Salieri: El hombre que no mató a Mozart
Por Ernesto Monsalve
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Al Salieri histórico le restaban casi 34 años de vida. Fue el grosspapa de la música de su tiempo, con casi cuarenta óperas, misas y otras producciones musicales de éxito, y un venerado maestro del que aprendieron Schubert, Beethoven, Liszt o Meyerbeer. A su muerte, Viena contaba con numerosas instituciones que Salieri había ayudado a levantar.
En esta primera biografía completa de Salieri en castellano y con motivo del bicentenario de su fallecimiento, el autor aborda esta contradicción entre mito y realidad.
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Salieri - Ernesto Monsalve
ERNESTO MONSALVE
Salieri
El hombre que no mató a Mozart
Primera biografía completa en español,
en el bicentenario de su fallecimiento.
1825 — 2025
EDICIONES RIALP
MADRID
Título original: A Brief History of The Mediterranean
© 2024 by
Ernesto Monsalve
© 2024 by EDICIONES RIALP, S. A.,
Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid
(www.rialp.com)
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Preimpresión: produccioneditorial.com
ISBN (edición impresa): 978-84-321-6886-4
ISBN (edición digital): 978-84-321-6887-1
ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6888-8
ISNI: 0000 0001 0725 313X
A Eva.
ÍNDICE
Prólogo
Introducción Antonio Salieri: aspecto, semblanza, carácter
1. «Azúcar a cambio de música»: origen familiar e infancia. Legnago, Padua y Venecia
Educación e infancia
2. «¡Quién diablos habrá roto el clavicordio!»: un joven rebelde y tenaz en la Viena de José II
Salieri comienza a trabajar para el emperador
3. «De la misma inclinación»: un amor correspondido para asegurarlo todo
El hogar de los Salieri
4. «Si se encuentra mejor allí, puede quedarse para siempre»: una gira por Italia, para no olvidar
5. «¡Nada de traducciones! ¡Un singspiel original!»: Salieri componiendo en alemán, sin hablarlo
La familia Von Martínez
6. «El más humilde servidor de María Antonieta»: la mejor jugada de la historia o cómo triunfar en París
7. «Prima la musica e poi le parole»: Mozart y Salieri, ¿amigos o enemigos?
Italianos contra alemanes y alemanes contra italianos
Prima la musica e poi le parole
8. «Metía a mi criado borracho en la cama»: Beaumarchais o un rey hecho de la misma pasta que sus súbditos
Dos envenenadores y un solo rey verdadero
9. «Pero ¿qué han hecho estos dos?»: Lorenzo da Ponte, un poeta para Salieri
10. «Alguien ha calculado el momento preciso de mi muerte»: el final de Mozart
La muerte de Mozart
El hombre vestido de oscuro
¿Quién terminó el inacabado Réquiem de Mozart?
Los huérfanos que Mozart dejó a… ¡Salieri!
La opinión de Salieri sobre Mozart
11. «Aún desearía quedarme algún tiempo en este mundo»: solo Salieri en Viena
12. «Tout l’univers a connu nos malheurs!»: guerra, muerte y un requiem per me
Requiem da me e per me, picciolisima creatura
Un’ ultima Creazione
13. «Gütigster bester grosspapa!»: un legado, una huella y los mejores pupilos
El Congreso de Viena
El jubileo de Salieri
Franz Peter Schubert
Ludwig van Beethoven
El empleo de los timbales
14. «La dote propia de los hombres de mérito»: buscando un sucesor natural: los otros maestros Salieri
El uso del clarinete
15. «Dio santissimo, misericordia di me!»: el final de una carrera, tres lechos de muerte y un cadáver ante el juez
La autoinculpación del asesinato de Mozart
El auténtico lecho de muerte
EPÍLOGO: De Pushkin a Amadeus o cómo sobrevivir dos siglos como villano de un cuento inventado
Los pecados de Alexander Pushkin
La ópera de Rimsky-Kórsakov
Cine ruso y la obra de Hitler aprovechada por los americanos
Road to success
ANEXOS
Árbol genealógico
Catálogo completo
Ópera
Música religiosa
Oratorios y cantatas
Música instrumental
Otras obras
Índice biográfico
Bibliografía
PRÓLOGO
A la una de la madrugada del recién comenzado 5 de diciembre de 1791 fallecía en Viena Wolfgang Amadeus Mozart. Según la tradición, su cortejo fúnebre estuvo seguido por Pimpert —el perro del genio—, los varones de la familia y tres personas más: Gottfried van Swieten, Emanuel Schickaneder y Antonio Salieri. Salieri fue, de hecho, el único italiano y el único colega de profesión que acompañó al cadáver del maestro de Salzburgo en su último adiós. También había visitado al moribundo, unas horas antes de expirar, en la noche del 4 de diciembre. Aunque pocos días después el nuevo emperador decidiera aprovechar aquel deceso para reorganizar su Cappella, desplazando a Salieri, el rumor en la capital del Sacro Imperio Romano-Germánico estaba servido: el compositor italiano habría asesinado a Mozart por celos, para quedar como el más grande personaje de la escena musical vienesa. Así se iniciaron más de dos siglos de mitos, ficciones literarias, películas, series de televisión, obras de teatro, óperas o musicales, que construyeron una narración que se ha consolidado en el imaginario colectivo, presentando a un Salieri legendario y arquetipo de la envidia y el crimen pasional.
Al Salieri histórico, empero, le restaban casi treinta y cuatro años de vida al momento en que vio enterrar a su compañero. En ese lapso, los hitos se sucedieron para la humanidad: la reafirmación y expansión de las ideas de la Revolución Francesa, las Guerras Napoleónicas, el Congreso de Viena… Hechos históricos que marcaron la vida de todos los europeos, que hubieron de adaptarse a los acontecimientos. Durante ese proceso de consolidación, Salieri envejeció hasta convertirse en el grosspapa de la música de su tiempo, y, consecuentemente, en un venerado maestro del que pudieron aprender Schubert, Beethoven, Liszt o Meyerbeer. Al morir, el 7 de mayo de 1825, Viena era capital de un imperio —el austríaco— de reciente creación, y contaba con numerosas instituciones que Salieri había ayudado a levantar. Asimismo, las cuarenta óperas de éxito, misas y otras producciones musicales del maestro italiano completaban la Biblioteca Imperial y seguirían reportando pingües beneficios a quienes las programaran, por muchas décadas.
Pero ¿qué sabemos de Salieri? ¿Fue aquel sujeto representado en la ficción? ¿Su aportación a la historia de la música merece un reconocimiento? Doscientos años después de su deceso, surge por primera vez en español esta biografía, que no solo tratará de dar conveniente respuesta a estas preguntas, sino que ofrecerá muchas pistas e información inédita, junto a un interesante anecdotario que todo amante de la historia o de la música no debería perderse. Adicionalmente, el lector podrá descubrir el catálogo sonoro de este compositor, a través de diecisiete pequeñas propuestas que oportunamente se plantearán al comienzo de cada capítulo y que resultarán fáciles de localizar en cualquier plataforma digital.
Este es el resultado de una larga investigación, por la que el autor desea expresar su agradecimiento a las personas, instituciones, escenarios, bibliotecas y repositorios que se referencian en la Bibliografía y, junto a ellos y en particular, al Dr. Timo J. Herrmann, a Elena Rodríguez-Monsalve y a Jesús Fonseca, por su imprescindible contribución.
Antonio Salieri. Su vida y obra, mito y realidad.
INTRODUCCIÓN
ANTONIO SALIERI: ASPECTO, SEMBLANZA, CARÁCTER
Propuesta de audición:
Sinfonía Il giorno onomastico
.
Orchestra Philharmonique de Craiova, Modest Cichirdan.
«Singularmente amado»1 por el emperador José II, quien le posicionó incuestionablemente en Viena, Salieri fue «un compositor de eminencia. Era un hombre pequeño, con un rostro expresivo y sus ojos estaban llenos de genio. Escuché decir ocasionalmente a la madre de [Nancy] Storace, que él era extremadamente parecido a [David] Garrick»2. Era «más bien de estatura pequeña, ni delgado ni grueso, de tonos marrones, ojos vivaces [y] pelo negro»3 y, según frau Von Bernhard, era una persona conservadora que, ya en tiempos del compositor del Himno de la Alegría, continuaba vistiendo «de forma pasada de moda con peluca, zapatos y medias de seda, mientras que Beethoven vestía de la manera informal del otro lado del Rin»4.
En realidad, el vestuario de Salieri se conoce minuciosamente porque, en la liquidación de sus bienes, a su muerte, se referenció de forma detallada. Este delata, además, que llegó a ser un hombre muy rico:
1 traje de gala, chaleco y pantalón, de tela verde oscura bordado en seda.
1 traje de gala de seda azul cielo, bordado en seda.
1 traje de gala de seda verde oscuro, chaleco y pantalón.
1 traje de gala a rayas amarillas y rojas de terciopelo, chaleco y pantalón.
1 traje de seda azul cielo.
1 frac a rayas verdes.
1 frac blanco.
1 frac a rayas marrones y violetas.
1 frac a rayas negras y azules.
1 frac marrón y rojo.
1 frac de paño gris jaspeado.
1 abrigo con capucha gris de tela.
6 chalecos diversos y 6 pantalones diversos.
6 pares de botas y 2 pares de zapatos.
2 sombreros y 1 gorro de terciopelo verde.
12 camisas y 12 pañuelos de bolsillo.
6 pares de calzones y 12 pares de medias.
12 toallas.
6 sábanas y 6 fundas de colchón.
6 camisones y 6 cofias de dormir.
Una importante colección de joyas personales, incluyendo: dos pares de hebillas de plata para los zapatos, dos docenas de botones de oro, cuatro relojes de bolsillo de oro y diamantes, dos cadenas de oro para el reloj y al menos once anillos de oro (uno de ellos con 24 brillantes y, otro, con 15).
David Garrick (izquierda) y Antonio Salieri (derecha). National Portrait Gallery, Londres y Wikipedia, respectivamente.
Salieri era nacionalista italiano —en el sentido del término que puede ofrecérsele a un hombre de su época— y pugnó siempre por defender su patria y su idioma. En consecuencia, solo hablaba un alemán «roto»5 al punto que él mismo se reía de sí al respecto, diciendo: «¿Cómo podría haber aprendido bien la lengua alemana, si solo vivo en Alemania desde hace cincuenta años?6». De hecho, Salieri, defensor del drama italiano por encima de todo, nunca se hubiera lanzado a componer ópera (singspiel) en la lengua de Goethe de no ser porque así se lo pidió su señor y monarca, José II, en 1781.
En cuanto a su forma de ser, parece que era de temperamento colérico, aunque sus amigos le aplicaban la cita latina tamen ut placabilis essem7, tomando ciertamente la reflexión el lugar de la ira muy prontamente. Maniático del orden y la limpieza, despreciaba el juego, los vicios y el alcohol (solo bebía agua o, acaso, vino con muchísimo azúcar). Y eran su predilección las pastas… En efecto, Salieri «era conocido [por] su amor irresistible por los dulces, a tal punto que no podía pasar por delante de una pastelería sin detenerse a saborear una golosina o un pastel8» y hasta Mozart llegaría a definirlo como «Signore Bombonieri 9». Incluso hoy, el Departamento de Agricultura del Véneto afirma en sus publicaciones oficiales que «es cierto que cada vez que Salieri salía de su Legnago, solía llevar dulces muy apreciados por él a la Corte vienesa, y, en particular, los denominados Capezzoli di Venere10», que pasticcerias como Scarpato
, en Legnago, venden orgullosamente con la efigie del maestro bajo esta definición:
Un bombón de licor, para consumo fresco, en forma de nuez, umbonado para dar la forma de un pezón, con color de chocolate (…) [que] pertenece a la tradición pastelera de la ciudad (…) y se usaba para fiestas de cumpleaños y bodas11.
Fuera de la anécdota gastronómica, Salieri amaba la lectura y, por supuesto, la música, que era de lo que más le gustaba hablar. ¡Eso sí…! odiaba tanto la deslealtad como discutir, salvo que su honra o, sobre todo, la de sus amigos, estuvieran en juego, llegando a aceptar hacerse el tonto si el acaloramiento se apoderaba de la conversación, con tal de mantener la paz. Admitía no obstante, con facilidad, estar equivocado si se le demostraba el porqué convenientemente.
Usualmente era agradecido, alegre y vivaz. Amable, con buen humor, sarcástico en la forma de bromear, aunque nunca ofensivo, y «sentía tan pura alegría por el entorno de su familia; [y] tanto calor por la belleza de la creación» que tenía una muy «tierna sensibilidad por la felicidad doméstica (…) como por la belleza de la naturaleza12». En particular, adoraba tres árboles de Viena, bajo cuyas sombras expresó muchas veces querer ser enterrado:
Uno de ellos se encuentra en [el] Prater, el segundo en Augarten, y el tercero en Brigittenaue. El panorama que se presenta desde el punto de vista del primer árbol era, a la derecha, un brazo del Danubio, y sobre el mismo las boscosas islas; a la izquierda, vastos prados adornados con rosales salvajes y grupos de árboles jóvenes sumamente encantadores; a continuación, sobre valles y vegas, Leopoldsberg y Kahlenberg, con sus edificios románticos. El segundo de mis árboles, en Augarten, estaba rodeado por espesos arbustos de distintos tipos y tamaños, a través de los cuales se me presentaban los paseantes de los restantes caminos de árboles en la lejanía. Desde el tercer árbol, veía hacia la derecha colinas y valles habitados; a la izquierda, un espeso bosque; frente a mí, el río y una lujosa vista de la ciudad y los alrededores de Viena13.
Para desgracia del compositor, vio los tres derribados por un huracán acaecido sobre la hoy capital austríaca el 1 de octubre de 1807. Para su suerte, empero, pudo observar posteriormente y con satisfacción cómo nuevos tallos de esperanza surgían desde los aparentemente inertes tocones que, por cierto, a la publicación de esta biografía sostienen nuevos árboles ya bicentenarios.
Su salud, a la que perjudicaba más el calor fuerte que el frío intenso, nunca sufrió perturbaciones notables. Aparte de la vista —que se le cansaba con frecuencia derivando, hacia el final de su vida, en cataratas— solo se veía sujeto a pequeñas heridas ocasionales, que se autoinfligía sin querer, afilando el lápiz, arreglando las plumillas, pelando algo de fruta o cerrando un cajón, por su característica incapacidad para concentrarse en detalles menores o menudencias cotidianas, al tener constantemente la cabeza ocupada por ideas y proyectos musicales. Dos excepciones ocurrieron en 1788, en que sufrió un breve ataque reumático, y, ya al final de su vida, en 1823, en que una neurastenia comenzó a apoderarse de su cuerpo, postrándole en cama indefectiblemente durante el último año de su vida.
Salieri temía al sufrimiento y a la desdicha, pero, cuando se encontraba con ellos, tomaba refugio en la religión católica y toleraba con firmeza lo que le era impuesto. Si bien, en honor a la verdad, con algunas excepciones debidas a la guadaña de una Parca que se llevó a algunos de sus seres queridos, la mayor parte de su vida el italiano no tuvo en realidad muchas razones para apenarse… Aunque en distintos grados de preeminencia, formó parte de la órbita o fue miembro de la Corte Imperial del Sacro Imperio Romano-Germánico, primero, y del Imperio Austríaco, después, entre 1767 y 1824. Gozó siempre de la admiración del público y del favor del soberano, con la breve excepción acaecida entre los años 1791 y 1792, en que el cargo de primer kapellmeister recayó sobre Domenico Cimarosa, tras la coronación de Leopoldo de Habsburgo Lorena como emperador. Este había conocido a aquel en Florencia, mientras era duque de la Toscana, y lo prefería frente a Salieri a quien, por otro lado, detestaba. Pero hasta en eso tuvo suerte Salieri, porque el káiser Leopoldo murió repentinamente a los pocos meses de su entronización y, su hijo y sucesor, el césar Francisco, cuya boda se había celebrado en su día con la salieriana ópera Axur Re D’Ormus, restituyó a Antonio en su antiguo puesto y envió a Cimarosa de vuelta a la falda de los Apeninos.
Por todo esto, no puede sorprender que Salieri estuviera rodeado de aduladores. Y, en efecto, parece que los elogios modestos y razonables le producían placer. Sin embargo, le exasperaban las muestras exageradas de admiración o idolatría. Y a veces, de repente, en esos contextos, le embargaba la tristeza sin justificación, que le provocaba amargas lágrimas sin motivo aparente. Pero nuestro maestro era de carácter serio, doblegado a los hechos, aunque sin doblez en sus decisiones. Y por ello merece la pena leer una carta suya, de finales de agosto de 1791, que ratifica además que las intrigas entre artistas, cortesanos, nobles y monarcas eran frecuentes en ese tiempo, y no solo supuesto patrimonio del Mozart leído en tantas biografías... Resulta que, por la coronación del antes citado Leopoldo II, el cellista y director de orquesta Joseph Weigl había sido comisionado por el príncipe Esterházy para conducir y preparar las festividades de Eszterháza, que ocurrieron entre el 3 y el 6 de agosto de 1791. El príncipe Anton Esterházy celebraba su nombramiento como lugarteniente del condado de Odenburg —devenido de un decreto de la nueva Corona Imperial— y quería que, para ello, Weigl presentara una cantata titulada Venere ed Adone, con texto de Casti. En tanto que Weigl era alumno y asistente de Salieri al frente del Teatro de Viena, el kapellmeister tuvo que asumir la totalidad de las obligaciones del mismo, incluyendo los cometidos de su pupilo y subordinado. Ello provocó que el compositor italiano tuviera que rechazar la propuesta de escribir la música para el libreto de La clemenza di Tito. Entonces, una serie de hechos condujeron a que Salieri se viera en el epicentro de intrigas maledicentes y, al enterarse, osadamente, sin titubeo alguno, escribió esta misiva a Esterházy:
Alteza;
Inmediatamente después del regreso de la compañía de ópera italiana que tuvo el honor de servir a Su Excelencia en las últimas y magníficas fiestas de Eszterháza, me informaron de que alguien había escrito a Su Alteza diciendo que yo me había negado a dar permiso al apuntador de la Corte Imperial para que fuera a Eszterháza, lo cual provocó un cierto malestar en los ensayos, además de hacer que recayeran sobre mí las sospechas más humillantes.
La persona que sugirió tal cosa seguramente no estará al tanto de que durante los últimos siete años he sido el maestro del joven Weigl, cuyo talento y costumbres me honran, en tanto que fui yo quien puse en sus manos e hice que compusiera un poema de un famoso poeta 14 para la ópera de Eszterháza, cuya música había empezado a escribir yo mismo. Es más, para que mi alumno tuviera más tiempo libre y pudiera terminar su música en el tiempo asignado, de forma que aprovechara esta magnífica ocasión mejorando su reputación y la de su maestro, yo mismo me hice cargo de sus obligaciones en el Teatro de la Corte, durante más de dos meses, hasta el punto de asistir a los ensayos menores de las óperas bufas en persona, siempre que el resto de las tareas propias de mi situación no me lo impidieran. Y además, sin que me arrepienta de ello, tuve que rechazar la oferta de escribir la ópera que se está preparando para la coronación de Bohemia 15 , ópera por la que el empresario vino cinco veces desde Praga a Viena para convencerme de que aceptara el encargo, hasta el punto de enseñarme 200 ducados, encargo que no pude aceptar porque yo era la única persona que había al frente de los asuntos del Teatro de la Corte.
Tales sacrificios claramente contradicen las acusaciones que se me imputan. Que semejantes detalles fueran obviados, o se quisiera que fueran olvidados, por la persona que me ha denunciado como autor del posible o efectivo trastorno, no me preocuparía mucho ni me preocuparía en absoluto, pero es mi deber explicar mis actos en lo referente a este asunto a Su Alteza, ya que un hombre honesto, un artista y cabeza de familia que dedica las escasas horas libres que le deja su ocupación a hacer el bien a su prójimo, sin motivos ocultos, dispensando el mismo bien que ha recibido incondicionalmente de otros, no puede ni debe permanecer indiferente ante un juicio semejante.
A través de la compañía, sé que el verdadero autor de la intriga ha sido finalmente descubierto, pero tengo dudas en cuanto a que Su Alteza esté al tanto de este hecho, y este es el motivo que me ha llevado a tomar la decisión de escribir respetuosamente esta justificación, que ruego a Su Alteza reciba en señal de mi profundo respecto, con el que suplico me considere Su Alteza como el más humilde y obediente Servidor.
Antonio Salieri
Kapellmeister Principal de la
Corte Imperial de Viena 16
Así las cosas, La clemenza di Tito, como es sabido, nunca fue firmada por Salieri, sino por Mozart, quien escribió una partitura a la italiana, con tanta burla al género que la infanta española María Luisa de Borbón —a la sazón, nueva emperatriz en Viena— dijo de ella que era una «sucia porquería tudesca».
La verdad es que Mozart escribió aquel manuscrito, mientras el trabajo le asfixiaba —al mismo tiempo componía su Requiem y La flauta mágica—, más por la necesidad que por otra cosa. Aunque esa necesidad
de Mozart significara costear un tren de vida que ya habrían querido para sí la mayoría de los altos burgueses alemanes de la época… Por el contrario, Antonio Salieri hacía valer su precio: aceptaba el trabajo y la responsabilidad de buen grado, pero también defendía su labor y reputación. Exigía de los demás la máxima consideración al trabajo y que pusieran a su disposición sus talentos y las herramientas que fueran precisas para la consecución de los fines que se pretendieran. Como consecuencia de ello, no podía pasar inadvertido.
En efecto fue admirado, reverenciado, considerado o inevitablemente tenido en cuenta por cuantos colegas coetáneos suyos lo conocieron o supieron de él. Ocurrió igual con la gran mayoría de los músicos que hubieron de sucederle en la historia. En algunos casos, Salieri fue causante o inspirador de carreras, pues se hizo a sí mismo la promesa de devolver gratuitamente lo que había recibido gratuitamente de sus profesores. Y, por ello, no solo daba clases a jóvenes talentos que buscaran vivir del arte de Euterpe, sino que compartía también el honorario que recibía de la instrucción de personas más nobles y ricas, entre músicos fracasados o entre sus viudas e hijos. Como en la biografía se verá, de tales esfuerzos brillan hoy nombres de primera fila como son los de Ludwig van Beethoven, Franz Peter Schubert, Franz Liszt o Giacomo Meyerbeer, que fueron sus alumnos; a los que hay que sumar otros que, en su tiempo, también presentaron noble batalla en el campo de la escena musical, aunque hoy vean algo más apagada su estrella. Fueron Carl Czerny, Benedikt Randhartinger, Anselm Hüttenbrenner, Carl Gottlieb Reissiger, Ignaz Assmayer, Friedrich Wilhelm Kalkbrenner, Johann Nepomuk Hummel, Anton Reicha, el mismo Joseph Weigl que párrafos atrás ha ocupado unas líneas, o Peter von Winter; así como otros dos estrechamente ligados a su colega Wolfgang Amadeus: Franz Xaver Süssmayr, que finalizó el Requiem del genio, y Franz Xaver Mozart, hijo menor del mismo maestro de Salzburgo. Varias mujeres, por cierto, engrosan también la lista de vástagos
musicales de Salieri, pues el maestro no hizo distingos nunca al respecto, como no se hacen distinciones en el canto, que requiere por fuer de la naturaleza la voz de ambos sexos en combinación. Dos ejemplos notables son los de Anna Milder-Hauptmann y Maria Theresia von Paradis, a las que se suman las hijas de Gassmann, Maria Anna y Therese, entre otras.
Adicionalmente, el legado de Salieri incluye ocho misas (dos de Requiem), cuatro oratorios, graduales, ofertorios, salmos, letanías, himnos, motetes, introitos y otras oraciones para la Iglesia Católica; cuarenta y dos óperas y singspiels en alemán, italiano y francés, para los teatros de Austria, Alemania, Francia e Italia, donde, entre otros, inauguró el Teatro de la Scala (Milán); una desorbitada cantidad de cánones (género que le encantaba, para divertirse); numerosísima música vocal para solistas, grupos de cámara y coros; tres marchas militares; cinco ballets (excluyendo los de algunas de sus obras como Don Chisciotte, que ya hemos contado como ópera); dos conciertos para piano, uno para órgano, un triple concierto, y otros de este género; una sinfonía17; fanfarrias imperiales para trompetas y timbales; etc.; hasta un total de casi 700 entradas en su catálogo. No sorprende que su música fuera omnipresente, como confirma esta crónica con el título Diversiones de los vieneses después de Carnaval, probablemente de August von Kotzebue, publicada en el periódico Der Freimühtige de 1803:
Son frecuentes los conciertos en los que reina un placer espontáneo. El comienzo se compone generalmente de un cuarteto de Haydn o Mozart, para seguir, digamos, con un aria de Salieri o Päer, luego una pieza para pianoforte con o sin instrumento obbligato, y el concierto concluye, por regla general con un coro o algo por el estilo procedente de alguna ópera popular18.
La celebridad de Salieri en lo que hoy es el territorio de Austria parece estar fuera de toda duda, a la luz de su puesto en la Corte, su prolífico catálogo y su trabajo académico, desarrollado entre 1770 y 1824. Pero es que, internacionalmente, sus composiciones tuvieron un eco sin parangón en su tiempo. En la hoy Italia y en Francia, por ejemplo, Antonio Salieri fue frecuentemente programado y sus óperas obtuvieron allí una importante pujanza, sirviendo en numerosas ocasiones para inaugurar importantísimos teatros o celebrar efemérides de relumbrón. De igual manera, su música se interpretaba con asiduidad, aun sin el compositor presente, en Alemania (Prusia), Dinamarca, España, Portugal, Rusia, Reino Unido… muchas veces en traducciones a las lenguas vernáculas del lugar. Ello explica la conservación de manuscritos y primeras publicaciones de libretos también en las capitales de estas naciones…
Y si la fama de Salieri y su obra estuvieron aseguradas casi toda su vida, nada deja que desdeñar su labor academicista y su capacidad para contribuir a las artes, que le valieron el ingreso en diversas Reales academias, así como la concesión de la Medalla de Oro del Honor Civil con cadena, en Viena, y el título de Caballero de la Real Legión de Honor Francesa, en París.
Pero, para intentar comprender mejor cómo consiguió Antonio Salieri tal popularidad y reconocimiento, hay que trasladarse en el espacio, al norte de Italia. Y, en el tiempo, a la clave de la gran bóveda que, para la humanidad, conformó el siglo xviii.
1. «Azúcar a cambio de música»: origen familiar e infancia. Legnago, Padua y Venecia
Propuesta de audición:
La Fiera di Venezia
. Obertura.
English Chamber Orchestra, Richard Bonygne.
Antonio Salieri senior, era un conocido y rico comerciante de vinos de la ribera véneta. Tras enviudar una primera vez, contrajo segundas nupcias con Anna Maria Scacchi, con la que, el 17 de octubre de 1744, tuvo a su primer hijo: Antonio Salieri. El infante murió pocos meses después, el 30 de agosto de 1745, y hubo de transcurrir otro medio año para que su hermano, quien recibió el mismo nombre, viniera al mundo un 15 de febrero de 1746. Pero este tampoco habría de ser el celebérrimo personaje histórico que ocupa esta biografía, pues falleció a las pocas semanas, el 21 de agosto de 1746. Definitivamente, cuatro años después de esto último, nacería aquel llamado a convertirse en el compositor que describe este libro. Ese que vino al mundo un 18 de agosto de 1750 y que vivió para hacer trascender este nombre. Llegó de noche, a las 10 p. m., a caballo entre una y otra cálida jornada de verano, tan en silencio y tan en el filo de las horas, que, en temerario desprecio a la verdad histórica, algunos de sus biógrafos han situado su nacimiento el 19 de agosto.
Resulta curioso que numerosos monumentos, incluidos los erigidos sobre la primera y segunda —la actual— tumba que recibió el compositor, declaren que Salieri nació al día siguiente en que en realidad lo hizo... El error en su cumpleaños, de hecho, se repite sorpresiva y recurrentemente en distintos documentos, entre los que pueden contarse la primera biografía del maestro, escrita en 1827 por Ignaz Franz von Mosel, en alemán. Sin embargo, el acta de bautismo de Salieri es clara a este respecto cuando indica no solo que el nacimiento se produjo en la citada hora y día, sino también que fue bautizado el 29 de agosto de 1750 por el párroco Lorenzo Vitali, y que su padrino fue «el Nob[le] D[on] Paulus Bonetti1». Y el Libro de Registro de Bautizos, en su volumen del 1.º de enero de 1737 al 3.º de octubre de 1770, no podría ser otro que el del Archivo Parroquial de San Martino, en la localidad de Legnago (Italia).
No hay que confundir Legnago (aunque así lo hagan, también, distintos documentos y monumentos) con Legnano, muy célebre en la península con forma de bota por un enfrentamiento bélico de 1176, con Federico Barbarroja como protagonista, que posteriormente se convertiría en epicentro dramático de la ópera La battaglia di Legnano (1849) de Giuseppe Verdi. No. La Legnago en que nacieron Salieri y sus antepasados triangula en el mapa con Verona, Padua y Venecia, y también tiene su propia épica militar. En el siglo xviii formaba parte de la República de Venecia y, pocos años antes del nacimiento del compositor, durante la Guerra de Sucesión española, su propio solar y los territorios circundantes fueron atravesados por ejércitos franceses dirigidos por el general Catinat y por tropas austríacas, comandadas por el príncipe Eugenio de Saboya. En julio de 1701, la infantería gala, a favor de Felipe d’Anjou, que había colocado su cuartel general precisamente en la localidad italiana de la familia Salier (después se añadiría la i final), se dirigió hacia Castagnaro… Mientras, los soldados teutones, partidarios de Carlos de Habsburgo, avanzaron desde la orilla izquierda del Adigio donde estaban acampando, pasaron el río en el tramo entre Carpi y Castagnaro, y barrieron definitivamente a los franceses, a los que no quedó más remedio que replegarse a su primer emplazamiento. Otra conflagración bélica aún peor —la II Guerra Mundial— también afectó a Legnago, que se vio destruida en más de un 90 % por los bombardeos propinados a la efímera República de Saló, no dejando en pie casi nada de la ciudad, incluyendo en la destrucción el hogar original de los Salieri, sito en la Vía Disciplina, y de la que hoy solo queda el arco del portal, utilizado como acceso a la biblioteca local.
Casa natal y de residencia familiar de Salieri, en sus primeros 13 años, en fotografía en torno a 1930. Fondazione Fioroni (Legnago).
Pero volviendo al Dieciocho, podría decirse que, como buena república del momento, el orden social de la Veneciana se apoyaba en una aristocracia de ricos terratenientes y artesanos, que no solo votaban leyes y a sus gobernantes, sino que costeaban casi en exclusiva el mantenimiento de los servicios públicos. Sin embargo, a consecuencia de las guerras —por la extinción o emigración de las familias— el número de notables se había reducido. Entrado el siglo, formar parte del Consejo era más una carga que un cargo. Por poner un ejemplo: cuando Salieri tenía dieciséis años, en 1767, el edificio General de Legnago presentaba daños severos, cayendo de forma repentina un día parte de la cornisa y derrumbándose varias de sus paredes. Fue entonces cuando el Gobierno tomó la decisión de demolerlo y reconstruirlo, en un proyecto que ascendió a la considerable suma de 47 300 liras, pagaderas en diez años. Para hacer frente a la pesada carga financiera, las inversiones públicas locales se restringieron fuertemente y las escuelas fueron cerradas, los maestros despedidos, los costos de mantenimiento de las infraestructuras recortados y los salarios de los empleados municipales reducidos…
Aun con todo, pertenecer a una familia notable siempre era mejor que no hacerlo. Y, si bien es cierto que Legnago y la República de Venecia no atravesaban su momento de oro en el xviii, también es verdad que era un territorio próspero, autosuficiente, amante de las Artes y las Ciencias, y con una economía relativamente esplendorosa. De hecho, en comparación, era seguramente más interesante vivir en un Legnago razonablemente republicano para la época, libre y floreciente, epicentro geográfico de un estado abierto al comercio, con la Ciudad de los Canales como capital, que como súbdito de un príncipe-arzobispo y un emperador, absolutos y enfrentados entre sí, que era entonces la vida de la mayoría de los habitantes de la ciudad de Salzburgo, en donde Mozart nacería en 1756, seis años después que Salieri. Y aunque no deja de ser una realidad que la república natal de Salieri terminaría por ser disuelta e incorporada al Archiducado de Austria (después Imperio Austríaco), ello no ocurriría hasta 1797, cuando el compositor contaba cuarenta y siete años y muy atrás quedaban sus años de formación y estudio bajo el sol del Véneto.
Educación e infancia
Los orígenes académicos de Salieri fueron, en definitiva, los propios de un varón perteneciente a una