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Hume y Kant
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Libro electrónico878 páginas11 horas

Hume y Kant

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David Hume, cansado de ese cariño reverencial y de respeto casi mágico hacia las corrientes idealistas, la metafísica y el racionalismo dominantes en los estamentos oficiales, se lanza a la arena filosófica con un discurso lapidario, incendiario y destructivo que se revela en esta premisa: «Si tomamos en la mano cualquier volumen de teología o de metafísica escolástica, por ejemplo, preguntemos: ¿contiene algún razonamiento abstracto sobre cantidad o número? No. ¿Contiene algún razonamiento experimental concerniente a cuestiones hechos y existencia? No. Entonces, arrójelo al fuego, pues no contiene más que sofistería e ilusión». Hume defiende un empirismo crítico, desprecia esos cielos prístinos y ofrece el volver a la tierra con la experimentación como fundamento para recuperar un verdadero espíritu científico en la filosofía. Con este método se lanza a investigar todo el quehacer intelectual humano, negando el Yo, la causalidad, la religión e incluso los orígenes de la moralidad. Son tiempos revueltos y de revoluciones políticas. Su éxito es moderado, pero despierta conciencias.

Su mensaje llega a Kant, quien es conmovido y despertado de un largo sueño racionalista dogmático. No se derrumba; acoge sus escritos con paciencia, sin escándalo. En décadas de trabajo arduo y minucioso, consigue una reformulación única, da la vuelta como un guante a la filosofía de la época y a la antigua. El genio de Kant se convierte en una retroexcavadora intelectual que remueve toneladas de conocimiento acumulado en dos mil quinientos años de filosofía, construyendo un nuevo y elegante edificio. No desperdicia los fragmentos útiles de los escombros y lo llama: Idealismo trascendental. Allí, señala claramente los límites de la razón y el conocimiento, y pone a remojo crítico todas las concepciones metafísicas sobre el alma, Dios y el mundo elaboradas hasta la fecha. Y no solo eso, intenta dar un criterio definitivo y, para siempre, sobre los principios de la conducta ética humana, libre de tonalidades teológicas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 nov 2024
ISBN9788410894280
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    Hume y Kant - Miguel Ángel Aulestia Martínez

    Imagen de portada

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    [email protected]

    © Miguel Ángel Aulestia Martínez

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1089-428-0

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

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    PRÓLOGO

    ¿Qué tienen en común un escocés y un alemán que vivieron en el siglo XVIII? A primera vista, quizá no mucho. Sin embargo, ambos fueron protagonistas de una revolución en el pensamiento occidental que cambió para siempre la forma de entender el conocimiento, la moral, la religión y la vida. David Hume e Immanuel Kant son dos de los filósofos más influyentes de la historia, y sus obras siguen siendo objeto de estudio y debate en la actualidad. Quizás, lo común es que los dos provenían de familias modestas; pasaron muchas décadas buscando cómo sobrevivir económicamente, dando clases privadas a nobles o estudiantes que requerían sus servicios o siendo preceptores de vástagos de las casas reales. Ninguno tuvo la vida fácil. Kant, casi al final de su vida, obtuvo esa esperada y anhelada cátedra universitaria, lo que facilitó grandemente la difusión de su mensaje revolucionario. Hume, en cambio, vivió encerrado por décadas como bibliotecario real y, mientras cuidaba la biblioteca, aprovechó ese tiempo para escribir voluminosos libros sobre la Historia de Inglaterra. Esto le brindó una fama muy reconocida como historiador. Su fama le permitió ser contratado como asesor político de generales o personajes influyentes adinerados, en su tiempo libre pudo escribir su filosofía radical. En la época de Hume, la metafísica y el racionalismo eran el eje básico e imprescindible para construir cualquier sistema filosófico y entender la naturaleza. Estas constituyeron, el tópico fundamental de todas las universidades del mundo occidental impartiéndose con veneración y pleitesía; siendo además, la vía regia para acceder al conocimiento clásico. Hume, cansado de esta tendencia, para él nefasta, arremete contra ella con ímpetu inusitado. Al principio el público poco entendido, en especial, la intelectualidad lo convirtió en la bestia negra de la filosofía y símbolo de un ateísmo recalcitrante. Su actitud le granjeó muchos enemigos, perjudicando gravemente su desarrollo académico. Las puertas de las universidades se cerraron a cal y canto, y jamás se lo admitió como catedrático. También, eran mundos revueltos y de muchos cambios. Los estallidos, muy cercanos en el tiempo, de las revoluciones: la inglesa, la norteamericana y finalmente, la más publicitada políticamente, la famosa Revolución francesa resonaban con fuerza, agitando la convivencia social. Se destaca su contacto estrecho con los protagonistas de esas gestas, en especial, con Jacques Rousseau. Sus escritos se incluyeron en la Gran Enciclopedia francesa. Enciclopedia que pretendía reunir todo el conocimiento de la época y con acceso pleno popular. Hume lleva a niveles casi abismales el empirismo inglés, y casi lo despeña, por las vías de un escepticismo rotundo. Cree que el empirismo es la única corriente que puede aportar un conocimiento verdadero y práctico. La metafísica era para él un conocimiento vacío y sin valor. El racionalismo construyó castillos encantados y maravillosos que embelesaban las mentes ingenuas. Él solo admite como conocimiento, lo que puede ser demostrado y contrastado con la experiencia. Las elucubraciones que la razón construía, eran admitidas solo si, pueden ser expuestas con papel y taquígrafos ante los ojos del mundo y con pruebas irrefutables. Kant es despertado por Hume de su sueño dogmático en un racionalismo impostado. Al ser, igualmente, criado en el idealismo metafísico creía firmemente en él. Al estudiar el empirismo, encontró numerosas contradicciones. La experiencia, por supuesto, produce conocimiento, e incluso, ampliamente certero, pero sigue siendo un conocimiento probable. La ciencia, lamentablemente, se alimenta de conceptos universales y absolutos, si desea progresar, no le son suficientes conocimientos altamente probables, la ciencia no avanza de esta manera. Encuentra afinidades de criterio con Hume; el estudio de la causalidad tenía muchos agujeros y con esos conceptos tampoco se puede construir ciencia. No niega la importancia de la experiencia como prueba de realidad y, anota que ningún desarrollo puede ignorar la demostración y la experimentación. El empirismo no lo convence y el idealismo necesita serias reformas estructurales. Investiga en profundidad estos temas originando sus famosas tres críticas: La crítica de la razón pura; La crítica de la razón práctica y La crítica del juicio, libros que escribe cerca del final de su vida y en casi dos décadas. Inicia una Cuarta crítica, pero los achaques cognitivos y su avanzada edad le impiden terminarla. Tocará a Schopenhauer y sobre todo, a Nietzsche, muy amigo de los extremos, coger el testigo o la antorcha para rellenar ese hueco faltante o inconcluso. Sus libros al principio fueron muy poco entendidos, sea por su densidad teórica o por las ideas que contrariaban casi el sentido común de la época. Al final, tuvo que rehacer sus libros y presentarlos en una segunda edición muy revisada y aumentada. Como no fue suficiente, escribió un clarificado resumen de sus obras, que tranquilizó a una intelectualidad muy revuelta. Las críticas señalaron principalmente los límites infranqueables de la razón y del racionalismo. Al mismo tiempo que dio estructura y solidez al empirismo. Kant fue en la filosofía, el equivalente intelectual al meteorito que cayó en la Tierra y terminó con los dinosaurios; tal fue el impacto que tuvo su pensamiento en el mundo occidental. Sin embargo, todavía en el siglo XXI, en algunas áreas científicas, su influencia no se ha hecho presente, y con sorpresa se constata que muchas investigaciones actuales siguen manteniendo conceptos aristotélicos o platónicos, sin ruborizarse. Posiblemente, pequen únicamente de ignorancia o prepotencia o creen que los conocimientos filosóficos es una mochila indigesta para sus estudios. Los avances tecnológicos y los descubrimientos científicos, en estos últimos tiempos, han sido asombrosos, permitiendo, no solo un conocimiento profundo de la realidad, sino un dominio insospechado de la naturaleza. El brillo de la tecnología con sus luces multicolores ha oscurecido al parecer la mente de muchos pensadores que han muerto de éxito y creen que al pasado no le deben nada o es simplemente despreciable. Dos milenios de historia, fueron derruidos por el genio de Kant. Hasta esa época, en el conocimiento se distinguían claramente Objeto y Sujeto. El objeto estaba afuera, representando a la naturaleza y era necesario estudiarlo minuciosa y neutralmente, a fin de obtener un conocimiento cierto y objetivo. Kant rompe este esquema. Objeto y sujeto no están separados, es una falacia, es una ilusión del espíritu. Sujeto y objeto están confundidos en el interior de nuestro cerebro, y solo allí, está el conocimiento. La naturaleza no dicta las reglas del mundo, es el hombre con su aparato cognoscitivo, quien especifica las normas de la adquisición del conocimiento. Es imposible un conocimiento objetivo, tal como se creía en el pasado. Ahora tenemos que acostumbrarnos a convivir con nuestra humana subjetividad, única fuente, de lo que ahora, se puede llamar conocimiento objetivo. Del otro tipo de conocimiento tradicional tenemos que olvidarnos, es una mala fuente que nos lleva a serias contradicciones. Al parecer asistimos a una tragedia y a un ocaso. ¿Cómo es posible, entonces, obtener un conocimiento objetivo, fiable? ¿Cómo es posible obtener conocimiento de algo, tan gelatinoso y etéreo? Kant da la solución con argumentos muy rigurosos, y señala que aún podemos salvar los muebles. Nadie cree que con materiales tan endebles se puede construir una ciencia y sobre todo, objetiva. Kant afirma que es posible obtener un conocimiento que aspire a ser universal y absoluto. El científico o el filósofo actual debe concentrarse en investigar cómo se produce el conocimiento humano desde su base biológica y encontrar el tipo de estructura que permita acceder a ese desconocido (noúmeno) que está afuera y detallar minuciosamente, todas las propiedades que desprende el objeto al ser captado por el aparato sensorio y cognoscitivo que tenemos todos los humanos. Solo de esta manera es posible compartir este conocimiento con otros humanos y, esa información, al ser universalizada, puede convertirse en ciencia con usos prácticos. La realidad no ha cambiado, lo que ahora cambia y, mucho, es el punto de vista para observar la realidad, que empieza, primero, observando la nuestra, y con ella, deducir lo que está afuera. Llama fenómeno a este tipo de adquisición cognoscitiva, que mezcla objeto y sujeto en una sola unidad. Ahora la concepción de objetividad tradicional va por otros derroteros. El estudio del fenómeno es el único camino verdadero hacia el conocimiento. La objetividad tradicional se transforma en una especie de subjetividad orgánica-objetiva. No hay otro camino. Este nuevo paradigma toma el nombre de Idealismo trascendental, no encontró un nombre más apropiado. Pero advierte que esto no es empirismo, ni tampoco idealismo, ni una mezcla de las dos. Es otra modalidad cualitativamente diferente donde participan simultáneamente el objeto (experiencia) y el sujeto (representación). Sus libros son muy densos. Kant inventa nuevas palabras para describir sus nuevos conceptos. Yo creo que algunas no han sido muy afortunadas, ya que dan lugar a muchas confusiones. Personalmente, me fue muy difícil adaptarme a esos nuevos términos. Creo que el error fue cambiar de significado de las mismas palabras que habitualmente utilizamos. Y hay veces, ya no sé, si es el mismo Kant o los traductores, que se olvidan de esos cambios de significado y vuelven a darles el significado cotidiano, esto conlleva que algunos párrafos arriben a conclusiones muy diferentes, contradictorias o simplemente incoherentes. Por ejemplo «intuición» es un equivalente a la percepción o la representación, según el contexto; «estética» es sinónimo de sensibilidad perceptiva; «regulativo», «regresivo», «dialéctica», «lógica analítica y trascendental», «intensiva», «extensiva» y más cosas. En cada párrafo donde se las menta, en paréntesis pongo su significado, con el tiempo, ya paso directamente a la descripción, para evitar confusiones y torturas lingüísticas, a favor de facilitar la comprensión del texto, que ya de por sí, es muy ardua. Espero que se me disculpen estas licencias, pero, es de mi interés que el lector no se pierda, como yo me perdía cuando quería descifrar el verdadero mensaje que Kant estaba trasmitiendo. El lenguaje que utilizo no es filosófico y prefiero recurrir al lenguaje de toda la vida, asequible y conocido por todos gramaticalmente hablando.

    Como siempre, y siguiendo la tónica de mis anteriores libros, pretendo ofrecer una introducción accesible y rigurosa a las ideas principales de estos dos pensadores, así como a sus contextos históricos, sus influencias y sus críticos, recorriendo psicológicamente por sus biografías, señalando sus obras más relevantes y sus conceptos clave. El objetivo de este libro no es solo informar, sino también invitar a la reflexión y al diálogo. Este libro está dirigido a todos aquellos que quieran conocer mejor a estos dos gigantes de la filosofía, ya sean estudiantes, profesores, aficionados o curiosos. Kant, en especial para algunos, se ha convertido en la segunda biblia del conocimiento y sigue siendo muy polémico, los que no lo han entendido le siguen ubicando dentro de las corrientes idealistas. Esperamos que esta obra sea de su interés y que les ayude a comprender mejor el mundo en el que vivimos.

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    DAVID HUME

    CRONOLOGÍA

    Contexto personal Contexto histórico

    1711 Nace en Edimburgo, Escocia.

    1714 Leibniz publica Monadología.

    1715 Fin de Guerra de Sucesión española.

    1719 Levantamiento a favor de Jacobo Francisco Estuardo en Inglaterra.

    1723 Ingresa en la Universidad de Edimburgo.

    1734 Ingresa C. La Flèche, Francia. Cartas filosóficas de Voltaire.

    1739 Publica el Tratado de la naturaleza humana.

    1740 Reinado de Federico II de Prusia.

    1741 Publica Ensayos sobre la moral y la política.

    1745 Se le niega la cátedra de Ética en la Universidad de Edimburgo.

    1748 Publica Investigación sobre el conocimiento humano.

    1751 Publica Investigación sobre la moral y Diálogos sobre la religión natural.

    1751 I tomo de la Enciclopedia D’Alembert y

    Diderot.

    1752 Bibliotecario en el Colegio de Abogados de Edimburgo.

    1756 Inicio Guerra de los siete años Inglaterra-Francia.

    1762 Publica Historia de Inglaterra.

    1763 Es nombrado secretario de la Embajada británica en París.

    1769 Nacimiento de Napoleón.

    1776 Fallece en Edimburgo.

    1777 Declaración de Independencia de EE. UU.

    1789 Revolución Francesa.

    CONTEXTO HISTÓRICO PREVIO

    La época de Enrique VIII inaugura la controversia religiosa entre protestantes (anglicanos) y católicos. Hasta esa fecha el catolicismo se había convertido en la religión oficial del mundo, extendiéndose por casi todo el Occidente civilizado, incluyendo América y otros continentes. El catolicismo sacó provecho del derrumbe del Imperio romano; tras la alianza con los poderes fácticos y una política proselitista exitosa, consigue en pocos siglos desparramarse por toda la geografía terráquea. En la Edad Media, cobra en Europa una relevancia desmedida, supervisando y santificando el poder político de los nuevos grupos territoriales emergentes. Las regiones están todavía poco desarrolladas; los organismos de poder edificados, tienen escasa influencia, sin unificación y estructura. Los reyes o jefes necesitan desesperadamente un reconocimiento oficial para gobernar legítimamente. El supremacismo católico instalado en el corazón de Europa utiliza falaz y exageradamente el nombre de Dios para conseguir prebendas y privilegios en sus áreas de influencia; induce y genera guerras santas absurdas y muy cruentas, como las ocho Cruzadas, contra pueblos del Medio Oriente, menos desarrollados, generando posteriormente sus respectivas venganzas. El fanatismo religioso castiga, incluso, cruelmente a sus propios fieles mediante instrumentos institucionalizados como la Santa Inquisición; se suceden innumerables masacres y barbaries sin nombre; llegando hasta la caza de brujas en cualquier rincón del mundo, aunque su labor se concentró mayormente en Europa. El enriquecimiento indirecto del clero genera ambiciones terrenales desaforadas; lo que inicia un período de ruina moral generalizada, soterrada y oculta, empezando por sus pontífices. La religión se convierte en un comercio y negocio de almas; el intercambio de favores celestiales a cambio de dinero se generaliza. Las promesas del paraíso y el perdón divino se ofrecen a la venta del mejor postor; los desmanes se prodigan a la vista de todos, horrorizando a los fieles. La realeza misma se siente tocada y escandalizada; los nobles se rebelan. Surge el deseo de desmontar la supremacía de Roma como capital religiosa. Proliferan nombramientos de antipapas en otros lugares geográficos. Tras el descubrimiento y expolio de las nuevas civilizaciones descubiertas, se acumula excesivamente un capital ocioso y aburrido, lo que provoca el Renacimiento; el dinero que entra a raudales en Europa necesita circular, se crean nuevos campos de inversión y uno de ellos posibilita la aparición de mecenazgos activos. La riqueza de mercaderes y beneficiarios directos, sin origen noble aumenta desmedidamente, cambiando las reglas del juego sobre los privilegios hereditarios. El patrimonio económico toma más relevancia que el privilegio de cuna. El intercambio económico remueve las estructuras de poder tradicionales, amenazando los antiguos privilegios dinásticos. Los nuevos ricos piden más derechos y están dispuestos incluso a comprarlos. Lo que provocará en el futuro sonadas revoluciones sociales. Resaltan las Revoluciones americana y francesa. Los austeros castillos feudales son inmediatamente remplazados en apenas décadas por palacios relumbrantes; el lujo, la ostentación y el derroche son su marca de presentación. La imprenta populariza la cultura. Los mecenazgos de la realeza y los nuevos ricos favorecen al arte, la arquitectura, las letras; y también en la ciencia se genera una corriente creativa inusual, equivalente a la edad de oro de la Grecia clásica milenios atrás, también fruto del expolio de otros pueblos. La difusión generalizada de la cultura provoca la aparición de corrientes críticas al poder imperante tanto religioso como el dinástico. Movimientos religiosos más austeros, exigen una reflexión más profunda sobre los lineamientos morales de la Iglesia, exigen al catolicismo una reforma con nuevos planteamientos y exigencias. Surge el movimiento protestante apoyado por los países más ricos y avanzados económicamente. La burguesía en auge se rebela. Los protestantes, en general, se niegan a aceptar los dos Testamentos juntos; creen firmemente que son incompatibles y recomiendan firmemente adherirse al Nuevo Testamento, desechando el antiguo. Exigen una Iglesia descentralizada y autofinanciada regionalmente. El celibato de los sacerdotes debe revisarse y más si las propias autoridades religiosas no dan ejemplo. Mientras tanto, Newton, Galileo, Copérnico y otros investigadores dan un impulso impresionante a la Ciencia.

    Enrique VIII, rey de Inglaterra e Irlanda, muy católico al principio, está firmemente en contra de los movimientos protestantes europeos y los persigue. Se casa en primeras nupcias con la princesa Catalina de Aragón y Castilla, el matrimonio, así como su corona han sido santificados y dignificados por el papa católico, en Roma. Al pasar los años, se enamora perdidamente de una de las damas de la corte llamada Ana Bolena; desea divorciarse de Catalina; pide el divorcio, y esta se niega; surge un conflicto político importante con el ofendido Reino de España. Se recurre a Roma. El papa aduce que lo que ha unido Dios, solo la muerte puede separarlo. El vínculo matrimonial es sagrado y no puede estar sujeto a los caprichos efímeros de la carne. Se pide la anulación por motivos rocambolescos, con inverosímiles súplicas y reparaciones. Todas son rechazadas por Roma. Nada es aceptado; el rey entra en furia, se suceden algunos amagos de atentados, envenenamientos, asesinatos, extorsiones y amenazas contra el clero religioso romano y católico inglés. Finalmente, el pontífice romano lo excomulga.

    Aconsejado Enrique VIII por sus colegas políticos más cercanos, y aprovechando los tiempos revueltos, decide también, crear un nuevo movimiento religioso, en consuno con las corrientes protestantes de moda del continente europeo (calvinistas, luteranos, etc.), pero con sus diferencias propias insulares. El rey se convierte en cabeza política y religiosa de Inglaterra. Funda el movimiento anglicano (inglés). En ese tiempo la isla no estaba unida; pero todos sus reinos eran católicos, no había otra religión en competencia. El pueblo y las autoridades religiosas tradicionales, naturalmente, se oponen. Reconocen a la persona del rey como autoridad dinástica, pero no como una autoridad moral y mucho menos, religiosa. El clero eclesiástico romano, con sus emisarios en cada país, ha sido siempre el encargado de elegir, aquí en la Tierra, al representante e intermediario con Dios: el sumo pontífice. La autoridad moral es algo que se gana y no puede ser dinástica. El sumo pontífice, en teoría, debe ser un dechado de virtudes que excedan a un individuo común. El rey no puede ser nunca un ejemplo moral, por muchas virtudes que exhiba. Los asuntos terrenales no pueden mezclarse con los asuntos celestiales. El acuerdo respetado por miles de años que se resume en la máxima de «dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César» es tirado por la borda. Enrique VIII no cede a las críticas proclamándose como el máximo representante religioso de este nuevo movimiento protestante en 1531. Con ello, consigue su principal objetivo, el matrimonio con Ana Bolena. Los contratiempos legales y divinos desaparecen. La curia recientemente elegida por él y amenazada no pone reparos. El pueblo y sus feligreses se rebelan. Se inicia un acoso espantoso a sangre y fuego de los católicos. Se expropia las pertenencias de los opositores, se expolian y se destruyen todas las iglesias no convertidas al nuevo movimiento impuesto. Las riquezas y propiedades obtenidas pasan a la administración del rey. Los sacerdotes católicos rebeldes son ajusticiados sumariamente al igual que la nobleza recalcitrante. Las persecuciones y masacres en todos los rincones de la isla se prolongan por décadas. El nuevo clero religioso debe renegar del catolicismo y jurar fidelidad absoluta al rey como representante máximo de la nueva Iglesia. La parte norte de la isla no conquistada, sigue siendo fiel al catolicismo incluyendo Escocia, Irlanda y Gales principalmente, el conflicto se mantendrá por cientos de años. Enrique VIII ya libre de impedimentos legales se casa cinco veces más. La mayoría de sus consortes fueron asesinadas o muertas en «legales» o extrañas circunstancias, cuando el rey decide liberarse de ellas. Tras la muerte de Enrique VIII todavía algunos reinos y principados se mantienen católicos. El conflicto continúa hasta hoy en Irlanda. Irlanda del Norte permanece católica y es republicana (no reconoce a la reina como cabeza de la Iglesia, sino al papa de Roma) solo hay un 3 % de protestantes. Irlanda del Sur (unionista) protestante quiere integrar a la otra Irlanda, aunque esta no lo quiera y unirse al Estado Británico. En 1968 Irlanda del Norte se separa definitivamente de la Gran Bretaña, en 1998 se establece la paz, cerrando un ciclo de terrorismo bárbaro. Ahora con el Brexit Irlanda del Norte como país independiente sigue en la Comunidad Europea. Irlanda del Sur y Gran Bretaña, no. Escocia, con una minoría importante católica, no está de acuerdo, exige un referéndum y proclama su separación de Gran Bretaña para unirse libremente a la Comunidad Europea. Se restablecen las fronteras ya desaparecidas, la crisis es muy notoria y hay perdedores muy directos. Compañías y empresas huyen de Gran Bretaña, alojándose en Europa (Irlanda Norte). Se avizora en lontananza una Irlanda católica, muy rica y otra Irlanda protestante envidiosa y muy pobre. El conflicto está servido. En Escocia un 32 % es católico en Gales un 8 %.

    El rey Jacobo VI de Escocia, hijo de María Estuardo, hereda la corona de Inglaterra en 1603 tras la muerte sin descendencia de Isabel I de Inglaterra. Se conforma el Reino de la Gran Bretaña compuesto por los reinos de Gales, Escocia e Inglaterra e Irlanda del sur se unifican por herencia dinástica. Reina en el trono británico bajo el nombre Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia y se convierte al anglicanismo. Es acogido favorablemente por los protestantes. Los católicos lo rechazan; desean poner en el trono a descendientes católicos de María Estuardo, ejecutada en 1587 por Isabel I de Inglaterra, protestante y prima de María Estuardo. Más tarde le sucede el protestante Carlos I de Inglaterra en 1625, este persigue ferozmente a católicos de Escocia e Irlanda. Sus desmanes tienen un precio es ejecutado por su primer ministro Cromwell y el parlamento en 1649. Tras la muerte de Cromwell le sucede Carlos II de Inglaterra en 1660 protestante al principio, a su muerte, católico. Posteriormente ocupa el trono Jacobo II de Inglaterra y VII de Escocia en 1685, de religión ambivalente; pero al final se decide por el catolicismo; en 1688 es depuesto. (Bisnieto de la ejecutada católica). Fue el último rey católico del Reino Unido. Se Inicia la Revolución industrial. La anexión de Escocia a la Gran Bretaña aporta la consecuencia beneficiosa de acabar con el bloqueo militar que, de modo más o menos efectivo, ejercía Inglaterra sobre los escoceses desde hacía más de un siglo. La hostilidad inglesa lastró el desarrollo de su vecino septentrional, de modo que Escocia era uno de los países europeos más pobres antes de firmarse el Acta de Unión. Una vez integrados en el nuevo Estado británico, los escoceses pudieron participar en la formación de un gran imperio; ampliaron y diversificaron la actividad comercial de sus ciudades; incorporándose a las primeras manifestaciones de la Revolución industrial; factores que propiciaron un rápido desarrollo económico y, con ello, la toma de contacto con los principales movimientos culturales del siglo XVIII. Sigue Guillermo III de Inglaterra y II de Escocia en 1689 hasta su muerte en 1702. Reina Ana Estuardo I hija de Jacobo II, pero muere sin herederos. Accede al trono Jorge I de Inglaterra en 1714 muriendo en 1727. Le sucede su hijo Jorge II el cual fallece en 1760. Es coronado Jorge III su nieto y se mantiene en el poder hasta su muerte en 1801. Este era el mundo convulso político-religioso heredado que le tocó vivir a Hume como escocés en sus propias carnes.

    BIOGRAFÍA

    David (cuya traducción es el esperado o el amado de Dios) nace en Edimburgo, Escocia, en medio del candente conflicto religioso; la fecha de su nacimiento es un reflejo del conflicto; se lo registra el 26 de abril de 1711 según el calendario juliano y el 7 de mayo según el calendario gregoriano, los dos vigentes. Hijo de Joseph Hume, un noble venido a menos del linaje de Home (hogar), el cual muere cuando David Hume tenía tres años. Vive bajo la protección de su tío, pastor protestante, y de su madre católica que cuida de sus tres hijos con devoción sobreprotectora. Vive sin privaciones, pero sin lujos, supervisado bajo una estricta formación religiosa. Desde temprana edad manifiesta afición a las letras. De talante abierto, franco, alegre y sociable. Nunca devolvió los ataques, ni se sintió angustiado por las descalificaciones matoniles de sus compañeros que criticaban su sobrepeso. Prefirió ser sujeto de escarnio o censura antes que ceder en sus convicciones. Consagró su vida a la observación y la reflexión filosófica. Su familia le inclina por los estudios de Derecho. A los doce años ingresa en la Universidad de Edimburgo. Vivió en la Edad de Oro de la cultura escocesa. A la Universidad de Edimburgo se la consideraba como la «Atenas del norte» de allí salieron insignes pensadores en muchos campos del conocimiento. Edimburgo y su universidad fueron testimonio fehaciente de los rápidos avances materiales y culturales experimentados por el país. El adolescente Hume permanece tres años en esas aulas, pero el Derecho le producía náuseas; estudia lo justo para aprobar; al final, cree que no puede complacer a su familia y renuncia al propósito de convertirse en un renombrado jurista.

    En sus tiempos universitarios conoce los Ensayos del escéptico renacentista Miguel de Mointaigne (1533-1592). Sus escritos causan una profunda impresión en la joven mente de Hume, en especial la Apología de Raimundo Sabunde donde se desgrana el pensamiento de Tomás de Aquino más aportes personales filosóficos escépticos. Su pensamiento de madurez se forma con la influencia de Francis Bacon, Isaac Newton (1642-1727), John Locke (1632-1704) y George Berkeley (1685-1753); pero también de los clásicos grecolatinos —con sus abundantes ejemplos de grandilocuencia moral— como Plutarco, Virgilio, Cicerón y Séneca.

    Aspira a la cátedra de Ética y Filosofía en la Universidad, pero es rechazado. Sale de la Universidad y se busca la vida como puede. Encuentra su primer trabajo como tutor filosófico personal del marqués de Anandale en 1745, al año es despedido fulminantemente. En 1746 el general James Saint Clair se encuentra organizando una expedición contra la colonia francesa en el Canadá, se lo contrata como secretario personal. La expedición se aborta; pero continúa con el general visitando varias ciudades europeas. En 1747 sufre unas extrañas fiebres con delirios de tipo persecutorio religioso, con visiones del demonio y condena eterna, con intento de suicidio incluido. Por suerte a las semanas se recupera y vuelve al temperamento habitual. Adam Smith, filósofo liberal y economista (1723-1790), conoce a Hume en Edimburgo en 1749, se genera una estrecha amistad que dura hasta su muerte.

    En 1751 concentra su atención sobre temas religiosos, se afianza su condición de ateo. Arremete contra las Sagradas Escrituras directamente; crítica del estatus ontológico del alma como ente inmortal. En 1752 es nombrado archivero del Real Colegio de Abogados de Edimburgo, la biblioteca con millares de volúmenes se convierte en su paraíso literario terrenal. Lo que facilita sobremanera escribir la Historia de Inglaterra, reunida en varios volúmenes, con ello adquiere un reconocimiento muy apreciado en Europa. En 1763 recibe la invitación para ser secretario de la Embajada británica en París. Regresa a Francia donde es reconocido en todos los círculos intelectuales. Conoce a D’Alembert, Diderot, Rousseau y otros. 1765 regresa a Inglaterra. Allí protege a Jean Jacques Rousseau (1712-1778) perseguido políticamente en Francia, lo aloja en su casa. La relación termina mal, Hume se ve incluido en las delirantes manías persecutorias de Rousseau. En 1767 se separan definitivamente con cajas destempladas. En 1775 le diagnostican un tumor de hígado que lo desgasta rápidamente. El 25 de agosto de 1776 muere muy delgado, pero sereno y afable.

    SU TRAYECTORIA FILOSÓFICA PERSONAL

    Hume asegura que «todos los objetos de la razón o investigación humana se dividen naturalmente en dos clases, a saber, relaciones de ideas y cuestiones de hecho. Las ciencias de la geometría, álgebra, aritmética, y en resumen todas aquellas cuyas afirmaciones son ciertas de modo intuitivo o demostrativo… Los otros objetos del conocimiento son las cuestiones de hecho, y no son averiguados del mismo modo; ni nuestra evidencia de su veracidad, aunque grande, es del mismo género que la que se desprende de las anteriores». Hume dice que todo nuestro razonamiento versa sobre relaciones entre cosas. Una proposición aritmética constituye un ejemplo del tipo de relaciones de ideas. O que un triángulo tiene tres lados. Se descubren por la mera operación del pensamiento independientemente de lo que pueda o no existir en el universo. Las cuestiones de hecho se las puede concebir como ajustadas a la realidad, por lo que las llama empíricas. La declaración de que el sol saldrá mañana es un ejemplo. Su evidencia como verdad puede ser muy contundente y aparentemente cierta como la relación de ideas; con el reparo de que, a veces, no es posible probar su falsedad. Es posible que aparezcan hechos contradictorios y seguir siendo ajustado a la realidad. Su base es más firme, ya que se asienta en hechos que la naturaleza nos muestra; y si llega a contradecir la lógica tampoco esta información debe ser despreciada.

    Con las relaciones de ideas se pueden construir hipótesis científicas magníficas, pero si van sin el acompañamiento de hechos contrastados, razonados y corroborados por la experimentación, corren el riesgo de convertirse en sofistería e ilusión. Igualmente pasa con la presentación de hechos que, si no van acompañados con un razonamiento potente poco pueden construir. La ciencia experimental en el siglo XVIII iba a buen paso conquistando grandes logros científicos en muchas áreas del conocimiento humano. El impulso de Newton contribuyó enormemente a este progreso. Pero las ciencias de la psicología, la moral, la sociedad y la ciencia política no avanzan al mismo ritmo. Hume decidió tomar la antorcha aplicando el método experimental en estas aéreas. Partiendo de los paradigmas empiristas y atento a la máxima newtoniana «hypotheses non fingo» (no preparo hipótesis), Hume renuncia a buscar cualquier clase de causa primera o final (metafísica) a priori, como referente explicativo universal. Se impone el reto de nerviar la urdimbre de los principios básicos de la naturaleza siguiendo un estricto modelo inductivo; comprobando los hechos particulares rigurosamente, hasta acceder a la formulación de leyes generales. Aunque fiel a estos procedimientos, en su determinación llega incluso a cuestionar la adquisición real del conocimiento insistiendo en la subjetividad de las fuentes y la falibilidad del aparato sensorial humano. En contra de Locke, niega la existencia en las cosas de cualidades objetivas como el volumen o el movimiento. A su entender, toda percepción es de orden subjetivo y, por lo tanto, personal e intransferible, ya fuera externa al sujeto (por ejemplo, el peso de un martillo) o interna al mismo (un dolor de estómago).

    Hume sostiene que nuestros sentidos reciben impresiones cuya huella en la mente se convierte en ideas. Acto seguido, la razón tiende puentes de relación y asociación entre estas ideas, según principios de parecido, contigüidad —espacial o temporal— y causalidad. Estos mecanismos lógicos equivalentes a las leyes de la física newtoniana se transforman en directrices estructurales del pensamiento humano. Se opone radicalmente al racionalismo, no niega el razonamiento científico; pero sí busca que el conocimiento se base en hechos y no en elucubraciones a priori. Afirmaba que el método experimental —aunque necesita perfeccionarse— es el único que puede aportar bases sólidas al conocimiento científico. Con el tiempo se da cuenta de que los problemas morales, religiosos e incluso los psicológicos se resistían al método experimental.

    Descartes (1596-1650) ya había preconizado la existencia de contenidos y estructuras mentales a priori innatas que no procedían de la experiencia externa. Conservando tradicionalmente la imagen de «las ideas» platónicas. Los sentidos pueden servir de base para un conocimiento veraz, apoyados por el entendimiento que permite distinguir de manera «clara y distinta» los objetos percibidos a través de una reflexión introspectiva. Hume duda de este tipo de lógica y la cuestiona, cree que el origen de estas inferencias proviene más de la costumbre (custom), antes que de orígenes biológicos o celestiales previos. En otras palabras, la cercanía o secuencia entre percepciones, induce a pensar en unas relaciones que no pueden tener, por ahora, una demostración empírica. Se produce el nacimiento de su primera objeción seria, a la tradición filosófica occidental concluyendo que el principio de causalidad es una simple ilusión, fruto del hábito. No descarta su valor predictivo, pero pierde importancia como conocimiento cierto y veraz en sí mismo.

    Estrechamente ligado a lo anterior, Hume defiende la imposibilidad de conocer la existencia de entidades espirituales, como el alma o Dios mismo. Al parecer, nuestras percepciones espontáneamente vislumbran un mundo ordenado, e incluso dispuesto racionalmente tal como lo expusiera Tomás de Aquino (1224-1274) en su quinta vía de demostración de la existencia de Dios, al cual le añade una finalidad. Aquino concluye que esta armonía, orden y finalidad, no es más que el producto de una suprainteligencia. Dios se erige como garante y protector frente al caos. Hume objeta: «el aceptar una relación lógica entre orden y causa inteligente supone una concesión extra de valor normativo al principio de causalidad que no está en la percepción precedente. Formulaciones metafísicas ad hoc inducen a error al exceder los límites de la razón humana, dependiente de los sentidos». Acusa a Aquino de sobreexcederse en las conclusiones correspondientes y, que la lógica ha sido rellenada con poesía. Esto vale tanto para la creencia en la Providencia divina, como para el caso de la afirmación cartesiana acerca de la existencia de las ideas innatas. Hume inicia una tarea depurativa del conocimiento: «antes de saber, tenemos que ponderar con exactitud qué podemos conocer con sinceridad para aventurarnos en especulaciones fuera de contexto». Estas disquisiciones hicieron que décadas más tarde, Kant (1724-1804) despertase de su «sueño dogmático» —el estudio de la metafísica— y se empeñara en una revisión crítica de los márgenes del conocimiento humano que sería prosecución y culminación de la tarea iniciada por Hume.

    Hume desea establecer una ciencia empírica del hombre que sirva de fundamento, «el único fundamento sólido»; destaca cuatro ciencias prácticas por las que se interesa especialmente: Lógica, Moral, Estética y Política; con estas «se contiene casi todo lo que nos puede interesar conocer, o puede contribuir al mejoramiento u ornato del entendimiento humano». Y luego vienen las tres teóricas que para él «son objeto de pura curiosidad»: Matemáticas, Filosofía Natural y Religión Natural por ser racionalistas. Con las ciencias prácticas pretende obtener una visión clara de la ciencia del hombre; pero pronto ese texto aparentemente límpido y optimista se torna plagado de nubes y dificultades. Fracasa, primeramente, a la hora de presentar los detalles completos y precisos de la obra a realizar. Pero sigue afirmando que «la ciencia del hombre es el único fundamento sólido para las demás ciencias» «incluso las Matemáticas, la Filosofía Natural y la Religión Natural dependen en parte de la ciencia del Hombre» y que «las ciencias que atañen más estrechamente a la vida humana» solo se pueden abordar si se dispone de un método científico adecuado. Pretende elaborar «un sistema completo de las ciencias, construido sobre bases experimentales casi enteramente nuevas» cimientos sobre los que pretende levantar inmediatamente las ciencias morales particulares, la lógica, la estética, la moral y la política, siguiendo luego «con más calma» las ciencias que poseen un interés fundamentalmente teórico. «En estas cuatro ciencias», anuncia Hume, «está comprendido casi todo lo que nos interesa conocer». A continuación, cita las especificaciones del objeto de las cuatro ciencias morales: «El único fin de la lógica es explicar los principios y operaciones de nuestra facultad de razonar, así como la naturaleza de nuestras ideas; la moral y la estética se aplican a nuestros gustos y sentimientos y la política, a los hombres en cuanto están unidos en sociedad, dependiendo unos de otros».

    Hume es el precedente del futuro positivismo lógico, señala que cualquier alternativa al saber metafísico necesita pasar por el filtro de la «empiria». La razón por sí misma solo nos lleva a las verdades de la matemática. Pero si queremos saber la trayectoria de una bala, en su dirección al blanco o el movimiento de los planetas, tenemos que recurrir a la experiencia. Los hechos nos demuestran lo que ocurre; y no lo que debería ocurrir. Nuestro aparato sensorial es falible, impreciso; la información es contingente y teñida de creencias. Por lo que solo podemos hablar de expectativas razonables, lo que ayuda a impedir que se aloje el dogmatismo y el pretendido conocimiento absoluto. Con ello desarbola y hunde la creencia en la potencia cuasi omnisciente de un alma o una razón, directamente inspirada, desarticula la conexión con la inteligencia divina, dando un duro golpe al racionalismo y a la metafísica de esa época. El racionalismo ha sido capaz de elucidar los principios de una ley natural incontestable en todos los ámbitos de la existencia, desde Platón hasta Descartes. Ahora, con Hume, el racionalismo se ve reducido a un razonamiento instrumental corto de miras, esclavo de los sentidos. Recomienda, a la vez, un modo más humilde y modesto de acercamiento a los fenómenos de la naturaleza sin dejarse llevar por la exigencia dogmática y el rigor en perfección lógica. Tampoco desea una geometría o una matemática preconcebida. Es recomendable atenerse a lo material, a los hechos brutos respaldados por la evidencia y no por la creencia. Esto ayuda, tanto para el estudio de la naturaleza, como para la construcción de los grandes edificios de la moral y la política, o cualquier objetivo elevado de la creatividad humana.

    Tampoco hay intención de acabar con la epistemología racionalista y sustituirla por empirismo. El racionalismo tiene su papel, pero es hora de dirigirse por otras vías, que respondan a los grandes interrogantes con que la humanidad se enfrenta. Su método bucea en el entendimiento y sus capacidades cognoscitivas; en las pasiones y la moral; en la estética y la historia; en la religión; en la política; sin olvidar sus incursiones en los intereses sociales y económicos que pululan en la vida cotidiana. Su método empírico intenta desarrollar una ciencia completa del hombre, construida con los principios inductivos de la observación y la experimentación, reposando en principios antropológicos establecidos de un modo fiable, dentro de la medida de las posibilidades del conocimiento humano. Sin descuidar también, el aportar las bases necesarias para una sociedad donde todos los individuos pudieran alcanzar razonables cotas de felicidad.

    Presenta su teoría del conocimiento madurada tras un período de estudio sistemático y esforzado en el colegio francés de La Fleche. Se apoya en los trabajos previos de John Locke, de quien sería un crítico respetuoso. Concordando con Locke, Hume pensaba que todo conocimiento provenía originalmente de la experiencia sensorial y que la mente es una tabula rasa, algo así como una pizarra vacía que va llenándose de datos conforme nuestros sentidos trabajan. «Nada hay en la mente humana, que no estuviera antes en los sentidos de modo directo (las impresiones) o indirecto (las ideas, elaboradas por nuestra mente a partir de la combinación de las anteriores, en un proceso participado por los sentimientos y la imaginación)».

    Hume utiliza con ambigüedad la expresión «ciencia del hombre» o «ciencia de la naturaleza humana». En las explicaciones sobre la piscología y el desarrollo de las pasiones y los temas morales su método se estrella con muchas dificultades. Igualmente, sus discursos de psicología sobre la imaginación, la memoria, la inferencia inductiva, la generalización, el juicio, la creencia y demás procesos similares. Sus principios asociacionistas le sirven para explicar estos procesos, pero, en cambio, poco le sirven cuando se sumerge en el capítulo de las pasiones: el orgullo y la humildad; el amor y el odio; la envidia, la benevolencia, la malicia, la simpatía y demás emociones.

    Para Hume tanto de la vida intelectiva como de la afectiva, «constituyen por sí mismos una cadena completa de razonamientos». Pero al analizar la conducta de los hombres basada en el instinto y reforzada por el sentimiento, concluye que los hombres se ven más motivados a actuar por el sentimiento y poco por la razón. Expone su célebre aforismo «la razón es y debe ser tan solo la esclava de las pasiones». Reconoce con tristeza que los juicios morales no se derivan de la razón, más bien, predomina el tono afectivo o el sentimiento. La psicología de las emociones tiene un difícil abordaje empírico. «Ha llegado el momento (…) de volver a examinar más detenidamente nuestro tema y proceder a una anatomía exacta de la naturaleza humana, tras haber explicado ya plenamente la naturaleza de nuestro juicio y entendimiento». Sirviéndose de una metáfora náutica su obra la encuentra como una maniobra naval aleatoria que no ha hecho más que llevarle al punto de partida «hacia esas inmensas profundidades filosóficas que se extienden ante mí». El sistema de Hume evoluciona, donde la lógica y la psicología asumen funciones independientes. En cambio, la moral, la estética y la política se basan directamente en la teoría de las pasiones.

    Hume rebate la fiabilidad lógica del principio de causalidad; al igual que la categoría de sustancia; critica la idea del Yo. Al carecer de principios metafísicos en los que creer, Hume rastrea en los apetitos y las pasiones las bases de la moralidad humana con la intención de «introducir el método experimental de razonamiento en los temas morales». Concluyendo que todo principio moral era fruto del acuerdo o convenio entre los miembros de una sociedad dada y, por tanto, producto peculiar e histórico de dicho colectivo. A continuación sus especulaciones las lleva al terreno de la política, con la negación del «derecho natural», que atribuía el origen de la propiedad privada a un estado de naturaleza anterior a la formación de la sociedad. Para Hume, tanto los principios éticos como las normas jurídicas —propiedad privada incluida— no eran más que el producto de una convención social y, en consecuencia, podían regularse de acuerdo al parecer de los miembros de la comunidad. Hume en la última etapa de su vida albergaba una preocupación especial por justificar sus conclusiones acerca de la religión. Defensor a ultranza de la imposible correspondencia entre la razón y la fe revelada.

    Hume defiende el método empírico que intenta emplear en la construcción de su sistema. Aunque reconoce que el método experimental con respecto a los temas morales, se le resiste; igualmente reconoce que la esencia de la materia, según el método deductivo a priori ha de ser eliminado de las ciencias humanas como ocurrió en las ciencias físicas un siglo antes. La credibilidad de las ciencias empíricas deriva de un método sencillo, que no es más que un refinamiento de los medios con los que la gente aprende de la experiencia, en la vida diaria. Por otro lado, los «sistemas quiméricos» de la metafísica son lógicamente afines a las construcciones ideales de la matemática pura; pero violan los principios y los modos naturales con lo que la gente explora el mundo real desde antiguo. La reivindicación de la filosofía experimental y la eliminación de la metafísica, son dos corolarios de difícil abordaje, pero marca otro rumbo en el estudio de las ciencias del hombre y la naturaleza; imponiendo otros límites del entendimiento humano. La explicación de la conducta humana es misión propia de la psicología, por lo que existen poderosas objeciones lógicas a todo intento de convertir los hechos y principios psicológicos en reglas y normas epistemológicas.

    Las diferencias de contenido y de acento que median entre el Tratado y las obras posteriores reducen la ambición primitiva de Hume de forjar un sistema unificado y omnicomprensivo. Al final, se decanta por una serie de obras relativamente independientes que tratan por separado los diversos temas pomposamente anunciados en la introducción del Tratado. En las Investigaciones ya reconoce sus limitaciones, frustraciones y exclusiones resultantes: «El único método que existe para liberarse de una vez de estas cuestiones abstrusas consiste en investigar seriamente la naturaleza del entendimiento humano, para mostrar, con un análisis exacto de su poder y capacidad, que no es en absoluto adecuado a tales temas remotos y abstrusos. Hemos de someternos a esta labor penosa a fin de vivir después tranquilos; hemos de cultivar con cuidado la verdadera metafísica para destruir la falsa y adulterada». En otros escritos señala con optimismo: «No pretendo haber agotado aquí el tema. Basta para mi propósito el haber mostrado que en la producción y comportamiento de las pasiones hay cierto mecanismo regular susceptible de una disquisición tan precisa como las leyes del movimiento, la óptica, la hidrostática o cualquier otro capítulo de la filosofía natural». Buscaba lo mismo que Spinoza, pero por vías empíricas. Hume propone «alcanzar los fundamentos de la ética» observando y comparando «casos particulares» de fenómenos, no psicológicos, sino morales afectivos. «El otro método, en el que se establece en primer lugar un principio abstracto general que luego se ramifica en una diversidad de inferencias y conclusiones, puede ser más perfecto en sí mismo, pero se acomoda peor a las imperfecciones de la naturaleza humana, constituyendo una fuente de ilusión y error tanto en este como en otros temas. Los hombres están ahora curados de su pasión por hipótesis y sistemas en filosofía natural, por lo que no atenderán a otros argumentos que no sean los derivados de la experiencia. Ya es hora de que intenten realizar una reforma similar de todas las disquisiciones morales y de que rechacen cualquier sistema ético que no esté basado en hechos y observaciones, por sutil e ingenioso que sea». Hume repudia aquí, los sistemas éticos racionalistas e intenta crear un sistema unificado, «sin embargo no pierde la esperanza de que el sistema filosófico adquiera renovada fuerza, a medida que se desarrolla y, de que nuestro razonamiento acerca de la moral corrobore cuanto ha sido dicho acerca del entendimiento y las pasiones». El poder devastador del empirismo humeano se muestra más claramente cuando los aplica al examen de la religión natural.

    EL USO Y ABUSO DE NEWTON

    Desde su juventud Hume se interesó ampliamente por las investigaciones de Newton y quiso emularlo en el ámbito de las ciencias morales. Asombrado, observaba que con unas fórmulas simples se creaba un sistema de mecánica universal que explicaba al mismo tiempo la órbita de la luna y el flujo de las mareas; el movimiento de la Tierra; el curso de los cometas, de los planetas y sus satélites; la oscilación de los péndulos; la caída libre de los cuerpos en las proximidades de la superficie de la Tierra. El vuelo de los proyectiles era explicado fácilmente como consecuencia íntimamente relacionada, derivable matemáticamente de tres leyes simples, junto con el principio de gravitación universal. Los Principia de Newton fueron en todos los sentidos una obra monumental de proporciones épicas, un tour de force cuyas exigencias extremas llenaban de miedo, incluso, la mente de su creador. Newton fue un testimonio permanente y una vindicación total del método de la ciencia experimental que cautivó los esfuerzos de generaciones de científicos posteriores. Por el contrario, la Óptica era una obra de exploración. Evidentemente, también era una obra experimental que sometía los datos observacionales a un análisis matemático y demostraba algunas conclusiones firmes. El trabajo sistemático de Newton estaba avalado por veinte años de ardua investigación, que derruyó las teorías rivales fundamentales y/o tradicionales. La Óptica abría sugestivas posibilidades de nuevos descubrimientos en el terreno de la física, la química e incluso la biología. Hume, como toda una generación de filósofos naturales inspirados por Newton, celosos de esos resultados tan productivos, se volcaron en el método empírico como única y segura senda para el dominio de los problemas científicos. No es, por tanto, de extrañar que la primera obra de Hume se califique en la primera página como «siendo un intento de introducir el método experimental de razonar en los asuntos morales». La ambición escondida de Hume era constituirse en el Newton de las ciencias morales. Passmore (1914-2004) decía que Hume «se sentía inspirado por una idea nueva: del mismo modo que Newton había mostrado que los cambios fundamentales del mundo físico se podían explicar con el principio de «atracción» (gravitación), los procesos de conocimiento, en la medida en que consisten en inferir un hecho supuesto a partir de un hecho presente, también se podrían explicar mediante el principio de asociación (…). Estaba seguro de haber encontrado una ley general y el hecho de que satisficiese sus escrúpulos empíricos encendió su entusiasmo: igual que Newton con la gravitación, podía exhibir la asociación como un hecho de experiencia sin necesidad de formular una causa oculta de ello». El método Newtoniano no fue invención de Newton, se trata del método resolución/composición (o analítico/sintético) que luego perfeccionó Galileo. Bacon, Hobbes, Descartes y Spinoza ensalzan ese método.

    Newton en sus escritos establece unos principios naturales del entendimiento, independientes de los principios racionales, y que los primeros pueden ser capaces de fortalecer los segundos; pero surge la incertidumbre de que estos conocimientos pueden destruir los principios racionales provocando una corriente de escepticismo generalizado sobre ellos. Newton desea descubrir conexiones causales, pero también descubrir relaciones universales inferidas. Hume, igualmente, analiza si la causalidad es una relación natural; pero también analiza si puede ser una relación filosófica. Por lo pronto, al parecer hay una relación natural; pero por ahora «la causalidad es una unión entre nuestras ideas que nos posibilitan razonar acerca de ellas o hacer una inferencia a partir de ellas». Paradójicamente, los hábitos de asociación que suministran la base natural del juicio causal suministran también «los principios cambiantes, pobres e irregulares… que tan solo se observan en los espíritus débiles». Es un sistema común simplificado e ingenuo. Así pues, Hume admite que «aunque la costumbre sea el fundamento de todos nuestros juicios, con todo, algunas veces tiene un efecto sobre la imaginación contrario al juicio». Donde las contradicciones se acentúan frecuentemente. Ya había explicado previamente que «todos los tipos de razonamientos relativos a causas o efectos se basan en dos particularidades, a saber, la conjunción constante de dos objetos cualesquiera en toda experiencia pasada y la semejanza de un objeto presente con alguno de ellos». Del mismo modo que un perro está condicionado a anticipar un golpe, cuando observa un gesto de amenaza familiar, así el hombre que observa un objeto o suceso espera otro que ha seguido invariablemente a aquel. «Es, un hecho inexplicable y último de la naturaleza, el que las ideas de objetos o eventos sucesivos y contiguos que aparecen siempre juntos en la experiencia se asocien en la imaginación, presumiéndose, por tanto, una conexión causal entre ambos. En las disciplinas teóricas se trazan conexiones análogas entre cosas que en el curso de la experiencia ordinaria no se asociarían en la imaginación. La aplicación científica o filosófica del principio causal exige trazar conexiones causales entre sucesos que están demasiado separados en el tiempo o en el espacio como para que se hayan asociado, eliminando los factores asociados accidentalmente que no son esenciales para producir el efecto». Aquí el hábito o la costumbre dejan de ser útiles; de hecho, se tornan obstáculos impermeables a las secuencias causales que caen fuera del rumbo de la experiencia cotidiana, poco afectada por los casos negativos e influidos por semejanzas irrelevantes. Estas han de ser superadas merced a investigaciones experimentales en las que las variables están controladas y, las inferencias reguladas por «principios permanentes, irresistibles y universales». La imaginación, nos dice, se ve descarriada por «reglas generales», entendiendo por tales generalizaciones burdas del tipo de sabiduría popular chocante. También dice que, por regla general, de causas superficialmente similares, esperaremos los mismos efectos. Tales «prejuicios» y predicciones sin fundamento pueden corregirse acudiendo a otro tipo de reglas generales todavía no descubiertas. Hume señala los límites establecidos por los propios principios que hace posible el conocimiento: «Se dice que el esfuerzo supremo de la razón humana consiste en reducir a una mayor simplicidad los principios que producen los fenómenos naturales, a fin de resolver los diversos efectos particulares en unas pocas causas generales mediante razonamientos por analogía, experiencia y observación. Mas en vano intentaremos descubrir las causas de estas causas generales… Estos principios y fuentes últimas están totalmente cerrados a la curiosidad e indagación humanas».

    LAS HIPÓTESIS SE PONEN A REMOJO

    Hume proscribe las hipótesis, tras darse cuenta de que son irreconciliables con una ciencia empírica acerca de la naturaleza humana. Alude a su «posición general de que una opinión o creencia no es más que una idea fuerte y vívida derivada de una impresión presente relacionada con ella» diciendo de ella que es una «nueva hipótesis». Aunque se refiere más a las hipótesis especulativas con poca aplicación en el campo experimental. No se opone a las hipótesis de trabajo que orienta paso a paso la investigación, como lo fue con Newton.

    No podemos dar fiabilidad y apoyo como única «autoridad —estriba— en la memoria o en los sentidos» elementos muy poco sostenibles científicamente. En sus teorías psicológicas lanza la hipótesis a la «simpatía» que puede dar su validez como principio —por aquel entonces, un principio «original» o «último»— de explicación de fenómenos morales: «No es preciso llevar la investigación hasta el punto de preguntarnos: ¿por qué poseemos humanidad o sentimientos amistosos hacia los demás? Basta con experimentar que se trata de un principio de la naturaleza humana. Hemos de pararnos en alguna parte de la indagación acerca de las causas. En toda ciencia hay algunos principios generales, más allá de los cuales no podemos esperar encontrar algún principio más general…, por lo que debemos considerar tranquilamente estos principios como originales, dándonos por satisfechos si podemos hacer suficientemente claras y transparentes todas las consecuencias». Igualmente Newton había admitido abiertamente su incapacidad de determinar las causas de ciertas cualidades y fuerzas cuya presencia y funcionamiento se manifestaban en los fenómenos. Tales causas podrían denominarse ocultas, pero no así las cualidades y fuerzas mismas cuyos efectos deducibles resultan verificables empíricamente. Las hipótesis eran permisibles, en tanto se reconociese su condición especulativa y no se confundiesen con resultados demostrados. Habrían de entenderse como sospechas, conjeturas o insinuaciones, por lo que lo mejor era expresarlas a modo de preguntas para investigar posibilidades teóricas que no eran por el momento decidibles experimentalmente. Cuando la gravedad se vio denigrada como cualidad oculta, distinguió su fuerza manifiesta de su causa claramente oculta. Otras veces, adoptaba la posición de que decir que una causa era oculta equivalía a limitar la investigación científica declarando a la causa «incapaz de ser descubierta y puesta de manifiesto».

    Newton pretendía separar las hipótesis especulativas sin fundamento («ficciones», «narraciones filosóficas») de las hipótesis empíricamente verificables («principios», «axiomas» o «leyes»). Igualmente Hume no podía condenar las hipótesis especulativas sin rechazar la ciencia empírica en conjunto. Newton identificaba «inducción de la experiencia» y «deducción de los fenómenos». Hume negaba que puedan ser deductivos los argumentos a partir de la experiencia, las inducciones sí. De todos modos Newton reconocía que había límites teóricos que impedían una aproximación empírica total. Los temas morales y religiosos se resistían a las pruebas de verificación que imponía el empirismo.

    SU ENCUENTRO CONFLICTIVO CON DESCARTES

    Descartes (1596-1650) era considerado el magister supremo del racionalismo. Dio con un substrato rocoso sobre el que afirmar la certeza en su propia existencia como ser pensante. Su escepticismo queda bloqueado por la proposición indubitable, «cogito, ergo sum», y desde allí comienza a edificar utilizando con absoluta confianza, la razón pura, para crear sus fundamentos lógicos inamovibles. Hume rechaza la solución racionalista, la considera una maniobra fraudulenta que lo conduce al escepticismo «es una enfermedad que nunca se puede curar radicalmente» sugiere otros caminos. «La Filosofía —escribe Descartes— es como un árbol cuyas raíces son la metafísica, su tronco la física y las ramas que salen del tronco, constituyen todas las demás ciencias». Hume se propone mostrar que las raíces son la teoría de la naturaleza humana, y el tronco las ciencias morales. Para Descartes, la metafísica enraizaba el árbol del conocimiento en la realidad, constaba de unos pocos principios, principios indubitables cuya fuerza racional era capaz de soportar el peso de todas las ramas del conocimiento humano. Hume desprecia el principio el ideal cartesiano de certeza basado en la pura objetividad del pensamiento lógico y la metafísica. Hume cree que todo conocimiento está humanamente condicionado y la razón, en solitario, no puede fundamentar las ciencias en la naturaleza humana. Hume no pretende glorificar el conocimiento científico, pero tampoco cree que la metafísica sea una garantía de veracidad; recomienda examinar los fundamentos de la ciencia a fin de determinar «la fuerza y alcance del entendimiento humano». Reconoce en Descartes un escepticismo excesivamente restringido. Su intento de introducir el método positivista en la ciencia natural en el estudio de la naturaleza humana aparecerá con un optimismo metodológico desmedido cuando empezó a escribir su obra fundamental el Tratado a los veintitrés años.

    Descartes busca evidencias que puedan fundamentar el conocimiento humano, trasladando la reflexión sobre el conocimiento de la realidad al conocimiento en sí. Inicia con el «cogito ergo sum» que le da una idea clara y distinta, que no depende de una experiencia exterior. De allí evoluciona a la idea de Dios y su procedencia de un ser superior, su existencia se hace en un plausible a priori, el pensamiento humano constituye la prueba de

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