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La gota de sangre
La gota de sangre
La gota de sangre
Libro electrónico59 páginas50 minutos

La gota de sangre

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La gota de sangre (1911) es una de las primeras novelas de detectives en la literatura española. La historia sigue a Ignacio Selva, un hombre de clase alta que, tras ser acusado injustamente de un crimen, decide emprender su propia investigación para limpiar su nombre. Ambientada en una España de principios del siglo XX, la novela se despliega en una atmósfera de misterio, explorando las intrigas y desafíos que enfrenta Selva mientras intenta resolver el enigma detrás del asesinato.

A medida que Ignacio se adentra en la investigación, se enfrenta a obstáculos, sospechas y revelaciones que lo conducen a un juego de deducciones y reflexiones sobre la justicia y la naturaleza humana. La obra mezcla intriga y crítica social, mostrando los prejuicios y defectos del sistema judicial de la época. La gota de sangre es una historia de suspense y reflexión, que mantiene al lector en vilo mientras se despliega el enigma en torno a la gota de sangre que desencadena la trama.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 nov 2024
ISBN9788410227484
Autor

Emilia Pardo Bazán

Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1851 - Madrid, 1921) fue novelista, poeta y crítica literaria. Pertenecía a una familia noble, lo que le facilitó una educación propia de su estatus social. La corriente que primó en sus escritos fue el Naturalismo, por lo que se considera una de sus introductoras en España. Además de su actividad literaria fue consejera de Instrucción Pública, activista del feminismo y, desde 1916 hasta su muerte, profesora de Literaturas Románicas en la Universidad de Madrid. Sitúa la trama de La tribuna (1883) en una fábrica de tabaco y adopta la corriente naturalista en Los pazos de Ulloa (1986), donde se vislumbran las atrocidades medievales de la vida rural gallega. En La madre naturaleza (1887) trata el incesto e Insolación (1899) y Morriña (1899) cierran su vertiente naturalista. Destacó también como ensayista y crítica, ejemplos de ello son La revolución y la novela en Rusia (1887) y La cuestión(1882-1883).

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    La gota de sangre - Emilia Pardo Bazán

    Portada de La gota de sangre hecha por Emilia Pardo Bazán

    Esta colección atesora las obras más importantes de la literatura universal, cada una en su idioma original.

    En la Serie Letras Castellanas destacan: El Lazarillo de Tormes, Anónimo; El coloquio de los perros, de Miguel de Cervantes; Rimas y Leyendas, de Gustavo Adolfo Bécquer; Bodas de Sangre, de Federico García Lorca; Cañas y Barro, Blasco Ibáñez; Ismaelillo, de José Martí; Azul, de Rubén Darío; Cuentos de la Selva, de Horacio Quiroga, Los mejores cuentos de Conde Lucanor, de Don Juan Manuel; Cuentos de encantamiento, de Cecilia Böhl de Faber, entre otros...

    EMILIA PARDO BAZÁN

    la gota

    de sangre

    © Ed. Perelló, SL, 2024

    © Cubierta e interior: José Cazorla García

    Calle de la Milagrosa Nº 26, Bajo

    46009 - Valencia

    Tlf. (+34) 644 79 79 83

    [email protected]

    http://edperello.es

    I.S.B.N.: 978-84-10227-48-4

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    si necesita fotocopiar o escanear un fragmento de este trabajo.

    I

    Para combatir una neurastenia profunda que me tenía agobiado —diré neurastenia, no sabiendo qué decir—, consulté al doctor Luz, hombre tan artista como científico, y opinó, sonriente:

    —Usted no necesita cuidarse… sino todo lo contrario.

    —¿Descuidarme?

    —Casi… Tratamiento perturbador. Hacer cosas que presten a su vida violento interés. Lo que padece usted es atonía, indiferencia; le falta estímulo. ¿No podría usted enamorarse?

    —Me parece que no. Las mujeres para un rato. Y aun ese rato lo suelen envenenar. Y las que no lo envenenan, empalagan. Mal remedio, doctor; mal remedio.

    —¿No le agradan los viajes?

    —¿Viajes? ¿El Gladstone, el Baedeker, las fondas? Me sé de memoria a Europa, y como no busque aventuras a lo Julio Verne… Ya no quedan más viajes emocionantes que los viajes en aeroplano…

    —Pues no viaje usted por tierras: explore almas. No hay vida humana sin misterio. La curiosidad puede ascender a pasión. Para una persona como usted, que posee elementos de investigación psicológica…

    Agradecí el consejo lo mismo que si hubiese de servirme de algo, y me fui convencido de que la ciencia, ante mi caso, se declaraba impotente.

    Aquella misma noche, a cosa de las doce, entré en el teatro de Apolo y me senté en una butaca. Al hacerlo, pasé con el mayor cuidado por delante de los espectadores de mi fila, instalados ya. Creíame seguro de no haber molestado a nadie, y me asombró oír que uno de ellos, el más próximo a mí, me increpaba en alta voz:

    —¡Ya podía usted andar con cuidado, so tío!

    Mi sorpresa subió de punto, notando que quien así me trataba era un muchacho que solía encontrarme en el casino y en la Peña, una persona «conocida». Tal furia, sin motivo alguno, y la extrañeza que me causó, fue el primer chispazo que reanimó mi abatido espíritu. Al pronto pensé: «¿Estará borracho…?».

    Pudiera confirmar la suposición el notar en el rostro de mi interlocutor la palidez y el brillo singular de la pupila, que caracteriza el período extremo de la borrachera. Pero reiteró el insulto, profiriendo:

    —¡Eh! ¡Con usted hablo!

    Y ni la voz ni el gesto tenían el titubeo de los ebrios. ¿Por qué buscaba camorra aquel individuo?

    La gente se fijaba, rumoreaba; los de la fila se levantaron. Éramos objeto de la atención general; alguien se interpuso. De súbito, mi agresor cambió de tono y, con transición demasiado brusca, o que me lo pareció, se echó a reír, pronunciando:

    —¡Ah, Selva! Usted perdone… No me había fijado… Dispense. Lo siento mucho… Le ruego que me excuse.

    Era el desagravio tan cortés como inmotivado el enojo, y me dejó igual sabor de recelo. Vago, inconsciente, pronto a disiparse, el recelo me hurgó en el espíritu y lo tonificó, despertando mis facultades y fijando mi atención antes distraída.

    Mientras me aporreaba los oídos la enervante y estrepitosa música de matchichas y tangos, mi fantasía galopaba como suelto, ardiente potro. Daba en antojárseme que

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