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Sergio Muñoz Riveros: En busca de tierra firme
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Sergio Muñoz Riveros: En busca de tierra firme
Libro electrónico209 páginas3 horas

Sergio Muñoz Riveros: En busca de tierra firme

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Información de este libro electrónico

Sergio Muñoz Riveros es un ex revolucionario —militó en el PC hasta 1987— que terminó mirando con recelo las nuevas consignas por encontrarlas demasiado parecidas a las antiguas. Un hombre sencillo, con pensamiento independiente y con el coraje para reconocer sus propias contradicciones y decir lo que pocos se atreven. Tras el estallido de 2019 se convirtió en un crítico del llamado "estallido" y una voz potente frente al proceso constitucional que le siguió.
En un diálogo vivo y estimulante —con la periodista Paula Coddou—, Sergio Muñoz Riveros rememora su itinerario político e intelectual, confronta sus juicios del pasado y reafirma su libertad actual. Su mirada lleva consigo el amor y la admiración por Chile, a la vez que señala los logros alcanzados, los desafíos pendientes, los errores y ciertamente también las esperanzas del futuro. Un hombre que tiene el derecho a cambiar de opinión pero sobre todo, puede opinar con todo derecho.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 dic 2024
ISBN9789566260219
Sergio Muñoz Riveros: En busca de tierra firme

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    Sergio Muñoz Riveros - Sergio Muñoz Riveros

    CAPÍTULO 1

    DE REPENTE, EL FUEGO

    Hay que comenzar por el final.

    O casi el final. Cinco años atrás, al inicio

    del estallido de 2019 que se convirtió en

    uno de los grandes objetos de análisis y reflexión de Sergio Muñoz Riveros. Retroceder a ese día. A esa tarde en la que, como la mayoría de los santiaguinos, sintió algo pesado en el aire. Para él, opresivo,

    como cuando se intuye una tragedia.

    Había ido con su señora, María Victoria Carvajal, a visitar a su mamá a la Villa Portales, muy cerca de la Universidad de Santiago. Ella le comentó que había escuchado que se preparaba un caceroleo para esa noche, en protesta por el alza del pasaje en Metro. Y así fue. Al anochecer, se empezó a escuchar el ruido característico de ollas y cacerolas que identificaba bien desde los años de las protestas contra Pinochet. Decidió volver caminando a su casa, a unas cuadras de ahí. Mientras cruzaba la Villa Portales hacia el poniente, aumentaba el ruido. Vio, recuerda, a un hombre mayor golpeando un poste de la luz con una piedra, como desahogándose de algo. Al llegar a la Alameda con General Amengual no pudieron cruzar hacia el sur. Era imposible. Se había formado un taco gigantesco, una tempestad de bocinazos de los automovilistas desesperados por llegar a sus casas. Se escuchaban explosiones lejanas. Las radios ya transmitían las noticias de los ataques incendiarios a edificios públicos y los saqueos de supermercados.

    Cuando llegó a su casa, Sergio Muñoz Riveros corrió a prender la televisión. Ya se había desencadenado la violencia en Santiago y otras ciudades. Llamó a sus familiares para saber que estaban bien, y se sentó a escribir.

    * * *

    En la entrevista que te hice el 1 de diciembre de ese año, comencé con eso: "La misma noche del 18 de octubre, mientras la televisión transmitía los atentados al Metro, Muñoz se sentó a escribir. El resultado fue el ensayo La democracia necesita defensores. ¿En qué momento toma cuerpo lo que después sería tu tesis sobre el estallido?

    Lo único claro para mí en esas horas era que nada de lo que estaba ocurriendo podía ser espontáneo. Tenía que haber fuerzas muy poderosas detrás, con una enorme capacidad financiera puesta al servicio del vandalismo. Para calmar los nervios y tratar de aclarar las ideas, me puse a escribir. De allí surgió la carta que El Mercurio publicó el 21 de octubre con el título Cuando se juega con fuego. Fue la base del ensayo que mencionaste.

    En aquella carta decías: No puede haber condescendencia con quienes han elegido el vandalismo y el fomento del caos como método de acción política. Y apuntabas: Se trata de un ataque directo a las bases de nuestra convivencia, frente al cual ha sido obscenamente visible la simpatía de los sectores del abigarrado mundo de la izquierda, presentes hoy en el Parlamento, a quienes no les importa que cunda el desorden y la inestabilidad con tal de golpear al gobierno. ¿A qué sectores te referías concretamente?

    En primer lugar, al PC. Creo que sus dirigentes, que un año y medio antes formaban parte del segundo gobierno de Bachelet, se entusiasmaron con la posibilidad de alentar todas las formas de lucha contra el gobierno de Piñera, con el fin de demostrar que la derecha no podía ni debía gobernar. Apostaron por una ruptura institucional que, extrañamente, suponían que les podía favorecer, cuando en realidad nunca se sabe qué viene después de que se hunde la legalidad. Tengo la impresión de que, en su seno, gravitó fuertemente la subcultura de la rebelión popular, la línea promovida contra el régimen de Pinochet en los años 80, cuando el brazo armado del PC, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, intentó crear condiciones para una solución a la nicaragüense.

    El 28 de octubre de 2019, Pablo Monge Reyes, miembro del comité central del PC, escribió en El Siglo (la publicación oficial del partido): En cada jornada, la protesta ha corrido como reguero de pólvora por todas las calles del valle urbano del Mapocho. Santiago comienza a respirar desde su rabia y sus sueños, desde sus decepciones y sus esperanzas, desde sus logros y frustraciones. Se levanta el pueblo, se alza el poder popular, el pánico invade al poder y comienza el enfrentamiento (…). Si esto no es una insurrección, ¿qué es? El pueblo clama justicia y quiere con claridad un nuevo Chile. Es hora de definiciones, y definiciones revolucionarias. Construir poder popular, poder en la base, el debate, el cabildeo y la movilización permanente, el juicio a la derecha y su salida del poder y, como corolario y demanda estructural, el fin del modelo neoliberal, fases de insurrección popular que se van instalando lenta pero inevitablemente….

    El PC por sí solo no provocó la revuelta, por supuesto. No tenía fuerzas para tanto. Lo que hicieron sus dirigentes fue cabalgar sobre la violencia y tratar de capitalizarla políticamente. Creo que tuvieron información previa respecto de lo que venía. Al día siguiente de estallar los desmanes, el 19 de octubre, el entonces diputado Guillermo Teillier, jefe del PC, pidió la renuncia de Piñera: era como si estuviera cumpliendo la parte del libreto que le correspondía.

    ¿Y cuáles eran tus sentimientos, más que el análisis racional?

    No pude evitar que mi mente volara hacia el 11 de septiembre de 1973. Sentí una gran desazón ante lo que pudiera venir. En la noche del 18 de octubre, y luego de enterarme de la envergadura de la violencia en Santiago y otras ciudades, mi primera deducción fue que todo eso no podía ser una expresión propiamente social o popular, aunque decir esto probablemente irrite a quienes han exaltado la imagen de la bella revuelta. Me refiero a lo que podría llamarse la visión ñuñoína del 18/O, característica de los universitarios que vivieron el éxtasis de hacer la revolución en ciertos días y en ciertos horarios, seguros de que, después de la emoción en las calles, podían volver a sus casas a tomar una ducha caliente.

    ¿Se puede hablar de un estallido delincuencial cuando por varios meses el movimiento contó con un mayoritario apoyo de la población?

    La fuerza motriz del vandalismo fueron los elementos del lumpen, financiados por las bandas del narcotráfico, a las que les interesaba, sobre todo, ganar nuevos territorios para sus operaciones, para lo cual necesitaban descomponer y, en lo posible, llevar a la crisis a las fuerzas policiales. También participaron muy activamente las tribus anarquistas, los restos del rodriguismo y del lautarismo. Creo que los expertos en atentados incendiarios de la Coordinadora Arauco Malleco, que respondían a las órdenes de Héctor Llaitul, se trasladaron a la Región Metropolitana en octubre y noviembre de 2019. Y estuvo, por supuesto, la mano negra bolivariana.

    ¿En qué medida, mirado desde hoy, crees que el PC y parte del Frente Amplio se subieron a algo que no controlaban?

    Respecto de la participación en los desmanes, hay que separar al PC del Frente Amplio. Se trata de historias distintas, y hasta de barrios distintos. El PC es un partido viejo, conectado con los sectores populares, con amplia experiencia en la confrontación callejera con las fuerzas policiales y, además, marcado por la lógica aplicada en los años de la dictadura sobre el uso de medios no convencionales de lucha. El Frente Amplio viene de las asambleas y los desfiles universitarios en democracia. Lo más audaz que hicieron sus dirigentes durante la revuelta fue concentrarse en Alameda con Ahumada y golpear palmas contra la desigualdad. Otra acción de combate fue protagonizada por el entonces diputado Boric, cuando le habló golpeado a un soldado que no podía responderle, delante de las cámaras de televisión. A diferencia del PC, con influencia antigua en las barriadas pobres, los jóvenes del FA provenían en general de Ñuñoa, Providencia y Las Condes, y se desplazaban cotidianamente a plaza Baquedano para sentir la adrenalina de la emoción revolucionaria. Parecían ansiosos por vivir tiempos heroicos.

    Es posible que los dirigentes del Frente Amplio ni siquiera supieran cómo se prepara una bomba molotov. Ellos fueron más bien combatientes para la foto, el video, las frases de impacto. Cultivaron una especie de glamour revolucionario, sin correr mayores riesgos. Tuvieron la suerte de nacer a la vida política en condiciones democráticas, pero despreciaron el valor que eso tenía. En cualquier caso, tanto los viejos como los nuevos izquierdistas sacaron partido del caos y la devastación. Se convirtieron en administradores del miedo en el Congreso y en los medios de comunicación. Tuvieron éxito, sin duda, y no les importó mucho la erosión de la convivencia democrática.

    ¿Te sorprendió la violencia del 2019?

    Creo que lo ocurrido no cabía en la imaginación de nadie. La furia destructiva estaba completamente fuera de la tradición de movilizaciones del país. Ni en los años de Pinochet –en los que hubo duras jornadas de protesta, con barricadas, apagones y choque entre manifestantes y fuerzas policiales–, vimos algo siquiera parecido. En aquel período, nunca fue atacado el Metro, por ejemplo, y a los grupos de izquierda no se les pasaba por la mente quemar iglesias, destruir bienes públicos y privados, o buscar el caos a cualquier precio.

    Penosamente, se produjo una fuerte corriente de indulgencia hacia los desmanes, que se intentaba explicar como expresión legítima del pueblo. Esa fue la mentalidad biempensante que predominó en aquellos días entre muchos políticos, académicos, comentaristas de televisión y, muy destacadamente, el gremio de actores, todos súbitamente dispuestos a apoyar (desde sus casas) a quienes devastaron el centro de Santiago o la avenida Pedro Montt en Valparaíso. En el caso de la capital, fue exasperante que algunas personas que vivían en Las Condes, Vitacura o Lo Barnechea, donde no se rompió ni un vidrio, se mostraran solidarias con quienes arrasaban Puente Alto, Maipú, Estación Central, Quinta Normal, Pudahuel, etc. Parecía ser una expresión tortuosa de sensibilidad social. O de culpa católica.

    Expresión tortuosa que tú no compartías desde Estación Central. ¿Tu historia, explica entonces, que no aceptes elementos de una crisis social en tu análisis?

    Yo vi las consecuencias del desafuero, vi los daños en mi propia comuna, vi la gente desesperada que se quedó sin medios de transporte y a los comerciantes de las cercanías que sufrieron asaltos. Muchos delincuentes sintieron que era su momento. Allí no había nada de la poesía que otras personas parecían ver desde la zona oriente de Santiago. La barbarie dañó principalmente a la gente de trabajo, a las familias modestas, a los barrios que se quedaron sin protección policial, entregados a la buena de Dios.

    En una columna que escribiste en 1994 en La Nación se puede presagiar lo que, para algunos, fue la justificación del estallido: "Supongamos que los negocios empiezan a ir cada vez mejor, que Chile entero pasa a ser una gran empresa import/export (…) ¿Significa acaso que nuestra sociedad será mejor como expresión de valores de convivencia? ¿O que superaremos los problemas más álgidos de la desigualdad de oportunidades? Hay quienes creen que sí, y que el asunto consiste en dejar que el mercado despliegue todas sus potencialidades, que lo demás vendrá por añadidura (o sea el chorreo). ¿No crees que este argumento –y culpar a los 30 años"– explique también el fenómeno de 2019?

    En octubre de 2019 no había razones, específicamente económicas o sociales, que explicaran una barbarie metódica como la que vimos. El país había progresado sólidamente en las décadas anteriores. La pregunta inmediata es ¿por qué se produjo en esa fecha, y no antes, cuando gobernaba Michelle Bachelet por segunda vez, y la actividad económica cayó en el letargo? La primera percepción, entonces, fue que se trataba de algo artificial, que respondía a otra lógica, que no guardaba relación con los problemas sociales. No olvidemos que primero estalló la violencia, y que después vino la interpretación oportunista de numerosos parlamentarios, de que lo que ocurría en las calles era un reclamo largamente contenido contra la desigualdad.

    Y ese oportunismo, ¿a qué crees que se debía?

    A las miserias que asoman en los tiempos de crisis, al miedo disfrazado de espíritu justiciero, al individualismo extremo de querer salvar los cargos públicos, aunque el país se hunda. Ceguera, por supuesto. El ex ministro Gonzalo Blumel describió en su libro La vuelta larga cómo los parlamentarios del PC y el FA, más sus asesores legislativos, insultaban a los ministros y representantes del gobierno que acudían al Congreso a defender ciertos proyectos de mejoras sociales.

    Hay que reconocer que los cabecillas fueron hábiles en la utilización de la excusa de la igualdad, pues les permitió empujar a la calle a muchos jóvenes desorientados, que sintieron que era el momento de protestar por lo que les molestaba o les inquietaba, como si creyeran que la violencia podía ayudar a reducir la desigualdad. Pensaron que eran protagonistas de una batalla por la justicia y la dignidad en el mismo momento en que se cometían los peores abusos.

    Tu tesis más disruptiva hacía pensar que Muñoz Riveros sabía algo que otros no?

    No mucho más, en realidad. Después, me fui enterando de más cosas, conversé con personas que me aportaron datos y elementos de juicio, pero en los oscuros días de octubre y noviembre, solo intentaba juntar los fragmentos de información, extraer algunas conclusiones básicas y, sobre todo, resistir la lectura social. Esta me pareció siempre artificial y sospechosa, y encandiló a mucha gente, incluidos algunos parlamentarios de derecha y a ministros del Presidente Piñera. Mi esfuerzo de interpretación del estallido, condensado en el ensayo La democracia necesita defensores, fue claramente minoritaria, y por lo mismo aprecio inmensamente que los ex ministros Harald Beyer e Isidro Solís, hayan presentado el libro en un acto realizado en el antiguo Senado, en enero de 2020.

    Hoy, a cinco años, todavía tu postura sobre las causas parece muy minoritaria. En diversos foros, cuando se habla de la intervención extranjera o del ataque coordinado, sigue predominando el escepticismo y la indiferencia.

    Estoy consciente de eso. Incluso, algunos dicen que hablar de intervención extranjera es una forma de adherir a la teoría de la conspiración. Por supuesto que hay que evitar las simplificaciones y el reduccionismo, pero las conspiraciones existen. Hubo oscuros intereses políticos detrás de lo ocurrido.

    Respecto de tu interpretación del estallido, me parecía que era como si a un viejo zorro le quisieran contar un cuento que ya conoce: el uso de la desigualdad como motor de la acción revolucionaria. ¿Por qué fue tan severo tu análisis?

    Hubo otros viejos zorros en la coyuntura de 2019 que se sumaron al frenesí, figuras destacadas de la antigua centroizquierda, que aceptaron que era legítimo horadar la legalidad con tal de derrotar a la derecha. En el PS y el PPD, algunos dirigentes argumentaban que era completamente válido destituir a Piñera mediante una acusación constitucional. Estaban muy excitados con la posibilidad de volver al gobierno antes de 2022. Es cierto que la apelación a la desigualdad ha sido muchas veces usada para justificar las acciones antisociales y antidemocráticas. El discurso es bastante viejo: se agotó la paciencia del pueblo, hay que terminar de una vez con las injusticias, etc. El octubrismo levantó incluso la palabra dignidad para validar las tropelías. Lamentablemente, mucha gente aceptó que la causa de la dignidad podía validar las peores indignidades.

    Pero, insisto, ¿por qué un hombre de tu tradición reaccionó como lo hizo frente al estallido?

    Es posible que mi tradición me haya servido para visualizar los peligros que se ocultaban bajo la apariencia de un estallido de la cólera del pueblo. Fue, quizás, la consecuencia de haber roto con esa tradición. Desgraciadamente, sentí entonces, que muy pocas personas estaban dispuestas a contradecir públicamente el discurso de que la violencia se explicaba por los abusos acumulados. Las izquierdas buscaban demostrar que el país era más injusto que nunca por culpa de los 30 años. Lo que equivalía a rendir un homenaje a Pinochet.

    Creo que los planificadores de la revuelta fueron astutos al arropar los desmanes con el despliegue de demandas múltiples, que podían ser razonables, como la incertidumbre de muchos jóvenes frente al futuro laboral, pese a tener un cartón universitario. Esos planificadores estaban conscientes de que la pura violencia no generaría una corriente de simpatía, y que se necesitaba un escudo de nobleza. Pienso que los coordinadores del 18 de octubre fueron los mismos de la manifestación del 25 de octubre en plaza Italia, la que emocionó a tanta gente por su masividad.

    ¿Esa masividad no revela lo

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