Una filosofía vivencial: Fernando González
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Una filosofía vivencial: Fernando González explica cómo se desplegó ese particular pensamiento del escritor en interacción con su proceso biográfico, mostrando con ejemplos de varios de sus textos esenciales el método que estableció. Las presentes páginas reconocen que las elaboraciones de González responden a una pretensión sapiencial antes que teórica, y muestran que este es un camino posible para quien se pregunta por su propio drama vital.
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Una filosofía vivencial - Andrés Esteban Acosta Zapata
Andrés Esteban Acosta Zapata
Una filosofía vivencial: Fernando González
Filosofía
Editorial Universidad de Antioquia®
Colección Filosofía
© Andrés Esteban Acosta Zapata
© Editorial Universidad de Antioquia
ISBN: 978-958-501-215-8
ISBNe: 978-958-501-216-5
DOI: doi.org/10.17533/udea.978-958-501-216-5
Primera edición: septiembre de 2024
Motivo de cubierta: George Washington Maher, Puerta, 1901. Tejido de seda y algodón, 204 × 119 cm. Tomado de: https://www.artic.edu/. Licencia CC0
Imprenta Universidad de Antioquia
Hecho en Colombia / Made in Colombia
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia
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El contenido de la obra corresponde al derecho de expresión del autor y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad de Antioquia ni desata su responsabilidad frente a terceros. El autor asume la responsabilidad por los derechos de autor y conexos contenidos en la obra, así como por la eventual información sensible publicada en ella.
Introducción
En el sentido más general de la expresión, Fernando González (1895-1964) fue un viajero. Y como viajero fue un buscador, a pie, de las confesiones de su existencia y de las posibilidades de entender su lugar en el mundo. Se recorrió a sí mismo recorriendo los caminos de sus raíces, paisajes, inquietudes y deseos. Padeció la vida, la abrazó plenamente, sin negar las consecuencias de esto en su ánimo, las contradicciones del pensamiento, la variabilidad de las ideas y la incapacidad de tener una versión definitiva de su yo. Asumió la tarea de vivir radicalmente, partiendo de la honestidad en la comprensión de sus experiencias y avanzando en la metodización de su comportamiento para entenderse mejor y para alcanzar potencia y tranquilidad vitales. Padeció y meditó. Sintió e intimó. Se erigió como tarea fundamental tener la vida para sí, vivenciarla y entenderla.
¿Filósofo? Sí, vivencial, convencido de que el drama de vivir es suficiente material para la reflexión filosófica. Para González, la filosofía también fue caminar, confesar, atisbar, conversar, emocionarse, renunciar, vivir a la enemiga e intimar. Partió del fundamento de la vida para penetrar en ella buscando la expresión más auténtica. Por eso el calificativo de vivencial, porque toma la vivencia como punto de partida; toma su singularidad y a partir de ella expone los problemas, a través de los apuntes de sus libretas, con rigurosidad en el estudio de sí. Alberto Restrepo puntualiza el carácter filosófico de la obra de González: Si la filosofía integra la vida, la instintividad, el drama existencial y las exigencias axiológicas y místicas, la filosofía gonzaliana de los viajes o de las presencias, constituye una filosofía seria
(2000, s. p.).
Fernando González anotó lo que vivió, un método bastante preciso para adueñarse de sí mismo a través de una mirada detenida y reflexiva. Así se fue integrando, progresivamente, a la sensación de ser una parte activa y necesaria del universo, como lo dejó expresado en un reportaje, Mensaje póstumo de Fernando González
:
Fíjese que las hojas se le duermen una hora más temprano al grande que al chico y se despiertan también una hora más tarde. Me sé la historia de los dos y la de todos mis árboles y plantas. Muchas veces me siento árbol a su lado y me limito a dejarme calentar por el sol y me parece sentir que mi sangre es la misma savia que se mueve por ellos y que estoy plantado en la tierra hasta las rodillas (Salas, 1965, s. p.).
Esta cualidad de integrar la vida como vivencias define un principio de autonomía: ser uno mismo entendiendo, interiorizando y expresando la vida misma. Adopta un estilo filosófico que hace excepcional la relación con la vida. Los conceptos no vienen dados en abstracto, prefigurados y aislados de la experiencia continua. Están integrados a la realidad padecida, cotidiana y en constante cambio. Por tanto, las vivencias, que contienen la experiencia y el concepto, añadiendo el matiz de la mirada interior con que percibimos y pensamos el mundo, son el centro de atención para meditar y extraer consecuencias prácticas. Si se sigue una imagen de El payaso interior (1916), la vida en su devenir hace que la persona tenga siempre un motivo de pensamiento, especialmente un motivo para asumir su yo siempre arraigado a la realidad: Que es el espíritu instrumento músico del cual arranca armonías la vida que pasa
(González, 2005, p. 18). Por eso González afirma que las cosas deben ser lentamente asumidas, para extraer de ellas un tipo de conocimiento que conlleve la carga de la expresión autónoma. Con belleza y precisión, el poeta José Manuel Arango destacó este rasgo de la actitud filosófica de González:
3
Dos rasgos, sobre todo, resaltan en el rostro magro:
la quijada saliente
y los ojos de una inquietud atenta.
Van del sarcasmo a la inocencia, al gozo, a la duda.
Ya estudian burlones a la gente que pasa.
Ya se fijan, mansos y lúcidos, en las palomas.
4
Y todo lo que ven es asunto de su lento monólogo,
todo casa en la larga meditación que lo ocupa.
En ella cada cosa tiene un lugar y un sentido.
Es una pregunta, una señal.
(2003, pp. 266-267).
Siempre atento, en búsqueda y disposición para conocerse, González se afirmó como un filósofo particular, un aficionado, que fue por los caminos atisbando y contemplando los paisajes. A medida que interiorizaba lo que experimentaba, se encontraba con las regiones más profundas de su yo. Por lo tanto, su labor fue desnudarse hasta mostrarse íntimo, sincero en sus sensaciones, pensamientos y escritura. Deseó trasladar su ritmo vital en la escritura, de allí que sus ideas se desplieguen en apuntes —unos más fragmentarios y precisos, otros más extensos y narrativos—. Su preocupación fue narrarse para filosofar y, filosofando, es decir, entendiendo la hondura de su ser y las posibilidades de transformación hacia una vida más sabia, tener una imagen cada vez más clara y honesta de sí mismo. Estos rasgos los resaltan dos de sus comentaristas más cercanos:
Todo su trabajo describe la evolución de las ideas y los sentimientos de su tiempo en un hombre de la provincia suramericana, la digestión de un medio hecha a conciencia por un hombre honrado. Me gusta pensar que su obra, en conjunto, es un inmenso autorretrato físico y espiritual (Escobar, 2014, s. p.).
Fernando González era la búsqueda de sí mismo. Todo su conato creativo, así como su presencia de hombre en el mundo, tenían esa meta, marcada ya en el Templo de Delfos como el primer impulso filosófico. […]
Al tiempo que buscaba el mundo, se buscaba en el mundo. Buscaba el ser (Aguirre, 1997, pp. xxi-xxii).
La imagen del viaje contiene el valor de una filosofía que fue búsqueda. Desde la adolescencia hasta la vejez, Fernando González intentó una mirada de sí profundamente reflexiva. Con los años se le reveló la experiencia de la intimidad, obteniendo con ello una mirada privilegiada de sí mismo y del significado general de la vida. ¿Para qué estamos en el mundo? Para entender y pertenecer. González buscó unirse a la vida entendiendo los fundamentos, es decir, investigándose con precisión y cuidado. Evitó crear una versión suya desprovista de verdad, por eso se mostró auténtico en sus libros, sin temor a expresar sus miedos y sus vicios. En esa medida, enseñó que una filosofía vivencial nace de la honestidad con la que se observa el yo. La obra escrita es, por tanto, una forma de dejar salir lo que se lleva adentro, de la mano de un estilo que congenie con nuestras verdades. Precisamente, Gonzalo Arango definió así el estilo vital y literario de González:
Toda su obra es una autobiografía recreada en el plano estético, intelectual y religioso. Nada de lo que escribió está desvinculado de su experiencia concreta de hombre: sus libros no fueron pensados
sino padecidos, nacieron como respuestas al deseo, por imperativos de comunicación, de objetivar sus vivencias, de resolver sus conflictos en la realidad.
Antes que un escritor, fue un viajero en el sentido más peregrino de la palabra. El viajero que más intensamente viajó alrededor de sí mismo (2010, pp. 20-21).
González practicó una filosofía por fuera del relato oficial de su tiempo. No tuvo que pertenecer a una escuela o corriente para atreverse a pensar, ya que identificó que en el análisis vital está la actividad vivencial como un pensamiento con consecuencias directas sobre sí mismo. Conversó con algunos nombres de la tradición de la filosofía para sostener su régimen de pertenencia: tenerse para sí y para los demás. Por eso la preferencia por lo auténtico, ya que quizá solo podemos hablar con propiedad de lo que nos ocurre e intentamos comprender. En la autenticidad emerge un modo de vida singular, una escritura y un pensamiento solo nuestros.
La filosofía de Fernando González está en su vida porque de ella extrajo el material de su pensamiento; por tanto, vida y obra se identifican, no porque sean lo mismo, sino porque sin vida no hay obra y sin obra no hay reflexión vital. En este aspecto se encuentra el centro de este libro: entender qué es la filosofía vivencial en González y cómo se concreta a través de tres manifestaciones que definen el proceder vivencial: caminar, renunciar e intimar. Enuncio estas manifestaciones filosóficas como acciones ya que así conservan mayor fidelidad con el propósito de una filosofía que es movimiento vital, progreso y crecimiento hacia una mejor sensación de la vida: en entendimiento y convivencia consigo mismo y con la totalidad.
En el primer capítulo de este libro trazo los fundamentos de una filosofía vivencial en González. Para ello, me concentro en algunos pasajes de la generalidad de su obra y en algunos de sus lectores y comentaristas —especialmente en el estudio juicioso y detallado de Alberto Restrepo, Para leer a Fernando González—, en los que se rastrea la definición de su filosofía en términos de una actitud y las respectivas nociones que la respaldan. En tal medida, la filosofía orienta una postura vivencial —estilo o modo de vida— fundamentada en nociones que surgen de la meditación consciente vivencial.
Las tres formas de enunciar dicha filosofía vivencial se precisan en los capítulos segundo a cuarto. Tratando de tener una mirada integral de la obra, el análisis comprende un recorrido desde libros todavía tempranos dentro de su escritura, hasta los libros de un periodo maduro y definitivo, en los cuales se evidencian un recorrido filosófico vital y la transformación de las nociones. Tal mirada permite ver que la obra insiste en problemas que desde el principio son pilares, y que son proyección de un proceso filosófico que, una vez iniciado, comprende la totalidad de una vida.
En el segundo capítulo, Caminar
, fundamentado en las ideas