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Quién Eres

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Quin eres?

[Cuento. Texto completo]

Giovanni Papini
El asunto empez de un modo muy sencillo. Una maana no recib ni siquiera una carta. Haca muchsimos aos que no me ocurra eso y qued sorprendido y amoscado. Me importaba enormemente la correspondencia, ya que es una de las pocas posibilidades de lo imprevisto que permanecen en nuestra existencia, y todos los das la esperaba con una ansiedad que se volva casi febril cuando esperaba alguna respuesta importante. Ya fuesen cartas de mujeres lejanas que solicitan un amor intil, o de desconocidos entusiastas que intentan hacernos penetrar en sus vidas, o de amigos olvidados que de improviso surgen del pasado y nos exponen los deseos y los arrepentimientos de las ltimas etapas de la vida, o de descubridores y profetas provincianos que nos quieren imponer sus tonteras o bien esperan que las refutemos, o incluso de insignificantes hombres de negocios o de parientes de tercer grado, yo las lea todas con una enorme avidez. El examen de mi correspondencia diaria, que en aquel tiempo era bastante voluminosa, se haba convertido en uno de mis grandes placeres. Y aquella maana no recib una sola carta, un solo diario! La impresin fue penosa pero breve. Supuse que se trataba de una casualidad y que al da siguiente recibira muchas ms cartas que de ordinario. Para distraerme, sal de casa. La ciudad era perfectamente igual a la del da anterior. Las calles estaban flanqueadas por las mismas casas y en los comercios habituales los mismos empleados vendan idnticos objetos a indefinidos compradores. Los carteles que vea comnmente no registraban cambio alguno. Los carros que rodaban sobre el empedrado no diferan en nada de los que siempre haba contemplado. Los hombres que se apresuraban aqu y all estaban vestidos como de costumbre. Por primera vez experiment cierta impresin de encarcelamiento frente a esta continuidad de cosas iguales. Pero pens, en seguida, que mi impresin era estpida y no supe hallar ninguna razn que justificara el hecho de encontrarme fuera de casa a esa hora. Decid regresar y, cuando hube atravesado la plaza para dirigirme a la calle en que vivo, di con un viejo profesor que haba conocido de nio y que a menudo se detena a conversar conmigo acerca de sus teoras sobre la multiplicacin artificial de las diferencias. Lo salud quitndome el sombrero y llamndolo por su nombre, pero el viejo continu su camino sin siquiera percatarse. Ech la culpa a su miopa y pens, por otra parte, que estaba distrado y no le gustara que lo abordara. Por eso no intent seguirlo y volv a casa algo irritado por esta ocasin perdida de hallar distraccin. La jornada haba comenzado mal y decid no salir ya de casa. Me consol saboreando con el pensamiento el placer de las innumerables cartas que me llegaran la maana siguiente. Pas la noche algo menos tranquilo que lo habitual pero por fin lleg la maana. Esper la hora del correo con ridcula impaciencia. Pas cerca de media hora junto a la ventana para ver llegar al cartero. Por fin lo vi acercarse a mi casa pero

tampoco esa maana haba cartas para m. Este repetido silencio de mis corresponsales me turb muchsimo. Pas todo el da dedicado a inventar pretextos, excusas, hiptesis para disminuir y explicar este hecho para m gravsimo. Esper una vez ms el da siguiente. Y lleg la nueva maana y por tercera vez no haba ninguna carta para m! Entonces no me pude contener. Baj a la calle; llam al cartero -que fingi no reconocerme- y le hice revolver la cartera hasta el fondo para cerciorarme de que no haba nada para m. Se me ocurri entonces un extrao pensamiento: que hubiese una especie de conspiracin en mi contra para separarme de mis amigos y que algn empleado postal fuera uno de los cmplices. Careca en absoluto de indicio alguno acerca de los motivos de esta conspiracin pero lo que me ocurra era tan extrao que, por fuerza, deba recurrir a suposiciones todava ms extraas. Por ello me dirig al edificio central del correo, habl con el director, hice realizar averiguaciones y no se hall nada anormal. Ninguno aparentaba conocerme y todos se sorprendieron mucho de mis sospechas. Sal de all deprimido y casi humillado y comenc a caminar al azar por la ciudad, atormentndome vanamente para comprender las razones del singular e imprevisto silencio que se haba hecho a mi alrededor. Mientras paseaba encontr a un amigo del caf con el cual bromeaba de buena gana en ciertas veladas invernales, cuando la niebla es tan densa que hasta el rostro de un imbcil nos reconforta. Me detuve ante l sonriendo pero l se apart rpidamente y, luego de haberme arrojado una mirada de sorpresa, se alej apurando el paso. -Te has vuelto loco? -le grit furiosamente-. Por qu no quieres hablarme? No obtuve ninguna respuesta y l ni se volvi siquiera. Era famoso como uno de esos idiotas alegres que se creen divertidos y algunas de sus chanzas eran clebres. Supuse, pues, que quera rerse de m fingiendo no reconocerme y continu caminando sin ocuparme ms de l. Pero, al proseguir reflexionando sobre las causas del silencio universal que me rodeaba, no pude menos que pensar en las personas que no haban querido reconocerme. Sospech que poda haber una relacin entre los dos hechos, pero vi que de ese modo la cuestin se volva ms oscura y prefer creer que se trataba de una serie de casos independientes. Volv a casa y escrib varias cartas solicitando cosas diversas con tal de obtener una respuesta, o bien preguntando por los motivos de su silencio a los que hubieran debido escribirme en esos das. Cuando las hube despachado, me qued ms tranquilo y me pareci entonces imposible que las cartas no continuaran llegando. Pero era necesario esperar por lo menos dos das y pens ocuparlos ntegramente -para escapar de esa idea fija- en ciertas investigaciones histricas que deba realizar desde haca mucho tiempo sobre la imprevista desaparicin de la famosa ciudad de Semifonte. Pasaron tambin, mejor que los anteriores, estos dos das, pero el tercero tampoco recib nada, y preso de una tristeza profunda pens en pedir consejo a uno de mis ms queridos amigos, un estudiante de fsica que tocaba maravillosamente el violn. Fui inmediatamente a buscarlo. Me dijeron que estaba en casa y me hicieron pasar al estudio. Entr pocos momentos ms tarde. Sin embargo, en lugar de estrecharme la mano, de sonrer y de preguntarme cmo me hallaba, se detuvo ante m preguntndome:

-Con quin tengo el honor de hablar? La impresin que me causaron estas sencillas palabras fue terrible. En un segundo todos los hechos precedentes volvieron a mi memoria y una sospecha espantosa atraves mi mente. Pero fui lo suficientemente fuerte como para resistir todava. Quise creer una vez ms en una broma y dije, intentando sonrer. -Ests enloquecido esta maana? Por qu finges no conocerme? No te hagas el tonto y convdame en seguida con un cigarrillo. Mis palabras tuvieron un efecto opuesto al que yo esperaba. El rostro de mi amigo se volvi todava ms serio y vi que instintivamente pona la mano en el bolsillo donde tena habitualmente el revlver. -Le digo -exclam con voz enrgica- que no lo conozco y no comprendo sus palabras. Hgame el favor de decirme quin es usted o vyase. Ante tanta tranquilidad me puse como loco. Comenc a rogarle, a repetirle cien veces mi nombre, a recordarle mil cosas que vimos juntos, a pedirle que me explicara qu lo haba hecho, por qu motivo deseaba aparentar que no me conoca y termin por injuriarlo atrozmente ante la persistencia de sus negativas. Pero l se cans pronto de la escena. -Usted debe estar borracho o loco -me dijo duramente-. No llamar a la polica para no tener trastornos pero mientras tanto usted se ir inmediatamente. Me empuj fuera de la habitacin, aferrndome fuertemente un brazo, y cerr la puerta dejndome fuera. Yo era ms dbil que l y, por otra parte, estaba confuso, abatido, entontecido y no supe siquiera resistirme. Me arrastr dolorosamente a casa. Apenas llegu a mi cuarto corr ante el espejo para ver si mi cara haba cambiado, si mi aspecto se haba modificado de improviso. Me mir largamente pero no logr descubrir la ms mnima variacin. Me extend sobre un divn con el nico deseo de dormir y de sentirme aniquilado. Pero no llegu siquiera a cerrar los ojos. Una idea fija se haba apoderado ntegramente de m: Yo deba haber cometido sin darme cuenta algn repugnante delito y nadie quera ya tener trato conmigo. Pero por ms que pensaba no poda imaginarme cul era ese delito. En ese entonces yo llevaba una vida perfectamente virtuosa. No jugaba, no tena casi relaciones con mujeres, no peda dinero a nadie. Mis nicos vicios eran el amor desmedido al caf y a la filosofa india. Por lo que saba, no haba asesinado a nadie ni desvalijado ninguna casa. Sin embargo, algo deba haber ocurrido para que todos me huyeran, fingieran no conocerme o ni siquiera se atrevieran a escribirme. Esta sensacin de un crculo de soledad que queran crear a mi alrededor me hizo estremecer. Estaba a punto de ser expulsado de la sociedad de los vivos. Queran abolirme con el silencio; hacer de m, socialmente, un ser

inexistente, un muerto. Pero yo quera ardientemente salir de esta incertidumbre dolorosa; quera conocer la causa por la que todos deseaban suprimirme de sus vidas. Al anochecer, algo reanimado por algunas gotas de coac, me dirig al gran caf donde muchos amigos mos se encontraban para discutir las habituales tonteras del da. Me encamin derecho a la mesa ocupada ya por algunos de ellos. Todos me miraron un poco desconcertados y no me respondieron. Pero ahora yo me encontraba ya habituado a esa comedia y por lo tanto no me turb demasiado. -Veo -les dije con voz calma y uniforme- que tambin ustedes actan como los otros y aparentan no conocerme. Justamente, he venido a verlos para que me digan la razn de esta extrasima conducta. Debo haber cometido algo muy grave ya que hasta mis ms viejos amigos me echan de su casa, pero les declaro sinceramente que no conozco absolutamente las acusaciones que me hacen. Dganme ustedes qu es lo que hice. Es la ltima prueba de amistad que les pido. Sea lo que fuere, no vendr a importunarlos ms con mi presencia ni con mi conversacin. Antes de que hubiese terminado de hablar me di cuenta de que la sorpresa de mis amigos haba aumentado extraordinariamente. Uno de ellos comenz a rer sin miramientos; otro -el ms prudente- se levant y se sent a otra mesa. Yo esperaba la respuesta con tanta ansiedad que mi respiracin se haba vuelto agitada. Uno de ellos, finalmente, me dijo a quemarropa: -Disculpe, pero quin es usted? -No prosigan, se lo ruego -aad con voz temblorosa- dejen de fingir por un momento. Dganme, en nombre del Seor, qu les hice, por qu motivo me tratan as. Dganme... Pero no pude continuar. Todos estallaron en una sonora carcajada. No bien se calmaron, llamaron al camarero y se levantaron. Uno solo de ellos, un buen muchacho que tena mucha simpata por m, se acerc y me dijo en voz baja: -Quiere que lo acompae a su casa? Acept el ofrecimiento y sal con l. Cre que por lo menos lo habra convencido para que me explicara algo, pero todo fue intil. Me hablaba con mucha condescendencia, pero hasta el ltimo momento no quiso confesarme que me conoca. -Tenga la seguridad -me repeta- que usted no ha cometido nada o por lo menos ninguno de nosotros sabe nada. Es una idea que se le ha metido en la cabeza pero le pasar. Le aseguro que ni yo ni los dems lo conocemos y que no simulamos al preguntarle quin es usted. Trate de calmarse y si verdaderamente desea ser amigo mo vendr a verlo

cuando quiera. Al llegar a casa me expres sus buenos deseos y me aconsej que durmiera. Sub a mi pequeo cuarto y me desvest sin darme cuenta. No logr, naturalmente, dormir. Mi situacin era tan horrible que an no poda acostumbrarme a considerarla real. Sentirse completamente solo en el mundo, abandonado de pronto por todos, bajo el peso de una vergenza desconocida o de una condena silenciosa es algo ms pavoroso y misterioso que la muerte. Yo no exista ms para los hombres. Estaba solo y maldito. Yo era el mismo, pero todos los dems haban cambiado respecto a m. Estaba solo, pero no sobre una isla o una balsa, como un Robinson o un nufrago, con la esperanza de la salvacin o la visin del regreso, sino solo en medio de una gran ciudad, solo en medio de una multitud, solo en el centro de hombres que me rechazaban, me negaban, me expulsaban de sus vidas. Al llegar la maana comenc a dormir, pero comenc a soar de tal manera que me despert casi inmediatamente gritando y llorando horrorizado. No s cmo tuve fuerzas para salir una vez ms de casa. La ciudad era siempre la misma, todo estaba como antes. Los hombres y las mujeres iban y venan, y cada tanto, como para contrariarme, pasaban junto a m personas que yo conoca y ninguna de ellas me miraba, ninguna me sonrea, ninguna me saludaba. Yo era como un extranjero o llegado al azar ese da. Todo lo que a m se refera haba desaparecido de las mentes. Yo no exista ms en los otros, sino slo en m mismo. Me pareca que mi misma alma haba sido amputada y que me restaba slo un pedacito, un pequeo centro al cual poda dar todava el nombre Yo. Me pareca que todos los que pasaban me pedan razn de mi existencia. Me pareca que de todas partes surgan voces urgentes y sorprendidas que preguntaban: "Quin es? Quin es usted? Y la nica variante resida en el pronombre -en el usted o en el l-, pero todos los que pasaban me arrojaban a la cara la cruel pregunta. Entonces todas estas preguntas se fundieron como un coro, se volvieron una sola y enorme pregunta que yo mismo me haca a m mismo: Quin eres? Cundo haba tratado de responder a esta pregunta? Cundo se me haba ocurrido confesarme a m mismo quin era yo? Saba mi nombre, mi edad, mi patria, mi estatura; conoca algo mi rostro pero menos todava mi alma. Del futuro, nada saba; del pasado, no me quedaban ms que plidos bloques de recuerdos yuxtapuestos. Nunca haba intentado descubrirme, conocer mi secreto, aseverar cul era mi verdadero nombre, el nombre de mi raza y no el ficticio y ridculo que me impuso mi padre en la fuente bautismal. Quin eres?, me pregunt finalmente, y apenas sent la gravedad y la grandeza de esta pregunta el resto desapareci. No record ni los insultos ni las carcajadas ni el abandono de los otros. Separado de ellos, me enfrent conmigo mismo y quise olvidar todo lo que la costumbre y la opinin ajena haban hecho de mi alma. Haba vivido hasta entonces de una cierta manera porque los otros me haban guiado o aconsejado, porque se haban formado ciertas ideas sobre m que me desagradaba desmentir, porque me haba encontrado en medio de hombres de quienes, sin darme cuenta, haba imitado sus gustos y adoptado sus valores. Ahora ellos renegaban de m y afirmaban no conocerme,

mientras yo renegaba de lo que haba en m de ellos y no quera reconocer como mo lo que ellos me haban impuesto. Y sin miedo, me preguntaba a m mismo: Quin eres? Todas las otras voces se haban callado. Solamente mi pregunta me llenaba el alma. Y durante muchos das viv como en un sueo buscando fatigosamente el hallazgo de una respuesta segura. Una noche, mientras soaba con una multitud de ciegos que caminaban por un prado cubierto de espesas hierbas, insensiblemente, la respuesta surgi de improviso. Yo soy alguien para quien los otros no existen. Esta ceguera, esta amnesia de los hombres hacia m haba sido un examen que de ninguna otra manera hubiera podido aprobar. Los hombres no me conocan ms pero yo no haba sido suprimido. Haba vuelto a encontrarme a m mismo y ahora poda recomenzar mi vida y conocer otros hombres, ya sin temores. Por la maana, al despertarme, me senta feliz como un nio convaleciente. Una curiosa sorpresa me esperaba. El cartero me entreg un gran envo de correspondencia, en la que hall lo que esperaba desde la primera maana de silencio. Al anochecer, en el caf, mis amigos me acogieron como de costumbre y no hicieron la ms pequea alusin al encuentro de pocas noches antes. Entre ellos estaba el estudiante de fsica que me haba echado de su casa, quien estuvo ms expansivo conmigo que de costumbre. Pronto me cans de su compaa y los abandon. Afuera encontr otra gente que me saludaba como antes y me hablaba con su habitual cordialidad. Haba reingresado en el mundo. Los hombres me aceptaban una vez ms y sin embargo yo senta una curiosa fatiga de su compaa, tena como la sensacin de haber regresado de algn pas lejano y de haber perdido el gusto de todo lo que vea. Jams, despus de esa poca, he podido explicarme la razn de aquella pausa de mi vida, en la cual aparec ante los dems como un mentecato forastero. Alguna vez pienso que en el tiempo debe haber desgarrones y que solamente yo he vivido en esos das, como en un intervalo, sin que los otros lo advirtieran. Pero por qu parecan vivir como viven siempre y como viven todava hoy? Esa zona de misterio, esa interrupcin negra que hay en mi vida tan comn me ha perturbado siempre y me perturba todava ms escribiendo este relato. Incluso en este momento, media hora despus de la medianoche, mientras escribo en mi cuarto en un silencio lleno de hlitos y de latidos levsimos me parece estar solo, irremediablemente solo entre los hombres, en medio del mundo: un alma nica en el centro del universo. En efecto... FIN

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