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De sacerdote a ciudadano: Un relato personal
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De sacerdote a ciudadano: Un relato personal
Libro electrónico234 páginas2 horas

De sacerdote a ciudadano: Un relato personal

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Información de este libro electrónico

Concebido en el Madrid de 1936, en una familia burguesa muy católica, Luis Acebal vive la guerra civil cuando todo cambia en Europa. Entregado a la religión, vive una educación solitaria urbana, lejos de la naturaleza y los animales. Culmina sus brillantes estudios hasta el fin de su carrera jesuítica, durante la cual descubre entre emigrados españoles el mundo social y obrero. Vive una crisis religiosa y emprende una lucha política antifranquista, que abandona en 1977, para dedicarse a la formación de personas al ritmo del desarrollo español. Jubilado, se dedica durante felices lustros a la defensa y promoción de los derechos humanos, a pesar de las traiciones estatales que los violan por doquier. Ya enfermo, ve desaparecer a su mujer alemana, a quien prepara un homenaje de deudos y amigos. Descubre con interés eslóganes como el de “el mundo cuerpo de Dios” de una teóloga, cuyo teísmo le resulta inadmisible. Interesado por el ecologismo, lee y concluye que en torno a Gaya se concentran soluciones para los problemas del mundo. Y ya gravemente enfermo, espera su muerte tranquila y en paz.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 dic 2024
ISBN9788410671898
De sacerdote a ciudadano: Un relato personal
Autor

Luis Acebal Monfort

Exjesuita y escritor, especializado en derechos humanos. Ha publicado, entre otras obras, La ausencia de Dios en algunos teólogos contemporáneos (1969); Implantar en España una mejor educación en y para los derechos humanos (2004) y ¿Retórica o futuro? Derechos humanos en España hoy (2014)

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    De sacerdote a ciudadano - Luis Acebal Monfort

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    Índice

    CAPÍTULO 1. PREÁMBULO CON DECISIÓN

    CAPÍTULO 2. EL CALDO DE CULTIVO DONDE NACÍ

    PRIMERA PARTE. LABORES Y DÍAS

    CAPÍTULO 3. RECUERDOS DE UN RENACUAJO, 1939-42

    CAPÍTULO 4. RENACUAJO, OBSERVADOR ENTRE RANAS

    CAPÍTULO 5. YA LA RANITA CROABA, TÍMIDA: 1945-55

    CAPÍTULO 6. LA RANA ILUSIONADA. 1955-1963

    CAPÍTULO 7. A VOLAR, 1964-1970

    SEGUNDA PARTE. DE FLOR EN FLOR

    CAPÍTULO 8. A VOLAR: MORAL, TRABAJO, VIDA

    CAPÍTULO 9. A TRABAJAR

    CAPÍTULO 10. MADUREZ PREMATURA (MÍA)

    CAPÍTULO 11. CANTANDO EN PROSA -SGAE

    CAPÍTULO 12. EDICIONES POLÍTICAS

    TERCERA PARTE. VIDA BUENA

    CAPÍTULO 13. DERECHOS HUMANOS PARA DISFRUTAR

    CUARTA PARTE. EXPERIENCIAS Y DESCUBRIMIENTOS

    CAPÍTULO 14. DERECHOS Y DEBERES

    CAPÍTULO 15. PEREZA Y SUBCONTRATACIÓN

    CAPÍTULO 16. EMPRESA - INDIVIDUO - CAPITAL - MEDICINA

    CAPÍTULO 17. AMORES

    DEL GRAN AMOR

    SOBRE EL AUTOR

    NOTAS

    Luis Acebal Monfort

    De sacerdote a ciudadano

    Un relato personal

    © Luis Acebal Monfort, 2024

    © Los libros de la Catarata, 2024

    Fuencarral, 70

    28004 Madrid

    Tel. 91 532 20 77

    www.catarata.org

    De sacerdote a ciudadano.

    Un relato personal

    isbne: 978-84-1067-189-8

    ISBN: 978-84-1067-164-5

    DEPÓSITO LEGAL: M-22.998-2024

    thema: DNBA

    este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.

    A Javier, médico sin límite.

    A Delia, minuciosa cuidadora, competente y fiel.

    A Avelaine, fisioterapeuta y amiga singular.

    A José María Llanos, comunista jesuita, mi admiración.

    A Pepín Vidal Beneyto, agitador, mis complicidades pasajeras.

    A Jesús de Nazaret, maestro de vida y muerte, mi inspiración.

    A Silvia Schmitz Engelke, mi único gran amor.

    Hola, tú que sabes y quieres leer:

    Relatar cosas mías es una decisión difícil. Lo pensé hace años, pero tuve, y tengo, miedo a mi falsa importancia.

    Ahora, rodado por rutas bien diferentes, decido contarte mis experiencias y descubrimientos hasta hoy. Me aclaro también sobre las propias conductas, errores o aciertos, con sus porqués.

    Tienes mi relato. Y eso que ni siquiera estuve seguro de terminarlo vivo. Échale un ojo, solo si te entretiene y sirve.

    Si te acercas, nos tuteamos.

    Tuyo,

    Luis.

    Capítulo 1

    Preámbulo con decisión

    Es una noche de noviembre de 1972 en Alcalá de Henares (Madrid), en la que fue Facultad de Filosofía de la Compañía de Jesús, la orden religiosa denominada los jesuitas. ¿Qué hago allí?

    Primero. Soy jesuita desde 1955, ordenado sacerdote católico en 1967. He terminado 17 años de formación. Ahora debo rematarla, listo para renovar mis votos de pobreza, castidad y obediencia, y añadirle un cuarto, de obediencia al papa para misiones. Este voto vincula a los jesuitas profesos, especie de agentes especiales, núcleo de total disponibilidad para las tareas más complejas en un ámbito universal. Compañía es un término militar, claramente establecido por el fundador, san Ignacio de Loyola, él mismo militar. Tras ser herido en combate, se planteó el entrar al servicio de Jesús y su Iglesia, y fundó este ejército con mentalidad de comandos al servicio del papa. De pocos se ha dicho históricamente tanto bueno o tanto malo como de los jesuitas. Pero ahí seguíamos, mirando el mundo como un todo católico universal. Ahora tenemos de moda varias organizaciones sin fronteras. Pero, visto ya en el siglo XVI, era algo revolucionario.

    Antes de rematar con este último acto de entrega personal, nos hemos juntado en Alcalá algunos compañeros, no todos españoles, para renovar durante un mes la experiencia de unos ejercicios espirituales tal como los diseñó el propio san Ignacio.

    Segundo. He venido muy preocupado, porque no tengo clara esta decisión tan personal. Llevo un tiempo preguntándome si esta debe ser mi vida. Tengo problemas con la actitud oficial de la Iglesia. Además, me siento incómodo como agente sagrado. Parece que la gente piensa que invitándome a cualquier cosa contribuye a su eterna salvación. Y por dentro siento más placer en una vida militante, más de religioso que de sacerdote. Más mensajero que funcionario. Más servidor que representante. Más abogado que juez. Más emprendedor que guardián… Pero la decisión de cambio radical me asusta. Temo rehacer la vida a mis 35 años. ¿Por qué haber esperado tanto? ¿Para qué sirve un teólogo? Necesitaré ahora buscar una profesión. Tendré que afrontar el rechazo de mi entorno de amistades y familia, muy conservador y católico, como verás. He dicho que no lo tengo claro, ¿y una decisión así no exige certeza?

    Hemos cenado y me voy a la cama. Quiero leer una novela que me relaje de esta tensión. No recuerdo el libro, pero sí que leo cómo un personaje descubre que no es hijo de quienes creía sus padres. De pronto me ocurre algo inédito. Se agita mi respiración, siento una angustia inexplicable. Me bajo de la cama, pateo la habitación. ¿Qué me ocurre? ¿Por qué?

    Noche en blanco, dando vueltas. Poco a poco cuaja en mi mente aquella palabra: Hijo de la trapera. Mi madre me lo repetía jocosa. Era chanza. No había que creerlo. Pero ¿yo lo creí? ¿Será esta especie de sospecha dudosa, oculta u ocultada, un amago de conciencia que me ha situado en el mundo? Acabo de estudiar en la Universidad de Lovaina dos años de Psicología y Psicoanálisis, y preparo una supuesta tesis doctoral. Un mundo clínico buscando la revelación del inconsciente.

    Y un hecho: desde pequeño viví una situación particular. Mis tres hermanos eran como de otra generación. El que menos me llevaba 11 años. Para mí eran los mayores, como mis padres, mis tíos y mi abuela. ¿Sospeché instintivamente que yo era distinto? ¿Me sonaría a verdad lo de la trapera? ¿Era aquella mi verdadera familia? ¿Por qué me crie como niño bueno y obediente? ¿Tenía en mi tripa metido, y en mi coco clavado dentro, el ansia de ser reconocido, siquiera aceptado? ¿Necesitaba estar en orden, a satisfacción de todos, para no ser expulsado de allí?

    Parece que yo era tan bueno que alguien dijo que iba a ser jesuita. Mi madre contaba que respondí con lengua de trapo al típico ¿tú qué vas a ser? Te-tu-bi-ta. Fíjate qué angelito, dirían…

    ¿Predestinado o destinado? Mis entrañas se revolvían en la noche. ¿Cómo explicar aquella inesperada agitación?

    Todo encajaba. Como de un socavón brotaba la idea de haber vivido huyendo del temor al rechazo. A ser de otra parte. A tener que ganar mi puesto de niño bueno y obediente que merece seguir en este hogar.

    Otra antigua imagen se entremezclaba: en una película de Buñuel una pareja de mayores algo harapientos conducen un burrito con su carro. Tras el carro, casi bajo el eje, trota un perrito. Y mi espontáneo sentir al verlo en el cine: El perrito soy yo. ¿Cómo no me extrañó? ¿Por qué lo recuerdo? ¿Vi en la anciana aquella imagen de trapera?

    La conmoción abría una sospecha tremenda sobre mí mismo. Era una revelación. Todo encajaba de golpe.

    También de golpe, como un petardo íntimo, me brotó la decisión luminosa: voy a empezar de nuevo. Quiero existir. Me sacudiré este miedo visceral.

    Mi mano derecha asió firmemente el bíceps izquierdo: Este soy yo. Haré lo que debo hacer.

    Capítulo 2

    El caldo de cultivo donde nací

    Te cuento a lo bruto: nací en un ambiente social burgués, con mentalidad ideológico-política nacionalcatólica, bajo influencia nacionalsocialista. Sabes que esta era políticamente novedosa en los años treinta. Y entre esos componentes dominaba en España el católico, el más tradicionalmente seguro, con vistas a la eternidad.

    Cuatro antepasados clave:

    dos hombres, dos mujeres

    El primero: mi abuelo paterno, Ricardo Acebal del Cueto, nacido en Gijón en 1849. Guardo de él un flashback en mi memoria infantil: estaba el anciano tan viejo, ciego, reclinado sobre una mecedora en La (A¹) Coruña. Palpaba mi rostro. Luego contarán que murió en diciembre de 1941. Había sido un personaje de la historia asturiana. Como ingeniero de montes repobló paisajes pelados (Covadonga, por ejemplo). Investigó en el extranjero sobre la cría de truchas en ríos, y de ahí lanzó la iniciativa de una piscifactoría en Infiesto, la primera realización de acuacultura en España. Ahora también para doradas, lubinas, langostinos… que consumimos todos hoy. Un precursor. Su halo heroico incluye cómo, al ir perdiendo su vista, aprendió a tocar el violonchelo. ¡Qué pedazo de abuelo!

    Al segundo, mi bisabuelo materno, Antonio Alonso-Casaña, tuve que localizarlo según complejos relatos de mi madre, su nieta, y otros documentos varios. Fue magistrado en las audiencias de Oviedo, Valencia y el Tribunal Supremo de Madrid. Debió de ser una persona singularmente comunicativa, casado sucesivamente cuatro veces. Ignoro el primero de estos enlaces (¿una asturiana?) y el segundo, salvo que fue valenciana y atractiva. Junto con tales desconocimientos, lo que a mí llegaba eran historias personales, relatos de mis dos dichas antepasadas.

    Algo puedo concluir: mis dos antepasados masculinos fueron lejanos o incluso ausentes. No los conocí.

    La tradición edípica freudiana ha recalcado siempre que una imagen lejana del padre muerto puede llegar a ser tan importante como los recuerdos vivos en la arquitectura inconsciente del hijo. No sé si haber visto Edipo rey de Pasolini, la única película que he necesitado contemplar hasta cinco veces seguidas, habrá podido dejar en mi inconsciente algunas marcas identitarias particulares. Pero, volviendo a la prosaica conciencia, fuera del frescor de las manos ciegas sobre mi rostro infantil, en mi vida solo quedaron algunas fotos y relatos familiares sobre la personalidad de Ricardo Acebal Del Cueto.

    Del bisabuelo Alonso-Casaña, ni eso: ninguna sensación, solo unas actas oficiales de sus destinos judiciales, relatos sobre sus cuatro sucesivos matrimonios y alguna huella de sus asesorías a la condesa de Berberana, cazada en internet: eso es casi todo lo que supe de su persona como tal.

    La anécdota de Alonso-Casaña, que se encuentra más documentada, viene de que resultó ser buen amigo de un político del momento, D. Segismundo Moret Prendergast, líder de un partido liberal, que he tardado años en identificar políticamente, para distinguirlo de Sagasta. Tan buen amigo que, cuando Moret, a la sazón presidente del Consejo de Ministros, viaja a Valencia para recibir público homenaje, la prensa local jaleó la noticia, al saber que Moret se alojaba en el domicilio privado de Alonso-Casaña. Es más, al día siguiente, ambos amigos recibieron un conjunto homenaje en la sede de un artesano local, que imprimió un retrato de ambos en una plancha metálica.

    De vuelta en Madrid, el bisabuelo contrae su tercer matrimonio, con ¿Isabel? Gómez de la Serna, de conocida familia madrileña. No hemos averiguado de qué enfermedad esta falleció poco después. En la Sacramental de San Isidro existe el dato sobre su inhumación, introducida a petición de Alonso-Casaña. Lo que sí consta es que de ese matrimonio había nacido mi abuela María Alonso-Casaña Gómez de la Serna.

    Complicado debió de tenerlo el bisabuelo solo con aquella niña, pero hay quien sabe hallar soluciones para todo, y en aquel caso dos. La primera, su cuarto matrimonio, esta vez con la condesa de Berberana, cuyos bienes él administraba, y que se prestó enseguida a educar a la niña. La segunda, la espontánea creación de una íntima y duradera amistad entre la mujer de Moret y mi jovencita abuela.

    Influye aquí una tercera situación. El bisabuelo pregunta a Moret, nuevo ministro de la Guerra, si será posible encontrar una persona capaz de dar una formación, al menos elemental de matemáticas, a la niña. Moret habla del ayudante que ha seleccionado. Militar competente, que acaba de volver de la guerra de Cuba. Se llama Antonio Monfort y procede de Burriana, ciudad castellonense. Buen técnico y de fiar.

    Te hueles la tostada. La jovencita se enamoró del soldado apuesto, sabio y fiel. Se casaron y pronto mi tierna abuela tuvo cuatro hijos: Isabel, Antonio, Pilar, mi madre, nacida en 1900, y Vicente, el menor. Pilar resultaría ser, con mi abuela, la cuarta de mis antepasados clave. Y en torno a ella aparece otro elemento singular.

    Mi madre, militante política

    Tengo copia de la carta de D. José María Gil-Robles y Quiñones, líder de la CEDA², a mi madre, Pilar Monfort, en marzo de 1936. D. José María la felicitaba por su intensa participación en la campaña electoral del anterior febrero. Ella militaba en la CEDA, y guardaba los archivos del grupo en el distrito madrileño de Palacio.

    De la CEDA se ha escrito que, a diferencia de sectores de derecha más reacios, el partido entró de lleno en las Cortes de la República de 1931. Gil-Robles defendía en las Cortes su participación activa en política buscando una mayoría civil. He podido leer también que en la CEDA destacaba una apertura mayor a la militancia femenina. Todo coincide.

    De acuerdo con mi fecha de nacimiento, fui concebido en Madrid, sin duda en la calle Ferraz, 86, casa de mis padres, hacia la primavera de 1936. Debió de ser una ternura algo tardía, porque el último de mis tres hermanos había nacido dos lustros antes, en mayo de 1926. Y no pienses que en aquella época la familia católica había oído algo sobre control de natalidad. O natalidad responsable, que se diría después.

    Imagino que pudo existir un ambiente casero de acontecimiento después de la intensa campaña. La carta del líder pudo animar al matrimonio a pesar de la pérdida electoral nacional. Es imaginación mía, pues entonces de sexo no se hablaba. Así el renovado efluvio amoroso de mis padres, que llevaban poco más de diez años sin engendrar, pudo estar bien ambientado en aquel marzo. Las fechas encajan con la de mi nacimiento, el 12 de enero de 1937, que luego mi madre comentaría como dos semanas fuera de cuenta.

    Vivían un evidente compromiso político. A mi madre le contaron que, durante la guerra civil, en el Madrid rojo, sobre una tapia del cuartel de D. Juan, en el vecino paseo de Moret, apareció una pintada: Se busca a Pilar Monfort, reaccionaria peligrosísima. Ella lo relataría orgullosa años más tarde.

    Durante su luna de miel, José María Gil-Robles había asistido al congreso del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) en Núremberg, en julio de 1933. Pero su tradición ideológica estaba más vinculada al cardenal Ángel Herrera Oria y a su diario católico El Debate. Había apoyado la dictadura de Primo de Rivera y luego por sentido práctico, como he dicho, defendió la participación activa de la derecha política en las instituciones de la República, aun sin aceptar el fondo de la democracia³.

    Es en esta época de los años treinta cuando ocurren cosas que marcarán mi vida a través de la de mi familia.

    Un feto veraneando en Ávila

    En Ávila veraneaba la familia por tradición en torno a mi abuela materna, la única que he conocido. Ella ejercía un claro matriarcado desde su temprana viudez, cuando mi abuelo Monfort murió en Burriana durante la campaña electoral para el diputado liberal (otra vez Moret). Mi abuela María era íntima de la madre María Teresa, carmelita

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