Caminar
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Entre los entramados de un futuro distópico y hostil, dos jóvenes emprenden un viaje en busca de su destino. Sus historias se entrelazarán entre los vestigios de un planeta que exhala sus últimos suspiros de vida tal y como la conocemos, a la vez que se enfrentan con la eterna paradoja del ser humano: ¿libertad o seguridad?
Gara, acomodada en una realidad inorgánica y controlada, recorrerá los últimos remanentes salvajes de la selva amazónica, los arrecifes caribeños y los pueblos nómadas, siguiendo los deseos de una madre enferma.
Kiara, víctima de la guerra y de la hambruna, iniciará su viaje movida por la necesidad y la responsabilidad de cuidar de lo que queda de su familia, atravesando todo un continente devastado.
Y el camino las transformará, como nunca hubieran imaginado.
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Caminar - Raquel Quirós Pozo
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
© Raquel Quirós Pozo
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de cubierta: Rubén García
Supervisión de corrección: Celia Jiménez
ISBN: 978-84-1089-603-1
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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A mi madre, a Raquel y a Colette,
por su inquebrantable fortaleza.
.
… desde hace tiempo —exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto—, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin, todo, ahora deja hacer y solo desea con avidez dos cosas: pan y circo.
Juvenal, Sátiras X, 77-81
Roma, hacia el año 100 d. C.
Carta al lector
En octubre de 2024, cuatro años después del COVID, con los polos derritiéndose, numerosos conflictos armados, varias crisis alimentarias, una juventud (y no tan joven) adicta a la tecnología, una sociedad que aboga cada vez más por el consumo y por la individualidad… y en plena crisis de los 30, hay muchas preguntas que no paran de rondarme la cabeza.
¿Otra forma de vida es posible?
¿Tiene sentido traer nuevas vidas a este alocado mundo?
¿Somos libres? ¿Estamos perdiendo la humanidad? ¿Hay esperanza?
Creo, queridos lectores, que esta pequeña novela ha sido mi manera de responder las incógnitas a las que no hallaba respuesta. Mi búsqueda personal del sentido, de la verdad y de la libertad.
Y no hay nada que me llene de mayor orgullo que compartirlo con ustedes, de ofrecerles, humildemente, este pedacito de mí misma basado en mis cavilaciones y miedos, pero también, en la belleza de nuestro mundo y en la esperanza que sigue ahí, contra viento y marea.
Porque lo extraordinario está en nosotros mismos, aunque a veces se encuentre un poco adormecido.
Espero con el corazón que disfruten del camino.
PRIMERA PARTE
EL INICIO
Capítulo uno
«La sexta gran extinción» ya había llegado a la ciudad. Ya una hora antes de la apertura, una bulliciosa multitud se apelotonaba frente al acceso del museo nacional de ciencias naturales.
—Espabílate o no vamos a entrar en todo el día. —Elena cogió de la muñeca a su amiga y tiró de ella para colocarse delante de un grupo que se aproximaba a la cola de la entrada. Desde hacía un par de semanas, impresionantes imágenes de majestuosos animales extintos en los últimos 20 años colmataban las redes sociales, anunciando la exhibición temporal. Hacía semanas que no se hablaba de otra cosa. Gara sentía curiosidad, pero no compartía el entusiasmo de su amiga de ver un puñado de maquetas virtuales que ya jamás volverían a la vida.
Cuando llegaron a la entrada, solo custodiada por una hilera de puertas automáticas, ambas acercaron sus muñecas al lector y pasaron a la antesala de la exposición. Desde hacía 25 años, los DIPO (Dispositivos de Identificación Personal Obligatorios) estaban ampliamente implementados en todo el continente europeo y Norteamérica, facilitando y mejorando la vida (según fuentes oficiales) de millones de ciudadanos. Ciertamente, tenían la capacidad de predecir un gran número de afecciones agudas como infartos de miocardio e ictus, dando suficiente margen de maniobra a sus propietarios para acudir al hospital. Aparte de la seguridad sanitaria que ofrecían, eran altamente prácticos para cualquier tarea diaria, desde hacer pagos, compras o establecer comunicación con cualquier otro dispositivo, hasta facilitar gestiones más importantes, como la identificación individual y la habilitación del acceso a cualquier servicio habilitado para cada categoría social.
Estas categorías sociales o condiciones, como eran más comúnmente llamadas, habían sido implementadas solo unos años después de los DIPO, permitiendo hacer una ordenación totalmente eficiente de la sociedad y reduciendo los niveles de fraude y delincuencia a cotas anecdóticas. Como bien se enseñaba desde los primeros años de primaria, aquella ordenación era totalmente justa, ya que se basaba en los méritos personales y en todo momento era posible ascender o descender de condición.
Gara, por su educación algo menos convencional, era plenamente consciente de que esto no era cierto, ya que, por otro lado, las cinco condiciones eran heredables de padres a hijos, y eran, en la práctica, mucho más inamovibles de lo que la mayoría de la gente aceptaba creer.
El recorrido comenzaba por una sala en semipenumbra en la que debían seguir un estrecho camino delimitado por pequeñas luces amarillas. Nada más entrar, una inmensa ave sobrevoló por encima de sus cabezas, provocando el clamor de los asistentes que se encogieron, sorprendidos. Elena estaba entusiasmada.
—¿¿¿Has visto??? Menudo efecto más conseguido, ¡y yo sin grabarlo!
Sin embargo, la mayoría de los asistentes si lo hicieron, siguiendo con sus DIPOS el recorrido de la rapaz (en realidad, de su simulación), sobre sus cabezas. Mientras tanto, una grabación iba relatando algunos detalles del animal.
—El quebrantahuesos fue un ave ampliamente extendida por el continente europeo, África y el noroeste asiático…
Fueron pasando por diferentes escenarios donde aparecían fieles reproducciones en RS (realidad sintética) de diversos animales extintos: el gorila occidental, el oso polar ártico, diferentes especies de rinoceronte… Elena, exaltada por los efectos y el clima tan conseguido de realidad, lo grababa todo con determinación. Sin embargo, una especie de melancolía fue adueñándose del ánimo de Gara.
—¿Cómo puedo sentir nostalgia de algo que no he conocido? —se preguntaba. No era capaz de compartir el optimismo del resto de visitantes, que comentaban entusiasmados como dentro de unos años podrían volver a verse esos animales en carne y hueso, cuando los últimos pormenores de la clonación restaurativa se solventasen.
Pero el problema no era la clonación en sí. El principal problema era que la mayoría de aquellos seres vivos ya no tenían cabida en un mundo que ya no era el que habían abandonado. El logro de la clonación de especies en base a muestras de ADN se limitaría a crear algunos ejemplares que serían mantenidos en condiciones controladas por el resto de sus vidas.
El aumento de temperatura atmosférica de casi cuatro grados en los últimos 20 años había producido lo ya conocido como «efecto Sekhmet», transformando el planeta a una velocidad sin precedentes. Esta referencia a la historia antigua, que contaba como Sekhmet había sido encomendada por el dios Ra para eliminar el egoísmo humano que amenazaba la Tierra, se topaba con una realidad, en la que esta transformación destructiva había afectado no solo a los humanos, si no a cada uno de los seres vivos del planeta.
Ya no existía, por ejemplo, el Ártico estival, provocando, además de un aumento del nivel del mar sin precedentes, que todos los animales de esta región se hubiesen extinguido o se conservaran a duras penas en centros de conservación. Las fugas en los depósitos de metano que habían dormido durante milenios bajo el permafrost ártico eran una entre tantas causas que habían contribuido a este efecto dominó, transformando las condiciones de la tierra en un tiempo récord. El colapso de la corriente del ártico había sido otro de los motivos. En definitiva, las temperaturas extremas, los incendios y la sequía, habían provocado que ya tres cuartas partes de la tierra se consideraran desierto.
Pero no todo era malo. Una vez más, la audacia humana se había abierto paso frente a las contrariedades. El vertiginoso avance en el mundo tecnológico y científico había permitido la creación de una serie de cápsulas de habitabilidad capaces de ofrecer unas condiciones de vida más que favorables en las regiones desarrolladas. Y aunque la vida en el exterior de aquellos espacios no era imposible, si era hostil, peligrosa, y altamente impredecible.
Por fin Gara y Elena llegaron a la última parte de la exposición, la más esperada. La megafonía iba acrecentando la expectación entre los asistentes, ofreciendo un preámbulo de lo que iban a encontrar.
—Estos dos excelentes ejemplares de lobo ibérico pasarán a enriquecer el programa de cría de la cápsula noroeste, ayudando a completar un grupo de 10 ejemplares, el mayor de todo el país. Disfruten de esta visión única disponible por solo unos días en nuestra cápsula central…
Por fin, entraron al espacio destinado para poder observar estos ejemplares auténticos, últimos vestigios de una estirpe casi desaparecida. La exposición había acondicionado un recinto del tamaño de una pista de tenis, que había sido recreado con simulaciones de árboles, matorrales e incluso un pequeño riachuelo que atravesaba la instalación. Por suerte entraron de las primeras, ya que a los pocos minutos un gran número de personas se apelotonaban con el objetivo de conseguir una buena captura desde sus DIPO. Empujada por la multitud contra la barra perimetral, y rodeada de brazos que la sobrepasaban para intentar acercar todo lo posible sus dispositivos a la nueva atracción, el corazón de Gara comenzó a acelerarse. Una opresión en su pecho empezó a dificultarle la expansión de sus pulmones. Le faltaba el aire.
Se concentró, mirando entre los árboles artificiales. Trató de respirar. Cerró los ojos.
Caminaba, pisando la mullida alfombra que robles, castaños, y nogales, habían tendido con delicadeza al perder sus hojas rojas, amarillas, ocres, en aquel escenario otoñal. Tenía 8, quizás 9 años. Su madre caminaba un poco más adelante, hermosa como siempre en su ropa de montaña. Cada una perdida en sus pensamientos, en su silencio. En el frescor de la tarde, en el olor a tierra, a musgo que rezuma agua. Gara recorría la maleza con los ojos, concentrada. De repente, su madre se paró y, sin decir nada, levantó con suavidad los dedos de una mano para llamar la atención de su hija. Gara también se detuvo, conteniendo la respiración. Solo sus ojos se movieron en la dirección donde le indicaba ella.