Cuadernos de Evangelio 19 La Resurreccion de Jesus y La Critica Historica

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CUADERNOS DE E\^NGELIO

La resurreccin de Jess y la crtica histrica

La Historia de las formas (I)

"por m y por el evangelio"

Son las tres primeras letras del nombre de Jess, en griego. As se lee con frecuencia, abreviado, en algunos cdices unciales de los Evangelios; y, posteriormente, en la inscripcin sobre la Cruz de Cristo en ciertos crucifijos medievales.

CUADERNOS DE E^NGELIO

La resurreccin de Jess y la crtica histrica

La Historia de las formas (I


CUADERNOS DE EVANGELIO Patronato Seglar de Fe Catlica

Ministerio de Informacin y Turismo, ntm. 2384. - 29-X-73 Reservados todos los derechos.

Ao 2

Noviembre 1975

n. 19

JESS Y LOS EVANGELIOS

Director-Delegado del Patronato: Ramn Director Tcnico: Mariano Herranz

Snchez Pbro.

de Len S. /

Marco,

LA RESURRECCIN DE JESS Y LA CRITICA HISTRICA "La resurreccin de nuestro Seor Jesucristo dice S. Agustn define la e cristiana. Que naciera hombre como todo hombre en un tiempo dado, pero tambin Dios de Dios y Dios fuera del tiempo; que naciera en nuestra carne de muerte, y en semejanza de nuestra carne de pecado; que se hiciera pequeo, que superara la infancia, que llegase a la edad de hombre maduro y viviera en ella hasta la muerte: todo esto preparaba su resurreccin. Porque no hubiera resucitado sin su muerte, y no hubiera muerto sin su nacimiento. Al nacer y al morir serva a su resurreccin. Que Cristo nuestro Seor naciera hombre como todo hombre, muchos lo creen, incluso gentes impas y sin fe. Si ignoran que naci de una virgen, sus enemigos, como sus amigos, creen que Cristo naci hombre; sus enemigos, como sus amigos, creen que Cristo fue crucificado y que muri. Pero slo sus amigos creen en su resurreccin. Por qu? El Seor, Cristo, slo quiso nacer y morir para resucitar, y es en su resurreccin donde ha establecido nuestra fe".

Consejo Asesor: M. I. Sr. D. Domingo Muoz Len Rev. P. Rafael Criado S. J. Rev. P. Juan Leal S. J. Rev. Sr. D. ngel Garrido Herrero Secretario de Redaccin: Csar A. Franco Redactores: Francisco J. Calavla Balduz Carlos Dorado Fernndez Francisco de Frutos Garca Francisco J. Martnez Fernndez Braulio Rodrguez Plaza Antonio Rodrguez Gonzlez Pablo Tena Montero Edita: "Fe Catlica - Ediciones". Redac. y Admn.: Maldonado, 1 - Tel. 276 23 58 - Madrid-6 Suscripcin ordinaria (10 nmeros al ao de 80 pginas cada uno): 375 otas, ao ($ 7.00) por correo normal, para Espaa, Portugal, Hispanoamrica y Filipinas. Areo: 750 pas. ($ 13.00). Para Europa y Amrica del Norte: 475 ptas. ($ 8.00). Por avin: 750 ptas. ($ 13.00). Pases especiales, precio especial. Nmero suelto: 60 ptas. Suscripcin de bienhechor: A partir de 750 ptas. ao para costear suscripciones a sacerdotes pobres y conventos de clausura. Con licencia del Arzobispado de Madrid-Alcal. Depsito Legal: M. 33.104-1973 Soler, S. A. - Jvea, 28 Valencla-8 Martnez

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LA RESURRECCIN DE JESS

En estas palabras, tomadas del exordio de un sermn de S. Agustn sobre la resurreccin, est maravillosamente expresado el carcter central de la resurreccin de Jess en la fe cristiana. Y como el Credo cristiano, que es una expresin condensada de esa fe, contiene una historia, tambin en ella la resurreccin de Jess es el acontecimiento central. Este carcter central de la resurreccin de Jess en la historia salvfica y en la fe cristiana parece contrastar con lo que encontramos en los evangelios: ninguno de los cuatro describe el hecho mismo de la resurreccin. Narran el hallazgo del sepulcro vaco la maana de Pascua y las apariciones del Resucitado, pero respecto a la resurreccin en s no dicen cmo tuvo lugar, sino simplemente que tuvo lugar; el acontecimiento cae dentro del misterio de Dios. Por eso un exegeta ingls, D. S. Cairas, escribe acertadamente: "la resurreccin es la zona oculta bajo las grandes nieblas, pero tambin la zona de donde brotan los grandes ros". Al hablar, por tanto, de la resurreccin de Jess debemos comenzar por precisar en la medida de lo posible la ndole especial del acontecimiento que, por una parte, se nos oculta tras la niebla del misterio y, por otra, hace llegar a nosotros un poderoso torrente de vida y esperanza.

la resurreccin. Pero, al mismo tiempo, en los tres casos, al final del relato, se dice algo que da a entender que el resucitado se halla todava en este mundo, sujeto a los condicionamientos de esta vida terrena. En el caso de la hija de Jairo, el evangelista dice que Jess ordena den de comer a la nia (Me 5, 43); en el caso del hijo de la viuda de Nam, S. Lucas puntualiza que Jess entreg el hijo resucitado a su madre, es decir, madre e hijo pudieron reanudar su vida en la compaa que la muerte haba roto (7, 15); en el caso de Lzaro, S. Juan dice que el difunto sali del sepulcro atado de pies y manos por la vendas, y Jess ordena que lo desaten para que pueda andar (11, 44). En el caso de Jess, los evangelios narran seguidos dos episodios que en realidad estuvieron separados por el gran acontecimiento: la sepultura de Jess en la tarde del viernes y el hallazgo del sepulcro vaco en la maana del domingo. Como se ha sealado acertadamente, este silencio de los evangelistas es el ms elocuente modo de afirmar que el hecho de la resurreccin de Jess no puede ser colocado en el mismo plano que los restantes acontecimientos de la historia humana, ni siquiera en esa categora especial que son los milagros. Jess resucitado no pertenece ya a este mundo, no reanuda su vida terrena como hacen los beneficiados de su poder en las resurrecciones narradas por los evangelios. Por otra parte, mientras Lzaro sale del sepulcro impedido por las vendas, S. Juan dice en su relato de la visita de Pedro al sepulcro vaco: "y entr en el sepulcro y vio los lienzos por el suelo, y adems el sudario, que haba estado sobre su cabeza, no por el suelo con los lienzos, sino plegado en lugar aparte" (20, 6s). Jess, dice el evangelista con esta noticia, no sali del sepulcro sujeto como antes a las limitaciones de la condicin humana mortal.

1. Qu es realmente la resurreccin de Jess. La Iglesia nunca entendi la resurreccin de Jess como un simple retorno a la vida anterior, interrumpida por la muerte. As nos lo hace ver, en primer lugar, aunque de modo indirecto, el lenguaje narrativo de los evangelios. En ellos tenemos narradas tres resurrecciones de muertos. En los tres casos se narra el hecho mismo de

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En el libro de los Hechos de los Apstoles hay una referencia al contenido de la predicacin de stos, que a primera vista puede extraar. El texto dice:
Estando (los apstoles) hablando al pueblo, se presentaron los sacerdotes, el jefe de la polica del templo y los saduceos, irritados porque enseaban al pueblo y proclamaban en Jess la resurreccin de los muertos; y los prendieron y los pusieron en prisin (4, 1-3).

En otros pasajes del mismo libro y en los otros escritos del Nuevo Testamento lo que aparece como el contenido de la predicacin apostlica es el hecho de la resurreccin de Jess, o la afirmacin de que Dios haba resucitado a Jess de entre los muertos. Aqu, en cambio, se dice que los apstoles "proclamaban en Jess la resurreccin de los muertos". Con otras palabras: que con la resurreccin de Jess haban comenzado ya los acontecimientos del fin, de los que, segn la esperanza juda, formaba parte la resurreccin de los muertos. S. Pablo dir lo mismo con una imagen muy expresiva: "Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que ya reposan" (1 Cor 15, 20). Jess es el primer resucitado de entre los muertos, a l seguir una multitud de resucitados, como a las primicias sigue la cosecha. En Jess resucitado, por tanto, se ha hecho presente ya la realidad del mundo venidero; por eso su resurreccin no es una simple vuelta a la vida, sino la entrada en "la vida", en ese mundo venidero de que hablamos en el Credo. Por otra parte, en el Credo, la afirmacin de que Jess resucit de entre los muertos va seguida de otras dos que describen otros tantos aspectos de este hecho: "subi a los cielos, y est sentado a la diestra de Dios Padre". Junto a "resurreccin", los escritos del Nuevo Testamento hablan de "ascensin" y "exaltacin" de

Cristo, y describen esta exaltacin como una igualdad con el Padre en poder y gloria; as lo expresa la imagen, tomada del Sal 109: "Dijo el Seor a mi Seor: Sintate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies" (v. 1). Esta entrada de Jess en un mundo nuevo, un mundo que es inconmensurable con el nuestro porque es el mundo de Dios, y su exaltacin a un poder y una gloria divinos est descrita en un evangelio apcrifo con un lenguaje que a nosotros, muy distanciados de l, quiz nos resulte extrao. Nos referimos al Evangelio de Pedro, compuesto a mediados del siglo II, y llamado as porque el relato est puesto en boca de Simn Pedro. El autor de este libro sigue de cerca a S. Mateo, pero aadiendo materiales nuevos y retocando notablemente la narracin. El pasaje que aqu nos interesa dice:
Durante la noche que preceda al domingo, mientras los soldados estaban de dos en dos haciendo la guardia, se produjo una gran voz en el cielo. Y vieron los cielos abiertos, y dos varones que bajaban de all con un gran resplandor y se acercaban al sepulcro. Y la piedra aquella que haban echado sobre la puerta, rodando por su propio impulso, se retir a un lado, con lo que el sepulcro qued abierto, y los dos jvenes entraron. Al verlo, pues, aquellos soldados despertaron al centurin y a los ancianos, pues tambin stos se hallaban all haciendo la guardia. Y estando ellos explicando lo que acababan de ver, advierten de nuevo tres hombres saliendo del sepulcro, dos de los cuales servan de apoyo a un tercero, y una cruz que iba en pos de ellos. Y la cabeza de los dos (primeros) llegaba hasta el cielo, mientras la del que era conducido por ellos sobrepasaba los cielos. Y oyeron una voz que vena de los cielos y deca: "Has predicado a los que duermen?" Y se dej or desde la cruz una respuesta: "Si". Ellos, entonces, andaban tratando entre s de marchar y comunicar esto a Pilato. Y mientras se encontraban an cavilando sobre ello, aparecen de nuevo los cielos abiertos y un hombre que baja y entra en el sepulcro. Viendo esto los que estaban con el centurin, se aprcsu-

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JESS Y LOS EVANGELIOS raron a ir a Pilato de noche, abandonando el sepulcro que custodiaban. Y, llenos de agitacin, contaron cuanto haban visto, diciendo: "Verdaderamente era Hijo de Dios" (35-45).

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Se ha dicho que esta descripcin del hecho mismo de la resurreccin es de un gusto dudoso. Ciertamente, el relato, como el resto de este evangelio apcrifo que ha llegado a nosotros, no es una obra de alta calidad literaria. Pero, dentro de su pobreza artstica, este pasaje nos est diciendo algo muy importante: que Jess resucitado no pertenece ya a nuestro mundo terreno, que en la resurreccin ha sido trasladado a la gloria celeste. As lo da a entender la sencilla frase con que describe la salida del sepulcro: "la cabeza de los dos primeros los ngeles llegaba hasta el cielo, y la del que era conducido por ellos es decir, la de Jess sobrepasaba los cielos". El autor, al escribir esta pgina, no pretenda hacer un relato, sino describir una visin en el estilo y con las imgenes que eran comunes en la literatura apocalptica. Como ocurre muchas veces en sta, en la descripcin que el Evangelio de Pedro hace de la resurreccin es difcil representarse en imgenes visuales lo descrito. Qu aspecto pueden tener dos hombres cuyas cabezas llegan hasta el cielo y un hombre cuya cabeza sobrepasa los cielos? Cmo pudieron los guardias o el narrador ver la cabeza? Tan difcil es representarse esta visin como la bestia escarlata del Apocalipsis, "que tena siete cabezas y diez cuernos" (17, 3). Pero estos reparos estn fuera de lugar. Como los autores de apocalipsis con su abigarrado lenguaje de imgenes, el autor de este relato no quiso describir un hecho, sino proclamar con imgenes una verdad: que Jess resucitado haba sido exaltado, por encima de los ngeles, por encima de los cielos, y constituido en igualdad

de poder y gloria con Dios. En realidad, por tanto, la descripcin de la resurreccin en el Evangelio de Pedro viene a decir lo mismo que el himno cristiano primitivo citado por S. Pablo en su carta a los Filipenses:
Cristo Jess se anonad a s mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios soberanamente lo exalt y le dio el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jess se doble toda rodilla de los seres celestes, terrestres e infernales, y toda lengua confiese que Jesucristo es Seor, para gloria de Dios Padre (2, 8-11).

El lenguaje apocalptico del Evangelio de Pedro nos es menos familiar que el de S. Pablo, pero nos dice lo mismo; y a la vez nos hace ver lo que decamos al comienzo: que el hecho de la resurreccin de Jess cae dentro de los misterios de Dios, desborda los marcos del acontecer terreno. Por eso los evangelios cannicos no lo narran; y cuando un evangelio apcrifo parece querer narrarlo, en realidad lo que hace es proclamar en forma de relato el mismo misterio que nuestros evangelistas proclaman con su silencio.

2. Testimonios de la resurreccin fuera de los evangelios. Tras este prembulo sobre qu es realmente la resurreccin de Jess se comprender fcilmente una afirmacin que hacen con frecuencia los exegetas: la plenitud del misterio de la resurreccin slo se revela al creyente, el historiador no puede penetrar en l. Que Jess resucitado subi a los cielos y est sentado a la derecha del Padre es una afirmacin cuyo lugar propio no es un libro de historia, sino un credo. Pero, al mismo tiempo, la resurreccin de Jess es una obra de Dios en la his-

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toria humana. El Jess glorioso en que, desde los apstoles, cree la Iglesia es el Jess crucificado por sentencia de Poncio Pilato, en tiempo del emperador Tiberio. Unos personajes de la historia que conocemos tambin por documentos histricos, los apstoles, dieron testimonio de que se les haba aparecido despus de su muerte, y que unas piadosas mujeres encontraron su sepulcro vaco al tercer da. Por eso en cierto modo el historiador puede probar el hecho de la resurreccin de Jess: su anlisis de los testimonios y los acontecimientos puede llevar a la conclusin de que sin el hecho real de la resurreccin quedaran muchas cosas sin explicar. Y lo primero que carecera de explicacin sin la resurreccin de Jess es la existencia misma de la Iglesia. Por eso se ha dicho con razn que el principal testimonio en favor de la resurreccin es la Iglesia misma. Los escritos del Nuevo Testamento nos hacen ver que la Iglesia naciente es un edificio sostenido por la resurreccin de Jess como un imprescindible cimiento. Si no hubiese habido hombres que podan decir: "hemos visto al Seor", y cuyas vidas quedaron transformadas por este hecho, no hubiese habido lo que llamamos cristianismo ni Iglesia. Dentro de esta novedad que es el nacimiento de la Iglesia hay otra que resultara tambin un enigma sin el hecho de la resurreccin: la celebracin del da del Seor, el domingo (Hch 20, 7; 1 Cor 16, 2; Apo 1, 10). La primera comunidad cristiana est formada por judos, para los que el da santo era el sbado, el da sptimo de la semana. Prescindiendo de la resurreccin de Jess, no se ve ningn motivo para que estos judos comenzasen a considerar como santo el primer da de la semana. El hecho, en cambio, es perfectamente comprensible si ste

era el da a que aluda su confesin de fe: "Resucit al tercer da segn las Escrituras", el da siguiente al sbado, en el que, segn los relatos evanglicos, las mujeres hallaron el sepulcro vaco. As pues, cada vez que un cristiano celebra el domingo proclama el hecho de la resurreccin de Jess; y al celebrarlo hoy est unido, a travs de una cadena ininterrumpida de generaciones de creyentes en Cristo, a los primeros que lo celebraron. Pero en esta celebracin del domingo, un cristiano de hoy recita un credo que dice: "al tercer da resucit de entre los muertos". Tambin este credo le ha llegado, por el mismo largo camino, de la primera generacin de creyentes en Jess resucitado. Y en este caso podemos seguir en documentos escritos el nacimiento de esta clusula del Credo, en que el cristiano de hoy expresa su fe en la resurreccin de Jess. Con esto pasamos a examinar los testimonios escritos sobre la resurreccin de Jess. Los primeros escritos que produjo la Iglesia son los que tenemos en el Nuevo Testamento. Entre ellos, los ms antiguos son las cartas de S. Pablo, escritas en su mayor parte entre los aos 50 y 60, es decir, de veinte a treinta aos despus de la muerte de Jess. Pero en ocasiones el apstol dice explcitamente, o podemos deducirlo aunque no lo diga, que las palabras incluidas en el texto no son redaccin suya, sino cita, ms o menos retocada, de frmulas anteriores a l. As ocurre en varios pasajes de sus cartas que hablan de la resurreccin de Jess, que constituyen nuestros ms antiguos testimonios escritos de lo que hoy proclamamos en el Credo. Lo que en estos pasajes cita S. Pablo son confesiones de fe o himnos, utilizados por l y sus lectores en el culto, que es culto a Dios y a Cristo resucitado. Veamos dos de los ejemplos ms significativos.

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Al comienzo de la primera carta a los Tesalonicenses, que con toda probabilidad es el primer escrito del Nuevo Testamento, leemos:
(8) As es que, partiendo de vosotros, la palabra del Seor ha resonado no slo en Macedonia y en Acaya, sino que en todo lugar se ha extendido la fama de vuestra fe para con Dios, hasta el punto de no tener nosotros necesidad de hablar palabra. (9) Pues ellos mismos proclaman de nosotros cul fue la entrada que tuvimos con vosotros, y cmo os convertisteis a Dios abandonando los dolos para servir al Dios vivo y verdadero, (10) y esperar a su Hijo desde los cielos, a quien resucit de entre los muertos, Jess, el que nos libra de la ira venidera (1, 8-10).

Desde el comienzo de la carta hasta el v. 8 es clarsimo el estilo epistolar: S. Pablo habla de acontecimientos concretos, conocidos de l y sus destinatarios; se trata de frases que slo son concebibles en una carta escrita por Pablo, el apstol, a la comunidad cristiana fundada por l en Tesalnica, capital de la provincia romana de Macedonia. Pero en los w . 9-10 el estilo epistolar desaparece: las frases son tpicas de una confesin de fe, y en ellas aparecen expresiones o palabras que no volvemos a encontrar en S. Pablo. As, la expresin "Dios vivo y verdadero" slo es usada en este lugar dentro del Nuevo Testamento; el verbo epistrphein, "convertirse", no es paulino, pero s es frecuente en la primitiva tradicin cristiana, como vemos en los Hechos de los Apstoles; el verbo anamenein, "esperar", no vuelve a aparecer en todo el Nuevo Testamento, y la expresin "de los cielos" slo la usa S. Pablo en este pasaje. Podemos afirmar, por tanto: aunque S. Pablo no lo diga, el estilo y el vocabulario de estos versculos nos dan la certeza de que el apstol est citando aqu un texto, oral o escrito, anterior a l.

Por otra parte, a pesar de que la carta est dirigida a cristianos de origen pagano y el apstol escribe en pleno mundo helenstico, estos versculos estn llenos de expresiones tpicamente judas, que demuestran su arcasmo y corroboran lo que acabamos de decir: que S. Pablo ha recibido estas formulaciones de la tradicin anterior a l. "Dios vivo" es una expresin corriente en el Antiguo Testamento; y de claro origen judo son las expresiones "de entre los muertos", "la ira venidera", "desde los cielos". Finalmente, la frase en que se define a Dios como "el que ha resucitado a Jess de entre los muertos" es la primera formulacin del hecho de la resurreccin de Jess; y la frecuencia con que esta frmula se repite en el Nuevo Testamento es prueba de su origen prepaulino. Pero hay otro pasaje en las cartas de S. Pablo que, frente a 1 Tes 1, 8-10, ofrece la ventaja de ser ms explcito en dos cosas: el origen pre-paulino y la "informacin" que da. Nos referimos al comienzo del c. 15 de la primera carta a los Corintios. Dice as:
Os notifico, hermanos, el Evangelio que os anunci... Porque os transmit, en primer lugar, lo que a mi vez recib: que Cristo muri por nuestros pecados segn las Escrituras, y que fue sepultado, y que fue resucitado al tercer da segn las Escrituras, y que se apareci a Cefas, luego a los Doce; despus se apareci a ms de quinientos hermanos de una vez, de los cuales los ms viven todava, y algunos han muerto ya; luego se apareci a Santiago, luego a todos los apstoles; ltimamente, como al abortivo, se me apareci a m. Porque yo soy el menor de los apstoles, que no soy digno de ser llamado apstol, pues persegu a la Iglesia de Dios (15, 1-9).

La primera carta a los Corintios fue escrita en Efeso, donde S. Pablo centr su actividad los aos 54 al 57, durante su tercer viaje misionero. Pero en este pasaje el

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apstol se refiere al Evangelio que predic a los de Corinto, es decir, a la tradicin que l llev a Corinto en su segundo viaje, los aos 50 al 52. Por otra parte, la frmula con que introduce la cita de su predicacin es traduccin griega de la frmula hebrea empleada en el judaismo para hablar de la transmisin de la tradicin oral. As, el tratado Abot de la Mishna, que contiene sentencias de los antiguos rabinos o doctores de la ley, comienza diciendo: "Moiss recibi (qibbel) la Ley (oral) del Sina y la transmiti (masar) a Josu, y Josu a los ancianos, y los ancianos a los profetas, y los profetas la transmitieron (mesaruha) a los hombres de la Gran Sinagoga" (1, 1). Con esto se quiere decir: la tradicin oral recogida por escrito a finales del siglo II se remonta, a travs de una cadena ininterrumpida de tradentes, hasta Moiss. En el caso de S. Pablo, la cadena no era tan larga: a l le haba llegado de tradentes que fueron testigos de los hechos o recibieron la tradicin de ellos; y al mismo tiempo conoci a estos testigos y trat con ellos. Lo que el apstol dice explcitamente resulta corroborado por el anlisis del texto. En l encontramos, por una parte, palabras o construcciones griegas que fuera de aqu no aparecen en S. Pablo. As, por ejemplo, la expresin "segn las Escrituras" le es extraa: para decir lo mismo suele emplear la frmula "como est escrito", u otras semejantes; lo mismo ocurre con la expresin "los Doce": el apstol se refiere siempre al grupo llamndolo "los apstoles". Por otra parte, el griego de estos versculos contiene una serie de peculiaridades que han movido a algunos autores (v. g., J. Jeremas) a afirmar que se trata de un texto arameo traducido a veces literalmente y, por tanto, no con excesiva elegancia al griego. Las principales de estas peculiaridades son: el

paralelismo de miembros, tpico de la literatura bblica y juda; el ka adversativo; el pasivo de egerein, "resucitar", para evitar el nombre de Dios; la frmula "el da el tercero", en que la colocacin del ordinal es la nica posible en hebreo y arameo, a la vez que extraa al griego; el pasivo de "ver" (phthe) en el sentido de "aparecerse", que en griego se dira ephne, pero en hebreo y arameo se dice con la forma pasiva del verbo "ver" (raah, haza). Si estos datos no prueban sin lugar a dudas que esta tradicin fue redactada originariamente en arameo y en suelo palestinense, al menos obligan a asignarle un origen judeo-cristiano y una fecha muy temprana en los escasos veinte aos que median entre la muerte de Jess y la predicacin de S. Pablo en Corinto. Los estudiosos discuten sobre qu es lo que en esta confesin de fe que cita ha introducido el apstol de su propia cosecha. Al menos podemos considerar con certeza adiciones suyas el v. 8: "ltimamente, como al abortivo, se me apareci a m", y el v. 6b, donde se dice de los quinientos hermanos que "los ms viven todava, algunos han muerto". Pero todos reconocen que la confesin de fe comprenda al menos los vv. 3-5; el resto, vv. 6-7, si no formaba parte de ella, es al menos un testimonio de excepcional garanta sobre las apariciones que menciona: nos viene directamente de S. Pablo, que conoci y trat a las personas de que habla, Santiago y los apstoles, como l mismo nos dice en otra de sus cartas (Gal 1, 18-2, 21). Tenemos, pues, en este pasaje de 1 Cor un testimonio inmediato, personal, sobre una aparicin de Jess resucitado, y otro no inmediato, pero de una garanta inigualable a la hora de hacer crtica histrica, sobre otras apariciones.

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El testimonio de los evangelios.

Los cuatro evangelios cannicos se cierran con relatos de las apariciones del Resucitado, a los que precede un relato en que se narra cmo en la maana del domingo el sepulcro de Jess fue hallado vaco. Estos relatos ofrecen ms datos sobre los acontecimientos de Pascua que los textos pre-paulinos que acabamos de analizar; pero hay una razn muy sencilla para que hayamos dejado su estudio para el final: cuando se escribieron los evangelios, exista ya la Iglesia, que celebraba ya el da del Seor y profesaba su fe en Jess resucitado y glorioso mediante las confesiones e himnos que encontramos citados en las cartas de S. Pablo; y para algunas comunidades de esta Iglesia, S. Pablo haba escrito ya varias cartas. Sin embargo, conviene recordar que tras los evangelios escritos debemos suponer fuentes escritas anteriores, y tras stas una tradicin oral, transmitida por los que "desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la Palabra" (Le 1, 2). Pero a la hora de valorar el testimonio de los evangelios sobre los acontecimientos pascuales tropezamos con una grave dificultad: quiz sea este punto donde ms difieren entre s los evangelios. Todos hablan del hallazgo del sepulcro vaco y de apariciones del Resucitado, pero las circunstancias que rodean el primero, el nmero, lugar y beneficiarios de las segundas varan notablemente de un evangelista a otro. Sealaremos las divergencias principales. Segn los sinpticos, las mujeres que en la maana del domingo van al sepulcro son tres; lo encuentran vaco; un ngel les revela lo sucedido y les ordena llevar un mensaje a los apstoles; las mujeres regresan sobrecogidas. El relato de S. Juan dice simple-

mente: "El primer da de la semana, al amanecer, estando oscuro todava, Mara Magdalena viene al sepulcro y ve la losa quitada del sepulcro. Corre, pues, y va a SimnPedro y al otro discpulo a quien amaba Jess, y les dice: Se han llevado al Seor del sepulcro, y no sabemos dnde lo han puesto" (20, 1-2). Segn S. Juan, por tanto, el hallazgo del sepulcro vaco no va acompaado de fenmenos maravillosos (exceptuado el de la piedra removida). En cuanto a las apariciones, las diferencias son tales, que todo intento de armonizacin resulta imposible. S. Marcos, S. Mateo y el eplogo de S. Juan (c. 21) hablan al menos de una aparicin en Galilea; en S. Lucas, todas las apariciones narradas tienen lugar en Jerusaln. Y basta una lectura del captulo final de los cuatro evangelios para ver las fuertes discrepancias entre relatos de apariciones que en el fondo parecen narrar el mismo hecho. A esto hay que aadir la divergencia que supone el hecho de que un evangelista narre una aparicin que no conocen los otros, v.g., la aparicin a los dos discpulos de Emas en S. Lucas. Aparentemente, estas discrepancias entre los testimonios de los evangelios son un motivo suficiente para negarles todo valor como documentos histricos. He aqu, por ejemplo, cmo se expresaba al respecto Reimarus, en los comienzos de la crtica racionalista: "Lector, t que eres serio y amigo de la verdad, dime delante de Dios: Podras aceptar como unnime y sincero un testimonio, respecto a una materia tan importante, que con tanta frecuencia y claridad se contradice en cuanto a las personas, el tiempo, el lugar, el modo, el fin, las palabras, el relato?" A pesar de lo clara que pueda parecer, como le pareca a Reimarus, la respuesta negativa, y sin negar ni rehuir las dificultades literarias e histricas que plan-

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tean los relatos pascuales, afirmamos sin la menor sombra de vacilacin: una crtica histrica exigente, pero no viciada por prejuicios o posturas tendenciosas, debe reconocer la historicidad fundamental de los dos acontecimientos, el hallazgo del sepulcro vaco por las piadosas mujeres, y las apariciones de Jess resucitado. Prescindiendo de los problemas literarios, veamos ahora los argumentos que apoyan la afirmacin que acabamos de hacer. a) El hallazgo del sepulcro vaco. En el testimonio pre-evanglico ms explcito sobre la resurreccin de Jess, la confesin de fe citada por S. Pablo en 1 Cor 15, 3-7, no se menciona expresamente el hallazgo del sepulcro vaco; sin embargo, muchos autores reconocen que implcitamente est sugerido al afirmar que Jess "fue sepultado" y "resucit al tercer da". Pero aunque el resto de los escritos del Nuevo Testamento no mencionara este hallazgo, esto no autorizara a afirmar que el relato evanglico es una creacin literaria, pura invencin de los primeros cristianos, que con l quisieron ofrecer una prueba tangible del hecho de la resurreccin. 1) En primer lugar, segn Me 15, 42-47, Jess fue sepultado la vspera del sbado por Jos de Arimatea, "un miembro ilustre del Sanhedrn". Jess, por tanto, a pesar de morir ajusticiado, tuvo una sepultura honrosa, individual; no fue enterrado en una sepultura comn para ajusticiados. La historicidad de este relato de la sepultura de Jess no puede ponerse en duda: un relato inventado hubiese sido ms vago, y desde luego no hubiera hablado de Jos de Arimatea, sino de algn otro personaje ms conocido o de ninguno. Contra la afirmacin de que los ajusticiados eran enterrados siempre en

una sepultura comn, con lo que sus cuerpos se perdan pronto en el anonimato, tenemos hoy un argumento precioso. En 1968, los arquelogos israeles, al excavar unas tumbas al Norte de Jerusalen, encontraban un osario que contena los restos de un crucificado; los huesos de los talones haban sido atravesados por un clavo de hierro, que segua incrustado en ellos, y las tibias haban sido rotas intencionadamente. Por la cermica encontrada y otros datos, los arquelogos sitan la muerte de este crucificado en tiempo de Jess o de la primera generacin cristiana. Tenemos as un testimonio claro de que los cuerpos de los crucificados podan ser entregados a los familiares o amigos, que los solicitaban para darles una sepultura honrosa y, por tanto, conocida. Un sepulcro excavado en la roca y un osario eran lujos que no se podan permitir todos los judos de Palestina. Ahora bien, poco despus de la muerte de Jess, y en la misma Jerusalen, donde Jess haba sido ajusticiado y sepultado, sus discpulos proclaman que este Jess ha resucitado de entre los muertos. Los que hacen esta proclamacin y los que la reciben son judos, y para un judo de entonces la resurreccin de entre los muertos significaba necesariamente resurreccin del cuerpo. Los apstoles, por tanto, no pudieron proclamar que Jess haba resucitado, si no tenan certeza de que su sepulcro estaba vaco. Sabemos, por otra parte, que las autoridades judas se opusieron a esta predicacin; y el mejor modo de desautorizar la proclamacin de los apstoles hubiera sido abrir el sepulcro y mostrar en l el cuerpo de Jess. Si no lo hicieron, fue sencillamente porque no pudieron: el sepulcro estaba realmente vaco. As se explica que la polmica juda contra los cristianos hable de robo del cuerpo de Jess por los apstoles, es decir, de un sepulcro vaco. De este modo, el simple hecho de la predicacin

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apostlica, cuyo contenido central es la resurreccin de Jess, supone la realidad del sepulcro vaco. 2) Por otra parte, si se considera el relato del sepulcro vaco como una pura invencin de los primeros cristianos para tener a mano una prueba tangible e irrefutable de la resurreccin de Jess, hay dos cosas que resultan incomprensibles. En primer lugar se ofrecera como prueba de la resurreccin un hecho que de suyo no era prueba suficiente; el sepulcro poda estar vaco por otro motivo: Mara Magdalena no piensa en resurreccin, sino en robo del cuerpo del Seor (Jn 20, 2). En segundo lugar, para un hallazgo tan importante no se ofrecan unos testigos muy adecuados. En el judaismo de la poca, las mujeres no eran admitidas como testigos. Por tanto, un relato inventado habra hablado del sepulcro hallado vaco por hombres. Naturalmente, los discpulos visitaran luego el sepulcro; pero la tradicin evanglica ms primitiva presentaba como protagonistas de este hallazgo a unas mujeres. Esto slo es comprensible en la hiptesis de que realmente fueron mujeres quienes visitaron el sepulcro la maana del domingo y lo encontraron vaco. 3) Finalmente, otro dato que nos impide considerar el relato del sepulcro vaco como pura creacin literaria es el que tenemos en el Credo: resucit "al tercer da". Como veamos, la afirmacin de que Jess resucit "al tercer da" aparece ya en la confesin de fe ms antigua que conocemos: la citada por S. Pablo en 1 Cor 15. Los que niegan la historicidad del relato del sepulcro vaco han querido explicar la frmula "al tercer da" del modo siguiente: un pasaje del Antiguo Testamento hablaba de "resucitar al tercer da", y la comunidad primitiva, partiendo de l, invent el hecho de la resurreccin de Jess

al tercer da. Esta explicacin es totalmente insatisfactoria: ningn texto del Antiguo Testamento, y menos de los llamados mesinicos, habla claramente de resurreccin propiamente dicha al tercer da. La nica explicacin posible al hecho de que la clusula figurase desde fecha muy temprana en las confesiones de fe es que el dato del tercer da estaba relacionado con la realidad de los acontecimientos, y por eso se busc un pasaje de la Escritura que lo mencionase, aun a costa de forzar el sentido, como ocurre en otros casos. Lo ms natural, por tanto, es suponer que el tercer da figur desde el comienzo en la tradicin del mensaje pascual porque, como dicen los relatos evanglicos, el sepulcro fue hallado vaco ese da. Pero el hecho del sepulcro vaco no es todava la resurreccin. Por eso los argumentos que demuestran la historicidad del sepulcro vaco no son todava una prueba de la resurreccin: se trata de un hecho que necesita ser interpretado, y su interpretacin ser dada en las apariciones del Resucitado. Pero, por otra parte, sin el sepulcro vaco se derrumbara la realidad de la resurreccin. Por eso, ya desde la poca apostlica, los que han rechazado la resurreccin de Jess han buscado explicaciones al sepulcro vaco distintas de la cristiana. Se ha dicho que los discpulos haban robado el cuerpo de Jess, o que el hortelano del huerto en que se hallaba el sepulcro lo haba trasladado a otro sitio. Se ha negado la muerte de Jess, con lo que se haca innecesaria la resurreccin. Se ha recurrido incluso al terremoto: este oportuno temblor de tierra abri una grieta en la roca, y por ella desapareci el cuerpo de Jess. Todas estas explicaciones son totalmente infantiles o absurdas. No es difcil descubrir la mentalidad tendenciosa que se esconde tras ellas: lo sobrenatural, lo fsica-

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mente imposible, no puede suceder. De estas explicaciones racionalistas, que quieren leer tras los relatos evanglicos hechos enteramente naturales, podemos decir lo que A. Loisy deca de una explicacin semejante de la curacin de un leproso por Jess: "ms vala decir que el relato es una invencin de la cabeza a los pies". Ciertamente, la explicacin del relato como creacin de la comunidad primitiva es ms lgica, al menos se ahorra los desatinos de las explicaciones naturalistas; pero ya hemos hecho ver su imposibilidad. Como conclusin, por tanto, debemos afirmar: la crtica histrica no puede negar la realidad del sepulcro vaco. b) Las apariciones del Resucitado. En los relatos de las apariciones podemos decir que cada evangelista sigue su camino. Pero, a pesar de las profundas divergencias, los cuatro coinciden en el testimonio bsico de que los apstoles creyeron ver al Resucitado despus de su muerte. Es tambin muy difcil establecer una correspondencia entre las apariciones que menciona S. Pablo en 1 Cor 15 y las que narran los evangelios; pero una vez ms tenemos un acuerdo bsico: unos hombres creen haber visto a Jess resucitado. Dejamos de momento los problemas literarios e histricos que plantean los textos y nos ocuparemos slo del contenido fundamental en que coinciden: la afirmacin de que estos hombres haban visto a Jess vivo despus de su muerte. Con toda intencin hemos dicho que en los evangelios, en S. Pablo y en la tradicin anterior a l nos llega un testimonio fidedigno de que la fe en Jess resucitado tiene su origen en el hecho de que unos hombres creyeron haber visto a Jess. Porque hoy, incluso entre los crticos

que no admiten la resurreccin de Jess, apenas hay alguno que niegue que estos hombres "creyeron" ver a Jess, es decir, tuvieron unas experiencias que pueden designarse con el nombre de "visiones" o "apariciones". El problema consiste en determinar qu clase de fenmenos son stos. Se trata de visiones verdaderas del Resucitado, es decir, visiones provocadas desde fuera, que se imponen a los apstoles, o de simples proyecciones del subconsciente? En el primer caso tenemos la interpretacin tradicional de la Iglesia: Jess resucitado, que vive ya en la gloria del Padre, se hace visible a los suyos. En el segundo tenemos lo que podramos llamar interpretacin tradicional de la crtica racionalista: los discpulos no podan creer que la obra de Jess haba terminado con su muerte en la cruz, y esta necesidad de su espritu hizo que brotara en ellos la idea de que su Maestro no haba permanecido en la muerte, sino que segua vivo. Dicho con otras palabras: el anhelo interior de estos hombres provoc lo que llamamos "apariciones", que as se convierten en fenmenos enteramente naturales. He aqu, como muestra, la reconstruccin de los hechos segn C. Guignebert:
(Tras la muerte de Jess, Pedro) regresa a su casa, a Cafarnam; vuelve a su oficio de pescador, con la barca que tantas veces haba transportado a Jess de una a otra orilla del lago. En todas partes brotan ante sus ojos los recuerdos que guarda de los das de esperanza y gozo. La imagen del Maestro le sigue en todos sus pasos, llena el marco de su vida. Todo su espritu est fijo en un pensamiento: no es posible que esto haya acabado; algo va a venir, y va a venir por medio de l; no nos enga; no nos abandon; es preciso que reaparezca. Y mientras en l crece el dolor por haber perdido a Jess, y se exaspera una esperanza que no encuentra su forma, se exalta tambin la espera del milagro que debe surgir. La lgica peda que ese milagro fuese una manifestacin personal del Crucificado. No debe sorprender, por tanto, que Pedro viese

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JESS Y LOS EVANGELIOS a Jess. Dnde? Probablemente en la orilla del lago y en unas condiciones en que una alucinacin se produjo sin esfuerzo: en la bruma de la maana o el deslumbramiento del sol de medioda. Quiz en aquel momento Pedro estaba solo, pero no es necesario suponerlo: haba podido reunir ya en torno a l a algunos de los mejores discpulos, los Doce, como dice Pablo (1 Cor 15, 5); y nada ms normal que tambin ellos vieran despus de l. En una operacin de este tipo, lo nico que supone dificultad es producir la iniciativa. Una vez asegurada sta, el resto viene por s solo, pues el contagio es aqu la regla general. Y en este caso el contagio era mucho ms fcil, pues los compaeros de Pedro se hallaban ms o menos en un estado de espritu anlogo al suyo.

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A esta reconstruccin de los hechos, de la que podamos ofrecer variantes que en realidad se diferenciaran muy poco, debemos decir: los datos histricos que poseemos la hacen totalmente imposible. Contra ella milita, en primer lugar, la duracin de las apariciones. Si el Nuevo Testamento hablase de una sola aparicin a una persona o un grupo, o de apariciones en un solo da, la hiptesis de un fenmeno subjetivo, alucinatorio, sera quiz viable. Pero las fuentes hablan de apariciones repetidas durante un largo lapso de tiempo; y una alucinacin o un rosario de alucinaciones sostenidas durante tanto tiempo resultan ms incomprensibles que la interpretacin tradicional, que habla de manifestaciones del Jess glorioso. Pero, en segundo lugar, la interpretacin subjetiva de las apariciones tiene en contra suya un dato ms importante: la diversidad de personas de las que se nos dice que vieron al Resucitado. Tenemos apariciones a S. Pedro, Santiago, el hermano del Seor, y S. Pablo. La actitud de estos tres hombres frente a Jess antes de ser beneficiados con la aparicin es muy distinta. S. Pedro es el ms destacado seguidor de Jess; en l, por tanto,

caba la hiptesis de que anhelaba, esperaba ver a Jess despus de su muerte. Santiago, en cambio, pertenece no al grupo de los discpulos de Jess, sino al de sus familiares, de los que nos dicen los evangelios que no crean en l (Me 3, 21; Jn 7, 5). No obstante, pocos aos despus de la muerte de Jess lo vemos desempear una funcin de dirigente en la comunidad cristiana de Jerusaln. Este extrao cambio se explica perfectamente con lo que nos dice S. Pablo en 1 Cor 15, 7: Santiago tuvo una visin del Resucitado. Y si en el caso de Santiago es muy difcil explicar esta visin como alucinacin provocada por el anhelo de no querer ver hundida para siempre la causa de Jess, mucho ms difcil es interpretar as la aparicin a S. Pablo. El perseguidor de la Iglesia que se diriga a Damasco no tena el menor inters por que la causa de Jess continuase; en l no hab/a absolutamente nada que preparase el terreno para una alucinacin, para "creer" que haba visto al Resucitado. Por otra parte, en su caso no podemos hablar tampoco de que sufri el contagio de los discpulos de Jess, que haban "visto" ya al Seor: su contacto con creyentes en Jess es posterior a su conversin, provocada por la aparicin. Los que quieren explicar como fenmenos naturales el hecho de que hombres tan radicalmente distintos llegasen a estas visiones subjetivas, tras el fracaso en que haba terminado la causa de Jess, tienen que echar mano como hemos visto en C. Guignebert de construcciones psicolgicas. Y las construcciones de este tipo abundan. Es asombrosa la fantasa que demuestran en este punto incluso estudiosos que por lo dems son sobrios y sensatos. "Todas estas construcciones escribe G. Lohfink coinciden en afirmar: en las almas de los discpulos brota la fe, y la fe produce las visiones. Pero,

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segn el Nuevo Testamento, lo que ocurre es todo lo contrario: slo las apariciones del Resucitado hicieron brotar la fe en la resurreccin. Es inconcebible cmo un historiador serio puede trastornar una afirmacin tan clara de las fuentes sobre todo del testimonio personal de S. Pablo y leer en ellas exactamente lo contrario". Pero hay otro hecho que tiene aqu una importancia capital. En los fenmenos alucinatorios o las proyecciones puramente psicgenas, para que la alucinacin o visin se produzca es preciso que se den en el sujeto determinadas condiciones. El que no cree en el diablo ni nada semejante jams creer haber visto al diablo. As pues, para que los discpulos de Jess llegasen a la creencia de que su Maestro haba resucitado sin apariciones impuestas desde fuera, objetivas y esta fe provocase las supuestas visiones, era preciso que contasen con una resurreccin semejante, e incluso la anhelasen. Vamos a ver cmo esta condicin, esta predisposicin no se daba. Como exponamos al comienzo, lo que los apstoles proclaman pblicamente poco despus de la muerte de Jess no es la vuelta de ste a la vida anterior, sino el hecho de que Dios haba resucitado a Jess, y que as haba comenzado la resurreccin de los muertos. Por ser judos, los discpulos de Jess compartan en este punto las creencias del judaismo, de las que formaba parte la esperanza en la resurreccin de los muertos. Pero en el judaismo, la resurreccin de los muertos era esperada como un acontecimiento que tendra lugar al fin de los tiempos; resurreccin de los muertos y fin del mundo estaban estrechamente unidos. No es necesario demostrar que esta fe y esta mentalidad no eran la predisposicin adecuada para la proclamacin que vemos hacer a los apstoles: el mundo sigue su marcha como antes, y no obstante estos hombres proclaman que ha comenzado la

resurreccin de los muertos, que en Jess resucitado ha comenzado ya el fin del mundo y la nueva creacin. Ni en el judaismo, ni en las religiones del mundo helenstico encontramos una fe semejante, que pudiera servir de punto de partida para la cristiana. Tenemos, s, relatos de resurrecciones de muertos, en los que el muerto vuelve a la vida que interrumpi la muerte. Pero la resurreccin que en Jess predican los apstoles es radicalmente distinta. La tradicin juda hablaba de hombres que haban sido arrebatados al cielo, como Henoc y Elias. Para unos discpulos de Jess, que segn la hiptesis de las alucinaciones no se resignaban a la idea de que haban perdido para siempre a su Maestro, esta tradicin juda hubiera constituido una excelente predisposicin para creer que Jess haba sido arrebatado al cielo. Pero, repetimos, lo que estos hombres proclaman no es que Jess haba sido arrebatado al cielo, sino que en l haba comenzado ya la resurreccin de los muertos, que la tradicin juda consideraba como un acontecimiento escatolgico. "Atribuir el nacimiento de esta creencia a una evolucin en las ideas religiosas de los que la profesan es extraordinariamente inverosmil. No se explica, en efecto, cmo unos hombres que procedan de la tradicin juda pudieron concebir el comienzo de los acontecimientos finales slo para Jess" (G. Lohfink). Segn el pensamiento judo, la resurreccin de los muertos afectara a la totalidad de los hombres, y no tendra lugar insistimos hasta el fin del mundo. Podemos concluir, por tanto, con rotunda seguridad: en buena crtica histrica, el nico modo de explicar el mensaje de la Iglesia primitiva sobre la resurreccin es hacerlo brotar de una experiencia real, no meramente subjetiva, de Jess resucitado por parte de los primeros

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testigos, experiencia que tenemos descrita en los relatos evanglicos de las apariciones. Con esto no decimos que la investigacin histrica nos introduce en el misterio de la resurreccin de Jess; eso slo puede hacerlo la fe. Pero lo que s puede hacer es mostrar cmo creer en todo el misterio que representa esta obra de Dios es un "rationabile obsequium fidei".
MARIANO HERRANZ MARCO

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LA HISTORIA O CRITICA DE LAS FORMAS (I) El actual estudio cientfico del Nuevo Testamento es el resultado de la aplicacin de diversos mtodos, diferentes pero complementarios. La crtica textual, el anlisis literario, la crtica histrica, con toda su extensa gama de disciplinas auxiliares, son otros tantos instrumentos de trabajo que las ciencias modernas de la literatura y de la historia ponen en manos del estudioso que desea conocer mejor el Nuevo Testamento, las obras en que se narran los acontecimientos que han dado origen a nuestra fe, y donde esa fe encuentra su primera y ms valiosa formulacin. Cada nuevo desarrollo de esas ciencias nos permite acercarnos ms al medio ambiente en que nacieron los escritos del Nuevo Testamento, y salvar as ms fcilmente la distancia que nos separa de ellos. As, por ejemplo, la crtica textual y la historia del texto nos aproximan al texto original del Nuevo Testamento, dndonos la garanta de que el texto que leemos es un texto fiel, a pesar de los siglos transcurridos. As tambin la crtica literaria de los evangelios permite, en cierto modo,

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rastrear un perodo en la historia de la tradicin evanglica : desde su estadio ms reciente (S. Mateo o S. Lucas) hasta estadios ms antiguos, como S. Marcos o la fuente Q (hablamos en trminos generales; S. Mateo o S. Lucas pueden haber conservado, en ciertos casos, una forma ms antigua de la tradicin). Y esto nos ayuda, no slo a conocer mejor los evangelios, sino a resolver dificultades histricas o literarias que presenta su lectura.

obra de E. Norden, quien en 1913 haba publicado un libro con este ttulo: "Agnostos Theos. Estudios sobre la historia de las formas del discurso religioso". Tal vez la mejor manera de comprender qu quiere decir "Historia de las formas" sea precisamente dedicar una mirada al contenido del libro de Norden. Norden estudia el captulo 17 del libro de los Hechos, donde se contiene el discurso de S. Pablo en el Arepago de Atenas. Para ello parte de un hecho: el discurso de S. Pablo en el Arepago es un ejemplo de una forma literaria determinada, la del discurso misionero. Conocemos esa forma literaria por otros discursos misioneros judos, helensticos o cristianos que se nos han conservado, ms o menos contemporneos del de S. Pablo. Y de la comparacin de estos discursos podemos deducir como un esquema-tipo, prcticamente comn a todos ellos, con rasgos, motivos y temas que se repiten de unos a otros. De ah que una buena parte del trabajo de Norden sea este estudio comparativo, que permite deducir el esquema-tipo y las variantes de esa forma literaria que es el discurso misionero. Esto nos hace ver muy claramente qu significa "historia de las formas" en el libro de Norden: describir, mediante comparacin de diversos textos que poseen una misma "forma" literaria, las caractersticas de esa forma, sus rasgos principales, su evolucin, en una palabra, su historia. Esto nos permite valorar mejor la finalidad, el estilo y la originalidad mayor o menor de un texto, cuando en l encontramos una forma conocida. Una poesa lrica no tiene la misma finalidad que un proverbio, o que un relato pico, ni nace en las mismas circunstancias, ni va dirigido al mismo pblico. Por eso el conocimiento de la forma nos dice algo tambin acerca de la intencin del autor, o del am-

1. Un mtodo para el estudio de los evangelios: la Historia de las formas. Desde 1920 aproximadamente, junto al anlisis de las relaciones literarias entre los evangelios, los estudiosos han venido usando otro mtodo, que en parte supone como adquiridos los resultados de la crtica literaria y en parte le sirve de complemento. El nombre con que se le designa habitualmente es el de "Historia de las formas", que no es sino una traduccin literal de la expresin alemana "Formgeschichte"; los exegetas de ambiente anglosajn prefieren la expresin "Form-criticism", es decir, "Crtica de las formas". La expresin alemana se debe al ttulo de una de las obras de Martin Dibelius, pionero y uno de los grandes representantes del nuevo mtodo. El libro, que apareci en 1919, llevaba por ttulo "La Historia de las formas del evangelio", y viene a ser como el escrito programtico de la nueva escuela. El segundo gran representante de la Historia de las formas sera Rudolf Bultmann; en 1921 publicaba su clsica "Historia de la tradicin sinptica", que aun hoy es una obra de referencia obligada en cualquier estudio sobre los evangelios. Pero la expresin misma, "Historia de las formas", no era nueva. Dibelius la haba tomado a su vez de una

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biente que dio lugar a la creacin de esa pieza literaria, con su forma concreta. Volviendo al estudio de Norden, el hecho de que en el discurso de S. Pablo en el Arepago podamos descubrir una forma comn a la de otros discursos helensticos o judos, nos descubre todo el mundo de la propaganda religiosa juda en ambiente griego, y nos muestra al cristianismo abrindose paso en ese mismo ambiente y utilizando unos medios literarios semejantes: el discurso misionero en el que se toman, para captar la benevolencia del auditorio y hacerle accesible el monotesmo, ciertos elementos de la filosofa religiosa estoica. Nada ms natural, por otra parte, que si los primeros misioneros cristianos eran judos, usasen para su predicacin misionera los mismos medios que el judaismo haba usado antes que ellos. a) El estudio de la tradicin oral.

ejemplo, que S. Mateo ha conservado en algunos casos una tradicin ms primitiva que S. Marcos, y ello sea cual fuere la explicacin que se d a este hecho: o que S. Mateo ha trabajado con un texto de S. Marcos ms antiguo que el que ha llegado a nosotros, o que S. Marcos no es sino una versin del Mateo arameo primitivo, del que el actual evangelio de S. Mateo sera otra versin posterior. Lo cierto es que a comienzos de siglo la crtica literaria pareca haber llegado a unas conclusiones slidas, y se senta llegado el momento de abordar en los evangelios otras cuestiones adems de las de su interdependencia literaria. El impulso para el planteamiento de estas cuestiones nuevas vino del inters creciente que se prestaba a la tradicin oral en los estudios de literatura popular. Se da este nombre de literatura popular, o "pequea literatura" a los escritos que no nacen en crculos eruditos, donde la obra literaria es un fin en s misma; en este tipo de literatura, la tradicin oral precede casi siempre a la fijacin por escrito: as sucede en los cuentos, en los romances, en los cantos populares, en las tradiciones religiosas de los pueblos antiguos. Adems, esta literatura se acua en un corto nmero de formas, relativamente fijas, que poseen sus propias leyes de estilo, distintas de las que rigen en la gran literatura (esto no quiere decir en modo alguno que su calidad artstica sea menor; pero las leyes psicolgicas, las formas de expresin y los criterios estilsticos son diferentes). En cuanto obras literarias, los evangelios en su conjunto constituyen un fenmeno nico en la historia de la literatura universal; es decir, no existe, antes de la composicin de los cuatro evangelios cannicos, un gnero literario "evangelio", como existe un gnero que llamamos balada, o poema pico, etc. En este sentido

A la nueva manera de enfocar el estudio condujo tambin un cierto cansancio en el anlisis literario de los evangelios, y un inters creciente por el estudio de la tradicin oral en las literaturas populares. En cuanto a lo primero, el estudio de las relaciones entre los sinpticos como documentos escritos haba conducido, a lo largo del siglo pasado, a la aceptacin casi universal de la teora de las dos fuentes; los intentos de llevar la crtica literaria ms adelante, reconstruyendo otras posibles fuentes escritas anteriores, no haban obtenido resultados satisfactorios. Ciertamente se ha seguido haciendo crtica literaria, y an hay labor por hacer en este campo; precisamente estudios posteriores han matizado la rigidez que la teora de las dos fuentes tena al principio; hoy se sabe, por

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son incomparables, y no existe para ellos ningn paralelo en la historia de la literatura. No obstante, puede decirse sin temor que los evangelios pertenecen, como gran parte del Antiguo Testamento, a la literatura popular. De qu modo? En primer lugar, aunque hoy los evangelios la Biblia en general haya alcanzado una cifra record de ediciones, y sean los libros ms ledos de la humanidad, no fueron escritos con las pretensiones de una obra "literaria"; pero tampoco son escritos privados, sino destinados a una publicidad, aunque pequea y modesta, al servicio de las nacientes comunidades cristianas. Adems, los evangelios pertenecen a la pequea literatura por otros dos captulos: en ellos encontramos toda una serie de formas tpicas, como relatos breves, parbolas, proverbios, que se dan tambin en otras literaturas religiosas populares. Y lo mismo que otras tradiciones religiosas de la antigedad, los evangelios pasaron por una etapa de transmisin oral antes de ser fijados por escrito. Todo esto no debe extraarnos: aunque el anuncio que en ellos se hace y el mensaje que contienen es nico, la forma en que ese mensaje se ha acuado y transmitido es la usual en el medio en que vivan los apstoles y evangelistas. El proyecto de la historia de las formas es estudiar ese perodo de transmisin oral anterior a nuestros evangelios escritos, en el que predicadores, evangelistas y apstoles de la fe cristiana iban dando forma a la tradicin sobre Jess, hasta resultar el conjunto que tenemos incorporado a nuestros evangelios. Antes que a los evangelios, el mtodo de la historia de las formas haba sido aplicado por G. Gunkel al Gnesis. La situacin de los estudios del Pentateuco era, en cierto modo, similar a la de los evangelios. Tambin en los cinco libros de Moiss los crticos haban descu-

bierto e identificado una serie de documentos anteriores, que se haban combinado y yuxtapuesto para formar los libros tal y como ahora los tenemos. Pero Gunkel dio un paso ms: a su vez, estos documentos no formaban una composicin literaria seguida, sino que estaban compuestos por una serie de piezas ms o menos largas, que se haban transmitido oralmente durante un largo perodo de tiempo y en diferentes circunstancias: relatos picos, tradiciones populares, leyendas, cantos, tradiciones cultuales o litrgicas de los santuarios, etc. Estas piezas haban tenido una vida propia en la tradicin oral, antes de ser incorporadas a los documentos que forman el Pentateuco. La identificacin y el estudio de las formas literarias de cada una de estas piezas permita a Gunkel superar el estadio de los documentos escritos y adentrarse, en la medida de lo posible, en el perodo ms antiguo de la tradicin oral. Eso mismo es Jo que queran hacer los primeros crticos de las formas en los evangelios: captar, ms all de S. Marcos y la fuente Q, los orgenes y el primer perodo en la historia de la tradicin evanglica. La gran diferencia con el Antiguo Testamento estriba en que, mientras all hemos de contar con un estadio de tradicin oral que se prolonga durante siglos, en el caso de los evangelios la distancia que separa los acontecimientos y su puesta por escrito es mucho menor: apenas treinta aos, y seguramente menos. Pero, cmo es posible llegar ms all de los documentos escritos? Haciendo, precisamente, lo que Gunkel haba hecho en el Gnesis; esto es, estudiando "las formas" que esos documentos escritos contienen. Para ello es preciso, primero, aislar y clasificar esas formas, que muestran por sus rasgos, por su estilo y por su parentesco con otras formas de la literatura popular haber sido objeto de la tradicin oral antes de que los evange-

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listas, o sus antecesores, las pusieran por escrito. Luego, el anlisis literario de esas formas permitir descubrir en cada una de ellas lo que los franceses llaman "la pointe" de una pieza literaria (en el caso de los evangelios, de una parbola, de un relato, de unas palabras de Jess), y que podramos traducir por su intencin, su finalidad. Esa finalidad de unas palabras de Jess, o de un relato evanglico nos puede mostrar algo de las circunstancias en que naci esa pieza de la tradicin, de por qu se conserv y transmiti, de cmo se utilizaba en la tradicin oral; en otras palabras, de su historia. Es lo que los crticos de las formas llaman el "Sitz im Leben", trmino que se ha hecho clsico y que no significa sino la "situacin en la vida" que corresponde a una determinada pieza de la tradicin: lo que el anlisis literario de su intencin fundamental, de sus motivos y de sus rasgos nos dice acerca de las circunstancias que dieron lugar a su composicin, y del uso que se ha hecho de ella en la tradicin oral de la Iglesia primitiva. La tarea, pues, de la historia de las formas es doble: identificar y aislar, por una parte, las formas literarias que se encuentran en los evangelios, y describir luego, tras el anlisis literario de esas formas, las vicisitudes de cada pieza de la tradicin desde su nacimiento hasta su incorporacin a los documentos que estn a la base de los evangelios actuales. b) Unos presupuestos ambiguos. Tericamente, la historia de las formas debera haber servido para acercarnos ms al Jess histrico y para arrojar luz sobre el origen de la tradicin evanglica. Sin embargo, los resultados a que llegaron los primeros representantes del mtodo especialmente Bultmann son

de un escepticismo grande respecto al valor histrico de la tradicin. Para comprender mejor el camino que llev a los crticos de las formas a un resultado tan negativo, es preciso tener en cuenta algunos presupuestos con los que abordaron su trabajo, que les fueron suministrados por estudios anteriores y que explican, en buena medida, su ptica al acercarse a los textos evanglicos. Hay que notar, no obstante, que estos supuestos contienen una parte de verdad, pero que no es preciso en absoluto comprenderlos en el sentido radical en que lo hicieron los crticos de las formas. El primero de ellos es una cierta manera de concebir el desarrollo de la tradicin oral en las literaturas populares, muy comn entre los estudiosos de estas literaturas a comienzos de siglo. La tradicin oral crece segn esta opinin como los crculos concntricos en el agua, constantemente, y al tiempo que crece se desvirta y se aleja de su origen. El creador de la tradicin y su transmisor es "el pueblo" (en el caso de los evangelios "la comunidad primitiva"), una masa annima a la que se concede un poder creador casi ilimitado, y que estimula constantemente el desarrollo incontrolado de la tradicin. Aunque habremos de volver sobre este punto, digamos ya desde ahora que los estudios actuales desautorizan por completo esta forma de concebir el nacimiento y el desarrollo de la tradicin oral, al menos por lo que respecta al ambiente en que creci la tradicin evanglica. El segundo presupuesto es que los evangelios no son obras escritas de un tirn por un autor nico, sino colecciones de unidades ms pequeas que el evangelista ha reunido dndoles un marco que se llama "redaccional". Esto es, que los evangelistas no son tanto "autores" en el sentido moderno de la palabra, como colectores o compiladores del material que la tradicin les ofreca. Slo

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el marco en que las diversas unidades o percopas se ensartan como en rosario es obra suya. Y este marco, segn el pensamiento de los crticos de las formas, carece en general de valor histrico. Aunque ya W. Wrede, A. Schweitzer y otros haban sealado este hecho, el mismo ao 1919, en que apareci la obra programtica de M. Dibelius, apareci un trabajo de K. L. Schmidt con el ttulo "El marco de la historia de Jess", en que el escepticismo en cuanto al valor histrico del marco redaccional de los sinpticos llega al extremo. Segn este autor, ni las indicaciones geogrficas ni la conexin entre unos pasajes y otros (si se excepta la historia de la Pasin) tienen valor histrico alguno. Los evangelios son colecciones de pequeas piezas en rosario y los evangelistas, que no conocan el escenario ni la sucesin real de los hechos, no han hecho ms que unir esas piezas de modo artificial, de modo que no es posible recomponer una cronologa de la vida de Jess, ni recomponer sus itinerarios. El ltimo presupuesto est, en parte, relacionado con el anterior: los evangelios no son biografas en el sentido moderno de la palabra, sino testimonios de fe. No slo es imposible reconstruir geogrfica o cronolgicamente la vida de Jess, sino que falta en ellos todo lo que sera de desear en una biografa: antecedentes del hroe, desarrollo de su infancia y juventud, descripcin de su carcter, explicacin de su evolucin espiritual, etc. Los evangelios no nos dan un retrato biogrfico de Jess ni de las personas de su entorno, discpulos o adversarios. Y todo ello por lo mismo: los evangelios no fueron compuestos para responder a una curiosidad histrica o piadosa, sino para anunciar en la persona de Jess al Salvador de los hombres, y para afirmar, fundamentar y extender la fe en l. Esto, rectamente entendido, es cier-

to: los evangelios no son libros de historia, sino testimonios de fe. Pero eso no significa que su testimonio no sea "histrico". Sin embargo, este hecho sirvi a los crticos de las formas para hacer ms radical su escepticismo; puesto que los evangelios contienen la fe de la iglesia primitiva, es muy poco lo que con ellos podemos saber acerca de Jess. En gran parte, el material recogido en ellos es creacin de la comunidad primitiva, y su valor histrico es casi nulo. Podemos ya, teniendo en cuenta estos presupuestos de su trabajo, pasar a describir los resultados de Dibelius y Bultmann en el estudio de las formas de la tradicin evanglica.

2. Las formas de la tradicin sinptica. Como ya hemos visto, la tarea de la historia de las formas es doble: por una parte, identificar y clasificar las formas literarias de la tradicin evanglica; por otra, describir la vida, la "historia" de esas formas en la tradicin de la Iglesia primitiva. Para realizar esta doble tarea, Dibelius y Bultmann han seguido caminos distintos. Dibelius ha partido de lo que conocemos acerca de la vida de la Iglesia primitiva, por el libro de los Hechos y las cartas paulinas, y con la imagen as obtenida, ha tratado de explicar el origen y las formas diversas de la tradicin sobre Jess. Bultmann ha seguido, en cambio, un proceso inverso, ms analtico. Partiendo del estudio del material reunido en los evangelios, trata de deducir el modo en que se fue formando y elaborando la tradicin. Pero, en realidad, los dos procedimientos coinciden ms de lo que parece, y Bultmann mismo reconoce que

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su anlisis no hubiera podido realizarse sin una imagen, aunque provisional, de la Iglesia primitiva y de su historia. El conjunto de la tradicin evanglica puede fcilmente dividirse en dos grupos principales: la materia discursiva (palabras de Jess) y la materia narrativa (relatos sobre Jess). Esta divisin, elemental, parece ya sugerida en el primer versculo del libro de los Hechos: "El primer libro lo escrib, Tefilo, sobre todo lo que Jess hizo y ense desde un principio hasta el da en que, despus de haber dado instrucciones por medio del Espritu Santo a los apstoles que haba elegido, fue llevado al cielo". Veremos, pues, sucesivamente, las formas que Dibelus y Bultmann encuentran dentro de cada uno de estos dos grandes apartados. a) Las formas de las palabras de Jess.

Las "palabras profticas y apocalpticas" son todas las relativas al anuncio del Reino de Dios, o al final de los tiempos. En ellas, Jess anuncia la venida del Reino, exhorta a la penitencia, promete la salvacin a los que estn preparados y pronuncia imprecaciones sobre los impenitentes. Un buen ejemplo de este grupo de palabras lo tenemos en las Bienaventuranzas de S. Lucas (6, 20-23), o en Mt 13, 16 s.: "Bienaventurados vuestros ojos porque ven, y vuestros odos porque oyen. En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oir lo que vosotros os y no lo oyeron". Con estas palabras se dice, de forma indirecta, que ha sonado la hora de la salvacin por la que suspiraban los profetas. El tercer grupo de la clasificacin de Bultmann lo forman las reglas y normas de conducta para la comunidad, como las que tenemos en el captulo 10 de S. Mateo, destinadas a instruir a los apstoles en su tarea misionera, o las normas sobre la correccin fraterna de Mt 18, 15-18. Algunas de estas prescripciones corrigen aspectos de la piedad juda, como las famosas anttesis del Sermn de la Montaa en Mt 5, 33-37. Una cuarta forma est constituida por lo que Bultmann llama "palabras-yo" (Ich-Worte), esto es, palabras en las que la persona de Jess es el centro de inters; una parte importante de este grupo lo forman las palabras en que Jess habla de su venida, como Mt 10, 34-36: "No creis que vine a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada; vine a separar al hombre de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra; y sus propios familiares sern los enemigos de cada cual". Los versculos siguientes, aunque no hablan de la venida de Jess, son tambin "palabras-yo": "El que ama a su padre o a su madre ms que a m, no es digno de m, y

La clasificacin de las palabras de Jess es mucho ms fcil que la de la parte narrativa. Bultmann encuentra los siguientes tipos: "Logia" o palabras de sabidura, especie de proverbios en los que Jess habla como maestro de sabidura. Son sentencias cortas, incisivas y acuadas de forma que resulte fcil su memorizacin. Como ejemplo podemos citar las sentencias reunidas en Mt 6, 19-34; una de ellas dice: "Nadie puede servir a dos seores; pues, o bien odiar a uno y amar al otro, o servir a uno y despreciar al otro. No podis servir a Dios y al dinero" (6, 24). Esta forma de enseanza era habitual entre los rabinos y entre los maestros de sabidura del Antiguo Oriente. No es extrao que tengamos muchos paralelos en la literatura juda; ya los hay en algunos libros sapienciales del Antiguo Testamento, como el Eclesistico o el libro de los Proverbios.

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el que ama a su hijo o a su hija ms que a m, no es digno de m. Y quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de m" (Mt 10, 37 s.). An establece Bultmann, dentro de las palabras de Jess, dos grupos ms: las parbolas y los apotegmas. Por parbola no entiende slo el relato de una historia que contiene una enseanza, sino todas aquellas palabras de Jess en que los conceptos y las enseanzas se vierten en un lenguaje plstico, concreto. As tenemos, en primer lugar, las "imgenes" (Bildworte), en que imagen y realidad estn unidas sin partcula de comparacin, como en Me 2, 17: "No son los sanos los que tienen necesidad de mdico, sino los enfermos"; o Mt 5, 14: "No puede ocultarse una ciudad construida sobre un monte". Parecida a la imagen es la metfora: son metforas las palabras sobre la abundancia de la mies y la escasez de los operarios (Mt 9, 37), o las del que ha puesto sus manos en el arado (Le 9, 22). La comparacin establece ya una relacin entre la imagen y la realidad. Dos ejemplos muy claros de comparacin los tenemos en Mt 10, 16: "He aqu que yo os envo como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas". En cuanto a las parbolas propiamente dichas, hay algunas que son ms bien comparaciones extensas y detalladas, en forma de relato; a veces la comparacin no aparece hasta el final, como en la de los signos de los tiempos (Le 12, 54-56): "Cuando veis una nube que se levanta al poniente, al instante decs: tempestad tenemos; y as sucede. Y cuando veis que sopla el aire del medioda, decs: har calor; y lo hace. Hipcritas! Si sabis distinguir el aspecto del cielo y de la tierra, cmo no discerns el tiempo presente?" Aqu la comparacin est al final, en forma de pregunta retrica. Pero hay otros

casos en que la comparacin es explcita y aparece al comienzo; as la parbola del tesoro en el campo, o la de la perla preciosa, o la de la red; todas ellas comienzan: "El Reino de los cielos se parece a..." (Mt 13, 44-50). El segundo tipo de parbolas no tiene, propiamente hablando, comparacin; son slo un relato que encierra una enseanza. En stas, lo que se describe no es una situacin tpica o general, sino un suceso particular. Ejemplos de este tipo son la parbola del hijo prdigo (Le 15, 11-32), la del administrador infiel (Le 16, 1-8) o la de los talentos (Mt 25, 14-30). Naturalmente, Bultmann reconoce que los lmites entre estos diferentes tipos de parbolas son imprecisos; a veces encontramos formas mixtas, esto es, una parbola que narra un suceso particular, como la de la cizaa (Mt 13, 24-30), introducida por la frmula de comparacin: "Semejante es el Reino de los cielos a un hombre que sembr buena semilla en su campo...". Por ltimo, Bultmann clasifica otro grupo de parbolas como "relatos ejemplares", entre los que cuenta la parbola del fariseo y el publicano (Le 18, 10-14), y la del buen samaritano (Le 10, 30-37). En su anlisis de las palabras de Jess, Bultmann incluye, por ltimo, lo que llama "apotegmas", tomando el nombre de la literatura griega. Con este trmino se designan relatos breves de un episodio de la vida de un santo o un hroe, fuertemente estilizados, que sirven de marco a unas palabras del protagonista. Como el centro de inters en estos relatos no es el suceso (el marco narrativo), sino las palabras, Bultmann los incluye aqu y no en su estudio del material narrativo de los evangelios; l piensa, por otra parte, que el marco narrativo de los apotegmas es secundario, es decir, no es autntico; ha sido creado por la comunidad primitiva para dar realce y

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concrecin a las palabras de Jess, que constituyen el centro de inters. En la literatura cristiana primitiva tenemos abundantes ejemplos de este gnero narrativo, lo mismo que en la literatura griega anterior al cristianismo y en la tradicin rabnica juda. Ofreceremos un ejemplo para ilustrar las caractersticas de esta forma literaria. El ejemplo est tomado de la literatura rabnica, de un Midrash o comentario al Levtico; dice as:
Hillel el Viejo, en el momento en que se despeda de sus discpulos (al terminar su leccin), iba con ellos. Le dijeron sus discpulos: "Rabb, adonde vas?" l les dijo: "A realizar una obra de amor con este husped de mi casa". Le dijeron: "Todos los das tienes un husped?" Les dijo: "Y sta, el alma oprimida, no es un husped en el cuerpo? Hoy est todava aqu, maana ya no est" (Lev Rabba 34, 3).

que no contienen, propiamente hablando, una enseanza: as el episodio de Marta y Mara (Le 10, 38-42) o la uncin en Betania (Me 14, 3-9 p.). Los relatos de la vocacin de los discpulos (Me 1, 16-20 p.; 2, 14 p.), o relatos como el episodio de Zaqueo (Le 19, 1-10) son tambin apotegmas biogrficos. Bultmann piensa que la mayora de estos relatos son artificiales; es decir, que representan una escena ideal creada por la comunidad palestinense para enmarcar unas palabras del Maestro; e incluso en muchos casos las palabras mismas seran creacin de la comunidad, que justificaba as su conducta ante sus propios adversarios apelando a la autoridad de Jess, o que elaboraba, por el mismo sencillo expediente, un punto de doctrina o de catequesis: un relato como el del episodio de Zaqueo dice Bultmann le serva a la comunidad para reconfortar al pecador que tiene necesidad de consolacin. La clasificacin hecha por Dibelius de las palabras de Jess ha tenido menos resonancia que la de Bultmann; por eso nos contentaremos con mencionar los diversos tipos: 1) Palabras de sabidura; 2) Imgenes; 3) Parbolas ; 4) Llamamientos profticos (bienaventuranzas, imprecaciones, predicacin del Reino); 5) Mandamientos breves ; 6) Mandamientos extensos; 7) Palabras sobre Jess. b) Las formas de la tradicin narrativa.

En los evangelios sinpticos, Bultmann distingue tres grupos de apotegmas: las controversias, en que Jess disputa con sus adversarios; unas veces el motivo es una accin suya o de los discpulos (como la curacin del paraltico, Me 2, 1-12 p., o las espigas arrancadas en sbado, Me 2, 23-28 p.); otras, una pregunta insidiosa de los adversarios acerca de algn punto comprometido de la Ley (como la disputa con los saduceos acerca de la resurreccin, Me 12, 18-27 p., o la cuestin del divorcio, Me 10, 2-12 p.). En los apotegmas didcticos, que forman el segundo grupo, Jess da una enseanza a sus discpulos o a otras personas que le preguntan: por ejemplo, en el episodio del escriba que pregunta por el mayor de los mandamientos (Me 12, 28-34 p.) o en la respuesta a la peticin de los hijos de Zebedeo (Me 10, 35-45 p.). El tercer grupo lo forman los apotegmas biogrficos, en que un suceso o una situacin da lugar a unas palabras de Jess

La parte narrativa de los evangelios es mucho ms difcil de clasificar en formas fijas que la tradicin de las palabras de Jess. De ah que las clasificaciones de Dibelius y Bultmann difieran en esta parte mucho ms fuertemente; la misma dificultad ha hecho que la clasificacin no est hecha slo a base de criterios literarios, sino a veces con criterios de tipo histrico que prejuzgan de

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antemano la posible historicidad o no historicidad de un relato. Esto se ve claramente en la clasificacin de Bultmann. Su estudio de la parte narrativa de los evangelios comprende tres grandes apartados: los relatos de milagros, la narracin histrica y la leyenda. Esta ltima designa los relatos edificantes, con o sin elementos milagrosos; Bultmann cuenta entre las leyendas el relato de la ltima Cena, el Bautismo de Jess, el episodio de las tentaciones, la Transfiguracin, etc. En cuanto a la narracin histrica est, en su opinin, de tal modo revestida de elementos legendarios, que es prcticamente imposible separar los dos gneros. En conjunto su juicio es aqu tambin de un gran escepticismo: si se prescinde del relato de la Pasin y de algunos incidentes aislados, como la entrada en Jerusaln, la mayor parte de la tradicin narrativa sobre Jess es legendaria. Y aun estos episodios con una base histrica han sido fuertemente coloreados por la leyenda, que la comunidad cristiana ha ido proyectando sobre Jess. As, la entrada en Jerusaln, que en opinin de Bultmann pudo ser un incidente histrico, fue convertida en el curso de la tradicin en una entrada mesinica, por influjo de la profeca de Zacaras 9, 9; toda la preparacin de la entrada, con la bsqueda del pollino, etc., no sera ms que un motivo literario tomado de los cuentos populares. Igualmente, el relato de la ltima Cena sera una narracin legendaria nacida para explicar los banquetes cultuales que celebraban las comunidades cristianas de origen helenstico. En cuanto a los relatos de milagros, habran nacido tambin en suelo helenstico, fuera de Palestina, de la competencia entre los misioneros cristianos y otros predicadores helensticos de dioses curanderos, como Escula-

pi y otros. Los predicadores cristianos habran forjado esos relatos para no estar en inferioridad de condiciones frente a esa otra predicacin, que gozaba de un gran xito popular. Dibelius, por su parte, divide la materia narrativa en los siguientes grupos: 1) Paradigmas; 2) Novelle; 3) Leyendas; 4) Relato de la Pasin; 5) Mito. De los Paradigmas no es preciso que nos ocupemos; corresponden aproximadamente a lo que Bultmann llamaba apotegmas, y analizaba entre las palabras de Jess. Dibelius los llama paradigmas porque cree que estos relatos fueron compuestos como "ejemplos" para la predicacin ; a diferencia de Bultmann cree que su valor histrico es, gracias a su antigedad, relativamente grande. Las "Novelle" son relatos breves tambin, pero ms prolijos que los paradigmas; otra caracterstica de las Novelle es la ausencia de motivos edificantes y de palabras de Jess que tengan una significacin general. Su finalidad es mostrar el poder divino del taumaturgo Jess, y su origen en la vida de la Iglesia no sera como para los paradigmas la predicacin, sino la misin entre un pblico que estaba acostumbrado a milagros de dioses y profetas. Ejemplos de Novelle seran la tempestad calmada (Me 4, 35-41 p.), la curacin del endemoniado de Gerasa (Me 5, 1-20) y la multiplicacin de los panes (Me 6, 30-44 p.). Su valor histrico es, en opinin de Dibelius, menor que el de los paradigmas. La Leyenda no designa en Dibelius, como en Bultmann, un criterio de valoracin histrica (historia falsa), sino que es un trmino de crtica literaria: es una narracin edificante de la vida, obra y muerte de un hroe o un santo. Dibelius distingue dos tipos: la leyenda cultual, que legitima el origen del culto o de una costumbre piadosa, y la leyenda personal, cuyo tema es la ejemplar y piadosa

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vida y muerte del santo. Al primer tipo pertenecera, por ejemplo, el relato de la ltima Cena; del segundo hay pocos ejemplos que se refieran a Jess en los evangelios; uno de ellos sera el episodio de Jess en el Templo a los doce aos. Hay, en cambio, un cierto nmero de "leyendas" relativas a los discpulos o a otros personajes que intervienen en la historia evanglica: el episodio de la pecadora (Le 7, 36-50) o el de Zaqueo (Le 19, 1-10). A diferencia de los paradigmas y de las Novelle, el gnero leyenda no posee unas caractersticas propias; se le reconoce, no por su forma estilstica, sino por el inters que domina en el relato: explicar una prctica cultual (leyenda cultual) o relatar una ancdota de la vida de un personaje (leyenda personal o biogrfica). La historia de la Pasin es fcilmente aislable como gnero aparte. Su principal caracterstica es que no est compuesta, como el resto de los evangelios, de una serie de pequeas piezas que forman una unidad en s mismas; el relato de la Pasin fue desde el comienzo un relato seguido. El origen de este relato era la predicacin, a la que serva de complemento. Por ltimo, Dibelius designa como ltima forma narrativa el mito. Por mito entiende propiamente el conjunto de la fe cristiana en Jess: que Jess es Hijo de Dios, etctera. Encontramos esa fe en las cartas de S. Pablo, expresada en forma de afirmaciones teolgicas. En los evangelios sinpticos, en forma de relato, slo tres pasajes contienen una representacin verdaderamente mtica: el Bautismo de Jess, las tentaciones y la Transfiguracin. Sin embargo, elementos y rasgos mticos se encuentran esparcidos a lo largo de todos los evangelios, tanto en la tradicin narrativa como en la de las palabras de Jess.

Como se ve por esta esquemtica mirada a la clasificacin que de los relatos hacen Dibelius y Bultmann, resulta muy difcil unificar sus respectivas divisiones de la materia narrativa. Sin embargo, y simplificando un poco, puede decirse que los paradigmas de Dibelius corresponden a las controversias y a los apotegmas didcticos de Bultmann; las Novelle a los relatos de milagros; y lo que Bultmann designa como leyenda corresponde a lo que Dibelius llama mito. Conclusin: La formacin de la tradicin evanglica. Tras clasificar y definir las formas literarias de las unidades que componen los evangelios, la segunda" tarea de la historia de las formas era hacernos conocer algo de cmo se formaron y se transmitieron esas unidades en la primitiva Iglesia. Aunque al describir las distintas formas literarias de la tradicin hemos ido dando la valoracin que de ellas hacen Dibelius y Bultmann, es preciso resumir aqu sus resultados generales. Para Dibelius, el marco en que se elabora la tradicin evanglica en su conjunto es la predicacin de la Iglesia primitiva; predicacin entendida en un sentido amplio, es decir, tanto la predicacin misionera, como la predicacin catequtica o exhortativa dentro de la comunidad cristiana. En la predicacin se narraba la historia de la Pasin, para completar con su relato el anuncio salvador; en la predicacin se recordaban y repetan palabras de Jess, para instruir, exhortar y ensear, o para dar peso a una norma de disciplina; en la predicacin se insertaban pequeos relatos ejemplares, para ilustrar un determinado punto. Bultmann, que posee quizs un mayor sentido de los matices, no ve en la predicacin el nico lugar en que se

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dio forma y se transmiti lo que hoy tenemos en los evangelios; junto a la predicacin estaba la instruccin, la catequesis, la controversia, el culto, otros tantos lugares donde la tradicin evanglica se ha ido formando, enriqueciendo y transformando. Pero los crticos de las formas no se han contentado con decir que la Iglesia primitiva ha dado forma y ha transmitido la tradicin acerca de Jess. Con frecuencia, su opinin es que la Iglesia ha creado, sin ms, esa tradicin. Naturalmente, al creyente todo esto puede causarle un cierto desasosiego. Qu valor tiene el mtodo de la historia de las formas para el estudio de los evangelios? Sobre todo, est justificado el escepticismo con que los primeros representantes del mtodo y muchos otros despus de ellos juzgan la historicidad de la tradicin? A responder a estas cuestiones dedicaremos, en el prximo nmero de CUADERNOS DE EVANGELIO, esta misma seccin.
Feo. JAVIER MARTNEZ

NUEVAS CARTAS DE S. JERNIMO

NO QUEDAR PIEDRA SOBRE PIEDRA Estimado Sr. Arcipreste: El ltimo domingo del ao litrgico, con su lectura evanglica tomada del discurso de Jess sobre el fin de los tiempos y su gloriosa venida, ha hecho que las palabras de Jess sobre las que me consulta sean muy familiares. Segn S. Mateo y S. Marcos, este discurso est dirigido slo a los discpulos y es pronunciado por Jess en el monte de los Olivos, es decir, teniendo a la vista la ciudad de Jerusalen y en primer trmino el templo. Pero al discurso precede una breve escena, narrada as por S. Mateo:
Saliendo Jess del templo, se le acercaron sus discpulos y le mostraron las construcciones del templo. l les dijo: "No veis todo esto? En verdad os digo que no quedar piedra sobre piedra que no sea demolida" (Mt 24, 1-2).

Su pregunta se refiere a estas palabras de Jess, que anuncian una radical destruccin del templo. Pero dice usted los peregrinos que han visitado Tierra Santa hablan y ensean fotos de los restos que se conservan del

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templo: unas enormes piedras, ante las que resulta muy explicable la admiracin de los apstoles, especialmente si se tiene en cuenta que eran galileos, que slo vean el templo con ocasin de sus visitas como peregrinos en las grandes fiestas, y que las grandiosas obras de ampliacin del recinto sagrado y el santuario haban sido iniciadas por Herodes el ao 20-19 a. C , y no estaban an terminadas. Entonces concluye usted, si existen todava restos de las construcciones, la profeca de Jess no se ha cumplido: han quedado piedras sobre piedras que no han sido demolidas. Antes de resolver la dificultad que usted expone creo conveniente ocuparme de otra. Todos los estudiosos reconocen hoy que los evangelios de S. Mateo y S. Lucas fueron escritos despus del ao 70, en que tuvo lugar la destruccin del templo. Segn algunos estudiosos, tambin la redaccin final del evangelio de S. Marcos es posterior a esta fecha. Ante este hecho cabe preguntarse: el anuncio de la destruccin del templo no ser una profeca ex eventu, es decir, atribuida a Jess despus de los acontecimientos? Segn algunos crticos, esto fue lo que ocurri; pero hay muy slidos argumentos para ver en este anuncio unas palabras autnticas de Jess. En primer lugar, el templo de Jerusaln, el santuario propiamente dicho, fue destruido por el fuego. En la hiptesis de que el anuncio de su destruccin fue inventado por los primeros cristianos y puesto en labios de Jess, era natural esperar que en l se hubiera hablado del fuego. Si ste no se menciona en el anuncio que nos han conservado los evangelios, se debe sin duda a que la tradicin conserv sin retocar unas palabras pronunciadas realmente por Jess. He aqu el dramtico relato que de esta destruccin hace Flavio Josefo:

Tito, entonces, se retir a la (torre) Antonia, resuelto a atacar al da siguiente, al amanecer, con toda su fuerza y cercar el santuario. Desde haca mucho, Dios lo haba condenado a las llamas; pero ahora, en el correr de los aos, haba llegado el da fatal: el da diez del mes de Lous, el mismo en que anteriormente haba sido incendiado por el rey de Babilonia. Las llamas, sin embargo, debieron su origen y causa al pueblo mismo de Dios. Los rebeldes, en efecto, atacaron de nuevo a los romanos, y se trab un combate entre los defensores del santuario y las tropas, que estaban intentando apagar el fuego en el atrio interior; y stas rechazaron a los judos y los persiguieron hasta el santuario. En este momento, uno de los soldados, sin esperar rdenes y sin sentir horror por una accin semejante, movido por cierto impulso sobrenatural, cogi un leo que arda y, alzado por uno de sus compaeros, arroj el ardiente proyectil por una ventana dorada, que daba a los locales adyacentes al santuario por el lado Norte... Un mensajero corri a comunicar la noticia a Tito, que se hallaba en su tienda descansando de la lucha; Tito, segn se encontraba, corri al santuario a detener el incendio. Tras l iban todos los generales, seguidos de los excitados legionarios; el gritero y la confusin fueron los que correspondan a una fuerza tan numerosa, que se mova desordenadamente. El Csar, de palabra y con la mano, indicaba a los combatientes que apagaran el fuego; pero stos ni oan sus voces, pues eran sofocadas por gritos ms fuertes, ni atendan a los gestos de su mano por estar distrados por la lucha o la furia. Ni las exhortaciones ni las amenazas podan frenar la impetuosidad de los legionarios, enzarzados en la refriega; slo daba rdenes la pasin... As, en contra de los deseos de Tito, el santuario fue destruido por el fuego (Guerra Juda, 6, 349-366).

En segundo lugar, entre los cargos que las autoridades judas presentan contra Jess en el proceso figura uno que supone unas palabras suyas sobre la destruccin del templo. En el juicio ante el Sanhedrn, unos testigos declaran: "Nosotros le hemos odo decir: Yo destruir este templo, hecho por mano de hombre, y en tres das levantar otro que no ser hecho por manos humanas" (Me 14, 58; vase

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tambin Jn 2, 19s; Hech 6, 13s). Incluso hay autores que consideran estas palabras de Jess sobre el templo como uno de los principales motivos de su condena. Pero lo que s podemos afirmar es que esta acusacin hace las palabras de Jess a los apstoles, anunciando la destruccin del templo, perfectamente verosmiles. En tercer lugar es preciso entender bien esta profeca de Jess, y para ello recordar que tambin los profetas del Antiguo Testamento anunciaron la destruccin de la ciudad santa y el templo. Miqueas, contemporneo de Isaas (siglo vni a.C), dice en un orculo contra los falsos profetas:
Od, pues, cabeza de la casa de Jacob y jefes de la casa de Israel, que aborrecis lo justo y torcis lo derecho... Sus profetas profetizan por dinero y se apoyan en el Seor diciendo: "No est el Seor entre nosotros? No nos sobrevendr la desventura". Por eso, por vosotros, ser Sin arada como un campo, y Jerusaln ser un montn de ruinas, y el monte del templo ser un breal (Miq 3, 9-12).

camino. Podemos decir, por tanto, que estas palabras suyas en realidad no hablan de la ciudad y su templo, sino de Dios; y no pretenden pronosticar el porvenir a sus oyentes, sino despertar sus conciencias dormidas, recordarles con un lenguaje duro su olvido de Dios y hacer que se conviertan a l. Del mismo tipo es la "profeca" de Jess sobre la destruccin del templo; profeca que se cumpli, como se cumpli la de Jeremas y Miqueas. Como en otras cosas, la palabra de Jess se encuentra aqu totalmente dentro de la tradicin de los antiguos profetas de Israel.

Un siglo largo ms tarde, cuando en Oriente se alza poderoso el nuevo reino de Babilonia, Jeremas hace una llamada apremiante a su pueblo con estas palabras:
As dice el Seor: Si no me obedecis, cumpliendo la ley que yo os he dado y escuchando las palabras de mis siervos los profetas, que yo os he enviado repetidamente, y que habis desodo, yo har de esta casa ( = el templo) lo que hice de Silo (que fue destruido), y de esta ciudad har la maldicin de todos los pueblos de la tierra (Jr 26, 4-6.18).

El templo de Jerusaln en tiempo de Jess Reconstruccin de C. Schick

Miqueas y Jeremas no anuncian la destruccin del templo como podra hacerlo un adivino. No son adivinos, sino profetas, es decir, hombres que hablan en nombre de Dios, que predican a su pueblo para llevarlo al buen

En cuanto a los restos que hoy pueden ver y fotografiar los peregrinos que visitan Tierra Santa, no constituyen el menor argumento para decir que las palabras de Jess

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no se cumplieron. El templo propiamente dicho, el santuario, y las construcciones que se alzaban en la gran explanada al Este de la ciudad han desaparecido totalmente; de ellas se puede decir literalmente que no ha quedado piedra sobre piedra. Por otra parte, con la destruccin por las tropas de Tito, el templo como tal, como lugar de culto al Dios de Israel, dej de existir. Una vez ms citamos el testimonio de Flavio Josefo, que asisti al asedio de la ciudad y vio con sus propios ojos el alcance de su destruccin:
Cuando las tropas no tenan ya vctimas que matar ni cosas que saquear, por falta de personas o cosas en que desahogar su furia seguramente nunca haban cesado por el deseo de respetar algo mientras hubieran tenido posibilidad de seguir, Tito orden arrasar toda la ciudad y el santuario, dejando slo las torres ms altas, Fasael, Hippico y Mariamme, y la parte de la muralla que protega la ciudad al Oeste; sta para que sirviese de campamento a la guarnicin que permanecera all, y las torres para mostrar a la posteridad qu ciudad tan poderosa haba conquistado el valor de los romanos. Todo el resto de la muralla, que rodeaba la ciudad, fue arrasado de modo que los futuros visitantes no creyesen que el lugar haba estado antes habitado (Guerra Juda, 7, 1-3).

estas enormes piedras habra sido poco menos que imposible, y adems innecesario para lo que pretenda Tito al hacer arrasar la ciudad. Muy probablemente quedaron sepultadas bajo los escombros de las construcciones superiores, que, segn Flavio Josefo, fueron destruidas. No hay que olvidar, tambin, que la parte ms exterior de la explanada sostenida por estos poderosos muros era llamada Atrio de los Gentiles porque en ella podan entrar los no judos; es decir, no formaba parte del templo propiamente dicho. Ya al segundo atrio, el de las Mujeres, los no judos tenan prohibida la entrada bajo pena de muerte. Con estas aclaraciones podr mi Sr. Arcipreste, por una parte, quedar tranquilo respecto a la dificultad que me expone; y por otra entender mejor este anuncio de Jess, que prolonga otros semejantes de los antiguos profetas de Israel. Siempre suyo afectsimo en Cristo:
HlERONYMUS

Esta descripcin de Flavio Josefo fue confirmada en las excavaciones que, desde 1961, realizaron en la colina oriental de la ciudad vieja Miss Kenyon y el P. R. de Vaux. Para llegar a los estratos de la Jerusaln del Antiguo Testamento fue preciso atravesar una impresionante capa de escombros, que corresponda al perodo en que tuvo lugar la destruccin de la ciudad por Tito. Las grandes piedras que pueden ver hoy los peregrinos pertenecen a los contrafuertes que, al Sur y en los ngulos Sureste y Suroeste, fue preciso construir para lograr la gran explanada en que se alzaba el santuario. Demoler

MEDITACIN-HOMILA

CONMIGO LO HICISTEIS
Evangelio de la Festividad de Cristo Rey, Ciclo A : S. Mateo 25, 31-46.

El hombre es un puro problema. De ayer, de hoy y de maana. Problema con solucin? El hombre joven cree en ella, el maduro quiere seguir creyendo en ella, el experimentado comido por la vida sonre con escepticismo. Al final, el pensador invita a sumarse al "curso lento, inexorable y eterno" de las cosas. La raz ltima del problema aparece en la llamada eterna pregunta: Adonde va la vida humana? A qu meta desconocida y lejana apunta toda la actividad y evolucin del hombre? Y cul es o debe ser para ser aceptable y aceptado el camino concreto personal de esa marcha? El hombre con su sola razn sigue entre sombras. El creyente cristiano ofrece su respuesta, hecha de las palabras de Jess: "Sal del Padre y vine al mundo. De nuevo dejo el mundo y vuelvo al Padre". Y origen y meta de su ser claramente definidos, escucha tambin la voz que le seala el camino: "Yo soy el camino". Camino que, moralmente, ha quedado compendiado en esta bella descripcin: "Jess,

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el hombre para los dems". Descripcin que viene a resonar con fuerza en el veredicto del Rey: "Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer...", porque, sencillamente, a imagen ma, fuisteis hombres para los dems. El pasaje evanglico de hoy nos empuja en una direccin muy necesaria: descubrir la esencia de la actitud moral cristiana. Buscar la respuesta a la siempre propuesta pregunta: Qu es, realmente, ser cristiano? Cul es el talante moral de este "hombre nuevo", como S. Pablo gusta de llamar al cristiano? Duele profundamente ver cambiada la sencillez del mensaje de Jess por nuestras retorcidas y a veces estridentes presentaciones del mismo, como si el hombre no pudiera llegar a ser ese "hombre nuevo", que Pablo peda y todos deseamos como cristianos, sin someterle al laberinto de nuestro rebuscado lenguaje. Hacemos muy difcil, interpretamos demasiado laboriosamente el sencillo camino: "Sed hombres para los dems". Da la impresin de que nuestra ocupacin es descubrir maneras ms y ms originales de presentar el mensaje y no lo es tanto realizar en nuestra vida de cada da, movidos por el Espritu, lo que realmente hara descubrir a los hombres la belleza de ese mensaje; vivir sencillamente ese mensaje. Y duele ms profundamente ver presentada la moral cristiana como un conjunto de prohibiciones e imposiciones, acentuando el carcter negativo de la misma sobre la personalidad humana, hasta hacer del cristiano un hombre sin libertad, el hombre obsesionado o angustiado por la idea de pecado. Dnde est en esa presentacin la promesa de Jess: "La verdad os har libres"? Dnde el desafo de Pablo: "Donde est el Espritu del Seor donde hay un cristiano all est la libertad"? Y dnde la esencia de la actitud

moral del cristiano, resumida tambin por Pablo: "No te dejes vencer del mal. Vence al mal con el bien"? Nuestra presentacin del Reino est cargada de sombras. De hombres iluminados e iluminadores hemos pasado a hombres apocados y oscuros que se debaten en el cuidado de "mantener limpia su alma" sin el empuje de convertirnos en hombres apasionados por hacer el bien en torno nuestro. Nos suenan a herosmo afirmaciones como stas: Cristianos: hombres que tienen como meta el hacer el bien en el mayor grado posible en torno suyo. Cristianos: hombres que luchan victoriosamente, con la gracia, contra el egosmo. Cristianos: hombres que creen en la palabra de Jess: "Es mejor dar que recibir". Cristianos: hombres que, a ejemplo de Jess, viven para los dems. Sonremos como ante una utopa. Como ante algo irrealizable. Nos abroquelamos en el dicho popular: "Una cosa es predicar y otra dar trigo". Y de nuestra falta de obras nace el aluvin de palabras con que pretendemos cubrir nuestra desnudez moral. Cuando, en realidad, en lugar de tantas palabras, slo sera necesario que, movidos por el Espritu, aceptramos con sencillez y con la paz que de ellas dimana las del Rey en su sentencia: "Venid, benditos de mi Padre...", porque, a imagen ma, fuisteis hombres para los dems. Y hombres de este talante, regenerados as, son los hombres que entran en el Reino, hombres que de la realeza de Cristo no pretenden hacer bandera de lucha, estandarte o insignia, sino fuerza interior y luz iluminadora para su vida y la vida de los dems. La actitud moral del hombre de todo hombre nace de dentro. La conciencia de su personalidad debe alimentar en l su esfuerzo por realizarse lo ms perfectamente posible. La bondad moral es algo interior. Dista mucho de ser un puro conformismo ambiental o fruto de una actitud que subraya con fuerza lo negativo. No

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se trata slo de evitar el mal, se trata fundamentalmente de hacer el bien, iluminados por la fe y el amor a la Verdad y al hombre. Se trata de llegar a ser los hombres "nuevos" que, frente a los valores todos de la vida trabajo, dinero, placer, etc., siguen la pauta de su pensar cristiano y saben verlos en su funcin reveladora de puros medios y no fines. Hombres nuevos que ven al hombre a la luz de su fe: "Lo que hicisteis con cualquiera de los hombres, conmigo lo hicisteis". Es sencillo en su formulacin el camino sealado al cristiano. De profundas consecuencias y fuerza cuando el cristiano piensa y reflexiona sobre l. Es hondo y puro el manantial de donde brota debe brotar, si quiere merecer ese nombre, su actitud frente a los dems. Y quizs, manantial nico. Las leyes, los sistemas, las estructuras, las imposiciones no lograrn regenerar al hombre. Slo una fuerza interior y en el cristiano esta fuerza es la fe actualizada por el amor puede transformar al hombre. Si la personalidad es el bien definitivo del hombre, slo cuando el cristiano conozca cul es el contenido de su personalidad cristiana y el camino de realizar esta personalidad, tendremos hombres cristianos. Y, tristemente, estamos dejando en la sombra el contenido medular de esta personalidad el misterio de Cristo escondido desde antes de los siglos en Dios. Contenido resumido lapidariamente por Agustn de Hipona: "Alegraos, cristianos, no habis sido hechos cristianos, sino Cristos". Realidad misteriosa que hace nacer en el cristiano esa actitud nueva frente a los dems. Eco no apagado en su interior de la Palabra: "Conmigo lo hicisteis". Cada uno vive a tono con la idea que de s mismo se forja y cada uno trata a los dems a tono con la idea que de ellos se hace. Y el principio medular de la fe cristiana es: "No sois sino Cristo. En Cristo Jess no hay ni griego

ni judo, ni siervo ni libre, ni hombre ni mujer". Esta es el agua que puede hacer crecer en lozana la flor de la moral cristiana y llevarnos a ordenar nuestros valores temporales medios de accin en torno a esa realidad: vivir movidos por el Espritu para los dems. Hacer girar nuestra vida en torno al polo positivo de hacer el bien y empujarnos a superar la mezquina actitud de evitar slo el pecado. Por qu hemos dejado y dejamos que el retrato moral del cristiano, "ese hombre apasionado por el bien y por los dems", haya quedado reducido a la caricatura de hombre piadoso, hombre devoto, hombre de culto y hombre ahogado por las prohibiciones y el temor al "pecado"? Por qu hemos dejado y dejamos que se diga de nosotros: "Hombres que se creen salvados y lo reflejan tan poco en su semblante y en su tono de vida"? Frente a la figura de Jess hay una corriente universal de admiracin. No es atractiva, en cambio, nuestra actitud cristiana. Alguien ha dicho: "Si los cristianos reflejarais una dcima parte de lo que Jess era, yo no dudara en hacerme cristiano". Damos la imagen real, no real? de ser hombres encerrados en el estrecho crculo de nuestras pequeas preocupaciones morales personales y de culto y no la imagen de hombres nuevos, regenerados, salvados, a quienes domina la idea de hacer el bien, de derramar "bondad, de mostrar en qu consiste la liberacin moral que Cristo nos procura: el amor que nos lleve a ser, como l, hombres para los dems. Una reflexin honrada, tranquila, sin sobresaltos sobre sus palabras: "Tuve hambre y me disteis de comer... Lo que hicisteis con los hombres, mis hermanos, conmigo lo hicisteis" podra hoy, en su fiesta, hacernos entrar de verdad en su Reino.
NGEL GARRIDO HERRERO

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EL NACER Y EL MORIR
S. Agustn: homila sobre la Resurreccin de less en la semana de Pascua.

La resurreccin de nuestro Seor Jesucristo define la fe cristiana. Que naciera hombre como todo hombre en un tiempo dado, pero tambin Dios de Dios y Dios fuera del tiempo; que naciera en nuestra carne de muerte, y en semejanza de nuestra carne de pecado; que se hiciera pequeo, que superara la infancia, que llegase a la edad de hombre maduro y viviera en ella hasta la muerte: todo esto preparaba su resurreccin. Porque no hubiera resucitado sin su muerte, y no hubiera muerto sin su nacimiento. Al nacer y al morir serva a su resurreccin. Que Cristo nuestro Seor naciera hombre como todo hombre, muchos lo creen, incluso gentes impas y sin fe. Si ignoran que naci de una virgen, sus enemigos, como sus amigos, creen que Cristo naci hombre; sus enemigos, como sus amigos, creen que Cristo fue crucificado y que muri. Pero slo sus amigos creen en su resurreccin. Por qu? El Seor, Cristo, slo quiso nacer y

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morir para resucitar, y es en su resurreccin donde ha establecido nuestra fe. En la condicin humana hay dos instancias, que ya conocamos: el nacer y el morir. Mas Jesucristo nuestro Seor, para ensearnos lo que no conocamos, tom sobre s lo que ya conocamos. Para ensearnos la resurreccin quiso nacer y quiso morir. La ley que rige en la tierra, en nuestra condicin de mortales, es la ley de nacer y morir; ley que no puede darse en los cielos, pero que no deja de darse en la tierra. Quin, en efecto, sabra resucitar y vivir para siempre? Esta fue la novedad que trajo a la tierra el que vino de Dios. Por el hombre se hizo hombre. Compasin inmensa! Hecho hombre el hacedor del hombre. Era poco para Cristo ser lo que era. Quiso ms, y se hizo aquello que l haba hecho. Qu es esto de hacerse lo que l haba hecho? Hacerse hombre el que haba hecho al hombre. En todo lo que sucede en esta vida quieren los hombres ser felices, y no pueden... Bueno es lo que quieren, pero no buscan lo que desean donde de verdad se halla. Todos los bienes tienen su lugar donde nacen; la tierra misma no da en todas partes a la vez el oro, la plata y el plomo. Frutos distintos provienen de regiones distintas; en cada fruto, unas regiones son fecundas, otras estriles; una fruta se encuentra en sta, otra en aqulla, una tercera en otra parte; pero nada se encuentra en todas partes, excepto el nacer y el morir. Y en verdad, ni siquiera este nacer y morir se da en todo el universo, sino slo en esta regin nfima del universo: en los cielos no hay nacer y morir. La regin donde florecen el nacer y el morir es la regin de la miseria; de modo que los hombres quieren ser felices en la regin de la miseria, y buscan la eternidad en la regin de la muerte. Pero nos dice el Seor, nos dice

la Verdad: Lo que buscis no est aqu, porque no es de esta regin. Buscis una cosa buena, que todo hombre desea; buscis una cosa buena, que bueno es el vivir. Y sin embargo, hemos nacido para morir. No pienses en lo que deseas, piensa en que has nacido. Y si hemos nacido, ha sido para morir. Deseando la vida y debiendo morir, no somos capaces de conservarla, y as nuestra desgracia es mayor. Pues si murisemos y no quisiramos vivir, no seramos tan desgraciados. Pero nuestra miseria es extrema, porque queremos seguir viviendo, y nos vemos obligados a morir. Acaso ignoras que ningn hombre puede estar siempre en vela, sino que tambin desea dormir? Pero no duerme contra su voluntad; no pudiendo estar siempre en vela, desea dormir. Y la vida humana no existe ms que as: velando y durmiendo. Pero con la muerte es distinto. Viene a la vida, y todo hombre dice: "Quiero vivir", y no hay ninguno que quiera la muerte. Y aunque nadie quiere morir, todos son arrojados a la muerte. Por vivir, el hombre hace cuanto puede: come, bebe, duerme, busca su sustento, navega, marcha, corre, abre los ojos. Quiere vivir. Con frecuencia sale victorioso de numerosos peligros: sobrevive. Pero que conserve, si puede, su edad! Que no llegue a la vejez! Se libra de los peligros de un da y dice: "He escapado a la muerte". De dnde, que has escapado a la muerte? Pasaste los peligros de un da? Sin embargo, no has conseguido ms que aadir un da. Has vivido un da ms, pero, si bien lo piensas, uno menos te queda en la cuenta. Si habras de vivir, por ejemplo, treinta aos, una vez que has pasado este da, ya no est en la cuenta de los que vas a vivir; se suma al peso que te acerca a la muerte. Y dicen, sin embargo: "Los aos se le suman al hombre". Yo creo que se le restan, pues miro a la suma

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de los que quedan, no a la de los que ya pasaron. Por qu se suman? Porque quien ha vivido ya cincuenta aos, se dice que "tiene" cincuenta y uno. Cincuenta y uno que ha vivido, o cincuenta y uno que ha de vivir? Ochenta aos, por ejemplo, haba de vivir: "tiene" ya cincuenta, le quedan treinta. Vive uno ms: "tiene" el que ha vivido, cincuenta y uno; pero para vivir "tiene" uno menos, pues le quedan veintinueve. A medida que un ao desaparece, otro llega; y desde el momento en que llega, ya no puedes impedir que se te escape. Con temor vive otro ao, y quedan veintiocho; un tercero, y quedan veintisiete. A medida que vive, va perdiendo la vida, y no hay modo de escapar a la llegada del ltimo da. Pero vino nuestro Seor Jesucristo, y nos habl, en cierto modo, as: "Qu temis, hombres, a quienes he creado y a quienes no abandon? De vosotros, hombres, vino la ruina, de m la Creacin. Por qu temais morir? Mirad cmo yo muero, mirad cmo yo sufro. No temis ya lo que temais, pues yo os muestro vuestra esperanza". Y eso fue lo que hizo: nos mostr la resurreccin para toda la eternidad. Los evangelistas lo han narrado en sus escritos, los apstoles lo han proclamado por toda la tierra. Por su fe en la resurreccin, los santos mrtires no temieron la muerte. Pero no, s que temieron la muerte. Mucho ms muertos estaran si hubiesen temido a la muerte, y si, por temor a la muerte, hubieran renegado de Cristo! Pues qu es renegar a Cristo, sino renegar de la Vida? Qu locura, renegar de la Vida por amor a la vida! La resurreccin de Cristo, por tanto, es la caracterstica de nuestra fe. As est tambin escrito en el Antiguo y el Nuevo Testamento, que se haga penitencia y se reciba el perdn de los pecados "por medio del Hombre en quien ha ratificado la fe para todos al resucitarlo de entre los

muertos" (Hech 17, 31). Esta es la ratificacin de la fe, la resurreccin de nuestro Seor Jesucristo. Vivs, a condicin de que vivis; esto es, viviris para siempre, si vivs bien. No temis morir mal; temed, pero temed vivir mal. Extraa confusin! Todos los hombres temen aquello de lo que nadie escapa, y, sin embargo, no hacen aquello que est en su mano hacer. Que no mueras, es algo que no puedes hacer. Vivir en el bien, eso es algo que puedes hacer. Haz lo que puedes, y no temers lo que no puedes. Pues nada es tan seguro para el hombre como la muerte. Empieza por el principio. El hombre es concebido en el seno de su madre: puede nacer, puede no nacer. Ya ha nacido: puede crecer, puede no crecer. Puede aprender, puede no aprender; puede casarse, puede no casarse; puede tener hijos, puede no tenerlos; puede que sus hijos sean buenos, puede que sean malos; puede que su mujer sea buena, puede que sea mala; puede que sea rico, puede que sea pobre; puede ser honrado, puede no serlo. Pero cabe proponerse la alternativa: "puede morir, puede no morir"? Todo hombre, una vez nacido, contrae un mal del que nadie escapa, puesto que ha nacido. Es hidrpico: morir de seguro, nadie escapa de eso. Es leproso: morir de seguro, nadie escapa de eso. Ha nacido: morir de seguro, nadie escapa de eso. Y puesto que es inevitable el morir, y que ni la misma vida del hombre puede llamarse larga, aun la del anciano ms cargado de aos, ya desde la infancia no queda sino refugiarse en el que muri por nosotros y que, resucitando, nos dio la esperanza. Y puesto que en esta vida en que andamos no podemos sino morir, y por ms que la amemos no podemos hacerla eterna, refugimonos en el que nos ha prometido una vida eterna. Y considerad bien, hermanos, qu es lo que nos ha prometido el Seor: una vida, no slo eterna, sino di-

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chosa. Pues sta de aqu es ciertamente bien miserable. Quin no lo sabe? Quin no lo confiesa? Cuntas cosas tenemos, cuntas cosas padecemos, sin quererlas, en esta vida! Querellas, discordias, tentaciones, ignorancia del corazn ajeno, de modo que a veces abrazamos al enemigo y nos da miedo del amigo; aqu el hambre, aqu la desnudez, aqu el fro, aqu el calor, las fatigas, las envidias. S, ciertamente esta vida es bien triste. Y sin embargo, si aun esta triste vida se nos pudiese dar para siempre, quin no se alegrara? Quin no se dira: "As como estoy quiero estar; slo morir no quiero"? Si hasta esta vida ingrata quieres conservar, qu ser la que se nos da, no slo eterna, sino adems dichosa? Mas si quieres llegar a esa vida sempiterna y feliz, vive en el bien esta vida pasajera. Ser buena en las obras, feliz en la recompensa. Pero si rechazas las obras, con qu valor buscas la recompensa? Si no puedes decir a Cristo: "Hice lo que mandaste", cmo te atrevers a decirle: "Cumple lo que prometiste"?
S. Agustn, Sermo Morin Guelferbytanus 12 ( = Patrologa Latina Supl. 2). Traduccin de Francisco J. Martnez.

NARRATIVA POPULAR Y EVANGELIO

MUERTE DE SANTA MACRINA


Santa Macrina tuvo tres hermanos santos: S. Basilio el Grande, S. Gregorio de Nisa y otro menos conocido llamado Pedro. Basilio y Gregorio son dos de los principales doctores de la Iglesia de Oriente. El segundo, Gregorio, escribi una vida de su santa hermana. A ella pertenecen las pginas que siguen.

Macrina se encontraba ya gravemente enferma; con todo, no estaba acostada en una cama, o sobre un cobertor, sino en el suelo, sobre una tabla cubierta con un pao basto. Apoyaba su cabeza en otra tabla, que le serva de cabecera, y mantena su nuca en posicin inclinada para evitar la fatiga. Tan pronto como me vio llegar a su puerta se incorpor apoyndose en sus codos. No poda salir a mi encuentro de otro modo, porque la fiebre haba agotado ya sus fuerzas. Sin embargo, apoy sus manos en el suelo y se levant de su lecho cuanto poda. De esta manera quera mostrarme el honor de salir a mi encuentro. Yo me apresur hacia ella, cog entre mis manos su rostro vuelto hacia la tierra en seal de respeto, la incor-

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por y la puse de nuevo en la posicin acostumbrada. Ella levant sus manos a Dios y or as: "Oh Dios, hasta esta gracia me has concedido, y has cumplido mi ms vivo deseo, al permitir a tu siervo visitar a tu esclava". Para no causarme ms afliccin reprimi sus quejas y trat de ocultar con todas sus fuerzas la fatiga de su respiracin. Se mostraba tan animosa como le era posible, comenzando ella misma amenas conversaciones o dndonos ocasin, con sus preguntas, a plticas agradables. Cuando en el trascurso de la conversacin surgi el nombre del gran Basilio, mi nimo decay; mi rostro miraba a la tierra, y las lgrimas brotaban de mis ojos. Pero Macrina, en lugar de dejarse afligir por nuestro dolor, cobr nimos con el recuerdo del santo para hacer consideraciones llenas de sabidura. Comenz a hablar de la naturaleza humana, mostrndonos cmo en las pruebas se esconde la actuacin salvadora de Dios, y hablando de la vida futura con santa emocin, como si estuviera llena del Espritu Santo. Yo tena la impresin de que mi alma era transportada con sus palabras, fuera casi de esta vida terrena, y llevada por su discurso al interior de los santuarios celestes. Al tiempo que el ardor de la fiebre consuma sus ltimas fuerzas y la acercaba cada vez ms a la muerte, pareca como si esta gran mujer hubiese lavado su cuerpo en roco refrescante, pues tan serenamente mantena su espritu en la contemplacin de las cosas del cielo, sin que la gran debilidad de su cuerpo fuera capaz de turbarla lo ms mnimo. Si no temiera alargarme indefinidamente, podra ofrecer aqu ordenadamente todas sus palabras; cmo ella, al vuelo de su pensamiento, habl con nosotros sobre el alma, y las explicaciones que nos daba sobre las causas de la vida en la carne, por qu existe el hombre, cmo es mortal y de dnde viene la

muerte, cul es, en fin, la liberacin que nos hace pasar de esta vida mortal a una vida nueva. Todas estas cosas recorri con claridad y precisin, como si estuviera invadida por el aliento poderoso del Espritu Santo; las palabras fluan de ella con toda facilidad, del mismo modo que el agua salta, incontenible, del manantial al valle... Mientras hablaba as, yo deseaba que el da hubiera podido alargarse, slo para que ella no hubiese terminado de alegrarnos con su conversacin. Pero el canto del coro llamaba al oficio de la tarde, y la gran Macrina me envi a la Iglesia y se recogi de nuevo en Dios por la oracin. As transcurri la noche. Cuando vino el da, percib claramente al verla que este da sera para ella el final de su vida terrena; pues la fiebre habra consumido completamente las fuerzas de su cuerpo. Cuando vio la debilidad de nuestro nimo, intent apartar de nosotros el desasosiego y disipar nuestro dolor con las mismas gratas palabras del da anterior; pero ahora su respiracin se haca dbil y entrecortada. En esta situacin, mi alma se hallaba movida por sentimientos contrarios. De una parte, la naturaleza estaba abatida por una pena profunda, como se puede comprender; ya no poda esperar or de nuevo su voz... Pero, por otra parte, me senta tan transportado por lo que tena ante mis ojos que crea haber superado la condicin humana. No me pareca, en efecto, cosa humana el que la moribunda, en sus ltimos momentos, no experimentase turbacin alguna, ni tuviese el ms pequeo temor de abandonar esta vida, vindola meditar animosamente, hasta su ltimo aliento, en la conviccin que se haba forjado desde el principio sobre esta vida terrena. Era como si un ngel hubiera tomado momentneamente forma humana, un ngel sin lazo alguno con la vida de la carne, sin ningn parentesco con ella; slo as no re-

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sultaba sorprendente que su espritu conservase la entereza en el dolor, pues la carne no le arrastraba a las pasiones que le son propias. Tambin tuve entonces la impresin de que Macrina nos estaba revelando con su conducta, a todos los presentes, ese divino y puro amor a su esposo invisible que ella alimentaba escondido en lo ms hondo de su alma; de que estaba haciendo pblico el deseo de estar cuanto antes a su lado, apenas se viese libre de los lazos del cuerpo. Verdaderamente era a su Amado hacia quien se diriga su carrera, y ningn otro deseo de este mundo poda ya atraer sus ojos hacia s... Haba transcurrido ya la mayor parte del da, y el sol se inclinaba hacia el ocaso. Sin embargo, el aspecto alegre de Macrina no disminua, sino que, cuanto ms prxima estaba a su fin, con tanta mayor claridad contemplaba la belleza del Esposo y con mayor ardor sala su deseo al encuentro del Amado. Ya no se diriga a los que estaban presentes, sino slo a Aquel en quien tena fijamente puesta su mirada. Su lecho haba sido vuelto hacia el Oriente, y ella haba cesado de hablar con nosotros para no hablar sino con Dios en oracin; tendiendo hacia l sus manos suplicantes, murmuraba con voz dbil, de modo que apenas podamos entender sus palabras. Si cito aqu su oracin, es para que no quede lugar a dudas: ella estaba junto a Dios, y Dios la escuchaba. "Seor, t has apartado de nosotros el temor a la muerte, t has convertido para nosotros el final de esta vida terrena en comienzo de la verdadera vida. T haces reposar nuestros cuerpos en la tierra por un tiempo, y los despiertas de nuevo al sonido de la ltima trompeta. T devuelves en depsito a la tierra nuestra tierra, que formaste con tus manos, y tomas de nuevo lo que le has

confiado, transformando en inmortalidad y santa belleza lo que en nosotros era mortal y deforme. T nos has librado de la maldicin y el pecado; pues lo uno y lo otro te has hecho por nosotros. T has quebrantado la cabeza del dragn que haba ahogado al hombre en el remolino de la desobediencia. T nos has abierto el camino de la resurreccin, pues has destruido las puertas del abismo y has aniquilado al diablo, que tena en sus manos el poder sobre la muerte. Sobre los que te temen has puesto el sello, la seal de la Santa Cruz, para ruina del enemigo y para salvacin de nuestra vida. Eterno Dios, a quien fui confiada desde el seno materno: mi alma te ha amado con todas sus fuerzas, a ti he consagrado mi cuerpo y mi alma desde mi juventud hasta el da de hoy. Pon a mi lado el ngel de la luz; que l me lleve al lugar de la paz, donde est el agua del descanso, al seno de los santos Patriarcas. T que has roto la espada llameante, y has devuelto al paraso al hombre que crucificaron contigo y que se confi a tu misericordia, acurdate tambin de m en tu reino, porque yo tambin he sido crucificada contigo, pues he clavado mi carne por temor de ti y he temido tus juicios. No permitas que el abismo terrible me separe de tus elegidos, ni que me salga al paso el Envidioso; no dejes que mis pecados aparezcan ante tus ojos, si he sido engaada por la debilidad de nuestra naturaleza, y si he pecado de pensamiento, de palabra o de obra. T que tienes poder en la tierra para perdonar los pecados, perdname, para que respire; y que, cuando sea despojada de mi cuerpo, mi alma se presente ante ti sin mancha ni arruga, y sea acogida en tus manos, irreprochable e inmaculada, como incienso en tu presencia".

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Segn deca estas cosas, signaba con la seal de la cruz sus ojos, su boca, y su corazn. Poco a poco su lengua, abrasada por la fiebre, ces de articular claramente las palabras, y su voz se apag. Slo por el movimiento de sus labios y de sus manos sabamos que oraba. Entretanto, haba cado la tarde, y alguien trajo una lmpara. Macrina, entonces, abri los ojos y dirigi su mirada hacia la luz, manifestando con sus gestos que quera recitar las oraciones de la noche. Pero como le faltaba la voz, realiz su deseo slo con el corazn y con el movimiento de las manos; el movimiento de sus labios segua al arrebato de su corazn. Cuando termin la accin de gracias de la noche y se llev la mano a la frente para hacer la seal de la cruz, indicando as que haba terminado su oracin, suspir profunda y largamente, y as concluy al mismo tiempo su oracin y su vida.
San Gregorio de Nisa, Vida de Santa Macrina, 16, 14-25, 14. Traduccin de Francisco de Frutos.

CONTENIDO
Pg. JESS Y LOS EVANGELIOS La resurreccin de Jess y la crtica histrica Qu es realmente la resurreccin de Jess. Testimonios de la resurreccin fuera de los evangelios. El testimonio de los evangelios. EL MUNDO DE LOS EVANGELIOS La Historia o crtica de las formas (I) Un mtodo para el estudio de los evangelios: la Historia de las formas. Las formas de la tradicin sinptica. Conclusin: La formacin de la tradicin evanglica. NUEVAS CARTAS DE SAN JERNIMO No quedar piedra sobre piedra MEDITACIN-HOMILA Conmigo lo hicisteis EL ORO DE LOS VIEJOS COMENTARIOS El nacer y el morir NARRATIVA POPULAR Y EVANGELIO Muerte de Santa Macrina 73 53 5

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