Enriqueta Ochoa 182

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ENRIQUETA OCHOA

Seleccin y nota introductoria de

ESTHER HERNNDEZ PALACIOS

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTNOMA DE MXICO


COORDINACIN DE DIFUSIN CULTURAL DIRECCIN DE LITERATURA MXICO, 2013

NDICE

NOTA INTRODUCTORIA, ESTHER HERNNDEZ PALACIOS DE LAS VRGENES TERRESTRES (1972) LAS VRGENES TERRESTRES DE LOS HIMNOS DEL CIEGO (1968) EL HOMBRE AVISPERO DE EL RETORNO DE ELECTRA (1978) ENTRE LA SOLEDAD RUIDOSA DE LAS GENTES RETORNO DE ELECTRA PARA EVADIR EL CIERZO DE LA MUERTE
QUE LLEGA

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MARIANNE DE CANCIN DE MOISS (1984) MOISS PESPUNTEO MIS DAS LO QUE MS AMO, LASTIMO DE BAJO EL ORO PEQUEO DE LOS TRIGOS (1984) BAJO EL ORO PEQUEO DE LOS TRIGOS RETRATO EN SEPIA LA LLOVIZNA DE ABRIL FILIS DESTINO DE ANTOLOGA NUEVA (1989) ASALTOS A LA MEMORIA

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NOTA INTRODUCTORIA*
La poesa es el lenguaje primitivo de un pueblo histrico. M. Heidegger

La poesa es la voz de Dios y si el siglo XX carece de Dios, no en cambio, paradigmticamente, de poetas. As, sus poetas ms representativos sern las manifestaciones de una ausencia, en su aspecto elemental, de la nostalgia de una presencia anterior y, en la estirpe visionaria, de la premonicin de un Dios por venir. Enriqueta Ochoa encarna esta voz futura, entra a la poesa del siglo XX exigiendo una deidad: el erotismo femenino, la trascendencia del amor que a lo largo de una obra construida en la periferia, tanto de lo literario como de lo mundano, va cercando, sitiando a su preciado objeto. Irrumpen Las vrgenes terrestres como un canto puramente sensual, rompiendo no los sagrados tabes metforas de lo insondable, sino los moldes de lo misterioso. No exige un cuerpo ms, una identidad que permita la suya, sino que marca el comienzo y quiz el final de un exaltado erotismo femenino. Y si decimos comienzo es porque afirma, venciendo escollos y ambigedades, la retrica anterior en la que habitaba plida, pero enigmtica, la voz femenina. Pero tambin decimos final porque no quiere dejar de ser mujer. Quiere ser, y esto es inaudito, indito en la poesa en espaol, la primera mujer. Quiere y sin lugar a dudas lo merece ser Eva, Antgona, Ofelia... Quiere ser, ansia ser, nada ms urgente que ser. Ciertas corrientes gobernadas por ideologas pueden pretender apropiarse de esta poesa pero ella, la poesa y Enriqueta Ochoa no tienen propiedades. No slo es ingobernable, sino metahistrica, aunque tampoco sera justo desubicarla del mundo y lanzarla al etreo mbito de lo femenino donde la mediana ha inventado la palabra poetisa. Ella es poeta, como la
*

Agradezco la colaboracin de Luis Mndez.

espaola Mara Zambrano es filsofa. Lo que se reivindica no es el gnero, sino la intensidad. Para qu decir que naci en Coahuila de una tradicional familia de orfebres, que deambul por las calles poco luminosas de Rabat o de Jalapa. Para qu decir que su vida es un hilo que se ovilla en el misterio si ella conoce el olor de Dios y su penetrante presencia en el cuerpo. Hoy que es indisoluble el cuerpo del espritu bajo cualquier modalidad conceptual, hoy que es imposible negar la hondura metafsica y carnal del Cantar de los Cantares o de las Meditaciones de la Santa de vila; hoy que es imposible esquivar el sobrepeso de la sensibilidad, aparece la obra de Enriqueta Ochoa como una fulgurante germinacin que la lluvia nocturna permite escuchar. Obra que ilumina y oscurece la condicin humana, lienzo de contrastes, poesa que encuentra y pierde. Enriqueta Ochoa teje en los entramados de Juana de Ibarbourou, Concha Urquiza y Alfonsina Storni y en el oficio de la urdimbre descubre vaco y estirpe: la mujer es la primera desnudez humana y tambin la ltima. Vestida de exilio y dolor, ya no slo cubre la desnudez femenina sino que consuela y da sentido a la vida del hombre: la poesa inaugura la inocencia, pero tambin la historia.

ESTHER HERNNDEZ PALACIOS

DE LAS VRGENES TERRESTRES (1972)

LAS VRGENES TERRESTRES


para Marianne, mi hija

INTROITO

En vano envejecers doblado en los archivos, no encontrars mi nombre. En vano medirs los surcos sementados queriendo hallar mis propiedades, no tengo posesiones. En cambio, el sueo de los valles arrobados es mo? S. Mo es el subterrneo rumor de la semilla? Tambin. Si me extraviara a tientas, en la oscuridad, cmo podran llamarme y entenderles? Llmenme con el nombre del nico incoloro vestido que he llevado, el de virgen terrestre.

I Duele esta tierra henchida de vigores sollamando la frente, quemando las entraas... Todo mi nombre dentro se me rompe de odio: odio a la puerta en m, siempre llamada, odio al jardn de afanes desgajados entre el sol y la muerte. Por encima de las colinas arde la luz, el tiempo se deshoja

y yo envejezco aqu traspasada de urgencias frente a la puerta hermtica. Soy la virgen terrestre espesa de amargura, desolada corriendo del reguero de impactos en mi pulso. Ya no me soporto en las grietas de la espera ni el sopor del silencio.

II Mentira que somos frescas quiebras cintilando en el agua!, que un temblor de castidad serena nos albea la frente, que los luceros se exprimen en los ojos y nos embriagan de paz. Mentira! Hay una corriente oscura disuelta en las entraas que nos veda pisar sin ser odas y sostener equilibrio de rodillas, con un racimo de luces extasiadas sobre el pecho.

III Dicen que una debe morderse todas las palabras y caminar de puntas, con sigilo, cubriendo las rendijas, acallando al instinto desatado, y poblando de estrellas las pupilas para ahogar el violento delirio del deseo. Pero es que si el cuerpo pide su eternidad limpio y derecho, es un mordiente enojo andarle huyendo; dejar su temblorosa mies ardiendo a solas, sin el olor oscuro de los pinos. Siempre cerrada, ignorando cmo se desgaja

el surco dorado ante la siembra; de tumbo en tumbo, cerrados los sentidos y alumbrndose a medias.

IV Viejas causas, cnones hostiles, fervorosos principios maniatndome. Sobre qu ejes giran que me doblan a beberme la muerte en la conciencia? Yo me miro y no soy sino una cripta en llamas, una existencia informe, sonmbula, cargada de fatiga. Es lcito permitir que se extinga en servidumbre enferma el brbaro reclamo que nos sube de abordar a la tierra por la tierra?

V En esta brava inmensidad no logran retenerme los desvaros blandos o el mpetu del sueo. La tierra es ruda, trmula, ardorosa, y se me expande dentro. El vrtigo sanguneo esplende arrebatando al canto y ni le puedo contener el paso, ni sustraerme a los labios que me caen al papel como dos brasas.

VI Pienso en las abastecidas, las satisfechas, las del ancho mar; las que reciben el regocijo vital de las corrientes cauces donde la vida vibra y se eterniza,

pienso en las abastecidas y me irrita el despecho de mi roja marea sofocada; al no encontrar la presencia de Dios por ningn ngulo y andar de pueblo en pueblo emblanquecida de miedo, de pasin y de tedio, sepulto el corazn bajo el holln de todos los recelos.

VII Te rindo y te maldigo, recio olor de la tierra, tempestad original, relmpago dulcsimo de muerte. Te maldice el temor de ver que Dios no acierte a descifrar mi nombre, porque yo, la que soy, no asisto ni en el Monte Tabor para el desposamiento en brillos, ni soy de las que escalan por los peldaos de la sangre al sol. Dije que era un vaivn de la ola sombra, la ola de las vrgenes terrestres, las que no recibimos ms nombre que el que nos dieron nias en la pila; y cuando Dios nos llame nunca habr de encontrarnos, dir: las innombradas, los desvados soplos, los desplomes silentes, las estepas perdidas bajo esfumino duro, y nosotras, cubiertas de humo en las honduras de un pas olvidado, vocearemos respuestas en remolino clido, arderemos los montes, alzaremos los brazos en furia atropellada y todas en un grito hendiendo los contornos, serpentearemos secas, deshechas de agona.

Pero intil, intil, porque a la tierra estril no se le oyen los labios.


1952

DE LOS HIMNOS DEL CIEGO (1968)

EL HOMBRE
para Wenceslao Rodrguez

Qu ha visto el hombre? Nada. Ciego y desnudo lleg, desnudo y ciego se ir del polvo al polvo. Un gesto de ternura podra salvar al mundo, pero el hombre jams baj los ojos a ese pozo de luz. Llorars, le dijeron, mas no es fcil llorar. Llorar es desprenderse, irse en ros de uno, y el hombre slo sabe devorar y perderse. No conoce ms muros que los que cercan su ciudad en sombras y hasta all ha bajado a envejecer, a morir en s mismo, a sepultarse testarudo, mientras la soledad circula por su cuerpo como el viento por una casa en ruinas. Yo insisto, un gesto de ternura podra..., de pronto, me irrito, tiemblo, ro, me quebranto.

Yo soy el hombre.
1955

AVISPERO
para Fernando Medina

Cualquier cosa es mejor a este avispero en llamas que me aguija, porque aqu, donde estoy, me duele todo: la tierra, el aire, el tiempo, y este volcanizado sueo a ciegas, sucumbiendo. Anoche sollozaba por un vaso de luz, hora tras hora ard de sed y amanec vaca. Otra noche fue el sobresalto dulce, el de la sangre; enardecida fue de la jaula al ltigo, del ltigo al silbido agresivo y caliente de las venas, amanec amargada. Otra vez, me adentr un amor como montaa; gacela estremecida vagu temblando hmeda de lgrimas Mansamente en silencio, ahta de ternura, beb luz de cristal entre los sueos, se me quebr en la entraa, me cortaba, y me qued en tinieblas... Cuntas cosas he dicho, palabras que se arrancan por no llorar de rabia. Ya no puedo dormir sobre la misma almohada aunque los ojos sueen; me repudio al decirlo, pero cualquier cosa es mejor

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a este avispero en llamas en que vivo.


1955

DE EL RETORNO DE ELECTRA (1978)

ENTRE LA SOLEDAD RUIDOSA DE LAS GENTES

Busco un hombre y no s si sea para amarlo o para castrarlo con mi angustia. Tengo hambre de ser y me siento frente a la ventana a masticar estrellas para que este dolor de estmago sea cierto. La verdad es que duele en los nervios todo el cuerpo, esta noche, hasta los tutanos. En la casa contigua grita una mujer las glorias de la Biblia y no conoce a Dios. Su voz huele a vinagre, a aceite de ricino, y Dios no huele a eso. Entre mil olores reconocera el suyo. Algo que no digiero me ha hecho dao esta tarde. He visto a otros ms humildes que yo. No quiero reconocerme en ellos. De tanto huir se me han cado las palabras hasta el fondo del miedo: no salen, rebotan dentro como canicas, suenan sordas. Sin querer, me doy cuenta que me he quedado en la ruina. Me falta lo mejor antes de irme: el Amor. Y es tarde para alcanzarlo, y me resulta falso decir: Seor, apyame en tu corazn

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que tengo ganas de morir madura. Nadie madura sin el fruto. El fruto es lo vivido y no lo tengo: lo busco ya tarde, entre la soledad ruidosa de las gentes o en el amor que intento, y doy, y espero, y que no llega.
1967

RETORNO DE ELECTRA

Para poderte hablar, as, de frente, tuve que echarme toda una vida a llorar sobre tus huesos. Tuve que desandar lo caminado desnudando la piel de mi conciencia. Para poderte hablar tuve que volver a llenarme de aire los pulmones. Y cuidar de que no se me encogieran las palabras, el corazn, los ojos, porque an se me deshacen de agua si te nombro. Ya me creci la voz, padre, patriarca, viejo de barba azul y ojos de plomo; ya te puedo contar lo que ha pasado desde que t te fuiste. Con tu muerte se quebrantaron todos los cimientos; no me atrev a buscar, porque no habra un roble con tu sombra y tu medida que me cubriera de la llaga de sol en mi verano. Un la sangre que me diste a otra sangre; malherida, borr la sombra del sexo entre los hombres y me qued vaca, a la intemperie...

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Y no pude decir, hasta que se hizo carne de mi carne el amor, lo que era hallar la propia sombra, entregndose. Despus quise ubicarte en m, te pes, te ultraj, te llor, med tus actos; di vuelta atrs, y volv a caminar lo desandado; por eso puedo hablarte ahora, as, porque entend tu medida de gigante. II No podemos hacer nada con un muerto, padre, se suda sangre, se retuerce el aullido, tirado sobre las tumbas, en un charco de culpa. Padre, yo soy Pedro y Santiago, el sable que doblado de sueo castr su espritu en tu oracin del huerto. Yo soy el viscoso miedo de Pedro que se escurri en la sombra a la hora de tus merecimientos. Soy el martillo cayendo sobre tus clavos; el aire que no asisti al pulmn en agona; soy la que no comparti el dolor anticipado que se encerr a devorarse; la hendidura irresponsable, la desbandada de apstoles... Soy este pozo de noche en que se hunde la conciencia. Di, qu se hace con un muerto, padre? Di cmo lavo estas llagas, si todo queda inscrito en el tiempo y todo tiempo es memoria. III Colgbamos de ti como del racimo la uva. Cuando la muerte reblandeci el cogollo de tu fuerza, presentimos el vrtigo de altura y la cada.

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Uno a uno, en relacin directa a la pesantez de tu esencia, descendimos. Bajo annimas pisadas me vi saltar la pulpa, sorprendida. Y no era orga de vendimia, ni enervacin de culto; fue ser la sangre a la sed de todos los caminos dejar la piel desprendida entre un enjambre de alambradas. Ahora, para afirmar la talla con que tu amor me hizo, slo queda una espina: la palabra. IV Perdn hermanos, porque no alcanzo a verlos, ahogada como estoy en mi hoyo de pequeas miserias. Mentira que deseo morir!, antes quisiera conocerlos sin mi lente deforme, quiz los amara tanto, o ms de lo que estoy amando a mi lastre de lgrimas en este viaje de niebla. V Padre, no puedo amar a nadie, a nada que no sea este fuego de sucia conmiseracin en que se consume mi lengua. Quiero otro aire, otro paisaje que no sean los muros de mi cuerpo. Emparedada, desconozco el resplandor del centro y la desnudez de la periferia.

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Voy a abrir brecha hacia los dos caminos y quiz quede atrs la trampa de la vieja noria.
1976

PARA EVADIR EL CIERZO DE LA MUERTE


QUE LLEGA

De ti lo habra amado todo: tu cabeza como luz de topacio en el hasto, el llanto, la caricia, la palabra brutal, la soga que amansara mis mpetus cerriles y, sobre todo, el hijo. Ese mar que juntara la turbulencia de nuestras dos avideces. Ese mar donde iran hacindose profundos de ternura los ojos. Pero ni t ni yo vivimos el momento propicio para amarnos. De paso en paso, un abismo, en cada oreja, una espina, en cada latido, un monte de zozobra quebrantando el resuello. Y de qu sirve odiar, forzar, hacerse aicos dentro si todo es ir buscndonos, arropndonos para evadir el cierzo de la muerte que llega. Lucha por subsistir, por mirar nuestro polvo crecerse en otro polvo para encontrar de nuevo la oquedad amorosa que libre a los sentidos de la asfixia ms pura de la muerte:

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la soledad. Pero hay quienes nacimos para morir en nuestro propio cuerpo. No hay puertas. No hay ventanas. Las ventanas incitan sin saciarnos. Las puertas nos liberan. Mas no hay puertas ni ventanas. Hay la fiebre en los ojos que va tras de la luz estremecindose. Hay la sangre a galope. El desvado paso recorriendo las calles aturdidas de sinfonolas, magnavoces, estridencias de claxon. Y el viento barriendo hojuelas doradas de elote en el mes de junio. Y la fresca respiracin de un cine donde ruedan botellas de cocacola y envolturas de Milky Way, y la arena caliente del aire sofocado. Y el amor, dnde? Y los amantes, dnde? Y t, amor, viento, canto... dnde?
1952

MARIANNE

Despus de leer tantas cosas eruditas estoy cansada, hija, por no tener los pies ms fuertes y ms duro el rin para andar los caminos que me faltan. Perdona este reniego pasajero al no encontrar mi ubicacin precisa, y pasarme el insomnio acodada en la ventana cuando la lluvia cae, pensando en la rabia que muerde la relacin del hombre con el hombre;

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ahondando el tnel, cada vez ms estrecho, de esta soledad, en s, un poco la muerte anticipada. Qu bueno que naciste con la cabeza en su sitio, que no se te achica la palabra en el miedo, que me has visto morir en m misma cada instante buscando a Dios, al hombre, al milagro. T sabes que nacimos desnudos, en total desamparo y no te importa, ni te sorprende el nudo de sombra que descubres. Todo se muere a tiempo y se llora a retazos, has dicho, sin embargo, es azul de cristal tu mirada y te amanece fresca el agua del corazn; quitas fcil el holln que pone el hombre sobre las cosas, y entiendes en tu propio dolor al mundo, porque ya sabes que sobre todos los ojos de la tierra algn da, sin remedio, llueve.
1968

DE CANCIN DE MOISS (1984)

MOISS

De la transparencia nutricia del agua provenimos. Mosch, salvado de las aguas, fue su nombre; el relmpago de la clera, su sombra. Marcado al descuajar de su raz a un hombre, vag dentro de s perdido como gota de agua en el vaso de la eternidad.

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Huy al desierto perseguido por el remordimiento, el hambre, la sed de los sentidos. Los peascos de soledad, con sus ojos de misterio desorbitado, custodiaron su camino; el silencio enloquecido del desierto despedazaba sus odos. Largamente luch en su pesadilla contra el alud de estrellas y de arena hasta caer al fondo de su luz dormida donde el seor limpi la cegadura de su frente. Fueron las tierras de Madin la sangre y el pan a compartir, mientras se redondeaba la luz temblando alrededor suyo. Junto a Sfora vinieron das de plcida dulzura Moiss erraba apacentando ovejas, atravesando el rumor dorado del desierto. Un da, rumbo al monte de Dios, trep donde iluminaba al paisaje un viento solitario; all retumb la voz, zarzal de fuego: Yo soy el que soy. Tirado al suelo, se retorca el cayado culebra vertebral de las pasiones al recogerlo, se recogi a s mismo. Se enderez su yo, grandioso en podero y baj Moiss como esplendor llameante sellado, con esa impalpable blancura de los justos.

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PESPUNTEO MIS DAS


para Alberto y Rosario Domene

Pespunteo mis das, alio la ms intil de mis prendas, tiro el aguijn de la susceptibilidad al cesto, las tijeras de alguna palabra inoportuna que pudiera cortar; remozo el paisaje en la retina, deshollino el pecho, limpio los tejados enmohecidos por tantas lluvias de sal en el dolor y me dispongo a nacer.

LO QUE MS AMO, LASTIMO

Dejo caer el ltigo duro de mi voz y lo que ms amo, lastimo. Dejo caer la ola sbita de mi ira en cada palpitacin y lo que ms amo, lastimo. Dejo caer mi dignidad herida, como bolsa de hiel que se revienta y lo que ms amo, lastimo. Saco la frazada de mi amor a mordiscos, a puntapis despedazada y te quiero cubrir, se te clavan sus puntas de hielo desdentado, allas de dolor y yo te amo, te quiero cubrir, ponerte a salvo de los colmillos negros de la vida.

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DE BAJO EL ORO PEQUEO DE LOS TRIGOS (1984)

BAJO EL ORO PEQUEO DE LOS TRIGOS


para Samuel Gordon

Si me voy este otoo entirrame bajo el oro pequeo de los trigos, en el campo, para seguir cantando a la intemperie. No amortajes mi cuerpo. No me escondas en tumbas de granito. Mi alma ha sido un golpe de tempestad, un grito abierto en canal, un magnfico semental que embaraz a la palabra con los ecos de Dios, y no quiero rondar, tiritando, mi futuro hogar, mientras la nieve acumula con ademn piadoso sus copos a mis pies. Yo quiero que la boca del agua me exorcise el espritu que me bautice el viento, que me envuelva en su sbana clida la tierra si me voy este otoo.
1984

RETRATO EN SEPIA

Obediente a la voz csmica, agrio el destino, yo fui levantada en torbellino de lamentos. Yo fui la piedra de escndalo:

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contra m se reventaron las lgrimas de todos mis hermanos. Yo fui la piedra que tirit en la puerta y en los patios de las casas, sin acceso al hogar que aglutina a los hombres. La piedra con la que los otros tropezaban encendidos de vergenza. La piedra del destierro, la que debi perderse en el fondo del lgamo; el labio sumergido en la hiel; el receptculo del sacrificio en donde vaciaron la indiferencia, la clera, el despecho. Yo el perro sin dueo, rastreando compaa, con la cabeza gacha, abatido de soledad. Cuando me vaya no querr aullar, cojeando por los mismos caminos. Quiero dispararme como flecha hacia la dimensin que corresponda. A mitad de la borrasca de este tiempo deb hacer cantar al pjaro ciego en mi garganta, sola, sobrecogida por el relmpago y el trueno, calada hasta los huesos, bajo la tormenta. Cant y cant, bebindome las lgrimas. Sin ti, Marianne, se me habran enlutado, sin amor, los caminos.

LA LLOVIZNA DE ABRIL

La llovizna de abril desprendi el sueo lila que floreca en la luz de las jacarandas y ardi toda la tarde sobre el rostro gris de la calle como una tierna flama.

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FILIS

Nos estamos borrando, Demofonte. Me anhelaba tu piel, pero esa fibra misteriosa de la entraa me daba su rechazo. Inexorables hasta m te trajeron las dunas del mar en celo; repar tu barca a la deriva, y aposentaste en mi casa y en mi sangre. Despus, vejada, escarnecida, fui arrojada a esta sima donde se arremolina el holln del llanto y la ola negra sube rebasando la angustia. Pero nos estamos borrando, Demofonte. Y no es el olvido hazaa ni honra el gemido ni delito la fe del hospedaje. Vctima y juez, en vilo me levanto; atrs queda una cauda de hiel y de silencio. Cuntos siglos para aprender mi leccin! Amanece, Demofonte, un corro de nios canta bajo mi ventana a los naranjos en flor. Muy pronto, aqu, hoy mismo, te he borrado, Demofonte.

DESTINO

Recorri el verano brincando en un solo pie y su verano fue una estrecha hilera de ladrillos en la boca inacabable de un desfiladero.

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DE ANTOLOGA NUEVA (1989)

ASALTOS A LA MEMORIA

Amanece, en las macetas de la ventana arden los geranios. Un vaho lechoso entra en el viento. Corre el da hacia las dunas de la oscuridad. Despus de avanzada la noche me desprendo abajo quedan mi piel, mis huesos. Me echo de picada a las profundidades, atravieso el infierno, toco la incandescencia de la luz todos los pjaros se desatan. De lejos llega el olor de dtiles que espesan en los cazos de cobre, el de polvorones recin horneados. Es el aroma penetrante de mi infancia el que nace, el que nace. Al amanecer Alberto arrea las mulas con el bastimento rumbo a las labores. Una nia atisba por entre los leos de la cerca, mientras en su corazn se amotina un mar de diez aos que quiere ser mujer. Que se echa sobre la tierra y se identifica con ella. Este polvo que escurre entre sus dedos es su madre es su cuerpo es el olor de vida que exhalar cuando llegue el medioda. Hoy, paloma desmaanada, vuelve a su cama, se acurruca bajo las cobijas tibias, se le desarrugan los sueos, se alisa el viento y duerme. A la bisabuela le peinaban las trenzas con los dedos. Vivi 110 aos.

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Plena en su lucidez. Su cuerpo se achic. Nunca desmereci la mata de su pelo inmaculado que creca en abundancia colgando en largas trenzas. Una maana rechaz la bandeja de panecillos y el chocolate espumoso. Pequeita, se ovill en el silencio La virgen me envolvi en un vapor azul, me trajo el desayuno, dijo antes de bajar a esconderse en los ntimos pliegues de la tierra. Las lilas perfuman el primer viento de abril. El rbol de la noche florece y la ta Vense trenza mis cabellos. Me hundo en el sueo. Ta Vense, te amo. estalactica de cristal. Tu pelo se precipitaba en relmpagos miel y caoba sobre mi cara cuando el beso de buenas noches. El ruido de voces en el cuarto contiguo me despierta. La muerte desangra el vientre de mi madre, las sbanas esponjadas de blancura se incendian. Apenas clarea, ponen sobre mis manos un cesto, al vaciarlo un feto se despea, La vida se encoge dentro de m, Tengo nueve aos, es el primer contacto con la muerte. Y los veranos, y el sol estancado a mitad del desierto. La luz cantaba y se filtraba por todos los resquicios. Algunas veces una noche de lluvia y amaneca la tierra con olor a mastuerzo y humedad. El mundo de mi madre era la correspondencia justa entre los reinos de la tierra. El abuelo lea en el firmamento los fenmenos atmosfricos, ubicaba las constelaciones y era juez de un pueblo

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donde no se mezclaba la sangre con extraos. Los Guzmn de Lampazos Los Benavides de Cerralvo Los Ramos de Cinega de Flores Los Montemayor de Higueras y se cerraba el crculo. Los ojos grises de la abuela hacan sentir su presencia matriarcal: revisaba la llegada de los rebaos, el ganado, la ordea, preparaba en el horno de adobe los pasteles de maz, las hojarascas, esa multitud de olores y sabores con que se llena el recuerdo.

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Enriqueta Ochoa, Material de Lectura, Serie Poesa Moderna, nm. 182, de la Coordinacin de Difusin Cultural de la UNAM. Cuidaron la edicin Mariana Pineda y Ari Cazs.

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