Cristianos Contra Judíos y Conversos - Fernando Suárez Bilbao
Cristianos Contra Judíos y Conversos - Fernando Suárez Bilbao
Cristianos Contra Judíos y Conversos - Fernando Suárez Bilbao
La promulgacin del Decreto de conversin forzosa de 31 de marzo de 1492, que supona en la prctica la expulsin de todos los judos que no quisieran convertirse, era solo el trmino de llegada de un proceso que se haba iniciado mucho tiempo atrs. Los reinos peninsulares en el siglo XV haba alcanzado un punto de maduracin en la conformacin de sus instituciones que nos permite hablar del comienzo del Estado Moderno, y en ese trnsito a la modernidad, lo mismo que les haba sucedido a otros reinos europeos Inglaterra y Francia se plante el problema del mximo religioso. Bajo esa denominacin los historiadores nos referimos a la concepcin del reino que a finales del siglo XV domina en la cristiandad: el reino, en relacin con el cual los monarcas ejercen sus funciones, como un deber y no como un derecho, esta concebido como una sociedad monoltica en donde solo cabe una sola religin. Por consiguiente la condicin de sbdito est ntimamente unida, indisolublemente unida, a la condicin de cristiano. Cuando el protestantismo triunfe en Europa a fines del siglo XVI este principio se consolid, nadie discutir el derecho expresado por Lutero de cuius religio eius regio. De una u otra forma se haba asentado a fines del siglo XV el
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principio de que la estructura poltica de un reino se apoya esencialmente en la unidad religiosa. Qu ocurre entonces con aquellos que no comparte la religin pero habitan en el reino?. Este es el problema al que se enfrentaron los Reyes Catlicos. En Inglaterra no haba judos desde finales del siglo XIII, ni en Francia, ni en Npoles, ni en Miln, ni en la mayor parte de Alemania, pero en el nuevo reino Castellano-Aragons, en Navarra y en Portugal si. Quines son estos habitantes no cristianos? Desde luego no eran sbditos, no formaban parte de la comunidad poltica llamada reino eran moradores sujetos a una legislacin especial que les converta en propiedad de la Corona, tal y como aparecen descritos en la documentacin. Para referirse a ellos los documentos de la poca emplean dos expresiones, que son, al mismo tiempo que estremecedoras muy aclaratorias deben ser tolerados e sufridos. La expresin tolerancia no puede ser entendida como un bien en si misma, se tolera lo que no se quiere, se soporta aquello que se tolera porque de no hacerlo sera peor. Ese es el verdadero sentido de la tolerancia. Pero que supona ser judo en el pensamiento de la poca, simplemente es aquel que profesa la ley de Moiss y no la de Cristo o la de Mahoma, no tena por tanto ningn contenido tnico ni racial. En la Edad Media los bautizados, aunque fuesen de la estirpe de Lev o de Aaron, no eran judos sino cristianos. Fue despus del desastre de 1391 cuando se extendi la sospecha de que muchos de los recientemente convertidos, conversos, practicaban el judasmo en secreto, eran los llamados judaizantes, criptojudos, o la denominacin popular de marranos, convertido con el tiempo en un insulto. Los Reyes Catlicos lo que se plantearon en el Decreto de 31 de marzo fue la unificacin religiosa no la expulsin, al convertirse se integraban en al comunidad poltica y pasaban a ser sbditos de pleno derecho. Y las circunstancias eran propicias: el reino pacificado, la Guerra de Granada haba terminado, era sin duda el momento de hacer frente al mximo religioso. La presencia de los judos en la Pennsula es anterior a la Dispora del ario 70. Vivieron una primera edad de oro cuando la hegemona intelectual y religiosa del judasmo, pas de Sura y Pumbedita en Mesopotamia, a Crdoba y Lucena bajo el gobierno Omeya en Al Andalus. Pero fue a partir de fines del
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siglo XI cuando auspiciados por la legislacin promulgada por el rey Fernando I de Len, que garantizaba expresamente el asentamiento de los judos, se instalaron en gran cantidad en los reinos cristianos huyendo del integrismo islmico que bajo los almohades y almorvides dominaban la Espaa musulmana. Estos nuevos reinos necesitaban para su desarrollo econmico de gentes que pudieran potenciar la actividad artesanal y comercial, y sobre todo que se pudieran ocupar de los asuntos econmicos de los nobles y del propio reino en un proceso de seoralizacin en donde las rentas monetarias estaban en auge. La autorizacin del asentamiento se basaba en dos principios: de legitimidad y de legalidad. El principio de legitimidad se basaba en la doctrina de San Agustn, convertida en ley de la Iglesia por la Constitutio pro iudaeis de 1199, promulgada por el papa Inocencio III. Los judos deban ser admitidos y amparados por los reyes cristianos porque, siendo custodios de la Sagrada Escritura, constituan el testimonio vivo de las promesas de Dios al pueblo de Israel y de cmo esas promesas se haban cumplido, y algn da, movidos por el ejemplo de los cristianos, reconoceran esta verdad y se convertiran. Estos principios se incorporaron a la legislacin peninsular a partir del siglo XI, y las viejas leyes visigodas antijudas fueron sustituidas hacia el ao 1066, contando con el respaldo expreso del papa Alejandro II, por un conjunto de legislacin que garantizaran la residencia, el derecho al uso de la lengua hebrea, construccin de sinagogas y escuelas rabnicas, practicar la fe mosaica en privado, tener propiedades conforme a las leyes del reino y a organizarse en pequeas comunidades llamadas aljamas, que se incorporaran poco a poco a los fueros locales y a los ordenamientos reales posteriores. Por otro lado los judos eran huspedes del rey y como tales se encontraban bajo su proteccin, lo que les otorgaba una condicin de privilegio, agredir a un judo era castigado de forma tan severa como a un hidalgo porque eran propiedad del rey, pero ello no supona que fueran naturales de aquellas tierras, no eran subditos, ni por religin ni por derecho. Era sin duda la mejor de las protecciones pero dependan exclusivamente de ellos. Adems esta proteccin no era graciosa, las comunidades judas pagaban fuertes impuestos por el derecho de residencia, la cabeza de pecho y otras derramas extraordinarias.
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Estos dos principios instalaban a las comunidades judas bajo condiciones de provisionalidad y precariedad, su asentamiento era por tiempo limitado hasta que se conviertan y en tanto en cuanto los reyes les otorgaran su proteccin. En la prctica el privilegio de los judos fue confirmado por los monarcas castellanos sin solucin de continuidad, ni siquiera cuando cambio la dinasta y los Trastmara accedieron al trono de Castilla la actuacin respecto a los judos cambi de direccin, y as hicieron tambin los Reyes Catlicos cuando llegaron al trono. Y los judos y cristianos se acostumbraron a cohabitar, y aquellos llegaron a creer que esa situacin nunca cambiara, pero este marco jurdico no les pona a cubierto de los prejuicios calumniosos que con el tiempo se fueron extendiendo. Cometeramos un grave error si confundiramos esta tolerancia con una convivencia ejemplar. Haba una estricta separacin entre las tres comunidades religiosas, y con el tiempo se convirti en una obligacin. No haba crimen ms grave para un judo que echarse con una cristiana, en la mayor parte de las legislaciones se castigaba con la muerte, aunque se tratase de una prostituta. Y mientras que la conversin al judasmo estaba rigurosamente prohibido, aunque fuera un musulmn, el bautismo de un judo estaba adornado de todo tipo de ventajas. Se les obligo a vivir en barrios separados juderas estrechos e insalubres, alejados del centro de la ciudad, y por eso se creo la imagen del judo sucio, cuando en realidad tenan un nivel de higiene y limpieza muy superior a la media de la poca. Se les prohibi el uso de las armas, por lo que no podan defenderse, teniendo que huir en vez de hacer frente, por eso se creo la imagen del judo cobarde, cuando en realidad la historia del pueblo judo esta cuajado de actos colectivos e individuales de enorme arrojo y herosmo. Se les cerr el acceso a la propiedad agrcola y a formar parte de las corporaciones artesanas, estas ltimas tenan un carcter religioso que les haca incompatible con su condicin de judo, y se vieron empujados a la actividad comercial especialmente monetaria, primero como cambistas y luego como banqueros encargndose de los prstamos para con el tiempo acusarles de usura, y as se creo la imagen del judo avaro. Poco a poco la calumnia se fue tejiendo como una fina tela de araa, difundindose terribles historias de magia negra y asesinatos sacrlegos: formas
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consagradas profanadas, sacrificios infantiles muertos segn un siniestro ritual. Lo ms grave es que algunas de estas fantasas fueron recogidas incluso por Alfonso X, paradigma de la convivencia entre las tres culturas, dndolas carta de naturaleza al incorporarlas a su magna obra de las Partidas. Las consecuencias de esa tolerancia envuelta en el esteriotipo del judo rico, hipcrita, falso y avaro que ha sobrevivido hasta nuestros das, fue un proceso de marginacin paulatina. Los judos eran apartados de sus vecinos cristianos, impidiendo todo contacto, relacin o amistad; pero el vecino aislado se convierte en un perfecto desconocido, y el miedo y las calumnias se ceban rpidamente en lo desconocido. Sin embargo todo ello no sera suficiente para explicar la quiebra que se produjo en el siglo XIV en la relacin entre judos y cristianos. La ruptura en la situacin de legitimidad del asentamiento de las comunidades judas en el seno de los reinos cristianos, hunde sus raices en el cambio que sufri el pensamiento religioso cristiano y judo. En la segunda mitad del siglo XII la cristiandad experiment la primera fuerte sacudida de movimientos herticos de raz maniquea. El judasmo por su parte sufri un fenmeno hertico similar marcado por un racionalismo excesivo, muy crtico con las tradiciones. En una visin superficial puede pensarse que este averrosmo, como abusivamente se denomino el fenmeno, afect por igual a las tres religiones. Con frecuencia los maestros cristianos atribuan una influencia perniciosa a los judos y por ello el Concilio de Letrn IV de 1215 estableci, al mismo tiempo que ratificaba los principios de la Constitutio de 1199, que los judos deban habitar en barrios propios y aislados, y portar un distintivo para que sus interlocutores pudieran conocerles. Algunos judos al ser perseguidos en sus comunidades bajo aquella acusacin se convirtieron al cristianismo buscando una mayor comprensin a su racionalismo, o quizs tan solo un modo de oponerse a sus correligionarios. Uno de estos fue un converso francs que ingres en los dominicos con el nombre de Nicols Donin. En 1236 Nicols Donin present una denuncia ante el Papa Gregorio IX. La Iglesia se equivocaba cuando crea que los judos eran custodios fieles de la Escritura, porque la haban tergiversado. Se haba impuesto entre ellos una doctrina que llamaban tradicin (Talmud), que era una interpretacin torticera de la promesa. Los rabinos inducidos por Satans, ocultaban a sus fieles que la
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Promesa se haba cumplido. Present como prueba de su acusacin una lista de 35 proposiciones en donde el Talmud recoga injurias contra Jess y la Virgen Mara. De este modo el judasmo sera una hereja contra el Antiguo Testamento, lo mismo que, por ejemplo, el catarismo lo era contra el Nuevo. La acusacin era muy grave y el Papa, tras varios arios de reflexin accedi a que se hiciese una investigacin por parte de la ms alta instancia del conocimiento de la poca: la Universidad del Estudio General de Pars. Y para ello ordeno a todos los prncipes cristianos que tomasen cuantos ejemplares del Talmud fuera posible encontrar, a fin de disponer de pruebas: solo San Luis obedeci la orden. En Pars, presidiendo la madre del rey, Blanca, se celebr un debate pblico en el que se permiti a los maestros judos que hiciesen la defensa del Talmud. La comisin o tribunal estaba presidida por el rector Eudex de Chateauroux, y tras largos meses de discusiones e interrogatorios los jueces fallaron entendiendo que la acusacin haba probado que el Talmud era un libro hertico en relacin al Antiguo Testamento, y conforme a los delitos de hereja era condenado a la hoguera. La sentencia se ejecuto en mayo de 1248, en la plaza de la Greve de Pars y consisti en una pira formada por veinte carretas de talmudes. Ratificada por el Papa Inocencio IV, esta sentencia era extensiva a toda la Cristiandad y aunque no en todas partes se ejecut de forma tan rigurosa supona un punto de inflexin radical en la relacin entre cristianos y judos. En adelante ningn cristiano podra dudar de que el judasmo era un mal para la cristiandad, ya no era la hebraica ventas se haba convertido en la hertica pravedad. Era el momento de plantearse la cuestin juda. Jaime I de Aragn quiso tener su propia visin del problema y organizo a imitacin del de Pars, el Debate de Barcelona en 1263, en donde por parte de los rabinos intervino nada menos que Nahmanides el sabio cabalista mas importante del momento, pero las consecuencias fueron ms o menos las mismas. Las tesis surgidas de las condenas eclesisticas se extendieron tambin a la Pennsula, explicada en obras posteriores como Pugio Fidei de Ramn Martn o el Fortalitium Fidei de fray Alonso de Espina, y en tiempos de los Reyes Catlicos se haba asumido como una verdad de fe. Y se propusieron soluciones que buscaban el grado de tolerancia
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cero en relacin con los judos, para evitar la contaminacin del cristianismo por la hereja. Los dominicos, de quienes, recordemos, haba partido la denuncia y quienes haban emitido la sentencia, propusieron la didctica. Lo que no se haba hecho era ensear a los judos el cristianismo, era urgente demostrarles en monumentales catequesis que los rabinos les tenan engaados, para su propio beneficio, mantenindoles en el error, de este modo se bautizaran todos y el judasmo habra concluido su experiencia vital. Solo haba un problema que el bautismo para que fuera vlido era necesario que lo recibieran libremente. El Concilio de Vienne de 1311 fue ms pragmtico en su solucin: los judos deban ser apartados radicalmente de su convivencia con los cristianos, encerrndolos en sus propios barrios,,y hacindoles portar una seal que les identificara en todo momento; la rodela bermeja. Y as las antiguas juderas que habi1. an surgido espontneamente se convirtieron en crceles. Las ciudades aprovecharon la circunstancia para cambiar su emplazamiento, normalmente en el mismo centro de la ciudad, por otro ms alejado peor y a veces ms pequeo. Las ciudades regularon a partir de entonces las limitaciones de esa tolerancia: ciando podan abandonar la judera, cuando ir al mercado, cuando y donde vender sus productos, cuando celebrar sus fiestas, etc. etc. En estas circunstancias solo haba que esperar una chispa que prendiera la mecha del odio hacia los judos, y cuando se produjeron las revueltas antijudas se mezclaron las cuestiones religiosas y las materiales: convertir, robar y destruir. Los monarcas se replantearon la continuidad de los judos en sus reinos, por el peligro que suponan para la paz interior. Eduardo I de Inglaterra fue el primero que planteo la necesidad de expulsar a los judos del reino, y entre 1289 y 1290 adopt las medidas necesarias para que sus dominios quedaran limpios de judos. Esta postura fue imitada en Francia, Npoles, Austria y muchos principados alemanes. La expulsin daba pinges beneficios a la Corona al apropiarse de los bienes de aquellos y hacerse acreedores de las deudas no cobradas. En la Pennsula las cosas eran algo diferentes. Los obispos de la provincia de Santiago que haban participado en el Concilio de Vienne, a su regreso se
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reunieron en el Snodo de Zamora de 1313 para examinar la aplicacin de aquellas medidas en sus dicesis. La influencia de Ramn Lull y del Concilio fue muy notable. Las conclusiones del Snodo fueron dirigidas al rey Alfonso XI, un menor de edad y en concreto al Consejo de Regencia: En primer lugar se ratificaba la vigencia de la Constitutio, pero se admita al mismo tiempo el principio Lulliano de la limitacin temporal para la presencia de los judos. Estos tendran un plazo para conocer la verdad y convertirse, pasado el cual los prncipes cristianos estaban legitimados para expulsar a los recalcitrantes en sus reinos. Entre tanto deban aplicarse los criterios acordados en el Concilio sobre el apartamiento de los judos. Por suerte para las comunidades judas la situacin poltica no era la ms adecuada para cumplir las disposiciones conciliares. Entre las masas populares se haba dado rienda suelta al mito del judo perverso, y como consecuencia una hostilidad que pronto desemboc en alborotos provocados por grupos de desalmados, dispuestos a asaltar las juderas bajo la justificacin de obligar a los judos al bautismo, situndolos ante la disyuntiva del bautismo o la muerte, era la tercera solucin. Fue en Alemania donde primero se formaron estas huestes de matadores de judos, y aparecen ya en 1309 en Mallorca y en 1320 en Navarra. Sin embargo el ms terrible, por sus hechos y sus consecuencias, fue el que tuvo lugar en 1391, que partiendo de Sevilla se extendi por toda la Pennsula. Las causas de esta sublevacin estn en la revolucin Trastamara. En el desarrollo de la Guerra Civil la cuestin juda se haba puesto sobre el tapete por ambos bandos. Los partidarios de Enrique acusaban a Pedro I de ser hijo de un judo, construyndose una compleja leyenda sobre la sustitucin del pequeo infante en la cuna por el hijo del judo Pero Gil, que haba nacido al mismo tiempo. Esta leyenda pas a los documentos oficiales conocindose a sus partidarios como los emperegilados. Enrique II tomo para si la causa antijuda, para ganarse el apoyo de las ciudades y la vieja nobleza tradicional identificada con ella. Este bando encontr en el caso de Samuel Ha-Levi, con su encumbramiento y posterior cada, la piedra de toque de su propaganda contra el tirano. En esa atmsfera se reunieron las Cortes de 1377 cuando la victoria de
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Enrique II pareca segura y los procuradores de las ciudades incluyeron, en sus cuadernos, cuatro peticiones referidas a los judos: todas las deudas de los cristianos con los judos eran fraudulentas por los intereses que tenan; el rey deba adoptar disposiciones para que se cumpliesen con rigor las disposiciones del Ordenamiento de Alcal de 1348 que prohiban la usura; la prohibicin para que los judos pudieran ejercer como arrendadores o recaudadores; y sobre todo la anulacin de privilegio que disfrutaban los judos por el cual cuando un judo apareciese muerto, el concejo a cuyo trmino perteneciese el lugar del hallazgo sera colectivamente responsable del homicidio, debiendo entregar al culpable o pagar las caloas correspondientes. El rey cedi a esta ltima peticin. Moses ha-Cohen haba advertido tiempo atrs que la seguridad de la comunidad juda dependa de dos privilegios que suponan la proteccin real: la responsabilidad colectiva de los concejos en caso de homicidio y la ejecucin por las autoridades cristianas de las sentencias dictadas contra malsines (judos que acusaban a judos ante los cristianos). En 1377 la primera de ambas seguridades fue suprimida. A pesar de todo Enrique 11 restablecio los privilegios judiegos, tan es as que fue acusado ante el papa Gregorio XI de favorecer a los judos, y el resultado de esta denuncia fue la bula de 28 de octubre de 1375 que censuraba la proteccin por l dispensada a los hebreos. De esta Bula se servira Fernando Martnez, arcediano de Ecija y luego provisor en el arzobispado de Sevilla, como plataforma legal justificadora de sus acciones; era el Papa, vena a sostener en sus prdicas, quien legitimada el antijudasmo. Cuando Enrique II muri pareci que las cosas iban a cambiar. Ciertamente Juan 1 se haba manifestado en numerosas ocasiones en contra de los judos. Rodeado de un importante grupo de eclesisticos el nuevo monarca emprendi una profunda reforma religiosa lo que llevaba aparejado el planteamiento de la cuestin juda. En estas circunstancias la aljama de Sevilla cometi un grave error: hacer en Yosef Picho, arrendador real que haba cado en desgracia acusado de malversacin e impago, un castigo ejemplar contra la malsinera. La condena, el 21 de agosto de 1379, fue de pena de muerte, y en aplicacin del privilegio los judos exigieron al merino que ejecutara la sentencia. En aquel
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momento se estaban celebrando las Cortes en Burgos y los procuradores sevillanos denunciaron el caso: si esto se permita quin se atrevera en adelante a testificar o acusar ante un tribunal cristiano?. El rey se tomo su tiempo y en las Cortes de Soria de 1380, el privilegio fue suprimido. El argumento recogido en el decreto era uno de los favoritos del Pugio fidei: con el advenimiento del Mesas haba concluido la capacidad judicial del pueblo de Israel, por lo que los judos estaban sometidos en todo a la potestad de los cristianos. En un plazo muy breve, las comunidades sefarditas haban sido despojadas de las dos salvaguardias legales ms eficaces y operativas. Ya no quedaban en pie ni la legitimidad ni la legalidad, solo les quedaba el amparo real. Los sucesos de 1391 no fueron una casualidad. Desde 1378 el arcediano invitaba a sus oyentes a romper toda clase de relaciones con los judos y a destruir las sinagogas, guaridas del diablo. En 1388 el arzobispo de Sevilla, Pedro Gomez Barroso le declar contumaz, rebelde y sospechoso de hereja, le suspendi a divinis y orden incoar un proceso. La situacin pareca controlada. Pero dos inesperadas circunstancias coincidieron para proporcionar a Fernando Martnez la oportunidad que esperaba. El 7 de julio de 1390 muri el arzobispo y, al producirse una vacante que iba a ser larga, el propio arcediano, que era provisor, se convirti en el administrador de la dicesis; era l quien poda, ahora, dar rdenes al cabildo. Antes de que el Consejo Real pudiera intervenir si es que tuvo propsito de hacerlo muri el rey accidentalmente, al caer de un caballo el 9 de octubre de este mismo ario. La corona pasaba a las sienes de un nio, Enrique III, que careca de madre, tena una madrastra excesivamente joven, y ninguna previsin precisa se haba tomado en relacin con la regencia. Podemos, con fundamento, suponer que un fantico como Fernando Martnez estaba en condiciones de considerar estas circunstancias como signo providencial para desencadenar su accin; y lo hizo. Desde finales del ario 1390 el provisor comenz a enviar rdenes a todas las personas que de su autoridad dependan para que destruyesen las sinagogas, aquellos lugares diablicos donde se renda culto al Anticristo. Se produjeron, en los primeros meses de 1391, actos de violencia que impulsaron a las aljamas de Sevilla y Crdoba a escribir a los procuradores judos que estaban reunidos en Madrid con ocasin de las Cortes en que se debata la regencia, para que avisa-
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sen a los consejeros del rey del peligro gravsimo que corran sus personas y bienes pues los nimos estaban muy soliviantados. Las Cortes de Madrid se cerraron en medio de la mayor confusin: para lograr un equilibrio de fuerzas se cre un consejo de regencia de diecisiete personas; era absurdo creer que un organismo tan numeroso pudiera adoptar decisiones y gobernar. De hecho se cre un periodo de vacante en el poder real y la nobleza comenz a agruparse como si preparara una guerra civil. El 6 de junio de 1391, Fernando Martnez lanz a sus matadores de judos al asalto de la judera sevillana. Mucha gente, incluyendo algunos nobles, se uni al pueblo menudo en la triste hazaa, segn testimonio de Hasdai Crescas, porque haba perspectivas de lograr buen botn. Segn el cronista Ayala el nmero de muertos fue de 4.000. Las fuentes judas no se muestran tampoco muy precisas pero proporcionan en cambio la noticia, sin duda correcta, de que el nmero de los que, bajo el impulso del miedo, recibieron entonces el bautismo, super al de los fallecidos. Varias sinagogas no todas perecieron incendiadas. Las violencias y asesinatos se extendieron tambin a las villas del entorno sevillano: Alcalde Guadaira, Carmona, Ecija y Santa Olalla. Se tiene la impresin y puede no ser cierta de que las bandas del arcediano se iban moviendo por itinerarios bien conocidos y que, en todas partes, siendo aquellas poco numerosas, encontraban la colaboracin eficaz, no se trataba de un contagio espontneo. Existe, adems, una secuencia cronolgica que abona la tesis de los desplazamientos de los agitadores. Antes del 16 de junio, los asesinos haban llegado a Crdoba; un reguero de sangre dejaron a su paso por Montoro, Andjar, Jan, Ubeda y Baeza. Dejando a un lado el camino de Murcia, los matadores se trasladaron a la Meseta meridional, en donde la aljama de Villa Real, hoy Ciudad Real, desapareci por completo. En Toledo, el terror despertado por los reiterados motines fue causa de que muchas familias huyeran entonces de la ciudad buscando refugio en aquellos lugares donde el poder seorial les brindaba, segn parece, proteccin efectiva. Un nieto de Rabi Asher llamado Yehud , hall la muerte en Toledo, con todos los suyos. Huete y Cuenca tambin experimentaron prdidas muy graves aunque sobrevivieron como tales aljamas. Una noticia sin confirmar anuncia que en Madrid todos los judos all residentes pidieron el bautismo.
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Noticias confusas de las matanzas de Sevilla llegaron a conocimiento de los regentes, que estaban con el rey en Segovia, el 16 de junio. Sin autoridad suficiente, los consejeros de Enrique III no podan hacer otra cosa que recomendar a los concejos que tomaran medidas a fin de salvaguardar la vida y hacienda de los judos, que eran propiedad del rey. Muy poca cosa, tan poca que ni siquiera Segovia se libro de algunos coletazos. En la cuenca del Duero fue ms el miedo que los hechos pero bast para que muchos se adelantasen a pedir el bautismo o huyeran de las ciudades, ocultndose en aldeas donde podan encontrar amigos complacientes o almas caritativas. Y se extendi como la plvora, por Castilla y Aragn, Valencia y Catalua, ni siquiera las islas se libraron de los matadores en aquel siniestro verano. Para comprender la mentalidad de la poca, resulta interesante la respuesta que el obispo de Osma dio a la reina Violante de Aragn, que le peda salvoconducto y seguridad para Samuel Bienveniste, zaragozano, atrapado en el curso de un viaje. Se lamentaba el prelado de que ninguna de estas desdichas lamentables habran ocurrido si los judos no hubieran estado empeados en persistir en su error. De modo que hubo censuras contra aquellos que pretendan lograr la conversin con el cuchillo, pero alabanza para quienes esperaban obtenerla con la palabra. Las autoridades castellanas nunca admitieron la legitimidad de las matanzas, pero tampoco se apresuraron a castigar a sus autores. En 1395 Fernando Martnez fue preso y sometido ajuicio, ponindose trmino a su carrera eclesistica, pero desconocemos que sentencia fue pronunciada. De este modo el incendio iniciado en Sevilla provoc, en apenas tres meses, una pavorosa catstrofe, en relacin con la cual el Decreto de 1492 constituye solo un eplogo. Ante todo caus un quebranto irreparable al sefardismo, del que no se repuso, y un dao muy considerable a la hacienda pblica de los reinos, de tal manera que la parte representada por las aportaciones judas fue, en adelante, mucho menos significativa. Se trataba de borrar el judasmo de la Pennsula; algunos de los participantes en la operacin se sentan protagonistas de una guerra santa. En todos los motines aparecieron mezclados clrigos. El nmero de judos muertos debe contarse por millares y no por centenares, y entre
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ellos hubo cierta proporcin de suicidios. Pero todas las fuentes coinciden en sealar que el nmero de los bautizados fue siempre mayor. As surgi el problema converso. Desde el punto de vista doctrinal se haba incurrido en un defecto grave, pues para que un sacramento sea vlido se necesita la voluntad de recibirlo y que la libertad no se encuentre impedida. Telogos y canonistas afirmaron que el sacramento era vlido pues no se haba cegado la voluntad ni impedido la libre eleccin; muchos eran los judos que se negaran a recibir el bautismo. Inmediatamente despus de la tormenta se intensificaron las predicaciones para convencer a esos nefitos de que su decisin era precisamente la buena: haba escogido el camino de salvacin. En todo caso cristianos eran y cristianos deban permanecer. El otro aspecto, el econmico, tena dos caras. Las operaciones bancarias fueron asumidas por los conversos que encontraron facilidades para ello recogiendo el odio que la usura sembraba y durante el siglo XV ser fcil comprobar una expansin de este tipo de negocios y la abrumadora proporcin de nuevos que los manejaban. Al dejar de ser judos se les abri tambin la oportunidad de ocupar cargos pblicos, en especial puestos de regidores en las ciudades, que podan ser comprados. Pero, indudablemente, si el inters de los reyes en la defensa de los judos vena dictado por el beneficio que de ellos reciban, al disminuir ste de modo tan considerable, aquel tambin decreci. Los reyes trataron de resarcirse de una parte de las prdidas incorporando al patrimonio los bienes comunales de las aljamas desaparecidas, los pertenecientes a los suicidas y tambin los de aquellas personas que haban muerto sin hacer testamento. Cuando la tormenta pas y los nimos se aquietaron, el judasmo espaol presentaba un paisaje desolado: pobre, disperso, quebrantado en sus fundamentos, sin posibilidades, al parecer, de reconstruir sus escuelas y centros de difusin de la doctrina, su definitiva desaparicin pareca estar al alcance de cualquier esfuerzo. La rica judera de Barcelona es un ejemplo. Juan I quiso cumplir la promesa que hiciera de restaurar la judera de Barcelona a la que asign nuevo emplazamiento y otorg mayores privilegios que antes, pero los fugitivos supervivientes no quisieron regresar y a los conversos no se les autoriz a volver al judasmo. Martn el Humano abandonara el proyecto y, aos despus, Alfonso
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V confirm una ordenanza de la ciudad que prohiba la permanencia de judos en ella. Tampoco la judera de Valencia fue restaurada. Mallorca y Lrida volveran a contar con barrios de judos, pero extremadamente reducidos. De la en otro tiempo admirable judera de Toledo solo quedaba una sombra. Los datos procedentes de documentacin fiscal del siglo XV pueden engaarnos en un aspecto: se mencionan numerosas juderas en toda Espaa. Podra creerse por tanto que el dao se haba reparado. La realidad era otra: ahora los judos vivan desperdigados, huyendo de la concentracin en grandes ciudades, donde ms fcil era atacarlos, y se haban instalado en villas, lugares y aun aldeas, donde pasaban mejor por las relaciones personales con los otros habitantes. Por eso se mencionan 35 kahales en la Corona de Aragn, adems del de Palma, y 216 aljamas en Castilla. Maqueda era ms importante y densa que Toledo o que Burgos. Los moradores de la que ahora consideramos provincia de Len estaban repartidos entre 23 localidades. En estas condiciones resultaba casi imposible la vida intelectual y sumamente dificil la tarea religiosa de los rabinos. Enrique 111 y Martn el Humano pretendieron restablecer el status judo invocando la antigua doctrina agustiniana de que se mantuviesen en sus reinos, que as lo mandaba la Santa Iglesia, pues que haban de tomar a la fe; pero aplicaron ya de manera decidida las disposiciones adoptadas por los Concilios respecto a la residencia obligatoria en barrios separados. En aquellas ciudades, como Valencia o Bilbao, que carecan de juderas, los hebreos que por razn de negocios viajaban, tena limitada su estancia de una manera rigurosa en Bilbao desde la salida a la puesta del sol y se alojaban en posadas especialmente designadas para ellos. Se generaliz el uso de una rodela bermeja como signo distintivo. Se suprimieron por completo los antiguos privilegios judiciales. De cuando en cuando los monarcas accedan a las demandas de sus sbditos y aplicaban una merma a las deudas judas. Hasta que punto las matanzas de 1391 alteraron el status judo en Espaa? En los siglos anteriores el converso era contemplado por sus parientes y correligionarios como un rprobo que arrancaba las races de su casa y se iba. Ahora, cuando tantos bautismos eran producto del miedo, el clculo o la desesperacin, esta conciencia se vea profundamente alterada: haba judos de pleno derecho y marranos que haban pronunciado las palabras maran atha, ven
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Seor, refirindose a Jess, pero contra su voluntad. Dejaban verdaderamente de formar parte de Israel? Ante ellos se alzaba un muro infranqueable porque las leyes cristianas y el procedimiento inquisitorial amenazaban con castigos terribles a los que judaizaban. Si ellos o sus hijos queran volver a ser judos la nica solucin era emigrar; lo que tambin resultaba dificil. Una corriente migratoria a Tierra Santa, el Eretz Yisrael, se produjo ya en el siglo XV, antes de la expulsin: Safed es una de las consecuencias. Despus de 1391 el viejo tronco de la Casa de Israel en Sefarad, qued escindido en dos: de un lado estaban aquellos que haban aceptado el bautismo convirtindose en nuevos, lindos o marranos; del otro quienes haban podido salvarse en medio de la tormenta y seguan siendo pblicamente judos. Un cambio sustancial en la mentalidad cristiana se produjo: era dificil distinguir quienes, entre los bautizados, deseaban ser verdaderamente cristianos y quienes buscaban tan solo un medio de capear el temporal, seguan siendo en lo secreto judos y esperaban nicamente una oportunidad que les permitiera volver a su antigua fe. En la duda, la tendencia fue a considerarlos a todos como criptojudos. Por otra parte los conversos queran seguir manteniendo relaciones familiares y de negocios con quienes, a fin de cuentas, llevaban su misma sangre y practicaban profesiones muy antiguas en comn; aunque no faltaron prohibiciones legales, stas no pudieron impidir que se mantuvieran los contactos. La mayora de los nuevos, carentes de adecuada instruccin, no podan sentir el menor entusiasmo por una doctrina y una fe que les haba sido impuesta a travs de aquella violencia espantosa que los mayores revivan constantemente en su memoria. Entre los conversos que aceptaron su situacin como definitiva ruptura con el judasmo, tampoco poda predominar el entusiasmo: dominaba el pesimismo de un razonamiento que vea en las persecuciones y desdichas confirmarse el argumento de que haban seguido un camino equivocado y no haba para Israel lugar a la esperanza; no eran aceptados con brazos abiertos y plenitud de corazn, sino con sospecha, recelos, resentimiento. Las autoridades cristianas comenzaron a detectar que ahora haba un sector considerable de poblacin que segua observando los preceptos de la fe mosaica que eran, en ellos, algo natural, casi instintivo, consustancial a su sangre. Cuando la Inquisicin, aproximadamente un siglo ms tarde, recoja informaciones abun-
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dantes acerca de este fenmeno, las denuncias versaron siempre sobre la observancia por los conversos de los ritos y costumbres de sus antepasados. En el drama de 1391 tres personajes aparecen como testigos de excepcin: no participaron en la violencia, ni como vctimas, ni como inductores. Los tres, el converso, el judo y el cristiano, la censuraron y aborrecieron. Por eso su testimonio, variado, tiene tanto valor para nosotros: se trata de Salomon ha-Levi, Hasdai Crescas y San Vicente Ferrer. Rabino de Burgos y dueo de una gran fortuna personal, Salomn haba sido cuidadosamente educado en la doctrina talmdica, pero conoca a fondo la Filosofa -griega y tambin la escolstica, hasta el punto de que puede ser considerado como uno de los humanistas espaoles de la primera etapa. Dentro del judasmo formaba parte de un crculo reducido de intelectuales, entre los que se contaban Yehud ibn Asher, nieto del famoso rabino y una de las vctimas de la matanza en Toledo, Mayr Alguadex, mdico de Juan I y Enrique III, Bienveniste de la Cavallera, Yosef Orabuena, mdico asimismo de Carlos III de Navarra, e Isaac ben Sheshet, el que consiguiera huir desde Valencia a Argel. Los fragmentos conservados de la correspondencia entre estas personas resultan de extraordinario inters. Su bautismo, el 21 de julio de 1390, excluye toda duda de estar influido por las matanzas. Pablo de Santa Mara fue inmediatamente captado por la Curia de Avignon, donde contaba con la amistad de don Pedro de Luna, luego Benedicto XIII quien, siendo Papa, le nombrara obispo de Burgos. Era el m s sobresaliente ejemplo de integracin que un rabino llegara a presidir la iglesia local de la ciudad en que residiera. A travs de sus escritos, Pablo de Santa Mara fue exponiendo las razones que le movieran a la conversin. En una carta a Yosef Orabuena, que era el principal maestro judo de Navarra, le explic cmo haba llegado al convencimiento de que la venida del Mesas se haba producido ya y no era necesario esperar ms. Este razonamiento, que fue sin duda repetido en numerosas ocasiones, siendo ya sacerdote y obispo, tiene gran importancia pues coincide en todo con el plan propuesto por quienes como San Vicente Ferrer o Benedicto XIII, impulsaran, despus de 1392, ese gran esfuerzo de conversin, por la palabra, que deba llevar a la solucin final: se deba instruir a los judos en la fe cristiana,
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apartndolos de la perniciosa influencia de sus rabinos, pues de ste modo se les ayudara a descubrir que el Mesas haba venido y que era Jess. Hasdai Abraham Crescas (1340-1410), Humanista profundo, maestro de Yosef Albo, a salvo en Zaragoza en 1391, bajo la proteccin de los reyes, pero habiendo perdido en las matanzas a su nico hijo, llevaba sobre sus hombros la experiencia terrible de los sufrimientos de su pueblo: siendo muy joven, l se haba visto envuelto en una de las acusaciones calumniosas de profanacin de una Forma. Crescas rechaz a Maimnides y a cuanto pudiera significar una racionalizacin de la fe. A este respecto se convirti en precursor entre los suyos de aquellas corrientes que afirmaban que la voluntad y sensibilidad tienen tanta importancia como la razn en el progreso del conocimiento humano. Hasdai concluy su obra principal, Or Adonai (Luz del Seclor) poco antes de su muerte; en ella culp a los racionalistas de haberse vuelto en favor de Aristteles que ceg los ojos de Israel en nuestro tiempo empujando a muchos judos al averroismo. Es curioso que muchas de las censuras de Crescas contra el desviacionismo de su correligionarios aparecern despus en los procesos inquisitoriales como prueba de hereja. Vicente Ferrer perteneca a la burguesa valenciana. Cuando Benedicto XIII fue elevado al Pontificado, llam a fray Vicente a Avignon, para nombrarle su confesor y limosnero, pero abandon la Curia para poder dedicarse a la tarea, que segn l Cristo mismo le haba confiado: lograr la conversin de todos, cristianos, judos y musulmanes, a la fe verdadera y a la vida perfecta de religin, antes de que fuera demasiado tarde, pues el da del Juicio y la hora de las cuentas estaban muy prximos. Sus sermones eran largos, elocuentes, parecan ms los monlogos de un drama que verdaderas exposiciones homilticas. Tena el sentido de la representacin de los grandes oradores. La violencia contra los judos, afirmaba el dominico, no slo es reprobable desde todos los puntos de vista sino que, por ser acto de fuerza, anula la legitimidad de las conversiones. No quedaba otro camino que el de la persuasin. Ahora bien, san Vicente entenda que como medio persuasivo bien poda emplearse un paulatino recorte de los medios de vida, privacin de determinados ofi-
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cios, restricciones en el espacio reservado en las ciudades a las juderas, limitacin en los desplazamientos de los judos, pues todo ello serva para revelarles la triste condicin en que se hallaban. Un conjunto de circunstancias polticas, en cierto modo inesperadas, colocaron a San Vicente Ferrer en una posicin desde la que poda impulsar decididamente ese programa de solucin total. Enrique III muri el mismo da, 25 de diciembre, en que se iniciaba el ario 1407, dejando el trono a un hijo de muy corta edad: su viuda, Catalina de Lancaster, y su hermano el infante Fernando, luego llamado de Antequera se constituyeron en regentes. Cuando en Aragn muri Martn el Humano el 31 de mayo de 1410, sin que hubiera designado un sucesor: la decisin se confiaba a las instituciones de la Corona de Aragn, y Fernando se apresur a presentar su candidatura. El apoyo de los Luna y de San Vicente eran, para l, preciosos. Casualmente el dominico, en esta etapa de su predicacin ambulante, lleg a Aylln en el ao 1411, donde se hallaba la Corte castellana. Y sin duda para ganarse al dominico, Fernando promulgo un conjunto de leyes antijudas el 2 de enero de 1412 en Aylln, y ese mismo mes obtuvo su recompensa con la bula del da 23 legitimando el procedimiento a seguir en Caspe que propiciara la designacin de Fernando como rey de Aragn el 28 de junio siguiente. Las leyes de Ayllon, formadas por 24 artculos significaron un cambio radical en la jurisprudencia castellana referida a los judos: se trataba ya claramente de establecer un crculo de prohibiciones que limitara su existencia; con toda claridad se aluda al efecto disuasorio que de ellas se esperaba. Tena que hacrseles presente su triste condicin para que se persuadiesen de la conveniencia de abandonar su religin: Apartamiento, portar seales, prohibiciones, etc, todo un elenco de disposiciones antijudas en estado puro. En este momento intervino el converso el Jernimo de Santa Fe, quien en agosto de 1412 propuso al papa Benedicto XIII hacer una gran catequesis para conseguir desenmascarar a los rabinos y lograr la solucin final. Benedicto XIII que necesitaba un golpe de efecto para su causa en el Cisma, acept la idea y, en noviembre de 1412 curs una invitacin a todas las aljamas de la Corona de Aragn para que enviasen sus delegados a una reunin en Tortosa, el 15 de enero siguiente, en la cual les seran presentadas pruebas irrefutables de que Cristo era
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el verdadero Mesas. Los asistentes, que gozaran de un seguro especial, podran hacer preguntas y plantear dudas, que les seran aclaradas. Se trataba pues, en la mente de los organizadores, de una catequesis, no de un debate: el modelo escogido era el mismo que se empleaba en las ctedras de cualquier Estudio General donde, tras la exposicin de la leccin magistral, los alumnos, que haban tomado notas, podan hacer preguntas aclaratorias pero no rebatir la explicacin. Esto significaba que tras los largos periplos misioneros de San Vicente por toda la Pennsula, se abrigaba cierta confianza de dar el paso definitivo: los principales rabinos iran a Tortosa; si stos se convertan les seguiran todos los dems. Las sesiones de Tortosa duraron casi dos arios. Benedicto XIII las inaugur el 7 de febrero de 1413 advirtiendo con toda claridad que no se trataba de un debate para decidir cual de las dos religiones era la verdadera, sino de una instruccin pblica mediante la cual Jernimo de Santa Fe se propona demostrar que los argumentos en favor del mesianismo de Jess se contenan en la Biblia hebrea y en el Talmud. Fue un dialogo de sordos en donde los rabinos no comprendan los silogismos y los cristianos no entendan a los rabinos. El 12 de febrero de 1413 un grupo de judos que haba sido llevado al saln de sesiones declar bajo juramento que haba entendido de los sabios de su comunidad que admitan la posibilidad de que el Mesas hubiese venido ya. Los notarios cristianos escribieron, llenos de jbilo, que el propsito de la catequesis estaba logrado. Los rabinos protestaron, negando que hubieran enseriado tal doctrina ni nada semejante. Los organizadores de la catequesis estaban sin duda obteniendo xito porque ponan al descubierto muchas de las vacilaciones, interpretaciones y debates teolgicos existentes en torno a la cuestin mesinica y esto lo utilizaban como demostracin de la mala voluntad. Sin embargo, aunque prosiguiesen los bautismos, se haba perfilado ya un grupo importante de rabinos que, con sus fieles, estaban decididos a resistir todas las presiones, manteniendose firmes en su fe. Astruc ha-Levi que actu como abogado defensor, present todos los argumentos posibles en defensa de su fe, afirmando que: si los cristianos los consideraban poco convincentes deban atribuirlo a la escasa brillantez de quienes haban tenido que exponerlos pero no a que no fueran absolutamente verdaderos.
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La conferencia de Tortosa fue un gran xito personal de Benedicto XIII por el nmero elevado de bautismos, pero la solucin final no se consigui, muy al contrario: a medida que aumentaban las presiones de las autoridades y poderes cristianos, se incrementaba entre los judos el vigor de la fe y la capacidad para enfrentarse al sufrimiento. Los judos eran menos, pero ms firmes. Una persecucin que no logra la extirpacin del adversario contra quien va dirigida, produce en ese mismo adversario defensas que le hacen superior a lo que antes era; la persecucin depura eliminando los elementos dbiles. Durante cierto tiempo, un decenio poco ms o menos, se tuvo la impresin, en los medios eclesisticos, de que despus de aquellos dos terribles golpes, las matanzas censurables y la catequesis digna de alabanza, el judasmo peninsular no resistira mucho. A pesar de tan negros presagios el sefardismo no desapareci. Ciertos cambios coyunturales, como el restablecimiento de la unidad de la Iglesia, tras el Cisma, y la aparicin de una generacin nueva de hombres de Estado, con mentalidad y propsitos muy diferentes, colaboraron sin duda en el aflojamiento de la presin. La ltima parte de este proceso de destruccin del judasmo en la Pennsula, presenta una curiosa paradoja: la expulsin lleg no para dar remate al deterioro sino precisamente por lo contrario, porque el sefardismo se estaba recuperando y los conversos estaban entre dos fuegos. Si se inclinaban en favor de sus raices judas, topaban con la Inquisicin; si queran poner en marcha su celo cristiano se convertan en acusadores de sus antiguos parientes. Un ejemplo significativo fue el de Jernimo de Santa Fe, el protagonista de la catequesis de Tortosa. Pues bien, su nico hijo varn, sera, luego, uno de los primeros acusados de judasmo ante la nueva Inquisicin aragonesa, siendo quemada su efigie, porque el ya no viva, el 21 de octubre de 1486. El reverso de la medalla fue Yosef Albo (1380-1444). Sali de la conferencia de Tortosa convertido en cabeza del judasmo. Pretendi inculcar en los judos una confianza sin lmites en su fe y, mediante ella, la slida esperanza de futuro. El verdadero peligro escribi en su Libro de los principios radica en que aquellos casi han abandonado, Dios no lo permita, la esperanza de su redencin. No debiera ser as, porque ellos saben bien que las persecuciones forman parte de un plan del Seor sobre su pueblo y estn destinadas a poner a
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prueba su fe; los que resisten calamidades e infortunios sin quebrantar la Alianza, pueden estar seguros de haber superado la prueba y cumplido la voluntad de Dios. Cuando la desaparicin del judasmo pareca tan prxima sucedi como tantas veces en el judasmo un hecho inexplicable, un milagro. En abril de 1416 muri Fernando 1 y su heredero Alfonso V anunci que no era su intencin cumplir la bula de mayo de 1415 contra los judos, y as en la Corona de Aragn el objetivo de la solucin final fue olvidado. En febrero de 1418 el legado pontificio, que enviara Martn V para restablecer la disciplina, prohibi rigurosamente los bautismos forzosos y dej sin efecto la controvertida bula. En cierto modo este gesto desautorizaba tambin las leyes de Ayllon. Estas medidas de clemencia y reparacin fueron mal recibidas por la poblacin cristiana. Por eso los judos decidieron, probablemente de acuerdo con el rey, enviar sus procuradores a Roma para obtener del Papa una bula, tan solemne y obligatoria como fuera la otra, anulando sus efectos: Martin V accedi en enero de 1419. Sin embrago ya nada volvera a ser como antes. La conducta de las autoridades municipales se haba endurecido considerablemente como consecuencia de las restricciones impuestas a la poblacin juda durante la persecucin, y no cambi cuando stas se levantaron. De modo que en muchas ciudades castellanas el cierre de los barrios se hizo ms riguroso, y las restricciones en el comercio y en las actividades profesionales se mantuvieron. Los judos, que trataban de acomodarse a las circunstancias, se vieron empujados a sectores ms bien marginales como la reparacin del calzado o la venta de ropa usada, por ellos vuelta a coser: en lugar de las operaciones fiscales de envergadura los pequeos prstamos tan prximos a la usura. Del pasado, heredaron la tendencia a convertir sus bienes siempre que era posible en monedas de oro y plata, fciles para transporte y ocultacin, siempre dispuestas en su poder adquisitivo. El inters de los reyes haba disminuido considerablemente porque la renta judiega no era lo que antes fuera. Los banqueros judos haban sido sustituidos en gran parte por conversos; probablemente sera ms exacto decir que, de aquellos, la mayora se convirti durante la persecucin. Los monarcas espao-
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les del siglo XV, Alfonso V y su hermano Juan, Juan II de Castilla y su hijo Enrique, trasladaron la proteccin que antes prestaban a los judos a estos conversos. El pueblo hizo lo mismo: por eso las protestas y atentados se dirigieron con preferencia contra los nuevos. Aun quedaban familias opulentas entre los judos, pero bastaban los dedos de una mano para contarlas. Y las comunidades se reconstruyeron al amparo de la ley y gracias al esfuerzo de un hombre bueno Abraham Bienveniste. Haba llegado a la Corte de Juan II en 1420, ao clave para el cambio poltico en Castilla, formando parte del equipo de colaboradores de Juan Hurtado de Mendoza, y all conoci al joven don Alvaro de Luna quien, cuando se instal en el poder, le capt para su servicio. Nunca quiso cambiar su modo de vestir, humilde y de tonos grises apagados, sin adornos ni joyas, como queran las leyes del reino. En medio de aquella Corte renacentista, que se preparaba a asumir papeles de direccin en la vida europea, plagada de grandes nobles y de obispos, de letrados eficientes y de conversos opulentos, Abraham pareca una pieza minscula. Ciertamente as era pero, adems, eficiente: entenda, como nadie, las complejas cuestiones del mundo de las finanzas. Por eso don Alvaro le necesitaba. Bienveniste, segn reconoce agradecida una tradicin juda, utiliz este poder solo en beneficio de su pueblo, tratando de que este recobrara, al menos, las condiciones de seguridad y libertad que estaban vigentes cuando se iniciaron las persecuciones. Durante la corta guerra que, en 1429, haba tenido que sostener don Alvaro con el rey de Aragn y sus hermanos, dispuso en todo momento de holgura de fondos porque ah estaba don Abraham con sus crditos para respaldarle. El condestable premi sus servicios restableciendo el cargo de Rab mayor de los judos de todo el reino y nombrndole para que lo ocupase. De este modo reapareci una magistratura clave, que los judos haban considerado siempre como de gran eficacia en beneficio de su seguridad. Con l se restaur automticamente la costumbre de que los procuradores de las aljamas se reuniesen en aquella ciudad en donde se estuviesen celebrando Cortes o cuando otras circunstancias lo aconsejasen. Siempre con conocimiento y anuencia del rey. Entre el 25 de abril y el 5 de mayo de 1432 los procuradores de las aljamas de Castilla, junto con algunos judos de Corte, se reunieron, en la sinagoga de Valladolid, bajo la presidencia de Abraham Bienveniste. Contando con el res-
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paldo de don Alvaro de Luna a quien haba puesto al corriente de sus intenciones, el Rab mayor pretenda que los propios judos redactasen unas Ordenanzas (takkanoth en hebreo) que, ajustndose a las leyes del reino, sirviesen para el gobierno interior de toda la comunidad sefard. Dichas Ordenanzas seran presentadas al rey, el cual las revisara y confirmara, tal y como se haca con los cuadernos de las Cortes, pasando a ser, as, ley del reino para los judos. Con este acto, Bienveniste culminaba la tarea de un decenio para la reconstruccin del judasmo peninsular, e iniciaba tambin un nuevo camino que deba permitir a la comunidad juda alcanzar un reconocimiento de autogobierno muy semejante al que posea entonces el estamento de ciudadanos. Ahi haba una original y muy moderna propuesta de solucin final al problema: en lugar de destruccin, reconocimiento de su calidad de ser una parte del reino, aunque de distinta religin. Don Alvaro de Luna la apoyaba porque vea en ella tambin un modo de reforzar la autoridad del monarca, contrapesando el influjo de la nobleza o de las ciudades. El ensayo era de una modernidad abrumadora y, probablemente, inadecuado para las circunstancias imperantes en Europa: por vez primera un monarca se dispona a confirmar una ley para los judos, concertada por estos con el Consejo Real, pero discutida y aprobada en una reunin exclusivamente juda. Las Ordenanzas de Valladolid presentaban a los sefarditas como miembros de una comunidad definida por su fe religiosa y organizada precisamente para cumplir mejor el servicio de Dios. En la base de esta comunidad estaba nicamente la Tora (Ley), columna del mundo y el Talmud. Si recordamos ahora las repetidas condenas que sobre este Libro se haban formulado, comprenderemos la trascendencia que tena el hecho de que esto fuese firmado por el rey de Castilla en uso de su poder legislativo: de la prohibicin radical se haba pasado a reconocer su esencialidad tambin radical. Y la educacin: en cada judera de diez o ms familias tendran un maestro de nios para educar a estos en la fe y tambin en la escritura. Las comunidades mayores, de ms de 40 familias, tendran que sostener por si mismas adems un maestro en halakhot y en aggadoth, con sus correspondientes discpulos y continuadores. Siendo la Torah verdadera fuente de vida, los dirigentes de las aljamas estaban en el deber de exigir a sus miembros el cumplimiento de la
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misma, y la prctica de la oracin matutina y vespertina, arbitrando castigos para los desobedientes. Y al justicia todas las querellas y cuestiones entre judos, con excepcin de las que se referan a los arrendamientos o recaudaciones de rentas tanto reales como seoriales o eclesisticas, seran solventadas por los jueces de la aljama, los cuales se renovaban cada ao. La comunidad juda apareca identificada con un pueblo, el de la Alianza, Israel, y la pertenencia al mismo se trasmita por herencia. El proselitismo, rigurosamente prohibido por las leyes cristianas, no poda ni siquiera mencionarse en las Ordenanzas, y no lo fue. La conservacin de dicha comunidad, ntegra y estable, dependa tambin de que sus miembros estuviesen evidentemente sometidos a la autoridad judicial de sus aljamas, la cual fue restablecida. Reaparecan viejos conceptos vinculados a la slida conexin entre los miembros, y en primer trmino los delitos de malsinera. Tras la dolorosa y amarga experiencia del caso de Yosef Pich, no poda pensarse en solicitar del rey los antiguos castigos: se decidi que los malsines seran expulsados de la comunidad y privados de la condicin de judos tan radicalmente que ni siquiera podan sus restos mortales descansar en sus cementerios. Pero sobre todo se insista en la profunda renovacin interior, volver a la vida de piedad, alejarse de las actividades que de algn modo estuviesen relacionadas con la usura, aprender y practicar oficios artesanos, recibir como un signo de distincin los mandatos de las autoridades cristianas que obligaban a vestir con modestia, restringir las comidas, moderar y espiritualizar las celebraciones, guardar la paz... Una de las recomendaciones fundamentales de Bienveniste consista en evitar pleitos entre judos y, en todo caso, acostumbrarse a vivir sometidos a las autoridades hebreas. Restaurado el oficio de Rab mayor, no se produjo en su desempeo ninguna solucin de continuidad. Abraham Bienveniste permaneci en l todava otros quince aos, hasta su muerte. A pesar de los problemas polticos y la desaparicin de su protector, puede asegurarse que logr alcanzar el objetivo que se propusiera: los judos de Castilla tambin los de la Corona de Aragn por influencia de aquel reino volvieron a contar, desde 1432, con un status legal otorgado por el rey, no tan amplio como el que tenan a principios del siglo XIII,
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aunque en ciertos aspectos ms flexible y efectivo. Esta conquista permiti a las aljamas disponer de un plazo de medio siglo, ms o menos, de moderada estabilidad para el crecimiento. Demasiado visible, el proceso no poda pasar desapercibido a quienes, apenas quince o veinte aos antes, declaraban que el judasmo estaba al borde de su extincin. Incluso hubo un cierto renacer intelectual y el sefardismo, sin la brusca expulsin, hubiera podido desembocar tal vez en una peculiar versin juda del humanismo. Pero que sucedi con los conversos? Los conversos, que ahora formaban en Castilla un sector social definido y muy considerable, haban llegado al bautismo, en medio de movimientos de violencia muy acusados, bajo presiones y amenazas, en una atmsfera de pesimismo, decepcin y decaimiento. Haba en ellos tres sectores distintos: Exista un grupo, poco numeroso, cuyo modelo fundamental le proporcionan los Santa Mara o Cartagena ambos apellidos usaron as como varios linajes de empresarios burgaleses, que haban tomado la decisin definitiva de abandonar el judasmo para vivir como autnticos cristianos. Algunos miembros del mismo tomaron parte en la persecucin contra los judos o los falsos conversos. El sector ms numeroso estaba formado por aquellos que haban escogido el bautismo para salvar su vida y, con mayor frecuencia, su posicin social, imposible de conservar si persistan en seguir siendo judos. Este era el caso de los Cavallara y, en especial, de Yosef Golluf de Zaragoza (Juan Snchez de Calatayud) que fue el padre de Gabriel Snchez, el famoso ministro de Fernando el Catlico. Para ellos la doctrina cristiana, como la juda, tenan valor secundarios. Entre ellos se daban con frecuencia deficiencias doctrinales y faltas de informacin. Por ltimo estaban aquellos judos para quienes el bautismo era meramente un acto de fuerza, carente de valor, y deseaban seguir profesando su antigua fe. A ellos se sumaban algunos de los hijos de los conversos de la hora dificil que deseaban retornar, por encima de sus padres, a las creencias de los abuelos. Corrientes historiogrficas modernas se inclinan a considerar a conversos y judos como partes distintas de un mismo sector social. La documentacin
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de aquella poca proporciona un cuadro muy diferente: el judasmo no era cuestin de raza ni de economa, sino de religin. Quienes acusaban a los conversos no aludan a otra cosa sino que eran, en la prctica, tan judos como antes, mostrando detalles en su conducta que permitan asegurar que obedecan a la Ley de Moiss y no a la de Cristo. Se desconfiaba de los conversos porque se sospechaba, y era cierto, que muchos de ellos soportaban contra su voluntad la condicin de cristianos adquirida en momentos difciles. Ahora la Iglesia solicitaba que se tomase toda clase de precauciones para separarlos de los cristianos viejos, lo mismo que antes deca de los judos, no en razn de sus negocios sino por temor al contagio de sus errores. Hace algunos arios, Andrs Gimnez Soler afirm que el conflicto triangular de cristianos, judos y conversos, producido en 1391 y continuado despus, era de naturaleza econmica y social, pero no religiosa. Esta idea ha sido recogida y ampliada por Wolff, Mac Kay, Valden y Monsalvo Antn. La hiptesis se fundamentaba aislando rasgos de naturaleza social prescindiendo del contexto. No cabe duda de que intereses, motivaciones y hasta concupiscencias econmicas estuvieron mezclados con los argumentos religiosos, pero siempre stos se presentaban como primordiales y mucho ms abundantes. Podramos mostrar ejemplos de violencias que no alegan ms que motivos de fe y no en cambio otros en que las razones socio-econmicas aparecieran sin el revestimiento religioso. La observacin es importante, pero si se distorsiona puede conducirnos a errores de interpretacin, como presentar a judos y conversos como miembros de una sola clase generalizando. Del mismo modo se pueden utilizar los nombres de arrendadores judos en la Corte de Juan II y Enrique IV para decir que nada haba cambiado respecto a la situacin del siglo XIII, cosa que sabemos que es falsa. Por ese camino se ha llegado a formular la hiptesis de que la crisis del judasmo espaol y su destruccin fue, como afirma Kamen, el resultado de un enfrentamiento entre la nobleza y el incipiente capitalismo por lo que las ciudades se mostraron ms abiertas y amistosas. Y sin embargo la nica intervencin cerca de los Reyes Catlicos solicitando que se permita a algunos judos quedarse, parte de la aristocracia y est guiada por intereses muy personales relacionados con la administracin de sus seoros.
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El anlisis de los datos documentales prueba que nunca faltan incitaciones religiosas en el caso de los judos, ni la acusacin de impiedad en el de los conversos. Las ciudades y villas del realengo mostraron las mayores cotas de hostilidad. Tenemos datos de Burgos o de Trujillo que hacen estremecer. Los registros de la poca de los Reyes Catlicos, los ms abundantes, estn llenos de cartas que tratan de frenar la animadversin municipal contra los judos. Kriegel afirma: lo que movi a los eclesisticos a lanzar, desde 1460, una ofensiva que, esta vez resultara definitiva, fue la comprobacin de cmo se estaba restableciendo la vida religiosa, intelectual y moral de los judos, pues stos podan captar a los conversos para un retorno a su antigua religin creando de este modo una peligrosa infiltracin en la sociedad cristiana que estaba cimentando todo su ser en caractersticas religiosas. El judasmo estaba comenzando a convertirse en tpico para el aborrecimiento general. Era ms profundo en las clases bajas, pero afectaba por igual a todos los sectores. Por ejemplo, los nobles se mostraban amigos y protectores de aquellos judos que les interesaban como administradores de sus bienes o depositarios de una cultura que queran asimilar. Pero cuando se trataba de formar partido y redactar un manifiesto para la reforma del pas, alardeaban del ms completo y radical antijudasmo, siendo capaces de atribuir al rey, como su ms grave defecto tal fue el caso de Enrique IV ser amigo de los judos. Con ello, sin duda, trataban de buscar popularidad para su causa. De modo que la animadversin a lo judo era postura rentable. La misma palabra, judo, haba llegado a convertirse en injuria. Haba surgido el nuevo problema converso y el clero actuo de forma similar a como lo haba hecho con los judos. En conjunto, lo que se sealaba a la atencin de los frailes era que entre los conversos se seguan produciendo circuncisiones en secreto, que algunos de ellos observaban las normas rituales del judasmo y que ocultamente se consideraban como judos. Del hecho comprobable de que el judasmo se estaba recuperando de sus pasadas heridas, extrajo Fray Alonso de Espina una terrible y demoledora consecuencia: haba que arrancar las races del sefardismo antes de que fuera demasiado tarde. Dio cabida en su libro, concluido en 1461 a todas las calumnias y leyendas, que luego se incorporaron generacin tras generacin a una conciencia que lleg a hacer creer a los
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historiadores que prcticamente todos los conversos judaizaban, lo cual es, probablemente falso. Los sacrilegios y crmenes rituales comenzaron a exponerse con detalle, como si fuesen hechos realmente acaecidos. El 10 de agosto de 1461, llevando consigo un ejemplar manuscrito de su obra, fray Alonso de Espina visit al superior general de los jernimos, fray Alonso de Oropesa, a quien, trat de convencer para que entre ambos desencadenasen una accin conjunta para acabar con la perversin que representaban judos y conversos. Fray Alonso de Oropesa se dej impresionar por algunos de los argumentos que se le presentaban y propuso a Enrique IV que se introdujera en Castilla el procedimiento inquisitorial, como ya exista en la Corona de Aragn, pues los delitos de hertica pravedad tenan que ser perseguidos de esta forma y no de otra: sin un juicio previo no podan las autoridades laicas castigar con penas corporales a un hereje, ni decidir cuando haba hereja. Enrique IV, accediendo a la propuesta de Oropesa autoriz el establecimiento inquisitorial en Castilla, y entonces fray Alonso de Espina protest: no se trataba de dar garantas procesales a los herejes conversos sino de tomar medidas de otro carcter, contra ellos y contra los judos. La ms antigua actuacin inquisitorial de que tengamos noticia se produjo en Toledo, siendo refrendada por el arzobispo Alfonso Carrillo, y apenas dej huella. Evidentemente la Inquisicin antigua era poco eficiente y, en parte al menos, constitua una cierta garanta para los acusados. Fray Alonso de Oropesa se dio cuenta de las consecuencias terribles de la puesta en marcha de una persecucin contra los conversos y escribi un libro Luz para la revelacin de los gentiles, concluido en 1465 para reclamar que se considerase a los conversos como hermanos en la fe, verdaderos cristianos, no distintos de los otros. Pero este libro tuvo en su tiempo una escassima difusin. Desde 1462 se vivi en Castilla en un clima de guerra civil que acab estallando: judos y conversos se vieron implicados como sujetos pasivos. Con motivo de los derechos sucesorios de la heredera Juana, un amplio movimiento de oposicin a Enrique IV se produjo en Castilla generando la formacin de una Liga que, como sus contemporneas en otros pases, afirmaba procurar nicamente el bien pblico. Para legitimar su postura, acusaron al rey de no comportarse como un buen cristiano: vesta a la usanza mora, gustaba de la
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compaa de los infieles, era amigo y protector de los judos y, en definitiva, conduca a su reino por caminos que lo apartaban de la fe verdadera. Antijudasmo y antiislamismo eran buenas pantallas de resonancia en las luchas polticas. Tambin entre los judos se registraba una gran inquietud: circulaba por las aljamas el rumor de que los turcos otomanos, dueos de Constantinopla, ofrecan a cuantos llegaban a su territorio condiciones muy favorables para la existencia. Esta noticia, cierta, que impulsaba a algunos sefarditas a emigrar, se mezclaba con un sentimiento mesianico: aquella era la seal cierta de que, muy pronto, el Mesas iba a aparecer en Jerusalem. Aquel verano, los miembros de la Liga declararon a Juana como ilegtima y que la sucesin corresponda al joven hermano de Enrique, Alfonso. El 5 de junio de 1465, en un tablado de las afueras de Avila, junto a la muralla, un mueco, efigie del rey, fue afrentosamente depuesto. Enrique y Alfonso significaban poca cosa en aquella lucha, meros instrumentos manejados por uno y otro bando. El 5 de julio de 1468 muri inesperadamente Alfonso, el presunto rey. Faltando descendientes varones, dos mujeres, la discutida hija de Enrique IV, Juana, y la hermana de aquel, Isabel, se disputaban ahora la herencia. Isabel, que se neg a que sus partidarios la proclamasen reina porque no deseaba aparecer como un producto de la guerra civil, reclam sin vacilar sus derechos sucesorios al trono. La comunidad juda, firme en su propsito de no separarse de la obediencia al monarca tena que plantearse con seriedad cul de las dos futuras reinas poda resultarle ms provechosa. Maniobrando con gran habilidad, Isabel consigui que Enrique IV la reconociera como nica legtima heredera posible (Guisando 19 setiembre de 1468) y comenz enseguida a buscar medios para atraer a su causa a los que antes fueran colaboradores de don Alvaro de Luna y servidores del propio Enrique. Es significativo que en la entrevista de Guisando y en los actos que siguieron a este encuentro, no se hiciera la menor alusin al problema judo. Fueron los conversos los que sufrieron ahora las oleadas de odio entre 1470 y 1473 se produjeron en diversas ciudades castellanas levantamientos contra los marranos que recordaban demasiado bien las tormentas del 91. Para judos y conversos era de perentoria necesidad que se restableciera la plena autoridad real en Castilla.
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En 1473, cuando los movimientos contra los conversos y subsidiariamente contra los judos alcanzaron una especie de climax. El marqus de Villena, que ahora defenda los derechos de Juana, intent aprevechar un alboroto contra los marranos para apoderarse de Segovia. Fue entonces cuando dos personajes llamados a desempear un gran papel en el futuro reinado, Andrs Cabrera, converso, y Abraham Seneor, judo y arrendador mayor de rentas, tomaron una decisin de gran importancia, la de entregar a Isabel la ciudad de Segovia, el alczar y el tesoro real, los tres elementos decisivos, al tiempo que convencan a Enrique IV, de quien no pensaban separarse, de la necesidad de operar una reconciliacin con su hermana. Isabel premiara a ambos de manera extraordinaria reconociendo as la importancia de la decisin: Cabrera sera promovido al marquesado de Moya y Seneor a Rab mayor. Lo que Cabrera y Seneor haban hecho poda entenderse bien dentro del cuadro de necesidades de la comunidad sefardita: si esta cifraba su esperanza en el restablecimiento del orden, el apoyo a los futuros Reyes Catlicos entraba dentro de la ms completa lgica. De este modo Fernando e Isabel, los reyes que decretaron la expulsin, comenzaron su reinado restableciendo en pleno vigor las normas legales que protegan a los judos, siendo favorablemente considerados por estos en su correspondencia con otras comunidades israelitas. Durante diez aos, al menos, los Reyes Catlicos cumplieron su cometido con eficacia. La fecha lmite debemos situarla en 1487, cuando las aljamas espaolas comunicaron a la comunidad juda establecida en Roma su bienestar bajo el gobierno de monarcas tan justos y caritativos, teniendo a su frente un Rab mayor eficaz y piadoso como era Abraham Seneor. La proteccin de las aljamas, en su sentido ms estricto, puede ser considerada como el medio tradicionalmente utilizado por preservar un bien perteneciente al patrimonio real, es decir, unas personas que pagaban impuestos directamente y de las que se poda exigir contribuciones extraordinarias; en definitiva, una riqueza. Esta riqueza no era exclusivamente monetaria, sino tambin humana, pues de las comunidades judas podan obtenerse nuevos cristianos, y cuando alguien expresaba sus dudas a este respecto, Isabel responda que aunque los padres no fuesen buenos cristianos, los hijos o los nietos si lo seran. En lo que no se equivocaba.
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Algunos eclesisticos, como nuestro ya conocido fray Alonso de Espina, disentan del criterio expuesto por los reyes; a su juicio no se deba tolerar y sufrir a los judos por ms tiempo porque ponan en peligro toda la sociedad cristiana. Como prueba presentaban el hecho de que, no slo los conversos poderosos estaban presentes en la Corte; haban regresado a ella ciertos judos en nmero y poder que recordaban la situacin anterior a 1390. En efecto, Abraham Seneor, Vidal Astori, Mayr Melamed, Samuel Abulafia, Abraham y Vidal Bienveniste (nietos del redactor de las takkanoth) e Isaac Abravanel, venido de Portugal en este momento, ocupaban cargos de responsabilidad y asuman funciones muy importantes en relacin con los asuntos fiscales. En todo caso los conversos eran ms numerosos e influyentes. Isabel podra presentar m s adelante en favor de su poltica el hecho de que la mayor parte de ellos se bautiz. Abraham Seneor en el Rabinato mayor gozaba de un gran prestigio en toda la comunidad lo que le permita lograr unidad de criterio en la administracin de la justicia interna, ya que todas las causas podan llegar a l en grado de apelacin, as como asegurar eficacia a las asambleas de procuradores de las aljamas. Vidal Astori figuraba en la Corte como platero del rey, lo que le daba intervencin en un sector muy importante de las reservas del tesoro. Samuel Abulafia tuvo a su cargo el suministro de tropas durante la guerra de Granada. Un caso aparte fue el de Isaac ben Judah Abravanel (1437-1508). Su familia, muy poderosa en otro tiempo, se haba refugiado en Portugal en el momento de la persecucin. Tras la guerra con Portugal vino a acogerse a la proteccin de Isabel. Dotado de amplios conocimientos escritursticos, estaba llamado a ser protavoz de la conciencia del destierro. Desde 1473, Abraham Seneor lig su suerte a la de la reina Isabel: era ya en aquel momento Rab mayor, arrendador general de rentas y alguacil mayor de la aljama de Segovia, lo que reportaba grandes ingresos y poder. Esta conducta de los monarcas, referida a personas concretas que ocupaban posiciones sociales muy elevadas, y a las que la Monarqua deba agradecimiento, por su cooperacin, no puede considerarse significativa si se transfiere al reino. Las varias decenas de miles de judos que vivan repartidos entre las 225 aljamas de Castilla una ms que en la ,poca de Enrique IV se hallaban muy lejos de la Corte y del amparo eficaz que esta poda proporcionar. La docu-
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mentacin que estamos siguiendo, permite hacer dos afirmaciones contradictorias: hubo proteccin inequvoca, ejercida por medio del Consejo Real; no siempre, ni siquiera en la mayor parte de los casos, resultaba eficaz. Se tiene la impresin de que el antijudasmo, que era muy fuerte en las ciudades a comienzo de siglo, se haba extendido por muchas villas y lugares. Las medidas que el Consejo pudiera adoptar, pasaban, antes de su ejecucin, por el tamiz de las autoridades locales que oponan toda clase de obstculos, e incomprensiones. Todos los detalles se acumulan para demostramos de que modo, a pesar de las Ordenanzas y del modo correcto como el Consejo las interpretaba, vivan los judos en Castilla y Aracn con conciencia de inseguridad. Seguros individuales y colectivos eran solicitados y concedidos por la corona con una gran frecuencia. Ah estaba la trgica paradoja: los judos de Corte tenan razones para seguir creyendo que al trabajar por el fortalecimiento del poder real prestaban un servicio a su comunidad, mejor amparada; pero, al mismo tiempo, esa maduracin de la Monarqua reclamaba la unidad de la fe, al tiempo que haca cada vez menos necesarios los servicios de los empresarios hebreos porque aumentaba el nmero de italianos y la capacidad de sevillanos, burgaleses y valencianos, muchos de los cuales eran descendientes de conversos. Cuando entramos en la dcada de 1480 aquella microsociedad juda no era, como todava algunas veces se escribe, un grupo de personas ricas que se dedicaban a oficios financieros muy lucrativos, desarraigadas de la tierra y, por tanto, escasamente tiles. Estamos ante un cuadro humano con personajes muy variados. Pequeos comerciantes, ms bien buhoneros, como aquellos que hemos visto bajar desde Medina de Pomar a Bilbao para aprovisionarse de mercancas para su negocio; traficantes en pescado seco o salado como los que plantaban sus tenderetes en la plaza del Azoguejo en Segovia, al pie del acueducto; ropavejeros y zapateros remendones; joyeros a veces; prestamistas con gran frecuencia; todo esto se hallaba en un universo muy lejano del de los banqueros que, en la Corte, se codeaban con reyes y nobles. Tampoco faltaban relaciones con ganadera y agricultura: entre los bienes mencionados en el momento de la expulsin eoncontramos huertas, tierras de panllevar, bodegas, minsculos rebaos. No eran precisamente muestras de opulencia.
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El destino de judos y conversos estaba inexorablemente unido y el desenlace a pesar de todo sera inevitable. Un nutrido grupo de eclesisticos, al que perteneca Fray Alonso de Espina no tenan ninguna duda sobre el peligro que se cernia para la cristiandad si se segua permitiendo, como hacan los Reyes Catlicos la presencia de los judos con los conversos. Los judos como difusores que eran de doctrinas herticas y peligrosas a travs de los conversos amenazaban como un virus a la sociedad cristiana y si ni era extirpado acabara por destruirla. Despus de muchas insistencias y exageraciones lograron hacerse oir ante Sixto IV, alarmado sobre todo por el peligro que significaba el criptojudaismo, el problema judio clave de la poltica eclesistica del siglo XIV se haba transformado en el problema converso en estas estribaciones del XV. La solucin propuesta al Papa era potenciar el sistema inquisitorial, que si bien se haba ya puesto en marcha a instancia de Oropesa en tiempos de Enrique IV no se mostraba suficientemente eficaz. Las 225 aljamas castellanas eran terreno vedado para los padres inquisidores y los judos por tanto inmunes a su accin. En octubre de 1477, Nicolas Franco legado del papa mantuvo largas conversaciones con Isabel y Fernando en Sevilla, y alli se trato del problema converso. La solucin estaba en la Inquisicin. Los nuevos monarcas aprovecharon la ocasin para reforzar su posicin frente a Roma y el control de las instituciones eclesisticas, lo que con el tiempo les pesara. El mal funcionamiento de la Inquisicin creada por Pio II era debido a que se encargo su direccin a dos obispos el de Oviedo y Cartagena, uno de los cuales ni siquiera era espaol, si el papa otorgaba el control de la inquisicin a la Corona, estos encargaran su funcin a los dominicos y las autoridades civiles ejecutaran sus sentencias. Sixto IV por una bula de 1 de noviembre de 1478 accedio a la demanda autorizando a los reyes a escoger dos o tres personas para el oficio de inquisidores. Cuando el Papa se dio cuenta de la gravedad de aquella cesin que convertia automticamente las sentencias de un tribunal eclesiastico controlado por la monarqua en sentencias ejecutivas trato de rectificar pero las presiones politicas se lo impidieron. La penitencia en manos de la inquisicin se converta en represin. De la antigua inquisicin haba heredado todos los caracteres y rasgos que encuadraban el procedimiento, de modo que ningn poder tena sobre los
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judos, individualmente considerados. No suceda lo mismo en relacin con el judasmo. La Inquisicin dejo de ser un procedimiento que deba seguirse para determinar si haba o no en el acusado delito por hereja, para ser una institucin, ligada a la Corona, sostenida por esta que, adems, intervena en el nombramiento de sus miembros, destinada a eliminar de la sociedad cristiana el contagio de la heretica pravedad. Desde el primer momento los inquisidores vieron reconocido una especie de derecho a proponer remedios para los peligros que pudiera detectar ms alla del delito de las personas. En 1478, cuando todava estaba transcurriendo el tiempo para el arrepentimiento sealado en el edicto de gracia, fray Miguel de Morillo exigi para aceptar su nombramiento como inquisidor separar radicalmente la vecindad entre judos y cristianos. Antes de comenzar sus actuaciones en Sevilla, que fueron muy rigurosas, exigieron que la judera se redujera al llamado Corral de Jerez, recinto reducido, insalubre e inconveniente: la reina accedi al perentorio traslado, acompaando esta orden con las acostumbradas garantas de amparo y seguridad. Pronto, aquellas personas que buscaban por todos los medios manifestar su hostilidad al judasmo, descubrieron una brecha por donde la defensa equitativa del Consejo Real poda ser soslayada: acudir con sus denuncias a la Inquisicin. A partir de 1480 las presiones sobre los monarcas por parte de los eclesisticos y de las autoridades de las ciudades comenzaron a dar sus frutos. Las Cortes reunidas en Toledo exigieron la aplicacin estricta de la legislacin antijudia de 1412; y los Reyes accedieron. En dos aos todas las juderas deberan estar apartadas, lejos del centro de las ciudades con cerca y puertas vigiladas. La aplicacin de la norma provoco gran cantidad de abusos, en la venta de las casas en la ubicacin de las nuevas juderas en el control de nmero de familias, en el acceso al mercado y a las actividades mercantiles. Con el tiempo los inquisidores fueron recogiendo numerosos datos sobre los judaizantes: segn ellos se contaba por millares los conversos que retornaban a las prcticas judas formndose en el libro prohibido: el Talmud. Emitieron una seria advertencia a los Reyes: no era posible limpiar a la sociedad del cancer de la hereja mientras se mantuviesen amparados por la ley los focos
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donde dicha hereja se originaba. Para que su trabajo fuera eficaz haba que suprimir el judasmo. En la mente de los inquisidores se haba fraguado ya la solucin final y por sorpresa realizaron un ensayo. Miguel de Morillo como inquisidor general para Sevilla (todava no haba sido nombrado Torquemada), ordeno el 1 de enero de 1483 la expulsin de los judos de las dicesis de Sevilla, Cadiz y Crdoba, en la practica de toda Andaluca. El consejo Real ratifico la orden ampliando el plazo para abadonar las dicesis en seis meses. El ensayo habia funcionado. Los judos quisieron pensar que era solo provisional mientras durasen las actuaciones del tribunal en Sevilla, y que luego podran volver por eso dejaron sus negocios y propiedades a cargo de cristianos o conversos hasta su vuelta. Los argumentos expuestos en la disposicin inquisitorial eran validos para todo el reino, sin embargo podemos pensar que los Reyes pensaron que esta medida sera suficiente, asi lo expresaron en el Decreto quisimonos contentar, bastara con reducir la residencia a unas regiones concretas del reino. A partir de entonces se inicio un extrao juego de presiones sobre los Reyes. Los eclesisticos queran una solucin rpida, los judos apoyados por algunos consejeros instaban a los Reyes, a mantener su proteccin y presencia. Los inquisidores encontraron en el caso del Santo Nio de la Guardia un magnifico instrumento de propaganda que estallo oportunamente en 1490. Contenia todos los elementos para poner de manifiesto el peligro de la situacin: asesinato ritual de un nio, formas consagradas profanadas, magia negra, conversos y judos implicados. No importaban los hechos, ni que la inquisicin no tuviera jurisdiccin sobre los judos, ni que ni siquiera se mencionara el nombre del famoso nio, solo importaba una cosa era un claro ejemplo de la maldad juda, capaz de los mas horrendos crmenes y de la peligrosa influencia que ejerca sobre los conversos. Es indudable que sirvio para avivar las brasas del sentimiento antijudo, ayudando a crear las condiciones sociales que conducan a la solucin final. Haba sin embargo una circunstancia que impedia concentrase en el problema judo: la guerra de Granada. La conquista de Granada era una prioridad absoluta en el programa poltico de los Reyes Catlicos, una guerra larga y cos-
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tosa que solo poda se sufragada con contribuciones extraordinarias, entre ellas de forma especial las de los judos. Mientras la guerra durara los judos seguan siendo necesarios para la Monarquia. Los lideres judios se aferraron a la esperanza, y haba algunos indicios: hubo un retraso consecutivo en los plazos para abandonar Andalucia, y los Reyes les otorgaron plenas garantas para la conservacin de sus bienes en aquellas tierras; cuando en 1484 la inquisicin aragonesa quiso aplicar la misma obligacin de abandono que para Andalucia, Fernando se nego a ratificarla, ordenando una dilacin en las disposiciones que en la practica hizo que nunca se aplicara; y la guerra, Granada lleva resistiendo mas de un siglo. Pero por encima de todo haba un pensamiento si somos tan necesarios para los Reyes, somos una fuente de ingresos, porque van a querer echarnos. Pero en enero de 1492 la Guerra termino y el 20 de marzo el inquisidor Torquemada presento el borrador definitvo a los Reyes y el 31 de ese mismo mes fue publicado en Granada donde vivan aun los soberanos. Muchos fueron los intentos de retrasar la decisin: algunos miembros de la alta nobleza que contaban con judos entre sus arrendadores, y sobre todo algunos judos. Al bautizarse el rab mayor Abraham Seneor junto con su familia, tomando el nombre de Fernando Nuez Coronel, Isaac Abravanel asumi la cabeza de la comunidad juda y trato de negociar una prorroga con los Reyes, para que los judos pudieran permanecer ms tiempo. Fue entonces cuando se creo la leyenda de cmo Torquemada acuso a los Reyes de dejarse comprar por treinta monedas como a Jesucristo. Lo cierto es que en unas cartas que el profesor Netanyahu ha encontrado en Roma, Abravanel afirma que Isabel estaba dispuesta a dilatar la aplicacin del famoso Decreto y fue Fernando el que, seguramente para que no le acusaran de protector de judios, se ratifico en el cumplimiento estricto de aquel. Cuando todo fracaso solo quedaba el duro camino del exilio. Seguramente los Soberanos pensaron que la mayor parte de los judios se convertiran, pero no fue as. Los restos del sefardismo se habia forjado en el crisol de las matanzas de 1391 y ya templado se mantuvieron fieles a la ley de Moiss guiados por Abarbanel. Hubo que preparar el abandono de la tierra de sus mayores a toda prisa, en apenas cuatro meses, como una nueva pascua, por eso hubo muchos brotes mesianicos, este ltimo sufrimiento tenia sentido porque el
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Mesias estaba al llegar. El 9 de agosto no quedaba un solo judio en los reinos de Isabel y Fernando. El cronista Bernaldez, testigo directo de los acontecimientos lo recogio as en su crnica: Salieron de las tierras de sus nacimientos chicos y grandes, viejos y nios, a pie y caballeros, en asnos y otras bestias, y en carretas, y continuaron sus viajes cada uno a los puertos que haban de ir; e iban por los caminos y los campos por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros levantando, unos muriendo otros naciendo, otros enfermando, que no haba cristiano que no hubiese dolor de ellos y siempre por do iban los convidaban al bautismo, y algunos, con la cuita, se convertan y quedaban, pero muy pocos, y los rabies los iban esforzando, y hacian cantar a las mujeres y mancebos y taer panderos y adufos para alegrar a la gente, y asi salieron de Castilla. La solucin final se haba consumado y el destino de los conversos quedo en manos de la inquisicin.
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