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com/2009/10/27/amor-secreto-manuel-payno/
Mucho tiempo haca que Alfredo no me visitaba, hasta que el da menos pensado se present en mi cuarto. Su palidez, su largo cabello que caa en desorden sobre sus carrillos hundidos, sus ojos lnguidos y tristes y, por ltimo, los marcados sntomas que le adverta de una grave enfermedad me alarmaron sobremanera, tanto, que no pude evitar el preguntarle la causa del mal, o mejor dicho, el mal que padeca. Es una tontera, un capricho, una quimera lo que me ha puesto en este estado; en una palabra, es un amor secreto. Es posible? Es una historia prosigui insignificante para el comn de la gente; pero quiz t la comprenders; historia, te repito, de esas que dejan huellas tan profundas en la existencia del hombre, que ni el tiempo tiene poder para borrar. El tono sentimental, a la vez que solemne y lgubre de Alfredo, me conmovi al extremo; as es que le rogu me contase esa historia de su amor secreto, y l continu: Conociste a Carolina? Carolina! Aquella jovencita de rostro expresivo y tierno, de delgada cintura, pie breve ? La misma. Pues en verdad la conoc y me interes sobremanera pero A esa joven prosigui Alfredo la am con el amor tierno y sublime con que se ama a una madre, a un ngel; pero parece que la fatalidad se interpuso en mi camino y no permiti que nunca le revelara esta pasin ardiente, pura y santa, que habra hecho su felicidad y la ma. La primera noche que la vi fue en un baile; ligera, area y fantstica como las slfides, con su hermoso y blanco rostro lleno de alegra y de entusiasmo. La am en el mismo momento, y procur abrirme paso entre la multitud para llegar cerca de esa mujer celestial, cuya existencia me pareci desde aquel momento que no perteneca al mundo, sino a una regin superior; me acerqu temblando, con la respiracin trabajosa, la frente baada de un sudor fro Ah!, el amor, el amor verdadero es una enfermedad bien cruel. Deca, pues, que me acerqu y procur articular algunas palabras, y yo no s lo que dije; pero el caso es que ella con una afabilidad indefinible me invit que me sentase a su lado; lo hice, y abriendo sus pequeos labios pronunci algunas palabras indiferentes sobre el calor, el viento, etctera; pero a m me pareci su voz musical, y esas palabras insignificantes sonaron de una manera tan mgica a mis odos que an las escucho en este momento. Si esa mujer en aquel acto me hubiera dicho: Yo te amo, Alfredo; si hubiera tomado mi mano helada entre sus pequeos dedos de alabastro y me la hubiera estrechado; si me hubiera sido permitido depositar un beso en su blanca frente Oh!, habra llorado de gratitud, me habra vuelto loco, me habra muerto tal vez de placer. A poco momento un elegante invit a bailar a Carolina. El cruel, arrebat de mi lado a mi querida, a mi tesoro, a mi ngel. El resto de la noche Carolina bail, platic con sus amigas, sonri con los libertinos pisaverdes; y para m, que la adoraba, no tuvo ya ni una sonrisa, ni una mirada ni una palabra. Me retir cabizbajo, celoso, maldiciendo el baile. Cuando llegu a mi casa me arroj en mi lecho y me puse a llorar de rabia. A la maana siguiente, lo primero que hice fue indagar dnde viva Carolina; pero mis pesquisas por algn tiempo fueron intiles. Una noche la vi en el teatro, hermosa y engalanada como siempre, con su sonrisa de ngel en los labios, con sus ojos negros y brillantes de alegra. Carolina se ri unas veces con las gracias de los actores, y se enterneci otras con las escenas patticas; en los entreactos paseaba su vista por todo el patio y palcos, examinaba las casacas de moda, las relumbrantes cadenas y fistoles de los elegantes, saludaba graciosamente con su abanico a sus conocidas, sonrea, platicaba y para m, nada ni una sola vez dirigi la vista por donde estaba mi luneta, a pesar de que mis ojos ardientes y empapados en lgrimas seguan sus ms insignificantes movimientos. Tambin esa noche fue de insomnio, de delirio; noche de
esas en que el lecho quema, en que la fiebre hace latir fuertemente las arterias, en que una imagen fantstica est fija e inmvil en la orilla de nuestro lecho. Era menester tomar una resolucin. En efecto, supe por fin d nde viva Carolina, quines componan su familia y el gnero de vida que tena. Pero cmo penetrar hasta esas casas opulentas de los ricos? Cmo insinuarme en el corazn de una joven del alto tono, que dedicaba la mitad de su tiempo a descansar en las mullidas otomanas de seda, y la otra mitad en adornarse y concurrir en su esplndida carroza a los paseos y a los teatros? Ah!, si las mujeres ricas y orgullosas conociesen cunto vale ese amor ardiente y puro que se enciende en nuestros corazones; si miraran el interior de nuestra organizacin, toda ocupada, por decirlo as, en amar; si reflexionaran que para nosotros, pobres hombres a quienes la fortuna no prodig riquezas, pero que la naturaleza nos dio un corazn franco y leal, las mujeres son un tesoro inestimable y las guardamos con el delicado esmero que ellas conservan en un vaso de ncar las azucenas blancas y aromticas, sin duda nos amaran mucho; pero las mujeres no son capaces de amar el alma jams. Su carcter frvolo las inclina a prenderse ms de un chaleco que de un honrado corazn; de una cadena de oro o de una corbata, que de un cerebro bien organizado. He aqu mi tormento. Seguir lnguido, triste y cabizbajo, devorado con mi pasin oculta, a una mujer que corra loca y descuidada entre el mgico y continuado festn, de que goza la clase opulenta de Mxico. Carolina iba a los teatros, all la segua yo; Carolina en su brillante carrera daba vueltas por las frondosas calles de rboles de la Alameda, tambin me hallaba yo sentado en el rincn oscuro de una banca. En todas partes estaba ella rebosando alegra y dicha, y yo, mustio, con el alma llena de acbar y el corazn destilando sangre. Me resolv a escribirle. Di al lacayo una carta, y en la noche me fui al teatro lleno de esperanzas. Esa noche acaso me mirara Carolina, acaso fijara su atencin en mi rostro plido y me tendra lstima era mucho esto: tras de la lstima vendra el amor y entonces sera yo el ms feliz de los hombres. Vana esperanza! En toda la noche no logr que Carolina fijase su atencin en mi persona. Al cabo de ocho das me desenga que el lacayo no le haba entregado mi carta. Redobl mis instancias y consegu por fin que una amiga suya pusiese en sus manos un billete, escrito con todo el sentimentalismo y el candor de un hombre que ama de veras; pero, Dios mo!, Carolina reciba diariamente tantos billetes iguales; escuchaba tantas declaraciones de amor; la prodigaban desde sus padres hasta los criados tantas lisonjas, que no se dign abrir mi carta y la devolvi sin preguntar aun por curiosidad quin se la escriba. Has experimentado alguna vez el tormento atroz que se siente, cuando nos desprecia una mujer a quien amamos con toda la fuerza de nuestra alma? Comprendes el martirio horrible de correr da y noche loco, delirante de amor tras de una mujer que re, que no siente, que no ama, que ni aun conoce al que la adora? Cinco meses duraron estas penas, y yo constante, resignado, no cesaba de seguir sus pasos y observar sus acciones. El contraste era siempre el mismo: ella loca, llena de contento, rea y miraba al drama que se llama mundo al travs de un prisma de ilusiones; y yo triste, desesperado con un amor secreto que nadie poda comprender, miraba a toda la gente tras la media luz de un velo infernal. Pasaban ante mi vista mil mujeres; las unas de rostro plido e interesante, las otras llenas de robustez y brotndoles el ncar por sus redondas mejillas. Vea unas de cuerpo flexible, cintura breve y pie pequeo; otras robustas de formas atlticas; aquellas de semblante ttrico y romntico; las otras con una cara de risa y alegra clsica; y ninguna, ninguna de estas flores que se deslizaban ante mis ojos, cuyo aroma perciba, cuya belleza palpaba, haca latir mi corazn, ni brotar en mi mente una sola idea de felicidad. Todas me eran absolutamente indiferentes; slo amaba a Carolina, y Carolina Ah!, el corazn de las mujeres se enternece, como dice Antony, cuando ven un mendigo o un herido; pero son insensibles cuando un hombre les dice: Te amo, te adoro, y tu amor es tan necesario a mi existencia como el sol a las flores, como el viento a las aves, como el agua a los peces. Qu locura! Carolina ignoraba mi amor, como te he repetido, y esto era peor para m que si me hubiese aborrecido.
La ltima noche que la vi fue en un baile de mscaras. Su disfraz consista en un domin de raso negro; pero el instinto del amor me hizo adivinar que era ella. La segu en el saln del teatro, en los palcos, en la cantina, en todas partes donde la diversin la conduca. El ngel puro de mi amor, la casta virgen con quien haba soado una existencia entera de ventura domstica, verla entre el bullicio de un carnaval, sedienta de baile, llena de entusiasmo, embriagada con las lisonjas y los amores que le decan. Oh!, si yo tuviera derechos sobre su corazn, la hubiera llamado, y con una voz dulce y persuasiva le hubiera dicho: Carolina ma, corres por una senda de perdicin; los hombres sensatos nunca escogen para esposas a las mujeres que se encuentran en medio de las escenas de prostitucin y voluptuosidad; seprate por piedad de esta reunin cuyo aliento empaa tu hermosura, cuyos placeres marchitan la blanca flor de tu inocencia; mame slo a m, Carolina, y encontrars un corazn sincero, donde vaces cuantos sentimientos tengas en el tuyo: mame, porque yo no te perder ni te dejar morir entre el llanto y los tormentos de una pasin desgraciada. Mil cosas ms le hubiera dicho; pero Carolina no quiso escucharme; hua de m y risuea daba el brazo a los que le prodigaban esas palabras vanas y engaadoras que la sociedad llama galantera. Pobre Carolina! La amaba tanto, que hubiera querido tener el poder de un dios para arrebatarla del peligroso camino en que se hallaba. Observ que un petimetre de estos almibarados, i nsustanciales, destituidos de moral y de talento, que por una de tantas anomalas aprecia y puede decirse venera la sociedad, platicaba con gran inters con Carolina. En la primera oportunidad lo saqu fuera de la sala, lo insult, lo desafi, y me hubiera batido a muerte; pero l, riendo me dijo: Qu derechos tiene usted sobre esta mujer? Reflexion un momento, y con voz ahogada por el dolor, le respond: Ningunos. Pues bien prosigui rindose mi antagonista, yo s los tengo y los va usted a ver. El infame sac de su bolsa una liga, un rizo de pelo, un retrato, unas cartas en que Carolina le llamaba su tesoro, su nico dueo. Ya ve usted, pobre hombre me dijo alejndose, Carolina me ama, y con todo la voy a dejar esta noche misma, porque colecciones amorosas iguales a las que ha visto usted y que tengo en mi cmoda, reclaman mi atencin; son mujeres inocentes y sencillas, y Carolina ha mudado ya ocho amantes. Sent al escuchar estas palabras que el alma abandonaba mi cuerpo, que mi corazn se estrechaba, que el llanto me oprima la garganta. Ca en una silla desmayado, y a poco no vi a mi lado ms que un amigo que procuraba humedecer mis labios con un poco de vino. A los tres das supe que Carolina estaba atacada de una violenta fiebre y que lo s mdicos desesperaban de su vida. Entonces no hubo consideraciones que me detuvieran; me introduje en su casa decidido a declararle mi amor, a hacerle saber que si haba pasado su existencia juvenil entre frvolos y pasajeros placeres, que si su corazn mora con el desconsuelo y vaco horrible de no haber hallado un hombre que la amase de veras, yo estaba all para asegurarle que llorara sobre su tumba, que el santo amor que le haba tenido lo conservara vivo en mi corazn. Oh!, estas promesas habran tranquilizado a la pobre nia, que mora en la aurora de su vida, y habra pensado en Dios y muerto con la paz de una santa. Pero era un delirio hablar de amor a una mujer en los ltimos instantes de su vida, cuando los sacerdotes rezaban los salmos en su cabecera; cuando la familia, llorosa, alumbraba con velas de cera benditas, las facciones marchitas y plidas de Carolina. Oh!, yo estaba loco; agonizaba tambin, tena fiebre en el alma. Imbciles y locos que somos los hombres! Y qu sucedi al fin? Al fin muri Carolina me contest, y yo constante la segu a la tumba, como la haba seguido a los teatros y a las mscaras. Al cubrir la fra tierra los ltimos restos de una criatura poco antes tan hermosa, tan alegre y tan contenta, desaparecieron tambin mis ms risueas esperanzas, las solas ilusiones de mi vida. Alfredo sali de mi cuarto, sin despedida.