Cuento El Templo

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CUENTO EL TEMPLO (por Gao Xingjian)

Nadbamos en una felicidad perfecta, el deseo, la pasin, el cario y la dulzura del viaje de bodas que haba seguido a nuestro casamiento, aunque slo tuvimos un par de semanas de vacaciones: diez das concedidos por la ocasin y una semana de vacaciones normales. El matrimonio es cosa de toda una vida; nada es ms importante para nosotros, cmo hubiera sido posible no pedir unos das de ms? Pero mi jefe, tan avaro, regateaba hasta el ltimo centavo cada vez que alguien peda vacaciones, era angustioso. Al principio haban anotado dos semanas de vacaciones en la autorizacin, pero mi jefe las convirti en una, incluido el domingo. Luego me dijo, un tanto cohibido: Espero que pueda usted regresar en el tiempo requerido. Claro que s le respond, nuestro pequeo salario no nos permitira entretenernos en el camino. Acab firmando con un gran trazo de la pluma. Las vacaciones haban sido otorgadas. En adelante ya no era soltero. Tena una familia. De hecho este viaje lo haba preparado con Fangfang desde haca mucho. Ahora formbamos una familia; ya no podra ir al restaurante al recibir mi salario a principios de mes, invitar amigos, gastar a mi antojo y a finales de mes encontrarme sin un clavo, al punto de no poderme comprar un paquete de cigarrillos y verme obligado a hurgar en los bolsillos o a voltear las gavetas para desenterrar algunas monedas. Pero mejor ni hablar de eso. Deca que ramos felices. En nuestra vida tan corta, la felicidad es de hecho bastante rara. Tanto Fangfang como yo habamos conocido una poca en la que tuvimos que arrostrar las tempestades y hacer frente al mundo. Durante el periodo de gran catstrofe nacional, nuestras familias y nosotros mismos habamos sufrido bastante, habamos soportado no pocos infortunios. En cuanto a la suerte de nuestra generacin, realmente tenamos de qu quejarnos. Pero no queramos hablar ms de esto; lo importante es que en el presente por fin conocamos la felicidad. Tenamos dos semanas enteras de vacaciones, y aunque esta luna de miel se haba reducido a la mitad, a nuestros ojos no haba perdido en nada la dulzura de la miel. Tampoco hablar de esta dulzura, todos ustedes son gente que ha vivido, la han conocido y, de todas formas, esta felicidad nos pertenece solamente a nosotros. No; de lo que les quiero hablar es del Templo de la Perfecta Benevolencia, el Yuan'ensi. El nombre de este templo carece de importancia, pues es un templo desierto, en ruinas, no es de ninguna manera un lugar famoso ni muy visitado. Aparte de la gente del lugar, nadie sabe de su existencia. Y aun entre los lugareos son raros los que conocen su nombre. En pocas palabras, es un templo derruido del que nadie se ocupa, donde nadie reza ni quema incienso. Lo encontramos por casualidad. Nunca hubiramos sabido que el templo tena un nombre si no hubiramos tratado de descifrar los caracteres borrados en una estela que serva de fondo a un estanque, bajo una bomba. La gente de por all lo conoca simplemente como el Gran Templo. Sin embargo, comparado con el Templo de las nimas Ocultas de Hangzhou, o con el Templo de las Nubes Azules de Pekn, realmente no era un rival de peso. De hecho no era ms que un viejo edificio con doble alero, situado en una elevacin cercana a una capital de distrito. Frente a l an se levantaba una gran puerta de piedra. El muro que rodeaba el patio se haba derrumbado. Al correr del tiempo, los campesinos de los alrededores haban ido llevndose los ladrillos y las piedras que se utilizaron en la construccin para hacer sus casas o el cerco de sus pocilgas, y lo nico que quedaba era el basamento circular invadido de hierbas silvestres. Se vea de lejos, desde la calle de la capital. Las tejas laqueadas de amarillo dorado relumbraban al sol atrayendo la mirada. Tenan algo muy seductor. Fue por casualidad que llegamos a esta capital de distrito. El tren se haba detenido en la estacin, pero no volvi a salir a la hora prevista; tal vez estaba esperando que pasara un tren rpido con un leve retraso. La gente que suba o bajaba del tren ya no se apresuraba, el andn estaba desierto y el empleado charlaba, de pie a la entrada del vagn. A lo lejos, ms all de la estacin, los techos grises de las casas yacan en un pequeo valle, y un poco ms lejos se vean las cadenas de exuberantes montaas. Esta capital pareca emanar calma y serenidad. De repente me pas una idea por la cabeza: Y si vamos a dar una vuelta? Fangfang estaba sentada frente a m, me miraba con dulzura. Inclin levemente la cabeza. Hablaba con los ojos. Nuestros nervios simpticos vibraban al unsono. Sin decir ni una palabra ms, bajamos sbitamente nuestro equipaje de la rejilla y corrimos a la salida del vagn. Una vez en el andn, nos echamos a rer: Tomaremos el prximo tren. Tambin podramos no partir aadi Fangfang. Claro, era nuestro viaje de bodas. bamos adonde se nos antojaba, la felicidad de estar recin casados nos acompaaba a dondequiera. ramos los ms felices del mundo, perfectamente libres. Fangfang me dio el brazo, yo cog las bolsas de viaje. De hecho queramos provocar la envidia de los empleados del andn y de los innumerables ojos detrs de las ventanillas. Ya no tendramos que buscar relaciones para lograr cambiar de puesto en la ciudad, ya no tendramos que pedir auxilio a Juan ni a Pedro y ya no tendramos que pasar apuros para conseguir autorizacin de residencia ni de trabajo. Tambin tenamos un cuarto para nosotros solos, pequeo, cierto, pero muy bien puesto. Considerbamos que tenamos nuestro propio hogar, yo te tengo, t me tienes. Ya s lo que vas a decir, Fangfang: Basta! Pero qu importa? Precisamente queremos que todos compartan nuestra felicidad. Tenemos bastantes preocupaciones, ya los hemos importunado bastante, y tambin ustedes ya se tomaron

muchas molestias por nosotros, cmo darles las gracias? Acaso con estos pocos dulces y unos cuantos vasos de alcohol en la boda? Les damos las gracias con nuestra felicidad, qu tiene de incorrecto? As llegamos a esta pequea capital de distrito, esta pequea y vieja capital de distrito, tranquilamente recogida en este pequeo valle. En realidad, distaba mucho de ser tan apacible como nos pareci desde la ventana del tren. Bajo los techos grises, los callejones llenos de animacin hervan de gente. Apenas eran las nueve de la maana; vendan legumbres, sandas, melones, manzanas recin cortadas y peras que tambin acababan de llegar al mercado. En la calle principal las carretas de mulas y los camiones formaban embotellamientos, los chasquidos de ltigo y los gritos resonaban sin cesar en medio del ruido incesante del agudo claxon de los camiones. En ese instante, ya no tenamos en absoluto el mismo sentimiento que nos embargaba al penetrar en este tipo de capital en la poca en que nos enviaron al campo. Hoy ramos visitantes de paso, viajeros; los tormentos internos y las penas de la gente ya no eran de nuestra incumbencia. Pero el ambiente de esta pequea ciudad, el polvo que los camiones levantaban a su paso, el agua sucia que aventaban junto a los puestos de legumbres, las cscaras de sanda que cubran el suelo, las gallinas que los compradores esgriman cabeza abajo, con las alas desplegadas, las plumas revoloteando, los cacareos, todo esto nos era perfectamente familiar. Todo lo que experimentbamos en relacin con los habitantes de este lugar era una sensacin de lujo. Por eso no podamos evitar el sentimiento de superioridad propio de los habitantes de la ciudad que van al campo. Fangfang se apretaba contra m cogindome del brazo y yo me estrechaba contra ella. Tenamos la impresin de que todos nos miraban. Sin embargo, no ramos gente de aqu; habamos salido de otro mundo. Pasbamos junto a ellos, pero a nuestras espaldas no se trababa ninguna discusin; las personas de las que hablaban slo podan ser gente que les era cercana. Y as llegamos hasta el final de la calle. Ya no haba puestos de legumbres, los transentes eran cada vez ms raros, la algaraba del mercado haba quedado detrs de nosotros. Vi mi reloj: nos haba bastado media hora para recorrer la calle desde la estacin. Todava era temprano. Nos aburriramos esperando el prximo tren, mientras Fangfang se preparaba para pasar la noche aqu. No haba dicho nada, pero pareca decepcionada. Hacia nosotros vena un hombre con aspecto de funcionario. Se vea por sus gestos y su forma de caminar. Perdone le dije, dnde se encuentra el centro de recepcin del distrito? Nos ech un vistazo, luego me indic la direccin con entusiasmo, cmo ir de ac para all, cmo dar vuelta hacia el este por la izquierda, y luego, cuando viramos un edificio de dos pisos de ladrillo rojo, ese sera el centro de recepcin del comit del distrito. Me pregunt a quin bamos a ver, como si quisiera mostrarnos el camino. Le explicamos que estbamos de paso, que andbamos de viaje y le preguntamos qu podramos ir a ver. Se peg con la mano en la frente, como si lo hubiramos puesto en aprietos. Luego de reflexionar un poco, nos dijo: Aqu no hay nada interesante que ver. Lo nico que hay, si me permiten la indicacin, es un gran templo, est en la colina hacia el oeste. Hay que escalar un poco y el camino no es bueno. Perfecto! exclam, precisamente venimos a andar en las colinas. S, es verdad aadi Fangfang en seguida; no nos damiedo escalar. Entonces nos llev a la vuelta de la esquina y nos ense el viejo templo en la punta de la colina de enfrente, el viejo templo cuyas tejas amarillas relumbraban al sol. Ah, qu bien, muchas gracias. Pero l vea los zapatos de tacn alto que Fangfang llevaba puestos. Dijo: Van a tener que meterse al agua para cruzar el ro! Est hondo? pregunt. Ha de llegar como a la rodilla. Mir a Fangfang. No importa, s puedo. Fangfang no quera decepcionarme. Le dimos las gracias y nos echamos a andar en la direccin que nos haba indicado. Cuando ya habamos tomado el camino polvoroso, no pude dejar de volver la vista a los zapatos nuevos de tacn alto y correas finas que llevaba Fangfang. Me arrepent un tanto. Pero ella caminaba derechamente y con decisin. De verdad ests loca! le dije. Me basta con estar contigo. Te acuerdas, Fangfang? Lo dijiste apretndote contra m. Entonces caminamos hacia la orilla del ro. De lado y lado creca maz en los campos, ms alto que un hombre. Un pequeo sendero se perda entre las hojas verdes. No haba rastro de nadie ni delante ni detrs de nosotros. Abrac a Fangfang y la bes dulcemente. Eh?, qu pasa? Bueno, ella no quiere que hable de eso, regresemos al Templo de la Perfecta Benevolencia. Se encontraba en una ladera de la colina, en la orilla opuesta. Entre las tejas de color amarillo dorado crecan matas de hierbas silvestres que se distinguan perfectamente. El agua del ro era cristalina. Cog en una mano los zapatos de tacn alto de Fangfang y mis sandalias de cuero. Le di la otra. Llevaba la falda arremangada. Avanzbamos a tientas, descalzos en el agua. Haca

mucho que no caminaba as. Hasta las piedras resbalosas del ro se me clavaban en los pies. Te duelen? le pregunt a Fangfang. Me gusta respondiste en voz baja. Durante nuestra luna de miel hasta tener los pies doloridos era una sensacin de felicidad. Y todas las desgracias del mundo parecan escurrirse entre los dedos de los pies. Pareca que hubiramos regresado a la infancia, descalzos como nios que juegan en el agua. Fangfang saltaba de una piedra a otra, yo mantena su mano en la ma y, a veces, tarareaba una cancin. Una vez que cruzamos el ro, corrimos hacia la colina, riendo y gritando. Fangfang se lastim un pie y yo estaba terriblemente preocupado, pero ella me tranquiliz, no pasa nada, cuando me ponga los zapatos voy a sentirme bien. Yo dije que era mi culpa, pero ella dijo que si yo estaba contento, ella estaba satisfecha y que entonces quera lastimarse el pie. Est bien, ya no voy a decir nada, no importa. Como ustedes son nuestros mejores amigos, como ustedes se han tomado molestias por nosotros, debemos hacer que compartan nuestra felicidad... As escalamos la colina hasta la puerta de piedra situada frente al templo. Pasando el muro del patio, que se haba derrumbado, estaba un canal por donde corra un agua cristalina conducida en un tubo desde una estacin de bombeo. Detrs del muro derruido, en el gran patio del templo, haba un jardn de hortalizas y, muy cerca, una pila de excrementos. Esto nos record la poca en que recogamos los excrementos, en el campo. Ahora esos tiempos difciles se los haba llevado el viento. Slo quedaban algunos recuerdos tristes, pero tambin muy dulces, y tambin quedaba nuestro amor. Bajo ese sol brillante tenamos la certeza de que nadie podra interferir en nuestro amor, que ya nadie podra molestarnos. Frente al gran templo an se encontraba un brasero de metal. Seguramente era demasiado pesado, imposible de mover. Y era tan macizo que no poda romperse. As que se haba quedado frente al templo en ruinas, cuya entrada resguardaba. La puerta estaba cerrada con un candado. El enrejado de la ventana estaba completamente podrido. Ahora el templo deba hacer las veces de granero para el equipo de produccin. En los alrededores ni un alma. Todo estaba en paz. El viento gema entre los viejos pinos ante el templo. Como no haba nadie que nos perturbara, nos acostamos en la hierba, a la sombra de los rboles. El viento de la montaa ahuyentaba el calor del verano y traa bocanadas de frescura. Fangfang se haba acurrucado en mi pecho y mirbamos una nubecilla deshilacharse en el cielo azul. Sentamos una felicidad indescriptible, una felicidad perfectamente serena. Hubiramos podido seguir embriagndonos en esa calma, pero se oy el ruido de un andar pesado. Los pasos resonaban en las baldosas de piedra. Me incorpor y volv la vista hacia ellos. Efectivamente, un hombre haba flanqueado la puerta del templo y se diriga hacia el sitio donde nos habamos acostado. Fangfang se sent a su vez. El hombre avanzaba en medio del camino de piedra. Era de mediana edad, corpulento, con el pelo revuelto, las mejillas invadidas por la barba, el rostro sombro. Bajo el poblado entrecejo, una mirada glacial nos contemplaba. Paso a paso, segua avanzando hacia nosotros. El viento gema entre los pinos, tenamos un poco de fro. Seguramente vio nuestras miradas inquisitivas y alz ligeramente la cabeza hacia el templo. Luego, entrecerrando los prpados, se puso a contemplar las hierbas silvestres que se mecan al viento entre las tejas laqueadas del techo relumbrantes bajo el cielo azul. Se detuvo ante el brasero y le peg con la mano. De inmediato se elev una vibracin sorda. Sus dedos de grandes articulaciones nudosas parecan tan duros como el metal. En la otra mano llevaba una vieja bolsa rada de lona negra y brillante. No tena en modo alguno el aspecto de un miembro de la comuna popular que hubiera venido a trabajar en la hortaliza. Se puso a mirarnos nuevamente, escudriando los zapatos de tacn alto que Fangfang haba arrojado a la hierba, as como nuestras bolsas de viaje. Fangfang se puso los zapatos inmediatamente. Nos tom por sorpresa cuando nos salud con un: Andan de viaje? Asent con la cabeza. Hace buen tiempo, no creen? tena ganas de trabar conversacin. Bajo el poblado entrecejo, los ojos haban perdido su frialdad. Pareca un buen hombre. Llevaba unos zapatos de cuero descosidos de algunas partes, con suelas recortadas de una llanta. El ruedo de los pantalones estaba mojado; evidentemente haba atravesado el ro viniendo de la capital. Aqu est fresco y muy bonito dije ponindome de pie. No se levante, yo ya me voy. Pareca disculparse. Luego l tambin se sent en la hierba, cerca del camino de piedra. Abri su bolsa y nos pregunt: Comen meln? y sac uno de la bolsa. No, gracias. Yo me apresur a rechazarlo. Pero l nos arroj el meln. Lo tom y le hice seas de que se lo devolvera. No es nada, traigo la bolsa llena de melones dijo sopesando la bolsa de la que sac otro meln. No poda seguir rechazndolo, as que saqu de la ma un paquete de bollos y se los ofrec: Pruebe usted tambin nuestros bollos. Cogi un pedazo de un bollo y lo puso encima de su bolsa. Con eso me basta, coman dijo, apretando entre sus grandes manos el meln que en seguida se abri con

un crujido. Estn limpios, los lav en el ro. Luego dej caer de la mano las semillas del meln y grit en direccin a la puerta del templo: Ven a descansar, ven a comer meln. Aqu hay un grillo. La voz de un nio nos lleg de ms all de la puerta. Un niito con una jaula de malla de alambre en la mano apareci en la cuesta de la colina. Est bien, voy a atraparlo respondi el hombre. El niito se dirigi hacia nosotros brincando y retozando. De vacaciones? Yo tambin averig acerca de ellos y part el meln con las manos, imitndolo. Hoy es domingo, lo traje a pasear respondi. Absortos en nuestro festejo, habamos olvidado en qu da estbamos. Fangfang me sonri mordiendo el meln que yo haba partido. Quera decirme que debamos hacer algo bueno por alguien. En el mundo los hombres buenos siguen siendo los ms numerosos. Come, te lo regalan estos seores dijo al nio que miraba el bollo de huevos y leche colocado encima de la bolsa. Evidentemente el nio, que seguramente haba crecido en esta capital, vea por primera vez este tipo de bollo. De inmediato se apoder de l. Es su hijo? le pregunt. No me respondi, sino que le dijo al nio: Coge tu meln y vete a jugar. En seguida te atrapar un grillo. Quiero cinco! dijo el nio cogiendo el meln. Bueno, cinco. El nio se fue corriendo, con la jaula en la mano. El hombre se qued viendo la figura del nio, en las comisuras de los ojos se le formaron unas profundas arrugas. Bajo su apariencia severa se ocultaba la ternura de un padre. No es mi hijo dijo, bajando la cabeza y sacando un cigarrillo. Lo encendi y aspir una larga bocanada. Comprendiendo nuestro asombro, prosigui: Es el hijo de mi primo. Quisiera adoptarlo, si es que l quiere vivir conmigo. De inmediato comprendimos que deban ser muchos los sentimientos que se arremolinaban en el corazn de este hombre rudo. Y su esposa? pregunt Fangfang sin poder evitarlo. No respondi, sino que sigui aspirando profundamente el humo de su cigarrillo antes de levantarse y alejarse. Sentimos la frescura del viento. En el techo de tejas laqueadas de amarillo dorado, los brotes nuevos de hierba que haban salido con la primavera, tan altos como las viejas espigas secas, se agitaban al viento. Los aleros del techo se dibujaban contra el cielo azul, una nube blanca pasaba, dando la impresin de que el universo se ladeaba. En la punta del alero una teja estaba a punto de caerse. Quiz llevaba aos ah, inmvil. El hombre estaba de pie en el basamento del muro en ruinas, con los ojos fijos en el valle que se abra detrs de nosotros. A lo lejos se vean las ondulaciones de una colina, ms alta an que la colina donde estbamos y ms escarpada tambin. En la ladera no se vean ni campos en terrazas ni casas. No debiste de haberle hecho esa pregunta le dije. Ya no hablemos de ello. Fangfang pareca molesta. Aqu hay un grillo! La voz del nio nos llegaba desde la colina. Pareca estar muy lejos, pero lo oamos perfectamente. El hombre se fue en esa direccin, columpiando en el extremo del brazo la pesada bolsa de los melones. Baj la cuesta. Tomando a Fangfang del brazo, la atraje hacia m. Djame. Se solt. Tienes pasto en el pelo le expliqu, quitndole una aguja de pino enredada en sus cabellos. Esa teja se va a caer dijo Fangfang. Tambin ella se haba fijado en la teja rota de color amarillo dorado que iba a desprenderse. Murmur: Sera lo mejor, no vaya a ser que lastime a alguien. Todava puede tardar mucho le dije. Fuimos al terrapln donde se haba detenido el hombre. El pequeo valle estaba cubierto de campos con densos sembrados de maz y mijo, de un verde intenso, que esperaban la cosecha de otoo. A nuestros pies, en un rellano, se apretujaban algunas casas de adobe con las paredes encaladas hasta la mitad. El sendero que descenda por el valle pasaba cerca de las casas. Llevando al nio de la mano, el hombre caminaba por la vereda que serpenteaba entre los plantos. De repente, el muchacho se puso a caracolear como un caballo al que le hubieran soltado la brida. Se echaba hacia adelante, se daba la vuelta y luego regresaba hacia atrs, columpiando su jaula de malla de alambre en direccin al hombre. Crees que vaya a atraparle grillos? Te acuerdas, Fangfang, que me hiciste esta pregunta. Claro, claro te dije. Quiero cinco! dijiste con tono malicioso. Esto, esto es lo que yo quera decirles sobre el Templo de la Perfecta Benevolencia adonde fuimos de viaje para nuestra luna de miel. -

FIN

Leccin / Moraleja: .

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