Louis Aragon - El Coño de Irene
Louis Aragon - El Coño de Irene
Louis Aragon - El Coño de Irene
Louis Aragon
Presentacin
Siempre que releo esta breve novela, mi admiracin por ella no hace ms que incrementarse. Camus, segn dicen, la consideraba como el ms bello de todos los textos relacionados con el erotismo. No es exactamente as como yo lo expresara, y creo que conviene ms bien como en el caso de los Cantos de Maldoror, hablar de cierta belleza escandalosa, que entra en las categoras del espritu revolucionario. El coo de lrene hace uso frecuente del sexo en tanto que objeto o en tanto que herramienta de escndalo y, por lo tanto, como instrumento de liberacin; pero los amantes del erotismo, en el sentido que suele darse hoy a esta palabra, quedarn decepcionados, o incluso repelern el furioso arrebato del autor contra la bajeza del mundo que le rodeaba en el momento de la redaccin, o sea la Francia burguesa de 1928, bastante bien representada, me parece. por un siniestro prostbulo de provincias (Una verdadera crcel, de no ser por el farolillo), en el que, de dos putas srdidas, una hace ganchillo y la otra lee La Vie de Guynemer de Henry Bordeaux. Pero la prosa de El coo de lrene es de un esplendor tal que, si bien conservo el recuerdo de unas cuantas obras de la literatura francesa comparables a sta, conozco muy pocas que la superen. Lautramont, Vauvenargues, los nombres que acuden a mi memoria para compararlos son los ms prestigiosos que sepamos, tanto que casi nos intimida citarlos. Todo el comienzo, todo ese grande y largo recitativo que es un nico grito de horror y de desesperacin y que termina sin embargo con una invocacin al amor, qu ejemplo de estilo! Y qu escritor, el autor de El coo de Irene!
Andr Pieyre Mandiargues (Texto de la solapa de la edicin francesa de L'Or du Temps, Regine Deforges, Pars, 1968.)
de
El coo de lrene
No me despertis, hostia, puercos, no me despertis, cuidado que muerdo lo veo todo rojo. Qu horror otra vez el da otra vez la perrera la inestabilidad la acritud. Quiero volver a entrar en el mar ciego basta de relmpagos qu significan esas tormentas continuas quieren hacerme vivir la vida del trueno han cambiado mis orejas por chapas hay explosiones de gris en cada respiracin de mi pecho mis mineros huyen hacia las galeras de angustia estalla estalla ms y mejor. Pero no es la claridad es la dinamita. Atraviesan con espadas mis prpados hunden dedos en mi garganta frotan mi piel con la grava del despertar. No arranquis mis uas sumidas en el mantillo de los sueos mi piel se pega a la sombra la noche est en mi boca mi sangre no quiere fluir. Duermo redis duermo. Brutos voy a gritar grito brutos hijos de cerdas enculados por los reclinatorios abortos de calzoncillos sucios fangos de los cagaderos carreras en las medias de las putas sapos domsticos mucosas purulentas pulgas chinches dejadme pelanduscas de rododendros pelos de axila candelas esquiladas de pulgas supuraciones de ratas virutas virutas negras deyecciones dejadme os mato os machaco os arranco los cojones os mastico la nariz os pisoteo. Muerte muerte pues me despertarn me despiertan. A m las cascadas las trombas los ciclones. El nice en el fondo de los espejos el agujero de las pupilas el duelo la suciedad la fotografa las cucarachas el crimen el bano el buyo los carneros de Africa con cara de hombre la clerigalla a m la tinta de las sepias la grasa negra el tabaco mascado los dientes cariados los vientos del norte la peste a m la basura y la
melancola la pez espesa la paranoia, el miedo a m desde las tinieblas sibilantes desde las cabalgatas de incendios de las poblaciones de carbn y las turberas y las exhalaciones maloliente s de los trenes en las ciudades de ladrillo todo lo que se parece al afeite de las noches sin luna todo lo que se desgarra ante los ojos en manchas en moscas en carbonillas en espejismos de muerte en aullidos en desesperacin escupitajos de cach cangrejos de regaliz furias residuos mgicos moscateles focas oro coloidal pozos sin fondo. A m la oscuridad. Culos cacas vmitos maricas maricas cerdos podridos castaas de Indias salmuera de orina excrementos escupitajos sangrientos reglas puaf sudor de orugas cola moco baba vosotros vosotros pus y semen viejo abominables sanes hinchazones vejigas reventadas coos mohosos blandengues merdosos eructos de ajo. Si habis amado aunque slo sea una vez en la vida no me despertis si habis amado! *
Al dejarme la mala situacin de mis negocios en una indigencia casi completa, la obsesin de una terrible historia que me habra gustado olvidar ms an que la miseria me hizo aceptar la invitacin de unos parientes que vivan en provincias. C..., donde desembarqu con mis fantasmas no me ofreci precisamente la diversin que esperaba. Estoy poco hecho para la vida de familia. La reduje al mnimo. Me vean a las horas de las comidas. El resto del tiempo lo empleaba en paseos, y ms todava en largas divagaciones en mi habitacin, lejos de la ventana, por la que slo vea un siniestro trozo de calle vaca, bordeada por esas grises casas que llevan en el rostro todo el desabrimiento del levante francs. La ciudad se acostaba temprano, se levantaba temprano, justo para despertarme con los golpes de las persianas, pues al acercarme a la ventana ya no vea ni un alma viviente en las aceras, excepto los ordenanzas de los oficiales de artillera que paseaban los caballos con aspecto acecinado de fmulos. Los tres o cuatro cafs no abran ms que hacia las once, hasta entonces te echaban agua sucia a los pies con el pretexto de fregar el
suelo, luego volaba la arena, la recibas en las encas con rpidos perdn-disculpas; eran lugares piojosos, cuyos asientos desfondados habran podido aceptarse, de no ser por la mugre increble de las mesas y el luto realmente inquietante de los espejos que las moscas haban convertido en uas innobles, semejantes a las de los camareros. El ms accesible de esos lugares de solaz estaba en una plaza arisca, no muy lejos del barrio militar, un establecimiento en el que haba terciopelo rojo y adornos en los marcos de los espejos. Aun as te ensordeca rpidamente el ruido del billar, pues la sala por desventura tena un inoportuno eco, que aplauda las carambolas. Despus de dos estancias en ese edn, empec a reconocer los rostros de los habituales, cinco o seis personas, entre ellas tres oficiales y sus amiguitas que era como si no estuvieran. Grandes explosiones de voz me revelaron rpidamente la horrible verdad de los cotilleos en C... La llegada de un nuevo recaudador de impuestos dio pasto a la conversacin durante tres das. Supe que la mujer del profesor Tal no tena nada de honorable. Se chismorreaba sobre la mujer de un relojero pero no se aseguraba nada preciso. En cuanto a la funcionaria de Correos, haban visto a alguien saltar su ventana, y podran decir hasta su nombre, no era un misterio. Dej de ir al caf. Durante cierto tiempo todava me dediqu al campo y a los bosques. Luego sent por ellos un violento asco y me confin en la habitacin. La prodigiosa longitud del tiempo, la horrible puntualidad de las comidas, la lectura de lo que encontraba en la biblioteca de la casa, y sobre todo un recuerdo que se encarnizaba, me dieron unas rpidas ganas de huir de aquel infortunado lugar. Pero, con qu medio? Todo radicaba en una imagen que me posea y que estaba decidido a apartar definitivamente. Lo nico que poda reprochar a esa mujer, no es cierto?, era el que no me amara. Incluso si crey amarme. Incluso si lo dijo. En fin, dejmoslo. Era tan increblemente semejante a una perla. Fsicamente. El resplandor de una perla. Para apartar ese oriente intent pensar en otras mujeres. Volv a salir, a mirar. Vaya una faena! La provincia francesa. La fealdad de las francesas. La estupidez de sus cuerpos, de sus cabellos. Agua de fregar. En fin. E! diablo era esa maldita polla. Primero, como si nada. No importa un comino. Y luego transcurre el tiempo. Pasa a ser un peso.
Levantarse, sentarse. A m me marea. No exactamente, sino que despus de la comida, una... un malestar digestivo, una necesidad de moverse penosamente. Tengo sin embargo un temperamento muy tranquilo. Regular. Nada del otro mundo. Lo ms lejos posible de las hazaas amorosas. Una vez hecho eso, no siempre tengo ganas de hacer lo. A veces no se me acaba de poner dura. Pero qu mal soporto la continencia prolongada. Es quiz cosa de la circulacin. Mientras tanto me va demoliendo. Imposible pensar en lo que sea. Realmente, en C..., mejor habra sido hacerse pajas. Para lo que se vea en materia de muslos. Amantes de oficiales, que se aburren mientras sus portacojones se someten al ejercicio. Habra tenido que invitarlas a beber, y darles conversacin. As me habra informado sobre la guarnicin. De todos modos ya estaba harto de las falsas intrigas, de las virtudes hueras, de las prohibiciones en chapa. No, no tena paciencia. Mejor habra sido hacerse pajas. Muy fcil decirlo, es probable que a ustedes les arregle las cosas. Yo, entonces, me la meneaba un poco y luego, como en aquella condenada habitacin no haba aire, me asomaba a la ventana, escrutaba la calle. Ah, la inspiracin amorosa no suba de la calle con aquel mezquino olor a cocina que caracteriza nuestra heroica Lorena! Ya poda mirarme al espejo, de frente, de tres cuartos, de perfil. Pasarme la mano por los cojones. Apretarme el pito hasta llorar. Soy as, hay que aguantar el tipo. Me quedaba con ese apndice congestionado, terriblemente ridculo. Me miraba con vergenza. Y cierta rabia. Me meta pauelos mojados en el pantaln. Regularmente las horas de las comidas me sorprendan en una postura imposible, y tena que hacer toda una gimnasia para poder bajar a la mesa sin ofender elementalmente el pudor familiar.
Un sueo dio una pequea tregua a sobrexcitacin tan continua: seis mujeres austeramente vestidas hasta la cintura me haban rodeado mientras yo me entretena en anudar las cuerdas que sostenan el andamiaje de una casa en construccin a una anilla a la que tambin haba atado un caballo. Haban hecho un corro a mi alrededor, inclinadas, pasndose una a otra el brazo alrededor de la cintura para, con la mano izquierda, llegar a toquetear el botn de su vecina,
mientras sus lenguas meneaban por la derecha los culos de las que se retorcan para tocarlas. En mi sueo eso era totalmente natural, y todo daba vueltas. Y las chicas me rozaban con sus vulvas hinchadas. Yo, con unos calzoncillos pequeos de tela, me senta alcanzar un volumen mitolgico. Una vieja que estaba ah, y que llevaba un rosario adornado con mltiples medallas religiosas, me agarr el miembro con la boca, y me despert en la mayor confusin. Hay como para dejarte con resaca. Luego, esa molestia en las sbanas, los pelos que se pegan, y el rato que pasa antes de tomar la decisin de levantarse y lavarse. La tregua no fue ni de veinticuatro horas. Adems de una horrible impresin de desperdicio, de asco y de todo lo que se quiera. Al cabo de tres das, otro sueo. Acostado en mi basura decid ir al prostbulo.
Las bromas familiares sobre aquel honorable edificio me haban dado a conocer el nombre de la calle en la que se encontraba. Lo descubr fcilmente en el barrio ms pobre de la ciudad barrio obrero de cuya moralidad el municipio no se responsabilizaba, ya que no estaba habitado a la burguesa. Era un barrio de casas vacas. Hombres y mujeres trabajaban durante el da en las fbricas. En una calle muy curva vi la casa, que no tena sobre esa calle ms que dos ventanas con rejas y una pesada puerta con clavos al final de una larga pared gris. Una verdadera crcel, de no ser por el farolillo. Era temprano despus del almuerzo. La sustituta de la Madame, una mujer desgarbada, me pidi excusas por presentarme slo tres chicas: dos estaban comprometidas y otras dos an hacan la siesta. Un insulso olor a pitanza se arrastraba por la piel de las chicas. Un triste mes de agosto que saba a cebollas tiernas. Tedio. La ms gorda de las tres haca melindres con un echarpe, tena el aspecto de una gran mierda que se estremece. De un rubio ptrido. Y manitas cortas que no se haban lavado despus de comer. Deba de ser de las que se atracan. En cuanto a la segunda, era lo que suele llamarse una soadora, porque tena una gran mandbula que cerraba mal. Sus zapatitos incomodaban visiblemente sus enormes pies de criada. Deba de tener callos. Prefer la tercera. Hubiese sido castaa sin el agua oxigenada, que, mal
aplicada, dejaba adivinar en las races de los cabellos un secreto relativo. Una cabecita de gata que ha fornicado con una rata, encima de un cuerpo mal cuidado que deba saber a fosfatina Fallieres: no me dej insensible. Por lo dems, yo estaba empinado como una estaca desde haca dos horas. Me llam gatito lindo a pesar de mi aspecto esqueltico, y me escupi en seguida en la boca con gran amabilidad. Las otras damas haban vuelto a sus ocupaciones, una haca ganchillo, la otra lea La Vie de Guynemer de Henry Bordeaux. Subimos. Mi compaera precisamente se aburra mucho, no le gustaba leer, no saba hacer ganchillo. As que yo haba llegado en buena hora. Haca valer al mismo tiempo el jarrn de porcelana naranja y oro, adornado con grandes lirios de tela que se abarquillaban enseando el alambre, y sus pechos, que llevaba ya muy juntos, y que acercaba con una mano hasta que casi se tocaran, porque crea que aquella mezquindad natural era su mejor atributo. Su pubis quedaba bellamente sombreado por unos pelos que haban conservado su color natural. Los labios un poco largos colgaban. Para un cuerpo bastante largo, los hombros eran muy redondos, y el cuello empezaba apenas a marcarse de pliegues grasos, exagerados por la crema. En la cama tuvo de repente el aspecto de un plato de macarrones. Se aburra, quera hacer fantasas. Me enseaba su culo con aire pcaro. Se pona boca abajo. Pataleaba, y deca: te excito, ah cerdo, etc. Era intil. Nada me haca ya el ms mnimo efecto, habra seguido tenindola tiesa aunque sonara un caonazo. Dijo que quera ponerse a tono y me agarr cuando me corra, con el pantaln cado y puestos an los zapatos. Desde la cama donde se haba echado, convertida en un animal, acerc su boca, en la que vi un diente azul, debido a un empaste barato. Su lengua an no haba alcanzado el miembro que su mano agarraba enrgicamente, cuando el semen le salt a los ojos. Yo apenas haba sentido lo que pasaba all. Vamos, que eso no vala ms que un sueo.
Ella se pic. Habra que volver a bajar, bostezar. Se aseaba con el agua preparada en el bidet. Se oa un ruido al lado. Les va bien en la otra habitacin dije, por decir algo. Mi compaera se encandil como un fuego de artificio que sbitamente comprendiera lo que escribe en
el cielo. Apret una vez ms sus pechos, los habra cosido juntos, y me hizo una seal para que la siguiera. Me condujo a la puerta, mir por el agujero de la cerradura, y me explic: Es la ninfmana, as la llaman. Le va tanto la marcha que ya ha tomado por costumbre montrselo con tres a la vez; fjate, mira. En efecto, a duras penas se distingua en la cama a un artillero desaliado, acostado de espalda, al que cabalgaba una chica gorda de pechos colgantes, con michelines y un cuello largo de exoftlmica, grandes ojos y una boca pequea en forma de sablazo. Se agitaba como una perdida. Frente a ella, los otros dos clientes, dos reclutas sin frente ni mirada, con aspecto estpido, se hacan tranquilamente una paja sentados en las sillas a la espera de su turno. Ya te digo, le va la marcha, y aunque los clientes pagan menos, como son ms las cuentas salen mejor. Todo el mundo sale beneficiado. Menos nosotras. Pero est en los papeles de la Madame. Tambin le van las tas, ya me entiendes. Ya te digo que no para. Llega a resultar asqueroso. Cuando no tiene a nadie, se toca. No es una mujer, es un ro. Reconoces las sillas en las que se sienta por las manchas. Incluso en la mesa, chico. Yo me sentaba a su lado y tuve que cambiarme, se me revolva el estmago. En la habitacin, uno de los militares sentados se impacientaba. Se vea su cara de cerdo con una pequea lluvia de sudor que, por un fenmeno simptico, reproduca un roco anlogo muy visible sobre el culo regordete de la ninfmana, cuyas ligas azul claro me llamaron la atencin. El hombre se levant y, pesadamente debido a sus botas, se acerc a la cama, donde su compaero grua, tan atnito de gustarle tanto a una puta que olvidaba moverse. Ella, por su parte, se retorca por dos. Not tambin que, encima de la chimenea, el mismo jarrn contena lunarias en lugar de lirios, y, anomala sin precedentes que yo sepa, en la pared un calendario de las Galeras Nancennes permita casi distinguir el da del mes. El impaciente haba agarrado a la mujer que se retorca. Acaba de una vez, me haces cosquillas y redoblaba con mayor vigor los golpes de culo. Eso tent al intruso, y pude verle con increble precisin, con una rapidez que tena algo de milagroso y probablemente algo de la excelente instruccin pirotcnica de los cuarteles de C..., saltar sobre el edredn sin soltar ni su polla ni a la mujer, ni tampoco desenvainar
sta, que estaba bien clavada encima de su pareja, y con el mismo movimiento introducir la polla entre las nalgas de la tunanta con tal suerte que la meti a la primera en el culo, mientras que su dueo, deslizndose un poco para atrs, se encontr sentado al pie de la cama, con las piernas estiradas a lo largo del primer ocupante, acaricindole los sobacos con las botas. Este peg un grito, y el tro vacil mientras la chica, en la gloria, brincaba sobre los dos pitos, que soltaban continuamente su inquietante semen habitual. El tercer hombre segua entretenindose con un gesto amplio y despreocupado. La ninfmana le llam. Psst, chato, sube a la cama. No, delante. S. Qudate de pie, dobla un poco las rodillas. No eres muy alto. Se dispuso a chuprsela. La postura era lograda. Dej de mirar. Qu?, me pregunt la chica hacindome cosquillas, no te animan un poco estos truquitos? Nada de nada. Volv a subirme los pantalones. Qu condenada tristeza la de todas esas realizaciones del erotismo! Pienso en la torpeza de los perros de la calle, achuchndos e e intentando ensartarse ms y mejor. Los perros del cuarto de al lado llevaban botas, eso es todo. Y luego todo vuelve a caer en la misma vulgaridad arquitectnica. Cuando ya han construido una pirmide con sus cuerpos, se les ha acabado la imaginacin. Todos descargan, un poco al azar, y al final el pelele mltiple se deshincha y se aplana en el sudor, los pelos y el semen. Grotesco globo. Cuando pienso que no hace mucho estas mquinas estaban de moda en el mundillo! Pero es que entonces eso se haca artsticamente. Era de muy buen ver construir una catedral. Hasta se cuenta que, una noche, personas cuyos nombres se mencionan en todas las conversaciones organizaron en su residencia particular una reconstruccin de la catedral de Chartres, sin olvidar ni una sola ojiva! Se vean obligados a cambiar continuamente los contrafuertes, y no esperaban a que se colocara la ltima piedra para hacer lo suyo.
Mi compaera no tena ganas de volver al saln. Le gustaban las habitaciones, a la pobre le pareca eso muy chico Y le prohiban permanecer en ellas entre dos clientes con el pretexto de que eso no se haca en una casa como Dios manda. En el fondo, te comprendo, a m tampoco me gustan todos esos tinglados, pero si
vieses la otra habitacin! Se arrepinti enseguida. No, no, no puedo ensertelo. Un hombre tan educado (me ha elegido dos veces) y con su reputacin! Dej de vestirme, la ltima frase me interesaba. Me hizo jurar que yo era un extrao de paso por C... y que no conoca a nadie, luego me arrastr a la segunda puerta a la izquierda, donde tras un tapiz hbilmente deshilachado por una curiosidad que ya deba de ser habitual, una pequea mirilla permita ver lo que suceda al lado, sin que el cliente, demasiado confiado en la virtud de los tapices Gobelins, pudiese sospecharlo. Vi en primer lugar a una mujer que me pareci incontestablemente la ms bella de todo aquel indiscreto tugurio. Era una flor silvestre, morena, con los pechos pequeitos, cuyos pezones eran tan largos como cigarros puros. Tena unas caderas muy anchas y unas nalgas absolutamente redondas. Las medias negras sentaban de maravilla a sus piernas finas y agitadas. Jugaba con unas chinelas pequeas y rojas que se sacaba y volva a ponerse sin parar, mientras miraba desnudarse a su cliente. Este, un hombre rechoncho que empezaba a perder el pelo, se gir. Tena una gran barba rubia en abanico. Vaya por Dios, era el alcalde de la ciudad, al que haba visto una noche en casa de mis parientes! Todo un seor, explicaba mi cmplice, no siempre puede ir a Pars, lo entiendes, no? Entonces viene aqu, pero todo queda entre nosotros. Mantener a una fulana, aqu, es imposible. Adems de que cuesta lo suyo, ya no lo votaran. Caramba, en su situacin! De momento, el alcalde, con la camisa por fuera, extenda un hule doblado. Me extra: Ya lo vers t mismo. Tiene una pequea dolencia. Cuando goza, vaya!, pues que caga; oh, no mucho, pero un poco. No puede aguantarla. Una caquita blanda y lquida. Como la de un nio. Ya vers. Pues no, no lo vera, me levant y me apart del puesto de observacin. Tuve entonces que soportar mil arrumacos cuyo objetivo comprend muy bien. El dinero se desliz en el zapato, yo a la calle. . Esta breve excursin no arregl nada: dorm tranquilo una noche. Al da siguiente, todo volvi a empezar. Con el inconveniente de que regresar a aquel lupanar me daba asco. Y adems no tena ganas de ' ser exhibido a los vecinos a travs de cerraduras o mirillas. Volvieron los sueos. Algunas escenas familiares acabaron con mi humor. Hubo un pequeo lo por un tenedor desaparecido y yo. me puse del lado de la
criada. Para mayor desgracia, la criada era vieja y fea, y ola mal.
Lo que pienso, naturalmente, se expresa. El lenguaje de cada uno con cada uno vara. Yo por ejemplo no pienso sin escribir, quiero decir que escribir es mi mtodo de pensamiento. El resto de las veces, al no escribir, slo tengo un reflejo de pensamiento, una especie de mueca de m mismo, como un recuerdo de lo que es. Otros se remiten a distintos procedimientos. Por eso envidio mucho a los erticos, cuya expresin es el erotismo. Magnfico lenguaje. Realmente, no es el mo. . Pese a lo que pienso de lo limitado de la experiencia ertica, de la indefectible, de la inevitable repeticin de un tema elemental y perfectamente reductible a toda otra accin indiferente, siento el ms profundo respeto por aqullos para quienes esa limitacin aparece como la libertad misma.. Son los verdaderos amos del mundo fsico, los perfectos ejecutantes de una especie de metafsica de obras notables en la que se resume, para m, espectador, todo tipo de moralidad. Que aquel que no haya soado con la idea de una muerte en plena fornicacin me interrumpa aqu. Todo lo que en las complicaciones posibles de la voluptuosidad, resulta irremediablemente pobre para los desgraciados individuos de mi temple, tiene para otros, ya lo s, el prodigioso valor metafrico que yo slo concedo a las palabras. Quiero decir que soy vctima de las palabras. Estoy probablemente cerrado a esa poesa particular e inmensa. Lo s. De ah lo terriblemente finito de mis sensaciones y, peor an: de mi vida. Erotismo... esa palabra me ha llevado con frecuencia a un campo de reflexiones amargas. Paso por orgulloso. Dejmoslo. En la poca de la que hablo, ante un mortificante papel pintado de flores, me dejaba llevar en la soledad de mi habitacin por largas divagaciones sobre las cosas del erotismo y su importancia para m. La idea ertica es el peor espejo. Lo que se revela en l sobre uno mismo estremece. El primer manaco que apareciese, cmo me gustara ser el primer manaco que apareciese. Ese deseo me deca
mucho sobre mi concepcin profunda de toda verdad. No me gusta demasiado pensar en la aventura sexual de nadie, y sin embargo tengo que reconocer que la ma ha sido intensa. La lectura de los diarios nos da a conocer de vez en cuando historias bastante incompletas que van desde el trivial crimen pasional hasta excesos que nos dejan estupefactos, desviaciones que, a m, me sumergen en abismos de aoranza y ensueo. Entonces me comparo, entonces dejo de sentirme orgulloso. No soy un mago, no hago esta constatacin sin tristeza. La magia del placer es quiz la ms extraordinaria, con lo que supone de material, de maravillosamente material. Y su sancin turbadora, el semen parecido a las nieves de las cimas.
Me gusta... esas palabras me detienen. Aunque no me gustase, dara lo mismo. Involucrar en esto a alguien a quien nada pareca involucrar en aquel momento, alguien que fue para m, hoy lo s, mucho ms de lo que quera creer. A ti me dirijo, amiga ma, s mi muy querida amiga, a ti cuyo nombre no puede figurar aqu, ya quien en medio de semejantes consideraciones le parecera muy oportuno extraarse de que yo me atreviera siquiera a aludir a su existencia, a las extraas relaciones que, no obstante, en otro lugar, y probablemente para siempre, nos unieron, que unieron algo de ti y algo de m. Me las arreglar para que esto caiga en tus manos. No te lo llevar para que lo leas, tal como me gustara. No, conozco el camino. Alguien, que no ser yo, inconscientemente, te ensear esto, y t lo leers. Lo leers a solas. Y al principio creers que me dirijo a otra. A quin, en realidad? No reconoces cierto tono, que perd desde que ya no hablo contigo, desde que ya no hablo contigo realmente? Es propio de tu carcter el no reconocerlo de inmediato. Sin embargo, cuando te recuerde el precio que ponas a un abandono muy particular, que las dems mujeres consideran como un favor mnimo, cuanto te recuerde que te haba confesado cun precioso me era ese favor, ms precioso que todo lo que despus de todo esperaba, esperaba terriblemente de ti, cuando te recuerde el lugar pblico en el que aquello que no es nada para el mundo se hizo, y el alboroto, los vecinos, la inspida orquesta, el dorado de las columnas, las copas sin tocar ante nosotros, mi larga
espera, entonces cmo te atreveras, tu nombre casi se me escapa aqu, un nombre como el viento cuando cae a tus pies, cmo te atreveras a no reconocerte? Era por ti por lo que, en medio de las inquietudes fsicas, estaba nica, y puramente, hechizado. Descansabas tus manos muy fras sobre mi frente. Solitario, senta tu presencia.
Volvas. Extrao pensamiento, me pareca que por eso estabas muerta, y tena terribles aprensiones a las horas del correo que me impedan acudir cerca de tu plida imagen. Cunto traicionan las palabras! No quera hacerte creer, al decir tu imagen, que la vea. No. Si al menos te hubiese visto! Desesperadamente intentaba a veces verte, cerrando los ojos, abrindolos por el contrario de par en par en la sombra del cuarto. Pero ah estabas t de pronto. Tu manera de andar. Tu vestido. Era como si eligieses para venir precisamente el momento en que escriba en mi pequea mesa, teniendo ante m slo la pared. La habitacin con todos sus rincones, y el aura azulada de la alfombra, te pertenecan entonces por entero. Saba que, a mis espaldas, ibas y venas, muda. A veces te acercabas a m. Mi corazn lata. Saba que volverme era desvanecerte. No me volva. Escriba. Poco a poco te envalentonabas. Senta tu aliento. No me volva. Que extraas citas tcitas! No haba razn para fijarlas. Por mucho que hubiese querido hacer trampas contigo no hubiese podido. Si me hubiesen pedido entonces que dejase aquel rincn maldito de provincias... para ser del todo sincero, me hubiese ido, te hubiese dejado. Pero nadie, y menos t, menos t, puede valorar qu desesperacin habra comportado eso para m. Las largas veladas bajo la dbil luz te devolvan an, pero cambiada. Ya no eras aquella compaera de sobremesa, aquella presencia sinuosa que sin decir palabra vuelve a poner orden en los objetos esparcidos. Estabas ms triste, ms distante. Jams te acercaste a m en las tinieblas. Ni pens en pedrtelo. Una noche, sin embargo, estaba ms cansado que de costumbre, y t no venas. Cunto me irrita decir tan groseramente lo que bien poda prescindir de todos los trminos que acompaan los desplazamientos humanos. Venir. Se trataba efectivamente de venir.
Saba muy bien que no vendras, que no vendras nunca. Sin embargo, a veces estabas ah, a veces no. Venir? Se llega a perder el sentido de las ms triviales condiciones. Sbitamente tu persona ausente sufra un eclipse singular, como si ella misma se hubiese oscurecido. Volvas a desaparecer, sin haber aparecido an. Yeso por el efecto de tus ojos que no llenaban tan slo mi memoria, sino la habitacin, la habitacin real, con sus sillas, la cama, las paredes, el , techo, mi maleta. Tus ojos desmesurados. Hoy no s, aunque a veces me encuentre contigo, de qu color son tus ojos. S, olvid tus ojos hasta el punto de que volver a verlos me resultaba hasta ese punto indiferente. Indiferente.. Oh, no, las palabras no expresan mejor el amor que la muerte del amor. Tus ojos eran aquella noche de un azul muy plido y en uno solo de sus reflejos anidaba la habitacin, en la que no escriba.
As pues, escriba. El tiempo deba quemarse por alguna piedra infernal. La nica que conozco es el pensamiento, y dije que escribir es mi nico mtodo de pensar. Escriba. Siempre envidi a los erticos, esa gente libre. Ellos no escriben. Yo no esperaba del tiempo ms que la definitiva desaparicin del tipo de obsesin que me atenazaba. La miseria, y una terrible nostalgia. Poda esperar un poco de dinero hacia el final del verano. Haba que aguantar hasta entonces, fsicamente, intelectualmente. Escriba. Segua lo que ocurra all, como el viajero mira sin gran alegra, por la ventanilla de un vagn, desfilar un paisaje interminable, en el que todo se sostiene, vara, y finalmente vuelve a encontrarse igual que antes, en el que todo se reduce a una tira de postales desplegada. No tiene la ilusin de haber elegido aquel lugar entre mil para escudriar sus aspectos soporferos. Yo no tena esa ilusin, y sin embargo no desviaba mis ojos del papel en el que se deshilvanaban las cotas de valores imaginarios. Una gran confusin me devolva a una regin que iba hacindose precisa. A travs de las
nieblas lentamente disipadas, un rostro tenda a oponerse a mis obsesiones, un rostro irreal, y no el ms bello, sino un rostro que provena de una manera de ser anterior, muy similar, una cierta fuerza de conjuro. A su alrededor, los elementos de un mundo se organizaban. Extrao entramado. Me remita a la poca en la que por primera vez me haba montado ese escenario, situando en l varios espectros de los que la mayor parte jams haba tomado cuerpo. Me encontraba all lo mismo que hoy. Ya el aislamiento, la tristeza, la imposibilidad de establecerme, de admitir una suerte, entre tantas otras que tampoco hubiese querido. Ya sufra el agobio particular de un cuerpo inoportuno, que se encaminaba hacia preocupaciones que crea ms altas. Ya, con algn subterfugio, trataba de transformar esa extenuante y estpida alucinacin para convertirla en sustrato de alguna aventura experimental, ya qu marranada, qu miseria de los sentidos, hostia, qu jodida vida. Era hace dos aos, tres aos, qu ms da. Finalmente lo haba dejado todo, as lo crea, en las semanas anteriores. El campo. El campo, pese al sol precoz de aquel ao, me sentaba mal. Mirar revolverse el agua en aquel ro muy fro, donde iba a baarme; a las horas en la hierba ya alta, tumbado de espaldas, esperando la noche; las primeras moscas; la noche por fin, con su gran aroma violeta. Una cabeza no puede permanecer vaca. A lo largo de los caminos por los que caminaba, recorriendo pequeos valles sin carcter, haba una especie de albergues con calvados. No en todos la sirvienta era habladora. Los cromos de calendario acaban hartando. Encima del papel a cuadros que te dan con parsimonia, emprend el juego de nuevas compaas. Mis frases me arrastraban. Eran lo bastante largas como para acarrear en sus pliegues algunos nombres de pila que no evocaban nada y que luego volvieron con menos modestia, que por fin se despertaron. As es como, en casa de un carretero que se llamaba Gentil-Daniel, conoc a Irene.8 Apareci en la concavidad de un perodo, de repente. A partir del viento, se haba montado una especie de escena que hubiese podido continuar. Fracas ante aquella mujer. Pens largamente en aquella mujer. En C..., releyendo lo que seguir, me puse a pensar otra vez en ello, y pas as del poder de un fantasma al de otro fantasma. Pero este ltimo, a travs de los aos de olvido, se haba enriquecido con
un cuerpo particular. Era sin duda todo lo que no acompaaba los ojos de cuya mirada desproporcionada hua por la noche, todo lo que no se pareca a aquellos cuerpos ocasionales que hubiese encontrado atravesando la ciudad. No era en absoluto un ideal. Cmo no cambi?
En la cocina, la gente intercambi sus miradas. Un gran viento que sala de la mar hueca y negra, que sala de la mar llena de ahogados desnudos, un gran viento levant, hinch la cortina de percal con un repentino ruido de risas en la gavia. Habamos visto malas caras por la carretera: caras de polvo, iracundas. Una noche sobrenatural coge de repente el paisaje por la garganta de las colinas saladas en los bajos fondos de las cinagas donde yerra, es sabido, el difunto gris que, lo juro, es el alma aparecida de los encenagados o, para ser justos y remitir la opinin pblica a todos los que piensan haber sacudido para siempre el esculido manto de las supersticiones, la combustin inexplicada y detonante del gas metano de las turberas, y no hay por qu inquietarse, ni por la noche, ni por la noche sobrenatural que hacia las cuatro se abate repentinamente en los azules bosques de las caadas hmedas, mientras merodea un hombre en alguna parte, magnfico si damos crdito al cochero que vuelve a la estacin, bajo las primeras anchas gotas de lluvia y en el desorden de los pastizales temblorosos por el pnico previsor de los insectos. Cortina, suspiras como un seno. Se dira la proximidad del amor. Cuando una inminente tormenta hace rodar ya en el oscuro escenario de las nubes sus poderosos hombros de luchador, cuando una tormenta pesa sobre una regin oprimida donde el malestar se despereza en las casas aisladas que precisamente limpiaban las criadas con gran acopio de agua abandonados los zuecos y con el cepillo en el extremo de la escoba que empujan sus pies descalzos, cuando el sudor chorreante
coge ya a toda una poblacin por los sobacos, y cuando las mujeres ociosas abandonen la tarea que se imponan con benevolencia para contemplar silbando la compostura y, sin saber por qu, abriendo la blusa sobre su piel hmeda, el ir y venir de los chicos de la granja armados de horcas o escardillos, y para seguir, con los ojos, con sus ojos pesados y apagados como bolas de billar, los torpes cuerpos de esos hombres jvenes que su indumentaria parece querer abandonar en la gran transpiracin de la primavera elctrica, entonces la cortina de percal que se hinchaba con toda la fuerza, con todo el poder de la atmsfera, vuelve a caer con un chasquido, un restallido puro. Dicen que hay que cerrar puertas y ventanas cuando se acerca una tormenta. Hay que evitar a toda costa las corrientes de aire: atraen los rayos, atraen la descarga mortal sobre las mozas posedas por el espritu del pecado en sus moradas malditas, que atraviesan sin comprender nada de esa luz de plomo ni de las fulgurantes miradas con las que las queman, Irene, los labradores y los cocheros mal afeitados, atormentados por los recuerdos de la ciudad donde las mujeres, de inmediato en camisa, sonren tras las persianas al sonido nasal del fongrafo. Irene, hay que evitar, apoyar en el cristal una boca ardiente en el momento en que atraviesan el patio esas formas domsticas, desde hace tanto tiempo visitadas por tus deseos. El simulacro de un beso sin duda atraer mejor a tus labios ardientes la lengua ardiente de la tormenta que las corrientes de aire. Irene imagina tocando sus cabellos el rayo que se precipita sobre ella. Oye distradamente hablar entre risas al fondo de la sala del extranjero que camina hacia el norte bajo la amenaza del cielo, en medio de los fangos devoradores de hombres. Un olor a jabn y a resina emana del suelo hmedo. Los animales son devueltos a los establos: los caminos se atascan por la lanosa presin de los rebaos. Las yeguas del establo reclaman desesperadamente una dulzura negada. Los perros inquietos dan vueltas debajo de la marquesina de la puerta. El abuelo paraltico hace la seal de que quiere hablar. Le empujan. Quiere hablar, quiere hablar, hablar a cualquier precio. Se piensa ms en las cabras que en l. Nos fastidia. Hace ya diez aos que no puede hablar. Quiere hablar. Babea. Mira a Irene, que se sonroja. El hijo del aparcero, Gastn, que hace el servicio militar en el este, entra
en la sala cantando. Todas las miradas se dirigen hacia un armario abierto en el que descansa la ropa blanca. La tierra amarilla de las colinas debe ya pegarse a los pasos del viajero. El anciano seala a Irene con el dedo. Qu querr ese viejo loco? Cuntas necedades debe pensar! Todos los camareros atraviesan la sala hacia las cocinas. Pedro, Jos, Prudencio... se hacen bromas, se codean, se dan golpecitos en el vientre, en un perfume de cabellos mojados. Gastn le pellizca los cojones a Prudencio. Se pelean un poco. Resbalan sobre un viejo pedazo de jabn negro: eso les hace renegar. Qu dirais en las cinagas, entonces? Me cago en Dios, seguro, o la Virgen que lo pari. Gastn no te ras, oh, no te ras de esa blasfemia. Ya la sfilis, pero l no lo sabr hasta dentro de quince das, recorre su sangre, dispuesta a dibujar extraas flores rojas sobre su piel y plidas grietas en los meandros de sus nervios. Pobre chico, qu lstima. Ha contrado el mal que le har un da semejante al abuelo, ahogndose en su silla, calla bocazas!, de la manera ms trivial en Nancy, y sin embargo es un soldado de infantera, en una srdida y sucia habitacin azul, encima de una taberna, mientras en un hornillo se cocan a fuego lento las rojas pastillas del permanganato de las que esperaba, el muy loco, una proteccin eficaz. La mirada implorante de su madre que pasa con una pila de platos en los brazos excita extremadamente al soldado de permiso. Escupe al suelo y grita: Por la verga de Dios! El trueno cubre el nombre del Creador y las carcajadas del impo. La lluvia golpea ruidosamente los cristales. En los ojos del abuelo, lrene percibe el rayo siguiente y se tapa los odos. Qu teme? Un improperio o el estampido de la clera celestial? Se apoya en la artesa cuyas molduras la amasan suavemente.
Perd la cuenta de los aos. En los primeros tiempos, acechaba la mano que arrancaba una hoja del calendario negro en el lmite de mi
campo visual. Lunes, martes, ya no entenda muy bien esas distinciones humanas. Los das se parecan tanto en mi cuerpo! El ensimo produca un sonido especial en mis odos debilitados. Ese nmero que creca en la pared no alcanzaba jams el valor que hubiese querido darle. Cada mes esperaba de un modo insensato que se atravesara sin posible retorno la frontera ms all de la cual el hombre vuelve a contar a partir de su pulgar. Luego, qu pas? Habrn empujado ligeramente mi silln, o mi campo ptico se habr estrechado una vez ms? Dej de ver el calendario, confund das y meses. Al principio las estaciones me permitieron orientarme, pero finalmente perd la cuenta de los aos. Tena veinticinco aos cuando me sent para siempre. La hija de mi hija ya tiene edad de inspirarme amor. Tengo pues mucho ms de sesenta, y ese fuego no se apaga, no puede apagarse en el corazn de mi inmovilidad. Al principio, cuando an esperaba una curacin lejana, haca esfuerzos sobrehumanos para hacer entender a mi mujer, con la mirada, cuando sta me rozaba, que yo era an, que era precisamente entonces un hombre. Deca ella, poniendo la mano sobre mi hombro: "Pobrecito cmo se agita!", con la suave esperanza, slo perceptible para m, de que una buena congestin se me llevara al fin un da. Se quedaba ah durante horas prodigndome calma, consejos, muy cerca, muy cerca de m, sin ver, jams. supe si vea, sin ver en mis trgicas pupilas el odio y el deseo mezclados, sangrientos. En el silencio y en la quietud mis ojos bailaban para conmover. Una marea de imgenes suba hacia ellos, se interpona poco a poco entre el mundo y yo. Cuerpos, cuerpos, cuerpos de toda la gente a mi alrededor, mis manos impedidas arrancaban los trajes, os arrancaban los vestidos reveladores de las formas condenatorias, y a la vez, arrancaban, desollaban vuestra piel tentadora y dejaban sobre vuestras blancuras y sobre mi crnea grandes regueros rojos hasta morir de mala muerte sin confesor, de la divina y rabiosa muerte que reclamaba sordamente mi carne trastornada en la orilla que no consigue gritar el placer, vedado al que ya no dispone de sus manos sujetas a un lado y a otro de los muslos inertes entre los cuales se levanta enorme, maldita sea, chpala, hazle una paja o jdela!, la polla a punto de levantar las paredes, tiesa hacia las estrellas. Una maana, a mi devota esposa se le ocurri leerme, cuando mis ojos traicionaban una desesperacin
salvaje, los rezos de los agonizantes. A veces obligaba a mi hija a sentarse a mis pies, y en mi espritu trastocado, el incesto una entonces su gran voz de trueno a la tormenta de blasfemias que me atravesaba. "Jams olvides a tu padre, Victoria, ni la paciencia que tuve en su desgracia", murmuraba la buena madre, "ni cmo le cuid, ni cunto lo am. Los enfermos tienen ya un pie en el paraso. Participan del eterno descanso en el que se ve a Dios en medio de las nubes. Poco a poco les abandona el espritu del pecado. No mueren de golpe, no se vuelven repentinamente ngeles: pero la gracia les invade como la marea que sube. Victoria querida, mira bien a tu padre en los ojos, y vers cmo sube lentamente la azul marea celestial". Y Victoria levantaba hacia m aquellos ojos suyos, sus ojos de nia ingenua, oscuramente turbada. Lea en ellos un misterio naciente, semejante a los secretos de los grandes bosques cuando respiran en las frondas las primeras violetas. Luego, mi mirada se deslizaba desde los bordes de los prpados puros de mi hija a su piel nacarada: al pasar, me detena un instante en los labios. Una mancha revelaba la tinta ingerida a escondidas. El cordn del escapulario asomaba de la camiseta bordada sobre la delgada nuca. Dos giles manitas tocaban a veces mis rodillas. No, jams pude saber si mi mujer vea. A veces, corra entre nosotros, lo hubiese jurado, una especie de escalofro que no era el recuerdo. S, y luego nada ms. Habr soado? Tomaba mi fiebre por la suya. Ah la tienen, la dignidad misma, yendo y viniendo, toda de negro, porque conviene ms a su situacin. Ah, cunta rabia me daba ese duelo preventivo! Hubiese querido vestirla como una saltimbanqui, desnudarla, maquillar la, no dejarle ms que las medias negras. Ella, en cambio, rezaba el rosario, ya veces me besaba la frente. Qu monstruo! Pero me traa a la pequea, y yo crea captar en su rostro una expresin de socarrona complicidad, y ya no saba qu pensar. Tanto ms cuanto que otro sentimiento se apoderaba de mis sentidos, e intentaba sonrerle a Victoria. Vaya!, otro delirio: mi mujer habla con esa voz fra que conozco. Me da las noticias. Piedad cotidiana, implacable. Sin embargo, una tarde, sigo en lo mismo, ella acababa de darme de beber. Agosto entero abochornaba la habitacin. El aire no haba golpeado las puertas desde haca semanas. En el patio desplumaban un pollo. Me
cogi de pronto. Una rfaga. Huracn inmvil entre nuestros rostros cercanos. Senta ferozmente la belleza madura y dispuesta a deshacerse de aquella compaera inaccesible. Textura magnfica de la piel ligeramente hmeda, olor moreno, inmenso calor. No me tocaba, permaneca erguida. Habr entendido? Me parece que se aparta cerrando los ojos, se pone rgida, qu silencio. Me parece. Me parece. Huye desviando la cabeza. Despus de todo, era simple tristeza, de m o de ella. De ella probablemente. Entretanto, Victoria creca. Sus ojos esquivaban los mos. A hurtadillas, espiaba a los chicos. Al principio no se esconda de m. Hojeaba a mi lado libros ilustrados y permaneca todo un cuarto de hora ante la misma imagen haciendo morritos. Una vez, estaba precisamente ah, en el vano de la ventana. Cosa, y, mientras cosa, alguna atraccin en la calle la haba interrumpido. Con la aguja en el aire, permaneca as, con la boca entreabierta; yo vea su brazo redondo. Contra la luz, su pecho se estremeca. Lo senta bajo el corpio escocs: apenas formado, inconsciente, como ciego. Senta aquel pecho infantil volverse duro, duro. El cuello se inclin, los labios temblaron. Luego la mano, ardiente, volvi a su labor. Victoria no levant la cabeza cuando del patio entr uno de los criados, con cara inocentona, y atraves la sala abrochndose el pantaln. Cuando a mis espaldas se cerr la puerta de la cocina, los ojos de Victoria se apartaron de la tela, lentamente, y miraron hacia el fondo de la habitacin, pero por el camino tropezaron con los mos. Desde aquel da mi propia hija me cogi mana. Victoria y su madre no eran las nicas en reanimar esos deseos mal apagados que cualquier tontera encenda en m. Haba criadas cuya sola presencia me revolva como un arado la tierra. Slo las nuevas me hacan caso. Con la costumbre se volvan indiferentes. Cuando yo era muy joven an, algunas se turbaban al ver aquella fuerza yerta. Hubo algunas cuyas miradas se extraviaron. Huan entonces, temerosas: o rean. Una, una vez. Se haba dado cuenta de lo que me suceda. Una chica alta, lenta, con manos grandes, lentas. Una lavandera. Cuando no haba nadie en la sala, se plantaba ante m sin decir palabra. Se ensombreca. Dejaba correr el tiempo. Luego separaba los muslos. Haca esto dos, tres veces al da.
Recorra la habitacin con la mirada. Con una mano se aseguraba el peinado. No me roz siquiera con la manga en los seis meses que la tuvimos en la granja. Una maana, en poca de siega, estando todo el mundo en el campo, entr como de costumbre y vino a colocarse ante m. Pero algo la preocupaba. Sacuda la cabeza para decir no. Debata una cuestin profunda. Bruscamente se levant la falda y ense su monte. Un hermoso montecillo castao claro, abombado. Llevaba medias de algodn gris sostenidas por cordeles. La falda volvi a caer, la chica sali dicindose: "Tengo que ir a ver dnde puse la leche". Tres das despus dejaba la granja, haba recibido una carta. Cada primavera observaba la crecida de las pasiones entre los comensales de la granja. Las chicas y los chicos no se molestaban demasiado por m. Conoca sus relaciones, sus engaos, sus vicios. Desde mi rincn, vea cmo se hacan y se deshacan parejas, a veces curiosos tros, matrimonios complejos. No tenan en cuenta mi presencia para besarse: "El viejo? No dir nada, no puede decir nada". A ciertos enamorados incluso les diverta mi presencia. Diverta? No deja de ser cierto que el aparcero, el padre de Gastn, durante muchos aos y con distintas mujeres, se las arregl, no cabe duda, para que yo lo viera. Se pona en la ventana, como si tomase el fresco. A veces incluso fumaba su pipa. La mujer, agachada en el suelo, lo manoseaba, mirndome. O bien no poda mirarme. El vigilaba el patio. A menudo gritaba unas palabras a alguien. La mujer entonces se asustaba. El le daba un golpe con la rodilla. Yo experimentaba un placer positivo viendo a los hombres y mujeres juntos. Me pareca que el ejemplo acababa con mi mal. Me excitaba terriblemente. Lleg a ocurrir que estos espectculos me arrastraban ms lejos de lo que hubiese pensado. Eso me dejaba siempre en una gran confusin. Pero cada vez me gustaba ms esa confusin. Cada vez me gustaba ms lo que era mi vergenza en los primeros tiempos de mi parlisis. Llegaba a acechar a los hombres, a querer que desearan a las sirvientas, a mi hija. Las desnudaba para ver el efecto que un pecho entrevisto, un hombro, no poda, no deba dejar de causarles. Un invierno, mi mujer muri sepultada en su duelo. Me
condujeron ante el cadver. Tena los labios apretados. Se llevaba su secreto. Hubiese querido gritar el mo, torturaba mi rostro reacio. La gente se daba codazos. "Es triste, pobre viejo. Fue tan buena con l." Eso simplific un poco la vida. Victoria no se crea obligada a los remilgos de su madre. Rea incluso cuando los campesinos me hacan bromas. Yo pensaba: en lugar de ocuparos de m, tomadla pues, a la nia. Hacia el mes de mayo, probablemente abril, mayo, el aparcero volvi a la ventana, y esa vez estaba Victoria a sus pies. Crea hacerme una mala pasada. Rea con maldad. Yo la miraba fijamente: volva a encontrar los ojos puros de antao, el cuerpecito ahora desarrollado. Segua llevando un escapulario. La escena se reprodujo varias veces. Me agitaba un placer singular que Victoria tomaba por rabia. Una vez al levantarse pas muy cerca de m y me mostr las grietas de sus labios. En cuanto todo esto pas a ser suyo, Victoria, mi hija Victoria, se cas. Tuvo amantes, tuvo nios. Jams dej de perseguirme con su odio. Y yo le tom a ese odio un gusto que ella no puede imaginar. Amo a Victoria, jams am a nadie ms en el mundo, palabra. Se mostr ante m en los brazos de todos los hombres con quienes estuvo, creo efectivamente que de todos ellos. La vi hasta con sirvientas. Es ahora toda una mujer, slida. Se ha ajado un poco. Ha llegado a los cuarenta. Es mi hija. Hay una larga historia en el fondo de las miradas que cruzamos. Me gusta su odio tenaz, y lo experimento cada da. Me gusta el desprecio oculto en cada palabra que me dirige. Domina a los hombres. Sigue teniendo al aparcero de antao a su servicio. El tambin est casado. Es como un perro que se estira ante ella. Toda una mujer. Ah, si su madre hubiese sido como ella. As pues, desde hace cuarenta aos, ni ms ni menos, permanezco esttico entre las pasiones que me desgarran sin destruir el dique que me separa del universo. Una gran conmiseracin indiferente rodea el silln de los impotentes. Espectadores imbciles, jams comprenderis nada. No cedera mi lugar por todo el oro del mundo. Fuera de toda humana consideracin pueril, dedico' aqu todo mi tiempo a la voluptuosidad. Mis sentidos reducidos se han afinado en extremo, y es en su pureza donde al fin encuentro el placer. La vejez ha rozado apenas mi cuerpo. Si ha blanqueado mi cabello, no he malgastado en
cambio mis das en la cama de una mujer que cada noche hace agonizar en su piel arrugada. En mi aparente esclavitud, qu libertad verdadera. Cuando tena el poder de andar, de hablar, tena que tener en cuenta a los dems. No me atreva a pensar, todo me pareca criminal. Me limitaba. Tema las preguntas que acudan a mi mente. Una gran injusticia le pone a uno a sus anchas. Ninguna desgracia puede ya alcanzarme hoy, ningn acontecimiento puede desconcertarme. As pues, he aprendido a gozar de m mismo, a gozar del prjimo. No pienso en morir. No me aburro. No es ms difcil no aburrirse que no hablar, y yo ya no puedo hablar. De vez en cuando vuelven a apoderarse de m unas ganas violentas de estar vivo como todo el mundo. Son crisis breves, que me hacen sentir mejor mi felicidad. Puede sucederme algo peor? El fuego en la granja? Casi ningn lugar de mi cuerpo es apto para el sufrimiento fsico. An sera un hermoso espectculo, y poco me falta para desear ese incendio aunque slo fuera para descubrir los gestos del instinto en todos esos hombres, en esas mujeres, en Victoria, y en su hija Irene, y para morir en el escenario de esas revelaciones embriagadoras, en medio de esa poblacin descabellada, medio desnuda, corriendo al ritmo ms acelerado de su vida y de sus sentimientos. Si slo supieseis, jvenes que os res de este invlido, qu especie de sorda alegra, qu estremecimiento despierta en el fondo de mi carne entumecida el ruido ligero de vuestras irrisiones. Ab, red, seguid riendo, hermosos brutos de veinte aos. Os puedo por el placer mismo que siento al escucharos. Ms, reros an ms de m, por favor, hasta poneros morados, hasta atragantaros, hasta sofocaros. As, as. Cmo se tensa su piel. Tambin ellos creen entonces que me enfado. Se ponen a odiarme cordialmente. Viejo cochino, piensan, nos hara la vida imposible si no se pudriera en sus babas. Me insultan: se atreven porque saben que Victoria, doa Victoria, no se opondr. Los ms valientes me dan empujones. Por desgracia no se atreven a maltratarme demasiado. A veces creo que algunos estn a punto de pegarme. Pero no. Al menos no hoy. Fui antao un hombre ms bello y ms fuerte que todos vosotros, y ms inteligente. Un hombre instruido, pedazos de bestia.
Me amaron. Entonces me hubieseis saludado. Viva en la ciudad. Me apasionaban los problemas insolubles. Os dira demasiadas cosas si pudiese hablar. Pero, bendita sea la sfilis!, ya no puedo hablar. No adivinaris jams quin est aqu desde hace cuarenta aos. Ah, por qu no me pegis?, qu supersticin de la debilidad os retiene? Mi vida me da vrtigo. Siento en' mis pantalones que ensucio una inmensa alegra arrebatadora: pegadme, os digo, soy quizs algo mejor, algo ms que Alejandro o Julio Csar!
Peces peces soy yo, os llamo: hermosas manos giles es el agua. Peces os parecis a la mitologa. Vuestros amores son perfectos y vuestros ardores inexplicables. No os acerquis a vuestras hembras y permaneced exaltados ante la sola idea de la semilla que os sigue como un hilo, ante la idea del misterioso depsito que produjo en la sombra de las aguas relucientes otra exaltacin muda, annima. Peces no intercambiis cartas de amor, encontris vuestros deseos en vuestra propia elegancia. Flexibles masturbadores de los dos sexos, peces me inclino ante el vrtigo de vuestros sentidos. Quiera el cielo, quiera la tierra otorgarme el poder de salir as de m mismo. Cuntos crmenes omitidos, cuntos dramas contenidos en el hoyo del apuntador. Vuestras transparentes exaltaciones. Dios mo, ah, cunto las envidio. Queridas divinidades de las profundidades, me yergo y me agito al' pensar un solo instante en el instante de vuestro espritu en el que se forma la bella planta marina de la voluptuosidad cuyos brazos se ramifican en vuestros seres sutiles, mientras el agua vibra alrededor de vuestras soledades y emite un canto de arrugas hacia la orilla. Peces, peces, prontas imgenes del placer, puros smbolos de las poluciones involuntarias, os amo y os invoco, peces semejantes a globos aerostticos. Echad al hueco de vuestros surcos un lastre pasional, signo de vuestra grandeza intelectual.
Peces peces peces peces Pero tambin el hombre hace a veces el amor.
La mirada de los amantes delimita entre los dos trminos de la pareja una zona en la cual la atencin se concentra y se deshilvanan las personalidades. Es en esos confines, al descomponerse la luz de los deseos desde el rojo delirio al violeta conciencia, cuando el milagro sensible insensiblemente se produce. Entonces entonces... pero no anticipemos. De momento, djame introducirte, lector -t que pagaste tan caro la semana pasada el derecho a asistir gracias a un periscopio a una escena bastante breve que, desde el fondo del agujero donde te haban ocultado, tomaste por una exaltacin autntica del alma humana, pero que no lo era en absoluto: aquella plida ficcin de barriada, a la que haban previamente maquillado por temor a que la lstima se apoderara de ti, de ti o de otro, pues no eras t precisamente a quien esperaban, en vista de lo que la disolucin y la mala alimentacin pueden hacer cuando se empean, haba aprendido gracias a una triste experiencia cotidiana el arte de fingir la voluptuosidad sin sentir su veneno-, en la habitacin de Irene, s, es Irene quien hace el amor. La reconozco muy bien hasta desnuda, tiene los pechos un poco largos para mi gusto. En cuanto al hombre, me da la espalda: no consigo ponerle un nombre y, adems, si he tenido la ocasin de encontrarme con aquel cuerpo en alguna parte, fue sin duda debajo de un traje y para m el traje hace la personalidad del hombre ya que no la de la mujer. Si un hombre desnudo lleva barba, creo ver a Jesucristo. Pero el que se abra de piernas encima de Irene y la cabalgaba con dureza, cuando se levanta entreveo cuatro pechos que no acaban de abandonarse unos a otros, a juzgar por los pequeos movimientos laterales de sus mandbulas iba totalmente afeitado. A menos que llevase perilla o un bigote a la americana. Apoyado en su brazo izquierdo, la mano derecha sobre el costado
derecho de Irene. La mano derecha atrapando a contrapelo el hombro izquierdo de la mujer. Dando la impresin de estar muy enamorado. Murmurando ah, me sientes bien? Ella primero temerosa al parecer, al principio frenando, luego dejndose llevar siguiendo, provocando, exagerando la carrera. He aqu que se desmanda. Le toca al macho moderar a la muy arisca. Eh, no tan aprisa. El no quiere gozar an, o ms bien quiere gozar a sus anchas del deseo que siente, que le precipita y que le retiene. No queda en el fondo del placer ms que un dbil recuerdo, reflejo aoranza, del deseo que lo caus. Lector, cuando hagas el amor, detnte as. Pero Irene no lo entiende de ese modo. Empuja con los riones, como quien grita. Agita circularmente la pelvis y el vientre, se arquea, sus muslos se entreabren y van en busca del miembro del hombre inmovilizado. El con un gesto magnfico retrocede y da muestras a su compaera de que el deseo que siente por ella no ha disminuido: saca del reducto convulsivo una polla enorme y humeante. Ella no se resigna, se yergue y se estremece cuando la extremidad sensible de l abandona frotando la entrada del antro que la persigue. Los cojones colgantes golpean blandamente el coo. Joven burgus obrero laborioso y t, alto funcionario de esta Repblica, os autorizo a echar una mirada al coo de Irene. Oh delicado coo de Irene!
Tan pequeo y tan grande! Aqu es donde ests a tus anchas, hombre finalmente digno de tu nombre, es aqu donde te encuentras a la escala de tus deseos. No temas acercar el rostro a ese lugar, y ya tu lengua, la muy charlatana, no se est quieta, ese lugar de delicias y de sombra, ese patio de ardor, en sus lmites nacarados, la hermosa imagen del pesimismo. Oh raja, raja hmeda y suave, querido abismo vertiginoso. En ese surco humano es donde los navos al fin perdidos, con
su maquinaria ya inutilizable, volviendo a la infancia de los viajes, despliegan en su mstil improvisado el velamen de la desesperacin. Entre los pelos rizados, qu bella es la carne: bajo ese bordado bien compartido por el hacha amorosa, amorosamente aparece la piel pura, espumosa, lctea. Y los pliegues, al principio pegados, de los grandes labios se entreabren. Encantadores labios, vuestra boca se parece a la de un rostro que se inclina sobre un cuerpo adormecido, no horizontal y paralela a todas las bocas del mundo, sino fina y larga, y transversal a los labios habladores que la tientan en su silencio, dispuesta a un largo beso puntual, labios adorables que habis sabido dar a los besos un sentido nuevo y terrible, un sentido para siempre pervertido. Cmo me gusta ver reanimarse un coo.
Cmo se ofrece a nuestros ojos, cmo se comba, atrayente e hinchado, con su cabellera de la que surge, semejante a las tres diosas desnudas por encima de los rboles del Monte Ida, el incomparable resplandor del vientre y de los dos muslos. Tocad, tocad de una vez: no podrais hacer mejor uso de vuestras manos. Tocad esa sonrisa voluptuosa, dibujad con vuestros dedos el hiato embelesador. As: que vuestras dos palmas inmviles, que vuestras falanges apasionadas por esa prominente comba se junten en el punto ms duro, el mejor, el que eleva la ojiva santa a su cima, oh iglesia ma. No os movis ms, quedaos, y ahora, con dos acariciadores pulgares, aprovechad la buena voluntad de esa nia cansada, hundid, con vuestros dos acariciadores pulgares, apartad suavemente, ms suavemente, los hermosos labios con vuestros dos pulgares acariciadores, vuestros dos pulgares. Y ahora, te saludo, palacio rosa, plcido estuche, alcoba un poco deshecha por la alegra grave del amor, vulva entrevista un instante en su amplitud. Bajo el satn araado de la aurora, el color del verano cuando cerramos los ojos. No por nada, ni por azar ni premeditacin, sino por esa FELICIDAD de expresin que es semejante al goce, a la cada, a la abolicin del ser en medio del semen descargado, es por lo que esas hermanas pequeas de los grandes labios recibieron como una bendicin celestial el nombre de ninfas que les va como un guante. Ninfas al borde de los
estanques, en el seno de las aguas que brotan, ninfas cuyo arrebol se expone en el brocal de sombra, ms variables que el viento, apenas una graciosa ondulacin en Irene, y en mil ms otros mil efectos recortados, desgarrados, encajes del amor, ninfas a las que alcanzis en un nudo de placer, y el botn adorable se estremece ante la mirada que se detiene en l, el botn que apenas rozo y lo cambia todo. Y el cielo se vuelve puro, y el cuerpo es ms blanco. Menemosla, esa alarma de incendio. Ya un fino sudor cubre de perlas la carne en el horizonte de mis deseos. Ya las caravanas del espasmo aparecen en la lejana de las arenas. Caminaron, esos viajeros, llevando la plvora en estuche y las pacotillas en las cajas de clavos oxidados, desde las ciudades de las terrazas y los largos caminos de aguas que contienen las drsenas negras. Fueron allende las montaas. Helos aqu con sus abrigos rayados. Viajeros, viajeros, vuestra suave fatiga se parece a la noche. Les siguen los camellos, portadores de gneros. El gua agita su bastn, y el simn se levanta de la tierra, Irene se acuerda repentinamente del huracn. Aparece el espejismo, y sus hermosas fuentes... El espejismo est sentado desnudo en el viento puro. Bello espejismo en forma de martillo piln. Bello espejismo del hombre que entra en el coo. Bello espejismo de fuente y de pesados y jugosos frutos. He aqu los viajeros locos de tanto frotar los labios. Irene es como un arco sobre la mar. No he bebido desde hace cien das, y los suspiros me sacian. Ah, oh. Irene llama a su amante. Su amante tieso a distancia. Ah, oh. Irene agoniza y se retuerce. El est tieso como un dios sobre el abismo. Ella se mueve, l la rehye, ella se mueve y se ofrece. Ah. El oasis se inclina con sus altas palmeras. Viajeros vuestros albornoces dan vueltas en la arena. Irene jadea como si fuera a estallar. Ella contempla. El coo est empaado por la espera del pito. Sobre la imagen ilusoria, una sombra de gacela... Infierno, que tus condenados se la meneen, Irene se ha corrido.
Cuando las hojas a la orilla de los bosques han perdido su monedero verde, cuando su tallo ha por fin olvidado la circulacin de las savias, y la mano que saludaba al viento vuelve a cerrarse con avaricia sobre el oro que rob al esplendor del da, las frondosidades secas ya por entonces, dispuestas a dejarse acoger por la tierra, echan al universo sin verdor una ltima mirada amarga y sin lamentos. Esqueletos de nervaduras agitad vuestra sabidura an disfrazada por los maquillajes del otoo. Pienso que despus de todo hay quizs en el mundo de las hojas suficientes juegos como para que un ser al que me gusta imaginar del color de los retoos que se agitarn un da con vuestros mismos gestos juegue finalmente en el musgo a la taba del reino vegetal. No es siquiera la mano de un nio. No es tampoco esa mano cuya cada, mucho ms emocionante que la de las hojas, acompaa a la muerte prevista para enternecedores tsicos por mdicos sentimentales que sealan tan pronto el cielo como la tierra, no es la mano del sacerdote acostumbrada a los histricos lugares comunes de la muerte, ni la mano que espera en el fondo de un tugurio a la orilla del mar la impaciencia y la ebriedad de los marinos, y a veces de la gente de tierra, sino de todas las hojas a las que arrastra un viento fatal para su decadencia; ms que los ramajes, esas manos habran tenido que hacer delirar a los poetas de la antologa, esas manos que, a punto de ser reconocidas por una seal de sus dedos, los criminales en los tneles ponen de repente en la portezuela de los trenes y que una gran bofetada de los muros dispersa en la noche sangrienta, otoo de las manos asesinas. Os toca a vosotros, elegacos. Reconstruid a partir de estos restos que fueron en su unin el instrumento maravilloso del crimen y de las rapias, a partir de estos restos en el humo y la velocidad, el pas fantstico en el que este punto de la resignacin humana, este momento acosado y azorado, es el mes de octubre de un indiscernible algo. Y volviendo a coger este problema por los cabellos ardientes de la metfora, pensad que el otoo y sus milagros rojizos, con su metabolismo silvestre, sirve de imagen al que exprime con los dedos como una esponja las lentas y terribles transformaciones de su corazn. Que abandone sus perspectivas de bosque herido: le ofrezco un lugar en el que reconoce sus mudos dolores, cuando, sin una palabra, se esfuman a la medianoche de las vas frreas las manos
denunciadoras. Si, agotando su nostalgia al adaptar esta tragedia de las tinieblas a su caso personal, se pierde en los pasillos de la Analoga, ese prostbulo cuyas puertas llevan un eco por nmero, que me lo agradezca una vez ms, lo habr apartado de esos lamentables smbolos del otoo trivial, lo habr cogido de esa mano despegada y desgarrada, lo habr arrastrado conmigo hasta un rellano vedado de la turbacin. Ya no sabe si es la mano, el criminal, o la hoja. Busca con las horribles lamentaciones de la migraa el equivalente humano del cicln ideal que lo arrebat. De qu se quejaba? No puede leer esta trama, odia al final las imgenes y la complicacin de sus laberintos. Es sin embargo muy simple, pequeo. Jams pudo representarse la geometra en el espacio, cmo no iba a descarriarse en el espritu? Se aferra a la cada de las hojas, y qu s yo lo que esa avalancha de pavesas significa exactamente para l? Miradlo pasar por el viento de su pensamiento con el puo crispado sobre un ramito de muertas. Qu querr de esos cadveres? La absurda comparacin de su vida con el transcurso de un ao no es suficiente para explicar ese cuadro sorprendente y grotesco, en el que contrariamente a las leyes de la gravedad los pies del infeliz, lejos de tocar el suelo, se vuelven ligeramente hacia las nubes. El contenido de sus bolsillos se le escapa y hay ah un otoo ms singular que el de los rboles, pequeo lpiz casi gastado, trozos de papel, moneda de dos reales, cartas de indiferentes, muestras para el traje de invierno, ah ah bromista, no hablaba de su mortaja, un trozo de cinta, una aguja. Reflexiona sobre el otoo de tus bolsillos, amigo mo, de tus bolsillos denunciadores, cuando, bajo el tnel de las imgenes, trucado por la incomprensin, les das la vuelta en la portezuela, es demasiado tarde, es tu corazn el que huye, tu corazn arrancado a los rboles de los bosques, adnde habr ido el nio que peda a su madre corazones para jugar a la taba en la noche?
al
Cunto se desorienta una vida! Los aos huyen y dejan hombre, tras tantas peregrinaciones y tantas metamorfosis,
absolutamente semejante a s mismo con ocasin de una pequea similitud moral de una circunstancia que hace que uno recuerde. Es cierto que slo se ama una vez en la vida? Conoc a quienes lo pensaban. Lo cre a veces. Ahora me opongo con violencia a esta concepcin inhumana. El amor sigue sin embargo siendo muy importante para m. Sigue siendo lo que ms me gusta. Lo que doblega todo. Lo que hace abandonarlo todo en el mundo, y est muy bien as. Haca aos que no haba encontrado lo que para m se reviste concretamente de una apariencia, ese espejismo del agua negra, Irene. La otra imagen, la viva, la que haba intentado borrar con ella, haba realmente desaparecido? Es difcil creerlo, para alguien que siente con frecuencia el precio de la eternidad. Haba desaparecido, haba desaparecido. Estaba locamente enamorado de una mujer extraordinariamente bella. De una mujer en la que haba credo como en la realidad de las piedras. De una mujer que haba credo que me amaba. Yo era su perro. Es mi manera de hacer. Entonces ocurri algo incomprensible, algo as como un pensamiento disimulado entre nosotros, y transcurri el tiempo cruel de las vacaciones antes de que cayera en la cuenta de que algo inslito se produca en ciertas miradas. Era imposible que estuvisemos en el mismo lugar durante aquellos meses de verano. Mil razones. Me fui a una soledad en la que mltiples complicaciones de frontera, de redes ferroviarias, ponan entre ella y yo obstculos apenas superables para la escritura. No hacan falta los obstculos. Recib dos cartas muy breves en tres meses. Dos cartas. Hay que sopesar esos sobres para comprenderme. Me haba refugiado en casa de unos amigos que mostraban por m una intil solicitud. El paso del cartero me dejaba cada da lvido hasta la noche. Superaba las veladas con dos o tres copitas. Ah, qu verano. Un verano de espera. Aquella a quien amaba, no, no me dejar llevar a seguir hablando de ella. Vuelvo a ver con demasiada precisin un instante en un jardn pblico de Pars, ella tena sobre las rodillas las resbaladizas hojas que yo le haba escrito en aquella poca, era primavera, detrs de un caf, en sillas de hierro. Si quiere saber la idea que conservo de ella, que se alegre: me
dej la prodigiosa imagen de la agona, y se lo agradezco! Eso tambin ha terminado. No haba en aquel lugar meridional ninguna de las irrisorias posibilidades de C... El campo, y un torrente muy azul al que arroj guijarros En un palomar que haban puesto a mi disposicin, me entregu pues una vez ms a mi droga. Escriba de la noche a la maana. A veces evocaba fantasmas. Nuevos, antiguos. Un da me sorprend pensando en Irene, y me vino de ella una idea social, una idea circunstancial. Despus de aquello, quiz desanimado, jams volv a verla.
De la granja donde creci, ni un detalle que no est largamente impreso en su cabeza: de todo el edificio, Irene no slo conoce la disposicin que se aprecia, sino que conoce las desigualdades de la pared, lo que distingue a una baldosa del embaldosado, las variaciones del color de las vigas en los techos. Adquiri la costumbre, como el que cuida mucho su cuerpo y anota sus accidentes, de interesarse por el yeso, la madera, el ladrillo. Vive con esa casa como consigo misma. Est impregnada de sus olores. Siente las estaciones como la granja, por las ranuras de los postigos, la recogida de las cosechas. Le gusta esa gama infinita del ao, su lmite, en el que se exaspera tambin una sensualidad salvaje que traiciona ese moo mal anudado, negro y salvaje, que se deshace con frecuencia y que ella vuelve a levantar con impaciencia. . No sabe negarse nada. No le gustan los dems. Jams le han gustado los dems. Son sus enemigos, lo pens desde la infancia. Los olvida, a veces, inmvil. Es como si ya no tuviera motivo alguno para despertarse. Ni de su sueo, el ms recio del mundo. Pesada y violenta. Bastante alta con todo, altanera. Indolente. Si la madre la atosiga, ella le lanza una mala mirada. Piensa mucho en los hombres. Como en todos los placeres. Es sensible a su vigor y a su belleza. No es lo que se dice fcil, pues se
cuida mucho de no prostituir su cuerpo. No por virtud. Parece que se acueste con todo el mundo. Es un error. Piensa mucho tiempo en aquel a quien marc con su deseo. No se entrega a la primera, por sorpresa. Siente muy poco el gusto por la fantasa. Se apodera de un hombre como el agua de las marismas, por sorda infiltracin. A los catorce aos, se entreg a un mozo de labranza. Luego hizo que lo despidieran enseguida. Decir que est enamorada, es como decir que lo estuviera una perra. No es sentimental con sus amantes. Cuando tiene ganas, hay que satisfacerla. O adis. Ms de uno no pedira otra cosa. Y es que es bella, y complaciente, y fresca. Y dotada para los quehaceres del amor. No permanece ajena a l. No se echa atrs ante el acto. Es incansable, y cuando un suave sudor la recubre de perlas, tiene el brillo del placer, resplandece. La voluptuosidad con ella no es un asunto cualquiera. Entiende que debe compartirla. Dice que no tiene el sentido del engao. Que eso es lo que hace que odie a los curas, que en su mayora tienen costumbres lamentables. Ni se le ocurre comprometerse. Quienes hablan, no tienen ms remedio que callarse. Slo contesta a su madre. Y los que se le someten, pues no es ella la que se somete, lo hace slo cuando quiere, siempre han bajado los ojos ante ella. Tiene boca de escorpin, y generalmente vuelve la cabeza, se la ve de tres cuartos, como si no viese a la gente. Luego su mirada arremete contra los ojos como un animal de presa. No es habladora. Pero es dura para todos. Despreciativa. Sabe muy bien que los placeres del amor son lo esencial de su vida. Se siente hecha para ellos. Todo lo dems le parecen moratorias, bagatelas. Tiene cierta seriedad que otorga un carcter brutal a sus besos. El dinero, en una existencia como la suya, tiene poca importancia. Jams pens en vivir en otra parte, y es, ser aqu el ama. El bienestar que reina en la granja y en sus dependencias, pacientemente acumulado por su madre, Victoria, no le deja, a falta de imaginacin o conocimiento, ms que deseos muy simples, el hambre, el deseo. ..Un hombre le aburre por momentos, sus palabras, su estupidez. No cree que se pueda hacer nada mejor que dejarlo, y tomar a otro. El cuerpo del hombre tiene algo muy fuerte que la atrae. Se lo confiesa a s misma, sin remilgos. y adems, qu podra hacer, si no
amase? Pasearse? El trabajo del campo no corresponde a su rango, y hay suficientes sirvientas en la casa como para hacer otra cosa que simular que la gobierna. Hay muchas viejas, muy capaces. Su madre se ocupa de los hombres, y es la reina. Las dos mujeres se odian; pero no se molestan. Se estiman. Se parecen mucho. Extraa familia sta en la que desde hace dos generaciones los varones han sido dominados por sus compaeras. El padre de Irene muri poco despus de su matrimonio. Corri por la regin la voz de que Victoria se lo haba sacado de encima, no gustndole tener que alimentar a un hombre al que tena que considerar como a un igual. El padre de Victoria sigue estando ah en su silln de enfermo que contempla desde hace cuarenta aos el triunfo de las mujeres y su orgullosa salud. El fue quien se estableci en aquel campo que deba convertirse en su trgico horizonte. Qu era exactamente? Tena algn dinero, haba seducido a la hija de un campesino. Se cas con ella, compr la granja y un poco de tierra. Luego, una vez enfermo, vio cmo a su alrededor aumentaba tanto la fortuna de los suyos como su descendencia. Sin embargo; parece ser que al principio de todo slo hubo por su parte una bravata. Un reto que tom cuerpo. Pero el pensamiento inicial se perdi. Lo que de singular haba en esa ruina muri antes que ella misma. De una hija a otra, hasta llegar a Irene, se mezcl sin duda al salvajismo campesino una especie de ardor sin escrpulo que se propag. En toda la comarca se cuentan historias, se teme la sangre furiosa que fluye aqu. Lo que distingue bastante a Irene de Victoria, lo que por otra parte ha alejado mucho a sta de su hija, es el hecho de que Irene jams se aficionara a las mujeres, por quienes su madre sinti y sigue sintiendo una fuerte atraccin, hasta el punto de que jams se dio el caso desde que ella dirige la granja de que una sirvienta se haya quedado, sin ser o llegar a ser una trbada. Esa particularidad no ha dejado de contribuir al xito de Victoria. Se ha unido a ella toda una poblacin de mujeres que no tienen otro deseo que la grandeza de su casa. Se siente cierto respeto en la regin por esa irregularidad que no se oculta demasiado, y que parece constituir una virtud. Ha hecho mucho por el prestigio de
Victoria, a quien los hombres tratan como a una igual, a una temible igual. Ha sido considerado como un honor el ser distinguido por sus favores. Algunos campesinos de otras regiones recuerdan con orgullo que ella no se mostr feroz con ellos. Una mujer como sa. Como sus bienes se han extendido como una mancha de aceite a su alrededor, la admiracin se impuso a todos los sentimientos que suscit Victoria. A pesar de los curas, por quienes nadie siente mucho afecto. Que hacen cosas peores, y que vienen a dar la lata con el cuento de lo que es o no natural. A Irene pues no le gustan las mujeres, aunque en casa siempre haya estado rodeada de los de mujeres. Lo prob, por supuesto. Era muy simple, y tentador. Una rubia alta la haba posedo varias veces en su cama antes de que ella tuviera a su primer amante. No puede decir que eso le resultara desagradable. Vala si se daba el caso, si se aburra. Pero en fin, ni tan slo un poco ms tarde, con una chica de su edad a la que aterrorizaba, o con otras que los hombres con frecuencia le haban llevado en broma, pues aquel lugar se haba acostumbrado a esos caprichos y los hombres se haban aficionado a esas zalameras, no haba gozado muy vivamente de un placer que llegaba a la larga, pero que no le pareca muy distinto del que ella misma poda darse, y por lo tanto ya no vale la pena. Entiende mucho de gozar. Necesita al hombre. Y sus comodidades. Pero entonces no pierde ni un momento. El placer es el placer. Sabe lo que quiere. Algunos se andan con cumplidos. Ella los ve venir. Habla, chato. Y luego venga, ya no respeta nada. El hombre. Todo lo que se aprende en la ciudad no significa nada. No le gusta eso. Algunos se hacen los finos por una tontera. Primero a su antojo. Luego, ya veremos. Victoria nota muy bien, y con bastante lucidez, que Irene no concuerda en todo con ella. No le importa demasiado. Pero tampoco le gusta. Naturalmente le reconoce a su hija el derecho de actuar como le venga en gana. No la cree tan tonta como para censurar unas costumbres que son las suyas. Sin embargo se hizo la pregunta. Si a Irene le gustaran las mujeres, todo sera ms sencillo. No habra entre ellas una especie de molestia que se debe quizs a otra cosa, pues Victoria se acuerda de haber aguantado muy mal a su propia madre, pero que quiz se debe a eso. Victoria no est muy segura de que Irene
resista siempre a los hombres, moralmente se entiende. Encuentra a su hija muy ociosa, y no vaya a ser que haya trabajado tanto para un yerno al que odia ya de antemano! Victoria, cuando se habla a s misma por la noche -empieza a no dormir tan bien-, se muestra severa para con las chicas que se enamoran, as como as, de un hombre, slo porque sirve para la cama y no en el campo. Ya se ha dado cuenta de que su hija no suele acostarse con los mejores trabajadores. Hasta granujas le han gustado. Yeso s que irrita a Victoria. Adems, piensa ella, no es que ella misma hubiese querido... s hubiese querido, pero al fin y al cabo, Victoria no est acostumbrada a que se le resistan. No lo ha probado, pero es que se hubiese topado con un rechazo, con un desprecio. En fin, digmoslo de una vez, no hay intimidad posible entre una madre y una hija en esas condiciones. Victoria, cansada de dar vueltas en la cama, se levanta y va a contemplar por la ventana sus propiedades en la noche. Ha llevado muy lejos los lmites de su poder. Reina sobre esta regin. Y como no es reina, todo lleva la seal de sus combates. Entrev en la sombra la gran masa de las dificultades vencidas. La tierra y la gente le pertenecen por vnculos que no estn slo escritos. Ha llevado adelante por igual su vida y su sensualidad. No se ha contentado con adquirir, se ha comprometido. Pudiendo dominar, poseer es muy poco, sin duda. Ella posee y domina a la vez. Se detiene a veces ante su padre, y lo mira, baboso. Vindolo fue como comprendi que los hombres son buenos criados, pero deplorables amos. Cuando dejan de corretear por ah, beben, gritan. Apenas saben ir al prostbulo a coger la sfilis, como el viejo. Est claro que fue all donde la cogi, con esa cara. Lo encuentran ms cmodo, con chicas a quienes les importa un comino, que obedecen a todos sus sucios deseos, y adems no son guapas; delgadas, plidas, viejas. Slo la idea del prostbulo pone a Victoria fuera de s. Vuelve a acostarse. Irene, en el fondo, es cierto, concibe los vicios de su madre con cierta altura. No piensa realmente que sean vicios. Lo encuentra vulgar, simplemente. Y no muy inteligente. Sin embargo no niega la habilidad de su madre. La admira bastante por haber sabido arreglrselas con los campesinos, que son toscos y retorcidos, por haberse valido de todo, hasta del hecho de ser tortillera, para reinar en
la casa y sobre todas las tierras a su alrededor. Sabe qu reputacin mantiene el respeto en torno de la granja. Encuentra la jugada bien hecha, y defendera sin duda a su madre si a alguien se le ocurriese atacarla. Pero quererla, lo que se dice quererla, no la quiere nada. Si su madre, por ejemplo, cometiera la imprudencia de oponerse a sus placeres, no vacilara ante nada contra ella. Por otra parte, segn ciertos movimientos que sinti en s misma, tuvo que reconocer las grandes probabilidades de la leyenda que le contaron con malicia, segn la cual su madre habra hecho matar a su padre, o ms bien lo habra matado ella misma. Eso hace que Victoria le sea a la vez bastante simptica y maravillosamente ajena. Adems, Irene no es capaz de muchos sentimientos. Dice que esos matices son buenos para los hombres, pero que las mujeres no necesitan tantas argucias para engaar a quien se les resiste, las mujeres que encuentran siempre a alguien para realizar sus deseos naturales, a menos que sean unos petardos, no tienen ms que gozar todo lo que puedan, sin buscarle tres pies al gato. Y, de hecho, no se enreda en las sutilezas de sus amantes quienes por ser campesinos resultan a veces sentimentales y curiosos, creen en ciertas ocasiones en un progreso respecto al rstico amor que conocen. Es ste un rasgo que comparte con su madre, en lo que sta tiene de viril. Irene se porta con los hombres como se portan los hombres con las chicas, abominablemente impacientes si stas hacen proyectos para el porvenir, cuentan su vida, se enternecen. Piensa sin grandes rodeos que el amor no difiere de su objeto, y que no hay nada que buscar en otras partes. Lo dice si es preciso de un modo francamente desagradable, directo. Sabe ser grosera y precisa. Teme tan poco a las palabras como a los hombres, y como .ellos stas le producen a veces cierto placer. No las escatima en plena voluptuosidad. Salen de ella entonces sin esfuerzo, con toda violencia. Ah, qu basura puede llegar a ser. Se calienta, y su amante con ella, con un vocabulario ardiente e innoble. Se revuelca en las palabras como en su sudor. Cocea, delira. Qu ms da, vale mucho el amor de Irene. No lo ignora, y cuando el animal cansado que acaba de someter descansa, se yergue con su cuerpo saludable, sus largos pechos, en el abandono de su victoria, y habla con vanidad de s misma.
Oh, no mucho tiempo. Enseguida, si no se arroja sobre el hombre para extenuarlo una vez ms, lo echa, no le gusta que se arrastre as a su lado, holgazn. Y sola de nuevo, realmente sola como siempre sinti que lo estaba en el mundo, se mira en un espejo enmarcado de caas de bamb. Hermoso rostro en el que brilla el gusto por el placer, desdeoso y vido. Con esa nariz aguilea que le viene de su madre. Los ojos cercanos a la nariz, pero grandes, y oscuros, como de estatua. La frente muy alta, los cabellos espesos. La boca determina la voluntad. Y, sobre todo, un aire que no se puede definir, en el que se presiente el peligro sin que nada lo precise, la sensualidad conquistadora y una especie de vulgaridad que embriaga. Se gusta. Sus manos por supuesto no estn cuidadas, y son demasiado fuertes para una chica. Pero eso tambin forma para ella parte de su belleza. Juega con sus manos mientras vuelve a peinarse, y su imagen es muy blanca entre los cabellos. Flota a su alrededor un gran perfume de morena, de morena feliz, en el que la idea del prjimo se disuelve.
Qu es un proverbio sioux? En la danza blanca y azul que adivina en medio de los esfuerzos de la defecacin el hombre que fija su mirada en el embaldosado de los aseos hay ms belleza que en la pura aurora es un proverbio sioux-. Cien francos. Cada cosa tiene su precio. Ah, los mosquitos. Los espejos tienen sobre las palabras de las que me sirvo la extraordinaria ventaja de que los hacen de dos filos: pequeo y celoso, por ejemplo. As la luna vacila en utilizar la mar, luego valientemente se refleja en ella. Lo cual llena de valor las pardas cabezas de chorlito de la segunda Repblica. Que no deba ser la ltima. Fuera mosquitos. Por qu no he podido en mi vida or hablar de avellanas sin emocionarme hasta el punto de soar, de, cmo decs, dormir, me, se. Suponed que todo lo que digo tiene un carcter ms bien cientfico. Cierto dominio sobre s mismo no podra, ni en circunstancias favorables, hacer de un hombre, de un hombre bien dotado, un
emperador. Que no deba ser la ltima, por ejemplo. Suspiros. Parece, se dice, o, para ser ms justos, se insina que todo esto acabar siendo una historia. S, para los tontos. Hay que decir que ven en todas partes novelas, romances. Los hay que si se han encontrado un seor con un sombrero rosa lo cuentan. Todo es historia para ellos, un pedacito de madera, un adulterio, una gardenia. Eso constituye un somnfero montn de leyendas. Suponed que todo lo que digo tiene un carcter ms bien cientfico. Todo esto acabar siendo una historia para la crema, lo no va ms, el gratinado, la nata de los tontos. Es una mana burguesa la de disponerlo todo como una historia. A vuestro antojo, si tenis comprador. Lo que quiero decir es, para que se entienda bien, que, bajo varios nombres, no sigo mi pequea curva como sigue su trayectoria suavemente, segn las leyes de la balstica y de la Convencin de Ginebra, una bala de can en el aire. Nada lo detendra, tiene que firmar, y hostia qu bonita rbrica! Es puro roble. Hay gente que cuenta la vida de los dems. O la suya. Por qu extremo la toman? En fin, resumirn cualquier cosa. Una escalera o una corriente de aire. Oyeron de la vida de los dems lo que eran capaces de or. Pero incluso si fuese as, sera de otro modo. Y adems basta ya. Fijaros en un hombre que bosteza. Sus rasgos se deshacen, expresan una melancola desconocida, una inmensa desesperacin fsica. Sin embargo eso no puede ocupar lugar alguno en una historia propiamente dicha. Quin seguira minuciosamente la existencia de una vieja, poco a poco llevada a escribir cartas annimas? Cuntas reflexiones supondra eso. Es una mana burguesa la de disponerlo todo como una historia. Tengo todo el aspecto de adherirme a ello, hicieron de m un soldado. No obstante, eso hara rer a alguien que tuviera de m una visin general. Toma de la estacin, con el semforo al fondo. No, no soy en absoluto un cualquiera. Que haya sido un soldado es un poco ms indignante, para un imparcial testimonio imaginario, que si eso le hubiese ocurrido a un pobre perro. Un poco ms, un poco menos. Una melancola desconocida, una inmensa desesperacin fsica. El mismo nmero de Pars-Sor que reproduca una carta relativa a una
revista que prometa a troche y moche mi colaboracin y la de otros ms y en una entrevista falsificada de Massimo Bontempelli, anunciaba que seis mil presos, en cifras redondas, haban salido aquel mismo da hacia el presidio. As es como, con la leyenda Aguas minerales alcalinas naturales, la etiqueta del agua de Evian-Cachat que tengo ante m presenta sobre un fondo rosa una vista del establecimiento termal en el momento en que ante los jardines pasan una calesa y unos cuantos transentes, entre los que se distingue una dama con una sombrilla. Hace sol por lo tanto. Y en la cenefa azul y negro, alrededor de una columna decorativa, se lee en una banderola enrollada las siguientes palabras: Aprobacin de la Academia de Medicina. Fijaos en un hombre que bosteza. El mismo nmero de Pars-Sor. Me abandono al -desnimo cuando pienso en la multiplicidad de los hechos. Lo que abarco, en comparacin con lo que no abarco, no es muy lucido. Vamos, un poco ms de humor, qu diablos. Un traguito ms de aguardiente. Un hombre que, para no rascarse, siente la invencible necesidad de beber no es ridculo. Adems, bebe. Murmullo, agua fresca del valle del sueo. En el punto en que caes de veinte metros treinta en la extraeza lisa de las rocas, no por nada la mano del hombre colg un pequeo belvedere de cartn-piedra. Ah viene a poner el codo el romanticismo, con una antologa en la mano. Cuidado, Csar, te caeras.
Las noches son frescas. No podra decir lo mismo del pan, Papa (as designo a las nieves eternas). La multiplicidad de los hechos. All donde la desnudez de la roca rechaza el pie tmido, donde el vegetal desanimado ya no desarrollar la seduccin de su simiente, all donde la azada no levanta ms que la chispa, encontr mi refugio, ms all del reino azul de las moscas. Soy un animal de las alturas. No podra decir lo mismo del pan. Que aquellos que buscan su alimento dejen de importunarme con su asqueroso cuchicheo.
FIN