus de ser condenados por un tribunal de la Inquisicin bajo la inculpacin de haber secuestrado un nio cristiano de cuatro aos y de haberlo crucificado en una caverna para hacer mofa de Jesucristo. Le arrancaron, adems, el corazn para llevar a cabo un maleficio de magia destinado a causar la locura y muerte de los cristianos de Espaa, para entregar el gobierno a los judos. Esto, que nos parece inverosmil, nos induce a creer que la acusacin es un ejemplo de las crueles imputaciones de asesinatos rituales que se han hecho contra los judos en muchas pocas y lugares, aun en los Estados Unidos y en la Arabia en nuestros das, y que han sido denunciadas como falsas por varios papas. No debemos creer que los judos auspiciaran siempre oficialmente atrocidades tales como el asesinato ritual; pero debemos admitir que los judos, individualmente o en grupos, cometieron de tiempo en tiempo crmenes repugnantes y terribles motivados por su odio a Cristo y a la cristiandad. No hay duda de que algunos nios fueron muertos como resultado de las actividades de los adoradores del demonio, en las que tomaron parte judos y cristianos renegados. Est probado que algunas veces se han robado hostias consagradas de las iglesias catlicas, para ser injuriadas y ofendidas con el propsito de llevar a cabo ritos obscenos y blasfemos, como la misa negra de Pars y de otros lugares. 156

Para el espritu espaol, inflamado durante siglos de guerra en el odio a los judos por amigos de sus enemigos, no result difcil creerlos culpables de los ms atroces crmenes. Setenta judos de Segovia fueron declarados culpables en 1468, el ao de la muerte del hermano de Isabel, de haber crucificado a un nio cristiano. Y fue el obispo Juan. Arias de vila, hijo de un judo converso, quien dict la sentencia de muerte contra ellos, fuera justa o injusta. La creencia en la crueldad que se les imputaba estaba tan arraigada, que haba encontrado su expresin en una ley promulgada por uno de los antepasados de Isabel, Alfonso el Sabio: Y porque hemos odo decir que en algunos lugares los judos han hecho y hacen memoria de la Pasin de Nuestro Seor Jesucristo en una forma escandalosa, robando nios y crucificndolos, o haciendo imgenes de cera y crucificndolas cuando no pueden obtener nios, ordenamos que si tales cosas vuelven a suceder en cualquier lugar de nuestros seoros, si pueden descubrirse, todos los que estn complicados deben ser detenidos y conducidos en presencia del rey, y cuando se descubra la verdad, ordenamos se les d muerte ignominiosamente, tantos como sean. Si los judos ejecutados fueron o no culpables de los crmenes que se les atribuan o de cualquier otro crimen, es imposible juzgarlo ahora. Lo mismo podemos decir del juicio de vila en los ltimos meses de la guerra contra los moros. Un converso llamado Benito Garca fue detenido, en junio de 1490, porque unos hombres que le arrebataron su alforja en una posada encontraron en ella una hostia del altar de una iglesia. Torturado, admiti que, aunque cristiano profeso, haba sido judo encubierto durante muchos aos y que nunca haba recibido la sagrada comunin y haba hecho falsas confesiones al sacerdote. Un mes ms tarde, como resultado de la confesin de Benito y de sus amigos, un viejo judo llamado a Franco y su hijo Yuc, un joven de veinte aos, fueron arrestados y conducidos a la prisin de la Inquisicin en Segovia, que antes haba sido la casa de Beatriz, la amiga de la reina, y que su esposo, ahora marqus de Moya, la haba donado al Santo Oficio. El uso de tal casa como prisin demuestra cmo Torquemada se haba esforzado por 157

humanizar a la Inquisicin. A los pocos das el joven judo cay enfermo y se temi por su vida. Los inquisidores enviaron un mdico para que lo atendiera. Yuc suplic a ste que le enviaran a un judo que pudiera darle la consolacin de los moribundos. Los inquisidores no creyeron que Yuc se hallara en trance de muerte, pero enviaron a ste a un judo converso que era un instruido profesor de teologa, fray Alonso Enrquez, disfrazado de rabino. Durante la conversacin, el rabino pregunt a Yuc por qu haba sido detenido, y Yuc, de acuerdo con la declaracin jurada de fray Alonso y la del mdico que estaba oyendo, dijo que supona que haba sido arrestado por la muerte de un nio semejante a aquel hombre. Aquel hombre era un trmino usado por los judos para referirse a Nuestro Seor. Los inquisidores se sintieron tan impresionados, que llevaron sus pruebas a Torquemada, quien se encontraba en Segovia en el convento de Santa Cruz, y ste design a tres jueces de su confianza para que se hicieran cargo de la causa, ordenndoles que castigaran al culpable y pusieran en libertad al inocente. Fueron arrestados otros cinco conversos. Tres meses antes del arresto, Yuc dijo a los inquisidores que aproximadamente tres aos antes uno de los conversos, llamado Alonso Franco, le haba dicho que un Viernes Santo l y sus tres hermanos haban crucificado a un nio. Dos meses despus, Yuc fue formalmente acusado y sometido a juicio por haber crucificado a un nio cristiano en Viernes Santo con la cooperacin de otras personas y de haber tomado parte en el ultraje de una hostia consagrada, con la intencin de destruir a los cristianos de Espaa. El acusador fiscal peda la sentencia de muerte, diciendo: Y juro ante Dios y ante esta cruz sobre la cual pongo mi mano derecha, que no demando ni acuso al llamado Yuc Franco maliciosamente, sino creyendo que ha cometido todo lo que he dicho. Es la mayor falsedad del mundo, replic Yuc. Los inquisidores le designaron entonces dos letrados para que lo representaran, y a peticin suya le concedieron una tercera 158

apelacin, a su libre eleccin, unos pocos das despus. Sus letrados negaron los cargos que se le hacan y pidieron que se recibieran algunas declaraciones. En el siguiente mes de abril, Yuc admiti que su hermano, ya muerto, le haba contado que l y un mdico judo llamado Tasarte y cinco conversos haban tomado parte en una ceremonia de magia negra, usando una hostia consagrada, para causar la muerte de los cristianos. Despus de haber permanecido en prisin por espacio de un ao, se le hizo jurar de acuerdo con los ritos judos que l se haba hallado presente, con otros prisioneros, en una caverna situada cerca de La Guardia, y que uno de los conversos le haba enseado el corazn de un nio cristiano y una hostia consagrada, con todo lo cual Tasarte iba a hacer un hechizo para provocar la locura de los inquisidores y su muerte antes de un ao, si ellos intentaban hacer algo contra los conspiradores. Todos haban prometido guardar silencio durante un ao. El ao haba transcurrido y Yuc hizo su confesin. La misma tarde declar que haba estado presente en una caverna cuando un nio cristiano de tres o cuatro aos de edad, secuestrado por un converso, fue crucificado en una cruz de madera y amordazado, abofeteado, golpeado, escupido y coronado de espinas. Dijo que finalmente los conversos abrieron con un cuchillo el costado de la pequea vctima y le arrancaron el corazn. Yuc y su padre asistan como inocentes espectadores. Como era natural, los inquisidores se dedicaron entonces a los otros prisioneros, quienes comprometieron a Yuc y a su padre. Todos confesaron, sometidos a la prueba de la tortura, haber tomado parte en el crimen, y, careados entre ellos, ratificaron sus confesiones. Las declaraciones concordaban en todos los puntos importantes, y Juan Franco confes ser l quien haba arrancado el corazn del nio. Benito se veng entonces de Yuc declarando que ste haba arrancado los cabellos del nio y lo haban azotado entre todos, y otro converso dijo que Yuc haba hecho salir sangre de un brazo 159

del nio con un cuchillo. Se desconoce hasta estos das cul fue el nio que cay asesinado. Confesaron los conversos y judos, y judos eruditos insisten en afirmar que los cargos fueron inventados por los inquisidores. Por otra parte, alrededor de ciento cincuenta pginas de testimonios han sido encontradas y gran parte de ellas tienen el sello real. Hasta que el resto del testimonio se descubra, ser imposible asegurar, despus de tanto tiempo, si los acusados fueron o no culpables. Sabemos, a pesar de todo, que los inquisidores llevaron todas las pruebas al monasterio de San Esteban, donde Coln fue recibido con tanto cario, y sometido all a un jurado de siete de los profesos ms distinguidos de la Universidad de Salamanca. Despus de tres das, los siete eruditos entregaron un veredicto que unnimemente declaraba culpable a Yuc. Yuc fue sometido a la tortura de la cura de agua, y con el temor de ser atado a una escalera y de ser medio ahogado por el agua derramada lentamente en su boca a travs de un trapo, hizo una confesin amplia, repitiendo algunos de los detestables y blasfemos insultos dichos al nio, pero dirigidos a la persona de Jesucristo. Al da siguiente, el padre de Yuc, sometido tambin a la tortura, confirm las declaraciones de su hijo, y los conversos interrogados separadamente la confirmaron. El 11 de noviembre de 1491, los inquisidores expusieron sus conclusiones a un segundo jurado, compuesto por los hombres ms ilustrados de Avila. Eran cinco, y ellos tambin dieron un veredicto de culpabilidad. Es posible, naturalmente, que los doce jueces se equivocaran, pero parece poco probable que tantos eruditos y sacerdotes estuvieran de acuerdo en mandar a la muerte a seis hombres de cuya culpabilidad no estuvieran convencidos. No deja de ser menos probable que los dos judos y los cuatro judos encubiertos, juntamente con sus cmplices muertos, hubieran cometido un crimen de ignorancia y supersticin. La publicidad de las pruebas 160

fue quiz urdida con un fin de propaganda; resultara ms plausible que el juicio se hubiera dado a conocer, pero parece que se tuvo secreto en los archivos de la Inquisicin y slo fue dado a luz cuatro siglos despus, en 1887. Culpables o inocentes, los seis hombres fueron ejecutados el mismo mes que se rindi Granada, y todos ratificaron sus confesiones antes de morir. La noticia se divulg rpidamente de villa en villa. Se produjeron tumultos en todas partes, y un judo de Avila fue cruelmente muerto a pedradas por el populacho enardecido. Los judos de Avila, temiendo por sus vidas, enviaron a Granada una demanda de proteccin al rey y a la reina. Isabel y Fernando les hicieron llegar un salvoconducto el 16 de diciembre de 1491, prohibiendo a todos hacer dao a los judos o a sus propiedades, bajo distintas penas, escalonadas desde una multa de diez mil maravedes hasta la de muerte. Parece que Torquemada someti al rey y a la reina las evidencias y la sentencia del tribunal en el caso de La Guardia, porque dos das antes de la entrada triunfal en la capital de los moros dieron un edicto ordenando y autorizando al devoto padre fray Toms de Torquemada, prior del monasterio de Santa Cruz de Segovia, nuestro confesor y de nuestro consejo, y a los inquisidores de vila, a quienes se haban delegado algunos poderes judiciales, a usar de las propiedades confiscadas a los condenados para los gastos del Santo Oficio. Se cree que cuando Torquemada fue a la Alhambra a principios de 1492, urgi al rey y a la reina a atacar al corazn del problema judo expulsando a todos los judos de Espaa. El caso de La Guardia haba demostrado con qu persistencia los judos trabajaban a fin de destruir la influencia de la cristiandad sobre los conversos y cmo influan stos sobre los cristianos entre quienes vivan, mientras permanecieran los judos en Espaa. Aqulla era la situacin reinante, y la obra de toda la vida de Isabel y Fernando poda ser destruida. Si fue o no Torquemada quien emple este argumento, no lo sabemos; no existen pruebas fehacientes, y debemos creer que la posterior leyenda de la extraordinaria influencia de Torquemada sobre los reyes es exagerada. Ninguno de los dos necesitaba que los hostigaran contra los judos. En realidad, haban 161

estado estudiando la expulsin de los judos durante varios aos. En 1482 dieron un edicto expulsando a los judos de Andaluca, pero ms tarde, por alguna razn, suspendieron su ejecucin. El rey Fernando, en 1486, hizo expulsar a todos los judos del arzobispado de Zaragoza. La opinin pblica de Espaa pensaba que esta trgica medida obedeca a una peticin del joven prncipe don Juan. Segn el Libro verde de Aragn, el rey Fernando tena un mdico judo, el maestre Rivas Altas, quien acostumbraba llevar alrededor de su cuello una cadena de la que colgaba una bola de oro. Un da que fue llamado para atender al prncipe Juan, que a menudo estaba enfermo, el prncipe abri la bola y encontr dentro un pequeo pedazo de pergamino en el que estaba pintada una imagen de Cristo crucificado, con uno de los mdicos en una postura de innombrable e insultante obscenidad. El pequeo prncipe qued tan perturbado y disgustado, que se agrav y no mejor hasta que su padre le prometi expulsar a todos los judos. Muchos historiadores modernos se burlan de este relato, pero la verdad es que el rey y la reina permitieron que su mdico personal Rivas Altas fuera quemado en la hoguera. Nadie puede decir con certidumbre si su ejecucin tena relacin con la expulsin de los judos. Pero no hay duda de que, cualesquiera fueran sus razones, Isabel y Fernando estaban dispuestos desde haca varios aos a proceder de acuerdo con los hechos, y esperaban probablemente el fin de la guerra contra los moros para seguirlos. El juicio y ejecucin de los judos y conversos en vila y la indignacin que provoc ese episodio adelantaron su decisin, o a lo menos les dio la ocasin de llevar a cabo los propsitos que tenan en su mente. El ltimo da de marzo de 1492 dieron un edicto ordenando a todos los judos abandonar sus reinos antes del 1 de julio, no pudiendo llevar consigo oro, plata, ni moneda acuada. Alegaban que, a pesar de la Inquisicin, persiste y es notorio el dao que se sigue a los cristianos de las conversaciones y comunicaciones que tienen con los judos, los cuales han demostrado que tratan siempre, por todos los medios y maneras posibles, de pervertir y apartar a los cristianos fieles de nuestra fe catlica, y atraerlos a su malvada opinin. 162

Se haba comprobado plenamente que los crmenes y ofensas de los judos contra la fe aumentaban diariamente y que ninguna otra medida que no fuera la expulsin poda modificar ese estado de cosas. Algunas veces se cerraba un colegio a causa de algn serio y detestable crimen, y el inocente sufra con el culpable. Se haca, pues, necesario que aquellos que pervierten la buena y honesta vida de las ciudades y villas, por la contaminacin que puedan causar a otros, sean expulsados de entre pueblos. Por esta razn, Isabel y Fernando, despus de consultar a muchos prelados y nobles y caballeros de nuestros reinos y a otras personas de ciencia, y en nuestro Consejo habiendo deliberado mucho sobre el tema, hemos decidido ordenar a los mencionados judos, hombres y mujeres, abandonar nuestros reinos y no volver ms a ellos. Solamente a los judos que se bautizaran antes del 1 de julio se les permitira quedarse. Pero ms tarde el plazo fue prorrogado hasta el 2 de agosto. Se dice que Abrahn Senior, jefe rab de Castilla, ofreci a los soberanos treinta mil ducados para que revocaran el dicto. Cuando ellos se negaron, recibi el bautismo junto con su hijo y tom el nombre de Fernn Prez Coronel. La mayor parte de los judos, a pesar de todo, comenzaron a vender sus bienes, preparndose para partir. Cuando el rey y la reina les enviaron sacerdotes para predicarles el Evangelio, sus rabinos le dijeron que todo aquello era falso y les aseguraron que si permanecan firmes y dejaban la ciudad, Dios los favorecera con milagros y les dara salud, bienestar y honor, como lo haba hecho al pueblo de Israel cuando huy de Egipto. Estaban heredados en las mejores ciudades escriba Bernldez , y en las tierras ms gruesas y mejores..., y todos eran mercaderes e vendedores e arrendadores de alcabalas e rentas de achaques y hacedores de seores, tundidores, sastres, zapateros, curtidores, zurradores, tejedores, especieros, buhoneros, sederos, plateros y de otros semejantes oficios; que ninguno rompa la tierra, ni era labrador, ni carpintero, ni albail, sino todos buscaban oficios holgados, e de modo de ganar con poco trabajo; era gente muy sotil, y gente que viva comnmente de muchos logros e usuras con los cristianos, y en poco tiempo muchos pobres dellos eran 163

ricos. Eran entre s muy caritativos los unos con los otros. Aunque pagaban sus tributos a los seores y reyes de las tierras de donde vivan, nunca de ello venan en mucha necesidad, porque los concejos dellos, que llamaban alijamos, suplan por los necesitados... Haba entre ellos muy ricos hombres, que tenan muy grandes faciendas y riquezas que valan un cuento y dos cuentos y tres; personas de diez cuentos, donde eran, as como Abrahn Seor que arrendaba la masa de Castilla. Cuando se aproxim la poca en que tenan que marcharse, los judos ricos sufragaron los gastos de los judos pobres, de tal manera que slo unos pocos se convirtieron al cristianismo y permanecieron en Espaa. Los restantes vendieron sus propiedades con grandes prdidas. Un judo daba una casa por un asno y una via por un tapiz o un trozo de lienzo. Sin embargo, se afirma que consiguieron llevar con ellos una gran cantidad de oro y plata. Se hizo comn la historia de que abollaban con los dientes piezas de oro que luego tragaban, llevndolas en sus vientres, y se cree que una mujer juda se trag treinta ducados. Todos los nios y nias mayores de doce aos fueron casados, para poder as cada nia viajar bajo la proteccin de su marido. Y de esta manera, dejando toda su gloria detrs de ellos y confiando en las vanas esperanzas de la ceguedad escribe el cura de Los Palacios, se metieron al trabajo del camino y salieron de las tierras de sus nacimientos, chicos e grandes, viejos e nios, a pie y en caballos o asnos y otras bestias, y en carretas, y continuaron sus viajes cada uno a los puertos que haban de ir; e iban por los caminos y campos, por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros levantando, otros moriendo, otros naciendo, otros enfermando, que no haba cristiano que no oviese dolor de ellos, y siempre por do iban les convidaban al baptismo..., y los rabes les iban esforzando y facan cantar a las mujeres y mancebos, y taer panderos y adujos para alegrar la gente. Por fin se hicieron a la mar en veinticinco navos, pero tuvieron que sobornar con diez mil ducados al pirata Frogosa para que les permitiera salir de Cartagena. Evidentemente, haban encontrado algn medio para burlar la real orden en lo relativo al dinero. 164

Sin embargo, algunos volvieron a Castilla y fueron bautizados. Pero la mayor parte pasaron a Argelia y de all a Fez. Otros se dirigieron a Portugal, donde se les permiti la entrada mediante el pago de un fuerte impuesto. Algunos fueron a Navarra; otros se dirigieron a los Balcanes, donde an hoy sus descendientes hablan un dialecto salpicado de palabras espaolas del siglo XV. Los judos que fueron al frica tuvieron que padecer la crueldad y codicia de los moros. Pagaron al rey de Fez para que los protegiera, pero ste recibi el dinero que le dieron, y despus orden que les robaran. Soldados musulmanes violaban a las mujeres y jvenes judas ante los propios ojos de los esposos y hermanos, matando a los que se atrevan a protestar. Evidentemente, estos brbaros crean tambin que las mujeres judas haban tragado oro, porque despus de deshonrarlas rasgaban sus vientres con cimitarras para buscar los ducados. Algunos de los sobrevivientes llegaron a Fez tambaleantes, desnudos, muertos de hambre, con enjambres de asquerosos bichos; otros volvieron a Espaa, convencidos de que sus sufrimientos eran el castigo merecido por haber rechazado a Cristo, y rogaron que se les bautizara. Entre ellos haba varios rabinos, y Bernldez declara haber bautizado a diez o doce, que confesaron que sus ojos se abrieron al fin a las verdades de las profecas de Isaas relacionadas con el nacimiento, pasin y resurreccin de Cristo, el cual confesaban que verdaderamente era el Mesas, del cual decan que haban estado ignorantes por impedimento de sus antepasados, que les haban prohibido, bajo la pena de excomunin, leer u or las Escrituras de los cristianos. Se cree que ciento sesenta mil judos abandonaron Espaa. Qued, por supuesto, un gran nmero de descendientes de judos, probablemente entre tres y cuatro millones, que haban recibido el bautismo cristiano. Isabel y Fernando comprendieron que al fin haban librado a sus reinos de la influencia juda, haciendo posible una permanente prosperidad, aunque era indudable que obligando a los judos a bautizarse violaban un principio fundamental del cristianismo, sobre el cual la Iglesia catlica siempre haba insistido. Estaban 165

sumamente disgustados con el papa Alejandro VI, porque recibi en Roma a algunos de los judos refugiados. Varios de stos haban sido atacados de peste en los barcos. Los judos de Roma, temiendo tal vez que los contagiasen, ofrecieron al papa una gran cantidad de dinero si les prohiba desembarcar. Alejandro necesitaba dinero, pero rehus indignado el ofrecimiento de los judos romanos y autoriz a los judos espaoles a desembarcar y los recibi con paternal benevolencia. Por esta causa, aunque era un Borgia nacido en Espaa, en su pas nativo se referan a l desdeosamente, llamndole el marrano y el judo.

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CAPTULO XXVI

Coln zarp del puerto de Palos al da siguiente del xodo de los judos. Era viernes, da siempre venturoso para l y para Espaa, y tena viento favorable, que soplaba firmemente del Este. La tarde del da anterior, l y sus hombres confesaron sus pecados a fray Juan Prez en la capilla del monasterio franciscano de La Rbida, y esa maana, primer viernes del mes, recibieron la sagrada comunin, ponindose bajo la proteccin de Dios. Despus que el buen prior bendijo los barcos, las insignias de la santa cruz y las del rey y de la reina fueron izadas en el palo mayor, y a las ocho, cuando las mujeres de Palos dieron el ltimo adis a sus hombres, el almirante lev anclas en la barra de Saltes, en el nombre de la Santsima Trinidad con estas palabras comenzaba todas sus empresas y se hizo a la mar. Fue un momento solemne para Coln y para todo el gnero humano, porque lo mova el elevado propsito de convertir al mundo entero a la fe catlica. En su diario, destinado al rey y a la reina, escribi: Vuestras altezas, como prncipes cristianos y catlicos amando la santa fe cristiana y su difusin, y enemigos de la secta de los mahometanos y de todas las idolatras y herejas, han decidido enviarme a m, Cristbal Coln, a las dichas regiones de las Indias, para ver a los mencionados prncipes y los pueblos y tierras y saber su disposicin y de todo, y las medidas que pudieran adoptarse para su conversin a nuestra santa fe. Haba obtenido sus barcos y tripulaciones con las mayores dificultades. El pueble de Palos le opuso tantos obstculos, que Isabel y Fernando se vieron obligados a recordarle enrgicamente que Coln era oficial de ellos. El dinero que aport la corona parece haber sido insignificante, pero Coln obtuvo cierta suma de 167

Martn Alonso Pinzn, el ms experto capitn de mar de Palos, quien tambin ayud al almirante a encontrar marineros para su peligrosa expedicin. Se alistaron noventa hombres de mar, incluyendo a un judo converso, que iba en calidad de mdico, un ingls y un irlands de Galway. Los barcos eran buenos, slidos, barcos de vela bien adaptados a la travesa, pero tan pequeos como la seguridad lo permita, con el fin de que fueran aptos para entrar en puertos estrechos y costear playas desconocidas. La nave capitana de Coln era la Mara Galante, a la que l llam la Santa Mara, en honor de la Santsima Virgen; tena alrededor de ciento veintiocho pies de largo y veintisis de manga en el puente principal, y llevaba una tripulacin de cincuenta y dos hombres. La Pinta y La Nia eran ms pequeas, llevaban cada una dieciocho hombres de tripulacin, y eran capitaneadas por Pinzn y su hermano. Mientras la gallarda y pequea flota navegaba hacia el Oeste para enfrentarse con los terrores de un ocano desconocido, que cierta gente crea lleno de remolinos y monstruos mitolgicos, la reina Isabel permaneca en Crdoba, haciendo una vida muy apartada y llevando el luto ms riguroso por la muerte de don Rodrigo Ponce de Len, marqus duque de Cdiz, el extraordinario hroe de la guerra contra los moros y el dolo de todas las damas de Espaa. Por extraa coincidencia, su antiguo enemigo, el duque de Medinasidonia, lo sigui a la tumba una semana despus. Despus de los funerales, la reina y la corte se dirigieron a Zaragoza y desde all a Barcelona, para pasar el invierno. A lo largo de su viaje, por un sinuoso camino hacia la costa del Este, se ofrecan a Isabel numerosas pruebas del glorioso xito de su desvelo. Andaluca era un jardn prspero, y Castilla produca abundantes trigos y cereales. Miles de hombres, a quienes la escasez de otros tiempos, condujera desesperadamente al crimen, ganaban su sustento en distintos quehaceres. Las grandes industrias de vidrio de Barcelona competan con las de Venecia. De los telares de Castilla se exportaban finas lanas a toda Europa. Las industrias de la seda de Sevilla empleaban unos ciento treinta mil operarios; el comercio de cueros de Crdoba era floreciente; 168

Granada haca terciopelos demasiado finos para ser imitados; Toledo y Valencia tejan exquisitas alfombras. Hasta las grandes extensiones de desiertos sin vegetacin comenzaban a florecer otra vez bajo la decisin de la reina, que orden que se plantaran rboles y comenz un plan de reforestacin que desgraciadamente no continuaron sus sucesores. Libre de las preocupaciones de la guerra, se entregaba ahora a las actividades que fueran tan dilectas de su padre, transformndose en una protectora generosa de todas las ciencias y las artes. Estimul los primeros pasos de la botnica y de la zoologa. Alonso de Crdoba le dedic sus tablas astronmicas, y, bajo el patronato del tutor del prncipe Juan, el obispo Diego de Deza, el clebre astrlogo judo Abrahn Zacuto prepar su Almanach Perpetuum, con tablas del Sol, la Luna, y las estrellas, que us Coln en sus viajes. Los estudios de medicina prosperaron, y el rey y la reina fundaron grandes hospitales en Granada, Salamanca y Santiago. Uno de los tutores del prncipe Juan inaugur un vasto campo en los estudios de arqueologa y form una coleccin de inscripciones, mientras el profesor Lebrija estudiaba en Mrida los circos romanos. Isabel y Fernando fundaron varias universidades, las ms importantes de las cuales fueron las de Salamanca y Alcal de Henares, donde ensearon algunos de los ms notables humanistas del Renacimiento. Los estudios superiores se hicieron tan populares, que el gran erudito Erasmo pudo escribir: Los espaoles han alcanzado tal encumbramiento en literatura, que no slo provocan la admiracin de las naciones ms cultas de Europa, sino que adems les sirven de modelo. El espaol medieval, al igual que los griegos, consideraba la msica como parte esencial en toda educacin, y nadie era tenido como instruido si no era capaz de cantar y tocar varios instrumentos. La msica era considerada especialmente necesaria para los reyes y los prncipes. Por medio del canto escriba el historiador jesuita Mariana pueden aprender los prncipes cun fuerte es la influencia de las leyes, cun til es el orden en la vida, cun suave y dulce es la moderacin en nuestros deseos. El rey debera cultivar la msica para distraer su espritu, para temperar la 169

violencia de su carcter y armonizar sus sentimientos. Estudiando msica, comprender que la felicidad de una repblica consiste en la exacta proporcin y en el justo acuerdo de las partes. Isabel aplic este principio a la educacin del prncipe Juan. No slo se le ense a cantar y a tocar diestramente el arpa, sino que se le rode de msicos. Isabel tena pasin por el arte, y adonde fuera, aun en el campo de batalla, llevaba msicos con ella. Garcilaso de la Vega, a quien envi como embajador a Roma, era un excelente arpista. Uno de sus vasallos, Francisco Pealosa, fue uno de los msicos ms famosos del coro papal de Roma, donde Palestrina, medio siglo despus, establecera las bases de la msica moderna. Hasta cuando Isabel iba a los campamentos militares llevaba con ella a los cuarenta cantores escogidos de su coro, sin contar los organistas, tocadores de violn, de lad, clavecn, flauta y otros instrumentos. El prncipe Juan contaba entonces quince aos. Uno de sus mejores preceptores era Pedro Mrtir de Anglera, erudito que haba venido de Italia para alistarse en el ejrcito armado contra los moros. Era tan elocuente, que cuando dio una conferencia sobre Juvenal en la Universidad de Salamanca, en 1488, los alumnos lo cargaron sobre sus hombros en seal de triunfo, como si se tratara de un atleta victorioso. Bajo su tutela, el prncipe hizo rpidos progresos. En esta poca, Juan viva en su propia casa, con sus diez compaeros, como un joven monarca rodeado de su corte. En algunas ocasiones la reina enviaba letrados y hombres de Estado de su Consejo para que se reunieran con l, y ste les planteaba problemas prcticos, y gravemente opinaba sobre problemas reales o imaginarios de alto vuelo. Las actividades de Isabel en tiempos de paz eran tan agotadoras como sus heroicos esfuerzos durante la guerra. Nunca permiti que sus obligaciones le impidieran cumplir sus deberes para con su marido y sus cinco hijos. Se dice que le haca las camisas a Fernando. Iluminaba manuscritos. Como oyera que en un convento de monjas se haba relajado un tanto la disciplina, tom su rueca y se pas todo un da trabajando en ella afanosamente, dando el ejemplo a las monjas. Trataba de ser una 170

madre para todos sus sbditos. Nada era demasiado nimio para su cuidado. Dict un decreto contra los funerales costosos y pomposos, por los que los espaoles tenan especial debilidad, aduciendo que era impropio de ellos, como cristianos que crean en la inmortalidad del alma, gastar tanto dinero en el cuerpo podrescible. Fue por este tiempo cuando la reina eligi confesor suyo a quien ms adelante iba a ser uno de los mayores hombres de Estado de Europa. Era un fraile franciscano, Jimnez de Cisneros. El cardenal Mendoza se lo recomend a la reina cuando sta lo visit durante su ltima enfermedad, para consolarlo y recibir de l su ltimo consejo para el gobierno del reino al que haba servido tanto tiempo y tan bien. Y, como de costumbre, su consejo result excelente. Jimnez de Cisneros era un humilde sacerdote asceta, nacido de padres pobres, que se haba educado con una beca gratuita en Salamanca y gradudose con altas calificaciones. En una ocasin ofendi al arzobispo Carrillo, y el impulsivo y viejo guerrero lo encerr en la prisin, donde lo mantuvo seis aos; pero durante esos seis aos Jimnez se hizo dueo de s mismo. Isabel pidi entonces al papa que nombrara a Jimnez de Cisneros arzobispo de Toledo en reemplazo de Mendoza. El rey Fernando se opuso, porque quera que fuera designado su hijo natural, el joven arzobispo de Zaragoza. Pero Isabel se sali con la suya, como de costumbre, y el papa Alejandro design a Jimnez de Cisneros. Cuando Jimnez de Cisneros se enter de la bula papal, un Viernes Santo, se puso plido y abandon rpidamente la corte. Fueron necesarios seis meses de splicas de parte de la reina y una segunda bula del papa Alejandro ordenndole obediencia, para que aceptara el honor. Aun despus de su elevacin, continu llevando su hbito de algodn, durmiendo sobre una tabla desnuda y comiendo la sencilla comida del convento. A no ser por la insistencia de la reina y del papa, Cisneros no habra vestido las esplendorosas vestiduras propias de su cargo. No obstante, continu usando sobre sus carnes un cilicio debajo de la seda y tela de oro de sus vestiduras. Tal era el hombre que dirigi 171

espiritualmente a la reina Isabel desde 1492 hasta el final de la vida de sta. Con su ayuda, reform la Iglesia de Espaa. Fue l quien fund la Universidad de Alcal. Uno de sus ms grandes trabajos fue el de reunir la Biblia Polglota Complutense, que comprenda todos los textos conocidos de la Sagrada Escritura en varias lenguas. Este trabajo le tom muchos aos, durante los cuales se vali de los ms grandes doctores de Europa, escudriando en todas las bibliotecas. Despus de la muerte de Isabel, Cisneros evit una guerra civil en Espaa; fue inquisidor general; despus de la muerte de Fernando ejerci la regencia, gobernando con gran sabidura, salvando la unidad de Espaa, que tanto haba costado; dirigi una cruzada al frica a sus expensas, y, finalmente, fue recompensado con la ingratitud del joven emperador Carlos V, quien, al subir al trono, sumariamente destituy al ms grande primer ministro de la historia de Espaa. Fernando e Isabel tuvieron siempre varios secretarios constantemente ocupados en mantener correspondencia con todos los prncipes de Europa. Escriban casi todos sus mensajes en clave, y los de carcter importante se enviaban por tres diferentes correos que viajaban por distintos caminos: tan peligroso era viajar en aquella poca. Uno de los mensajes cifrados enviados por la reina Isabel al doctor Puebla, a Londres, en el curso del ltimo ao de la guerra contra los moros, deca: Considerando la cuestin si la ciudad de 102 debe ser 90 39, 90, estamos construyendo una 188 all donde esperamos reunir buenas 97 y todo lo necesario para 94, 102 al menos para tenerla tan estrechamente vigilada que 39 sea necesario a 94 por ahora. Descifrado, significaba: Considerando la cuestin si la ciudad de Granada debe ser conquistada o no conquistada, estamos construyendo una fortaleza all (Santa Fe), donde esperamos reunir buenas tropas y todo lo necesario para sitiar a Granada o al menos para tenerla tan estrechamente vigilada que no sea necesario acosarla por ahora.

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CAPTULO XXVII

El rey Fernando era un hbil y astuto hombre de Estado. Tena que tratar con maestros de la falsedad tales como Luis XI, Enrique VII, Ludovico Sforza de Miln y Felipe el Hermoso, y les hizo frente con sus mismas armas. Estaba formndose una nueva y peligrosa Europa. Inglaterra, bajo el mezquino aunque sagaz Enrique VII, se transformaba en una potencia digna de tomarse en cuenta. El cetro de Francia haba cado en las temibles manos de Carlos VIII, un enfermo de veintids aos de edad que gozaba imaginndose un Csar o un Carlomagno. Carlos deseaba emprender una cruzada para rescatar el Santo Sepulcro de Jerusaln, pero, faltndole la generosidad de los verdaderos cruzados como Ricardo Corazn de Len y San Luis, y habiendo heredado por la casa de Anjou un derecho irrealizable, acariciaba el egosta proyecto de apoderarse de paso del reino de Npoles. En esta oportunidad, mientras el rey Ferrante de Npoles sitiaba a Roma, el papa Inocencio VIII apel a Carlos para que le protegiera. El sucesor del papa Inocencio, elegido en 1492, fue el cardenal espaol Borgia, que tom el nombre de Alejandro VI. Experimentando en los asuntos papales, esplndido ejemplo de masculinidad a sus sesenta aos, el nuevo pontfice inspir general confianza cuando prometi ser un padre para la cristiandad y unir a Europa contra los musulmanes. Como el rey Fernando, quera mantener a Carlos VIII fuera de Italia, temiendo que los franceses dominaran todo el pas, trastornando el equilibrio poltico de Europa. El rey Fernando entrevi la oportunidad para sacar algo de Carlos aparentando, mientras, favorecer sus planes. Pidi al joven 173

rey la devolucin del Roselln y Cerdea, pertenecientes a Aragn, y Carlos consinti en ello en el tratado de Barcelona, firmado el 8 de enero de 1493. Por el mismo tratado, Fernando prometa no oponerse a la cruzada de Carlos y asisti contra todos sus enemigos, excepto el papa. Esta ltima clusula fue insertada por el astuto Fernando en virtud de excelentes razones, pero Carlos fue completamente engaado y continu los preparativos para conquistar Italia. Hacia esta poca se intent asesinar al rey Fernando. Todos los viernes acostumbraba ste celebrar una audiencia pblica, donde los pobres podan obtener justicia gratuitamente, sin dilaciones y sin caer bajo la voracidad e hipocresa de los abogados. Naturalmente, estas audiencias eran populares, y Fernando se vea rodeado de demandantes desde la maana hasta la noche. Un viernes se levant de su silln de justicia a las doce, despus de escuchar declaraciones desde las ocho, descendiendo unos cuantos escalones. De pronto, un loco, saltando rpidamente, le atac por la espalda con un alfanje, causndole una profunda herida que le interes desde la parte superior de la cabeza hasta el odo, y desde el cuello hasta los hombros. Un gran alboroto se levant en la ciudad, y la reina Isabel, que estaba a la ventana de su palacio, oy gritar al pueblo: El rey ha muerto! Han asesinado al rey! El estado de ste fue delicado durante varios das. La reina permaneca al lado de su cama da y noche, mientras el pueblo de Barcelona ofreca peregrinaciones y penitencias por su salud. Isabel, en su ansiedad escribi a su antiguo confesor, Talavera, a la sazn arzobispo de Granada: Muy piadoso y reverendo padre: Como vemos que los reyes, como los dems hombres, estn expuestos a mortales accidentes, es razn para que deban estar siempre preparados para la muerte. Digo esto, aunque no dud nunca, y he reflexionado mucho sobre ello; porque la grandeza y prosperidad me hacen pensar ms, y temer llegar al final de la vida sin suficiente preparacin. Pero hay mucha distancia de la firme 174

creencia de que una cosa ocurrir, a su experiencia concreta. Y como el rey, mi seor, ha visto la muerte a su mano, la experiencia ha sido ms real y ms duradera que si yo misma hubiera estado a punto de morir; que ni en el momento de dejar mi alma el cuerpo sufra nada semejante. No puedo decir ni explicar lo que sufr. Realmente, antes de que vea la muerte tan cerca de nuevo y quiera Dios que no sea en un modo semejante, quisiera estar en otras disposiciones que en las que estaba en ese momento, particularmente respecto a mis obligaciones. Informaos de todos los casos en que parezca que debe darse restitucin o satisfaccin a personas interesadas, y cmo puede efectuarse esto; enviadme un memorndum de ello, y ser para m la mayor paz del mundo el tenerlo. Y tenindolo, y conociendo mis deudas, trabajar para pagarlas. En una carta posterior corrige ciertos datos de su primitiva versin del atentado contra el rey: La herida no era tan grande como el doctor Guadalupe dijo porque no tuve valor para mirarla, de que penetraba cuatro pulgadas, y tena doce de largo. Mi corazn tiembla al hablar de ello... Pero Dios, en su misericordia, decret que la herida no fuese en un sitio donde fuera mortal, dejando sin tocar los nervios y la espina, quedando pronto evidente que no haba peligro de muerte. Despus, la fiebre y el temor de una hemorragia nos alarmaron; al sptimo da, estaba tan bien, que os envi una carta por un correo, aunque se hallaba muy cansado por falta de sueo. Y despus del sptimo da tuvo un acceso de fiebre tan grande, que sufri los mayores tormentos que padeciera. Y eso dur un da y una noche, de la que no dir lo que San Gregorio dice en su oficio del Sbado Santo, sino que fue una noche de infierno; podis creer, padre, que nunca se vio tan claro el amor que le tena el pueblo, porque los oficiales cesaron sus trabajos y nadie hablaba entre s. Por todas partes haba peregrinaciones y procesiones, limosnas y ms confesiones que en Semana Santa; y eso sin que nadie lo pidiera. Y en las iglesias, y en los monasterios, noche y da sin cesar, rezaban diez o doce frailes; no puede contar uno todo lo que sucedi. 175

Dios, en su bondad, quiso compadecerse de nos, porque cuando Herrera nos dej, llevndoos otra carta ma, su seora estaba muy bien, como os lo dije. Y contina as, gracias sean dadas a Dios, y ya puede levantarse e ir de un lado a otro. Maana, si Dios quiere, estar ya presto para montar a caballo, e ir por la ciudad a visitar la casa donde vamos a ir a vivir. Y fue tan grande nuestro placer al verlo, como lo fuera nuestra tristeza antes; ya hemos vuelto todos a la vida! Y todo el mundo llora de alegra. No s cmo dar las gracias a Dios por tal beneficio; muchas virtudes no seran suficientes para hacerlo. Y qu har yo que no tengo ninguna? Quiera Dios que en adelante le sirva como deba. Vuestras oraciones y vuestros consuelos me ayudarn en esto, como siempre lo he esperado. Despus de varios das, Fernando se restableci, y declar que su dolencia era un castigo de sus pecados. Se poda ver a la buena gente de Barcelona caminando descalza por las calles; y algunos fueron de rodillas a varias iglesias y santuarios, como lo haban prometido durante la enfermedad El claro conocimiento que Isabel tenia de sus pecados parece ser la consecuencia de una conciencia muy humilde y sensible, porque todos los investigadores estn de acuerdo en que Washington lrving tena razn al llamarla uno de los ms puros y hermosos caracteres de las pginas de la historia. Cun humildemente se juzgaba a s misma esta autocrtica reina podemos inferirlo de una de sus cartas a Talavera, justificndose de permitir a las damas y caballeros comer a la mesa juntos, y autorizar corridas de toros contra su mejor parecer. Ms an: cuando el viejo arzobispo le escribi que haba odo murmurar de la riqueza del vestido que luciera en ciertas ocasiones, ella se defendi con vigor, aduciendo que su vestido no era nuevo, y que en realidad estaba hecho de seda con tres bandas de oro, lo ms sencillo posible, y lo haba llevado otra vez en presencia de los mismos embajadores franceses, lo cual no dejaba de ser humillante para una dama. Admita que algunos de los trajes de los hombres eran extravagantes, pero no se haban hecho por orden suya, ni ella haba dado el ejemplo. Con todo su coraje y determinacin, Isabel era muy femenina. 176

Poco tiempo despus del restablecimiento del rey, dos de los ms poderosos conversos de la corte, Luis de Santngel y Gabriel Snchez, recibieron cartas de Cristbal Coln, de quien no se tenan noticias desde su salida de Palos ocho meses antes. Por qu razn el almirante escribi primero a estos judos que al rey o la reina, es cosa todava no averiguada. Quiz escribiera a los soberanos y sus cartas se perdieran de algn modo. En la que escribi a Snchez manifestaba que a los treinta y tres das de su partida haba llegado al mar de la India y descubierto varias islas, a la primera de las cuales haba llamado San Salvador. Estas islas son hermosas en apariencia, y presentan gran diversidad de paisajes. Pueden atravesarse por todas partes y estn adornadas con gran variedad de frondosos rboles, que cuando los vi estaban tan verdes y florecientes como en Espaa en el mes de mayo, algunos cubiertos de flores, otros cargados de fruto, segn las diferentes especies y su tiempo de fructificacin... El ruiseor y muchos otros pjaros estaban cantando, aunque era el mes de noviembre cuando yo visit aquella deliciosa regin. Coln agregaba que los habitantes estaban desnudos, eran tmidos, pacficos, honestos y tan generosos, que dan su algodn y oro, como idiotas, por un pedazo de vidrio, herraduras, cascos y naderas, al extremo que prohibi tal trfico por razn de su injusticia. Deca que en otras islas cercanas habitaban indios canbales, y que haba odo hablar de otra isla donde la gente no tena pelo y posea una gran cantidad de oro. Finalmente aseguraba que l podra proveer a sus altezas de cualquier cantidad de oro, drogas, algodn y otras mercaderas, y de tantos esclavos para el servicio de la marina como fueran necesarios. Todava se mantiene en el misterio la razn por la cual Coln subray en sus cartas a los dos conversos la posibilidad de obtener ganancias comerciales y de realizar un floreciente comercio de esclavos, cuando en sus tratos con el rey y la reina haba recalcado su altsimo propsito de convertir a todo el mundo al catolicismo. Pero las intenciones de los hombres aparecen algunas veces mezcladas. No obstante el hecho de que los judos se haban beneficiado durante siglos con el trfico 177

de esclavos en Europa, no existe prueba alguna de la moderna aseveracin de que Santngel ayud a Coln con la esperanza de obtener grandes ganancias en el trfico de esclavos y que Coln era tambin de origen judo. De todos modos, la sinceridad de la fe en Cristo del gran descubridor est por encima de toda cuestin. Poco tiempo despus, llegaron cartas a la corte desde Portugal, dejando constancia de que el almirante, arrojado por una tormenta, se encontraba en el puerto de Lisboa, donde haba sido recibido con honores reales por el rey Juan. Luego emprendi el camino de Barcelona, para informar personalmente a sus altezas.

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CAPTULO XXVIII

A mediados de abril lleg Coln a Barcelona, rodeado de un esplendoroso entusiasmo. Muchos jvenes nobles y mercaderes salieron a recibirlo fuera de las puertas de la ciudad, como si se tratara de un vencedor romano que volviera de la guerra. Los primeros que entraron en la ciudad fueron los seis indios que el descubridor haba trado de las tierras de Kubla Kan, pintados y majestuosamente resplandecientes de oro. Les seguan los marineros de las tripulaciones del almirante, llevando loros vivos, pjaros disecados, animales de las Indias y armas y enseres de los naturales. Detrs iba Coln, a caballo, con jubn de seda y calzas y un gorro nuevo de terciopelo, y colgando de sus hombros un vistoso manto. Era el almirante del mar Ocano, que apuraba al mximo ese momento, con el que durante tantos aos haba soado, como si su alma potica ya le susurrara que despus de seis meses de gloria no sera ms que un hombre olvidado. Para honrar al hombre que crea haber llegado a los mares de la China y el Japn, el rey y la reina ordenaron que sus tronos fueran colocados delante de la catedral bajo un dosel de brocado de oro, y all lo recibieron con el prncipe Juan a un lado y el cardenal de Espaa al otro; y cuando l se arrodill para besar sus manos, le alzaron como si se tratara de una persona de la ms alta calidad, suplicndole que se sentara: cortesa slo concedida en Castilla y Aragn a los prncipes de la sangre. El hijo del cardador de lana, con su grave y graciosa dignidad, les relat todo lo que haba visto, La sustancia de su relato puede todava leerse en su diario. Se haba detenido en las Canarias, y el 6 de septiembre, despus de distintas reparaciones, sigui audazmente hacia el Oeste. Al undcimo da vieron parte del mstil 179

de un barco de alrededor de ciento veinte toneladas, que flotaba en el agua. En la noche del decimoquinto da vieron caer del cielo un maravilloso ramo de fuego en la mar, lejos de ellos cuatro o cinco leguas. Lloviznaba al da siguiente, pero en adelante tuvieron tiempo muy agradable. Era placer grande el de las maanas escribi el almirante, que no faltaba sino or ruiseores, y era el tiempo como abril en el Andaluca. Animaba a los marineros mostrndoles algunas manchas de hojas verdes, y deca: Porque la tierra firme hago ms adelante. Pero al decimosptimo da los marineros se aterrorizaron cuando el almirante comprob, por primera vez en la historia, que la aguja magntica se desviaba un grado entero del Norte. Coln hall una explicacin muy ingeniosa para tranquilizar a sus hombres: el comps no haba variado, pero la estrella del Norte, en vez de permanecer estacionaria, segn todos suponan, evidentemente oscilaba alrededor del polo como una linterna. Poda pedirse nada ms sencillo? Despus de esto iban muy alegres todos, y los navos quien ms poda andar, andaba por ver primero tierra. Vieron toninas y un cangrejo vivo. El almirante dijo que haba visto un pjaro blanco llamado rabo de junco, que no suele dormir en el mar. El da 19 lleg a bordo un alcatraz, y a la tarde vieron otro, que no suele apartarse veinte leguas de tierra; vieron unos llovizneros sin viento, lo que es seal cierta de tierra. Estaba entonces en medio del ocano Atlntico. El viento soplaba tan firmemente desde el Este, que los marineros empezaron a decir que nunca soplaba en otra direccin en ese ocano, y que, por lo tanto, nunca podran regresar a sus hogares, debiendo navegar siempre hacia el Este. Por fortuna, el da vigsimo segundo cambi el viento. El almirante, viendo la, mano de Dios en todas las cosas, dijo: Mucho me fue necesario este viento contrario, porque mi gente andaban muy estimulados. Al da siguiente el mar estaba tan manso y tranquilo, que los marineros murmuraban diciendo que haban llegado a un mar donde no soplaban vientos. Pero pronto quedaron sorprendidos al ver que se formaban olas sin viento alguno. El almirante record: As que muy necesario me fue la mar alta, que no pareci, salvo 180

el tiempo de los judos, cuando salieron de Egipto contra Moiss, que los sacaba de cautiverio. Discrep con Martn Alonso Pinzn. Al atardecer del 25 de septiembre, Pinzn grit que haba visto tierra, y la tripulacin de La Pinta cant el Gloria in excelsis Deo, al que se unieron las otras tripulaciones. En aquella poca, los marineros solan cantar mientras trabajaban, y el almirante haba ordenado que todas las tardes cantaran el hermoso himno llamado Salve Regina. Pero en esta ocasin el canto de las noventa voces termin en un mustio y desconsolado silencio, cuando vieron que la tierra no era ms que una nube. El almirante comenz a disimular ante la tripulacin la verdadera distancia recorrida. El 1 de octubre dijo a sus hombres que haban navegado quinientas ochenta y cuatro leguas, cuando en realidad sus verdaderos clculos arrojaban setecientas siete. Todos los das descontaba algunas leguas del cmputo diario. El tiempo continuaba bueno. A Dios muchas gracias sean dadas, anotaba el almirante en su diario. El 6 de octubre inst Pinzn a Coln a que torciera la ruta del Oeste hacia el Sudoeste, donde crea que se encontraban las islas. Coln, que, segn parece, hall a Pinzn muy irritado, se opuso a ello. Pero al siguiente da desvi su ruta del Oeste al Oeste-Sudoeste, aduciendo que los pjaros volaban hacia el Sudoeste y que los portugueses haban descubierto la mayor parte de las islas que posean siguiendo el vuelo de los pjaros. Si Coln hubiese continuado escuchando la voz interior de su genio en lugar de escuchar a Alonso y a los pjaros, habra arribado en pocos das al norte del continente americano. De todos modos, el cuarto da descubri tierra. En su diario nada dice de motines o amenazas de parte de la tripulacin. En la tarde del da 11, el almirante vio al frente una luz oscilante. Las tres tripulaciones entonaron el Salve Regina con inusitado fervor, y a la maana siguiente desembarcaron en una isla que Coln llam San Salvador. Era un viernes, da propicio para Coln. No puede afirmarse cul de las islas del archipilago de las 181

Bahamas sea la de San Salvador de Coln. Podra ser la de Watling, o bien la Gran Turco, que corresponde a la descripcin que hace aqul de la de San Salvador: plana, sin ninguna eminencia, rodeada por un cinturn de rocas y con un lago en el centro. Salvajes desnudos asistan con asombrado deleite al desembarco de aquellos hombres celestiales. Coln conduca el estandarte real, y cada uno de los Pinzones llevaba un pendn de la Cruz Verde, que ostentaba de ambos lados las iniciales de los nombres del rey y de la reina y sobre cada letra una corona. Los indios llegaron nadando hasta los barcos. Yo escribi el almirante en su diario, porque nos tuviesen mucha amistad, porque conosc que era gente que mejor se librara y convertira a nuestra Santa Fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponan al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor con que hubieron mucha placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla... Mas me pareci que era gente muy pobre de todo. Ellos andaban todos desnudos como su madre los pari, y tambin las mujeres, aunque no vide ms de una farto moza, y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vide de edad de ms d treinta aos; muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos, muy buenas caras; los cabellos gruesos cuasi como sedas de cola de caballo, e cortos; los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrs que traen largos, que jams cortan; dellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos, y dellos se pintan de blanco, y dellos de colorado. Cuando Coln termin su relato, el rey, la reina, el prncipe y toda la corte se arrodillaron, y elevaron sus manos dando en alta voz gracias al cielo, mientras el coro real entonaba el Te Deum; despus todos se pusieron de pie y atravesaron la ciudad en alegre procesin. La reina Isabel invit al almirante a comer con la familia real y prometi una nueva flota para una segunda expedicin. El prncipe 182

Juan se mostr especialmente interesado por los indios, y Coln le dio uno para que fuera su sirviente, pero el clima espaol era demasiado duro para ste y pronto muri. Cuando fueron bautizados los seis aborgenes, los reyes los apadrinaron. Durante todo un mes, Coln fue el hroe de la corte. Se le vea a caballo, en el parque, con el rey Fernando y el prncipe. Fue invitado por el cardenal a cenar. Era objeto de alabanzas en Londres, Pars, Viena y especialmente en Gnova. La primera persona a quien Isabel y Fernando dieron cuenta de los descubrimientos fue al papa Alejandro VI. Hubo gran jbilo en Roma, porque casi todos crean que Coln haba llegado al Asia y que su descubrimiento iba a hacer posible que se ganaran muchas almas para Cristo. Aproximadamente un ao despus, cuando se plante un conflicto entre Espaa y Portugal sobre los nuevos descubrimientos, que los portugueses sostenan se encontraban en aguas pertenecientes a ellos, el papa Alejandro evit una guerra trazando una lnea imaginaria que divida el Atlntico para proteger los derechos de cada nacin en sus descubrimientos. Todos los descubrimientos al oeste de esa lnea perteneceran a Espaa, puesto que Coln haba navegado hacia el Oeste. Las tierras situadas al Este perteneceran a Portugal, ya que sus actividades se haban desarrollado a lo largo de la costa de frica. Por supuesto, el papa Alejandro no tena la menor idea de que existiera el continente americano. Posteriormente, para satisfacer a don Juan, el papa corri la lnea imaginaria a trescientas setenta leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, y en 1499 las dos naciones concluyeron un tratado que dara ms tarde a Portugal sus ttulos sobre el Brasil. En septiembre de 1493, Isabel haba organizado una segunda expedicin para Coln, que constaba de diecisiete barcos y unos mil quinientos hombres, incluyendo soldados, labradores, artesanos, sacerdotes misioneros y monjes y jvenes caballeros ansiosos de oro y aventuras. Como las Indias carecan de animales domsticos y productos agrcolas tiles a los hombres civilizados, haba provisto a la flota de toda clase de semillas, trigo, cebada, naranjas, limones, bergamotas, melones y otros frutas y vegetales, 183

y de toda clase de bestias, vacas, toros, caballos, cerdos, gallinas y conejos. Su genio prevea que todo el continente virgen, tan rico en tierras cuanto pobre en productos, sera capaz de sustentar a la humanidad. A cambio de estos beneficios, el Nuevo Mundo regalaba al Viejo una raz que pareca una zanahoria y saba a castaas: la patata, un producto originario de Amrica, irlands slo por adopcin. Y Luis de Torres, judo converso que acompa a Coln como intrprete, volvi imitando a los salvajes al quemar ciertas hierbas, que ellos llamaban tabaco, en una pipa con forma de Y. l haba visto a los indios sahumndose con esta pipa, para lo cual se insertaban los dos tubos agujereados de la Y en sus narices e inhalaban el humo por ellas. Torres fue el primer europeo que fum tabaco. Coln inform que haba encontrado unas animales muy peculiares que parecan como grandes ratones, y son como entre ratones e conejos, y que son muy buenos y sabrosos de comer y tienen pies y manos como de ratn y suben por los rboles. Sin lugar a dudas, el oposun isleo. En octubre de 1493 emprendi Coln su segundo viaje hacia las costas de Catay. Entretanto, Carlos VIII haba hecho saber al rey Fernando que comenzaba su cruzada contra los turcos, y casualmente mencionaba, como si se tratara de un hecho sin importancia, que en el camino se apoderara de Npoles. Sali con un ejrcito de treinta y un mil seiscientos hombres y mucha artillera; pero como necesitaba dinero y caballera, record a Fernando el tratado de Barcelona y le pidi ayuda, requirindole autorizacin para utilizar los puertos de Sicilia. Fernando e Isabel le enviaron un embajador para que felicitara a Carlos por el celo que demostraba hacia la fe, prometindole toda la ayuda posible contra los turcos. Pero se sentan en el deber de hacerle notar que el derecho de conquista de frica haba sido reservado a Castilla por decisin papal y no podan aprobar las intenciones de Carlos contra Npoles, porque ese reino era un feudo de la Santa Sede, y se haban comprometido en Barcelona a 184

no llevar a cabo nada contrario al papa. Carlos se dio cuenta de que haba sido engaado por Fernando, y se puso furioso. Pero, habiendo ido demasiado lejos en sus planes, resolvi continuarlos sin la ayuda de Espaa. Cruz los Alpes y comenz la conquista de Italia. No le result difcil. Todas las ciudades le abran sus puertas. Los ejrcitos mercenarios de los Estados italianos, dirigidos por los condotieros, se desvanecan como sombras. Eran, en realidad, poco ms que apariencias de ejrcitos, que solan hacer simulacros de batallas. Se dice que en una batalla cuya furia dur todo un da, muri un solo hombre, que fue aplastado por el peso de su armadura; y a menudo los bandos en lucha declaraban feriado y se dedicaban al juego. Naturalmente, tales tropas huyeron sin ofrecer resistencia a los franceses y suizos, bien adiestrados, de Carlos. La verdad es que los Estados italianos se haban ultracivilizado y relajado por la vida fcil y el lujo, por los libros y el arte, que haban olvidado las virtudes guerreras y confiado su defensa a tropas mercenarias cuya nica ocupacin era la de cobrar su paga. Roma era presa del pnico. Mientras el papa Alejandro y los cardenales se refugiaban en el castillo de Sant'Angelo, el joven rey francs, como un moderno Csar, entr triunfalmente en la ciudad, a la cabeza de su caballera.

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CAPTULO XXIX

Carlos entr en Roma con la firme intencin de deponer al papa y convocar a un concilio de la Iglesia que elegira al cardenal Julin della Rovere o algn otro miembro del Sacro Colegio que se supusiera afecto a Francia. En este propsito era alentado por las cartas y los sermones de Savonarola, el fraile dominico de semblante plido, de aguilea nariz y penetrantes y encendidos ojos, que haba despreciado a Lorenzo el Magnifico y quemado los tesoros del arte pagano de Florencia; un santo y admirable hombre, aunque algo fantico, que imaginaba que Carlos era el instrumento elegido por Dios para reformar la Iglesia y salvar a Europa. Pareca que la influencia francesa, que haba ocasionado el exilio del papa en Avin y otras desgracias a la Iglesia, podra, una vez ms, ganar gran podero a expensas de la silla de Pedro. Se esperaba que Alejandro renunciara antes que hacer frente a un concilio hostil convocado por los franceses. Pero cuando el soberbio viejo espaol irgui su arrogante figura sobre los desmoronados baluartes de Sant'Angelo y tranquilamente desafi al joven rey, a sus caones de bronce, a su infantera suiza y a los italianos traidores y cardenales que se haban plegado a la intriga de Julin, fue Carlos quien se someti; se arrodill humildemente ante Alejandro y lo reconoci como verdadero papa. Entretanto, el perspicaz rey Fernando de Aragn se preparaba secretamente para la partida que intentaba jugar a Carlos. Envi a Sicilia una poderosa flota, con trescientos hombres elegidos, bajo las rdenes de Gonzalo de Crdoba, el Gran Capitn, a quien la reina recomend para el cargo. Tambin envi a Garcilaso de la Vega a Roma, para asegurar al papa la lealtad y obediencia de los reinos espaoles y auxiliarle en la organizacin de los Estados 186

italianos contra el invasor. Garcilaso fue de un prncipe italiano a otro, reprochando a algunos su maldad, apelando a la fe y patriotismo de unos y a los propios intereses de otros. Mientras Carlos continuaba su marcha para apoderarse de Npoles, el enviado espaol preparaba cuidadosamente una alianza del papa, Venecia, Miln, el emperador de Alemania y Espaa para hacerle frente, organizando as, en muchas conferencias nocturnas, la Liga de Venecia. Los Estados italianos prometieron reunir una fuerza de veinticuatro mil caballeros y veinte mil infantes para defender a la Santa Sede contra Carlos. Cuarenta galeras venecianas esperaban a las fuerzas francesas en la costa napolitana. El duque de Miln, aliado de Carlos, prometi abandonarlo y cortar la lnea de abastecimiento de Francia. El rey Fernando ofreci su flota y su ejrcito, y estuvo de acuerdo en invadir a Francia. Carlos no descubri la existencia de la liga formada contra l hasta despus que entr triunfalmente en Npoles, vestido de armio y prpura, con la corona imperial sobre la cabeza. Se enfureci cuando se enter de cmo haba sido burlado por los soberanos espaoles, pero ya no poda hacer otra cosa que regresar apresuradamente a sus reinos para defenderlos de la amenazante invasin de las fuerzas de Aragn. Se abri paso hacia el Norte, luchando con grandes prdidas, y se retir cruzando los Alpes. Entretanto, Gonzalo de Crdoba pas calladamente de Sicilia a Calabria, que conquist despus de una brillante campaa en la que se revel como uno de los grandes militares de su poca. Despus de apoderarse de Atella, march sobre Ostia, donde la guarnicin francesa, capitaneada por un famoso bandido, haba cortado los abastecimientos de Roma y destruido su comercio, y la tom por asalto. Despus se dirigi a Roma, donde fue aclamado como libertador. El papa Alejandro le otorg pblicamente la rosa de oro. As, Espaa, en vez de Francia, se convirti en la fuerza poltica dominante de Italia, y todo con muy pocos sacrificios. En realidad, cuando el Gran Capitn escribi a Espaa pidiendo vveres y ropas para sus hombres, el rey Fernando le contest: 187

Que vivan del pas. Fernando, con todos sus defectos, se transform en uno de los ms poderosos reyes de su poca. Si consideris sus acciones dice Maquiavelo, las encontraris siempre grandes y extraordinarias. Comenz entonces a soar en un nuevo imperio ganado y conquistado por armas y por casamientos diplomticos, que seria gobernado algn da por el prncipe Juan. Tanto Isabel como Fernando eran lo suficientemente hbiles para jugar a Inglaterra contra Francia. Iniciaron as un largo periodo de negociaciones con Enrique VII sobre el futuro casamiento de su hija Catalina con Arturo, prncipe de Gales. Finalmente firmaron un pacto en virtud del cual Enrique se comprometa a hacer la guerra a Francia en el momento que Fernando lo hiciera. Se convino tambin que la dote de Catalina sera de doscientos mil escudos (cada escudo equivala a cuatro chelines y dos peniques), la mitad pagadera en el momento del casamiento y el resto dentro del trmino de dos aos. La dote de la princesa consistirla en una tercera parte de las rentas de Gales, Cornualles y Exeter. Cuando Carlos VIII entr en Roma, Isabel y Fernando trataron de inducir a Enrique VII a que ingresara en la liga formada en defensa del papa. Enrique contest que no exista en el mundo un ms celoso cristiano, ni nadie ms dispuesto que l a ayudar a la Santa Sede. Pero no poda creer que el papa se hallara realmente en peligro, porque en ningn momento se lo haba hecho saber. El doctor Puebla les escribi que, efectivamente, no haba llegado ninguna peticin del papa a Inglaterra, y esto le asombraba, porque la autoridad del papa es muy grande en Inglaterra y su carta hubiera producido un gran efecto. La princesa Isabel, que haba casado con el prncipe portugus Alfonso, enviud despus de seis meses de casamiento y haba vuelto junto a sus padres, para llevar virtualmente la vida de una monja en palacio. Cuando el hermano de su marido, don Manuel, lleg a ser rey de Portugal, en 1495, pidi su mano, pero la hermosa viuda ni an quiso considerar la posibilidad de un segundo casamiento en ese momento, ni sus padres insistieron en 188

ello. La reina Isabel comenz a pensar en la posibilidad de enviar a la princesa Mara a Portugal. Esto resultaba complicado, porque el rey Jacobo de Escocia haba pedido a una de sus hijas y queran complacerle, porque estaban usndolo como arma para forzar a Enrique, que le tema, a hacer la guerra a Francia. La reina Isabel salv la dificultad escribiendo a Inglaterra al doctor Puebla, que de tener una quinta hija, con mucho gusto la dara al rey de Escocia, pero siendo solamente cuatro, estaba por enviar un embajador a Jacobo para entretenerle el mayor tiempo posible. El principal propsito de la poltica exterior de Isabel y Fernando en esta poca era el de mantener aislada a Francia para evitar que Carlos invadiera Europa. Deseaban ardientemente que se desatara la guerra entre Francia y Espaa en Italia, y con este objeto hicieron todo lo posible por envolver a Francia en una guerra con su hermano Enrique. Las cartas de Isabel, en este tiempo, son a veces nerviosas y tensas, y ocasionalmente justifican el juicio de su secretario: De su natural inclinacin era verdadera e quera mantener su palabra; como quiera que en los movimientos de las guerras e otros grandes fechos que en sus reinos acaecieron en aquellos tiempos, e algunas mudanzas fechas por algunas personas, la ficieron algunas veces variar. Isabel tena entonces cuarenta y cinco aos edad crticay sus cartas reflejaban algunas veces rasgos de histerismo, aunque la franqueza y buena fe de la antigua Isabel se manifiestan frecuentemente y hay como un latido vigoroso caracterstico en ella, de que carece la correspondencia firmada por Fernando e Isabel. En las cartas que ella sola escribi, hay una frescura de eptetos y una tendencia a las metforas y smiles: en resumen, mucho del encanto, del poder y la personalidad de una mujer de genio... En su ansiedad abandona a Puebla, del que comienza a sospechar que serva con mayor devocin a los intereses de Enrique que a los de ella, no obstante le adulara en una de sus cartas llamndole mi consejero y embajador, y en otra virtuoso e ntimo amigo. Ella escribi a Enrique dicindole que hara un favor al rey Carlos si le declaraba la guerra. Si el rey de Francia 189

contina llevando as sus asuntos, dando de lado toda razn, entonces sera hacerle buen servicio el evitar que contine en aquel camino de ruina que ha emprendido. Para esto no encontramos cosa mejor que el rey de Inglaterra le haga la guerra. Isabel insiste que en tal caso Carlos abandonara su plan, hara la paz, y as se restaurara la paz en la cristiandad sin perjuicio de nadie, y adems se beneficiara grandemente el rey de Inglaterra, nuestro primo. Haciendo la guerra, agrega, Enrique rematara una obra de la que se seguiran inmensos y universales beneficios. Y acto seguido hizo la ridcula promesa de que si Enrique mova guerra a Francia, ella intercedera ante el papa para que le concediera una bula de cruzado permitindole reservar al tercio o la mitad de cuanto conquistara! Para reforzar su poder frente a Francia, desde tiempo atrs Isabel y Fernando haban planeado el matrimonio de Juana, su segunda hija, con el archiduque Felipe el Hermoso, hijo del emperador Maximiliano, y el del prncipe Juan con la archiduquesa Margarita. Lleg el momento de estos casamientos, y la reina Isabel se dirigi a la costa del Norte para presenciar la partida de su segunda hija. Juana tena entonces diecisis aos; era delgada y morena, y tan parecida a su abuela Juana Enrquez, que la reina, por broma, la llamaba suegra. A pesar de todo, en su temperamento Juana se pareca ms a su abuela materna de Arvalo. Era irascible y melanclica, propensa a ataques de mal humor e inexplicable depresin. De las cuatro hijas, ella era la nica que careca de encantos fsicos, y tena celos de las otras. Le dola la disciplina de su madre, y alguna vez demostr su desvo ante la instruccin religiosa y sus prcticas. Tal era la infortunada nia que iba a ser enviada a Flandes como novia de un muchacho atolondrado, sensual y mujeriego. Juana no demostr emocin alguna, ni pesar tampoco, al dejar a su madre. Pareca ms interesada por el tiempo y el barco, cosas ambas que detestaba. Realmente, no puede censurrsela por esto, porque el tiempo era malo, y aun con cielo despejado, el viaje estaba expuesto a peligros e incomodidades en un barco de cuatro mstiles, ancha proa y doble torre en la estrecha popa, todo 190

rodando como un corcho bajo el viento pesado. El cielo estaba cubierto de nubes y el mar agitado cuando se hizo a la vela, y la reina la vio partir con el corazn oprimido y lleno de malos presentimientos. No tuvo noticias de su hija por espacio de varios meses, durante los cuales las nuevas que llegaban de restos de naufragios arrojados sobre las costas de Vizcaya la mantuvieron en un estado de continua alarma y remordimientos. Por fin supo que la flota que enviara con Juana haba sido dispersada por una tormenta y llegado a Portland para reparar las naves, pero que despus haba arribado a Flandes. Estas noticias llegaron indirectamente, no por intermedio de Juana, que no contestaba las cartas de su madre. Felipe estaba cazando en Luxemburgo cuando ella lleg, y no se tom el trabajo de ir a verla hasta un mes despus de su desembarco. Ella se enamor inmediatamente de l, pero l no se ocupaba en absoluto de ella. La flota que llev a Juana a su destino trajo de vuelta a una hermosa princesa que iba a contraer matrimonio con Juan. Margarita haba sido enviada a Paris a la edad de cuatro aos para desposarse con Carlos VIII, y fue educada cuidadosamente por la regente de Carlos, Ana de Beaujeu. Pero, en definitiva, Carlos la repudi por orden de su hermana, para casar con Ana de Bretaa y facilitar as la unin de aquella provincia con Francia. El pueblo aclam a Margarita cuando dej la costa francesa, porque se haba hecho muy popular. Era encantadora, inteligente y atractiva, y la reina Isabel esperaba que resultase una esposa ideal para el delicado y sensible muchacho de pelo rubio a quien ella llamaba mi ngel.

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CAPTULO XXX

Coln haba vuelto de su segundo viaje cuando la reina Isabel se encontraba en Almazn esperando que se embarcara Juana, y lo emplaz para que se presentara a la corte, pues haba recibido algunos informes muy inquietantes sobre l. Algunas semanas despus, Coln compareci ante ella en Laredo, espantosamente cambiado. Durante los treinta meses de ausencia, su barba haba crecido, y su rostro envejecido mostraba los surcos de las enfermedades y las preocupaciones, y en lugar de las ricas vestiduras que en otro tiempo llevara, haba vuelto al hbito castao de la tercera orden de San Francisco; de tal manera que pareca ms un ermitao que un almirante de Castilla, a no ser por aquel aire de majestad que nunca le abandonaba. Llegaba a una corte donde tena muchos enemigos envidiosos y pocos leales amigos, salvo la reina, el joven prncipe Juan y el aya real. Despus de un viaje de unas cinco semanas, haba llegado a las Antillas el 3 de noviembre de 1493. Cuando sus hombres desembarcaron en una de las islas, que el almirante llam Guadalupe, encontraron una aldea extremadamente sucia, prueba sta de que ese cuadro que Coln haba pintado de los indios despus de su primer viaje no era completamente exacto. En varias cabaas encontraron miembros humanos colgados de las vigas de las chozas, como si fuera carne puesta a curar. Hallaron la cabeza de un hombre joven, recientemente muerto, que todava sangraba, y unos trozos de su cuerpo tostndose al fuego, mientras otros se cocan con carne de gansos y loros. Cuando Coln lleg a La Espaola no encontr resto alguno de la guarnicin de treinta y nueve hombres que dejara all para defender la fortaleza de la Navidad. Los indios, evidentemente, 192

haban quemado el fuerte hasta sus cimientos y dado muerte a todos sus ocupantes. Coln desembarc y comenz a construir la primera ciudad cristiana en el Nuevo Mundo, que llam Isabela, en honor de la reina. En la festividad de la Epifana de 1494 se celebr all la primera misa solemne en Amrica. Las noticias fueron recibidas en Europa con gran regocijo. Coln comenz despus a buscar oro, pero sin resultado. Explor Cuba, que llam Juana y que crea que formaba parte del continente asitico. Explor la costa de Jamaica, y despus volvi a Cuba para buscar un canal a travs del continente, a fin de circunnavegar el globo y volver a Espaa por el camino de Jerusaln. Muchas quejas haban llegado a la reina contra Coln, quien, con toda su visin y grandeza de alma, distaba mucho de ser un administrador ideal. Algunas veces era demasiado severo, otras demasiado dbil. Probablemente fuera Coln impertinente y desptico; quiz tuviera las fallas de sus virtudes; y tarde o temprano chocaba con los que lo rodeaban. As exasper al piadoso sacerdote fray Bernardo Bol, que con el capitn Pedro Margarite se embarcaron rumbo a Espaa para reclamar ante el rey y la reina de lo que ellos describan como la tirana de Coln y su hermano. Coln, por supuesto, tuvo que actuar en medio de grandes dificultades. El sitio elegido para la construccin de la ciudad result ser lugar insano, y las enfermedades postraron al descubridor por espacio de varios meses. Muchos de los aventureros que haban ido con l pensaban encontrar oro sin trabajo ni esfuerzo, y se indispusieron con Coln cuando los oblig a trabajar. La mxima dificultad de los partidarios de ste reside en explicar su posicin frente al problema de la esclavitud. Los catlicos siempre juzgaron repugnante el trfico de esclavos, y la Iglesia se opuso siempre a l donde su influencia poda hacerse sentir. La actitud de Coln, debemos admitirlo, no fue muy cristiana. En los comienzos de 1494 escribi al rey y a la reina sugirindoles la posibilidad de que algunos de los canbales del Caribe fueran enviados a Espaa como esclavos. Alegando que tal medida redundara en su beneficio, porque les quitara su aficin a 193

la carne humana y seran instruidos en los principios de la verdadera fe. Isabel lo entretuvo, escribindole que contestara oportunamente a su propuesta. En 1494 envi Coln a Sevilla cuatro barcos colmados de indios para que fueran vendidos en los mercados de esclavos. El rey y la reina autorizaron su venta, creyendo que eran prisioneros de guerra del sexo masculino, porque Coln les haba hecho llegar noticias de una batalla en la que sus trescientos hombres armados, con la ayuda de sabuesos, haban vencido a cien mil indios. Cinco das despus, no obstante, la reina, con su conciencia intranquila, prohiba la venta de los esclavos, y cuando se enter que los pobres desdichados no eran prisioneros de guerra, sino quinientas almas de hombres, mujeres y nios de doce a treinta y cinco aos, se indign sobremanera y orden que todos fuesen puestos en libertad y que se les volviese a sus hogares del Nuevo Mundo. Desgraciadamente, todos murieron vctimas del clima fro antes de que la real orden se cumpliera. La historia no menciona cmo justific Coln ante la reina su proceder. Bernldez dice que apres a los indios en represalia por el incendio de su fuerte y el asesinato de su guarnicin. Pero el hecho de haber enviado esclavos parece que determin un cambio en su vida, y desde entonces las desgracias lo rodearon, como los perros en la retirada de un len herido. Sin embargo, en todas las vicisitudes se mostr hombre de voluntad, un hombre heroico. Coln era vanidoso, dispuesto a engaarse a s mismo, y, como todos los hombres vanidosos, tena la pasin de pretender justificarse. Gan oro, poder y admiracin. Pero, bajo la influencia de los sufrimientos, se transform en un hombre fuerte, generoso, que aprendi a vivir una vida de asctico autodominio aun en medio de hombres disolutas y en un mundo extrao, y que subordinaba su propia ambicin al propsito de ganar dinero y emplearlo exclusivamente en la reconquista del Santo Sepulcro de Jerusaln. Su viaje de regreso a Espaa, en 1496, fue horrible; dur 194

cuatro meses, durante los cuales escasearon el agua y los alimentos. Llevaba una tripulacin de hombres extenuados, medio muertos de hambre, estremecidos por la fiebre, pobres desgraciados que convertidos en sombras desembarcaron de las carabelas en Cdiz. El ltimo de todos, con su hbito castao, vena el almirante. Su popularidad se haba desvanecido; todo el mundo le llamaba el Embaucador. Isabel vea todava en l un gran hombre, y anunci que, de todos modos, ella se propona encomendarle una tercera expedicin. La reina se encontraba entonces en Burgos, esperando a la princesa Margarita, a la sazn en alta mar. Coln predijo que Margarita llegara a Santander y prob estar en lo cierto. Arrib la princesa unos das despus, desembarcando al son de la msica y los gritos del pueblo. Tena sta cierta gracia francesa; era ingeniosa y alegre. Su pelo rubio era lo suficientemente largo para llegar, suelto, a sus pies. Cabalgando hacia Burgos entre el rey y el prncipe, la princesa hizo un divertido relato de su viaje y de la tormenta que haba arrojado su barca al puerto de Southampton. En lo ms fuerte de la tempestad, cuando los marineros esperaban que el barco se hundiera, Margarita escribi su propio epitafio en verso y lo cosi en una cinta a su mueca para ser identificada si su cuerpo era arrojado a la orilla: Ci-gt Margot, la gentil demoiselle qu'eut deux mors et si mourut pucelle. (Aqu yace Margarita, la gentil doncella, que tuvo dos maridos y, sin embargo, muri soltera.) La reina estaba encantada con ella, y toda Espaa se asoci al regocijo de la familia real. El matrimonio se celebr casi inmediatamente, el domingo de Ramos, consagrndolo el arzobispo Jimnez de Cisneros. Isabel y Fernando abrumaron a Margarita con su generosidad. La reina lleg hasta obsequiarla con el collar aragons que Fernando le haba regalado, y su collar de rubes balajes, que haba rescatado ella de los prestamistas. Despus de los acostumbrados torneos, fiestas y procesiones, Juan y Margarita 195

atravesaron en triunfo los reinos de Castilla y Aragn, festejados en todas partes como smbolos de eterna juventud y amor. Para deleite de su madre, la princesa Isabel consinti en casarse con don Manuel de Portugal, con la condicin de que l expulsara a todos los judos de su reino. Manuel dud; porque los judos portugueses eran ricos e influyentes y prestaban importantes servicios a la corona. A pesar de todo, no disgustaba a ste disponer de un pretexto para librarse de aquellos que tan rpidamente se apoderaron del nuevo comercio exterior y parecan tan dispuestos a aprovechar la prosperidad que Portugal haba ganado gracias a sus descubrimientos. Expuls, as, a los judos, y la princesa fue a Portugal por segunda vez en calidad de novia. Despus de su partida, la reina Isabel se vio obligada a guardar reposo, porque el esfuerzo que haba realizado en los festejos preparados en honor de la princesa haba sido excesivo para ella, y sus enormes energas, exigidas al mximo, comenzaban a flaquear. Al da siguiente lleg de Salamanca un correo portador de malas noticias. El prncipe Juan volaba de fiebre despus de las fiestas celebradas en su honor en Salamanca, y los mdicos le hacan saber que su estado era alarmante. El rey mont a caballo y se dirigi a aquella ciudad, que distaba ms de cien millas, mientras Isabel se quedaba en su lecho aterrada de angustia. Cuando Fernando lleg a la cabecera del lecho de su hijo, los mdicos haban perdido toda esperanza. El prncipe estaba ya resignado a morir. Rog entonces a sus padres que aceptaran humildemente la voluntad de Dios. A travs de su corta vida dijo, slo haba conocido felicidades y bendiciones, y morira as alegremente. Hizo saber a su padre que Margarita quedaba encinta y encomend a ella y al hijo an no nacido al cario de sus padres, y su alma a Dios. Fray Toms de Torquemada, el inquisidor general, que haba acudido rpidamente a Salamanca a peticin del rey, oy en confesin al joven moribundo y le dio la sagrada comunin y la extremauncin. 196

El rey, segn cuenta Bernldez, consol tiernamente al prncipe cuando le llegaba la ltima hora, dicindole: Fijo mucho amado, habed paciencia, pues que vos llama Dios, que es mayor rey que ninguno otro, y tiene otros reinos e seoros mayores e mejores que non este que vos tenades y esperbades, para vos dar, que os durarn para siempre jams, y tened corazn para recibir la muerte, que es forzoso a cada uno recibirla una vez, con la esperanza que es para siempre inmortal y vivir en gloria. En estos trminos le habl, y cuando el prncipe exhal su ltimo suspiro, el padre, cerrando piadosamente sus ojos, pens quiz por qu la muerte, que haba perdonado a l en tantas peligrosas batallas, tronchaba la existencia de un joven feliz en el umbral de la vida. El prncipe muri el 3 de octubre de 1497, y con l as fue que se perdieron las esperanzas de toda Espaa, escribi tristemente Pedro Mrtir, su preceptor. El rey haba enviado correo tras correo a Alcntara dando cuenta del ms mnimo sntoma que pudiera interpretarse favorablemente, para mantener vivas las esperanzas de la reina hasta el ltimo momento, tal vez en la creencia de que todava pudiera operarse un milagro. Y apenas el cuerpo de Juan fue pomposamente depositado en la catedral de Salamanca, entre las lamentaciones de los estudiantes y el pueblo, Fernando quiso ser el primero en llevar la triste nueva a la reina. Isabel, al verle, dio un grito de alivio, porque pens que su llegada significaba que el prncipe estaba fuera de peligro. Pero la cara del rey la desilusion antes de que hablara. Decidme la verdad, seor!, le exigi. l est con Dios, contest Fernando. La gran reina palideci. ste fue el primero cuchillo de dolor dijo Bernldez que atraves su corazn. Despus, inclinando la cabeza, dijo: Dios nos lo dio y Dios se lo ha llevado. Bendito sea su santo nombre! El rey y la reina se encerraron con su dolor durante varios das, mientras las campanas de las iglesias de toda Espaa doblaban por el prncipe y la gente toda guardaba luto, cubriendo de 197

negro los muros y puertas de las ciudades y suspendiendo las actividades pblicas y privadas durante varios das. Cuando, al fin, los soberanos salieron de su retiro, hicieron frente al mundo con tanta fortaleza, que todos se maravillaron de su valor, Pedro Mrtir escribi: Los soberanos se esfuerzan en ocultar su dolor, y logran hacerlo. Cuando los contemplamos, atormentados por la debilidad de nuestra alma, ellos miran serenamente, fijamente, a los que les rodean. Dnde encuentran fuerzas para ocultar sus dolores? Parece como si, vistiendo como hombres, no fuesen de carne humana, y que su naturaleza, ms fuerte que el diamante, no conociera el dolor. Pero bajo el sereno exterior de la reina Isabel sangraba su herida; el mundo nunca volvera a ser para ella lo que haba sido, porque haba aprendido, al fin, el significado de la palabra imposible.

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CAPTULO XXXI

El mundo no sigui siendo el mismo para la reina Isabel despus de que el prncipe Juan fue depositado en su magnfica tumba de vila, y los ltimos siete aos de su vida fueron aos de enfermedades, ansiedad, oracin y mortificacin. La muerte se haba llevado a muchos de sus viejos amigos y servidores. El cardenal Mendoza, cuya contribucin a la grandeza de Isabel difcilmente puede valorarse, haba muerto. Torquemada muri en 1498, a la edad de setenta y cinco aos, y muchos lo veneraban como a un santo, porque de su tumba sala un dulce y agradable olor. Carlos VIII haba muerto, despus de una corta y disoluta vida, a consecuencia de un golpe en la cabeza, que se dio con el marco bajo de una puerta, y unos pocos das despus, en abril de 1498, Savonarola fue colgado en Florencia. El rey Fernando sinti, sin duda, la prdida de Mendoza y Torquemada, pero probablemente no derram lgrimas por Carlos o por el elocuente dominico de Florencia que haba instado al rey francs a invadir Italia. Y puede inferirse que en este punto sus sentimientos no distaban mucho de los del papa Alejandro VI. Savonarola, el elocuente orador, virtualmente se haba erigido a s mismo en dictador de Florencia, donde predicara con creciente ardor contra los Mdicis. El papa Alejandro, cuyo corazn qued destrozado por el misterioso asesinato de su hijo preferido, el duque de Ganda, ocurrido el ao anterior, no haba prestado atencin a los ms calumniosos ataques personales hasta que Savonarola inst a Carlos a bajar otra vez a Italia. El papa, entonces, le prohibi predicar. Pero el prior de San Marcos desobedeci la orden y predic ms violentamente que nunca. El papa lo excomulg. Savonarola declar desde el plpito que todo 199

aquel que lo persiguiera era enemigo de Cristo. A principios de 1498 escribi al emperador y a los reyes de Francia, Espaa, Inglaterra y Hungra: La hora de la venganza ha llegado: Dios desea que yo revele su secreto designio, y anuncie a todo el mundo los peligros a que est expuesta la barca de Pedro a causa de nuestra debilidad... Yo os aseguro, in verbo Domine, que este Alejandro no es en absoluto papa y no debe ser tratado como tal. Lleg a sostener que el papa haba comprado su eleccin a la silla de San Pedro y que ni aun crea en la existencia de Dios. Esto parece ser falso, pues Alejandro, no obstante todos sus pecados, tena fe, y manifestaba una especial devocin por la Virgen bendita. Sus enemigos polticos le acusaban de haber obtenido su eleccin mediante simona, pero no hay prueba alguna de este aserto; por el contrario, fue elegido por unanimidad despus de haber servido durante varios aos como hbil y eficaz canciller del papa. Hizo vigorosos esfuerzos para unir a Europa contra los turcos, que haban asolado Polonia y aun el territorio de Venecia. El ao anterior haba nombrado una comisin encargada de redactar un programa para la reforma de la Iglesia. Uno de sus mayores pecados parece haber sido el de que, en su ardiente afecto por su propia familia, antepuso a menudo sus intereses a los de la Iglesia, o al menos dio lugar a los celos y la malevolencia de los nobles, que eran sus enemigos o enemigos de la Iglesia. Haba sido severamente criticado por convertir a Csar Borgia en confaloniero de las tropas del papado y conquistador de una gran parte de Italia. Pero a este respecto debe recordarse que Alejandro y Csar slo llevaban a cabo el plan de unificacin y centralizacin del poder que se generalizaba en toda Europa. A una poca algo semejante a la anarqua suceda otra de poderosos reyes que repriman a la nobleza egosta, la que haba estado oprimiendo al pueblo y luchando dentro de s misma, mientras detentaba en sus manos toda la autoridad. Luis XI haba hecho esto en Francia, Enrique VII estaba hacindolo en Inglaterra, Fernando e Isabel lo juzgaron necesario para la reconstruccin de Espaa, y Alejandro y Csar intentaban algo similar en Italia. Naturalmente, los nobles ladrones y los reyezuelos a quienes Csar, con su gran genio, haba 200

tronchado su poder, tenan otro punto de vista, y nada crean ellos demasiado vil para decir del papa, Csar y Lucrecia, la que, segn la historia y memorias dignas de fe, era en su poca una de las mujeres ms virtuosas dignas de alabanza. Savonarola, evidentemente, crea todo lo que los enemigos del papa decan en Florencia, y continu tronando contra ste y su familia. Pero los florentinos se volvieron contra el monje cuando comprendieron que muchas de sus profecas eran falsas, y despus de un juicio por hereja y sedicin, fue cruelmente azotado y colgado con otros dos frailes, en abril de 1498. Es un error considerar a Savonarola como el precursor de Lutero. Aqul estaba convencido de que la Iglesia catlica era la nica Iglesia verdadera instituida por Cristo, y vivi y muri en la obediencia de sus enseanzas, a pesar de que discuti el ttulo del papa entonces reinante. Muchos catlicos, incluyendo a San Felipe Neri, lo han venerado como a un santo. El nuevo rey francs Luis XII anunci su intencin de organizar una nueva cruzada contra los turcos, y el papa, obligado entonces por distintas circunstancias, reanud las relaciones con l. Csar, que haba sido nombrado cardenal, pero que nunca fue sacerdote, deseaba colgar su manto purpurado y casarse con una princesa para llegar a ser un gran seor secular; y el rey Luis, en agradecimiento posiblemente por la anulacin de su casamiento con la princesa Juana, nunca consumado y que ms tarde fue canonizada como Santa Juana de Valois, hizo a Csar duque de Valentinois. Fernando e Isabel, que deseaban mantener a los franceses fuera de Italia, se disgustaron con Alejandro por su nueva poltica francesa, y de acuerdo con Portugal, intentaron atemorizarlo, amenazndolo con la reunin de un concilio general para deponerlo. Enviaron embajadores que, si debemos creer a Zurita cronista espaol que escribi ms tarde, cuando los prejuicios contra Alejandro se haban fortalecido, le hicieron saber que l no era legalmente papa. El anciano pontfice contest que haba sido elegido sin una sola oposicin y que tena derecho a su titulo, mientras Fernando e Isabel eran usurpadores que se haban 201

adueado en Espaa del poder que por derecho perteneca a Juana la Beltraneja. Evidentemente, Alejandro se defendi con vigor y acus a Garcilaso de la Vega, que se hallaba presente, de haber enviado informes falsos sobre l. Agreg que la muerte del prncipe Juan, que haba dejado a Fernando e Isabel sin descendientes directos, era un castigo de Dios por sus intromisiones en los derechos de la Iglesia. Es cierto que una extraa fatalidad parece haber seguido a los hijos de los monarcas espaoles, sea cual fuere la causa. Margarita estaba encinta cuando don Juan muri, pero el nio naci muerto, y la joven princesa volvi finalmente a la corte de su padre. La sucesin al trono de Castilla recaa ahora en la joven reina de Portugal, que dio a luz un hijo en el verano de 1498, muriendo ella una hora ms tarde. La criatura, bautizada con el nombre de Miguel, era el centro de todas las esperanzas y afectos de Isabel, la que so que algn da gobernara l a toda Espaa y Portugal. Pero adis las esperanzas de la reina! En el plazo de dos aos, el nio sigui a su madre a la tumba. El primero cuchillo de dolor que traspas el nimo de la reina Isabel escribi Bernldez fue la muerte del prncipe, el segundo fue la muerte de doa Isabel, su primera hija, reina de Portugal; el tercero cuchillo de dolor fue la muerte de don Miguel, su nieto, que ya con l se consolaba, y desde entonces vivi sin placer la nclita y muy virtuossima y muy ilustre reina doa Isabel, en Castilla, y se acort su vida y su salud. Mara, la ms afortunada de todas las hijas de Isabel, vivi hasta los treinta y cinco aos. En 1500 se cas con el rey de Portugal, dndole seis hijos y dos hijas. La pobre Juana era muy desgraciada en Flandes, y constante fuente de ansiedad de su madre. Juana era salvajemente celosa de su marido. Felipe no le daba dinero, y los espaoles que haban ido a Flandes con ella vivan en la pobreza. En la festividad de San Matas, en 1500, dio a luz un nio llamado Carlos, que estaba destinado a heredar, a travs de ella, un vasto imperio, incluyendo toda Espaa, Npoles, Sicilia, Alemania, Austria y Flandes, con el nombre de emperador Carlos V, y luego, en la cumbre de su poder, a renunciarlo todo y entrar a un monasterio. 202

De todas las hijas de la reina, slo Catalina permaneca con ella, pero el comienzo de su largo martirio estaba prximo. El da de Pentecosts de 1499 se casaba por poder con el prncipe Arturo de Gales. La reina Isabel difiri cuanto pudo el envo de Catalina a Inglaterra, porque la princesa tena entonces slo trece aos y tambin porque desconfiaba del mezquino Enrique, de quien su embajador haba escrito: Si una moneda de oro entra una vez en sus arcas, no vuelve a salir ms. Siempre paga en moneda depreciada... Todos sus servidores son como l, y tienen una habilidad maravillosa para hacerse con el dinero de los otros. Mientras las cortes de los dos pases regateaban sobre el viaje de la princesa, su dinero, sus alhajas, su recepcin y su estado legal en Inglaterra, los negocios de Coln renovaban dificultades al rey y a la reina. El almirante haba comenzado su tercer viaje golpeando y dando de puntapis en el puerto de Cdiz a un tal Jimnez de Briviesca, converso empleado en las oficinas de Indias, quien le haba irritado sobremanera. El almirante descubri Trinidad, y al da siguiente, el 1 de agosto de 1498, vio el continente americano desde su cubierta y lo llam Isla Santa, pensando, naturalmente, que era otra isla. Su tripulacin desembarc, pero a l le fue imposible hacerlo por encontrarse enfermo. Descubri Venezuela, que llam Gracia. Cuando lleg a La Espaola encontr a los colonos alzados contra su hermano, a quien dejara al frente de ella. Como Coln y sus enemigos haban remitido un informe a Espaa sobre el conflicto, Fernando e Isabel enviaron a Francisco de Bobadilla, que haba actuado como jefe de un ala del ejrcito en la guerra contra los moros, para que investigara y arrestara a los promotores del desorden. Parece ser que Bobadilla lleg a la conclusin, tal vez apresurada, de que la incapacidad del almirante como administrador era la causa de los disturbios, por lo cual lo arrest y lo hizo llevar a bordo encadenado, envindolo a Espaa. Cuando el capitn del barco le ofreci librarlo de sus cadenas, Coln insisti en seguir llevndolas, y de esa manera desembarc en Cdiz, en noviembre de 1500, amargado por la gota, con el pelo blanco y muy 203

envejecido por las enfermedades y los sufrimientos. Pero, en cualquier situacin, con derecho o sin l, enfermo o sano, rico o pobre, nunca le abandonaron su compostura majestuosa y la grandeza de su discurso. A pesar de todo lo que se ha dicho o pueda decirse contra l, era un hombre heroico, una gran figura. De ser Coln un ladrn, habra robado carteras con aire de gran seor; de ser un mendigo, habra tendido su mano con el ademn de un emperador. A bordo escribi una carta a la vieja aya del prncipe Juan, que siempre haba sido su amiga; una carta llena de indignacin: Dios es justo, y l querr en su tiempo hacer saber por quin y cmo se han hecho todas las cosas. l no me juzgar como un gobernador que ha sido enviado a una provincia o ciudad sometida a un gobierno regular, y donde las leyes pueden ejecutarse sin temor ni peligro de la felicidad pblica ni sujecin a una gran injusticia. Yo debo ser juzgado como un capitn enviado de Espaa a las Indias a conquistar un pueblo numeroso y guerrero, cuyas costumbres y religin son por completo diferentes a las nuestras. Un pueblo que mora en las montaas, sin habitaciones decentes para ellos ni para nosotros. Y donde debo someter a todo un mundo al dominio de los reyes nuestros soberanos, a causa de lo cual Espaa, a la que usualmente se calificaba de pobre, es hoy el ms rico de los reinos. Yo debo ser juzgado como un capitn que durante tantos aos ha empuado las armas, no dejndolas por un instante. Yo debo ser juzgado por caballeros que hayan conquistado ellos mismos el premio de la victoria; por caballeros de la espada y no por charlatanes. Cuando el almirante atraves encadenado las calles de Cdiz, un murmullo de piedad e indignacin corri por el pueblo, y desde all a travs de toda Espaa, y cuando compareci ante el rey y la reina en Granada, la simpata pblica haba vuelto a ponerse de su lado y fue recibido con cario, vindicndosele pblicamente y permitindosele retener todos sus ttulos y privilegios. A pesar de ello, un nuevo gobernador, Ovando, fue enviado a La Espaola en su lugar. Parece que Bobadilla continu gozando del favor de la corte. Es posible que Coln estuviera algo insano en esta poca, 204

porque public un libro de profecas en el que predeca el fin del mundo antes de ciento cincuenta y cinco aos. Con todo, la reina consinti en que realizara un cuarto viaje, siempre que se mantuviera alejado de La Espaola. As lo hizo, y una vez ms fracas gloriosamente. Naufrag, y durante ocho meses anduvo entre hostiles indios en la isla de Jamaica, enfermo, traicionado, negndosele la entrada al puerto que l haba descubierto. l, a pesar de todo, mantuvo su espritu invencible. Y no pueden leerse sus cartas sin sentir simpata y admiracin.

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CAPTULO XXXII

Mientras la reina Isabel lela las cartas de Coln en los jardines de la Alhambra, el rey Fernando hacia todos los esfuerzos posibles para mantener a Luis XII fuera de Italia. Pero Luis envi un ejrcito sobre los Alpes al mando de Trivulzio, en el verano de 1499, convirtindose virtualmente en el dueo del norte de Italia. Slo le faltaba emprender la marcha hacia Npoles; pero, recordando la infortunada experiencia de Carlos, no quera hacerlo sin estar seguro de que los espaoles no invadiran Francia. Su temor le llev a terminar un desgraciado convenio con el rey Fernando. Por un tratado secreto del 11 de noviembre de 1500, convinieron en dividirse entre ambos el reino de Npoles, deponiendo al primo de Fernando, el rey Federico de Npoles, porque haba traicionado a la cristiandad llamando a los turcos a Italia para que lo ayudaran en su lucha contra Luis. Entretanto, Fernando haba enviado secretamente a Gonzalo de Crdoba a Sicilia con setenta barcos, seiscientos caballeros y cinco mil de los mejores hombres de la infantera espaola, a fin de estar listo para entendrselas con el ejrcito de Luis cuando llegara la oportunidad. Mientras el Gran Capitn se encontraba en camino, los turcos se apoderaron de una isla veneciana prxima a la costa griega y cruelmente asesinaron a sus habitantes, cometiendo grandes atrocidades. El papa Alejandro dio una bula ordenando una cruzada y declarando que los turcos se proponan conquistar a Roma y despus someter a todos los pueblos cristianos. Alejandro tena entonces setenta aos, pero se encontraba en la plenitud de su vigor. Llam en su ayuda a la flota y envi legados por toda Europa. Hasta Enrique VII de Inglaterra contribuy con cuatro mil libras para la cruzada, aunque se negaba a enviar barcos. Los 206

cuarenta y un cardenales de Roma dieron un total de cuarenta y cinco mil trescientos setenta y seis ducados para la causa, y el papa contribuy con cuarenta mil ducados de su peculio. Gonzalo contest al llamamiento del Padre Santo unindose a la flota veneciana y atacando a Cefalonia, que reconquistaron de manos de los turcos despus de un sitio de cincuenta das. El papa Alejandro, en prueba de agradecimiento, otorg al rey Fernando el ttulo de defensor de la fe. Gonzalo, cuya victoria haba salvado a Venecia y tal vez a Europa entera, fue recibido en todas partes con aplauso y regalos principescos, que l distribuy entre sus tropas con su habitual magnificencia, siguiendo a Npoles para tomar posesin de la mitad que corresponda a su seor. Hasta este momento el rey Fernando poda sostener que haba actuado principalmente movido de su celo hacia la Iglesia, pero desde entonces comienza a evidenciarse que lo mueven sus intereses personales. Gonzalo, probablemente de acuerdo con las instrucciones de su seor, pronto ri con los franceses, y procedi en seguida a expulsarlos de Npoles, en una de las ms brillantes campaas de la historia blica. Gracias a las condiciones de estadista del rey Fernando y al genio militar del Gran Capitn, fue Espaa y no Francia la que domin en Italia. Por aquel entonces la reina Isabel estaba muy interesada en su intento de convertir al cristianismo a los moros de Granada, porque vea el peligro de que, continuando en la religin mahometana, conspirasen con los musulmanes de frica para deshacer la unidad de Espaa, que tanto haba costado. Su viejo confesor, Talavera, haba hecho como arzobispo grandes progresos entre los moros, porque su infinita caridad y la pureza y nobleza de su vida los atraa tan poderosamente, que muchos de ellos se convirtieron voluntariamente al cristianismo. Pero cuando Jimnez de Cisneros, arzobispo de Toledo, fue a Granada para ayudar a Talavera, en 1499, no se conform con las lentas aunque seguras conquistas del anterior, y decidi adoptar procedimientos ms enrgicos. Comenz invitando a los jefes de los moros a su palacio para que discutieran de religin con l, y a muchos de ellos impresionaron tanto sus argumentos, que se hicieron cristianos. En 207

un solo da bautiz a cuatro mil moros. El resultado fue que los enemigos ms encarnizados del cristianismo provocaron entre los musulmanes una rebelin que se propag a muchas ciudades. Cisneros la reprimi con su caracterstico vigor, aprisionando a los cabecillas. En su exasperacin orden que los prisioneros fueran instruidos en la religin cristiana por los capellanes, y cuando algunos de ellos se negaron los castig severamente. Hizo quemar en la plaza pblica varios miles de ejemplares del Corn y otros libros mahometanos y oblig a que se bautizaran los descendientes de los renegados, aun en contra de la voluntad de sus padres. De este modo, por su indiscreto celo e intolerancia, el eficaz Cisneros traicion el principio tradicional de la Iglesia de no forzar a nadie a convertirse al cristianismo, y el resultado fue el que deba esperarse. Los moros de Granada tomaron las armas contra los cristianos y los sitiaron durante nueve das y sus noches. Pareca ya que todos los cristianos iban a ser asesinados, cuando el santo arzobispo Talavera, precedido por un capelln que llevaba una cruz, se adelant a pie hacia la hirviente muchedumbre de los mahometanos. Levant su mano pidiendo silencio y les habl en rabe. Tan grande era el afecto que le profesaban y el poder de su santidad, que los moros ms prximos cayeron de rodillas y besaron el ruedo de su hbito; y mediante sus buenos oficios se restableci una vez ms la paz. Todava la Inquisicin, ms tarde, se atrevera a atacar a este santo varn, slo porque sus padres haban sido judos. El rey Fernando, a quien nunca le haba gustado Cisneros, estaba enfurecido contra l. Ah! grit a la reina, no os parece, seora, que vuestro arzobispo en una sola hora ha puesto en peligro todo lo que los reyes nuestros antepasados y nosotros mismos hemos ganado en tanto tiempo y con tan grande costo y fatigas y derramamiento de sangre? Isabel pidi cuentas a Cisneros. ste fue inmediatamente a Sevilla y obtuvo tanto xito en la defensa de su proceder, 208

probablemente sosteniendo que si no se tomaban las medidas precisas los moros podran conquistar Espaa por segunda vez, que los soberanos siguieron su sugestin de dar a elegir a aqullos entre ser perseguidos por alta traicin o bautizarse. Casi todos los moros de Granada prefirieron ser bautizados. Pero el ao siguiente estall una nueva revuelta en las Alpujarras, las montaas que corren al sudeste de Granada, y muchos de los frailes que hablan sido enviados a predicar al pueblo fueron asesinados. Mujeres y nios moros dieron muerte a pedradas a dos sacerdotes que previamente haban sido atados con lianas a los rboles. Fuerzas mahometanas navegaron de noche, desde el frica, diez millas a travs del estrecho, para quemar los caseros de los cristianos prximos al mar y matar a sus pobladores. El rey Fernando se puso al frente de un ejrcito e irrumpi en el territorio moro. Cuando los mahometanos pidieron la paz, l les dio a elegir entre el exilio al frica y el bautismo. La mayor parte de ellos prefirieron convertirse al cristianismo. As naci esa clase de descontentos cristianos llamados moriscos, de los cuales medio milln fueron finalmente expulsados durante el reinado de Felipe III, en 1609. Su xodo represent una sensible prdida econmica, porque eran excelentes campesinos que conocan la importancia de la irrigacin. No obstante, durante todo un siglo, despus de la muerte de la reina Isabel, sus dominadores aprovecharan de su industriosa prosperidad. La posterior decadencia de Espaa se debi ms a los descubrimientos de Cristbal Coln que al xodo de algunos judos o moros. Espaa se agot en el estupendo esfuerzo de colonizar y civilizar el Nuevo Mundo. Y en el siglo XVII, los judos encubiertos en Holanda, Italia, e Inglaterra, descendientes de los castigados por la Inquisicin o expulsados del pas, usaron de su gran poder para desviar el comercio de Espaa hacia esas naciones y obtener informaciones sobre las actividades navales de Espaa de los conversos espaoles, especialmente en beneficio de Inglaterra. Aun en el tiempo de Cromwell, los judos que pretendan ser espaoles catlicos proporcionaban al gobierno ingls informaciones sobre secretos militares y comerciales de Espaa. 209

CAPTULO XXXIII

El 21 de mayo de 1501 la princesa Catalina abandon por fin Granada, emprendiendo su penoso viaje a Inglaterra. Debla recorrer quinientas millas para llegar al puerto de La Corua, en el extremo noroeste, donde se embarcara. Llevaba consigo ciento cincuenta ayudantes, incluyendo a doa Elvira Manuel, su camarera mayor; algunas damas de honor, escogidas cuidadosamente, porque Enrique haba pedido que fueran todas hermosas; un mayordomo, un maestro de ceremonias, un copero mayor y trinchante; un confesor, dos capellanes y un limosnero, pajes y caballerizos, gentileshombres de servicio; un cocinero, un sobrecargo, un panadero, un mozo de limpieza, y otros ms de alta y baja clase. Enrique pidi que el nmero fuera limitado, porque no se propona hacerlos morir de hambre, como hizo el archiduque Felipe con los espaoles en Flandes. Los reyes no acompaaron a la princesa, para que pudiera viajar ms rpidamente; adems, la reina estaba muy enferma, para montar a caballo. Catalina hall un tiempo tan caluroso, que tuvo que detenerse frecuentemente, y demor en dos meses el emprender la travesa. Lleg a Guadalupe el 5 de julio y a La Corua el 20. El mal tiempo y algunas indisposiciones provocaron nuevas demoras, embarcndose ya en agosto. Una furiosa tormenta estuvo a punto de deshacer la flota, obligndola a volver a la costa espaola y buscar refugio en el puerto de Laredo. Embarcada nuevamente el 27 de septiembre, cuando los barcos llegaron a Ushant fueron azotados otra vez por un vendaval, tormentas y truenos. Durante todo el resto del viaje soportaron tormentas cada cuatro o cinco horas. El 2 de octubre la fatigada y desgraciada princesita 210

desembarcaba en el puerto de Portsmouth. Los prncipes se casaron el 14 de noviembre de 1501 ante el altar de la catedral de San Pablo de Londres, en presencia de una numerosa concurrencia. Catalina tena catorce aos y su marido diecisis. El prncipe Arturo hizo saber a los parientes de su esposa que nunca haba experimentado mayor goce en su vida que cuando admir el bellsimo rostro de su novia. Seis meses despus, el prncipe haba muerto. Fernando e Isabel, alarmados por los informes acerca de la indiferencia que demostraba el rey Enrique en la atencin de su hija, escriban frenticas splicas a la corte inglesa para que la enviasen inmediatamente a Espaa. Pedan a Enrique los cien mil escudos que se haban pagado como primer pago del aporte matrimonial de la princesa, exigan la entrega de las ciudades y tierras asignadas a ella como dote, y rogaban a su hermano que, la enviara a Espaa del mejor y ms rpido modo posible. Al mismo tiempo autorizaban al duque de Estrada, su embajador, a negociar un segundo matrimonio entre Catalina y Enrique, prncipe de Gales, desde que la joven viuda declaraba que su matrimonio con Arturo nunca se haba consumado. Era el comienzo de largos aos de sufrimiento, que terminaran con su divorcio de Enrique VIII y con el rompimiento de la mitad de la cristiandad europea, a la que Fernando e Isabel haban ofrecido sus vidas y las de sus hijos. Isabel escribi a Puebla que la muerte del prncipe Arturo reviva en ella la afliccin causada por prdidas anteriores, pero la voluntad de Dios deba cumplirse. Dos semanas despus, en mayo de 1502, los soberanos espaoles escriban con la mayor urgencia a Puebla. Decan que esperaban confiadamente que Enrique cumpliera sus obligaciones para con su hija. Saban que Catalina se haba visto obligada a pedir dinero prestado, porque el rey de Inglaterra no provea a sus necesidades. Si esto fuera cierto, redundara en gran deshonor de Enrique. Puebla deba decir a la princesa y a sus consejeros que no pidieran dinero prestado. Tal cosa no debe siquiera 211

mencionarse. Cuando su hija la reina de Portugal enviud, recibi todo lo necesario del nuevo rey de Portugal, y no tuvieron que enviarle lo ms mnimo. Cuando la princesa Margarita enviud en Espaa, proveyeron a todas sus necesidades como si hubiese sido su propia hija. Ni su padre ni su hermano Felipe le enviaron la menor suma de dinero; y si lo hubiesen hecho, Fernando e Isabel lo habran considerado una ofensa y no la habran aceptado. En junio escribieron que algunas personas haban aconsejado a la princesa de Gales que no aceptara lo que el rey de Inglaterra le ofreciera, quiz porque era tan poco. El consejo es malo. Debe aceptar lo que le den. La reina Isabel de Inglaterra haba tratado con afecto a Catalina, y despus de la muerte de Arturo le envi una litera negra tirada por dos caballos, para buscarla, a Croydon Palace, pero Isabel muri el invierno siguiente, de sobreparto. La misma carta de Puebla que notificaba su muerte a la corte espaola deca que el rey Enrique no se manifestaba reacio a casarse con la princesa de Gales. La reina Isabel escribi, el 11 de abril de 1503, al duque de Estrada, dndole su opinin al respecto: El doctor nos ha escrito del matrimonio del rey de Inglaterra con la princesa de Gales, nuestra hija, diciendo que se habl de l en Inglaterra. Pero como sera una cosa diablica, nunca vista, y slo el hablar de ello ofende nuestros odos, no deseamos por nada del mundo que tal cosa ocurra. En adelante, si algo se os habla de ello, decid que es una cosa que no puede tolerarse. En los siete aos siguientes, Catalina fue condenada a la ms desgraciada vida, mientras su padre y Enrique regateaban sobre su dote, su vajilla y su casa, y sobre los largos y causadores detalles del convenio por el cual finalmente se cas con el prncipe Enrique. Fernando le envi muy poco dinero, en la creencia, evidentemente, de que hacindolo as, Enrique se vera obligado por vergenza, si no por generosidad a velar por ella. Pero Enrique, cuya posicin en el trono era ahora segura, no se turbaba por vergenza ni por generosidad. Algunos aos despus la princesa escriba a su padre que sus sirvientas y doncellas carecan del dinero necesario para comprar ropas. Ella misma se vio obligada algunas veces a 212

pedir dinero prestado para comer. Durante este tiempo, Fernando la utilizaba como embajador especial. Era astuta y digna de toda confianza y saba informarle bien. La reina Isabel tambin ha sido acusada de emplear a su hija con fines polticos y de abandonarla a la fra caridad de Enrique. Los hechos difcilmente justifican un juicio tan severo. Isabel sobrevivi al prncipe Arturo solamente dos aos: dos de enfermedad, ansiedad y descorazonamiento. Sus cartas a Inglaterra prueban sus vivos deseos de que Catalina volviera al hogar, a no ser que su posicin se normalizase mediante su casamiento con el prncipe Enrique. Los esponsales de Catalina con el prncipe de Gales, realizados poco antes de la muerte de Isabel, pusieron trmino a toda conversacin sobre su regreso. Si la gran reina hubiera adivinado las consecuencias de este casamiento, sus ltimos momentos habran sido muy amargos. Enrique haba apremiado a los soberanos espaoles para que enviara a Catalina a Inglaterra, prometiendo ser un padre para con ella. Pero su conducta era fra, mezquina y carente de cario, excepto cuando entrevea obtener un beneficio con un regalo accidental. Aun despus de sus esponsales con el prncipe Enrique, en 1503, la situacin de la princesa no mejor en lo ms mnimo. Para colmo de males, estaba casi siempre enferma, porque el clima ingls no le sentaba, y en 1504 casi fue desahuciada por los mdicos que la haban sangrado y purgado repetidamente con la intencin de curarla de un resfriado y unas fiebres. Como Catalina no poda sin dispensa contraer matrimonio con el hermano de su marido, el rey Fernando escribi a Roma solicitndosela a Alejandro VI. Pero el papa Alejandro muri en el verano de 1503, y le sucedi el irreprochable y altamente respetado Po III. La reina Isabel celebr este acontecimiento con gran pompa considerndolo como la aurora de la grande y esperada reforma que la Iglesia necesitaba para purificarse de las manchas que una civilizacin decadente le haba echado encima. Por ese ao de 1503 era universalmente sabido en Europa 213

que la gran reina se hallaba al final de su carrera, pero los ltimos meses de su, vida iban a ser todava ms amargos a causa de la actuacin de Juana, y pronto encontrara la paz en la muerte. La archiduquesa vino a Espaa con su esposo en 1501 para ser reconocida como heredera del trono de Castilla. Cuando Felipe volvi a Flandes, Juana enloqueci de celos. Su segundo hijo, Fernando, naci en marzo de 1503. Ella quiso regresar a su casa inmediatamente, pero como la guerra con Francia haba comenzado en las fronteras del Norte, se vio obligada a quedarse con su madre y rabi como una leona, segn la expresin de Pedro Mrtir, y acus a todo el mundo de haber tramado una monstruosa conjura para tenerla alejada de su marido. El pueblo comenz a llamarla Juana la Loca. Entretanto, el rey Luis, encolerizado al verse engaado por Fernando, lanz una gran ofensiva contra Espaa. Un ejrcito deba invadir Italia, otro cruzar las fronteras de Fuenterraba y un tercero, de veinte mil hombres, penetrar en el Roselln y reconquistarlo. El rey Fernando reuni apresuradamente un ejrcito en Aragn para defender su territorio. En pleno reclutamiento, se enter de que Isabel estaba muriendo en Segovia, a trescientas millas de distancia. Abandon todo y cabalg da y noche hasta que lleg a su lado. La reina estaba enferma, pero no tan seriamente como los rumores decan. Y cuando el rey volvi a Aragn para lanzar su ejrcito contra los invasores, ella se levant para ayudarlo, por ltima vez, a reclutar tropas y pertrechos, mientras su gente ayunaba, rezaba y visitaba todas las iglesias de la ciudad. Fernando sali otra vez victorioso, pero cuando la reina supo que el peligro haba pasado y que los franceses se retiraban en desorden hacia el Norte, envi al rey una Carta rogndole que recordase que Francia era una nacin cristiana y que no los llevara a la desesperacin cortndoles la retirada a su propio pas. Fernando, respondiendo al ruego de la reina y a otro del segundo inquisidor general, prohibi todo innecesario derramamiento de sangre, y ni aun hizo prisioneros a los franceses fugitivos, conformndose con 214

que abandonase el territorio. Algunos creen que si la reina y el inquisidor no hubieran intervenido, Fernando podra haber invadido y conquistado a Francia. El esfuerzo haba dejado a Isabel dbil y casi extenuada. Pero sus preocupaciones no haban terminado an. Juana, a quien dej bajo el cuidado del obispo en Medina del Campo, huy medio desnuda del palacio en un fro y tormentoso atardecer de noviembre, intentando escapar por las puertas de la ciudad, que ya se hallaban cerradas. El obispo le suplic en vano. No quiso volver al palacio, y pas toda la noche colgndose de los barrotes de hierro, chillando, llorando y amenazando a los guardianes si no la dejaban unirse a su marido. Cuando la reina Isabel se enter de ello, a cuarenta millas de distancia; estaba demasiado enferma para montar a caballo, pero resolvi dejar Segovia al da siguiente y se encamin apresuradamente a Medina. Juana continuaba trepada a la puerta, y se dirigi a la real madre con furia y amargura. Fue una prueba severa para la ceremoniosa reina, sobre todo delante de una multitud de ciudadanos y campesinos curiosos, pero triunf su entereza, y Juana torn al palacio en silencio. Ms tarde, cuando volvi a Flandes, en la primavera de 1504, estaba reconciliada con Felipe, pero bien pronto abofete a la amante de ste y le cort su preciosa cabellera en presencia de toda la corte. El archiduque la maldijo y jur que nunca volvera a tener relaciones con ella. La noticia circul pronto por todas las capitales de Europa, y la reina Isabel, herida en su corazn, con dolor y vergenza, decay rpidamente. Cuando el tiempo lo permiti, fue llevada a Medina del Campo, donde flotaban tantos alegres recuerdos de su niez, y all se prepar para morir. Las gentes decan que alguna desgracia iba a caer sobre Castilla. El Jueves Santo fueron llevados a palacio doce pordioseros de la calle, y el rey Fernando, siguiendo el ejemplo de nuestro Seor, se arrodill humildemente delante de aquellos harapientos despojos de la humanidad y lav sus pies, como tenan por costumbre hacerlo los reyes de Espaa. Al da siguiente, Viernes Santo, el rey y la reina ayunaron y rezaron con su 215

acostumbrado rigor; y ese da ocurri un acontecimiento que sobrecogi de terror a todos los corazones. Un violento temblor de tierra acompaado por un fuerte y peculiar ruido en el aire, se hizo sentir en Andaluca y parte de Castilla. Ese verano, el rey y la reina padecieron las fiebres que infestaban la regin. Fernando san; pero Isabel, ms preocupada por l que por ella misma, manifest sntomas de hidropesa, y desde ese instante no abrig esperanzas de seguir viviendo, ni tena, por lo dems, deseo alguno de permanecer ms tiempo en un mundo que pareca ser tan vano. Sabiendo que el pueblo celebraba procesiones y haca peregrinaciones en toda Espaa por su salud, pidi que no se rezara por la salud de su cuerpo, sino por la salvacin de su alma. Y el 12 de octubre, duodcimo aniversario del desembarco de su almirante en San Salvador, firm su ltima disposicin y testamento. Deseaba que su cuerpo fuera llevado a Granada y colocado, sin ostentacin ni expensas innecesarias, en una sencilla tumba de humilde construccin. El dinero que de otro modo se hubiera gastado en un extravagante funeral, deba ser empleado para dotar a doce doncellas pobres (la caridad favorita de Isabel) y en el rescate de cristianos, cautivos de los moros africanos. Ni aun se permita la vanidad de que su cuerpo fuera embalsamado, pues deba volver cuanto antes a la tierra. Su amor por el rey Fernando, que pareca haber aumentado y ahonddose, a pesar de ocasionales celos, desde aquel da en que lo vio por primera vez con una joven princesa de Valladolid, brilla a travs de su testamento con caracterstica franqueza y calor. Si el rey, mi seor, eligiera sepultura en otra cualquier iglesia o monasterio de cualquier otra parte o lugar de estos mis reinos, que mi cuerpo sea all trasladado e sepultado junto al cuerpo de su seora, porque el ayuntamiento que tuvimos viviendo, y en nuestras almas, espero, en la misericordia de Dios, tornar a que en el cielo lo tengan, e representen nuestros cuerpos en el suelo. Dispuso para el personal mantenimiento del rey una cantidad: aunque no puede ser tanto como su seora merece e yo deseo, 216

es mi merced e voluntad e mando que, por obligacin e deuda que estos mis reinos deben e son obligados a su seora por tantos bienes e mercedes que su seora tiene e ha de tener por su vida, haya e lleve e le sean dados e pagados cada ao por toda su vida, para sustentacin de su estado real, la mitad de las rentas netas de los descubrimientos de las Indias y 10.000.000 de maraveds por ao asignados sobre las alcabalas (un impuesto de diez por ciento) sobre las rdenes militares. Para el caso de que su hija Juana fuera, por cualquier razn, incapaz de gobernar, la reina deseaba que Fernando actuara como regente hasta la mayoridad de su nieto Carlos. Por ltimo: Suplico al rey, mi seor, se quiera servir de todas las dichas joyas e cosas o de las que ms a su seora agradaren, porque vindolas pueda tener ms continua memoria del singular amor que a su seora siempre tuve y aun porque siempre se acuerde que ha de morir y que lo espero en el otro siglo, y con esta memoria pueda ms santa e justamente vivir. Hasta en sus ltimos momentos vio Isabel con toda claridad los peligros que acechaban a Castilla despus de su muerte y trat de evitarlos. Seis semanas despus de firmar su testamento y slo tres das antes de su muerte escribi un codicilo. Nombraba una comisin para hacer una nueva codificacin de las leyes, reforma que dos veces haba acometido, pero que nunca la haba satisfecho por completo. Recomendaba que se investigara la legalidad de las alcabalas, impuesto del diez por ciento sobre el comercio, que ella entenda que no deba ser perpetuo, y no poda ser as sin el consentimiento del pueblo, demostrando que despus de haber cumplido sus propsitos mediante la necesaria concentracin del poder, su sentido de justicia la llevaba a recordar, mirando hacia atrs, las libres instituciones de sus antepasados. Ms adelante, con un tono an ms encarecido, rogaba a sus sucesores que trataran a los indios de las nuevas posesiones de allende los mares con el mayor cario y benevolencia, corrigiendo cualquier error que hubieran cometido, para llevar adelante el sagrado deber de civilizarlos y convertirlos al cristianismo. Con peculiar visin, insista en que Gibraltar era 217

indispensable para la seguridad de Espaa y que nunca deba perderse. Cumplido este deber, la reina volvi a sus oraciones. Vestida de hbito franciscano, confes y recibi la sagrada comunin, consolando a sus amigos que llegaban llorando a rendirle su ltimo homenaje. El arzobispo Jimnez de Cisneros, ocupado entonces en la construccin de la Universidad y en la preparacin de su Biblia Polglota, acudi presurosamente desde Alcal para darle su ltimo consuelo. Prspero Colonna, uno de los visitantes llegados de Italia, dijo al rey que haba venido a Espaa para ver a una mujer que desde su lecho de enferma gobierna el mundo.

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